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HOY
RECOPILACIÓN DE
TEXTOS
ROSA LUXEMBURG
HOY
RECOPILACIÓN DE
TEXTOS
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Ahora que está en tus manos, este libro es
instrumento de trabajo para construir tu educación.
Cuídalo, para que sirva también a quienes te sigan.
ÍNDICE
NOTA INTRODUCTORIA 8
ROSA LUXEMBURG Y LA AMBIGÜEDAD DE LA HISTORIA
por Lelio Basso13
DE LA DIALÉCTICA MATERIALISTA ENTRE
ESPONTANEIDAD Y ORGANIZACIÓN: ROSA LUXEMBURG
por Oskar Negt 30
I33
II36
III42
IV45
V50
VI55
VII57
5
LA TEORÍA Y LA PRÁCTICA REVOLUCIONARIA: ROSA
LUXEMBURG por Dick Howard130
I. LA PRAXIS REVOLUCIONARIA Y SU TEORÍA 134
II. LA TEÓRICA Y SU PRAXIS 143
III. LA TEORÍA REVOLUCIONARIA 149
6
I220
II224
III228
IV231
V235
VI237
NOTAS262
7
NOTA
INTRODUCTORIA
En enero de 1979 se cumplirán 60 años de la muerte de Rosa Luxemburg y
del fallido levantamiento espartaquista. Es sabido que la derrota de aquella re-
volución alemana (1918-1919), una de las primeras y últimas de la Revolución
en Occidente, ha venido siendo considerada por no pocos teóricos y políticos
marxistas «ortodoxos» como la confirmación última y definitiva de los erro-
res políticos inherentes al llamado «luxemburguismo», es decir, de la equivo-
cada posición ideológica de Rosa Luxemburg. Por esquemáticas que puedan
aparecer estas bases argumentativas, lo cierto es que este tipo de considera
ciones han prevalecido durante decenios en el seno del movimiento comu-
nista y, con matices, continúan dándose hoy. Resultado de ello es el hecho de
que estas seis décadas transcurridas desde la muerte de Rosa Luxemburg se
han caracterizado sobre todo por la marginación, la condena sistemática, el
silencio y/o las pseudorrehabilitaciones, para no hablar ya de la pura y simple
instrumentalización de la vida y obra de Rosa Luxemburg.
En efecto, de esta clásica del marxismo se reclaman hoy diversas corrien-
tes, según se aíslen o privilegien unos u otros de los elementos de su pro-
ducción teórica global. De ahí, por ejemplo, que Rosa Luxemburg pueda re-
sultar un personaje atractivo para muchos sectores de la llamada «extrema
izquierda», por su justa crítica de ciertas deformaciones y fetichizaciones del
momento organizativo por parte de los partidos obreros tradicionales, criti-
ca que hoy sigue apareciendo como necesaria. Lo que resulta paradójico, sin
embargo, es el intento de «rehabilitación» por parte de sectores importantes
de la burguesía «ilustrada», de la socialdemocracia actual, quienes, en base a
las pretendidas profundas divergencias de Rosa Luxemburg con Lenin y los
bolcheviques, la han querido utilizar para justificar una política abiertamente
anticomunista. No puede olvidarse, todo hay que decirlo, que muchas citas,
párrafos y textos de Rosa Luxemburg, descontextualizados y aislados, podrían
naturalmente servir a estos fines, como de hecho ha ocurrido, por ejemplo,
con La revolución rusa. Solo que para ello estas corrientes socialdemócratas
tienen necesariamente que silenciar o tergiversar el hecho incontestable de
su asesinato a manos, precisamente, de la propia socialdemocracia. Porque
si esos deseos de recuperación del pensamiento luxemburguiano estuvieran
auténticamente motivados por un afán de transformación global, esa muerte
tendría que llevarles ineludiblemente a una autocrítica profunda de su propia
trayectoria e ideología políticas desde 1910 hasta el presente. Es, pues, preci-
samente el hecho de su muerte —consecuencia y resultado a su vez de una
coherencia teórica y política—, lo que convierte a Rosa Luxemburg en irrecu
perable para las corrientes hoy llamadas socialdemócratas. Convendría no
olvidarlo.
Pero, por fortuna, al lado de estas «rehabilitaciones», ha habido siempre
intentos genuinos por recuperar, sin dogmatismos, sus reales aportaciones
teóricas y políticas a la compleja realidad que le tocó vivir, y por extraer de
la lectura de sus textos cuantas lecciones puedan hoy todavía aparecer como
útiles y válidas para una reflexión y una reorientación de la estrategia política
revolucionaria en Occidente.
10 RECOPILACION DE TEXTOS
intelectuales pequeñoburgueses— formada no ya por «políticos» al estilo de
la vieja guardia socialista (W. Liebknecht, A. Bebel), sino por funcionarios «or-
ganizadores-administrativos» cuyo horizonte terminaba en el parlamento,
y que, ocupando las posiciones estratégicas en el aparato de los sindicatos y
partidos, tenían garantizada una influencia mucho mayor que la que les otor-
gaba su real importancia numérica.
La socialdemocracia llegaría así a nutrirse cada vez más de la «aristocracia
obrera», de elementos pequeñoburgueses en su mayoría no socialistas, de es-
tratos medios insatisfechos, pero poco inclinados a apoyar una transforma-
ción global del sistema, dejando fuera al proletariado no organizado o poco
cualificado, cada vez menos identificado y más alejado de la política parla-
mentaria de la socialdemocracia dirigente.
Todo ello vendría necesariamente a abrir una honda crisis, planteando toda
una serie de cuestiones en el seno de la izquierda revolucionaria antes de 1914
que hoy vuelven a estar a la orden del día: escisión o no del partido mayoritario
de la clase obrera (Rosa Luxemburg aduce poderosas razones en contra —1911
y 1917— y a favor —1918—); formulación tentativa de una política alternativa
de recambio (aquí hay que enmarcar su Huelga de masas, partido y sindicatos,
¿Qué quiere la Liga Espartaco?, Nuestro programa y la situación política, entre
otros); denuncia de las bases objetivas y subjetivas del reformismo (¿Reforma
social o revolución?, La crisis de la socialdemocracia); esfuerzos por realizar un
riguroso análisis científico de la nueva fase —imperialista— del capitalismo
(La acumulación del capital, la Anticrítica); etc., intentos de alternativas que
serían violentamente abortados por la contrarrevolución.
Los problemas que tuvo que afrontar la izquierda socialdemócrata y muy
particularmente Rosa Luxemburg, no son, evidentemente, los mismos del
momento actual. Pero también resulta evidente que muchas de las «vías» po-
líticas que hoy se nos quieren presentar como originales no lo son tanto, y que
muchas de las dificultades que nos aquejan son no solo todavía un resultado
del triunfo de aquellas corrientes contrarrevolucionarias en el seno del mo-
vimiento obrero, sino también de la ausencia de una profunda autocrítica, y
de una auténtica preocupación por recuperar los elementos de aquellas y de
otras polémicas generadas en el movimiento comunista desde entonces en la
necesaria búsqueda y discusión de los problemas que todavía hoy seguimos
reconociendo como profundamente actuales.
En este contexto debe enmarcarse, pues, este número extraordinario que
presentamos aquí con el título de «Rosa Luxemburg hoy». En él colaboran, con
textos en su mayoría originales y especialmente escritos para este número,
buena parte de aquellos teóricos e investigadores marxistas cuyo empeño,
esfuerzo y labor científica han hecho posible esa nueva lectura y tratamiento
de la figura y obra de esta ya gran clásica de la literatura marxista. Estas dis-
tintas colaboraciones reflejan, como es obvio, ideologías, opciones políticas y
motivaciones también diversas, hecho que no puede por menos que contri-
buir a enriquecer el debate, por mucho, claro es, que nos identifiquemos más
con unos textos que con otros.
12 RECOPILACION DE TEXTOS
ROSA LUXEMBURG
Y LA AMBIGÜEDAD
DE LA HISTORIA
Lelio Basso: Nacido en diciembre de 1903. Licenciado en Derecho (1925) y
en Filosofía (1931), desde 1923 hasta 1926 colabora en Critica Sociale, Rivoluzio
ne liberale, Conscientia, Avanti, II Caffe. Quarto Stato (cuya dirección asume en
1946-1950), y desde 1928 director de Pietre, la última revista cultural antifas-
cista que quedaba en Italia. A su salida de la cárcel (1928-1931) se halla entre
los fundadores del Centro interno del Partido Socialista italiano. Arrestado de
nuevo en 1939, a su salida del campo de concentración (1940) trabaja en la
reconstrucción de un movimiento socialista renovado: el Movimiento de Uni-
dad Proletaria (MUP) que en 1943 se fusiona con el PSI, dando así vida al PSIUP
(Partido socialista de unidad proletaria) del que fue vicepresidente (1945) y
luego secretario general (1947). En 1946 es elegido miembro de la Asamblea
Constituyente y miembro de la comisión para la redacción de la Constitución.
Reelegido siempre como representante de Milán en el Parlamento (1948, 1953,
1958, 1963), en la Cámara de Diputados (1968) y en el Senado (1972 y 1976) del
que todavía es miembro.
En diciembre de 1963, en el acto de constitución del primer gobierno Moro
con participación socialista negó el voto de confianza al gobierno y fue sus
pendido de sus funciones, por indisciplina, en el partido, junto con una trein
tena más de parlamentarios, con los cuales funda un partido socialista de
izquierda que retoma el nombre de PSIUP, del que es elegido presidente. En
1968 su toma de postura contra la intervención del Pacto de Varsovia en Che-
coslovaquia le coloca en minoría y abandona el partido. Desde 1969 es socia-
lista independiente.
Dirige desde 1958 la revista Problemi del Socialismo, y desde 1964 a 1968 la
revista bilingüe International Socialist Journal. Da ensenado Sociología de los
países en vías de desarrollo en la Universidad de Roma. Funda, con otros com-
pañeros, el Instituto para el Estudio de la Sociedad Contemporánea (ISSOCO)
en 1969, y la Fundación Lelio y Lisly Basso-ISSOCO en 1973, de la que es presi-
dente. Miembro del Tribunal Russell sobre crímenes americanos en Vietnam
(1966-1967) y presidente del II Tribunal Russell sobre la represión en Brasil,
Chile y América Latina (1973-1976). Actualmente presidente de la Fundación
Internacional Lelio Basso por el derecho y la liberación de los pueblos y de la
Liga Internacional por los derechos y la liberación de los pueblos.
Aparte de sus múltiples escritos traducidos a varias lenguas, ha publicado:
Rosa Luxemburg, Scriti politici (Roma, 1967), Neocapitalismo e sinistra europea
(Bari, 1969), Rosa Luxemburg, Lettere alla famiglia Kautsky (Roma, 1971), Rosa
Luxemburg, Lettere a Leo Jogiches (Milán, 1973), Per conoscere Rosa Luxemburg
(Milán, 1977), y está actualmente preparando un volumen sobre la estrategia
revolucionaría de Marx, una antología de cartas de Rosa Luxemburg y un vo-
lumen sobre la huelga de masas.
14 RECOPILACION DE TEXTOS
Lelio Basso
16 RECOPILACION DE TEXTOS
primas, sino también para el reclutamiento de mano de obra y el traspaso de
tecnología; basta pensar, en fin, en las gigantescas concentraciones de capital
en manos privadas, que superan la disponibilidad de muchos estados; final-
mente en la necesidad de hacer intervenir continuamente al poder público
para garantizar el mecanismo del beneficio y el funcionamiento del proceso
de acumulación. Cómo esta contradicción entre el carácter social de la tota-
lidad de la producción y la naturaleza privada ya sea del beneficio, ya sea del
poder directivo, provoca continuas crisis económicas o políticas (guerras, re-
voluciones) y hoy incluso morales, no es necesario ilustrarlo, puesto que es de
por sí evidente.
Las previsiones hechas por Marx en este terreno, pues, se han confirmado,
y, sin embargo, no se ha producido la revolución que Marx esperaba. ¿Por qué?
Digamos enseguida que Marx, aun considerando el desarrollo de las contra-
dicciones como un proceso objetivo necesario que lleva en sí los gérmenes
de la autodestrucción del sistema, no pensaba que esta destrucción fuera un
resultado automático. Consideraba la intervención subjetiva de la clase traba-
jadora, a través de la lucha de clases, como un momento necesario del proce-
so revolucionario. En un párrafo de Herr Vogt (1860), que suelo citar con fre-
cuencia, Marx había definido este momento subjetivo como una participación
consciente en los procesos objetivos que se desarrollan ante nuestros ojos [9];
en otras palabras, la tarea del movimiento obrero debería ser, según Marx, la
de insertarse en el surco cavado por la contradicción fundamental para acen-
tuar de un lado los elementos de crisis del viejo sistema, y recoger y coordinar,
de otro, todos los elementos de la sociedad nueva que el carácter social de las
fuerzas productivas habría ido acumulando. Solo gracias a esta participación
consciente los procesos objetivos podrían desembocar en la revolución y en
la creación de la nueva sociedad socialista. Pero este vínculo entre el proceso
objetivo y la participación subjetiva no se ha dado, y es aquí donde las previ-
siones de Marx no han encontrado confirmación en los hechos. Creo, por tan-
to, que aquí se encuentra el error de Marx, pero creo también que el mismo
Marx ofrece los instrumentos para superar y corregir este error.
Este me parece uno de aquellos casos en los que Marx ha sido «traiciona-
do» por su impaciencia revolucionaria, porque, habiendo individualizado con
exactitud, en el conflicto entre fuerzas productivas y relaciones de produc-
ción, el elemento motor del proceso revolucionario, sobrevaloró después en
demasía la capacidad de ruptura de las fuerzas productivas y subvaloró, y pue-
de decirse que olvidó completamente, la fuerza también ofensiva de las rela
ciones de producción. En el párrafo, fundamental para este tema, del Prefacio
de 1859, las relaciones de producción son equiparadas a unas cadenas, esto
es, a una fuerza de resistencia pasiva que el desarrollo de las fuerzas produc-
tivas está llamado a romper. Y ello se repite siempre que Marx habla de este
conflicto. Y sin embargo, le habría bastado con profundizar en sus propios
análisis para comprender que las cosas no eran así, para comprender que las
relaciones capitalistas de producción tienen la capacidad de reproducirse, es
decir, de reproducir el sistema, evidenciando no tanto una resistencia pasi-
va sino una fuerza activa capaz de abatir, al menos hasta un cierto momen-
18 RECOPILACION DE TEXTOS
fuerzas productivas y relaciones de producción y la contradicción que de ahí
nace pone en movimiento estos procesos autodestructivos. La sociedad que-
da convertida así en terreno de un conflicto de inmensas proporciones que
puede agudizar al máximo las contradicciones y las crisis, pero si el movi-
miento obrero no es capaz de ver en él con claridad el conflicto de dos lógicas
inmanentes ambas a la sociedad capitalista (una, fuertemente conservadora,
de las relaciones de producción y otra, transformadora y socializante, de las
fuerzas productivas) será difícil que lleve hasta sus últimas consecuencias
esta contradicción, que luche contra la fuerza conservadora y domesticadora
de las relaciones de producción, y que aglutine en torno a la naturaleza so-
cial de las fuerzas productivas todos los elementos de la nueva sociedad en
formación hasta el momento en que, con o sin la asistencia mayéutica de la
violencia revolucionaria, el feto de la sociedad socialista pueda finalmente ver
la luz. El haber creído en la superioridad y en la victoria incontestada de las
fuerzas productivas impidió a Marx aprehender el verdadero curso del pro-
ceso histórico —la copresencia de dos fuerzas ciclópeas, de dos formidables
fuerzas antagónicas— y, por tanto, no le permitió vislumbrar una estrategia
revolucionaria satisfactoria para ese largo período.
De todos los continuadores de Marx, pienso que solo Rosa Luxemburg re-
tomó este aspecto del proceso histórico, la ambigüedad inmanente siempre
presente en ese proceso bajo el impulso de las dos fuerzas que hemos indi-
cado, y por consiguiente es la única que puede ofrecer hoy unas sólidas bases
bien para una justa comprensión de Marx, bien para la elaboración de una es-
trategia revolucionaria adecuada a la sociedad del capitalismo desarrollado.
