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06 Se Wanted
06 Se Wanted
06 Se Wanted
Cuadro 1
JOAQUIN: Como que la tierra es redonda, Teresita. ¡En California encuentras más pepas
de oro en un solo puñado de tierra, que piojos en toda la gran cabeza del atorrante de tu
hermano!
REINALDO: Es verdad. Dicen que los hombres mueren en las noches, por tropezar
borrachos con el oro acumulado en el día. Se van de bruces sobre el arroyo y sin darse
cuenta qué los tumbó, en pocos minutos ya están ahogados. ¡Es que dicen que lo que se
encuentra no son pepitas, sino camotes de este volado!
TERESITA: No sé, tengo miedo. Nadie me quita del mate que en el asunto hay mucho de
cuento. Si hubiera tanto oro como dicen ¿Cómo es que los gringos no lo quieren todo para
ellos? ¿Y hasta dejan que vaya cualquiera a hacerse rico? No sé…
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JOAQUIN: Porque está naciendo un nuevo pensamiento, Teresita. América será la tierra
de la libertad. La riqueza ya no será sólo para los poderosos, sino para todo hombre capaz
de soñar y trabajar. Nos necesitan a nosotros para construir ese sueño, un país libre,
Teresita. Además, el chileno tiene fama mundial de gente trabajadora y honesta…
JOAQUIN: En unos minutos. Allá buscaremos un lavadero propio, de los Murieta y para
tu hermano el mismo porvenir. Te lo aseguro Teresita: Mientras viva no sufrirás carencia ni
de abrigo ni de pan, en California florecerás como una rosa pues el cariño te sobrará. Lo
que promete un Murieta es un acto irrevocable. Serás la gran dama que mereces, confía en
mi, ya soy un hombre, sé como proteger a una mujer.
TERESITA: (Luego de una larga pausa.) Entonces a apurarse, no sea el caso que mi
padre se dé cuenta que no estamos y salga a buscarnos.
REINALDO: (Con los ojos muy abiertos, súbitamente aterrado por el recuerdo de su
padre) ¡Yo me quedo! ¡En realidad soy apenas un muchacho y si el viejo me atrapa me da
una zumba hasta hacerme llorar de los coscachos!
JOAQUIN: Quédate y sigue siendo lo que siempre has sido. Yo volveré hecho un
caballero de las orejas a las botas y tu hermana convertida en una dama que tu padre jamás
soñó. No tendrá otra opción que tragarse su orgullo ácido y vomitarlo si se le antoja, pero
va a recibirnos con respeto y alegría.
REINALDO: Si lo curtes bien curtido y le agregas grasa de caballo, brilla como un rayo.
¡Vamos! (Se van en dirección al barco y suben por el puente.)
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CABALLERO AMOTINADO: Y eso ¿qué me garantiza?
CAPITAN: (Molesto) ¡Sesenta días de viaje para llegar, que no se los garantizo! Del resto,
no tengo la más vulgar idea y francamente me importa un cuerno. Tómelo o déjelo. Si no,
¡váyase a freír monos al África, señor!
CAPITAN: Como usted quiera. (Aparecen Rosa León, mujer de carnes espléndidas, y
Margarita, aunque menor en edad, del mismo esplendor y belleza.)
CAPITAN: Buenas tardes, dama. (Desde ese momento el Capitán no dejará de mirar a las
mujeres con descarado apetito, sobre todo a Margarita, que se siente evidentemente
incómoda.)
ROSA LEON: Buenas para usted, Capitán. (A Margarita) Busca en tu bolso los cien pesos
para pagar el pasaje, niña. (Al Capitán) He oído decir que es ésta la goleta más rápida de
todo el Pacífico Sur, Capitán. ¿Es eso cierto?
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CAPITAN: Eso es lo que dicen y esa es la verdad, mi querida dama.
ROSA LEON: Pues permítame ponerlo en duda, Capitán. He conocido en este puerto
numerosas fragatas y goletas y ésta, a juzgar por su pura apariencia, no se me hace a la idea
de que sea muy veloz.
CAPITAN: Se equivoca usted, mi estimada dama. Esta goleta, así como la ve, (Recita
como de memoria, para impresionarlas) surca los mares con una velocidad inconcebible,
como si fuese un potro cabalgando por las olas, cual si fuesen suaves colinas de tierna
hierba.
ROSA LEON: Pues en ese caso, el potro debe ir cabalgando en el puente de mando,
Capitán.
MARGARITA: ¿Está segura que los guardó aquí, Madrina? Porque yo no recuerdo que
usted...
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ROSA LEON: (Rápidamente, interrumpiéndola) Claro que estoy segura, niña. Yo misma
los puse ahí esta mañana.
ROSA LEON: ¡Te digo que estoy segura, niña! (Al Capitán) Perdone el contratiempo,
capitán, pero nos han robado y vamos a necesitar su ayuda.
CAPITAN: Yo...
ROSA LEON: Necesitamos que nos deje embarcar de todas formas. Una vez en San
Francisco, haré que se le reembolse el costo total de los pasajes a cuenta de mi hermano,
que es minero de los afortunados, y que reside en California hace dos años.
MARGARITA: ¿De qué hermano está habl...? (Rosa León le tapa la boca con su mano.)
ROSA LEON: (Se muestra muy sensual y persuasiva) Yo le prometo que he de pagarle
hasta el último peso, Capitán. En el peor de los casos, permita integrarnos a las dos como
miembros de la tripulación, ayudaremos en la cocina, en el aseo de la cubierta o hasta en el
puente de mando o donde usted disponga.
CAPITAN: ...En realidad... no... yo no soy el Capitán... yo soy sólo un alférez, el Capitán
está durmiendo en su camarote.
ROSA LEON: (Luego de asimilada la sorpresa, cambia absolutamente el trato para con
el hombre.) Dígame una cosa, señor alférez ¿Por casualidad su Capitán no está ahora
durmiendo la borrachera?
ROSA LEON: Tanto mejor, ese pelafustán se emborrachó conmigo anoche, así que vaya a
su camarote y lo despierta para decirle que la señora Rosa León lo espera en el puente de
entrada para hablar con él.
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CAPITAN: Pero señora, al Capitán no le va a gustar que lo despierte...
ROSA LEON: Pues lo despierta usted o lo despierta el guardiamarina después que yo vaya
a denunciarlo a la oficina por abandono de sus labores.
ROSA LEON: Va a tener que hacerlo no más pues, señor alférez, o me voy a ver obligada
a denunciarlo. (Pausa. Viendo que el hombre no le obedece.) Y a usted también, por
suplantación de grado.
CAPITAN: Pero señora, yo apenas… (Se ve muy compungido, casi al borde del llanto,
contrasta absolutamente con su actitud dominante del inicio)
ROSA LEON: (Ablandada por la compasión) O la otra opción que le queda es que
arreglemos todo por las buenas y entre nosotros. (Adoptando otro tono, corporal y de voz)
Yo puedo recompensarlo muy bien cuando usted quiera.
CAPITAN: (Muy tentado con la idea) ¿De veras? (Pausa) ¿Y me podría recompensar su
ahijada también?
ROSA LEON: (Intenta tranquilizar a Margarita) ¡Sosiégate, niña! (Al Capitán) Para que
éste rubí llegara a recompensarlo a usted, tendría que hacer subir por lo menos cincuenta
hombres como polizontes.
(Aparece el Caballero Aristocrático, que ha oído, aunque no muy bien, la última parte de
la conversación)
ROSA LEON: (Viendo que se le abre una ventana) Le explicaba al “Capitán”, aquí
presente, que esta tarde he sido víctima de un robo, del que no me he percatado sino hasta
ahora, cuando me disponía a pagar mi pasaje hasta California, donde me es perentorio
viajar hoy mismo pues mi hermano me espera con urgencia. Habiéndole ofrecido yo
reembolsarle el costo total una vez arribado a tierras americanas, mediante el oro que mi
propio hermano de muy buena gana le hubiese entregado, él se ha negado aduciendo
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razones de competencia que yo, obviamente, comprendo. Heme, aquí, entonces, sola y sin
un peso en los bolsillos, desesperada y para colmo de mis pesares, acompañada por mi
ahijada que es joven y sin culpa alguna de nuestros infortunios.
(Suben todos, incluidas mulas y cargas. Rosa León y Margarita agradecen al Caballero
Aristocrático y se quedan atrás para entrar de las últimas.)
ROSA LEON: (Al Capitán) Pase para acá esos cien pesos.
CAPITAN: Pero...
ROSA LEON: (Hace un gesto que recuerda y resume todas las amenazas hechas hace un
rato) Pase, le digo.
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Lo perseguirían civiles y militares
A él y su gran banda por todos los caminos,
Todo por vengarse de unos yanquis asesinos
Que cobardemente le mataron sus amores.
Ya está en la goleta todo el mundo. Se escuchan diversas voces de mando y los hombres
trabajan afanosamente. Con un estruendo general se celebra el éxito de las maniobras y la
goleta comienza por fin a zarpar. Durante todo el viaje Joaquín, que mantendrá un
riguroso segundo plano, aparecerá con un tablero de ajedrez en sus manos y jugará con él,
de preferencia junto al caballero aristocrático, en cada momento libre del que goce.
Canción de partida
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MARGARITA: Yo voy a estar mandando
Puras cartas al correo
En este bergantín de velamen curioso, navegan los hombres y mujeres que la ambición
arrancó al país para entregarle sus sudores al coloso del norte. Ellos vieron en California
a la loba que, generosa, amamantó a los gemelos huérfanos Romanos. Los hombres y
mujeres buscaron sus ubres con el fanatismo que distingue a los pueblos capaces de
grandes empresas. Unos bebieron néctar de riqueza y porvenir, otros, los muchos, los más,
confundieron en sus sueños, a la loba con el chacal.
Cuadro 2
REINALDO: (A Margarita) ¿Qué era ese asunto de las cartas que enviaría por correo,
señorita?
REINALDO: Pero no es para que se ponga brava, no quisiera molestarla. Sólo pregunto
por si es que pudiera de algún modo ayudarla.
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MARGARITA: Entonces no pregunte más.
REINALDO: Sólo una preguntita más, para retirarme resignado. ¿Esas cartas que enviará
son acaso para un enamorado?
MARGARITA: ¡No le permito que hable así de un hombre que no ha visto nunca!
REINALDO: (En voz baja) No sé por qué sospecho que ese tipo no es más que un chanta.
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MARGARITA: ¿De veras?
