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06 Se Wanted

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“SE WANTED JOAQUÍN MURIETA”

De Luis Barrales Guzmán


Primera Parte: On the ruta to California
Personajes:

Joaquín: Más tarde Murieta


Teresita: Enamorada de Joaquín Capitán

Reinaldo: Hermano de Teresita Caballero Amotinado

Rosa León: Mujer de la buena vida Tripulación

Margarita: Ahijada de Rosa León Mineros


Caballero Aristocrático

Cuadro 1

Es el puerto de Valparaíso a mediados del siglo XIX. En el muelle se evidencia un gran


alboroto. Una de sus embarcaciones, con rumbo a California, está a punto de zarpar. Hay
hombres trabajando afanosamente en las últimas maniobras antes de partir, mientras los
pasajeros se embarcan lentamente. Aparece velozmente Joaquín junto a Teresita y
Reinaldo. Los tres son muchachos que apenas cruzan los veinte años, siendo Reinaldo el
menor y de un aspecto francamente sucio. Desprenden un aura de pura ingenuidad.

TERESITA: (Nerviosa, inquieta) ¿Estás seguro Joaquín?

JOAQUIN: Como que la tierra es redonda, Teresita. ¡En California encuentras más pepas
de oro en un solo puñado de tierra, que piojos en toda la gran cabeza del atorrante de tu
hermano!

REINALDO: Es verdad. Dicen que los hombres mueren en las noches, por tropezar
borrachos con el oro acumulado en el día. Se van de bruces sobre el arroyo y sin darse
cuenta qué los tumbó, en pocos minutos ya están ahogados. ¡Es que dicen que lo que se
encuentra no son pepitas, sino camotes de este volado!

TERESITA: No sé, tengo miedo. Nadie me quita del mate que en el asunto hay mucho de
cuento. Si hubiera tanto oro como dicen ¿Cómo es que los gringos no lo quieren todo para
ellos? ¿Y hasta dejan que vaya cualquiera a hacerse rico? No sé…

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JOAQUIN: Porque está naciendo un nuevo pensamiento, Teresita. América será la tierra
de la libertad. La riqueza ya no será sólo para los poderosos, sino para todo hombre capaz
de soñar y trabajar. Nos necesitan a nosotros para construir ese sueño, un país libre,
Teresita. Además, el chileno tiene fama mundial de gente trabajadora y honesta…

REINALDO: Y también de buenos pa’ la fiesta.

TERESITA: (Duda) No sé… Dime, Joaquín ¿A qué hora zarpa la goleta?

JOAQUIN: En unos minutos. Allá buscaremos un lavadero propio, de los Murieta y para
tu hermano el mismo porvenir. Te lo aseguro Teresita: Mientras viva no sufrirás carencia ni
de abrigo ni de pan, en California florecerás como una rosa pues el cariño te sobrará. Lo
que promete un Murieta es un acto irrevocable. Serás la gran dama que mereces, confía en
mi, ya soy un hombre, sé como proteger a una mujer.

TERESITA: (Luego de una larga pausa.) Entonces a apurarse, no sea el caso que mi
padre se dé cuenta que no estamos y salga a buscarnos.

REINALDO: (Con los ojos muy abiertos, súbitamente aterrado por el recuerdo de su
padre) ¡Yo me quedo! ¡En realidad soy apenas un muchacho y si el viejo me atrapa me da
una zumba hasta hacerme llorar de los coscachos!

JOAQUIN: Quédate y sigue siendo lo que siempre has sido. Yo volveré hecho un
caballero de las orejas a las botas y tu hermana convertida en una dama que tu padre jamás
soñó. No tendrá otra opción que tragarse su orgullo ácido y vomitarlo si se le antoja, pero
va a recibirnos con respeto y alegría.

REINALDO: (Duda un momento) Quiero mi propio lavadero: “Lavadero de los Quintero,


donde el oro brilla como el cuero”

TERESITA: El cuero no brilla, bruto.

REINALDO: Si lo curtes bien curtido y le agregas grasa de caballo, brilla como un rayo.
¡Vamos! (Se van en dirección al barco y suben por el puente.)

(Aparece el Caballero Amotinado. Es un hombre sospechoso, con aspecto de roedor


siempre al acecho. A todo encontrará reparos y objeciones.)

CABALLERO AMOTINADO: (Al capitán, que está sobre el puente de ingreso.)


Dígame, señor, ¿Cuánto es que cuesta el pasaje?

CAPITAN: Cincuenta pesos solamente, señor.

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CABALLERO AMOTINADO: Y eso ¿qué me garantiza?

CAPITAN: Que usted llegará a San Francisco, California, señor.

CABALLERO AMOTINADO: Y dígame ¿En cuánto tiempo estaremos allá?

CAPITAN: Eh... Más o menos en…

CABALLERO AMOTINADO: (Interrumpiéndolo) ¿Usted me asegura abastecimiento


suficiente para la alimentación mía y de toda la tripulación y pasajeros?

CAPITAN: Por supues…

CABALLERO AMOTINADO: ¿Cuenta la embarcación con la protección militar


necesaria para enfrentarnos a las jaurías de piratas, en caso de que nos atacaran en alta mar?

CAPITAN: Ese es un aspecto que…

CABALLERO AMOTINADO: ¿Consta usted de documentos oficiales que garanticen


que el gobierno Americano, actualmente en formación, no nos deportará de regreso a
nuestra empobrecida patria apenas lancemos el ancla en aguas Californianas?

CAPITAN: (Molesto) ¡Sesenta días de viaje para llegar, que no se los garantizo! Del resto,
no tengo la más vulgar idea y francamente me importa un cuerno. Tómelo o déjelo. Si no,
¡váyase a freír monos al África, señor!

CABALLERO AMOTINADO: Del África es de donde vengo llegando, señor, pero no


precisamente de freír monos, sino de la búsqueda de diamantes en la costa Sudafricana. Le
advierto, en consecuencia señor mío, que habla usted con un marino experimentado y nada
ignorante en otros asuntos de la vida. He de seguirle atentamente el rastro mientras dure
esta travesía y al más mínimo signo de anomalía o percance, estaré respirándole en la nuca.

(Sube hacia el barco.)

CAPITAN: Como usted quiera. (Aparecen Rosa León, mujer de carnes espléndidas, y
Margarita, aunque menor en edad, del mismo esplendor y belleza.)

CAPITAN: Buenas tardes, dama. (Desde ese momento el Capitán no dejará de mirar a las
mujeres con descarado apetito, sobre todo a Margarita, que se siente evidentemente
incómoda.)

ROSA LEON: Buenas para usted, Capitán. (A Margarita) Busca en tu bolso los cien pesos
para pagar el pasaje, niña. (Al Capitán) He oído decir que es ésta la goleta más rápida de
todo el Pacífico Sur, Capitán. ¿Es eso cierto?

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CAPITAN: Eso es lo que dicen y esa es la verdad, mi querida dama.

ROSA LEON: Pues permítame ponerlo en duda, Capitán. He conocido en este puerto
numerosas fragatas y goletas y ésta, a juzgar por su pura apariencia, no se me hace a la idea
de que sea muy veloz.

CAPITAN: Se equivoca usted, mi estimada dama. Esta goleta, así como la ve, (Recita
como de memoria, para impresionarlas) surca los mares con una velocidad inconcebible,
como si fuese un potro cabalgando por las olas, cual si fuesen suaves colinas de tierna
hierba.

ROSA LEON: Pues en ese caso, el potro debe ir cabalgando en el puente de mando,
Capitán.

CAPITAN: Favor que me hace.

MARGARITA: (Que ha buscado evidente y afanosamente en la cartera. En voz baja.) No


encuentro los cien pesos, Madrina.

ROSA LEON: Vuelve a buscarlos. (Margarita seguirá buscando infructuosamente en la


cartera hasta desesperarse.)

ROSA LEON: (Coqueteando abiertamente al Capitán.) Por eso yo le digo, si es capaz de


sacar más velocidad a esta chatarra que a un simple bote a remos, entonces quiere decir que
usted reúne todas las condiciones para ser llamado, francamente, todo un Capitán. En todo
caso, se me ocurre que su don de mando le permite gobernar algo más que una fea nave de
fierros y palos. Me refiero a otras naves, hechas de distintas materias y para otros vaivenes,
que no son los de la mar, precisamente.

CAPITAN: (Nervioso) Si usted lo dice...

ROSA LEON: Yo lo digo...

MARGARITA: Madrina, no encuentro los cien pesos por ninguna parte.

ROSA LEON: ¡Ay, esta niña! ¿Buscaste bien?

MARGARITA: Di vuelta la cartera dos veces madrina y no encuentro ni diez pesos.


ROSA LEON: (Muy dramática) ¡Dios mío, nos han robado!

MARGARITA: ¿Está segura que los guardó aquí, Madrina? Porque yo no recuerdo que
usted...

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ROSA LEON: (Rápidamente, interrumpiéndola) Claro que estoy segura, niña. Yo misma
los puse ahí esta mañana.

MARGARITA: Pero si la cartera la compramos recién esta tarde...

ROSA LEON: ¡Te digo que estoy segura, niña! (Al Capitán) Perdone el contratiempo,
capitán, pero nos han robado y vamos a necesitar su ayuda.

CAPITAN: Yo...

ROSA LEON: Necesitamos que nos deje embarcar de todas formas. Una vez en San
Francisco, haré que se le reembolse el costo total de los pasajes a cuenta de mi hermano,
que es minero de los afortunados, y que reside en California hace dos años.

MARGARITA: ¿De qué hermano está habl...? (Rosa León le tapa la boca con su mano.)

CAPITAN: Pero... yo no tengo atribuciones... y...

ROSA LEON: (Se muestra muy sensual y persuasiva) Yo le prometo que he de pagarle
hasta el último peso, Capitán. En el peor de los casos, permita integrarnos a las dos como
miembros de la tripulación, ayudaremos en la cocina, en el aseo de la cubierta o hasta en el
puente de mando o donde usted disponga.

CAPITAN: (Angustiado) Es que yo no puedo tomar esas decisiones, señora, y…

ROSA LEON: ¿Cómo? ¿Es usted el Capitán o no?

CAPITAN: ...En realidad... no... yo no soy el Capitán... yo soy sólo un alférez, el Capitán
está durmiendo en su camarote.

ROSA LEON: (Luego de asimilada la sorpresa, cambia absolutamente el trato para con
el hombre.) Dígame una cosa, señor alférez ¿Por casualidad su Capitán no está ahora
durmiendo la borrachera?

CAPITAN: ...Eh... sí, señora...

ROSA LEON: Y también por casualidad ¿No se llamará Bruno Aguirre-Garay?

CAPITAN: Sí, señora.

ROSA LEON: Tanto mejor, ese pelafustán se emborrachó conmigo anoche, así que vaya a
su camarote y lo despierta para decirle que la señora Rosa León lo espera en el puente de
entrada para hablar con él.

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CAPITAN: Pero señora, al Capitán no le va a gustar que lo despierte...

ROSA LEON: Pues lo despierta usted o lo despierta el guardiamarina después que yo vaya
a denunciarlo a la oficina por abandono de sus labores.

CAPITAN: Lo siento señora, pero yo no me atrevería jamás a despertar a ese hombre


después de una noche de borrachera.

ROSA LEON: Va a tener que hacerlo no más pues, señor alférez, o me voy a ver obligada
a denunciarlo. (Pausa. Viendo que el hombre no le obedece.) Y a usted también, por
suplantación de grado.

CAPITAN: Pero señora, yo apenas… (Se ve muy compungido, casi al borde del llanto,
contrasta absolutamente con su actitud dominante del inicio)

ROSA LEON: (Ablandada por la compasión) O la otra opción que le queda es que
arreglemos todo por las buenas y entre nosotros. (Adoptando otro tono, corporal y de voz)
Yo puedo recompensarlo muy bien cuando usted quiera.

CAPITAN: ¿De veras?

ROSA LEON: Claro, pero sería un secreto entre nosotros dos.

CAPITAN: (Muy tentado con la idea) ¿De veras? (Pausa) ¿Y me podría recompensar su
ahijada también?

MARGARITA: (Airada) ¿Qué se ha imaginado este mequetrefe?

ROSA LEON: (Intenta tranquilizar a Margarita) ¡Sosiégate, niña! (Al Capitán) Para que
éste rubí llegara a recompensarlo a usted, tendría que hacer subir por lo menos cincuenta
hombres como polizontes.

(Aparece el Caballero Aristocrático, que ha oído, aunque no muy bien, la última parte de
la conversación)

CABALLERO ARISTOCRATICO: ¿Podría decirme, distinguida dama, qué problema es


el que la aflige?

ROSA LEON: (Viendo que se le abre una ventana) Le explicaba al “Capitán”, aquí
presente, que esta tarde he sido víctima de un robo, del que no me he percatado sino hasta
ahora, cuando me disponía a pagar mi pasaje hasta California, donde me es perentorio
viajar hoy mismo pues mi hermano me espera con urgencia. Habiéndole ofrecido yo
reembolsarle el costo total una vez arribado a tierras americanas, mediante el oro que mi
propio hermano de muy buena gana le hubiese entregado, él se ha negado aduciendo

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razones de competencia que yo, obviamente, comprendo. Heme, aquí, entonces, sola y sin
un peso en los bolsillos, desesperada y para colmo de mis pesares, acompañada por mi
ahijada que es joven y sin culpa alguna de nuestros infortunios.

CABALLERO ARISTOCRATICO: (Un poco mareado por toda la cantinela de Rosa


León) Pues no se preocupe más, señora mía. (Al Capitán) Aquí tiene el importe del valor
de los pasajes de las damas, además del mío propio y el de mis dos peones, mis dos mulas y
toda la carga de armas, comida y herramientas que llevo para mi empresa de buscar oro en
la rica California.

(Suben todos, incluidas mulas y cargas. Rosa León y Margarita agradecen al Caballero
Aristocrático y se quedan atrás para entrar de las últimas.)

ROSA LEON: (Al Capitán) Pase para acá esos cien pesos.

CAPITAN: Pero...

ROSA LEON: (Hace un gesto que recuerda y resume todas las amenazas hechas hace un
rato) Pase, le digo.

CAPITAN: (Resignado) Tome...

Los preparativos van concluyendo. Se impone la contradictoria tranquilidad que antecede


a la locura del zarpaje. El Caballero Aristocrático se apoya en la cubierta y pierde su
mirada en el horizonte.

CABALLERO ARISTOCRATICO: (Habla como desde otra esfera temporal)


Zarpa este bajel pletórico de ilusiones.
Hombres y mujeres de muy diversa edad
Todos seducidos por la misma enfermedad:
Esa fiebre loca que enloquece las pasiones.
No busca esta gente sólo nuevas emociones
También quiere un lugar donde no pasar más hambre
Aunque tengan que pagarlo con su misma sangre.
En esta goleta, en donde yo también viajaba
Vi por vez primera a Murieta y su enamorada
Que robó por amor de la casa de su padre.

Era apenas un mozuelo de no más de veinte


De una sonrisa fácil y amable cordialidad
Tenía en sus virtudes esa extraña capacidad
De ganar fácilmente el cariño de la gente.
¿Quién iba a creer que a ese niño de aura inocente
El destino guardaría inmensos pesares?

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Lo perseguirían civiles y militares
A él y su gran banda por todos los caminos,
Todo por vengarse de unos yanquis asesinos
Que cobardemente le mataron sus amores.

Pero eso no sería sino años más tarde,


Por ahora no es sino otro más de la camada
Que va sumiso a calmar su fiebre dorada.
Tan sumiso, que hasta pasaría por cobarde.

Ya está en la goleta todo el mundo. Se escuchan diversas voces de mando y los hombres
trabajan afanosamente. Con un estruendo general se celebra el éxito de las maniobras y la
goleta comienza por fin a zarpar. Durante todo el viaje Joaquín, que mantendrá un
riguroso segundo plano, aparecerá con un tablero de ajedrez en sus manos y jugará con él,
de preferencia junto al caballero aristocrático, en cada momento libre del que goce.

Canción de partida

TRIPULANTES: Ya partimo’ a San Francisco

MINEROS: A llenar el saco de oro

ROSA LEON: Me voy a hacer un tesoro


Sin pagarle niuno al fisco

CABALLERO AMOTINADO: Aunque en un rigor estricto


Eso no se debe hacer

ROSA LEON: Yo voy a hacer florecer


Mi negocio como nunca

CAPITAN: No le vamo’ a echar la culpa


Moralista nunca he de ser.

TODOS: Hoy huimos de la pobreza


Hoy cambiamos el destino
Vamo’ en busca de riqueza
Pa’ que sobre el pan y el vino.

CABALLERO AMOTINADO: Son dos meses navegando


Yo no sé por qué festejan

MINEROS: Porque son años que se dejan


De puro morir saltando

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MARGARITA: Yo voy a estar mandando
Puras cartas al correo

REINALDO: Y si olvida ese deseo


Disfrutando en la goleta
Soy cuñado de Murieta
Muy honesto y na’ de feo.

TODOS: Vamos a cambiar de vida


Vamos a cambiar de piel
Vamos a cambiar de vida
Cuando lleguemo’ a USA.

VOCEADOR DE PERIODICOS: ¡Extra! ¡Extra! ¡Oro en California! ¡Zarpan los navíos


rumbo al norte! ¡ Chilenos son pioneros de la Fiebre del Oro! ¡El oro se recoge a puñados!
¡Extra! ¡Oro en California! ¡Extra! ¡Extra!

Se leería más tarde:

En este bergantín de velamen curioso, navegan los hombres y mujeres que la ambición
arrancó al país para entregarle sus sudores al coloso del norte. Ellos vieron en California
a la loba que, generosa, amamantó a los gemelos huérfanos Romanos. Los hombres y
mujeres buscaron sus ubres con el fanatismo que distingue a los pueblos capaces de
grandes empresas. Unos bebieron néctar de riqueza y porvenir, otros, los muchos, los más,
confundieron en sus sueños, a la loba con el chacal.

Cuadro 2

En alta mar, ya navegando. Habrá permanentemente la gran actividad propia de una


embarcación.

REINALDO: (A Margarita) ¿Qué era ese asunto de las cartas que enviaría por correo,
señorita?

MARGARITA: Nada que le incumba.

REINALDO: Pero no es para que se ponga brava, no quisiera molestarla. Sólo pregunto
por si es que pudiera de algún modo ayudarla.

MARGARITA: Ese es un asunto personal y muy mío.

REINALDO: Eso está claro como el agua del río.

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MARGARITA: Entonces no pregunte más.

REINALDO: Sólo una preguntita más, para retirarme resignado. ¿Esas cartas que enviará
son acaso para un enamorado?

MARGARITA: (Duda un momento) Más que un enamorado, es un destino.

REINALDO: Vaya, vaya. ¿Y por qué él no la acompañó en su camino?

MARGARITA: Porque tenía otros asuntos que atender.

REINALDO: ¿Y qué es eso que tenía que hacer?

MARGARITA: Un trabajo en la capital, como ayudante de banquero.

REINALDO: Querrá decir, como ayudante de usurero.

MARGARITA: ¡No le permito que hable así de un hombre que no ha visto nunca!

REINALDO: (Arrepentido) Tiene razón, le debo una sincera disculpa.

MARGARITA: Es un hombre realmente ocupado. Está a punto de conseguir un ascenso y


ahora no podría acompañarme, aunque quisiera.

REINALDO: Si yo fuera ese hombre, la sigo donde estuviera.

MARGARITA: Pero resulta que no lo es. Además, él es un caballero adorable, tiene un


trato que a mí me encanta.

REINALDO: (En voz baja) No sé por qué sospecho que ese tipo no es más que un chanta.

MARGARITA: ¿Qué es lo que dijo?

REINALDO: Nada. Sólo que cuando sonríe parece una santa.

MARGARITA: No se ilusione conmigo.

REINALDO: Yo sólo quiero ser su amigo.

MARGARITA: En ese caso, no hay problema. (Pausa larga) Y aprovechando que ya


somos amigos, quisiera pedirle que me ayudara.

REINALDO: Yo la ayudaría en lo que a usted se le antojara.

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MARGARITA: ¿De veras?

REINALDO: Como que los perales nos dan peras. ¿De qué trataría el asunto?

MARGARITA: El problema es que yo no sé leer ni escribir ni una palabra, entonces no


podré mandar las cartas en ninguna ocasión, y mi hombre pensará que ya no lo quiero, que
por eso es que me callo.

REINALDO: Pues resulta que yo mismo soy más burro que un caballo. (De pronto, se
ilumina) Pero se me acaba de ocurrir una solución, ya la tengo ideada: Mi hermana Teresita
fue al colegio de las Inmaculadas, así que lee y escribe sin complicación.

TERESITA: ¿Y ella me haría ese favor?

REINALDO: (Haciéndose el interesante) No sé, es un trabajo agotador.

TERESITA: (Muy dulce) ¿Y usted se lo pediría por mí?

REINALDO: (Vencido) Si usted me lo pide así... hagamos una cosa, usted me dice a la
oreja lo que quiere decirle a él y yo me lo aprendo de memoria, luego voy donde mi
hermana a contarle la historia y ella lo escribe rápido sobre una papel.

TERESITA: (Duda) ¿Puedo confiar en que escribirá lo que yo realmente quiero?