Partimos de la premisa de que Rosa Luxemburg se encuentra perfecta-
mente en la línea de Marx en la aplicación del método dialéctico a la interpre-
tación del proceso histórico y que en el método dialéctico de Luxemburg la ca-
tegoría de la totalidad ocupa un lugar central. Cuando el marxismo ortodoxo
de la socialdemocracia alemana entra en crisis a finales del siglo pasado bajo
los ataques de Bernstein, Rosa Luxemburg es la única, en la polémica que si-
guió, en asumir el método marxiano como criterio discriminatorio entre una
estrategia revolucionaria y una reformista. La decisiva crítica que ella hace a
Bernstein es la de haber abandonado la categoría de la totalidad, y es por ello
que él «toma los fenómenos de la vida económica considerados no en su arti-
culación orgánica con el desarrollo capitalista en su conjunto y en su conexión
con todo el mecanismo económico, sino arrancados de esa conexión como
fragmentos separados de una máquina sin vida» [14], y de este modo «ya no
encuentra el eje espiritual de cristalización en torno al cual agrupar la multi-
plicidad de hechos singulares hasta conseguir el todo orgánico de una visión
consecuente del mundo» [15]. Por eso la concepción oportunista de Bernstein
«es mucho peor que falsa: es la negación absoluta de lo que representa la so
cialdemocracia. No es una opinión equivocada de un socialdemócrata (como
opinaban los portavoces del marxismo oficial, Kautsky o Plejánov, L. B.). Es el
pensamiento justo de un demócrata burgués, que se considera erróneamente
un socialdemócrata» [16]. Ella plantea una crítica análoga, creemos que con
razón, a los conceptos organizativos enunciados por Lenin en Un paso ade
20 RECOPILACION DE TEXTOS
naria, mientras que el aislamiento empirista de los momentos particulares
—la lucha sindical, la lucha parlamentaria, etc.— serán siempre formas subal
ternas de lucha que no conseguirán acabar con la lógica capitalista. Ya en el
primer congreso de la socialdemocracia alemana en que toma parte, el de
Stuttgart de 1898, asume una clara posición polémica contra el empirismo de
los oportunistas y enuncia el principio de que solo la referencia de la lucha co-
tidiana al objetivo final «es lo único que da su espíritu y su contenido a nuestra
lucha socialista, (...) y hace de ella una lucha de clases» [19]. Apunta justamente
Lukács: «Pues el objetivo final no es un estadio que espera al proletariado al
final del movimiento, independientemente de él, independiente del camino
que hay que recorrer, en algún lugar imprecisado y como «estado del futuro».
(...) El objetivo final es más bien la relación al todo (al todo de la sociedad consi-
derada como proceso), por la cual cobra sentido revolucionario cada momen-
to de la lucha. Una relación interna a cada momento precisamente en su sim-
ple y sobria cotidianidad, pero que solo se hace real por su paso a conciencia,
dando así realidad también a cada momento de la lucha cotidiana por obra de
la relación, ya manifiesta, al todo, o sea, levantándolo de la mera factualidad,
de la mera existencia, a la realidad» [20].
Nunca se subrayará bastante la importancia que para un proceso revolu-
cionario largo tiene esta referencia permanente al objetivo final en el curso
de la lucha cotidiana, porque permite situar todos los momentos de la lucha
y todos los objetivos parciales en el gran drama de la historia, en el marco del
enfrentamiento de las dos fuerzas —o, si se prefiere, de las dos lógicas— que
se disputan la hegemonía en la sociedad capitalista, porque permite valo
rarlos dentro de un contexto general y aprehender en ellos todo el significa-
do positivo o negativo según contribuyan a reforzar el impulso socializante o
el conservador. De esta forma Rosa Luxemburg puede palpar diariamente la
presencia y el peso de cada una de las dos fuerzas fundamentales, puede ver
en qué medida cada una de ellas consigue abrirse camino en el proceso histó-
rico. Y puede ver cómo cada una de ellas responde a una lógica de la historia,
a una necesidad histórica.
Rosa Luxemburg acepta de Marx la idea de la «necesidad histórica»: la de
las fuerzas objetivas que surgen del seno de la sociedad y que condicionan el
actuar de los hombres. «La mayor conquista de la lucha de clases proletaria a
lo largo de su desarrollo ha sido el descubrimiento de los fundamentos de la
realización del socialismo en las relaciones económicas de la sociedad capi
talista. Con ello el socialismo dejó de ser un ‹ideal› con el que la humanidad
había soñado durante milenios para convertirse en una necesidad histórica»
[21]. «Para Marx, la rebelión de los obreros, su lucha de clases es (...) mero refle-
jo ideológico de la necesidad histórica objetiva del socialismo»[22]. Es, por tan-
to, una «lógica del proceso histórico objetivo» que «va por delante de la lógica
subjetiva de sus portadores» [23], porque «las cosas tienen una lógica propia
incluso cuando los hombres no quieren tenerla» [24] .
Pero esta lógica de la historia es una lógica bifronte, una lógica que expresa
en cada momento dos tendencias contradictorias, la posibilidad de dos solu-
ciones contrapuestas. El agudo espíritu dialéctico de Rosa, su profundo senti-
22 RECOPILACION DE TEXTOS
los acontecimientos: todo el bien de un lado y todo el mal del otro, el blanco por
una parte y el negro por otra. Blanco y negro están siempre presentes tanto en
aquello que para una consideración vulgar puede aparecer como una victoria
capitalista, cuanto en lo que puede aparecer una derrota, y el significado real
emerge solo del contexto en que el acontecimiento concreto se inserta, o, para
remitir a cuanto se ha dicho, de la totalidad del proceso, es decir, del camino
que, en última instancia, el proceso histórico acaba por seguir» [29].
«De ahí no se desprende ninguna certeza de la marcha ascendente de la re-
volución. Queda desmentido el optimismo de Marx y resucita el dilema de En-
gels: socialismo o barbarie. Frente a la tragedia de la Primera Guerra Mundial y
también en el fuego de una revolución que no había perdido todavía la batalla,
ella no se cansa de prevenir contra los fáciles optimismos y las certezas super-
ficiales: las catástrofes en las que se precipita la sociedad capitalista no ofrecen
la certeza de la victoria del socialismo. Si la ciase obrera no encuentra la fuerza
para su propia liberación, la sociedad entera y con ella la clase obrera puede
precipitarse hacia un sinfín de luchas destructivas. La humanidad se enfrenta
a la alternativa: ¡socialismo o aniquilación en la barbarie! En su ensayo sobre el
programa de Espartaco (Rote Fahne, 14 diciembre 1918), ella escribía: O conti-
nuación del capitalismo, nuevas guerras y rápida caída en el caos y en la anar-
quía, o abolición de la explotación capitalista; y repetirá en su último discurso
en el Congreso de fundación del Partido Comunista alemán que «si el prole-
tariado no cumple sus deberes de clase y hace realidad el socialismo, a todos
nosotros nos aguarda la desaparición» [30].
24 RECOPILACION DE TEXTOS
capitalista» [34]. Rosa se une aquí a la afirmación de Marx en Herr Vogt men-
cionada anteriormente, según la cual el movimiento obrero debe participar
conscientemente en los procesos objetivos para encauzarlos hacia la salida
revolucionaria. Pero en Rosa es ahora clara la conciencia de que estos proce-
sos objetivos no tienen una tendencia unilineal, de que la victoria del carácter
social de las fuerzas productivas no es algo fatalmente determinado y de que,
por lo tanto, el movimiento obrero debe no solo estudiar y conocer estos pro-
cesos, sino individualizar en ellos el lado revolucionario y fundamentar sobre
ellos la propia acción, valorando y combatiendo a la vez las tendencias opues-
tas que son también inmanentes a los procesos objetivos mismos. Se trata,
según nuestra opinión, de un avance decisivo en la elaboración de una estra
tegia revolucionaria para un período largo.
Otra aportación fundamental de Luxemburg, habíamos visto, es la que se
refiere al vínculo de la acción cotidiana con el objetivo final. Esto significa que
el movimiento obrero no debe limitarse a aprehender las grandes líneas del
desarrollo de los procesos objetivos, sino que debe confrontar cada día la pro-
pia acción con estas líneas de desarrollo, debe «enderezar la táctica de com-
bate de cada hora hacia la inmutable meta final» [35] La referencia al objeti-
vo final, como ya señalamos, es la referencia al proceso histórico-social visto
como totalidad en sentido marxiano. Y esta referencia a la totalidad permite
distinguir una acción reformista de una acción revolucionaria.
El movimiento obrero de la Segunda Internacional estuvo marcado por la
continua polémica entre la corriente reformista llamada también oportunis-
ta, y la revolucionaria, llamada también intransigente o maximalista según los
países y el momento, pero se trataba casi siempre de posiciones abstractas,
perpetuamente desmentidas por la historia y, sin embargo, perpetuamente
recurrentes, sobre todo porque el movimiento obrero no ha conseguido en-
contrar nunca aquella línea de acción dialéctica cuyas líneas fundamentales
Marx habla trazado y cuyas implicaciones prácticas fueron desarrolladas por
Rosa Luxemburg. Pero no resulta fácil para un movimiento de masas, sino po-
see dirigentes capaces, saberse dotar de una línea realmente revolucionaria
en el sentido explicado. Sin una fuerte conciencia de clase y sin una adecuada
capacidad dialéctica es difícil para las masas sustraerse a la presión del siste-
ma, a la lógica de la totalidad, que es, como hemos dicho, la lógica de la inte-
gración. «El avance histórico-mundial del proletariado hacia su victoria no es,
desde luego, ‹cosa fácil›. Toda la singularidad de este movimiento consiste en
que en él por primera vez en la Historia las masas populares imponen su vo-
luntad por sí mismas y contra todas las clases dominantes, pero teniendo que
fijar esa voluntad más allá de la sociedad actual, fuera de ella. Sin embargo,
las masas solamente pueden dotarse de esa voluntad en la lucha constante
con el orden establecido, en el marco de ese orden. La unión de las masas con
una meta que trasciende por completo el orden establecido, la vinculación
de la lucha cotidiana con la gran reforma del mundo; ese es el gran problema
del movimiento socialdemócrata, el cual, consecuentemente, ha de trabajar y
avanzar entre dos escollos: entre el abandono del carácter masivo y el aban-
«Este paso de Rosa Luxemburg es de una gran importancia no solo para en-
tender la esencia de su pensamiento dialéctico, sino también para compren-
der la raíz de las continuas e insuprimibles desviaciones que se manifiestan en
el interior del movimiento obrero, hacia el reformismo y hacia el extremismo,
hacia el oportunismo y el sectarismo; y de la importancia de esta observación,
Rosa Luxemburg era ciertamente consciente, y de hecho la repitió casi al pie de
la letra pocos años después en su polémica con Lenin. El sentido del paso ahora
citado consiste en que, viviendo en el interior de una sociedad contradictoria,
incluso el obrero participa de esa naturaleza contradictoria y es a la vez miem-
bro de la sociedad burguesa, interesado en asegurarse dentro de ella las mejo-
res condiciones de vida, y miembro de la clase revolucionaria, de la clase que
no puede emanciparse completamente de la explotación capitalista sin acabar
con el orden capitalista. Ahora bien, en la medida en que el obrero particular, o
fracciones más o menos amplias del movimiento, tengan en cuenta solamente
la lucha cotidiana por las mejoras o solamente el objetivo final, en esa medi-
da ellos tienden o se precipitan sin más hacia una u otra de las desviaciones
clásicas: en el primer caso olvidan el objetivo final, o sea, la necesidad de que
cada paso del movimiento se dé de forma que haga progresar la negación de la
sociedad capitalista, y permanecen enteramente bajo el techo de la misma, y
en definitiva se siguen moviendo sobre el terreno burgués, y en posición sub-
alterna; en el segundo caso, rechazan la lucha cotidiana pensando tan solo en
preparar el objetivo final y así permanecen fuera de la realidad, se encierran en
el dogma y en la secta, se separan de las corrientes vitales del movimiento, has-
ta caer en el maximalismo del ‹todo o nada›, un dilema que en realidad tiene un
solo cuerno, el del nada, ya que el todo se puede conquistar solo en la medida
en que viene preparado precisamente a través de aquella lucha cotidiana que
se recusa» [37].
26 RECOPILACION DE TEXTOS
A este respecto resulta todavía oportuna una última consideración, que
ayudará a esclarecer nuestro razonamiento y, sobre todo, sus implicaciones
prácticas. Es sabido que el Programa de Erfurt de la socialdemocracia alema-
na, en vigor desde 1891 hasta después de la guerra mundial y de la muerte de
Luxemburg, se articulaba en un programa mínimo, que era el programa de
las reivindicaciones inmediatas, o, lo que es lo mismo, de las reivindicaciones
internas a la sociedad capitalista, y un programa máximo, que era el progra-
ma de la instauración de la sociedad socialista. Para los reformistas contaba
solo el programa mínimo, para los maximalistas solo el segundo; lo que era,
en cambio, importante para Rosa era el vínculo entre ambos, el nexo entre
las reivindicaciones parciales y la realización del socialismo. Hay un párrafo
de Luxemburg en que afirma que lo que distingue una posición reformista
de una revolucionaria no es el «qué», sino el «cómo». De hecho no niega la
validez de las reivindicaciones que configuran el programa mínimo, la validez
de las reformas parciales y de las conquistas limitadas, como tampoco con-
testa el valor del «pequeño trabajo cotidiano», porque es precisamente de ahí
que ella quiere hacer emerger la salida revolucionaria. Todos, por tanto, quie-
ren las mismas cosas, pero «cuando se considera la cosa más de cerca las dos
concepciones son directamente antagónicas», porque para unos las conquis-
tas parciales vienen valoradas en sí mismas, mientras que un revolucionario
puede considerarlas solo en el contexto general del proceso revolucionario
y juzgar en esa misma medida su valor. He ahí, por tanto, lo que significa un
mismo «qué», pero un «cómo» diferente. Podemos explicarlo mejor con al-
gunos ejemplos. Existen reformas, existen objetivos parciales que han sido o
vienen apoyados por reformistas y por revolucionarios. Marx, que era un re-
volucionario, había juzgado la legislación sobre las fábricas como un hecho
revolucionario y , sin embargo, no puede negarse que los reformistas se han
batido y siguen luchando por obtenerla. Todos los partidos democráticos, in-
cluso los burgueses, han luchado por el sufragio universal, incluso Marx en
Inglaterra se empeñó a fondo en la lucha por la reforma electoral, como tam-
bién Rosa Luxemburg estuvo a la cabeza de la lucha por el sufragio igualitario
en Prusia. Ahora bien, no solo estas conquistas eran reivindicadas conjunta-
mente por revolucionarios y reformistas, sino que en un cierto punto apa-
recieron incluso como funcionales al desarrollo del capitalismo. Lo mismo
puede decirse de las luchas salariales: durante decenios y decenios de años el
movimiento obrero ha luchado contra los salarios de hambre enfrentándose
a la resistencia feroz de los capitalistas. Pero a medida que la lucha sindical
ha ido arrancando conquistas, el capitalismo ha reaccionado modificando
la composición orgánica del capital, mejorando los medios, intensificando el
progreso tecnológico y acrecentando la productividad, realizando en última
instancia un beneficio. Beneficio que se expresa también en el hecho de que
el aumento de los salarios ha ayudado al capitalismo a superar los límites que
el bajo nivel precedente planteaba a la expansión del consumo y, por tanto, a
la expansión de la producción, de tal modo que a partir de un cierto momento
el capitalismo de vanguardia ha aceptado la política de los altos salarios para
favorecer el consumo de masa y ampliar notablemente el mercado. Así el au-
28 RECOPILACION DE TEXTOS
narse el final de la presente situación, la formación de un nuevo equilibrio, de
una nueva lógica, de un nuevo sistema de relaciones socialistas. Una vez más
es Rosa Luxemburg quien advierte frente al peligro de esperar la revolución
solo bajo la forma de un enfrentamiento violento por la conquista del poder, y
llama, en cambio, a considerarlo como el punto de llegada de un largo proceso
de desarrollo capitalista, en el que están continuamente presentes también
los momentos revolucionarios, los «momentos sociales internos» de un desa-
rrollo alternativo, porque ahí radica la ambigüedad de la historia. «Las catás-
trofes no están en contradicción con el desarrollo, sino que son un momen-
to, una fase del desarrollo», que solo los pequeñoburgueses pueden concebir
«como un imperceptible proceso de diversas fases y grados de desarrollo que
se deslizan los unos en los otros en forma completamente pacífica» [40].
El revolucionario sabe que la meta final no es el final fácil de un desarrollo
imperceptible y tranquilo, sino, por el contrario, la terriblemente difícil salida
de una lucha que se combate diariamente y que debe llevar su marca incluso
a los rincones más profundos de la historia, donde se esconde ya hoy el semen
de la sociedad futura que solo gracias a nuestros esfuerzos y a nuestra clari-
dad de miras podrá germinar y más tarde alcanzar su maduración.
Abril 1978.
(Traducción de María-José Aubet)
32 RECOPILACION DE TEXTOS
para dar una idea de la penetrante y matizada fuerza de la proporción que
acuña las relaciones sociales en su totalidad—, todo esto es algo que solo vale
para un único tema en Rosa Luxemburg, que lo domina todo: para la dialéctica
histórica que tiene lugar entre espontaneidad y organización, marcada por
la huelga de masas; una dialéctica vinculada a la producción, tanto material
como espiritual. Ciertamente que la espontaneidad no es la ley de la dinámica
de las masas; pero también es verdad que sin espontaneidad, con la que dan
expresión, manifiesta y abierta, a sus intereses, no hacen sino seguir movién-
dose dentro del marco del orden de dominación establecido. Es precisamente
la dialéctica entre espontaneidad y organización la que lleva a los procesos
históricos más allá de toda mecánica de inercia y de modos de pensar y obrar
unilaterales y codificados. No solo determina la ley del movimiento político
emancipatorio de la clase proletaria, sino también la estructura de la teoría en
cuestión, cuyo núcleo es la dialéctica materialista.