REINALDO: Como que los perales nos dan peras. ¿De qué trataría el asunto?
REINALDO: Pues resulta que yo mismo soy más burro que un caballo. (De pronto, se
ilumina) Pero se me acaba de ocurrir una solución, ya la tengo ideada: Mi hermana Teresita
fue al colegio de las Inmaculadas, así que lee y escribe sin complicación.
REINALDO: (Vencido) Si usted me lo pide así... hagamos una cosa, usted me dice a la
oreja lo que quiere decirle a él y yo me lo aprendo de memoria, luego voy donde mi
hermana a contarle la historia y ella lo escribe rápido sobre una papel.
REINALDO: Como que me llamo Reinaldo Quintero. (Margarita se acerca y le dice todo
al oído) (Risas cómplices)
CAPITAN: (Un tanto nervioso y avergonzado por la mirada penetrante de Rosa León)
Usted dirá.
CABALLERO AMOTINADO: Vengo a reclamar, junto a estos hombres, por el trato que
se nos dispensa.
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CAPITAN: Pero así siempre ha sido para los pasajeros de tercera clase.
ROSA LEON: ¿No pretenderá usted que yo suba hasta cubierta cada vez que necesite
hacer mis aseos personales?
ROSA LEON: Pues eso va a tener que cambiar. Quiero una habitación en primera clase. Y
otra para mi ahijada.
CAPITAN: Pero señora, (En voz baja) yo no puedo hacer eso, usted sabe, no me siga
perjudicando, por favor.
ROSA LEON: (En el mismo volumen) Y usted sabe que yo no lo he perjudicado para nada
en relación a lo que podría. Además, esa habitación podría serle muy cómoda a usted
mismo.
CAPITAN: (Piensa un momento) Voy a hacer una excepción solamente por usted... y por
su ahijada.
ROSA LEON: Ya le dije, por mi ahijada tendría que darnos la misma suite del Capitán.
CAPITAN: (En voz alta a todo el mundo) Bien, en consideración a la comodidad de estas
damas haremos una excepción y les otorgaré una habitación en primera clase.
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TRIPULACION: ¡Bravo!
REINALDO: (A Teresita) Reclama tu también, una habitación en primera por ser mujer.
ROSA LEON: Ya le dijeron, caballero, no va a ser posible, así que mejor déjese de armar
problemas.
CABALLERO AMOTINADO: Creo haber sido muy claro, usted no se comporta como
una verdadera dama.
TRIPULANTE 1: Oiga señor, no le hable así a la señora, que tiene quien la defienda.
(Se arma tremenda pelotera. Pelean los dos bandos fieramente. Sólo Joaquín y el
Caballero Aristocrático se mantienen al margen. Reinaldo también entra a la trifulca
aunque no sabe por cual bando hacerlo, hasta que Margarita lo rescata y lo retira hacia
un rincón.)
ROSA LEON: (En medio de toda la pelotera, al Capitán) ¡Ve a buscar al verdadero
Capitán para que arregle todo éste asunto! ¡Apúrate! (El Capitán sale en busca del
Verdadero Capitán)
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MINEROS: ¡¡Sí!!
CABALLERO AMOTINADO: Nos daremos una nueva organización, cada uno ejecutará
labores acordes a su habilidad natural. (A los mineros directamente) ¿Quién de ustedes
tiene experiencia como marinero?
MINEROS: ...
CAPITAN: (En voz baja a Rosa León) El Capitán no quiso levantarse. Dijo que si
intentaba despertarlo otra vez me iba a lanzar al mar como comida para los jureles.
ROSA LEON: (Al Capitán) ¡Inútil!. (Al Caballero Amotinado, desafiante) ¿Y yo qué
demonios haré? ¡Porque encerrada no me va a tener, no señor!
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CAPITAN: Es cierto, nos sería de gran ayuda.
ROSA LEON: (Complacida, que ni en los momentos más caóticos pierde su encanto y
coquetería, a la ex Tripulación) ¡Encantada!
CABALLERO AMOTINADO: Pues que así sea. Ahora todo el mundo a dormir.
TERESITA: Te quiero mucho, Joaquín. (Lo mira, francamente enamorada) Seré tu mujer.
JOAQUIN: Esta noche, por fin. (Se dan un largo beso de amor. Salen.)
Cuadro 3
(Ya es el otro día. Van saliendo a cubierta los ex tripulantes junto con los mineros.)
EX TRIPULANTE 2: ¿Qué?
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EX TRIPULANTE 3: ¿Quién se quedó anoche en el puente de mando?
MINERO 3: Es normal.
EX TRIPULANTE 1: Como sea. Que alguno de ustedes vaya a ver qué pasa. A nosotros
no nos deja ni acercarnos. (Sale el Minero 1)
(Los tripulantes miran al minero casi sin aguantar la risa. Vuelve el Minero 1.)
MINERO 1: ¡Se quedó dormido! ¡El infeliz se quedó dormido junto con el otro!
(Aparece el Caballero Amotinado junto con el Minero ayudante. Desde los camarotes va
apareciendo todo el resto de la gente.)
MINERO 1: Accidental también va a ser la paliza que te vas a llevar. (Todos los Mineros
se abalanzan sobre el Caballero Amotinado y lo toman en andas dispuestos a lincharlo. La
ex tripulación observa todo riendo.)
MINERO 1: ¡Hay que lanzarlo al agua para que se lo coman los tiburones!
REINALDO: ¡Mejor lo amarramos al palo mayor para que muera de sed y de calor!
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MARGARITA: (Reprendiéndolo) ¡Reinaldo!
MINERO 1: ¿¡Y por qué no le hiciste juicio tú al Capitán cuando te dijo que dejaras de
molestar!?
CABALLERO ARISTOCRATICO: ¡Un momento, señores! Creo que este hombre tiene
razón. A pesar de todas las calamidades que ha causado, merece ser juzgado justamente por
un tribunal digno, como cualquier mortal.
MINERO 1: ¡Pero éste hombre nos está llevando a la isla del señor Fernández, caballero!
¿Qué asunto hay que juzgar entonces? Además ¿Quién será el tribunal?
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CABALLERO AMOTINADO: ¡Yo quería solamente
Darles trato de señores!
(Sueltan al Caballero Amotinado, quien se arregla las ropas y con aspecto francamente
humillado se retira corriendo a su camarote. Joaquín ha observado el alboroto si abrir la
boca.)
Cuadro 4
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Tiempo después, poco antes de llegar a puerto. Anocheciendo. Margarita está sola y
pensativa sobre cubierta. Aparece Reinaldo, que desprende un aura de profunda
melancolía.
REINALDO: (Triste) Sí, aquí lo traigo, como le ofrecí. (Le entrega una carta)
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MARGARITA: Ese atorrante que usted dice, me robó el corazón.
REINALDO: (Luego de pensar un rato) Nunca he sido bueno pa’ las rimas...
REINALDO: (Subiéndose sobre la borda) Dígame altiro el nombre pa’ tirarme luego al
mar.
MARGARITA: (Sujetándolo con fuerza para que no se lance) ¿Es que podís ser tan
atonta'o?
REINALDO: Es que recién me cayo el tejón. Venga, bájese, y dígame que todo es cierto.
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MARGARITA: Tantas palabras pa’ algo que se pude decir con los ojos.
Elipsis Final
Los marineros tripulantes, al desembarcar huirán junto a los pasajeros a los lavaderos,
dejando al Verdadero Capitán solo en cubierta sin entender nada.
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Segunda Parte: Where las patatas queman.
Personajes:
Teresita Smith
Margarita Land
Cuadro 1
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Del oro del río
Enséñales como se hace
Chileno “ascurri’o”
Los yanquis no “catchan” nada
Del oro del río
CHILENO 1: Así no más es la cosa por acá pues, amigo... ¿cómo dice que se llama?
JOAQUIN: Joaquín
CHILEAN 2: Parece que usted no understand. Here los yanquis no nos tienen mucho love.
CHILENO 1: Sobre todo ese tal Harry Love. Éste (Señala a Chilean 2) se llamaba Juan
Ríos Flores
CHILENO 1: Acá los Gringos se creen dueños de todo, y si no tienes su color de piel y no
hablas su lengua, no respetan a nada ni nadie.
JOAQUIN: Buenas.
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CABALLERO INGLES: Vengo llegando desde la isla de Inglaterra y busco uno lugar y
uno socio para instalar mi empresa.
JOAQUIN: Conozco yo un señor que estaría gustoso de hacer negocios con una persona
honrada.
JOAQUIN: Entonces no hay más que esperarlo. Debe estar pronto a llegar.
CABALLERO INGLES: No faltaba más. Yo esperar entonces... (Se sienta junto a los
otros hombres)
CABALLERO INGLES: Es uno asunto muy sencillo. Se juega en una camp de 100
metros de large por 50 de ancho. Juegan once players por team. Está el asunto del
goolkipper y el referee... (Se complica) además está el off side y los lineman...
CHILENO 1: ¿Dónde?
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HOMBRE 1: ¿De qué se trata?
CABALLERO INGLES: (Al ver a tantos hombres que no entienden, marca con piedras
dos arcos en los costados de la “Cancha”) Hay que meter esta bola en estos cajones, sin
usar las manos. That´s it.
TODOS: ¡A jugar!
TODOS: ¡Jugamos!
TRESDEDOS: ¿A qué?
CHILEAN 2: Al football.
TRESDEDOS: Cállate.
SECUAZ: Me callo.
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Tres dedos: (A los hombres) ¿Podemos jugar?
SECUAZ: ¿Podemos?
TRESDEDOS: Nos repartimos uno por cada lado y así siguen justos.
CHILENO 1: (Jugando, a Tresdedos que tiene la pelota y es hábil por naturaleza) ¡Hey!
¡Tóquemela compadre! ¡Hey, socio! (No sabe como llamarlo) ¡Oiga... amigo... tóquela!
TRESDEDOS: (Que ha escuchado y está furioso) ¡No me llames Tresdedos! (Muestra sus
dos manos abiertas. En la derecha, efectivamente, ha perdido el índice y el pulgar.) ¡No
me llames Tresdedos porque tengo ocho! (Lo abofetea)
CABALLERO INGLES: ¡Esa es una falta al fair play! ¡A la próxima queda usted
expulsado!
TRESDEDOS: (Levanta los brazos en señal de inocencia) ¡No conocía las reglas!
