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ROSA LUXEMBURG

HOY
RECOPILACIÓN DE
TEXTOS
ROSA LUXEMBURG
HOY
RECOPILACIÓN DE
TEXTOS

EDICIONES UNO EN DOS


This work is licensed under the Creative Commons Attribution-Sha-
reAlike 4.0 International License. To view a copy of this license, visit
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Este libro no se hizo para languidecer en una estantería o


en una carpeta de ordenador. Por ello te animamos a que lo
compartas o hagas tu propia versión, respetando la licencia, y
te lo lleves de viaje allá donde desees.

Primera Edición, 2022. Segunda edición, 2022.

unoendos@protonmail.com
https://unoendos.wordpress.com/
Ahora que está en tus manos, este libro es
instrumento de trabajo para construir tu educación.
Cuídalo, para que sirva también a quienes te sigan.
ÍNDICE
NOTA INTRODUCTORIA 8
ROSA LUXEMBURG Y LA AMBIGÜEDAD DE LA HISTORIA
por Lelio Basso13
DE LA DIALÉCTICA MATERIALISTA ENTRE
ESPONTANEIDAD Y ORGANIZACIÓN: ROSA LUXEMBURG
por Oskar Negt 30
I33
II36
III42
IV45
V50
VI55
VII57

ROSA LUXEMBURG Y LA CUESTIÓN NACIONAL por


Georges Haupt62
I. UN DEBATE SIGNIFICATIVO 66
I. a. LOS OBJETIVOS DE ROSA LUXEMBURG 66
I. b. LAS ARTICULACIONES DE LA POSICIÓN DE ROSA LUXEMBURG 69
I. c. EL NÚCLEO DEL DEBATE: TÁCTICA Y ORGANIZACIÓN 73
I. d. LA CONTROVERSIA CON KAUTSKY 76
II. EL INTERNACIONALISMO INTRANSIGENTE 79

ROSA LUXEMBURG: UN EXAMEN RETROSPECTIVO por


Paul Mattick86
LA DIALÉCTICA ENTRE CIENCIA SOCIAL E IDEOLOGÍA
EN ROSA LUXEMBURG por Michael Löwy107
ROSA LUXEMBURG: LA HUELGA DE MASAS por Norman
Geras115

5
LA TEORÍA Y LA PRÁCTICA REVOLUCIONARIA: ROSA
LUXEMBURG por Dick Howard130
I. LA PRAXIS REVOLUCIONARIA Y SU TEORÍA 134
II. LA TEÓRICA Y SU PRAXIS 143
III. LA TEORÍA REVOLUCIONARIA 149

NOTAS SOBRE LA TEORÍA LUXEMBURGUIANA DE LA


ACUMULACIÓN por Tadeusz Kowalik153
I155
II156
III158
IV161
V164

ROSA LUXEMBURG, MARX Y EL PROBLEMA DE LAS


ALIANZAS (En torno al problema de la estrategia
revolucionaria) por Gilbert Babia166
RECHAZO DE CUALQUIER ALIANZA Y
DE CUALQUIER COMPROMISO 168

DE LA ORGANIZACIÓN: NOTAS SOBRE ROSA


LUXEMBURG por José Luis de la Mata175
I. ROSA LUXEMBURG Y LA CONTINUIDAD DEL MARXISMO 177
II. MITOLOGÍA Y VOLUNTARISMO REVOLUCIONARIO 181
III. EL MARXISMO, ARMA IDEOLÓGICA DEL REFORMISMO 185
IV. EL PARTIDO Y LA FORMACIÓN POLÍTICA DE LA CONCIENCIA DE
CLASE190
BIBLIOGRAFÍA194

ROSA LUXEMBURG Y SU CRÍTICA DE LENIN por Annette


Jost196
I198
II207

REVOLUCIÓN Y DIALÉCTICA: LA LUCHA DE ROSA


LUXEMBURG CONTRA EL REVISIONISMO
por Narihiko Ito217

6
I220
II224
III228
IV231
V235
VI237

ROSA LUXEMBURG Y EL PROBLEMA DEL PARTIDO por


Josef Schleifstein240
GUÍA PARA LA LECTURA DE ROSA LUXEMBURG por
María José Aubet251
I. LA OBRA DE ROSA LUXEMBURG 253
I.a. Rosa Luxemburg, Gesammelte Werke (Obras completas). Ber­lín: Dietz
Verlag, 1970-1975: 253
I.b. Principales antologías de textos de Rosa Luxemburg 253
I.c. Correspondencia 256
II. TRADUCCIONES DE LA OBRA DE ROSA LUXEMBURG AL
CASTELLANO257
III. LIBROS Y ENSAYOS SOBRE ROSA LUXEMBURG 259

NOTAS262

7
NOTA
INTRODUCTORIA
En enero de 1979 se cumplirán 60 años de la muerte de Rosa Luxemburg y
del fallido levantamiento espartaquista. Es sabido que la de­rrota de aquella re-
volución alemana (1918-1919), una de las primeras y últimas de la Revolución
en Occidente, ha venido siendo considerada por no pocos teóricos y políticos
marxistas «ortodoxos» como la con­firmación última y definitiva de los erro-
res políticos inherentes al llamado «luxemburguismo», es decir, de la equivo-
cada posición ideo­lógica de Rosa Luxemburg. Por esquemáticas que puedan
aparecer estas bases argumentativas, lo cierto es que este tipo de considera­
ciones han prevalecido durante decenios en el seno del movimiento comu-
nista y, con matices, continúan dándose hoy. Resultado de ello es el hecho de
que estas seis décadas transcurridas desde la muerte de Rosa Luxemburg se
han caracterizado sobre todo por la marginación, la condena sistemática, el
silencio y/o las pseudorrehabilitaciones, para no hablar ya de la pura y simple
instrumentalización de la vida y obra de Rosa Luxemburg.
En efecto, de esta clásica del marxismo se reclaman hoy diversas corrien-
tes, según se aíslen o privilegien unos u otros de los elemen­tos de su pro-
ducción teórica global. De ahí, por ejemplo, que Rosa Luxemburg pueda re-
sultar un personaje atractivo para muchos secto­res de la llamada «extrema
izquierda», por su justa crítica de ciertas deformaciones y fetichizaciones del
momento organizativo por parte de los partidos obreros tradicionales, criti-
ca que hoy sigue apare­ciendo como necesaria. Lo que resulta paradójico, sin
embargo, es el intento de «rehabilitación» por parte de sectores importantes
de la burguesía «ilustrada», de la socialdemocracia actual, quienes, en base a
las pretendidas profundas divergencias de Rosa Luxemburg con Lenin y los
bolcheviques, la han querido utilizar para justificar una política abiertamente
anticomunista. No puede olvidarse, todo hay que decirlo, que muchas citas,
párrafos y textos de Rosa Luxemburg, descontextualizados y aislados, podrían
naturalmente servir a estos fines, como de hecho ha ocurrido, por ejemplo,
con La revolución rusa. Solo que para ello estas corrientes socialdemócratas
tienen necesaria­mente que silenciar o tergiversar el hecho incontestable de
su ase­sinato a manos, precisamente, de la propia socialdemocracia. Porque
si esos deseos de recuperación del pensamiento luxemburguiano estuvieran
auténticamente motivados por un afán de transformación global, esa muerte
tendría que llevarles ineludiblemente a una auto­crítica profunda de su propia
trayectoria e ideología políticas desde 1910 hasta el presente. Es, pues, preci-
samente el hecho de su muerte —consecuencia y resultado a su vez de una
coherencia teórica y política—, lo que convierte a Rosa Luxemburg en irrecu­
perable para las corrientes hoy llamadas socialdemócratas. Convendría no
olvi­darlo.
Pero, por fortuna, al lado de estas «rehabilitaciones», ha habido siempre
intentos genuinos por recuperar, sin dogmatismos, sus reales aportaciones
teóricas y políticas a la compleja realidad que le tocó vivir, y por extraer de
la lectura de sus textos cuantas lecciones puedan hoy todavía aparecer como
útiles y válidas para una reflexión y una reorientación de la estrategia política
revolucionaria en Occi­dente.

ROSA LUXEMBURGO HOY 9


Ese empeño ha caracterizado la labor de algunos políticos e investi­gadores
marxistas, especialmente a partir de la evidencia de la crisis del Movimiento
Comunista Internacional y más concretamente desde el Mayo francés y desde
la invasión de Praga por los tanques sovié­ticos. Políticos e investigadores que,
conscientes de la urgente nece­sidad de repensar los nuevos problemas que
hoy tiene planteados la lucha por el socialismo en todo el mundo, han buscado
en la lectura de los escritos de Rosa Luxemburg algunos de aquellos elemen-
tos de la teoría y método luxemburguianos que puedan arrojar luz o aportar
ideas claras sobre cuestiones fundamentales, tales como la natura­leza y fun-
ción del partido político, la concepción de la revolución y del socialismo mis-
mo, el hecho real de la integración del movimiento obrero en los países in-
dustriales avanzados, la reconversión gradual de los PP.CC. de estos países en
partidos «de orden», los límites de la vía electoral-parlamentaria —puestos de
manifiesto una vez más a raíz de las últimas elecciones francesas—, etc... en
definitiva, la estra­tegia del movimiento obrero hoy en Occidente. Todos ellos
problemas a los que ya en su día tuvo que enfrentarse Rosa Luxemburg como
militante y teórica del ala izquierda de la socialdemocracia alemana, es decir,
como la única personalidad marxista de principios de siglo que, a diferencia
de otros (como Lenin o Trotsky) se movió y actuó ya en un país de capitalis-
mo avanzado (claramente imperialista), y en el seno da un movimiento legal
y de masas.
Puede decirse que su actividad política fundamental giró, en ese con­texto,
en torno a dos líneas centrales de lucha y de crítica. La primera, común con
Lenin, contra el revisionismo teórico (personificado en Ale­mania por Berns-
tein y en Rusia por los mencheviques) y contra el reformismo, es decir, contra
la transformación de la socialdemocracia de un partido obrero de lucha con­
tra el sistema y el Estado, en un movimiento de lucha por reformas económi-
cas y políticas dentro de ese sistema, en base a la convicción de que por la vía
legal-parla­mentaria se podría realizar objetivamente la transformación de la
sociedad en su conjunto. Ello llevaba al movimiento socialista euro­peo por el
camino del cada vez más abierto oportunismo, del prag­matismo ciego, cuya
consecuencia más grave era la paralización pro­gresiva e irreversible de la lu-
cha de la clase obrera y su gradual despolitización.
Desarrolló su segunda línea de crítica, en cambio, contra la tendencia ob-
jetiva y subjetiva de los partidos legales de masas a la burocratización y an-
quilosamiento, hecho que Rosa Luxemburg intuyó desde la Revolución rusa
de 1905-6 y percibiría ya claramente desde 1910: en esa fecha se pondría de
manifiesto la dependencia por parte de las socialdemocracias europeas oc-
cidentales de los votos electorales, en su mayoría no proletarios y no socia-
listas, pero que bajo la in­fluencia de circunstancias accidentales se adherían
coyunturalmente a aquellos partidos. Esa dependencia obligaba al aparato
dirigente a tirar por la borda gran parte de sus principios fundamentales de
clase y a considerar como un fin en sí mismo la consolidación de las organi­
zaciones obreras (partidos y sindicatos), lo que resultaba en un creci­miento
de la burocracia cada vez más alejada y menos identificada con la base. Ello
contribuía a afianzar una élite liberada —exlíderes obreros en su mayoría, o

10 RECOPILACION DE TEXTOS
intelectuales pequeñoburgueses— formada no ya por «políticos» al estilo de
la vieja guardia socialista (W. Liebknecht, A. Bebel), sino por funcionarios «or-
ganizadores-administrativos» cuyo horizonte terminaba en el parlamento,
y que, ocupando las posi­ciones estratégicas en el aparato de los sindicatos y
partidos, tenían garantizada una influencia mucho mayor que la que les otor-
gaba su real importancia numérica.
La socialdemocracia llegaría así a nutrirse cada vez más de la «aris­tocracia
obrera», de elementos pequeñoburgueses en su mayoría no socialistas, de es-
tratos medios insatisfechos, pero poco inclinados a apoyar una transforma-
ción global del sistema, dejando fuera al prole­tariado no organizado o poco
cualificado, cada vez menos identificado y más alejado de la política parla-
mentaria de la socialdemocracia dirigente.
Todo ello vendría necesariamente a abrir una honda crisis, planteando toda
una serie de cuestiones en el seno de la izquierda revoluciona­ria antes de 1914
que hoy vuelven a estar a la orden del día: escisión o no del partido mayoritario
de la clase obrera (Rosa Luxemburg aduce poderosas razones en contra —1911
y 1917— y a favor —1918—); formulación tentativa de una política alternativa
de recambio (aquí hay que enmarcar su Huelga de masas, partido y sindicatos,
¿Qué quiere la Liga Espartaco?, Nuestro programa y la situación política, entre
otros); denuncia de las bases objetivas y subjetivas del reformismo (¿Reforma
social o revolución?, La crisis de la socialdemocracia); esfuerzos por realizar un
riguroso análisis científico de la nueva fase —imperialista— del capitalismo
(La acumulación del capi­tal, la Anticrítica); etc., intentos de alternativas que
serían violenta­mente abortados por la contrarrevolución.
Los problemas que tuvo que afrontar la izquierda socialdemócrata y muy
particularmente Rosa Luxemburg, no son, evidentemente, los mismos del
momento actual. Pero también resulta evidente que mu­chas de las «vías» po-
líticas que hoy se nos quieren presentar como originales no lo son tanto, y que
muchas de las dificultades que nos aquejan son no solo todavía un resultado
del triunfo de aquellas corrientes contrarrevolucionarias en el seno del mo-
vimiento obrero, sino también de la ausencia de una profunda autocrítica, y
de una auténtica preocupación por recuperar los elementos de aquellas y de
otras polémicas generadas en el movimiento comunista desde enton­ces en la
necesaria búsqueda y discusión de los problemas que toda­vía hoy seguimos
reconociendo como profundamente actuales.
En este contexto debe enmarcarse, pues, este número extraordinario que
presentamos aquí con el título de «Rosa Luxemburg hoy». En él colaboran, con
textos en su mayoría originales y especialmente es­critos para este número,
buena parte de aquellos teóricos e investigado­res marxistas cuyo empeño,
esfuerzo y labor científica han hecho po­sible esa nueva lectura y tratamiento
de la figura y obra de esta ya gran clásica de la literatura marxista. Estas dis-
tintas colaboraciones reflejan, como es obvio, ideologías, opciones políticas y
motivaciones también diversas, hecho que no puede por menos que contri-
buir a enriquecer el debate, por mucho, claro es, que nos identifiquemos más
con unos textos que con otros.

ROSA LUXEMBURGO HOY 11


Georges Haupt, muerto hace poco más de un mes a la edad de 50 años, se
ha caracterizado siempre por una labor de investigación seria y rigurosa que
ha merecido el respeto de cuantos colaboraron con él y le conocieron. A él se
deben precisamente buena parte de los estu­dios sobre la II Internacional y las
importantes ediciones francesas de la correspondencia de Rosa Luxemburg.
En este número ofrecemos parte de una ponencia que el autor leyó en 1973 en
Reggio Emilia sobre un tema central en la obra luxemburguiana, la cuestión
nacional, tradicionalmente relegado al olvido o poco y mal conocido por el
movimiento comunista. En ese artículo se ofrecen, creemos, elementos para
una reconsideración de la polémica que enfrontaría a las distintas tendencias
de aquella Internacional.
Los textos de Lelio Basso y de Norman Geras, además de constituir apor-
taciones en sí mismas positivas, vienen a contrarrestar dos de las opiniones
más ampliamente difundidas sobre el «luxemburguismo»: el de Basso —uno
de los más genuinos continuadores de Rosa Luxem­burg hoy— contra las acu-
saciones de «economicismo», «determinismo» o «catastrofismo». El segun-
do, contra el mítico elemento «espontaneísta» asimilado tantas veces al «lu-
xemburguismo». Paul Mattick y Tadeusz Kowalik, cada uno desde una óptica
distinta, profundizan en las teorías económicas de Luxemburg, a la luz de las
críticas y también de los acontecimientos posteriores a su muerte. Gilbert Ba-
dia, un profundo conocedor de esta teórica polaca y del movi­miento esparta-
quista, examina un aspecto, el de las alianzas de la clase obrera, todavía muy
controvertido de las teorías políticas y de los condicionamientos ideológicos
de Rosa Luxemburg. El profesor Ito, introductor y traductor de la obra luxem-
burguiana en el Japón, trata de su lucha contra el revisionismo, aunque no se
agoten en este artículo todos los aspectos y complejidades de la crítica que
Luxem­burg llevara a cabo. Los artículos de Negt, Jost, de la Mata y Schleifstein,
unos desde una perspectiva todavía excesivamente «ortodoxa», otros desde
una contextualización más precisa de la posición luxemburguiana, abordan
uno de los problemas más acuciantes del movi­miento comunista actual: la
función y naturaleza de la organización y la relación/articulación de este con
las masas. Los textos de Howard y de M. Löwy proporcionan a su vez una re-
flexión más global, menos monográfica, sobre la obra de Rosa Luxemburg en
su conjunto. A todos ellos nuestro más profundo agradecimiento.
Para terminar dos aclaraciones; En primer lugar dejar constancia de que
hubiéramos deseado contar para el presente volumen con un ma­yor número
de colaboraciones de autores españoles, pero hemos topado con dos límites
objetivos: el escasísimo número de estudio­sos de la obra de Rosa Luxemburg
en nuestro país, y el exceso de trabajo, que ha sido causa de algunas defeccio-
nes de última hora. En segundo lugar, advertir que, allí donde ha sido posible,
las notas se citan por referencia a las traducciones castellanas en base a las
edi­ciones que se detallan en la nota bibliográfica final.

12 RECOPILACION DE TEXTOS
ROSA LUXEMBURG
Y LA AMBIGÜEDAD
DE LA HISTORIA
Lelio Basso: Nacido en diciembre de 1903. Licenciado en Derecho (1925) y
en Filosofía (1931), desde 1923 hasta 1926 colabora en Critica Sociale, Rivoluzio­
ne liberale, Conscientia, Avanti, II Caffe. Quarto Stato (cuya dirección asume en
1946-1950), y desde 1928 director de Pietre, la última revista cultural antifas-
cista que quedaba en Italia. A su salida de la cárcel (1928-1931) se halla entre
los fundadores del Centro interno del Partido Socialista italiano. Arrestado de
nuevo en 1939, a su salida del campo de concentración (1940) trabaja en la
reconstrucción de un movimiento socialista renovado: el Movi­miento de Uni-
dad Proletaria (MUP) que en 1943 se fusiona con el PSI, dando así vida al PSIUP
(Partido socialista de unidad proletaria) del que fue vice­presidente (1945) y
luego secretario general (1947). En 1946 es elegido miembro de la Asamblea
Constituyente y miembro de la comisión para la redacción de la Constitución.
Reelegido siempre como representante de Milán en el Parlamento (1948, 1953,
1958, 1963), en la Cámara de Diputados (1968) y en el Senado (1972 y 1976) del
que todavía es miembro.
En diciembre de 1963, en el acto de constitución del primer gobierno Moro
con participación socialista negó el voto de confianza al gobierno y fue sus­
pendido de sus funciones, por indisciplina, en el partido, junto con una trein­
tena más de parlamentarios, con los cuales funda un partido socialista de
izquierda que retoma el nombre de PSIUP, del que es elegido presidente. En
1968 su toma de postura contra la intervención del Pacto de Varsovia en Che-
coslovaquia le coloca en minoría y abandona el partido. Desde 1969 es socia-
lista independiente.
Dirige desde 1958 la revista Problemi del Socialismo, y desde 1964 a 1968 la
revista bilingüe International Socialist Journal. Da ensenado Sociología de los
países en vías de desarrollo en la Universidad de Roma. Funda, con otros com-
pañeros, el Instituto para el Estudio de la Sociedad Contemporánea (ISSOCO)
en 1969, y la Fundación Lelio y Lisly Basso-ISSOCO en 1973, de la que es presi-
dente. Miembro del Tribunal Russell sobre crímenes americanos en Vietnam
(1966-1967) y presidente del II Tribunal Russell sobre la represión en Brasil,
Chile y América Latina (1973-1976). Actualmente presidente de la Fundación
Internacional Lelio Basso por el derecho y la liberación de los pueblos y de la
Liga Internacional por los derechos y la liberación de los pueblos.
Aparte de sus múltiples escritos traducidos a varias lenguas, ha publicado:
Rosa Luxemburg, Scriti politici (Roma, 1967), Neocapitalismo e sinistra euro­pea
(Bari, 1969), Rosa Luxemburg, Lettere alla famiglia Kautsky (Roma, 1971), Rosa
Luxemburg, Lettere a Leo Jogiches (Milán, 1973), Per conoscere Rosa Luxemburg
(Milán, 1977), y está actualmente preparando un volumen sobre la estrategia
revolucionaría de Marx, una antología de cartas de Rosa Luxemburg y un vo-
lumen sobre la huelga de masas.

14 RECOPILACION DE TEXTOS
Lelio Basso

Se habla hoy con insistencia de una crisis del marxismo, o directa­mente de


un fin del marxismo, cuyas previsiones no se habrían confirmado y habrían
sido en la actualidad enteramente superadas. No creo necesario examinar
muchos de estos juicios críticos, la ma­yor parte de los cuales parten de una
total ignorancia del auténtico pensamiento de Marx, con el cual el marxismo
que ellos conde­nan —el llamado marxismo ortodoxo, es decir, el marxismo-
leni­nismo en su versión elaborada por Stalin y mantenida desde entonces
casi inalterada— tiene muy poco que ver. En un libro que estoy terminando he
intentado demostrar cómo el pensa­miento de Marx ha sido progresivamente
transformado, ideologizado y dogmatizado, y convertido así en algo acepta-
ble para diversas situaciones, y cómo este proceso, comenzado ya por Engels,
fue luego continuado por Kautsky y por Lenin, para no hablar ya de Stalin. El
hecho de que este «marxismo», tal como ha ido cristalizando en los últimos
decenios, no tuviera nada que decir al movimiento obrero occidental, era un
descu­brimiento que muchos de nosotros habíamos hecho bastante an­tes
que los «nuevos filósofos», quienes, como ya se ha obser­vado, no parecen ser
«nuevos» y mucho menos «filósofos».
El pensamiento de Marx tal como fue expresado por él merece, en cambio,
otro tipo de discurso, que debe ser liberado de los escombros del «marxismo»
antes de poder ser estudiado y juz­gado. Es cierto, por otro lado, que también
Marx ha recibido de la historia un profundo desmentido: puede decirse que la
revo­lución que él esperó a lo largo de toda su vida no se ha realizado, y apa-
rece todavía hoy más bien lejana, y en su lugar, en cambio, ha tenido lugar el
fenómeno contrario, el de la integración de la clase obrera en el capitalismo,
es decir, prácticamente el de la aceptación por parte de la clase obrera del sis-
tema actual, a base evidentemente de continuas correcciones.
Para los fines del discurso luxemburguiano que me propongo hacer en este
artículo, resumiré brevemente los principios de la estra­tegia revolucionaria
tal como fueron elaborados por Marx, asu­miendo como texto base el Prefacio
a La crítica de la economía política, de 1859. Evidentemente, no considero que
este texto agote el pensamiento de Marx en materia de estrategia revolucio-
naria, pues en él se omite el elemento subjetivo o consciente, tan fuerte­mente
presente en el pensamiento marxiano... Aquel prefacio pre­senta, como explí-
citamente se declara, una síntesis extremadamen­te concentrada de una re-
flexión y de una elaboración, realizada durante quince años, de la concepción
histórica de Marx y Engels a partir de La ideología alemana, durante los cuales
tuvo a me­nudo que polemizar duramente con el fácil voluntarismo revolu­
cionario de los protagonistas derrotados de la revolución del 48-49 quienes,
en el exilio, soñaban cada cual para su propio país en una rápida venganza.
Para lo que nos interesa aquí, son dos las afirmaciones esenciales conte-
nidas en el Prefacio. En primer lugar, la revolución socia­lista, esto es, el fin de
la formación social capitalista y la aparición de una nueva formación social
superior, no puede llevarse a cabo si antes no se han cumplido las premisas,
a saber: un fuerte creci­miento de las fuerzas productivas de carácter cada vez

ROSA LUXEMBURGO HOY 15


más mani­fiestamente social de tal modo que entran en conflicto con las re-
laciones capitalistas de producción, que son, por el contrario, de carácter pri-
vado y por lo tanto incompatibles con aquel desarro­llo social; esta dialéctica
fuerzas productivas-relaciones de pro­ducción ha sido el elemento motor de
la historia incluso en las transformaciones sociales anteriores. En segundo
lugar, un pro­ceso de esta naturaleza no puede agotarse en un simple asalto y
conquista del poder, sino que debe ser un proceso largo en el curso del cual el
conjunto del sistema social viene subvertido y armonizado con el desarrollo
y el nuevo carácter —social— de las fuerzas productivas. En cuanto a la previ-
sible duración de este proceso, Marx había hablado nueve años antes, en po-
lémica con Willich y Schapper, de 15, 20 o 50 años, pero ahora —transcu­rrido
en aquel entonces un decenio sin reales progresos revolucio­narios— habla de
toda una entera época histórica.
Con ello no se pretende excluir naturalmente el que Marx no pen­sara
también en la conquista del poder por parte del proletariado: al contrario,
siempre pensó en ello, y, con frecuencia, también su pasión y su impacien-
cia revolucionaria le habían puesto en contradicción con sus propios análisis
científicos. Pero si queremos atenernos a estos debemos reconocer que Marx
siempre conside­ró el desarrollo de las fuerzas productivas como el elemento
mo­tor de la revolución, es decir, de la superación de las relaciones capitalistas
de producción. Esta concepción se encuentra por pri­mera vez en La ideología
alemana [1], es retomada en la carta a Annenkov del 28 de diciembre de 1846,
en la que se habla «del gran movimiento histórico que brota del conflicto en-
tre las fuer­zas productivas ya alcanzadas por los hombres y sus relaciones so-
ciales, que ya no corresponden a estas fuerzas productivas» [2], como también
en la Miseria de la filosofía, de 1847 [3], donde la relación entre el desarrollo de
las fuerzas productivas y la for­mación social correspondiente se expresa en
una forma casi me­cánica [4], y luego todavía en Las luchas de clase en Francia
de 1858 a 1860 [5]; viene desarrollado orgánicamente en el mencionado pre­
facio de 1859 [6] y profundizado posteriormente en El Capital [7].
De una forma categórica, en otro párrafo de El Capital leemos que «la única
vía real a través de la cual un modo de producción y su correspondiente orga-
nización social se encaminan hacia su propia disolución y transformación es
el desarrollo histórico de sus antagonismos inmanentes» [8].
Es importante subrayar que el capitalismo no puede liberarse de esta con-
tradicción: si se liberara de las relaciones capitalistas, esto es, de la búsqueda
del beneficio privado, ya no sería capitalismo, y en lo que respecta al desa-
rrollo de las fuerzas productivas es, como Marx escribió ahora hará un siglo
y como la experiencia ha confirmado de forma patente, una condición nece-
saria y vital para el capitalismo. La experiencia ha confirmado asimismo que
este desarrollo creciente tiene un carácter cada vez más social: basta pensar
en el carácter colectivo e internacional de la investigación científica, cuyos
descubrimientos y aplicaciones son la base del progreso tecnológico y, por
consiguiente, del aumento de las fuer­zas productivas; basta pensar en las di-
mensiones del mercado, que se ha convertido actualmente en un mercado
mundial no solo para la venta de los productos y la adquisición de materias

16 RECOPILACION DE TEXTOS
primas, sino también para el reclutamiento de mano de obra y el traspaso de
tecnología; basta pensar, en fin, en las gi­gantescas concentraciones de capital
en manos privadas, que su­peran la disponibilidad de muchos estados; final-
mente en la necesidad de hacer intervenir continuamente al poder público
para garantizar el mecanismo del beneficio y el funcionamiento del proceso
de acumulación. Cómo esta contradicción entre el carácter social de la tota-
lidad de la producción y la naturaleza privada ya sea del beneficio, ya sea del
poder directivo, provoca continuas crisis económicas o políticas (guerras, re-
voluciones) y hoy incluso morales, no es necesario ilustrarlo, puesto que es de
por sí evidente.
Las previsiones hechas por Marx en este terreno, pues, se han confirmado,
y, sin embargo, no se ha producido la revolución que Marx esperaba. ¿Por qué?
Digamos enseguida que Marx, aun considerando el desarrollo de las contra-
dicciones como un pro­ceso objetivo necesario que lleva en sí los gérmenes
de la autodestrucción del sistema, no pensaba que esta destrucción fuera un
resultado automático. Consideraba la intervención subjetiva de la clase traba-
jadora, a través de la lucha de clases, como un momento necesario del proce-
so revolucionario. En un párrafo de Herr Vogt (1860), que suelo citar con fre-
cuencia, Marx había defi­nido este momento subjetivo como una participación
consciente en los procesos objetivos que se desarrollan ante nuestros ojos [9];
en otras palabras, la tarea del movimiento obrero debería ser, según Marx, la
de insertarse en el surco cavado por la contradic­ción fundamental para acen-
tuar de un lado los elementos de crisis del viejo sistema, y recoger y coordinar,
de otro, todos los ele­mentos de la sociedad nueva que el carácter social de las
fuerzas productivas habría ido acumulando. Solo gracias a esta participa­ción
consciente los procesos objetivos podrían desembocar en la revolución y en
la creación de la nueva sociedad socialista. Pero este vínculo entre el proceso
objetivo y la participación subjetiva no se ha dado, y es aquí donde las previ-
siones de Marx no han encontrado confirmación en los hechos. Creo, por tan-
to, que aquí se encuentra el error de Marx, pero creo también que el mismo
Marx ofrece los instrumentos para superar y corregir este error.
Este me parece uno de aquellos casos en los que Marx ha sido «traiciona-
do» por su impaciencia revolucionaria, porque, habiendo individualizado con
exactitud, en el conflicto entre fuerzas produc­tivas y relaciones de produc-
ción, el elemento motor del proceso revolucionario, sobrevaloró después en
demasía la capacidad de ruptura de las fuerzas productivas y subvaloró, y pue-
de decirse que olvidó completamente, la fuerza también ofensiva de las rela­
ciones de producción. En el párrafo, fundamental para este tema, del Prefacio
de 1859, las relaciones de producción son equipara­das a unas cadenas, esto
es, a una fuerza de resistencia pasiva que el desarrollo de las fuerzas produc-
tivas está llamado a romper. Y ello se repite siempre que Marx habla de este
conflicto. Y sin embargo, le habría bastado con profundizar en sus propios
aná­lisis para comprender que las cosas no eran así, para comprender que las
relaciones capitalistas de producción tienen la capacidad de reproducirse, es
decir, de reproducir el sistema, evidenciando no tanto una resistencia pasi-
va sino una fuerza activa capaz de abatir, al menos hasta un cierto momen-

ROSA LUXEMBURGO HOY 17


to, todas las fuerzas que le sean adversas, incluido el proletariado, que viene
así obligado a plegarse ante la lógica del sistema. Pero esto habría significado
renunciar, o por lo menos corregir, a un punto básico de su pasión revolu-
cionaria, o lo que es igual, a la vocación revolucionaria de la clase obrera, y
frente a ello el Marx militante prevaleció sobre el Marx científico. Ni siquiera
cuando asistía en Inglaterra al abur­guesamiento de la clase obrera, reconoció
en ese proceso un fenó­meno que venía perfectamente explicado, como ahora
veremos, en sus análisis, y recurre a explicaciones diversas, considerando el
fenómeno como una excepción y no —como el curso futuro de los aconteci-
mientos iba a demostrar— como el primer caso de la regla según la cual las
clases obreras de todos los países industrializa­dos se irían, más pronto o más
tarde, integrando.
Para explicar este fenómeno es necesario detenerse un momento en el
concepto de «formación social» y en la categoría de tota­lidad, que Lukács
considera como la clave del pensamiento marxiano [10]. Cuando Marx afirma
que la formación social capitalista es una totalidad, viene a decir en sustancia
que aquella constituye un sistema coherente de relaciones, en el que el todo
predo­mina sobre las partes que deben ser coordinadas entre sí y con el todo,
con el fin de asegurar un funcionamiento lo más armónico posible y, por tanto,
capaz de corregir las disonancias y de reabsor­ber de tanto en tanto las fuerzas
centrífugas [11]. Esto significa que el sistema evidencia una lógica propia, que
en el caso específico es la lógica capitalista del beneficio, que impregna poco
a poco todas las relaciones sociales, las instituciones, los pensamientos. No se
olvide que, de acuerdo con el mencionado prefacio, el conflicto entre fuerzas
productivas y relaciones de producción se inicia solo «en un momento dado
del desarrollo», pero hasta aquel momento han sido las fuerzas productivas
precisamente las que han deter­minado las relaciones de producción capita-
lista y juntas a toda la sociedad. La clase obrera, que vive en el seno de este
sistema, de esta lógica, es necesariamente su víctima: puede enfrentarse per-
fectamente a los capitalistas en el ámbito de las condiciones laborales y sala-
riales, pero, tras las primeras revueltas contra las máquinas o contra un siste-
ma todavía no consolidado, en el marco y dentro de la lógica del capitalismo. Y
esto ocurre precisamente porque, tal como Marx explica repetidamente en El
Capital, el sistema funciona de tal modo que da a las relaciones de produc­ción
la capacidad y la fuerza de autorreproducirse continuamen­te [12], y de repro-
ducirse incluso en la conciencia del obrero [13].
Aquí, en la lógica del sistema, en las presiones económicas (la «coacción
silenciosa de las leyes económicas», sociales y cultura­les, «las ideas dominan-
tes son las ideas de la clase dominante») en las que se manifiesta la fuerza
totalizante de las relaciones de producción, se halla la raíz de la integración de
la clase obrera, de su subordinación a las leyes, a los valores, a los modelos de
vida y de consumo impuestos por la sociedad capitalista.
Resulta claro que en estas condiciones la clase obrera deja de ser una clase
revolucionaria, que ya no puede cumplir con su tarea revolucionaria de «par-
ticipación consciente» en los procesos objetivos de autodestrucción de la so-
ciedad capitalista, cuando «en un momento dado» se produce el choque entre

18 RECOPILACION DE TEXTOS
fuerzas pro­ductivas y relaciones de producción y la contradicción que de ahí
nace pone en movimiento estos procesos autodestructivos. La sociedad que-
da convertida así en terreno de un conflicto de inmensas proporciones que
puede agudizar al máximo las con­tradicciones y las crisis, pero si el movi-
miento obrero no es capaz de ver en él con claridad el conflicto de dos lógicas
in­manentes ambas a la sociedad capitalista (una, fuertemente con­servadora,
de las relaciones de producción y otra, transformadora y socializante, de las
fuerzas productivas) será difícil que lleve hasta sus últimas consecuencias
esta contradicción, que luche con­tra la fuerza conservadora y domesticadora
de las relaciones de producción, y que aglutine en torno a la naturaleza so-
cial de las fuerzas productivas todos los elementos de la nueva sociedad en
formación hasta el momento en que, con o sin la asistencia mayéutica de la
violencia revolucionaria, el feto de la sociedad socialista pueda finalmente ver
la luz. El haber creído en la supe­rioridad y en la victoria incontestada de las
fuerzas productivas impidió a Marx aprehender el verdadero curso del pro-
ceso histórico —la copresencia de dos fuerzas ciclópeas, de dos formidables
fuerzas antagónicas— y, por tanto, no le permitió vislumbrar una estrategia
revolucionaria satisfactoria para ese largo período.
De todos los continuadores de Marx, pienso que solo Rosa Luxemburg re-
tomó este aspecto del proceso histórico, la ambigüe­dad inmanente siempre
presente en ese proceso bajo el impulso de las dos fuerzas que hemos indi-
cado, y por consiguiente es la única que puede ofrecer hoy unas sólidas bases
bien para una justa comprensión de Marx, bien para la elaboración de una es-
trategia revolucionaria adecuada a la sociedad del capitalismo desarro­llado.
Partimos de la premisa de que Rosa Luxemburg se encuentra perfecta-
mente en la línea de Marx en la aplicación del método dialéctico a la interpre-
tación del proceso histórico y que en el método dialéctico de Luxemburg la ca-
tegoría de la totalidad ocupa un lugar central. Cuando el marxismo ortodoxo
de la socialdemocracia alemana entra en crisis a finales del siglo pasado bajo
los ataques de Bernstein, Rosa Luxemburg es la única, en la polémica que si-
guió, en asumir el método marxiano como criterio discrimi­natorio entre una
estrategia revolucionaria y una reformista. La decisiva crítica que ella hace a
Bernstein es la de haber abando­nado la categoría de la totalidad, y es por ello
que él «toma los fenómenos de la vida económica considerados no en su arti-
culación orgánica con el desarrollo capitalista en su conjunto y en su cone­xión
con todo el mecanismo económico, sino arrancados de esa conexión como
fragmentos separados de una máquina sin vida» [14], y de este modo «ya no
encuentra el eje espiritual de cristalización en torno al cual agrupar la multi-
plicidad de hechos singulares has­ta conseguir el todo orgánico de una visión
consecuente del mun­do» [15]. Por eso la concepción oportunista de Bernstein
«es mucho peor que falsa: es la negación absoluta de lo que representa la so­
cialdemocracia. No es una opinión equivocada de un socialdemócrata (como
opinaban los portavoces del marxismo oficial, Kautsky o Plejánov, L. B.). Es el
pensamiento justo de un demó­crata burgués, que se considera erróneamente
un socialdemócrata» [16]. Ella plantea una crítica análoga, creemos que con
razón, a los conceptos organizativos enunciados por Lenin en Un paso ade­

ROSA LUXEMBURGO HOY 19


lante, dos pasos atrás: «Pero si se separan estos fenómenos, que han surgido
en un horizonte histórico concreto, de ese marco para hacer de ellos patrones
abstractos de validez general y absoluta, entonces se comete el mayor de los
pecados contra el «espíritu santo» del marxismo, es decir, contra su método
de pensamiento dialéctico-histórico» [17].
Puede decirse que este nuevo traslado del análisis de cada fenó­meno par-
ticular al marco de la totalidad, a la trama articulada y compleja de las relacio-
nes sociales, al sucederse y al superponer­se de las situaciones históricas, al
enfrentamiento general de las fuerzas sociales, llevando a revelar también los
aspectos menos visibles, es un motivo clave en los análisis y en las polémicas
de Rosa. Así, a propósito de la acumulación capitalista escribe:

«Por consiguiente, la acumulación capitalista tiene, como todo proceso his-


tórico concreto, dos aspectos distintos. De un lado, tiene lugar en los sitios de
producción de la plusvalía —en la fá­brica, en la mina, en el mundo agrícola y
en el mercado de mer­cancías—. Considerada así, la acumulación es un proceso
puramente económico, cuya fase más importante se realiza entre los capita-
listas y los trabajadores asalariados, pero que en ambas par­tes, en la fábrica
como en el mercado, se mueve exclusivamente dentro de los límites del cambio
de mercancías, del cambio de equivalencias, Paz, propiedad e igualdad reinan
aquí como for­mas, y era menester la dialéctica afilada de un análisis científico
para descubrir cómo en la acumulación el derecho de propiedad se convierte
en apropiación de propiedad ajena, el cambio de mer­cancías en explotación, la
igualdad en dominio de clase.
El otro aspecto de la acumulación del capital se realiza entre el capital y las
formas de producción no capitalistas. Este proceso se desarrolla en la escena
mundial. Aquí reinan como métodos la política colonial, el sistema de emprés-
titos internacionales, la po­lítica de intereses privados, la guerra. Aparecen aquí,
sin disimulo, la violencia, el engaño, la opresión; la rapiña. Por eso cuesta traba­
jo descubrir las leyes severas del proceso económica en esta con­fusión de actos
políticos de violencia y en esta lucha de fuerzas.
La teoría burguesa liberal no abarca más que un aspecto: el do­minio de la
‹competencia pacífica›, de las maravillas técnicas y del puro tráfico de mercan-
cías. Aparte está el otro dominio eco­nómico del capital: el campo de las estre-
pitosas violencias con­sideradas como manifestaciones más o menos casuales
de la ‹po­lítica exterior›. En realidad, el poder económico. Los dos aspec­tos de
la acumulación del capital se hallan ligados orgánicamente por las condicio-
nes de reproducción del capital. Este, no solo viene ‹goteando, de arriba abajo,
sangre e inmundicia, por todos los poros›, sino que se va imponiendo así, paso
a paso, al mismo tiempo que prepara de este modo, en medio de convulsiones
cada vez más violentas, su propia ruina» [18].

Las citas podrían así multiplicarse fácilmente. Paralelamente, y en lo que


respecta a la acción de la clase obrera, Luxemburg sostiene la indisoluble uni-
dad de todos sus aspectos, porque solo en su globalidad, solo en el marco de
una prospectiva general, puede esta acción ser verdaderamente revolucio-

20 RECOPILACION DE TEXTOS
naria, mientras que el aislamiento empirista de los momentos particulares
—la lucha sindical, la lucha parlamentaria, etc.— serán siempre formas subal­
ternas de lucha que no conseguirán acabar con la lógica capitalista. Ya en el
primer congreso de la socialdemocracia alemana en que toma parte, el de
Stuttgart de 1898, asume una clara posición polémica contra el empirismo de
los oportunistas y enuncia el principio de que solo la referencia de la lucha co-
tidiana al obje­tivo final «es lo único que da su espíritu y su contenido a nues­tra
lucha socialista, (...) y hace de ella una lucha de clases» [19]. Apunta justamente
Lukács: «Pues el objetivo final no es un esta­dio que espera al proletariado al
final del movimiento, indepen­dientemente de él, independiente del camino
que hay que recorrer, en algún lugar imprecisado y como «estado del futuro».
(...) El objetivo final es más bien la relación al todo (al todo de la socie­dad consi-
derada como proceso), por la cual cobra sentido revolu­cionario cada momen-
to de la lucha. Una relación interna a cada momento precisamente en su sim-
ple y sobria cotidianidad, pero que solo se hace real por su paso a conciencia,
dando así reali­dad también a cada momento de la lucha cotidiana por obra de
la relación, ya manifiesta, al todo, o sea, levantándolo de la mera factualidad,
de la mera existencia, a la realidad» [20].
Nunca se subrayará bastante la importancia que para un proceso revolu-
cionario largo tiene esta referencia permanente al objetivo final en el curso
de la lucha cotidiana, porque permite situar todos los momentos de la lucha
y todos los objetivos parciales en el gran drama de la historia, en el marco del
enfrentamiento de las dos fuerzas —o, si se prefiere, de las dos lógicas— que
se dispu­tan la hegemonía en la sociedad capitalista, porque permite valo­
rarlos dentro de un contexto general y aprehender en ellos todo el significa-
do positivo o negativo según contribuyan a reforzar el impulso socializante o
el conservador. De esta forma Rosa Luxemburg puede palpar diariamente la
presencia y el peso de cada una de las dos fuerzas fundamentales, puede ver
en qué medida cada una de ellas consigue abrirse camino en el proceso histó-
rico. Y puede ver cómo cada una de ellas responde a una lógica de la historia,
a una necesidad histórica.
Rosa Luxemburg acepta de Marx la idea de la «necesidad histó­rica»: la de
las fuerzas objetivas que surgen del seno de la socie­dad y que condicionan el
actuar de los hombres. «La mayor con­quista de la lucha de clases proletaria a
lo largo de su desarrollo ha sido el descubrimiento de los fundamentos de la
realización del socialismo en las relaciones económicas de la sociedad capi­
talista. Con ello el socialismo dejó de ser un ‹ideal› con el que la humanidad
había soñado durante milenios para convertirse en una necesidad histórica»
[21]. «Para Marx, la rebelión de los obreros, su lucha de clases es (...) mero refle-
jo ideológico de la necesidad histórica objetiva del socialismo»[22]. Es, por tan-
to, una «lógica del proceso histórico objetivo» que «va por delante de la lógica
subje­tiva de sus portadores» [23], porque «las cosas tienen una lógica propia
incluso cuando los hombres no quieren tenerla» [24] .
Pero esta lógica de la historia es una lógica bifronte, una lógica que expresa
en cada momento dos tendencias contradictorias, la posibilidad de dos solu-
ciones contrapuestas. El agudo espíritu dia­léctico de Rosa, su profundo senti-

ROSA LUXEMBURGO HOY 21


do histórico, su costumbre de vincular la lucha cotidiana a la meta final y, por
tanto, de ver los hechos de cada día en el contexto de un proceso, de una lógica,
de una línea de desarrollo, hace que toque con la mano aquello que a Marx se le
había escapado; cómo las dos grandes fuerzas anta­gónicas de la sociedad ca-
pitalista —la que surge del creciente ca­rácter social de las fuerzas productivas
en desarrollo y que genera la necesidad histórica del socialismo, de un lado,
y de otro los mecanismos de autorrepreducción que actúan con fuerza en la
formación social capitalista para garantizar su supervivencia re­produciendo
continuamente las mismas relaciones de producción— están presentes en
cada momento, en cada fenómeno, en cada situación, porque cada momento
histórico es el resultado de este conflicto, que condiciona también el momen-
to siguiente. También en su escrito contra Bernstein de 1898, Rosa llama la
atención sobre este problema. «La política mundial (expresión que, en el len-
guaje de la época significa lo que luego se conocerá como imperialismo, L. B.) y
el movimiento obrero (...) no son sino dos aspectos diferentes de la fase actual
del desarrollo capitalista» [25], el cual genera a la vez dos tendencias hostiles
y antagónicas. Y quin­ce años después con mayor agudeza: «El imperialismo
es tanto un método histórico para prolongar la existencia del capital, como un
medio seguro para poner objetivamente un término a su existencia» [26]. Pero
donde el concepto de la ambigüedad, es decir, de la copresencia no solo de
dos fuerzas antagónicas sino de dos necesidades históricas que brotan de las
fuerzas y de los procesos objetivos de la sociedad, viene expresado con mayor
claridad es en un párrafo de La crisis de la socialdemocracia, escrito durante
sus ratos de ocio transcurridos en la cárcel que le dejaban más tiempo para la
reflexión: «La dialéctica histórica se mueve preci­samente por contradicciones
y a cada necesidad sitúa también en el mundo su contrapartida. El dominio
burgués de clase es indu­dablemente una necesidad histórica, pero también
lo es el levan­tamiento de la clase obrera en contra de él; el capital es una nece­
sidad histórica, pero también lo es su enterrador, el proletariado socialista; el
dominio mundial del imperialismo es una necesidad histórica, pero también
lo es su abatimiento por parte de la Inter­nacional proletaria. A cualquier nivel
hay dos necesidades en lucha con otra» [27].

«No resulta difícil reconocer en esta ambigüedad de la histo­ria la acción


contemporánea y contradictoria de las relaciones de producción, que tienden
a perpetuarse, es decir, a perpetuar y a reforzar el sistema capitalista, y la de las
fuerzas productivas, que tienden a revolucionar la formación social capitalista
para re­modelarla sobre la base de las relaciones socialistas. Ningún estu­dioso
de Marx, como tampoco el mismo Marx, había descrito antes el proceso histó-
rico global como el terreno donde se desa­rrolla cada día este conflicto, y donde
por ello cada aspecto de la sociedad, cada institución, cada acontecimiento se
resiente de la presencia coetánea de ambas tendencias opuestas que desga­
rran la sociedad, de las dos necesidades históricas que se dispu­tan la hegemo-
nía» [28].
«Esta visión dialéctica del proceso histórico, esta percepción del carácter
ambiguo de la historia, excluye toda interpretación monocolor o unilateral de

22 RECOPILACION DE TEXTOS
los acontecimientos: todo el bien de un lado y todo el mal del otro, el blanco por
una parte y el negro por otra. Blanco y negro están siempre presentes tanto en
aquello que para una consideración vulgar puede aparecer como una victoria
capi­talista, cuanto en lo que puede aparecer una derrota, y el signi­ficado real
emerge solo del contexto en que el acontecimiento con­creto se inserta, o, para
remitir a cuanto se ha dicho, de la tota­lidad del proceso, es decir, del camino
que, en última instancia, el proceso histórico acaba por seguir» [29].
«De ahí no se desprende ninguna certeza de la marcha ascendente de la re-
volución. Queda desmentido el optimismo de Marx y resu­cita el dilema de En-
gels: socialismo o barbarie. Frente a la tra­gedia de la Primera Guerra Mundial y
también en el fuego de una revolución que no había perdido todavía la batalla,
ella no se cansa de prevenir contra los fáciles optimismos y las certezas super-
ficiales: las catástrofes en las que se precipita la sociedad capitalista no ofrecen
la certeza de la victoria del socialismo. Si la ciase obrera no encuentra la fuerza
para su propia liberación, la sociedad entera y con ella la clase obrera puede
precipitarse hacia un sinfín de luchas destructivas. La humanidad se enfrenta
a la alternativa: ¡socialismo o aniquilación en la barbarie! En su ensayo sobre el
programa de Espartaco (Rote Fahne, 14 diciembre 1918), ella escribía: O conti-
nuación del capitalismo, nuevas guerras y rápida caída en el caos y en la anar-
quía, o abolición de la explo­tación capitalista; y repetirá en su último discurso
en el Congreso de fundación del Partido Comunista alemán que «si el prole-
tariado no cumple sus deberes de clase y hace realidad el socialismo, a todos
nosotros nos aguarda la desaparición» [30].

Esta concepción de la ambigüedad de la historia no solo tiene un valor teó-


rico o interpretativo de la historia pasada, sino que es también un método
fundamental para la acción de cada día. Se ha dicho en general que la gran
importancia de la contribución de Luxemburg al desarrollo del pensamien-
to marxiano deriva preci­samente de este aspecto práctico, porque el méri-
to de Rosa fue el de utilizar el método de Marx no solo para interpretar sino
también para cambiar, de acuerdo con las enseñanzas del mismo Marx, y por
tanto, para actuar con el fin de edificar la historia futura. Por lo demás po-
cos marxistas han sentido como Rosa el valor de la acción humana concreta,
porque, como es sabido, la tendencia de los epígonos de Marx ha sido más
bien la de acentuar la nota voluntarista abstracta que no toma en considera-
ción ni el elemento objetivo ni la nota determinista. Rosa Luxemburg. Como
hemos visto, acepta de Marx la noción del condicionamiento obje­tivo, de la
necesidad histórica, pero tiende a dar la máxima importancia a la actividad
de los hombres, al momento subjetivo, en estrecha relación dialéctica con el
momento objetivo.

«Los hombres no hacen su historia de modo arbitrario. Pero la hacen ellos


mismos. El proletariado está condicionado en su ac­ción por el grado de madu-
rez que haya alcanzado el desarrollo so­cial, pero el desarrollo social no discurre
por su cuenta, más allá del proletariado. El proletariado es en la misma medida
resorte y causa del desarrollo social como producto y consecuencia suyo. Su

ROSA LUXEMBURGO HOY 23


acción misma es una pieza codeterminante de la historia. No podemos sobre-
pasar el desarrollo histórico, igual que un hombre no puede adelantarse a su
sombra, pero lo que sí podemos es ace­lerarlo o frenarlo.
«El socialismo es el primer movimiento popular de la historia universal que
se pone a sí mismo como meta —y está llamado por la historia a ello— darle un
sentido consciente a la acción social de los hombres, dotar a esta de un pensa-
miento planificado introduciendo de este modo la libre voluntad. Por esto dice
Friedrich Engels de la victoria final del proletariado socialista que será un sal-
to de la humanidad del reino animal al reino de la li­bertad. Pero también ese
‹salto› está sujeto a las férreas leyes de la historia, a los mil peldaños de una
evolución previa muy penosa y demasiado lenta. A pesar de todo, jamás po-
drá consumarse esa evolución si no se allega al combustible constituido por
las condiciones materiales previas acumuladas por todo el desarrollo anterior
la chispa de la voluntad consciente de las gran­des masas populares que lo en-
cienda. La victoria del socialismo no caerá, como por ensalmo, del cielo. Esa
victoria solo será alcanzada después de una larga cadena de violentas pruebas
de fuerza entre los viejos poderes y las nuevas pruebas de fuerza en las qué el
proletariado internacional, bajo la dirección de la socialdemocracia, aprende e
intenta tomar su destino en sus propias manos, adueñarse del timón de la vida
social, dejar de ser el juguete de su propia historia para convertirse en conduc-
tor dotado de clara conciencia de sus objetivos» [31].
Y en otro párrafo: «El hecho de tomar en consideración la ten­dencia
del proceso histórico objetivo no paraliza la activa ener­gía revoluciona-
ria, sino que aviva y templa la voluntad y la acción, indicándoles hacia
qué vías seguras podemos impulsar el curso del progreso social, evi-
tando que se dé cabezazos contra la pared inútil y desesperadamente,
que lleva, más pronto o más tarde a la desilusión y a la desesperación,
evitando también que se con­sidere como acción revolucionaria aquellas
tendencias que el desarrollo social ya hace tiempo que ha convertido en
reacciona­rias» [32].

El revolucionario debe por consiguiente conocer las tendencias históricas


objetivas del desarrollo histórico hacia el socialismo para secundarlo y hacer-
lo avanzar, y debe también conocer y va­lorar la acción de la tendencia contra-
ria para combatirla y es­forzarse por derrotarla. Sobre todo debe ser capaz de
distinguir el verdadero significado de cada situación, de cada dilema, de cada
objetivo parcial más allá de las apariencias, para evitar el riesgo de caer en el
juego del adversario y diluirse en miles de ríos sin desembocadura y sin es-
peranza. «No se controlan los acon­tecimientos de alcance histórico sujetán-
dolos a prescripciones sino llevando a la conciencia de las masas por adelan-
tado sus proba­bles consecuencias y adecuando a estas la propia actuación»
[33]. La tarea del revolucionario, del dirigente del movimiento obrero, no es en
realidad la de inventar bellas recetas sino la de aprehen­der en el interior del
proceso histórico las fuerzas favorables e imprimirles la dirección justa. «El
proletariado no es omnipoten­te», escribe, «(...) toda su fuerza consiste sola-
mente en la realiza­ción del lado revolucionario de la tendencia del desarrollo

24 RECOPILACION DE TEXTOS
capi­talista» [34]. Rosa se une aquí a la afirmación de Marx en Herr Vogt men-
cionada anteriormente, según la cual el movimiento obrero debe participar
conscientemente en los procesos objetivos para encauzarlos hacia la salida
revolucionaria. Pero en Rosa es ahora clara la conciencia de que estos proce-
sos objetivos no tienen una tendencia unilineal, de que la victoria del carácter
social de las fuerzas productivas no es algo fatalmente determinado y de que,
por lo tanto, el movimiento obrero debe no solo estudiar y cono­cer estos pro-
cesos, sino individualizar en ellos el lado revolucio­nario y fundamentar sobre
ellos la propia acción, valorando y combatiendo a la vez las tendencias opues-
tas que son también inmanentes a los procesos objetivos mismos. Se trata,
según nues­tra opinión, de un avance decisivo en la elaboración de una estra­
tegia revolucionaria para un período largo.
Otra aportación fundamental de Luxemburg, habíamos visto, es la que se
refiere al vínculo de la acción cotidiana con el objetivo final. Esto significa que
el movimiento obrero no debe limitarse a aprehender las grandes líneas del
desarrollo de los procesos objetivos, sino que debe confrontar cada día la pro-
pia acción con estas líneas de desarrollo, debe «enderezar la táctica de com-
bate de cada hora hacia la inmutable meta final» [35] La referencia al objeti-
vo final, como ya señalamos, es la referencia al proceso histórico-social visto
como totalidad en sentido marxiano. Y esta referencia a la totalidad permite
distinguir una acción reformista de una acción revolucionaria.
El movimiento obrero de la Segunda Internacional estuvo mar­cado por la
continua polémica entre la corriente reformista llamada también oportunis-
ta, y la revolucionaria, llamada tam­bién intransigente o maximalista según los
países y el momento, pero se trataba casi siempre de posiciones abstractas,
perpetua­mente desmentidas por la historia y, sin embargo, perpetuamen­te
recurrentes, sobre todo porque el movimiento obrero no ha conseguido en-
contrar nunca aquella línea de acción dialéctica cu­yas líneas fundamentales
Marx habla trazado y cuyas implicacio­nes prácticas fueron desarrolladas por
Rosa Luxemburg. Pero no resulta fácil para un movimiento de masas, sino po-
see dirigentes capaces, saberse dotar de una línea realmente revolucionaria
en el sentido explicado. Sin una fuerte conciencia de clase y sin una ade­cuada
capacidad dialéctica es difícil para las masas sustraerse a la presión del siste-
ma, a la lógica de la totalidad, que es, como hemos dicho, la lógica de la inte-
gración. «El avance histórico-mundial del proletariado hacia su victoria no es,
desde luego, ‹cosa fácil›. Toda la singularidad de este movimiento consiste en
que en él por pri­mera vez en la Historia las masas populares imponen su vo-
luntad por sí mismas y contra todas las clases dominantes, pero teniendo que
fijar esa voluntad más allá de la sociedad actual, fuera de ella. Sin embargo,
las masas solamente pueden dotarse de esa voluntad en la lucha constante
con el orden establecido, en el marco de ese orden. La unión de las masas con
una meta que trasciende por completo el orden establecido, la vinculación
de la lucha cotidiana con la gran reforma del mundo; ese es el gran problema
del movi­miento socialdemócrata, el cual, consecuentemente, ha de trabajar y
avanzar entre dos escollos: entre el abandono del carácter ma­sivo y el aban-

ROSA LUXEMBURGO HOY 25


dono de la meta final, entre el retroceso a la secta y la degradación a movi-
miento burgués de reformas, entre el anar­quismo y el oportunismo» [36].

«Este paso de Rosa Luxemburg es de una gran importancia no solo para en-
tender la esencia de su pensamiento dialéctico, sino también para compren-
der la raíz de las continuas e insuprimibles desviaciones que se manifiestan en
el interior del movimiento obrero, hacia el reformismo y hacia el extremismo,
hacia el opor­tunismo y el sectarismo; y de la importancia de esta observación,
Rosa Luxemburg era ciertamente consciente, y de hecho la repitió casi al pie de
la letra pocos años después en su polémica con Lenin. El sentido del paso ahora
citado consiste en que, viviendo en el interior de una sociedad contradictoria,
incluso el obrero participa de esa naturaleza contradictoria y es a la vez miem-
bro de la sociedad burguesa, interesado en asegurarse dentro de ella las mejo-
res condiciones de vida, y miembro de la clase revolucio­naria, de la clase que
no puede emanciparse completamente de la explotación capitalista sin acabar
con el orden capitalista. Ahora bien, en la medida en que el obrero particular, o
fracciones más o menos amplias del movimiento, tengan en cuenta solamente
la lucha cotidiana por las mejoras o solamente el objetivo final, en esa medi-
da ellos tienden o se precipitan sin más hacia una u otra de las desviaciones
clásicas: en el primer caso olvidan el objetivo final, o sea, la necesidad de que
cada paso del movimiento se dé de forma que haga progresar la negación de la
sociedad capita­lista, y permanecen enteramente bajo el techo de la misma, y
en definitiva se siguen moviendo sobre el terreno burgués, y en posi­ción sub-
alterna; en el segundo caso, rechazan la lucha cotidiana pensando tan solo en
preparar el objetivo final y así permanecen fuera de la realidad, se encierran en
el dogma y en la secta, se separan de las corrientes vitales del movimiento, has-
ta caer en el maximalismo del ‹todo o nada›, un dilema que en realidad tiene un
solo cuerno, el del nada, ya que el todo se puede conquistar solo en la medida
en que viene preparado precisamente a través de aquella lucha cotidiana que
se recusa» [37].

En otras palabras, la dificultad consiste en el hecho de que la clase obrera


debe combatir con los pies en el hoy, en la sociedad pre­sente, con las armas
que tiene hoy a su disposición, pero con el cerebro, con la voluntad en el ma-
ñana que quiere construir y que debe construir con los materiales que corres-
ponden a la natura­leza de la sociedad futura. El nexo dialéctico entre lucha co-
tidiana y objetivo final es el nexo que une esta doble vertiente de la lucha, pero
no es un nexo fácil de realizar. Tanto es así que el movi­miento obrero todavía
no lo ha realizado, que nosotros sepamos, en ningún país. Y precisamente por
eso su acción, incluso cuando ha sido enérgica y combativa, se ha agotado en
la conquista de unos objetivos parciales que la sociedad capitalista ha podido
reabsorber sin sufrir ningún descalabro, y ello ha favorecido en definitiva el
proceso de integración: un proceso difícil en un período de capitalismo tosco
y primitivo, pero que resulta cada vez más fácil en las fases del capitalismo de-
sarrollado, si el movi­miento obrero no le opone una conciencia y una acción
de clase claramente orientada y dirigida hacia el futuro, hacia el objetivo final.

26 RECOPILACION DE TEXTOS
A este respecto resulta todavía oportuna una última considera­ción, que
ayudará a esclarecer nuestro razonamiento y, sobre todo, sus implicaciones
prácticas. Es sabido que el Programa de Erfurt de la socialdemocracia alema-
na, en vigor desde 1891 hasta des­pués de la guerra mundial y de la muerte de
Luxemburg, se arti­culaba en un programa mínimo, que era el programa de
las rei­vindicaciones inmediatas, o, lo que es lo mismo, de las reivindi­caciones
internas a la sociedad capitalista, y un programa máximo, que era el progra-
ma de la instauración de la sociedad socialista. Para los reformistas contaba
solo el programa mínimo, para los maximalistas solo el segundo; lo que era,
en cambio, importante para Rosa era el vínculo entre ambos, el nexo entre
las reivindica­ciones parciales y la realización del socialismo. Hay un párrafo
de Luxemburg en que afirma que lo que distingue una posición re­formista
de una revolucionaria no es el «qué», sino el «cómo». De hecho no niega la
validez de las reivindicaciones que configuran el programa mínimo, la validez
de las reformas parciales y de las conquistas limitadas, como tampoco con-
testa el valor del «pequeño trabajo cotidiano», porque es precisamente de ahí
que ella quiere hacer emerger la salida revolucionaria. Todos, por tanto, quie-
ren las mismas cosas, pero «cuando se considera la cosa más de cer­ca las dos
concepciones son directamente antagónicas», porque para unos las conquis-
tas parciales vienen valoradas en sí mismas, mientras que un revolucionario
puede considerarlas solo en el contexto general del proceso revolucionario
y juzgar en esa misma medida su valor. He ahí, por tanto, lo que significa un
mismo «qué», pero un «cómo» diferente. Podemos explicarlo mejor con al-
gunos ejemplos. Existen reformas, existen objetivos parciales que han sido o
vienen apoyados por reformistas y por revolucio­narios. Marx, que era un re-
volucionario, había juzgado la legis­lación sobre las fábricas como un hecho
revolucionario y , sin em­bargo, no puede negarse que los reformistas se han
batido y si­guen luchando por obtenerla. Todos los partidos democráticos, in-
cluso los burgueses, han luchado por el sufragio universal, incluso Marx en
Inglaterra se empeñó a fondo en la lucha por la reforma electoral, como tam-
bién Rosa Luxemburg estuvo a la cabe­za de la lucha por el sufragio igualitario
en Prusia. Ahora bien, no solo estas conquistas eran reivindicadas conjunta-
mente por revo­lucionarios y reformistas, sino que en un cierto punto apa-
recieron incluso como funcionales al desarrollo del capitalismo. Lo mismo
puede decirse de las luchas salariales: durante decenios y decenios de años el
movimiento obrero ha luchado contra los salarios de hambre enfrentándose
a la resistencia feroz de los capitalistas. Pero a medida que la lucha sindical
ha ido arrancando conquis­tas, el capitalismo ha reaccionado modificando
la composición orgánica del capital, mejorando los medios, intensificando el
pro­greso tecnológico y acrecentando la productividad, realizando en última
instancia un beneficio. Beneficio que se expresa también en el hecho de que
el aumento de los salarios ha ayudado al capi­talismo a superar los límites que
el bajo nivel precedente planteaba a la expansión del consumo y, por tanto, a
la expansión de la producción, de tal modo que a partir de un cierto momento
el capitalismo de vanguardia ha aceptado la política de los altos salarios para
favorecer el consumo de masa y ampliar notable­mente el mercado. Así el au-

ROSA LUXEMBURGO HOY 27


mento salarial ha acabado por ayudar al capitalismo a salir de sus propias di-
ficultades abriéndole nuevas perspectivas de desarrollo.
Se podría hablar también de la intervención del Estado en la economía,
considerada durante mucho tiempo por el capitalismo como medida antili-
beral y de carácter socialista, pero a la que en un cierto momento él mismo ha
recurrido de forma creciente, tanto que hoy sería difícil la propia superviven-
cia del capitalismo sin la intervención regular del Estado [38].
No podemos detenernos en un análisis de este aspecto del problema, para
cuya interpretación remitimos a nuestro escrito [39]. Resu­miendo podemos
decir que nos hallamos aquí en presencia de un conflicto entre fuerzas pro-
ductivas y relaciones de producción. Las primeras solicitan y directamente
imponen una creciente des­privatización y socialización de las relaciones so-
ciales (y la legis­lación laboral, la mayor participación de los ciudadanos en la
dirección de la cosa pública por medio de elecciones o el consumo del pro-
ducto social gracias a los aumentos salariales, o finalmente la intervención
estatal en la economía, son aspectos de esta exigen­cia), pero los segundos
bloquean cualquier posibilidad de salida socialista y son susceptibles de su-
perar de vez en cuando las difi­cultades con soluciones de compromiso que,
sin embargo, deben ser constantemente renovadas, porque el impulso so-
cializante de las fuerzas productivas continúa desarrollándose. Así el sufra-
gio universal no llevará a la victoria del proletariado, como los mis­mos Marx
y Engels habían esperado, porque de un lado el capi­talismo habrá arrancado
al proletariado los aguijones revolucio­narios encauzándolo por la vía del re-
formismo socialdemócrata, y de otro, como ulterior línea de defensa, habrá
neutralizado al parlamento creando poderes decisorios que escapan a todo
control democrático; así la intervención estatal en la economía no altera la
esencia de las relaciones capitalistas porque el Estado queda completamente
absorbido en el mecanismo regulador del proceso de acumulación; así, los al-
tos salarios, lejos de repercutir en el beneficio, reclaman y favorecen aquellas
revoluciones tecnológicas que están todavía latentes y que acrecientan ulte-
riormente la dis­tancia entre el salario y el beneficio.
Tenemos la impresión de que todo esto no está todavía claro para el mo-
vimiento obrero, que todavía tiene una tendencia a conten­tarse con ciertas
conquistas, sin situarlas en el contexto general para poder verificar su signo
positivo o negativo. O quizá sería mejor decir: para poder imprimirles un sig-
no positivo enfrentán­dose o neutralizando los esfuerzos contrarios del siste-
ma. Pero para ello es necesario que el movimiento obrero no desvincule nun-
ca las conquistas parciales y los objetivos intermedios del con­texto general
del desarrollo en el que se mueven las dos líneas contradictorias, y haga de él
un «momento social interno», para usar una expresión luxemburguiana, de
avance hacia la meta final. Marx ha enseñado, a propósito del carácter social
de las fuerzas productivas, que su desarrollo tiende necesariamente a crear
ele­mentos de la nueva sociedad: es tarea del movimiento obrero im­pedir que
estos sean de nuevo engullidos por las relaciones capi­talistas en un nuevo
equilibrio social que asegure una más larga vida al capitalismo, y sean, por el
contrario, reunidos y coordina­dos para el momento en que pueda determi-

28 RECOPILACION DE TEXTOS
narse el final de la presente situación, la formación de un nuevo equilibrio, de
una nueva lógica, de un nuevo sistema de relaciones socialistas. Una vez más
es Rosa Luxemburg quien advierte frente al peligro de esperar la revolución
solo bajo la forma de un enfrentamiento violento por la conquista del poder, y
llama, en cambio, a conside­rarlo como el punto de llegada de un largo proceso
de desarrollo capitalista, en el que están continuamente presentes también
los momentos revolucionarios, los «momentos sociales internos» de un desa-
rrollo alternativo, porque ahí radica la ambigüedad de la historia. «Las catás-
trofes no están en contradicción con el desa­rrollo, sino que son un momen-
to, una fase del desarrollo», que solo los pequeñoburgueses pueden concebir
«como un impercep­tible proceso de diversas fases y grados de desarrollo que
se des­lizan los unos en los otros en forma completamente pacífica» [40].
El revolucionario sabe que la meta final no es el final fácil de un desarrollo
imperceptible y tranquilo, sino, por el contrario, la te­rriblemente difícil salida
de una lucha que se combate diaria­mente y que debe llevar su marca incluso
a los rincones más profundos de la historia, donde se esconde ya hoy el semen
de la sociedad futura que solo gracias a nuestros esfuerzos y a nues­tra clari-
dad de miras podrá germinar y más tarde alcanzar su maduración.

Abril 1978.
(Traducción de María-José Aubet)

ROSA LUXEMBURGO HOY 29


DE LA DIALÉCTICA
MATERIALISTA
ENTRE
ESPONTANEIDAD
Y ORGANIZACIÓN:
ROSA LUXEMBURG
[41]
Oskar Negt: Nacido en 1934. Doctor en Filosofía en 1962 y diplomado en
Sociología en el mismo año, en la Universidad de Frankfurt. Profesor adjunto
(Assistent) en la cátedra del profesor Jürgen Habermas (1962-64) en la Uni­
versidad de Heidelberg, y profesor adjunto en el Seminario de Filosofía de la
Universidad de Frankfurt (1962-1970), Actualmente es profesor numerario de
Ciencias Sociales en la Universidad Técnica de Hannover. Ha publicado, en-
tre otros: Die Konstitution der Soziologie als Ordnungswissenschaft. Struktur­
beziehungen zwischen den Gesellschaftslehren Comtes und Hegels (1964; se-
gunda edición en 1974); Soziologische Phantasie und exemplarisches Lernen.
Zur Theorie der Arbeiterbildung (1968; novena edición en 1976); Öffentlichkeit
und Erfahrung. Zur Organisationsanalyse von bürgerlicher und proletarischer
Öffentlichkeit, junto con A. Kluge (1972; cuarta edición en 1976); Politik als Pro­
test. Reden und Artikel zur antiautoritären Bewegung (1971).

ROSA LUXEMBURGO HOY 31


Oskar Negt

Debo empezar con una confesión: Yo no soy especialista en Rosa Luxem-


burg. He leído, naturalmente, sus libros, pero solo me he ocupado de ellos
de una forma sistemática a raíz de que Lelio Basso me invitara a participar
en este Congreso. Por lo que se me podría replicar: ¿Por qué hablas, pues, so-
bre Rosa Luxemburg? La he leído por mi interés político... con la inestimable
ventaja de no encontrarme sometido a un continuo afán de legitimación, de
considerar su pensamiento desde el punto de vista de los ven­cedores. Toda la
historiografía burguesa está escrita desde el punto de vista de los vencedores.
Yo considero oportuno estudiar a Rosa Luxemburg desde la perspectiva de
aquellos que están metidos en la lucha, que necesitan, para su emancipación
revolu­cionaria, orientaciones, conceptos: que necesitan una asimilación viva
de las grandes teorías y experiencias socialistas para poder seguir adelante.
Marx y Lenin han pensado libremente, abiertamente, sobre su propio pen-
samiento. «Tout ce que je sais, c'est que moi, je ne suis pas marxiste» (lo único
que sé es que yo no soy marxista), habría dicho Marx, según Engels [42]. Y si
yo he entendido correctamente la forma de pensar de Lenin —tal y como ha
dejado constancia en su biografía política y en sus escritos—, seguro que él
hubiera encontrado cómico todo el trabajo y la agudeza escolástica con que se
querría hacer de Rosa Luxemburg, en última instancia, una leninista. «Ella era
y sigue siendo un águila», con esta frase la caracterizaba Lenin; calificando, al
mismo tiempo, su pensa­miento de «marxismo no falseado», y cuando él re-
comendaba su biografía y la edición completa de sus obras para la formación
de muchas generaciones de comunistas, no lo hacía, ciertamente, esperando
que estos comunistas reconocieran también en los es­critos de Rosa Luxem-
burg cuán genial él mismo había sido. Hoy día, el respetuoso reconocimiento
de su persona y de su obra son dos cosas totalmente dispares; se evoca, como
siempre, la imagen del águila, pero al lado se hace en seguida el largo catálogo
de errores, conforme el criterio de Thälmann: «(...) en todas las cuestiones en
que Rosa Luxemburg tenía una concepción dis­tinta de la de Lenin, su opinión
era errónea» [43]. Lo que importa hoy día es la cuestión del contenido revo-
lucionario actual de la teoría de Rosa Luxemburg, no la de su adscripción al
anarquismo, al espontaneísmo o al leninismo. Nada odiaba Rosa Luxemburg
tanto como a los «maestros» de la revolución, entre los que contaba, no cabe
duda, a todos aquellos maestros de la teoría socialista que tienen, evidente-
mente, la característica de no ser conscientes de que son maestros. Esta clase
de gente cree a las masas capaces de poco, ni siquiera —hasta hace poco— de
una lectura indepen­diente y critica de los escritos de Rosa Luxemburg [44].
Lo que yo diga aquí es lo que he aprendido de ella. Si se leen hoy sus escri-
tos bajo el punto de vista de lo que tiene importancia central para su propio
pensamiento, siendo, simultáneamente, de la más viva actualidad política,
entonces destaca, entre todas, una cuestión: la huelga espontánea de masas.
La «iluminación general en que están sumergidos el resto de colores y que los
modifica en su peculiaridad», el «éter especial» determinante del «peso espe­
cífico de toda existencia que de él surja» —metáforas emplea­das por Marx

32 RECOPILACION DE TEXTOS
para dar una idea de la penetrante y matizada fuer­za de la proporción que
acuña las relaciones sociales en su tota­lidad—, todo esto es algo que solo vale
para un único tema en Rosa Luxemburg, que lo domina todo: para la dialéctica
histó­rica que tiene lugar entre espontaneidad y organización, marcada por
la huelga de masas; una dialéctica vinculada a la producción, tanto material
como espiritual. Ciertamente que la espontaneidad no es la ley de la dinámica
de las masas; pero también es verdad que sin espontaneidad, con la que dan
expresión, manifiesta y abierta, a sus intereses, no hacen sino seguir movién-
dose dentro del marco del orden de dominación establecido. Es precisamente
la dialéctica entre espontaneidad y organización la que lleva a los procesos
históricos más allá de toda mecánica de inercia y de modos de pensar y obrar
unilaterales y codificados. No solo determina la ley del movimiento político
emancipatorio de la clase proletaria, sino también la estructura de la teoría en
cues­tión, cuyo núcleo es la dialéctica materialista.
Si se usa, en este contexto, la palabra «espontánea», resulta ine­ludible en-
frentarse con una objección corriente. Espontaneidad, tal y como se mani-
fiesta en las huelgas de masas, no es una espon­taneidad «inmediata», sino
que tiene continuamente una media­ción, y esto en dos aspectos: Por un lado,
se puede hablar de comportamiento espontáneo de los mismos trabajado-
res cuando tienden a enfrentarse con el aparato burocrático de los partidos
proletarios y de las organizaciones sindicales; comportamiento mediado por
alguna forma de organización, con frecuencia por medio de las capacidades
organizativas individuales adquiridas precisamente en el seno de aquellas
organizaciones; despojar a la espontaneidad de tales elementos organizati-
vos significa hacer de ella una pura abstracción. Por otro lado, la huelga es-
pontánea de masas surge, en ciertas condiciones, y de forma necesaria, de la
producción, del proceso material de la vida social; y está me­diada por una se-
rie de connotaciones del conjunto de la sociedad, determinadas por las con-
tradicciones del modo de producción capitalista en un estadio concreto del
desarrollo histórico. De modo que la efectividad política de la espontaneidad
presupone también teoría, conciencia de totalidad.
Si la huelga espontánea de masas es entendida de esta forma, sin malen-
tendidos, entonces no cabe duda de que es el centro de la dinámica interna de
la actuación política y del pensamiento dia­léctico de Rosa Luxemburg. Quien
quiera desarrollar la dialéctica existente entre espontaneidad y organización
tendrá que volver incesantemente a este punto de referencia constante de su
teoría y existencia política.