REINALDO: Como que me llamo Reinaldo Quintero. (Margarita se acerca y le dice todo
al oído) (Risas cómplices)

(Aparece el Caballero Amotinado seguido de un grupo de hombres, la mayoría mineros


que viajan en tercera clase.)

CABALLERO AMOTINADO: (Al Capitán) Quisiera hablar con usted, Capitán.

CAPITAN: (Un tanto nervioso y avergonzado por la mirada penetrante de Rosa León)
Usted dirá.

CABALLERO AMOTINADO: Vengo a reclamar, junto a estos hombres, por el trato que
se nos dispensa.

CAPITAN: ¿Cuál es ese trato?

CABALLERO AMOTINADO: Al bajar a nuestros camarotes nos encontramos con la


sorpresa de que no hay raciones de agua para nosotros.

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CAPITAN: Pero así siempre ha sido para los pasajeros de tercera clase.

CABALLERO AMOTINADO: ¿Es que acaso no somos personas?

CAPITAN: No me lo pregunte a mí.

CABALLERO AMOTINADO: ¿A quién entonces?

CAPITAN: A los que inventaron las reglas.

CABALLERO AMOTINADO: ¿Y quién diablos inventó estas reglas?

CAPITAN: No sé, no me haga preguntas difíciles.

ROSA LEON: (Alarmada) ¿Cómo es eso de que no tenemos agua?

CAPITAN: Es sólo en tercera clase. Si desean agua, en cubierta la encontrarán cuando


quieran.

ROSA LEON: ¿No pretenderá usted que yo suba hasta cubierta cada vez que necesite
hacer mis aseos personales?

UNA VOZ (AGUDA): (Desde el montón) ¡No es mala idea, señora!

CAPITAN: Pero... siempre ha sido así.

ROSA LEON: Pues eso va a tener que cambiar. Quiero una habitación en primera clase. Y
otra para mi ahijada.

CAPITAN: Pero señora, (En voz baja) yo no puedo hacer eso, usted sabe, no me siga
perjudicando, por favor.

ROSA LEON: (En el mismo volumen) Y usted sabe que yo no lo he perjudicado para nada
en relación a lo que podría. Además, esa habitación podría serle muy cómoda a usted
mismo.

CAPITAN: (Piensa un momento) Voy a hacer una excepción solamente por usted... y por
su ahijada.

ROSA LEON: Ya le dije, por mi ahijada tendría que darnos la misma suite del Capitán.

CAPITAN: (En voz alta a todo el mundo) Bien, en consideración a la comodidad de estas
damas haremos una excepción y les otorgaré una habitación en primera clase.

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TRIPULACION: ¡Bravo!

REINALDO: (A Teresita) Reclama tu también, una habitación en primera por ser mujer.

TERESITA: Me encuentro muy bien donde estoy. (Abraza a Joaquín)

CABALLERO AMOTINADO: Pues si entrega ese privilegio a esas dos “respetables”


damas, tendrá que hacer lo mismo conmigo y todos estos hombres.

CAPITAN: Eso va a ser imposible.

CABALLERO AMOTINADO: Pues será por la razón o será por la fuerza.

ROSA LEON: Ya le dijeron, caballero, no va a ser posible, así que mejor déjese de armar
problemas.

CABALLERO AMOTINADO: No le respondo de mala forma, señora, porque a pesar de


no parecerlo, para mí sigue siendo una dama.

ROSA LEON: ¿Qué es lo que está queriendo decir?

CABALLERO AMOTINADO: Creo haber sido muy claro, usted no se comporta como
una verdadera dama.

TRIPULANTE 1: Oiga señor, no le hable así a la señora, que tiene quien la defienda.

CABALLERO AMOTINADO: Pues no le tengo miedo a usted ni a toda la tripulación


junta.

TRIPULANTE 2: Pues eso lo vamos a ver.

(Se arma tremenda pelotera. Pelean los dos bandos fieramente. Sólo Joaquín y el
Caballero Aristocrático se mantienen al margen. Reinaldo también entra a la trifulca
aunque no sabe por cual bando hacerlo, hasta que Margarita lo rescata y lo retira hacia
un rincón.)

ROSA LEON: (En medio de toda la pelotera, al Capitán) ¡Ve a buscar al verdadero
Capitán para que arregle todo éste asunto! ¡Apúrate! (El Capitán sale en busca del
Verdadero Capitán)

(La trifulca la gana finalmente el bando del Caballero Amotinado)

CABALLERO AMOTINADO: ¡Vencimos! ¡Ahora, como en pocas ocasiones, el poder


está verdaderamente en las manos del pueblo!

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MINEROS: ¡¡Sí!!

CABALLERO AMOTINADO: Nos daremos una nueva organización, cada uno ejecutará
labores acordes a su habilidad natural. (A los mineros directamente) ¿Quién de ustedes
tiene experiencia como marinero?

MINEROS: ...

CABALLERO AMOTINADO: ¿Ninguno?

UN MINERO: (Muy tímidamente) Cuando yo era niño, mi padre manejaba un bote en la


laguna de la Quinta Normal, señor. Yo le ayudaba a veces.

CABALLERO AMOTINADO: Muy bien. Serás mi segundo de abordo. (A la ex


Tripulación) Ustedes se dedicarán a las labores de cocina, limpieza y manutención,
recibirán mis ordenes directamente y quienes se opongan serán juzgados por el tribunal de
la goleta. (A todo el mundo) ¿Alguien maneja conocimientos jurídicos y legales?

CABALLERO ARISTOCRATICO: (Luego de hacerle un guiño a Joaquín y Teresita)


Yo soy abogado señor, estaré encantado de prestarle ayuda en lo que sea necesario.

CABALLERO AMOTINADO: Muy bien, aunque usted no me agrada francamente, por


lo pusilánime que pareciera ser su espíritu, será el secretario del Tribunal que yo mismo
presidiré. El resto de los pasajeros queda en calidad de arrestado en sus camarotes.

(Vuelve el Capitán, solo y con aspecto humillado.)

CAPITAN: (En voz baja a Rosa León) El Capitán no quiso levantarse. Dijo que si
intentaba despertarlo otra vez me iba a lanzar al mar como comida para los jureles.

ROSA LEON: (Al Capitán) ¡Inútil!. (Al Caballero Amotinado, desafiante) ¿Y yo qué
demonios haré? ¡Porque encerrada no me va a tener, no señor!

CABALLERO AMOTINADO: No sé que hacer con usted señora. (A todos) ¿Alguna


sugerencia?

EX TRIPULANTE 1: Podría ayudarnos a nosotros.

EX TRIPULANTE 2: Nosotros no tendríamos ningún problema.

EX TRIPULANTE 3: Nos sería de gran ayuda. (Toda la ex Tripulación mira anhelante al


Capitán)

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CAPITAN: Es cierto, nos sería de gran ayuda.

ROSA LEON: (Complacida, que ni en los momentos más caóticos pierde su encanto y
coquetería, a la ex Tripulación) ¡Encantada!

CABALLERO AMOTINADO: Pues que así sea. Ahora todo el mundo a dormir.

(Todo el mundo se retira a sus camarotes. Joaquín y Teresita se quedan atrás.)

TERESITA: ¿Qué te parece todo esto Joaquín?

JOAQUIN: Nada importante. Pronto todo volverá a la normalidad.

Tersita: ¿Tú lo crees?

JOAQUIN: Estoy seguro.

TESITA: ¿Por qué no hiciste nada por evitarlo?

JOAQUIN: Porque no vale la pena. Yo quiero llegar a California, Teresita, no me importa


cómo ni al mando de quién. No quise correr el riesgo de dejarte sola por algo sin
importancia.

TERESITA: Te quiero mucho, Joaquín. (Lo mira, francamente enamorada) Seré tu mujer.

JOAQUIN: Esta noche, por fin. (Se dan un largo beso de amor. Salen.)

Cuadro 3

(Ya es el otro día. Van saliendo a cubierta los ex tripulantes junto con los mineros.)

EX TRIPULANTE 1: (Mirando hacia el mar, extrañado) ¿Dónde estamos?

EX TRIPULANTE 2: No lo sé, pero debiéramos estar a la altura de Antofagasta más


menos.

EX TRIPULANTE 3: Es extraño. No me ubico para nada adonde estamos.

EX TRIPULANTE 1: Un momento (Otea con atención el horizonte y saca una brújula de


su bolsillo) Estamos en cualquier parte menos frente a Antofagasta, yo diría más bien que
vamos navegando más o menos derechito hacia Juan Fernández.

EX TRIPULANTE 2: ¿Qué?

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EX TRIPULANTE 3: ¿Quién se quedó anoche en el puente de mando?

MINERO 1: El Caballero Amotinado junto al ayudante que su papá tenía un bote en al


Quinta de recreo o algo así.

MINERO 2: Era la Quinta Vergara, anormal.

MINERO 3: Es normal.

MINERO 2: ¿Y tu que lo defiendes?

MINERO 3: Digo que era en la Quinta Normal, animal.

EX TRIPULANTE 1: Como sea. Que alguno de ustedes vaya a ver qué pasa. A nosotros
no nos deja ni acercarnos. (Sale el Minero 1)

EX TRIPULANTE 2: Tremenda embarradita que se mandó el caballero ese.

MINERO 2: ¿Hacia dónde dijo que íbamos?

EX TRIPULANTE 3: Derechito a Juan Fernández.

MINERO 3: ¿Y quién es ese señor?

(Los tripulantes miran al minero casi sin aguantar la risa. Vuelve el Minero 1.)

MINERO 1: ¡Se quedó dormido! ¡El infeliz se quedó dormido junto con el otro!

MINERO 2: ¡Aquí se va a armar la grande!

(Aparece el Caballero Amotinado junto con el Minero ayudante. Desde los camarotes va
apareciendo todo el resto de la gente.)

CABALLERO AMOTINADO: Les pido mil perdones, fue un percance accidental.

MINERO 1: Accidental también va a ser la paliza que te vas a llevar. (Todos los Mineros
se abalanzan sobre el Caballero Amotinado y lo toman en andas dispuestos a lincharlo. La
ex tripulación observa todo riendo.)

MINERO 1: ¡Hay que lanzarlo al agua para que se lo coman los tiburones!

REINALDO: ¡Mejor lo amarramos al palo mayor para que muera de sed y de calor!

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MARGARITA: (Reprendiéndolo) ¡Reinaldo!

REINALDO: Perdón, no sé en qué ando pensando.

MINERO 3: ¡Hay que ahorcarlo, esa es la solución!

MINEROS: ¡Sí, a ahorcarlo del palo mayor!

CABALLERO AMOTINADO: (Desesperado) ¡Un momento, merezco un juicio justo!

MINERO 1: ¿¡Y por qué no le hiciste juicio tú al Capitán cuando te dijo que dejaras de
molestar!?

CABALLERO AMOTINADO: ¡Ustedes me siguieron en todo!

MINERO 2: ¡Porque estábamos alienados y engrupidos, pero ahora ya no!

MINERO 3: ¡A la horca con el Caballero Amotinado!

MINEROS: ¡¡Sí, a la horca!! (Se disponen a ahorcarlo, buscan sogas y un banquillo)

CABALLERO ARISTOCRATICO: ¡Un momento, señores! Creo que este hombre tiene
razón. A pesar de todas las calamidades que ha causado, merece ser juzgado justamente por
un tribunal digno, como cualquier mortal.

MINERO 1: ¡Pero éste hombre nos está llevando a la isla del señor Fernández, caballero!
¿Qué asunto hay que juzgar entonces? Además ¿Quién será el tribunal?

CABALLERO ARISTOCRATICO: Todos nosotros, ustedes mismos.

MINERO 2: ¡Eso me gustó!

MINERO 3: ¡Vamos a juzgarlo entonces!

Canción del juicio al Caballero Amotinado.

MINEROS: ¡Nosotros te acusamos


De ser un viejo motinero!

CABALLERO AMOTINADO: ¡Cuando dije: ¿Quién me sigue?


Ustedes fueron lo primeros!

MINEROS: ¡Eso fue por embaucarnos


Con promesas de favores!

18
CABALLERO AMOTINADO: ¡Yo quería solamente
Darles trato de señores!

MINEROS Y EX TRIPULACION: ¡No le creo a ese señor!


¡A colgarlo en el palo mayor!

CABALLERO ARISTOCRATICO: Yo pregunto, con respeto


¿Es necesario derramar sangre?

ROSA LEON: El no tuvo ni un respeto


¡Ahora hay que hacerlo fiambre!

EX TRIPULACION: ¡Ese viejo motinero


Dejó el barco a la deriva!

CABALLERO AMOTINADO: ¡Es que estaba fatigado


Me quedé dormido arriba!

Mineros y EX TRIPULACION: ¡No le creo a ese señor


Morirá en el palo mayor!

REINALDO: ¿No le gustó humillar a la gente?


¡Ahora que muera por prepotente!

MARGARITA: Reinaldo, por favor


¿Acaso no conoces el perdón?

CABALLERO AMOTINADO: Tiene razón la señorita


¿Por qué no me perdonan la vidita?

CABALLERO ARISTOCRATICO: Que no nos gane la maldad


No olvidemos la piedad.

(Los Mineros y la ex Tripulación dudan y recapacitan)

MINEROS Y EX TRIPULACION: Se ha impuesto la razón. Te salvaste por ahora


Pero a la próxima embarrada ¡Te colgamos sin demora!

(Sueltan al Caballero Amotinado, quien se arregla las ropas y con aspecto francamente
humillado se retira corriendo a su camarote. Joaquín ha observado el alboroto si abrir la
boca.)

Cuadro 4

19
Tiempo después, poco antes de llegar a puerto. Anocheciendo. Margarita está sola y
pensativa sobre cubierta. Aparece Reinaldo, que desprende un aura de profunda
melancolía.

MARGARITA: ¿Me trajo el encargo que le pedí?

REINALDO: (Triste) Sí, aquí lo traigo, como le ofrecí. (Le entrega una carta)

MARGARITA: Y dígame ¿Dice todo lo que le dije yo?

REINALDO: Todo, todo, tal cual me lo dictó.

MARGARITA: (Pensativa) No sé si la podré mandar...

REINALDO: Yo mismo la voy a ayudar.

MARGARITA: No me refiero a eso, Reinaldo.

REINALDO: ¿Qué es entonces lo que le está pasando?

MARGARITA: No sé si atreverme a contárselo... es un problema del corazón.

REINALDO: (Esperanzado) Cuente con toda mi discreción.

MARGARITA: Es que ya no sé si lo sigo amando.

REINALDO: Es que con dos meses navegando... cualquier pasión se va apagando.

MARGARITA: No es eso precisamente... es otra la confusión.

REINALDO: Explíqueme cómo es la cuestión.

MARGARITA: Es que estoy sintiendo cariño por otro muchacho.

REINALDO: (Enfurecido) Dígame quién es pa’ aforrarle un coscacho.

MARGARITA: Él me fue conquistando con su infinita ternura.

REINALDO: Pues yo lo voy a matar por caradura.

MARGARITA: No sería muy apropiado. Es un caballero, además de muy galante.

REINALDO: ¿Me va a decir el nombre de ese atorrante?

20
MARGARITA: Ese atorrante que usted dice, me robó el corazón.

REINALDO: Para colmo de males, el infeliz salió ladrón.

MARGARITA: Usted lo conoce muy bien.

REINALDO: ¿Que yo lo conozco muy bien? Entonces dígame quién.

MARGARITA: Dígamelo usted, a ver si la cabeza le alcanza.

REINALDO: No me salga ahora con una adivinanza...

MARGARITA: Su apellido brilla como el cuero y su corazón me tiene estima.

REINALDO: (Luego de pensar un rato) Nunca he sido bueno pa’ las rimas...

MARGARITA: Yo lo conocí en un barco y me juró que me iba a amar.

REINALDO: (Subiéndose sobre la borda) Dígame altiro el nombre pa’ tirarme luego al
mar.

MARGARITA: (Sujetándolo con fuerza para que no se lance) ¿Es que podís ser tan
atonta'o?

REINALDO: ¡A esto usted me ha obliga’o!

MARGARITA: ¡Entonces me voy contigo! (Sube también a la baranda)

REINALDO: Bájese, bájese le digo. Un momento... (Piensa. Se da cuenta de todo.)

MARGARITA: (Llorando) ¡Ahora se da cuenta el huevón!

REINALDO: Es que recién me cayo el tejón. Venga, bájese, y dígame que todo es cierto.

MARGARITA: ¡Claro que todo es cierto!

REINALDO: ¿Cómo pude ser tan tuerto?

MARGARITA: Parece que es su especialidad.

REINALDO: Además de quererla de verdad. (Intenta abrazarla. Margarita se lo impide,


un tanto resentida.)

21
MARGARITA: Tantas palabras pa’ algo que se pude decir con los ojos.

REINALDO: Es que no tengo experiencia y salí un poco flojo. Deme un abrazo.

MARGARITA: ¿Y qué hacemos con esta carta de porquería?

REINALDO: Tírela al mar. (Confesando) Total dice puras groserías.

MARGARITA: (Reprendiéndolo suavemente) Eso no se hace Reinaldo Quintero...

REINALDO: Es que no se imagina cuanto la quiero... (Se besan dulcemente)

Elipsis Final

Todos, pasajeros y tripulación, salen a cubierta y observan, silenciosos, como se acercan a


tierra Americana. Todo parecerá una Epifanía. Cuando ésta alcance su clímax, desde los
camarotes aparecerá la figura del verdadero Capitán, ausente durante todo el viaje.

VERDADERO CAPITAN: (Oteando el horizonte, grita, con el pecho henchido de


orgullo y voz profundamente heroica) ¡ Tierra a la vista!

Los marineros tripulantes, al desembarcar huirán junto a los pasajeros a los lavaderos,
dejando al Verdadero Capitán solo en cubierta sin entender nada.

22
Segunda Parte: Where las patatas queman.
Personajes:

Joaquín Caballero Aristocrático

Reinaldo Caballero Inglés

Mineros Chilenos Caballero Amotinado

Rosa León Crossley

Teresita Smith

Margarita Land

Cuadro 1

Lavaderos de oro. Murieta y su familia se han instalado ya en Chilecito y poco a poco


comienzan a ganarse un espacio y fortuna. Es un momento de pausa en el trabajo. Murieta
se dedica a su ajedrez.

Cueca del Lavadero

Dicen que trae mucho oro


El Arroyo Calavera
El Arroyo Calavera
Pero si no hay chilenos
Funciona como las peras
Cuentan que trae mucho oro.

Los yanquis no “catchan” nada

23
Del oro del río
Enséñales como se hace
Chileno “ascurri’o”
Los yanquis no “catchan” nada
Del oro del río

Por agringa’o ¡Ay sí!


No encontra’i dora’o
¡Todo pa’ los chilenos!
Por avispao’s

Si la cosa sigue así


(Le) Compramo’s el país.

CHILENO 1: Así no más es la cosa por acá pues, amigo... ¿cómo dice que se llama?

JOAQUIN: Joaquín

CHILEAN 2: Pues yo le recomiendo que se lo vaya cambiando a “Joaquín” (Pronuncia la


J como LL o Y)

JOAQUIN: Yo me quedo como me bautizó mi padre.

CHILEAN 2: Parece que usted no understand. Here los yanquis no nos tienen mucho love.

CHILENO 1: Sobre todo ese tal Harry Love. Éste (Señala a Chilean 2) se llamaba Juan
Ríos Flores

CHILEAN 2: But now, my name is Johnny River Flowers.

JOAQUIN: Si uno trabaja honradamente, es respetado en cualquier lugar.

CHILENO 1: Acá los Gringos se creen dueños de todo, y si no tienes su color de piel y no
hablas su lengua, no respetan a nada ni nadie.

JOAQUIN: Si no lo veo, no lo creo.

CHILENO 1: Pues ya lo verás.

(Aparece el Caballero Inglés. Viene con un balón de fútbol bajo el brazo.)

CABALLERO INGLES: Buenas tardes, misters.

JOAQUIN: Buenas.

24
CABALLERO INGLES: Vengo llegando desde la isla de Inglaterra y busco uno lugar y
uno socio para instalar mi empresa.

JOAQUIN: Conozco yo un señor que estaría gustoso de hacer negocios con una persona
honrada.

CABALLERO INGLES: Pues yo me encuentro entre esas personas.

JOAQUIN: Entonces no hay más que esperarlo. Debe estar pronto a llegar.

CABALLERO INGLES: No faltaba más. Yo esperar entonces... (Se sienta junto a los
otros hombres)

CHILENO 1: Oiga ¿Y qué es esa cosa que lleva bajo el brazo?

CABALLERO INGLES: Es un balón de football.

CHILENO 1: ¿Y pa’ que diablos sirve ese asunto?

CABALLERO INGLES: Pues para jugar al football.

CHILENO 1: ¿Y cómo se juega a eso?

CABALLERO INGLES: Es uno asunto muy sencillo. Se juega en una camp de 100
metros de large por 50 de ancho. Juegan once players por team. Está el asunto del
goolkipper y el referee... (Se complica) además está el off side y los lineman...

CHILEAN 2: (A los otros. Miente.) I understand todo.

CABALLERO INGLES: Mejor es jugarlo now.

CHILENO 1: ¿Dónde?

CABALLERO INGLES: Here mismo.