(Siguen jugando. Al cabo de un rato, Joaquín y Tresdedos, en bandos contrarios, son los
líderes del equipo y manifiestan abierta rivalidad. En un momento dado, el minero Chino,
del equipo de Joaquín, quita una pelota con fuerza a Tresdedos y este lo toma de la cola
del pelo y lo golpea arrastrándolo en el suelo.)
CHILENO 1: ¡Déjalo!
TRESDEDOS: ¿Quién es el hombre que se atreve a defender a este chino inmundo? (Saca
su navaja) Que venga, que aquí lo espero. (Nadie se mueve)
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TRESDEDOS: ¡No deberían llamarse chilenos, los que aquí se hacen llamar chilenos,
tropa de cobardes!
JOAQUIN: (Pide una navaja a uno de los hombres) ¡Anda! ¡Si quieres pelea, peleemos!
(Se baten a navajazos. Joaquín, tras dura lucha, desarma a Tresdedos y lo deja tendido en
el suelo. Alguien le lanza un pelotazo a la maleta. Tresdedos se levanta humillado, se
limpia las ropas y con un gesto llama a su secuaz.)
TRESDEDOS: (Furioso y con sus dos manos abiertas) ¡No me llames Tresdedos porque
tengo ocho! (Salen al momento de entrar el Caballero Aristocrático, cargando
herramientas para la búsqueda de oro.)
CABALLERO INGLES: Así he tenido suerte de observar, a juzgar por el incidente que
acabo de presenciar.
CABALLERO INGLES: Más bien uno little percance que el joven Joaquín resolver con
prontedad.
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CABALLERO ARISTOCRATICO: Ya viene siendo la hora de terminar las faenas por
hoy día. ¿Qué le parece si seguimos conversando de anécdotas y negocios en la taberna que
tiene en Sacramento una amiga muy mía? Tengo aquí esperándome una carreta con
caballos para devolverme al pueblo, podemos llevar a Joaquín y otros muchachos.
JOAQUIN: Ahí debo reunirme yo con Teresita y Reinaldo. Me resulta muy cómodo.
CHILEAN 2: (Al Caballero Inglés, mientras caminan) Es muy funny ese play que se
llama football.
CABALLERO INGLES: Off course, is the play in vogue in the London`s high society.
(Es el juego de moda de la alta sociedad de Londres.)
Cuadro 2
Es la taberna de doña Rosa León. Hay parroquianos chinos y latinos bebiendo y mujeres
atendiendo, músicos tocando y mucha alegría. Tresdedos está ya en el local.
ROSA LEON: O un dedo de la mano. (Mirando a Tresdedos) ¡Oh! Perdone señor mío, no
fue mi intención...
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TRESDEDOS: (Maravillado por la belleza de Rosa León) No se preocupe, dama. Es éste
mexicano jetón que no sabe apreciar la calidad de un buen pisco chileno.
SECUAZ: Pero jefe, le están robando. No puede pagar el doble, usted tiene derechos
ciudadanos...
TRESDEDOS: Señora, no voy a pagar el doble por esa maldita botella de pisco, que en
mi tierra no vale más que un par de centavos.
ROSA LEON: Entonces vaya a tomar a su tierra. (A viva voz, a todos los parroquianos
que están en la taberna) Se va la última de pisco, quién paga por ella lo que vale.
CHINO: Yo pago lo que vale, señora. (Paga. Recibe la botella y una sonrisa)
TRESDEDOS: (Tomándolo por los hombros) Adónde vas chino jetón. Trae esa botella
ahora mismo.
TRESDEDOS: Pero yo estaba negociando con la dama. (Le quita la botella y saca oro de
su pantalón) Tome, señora, aquí tiene su plata.
ROSA LEON: Muy bien. (A una de las mujeres) Traigan dos vasos para los señores.
(La mujer aparece con los dos vasos y los deja sobre la mesa. Tresdedos intenta
infructuosamente tomar el vaso para beber, pero no alcanza a rodearlo entero con su
mano amputada.)
TRESDEDOS: Señora.
TRESDEDOS: Podría decirle a una de sus niñas que me traiga un vaso con asa.
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ROSA LEON: (Notando el problema de la mano) ¡Ah, claro! (A una de las niñas) Tráeme
un vaso con oreja o algo parecido.
TRESDEDOS: (Furioso, mostrando sus dos manos abiertas) ¡No me llamen Tresdedos
porque tengo ocho! (El chino anterior se ríe desde un rincón) ¡Y tú ¿de qué te ríes, chino
del demonio?!
(Se levanta dispuesto a golpear al chino justo en el momento que entran Joaquín, los
Caballeros y otros mineros. Tresdedos se detiene.)
ROSA LEON: Buenas Joaquín. Buenas caballeros. Dejó dicho Reinaldo que no tarda en
aparecer por acá junto a Teresita.
ROSA LEON: Más o menos, realmente. Desde que le dio el asunto del enamoramiento
con el joven Reinaldo, dice que no quiere trabajar más en lo que yo trabajo. Hasta me
regaló este escapulario de bronce, para que me proteja, dice. (Muestra un gran medallón de
bronce que lleva en el cuello.)
ROSA LEON: (Luego de pensarlo un rato) Yo digo que lo que decida ella es bueno y
tiene que hacerlo sin que importe lo que piense yo.
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JOAQUIN: Muy bien dicho, señora Rosa. Yo le aseguro, además, que Reinaldo la quiere
para bien y más que bien. (A los Caballeros) Los acompaño en su conversación mientras
espero a mi mujer y mi cuñado. ¿Quieren beber algo?
CABALLERO INGLES: ¿Cuál sería ese? Ya quisiera yo beberlo a ver si sabe tan bien
como se escucha.
ROSA LEON: No va a ser posible, caballero mío. Acabo de entregar la última botella a
los señores de esa mesa. (Señala donde están Tresdedos y su secuaz)
Cueca de la Taberna
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Es el bar más alegre
De Chilecito
Sus mujeres son lindas
Como angelito’s
Y si el vino escasea
Tomo (amos) lo que sea.
CABALLERO INGLES: Bonita vida parecer llevar ustedes los latinos en estas tierras.
CHILEAN 2: Beautifull life, yes, pero because aquí no llegan los yanquis.
SMITH: Ese es el hombre, Land (Señala a un parroquiano mexicano que está sentado en
una mesa.)
LAND: Este hombre dice que le robaste dos mulas, con montura y todo.
SMITH: Estoy seguro, Land, como que mi nombre es Smith y soy Americano. Esas dos
mulas que están afuera amarradas, son mías.
MEXICANO: Esas dos mulas las compré a un mexicano hace dos semanas en San
Francisco.
SMITH: Precisamente, hace poco más de dos semanas me las robaron, Land.
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LAND: (Al mexicano) Tienes alguna prueba de la compra. Algún papel, cualquier cosa.
MEXICANO: Para hacer negocios no necesito más documentos que la pura palabra de
hombre.
SMITH: Ve usted, Land. ¡Qué clase de gente maneja sus asuntos sin prueba alguna, salvo
la que algo esconde!
JOAQUIN: Oiga señor, si lo que busca es hacerse justicia por el robo de dos mulas,
hágalo, que no voy a defender yo a un ladrón. Pero no se meta con la sangre de nuestras
madres.
JOAQUIN: No soy mexicano sino chileno. Pero lo mismo hablo de donde viniera.
Además, llámeme sucio otra vez y vera cómo me limpio con su pañuelo.
SMITH: Esas dos mulas que están afuera, tienen las mismas manchas pardas en el pecho
que las que me han robado.
CROSSLEY: Pues yo te creo. Y aunque para mí la palabra de éste grasiento vale menos
que la de esas mismas mulas, si es que hablaran, se merece un juicio justo (Risas de los
Yanquis)
SMITH: Ya hemos oído suficiente. Ese mexicano miente y debe pagar por eso.
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YANQUIS: (Luego de murmurar entre ellos) ¡A la horca!
(Toman al mexicano por la espalda y lo amordazan. Seguirá todo el resto del cuadro sólo
comunicando con los ojos.)
LAND: ¡¿Qué están haciendo hombres?! ¿Quién merece morir por unas mulas?
YANQUIS: Yes!
CROSSLEY: Pues lo justo está con nosotros. El bien se viste de blanco, el mal de oscuro.
CROSSLEY: No te servirá de nada esa hoja de fierro. (Apunta con su rifle a Tresdedos y
al Caballero Aristocrático. Todos los yanquis, salvo Land, hacen lo mismo y apuntan con
sus armas a todas las mesas.)
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SMITH: Usted no es ninguna autoridad oficial. No le obedecemos más. Además, pareciera
que está del lado de estos canallas.
CROSSLEY: (Interrumpiéndole) Usted (A Rosa León) Dígale a sus mujeres que nos
sirvan Whisky. O hágalo usted misma si lo prefiere.
ROSA LEON: Antes muerta que servir a semejantes hijos de mala puta.
ROSA LEON: Pues haga lo que se le plazca. Si quiere disparar, dispare. Si quiere beber,
beba. Le regalo el cochino bar si se le place. Prefiero eso antes de tenerlos a ustedes aquí.
SMITH: (A Crossley) Deja a esa vieja tranquila y preocupémonos del mexicano ladrón.
CROSSLEY: Pero si esa suerte ya está echada. Su futuro pende de un... árbol (Los
Yanquis ríen, salvo Land)
(Algunos yanquis toman bebidas de las mesas y cocinas y las reparten entre ellos. Mientras
beben, y en un momento de descuido, Tresdedos se levanta rápida y violentamente de su
silla y con su navaja rebana feroz los pescuezos de dos Yanquis, ante el estupor de los
otros que no alcanzan a reaccionar ante la inusitada rapidez de sus movimientos. Luego
huye. Antes de escapar del todo, regresa sobre sus pasos y se dirige al chino del principio.)
TRESDEDOS: (Desde fuera, sólo se oye la voz. Enfurecido) ¡No me llames Tresdedos,
porque tengo ocho!
CROSSLEY: ¡Ahora van a pagar todos ustedes por la canallada de ese grasiento! (Apunta
con su rifle al grupo)
LAND: El responsable de esas muertes es ese hombre que huyó, no todos los demás.
SMITH: ¡Tú te callas, Land! ¡Ya me tienes harto de defender a estos mugrosos!
LAND: ¡Hey, Smith, tranquilízate! Ya tienes al hombre que te robó las mulas, eso
buscabas ¿no?
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SMITH: Yes. Es cierto, pero estos hombres muertos...