El «luxemburguismo» se ha convertido, en la historia del movi­miento obre-


ro, en un concepto de lucha con el que se expresa una forma determinada de
desviación izquierdista, en cuyo pri­mer plano estaría el reproche de no reco-
nocer el papel del par­tido y venerar la espontaneidad de las masas. No vamos

ROSA LUXEMBURGO HOY 33


a decidir aquí si el llamado luxemburguismo es o no, como dice Peter Nettl,
en ultima instancia, una función del leninismo. Lo que es cierto, me parece a
mí, es que este concepto empieza a desempeñar su función de denuncia solo
a partir del momento en que comienza la estalinización de los partidos co-
munistas de Europa occidental. Ruth Fischer, víctima ella misma del proceso
de bolchevización, nos habla del bacilo sifilítico que Rosa Luxemburg habría
in­troducido en el KPD.
El «luxemburguismo» es, en esencia, un producto de las luchas fracciona-
les en el seno del PC soviético, en que la teoría revolucio­naria de la que partían
en sus controversias tanto Lenin como Rosa Luxemburg se convierte poco a
poco en una mera teoría de partido (G. Pozzoli). Por lo que Stalin, en una carta
de protesta a la redacción de la revista Proletarskaja Rewuluzija, metía a Rosa
Luxemburg en el saco de los precursores ideológicos de Trotsky, combinando
hábilmente esta su afirmación con la acentuación de sus méritos revolucio-
narios; Stalin le achacaba la idea de la revo­lución permanente, «esquema utó-
pico y semimenchevique», «ima­gen desfigurada del esquema revolucionario
marxista», cosa que era, ya en 1931, una condena.
Las polémicas en relación con Rosa Luxemburg, surgidas, abierta o velada-
mente, en torno a la cuestión de la importancia revolucionaria de la esponta-
neidad, han seguido siendo virulentas en los partidos comunistas a partir de
1926; en la fase de estalinización se ha querido acabar con el irritante proble-
ma «Rosa Luxemburg» diciendo de ella que, al final de su vida, había intenta-
do corregir una parte esencial de sus errores. En la base de todo esto hay un
malentendido. Rosa Luxemburg no cuestionó jamás su solidari­dad práctica
con el partido de Lenin, cuando este estaba expuesto (sobre todo después de
la Revolución de Octubre) a los ataques de la derecha, de los socialdemócratas
y sindicatos y de los par­tidos burgueses. Como revolucionaria que era, se veía
constante­mente en un mismo frente junto a Lenin; pero esto no afectaba en
absoluto a su crítica radical del partido leninista o de ciertos pun­tos del pro-
grama bolchevique,
Ernst Thälmann y otros comunistas alemanes han creído poder reclamar
para sí a Rosa Luxemburg porque parten de la opinión de que ella, bajo la im-
presión de la Revolución de Octubre y con la fundación de un partido propio,
no solo se liberaba definitiva­mente del ambiente de la socialdemocracia ale-
mana, sino que, prácticamente, reconocía y superaba, con su acercamiento a
Lenin, sus anteriores errores izquierdistas; esta «recuperación» ha sido po-
sible al pasar por alto el hecho de que ella apenas cambió nun­ca nada en lo
que se refiere a su valoración fundamental de la importancia revolucionaria
de la huelga de masas. Pues Rosa Luxemburg no había jamás pensado en una
separación mecánica ni en una relación contradictoria entre espontaneidad
y organiza­ción, como se intenta hacer creer con el reproche que se le hace al
luxemburguismo; todo lo contrario. En su discurso del Congreso de fundación
del KPD [45] es precisamente la falla de espontaneidad lo que ella critica en
la revolución que se estaba desarrollando ante su vista, esperando el revivir
de huelgas espontáneas que se convertirían en punto central de la revolu-
ción, al ser ellas la «forma extensa de la lucha por el socialismo». Y todavía

34 RECOPILACION DE TEXTOS
hay más: Cuando Rosa Luxemburg critica, en ese contexto, un socialismo por
decretos, seguro que no se refiere únicamente a las mas­caradas políticas de
Ebert y Scheidemann, sino que se refería tam­bién a todo partido que no reco-
nociera el carácter revolucionario de las acciones de carácter económico de
las masas. «La lucha por el socialismo solo puede ser conducida por las ma-
sas, en un com­bate directo, cuerpo a cuerpo, contra el capitalismo, en cada
fá­brica, en un combate de cada proletario contra su patrono. Solo entonces
será socialista la revolución. (...) El socialismo no es algo que se haga ni puede
hacerse por decreto, ni siquiera por los decretos del mejor gobierno socialis-
ta. El socialismo ha de hacerse por las masas, por cada proletario. Allí donde
están unidos a la cadena del capital, allí ha de ser destruida esa cadena» [46].
Con esto se hace referencia a una forma de organización caracterizada por
Marx, no ciertamente al azar, como «previous organisation», en una analogía
con la acumulación originaria, que surge de las luchas directas de carácter
económico de la clase obrera, reunien­do las experiencias realizadas en el en-
frentamiento cotidiano con el capital; a esta «previous organisation» se le ha
colocado más tarde la etiqueta de mero sindicalismo, rebajándola a la catego-
ría de una lucha apolítica de intereses. Marx, por el contrario, matiza mucho
más a la hora de ver las relaciones existentes entre lucha económica y lucha
política, como escribe a Friedrich Bolte, en carta del 23 de noviembre de 1871:
«(...) el intento de forzar a un capitalista particular, en una sola fábrica o inclu-
so en un solo ramo, a que reduzca el tiempo de trabajo por medio de huel­gas,
etc., es un movimiento de naturaleza puramente económica; sin embargo, el
movimiento tendente a forzar una ley sobre la jornada de ocho horas, etc., es
un movimiento político. Y de esta forma es como surge por todas partes, de los
movimientos aisla­dos de tipo económico de los trabajadores, un movimiento
polí­tico, es decir, un movimiento de clase, a fin de llevar adelante sus intereses
de una forma comunitaria que posee la fuerza colectiva, que hace violencia
social. Y si estos movimientos supo­nen una cierta organización previous, son,
a su vez, igualmente, medios de desarrollo de tal organización». Todavía un
día antes de su muerte, Rosa Luxemburg corrobora su convicción de que las
«luchas económicas» son «la verdadera fuerza volcánica que impulsa hacia
adelante la lucha de clases revolucionaria» [47].
El mismo Lenin se encuentra a mucha distancia de los inventores y críti-
cos del luxemburguismo; el catálogo de «errores» de Rosa Luxemburg, inclui-
do en las Notas de un publicista, probablemente el último trabajo de Lenin,
contiene cuestiones referentes a la independencia de Polonia, la condena del
menchevismo, la teoría de la acumulación del capital, entre otras, pero no se
encuentra allí ni una sola palabra acerca del tema de la espontaneidad y de la
huelga de masas [48]. A los ojos de Lenin, tales errores conciernen únicamen-
te a algunas cuestiones particulares, no cabe duda, cosa que apenas afecta
al contenido substancial de la teoría luxemburguiana. Esta valoración de las
concepciones de Rosa Luxemburg consideradas erróneas nos da a entender
que, para Lenin, la cues­tión de la organización no puede ser en absoluto re-
suelta con medidas de carácter técnico-organizativo, sino que es algo que

ROSA LUXEMBURGO HOY 35


debe ser tratado como una cuestión política que no permite res­puestas des-
vinculadas de la concreta situación histórica y social.
Si nos referimos, hoy día, a Rosa Luxemburg e intentamos recons­truir su
controversia con Lenin, la reasimilación de sus escritos se ve expuesta al peli-
gro de una historiografía de tipo filológico, es decir, burguesa, o de una dispu-
ta escolástica sobre quién de los dos ha tenido o no razón. Solo se puede salir
al paso de este peligro si se es consciente de antemano del interés gnoseológi­
co político de los escritos de Rosa Luxemburg.

II

Esta Conferencia se encuentra bajo el lema: contribución de Rosa Luxem-


burg al pensamiento marxista. Se trata, pues, en la determi­nación de la ac-
tualidad de Rosa Luxemburg, de cuestiones de las luchas de clase actuales
que siguen abiertas, a las cuales puede responder su obra acaso mejor, que
cualquier otra teoría socia­lista. A la clarificación de las posiciones teóricas
y políticas actuales puede contribuir la controversia entre Lenin y Rosa Lu-
xemburg en tomo a la organización, a la importancia de las huelgas de ma-
sas y a la espontaneidad, etc., solo en el caso de que se considere la relación
entre espontaneidad y organización como algo en sí mismo histórico, some-
tido a la dialéctica de la histo­ria; no hay una fórmula fijada de una vez para
siempre y ade­cuada para cualquier situación. Pero, sea cual fuere la situación
social concreta que lo condiciona, lo cierto es que Lenin estudia fundamental­
mente la estructura de los procesos revolucionarios desde el punto de vista de
la organización, mientras que Rosa Luxemburg lo hace desde las perspectivas
de la espontaneidad e iniciativa de las masas. No se trata meramente de un
énfasis distinto de las cosas, sino de una diferencia de principios, la cual de-
termina la forma de pensar de ambos teóricos, hasta en los problemas lógicos
y de conocimiento. Es un resultado de las con­cretas situaciones sociales, de
los condicionamientos en que se desarrollan las luchas de clase: para Rosa
Luxemburg, en un es­tado de confrontación permanente con el centro buro-
crático de Kautsky y con las tendencias reformistas del Partido Socialdemó­
crata y de los sindicatos, aspectos ambos cuya fatal consecuencia fue que el
aparato dirigente se alejaba cada vez más de las ver­daderas necesidades e in-
tereses revolucionarios de las masas; para Lenin, en una tarea de elaboración
del hecho agobiante de que un proletariado todavía no completamente de-
sarrollado tu­viera que alcanzar y estabilizar su papel dirigente con respecto
al campesinado y a las masas pequeñoburguesas. Esta lógica específica de la
situación histórica y social penetra tanto en el pensamiento de Rosa Luxem-
burg y Lenin que solo así se pueden com­prender los esfuerzos de ambos por
asumir, elaborar y generalizar las experiencias hechas en la lucha emancipa-
toria de la clase obre­ra del otro país. Como es sabido, Rosa Luxemburg adqui-
rió casi todas sus ideas concretas acerca de la huelga de masas a partir de los

36 RECOPILACION DE TEXTOS
acontecimientos en Rusia, mientras que Lenin, a su vez, destacaba hasta 1914
el carácter modélico de organización que tenía la socialdemocracia alemana.
Rosa Luxemburg entiende la huelga de masas como una forma de expre-
sión, espontánea, elemental y creadora, de las experien­cias y necesidades de
los trabajadores. Según ella, los momentos de espontaneidad que actúan en
toda huelga de masas refutan no solamente la convicción que tienen desde
los anarquistas hasta los burócratas sindicales de que se puede instrumen-
talizar la huelga de masas y utilizarla como un instrumento político del que
echar mano en todo momento. Rosa Luxemburg formula, más bien, a la vez
que pone a la huelga de masas en el centro de su teoría política, su forma de
comprender la dialéctica materialis­ta, como el «método de pensamiento es-
pecifico del proletariado ascendente y con conciencia de clase» [49]. Su con­
cepción de la dia­léctica marxista presenta una coloración especial; ella vuelve
a hacer suya la exigencia de Marx de ir de lo abstracto a lo concre­to, que es un
movimiento del pensamiento que se contrapone a la totalidad de las formas
tradicionales de pensar en Europa,, y que ve resurgir no solo en la socialde-
mocracia alemana, sino incluso en la concepción que Lenin tenía del partido,
Rosa Luxemburg tenía poco que ver con la enemistad hacia la filoso­fía, con la
«renuncia a todas las filosóficas urdimbres cerebra­les» de su amigo Franz Me-
hring, como tampoco dirigió su aten­ción al desarrollo sistemático de una se-
rie de categorías dia­lécticas que fueran apropiadas para la formación de una
visión cerrada del mundo. Y esto no se debe solamente, con toda segu­ridad,
a la historia individual de su formación. Para ella dialéc­tica es, como dice He-
gel, el método, la forma, la conciencia del automovimiento de su contenido.
Bajo este punto de vista no cabe duda de que tiene razón Jürgen Hentze al de-
cir que «sus pensa­mientos fueron recopilados en forma de ‹sistema› preci-
samente cuando de lo que se trataba era de construir un sistema de errores,
en el que ocupa un puesto importante la ‹teoría de la espontanei­dad› de Rosa
Luxemburg» [50]. Por todo ello, el modo como ella lleva a cabo el análisis de las
relaciones sociales y de las luchas de clase no está dirigido hacia arriba, hacia
las ideas, los programas, las directrices de la organización, los comités centra-
les; los conceptos analíticos de la crítica de la Economía Política son dirigidos,
más bien, hacia abajo, abiertos a las experiencias reales de las masas y de los
individuos.
Lelio Basso ha caracterizado con exactitud este punto nuclear de la con-
cepción luxemburguiana sobre la dialéctica: «(...) la obra de Rosa Luxemburg
consiste, de hecho, en su preocupación por dejar penetrar en la viva lucha de
clases el método dialéctico de Marx, no haciendo de él únicamente un méto-
do de interpretación de la historia y un análisis de la sociedad de su tiempo,
sino un método dirigido a la acción de las grandes masas que intervienen en
la configuración consciente del futuro. Rosa Luxemburg con­cebía la realidad
y la historia dialécticamente, como lo hacen muy pocos marxistas» [51]. Cla-
ro que, en este punto, se plantea la cues­tión, enteramente justificada, de si el
programa de Rosa Luxem­burg —abrir las categorías de la crítica de la Econo-
mía Política hacia abajo, a las experiencias y acciones reales de las masas— se
realiza precisamente allí donde más debiera; en su escrito sobre La acumu­

ROSA LUXEMBURGO HOY 37


lación del capital. Para dilucidar esto se nece­sitaría de algunas explicaciones
más amplias.
Son conocidas las conferencias de introducción de la Economía Política que
ella pronunciara, con el propósito de popularizarlas, en la escuela del partido.
Pero no se trata de una divulgación cuando se habla de una apertura de las
categorías de la crítica de la Economía Política a las experiencias de las masas.
Al parecer, poco antes de estallar la Primera Guerra Mundial, la teoría de
la acumulación de Rosa Luxemburg, pensada como contribución a una expli-
cación económica del imperialismo, cho­có con un rechazo casi unánime de
los «especialistas» de la ortodoxia marxista, bajo la dirección de los austro-
marxistas y de Kautsky. A esta crítica del análisis de la acumulación hecho
por Rosa Luxemburg se unían más tarde, por diversos motivos y con resulta-
dos desiguales, los leninistas, poniéndose a dicha teo­ría la etiqueta de «teo-
ría del subconsumo», ya objeto de burla por parte de Marx. Recientemente,
Ernest Mandel ha recuperado de nuevo, en su libro sobre el neocapitalismo, la
problemáti­ca de aquellas controversias, volviendo a conciliar otra vez a Rosa
Luxemburg con sus críticos; todos ellos caen en un error fundamental: la fal-
sa valoración de la función gnoseológica del esquema de reproducción que
aparece en el volumen II de El Capital (sobre todo en los capítulos 18-21). Tales
esquemas de reproducción son, según Mandel, completamente inútiles para
el estudio de las leyes dinámicas del capital o de la historia del capitalismo,
incluyendo, por tanto, su fase imperialista. La fun­ción de los esquemas de re-
producción no consiste en demostrar la existencia de las crisis, impulsos ex-
pansivos y hundimientos del capitalismo o las desproporciones entre las dos
esferas: por un lado, la de la producción de los medios de producción y, por
otro, la de la producción de los bienes de consumo. Más bien tienen la función
contraría: explicar por qué se da un crecimiento completamente normal, en
general, y esto a pesar de la anarquía de la producción de mercancías en una
sociedad en que los posee­dores de los medios de producción van a la caza de
superbeneficios, en que determinan la vida económica millones de decisio-
nes de compra y venta independientes entre sí. «La función de los esquemas
de reproducción es, pues, la de demostrar las po­sibilidades de existencia del
modo de producción capitalista.» ( Mandel.)
Se precisaría de un análisis especial para ver si la formulación de la teoría
imperialista está o no de acuerdo con la verdad, en la crítica y desarrollo de los
esquemas de reproducción de Marx. Lo que nos importa aquí es solamente
la tendencia metodológica del análisis luxemburguista. Su lucha va dirigida
contra el epigonismo que encontraba en los «especialistas del marxismo ofi-
cial» de la II Internacional. Esta gente había llevado la teoría marxiana, sobre
todo por lo que se refiere a los esquemas de repro­ducción, a unas fórmulas
extrañas a la vida y a la realidad, en las que ellos ensayaban su agudeza ma-
temática o filológica. Qui­zás sea correcto decir que Marx trabaja, en el aná-
lisis de la reproducción, sobre todo de la reproducción ampliada del capi­tal
total, con simplificaciones y abstracciones metodológicas. La más importante
de tales abstracciones sería la de suponer una sociedad totalmente capitalis-
ta, una sociedad en que no habría más que capitalistas y trabajadores asala-

38 RECOPILACION DE TEXTOS
riados. ¿Pero se puede utilizar el esquema lógico para explicar un estadio del
desarro­llo histórico del capitalismo? Ciertamente que no. ¿Pero por qué causa
no ha entendido Rosa Luxemburg este pensamiento ele­mental de Marx? Son
sus intereses gnoseológicos de carácter político los que le impiden seguir por
la vía de la separación entre los análisis histórico-empíricos y los lógico-sis-
temáticos; vía trazada por los peritos del marxismo. Es, por tanto, nece­sario,
plantear «el estudio de la acumulación como proceso total sobre la base con-
creta del metabolismo existente entre el capital y su contexto histórico» [52]. Lo
central del análisis de Rosa Luxemburg gira en torno a la determinación de la
función de los elementos no capitalistas, del contingente de estratos y grupos
precapitalistas, en la periferia de los países colonizadores. El capitalista cho-
ca, en sus intentos por realizar la plusvalía capi­talista, con las fronteras traza-
das por la limitación del consumo en el mercado interior. Rosa Luxemburg ve
el punto débil del análisis de Marx en su estudio del proceso de acumulación
como si se tratara de un «sistema cerrado», y constata, frente a esto, el hecho
de que el capitalismo no solo aparece en un medio social no capitalista, sino
que incluso se desarrolla en él; Marx tiene en cuenta este hecho refiriéndose
a la «acumulación ori­ginaria», pero no a la época del capitalismo maduro.
En tanto el capitalismo pueda seguir devorando sustancia no capitalista
mediante la colonización de otros países y regiones del propio, mediante la
violencia y la creación de nuevos mer­cados, seguirá siendo capaz de repro-
ducirse a una escala ampliada, de acumular a niveles cada vez mayores. La
fase en que el capi­talismo pueda crear el mundo a su imagen significaría al
mismo tiempo su última hora. Se estancaría, cesaría de ser vehículo histórico
del desarrollo de las fuerzas productivas, alcanzando finalmente sus límites
históricos; pues es imposible la acumu­lación en un medio social exclusiva-
mente capitalista.
Rosa Luxemburg reconoce muy bien la dimensión revoluciona­ria del desa-
rrollo desigual; una sociedad penetrada totalmente por el capital, en la que solo
hubieran trabajadores asalariados y capitalistas, no la puede ella asociar con
el pensamiento de una estructura de necesidades de consumo más o menos
autónoma, producida y reproducida continuamente sobre una base capita­
lista. Las capas consumidoras que realicen la plusvalía que sirve a la acumu-
lación tienen que venir, según su opinión, de regiones no capitalistas. Esto no
está de acuerdo ya con la situación del capitalismo monopolista de la actua-
lidad. Pero la problemática de la asimultaneidad, articulada por Rosa Luxem-
burg, sigue vi­gente; tanto para regiones y sectores de producción subdesarro­
llado como para el Tercer Mundo. Es característica del impe­rialismo, como la
forma última de lucha competitiva por la do­minación capitalista mundial, la
«vuelta de la lucha decisiva por la expansión desde las regiones que constitu-
yen su objeto hacia los países de origen. Con ello, el imperialismo repatria la
catástrofe como forma de existencia, de la periferia del desa­rrollo capitalista
en que estaba, a su punto de partida» [53].
La dialéctica histórica que Rosa Luxemburg evidencia en sus escritos políti-
cos, en el marco de la producción capitalista, en los fenómenos de la huelga de
masas y de las organizaciones prole­tarias, sería la lógica del capital, pero no la

ROSA LUXEMBURGO HOY 39


del desarrollo con­creto histórico, es decir, referido a la praxis revolucionaria.
His­tóricamente, las relaciones capitalistas se ven obligadas a tra­bajar en lo
que es su contrario: en los elementos no capitalistas, contingentes con res-
pecto a la lógica del capital. A nivel histórico-universal, Rosa Luxemburg loca-
liza, con toda razón, las revo­luciones sociales en las zonas de choque entre el
capital y for­maciones sociales precapitalistas; todas las revoluciones sociales
autónomas que se han dado hasta la fecha se desarrollan en esas regiones.
«(...) Desde el primer momento del desarrollo capitalista, el impulso de expan-
sión a capas y países no capitalistas, la ruina del artesanado y del campesina-
do, la proletarización de los es­tratos medios de la población, la política colo-
nial, la política de «descubrimientos», la exportación de capital. La existencia y
el desarrollo del capitalismo solo ha sido posible por medio de una expansión
constante hacia nuevos dominios de producción y nue­vos países. Pero la ex-
pansión lleva, en su empuje universal, al choque entre capital y formaciones
sociales precapitalistas. De ahí la violencia, la guerra, la revolución, en una
palabra: la ca­tástrofe; la catástrofe como elemento vital del capitalismo, del
principio al fin» [54]. Pero tampoco aquí funciona algo de forma mecánica; la
cuestión de si este punto de la catástrofe es o no alcanzado depende de la con-
ciencia y disposición combativa del proletariado. Así, se presenta también en
este punto, para Rosa Luxemburg, la alternativa histórica: «Hundimiento de la
cul­tura o bien paso a un modo de producción socialista» [55].
Es una especie de instinto materialista el que libra a Rosa Luxemburg de
aplicar todo el andamiaje de las categorías dia­lécticas —sobre todo las de la
crítica de la Economía Política— de un modo puramente externo a las relacio­
nes existentes, como formas sin vida, liberándola así de reproducir incons-
cientemente aquel dualismo entre concepto y realidad, entre teoría y praxis,
que caracteriza al pensamiento burgués [56]. El que este dualis­mo no pudiera
ser superado mediante un salto filosófico de identidad era, para Rosa Luxem-
burg, algo completamente na­tural; conciencia sigue siendo ser consciente, te-
niendo, pues, por objeto la materialidad del mundo... Está fuera de toda duda,
para ella, el hecho de la importancia, real y epistemoló­gica, del mundo exte-
rior, con el que los teóricos del conocimiento como espejo hacen tanto ruido.
Pero ella se limita a caracterizar el principio del pensamiento materialista, no
las formas que real­mente presenta. La estructura contradictoria de la diná-
mica mate­rial de las cosas y las relaciones no se revela mediante la supresión
del sujeto gnoseológico, o por la mera copia de los fenómenos, sino precisa-
mente por medio de su extrema tensión en el análi­sis y en la observación;
de la que no hay que separar de forma alguna la parte subjetiva de la historia
cultural individual, a pesar de la necesaria intersubjetividad para un conoci-
miento objetivo. Rosa Luxemburg aclara esto en el cambio funcional que se
da en la misma huelga de masas. «Así, la dialéctica histórica, la roca sobre la
que descansa toda la teoría del socialismo marxista, ha dado lugar a que en la
actualidad el anarquismo, con el que siempre estuvo indisolublemente ligada
la idea de la huelga de masas, se oponga a la práctica de la huelga de masas
mientras que por el contrario, la huelga de masas, que fue combatida como
lo opuesto al enfrentamiento político de la clase obrera, aparece hoy como

40 RECOPILACION DE TEXTOS
el arma más poderosa en la lucha política por la obtención de derechos po-
líticos. Por lo tanto, si es cierto que la Revolución rusa hace pertinente una
revisión a fondo del viejo punto de vista del marxismo con respecto a la huelga
de masas, no lo es menos, a su vez, que solamente el marxismo, sus métodos
y puntos de vista generales, se alzan en este punto con la victoria bajo una
nueva forma» [57].
El pensamiento idealista no es para Rosa Luxemburg una orien­tación pu-
ramente filosófica que quedaría suficientemente carac­terizada por unos de-
terminados supuestos en la teoría del conocimiento, por ejemplo, acerca del
estatus de un mundo exterior independiente de la conciencia; el pensamiento
idealista carac­teriza un estado de cosas la mayoría de las veces enteramente
cotidianas, pero políticamente ricas en consecuencias, Rosa Luxemburg indi-
có siempre la necesidad de la autonomía, iniciativa, trabajo organizativo inde-
pendiente por parte de las masas, hasta en su último y fragmentario escrito
sobre la Revolución de Octu­bre, del que ella se retracta confidencialmente; y
todo para salir al paso frente al peligro de que se abriese, entre la dirección
del movimiento, las organizaciones, los comités centrales, y el rum­bo del mo-
vimiento real de las masas, un abismo que ya no pu­diera volver a cerrarse,
ni siquiera en situaciones revolucionarias explosivas en las que el sistema de
dominación de clase se vie­ra en trance de desaparición; un abismo siempre
abierto, sir­viendo de amenaza a la realización de los fines últimos del socia-
lismo. Cuando Rosa Luxemburg declara resueltamente la guerra, por una par-
te, al oportunismo y al revisionismo de la socialdemocracia y del movimiento
sindical alemanes infecta­dos por el «cretinismo parlamentario», y, por otra,
al ultracentralismo de la concepción leninista del partido, no son más que dos
caras de la misma moneda lo que está en cuestión y el punto de partida es
el mismo; en ambos casos, ella teme que se abra un abismo entre organiza-
ción y espontaneidad, entendiendo «espontaneidad» no meramente como la
forma en que surge una huelga, sino como algo en torno a lo cual se agluti-
na todo aque­llo que constituye las esperanzas, los deseos, las necesidades de
cada uno de los proletarios en la praxis diaria; algo que se refiere al cómo se
agrupan y organizan todos estos elementos en experiencias que mueven a la
acción... sin que se meta por medio el «maestro» que ella tanto odiaba, es de-
cir, sin un adoc­trinamiento de las masas que venga de fuera.
Rosa Luxemburg no analizó en detalle esta estructura intrapsíquica del
proletariado, determinada por la sociedad de clases; lo que sí hizo fue indicar
la dirección de la problemática, cosa que era de fundamental importancia ya
en 1914, pero, sobre todo, con respecto a la génesis del fascismo. Pues si no se
politizan los intereses y las necesidades cotidianas de las personas, si no se
rompen todos los días las cadenas del alienante modo de producción capita-
lista allí donde se encuentren, en la fábrica, en la familia, en la escuela, en el
tiempo libre, etc., si no se llega a una actividad auténticamente colectiva, en-
tonces faltará la base material, la cimentación de la conciencia de clase; y esta
es sumamente frágil en cuanto pura conciencia, en cuanto capacidad inte-
lectual de penetración en la estructura de la sociedad de clases y en la misión
histórica del proletariado. «Tenemos que trabajar a partir de la base, lo que

ROSA LUXEMBURGO HOY 41


corresponde precisamen­te al carácter de masas de nuestra revolución, cu-
yos objetivos van a los fundamentos mismos de la constitución social; corres­
ponde al carácter de la revolución proletaria en acto que tenga­mos de subver-
tir el poder político no por arriba sino por abajo» [58]. La fórmula «trabajar a
partir de la base» se repite incesante­mente. Cosa que no la convierte nunca,
en ninguna acción es­pontánea de los trabajadores, en sospecha de anarquis-
mo, pues los anarquistas, según ella, actúan exactamente igual que los blan-
quistas, por arriba, por lo menos en cuanto se consideran como propagandis-
tas de la acción. Dicha formulación va dirigida, en el contexto aludido, contra
la idea de que se podría derribar el poder oficial siguiendo el modelo de la re-
volución burguesa, cambiando únicamente el personal que ejerce la domina-
ción, pero va todavía más allá. Para Rosa Luxemburg el carácter fundamen­tal
y necesariamente democrático de las organizaciones proleta­rias y la estruc-
tura democrática de la revolución socialista, pre­sente hasta en la dictadura
del proletariado, son no solo postu­lados que resultan de la tarea de emancipa-
ción de los hombres de la opresión y explotación, sino que tienen también un
funda­mento metodológico. Toda organización o movimiento proletarios que
no sean democráticos entran en contradicción con la dia­léctica materialista
y llevan, de una forma u otra, al fracaso, incluso en el caso de que se logre la
conquista revolucionaria del poder.

III

Qué signifique esta vinculación de pensamiento materialista y democra-


cia proletaria se puede ver en la génesis del fascismo, así como también, con
signos contrarios, en algunas tendencias de las luchas de clase de la actuali-
dad. Mientras que, en el período prefascista, los partidos socialdemócratas y
comunistas se referían todavía con orgullo a las masas trabajadoras y al pro­
letariado consciente dispuesto siempre a la lucha, estas masas se movían ya,
en realidad —y no solamente las masas pequeñoburguesas—, en una direc-
ción totalmente contraria. Se puede objetar que las razones de este fenóme-
no habría que descubrir­las mediante un detallado análisis social, basándose
en la peculia­ridad de las relaciones materiales entonces existentes. Esto es
cierto. Pero aquí se trata ante todo de un punto para el que las teorías mar-
xistas influidas por el marxismo soviético están cie­gas: el psicoanálisis como
una ciencia materialista y, en rela­ción con él, los procesos intrapsíquicos del
proletariado, como hechos materiales que son todo menos indiferentes con
respecto a la política de clase. Pues las organizaciones construidas con tanto
arte y que son expresión de grandes sectores sociales, como «sociedades en
la sociedad», no carecían en absoluto de disci­plina y organización del contex-
to vital de los proletarios. Lo que faltaba, en esta disciplina y férrea organi-
zación, era algo que hu­biera servido para la elevación del poder combativo
de los trabajadores conscientes de su clase: el momento de articulación libre y
espontánea de las necesidades y de confirmación autónoma y co­lectiva, una

42 RECOPILACION DE TEXTOS
forma de autorregulación que fuese poco a poco ale­jando al proletario, desde
la educación infantil hasta las huelgas de masas, de las influencias políticas,
ideológicas, psíquicas, de las clases dominantes. Sí no es así, seguirá intacto
todo el apa­rato psíquico de cada individuo, la vinculación a la autoridad, las
angustias existenciales, acuñadas por la familia burguesa, el proceso de pro-
ducción, el Estado, y será fácilmente utilizable por parte de la derecha política;
y esto seguirá así mientras la disciplina y autodisciplina de las organizacio-
nes siga constitu­yendo un elemento nuclear de la represiva moral burguesa,
aun­que la nueva disciplina esté bajo un signo distinto. La única posi­bilidad
de romper esta red de conexiones alienantes consiste en ir disolviendo, por
medio de un ejercicio cotidiano, la vincula­ción a la autoridad externa en que
se encuentra la gente prole­taria, incluso respecto a su propia organización; en
dejar libre la fantasía organizativa de las masas. Una organización proletaria
se diferencia, fundamentalmente, de otra burguesa en lo siguien­te: en ella es
la emancipación individual un elemento esencial de la estrategia de su lucha.
Rosa Luxemburg se ha dado perfectamente cuenta de la ambiva­lencia de
este concepto de disciplina, en la que el elemento coope­rativo y solidario se
transforma en seguida en un poder autorita­rio alienante, externo o incluso
interiorizado, cuando las acciones proletarias pierden las bases de su autoor-
ganización espontánea. Por una parte, ella entiende la huelga de masas como
manifes­tación sobresaliente de una época de lucha de clases que tiene que
llegar necesariamente, determinada por el estadio en que se encuentra el de-
sarrollo capitalista; época que asigna a la socialdemocracia el papel de «escla-
recer a la conciencia de la clase obrera esta tendencia del desarrollo, a fin de
que los obreros estén a la altura de sus tareas, como una masa popular forma-
da, disciplinada, madura, decidida y activa» [59], y Rosa Luxemburg no vincula
al azar esta forma de disciplina solidaria a la actividad espontánea de las ma-
sas que la precede y que es su funda­mento material. Por otra parte, critica con
una aspereza que si entonces, históricamente, estaba fuera de lugar, preveía
con exactitud tendencias que más tarde se harían realidad, como el intento
de Lenin por convertir la disciplina en elemento central de la organización.
«No es partiendo de la disciplina que le impone el Estado capitalista —con la
nueva transferencia de la batuta de manos de la burguesía a un comité cen-
tral socialdemócrata—, sino rompiendo y desarraigando ese espíritu de servil
disciplina como podrá el proletariado ser educado para una nueva disciplina:
la autodisciplina voluntaria de la socialdemocracia» [60].
No basta dar otra función —socialista —a la disciplina que se ha impuesto al
proletario en la sociedad burguesa para acabar con su marca de clase; como
tampoco se puede, simplemente, to­mar tal como es el Estado burgués por la
clase proletaria y ponerlo al servicio de sus intereses. Está fuera de cuestión
para Rosa Luxemburg el que la disciplina sea imprescindible para la lucha de
emancipación proletaria; pero ella pone como presu­puesto el que «se des-
arraigue ese espíritu de servil disciplina», la erradicación práctica de todas
aquellas estructuras de pensa­miento y conducta inculcados a la fuerza y en
parte interiorizadas, en la fábrica, la familia, el cuartel, la burocracia, que han
penetrado profundamente en el contexto vital del proletario. Sin avanzar en

ROSA LUXEMBURGO HOY 43


la praxis antiautoritaria, es más, sin ir por el camino de la fantasía política de
una izquierda radical, un «desarraigo» así no será posible. Tiene vigencia, para
este aspecto de una política revolucionaria, la frase de Marx: «Cada paso de
movi­miento real que se dé es más importante que una docena de pro­gramas».
El sentido duradero de los movimientos de protesta más recientes estriba
precisamente en haber comprendido esto.
Rosa Luxemburg había señalado, siempre desde Problemas de organiza­
ción de la socialdemocracia rusa, aparecido en «Iskra», que el partido de Le-
nin, organizado conforme a los principios del centralismo democrático, se
había visto obligado a asumir —al tener que operar en las condiciones de re-
traso social en que Rusia se encontraba— tareas suplementarias, y, en parte,
distintas de las que tenían que desempeñar los partidos socia­listas en países
altamente industrializados. Lenin mismo con­firma cuánto tiene que ver con
uno de los puntos centrales de la concepción leninista del partido la frase de
Rosa Luxemburg: el partido [ruso] debe crear, justamente, «la materia prima
polí­tica que en otro caso prepara la sociedad burguesa» [61]. «Negar, bajo una
perspectiva comunista», el pensamiento y la disciplina del partido significa,
dice Lenin, «dar un salto, de un estadio previo al hundimiento del capitalismo
(en Alemania), hasta re­montarse no a la fase más baja o la fase media, sino
hasta la fase más alta del comunismo. (...) Superar las clases no solo es echar
a los terratenientes y capitalistas —esto lo hemos hecho nosotros con relativa
facilidad—, es eliminar también a los peque­ños productores de mercancías;
pero a estos no se les puede echar, no se les puede oprimir, se tiene que arre-
glar uno con ellos. (...) Rodean al proletariado por todas partes con una atmós­
fera pequeñoburguesa, lo penetran, le desmoralizan con ella, ha­cen surgir
continuamente, dentro del proletariado, recaídas en la falta de carácter de
tipo pequeñoburgués, en la desintegración, en el individualismo, pasando del
entusiasmo al desánimo y viceversa. En el seno del partido político del prole-
tariado es necesaria la más rígida centralización y disciplina, para poder opo-
nerse a todo esto, para poder llevar a cabo correctamente, con éxito, el papel
organizador del proletariado (su papel primordial)» [62]. De esta determina-
ción de las funciones que compe­ten al partido surgen, para el tipo de parti-
do bolchevique, dos tareas importantes que le son características, las cuales
sirven precisamente para la producción de lo que Rosa Luxemburg lla­mara
«materia prima política», no producida en Rusia por la bur­guesía, a excepción
de algunos pocos centros industriales. La primera consiste en el manteni-
miento de la identidad organizativa y la posición dirigente de un proletaria-
do industrial rodeado de una agobiante mayoría de campesinos y pequeños
productores de mercancías y continuamente amenazado, tanto política como
ideológicamente; la segunda es el pensamiento del partido, com­pendio de
disciplina y moral de rendimiento y que anticipa, en miniatura, normas y for-
mas de comportamiento que resultaban imprescindibles de cara al proceso
de industrialización que estaba en vísperas de iniciarse en Rusia, a nivel de
toda la sociedad. Es evidente que el aviso de Lenin, referente a las peligrosas
con­secuencias de la supresión de la «disciplina férrea» y de un ir adelante ce-
rrado y tenaz vale solo para una sociedad en que la inmensa mayoría de la po-

44 RECOPILACION DE TEXTOS
blación tiene todavía que aprender las reglas de la disciplina laboral impues-
tas por el desarrollo capi­talista en el curso de una larga historia de violencias
y en un proceso de interiorización y educación.
Estas condiciones se han transformado claramente en las socie­dades ca-
pitalistas avanzadas, mucho más allá de lo descrito por Rosa Luxemburg. La
moral industrial de rendimiento se ha convertido —en comparación con el
grado alcanzado por las fuerzas productivas, la capacidad de organización
autónoma de la clase obrera y la riqueza social disponible— en un medio adi-
cional de dominación, en instrumento de «surplus repression» injusti­ficable
ya por el mecanismo de la producción. Tal moral de trabajo ha perdido toda
legitimación histórica, la legitimación que, todavía en el siglo XIX, podía dedu-
cirse de la necesidad de desa­rrollo de las fuerzas de producción. Es en sí algo
frágil y que­bradizo, como lo demuestra de forma renovada cada huelga, cada
negativa al trabajo, cada iniciativa ciudadana.
Es característico de la situación histórica del movimiento obrero el que se
creen elementos organizativos espontáneos, orientados en la vía de las ne-
cesidades de emancipación de las masas, bien en forma de grupos aislados
con organización propia, bien en movimientos de base que frecuentemente
se convierten en una fuerza revolucionaria dentro de los mismos partidos; y
es este un fenómeno que se da allí donde se sigue aferrado tenazmente al tipo
de partido de eficacia probada en la Revolución de Octubre, pero cambiado
radicalmente, ya en la época del estalinismo, a favor de los momentos de cen-
tralismo que él mismo entrañaba. Y todo esto —que se puede observar desde
hace unos diez años en casi todos los países capitalistas e incluso en países
del Tercer Mundo— tiene que ver solo metafóricamente con el radicalismo
de izquierdas de tipo pequeñoburgués que Lenin tenia ante sus ojos; se trata,
más bien de un indicio de que hoy día ha cambiado la estructura de los proce-
sos revolucionarios; de que estos han asumido rasgos de una praxis descen-
tralizada, en mucha mayor medida de lo que hubiera sido imaginable todavía
en los años veinte de nuestro siglo.

IV

Marx ha dicho que los principios teóricos de los comunistas no son más que
expresiones generales de relaciones que, de hecho, se dan en una concreta lu-
cha de clases, expresiones generales de un movimiento histórico concreto. La
característica que más llama la atención en las actuales luchas de clases en los
países industrializados es la huelga de masas. Se trata de «huelgas sal­vajes»,
de abandonos espontáneos del trabajo que, partiendo de unos pocos puntos
en que la situación de explotación es especial­mente agobiante, se reproducen
como aludes en acciones de la clase obrera y de otros grupos de la población
asalariada. Son huelgas espontáneas que, en la República Federal Alemana y
en otros países, muestran cada vez con más claridad la siguiente tendencia:
la tendencia a minar la política oficial de los gobiernos socialdemócratas liga-

ROSA LUXEMBURGO HOY 45


dos a los intereses del capital; tendencia a minar todo el aparato sindical com-
prometido, por medio de con­venios a largo plazo, en defender un proceso de
producción y valorización del capital de posibles perturbaciones; tendencia a
plantear exigencias de autonomía, que se refieren tanto al incre­mento de los
salarios como a la superación del alienante proceso de producción vigente y
al fortalecimiento del control obrero.
Desde el debate en torno a la huelga de masas de 1900, la opinión unánime
de los partidos socialdemócratas, y más tarde también la de los comunistas y
la de los dirigentes sindicales, era de que una superación privada de la propie­
dad privada resultaba im­posible y de que la huelga de masas solo podía ser un
medio político de carácter defensivo, de defensa de los derechos ya alcanza-
dos por la clase obrera y de desmantelamiento de insti­tuciones democráticas;
en la actualidad, la huelga de masas com­porta dos nuevos elementos; la cre-
ciente resolutividad en orden a la toma de posesión espontánea de los medios
de producción, en la medida en que la riqueza social, producida por las masas
y que se percibe palpablemente, ofrece cada vez menos posibilida­des de jus-
tificación de los «estrechos cimientos» de este modo de producción; y, segun-
do, la voluntad de articular y avanzar en las propias necesidades e intereses,
cosas que cada vez resul­tan más difíciles de reprimir por medio de maniobras
de distrac­ción con respecto a la propia situación de clase, por medio de la edu-
cación o por medio de las ideologías del bien común. Am­bos elementos ex-
presan, en esta su espontaneidad, en este su carácter directo e inmediato que
prescinde frecuentemente de las mediaciones sociales e históricas, un factor
de impaciencia revo­lucionaria; pero se convierte en algo cada vez más consti-
tutivo del mismo proceso revolucionario. Son formas de acción encami­nadas
a la emancipación individual, que ya no se dejan aplazar hasta la hora de des-
pués de la revolución.
En un terreno diferente y con distintos presupuestos, los movi­mientos de
protesta de los jóvenes y estudiantes, así como el Mayo francés, han mostrado,
por medio de ocupaciones espontá­neas de fábricas y casas, que tales ocupa-
ciones cuestionan el po­der de disposición capitalista sobre las condiciones de
produc­ción y de vida incluso aunque la intervención de la policía y el ejército
haya vuelto las cosas a su sitio, y ello ha ocurrido no solo mediante programas
y estrategias, sino mediante una praxis política, mediante una actividad cons-
titutiva ella misma de un estado de cosas, ¿De qué otra forma, si no, pueden
apren­der los trabajadores a apropiarse la realidad de la que se les ha alienado?
¿Cómo, si no es haciendo estallar continuamente cosas, relaciones humanas,
circunstancias dominadas por la lógica y vio­lencia del capital, ya en esta so-
ciedad concreta para lograr así hacer visibles y disponibles las posibilidades
humanas que en todo ello se encierra? Citaré a continuación algunos ejem-
plos; Si la clase obrera chilena tiene, en sus luchas sangrientas, alguna po-
sibilidad de causar a los militares y a sus poderosos protec­tores americanos
una derrota semejante a la sufrida por los Esta­dos Unidos en el Vietnam será
porque ha alcanzado un alto grado de autoconciencia, de politización de sus
intereses y de deci­sión combativa a lo largo de un proceso que, bajo el sistema
de doble poder que adoptó la forma de ocupaciones espon­táneas de fábricas

46 RECOPILACION DE TEXTOS
y tierras, puede servirle como punto de par­tida para el control del proceso de
producción y de las acciones militares. Y la acción ejemplar de los producto-
res de relojes de Lip, en Besançon, es un foco inicial de formas de lucha labo-
ral basadas en la autogestión que cada vez están más extendidas, siendo la
autogestión, en ellos, no solo un fin, sino también un estadio de la lucha de
clases. Formas de acción que no se remon­tan a iniciativas de ningún género
de partidos u organizaciones, pero que pueden convertirse, como dice Rosa
Luxemburg, en un «febril trabajo de organización». Esto hubiera sido conde-
nado, todavía hace diez años, como una aventura anarquista por parte de los
partidos y sindicatos oficiales.
Pero en esta sociedad no hay ninguna región liberada, ninguna isla de au-
togestión. Korsch ha calificado a los Consejos —y de algo parecido a los Conse-
jos se trata en estas acciones— de órganos de autoformación de la clase obrera.
Siendo ellos, ya antes de la transformación revolucionaria de toda la sociedad,
no solo modos de organización de la autoformación, sino tam­bién órganos de
control de la lucha y el poder de la clase obrera; y, en cuanto tales, se ven con-
tinuamente en peligro y no solo, evidentemente, en un período prerrevolu-
cionario. Lo que Rosa Luxemburg dice sobre los Consejos de obreros y solda-
dos durante la Revolución de Noviembre es algo que se refiere a problemas de
carácter general con que se enfrentan los órganos represen­tativos de la clase
obrera; órganos de representación que solo se pueden definir en relación con
sus tareas históricas específicas, pero no por lo que se refiere a su estructu-
ra organizativa. En el Congreso de fundación del KPD, Rosa Luxemburg decía:
«Las masas aprenden a ejercer el poder en la medida que lo ejercen de he-
cho. No hay otro medio para aportarles ese conocimiento. Felizmente hemos
dejado ya atrás los tiempos en los que de lo que se trataba era de enseñar el
socialismo al proletariado» [63]. Pero añadiendo: «Debemos hacer los prepa-
rativos a partir de la base, debemos darles a los consejos de obreros y soldados
un poder tal que cuando el gobierno Ebert-Scheidemann u otro similar sea
derrocado ese sea el acto final. Así la conquista del poder no será cosa de una
sola vez, sino algo progresivo consis­tente en apoderamos del Estado burgués
hasta disponer de todas las posiciones, defendiéndolas con uñas y dientes. (...)
Porque de lo que se trata es de luchar paso a paso, sin treguas, en todos los
Estados, en todas las ciudades, en todos los pueblos, en todas las comunas por
traspasar a los consejos de obreros y soldados los medios de poder del Esta-
do, medios de poder que se conse­guirán arrancándoselos trozo a trozo a la
burguesía» [64].
De esta manera, la cuestión del poder se plantea como una lucha cotidiana
que se enfrenta a la alternativa: o bien seguir impul­sando la revolución, has-
ta la conquista del poder de la sociedad en su conjunto por parte de la clase
obrera, o bien la contrarre­volución, con lo que la lucha va poco a poco toman-
do una posi­ción tras otra, ...y esta agudización de la lucha de clases supon­drá
una amenaza para el movimiento de consejos en su conjunto. Pero aquí no se
presenta el problema del giro reformista, de la integración, en el sistema de
dominación vigente, de formas de organización similares a las de los conse-

ROSA LUXEMBURGO HOY 47


jos (consejos de dele­gados, grupos de base, comités, cordones, etc.), problema
que hoy se plantea sobre todo en los países capitalistas.
Hay pocos teóricos de partidos o representantes sucedáneos de partidos de
tipo sectario que no saquen a relucir este reproche de la integración; cuanto
más sectarios, más testarudos son, más convencidos de que la lucha no puede
ser llevada posición tras posición, por medio de grupos de base y otras formas
de orga­nización, que, en la actual correlación de fuerzas, no desempeñan más
que tareas parciales (por ejemplo, de autoformación y con­trol); para ellos, en
cambio, la lucha y la formación solo repre­senta un trabajo de preparación
para la «gran batalla», en la que la vanguardia tomará la «dirección».
Quisiera hacer algunas observaciones de principio al respecto. Toda re-
forma, todo cambio parcial del sistema de dominación establecido tiene, en
tanto subsistan las condiciones de produc­ción y valorización capitalistas, una
función contradictoria, ya se trate de la conquista de nuevos derechos o de la
defensa de los ya adquiridos, de la consecución del derecho de autogestión y
cogestión o de la «humanización» de la producción, cosas todas ellas logradas
por la clase obrera o bien introducidas por el mismo capital con vistas a un
incremento de la productividad. Esta función dual y contradictoria de la re-
forma consiste en que puede servir tanto para integrar y suavizar la lucha de
clases como también para sentar las bases de nuevos conflictos, para agudi­
zar la lucha.
Cuando el ya famoso estudio Hawthorne de la Western Electric Company
de Chicago recomendaba, allá por los años treinta, per­mitir contactos infor-
males de grupos dentro del proceso de pro­ducción en la fábrica, se hablaba,
en la ideología oficial, de una «humanización» del mundo del trabajo; pero,
en realidad, de lo que se trataba era de una elevación de la productividad la-
boral. Algo semejante pasa hoy día, con la superación del taylorismo: desde
que la Volvo, en la producción de automóviles, intentara eliminar el trabajo en
cadena, sustituyéndolo por una forma de trabajo más artesanal basada en el
montaje de partes ya acaba­das, han surgido muchos imitadores. Y la razón es,
como siem­pre, la creciente posibilidad de explotación de la fuerza de tra­bajo
que el nuevo sistema depara, sobre todo reduciendo el por­centaje de absen-
tismo. La consecuencia es una identificación más fuerte con el trabajo, o sea,
una paralización del espíritu combativo.
Pero este no es, sin embargo, más que una cara del problema.. El capitalis-
mo produce continuamente necesidades que luego no puede satisfacer ple-
namente. Así es como aquellos «espacios de autonomía» conseguidos por los
trabajadores dentro del proceso de producción actúan siempre en un sentido
de reducción del miedo, de robustecimiento de la autoconciencia y las aspira­
ciones de los obreros. Si se quisiera interpretar estos procesos como una esta-
bilización, exclusivamente, del capitalismo, enton­ces habría que suponer que
este puede hacerse inmune a las crisis por medio de cambios en la produc-
ción y reformas socia­les. Esto equivaldría a ignorar las experiencias históricas
y sig­nificaría que en lugar de un análisis de la sociedad estaríamos realizando
mitología política.

48 RECOPILACION DE TEXTOS
La creciente conciencia de los trabajadores, en orden a contro­lar ellos mis-
mos y organizar autónomamente el proceso produc­tivo, se revela tan pron-
ta como se dan signos, por pequeños que sean, de crisis en la producción y
valorización del capital. En tales situaciones explosivas, pueden ser arrastra-
dos incluso otros sectores de la clase obrera, por ejemplo, los obreros del Sur
de Italia, que viven en una agobiante situación tradicional y que chocan con
normas y exigencias de comportamiento impuestos por la industria del Norte
completamente distintas a las suyas. Para que este tipo de situaciones adqui-
rieran una dimensión social revolucionaria, es necesario evidentemente un
consecuente trabajo de base que aumente la capacidad de articulación polí­
tica de los trabajadores dentro de las organizaciones en las que ellos, a pesar
de su critica, se sienten representados: en los sin­dicatos.
Configúrense como se quiera las formas de organización orien­tadas a la
autogestión, autodeterminación y control, a la demo­cracia proletaria de los
trabajadores, todas ellas son formas de emancipación de los explotados y opri­
midos de este mundo. Y los partidos y organizaciones que no hagan de ellas su
base y parte constitutiva abandonan la vía de la democratización proletaria.
En este punto Rosa Luxemburg ha formulado un programa his­tórico de la
más viva actualidad hasta el día de hoy. El modelo de la democracia de los con-
sejos se discute por todas partes, en todos los países capitalistas industriali-
zados. Se ha acallado pro­gresivamente la romántica admiración por el siste-
ma de autoges­tión obrera de Yugoslavia; se está convencido de que los soviets
revolucionarios de la Revolución de Octubre no son transporta­bles, sin más,
a sociedades de un alto nivel de industrialización. Si es evidente, por tanto,
que ningún orden social existente es organizable conforme a la idea origina-
ria de los consejos, ¿por qué no han perdido ya desde hace mucho tiempo su
actualidad? ¿Se trata de una minoría de fanáticos, de irredomables utópi­cos,
que de vez en cuando pasan a ocuparse de ello? ¿Son gente que ignora las le-
yes objetivas de las sociedades industriales? No. La idea de la autogestión por
medio de consejos gana siempre terreno allí donde los sistemas oficiales de
dominación llevan en sí el germen de la catástrofe, donde las autosuficien-
tes burocra­cias de partido u órganos representativos del Estado burgués no
están ya en condiciones de defender ni siquiera los intereses elementales de
la inmensa mayoría de la población. La pronta referencia al fracaso de la Re-
pública de los Consejos de Munich, a la supresión de los soviets en Rusia, a las
tendencias de burocratización de la autogestión obrera yugoslava, no repre-
sentan base alguna para una objeción concluyente contra la idea de demo-
cracia directa. Incluso las más avanzadas de las democra­cias necesitan siglos
para imponerse; es improbable que el esta­blecimiento de democracias socia-
listas que quieran superar la dominación política como esfera separada de las
relaciones vita­les de la sociedad necesite de menos tiempo.

ROSA LUXEMBURGO HOY 49


V

Ya hemos dicho que en Rosa Luxemburg no se da una alternativa abstracta


entre espontaneidad y organización; todo depende de la concreta mediación
histórica existente. Sin embargo, la concepción luxemburguiana de la organi-
zación muestra qué cerca están los fenómenos históricos citados de su teoría
de la socie­dad; acontecimientos históricos que, naturalmente, no pueden ser
reducidos todos ellos a un común denominador, pues en cada caso sería pre-
ciso hacer un análisis del contexto social global del país respectivo. En este
punto, como en todos los referentes a las tesis de Rosa Luxemburg, se trata
sobre todo de matices y en parte pueden surgir grandes malentendidos por
el hecho de querer encerrar el pensamiento dialéctico de Rosa Luxemburg en
esquemas de definiciones lógicas. Conforme a estas definicio­nes formales, el
partido sería el compendio de una serie de carac­terísticas que se mantienen
idénticas a través de todas las situa­ciones y que identifican a todo partido pro-
letario. La no definibilidad de los conceptos verdaderamente históricos —algo
típico de la gran filosofía idealista— es una cosa que se da tanto en Rosa Lu-
xemburg como en Lenin. Y esta imposibilidad de plas­mar en una definición
conceptos históricos es aplicable, sobre todo, a la organización y al partido.
Lukács ha caracterizado la organización como una forma de mediación entre
teoría y praxis; cosa que, considerada más de cerca, significa todavía un factor
mecánico de realización en la praxis de una teoría tenida como verdadera de
una vez para siempre, si es que se concibe la teo­ría como síntesis de la plena
conciencia de la totalidad social y de la misión histórica del proletariado. Para
Rosa Luxemburg en cambio, la organización es la forma de mediación entre
ser social y conciencia. Organización, partido, socialdemocracia, he aquí gra-
dos de mediación en los que son asimiladas las teorías revolucionas del mo-
vimiento obrero, se hacen conscientes las actividades revolucionarias de las
masas y se encamina cada paso real dado hacia la meta final, esto es, el final
de la dominación de clase. Rosa Luxemburg concebía la socialdemocracia —
sinó­nimo, en aquel entonces, de partido— más como un proceso que como
una bien entramada estructura institucional. «El mo­vimiento proletario no se
ha hecho, tampoco en Alemania, socialdemócrata de una vez, se hace social-
demócrata cada día, cuando supera las desviaciones opuestas del oportunis-
mo y el anarquis­mo, que no son sino momentos diferentes del movimiento
socialdemócrata entendido como proceso» [65]. La organización enmar­ca,
estructurando y, en cierto modo, anticipando, la serie de experiencias y for-
mas de lucha del proletariado, haciéndolas conscientes e impulsando sus ele-
mentos revolucionarios, con res­pecto a la meta final de la lucha de clases. «La
táctica de lucha de la socialdemocracia en sus rasgos principales no se ‹in-
venta›», constata Rosa Luxemburg, sino que «es el resultado de una serie inin-
terrumpida de grandes actos creadores de la lucha de clases experimentales
y a menudo elemental. También aquí lo inconscien­te, la lógica del proceso
histórico objetivo va por delante de la lógica subjetiva de sus portadores» [66].

50 RECOPILACION DE TEXTOS
Un tal concepto de organi­zación no encaja con movimientos casuales y pa-
sajeros, sino que presupone la dialéctica entre la identidad y la no-identidad,
entre el inmutable objetivo final revolucionario y las experiencias, va­riables y
no previsibles, de las masas; o sea, que implica una fina sensibilidad ante los
cambios, tendencias, conflictos que condicio­nan, frenando o impulsando, el
proceso revolucionario.
Espontaneidad y organización no guardan entre sí una relación puramen-
te externa, sino que contienen ambas una dialéctica que les es inmanente.
Cuando se intenta aislarlas y establecer entre ellas una llana identidad se
pone de manifiesto en su movimiento histórico real que cada una de ellas
puede cambiarse en su con­traria. Si la organización proletaria se separa de
las masas (lo cual no quiere decir, en absoluto, que pierda miembros o elec-
tores), entonces se producen casi necesariamente acciones espontáneas de
los trabajadores, las cuales pueden volverse incluso contra ella misma, como
lo muestra el caso de los obreros de los astilleros de Danzig; su huelga «salva-
je» fue condenada, y reprimida al prin­cipio, por considerársela contraria a los
trabajadores, pero, final­mente, el Partido Obrero Polaco destituía a sus prin-
cipales dirigentes y confesaba abiertamente el distanciamiento burocrático
del partido respecto de las masas. Si se separa la espontaneidad de la fuerza
organizativa de la clase obrera se cae de nuevo en el feti­chismo organizati-
vo de grupos sectarios (por ejemplo, en Alemania, el grupo Baader-Meinhof
y otros), o bien en el mecanismo de protestas —tan pronto inflamadas como
apagadas— de grupos que no están dispuestos ni son capaces de tomar a su
cargo la respon­sabilidad ni de un trabajo teórico a largo plazo como tampoco
de un trabajo de organización práctica.
Rosa Luxemburg luchó durante toda su vida en dos direcciones; de un lado,
contra el oportunismo burocrático y, de otro, contra las estrategias de tipo
sectario que llevan al aislamiento con res­pecto a las masas. También era com-
pletamente extraña a su per­sona aquella mentalidad burocrática, de «apara-
to», aquel miedo radical a las organizaciones estructuradas según el modelo
burgués, con su presidencia y su bien ordenada jerarquía, que ve una ame-
naza en toda acción no iniciada o controlada por ti par­tido. Su confianza en la
capacidad de experiencias que tienen las masas incluía la convicción de que
estas podían incluso corregir sus propios errores. «Los pasos en falso dados
por un movimiento obrero revolucionario real son mucho más valiosos que
toda la infalibilidad de los mejores ‹comités centrales›.»
A esto se añade que el «instinto revolucionario» y la lógica de la concreta
situación histórica someten, incluso a gente doctrinaria, a leyes de actuación
que desbordan sus bien acabados programas. Engels había revelado, en su in-
troducción de 1891 a La guerra civil en Francia de Marx, esta conexión entre
programa y praxis real a propósito del comportamiento de los proudhonis-
tas y blanquistas mayoritarios en la Comuna de París: «Pero lo que causa to­
davía más admiración es ver lo mucho que, con todo, fue hecho por la Comu-
na constituida a base de blanquistas y proudhonistas. Siendo, naturalmente,
responsables sobre todo los proudhonistas por lo que se refiere a los decretos
de tipo económico de la Co­muna, en lo bueno y en lo malo, mientras que, en

ROSA LUXEMBURGO HOY 51


cuestión de acciones y omisiones políticas, fueron los blanquistas los respon­
sables. Y en ambos casos, quiso la ironía de la Historia —como es corriente,
siempre que gente doctrinaria maneja los remos— que tanto los unos como
los otros hicieran lo contrario de lo pres­crito por su escolástica doctrina» [67].
Rosa Luxemburg no concibe el partido como una compacta insti­tución que
sería el único centro activo del proceso revolucionario, sino como un proceso
donde se conservan las experiencias colec­tivas y las distintas iniciativas or-
ganizativas de la clase obrera, donde se hacen conscientes, se impulsan y se
dirigen, con ayuda de la dialéctica materialista, hacia su meta final [68]. «Or-
ganización, esclarecimiento y lucha no son momentos separados, mecánica
y también temporalmente escindidos como en un movimiento blanquista»
[69], sino que constituyen más bien una unidad contradicto­ria, son aspectos
diferentes de un mismo proceso dialéctico. No puede hacerse de Rosa Lu-
xemburg, como muchos han intentado hacer, una ilustrada idealista que cree
posible superar la sociedad de clases con la simple convicción; pero también
es cierto que el pathos de la Ilustración imprime un carácter tan fuerte a su
pensamiento político que resulta perceptible incluso en sus refle­xiones sobre
la organización. Así, por ejemplo, es de la opinión de que la lucha contra el
oportunismo en el partido proletario y en los sindicatos es esencialmente una
lucha intelectual que no puede decidirse con medidas de tipo organizativo.
En general siente una profunda aversión por las expulsiones del partido o por
las medidas disciplinarias (su solicitud de expulsión de Bernstein del partido
es totalmente atípica); acaso tuviera ella ya un pre­sentimiento de las liqui-
daciones físicas que más tarde, en nombre de la dictadura del proletariado,
vinieron vinculadas a tales me­didas disciplinarias y expulsiones del partido.
Esta posición antiburocrática caracteriza ya su temprana polémica con
Lenin. Pues para Rosa Luxemburg no se trata de una contro­versia abstracta
sobre problemas de organización, ni de una de­fensa —como dice Lenin en su
réplica— de los «principios ele­mentales de cualquier sistema de cualquier or-
ganización de partido pensable» [70] sino de la dirección política, mediada por
la organi­zación y en condiciones sociales concretas. Si es posible hacer gene-
ralizaciones a partir de las determinaciones del contenido his­tórico y de las
tareas de la organización, entonces se podría reducir al principio formal, pero
rico en consecuencias políticas; las or­ganizaciones proletarias tienen que ser
construidas desde abajo, de una forma coherentemente democrática, para
que puedan cum­plir sus tareas históricas [71]. «Lo único que el partido de la
lucha de clases consciente, es decir, la socialdemocracia e incluso los sindi­
catos, siempre que estén en el terreno de la lucha de clases, puede hacer ‹por
voluntad propia› es intentar darse cuenta de antemano de las condiciones his-
tóricas, sociales, políticas que hacen nece­saria la aparición de tales formas de
la lucha de clases, para par­ticipar conscientemente en el desarrollo y marchar
a la cabeza en la dirección considerada como históricamente necesaria» [72].
Rosa Luxemburg no ha puesto nunca en el duda que en la lucha por el po-
der sea necesario un partido proletario; pero la respuesta a la cuestión or-
ganizativa solo puede surgir, para ella, del ámbito de una autoorganización
espontánea de las masas. El partido es, ciertamente, un «factor importante,

52 RECOPILACION DE TEXTOS
pero solamente un factor en­tre muchos» [73]. Es verdad que Rosa Luxemburg
ha subvalorado la influencia de las organizaciones burocráticas, que bloquea
la capacidad de experiencia y de desarrollo de las masas, porque estaba con-
vencida de que las burocracias parasitarias y sus jefes serían barridas por el
primer asalto de las masas trabajadoras. Es también verdad que hizo una va-
loración completamente equi­vocada de la cuestión campesina, a la que Lenin
intentó responder con la consigna —difícilmente justificable bajo un punto
de vista puramente socialista —de «¡Toda la tierra a los campesinos!»: porque
en el contexto de la primera revolución socialista históri­camente lograda, ella
lo había considerado todo desde la pers­pectiva de la meta final del socialismo
y no a partir de las posi­bilidades reales del desarrollo revolucionario concre-
to. Ningún poder hubiera podido salir victorioso en el enfrentamiento con los
marcados intereses privados de los campesinos rusos, con sueños multise-
culares de poseer su propia tierra; no había más remedio que dar, primera-
mente, satisfacción a estas aspiraciones, con vistas a incluir de forma activa
a los campesinos en el proceso revolu­cionario; y acaso Rosa Luxemburg pasó
por alto también la im­portancia y la necesidad del partido bolchevique en de-
terminadas fases de la Revolución de Octubre, sobre todo para acabar con la
contrarrevolución.
Pero atribuir a Rosa Luxemburg una concepción organicista de la revolu-
ción ligada a anteriores revoluciones burguesas, como intenta hacer el pri-
mer Lukács en su enérgica manera de liberarse de su pasado de crítico de lo
cultural y de demostrar su identidad de leninista puro, en su controversia con
las notas criticas de Rosa Luxemburg sobre la Revolución de Octubre escri-
tas en prisión, es completamente falso. Y es precisamente en el escrito del
que Lukács quiere extraer su crítica donde se encuentra algo muy dis­tinto de
ideas orgánicas sobre los procesos revolucionarios. «La situación verdadera
de la revolución rusa al cabo de pocos meses se agotaba en esta alternativa:
triunfo de la contrarrevolución o dictadura del proletariado; Kaledin o Lenin.
Esta era la situación objetiva, la situación que en toda revolución se presenta
muy pronto, una vez pasada la primera borrachera y que en Rusia resultó de
las candentes cuestiones concretas de la paz y de la tierra para las cuales no
había solución en el marco de la revolu­ción burguesa» [74]. ¿Qué hay de orga-
nicista en esta valoración de la situación decisiva de antes y de la época de la
Revolución de Octubre? ¿Dónde está lo burgués en esta concepción de la revo-
lución dado que Rosa Luxemburg dice exactamente lo contrario? Solo hay una
respuesta para esta y otras cuestiones semejantes: esta primera crítica a Rosa
Luxemburg contiene ya gérmenes de un marxismo degenerado a ciencia de
legitimación. Una crítica con estas características no se centra nunca sin re-
servas en la cosa cri­ticada, sino que está siempre por encima de la cosa, criti-
ca posi­ciones que el atacado no ha sostenido, se preocupa laboriosamen­te de
corroborar y legitimar las propias decisiones, en las que se percibe coacción
y violencia. Tampoco a Lukács le interesa com­prender a Rosa Luxemburg en
el marco de su propia actividad, a partir de su propio sistema de referencias,
teórico y práctico, sino demostrar, utilizando el ejemplo de Rosa Luxemburg,
la «ver­dad» del leninismo. Y esta forma de argumentación, siempre esta­

ROSA LUXEMBURGO HOY 53


blecida a priori mediante axiomas históricos, como lo ha definido Stalin, es,
hasta hoy, algo típico por lo que respecta a las polé­micas con Rosa Luxem-
burg. Para refutar este reproche de la con­cepción organicista de la revolución,
parece oportuno citar preci­samente a partir de aquel escrito que es objeto
de la crítica de Lukács. Rosa Luxemburg comprende aquí con toda claridad
la situación de la revolución: «La revolución rusa no ha hecho en este sentido
sino confirmar la enseñanza fundamental de toda gran revolución, cuya ley
de vida reza: o bien se avanza con toda rapidez y decisión apartando con mano
de hierro todos los obs­táculos que se interfieran en su camino, proponiéndo-
se siempre metas más elevadas o al cabo de poco tiempo se verá rechazada
por detrás de sus más débiles puntos de partida para ser luego aplastada por
la contrarrevolución. Detenerse, remachar un mismo clavo, conformarse con
lo conseguido en el primer momento, son cosas que no caben en la revolu-
ción. Y quien quiera trasplantar esas sabidurías de estar por casa propias de
la batracomiomaquia parlamentaria a la táctica revolucionaria, lo único que
demostrará es lo extraña que es para él la psicología, la ley de vida misma de
la revolución, así como que toda la experiencia histórica sigue siendo para él
un libro cerrado con siete llaves» [75].
Es justamente esta dialéctica entre espontaneidad y organización la que
determina la ley de la revolución. Y esta forma de ver las cosas lleva a Rosa
Luxemburg a una tajante crítica de las ideas de Kautsky sobre la «apocalíptica
huelga de masas», que no sería en absoluto precedida por un período de lu-
chas económicas y políticas de masas en que la clase obrera se forma, se pre-
para, se anima en su resistencia, y a criticar también la idea de los procesos
revolucionarios como algo que se desvincula por completo de sus fundamen-
tos democráticos. Quien ponga en el mismo plano la estructura democrática
de los procesos revolucionarios y las for­mas organicistas, podrá probar fácil-
mente que Rosa Luxemburg es culpable de una imperdonable sobrevalora-
ción de lo «orgánico» en la conducta revolucionaria. Por el contrario, a Rosa
Luxemburg importa en primer lugar la activa participación de las masas en
tales movimientos. Y no cabe duda de que la creación de los soviets, que se re-
montan a la experiencia de la Revolución de 1905, no fue resultado de ninguna
iniciativa de partido, si bien este tuvo sobre ellos —en un sentido plenamente
luxemburguista— una influencia configuradora. La consigna de Lenin «todo
el poder a los soviets», se basaba en el hecho de que estos eran, propiamente,
los verdaderos portadores del poder político en el país.
Actualmente, la proliferación de formas de organización revolucio­naria
está tan extendida que lleva ad absurdum toda preten­sión de monopolio que
pueda tener un tipo particular de partido. Los comités del Mayo francés, los
consejos en Italia y en Alema­nia, las comunas españolas, los «cordones in-
dustriales» de la clase obrera chilena, el partido de Mao, fundido directamen-
te con el ejercito de liberación nacional, la Revolución cubana, etc., son for­mas
distintas de organización práctica, organismos de trabajado­res, como Marx
los define refiriéndose a la Comuna de París de 1871 y a la edificación de toda
la sociedad y del Estado, que nadie se hubiese podido imaginar en tiempos an­
teriores; si bien es verdad que conectan con modelos y experiencias del pasa-

54 RECOPILACION DE TEXTOS
do, en el fondo son formas de expresión insustituibles de las experiencias po-
líticas y de la historia de liberación de las masas caracterizadas por la concreta
situación histórica y social del país respectivo.
Allí donde los partidos y los sindicatos no se hacen cargo de este elemento
básico de autoorganización espontánea, se ven precisados —en la actualidad
con una regularidad sorprendente— a jugar un papel de mero control y dis-
ciplina. Estas organizaciones comien­zan hoy día a separar, en las acciones de
masas, el elemento político-organizativo, que estas entrañan, de la base de
experiencia de las masas, para pasarlo de nuevo entre las masas en forma de
directrices, desde fuera, si es que las acciones espontáneas no se dispersan
con rapidez o se dejan reprimir por medidas de tipo administrativo o, incluso,
en determinados casos, por otras de carácter policial o militar. El motivo de
esta forma de actuación estriba, evidentemente, en el hecho de que los parti-
dos proletarios de cuño marxista soviético parten todavía hoy día del supues-
to de que, a largo plazo, las acciones históricamente eficaces son solo el re-
sultado de iniciativas del partido. Pero no hay ni un solo ejemplo en la historia
del movimiento obrero que demuestre claramente que estas concepciones
no han llevado, al fin y al cabo, al fracaso. Rosa Luxemburg se cuenta entre los
pocos combatientes revolucio­narios de Europa occidental que no ve en la au-
tocrítica una forma de autocorrección suficiente de las decisiones, necesaria
para im­pedir el distanciamiento del partido con respecto a las masas; con-
sideraba, más bien, como mecanismos objetivos las tendencias burocráticas
a las que está sometida incluso una organización revolucionaria, si actúa en
una sociedad basada en la produc­ción de mercancías y bajo condiciones hos-
tiles; se trata de una abstracción del valor que se expresa por medio de leyes,
re­glas y decisiones técnicas y que amenaza la existencia de toda organización
despegada de las masas.

VI

Sería una inadmisible simplificación de la teoría de Rosa Luxemburg tra-


tar como un problema especial, de igual entidad que otros, la cuestión de la
huelga de masas y sobre todo la relación entre espontaneidad y organización
que en ella se desarrolla; caracte­rístico, en Rosa Luxemburg, es, más bien, el
que su forma de renovar y vivificar la dialéctica de Marx no consista solo en
la unión de una reflexión lógico-sistemática con otra de tipo histó­rico, pos-
tulado frecuentemente evocado, pero no solucionado en el análisis concreto.
Rosa Luxemburg va mucho más allá: Su pen­samiento consiste en la asimila-
ción de categorías lógicas y gnoseológicas a las leyes dinámicas materiales
de la praxis proletaria. Espontaneidad y organización son principios a la vez
de un pensa­miento consecuentemente dialéctico y del movimiento históri-
co de la clase obrera; son categorías de la realidad, objetivas determina­ciones
del pensamiento que impregnan tanto la estructura de los procesos sociales
como la del pensamiento emancipatorio.

ROSA LUXEMBURGO HOY 55


La consideración de la totalidad, por ejemplo, que con razón Lukács con-
sidera como la diferencia esencial entre un modo de pensar marxista y otro
burgués, es algo que proviene de la tradi­ción del idealismo alemán. Y Lukács
la corrobora, volviéndola a poner sobre sus pies, en un suelo materialista, en
una forma de organización histórica específica, si bien generalizada, y que él
la hace impermeable a las influencias cosificadoras y burocráticas de la pro-
ducción capitalista de mercancías. El fundamento de la visión de la totalidad
no es en Rosa Luxemburg ni una imaginaria sustancia de clase —como el pro-
letariado en cuanto sujeto his­tórico —ni tampoco una organización; es la mis-
ma clase obrera o, por decirlo más exactamente: una esfera pública proletaria
[76], frente a la que debe demostrarse qué teoría y que organización está o no
de acuerdo con las experiencias que en ella toman for­ma. Hay muchas refe-
rencias en Rosa Luxemburg respecto a lo que ella entiende por esfera públi-
ca proletaria— aunque, por lo que yo sé, no lo utiliza nunca explícitamente—,
como una catego­ría de la experiencia política y de la formación de la concien-
cia de clase. Esta esfera pública proletaria, en la que las derrotas y los errores
pueden ser transformados en ideas productivas y expe­riencias que impulsen
el avance, se caracteriza por el hecho de que no conoce el mecanismo de ex-
clusión, típico de la esfera pública burguesa, por medio del cual se separan
del conjunto de intereses públicos, como algo privado, sectores esenciales
de la vida como son el de la producción y el de la socialización (la educación).
Re­sulta algo completamente extraño al pensamiento de Rosa Luxem­burg la
mentalidad de grupo que ella descubre en la socialdemo­cracia alemana: tra-
tar de convertirse en una potencia cada vez más fuerte e imbatible mediante
un aumento cuantitativo, por medio de elecciones e incremento de sus afi-
liados; ella entendía muy bien que una comunicación social libre es una ne-
cesidad vital para individuos socializados. La esfera pública proletaria que no
se puede precisamente aprehender empíricamente, que no indica un simple
marco de las opiniones del proletariado, pero que tampoco representa la más
alta instancia organizativa, sino que in­dica el centro de un proceso orientado
a la producción de expe­riencias, aparece como la única instancia decisiva que
Rosa Luxemburg había reconocido; no puede ser objeto de definición, pero
determina decisivamente el contenido real de la lucha proletaria. La teoría
de Luxemburg, enfocada a penetrar todos los sectores esenciales de la vida
de la sociedad, no deja nada que no sea ocupado por la voluntad proletaria
de transformación. Es una teoría que expresa el carácter de proceso del pen-
samiento de la totalidad, el cual, en forma de generalidad concreta, totalidad
con­creta, es la barrera con que topa el pensamiento burgués.
Este aspecto de la esfera pública proletaria, vinculado a la produc­ción de
experiencias, se manifiesta en muchos pasajes de los escri­tos de Rosa Lu-
xemburg, Ni en la guerra se da una situación de excepción que limite el con-
tenido de la expresión; es más bien una situación en que el proletariado debe
practicar precisamente una política de clase autónoma, en el sentido de una
defensa contra una posible agresión, de forma similar al ejército revolucio-
nario francés que derrotó a los ejércitos unidos de la Restauración; un apara-
to militar no está constituido solo por oficiales, no es un bloque monolítico,

56 RECOPILACION DE TEXTOS
impenetrable, sino que está formado también por «proletarios encerrados
en uniformes». Si no puede pensarse que los estratos y grupos sociales en los
que domina el elemento burgués o la ideología burguesa no pueda ser en ab-
soluto suscep­tible de ser influido por parte del movimiento proletario, tam-
bién es cierto que el proletario no posee solo características proleta­rias. Rosa
Luxemburg concibe de una forma productiva la totali­dad social concreta, su-
perando toda consideración delimitadora y aislante que subsuma las cosas
bajo conceptos generales, sustra­yéndolos así a la corriente de su propio mo-
vimiento, autónomo y espontáneo, y este modo de considerar la totalidad es,
por ejemplo, una de las razones por las que Rosa Luxemburg, severa crí­tica
de la socialdemocracia reformista, no extrae durante mucho tiempo ninguna
consecuencia de tipo organizativo de su crítica, porque no quiere marginarse
sin motivo de la corriente principal del movimiento socialista; o por lo que ella
habla de una «utilización revolucionaria de la Asamblea Nacional», mientras
ve en los consejos de trabajadores y soldados Ja única forma posible y adecua-
da del poder proletario.
Rosa Luxemburg parte de la convicción de que todas las relaciones, cosas
o personas, que no sean ocupadas por el pensamiento y la voluntad proleta-
rias lo serán por el adversario. Por eso el hecho de que la Revolución de No-
viembre haya sido una revolu­ción política y urbana significa que el enemigo
posee reservas contrarrevolucionarias en el sector económico y en el campo.
«Para nosotros ya no hay ahora un programa mínimo y un pro­grama máximo;
el socialismo es una y la misma cosa; he aquí el mínimo que debemos conse-
guir en la actualidad» [77]. Es, por tanto, plenamente consecuente si no puede
imaginarse un socia­lismo en un solo país, sino que ve solo en la difusión de la
revolución alemana o revolución mundial del proletariado la base «sobre la
cual construir el edificio del futuro».