Si se usa, en este contexto, la palabra «espontánea», resulta ineludible en-
frentarse con una objección corriente. Espontaneidad, tal y como se mani-
fiesta en las huelgas de masas, no es una espontaneidad «inmediata», sino
que tiene continuamente una mediación, y esto en dos aspectos: Por un lado,
se puede hablar de comportamiento espontáneo de los mismos trabajado-
res cuando tienden a enfrentarse con el aparato burocrático de los partidos
proletarios y de las organizaciones sindicales; comportamiento mediado por
alguna forma de organización, con frecuencia por medio de las capacidades
organizativas individuales adquiridas precisamente en el seno de aquellas
organizaciones; despojar a la espontaneidad de tales elementos organizati-
vos significa hacer de ella una pura abstracción. Por otro lado, la huelga es-
pontánea de masas surge, en ciertas condiciones, y de forma necesaria, de la
producción, del proceso material de la vida social; y está mediada por una se-
rie de connotaciones del conjunto de la sociedad, determinadas por las con-
tradicciones del modo de producción capitalista en un estadio concreto del
desarrollo histórico. De modo que la efectividad política de la espontaneidad
presupone también teoría, conciencia de totalidad.
Si la huelga espontánea de masas es entendida de esta forma, sin malen-
tendidos, entonces no cabe duda de que es el centro de la dinámica interna de
la actuación política y del pensamiento dialéctico de Rosa Luxemburg. Quien
quiera desarrollar la dialéctica existente entre espontaneidad y organización
tendrá que volver incesantemente a este punto de referencia constante de su
teoría y existencia política.
34 RECOPILACION DE TEXTOS
hay más: Cuando Rosa Luxemburg critica, en ese contexto, un socialismo por
decretos, seguro que no se refiere únicamente a las mascaradas políticas de
Ebert y Scheidemann, sino que se refería también a todo partido que no reco-
nociera el carácter revolucionario de las acciones de carácter económico de
las masas. «La lucha por el socialismo solo puede ser conducida por las ma-
sas, en un combate directo, cuerpo a cuerpo, contra el capitalismo, en cada
fábrica, en un combate de cada proletario contra su patrono. Solo entonces
será socialista la revolución. (...) El socialismo no es algo que se haga ni puede
hacerse por decreto, ni siquiera por los decretos del mejor gobierno socialis-
ta. El socialismo ha de hacerse por las masas, por cada proletario. Allí donde
están unidos a la cadena del capital, allí ha de ser destruida esa cadena» [46].
Con esto se hace referencia a una forma de organización caracterizada por
Marx, no ciertamente al azar, como «previous organisation», en una analogía
con la acumulación originaria, que surge de las luchas directas de carácter
económico de la clase obrera, reuniendo las experiencias realizadas en el en-
frentamiento cotidiano con el capital; a esta «previous organisation» se le ha
colocado más tarde la etiqueta de mero sindicalismo, rebajándola a la catego-
ría de una lucha apolítica de intereses. Marx, por el contrario, matiza mucho
más a la hora de ver las relaciones existentes entre lucha económica y lucha
política, como escribe a Friedrich Bolte, en carta del 23 de noviembre de 1871:
«(...) el intento de forzar a un capitalista particular, en una sola fábrica o inclu-
so en un solo ramo, a que reduzca el tiempo de trabajo por medio de huelgas,
etc., es un movimiento de naturaleza puramente económica; sin embargo, el
movimiento tendente a forzar una ley sobre la jornada de ocho horas, etc., es
un movimiento político. Y de esta forma es como surge por todas partes, de los
movimientos aislados de tipo económico de los trabajadores, un movimiento
político, es decir, un movimiento de clase, a fin de llevar adelante sus intereses
de una forma comunitaria que posee la fuerza colectiva, que hace violencia
social. Y si estos movimientos suponen una cierta organización previous, son,
a su vez, igualmente, medios de desarrollo de tal organización». Todavía un
día antes de su muerte, Rosa Luxemburg corrobora su convicción de que las
«luchas económicas» son «la verdadera fuerza volcánica que impulsa hacia
adelante la lucha de clases revolucionaria» [47].
El mismo Lenin se encuentra a mucha distancia de los inventores y críti-
cos del luxemburguismo; el catálogo de «errores» de Rosa Luxemburg, inclui-
do en las Notas de un publicista, probablemente el último trabajo de Lenin,
contiene cuestiones referentes a la independencia de Polonia, la condena del
menchevismo, la teoría de la acumulación del capital, entre otras, pero no se
encuentra allí ni una sola palabra acerca del tema de la espontaneidad y de la
huelga de masas [48]. A los ojos de Lenin, tales errores conciernen únicamen-
te a algunas cuestiones particulares, no cabe duda, cosa que apenas afecta
al contenido substancial de la teoría luxemburguiana. Esta valoración de las
concepciones de Rosa Luxemburg consideradas erróneas nos da a entender
que, para Lenin, la cuestión de la organización no puede ser en absoluto re-
suelta con medidas de carácter técnico-organizativo, sino que es algo que
II
36 RECOPILACION DE TEXTOS
acontecimientos en Rusia, mientras que Lenin, a su vez, destacaba hasta 1914
el carácter modélico de organización que tenía la socialdemocracia alemana.
Rosa Luxemburg entiende la huelga de masas como una forma de expre-
sión, espontánea, elemental y creadora, de las experiencias y necesidades de
los trabajadores. Según ella, los momentos de espontaneidad que actúan en
toda huelga de masas refutan no solamente la convicción que tienen desde
los anarquistas hasta los burócratas sindicales de que se puede instrumen-
talizar la huelga de masas y utilizarla como un instrumento político del que
echar mano en todo momento. Rosa Luxemburg formula, más bien, a la vez
que pone a la huelga de masas en el centro de su teoría política, su forma de
comprender la dialéctica materialista, como el «método de pensamiento es-
pecifico del proletariado ascendente y con conciencia de clase» [49]. Su con
cepción de la dialéctica marxista presenta una coloración especial; ella vuelve
a hacer suya la exigencia de Marx de ir de lo abstracto a lo concreto, que es un
movimiento del pensamiento que se contrapone a la totalidad de las formas
tradicionales de pensar en Europa,, y que ve resurgir no solo en la socialde-
mocracia alemana, sino incluso en la concepción que Lenin tenía del partido,
Rosa Luxemburg tenía poco que ver con la enemistad hacia la filosofía, con la
«renuncia a todas las filosóficas urdimbres cerebrales» de su amigo Franz Me-
hring, como tampoco dirigió su atención al desarrollo sistemático de una se-
rie de categorías dialécticas que fueran apropiadas para la formación de una
visión cerrada del mundo. Y esto no se debe solamente, con toda seguridad,
a la historia individual de su formación. Para ella dialéctica es, como dice He-
gel, el método, la forma, la conciencia del automovimiento de su contenido.
Bajo este punto de vista no cabe duda de que tiene razón Jürgen Hentze al de-
cir que «sus pensamientos fueron recopilados en forma de ‹sistema› preci-
samente cuando de lo que se trataba era de construir un sistema de errores,
en el que ocupa un puesto importante la ‹teoría de la espontaneidad› de Rosa
Luxemburg» [50]. Por todo ello, el modo como ella lleva a cabo el análisis de las
relaciones sociales y de las luchas de clase no está dirigido hacia arriba, hacia
las ideas, los programas, las directrices de la organización, los comités centra-
les; los conceptos analíticos de la crítica de la Economía Política son dirigidos,
más bien, hacia abajo, abiertos a las experiencias reales de las masas y de los
individuos.
Lelio Basso ha caracterizado con exactitud este punto nuclear de la con-
cepción luxemburguiana sobre la dialéctica: «(...) la obra de Rosa Luxemburg
consiste, de hecho, en su preocupación por dejar penetrar en la viva lucha de
clases el método dialéctico de Marx, no haciendo de él únicamente un méto-
do de interpretación de la historia y un análisis de la sociedad de su tiempo,
sino un método dirigido a la acción de las grandes masas que intervienen en
la configuración consciente del futuro. Rosa Luxemburg concebía la realidad
y la historia dialécticamente, como lo hacen muy pocos marxistas» [51]. Cla-
ro que, en este punto, se plantea la cuestión, enteramente justificada, de si el
programa de Rosa Luxemburg —abrir las categorías de la crítica de la Econo-
mía Política hacia abajo, a las experiencias y acciones reales de las masas— se
realiza precisamente allí donde más debiera; en su escrito sobre La acumu
38 RECOPILACION DE TEXTOS
riados. ¿Pero se puede utilizar el esquema lógico para explicar un estadio del
desarrollo histórico del capitalismo? Ciertamente que no. ¿Pero por qué causa
no ha entendido Rosa Luxemburg este pensamiento elemental de Marx? Son
sus intereses gnoseológicos de carácter político los que le impiden seguir por
la vía de la separación entre los análisis histórico-empíricos y los lógico-sis-
temáticos; vía trazada por los peritos del marxismo. Es, por tanto, necesario,
plantear «el estudio de la acumulación como proceso total sobre la base con-
creta del metabolismo existente entre el capital y su contexto histórico» [52]. Lo
central del análisis de Rosa Luxemburg gira en torno a la determinación de la
función de los elementos no capitalistas, del contingente de estratos y grupos
precapitalistas, en la periferia de los países colonizadores. El capitalista cho-
ca, en sus intentos por realizar la plusvalía capitalista, con las fronteras traza-
das por la limitación del consumo en el mercado interior. Rosa Luxemburg ve
el punto débil del análisis de Marx en su estudio del proceso de acumulación
como si se tratara de un «sistema cerrado», y constata, frente a esto, el hecho
de que el capitalismo no solo aparece en un medio social no capitalista, sino
que incluso se desarrolla en él; Marx tiene en cuenta este hecho refiriéndose
a la «acumulación originaria», pero no a la época del capitalismo maduro.
En tanto el capitalismo pueda seguir devorando sustancia no capitalista
mediante la colonización de otros países y regiones del propio, mediante la
violencia y la creación de nuevos mercados, seguirá siendo capaz de repro-
ducirse a una escala ampliada, de acumular a niveles cada vez mayores. La
fase en que el capitalismo pueda crear el mundo a su imagen significaría al
mismo tiempo su última hora. Se estancaría, cesaría de ser vehículo histórico
del desarrollo de las fuerzas productivas, alcanzando finalmente sus límites
históricos; pues es imposible la acumulación en un medio social exclusiva-
mente capitalista.
Rosa Luxemburg reconoce muy bien la dimensión revolucionaria del desa-
rrollo desigual; una sociedad penetrada totalmente por el capital, en la que solo
hubieran trabajadores asalariados y capitalistas, no la puede ella asociar con
el pensamiento de una estructura de necesidades de consumo más o menos
autónoma, producida y reproducida continuamente sobre una base capita
lista. Las capas consumidoras que realicen la plusvalía que sirve a la acumu-
lación tienen que venir, según su opinión, de regiones no capitalistas. Esto no
está de acuerdo ya con la situación del capitalismo monopolista de la actua-
lidad. Pero la problemática de la asimultaneidad, articulada por Rosa Luxem-
burg, sigue vigente; tanto para regiones y sectores de producción subdesarro
llado como para el Tercer Mundo. Es característica del imperialismo, como la
forma última de lucha competitiva por la dominación capitalista mundial, la
«vuelta de la lucha decisiva por la expansión desde las regiones que constitu-
yen su objeto hacia los países de origen. Con ello, el imperialismo repatria la
catástrofe como forma de existencia, de la periferia del desarrollo capitalista
en que estaba, a su punto de partida» [53].
La dialéctica histórica que Rosa Luxemburg evidencia en sus escritos políti-
cos, en el marco de la producción capitalista, en los fenómenos de la huelga de
masas y de las organizaciones proletarias, sería la lógica del capital, pero no la
40 RECOPILACION DE TEXTOS
el arma más poderosa en la lucha política por la obtención de derechos po-
líticos. Por lo tanto, si es cierto que la Revolución rusa hace pertinente una
revisión a fondo del viejo punto de vista del marxismo con respecto a la huelga
de masas, no lo es menos, a su vez, que solamente el marxismo, sus métodos
y puntos de vista generales, se alzan en este punto con la victoria bajo una
nueva forma» [57].
El pensamiento idealista no es para Rosa Luxemburg una orientación pu-
ramente filosófica que quedaría suficientemente caracterizada por unos de-
terminados supuestos en la teoría del conocimiento, por ejemplo, acerca del
estatus de un mundo exterior independiente de la conciencia; el pensamiento
idealista caracteriza un estado de cosas la mayoría de las veces enteramente
cotidianas, pero políticamente ricas en consecuencias, Rosa Luxemburg indi-
có siempre la necesidad de la autonomía, iniciativa, trabajo organizativo inde-
pendiente por parte de las masas, hasta en su último y fragmentario escrito
sobre la Revolución de Octubre, del que ella se retracta confidencialmente; y
todo para salir al paso frente al peligro de que se abriese, entre la dirección
del movimiento, las organizaciones, los comités centrales, y el rumbo del mo-
vimiento real de las masas, un abismo que ya no pudiera volver a cerrarse,
ni siquiera en situaciones revolucionarias explosivas en las que el sistema de
dominación de clase se viera en trance de desaparición; un abismo siempre
abierto, sirviendo de amenaza a la realización de los fines últimos del socia-
lismo. Cuando Rosa Luxemburg declara resueltamente la guerra, por una par-
te, al oportunismo y al revisionismo de la socialdemocracia y del movimiento
sindical alemanes infectados por el «cretinismo parlamentario», y, por otra,
al ultracentralismo de la concepción leninista del partido, no son más que dos
caras de la misma moneda lo que está en cuestión y el punto de partida es
el mismo; en ambos casos, ella teme que se abra un abismo entre organiza-
ción y espontaneidad, entendiendo «espontaneidad» no meramente como la
forma en que surge una huelga, sino como algo en torno a lo cual se agluti-
na todo aquello que constituye las esperanzas, los deseos, las necesidades de
cada uno de los proletarios en la praxis diaria; algo que se refiere al cómo se
agrupan y organizan todos estos elementos en experiencias que mueven a la
acción... sin que se meta por medio el «maestro» que ella tanto odiaba, es de-
cir, sin un adoctrinamiento de las masas que venga de fuera.
Rosa Luxemburg no analizó en detalle esta estructura intrapsíquica del
proletariado, determinada por la sociedad de clases; lo que sí hizo fue indicar
la dirección de la problemática, cosa que era de fundamental importancia ya
en 1914, pero, sobre todo, con respecto a la génesis del fascismo. Pues si no se
politizan los intereses y las necesidades cotidianas de las personas, si no se
rompen todos los días las cadenas del alienante modo de producción capita-
lista allí donde se encuentren, en la fábrica, en la familia, en la escuela, en el
tiempo libre, etc., si no se llega a una actividad auténticamente colectiva, en-
tonces faltará la base material, la cimentación de la conciencia de clase; y esta
es sumamente frágil en cuanto pura conciencia, en cuanto capacidad inte-
lectual de penetración en la estructura de la sociedad de clases y en la misión
histórica del proletariado. «Tenemos que trabajar a partir de la base, lo que
III
42 RECOPILACION DE TEXTOS
forma de autorregulación que fuese poco a poco alejando al proletario, desde
la educación infantil hasta las huelgas de masas, de las influencias políticas,
ideológicas, psíquicas, de las clases dominantes. Sí no es así, seguirá intacto
todo el aparato psíquico de cada individuo, la vinculación a la autoridad, las
angustias existenciales, acuñadas por la familia burguesa, el proceso de pro-
ducción, el Estado, y será fácilmente utilizable por parte de la derecha política;
y esto seguirá así mientras la disciplina y autodisciplina de las organizacio-
nes siga constituyendo un elemento nuclear de la represiva moral burguesa,
aunque la nueva disciplina esté bajo un signo distinto. La única posibilidad
de romper esta red de conexiones alienantes consiste en ir disolviendo, por
medio de un ejercicio cotidiano, la vinculación a la autoridad externa en que
se encuentra la gente proletaria, incluso respecto a su propia organización; en
dejar libre la fantasía organizativa de las masas. Una organización proletaria
se diferencia, fundamentalmente, de otra burguesa en lo siguiente: en ella es
la emancipación individual un elemento esencial de la estrategia de su lucha.
Rosa Luxemburg se ha dado perfectamente cuenta de la ambivalencia de
este concepto de disciplina, en la que el elemento cooperativo y solidario se
transforma en seguida en un poder autoritario alienante, externo o incluso
interiorizado, cuando las acciones proletarias pierden las bases de su autoor-
ganización espontánea. Por una parte, ella entiende la huelga de masas como
manifestación sobresaliente de una época de lucha de clases que tiene que
llegar necesariamente, determinada por el estadio en que se encuentra el de-
sarrollo capitalista; época que asigna a la socialdemocracia el papel de «escla-
recer a la conciencia de la clase obrera esta tendencia del desarrollo, a fin de
que los obreros estén a la altura de sus tareas, como una masa popular forma-
da, disciplinada, madura, decidida y activa» [59], y Rosa Luxemburg no vincula
al azar esta forma de disciplina solidaria a la actividad espontánea de las ma-
sas que la precede y que es su fundamento material. Por otra parte, critica con
una aspereza que si entonces, históricamente, estaba fuera de lugar, preveía
con exactitud tendencias que más tarde se harían realidad, como el intento
de Lenin por convertir la disciplina en elemento central de la organización.
«No es partiendo de la disciplina que le impone el Estado capitalista —con la
nueva transferencia de la batuta de manos de la burguesía a un comité cen-
tral socialdemócrata—, sino rompiendo y desarraigando ese espíritu de servil
disciplina como podrá el proletariado ser educado para una nueva disciplina:
la autodisciplina voluntaria de la socialdemocracia» [60].