LAND: Ya nos ocuparemos de eso. A esos hombres los mató alguien que todos vimos. Lo
reconocería en cualquier parte y ya lo atraparemos, te lo aseguro.
LAND: Está bien. Ahora deja ir a esta gente que nada tiene que ver con tus asuntos.
SMITH: Ok. Que salgan de aquí más rápido que ese grasiento asesino.
JOAQUIN: No tenemos por qué salir de éste local, señor. Pagamos lo que bebemos y no
molestamos a nadie.
CROSSLEY: ¡A mí me molestan! ¡Su sola presencia sucia me molesta! Los quiero lejos
de mí, o se van a arrepentir. Este bar será ahora el lugar de reunión de gente decente.
¡Váyanse!
(Joaquín lo mira fijamente, Crossley se incomoda por lo penetrante y profundo de sus ojos
negros.)
LAND: Joaquín, será mejor que tú y tu gente se vayan a otro lugar mientras solucionamos
este problema.
JOAQUIN: Si usted lo dice, Land. Me preocupa que harán a ese hombre acusado de
ladrón.
37
CROSSLEY: ¿Y si pagara, diría lo mismo?
JOAQUIN: (Mira a cada uno de los hombres y pareciera grabar en su memoria cada uno
de los rostros) ¡Vamos! (Comienzan a salir todos)
Cuadro 3
CHILEAN 2: Yes. This is la verdad. Dicen también que formó una banda y se fue a vivir a
las mountains.
CHILEAN 2: Con otros forajidos. Todos de mala calaña, expertos en saqueo y asesinato.
Dicen que se cargan sobretodo a los yanquis y de people china. El jefe de todos es él, el
señor Tresdedos.
CHILENO 1: Caramba. Quién dijera que iba a salir tan peligroso el hombre.
38
(Entran el Caballero Aristocrático y Joaquín)
JOAQUIN: (Se nota un poco taciturno) Del mío no me quejo. Un poco más de oro
recogido y me largo de vuelta a mi tierra.
CHILENO 1: Lo colgaron del árbol más alto del pueblo a la mañana siguiente. Fue todo
un espectáculo.
CABALLERO AMOTINADO: Pues si no le conocen a él, nada conocen del asunto del
oro. Bien, de todas formas, aunque sin motivo, les agradezco. (Sale)
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CHILEAN 2: ¿Qué no lo sabía? Volvió a to work en la Taberna a pesar de los yanquis.
Dice que no puede vivir sin “ejercer el oficio”. Yo no sé a qué se referirá con eso.
TODOS: ¡Eso era! (Hasta el Caballero Aristocrático pierde su compostura ante la sola
idea de una partida de fútbol.)
CABALLERO AMOTINADO: (Colérico) Ya digo yo que las masas alienadas son más
virulentas que una epidemia de peste.
(Toma la pelota, que ha quedado cerca, y la revienta con su navaja. Los hombres quedan
paralizados. Luego de un rato reaccionan y se abalanzan como un tifón sobre el Caballero
Amotinado.)
Elipsis
40
MARGARITA: ¿Y si después me arrepiento?
REINALDO: Imposible, yo la querré por siempre. (Se besan abrazados y se lanzan sobre
la cama.)
41
Yo con mi plata compro otro
CABALLERO AMOTINADO: (Luego de pensar un rato) Si les traigo todo eso ¿No me
hacen nada?
TODOS: ¡No!
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(Se tienden en el suelo sobre mantas y, apenas apoyan su cabeza, ya están durmiendo.
Entra un grupo de Yanquis y los observan dormir. Son los mismos de la taberna. Se
sonríen y se encapuchan los rostros. Luego sacan sus fusiles y apuntan a los hombres.)
CROSSLEY: ¡Arre! (Da un tiro al aire. Los hombres despiertan y él le lanza una bolsa de
cuero a uno de los hombres.) ¡Toma! Llena esa bolsa con todo el oro que tengan en sus
carteras.
JOAQUIN: Tome (Joaquín saca su bolsa) Está un poco sucio (Escupe sobre el oro) Así
está mejor.
(Crossley da un culatazo a Joaquín que cae. Todos los hombres se acercan a atenderlo.)
(Todos los hombres callan. Los yanquis destruyen sus herramientas de trabajo y luego
huyen. Los hombres quedan impotentes y profundamente cargados. Algo ha cambiado en
su interior. Aunque no abrirán la boca, en sus corazones todos ya han planeado la
venganza.)
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Elipsis
Cuadro 4
TERESITA: Tu mismo has dicho que un hombre honrado es bien recibido en cualquier
lugar.
JOAQUIN: Me equivoqué.
JOAQUIN: El vicio de la libertad es que nunca alcanza para todos. Si a una flor se le
ocurriese ser feliz en esta tierra sin rendirle honores a ellos, la arrancarían de cuajo
acusándola de robarles aire.
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TERESITA: Yo voy donde tu digas. Estamos juntos. Somos juntos. To be and to be.
(Ríen)
JOAQUIN: Bien. Quiero salir cuanto antes de este país enfermo. Necesitamos dos mulas
y unos cuantos pertrechos. Voy a conseguirlos hoy mismo. (Prepara sus cosas para salir)
TERESITA: ¿Y Reinaldo?
TERESITA: Qué va a ser un hombre, ese. Va a ser siempre un niño. Mi niño. Tendría que
pasarle algo muy malo en la vida para que se hiciese hombre. (Joaquín sale)
SMITH: No sé si podremos.
CROSSLEY: Claro que podremos. Ese hombre ha acumulado mucho oro y sé que lo
guarda en su casa.
CROSSLEY: Fácil. Acusamos a ese tal Murieta de algún robo y mientras sea juzgado
vamos a su casa.
SMITH: No sé...
CROSSLEY: Es mucho oro. Los dividiremos en partes iguales. Y todavía queda el tesoro
que puede ofrecernos esa grasienta deliciosa...
SMITH: Por probar a esa mujer morena lo haría... si sólo fuese por probarla a ella, ya lo
haría. Y, además, está el oro. Hagámoslo.
CROSSLEY: Perfecto. Pero antes hay que solucionar intereses más generales.
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ROSA LEON: (A una de las niñas) Corre, niña. Ve donde la mujer de Joaquín y entrégale
esto. (Le alcanza un papel donde va un mensaje) Adviértela bien sobre el peligro que la
acecha. (Sale la niña)
TODOS: Down with the chileans! (Salen todos, menos Crossley y Smith.)
MARGARITA: Para mí también fue hermosa. La más hermosa de mi vida, tal vez.
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(De improviso entra un Yanqui a la habitación y dispara a ambos. Se desata la Matanza de
Chilecito. Es un Apocalipsis escénico resuelto en lenguaje corporal y musical. Aquí las
palabras estorban.)
Elipsis
Cuadro 5
Taberna de doña Rosa, la misma noche de la matanza. Casi paralelamente mientras esta
ocurre.
SMITH: Ahora falta el otro negocio para cerrar una noche perfecta.
CROSSLEY: Ya la vas a tener. Look, ese mexicano grasiento que está ahí sentado es al
que amenacé para que nos ayude a atrapar a Murieta. (Entra Joaquín, ignorando todo lo
que ha pasado en Chilecito) Ahí viene nuestro hombre.
MEXICANO: (Estará muy afectado todo el tiempo) Bien. Las tengo afuera.
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JOAQUIN: Bien... (Paga y sale al exterior de la Taberna, donde toma las mulas y se
dispone a marchar. Smith y Crossley los siguen y con ellos toda la gente.)
CROSSLEY: ¡One moment, please! ¡¿Dónde crees que vas con esas mulas?
CROSSLEY: ¿No será este por casualidad? (Toma al mexicano por los hombros)
JOAQUIN: El mismo.
CROSSLEY: Pero resulta que esas mulas son mías y me las han robado precisamente ésta
noche.
CROSSLEY: No, tú no, es cierto. Pero pagaste a éste mugroso mexicano para que lo
hiciera por ti.
CROSSLEY: Eso no es lo que dice él. (Al Mexicano) Dime ¿Es verdad que éste hombre te
pago para que robaras estas dos mulas? (El hombre no contesta) Dime ¿Es verdad?
SMITH: Pues entonces no hay más que decir, hay que juzgar a este hombre. (Varios
Yanquis toman a Joaquín por los hombros.)
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CROSSLEY: (A todos los presentes) ¿Qué creen ustedes que se merece?
ROSA LEON: ¡Un momento! ¡Todo esto es una mentira de esos dos señores! Yo los oí
cuando intrigaban para hacerse del oro de este hombre.
CROSSLEY: (Apunta a Rosa León con su rifle) ¡No consiento que se me trate de
mentiroso en público! O prueba lo que dice o tendrá que recibir un castigo.
ROSA LEON: Sabes muy bien que no puedo probarlo, perro yanqui. Ninguno de estos
hijos de mala puta creería en mi palabra. Pero tu conciencia empolvada sabe que todo es
cierto.
CROSSLEY: Una ofensa más de esa grasienta boca de puta que tienes y te relleno de
plomo.
ROSA LEON: Dispara. Si algo tienes de hombre, dispara. Aquí. (Se señala el pecho.
Crossley dispara, ante la aprobación de todos. Rosa León cae y un hombre la arrastra
hacia el interior de la Taberna.)
CROSSLEY: (Enfurecido) ¡Ahora vamos a terminar luego con todo esto! ¡A la horca con
éste grasiento!
TODOS: ¡A la horca!
(Aparece Land)
LAND: Wait a minute! No van a cometer otra injusticia. Este hombre jamás a sido un
ladrón y jamás lo será. Yo lo conozco y lo tengo por más honrado que cualquiera de los
aquí presentes.
LAND: ¡Que ya es suficiente con toda la matanza que dejaron en Chilecito como para que
sigan con más muerte!
CROSSLEY: Te aseguro que así no vas a llegar a ser elegido Sheriff, Land.
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LAND: No me interesa ser Sheriff de patanes como ustedes.
LAND: Unos animales mataron gente y prendieron fuego a todo lo que encontraron.
(Joaquín calla)
LAND: (A Crossley) Por respeto a esa gente, deja a este hombre en paz.
LAND: Maldita sea la hora en que abrí la boca aquella noche. Te lo pido personalmente,
Crossley, no mates a este hombre.
SMITH: ¡Cambiemos la horca por azotes! Yo mismo se los daré. Soy capaz de matar un
burro de un azote.
TODOS: Twenty!