VII

Esta estructura de la opinión pública proletaria, dirigida a la com­prensión


de la totalidad de las esferas de la vida social, están en abierta contradicción
con la coacción sistemática tanto del sis­tema positivista como del idealista,
en que las cosas son jerarqui­zadas y catalogadas conforme a principios ló-
gico-formales, y está también en contradicción con aquellas concepciones
del mundo en las que, desde los tiempos de Kautsky, hay respuesta para cada
pregunta que se formule. Apenas existe una teoría marxista que comprenda
con tanto rigor como Rosa Luxemburg la relación entre fetichización y orga-
nización, racionalidad burocrática y pensamiento lógico-formal que clasifi-
ca y, por tanto, controla per­sonas y cosas. Las formas puramente lógicas son
formas muertas, modos de expresión del poder, sobre todo en los tiempos
moder­nos, del poder del trabajo muerto sobre el trabajo vivo. Estas formas de
pensamiento entrañan la tendencia —incluso cuando son utilizadas en inte-
rés del proletariado— a conformarse a las necesidades funcionales del capi-

ROSA LUXEMBURGO HOY 57


tal, a la lógica del capital. Rosa Luxemburg ve con toda claridad que un pensa-
miento marxista precisa, si no quiere limitarse a ser una mera legitimación
u orga­nización de las relaciones existentes, de un elemento antisistemático,
espontáneo, de relación con la realidad; es decir, necesita de un momento que
Lukács reúne en la categoría de lo nuevo y que echa de menos en la sociedad
productora de mercancías.
Es verdad que Rosa Luxemburg habla con frecuencia de la lógica de las co-
sas que hace necesario esto o lo otro, pero ella se refie­re, con ello, a algo con-
tingente, casual. La materialidad de las cosas y de los movimientos reales no se
resuelve en el concepto; es, en el plano gnoseológico, el sistema kantiano con
el cual el pensamiento dialéctico debe continuamente medirse a fin de no ser
víctima de ilusiones. Es la «lógica de la situación histórica», en que se da toda
una constelación de factores que incluye también los factores contingentes.
Con su fórmula «¡Socialismo o barba­rie!», Rosa Luxemburg no solo designa
un programa político, sino que se vuelve también contra toda forma de lógica
optimista del progreso, que minimiza las derrotas en vez de comprenderlas
y para la que la victoria es algo asegurado, como la consumación del espíritu
absoluto en Hegel. El derrumbe total, la barbarie, el hundimiento de las dos
clases en lucha no es para ella una posi­bilidad abstracta, sino una alternativa
siempre presente. La repre­sión de que ha sido objeto este pensamiento mate-
rialista con­secuente de Rosa Luxemburg en la historia del movimiento obrero
me parece a mí uno de los motivos por los que en Alemania el pensamiento
marxista no comprendiera a fondo la inminente catástrofe de 1933.
Sin un entramado de espontaneidad, sin una ruptura con concep­tos ya da-
dos previamente, de esquemas y conductas organizadas, no es posible un pen-
samiento materialista, pero sí un pensamiento lógico-formal. Espontaneidad
era, en la filosofía clásica del idea­lismo alemán, el concepto opuesto a recep-
tividad, al inevitable impacto de una percepción sensible; espontaneidad es el
pensa­miento organizado, actividad del sujeto en el proceso del pensa­miento-
trabajo y esfuerzo del concepto. Uno de estos «momentos» debe tener cabida
en toda teoría dialéctica de la sociedad. La clase burguesa puede manipular la
espontaneidad, puede crear pretextos para movilizar a las masas, puede traer
cosas nuevas al mercado como propaganda. Pero en el seno de una opinión
pública prole­taria este factor de la espontaneidad significa algo cualitativa-
mente distinto. Cuando Rosa Luxemburg dice que libertad es siempre libertad
del que piensa de otra manera esto no es una vuelta al liberalismo, sino un
elemento de una opinión pública proletaria que no puede limitarse a repro-
ducir y aclamar decisiones, progra­mas dictados, direcciones de pensamiento
que han sido fijadas. El otro, el que piensa de otro modo, el no convencido de
la causa del socialismo, pero que, por razón de su situación, es susceptible de
comprenderla, este otro, en sus múltiples formas, no es algo que se pueda eli-
minar del mundo con la simple violencia; consti­tuye, más bien, la resistencia,
la ley de gravedad de las relaciones materiales con que tiene que enfrentarse
toda teoría marxista si no quiere caer en una ontología completamente abs-
traída de esas relaciones materiales o en una coacción idealista del sistema

58 RECOPILACION DE TEXTOS
en que solo puede ser subsumido lo homónimo, es decir, donde predomina,
en el fondo, el principio de la unificación.
La independencia con respecto a las directivas del partido, que fijan decisi-
vamente lo que es verdadero o falso, importante o casual históricamente, vale
también, y de forma especial, para la configuración de la teoría misma. Ya En-
gels destacaba, en una carta escrita el 1 de mayo de 1891 a Bebel, la autonomía
del trabajo teórico con respecto al partido, autonomía que para Rosa Luxem-
burg era un elemento natural del pensamiento marxista. Cito esta larga carta
porque en ella se evidencia cómo el modo de producción teórico de la clase
obrera no se identifica, en abso­luto, con las resoluciones del partido, sino que
tiene por el con­trario que conservar, con respecto al mismo, un cierto grado
de autonomía, de consciente libertad de movimiento, para poder cum­plir a
largo plazo incluso su función dentro del partido, en la lucha de emancipa-
ción del proletariado. Dice Engels: «Desde que habéis intentado impedir por
la fuerza la publicación del artículo (un artículo que no estaba de acuerdo con
la opinión sustentada por la dirección del partido, O. N.) e hicisteis llegar a Die
Neue Zeit amenazas de que, en caso de reincidencia, acaso seria tam­bién ab-
sorbido por el partido y sometido a censura, en este caso se me apareció bajo
una luz muy peculiar el hecho de que el partido se esté haciendo con la totali-
dad de vuestra prensa. ¿En qué os diferenciáis, entonces, vosotros de Puttka-
mer [78], si introdu­cís en vuestras propias líneas una ley antisocialista?[79] A
mí, per­sonalmente me da casi lo mismo, ningún partido en ningún país pue-
de condenarme al silencio cuando estoy decidido a hablar. Pero yo quisiera
haceros pensar si no haríais mejor en ser algo menos sensibles y, en el actuar,
algo menos... prusianos. Vosotros —el partido— necesitáis de la ciencia socia-
lista, y esta no puede vivir sin libertad de movimiento. Las contrariedades hay
que sa­berlas encajar, y lo mejor es hacerlo con compostura, sin ponerse a dar
respingos. La tensión —por no hablar de un abismo— entre el partido alemán
y la ciencia socialista sería un infortunio y una vergüenza sin igual. Es lógico
que la dirección, que tú perso­nalmente, tengáis y conservéis una importan-
te influencia moral sobre Die Neue Zeit y todo lo demás que aparezca. Pero
esto puede y debe bastar. En el Vorwärts se hace gala siempre de la intangi-
ble libertad de discusión, pera no se nota mucho. No os podéis ni imaginar
qué impresión le causa a uno, aquí en el ex­tranjero, esta propensión a adoptar
medidas de fuerza, aquí, en un país donde se está acostumbrado a ver cómo
se piden cuentas a los lideres más viejos del propio partido (por ejemplo, al
go­bierno conservador por parte del Lord Randolph Churchill). Y luego, no de-
béis olvidar que la disciplina no puede ser igual de rígida en un gran partido
que en una pequeña secta y que la ley antisocialista que unió a lassalleanos y
eisenchianos [80] (unión que según Liebknecht, se consiguió con su magnifico
programa) y que hizo necesaria una estrecha cohesión de ese género, ya no
existe»? [81]
De ningún modo puede pasarse por alto el hecho de que sin un cierto gra-
do de autonomía de producción teórica es imposible la creación de una teo-
ría marxista. La ruptura del vínculo entre es­pontaneidad y organización en el
pensamiento, cosa que la ma­yoría de las veces sucede en interés del control,

ROSA LUXEMBURGO HOY 59


es fatal para las experiencias teóricas, vivas y palpitantes. Es digno de señalar
el que Lenin caracterice con precisión, sobre todo en sus comenta­rios a la Ló­
gica de Hegel, este vínculo en su teoría, tratado por él en torno a las cuestiones
de organización (no pudiendo, evidente­mente, verificarla por los condicio-
namientos históricos en que actuó); pensar dialéctico es en sus comentarios
precisamente la síntesis de espontaneidad y organización, prescindiendo
de la confirmación continua que hace Hegel de conceptos tales como «uni­
dad viva, concreta, orgánica», «actividad y desarrollo inmanentes», «camino
que se autoconstruye», etc. El que lea atentamente los comentarios que Le-
nin hace sobre Hegel, podrá constatar con­tinuamente que está sobre todo de
acuerdo con Hegel cuando se trata de la espontánea autoorganización de los
pensamientos, es decir, de algo que no se trae a las cosas desde fuera, con sim-
ple violencia. La totalidad concreta se apoya, a diferencia de la abs­tracta, en el
automovimiento espontáneo, inmanente, de las cosas y de las relaciones, el
cual no hace más que reflejarse bajo múltiples aspectos en el pensamiento. La
espontaneidad como in­mediatez reflejada es un momento central de la praxis
social y, por ello, criterio con que medir el contenido de verdad de una teoría.
Lo general-concreto entraña la riqueza de lo particular, individual. No es, por
tanto, una casualidad el que tanto Rosa Luxemburg como Lenin recurran, en
la descripción de estos procesos del automovimiento, a Hegel, En el fondo de
las cosas, bajo la superficie, Rosa Luxemburg ve cómo «sigue avanzando día a
día y hora a hora en silencio, el gran trabajo de topo de la revolución» [82].
Hoy tenemos que empezar a pensar de un modo nuevo y más in­tenso, en
sentido histórico. Los esquemas ahistóricos, derrotas que vienen transforma-
das en modelos para futuras victorias y que han tomado el carácter de feti-
ches, no hacen avanzar ni teórica ni prácticamente. Solo allí donde se pueda
comprender el pasado sin ninguna coacción legitimista podremos aprender
de él. Lo que separa a Rosa Luxemburg de Lenin, o lo que les vincula a am­bos,
no son simples errores intelectuales ni verdades universales; ambos están
determinados por la situación histórica y social en que se vieron obligados
a trabajar y pensar. Había entre los dos, evi­dentemente, un respeto mutuo e
intenso, precisamente por tener ambos una conciencia clara de la diversidad
de sus tareas his­tóricas.
Quisiera terminar con una referencia de actualidad: los jefes del golpe chi-
leno han declarado, hace unos días, que dejarán de nuevo el poder tan pronto
como reine el orden en el país. Un día antes de ser asesinada por oficiales ale-
manes, de quienes los militares chilenos no solo han heredado los cascos de
acero y las marchas, sino también la brutalidad y la cerrazón política, escribía
Rosa Luxemburg en un artículo titulado El orden reina en Berlín:

«La dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de


nuevo por las masas y a partir de las masas. Las ma­sas son lo decisivo, ellas son
la roca sobre la que se basa la vic­toria final de la revolución. Las masas han es-
tado a la altura, ellas han hecho de esta ‹derrota› una pieza más de esa serie de
derro­tas históricas que constituyen el orgullo y la fuerza del socialis­mo inter-
nacional. Y por eso, del tronco de esta ‹derrota»›florecerá la victoria futura. ¡El

60 RECOPILACION DE TEXTOS
orden reina en Berlín!, ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre
arena. La revolución mañana ya ‹se elevará de nuevo con estruendo hacia lo
alto› y proclama­rá, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y
seré!» [83].

(Traducción de Pedro Madrigal)

ROSA LUXEMBURGO HOY 61


ROSA LUXEMBURG
Y LA CUESTIÓN
NACIONAL
[84]
Georges Haupt: Nacido en 1928 en Transilvania (Rumanía), fue depor­tado
en 1943 a Auschwitz y Buchenwald y liberado en 1945, año en que ingresa en
el Partido Comunista rumano. Comienza sus estudios de historia en Bucarest
y en Leningrado, para ser nombrado más tarde director de la sección de his-
toria moderna de Instituto de Historia de la Academia de Ciencias de Bucarest
y profesor de la Escuela del partido. Tras las revelaciones del XX Congreso del
PCUS, emigra a Francia donde pide asilo político. En este país ha sido profesor
y jefe de estudios en el Departamento de Historia de los Movimientos Socia-
les en la École des Hautes Etudes en Sciences Sociales y director del Centre
d'Etudes sur l'URSS et l'Europe Céntrale, en París. Ha impartido clases en las
universidades de Wisconsin, Northwestern University, State University of
New York, y en las de Zurich y Berlín. Su principal actividad ha estado centra-
da en la investi­gación de la historia del socialismo internacional. Su repentina
y prema­tura muerte (acaecida en marzo de 1978) ha sido profundamente sen-
tida por todos aquellos que le conocían y por quienes han tenido ocasión de
cono­cer y leer parte de su labor y de sus trabajos de investigación.
Ha publicado, entre otras cosas: La Deuxième Internationale (París, 1964);
Socialism and the Great War (Oxford, 1972); Les marxistes et la question natio­
nale (una recopilación de textos, introducida conjuntamente con Michael Löwy)
(París, 1975), y en prensa actualmente De la Commune de Paris à Lénine. Ha
publicado igualmente diversos volúmenes de documentos: Correspondance
Lénine-Huysmans (París, 1963); Le Bureau Socialiste Internationale (1969) y Co­
rrespondance de Rosa Luxemburg (dos vols.; traducción castellana de próxima
aparición en Editorial Zero-ZYX, de Madrid).

ROSA LUXEMBURGO HOY 63


Georges Haupt

Abordar el tema «Rosa Luxemburg y la cuestión nacional» equivale bien a


demostrar lo evidente, bien a introducir notas discordantes en un ámbito pre-
suntamente armonioso. De un lado, el tema centrado en el análisis de las po-
siciones de Rosa Luxemburg con respecto a la cuestión nacional en el marco
del socialismo polaco ha sido extensamente abordado y tratado por sus bió-
grafos o sus exégetas a través de una interpretación de sus escritos. De otro,
por qué esconderlo, el tema ha sido abordado con frecuencia en términos de
proceso de intención, de juicio perentorio en el que se ha apelado a la Historia
en calidad de juez, la lista de sus errores elaborada mediante una utilización
descontextualizada de los escritos de Rosa Luxemburg, la polémica con Lenin
aportada como prueba y los méritos revolucionarios de Rosa Luxemburg in-
vocados como circunstancias atenuantes.
Si el primer camino ha abocado ya a un fracaso, a pesar de la persistencia
de divergencias considerables, la segunda vía desemboca en un callejón sin
salida; se hunde en arenas movedizas o sirve de profesión de fe, de paliativo
metafísico a la reflexión histórica o teórica.
Aquí se intenta plantear la problemática desde otra óptica: situar la trayec-
toria de Rosa Luxemburg en el largo y difícil proceso de desenterrar una cues-
tión durante mucho tiempo ajena o desatendida por el pensamiento marxis-
ta. Partimos de la premisa de que el desarrollo de la teoría marxista acerca de
la cuestión nacional no describe un movimiento lineal de enriquecimiento o
empobrecimiento, de sumas o restas. ¡Al contrario! A menudo condicionado
por las circunstancias, lleno de generalizaciones prematuras, marcado por
duras polémicas, el camino de esta elaboración teórica y política ha sido el
de una investigación colectiva en la que la clarificación y el avance de la pro-
blemática han pasado y pasan por divergencias profundas de interpretación,
por violentos enfrentamientos entre el dinamismo y el conservadurismo de
la ideología.
La dialéctica de esta polémica no se sitúa, sin embargo, solo en el nivel de
la ideología, sino en lo real, en el ámbito de la historia. Es ante la necesidad de
definir una actitud táctica y de adoptar una estrategia que han convergido los
intentos de conceptualización, que se han modificado o desarrollado, conser-
vado o adaptado las respuestas teóricas apenas esbozadas por los fundado-
res del marxismo a partir de las cuales se ha llevado a cabo la actividad de los
marxistas de la II Internacional.
Más allá de las divisiones que existen en la visión histórica y la estrategia del
pensamiento postmarxiano, los marxistas de la época de la II Internacional
siguen planteando la cuestión nacional en términos históricos y no metafísi-
cos, lo que explica sus respectivas aportaciones a esta elaboración colectiva. Y
es precisamente en la confrontación con lo real, a menudo bajo la presión de
los acontecimientos, que el pensamiento marxista, desbordando el marco y la
temática de Marx y Engels, acabó por otorgarle un lugar y un estatus teórico
autónomo en el corpus mismo del marxismo.

64 RECOPILACION DE TEXTOS
La aproximación que nosotros proponemos trasciende forzosamente el
mero análisis de los textos de Rosa Luxemburg. Confesamos que un trabajo
de este tipo sigue siendo difícil. La historia de las elaboraciones marxistas en
torno a la cuestión nacional solo se conoce de forma fragmentaria o bajo una
óptica muy particular. Incluso los textos esenciales han sido utilizados solo
parcialmente, su significado a menudo deformado, y no hablemos ya de los in-
numerables documentos y aspectos que siguen sin conocerse. Se ha otorgado
una prioridad absoluta a lo que constituye, de alguna manera, un punto de lle-
gada y no un punto final, como son los textos de Stalin o de Lenin, con lo que se
olvida o se ignora un hecho central: las elaboraciones teóricas de ambos, que
se sitúan en la víspera de la Primera Guerra Mundial, se beneficiaron de un
camino largo y difícil que había realizado el traslado del tema de la periferia
al centro, traslado tanto en función de la maduración del pensamiento mar-
xista como de la del fenómeno nacional, de su explosión, de su avance a partir
de 1848. Además, no es posible silenciar el hecho de que en esta elaboración
colectiva un papel de punta, de pionera, corresponde a Rosa Luxemburg. La
misma cronología de sus escritos sobre la cuestión nacional (1893-1897, 1902,
1906, 1908-1909, 1915, 1918) es indicativa del lugar que ocupa en los esfuerzos
del pensamiento marxista por superar las múltiples dificultades que conlleva
la comprensión de la realidad dinámica y compleja implícita en el término de
«cuestión nacional».
El estudio de la evolución del pensamiento marxista sobre la cuestión na-
cional en la época de la II Internacional puede ordenarse, en efecto, en tor-
no a tres momentos centrales, que son a la vez etapas sociohistóricas y esta-
dios teóricos:
1. Final del siglo XIX: período de arranque, de ruptura, en que se inicia la
investigación.
2. Cambio acelerado por el seísmo de la revolución de 1905, período en el
que se producen profundas mutaciones en la esfera ideológica y en el plan-
teamiento del problema.
3. Cambio fundamental en el planteamiento de la cuestión en vísperas y
durante la Primera Guerra Mundial, cuando desborda el marco organizati-
vo y táctico para situarse en la perspectiva de la estrategia en función de la
dinámica de los movimientos nacionales y de su relación con la revolución
socialista.
En el presente artículo no nos proponemos ni mucho menos llevar a cabo
la ambiciosa tarea que pudiera desprenderse de nuestra posición. Solo pre-
tende sacar a la luz algunos puntos cruciales que se prestan a controversia,
sin el menor deseo de agotar las cuestiones planteadas. [ ... ]

ROSA LUXEMBURGO HOY 65


I. UN DEBATE SIGNIFICATIVO

La forma como la cuestión nacional irrumpe en el seno de la II Internacio-


nal en vísperas de su IV Congreso convocado para el 28 de julio en Londres,
y la óptica bajo la cual se impone, influyeron en el enfrentamiento, hasta el
punto de falsear los datos, de hacer confusas y complicadas las posibles so-
luciones o salidas. En marzo de 1896, en el Congreso de Londres, la Unión en
el extranjero de los socialistas polacos puso en primer plano una moción que
reivindicaba el restablecimiento de una Polonia independiente como uno de
los objetivos fundamentales del proletariado internacional. Para obtener el
respaldo de los más eminentes representantes de la Internacional, el PPS [85]
hizo vibrar la cuerda de las simpatías tradicionales hacia Polonia. La reacción
inmediata de la SDKP fue impedir que esta plataforma del PPS obtuviera «la
sanción, de tantísima importancia, contra la que habrían fracasado todos los
intentos de crítica en las filas de los socialistas polacos» [86], la contraofensiva
dirigida por Rosa Luxemburg adoptó la forma de una polémica violenta en la
que «prevalecen los argumentos de carácter puramente político y táctico», y
en la que las sutilezas teóricas no tenían cabida.
Con esta controversia viva y apasionada «a propósito de las tendencias so-
cialpatriotas en el seno del socialismo polaco», impulsada a raíz del análisis
de Rosa Luxemburg de marzo de 1896 en la prestigiosa Neue Zeit y que se ex-
tendió rápidamente al conjunto de la prensa socialdemócrata alemana, y más
tarde a la italiana, «se abrió una significativa discusión en torno a la cuestión
nacional en el socialismo», según la pertinente constatación de Hans-Ulrich
Wehler [87]. Significativa, pero también reveladora en muchos aspectos. Reve-
ladora del estado de ánimo predominante en la II Internacional, del horizonte
mental del socialismo a finales de siglo y, en especial, de la óptica de que par-
tían los marxistas, de los condicionamientos a que estaban sometidos, de las
metas que se habían trazado en el plano nacional.

I. a. LOS OBJETIVOS DE ROSA LUXEMBURG

El hecho de que «la resolución polaca, superflua, pero anodina», según el


comentario de Adler [88], y el tema de la restauración de Polonia, cargado de
elementos pasionales, consiguieran, a pesar, de las reticencias, abrir un de-
bate de tal amplitud, significaba que el momento era efectivamente propicio,
maduro, para iniciar una revisión inevitable, cuya idea se había estado ceban-
do ya desde hacía una década en ciertos teóricos marxistas. Había estado en
el aire ya desde 1881 en los medios cercanos a Engels y sugerido por aquellos

66 RECOPILACION DE TEXTOS
considerados como los más eminentes representantes de la joven generación
marxista, Bernstein y Kautsky, quienes habían intentado tímida y respetuo-
samente convencer a Engels de que revisara «sus posiciones de 1848», espe-
cialmente las relativas a los eslavos del sur y a Polonia.
Por sus orígenes, sus experiencias, sus afinidades políticas, Kautsky esta-
ba sensibilizado hacia la problemática nacional, y entrevió de forma intuitiva
los cambios que se estaban operando. Su estudio sobre «La nación moder-
na», aparecido en 1887 en la Neue Zeit, fue un ensayo pionero que proporcio-
naba una explicación, un análisis coherente. Constituyó durante veinte años
la única elaboración teórica sobre el tema y sus tesis, que Rosa Luxemburg
suscribía, fueron consideradas como el punto de vista marxista autorizado,
ortodoxo, en la materia. Kautsky se dio cuenta con lucidez de la nocividad de
las posiciones «superadas y paradójicas» mantenidas por las autoridades de
la socialdemocracia y sobre todo por Wilhelm Liebknecht. «Su concepción de
la cuestión nacional está superada», constata con frecuencia Kautsky a pro-
pósito de las tomas de postura de Liebknecht —considerado como el gran de-
fensor de la política nacional de Marx—. Pero se limita a avanzar sus críticas,
sus objeciones y sus sugerencias a sus amigos y solo emprende la revisión
indispensable de forma gradual y a través de un tercero, es decir, a través de
la política de Adler o de la pluma de Bernstein. El contencioso austriaco, cuyos
pormenores Kautsky conocía bien, también le aconsejaba prudencia. Preo-
cupado por el peligro de ver avivadas las pasiones nacionales en el interior
de su partido, Adler había frenado conscientemente el debate en torno a este
tema tan explosivo. Victor Adler era, además, uno de los pocos dirigentes so-
cialdemócratas que fue, por aquel entonces, consciente de la importancia y
de la amplitud que revestía la cuestión nacional, pero también del hecho de
que este problema abocaba a su partido a un callejón sin salida; renunció a
enfrentarse a él en favor de un imperativo que le parecía prioritario y decisi-
vo: mantener la unidad tan difícilmente conquistada, evitar comprometer el
precario equilibrio interior entre los distintos componentes nacionales. Sin
compartir enteramente sus temores, Kautsky se abstuvo de contrarrestar
los esfuerzos de aquel a quien reconocía sentido político y habilidad táctica
sin igual.
Fue precisamente Adler el que se opuso decididamente a la iniciativa de
Rosa Luxemburg y el que consideró peligrosas «estas consideraciones tan in-
tempestivas», aparecidas además en la Neue Zeit. Frente al descontento del
Partido Socialdemócrata de Galizia [89], pidió a Kautsky «salvar lo que esta
oca doctrinaria ha estropeado... Unos apagan el fuego, otros lo reavivan». En
el debate Kautsky no apagará el fuego, sino que tratará de circunscribir «el
embrollo».
Rosa Luxemburg asumió de alguna manera «el compromiso de la concien-
cia con el impetuoso proceso histórico», la conciencia siendo, en este caso
preciso, el coraje. Ella inició inmediatamente y con pasión lo que el «teórico
prudente» Kautsky había rehusado asumir públicamente. El debate desenca-
denado por ella no tenía como objetivo al PPS solamente; ponía también en
cuestión, sin términos medios, a todos aquellos que sostenían concepciones

ROSA LUXEMBURGO HOY 67


y posiciones tradicionales, a las autoridades de la Internacional, desde Lie-
bknecht hasta Plejánov. Rosa Luxemburg se enfrentaba, de hecho, a las ideas
expresadas por Engels tan solo cuatro años antes, cuando había explicitado su
convicción de la necesidad de una pronta restauración de Polonia.
Ella no temía enfrentarse ni a las tradiciones ni a sus defensores. Pero era
consciente de los prejuicios que jugaban contra ella: tenía veinticinco años,
era mujer, militante polaca sin apoyo en la poderosa socialdemocracia ale-
mana; en la Internacional, solo se la conocía por un hecho negativo: el recha-
zo de su mandato para el Congreso de Zurich; sus adversarios la calificaban
de «persona pedante y belicosa», «que apela a Marx y a Engels para deformar
su pensamiento», y sus acusaciones de «socialismo desvirtuado en nacio-
nalismo» eran consideradas como meras «calumnias pérfidas» «chismes de
intrigante».
Sin embargo, su audacia tuvo un efecto de choque: desencadena el meca-
nismo. Sobre todo, implica a Kautsky. En un primer movimiento, el redactor de
la Neue Zeit intenta eludir una toma de postura irreversible y pasar la respon-
sabilidad a Bernstein, antes de introducir en el terreno desbrozado por Rosa
Luxemburg los análisis madurados durante quince años (o, según el comen-
tario irónico e injusto de Rosa Luxemburg, Kautsky «se vio en esta ocasión
en la necesidad de crear con sus propias fuerzas toda una teoría para poder
apoyar el programa de reconstrucción de Polonia») [90]. Con la entrada en liza
de Kautsky, el debate se vio ampliado en sus dimensiones y en su audiencia, si
bien a expensas de las tesis defendidas por Rosa Luxemburg. Solo la autoridad
reconocida de «este célebre representante del marxismo» pudo conferir al in-
tento de revisión el peso y la importancia requeridas. Su artículo, aparecido
en vísperas del Congreso de Londres, permitió en cierto modo cerrar el deba-
te en torno a Polonia y su punto de vista sería considerado como conclusión.
No hubo réplica por parte de Rosa Luxemburg a pesar de las críticas a que se
vieron sometidas sus tesis: la forma como el Congreso enterró la moción del
PPS, objeto inmediato de la disputa, la satisfacía en el plano táctico. Pero sobre
todo se dio cuenta de que en el plano internacional, «después del Congreso de
Londres, el debate en torno al tema de la reconstrucción de Polonia ha perdi-
do actualidad y valor» [91]. Desde ese momento, Rosa Luxemburg prolongaría
el enfrentamiento sobre la cuestión nacional a través de la polémica suscita-
da por la cuestión de Oriente y la política de los socialistas, que había vuelto
a ponerse en primer plano bajo la presión de los movimientos nacionales de
los pueblos cristianos del Imperio otomano (la cuestión cretense y armenia).
Debate de envergadura que adquirió una amplitud y una audiencia con-
siderables. La prensa socialista occidental —alemana, inglesa, francesa— se
convirtió en la plataforma de vivas polémicas con respecto a las posiciones
tradicionales, las de «Bax, Liebknecht, Hyndman», que seguían viendo en los
movimientos nacionales del sureste europeo tan solo «la obra del ‹rublo itine-
rante›» y defendiendo la integridad de Turquía como «en la época de la guerra
de Crimea» (Kautsky) [92]. En el campo marxista, la crítica de la posición de
Liebknecht fue emprendida a la vez, pero de manera independiente, por Rosa
Luxemburg y por Eduard Bernstein. La primera, a quien Liebknecht había ne-

68 RECOPILACION DE TEXTOS
gado las columnas del Vorwärts, se expresó a través de la Sächsische Arbeiter­
zeitung, mientras que Bernstein, inspirado incluso por Kaustky, publicaba en
la Neue Zeit. Pero la crítica sería el único punto en común entre ambos. En su
artículo, posterior al de Rosa Luxemburg, Bernstein basaba sus argumentos
en la simpatía humanitaria hacia «las naciones civilizadas» en términos que
habían merecido la reprimenda de Engels. Por su espíritu, el artículo de Ber-
nstein se inscribía perfectamente en la línea de Liebknecht y de una visión
ético-liberal, en tanto que la intervención de Rosa Luxemburg aspiraba a res-
taurar la posición marxista sobre la cuestión nacional.
Aparentemente, Rosa Luxemburg defiende posiciones contradictorias en
estos dos momentos del debate. En el caso polaco, se niega a admitir la vali-
dez de los objetivos nacionales y, en el caso de los pueblos balcánicos, aboga
en favor de su independencia. En realidad no hay ni incoherencia ni contra-
dicción en sus posiciones. Las tesis expuestas en estas dos series distintas de
artículos forman un todo indivisible. Este segundo polo del debate, la cuestión
de Oriente, a menudo minimizado o considerado fuera de lugar, revela de he-
cho el alcance y los objetivos generales de la polémica que ella provoca sobre
la cuestión nacional, delimita los objetivos; a través de las articulaciones de
su posición aplicada a dos situaciones concretas, se configura su concepción
fundamental de la cuestión nacional.

I. b. LAS ARTICULACIONES DE LA POSICIÓN


DE ROSA LUXEMBURG

La coherencia, es decir, la unidad orgánica del discurso de Rosa Luxemburg


en los debates de los años 1895-1897, parece poder ordenarse en torno a tres
componentes: 1) la revisión fundamental de posiciones tácticas ya superadas;
2) la crítica de las visiones «utópicas» o residuales en el pensamiento socia-
lista: 3) el intento de homogeneizar las concepciones de la socialdemocracia
acerca de la cuestión nacional, para definir «una posición unitaria basada en el
internacionalismo proletario». La revisión se refiere a dos aspectos concretos:
1. Las opiniones comunes al socialismo europeo occidental sobre las rela-
ciones internacionales. El fin perseguido es esclarecer las mutaciones ocu-
rridas en ese plano y poner de manifiesto los nuevos datos sobre los que debe
articularse la política internacional del socialismo. La revisión consiste en una
«crítica de las posiciones tradicionales sobre Rusia» con el fin de neutralizar
la rusofobia que falsea todo juicio y sustituir la imagen superada de «la Rusia
patriarcal de Nicolás I por la idea de la Rusia moderna, capitalista, la Rusia del
proletariado en lucha».
2. «Las concepciones envejecidas de Marx», las apreciaciones ya caducas.
La situación había sido perfectamente resumida por Kautsky: «Tanto sobre la
cuestión de Oriente como sobre la de Polonia, soy de la opinión de que la vieja
posición de Marx es ya insostenible —lo mismo que su posición con respecto

ROSA LUXEMBURGO HOY 69


a los checos. Sería completamente no marxista cerrar los ojos ante los hechos
y persistir en el punto de vista ya superado de Marx» [93]. Premisa indispensa-
ble para recuperar los principios, las líneas directrices, la posición marxista,
del fárrago de lo circunstancial era la de terminar con la absolutización de las
tradiciones, con la elevación a dogma de las apreciaciones circunstanciales
de Marx y de Engels. Así pues, según la definición de Rosa Luxemburg, era ne-
cesario «revisar las viejas ideas de Marx sobre la cuestión nacional para dar
libre acceso a los principios de la teoría marxista sobre el movimiento obrero
polaco» y para poder «aplicar el método y los principios fundamentales de la
doctrina marxista» [94].
La afirmación del método que «no se deja influir en absoluto por fórmulas
abstractas sino únicamente por las condiciones reales de cada caso concre-
to» [95], pasa obligatoriamente por la crítica de las ilusiones nostálgicas, de las
nociones abstractas, que «no tienen ningún vínculo con el socialismo o con
la política obrera» [96]. Ello equivale para Rosa Luxemburg, en primer lugar,
a precisar el sentido, el alcance del concepto-clave, el principio del derecho
de las naciones a disponer de sí mismas. «Principio reconocido por el socia-
lismo», y que se deriva de «sus principios fundamentales», se convierte, una
vez convertido en derecho absoluto, en una fórmula metafísica y vuelve, en
el plano ideológico, a sus orígenes, a «una paráfrasis del viejo eslogan del na-
cionalismo burgués de todos los países y de todos los tiempos» [97]. Y es en
la actitud adoptada frente al principio del derecho de las naciones a dispo-
ner de sí mismas donde cristalizan, según Rosa Luxemburg, las divergencias
fundamentales entre los socialistas, internacionalistas o socialpatriotas, en-
tre una visión marxista y una visión liberal-humanista. A una interpretación
ético-liberal, Rosa Luxemburg opone un enfoque de clase capaz de abordar el
fenómeno nacional en su historicidad a través de la dinámica concreta de las
condiciones y de los intereses de la lucha de clases.
¿Cuáles son las premisas de este enfoque? ¿Cuáles sus consecuencias tác-
ticas? Los textos de Rosa Luxemburg de los años 1895-1897 se prestan a inter-
pretaciones contradictorias. Según la interpretación de J. P. Nettl —interpre-
tación habitual— Rosa Luxemburg habría avanzado, para apoyar sus tesis, el
axioma de «la incompatibilidad ante las aspiraciones nacionales y las socia-
listas», y habría reducido la consigna de la autodeterminación a un «síntoma
de oportunismo que liga el socialismo al carro del enemigo de clase» [98]. Este
punto de vista postula una generalización de las tesis defendidas por Rosa
Luxemburg para el caso de Polonia. Pero no corresponde a la concepción de
Rosa Luxemburg, a su manera de plantear globalmente la cuestión.
Ella no razona en términos de compatibilidad entre aspiraciones naciona-
les y socialistas, como tampoco es el caso que se plantee la no-conciliación,
en lo político, entre el factor nacional y el factor de clase. Hace suyas, de for-
ma rígida, las premisas fundamentales de Marx, partiendo de una distinción
entre el derecho y la necesidad, entre el principio y la consigna de autodeter-
minación. En la medida en que el fenómeno nacional no es unívoco, en esta
misma medida aquel principio no es universal, no constituye un objetivo en sí
mismo; no reviste para la socialdemocracia sino un valor táctico, una función

70 RECOPILACION DE TEXTOS
histórica limitada. Esta tesis cardinal de Rosa Luxemburg se desprende de su
axioma general: son las posiciones de clase y no las posiciones nacionales las
que constituyen el fundamento de la política socialista y determinan la ac-
titud en torno a la cuestión nacional. El objetivo central de la clase obrera a
propósito de la cuestión nacional se deduce de la finalidad del proletariado
y las soluciones vienen subordinadas a las exigencias de la lucha de clase. En
Polonia, incluir la idea del Estado nacional en el programa socialista no co-
rresponde a los intereses del proletariado, entra incluso en conflicto con ellos.
El primer punto de la homogeneización de las concepciones socialistas re-
side, pues, para Rosa Luxemburg, en la definición de una actitud de principio
que consiste en abordar la cuestión nacional desde el punto de vista de cla-
se. «Para la socialdemocracia, la cuestión de las nacionalidades, como todas
las demás cuestiones sociales y políticas, es ante todo una cuestión de interés
de clase», precisa en 1908 [99], resumiendo así su posición fundamental. Las
aspiraciones nacionales deben, por tanto, ser juzgadas y zanjadas en cada si-
tuación concreta a partir de estas posiciones de principio, lo que supone ac-
tuar de acuerdo con «el método y el espíritu de Marx, tomando siempre como
punto de partida los fenómenos históricos concretos de un período determi-
nado», según la justa constatación de Nettl [100]. La posición de principio no se
identifica con las tomas de postura de los fundadores del socialismo científico
históricamente superadas, sino que se define «a partir del punto de vista del
socialismo científico»; del mismo modo que la política nacional del socialis-
mo tampoco puede articularse sobre un fondo de tareas cumplidas o supe-
radas, sino sobre las nuevas tareas políticas que han surgido y que deben ser
asumidas en función de la correlación de fuerzas cambiantes, en función de
las mutaciones ocurridas que reflejan tendencias generales del desarrollo del
capitalismo y las contradicciones que de él resultan.
El punto de vista socialista sobre la cuestión de las nacionalidades depende
ante todo de las circunstancias concretas «que difieren sensiblemente de un
país a otro», de la especificidad de las contradicciones; la política a que obli-
ga, la actitud a adoptar, no pueden ser sino tácticas, no se identifican con una
posición de principio. Ya que «en cada país la cuestión de las nacionalidades
varía con el tiempo, y ello debe obligar a una consecuente modificación en la
valoración de estos fenómenos» [101]. Ella no formula con claridad estas exi-
gencias metodológicas subyacentes hasta 1908; pero ya las tiene en cuenta
en 1897 cuando intenta definir los criterios que deben guiar a los socialdemó-
cratas en su consideración de las aspiraciones nacionales y en su actitud di-
ferenciada hacia los movimientos nacionales. Rosa Luxemburg hace una dis-
tinción entre a) el principio que consiste «en estar siempre de parte de toda
aspiración a la libertad»; y b) los «intereses prácticos de la socialdemocracia».
Dos criterios complementarios que no pueden coincidir en todos los casos,
siendo el segundo el determinante.
¿Por qué surgen la no-concordancia y la contradicción? Porque la realidad
de la cuestión nacional y la de los movimientos nacionales, el contenido de
las aspiraciones nacionales, cambian en función de las relaciones específicas
de clase. La aspiración a la independencia nacional no expresa forzosamente

ROSA LUXEMBURGO HOY 71


un mismo tipo de fenómenos, no reviste un carácter idéntico ni un alcance
que trascienda las condiciones históricas y los intereses de clase; del mismo
modo que la lucha nacional no es siempre la forma que mejor corresponde a
la lucha de liberación, no es siempre el medio de hacerla avanzar. Por estas
razones, el problema en los Balcanes, en Europa Central y en la Europa del
Este se plantea de forma distinta, puesto que no hay en ellos ningún tipo de
homogeneidad entre las condiciones históricas y las realidades económicas
que prevalecen en ellos.
Así, en el caso de los movimientos nacionales en Turquía, los principios y
los intereses prácticos de la socialdemocracia coinciden. Los movimientos
nacionales asumen allí, en una vasta región de Europa, la tarea de desarro-
llar las fuerzas productivas, tarea hasta aquel momento imposible, cerrada.
La liberación nacional de los pueblos cristianos oprimidos es condición nece-
saria para el progreso social que solo puede realizarse con la conquista de su
independencia. El que Estados nacionales sustituyan a un Imperio «decrépito
y podrido» corresponde perfectamente a las exigencias del desarrollo econó-
mico y social de los Balcanes, es la premisa indispensable para el desarrollo
del capitalismo y para la aparición del movimiento obrero. Al mismo tiempo,
y paralelamente, la liberación de los pueblos balcánicos oprimidos significa
un progreso en la constelación política internacional, dado que el proceso de
desintegración del Imperio otomano conlleva al debilitamiento de las posicio-
nes estratégicas de las grandes potencias y, más concretamente, va en contra
de los intereses y los objetivos de dominación de Rusia en el sureste europeo.
Por el contrario, Polonia había llegado a ser, para Rosa Luxemburg, el ejem-
plo-tipo de la no-coincidencia y del conflicto de ambos criterios. La aspiración
a la independencia ha dejado aquí de ser una reivindicación revolucionaria:
ya no corresponde a la necesidad del desarrollo social. Ya no se identifica tam-
poco con los intereses estratégicos del socialismo internacional. Pues Polonia
ha dejado de ser «el bastión de Europa contra el zarismo» y el eslogan de su
restauración ha dejado de representar una estrategia global y coherente para
convertirse en algo retórico que esconde en realidad, el hecho de la sustitu-
ción del socialismo por el nacionalismo, por lo que el PPS intenta entorpecer
la lucha de clases. El lugar privilegiado que la cuestión nacional polaca sigue
ocupando en la Internacional, la reivindicación de su independencia erigida
en principio, en objetivo prioritario del proletariado, no es ya en realidad más
que un concepto ideológico, calcado del «derecho liberal a la autodetermina-
ción reforzado por las antipatías hacia Rusia» [102].
Polonia se ha convertido en un aspecto particular del problema general
de la cuestión nacional. Polonia pertenece, al igual que Alsacia-Lorena y Bo-
hemia, a ese grupo de regiones dominadas que están, sin embargo, integra-
das dentro de grandes conjuntos a raíz del desarrollo de las relaciones capi-
talistas. Lo que obliga a una modificación fundamental en las premisas y en
la consideración misma de la cuestión nacional. Según los términos de Rosa
Luxemburg: «En todos estos casos, asistimos a un claro proceso contradicto-
rio de asimilación capitalista de los países anexionados con el dominante, lo
que condena las aspiraciones separatistas a la impotencia, y los intereses del

72 RECOPILACION DE TEXTOS
movimiento obrero nos fuerzan a luchar en favor de la unificación de las fuer-
zas y no de su fragmentación en luchas nacionales».[103] Desde ese momento,
los intereses prácticos del movimiento obrero constituyen el criterio único y
prioritario.
Así pues, a través de estos dos puntos del debate se concreta la trayectoria
orientada por la historicidad del concepto y de la realidad de las aspiraciones
y de los movimientos nacionales. Rosa Luxemburg basa sus juicios antinó-
micos en la especificidad de las contradicciones que determina la naturaleza
específica de la cuestión nacional en cada uno de los casos.

I. c. EL NÚCLEO DEL DEBATE: TÁCTICA Y


ORGANIZACIÓN

Para apoyar su tesis del cambio en la significación histórica de la cuestión


polaca y sus implicaciones para los objetivos del socialismo polaco y la polí-
tica internacional del socialismo, Rosa Luxemburg recurre a argumentos de
orden táctico, político, que se ordenan en torno al «análisis de la orientación
esencial del desarrollo social de Polonia» en el marco de las transformaciones
fundamentales que Rusia había conocido. Ya dentro de la esfera de desarrollo
del capitalismo europeo, convertida en epicentro de un desarrollo rápido del
movimiento obrero revolucionario, Rusia está minada por contradicciones
explosivas. En este proceso de desarrollo acelerado, la Polonia rusa en plena
expansión juega un papel de motor que demuestra menos «la vitalidad de la
nación polaca» (Engels) que los rasgos específicos de la vida social en Polonia
y el dinamismo de los cambios en el Imperio ruso.
Por otra parte, la burguesía polaca de las tres zonas ocupadas nunca había
reivindicado la independencia porque sus intereses, especialmente en la Po-
lonia rusa, habían estado desde siempre demasiado estrechamente ligados
a los del capitalismo del país ocupante como para sentir la necesidad de la
existencia de un territorio homogéneo donde ejercer su hegemonía. El pro-
letariado polaco no tenía, por tanto, ningún motivo para tomar como propio
un objetivo que nunca había sido el de la burguesía polaca, pues «si el proleta-
riado es capaz de restablecer el Estado de clase polaco a pesar de todas estas
dificultades —la de los Estados ocupantes y la de las tres burguesías polacas—
entonces también es capaz de hacer la revolución socialista» [104]. Las tenden-
cias del desarrollo capitalista habían creado un mecanismo económico único
y habían hecho a Polonia, más industrializada, orgánicamente dependiente
del mercado ruso y vinculada a él. Estas mutaciones obligaban, pues, al mo-
vimiento socialista polaco a establecer sus programas de acuerdo con «la im-
pecable lógica de la necesidad histórica». Ahora bien, esta necesidad histórica
era la revolución en Rusia, el derrocamiento del zarismo, condición necesaria
para la libertad de las naciones oprimidas. Los objetivos nacionales se veían,
por consiguiente, subordinados a los objetivos de la clase obrera convertida

ROSA LUXEMBURGO HOY 73


en el motor y la fuerza hegemónica de la lucha revolucionaria. La liberación
de las naciones oprimidas en Rusia pasaba y se realizaba por la lucha solida-
ria, unida, del proletariado ruso y polaco.
Este proceso de integración, que desde el punto de vista del progreso de
la lucha del movimiento obrero es un factor de desarrollo, define pues, los
intereses prácticos de la socialdemocracia. La dinámica de la lucha de clases
impone una estrategia unificadora que debe traducirse y realizarse en el pla-
no organizativo. La organización en tanto que praxis constituye para Rosa Lu-
xemburg el segundo pilar para la clarificación de principios, la matriz donde
se produce la homogeneización de las concepciones de la socialdemocracia
en torno a la cuestión nacional.
¿Cuál es el impacto del hecho nacional en la estructura organizativa? De
acuerdo con Rosa Luxemburg, las dos exigencias solidarias, tácticas y organi-
zativas, en el marco de las tareas prácticas inmediatas, imponen las opciones
y definen los intereses prácticos del movimiento obrero. La organización de
acuerdo con el principio nacional, tal como la reivindica «el socialpatriotismo,
sabotearía la lucha de clases y diluiría la lucha política compacta del movi-
miento obrero en una serie de luchas atomizadas y estériles» [105]. Provocaría
una revisión fundamental de la posición de la socialdemocracia internacio-
nal, un deslizamiento en el programa, en la táctica y en los principios orga-
nizativos, de posiciones puramente políticas y de clase a posiciones nacio-
nalistas. Lo esencial de su argumentación se resume en este párrafo: «Si los
polacos de las tres partes de Polonia se organizaran según el principio de las
nacionalidades para la liberación estatal de Polonia, ¿por qué no las diferen-
tes nacionalidades de Austria no podrían hacer los mismo?, ¿por qué los al-
sacianos no podrían organizarse conjuntamente con los franceses, etcétera?
En una palabra, la puerta abierta quedaría a las luchas nacionales y a las or-
ganizaciones nacionales. En lugar de organizar a los trabajadores en función
de datos políticos y estatales, se privilegiaría al principio de la organización
según la nacionalidad. En lugar de programas políticos de acuerdo con los in-
tereses de clase, se elaborarían programas nacionales. El sabotaje de la lucha
política unitaria del proletariado en cada Estado se vería consagrado desde el
principio por una serie de luchas nacionales estériles [106]. Este argumento
nos sitúa en el centro del problema en torno al cual se articularán las diver-
gencias y las divisiones entre los marxistas en los países donde se plantea la
cuestión nacional. En 1896, el problema queda circunscrito a la socialdemo-
cracia austriaca que, más por pragmatismo que por consideraciones ideoló-
gicas, adopta una posición diametralmente opuesta a la de Rosa Luxemburg
y estima que «las mejores condiciones prácticas para la organización de las
numerosas nacionalidades de Austria» residen en el principio de la federa-
lización de las organizaciones nacionales. Dos soluciones, dos opciones que
corresponden a tipos de relación diferentes entre las organizaciones socia-
listas de las naciones dominantes y las de las naciones dominadas en función
de la agudización del problema nacional y del grado de tensión alcanzado. Si
en Austria ha llegado a ser explosivo y se sitúa en el centro mismo de la lucha
política y social, en el Imperio ruso no reviste sino una importancia subalter-

74 RECOPILACION DE TEXTOS
na en relación con las grandes contradicciones sociales y políticas que harán
madurar la revolución de 1905.
Aquí, el trasvase de grupos u organizaciones aisladas a los partidos terri-
toriales o nacionales se lleva a cabo principalmente en las regiones occiden-
tales del Imperio, las que primero se han industrializado, donde la población
está constituida, en su mayoría, por la nacionalidad polaca y la judía. Si en la
Rusia propiamente dicha la diseminación de los centros industriales frena la
organización del naciente movimiento obrero a escala nacional, la geografía
económica del oeste del Imperio cataliza el proceso y posibilita ese objeti-
vo. Así, la SDKP y el PPS, los dos partidos socialistas polacos rivales, son muy
anteriores al POSDR (Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia), y el Bund, el
partido obrero judío fundado en 1897, es un elemento impulsor y constitutivo
del nacimiento del POSDR. Precediendo parcialmente al de la nación domi-
nante, el movimiento obrero de las nacionalidades del Imperio ruso contri-
buirá a plantear al POSDR la cuestión nacional en términos de una asociación
de las organizaciones surgidas en las distintas regiones. Además, con ocasión
del Segundo Congreso del POSDR, en 1903, es la SDKP (convertida desde 1900
en la SDKPiL) quien solicita que sean definidos los términos de su asociación
con el partido global.
Para Rosa Luxemburg el problema organizativo no se plantea en términos
de adaptación a las realidades y situaciones tácticas: reviste una importancia
cardinal, llega a ser la piedra de toque del internacionalismo. La alternativa
socialismo o nacionalismo queda reflejada en la alternativa de la organiza-
ción del movimiento obrero de las nacionalidades según el principio de cla-
se o según el principio de las nacionalidades. En el problema de organización
que ella plantea en 1896, Rosa Luxemburg parte de una corrección restricti-
va a la definición engelsiana del marco de lucha nacional necesario al movi-
miento obrero y de la distinción que ella opera entre marco de acción, tarea
política y marco organizativo. De acuerdo con su interpretación, la disolución
de la AIT en favor de «partidos organizados en cada Estado» fue motivada no
por una sensibilización hacia el factor nacional, sino por las «condiciones po-
líticas existentes» [107]: los partidos obreros, organizaciones nacionales sur-
gidas de esa forma, no toman en consideración la nacionalidad de un obrero
sino simplemente el marco político específico que representa la realidad del
Estado. El marco de acción no viene trazado, pues, en función de un Estado
nacional abstracto, la organización no se limita a las fronteras de las naciona-
lidades, sino que parte de las fronteras del Estado constituido. Rosa Luxem-
burg desplaza el acento del marco nacional (Estado nacional independiente)
en tanto que terreno de implantación, al marco fijado por el Estado capitalis-
ta existente, en tanto que terreno de acción y terreno de lucha. Esta realidad
determina las tareas políticas específicas en función de las particularidades
económicas, políticas e históricas de cada país, pero no afecta, no modifica
los principios que están en la base de la organización, ni la naturaleza del mo-
vimiento obrero que sigue siendo y debe seguir siendo internacional en su
esencia. Instrumento para llevar a cabo las tareas políticas, la organización
no es el producto del marco de acción, sino que se deriva del principio del in-

ROSA LUXEMBURGO HOY 75


ternacionalismo proletario. Pues no son las exigencias o las consideraciones
nacionales las que determinan los medios y los métodos de lucha ni en los
Estados nacionales ni en los multinacionales, sino la motivación de principio
del programa socialdemócrata. Lo que permitirá al movimiento obrero polaco
alcanzar sus objetivos en el campo nacional no es «la mezcla artificial de los
intereses de clase del proletariado polaco con las tradiciones nacionales» [108]
en base a una alianza entre socialismo y nacionalismo, sino solo una alianza
orgánica con el conjunto del movimiento obrero de Rusia.

I. d. LA CONTROVERSIA CON KAUTSKY

A través de la homogeneización de las concepciones y de las posiciones so-


bre la cuestión nacional, el debate va más allá de una ruptura con la mentali-
dad tradicional, y se llega a un enfrentamiento teórico en el seno del marxis-
mo en torno a cuestiones cruciales planteadas y dejadas abiertas por Engels.
El artículo de Kautsky con el título evocador de «Finis Poloniae?” [109] refuta
tanto a Rosa Luxemburg como se opone por razones de principio a la resolu-
ción del PPS.
Kautsky suscribe los dos objetivos de la posición de Rosa Luxemburg: la re-
visión de concepciones ya superadas sobre la cuestión nacional y la reeva-
luación del significado de la cuestión polaca para el socialismo internacional.
Admite que «el acontecimiento de un poderoso movimiento revolucionario
en Rusia tiene como efecto que el apoyo a la restauración de Polonia, y el de
la integridad de Turquía, dejen de ser una necesidad urgente para la social-
democracia de Europa occidental» (p. 491). Pero de ahí a concluir que la in-
dependencia polaca esté superada o sea utópica, es una vía por la que no se-
guirá a Rosa Luxemburg. Sus divergencias tocan un problema de fondo: el rol
del factor nacional en el desarrollo del movimiento obrero. Kautsky se opone
al rechazo obstinado de Rosa a transigir con la idea de Estado nacional, pero
también previene contra la amalgama que hace el PPS entre marco y objetivo
de la lucha, por medio de una fórmula un tanto elástica: «la independencia
nacional no está lo suficientemente ligada a los intereses de clase del proleta-
riado en lucha como para constituir una aspiración incondicional, defendible
en cualquier circunstancia» (p. 520). Pero en el caso de Polonia esta reivindi-
cación no es ni utópica, ni está superada, pues solo en una Polonia restaura-
da el socialismo adquirirá una influencia equiparable a su nivel de desarrollo.
Kautsky es categórico en rechazar la separación rígida que hace Rosa Luxem-
burg entre marco de implantación y marco de lucha, entre tareas políticas y
factor nacional. Kautsky considera una abstracción irreal la subestimación del
factor sentimiento nacional, puesto que «la comunidad de lengua constituye
un vínculo más sólido que la comunidad de acción en las luchas políticas» del
movimiento obrero en el interior de un mismo Estado (p. 521). La socialde-
mocracia no puede ni debe hacer abstracción del factor nacional. Así, en el
caso de Polonia, Kautsky percibe que el proceso endógeno de extensión de la

76 RECOPILACION DE TEXTOS
conciencia nacional deja de ser patrimonio de las capas reaccionarias, cam-
pesinas o pequeñoburguesas, y alcanza a la clase obrera. Y contrariamente a
lo que Rosa Luxemburg sostiene, que la clase obrera es impermeable a la idea
nacional o que esta desaparece en la comunidad de lucha, Kautsky afirma:
«cuanto más sólidamente arraigue la socialdemocracia en las masas, cuanto
más actúe sobre y por las masas, tanto más se dejarán sentir las diferencias
nacionales, con o sin programa socialpatriota» (p. 521). En otras palabras, la
socialdemocracia debe, en sus tareas prácticas, tomar en consideración esta
realidad del momento nacional en el seno del movimiento obrero, momento
que se impone como realidad objetiva.
Las divergencias entre Rosa Luxemburg y Kautsky no constituyen simple-
mente dos interpretaciones diferentes, dos puntos de vista opuestos: tradu-
cen ya en miniatura dos sensibilidades, dos concepciones del lugar a asignar
a la cuestión nacional en la praxis y en la reflexión teórica del movimiento
obrero. Sin embargo, las premisas ideológicas e históricas son idénticas. Como
escribe H. Mommsen, Rosa Luxemburg «tuvo el mérito de haber reconocido
la importancia y el alcance del problema nacional para el socialismo inter-
nacional mucho antes que la mayoría de la socialdemocracia alemana» [110];
Kautsky fue una de las primeras autoridades del marxismo en darse cuenta
no solo de la necesidad de tomar sus distancias con respecto a la herencia de
1848, sino también de la complejidad de sus implicaciones y de su peso para
el movimiento obrero. «Ya no resulta tan fácil para nosotros como lo fue para
los de 1848, para quienes los alemanes, los polacos, los húngaros eran los re-
volucionarios y los eslavos los reaccionarios. La entera situación muestra, por
el contrario, que no se puede entusiasmar a las masas de forma durable en
favor del socialismo sino allí y en la medida en que las cuestiones naciona-
les sean resueltas» [111]. Al igual que Rosa Luxemburg, Kautsky no alimenta
ilusiones sobre la posibilidad inmediata de que el movimiento obrero puede
plantearse esta hipótesis. Pues los Estados multinacionales, y en primer lugar
Austria-Hungría, «ruinas feudales y absolutistas incapaces de transforma-
ciones democrático-burguesas», habían llegado a un tal estado de cosas que
«no hay salida posible». Para Kautsky, «la sociedad burguesa tampoco tiene
ya la fuerza para acabar con los edificios más podridos, el Sultán, el zarismo,
Austria. Pero no podemos prever cuándo encontraremos la fuerza necesaria
para desmantelar las ruinas. Sin duda, tenemos que tener paciencia», escribe
a Adler [112].
Las divergencias entre Rosa Luxemburg y Kautsky se ponen de manifiesto
en la definición de las tareas que incumben al movimiento obrero y en la ac-
titud a adoptar. Para Rosa Luxemburg, la cuestión nacional pertenece a aquel
ámbito en que las «posibilidades concretas de realización superan las posibi-
lidades del proletariado» [113]. La socialdemocracia debe afrontado solamente
y en el momento en que se inscribe en el orden del día, en las contradicciones
y luchas políticas, cuando todos los partidos políticos se ven abocados a hallar
una solución a esta cuestión «en el marco de las tareas inmediatas a partir
de la política práctica» [114]. Este enfoque no se desprende de la naturaleza de
la cuestión nacional sino del momento de realización en el que se encuentra

ROSA LUXEMBURGO HOY 77


el movimiento obrero, momento en que debe someter «todas las tareas y to-
dos los objetivos a un examen crítico de sus posibilidades concretas de rea-
lización; aquellas que parecen superar las posibilidades del proletariado son
abandonadas a pesar del atractivo que puedan presentar» [115].
En Polonia, este es el caso de la reivindicación de independencia y, más glo-
balmente, de la problemática nacional. Por consiguiente, siendo intelectual-
mente seductor por las dificultades que plantea, es políticamente peligroso
e inoportuno lanzarse prematuramente a una elaboración teórica y política
que no puede pasar de generalidades, de utopía, alejándose, por esa razón,
de las tareas inmediatas. Además Rosa Luxemburg concibe sus tesis sobre la
cuestión nacional como una «reflexión histórica sobre la actualidad», según
la feliz fórmula de Nettl. Pues la naturaleza de la cambiante realidad histó-
rica de la cuestión nacional excluye la posibilidad de soluciones generales
o de generalizaciones prematuras. Para Rosa Luxemburg, concebir teórica-
mente el problema nacional equivale a clarificar y a unificar las concepcio-
nes, a formular los principios generales para poder asegurar «a la política de
la socialdemocracia una solución y un tratamiento de principio homogéneo».
Abordarlo políticamente consiste en afrontarlo en el plano práctico, en su ac-
tualidad. En Polonia, como tarea inmediata, debe ser resuelto en el plano en el
que directamente se plantea: la organización de clase.
Kautsky, en cambio, califica la manera como Rosa Luxemburg plantea el
problema de miopía política. El socialismo no debe renunciar a reivindicacio-
nes que pueden hoy aparecer como incompatibles, como el abandono de la
independencia de Polonia, ni rehuir enfrentarse a la cuestión nacional fuera
del marco improvisado por el movimiento obrero, porque supere las posibi-
lidades de realización del proletariado. «Nuestras reivindicaciones prácticas
se miden no por lo que tengan de realizables según la correlación de fuerzas
existente, sino por lo conciliables con el orden social existente y porque su
realización sea susceptible de facilitar la lucha de clase del proletariado y de
allanarle el camino que conduce a la dominación política [116]». Cierto, la solu-
ción del problema nacional escapa al proletariado, pero esto no significa que
se deban arrinconar las permanentes preocupaciones de la socialdemocracia
hasta el momento en que esta se vea obligada a afrontarlo en tanto que tarea
política inmediata. La socialdemocracia debe tener una política ofensiva; con-
cebir teórica y políticamente la cuestión nacional significa intentar contro-
larla: «ella [la socialdemocracia] debe estar en situación de intervenir en las
luchas nacionales con un programa que sea realizable en el contexto dado y
no con fórmulas de consuelo para el futuro» [117].
A través de la controversia Rosa Luxemburg-Kautsky, esta primera con-
frontación del socialismo con la cuestión nacional cambia de dimensiones y
significación. Más allá de una ruptura con la mentalidad tradicional y de un
esfuerzo por revisar legados embarazosos, desemboca en un enfrentamiento
que jalona la problemática marxista y afecta a las cuestiones fundamentales
que subyacen a los problemas con que se enfrenta el movimiento obrero en
esta fase de su desarrollo.

78 RECOPILACION DE TEXTOS
II. EL INTERNACIONALISMO
INTRANSIGENTE

El alcance del debate supera su punto de partida sin que por ello pueda jus-
tificarse en absoluto la importancia que le fue otorgada más tarde: la de un
giro definitivo a partir del cual el profundo significado político de los proble-
mas nacionales se habría comprendido y aclarado. La distorsión se produce la
víspera de 1914, en el momento de la polémica de Lenin con Rosa Luxemburg
a partir de la exégesis de la moción adoptada en el Congreso de Londres de
1896. Concebida en términos generales, redactada muy probablemente por
Kautsky, esta moción reafirma el reconocimiento del derecho de todas las
naciones a disponer de sí mismas y expresa la simpatía de la Internacional
«por los obreros de todos los países que se encuentran bajo un yugo militar,
nacional o cualquier otro despotismo» [118]. Significa indudablemente la vic-
toria del enfoque marxista sobre la visión ético-liberal de la solidaridad inter-
nacional. Texto de compromiso, debe más su existencia a las maniobras para
hacer fracasar un debate juzgado inoportuno que a un esfuerzo conscien-
te por clarificar posiciones de principio. Incorporada de manera expeditiva
por la Comisión IV del Congreso en el proyecto de resolución general sobre
la acción política, fue adoptada en medio de la incomprensión y de la indife-
rencia totales. Además, solo el original alemán lleva el término «Selbstbes-
timmungsrecht» [119], las variantes francesa e inglesa hablan de autonomía.
No-concordancia acerca de la quintaesencia misma de la resolución, que pa-
saría desapercibida durante muchos años, hasta ser recuperada por Lenin en
1913. De hecho, la confusión en la terminología obedece a la del concepto en
una época en que «independencia» y «autonomía» son empleados indistinta-
mente por los socialistas, incluido Engels.
El proceso de reflexión marcado por el debate sobre Polonia, el crecimien-
to en el seno de la socialdemocracia de una corriente de ideas favorable a un
reexamen del ámbito nacional, no debe ponerse en la cuenta de las mutacio-
nes ocurridas en la esfera ideológica, sino que debe ser atribuida a la toma
de conciencia de un número restringido de teóricos directamente afectados
por el problema. La trayectoria de las elaboraciones se inició sin que se hubie-
ran transgredido las fronteras de la sensibilidad tradicional. El debate sobre la
cuestión nacional testifica menos una ampliación del horizonte que la puesta
en evidencia de otro fenómeno: la dinámica nacional se había desarrollado
a tal punto en el seno del movimiento obrero que ya no era posible mante-
nerlo entre paréntesis. Convertido en un factor de división en el social polaco,
«a la vez una pausa y un índice de divergencias políticas» (Nettl), la cuestión
nacional fue motivo de «impasses» y de dificultades mal solucionadas o apla-

ROSA LUXEMBURGO HOY 79


zadas por los otros partidos, especialmente por la «pequeña internacional».
Gracias al debate de 1896 pudo salir a la luz, y, por ello mismo, en lugar de
una concepción que la reducía a una simple cuestión lingüística, se afirmó
un enfoque que la planteaba en términos políticos. Es aquí donde reside el
cambio más notable. Hasta la explosión de esta polémica habían tenido lugar
reacciones de tipo táctico o político, pero no se había planteado la necesidad
de definir una política socialdemócrata consecuente. Los esfuerzos por ela-
borar las premisas hacen su aparición y la trayectoria de Rosa Luxemburg es
prueba de ello.
El impulso político y emocional dado por la irrupción de la cuestión nacio-
nal en la II Internacional se traduce en urgencia, y con más ruido allí don-
de se plantea con más agudeza, en Austria. El rechazo táctico a tomarla en
consideración fracasó, como también fueron superadas las resistencias en el
interior del partido. El Congreso de Brünn (1899), donde se adoptó el primer
programa de un partido socialdemócrata sobre la cuestión nacional, consti-
tuye una fecha importante en la trayectoria de las investigaciones marxistas:
fue el primer intento de dar una «solución práctica de estas dificultades [y sus
querellas nacionales] emprendida por un partido proletariado», estima Rosa
Luxemburg [120]. Según su interpretación, fue la alternativa concreta formu-
lada en Brünn y no la declaración de principios de Londres la que había dado
coronado los esfuerzos de clarificación iniciados a partir de la revisión de las
posiciones tradicionales con respecto a Polonia.
Bajo la presión de la realidad, del contencioso austriaco, y a partir de esa en-
crucijada que Adler concebía presuntuosamente como «un laboratorio de ex-
periencias de la historia mundial» [121], los interrogantes, las interpretaciones
se multiplican. El lugar que ocupa la cuestión nacional en la reflexión marxis-
ta se ve acrecentado. En primer lugar, Kautsky se incorporará. En esta prime-
ra etapa, que va hasta 1905, la elaboración se ve absorbida por la actualidad
inmediata: está más ligada a los problemas tácticos que enfrentada a las lagu-
nas teóricas o que mesurado su cambio en relación con la dinámica del fenó-
meno. Era necesario clarificar la actitud a adoptar, no tanto como respuesta a
las reivindicaciones nacionales de las minorías cuanto como consecuencia de
sus esfuerzos en la lucha política. La problemática se ve circunscrita al con-
flicto de las nacionalidades en los Estados multinacionales que Kautsky califi-
ca como «la esencia de las cuestiones nacionales de la época contemporánea»
[122]. La búsqueda de soluciones sigue siendo el objetivo principal en torno al
cual se articulan y se enfrentan las opciones.
El movimiento de búsqueda que se inicia a finales del siglo XIX no desembo-
ca forzosamente en la conciencia, en el seno mismo del socialismo, de nuevos
desarrollos que revelen facetas inexploradas de la compleja realidad englo-
bada bajo el término de cuestión nacional. La organización y la táctica siguen
siendo el punto central de las reflexiones y de las reacciones. La comprensión
del significado político de la cuestión sigue siendo restringida. Solo un peque-
ño número de militantes, intelectuales en su mayoría, le presta atención, y
con una perspectiva limitada. Kautsky es prácticamente el único que se ocupa

80 RECOPILACION DE TEXTOS
de los aspectos de principio de la cuestión de las nacionalidades, el único que
intenta una tímida clarificación teórica [123].
La actitud fundamental, el horizonte mental, se mantienen inalterados: el
pensamiento marxista se impide confrontar su posición con la realidad his-
tórica global; los socialdemócratas, marxistas o no, revolucionarios o refor-
mistas, asisten pasivos a los acontecimientos o se contentan con plantear la
cuestión de saber cómo dominar el momento nacional en el interior del mo-
vimiento obrero. La delimitación con respecto a una concepción ya superada,
a la visión congelada del período inicial, no afecta a las profundas sensibilida-
des, a las estructuras mentales de los sectores del movimiento obrero donde
la cuestión nacional no ocupa un lugar independiente en la conciencia de cla-
se. Ciertamente la coyuntura, el desencadenamiento de la «desgraciada y es-
túpida discordia nacional en Austria-Hungría» (V. Adler), condiciona las reac-
ciones, polariza la percepción de los militantes, alimenta las resistencias, las
actitudes defensivas. Se refuerza la desconfianza en el seno del movimiento
obrero y aumenta la reticencia a meterse en este terreno minado por el explo-
sivo nacional, acumulado por una burguesía que no había llevado a cabo su
revolución y que se atasca en una lucha competitiva sin salida. La coyuntura
no hace más que alimentar los prejuicios. El momento histórico suministra
un elemento de explicación para la tenaz estabilidad de las sensibilidades y
de las actitudes refractarias al problema nacional, encerradas en la antinomia
nacionalismo o internacionalismo. En el plano político, la perseverancia en
asimilar los elementos nacionales secretados en el interior del movimiento
a tendencias separatistas, el temor a una desnaturalización de los intereses
de clase por las reivindicaciones nacionales, condicionan en gran medida las
posiciones, incluso allí donde aflora una cierta comprensión, una cierta elas-
ticidad. En el plano teórico, la negativa a diferenciar objetivo nacional de pro-
ceso nacionalista pone de manifiesto la óptica desde la cual el pensamiento
marxista de la época de la creación de la II Internacional aborda la cuestión.
Bajo este aspecto, la opción del frente de lucha que adopta Rosa Luxemburg
es significativa. Ella señala claramente al adversario principal: el nacionalis-
mo; combate la única variante liberal-humanista; asume íntegramente las
tradiciones «ardientemente internacionalistas» del movimiento obrero pola-
co. La referencia de Rosa Luxemburg es el partido «Proletariado» nacido «de
la negación, del rechazo categórico de la cuestión nacional», de la actitud «ne-
gativa respecto a las aspiraciones nacionales polacas», según su propia defi-
nición [124]. La SDKP se inserta en el humus embebido de «internacionalismo
utópico»; no busca en una primera época más que «completar la actitud nega-
tiva de los socialistas polacos respecto a la cuestión nacional con un programa
político positivo» que consiste en una lucha común del proletariado polaco
con la clase obrera «de cada una de las potencias ocupantes por la democrati-
zación de las condiciones políticas comunes» [125]. Pero el internacionalismo
de Rosa Luxemburg no es una simple variante del «internacionalismo utó-
pico», como tampoco su concepción básica sobre la cuestión nacional es un
simple reflejo ideológico de una determinada mentalidad.

ROSA LUXEMBURGO HOY 81


La posición intransigente, sin reservas, de Rosa Luxemburg con respecto
a la cuestión nacional, el punto de vista que defiende, expresa ya una orien-
tación que cristalizará en una actitud política, la de la izquierda marxista, ac-
titud que se autocalificó de «internacionalismo intransigente». Ésta sitúa el
centro de gravedad de la cuestión nacional en el internacionalismo y valora el
significado político de la dinámica nacional en función del nacionalismo. Es
aquí donde Rosa Luxemburg sitúa el punto neurálgico de su controversia con
el PPS: el «socialpatriotismo», «nueva versión del nacionalismo», «camuflado
bajo el rótulo de programa político del proletariado», amenaza para el edificio
internacionalista del movimiento obrero, es sentido por ella como síntoma
de un peligro que no puede circunscribirse a un solo foco de contaminación, y
representa una tendencia suficientemente extendida en el movimiento obre-
ro internacional como para justificar el temor a las consecuencias de una in-
fección nacionalista.
Esta percepción, expresada a través de la posición de Rosa Luxemburg, es
reveladora de las perspectivas teóricas y de las alternativas políticas del pen-
samiento marxista de los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, «mo-
mento histórico» que Rosa Luxemburg define como el de la rápida transfor-
mación del socialismo de una «secta ideológica» que era en «un partido de
acción» que había llegado a ser «factor dominante» de la vida social en los
principales países civilizados.
En esta fase de desarrollo del movimiento obrero, de arranque y de muta-
ciones rápidas, las perspectivas siguen estando condicionadas por una doble
transformación en las tendencias del capitalismo ascendente. Su transforma-
ción en imperialismo se lleva a cabo sin que el pensamiento marxista llegue a
aprehender y a analizar la nueva fase de desarrollo. En consecuencia, el cam-
po geográfico del socialismo sigue centrado en Europa (y más concretamente
en la Europa Occidental y Central desarrollada), en tanto que el sistema impe-
rialista genera nuevas fuerzas históricas, desbloquea las energías de los mo-
vimientos de liberación nacional de los «pueblos sin historia» o de continen-
tes «fuera del ámbito de la civilización occidental». La perspectiva general del
movimiento obrero sigue siendo la misma que en el siglo XIX; los socialistas,
incluidos los marxistas, están convencidos de que la batalla decisiva de la his-
toria entre el socialismo y el capitalismo es inminente, convicción alimentada
y mantenida por la dinámica del crecimiento y el ritmo de desarrollo del mo-
vimiento obrero. Considerado en función de las metas alcanzadas, el ámbito
nacional sigue envuelto en la bruma del nacionalismo y la cuestión nacional
aparece como un obstáculo o como un problema de escasa dimensión y sigue,
por tanto, marginada.
Pero este rápido crecimiento alimenta también el temor a ver privilegiados
los intereses nacionales sobre los intereses de clase. El desarrollo ha posibi-
litado una ampliación y un cambio de la base social de la socialdemocracia,
de la función y de los objetivos a asumir por los partidos socialdemócratas
convertidos ahora en partidos de masas. Bajo la presión misma de su base y a
medida que se van implantando en las realidades nacionales, se conciben a sí
mismos como órganos de defensa de las clases obreras nacionales y se dejan

82 RECOPILACION DE TEXTOS
llevar, en su acción y en sus objetivos, por el realismo cotidiano. De esta situa-
ción «nace una creciente tendencia a privilegiar los valores nacionales en re-
lación con los intereses de la revolución internacional, a pensar en términos
de intereses de la comunidad nacional de la que la clase obrera, cada vez más
integrada, es solo una parte» [126].
A medida que se va percibiendo esta tendencia, comienza a manifestarse
la insistencia en la dimensión internacional de la lucha, y, paralelamente, se
concede la prioridad absoluta a los objetivos susceptibles de asegurar su co-
hesión, de contrarrestar el repliegue nacional, y la subordinación vigorosa de
la cuestión nacional a este imperativo. La tarea de los marxistas ya no consis-
te, según Rosa Luxemburg, en «consolidar el nuevo evangelio» del socialismo,
sino en imprimir una orientación a «la lucha de esas enormes masas impreg-
nadas de evangelio socialista» [127], en construir y fundamentar el programa
política de la lucha de clases para asegurar la unidad internacional en el com-
bate político, unidad a la que el movimiento obrero debe su expansión. Una de
las preocupaciones del pensamiento marxista a finales de siglo es impedir la
pulverización del movimiento a través de las fronteras nacionales, reforzar los
lazos orgánicos, como arma contra el nacionalismo. Paradoja reveladora: los
marxistas de la época de la II Internacional perciben en términos puramente
ideológicos el fenómeno del repliegue nacional y las tendencias nacionalistas
que evidencian las profundas mutaciones habidas tanto en el seno de la clase
obrera, en pleno crecimiento, como en la relación de los partidos socialde-
mócratas con el conjunto de la sociedad en el marco de su ámbito nacional de
implantación. Asimilado a un fenómeno pasajero de crecimiento, el naciona-
lismo viene a ser equiparado a una especie de contaminación motivada por
la penetración de elementos pequeñoburgueses en las filas del movimiento,
a un subproducto inevitable del proceso de expansión. En su estudio sobre la
nación moderna, Kautsky articula una opinión ampliamente extendida en-
tre los socialdemócratas: los excesos nacionalistas, así como su infiltración
en el movimiento obrero, son «un combate de retaguardia de una burguesía
en declive» [128]. Esta convicción los lleva a concluir que a través de los avan-
ces de la lucha de clases, y de la implantación del socialismo científico en el
movimiento obrero, el nacionalismo podría ser neutralizado. A la inquietud
que el momento histórico suscita en Rosa Luxemburg se añade un optimismo
que arranca, en última instancia, de una subvaloración de la naturaleza y de
la amplitud del peligro. Así en 1905, al hacer balance de las consecuencias del
debate de 1896, constata con satisfacción que «este giro no se ha producido
solamente con respecto a la cuestión polaca, sino a las tendencias nacionalis-
tas en el seno del movimiento obrero en general, que suscitan, sin embargo,
una profunda hostilidad e incluso, allí donde resulta necesario, un rechazo
absoluto» [129].
La polarización en torno al internacionalismo, la percepción de la cuestión
nacional bajo la perspectiva del nacionalismo, son también una consecuencia
de la contradicción entre la dinámica de crecimiento del movimiento obre-
ro y el desarrollo desigual y diferenciado de la implantación del marxismo.
En efecto, a finales del siglo XIX, el marxismo, que había conquistado la he-

ROSA LUXEMBURGO HOY 83


gemonía política en el movimiento obrero internacional, es minoritario en la
realidad del movimiento socialista de muchos países. El marxismo está im-
plantado de forma desigual, su geografía sigue siendo limitada e, incluso en
sus regiones privilegiadas de implantación, como es la Europa del Este, no
representa sino una fracción del pensamiento socialista. En Polonia, la SDKP
es minoritaria, estando el espacio ocupado por el PPS; en la lucha por la con-
quista del lugar hegemónico, la SDKP se ve obligada a acentuar sus vínculos
internacionales y la alternativa internacionalista. El caso de la SDKP ilustra
por lo demás una arraigada tendencia entre los marxistas de las nacionalida-
des oprimidas doblemente minoritarias, que Lenin habría de constatar más
tarde en el interior de su propio partido: «En las naciones oprimidas, la apa-
rición de un partido independiente del proletariado lleva a veces a una lucha
tan exacerbada contra el nacionalismo de la propia nación que se desvirtúa la
perspectiva y se olvida el nacionalismo de la nación dominante» [130].
Será necesario esperar a la revolución de 1905 para que se produzcan nue-
vos desplazamientos en la esfera ideológica y se acelere la trayectoria de las
elaboraciones marxistas, teóricas y políticas, sobre la cuestión nacional. Si
hasta entonces esta cuestión «solo se había planteado de manera crucial en
el Imperio austrohúngaro [...] hoy le toca el turno a Rusia», constata Rosa Lu-
xemburg en otoño de 1908 [131]. La Revolución rusa sería uno de los principa-
les factores de una toma de conciencia iniciada a partir del cambio de siglo.
Los acontecimientos externos al movimiento obrero que se acumulan, la ex-
tensión del problema nacional y su agudización, el auge de los movimientos
nacionales, dan luz a un nuevo modo de ver y comportan una revalorización
de las premisas. En el curso de los acontecimientos, los interrogantes mar-
xistas, los debates, desbordan las fronteras de los Estados multinacionales y
adquieren dimensiones internacionales. Como constata Otto Bauer en 1907:
«En todos los Estados del medio natural europeo, la actitud del partido obrero
socialdemócrata respecto de las cuestiones nacionales se sitúa en el centro
de las discusiones» [132].
Los esfuerzos teóricos para repensar los datos de la cuestión nacional a la
luz de los nuevos desarrollos habidos en la época imperialista, para superar
la visión de un proceso histórico configurado esencialmente en función de
los antagonismos internacionales de clase, como era el caso en la época de
Marx, amplían considerablemente el espectro de los interrogantes respecto
de las contradicciones fundamentales del imperialismo. Desde ese momento
el problema de la contribución de Rosa Luxemburg a este esfuerzo colectivo
del pensamiento marxista se planteará en otros términos.
Desde 1905 Rosa Luxemburg matizará sus posiciones, completará o añadi-
rá nuevos matices, sin que varíe su concepción fundamental ni su temática,
cristalizada a raíz de la primera gran polémica sobre la cuestión. ¿En qué me-
dida había quedado marcada por el momento histórico en que había empren-
dido la tarea de plantearla en términos nuevos para su época, llevando a cabo
una revisión ya inevitable, contribuyendo así considerablemente a impulsar
la investigación y el movimiento intelectual? ¿No había sufrido, precisamente
por eso mismo, la suerte de todo pionero, quedando condicionada por una

84 RECOPILACION DE TEXTOS
problemática, por una tarea surgida de un contexto ideológico y político con-
creto, inmovilizada dentro de los objetivos impuestos por el momento históri-
co, es decir, prisionera del conservadurismo de la ideología, como constata en
1905 en su prefacio a la antología La cuestión polaca y el movimiento socialista?:

«Toda ideología se distingue por su conservadurismo, y la ideología del mo-


vimiento obrero está sometida a esas mismas leyes a pesar del carácter revo-
lucionario de su concepción del mundo. [...] Ciertos puntos de vista constituyen
un saber [...] conservado intacto en el baúl de la socialdemocracia, aunque las
condiciones sociales correspondientes hayan desaparecido hace mucho tiem-
po de la escena. Y es precisamente en el momento en que nuevas necesidades
vitales del movimiento, nacidas del desarrollo, entran en contradicción fla-
grante, en conflicto, con las polvorientas tradiciones, cuando la opinión pública
las saca a relucir nuevamente y las somete a una crítica fundamental» [133].

