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Notas Tercer Capitulo Curese A Usted Mismo

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CAPÍTULO III

Breve resumen del tercer capítulo del libro Cúrese a Usted Mismo, del Dr.
Edward Bach.

Lo que conocemos como enfermedad es la etapa terminal de un


desorden mucho más profundo, y para asegurarse un éxito completo en el
tratamiento, es evidente que tratando sólo el resultado final no se logrará una
eficacia total, a no ser que se suprima también la causa básica. Hay un error
primario que puede cometer el hombre, y es actuar contra la Unidad; esto se
debe al egoísmo. Por eso también podemos decir que no hay más que una
aflicción primaria –el malestar o la enfermedad.
Y así como la acción contra la
Unidad puede dividirse en varias clases, también puede dividirse la
enfermedad –el resultado de esas accionesen
varios grupos que
corresponden a sus causas. La propia naturaleza de una enfermedad es una
guía muy útil para poder descubrir el tipo de acción que se ha emprendido
contra la Ley Divina de Amor y Unidad.
Si tenemos en nuestra naturaleza suficiente amor para todas las cosas,
no podemos hacer el mal; porque ese amor detendrá nuestra mano ante
cualquier acción, nuestra mente ante cualquier pensamiento que pueda herir a
los demás. Pero aún no hemos alcanzado ese estado de perfección; si lo
hubiéramos alcanzado, no se requeriría nuestra existencia aquí. Pero todos
nosotros buscamos ese estado y avanzamos hacia él, y aquellos de nosotros
que sufren en la mente o en el cuerpo son guiados por ese mismo sufrimiento
hacia esa condición ideal; y con sólo leer correctamente esa lección,
aceleraremos nuestro paso hacia esa meta, y también nos liberaremos de la
enfermedad y de la angustia. En cuanto entendemos la lección y eliminamos el
error, ya no es necesaria la corrección, porque tenemos que recordar que el
sufrimiento es en sí beneficioso en tanto que nos dice cuándo estamos
tomando caminos equivocados y encarrila nuestra evolución hacia su gloriosa
perfección.
Las primeras enfermedades reales del hombre son defectos como el
orgullo, la crueldad, el odio, el egoísmo, la ignorancia, la inestabilidad, y la
codicia; y cada uno de estos defectos, tomado por separado, se verá que es
adverso a la unidad. Defectos como éstos son las auténticas enfermedades
(utilizando la palabra en su sentido moderno), y es la continuidad y
persistencia de esos defectos, después de que hayamos alcanzado esa etapa
de desarrollo, en la que nos damos cuenta de que son inadecuados, lo que
precipita en el cuerpo los resultados perjudiciales que conocemos como
enfermedad.

