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La Vejez

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"El Balance: Clinica De La Vejez"

(*) Jornadas Aniversario. 20 AÑos De Escuela En La Practica De Psicoanalisis. 1994

Elena Jabif

Son habitantes de la morada Los pensamientos de una mente fatigada en la estación seca.
Gerontión - Thomas S. Eliot

"Envejecer es definirse, reducirse. Me he debatido contra las etiquetas, pero no he podido


evitar que los años me aprisionen. He vivido tendida sobre el porvenir y ahora, recapitulo en el
pasado, diria que el presente me ha sido escamoteado.

Al recordarmi historia me encuentro siempre, más acá o más allá, de algo que nunca se ha
cumplido. De todos modos el escritor tiene la oportunidad de escapar de la petrificación; en los
momentos en que escribe. Con cada nuevo libro me estreno, la creación es juventud y
libertad. Pero en cuanto abandono esta aventura, el tiempo se congrega detrás de mí,
bruscamente me precipito en mi edad, esta majer ultra madura es mi contemporánea;
reconozco este rostro de muchacha demorada en una vieja pier. Mis '72 aniversarios ¡están
tan próximos! para convencerme no tengo más que ponerme ante un espejo. Un día a los
cuarenta años pensé: en elfondo del espejo me espfa la vejez, es fatal, me atrapará. Con
frecuencia me detengo asombrada, ante una cosa increíble que me sirve de rostro; una
imagen que me infecta el alma. He perdido el poder que tenía de separar las tinieblas de la
laz; consiguiendo al precio de algunos tornados,cielos radiantes. La muerte ya no está en la
lejanía de una aventura brutal, asedia mi sueño. Cuando estoy despierta siento su sombra
entre el mundo y yo, ha comenzado".

En "La fuerza de las cosas" Simone de Beauvoir trace letra de la vejez, la mirada del rector la
retorna a la escena de la vida; en el filo de un espejo: el escrito; quien la recupera en cierto
juego placentero con el Otro, bordeando con la creación un sentimiento común de la vejez: el
desamparo.

Freud afirma que el deseo de vivir procure imponerse a los deseos de muerte, la enfermedad
produce sentimientos de peligro, situados por él, del lado de un desamparo impensable; aquel

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que surge cuando la ilusión de ser inmortal, pierce certeza; imponiéndose como ilusión pare el
Sujeto.

¿Qué grado de bonded hay que alcanzar pare soportar el horror de la vejez? se pregunta
Freud en una carte a Lou Andrea-Salomé. Una posible respuesta la esgrime en 1915 cuando
observe: "nuestro inconsciente es inaccesible a la representación de nuestra propia muerte,
pare soportar la vida hay que ester dispuesto a soportar la muerte recomendando, buscar
algún recurso en la ficción y el teatro; ya que nos encontramos con las pluralidades de vidas
que necesitamos. Morimos con el héroe, sobrevivimos a él y estamos listos pare morir con
otro héroe de nuevo.

Chataubriand escribía su ficción: "La vejez es un naufragio. Yo, espectador, sentado en una
sala vacía, con palcos desiertos, luces apagadas, soy el único que queda de mi tiempo ante el
telón bajo. Sigo trabajando en "Mis Memorias": he hipotecado mi tumba".

La intrusión de la enfermedad, el resquebrajamiento del cuerpo, los signos precursores de las


pérdidas, conducen al sujeto en este nuevo tiempo a reviser éxitos y fracasos de su obra.
Herido irremediablemente en el duelo de una imagen brillante de sí mismo, un imaginario
regresivo busca consuelo en la memoria.

Borges dice de su vejez: "Me he resignado a la vejez y a la ceguera, del mismo modo que uno
se resigna a la vida. A los 24 años se trata de ser Hamlet, de ser Byron, de ser Baudelaire.
Uno cultiva la desdicha. A los 80 años se advierte que la desdicha no es necesario cultivarla".