¿Había ella sentido, en su nueva constelación después de 1905, la necesidad


de emprender este tipo de trayectoria en relación con sus propias experien-
cias sobre la cuestión nacional? La respuesta a estos interrogantes desborda
ya el marco de este artículo. Concierne a la trayectoria general de Rosa Luxem-
burg frente a los problemas de su tiempo. Reside también en las hendiduras
habidas en las posiciones marxistas sobre la cuestión nacional, en la estruc-
turación global del punto de vista mantenido por los defensores del interna-
cionalismo intransigente: Rosa Luxemburg, Anton Pannekoek, Josef Strasser.

Georges Haupt.

ROSA LUXEMBURGO HOY 85


ROSA LUXEMBURG:
UN EXAMEN
RETROSPECTIVO
Paul Mattick: Nacido en 1904 en Berlín, obrero metalúrgico de profesión,
se adhiere en 1918 a las Juventudes Socialistas Libres, organización juvenil de
la Liga Espartaco. En 1920 pasa al KAPD (Partido Comunista Obrero Alemán,
escindido del KPD) y en 1926 emigra a los Estados Unidos, donde se adhiere a
la IWW (International Workers of the World, una de las princi­pales organiza-
ciones «consejistas» del mundo) y funda el Chicago Arbeiterzeitung. A partir
de 1934 promociona y colabora sucesivamente en las revistas International
Council Correspondance, Living Marxism y New Essays. Se ha publicado en Es-
paña gran parte de su obra, entre la que cabe destacar: Marx y Keynes (México:
Ed. Era, 1975), Crítica a los neomarxistas (Barce­lona: Ed. Península, 1978), El
hombre unidimensional en la sociedad de clases (Barcelona: Grijalbo, 1975), y
Rebeldes y renegados. Barcelona; Icaria, 1978.

ROSA LUXEMBURGO HOY 87


Paul Mattick

Muy pronto se cumplirá el sesenta aniversario de la fecha en que los merce-


narios de la dirección socialdemócrata alemana ase­sinaron a Karl Liebknecht
y Rosa Luxemburg. Aunque siempre aparecen mencionados conjuntamen-
te, ya que ambos simboliza­ban el elemento radical de la revolución política
alemana de 1918, el nombre de Rosa Luxemburg tiene mayor entidad dado
que su trabajo teórico tuvo mayor influencia. En realidad, puede decirse que
fue la personalidad más sobresaliente del movimien­to obrero internacional
después de Marx y Engels, y que su obra no ha perdido su relevancia política
a pesar de los cambios ocu­rridos en el sistema capitalista y en el movimiento
obrero desde su muerte.
Pero al mismo tiempo, y como todo el mundo, Rosa Luxemburg fue hija de
su tiempo y solamente puede ser entendida en el contexto de aquella fase del
movimiento socialdemócrata del que ella misma formaba parte. A diferencia
de la crítica marxiana de la sociedad burguesa que se desarrolló en un perío-
do de desarrollo capitalista muy acelerado, la actividad de Rosa Luxem­burg se
produjo en un momento de creciente inestabilidad del capitalismo, momento
en que las contradicciones abstractamente formuladas de la producción ca-
pitalista aparecían en las formas concretas de la concurrencia imperialista y
en la intensificación de la lucha de clases. Mientras la crítica proletaria real de
la economía política consistía en un principio, según Marx, en la lucha obrera
en favor de mejores condiciones laborales y de nive­les de vida más altos que
pudieran preparar las futuras luchas por la abolición del capitalismo, para
Rosa Luxemburg esta lucha «final» ya no podía relegarse a un futuro lejano,
sino que estaba ya presente en las cada vez más extendidas luchas de clase. La
lucha cotidiana en favor de reformas sociales estaba inseparablemente vin-
culada a la necesidad histórica de la revo­lución proletaria.
Sin entrar de lleno en la biografía de Rosa Luxemburg [134] debe decirse,
no obstante, que procedía de clase media y que se integró en el movimien-
to socialista a temprana edad. Al igual que otros, tuvo que huir de la Polonia
rusificada y trasladarse a Suiza a estudiar. Su interés prioritario, como co-
rrespondía a una socialista influida por el marxismo, se fijó en la economía
polí­tica. Su más temprana obra en este campo únicamente posee hoy día un
interés histórico. Su tesis doctoral, El desarrollo industrial de Polonia (1898),
significó para Polonia, si bien de una forma más modesta, lo que El desarrollo
del capitalismo en Rusia, de Lenin, supondría un año más tarde para la Rusia
zarista. Impar­tía también unas populares clases en la Escuela del Partido so-
cialdemócrata, publicadas póstumamente por Paul Levi (1925) bajo el título
de Introducción a la Economía política; en esta obra, con­vendría no olvidar-
lo, Rosa Luxemburg afirmaba que la validez de la economía política era con-
sustancial al capitalismo, y que dejaría de existir con la desaparición de este
sistema. En su tesis, llegó a la conclusión de que el desarrollo de la economía
polaca era inseparable de la de Rusia, y que ello conducía a una com­pleta inte-
gración de ambas, poniendo así en cuestión las aspira­ciones nacionalistas de
la burguesía polaca. Pero a su vez, este desarrollo contribuiría a la unificación

88 RECOPILACION DE TEXTOS
del proletariado ruso y polaco, y haría posible la destrucción del capitalismo
ruso-polaco. La contradicción principal de la producción capitalista era para
ella la existente en el seno de las relaciones capitalistas de pro­ducción entre la
capacidad de producción y la limitada capacidad de consumo; esta contradic-
ción producía crisis económicas perió­dicas y la creciente depauperación de la
clase obrera y a causa de ello, a largo plazo, la revolución social.
Sus teorías económicas se hicieron polémicas solamente a partir de su obra
sobre La acumulación del capital (1912). A pesar de su advertencia de que este
libro había surgido de las dificultades encontradas en el curso de sus clases
sobre Economía política, es decir, de su incapacidad para relacionar el proce-
so global de la reproducción capitalista con los límites objetivos de la produc-
ción capitalista que se postulan, resulta evidente a partir de la propia obra que
fue también una reacción frente a la mutilación de la teoría marxiana iniciada
por el «revisionismo» que sacudió el movimiento socialista hacia finales de
siglo. El revisionismo actuaba a dos niveles: el empírico, y también el más pri-
mitivo, personificado en Eduard Bernstein [135], quien únicamente comparó
el desarrollo capitalista real con el que se infería de la teoría marxiana; y el
más sofisticado, el del marxismo académico, que culminaba con la interpre-
tación que de Marx hacían Tugan-Baranowsky [136] y sus varios discípulos.
Durante la vida de Marx solo se había publicado el primer volu­men de El
Capital; el segundo y tercero fueron preparados por Friedrich Engels a partir
de manuscritos no revisados de los que era albacea, a pesar de que habían
sido escritos con anterioridad a la publicación del primer volumen. Mientras
el primer volumen trata del proceso de producción capitalista, el segundo
se centra en el proceso de circulación; el tercero, por último, estudia global-
mente el sistema capitalista en su forma fenoménica, tal y como viene de-
terminado por sus relaciones de valor subyacentes. Puesto que el proceso de
reproducción controla necesariamente el proceso de producción, Marx creyó
conveniente desvelar este hecho mediante diversos esquemas abstractos de
la reproducción en el segundo volumen de El Capital. Los esquemas dividen la
producción social total en dos partes: una que produce los me­dios de produc-
ción, y la otra los medios de consumo. Las relacio­nes entre ambas secciones
se imaginan de tal modo que permitan que la producción del capital social
total prosiga a un mismo o mayor ritmo. Pero lo que es una presuposición para
los esque­mas de la reproducción, a saber, una fijación del trabajo social ne-
cesario para el proceso de reproducción, debe en realidad efec­tuarse en un
principio a ciegas, a través de las actividades no coor­dinadas de los diversos
capitales individuales en su búsqueda competitiva de plusvalía.
Los esquemas de la reproducción no hacen distinción alguna en­tre valo-
res y precios; es decir, tratan los valores como si fueran precios. Si se tiene
en cuenta la finalidad que se perseguía con ellos, a saber, llamar la atención
acerca de la necesidad de una cierta proporcionalidad entre las distintas esfe-
ras de la produc­ción, los esquemas cumplen su función pedagógica. No des-
criben el mundo real, pero son útiles para ayudar a comprenderlo. Li­mitados
en este sentido, el que las interrelaciones entre produc­ción e intercambio se
den en términos de valor o en términos de precio no importa mucho. Ya que

ROSA LUXEMBURGO HOY 89


la forma precio del valor, que se retoma en el tercer volumen de El Capital,
hace referencia al proceso real de producción e intercambio capitalistas, las
condi­ciones de equilibrio imaginario de los esquemas de la reproduc­ción
de Marx no se refieren al mundo capitalista real. Aún más, Marx consideró
que «es absolutamente necesario considerar el proceso de reproducción en
su forma fundamental —prescindien­do de todas las figuras intermediarias,
que solo sirven para oscu­recerlo— para descartar los falsos subterfugios que
producen la apariencia de una explicación ‹científica›, como ocurre cuando el
análisis recae inmediatamente sobre el proceso social de reproduc­ción en su
complicada forma concreta» [137].
Efectivamente, según Marx el proceso de reproducción bajo las condicio-
nes capitalistas excluye cualquier tipo de equilibrio e implica, por el con-
trario, «otras tantas posibilidades de crisis, puesto que el mismo equilibrio
constituye algo fortuito dentro de la estructura elemental de este régimen de
producción» [138]. Tugan-Baranowsky, sin embargo, leyó los esquemas de la
reproducción de modo diferente a causa de su superficial semejanza con la
teoría burguesa del equilibrio, el principal instrumento de la teoría burguesa
del precio. Llegó a la conclusión de que en tanto el sistema evolucione propor-
cionalmente con respecto a sus nece­sidades de reproducción, este no tiene
límites objetivos. Las cri­sis se producen por la aparición de desproporciona-
lidades surgi­das entre las diferentes esferas de la producción, pero siempre
pueden evitarse o superarse restaurando aquella proporcionali­dad que ga-
rantiza la acumulación del capital. En lo que concierne a Rosa Luxemburg,
esto constituía una concepción inquietante, aún en mayor grado dado que ella
no pudo negar las implica­ciones equilibradoras de los esquemas de la repro-
ducción de Marx. Si Tugan-Baranowsky los interpretaba de forma correcta,
Marx se había equivocado, ya que esta interpretación negaba el fin inevitable
del capitalismo.
La discusión en torno a los esquemas abstractos de la reproduc­ción fue
particularmente vehemente en Rusia, a causa de las anteriores diferencias
entre marxistas y populistas con respecto al futuro de Rusia dado su atraso
y sus peculiares instituciones socioeconómicas. Mientras que los populistas
afirmaban que para Rusia ya había pasado el momento de entrar en compe-
tencia mundial con los poderes capitalistas establecidos, y que, además, era
totalmente posible construir una sociedad socialista en base a la todavía exis-
tente colectividad de producción campesina, los marxistas sostenían que el
desarrollo de los modelos occidenta­les era ineludible ya que este desarrollo
produciría los mercados necesarios en el interior de Rusia y, a la larga, en el
mundo. Los marxistas acentuaban el hecho de que era la producción del capi-
tal, y no la satisfacción del consumo, lo que determina la producción capita-
lista, y que, por tanto, no había razón alguna para suponer que una restricción
del consumo retrasaría la acu­mulación del capital; por el contrario, cuanto
menos se consu­miera más rápidamente crecería el capital.
Esta «producción por la producción» carecía de sentido para Rosa Luxem-
burg, y no porque no fuera consciente de que el objetivo de la producción ca-
pitalista es exclusivamente el beneficio, que obliga a reducir constantemen-

90 RECOPILACION DE TEXTOS
te la parte de la producción social correspondiente al trabajo, sino porque no
entendía cómo podía realizarse la plusvalía extraída en dinero en un merca-
do com­puesto solo por trabajo y capital, tal y como estaba representado en
los esquemas de la reproducción. La producción debe atravesar el proceso
de circulación. Empieza con dinero, invertido en me­dios de producción y en
fuerza de trabajo, y termina con una mayor cantidad de dinero en manos de
los capitalistas para ser invertido de nuevo en otro ciclo de producción. ¿De
dónde pro­cedía ese dinero adicional? Según Rosa Luxemburg, no podía pro-
ceder de los capitalistas, porque si así fuera estos no serían los receptores de
la plusvalía, sino que estarían pagando con su propio dinero su equivalente en
mercancía. Tampoco podía venir de las adquisiciones de los obreros, quienes
tan solo reciben el valor de su fuerza de trabajo, dejando la plusvalía en for-
ma de mercancía en manos del capitalista. Para que el sistema funcione tiene
que haber un «tercer mercado», aparte de las relacio­nes de intercambio entre
capital y trabajo, en el que la plusva­lía producida pueda ser transformada en
dinero adicional.
Rosa Luxemburg echaba en falta el tratamiento de este aspecto de la cues-
tión en Marx. Quiso remediar esta laguna y verificar con ello la convicción
marxiana del inevitable derrumbe del capi­talismo. Aunque La acumulación
del capital trata el problema de la realización de modo histórico —empezan-
do con la economía clásica y terminando con Tugan-Baranowsky y sus mu-
chos imi­tadores— a fin de mostrar que este problema ha sido siempre el talón
de Aquiles de la economía política, la solución que ella mis­ma propone para
este problema tan solo contiene, en esencia, una interpretación equivocada
de la relación entre dinero y capital y una deficiente lectura del texto marxia-
no. No obstante, a causa de la presentación formal que ella hace del asunto,
todo parece situarse en su lugar correcto: la naturaleza dialéctica del pro­ceso
de expansión del capital, como emergido de la destrucción de las econo-
mías precapitalistas; la necesaria extensión de este proceso a todo el mundo,
como demuestra la creación del mer­cado mundial y el pujante imperialismo
en búsqueda de merca­dos para la realización de plusvalía; la consiguiente
transforma­ción de la economía mundial en un sistema parecido al sistema
cerrado de la reproducción marxiana; y, finalmente, el inevitable derrumbe
del capitalismo por falta de oportunidades de realizar su plusvalía.
Rosa Luxemburg se vio arrastrada por la lógica de su propia cons­trucción
hasta el punto de revisar a Marx más profundamente de lo que lo habían he-
cho los mismos revisionistas en su concepción de un teóricamente posible
desarrollo armónico del capital que, para ellos, convertía al socialismo en un
problema puramente ético y de reformas sociales obtenidas por medios po-
líticos. Por otro lado, los esquemas de la reproducción marxianos, si se leían
como una especie de repetición de la ley de Say acerca de la iden­tidad de la
oferta y la demanda, debían ser rechazados. Al igual que sus adversarios, Rosa
Luxemburg no fue capaz de ver que estos esquemas no tienen relación alguna
con el problema de la viabilidad del sistema capitalista, sino que solamente
eran un paso intermedio, metódicamente determinado, en el análisis de las
leyes de funcionamiento del sistema capitalista globalmente con­siderado,

ROSA LUXEMBURGO HOY 91


que extrae su dinámica de la producción de plusvalía. Aunque el capitalismo
sufre evidentemente dificultades en la esfera de la circulación, y, por ello, en
la realización de plusvalía, no es aquí donde Marx buscó, o descubrió, la clave
para entender la debilidad del capitalismo con respecto a las crisis y a su ine­
vitable final. Incluso en el supuesto de que no exista problema alguno en lo
concerniente a la realización de plusvalía, el capita­lismo encuentra sus lími-
tes objetivos en los de la producción de plusvalía.
Según Marx, la contradicción básica del capitalismo, de la que surgen las
restantes dificultades, debe hallarse en las relaciones de valor y de plusvalía
de la producción capitalista. Es la pro­ducción del valor de cambio en su forma
monetaria, que se de­riva de la forma valor de uso de la fuerza de trabajo, lo
que produce, además de su propio equivalente en valor de cambio, una plus-
valía para el capitalista. El estímulo para el valor de cam­bio lleva a la acumu-
lación del capital, que se manifiesta a sí misma en un crecimiento del capital
invertido en medios de pro­ducción relativamente más rápido que el invertido
en fuerza de trabajo. Mientras este proceso amplía el sistema capitalista, me­
diante la creciente productividad del trabajo asociado con él, tiende también
a reducir la tasa de beneficio sobre el capital, ya que parte del capital invertido
en fuerza de trabajo —que es la única fuente de plusvalía— disminuye en rela-
ción al capital social total. Este largo y complicado proceso no puede tratarse
de modo satisfactorio en este breve artículo, pero debe mencionarse al me-
nos a fin de diferenciar la teoría de la acumulación marxiana de la de Rosa Lu-
xemburg. En el modelo abstracto del desarrollo capitalista marxiano, las crisis
capitalistas, así como el inevitable final del sistema, encuentran su origen en
el colapso parcial o, finalmente, total del proceso de acumulación debido a la
caren­cia de plusvalía o beneficio.
Para Marx, por tanto, los límites objetivos del capitalismo vienen dados por
las relaciones sociales de producción concebidas como relaciones de valor,
mientras que para Rosa Luxemburg el capi­talismo no puede existir en abso-
luto, sino a través de la absor­ción de su excedente (plusvalía) por las econo-
mías precapitalistas. Esto implica el disparate de que esas naciones atrasadas
dispo­nen de un excedente en forma monetaria lo bastante amplio como para
proveer la plusvalía de los países de capitalismo avanzado. Pera como ya se
ha mencionado, esta idea errónea era la irrefle­xiva consecuencia de la falsa
concepción de Rosa Luxemburg de que la plusvalía total, destinada a la acu-
mulación, debe deparar un equivalente en forma monetaria, a fin de que se
realice en capital. En realidad, naturalmente, el capital toma a veces la forma
de moneda y en otras la de mercancías de todo género, siendo expresados to-
das ellas en términos monetarios sin asumir simultáneamente la forma de
moneda. Unicamente una pequeña y decreciente parte de la riqueza capita-
lista debe asumir la for­ma dinero; la parte principal, aunque se exprese en
términos mo­netarios, permanece en su forma mercancía y como tal permite
la realización de plusvalía como capital adicional.
La teoría de Rosa Luxemburg fue considerada de modo total­mente unáni-
me como una aberración y una crítica injustificada de Marx. Y sin embargo,

92 RECOPILACION DE TEXTOS
sus críticos estaban tan alejados de la posición de Marx como la misma Rosa
Luxemburg.
La mayor parte de esas críticas recurrían a la tosca teoría del subconsumo,
a la teoría de la desproporcionalidad, o a una com­binación de ambas. Lenin,
por ejemplo —por no hablar de los revisionistas— veía la causa de las crisis
en las desproporcionalidades debidas al carácter anárquico de la producción
capitalista, y simplemente añadía a los argumentos de Tugan-Baranowsky el
del subconsumo de los trabajadores. Pero en cualquier caso, él no creía que
el capitalismo se dirigiera hacia su derrumbe a causa de sus contradicciones
inmanentes. Únicamente con la Primera Guerra Mundial y sus secuelas re-
volucionarias, la teoría de Rusa Luxemburg encontró un mayor eco en el sec-
tor radical de] movi­miento socialista. Y no tanto, sin embargo, a causa de su
parti­cular análisis de la acumulación de capital, sino a causa de su insistencia
en los límites objetivos del capitalismo. La guerra imperialista dio a su teoría
alguna plausibilidad y el fin del capi­talismo parecía estar realmente al caer. El
derrumbe del capita­lismo se convirtió en la ideología revolucionaria del mo-
mento y fomentó las abortadas intentonas de convertir las agitaciones políti-
cas en revoluciones sociales.
Naturalmente, la teoría luxemburguiana era no menos abstracta que la de
Marx. La hipótesis marxiana de una tendencia descen­diente de la tasa de be-
neficio podía no revelar en qué punto particular del tiempo no sería ya posible
compensar por más tiempo esa caída con una creciente explotación del rela-
tivamente men­guante número de obreros, lo que incrementaría la masa de
plus­valía de modo suficiente como para mantener una tasa de benefi­cio que
asegurara la posterior expansión del capital. De modo similar, Rosa Luxem-
burg podía no decir en qué momento la conclusión de la capitalización del
mundo excluiría la realización de su plusvalía. También la extensión del capi-
tal hacia el exterior era solo una tendencia, que suponía una más arrolladora
compe­tición imperialista para la obtención de los cada vez menos fre­cuentes
territorios en que realizar la plusvalía. El hecho del im­perialismo mostraba el
carácter precario del sistema, que podría conducir a situaciones revoluciona-
rias mucho antes de que se hubieran alcanzado sus límites objetivos. Por tan-
to, a pesar de sus intenciones prácticas ambas teorías asumían la posibilidad
de acciones revolucionarias, y no a causa del resultado lógico de sus modelos
abstractos de desarrollo, sino justamente porque esas teorías señalaban de
modo inconfundible las crecientes dificul­tades del sistema capitalista, que
junto con algunas crisis impor­tantes podría convertir la lucha de clases en un
combate por la abolición del capitalismo.
La teoría de Rosa Luxemburg, aunque indudablemente errónea, conserva-
ba un carácter revolucionario porque, a semejanza de la marxiana, desembo-
ca en la conclusión de la insostenibilidad his­tórica del capitalismo. Aunque
con argumentos dudosos, Rosa Luxemburg restauraba, sin embargo, —con-
tra el revisionismo, el reformismo y el oportunismo— la perdida proposición
marxiana de que el capitalismo está predestinado a desaparecer a causa de
su propia e insalvable contradicción y que este fin, aunque obje­tivamente de-
terminado, se efectuará mediante acciones revolucio­narias de la clase obrera.

ROSA LUXEMBURGO HOY 93


El derrumbamiento del capitalismo convertiría a todas las teo­rías de su
desarrollo en redundantes. Pero mientras el sistema persista, la autenticidad
de una teoría puede juzgarse mediante su propia historia particular. Mientras
que la teoría marxiana, a pesar de los intentos hechos en esa dirección, no
ha podido ser integrada en el cuerpo del pensamiento económico burgués,
la teoría luxemburguiana ha encontrado algún reconocimiento en la teoría
burguesa, aunque en una forma muy distorsionada. Al re­chazar la propia
economía burguesa la concepción que hacía del mercado un mecanismo de
equilibrio, la teoría de Rosa Luxem­burg encontró una especie de aceptación
como precursora de la economía keynesiana. Su obra ha sido actualmente in-
terpretada por Michael Kalecki [139] y Joan Robinson [140], por ejemplo, como
una teoría de la «demanda efectiva», la carencia de la cual explicaría proba-
blemente las periódicas dificultades capitalistas, Rosa Lu­xemburg imaginaba
que el imperialismo, el militarismo y la pre­paración para la guerra ayudaban
la realización de plusvalía, por la transferencia de poder adquisitivo de la po-
blación en general a manos del estado, justamente como el moderno keyne-
sianismo intentaba alcanzar el pleno empleo por medio del financiamiento
del déficit y las manipulaciones monetarias. No obstante, aunque es posible
sin duda alguna conseguir así el pleno empleo durante algún tiempo, no es
posible mantener este estado de felicidad, ya que las leyes de movimiento del
capital exigen no una distribu­ción diferente de la plusvalía sino su constante
aumento. La ca­rencia de demanda efectiva es únicamente otro término para
señalar la carencia de acumulación, ya que la demanda necesaria para que
existan condiciones prósperas es producida únicamente por la expansión del
capital. De todas formas, la actual banca­rrota del keynesianismo hace inne-
cesario matar teóricamente esta teoría. Basta con decir que su absurdidez se
muestra en el creci­miento absoluto tanto del desempleo como de la inflación.
Aunque a Rosa Luxemburg no le fue muy bien con su teoría de la acumu-
lación, tuvo mayor éxito con su internacionalismo con­secuente, que esta-
ba relacionado, naturalmente, con su concep­ción de la acumulación como
la extensión global del modo de producción capitalista. Según su parecer, la
competencia imperia­lista estaba transformando rápidamente el mundo en
un mundo capitalista y desarrollando consiguientemente la libre confronta­
ción de trabajo y capital. Mientras el ascenso de la burguesía coincidió con la
formación de la nación-estado moderna, creando la ideología nacionalista, la
madurez y ocaso del capitalismo supo­nía el «internacionalismo» imperialista
de la burguesía y por con­siguiente también el internacionalismo de las cla-
ses trabajado­ras, a condición de que, claro está, estas debieran convertir en
efectivas sus luchas de clases. La integración reformista de las aspiraciones
proletarias en el sistema capitalista lleva al socialimperialismo, el reverso de
la moneda nacionalista. Objetivamen­te, nada existía tras el frenéticamente
creciente nacionalismo sino el imperialismo imperialista. Oponerse al impe-
rialismo exigía, por tanto, rechazo total de cualquier forma de nacionalismo,
incluso de aquella de las víctimas de la agresión imperialista. Nacionalismo e
imperialismo eran inseparables y debían ser com­batidos con idéntico fervor.

94 RECOPILACION DE TEXTOS
Según el inicialmente encubierto, pero pronto descarado socialpatriotis-
mo del movimiento obrero oficial, el internacionalismo de Rosa Luxemburg
representaba el ala izquierda de este movimien­to, aunque no totalmente.
Hasta cierto punto, era una generali­zación de sus experiencias específicas en
el movimiento socialista polaco, divido a causa de la cuestión de la autode-
terminación nacional. Rosa Luxemburg, como ya sabemos por su obra sobre
el desarrollo industrial en Polonia, confiaba en una completa inte­gración del
capitalismo ruso y polaco y una consiguiente unifica­ción de sus respectivas
organizaciones socialistas, considerando ambas cosas un asunto práctico y
fundamental. No podía conce­bir movimiento socialista con orientación na-
cionalista y aún me­nos un socialismo restringido a lo nacional. Lo que era
verdad para Rusia y Polonia seguía siéndolo para el resto del mundo; las fi-
siones nacionales debían acabar en la unidad del socialismo internacional. La
sección bolchevique del Partido socialdemócrata ruso no compartía el inter-
nacionalismo estricto de Rosa Luxemburg. Para Lenin, la subyugación de las
nacionalidades por los países capitalistas más potentes conllevaba divisiones
adicionales en las fricciones sociales básicas que quizá podrían arremeter
contra los poderes dominantes. No viene en absoluto al caso con­siderar si la
defensa de Lenin de la autodeterminación de las naciones reflejaba una con-
vicción subjetiva, o actitud democrá­tica, con respecto a las especiales necesi-
dades nacionales y a las peculiaridades culturales, o se trataba simplemente
de una repug­nancia contra cualquier forma de opresión. Lenin era, ante todo,
un político práctico, aún cuando solamente pudo desempeñar to­talmente
este papel en época tardía. Como político práctico, com­prendió que las dife-
rentes nacionalidades existentes en el Imperio ruso representaban una firme
amenaza al régimen zarista. Efec­tivamente, Lenin era también un internacio-
nalista y contemplaba el socialismo en términos de revolución mundial. Pero
esta revo­lución debía comenzar en alguna parte y dio por sentado que prime-
ramente se rompería el eslabón más débil en la cadena de las potencias impe-
rialistas en competencia. En el contexto ruso, apoyar la autodeterminación de
las naciones, hasta el punto de la secesión, hacía prever el ganar «aliados» en
un intento de derro­car al zarismo. Esta estrategia se apoyaba en la esperanza
de que, una vez libres, las diferentes nacionalidades elegirían per­manecer en
el seno de la nueva comunidad rusa, bien prescin­diendo de su interés propio,
o bien mediante la creación de sus propias organizaciones socialistas.
Hasta que se produjo la Revolución rusa, sin embargo, esta discu­sión ge-
neral sobre la cuestión nacional fue puramente académica. Incluso tras la
revolución, la concesión de la autodeterminación en Rusia a las diferentes
nacionalidades no era totalmente signi­ficativa, ya que la mayor parte de los
territorios implicados esta­ban ocupados por potencias extranjeras. Con todo,
el régimen bolchevique continuó exigiendo la autodeterminación a fin de de­
bilitar a otras naciones imperialistas, en especial Inglaterra, en un intento de
alentar revoluciones coloniales contra el capita­lismo occidental, que amena-
zaba con destrozar al régimen bol­chevique.
La Revolución rusa sorprendió a Rosa Luxemburg en prisión, donde per-
maneció hasta el derrocamiento de la monarquía ger­mana. Fue, sin embargo,

ROSA LUXEMBURGO HOY 95


capaz de seguir el proceso de la Revo­lución rusa. Pese a estar encantada con
la toma del poder por los bolcheviques, ella no podía aceptar la política de Le-
nin hacia los campesinos y con respecto a las minorías nacionales. Aunque
su predicción de que la concesión de la autodeterminación a las diferentes
nacionalidades existentes en Rusia simplemente cer­caría al nuevo Estado
con un cordón de países reaccionarios y contrarrevolucionarios resultó ser
correcta, solo lo fue a corto plazo. Rosa Luxemburg no entendió que la políti-
ca bolchevique con respecto a las nacionalidades rusas la dictaba no tanto el
principio de autodeterminación, cuanto la fuerza de las circuns­tancias, sobre
la que los bolcheviques no tenían control alguno, A la primera oportunidad
empezaron a dar marcha atrás en el tema de la autodeterminación para aca-
bar incorporando a todas las nuevas naciones independientes en un Imperio
ruso restau­rado, y, además, forjando para las mismas esferas de interés en
territorios extrarrusos.
Fundándose en su propia teoría del nacionalismo e imperialismo, Rosa
Luxemburg debería haber comprendido que la teoría de Lenin no podía rea-
lizarse en un mundo de potencias imperialis­tas en competencia y que, muy
probablemente, no debería nece­sitar para ser puesta en práctica que el capi-
talismo hubiera sido derribado por una revolución internacional. La desinte-
gración del Imperio ruso no se debió o fue ayudada por el principio de auto-
determinación, sino que se efectuó a causa de la pérdida de la guerra; ya que
era el vencedor de otra guerra, que suponía la recuperación de los territorios
anteriormente perdidos y un re­surgir del imperialismo ruso. El capitalismo
es un sistema expan­sivo y por tanto necesariamente imperialista. Este es el
modo capitalista de superar las limitaciones nacionales de la produc­ción de
capital y de su centralización: o adquirir o asegurar posi­ciones privilegiadas
o dominantes en la economía mundial. Es también una defensa contra esa
tendencia general; pero en cual­quier caso, es el inevitable resultado de la acu-
mulación del capital.
Como Rosa Luxemburg señaló, la contradictoria «integración» capitalista
de la economía mundial no puede alterar la dominación de las naciones más
débiles por las más fuertes, mediante el control que las últimas ejercen del
mercado mundial. Esta situa­ción hace la real independencia nacional iluso-
ria. Lo que la inde­pendencia política puede conseguir, en el mejor de los casos,
no es nada más que la subyugación de los obreros bajo control nacio­nal y no
internacional. Naturalmente, el internacionalismo pro­letario no puede impe-
dir —ni tiene razón para hacerlo— movi­mientos encaminados a la autodeter-
minación nacional en el con­texto colonial e imperialista. Estos movimientos
son al igual que el imperialismo, parte de la sociedad capitalista. Pero «uti-
lizar» esos movimientos en favor del socialismo solamente puede signi­ficar
intentar despojarlos de su carácter nacionalista mediante un internaciona-
lismo consecuente en favor del movimiento socia­lista. Aunque el pueblo opri-
mido goza de las simpatías de los socialistas, esta no se refiere a su emergente
nacionalismo sino a su particular condición de pueblo doblemente oprimido,
que padece una explotación nativa y una foránea. La tarea socialista es aca-
bar con el capitalismo, lo que incluye el apoyo a las fuerzas antiimperialistas;

96 RECOPILACION DE TEXTOS
no, sin embargo, crear nuevas naciones-estado capitalistas, sino dificultar su
aparición, o imposibilitarla, me­diante revoluciones proletarias en los países
capitalistas avan­zados.
El régimen bolchevique se autodeclaró socialista y pretendía por este mo-
tivo acabar con todas las discriminaciones de las mino­rías nacionales. Bajo
tales condiciones, la autodeterminación era, a los ojos de Rosa Luxemburg, no
solamente un sinsentido sino una incitación a reavivar, a través de la ideología
del naciona­lismo, las condiciones que posibilitaran una restauración capita­
lista. En su opinión, Lenin y Trotsky sacrificaron erróneamente el principio
del internacionalismo en aras de momentáneas ven­tajas tácticas. Aunque
quizá esto fuera inevitable, no debía exal­tarse como si de una virtud socialista
se tratara. Rosa Luxemburg, naturalmente, acertaba al no poner en duda la
sinceridad sub­jetiva de los bolcheviques en lo que se refiere al establecimien-
to del socialismo en Rusia y a la más lejana revolución mundial. Ella misma
pensaba que era posible, por medio de una amplia­ción hacia el Oeste de la
revolución, superar la inmadurez obje­tiva de Rusia para una transformación
socialista. Culpaba a los socialistas de Europa occidental, y en especial a los
alemanes, de las dificultades con que los bolcheviques se topaban, y que los
obligaban a hacer concesiones, a establecer compromisos y accio­nes oportu-
nistas. Ella creía que la internacionalización de la revolución podía acabar con
las exigencias nacionalistas de Lenin y resucitar el principio del internaciona-
lismo en el movimiento revolucionario.
Como la revolución mundial no se materializó, la nación-estado continuó
siendo el campo de operaciones del desarrollo econó­mico así como de la lu-
cha de clases. El «internacionalismo» de la Tercera Internacional, bajo domi-
nio ruso, servía estrictamente a los intereses de estado rusos, disimulados
mediante la idea de que la defensa del primer estado socialista era un pre-
rrequisito para el socialismo internacional. Al igual que la autodeterminación
nacional, esta clase de «internacionalismo» estaba destinado a de­bilitar a los
adversarios del nuevo estado ruso. Tras 1920, no obstante, los bolcheviques
no confiaron ya en una reanudación del proceso revolucionario mundial, y se
dedicaron a la conso­lidación de su propio régimen. Su «internacionalismo»
expresaba ahora su propio nacionalismo, exactamente así como el interna­
cionalismo económico de la burguesía sirve exclusivamente para el enrique-
cimiento de las principales entidades organizadas nacionalmente.
El resultado de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias acaba-
ron con el colonialismo de las potencias europeas y produ­jeron la formación
de numerosas naciones «independientes», mien­tras que, al mismo tiempo,
emergían dos grandes bloques, domi­nados por las naciones victoriosas, Ru-
sia y Estados Unidos. No existía en ninguno de los dos bloques independen-
cia nacional real, sino subordinación de los países nominalmente autodeter-
minados a las exigencias imperialistas de las potencias sobresalientes. Esta
subordinación se imponía mediante medios económicos y políticos y por la
necesidad general de adaptar las economías y, por tanto, la vida política de
las naciones satélite, a las realidades del mercado mundial capitalista. Para
las antiguas colonias esto suponía una nueva forma de subyugación y depen-

ROSA LUXEMBURGO HOY 97


dencia, que se denominó neocolonialismo; para las renacientes naciones de
capi­talismo más avanzado, esto implicaba el control directo de su estructu-
ra política mediante los útiles métodos de la ocupación militar y los gobier-
nos-títere. Esta situación fomentaba natural­mente, nuevos «movimientos de
liberación», no solo en el campo capitalista sino también en el llamado socia-
lista, al ofrecer prue­bas de que no existe una cosa como la autodeterminación
nacio­nal ni en las economías controladas por el mercado ni en las controladas
estatalmente.
Que el nacionalismo es meramente un instrumento defensivo de la clase
dirigente se hizo pronto evidente en todas las «naciones liberadas», ya que
proporcionaba arribistas políticos que dispo­nían de un instrumento para au-
toerigirse en una nueva clase dirigente en colaboración con las clases diri-
gentes de los países dominadores. No es relevante saber si esas nuevas cla-
ses diri­gentes se adherían al «mundo libre» o bien a la parte autoritaria del
mundo; en cualquier caso, la forma nacional, sobre la cual se basaba su poder,
excluía cualquier avance hacia una sociedad socialista. Dondequiera que sea
posible, su nacionalismo supone un ferviente imperialismo, aunque sea en
miniatura, que enemista a «naciones socialistas» con otras naciones, inclu-
yendo a otras «naciones socialistas». Contemplamos así el lastimoso espec-
táculo de una amenaza de guerra entre los grandes «países socialistas» Rusia
y China, y, a escala reducida, la guerra abierta entre una Etiopía «marxista» y
una Somalia «marxista» a causa del control de Ogaden.
Esta historia, que caracteriza el estado actual de la política mun­dial, en que
las naciones pequeñas actúan como apoderados de las grandes potencias im-
perialistas, o bien luchan en su propio nombre únicamente para ser víctima
de uno u otro bloque de poder, podría alargarse, con algunas variaciones, casi
indefinida­mente. Todo esto justifica la aseveración luxemburguiana de que
todas las formas de nacionalismo son perjudiciales para el socialismo y que
solamente un internacionalismo consecuente puede ayudar a la emancipa-
ción de la clase obrera. Este inquebrantable internacionalismo es una de las
mayores aportaciones a la teoría y práctica revolucionaria, y coloca a Rosa Lu-
xemburg muy lejos tanto del socialimperialismo de lo socialdemocracia como
de la oportunista concepción bolchevique de la revolución mundial tal y como
era defendida por su gran «estadista» Lenin.
Al igual que Lenin, Rosa Luxemburg consideraba a la Revolución de Octu-
bre una revolución proletaria que, no obstante, dependía completamente de
los acontecimientos internacionales. A la sazón, esta opinión era compartida
por todos los revolucionarios fueran marxistas o no. Después de todo, como
ella dijo, los bolcheviques al tomar el poder proclamaran «por primera vez las
metas fina­les del socialismo como programa inmediata de política prác­tica»
[141]. Ellos resolvieron el famoso problema de la mayoría: «no se llega a la tác-
tica revolucionaria a través de la mayoría, sino a la mayoría a través de la tác-
tica revolucionaria» [142]. Según su opi­nión, el partido de Lenin comprendió
los verdaderos intereses de las masas urbanas al pedir todo el poder para los
soviets a fin de asegurar la revolución. A pesar de todo, la cuestión agraria era

98 RECOPILACION DE TEXTOS
el eje de la revolución y aquí los bolcheviques se mostraron oportunistas en su
política, así como en lo que respecta a las minorías nacionales.
En la Rusia prerrevolucionaria, los bolcheviques compartieron con Rosa Lu-
xemburg la posición marxista de la nacionalización de la tierra como prerre-
quisito para la organización de la pro­ducción agrícola a gran escala, de acuer-
do con la socialización de la industria. Con la intención de ganarse el apoyo
de los cam­pesinos, Lenin abandonó el programa agrícola marxista en favor
del de los socialrevolucionarios, los herederos del viejo movi­miento populista.
Aunque Rosa Luxemburg reconocía que este giro era una «táctica excelente»,
en su opinión nada tenía que ver con la persecución del socialismo. Los dere-
chos de propiedad deben traspasarse a la nación, o al estado, pues solamente
así es posible organizar la producción agrícola a partir de una base socialista.
La consigna bolchevique de «inmediata toma y distri­bución de la tierra por los
campesinos» no era una medida socia­lista, sino una medida que, al crear una
nueva forma de propie­dad privada, cerraba el paso a medidas de ese tipo. «La
reforma agraria de Lenin —escribió— ha creado en el campo una nueva y po-
derosa capa popular de enemigos, cuya resistencia será mucho más peligrosa
y tenaz que la de los terratenientes de la aris­tocracia» [143].
Esto resultó ser una realidad impidiendo tanto el restablecimiento de la
economía rusa como la socialización de la industria. Pero, como en el caso de
la autodeterminación nacional, de nuevo aquí la situación fue determinada no
por la política bolchevique sino por circunstancias, que escapaban a su con-
trol. Los bolcheviques eran prisioneros del movimiento campesino; no podían
seguir en el poder sin su apoyo pasivo, y no podían continuar el camino hacia
el socialismo a causa de los campesinos. Además, su astuto oportunismo no
inició la toma de la tierra por parte de los cam­pesinos, sino que tan solo rati-
ficaba una situación de hecho, in­dependiente de su propia actitud. Mientras
otros partidos duda­ban en legalizar la expropiación de la tierra, los bolchevi-
ques la favorecieron, a fin de conseguir así el apoyo de los campesinos y con-
solidar el poder que habían conseguido mediante un golpe de estado en los
centros urbanos. Confiaban en conservar ese apoyo mediante una política de
bajos impuestos, mientras los campesinos exigían un gobierno que impidiera
el retomo de los terratenientes mediante la contrarrevolución.
En lo que concernía a los campesinos, la revolución suponía la ampliación
de los derechos de propiedad y era, en este sentido, una revolución burguesa.
Únicamente podía desembocar en una economía de mercado y en la capita-
lización intensificada de Ru­sia. En lo concerniente a los obreros industriales,
tanto para Lenin como para Rosa Luxemburg, se trataba de una revolución
prole­taria incluso en aquel primitivo estadio de desarrollo capitalista. Pero
dado que la clase obrera industrial solamente constituía una minúscula par-
te de la población, parecía obvio que tarde o tem­prano empezaría a dominar
en la revolución el elemento burgués. El poder estatal bolchevique solamente
podría sostenerse actuan­do de árbitro de esos intereses contrarios; pero el
éxito de ese intento invalidaría tanto las aspiraciones burguesas como las so-
cialistas en la revolución.

ROSA LUXEMBURGO HOY 99


Se trataba de una situación no prevista por el movimiento marxista, y no
predecible en términos de teoría marxista, que afir­maba que la revolución
proletaria presuponía un elevado desa­rrollo capitalista en el que la clase
obrera se convirtiera en la mayoría y fuere así capaz de determinar el curso de
los aconte­cimientos, Aunque Lenin no estaba interesado en hacer una revo­
lución burguesa, excepto como preliminar de una revolución so­cialista, era
burgués en su convicción de que era posible cambiar la sociedad por medios
puramente políticos, es decir, por medio de la voluntad de un partido político.
Esta inversión idealista del marxismo, en que la conciencia determina el de-
sarrollo ma­terial en lugar de ser su producto, tan solo suponía a nivel práctico
una imitación del propio régimen zarista, en el que la autocracia gobernaba el
conjunto de la sociedad. En realidad, Lenin insistía en que si el Zar podía go-
bernar Rusia con la ayuda de una burocracia compuesta por pocos centena-
res de miles de hombres, los bolcheviques debían ser capaces de hacerlo igual
de bien o aún mejor con un partido que superaba ese número. En cualquier
caso, una vez en el poder, los bolcheviques no tenían otra alternativa que in-
tentar mantenerse en él para de­fender su existencia. Con el transcurso del
tiempo apareció un aparato estatal que se encargó del control autoritario no
solo de la población sino también del desarrollo económico, transforman­do
la propiedad privada en propiedad estatal sin cambiar las relaciones sociales
de producción, es decir, manteniendo las rela­ciones capital-trabajo que per-
miten la explotación de la clase obrera. Este nuevo tipo de capitalismo —co-
rrectamente deno­minado capitalismo estatal— persiste hasta nuestros días
ata­viado con el ropaje ideológico de «socialismo».
En 1918, Rosa Luxemburg no podía prever esta evolución, ya que queda-
ba fuera de todas las suposiciones marxistas. En su opinión, el bolchevismo
estaba cometiendo algunos errores que podrían hacer peligrar su objetivo
socialista. Y si bien esos errores eran ineludibles en el contexto de la aislada
Revolución rusa, no debían ser generalizados en una táctica revolucionaria
planteada para los tiempos venideros y a seguir por todas las naciones. Aun-
que en vano, combatió la realidad rusa con los principios marxistas, para sal-
var al menos la teoría marxista. Pero todo fue en vano, ya que resultó que el
capitalismo y su propiedad privada no se­ guía necesariamente un régimen
socialista, sino que aquel podía ser transformado en un capitalismo estatal-
mente controlado, en donde la vieja burguesía era sustituida por una nueva
clase diri­gente cuyo poder se basaba en su control colectivo del estado y de los
medios de producción. Rosa Luxemburg sabía tan poco como Lenin acerca de
cómo proceder en la construcción de una socie­dad socialista, pero mientras
este último actuaba pragmática­mente a partir de las experiencias de con-
trol estatal de las nacio­nes capitalistas en tiempos de guerra, y se imaginaba
el socialis­mo como el monopolio estatal sobre toda la actividad económica,
Rosa Luxemburg continuaba proclamando que tal estado de cosas no podía
emancipar a la clase obrera. Ella no podía imaginar que la emergente socie-
dad bolchevique representaba una formación social históricamente nueva,
pero únicamente veía en ella una falsa aplicación de los principios socialistas.

100 RECOPILACION DE TEXTOS


Temía una posible restauración del capitalismo a partir de las reformas agra-
rias de los bolcheviques.
Sucedió en efecto que la cuestión agraria agitó incesantemente el estado
bolchevique, y desembocó finalmente en una colectivi­zación forzosa de los
campesinos como solución intermedia entre las relaciones privadas de pro-
piedad y la nacionalización de la agricultura. Esto no suponía un repudio au-
téntico de la política agraria de Lenin, basada en la necesidad y no en la convic-
ción. Lenin, pura y simplemente, no se atrevió a nacionalizar la tierra, excepto
sobre el papel, y Stalin no osó ir más allá de una colecti­vización forzosa de los
campesinos, sin privarlos de cualquier tipo de iniciativa privada. Aún así, fue
una horrible tarea que casi destruyó el régimen bolchevique. Si bien Rosa Lu-
xemburg tenía razón en su oposición a la política agraria de Lenin, sus argu­
mentos, sin embargo, no venían al caso, ya que solo era cuestión de tiempo y
de poder del aparato estatal el que los campesinos pudieran perder su recién
adquirida independencia relativa y cayeran una vez más bajo el control de un
régimen autoritario.
Debería haber sido evidente a partir del concepto leninista del partido y de
su papel en el proceso revolucionario, que este par­tido, una vez situado en el
poder, solamente podía actuar de modo dictatorial. Totalmente al margen de
las condiciones específicas rusas, la concepción del partido como conciencia
de la revolución socialista dejaba claramente todas las decisiones efectivas
del po­der en manos del aparato estatal bolchevique. Esta asunción general
se acentuó aún mucho más en la Revolución rusa que se encontraba dividi-
da entre aspiraciones burguesas y proletarias. Si el proletariado, según Le-
nin, era incapaz de desarrollar una conciencia que fuera más allá del sindi-
calismo (esto es, de luchar en favor de sus intereses en el sistema capitalista),
ciertamente aún sería más incapaz de realizar el socialismo, que presuponía
una ruptura ideológica con toda su experiencia anterior. Hacién­dose eco de
Kautsky, Lenin creía que la conciencia socialista debía encarnarse en el prole-
tariado desde fuera, mediante el conocimiento de la clase media instruida. El
partido era la organi­zación de la «intelligentsia» socialista, que representaba
la con­ciencia revolucionaria para el proletariado, aunque también podía in-
cluir en sus filas algún puñado de obreros inteligentes. Era necesario que esos
especialistas en política revolucionaria se con­virtieran en los amos del estado
socialista, si bien únicamente para impedir la derrota de la clase obrera a cau-
sa de su propia ignorancia. Así como el partido debía guiar al proletariado, del
mismo modo la dirección del partido debía guiar a sus miembros mediante
una centralización semimilitarizada.
Fue esta arrogante actitud de Lenin, presionando a su partido, la que hizo
recelar totalmente a Rosa Luxemburg del posible resultado de la toma del po-
der bolchevique. Ya en 1904 criticó la concepción del partido bolchevique por
su separación artificial de una vanguardia revolucionaria de la masa de los
obreros, y por su ultracentralismo tanto en los asuntos generales como, en
particular, en las cuestiones que afectaban al partido. «De hecho, no hay nada
que pueda entregar con tanta facilidad y seguridad a un movimiento obre-
ro todavía joven a las ansias de poder de los intelectuales —escribió— que la

ROSA LUXEMBURGO HOY 101


canalización del movimiento entre los muros blindados de un centralismo
burocrático que degrada a la clase obrera militante al nivel de instrumento
dócil de un ‹comité›» [144]. Al poner en duda el carácter revolucionario de la
concepción leninista del partido, Rosa Luxemburg prefiguraba el curso segui-
do por el poder bolchevique hasta llegar a nuestros días. Efectivamente, su
crítica de las ideas organizativas de Lenin se basaba en su comparación con la
estructura organizativa del partido socialdemócrata alemán, que, pese a estar
también fuer­temente centralizado, aspiraba a conseguir una amplia base de
masas para su tarea evolutiva. Este partido no pensaba en tér­minos de toma
del poder, sino que se conformaba con triunfos electorales y con la propaga-
ción de la ideología socialista como base para su crecimiento. En cualquier
caso, Rosa Luxemburg consideraba que ningún tipo de partido podía efectuar
una revo­lución socialista. El partido únicamente podía ser una ayuda para la
revolución, que continuaba siendo prerrogativa y requería los esfuerzos de
toda la clase obrera. No concebía al partido socia­lista como un organizador
independiente del proletariado, sino como parte de él, sin ningún tipo de fun-
ciones o intereses dife­renciados de aquellos de la clase obrera.
Con esa convicción, cuando Rosa Luxemburg levantaba su voz contra la po-
lítica dictatorial del partido bolchevique, únicamente era fiel a sí misma y al
marxismo. Aunque este partido ampliaba su posición dominante mediante
la demagógica exigencia del poder único de los soviets, no tenía intención al-
guna de delegar ningún poder en los soviets, a excepción, quizá, de aquellos
que estu­vieran compuestos por bolcheviques. Es cierto que los bolche­viques
en Petrogrado y algunas otras ciudades ostentaban la mayoría en los soviets,
pero esta situación podía cambiar nueva­mente y situar de nuevo al partido en
la situación minoritaria que había padecido en los primeras meses posteriores
a la Revo­lución de Febrero. Los bolcheviques no creían que los soviets fueran
los órganos de una sociedad socialista que estaba emer­giendo; únicamente
veían en ellos un instrumento para la forma­ción de un gobierno bolchevique.
Ya en 1905, que supuso la primera aparición de los soviets, Lenin reconoció su
potencial revolucionario, que para él, empero, era únicamente una nueva ra-
zón para fortalecer su propio partido y prepararlo para asumir las riendas de
gobierno. Según Lenin, el poder revolucionario latente de la forma organizati-
va de los soviets no mutaba su natu­raleza espontánea, lo que suponía el riesgo
de que ese poder se disipara en actividades infructuosas. Aunque formaban
parte de la realidad social, los movimientos espontáneos podían, en el me­jor
de los casos —según opinión de Lenin—, apoyar, pero nunca suplantar a un
partido guiado por un objetivo. La cuestión que en octubre de 1917 se plantea-
ba a los bolcheviques no era elegir entre el soviet y el dominio del partido, sino
entre este último y la Asamblea Constituyente. Como no era factible obtener
la mayoría en la Asamblea y obtener así el gobierno, era necesario prescindir
de ella para realizar la dictadura del partido en nom­bre del proletariado.
Aunque Rosa Luxemburg afirmó que el conjunto de las masas populares
debían tomar parte en la construcción del socialismo de un modo u otro, no
consideró los soviets como la forma orga­nizativa tipificada que podía posibi-
litar esto. En 1905 la impre­sionaron de tal modo las grandes huelgas de masas

102 RECOPILACION DE TEXTOS


que se pro­dujeron en Rusia, que prestó poca atención a su forma organi­zativa
en soviets. Los soviets simplemente eran para ella comités de huelgas a falta
de otras organizaciones sindicales más estables. Incluso tras la Revolución de
1917, creía que «la realización prác­tica del socialismo como sistema económi-
co, social y jurídico es algo que todavía está envuelto por la niebla del futuro»
[145]. Sola­mente se conocía la dirección general a seguir, no los pasos concre-
tos que debían darse para consolidar y desarrollar la nueva sociedad. El socia-
lismo no podía derivarse de planos confeccionados y realizarse mediante un
decreto gubernamental. Exigía la más amplia participación por parte de los
obreros, o sea, una democracia auténtica, y era precisamente esta democra-
cia lo úni­co que podía denominarse dictadura del proletariado. Una dicta­dura
de partido no era para Rosa Luxemburg más que una «dicta­dura en el sentido
burgués, en el sentido del poder de los jaco­binos» [146].
Todo es indudablemente cierto, a nivel general, pero el carácter burgués
del poder bolchevique reflejaba —ideológica y práctica­mente —la naturale-
za objetivamente no socialista de esta revolu­ción particular, que pura y sim-
plemente no podía pasar de las condiciones casi feudales del zarismo a una
sociedad socialista. Se trataba de una especie de «revolución burguesa» sin
la burgue­sía, así como de una revolución proletaria sin un proletariado lo su-
ficientemente amplio: una revolución en que un partido apa­rentemente anti-
burgués desempeñaba las funciones históricas de la burguesía por medio de
su asunción del poder político. En estas condiciones, el contenido revolucio-
nario del marxismo occi­dental era inaplicable, ni siquiera modificándolo. Eso
puede ex­plicar la vacuidad de los argumentos luxemburguianos en contra de
los bolcheviques, sus quejas acerca de la falta de respeto hacia la Asamblea
Constituyente y sus actos terroristas contra toda oposición, procediera de la
izquierda o de la derecha. Sus mismas indicaciones sobre cómo proceder en
la construcción del socialismo, pese a ser correctas y loables, no podían estar
de acuerdo con una Asamblea Constituyente, que es una institución burgue-
sa. Su tolerancia hacia cualquier opinión y sus deseos de expresarla a fin de
influir en el curso de los acontecimientos, no podían realizarse bajo condicio-
nes de guerra civil. La construc­ción del socialismo no podía dejarse a un lento
método de ensayo-error, por el que el futuro podía discernirse en la «nebu­
losa» del presente, sino que estaba dictada por las necesidades del momento
que exigían acciones definidas.
La carencia de realismo con respecto a los bolcheviques y a la Revolución
rusa de Rosa Luxemburg podría deberse a sus pro­pias ambigüedades. Por un
lado ella era socialdemócrata y por otro revolucionaria, en un momento en
que ambas posiciones se habían separado. Miraba a Rusia con ojos social-
demócratas y a la socialdemocracia con ojos revolucionarios; anhelaba una
socialdemocracia revolucionaria. Ya en su célebre polémica con Eduard Ber-
nstein [147] rehusó elegir entre reforma y revolución ya que pro­curaba com-
binar ambas actividades de forma dialéctica en una sola e idéntica política.
Era posible, en su opinión, librar la lucha de clases en el parlamento y en la
calle, no solo mediante el par­tido y los sindicatos sino también con las masas
desorganizadas. El asidero legal obtenido en la democracia burguesa debía

ROSA LUXEMBURGO HOY 103


apun­talarse por medio de acciones directas de las masas en sus luchas coti-
dianas; concebía las actividades parlamentarias como apoyo a dichos esfuer-
zos. Existían, empero, las acciones de masas, que eran las más importantes, ya
que aumentaban la conciencia de su posición de clase y consiguientemente
su conciencia revoluciona­ria. El combate directo de los obreros en contra del
capitalismo constituía la auténtica «escuela de socialismo». La ampliación de
las huelgas de masa [148], en las que los obreros se comportaban como una
clase, era en su opinión el prerrequisito imprescindible de la revolución ve-
nidera, que derrocaría a la burguesía e instau­raría gobiernos apoyados y con-
trolados por el proletariado con madura conciencia de clase.
Rosa Luxemburg no comprendió la verdadera naturaleza de la socialde-
mocracia hasta la erupción de la Primera Guerra Mundial. En ella existían
un ala derechista, un centro y un ala izquierdista; Liebknecht y Luxemburg
representaban esta última. Existía una pugna ideológica entre estas tenden-
cias, tolerada por la burocra­cia del partido porque se mantenía en el terreno
puramente ideo­lógico. La actuación del partido era reformista y oportunis-
ta, actuación que salía incólume de la retórica izquierdista, en el caso de que
no la apoyara indirectamente. Creían que era posible transformar el partido
y devolverle el carácter revolucionario de sus orígenes. Rosa Luxemburg des-
echó sugerencias para escindir el partido porque temía perder contacto con
el grueso de los obreros socialistas. La confianza que ella depositaba en esos
obre­ros no se veía afectada por la carencia de confianza en lo que a sus líderes
atañe. Le sorprendió mucho que el socialchovinismo exhibido en 1914 uniera
a los líderes y los lanzara contra el ala izquierda del partido. Aún así, no se dis-
puso a abandonar el par­tido hasta su ruptura a propósito del resultado de los
objetivos de guerra, que condujeron a la formación del Partido Socialista In-
dependiente (USPD), en que la Liga Spartakus, un círculo orga­nizado en torno
a Liebknecht, Luxemburg, Mehring y Jogiches, formaba una pequeña facción.
Hasta entonces esa facción había desempeñado actividades independientes
por medio de propaganda antibélica y en contra de la política de colaboracio-
nismo de clase del viejo partido. Rosa Luxemburg únicamente reconoció la
necesidad de un nuevo partido revolucionario y de una nueva Internacional
hacia finales de 1918.
La Revolución alemana de 1918 no fue el producto de ninguna organización
izquierdista, si bien miembros de todas ellas desem­peñaron variados pape-
les en ella. Se trataba estrictamente de un levantamiento político encamina-
do a acabar con la guerra y a eliminar la monarquía a la que se consideraba
responsable de ella. Fue una consecuencia de la derrota militar alemana y no
gozaba de seria oposición por parte de la burguesía y de los militares que les
permitió cargar el peso de la derrota al movi­miento socialista. Esta revolución
situó a la socialdemocracia en el gobierno, aliándose entonces con los mili-
tares a fin de aplastar cualquier intento de transformar la revolución políti-
ca en una revolución social. Los consejos de obreros y de soldados surgidos
espontáneamente, aún bajo el dominio de la tradición y de la vieja ideología
reformista, apoyaron en su mayoría al gobierno socialdemócrata y anuncia-
ron estar dispuestos a desaparecer en favor de una Asamblea Nacional en

104 RECOPILACION DE TEXTOS


el seno de la estructura demo­crática burguesa. Esta revolución, se ha dicho
acertadamente, «era una revolución socialdemócrata contenida por los líde-
res socialdemócratas: un proceso que difícilmente cuenta con algún parale-
lismo en la historia mundial» [149]. Se trataba también de una revolución mi-
noritaria, ¡claro está!, que abogaba y luchaba por la creación de un sistema
social de consejos obreros que funcio­nase como una institución permanen-
te; pero esto pronto fue sis­temáticamente acallado por las fuerzas militares
lanzadas contra ellos. La Liga Spartakus, junto a otros grupos revolucionarios,
se autotransformó en el Partido Comunista de Alemania para orga­nizar esta
revolución minoritaria mediante acciones ininterrum­pidas. Su programa fue
escrito por Rosa Luxemburg.
Quedó claro ya en su congreso fundacional que el nuevo partido estaba es-
cindido. Rosa Luxemburg, incluso en estos últimos mo­mentos, no fue capaz
de romper totalmente con las tradiciones socialdemócratas. Aunque afirmó
que había pasado la hora del programa mínimo y sucinto de socialismo, aún
se aferraba a la política de la doble perspectiva, o sea, a la opinión de que la
inse­guridad de una temprana revolución proletaria exigía considerar una po-
lítica definida dentro de las organizaciones e instituciones sociales dadas. En
la práctica, esto significaba participar en la Asamblea Nacional y en los sin-
dicatos. Sin embargo, la mayoría del Congreso se pronunció a favor del anti-
parlamentarismo y de luchar contra los sindicatos. Pese a sus reluctancias,
Rosa Luxemburg acató esta decisión y escribió y actuó de acuerdo con ella.
Dado que fue asesinada solamente dos semanas después, no es posible decir
sí ella habría mantenido o no esta postura. En cualquier caso, sus discípulos,
alentados por Lenin mediante su emisario Radek, pronto dividieron el nuevo
partido y fusionaren su sección parlamentaría con una parte de los socialistas
inde­pendientes para formar un «partido verdaderamente bolchevi­que»; esta
vez, empero, como una organización de masas en el sentido socialdemócra-
ta, compitiendo con el antiguo partido socialdemócrata en la obtención de la
lealtad de los obreros, a fin de forjar un instrumento para la defensa de la Ru-
sia bolche­vique.
Mas todo esto es historia. Las revoluciones fracasadas en Europa Centra!, y
la evolución en la dirección del capitalismo de estado en Rusia, superaron las
crisis políticas del capitalismo que si­guieron a la Primera Guerra Mundial. Sus
dificultades económicas no fueron superadas del mismo modo y condujeron
a amplias crisis mundiales y a la Segunda Guerra Mundial. Como las clases
dirigentes —las viejas y las nuevas— recordaban las repercusio­nes revolucio-
narias a raíz de la Primera Guerra Mundial, impi­dieron su posible reaparición
posterior a través de medios direc­tos de ocupación militar. La enorme des-
trucción de capital y su posterior centralización por medio de la guerra, así
como el cre­cimiento de la productividad del trabajo, produjeron un gran as-
censo de la producción de capital tras la Segunda Guerra Mundial. Esto supu-
so un eclipsamiento casi total de las aspiraciones revolucionarias, a excepción
de aquellas que tenían un carácter estrictamente nacionalista y de capitalis-
mo estatal. Esto conso­lidó la «economía mixta», tanto a nivel nacional como
interna­cional en la que los gobiernos influían en las actividades econó­micas.

ROSA LUXEMBURGO HOY 105


El marxismo, como todas las cosas del pasado, se convirtió en una disciplina
académica, lo que indica su ocaso como teoría del cambio social. La social-
democracia dejó de autoconsiderarse una organización de la clase obrera,
para pasar a ser solo un par­tido del pueblo, listo para desempeñar funciones
gubernamentales en favor de la sociedad capitalista. Las organizaciones co-
munistas acapararon el papel clásico de la socialdemocracia, y también su
pronta disposición favorable a la hora de formar gobiernos, o de participar en
ellos, que apoyaban el sistema capitalista. El movi­miento obrero —dividido en
bolcheviques y socialdemocracia— que había preocupado a Rosa Luxemburg,
dejó de existir.
Con todo, el capitalismo sigue siendo susceptible a las crisis y al colapso.
Vistos los métodos actuales de destrucción, puede autodestruirse en otra
conflagración. Pero también puede ser vencido por medio de las luchas de
clase encaminadas a conseguir su transformación socialista. La alternativa
que Rosa Luxemburg formuló —socialismo o barbarie— sigue siendo válida. El
estado actual del movimiento obrero organizado, que carece de cualquier in-
clinación revolucionaria, subraya que un futuro socialista de­pende en mayor
grado de las acciones espontáneas del conjunto de la clase obrera, que de las
anticipaciones ideológicas de ese futuro que puedan encontrar su expresión
en organizaciones revolucionarias de reciente aparición. Puestas así las co-
sas, no hay mucho que aprender de las experiencias pasadas, a excepción de la
lección negativa de que ni la socialdemocracia ni el bolchevis­mo tienen nada
que ver con los problemas de la revolución pro­letaria. Al oponerse a ambos,
aunque de modo inconsecuente, Rosa Luxemburg abrió una nueva vía hacia
la revolución socia­lista. Su impulso revolucionario, a pesar de algunas nocio-
nes fal­sas en lo que afecta a la teoría y a algunas ilusiones en lo que concierne
a la práctica socialista, deparó los elementos esencia­les que una revolución
socialista requiere: un internacionalismo inquebrantable y el principio de la
autodeterminación de la clase obrera en sus organizaciones y en la sociedad.
Al tomarse en serio el aforismo de que la emancipación del proletariado solo
puede realizarla el propio proletariado, tendió un puente entre el pasado re-
volucionario y el futuro revolucionario. Sus concepcio­nes se mantienen aún
rebosantes de la idea de revolución, mien­tras que todos sus adversarios en el
viejo movimiento obrero se han convertido en parte de la decadente sociedad
capitalista.

Diciembre 1977.
(Traducción de Rafael Grasa)

106 RECOPILACION DE TEXTOS


LA DIALÉCTICA
ENTRE CIENCIA
SOCIAL E
IDEOLOGÍA EN
ROSA LUXEMBURG
Michael Löwy: Nacido en mayo de 1938 en S. Paulo, Brasil. Militó en el movi-
miento estudiantil brasileño, en calidad de enlace con los sindicatos obreros.
Licenciado en Ciencias Sociales en la Universidad de S. Paulo, con­tinuó sus
estudios en París, bajo la dirección de Lucien Goldmann. Doctorado en la Sor-
bona en 1964, su tesis doctoral fue publicada por Ed. Máspero con el título de
La teoría de la revolución en el joven Marx (traducción castellana en Siglo XXI,
Madrid), Ha escrito varios ensayos sobre Rosa Luxemburg, reeditados en el
volumen Dialéctica y revolución (Ed, Anthropos; traduc­ción castellana en Si-
glo XXI). Ha publicado, en colaboración con Georges Haupt una antología so-
bre los marxistas y la cuestión nacional que acaba de ser publicada en catalán
—Els marxistes i la qüestió nacional— por Ediciones La Magrana, Barcelona,
1978). Doctorado de Estado sobre Lukács en 1975, publicado en P. U. F., París,
con el título de Pour une sociologie des intellectuels révolutionnaires: l'évolution
politique de Lukács 1909-1929. Profesor en la Universidad de Vincennes des-
de 1969, y aceptado como investigador en el Centre National de la Recherche
Scientifique en 1977.

108 RECOPILACION DE TEXTOS


Michael Löwy

¿Cómo puede el marxismo ser al mismo tiempo una doctrina revolucio-


naria, que expresa el punto de vista o la ideología de una clase social, y una
teoría científica que aspira a la verdad objetiva? Esta pregunta epistemológica
decisiva sigue, todavía hoy, suscitando debates en el seno del pensamiento
marxista, siendo el ejemplo más reciente la polémica en torno a las tesis de
Althusser.
Nos parece que Rosa Luxemburg aporta a este debate una con­tribución im-
portante, que se caracteriza por un rigor y una coherencia profunda, y que
nunca se ha puesto suficientemente de manifiesto.
Para comprender la posición de Rosa Luxemburg, resulta nece­sario ante
todo situarla en relación con la de sus contemporá­neos en el seno de la social-
democracia alemana, especialmente con la de su principal adversario político
y científico: Eduard Bernstein.
El fundamento metodológico del pensamiento de Bernstein es una com-
binación notablemente articulada entre Kant y Comte. Se trata para él de di-
solver y de descomponer el socialismo científico —síntesis dialéctica entre
ciencia y revolución— en una ética «socialista» inspirada en los Principios
Eternos de la Justicia y en el Imperativo Categórico de Kant, de un lado, y en
una ciencia económica y social empírica, neutra y positivista, de otro. Así se
separan los juicios de valor (éticos) de los juicios fácticos (científico-positi-
vos), que habrían estado confundidos en Marx. Será partiendo de esta teoría
de la ciencia como Bernstein criticará el carácter tendencioso y partidista del
pensamiento de Marx; según su opinión, habría en la obra de Marx análisis
que estarían «exentos de prejuicios», pero «desde el momento en que Marx
aborda la cuestión del objetivo final», dejaría de ser científico para convertirse
en «prisionero de una doctrina» [150].
En el curso de una conferencia en 1901, Bernstein pondrá en duda la posi-
bilidad misma de un socialismo científico, que le parece contener una con-
tradicción: «la ciencia no podría ser tenden­ciosa» En tanto que conocimiento
de aquello que es, no pertenece a ninguna clase ni a ningún partido». ¿Cómo
podría, pues, el socia­lismo ser científico, siendo como es la expresión de un
interés partidista, de un interés de clase? [151].
En su polémica contra Bernstein y los neokantianos, Kautsky hará la de-
fensa de Marx, pero acepta en realidad la problemá­tica bernsteiniana de la
separación entre la «ética» por un lado: y la ciencia por otro. En su libro Ética y
concepción materialista de la historia, de 1906, se sitúa, en última instancia, en
un nivel metodológico muy próximo al de su adversario, a la vez que intenta
lavar a Marx de la acusación de «tendenciosidad»: «incluso para un hombre
como Marx, se hace sentir el efecto de un ideal moral en la búsqueda cientí-
fica. Pero él siempre se esfuerza, y con razón, por excluirlo en la medida de lo
posible. En la ciencia, efectivamente, el ideal moral se convierte en fuente de
errores cuando pretende querer indicarle sus fines» [152].
En realidad, tras este debate un tanto confuso en torno a lo «ético» y lo
«ideal» se esconde un problema mucho más extenso e importante: el de la

ROSA LUXEMBURGO HOY 109


relación entre el punto de vista de una clase social, su visión del mundo, su
«ideología» (en sentido am­plio), y el conocimiento científico de la sociedad,
y en particular el problema del vínculo epistemológico entre marxismo y
pro­letariado.
Algunos años más tarde, tanto Kautsky como sus colegas austromarxistas
harán explícita su posición sobre el particular, adop­tando una posición fuer-
temente teñida de positivismo. Para Kauts­ky, en La concepción materialista de
la historia, 1927, el marxismo, en tanto que «doctrina puramente científica, no
está en ningún modo vinculado al proletariado» [153], mientras que Max Adler
pro­clama con tranquilidad que «el marxismo es, como toda ciencia, comple-
tamente apolítica, si por ello se entiende una ausencia de toma de postura de
partido político»... [154].
Al revés que Kautsky, Rosa Luxemburg, en su crítica a Bernstein pondrá en
cuestión el fundamento mismo de su posición. En su folleto de 1889, ¿Reforma
social o revolución?, desarrolla una crítica radical del cientifismo pretendida-
mente no clasista y por encima de los partidos:

«Bernstein no quiere oír ni hablar de ninguna «ciencia de partido», o, me-


jor dicho, de una ciencia de clase, así como tampoco de un liberalismo de clase
o de una moral de clase. Se cree que representa una ciencia general hu­mana
abstracta, un liberalismo abstracto, una moral abstracta. Pero como la sociedad
real está constituida por clases, con inte­reses, aspiraciones, y concepciones
diametralmente opuestos, re­sulta de momento pura fantasía, puro autoenga-
ño, hablar de una ciencia general humana en cuestiones sociales, hablar de un
libe­ralismo abstracto, de una moral abstracta. Lo que Bernstein tiene por su
ciencia, democracia y moral universalmente humanas, no es sino la ciencia, la
democracia y la moral dominantes, es decir, la ciencia burguesa, la democracia
burguesa, la moral burguesa» [155].