No basta dar otra función —socialista —a la disciplina que se ha impuesto al
proletario en la sociedad burguesa para acabar con su marca de clase; como
tampoco se puede, simplemente, tomar tal como es el Estado burgués por la
clase proletaria y ponerlo al servicio de sus intereses. Está fuera de cuestión
para Rosa Luxemburg el que la disciplina sea imprescindible para la lucha de
emancipación proletaria; pero ella pone como presupuesto el que «se des-
arraigue ese espíritu de servil disciplina», la erradicación práctica de todas
aquellas estructuras de pensamiento y conducta inculcados a la fuerza y en
parte interiorizadas, en la fábrica, la familia, el cuartel, la burocracia, que han
penetrado profundamente en el contexto vital del proletario. Sin avanzar en
44 RECOPILACION DE TEXTOS
blación tiene todavía que aprender las reglas de la disciplina laboral impues-
tas por el desarrollo capitalista en el curso de una larga historia de violencias
y en un proceso de interiorización y educación.
Estas condiciones se han transformado claramente en las sociedades ca-
pitalistas avanzadas, mucho más allá de lo descrito por Rosa Luxemburg. La
moral industrial de rendimiento se ha convertido —en comparación con el
grado alcanzado por las fuerzas productivas, la capacidad de organización
autónoma de la clase obrera y la riqueza social disponible— en un medio adi-
cional de dominación, en instrumento de «surplus repression» injustificable
ya por el mecanismo de la producción. Tal moral de trabajo ha perdido toda
legitimación histórica, la legitimación que, todavía en el siglo XIX, podía dedu-
cirse de la necesidad de desarrollo de las fuerzas de producción. Es en sí algo
frágil y quebradizo, como lo demuestra de forma renovada cada huelga, cada
negativa al trabajo, cada iniciativa ciudadana.
Es característico de la situación histórica del movimiento obrero el que se
creen elementos organizativos espontáneos, orientados en la vía de las ne-
cesidades de emancipación de las masas, bien en forma de grupos aislados
con organización propia, bien en movimientos de base que frecuentemente
se convierten en una fuerza revolucionaria dentro de los mismos partidos; y
es este un fenómeno que se da allí donde se sigue aferrado tenazmente al tipo
de partido de eficacia probada en la Revolución de Octubre, pero cambiado
radicalmente, ya en la época del estalinismo, a favor de los momentos de cen-
tralismo que él mismo entrañaba. Y todo esto —que se puede observar desde
hace unos diez años en casi todos los países capitalistas e incluso en países
del Tercer Mundo— tiene que ver solo metafóricamente con el radicalismo
de izquierdas de tipo pequeñoburgués que Lenin tenia ante sus ojos; se trata,
más bien de un indicio de que hoy día ha cambiado la estructura de los proce-
sos revolucionarios; de que estos han asumido rasgos de una praxis descen-
tralizada, en mucha mayor medida de lo que hubiera sido imaginable todavía
en los años veinte de nuestro siglo.
IV
Marx ha dicho que los principios teóricos de los comunistas no son más que
expresiones generales de relaciones que, de hecho, se dan en una concreta lu-
cha de clases, expresiones generales de un movimiento histórico concreto. La
característica que más llama la atención en las actuales luchas de clases en los
países industrializados es la huelga de masas. Se trata de «huelgas salvajes»,
de abandonos espontáneos del trabajo que, partiendo de unos pocos puntos
en que la situación de explotación es especialmente agobiante, se reproducen
como aludes en acciones de la clase obrera y de otros grupos de la población
asalariada. Son huelgas espontáneas que, en la República Federal Alemana y
en otros países, muestran cada vez con más claridad la siguiente tendencia:
la tendencia a minar la política oficial de los gobiernos socialdemócratas liga-
46 RECOPILACION DE TEXTOS
y tierras, puede servirle como punto de partida para el control del proceso de
producción y de las acciones militares. Y la acción ejemplar de los producto-
res de relojes de Lip, en Besançon, es un foco inicial de formas de lucha labo-
ral basadas en la autogestión que cada vez están más extendidas, siendo la
autogestión, en ellos, no solo un fin, sino también un estadio de la lucha de
clases. Formas de acción que no se remontan a iniciativas de ningún género
de partidos u organizaciones, pero que pueden convertirse, como dice Rosa
Luxemburg, en un «febril trabajo de organización». Esto hubiera sido conde-
nado, todavía hace diez años, como una aventura anarquista por parte de los
partidos y sindicatos oficiales.
Pero en esta sociedad no hay ninguna región liberada, ninguna isla de au-
togestión. Korsch ha calificado a los Consejos —y de algo parecido a los Conse-
jos se trata en estas acciones— de órganos de autoformación de la clase obrera.
Siendo ellos, ya antes de la transformación revolucionaria de toda la sociedad,
no solo modos de organización de la autoformación, sino también órganos de
control de la lucha y el poder de la clase obrera; y, en cuanto tales, se ven con-
tinuamente en peligro y no solo, evidentemente, en un período prerrevolu-
cionario. Lo que Rosa Luxemburg dice sobre los Consejos de obreros y solda-
dos durante la Revolución de Noviembre es algo que se refiere a problemas de
carácter general con que se enfrentan los órganos representativos de la clase
obrera; órganos de representación que solo se pueden definir en relación con
sus tareas históricas específicas, pero no por lo que se refiere a su estructu-
ra organizativa. En el Congreso de fundación del KPD, Rosa Luxemburg decía:
«Las masas aprenden a ejercer el poder en la medida que lo ejercen de he-
cho. No hay otro medio para aportarles ese conocimiento. Felizmente hemos
dejado ya atrás los tiempos en los que de lo que se trataba era de enseñar el
socialismo al proletariado» [63]. Pero añadiendo: «Debemos hacer los prepa-
rativos a partir de la base, debemos darles a los consejos de obreros y soldados
un poder tal que cuando el gobierno Ebert-Scheidemann u otro similar sea
derrocado ese sea el acto final. Así la conquista del poder no será cosa de una
sola vez, sino algo progresivo consistente en apoderamos del Estado burgués
hasta disponer de todas las posiciones, defendiéndolas con uñas y dientes. (...)
Porque de lo que se trata es de luchar paso a paso, sin treguas, en todos los
Estados, en todas las ciudades, en todos los pueblos, en todas las comunas por
traspasar a los consejos de obreros y soldados los medios de poder del Esta-
do, medios de poder que se conseguirán arrancándoselos trozo a trozo a la
burguesía» [64].
De esta manera, la cuestión del poder se plantea como una lucha cotidiana
que se enfrenta a la alternativa: o bien seguir impulsando la revolución, has-
ta la conquista del poder de la sociedad en su conjunto por parte de la clase
obrera, o bien la contrarrevolución, con lo que la lucha va poco a poco toman-
do una posición tras otra, ...y esta agudización de la lucha de clases supondrá
una amenaza para el movimiento de consejos en su conjunto. Pero aquí no se
presenta el problema del giro reformista, de la integración, en el sistema de
dominación vigente, de formas de organización similares a las de los conse-
48 RECOPILACION DE TEXTOS
La creciente conciencia de los trabajadores, en orden a controlar ellos mis-
mos y organizar autónomamente el proceso productivo, se revela tan pron-
ta como se dan signos, por pequeños que sean, de crisis en la producción y
valorización del capital. En tales situaciones explosivas, pueden ser arrastra-
dos incluso otros sectores de la clase obrera, por ejemplo, los obreros del Sur
de Italia, que viven en una agobiante situación tradicional y que chocan con
normas y exigencias de comportamiento impuestos por la industria del Norte
completamente distintas a las suyas. Para que este tipo de situaciones adqui-
rieran una dimensión social revolucionaria, es necesario evidentemente un
consecuente trabajo de base que aumente la capacidad de articulación polí
tica de los trabajadores dentro de las organizaciones en las que ellos, a pesar
de su critica, se sienten representados: en los sindicatos.
Configúrense como se quiera las formas de organización orientadas a la
autogestión, autodeterminación y control, a la democracia proletaria de los
trabajadores, todas ellas son formas de emancipación de los explotados y opri
midos de este mundo. Y los partidos y organizaciones que no hagan de ellas su
base y parte constitutiva abandonan la vía de la democratización proletaria.
En este punto Rosa Luxemburg ha formulado un programa histórico de la
más viva actualidad hasta el día de hoy. El modelo de la democracia de los con-
sejos se discute por todas partes, en todos los países capitalistas industriali-
zados. Se ha acallado progresivamente la romántica admiración por el siste-
ma de autogestión obrera de Yugoslavia; se está convencido de que los soviets
revolucionarios de la Revolución de Octubre no son transportables, sin más,
a sociedades de un alto nivel de industrialización. Si es evidente, por tanto,
que ningún orden social existente es organizable conforme a la idea origina-
ria de los consejos, ¿por qué no han perdido ya desde hace mucho tiempo su
actualidad? ¿Se trata de una minoría de fanáticos, de irredomables utópicos,
que de vez en cuando pasan a ocuparse de ello? ¿Son gente que ignora las le-
yes objetivas de las sociedades industriales? No. La idea de la autogestión por
medio de consejos gana siempre terreno allí donde los sistemas oficiales de
dominación llevan en sí el germen de la catástrofe, donde las autosuficien-
tes burocracias de partido u órganos representativos del Estado burgués no
están ya en condiciones de defender ni siquiera los intereses elementales de
la inmensa mayoría de la población. La pronta referencia al fracaso de la Re-
pública de los Consejos de Munich, a la supresión de los soviets en Rusia, a las
tendencias de burocratización de la autogestión obrera yugoslava, no repre-
sentan base alguna para una objeción concluyente contra la idea de demo-
cracia directa. Incluso las más avanzadas de las democracias necesitan siglos
para imponerse; es improbable que el establecimiento de democracias socia-
listas que quieran superar la dominación política como esfera separada de las
relaciones vitales de la sociedad necesite de menos tiempo.
50 RECOPILACION DE TEXTOS
Un tal concepto de organización no encaja con movimientos casuales y pa-
sajeros, sino que presupone la dialéctica entre la identidad y la no-identidad,
entre el inmutable objetivo final revolucionario y las experiencias, variables y
no previsibles, de las masas; o sea, que implica una fina sensibilidad ante los
cambios, tendencias, conflictos que condicionan, frenando o impulsando, el
proceso revolucionario.
Espontaneidad y organización no guardan entre sí una relación puramen-
te externa, sino que contienen ambas una dialéctica que les es inmanente.
Cuando se intenta aislarlas y establecer entre ellas una llana identidad se
pone de manifiesto en su movimiento histórico real que cada una de ellas
puede cambiarse en su contraria. Si la organización proletaria se separa de
las masas (lo cual no quiere decir, en absoluto, que pierda miembros o elec-
tores), entonces se producen casi necesariamente acciones espontáneas de
los trabajadores, las cuales pueden volverse incluso contra ella misma, como
lo muestra el caso de los obreros de los astilleros de Danzig; su huelga «salva-
je» fue condenada, y reprimida al principio, por considerársela contraria a los
trabajadores, pero, finalmente, el Partido Obrero Polaco destituía a sus prin-
cipales dirigentes y confesaba abiertamente el distanciamiento burocrático
del partido respecto de las masas. Si se separa la espontaneidad de la fuerza
organizativa de la clase obrera se cae de nuevo en el fetichismo organizati-
vo de grupos sectarios (por ejemplo, en Alemania, el grupo Baader-Meinhof
y otros), o bien en el mecanismo de protestas —tan pronto inflamadas como
apagadas— de grupos que no están dispuestos ni son capaces de tomar a su
cargo la responsabilidad ni de un trabajo teórico a largo plazo como tampoco
de un trabajo de organización práctica.
Rosa Luxemburg luchó durante toda su vida en dos direcciones; de un lado,
contra el oportunismo burocrático y, de otro, contra las estrategias de tipo
sectario que llevan al aislamiento con respecto a las masas. También era com-
pletamente extraña a su persona aquella mentalidad burocrática, de «apara-
to», aquel miedo radical a las organizaciones estructuradas según el modelo
burgués, con su presidencia y su bien ordenada jerarquía, que ve una ame-
naza en toda acción no iniciada o controlada por ti partido. Su confianza en la
capacidad de experiencias que tienen las masas incluía la convicción de que
estas podían incluso corregir sus propios errores. «Los pasos en falso dados
por un movimiento obrero revolucionario real son mucho más valiosos que
toda la infalibilidad de los mejores ‹comités centrales›.»
A esto se añade que el «instinto revolucionario» y la lógica de la concreta
situación histórica someten, incluso a gente doctrinaria, a leyes de actuación
que desbordan sus bien acabados programas. Engels había revelado, en su in-
troducción de 1891 a La guerra civil en Francia de Marx, esta conexión entre
programa y praxis real a propósito del comportamiento de los proudhonis-
tas y blanquistas mayoritarios en la Comuna de París: «Pero lo que causa to
davía más admiración es ver lo mucho que, con todo, fue hecho por la Comu-
na constituida a base de blanquistas y proudhonistas. Siendo, naturalmente,
responsables sobre todo los proudhonistas por lo que se refiere a los decretos
de tipo económico de la Comuna, en lo bueno y en lo malo, mientras que, en
52 RECOPILACION DE TEXTOS
pero solamente un factor entre muchos» [73]. Es verdad que Rosa Luxemburg
ha subvalorado la influencia de las organizaciones burocráticas, que bloquea
la capacidad de experiencia y de desarrollo de las masas, porque estaba con-
vencida de que las burocracias parasitarias y sus jefes serían barridas por el
primer asalto de las masas trabajadoras. Es también verdad que hizo una va-
loración completamente equivocada de la cuestión campesina, a la que Lenin
intentó responder con la consigna —difícilmente justificable bajo un punto
de vista puramente socialista —de «¡Toda la tierra a los campesinos!»: porque
en el contexto de la primera revolución socialista históricamente lograda, ella
lo había considerado todo desde la perspectiva de la meta final del socialismo
y no a partir de las posibilidades reales del desarrollo revolucionario concre-
to. Ningún poder hubiera podido salir victorioso en el enfrentamiento con los
marcados intereses privados de los campesinos rusos, con sueños multise-
culares de poseer su propia tierra; no había más remedio que dar, primera-
mente, satisfacción a estas aspiraciones, con vistas a incluir de forma activa
a los campesinos en el proceso revolucionario; y acaso Rosa Luxemburg pasó
por alto también la importancia y la necesidad del partido bolchevique en de-
terminadas fases de la Revolución de Octubre, sobre todo para acabar con la
contrarrevolución.
Pero atribuir a Rosa Luxemburg una concepción organicista de la revolu-
ción ligada a anteriores revoluciones burguesas, como intenta hacer el pri-
mer Lukács en su enérgica manera de liberarse de su pasado de crítico de lo
cultural y de demostrar su identidad de leninista puro, en su controversia con
las notas criticas de Rosa Luxemburg sobre la Revolución de Octubre escri-
tas en prisión, es completamente falso. Y es precisamente en el escrito del
que Lukács quiere extraer su crítica donde se encuentra algo muy distinto de
ideas orgánicas sobre los procesos revolucionarios. «La situación verdadera
de la revolución rusa al cabo de pocos meses se agotaba en esta alternativa:
triunfo de la contrarrevolución o dictadura del proletariado; Kaledin o Lenin.
Esta era la situación objetiva, la situación que en toda revolución se presenta
muy pronto, una vez pasada la primera borrachera y que en Rusia resultó de
las candentes cuestiones concretas de la paz y de la tierra para las cuales no
había solución en el marco de la revolución burguesa» [74]. ¿Qué hay de orga-
nicista en esta valoración de la situación decisiva de antes y de la época de la
Revolución de Octubre? ¿Dónde está lo burgués en esta concepción de la revo-
lución dado que Rosa Luxemburg dice exactamente lo contrario? Solo hay una
respuesta para esta y otras cuestiones semejantes: esta primera crítica a Rosa
Luxemburg contiene ya gérmenes de un marxismo degenerado a ciencia de
legitimación. Una crítica con estas características no se centra nunca sin re-
servas en la cosa criticada, sino que está siempre por encima de la cosa, criti-
ca posiciones que el atacado no ha sostenido, se preocupa laboriosamente de
corroborar y legitimar las propias decisiones, en las que se percibe coacción
y violencia. Tampoco a Lukács le interesa comprender a Rosa Luxemburg en
el marco de su propia actividad, a partir de su propio sistema de referencias,
teórico y práctico, sino demostrar, utilizando el ejemplo de Rosa Luxemburg,
la «verdad» del leninismo. Y esta forma de argumentación, siempre esta
54 RECOPILACION DE TEXTOS
do, en el fondo son formas de expresión insustituibles de las experiencias po-
líticas y de la historia de liberación de las masas caracterizadas por la concreta
situación histórica y social del país respectivo.