El orgullo se debe, en primer lugar, a la falta de reconocimiento de la


pequeñez de la personalidad y de su absoluta dependencia del alma, y no ver
que los éxitos que pueda tener no se deben a ella, sino que son bendiciones
otorgadas por la Divinidad interna; en segundo lugar, se debe a la pérdida del
sentido de proporción, de la insignificancia de uno frente al esquema de la
Creación. Como el orgullo se niega invariablemente a inclinarse con humildad
y resignación ante la Voluntad del Gran Creador, comete acciones contrarias a
esa Voluntad.
La crueldad es la negación de la unidad de todos y un no lograr
entender que cualquier acción contraria a otra se opone al todo, y es por tanto
una acción contra la Unidad. Ningún hombre pondría en práctica sus efectos
perniciosos contra sus allegados o seres queridos, y por la ley de la Unidad
tenemos que desarrollarnos hasta entender que todos, por formar parte de un
todo, han de sernos queridos y cercanos, hasta que incluso quienes no
persigan evoquen sentimientos de amor y compasión.
El odio es lo contrario del Amor, el reverso de la Ley de la Creación. Es
contrario a todo el esquema Divino y es una negación del Creador; lleva sólo a
acciones y pensamientos adversos a la Unidad y opuestos a los dictados por
el Amor.
El egoísmo es nuevamente una negación de la Unidad y de nuestro
deber para con nuestros hermanos los hombres, al anteponer nuestros
intereses al bien de la humanidad y al cuidado y protección de quienes nos
rodean.
La ignorancia es el fracaso del aprendizaje, negarse a ver la Verdad
cuando se nos ofrece la oportunidad, y lleva a muchos actos equivocados
como los que sólo pueden existir en las tinieblas y no son posibles cuando nos
rodea la luz de la Verdad y del Conocimiento.
La inestabilidad, la indecisión y la debilidad aparecen cuando la
personalidad se niega a dejarse gobernar por el Ser Superior, y nos llevan a
traicionar a los demás por culpa de nuestra debilidad. Tal condición no sería
posible si tuviéramos en nosotros el Conocimiento de la Divinidad
Inconquistable e Invencible que es en realidad nuestro ser.
La codicia lleva al deseo de poder. Es una negación de la libertad y de
la individualidad de todas las almas. En lugar de reconocer que cada uno de
nosotros está aquí para desarrollarse libremente en su propia línea según los
dictados del alma solamente, para mejorar su individualidad y para trabajar con
libertad y sin obstáculos, la personalidad codiciosa desea gobernar, moldear y
mandar, usurpando el poder del Creador.
Ésos son ejemplos de enfermedad real, origen y base de todos nuestros
sufrimientos y angustias. Cada uno de esos defectos, si se preserva en ellos
pese a la voz de nuestro Ser Superior, producirá un conflicto que
necesariamente se habrá de reflejar en el cuerpo físico, provocando un tipo
específico de enfermedad.
Ahora podemos ver cómo cualquier tipo de enfermedad que podamos
sufrir nos llevará a descubrir el defecto que yace bajo nuestra aflicción. Por
ejemplo, el orgullo, que es arrogancia y rigidez de la mente, dará lugar a esas
enfermedades que producen estados de rigidez y envaramiento del cuerpo. El
dolor es el resultado de la crueldad, en tanto que el paciente aprende con su
sufrimiento personal a no infligirlo a los demás, desde un punto de vista físico
o mental. Las consecuencias del odio son la soledad, los enfados violentos e
incontrolables, los tormentos mentales y la histeria. Las afecciones
introspectivas –neurosis, neurastenia y condiciones semejantes,
que privan a la vida de tanta alegría, están provocadas por un excesivo egoísmo. La
ignorancia y la falta de discernimiento traen sus dificultades propias a la vida
cotidiana, y, además, si se da una persistencia en negarse a ver la verdad
cuando se nos brinda la oportunidad, la consecuencia es una miopía y mala
visión y audición defectuosa. La inestabilidad de la mente debe llevar en el
cuerpo a la misma condición, son todos esos desórdenes que afectan al
movimiento y a la coordinación. El resultado de la codicia y del dominio de los
demás son esas enfermedades que harán de quien las padece un esclavo de
su propio cuerpo, con los deseos y las ambiciones frenados por la enfermedad.
Por otra parte, la propia zona del cuerpo afectada no es casual, sino
que concuerda con la ley de causa y efecto, y, una vez más será una guía para
ayudarnos. Por ejemplo, el corazón, la fuente de vida y por tanto de amor, se
ve atacado especialmente cuando el lado amable de la naturaleza frente a la
humanidad no se ha desarrollado o se ha utilizado equivocadamente; una
mano afectada denota fracaso o error en la acción; al ser el cerebro el centro
de control, si se ve afectado, eso indica falta de control en la personalidad, y
así podemos seguir analizando las distintas manifestaciones de la ley de
causa y efecto. Todos estamos dispuestos a admitir los muchos resultados que
siguen a una explosión de ira, al golpe recibido con una mala noticia; si cosas
triviales pueden afectar de ese modo al cuerpo, cuánto más grave y
profundamente arraigado será un conflicto prolongado entre el alma y el
cuerpo. ¿Cómo asombrarnos de que el resultado dé lugar a padecimientos tan
graves como las enfermedades que hoy nos afligen?
Sin embargo, no hay por qué desesperar. La prevención y curación de
la enfermedad se logrará descubriendo lo que falla en nosotros y erradicando
ese defecto con el recto desarrollo de la virtud que la ha de destruir; no
combatiendo el mal, sino aportando tal cantidad de la virtud opuesta que
quedará barrido de nuestras naturalezas.

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