JOAQUIN: Si usted nos enseña, jugamos.

CABALLERO INGLES: Hay un problem. Faltan algunos hombres.

CHILEAN 2: Ese no es un problem. Llamamos a los otros altiro. (Lanza un silbido y


aparece tímidamente otro numeroso grupo de hombres, todos mineros latinos y un Chino)
Tenemos un play new.

25
HOMBRE 1: ¿De qué se trata?

CHILEAN 2: Se llama football.

HOMBRE 2: Pero ¿De qué se trata?

CABALLERO INGLES: (Al ver a tantos hombres que no entienden, marca con piedras
dos arcos en los costados de la “Cancha”) Hay que meter esta bola en estos cajones, sin
usar las manos. That´s it.

CHILEAN 2: (A todos) Eso es todo, is very simple.

JOAQUIN: ¡A jugar entonces!

TODOS: ¡A jugar!

(Comienzan a jugar desordenadamente pero muy alegres. El Caballero Inglés oficia de


árbitro. Al rato aparece Juan Tresdedos acompañado de su secuaz Mexicano.)

TRESDEDOS: (Al secuaz) ¿Qué hacen estos?

SECUAZ: (Al grupo de hombres que juegan) ¿Qué hacen ustedes?

TODOS: ¡Jugamos!

SECUAZ: (A Tresdedos) Dicen que juegan, jefe.

TRESDEDOS: ¿A qué?

SECUAZ: (A todos) ¿A qué?

CHILEAN 2: Al football.

SECUAZ: Dice que al football.

TRESDEDOS: No soy sordo, Mexicano.

SECUAZ: (A todos) Dice que no es sordo...ni Mexicano...(A Tresdedos) Jefe...¿dice que


no es sordo o que no es Mexicano?

TRESDEDOS: Cállate.

SECUAZ: Me callo.

26
Tres dedos: (A los hombres) ¿Podemos jugar?

SECUAZ: ¿Podemos?

UNA VOZ (AGUDA): ¡Estamos justos!

TRESDEDOS: Nos repartimos uno por cada lado y así siguen justos.

(Todos miran al Caballero Inglés, que aprueba con la cabeza)

CHILEAN 2: Si es así, entonces ok. (Tresdedos y su secuaz entran a jugar)

CHILENO 1: (Jugando, a Tresdedos que tiene la pelota y es hábil por naturaleza) ¡Hey!
¡Tóquemela compadre! ¡Hey, socio! (No sabe como llamarlo) ¡Oiga... amigo... tóquela!

SECUAZ: (A Chileno 1) Se llama Juan Tresdedos.

TRESDEDOS: (Que ha escuchado y está furioso) ¡No me llames Tresdedos! (Muestra sus
dos manos abiertas. En la derecha, efectivamente, ha perdido el índice y el pulgar.) ¡No
me llames Tresdedos porque tengo ocho! (Lo abofetea)

CABALLERO INGLES: ¡Esa es una falta al fair play! ¡A la próxima queda usted
expulsado!

TRESDEDOS: (Levanta los brazos en señal de inocencia) ¡No conocía las reglas!

CABALLERO INGLES: (No muy convencido) Lo dejo seguir, por ahora.

(Siguen jugando. Al cabo de un rato, Joaquín y Tresdedos, en bandos contrarios, son los
líderes del equipo y manifiestan abierta rivalidad. En un momento dado, el minero Chino,
del equipo de Joaquín, quita una pelota con fuerza a Tresdedos y este lo toma de la cola
del pelo y lo golpea arrastrándolo en el suelo.)

TRESDEDOS: ¡Maldito chino, cómo te atreves!

CHILENO 1: ¡Déjalo!

CHILEAN 2: ¡Si no te hizo nada!

CHINO: Si te saqué con el hombro.

TRESDEDOS: ¿Quién es el hombre que se atreve a defender a este chino inmundo? (Saca
su navaja) Que venga, que aquí lo espero. (Nadie se mueve)

27
TRESDEDOS: ¡No deberían llamarse chilenos, los que aquí se hacen llamar chilenos,
tropa de cobardes!

JOAQUIN: (Pide una navaja a uno de los hombres) ¡Anda! ¡Si quieres pelea, peleemos!

(Se baten a navajazos. Joaquín, tras dura lucha, desarma a Tresdedos y lo deja tendido en
el suelo. Alguien le lanza un pelotazo a la maleta. Tresdedos se levanta humillado, se
limpia las ropas y con un gesto llama a su secuaz.)

JOAQUIN: ¿Te largas o quieres seguir peleando?

TRESDEDOS: (Al secuaz) ¡Vamos!

SECUAZ: (A todos) ¡Nos vamos! (Comienzan a irse)

UNA VOZ (AGUDA): ¡Chao... Tresdedos!

TRESDEDOS: (Furioso y con sus dos manos abiertas) ¡No me llames Tresdedos porque
tengo ocho! (Salen al momento de entrar el Caballero Aristocrático, cargando
herramientas para la búsqueda de oro.)

CABALLERO ARISTOCRATICO: (A Joaquín) ¿Quién es ese hombre que se va yendo


tan acalorado?

JOAQUIN: Nadie importante. Sólo un mal jugador. A usted lo esperábamos. Acaba de


llegar un señor inglés que busca un socio para empezar con su empresa de búsqueda del oro
y yo pensé en usted.

CABALLERO ARISTOCRATICO: En efecto, yo mismo busco también un socio para


correr riesgos juntos. Claro que también para obtener ganancias.

CABALLERO INGLES: Pues entonces encontró usted al hombre perfecto. (Estira su


mano al Caballero Aristocrático) Nice to meet you.

CABALLERO ARISTOCRATICO: (Saludando a su vez) El gusto es mío. Sepa que soy


chileno y, por lo mismo, de honra muy cara.

CABALLERO INGLES: Así he tenido suerte de observar, a juzgar por el incidente que
acabo de presenciar.

CABALLERO ARISTOCRATICO: ¿Qué incidente?

CABALLERO INGLES: Más bien uno little percance que el joven Joaquín resolver con
prontedad.

28
CABALLERO ARISTOCRATICO: Ya viene siendo la hora de terminar las faenas por
hoy día. ¿Qué le parece si seguimos conversando de anécdotas y negocios en la taberna que
tiene en Sacramento una amiga muy mía? Tengo aquí esperándome una carreta con
caballos para devolverme al pueblo, podemos llevar a Joaquín y otros muchachos.

CABALLERO INGLES: Me parece perfecto.

JOAQUIN: Ahí debo reunirme yo con Teresita y Reinaldo. Me resulta muy cómodo.

CABALLERO ARISTOCRATICO: ¡Pues entonces de allá somos! (Al resto de los


hombres) ¡Caballeros: Les invito un trago a todos en la posada de doña Rosa, para que
hablemos de futuros negocios y recordemos alegres la misma patria que a todos nos parió.
Y también a aquellas que sin habernos parido, se han ganado nuestro respeto por sus
honrados hijos que nos a dado conocer en estas lejanas tierras!

TODOS: ¡Eso era! ¡Ejalé! (Comienzan a salir)

CHILEAN 2: (Al Caballero Inglés, mientras caminan) Es muy funny ese play que se
llama football.

CABALLERO INGLES: Off course, is the play in vogue in the London`s high society.
(Es el juego de moda de la alta sociedad de Londres.)

CHILEAN 2: (Que no comprendió nada) What? (Salen)

Cuadro 2

Es la taberna de doña Rosa León. Hay parroquianos chinos y latinos bebiendo y mujeres
atendiendo, músicos tocando y mucha alegría. Tresdedos está ya en el local.

TRESDEDOS: ¡Hey, muchacha! Una botella de pisco para mí y mi compañero.

MUJER 1: Eso le va a costar el doble, caballero. Es la última que va quedando.

SECUAZ: ¡Eso es un ojo de la cara!

(Aparece Rosa León)

ROSA LEON: O un dedo de la mano. (Mirando a Tresdedos) ¡Oh! Perdone señor mío, no
fue mi intención...

29
TRESDEDOS: (Maravillado por la belleza de Rosa León) No se preocupe, dama. Es éste
mexicano jetón que no sabe apreciar la calidad de un buen pisco chileno.

SECUAZ: Pero jefe, le están robando. No puede pagar el doble, usted tiene derechos
ciudadanos...

TRESDEDOS: Tienes razón, mexicano...

SECUAZ: Tengo razón.

TRESDEDOS: Señora, no voy a pagar el doble por esa maldita botella de pisco, que en
mi tierra no vale más que un par de centavos.

ROSA LEON: Entonces vaya a tomar a su tierra. (A viva voz, a todos los parroquianos
que están en la taberna) Se va la última de pisco, quién paga por ella lo que vale.

(Un chino se para y camina hasta el mesón)

CHINO: Yo pago lo que vale, señora. (Paga. Recibe la botella y una sonrisa)

TRESDEDOS: (Tomándolo por los hombros) Adónde vas chino jetón. Trae esa botella
ahora mismo.

CHINO: Yo la pagué señor.

TRESDEDOS: Pero yo estaba negociando con la dama. (Le quita la botella y saca oro de
su pantalón) Tome, señora, aquí tiene su plata.

ROSA LEON: Muy bien. (A una de las mujeres) Traigan dos vasos para los señores.

(La mujer aparece con los dos vasos y los deja sobre la mesa. Tresdedos intenta
infructuosamente tomar el vaso para beber, pero no alcanza a rodearlo entero con su
mano amputada.)

TRESDEDOS: Señora.

ROSA LEON: ¿Sí?

TRESDEDOS: Podría decirle a una de sus niñas que me traiga un vaso con asa.

ROSA LEON: ¿Con asa?

TRESDEDOS: Con oreja.

30
ROSA LEON: (Notando el problema de la mano) ¡Ah, claro! (A una de las niñas) Tráeme
un vaso con oreja o algo parecido.

(Sale la niña. Desde fuera se oye.)

VOZ 1: Un vaso con oreja o algo parecido, rápido.

VOZ 2 (AGUDA): Un vaso ¿qué?

VOZ 1: Con oreja.

VOZ 2 (AGUDA): ¿Y a quién se le ocurrió semejante disparate?

VOZ 1: A un señor que está allá afuera.

VOZ 2 (AGUDA): ¿A Cuál? ¡Ah, ya sé! ¡A ese que tiene Tresdedos!

TRESDEDOS: (Furioso, mostrando sus dos manos abiertas) ¡No me llamen Tresdedos
porque tengo ocho! (El chino anterior se ríe desde un rincón) ¡Y tú ¿de qué te ríes, chino
del demonio?!

(Se levanta dispuesto a golpear al chino justo en el momento que entran Joaquín, los
Caballeros y otros mineros. Tresdedos se detiene.)

JOAQUIN: (Sin percatarse de Tresdedos) Buenas tardes, doña Rosa.

ROSA LEON: Buenas Joaquín. Buenas caballeros. Dejó dicho Reinaldo que no tarda en
aparecer por acá junto a Teresita.

JOAQUIN: Me parece perfecto.

CABALLERO ARISTOCRATICO: ¿Y cómo está su sobrina, doña Rosa? ¿Recuperada


del ánimo?

ROSA LEON: Más o menos, realmente. Desde que le dio el asunto del enamoramiento
con el joven Reinaldo, dice que no quiere trabajar más en lo que yo trabajo. Hasta me
regaló este escapulario de bronce, para que me proteja, dice. (Muestra un gran medallón de
bronce que lleva en el cuello.)

CABALLERO ARISTOCRATICO: ¿Y qué dice usted?

ROSA LEON: (Luego de pensarlo un rato) Yo digo que lo que decida ella es bueno y
tiene que hacerlo sin que importe lo que piense yo.

31
JOAQUIN: Muy bien dicho, señora Rosa. Yo le aseguro, además, que Reinaldo la quiere
para bien y más que bien. (A los Caballeros) Los acompaño en su conversación mientras
espero a mi mujer y mi cuñado. ¿Quieren beber algo?

CABALLERO INGLES: (A Caballero Aristocrático) Yo bebo lo que usted sugiera.

CABALLERO ARISTOCRATICO: Si es ese el caso, me encantaría agasajarlo con un


licor famoso por su bravura y sabor.

CABALLERO INGLES: ¿Cuál sería ese? Ya quisiera yo beberlo a ver si sabe tan bien
como se escucha.

CABALLERO ARISTOCRATICO: Pisco es como le llaman.

CABALLERO INGLES: A probarlo entonces.

CABALLERO ARISTOCRATICO: Señora Rosa, una botella de pisco, por favor.

ROSA LEON: No va a ser posible, caballero mío. Acabo de entregar la última botella a
los señores de esa mesa. (Señala donde están Tresdedos y su secuaz)

JOAQUIN: (Reconociendo a Tresdedos) Pero si a ese caballero yo lo conozco.

CABALLERO INGLES: Yo también.

TRESDEDOS: (Sonriendo falsamente) Buenas, señores.

CABALLERO ARISTOCRATICO: Bien, dado que no nos es posible beber una de


nuestras bebidas nacionales, brindaremos con un buen Scotch Whisky a la salud de nuestro
amigo Inglés. Pero eso sí, la música que nos alegre debe de ser nuestra patria.

TODOS: ¡Ejalé! ¡Eso era!

CABALLERO ARISTOCRATICO: Señora Rosa ¡Whisky para todos! (Rosa León


sonríe) Y para usted y sus muchachas también, claro está.

Cueca de la Taberna

La taberna ‘e doña Rosa


Es un refugio de Chilenos
Es un refugio de Chilenos
Y Latinoamericanos
Entran puros hombres güenos.
A la taberna ‘e ‘oña Rosa

32
Es el bar más alegre
De Chilecito
Sus mujeres son lindas
Como angelito’s

Es el bar más alegre


De Chilecito

Cómo en mi tierra ¡Ay sí!


No falta el vino
Si está cerrado el bar
‘Tá el clandestino

Y si el vino escasea
Tomo (amos) lo que sea.

CABALLERO INGLES: Bonita vida parecer llevar ustedes los latinos en estas tierras.

CHILEAN 2: Beautifull life, yes, pero because aquí no llegan los yanquis.

JOAQUIN: Sigue con la misma canción.

CHILEAN 2: Of course. Mientras hagamos de este rincón un Chilecito en el exilio, no


habrá problemas.

(Entra un grupo de Yanquis. Todo el mundo se sorprende.)

SMITH: Ese es el hombre, Land (Señala a un parroquiano mexicano que está sentado en
una mesa.)

MEXICANO: ¿Pues qué es lo que hay conmigo?

LAND: Este hombre dice que le robaste dos mulas, con montura y todo.

MEXICANO: Pues es una marranada, porque a ese hombre ni lo conozco.

SMITH: Estoy seguro, Land, como que mi nombre es Smith y soy Americano. Esas dos
mulas que están afuera amarradas, son mías.

MEXICANO: Esas dos mulas las compré a un mexicano hace dos semanas en San
Francisco.

SMITH: Precisamente, hace poco más de dos semanas me las robaron, Land.

33
LAND: (Al mexicano) Tienes alguna prueba de la compra. Algún papel, cualquier cosa.

MEXICANO: Para hacer negocios no necesito más documentos que la pura palabra de
hombre.

SMITH: Ve usted, Land. ¡Qué clase de gente maneja sus asuntos sin prueba alguna, salvo
la que algo esconde!

CROSSLEY: Sí. Todos estos grasientos me dan desconfianza.

JOAQUIN: Oiga señor, si lo que busca es hacerse justicia por el robo de dos mulas,
hágalo, que no voy a defender yo a un ladrón. Pero no se meta con la sangre de nuestras
madres.

CROSSLEY: ¿Quién te dio permiso, para hablar, sucio mexicano?

JOAQUIN: No soy mexicano sino chileno. Pero lo mismo hablo de donde viniera.
Además, llámeme sucio otra vez y vera cómo me limpio con su pañuelo.

LAND: Vamos, Crossley, yo conozco a ese hombre (Refiriéndose a Joaquín) y doy fe de


su honestidad. Así que no lo metas en el lío y tratemos de solucionar rápido el asunto de las
mulas para marchar de aquí y dejar a estos señores seguir su celebración.

SMITH: Esas dos mulas que están afuera, tienen las mismas manchas pardas en el pecho
que las que me han robado.

MEXICANO: Las mulas de pechos pardos abundan en estas tierras.

SMITH: Pero esas son las mías. Estoy seguro.

CROSSLEY: Pues yo te creo. Y aunque para mí la palabra de éste grasiento vale menos
que la de esas mismas mulas, si es que hablaran, se merece un juicio justo (Risas de los
Yanquis)

LAND: Un momento. Primero hay que oír sus descargos.

SMITH: Ya hemos oído suficiente. Ese mexicano miente y debe pagar por eso.

CROSSLEY: (A todos) ¡¿Quién cree que éste mexicano es un ladrón?!

YANQUIS (MENOS LAND): ¡Yes, ladrón!

CROSSLEY: Pues entonces ¿Latigazos o a la horca?

34
YANQUIS: (Luego de murmurar entre ellos) ¡A la horca!

(Toman al mexicano por la espalda y lo amordazan. Seguirá todo el resto del cuadro sólo
comunicando con los ojos.)

LAND: ¡¿Qué están haciendo hombres?! ¿Quién merece morir por unas mulas?

CROSSLEY: Es una lección, Land. Si no detenemos esto de inmediato, los grasientos


harán las fechorías que se les antojen.

YANQUIS: Yes!

LAND: Yo no voy a permitir que eso ocurra.

SMITH: ¿Qué dices? ¿Estás con ellos o estás con nosotros?

LAND: Estoy con lo justo.

CROSSLEY: Pues lo justo está con nosotros. El bien se viste de blanco, el mal de oscuro.

ROSA LEON: Están en mi negocio y no permitiré que se derrame sangre aquí.

SMITH: Pues lo va a permitir. Y de buena gana, señora, si no quiere que la juzguemos a


usted también.

ROSA LEON: ¿Y por qué me juzgarían? ¿Por grasienta también?

CROSSLEY: No, por ramera.

CABALLERO ARISTOCRATICO: ¡Esto es demasiado! O se disculpa con la dama o me


veré obligado a molerle la cara a puñetazos.

CROSSLEY: ¿Usted y quién más?

TRESDEDOS: El caballero y yo (Saca su navaja)

CROSSLEY: No te servirá de nada esa hoja de fierro. (Apunta con su rifle a Tresdedos y
al Caballero Aristocrático. Todos los yanquis, salvo Land, hacen lo mismo y apuntan con
sus armas a todas las mesas.)

LAND: ¡Bajen esas armas! ¡Es una orden!

35
SMITH: Usted no es ninguna autoridad oficial. No le obedecemos más. Además, pareciera
que está del lado de estos canallas.

CABALLERO INGLES: One moment, misters...

CROSSLEY: (Interrumpiéndole) Usted (A Rosa León) Dígale a sus mujeres que nos
sirvan Whisky. O hágalo usted misma si lo prefiere.

ROSA LEON: Antes muerta que servir a semejantes hijos de mala puta.

LAND: Cuidado, que se me puede escapar una bala.

ROSA LEON: Pues haga lo que se le plazca. Si quiere disparar, dispare. Si quiere beber,
beba. Le regalo el cochino bar si se le place. Prefiero eso antes de tenerlos a ustedes aquí.

SMITH: (A Crossley) Deja a esa vieja tranquila y preocupémonos del mexicano ladrón.

CROSSLEY: Pero si esa suerte ya está echada. Su futuro pende de un... árbol (Los
Yanquis ríen, salvo Land)

(Algunos yanquis toman bebidas de las mesas y cocinas y las reparten entre ellos. Mientras
beben, y en un momento de descuido, Tresdedos se levanta rápida y violentamente de su
silla y con su navaja rebana feroz los pescuezos de dos Yanquis, ante el estupor de los
otros que no alcanzan a reaccionar ante la inusitada rapidez de sus movimientos. Luego
huye. Antes de escapar del todo, regresa sobre sus pasos y se dirige al chino del principio.)

TRESDEDOS: Y tú también, chino desgraciado. (Corta su pescuezo, huye veloz)

LAND: ¿Quién era ese hombre?

MUJER 1: El señor de los Tresdedos.

TRESDEDOS: (Desde fuera, sólo se oye la voz. Enfurecido) ¡No me llames Tresdedos,
porque tengo ocho!

CROSSLEY: ¡Ahora van a pagar todos ustedes por la canallada de ese grasiento! (Apunta
con su rifle al grupo)

LAND: El responsable de esas muertes es ese hombre que huyó, no todos los demás.

SMITH: ¡Tú te callas, Land! ¡Ya me tienes harto de defender a estos mugrosos!

LAND: ¡Hey, Smith, tranquilízate! Ya tienes al hombre que te robó las mulas, eso
buscabas ¿no?

36
SMITH: Yes. Es cierto, pero estos hombres muertos...

LAND: Ya nos ocuparemos de eso. A esos hombres los mató alguien que todos vimos. Lo
reconocería en cualquier parte y ya lo atraparemos, te lo aseguro.

SMITH: Claro que lo atraparemos y yo mismo le rebanaré el pescuezo...

LAND: Está bien. Ahora deja ir a esta gente que nada tiene que ver con tus asuntos.

SMITH: Ok. Que salgan de aquí más rápido que ese grasiento asesino.