SMITH: Con veinte lo mataría tres veces al pobre animal. Hago apuestas que no pasa los
diez.
(Toman a Joaquín entre varios hombres y lo amarran a un árbol. Antes que comiencen los
azotes, Crossley se irá del lugar sin que nadie lo note, salvo Smith.)
50
Elipsis
AZOTE 1: Joaquín, más tarde conocido como Murieta, aguantará los golpes como una
piedra y callará como un obrero.
AZOTE 3: Llorará sin cerrar los ojos recordando su primer recuerdo, el día en que se
frotó los pies contra una piedra fría a la orilla de un pantano.
AZOTE 5: Sabrá entonces, en ese instante extático, que ese primer recuerdo fue dichoso,
y decidirá, entonces, olvidarlo para siempre.
AZOTE 8: Oirá claramente las voces de sus hermanos pidiéndole no llorar en ese instante
fatal.
AZOTE 10: Reconocerá sonriendo el túnel luminoso del que leyó en los periódicos y
también sonriendo se negará a seguirlo.
AZOTE 11: Se verá a si mismo caminar muy viejo por un camino de otra patria y viviendo
con otro nombre.
AZOTE 12: Sentirá profundo orgullo por una colección de cabelleras rubias que
colgaran, él no sabe cuando, en un muro de su habitación.
AZOTE 13: Sabrá en ese instante que cada azote en su espalda lo aleja más de la muerte
y lo convierte en leyenda.
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AZOTE 14: Ahora cada azote lo va elevando unos metros del piso y pensará que una vez
muerta el alma se libera el cuerpo.
AZOTE 15: Aunque lo reprime, no podrá evitar pensar en un sistema de poleas que ha
inventado para encontrar más oro en menos tiempo.
AZOTE 16: Se preguntará sinceramente si en su propia patria esto alguna podría estar
pasando.
AZOTE 18: Mientras lleva la cuenta de los azotes en la cabeza, revive en su memoria un
sueño húmedo que vino a habitar Teresita. Aunque se trató de una Teresita más crecida, en
carnes y experiencia.
AZOTE 19: Nuevamente reconocerá el túnel iluminado. Antes que decida que si seguirlo
o no, recibirá de nuevo el látigo en su espalda.
AZOTE 20: Recordará nuevamente el Padre Nuestro de memoria. Luego abrirá los ojos.
(Joaquín soportará los veinte latigazos sin abrir la boca, ante le asombro de todos. Al ser
desatado caerá inconsciente al suelo, como en un sopor epifánico. Sólo Land se acercará a
atenderlo.)
Cuadro 6
CROSSLEY: Créame, señora. La única manera de salvar a su marido es que usted me diga
donde está el oro. El último modo de salvarlo que nos queda es pagando la deuda de la que
se le acusa. De otra forma será ahorcado del árbol más alto sin que usted ni yo podamos
hacer nada.
CROSSLEY: Sí, señora. Soy de los pocos amigos Americanos que él tiene.
(Teresita de pronto trastabilla y casi cae al suelo. Crossley la afirma antes de caer.)
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TERESITA: He sufrido mareos y náuseas las últimas semanas. Me siento extraña, pero no
sé que puede ser.
TERESITA: (Luego de pensar) Si no paga la deuda ahora mismo, ¿Lo van a ahorcar?
CROSSLEY: Sí.
(Levanta una de las tablas que cubren el piso. Abajo se encuentran varios sacos colmados
de oro que Joaquín acumuló en largos meses de trabajo. Cuando los ve, a Crossley le
brillan los ojos.)
CROSSLEY: ¿Qué?
53
SMITH: Los soportó. (Huyen)
Al poco rato aparece Joaquín, maltrecho y malherido, pero aún de pie. Observa el
panorama con profundo desencanto en la mirada. Verá su casa incendiada y a su mujer
degollada sobre la cama que compartieron. Se sentará en la cama y perderá su mirada en
la nada. El cambio de lenguaje se debe justificar poéticamente por el estado interno del
personaje.
JOAQUIN: Renuncio a ser llamado Joaquín y paso a llamarme Murieta. Desde hoy mi
vida será para que la de otros no sea. Voy a perseguir sus sombras para que me guíen sobre
sus pasos y haré brotar su sangre hasta secar a su raza entera. Invocaré al miedo para
convertirlo en un fantasma que habite junto a ellos hasta en la hora del amor, y haré que en
sus sueños se atrapen a si mismos intentando huir de mi rabia sorda. Mi navaja será un
perro hambriento cebado con sus sangres y alumbrada por sol o por luna su hoja blanca no
reflejará otro cuerpo más que los pechos de aquellos que morderá. Juro, por la vida que
abandono, que le robaré el alma a todo lo que al respirar tenga aliento de yanqui.
CABALLERO ARISTOCRATICO:
Lo que esa noche me invitó a ver obligado
Es el diablo mismo visitando el desierto.
En pocas horas todo lo bello fue muerto
Y el terror cobarde, fue a puñados sembrado.
Todo lo que esa gente con sudor ha logrado
Es arrasado por el odio Americano
Que no tolera lo chileno o mexicano
Por, entre otras cosas, ser de otro tono su piel.
Sus corazones se ahogan en amarga hiel,
Por más que comulguen y se digan Cristianos.
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En su odio y desespero decidió matarla.
Ahí mismo de la venganza encendió la mecha
Que hasta su propia muerte le puso fecha
Sin que algún infeliz se dignara a llorarla.
Murieta Quintero
Land Rangers
Crossley Smith
Cuadro 1
En la casa del mexicano que lo vendió ante los Yanquis. Joaquín es otro hombre. Reinaldo,
también. De un muchacho tierno y alegre pasará a un hombre amargo y de muy pocas
palabras, consumido por el odio y la tristeza. Murieta tiene al mexicano tomado por la
espalda y apretándole el cuello con una navaja.
55
MEXICANO: Escucha y juzga, Murieta. Los Yanquis amenazaron con quemar mi casa si
no los ayudaba. O con rebanarme el pescuezo. Me obligaron a mentir.
MURIETA: (Luego de dudar unos instantes) Creo que podrías serme más útil vivo. Por
venderme me debes un favor muy grande. Sin quieres vivir, obedecerás lo que yo diga.
MURIETA: Bien. Quiero que confecciones trajes de cuero para mí y para Quintero. Trajes
capaces de aguantar el frío más intenso y calor más abrasante. Ahora anda al pueblo y
consigue dos rifles y algo para curar nuestras heridas. (Le pasa un papel.) Quintero y yo
nos repondremos descansando un rato. Recuerdo también que te pagué por esas dos
malditas mulas. Bien, ahora quiero dos caballos.
MEXICANO: Como tú digas, Murieta. (Sale. El Mexicano desde este instante pasará a
llamarse Reyes, Lugarteniente de Murieta)
Taberna de doña Rosa, ahora en poder de los norteamericanos. Muchos gringos juegan y
beben a su antojo. Aparecen Murieta y Reinaldo perfectamente camuflados bajo
vestimentas mexicanas.
MURIETA: (A Smith) ¡Oye! ¡Amigo! (En voz baja) ¿Quieres hacer un buen negocio?
SMITH: (Lo mira un rato en silencio) Di de qué se trata, y más vale que merezca la pena.
MURIETA: De unos caballos que robé a un chileno que me las jodía hace tiempo. Las
estoy regalando porque necesito largarme de aquí antes que ese animal me encuentre.
MURIETA: Pero si los tengo aquí fuera, a unas pocas cuadras, esperándome.
56
SMITH: Tráelas acá, entonces.
LAND: (Quien también se encuentra en el lugar, a Crossley) ¿No era, ese hombre, Joaquín
Murieta?
CROSSLEY: ¿Estás loco, Land? Ese grasiento no se atrevería a aparecerse por aquí ni con
un ejército de cochinos mexicanos.
CROSSLEY: Deliras.
En un potrero, de noche. Murieta y Reinaldo esperan a Smith junto a los caballos y una
fogata. El talabartero mexicano, que ahora pasará a llamarse Reyes, está tendido sobre un
poncho, haciendo que duerme. Aparece Smith, montado sobre un bello alazán de enormes
dimensiones, capaz de soportar sobre su lomo a un hombre de también semejantes
proporciones, como Smith.
MURIETA: Menos mal que apareció, mister. Ya estaba pensando largarme y hacer
negocios en otro lugar.
SMITH: Si hubieses hecho eso, deberías haber rezado para que no te encontrara vagando
por ahí.
MURIETA: Yo nunca lo habría dejado botado, mister, era sólo una broma chambona para
decir algo.
57
MURIETA: Sólo por curiosidad, mister mío, ¿qué pasaría si yo lo estuviera engañando?
REINALDO: (Que habla por primera vez) ¿Cómo los que dio a Murieta?
MURIETA: Perdónelo, mister, es sólo que nos hemos enterado por oídas de ese cuento.
¿Le gustan los látigos a usted, my mister?
SMITH: Son más confiables que cualquier pistolón. (Guarda su arma) Ese Murieta tuvo
suerte. Tiene una espalda de mierda pequeña. Escapó por que el demonio lo protege. Yo
juzgo a los hombres por las espaldas. Dicen más que sus propios rostros.
REYES: Claro.
MURIETA: A poco me pasas uno, a ver si hacemos otro negocio con el mister este, tan
gentil.
MURIETA: (A Smith) Mire que cuero, mister, mire que blando y fuerte es a una misma
vez. (Violenta y rápidamente envuelve el cuello del inmenso Smith y comienza a
estrangularlo) Con éste le habría roto la espalda a ese tal Murieta. (Le deja el lugar de
estrangulador a Reinaldo) Usted juzga a los hombres por su espalda. (Se desnuda la suya)
¿Qué le dice la mía?
Aunque no puede hablar, resulta claro que Smith ha reconocido a Murieta. Luego, Joaquín
retoma la labor del látigo y con un movimiento seco, rompe el cuello del norteamericano.
Lo dejan caer en el suelo y lo voltean, dejándolo con el lomo hacia el cielo. Murieta le
desnuda la amplia espalda y con una tizna de carbón que saca de la fogata, dibuja un
amplio rectángulo en el torso de Smith. Luego escribe una nota sobre un papel y se la
introduce en la boca. Reyes, con su habilidad de talabartero, recortará el pedazo de piel
señalado por Murieta en la espalda de Smith, para luego guardarla en un morral.