Freud desliza su desdicha ante una existencia bajo amenaza de despido, confiesa que una
caparazón de insensibilidad lo va envolviendo lentamente, "es una manera de comenzar a
volverme inorgánico, esta serenidad de la edad es una suerte de depresión senil, centrada en
un irracional deseo de vivir y una resignación de sentido común".

A los sesenta años Freud conoció la experiencia de duelo más irreparable, la muerte de sus
hijos. En 1920 escribe a Ferenczi, "Me preparé durante varios años para la pérdida de mis
hijos varones, y ahora ha muerto mi hija, como soy profundamente increyente, no tengo a
nadie a quien acusar y sé que no existe instancia a la que uno pueda llevar su queja".
Después de ser sometido a la primera operación de su cáncer pierce a su nieto de 4 años de
edad, es la única ocasión que lo vieron llorar, súmamente afectado por estas pérdida
irreparables, Freud escribe a Pfister "La pérdida de un hijo parece ser una ofensa grave al
narcisismo, lo que llamamos duelo surge probablemente después. Un efecto siniestro se
apodera del sujeto al borrarse la frontera entre fantasma y real, cuando se presenta lo real,
despojado de ribetes fantasmáticos. En la vivencia de duelo retorna el humheimlich, un
extranjero desconocido, pero inquietantemente familiar. En el inconsciente (dice Freud) el

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objeto perdido amenaza con convertirse (en la melancolía) en sombra del sujeto.

En nuestros días (deduce Freud) superponemos a este temor la actitud unívoca de la piedad.
El duelo se sitúa en la hiancia del sujeto, desinvestir un objeto, pare Freud, consiste en
resigner una parse de uno mismo. Un proceso insidioso y doloroso se instala, resolviéndose
por sí solo, al hallar objetos que lo sustituya.

El énfasis freudiano recae sobre la lucha que debe librar el hombre, pare conquistar la vida:
muerte, guerra, enfermedades acicatean el genio, del sujeto parlante.

Sin embargo ante las pérdidas irreparables, Freud respondía con la creación, los sucesos
acaecidos en la Alemania hitlerianas, culmina en un proceso a Reik por charlatanismo. Freud
reacciona escribiendo "Análisis Profano". Sin embargo a pesar de su respuesta se encuentra
cercado, la amenaza nazi sobre Austria, avanza del brazo de su enfermedad; gesta el
"Moisés", "Análisis terminable e interminable", "Construcciones en Psicoanálisis".

En 1936 en una carte a Arnold Zweig, Freud sitúa sus interrogantes sobre la vida y la muerte,
"No puedo habituarme a las miserias del desamparo de la vejez, avizoro con una suerte de
nostalgia el tránsito a la nada".

Si se envejece como se vive, las pérdidad de referentes tradicionales, simbólicos, imaginarios


y reales; interpelan al sujeto en los lazos mantenidos por aquél, durante su vida; con lo real.

La renegación de sucesivos duelos en distintos tiempos conduce en la vejez a impugner lo


real como bien propio o derecho de existencia. Morir (señala Lacan en Lovaina) es algo que
los sostiene. La muerte es cuestión de fe ¿si no creen en ella, podrían soportar la vida? En la
certeza de que algo se termina, es donde el hombre, puede aceptar el drama humano que lo
habitat

"El drama de la vejez (dice Oscar Wilde) no consiste en ser viejo, sino en haber sido joven".

Lo que mantiene en pie a Maud Mannoni, el año en que Octave murió, fue poder consagrarse
a los cuadernos que él había dejado con vistas a su publicación.

"Nos separamos, ese mi cambio": representa el itinerario de una vida sembrada por el amor y
el abandono. "Cuando salga este libro (le decia a su mujer) les haré seña de ultratumba, habrá
una fiesta para celebrar el acontecimiento (aclara) una fiesta, no una misa de aniversario".
¿No dice acaso un provervio malgaché, que un hombre no está muerto mientras se siga
hablando de él?