JOAQUIN: No tenemos por qué salir de éste local, señor. Pagamos lo que bebemos y no
molestamos a nadie.

CROSSLEY: ¡A mí me molestan! ¡Su sola presencia sucia me molesta! Los quiero lejos
de mí, o se van a arrepentir. Este bar será ahora el lugar de reunión de gente decente.
¡Váyanse!

(Joaquín lo mira fijamente, Crossley se incomoda por lo penetrante y profundo de sus ojos
negros.)

JOAQUIN: ¿Cómo se llama usted, señor?

CROSSLEY: ¿Y a ti que te importa, mexicano de mierda?

JOAQUIN: Bien, no tiene nombre. Y soy chileno.

LAND: Joaquín, será mejor que tú y tu gente se vayan a otro lugar mientras solucionamos
este problema.

JOAQUIN: Si usted lo dice, Land. Me preocupa que harán a ese hombre acusado de
ladrón.

LAND: Yo haré todo lo posible para que le den un trato justo.

JOAQUIN: En eso confío. Bien, gente, vámonos de acá.

ROSA LEON: Yo también voy con ustedes.

CROSSLEY: Dejen a la señora acá para que nos atienda.

ROSA LEON: Yo no atiendo a gente como usted.

37
CROSSLEY: ¿Y si pagara, diría lo mismo?

ROSA LEON: Se va a arrepentir...

CROSSLEY: ¿De qué? ¿De pagar? (Risas)

(Entran Teresita, Reinaldo y Margarita, que ignoran cuanto sucede.)

TERESITA: Joaquín ¿Qué pasa acá?

CROSSLEY: (Mirando intensamente a Teresita) Pues si se llevan a la señora, bien pueden


dejar a la jovencita para reemplazarla.

(Joaquín se lanza sobre el hombre dispuesto a golpearlo. Land lo detiene en el momento


justo. Los yanquis ríen.)

LAND: Andate, Joaquín.

JOAQUIN: (Mira a cada uno de los hombres y pareciera grabar en su memoria cada uno
de los rostros) ¡Vamos! (Comienzan a salir todos)

SMITH: ¡Hasta nunca, grasientos!

REINALDO: (Apesadumbrado) Perdona por llegar tarde. Te juro que lo siento.

Cuadro 3

Es el Arroyo Calavera. Mineros chilenos realizan sus faenas.

CHILENO 1: ¿Así que eso pasó con el fulano?

CHILEAN 2: Yes. This is la verdad. Dicen también que formó una banda y se fue a vivir a
las mountains.

CHILENO 1: ¿Con quién?

CHILEAN 2: Con otros forajidos. Todos de mala calaña, expertos en saqueo y asesinato.
Dicen que se cargan sobretodo a los yanquis y de people china. El jefe de todos es él, el
señor Tresdedos.

CHILENO 1: Caramba. Quién dijera que iba a salir tan peligroso el hombre.

CHILEAN 2: Así entre nos, a mí me cae very simpática su causa.

38
(Entran el Caballero Aristocrático y Joaquín)

CABALLERO ARISTOCRATICO: Es una suerte haber encontrado a ese Caballero


Inglés. El negocio va de maravillas.

JOAQUIN: (Se nota un poco taciturno) Del mío no me quejo. Un poco más de oro
recogido y me largo de vuelta a mi tierra.

CABALLERO ARISTOCRATICO: ¿Por qué, Joaquín? ¿No te gusta ya esta tierra?

JOAQUIN: Lo que pasó esa noche no es fácil de olvidar.

CABALLERO ARISTOCRATICO: Fue una jornada desafortunada, tienes razón. ¿Qué


pasó con ese hombre mexicano al que acusaron de ladrón?

CHILENO 1: Lo colgaron del árbol más alto del pueblo a la mañana siguiente. Fue todo
un espectáculo.

JOAQUIN: A eso me refiero. El aire que se respira ya no es el mismo de esperanza que


prometía la brisa del mar cuando llegamos a San Francisco.

(Aparece el Caballero Amotinado)

CABALLERO AMOTINADO: (A Joaquín y Caballero Aristocrático, sin reconocerlos o


haciendo como si no) Señores, busco a Mister Goldman, minero de los más ricos ¿alguno
de ustedes lo ha visto recientemente?

CABALLERO INGLES: Me va a perdonar señor, pero no tengo el gusto de conocer a ese


distinguido señor.

CABALLERO AMOTINADO: Pues si no le conocen a él, nada conocen del asunto del
oro. Bien, de todas formas, aunque sin motivo, les agradezco. (Sale)

CABALLERO ARISTOCRATICO: (A Joaquín) Ese señor me parece ligeramente


conocido.

JOAQUIN: (Que no a prestado mucha atención) Quizá lo ha visto en la Taberna de doña


Rosa.

CABALLERO ARISTOCRATICO: No, lo recordaría. A propósito ¿Qué será de la vida


de la señora Rosa sin su fuente de trabajo?

39
CHILEAN 2: ¿Qué no lo sabía? Volvió a to work en la Taberna a pesar de los yanquis.
Dice que no puede vivir sin “ejercer el oficio”. Yo no sé a qué se referirá con eso.

CHILENO 1: Yo tampoco. (Es la hora de una pausa en el trabajo. Llega el grupo de


hombres corriendo con una pelota de fútbol. Se han hecho adictos al juego.)

CHILENO 1: (A los que ya están) ¿Una pichanguí, una pichanguí?

TODOS: ¡Eso era! (Hasta el Caballero Aristocrático pierde su compostura ante la sola
idea de una partida de fútbol.)

UNA VOZ (AGUDA): ¡Los chinos al arco!

(Juegan alegremente durante un buen rato. Aparece el Caballero Amotinado, en un


descuido le llega un pelotazo en sus finas ropas.)

CABALLERO AMOTINADO: ¿Qué significa esto?

CABALLERO ARISTOCRATICO: Mil disculpas, señor. Le aseguro que no fue con


intención.

CABALLERO AMOTINADO: Sus ofrecimientos de disculpas no son suficientes para


deshacer el agravio que me han causado ni para limpiar mis pulcras ropas, elegidas
especialmente para la ocasión de concretar un conveniente negocio con un hombre de los
más industriosos de esta tierra.

CABALLERO ARISTOCRATICO: Si pudiera yo ayudarlo en algo que...

CABALLERO AMOTINADO: Podría ayudarme dejando de practicar ese nefasto


jueguito.

UNA VOZ (AGUDA): Pero si vo’s te cruzaste. (Risas)

CABALLERO AMOTINADO: (Colérico) Ya digo yo que las masas alienadas son más
virulentas que una epidemia de peste.

(Toma la pelota, que ha quedado cerca, y la revienta con su navaja. Los hombres quedan
paralizados. Luego de un rato reaccionan y se abalanzan como un tifón sobre el Caballero
Amotinado.)

Elipsis

(Reinaldo y Margarita, en su casa.)

40
MARGARITA: ¿Y si después me arrepiento?

REINALDO: Te juro que se acaba el casamiento.

MARGARITA: ¿Y si tenemos que mantener muchos críos?

REINALDO: Se alimentan con el oro que regala el río.

MARGARITA: ¿Y si te da por hacerte adicto al agua ardiente?

REINALDO: Te prometo que seré un marido decente.

MARGARITA: ¿No me va’i a gritonear por cualquier estupidé?

REINALDO: Si tampoco me mandonea usté.

MARGARITA: Entonces... ¡Seamos marido y mujer!

REINALDO: (La abraza) ¡Ante Dios y ante la ley!

MARGARITA: ¿Y si eres tú el que después se arrepiente?

REINALDO: Imposible, yo la querré por siempre. (Se besan abrazados y se lanzan sobre
la cama.)

En el Arroyo Calavera. Los hombres han amarrado al Caballero Amotinado a un tronco y


están dispuestos a lanzarlo al río a su propia suerte.

Coro del Arroyo (Puede ser Canción o recitado rítmico)

CABALLERO AMOTINADO: Les ruego me den el perdón

CHILENO 1: No tení perdón de Dió’

CHILEAN 2: ¿Si lo perdono? I don’t know

MINERO 1: ¿Cómo dice la canción?


¡Ah, sí! Ni olvido ni perdón.

MINERO 2: ¿Pa’ qué dejaste la embarrá?


Ahora te va’i pa’ el agua helá.

CABALLERO AMOTINADO: Si es por el balón roto

41
Yo con mi plata compro otro

TODOS: No te creemos ná ni ná.

CABALLERO AMOTINADO: Se los juro. Yo les compro otra igualita, igualita. La


mando a pedir desde Londres mismo.

CHILENO 1: No le creo a ese señor.

CABALLERO ARISTOCRATICO: (A Joaquín) Ya recuerdo de quién se trata este


señor.

JOAQUIN: (Riendo) Yo también.

CABALLERO AMOTINADO: Créanme...

CABALLERO ARISTOCRATICO: Y por el daño causado a la diversión de estos


hombres ¿Se compromete usted también a hacerles llegar un juego de camisas y otro de
zapatos especiales a cada uno?

MINERO 1: ¡Eso! ¡Un par de chuteadores!

CABALLERO AMOTINADO: (Luego de pensar un rato) Si les traigo todo eso ¿No me
hacen nada?

TODOS: ¡No!

CABALLERO AMOTINADO: Entonces lo haré.

CABALLERO ARISTOCRATICO: Bien, entonces no se hable más del asunto y


liberemos al señor que su palabra es ley ¿o no, señor mío?

CABALLERO AMOTINADO: Pero absolutamente...

CABALLERO ARISTOCRATICO: Conmigo debe entenderse para las órdenes de envío


y esos asuntos legales.

CABALLERO AMOTINADO: Sí, señor. (Huye rápidamente)

CABALLERO ARISTOCRATICO: Bueno, ahora que nuestro divertimento está


reventado, aprovechemos el ocio... en el ocio mismo...

42
(Se tienden en el suelo sobre mantas y, apenas apoyan su cabeza, ya están durmiendo.
Entra un grupo de Yanquis y los observan dormir. Son los mismos de la taberna. Se
sonríen y se encapuchan los rostros. Luego sacan sus fusiles y apuntan a los hombres.)

CROSSLEY: ¡Arre! (Da un tiro al aire. Los hombres despiertan y él le lanza una bolsa de
cuero a uno de los hombres.) ¡Toma! Llena esa bolsa con todo el oro que tengan en sus
carteras.

CABALLERO ARISTOCRATICO: ¡¿Está loco?! ¡No voy a dar el fruto de mi trabajo a


unos delincuentes enmascarados!

SMITH: (Da otro tiro al aire) Tendrá que darlo, señor.

JOAQUIN: ¿Quiénes son ustedes?

CROSSLEY: Que no te importe, seboso.

JOAQUIN: (Lo ha reconocido) ¿Cuál es su nombre, Señor?

(Por toda respuesta, Crossley lo encañona con su arma en el cuello)

JOAQUIN: Bien, no tiene nombre. Yo me llamo Murieta.

SMITH: (A Crossley) Murieta, el de la linda mujercita.

CROSSLEY: (Ríe) Entrega tu oro, Murieta.

JOAQUIN: Tome (Joaquín saca su bolsa) Está un poco sucio (Escupe sobre el oro) Así
está mejor.

(Crossley da un culatazo a Joaquín que cae. Todos los hombres se acercan a atenderlo.)

CROSSLEY: ¡¿Alguien más quiere negarse?!

(Todos los hombres callan. Los yanquis destruyen sus herramientas de trabajo y luego
huyen. Los hombres quedan impotentes y profundamente cargados. Algo ha cambiado en
su interior. Aunque no abrirán la boca, en sus corazones todos ya han planeado la
venganza.)

43
Elipsis

VOCEADOR DE PERIODICOS: ¡Extra! ¡Extra! ¡Banda de forajidos chilenos asalta


Placer Americano! ¡Una veintena de heridos y miles de dólares en perdidas¡ ¡Se trataría de
una Vendetta por el ataque al Arroyo Calavera! ¡Extra! ¡Extra! ¡Sangre norteamericana
vertida por infames chilenos en los Placeres! ¡Alerta, ciudadanos!

Se leería años más tarde


La noche se despertó con el aullido de las balas y resplandor de la lumbre y las antorchas.
Se oyeron gritos, órdenes e imprecaciones, en Español y Spanglish. Es la venganza de los
latinos por el asalto al Arroyo Calavera. Utilizando una de las tácticas Mapuches de
combate, van diezmando a los Yanquis a través de escuadrones que aparecen de las
sombras y atacan fulminantes como el rayo para replegarse luego como fantasmas que
traga el desierto, desapareciendo para siempre ante el estupor frío de los mineros pálidos.
Después, son relevados por otra escuadra de renovados bríos. Así, tras un corto espacio de
tiempo, reducen todo el campamento Yanqui a unas pocas astillas y abundante olor a
pólvora. Joaquín Murieta no participa en este ataque.

Cuadro 4

Casa de Joaquín y Teresita.

JOAQUIN: Debemos irnos, Teresita.

TERESITA: ¿Por qué, Joaquín?

JOAQUIN: El odio nos está rondando.

TERESITA: Tu mismo has dicho que un hombre honrado es bien recibido en cualquier
lugar.

JOAQUIN: Me equivoqué.

TERESITA: ¿Y si solamente nos vamos a otra ciudad?

JOAQUIN: Sería lo mismo. El odio va a abrazar a este de país extremo a extremo. No


habrá rincón en que no se lo respire.

TERESITA: Es la tierra de la libertad, tú lo decías.

JOAQUIN: El vicio de la libertad es que nunca alcanza para todos. Si a una flor se le
ocurriese ser feliz en esta tierra sin rendirle honores a ellos, la arrancarían de cuajo
acusándola de robarles aire.

44
TERESITA: Yo voy donde tu digas. Estamos juntos. Somos juntos. To be and to be.
(Ríen)

JOAQUIN: Bien. Quiero salir cuanto antes de este país enfermo. Necesitamos dos mulas
y unos cuantos pertrechos. Voy a conseguirlos hoy mismo. (Prepara sus cosas para salir)

TERESITA: ¿Y Reinaldo?

JOAQUIN: Reinaldo va en camino a hacerse un hombre, Teresita. Ya eligió una mujer y


las decisiones las toma él. Si él lo quiere, claro que puede venir con nosotros.

TERESITA: Qué va a ser un hombre, ese. Va a ser siempre un niño. Mi niño. Tendría que
pasarle algo muy malo en la vida para que se hiciese hombre. (Joaquín sale)

Taberna de doña Rosa. Smith y Crossley beben en una mesa.

CROSSLEY: Tenemos que hacerlo hoy.

SMITH: No sé si podremos.

CROSSLEY: Claro que podremos. Ese hombre ha acumulado mucho oro y sé que lo
guarda en su casa.

SMITH: ¿Cómo planeas hacerlo?

CROSSLEY: Fácil. Acusamos a ese tal Murieta de algún robo y mientras sea juzgado
vamos a su casa.

SMITH: No sé...

CROSSLEY: Es mucho oro. Los dividiremos en partes iguales. Y todavía queda el tesoro
que puede ofrecernos esa grasienta deliciosa...

SMITH: Por probar a esa mujer morena lo haría... si sólo fuese por probarla a ella, ya lo
haría. Y, además, está el oro. Hagámoslo.

CROSSLEY: Perfecto. Pero antes hay que solucionar intereses más generales.

SMITH: Ya es la hora. Los hombres nos están esperando donde convenimos.

CROSSLEY: Ok. A limpiar un poco este país de tanta grasa. (Salen)

(Aparece Rosa León que ha oído todo desde detrás de la barra.)

45
ROSA LEON: (A una de las niñas) Corre, niña. Ve donde la mujer de Joaquín y entrégale
esto. (Le alcanza un papel donde va un mensaje) Adviértela bien sobre el peligro que la
acecha. (Sale la niña)

En un descampado. Un grupo de Yanquis encapuchados prepara sus armas.

SMITH: ¡A limpiar el país!

CROSSLEY: ¡América para los Americanos!

TODOS: Down with the chileans! (Salen todos, menos Crossley y Smith.)

En la casa de Reinaldo, que está junto a la de Joaquín. Reinaldo y Margarita desnudos


bajo las mantas de una cama, luego de hacer por el amor por primera vez.

MARGARITA: ¿De verdad te pareció bueno?

REINALDO: Sentí una sensación como la de un trueno.

MARGARITA: ¿Y no es pecado antes de casarse?

REINALDO: Pecado más grande es aguantarse.

MARGARITA: ¿Pero si hubiésemos esperado un poco?

REINALDO: Un día más y me vuelvo loco. (La mira muy enamorado)

MARGARITA: No me mires así, que me da una vergüenza espantosa.

REINALDO: (Profundamente tierno) Amor, me has regalado una noche hermosa.

MARGARITA: Para mí también fue hermosa. La más hermosa de mi vida, tal vez.

REINALDO: ¿Por qué no lo hacemos otra vez?

MARGARITA: ¿Otra vez? Reinaldo, vamos a tener que llegar a un acuerdo.

REINALDO: Si yo me muriera hoy día, sería un muy lindo recuerdo.

MARGARITA: Para mí sería el único. Todo lo demás se me olvidaría.

REINALDO: ¿Dónde estuviste tanto tiempo dulzura mía? (Se besan)

46
(De improviso entra un Yanqui a la habitación y dispara a ambos. Se desata la Matanza de
Chilecito. Es un Apocalipsis escénico resuelto en lenguaje corporal y musical. Aquí las
palabras estorban.)

Elipsis

VOCEADOR DE PERIODICOS: ¡Extra! ¡Extra! ¡Doscientos chilenos muertos por


desconocidos en el sector de Chilecito! ¡Se sospecha de una banda de forajidos mexicanos!
¡Extra! ¡Extra!

Se leería años más tarde:

Los fusiles se vistieron de venganza y apuntaron a culposos e inocentes sin discriminación.


La discriminación se sufrió antes, por color por lengua y por olor. Ardieron las barracas
con los chilenos dentro. Si doscientos gritos se oyeron, miles de risas los opacaron. Si
Murieta no hubiese existido, por éste solo hecho se lo hubieran merecido. Quizá bendecido
como un ángel vengador, Murieta escapa sin heridas de las balas asesinas.

Cuadro 5

Taberna de doña Rosa, la misma noche de la matanza. Casi paralelamente mientras esta
ocurre.

CROSSLEY: Será todo un éxito.

SMITH: Realmente. Y sin ensuciarnos las manos.

CROSSLEY: Siempre habrá algún tonto dispuesto a que lo convenzan de que es


importante.

SMITH: Ahora falta el otro negocio para cerrar una noche perfecta.

CROSSLEY: Ya la vas a tener. Look, ese mexicano grasiento que está ahí sentado es al
que amenacé para que nos ayude a atrapar a Murieta. (Entra Joaquín, ignorando todo lo
que ha pasado en Chilecito) Ahí viene nuestro hombre.

JOAQUIN: (Al mexicano) ¿Cómo va el negocio de las mulas?

MEXICANO: (Estará muy afectado todo el tiempo) Bien. Las tengo afuera.

JOAQUIN: ¿Cuánto te debo por ellas?

MEXICANO: Sólo lo que valen.

47
JOAQUIN: Bien... (Paga y sale al exterior de la Taberna, donde toma las mulas y se
dispone a marchar. Smith y Crossley los siguen y con ellos toda la gente.)

CROSSLEY: ¡One moment, please! ¡¿Dónde crees que vas con esas mulas?

JOAQUIN: A mi casa. Son mis mulas.

CROSSLEY: ¿Y desde cuando son tus mulas?

JOAQUIN: Desde ahora. Las acabo de comprar.

SMITH: ¿A quién? Si se puede saber.

JOAQUIN: A un mexicano que tengo por honrado.

CROSSLEY: ¿No será este por casualidad? (Toma al mexicano por los hombros)

JOAQUIN: El mismo.

CROSSLEY: Pero resulta que esas mulas son mías y me las han robado precisamente ésta
noche.

JOAQUIN: Pues yo no las he robado.

CROSSLEY: No, tú no, es cierto. Pero pagaste a éste mugroso mexicano para que lo
hiciera por ti.

JOAQUIN: Eso no es cierto. Conozco a ese hombre por talabartero y comerciante de


mulas y le pedí que me vendiera dos para esta misma noche.

CROSSLEY: Eso no es lo que dice él. (Al Mexicano) Dime ¿Es verdad que éste hombre te
pago para que robaras estas dos mulas? (El hombre no contesta) Dime ¿Es verdad?

MEXICANO: (Tímidamente) Sí, señor.

JOAQUIN: Eso no es cierto.


CROSSLEY: (Al Mexicano) ¿Y es verdad también que te encargó que fuesen
especialmente las mulas de mi propiedad las que robaras por ser las mejores y sentir un
rencor muy grande por mi persona?

MEXICANO: Sí, señor.

SMITH: Pues entonces no hay más que decir, hay que juzgar a este hombre. (Varios
Yanquis toman a Joaquín por los hombros.)

48
CROSSLEY: (A todos los presentes) ¿Qué creen ustedes que se merece?

TODOS: ¡La horca!

ROSA LEON: ¡Un momento! ¡Todo esto es una mentira de esos dos señores! Yo los oí
cuando intrigaban para hacerse del oro de este hombre.