Así pues, para Rosa Luxemburg, no solo las ideologías morales y políticas,
sino también las ciencias sociales están inevitablemente comprometidas en
la lucha de clases. La ciencia de la sociedad está necesariamente vinculada al
punto de vista y a los intereses de una clase social, y solamente en un futu-
ro, en una sociedad sin clases, podrá pensarse en una ciencia social no parti-
dista, «universalmente humana». En la medida en que distingue las ciencias
de la sociedad de las ciencias de la naturaleza, Rosa Luxemburg se libera, de
un lado, de la hipoteca positivista y, de otro, evita la trampa de una exagerada
ideologización de las ciencias naturales.
Esta afirmación no es para ella una simple cuestión de principio; en su In­
troducción a la Economía Política muestra cómo, en una ciencia social concre-
ta, «los caminos del conocimiento burgués y los del conocimiento proletario
se dividen» en torno a todas las cuestiones, incluidas aquellas que a primera
vista puedan parecer abstractas e indiferentes para las luchas sociales [156].
Esto no quiere decir que los «caminos del conocimiento burgués» no pue-
dan desembocar en resultados científicos importantes. Rosa Luxemburg in-
siste en el valor de los descubrimientos científicos de los fundadores de la

110 RECOPILACION DE TEXTOS


economía política (Quesnay, Boisguillebert, Adam Smith, Ricardo), quienes se
atrevieron a mostrar el capitalismo en su «desnudez clásica», y ella opone esta
«verda­dera ciencia» de los grandes antepasados a la «masa amorfa» de los
epígonos burgueses contemporáneos [157]. Partiendo de los análi­sis de Marx
en Teorías de la Plusvalía sobre la historia de la ciencia económica, muestra la
estrecha relación entre esta y la historia social real, la historia de la lucha de
clases: «Dentro de un paralelismo estricto con sus transformaciones políticas,
la burguesía tampoco es portadora en la economía política de la in­vestigación
científica más que cuando lucha contra la sociedad feudal; desde el momento
en que se vuelve contra la clase obrera en ascenso, cae inmediatamente en la
vulgaridad y en la apología» [158].
Por otra parte, la relación de Marx con sus predecesores es apre­hendida por
Rosa Luxemburg como un vínculo complejo y contra­dictorio, de continuidad
y ruptura al mismo tiempo; no se trata de un «corte epistemológico» entre un
pensamiento puramente ideológico (los clásicos) y «la ciencia» de Marx (ver
Althusser), sino de una superación de los límites de la ciencia burguesa por
medio de «los portavoces del proletariado moderno» que han «fabricado sus
armas mortales» a partir de los descubrimientos científicos de Smith y Ricar-
do [159]. Dicho de otro modo; «las leyes de la anarquía capitalista y de su futuro
ocaso desarrollados por Marx no son, sino una continuación de la economía
política crea­da por los sabios burgueses, pero una continuación que, en sus
resultados finales, se contrapone del modo más agudo a los pun­tos de partida
de aquella» [160]. Esta continuidad parcial entre Marx y la economía política
burguesa introduce implícitamente un problema clave para la epistemología
marxista: la autonomía rela­tiva de la ciencia de la sociedad con respecto de las
clases socia­les. Volveremos sobre ello.
¿Por qué el marxismo ha podido realizar esta Aufhebung (conser­vación-
negación-superación) de la ciencia burguesa?
El pensamiento de Marx representa «en el terreno de la filosofía, de la his-
toria y de la economía, el punto de vista histórico del proletariado»; los mar-
xistas son, en última instancia, los «ideó­logos de la clase obrera» [161].
El término ideología en Rosa Luxemburg (al igual que en Lenin) no es, como
para el joven Marx de La ideología alemana, sinónimo de imagen invertida y
falsa de la realidad, sino que designa sim­plemente una forma de pensamien­
to vinculado en su estructura significativa, al punto de vista de una clase so­
cial; por consi­guiente, no es contradictorio ni con ciencia, ni con conocimiento
verdadero.
Según Rosa Luxemburg, «un vinculo particular existe entre la economía
política como ciencia y el proletariado moderno como clase revolucionaría».
Precisamente porque Marx se sitúa en el punto de vista del proletariado revo-
lucionario y de su ideología socialista, porque se encuentra en «un observato-
rio más elevado» (höheren Warte), puede, en su análisis científico del capita­
lismo, «aprehender los límites de las formas económicas bur­guesas» [162].
Esta metáfora topológica de Rosa Luxemburg es, se­gún nuestra opinión, par-
ticularmente afortunada; permite enten­der la diferencia existente entre la
ciencia de Marx y la de los economistas burgueses no como una división entre

ROSA LUXEMBURGO HOY 111


la pura luz científica y las tinieblas ideológicas, sino como dos observato­rios,
dos promontorios, dos montañas elevadas de forma desigual con respecto al
mismo paisaje, cada cual con su área de visibili­dad, con su horizonte, donde
la más alta, evidentemente, es capaz de abarcar más con su mirada y de su-
perar los límites de los niveles inferiores. Esta metáfora permite también dar
cuenta de la posibilidad, para un economista burgués, de descubrir un cierto
número de verdades científicas dentro del área de visibi­lidad definida por su
horizonte ideológico, dentro del espacio teó­rico estructurado por su punto de
vista de clase (consciente o no). La ciencia económica no es, pues, en absoluto
reductible a su zócalo social e ideológico, sino que este último determina los
límites del conocimiento situado en una determinada perspectiva de clase.
Esta imagen de Rosa Luxemburg abre, además, el camino a una compren-
sión de las condiciones históricas concretas que expli­can el advenimiento del
marxismo y su lugar en el desarrollo de la ciencia económica: no el «Fiat Lux»
milagroso de un genio individual, sino la expresión científica de un nuevo
punto de vista, el del proletariado moderno, que provoca la irrupción de un
«observatorio más elevado», y que crea la posibilidad objetiva de un conoci-
miento más amplio y más avanzado de la realidad social.
Es obvio que queda por demostrar por qué el punto de vista del proletaria-
do pone una superioridad epistemológica, por qué el marxismo se sitúa a un
nivel superior de comprensión cientí­fica. En su polémica con Bernstein, Rosa
Luxemburg aporta algu­nos elementos esenciales para una respuesta cohe-
rente a esta pregunta:
1) La diferencia entre Marx y Ricardo o Smith no se evidencia solo en las
respuestas a preguntas comunes, sino en un nivel bas­tante más pro-
fundo: las preguntas, los problemas mismos, son nuevos en Marx.
2) Lo que permite a Marx plantear estas cuestiones nuevas y así «descifrar
los jeroglíficos» de la economía capitalista, es su posi­ción historicista, su
percepción de los límites históricos del capi­talismo, su superación de la
posición naturalista y eternista de los clásicos.
3) Precisamente porque se sitúa en una perspectiva socialista-proletaria
ha podido Marx dar cuenta de este carácter transitorio y perecedero del
capital, invisible en el campo teórico burgués.
4) Lejos de ser contradictorio con el conocimiento de la verdad, la ideología
socialista, el punto de vista de clase del proletariado, favorece la com-
prensión científica de la sociedad. El socialismo científico resulta de
la indisoluble unidad dialéctica entre ambas dimensiones. («¿Cuál fue
la llave mágica de Marx, la que le abrió precisamente los secretos más
íntimos de todos los fenómenos capitalistas, con la que pudo resolver
con facilidad rayana en el juego problemas cuya existencia ni siquiera
pudieron intuir los grandes espíritus de la economía burguesa clásica,
como Smith y Ricardo? Pues no fue otra sino la concepción de la econo-
mía capitalista en su conjunto como fenómeno histórico, y no solo ha-
cia atrás, como en el mejor de los casos lo entendió la econo­mía clásica,
sino también hacia adelante, no solo en relación con el pasado econó-
mico feudal, sino también en relación con el futuro socialista. (...) Preci-

112 RECOPILACION DE TEXTOS


samente y no solo por haberse enfrentado Marx desde un principio en
tanto que socialista, es decir, partiendo de un punto de vista histórico, a la
economía capitalista pudo descifrar sus jeroglíficos, y por haber hecho
de la perspec­tiva socialista el punto de partida del análisis económico
de la sociedad burguesa pudo, viceversa, fundamentar científicamente
el socialismo.» [163])
Partiendo de estas reflexiones de Rosa Luxemburg se podría esbozar un
paralelismo entre la superioridad de la economía polí­tica clásica en relación
con las doctrinas económicas feudales, por un lado, y la de Marx sobre los eco-
nomistas burgueses, por otro: en ambos casos el punto de vista de la clase re-
volucionaria (la burguesía en el siglo XVIII y principios del XIX, el proletariado
a partir de mediados del XIX) ha favorecido un conocimiento más profundo y
más científico de las relaciones económicas y socia­les, superando las concep-
ciones conservadoras y ahistóricas de los ideólogos del orden establecido.
Es necesario, sin embargo, señalar que para Rosa Luxemburg la relación
entre proletariado y ciencia presenta una característica muy particular, que
le es específica como clase revolucionaria: «Dado que (...) el esclarecimiento
en torno a las leyes del desa­rrollo fue necesario para la lucha de clases prole-
taria, esta ha fertilizado (befruchtend gewirk) la ciencia social, y el monumento
de esta cultura espiritual es... la doctrina de Marx» [164]. Por des­gracia, Rosa
Luxemburg no desarrolla esta idea, que nos parece muy rica e importante, y
que permite precisamente aprehender la naturaleza única de la relación en-
tre clase obrera y verdad científica: contrariamente a la burguesía revolucio-
naria, llevada al poder por el desarrollo «espontáneo» del capitalismo, el pro­
letariado solo puede triunfar en su lucha a través de una acción consciente que
implique el conocimiento objetivo de la realidad social [165].
Desde Max Weber, la ciencia social burguesa ha acusado siem­pre al mar-
xismo de no haberse aplicado a sí mismo, de no ana­lizar su propio estatus
epistemológico, de no utilizar sobre sí mismo los mordaces instrumentos
teóricos, que le sirven para desen­mascarar a sus adversarios: el materialismo
histórico, la teoría de las ideologías de clase, etc.
Un tal reproche no está totalmente desprovisto de fundamento en relación
con ciertas corrientes marxistas, representadas por Kautsky y otros partida-
rios de un marxismo «puramente científico», sí no «apolítico» (Max Adler),
pero deja ciertamente de tener sen­tido en relación con Rosa Luxemburg,
quien pone explícitamente en evidencia las condiciones sociales e históri-
cas del marxismo y se propone precisamente aplicar el método marxista a
la obra de Marx. Así, después de haber insistido acerca de la historicidad de
todos los problemas sociales, económicos, políticos e ideológicos, está abo-
cada a plantear el problema de los límites históricos del marxismo mismo; los
pensadores burgueses, describe con ironía, buscan en vano desde hace mu-
cho tiempo una forma de superar el marxismo, y no comprenden que el único
y verdadero medio se encuentra en el seno de la doctrina marxista misma:
«Histó­rica hasta el final, no pretende tener más que una validez limi­tada en el
tiempo. Dialéctica hasta el final, lleva en sí misma el germen cierto de su pro-
pia superación». La teoría de Marx corresponde concretamente a un período

ROSA LUXEMBURGO HOY 113


determinado del desa­rrollo económico y político: el paso del capitalismo al
socialis­mo en la historia de la humanidad [166]. Solamente cuando esta etapa
se haya superado, cuando el comunismo sea realidad, y las clases sociales ha-
yan desaparecido, se podrá ir más allá del horizonte intelectual representado
por el marxismo.
Es interesante recordar, en este contexto, el párrafo de ¿Reforma social o re­
volución?, en el que Rosa Luxemburg afirma, contra Bernstein, que una ciencia
general humana en cuestiones socia­les es «de momento pura fantasía, puro
autoengaño» [167]. La expre­sión «de momento» sugiere la posibilidad, en una
sociedad sin clases, de una ciencia social sin referencias ideológicas y sin pun-
to de vista de clase. En esta ciencia de la sociedad comunista, el problema de la
objetividad del conocimiento se planteará en términos radicalmente nuevos.
Esta tesis de la historicidad del marxismo será retomada más tarde por
otros pensadores marxistas, especialmente por Lukács y Gramsci. En sus
Quaderni del Carcere, Gramsci subraya que la filosofía de la praxis «se concibe
a sí misma historicísticamente, como una fase transitoria del pensamiento fi-
losófico» [168]. Resulta difícil saber si Gramsci fue directamente inspirado por
los escri­tos de Rosa Luxemburg, pero la similitud de ambas problemá­ticas es
innegable.
En realidad, solo partiendo de esta concepción de sí mismo puede el ma-
terialismo histórico llegar a ser un método de explicación coherente de las
formas de la ideología, del pensamiento y del conocimiento social, un método
que no admita excepción y no se sitúe a sí mismo al margen de la totalidad
histórico-social. Toda otra concepción no puede desembocar (como en el caso
de los estructural-marxo-positivistas) sino en el desplazamiento de la ciencia
de la sociedad en general y del marxismo en particular fuera del proceso his-
tórico y del movimiento social global.

Diciembre 1977.
(Traducción de María José Aubet)

114 RECOPILACION DE TEXTOS


ROSA LUXEMBURG:
LA HUELGA DE
MASAS[169]
Norman Geras: Nacido en 1943 en Bulawayo (Rodesia). Estudió en la Uni-
versidad de Oxford, Desde 1967 es profesor de la Universidad de Manchester.
Miembro del consejo editorial de la revista New Left Review y miembro de la
IV Internacional. Es autor de The legacy of Rosa Luxemburg (traducción caste-
llana de próxima aparición en Ed. Era, de México), así como de diversos traba-
jos sobre Marx, Althusser y Trotsky.

116 RECOPILACION DE TEXTOS


Norman Geras

«Las masas son el factor decisivo; son la roca sobre la que se basa la victoria
final de la revolución. [170]»

Que Rosa Luxemburg concedía gran importancia a la esponta­neidad de las


masas, lo saben incluso aquellos que la conocen poco. No es probable que esas
personas vean ninguna conexión entre esto y el hecho de que Rosa fuera mu-
jer, pero esa co­nexión de hecho se ha dado. George Lichtheim, tras señalar la
diferencia entre su posición revolucionaria y el reformismo de E. D. Kuskova,
autora del Credo «economicista», proseguía di­ciendo: «Esto sugiere que la co-
mún confianza de ambas en la ‹espontaneidad› en detrimento de la concien-
cia pudiera tener raíces psicológicas. En cualquier caso está el hecho de que
ambas eran mujeres, y que a lo largo de toda su carrera militante Lu­xemburg
dio la impresión de considerar el control consciente como una amenaza fren-
te a la espontaneidad, lo cual es una idea típicamente femenina» [171]. Esta
idea, por más sorprendente que pue­da parecer, coincide con la extendida ten-
dencia a situar el origen de la actitud de Luxemburg hacia las masas fuera del
discurso racional. Sobre este punto el consenso entre los estudiosos serios
se hace extensivo incluso a la terminología con que estos la caracterizan. Así,
C. Wright Mills habla de que «la metafísica del trabajo» era para Rosa Luxem-
burg «tanto un hecho final como una fe última». Según E. H. Carr, Luxemburg
tenía «una fanática, pero utópica, casi anarquista, fe en las masas»; y según F.
L. Carsten tenía «una fe ciega en las masas». El mismo Lichtheim identificaba
en su línea política «una especie de romanticismo sindi­calista» y se refiere
también a su «vaga fe en ‹las masas›» y a su «mística doctrina de lealtad al
proletariado» [172]. El lenguaje evoca de forma uniforme la imagen de algún
fanático religioso.
El cuadro que ofrecen estos escritores no es, de todos modos, totalmen-
te negativo. Están, por ejemplo, de acuerdo en señalar los aspectos morales,
humanitarios y democráticos del pensamien­to de Luxemburg. No es preciso
extenderse en disquisiciones sobre ello, a condición de que no olvidemos su
explícito rechazo de la idea según la cual puede darse una moral o una demo-
cracia no clasista en una sociedad dividida en clases [173]. Luxemburg luchó
toda su vida contra lo que consideró en una ocasión como «la más profun-
da de las inmoralidades»: la explotación [174], y combatió así­ mismo por una
democracia proletaria que pudiera abolirla. En toda su obra se trasluce un
impulso profundamente humanitario. Sin embargo, poner únicamente en el
lado positivo de la balanza su entrega incondicional a esos valores es rebajar
su mérito. En su orientación hacia las masas había también una amplia visión
estratégica basada en el más completo realismo. La importancia de Rosa Lu-
xemburg reside igualmente ahí.
Podemos definir el problema al que se enfrentó Rosa Luxem­burg como
militante revolucionaria en el seno de la socialdemocracia alemana antes de
la Primera Guerra Mundial, por referencia a la distinción en el programa del
partido entre las reivindicaciones mínimas y máximas: por un lado, un con-

ROSA LUXEMBURGO HOY 117


junto de reivindicaciones que respondían a los problemas inmediatos y co-
tidianos de las masas y que podían satisfacerse dentro del marco de la so-
ciedad capitalista; por otro, los objetivos socialistas fundamentales. ¿Cuál era,
y cuál debía ser, la relación efectiva entre estas dos secciones del Programa
de Erfurt? ¿Cuáles eran las implicaciones estratégi­cas y tácticas de la distin-
ción entre ambas? A un nivel muy general Luxemburg dio la única respuesta
posible para un revo­lucionario. La socialdemocracia debía tener firmemente
sujetos ambos extremos de la cadena. Solamente se podría realizar el socia-
lismo si se vinculaba el programa del socialismo revolucio­nario con la lucha
cotidiana de las masas. Solo si el objetivo final estaba relacionado con sus in-
tereses inmediatos, y eventualmente formaba parte de ellos, podría triunfar
la revolución. Por lo tanto, para una organización revolucionaria seria no po-
día tratarse de una opción entre o bien centrarse exclusivamente en luchas
y rei­vindicaciones limitadas, o bien insistir unilateralmente en los objetivos
finales. Como dijo Luxemburg:

«El movimiento histórico-universal del proletariado hasta su victoria plena


es un pro­ceso cuya particularidad consiste en que por primera vez en la histo-
ria las masas populares mismas imponen su voluntad contra todas las clases
dominantes, mientras que la realización de esa voluntad solo es posible más
allá, fuera de la sociedad actual. Sin embargo, las masas solo pueden llegar a
asumir esa voluntad en el marco de la sociedad presente. La compenetración
de las gran­des masas populares con una meta que se sitúa más allá del orden
establecido, la combinación de la lucha cotidiana con la trans­formación revolu-
cionaria: he aquí la contradicción dialéctica del movimiento socialdemócrata,
el cual, consiguientemente, ha de tra­tar de esquivar para marchar hacia ade-
lante dos clases de escollos distintos; el abandono de su carácter de movimien-
to de masas y el abandono del objetivo final, la reducción a secta y el retroceso
a movimiento reformista burgués» [175].

Evidentemente, subrayar la necesidad y la dificultad de trazar un camino


entre el peligro sectario y el reformista no es suficiente para poder responder
a una cuestión concreta de táctica o de pers­pectiva política. Pero, incluso en
su generalidad, esa respuesta tenía una finalidad en las primeras interven-
ciones de Luxemburg en la vida política del partido alemán. A través de ella
buscaba identificar y combatir el revisionismo de Bernstein. La polémica que
se produjo en torno a esta cuestión cuando Luxemburg llegó a Alemania en
1898, puso inmediatamente sobre el tapete el pro­blema de la relación entre
los programas mínimo y máximo. Al comprender que con la renuncia a la re-
volución y a la dictadura proletarias en favor de las reformas graduales, Ber-
nstein estaba eligiendo «no un camino más tranquilo, más seguro y más lento
hacia la misma meta, sino también una meta diferente, [...] no la realización
del socialismo, sino simplemente la reforma del capitalismo» [176], Luxem-
burg reafirmaba la validez de la esencia revo­lucionaria del objetivo final de
la socialdemocracia. Sin embargo, en esta afirmación existía ya una impor-
tante laguna.

118 RECOPILACION DE TEXTOS


Podemos aislarla mediante un examen más profundo de la relación pos-
tulada, en sus contribuciones al debate revisionista, entre la lucha por las re-
formas y el objetivo socialista revolucionario. Afir­mando de este último que
constituía «el único momento decisivo que distingue al movimiento social-
demócrata de la democracia burguesa y del radicalismo burgués» [177], Lu-
xemburg insistía en la necesidad de no perderlo de vista en ningún momento.
Este mo­mento debía, de alguna forma, informar todas las luchas parciales y
limitadas. El objetivo revolucionario, como decía Luxemburg, debía ser «ar-
monizado» con, e «incorporado» a, la actividad prác­tica cotidiana de la so-
cialdemocracia; debía ser «inseparable» de la lucha sindical, de la lucha por
las reformas sociales y por los derechos democráticos; era el «espíritu» y el
«alma» de estas luchas prácticas, sin el cual estas no podían ser considera-
das en sí mismas como parte de la lucha de clase por el socialismo [178]. En
tales términos Rosa Luxemburg trataba de subrayar la necesidad de un vín-
culo real entre la lucha cotidiana por las reivindica­ciones mínimas y la con-
quista revolucionaria del poder: de no ser así, la primera se convertiría, en la
práctica, en un fin en sí mismo, y la segunda «se divorciaría enteramente de
la realidad», sería una simple frase. Una de sus querellas constantes contra
los «políticos prácticos» revisionistas se basaba precisamente en que para
ellos las reivindicaciones programáticas de la socialdemocra­cia «no eran sino
un peso que había que acarrear y al que había que referirse religiosamente
en tanto carecieran de importancia práctica» [179]. La insuficiencia de la po-
sición de Luxemburg en esa época puede formularse como sigue: sabiendo
que, en un sentido objetivo, la lucha por las reformas no estaba encadenada,
de forma sólida, al objetivo revolucionario, en lo único que ella pudo basarse
en esa etapa para forjar los eslabones que faltaban fue en la reafirmación del
objetivo mismo, la expresión de una inten­ción subjetiva. O menas metafórica-
mente; conociendo perfecta­mente que la lucha por las reformas no podía por
sí misma rea­lizar el objetivo socialista, Luxemburg se limitó a insistir en que
debía expresar la meta socialista. Más concretamente: compren­diendo intui-
tivamente la limitación de la distinción rígida entre reivindicaciones mínimas
y máximas, Luxemburg planteó la volun­tad de superarla, pero sin proponer
todavía una estrategia o táctica.
Cuando, en el curso de su polémica con Bernstein, escribe: «El socialismo
no se deriva automáticamente y bajo cualquier circuns­tancia de la lucha coti-
diana de la clase obrera» [180], resume ahí el elemento central de su argumen-
tación. Rechazaba categóricamente la idea de que los objetivos del socialismo
pudieran diluirse en una serie de reformas parciales, que pudieran asegurar-
se por me­dio de conquistas parciales a través de la actividad sindical, elec­
toral y parlamentaria de la clase obrera [181]. Tampoco veía en tales actividades
ninguna dinámica automática o espontánea que condu­jera a la clase traba-
jadora a la conquista revolucionaria del poder. Por supuesto, y en términos
generales, consideraba indispensa­bles estas actividades, desde el momento
en que permitían a la clase obrera aumentar su fuerza política y económica,
y porque desempeñaban un importante papel organizador y educativo. Pero
el punto central de oposición contra el revisionismo radicaba en el hecho de

ROSA LUXEMBURGO HOY 119


que, per se, como táctica encerrada en sí misma, estas actividades parciales
no podían resultar en la conquista proleta­ria del poder. Al contrario, podían
apartarse completamente de este último objetivo, en cuyo caso constituirían
la actividad de un par­tido burgués y no la de un partido socialista. La cuestión
de la conquista del poder, de la dictadura del proletariado, tenía que ser plan-
teada de forma independiente, por y para sí misma, en lugar de ser conside-
rada como el producto orgánico de la lucha cotidiana por las reivindicaciones
y reformas mínimas.
En cierto sentido, Luxemburg llegó y no llegó a esta última con­clusión
durante el debate revisionista. Haciendo hincapié constan­temente en la to-
talidad de las reivindicaciones programáticas de la socialdemocracia y en la
necesidad de no perder de vista su objetivo final, puede decirse que si llegó
a esta conclusión. Este es el sentido último del argumento según el cual el ob-
jetivo final debe de alguna manera informar o penetrar la lucha diaria. Pero
al mismo tiempo no llegó a esa conclusión, porque, sabiendo que la «buena
y vieja» táctica parlamentaria y sindicalista no podía producir por sí sola la
dictadura del proletariado, no propuso nin­guna estrategia alternativa que sí
pudiera producirla. Quizá fuera mejor decir que, si bien entendió la necesidad
de plantear, como una cuestión independiente, el problema de la conquista
del poder, no estaba todavía en situación de responder con propuestas estra­
tégicas concretas. De cualquier modo, resulta evidente que una táctica de re-
formas que no puede llevar al socialismo, por más que esté imbuida de, o vaya
junto a, un objetivo socialista, no es lo mismo que una estrategia revolucio-
naria que sí pueda llevar a él. Esto motivó que la polémica de Bernstein con
el partido alemán se planteara en aquellos términos. Bernstein hacía una lla-
mada al partido para que «se emancipara de una fraseología ya gastada y [...]
se decidiera a aparecer como lo que en realidad es hoy: un partido democrá-
tico, socialista, de reformas» [182]. Llevando hasta sus últimas consecuencias
esta misma línea de razonamiento, el amigo de Bernstein, Ignaz Auer, llegó a
la conclusión opuesta: si la realidad del partido era su táctica reformista y los
objetivos revolucionarios simple fraseología, entonces una renuncia explí­cita
a los objetivos revolucionarios no resultaba tan importante. «Querido Ede»,
escribió a Bernstein, «uno decide formalmente hacer lo que tú propones, uno
no lo dice, sino que lo hace» [183]. Estos sentimientos, así como el posterior
destino real de la socialdemo­cracia, indican los peligros inherentes al dua-
lismo de los progra­mas mínimo y máximo. Los objetivos materializados en el
programa máximo pueden ser despojados con demasiada facilidad de toda
trascendencia práctica. Pueden ser abandonados a su suerte por­ que o bien
pertenecen a un futuro indeterminado, o bien no per­tenecen a nada en abso-
luto. La actividad efectiva, la táctica real, se configura únicamente en función
de la conquista de las reivin­dicaciones mínimas. Ya en el curso del debate re-
visionista Luxemburg intentaría construir un puente para zanjar esta duali-
dad en el Programa de Erfurt. La forma de hacerlo fue, para aquel mo­mento,
inadecuada: una combinación de conceptos tácticos cuya limitación ella mis-
ma conocía muy bien, y un énfasis abstracto en la necesidad de una conquista

120 RECOPILACION DE TEXTOS


proletaria del poder. En 1905 las masas rusas la ayudaron a colocarse en si-
tuación de poder reducir esa abstracción.
Pero ya con anterioridad, en los primeros años del siglo, pudo apreciarse un
cambio significativo en sus escritos. A propósito de la huelga general belga de
1902, y con posterioridad, empezó a ir más allá de las cuestiones programáti-
cas fundamentales y a subra­yar también la importancia de la «acción de masas
independiente», de la «acción directa», de encontrar los medios para «hacer
a las masas trabajadoras cada vez más conscientes de su propia fuer­za» [184].
Pero solo la Revolución de 1905 haría posible que esta ten­dencia de su pensa-
miento cristalizara en la concepción estraté­gica característica que el nombre
de Luxemburg trae siempre a la mente: el concepto de la huelga de masas.
Después de 1905 habló de la huelga de masas como «el movimiento mismo de
las masas proletarias, la forma que reviste la lucha del proletariado en la revo-
lución, [...] el concepto global a utilizar para la designación de todo un período
de años, quizá de decenios, de lucha de clases» [185]. Luxemburg podía hablar
en estos términos sobre la huelga de masas porque esa noción no implicaba
para ella una acción demos­trativa, planificada y ordenada, emprendida con
la sola finalidad de conseguir objetivos estrictamente definidos y limitados,
sino el contenido mismo de un período revolucionario o prerrevolucionario,
precisamente el tipo de experiencia que Rusia había vivido en 1905: grandes
huelgas y demostraciones, mítines y marchas, accio­nes de masas de todo tipo
y en favor de un sinfín de reivindicacio­nes relacionadas entre sí, y flujos y re-
flujos en el marco de una auténtica marea de insurrección. Entendida en este
sentido, la huelga de masas no era algo que pudiera ser ordenado o con­jurado
a voluntad por una dirección política revolucionaria, hecho en el que Rosa Lu-
xemburg insistió repetidamente. En parte, a ello se debe, sin duda, el que haya
sido tan a menudo considerada como una espontaneísta. Pero esa acusación,
si es que se basa en lo anteriormente expuesto, lo hace bien en base a una
interpreta­ción errónea de lo que ella entendía por huelga de masas, bien en la
ilusión de que las situaciones revolucionarias pueden ser orde­nadas a volun-
tad. Luxemburg sabía que esto no era el caso, sabía que las situaciones revolu-
cionarias son el resultado de cambios objetivos, subterráneos y moleculares,
y por consiguiente recha­zaba esa ilusión, considerándola simplemente como
una concep­ción «policíaca» de la revolución [186]. Incidentalmente, eso mis-
mo hizo Lenin quien, por lo que sabemos, nunca ha sido considerado como un
espontaneísta. La clásica definición leninista de una situación revolucionaria
la identifica como una consecuencia de «cambios objetivos [...] independien-
tes de la voluntad no solo de los grupos y partidos concretos, sino incluso de
las clases mismas» [187].
Las implicaciones estratégicas y tácticas del concepto de huelga de masas
luxemburguiano fueron, por todo ello, considerables. Habiendo conocido las
realidades de un período revolucionario, exhortó a la socialdemocracia a que
comenzara a preparar a las masas para ello. El partido no podía, ciertamente,
ordenar la revolución. Pero tampoco podía ya contentarse con viejas rutinas.
Debía poder identificar, en toda situación, todas aquellas ten­dencias que lle-
varan o fueran susceptibles de llevar a luchas de proporciones masivas, debía

ROSA LUXEMBURGO HOY 121


poder explicar y clarificar dichas tendencias a la clase obrera, agitar y desa-
rrollar formas de acción de masas y, donde aquellas comenzaran a emerger
—como, por ejemplo, en 1910 con motivo de una campaña a propósito de las
leyes electorales prusianas —tratar de intensificarlas e impulsarlas, dando las
consignas y proporcionando la dirección adecuadas [188]. En resumen, tenía
que adoptar una estrategia ofensiva, que incluyera luchas de masas. Al im-
pulsar esta estrategia en los años anteriores a la guerra, en contra de la bu-
rocracia sindical, de la dirección del partido, de Kautsky, Rosa Luxemburg
trataba de llevar a la socialdemocracia alemana más allá de su orientación
puramente electoral y sindicalista. Trató de llevar la conquista del poder por
el socialismo fuera del ámbito propa­gandístico y situarla en un futuro real.
Trató también de tras­cender el dualismo entre las reivindicaciones mínimas
y el obje­tivo final [189]. Si bien todavía continuaba moviéndose dentro del mar-
co conceptual del Programa de Erfurt, el puente, en ese caso, era de material
mucho más sólido.
Estaba construido con la más profunda comprensión de la diná­mica de un
proceso revolucionario real. Lo que Luxemburg en­tendía con especial claridad
era que solo a través de tal proceso, en el curso real de su realización, pueden
las masas ser conquistadas únicamente a base de propaganda, no por la defen-
sa rutinaria de sus intereses cotidianos dentro del marco del capi­talismo, por
mucho que ambos tipos de actividad sean indispensables. Con tales medios
pueden conquistarse individuos, incluso puede conseguirse una vanguardia
revolucionaria de considerable importancia. Pero es un error imaginar que,
mediante la simple extrapolación de este proceso acumulativo, las masas, por
millo­nes, pueden ser empujadas a la lucha por la revolución socia­lista. La im-
plantación de una conciencia revolucionaria en las grandes masas requiere
como requisito necesario la participación de esas masas en luchas de un al-
cance y de una combatividad realmente extraordinarias. Las masas aprenden
en la acción; como dijo Luxemburg «no por los folletos o los panfletos, sino
simple­mente en la escuela política viva, en la lucha y por la lucha, en el curso
progresivo de la revolución». [190] Precisamente porque comprendió esto, no
titubeó en alabar el aspecto espontáneo, elemental, de la revolución —accio-
nes que brotan inesperada­mente, movilizaciones en masa no totalmente bajo
el control de una dirección, luchas iniciadas en las más hondas profundidades
del movimiento de masas— el mismo aspecto que Lenin recono­cía cuando
hablaba de «festivales de los oprimidos y los explo­tados» [191]. Así, Luxemburg
tan solo resaltaba el hecho de que lo que aparece en la pesadilla del burócrata
reformista como el rostro del desorden, la provocación o el aventurerismo, es
en rea­lidad el rostro auténtico de la revolución proletaria, o al menos uno de
sus rasgos indestructibles. Las posibilidades mismas del triunfo dependen de
la irrupción en la vida y actividad políticas, de un número cada vez mayor de
trabajadores anteriormente no politizados o no organizados; y pretender el
triunfo pulcramente envuelto y empaquetado, sin explosiones espontáneas
de cólera o iniciativa creativa, es la más lamentable de las ilusiones. Según
Luxemburg: «Toda gran lucha de clases verdadera ha de basarse en el apo-
yo y en la acción común de las más amplias masas. Una estrategia de lucha

122 RECOPILACION DE TEXTOS


de clases sin esta acción común, que se encierre meramente en los avances
perfectamente ejecutados de la pequeña parte encuadrada del proletariado,
está conde­nada de antemano al más ridículo de los fracasos. [...] La conciencia
de clase sembrada por la socialdemocracia entre los escla­recidos trabajado-
res alemanes es una conciencia teórica, la­tente. [...] Durante la revolución, en
la que las masas mismas aparecen como tales en la escena política, la con-
ciencia de clase se concierte en conciencia práctica, activa. Por este motivo un
año de revolución le ha dado al proletariado ruso una «educación» que treinta
años de acción parlamentaria y sindical no le han podido dar artificialmente
al proletariado alemán» [192].
Un punto esencial relacionado con el anterior, y que Luxemburg percibía
con toda lucidez, era que, en un período de luchas de masas, toda acción de
masas seria tiende a desbordar sus obje­tivos originales y a generar o a mez-
clarse con otras demandas y otras luchas. En virtud de esta tendencia, las
barreras esta­blecidas por la sociedad burguesa entre lucha económica o sin­
dical, por un lado, y lucha política, por otro, empiezan a diluirse. La huelga se
convierte en un arma política. Las reivindicaciones políticas y económicas se
entrelazan unas con otras. Los con­flictos parciales se generalizan más fácil-
mente y con mayor fre­cuencia. Se configura una dinámica que contiene la
potencialidad de que las demandas parciales, los intereses inmediatos, las
necesidades urgentes, puedan unirse y configurarse como un desafío revo-
lucionario global al orden existente [193]. Resulta evi­dente, a la luz de esta per-
cepción, las razones por las que Luxemburg alegó en favor de una extensión
de la agitación electoral en Prusia en 1910 mediante el uso de la huelga de ma-
sas polí­tica, y simultáneamente por un intento de incluir en aquella algunas
de las luchas económicas entonces en curso [194]. En términos más generales,
todo el sentido de su proyectada estrategia se evidenció como un esfuerzo por
preparar, mediante el desa­rrollo de las luchas de masas existentes en favor
de reivindica­ciones limitadas, una situación en la cual pudiera plantearse de
forma concreta la cuestión de la transición al socialismo. Enfo­cando la misma
cuestión desde una óptica distinta, puede verse que en este pensamiento de
Luxemburg viene implícito ya, aun­que solo de forma embrionaria, un con-
cepto de doble poder.
Esto puede mostrarse tanto positiva como negativamente. Nega­tivamente,
resalta claramente en sus escritos el hecho de que la democracia parlamen-
taria es «un medio específico del Estado de clase burgués» [195], y no el instru-
mento de poder proletario, lo que la aleja no solo de las concepciones políti-
cas francamente interclasistas expuestas por Bernstein, sino también de las
ambi­güedades de Kautsky. Por supuesto que Kautsky sabía que el Estado es
un órgano de dominación de clase, se pronunciaba por la conquista del po-
der y la dictadura del proletariado. Estaba más que dispuesto a contraponer,
frente a las propuestas del gradualismo revisionista, la necesidad de «una
batalla decisiva», de «grandes luchas» [196]. Pero desde el Programa de Erfurt
hasta la víspera de la guerra, buscó el medio de dar a estas nociones «ortodo-
xas» un contenido absolutamente anodino, que puede encontrarse en cien-
tos de fórmulas diseminadas por toda su obra: acerca de aumentar el poder

ROSA LUXEMBURGO HOY 123


del parlamento y del parla­mentarismo cambiando su carácter, de «la trans-
formación de la correlación de fuerzas en el gobierno», de «la conquista del
poder del Estado por medio de la conquista de la mayoría en el Parlamento y
haciendo que este controle al gobierno» [197]. Luxemburg, por el contrario, ha-
blaba un lenguaje totalmente dis­tinto, ya incluso cuando estaba todavía uni-
da a Kautsky en una oposición común contra el revisionismo. Según ella, el
parla­mentarismo era «una forma social concreta que ponía de ma­nifiesto la
violencia política de la burguesía» y la socialdemocracia podía llegar al poder
«solo sobre las ruinas del Estado burgués» [198]; Bernstein fue anatemizado
precisamente por consi­derar «el Parlamento burgués como el órgano a través
del cual realizar la transformación social más profunda de la historia: el paso
de la sociedad capitalista al socialismo» [199].Sin explicitar toda­vía lo sustan-
cial de la novedad implícita, estas líneas testifican ya la conciencia por parte
de Luxemburg de que la revolución prole­taria debía dar vida a un tipo radical-
mente nuevo de poder po­lítico.
Es en su concepción de la huelga de masas donde la sustancia positiva de
este poder comienza a ser elaborada. Método de acción y forma que reviste la
lucha revolucionaria del proletariado, la huelga de masas era a sus ojos una
vía para destruir las barreras erigidas por el Estado burgués contra cualquier
expresión directa de la voluntad de las masas. Era una forma de liberar y gal-
vanizar sus energías, de superar las divisiones y las debilidades creadas por la
ideología burguesa y en parte por la misma condición del proletariado, con el
fin de concentrar su fuerza y de dar, a esas masas, un sentido de esa fuerza.
El proletariado, decía Luxemburg,«ha de recomponerse primero como masa,
y a tal efecto, ha de salir, en primer término, de fábricas y talleres, de minas
y fundi­ciones, ha de superar la pulverización y dispersión en talleres aisla-
dos a que le condena el actual yugo del capital» [200]. En la me­dida en que el
socialismo, por su misma naturaleza, hace necesa­rio el control de las masas
trabajadoras sobre la totalidad del proceso social, no era posible prever una
vía al socialismo que pudiera prescindir de la intervención directa y de la par-
ticipación activa de esas masas en movimientos de un alcance y fuerza sin
precedentes. No podía haber atajos, ni de tipo golpista ni tam­poco de tipo bu-
rocrático-administrativo. Las masas mismas debían avanzar, labrar su propia
emancipación mediante sus propios es­fuerzos y experiencias, debían tener la
oportunidad de formular sus necesidades y reivindicaciones en la forma más
directa y de­mocrática posible [201]. La revolución proletaria tenía sus propias
for­mas específicas, de acuerdo con sus objetivos únicos, y debía opo­nerlas al
poder institucionalizado de la burguesía. Luxemburg de­tectaba dichas for-
mas en el proceso mismo de la lucha de masas. Como escribió en 1906: «En
las condiciones ‹normales› de la so­ciedad burguesa [...] la lucha política no es
conducida por las mismas masas en una acción directa, sino de acuerdo con
las for­mas del Estado burgués, por el cambio representativo. [...] En cuanto
se abre un período de luchas revolucionarias, es decir, en cuanto aparecen
las masas en el campo de batalla, tanto la ato­mización de la lucha económica
como la forma parlamentaria indirecta de la lucha política se esfuman» [202].
Apuntadas ya en la huelga de masas, Luxemburg veía las formas de democra-

124 RECOPILACION DE TEXTOS


cia pro­letaria que se requerían para derribar el Estado burgués. En ese sen-
tido podemos decir que la concepción de la huelga de masas es El Estado y la
revolución de Rosa Luxemburg; es el doble poder avant la lettre. Por supuesto
que con respecto a 1917 y al verda­dero El Estado y la revolución es solamente
un embrión —lo repe­timos para evitar malentendidos—. Luxemburg habla-
ba, concreta­mente, de la manifestación directa y democrática del poder de
los trabajadores solo en el transcurso de acciones de masas revo­lucionarias;
no hablaba todavía de la naturaleza e importancia de los órganos de la demo-
cracia proletaria en los que este poder adopta una forma institucionalizada,
órganos que son fundamen­tales para llevar a buen término un levantamiento
revolucionario. Sin embargo, la comparación más relevante no es con el Lenin
de 1917. Es con Kautsky, con Lenin y con todo el marxismo europeo anterior
a la Primera Guerra Mundial. A este respecto Luxemburg fue con mucho la
primera en aprovechar las leccio­nes de 1905 para los países capitalistas avan-
zados y también la primera en empezar a plantear la cuestión del poder en
esos paí­ses de una forma seria y no solo propagandística. Fue la primera en
impugnar el fácil optimismo del crecimiento lineal pacífico im­plícito en las
tácticas de la socialdemocracia alemana, la primera en contraponer a ellas
una estrategia marxista, reconociendo que el poder de la burguesía podría ser
destruido por la más vasta y profunda movilización de las masas.
En este reconocimiento había, sin duda, una cierta confianza, o «fe», en las
masas. Más adelante demostraremos lo equivocados que están aquellos que
han afirmado que esa fe carecía de limites. Sería oportuno señalar aquí que
el énfasis que puso Luxemburg durante toda su vida en la importancia de la
democracia proleta­ria, socialista, no se debía simplemente a cierto loable in-
terés moral por su parte. Era eso, pero no eso solamente. Porque tam­bién se
trataba en ella del más frío realismo estratégico. En una sociedad capitalis-
ta avanzada existen fuerzas de enorme peso y densidad alineadas en contra
del proletariado, fuerzas económicas, políticas e ideológicas que constituyen,
unidas, el dominio de la burguesía. Este poder del capital se reproduce en mi-
llones de for­mas, cada día y hora, en las rutinas automáticas, espontáneas
y menos espontáneas, del proceso social. Se reproduce mediante los meca-
nismos impersonales del mercado y la opacidad de sus for­mas, mediante el
flujo ideológico que brota de innumerables ca­nales públicos y privados, por
las fuerzas y fraudes del Estado burgués. El sistema solamente puede ser
cuestionado seriamente mediante la organización y la concentración de las
multitudes, de los recursos, de las capacidades que el proletariado posee po-
tencialmente, y liberándolos, con energía, de su normal subordina­ción a los
intereses del beneficio. Evidentemente esto no puede hacerse a espaldas de
las masas o en nombre de ellas. Necesita de órganos genuinos de democracia
proletaria, tales como los con­sejos obreros y las luchas de clase, las acciones
de masas, que son su prerrequisito indispensable. Estos órganos y acciones
no aca­ban inmediatamente con el poder de la burguesía, pero sí lo de­bilitan
seriamente, y al mismo tiempo empiezan, a plantear ma­terialmente una for-
ma alternativa de dominación. Estimulando y organizando las capacidades de
las masas, se minan las rutinas sociales que sostienen el poder burgués y pre-

ROSA LUXEMBURGO HOY 125


paran su destrucción. Es por ello que la clase capitalista no puede tolerar ni
siquiera por un breve período de tiempo una situación de luchas de masas en
la que las instituciones de la democracia obrera estén evolucionando o hayan
surgido. Hará cualquier concesión con tal de evitar y contener el movimiento,
y se preparará para la contin­gencia de una lucha a muerte. La orientación lu-
xemburguiana res­pecto de la huelga de masas representó el comienzo de una
teori­zación de estas realidades revolucionarías. Más tarde, durante la revolu-
ción alemana de 1918-19, volvió a formularlas como sigue: «La ‹guerra civil›
que algunos tratan, ansiosamente de separar de la revolución no puede ser
eliminada. Porque la guerra civil no es sino otro nombre de la lucha de clases,
y la idea de implantar el socialismo sin lucha de clases, mediante la decisión
de una mayo­ría parlamentaria, es una ridícula ilusión pequeñoburguesa». «El
socialismo no es algo que se haga, y no puede hacerse, por decreto; ni siquiera
por los decretos del mejor gobierno socialista. El socialismo ha de hacerse por
las masas, por cada proletario» [203].
Debe añadirse, para completar este punto, que en el pensamiento de Lu-
xemburg no hay rastro alguno de anarcosindicalismo, ni tampoco una actitud
de abstencionismo con respecto de las instituciones políticas de la sociedad
burguesa. Ella había intentado ampliar los horizontes de la socialdemocracia
más allá de «la perspectiva de las urnas electorales» [204] e integrar en ellos la
dimen­sión de la acción de masas directa. Todo ello es cierto. Pero no subes-
timó la importancia del parlamento como foro de interven­ción y como plata-
forma de agitación [205]. Incluso en plena Revolu­ción alemana, propuso uti-
lizar las elecciones a diputados y el foro de la Asamblea Nacional, «fortaleza
contrarrevolucionaria erigida contra el proletariado revolucionario», con el
fin de movilizar a las masas para acabar con ella y poner el poder en manos de
los consejos de obreros y soldados [206].
En páginas anteriores ya tratamos de demostrar que las acusa­ciones de
espontaneísmo y de economicismo tan frecuentemente lanzadas contra Lu-
xemburg no pueden hallar confirmación en su teoría de la crisis capitalista
[207]. Lo mismo es aplicable a su concepto de la huelga de masas. Correcta-
mente entendidas, las concepciones políticas y tácticas subyacentes a ese
concep­to se apartan del espontaneísmo y del economicismo. Esto no signifi-
ca negar lo que ya se dijo sobre la cuestión de la espontaneidad, es decir, que
cuando Luxemburg habla de la génesis y desarrollo de un período de luchas
revolucionarias de ma­sas, está otorgando la debida importancia a factores
que, desde el punto de vista de la organización revolucionaria, son espontá-
neos u objetivos. Si no lo hubiera hecho así no habría sido marxista, Pero el
significado fundamental de la estrategia de la huelga de masas es el de que
la organización revolucionaria, en potencia la socialdemocracia, debe co-
menzar a preparar los lla­mados factores subjetivos. Y esto solo podía hacerse
rompiendo con la idea de que la conciencia de clase socialista aumenta auto-
máticamente, y de que el socialismo se va aproximando de forma automáti-
ca, simplemente a través de la reiterada búsqueda de objetivos sindicalistas y
triunfos electorales. En la concepción luxemburguiana, la socialdemocracia
tenía que incluir en sus pers­pectivas reales el objetivo programático «final» de

126 RECOPILACION DE TEXTOS


la conquista revolucionaria del poder, incluir estas perspectivas en la lucha de
clase y tratar de vincularlas ahí a las necesidades e intereses coti­dianos de las
masas; sobre todo, tenía que desarrollar formas de lucha que pudieran llevar
de estos intereses inmediatos hacia la conquista del poder y que, tendiendo
a ese fin, educasen a la clase trabajadora en el espíritu de la acción de masas.
Ya sugerimos la presencia en su pensamiento de un concepto embrionario
de doble poder. La conclusión que se deriva de todo el argumento anterior es
que contiene también un germen de las ideas formuladas por primera vez
por la Internacional Comunista en consciente oposi­ción al economicismo de
su predecesora e incorporadas posterior­mente por Trotsky en el concepto de
programa de transición.
Las «Tesis sobre la táctica» adoptadas, en los tiempos de Lenin, por el Ter-
cer Congreso de la Comintern expresaban estas ideas de la forma siguiente:
«En lugar del programa mínimo de los reformistas y centristas, la Internacio-
nal Comunista plantea la lucha por las necesidades concretas del proletaria-
do, por un sis­tema de reivindicaciones que en su totalidad desintegren el poder
de la burguesía, organicen al proletariado, representen etapas en la lucha por
la dictadura proletaria, y cada una de las cuales exprese en sí misma las nece-
sidades de las grandes masas, aun cuando las masas mismas no estén toda-
vía conscientemente a favor de la dictadura proletaria» [208]. De igual modo
Trotsky, sin renunciar ni por un momento a la defensa de hasta «los más mo­
destos intereses materiales o derechos democráticos de la clase obrera», in-
sistió en la necesidad de trascender el dualismo de las reivindicaciones mí-
nimas y máximas construyendo el programa re­volucionario en torno «a un
sistema de reivindicaciones de tran­sición, que, partiendo de las condiciones
actuales y de la conciencia actual de vastas capas de la clase trabajadora lleva
inaltera­blemente a una conclusión final: la conquista del poder por el prole-
tariado» [209].
No es necesario decir que la consideración hecha a propósito del doble po-
der se aplica aquí con idéntico énfasis. Rosa Luxemburg no elaboró en reali-
dad una estrategia de reivindicaciones de tran­sición: como serían la escala de
salarios y horarios, el control obrero, el gobierno obrero, etc. Y ello no es un
detalle que carezca de importancia. Porque si, como Luxemburg había obser-
vado co­rrectamente, las masas aprenden en la acción, importa que cuando
comience a emerger un período de acción de masas que las haga más recep-
tivas a las ideas revolucionarias, exista ya una base im­portante de militantes
obreros familiarizados con un programa con tales reivindicaciones, y capaz de
explicarlas y popularizarlas. De no ser así, el movimiento será más fácilmente
desviado y frenado por medio de concesiones que son recuperables. También
aquí se trata, sin embargo, de poner de manifiesto la orientación que el pen-
samiento de Luxemburg comenzó a adoptar antes que el de cualquiera de sus
contemporáneos. Por otra parte, dentro de los límites del Programa de Erfurt,
al que se apegaba instin­tivamente, y no obstante la importancia que concedía
a los efectos educativos de la lucha de masas, no pasó por alto la importancia
de la agitación y de la propaganda previas en torno a la totalidad de las reivin-
dicaciones de este programa. Lo enfatizó ya a partir de la polémica revisionis-

ROSA LUXEMBURGO HOY 127


ta en adelante. En cualquier caso, sería durante el movimiento revolucionario
posterior a la Primera Guerra Mundial cuando Luxemburg rompería explíci-
tamente con la problemática del Programa de Erfurt: «La Revolución rusa»,
escribió, «[ha] puesto el problema de la revolución social en el orden del día de
la historia. [...] A causa de ella, el socialismo ha pasado de inocua fraseología
de agitación electoral proyectada a un futuro nebuloso, a convertirse en un
problema vitalmente serio concerniente al aquí y al ahora» [210]. Todavía con
mayor cla­ridad, y con renovada fuerza a raíz de la Revolución alemana, dijo
en el Congreso de fundación del Partido Comunista Alemán: «Para nosotros
ya no hay ahora un programa mínimo y un pro­grama máximo, el socialismo
es una y la misma cosa; he aquí el mínimo que debemos conseguir en la ac-
tualidad» [211].
Debemos recordar por último que Luxemburg llevó a cabo una larga batalla
política contra una dirección sindical y del partido enteramente burocrática
y reformista. En este contexto contra­puso, en ocasiones, «masas» a «líderes»,
y hay pasajes en los que sugiere que si los líderes tratasen de oponerse a un
levantamiento revolucionario, este escaparía a su control y los desbordaría
[212]. Sin embargo, sería incorrecto sacar esa idea fuera de su contexto polé­
mico y concluir que la espontaneidad de las masas era para ella una fuerza
autosuficiente y que la naturaleza de la dirección era algo sin importancia.
En su misma consideración de los sucesos de 1905, cuando la creatividad de
aquella fuerza ocupaba el cen­tro de su atención, en más de una ocasión re-
cordó lo mucho que debía la revolución al «infatigable trabajo subterráneo de
concienciación realizado por la socialdemocracia» en los años precedentes, y
cuánto había sido influido el mismo curso de los acontecimien­tos por la agita-
ción y dirección socialdemócratas [213]. La «fe» de Luxemburg en las masas, en
definitiva, tenía límites claramente definidos. No se trata solo de que Luxem-
burg afirmara de forma general la importancia de una dirección revolucio-
naría determi­nada. Planteó de modo específico y preciso las consecuencias
de su ausencia, a saber, la desmoralización y la confusión que co­mienzan a
dominar a las masas en lucha cuando no se les muestra ningún camino claro
de avance, y la disipación y dispersión de toda su energía. Con palabras como
las que se citan a continuación, Luxemburg evidenció una aguda percepción
de la dinámica real de una situación revolucionaria y, con ello, también de los
limites de la espontaneidad: «Una táctica consecuente, decidida y dinámi-
ca por parte de la socialdemocracia despierta en las masas senti­mientos de
seguridad, de confianza en sí mismas y de voluntad combativa; por el con-
trario, una táctica oscilante, débil y basada en la infravaloración del proleta-
riado actúa sobre las masas en un sentido paralizador y confusionista». «Las
manifestaciones de la voluntad de las masas en la lucha política no pueden
ser mante­nidas artificialmente a un mismo nivel o por un tiempo indefi­nido,
como tampoco pueden ser encasilladas en una y la misma forma. Deben ser
intensificadas, concentradas y deben adoptar for­mas nuevas y más eficaces.
Una vez desencadenada, la acción de masas debe ir hacia adelante. Y si en el
momento preciso el partido dirigente carece de resolución para proporcionar
a las masas las consignas necesarias, entonces aquellas son inevitable­mente

128 RECOPILACION DE TEXTOS


dominadas por cierta desilusión, su valor se evapora y la acción fracasa por
sí sola»[214]. La Primera Guerra Mundial, y la res­puesta de la socialdemocra-
cia a ella, solo sirvió para reforzar este elemento en el pensamiento de Rosa
Luxemburg. En 1918 situó la principal dificultad para la lucha por el socialis-
mo «en el prole­tariado mismo, en su inmadurez, más bien en la inmadurez de
sus dirigentes, de los partidos socialistas» [215]. Para entonces Luxemburg ya
había apoyado la idea de crear una nueva Internacional cuyas decisiones ha-
brían de ser vinculantes para cada una de las secciones nacionales [216].
Frente a cincuenta años de incomprensiones, no todas ellas ente­ramente
inocentes, conviene consignar los maduros y ponderados juicios expresados
sobre Rosa Luxemburg únicamente por dos per­sonas, Lenin y Trotsky. Nin-
guno de ellos se entregó a una apología acrítica. Para ambos, su nombre era
el de una gran revoluciona­ria, no el de una desviación. Lenin hizo una lista de
sus errores: equivocada en la cuestión de Polonia, equivocada en 1903 en su
apreciación del menchevismo, equivocada en la teoría de la acu­mulación ca-
pitalista, etc.; pero no hizo referencia a ningún error sistemático como el «es-
pontaneísmo»; y sus obras, según Lenin, debían servir «como manuales para
educar a muchas generacio­nes de comunistas en todo el mundo» [217]. Para
Trotsky, la contra­posición hecha por Luxemburg entre la espontaneidad de
las accio­nes de masas y el aparato burocrático de la socialdemocracia alema-
na tenía «un carácter absolutamente revolucionario y progresista»; ella nunca
se limitó a ello, no convirtió «la teoría de la espontaneidad en una metafísica
consumada»; lo más que pue­de decirse es que no puso el suficiente énfasis en
«la selección previa de la vanguardia» [218]. Hoy debemos hacer nuestra propia
valoración de Rosa Luxemburg, La que aquí se ha hecho es una continuación
de las de Lenin y Trotsky en el sentido de considerar su pensamiento como
una parte valiosa de la tradición del mar­xismo revolucionario. Es una fuente
que no puede ser cooptada para el servicio de las organizaciones burocráticas
que temen a la democracia proletaria como a la peste. Los revolucionarios tie-
nen menos razones que nadie para desperdiciar sus propios recursos.

(Traducción de María José Aubet)

ROSA LUXEMBURGO HOY 129


LA TEORÍA Y
LA PRÁCTICA
REVOLUCIONARIA:
ROSA LUXEMBURG
[219]
Dick Howard: Procedente del movimiento en favor de los derechos cívicos
y pacifista, residió en Francia en 1968 tomando parte en los acontecimientos
del Mayo francés y en los de Alemania. Miembro actualmente de la llamada
«nueva izquierda» americana. Ha publicado una selección de textos de Rosa
Luxemburg, Selected political writings of Rosa Luxemburg (1971); junto con Karl
Klare, The Unknown dimension: European Marxism since Lenin (hay traduc-
ción castellana en Buenos Aires: Paidós, 1974); autor de The development of the
marxian dialectic y de The marxian legacy. Coeditor, con Dean Savage, de los
escritos de Serge Mallet sobre The new working class. Actualmente profesor
de Filosofía en la State University de New York. Miembro del Consejo Editorial
de la revista Telos y de Urinzen Press «Mole» Editions.

ROSA LUXEMBURGO HOY 131


Dick Howard

«No hay ninguna calumnia más grosera, ningún insulto más indignante
contra los trabajadores que la afirmación de que las discusiones teóricas son
solamente cosa de los «acadé­micos» (Rosa Luxemburg, en ¿Reforma social o re­
volución»?).

La cuestión que quiero afrontar aquí no es si esta o aquella teoría concre-


ta es adecuada para dar cuenta de, o influir en, un deter­minado contexto de
relaciones sociales. No me preocupa si, por ejemplo, la teoría expresada en
La acumulación del capital es adecuada para explicar las condiciones de la
época en que fue formulada o nuestras condiciones actuales; ni a fortiori me
preo­cupa tampoco si esa teoría está de acuerdo con el edificio de El Capital, de
Marx. Juzgar una teoría en base a tales criterios im­plica un conservadurismo
y un positivismo latentes, desde el momento en que la teoría viene concebi-
da como expresión de «hechos» concernientes a un mundo considerado en sí
mismo como dado a priori y cerrado. Un tal enfoque implica un dua­lismo —de
un lado la teoría, de otro los «hechos» que aquella está destinada a reflejar—
que lo convierte en fundamentalmente no-dialéctico. Además, lo que real-
mente importa no es entender un mundo ya conformado y dado, sino ¡cam-
biarlo! Empresa que requiere una noción de teoría bien distinta.
Es más: la cuestión que planteo va más allá de la persona y de la actividad
de Rosa Luxemburg. A través de su persona y de su actividad me propongo
examinar un problema que afecta a nues­tra interpretación del marxismo y a
nuestra propia autopercep­ción como teóricos y revolucionarios, a saber: la re­
lación entre teoría y práctica. Para Rosa Luxemburg esto no fue un problema ni
tan siquiera en los momentos más oscuros: «La teoría marxista puso en ma-
nos de la clase obrera de todo el mundo una brújula con la que orientarse en
medio del torbellino de los acontecimientos de cada día, con la que dirigir la
táctica de lucha de cada hora en dirección a la irrenunciable meta final» [220].
Hoy, tras los retrocesos (si bien temporales) de la clase obrera en Occiden-
te, tras los excesos, las estupideces y los crímenes cometidos en nombre del
marxismo, tras los llamados éxitos de la revolución donde el marxismo menos
lo esperaba, no podemos ya ser tan optimistas como lo fue Rosa Luxemburg.
Y como teóricos, sabemos también que el mismo marxismo contiene profun­
das ambigüedades: sabemos que existe un positivismo latente en el mismo
Marx, sabemos cómo Engels tendía a «naturalizar» la dialéctica, cómo la Se-
gunda Internacional asimiló elementos del evolucionismo darwiniano en su
doctrina; cómo la Tercera Internacional fue capaz de cambiar continuamente
su línea para adaptarla a las necesidades y conveniencias nacionales, justifi­
cándose siempre con citas de Marx, etc. Hemos visto al mar­xismo perder su
talante crítico para convertirse en lo que Oskar Negt llama una «ciencia de la
legitimación». Y hemos visto, también, a aquellos que han intentado mante-
ner el rigor de la crítica dialéctica caer víctimas de la cultura pop burguesa, de
la desesperación, o de la teorización aislada.

132 RECOPILACION DE TEXTOS


Estamos viviendo una crisis del marxismo; y una crisis de los marxistas. Sus
efectos sobre nuestra teoría y nuestra praxis han sido desastrosos, ya sea en
forma de un tercermundismo exa­cerbado culminando en fenómenos como
los weather-people [221], los Baader-Meinhof, etc., ya sea en una vuelta neopo-
pulista a las fábricas en busca de un contacto, de alguna manera redentor, con
la clase obrera «real», ya sea en forma de duda teórica, de esterilidad y/o de
eclecticismo. Rotos los lazos entre la teoría y la práctica, la teoría se convierte
en dogma, y la práctica en ciego activismo.
En un tal contexto resulta oportuno reexaminar la herencia de Rosa Luxem-
burg. No como una preciosa reliquia colocada sobre el tapete para ser con-
templada, pero no tocada; no como una «tercera vía» política o teórica entre
unas alternativas que, por las razones que sean, no queremos; porque Rosa
Luxemburg no es ni un espectáculo a contemplar ni el portavoz de un nuevo
dogma que nos dé la plácida certeza de aquello de lo que senti­mos necesidad.
No es una cuestión de o Luxemburg o Lenin, espontaneidad u organización,
masas o partido, ni tampoco cues­tión de teorías «compitiendo» en torno al
imperialismo, la cues­tión nacional, el campesinado o el papel de la democra-
cia for­mal, y evidentemente no es tarea nuestra juzgar la «autenticidad» del
marxismo de Rosa Luxemburg o de cualquier otro. No pode­mos afrontar el
problema en términos de «si por lo menos se hubieran seguido sus consejos
en tal o cual punto», puesto que una tal actitud interesa solamente para las
discusiones de salón o para malas novelas. Lo que sí nos interesa es nuestro
presente y las tareas que nos plantea; volvemos a la historia no para recu­perar
algún pensador «puro» o alguna «verdad» no contaminada, ignorada o malin-
terpretada por sus contemporáneos, sino sobre todo conscientes del hecho
de que, aun en forma distorsionada, la historia es también parte de nuestro
presente, de que debe­mos reflexionar sobre ella para poder comprender me-
jor qué hacer.
La fascinación que hoy ejerce Rosa Luxemburg sobre un grupo heteróclito
de activistas y teóricos de izquierda opuestos a las tendencias dominantes en
el seno del movimiento comunista inter­nacional oficial es comprensible, y ,
sin embargo, hay algo para­dójico en ello. Hay naturalmente en el pensamien-
to luxemburguiano la crítica del revisionismo y del oportunismo, en la teoría
y en la práctica; la insistencia en la espontaneidad y en la autoformación de
la conciencia; el temprano reconocimiento del dogmatismo kautskiano y de
la creciente burocratización del PSD; el insistente grito de alarma contra el
socialchovinismo de los partidos nacionales; el reconocimiento del papel del
capi­talismo imperialista que impone al proletariado mundial una estrategia
internacionalista y antibelicista; la ávida defensa de la línea consejista como
elemento crucial de la inminente revolu­ción; y, ciertamente, está también la
crítica de la concepción leniniana del partido. Todo esto, interpretado de uno
u otro modo, ofrece razones más que suficientes para adoptar la eti­queta de
«seguidores» de Luxemburg. Pero hay otro aspecto que debiera ser menos
grato para aquellos que se aferran a una eti­queta para ser más papistas que
el Papa. Luxemburg era una dogmática (en un sentido sobre el que luego vol-
veremos). Por ejemplo: está satisfecha por haber refutado a Bernstein cuando

ROSA LUXEMBURGO HOY 133


demuestra que «la práctica oportunista, por su esencia, por sus fundamentos,
es incompatible con el sistema de Marx» [222]. Acepta el marxismo como «el
método de pensamiento específico del pro­letariado ascendente y con con-
ciencia de clase» [223], y no duda nunca de su verdad a pesar de los fracasos
que ella misma, y el prole­tariado, sufrieron. O, para poner otro ejemplo: Rosa
Luxemburg era una «legalista» cuando se trataba de tomar decisiones en el
partido o en la Internacional, o de apoyar expulsiones, o de justi­ficar su pro-
pia posición sobre la huelga de masas, apelando a «la verdadera esencia de
la resolución de Jena...», y, en el plano internacional, de proponer la recons-
trucción de una Internacional que tuviera un control sobre los partidos na-
cionales, y por consiguiente no demasiado alejado en esencia de lo que vino a
ocurrir más tarde con la III Internacional. O, en lo que se refiere a su posi­ción
con respecto al leninismo, recordemos no solo la manera «no-democrática»
en que actuó en el SDKPIL, sino también, en el ámbito de su crítica a Lenin, la
opción en favor de un control desde arriba en el seno del partido alemán, al
que iba dirigido, en realidad, la crítica a Lenin.
En la primera y segunda parte de este artículo me propongo exa­minar los
dos aspectos de la actividad de Luxemburg para delinear y explicar su lógica.
En la primera parte, La praxis revolucionaria y su teoría, intentaré dar a cono-
cer la actitud de Luxemburg, como teórica, hacía las luchas de clase entonces
en curso y las diversas formas que estas adoptaron. Para esclarecer su posi-
ción, serán necesario hacer referencias a la obra teórica de Marx. En la segun-
da parte, La teórica y su praxis, examinaré las implicaciones de la praxis de
Luxemburg como teórica y como revolucionaria, para mostrar los problemas
y las paradojas que el teórico-revolucionario debe afrontar. En la tercera par-
te, La teoría revolucio­naria, intentaré extraer algunas conclusiones sobre la
teoría misma, ¿Qué es lo que hace que una teoría sea revolucionaria?

I. LA PRAXIS REVOLUCIONARIA Y SU TEORÍA

«Solo la clase obrera, a través de su actividad, puede hacer del verbo carne»
(Rosa Luxemburg, en ¿Qué quiere la Liga Espartaco?).

La teoría marxiana siempre ha tenido una relación un tanto am­bigua —o


dicho con benevolencia: dialéctica— con la praxis revolucionaria. El marxis-
mo pretende ser la teoría de la clase obrera. Esta noción, sin embargo, puede
interpretarse de dos maneras, cuyas consecuencias son radicalmente distin-
tas. De un lado puede significar que el marxismo es la teoría de la clase obrera,
la teoría que la clase adopta, acepta y utiliza como guía para su acción. De otro
lado, puede significar que el marxismo es la expresión teórica de la praxis real
de la clase obrera, lo que significa que la praxis contiene implícitamente la
propia teoría, expresada en el marxismo de manera tal que la clase puede re-
conocerse en la teoría, entender lo que de hecho está haciendo como clase, y

134 RECOPILACION DE TEXTOS


extraer las implicaciones de tal actividad. En otras palabras: la distinción está
entre una teoría para la praxis y una teoría de la praxis.
La distinción entre ambas interpretaciones es a menudo confusa. Gramsci,
que tiende a ser un representante de la segunda ten­dencia, habla no obstan-
te de la necesidad del marxismo como ideología que ayuda al proletariado a
mantener su fe en la lucha en los momentos de reflujo revolucionario. Lenin,
que tiende a ser un representante de la primera, alcanza sus mejores mo­
mentos precisamente cuando rompe con la doctrina heredada y abre nuevas
vías basadas en su comprensión empatética de las masas y de sus capacida-
des en un momento determinado. Desde luego existe una ambigüedad en la
obra del propio Marx. El Capital es una tentativa de integrar un modelo eco-
nómico rigurosamente científico o deductivo en una teoría de la lucha de cla-
ses como base de las formas diversas que adopta el proceso de producción
capitalista. Podemos ver el primero de estos dos momentos, por ejemplo, en
la discusión en torno a la transición de la coopera­ción, de la división del tra-
bajo y de la manufactura a la máquina y a la industria moderna; o en la «ley»
de la baja tendencial de la tasa de ganancia. Pero en ambos casos, el segundo
momento interviene inmediatamente; en el primer caso cuando la discusión
marxiana señala el papel de la reacción capitalista frente a la lucha de la clase
obrera como elemento que conduce a la introduc­ción de nuevos métodos de
producción de plusvalía relativa; y en el segundo, cuando en el capítulo sobre
tendencias antagónicas aparece el nivel de la lucha de clases como la variable
central de la tasa de ganancia. La misma ambigüedad atraviesa muchos de
los análisis políticos coyunturales de Marx. Por ejemplo, la Comuna de París
es primero condenada en el plano teórico, luego aceptada con entusiasmo
e integrada en la concepción teórica del carácter de la revolución proletaria,
para ser finalmente criticada brutal­mente de nuevo, a nivel teórico, en algu-
nas cartas posteriores.
Esta ambigüedad marxiana aparece en la praxis de Rosa Luxemburg como
teórica revolucionaria. Ya se ha mencionado su con­vicción de que el revisio-
nismo podía ser refutado cuando se hu­biera demostrado su incompatibilidad
con la teoría marxiana. Ella podía naturalmente apelar a la eficacia de un tal
enfoque, en la medida en que, dentro de los límites dualistas del Programa de
Erfurt, sus adversarios insistían en lo contrario, esto es, en que sus posicio-
nes sí eran compatibles con el marxismo. Pero el con­cepto de una teoría para
la praxis aparece en un segundo nivel, teóricamente más interesante, en su
polémica en torno a la dia­léctica del «objetivo final». Es necesario examinar
atenta y deta­lladamente este aspecto antes de seguir adelante, para ver cómo
el elemento de la teoría de la praxis figura en su obra.
En ¿Reforma social o revolución? podemos leer afirmaciones como las si-
guientes: «Es solo la meta final lo que constituye el espíritu y el contenido de
nuestra lucha socialista, lo que la transforma en una lucha de clase» [224]. «La
meta final del socialismo constituye el único momento decisivo que distingue
al movimiento socialdemócrata de la democracia burguesa y del radicalismo
burgués, es lo único que hace que el movimiento obrero en su conjunto no
se convierta en un vano empeño de apuntalar el orden capitalista, sino que

ROSA LUXEMBURGO HOY 135


hace de él lucha de clases contra este orden...» [225] ¿Cómo deben interpretar-
se estas afirmaciones? A un primer nivel, existen, por supuesto, respuestas a
las implicaciones políticas de la famosa frase de Bernstein de que «el movi-
miento lo es todo, el objetivo final nada». Pero en el mismo texto una ulterior
afirmación, algo más larga, va más lejos: «El secreto de la teoría del valor de
Marx, de su análisis del dinero, de su teoría del capital, de su teoría de la tasa
de ganancia y, consiguientemente del sistema económico en su conjunto, es
el descubrimiento del carácter tran­sitorio de la economía capitalista, de su
derrumbe y, por lo tanto —lo que no es más que un aspecto complementario
de lo ante­rior— de la meta final socialista. Precisamente y solo por haberse
enfrentado Marx desde un principio, en tanto que socialista, es decir, partien-
do de un punto de vista histórico, a la economía capitalista, pudo descifrar sus
jeroglíficos» [226].
Lo que preocupa a Rosa Luxemburg, como teórica revolucionaria, de la po-
sición bernsteiniana —-y lo que es más, de la traducción pragmática que ha-
cían los políticos oportunistas de ella, por ejem­plo, en la política militar de
Schippel— es su empirismo. En efecto, para el empírico los hechos son exac-
tamente lo que ve, lo que tiene ante la vista, en toda su fea y tosca realidad. El
empírico de buen corazón —es decir, el humanista— enfrentado a esa rea-
lidad desea suavizar las asperezas, borrar la fealdad, apaciguar. El punto de
vista empírico es el del economista vulgar, del «benthamiano», que Marx ata-
caba continuamente por su mentalidad de pequeño tendero que solo ve las
cosas desde un punto de vista individual, y nunca desde el de la clase o el de la
totalidad social. La estrecha conexión de las cosas escapa al empírico, para el
que toda relación es accidental y externa. El resultado político del empirismo
es que las huelgas, la actividad electoral, las manifes­taciones, etc., no son en
sí mismas revolucionarias, sino que son o reacciones morales frente al mal
o reacciones defensivas contra la opresión, que el político «socialista» pue-
de utilizar como ins­trumentos o peones en el juego político. Pero si no existe
una estrecha conexión entre las diversas actividades de la clase obrera, en-
tonces se pierde de vista una intuición fundamental de Marx, a saber, que el
capital y el trabajo forman una pareja conflictiva tal que la una afecta a, y de-
pende de, la otra. La tesis de Luxemburg al respecto, como Lukács percibiera
correctamente, es que el llamado «hecho» no existe. Los «hechos» solo tienen
sentido entendidos en su interrelación, en su totalidad, en nuestro caso en el
contexto del sistema capitalista, de un sistema intrínseca­mente contradicto-
rio y abocado a perecer: y, por consiguiente, en el contexto de la revolución en
gestación.
Si bien estamos de acuerdo con la crítica política y epistemológica luxem-
burguiana del empirismo y sus consecuencias, estamos obli­gados también a
plantear aquí un problema. Uno queda algo per­plejo por el uso que hace Lu-
xemburg del término «a priori» cuando se refiere al punto de vista teórico de
Marx en El Capital. ¿Es realmente un a priori? Si es así, la argumentación asu-
me un carácter ideológico que plantea una pregunta de tipo técnico: «¿Qué
significado debo dar a los “hechos” para que puedan adecuarse a las estruc-
turas teóricas y prácticas que deseo desarrollar?», y en­tonces deja de ser una

136 RECOPILACION DE TEXTOS


teoría de la praxis para convertirse en una teoría para la praxis. Es decir, si,
como sugiere Luxemburg, lo que diferencia al socialismo de la democracia
burguesa y del radicalismo burgués no es sino esta fe apriorística en la meta
final, entonces uno se ve impotente para explicar la concienzuda y detallada
investigación llevada a cabo por Marx en El Capital; ¡El Capital resultaría ser
una interpretación! Si el marxismo parte de la premisa de la necesidad de la
revolución, entonces resulta que topamos con un círculo vicioso como base
teórica, no dema­siado distinta de la doctrina cristiana del «pecado original».
Rosa Luxemburg puso inconscientemente de relieve una ambigüe­dad del
mismo Marx. En la filosofía marxiana de la historia apa­rece con frecuencia
una creencia neoilustrada o hegeliana latente en el carácter progresivo y ex-
terno de la historia en su movimiento hacia una reconciliación final. Latente
o real, esta tendencia fue teorizada —mejor dicho, ideologizada— por la Se-
gunda Internacio­nal. Hasta un cierto punto, su argumentación no está des-
provista de sentido. Si reconocemos la inutilidad del hiperempirismo, resulta
lícito preguntarse qué sentido tiene el presente. Evidente­mente, el presente
es histórico, pero esto no es más que una sim­ple variante. Es necesario algo
más: una direccionalidad, un obje­tivo positivo, un punto final a la (pre)histo-
ria. Si, por lo tanto, la historia tiene una dirección, todas aquellas fases que to-
davía no han alcanzado el «fin» están impregnadas de una especie de valen­cia
negativa; surge una dialéctica entre el presente-todavía-no-fu­turo, y el futu-
ro-hacia-el-cual-tiende-el-presente. En un presente impregnado de futuro
podemos evitar los errores simétricos del oportunismo-revisionismo y del
utopismo ético.
Puede argumentarse que esta tendencia —que reifica la historia en un pro-
ceso mecánico que se despliega con una necesidad prede­terminada— viene
de hecho superado en las obras de Marx y Luxemburg. Para los fines que aquí
nos hemos trazado, baste con señalar su presencia, aunque solo sea latente.
Sin las matizaciones de las que luego me ocuparé, sería una mistificación del
proceso revolucionario real, y resultaría, como consecuencia lógica, en una
especie de tecnología de la revolución, una doctrina medios-fines que dedu-
ciría de la presunta inevitabilidad de la revolución una serie de técnicas para
acelerar «los dolores del parto». El resul­tado final sería la ecuación de socia-
lismo, nacionalización y plani­ficación, y la indiferencia hacia el contenido
central del socialismo: las relaciones humanas.
La experiencia práctica que Luxemburg extrajo de las luchas polí­ticas co-
tidianas sirvió para inmunizarla contra las abstracciones de la teoría. Habla
de «dos obstáculos» entre los que el proleta­riado debe encontrar su cauce: «el
abandono de su carácter de movimiento de masas o el abandono del objetivo
final; la reduc­ción a una secta o el retroceso a movimiento reformista bur-
gués» [227]. El mismo enfoque aparece repetidamente en su obra; la teórica
como revolucionaria parece tener la tarea, como teórica, de man­tener en todo
momento la tensión entre el presente y el posible futuro, evitando por igual
las tentaciones de lo inmediato y los sue­ños en un más allá, inclinándose aho-
ra hacia un lado, ahora hacia el otro, con el fin de mantener aquella diferencia
que es el espacio en el interior del cual puede desarrollarse el movimiento.

ROSA LUXEMBURGO HOY 137


Aquí nos limitaremos tan solo a recordar sus brillantes críticas a la tentación
blanquista —en En memoria del partido «Proletariado», en Huelga de masas,
partido y sindicatos, o en Nuestro programa y la situación política— y su insis-
tencia en el carácter y papel del programa de transición para ver cómo evita
la tentación de reificar el proceso histórico. En su análisis del partido polaco
« Proletariado» —un modelo de análisis histórico marxista— escribe que «lo
que distingue precisamente a la socialdemocracia de las otras corrientes so-
cialistas es (...) la concepción de la relación entre las tareas inmediatas y las
metas finales del socialismo» [228]. Luego pre­senta un análisis detallado de
las declaraciones programáticas del partido, comparándolas con la actitud
blanquista del Narodnaja Volja y con las secciones programáticas del Mani­
fiesto Comunista, y concluye que «el ABC del socialismo, pero del socialismo
marxista, enseñaba que la sociedad socialista no es un ideal de sociedad in-
ventado, susceptible de alcanzarse por diversos caminos y de diversas mane-
ras más o menos ingeniosas, sino que constituye sencillamente la tendencia
histórica de la lucha de clases del proletariado en el capitalismo contra el do-
minio de clase de la bur­guesía» [229], Es el desarrollo de la lucha y la tensión
creada por la oposición de clases, y no una necesidad poética, ética o técnica,
lo que hace al socialismo aparecer como el sentido de la efectiva actividad de
clase del proletariado.
La historia es la historia de la lucha de clases; y ciertamente antes del 4 de
agosto de 1914 Luxemburg no había dudado nunca de que esta lucha de clases
acabaría como Marx había previsto, Pero tenía que asumir las tareas inmedia-
tas de la política práctica y Luxemburg lo hace de forma innovadora y rica en
enseñanzas. Fiel a Marx, afirma: «Los hombres no hacen su historia de modo
arbi­trario. Pero la hacen ellos mismos. El proletariado está condicio­nado en
su acción por el grado de madurez que haya alcanzado el desarrollo social,
pero el desarrollo social no discurre por su cuenta, más allá del proletariado.
El proletariado es en la misma medida resorte y causa del desarrollo social
como producto y consecuencia suyo. Su acción misma es una pieza codeter-
minante de la historia » [230].
La consecuencia de esta tesis es fundamental no solo para la teo­ría de la
historia —que debe perder todo carácter de necesidad predeterminada, debe
perder su carácter externo y mecánico, y convertirse en aquella experiencia
de opción y creación que vivi­mos diariamente— sino también para la praxis
política. Esto sig­nifica que la conciencia de clase viene a ser el núcleo central
de la actividad revolucionaria.
Luxemburg apunta a una paradoja fundamental inherente a la lucha de
clases. Observa que «el ejército proletario solo se recluta en la lucha misma»,
pero «solo en la lucha se hace consciente de los objetivos de la misma» [231].
Esta «contradicción dialéctica» no puede ser resuelta por la conciencia de cla-
se leninista-kautskiana, desde fuera. Sería una operación técnica que presu-
pondría el cono­cimiento de una necesidad histórica predeterminada suscep-
tible de ser enseñada a quien la desconoce, perpetuando así las relaciones de
subordinación. Luxemburg insiste en que «las masas solamente pueden do-
tarse de esa voluntad [revolucionaria] en la lucha constante con el orden es-

138 RECOPILACION DE TEXTOS


tablecido, en el marco de ese orden» [232]. Lo que quiere decir que «la solución
de esta contradicción aparente en las tareas está en el proceso dialéctico de la
lucha de clases del proletariado, el cual combate por la consecución de condi-
ciones democráticas en el estado, organizándose al mismo tiempo, en el curso
de la lucha, y adquiriendo conciencia de clase. Consiguien­do esa conciencia
de clase y organizándose en el curso de la lucha, el proletariado promueve la
democratización del estado burgués y en la medida en que madura él mismo,
hace que maduren las condiciones para una revolución socialista» [233].
Es necesario subrayar que no se trata simplemente de un proceso psicoló-
gico, de una especie de aprendizaje suplementario en base a la acumulación
de parcelas de experiencia; esta concepción ad­quiere sentido solamente si
reconocemos que las condiciones en que el proletariado comienza su lucha
son condiciones de las que él mismo es cocreador, y cada nueva fase de la lu-
cha impone nuevas condiciones que modifican a su vez al proletariado tanto
obje­tiva como subjetivamente. Así pues, a pesar de todos sus estudios sobre
economía y a pesar de su rígida insistencia en la centralidad de la teoría del
derrumbe, cuando se trata de cuestiones de polí­tica práctica y de su teoría,
Luxemburg insiste —de forma vehe­mente en su Anticrítica [234], por ejem-
plo— en que la economía por sí sola no traerá el socialismo. La historia es algo
más rico, más complejo y más humano que todo eso.
Como teórica de la lucha de clases, para quien el desarrollo de una concien-
cia de clase revolucionaria se convierte en la variable prin­cipal, Luxemburg
pone implícitamente en cuestión todo dogmatis­mo en torno al «objetivo fi-
nal», y, con ello, toda visión lineal de la evolución del capitalismo al socialismo.
En cualquiera de sus trabajos pueden encontrarse manifestaciones en este
sentido, es­pecialmente en Huelga de masas, partido y sindicatos.