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Philipe Arié en su texto ¿'E1 hombre ante la muerte", plantea que "la muerte en el siglo XVII
pudo ser domada, despojada de la violencia ciega de las fuerzas naturales, ei sufrimiento, el
pecado, y la muerte se asociaban al Mal¿gno; el cristianismo lo explica de un golpe y todo
junto: por el pecado original. El siglo XVIII comienza a roer el poder del Maligno, con el infierno
desaparecen los pecados del viejo hombre; el progreso general de la ciencia conduce
suavemente a la felicidad. En pleno siglo IXX todavía quedaba el obstáculo del mal fisico y la
muerte; los románticos conservaron la inmemorial coexistencia con la enfermedad, la vejez, el
sufrimiento y la agon''a. Viejos y muertos despertaban la piedad. A partir del siglo XX, retorna
el horror a la muerte y a su forma repugnante como la vejez; comienza la in to leran cia a su
vista, sus este rto res, sus o lores.

La medicina disminuyó los sufrimientos, el mal sólo operaba de manera marginal en guerras,
crímenes y en la no conformidad; pero aún quedaba por resolver qué tracer con la vejez y con
la muerte. Se fuerza el silencio despiadado de ancianos y muertos, esta actitud ha dejado
volver sinuosos salvajismos bajo la máscara de la técnica médica. La muerte en el hospital,
hospicios de ancianos son instrumentos que se proponen para «evacuar» lo insoportable en
vez de humanizarlo.

Vejez y muerte sólo deben convertirse en la salida discreta pero digna, de un vivo apaciguado,
fuera de la sociedad; que ayuda a no desgarrarnos y a preservar la idea de un pave biológico:
sin significación, sin pena ni sufrimiento; finalmente sin angustia".

Manoni en su texto "Lo nombrado y lo innombrable", plantea que la última palabra de la vida
ha sido despojada del habla, no puede ser sino la maldición última expresada por Edipo en
Colona. "Cuando se es viejo, escribe Sófocles, la razón se apaga, la acción resulta inútil y se
tiene vanes preocupaciones". Sin embargo mostró de manera magnífica la grandeza que
puede ir unida a esta desventura, a los 89 años, pinta a Edipo en la tragedia con una vida
vagabunda, miserable y ciego Tened piedad del pabre fantasma de Edipo pues ese viejo
cuerpo ya no es él.

Mi cuerpo ya no tiene fuerzas para caminar solo

sin que alguien lo guié.

Edipo ha conservado pasión, cólera, odio contra sus hijos y una cálida ternura a sus hijas a las
cuales les dice "aunque esté moribundo no seré demasiado desdichado si estais a mi [ado".
Se pregunta ¿ahora que no soy nada,resulta que soy un hombre? Lacan sugiere que el "no
soy nada" no es necesariamente la muerte ya que lo que puede suplantar a un humanismo, no
debe pasar entre "no soy nada y la muerte". Entre lo que uno no sabe todavía y el fin: queda
una vida por llenar.

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En los últimos tramos de una historia, los tiempos se reducer, la vida vuelve a ser el reino de
los dioses, el sujeto en su indefensión corre el riesgo de enajenarse en el espejismo de su
condición de hijo, aquél que asista su inermidad, adviene al dominio del Bien; insiste Lacan:
"Es el nacimiento de un poder a ejercer sobre el Otro"; fácilmente el engranaje se desliza a la
trama sadiana, la indefensión ante el OtrQ pone en danza, el juego de las lágrimas.

Ray Bradbury en su novela "Canto. E1 cuerpo eléctrico" relate la historia de tres niños que
necesitan quien los cuide y juegue con ellos, son muy poqueños, no tienen niñera, ni tías, ni
abuelos; pero hay unos seres maravillosos que por encargo harán las veces de todos ellos. E1
padre los lleva a elegir el modelo, barajan colores de pelo, estaturas, texturas de pier.
Finalmente la decepción, no pueden llevarse su niñera robot con ellos; como transacción
atesoran alrededor de su cuello la llave que a su tiempo pondrá en movimiento ese codiciado
objeto.