Allí donde los partidos y los sindicatos no se hacen cargo de este elemento
básico de autoorganización espontánea, se ven precisados —en la actualidad
con una regularidad sorprendente— a jugar un papel de mero control y dis-
ciplina. Estas organizaciones comienzan hoy día a separar, en las acciones de
masas, el elemento político-organizativo, que estas entrañan, de la base de
experiencia de las masas, para pasarlo de nuevo entre las masas en forma de
directrices, desde fuera, si es que las acciones espontáneas no se dispersan
con rapidez o se dejan reprimir por medidas de tipo administrativo o, incluso,
en determinados casos, por otras de carácter policial o militar. El motivo de
esta forma de actuación estriba, evidentemente, en el hecho de que los parti-
dos proletarios de cuño marxista soviético parten todavía hoy día del supues-
to de que, a largo plazo, las acciones históricamente eficaces son solo el re-
sultado de iniciativas del partido. Pero no hay ni un solo ejemplo en la historia
del movimiento obrero que demuestre claramente que estas concepciones
no han llevado, al fin y al cabo, al fracaso. Rosa Luxemburg se cuenta entre los
pocos combatientes revolucionarios de Europa occidental que no ve en la au-
tocrítica una forma de autocorrección suficiente de las decisiones, necesaria
para impedir el distanciamiento del partido con respecto a las masas; con-
sideraba, más bien, como mecanismos objetivos las tendencias burocráticas
a las que está sometida incluso una organización revolucionaria, si actúa en
una sociedad basada en la producción de mercancías y bajo condiciones hos-
tiles; se trata de una abstracción del valor que se expresa por medio de leyes,
reglas y decisiones técnicas y que amenaza la existencia de toda organización
despegada de las masas.
VI
56 RECOPILACION DE TEXTOS
impenetrable, sino que está formado también por «proletarios encerrados
en uniformes». Si no puede pensarse que los estratos y grupos sociales en los
que domina el elemento burgués o la ideología burguesa no pueda ser en ab-
soluto susceptible de ser influido por parte del movimiento proletario, tam-
bién es cierto que el proletario no posee solo características proletarias. Rosa
Luxemburg concibe de una forma productiva la totalidad social concreta, su-
perando toda consideración delimitadora y aislante que subsuma las cosas
bajo conceptos generales, sustrayéndolos así a la corriente de su propio mo-
vimiento, autónomo y espontáneo, y este modo de considerar la totalidad es,
por ejemplo, una de las razones por las que Rosa Luxemburg, severa crítica
de la socialdemocracia reformista, no extrae durante mucho tiempo ninguna
consecuencia de tipo organizativo de su crítica, porque no quiere marginarse
sin motivo de la corriente principal del movimiento socialista; o por lo que ella
habla de una «utilización revolucionaria de la Asamblea Nacional», mientras
ve en los consejos de trabajadores y soldados Ja única forma posible y adecua-
da del poder proletario.
Rosa Luxemburg parte de la convicción de que todas las relaciones, cosas
o personas, que no sean ocupadas por el pensamiento y la voluntad proleta-
rias lo serán por el adversario. Por eso el hecho de que la Revolución de No-
viembre haya sido una revolución política y urbana significa que el enemigo
posee reservas contrarrevolucionarias en el sector económico y en el campo.
«Para nosotros ya no hay ahora un programa mínimo y un programa máximo;
el socialismo es una y la misma cosa; he aquí el mínimo que debemos conse-
guir en la actualidad» [77]. Es, por tanto, plenamente consecuente si no puede
imaginarse un socialismo en un solo país, sino que ve solo en la difusión de la
revolución alemana o revolución mundial del proletariado la base «sobre la
cual construir el edificio del futuro».
VII
58 RECOPILACION DE TEXTOS
en que solo puede ser subsumido lo homónimo, es decir, donde predomina,
en el fondo, el principio de la unificación.
La independencia con respecto a las directivas del partido, que fijan decisi-
vamente lo que es verdadero o falso, importante o casual históricamente, vale
también, y de forma especial, para la configuración de la teoría misma. Ya En-
gels destacaba, en una carta escrita el 1 de mayo de 1891 a Bebel, la autonomía
del trabajo teórico con respecto al partido, autonomía que para Rosa Luxem-
burg era un elemento natural del pensamiento marxista. Cito esta larga carta
porque en ella se evidencia cómo el modo de producción teórico de la clase
obrera no se identifica, en absoluto, con las resoluciones del partido, sino que
tiene por el contrario que conservar, con respecto al mismo, un cierto grado
de autonomía, de consciente libertad de movimiento, para poder cumplir a
largo plazo incluso su función dentro del partido, en la lucha de emancipa-
ción del proletariado. Dice Engels: «Desde que habéis intentado impedir por
la fuerza la publicación del artículo (un artículo que no estaba de acuerdo con
la opinión sustentada por la dirección del partido, O. N.) e hicisteis llegar a Die
Neue Zeit amenazas de que, en caso de reincidencia, acaso seria también ab-
sorbido por el partido y sometido a censura, en este caso se me apareció bajo
una luz muy peculiar el hecho de que el partido se esté haciendo con la totali-
dad de vuestra prensa. ¿En qué os diferenciáis, entonces, vosotros de Puttka-
mer [78], si introducís en vuestras propias líneas una ley antisocialista?[79] A
mí, personalmente me da casi lo mismo, ningún partido en ningún país pue-
de condenarme al silencio cuando estoy decidido a hablar. Pero yo quisiera
haceros pensar si no haríais mejor en ser algo menos sensibles y, en el actuar,
algo menos... prusianos. Vosotros —el partido— necesitáis de la ciencia socia-
lista, y esta no puede vivir sin libertad de movimiento. Las contrariedades hay
que saberlas encajar, y lo mejor es hacerlo con compostura, sin ponerse a dar
respingos. La tensión —por no hablar de un abismo— entre el partido alemán
y la ciencia socialista sería un infortunio y una vergüenza sin igual. Es lógico
que la dirección, que tú personalmente, tengáis y conservéis una importan-
te influencia moral sobre Die Neue Zeit y todo lo demás que aparezca. Pero
esto puede y debe bastar. En el Vorwärts se hace gala siempre de la intangi-
ble libertad de discusión, pera no se nota mucho. No os podéis ni imaginar
qué impresión le causa a uno, aquí en el extranjero, esta propensión a adoptar
medidas de fuerza, aquí, en un país donde se está acostumbrado a ver cómo
se piden cuentas a los lideres más viejos del propio partido (por ejemplo, al
gobierno conservador por parte del Lord Randolph Churchill). Y luego, no de-
béis olvidar que la disciplina no puede ser igual de rígida en un gran partido
que en una pequeña secta y que la ley antisocialista que unió a lassalleanos y
eisenchianos [80] (unión que según Liebknecht, se consiguió con su magnifico
programa) y que hizo necesaria una estrecha cohesión de ese género, ya no
existe»? [81]
De ningún modo puede pasarse por alto el hecho de que sin un cierto gra-
do de autonomía de producción teórica es imposible la creación de una teo-
ría marxista. La ruptura del vínculo entre espontaneidad y organización en el
pensamiento, cosa que la mayoría de las veces sucede en interés del control,
60 RECOPILACION DE TEXTOS
orden reina en Berlín!, ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre
arena. La revolución mañana ya ‹se elevará de nuevo con estruendo hacia lo
alto› y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y
seré!» [83].
64 RECOPILACION DE TEXTOS
La aproximación que nosotros proponemos trasciende forzosamente el
mero análisis de los textos de Rosa Luxemburg. Confesamos que un trabajo
de este tipo sigue siendo difícil. La historia de las elaboraciones marxistas en
torno a la cuestión nacional solo se conoce de forma fragmentaria o bajo una
óptica muy particular. Incluso los textos esenciales han sido utilizados solo
parcialmente, su significado a menudo deformado, y no hablemos ya de los in-
numerables documentos y aspectos que siguen sin conocerse. Se ha otorgado
una prioridad absoluta a lo que constituye, de alguna manera, un punto de lle-
gada y no un punto final, como son los textos de Stalin o de Lenin, con lo que se
olvida o se ignora un hecho central: las elaboraciones teóricas de ambos, que
se sitúan en la víspera de la Primera Guerra Mundial, se beneficiaron de un
camino largo y difícil que había realizado el traslado del tema de la periferia
al centro, traslado tanto en función de la maduración del pensamiento mar-
xista como de la del fenómeno nacional, de su explosión, de su avance a partir
de 1848. Además, no es posible silenciar el hecho de que en esta elaboración
colectiva un papel de punta, de pionera, corresponde a Rosa Luxemburg. La
misma cronología de sus escritos sobre la cuestión nacional (1893-1897, 1902,
1906, 1908-1909, 1915, 1918) es indicativa del lugar que ocupa en los esfuerzos
del pensamiento marxista por superar las múltiples dificultades que conlleva
la comprensión de la realidad dinámica y compleja implícita en el término de
«cuestión nacional».
El estudio de la evolución del pensamiento marxista sobre la cuestión na-
cional en la época de la II Internacional puede ordenarse, en efecto, en tor-
no a tres momentos centrales, que son a la vez etapas sociohistóricas y esta-
dios teóricos:
1. Final del siglo XIX: período de arranque, de ruptura, en que se inicia la
investigación.
2. Cambio acelerado por el seísmo de la revolución de 1905, período en el
que se producen profundas mutaciones en la esfera ideológica y en el plan-
teamiento del problema.
3. Cambio fundamental en el planteamiento de la cuestión en vísperas y
durante la Primera Guerra Mundial, cuando desborda el marco organizati-
vo y táctico para situarse en la perspectiva de la estrategia en función de la
dinámica de los movimientos nacionales y de su relación con la revolución
socialista.
En el presente artículo no nos proponemos ni mucho menos llevar a cabo
la ambiciosa tarea que pudiera desprenderse de nuestra posición. Solo pre-
tende sacar a la luz algunos puntos cruciales que se prestan a controversia,
sin el menor deseo de agotar las cuestiones planteadas. [ ... ]
66 RECOPILACION DE TEXTOS
considerados como los más eminentes representantes de la joven generación
marxista, Bernstein y Kautsky, quienes habían intentado tímida y respetuo-
samente convencer a Engels de que revisara «sus posiciones de 1848», espe-
cialmente las relativas a los eslavos del sur y a Polonia.
Por sus orígenes, sus experiencias, sus afinidades políticas, Kautsky esta-
ba sensibilizado hacia la problemática nacional, y entrevió de forma intuitiva
los cambios que se estaban operando. Su estudio sobre «La nación moder-
na», aparecido en 1887 en la Neue Zeit, fue un ensayo pionero que proporcio-
naba una explicación, un análisis coherente. Constituyó durante veinte años
la única elaboración teórica sobre el tema y sus tesis, que Rosa Luxemburg
suscribía, fueron consideradas como el punto de vista marxista autorizado,
ortodoxo, en la materia. Kautsky se dio cuenta con lucidez de la nocividad de
las posiciones «superadas y paradójicas» mantenidas por las autoridades de
la socialdemocracia y sobre todo por Wilhelm Liebknecht. «Su concepción de
la cuestión nacional está superada», constata con frecuencia Kautsky a pro-
pósito de las tomas de postura de Liebknecht —considerado como el gran de-
fensor de la política nacional de Marx—. Pero se limita a avanzar sus críticas,
sus objeciones y sus sugerencias a sus amigos y solo emprende la revisión
indispensable de forma gradual y a través de un tercero, es decir, a través de
la política de Adler o de la pluma de Bernstein. El contencioso austriaco, cuyos
pormenores Kautsky conocía bien, también le aconsejaba prudencia. Preo-
cupado por el peligro de ver avivadas las pasiones nacionales en el interior
de su partido, Adler había frenado conscientemente el debate en torno a este
tema tan explosivo. Victor Adler era, además, uno de los pocos dirigentes so-
cialdemócratas que fue, por aquel entonces, consciente de la importancia y
de la amplitud que revestía la cuestión nacional, pero también del hecho de
que este problema abocaba a su partido a un callejón sin salida; renunció a
enfrentarse a él en favor de un imperativo que le parecía prioritario y decisi-
vo: mantener la unidad tan difícilmente conquistada, evitar comprometer el
precario equilibrio interior entre los distintos componentes nacionales. Sin
compartir enteramente sus temores, Kautsky se abstuvo de contrarrestar
los esfuerzos de aquel a quien reconocía sentido político y habilidad táctica
sin igual.
Fue precisamente Adler el que se opuso decididamente a la iniciativa de
Rosa Luxemburg y el que consideró peligrosas «estas consideraciones tan in-
tempestivas», aparecidas además en la Neue Zeit. Frente al descontento del
Partido Socialdemócrata de Galizia [89], pidió a Kautsky «salvar lo que esta
oca doctrinaria ha estropeado... Unos apagan el fuego, otros lo reavivan». En
el debate Kautsky no apagará el fuego, sino que tratará de circunscribir «el
embrollo».
Rosa Luxemburg asumió de alguna manera «el compromiso de la concien-
cia con el impetuoso proceso histórico», la conciencia siendo, en este caso
preciso, el coraje. Ella inició inmediatamente y con pasión lo que el «teórico
prudente» Kautsky había rehusado asumir públicamente. El debate desenca-
denado por ella no tenía como objetivo al PPS solamente; ponía también en
cuestión, sin términos medios, a todos aquellos que sostenían concepciones
68 RECOPILACION DE TEXTOS
gado las columnas del Vorwärts, se expresó a través de la Sächsische Arbeiter
zeitung, mientras que Bernstein, inspirado incluso por Kaustky, publicaba en
la Neue Zeit. Pero la crítica sería el único punto en común entre ambos. En su
artículo, posterior al de Rosa Luxemburg, Bernstein basaba sus argumentos
en la simpatía humanitaria hacia «las naciones civilizadas» en términos que
habían merecido la reprimenda de Engels. Por su espíritu, el artículo de Ber-
nstein se inscribía perfectamente en la línea de Liebknecht y de una visión
ético-liberal, en tanto que la intervención de Rosa Luxemburg aspiraba a res-
taurar la posición marxista sobre la cuestión nacional.
Aparentemente, Rosa Luxemburg defiende posiciones contradictorias en
estos dos momentos del debate. En el caso polaco, se niega a admitir la vali-
dez de los objetivos nacionales y, en el caso de los pueblos balcánicos, aboga
en favor de su independencia. En realidad no hay ni incoherencia ni contra-
dicción en sus posiciones. Las tesis expuestas en estas dos series distintas de
artículos forman un todo indivisible. Este segundo polo del debate, la cuestión
de Oriente, a menudo minimizado o considerado fuera de lugar, revela de he-
cho el alcance y los objetivos generales de la polémica que ella provoca sobre
la cuestión nacional, delimita los objetivos; a través de las articulaciones de
su posición aplicada a dos situaciones concretas, se configura su concepción
fundamental de la cuestión nacional.
70 RECOPILACION DE TEXTOS
histórica limitada. Esta tesis cardinal de Rosa Luxemburg se desprende de su
axioma general: son las posiciones de clase y no las posiciones nacionales las
que constituyen el fundamento de la política socialista y determinan la ac-
titud en torno a la cuestión nacional. El objetivo central de la clase obrera a
propósito de la cuestión nacional se deduce de la finalidad del proletariado
y las soluciones vienen subordinadas a las exigencias de la lucha de clase. En
Polonia, incluir la idea del Estado nacional en el programa socialista no co-
rresponde a los intereses del proletariado, entra incluso en conflicto con ellos.
El primer punto de la homogeneización de las concepciones socialistas re-
side, pues, para Rosa Luxemburg, en la definición de una actitud de principio
que consiste en abordar la cuestión nacional desde el punto de vista de cla-
se. «Para la socialdemocracia, la cuestión de las nacionalidades, como todas
las demás cuestiones sociales y políticas, es ante todo una cuestión de interés
de clase», precisa en 1908 [99], resumiendo así su posición fundamental. Las
aspiraciones nacionales deben, por tanto, ser juzgadas y zanjadas en cada si-
tuación concreta a partir de estas posiciones de principio, lo que supone ac-
tuar de acuerdo con «el método y el espíritu de Marx, tomando siempre como
punto de partida los fenómenos históricos concretos de un período determi-
nado», según la justa constatación de Nettl [100]. La posición de principio no se
identifica con las tomas de postura de los fundadores del socialismo científico
históricamente superadas, sino que se define «a partir del punto de vista del
socialismo científico»; del mismo modo que la política nacional del socialis-
mo tampoco puede articularse sobre un fondo de tareas cumplidas o supe-
radas, sino sobre las nuevas tareas políticas que han surgido y que deben ser
asumidas en función de la correlación de fuerzas cambiantes, en función de
las mutaciones ocurridas que reflejan tendencias generales del desarrollo del
capitalismo y las contradicciones que de él resultan.
El punto de vista socialista sobre la cuestión de las nacionalidades depende
ante todo de las circunstancias concretas «que difieren sensiblemente de un
país a otro», de la especificidad de las contradicciones; la política a que obli-
ga, la actitud a adoptar, no pueden ser sino tácticas, no se identifican con una
posición de principio. Ya que «en cada país la cuestión de las nacionalidades
varía con el tiempo, y ello debe obligar a una consecuente modificación en la
valoración de estos fenómenos» [101]. Ella no formula con claridad estas exi-
gencias metodológicas subyacentes hasta 1908; pero ya las tiene en cuenta
en 1897 cuando intenta definir los criterios que deben guiar a los socialdemó-
cratas en su consideración de las aspiraciones nacionales y en su actitud di-
ferenciada hacia los movimientos nacionales. Rosa Luxemburg hace una dis-
tinción entre a) el principio que consiste «en estar siempre de parte de toda
aspiración a la libertad»; y b) los «intereses prácticos de la socialdemocracia».
Dos criterios complementarios que no pueden coincidir en todos los casos,
siendo el segundo el determinante.
