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Tema 3
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RAMÓN
MARÍA DEL VALLE-INCLÁN Y federico garcía lorca.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX, el público que acudía al teatro era
generalmente de origen burgués y no le interesaban los problemas sociales o ideológicos
ni las innovaciones formales. Las comedias que se llevan a escena retratan su moral de
corte conservador (un adulterio que al final se perdona, por ejemplo).
A medida que transcurrieron los años, se fue acrecentando la separación entre el
teatro español y el teatro europeo, en el que se planteaban novedades técnicas e
interesantes enfoques ideológicos (el metateatro de Pirandello, el distanciamiento de
Brecht o el teatro psicológico de Ibsen). Solamente algunos dramaturgos como Valle-
Inclán o García Lorca se adentraron en la senda renovadora con éxito, pese al frecuente
rechazo tanto del público como de los propietarios de las salas teatrales que impidieron
la representación de muchas de sus obras.
El teatro tradicionalista
Dentro del teatro comercial que llenaba las salas (con compañías como la de
María Guerrero) cabe distinguir tres tendencias:
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- Pedro Muñoz Seca, creador del astracán (se trata de piezas que sólo buscan
provocar la risa mediante situaciones disparatadas y equívocos). Destaca, entre
otros, La venganza de don Mendo (1920).
Junto a este teatro comercial, existió un teatro inspirado por las corrientes
innovadoras europeas; textos que planteaban dilemas existenciales y sociales, que
fueron leídos por un público joven y culto, pero que no solían llegar a la representación.
Entre los autores que utilizaron el teatro como vehículo de exposición y difusión de
ideas destacan: Miguel de Unamuno (sobre la personalidad como, por ejemplo, en su
drama El otro, estrenada en 1926), Jacinto Grau (sobre el poder y los peligros de la
creación. Es el caso de El señor de Pigmalión (1921), en la que unos muñecos dotados
de inteligencia acabarán por asesinar a su creador), Azorín, quien plantea un teatro de
corte simbólico donde su obsesión por el paso del tiempo cristaliza en piezas como
Angelita (1930) o Rafael Alberti que escribe obras de corte surrealista como, por
ejemplo, El hombre deshabitado (1931), en la que nos presenta a un hombre enfrentado
con Dios y errante por un mundo caótico y sin sentido.
Hubo también piezas que sirvieron para ensayar nuevas herramientas de
representación escénica, pero que constituyeron un rotundo fracaso las pocas veces que
llegaron a las tablas. Son exponentes de esta tendencia:
- Ramón Gómez de la Serna, con Los medios seres (1929), cuyos personajes
aparecen con la mitad del cuerpo totalmente negra para simbolizar la
personalidad incompleta.
- De Alejandro Casona destacaremos La sirena varada (1934) en la que un
grupo de personajes pretende huir de la dolorosa realidad y crear un mundo
imaginario. Por ella circulan una sirena que sale del mar en busca de su amado,
un árbol que siempre se pone en medio, un pintor con los ojos vendados, etc.
- En los años veinte comienzan su carrera teatral Enrique Jardiel Poncela y
Miguel Mihura, representantes del teatro del absurdo que triunfará tras la
guerra civil.
Dentro del apartado del teatro renovador hay que situar a Valle-Inclán y a Lorca
con trayectorias más o menos exitosas en su momento, pero trascendentales para la
dramaturgia posterior.
Ramón del Valle-Inclán (Villanueva de Arosa, 1866 - Santiago de
Compostela, 1936)
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Su producción dramática se puede dividir en dos etapas:
a) Obras anteriores al esperpento:
- Ciclo mítico: está formado básicamente por Divinas palabras (1919) y las
“Comedias bárbaras”: Águila de blasón (1907), Romance de lobos (1908) y la
tardía Cara de plata (1922). El marco espacial de estas obras es una Galicia
mítica en la que imperan fuerzas primitivas (el poder, el sexo, la avaricia, la
violencia, la superstición) que zarandean a los personajes.
- Ciclo de las farsas: constituye una transición del Modernismo al esperpento. En
la Farsa infantil de la cabeza del dragón (1909) y en La marquesa Rosalinda
(1912) se parodia la literatura modernista y asoma levemente una crítica anti-
burguesa. Ambos rasgos se intensifican en dos piezas de 1920: en Farsa italiana
de la enamorada del rey, Valle ataca la institución monárquica; en Farsa y
licencia de la reina castiza, el gallego caricaturiza implacablemente la corte de
Isabel II.
b) Teatro esperpéntico:
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La obra está dividida en 15 escenas y se desarrolla en algo más de veinticuatro
horas. Cobran especial importancia las acotaciones pues adquieren un valor literario y
no exclusivamente dramático (a través del empleo de un sintagma nominal se describe
un personaje, un escenario o una actitud).
Detrás de la deformación paródica del esperpento existe una queja sobre la
realidad del momento. España es un país caduco, degradado y sin ética a todos los
niveles: desde las clases dirigentes hasta las marginadas. Valle censura la corrupción del
gobierno, la ignorancia y el desdén por la cultura, la religiosidad superficial, la
insensibilidad burguesa hacia el sufrimiento de los desfavorecidos…
Tras Luces de bohemia, Valle sólo concedió la categoría de esperpentos a tres
breves piezas reunidas en 1930 bajo el título de Martes de carnaval: Los cuernos de don
Friolera (1921), Las galas del difunto (1926) y La hija del capitán (1927). El común
denominador de las tres es una agria crítica al ejército español.
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A lo largo de sus obras dramáticas, percibimos una reducción del verso en favor
de la prosa, al tiempo que el diálogo alcanza una mayor viveza e intensidad. La lengua,
cargada de metáforas y comparaciones, refleja, al mismo tiempo, el lenguaje popular.
De hecho, Lorca concibió el teatro como “la poesía que se levanta del libro y se hace
humana (…) El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un
traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre”.
Paulatinamente, en el teatro lorquiano va cobrando fuerza una intencionalidad
didáctica acompañada de un enfoque crítico de la sociedad. En palabras del granadino,
“en este momento dramático del mundo, el artista debe llorar y reír con su pueblo. Hay
que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los
que buscan las azucenas”.
Las obras de Valle-Inclán y de Lorca supusieron una auténtica renovación del
panorama teatral. Sus muertes coincidieron con el inicio de la guerra civil que provocó,
como en el resto de manifestaciones artísticas, una inevitable ruptura. Muñoz Seca
muere asesinado, Alejandro Casona y tantos otros emprenden el exilio… En la España
de la inmediata posguerra y de la censura, sobresale un teatro de “diversión” demandado
por un público burgués deseoso de “olvidar problemas”, donde triunfarán autores como
José María Pemán o Edgar Neville.