Un día, un paracaídas deposita con suavidad sobre el césped del jardín un sarcófago egipcio,
adentro un cuerpo vendado; finalmente es descubierto de a pedacitos por los niños. Uno;
cualquiera con mano temblorosa introduce la llave en el luger secreto. Pasan los años, los
niños hen crecido, nuestra niñera robot los despide de la case paterna con el canto del cuerpo
electrónico:

"cuando sean may viejos, como niños otra vez, cuando recuperen las maneras infantiles y sus
ansias y estén necesitados de alimentos y me extrañen, mándenme a buscar. Volveremos de
nuevo al cuarto de cuando eran niños".

En la vejez, solos de nuevo los tres hermanos se reúnen y se dicen: "Ahora la edad, el tiempo,
nos hen sorprendido, somos viejos, necesitamos".

Dice Manoní: "El lugar que nuestra sociedad concede a marginales y ancianos despierta en
cada uno de nosotros algo memorable en nuestra historia, a nivel de una experiencia de
destruccción. Esta voluntad de destrucción es un fantasma de volver a empezar todo, a partir
de nada".

S i el camino de la satisfacción del suj eto puede situ arse pare Lac an, entre dos murallas de
lo imposible, el último balance de la vida de Lorenzo puede reescribirse en la brecha de un
análisis que surca; las murallas del debe y del haber.

A los 84 años, Lorenzo, contador experto en balances, rector inagotable de una vasta
biblioteca atesorada por su padre, experimenta la imposibilidad de una figure retórica tantas
veces encontradas en eves textos, que ya puede citar de memoria "Un rayo de luz lo deja

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ciego".

Acude al análisis porque, según dice, está en "un pozo", y alrededor del pozo de sombras de
su ceguera se va dibujando otro espacio donde el faltante se combine en pérdidas más
antiguas o más nuevas.

La operación a la que se somete, no logra devolverle la vista, así no puede conc.luir su último
balance, o lo que será la última letra de su vida. Este balance lo espera en la biblioteca, junto
a los libros que pertenecieron a su padre, un escritor español de la resistencia quien solía
recuperar y restaurar incunables y que fundara una librería que se convirtió en el luger de
encuentro de los artistes de su época.

Cuando Lorenzo era un niño, la familia, reunida frente a un atril, leían todos juntos, por
indicación paterna, cada noche después de la cena. Desesperanzado me dice que su coguera
le impide leer estos libros, me propone traerlos a su sesión y me invite a encontrarnos en un
luger de cites "de los textos".

Me recuerda una frase de John Keats, en "E1 terror de la muerte" que dice: "Cuando me
asalta el temor entonces estoy solo, de pie en la villa del ancho mundo y pienso, quchasta el
amor y la fama se hunden en la nada".

También de su padre conserve la correspondencia mantenida con intelectuales europeos,


quienes lo reconocían como un acérrimo defensor de la libertad de la letra. Sin embargo otra
versión de la paradoja paterna asoma desde una escena de su infancia: el acérrimo defensor
de la libertad y la vida era también un cazador sanguinario, cuyo tiro certero a un eve en vuelo
hacía caer la presa muerta a sus pies.

El pequeño Lorenzo miraba hacia donde apuntaba su padre quedando por un instante
enceguecido por el sol, contemplando con profunda compasión y pena, la pieza muerta.

Lorenzo está casado con una mujer que él describe como "esplendorosa" en sus años de
juventud. Su esposa se llama Elena, digna sucesora de aquella que ganó la manzana de oro
destinada a la más hermosa, preludio de la guerra de Troya.

Pero ahora, Elena sufre del mal de Parkinson, Lorenzo siente que la va perdiendo; el padre en
su lecho de muerte le recomienda, "no te la pierdas". Esas últimas palabras empujan a
nuestro héroe a intentar salvarla de su decadencia, su frac aso lo vi venci a c o mo éxito de su
impotenci a . Murmura "c omo el Rey Le ar S eñor, soy ya muy viejo pare aprender". Los
amigos también se van muriendo, él silencia en su hogar toda marca de una pérdida.