«Cada nuevo avance y cada nueva victoria en la lucha política se transforma


en un poderoso estímulo para la lucha económica en la medida en que amplía
sus posibilidades externas y aumenta el impulso interior de los trabajadores,
mejora su situación y eleva su combatividad. Tras cada espumeante ola de ac-
ción política que­ da un fértil sedimento sobre el que inmediatamente surgen
mil nuevos brotes orientados a la lucha económica. Y viceversa. El incesante
estado de guerra económica de los trabajadores con el capital mantiene des-
pierta en todas las pausas políticas la energía combativa de la clase obrera,
constituye, por así decirlo, el depó­sito en constante renovación de la fuerza de
la clase del que la lucha política toma una y otra vez nuevos ánimos, haciendo
que el incansable martilleo económico del proletariado se convierta en todo
momento, unas veces aquí y otras allá, en agudos conflictos localizados de los
que insensiblemente surgen conflictos políticos en gran escala.
En una palabra: la lucha económica supone la continuidad entre un eslabón
político y el siguiente, mientras que la lucha política re­presenta la fertilización
periódica del terreno sobre el que ha de florecer la lucha económica. Causas y
efectos van intercambián­dose en todo momento sus puestos en este proceso.
(...) Y su unidad es precisamente la huelga de masas» [235].

ROSA LUXEMBURGO HOY 139


La huelga de masas, que es una acción de clase que tiene lugar en mo-
mentos excepcionales, altera las condiciones mismas que la ha­bían genera-
do, mientras las nuevas condiciones que ella crea la produce en una forma
distinta. Lo económico continúa y desarrolla lo político, y lo político, a su vez,
hace lo mismo con lo econó­mico, y ambos influyen en las iniciativas y reivin-
dicaciones del proletariado, y son a su vez influidos por estas. Es interesante
hacer notar que en ningún párrafo de su Huelga de masas, Rosa Luxemburg
presenta un análisis «económico» en el sentido estricto del término, en nin-
gún sitio habla, por ejemplo, del papel del capital francés, del desarrollo des-
igual regional, o de la compo­sición de clase del Estado ruso. En efecto, subraya
la íntima cone­xión que existe entre una serie de luchas económicas y políticas
a lo largo de un período de casi una década, pero no cita ninguna «causa» ni
ninguna «necesidad» externa de este proceso, e insiste repetidas veces en que
«la huelga de masas no puede ser propaga­da». En realidad, si se considera el
«marxismo» como una teoría explicativa de la sociedad capitalista, en base a
su contradictoria infraestructura económica que engendra necesariamente
la crisis y la revolución —y esta es, en parte, la interpretación dada por Rosa
Luxemburg en ¿Reforma social o revolución?—, entonces está por ver cuán
«marxista» es la teoría luxemburguiana de la huelga de masas.
La teoría de la huelga de masas es la teorización de la praxis proletaria. La
interacción entre las luchas económicas y las luchas políticas teorizadas por
Luxemburg solo adquiere sentido si com­prendemos que ambos aspectos de
la lucha son el resultado de la praxis proletaria. En efecto, el proletariado ha
asumido el papel de sujeto social; aquello a lo que se enfrenta no es ninguna
forma estática y eterna —el «capital», «la burguesía», «el estado»—, sino tan
solo el resultado y encarnación de su propia acción anterior, en lugar de sufrir
pasivamente el proceso de acumulación de capital analizado por la «ciencia»
en sus posibilidades creativas de clase. Cuando Luxemburg habla de la huel-
ga de masas como la «unidad» de las luchas económicas y políticas, debemos
entender esta uni­ficación no en función de ciertos factores «objetivos», sino
como encarnación en la práctica de la clase sujeto activo. La huelga de masas
es el sentido del movimiento de diferenciación entre lo político y lo económico.
La actividad de Luxemburg durante la Revolución alemana de 1918-1919
refuerza esta interpretación, a la vez que plantea el problema que tratamos
en la próxima sección, a saber, el papel del teórico en el proceso revolucio-
nario. La posición luxemburguiana —derrotada en el congreso fundacional
del KPD «Spartakus»— se basaba en el reconocimiento del hecho de que la
teori­zación abstracta en base a esquemas modélicos de lo «deseable», es es-
téril, y de que el teórico debe enfrentarse a la práctica real del movimiento
teorizándola, con el fin de desvelar sus puntos fuertes y sus debilidades, sus
posibilidades y límites. Las posiciones defen­didas por la extrema izquierda,
que dominaron aquel congreso fundacional, hicieron que el matizado análi-
sis de Luxemburg de las futuras tareas de la revolución parecieran moderadas
e insen­sibles al nuevo ritmo inaugurado en 1917. Su discurso fue recibido de
hecho, y según informe taquigráfico, con «débiles aplausos». La oposición al
análisis de Luxemburg estaba en parte basado en el impacto del triunfo ruso

140 RECOPILACION DE TEXTOS


y en las lecciones que los revoluciona­rios alemanes creían poder extraer de
lo que sabían del leninismo. Luxemburg ya había dado una respuesta a este
tipo de crítica, cuando subrayaba el hecho de que la concepción leninista del
par­tido no traería el socialismo, porque «no está basada en la inme­diata con-
ciencia de clase de las masas trabajadoras»; más bien transforma incluso a los
miembros del grupo revolucionario «en simples órganos de ejecución de una
voluntad previamente deter­minada y externa a su propio campo de actividad,
en instrumen­tos de un comité central»; se convierte «la masa de los compa­
ñeros» en «masa de emitir juicios válidos y se le atribuye como virtud esencial
la ‹disciplina›, es decir, la obediencia pasiva al deber» [236]. Si estas críticas al
leninismo son ciertamente válidas en abstracto, importa reconocer que la ar-
gumentación luxemburguiana parte de la específica concepción del socialis-
mo como un pro­ceso cuyos matices se han bosquejado anteriormente, y que
cada situación concreta reclama un análisis concreto cuyo cometido es el de
desvelar sus posibilidades y límites.
En Nuestro programa y la situación política, Luxemburg subraya la dife-
rencia entre la revolución burguesa y la socialista: en la pri­mera «bastaba de-
rrocar en el centro el poder oficial y sustituirlo por unas cuantas docenas de
nuevos hombres», mientras que ahora «tenemos que trabajar a partir de la
base, lo que corresponde pre­cisamente al carácter de masas de nuestra revo-
lución» [237]. Lo que había ocurrido el 9 de noviembre, había sido, en este sen-
tido, una revolución burguesa, a pesar de haberse encarnado formalmente en
los consejos de obreros y soldados.
«Es una característica del primer período de la revolución (...) el hecho de
que haya sido —debemos ser plenamente conscientes de ello— una revolu-
ción todavía exclusivamente política y en ello estri­ba el carácter balbuciente,
la insuficiencia, lo parcial e inconsciente de esta revolución. (...) Pero la lucha
por el socialismo solo puede ser conducida por las masas, en un combate di-
recto, cuerpo a cuerpo contra el capitalismo, en cada fábrica, en un comba-
te de cada proletario contra su patrono. Solo entonces será socialista la re-
volución» [238].
Los límites de la situación venían claramente dados por la inma­durez de
las masas; las posibilidades eran las creadas por la propia acción de las ma-
sas, acción que había cambiado el signi­ficado y la realidad de su situación y
a las masas mismas. La dialéctica de la praxis y su sedimentación, que Lu-
xemburg ya había puesto en evidencia en su análisis de la huelga de masas,
debía jugar aquí un papel. Ella propuso la participación en las elecciones a la
Asamblea Nacional, en la misma línea que Paul Levi, quien, en su discurso,
había planteado esa participación como la tarea principal, admitiendo, claro
es, al mismo tiempo que ello no «realizaría» la revolución. Contra el activismo
de la ultraizquierda —ejemplificado en la frase de Gelwitzki «diez hom­bres en
la calle valen más que un miliar de votos»— Luxemburg habló de una «larga
revolución», del proceso de maduración del proletariado a través de una serie
de luchas, y criticó la esquemá­tica alternativa de «o fusiles o parlamento», re-
clamando «una opción más sutil, más dialéctica».

ROSA LUXEMBURGO HOY 141


La posición de Luxemburg no logró prevalecer en el congreso; y dos sema-
nas más tarde ella y Liebknecht morían entre las ruinas de la revolución. Su
último artículo, El orden reina en Berlín, vuelve a proponer una teorización de
la lucha; no ofrece recetas para un futuro triunfo, solo indica posibilidades y
límites. Los límites eran, en parte, coyunturales —la necesidad de luchar con­
tra el régimen Ebert-Scheidemann-Noske— pero hacían referencia princi-
palmente al limitado desarrollo de la conciencia de clase. Las posibilidades
venían representadas por la espontánea creati­vidad de las masas berlinesas,
«a partir del convencimiento instin­tivo de que la contrarrevolución, por su
parte, no se iba a con­formar con la derrota sufrida, sino que iba a buscar una
prueba de fuerza general» [239]. Insiste en el hecho de que «la victoria moral
estuvo desde el primer momento de parte de la ‹calle›» [240]. El acento puesto
en el carácter moral de la lucha, en la posibilidad de que el pueblo reconozca
que su propia liberación depende de él mismo, en el carácter histórico de esa
lucha que crea signifi­cados y abre posibilidades en el presente— este acento
aparece a lo largo de toda la vida de Luxemburg. El socialismo seguía siendo
para ella una necesidad objetiva; y, sin embargo, en los momentos, teóricos
cruciales, en la teorización de la praxis revolucionaria, aparecía siempre como
prioritario el elemento consciente, subje­tivo, moral. Reflexionando sobre la
lucha de 1919, escribe:

«La dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de


nuevo por las masas y a partir de las masas. Las masas son lo decisivo, ellas
son la roca sobre la que se basa la victoria final de la revolución. Las masas han
estado a la altura, ellas han hecho de esta ‹derrota› una pieza más de esa serie
de derrotas históricas que constituyen el orgullo y la fuerza del socialismo in-
ternacional. Y por eso, del tronco de esta ‹derrota› florecerá la victoria futura»
[241].

Aquí, como siempre, la teórica no ofrece ni recetas ni tácticas; se esfuerza


por entender, por expresar y por cristalizar el sentido de la lucha. Y, sin em-
bargo, se trata de la misma teórica que ensena economía en la Escuela del
Partido, que escribe La Acu­mulación del Capital, la misma persona que en in-
contables oca­siones analiza la coyuntura político-económica internacional
en muchos y muy diversos periódicos del partido de extensa difu­sión; y es
también la misma que se autodeclara marxista ortodoxa, defensora de la teo-
ría tanto frente a las críticas internas como frente a los intentos, por parte de
la burguesía, de debilitarla o apropiársela.
Habíamos comenzado esta parte de la discusión con una cita: «solo la clase
obrera, a través de su actividad, puede hacer del verbo carne». La formula-
ción es típica. De un lado, está la fra­seología ética unida a la insistencia en la
capacidad de actividad autónoma del proletariado. De otro, está aquella «pa-
labra» enig­mática, «verbo», que parece como algo dado y preestablecido. Si el
Verbo es ya inmanente y en espera de la historia para ser realizado, aparece
evidente aquí el peligro de la teoría para la praxis y la semilla del dogmatismo.
Si, por el contrario, entendemos, con Luxemburg, la revolución como un pro-

142 RECOPILACION DE TEXTOS


ceso, como la totalidad y sentido de la lucha expresada en la huelga de masas
y basada, en última instancia, en la dialéctica de la conciencia de clase y de su
sedimentación objetiva, entonces el Verbo adopta el significado de una abier-
ta autocreación. Solo así podemos evitar el peligro de las recetas tecnológicas
para la revolución, y definir, con Rosa Luxemburg, nuestra tarea:

«La esencia de la sociedad socialista consiste en que las grandes masas tra-
bajadoras dejan de ser una masa a la que se gobierna para vivir por sí mismas
el conjunto de la vida política y económica dirigiéndola sobre la base de una
auto­determinación consciente y libre» [242].

El Verbo no es el del teórico, sino el de la praxis, ¿Cuál es, entonces, el papel


y la tarea del teórico?

II. LA TEÓRICA Y SU PRAXIS

«En las huelgas de masas en Rusia, el elemento espontáneo juega un papel


prominente, no porque el proletariado ruso sea «ineducado», sino porque la re-
volución no se deja amaes­trar fácilmente» (Rosa Luxemburg, Huelga de masas,
partido y sindicatos).

Rosa Luxemburg era una persona de partido. Recordemos, en este senti-


do, la enojada carta que dirigió a Henriette Roland-Horst sobre la decisión de
la izquierda de la socialdemocracia holandesa de escindirse del centro des-
caradamente oportunista y de formar un nuevo partido verdaderamente de
izquierda. In­cluso si teóricamente tenían razón, sostenía Luxemburg, la sepa­
ración del «partido de la clase obrera», por muy corrompido que este estuvie-
ra, era un suicidio. Una escisión significaría la sepa­ración de la sangre vital
del socialismo, significaría privilegiar la pureza a expensas de la participación
en la inevitable revolución. La Bella Alina, atrincherada en su pureza a costa
de la imposi­bilidad de poner en práctica tal pureza, no es marxista. Más im­
portante que cualquier cuestión de eficacia —a pesar de que el destino de
la izquierda holandesa, y de otras innumerables doc­trinas puras, es cierta-
mente instructivo— es la noción funda­mental de teoría revolucionaria como
teoría de la práctica, que implica que si uno se separa de las masas, su teoría
se convierte en ideología, resulta estéril e incapaz de evolucionar con la evo­
lución de la lucha misma de las masas. Incluso en su forma más corrompida,
el partido representa aquel foco en el seno del cual las formas de lucha hallan
su expresión, su reflejo, y de él se proyectan, a su vez, en las masas que pue-
den así devenir cons­cientes de la riqueza de posibilidades implicadas en sus
propias acciones.
Existe una ambigüedad en esta concepción del partido que, como veremos,
corresponde a una ambigüedad en el papel mismo de la teoría y también a
una ambigüedad en la propia inserción social del teórico. A nivel fáctico, sa-

ROSA LUXEMBURGO HOY 143


bemos que la actividad de Rosa Luxemburg en el seno del SDKPIL polaco no
correspondía a su visión de la función del partido alemán; y sabemos que, tras
serias dudas, abandonó la SPD para entrar en él recién cons­tituido Partido
Comunista alemán (Spartakus). Podemos ofrecer explicaciones coyunturales
para ambas actitudes; y por ahora es suficiente. Lo que en cambio resulta más
paradójico es el hecho de que ella insista en la necesidad del partido, pero no
como una herramienta táctica para la toma del poder. Esto aparece con cla-
ridad en su crítica a la técnica leninista de la revolución, y en su análisis de la
revolución alemana de 1918-1919. Con res­pecto a esta última, pone de relieve
el comienzo político de la revolución, demuestra su insuficiencia, e insiste en
que el esta­dio sucesivo debe ser la lucha económica en la que, «cuerpo a cuer-
po» cada proletario será gradualmente consciente de sus ta­reas, consciente
de la situación y de sus exigencias. Decretos, toma del poder central, decla-
raciones programáticas, no son sufi­cientes. «Las masas aprenden a ejercer el
poder en la medida en que lo ejercen de hecho» [243]. Parece, en efecto, que el
partido deba esforzarse precisamente por evitar la tentación de tomar el po­
der, la tentación política; debe, como dice Luxemburg en Huelga de masas:

«Dar la consigna, la orientación a la lucha, disponer la táctica de la lucha po-


lítica de modo que en cada fase y en cada mo­mento de la lucha se realice la
totalidad de la fuerza prole­taria en presencia y previamente suscitada expre-
sándose en la posición de combate del partido, hacer que la táctica de la social-
democracia no quede nunca, por su decisión y agudeza, por debajo del nivel de
la relación de fuerzas efectivamente existente sino más bien que la supere...»
[244]

O, dicho de otro modo: el partido depende del nivel de lucha de las masas
para la elaboración de la táctica; y, al mismo tiempo, el partido debe «elevar-
se» por encima del nivel real de la lucha, superarlo. ¿Cómo puede hacer ambas
cosas? Este es el problema de la teoría, y un desafío para el teórico radical.
El mismo problema viene planteado, de forma algo distinta, en la última
parte de Huelga de masas. En torno a la relación parti­do-sindicatos, Luxem-
burg continúa afirmando que es el partido el responsable del crecimiento de
los sindicatos, en la medida en que el partido, al difundir lo que podríamos
llamar la «ideología» de la socialdemocracia, sensibiliza a las masas respecto
de su situación. Ella rechaza el argumento de los sindicalistas, según el cual
su fuerza numérica indicaría que son ellos y su ideología de compromiso los
que debieran dominar el movimiento. El mo­vimiento, para Luxemburg, es
algo más que sus formas organi­zativas, y el partido, como «espíritu» del mo-
vimiento, trasciende sus masas organizadas, y es más que su simple núcleo
organizado localizado en oficinas y en funciones oficiales. Pero, si esto es así,
debemos preguntarnos por qué Rosa Luxemburg hizo tanto hin­capié en la
función «legislativa» de los congresos del partido, como si realmente espe-
rara que estas «asambleas anuales de budistas y bonzos» formularan la tác-
tica correcta vinculante para todos. La única explicación parece radicar en el
hecho de que ella con­sideraba el partido y sus decisiones no como la simple

144 RECOPILACION DE TEXTOS


expresión (es decir, la teorización) de la práctica en acto, sino también como
su guía, su estímulo, dándole así a esta práctica un sentido de misión y de to-
talidad. Esto, sin embargo, es una función ideo­lógica y presupone una deter-
minada teoría —lineal— de la historia.
Esta actitud ambigua recorre toda la actividad de Rosa Luxem­burg. Obser-
vemos las contradicciones aparentes en casi todas las cuestiones principales:
de un lado, insiste en el hecho de que las luchas parlamentarias y sindicales
no son la vía para la revolu­ción socialista dado su carácter unilateral y defen-
sivo, que hunde sus raíces en las reglas de juego del sistema capitalista; de
otro, afirma que sin democracia parlamentaria y sin sindicatos libres y sus
respectivas luchas, no es posible una revolución socialista, dado que no habría
espacio político para el desarrollo de la conciencia del proletariado ni espacio
económico para que este se liberase de la presión inmediata de la lucha por la
existencia en una sociedad de esclavitud salarial. Sostiene que la democra­cia
burguesa es una cáscara vacía, una formalidad que encubre la dominación de
clase de la burguesía; pero insiste en el hecho de que sin esta formalidad no
habría posibilidad de que el proleta­riado se organizara y se reconociera como
clase; es más, quiere demostrar que en la era imperialista el único partido que
debe objetivamente sostener la democracia es el partido del proletariado. In-
siste repetidas veces y con vigor en afirmar que sin la necesidad económica
del derrumbe del capitalismo, no existen bases objetivas para la revolución
socialista, pero afirma con igual énfasis que solo el proletariado con concien-
cia de clase puede, por su propio esfuerzo y a través de su propia experien­
cia autoeducativa hacer temblar al sistema. En su último com­bate político, se
pronunció en contra de una política hiperactivista y en favor de una «larga
revolución» basada en luchas electorales y económicas; sin embargo, apoyó la
decisión de la mayoría, sacrificando su vida en los abortados acontecimientos
revolucionarios que siguieron, justificándolos no como un «error», sino como
un paso necesario en el desarrollo histórico del proletariado.
En cada una de esas decisiones —y se podrían añadir otras, pues esta teó-
rica de la espontaneidad revolucionaria fue también proba­blemente la úni-
ca marxista de su tiempo en comprender la im­portancia de un programa de
transición, sobre cuya necesidad volvería una y otra vez; esta convencida in-
ternacionalista no dudó en «oponerse» a Marx en lo que respecta a la cuestión
nacional; esta «Rosa la sanguinaria» no dudó en criticar lo que ella conside-
ró como excesos en la Revolución rusa—; en cada caso el primer polo de la
oposición parece representar una posición teórica basada en la ideología del
marxismo y válida para el capi­talismo en su conjunto; en tanto que la posición
contraria, que adoptó efectivamente en el fuego de la acción, es una modifica­
ción de aquella teoría basada en lo que es, en realidad, su base: la acción del
proletariado orientada a cambiar la configuración socio-política existente, es
decir, el capitalismo. La marxista or­todoxa que Rosa Luxemburg era incorpora
ambos polos; la ideo­logía misma debe ser defendida contra las incursiones
oportunis­tas de aquellos demasiado miopes para ver las necesidades bási­cas
hacia las que apunta la contradicción fundamental entre ca­pital y trabajo; y
al mismo tiempo el núcleo revolucionario de la teoría —que la conciencia de

ROSA LUXEMBURGO HOY 145


clase, alcanzada en la lucha dentro del orden existente, es la condición sine
qua non de su abolición— debe mantenerse abierto. Dicho de otro modo: el
teórico marxista revolucionario es al mismo tiempo un conservador y un vi­
sionario. Ambos son necesarios, pues la teoría sin visión se convierte en un
peso muerto para la praxis, de la cual fue en su día expresión, esto es, se con-
vierte en una ideología; y la visión sin contenido analítico se convierte en un
deseo utópico y sin base, en activismo existencial sin fundamento, es decir,
también en ideología.
La praxis de Rosa Luxemburg como teórica es un notable intento por con-
servar ambos polos de esta dialéctica de la teoría revo­lucionaria. Por ejem-
plo, en la polémica con Bernstein, su defensa de la ortodoxia económica cede
inesperadamente cuando se en­cuentra frente al desafío de Bernstein: ¿qué
sucedería si, de repente, el poder cayera en manos del proletariado? Ella res­
ponde que «la idea de una conquista «prematura» del poder polí­tico (...) es un
absurdo político...» [245]. Es decir, la pregunta de Bernstein presupone una
visión ideológica de una historia que se desarrolla independientemente de,
en particular, aquellas fuer­zas que la constituyen, presupone que el teórico
se encuentra en una situación externa a la lucha de clases, capaz de tomar
en consideración la totalidad de la historia y sus necesidades desde fuera. Sin
embargo, inmediatamente después de esta defensa de una posición teórica
situada en el interior de la lucha de clases, de la que es también partícipe, Rosa
Luxemburg vuelve a la de­fensa de la ortodoxia económica, sosteniendo la ne-
cesidad de la teoría del derrumbe en términos puramente económicos {esto
es, externos). El hecho es que ambas cosas van juntas, que nin­guna por sí sola
es suficiente y cada cual influye sobre la otra. Podría demostrarse en detalle
—tanto en sus obras polacas, o en su análisis de la situación en Francia, como
en sus intentos prácticos y teóricos de demostrar la necesidad, y prevenir el
estallido de la Guerra Mundial— esta doble vertiente de su actividad prác­tica
y teórica. Si se analiza su discurso Nuestro programa y la situación política, lla-
ma sobre todo la atención el hecho de que sintiera la necesidad de introducir
una resolución contra las actividades contrarrevolucionarias que el gobierno
socialdemócrata estaba llevando a cabo en relación con la situación rusa, y
el cui­dado con que documenta estas intervenciones. Esta preocupación por
el legalismo socialista es transferida al nivel de consideracio­nes reales con
el retorno al Programa de Erfurt, que ella intenta interpretar según el espíri-
tu de la actividad revolucionaria en curso, con el claro propósito de vincular
las actividades del nue­vo partido con la tradición marxista. Al mismo tiempo,
sin em­bargo, puede distinguirse el lado visionario de su posición en el énfasis
puesto en (y en el reconocimiento de) las nuevas formas creativas asumidas
por la actividad de las masas: los consejos de trabajadores y soldados. Ambos
polos están ahí, como siempre.
Pero lo que resulta paradójico en la actividad práctica de esta teó­rica revo-
lucionaria es el hecho de que fracasó. Fue refutada en todos los puntos cen-
trales —desde la polémica en torno al revisio­nismo-oportunismo, la huelga
de masas, pasando por el problema del militarismo y del imperialismo, has-
ta la actitud que adoptó frente a la guerra, y la táctica a seguir por el KPD en

146 RECOPILACION DE TEXTOS


1918-1919, y refutada también en otras cuestiones —la táctica parlamentaria
a seguir, el carácter y función del partido, el papel de los sindica­tos, el estatus
de la Internacional. Lo importante en estas refuta­ciones es que ella nunca fue
vencida a nivel teórico, sino por los hechos, por los acontecimientos; refuta­
da por la historia. ¡Para un marxista esta es, evidentemente, la peor de las re-
futaciones!
Hay todavía otra peculiaridad en la praxis de Rosa Luxemburg como teó-
rica: fue una dogmática, en el sentido aludido ante­riormente. Nunca puso en
cuestión el marxismo, nunca dudó ni por un momento de sus enseñanzas.
Sabemos que el suyo fue un marxismo creativo, fiel a su espíritu y no a su le-
tra, abierto a nuevos desarrollos tal como debe de ser una teoría de la pra-
xis. Sin embargo, de ello únicamente resultaría que fue una dogmá­tica eter­
namente en la oposición, lo que no deja de ser paradó­jico, porque si no me
equivoco al afirmar que ella supo apre­hender en su teorización el espíritu del
movimiento, entonces su propio destino pone en duda la praxis de la teórica
revoluciona­ria, y la teoría revolucionaria misma.
Podrían adelantarse diversas explicaciones. Podría decirse, como Fidel
Castro en su famoso discurso, que «la historia la absol­verá». Ello implica, sin
embargo, una visión lineal de la historia, considerada desde un punto de vista
divino o trascendente, donde el progreso se desarrolla continuamente has-
ta alcanzar finalmente su —es decir, nuestra— presunta meta. Pero decir de
un marxista que está «por delante de su época» equivale a afirmar que ella
estuvo en realidad equivocada en sus análisis, dado que lo que diferencia el
marxismo de los utópicos a la caza de quimeras es su proclamada capacidad
de descubrir el futuro dentro del presente. La visión lineal de la historia, como
ya se ha mencio­nado, separa la historia de la lucha de clases que la constituye;
es una visión ideológica.
Podría decirse que los análisis de Rosa Luxemburg, sus percep­ciones de
la cambiante realidad de su tiempo, fueron incorrectos, bien a causa de una
adhesión excesivamente dogmática a la teo­ría, bien por una interpretación
excesivamente optimista de la realidad. Podríamos decir que escogió los mo-
mentos equivocados para intervenir; que, a título de ejemplo, debería haber
roto con la SDP ya en 1907-1908, o que debería haber intentado construir una
base más sólida de oposición en el seno del partido, en lugar de confinarse
en el periodismo, en la Escuela del partido, o en hacer discursos de agitación.
También podría decirse que concedió excesivo crédito a la espontaneidad de
las masas, y que por consiguiente no se preocupó por evitar que estas cayeran
víctimas de los engaños del aparato dirigente; que debería haber seguido la
táctica de Lenin y utilizado medidas organizativas para salva­guardar la pu-
reza del partido. Podríamos adelantar una variante de la tesis sobre la oligar-
quía de Michels para explicar por qué una teoría, que es una teorización de la
práctica de una vanguardia, no puede, por razones apriorísticas, alcanzar la
posición do­minante en el seno de un partido democrático de masas. Podría­
mos añadir más detalles sobre la manipulación por parte de la dirección del
partido. El análisis de Michels sobre la SDP está lleno de detalles de este tipo.
(De hecho, en las observaciones so­ciológicas contenidas en la última parte del

ROSA LUXEMBURGO HOY 147


ensayo luxemburguiano sobre la huelga de masas, parece verse algo similar
a los aná­lisis de Michels.) Podríamos seguir diciendo, con A. Rosenberg, que
Rosa Luxemburg debería haber sabido, como Lenin en julio de 1917, cuándo
batirse tácticamente en retirada con el fin de escoger luego el momento más
idóneo para volver al ataque; o po­dríamos referimos a la interpretación de
Hannah Arendt, según la cual Rosa Luxemburg fue en última instancia una
romántica y una moralista, y en absoluto una marxista.
Vemos, pues, que hay múltiples explicaciones posibles de la pra­xis de Lu-
xemburg como teórica, y de su destino. Ninguna resulta, en sí misma, convin-
cente, porque todas ellas deben recurrir for­zosamente a factores externos y
contingentes. En el mejor de los casos, se dice que si Luxemburg acabó siendo
derrotada, si exis­tieron contradicciones en su posición, la causa radicaría en
el marco histórico en que se movió. Las contradicciones de su obra serían, así,
debidas a la inmadurez del capitalismo, y a la con­siguiente inmadurez del mo-
vimiento proletario; sus «derrotas» podrían así verse solo como temporales,
con lo cual el avance de las contradicciones capitalistas demostraría la fecun-
didad a largo plazo de su posición. En otras palabras, se afirma que la teoría
de Luxemburg era correcta, pero que aplicada a la realidad de entonces, había
producido una distorsión, porque la realidad mis­ma no era la adecuada. De
ello se deduce que sería necesario salvar, a través de una especie de «inver-
sión» marxista de la her­menéutica bíblica, la teoría (o método, si se prefiere la
noción lukacsiana) correcta, y aplicar esta piedra filosofal revolucionaria para
transformar el pesado presente en dorado futuro. Esta solu­ción olvida, sin
embargo, algo fundamental, propio de la dia­léctica de Marx y de Hegel: que la
teoría (o método) dialéctica es inseparable de su contenido. En otras palabras:
esta solución per­tenece a una fase anterior a Hegel y a Marx; implica una es-
pecie de dualismo kantiano de forma y materia y, por consiguiente, una dia-
léctica del mal infinito «resuelta» por la eterna lucha ética de la razón práctica.
En efecto, siempre que se trata de una de­rrota puede imputarse a uno u otro
de los dos términos en interacción que es externa precisamente en la medida
en que ninguno de los dos está influido por el contacto del otro, porque cada
cual posee sus propios «criterios de verdad» internos a sí mismos. Esta sepa-
ración implica una visión lineal, externa, de la historia, y divide precisamente
lo que el marxismo se esfuerza en unir: la teoría y la práctica. Debemos por
consiguiente, preguntar ¿por qué una verdadera marxista —y los argumentos
anteriores implican que Luxemburg fue fiel a lo mejor del marxismo mis­mo
—fue incapaz de vincularse, como revolucionaria, a la praxis real de su tiem-
po? Y, si la teoría marxista, como teorización de la praxis proletaria, es incapaz
de conseguir la fidelidad de las masas y de llevar a cabo el cambio social, en-
tonces, ¿quizá hay algo que no funciona en la teoría misma?
Podría sugerirse que el llamado «fracaso» de Rosa Luxemburg es una es-
pecie de juicio pragmático situado igualmente fuera del contexto histórico en
que su obra fue elaborada. Podría parecer que se ha llegado al veredicto de
«fracaso» superponiendo su teoría y su práctica a una historia en continuo
movimiento, que era la base material sobre la cual se desarrolló su actividad.
Este argumento daría a su teoría y a su praxis un carácter cerrado, positivo y,

148 RECOPILACION DE TEXTOS


en última instancia, ideológico, en lugar de presentarla como una teoría de la
praxis, abierta y problemática. Así, la cita del principio de esta sección —nadie
puede amaestrar al proletariado revolucionario— sugiere que nuestra críti-
ca ha vio­lado una de las enseñanzas centrales de Luxemburg. Para clari­ficar
este problema examinaremos, en la sección que sigue, las ambigüedades de
la teoría revolucionaria misma, volviendo a la pregunta que planteábamos en
esta segunda parte y que no he­mos contestado: ¿cómo es posible que la teoría
sea una teoría de la praxis real del proletariado, y al mismo tiempo supere,
esté por encima de, esa misma praxis?

III. LA TEORÍA REVOLUCIONARIA

«Lo más importante no es lo que está literalmente escrito› en el programa,


sino cómo se entiende el programa en la práctica viva.» (Nuestro programa y la
situación política.)

La variable esencial en la actividad práctica y teórica de Rosa Luxemburg


es la conciencia de clase. Por esto no hay duda de que hoy que el capitalismo
se ha revelado como un sistema global aparentemente capaz de absorber sus
propias contradicciones económicas, sociales y políticas, encontramos en la
obra luxemburguiana una fuente de reflexión para nuestros propios proble­
mas. Lo que resulta, en cierto modo, paradójico, porque Luxem­burg fue de-
masiado ortodoxa, demasiado dogmática y demasiado optimista para haber
intuido los problemas planteados por un capitalismo científico, burocrático,
como el que conocemos. Ella no se interesó por los mecanismos de la psicolo-
gía individual o de masas, por problemas tales como el de la reificación, alie-
nación o falsa conciencia. Pero en cambio ha sido, y es, una fuente de fructífe-
ras reflexiones en torno precisamente a estas cues­tiones.
Cuando afirma que la conciencia de clase es la componente principal, el
sine qua non de todo movimiento revolucionario, no se diferencia en nada de
otros muchos marxistas. Lo que sí la distingue, en cambio, es su análisis de
esa conciencia de clase; o, mejor dicho, el hecho de que ella no la transforma
nunca en el objeto de su teorización, sino que presenta su manifestación real
como la reflexión y la autorreflexión crítica de las posibilidades abiertas crea-
das por la acción proletaria. Este «ingrediente» cen­tral no es nunca tema de
discusión, está siempre presente entre líneas, emerge y adquiere forma solo
para ser llevado hacia adelante y reaparecer en una forma distinta; no es algo
tangible, sino el sentido y el significado, la unidad y la totalidad de la lucha de
clases. No es algo externo, no es el producto de una teoría o una propiedad del
partido; es la condición de posibilidad de la lucha y el producto de esa misma
lucha. Podemos fijar los elementos que juegan un papel en la determinación
del actual estado de la conciencia de clase hablando sobre las condiciones
materiales que determinan las formas de conciencia. Pero ello no puede en-
tenderse como una relación de causa-efecto, empírica­mente determinada.

ROSA LUXEMBURGO HOY 149


Sabemos, por ejemplo, que las mismas con­diciones pueden originar formas
muy diversas de conciencia y de actividad; y sabemos, por ejemplo, que la ola
inflacionista que hoy vivimos tiene en sí un significado humano distinto del
que aparece reflejado en las estadísticas oficiales. Lo que importa es que las
condiciones materiales pueden influir en la clase solo en la medida en que la
clase misma quiere ser influida, esto es, en la medida en que da un significado
a estas condiciones.
Al leer los artículos en los que Luxemburg analiza los aconteci­mientos
de su época, y siguiendo sus cursos sobre economía política en la Escuela
del partido, nos damos cuenta de que lo que convierte su obra en algo más
que un buen análisis o una inter­pretación «justa», es su capacidad de poner
continuamente el acento en la dinámica, en las posibilidades, en el sentido y
signi­ficado radical, en el carácter abierto de la situación que describe. Natu-
ralmente, mucho de lo que ella «predijo» no ha llegado a ocurrir. Pero, como
ya se ha observado, no puede juzgarse este «fracaso» desde el punto de vista
trascendente de una historia que ha bloqueado estas posibilidades y que ha
demostrado hoy lo erróneo de un juicio. La tarea de Luxemburg no era la de
pre­sentar «la» vía necesaria a seguir, la de «probar» inductiva y/o deductiva-
mente la justeza de sus puntos de vista; era más bien la de revelar el sentido,
la orientación, de una situación, indicar sus aspectos centrales: su carácter
abierto. Cuando la juzgamos como un «fracaso», estamos considerando su
actividad política práctica como algo cerrado y unívoco; actuando así retro-
cedemos y recaemos en una concepción lineal y mecanicista de la historia. La
historia como realidad viva es precisamente algo abierto a los interrogantes;
y la tarea de Luxemburg como teórica práctica era la de poner énfasis en este
carácter abierto, en la posible conciencia de clase con la que toda situación se
enriquece.
Sería simplificar demasiado afirmar que, siendo la conciencia de clase la
variable central del proceso revolucionario, el teórico debe actuar siempre de
forma tal que eleve el nivel de esa conciencia, porque ello presupondría que
nosotros sabemos qué es la conciencia de clase; implicaría que la conciencia
de clase es una cosa y que crece, de alguna forma, con la suma de pequeños
fragmentos de información recibidos desde el exterior; ello convertiría la teo-
ría en una especie de herramienta o de arma, abonando así el terreno para la
famosa práctica del «sustitucionalismo» por medio del cual el partido, como
detentador de la teoría, sustituye a las masas, cuya «justa» conciencia pre-
tende ser. Claro es que la conciencia de clase tampoco es indeterminada; y ya
hemos mencionado (en la sección I) la justa apropiación episte­mológica por
parte de Lukács del uso luxemburguiano de la no­ción de la necesidad del «ob-
jetivo final» del socialismo. Pero Luxemburg evita también la trampa de una
concepción externa, lineal, de la historia, inseparable de una visión rígida de
la natu­raleza de la conciencia socialista. La vemos, así, hablar confiadamen-
te y con optimismo de la necesidad, para el proletariado, de acceder al poder
varias veces, perdiéndolo cada vez antes de apren­der finalmente a construir
su nueva sociedad [246]. Y nos quedamos perplejos ante su continuo volver
sobre los «fracasos» históricos del movimiento —huelgas y revueltas perdi-

150 RECOPILACION DE TEXTOS


das, 1848, 1891, la his­toria del Primero de Mayo, etc.—, presentándolos como
compo­nentes necesarios para el desarrollo de la conciencia de clase. No ofre-
ce ninguna explicación pseudomaterialista de estos «fra­casos», y se niega a
justificarlos; por el contrario, y la diferencia es sustancial, les da un significado
positivo en la medida en que abren perspectivas nuevas.
Sin embargo, seguimos frente al problema de la teoría que es a la vez una
teoría del movimiento real y algo que está por encima de este al mismo tiem-
po. En efecto, vemos que se trata de un pseudoproblema desde el momen-
to en que evitamos la visión externa, lineal de la historia y reconocemos que
nuestra teoría es parte integrante de la historia misma. La teoría no puede ser
simplemente un reflejo estático del presente, ni tampoco una construcción
externa que sirva de guía. Y ello porque la variable principal que determina el
proceso histórico no es fija, sino in­determinada, abierta, cambiante y creado-
ra de nuevos significa­dos. La teoría no es ni puede ser un sistema; por lo menos
si es una teoría revolucionaría. Y, entonces, ¿en qué sentido pode­mos decir
que Rosa Luxemburg «tenía» una teoría? Es cierto que aceptaba el marxismo
y que intentó incluso plantearle una corrección teórica en La acumulación del
capital. Pero en su praxis, y en la relación de su teoría con la praxis, nunca in-
tentó elaborar una serie de fórmulas positivas y concretas a seguir. Por ejem­
plo, ¿es su Huelga de masas la exposición de una teoría? Cierta­mente que no,
en el sentido tradicional del término; en cambio como marxistas comprome-
tidos hablamos como si lo fuera. ¿Por qué? Si examinamos una vez más la teo-
ría de la huelga de masas, vemos que el punto central viene representado por
las formas cambiantes que adopta la conciencia de clase, que se expresa bien
política, bien económicamente, bien a través de movimientos menores o en
reposo, latente, bien a través de grandes explosio­nes, cuya causa parece poco
importante en relación con la enor­midad de la opresión de clase. Además, el
movimiento de la huelga de masas que culminó en la revolución de 1905 tenía
sus raíces en acciones que habían tenido lugar en distintas regiones geográfi-
cas a lo largo de un período de más de una década. La Huelga de masas misma,
como Luxemburg explícitamente obser­va, es un concepto, una totalización, la
unidad de acciones múl­tiples y diversas. Los agentes históricos no tuvieron
consciencia de haber sido parte de ese movimiento, cuya unidad fue puesta
en evidencia por la teórica; no siguieron consigna ni instrucción alguna para
pasar, en la lucha, de un plano a otro, de una región, de una reivindicación, a
otra. Y, sin embargo, la huelga de masas está ahí. Es el sentido histórico de la
lucha proletaria, no cons­cientemente presente en las acciones individuales,
pero sí en el significado y sentido latente de estas. La teoría ofrece una expli­
cación empírica de los acontecimientos, y es, por tanto, una teo­ría de la ac-
ción; y al mismo tiempo se «eleva por encima» de ella, la supera, en la medida
en que unifica e indica las posibili­dades que se han abierto.
¿Qué es el proceso revolucionario, y de qué depende? En última instancia
de un espacio libre, de un vacío que se ha creado y sen­tido en las relaciones
de poder que habían tenido hasta ahora al proletariado encadenado. La aper-
tura de este espacio no es el resultado de la teoría o de la conciencia de clase,
puesto que ni la una ni la otra funcionan como un punto de Arquímedes. Es

ROSA LUXEMBURGO HOY 151


evidente que los acontecimientos reales y las condiciones materia­les juegan
un papel importante. Pero cuando empezamos a ana­lizar estos aconteci-
mientos y estas condiciones materiales vemos que han podido jugar su papel
solamente gracias a su signifi­cado humano, a lo que supone de humano, vivi-
do. Precisamen­te a través de esta noción de significado la teoría halla su fun-
ción como algo que se «eleva por encima», y ello es así en la medida en que es
la integración del sentido y de la posibi­lidad del presente, del que es teoría. Y
esto no simplemente como teoría, sino como experiencia vivida, insiste Rosa
Luxemburg, observando que «en la tempestad del proceso revolucio­nario el
proletario se transforma precisamente de padre de fami­lia que exige previso-
ramente un subsidio en ‹revolucionario ro­mántico› para el que incluso el bien
más preciado, es decir, la vida y no hablemos ya del bienestar material, posee,
en compara­ción con el ideal de lucha, un valor muy reducido» [247]. El sentido
y la posibilidad, inherentes al movimiento y teorizados por la revo­lucionaria,
son el elemento diferenciador que define la acción revolucionaria y la distin-
gue de cualquier otra.
La noción de los «dos escollos» entre los que tiene que navegar continua-
mente la praxis revolucionaria, puede hacerse extensiva a las paradojas de la
teoría revolucionaria. Como teoría de la pra­xis en el seno de la sociedad capi-
talista, debe seguir sólidamente vinculada a su base material; pero al mismo
tiempo debe «ele­varse por encima» y situarse en el reino del sentido, de la
dife­rencia, de lo posible. Debe tener agarrados ambos polos: aislado, el pri-
mero convierte lo histórico en mitológico, y acaba por con­vertirse en un em-
pirismo desvergonzado o en una técnica que trata a los seres humanos como
objetos; en tanto que el segundo, solo, corre el peligro de caer en utopías mo-
rales, en vagas espe­ranzas o en reivindicaciones éticas vacías. La cita con la
que hemos abierto esta última sección implica que el acento no debe­ría po-
nerse en los adjetivos mistificadores tales como «proleta­rio», o «revoluciona-
rio», sino más bien, en lo que concierne a la teoría, aplicarlos para especificar
el tipo concreto de teoría que deseamos —uniendo rigor con carácter abierto,
crítica con auto­crítica, y necesidad que apunte a posibilidad. La dualidad que
he señalado en la actividad teórica y práctica de Rosa Luxemburg no es algo
que pueda explicarse de forma mágica por medio de la famosa Aufhebung.
Es más bien parte constitutiva del proyecto mismo. Debe ser entendido; y no
puede ser cambiado o defor­mado con meras simplificaciones.

(Traducción de María-José Aubet)

152 RECOPILACION DE TEXTOS


NOTAS SOBRE
LA TEORÍA
LUXEMBURGUIANA
DE LA
ACUMULACIÓN[248]
Tadeusz Kowalik: Nacido en 1926 en Polonia. Estudió Derecho, Econo­mía e
Historia en Krákow, en Varsovia, en Wsen, en Ginebra y en Cambridge. Tesis
doctoral sobre Historia del pensamiento económico (1958), alcanzó el grado
de docente con su trabajo de investigación sobre el pen­samiento económico
de Rosa Luxemburg (1964), ambos trabajos presentados en la Universidad de
Varsovia. Ha sido profesor en el Instituto de Ciencias Sociales y en la Escuela
Superior de Ciencias Sociales (ambos en el Comité Central del Partido Obrero
Unificado de Polonia), y en la Facultad de Econó­micas de la Universidad de
Varsovia. Desde 1961 es profesor adjunto para la investigación en la Academia
de Ciencias Polaca. Responsable de la publi­cación de las obras de Oskar Lange
y Michael Kalecki. Especializado en el pensamiento socialista (marxista) y en
Historia y Metodología en las Ciencias Económicas.

154 RECOPILACION DE TEXTOS


Tadeusz Kowalik

En la evolución del pensamiento económico de Rosa Luxemburg pueden


distinguirse dos períodos claramente diferenciados. Hasta 1912 estuvo con-
vencida de que con las obras de Marx —princi­palmente en El Capital— la eco-
nomía política había alcanzado su «punto culminante» y que sus seguidores
solo iban a poder desarrollarla en algunos meros detalles. Esta opinión se en-
cuentra bien reflejada en su Introducción a la Economía Política. Sin embargo,
al intentar acabar este popular esquema, Rosa Luxemburg se encontró con
una inesperada dificultad. En el último capitulo, en el que está considerando
las tendencias generales del desarrollo de una economía capitalista, llega a la
conclusión de que, para poder solventar los nuevos problemas surgidos en el
nuevo estadio del capitalismo, es necesaria una reelaboración del análisis de
los problemas básicos de la teoría de la economía capitalista.
Los cambios aparecidos en el capitalismo hicieron modificar la actitud de
Rosa Luxemburg respecto a la teoría marxiana y ello se manifestó en un cam-
bio en su metodología. En la Introducción a la Economía Política utilizó el mis-
mo método que Marx había aplicado en el primer tomo de El Capital; en él se
partía de un análisis de las necesidades individuales y se consideraba al capi­
talista también de forma individual. A pesar de la similitud del tratamiento,
este esquema difería notablemente del que le diera la escuela marginalista,
puesto que tanto Marx como Rosa Luxemburg tuvieron siempre en cuenta
que el capitalista individual es relativamente independiente del capitalismo
globalmente consi­derado, Con todo, su análisis no podía considerarse macro-
económico, hasta que no se introdujo en él el estudio del capitalismo enten-
dido de forma global con sus interdependencias internas.
La esencia del nuevo punto de vista de Rosa Luxemburg a partir de 1912
consiste en la comprensión de la importancia que tendrá, para el estudio del
capitalismo, el desarrollo del análisis macroeconómico. Para ello se basará
en los conceptos de reproducción y acumulación que Marx había elaborado
en el segundo tomo de El Capital y que, por otra parte, consideraba como la
más perfecta materialización del método marxiano y el instrumento analítico
más importante de la economía política. A Rosa Luxemburg le aparecía ahora
Francis Quesnay con el rango de fundador de la economía como ciencia exac-
ta y este mismo criterio le permitía criticar a los economistas de la Escuela
Inglesa Clásica quienes, en opinión de Rosa Luxemburg, habían mistificado y
confundido la función universal y eterna de los medios de producción den­tro
del proceso de trabajo. En un sentido diverso a como lo hicie­ran Smith y Ricar-
do, Marx, en su esquema de reproducción, había comprimido las relaciones
más importantes del proceso de pro­ducción y de acumulación del capital en
dos series sorprendente­mente simples de números.

ROSA LUXEMBURGO HOY 155


Diversos autores de la generación de Rosa Luxemburg (M. Tugan-Bara-
nowsky, V. Lenin, Otto Bauer, Rudolf Hilferding) trataron de utilizar estos
mismos conceptos, pero, básicamente, solo tomaron en consideración esta
construcción teórica para proporcionar una solución al problema de la repro-
ducción y realización en una economía capitalista. Rosa Luxemburg fue la úni-
ca economista conocida que comprendió, ya incluso antes de la Revolución de
Octubre y de la creación de la economía planificada, la naturaleza universal y
supracapitalista y el significado de la construcción marxiana como base teó-
rica para la planificación. Además, pode­mos encontrar en La acumulación del
capital una detallada des­cripción de la aplicación del esquema de reproduc-
ción (simple y ampliada) en las condiciones de una planificación socialista.
Los comentarios que hace Rosa Luxemburg a este respecto pueden pa­recer
hoy triviales, pero, en el momento en que fueron escritos, no cabe duda de que
supusieron un acontecimiento importante. Es por lo demás lamentable que
su obra haya permanecido prác­ticamente desconocida durante tanto tiempo
y que el desarrollo de esta rama del conocimiento teórico en el campo del so-
cialismo haya ignorado tan importante aportación.

II

La profunda admiración que siente Rosa Luxemburg por el es­quema de re-


producción marxiano no le impide subrayar el hecho de que la parte funda-
mental de El Capital (la última parte del segundo tomo) no estaba acabada y
mucho menos elaborada. En la forma en que lo dejó Marx y publicada por En-
gels después de su muerte, el modelo de la acumulación se construye en base
a unos supuestos drásticos que, de alguna forma, dificultan la comprensión
de la naturaleza del desarrollo capitalista y de sus límites.
1. En el modelo se supone una correspondencia entre producción y reali-
zación, lo cual significa que la producción capitalista es capaz de generar por
sí misma el mercado que precisa. Este su­puesto no solamente contradice la
esencia misma de la teoría marxiana, sino que además ignora la existencia de
las continuas referencias de Marx en el primer y tercer volúmenes de El Capi­
tal a la existencia de posibles desfases entre la demanda total y una produc-
ción en continuo crecimiento.
2. El primer supuesto está estrechamente ligado a la siguiente gran laguna
en el esquema de Marx, en el que no se considera en forma adecuada el pro-
ceso de circulación del dinero. Evidente­mente, al rechazar la llamada Ley de
Say, le fue difícil a Marx extraer conclusiones al respecto (en el primer volu-
men de El Capital). En términos actuales podríamos decir que al no conceder
importancia al proceso de circulación monetaria Marx estaba identificando el
ahorro con la acumulación real.
3. Marx analizó la acumulación del capital en el marco de una sociedad
constituida por dos únicas clases sociales, a saber, los capitalistas y los obre-
ros. En opinión de Rosa Luxemburg, este supuesto tan restringido y abstracto

156 RECOPILACION DE TEXTOS


hacía imposible dilucidar a quién beneficia y quién impulsa la expansión ca-
pitalista ya que, desde este punto de vista, el modelo marxiano de reproduc-
ción no puede ser entendido más que como una visión de la produc­ción para
la producción misma como fin.
4. Otra laguna en el concepto marxiano es el supuesto de una inmutable
composición orgánica del capital y de una productivi­dad constante del traba-
jo. Al igual que otros marxistas de su tiempo, Rosa Luxemburg solo conocía un
tipo de progreso tecno­lógico, que en nuestros días recibe el nombre de consu-
mo de capital. Estaba convencida de que el progreso tecnológico debía mate-
rializarse en un constante crecimiento de la composición orgánica del capital
y, por lo tanto, en un incremento de la parte de capital constante incorporado
al valor del producto, o, lo que ella expresaba en otros términos para reflejar
el mismo fenómeno, en el aumento del Sector I (producción de los me­dios de
producción) en relación con el total del producto social.
Sin embargo, en este capítulo de la obra de Rosa Luxemburg se promete
mucho más de lo que finalmente fue capaz de producir. En algunas partes de
su análisis, donde trató de rebatir los men­cionados presupuestos marxianos,
no consiguió transformar el esquema de reproducción como había sido su
propósito. Por ejem­plo, el criticado concepto de capitalismo puro (o restrin-
gido a obreros y poseedores de capital) pulula a lo largo de todo su libro. Cada
vez que la autora menciona el esquema de reproducción, acude indefectible-
mente al elaborado primitivamente por Marx.
La única corrección que introduce en la construcción marxiana es la de
admitir un incremento en la productividad del trabajo: en su esquema de re-
producción, la composición orgánica del ca­pital (c/v) sufre un incremento
periódico. Con el fin de funda­mentar tal aserto, Rosa Luxemburg arguye que
en la reproduc­ción ampliada se produce un creciente déficit en el sector de
producción de medios de producción y un creciente superávit en el sector de
producción de los medios de consumo. Estas des­ proporciones, de acuerdo
con su tesis, solo se amortiguan fuera del marco del capitalismo puro, en el
comercio exterior a través del intercambio entre el sistema capitalista y el
precapitalista.
Esta conclusión no solo se basa en la mencionada ley general de la tenden-
cia creciente de la composición orgánica del capital, sino también en la erró-
nea convicción de que el producto de la acu­mulación se invertirá en el mismo
sector en el que ha sido obte­nido. Así pues, no se puede decir que este único
intento de introducir correcciones en el esquema marxiano de reproducción
ampliada permita a Rosa Luxemburg arrogarse el mérito de haber realiza-
do visibles logros teóricos en el análisis de la acumulación capitalista. No se
deriva ninguna conclusión de esa parte central del debate: de la insuficien-
te demanda global como prin­cipal obstáculo del desarrollo capitalista. Es en
este sentido que el libro de Rosa Luxemburg resulta decepcionante. A pesar
de ello, incluso desde un punto de vista teórico, no puede despre­ciarse una
obra como La acumulación del capital, cuyas partes más significativas, en mi
opinión, residen en lo siguiente:

ROSA LUXEMBURGO HOY 157


1. Un intento de hallar una solución teórica a la conocida afir­mación mar-
xiana de que las condiciones de la producción no se corresponden a las con-
diciones de la realización. En consecuencia, al rechazar la Ley de Say, Rosa
Luxemburg intentaba demostrar que la acumulación depende, en gran me-
dida, de la perspectiva de un mercado capaz de ir absorbiendo la producción.
Este mer­cado, a su vez, viene determinado por la existencia previa de posi­
bilidades de consumo. Así pues, el capitalismo puro (o restringi­do) propor-
ciona una base demasiado débil para un rápido creci­miento económico, por
lo que, siendo esto así, el ahorro no tiene por qué transformarse automática-
mente en inversión real.
En esta dirección se desarrolló la teoría de la dinámica capitalista en las
décadas posteriores a la obra de Rosa Luxemburg. De todos los teóricos que
participaron en su elaboración quizá fue Michael Kalecki quien mejor com-
prendió las cuestiones plantea­das por Rosa Luxemburg y quien las desentra-
ñó de una forma más efectiva. Desgraciadamente, y debido a determinados
condi­cionantes históricos, los teóricos marxistas se ocuparon, durante mu-
chos años, de la obra de Kalecki con una notable indiferencia cuando no con
un cierto recelo.
2. También merece atención el intento realizado por Rosa Luxemburg de
incluir el sistema monetario en la teoría de la repro­ducción y acumulación
capitalistas. Como puede verse a través de numerosos pasajes del segundo
tomo de El Capital, Marx trató de resolver tan difícil cuestión sin demasiado
éxito. También es verdad que Rosa Luxemburg no pudo llegar a mejores re-
sultados. Sin embargo, a diferencia de otros discípulos de Marx, ella no obvió
el problema e intentó formularlo de una forma mucho más lúcida y precisa
que todos sus colegas y predecesores. Puso todo su empeño en destacar que
se trataba de uno de los más impor­tantes problemas de la teoría de la acumu-
lación capitalista, y no cabe la menor duda de que esta intuición le es recono-
cida hoy por la mayoría de los economistas actuales.

III

¿Qué movió a Rosa Luxemburg a cuestionar problemas tales, como los in-
centivos de la acumulación, la inversión y el progreso técnico en el sistema ca-
pitalista? ¿Cómo llegó al convencimiento de que el análisis de Marx ya no era
suficiente? Puede pensarse que no fueron únicamente razones de tipo teórico
y que también influyeron en ella las de tipo histórico. Pienso que su polémica
de finales de siglo con Eduard Bernstein podría ofrecer alguna posible expli-
cación de sus razones. Su punto de vista por aquel entonces se expresaba de la
forma siguiente: «En el curso general del desarrollo capitalista los pequeños
capitales (...) juegan el papel de pioneros de la revolución técnica. (...) Si los pe-
queños capitales son los pioneros del progreso técnico, y el progreso téc­nico
es el motor vital de la economía capitalista, entonces los pequeños capitales
son un fenómeno inseparable que acompaña al desarrollo capitalista. (...) La

158 RECOPILACION DE TEXTOS


desaparición progresiva de las empresas medias significaría no una tenden-
cia revolucionaria del desarrollo capitalista, como cree Bernstein, sino preci-
samente lo contrario, un parón, un adormecimiento de este último». [249]
Una docena de años más tarde estaba ya muy claro para Rosa Luxemburg
que la economía capitalista estaba entrando en la era de los gigantes de la in-
dustria y del «empresario» del período de la libre competencia, y, con él, los
mecanismos de la relativa­mente libre competencia empezaban a diluirse y a
desaparecer. Probablemente Rosa Luxemburg se preguntaría más de una vez:
«¿Cuál puede ser el motivo de que, a pesar de este evidente pro­ceso de trans-
formación estructural, el capitalismo no muestre indicios de estancamien-
to?». Con las nuevas condiciones que ha­bían surgido a principios de siglo, ya
no podía ser válida la expli­cación de Marx de la incesante pugna del capitalista
en aras de una maximización de sus beneficios y de que, en condiciones de li-
bre competencia, esta pugna se convierte, para cada capitalista individual, en
la «ley externa de compulsión». Asimismo la cono­cida exclamación de Marx:
«Acumulad, acumulad, esta es la ley de Moisés y de los Profetas» pertenecía,
también, al pasado. A mí juicio fue esta la causa fundamental que impulsó a
Rosa Luxem­burg a emprender sus trabajos históricos y teóricos sobre el de-
sarrollo del capitalismo.
Ya conocemos las líneas generales de su respuesta: el capita­lismo puro no
puede proporcionar incentivos suficientes para la acumulación porque exis-
te una tendencia a limitar el consu­mo de la clase obrera y porque la parte
de los gastos dedicados al consumo por parte de los capitalistas tiene lími-
tes naturales. Todo análisis basado en estos términos ha sido incapaz hasta
el momento de explicar el rápido desarrollo de los recursos pro­ductivos y el
crecimiento de la producción. Una parte importante de los incentivos de la
acumulación capitalista está basada en un regular e ininterrumpido inter-
cambio económico entre zonas capi­talistas y no-capitalistas. Es muy posible
que al principio de su investigación Rosa Luxemburg considerara necesario
abandonar el supuesto de la absoluta hegemonía de la producción capitalis-
ta a nivel mundial, puesto que ello comportaba excluir a priori el proceso de
colonialismo imperialista. Pero la misma lógica interna de la investigación la
llevó a la conclusión de que tan importante fenómeno (la experiencia del im-
perialismo) obligaba a reformu­lar, en su conjunto, la teoría marxiana del de-
sarrollo capitalista, según ella obviamente basada en fundamentos históricos
dema­siado estrechos. Su estudio de la historia la convenció de que no existe
ninguna «muralla china» entre el capitalismo clásico y la fase imperialista. Y
ello era así porque para Rosa Luxemburg la violencia política no era más que
«un vehículo del proceso eco­nómico» [250]. El otorgar una mayor importancia
a los factores no económicos de la acumulación capitalista, tanto en el pasa-
do como en el futuro, le permitió alcanzar una más amplia interpretación del
proceso del desarrollo capitalista que la expuesta por Marx en El Capital. El
capital no solo nace «embebido de suciedad y sangre» (Marx), sino que crece
con y en base a esos elementos, hasta el momento de su colapso. Así pues, a
Rosa Luxemburg no le parece muy afortunada la noción de la «acumulación
primitiva» elaborada por Marx y entendida como un apéndice histórico que

ROSA LUXEMBURGO HOY 159


representa la génesis del capital. Casi una tercera parte de su opus magnum
está consagrada al análisis de las condiciones his­tóricas de la acumulación;
en ella sostiene acaloradas controver­sias no solo con los economistas bur-
gueses, sino también con los economistas que preconizan las tendencias en
boga de la teoría económica marxista.
Es importante recordar que Rosa Luxemburg no se limitó a com­batir la teo-
ría gradualista de Eduard Bernstein, sino que también hizo objeto de sus ata-
ques a la «ortodoxa» visión del capitalismo presentada, por ejemplo, por Karl
Kautsky, reflejada en el si­guiente razonamiento: «En los antiguos sistemas
económicos, tales como el esclavista o el feudalismo, al no practicarse más
que un mínimo de racionalidad económica, las situaciones de dominio de-
bían imponerse a la población por la vía de la violencia física. Por el contrario,
el capitalismo industrial no precisa de tal com­pulsión para poder funcionar.
Al racionalizar la producción e introducir la ley de los precios, desplaza a los
anteriores modos de producción precapitalistas y con ellos a sus correspon-
dientes estructuras sociales. Así, pues, la compulsión de tipo no-económico
es un factor de segundo orden en el nacimiento del capita­lismo, Por otra par-
te, la acumulación de capital precisa de un alto grado de paz y seguridad a fin
de poder realizar sus fines con la máxima eficacia. Y eso es lo que, básicamen-
te, cuenta para el liberalismo de la burguesía industrial». Kautsky interpretó
al pie de la letra el dogma «libre comercio y paz» en boga en la Ingla­terra de
su tiempo; para él no solo reflejaba adecuadamente la genuina sustancia de
las aspiraciones de la clase media inglesa, sino que lo extrapolaba a todas las
clases medias en general.
Kautsky conocía las tendencias expansionistas y militaristas que en los
países industriales de Occidente se estaban produciendo a finales del siglo
pasado y principios del actual. Pero las atribuía a la presencia de grupos y es-
tratos sociales procedentes de for­maciones precapitalistas. Si bien era cierto
que algunos sectores de la alta clase media también condescendían con tales
dogmas, no es menos cierto que en tanto en cuanto estos fueran incompa­
tibles con los intereses de clase de la mayoría de los capitalistas, esta mayoría
podría siempre forzar a la minoría rebelde a aban­donar su expansionismo.
Una ulterior consecuencia de esta afir­mación de los objetivos de la burguesía
fue el concepto kautskiano del ultraimperialismo, es decir, una situación en
la que los países capitalistas industrializados llevan a cabo acuerdos de forma
esta­ble y pacífica.
Por el contrario, Rosa Luxemburg desarrolló un punto de vista totalmente
opuesto. La idea de un desarrollo pacífico de la acu­mulación capitalista a es-
cala mundial era considerado por ella como la expresión de la ideología que
preconizaba la armonía de intereses entre capital y trabajo. En consecuen-
cia el libre comer­cio no podía, en su opinión, expresar las necesidades de la
acu­mulación de capital, y no podía representar en la historia del capitalismo
más que una anécdota ocurrida en Europa durante la década de 1860 a 1870.
No fue otro el motivo que la impulsó a criticar a Engels, ya que este «atribu-
ye la tendencia general al proteccionismo poco después de los años sesen-

160 RECOPILACION DE TEXTOS


ta, simplemente a una reacción defensiva frente al sistema inglés de libre
comercio». [251]
Por otra parte, el tradicional análisis marxiano de la acumulación de capi-
tal, entendido como una relación entre burguesía y prole­tariado, era conside-
rado por Rosa Luxemburg como ciertamente limitado y parcial. Para ella, la
acumulación de capital, entendida como un proceso histórico real, tiene dos
aspectos fundamenta­les:

«Uno se refiere al mercado de mercancías y al lugar concreto donde se pro-


duce la plusvalía —la fábrica, la mina, la finca agrí­cola—. Desde esta perspectiva
la acumulación aparece como un simple proceso económico. (...) Aquí, apare-
cen siempre, de algún modo y bajo cualquier circunstancia, la paz, la propiedad
y la igualdad. (...) El segundo aspecto de la acumulación del capital se refiere a
la relación entre diferentes modos de producción, capita­listas y no-capitalis-
tas, que empiezan a hacer su aparición en la escena internacional. Sus métodos
predominantes son la política colonial, el sistema internacional de empréstitos
—una política de zonas de interés y de guerra. Un enorme despliegue de vio-
lencia, fraude, pillaje y opresión se ejerce abiertamente sin el más mí­nimo disi-
mulo, lo que hace realmente difícil descubrir, de entre esta maraña de violencia
política, las austeras leyes del proceso económico. (...) Hasta tal punto están or-
gánicamente entrelazados ambos aspectos de la acumulación capitalista que
el curso del capitalismo solo puede comprenderse considerándolos a ambos
conjuntamente».[252]

IV

Rosa Luxemburg no quiso ocuparse, en su libro, de los cárteles y trusts


como fenómenos específicos de la fase imperialista. A pesar de ello, su inter-
pretación de la esencia y carácter del imperialismo es muy amplia. Ante todo
se trata, para ella, de un período de guerras y revoluciones provocadas por el
agotamiento del entorno no-capitalista, suministrador de mercados exterio-
res para la acu­mulación capitalista, o sea, de áreas de provechosa inversión
de capitales y fuentes de materias primas básicas. La ausencia de este entor-
no, como base de «alimentación», hace la acumulación prácticamente im-
posible. El principal logro de Rosa Luxemburg en su Acumulación del capital
reside, probablemente, en el plan­teamiento del problema de los países sub-
desarrollados como punto central de interés, enfocándolo desde el punto de
vista de la pers­pectiva del futuro desarrollo o colapso del sistema capitalista.
Esta pretendía ser la cuestión clave de la desintegración del sis­tema capitalis-
ta internacional anunciador del colapso o derrumbe del modo de producción
capitalista.
Al analizar las mutuas relaciones entre el capital y su entorno histórico
desarrollado en base al sistema de préstamos interna­cionales, Rosa Luxem-
burg constata el problema de la emancipa­ción nacional en la época del im-

ROSA LUXEMBURGO HOY 161


perialismo y destaca el hecho de que esta época comprende tanto el repar-
to de las colonias entre los diversos poderes coloniales como el proceso de
emancipación de estas mismas colonias para liberarse del yugo imperialista.
La emancipación de los «hinterlands» es llevada a cabo a través de un pro-
ceso revolucionario cuyo objetivo es la abolición de las obso­letas formas de
gobierno y establecer un nuevo sistema de go­bierno adecuado a las necesi-
dades de una producción capitalista. No era otro el sentido que habían tenido
aquellas revoluciones en Rusia (1905), en Turquía y en China. En la revolución
rusa, y en la china, Rosa Luxemburg percibió nuevos elementos consistentes
en la evidencia no solo de «residuos precapitalistas», sino también de nuevos
antagonismos dirigidos contra el dominio del capita­lismo. Generalmente la
decisión de entrar en guerra para una joven nación capitalista obedece a la
necesidad de rechazar el yugo del control imperialista; y estas guerras de li-
beración no son más que un bautismo de fuego y un intento de independen-
cia del joven Estado.
Siendo su pronóstico político tan sólido, el análisis de Rosa Lu­xemburg des-
de un punto de vista económico, pecaba, por el contrario, de cierta fragilidad.
Es decir, que al igual que otros eco­nomistas de su generación, sobrestimó la
capacidad del capitalis­mo internacional de industrializar países atrasados.
Hoy en día sabemos muy bien que el despertar de estos países de su letargo
y su esfuerzo por conseguir la independencia política y econó­mica apareció
en ellos en un momento de nivel de desarrollo rela­tivamente bajo, y ello está
relacionado con una cada vez mayor convicción de que el capitalismo mono-
polista no puede indus­trializar estos «hinterlands». Pero no hace más de dos
o tres décadas que esto es así.
Al intentar explicar el imperialismo como un fenómeno vinculado, ante
todo, al problema del desfase entre la demanda global y la producción poten-
cial y real, Rosa Luxemburg brindó un in­teresante análisis de la industria de
armamento como un nuevo campo para la acumulación. El militarismo, como
esfera para la acumulación del capital —así reza el título del último capitulo
de La acumulación del capital. En él Rosa Luxemburg trata de abor­dar, des-
de un punto de vista teórico, la importancia de la industria de armamento —
como producción y no como instrumento para la expansión exterior— para
el estímulo del crecimiento económico en el capitalismo. El análisis pione-
ro de este gran problema con­temporáneo, emprendido por Rosa Luxemburg
en los comienzos del fenómeno, contenía, como es natural, algunos vacíos y
ciertas inconsistencias. Sin embargo, es de destacar el hecho de que las líneas
fundamentales que propone se pueden considerar como un antecedente de
las actitudes contemporáneas, tanto marxistas como keynesianas, frente
al problema.
Rosa Luxemburg atacó la por entonces extendida opinión de que el estado
burgués solo puede redistribuir beneficios y rentas sin cambiar ninguna de
las condiciones de reproducción del capital social total. Esta convicción se ha-
cía extensiva también al gasto público en la producción de armamentos y a la
creencia de que el Estado, actuando de esta forma, creaba, como por arte de
magia, una nueva demanda, un nuevo poder adquisitivo y, por lo tanto, estaba

162 RECOPILACION DE TEXTOS


incidiendo en la magnitud de la acumulación total de capital. La demanda así
creada por el Estado tiene los mismos efectos de un mercado recién abierto,
puesto que en la era imperialista la producción de armamentos se convierte
en una de las formas más importantes de resolver las dificultades para llevar a
cabo el aumento de la producción. Además, lo más atrayente de la ampliación
de esta esfera específica de acumula­ción consiste en el hecho de que esta for-
ma de capacidad adquisi­tiva del Estado para equipamiento militar está «libre
de las capri­chosas fluctuaciones subjetivas que afectan al consumo privado,
lo que le permite alcanzar una regularidad casi automática y unos crecimien-
tos rítmicos» [253]. Otro rasgo importante de este sector de la producción es el
hecho de que su control está enteramente en manos del Estado capitalista, lo
que, al parecer, le confiere una capacidad de expansión ilimitada.
No es necesario recordar que, desde una perspectiva actual, el enfoque de
Rosa Luxemburg es un tanto limitado. El papel asig­nado al Estado moderno
no es más que el de protector de los intereses del capital privado (en los ca-
pítulos precedentes Rosa Luxemburg había hablado de temas tales como las
subvenciones, las exenciones arancelarias, etc.) y por lo tanto el de procurarle
a este las exenciones tributarias necesarias y la gestión de los pedi­dos. El Es-
tado, así, no había asumido todavía, de forma directa, la función de «empre-
sario». A pesar de percibir muy claramente el efecto multiplicador del sector
de la producción armamentista, Rosa Luxemburg no vio las posibilidades que
tiene el Estado para la creación de créditos por la vía del presupuesto defici-
tario. Tam­poco incluyó en su análisis el problema de la capacidad productiva
no utilizada y en cambio puso excesivo énfasis en los salarios y rentas de los
pequeños productores como fuente principal de ingresos públicos.
En su intento por precisar y definir la función del sector de pro­ducción mi-
litar en la acumulación de capital, en base al esquema de reproducción am-
pliada, Rosa Luxemburg asignó a esta produc­ción el papel de tercer sector de
la producción social (lo que, en sí mismo, parecía una buena idea), Pero esta
división no aportó los resultados apetecidos, sobre todo porque nuestra auto-
ra no consiguió dilucidar el problema de la relación entre las condicio­nes de
producción y las de venta.
A pesar de ello es imposible negar que Rosa Luxemburg fue una de las
precursoras de la ciencia económica contemporánea, aunque solo sea por el
mero hecho de haber enunciado y planteado tan importante problema y de
haber mostrado la dirección correcta para la consecución de su solución.
Rosa Luxemburg destacó el hecho de que en la era del imperia­lismo, la
existencia de un sector dedicado a la producción de armamentos deviene
una de las más importantes vías de amorti­guamiento de las dificultades en
la realización del aumento de la producción. Al Estado capitalista se le asigna
el papel de creador de un mercado adicional y artificial. Al analizar Rosa Lu-
xemburg la producción de armamentos como mercado artificial creado por el
Estado, veía claramente no solo la posibilidad del intervencio­nismo de Estado,
sino también sus límites fundamentales.

ROSA LUXEMBURGO HOY 163


V

El problema del derrumbe del sistema capitalista juega un im­portante pa-


pel en el discurso de Rosa Luxemburg. Uno de los móviles centrales de su in-
sistencia en el tema de la acumulación de capital era su deseo de lograr una
completa comprehensión teórica de los límites objetivos históricos del modo
de producción capitalista. Tanto en La acumulación del capital como en la Anti­
crítica vuelve una y otra vez sobre este problema central; incluso sus formu-
laciones teóricamente más abstractas pueden reducirse, en el fondo, a una
y la misma idea: proporcionar una solución al problema de la acumulación.
De acuerdo con sus propias palabras y entendiendo la acumulación como un
proceso histórico, esta depende «en su conjunto de los estratos sociales y de
las formas de organización social no-capitalistas» [254]. En este sentido, la
solu­ción luxemburguiana del problema, un problema que había sido motivo
de polémica desde los tiempos de Sismondi —según el cual la acumulación
de capital es del todo imposible; junto al ingenuo optimismo de Ricardo, Say
y Tugan-Baranowsky, para quienes el capitalismo es capaz de autoproducirse
ad infinitum—, está, con respecto a estas últimas, en contradicción dialéctica,
contradicción que se expresa en la afirmación de que la existencia de un en-
torno de formaciones sociales no capitalistas es esencial para la acumulación
del capital, y que solo gracias al intercambio comercial con ellas puede la acu-
mulación progresar y perdurar en tanto siga existiendo ese entorno.
Este último pensamiento, subrayado por mí, y su implicación de que la acu-
mulación internacionaliza el modo de producción capi­talista al eliminar los
modos de producción tradicionales, y de que, al mismo tiempo, no puede so-
brevivir en forma de capitalismo puro, se repite una y otra vez a lo largo de su
obra. Sin embargo, este tema representa, en su análisis, tan solo un elemento
abs­tracto para poder abordar la cuestión; no se trata de un concepto compre-
hensivo del derrumbe del sistema capitalista, sino tan solo de una «formula-
ción teórica» que señala unas tendencias generales en el desarrollo del capi-
talismo, y solo eso.
Rosa Luxemburg calificaba su trabajo de «ficción teórica» cada vez que sus
críticos, al intentar simplificar su tarea, interpretaban su esquema como una
descripción del derrumbe automático o mecánico, que explicaba el colapso
del capitalismo exclusivamente por la imposibilidad de realizar la plusvalía
si desaparecía aquel entorno no-capitalista. Lo que no ha impedido, sin em-
bargo, que su Acumulación haya sido considerada, durante medio siglo, como
una obra dedicada al derrumbe automático del capitalismo.
Parece, sin embargo, que Rosa Luxemburg perfiló un análisis mu­cho más
interesante e históricamente correcto de las contradic­ciones que habrían de
conducir al colapso del capitalismo y a la revolución socialista. Su abstracta
tesis sobre la imposibilidad de existencia del capitalismo sin su entorno pre-
capitalista ganó en precisión al introducir en ella su análisis del papel juga-
do por el sector de producción armamentista y por el Estado capitalista en

164 RECOPILACION DE TEXTOS


el proceso de acumulación. Desde este punto de vista puede afirmarse que
lo más importante de su trabajo es el análisis que lleva a cabo de los conflic-
tos de intereses económicos y socio-políticos entre los países imperialistas y
los países dependientes, así como de los surgidos entre las diferentes fuerzas
imperialistas entre sí, cuya manifestación se traduce en guerras imperialis-
tas, revoluciones de liberación nacional, catástrofes que habrían de faci­litar la
lucha revolucionaria del proletariado internacional y su victoria definitiva. Es
en este sentido que para Rosa Luxemburg el imperialismo no era más que un
estadio precursor del socia­lismo.

Diciembre de 1977.
(Traducción de María Rodríguez)

ROSA LUXEMBURGO HOY 165


ROSA LUXEMBURG,
MARX
Y EL PROBLEMA DE
LAS ALIANZAS
(En torno al problema de la
estrategia revolucionaria)
Gilbert Babia: Nacido en septiembre de 1916 en Causses-et-Veyran (Fran­
cia). Licenciado en Filología Germánica en Montpellier (1935-37) y doctorado
en Letras en 1972. Participó en la resistencia (1940-1947), arrestado dos ve-
ces (en 1941 y en 1943) y enviado a un campo de concentración en Rouillé, del
que se evade. Miembro de la dirección del Frente Nacional de aquel campo, y
miembro de la dirección del Frente Nacional (febrero-agosto 1944), De 1944
a 1959 secretario general, y más tarde redactor-jefe, de Ce soir. Actualmen-
te profesor de la Universidad de Paris-Vincennes. Ha publicado, entre otros:
Rosa Luxemburg journaliste, polémiste, révolutionnaire (su tesis doctoral) (Pa-
rís, 1975); Histoire de l'Allemagne contemporaine (París, 7962); Les Spartakistes:
1918 - L'Allemagne en révolution (París; 1966); Le Spartakisme (París, 1967; hay
traducción castellana en Barcelona; Editorial Mateu, 1971); Rosa Luxemburg:
Textes (París, 1966); Le III Reich (Encyclopaedia Universalis, 1973); Remarques
sur les objectifs et les méthodes du national-socialisme (París, 1963). Traductor,
asimismo, de varias obras de Marx y Engels, y responsable de la traducción
y edición de la Correspondencia Marx-Engels y de las Teorías de la Plusva­
lía, de Marx.