CROSSLEY: (Apunta a Rosa León con su rifle) ¡No consiento que se me trate de
mentiroso en público! O prueba lo que dice o tendrá que recibir un castigo.

ROSA LEON: Sabes muy bien que no puedo probarlo, perro yanqui. Ninguno de estos
hijos de mala puta creería en mi palabra. Pero tu conciencia empolvada sabe que todo es
cierto.

CROSSLEY: Una ofensa más de esa grasienta boca de puta que tienes y te relleno de
plomo.

ROSA LEON: Dispara. Si algo tienes de hombre, dispara. Aquí. (Se señala el pecho.
Crossley dispara, ante la aprobación de todos. Rosa León cae y un hombre la arrastra
hacia el interior de la Taberna.)

CROSSLEY: (Enfurecido) ¡Ahora vamos a terminar luego con todo esto! ¡A la horca con
éste grasiento!

TODOS: ¡A la horca!

(Aparece Land)

LAND: Wait a minute! No van a cometer otra injusticia. Este hombre jamás a sido un
ladrón y jamás lo será. Yo lo conozco y lo tengo por más honrado que cualquiera de los
aquí presentes.

SMITH: ¿Qué es lo que dices, Land?

LAND: ¡Que ya es suficiente con toda la matanza que dejaron en Chilecito como para que
sigan con más muerte!

CROSSLEY: ¡Nosotros no tenemos nada que ver con lo de Chilecito!

LAND: ¡No, que va! Eso tendría que verlo.

CROSSLEY: Te aseguro que así no vas a llegar a ser elegido Sheriff, Land.

49
LAND: No me interesa ser Sheriff de patanes como ustedes.

JOAQUIN: (Alarmado) ¿Qué pasó en Chilecito?

SMITH: Nada que te importe, ladrón.

LAND: Unos animales mataron gente y prendieron fuego a todo lo que encontraron.

(Joaquín calla)

LAND: (A Crossley) Por respeto a esa gente, deja a este hombre en paz.

CROSSLEY: Lo ha juzgado un Tribunal Popular, y mientras no existan autoridades


oficiales, su palabra es ley. Tú sabes muy bien eso, porque tú mismo lo propusiste.

LAND: Maldita sea la hora en que abrí la boca aquella noche. Te lo pido personalmente,
Crossley, no mates a este hombre.

CROSSLEY: Yo no puedo hacer nada. Sólo el Tribunal puede cambiar su castigo.

SMITH: ¡Cambiemos la horca por azotes! Yo mismo se los daré. Soy capaz de matar un
burro de un azote.

TODOS: ¡Sí! ¡Azotes!

SMITH: ¿Cuántos quieren? Denme diez y juro que lo mato.

TODOS: Twenty!

SMITH: Con veinte lo mataría tres veces al pobre animal. Hago apuestas que no pasa los
diez.

(Los Yanquis, efectivamente, hacen apuestas.)

LAND: No saldrá vivo de eso. Lo sabes bien, Crossley.

CROSSLEY: ¿Qué más puedo hacer yo?

LAND: Perdonarle la vida.

CROSSLEY: Si resiste los azotes, seguirá viviendo. (Ríe)

(Toman a Joaquín entre varios hombres y lo amarran a un árbol. Antes que comiencen los
azotes, Crossley se irá del lugar sin que nadie lo note, salvo Smith.)

50
Elipsis

Se oirá mientras Joaquín recibe los azotes.

AZOTE 1: Joaquín, más tarde conocido como Murieta, aguantará los golpes como una
piedra y callará como un obrero.

AZOTE 2: Verá a su madre en todo su esplendor antes que lo pariera, y se recordará a sí


mismo flotando en las nubes del útero como en un navío.

AZOTE 3: Llorará sin cerrar los ojos recordando su primer recuerdo, el día en que se
frotó los pies contra una piedra fría a la orilla de un pantano.

AZOTE 4: Ese no es su primer recuerdo, sino el día en que tuvo el primero.

AZOTE 5: Sabrá entonces, en ese instante extático, que ese primer recuerdo fue dichoso,
y decidirá, entonces, olvidarlo para siempre.

AZOTE 6: Recordará de memoria la oración del Padre Nuestro y se convencerá, a la vez,


que su propio padre no fue nunca un cobarde y que el mismo no lo será jamás.

AZOTE 7: Sentirá el viento de la Antártida golpeándole la cara y la mano de su madre


acariciándole la nuca.

AZOTE 8: Oirá claramente las voces de sus hermanos pidiéndole no llorar en ese instante
fatal.

AZOTE 9: Verá a Teresita radiante en un vestido blanco, idéntica a la primera vez.


Enseguida la verá desvestirse, idéntica a la última vez.

AZOTE 10: Reconocerá sonriendo el túnel luminoso del que leyó en los periódicos y
también sonriendo se negará a seguirlo.

AZOTE 11: Se verá a si mismo caminar muy viejo por un camino de otra patria y viviendo
con otro nombre.

AZOTE 12: Sentirá profundo orgullo por una colección de cabelleras rubias que
colgaran, él no sabe cuando, en un muro de su habitación.

AZOTE 13: Sabrá en ese instante que cada azote en su espalda lo aleja más de la muerte
y lo convierte en leyenda.

51
AZOTE 14: Ahora cada azote lo va elevando unos metros del piso y pensará que una vez
muerta el alma se libera el cuerpo.

AZOTE 15: Aunque lo reprime, no podrá evitar pensar en un sistema de poleas que ha
inventado para encontrar más oro en menos tiempo.

AZOTE 16: Se preguntará sinceramente si en su propia patria esto alguna podría estar
pasando.

AZOTE 17: Dedicará un ligero pensamiento a un compañero de la escuela que un día se


marchó y él sin saber por qué nunca pudo olvidar.

AZOTE 18: Mientras lleva la cuenta de los azotes en la cabeza, revive en su memoria un
sueño húmedo que vino a habitar Teresita. Aunque se trató de una Teresita más crecida, en
carnes y experiencia.

AZOTE 19: Nuevamente reconocerá el túnel iluminado. Antes que decida que si seguirlo
o no, recibirá de nuevo el látigo en su espalda.

AZOTE 20: Recordará nuevamente el Padre Nuestro de memoria. Luego abrirá los ojos.

(Joaquín soportará los veinte latigazos sin abrir la boca, ante le asombro de todos. Al ser
desatado caerá inconsciente al suelo, como en un sopor epifánico. Sólo Land se acercará a
atenderlo.)

Cuadro 6

En la casa de Murieta. Teresita y Crossley.

CROSSLEY: Créame, señora. La única manera de salvar a su marido es que usted me diga
donde está el oro. El último modo de salvarlo que nos queda es pagando la deuda de la que
se le acusa. De otra forma será ahorcado del árbol más alto sin que usted ni yo podamos
hacer nada.

TERESITA: (Leyendo el papel que le ha entregado la niña de la Taberna. Duda.) ¿Usted


es amigo de Joaquín?

CROSSLEY: Sí, señora. Soy de los pocos amigos Americanos que él tiene.

(Teresita de pronto trastabilla y casi cae al suelo. Crossley la afirma antes de caer.)

CROSSLEY: ¿Se siente bien, señora?

52
TERESITA: He sufrido mareos y náuseas las últimas semanas. Me siento extraña, pero no
sé que puede ser.

CROSSLEY: ¿Se ha hecho ver por un médico?

TERESITA: Pensaba ir mañana.

CROSSLEY: ¿No tiene usted hijos?

TERESITA: Aún no.

CROSSLEY: ¿Qué edad tiene usted, señora?

TERESITA: Dieciocho, señor.

CROSSLEY: Es usted muy joven y muy... (Se interrumpe el mismo)

TERESITA: (Luego de pensar) Si no paga la deuda ahora mismo, ¿Lo van a ahorcar?

CROSSLEY: Sí.

TERESITA: Hay que darse prisa, entonces.

(Levanta una de las tablas que cubren el piso. Abajo se encuentran varios sacos colmados
de oro que Joaquín acumuló en largos meses de trabajo. Cuando los ve, a Crossley le
brillan los ojos.)

CROSSLEY: Es usted muy bonita, señora Murieta.

Da un golpe a Teresita dejándola inconsciente, luego la toma en brazos y la tiende sobre la


cama. Intenta poseerla por la fuerza pero Teresita reacciona de su inconsciencia y al
intentar defenderse, en un movimiento involuntario voltea un candelabro con velas que
había sobre un velador y la casa arde rápidamente en llamas. Crossley, desesperado al ver
que se queda sin oro y sin mujer, corta el cuello de Teresita con su navaja y se dispone a
huir. Aparece Smith.

SMITH: ¿Qué pasó allá adentro?

CROSSLEY: Nada. Todo falló. Vámonos de aquí.

SMITH: El maldito soportó los veinte latigazos.

CROSSLEY: ¿Qué?

53
SMITH: Los soportó. (Huyen)

Al poco rato aparece Joaquín, maltrecho y malherido, pero aún de pie. Observa el
panorama con profundo desencanto en la mirada. Verá su casa incendiada y a su mujer
degollada sobre la cama que compartieron. Se sentará en la cama y perderá su mirada en
la nada. El cambio de lenguaje se debe justificar poéticamente por el estado interno del
personaje.

JOAQUIN: Renuncio a ser llamado Joaquín y paso a llamarme Murieta. Desde hoy mi
vida será para que la de otros no sea. Voy a perseguir sus sombras para que me guíen sobre
sus pasos y haré brotar su sangre hasta secar a su raza entera. Invocaré al miedo para
convertirlo en un fantasma que habite junto a ellos hasta en la hora del amor, y haré que en
sus sueños se atrapen a si mismos intentando huir de mi rabia sorda. Mi navaja será un
perro hambriento cebado con sus sangres y alumbrada por sol o por luna su hoja blanca no
reflejará otro cuerpo más que los pechos de aquellos que morderá. Juro, por la vida que
abandono, que le robaré el alma a todo lo que al respirar tenga aliento de yanqui.

(Aparece Reinaldo, herido gravemente. Se acercará rengueando hasta a Joaquín.)

REINALDO: Margarita está muerta.

JOAQUIN: También Teresa. (Pausa larga) Y yo igual.

Aparece el Caballero Aristocrático. Hablará desde otra esfera temporal.

CABALLERO ARISTOCRATICO:
Lo que esa noche me invitó a ver obligado
Es el diablo mismo visitando el desierto.
En pocas horas todo lo bello fue muerto
Y el terror cobarde, fue a puñados sembrado.
Todo lo que esa gente con sudor ha logrado
Es arrasado por el odio Americano
Que no tolera lo chileno o mexicano
Por, entre otras cosas, ser de otro tono su piel.
Sus corazones se ahogan en amarga hiel,
Por más que comulguen y se digan Cristianos.

Entre todos, el más herido fue Murieta.


Junto con su espalda azotaron su sueño
De vivir junto a la flor de la que era dueño.
Un yanqui inmundo, valiéndose de una treta
Quiso gozar el cuerpo de Teresa Murieta,
Y viendo el vil que no podría vulnerarla

54
En su odio y desespero decidió matarla.
Ahí mismo de la venganza encendió la mecha
Que hasta su propia muerte le puso fecha
Sin que algún infeliz se dignara a llorarla.

Mas, no me convertiré de los hechos en juez.


Me llaman el Caballero Aristocrático
Que, aunque rime, no es lo mismo que estático,
Palabra más bien justa para decir burgués.

Tercera Parte: Se Wanted Joaquín Murieta


Personajes:

Murieta Quintero

Tresdedos Caballero Aristocrático

Caballero Amotinado Rosa León

Banda de Murieta Harry Love

Land Rangers

Crossley Smith

Mountain Jim Carmela Félix

Manola Un Chamán Yaqui

La imagen de Teresita La imagen de Margarita

En los primeros cuadros todo transcurrirá vertiginosamente.

Cuadro 1

En la casa del mexicano que lo vendió ante los Yanquis. Joaquín es otro hombre. Reinaldo,
también. De un muchacho tierno y alegre pasará a un hombre amargo y de muy pocas
palabras, consumido por el odio y la tristeza. Murieta tiene al mexicano tomado por la
espalda y apretándole el cuello con una navaja.

55
MEXICANO: Escucha y juzga, Murieta. Los Yanquis amenazaron con quemar mi casa si
no los ayudaba. O con rebanarme el pescuezo. Me obligaron a mentir.

MURIETA: ¿Que tal si yo mismo te lo rebano ahora?

MEXICANO: (Sincero) Me lo tendría bien merecido.

MURIETA: (Luego de dudar unos instantes) Creo que podrías serme más útil vivo. Por
venderme me debes un favor muy grande. Sin quieres vivir, obedecerás lo que yo diga.

MEXICANO: Lo haría sin que lo pidieras.

MURIETA: Bien. Quiero que confecciones trajes de cuero para mí y para Quintero. Trajes
capaces de aguantar el frío más intenso y calor más abrasante. Ahora anda al pueblo y
consigue dos rifles y algo para curar nuestras heridas. (Le pasa un papel.) Quintero y yo
nos repondremos descansando un rato. Recuerdo también que te pagué por esas dos
malditas mulas. Bien, ahora quiero dos caballos.

MEXICANO: Como tú digas, Murieta. (Sale. El Mexicano desde este instante pasará a
llamarse Reyes, Lugarteniente de Murieta)

Taberna de doña Rosa, ahora en poder de los norteamericanos. Muchos gringos juegan y
beben a su antojo. Aparecen Murieta y Reinaldo perfectamente camuflados bajo
vestimentas mexicanas.

MURIETA: (A Smith) ¡Oye! ¡Amigo! (En voz baja) ¿Quieres hacer un buen negocio?

SMITH: ¿Con quién?

MURIETA: Pues, conmigo.

SMITH: No hago negocios con grasientos.

MURIETA: Te aseguro que no te arrepentirás.

SMITH: (Lo mira un rato en silencio) Di de qué se trata, y más vale que merezca la pena.

MURIETA: De unos caballos que robé a un chileno que me las jodía hace tiempo. Las
estoy regalando porque necesito largarme de aquí antes que ese animal me encuentre.

SMITH: Trae los animales y ahí hablamos.

MURIETA: Pero si los tengo aquí fuera, a unas pocas cuadras, esperándome.

56
SMITH: Tráelas acá, entonces.

MURIETA: No puedo, podrían reconocerme. Sobretodo por esas monturas inmensas


hechas de un cuero que reluce, de esas en que suelen perder el tiempo los chilenos.

SMITH: (Definitivamente tentado por las monturas) ¡Vamos a darle un vistazo!

MURIETA: Te espero en el potrero que está al pie del cerro. (Salen)

SMITH: Ok. (También sale, pero por otra puerta)

LAND: (Quien también se encuentra en el lugar, a Crossley) ¿No era, ese hombre, Joaquín
Murieta?

CROSSLEY: ¿Estás loco, Land? Ese grasiento no se atrevería a aparecerse por aquí ni con
un ejército de cochinos mexicanos.

LAND: Él era chileno.

CROSSLEY: Lo mismo da. El asunto es que “era”, tú lo dijiste.

LAND: No estoy seguro. Me juraría haberlo visto en este mismo bar.

CROSSLEY: Deliras.

LAND: (Sin convencerse del todo) Sí, deliro.

En un potrero, de noche. Murieta y Reinaldo esperan a Smith junto a los caballos y una
fogata. El talabartero mexicano, que ahora pasará a llamarse Reyes, está tendido sobre un
poncho, haciendo que duerme. Aparece Smith, montado sobre un bello alazán de enormes
dimensiones, capaz de soportar sobre su lomo a un hombre de también semejantes
proporciones, como Smith.

MURIETA: Menos mal que apareció, mister. Ya estaba pensando largarme y hacer
negocios en otro lugar.

SMITH: Si hubieses hecho eso, deberías haber rezado para que no te encontrara vagando
por ahí.

MURIETA: Yo nunca lo habría dejado botado, mister, era sólo una broma chambona para
decir algo.

SMITH: Por suerte para ti.

57
MURIETA: Sólo por curiosidad, mister mío, ¿qué pasaría si yo lo estuviera engañando?

SMITH: Pues, te molería la espalda a latigazos.

REINALDO: (Que habla por primera vez) ¿Cómo los que dio a Murieta?

SMITH: ¿Qué? (Saca su revólver)

MURIETA: Perdónelo, mister, es sólo que nos hemos enterado por oídas de ese cuento.
¿Le gustan los látigos a usted, my mister?

SMITH: Son más confiables que cualquier pistolón. (Guarda su arma) Ese Murieta tuvo
suerte. Tiene una espalda de mierda pequeña. Escapó por que el demonio lo protege. Yo
juzgo a los hombres por las espaldas. Dicen más que sus propios rostros.

MURIETA: Pienso yo lo mismo. Y mire la casualidad, aquí (Señala a Reyes en el suelo)


va con nosotros un charro que se las trabaja al cuero y fabrica uno látigos de padre, ¿cierto,
Reyes?

REYES: Claro.

MURIETA: A poco me pasas uno, a ver si hacemos otro negocio con el mister este, tan
gentil.

REYES: Claro, hombre, ahí está. (Le entrega un látigo de cuero)

MURIETA: (A Smith) Mire que cuero, mister, mire que blando y fuerte es a una misma
vez. (Violenta y rápidamente envuelve el cuello del inmenso Smith y comienza a
estrangularlo) Con éste le habría roto la espalda a ese tal Murieta. (Le deja el lugar de
estrangulador a Reinaldo) Usted juzga a los hombres por su espalda. (Se desnuda la suya)
¿Qué le dice la mía?

Aunque no puede hablar, resulta claro que Smith ha reconocido a Murieta. Luego, Joaquín
retoma la labor del látigo y con un movimiento seco, rompe el cuello del norteamericano.
Lo dejan caer en el suelo y lo voltean, dejándolo con el lomo hacia el cielo. Murieta le
desnuda la amplia espalda y con una tizna de carbón que saca de la fogata, dibuja un
amplio rectángulo en el torso de Smith. Luego escribe una nota sobre un papel y se la
introduce en la boca. Reyes, con su habilidad de talabartero, recortará el pedazo de piel
señalado por Murieta en la espalda de Smith, para luego guardarla en un morral.
Después, desaparecen lentamente con todos los caballos que hay en el lugar. Pocos
segundos más tarde, aparece Land, quién no pudo dejar de sospechar sobre la presencia
real de Murieta. Al ver al hombre desollado en el suelo se le escapa una mueca espontánea
de repulsión. Luego, lanza un balazo al aire, para que acuda gente en ayuda.

58
Cuadro 2

En la casa de Reyes, días después. Están Murieta y Reinaldo. Entra Reyes con un grupo de
hombres, todos latinos.

REYES: (A Murieta) Estos hombres quieren unirse a la banda, Murieta. También se


sienten pisoteados por los yanquis.

MURIETA: (Mirando a los hombres) Bien. Conmigo tendrán siempre protección y


comida. Además, toda la venganza que sus corazones necesiten. Si algún cobarde llega a
abrir la boca, le rebano el pescuezo. Si no, encontrarán en mí a un amigo que jamás los
defraudará. Necesitamos hombres valientes dispuestos a cualquier cosa. El que no tenga el
coraje, puede largarse ahora mismo y prometo no hacerle daño alguno mientras no vaya
con el cuento a ninguna parte. (Ningún hombre se mueve) Bien, entonces son bienvenidos a
esta casa, como amigos nuestros. (Riendo) Cuando se decidan a hablar, me pueden decir
sus nombres. (Los hombres siguen sin hablar)

REYES: (Con un paquete en las manos) Tengo un regalo para ti, Murieta.

MURIETA: (Abriendo el paquete y calzándose unos gruesos guantes de cuero, que no se


volverá a sacar jamás) Has hecho un trabajo de bella artesanía, Reyes. Te lo agradezco.
Quisiera que con el resto del pellejo de lomo me fabricaras una bolsa para guardar oro.

REYES: Alcanzaría para hacerte una mochila, si se te ocurriera. Ese gringo tenía más
espalda que un toro.

REINALDO: Pero menos cerebro que un burro.

REYES: Murieta, estos hombres vienen cansados y con hambre. Son muchos y acá dentro
va quedando poca comida.

MURIETA: Habrá que salir a buscarla entonces. (A todos los hombres) Preparen sus
cosas, vamos a buscar comida y algo más donde un yanqui que le sobre. (Todos los
hombres le obedecen y luego de un momento, salen)

En la hacienda de un rico norteamericano. Murieta y su banda llegan dispuestos a


asaltarla. Se encuentran, sin embargo, que en el lugar ya se encuentran Tresdedos y la
banda de forajidos que formó cuando escapó de la taberna de doña Rosa, luego de matar a
dos norteamericanos y un chino.

TRESDEDOS: (A Murieta) ¿Qué demonios haces aquí?

SECUAZ: ¿Qué hace?

59
MURIETA: Lo mismo que tú, Tresdedos.

SECUAZ: Lo mismo que usted, Tresdedos.

TRESDEDOS: (Al secuaz) ¡No me llames Tresdedos porque...! (A Murieta) ¡Llámame


Tresdedos otra vez y verás como te va!

SECUAZ: ¡Llámelo!

MURIETA: Tresdedos.

SECUAZ: (Sorprendido) ¡Lo llamó, jefe!

TRESDEDOS: ¡Cállate, mexicano!

SECUAZ: Me callo.