Después, desaparecen lentamente con todos los caballos que hay en el lugar. Pocos
segundos más tarde, aparece Land, quién no pudo dejar de sospechar sobre la presencia
real de Murieta. Al ver al hombre desollado en el suelo se le escapa una mueca espontánea
de repulsión. Luego, lanza un balazo al aire, para que acuda gente en ayuda.
58
Cuadro 2
En la casa de Reyes, días después. Están Murieta y Reinaldo. Entra Reyes con un grupo de
hombres, todos latinos.
REYES: (Con un paquete en las manos) Tengo un regalo para ti, Murieta.
REYES: Alcanzaría para hacerte una mochila, si se te ocurriera. Ese gringo tenía más
espalda que un toro.
REYES: Murieta, estos hombres vienen cansados y con hambre. Son muchos y acá dentro
va quedando poca comida.
MURIETA: Habrá que salir a buscarla entonces. (A todos los hombres) Preparen sus
cosas, vamos a buscar comida y algo más donde un yanqui que le sobre. (Todos los
hombres le obedecen y luego de un momento, salen)
59
MURIETA: Lo mismo que tú, Tresdedos.
SECUAZ: ¡Llámelo!
MURIETA: Tresdedos.
SECUAZ: Me callo.
MURIETA: Tresdedos.
MURIETA: Tresdedos.
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TRESDEDOS: (Luego de una larga pausa) Estaré orgulloso de seguir a un hombre como
tú, Murieta. Me quedo.
MURIETA: Muy bien. (Al resto de los hombres) Este hombre tiene mi confianza y mi
respeto. El que lo insulte a él, me insulta a mí, y quien se meta con él, se mete conmigo.
Será mi primer Lugarteniente y cuando yo no esté obedecerán sus órdenes.
TRESDEDOS: (Mostrando sus manos abiertas) ¡No me llames Tresdedos, porque tengo
ocho!
MURIETA: (Riendo) Una última cosa. Nadie lo volverá a llamar Tresdedos, sino por su
nombre...
SECUAZ: Es mejor.
(Todos entran en la casa de los gringos. Saquean su comida y roban sus animales. Antes
de terminar la faena, se oyen disparos dentro.)
Elipsis
Cuadro 3
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TRESDEDOS: Me refiero a mujeres, bruto.
SECUAZ: Ah. Quisiera ayudarlo con eso jefe... de verdad... pero soy mexicano.
(Se abalanza sobre unos arbustos y sale a los pocos segundos con un hombre bajo el brazo.
Va a cortarle el cuello con su navaja, cuando Murieta reconoce al hombre: es el Caballero
Aristocrático. Viste las mismas elegantes ropas de antes, pero su aspecto actual es
desaliñado y sucio. Sin embargo, mantiene la distinción natural que lo caracteriza.)
TRESDEDOS: (Lo suelta) Está bien, Murieta, pero... (Su tono es angustiado, y el volumen
bajo) no me llames Tresdedos... ¿Ya?
MURIETA: Perdón, García. Fue sin querer. (Al Caballero Aristocrático) ¿Qué hace acá,
señor mío?
CABALLERO ARISTOCRATICO: Mil perdones a todos por llegar de esa forma, pero
en una noche tan oscura no puedo confiarme en los ojos, y al no poder reconocerlos quise
cerciorarme de que se trataba de ustedes y no de cualquier otros rufianes.
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MURIETA: Yo no sé si este sea lugar para usted.
MURIETA: Entonces es usted bienvenido, amigo mío. Pero llámeme Murieta y olvide lo
de Joaquín.
MURIETA: Bien. (A los otros hombres) Prepárenle una cama digna al caballero. Debe
estar muy cansado.
CABALLERO ARISTOCRATICO: ¡Qué cama ni qué cansancio! Los busqué por tres
días pasando por lugares que hasta las bestias evitan. Ahora quiero celebrar que por fin los
he encontrado.
(Suenan las guitarras y se prepara la fiesta. Al rato están sentados entorno a la fogata,
engullendo y bebiendo con esplendor y sin reservas. Un par de horas después, el Caballero
Aristocrático se siente mal.)
MURIETA: Son esos mariscos que engulló sin dar pausas, amigo mío.
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MURIETA: Está exagerando un poco el poder de esos gringos, caballero mío. Debe
tratarse de una vulgar intoxicación.
REYES: Dense prisa, Murieta. Yo no conozco mucho de estos asuntos, pero este hombre
no se ve nada bien.
MURIETA: Mantenlo vivo hasta que yo regrese. (Salen los tres hombres)
Elipsis
MURIETA: No será difícil. Esta misma tarde los vamos a concretar. Pero antes debemos
encontrar un médico para que sane al Caballero.
TRESDEDOS: Ese será un problema, Murieta. No creo que algún médico se atreva a subir
sólo y con gente como nosotros hasta esas montañas de mierda.
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TRESDEDOS: No será tan simple, Murieta.
(En el camino, de pronto, se topan con un cartel pegado a una viga. Es un “Wanted”. En
él está dibujado el rostro de Murieta, con rasgos a propósito afierados. En grandes
caracteres se inscribe su nombre y la recompensa por su cabeza: US$ 5.000 en oro.
Murieta lo mira un rato en silencio y, aunque no lo evidencie, sentirá cierto orgullo.
Luego, sin hacer nada al respecto, seguirá caminando junto a los hombres.)
MOUNTAIN JIM: Eso es fácil, señor. Desde que murió la chilena dueña de este bar, las
señoritas se largaron todas al Hotel Plaza. Por US$ 50 en oro, le consigo a la más guapa.
MURIETA: Después verás si haces trato con el señor, muchacho. Ahora necesito un
médico rápido. Pagaré lo que sea.
MOUNTAIN JIM: Lo que sea, ¿eh? Bien, conozco al mejor de toda California pero le
costará... US$ 300.
MURIETA: Te los doy. (Mountain Jim se sorprende por la frialdad con que Murieta se
toma semejante suma de dinero.)
MOUNTAIN JIM: Trato hecho. Dígame dónde tiene que ir y ahí se lo llevaré.
MOUNTAIN JIM: Pues que estarían locos de remate. Allá arriba vive Murieta con su
banda. Unos hombres duros, se los aseguro.
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MURIETA: ¿Y por qué lo aseguras? ¿Acaso los conoces?
MOUNTAIN JIM: No sólo los conozco, sino que son mis amigos. Conozco esas
montañas mejor que mi cara. Yo le enseñé a Murieta los mejores sitios dónde esconderse.
TRESDEDOS: Así que tus amigos. Entonces no hay problema. Tu nos acompañas y así no
nos harán daño.
MOUNTAIN JIM: No es un asunto de dinero, es una cuestión de vida. Allá arriba está
peligroso a causa de mis amigos. Sobre todo ahora que se les unió la banda de Tresdedos.
MOUNTAIN JIM: A ese granuja no lo conozco. Sólo sé que Murieta lo bailó en una pelea
a cuchillas y que el otro se le unió de puro miedo. Además, dicen que duerme con un
mexicano que lo sigue a todas partes.
(Tresdedos está a punto de abalanzarse, navaja en mano, sobre el muchacho, pero Murieta
lo detiene.)
MURIETA: Vamos, muchacho. Te pago lo que sea por encontrarnos un médico. Tengo un
buen amigo muy enfermo y necesita ayuda inmediata.
MOUNTAIN JIM: Veré lo que puedo hacer. Pero te saldrá caro, amigo.
MURIETA: Di cuánto.
MURIETA: (Le pasa una bolsita con oro) Ahí tienes US$ 500, para que creas en mí. Te
espero a media tarde donde ya dije.
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MOUNTAIN JIM: (Exultante con tanto oro en las manos) Ahí estaré, señor. (Saca una
libreta y una pluma y anota el lugar y hora del encuentro.)
MOUNTAIN JIM: Creo que a Stockton, a hacer negocios o algo así. Pero si me lo
pregunta a mí, yo creo que escapó de mi amigo Murieta.
MOUNTAIN JIM: Mountain Jim, señor. Lindos guantes, nos vemos. (Sale)
MURIETA: Es lo único que podemos hacer. Además, me parece un buen chico. Conoce a
Murieta ¿no? (Ríen)
TRESDEDOS: (No está enfadado, sino pensativo e inseguro) ¿Esa impresión tiene la
gente de mí?
Elipsis
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FALSO MURIETA 2: (Es un mexicano agringado, de dudoso origen español. Viste
entero de negro, con capa incluida, y cubre su rostro con un antifaz. Saca un florete y
lanza cortes en el aire.) Mi nombre es Murieta, Joaquín Murieta. Mi padre fue don Miguel
de Murieta y Andalucía, natural de Sevilla. Él fue el bailarín ganador del Festival de
Asturias. Conoció a mi madre, doña Rosita Domínguez, en la finca de su padre, mi abuelo
don Víctor Domínguez de García y Garcilazo, y cuando la vio el tiempo se detuvo en esa
noche blanca. Nueve meses después de esa noche, nací yo. Un día, un gringo llamado John
Busch, aseguró a mi padre haber dormido con mi madre, doña Rosita Domínguez. Mi
padre, no pudiendo aceptar la humillación que le hacía su mujer, se fue a vivir él con John
Busch. Después de ese episodio, yo me puse este antifaz, para ocultar mi vergüenza.
(Llorando) ¡Por eso es mi venganza!
MURIETA: Busca un lugar que te sirva de oficina. (Le entrega un morral lleno de
papeles) ahí van los mapas y oro suficiente para instalarte. Si algo preguntan, eres español
y recién llegado. Abre la oficina y vende los mapas. Hay mapas correctos y otros que
conducen a nosotros. Es tuya la decisión de quiénes serán los yanquis que mueran en
nuestras manos o se pierdan para siempre en el desierto. Sé sincero con los chilenos y
mexicanos que busquen fortuna honestamente. A ellos entrégales los mapas reales que
hemos construido en el propio terreno. Indícales donde están los mejores lavaderos, pero
sólo cuando te hallas asegurado de su verdadera honestidad. No por ser chileno se está libre
a la fiebre yanqui.
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MURIETA: ¡Esta no es una guerra contra una raza, García! ¡Métetelo bien en la cabeza!
(Se topan con el mismo cartel de la mañana. Ahora, Murieta se acerca y saca la pluma que
le dio Mountain Jim. Tarja la zona donde se ofrecen US$ 5.000 y anota de su puño y
letra: “Yo ofrezco Diez Mil. Joaquín Murieta”. Sus dos compañeros lo miran en silencio,
asombrado por su intrepidez.)