ROSA LUXEMBURGO HOY 167


Gilbert Badia

Franz Mehring definió a Rosa Luxemburg como «la más brillante continua-
dora de Marx» y desde entonces no se ha dejado de repe­tir este juicio, pero va-
riándolo. Lo que sí es bien cierto es que durante toda su vida, Rosa Luxemburg
se dedicó a divulgar entre el público alemán y polaco el pensamiento de Marx,
de quien era ferviente admiradora. Ya desde los comienzos de su actividad
polí­tica en Alemania escribe que «no puede existir socialismo a excep­ción del
socialismo marxista» [255]. Ella es, junto con Bebel, Kautsky y Mehring, uno
de los autores socialdemócratas que más han contribuido a difundir las con-
cepciones de Marx y Engels en Alemania. Su competencia en esta materia
era ampliamente acep­tada, En ocasión del aniversario de la muerte de Marx
o bien de la aparición de una nueva obra de los fundadores del marxismo, se
le pide un artículo para Vorwärts, y esto sucede incluso con posterioridad a
1908, cuando la dirección del partido manifiesta abiertamente su oposición a
la línea política por ella (Rosa Lu­xemburg) defendida.
En el discurso que pronuncia para presentar el programa espartaquista,
dedica sus primeras palabras a afirmar que el nuevo par­tido se coloca en el
campo del marxismo, que retoma las ideas de Marx abandonadas por la so-
cialdemocracia; tras haber expli­cado que el programa espartaquista enlaza
«con la trama tejida justo hace ahora setenta años por Marx y Engels en el Ma­
nifiesto Comunista» [256], exclama: «Bien, camaradas, hoy estamos viviendo el
momento en el que podemos decir: hemos vuelto a Marx, hemos vuelto bajo
su bandera»[257].
Ferviente admiradora de Marx, ella no siempre acepta incondicio­nalmente
sus análisis, que a veces cuestiona y no solo en su Acumulación del Capital.
Creemos que, en un importante punto de la estrategia política —el proble-
ma de las alianzas de la clase obrera con otras capas sociales—, Rosa Luxem-
burg se distanció del pensamiento de Marx y Engels, y que también Lenin, por
ejemplo, partiendo de aná­lisis concretos de la sociedad rusa de su época, ha
propuesto una estrategia totalmente diferente.
Los problemas planteados en esta ocasión por Rosa Luxemburg no han
perdido nada de su actualidad.

RECHAZO DE CUALQUIER ALIANZA Y DE


CUALQUIER COMPROMISO

Pese a las dudas en el uso de ciertos términos que se encuentran en la obra


de Rosa Luxemburg, sus ideas políticas pueden esque­matizarse así; el desa-
rrollo del capitalismo trae aparejado la aparición en su seno de contradic-
ciones insolubles, pero el cambio de sistema económico y social, la revolu-
ción, solo es posible a partir de la intervención consciente del proletariado. El
socia­lismo será obra suya o no será.

168 RECOPILACION DE TEXTOS


En su lucha contra la dominación de la clase burguesa, el prole­tariado no
sabría tener aliados. Desde 1899, Rosa Luxemburg pre­coniza «luchar impla-
cablemente contra todos los partidos burgue­ses» [258] (el subrayado es de
G. B.) y naturalmente ella no hace distinción alguna entre estos partidos. Se
comprende por tanto que hubiera criticado vivamente el acuerdo establecido
por la socialdemocracia, para la segunda vuelta de las elecciones gene­rales
de 1912, con los progresistas (Fortschrittspartei) [259]. Rosa Luxemburg declaró
a este propósito: «lo más peligroso que hay en este acuerdo son las excesivas
esperanzas que pone en el parlamentarismo y en las combinaciones parla-
mentarias...» [260].
Esta formulación es un buen testimonio, dicho sea de paso, de la dificultad
de la posición de Rosa Luxemburg: dado que el grupo parlamentario socialde-
mócrata está dominado por la de­recha del partido, dado que ella misma com-
bate justamente la tendencia que querría atribuir una prioridad absoluta a la
acción parlamentaria, a la que opone la acción de masas, ella acaba desesti-
mando la democracia parlamentaria en sí misma.
La posición de Marx y Engels durante la revolución de 1848 es totalmente
diferente. Es significativo que a su vuelta a Alemania, en abril de 1848, Marx y
Engels se afilien a la Sociedad demo­crática de Colonia, y recomienden a sus
partidarios incorporarse a las filas de las organizaciones democráticas [261].
En el Manifiesto del Partido Comunista se leía ya: «los comunistas trabajan en
todas partes por la unión y el acuerdo entre los partidos demo­cráticos de todos
los países» [262]. El periódico que fundan en Colo­nia, La Nueva Gaceta renana,
tiene como subtítulo Órgano de la democracia y Marx escribe en el diario l'Alba
de Florencia, en mayo de 1848, que La Nueva Gaceta renana «se inspirará en
los mismos principios democráticos que l'Alba» [263]. En noviembre de 1848,
escribe a Lassalle «en nombre del Comité democrático de Renania» a fin de
que ayude financieramente al «Comité central democrático de Berlín» [264].
En suma, sean cuales sean las críticas que Marx y Engels formulasen a la di-
rección de los demócratas alemanes, y estas son a veces acerbas, intentan im­
pulsarlos colaborando con ellos, afiliándose a sus asociacio­nes, etc.
Se objetará que esta estrategia política se explica por las cir­cunstancias y
por la debilidad del movimiento obrero. Por su­puesto. En 1875, el movimiento
obrero alemán que se fusionará en Gotha se ha reforzado considerablemente.
Y sin embargo, Marx, en esa fecha, rehúsa dividir toda la sociedad alemana en
dos clases: burguesía y proletariado. Toma en consideración en el plano polí-
tico la existencia de capas medias que dudan entre una y otra.
En sus Glosas marginales al programa del partido obrero ale­mán, Marx em-
pieza por recordar que en el Manifiesto «la bur­guesía está concebida como
clase revolucionaria —en tanto que portadora de la gran industria— frente a
los feudales y los estra­tos intermedios, todos los cuales quieren afirmar po-
siciones so­ciales producto de modos de producción caducos» [265]. Ahora
bien, esto sigue siendo válido para Alemania tanto en 1875 como en 1900. La
burguesía alemana acelera durante todo este período el desarrollo de la gran
industria. Intenta imponer (o favorecer) medidas (particularmente en mate-
ria de política aduanera) que hacen realmente del segundo Reich la primera

ROSA LUXEMBURGO HOY 169


potencia indus­trial europea, contra la voluntad o las resistencias de otras ca­
pas, primordialmente de los Junkers, partidarios de una política ferozmente
proteccionista que proteja los intereses de los gran­des terratenientes.
Si bien Marx aquí opone económicamente a los feudales y las clases medias
frente a la burguesía, políticamente distingue entre la burguesía y los feuda-
les, por un lado, y las capas medias por otro. En efecto, él escribe en el mismo
texto: «¿Acaso se les ha dicho en las últimas elecciones a los artesanos, los pe­
queños industriales, etc. y los campesinos: vosotros, frente a nosotros, no sois
junto con los burgueses y los feudales sino una masa reaccionaria?»[266].
Marx no continuó desarrollando su pensamiento. Pero está claro: 1.°) que
aprueba la táctica de la socialdemocracia que en ocasión de las últimas elec-
ciones no ha utilizado el mismo lenguaje frente a las capas medias que frente
a los feudales y burgueses; 2.°) que propone, por tanto, establecer una impor-
tante diferenciación entre estas dos categorías.
En efecto, si bien burgueses y feudales son, políticamente, los adversarios
irreductibles del proletariado, las capas medias pue­den por el contrario, con­
vertirse en revolucionarias. Marx recuerda, en 1875, lo que está escrito en el
Manifiesto de 1848, a saber: que las capas medias «(...) (se convierten) en revo-
lucionarias (...) a la vista de su inminente tránsito al proletariado» [267].
Pese a que Marx no haya desarrollado su pensamiento, es evidente que
condena la frase de Lassalle (deformación de una fórmula del Manifiesto) se-
gún la cual, frente al proletariado, todas las clases restantes no forman más
que una masa reaccionaria. Engels, por otro lado, lo dice expresamente en
una carta a Bebel: «Esta proposición solo es cierta en casos excepcionales
muy par­ticulares» (Engels cita la comuna parisina) «o en un país (como Suiza)
donde la pequeña burguesía democrática haya impulsado hasta sus últimas
consecuencias la transformación del Estado» [268].
El Programa de Erfurt, cuyas líneas maestras han sido apro­badas por En-
gels, contiene, por otro lado, sobre estas cuestiones, formulaciones más ma-
tizadas. Frente a los capitalistas y los grandes terratenientes, menciona el
«proletariado y las capas intermedias empobrecidas —pequeñoburguesas y
campesinos—» [269] igualmente víctimas de la explotación capitalista. En la
página siguiente se trata de las «clases explotadas» (en plural) [270]. El texto
muestra cómo la propiedad privada de los medios de producción lleva a «ex-
propiar a los campesinos, los artesanos y a los pequeños comerciantes» [271].
La afirmación de que «la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado
(...) separa la sociedad mo­derna en dos campos hostiles» [272] implica que el
«campo» del pro­letariado se compone de otras fuerzas además de los propios
proletarios.
En su carta a Bebel de marzo de 1875, Engels mostraba ya los numerosos
puntos comunes existentes entre el programa socialdemócrata y el del Volks­
partei, y concluía afirmando que la pequeña burguesía democrática no perte-
necía a «la masa reac­cionaria única» cara a Lassalle [273].
El 28 de octubre de 1882, Engels retoma nuevamente el problema de la crí-
tica de la fórmula lassalleana. «En realidad —escribe—, justamente al contra-
rio, la revolución comienza porque la mayo­ría de la nación, y también de los

170 RECOPILACION DE TEXTOS


partidos oficiales, se unen contra el gobierno, con lo que aislado, lo derrocan y
únicamente entonces es posible consolidar nuestro poder» [274].
Este punto, que se nos muestra como una importante diferencia de es-
trategia política entre Marx y Rosa Luxemburg, nos remite a la cuestión del
compromiso.
En 1852, Marx establecía «que en política, para conseguir un objetivo de-
terminado, es lícito aliarse con el diablo en persona —simplemente es preciso
estar seguro de que el engañado será el diablo— y de que la situación inver-
sa no se producirá» [275]. En el mismo sentido, Lenin explica que en la lucha
para el derroca­miento de la burguesía no se puede renunciar «a explotar las
contradicciones de intereses que dividen a nuestros enemigos, a estable-
cer acuerdos y compromisos con aliados eventuales». E in­siste subrayando
«la necesidad absoluta para la vanguardia del proletariado (...) de establecer
compromisos (...) con los diversos partidos de los obreros y de los pequeños
patronos. Toda la cuestión estriba en saber aplicar esta táctica para elevar, y
no para rebajar, el nivel general de conciencia del proletariado, su espíritu re-
volucionario» [276]. Los bolcheviques, dice Lenin, han apli­cado esta táctica de
compromiso antes y después de la Revolución de Octubre.
En la obra de Rosa Luxemburg, por el contrario, el vocablo «compromiso»
se ha empleado siempre con sentido peyorativo. Siempre que la palabra surge
bajo su pluma es un sinónimo de «contrato», de «chalaneo», y todos los ejem-
plos escogidos por Rosa Luxemburg demuestran que esos acuerdos (con los
liberales, con el Zentrum, etc.) no han producido más que fracasos para la so-
cialdemocracia [277].
Esta divergencia profunda entre Marx y Rosa Luxemburg se ex­plica por un
análisis diferente de la sociedad.
Uno de los méritos de Marx —como él mismo afirma en la cé­lebre carta a
Weydemeyer de marzo de 1899— es no el haber des­cubierto la existencia de la
lucha de clases, sino el haber ana­lizado las consecuencias de este antagonis-
mo [278]; él ha extraído de la oposición de las diferentes clases y estratos socia-
les la im­portancia primordial del antagonismo proletariado-burguesía. Pero
esto no significa en absoluto que ignore la existencia de otros estratos. En el
Manifiesto Comunista, cuyo eje es precisamente la pareja antagónica burgue-
sía-proletariado, se trata de otras fuerzas políticas; la pequeña burguesía, la
aristocracia feudal, los campesinos, a propósito de los cuales, por otro lado,
Marx y Engels utilizan si se tercia el término de clase [279].
Al analizar las condiciones en que Napoleón III se apoderó del poder en
Francia, Marx insiste en la necesaria alianza del prole­tariado industrial con el
campesinado [280].
Rosa Luxemburg, que reanuda, prolonga y enriquece en algunos puntos el
pensamiento de los fundadores del marxismo, tiene tendencia a simplificar
exageradamente cuando se trata de estu­diar las fuerzas sociales presentes en
la sociedad moderna. Reduce la compleja lucha de clases al antagonismo bur-
guesía-proletariado. Los restantes estratos han desaparecido casi totalmente
de su análisis: en realidad han sido integrados pura y simplemente en una u
otra de las dos fuerzas. Políticamente, no tienen existencia autónoma y por

ROSA LUXEMBURGO HOY 171


consiguiente no sabrían desempeñar un papel diferente; se leerá, por tanto,
no sin sorpresa estas frases escri­tas en 1902; «Forman parte del proletaria-
do primeramente los obreros asalariados (die Lohnarbeiterschaft) (...) también
forman parte estratos de la población (...) tales como los pequeñobur­gueses y
los pequeño campesinos» [281].
Es sorprendente no solamente que Rosa Luxemburg nunca haya abordado
el estudio sociológico del electorado socialdemócrata, sino que haya rechaza-
do, en este punto, toda discusión.
En 1898, un reformista, Gradnauer (como Eduard Bernstein, por otro lado),
establece un vinculo entre el nivel de vida de las di­versas categorías de obre-
ros y su posición política en el seno de la socialdemocracia. Lanza la hipótesis
de que el ala izquierda socialdemócrata representa las categorías más explo-
tadas (por ejemplo, trabajadores a domicilio), mientras que el ala derecha ex-
presaría la opinión de las categorías mejor pagadas. Se trata en el fondo del
esbozo de la teoría de la aristocracia obrera que Lenin desarrollará un poco
más tarde. Pues bien, Rosa Luxemburg rehúsa discutir esta opinión, limi-
tándose a afirmar sin pruebas aparentes que el núcleo revolucionario de la
socialdemocracia expresaba el punto de vista del conjunto del proletariado
indus­trial, mientras que los oportunistas traducían la ideología de la pequeña
burguesía [282].
Un poco más tarde, en ¿Reforma social o revolución?, emplea, en el mismo
párrafo y con el mismo sentido, indiferentemente, Proletariat y Volksmassen
o grosse Volksmasse (gran masa po­pular) [283]; en otra parte caracteriza a la
socialdemocracia como «partido del pueblo» [284] o bien la califica de «clase
popular» (Volksclasse) [285] y no duda en afirmar que liberales y Zentrum for-
man una única masa reaccionaria frente al pueblo, término este últi­mo que
aquí equivale a socialdemocracia [286].
Señalemos de pasada que, si bien el significado de la palabra pueblo varía
en la obra de Rosa Luxemburg según las épocas, es a menudo sinónimo de
proletariado, noción que engloba, pues, las capas opuestas a la burguesía [287].
Esta, por su parte, comprende todo lo que no es proletariado y constituye, se-
gún la expresión de Lassalle varias veces utilizada por Rosa Luxemburg, una
masa reaccionaria única que va desde los Junkers a los pequeños bur­gueses,
masa reaccionaria representada por varios partidos polí­ticos (conservadores,
liberales, Zentrum, progresistas) [288] de los que Rosa Luxemburg no analiza
ni el electorado ni la táctica política.
Frente a esta masa reputada de uniformemente reaccionaria, Rosa Luxem-
burg erige una masa intrínsecamente revolucionaria, igno­rando o fingiendo
ignorar hasta qué punto la clase obrera, en un país capitalista, está compues-
ta por estratos que difieren en­tre sí sociológica, ideológica y políticamente,
y hasta qué punto algunas de sus fracciones son permeables a la ideología
domi­nante, la de las clases dominantes [289].
Ciertamente, en agosto de 1914, en el momento en que las masas berline-
sas se entregan a una crisis de histerismo bélico, Rosa Luxemburg presenta
en las primeras páginas de La crisis de la socialdemocracia un panorama de
las masas populares exento de indulgencia [290]. Ciertamente apunta durante

172 RECOPILACION DE TEXTOS


la guerra —pero una sola vez que nosotros sepamos— la posibilidad de una
recaída en la barbarie en el caso en que la clase obrera no cumpliera su tarea
histórica, pero son mucho más numerosos los casos en que Rosa Luxemburg
parece atribuir a las masas, porque se trata de las masas, una lucidez política
casi infalible [291]. ¿Cómo explicar estas simplificaciones de Rosa Luxemburg?
Anteriormente nosotros mismos hemos subrayado los cambios existentes
entre 1848 o 1852 y 1902 o 1911 en el que Alemania ha mudado total­mente su
aspecto. Si en 1848 el proletariado industrial era aún en el caso de Alemania
un concepto poco constatable en la rea­lidad, ya no sucede lo mismo al princi-
pio del siglo XX. La econo­mía alemana ha sufrido un despegue prodigioso: su
desarrollo económico es más impetuoso que el de todas las naciones euro­
peas. En 25 años, de 1886 a 1912, la producción de acero se ha decuplicado, la
producción de hierro fundido se ha quintuplicado, y la producción de carbón
se ha triplicado.
Paralelamente, la población asalariada, y en especial los obreros industria-
les, han visto aumentar rápidamente su número. Al mis­mo tiempo, el creci-
miento del número de electores y de afiliados socialdemócratas es tan rápido
que, en 1890, Bebel y Engels creen que la conquista del poder es cuestión de
pocos años —y así lo escriben—; Engels incluso llega a afirmar que el momen-
to en que el ejército alemán será socialdemócrata «se acerca con el carácter
ineluctable de un final de viaje» [292].
En realidad, la socialdemocracia, a causa de su prensa, sus dipu­tados, sus
concejales municipales y los sindicatos de tendencia socialdemócrata, ejerció
entre 1895 y 1914 una influencia progre­sivamente mayor sobre el «pueblo ale-
mán» [293]. Quizá esto explique, en la obra de Rosa Luxemburg, esas formula-
ciones que parecen asimilar la primera al segundo.
Al mismo tiempo, esta socialdemocracia numerosa y poderosa se­ vuelve
cada vez más oportunista. Rosa Luxemburg sostiene contra ese «viraje a la
derecha» una lucha sin cuartel y hace gala de una gran intransigencia, es de-
cir, de una gran clarividencia.
Fue muy consciente de los peligros del militarismo, denunció incansable-
mente los riesgos de la guerra, intentó por todos los medios contrarrestar el
oportunismo que iba a conducir al grupo socialdemócrata a votar el 4 de agos-
to de 1914 los créditos mili­tares y a aprobar la guerra imperialista emprendida
por el Reich. El rechazo de todo compromiso con cualquier fracción de la bur­
guesía se explica en la obra de Rosa Luxemburg por la voluntad de conservar
todo el potencial revolucionario de la socialdemo­cracia, desarrollando en sus
afiliados una conciencia de clase lú­cida y combativa.
Pero esta lucha, justa en su principio, se desarrolló a menudo sin matiza-
ciones. Como la dirección de la socialdemocracia se incli­naba a establecer
compromisos con los partidos burgueses, Rosa Luxemburg rechaza cualquier
compromiso. Puesto que la socialdemocracia consagraba toda su atención a
la organización del partido, Rosa Luxemburg niega la importancia de la orga-
nización y opone las masas a las «instancias», es decir, a la dirección, y final-
mente al propio partido. Puesto que una parte de la socialdemocracia olvida
el «objetivo final», es decir, niega la necesidad de una transformación revolu-

ROSA LUXEMBURGO HOY 173


cionaria de la sociedad (y también puesto que la Alemania wilhelminiana es
una monarquía auto­crática), Rosa Luxemburg subestima la importancia de
las con­quistas políticas que la clase obrera puede arrancar al Estado burgués,
escribiendo que «la legalidad burguesa e incluso el par­lamentarismo (...) no
es más que una forma social de (...) la violencia política de la burguesía [294].
Y esto contribuyó sin duda alguna a desarrollar en el joven Partido Comunis-
ta Alemán ten­dencias «izquierdistas» que impidieron (o en cualquier caso no
facilitaron) la conjunción de todas las fuerzas revolucionarias. En efecto, al
hacerse eco de las ideas defendidas por Rosa Luxemburg, el Congreso funda-
cional del Partido Comunista Alemán rehúsa, el 1 de enero de 1919, contra la
propia opinión de Rosa Luxemburg, participar en la elección de la Asamblea
constitu­yente. No se obtuvo el acuerdo con los delegados revoluciona­rios (Re­
volutionäre Obleute) y el ala izquierda de los socialistas independientes, que
no estaban tan alejados de las posiciones espartaquistas, en nombre de la in-
transigencia revolucionaria. Así pues este aislamiento de los revolucionarios
más consecuentes y más decididos facilitará su aplastamiento en enero de
1919 por los Freikorps de Noske.
En el Congreso fundacional del KPD, Rosa Luxemburg se opon­drá al «sim-
plismo» de sus jóvenes camaradas. Disponía de dema­siada experiencia políti-
ca como para no medir las dificultades de una transformación revolucionaria
en profundidad de la socie­dad alemana de su época. Sin embargo, no pode-
mos dejar de pensar que algunas de sus formulaciones —que se explican por
las circunstancias, la aspereza de la lucha contra Kautsky y los oportunistas
primeramente y posteriormente contra los mayoritarios—, fueron tomadas al
pie de la letra por muchos de sus jóve­nes camaradas que rehusaron cualquier
compromiso en nombre de la «pureza revolucionaria», construyendo un pro-
letariado mítico (y que, por naturaleza, progresa siempre en el camino que lle-
va a la revolución), que no facilitará las alianzas indispensa­bles con las capas
y partidos de izquierda, alianzas que al menos habrían podido permitir que la
revolución democrática y burguesa se realizara totalmente en Alemania.
Es preciso constatar, sin embargo, que el oportunismo de la socialdemo-
cracia a partir de 1905, la lucha necesaria contra esa política de colaboración
de clase que se persiguió bajo la Repú­blica de Weimar, impidieron la unión de
los partidos obreros y, más allá, el reagrupamiento de los demócratas (pién-
sese en el fracaso de las tentativas de Frente Popular en las filas de la emigra-
ción alemana en Francia), los únicos que hubieran podido hacer fracasar al
fascismo. Incluso algunos aspectos de la actual situación en la República Fe-
deral Alemana nos parecen explicables por el hecho de que no ha podido ser
expuesta, explicada y lle­vada a buen puerto en el movimiento obrero alemán
esta política de alianzas.

Diciembre 1977.
(Traducción de Rafael Grasa)

174 RECOPILACION DE TEXTOS


DE LA
ORGANIZACIÓN:
NOTAS SOBRE
ROSA LUXEMBURG
José Luis de la Mata: Nacido en Madrid en 1938, participa muy joven en la
lucha antifascista en los frente popular y sindical. En los años 60 pasa a la uni-
versidad (Filosofía, Economía, Psicología), Ha sido profesor de Estética, de In-
troducción a los Métodos de las Ciencias Sociales, de Antropología, de Psico-
língüístíca y de Teoría de la Comunicación, entre otras materias. Actualmente
Profesor Numerario en Historia de los Sistemas, Historia de las Ciencias. Es-
tética y de Historia de la Psicología. Autor de numerosos traba­jos, políticos y
profesionales. Desde hace varios años ha sido representante del Movimiento
de PNNs de la Universidad. Es militante de la Organización de Izquierda Co-
munista (OIC).

176 RECOPILACION DE TEXTOS


José Luis de la Mata

I. ROSA LUXEMBURG Y LA CONTINUIDAD DEL


MARXISMO

No pretende —ni lo podría ser— ser este un artículo «arqueoló­gico» sobre


la memoria de Rosa Luxemburg. Nos interesa su po­sible actualidad. Yo diría
que nos interesa la forma misma, crítica y revolucionaria, del marxismo que
opera en Rosa, militante y di­rigente del movimiento revolucionario. Pero, ade-
más, nos interesa respecto a los problemas políticos del momento histórico
que vi­vimos. O, mejor dicho, nos interesa ese marxismo en la medida en que
se demuestra como un medio de análisis y crítica, de crisis y superación. Nos
interesa en la medida en que Rosa Luxemburg puede estar presente (falseada
o no, que ese es otro problema) en las mediaciones políticas de respuesta a las
tareas que plantea hoy la lucha de clases. De esa manera, «actualidad» tendrá,
al me­nos, tres acepciones. Una, referida al tiempo histórico mismo de exis-
tencia de Rosa. En segundo lugar, como «pensamiento» y como «acción» que
conectan con unas determinadas problemá­ticas, con unas concretas alterna-
tivas de resolución a los objeti­vos impuestos por las exigencias revoluciona-
rias de ese período. En tercer lugar, «actualidad» como expresada en función
de las necesidades que el hoy y las realidades específicas del estado es­pañol
nos plantean, en tanto que marxistas y revolucionarios. De ahí la intención no
arqueológica de este artículo.
Antes, una muy simple constatación: pocos autores marxistas existen
tan desconocidos, tan deformados, como la propia Rosa Luxemburg. Autor
«maldito» de los años 30, heresiarca excomul­gada por la III Internacional y,
más tarde, convertida en fetiche, como «inspiración» de tendencias organi-
zadas o no del Movimien­to Comunista Internacional (MCI). En el «problema
luxembur­guista» hay, en unas y otras direcciones, unas ocultaciones cons­
cientes y, por ello mismo, falseadas.
Rosa Luxemburg queda así como inspiradora, no reducida, del «izquierdis­
mo». Pero esto significa la misma sucia utilización por parte de las dos con-
tra tendencias. Antileninista, antiorganización, espontaneísta, autonomista
de las tendencias que apenas se asu­men izquierdistas. De «la otra parte» el
mecanicismo obligado de una cadena que tiene que hacerse en los modos
«civilizados» de un estalinismo que se niega. Entre ambos, sin embargo, la
cons­tancia de un pensamiento y de una acción revolucionarios que exige su
compresión marxista, precisamente marxista.
Rosa Luxemburg, pues, abanderada de la antiorganización, ene­miga de la
democracia representativa, campeona de la acción y de la democracia direc-
tas. Pero siempre (y esto es lo que reclama la necesidad de abordar el fenóme-
no desde el marxismo, como crítica consciente y revolucionaria del fenómeno

ROSA LUXEMBURGO HOY 177


político que se oculta), Rosa Luxemburg como representante del marxismo
más inquietante. Es decir, del marxismo que «se reconoce», creador, equivo-
cado acaso, pero jamás fórmula ideologista que se repite a sí misma, en los
dogmas inevitables del Talmud oficial. Mar­xismo que se enriquece en la di-
mensión de la crítica que ejerce y que provoca. Marxismo ni como ejercicio de
una concepción cientificista ni como simple desarrollo de un poder que usur-
pa. En todo caso, marxismo como quehacer político, en la doble di­mensión de
análisis riguroso de la realidad y de guía consciente de la acción.
Si lo queréis, se trata de realizar un ejercicio de materialismo histórico. Y, en
ello, no valen ni las exégesis apasionadas ni el sectarismo de unas condenas
de escuela o de oportunismo político. Es decir, se trata de adecuar el método
al objeto (y al contrario) y ello desde la tradición a la que, por derecho propio,
pertenece (y aquí si que no valen medias tintas) Luxemburg. Si lo preferís, tra-
dición que se sitúa fuera de ese «ismo» que ha esterilizado, con los mil fantas-
mas del fetichismo, al MCI.
Acusada de «espontaneísta», de «aventurera liquidacionista», de «izquier-
dista» o bien, intentada recuperar desde el infantil izquierdismo de los que
han querido mostrar y demostrar su «fidelidad» al leninismo, Rosa ha sido
arrancada a su historia. Lo que repre­sentaba arrebatárnosla a la historia pro-
pia de nuestra militancia. Quiero decir, a la historia de ese compromiso lúcido
y crítico, en la lucha de clases. Porque la historia de Rosa no es solo la histo­ria
de la lucha del movimiento obrero que se desarrolla desde comienzos del si-
glo XX hasta la bancarrota de la revolución ale­mana. Es también, y acaso más
fundamentalmente, la historia que se desprende de esa bancarrota. La historia
que hará oscilar al movimiento entre el oportunismo y el reformismo, entre el
bu­rocratismo y el izquierdismo, entre la rigidez de las organizaciones subordi­
nadas al PCUS y los fetichismos de la acción directa.
Así también, la historia de Luxemburg se inscribe no solo en el desarrollo
de ciertas expresiones marginalistas y testimoniales del MCI, sino también
en una cierta comprensión de la tarea de Marx y del «sentido» que había de
darse a su continuidad. Luxemburg debatirá permanentemente sobre los
problemas que plan­tea la organización revolucionaria, la acción de masas, la
rela­ción entre organización y conciencia de clase, el tema de las reformas y la
revolución, el porvenir revolucionario de las sociedades desarrolladas, la dic-
tadura del proletariado y el desarrollo de las libertades, la permanentización
del proceso de revolución...
Luxemburg se plantea dramáticamente el tema del proletariado alemán,
heredero directo del proyecto revolucionario de la Comu­na. Y se lo plantea no
en abstracto, como pretendería hoy esa comprensión fetichista de la revolu-
cionaria alemana. Se lo plan­tea en función directa de las tareas que «ha» de
acometer la socialdemocracia alemana, precisamente en la medida en que
esta es «la expresión históricamente decantada de la clase obrera y de la cultura
socialista alemana». Nada, pues, de un espontaneísmo que se pueda despren-
der con toda pureza de la obra y de la acción de Rosa. Sus mismas dudas en
separarse del partido, ese «centrismo» de que tanto se la acusa hoy en ciertas

178 RECOPILACION DE TEXTOS


publicacio­nes recientes, seria el testimonio más directo del drama político en
que se debate durante más de 10 años.
Así, la presunta oposición radical Lenin-Luxemburg debe ser muy matiza-
da. Y comprendida en función de las variables históricas concretas que con-
fluyen en cada una de las «dos políticas». Im­perialismo/internacionalismo,
partido/masas, reforma/revolución, etc., deben, por tanto, matizarse en reali-
zación a los problemas concretos tal como se expresan.
Hay terribles equivocaciones en la obra y en la acción política de Rosa. Hay
aciertos, sin embargo, que pertenecen todavía a la historia viva del marxismo.
Su lucha contra el revisionismo (Bernstein testigo: «Rosa, en lo que concierne
al método, se en­cuentra entre lo mejorcito de lo que se ha escrito contra mí»),
su crítica marxista (y en absoluto antileninista, como a veces quiere presen-
társenos) de la revolución rusa, su análisis del mili­tarismo y del reformismo,
etc., cuentan entre aquello de lo que no podrá prescindir jamás una historia
real del MCI.
Sin embargo, repito, ni esas equivocaciones ni esos importantes hallaz-
gos pueden oponerse a cuenta (en una y otra dimensión) de la oposición Le-
nin-Luxemburg. Cuando, en la actualidad, hay autores que afirman que hay
que buscar en esa oposición la clave total del pensamiento de Luxemburg
(lucha contra el reformismo/revisionismo = lucha contra el leninismo), creo
que se yerra en el método de análisis y, por supuesto, en la compren­sión de
un pensamiento tan rico, tan contradictorio como el que representa Rosa
Luxemburg.
En todo caso, esa presunta lucha no puede esclarecerse si no es en la com-
prensión que demos al tema de la organización. Lo que equivale a definir tal
elemento en función, precisamente, de la teoría revolucionaria. Pero no en
abstracto, sino en los elementos concretos que plantea una concreta situa-
ción histórica. En ese sentido, se trata de situar correctamente el tema. Esto
significa analizar la contradictoriedad de una situación material (= proceso
concreto de la lucha de clases), con su traducción política co­rrespondiente (=
la crisis de unas instancias políticas, económi­cas, ideológicas de poder) y en
relación al problema de la formación material de conciencia de clase (= el pro-
letariado, como úni­co sujeto revolucionario, pero, además, como el agente de
cons­titución de un bloque social enfrentado al bloque en el poder).
Lo que plantea radicalmente la dialéctica (material, y no teoricista) entre
ser social y organización, entre acción de masas y proceso revolucionario, entre
práctica política y conciencia de clase, entre partidos y los índices objetivos que
marcan la cons­trucción histórica de esa conciencia (no solo lucha, sino formas,
contenidos y objetivos de esa lucha; no solo oposición, sino crítica de esa mis-
ma crítica). Si la organización es la expresión histórica de la conciencia polí-
tica, todavía habría que distinguir entre orga­nización de vanguardia y orga-
nizaciones históricas de masas. Solo a partir de aquí podría tratar de encarar
esa presunta oposición Lenin-Luxemburg.
Y no se trata, sencillamente, de huir de un fetichismo (= el espontaneísmo
de una utópica acción directa) para caer en otro (= leninismo como fórmu-
la definitiva de materialización del mar­xismo). Equivoca el problema tanto

ROSA LUXEMBURGO HOY 179


quien relativiza la aporta­ción de Lenin como quien dice oponerse a la defini-
ción de que «el leninismo sea el marxismo de nuestra época». En este último
sentido no solo porque se expresa una posición estratégica polí­tica de alcance
amparada en unos conceptos equívocos. También porque se expresa en tér-
minos de un vocabulario que el «marxis­mo revolucionario» ya ha rechazado.
Quiero decir, la fórmula «el leninismo es el marxismo de nuestra época», en-
cubre tanto el al­cance de un proyecto político de carácter reformista como la
justificación de un rechazo (en este caso del leninismo) que se ampara en una
asimilación «subterránea» del leninismo con el estalinismo. Porque tal fórmula
es estalinista, en la propia mate­rialidad de su expresión.
Se quiera o no Rosa Luxemburg es patrimonio del marxismo y su historia.
Como lo es el propio Lenin. Que no actúa porque deter­mine una «realización
única» del «marxismo revolucionario» (for­ma de organización, proceso de
revolución, modelo de transición), sino que opera porque es actuación, pro-
fundización, enriqueci­miento, efectuación del propio marxismo. Como lo es
la misma Rosa. Como no lo es ni el revisionismo ni el reformismo.
La polémica se instala no solo en la relación ser social/ser político, sino en
la misma caracterización de esos conceptos. En su deter­minación dialéctica
que los expresa, radicalmente, en sistema de relaciones y no de entidad abs-
tracto-idealista. Pero, además, en separar artificialmente ser social material
de la clase y su ser político. Como si lo primero definiera simplemente el «ser»
de las masas y lo segundo el «ser» del partido. Porque esto, inevi­table, dog-
máticamente, conduce al callejón sin salida de la «cons­ciencia» separada. La
dialéctica clase/partido no se separa del «ser político» de la clase (en su ser ma-
teria, social). Porque la clase no puede definirse exclusivamente en función
de una mate­rialidad exclusivamente sociologista. De ahí el gran equívoco. Y
las confusiones que determinan una determinada (y equivocada, por tanto)
«lectura» tanto de Lenin como de la propia Luxemburg.
Cuando Lenin en el ¿Qué hacer? subraya que la espontaneidad primaria de
la lucha no es capaz de superar las dimensiones de un economicismo prima-
rio, está diciendo no solo lo que afirma la socialdemocracia de Kautsky, sino
algo más. Ese algo más que, desde otra linea de análisis, pretende Luxemburg.
Por supues­to que también la socialdemocracia dice algo más, algo que se ex-
presará ejemplarmente en la institucionalización del sindicalis­mo y del parla­
mentarismo. El problema en Lenin y en Luxem­burg es el de «eso de más». La
determinación vendrá no solo por cómo se lean las afirmaciones. Más funda-
mentalmente, por­que es necesario comprender que el lenguaje de la política
(y más aun del marxismo) pertenece al plano de la acción. Esto supone que es
necesario buscar en esa acción, política la determinación política del proble-
ma que más hondamente parece separar a Lenin de Luxemburg.

180 RECOPILACION DE TEXTOS


II. MITOLOGÍA Y VOLUNTARISMO
REVOLUCIONARIO

He afirmado que era necesario la aplicación del materialismo his­tórico a la


obra de Luxemburg para comprender su alcance. Lo que representaba situar
los problemas en su contexto material (= social, político, económico, ideoló-
gico), como determinación de un sistema de acontecimientos sociales y, por lo
mismo, como determinados por otro sistema contradictorio social. En ese
sen­tido, hay dos primeros elementos que es esencial destacar como premisas
del debate. Uno, comprender que, como decía Korsch, el materialismo his-
tórico es una teoría comprehensiva de la his­toria, es decir, que el marxismo
es esencialmente una concepción unitaria, donde teoría y acción se determinan
mutuamente. Otra, no es posible asimilar dos fenómenos históricos coinci-
dentes, por más que se produzcan en planos semejantes de contextualización.
En ese sentido, la polémica organizativa entre Luxemburg y Lenin hay que
ubicarla convenientemente. La historiografía al uso (in­cluida, por supuesto,
la marxista) coincide en señalar como acon­tecimientos determinantes de la
situación política de las dos pri­meras décadas de este siglo 1905, 1914, 1917,
1918-19. Pero, inclu­so, cuando se quiere afinar más, el acontecimiento clave
se sitúa en la revolución triunfante de Octubre y en la revolución fallida ale-
mana. Y esto determina, a su vez, que los hechos políticos sean establecidos
por el diafragma (para positivo o negativo) del fenómeno bolchevique. Lo que
contribuye a la deformación del leninismo.
¿Es obligado «pensar» los acontecimientos políticos europeos de ese pe-
ríodo en términos leninistas? En parte sí, pero siempre que se sea capaz de
establecer con rigor qué se quiere decir con ello. Y lo primero que habría que
establecer es la nula influencia del leninismo sobre el proletariado europeo
de esa época. Desde 1905 a 1918 hay una influencia indudable de los aconte-
cimientos rusos en el panorama europeo. Pero es una influencia fuerte­mente
mediatizada por la influencia central del movimiento socialdemócrata ale-
mán. Lo que equivale, igualmente, a establecer que si bien la Revolución de
Octubre tendrá unas resonancias indudables en el interior del movimiento
obrero europeo, esta revolución no es sino el acontecimiento atípico de una
situación general, cuyo centro es Alemania.
Lo fundamental de esa situación general (y por respecto a la cual la Re-
volución de Octubre es atípica) se sitúa, precisamente, en la incidencia de la
Realpolitik de la socialdemocracia alemana, inci­dencia no solo sobre el pro-
letariado alemán, sino también sobre el resto de formaciones sociales, don-
de las condiciones objetivas revolucionarías parecían más maduras. Vista la
situación en pers­pectiva, lo fundamental no es comprender por qué la revo-
lución europea fracasó: lo fundamental es comprender por qué la revolu­ción
tenia que fracasar.

ROSA LUXEMBURGO HOY 181


¿Este fracaso tenía como causa determinante la ausencia del par­tido bol-
chevique? Aquí nos encontramos con una paradoja diver­tida: los enemigos
del «leninismo» no han sido capaces de jus­tificar ese fracaso. Sobre todo, des-
de el hecho fundamental de esa ausencia (salvo los que no dudan en asimilar
bolchevismo a kautskismo): el espontaneísmo fue incapaz de determinar, en
un sentido revolucionario, la crisis social alemana. Los leninistas in­genuos, por
el contrario, señalan, como única causa del drama, precisamente tal ausen-
cia. En todo caso, nos encontramos frente a una representación mecanicis-
ta del período. Pero, fundamental­mente, frente a una concepción rígida del
partido, concepción que establece el determinismo a-marxista que, con tanta
frecuen­cia, se encuentra en quienes hacemos profesión de fe «marxista-le-
ninista»...Acaso, porque tal «profesión de fe» sea lo más antimarxista-leninista.
Cuando se constata que tal fracaso era del «orden político» de las cosas, se
suele recurrir al viejo mito del determinismo. Pero determinismo que inter-
viene después de los acontecimientos y que interviene como factor causal de
explicación. Lo que de­muestra que el determinismo en materia de aconteci-
mientos his­tóricos no es sino del orden de la acción política. Y es desde aquí
que debemos abordar el problema.
La conversión operada por la socialdemocracia alemana sobre el marxis-
mo (al que convierte en «ciencia» que es necesario desen­trañar y cuya clave
interpretativa reside en el aparato del partido) no es ajena a la «determina-
ción» del fracaso de la revolución alemana. El marxismo convertido en «cien­
cia» (sería mejor decir, al estilo escolástico, en «dogmática») deja de ser revo­
lucionario. Pero esta conversión va a provocar esas reacciones en cadena que
se llaman «izquierdismo» y/o «espontaneísmo», Estos últi­mos van a venir a
parar, por distintos caminos, en lo mismo que critican: el tacticismo, ya adopte
las formas del estrategismo principista (y la acción directa como máximo feti-
che), ya las reglas de un blanquismo que se desconoce. Pero que no por ello deja
de ser menos evidente.
Para unos, acción y conciencia se contraponen. Para otros, acción y concien­
cia se siguen, espontáneamente. En unos, la táctica no es sino el proceso de
adaptación a los acontecimientos de desa­rrollo del capitalismo, su raciona-
lización, la previsión de lo más incómodo de las crisis. En los otros, es la cau-
sa general y pura contra el sistema, el todo o el nada que, indefectiblemente,
con­duce a la masacre. Unos pretenden prever el curso de las leyes y amorti-
guar sus efectos más penosos. Otros tienen esa antorcha de la Comuna que
es necesario, a toda costa, traspasar a las manos más maduras. Entre ambos,
siempre la misma relación: el desastre.
Se ha dicho que el bolchevismo fue un producto necesario de la formación
social rusa y de las características que adoptaba la na­turaleza de las fuerzas
revolucionarias rusas. En consecuencia, el bolchevismo estaría determinado
por la aplicación de un principio organizativo que se concreta en las determi-
naciones que adopta la estrategia revolucionaria, por relación a una forma­
ción histórica y a una coyuntura muy especificas. Lo que se suele sobreen­tender
en estas afirmaciones es la relación que guarda el movi­miento de vanguardia
con los movimientos sociales de base. Pero «sobreentendido», sin embargo,

182 RECOPILACION DE TEXTOS


que es necesario definir, si no queremos caer en el idealismo de una relación
que se agota en sí misma.
Cuando se trata de establecer las diferencias Luxemburg-Lenin, se olvida
frecuentemente esa necesaria historicidad de los problemas y, por relación a
la cual, las diferencias se explican. En ese sentido, acaso el lugar común más
repetido sea el que trate de establecer las diferencias entre un comunismo de
«par­tido» (Lenin) y un comunismo de «consejos» (Luxemburg). En todo caso, se
necesita precisar a qué responde la diferencia entre partido y consejos. Porque
de no aclararse tal diferencia, si es que la hubiera, podríamos venir a dar en
la deformación específica de esos elementos (burocratismo y sustituismo, por
una parte y, por otra, la concepción obrerista de una autogestión ilusoria).
La degeneración brutal del socialismo es la hipertrofia del par­tido, el es-
talinismo, los campos de concentración, la eliminación de la libertad y de-
mocracias proletarias. El ideologismo de los consejos se convierte en la ins-
tancia radical-espontaneísta que puede llegar hasta adoptar las formas más
descamadas de la con­trarrevolución. Hoy, si miramos la experiencia soviéti-
ca, comprendemos que los soviets son incapaces de detener la dictadura del
partido, más y más despegado de las bases sociales revolu­cionarias. Pero, a la
vez, desde 1919 la izquierda comunista sabe muy bien cómo, en Alemania, la
forma «consejista» no basta para asegurar la determinación revolucionaria del
movimiento.
Las ilusiones de una «autogestión», de un «autogobierno revolu­cionario»,
de una oposición radical contra las instancias refor­mistas de partido/sindi-
catos no duran apenas nada, cuando los jóvenes revolucionarios alemanes se
enfrentan ante la comple­jidad creciente del proceso revolucionario. De aquí
que ciertas recuperaciones simples del pasado sean profundamente engaño­
sas. De aquí también que ciertas interpretaciones ahistóricas pue­dan, inme-
diatamente, deslizarse hacia el ideologismo. Por ejem­plo, las lineales oposi-
ciones Lenin-Luxemburg.
En el trabajo de D. Bensaïd y A. Nair esas diferencias se esta­blecen por res-
pecto al problema de la organización y su propio sentido histórico, Lenin fun-
da los principios de organización por referencia a un análisis perfectamente
determinado de la reali­dad. Y cuando se encuentra ante formas organizati-
vas espontá­neas (caso de los soviets), capaces de impulsar la dinámica revo­
lucionaria, lo que hace es reducirlas a esos principios. No hay en él ningún
fetichismo organizativo: «los principios constituyen la estrategia de la orga-
nización, del que el sistema no es sino la apli­cación táctica», nos dicen estos
autores. Es esta comprensión de la determinación histórica de la táctica y, en
consecuencia, de las tareas políticas fundamentales para cada coyuntura con­
creta, lo que funda su sentido radical de la historia. Desde esta pers­pectiva, lo
que distingue a Rosa Luxemburg (con una constante que se repetirá en todos
los comunistas que nos reconocemos consejistas) no es tanto la irracionali-
dad de su emotividad revo­lucionaria, cuanto el ahistoricismo que se expresa
en ese fetichis­mo de los principios organizativos. Fetichismo que se desconoce.
En Rosa hay un naturalismo organizativo que se aúna con un voluntarismo
político, muy primario. Enfrentada al reformismo de las instancias organizati-

ROSA LUXEMBURGO HOY 183


vas tradicionales (y que se expresarán en el parlamentarismo/economicismo
de los grandes bonzos), una teórica de la calidad de la polaco-alemana cede
al impulso primario de favorecer la espontaneidad. Su mismo desprecio y
despreocupa­ción por los problemas cotidianos organizativos, le lleva a desco­
nocer la densidad política (precisamente política) de tales acon­tecimientos.
Su preocupación por controlar y corregir la tenden­cia burocratizante del par-
tido no solo le induce a una polémica estéril y equívoca con Lenin, sino tam-
bién a privilegiar elemen­tos que son secundarios en la teoría y la filosofía de
la organización.
Se advierte en su entusiasmo por las grandes acciones de masas en la Rusia
de 1905, se advierte en la facilidad con que se desliza hacia un catastrofismo,
que no es sino lo complementario de su optimismo desmesurado, en lo que
se refiere a la huelga general. Y esta impresión general es lo que permite una
mala lectura de Luxemburg. La mitología sobre el consejismo que hoy mismo
se mantiene por muchas formaciones de la izquierda revolucionaria se expli-
ca a partir de esa ahistoricidad de lo organizativo que mueve la polémica de
Luxemburg contra los bolcheviques.
Cuando hoy renace esta polémica, también lo hace con una deso­rientación
absoluta acerca de la función histórica de esos princi­pios de organización
(de ahí, consecuentemente, la mitología del consejismo). Rosa no solo sería la
campeona de la democracia y la libertad frente al ultracentralismo de un le-
ninismo que, con toda necesidad, se dice, acaba en necesidad burocratizante.
Sería, asimismo, la campeona que devuelve al marxismo su función original,
si entendemos por esta la necesidad de «consagrar» al único sujeto revolucio-
nario, el proletariado en su acción directa.
No comprende la dialéctica que se establece entre el ser social y el ser polí­
tico de la clase. Pero, sobre todo, no comprende el proceso mismo en el que tal
dialéctica se cumple. No es solo que equivoque y haga conflictiva la relación
entre la organización de la vanguardia revolucionaria «de» la clase y su cone-
xión orgá­nica (histórica y política) con la clase, en sus mismas organiza­ciones
de masas. Es que llega, en determinados momentos, a antagonizar tal rela-
ción, de manera que se hace realmente complejo descubrir, en su teorización,
cómo pueda llegar a ser el ser mismo político de la propia clase.
El sistema de Lenin, tanto en su alcance organizativo como en sus dimen-
siones políticas, no es que sea lógico, por relación a los principios que lo ma-
terializan. Es que, en lo fundamental, res­peta la dimensión de su estricta histo­
ricidad y, en consecuencia, de su necesidad. El principio de organización solo
es abstracto si se le desprende de su relación a una correlación determinada
de fuerzas, a unos objetivos políticos que pueden variar, pero que están per-
fectamente delimitados. En Lenin, la lógica del sis­tema es «externa» al siste­
ma mismo: porque son las tareas polí­ticas necesarias y, por tanto, la dinámica
concreta de la lucha de clases las que determinan la concreción del sistema.
Lenin no lucha solo contra el oportunismo: si hay un rasgo que en él «de-
nuncie» su profunda, su creadora aportación al marxis­mo, ese rasgo consiste
en su lucha infatigable contra el determinismo. Y adviértase que no pretendo
refugiarme en categorías psicologistas. La comprensión de las leyes de la his-

184 RECOPILACION DE TEXTOS


toria es, para Lenin, la exclusiva garantía de su acción política revolucionaria.
Rosa funda el partido a partir de una comprensión catastrofista de la histo-
ria, de una afirmación de la inevitabilidad de las crisis del capitalismo que se
ahondan progresivamente hasta la defini­tiva. Es ahí donde cobra sentido la
«naturalidad» de su confianza en la acción de un espontaneísmo revoluciona­
rio irresistible de las masas. En Lenin, la comprensión es distinta: la contradic-
toriedad entonces del sistema no se encuentra en él, en su concep­ción, sino
que se desprende del análisis y, por tanto, de la com­prensión en profundo de
la realidad.
Cuando Rosa combate contra Lenin y los bolcheviques, cuando critica su
«fetichismo organizativo» lo está haciendo desde una comprensión muy de-
terminada de las organizaciones obreras. Lo está haciendo desde su expe-
riencia de la socialdemocracia ale­mana: desde esa posición, está claro que no
puede llegar sino a afirmar el retraso político de las organizaciones respecto
al mo­vimiento de masas. Sin embargo, lo que jamás niega Rosa es el carác­
ter de clase de tales organizaciones. Y esto es lo asombroso en ella. Partidos,
sindicatos que se constituyen en períodos no revolucionarios y que, objeti-
vamente, son frenos del movimiento no dejan, por ello, de ser organizaciones
de clase. Organizaciones que habrán de ser revitalizadas por la clase, en el
proceso revolu­cionario. De ahí su constante negativa a escindirse del partido
mayoritario. De ahí su constante afirmación de que las masas, en el ascenso
irresistible del movimiento, tendrán que «reconquistar» sus organizaciones.
De tal manera, su concepción organizativa tiene esos puntos de referencia
y explicación: 1.°) La afirmación de la inevitabilidad de las crisis. 2.°) La orga-
nicidad misma de la clase que se cons­tituye en el movimiento. 3,“) La relativi-
zación de la autonomía de las organizaciones por relación al proceso revolu-
cionario. 4.°) La afirmación del carácter necesariamente revolucionario de las
masas. 5.°) La comprensión final de que el partido (en tanto que conciencia
política de las masas) es el efecto y no la necesi­dad del proceso revolucionario.

III. EL MARXISMO, ARMA IDEOLÓGICA DEL


REFORMISMO

Pero he dicho que era necesario «historizar», si queríamos llegar a com-


prender a Rosa Luxemburg. Si queríamos comprenderla desde el punto de
vista del marxismo, del materialismo histórico. Esa comprensión es imposible
si no se parte de la comprensión del SPD (Sozialdemokratische Partei Deuts-
chlands), el partido obrero más importante de todo ese período histórico. No
solo por la cantidad de sus efectivos, sino también porque en el fondo, es el
único partido democrático alemán. Una base social amplísima es representa-
da por él. Y su práctica, desde el momento mismo de su nacimiento, se desa-
rrolla en torno a los ejes de un refor­mismo sindicalista y parlamentario que
no cuestiona la naturaleza social del sistema. Desde su nacimiento en 1875

ROSA LUXEMBURGO HOY 185


(Congreso de Gotha) hasta 1914 (voto a los créditos de guerra), el SPD es todo
menos una organización revolucionaria.
Además, el SPD reúne en su seno las distintas tendencias que se reclaman
marxistas. Desde las tendencias radicales, representa­das por Rosa Luxem-
burg hasta la dirección reformista, pasando por la «ortodoxia» (Kautsky) y el
«revisionismo» (Bernstein). Será, precisamente, esa ortodoxia la que marque
el compás de com­portamiento político del partido. Y para que se vea la línea
por donde se desarrolla, no estará de más recordar que incluso Bernstein fue
acusado como perteneciente a la oposición... de izquierda (!).
El SPD contradice la teoría de Luxemburg en los propios térmi­nos de la
práctica política: su autonomía por relación al movi­miento y su dependencia
del capital, se manifiesta sangrienta­mente con el triunfo de la contrarrevo-
lución. Pero, lo más trágico, el proletariado revolucionario es masacrado por
la direc­ción contrarrevolucionaria, situada al frente de las masas. Cuando en
1915, Luxemburg es acusada de «centrista» en Zimmerwald (crisis de la II In-
ternacional) lo es por la obstinación con que trata de defender el compromiso
entre las dos tendencias, la reformista mayoritaria y la radical minoritaria.
No pretendo con esto sino contribuir a esclarecer la contradictoriedad po-
lítica de una Luxemburg falseada. La teórica que ha esclarecido el necesario
papel de las reformas, como una de las dimensiones ineliminables de la ac-
ción revolucionaria, no alcanza a formular el papel del partido y su relación,
en la constitución organizativa y política del sujeto revolucionario. No obstante
lo cual, es incapaz de romper (lo hará tardíamente) con la organi­zación refor-
mista. No, Rosa Luxemburg no se libra de la crítica que pretende realizar con­
tra el fetichismo organizativo. A lo que, además, se une su fetichismo de masas.
No comprende ni la necesidad de un proceso de constitución que constru-
ya un bloque social contrapuesto al dominante. Su feti­chismo de la acción le
impide la comprensión de la necesidad materialista de intervenir políticamen­
te, globalmente, en la agu­dización de las contradicciones. O, lo que es lo mismo,
le impide la comprensión marxista de la determinación política del movi­miento
revolucionario y su complejidad no lineal.
El problema no es el de la contraposición pura y simple entre partido y cla-
se: ese es otro problema (no por ello, claro está, menos esencial y cuyas di-
mensiones de alguna manera intuye Rosa en elementos muy válidos de la
crítica de la revolución rusa). El problema es el de la función del partido, en la
deter­minación política del único sujeto revolucionario.
Luxemburg es prisionera de una experiencia, a la que no consi­gue trans-
formar de una manera revolucionaria. Su posición en Zimmerwald es he-
redera de una larga tradición, de la que la cri­sis de la II Internacional no es
sino el estallido final. Desde la Comuna la escisión en el movimiento revolu-
cionario internacio­nal está ya consumada. Y no es que se trate de la división
anarquismo/ marxismo, sino de la instrumentalización de este último en una
práctica política organizada (la del SPD), que hace al pro­letariado alemán per-
der la dimensión, el sentido último de su práctica como clase. Es decir, que
efectivamente tienen razón quie­nes afirman la cuestión organizativa del pro-

186 RECOPILACION DE TEXTOS


blema. A condición, claro está, de establecer la raíz política de esa cuestión de
orga­nización.
El reformismo alemán de las organizaciones sindicales se comple­mentará
con el brazo político del parlamentarismo, de igual ma­nera que el apoliticis-
mo radical francés e italiano de esa época se formulará en un «sindicalismo
revolucionario» y antipartido. Lo que se instala en una determinada concep-
ción política que pretende hacer de la clase un producto inacabable, el efecto
de una acción permanentemente «exterior». O bien, la concepción que se insta-
la ya en una clase perfectamente constituida y ar­mada.
Pero, ¿no es esa «acción exterior» lo esencial de la socialdemocracia clási-
ca y, por tanto, del propio leninismo? ¿No es contra eso contra lo que com-
bate Rosa Luxemburg? ¿No es el mismo Lenin el que, en su polémica contra
los economicistas, destaca que el proletariado, por sí mismo, es incapaz de
trascender el terreno de la lucha economicista? En primer lugar, habría que
comprender los términos del problema, tal y como los presenta Lenin. Frente
a los populistas, Lenin indicará que el proletariado es el único sujeto histórico
revolucionario. Pero ante los oportu­nistas y reformistas, Lenin completará la
formulación: el prole­tariado como único sujeto revolucionario... a condición
de que lo sea. Y este condicionante se instala en una comprensión no idealista
de los procesos mediante los cuales el proletariado se convierte, consciente, or­
ganizadamente en clase.
¿Se trata de la utópica afirmación de los famosos «factores subjetivos»? Se
trata de la interrelación entre factores objetivos y subjetivos, se trata de las
condiciones materiales, en función de las cuales se construyen los determi-
nantes subjetivos. Lo cons­ciente se complementa con lo organizado o, mejor
dicho, es efecto y causa de lo organizado. Pero no es solo eso. La determinación
última reside en la intervención de lo político: objetivo del poder que se desvela
en la conexión entre reformas y revolución. Por tanto, lo que determina esa po-
litización superior de las tareas reformistas es la relación que se establece en­
tre las acciones coti­dianas de las masas y sus formas políticas independientes.
Para que se comprenda mejor: el problema es el de la interrelación perma-
nente entre lucha económica y lucha política. Interre­lación en la que el par-
tido constituye el momento esencial de la mediación. A menudo se afirma la
estrecha conexión (cuando no, la simple identificación) entre Lenin y Kautsky
en este tema de la organización. Sin embargo, si se quiere ser históricamente
pre­ciso hay que hacer matizaciones, y no solo por cuestión de mati­ces. Desde
su nacimiento, la socialdemocracia alemana y los sin­dicatos operan la rup-
tura organizativa entre acción económica espontánea y acción política. Y el
reformismo de signo contra­rrevolucionario cobra en esa ruptura su caracte-
rización. Porque no se trata de un sujeto abstracto: la lucha del proletariado
alemán se desprende de su radicalidad revolucionaria, en la medida en que eco­
nomía y política se organizan en esferas estancas. Al separar esas dimensiones
de la vida social, la organización se convierte simplemente en un mecanismo
de equilibración, plena­mente integrado por el sistema.
La socialdemocracia alemana deja de ser instrumento mediante el cual el
proletariado se convierte en sujeto político, en único sujeto del proceso revolu­

ROSA LUXEMBURGO HOY 187


cionario. Conservando su «ser social», se aleja, cada vez más, de su «ser po-
lítico». Se conservan los principios, pero estos dejan de intervenir, en tanto
que media­dores «prácticos» que transforman las condiciones (objetivo-sub­
jetivas) de la constitución del proletariado en clase revolucionaria. El SPD
nada tiene que ver con esas prácticas. Desde su constitu­ción, la organización
se convierte en el mediador que mantiene la conservación del statu quo del sis­
tema social. La socialdemocra­cia se instala en la conservación de una estrate-
gia de largo al­cance: la que sirve a los intereses permanentes del capital.
En ese sentido, ni Lenin ni Luxemburg han ido, en un principio, más allá de
lo que les exigía una consideración superficial del SPD. Lenin, en La bancarro­
ta de la II Internacional, no con­sigue comprender que el SPD ha cumplido su
papel: precisamente como defensor de la democracia burguesa.
La «ortodoxia» cientificista-reformista de Kautsky conduce su mar­xismo no
solo a los límites del ideologismo, sino a las posiciones ofensivas de la acción
contrarrevolucionaria. Con Kautsky se produce, efectivamente, la radical se-
paración entre el ser social material de la clase y su ser político. La caracteriza-
ción «democrá­tica» del SPD elimina su determinación revolucionaria. Porque
lo que jamás podrá negarse es el hecho de que, aislada la acción económica
de su orientación política, la «conciencia» no puede, en absoluto, construirse.
Sobre todo, si tal aislamiento se com­prende con las bases del protagonismo
histórico de la misma clase.
Es decir, lo que en un primer momento no ven ni Rosa, ni Lenin es el sentido
de que la «construcción» de la clase obrera es la con­secuencia de una profun-
da reestructuración social. La dialéctica entre ser y organización es del orden
de la dialéctica práctica/ organización. Pero esa organización es función no del
simple ser social material, sino de la posición que ocupa la clase en un sis­tema
dado de relaciones sociales y de su determinación política. La socialdemocra-
cia alemana nace como expresión del límite polí­tico que el espontaneísmo pro­
voca. Entonces, la teoría se convierte en ideología que frena el movimiento y
no en teoría que funde la continuidad independiente y política de la práctica
económico-política del movimiento.
Luxemburg explica la concepción del partido bolchevique como efecto del
escaso desarrollo de las relaciones sociales en Rusia. El economicismo será
entonces tanto más radical cuanto tiene por reivindicaciones las más elemen-
tales. Por ello los objetivos polí­ticos «le tienen que venir dados desde fuera».
Lo que ocurre es que es plenamente inconsecuente con la comprensión de la
his­toria misma del SPD. Y es inconsecuente porque no comprende la teoría
tanto como comprehensiva de una práctica dada como de­terminante política
de una práctica que ha de darse. No se trata, pues, de una «ciencia» que, desde
fuera, le sea aportada al movi­miento. Se trata, en todo caso, de la mediación
que permite la organización de la vanguardia y que funda, por su propia prác-
tica, pero, fundamentalmente, de los determinantes que permiten con­vertirse a
la acción colectiva en acción colectiva política y, por ello mismo, revolucionaria.
El problema no es del orden de la sustitución de la clase por su partido: el
problema, como dice la propia Luxemburg, es de saber cómo el partido «teo­
riza» la experiencia producida por la lucha de clases y cómo esa experiencia es

188 RECOPILACION DE TEXTOS


«devuelta», en objetivos, en formas de organización y de lucha al movimiento,
para que este alcance, por su práctica, su propia identidad política. El proble-
ma reside en cómo superar la inmediatez de las reivindicaciones eco­nómicas,
en la necesidad de superarlas, articulándolas a los obje­tivos revolucionarios.
Cuando Rosa afirma que el papel del partido debe consistir en provocar las
condiciones que conducen a la ma­duración de la conciencia de clase del pro-
letariado o se está refi­riendo a la necesidad de situar la lucha en superiores
condiciones políticas o está cayendo en el idealismo.
Las barricadas de 1848 no han conseguido lo esencial de la pro­puesta de
Marx: conseguir la unidad de la clase, en el seno del capitalismo. Pero no se
trata de crear un sistema en el interior de otro (sueño imposible de los coope-
rativistas, de los lassalleanos y aún de los anarquistas). No se trata de permi-
tir la supervivencia de un modo de producción (el artesanal) ya superado, en
paralelo con el modo de producción dominante, el capitalista. Se trata de «or­
ganizar» esa unidad y de hacerla ofensiva. El SPD realizará esa unidad con los
sindicatos. Pero desde una estrategia de reformismo equilibrador. Y es así que
desde 1849 el SPD sobrevive en la medida en que cumple las previsiones del
enemigo de clase. La burguesía aprende bien la lección de aquellas barrica-
das: la transformación económica tiene sentido de continuidad, si se la apoya
en la hegemonía y en el control del poder político.
El «marxismo» del SPD es, al menos, discutible. La tendencia es el lassallea-
nismo reformista y esto incluso en vida del propio Marx. No solo el marxismo
es negado en su propia consistencia teórica: es, sobre todo, eliminado en sus
efectos políticos (recuérdese el programa do Gotha y el de Erfurt). Las conti-
nuas apelaciones a un «Estado democrático», a un programa de «libertades
políticas» sitúan perfectamente el drama: la tensión al comunismo por una
clase que habrá de consumar la revolución democrático-socialista, es des­
plazada por el equilibrio de un sistema político en el que Lassalle sigue siendo
dominante.
No es que se niegue el elemento «utópico» del marxismo: se lo afirma en las
palabras, siempre y cuando tal elemento utópico no se traduzca en acción. El
reformismo consiste entonces en la negación misma de la clase. Es así (y esto
es actual) cómo el reformismo se convierte en democraticista y en estatista. La
nega­ción de Lassalle es solo formal. Del marxismo solo quedará la «idea» de
un socialismo lejano, que se impondrá por la fatalidad de las cosas y la nece-
sidad de una organización obrera indepen­diente. Como se ha dicho, el pensa-
miento de Marx es filtrado por el SPD y el programa de Erfurt (redactado por
Kautsky) concluye legítimamente en una democracia social. La socialdemo­
cracia se convierte en un movimiento social que acepta una forma de Estado,
que refuerza el marco de una dominación y las con­diciones de una mejora
paulatina de la venta de la fuerza de trabajo.
Del programa de Gotha al de Erfurt media una transición de con­tinuidad
político-social, lógica y coherente. La práctica no será la del orden de los prin-
cipios, enunciados de manera general en la primera parte de tales programas.
Cambia el agente transfor­mador (el Estado y no la clase): la alianza entre re-
formismo y movimiento «comunista» se realiza sobre la base de la incapaci­

ROSA LUXEMBURGO HOY 189


dad del capitalismo para hacerse «democrático». Por tanto, sobre la creencia
de que el instrumento parlamentario será el verdadero agente revoluciona-
rio. La integración del movimiento no será sino la consecuencia legítima de esta
premisa contrarrevolucionaria.

IV. EL PARTIDO Y LA FORMACIÓN POLÍTICA


DE LA CONCIENCIA DE CLASE

Si se estudia con más detenimiento el proceso de consolidación de la polí-


tica contrarrevolucionaria alemana hasta 1918 (cosa que no podemos hacer
aquí), se advierte que tal política se apoya en una concepción bifrontal de la
organización.
Desde 1869 a 1890 el partido será función directa de la estrategia de los sin­
dicatos. En 1906 los sindicatos consiguen imponer su derecho de veto a las
decisiones del partido, en materia de alter­nativas políticas superiores. Las
alas radicales, tanto políticas como sindicales, se encuentran en las bases del
movimiento (secciones y ramas locales). Pero el aparato, en su totalidad, es
dominado por la burocracia. El proceso de centralización superior, pues, de
las organizaciones se acelera, en la medida en que posibilita unas mayores
capacidades de freno del movimiento. A la vez, mientras que los sindicatos
tratan de excluir de su seno toda tendencia radical, el partido de alguna mane-
ra las alienta. Pero las tácticas se complementan: mientras que los sindicatos
necesitan siempre de aquella forma estatal que garantice su papel de mediador,
el partido precisa alcanzar aquella forma estatal que le garantice su función.
Entre unos y otro, el movimiento queda perfectamente encuadrado.
No solo existen intereses de las dos capas burocráticas: ambas se com-
plementan a la perfección. El movimiento obrero queda enmascarado ante sí
mismo. El socialismo no es solo nacional o democrático. Es también (y lo es
fundamentalmente) el cuadro donde toda radicalidad se invierte, hasta ade-
cuarse al ritmo de equilibrio que el sistema impone.
Rosa Luxemburg parte de este cuadro, está aprisionada en este marco. Las
más de las veces su acción revolucionaria está me­diada por acontecimientos
que le son externos. Teórica, pero„ más que ello, periodista y polemista de in-
calculable valor, sufre de esa impotencia a que la condena la integración por
el SPD de las juventudes y, con ellas, de sus alas izquierdas. Su obra pre­tende
ser, convertirse inmediatamente en acción directa. Pero la «acción general» no
es acción revolucionaría por esencia, casi fatal­mente diríamos. La acción ge-
neral puede convertirse en una acción integrada, precisamente por su media-
ción política reformista. Su error (el de Rosa) consiste en esa «exterioridad»,
contra la que se debate inútilmente. Partido, estado, sindicatos e ideología
le parecen elementos de un determinismo contra el que el marxis­mo debe,
con toda necesidad, alzarse. Comprende la necesidad de que el movimiento
se escisione, en un momento dado de la «acción general», de las organiza-

190 RECOPILACION DE TEXTOS


ciones que lo traban. Pretende situarse en la onda de un proceso histórico, de
un devenir revolucionario (como dirá Lukács). Pero su contradicción reside, sin
embargo, en la hondura de un marxismo que quiere permanentemente crí­tico y
creador, y al que, no obstante, sucumbe en su dimensión oficial.
La concepción materialista de la historia la lleva a combatir el reformismo
do Bernstein, pero la lleva en unas condiciones de las que no será bastante
consciente. Plantear que no es posible el movimiento sin la presencia-guía
del objetivo final, no es otra cosa que comprender que la acción debe ser polí-
tica. Que la acción solo puede ser revolucionaria en función de un análisis del
pa­sado que, reconociéndose en el presente, se proyecte al futuro, en tanto que
proyecto racional, conscientemente fundado. Pero no es solo reconocimiento
del presente y adhesión al proyecto. Es otra cosa superior: es hacer operante
a ese proyecto, materiali­zarlo en las guías-acción que parten del presente y lo
superan. Y aquí es esencial el partido.
No basta con enfrentarse a Bernstein para, negando la catástrofe, afirmar el
movimiento. El proceso de acumulación, del que ella dice que históricamente
es limitado, no puede ser roto simple­mente por la acción. Esa acción conscien­
te de la que habla no puede ser un producto ideal, una importación externa ni
una segregación interna. La lucha negativa contra la explotación solo es (y ella
lo sabe) no simplemente la lucha de las masas, más allá de las organizaciones
reformistas, sino la lucha económicamente organizada (y desorganizada po-
líticamente) de las masas. La crea­ción de organizaciones nuevas, apropiadas a
objetivos políticos superiores, es el efecto no de nada, sino precisamente de un
pro­yecto político actuante. Y aquí aparece de nuevo la necesidad del partido.
Por supuesto que es en la lucha donde el proletariado adquiere el alcance
definitivamente político de su identidad. Pero esa lucha, en la que la espon-
taneidad interviene y con toda necesidad, o está mediada por dicho proyec-
to político o no alcanza sus objetivos generales. Se ve en la polémica «huelga
general»: donde el sindi­calismo revolucionario ve un ataque «apolítico» (sin
partido o contra los partidos) contra el sistema, es para la derecha socialista
solo un instrumento de acción que busca las mediaciones insti­tucionales del
sistema (derecho al voto, creación del parlamen­to, etc.), mientras que, para el
centro (Kautsky), solo es una autoadaptación del movimiento a nuevas condi-
ciones de la lucha de clases.
Para Luxemburg tal «acción general» se hace no solo a pesar de las organi-
zaciones tradicionales, sino también obligándolas a inter­venir. ¿Para qué?, po-
dríamos preguntamos con toda ingenuidad. Una interpretación de izquierdas
podría adelantar que la propia dinámica del movimiento le lleva a «superar»
sus organizaciones tradicionales. En su lugar, aparecen las formas organiza-
tivas que se «adecúan» a una nueva praxis social, a un nuevo nivel de con­
ciencia. Pero la dificultad en Rosa estriba en no esclarecer los distintos mo-
mentos que sancionan el proyecto revolucionario: relación dinámica masas/
bloque social-partido (con recíproca in­fluencia), relación clase obrera-estado,
donde la clase no es «ma­sas obreras más partido», sino la resultante «masas/
partido», no indiferenciada, sino fundiendo los objetivos políticos en la acción
general y cotidiana.

ROSA LUXEMBURGO HOY 191


Rosa entiende la revolución como un proceso de «totalidad», en el que la
ciase forja los instrumentos positivos (consejos), a par­tir de los cuales y con
los cuales se «reconoce». Pero, además, concibe tal totalidad desde sus mani-
festaciones más modestas, como «la exigencia revolucionaria» permanente
de las masas. El proletariado o es revolucionario o no es. Este es su error. Como
diría más tarde Korsch, Luxemburg no ha superado, en este punto de su críti-
ca, la «ideología del marxismo»: no se supera, a ese nivel, la crítica de la teoría
de la socialdemocracia. De lo que se trataba era de criticar la práctica socialde-
mócrata misma.
En Rosa (como en general en toda la izquierda alemana) hay una incom-
prensión de las tareas políticas esenciales del movimiento. Una insuficiente
comprensión de las tareas del partido revolucio­nario. Una caracterización dé-
bil de la dinámica de la crisis (y de toda la coyuntura) y de la conexión ma-
terialista-histórica entre crisis y revolución. Durante la guerra, la tendencia
encabezada por Rosa esperará la eclosión de la crisis política interna. Después
de ella, confiarán en que la crisis económico-social prepare las condiciones
políticas de la revolución. Es consecuente con su aná­lisis del capitalismo, con
su crítica del oportunismo. Piensa, sin más, que el oportunismo nace en las
condiciones de una situación calma: basta con que aparezca la corriente so-
cial y obrera, para barrer dicho oportunismo.
Pero no comprende la complejidad de la crisis ni la capacidad de maniobra
de la burguesía y de las fuerzas de la reacción, el SPD incluido. Al igual que
desconoce la complejidad que el movi­miento obrero organizado plantea, en
una sociedad desarrollada. Ni acierta a romper con la organización tradicional
ni le salva el fetichismo de una forma organizativa importada. No es capaz de
pasar de ser «corriente de crítica», en el seno del partido mayoritario, a con-
vertirse en fuerza política efectiva, capaz de contribuir a crear el verdadero
partido revolucionario. Cuando lo intenta, es demasiado tarde. No existen con­
diciones para que el movimiento pase de la ruptura a la revolución.
Es ahí donde se demuestra su incomprensión radical del problema político
de la organización. Ahí, donde se demuestra que, después de todo, Lenin sí
tenía razón. Donde la rigidez y el dogmatismo no se ponían exactamente en la
organización «ultracentralizada»; porque es la organización política leninista
la que es capaz de adaptarse, flexiblemente, a las necesidades de la revolución.
Una comprensión lineal del desarrollo del imperialismo, de las contradic-
ciones sociales, del modo cómo el proletariado alcanza su hegemonía, de la
necesidad del partido revolucionario, no ya como efecto, sino como antece-
dente esencial en la determinación del proceso principal, lleva a la izquierda
alemana a su fracaso. Ne­cesitaban luchar contra el reformismo y creyeron
que la derrota suponía ya la incapacidad de la burguesía para reformar. No
com­prendieron la necesidad del «momento consciente», como base esencial
de construcción del partido proletario. Y ello les lleva tanto a desconocer las
posibilidades de las tendencias rupturistas (pero espontáneas) que existían
en las organizaciones de base como a supervalorar la necesidad de un auto-
nomismo que, por su sola dinámica, conduciría al ascenso irresistible de la
revolución.

192 RECOPILACION DE TEXTOS


En esas condiciones, la revolución no es que tuviera que fracasar, es que era
imposible. Si se analizan las dos situaciones históricas, pero si se definen las
dos prácticas políticas, Lenin y Luxemburg adquieren perfiles diferenciados.
Se comprenderá por qué enton­ces Octubre fue posible. Por qué los esparta-
quistas no podían sig­nificar el inicio de ese proceso que lleva al movimiento
desde sus dimensiones combativas a sus características socialistas.
La ruptura de la izquierda alemana con el leninismo en el fondo tiene cone-
xiones con la dogmatización que efectúa la III Interna­cional estalinista o con
el abandono contemporáneo. El leninismo, comprendido en su raíz histórica,
en su práctica política histórica es la única vía de desarrollo del marxismo re-
volucionario. Pero lo es tanto en el terreno de la organización como en el de
la acción, en la medida en que ambos son inconcebibles sin la apor­tación de
una y otra. Rosa no comprendió exactamente estos com­ponentes. Y mucho
menos lo comprenden quienes apelan, contra un «leninismo dogmático», a
un luxemburguismo de la esponta­neidad, de la libertad y de la democracia.
El KPD, como todos los otros partidos de la bolchevización, no fueron ya los
partidos del leninismo. Aunque tampoco pudieran ser ya la tradición «recu­
perada» (críticamente recuperada) del luxemburguismo.
¿Hay una actualidad de Rosa Luxemburg? Creo honradamente que sí. Y
no solo como la hay de la revolución fallida alemana. El problema general del
partido y su construcción es el problema permanentemente renovado de la re­
volución. Al que nos emplaza esa realidad vigente de un leninismo que no es
fórmula, sino profundización y desarrollo del marxismo. Lo que es vivo en esa
tradición leninista. La izquierda revolucionaria hoy mejor que nunca pode-
mos asimilar esa actualidad, precisamente en tanto que práctica efectiva de
nuestra autocrítica.
Pienso que comprender desde el materialismo histórico a Rosa, es, a la vez,
recuperar a Lenin. Y esto, en especial, para los comunistas que tenemos que
adecuar la recuperación revolucio­naria del consejismo al proceso revolucio-
nario, en una sociedad desarrollada. Rosa es el punto de referencia del que
parte una tradición de ruptura con el oportunismo reformista. Porque Rosa es
el centro de una situación dominada por las fuerzas contrarre­volucionarias,
aunque se tratara de una situación ideológicamente (y no material y política­
mente) determinada por el optimismo revolucionario. Ese optimismo (purismo
más tarde, principismo, estrategismo siempre) fue el denominador común de
una ilusión que solo podía ser destruida.
Creo que en la obra de Rosa el problema organizativo no resulta tanto el
producto de una negación del partido cuanto el efecto de sus teorías sobre el
imperialismo y la conciencia de clase. Espe­cialmente de lo primero. Además,
Rosa fue (como hemos sido, en un momento u otro, todos los movimientos
enfrentados a grandes formaciones reformistas) idealista en la comprensión
de la lucha política. Para ella el partido, gran estratega precisamente en tanto
que vanguardia organizada de la clase, no es el productor de los objetivos po-
líticos de las masas, en sus luchas cotidianas. Confundir la lucha de clases tal
como se desarrolla históricamente con su reflejo material es verse obligados
a negar no ya el papel de catalizador del partido, sino su carácter fundamental

ROSA LUXEMBURGO HOY 193


productivo, su politicidad. El partido es un producto de la lucha de clases. Pero
no y tal como espontáneamente se refleja cotidiana­mente en la lucha de las
masas. Y este es el gran error de Rosa..
Lenin lo comprende desde el primer momento, por más que su expresión
no fuera en absoluto «dulcificada». De ahí que su coda lo ha expresado cuando
dice que, en Lenin, la contradicción da la voz de «todo el poder a los soviets».
Rosana Rossanda lo ha expresado cuando dice que, en Lenin, la contradicción
teóricamente se resuelve desde el momento en que comprende la importan-
cia que cubre el partido hasta conseguir el proceso re­volucionario. Se trata
entonces ya del tema del poder. Y es claro que el poder solo puede tener por
sujeto a la clase, que se realiza contradictoriamente desde el asalto al poder,
desde la toma del poder, en la consolidación del poder (proceso de transición
revolucionaria que continua en la transición de construcción del socialismo y
que solo se cumple en la culminación de esta transición).
La gran lección se inscribe en cómo comprendamos la construcción de esta
fase de transición. Pero, incluso, para el problema de la conciencia de clase,
es determinante comprender que son las prácticas políticas de masas las que
construyen esa identidad de clase. Combinación de factores objetivos que de-
terminan, en su materialidad, al único sujeto revolucionario, el proletariado.