¿Por qué surgen la no-concordancia y la contradicción? Porque la realidad
de la cuestión nacional y la de los movimientos nacionales, el contenido de
las aspiraciones nacionales, cambian en función de las relaciones específicas
de clase. La aspiración a la independencia nacional no expresa forzosamente
72 RECOPILACION DE TEXTOS
movimiento obrero nos fuerzan a luchar en favor de la unificación de las fuer-
zas y no de su fragmentación en luchas nacionales».[103] Desde ese momento,
los intereses prácticos del movimiento obrero constituyen el criterio único y
prioritario.
Así pues, a través de estos dos puntos del debate se concreta la trayectoria
orientada por la historicidad del concepto y de la realidad de las aspiraciones
y de los movimientos nacionales. Rosa Luxemburg basa sus juicios antinó-
micos en la especificidad de las contradicciones que determina la naturaleza
específica de la cuestión nacional en cada uno de los casos.
74 RECOPILACION DE TEXTOS
na en relación con las grandes contradicciones sociales y políticas que harán
madurar la revolución de 1905.
Aquí, el trasvase de grupos u organizaciones aisladas a los partidos terri-
toriales o nacionales se lleva a cabo principalmente en las regiones occiden-
tales del Imperio, las que primero se han industrializado, donde la población
está constituida, en su mayoría, por la nacionalidad polaca y la judía. Si en la
Rusia propiamente dicha la diseminación de los centros industriales frena la
organización del naciente movimiento obrero a escala nacional, la geografía
económica del oeste del Imperio cataliza el proceso y posibilita ese objeti-
vo. Así, la SDKP y el PPS, los dos partidos socialistas polacos rivales, son muy
anteriores al POSDR (Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia), y el Bund, el
partido obrero judío fundado en 1897, es un elemento impulsor y constitutivo
del nacimiento del POSDR. Precediendo parcialmente al de la nación domi-
nante, el movimiento obrero de las nacionalidades del Imperio ruso contri-
buirá a plantear al POSDR la cuestión nacional en términos de una asociación
de las organizaciones surgidas en las distintas regiones. Además, con ocasión
del Segundo Congreso del POSDR, en 1903, es la SDKP (convertida desde 1900
en la SDKPiL) quien solicita que sean definidos los términos de su asociación
con el partido global.
Para Rosa Luxemburg el problema organizativo no se plantea en términos
de adaptación a las realidades y situaciones tácticas: reviste una importancia
cardinal, llega a ser la piedra de toque del internacionalismo. La alternativa
socialismo o nacionalismo queda reflejada en la alternativa de la organiza-
ción del movimiento obrero de las nacionalidades según el principio de cla-
se o según el principio de las nacionalidades. En el problema de organización
que ella plantea en 1896, Rosa Luxemburg parte de una corrección restricti-
va a la definición engelsiana del marco de lucha nacional necesario al movi-
miento obrero y de la distinción que ella opera entre marco de acción, tarea
política y marco organizativo. De acuerdo con su interpretación, la disolución
de la AIT en favor de «partidos organizados en cada Estado» fue motivada no
por una sensibilización hacia el factor nacional, sino por las «condiciones po-
líticas existentes» [107]: los partidos obreros, organizaciones nacionales sur-
gidas de esa forma, no toman en consideración la nacionalidad de un obrero
sino simplemente el marco político específico que representa la realidad del
Estado. El marco de acción no viene trazado, pues, en función de un Estado
nacional abstracto, la organización no se limita a las fronteras de las naciona-
lidades, sino que parte de las fronteras del Estado constituido. Rosa Luxem-
burg desplaza el acento del marco nacional (Estado nacional independiente)
en tanto que terreno de implantación, al marco fijado por el Estado capitalis-
ta existente, en tanto que terreno de acción y terreno de lucha. Esta realidad
determina las tareas políticas específicas en función de las particularidades
económicas, políticas e históricas de cada país, pero no afecta, no modifica
los principios que están en la base de la organización, ni la naturaleza del mo-
vimiento obrero que sigue siendo y debe seguir siendo internacional en su
esencia. Instrumento para llevar a cabo las tareas políticas, la organización
no es el producto del marco de acción, sino que se deriva del principio del in-
76 RECOPILACION DE TEXTOS
conciencia nacional deja de ser patrimonio de las capas reaccionarias, cam-
pesinas o pequeñoburguesas, y alcanza a la clase obrera. Y contrariamente a
lo que Rosa Luxemburg sostiene, que la clase obrera es impermeable a la idea
nacional o que esta desaparece en la comunidad de lucha, Kautsky afirma:
«cuanto más sólidamente arraigue la socialdemocracia en las masas, cuanto
más actúe sobre y por las masas, tanto más se dejarán sentir las diferencias
nacionales, con o sin programa socialpatriota» (p. 521). En otras palabras, la
socialdemocracia debe, en sus tareas prácticas, tomar en consideración esta
realidad del momento nacional en el seno del movimiento obrero, momento
que se impone como realidad objetiva.
Las divergencias entre Rosa Luxemburg y Kautsky no constituyen simple-
mente dos interpretaciones diferentes, dos puntos de vista opuestos: tradu-
cen ya en miniatura dos sensibilidades, dos concepciones del lugar a asignar
a la cuestión nacional en la praxis y en la reflexión teórica del movimiento
obrero. Sin embargo, las premisas ideológicas e históricas son idénticas. Como
escribe H. Mommsen, Rosa Luxemburg «tuvo el mérito de haber reconocido
la importancia y el alcance del problema nacional para el socialismo inter-
nacional mucho antes que la mayoría de la socialdemocracia alemana» [110];
Kautsky fue una de las primeras autoridades del marxismo en darse cuenta
no solo de la necesidad de tomar sus distancias con respecto a la herencia de
1848, sino también de la complejidad de sus implicaciones y de su peso para
el movimiento obrero. «Ya no resulta tan fácil para nosotros como lo fue para
los de 1848, para quienes los alemanes, los polacos, los húngaros eran los re-
volucionarios y los eslavos los reaccionarios. La entera situación muestra, por
el contrario, que no se puede entusiasmar a las masas de forma durable en
favor del socialismo sino allí y en la medida en que las cuestiones naciona-
les sean resueltas» [111]. Al igual que Rosa Luxemburg, Kautsky no alimenta
ilusiones sobre la posibilidad inmediata de que el movimiento obrero puede
plantearse esta hipótesis. Pues los Estados multinacionales, y en primer lugar
Austria-Hungría, «ruinas feudales y absolutistas incapaces de transforma-
ciones democrático-burguesas», habían llegado a un tal estado de cosas que
«no hay salida posible». Para Kautsky, «la sociedad burguesa tampoco tiene
ya la fuerza para acabar con los edificios más podridos, el Sultán, el zarismo,
Austria. Pero no podemos prever cuándo encontraremos la fuerza necesaria
para desmantelar las ruinas. Sin duda, tenemos que tener paciencia», escribe
a Adler [112].
Las divergencias entre Rosa Luxemburg y Kautsky se ponen de manifiesto
en la definición de las tareas que incumben al movimiento obrero y en la ac-
titud a adoptar. Para Rosa Luxemburg, la cuestión nacional pertenece a aquel
ámbito en que las «posibilidades concretas de realización superan las posibi-
lidades del proletariado» [113]. La socialdemocracia debe afrontado solamente
y en el momento en que se inscribe en el orden del día, en las contradicciones
y luchas políticas, cuando todos los partidos políticos se ven abocados a hallar
una solución a esta cuestión «en el marco de las tareas inmediatas a partir
de la política práctica» [114]. Este enfoque no se desprende de la naturaleza de
la cuestión nacional sino del momento de realización en el que se encuentra
78 RECOPILACION DE TEXTOS
II. EL INTERNACIONALISMO
INTRANSIGENTE
El alcance del debate supera su punto de partida sin que por ello pueda jus-
tificarse en absoluto la importancia que le fue otorgada más tarde: la de un
giro definitivo a partir del cual el profundo significado político de los proble-
mas nacionales se habría comprendido y aclarado. La distorsión se produce la
víspera de 1914, en el momento de la polémica de Lenin con Rosa Luxemburg
a partir de la exégesis de la moción adoptada en el Congreso de Londres de
1896. Concebida en términos generales, redactada muy probablemente por
Kautsky, esta moción reafirma el reconocimiento del derecho de todas las
naciones a disponer de sí mismas y expresa la simpatía de la Internacional
«por los obreros de todos los países que se encuentran bajo un yugo militar,
nacional o cualquier otro despotismo» [118]. Significa indudablemente la vic-
toria del enfoque marxista sobre la visión ético-liberal de la solidaridad inter-
nacional. Texto de compromiso, debe más su existencia a las maniobras para
hacer fracasar un debate juzgado inoportuno que a un esfuerzo conscien-
te por clarificar posiciones de principio. Incorporada de manera expeditiva
por la Comisión IV del Congreso en el proyecto de resolución general sobre
la acción política, fue adoptada en medio de la incomprensión y de la indife-
rencia totales. Además, solo el original alemán lleva el término «Selbstbes-
timmungsrecht» [119], las variantes francesa e inglesa hablan de autonomía.
No-concordancia acerca de la quintaesencia misma de la resolución, que pa-
saría desapercibida durante muchos años, hasta ser recuperada por Lenin en
1913. De hecho, la confusión en la terminología obedece a la del concepto en
una época en que «independencia» y «autonomía» son empleados indistinta-
mente por los socialistas, incluido Engels.
El proceso de reflexión marcado por el debate sobre Polonia, el crecimien-
to en el seno de la socialdemocracia de una corriente de ideas favorable a un
reexamen del ámbito nacional, no debe ponerse en la cuenta de las mutacio-
nes ocurridas en la esfera ideológica, sino que debe ser atribuida a la toma
de conciencia de un número restringido de teóricos directamente afectados
por el problema. La trayectoria de las elaboraciones se inició sin que se hubie-
ran transgredido las fronteras de la sensibilidad tradicional. El debate sobre la
cuestión nacional testifica menos una ampliación del horizonte que la puesta
en evidencia de otro fenómeno: la dinámica nacional se había desarrollado
a tal punto en el seno del movimiento obrero que ya no era posible mante-
nerlo entre paréntesis. Convertido en un factor de división en el social polaco,
«a la vez una pausa y un índice de divergencias políticas» (Nettl), la cuestión
nacional fue motivo de «impasses» y de dificultades mal solucionadas o apla-
80 RECOPILACION DE TEXTOS
de los aspectos de principio de la cuestión de las nacionalidades, el único que
intenta una tímida clarificación teórica [123].
La actitud fundamental, el horizonte mental, se mantienen inalterados: el
pensamiento marxista se impide confrontar su posición con la realidad his-
tórica global; los socialdemócratas, marxistas o no, revolucionarios o refor-
mistas, asisten pasivos a los acontecimientos o se contentan con plantear la
cuestión de saber cómo dominar el momento nacional en el interior del mo-
vimiento obrero. La delimitación con respecto a una concepción ya superada,
a la visión congelada del período inicial, no afecta a las profundas sensibilida-
des, a las estructuras mentales de los sectores del movimiento obrero donde
la cuestión nacional no ocupa un lugar independiente en la conciencia de cla-
se. Ciertamente la coyuntura, el desencadenamiento de la «desgraciada y es-
túpida discordia nacional en Austria-Hungría» (V. Adler), condiciona las reac-
ciones, polariza la percepción de los militantes, alimenta las resistencias, las
actitudes defensivas. Se refuerza la desconfianza en el seno del movimiento
obrero y aumenta la reticencia a meterse en este terreno minado por el explo-
sivo nacional, acumulado por una burguesía que no había llevado a cabo su
revolución y que se atasca en una lucha competitiva sin salida. La coyuntura
no hace más que alimentar los prejuicios. El momento histórico suministra
un elemento de explicación para la tenaz estabilidad de las sensibilidades y
de las actitudes refractarias al problema nacional, encerradas en la antinomia
nacionalismo o internacionalismo. En el plano político, la perseverancia en
asimilar los elementos nacionales secretados en el interior del movimiento
a tendencias separatistas, el temor a una desnaturalización de los intereses
de clase por las reivindicaciones nacionales, condicionan en gran medida las
posiciones, incluso allí donde aflora una cierta comprensión, una cierta elas-
ticidad. En el plano teórico, la negativa a diferenciar objetivo nacional de pro-
ceso nacionalista pone de manifiesto la óptica desde la cual el pensamiento
marxista de la época de la creación de la II Internacional aborda la cuestión.
Bajo este aspecto, la opción del frente de lucha que adopta Rosa Luxemburg
es significativa. Ella señala claramente al adversario principal: el nacionalis-
mo; combate la única variante liberal-humanista; asume íntegramente las
tradiciones «ardientemente internacionalistas» del movimiento obrero pola-
co. La referencia de Rosa Luxemburg es el partido «Proletariado» nacido «de
la negación, del rechazo categórico de la cuestión nacional», de la actitud «ne-
gativa respecto a las aspiraciones nacionales polacas», según su propia defi-
nición [124]. La SDKP se inserta en el humus embebido de «internacionalismo
utópico»; no busca en una primera época más que «completar la actitud nega-
tiva de los socialistas polacos respecto a la cuestión nacional con un programa
político positivo» que consiste en una lucha común del proletariado polaco
con la clase obrera «de cada una de las potencias ocupantes por la democrati-
zación de las condiciones políticas comunes» [125]. Pero el internacionalismo
de Rosa Luxemburg no es una simple variante del «internacionalismo utó-
pico», como tampoco su concepción básica sobre la cuestión nacional es un
simple reflejo ideológico de una determinada mentalidad.
82 RECOPILACION DE TEXTOS
llevar, en su acción y en sus objetivos, por el realismo cotidiano. De esta situa-
ción «nace una creciente tendencia a privilegiar los valores nacionales en re-
lación con los intereses de la revolución internacional, a pensar en términos
de intereses de la comunidad nacional de la que la clase obrera, cada vez más
integrada, es solo una parte» [126].
A medida que se va percibiendo esta tendencia, comienza a manifestarse
la insistencia en la dimensión internacional de la lucha, y, paralelamente, se
concede la prioridad absoluta a los objetivos susceptibles de asegurar su co-
hesión, de contrarrestar el repliegue nacional, y la subordinación vigorosa de
la cuestión nacional a este imperativo. La tarea de los marxistas ya no consis-
te, según Rosa Luxemburg, en «consolidar el nuevo evangelio» del socialismo,
sino en imprimir una orientación a «la lucha de esas enormes masas impreg-
nadas de evangelio socialista» [127], en construir y fundamentar el programa
política de la lucha de clases para asegurar la unidad internacional en el com-
bate político, unidad a la que el movimiento obrero debe su expansión. Una de
las preocupaciones del pensamiento marxista a finales de siglo es impedir la
pulverización del movimiento a través de las fronteras nacionales, reforzar los
lazos orgánicos, como arma contra el nacionalismo. Paradoja reveladora: los
marxistas de la época de la II Internacional perciben en términos puramente
ideológicos el fenómeno del repliegue nacional y las tendencias nacionalistas
que evidencian las profundas mutaciones habidas tanto en el seno de la clase
obrera, en pleno crecimiento, como en la relación de los partidos socialde-
mócratas con el conjunto de la sociedad en el marco de su ámbito nacional de
implantación. Asimilado a un fenómeno pasajero de crecimiento, el naciona-
lismo viene a ser equiparado a una especie de contaminación motivada por
la penetración de elementos pequeñoburgueses en las filas del movimiento,
a un subproducto inevitable del proceso de expansión. En su estudio sobre la
nación moderna, Kautsky articula una opinión ampliamente extendida en-
tre los socialdemócratas: los excesos nacionalistas, así como su infiltración
en el movimiento obrero, son «un combate de retaguardia de una burguesía
en declive» [128]. Esta convicción los lleva a concluir que a través de los avan-
ces de la lucha de clases, y de la implantación del socialismo científico en el
movimiento obrero, el nacionalismo podría ser neutralizado. A la inquietud
que el momento histórico suscita en Rosa Luxemburg se añade un optimismo
que arranca, en última instancia, de una subvaloración de la naturaleza y de
la amplitud del peligro. Así en 1905, al hacer balance de las consecuencias del
debate de 1896, constata con satisfacción que «este giro no se ha producido
solamente con respecto a la cuestión polaca, sino a las tendencias nacionalis-
tas en el seno del movimiento obrero en general, que suscitan, sin embargo,
una profunda hostilidad e incluso, allí donde resulta necesario, un rechazo
absoluto» [129].
La polarización en torno al internacionalismo, la percepción de la cuestión
nacional bajo la perspectiva del nacionalismo, son también una consecuencia
de la contradicción entre la dinámica de crecimiento del movimiento obre-
ro y el desarrollo desigual y diferenciado de la implantación del marxismo.
En efecto, a finales del siglo XIX, el marxismo, que había conquistado la he-
84 RECOPILACION DE TEXTOS
problemática, por una tarea surgida de un contexto ideológico y político con-
creto, inmovilizada dentro de los objetivos impuestos por el momento históri-
co, es decir, prisionera del conservadurismo de la ideología, como constata en
1905 en su prefacio a la antología La cuestión polaca y el movimiento socialista?:
Georges Haupt.
88 RECOPILACION DE TEXTOS
del proletariado ruso y polaco, y haría posible la destrucción del capitalismo
ruso-polaco. La contradicción principal de la producción capitalista era para
ella la existente en el seno de las relaciones capitalistas de producción entre la
capacidad de producción y la limitada capacidad de consumo; esta contradic-
ción producía crisis económicas periódicas y la creciente depauperación de la
clase obrera y a causa de ello, a largo plazo, la revolución social.