MURIETA: (A Reinaldo) ¿Te queda alguna duda sobre lo que debes hacer?
REINALDO: No.
MURIETA: Eso espero. (Se dan un abrazo. Reinaldo sale. Murieta y Tresdedos siguen
caminando.)
Al pie del cerro que conduce a las rocosas. Murieta, Tresdedos, Mountain Jim y un indio
Yaqui.
MOUNTAIN JIM: Es lo único que pude conseguir. Nadie se atreve a subir con Murieta
en las montañas.
69
TRESDEDOS: (Al indio Yaqui) ¿Es verdad eso que dice? (El indio Yaqui no habla ni
hablará nunca)
MOUNTAIN JIM: Eso. Una lengua del demonio que no pude entender jamás.
MURIETA: Muy bien. Yo confío en él, Mountain Jim. ¿Pero cómo nos comunicaremos
con él?
(El indio Yaqui se acerca a Murieta e intenta pasarle algo que lleva en su morral)
MURIETA: Que se deje de disparates y subamos rápido. Nuestro hombre está muy grave.
MOUNTAIN JIM: No puedo, señor. Allá arriba es muy peligroso para un muchacho.
(Murieta hace un gesto a Tresdedos y este muestra su mano amputada, que mantuvo
perfectamente escondida todo el tiempo anterior. Mountain Jim se da cuenta de todo y se
dibuja una mueca de terror en sus labios.)
70
En el campamento. Es de noche. Los hombres ya han llegado con el Chamán. El indio
Yaqui prepara yerbas en un caldero hirviendo. El Caballero Aristocrático está tendido en
unas mantas en estado agónico. Todos los hombres miran atentos las maniobras del
Chamán. Acercan al Caballero Aristocrático, pero el chamán se niega a medicarlo. En vez
de eso, fija su mirada en Murieta.
MURIETA: Está bien. Si insiste en que el enfermo soy yo, entonces que me dé lo que se
antoje. Pero que también mejore a mi amigo.
Elipsis
Visiones de la Ayahuasca
DE SU PASADO:
Verá su nacimiento.
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Verá la muerte de su madre.
Verá la muerte de su padre.
Verá la acción completa de la muerte de su Teresita a manos de Crossley.
DE SU FUTURO:
Cuadro 4
MOUNTAIN JIM: Déjame quedarme en la banda, Murieta, por favor. Soy buen jinete,
bueno con el lazo...
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TRESDEDOS: ¡Qué se largue ese yanqui mentiroso! (Se arrepiente) Aunque si no hubiese
sido por él no sanamos al Caballero y no hubiésemos probado ese manjar que trajo el Indio
Yaqui.
MURIETA: ¿Si?
MURIETA: Necesito que lleves a los hombres que se reúnen en la taberna que fue de doña
Rosa y los lleves al lugar que yo te diga.
Cuadro 4
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REINALDO: No se va a arrepentir. (Sale Gringo 1. Entra Gringo 2)
REINALDO: (Le pasa una carta) Ese es el cuadrante que corresponde a las Rocosas.
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REINALDO: Confía en mi. Somos compatriotas.
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En el campamento. Es de noche otra vez. Murieta, Reyes y Tresdedos, junto al Caballero
Aristocrático, que sigue grave a pesar de la medicina del Chamán Yaqui.
REYES: No soy médico, Murieta. Si puedo servir de enfermero aquí es sólo porque sé
cortar cuero. Por nada más. (Tresdedos se levanta inquieto)
TRESDEDOS: ¿Escucharon?
MURIETA: ¿Qué?
TRESDEDOS: Ruidos.
(Hace un gesto de silencio con los dedos. Se acerca a los arbustos con su navaja
desenvainada y se lanza como un felino sobre los arbustos. Se oyen gritos e imprecaciones
en voz de mujer. Al rato sale Tresdedos con Rosa León en los brazos y una de las
muchachas colgando de un hombro.)
MURIETA: ¿Qué hace acá doña Rosa? Yo la vi muerta con mis propios ojos.
ROSA LEON: Muchos me vieron y hasta yo misma lo creí. Pero cuesta más matar a una
puta vieja que a la hierba mala.
ROSA LEON: ¿Te acuerdas del escapulario que me regaló mi Margarita? Una vez se los
mostré a todos en la taberna.
ROSA LEON: Claro que sí. En un principio lo juzgué por tan vulgar. Quién pensaría que
me iba a salvar la vida. Mi Margarita cuando me lo dio, dijo que era para que me
protegiera. Y así no más fue. Aquí está. (Muestra el enorme medallón con una también
enorme abolladura en el centro.)
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ROSA LEON: (Refiriéndose a Tresdedos) ¡¿Y este futre?! Tan pendenciero que se le veía
y ahora tan caballero que lo han de ver.
TRESDEDOS: Mucho agua a corrí’o por el río. ¿Y la belleza que viene con usted, doña
Rosa?
TRESDEDOS: (La mira de pies a cabeza) Parece que se les van a acabar los motivos a los
lenguasuelta para que me sigan molestando con el mexicano. (Los hombres ríen. Manola, a
pesar de lo brava que parece ser, no puede evitar sonreírle.)
ROSA LEON: (A Murieta) Supe como terminó tu historia esa noche. No podía dejar de
estar aquí.
REYES: Vino algo parecido. Aunque en un principio mejoró, hasta ahora no conseguimos
mucho.
MURIETA: Hace casi una semana que lo tenemos así. Mitad vivo y mitad muerto.
TRESDEDOS: ¡Aguardiente!
(Abre una botella y se la hace beber entera al Caballero Aristocrático, ante el asombro de
todos.)
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MURIETA: ¿Usted cree que eso funcionará, doña Rosa?
TRESDEDOS: Ruidos otra vez. (Huele la espesura como un perro de presa y se lanza
sobre los arbustos. Se oyen gruñidos y voces.)
VOZ: ¡Suélteme! ¡Suélteme señor Mano Amputada. Soy Mountain Jim! (Aparecen los
dos)
MOUNTAIN JIM: (Que no conocía a Rosa León) ¿Es acaso usted la dama de la que tanto
se hablaba?
MOUNTAIN JIM: Es un honor conocer a tan hermoso mito. Yo junté mis pepitas de oro
durante varias semanas para ir a visitarla, pero cuando tenía juntado todo, usted se había
muerto. ¿No estaba muerta, usted? ¿Y quién es la también hermosa muchacha que la
acompaña?
MURIETA: Es una larga historia, Jim, que ya se te contará. Sigue diciéndome que pasa en
el pueblo.
MOUNTAIN JIM: A Reinaldo le ha ido muy bien con el asunto de los mapas. Ha
mandado a muchos a perderse por acá. ¿Han sabido algo de ellos?
MURIETA: Dime.
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MOUNTAIN JIM: He ido estos últimos dos días a la oficina donde trabaja Reinaldo y la
he encontrado cerrada. Me he roto los nudillos llamando, pero nadie contesta.
MOUNTAIN JIM: Si. Sobre Crossley. Esta en Stockton en un hotel que yo conozco.
ROSA LEON: Calle esa boca, caballero bobo. Necesita descansar. Ponga su cabeza en mi
regazo, yo lo cuidaré. (El Caballero Aristocrático obedece. Cierra los ojos pero los vuelve
a abrir de inmediato.)
ROSA LEON: (Conmovida por primera vez ante un piropo de un hombre) Yo también.
Ahora duerma, caballero mío. (El Caballero Aristocrático se duerme)
TRESDEDOS: ¿A esta hora? (Murieta sólo le lanza una mirada) Está bien, Murieta. Yo te
sigo. (Murieta sale. Antes de salir, Tresdedos toma por los hombros a Mountain Jim)
Muchacho, respecto a lo de Mano Amputada de denantes, tampoco puedes llamarme así.
¿Está claro?
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MOUNTAIN JIM: Sí, señor García.
TRESDEDOS: Así está mejor. Otra cosa (En voz baja) a esa muchachita (Se refiere a
Manola) yo la vi primero. (Sale)
Elipsis
En la taberna de Doña Rosa, que está colmado de gente, sobre todo de gringos. Es la
noche del mismo día. Murieta y Tresdedos entran disfrazados de mexicanos. Se sientan en
una mesa y beben en silencio. Al poco rato entra Land, que ahora es el Sheriff de la
comunidad. Mira alrededor de toda la taberna y parece identificar a Murieta, a pesar del
logrado disfraz. Land se acerca a la mesa que ocupan Murieta y Tresdedos.
MURIETA: (Muy decidido, descubriéndose la cara) Claro que me conoce, Sheriff. Pero
de otros tiempos, y con otro nombre. Y ahora lo va a olvidar.
MURIETA: Usted haga su trabajo, Land, que de mis asuntos me ocupo yo.
NUCKEY: (A Land) ¡¿Qué haces hablando con esos sucios mexicanos, Land?!
NUCKEY: Ok, Land. Pero después no te acerques a nosotros porque nos puedes contagiar
la sarna.
TRESDEDOS: Le aseguro que soy más limpio que usted, gringo de mierda.
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MURIETA: Le dijo gringo de mierda, señor. Pero discúlpelo, no sabe lo que dice.
NUCKEY: (Se acerca a la mesa de Murieta y Tresdedos) Tu tampoco sabes lo que dices,
grasiento mexicano.
MURIETA: Tiene razón, no sabemos lo que decimos, pero si sabemos lo que hacemos. (A
un tiempo, Murieta y Tresdedos sacan sus navajas. Murieta degolla a Nuckey y Tresdedos
a un gringo de la mesa contigua.) Además, somos chilenos y mi nombre es Murieta.
(Huyen ambos chilenos. Tresdedos degolla a otro gringo que quiso intercederle el camino.
Los gringos quedan estupefactos. Sólo reaccionan después de un rato.)
Elipsis
(Todos los gringos salen tras Murieta y Tresdedos. Afuera cogen sus cabalgaduras y
preparan sus armas. Se dan voces y aparecen numerosos más. Llegan a formar un enorme
bando de 50 o 60 hombres. Mountain Jim se mezcla entre ellos y los ayuda a preparar sus
monturas.)
MOUNTAIN JIM: (Señala hacia el cerro que conduce a las rocosas) ¡Se fueron por allá!