TRESDEDOS: (A Murieta, amenazante) A ver, dilo otra vez.

SECUAZ: ¡Digal..! (Se interrumpe)

MURIETA: Tresdedos.

TRESDEDOS: ¡Dilo otra vez y te firmo mi nombre en la guata!

MURIETA: Tresdedos.

TRESDEDOS: (Se acobarda ante la determinación de Murieta y la mirada burlona de su


banda. A sus hombres.) ¡Vámonos de aquí!

(Sus hombres no le obedecen, salvo su secuaz. Al ver en el ridículo que se encuentra,


Tresdedos no soporta la humillación, saca su navaja y se lanza sobre Murieta dispuesto a
luchar. Se desarrolla una pelea descomunal, todo lo cómico que pudo tener la escena
deberá desaparecer ante la peligrosidad animal de este duelo entre dos verdaderos
guerreros. Triunfará Murieta, pero Tresdedos dará tan dura lucha, que se ganará el
respeto del Bandido y de todos los hombres presentes.)

MURIETA: (Levantando a Tresdedos) Eres un hombre valiente, Tresdedos, y te has


ganado mi respeto. Tú eliges: te puedes largas ahora, pero si otra vez te encuentro en mi
camino este puñal te va a atravesar la garganta. O si lo prefieres, te unes a mi banda y serás
mi mano derecha. Necesito a un hombre valiente a mi lado.

60
TRESDEDOS: (Luego de una larga pausa) Estaré orgulloso de seguir a un hombre como
tú, Murieta. Me quedo.

MURIETA: Muy bien. (Al resto de los hombres) Este hombre tiene mi confianza y mi
respeto. El que lo insulte a él, me insulta a mí, y quien se meta con él, se mete conmigo.
Será mi primer Lugarteniente y cuando yo no esté obedecerán sus órdenes.

REYES: Como digas, Murieta. Tresdedos es ahora un amigo.

TRESDEDOS: (Mostrando sus manos abiertas) ¡No me llames Tresdedos, porque tengo
ocho!

MURIETA: (Riendo) Una última cosa. Nadie lo volverá a llamar Tresdedos, sino por su
nombre...

TRESDEDOS: Jack García.

MURIETA: Todos lo llamaremos: Juan García. (Castellaniza a propósito el nombre)

TRESDEDOS: (No muy satisfecho) Bueno, es mejor que Tresdedos ¿no?

SECUAZ: Es mejor.

MURIETA: (A todos los hombres) Ahora, a terminar el asunto al que vinimos.

(Todos entran en la casa de los gringos. Saquean su comida y roban sus animales. Antes
de terminar la faena, se oyen disparos dentro.)

Elipsis

VOCEADOR DE PERIODICOS: ¡Extra! ¡Extra! ¡Banda de latinos asesinos asola los


caminos! ¡Extra! ¡Extra! ¡Se cree qué su líder sería un chileno ya acusado de ladrón, el
mismo que habría matado y desollado a un honesto ciudadano americano! ¡Extra! ¡Extra!

Cuadro 3

En el campamento general. Es de noche, los hombres reparten y ordenan el botín, se


dedican a sus cosas y beben vino. Otros hacen música en torno a la fogata.

TRESDEDOS: Hace hambre.

SECUAZ: Sí, hace. Pero en la olla hay comida, jefe.

61
TRESDEDOS: Me refiero a mujeres, bruto.

SECUAZ: Ah. Quisiera ayudarlo con eso jefe... de verdad... pero soy mexicano.

TRESDEDOS: (De pronto oye algo) ¡Silencio, mexicano! ¡Oigo ruidos!

SECUAZ: (Gritando, a todo el campamento) ¡Oye ruidos! ¡Oye ruidos!

TRESDEDOS: (Grita a la noche) ¿Quién vive en la espesura? (Ante el silencio, saca su


navaja)

SECUAZ: ¿Lo acompaño, jefe?

TRESDEDOS: (Muy seguro de si) Esto lo hago por deporte, mexicano.

(Se abalanza sobre unos arbustos y sale a los pocos segundos con un hombre bajo el brazo.
Va a cortarle el cuello con su navaja, cuando Murieta reconoce al hombre: es el Caballero
Aristocrático. Viste las mismas elegantes ropas de antes, pero su aspecto actual es
desaliñado y sucio. Sin embargo, mantiene la distinción natural que lo caracteriza.)

MURIETA: ¡No lo hagas, Tresdedos, ese hombre es un amigo!

TRESDEDOS: (Lo suelta) Está bien, Murieta, pero... (Su tono es angustiado, y el volumen
bajo) no me llames Tresdedos... ¿Ya?

MURIETA: Perdón, García. Fue sin querer. (Al Caballero Aristocrático) ¿Qué hace acá,
señor mío?

CABALLERO ARISTOCRATICO: Mil perdones a todos por llegar de esa forma, pero
en una noche tan oscura no puedo confiarme en los ojos, y al no poder reconocerlos quise
cerciorarme de que se trataba de ustedes y no de cualquier otros rufianes.

TRESDEDOS: ¡Nos está, acaso, tratando de rufianes!

CABALLERO ARISTOCRATICO: Aunque lo fueran, lo serían con justicia. Los


verdaderos rufianes son los causantes de toda esta barbarie.

MURIETA: ¿Qué lo trajo hasta acá?

CABALLERO ARISTOCRATICO: Me enteré de todas las desgracias que ocurrieron ese


día. Sé de la muerte de tu esposa y de los latigazos que te hicieron soportar, sé de la muerte
de Margarita y de cómo escapó el joven Reinaldo. (Muy triste) También supe lo de la dama
Rosa León. No podía seguir viviendo entre semejantes animales. Me decidí a buscar a los
que en California han sido mis amigos y aquí me tienes.

62
MURIETA: Yo no sé si este sea lugar para usted.

CABALLERO ARISTOCRATICO: No confundas finura con debilidad, querido Joaquín.


Soy un hombre como el que más y cumpliré con el deber que me dicta mi hombría.

MURIETA: Entonces es usted bienvenido, amigo mío. Pero llámeme Murieta y olvide lo
de Joaquín.

CABALLERO ARISTOCRATICO: (Entiende lo que Murieta quiere decir) Si así lo


quieres, así será.

MURIETA: Bien. (A los otros hombres) Prepárenle una cama digna al caballero. Debe
estar muy cansado.

CABALLERO ARISTOCRATICO: ¡Qué cama ni qué cansancio! Los busqué por tres
días pasando por lugares que hasta las bestias evitan. Ahora quiero celebrar que por fin los
he encontrado.

TODOS: ¡Eso era! ¡Ejalé!

CABALLERO ARISTOCRATICO: (Abre un morral que trae consigo) Traje estas


conservas de mariscos chilenos que conseguí en San Francisco. Lejos de la patria, estos
tarritos son un verdadero tesoro.

TODOS: ¡De allá somos!

(Suenan las guitarras y se prepara la fiesta. Al rato están sentados entorno a la fogata,
engullendo y bebiendo con esplendor y sin reservas. Un par de horas después, el Caballero
Aristocrático se siente mal.)

MURIETA: ¿Qué le pasa, Caballero?

CABALLERO ARISTOCRATICO: No lo sé, amigo mío. De pronto me he sentido


descompuesto, como si la comida me hubiese afectado.

REINALDO: Está pálido, tiene fiebre, y ahora el rostro amoratado.

MURIETA: Son esos mariscos que engulló sin dar pausas, amigo mío.

CABALLERO ARISTOCRATICO: (Un poco febril) Estoy envenenado. Esos yanquis


han envenenado esos frutos del mar para matarnos.

63
MURIETA: Está exagerando un poco el poder de esos gringos, caballero mío. Debe
tratarse de una vulgar intoxicación.

(El Caballero Aristocrático pierde el conocimiento)

MURIETA: (Alarmado) ¡Reyes! Ocúpate de atenderlo lo mejor posible. Tu mismo quedas


al mando. Reinaldo, Juan García y yo, vamos al pueblo a conseguir ayuda.

REYES: Dense prisa, Murieta. Yo no conozco mucho de estos asuntos, pero este hombre
no se ve nada bien.

MURIETA: Mantenlo vivo hasta que yo regrese. (Salen los tres hombres)

Elipsis

CABALLERO ARISTOCRATICO: (En su delirio) Sentí la boca dormida y las carnes de


mi espalda despegándose de mis vértebras. De pronto, toda la noche se hizo azul. El vino
rojo se hizo azul, la luna amarilla se hizo azul, los ponchos pardos se hicieron azules, la
navaja de Tresdedos, también azul. La cabellera negra de Murieta relucía en azul. Había
unos pájaros cantándome al oído, pero no los pude ver. Todo se cambió de pronto y los
árboles y la luna y los cerros, y las aguas y los fuegos, y las piedras y hasta el oro, todo
tenía tatuado un nombre como en una cicatriz sobre sus cuerpos. Todos los cuerpos decían:
Rosa.

En el pueblo. Ya es de madrugada. Murieta, Reinaldo y Tresdedos, caminan en silencio


por las calles, disfrazados de perfectos mexicanos.

REINALDO: ¿Estás seguro que podré hacerlo?

MURIETA: Confía en ti, Reinaldo. Es un buen plan.

TRESDEDOS: Si logras hacerlo sin que te descubran, será un modo perfecto de


proveernos de carne de yanqui fresca.

REINALDO: Lo haré entonces. Dime cómo y yo lo haré.

MURIETA: No será difícil. Esta misma tarde los vamos a concretar. Pero antes debemos
encontrar un médico para que sane al Caballero.

TRESDEDOS: Ese será un problema, Murieta. No creo que algún médico se atreva a subir
sólo y con gente como nosotros hasta esas montañas de mierda.

MURIETA: Si se le paga su trabajo en oro, no tiene por qué negarse.

64
TRESDEDOS: No será tan simple, Murieta.

(En el camino, de pronto, se topan con un cartel pegado a una viga. Es un “Wanted”. En
él está dibujado el rostro de Murieta, con rasgos a propósito afierados. En grandes
caracteres se inscribe su nombre y la recompensa por su cabeza: US$ 5.000 en oro.
Murieta lo mira un rato en silencio y, aunque no lo evidencie, sentirá cierto orgullo.
Luego, sin hacer nada al respecto, seguirá caminando junto a los hombres.)

En la Taberna de doña Rosa. Murieta y sus hombres ingresan en busca de un médico. En


el lugar sólo hay unos pocos hombres. Hay un muchacho americano de no más de dieciséis
o diecisiete años y de un carácter fantasioso. Es Mountain Jim.

MURIETA: ¡Hey, muchacho! ¿Sabes dónde puedo encontrar un médico?

MOUNTAIN JIM: Claro. Yo sé todo lo que pasa en este pueblo señor.

TRESDEDOS: ¿Si? Pues dime dónde puedo conseguir una mujer.

MOUNTAIN JIM: Eso es fácil, señor. Desde que murió la chilena dueña de este bar, las
señoritas se largaron todas al Hotel Plaza. Por US$ 50 en oro, le consigo a la más guapa.

MURIETA: Después verás si haces trato con el señor, muchacho. Ahora necesito un
médico rápido. Pagaré lo que sea.

MOUNTAIN JIM: Lo que sea, ¿eh? Bien, conozco al mejor de toda California pero le
costará... US$ 300.

MURIETA: Te los doy. (Mountain Jim se sorprende por la frialdad con que Murieta se
toma semejante suma de dinero.)

MOUNTAIN JIM: Trato hecho. Dígame dónde tiene que ir y ahí se lo llevaré.

MURIETA: Te espero al pie del camino que conduce a las rocosas.

MOUNTAIN JIM: Un momento ¿Dónde pretenden llevar a ese hombre?

MURIETA: Por lo que pago no deberías hacer preguntas.

MOUNTAIN JIM: No se les ocurriría subir a esas montañas, ¿no es cierto?

TRESDEDOS: Y qué si lo hiciéramos.

MOUNTAIN JIM: Pues que estarían locos de remate. Allá arriba vive Murieta con su
banda. Unos hombres duros, se los aseguro.

65
MURIETA: ¿Y por qué lo aseguras? ¿Acaso los conoces?

MOUNTAIN JIM: No sólo los conozco, sino que son mis amigos. Conozco esas
montañas mejor que mi cara. Yo le enseñé a Murieta los mejores sitios dónde esconderse.

TRESDEDOS: Así que tus amigos. Entonces no hay problema. Tu nos acompañas y así no
nos harán daño.

MOUNTAIN JIM: El problema no es ese, señor. El problema es que ningún médico se


atreverá a subir con esos bandidos arriba.

MURIETA: Te doy US$ 600 si consigues alguno.

MOUNTAIN JIM: No es un asunto de dinero, es una cuestión de vida. Allá arriba está
peligroso a causa de mis amigos. Sobre todo ahora que se les unió la banda de Tresdedos.

TRESDEDOS: (Que estuvo a punto de perder la calma y desenmascararse. Se calma.) Y


¿Qué sabes de ese hombre?

MOUNTAIN JIM: A ese granuja no lo conozco. Sólo sé que Murieta lo bailó en una pelea
a cuchillas y que el otro se le unió de puro miedo. Además, dicen que duerme con un
mexicano que lo sigue a todas partes.

(Tresdedos está a punto de abalanzarse, navaja en mano, sobre el muchacho, pero Murieta
lo detiene.)

MURIETA: Vamos, muchacho. Te pago lo que sea por encontrarnos un médico. Tengo un
buen amigo muy enfermo y necesita ayuda inmediata.

MOUNTAIN JIM: Veré lo que puedo hacer. Pero te saldrá caro, amigo.

MURIETA: Di cuánto.

MOUNTAIN JIM: Considerando el riesgo de Murieta y su banda y el tiempo invertido,


digamos que... ¿unos US$ 700?

MURIETA: Te daré mil.

MOUNTAIN JIM: Hecho.

MURIETA: (Le pasa una bolsita con oro) Ahí tienes US$ 500, para que creas en mí. Te
espero a media tarde donde ya dije.

66
MOUNTAIN JIM: (Exultante con tanto oro en las manos) Ahí estaré, señor. (Saca una
libreta y una pluma y anota el lugar y hora del encuentro.)

MURIETA: ¿Me regalarías tu pluma, muchacho?

MOUNTAIN JIM: Claro, yo después consigo otra. (Se la pasa)

MURIETA: Una última cosa. ¿Conoces a un tipo llamado Crossley?

MOUNTAIN JIM: Sí, señor, se fue de la ciudad hace unas semanas.

MURIETA: ¿Adónde se fue?

MOUNTAIN JIM: Creo que a Stockton, a hacer negocios o algo así. Pero si me lo
pregunta a mí, yo creo que escapó de mi amigo Murieta.

MURIETA: Bien. ¿Cómo te llamas, muchacho?

MOUNTAIN JIM: Mountain Jim, señor. Lindos guantes, nos vemos. (Sale)

TRESDEDOS: ¿Cómo pudiste confiar en ese mocoso, Joaquín?

MURIETA: Es lo único que podemos hacer. Además, me parece un buen chico. Conoce a
Murieta ¿no? (Ríen)

REINALDO: ¡Y a Tresdedos con su novio mexicano!

TRESDEDOS: (No está enfadado, sino pensativo e inseguro) ¿Esa impresión tiene la
gente de mí?

Elipsis

LOS FALSOS MURIETA

FALSO MURIETA 1: (Es un “desperado” muy a la mexicana) My name, is (Y) Joaquín


Murrieta. I born in Sonora, Mexico. My wife is Rosita Feliz. She is the most beautifull
woman in all the world. She is my blood, men, ella es mi sangre, hermano. I like to drink
tequila con sal, aunque el aguardiente es lo mejor. I like tocar guitarra, all day, every day.
Ahora guardo un rifle en la maleta de esa guitarra. Mi Rosita me engañó con un yanqui.
Cuando traté de impedir que me dejara, me lanzó la guitarra en la cabeza, y se rompió.
Ahora ya no puedo tocarla más. (Llorando) ¡Por eso es mi venganza!

67
FALSO MURIETA 2: (Es un mexicano agringado, de dudoso origen español. Viste
entero de negro, con capa incluida, y cubre su rostro con un antifaz. Saca un florete y
lanza cortes en el aire.) Mi nombre es Murieta, Joaquín Murieta. Mi padre fue don Miguel
de Murieta y Andalucía, natural de Sevilla. Él fue el bailarín ganador del Festival de
Asturias. Conoció a mi madre, doña Rosita Domínguez, en la finca de su padre, mi abuelo
don Víctor Domínguez de García y Garcilazo, y cuando la vio el tiempo se detuvo en esa
noche blanca. Nueve meses después de esa noche, nací yo. Un día, un gringo llamado John
Busch, aseguró a mi padre haber dormido con mi madre, doña Rosita Domínguez. Mi
padre, no pudiendo aceptar la humillación que le hacía su mujer, se fue a vivir él con John
Busch. Después de ese episodio, yo me puse este antifaz, para ocultar mi vergüenza.
(Llorando) ¡Por eso es mi venganza!

FALSO MURIETA 3: (Es definitivamente un gringo, vestido al estilo cowboy. También


lleva un antifaz en su cara. Va montado sobre un caballo y lleva un lazo en sus manos.)
¡Hei, oh Silver! (Arrea a su caballo) Yo soy solo. Estoy solo. Si hasta me dicen “El
Solitario”.(Llorando) ¡Por eso es mi venganza!

En el pueblo. Murieta camina junto a Reinaldo y Tresdedos.

MURIETA: Busca un lugar que te sirva de oficina. (Le entrega un morral lleno de
papeles) ahí van los mapas y oro suficiente para instalarte. Si algo preguntan, eres español
y recién llegado. Abre la oficina y vende los mapas. Hay mapas correctos y otros que
conducen a nosotros. Es tuya la decisión de quiénes serán los yanquis que mueran en
nuestras manos o se pierdan para siempre en el desierto. Sé sincero con los chilenos y
mexicanos que busquen fortuna honestamente. A ellos entrégales los mapas reales que
hemos construido en el propio terreno. Indícales donde están los mejores lavaderos, pero
sólo cuando te hallas asegurado de su verdadera honestidad. No por ser chileno se está libre
a la fiebre yanqui.

REINALDO: ¿Y si tengo algún tipo de problemas?

MURIETA: Se lo comunicas a Mountain Jim, él vendrá al pueblo y subirá a la montaña


periódicamente.

TRESDEDOS: ¿Cómo lo sabes?

MURIETA: Ese chico está ansioso de aventuras. Lo hará.

TRESDEDOS: Es un Gringo, Murieta.

MURIETA: ¿Y qué? Es un buen muchacho.

TRESDEDOS: Pero es gringo.

68
MURIETA: ¡Esta no es una guerra contra una raza, García! ¡Métetelo bien en la cabeza!

TRESDEDOS: Ok, Murieta, como tú digas. Pero es un gringo. En cualquier minuto te


puede traicionar.

MURIETA: Correremos el riesgo.

(Se topan con el mismo cartel de la mañana. Ahora, Murieta se acerca y saca la pluma que
le dio Mountain Jim. Tarja la zona donde se ofrecen US$ 5.000 y anota de su puño y
letra: “Yo ofrezco Diez Mil. Joaquín Murieta”. Sus dos compañeros lo miran en silencio,
asombrado por su intrepidez.)

MURIETA: (A Reinaldo) ¿Te queda alguna duda sobre lo que debes hacer?

REINALDO: No.

MURIETA: Entonces lárgate y mucha suerte.

REINALDO: Tendrás noticias de mí.

MURIETA: Eso espero. (Se dan un abrazo. Reinaldo sale. Murieta y Tresdedos siguen
caminando.)

MURIETA: Apuremos el paso. El muchacho ya debe estar en el lugar y a esta hora ya


anda mucho gringo pululando.

Al pie del cerro que conduce a las rocosas. Murieta, Tresdedos, Mountain Jim y un indio
Yaqui.

MURIETA: ¿Qué significa esto, Mountain Jim?

MOUNTAIN JIM: Es lo único que pude conseguir. Nadie se atreve a subir con Murieta
en las montañas.

TRESDEDOS: ¿Y quién es este hombre?

MOUNTAIN JIM: Un indio Yaqui. Es el chamán de su tribu.

TRESDEDOS: ¡Tenemos un hombre enfermo arriba y tu nos traes a un indio que se


convierte en pájaro!

MOUNTAIN JIM: Es capaz de revivir un muerto. Confíen en él. Sanará a su hombre.

69
TRESDEDOS: (Al indio Yaqui) ¿Es verdad eso que dice? (El indio Yaqui no habla ni
hablará nunca)

MOUNTAIN JIM: No habla español, ni inglés.

TRESDEDOS: ¿Qué demonios habla entonces?

MOUNTAIN JIM: Eso. Una lengua del demonio que no pude entender jamás.

MURIETA: Muy bien. Yo confío en él, Mountain Jim. ¿Pero cómo nos comunicaremos
con él?

MOUNTAIN JIM: No es necesario. Reconoce a los enfermos de sólo mirarlos.

(El indio Yaqui se acerca a Murieta e intenta pasarle algo que lleva en su morral)

MURIETA: (A Mountain Jim) ¿Qué hace?

MOUNTAIN JIM: Piensa que usted está enfermo, señor.