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Un tiempo después de la operación llega a distinguir los matices de la luz, Lorenzo decide
terminar su balance dentro de la experiencia de su análisis. Un suceso profundamente c all
ado y finalmente olvidado se vuelve a conformer en el recuerdo : su madre también había
quedado ciega, el profundo pesar de Lorenzo era que ella no había podido conocer a su
Elena. Si su madre la hubiera visto, quizás podría haberse resistido a las tinieblas.

Lorenzo explica que el balance es un arte, que él domina, donde hay dos lugares posibles
pare él, el del debe y el haber; en la columna del debe tenía asignaturas pendientes. En cierta
ocasión, casi asesina a su suegra ahorcándola haste dejarla exánime, su esposa lo expulsa
de su case y elige convivir con la madre y la hija de ambos. En la misma columna anota su
actitud, ante una crisis económica del padre, a raíz de la cual, éste, lo convoca como socio. E1
terror lo conduce a decirle que no; una negative sostenida en un pudoroso
empoqueñecimiento de su estatura de hombre. E1 padre quiebra, malvende libros valiosos
quedando un resto que es destinado pare la culture de los niños del pueblo.

Lorenzo no comenzó a trabajar las cuestiones del haber, haste que tuvo un sueño en el que
caminaba por la cornisa de una obra en construcción, advierte que todos los pasajes posibles
eran al borde de un vacío. Mirándolo, piensa que puede afar el gran salto, pero se dice que
está demasiado viejo pare hacerlo. En ese momento descubre, sobre un pilar, los libros de su
balance inconcluso, se le ocurre que ya es tiempo de terminar el último balance de su vida.

Asocia con una cite de "Las siete edades del hombre" de W. Shakespeare, "La última escena
es otra infancia y mero olvido, sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada". Me dice que él se
encuentra en la séptima edad. Le recuerdo que el último balance de su vida lo escribimos en
una "obra en construcción", a partir de este tiempo el haber se recorta en su paternidad, al
sentirse satisfecho con las letras donadas a su hija, también algo del don de la música;
heredado de la madre en su alegre canto de zarzuelas. Su talento pare tracer balances
también le habían otorgado la ganancia de un nombre propio, incluye la fidelidad que haste
entonces nunca se había permitido interrogar. Se pregunta ¿por qué estando un año solo
luego del episodio maldito, no había podido desear a otra mujer?

Ese día anuncia que es su última sesión, deduce que ha concluido su balance y que ya no se
encontraba en un pozo de ceguera, también me afirma que va a proseguir su lucha pare
rescatar a su amada Elena de las siniestras manos de la vejez, en el momento de nuestra
despedida me aclara que es un día en el cual se ha sentido deslumbrado, por un impúdico
exceso de luz que entraba por la ventana, del consultorio, me advierte que su padre se había
preguntado ¿qué tendrá esta Elena pare conquistar el corazón de un hombre tan difícil?
Llevándose de mi atril un amado libro de pertrand Russell; me dedica la última cite "La
existencia humana deberfa ser como un rfo, pequeño en su nacimiento, corriendo por su
cuuce estrecho, precipitándose luego con pasión sobre las rocas. Gradualmente el rio se

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ensancha, las márgenes se borran, las aguas flayen mansamente y alfinal, sin ninguna
fractura visible, se unen al mar, despojadas de su sufrimiento".

BIBLIOGRAFIA CONSULTADA

Lacan, Jacques Seminario La Etica

Freud, Sigmund Consideraciones sobre la vida y la muerte

Freud, Sigmund Correspondencia a Lou Andreas-Salomé

Manoni, Maud Lo nombrable y lo innombrable

Manoni, Maud La última palabra de la vida

Minois, Georges Historia de la antigüedad al renacimiento

Aries, Philippe E1 hombre ante la muerte

Bouvoire, Simone La fuerza de las Cosas

Bouvoire, Simone La vejez

Sófocles Edipo en Colona

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