Sus teorías económicas se hicieron polémicas solamente a partir de su obra
sobre La acumulación del capital (1912). A pesar de su advertencia de que este
libro había surgido de las dificultades encontradas en el curso de sus clases
sobre Economía política, es decir, de su incapacidad para relacionar el proce-
so global de la reproducción capitalista con los límites objetivos de la produc-
ción capitalista que se postulan, resulta evidente a partir de la propia obra que
fue también una reacción frente a la mutilación de la teoría marxiana iniciada
por el «revisionismo» que sacudió el movimiento socialista hacia finales de
siglo. El revisionismo actuaba a dos niveles: el empírico, y también el más pri-
mitivo, personificado en Eduard Bernstein [135], quien únicamente comparó
el desarrollo capitalista real con el que se infería de la teoría marxiana; y el
más sofisticado, el del marxismo académico, que culminaba con la interpre-
tación que de Marx hacían Tugan-Baranowsky [136] y sus varios discípulos.
Durante la vida de Marx solo se había publicado el primer volumen de El
Capital; el segundo y tercero fueron preparados por Friedrich Engels a partir
de manuscritos no revisados de los que era albacea, a pesar de que habían
sido escritos con anterioridad a la publicación del primer volumen. Mientras
el primer volumen trata del proceso de producción capitalista, el segundo
se centra en el proceso de circulación; el tercero, por último, estudia global-
mente el sistema capitalista en su forma fenoménica, tal y como viene de-
terminado por sus relaciones de valor subyacentes. Puesto que el proceso de
reproducción controla necesariamente el proceso de producción, Marx creyó
conveniente desvelar este hecho mediante diversos esquemas abstractos de
la reproducción en el segundo volumen de El Capital. Los esquemas dividen la
producción social total en dos partes: una que produce los medios de produc-
ción, y la otra los medios de consumo. Las relaciones entre ambas secciones
se imaginan de tal modo que permitan que la producción del capital social
total prosiga a un mismo o mayor ritmo. Pero lo que es una presuposición para
los esquemas de la reproducción, a saber, una fijación del trabajo social ne-
cesario para el proceso de reproducción, debe en realidad efectuarse en un
principio a ciegas, a través de las actividades no coordinadas de los diversos
capitales individuales en su búsqueda competitiva de plusvalía.
Los esquemas de la reproducción no hacen distinción alguna entre valo-
res y precios; es decir, tratan los valores como si fueran precios. Si se tiene
en cuenta la finalidad que se perseguía con ellos, a saber, llamar la atención
acerca de la necesidad de una cierta proporcionalidad entre las distintas esfe-
ras de la producción, los esquemas cumplen su función pedagógica. No des-
criben el mundo real, pero son útiles para ayudar a comprenderlo. Limitados
en este sentido, el que las interrelaciones entre producción e intercambio se
den en términos de valor o en términos de precio no importa mucho. Ya que
90 RECOPILACION DE TEXTOS
te la parte de la producción social correspondiente al trabajo, sino porque no
entendía cómo podía realizarse la plusvalía extraída en dinero en un merca-
do compuesto solo por trabajo y capital, tal y como estaba representado en
los esquemas de la reproducción. La producción debe atravesar el proceso
de circulación. Empieza con dinero, invertido en medios de producción y en
fuerza de trabajo, y termina con una mayor cantidad de dinero en manos de
los capitalistas para ser invertido de nuevo en otro ciclo de producción. ¿De
dónde procedía ese dinero adicional? Según Rosa Luxemburg, no podía pro-
ceder de los capitalistas, porque si así fuera estos no serían los receptores de
la plusvalía, sino que estarían pagando con su propio dinero su equivalente en
mercancía. Tampoco podía venir de las adquisiciones de los obreros, quienes
tan solo reciben el valor de su fuerza de trabajo, dejando la plusvalía en for-
ma de mercancía en manos del capitalista. Para que el sistema funcione tiene
que haber un «tercer mercado», aparte de las relaciones de intercambio entre
capital y trabajo, en el que la plusvalía producida pueda ser transformada en
dinero adicional.
Rosa Luxemburg echaba en falta el tratamiento de este aspecto de la cues-
tión en Marx. Quiso remediar esta laguna y verificar con ello la convicción
marxiana del inevitable derrumbe del capitalismo. Aunque La acumulación
del capital trata el problema de la realización de modo histórico —empezan-
do con la economía clásica y terminando con Tugan-Baranowsky y sus mu-
chos imitadores— a fin de mostrar que este problema ha sido siempre el talón
de Aquiles de la economía política, la solución que ella misma propone para
este problema tan solo contiene, en esencia, una interpretación equivocada
de la relación entre dinero y capital y una deficiente lectura del texto marxia-
no. No obstante, a causa de la presentación formal que ella hace del asunto,
todo parece situarse en su lugar correcto: la naturaleza dialéctica del proceso
de expansión del capital, como emergido de la destrucción de las econo-
mías precapitalistas; la necesaria extensión de este proceso a todo el mundo,
como demuestra la creación del mercado mundial y el pujante imperialismo
en búsqueda de mercados para la realización de plusvalía; la consiguiente
transformación de la economía mundial en un sistema parecido al sistema
cerrado de la reproducción marxiana; y, finalmente, el inevitable derrumbe
del capitalismo por falta de oportunidades de realizar su plusvalía.
Rosa Luxemburg se vio arrastrada por la lógica de su propia construcción
hasta el punto de revisar a Marx más profundamente de lo que lo habían he-
cho los mismos revisionistas en su concepción de un teóricamente posible
desarrollo armónico del capital que, para ellos, convertía al socialismo en un
problema puramente ético y de reformas sociales obtenidas por medios po-
líticos. Por otro lado, los esquemas de la reproducción marxianos, si se leían
como una especie de repetición de la ley de Say acerca de la identidad de la
oferta y la demanda, debían ser rechazados. Al igual que sus adversarios, Rosa
Luxemburg no fue capaz de ver que estos esquemas no tienen relación alguna
con el problema de la viabilidad del sistema capitalista, sino que solamente
eran un paso intermedio, metódicamente determinado, en el análisis de las
leyes de funcionamiento del sistema capitalista globalmente considerado,
92 RECOPILACION DE TEXTOS
sus críticos estaban tan alejados de la posición de Marx como la misma Rosa
Luxemburg.
La mayor parte de esas críticas recurrían a la tosca teoría del subconsumo,
a la teoría de la desproporcionalidad, o a una combinación de ambas. Lenin,
por ejemplo —por no hablar de los revisionistas— veía la causa de las crisis
en las desproporcionalidades debidas al carácter anárquico de la producción
capitalista, y simplemente añadía a los argumentos de Tugan-Baranowsky el
del subconsumo de los trabajadores. Pero en cualquier caso, él no creía que
el capitalismo se dirigiera hacia su derrumbe a causa de sus contradicciones
inmanentes. Únicamente con la Primera Guerra Mundial y sus secuelas re-
volucionarias, la teoría de Rusa Luxemburg encontró un mayor eco en el sec-
tor radical de] movimiento socialista. Y no tanto, sin embargo, a causa de su
particular análisis de la acumulación de capital, sino a causa de su insistencia
en los límites objetivos del capitalismo. La guerra imperialista dio a su teoría
alguna plausibilidad y el fin del capitalismo parecía estar realmente al caer. El
derrumbe del capitalismo se convirtió en la ideología revolucionaria del mo-
mento y fomentó las abortadas intentonas de convertir las agitaciones políti-
cas en revoluciones sociales.
Naturalmente, la teoría luxemburguiana era no menos abstracta que la de
Marx. La hipótesis marxiana de una tendencia descendiente de la tasa de be-
neficio podía no revelar en qué punto particular del tiempo no sería ya posible
compensar por más tiempo esa caída con una creciente explotación del rela-
tivamente menguante número de obreros, lo que incrementaría la masa de
plusvalía de modo suficiente como para mantener una tasa de beneficio que
asegurara la posterior expansión del capital. De modo similar, Rosa Luxem-
burg podía no decir en qué momento la conclusión de la capitalización del
mundo excluiría la realización de su plusvalía. También la extensión del capi-
tal hacia el exterior era solo una tendencia, que suponía una más arrolladora
competición imperialista para la obtención de los cada vez menos frecuentes
territorios en que realizar la plusvalía. El hecho del imperialismo mostraba el
carácter precario del sistema, que podría conducir a situaciones revoluciona-
rias mucho antes de que se hubieran alcanzado sus límites objetivos. Por tan-
to, a pesar de sus intenciones prácticas ambas teorías asumían la posibilidad
de acciones revolucionarias, y no a causa del resultado lógico de sus modelos
abstractos de desarrollo, sino justamente porque esas teorías señalaban de
modo inconfundible las crecientes dificultades del sistema capitalista, que
junto con algunas crisis importantes podría convertir la lucha de clases en un
combate por la abolición del capitalismo.
La teoría de Rosa Luxemburg, aunque indudablemente errónea, conserva-
ba un carácter revolucionario porque, a semejanza de la marxiana, desembo-
ca en la conclusión de la insostenibilidad histórica del capitalismo. Aunque
con argumentos dudosos, Rosa Luxemburg restauraba, sin embargo, —con-
tra el revisionismo, el reformismo y el oportunismo— la perdida proposición
marxiana de que el capitalismo está predestinado a desaparecer a causa de
su propia e insalvable contradicción y que este fin, aunque objetivamente de-
terminado, se efectuará mediante acciones revolucionarias de la clase obrera.
94 RECOPILACION DE TEXTOS
Según el inicialmente encubierto, pero pronto descarado socialpatriotis-
mo del movimiento obrero oficial, el internacionalismo de Rosa Luxemburg
representaba el ala izquierda de este movimiento, aunque no totalmente.
Hasta cierto punto, era una generalización de sus experiencias específicas en
el movimiento socialista polaco, divido a causa de la cuestión de la autode-
terminación nacional. Rosa Luxemburg, como ya sabemos por su obra sobre
el desarrollo industrial en Polonia, confiaba en una completa integración del
capitalismo ruso y polaco y una consiguiente unificación de sus respectivas
organizaciones socialistas, considerando ambas cosas un asunto práctico y
fundamental. No podía concebir movimiento socialista con orientación na-
cionalista y aún menos un socialismo restringido a lo nacional. Lo que era
verdad para Rusia y Polonia seguía siéndolo para el resto del mundo; las fi-
siones nacionales debían acabar en la unidad del socialismo internacional. La
sección bolchevique del Partido socialdemócrata ruso no compartía el inter-
nacionalismo estricto de Rosa Luxemburg. Para Lenin, la subyugación de las
nacionalidades por los países capitalistas más potentes conllevaba divisiones
adicionales en las fricciones sociales básicas que quizá podrían arremeter
contra los poderes dominantes. No viene en absoluto al caso considerar si la
defensa de Lenin de la autodeterminación de las naciones reflejaba una con-
vicción subjetiva, o actitud democrática, con respecto a las especiales necesi-
dades nacionales y a las peculiaridades culturales, o se trataba simplemente
de una repugnancia contra cualquier forma de opresión. Lenin era, ante todo,
un político práctico, aún cuando solamente pudo desempeñar totalmente
este papel en época tardía. Como político práctico, comprendió que las dife-
rentes nacionalidades existentes en el Imperio ruso representaban una firme
amenaza al régimen zarista. Efectivamente, Lenin era también un internacio-
nalista y contemplaba el socialismo en términos de revolución mundial. Pero
esta revolución debía comenzar en alguna parte y dio por sentado que prime-
ramente se rompería el eslabón más débil en la cadena de las potencias impe-
rialistas en competencia. En el contexto ruso, apoyar la autodeterminación de
las naciones, hasta el punto de la secesión, hacía prever el ganar «aliados» en
un intento de derrocar al zarismo. Esta estrategia se apoyaba en la esperanza
de que, una vez libres, las diferentes nacionalidades elegirían permanecer en
el seno de la nueva comunidad rusa, bien prescindiendo de su interés propio,
o bien mediante la creación de sus propias organizaciones socialistas.
Hasta que se produjo la Revolución rusa, sin embargo, esta discusión ge-
neral sobre la cuestión nacional fue puramente académica. Incluso tras la
revolución, la concesión de la autodeterminación en Rusia a las diferentes
nacionalidades no era totalmente significativa, ya que la mayor parte de los
territorios implicados estaban ocupados por potencias extranjeras. Con todo,
el régimen bolchevique continuó exigiendo la autodeterminación a fin de de
bilitar a otras naciones imperialistas, en especial Inglaterra, en un intento de
alentar revoluciones coloniales contra el capitalismo occidental, que amena-
zaba con destrozar al régimen bolchevique.
La Revolución rusa sorprendió a Rosa Luxemburg en prisión, donde per-
maneció hasta el derrocamiento de la monarquía germana. Fue, sin embargo,
96 RECOPILACION DE TEXTOS
no, sin embargo, crear nuevas naciones-estado capitalistas, sino dificultar su
aparición, o imposibilitarla, mediante revoluciones proletarias en los países
capitalistas avanzados.
El régimen bolchevique se autodeclaró socialista y pretendía por este mo-
tivo acabar con todas las discriminaciones de las minorías nacionales. Bajo
tales condiciones, la autodeterminación era, a los ojos de Rosa Luxemburg, no
solamente un sinsentido sino una incitación a reavivar, a través de la ideología
del nacionalismo, las condiciones que posibilitaran una restauración capita
lista. En su opinión, Lenin y Trotsky sacrificaron erróneamente el principio
del internacionalismo en aras de momentáneas ventajas tácticas. Aunque
quizá esto fuera inevitable, no debía exaltarse como si de una virtud socialista
se tratara. Rosa Luxemburg, naturalmente, acertaba al no poner en duda la
sinceridad subjetiva de los bolcheviques en lo que se refiere al establecimien-
to del socialismo en Rusia y a la más lejana revolución mundial. Ella misma
pensaba que era posible, por medio de una ampliación hacia el Oeste de la
revolución, superar la inmadurez objetiva de Rusia para una transformación
socialista. Culpaba a los socialistas de Europa occidental, y en especial a los
alemanes, de las dificultades con que los bolcheviques se topaban, y que los
obligaban a hacer concesiones, a establecer compromisos y acciones oportu-
nistas. Ella creía que la internacionalización de la revolución podía acabar con
las exigencias nacionalistas de Lenin y resucitar el principio del internaciona-
lismo en el movimiento revolucionario.
Como la revolución mundial no se materializó, la nación-estado continuó
siendo el campo de operaciones del desarrollo económico así como de la lu-
cha de clases. El «internacionalismo» de la Tercera Internacional, bajo domi-
nio ruso, servía estrictamente a los intereses de estado rusos, disimulados
mediante la idea de que la defensa del primer estado socialista era un pre-
rrequisito para el socialismo internacional. Al igual que la autodeterminación
nacional, esta clase de «internacionalismo» estaba destinado a debilitar a los
adversarios del nuevo estado ruso. Tras 1920, no obstante, los bolcheviques
no confiaron ya en una reanudación del proceso revolucionario mundial, y se
dedicaron a la consolidación de su propio régimen. Su «internacionalismo»
expresaba ahora su propio nacionalismo, exactamente así como el interna
cionalismo económico de la burguesía sirve exclusivamente para el enrique-
cimiento de las principales entidades organizadas nacionalmente.
El resultado de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias acaba-
ron con el colonialismo de las potencias europeas y produjeron la formación
de numerosas naciones «independientes», mientras que, al mismo tiempo,
emergían dos grandes bloques, dominados por las naciones victoriosas, Ru-
sia y Estados Unidos. No existía en ninguno de los dos bloques independen-
cia nacional real, sino subordinación de los países nominalmente autodeter-
minados a las exigencias imperialistas de las potencias sobresalientes. Esta
subordinación se imponía mediante medios económicos y políticos y por la
necesidad general de adaptar las economías y, por tanto, la vida política de
las naciones satélite, a las realidades del mercado mundial capitalista. Para
las antiguas colonias esto suponía una nueva forma de subyugación y depen-
98 RECOPILACION DE TEXTOS
el eje de la revolución y aquí los bolcheviques se mostraron oportunistas en su
política, así como en lo que respecta a las minorías nacionales.
En la Rusia prerrevolucionaria, los bolcheviques compartieron con Rosa Lu-
xemburg la posición marxista de la nacionalización de la tierra como prerre-
quisito para la organización de la producción agrícola a gran escala, de acuer-
do con la socialización de la industria. Con la intención de ganarse el apoyo
de los campesinos, Lenin abandonó el programa agrícola marxista en favor
del de los socialrevolucionarios, los herederos del viejo movimiento populista.
Aunque Rosa Luxemburg reconocía que este giro era una «táctica excelente»,
en su opinión nada tenía que ver con la persecución del socialismo. Los dere-
chos de propiedad deben traspasarse a la nación, o al estado, pues solamente
así es posible organizar la producción agrícola a partir de una base socialista.
La consigna bolchevique de «inmediata toma y distribución de la tierra por los
campesinos» no era una medida socialista, sino una medida que, al crear una
nueva forma de propiedad privada, cerraba el paso a medidas de ese tipo. «La
reforma agraria de Lenin —escribió— ha creado en el campo una nueva y po-
derosa capa popular de enemigos, cuya resistencia será mucho más peligrosa
y tenaz que la de los terratenientes de la aristocracia» [143].