MURIETA: Que se deje de disparates y subamos rápido. Nuestro hombre está muy grave.

MOUNTAIN JIM: No hay problema. Pueden subir cuando quieran.

MURIETA: ¿Cómo que “pueden” subir? Tu irás con nosotros.

MOUNTAIN JIM: No puedo, señor. Allá arriba es muy peligroso para un muchacho.

MURIETA: Pero tú conoces a Murieta, ¿no es cierto?

MOUNTAIN JIM: Si.

TRESDEDOS: Entonces, ¿a qué le temes?

MOUNTAIN JIM: Con el Chamán se las arreglarán. Yo no soy necesario.

(Murieta hace un gesto a Tresdedos y este muestra su mano amputada, que mantuvo
perfectamente escondida todo el tiempo anterior. Mountain Jim se da cuenta de todo y se
dibuja una mueca de terror en sus labios.)

MURIETA: (A Mountain Jim) Subirás. (Comienzan a subir)

TRESDEDOS: (Muy tranquilo a Mountain Jim) Denantes, sin conocerme, me llamaste


Tresdedos. No lo vuelvas a hacer, porque tengo ocho. (Le muestra sus dos manos abiertas)

70
En el campamento. Es de noche. Los hombres ya han llegado con el Chamán. El indio
Yaqui prepara yerbas en un caldero hirviendo. El Caballero Aristocrático está tendido en
unas mantas en estado agónico. Todos los hombres miran atentos las maniobras del
Chamán. Acercan al Caballero Aristocrático, pero el chamán se niega a medicarlo. En vez
de eso, fija su mirada en Murieta.

MURIETA: (A Mountain Jim) ¿Qué le pasa?

MOUNTAIN JIM: Insiste en que el enfermo es usted, señor.

MURIETA: Dile que se confunde.

MOUNTAIN JIM: ¿Y cómo se lo digo?

TRESDEDOS: (Saca su navaja) Yo se lo diré.

MOUNTAIN JIM: ¡No lo asuste o se irá volando! (Los hombres ríen)

MURIETA: Está bien. Si insiste en que el enfermo soy yo, entonces que me dé lo que se
antoje. Pero que también mejore a mi amigo.

MOUNTAIN JIM: Intentaré explicárselo.

(Realiza una desesperada pantomima hasta darse a finalmente a entender. El Chamán,


entonces, da a beber a Murieta un tazón del brebaje que prepara. Luego aplica otras
yerbas a la boca del Caballero Aristocrático, quién se irá tranquilizando lentamente. Al
rato se levanta y desaparece en la espesura, para no volver jamás. Los hombres que han
estado mirando todo, no resisten la curiosidad y beben el resto del preparado que aún
humea dentro de la olla.)

Elipsis

Visiones de la Ayahuasca

Murieta se sentará en un árbol, bajo el efecto del brebaje. Y contemplará su pasado y su


futuro. Para el espectador, sin embargo, debe quedar abierta la duda respecto a la
coherencia y veracidad de estas visiones.

DE SU PASADO:

Verá su nacimiento.

71
Verá la muerte de su madre.
Verá la muerte de su padre.
Verá la acción completa de la muerte de su Teresita a manos de Crossley.

DE SU FUTURO:

Verá a Crossley ensartado en una estaca.


Verá a Reinaldo colgando de una viga.
Se verá conversando, como amigos, con Land.
Verá su cabeza y la mano de Tresdedos colgadas y exhibidas al público.
Verá a una mujer morena y muy hermosa compartir su lecho.
Verá a esa misma mujer riendo y corriendo con un niño en brazos.
Se verá a si mismo, bajo un parrón de los que abundan en su patria, muriendo de viejo.

Cuadro 4

En el campamento. Es el otro día.

TRESDEDOS: ¿Y te acuerdas cómo llovía el cielo? Parecían cascadas de fuego que


cubrían toda la tierra.

SECUAZ: Sí, sí. Me acuerdo.

TRESDEDOS: ¿Y del agua? Cuando las estrellas empezaron a caerse al agua y se


apagaban.

SECUAZ: Sí, sí. Me acuerdo.

TRESDEDOS: ¿Y de los árboles que bailaban al viento, y bajaban y subían y caminaban?


¿Te acuerdas?

SECUAZ: Sí, sí. Me acuerdo.

TRESDEDOS: La volá loca. (Entran Murieta y Mountain Jim)

MURIETA: Ahora te largas y no apareces nunca más. Y si abres la bocota te busco en el


pueblo y te corto esa lengua mentirosa que tienes.

MOUNTAIN JIM: Déjame quedarme en la banda, Murieta, por favor. Soy buen jinete,
bueno con el lazo...

MURIETA: (A Tresdedos) ¿Qué opinas tu, García?

72
TRESDEDOS: ¡Qué se largue ese yanqui mentiroso! (Se arrepiente) Aunque si no hubiese
sido por él no sanamos al Caballero y no hubiésemos probado ese manjar que trajo el Indio
Yaqui.

MURIETA: ¿Cómo sigue nuestro amigo?

TRESDEDOS: Mejor que anoche. Pero no está bien.

MURIETA: (A Mountain Jim) ¿Ves? Tu médico brujo no sirvió para nada.

MOUNTAIN JIM: Te prometo que te seré útil.

MURIETA: ¿Si?

MOUNTAIN JIM: Sí.

MURIETA: Si quieres entrar, tendrás que hacer un trabajo para nosotros.

MOUNTAIN JIM: Dime, yo lo haré.

MURIETA: Necesito que lleves a los hombres que se reúnen en la taberna que fue de doña
Rosa y los lleves al lugar que yo te diga.

MOUNTAIN JIM: ¡Eso es fácil!

MURIETA: Entonces vuelve ahora al pueblo y recibirás órdenes mías.

MOUNTAIN JIM: ¡Hecho! (Se dan la mano. Sale Mountai Jim)

Cuadro 4

En el pueblo. Reinaldo ya ha instalado su oficina cartográfica y atiende mucha gente.


Aunque parecerá recuperar la alegría del pasado, será todo una actuación.

GRINGO 1: ¿Cuánto cuesta la carta?

REINALDO: Es muy barata.

GRINGO 1: ¿Y me muestra los lugares donde hay oro?

REINALDO: Más claro que en un mapa del tesoro.

GRINGO 1: Creo que la voy a adquirir.

73
REINALDO: No se va a arrepentir. (Sale Gringo 1. Entra Gringo 2)

GRINGO 2: Me han dicho que en este lugar venden planos detallados.

REINALDO: Pues no lo han engañado.

GRINGO 2: Quiero uno de la zona donde están mejor las cosas.

REINALDO: (Le pasa una carta) Ese es el cuadrante que corresponde a las Rocosas.

GRINGO 2: ¿Y no es esa zona muy peligrosa?

REINALDO: Ahí se ubica la veta más famosa.

GRINGO 2: Y también la banda de Murieta.

REINALDO: Ese cuento no es más que una treta.

GRINGO 2: ¿Está usted seguro?

REINALDO: Por mi madre se lo juro.

GRINGO 2: Si es así, voy a comprar uno para mí y otro para mi socio.

REINALDO: Entonces será un éxito su negocio. (Sale Gringo 2. Entra Chileno 1)

CHILENO 1: Quiero un mapa que me lleve a una veta de primera.

REINALDO: Entonces camina derechito al Arroyo Calavera.

CHILENO 1: De allá vengo llegando y hace mucho calor.

REINALDO: Eso se quita con un quitasol.

CHILENO 1: No me ha ido muy bien ahí. Y cada día empeoro.

REINALDO: Entonces tu negocio no es el oro.

CHILENO 1: No es eso. Yo trabajo mucho, pero todo se lo lleva el norteamericano.

REINALDO: (Comprendiéndolo. Le pasa un mapa.) Conozco un placer donde el oro se


recoge con la mano.

CHILENO 1: (Dudando) No me estará viendo las pelotas.

74
REINALDO: Confía en mi. Somos compatriotas.

CHILENO 1: ¿Y cuánto le debo por la gauchada?

REINALDO: Nada si mantiene la boca cerrada.

CHILENO 1: Le voy a quedar debiendo la mano.

REINALDO: Ayude a otro chileno o mexicano.

CHILENO 1: Me parece. Así quedamos al día.

REINALDO: Es una buena filosofía.

(Sale Chileno 1. Reinaldo queda solo y triste. Aparece la imagen de Margarita.)

MARGARITA: Reinaldo, sigues tan apenado.

REINALDO: Así estoy desde que te fuiste de mi lado.

MARGARITA: Debes dar vuelta la hoja para seguir viviendo.

REINALDO: No puedo con este dolor que me está comiendo.

MARGARITA: Ya encontrarás consuelo a tu tristeza.

REINALDO: Claro. El día que me vuele la cabeza.

MARGARITA: No digas tonterías que me va a dar la idiotez.

REINALDO: Si quiere baje y pégueme, para así tocarla otra vez.

MARGARITA: Sabes que mi corazón es tuyo desde que te conocí.

REINALDO: De qué me sirve si no puedo estar junto a tí.

MARGARITA: Te prometo que vamos a estar juntos pronto.

REINALDO: (Casi llorando) ¡Yo lo entiendo, pero mi corazón es tonto!

MARGARITA: Te vendré a ver todos los días. Es un pacto. (Se va)

REINALDO: Margarita... yo ya no respondo por mis actos.

75
En el campamento. Es de noche otra vez. Murieta, Reyes y Tresdedos, junto al Caballero
Aristocrático, que sigue grave a pesar de la medicina del Chamán Yaqui.

MURIETA: (A Reyes) ¿Hay algo que puedas hacer?

REYES: Aparte de esperar. Nada.

MURIETA: ¿Estás seguro?

REYES: No soy médico, Murieta. Si puedo servir de enfermero aquí es sólo porque sé
cortar cuero. Por nada más. (Tresdedos se levanta inquieto)

TRESDEDOS: ¿Escucharon?

MURIETA: ¿Qué?

TRESDEDOS: Ruidos.

(Hace un gesto de silencio con los dedos. Se acerca a los arbustos con su navaja
desenvainada y se lanza como un felino sobre los arbustos. Se oyen gritos e imprecaciones
en voz de mujer. Al rato sale Tresdedos con Rosa León en los brazos y una de las
muchachas colgando de un hombro.)

MURIETA: ¿Qué hace acá doña Rosa? Yo la vi muerta con mis propios ojos.

ROSA LEON: Muchos me vieron y hasta yo misma lo creí. Pero cuesta más matar a una
puta vieja que a la hierba mala.

MURIETA: Me parece increíble. Yo mismo vi cuando le dispararon a quemarropa con un


rifle capaz de dar vuelta un barco.

ROSA LEON: ¿Te acuerdas del escapulario que me regaló mi Margarita? Una vez se los
mostré a todos en la taberna.

MURIETA: Claro que me acuerdo. No me diga...

ROSA LEON: Claro que sí. En un principio lo juzgué por tan vulgar. Quién pensaría que
me iba a salvar la vida. Mi Margarita cuando me lo dio, dijo que era para que me
protegiera. Y así no más fue. Aquí está. (Muestra el enorme medallón con una también
enorme abolladura en el centro.)

TRESDEDOS: Dios es redondo, doña Rosa. Y chileno.

76
ROSA LEON: (Refiriéndose a Tresdedos) ¡¿Y este futre?! Tan pendenciero que se le veía
y ahora tan caballero que lo han de ver.

TRESDEDOS: Mucho agua a corrí’o por el río. ¿Y la belleza que viene con usted, doña
Rosa?

MANOLA: Me llamo Manola. Y nada de piropos de entrada, caballero.

TRESDEDOS: (La mira de pies a cabeza) Parece que se les van a acabar los motivos a los
lenguasuelta para que me sigan molestando con el mexicano. (Los hombres ríen. Manola, a
pesar de lo brava que parece ser, no puede evitar sonreírle.)

ROSA LEON: (A Murieta) Supe como terminó tu historia esa noche. No podía dejar de
estar aquí.

MURIETA: Sea entonces muy bienvenida usted y su muchacha.

ROSA LEON: ¿Y quién es el hombre que tienen enfermo ahí?

MURIETA: Usted lo conoce.

ROSA LEON: (Acercándose y reconociéndolo. La afecta mucho saber de quién se trata.)


¡Pero si es mi Caballero Aristocrático! ¡¿Qué es lo que lo tiene así?! ¡Díganme!

REYES: Se intoxicó comiendo unos mariscos que había conseguido.

ROSA LEON: (Reprobando) Lo traicionó su estómago de chileno empedernido. ¿Y no ha


venido un doctor?

REYES: Vino algo parecido. Aunque en un principio mejoró, hasta ahora no conseguimos
mucho.

MURIETA: Hace casi una semana que lo tenemos así. Mitad vivo y mitad muerto.

ROSA LEON: Pues eso lo arreglo yo ahora mismo.

(Abre su bolso y saca unas botellas de adentro)

TRESDEDOS: ¡Aguardiente!

ROSA LEON: Sí, pero no para ti bribón.

(Abre una botella y se la hace beber entera al Caballero Aristocrático, ante el asombro de
todos.)

77
MURIETA: ¿Usted cree que eso funcionará, doña Rosa?

ROSA LEON: Yo trabajé en el puerto toda mi vida. Si de algo sé, es de burdeles y


mariscos.

(Todos se sientan simplemente a esperar si el Caballero Aristocrático reacciona. Así, se


pasarán toda la noche. De pronto Tresdedos se levanta nuevamente.)

TRESDEDOS: Ruidos otra vez. (Huele la espesura como un perro de presa y se lanza
sobre los arbustos. Se oyen gruñidos y voces.)

VOZ: ¡Suélteme! ¡Suélteme señor Mano Amputada. Soy Mountain Jim! (Aparecen los
dos)

MURIETA: Mountain Jim. ¿Alguna novedad?

MOUNTAIN JIM: Sí. Lo de la emboscada a los hombres de la taberna de la finada Rosa


León está listo para mañana en la noche.

ROSA LEON: No llames finada a quien respira.

MOUNTAIN JIM: (Que no conocía a Rosa León) ¿Es acaso usted la dama de la que tanto
se hablaba?

ROSA LEON: La misma.

MOUNTAIN JIM: Es un honor conocer a tan hermoso mito. Yo junté mis pepitas de oro
durante varias semanas para ir a visitarla, pero cuando tenía juntado todo, usted se había
muerto. ¿No estaba muerta, usted? ¿Y quién es la también hermosa muchacha que la
acompaña?

MURIETA: Es una larga historia, Jim, que ya se te contará. Sigue diciéndome que pasa en
el pueblo.

MOUNTAIN JIM: A Reinaldo le ha ido muy bien con el asunto de los mapas. Ha
mandado a muchos a perderse por acá. ¿Han sabido algo de ellos?

TRESDEDOS: Mi cuchillo los encontró. Sigue.

MOUNTAIN JIM: Sí. Un sólo problema, Murieta.

MURIETA: Dime.

78
MOUNTAIN JIM: He ido estos últimos dos días a la oficina donde trabaja Reinaldo y la
he encontrado cerrada. Me he roto los nudillos llamando, pero nadie contesta.

MURIETA: Es muy extraño.

MOUNTAIN JIM: A mi también me parece.

MURIETA: ¿Algo más?

MOUNTAIN JIM: Si. Sobre Crossley. Esta en Stockton en un hotel que yo conozco.

MURIETA: Bien. (Ha quedado preocupado por Reinaldo.)

(Está amaneciendo. De pronto, el Caballero Aristocrático se levanta como un resorte y


corre unos metros. Se apoya en un árbol y vomita durante largos minutos. Está
recuperado. Todos lo celebran, aliviados. Cuando se calma vuelve a cercarse a la fogata.)

CABALLERO ARISTOCRATICO: ¿Señora Rosa?

ROSA LEON: La misma.

CABALLERO ARISTOCRATICO: ¿Acaso yo también he muerto o usted volvió


convertida en ángel?

ROSA LEON: Calle esa boca, caballero bobo. Necesita descansar. Ponga su cabeza en mi
regazo, yo lo cuidaré. (El Caballero Aristocrático obedece. Cierra los ojos pero los vuelve
a abrir de inmediato.)

CABALLERO ARISTOCRATICO: (Como queriendo saber si es cierto) ¿Doña Rosa?

ROSA LEON: ¿Si?

CABALLERO ARISTOCRATICO: Pensé mucho en usted.

ROSA LEON: (Conmovida por primera vez ante un piropo de un hombre) Yo también.
Ahora duerma, caballero mío. (El Caballero Aristocrático se duerme)

MURIETA: Bien. Me alegro mucho por la recuperación de nuestro amigo. Le agradezco


señora Rosa, pero ahora debo partir al pueblo. García, acompáñeme.

TRESDEDOS: ¿A esta hora? (Murieta sólo le lanza una mirada) Está bien, Murieta. Yo te
sigo. (Murieta sale. Antes de salir, Tresdedos toma por los hombros a Mountain Jim)
Muchacho, respecto a lo de Mano Amputada de denantes, tampoco puedes llamarme así.
¿Está claro?

79
MOUNTAIN JIM: Sí, señor García.

TRESDEDOS: Así está mejor. Otra cosa (En voz baja) a esa muchachita (Se refiere a
Manola) yo la vi primero. (Sale)

Elipsis

En el pueblo. Murieta junto a Tresdedos frente a la puerta de la oficina de Reinaldo.


Murieta golpea reiteradas veces pero nadie contesta. Cansado, da una fuerte patada y la
puerta se abre. Dentro, Reinaldo cuelga del cuello por una cuerda atada a una viga del
techo. Murieta y Tresdedos observan todo en silencio y en sus rostros se observa como la
ira se acumula. Murieta anota algo en un papel y se lo entrega a Tresdedos.

MURIETA: Ve al campamento y anuncia cambio de planes. Luego regresa aquí mismo.

(Murieta descolgará el cuerpo de Reinaldo y le dará sepultura bajo el entablado de la


oficina, muy afectadamente.)

En la taberna de Doña Rosa, que está colmado de gente, sobre todo de gringos. Es la
noche del mismo día. Murieta y Tresdedos entran disfrazados de mexicanos. Se sientan en
una mesa y beben en silencio. Al poco rato entra Land, que ahora es el Sheriff de la
comunidad. Mira alrededor de toda la taberna y parece identificar a Murieta, a pesar del
logrado disfraz. Land se acerca a la mesa que ocupan Murieta y Tresdedos.

LAND: (A Murieta) ¿Lo conozco de algún lado, señor?

MURIETA: (Muy decidido, descubriéndose la cara) Claro que me conoce, Sheriff. Pero
de otros tiempos, y con otro nombre. Y ahora lo va a olvidar.

LAND: No deberías estar aquí, Murieta. Si te descubren, no te podría defender.

MURIETA: Usted haga su trabajo, Land, que de mis asuntos me ocupo yo.

NUCKEY: (A Land) ¡¿Qué haces hablando con esos sucios mexicanos, Land?!

LAND: ¡Ocúpate de lo tuyo, Nuckey!

NUCKEY: Ok, Land. Pero después no te acerques a nosotros porque nos puedes contagiar
la sarna.

TRESDEDOS: Le aseguro que soy más limpio que usted, gringo de mierda.

NUCKEY: (Asombrado) ¿Qué dijo ese mexicano?

80
MURIETA: Le dijo gringo de mierda, señor. Pero discúlpelo, no sabe lo que dice.

NUCKEY: (Se acerca a la mesa de Murieta y Tresdedos) Tu tampoco sabes lo que dices,
grasiento mexicano.

MURIETA: Tiene razón, no sabemos lo que decimos, pero si sabemos lo que hacemos. (A
un tiempo, Murieta y Tresdedos sacan sus navajas. Murieta degolla a Nuckey y Tresdedos
a un gringo de la mesa contigua.) Además, somos chilenos y mi nombre es Murieta.

(Huyen ambos chilenos. Tresdedos degolla a otro gringo que quiso intercederle el camino.
Los gringos quedan estupefactos. Sólo reaccionan después de un rato.)

HOPPKINS: ¡¿Qué esperan?! ¡Hay que seguirlos!

Elipsis

(Todos los gringos salen tras Murieta y Tresdedos. Afuera cogen sus cabalgaduras y
preparan sus armas. Se dan voces y aparecen numerosos más. Llegan a formar un enorme
bando de 50 o 60 hombres. Mountain Jim se mezcla entre ellos y los ayuda a preparar sus
monturas.)

MOUNTAIN JIM: (Señala hacia el cerro que conduce a las rocosas) ¡Se fueron por allá!

El enorme tropel de gringos sigue la dirección que les señaló el muchacho. Al llegar a una
quebrada a los pies del cerro señalado, los espera, perfectamente camuflada, toda la
banda de Murieta. En una ataque feroz y de gran eficacia, aniquilan a todos los jinetes
yanquis. Luego, no contentos con el resultado, toman las monturas sobrantes y, unidas a
las que ya poseen, se lanzan en bloque con dirección al pueblo. A pesar de que Land,
sospechando la maniobra preparada por Murieta, alcanza a organizar un grupo de
resistencia, la fuerza de su banda termina por acabarlos. Luego continúan la faena
atacando al pueblo entero. Incendian, matan y saquean. Así, en una maniobra que no dura
más de veinte minutos, la banda de Murieta asesina a más de cien hombres y destroza,
prácticamente, todo el pueblo.