El enorme tropel de gringos sigue la dirección que les señaló el muchacho. Al llegar a una
quebrada a los pies del cerro señalado, los espera, perfectamente camuflada, toda la
banda de Murieta. En una ataque feroz y de gran eficacia, aniquilan a todos los jinetes
yanquis. Luego, no contentos con el resultado, toman las monturas sobrantes y, unidas a
las que ya poseen, se lanzan en bloque con dirección al pueblo. A pesar de que Land,
sospechando la maniobra preparada por Murieta, alcanza a organizar un grupo de
resistencia, la fuerza de su banda termina por acabarlos. Luego continúan la faena
atacando al pueblo entero. Incendian, matan y saquean. Así, en una maniobra que no dura
más de veinte minutos, la banda de Murieta asesina a más de cien hombres y destroza,
prácticamente, todo el pueblo.
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MURIETA: (A una camarera, increíblemente bella y parecida a Teresita. Ella está
asustada ante la presencia de Murieta, aunque no sabe de quién se trata.) ¿Cómo te
llamas, muchacha?
MURIETA: Bien, Carmela. Busco al señor Crossley. ¿Se hospeda en este hotel?
MURIETA: No me cabe ninguna duda. Y viniendo de una tierra tan hermosa, ¿qué te hizo
venir a este sucio país?
MURIETA: Bien. ¿Puedes dejar este mensaje al señor Crossley? (Le pasa un papel)
CARMELA: Por nada, señor. (Comienza a salir, pero antes de hacerlo del todo se detiene
y se voltea) ¿Podría decirme su nombre, señor?
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MURIETA: (Sonriendo ampliamente) Joaquín. Me llamo Joaquín, Carmela.
TRESDEDOS: (Muy pícaro) ¡Así que Joaquín se llama el picarón! No que era “Murieta”
para todo el mundo.
ROSA LEON: Claro que sí. Yo misma recibí el mensaje de manos de Mountain Jim. La
Manola debe viajar ya mismo a Stockton.
(Saca su navaja y, tras olfatear a la usanza de Tresdedos, se lanza sobre unos arbustos. Al
rato aparece con el Caballero Amotinado, que está aterrado, bajo su brazo. Mountain Jim
está a punto de cortarle el cuello.)
(El Caballero Amotinado, por toda respuesta, busca entre sus bolsos hasta que encuentra
un balón de fútbol y una enorme bolsa con zapatos y camisetas de fútbol. Los muestra
todos.)
CABALLERO AMOTINADO: (Con voz casi inaudible) ¡Lo de la pelota! ¿Se acuerdan?
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Elipsis
MOUNTAIN JIM: ¿Qué piensa sobre lo que dijo el Caballero Aristocrático, ese?
MOUNTAIN JIM: Sobre que soy todavía un mozuelo. Yo pienso que no. Incluso ya
podría ser su novio.
MANOLA: Para algunas cosas eres ya todo un hombre, Jim. Pero para otras, eres apenas
un mocoso.
MOUNTAIN JIM: Qué va a ser hombre. ¿Sabía que dicen que duerme con el mexicano,
ese?
MOUNTAIN JIM: (Asustado) No, mejor no le diga nada. Olvídese de lo que le dije. Son
puros chismes de envidiosos.
Cuadro 5
Stockton, en el “Hotel California”. Murieta habla en voz baja con Land. Entra Tresdedos
justo en el momento en que Land se marcha.
TRESDEDOS: ¿Cómo que nadie importante? Era el Sheriff de Sacramento. ¿Qué hacías
hablando con ese gringo, Murieta?
MURIETA: García, confía en mí. Te lo diré en el momento oportuno. Por ahora guárdate
la curiosidad. ¿Ok? (Tresdedos asiente) ¿Llegaron?
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TRESDEDOS: Sí. Están esperando en la habitación.
MANOLA: Llegará en un par de horas. Viene viajando desde Sacramento donde estuvo
buscando oro. Piensa que ahora, sólo porque es rico, puede obligarme a estar a su lado.
CROSSLEY: (La codicia brilla en sus ojos) ¿Y cuánto oro logró acumular? Si no es
mucha la indiscreción.
CROSSLEY: Para nada. Si prefiere se puede sentar acá, (Señala la cama) para que esté
más cómoda.
(Manola se sienta a su lado. Se miran a los ojos y Crossley la besa en los labios. Manola
responde al beso.)
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En la Habitación Contigua. Murieta tiene la oreja pegada a la pared, intentando escuchar
la conversación. De pronto entra Carmela Félix, a hacer las labores de aseo de la
habitación.
(Se Miran largamente a los ojos. Murieta, en un momento, se siente tentado a besarla,
pero reprime el impulso. Carmela sonríe.)
CROSSLEY: ¿Por qué no, pequeña? Eres una mujer hermosa, creo que podría
perfectamente enamorarme de ti.
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CROSSLEY: Lo haría.
MANOLA: Pero tendríamos que deshacernos absolutamente de él. Si lo dejamos vivo, ese
infeliz nos haría la vida imposible.
CROSSLEY: Seguro.
MANOLA: Entonces vamos a esperarlo a la entrada del pueblo. Ahí podemos emboscarlo
y matarlo sin que nadie se entere.
MANOLA: Gracias. Y tu también me gustas mucho. (Se besan. Crossley toma su revólver
y lo guarda. Salen.)
MANOLA: Debe faltar una hora, por lo menos, para que aparezca.
MANOLA: Ahora que sé que vamos a estar juntos, si tu quieres, podemos continuar lo que
empezamos en el hotel.
MURIETA: ¿La estás pasando bien, Crossley? ¿Tan bien como lo pasaste con mi mujer, o
sólo gozas cuando una mujer se te resiste?
MANOLA: Menos mal que aparecieron. Un minuto más y hubiese tenido que tragarme el
asco de sentir a este animal dentro mío.
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MANOLA: Págamela ahora mismo.
MURIETA: ¿Cómo?
CROSSLEY: (Que, al ver el buen humor del hombre, aún mantiene una esperanza.)
Murieta, déjame explicarte, no sucedió como tu piensas...
Murieta toma a Crossley por el cuello y lo levanta. Ayudado por Tresdedos lo trasladan
unos metros donde han preparado un curioso aparato de maderas donde sobresale una
gran lanza de madera. Sin demorarse en falsos rituales, suben al Crossley sobre una
plataforma, y dejándolo caer violentamente, lo empalan a la enorme estaca de madera.
Luego le cortan la cabeza y la mano derecha y las guardan en unas bolsas de cuero.
Elipsis
En el campamento. Harry Love dirige un ataque terrible sobre Murieta y su banda. Sin
embargo, Murieta, informado por Land de este ataque, mueve las piezas de modo que
nadie resulte herido. En un momento determinado, Murieta se verá enfrentado solo a todo
el batallón de Love acorralado a una enorme pared de piedras. Cuando todos los hombres
apunten sus armas sobre su cuerpo, él desaparecerá sin dejar rastro ni explicación
plausible de cómo lo hizo posible.
Taberna de doña Rosa. Es el otro día. Los Rangers de Love, intentan explicar el milagroso
escape de Murieta.
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(Piensan durante un largo rato mientras beben Whisky)
(Vuelven a pensar durante un rato más largo ahora. Siguen bebiendo Whisky. Ahora están
casi borrachos.)
(Pensará durante un largo rato. Hará lo imposible por encontrar la solución en su cabeza,
pero sólo encontrará las siguiente palabras.)
(Larga pausa)
(Larga pausa)
HARRY LOVE: Creo que no nos estamos haciendo las preguntas correctas...
89
Cuadro 6
RACONTO
CARMELA: No. Tal vez no soy fea, pero algo me falta para ser hermosa.
MURIETA: ¿Qué?
CARMELA: Lo mismo que te falta a ti para volver a ser el hermoso Joaquín que fuiste
antes.
CARMELA: A Sonora.
Raconto
MURIETA: Creo que es hora de terminar, Teresita. Ya las fuerzas no me quieren seguir
en esta venganza que parece eterna. Si antes murió Joaquín, ahora quiere morir Murieta. Sé
que entenderás, porque siempre entendiste mejor que yo. Me enamoré de otra mujer y con
ella nazco de nuevo como morí en ti. He limpiado tu memoria y ahora quiero limpiar la
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mía. Cuando las puertas se me cierren también a mí, nos encontraremos en algún sitio
diferente a California. Te alcanzaré alguna vez, te lo prometo. Ahora debo irme. Aunque sé
que tu me seguirás acompañando. Acompaña también a mis amigos que me ayudaron en
todo este sinsentido. No me arrepiento de lo que hice, pero si naciera otra vez no lo haría
de nuevo. La sangre derramada no limpiará California y este país seguirá creciendo en el
odio hasta transformarse en un horrible Murieta del mundo.
(Larga pausa)
RACONTO
REYES: Lo haré encantado, Murieta. Creo que nunca terminaré de limpiar mi culpa
contigo.
MURIETA: Has sido un amigo de los más leales, Reyes. Ya no tienes ninguna deuda
conmigo. Estamos en paz. Sólo te pido que hagas este último trabajo. Cuando lo termines,
entrégaselo a García y luego lárgate.
REYES: Como quieras, Joaquín. (Se dan un largo abrazo. Luego Murieta le entrega la
cabeza y la mano de Crossley.)
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En un descampado. Murieta, Tresdedos, y Land. El cuerpo muerto de Crossley yace en el
suelo con las ropas de Murieta.
LAND: ¡Qué más quisiera yo! No te juzgo, Joaquín. Te comportaste como cualquier
hombre con honor lo hubiese hecho.
(Saca de un bolsón de cuero la cabeza y la mano de Crossley. Tras el tratamiento dado por
Reyes, están idénticas a la cabeza de Murieta y la mano mutilada de Tresdedos. Land
ubica la cabeza de modo que parezca recién desprendida.)
Elipsis
Llegan los Rangers al sitio donde se encuentra Land junto al Cuerpo de Crossley, sin
siquiera percatarse o cerciorarse de quién se trata. Con gran algarabía, ensartarán la
cabeza de “Murieta” y la mano de “Tresdedos” en grandes lanzas y, al son militar de la
banda de los Rangers, marcharán eufóricos hacía el pueblo.
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Cuadro 7
San Francisco. Gran cantidad de gente se desplaza por sus populosas calles.
CABALLERO ARISTOCRATICO:
El museo se repleta
por mirar una cabeza
Que ellos juzgan con certeza
Pertenecer a Murieta.
La gente corre y se aprieta
Para mirar la novedad
Que ha llegado a la ciudad:
¡Joaquín Murieta está muerto!
¡Joaquín Murieta está muerto!
Se grita con festividad.
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THE FIN
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