Esto resultó ser una realidad impidiendo tanto el restablecimiento de la
economía rusa como la socialización de la industria. Pero, como en el caso de
la autodeterminación nacional, de nuevo aquí la situación fue determinada no
por la política bolchevique sino por circunstancias, que escapaban a su con-
trol. Los bolcheviques eran prisioneros del movimiento campesino; no podían
seguir en el poder sin su apoyo pasivo, y no podían continuar el camino hacia
el socialismo a causa de los campesinos. Además, su astuto oportunismo no
inició la toma de la tierra por parte de los campesinos, sino que tan solo rati-
ficaba una situación de hecho, independiente de su propia actitud. Mientras
otros partidos dudaban en legalizar la expropiación de la tierra, los bolchevi-
ques la favorecieron, a fin de conseguir así el apoyo de los campesinos y con-
solidar el poder que habían conseguido mediante un golpe de estado en los
centros urbanos. Confiaban en conservar ese apoyo mediante una política de
bajos impuestos, mientras los campesinos exigían un gobierno que impidiera
el retomo de los terratenientes mediante la contrarrevolución.
En lo que concernía a los campesinos, la revolución suponía la ampliación
de los derechos de propiedad y era, en este sentido, una revolución burguesa.
Únicamente podía desembocar en una economía de mercado y en la capita-
lización intensificada de Rusia. En lo concerniente a los obreros industriales,
tanto para Lenin como para Rosa Luxemburg, se trataba de una revolución
proletaria incluso en aquel primitivo estadio de desarrollo capitalista. Pero
dado que la clase obrera industrial solamente constituía una minúscula par-
te de la población, parecía obvio que tarde o temprano empezaría a dominar
en la revolución el elemento burgués. El poder estatal bolchevique solamente
podría sostenerse actuando de árbitro de esos intereses contrarios; pero el
éxito de ese intento invalidaría tanto las aspiraciones burguesas como las so-
cialistas en la revolución.
Diciembre 1977.
(Traducción de Rafael Grasa)
Así pues, para Rosa Luxemburg, no solo las ideologías morales y políticas,
sino también las ciencias sociales están inevitablemente comprometidas en
la lucha de clases. La ciencia de la sociedad está necesariamente vinculada al
punto de vista y a los intereses de una clase social, y solamente en un futu-
ro, en una sociedad sin clases, podrá pensarse en una ciencia social no parti-
dista, «universalmente humana». En la medida en que distingue las ciencias
de la sociedad de las ciencias de la naturaleza, Rosa Luxemburg se libera, de
un lado, de la hipoteca positivista y, de otro, evita la trampa de una exagerada
ideologización de las ciencias naturales.
Esta afirmación no es para ella una simple cuestión de principio; en su In
troducción a la Economía Política muestra cómo, en una ciencia social concre-
ta, «los caminos del conocimiento burgués y los del conocimiento proletario
se dividen» en torno a todas las cuestiones, incluidas aquellas que a primera
vista puedan parecer abstractas e indiferentes para las luchas sociales [156].
Esto no quiere decir que los «caminos del conocimiento burgués» no pue-
dan desembocar en resultados científicos importantes. Rosa Luxemburg in-
siste en el valor de los descubrimientos científicos de los fundadores de la
Diciembre 1977.
(Traducción de María José Aubet)
«Las masas son el factor decisivo; son la roca sobre la que se basa la victoria
final de la revolución. [170]»
«No hay ninguna calumnia más grosera, ningún insulto más indignante
contra los trabajadores que la afirmación de que las discusiones teóricas son
solamente cosa de los «académicos» (Rosa Luxemburg, en ¿Reforma social o re
volución»?).
«Solo la clase obrera, a través de su actividad, puede hacer del verbo carne»
(Rosa Luxemburg, en ¿Qué quiere la Liga Espartaco?).
«La esencia de la sociedad socialista consiste en que las grandes masas tra-
bajadoras dejan de ser una masa a la que se gobierna para vivir por sí mismas
el conjunto de la vida política y económica dirigiéndola sobre la base de una
autodeterminación consciente y libre» [242].
O, dicho de otro modo: el partido depende del nivel de lucha de las masas
para la elaboración de la táctica; y, al mismo tiempo, el partido debe «elevar-
se» por encima del nivel real de la lucha, superarlo. ¿Cómo puede hacer ambas
cosas? Este es el problema de la teoría, y un desafío para el teórico radical.
El mismo problema viene planteado, de forma algo distinta, en la última
parte de Huelga de masas. En torno a la relación partido-sindicatos, Luxem-
burg continúa afirmando que es el partido el responsable del crecimiento de
los sindicatos, en la medida en que el partido, al difundir lo que podríamos
llamar la «ideología» de la socialdemocracia, sensibiliza a las masas respecto
de su situación. Ella rechaza el argumento de los sindicalistas, según el cual
su fuerza numérica indicaría que son ellos y su ideología de compromiso los
que debieran dominar el movimiento. El movimiento, para Luxemburg, es
algo más que sus formas organizativas, y el partido, como «espíritu» del mo-
vimiento, trasciende sus masas organizadas, y es más que su simple núcleo
organizado localizado en oficinas y en funciones oficiales. Pero, si esto es así,
debemos preguntarnos por qué Rosa Luxemburg hizo tanto hincapié en la
función «legislativa» de los congresos del partido, como si realmente espe-
rara que estas «asambleas anuales de budistas y bonzos» formularan la tác-
tica correcta vinculante para todos. La única explicación parece radicar en el
hecho de que ella consideraba el partido y sus decisiones no como la simple
II
III
¿Qué movió a Rosa Luxemburg a cuestionar problemas tales, como los in-
centivos de la acumulación, la inversión y el progreso técnico en el sistema ca-
pitalista? ¿Cómo llegó al convencimiento de que el análisis de Marx ya no era
suficiente? Puede pensarse que no fueron únicamente razones de tipo teórico
y que también influyeron en ella las de tipo histórico. Pienso que su polémica
de finales de siglo con Eduard Bernstein podría ofrecer alguna posible expli-
cación de sus razones. Su punto de vista por aquel entonces se expresaba de la
forma siguiente: «En el curso general del desarrollo capitalista los pequeños
capitales (...) juegan el papel de pioneros de la revolución técnica. (...) Si los pe-
queños capitales son los pioneros del progreso técnico, y el progreso técnico
es el motor vital de la economía capitalista, entonces los pequeños capitales
son un fenómeno inseparable que acompaña al desarrollo capitalista. (...) La
IV
Diciembre de 1977.
(Traducción de María Rodríguez)
Franz Mehring definió a Rosa Luxemburg como «la más brillante continua-
dora de Marx» y desde entonces no se ha dejado de repetir este juicio, pero va-
riándolo. Lo que sí es bien cierto es que durante toda su vida, Rosa Luxemburg
se dedicó a divulgar entre el público alemán y polaco el pensamiento de Marx,
de quien era ferviente admiradora. Ya desde los comienzos de su actividad
política en Alemania escribe que «no puede existir socialismo a excepción del
socialismo marxista» [255]. Ella es, junto con Bebel, Kautsky y Mehring, uno
de los autores socialdemócratas que más han contribuido a difundir las con-
cepciones de Marx y Engels en Alemania. Su competencia en esta materia
era ampliamente aceptada, En ocasión del aniversario de la muerte de Marx
o bien de la aparición de una nueva obra de los fundadores del marxismo, se
le pide un artículo para Vorwärts, y esto sucede incluso con posterioridad a
1908, cuando la dirección del partido manifiesta abiertamente su oposición a
la línea política por ella (Rosa Luxemburg) defendida.
En el discurso que pronuncia para presentar el programa espartaquista,
dedica sus primeras palabras a afirmar que el nuevo partido se coloca en el
campo del marxismo, que retoma las ideas de Marx abandonadas por la so-
cialdemocracia; tras haber explicado que el programa espartaquista enlaza
«con la trama tejida justo hace ahora setenta años por Marx y Engels en el Ma
nifiesto Comunista» [256], exclama: «Bien, camaradas, hoy estamos viviendo el
momento en el que podemos decir: hemos vuelto a Marx, hemos vuelto bajo
su bandera»[257].
Ferviente admiradora de Marx, ella no siempre acepta incondicionalmente
sus análisis, que a veces cuestiona y no solo en su Acumulación del Capital.
Creemos que, en un importante punto de la estrategia política —el proble-
ma de las alianzas de la clase obrera con otras capas sociales—, Rosa Luxem-
burg se distanció del pensamiento de Marx y Engels, y que también Lenin, por
ejemplo, partiendo de análisis concretos de la sociedad rusa de su época, ha
propuesto una estrategia totalmente diferente.
Los problemas planteados en esta ocasión por Rosa Luxemburg no han
perdido nada de su actualidad.
Diciembre 1977.
(Traducción de Rafael Grasa)
BIBLIOGRAFÍA
(No pretende sino dar una visión más profunda de algunos de los temas
tratados en el artículo. En todo caso, señalo los textos más importantes, aún
cuando haya dejado fuera autores que podrían dar una visión más espe-
cializada.)
Authier, D. y Barrot, J.: La gauche communiste en Allemagne. 1918-1921,
Payot, 1976.
Badia: Le Spartakisme. 1914-1919, L’Arché. 1967.
Bricianer: Pannekoek et les conseils ouvriers, EDI, 1969.
Broué: La révolution en Allemagne, 1917-1923, Ed. de Minuit, 1972.
Frölich: R. Luxemburg, Máspero, 1965.
Invariance, nueva serie, n.° 5 y vieja serie n.° 7.
Korsch: Anti-Kautsky, Champ Libre, 1973.
R. Luxemburg: especialmente «Cuadernos Espartacus», n.° B56 (Marxismo
contra Dictadura), n.° C7 (Cuestiones de organización de la socialdemocracia
rusa, 1904), L'accumulation du capital, Maspero, 1967 (2 vol..), Reforma o revo
lución, Grijalbo, 1969, Huelga de masas, partido y sindicatos, «Cuadernos de
pasado y presente», n.° 13.
Meijer: Le mouvement des conseils en Alemagne, n.° 101, ICO(La vieille Taupe).
Prudhommeaux: Spartacus y la Commune de Berlín, Spartacus, 1949.
II
«La Liga Espartaco no es un partido que pretenda conseguir el poder por en-
cima de las masas obreras o a través de las masas obreras. La Liga Espartaco
es solamente la parte más consciente de las metas a alcanzar de todo el pro-
letariado, la que recuerda a las amplias masas de la clase obrera a cada paso
sus tareas históricas, la que representa en cada estadio particular de la revo-
lución la meta final socialista y en toda cuestión nacional los intereses de la
revolución mundial proletaria. (...) La Liga Espartaco no tomará nunca el poder
gubernamental sino por la voluntad clara y tajante de la gran mayoría de las
masas proletarias de toda Alemania, nunca lo tomará sino en base a su acuer-
do consciente con las ideas, objetivos y métodos de lucha de la Liga Espartaco.
La revolución proletaria solo puede llegar a adquirir plena claridad y madurez
gradualmente, paso a paso, por la vía de Gólgota de las propias y amargas expe-
riencias, por un camino sembrado de victorias y derrotas. La victoria de la Liga
Espartaco no coincide con el principio sino con el final de la revolución: coin-
cide con la victoria de las grandes masas, integradas por millones de personas,
del proletariado socialista» [385].
Estas palabras, escritas muy poco antes de su muerte, no nos dan la impre-
sión de que Rosa Luxemburg hubiera cambiado sus opiniones con respecto a
la organización del partido y a la vía hacia el socialismo. En lo concerniente a la
relación entre espontaneidad y conciencia, entre masa y vanguardia, estaba
totalmente de acuerdo con Marx y Engels, y no se cansaba de repetir: «Ningún
socialismo sin la voluntad y la acción conscientes de la mayoría del proletaria-
Septiembre 1977.
(Traducción de Pedro Madrigal)
III
IV
Todo aquel que tenga por cierta la teoría de Rosa Luxemburg, estará de
acuerdo en convenir que ella desveló, en su polémica contra Bernstein, la re-
lación orgánica entre lucha cotidiana y meta final, es decir, entre reforma y
revolución. Leemos, por ejemplo: «Entre reforma y revolución existe para la
socialdemocracia un vínculo indisoluble, puesto que concibe la lucha por las
reformas como un medio, mientras que la revolución social es para ella el fin»
[472]. Pero con esto no queda agotada toda la importancia de su polémica.
El Programa de Erfurt, establecido en base a un programa máximo y otro
mínimo, tenía un defecto, como lo había constatado Engels ya en 1891: «Las
exigencias políticas del proyecto presentan un gran defecto. Aquello que,
propiamente, debería ser dicho no está contenido allí» [473], pues faltaba la
aclaración de cómo, con un programa mínimo, se podía alcanzar la meta fi-
nal. Engels criticaba: «Uno trata de convencerse a sí mismo y de convencer al
partido de que ‹la sociedad actual está abocada al socialismo›, sin preguntar-
se si se desarrolla necesariamente a partir de su vieja estructura social; si no
tendrá que deshacerse violentamente de su viejo caparazón, con tanta vio-
lencia como el cangrejo; si no tendrá que romper, en Alemania, las cadenas
de una estructura política todavía semiabsolutista y, además, enormemente
compleja» [474].
A pesar de esta crítica de Engels, la dirección del partido no solo no planteó
abiertamente los defectos del programa, sino que no publicó el escrito de En-
VI
Para finalizar, veamos cómo Rosa Luxemburg desveló las fuentes del revi-
sionismo. Como ya dije al comienzo de este trabajo, ella pensaba que el origen
de las desviaciones tanto anarquistas como oportunistas estaba «en la esen-
cia de la lucha socialdemócrata misma en sus contradicciones internas» [504].
En consecuencia, la lucha contra el revisionismo tendría que ser una lucha
continua contra las condiciones sociales. Esta idea aparece al final de su es-
crito ¿Reforma social o revolución? y la repite al final de Cuestiones de organi
zación de la socialdemocracia rusa con casi las mismas palabras: «Pero como
el movimiento socialdemócrata es, precisamente, un movimiento de masas,
y los escollos que le amenazan no surgen de las cabezas de los hombres, sino
de las condiciones sociales, los errores oportunistas no pueden evitarse por
Diciembre 1971.
(Traducción de Pedro Madrigal)
Las ideas de Rosa Luxemburg acerca del carácter y papel del partido obre-
ro revolucionario en el movimiento de clase del proletariado están estre-
chamente vinculadas a su concepción de la relación entre espontaneidad y
conciencia, de la interrelación entre el elemento espontáneo y el elemento
consciente en el movimiento obrero y en las luchas históricas. Si durante mu-
cho tiempo Rosa Luxemburg —en base al artículo estalinista aparecido en la
revista Proletarskaja Revolutsija en 1931— ha sido caracterizada negativamen-
te en el movimiento comunista como partidaria de una teoría de la esponta-
neidad, cosa que nunca fue, en los últimos años puede constatarse claramen-
te una tendencia a repetir este mismo error, si bien de signo contrario.
En este punto se me plantea un problema metodológico de significado, que
aquí solo puede ser apuntado. Ocurre con frecuencia que problemas teóri-
cos y estratégico-tácticos del marxismo y discusiones ideológicas en el movi-
miento obrero se extrapolan de su concreto contexto histórico y se autonomi-
zan como fenómenos puramente ideológicos («geistesgeschichtlich»), como
luchas de ideas estructurales-atemporales. Es decir, que al desarrollo de la
teoría marxista y del movimiento obrero viene aplicado un método completa-
mente no marxista. Esto ocurre, según mi opinión, con particular frecuencia,
en el caso de Rosa Luxemburg, y sobre todo en relación con su concepción de
la espontaneidad, de la conciencia, de la organización y del partido.
Se tiene a veces la impresión, de acuerdo con estas interpretaciones, que
Luxemburg fue una escritora cualquiera vacilante, creativa o académica, en
cierto modo una precursora de las modernas corrientes hoy consideradas en
algunos países como «de izquierda sin patria», de acuerdo con las cuales Rosa
Luxemburg habría estado atormentada por una invencible desconfianza ha-
cia toda clase de organización y disciplina políticas de partido, habría sido, de
alguna manera, una individualista entre los distintos frentes.
Tentativas literarias de este tipo fueron frecuentes sobre todo en la Alema-
nia Federal; y aunque pueda parecer banal, debe, sin embargo, tenerse pre-
sente el hecho de que las concepciones teóricas de Rosa Luxemburg no pue-
den en absoluto comprenderse, si no se las enmarca en su praxis política y
en la necesidad de esta praxis. Y esta praxis fue una praxis política de partido.
Durante décadas actuó y militó en la vieja socialdemocracia alemana y —en
menor medida, y sobre todo desde la emigración— en el movimiento socialis-
ta de Polonia. Fue redactora de la prensa socialdemócrata del partido; una de
las principales periodistas y colaboradoras del órgano teórico de la socialde-
mocracia alemana (SDP), Neue Zeit; enseñante en la Escuela del Partido fun-
dada en 1906; oradora en innumerables reuniones del partido; delegada en
los Congresos del partido y en los de la Internacional; protagonista y dirigente
del ala izquierda de la SDP contra las corrientes oportunistas y revisionistas
antes de la Primera Guerra Mundial; junto con Karl Liebknecht iniciadora de
la lucha contra la guerra imperialista y contra los dirigentes de la SDP que du-
rante la guerra se habían pasado al campo enemigo; y finalmente, acabada
Diciembre 1977.
(Traducción de María José Aubet)