VOCEADOR DE PERIODICOS: ¡Extra! ¡Extra! ¡Banda de Murieta asola Sacramento!


¡Un millón de dólares en perdidas y más de cien hombres muertos! ¡Extra! ¡Extra! ¡Se
forma Ejército para combatir a Murieta y sus forajidos! ¡El capitán Harry Love encabezará
la ofensiva contra el mal!

En Stockton. Murieta y Tresdedos buscan a Crossley en el Hotel Dorado.

81
MURIETA: (A una camarera, increíblemente bella y parecida a Teresita. Ella está
asustada ante la presencia de Murieta, aunque no sabe de quién se trata.) ¿Cómo te
llamas, muchacha?

CARMELA: Carmela Félix, señor.

MURIETA: Carmela. ¿Mexicana no?

CARMELA: Sí, señor.

MURIETA: Bien, Carmela. Busco al señor Crossley. ¿Se hospeda en este hotel?

CARMELA: Sí señor, es el Sheriff de la comunidad. Pero ahora no se encuentra.

MURIETA: (Sorprendido) ¡El Sheriff! ¿Y cuándo lo puedo encontrar?

CARMELA: No lo sé señor. Entra y sale sin avisar nada.

MURIETA: ¿De qué parte de México eres, Carmela?

CARMELA: De Sonora, señor.

MURIETA: ¿De Sonora? ¿Conoces Sonora, García?

García: Sí. Es un valle muy hermoso.

MURIETA: No me cabe ninguna duda. Y viniendo de una tierra tan hermosa, ¿qué te hizo
venir a este sucio país?

CARMELA: Lo que a todos, señor. La pobreza. (Murieta la mira intensamente. Carmela


baja la mirada.)

MURIETA: Bien. ¿Puedes dejar este mensaje al señor Crossley? (Le pasa un papel)

CARMELA: Sí, señor.

MURIETA: Pero no le digas que nos viste, ¿está bien?

CARMELA: Sí, señor.

MURIETA: Gracias, Carmela.

CARMELA: Por nada, señor. (Comienza a salir, pero antes de hacerlo del todo se detiene
y se voltea) ¿Podría decirme su nombre, señor?

82
MURIETA: (Sonriendo ampliamente) Joaquín. Me llamo Joaquín, Carmela.

CARMELA: Adiós, Joaquín. (Sale)

TRESDEDOS: (Muy pícaro) ¡Así que Joaquín se llama el picarón! No que era “Murieta”
para todo el mundo.

MURIETA: Todo tiene su excepción, García, todo tiene su excepción. (Salen)

En el campamento. Todo el resto de la banda.

CABALLERO ARISTOCRATICO: (A Rosa León, que prepara un elegante vestido para


Manola) ¿Está segura que Murieta dio esa orden, señora mía?

ROSA LEON: Claro que sí. Yo misma recibí el mensaje de manos de Mountain Jim. La
Manola debe viajar ya mismo a Stockton.

CABALLERO ARISTOCRATICO: ¿Y a cargo de ese mozuelo? (Refiriéndose a


Mountain Jim)

MOUNTAIN JIM: Si Murieta confió en mí, es porque ya no soy un mozuelo, señor.

CABALLERO ARISTOCRATICO: No quise ofenderte Mountain Jim.

MOUNTAIN JIM: (Imitando en gestos y actitud a Tresdedos, a quien en el fondo


admira.) ¡Silencio! ¡Oigo ruidos!

(Saca su navaja y, tras olfatear a la usanza de Tresdedos, se lanza sobre unos arbustos. Al
rato aparece con el Caballero Amotinado, que está aterrado, bajo su brazo. Mountain Jim
está a punto de cortarle el cuello.)

CABALLERO ARISTOCRATICO: ¡Un momento! Yo conozco a ese hombre, déjalo


Mountain Jim. (Mountain Jim lo suelta, fastidiado)

CABALLERO ARISTOCRATICO: (Al Caballero Amotinado, que tiembla de miedo)


¿Me puede decir que hace por acá, señor mío? (El Caballero Amotinado no responde)
¿Acaso le ha cortado la lengua algún yanqui? (Sigue sin hablar) ¡Conteste, pues hombre!

(El Caballero Amotinado, por toda respuesta, busca entre sus bolsos hasta que encuentra
un balón de fútbol y una enorme bolsa con zapatos y camisetas de fútbol. Los muestra
todos.)

CABALLERO AMOTINADO: (Con voz casi inaudible) ¡Lo de la pelota! ¿Se acuerdan?

83
Elipsis

Mountain Jim y la Manola, cabalgando sobre el mismo animal hacia Stockton.

MOUNTAIN JIM: ¿Qué piensa sobre lo que dijo el Caballero Aristocrático, ese?

MANOLA: ¿Sobre qué?

MOUNTAIN JIM: Sobre que soy todavía un mozuelo. Yo pienso que no. Incluso ya
podría ser su novio.

MANOLA: Para algunas cosas eres ya todo un hombre, Jim. Pero para otras, eres apenas
un mocoso.

MOUNTAIN JIM: (Ofendido) ¿Acaso es más hombre ese Tresdedos?

MANOLA: Para algunas, seguro que sí.

MOUNTAIN JIM: Qué va a ser hombre. ¿Sabía que dicen que duerme con el mexicano,
ese?

MANOLA: No, no lo sabía. Pero le diré que tu me lo contaste y le preguntaré si es verdad

MOUNTAIN JIM: (Asustado) No, mejor no le diga nada. Olvídese de lo que le dije. Son
puros chismes de envidiosos.

Cuadro 5

Stockton, en el “Hotel California”. Murieta habla en voz baja con Land. Entra Tresdedos
justo en el momento en que Land se marcha.

TRESDEDOS: ¿Quién era ese hombre, Murieta?

MURIETA: Nadie importante.

TRESDEDOS: ¿Cómo que nadie importante? Era el Sheriff de Sacramento. ¿Qué hacías
hablando con ese gringo, Murieta?

MURIETA: García, confía en mí. Te lo diré en el momento oportuno. Por ahora guárdate
la curiosidad. ¿Ok? (Tresdedos asiente) ¿Llegaron?

84
TRESDEDOS: Sí. Están esperando en la habitación.

MURIETA: Bien. Que todo se haga como está planeado.

En la habitación de Crossley. Crossley y la Manola, vestida con finas ropas.

CROSSLEY: Así que su marido no la deja en paz, señora.

MANOLA: Mi ex marido. Tal como se lo he contado. Sé que es usted un hombre muy


respetable, además de ser el Sheriff. Por eso he acudido en su ayuda.

CROSSLEY: ¿Y qué debo hacer?

MANOLA: Sólo defenderme, si es el caso. Se trata, además, de apenas un muchacho.


Sobre todo comparado con usted, al que la hombría le florece en los hombros.

CROSSLEY: (Libidinoso) Si usted lo dice.

MANOLA: Llegará en un par de horas. Viene viajando desde Sacramento donde estuvo
buscando oro. Piensa que ahora, sólo porque es rico, puede obligarme a estar a su lado.

CROSSLEY: ¿Cuánto tiempo trabajó en los lavaderos?

MANOLA: Casi tres años, señor.

CROSSLEY: (La codicia brilla en sus ojos) ¿Y cuánto oro logró acumular? Si no es
mucha la indiscreción.

MANOLA: Más de cuatro sacos, según me informó en su último telegrama.

CROSSLEY: Bien. ¿Y ahora que debemos hacer?

MANOLA: Solamente esperar, señor, si no le incomoda.

CROSSLEY: Para nada. Si prefiere se puede sentar acá, (Señala la cama) para que esté
más cómoda.

MANOLA: (Insoportablemente insinuante) Si a usted no le molesta.

CROSSLEY: La estoy invitando.

(Manola se sienta a su lado. Se miran a los ojos y Crossley la besa en los labios. Manola
responde al beso.)

85
En la Habitación Contigua. Murieta tiene la oreja pegada a la pared, intentando escuchar
la conversación. De pronto entra Carmela Félix, a hacer las labores de aseo de la
habitación.

MURIETA: ¡Carmela! ¡Shhh...!

CARMELA: ¡Joaquín! (En voz baja) ¿Qué hace usted acá?

MURIETA: No puedo explicarle. Acompáñeme acá y guarde silencio, por favor.

CARMELA: Creo que será mejor que salga.

MURIETA: Por favor, acompáñeme. (Le toma una mano.)

CARMELA: Está bien. Pero si me cuenta qué hace acá.

MURIETA: Algún día te contaré. Te lo prometo.

(Se Miran largamente a los ojos. Murieta, en un momento, se siente tentado a besarla,
pero reprime el impulso. Carmela sonríe.)

En la habitación de Crossley. Crossley y Manola se besan apasionadamente. Todo los


movimientos que realizan conducen al acto sexual, pero en un momento dado, Manola se
separará afectadamente de Crossley.

MANOLA: Esto no es correcto, señor Crossley.

CROSSLEY: ¿Por qué no, pequeña? Eres una mujer hermosa, creo que podría
perfectamente enamorarme de ti.

MANOLA: ¿Lo dice de veras?

CROSSLEY: Por supuesto.

MANOLA: (Luego de un largo e intencionado silencio repleto de simulada candidez.) Yo


también... podría enamorarme de usted.

CROSSLEY: Entonces ¿Cuál es el problema?

MANOLA: (Instigante) Mi marido.

CROSSLEY: Pues nos deshacemos de él.

MANOLA: ¿Usted haría eso por mí?

86
CROSSLEY: Lo haría.

MANOLA: Pero tendríamos que deshacernos absolutamente de él. Si lo dejamos vivo, ese
infeliz nos haría la vida imposible.

CROSSLEY: Lo matamos entonces.

MANOLA: ¿Está seguro?

CROSSLEY: Seguro.

MANOLA: Entonces vamos a esperarlo a la entrada del pueblo. Ahí podemos emboscarlo
y matarlo sin que nadie se entere.

CROSSLEY: Me gustas, muchacha. Piensas muy rápido.

MANOLA: Gracias. Y tu también me gustas mucho. (Se besan. Crossley toma su revólver
y lo guarda. Salen.)

En un descampado. Manola y Crossley.

MANOLA: Debe faltar una hora, por lo menos, para que aparezca.

CROSSLEY: Entonces, sólo hay que esperar. (Toma su revólver y lo carga.)

MANOLA: Ahora que sé que vamos a estar juntos, si tu quieres, podemos continuar lo que
empezamos en el hotel.

CROSSLEY: (Ufano) Claro que quiero, pequeña.

Comienzan a besarse apasionadamente. Manola incita abiertamente a Crossley para que


realicen el acto sexual. Crossley se dejará tentar y le quitará la ropa interior a Manola,
dejando su revólver a un lado. Luego, él se desviste también de su parte inferior. Siguen
besándose y Crossley se monta sobre ella. Cuando está a punto de penetrarla, aparecen
Murieta y Tresdedos, armados y por su espalda.

MURIETA: ¿La estás pasando bien, Crossley? ¿Tan bien como lo pasaste con mi mujer, o
sólo gozas cuando una mujer se te resiste?

MANOLA: Menos mal que aparecieron. Un minuto más y hubiese tenido que tragarme el
asco de sentir a este animal dentro mío.

MURIETA: Buen trabajo, Manola. Te debo una.

87
MANOLA: Págamela ahora mismo.

MURIETA: ¿Cómo?

MANOLA: Regálame a tu primer Lugarteniente.

MURIETA: (Sonriendo) ¿Qué dices, García? ¿Te regalo o no?

TRESDEDOS: (Sonriendo también) Yo obedezco órdenes.

MURIETA: ¿Y no se enojará el mexicano?

TRESDEDOS: Dejémoslo que se enoje, no más.

MURIETA: Bien. Entonces, Manola, te regalo al lugarteniente García.

CROSSLEY: (Que, al ver el buen humor del hombre, aún mantiene una esperanza.)
Murieta, déjame explicarte, no sucedió como tu piensas...

Murieta toma a Crossley por el cuello y lo levanta. Ayudado por Tresdedos lo trasladan
unos metros donde han preparado un curioso aparato de maderas donde sobresale una
gran lanza de madera. Sin demorarse en falsos rituales, suben al Crossley sobre una
plataforma, y dejándolo caer violentamente, lo empalan a la enorme estaca de madera.
Luego le cortan la cabeza y la mano derecha y las guardan en unas bolsas de cuero.

Elipsis

En el campamento. Harry Love dirige un ataque terrible sobre Murieta y su banda. Sin
embargo, Murieta, informado por Land de este ataque, mueve las piezas de modo que
nadie resulte herido. En un momento determinado, Murieta se verá enfrentado solo a todo
el batallón de Love acorralado a una enorme pared de piedras. Cuando todos los hombres
apunten sus armas sobre su cuerpo, él desaparecerá sin dejar rastro ni explicación
plausible de cómo lo hizo posible.

Taberna de doña Rosa. Es el otro día. Los Rangers de Love, intentan explicar el milagroso
escape de Murieta.

RANGERS 1: ¿Cómo lo hizo?

RANGERS 2: I don’t know

RANGERS 3: ¡Es increible!

88
(Piensan durante un largo rato mientras beben Whisky)

RANGERS 1: ¿Cómo lo hizo?

RANGERS 2: I don’t know.

RANGERS 3: ¡Es increíble!

(Vuelven a pensar durante un rato más largo ahora. Siguen bebiendo Whisky. Ahora están
casi borrachos.)

RANGERS 1: ¿Cómo lo hizo?

RANGERS 2: I don’t know.

RANGERS 3: ¡Es increíble!

HARRY LOVE: ¡¿Se quieren callar?! Déjenme pensar a mí ahora.

(Pensará durante un largo rato. Hará lo imposible por encontrar la solución en su cabeza,
pero sólo encontrará las siguiente palabras.)

HARRY LOVE: ¿Cómo lo hizo?

(Larga pausa)

HARRY LOVE: I don’t know.

(Larga pausa)

HARRY LOVE: (Muy irritado) ¡Es increíble!

(Cuando Love se ha tranquilizado, los hombres siguen bebiendo)

RANGERS 1: ¿Cómo lo hizo?

RANGERS 2: I don’t know.

RANGERS 3: ¡Es increíble!

(Siguen bebiendo. Tras un largo rato.)

HARRY LOVE: Creo que no nos estamos haciendo las preguntas correctas...

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Cuadro 6

RACONTO

En Stockton. Murieta, luego de matar a Crossley, regresa al Hotel Dorado. Murieta y


Carmela Félix.

MURIETA: (Como nunca, le cuesta hablar) Quiero hablarte, Carmela.

CARMELA: Ya sé quién eres, Joaquín. Creo que lo supe apenas te vi.

MURIETA: ¿No te importa?

CARMELA: Todos tenemos una historia atrás. Y todas se pueden explicar.

MURIETA: Eres hermosa, Carmela.

CARMELA: No. Tal vez no soy fea, pero algo me falta para ser hermosa.

MURIETA: ¿Qué?

CARMELA: Lo mismo que te falta a ti para volver a ser el hermoso Joaquín que fuiste
antes.

MURIETA: ¿Quieres volver a México, a ser una mujer hermosa?

CARMELA: A Sonora.

MURIETA: A Sonora. Espérame en la frontera, Carmela. Debo solucionar algunos


asuntos antes. Te prometo que estaré ahí en menos de una semana.

CARMELA: No necesito promesas, Joaquín. Te esperaré y sé que llegarás. (Se dan un


largo beso de amor)

Raconto

La noche anterior. Murieta ha bebido la Ayahuasca nuevamente. Verá la imagen de


Teresita.

MURIETA: Creo que es hora de terminar, Teresita. Ya las fuerzas no me quieren seguir
en esta venganza que parece eterna. Si antes murió Joaquín, ahora quiere morir Murieta. Sé
que entenderás, porque siempre entendiste mejor que yo. Me enamoré de otra mujer y con
ella nazco de nuevo como morí en ti. He limpiado tu memoria y ahora quiero limpiar la

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mía. Cuando las puertas se me cierren también a mí, nos encontraremos en algún sitio
diferente a California. Te alcanzaré alguna vez, te lo prometo. Ahora debo irme. Aunque sé
que tu me seguirás acompañando. Acompaña también a mis amigos que me ayudaron en
todo este sinsentido. No me arrepiento de lo que hice, pero si naciera otra vez no lo haría
de nuevo. La sangre derramada no limpiará California y este país seguirá creciendo en el
odio hasta transformarse en un horrible Murieta del mundo.

En la taberna de doña Rosa .Los Rangers continúan pensando y bebiendo Whisky.

RANGERS 1: ¿Cómo lo hizo?

RANGERS 2: I don’t know.

RANGERS 3: ¡Es increíble!

(Larga pausa)

RANGERS 1: ¿Cómo lo hizo?

(Entra un yanqui muy exaltado)

YANQUI: ¡Han matado a Murieta! ¡Han matado a Murieta!

RACONTO

En el campamento. La noche anterior.

MURIETA: (A Reyes) Es el último favor que te pido.

REYES: Lo haré encantado, Murieta. Creo que nunca terminaré de limpiar mi culpa
contigo.

MURIETA: Has sido un amigo de los más leales, Reyes. Ya no tienes ninguna deuda
conmigo. Estamos en paz. Sólo te pido que hagas este último trabajo. Cuando lo termines,
entrégaselo a García y luego lárgate.

REYES: Será mi mejor creación, Murieta. Te lo prometo.

MURIETA: Llámame, Joaquín, amigo mío.

REYES: Como quieras, Joaquín. (Se dan un largo abrazo. Luego Murieta le entrega la
cabeza y la mano de Crossley.)

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En un descampado. Murieta, Tresdedos, y Land. El cuerpo muerto de Crossley yace en el
suelo con las ropas de Murieta.

MURIETA: Todo termina en paz, Land.

LAND: ¡Qué más quisiera yo! No te juzgo, Joaquín. Te comportaste como cualquier
hombre con honor lo hubiese hecho.

TRESDEDOS: Aquí está el trabajo de Reyes.

(Saca de un bolsón de cuero la cabeza y la mano de Crossley. Tras el tratamiento dado por
Reyes, están idénticas a la cabeza de Murieta y la mano mutilada de Tresdedos. Land
ubica la cabeza de modo que parezca recién desprendida.)

TRESDEDOS: (Mirando la mano) Este si que es un verdadero Tresdedos. No como yo,


que tengo ocho.

LAND: Yo me encargaré de arreglar el asunto del cuerpo de “Tresdedos” y explicar la


mano cortada a “Murieta”. Ahora lárguense, hombres.

MURIETA: ¿Estás seguro que no lo notarán?

LAND: No te preocupes. Son Rangers. (Los tres hombres ríen.)

(Murieta y Land se dan un fuerte abrazo.)

MURIETA: (A Tresdedos) ¿Qué piensas hacer, García?

TRESDEDOS: ¿Yo? No sé. Seguir matando gringos, supongo...

MURIETA: Si apareces por Sonora, pasa a visitarme.

TRESDEDOS: Lo haré, Joaquín, lo haré... Lo pasamos bien, ¿no te parece?

MURIETA: Lo pasamos bien (Salen)

Elipsis

Llegan los Rangers al sitio donde se encuentra Land junto al Cuerpo de Crossley, sin
siquiera percatarse o cerciorarse de quién se trata. Con gran algarabía, ensartarán la
cabeza de “Murieta” y la mano de “Tresdedos” en grandes lanzas y, al son militar de la
banda de los Rangers, marcharán eufóricos hacía el pueblo.

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Cuadro 7

San Francisco. Gran cantidad de gente se desplaza por sus populosas calles.

VOCEADOR DE PERIODICOS: ¡Extra! ¡Extra! ¡Murieta ha muerto! ¡Murieta ha


muerto junto a su Lugarteniente Tresdedos García, gracias a la acción de los heroicos
Rangers de California, capitaneados por el valiente Harry Love! ¡Extra! ¡Extra! ¡Murieta
ha muerto! (Un hombre se acerca y le dice algo al oído) ¡Extra! ¡Extra! ¡Vea su cabeza y
la mano de Tresdedos en el Museo de San Francisco en la esquina de las calles Haleck y
Sansón, por sólo un dólar la entrada! ¡Extra! ¡Extra! ¡Murieta ha muerto!

(La gente, al escuchar la noticia de la exposición de la cabeza de Murieta, corre hacia el


Museo para no perderse tamaño espectáculo. Entre la aglomeración de gente se distingue
la figura del Caballero Aristocrático caminado junto a Rosa León.)

CABALLERO ARISTOCRATICO:
El museo se repleta
por mirar una cabeza
Que ellos juzgan con certeza
Pertenecer a Murieta.
La gente corre y se aprieta
Para mirar la novedad
Que ha llegado a la ciudad:
¡Joaquín Murieta está muerto!
¡Joaquín Murieta está muerto!
Se grita con festividad.

Pero yo conocí a Joaquín,


Como lo conoció esta dama,
En su verdadera fama,
Y jamás voy a consentir
Lo que esos pretenden decir
Exhibiendo una cabeza
Que no tiene la nobleza
De ese chileno bandido
Que aún sigue escondido
En alguna selva espesa.

Dicen que se ha muerto Murieta


En la California que dejo
¡Claro que se murió Murieta!
¡Pero se fue a morir de viejo!

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THE FIN

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