Madrid, diciembre de 1977

BIBLIOGRAFÍA

(No pretende sino dar una visión más profunda de algunos de los temas
tratados en el artículo. En todo caso, señalo los textos más importantes, aún
cuando haya dejado fuera autores que podrían dar una visión más espe-
cializada.)
Authier, D. y Barrot, J.: La gauche communiste en Allemagne. 1918-1921,
Payot, 1976.
Badia: Le Spartakisme. 1914-1919, L’Arché. 1967.
Bricianer: Pannekoek et les conseils ouvriers, EDI, 1969.
Broué: La révolution en Allemagne, 1917-1923, Ed. de Minuit, 1972.
Frölich: R. Luxemburg, Máspero, 1965.
Invariance, nueva serie, n.° 5 y vieja serie n.° 7.
Korsch: Anti-Kautsky, Champ Libre, 1973.
R. Luxemburg: especialmente «Cuadernos Espartacus», n.° B56 (Marxismo
contra Dictadura), n.° C7 (Cuestiones de organización de la socialdemocracia
rusa, 1904), L'accumulation du capital, Maspero, 1967 (2 vol..), Reforma o revo­
lución, Grijalbo, 1969, Huelga de masas, partido y sindicatos, «Cuadernos de
pasado y presente», n.° 13.
Meijer: Le mouvement des conseils en Alemagne, n.° 101, ICO(La vieille Taupe).
Prudhommeaux: Spartacus y la Commune de Berlín, Sparta­cus, 1949.

194 RECOPILACION DE TEXTOS


R. Rossanda: «Sobre el partido», en Tesis de Il Manifesto, Era ,1971.
Varios: R. Luxembourg et sa doctrine, Spartacus, 1977; Teoría marxista del
partido político, polémica Luxemburg-Lenin «Cuadernos de pasado y presen-
te», III tomo, 1973.

ROSA LUXEMBURGO HOY 195


ROSA LUXEMBURG
Y SU CRÍTICA DE
LENIN
Annette Jost: Nacida en 1950. Finalizó sus estudios de Sociología, de Cien-
cias Políticas y de Psicología en 1976. Actualmente trabaja en su tesis doctoral
sobre el Partido Comunista Italiano. Otro artículo suyo de interés: Gewerks­
chaften und Massenaktion. Rosa Luxemburgs Kritik der deutschen Gewerks­
chaftsbewegung («Sindicatos y acción de masas. La crítica de Rosa Luxemburg
al movimiento sindical alemán»», 1973.

ROSA LUXEMBURGO HOY 197


Annette Jost

Ocuparse de la relación existente entre Rosa Luxemburg y Lenin, de sus di-


ferencias y coincidencias, no obedece solamente a un puro interés historio-
gráfico. Más bien resulta de la concepción de la actualidad como historia, en
conexión con problemas orga­nizativos y prácticos del actual acontecer políti-
co. Si presenta­mos aquí las diferencias esenciales entre ambos, de tipo teóri-
co y táctico, renunciamos, sin embargo, a tratar de constatar quién de los dos,
y cuándo y en qué, ha tenido razón. Esto lo ha hecho por nosotros la marcha
de la historia.
Las controversias esenciales entre Luxemburg y Lenin se pueden distribuir
en dos períodos: 1) La crítica por Rosa Luxemburg de las ideas organizativas
de Lenin después de la división de la so­cialdemocracia rusa (POSDR) en bol-
cheviques y mencheviques. 2) La crítica que hace Rosa Luxemburg de la Revo-
lución rusa de 1917, desde la prisión de Breslau, y que apareció como escrito
póstumo. Por lo demás, sigue todavía abierta la cuestión de si Rosa Luxem-
burg llegó a revisar, tras la experiencia de la revo­lución alemana de 1918-1919,
sus opiniones expuestas en dicha crítica del bolchevismo.
Si bien entre ambos predominan los elementos de concordancia sobre las
divergencias, el sentido de una tal comparación no pue­de consistir en tratar de
negar o minimizar esas diferencias. Des­pués de la larga fase del «luxembur-
guismo» discriminatorio la obra de R. Luxemburg ha sido entretanto objeto de
rehabilitación, pero con la aclaración de que ella se habría estado acercando
cada vez más al leninismo y que este proceso fue interrumpido por su trágica
muerte [295]. Esto por una parte. Pero hay otra dirección, la vinculada positi-
vamente a Luxemburg, y que presen­ta dos orientaciones fundamentales. La
primera de ellas, defen­dida por los biógrafos y estudiosos de Luxemburg, Paul
Frölich y Lelio Basso, parte del supuesto de que la relativa poca monta de las
divergencias no autoriza a hablar de un antagonismo en­tre ambos teóricos; la
segunda, representada por intérpretes como Peter Nettl y Paul Mattick, enfa-
tiza sus diferencias esenciales y la inconciliabilidad de ambas posiciones [296].
Un análisis de la diversidad de posiciones debe partir, ante todo, del he-
cho de que tanto Lenin como Rosa Luxemburg escribieron obras de lucha, en
torno a sus respectivas situaciones políticas, y no verdades de validez eterna.
Y así es como Lenin tendrá que ser defendido incluso frente a algunos «leni-
nistas»», pues Lenin, era mucho menos intransigente que sus epígonos y se
aferraba mucho menos que ellos a estimaciones que hubiera podido hacer
alguna vez. No se pueden pasar por alto las condiciones y la concreta situa-
ción social, completamente diferentes, en que se movían Lenin y Luxemburg.
Mientras Rosa Luxemburg tenía que vérselas, en un país altamente industria-
lizado, con los dirigentes reformistas del movimiento obrero oficial alemán,

198 RECOPILACION DE TEXTOS


que cada vez se independizaba más de las necesidades e intereses a largo pla-
zo de sus militantes, Lenin, por su lado, tuvo que acentuar el papel dirigen-
te del Partido en un país en que el proletariado representaba una minoría en
comparación con la masa de cam­pesinos y la pequeña burguesía y en el que
todavía tenía que llevarse a cabo la revolución burguesa. Y estas circunstan-
cias pueden explicar, por lo demás, el que R. Luxemburg intentara recuperar
para el movimiento obrero alemán las experiencias de la reacción espontá-
nea de las masas en la Rusia de 1905, mien­tras que Lenin sigue considerando
como modelo, hasta 1914, a la socialdemocracia alemana.
No obstante, los puntos de coincidencia —lucha contra el revisio­nismo y
oportunismo y unanimidad en la valoración de la Revo­lución de 1905— sus
análisis son diferentes, así como también las consecuencias tácticas que de
ellos se desprenden, en orden a la transformación socialista de la sociedad.
Por tal razón, recal­caremos las diferencias existentes, dado que apuntan ha-
cia dos vías distintas.
La crítica de R. Luxemburg a los principios organizativos de Lenin se re-
monta al año 1903, cuando en el II Congreso del partido socialdemócrata ruso,
celebrado en Londres, bolcheviques y mencheviques se dividieron en torno
a la cuestión de la estructura del partido. Al mismo tiempo, esta crítica venía
determinada por las experiencias de Rosa Luxemburg en el seno de la social-
democracia alemana; y se la puede considerar igualmente como una recapi-
tulación de estas experiencias con las fuertes, pero rígidas organizaciones del
movimiento obrero alemán. Los enfren­tamientos habidos con Lenin en torno
a la cuestión nacional pueden explicar el tono polémico [297].
La diferencia entre conciencia económica y conciencia política, formulada
por Lenin en 1902, en su ¿Qué hacer?, decisiva para su concepción del parti-
do, tiene que ser considerada también en función del trasfondo de la atrasada
situación rusa, donde todavía estaban por hacer las tareas propias de una re-
volución burguesa. Los obreros, escribía Lenin, «no pueden tener, en abso­luto,
una conciencia socialdemócrata (es decir, revolucionaria, A. J.). Esta solo se les
puede inculcar desde fuera. La historia de todos los países prueba que la clase
obrera solo es capaz de hacer surgir, con sus propias fuerzas, una concien-
cia tradeunionista» [298]. Con ello pone las bases para explicar la necesidad
del partido bajo la dirección de los intelectuales. En consecuencia, exige un
partido de cuadros revolucionarios de oficio, con una fuerte organización y
disciplina. Rosa Luxemburg, en cam­bio, parte de la revolución proletario-so-
cialista en un país indus­trialmente desarrollado, con una clase obrera fuerte,
concibiendo el socialismo, con Marx, como «obra de la clase obrera».
Dada su concepción del desarrollo del proletariado como un proceso de
constitución de «clase en sí» en «clase para sí», se manifiesta ella en favor de
la acción autónoma de las masas, si bien esta precisa, de todos modos, una
vanguardia que guíe y prevea. Pero tal vanguardia no es, como en Lenin, algo
separado de la misma clase obrera, sino únicamente su parte más cons­ciente,
que puede intervenir para orientar.
El partido, como elemento de organización, no fue nunca cues­tionado por
ella. Esta controversia giraba no tanto en torno a una forma determinada de

ROSA LUXEMBURGO HOY 199


organización como a las condiciones nece­sarias para la formación de la con-
ciencia de clase y de la con­figuración de movimiento del proletariado. Así, la
crítica luxemburguiana de los principios organizativos de Lenin —aparecida
en 1904, como réplica al escrito de Lenin Un paso adelante, dos pasos atrás—,
se refiere sobre todo a dos puntos de la concepción bolchevique del partido:
la separación de un grupo de revolucio­narios profesionales de las masas y la
omnipotencia del Comité Central con respecto a las organizaciones del parti-
do [299]. La opinión de Lenin, de que la «idea de construir el partido de abajo
a arriba» era un «falso democratismo» [300], era algo que Rosa Luxemburg,
por sus experiencias en el movimiento obrero alemán, no podía aceptar. En el
SPD, partido modélico para la II Interna­cional, se daba la tendencia hacia un
«centralismo burocrático», una relación instrumental de las organizaciones
obreras con la misma clase obrera que frenaba el movimiento real y el auto-
desarrollo del proletariado [301]. Su concepción de la organización como pro-
ceso refleja las experiencias y necesidades de las ma­sas [302]. Rosa Luxem-
burg contraponía el «autocentralismo» de las masas al «ultracentralismo» de
Lenin. Y en contraposición al ca­rácter blanquista de la organización leninista,
el centralismo socialdemócrata no significa para ella más que «la imperio-
sa concen­tración de la voluntad de la vanguardia consciente y militante de
la clase obrera frente a individuos singulares (...). Es, por así decirlo, el «au-
tocentralismo» del estrato dirigente del proletariado, el reino de la mayoría
en el seno de su propia organización de partido» [303]. Si bien la socialdemo-
cracia alienta ya una fuerte ten­dencia a la centralización es, con todo, el pri-
mer movimiento «en la historia de las sociedades de clase que, en todos sus
ele­mentos, en toda su evolución, está pensado para la organización y para la
acción directa y autónoma de las masas. En este sen­tido, la socialdemocracia
crea un tipo de organización completa­mente distinta a la de los movimientos
socialistas anteriores; por ejemplo, al tipo jacobino-blanquista» [304]. En este
sentido las concepciones de Lenin significan un «centralismo sin concesio­
nes» [305], para quien las distintas organizaciones del partido no son sino un
instrumento ejecutivo de una autoridad central.
Cuando Lenin dice que el socialdemócrata revolucionario es un jacobino
vinculado a la organización del proletariado [306] olvida, según Rosa Luxem-
burg, «que de este modo se produce una com­pleta transmutación de los con-
ceptos concernientes a la orga­nización, que se le da un contenido completa-
mente nuevo al concepto de centralismo, y que se alumbra una concepción
com­pletamente nueva de las relaciones recíprocas entre la organiza­ción y
la lucha» [307]. El blanquismo no precisa de ninguna organi­zación de masas,
pues no se orienta hacia una acción directa de las masas como clase, y esta
es su diferencia fundamental con relación a las formas de acción de la social-
democracia revo­lucionaria: esta «surge históricamente de la lucha de clases
elemental. Se mueve en su acción en la contradicción dialéctica de que el
ejército proletario solo se recluta en la lucha y solo en la lucha se hace cons-
ciente de los objetivos de la misma. Organización, esclarecimiento y lucha no
son momentos separa­dos, mecánica y también temporalmente escindidos,
como en un movimiento blanquista, sino sencillamente aspectos diferentes

200 RECOPILACION DE TEXTOS


de un mismo proceso. Por una parte, no hay —a excepción de los principios
generales de la lucha— ninguna táctica de lucha aca­bada y fijada con detalles
por adelantado que les pueda ser inculcada a los militantes socialdemócratas
por un comité central. Por otra parte, el proceso de lucha que da lugar a la
organiza­ción determina un constante fluctuar de las esferas de influencia de
la socialdemocracia» [308]. La concepción que aquí desarrolla Luxemburg de
la organización como proceso, revela su idea fun­damental del proceso histó-
rico como totalidad en relación con el desarrollo necesariamente contradic-
torio de la lucha de clases, concebida asimismo como proceso. Dado que para
Rosa Luxem­burg hay identidad entre clase obrera y partido —identidad que
pronto iba a tener que considerar como no existente, a la luz de la realidad
del movimiento obrero alemán—, rechaza los princi­pios de organización de
Lenin para el movimiento socialdemó­crata. Para ella no basta que la organi-
zación socialdemócrata esté «ligada» a la clase obrera, sino que ella misma es,
sobre todo, el propio movimiento del proletariado.
Partiendo de su propia valoración de los condicionamientos his­tóricos de
toda organización, Luxemburg apunta a Lenin «que la concepción marxista
del socialismo no se puede fijar en fórmu­las rígidas en ningún terreno ni tam-
poco en las cuestiones orga­nizativas» [309]. Si una característica esencial de la
concepción leni­nista de la organización era la disciplina, asociada al centra-
lismo, Rosa Luxemburg objeta que es precisamente este espíritu de dis­ciplina
el que impide el autodesarrollo de las masas. De lo que se trata es de abolir la
disciplina en la fábrica y la disciplina que impone el Estado centralista capi-
talista. Solo «rompiendo y desarraigando ese espíritu de servil disciplina po-
drá el proleta­riado ser educado para una nueva disciplina: la autodisciplina
voluntaria de la socialdemocracia» [310]. Una de las necesarias con­diciones
fundamentales para acabar con este marco de alienación es la superación de
la dependencia de la autoridad, incluso con respecto a la propia organización,
liberando con ello la «fantasía organizativa» [311].
De igual modo que Rosa Luxemburg, Trotsky se volvía entonces contra
la teoría de Lenin de una organización de tipo blanquista, poniéndole en la
disyuntiva: «O bien jacobino, o bien socialdemócrata revolucionario» [312].
La última consecuencia del modelo leninista era para él, como también para
Rosa Luxemburg, «que la dictadura del proletariado se presente como dicta-
dura sobre el proletariado. De modo que no sería la clase obrera autónoma,
la que toma en sus manos el destino de la sociedad, la que asegura el tránsi-
to al socialismo, sino la ‹fuerte y potente orga­nización› que domina sobre el
proletariado y, a través de él, so­bre la sociedad» [313]. Lo importante es, tanto
para Trotsky como para Rosa Luxemburg, que la clase obrera aprenda a de-
sarrollar sus propias iniciativas y actividades autónomas, preparándose así
para la toma del poder político [314]. De manera que el autocentralismo que
Luxemburg contrapone a la concepción de élites y representantes de Lenin
no significa sino democracia directa [315]. En la crítica que hace Luxemburg
a las cuestiones organizativas de Lenin se revelan ya los rasgos esenciales de
su teoría de la revolución, desarrollada a partir de las experiencias de la Revo­
lución rusa de 1905; teoría que pone a las masas en primer plano, haciendo

ROSA LUXEMBURGO HOY 201


del partido un ejecutor de la voluntad de las mismas. Esta idea nace de su con-
ciencia histórica. Constata, por lo que se refiere al desarrollo organizativo que
había tenido lugar en Rusia desde 1896, que la organización del proletariado
no pro­cedía, en absoluto, de una «instancia» superior al mismo; al con­trario,
se había realizado mediante movimientos espontáneos de masas. «La inicia-
tiva y la dirección consciente de las organiza­ciones socialdemócratas jugaron
un papel extraordinariamente reducido»[316]
Es el movimiento real, y no la dirección, lo que, al fin y al cabo, decide la mar-
cha del proceso revolucionario. De la crítica con­creta que hace a Lenin, Rosa
Luxemburg extrae una serie de con­secuencias generales válidas para todo el
movimiento socialdemócrata. «La táctica de la lucha de la socialdemocracia
en sus rasgos principales no se ‹inventa›; es el resultado de una serie ininte-
rrumpida de grandes actos creadores de una lucha de clases experimental y a
menudo elemental. También aquí lo incons­ciente precede a lo consciente, la
lógica del proceso histórico objetivo va por delante de la lógica subjetiva de sus
portadores. El papel de la dirección socialdemócrata tiene un carácter esen­
cialmente conservador, pues como nos enseña la experiencia, tiende a explo-
tar hasta sus últimas consecuencias todo nuevo terreno que se haya ganado
en la lucha, convirtiéndolo de esta manera pronto en un bastión contra otras
innovaciones de mayor alcance» [317]. Del antagonismo latente entre partido
y movimiento que se va revelando ya abiertamente se desprende el hecho de
que tiene que ser el movimiento real el que determine también la táctica, el
avance concreto y práctico, a través de una toma de conciencia de lo que es el
proceso histórico y de su plasmación en la praxis revolucionaria. De modo que
la dirección del par­tido, tan propensa ya al conservadurismo, se independi-
zaría toda­vía más de las masas si, además, estuviera provista de los «poderes
casi absolutos de carácter negativo» [318] que se prevén en la con­cepción de
Lenin. El conservadurismo se «potenciaría» e impediría el necesario desa-
rrollo de la iniciativa revolucionario-espontánea. Y así, el «ultracentralismo»
preconizado por Lenin «no nos parece impregnado de un espíritu positivo y
creador, sino del espíritu estéril del vigilante nocturno»; pues su atención se
centra «en el control de la actividad del partido y no en su fecundación, en su
restricción antes que en su despliegue, en el recelo y no en la puesta en marcha
del movimiento» [319].
Lenin veía en su concepción del centralismo un medio adecuado para com-
batir el «oportunismo» y quiso incorporarla a los esta­tutos de la organización
[320]. Rosa Luxemburg le objeta que «lo que decide sobre el valor de una for-
ma de organización no es el texto literal del estatuto, sino el espíritu vivo que
le confieren los militantes activos» [321] Resulta insostenible, y precisamente
para las condiciones predominantes en Rusia —que pueden percibirse tras
una consideración histórica específica—, la fundamentación de Lenin: «Bu-
rocratismo contra democratismo, esto es, centra­lismo contra autonomismo,
he aquí el principio organizativo de los oportunistas de la socialdemocracia»
[322]. Si, según Rosa Luxemburg, el parlamentarismo burgués se puede consi-
derar, en los fenómenos del movimiento obrero europeo criticados por Lenin,
como un terreno propicio al oportunismo y si ha alcanzado, en las socialde-

202 RECOPILACION DE TEXTOS


mocracias occidentales, un alto grado de desarrollo, en Rusia emerge como
consecuencia de una situación de atraso político. «En general, puede demos-
trarse con facilidad que allí donde los sectores revolucionarios todavía no
están firmemente asentados en las masas obreras, allí donde el movimiento
mismo todavía es fluctuante, en una palabra, allí donde las condiciones son
análogas a las que actualmente reinan en Rusia, la tendencia organizativa que
el intelectual oportunista defenderá como la más adecuada será precisamen-
te la de un rígido y despótico centra­lismo» [323]. Por ello, la propia concepción
leninista de la organiza­ción constituye el mayor peligro con que se enfrenta la
socialdemocracia rusa de sucumbir ante el oportunismo.
El principal origen de las «corrientes oportunistas» radica, según Rosa Lu-
xemburg, en la esencia misma de las contradicciones internas de la lucha so-
cialdemócrata, ya que esta se tiene que entablar en el marco del orden esta-
blecido y con una meta que lo transcienda. Razón por la cual el oportunismo
solo puede ser superado, como producto que es del movimiento obrero, como
un «elemento inevitable de su evolución histórica» [324], por obra del mis-
mo movimiento, «con ayuda, en todo caso, de las armas sumi­nistradas por
el marxismo» [325]. Pero si se quisiera evitar su apari­ción echando mano de
medios «de papel», entonces ocurriría que el medio se alzaría contra el fin; un
intento así trabaría «el de­sarrollo de una vida sana» en la socialdemocracia,
debilitaría «su capacidad de resistencia no solo contra las tendencias oportu­
nistas, sino también (...) contra el orden social establecido» [326].
Independientemente del grado de evolución alcanzado por un país, la cla-
se obrera tiene que realizar sus propias experiencias, llevando a feliz término
su propia emancipación, en el curso de todo un proceso de aprendizaje. Este
es el resultado de la crítica de Rosa Luxemburg a las ideas leninistas sobre
el problema de la organización, basándose ella también en sus experiencias
con el movimiento obrero internacional. El «yo-colectivo» de la clase obrera,
el sujeto, el que tiene que ser conductor de la historia, tendrá que «cometer
sus propios errores por sí mismo y aprender de ella misma la dialéctica histó-
rica»; «Los errores que comete un movimiento obrero verdaderamente revo-
lucionario son, desde el punto de vista histórico, infinitamente más fecundos
y valiosos que la infalibilidad del mejor de los comités centrales» [327]. He aquí
el «hilo rojo» de toda la actividad y teoría de R. Luxemburg, que aparecerá de
nuevo en su crítica de 1918.
Si en Lenin el movimiento aparece solamente como mero «mo­mento»,
como marco para el partido, en la concepción luxemburguiana es el punto
central de referencia, el sujeto activo. Es la «autoconducción revolucionaria
de los mismos trabajadores» [328], la cual convertirá finalmente, sus errores
y derrotas, en victoria. Es verdad que la contradicción entre el desarrollo so-
cial de las fuerzas productivas y el carácter privado de las relaciones de pro-
ducción acabará necesariamente, en la superación de tal con­tradicción»; sin
embargo, el mismo Marx afirma que el «mo­mento» subjetivo, la «participa-
ción autoconsciente en el proceso histórico de transformación de la sociedad
que se desenvuelve ante nuestros ojos» [329] es, al fin y al cabo, lo decisivo.
«El prole­tariado aprende sobre todo, como todos los demás partidos, por las

ROSA LUXEMBURGO HOY 203


consecuencias de sus propios errores; nadie le podrá ahorrar del todo esos
errores» [330].
Lenin había intentado enumerar con toda precisión los «erro­res» de Rosa
Luxemburg [331], pero también retiró y relativizó sus propias posiciones. Solo
con sus apologistas comienza la trans­formación de las valoraciones que él hi-
ciera en distintas épocas y, como él mismo declara, en una específica situa-
ción social de­terminada, en axiomas de validez universal; y la reducción de la
teoría leninista de la revolución a una teoría del partido de corte autoritario.
Ya en 1903, en el II Congreso del Partido refiriéndose a su escrito ¿Qué ha­
cer?: «Ahora sabemos todos nosotros que los economicistas han tensado de-
masiado el arco hacia un lado. Para ponerlo de nuevo en su punto, yo no tenía
más remedio que tensarlo hacia el otro lado, y esto es lo que yo he hecho»
[332]. Más tarde matiza y rectifica una generalización de sus afirmaciones an-
teriores: «El error fundamental de todos aquellos que polemizan hoy día con-
tra ¿Qué hacer?, radica en que ellos arrancan por com­pleto a esta obra de su
contexto, en una situación histórica determinada, en un período de desarrollo
de nuestro partido que hace ya mucho tiempo que ha quedado atrás. (...) ¿Qué
hacer? corrige, polémicamente, el economismo, y es falso considerar el con-
tenido del opúsculo bajo la perspectiva de otra tarea» [333].
En cierto modo, Lenin incorporaba aspectos centrales de la argu­mentación
luxemburguiana, afirmando, por ejemplo, que la clase obrera era «socialde-
mócrata de una forma instintiva y espontánea» [334]. Y tras las experiencias
de la Revolución rusa de 1905, dice: «El marxismo rechaza decididamente to-
das las fórmulas abstractas, toda receta doctrinaria, exigiendo un atento ha-
cerse cargo de la lucha de masas que de hecho tiene lugar; esta es la que hace
surgir, con el creciente desarrollo del movimiento, con la concienciación de
las masas, con la agudización de las crisis económicas y políticas, métodos
cada vez más nuevos y variados de defensa y de ataque. (...) A este respecto, el
marxismo aprende, si se puede hablar así, de la praxis de las masas, estando
muy lejos de alzarse con la pretensión de enseñar a las masas formas de lu-
cha que han sido producto de las sutilezas de ‹sistemáticos› de cámara» [335].
Más tarde Lenin hace suyos incluso los temores del peligro centralista en
su vertiente burocrática a que se refiere R. Luxemburg: «Sería, sin embargo,
imperdonable olvidar que cuando defendemos el centralismo, defendemos,
exclusivamente, el centralismo democrático. (...) Entre nosotros, se confunde
con­tinuamente centralismo con arbitrariedad y burocratismo. Es natural que
la historia de Rusia tenga que causar una tal con­fusión, pero, con todo, para
un marxista sigue siendo imper­donable» [336].
Si R. Luxemburg anticipaba, ya en 1904, las consecuencias y las posibili-
dades de deformación que entrañaba la teoría leninista de la organización,
Lenin la refería en principio, exclusivamente, a la socialdemocracia rusa [337],
concibiendo la estructura bolchevique de partido como una adaptación a la
específica situación rusa. Su orientación hacia la socialdemocracia alemana,
la cual había deci­dido, en el Congreso de Jena de 1905, introducir cambios en
sus estatutos organizativos, en el sentido de una mayor centrali­zación, le lle-

204 RECOPILACION DE TEXTOS


varía a confirmar sus concepciones sobre el centra­lismo y a establecer su va-
lidez general [338].
Para R. Luxemburg la controversia en torno a las formas orga­nizativas no
radica, en abstracto, en saber qué es más necesaria, la organización o la es-
pontaneidad; sino en las concretas formas de acción revolucionaria y en la ac-
ción recíproca entre los diri­gentes y las masas, en el marco de una situación
social concreta. La organización, que precisa de la autoactividad e iniciativa
de las masas como correctivo a la tendencia conservadora, constituye, para
la clase obrera, ante todo una instancia de mediación de la teoría revolucio-
naria. Lo que importa para Rosa Luxemburg, en su toma de postura frente el
«ultracentralismo» de Lenin —al igual que en su lucha contra el revisionismo
del movimiento obrero alemán—, es impedir que se abra un abismo entre la
dirección, por un lado, y el movimiento del proletariado, por otro, entre es-
pontaneidad y organización; elementos de la lucha revolucionaria que solo
pueden desarrollarse con eficiencia, en la lucha emancipatoria de los trabaja-
dores, si logran vincularse y enriquecerse uno al otro.
La crítica de Rosa Luxemburg a Lenin en 1904, es importante no solo por la
amplitud de sus perspectivas, como resulta evidente hoy día a la luz de las ex-
periencias actuales y de los resultados prácticos del «leninismo», sino porque
contiene además las dife­rencias políticas fundamentales entre ambos —ade-
más de las que se refieren a la cuestión nacional—, tal como surgirán de nue-
vo en 1918. Con todo, la relación Luxemburg-Lenin contiene tam­bién muchos
puntos de coincidencia. El estallido de la Revolu­ción rusa de 1905, decisiva
para la formación de ambas teorías revolucionarias, hace que sus diferencias
pasen a un segundo plano. En el análisis de ambos sobre la Revolución rusa, la
crítica recíproca brilla por su ausencia, y las estimaciones que ambos hacen
concuerdan en lo esencial. Cuando Lenin extrae las «ense­ñanzas de la Revo-
lución», asume el punto de vista luxemburguiano sobre la acción recíproca
entre espontaneidad y organización, que no posibilita ningún tipo de tácti-
ca preestablecida: «El pro­letariado ruso ha mostrado qué fuerzas potentes se
ocultan entre las masas trabajadoras, cuando llega a su madurez una crisis
realmente revolucionaria. (...) Todo el mundo sabe que una explo­sión tal no
puede surgir artificialmente, por deseo de los socia­listas o de los trabajadores
progresistas» [339].
A pesar de la agudeza de la polémica, la relación entre Luxemburg y Lenin
se caracteriza por la mutua estimación [340]. Durante su estancia en Finlandia,
en el verano de 1906, donde R. Luxemburg escribiera su ensayo fundamental
sobre el papel de la huelga de masas en la lucha proletaria, extrayendo las en-
señanzas de la Revolución rusa para el movimiento obrero internacional, se
encontró frecuentemente con Lenin. La conocida resolución con­tra la guerra
y el militarismo, presentada conjuntamente por Lenin, Luxemburg y Martov y
sacada adelante por Luxemburg en el Congreso de Stuttgart en 1907 [341], fue
algo que «había acer­cado mucho» [342] a Lenin y Luxemburg.
Pero antes del V Congreso del POSDR, celebrado en 1907 en Londres, había
apoyado ya Luxemburg claramente a los bolche­viques. Ya en sus numerosos
artículos sobre la primera revolución rusa se había manifestado consecuen-

ROSA LUXEMBURGO HOY 205


temente contra los menche­viques. Aunque estaba en contra del desmem-
bramiento del par­tido obrero ruso y, en calidad de representante del SDKPIL
desde 1905 en el Buró Socialista Internacional, preocupada continua­mente
por la reunificación de las dos fracciones, Rosa Luxem­burg se encontraba, en
cuestiones tácticas, del lado de los bol­cheviques, por lo menos desde la re-
volución de 1905, y consideraba a los mencheviques como la «epidemia más
peligrosa» [343] para el partido. Va todavía más lejos, y llega incluso a retirar
algunas partes de su crítica de 1904: «Nosotros discutimos el que los compa-
ñeros de la llamada «mayoría» en la Rusia actual hayan cometido, en la revo-
lución, los errores que les imputa el com­pañero Plejánov. Puede que hubiera
algo de ello en lo que se refiere al plan organizativo que el compañero Lenin
hiciera en 1902, pero esto pertenece ya al pasado, a un pasado lejano, pues
hoy día vivimos muy rápidamente, a una velocidad vertiginosa. Estos errores
han sido corregidos por la misma vida, y ya no hay peligro de que puedan vol-
ver a repetirse» [344].
Los años posteriores a la revolución de 1905 se caracterizan por la armo-
nía. Los dos se apoyaban mutuamente en el seno de la Internacional; así, en
1910, Luxemburg protesta por un articulo de Trotsky dirigido contra Lenin,
aparecido en el Vorwärts [345], mientras que Lenin, a su vez, adoptaba su mis-
mo punto de vista en 1911, en torno a la crisis marroquí [346]. La ruptura de
Luxemburg con Kautsky —al que Lenin tenía en gran estima—, a causa de la
huelga de masas y la actitud del SPD, supuso para los bol­cheviques la pérdida
de una positiva instancia de mediación (Kautsky recibía prácticamente toda
la información sobre el mo­vimiento obrero ruso de R. Luxemburg), así como
de una prensa que les era positiva. Hasta 1914 Lenin seguiría considerando
a la dirección del partido alemán junto a Kautsky, como el ala revoluciona-
ria del mismo, sin ver tampoco en la controversia entre Luxemburg y Kauts-
ky una cuestión de diferencia funda­mental de principios. Solo con la llegada
de la guerra variaría su opinión sobre Kautsky: «Rosa Luxemburg tenía razón
al escri­bir, ya hace mucho, que Kautsky encarnaba el ‹servilismo del teórico›,
dicho más sencillamente, el arrastrarse ante la mayoría del partido, ante el
oportunismo» [347].
La relación entre Luxemburg y Lenin, quien la visitó todavía frecuentemen-
te en febrero de 1912, se enfrió con motivo del «caso Radek» y de la escisión del
SDKPIL en el verano de 1912 [348], ya que Rosa Luxemburg seguía defendiendo
los intereses de la dirección del SDKPIL ante el SPD y el Buró Internacional
Socia­lista, a pesar de su más fuerte vinculación con el movimiento alemán. La
solicitud presentada por ella en noviembre de 1913, ante el Buró Internacio-
nal Socialista, en orden a una reunificación de las fracciones del partido ruso,
empeoró por com­pleto sus relaciones, teniendo como consecuencia una se-
rie de enemistades personales duraderas. Se llegó hasta el extremo de que,
poco antes del estallido de la guerra, Lenin acusara a Luxem­burg de «oportu-
nismo» [349], intentando presentar a Kautsky como una victima de sus intri-
gas. Luxemburg se convirtió en objeto de los más violentos ataques de Lenin,
como defensora de Jogiches y del comité central del partido polaco [350].

206 RECOPILACION DE TEXTOS


El enfrentamiento con motivo del caso Radek evidencia el hecho de que
una gran parte de las diferencias entre Luxemburg y Lenin surgen a raíz de
disputas de carácter interno, que se refie­ren a Polonia o a Rusia, y se conside-
ran en el Partido alemán como simples querellas [351]; querellas que se fun-
daban más en anti­patías personales entre las distintas fracciones, que en una
dife­rencia fundamental de principios en todas las cuestiones que se debatían.
En la época en que estaban a la orden del día cues­tiones concretas, políticas o
tácticas, su relación mutua se había caracterizado siempre sobre todo por una
«crítica solidaria» [352].
Otro punto polémico, de tipo teórico, entre Rosa Luxemburg y Lenin fue La
acumulación del capital, publicado en 1913. En ese libro trata Rosa Luxemburg
—a diferencia de Lenin, en su aná­lisis del imperialismo tres años más tarde—,
ante todo, la solu­ción de problemas teóricos. Luxemburg vincula la revisión
y desarrollo que lleva a cabo ahí del esquema marxiano de acumu­lación a la
explicación del carácter imperialista y de las necesi­dades imperialistas de los
países capitalistas, mediante el papel que ella confiere al mercado exterior. A
pesar de las diferencias en la argumentación, viene a ratificar, con Marx, las
leyes de la crisis y del derrumbe del sistema capitalista. Este trabajo fue moti-
vo de violentas criticas, y no solo por parte de Lenin, críticas relacionadas con
los análisis de entonces acerca del desarrollo contradictorio del capitalismo y
la interpretación del pensamiento central de la teoría de Marx. Pero esta po-
lémica tiene, sin em­bargo, una menor entidad en el conjunto de las diferen-
cias polí­ticas existentes entre Luxemburg y Lenin. Solo en torno a la cuestión
nacional podía haber alcanzado aquella un significado práctico, pero no fue
este el caso, de modo que se quedó en el campo de la teoría y no tuvo con-
secuencias políticas. A la luz de la actualidad política de los distintos análisis
económicos hechos por Luxemburg y Lenin, resulta paradójica la evaluación
a que llega, por ejemplo, Paul Mattick; dice este que, si bien la argumentación
de Rosa Luxemburg era errónea, llegaba, sin embargo, a conclusiones verda-
deras, en tanto que la teoría de Lenin, más correcta y de acuerdo con Marx,
era, desde un punto de vista revolucionario, equivocada [353].

II

El trauma del estallido de la guerra y el fracaso de la Interna­cional fue mo-


tivo de análisis diversos por parte de Luxemburg y Lenin, lo que no quiere de-
cir que hubiese entre los dos diferen­cias fundamentales. En la cuestión de la
restauración de la Inter­nacional, Luxemburg abogaba por su reconstrucción,
previa lim­pieza de sus viejos elementos, mientras que Lenin estaba a favor de
la construcción de algo completamente nuevo. Todavía a fina­les de la guerra
se declaraba Rosa Luxemburg decididamente contraria a la creación de una
nueva Internacional bajo el patro­cinio de los bolcheviques, cuya mayoría en
la misma temía [354]. Y mientras Luxemburg buscaba el fracaso de la Inter-
nacional en la «traición de sus dirigentes» [355], Lenin veía las causas de su

ROSA LUXEMBURGO HOY 207


hun­dimiento —evidentemente en el marco de su concepción de la organiza-
ción— en su estructura federalista.
El ajuste de cuentas de Rosa Luxemburg con la política del SPD y su análisis
de la guerra imperialista en el Folleto de «Junius», escrito en la cárcel [356], fue
en esencia objeto de aprobación por parte de Lenin, si bien él no compartía
su opinión sobre la im­posibilidad de guerras nacionales en la época del im-
perialismo [357]. Esta misma concepción está contenida también, como punto
cen­tral, en su escrito Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia internacio­
nal, donde se presenta el programa básico de la Liga Espartaquista contrastan
vivamente con la afirmación de Lenin sobre el potencial revolucionario de la
guerra mundial; Rosa Luxemburg afirmaba, más bien, que la guerra mundial
entrañaba ya en sí misma los presupuestos de nuevas guerras y que, por tan-
to, victoria o derrota no serían más que una derrota del socia­lismo y de la de-
mocracia [358].
Al estallar la revolución rusa, Rosa Luxemburg se encontraba en prisión.
Ya en sus primeras y más cautelosas tomas de posición con respecto a la re-
volución rusa, en las Cartas de Spartakus, expresa sus temores acerca del fu-
turo de la revolución y de cier­tas medidas adaptadas por los bolcheviques. Su
posición difiere de la de Lenin en el hecho de ver en Rusia algo digno de ser
defendido; pero se vuelve repetidamente contra la afirmación de que la paz
pueda comprarse al precio de una victoria del Imperio alemán imperialista
[359]. Parte, al igual que Lenin, del supuesto de que la revolución solo podrá
resultar victoriosa si recibe el apoyo del proletariado europeo, sobre todo del
alemán [360]. Luxemburg califica la Paz de Brest de «capitulación del proleta-
riado revolu­cionario ruso ante el imperialismo alemán» [361], como el primer
«pecado» de la política bolchevique dentro de una larga serie de concesiones;
Lenin, en su defensa de dicho Tratado de paz, se pone del lado del proletaria-
do alemán con una argumentación «luxemburguiana»: «Sin razón se echa en
cara a los obreros ale­manes el que no hagan ninguna revolución. (...) Pero la
cosa, en realidad, no es así. Las revoluciones no son algo que se haga por en-
cargo, (...) sino que maduran en un proceso de desarrollo histórico» [362].
En el escrito —fragmentario— de Luxemburg sobre la Revolución rusa, de
septiembre de 1918, reaparece con toda su fuerza su vieja oposición al con-
cepto leninista de la organización y de la revolución. Cabe pensar que el es-
crito iba también dirigido con­tra una poderosa corriente en el seno del grupo
espartaquista que aspiraba a orientarse según el «modelo ruso». Tras saludar
el acontecimiento revolucionario en Rusia, Luxemburg desarrolla los puntos
fundamentales de su crítica, establece una tajante delimitación en su crítica:
por un lado contra la praxis kautskiana y menchevique; por otro contra la pra-
xis bolchevique, si bien lo considera como la única posible en la situación que
se daba en Rusia [363]. Se centra, en primer lugar, en la política agraria de los
bolcheviques [364]. En su crítica contra las medidas leninistas señala la contra-
dictoriedad existente en la cuestión campesina, reconociendo, por una par-
te, en el campesinado una fuerza revo­lucionaria contra el orden establecido,
pero advirtiendo al mis­mo tiempo contra su carácter conservador. El repar-
to de tierras entre los campesinos, aunque tácticamente justificado en aquel

208 RECOPILACION DE TEXTOS


momento, había creado, según Luxemburg, un poderoso ene­migo en el propio
campo, a la hora de dar un paso más, cuando se planteara la socialización de
la agricultura y de la producción rusa en general. Pues la nacionalización de
las propiedades terri­toriales de tipo grande y medio, la unificación de agricul-
tura e industria, eran puntos de vista esenciales de toda reforma eco­nómica
socialista, sin la cual no era posible socialismo alguno. Pero la socialización de
la agricultura se convertiría en una cues­tión conflictiva entre el proletariado
urbano y el campesinado propietario, cortando, con ello, la vía de efectivas re-
formas so­cialistas, operando incluso en una dirección opuesta [365].
Este dilema, que no se hubiera solucionado sin una guerra civil y que los
bolcheviques quisieron zanjar por medio de la reforma agraria —pero sin con-
seguirlo durante mucho tiempo—, revela la contradicción de la Revolución de
Octubre: ser, a la vez, una revolución burguesa y proletaria [366].
El segundo punto de la crítica radicaba en la cuestión nacional. Había sido
ya, durante años, un punto de fricción entre Rosa Luxemburg y Lenin, entre
la socialdemocracia polaca y la rusa. Durante toda su vida Rosa Luxemburg
combatió la consigna de la autodeterminación de las naciones, lucha orienta-
da, en pri­mer lugar, contra el partido rival, el PPS polaco, pero estrecha­mente
ligada a sus concepciones internacionalistas. «Los obreros no tienen patria.
No se les puede arrebatar lo que no poseen», se dice en el Manifiesto Comu-
nista [367]. Y Luxemburg escribía, en el apéndice al Folleto de «Junius»: «La pa-
tria de los proletarios, cuya defensa está por encima de todo, es la Internacio-
nal Socia­lista» [368].
Para Rosa Luxemburg, la cuestión nacional era un problema tác­tico que
debía ser tratado conforme a las condiciones históricas y económicas dadas
en la perspectiva de las exigencias del socia­lismo internacional, de la revolu-
ción mundial. Para ella, no se trataba aquí, como en todos los otros campos,
de una serie de axiomas de validez general, fijados de una vez para siempre,
sino de la ordenación de determinados factores de acuerdo con la «meta final
socialista», todo ello en relación con la concreta situación económica, política
e histórica del país en cuestión. «Para la socialdemocracia la cuestión de las
nacionalidades —al igual que todas las demás cuestiones sociales y políticas—
es una cuestión de interés de clase» [369].
Este tratamiento de principio informaba también su crítica a los bolchevi-
ques, referida exclusivamente a la situación de entonces, por lo que no es lí-
cito contraponer en abstracto —como se suele hacer— Rosa Luxemburg a Le-
nin, para quien el derecho a la autodeterminación constituyó al principio una
cuestión funda­mental. El punto de partida de ambos era distinto: la concreta
situación de Polonia y Rusia, respectivamente. Pero mientras Rosa Luxem-
burg ve la nación como algo propio de la sociedad bur­guesa y hace hincapié
en sus limitaciones históricas, subordi­nando, por tanto, el interés nacional a
los intereses proletarios, Lenin, en cambio, sitúa ambos al mismo nivel, como
lo hiciera también Kautsky [370]. La postura de Luxemburg con respecto a la
cuestión nacional va estrechamente ligada a su análisis del impe­rialismo, ya
mucho antes de que ella explicitara tal vinculación. Frente a la tendencia bé-
lica de las naciones burguesas en la época del imperialismo debe oponerse la

ROSA LUXEMBURGO HOY 209


acción de clase del proletariado internacional, frenado en su desarrollo por
las aspi­raciones nacionalistas.
Así, ella ve en la aplicación del principio de la autodetermina­ción a pueblos
no pertenecientes al Imperio zarista una táctica falsa y peligrosa de los bol-
cheviques, ya que no podía sino fo­mentar la aparición de corrientes enemi-
gas y contrarrevolucio­narias. Luxemburg reconoce como válidas las razones
tácticas de los bolcheviques para asegurarse aliados, tanto en la cuestión na-
cional como en la agraria. Pero tal medida llevó a lo contrario de lo que se bus-
caba, pues las «naciones liberadas» no tuvieron nada más urgente que hacer
que aliarse con el imperialismo alemán [371]. Y en vez de buscar la integración
de todas las fuerzas revolucionarias del conjunto del país, lo que los bolchevi-
ques habían conseguido era precisamente lo contrario: «con su tonante fra-
seología nacionalista del ‹derecho a la autodeterminación hasta la separación
estatal›, no hicieron sino proporcionar a la bur­guesía de los países periféricos
el pretexto más vistoso, el más deseado, casi el estandarte de sus aspiracio-
nes contrarrevolucio­narias» [372]. Por lo que la «consigna de la autodetermi-
nación» y el movimiento nacional se le aparece a ella, en conjunto, como el
mayor peligro del socialismo internacional. Por obra y gracia de su política
de las nacionalidades los bolcheviques se habían creado, según Luxemburg,
muchos adversarios, quienes represen­taban un peligro futuro para las metas
revolucionarias y por ello debían ser combatidos.
De esta forma, Rosa Luxemburg llega, sin solución de continuidad, al punto
central de su crítica a la política de los bolcheviques: el problema del terror y de
la democracia [373]. En primer lugar, se declara en contra de la disolución de
la Asamblea Consti­tuyente y de la limitación del derecho de voto. Trotsky jus-
tificaba estas medidas en base a la «pesadez del mecanismo de institu­ciones
democráticas», que no reflejan sino la situación coyun­tural, espiritual y po-
lítica del electorado. Frente a él, Luxemburg hace referencia a las experien-
cias históricas, las cuales muestran cómo «el fluido vivo del estado de ánimo
popular irriga constantemente los cuerpos representativos, penetra en ellos,
los di­rige» [374]. Pero más grave que estas medidas es la represión de la vida
pública por los bolcheviques, que tiene que llevar necesaria­mente a la liqui-
dación de los sóviets [375]. Sin elecciones, sin libertad de prensa, de reunión y
de opinión se construye una «apa­riencia de vida», en la que el único elemento
activo es la buro­cracia. «La vida pública lentamente se duerme, algunas doce-
nas de dirigentes del partido de energía inagotable y de idealismo sin límites
dirigen y gobiernan, pero entre ellos dirige en rea­lidad una docena de cabezas
privilegiadas, mientras que una élite de la clase obrera es convocada de vez
en cuando a asambleas para asentir con aplausos a los discursos de los jefes
y para votar por unanimidad a favor de las resoluciones presentadas; en el
fondo, pues, el dominio de una camarilla, una dictadura, pero no la dictadura
del proletariado, sino la dictadura de un puñado de políticos, es decir, una dic-
tadura en el sentido burgués, en el sentido del poder de los jacobinos» [376]. Y
aquí está presente no solo la Rosa Luxemburg de visión casi «profética», sino
también la adversaria de Lenin de 1904.

210 RECOPILACION DE TEXTOS


Ella localiza el error fundamental de Lenin y Trotsky en la opo­sición que es-
tos establecen, lo mismo que Kautsky, entre demo­cracia y dictadura, cuando
en realidad dictadura del proletariado significa también democracia socialis-
ta. Cuando esta dictadura viene realizada por la clase y no por una pequeña
minoría diri­gente, cuando es erigida con la participación activa de las masas,
es garantía de democracia socialista. El socialismo no se puede implantar por
medio de decretos [377]. Si la dictadura es ejercida por unos pocos políticos,
no podrá por menos que degenerar. Es verdad que Rosa Luxemburg conside-
ro inevitable la dictadura del proletariado, «pero esta dictadura consiste en el
modo de aplicación de la democracia, no en su supresión» [378].
Como lo hiciera ya en 1904 contra el «ultracentralismo» leninista, Rosa Lu-
xemburg se vuelve también en 1918 contra la concentra­ción de poderes en
el Gobierno y en la cúspide del partido y contra la represión de las iniciativas
de las masas populares. Ve en la concentración de poderes el mayor peligro
para la revolu­ción. Y cuando escribía que «libertad es siempre únicamente
la del que piensa de otra manera» [379], no lo hacía en el sentido que se da
al término en una democracia formal, sino en el marco de su concepción de
antagonismo de clases. Luxemburg no presenta, en la crítica que hace al bol-
chevismo, ninguna alternativa con­creta. Nettl constata, y con razón, que «ella
no escribía para los bolcheviques, sino para el futuro, para revolucionarios
alemanes» [380].
Los logros de los bolcheviques quedaron limitados para Luxemburg, por el
marco de las posibilidades históricas. A diferencia de Kautsky, que reprocha-
ba a Lenin y a los bolcheviques el aban­dono de la teoría marxista, Luxemburg
reconocía la gravedad de las tareas con que tenían que enfrentarse los bol-
cheviques en Rusia, razón por la que su critica no puede ser considerada, en
conjunto, fuera del contexto concreto de aquel momento. «Todo lo que ocu-
rre en Rusia es comprensible y constituye una inevi­table cadena de causas y
efectos cuyo punto de partida y clave de bóveda es el fracaso del proletariado
alemán y la ocupación de Rusia por el imperialismo alemán. Sería pedir de
Lenin y sus camaradas algo sobrehumano si se pretendiese que en tales cir­
cunstancias creasen por arte de magia la más bella democracia, la más mo-
délica dictadura del proletariado y una economía socia­lista floreciente. Con
su decidida actitud revolucionaria, su ener­gía ejemplar y su fidelidad absoluta
al socialismo internacional, han hecho realmente lo que en unas condiciones
tan endiablada­mente difíciles podía hacerse» [381]. De ahí que ella se opusiera
a toda pretensión por parte de los bolcheviques a convertir la revo­lución rusa
en modelo de revolución para todos los países. Contra este peligro advertía
Luxemburg, ya entonces, de que pudiera hacerse de la necesidad una virtud
y elevar a teoría inamovible una táctica que había venido condicionada por
las circunstan­cias y que pudiera ser presentada al proletariado internacional
como modelo a imitar, como la táctica socialista. Advierte, pues, decidida-
mente, con las siguientes palabras: «En Rusia el pro­blema solo pudo ser plan-
teado. No podía resolverse allí» [382].
En este escrito se evidencia que para Rosa Luxemburg se trata menos de
cuestiones de detalle de la política cotidiana que del proceso global de la revo-

ROSA LUXEMBURGO HOY 211


lución rusa, en relación con las ense­ñanzas a extraer para el futuro. Recurre
de nuevo a su concep­ción de la organización como proceso, de la democracia
«de abajo a arriba», concepción que no solo refiere a la estructura del par­tido,
sino también al conjunto de la sociedad. A diferencia de Lenin, ella no sepa-
ra el partido de la sociedad. «La revolución socialista es la primera que solo
puede alcanzar la victoria en interés de la gran mayoría y por la intervención
de la gran ma­yoría de los trabajadores. La masa del proletariado está llamada
no solo a fijar con clara conciencia las metas y la orientación de la revolución,
sino también, por su propia actividad, a dar vida paso a paso al socialismo.
La esencia de la sociedad socia­lista consiste en que las grandes masas traba-
jadoras dejen de ser una masa a la que se gobierna para vivir por sí mismas
el conjunto de la vida política y económica dirigiéndola sobre la base de una
autodeterminación libre y consciente» [383].
Apenas cabe pensar en un mayor contraste con la relación leni­nista de de-
mocracia y socialismo. Así es como la tesis de Luxemburg de 1904 sobre el
«autocentralismo» de las masas supone una anticipación de la democracia
de los Consejos; no como la de Lenin, hija de la necesidad, y que desaparece
de nuevo tan pronto como hubo cumplido su función, sino como expresión
originaria de lo que es una sociedad socialista. En este sentido, se dice en el
programa de la Liga Espartaco, adaptado, con algu­nas variaciones sin impor-
tancia, como programa del KPD, y de acuerdo con las tareas de la vanguardia
proletaria desarrolladas por Marx y Engels [384]:

«La Liga Espartaco no es un partido que pretenda conseguir el poder por en-
cima de las masas obreras o a través de las masas obreras. La Liga Espartaco
es solamente la parte más consciente de las metas a alcanzar de todo el pro-
letariado, la que recuerda a las amplias masas de la clase obrera a cada paso
sus tareas históricas, la que representa en cada estadio particular de la revo-
lución la meta final socialista y en toda cuestión nacional los intereses de la
revolución mun­dial proletaria. (...) La Liga Espartaco no tomará nunca el poder
gubernamental sino por la voluntad clara y tajante de la gran mayoría de las
masas proletarias de toda Alemania, nunca lo tomará sino en base a su acuer-
do consciente con las ideas, objetivos y métodos de lucha de la Liga Espartaco.
La revolución proletaria solo puede llegar a adquirir plena claridad y madurez
gradualmente, paso a paso, por la vía de Gólgota de las propias y amargas expe-
riencias, por un camino sembrado de victorias y derrotas. La victoria de la Liga
Espartaco no coincide con el principio sino con el final de la revolución: coin-
cide con la victoria de las grandes masas, integradas por millones de personas,
del proletariado socialista» [385].

Estas palabras, escritas muy poco antes de su muerte, no nos dan la impre-
sión de que Rosa Luxemburg hubiera cambiado sus opiniones con respecto a
la organización del partido y a la vía hacia el socialismo. En lo concerniente a la
relación entre espon­taneidad y conciencia, entre masa y vanguardia, estaba
total­mente de acuerdo con Marx y Engels, y no se cansaba de re­petir: «Ningún
socialismo sin la voluntad y la acción conscientes de la mayoría del proletaria-

212 RECOPILACION DE TEXTOS


do» [386]. Se dice al respecto en el Manifiesto: «Todos los movimientos han sido
hasta ahora rea­lizados por minorías o en provecho de minorías. El movimien-
to proletario es el movimiento independiente de la inmensa mayoría en pro-
vecho de la inmensa mayoría» [387]. Y Engels escribía en 1895: «Ya ha pasado
la época de los ataques por sorpresa, de las revo­luciones llevadas a cabo por
pequeñas minorías conscientes, a la cabeza de masas no conscientes. Donde
se trate de una transfor­mación total de la organización social tienen que estar
presentes las mismas masas, haber comprendido ellas mismas ya de qué se
trata, a favor de qué ellas se ponen con cuerpo y alma» [388].
Si Lenin se aleja fundamentalmente de la consideración marxista del mo-
vimiento proletario con su fórmula del «socialdemócrata revolucionario vin-
culado a la organización del proletariado como un jacobino», parece, de todos
modos, que retiró parte de sus anteriores concepciones sobre la organización.
Ya en 1905 mati­zaba su concepción de élites: «He declarado en el III Congreso
del Partido mi deseo de que en el Comité del Partido haya por cada dos inte-
lectuales, ocho obreros. ¡Qué anticuado ha quedado este deseo! Ahora sería
de desear que, en las nuevas organi­zaciones del Partido, por cada miembro
de la intelectualidad socialdemócrata haya algunos centenares de obreros
socialdemócratas» [389]. Y atenúa también la validez de su concepción sobre
el centralismo: «En condiciones de libertad política, nuestro Partido puede
ser construido y lo será, completamente, según el princi­pio electoral» [390].
Algunas de sus últimas expresiones dan casi la impresión de «espontaneís-
mo»: «La historia en general y la his­toria de la revolución en especial es siem-
pre más rica en conte­nido, más polifacética, más plurilateral, más viva, más
«embro­llada» de lo que se lo imaginan los mejores partidos, las van­guardias
más conscientes de las clases más progresistas. Y esto es comprensible, ya
que las mejores vanguardias dan expresión a la voluntad, la pasión, la fantasía
de diez mil, mientras que la revolución es llevada a cabo, en momentos de un
empuje y ten­sión especial de todas las capacidades humanas, por medio de
la conciencia, la voluntad, la pasión, la fantasía de muchos mi­llones, a los que
espolea la más aguda de las luchas de clase» [391].
Solo retrospectivamente, desde que se ha construido el luxemburguismo
como «función del leninismo» [392] han cobrado importancia las diferencias
entre Luxemburg y Lenin, y son raros los casos en que tales diferencias se ha-
yan discutido tomando en consi­deración sus enseñanzas para las cuestiones
políticas de hoy día. Llama la atención el hecho de que el tema de los errores
de Rosa Luxemburg —no de Lenin— y el de sus posibles revisiones esté en el
centro de las consideraciones, incluso en el caso de autores no leninistas, sin
tener apenas en cuenta, en multitud de puntos, las condiciones históricas. En
el presunto acercamiento de Luxemburg al «leninismo», se aducen sobre todo
manifestaciones de Adolf Warszawski y de Clara Zetkin. Warszawski cita de
me­moria una carta de Rosa Luxemburg de finales de 1918: «Todas tus reser-
vas y vacilaciones las he compartido yo también, pero las he descartado en
las cuestiones importantes, y en muchas cosas no he llegado tan lejos como
tú» [393]. Clara Zetkin informa, en un opúsculo escrito por encargo del comi-
té central contra Paul Levi, quien había publicado la crítica luxemburguiana

ROSA LUXEMBURGO HOY 213


de la Revolución rusa: «Aunque me escribió dos veces, en el verano de 1918,
diciéndome que tuviera a bien actuar junto a Franz Mehring, en el sentido de
una postura crítica y científica con respecto a la política bolchevique, y aun-
que me comunicara su intención de hacer un trabajo más amplio sobre el
tema, en su correspondencia ulterior hablaba de esta cuestión como «solu­
cionada». La razón es evidente para todo aquel que está familia­rizado con las
actividades de Rosa Luxemburg después de la revolución alemana: activida-
des caracterizadas por una toma de postura en relación con los problemas de
la Asamblea Constitu­yente, la democracia, la dictadura, etc., en contradicción
con su anterior crítica a la política bolchevique. Rosa Luxemburg había llega-
do, después de muchas luchas consigo misma, a un cambio en su valoración
histórica» [394].
Pero si uno examina atentamente la posición de Luxemburg res­pecto de los
problemas tácticos y de los fines de la revolución, no puede en absoluto ha-
blarse de una revisión de sus opiniones. Y si ella hizo manifestaciones en este
sentido —y únicamente por lo que se refiere a su crítica del bolchevismo—, lo
hizo bajo la impresión de la revolución alemana, la cual pudo despertar su op-
timismo con respecto a un impulso del movimiento revolu­cionario. Y es bajo
esta misma impresión como ha de valorarse también su cambio de posición
en relación con la política bolche­vique en la cuestión de la Asamblea Nacional
[395]. Esta actitud suya demuestra su capacidad para reaccionar con flexibili-
dad frente a movimientos y desarrollos reales, de adaptar la táctica revolucio-
naria a las exigencias reales, y no su acercamiento a las posiciones leninistas.
Hasta qué punto se dejaba llevar, también en esta cuestión, por la situación
concreta y no daba una impor­tancia fundamental al asunto es algo que que-
da claro en una carta a Clara Zetkin, de enero de 1919. Dice así: «Y bien, sobre
todo por lo que se refiere a la cuestión de la no participación en las elecciones,
tengo que decirte que sobrevaloras en demasía el alcance de esta resolución.
(...) Hemos decidido por unanimi­dad no hacer del caso una cuestión esencial
y no tomarla trá­gicamente. En realidad, la cuestión de la Asamblea Nacional
ha sido relegada a un segundo plano por los actuales acontecimien­tos» [396].
Rosa Luxemburg se revela también aquí como una «exce­lente representante
del marxismo no falseado» [397], según la cali­ficara Lenin, no se deja tentar
por fórmulas fijas y rígidas, algo contra lo que había luchado durante toda su
vida en el movimien­to obrero alemán y en relación con Lenin. Y Lenin asume
aquí, de nuevo, y en contra de sus exposiciones anteriores, una posi­ción «lu-
xemburguista»: El marxismo pide, «necesariamente, un acercarse histórico a
la cuestión de las formas de lucha, (...) Intentar afirmar o negar la aplicabilidad
de un determinado me­dio de combate sin haber estudiado convenientemen-
te la concreta situación del movimiento en el grado de desarrollo alcanzado
sig­nifica dejar por completo el suelo marxista» [398]. Y lo siguiente podía ser
incluso de Rosa Luxemburg: «La vida enseña. La lucha viva es la que solucio-
na mejor aquellas cuestiones que todavía hace poco eran tan debatidas. (...)
El movimiento de las masas, vivo, enérgico, potente, se encarga por sí mismo
de barrer de la mesa de estudio todas las recetas concebidas artificialmente,
como trastos inservibles, y sigue adelante, siempre adelante» [399].

214 RECOPILACION DE TEXTOS


Contra la idea de un acercamiento de Luxemburg a la política de los bolche-
viques habla no solo el programa del partido ela­borado por ella, en el que se
establecen, por ejemplo en la cues­tión campesina, reivindicaciones opuestas
a las bolcheviques [400] y su clara repulsa del terror [401] (si bien este pasa-
je no sería apro­bado unánimemente por los delegados, entendiéndolo como
una crítica indirecta de los bolcheviques) [402]. Ya en las discusiones en tor-
no al nombre a dar al nuevo partido se evidencia una cierta diferenciación de
Luxemburg con respecto a los bolcheviques. Mientras que algunos dirigentes
espartaquistas querían afirmar con el nombre de «Partido Comunista» su es-
trecha vinculación con el bolchevismo, Luxemburg abogaba, con su propuesta
de «Partido Socialista», en favor de una vinculación entre los revolucionarios
rusos y los socialistas europeos, aunque consideraba como prio­ritaria la tarea
de acercar a las masas de Occidente las metas revolucionarias [403]. Tales dis-
cusiones revelan que «las tareas y el papel del nuevo partido eran interpreta-
dos de forma diferente incluso por las fuerzas dirigentes del mismo, es decir,
en sentido «luxemburguista», o bien en sentido «leninista». El asesinato de
Rosa Luxemburg y de Leo Jogiches impidió que estas diferencias fueran dis-
cutidas hasta el fin, llevando, incluso, a una ruptura organizativa [404].
El asesinato de Rosa Luxemburg impidió que la política propug­nada en el
programa espartaquista y en los discursos sobre el mismo se concretara. Lo
que está claro es que no se alejó de la teoría de la revolución expresada en su
trabajo sobre la huelga de masas ni de la praxis que de ella se deduce, consi-
derando a los trabajadores como sujetos activos de la transformación revolu­
cionaria, cosa que quedaba singularmente clara en sus últimos artículos, apa-
recidos en la Rote Fahne. Esto no quiere decir que haya que dejar a las masas
sin dirección alguna, a su libre arbi­trio. Rosa Luxemburg concibe la lucha pro-
letaria esencialmente como un proceso de aprendizaje. Escribe al respecto:
«Las masas tienen que aprender justamente a luchar, a actuar por sí mis­mas»
[405], «las masas aprenden a ejercer el poder en la medida en que lo ejercen de
hecho. No hay otro medio para aportarles ese conocimiento. Felizmente he-
mos dejado ya atrás los tiempos en los que de lo que se trataba era de enseñar
el socialismo al pro­letariado. (...) Los proletarios se educan en cuanto pasan a
la acción» [406]. Pero también dice, por otro lado: «ahora se trata de establecer
por doquier, en lugar de la disposición revolucionaria la indomable convicción
revolucionaria, en lugar de lo espontá­neo lo sistemático» [407].
A principios de los años veinte, Georg Lukács fue el primero en estudiar la
crítica luxemburguista a la política bolchevique, no como algo separado de su
concepción total, sino como parte inte­grante y esencial de su obra teórica. Así
es como surge el «luxemburguismo» [408]. Y ya que Luxemburg había legado
al KPD un programa que se apartaba de la línea política de los bolcheviques,
el «luxemburguismo» tuvo que ser presentado —en el marco de un endure-
cimiento y petrificación crecientes del PC ruso y del proceso de «bolcheviza-
ción»— como un sistema erróneo.
Si, después de erigirse el leninismo en teoría del Partido y de inventarse
el «luxemburguismo» como medida defensiva, se com­paraba alguna vez a
ambos teóricos, se hacía la mayoría de las veces en el marco de unas argu-

ROSA LUXEMBURGO HOY 215


mentaciones filosófico-escolásticas y sin considerar apenas las enseñanzas
a extraer actualmente de ambas concepciones. Considerando las diferencias
entre Luxem­burg y Lenin en relación con el conjunto de sus obras, aquellas
pueden parecer insignificantes en el marco de la política cotidia­na y de cues-
tiones particulares; y esto es realmente así si se las campara con sus coinci-
dencias en la lucha contra el revisio­nismo y contra el oportunismo y con su
misma posición global socialista de izquierdas, que diferenciaba a ambos de
la mayor parte de los representantes de la II Internacional. Mientras sus dife-
rentes valoraciones no llevaron a consecuencias de carácter político, seguían
prevaleciendo los pontos comunes; solo cuando se trató —como en la Revo-
lución de Octubre— de traducir las ideas a formas organizativas y a medidas
concretas que quedarían de manifiesto los límites de tales coincidencias.
La diferencia esencial entre Luxemburg y el «leninismo» radicaba en que
ella no entendía que el movimiento obrero revoluciona­rio se agotara en una
«dirección» provista de la verdadera teo­ría, sino como una lucha política y
un proceso de transformación social resultante de los reales antagonismos
de clase. Pero las diferencias entre Luxemburg y Lenin se han revelado como
fun­damentales sobre todo a la luz de la evolución posterior. Esta ha evidencia-
do que sus respectivas concepciones fundamentales —para Luxemburg, son
las masas el sujeto de la transformación revolucionaria, para Lenin, en cam-
bio, es el partido— llevan a direcciones opuestas y solo pueden ser entendidas
como alter­nativas.
Con la perspectiva de medio siglo aparecen con menos entidad las particu-
laridades de su controversia, siendo lo importante la serie de acontecimien-
tos ocurridos en Rusia tras la muerte de Lenin, cuyas tendencias de desarrollo
Rosa Luxemburg había ya señalado en 1904. El «leninismo» anquilosado en
ideología, se convierte en ciencia de legitimación de un capitalismo de Estado
autoritario.

Septiembre 1977.
(Traducción de Pedro Madrigal)

216 RECOPILACION DE TEXTOS


REVOLUCIÓN Y
DIALÉCTICA: LA
LUCHA DE ROSA
LUXEMBURG
CONTRA EL
REVISIONISMO
Narihiko Ito: Nacido en 1931. Estudió Filosofía Germánica en la Univer­sidad
de Tokio, y se especializó en temas relacionados con el socialismo y el movi-
miento obrero internacional. Ha publicado diversos artículos sobre Rosa Lu-
xemburg, y G. Lukács. Editor (en alemán) de parte de la corres­pondencia de
Rosa Luxemburg (a Mathilde Jacob y otros), y traductor de sus obras y de su
correspondencia, además de autor de diversos ensayos sobre literatura japo-
nesa en la postguerra y sobre fenómenos ideológicos. Actual­mente profesor
de la Universidad de Chuo, Tokio.

218 RECOPILACION DE TEXTOS


Narihiko Ito

«El avance histórico-mundial del proletariado hacia su victoria no es, des-


de luego, ‹cosa fácil›. Toda la singularidad de este movimiento consiste en que
en él por primera vez en la Historia las masas populares imponen su voluntad
por sí mismas y contra todas las clases dominantes, pero teniendo que fijar esa
voluntad más allá de la sociedad actual, fuera de ella. Sin embargo, las masas
solamente pueden dotarse de esa voluntad en la lucha cons­tante con el orden
establecido, en el marco de ese orden. La unión de las masas con una meta que
trascienda por completo el orden establecido, la vinculación de la lucha coti-
diana con la gran refor­ma del mundo: este es el gran problema del movimien-
to socialdemócrata, el cual, consecuentemente, ha de trabajar y avanzar entre
dos escollos: entre el abandono del carácter masivo y el abandono de la meta
final, entre el retroceso a la secta y la de­gradación a movimiento burgués de
reformas, entre el anarquismo y el oportunismo» [409].

Este pasaje de la obra ¿Reforma social o revolución?, de Rosa Luxemburg,


ocupa un lugar muy importante dentro del marco de su pensamiento y su
praxis política, y no solo por repetir estas mismas palabras cinco años más
tarde, en Cuestiones de organización de la socialdemocracia rusa; creo que en
estas pala­bras quedan recapitulados también el método y el principio fun­
damentales que informan las luchas teóricas y prácticas de toda su vida. Pues,
de hecho, el movimiento socialista seguía amena­zado por las corrientes de
tipo anárquico y oportunista. «Conse­cuentemente ha de trabajar y avanzar
entre dos escollos» nos parece una frase de tan difícil solución como una apo-
ría. Pero Rosa Luxemburg encontró la solución; si el movimiento social- de-
mócrata no puede aprehender dialécticamente la relación exis­tente entre la
lucha cotidiana y la meta final, entre la conciencia de clase del proletariado
—sujeto del movimiento— y el proceso histórico objetivo, el movimiento cae-
rá en el anarquismo y en el oportunismo. El método para solucionar la aporía
fue en Rosa Luxemburg, precisamente, el dialéctico, aplicado continuamente
una y otra vez, a todo el proceso de desarrollo histórico. Y este método dialéc-
tico de conocimiento no lo extraía solamente de las distintas obras marxistas,
sino también del conjunto de sus expe­riencias en el curso de diez años de ac-
tividad en el movimiento polaco.
La tendencia anarquista o terrorista surge siempre allí donde una clase o
capa social es objeto de exclusión y opresión total por parte del sistema, fal-
tándole a su lucha cotidiana una clara perspectiva de la meta final [410]. Rosa
Luxemburg había conocido por primera vez esta tendencia anarquista a tra-
vés del blanquismo del movimiento polaco. Sus decisivas experiencias con el
blan­quismo del movimiento socialista polaco, la historia de sus enco­nadas
luchas contra la influencia del «Narodnaja Wolja» y su derrota, los expresa
Rosa Luxemburg en el memorándum escrito en 1903 para el partido: «Esta
influencia [del «Narodnaja Wolja»] lo situó [al socialismo polaco] en una vía
blanquista, que había de significar para él, junto al socialismo, la desapari-
ción al cabo de pocos años. Con ello se cierra el primer capítulo de la histo­ria

ROSA LUXEMBURGO HOY 219


de la ideología socialista en Polonia» [411]. Y después de esta pri­mera vivencia
seria de lucha contra el blanquismo del movimiento polaco, se enfrenta, en el
Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y en la II Internacional, al revisionis-
mo. Este revisionismo no era, sin embargo, una simple tendencia coyuntural
hacia la dere­cha en el seno del movimiento socialista; surgía más bien de una
serie de tendencias de profunda incidencia internacional, relacionadas con
la general transformación de estructuras que había sufrido el capitalismo del
siglo XIX con la aparición del sistema imperialista del siglo xx y su política de
integración de la clase obrera en su conjunto. De manera que el problema del
revisionismo había aparecido en todo el movimiento obrero euro­peo, pero
de forma más clara y grave en Alemania, donde la trans­formación estructu-
ral socioeconómica había sido más rápida y profunda. La reflexión de Rosa
Luxemburg en torno a esta trans­formación estructural del movimiento so-
cialdemócrata alemán cobró forma en su consideración del Congreso del par-
tido en Stuttgart: «Si anteriormente un ala del partido tendía siempre a una
infravaloración de la lucha cotidiana efectiva, si era pro­pensa a su negación,
el exuberante desarrollo del movimiento a partir de 1890 tuvo que llevar por
fuerza al polo opuesto: a la sobrevaloración del trabajo positivo de reformas,
a tendencias oportunistas. El Congreso de Erfurt representa un momento de
transición característico, en el que el partido tuvo que luchar en dos frentes...
por una parte, contra los restos del movimiento de independientes, contra los
Werner y Cía., por otra, contra los pri­meros signos de oportunismo, presentes
ya en la persona de Vollmar» [412]. Y sigue escribiendo más tarde: «Las teo-
rías anarquis­tas se ven diariamente golpeadas en toda la cara por los éxitos
prácticos de la socialdemocracia, es decir, por la fuerza de los mismos hechos,
de forma que no tiene pies ni cabeza seguir afe­rrándose hoy día todavía a las
quimeras anarquistas; las ideas oportunistas, por el contrario, parecen afir-
marse diariamente por los hechos mismos, de modo que su refutación solo
puede ser llevada a cabo por medio de un claro conocimiento del partido. Las
exigencias que plantea la lucha contra la orientación oportu­nista, en lo que se
refiere a la formación teórica y práctica del partido, son incomparablemente
mayores que en el caso de la lucha contra el anarquismo» [413]. Esto pensaba
Rosa Luxemburg del oportunismo y su primer intento de enfrentamiento sis-
temático con el mismo fue su escrito ¿Reforma social o revolución?.

Cuando Rosa Luxemburg pasó a residir en Berlín, en mayo de 1898, para


militar en el SPD, el oportunismo no había cesado de desarrollarse en el seno
del partido. Según la descripción de Parvus, «payasos políticos de moda... se
jactan de su oportunismo y lo pasean como un espectáculo por todos los mer-
cados. El espí­ritu revolucionario tiene, sin embargo, a los ojos de estos polí-
ticos de novísimo cuño, decididamente algo de anticuado, provinciano en sí,

220 RECOPILACION DE TEXTOS


como las largas chaquetas y los convencionales cilindros del 1848. En una pa-
labra, que el oportunismo está ahí y se rego­cija de su existencia» [414].
Se dice que «al principio fue la palabra». Pues bien, «la primera palabra» del
revisionismo en Alemania fue el llamado «discurso de El dorado», de Georg
von Vollmar (1-6-1891). Esta «primera palabra» fue criticada duramente por
las figuras principales del SPD —incluso por Bernstein— y Vollmar no replicó.
La tenden­cia representada por Vollmar penetraría más tarde tan hondamen­
te en el SPD que, según nos dice Rosa Luxemburg, «precisamente aquellos
compañeros que se entusiasman con lo que se conoce por política práctica
asumen los más importantes puestos en el partido; cosa que asegura también
una mayor extensión en la aplicación y difusión de su opiniones, contando,
como redactores, con un buen número de publicaciones del partido y, en ca-
lidad de diputados del Reichstag y del Landtag, con una serie de tribu­nas par-
lamentarias. O sea, que precisamente allí donde, propia­mente, se mantiene la
lucha del partido en dos frentes —contra el gobierno y las clases dominantes
y en favor de la formación de las masas trabajadoras—, en la prensa y en la
representación del pueblo, los partidarios de la táctica oportunista tienen una
presencia más fuerte» [415]. Recopilando todos estos hechos, Rosa Lu­xemburg
había avisado: «Así que hay que tomar muy en serio el peligro de que al movi-
miento socialdemócrata ‹se le rompa›, más pronto o más tarde, ‹la columna
vertebral›, como dice Bebel» [416]. La serie de artículos en torno a «Los pro-
blemas del socialismo», escritos por Eduard Bernstein desde 1896 en el Neue
Zeit, y su libro Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia
(1899), no eran, por tanto, más que un trabajo de recopilación de estas ten-
dencias oportunistas que habían pe­netrado profundamente en la praxis coti-
diana del SPD, un trabajo que daba expresión teórica a esas tendencias.
Bernstein ya había dicho al comienzo de su primer artículo, escrito en el
Neue Zeit en octubre de 1896: «El movimiento socialdemócrata ha hecho, en
los últimos años y en casi todos los países civilizados, importantes progresos»
[417]. «Si bien seria prema­turo querer deducir de este hecho que estamos ya
en vísperas de la victoria definitiva del socialismo, lo que sí se nos permite
es llegar, a partir de la amplia difusión del pensamiento socialista y de sus
correspondientes manifestaciones en el campo de la pro­ducción, comercio y
transporte, vida profesional y movimiento obrero, a la conclusión siguiente:
nos acercamos a pasos agigan­tados a una época en la que la socialdemocracia
tendrá que mo­dificar su punto de vista, hoy todavía esencialmente crítico, en
el sentido de que tendrá que salir con propuestas positivas de reforma, más
allá de las exigencias relativas a salario, protec­ción laboral y cosas semejan-
tes» [418]. Y Bernstein había expresado además, en un artículo aparecido en
enero de 1898 en el Neue Zeit, su «firme convicción», ante las perspectivas op-
timistas que se abrían, «de que la generación actual podrá vivir ya algún día
la realización del socialismo, si no en su forma patentada, sí, por lo menos, en
su contenido» [419]. Y había declarado, polemizando con el socialista inglés Er-
nest Bax: «Lo confieso abiertamente: tengo muy poco interés por aquello que
comúnmente se llama ‹meta final del socialismo›. Esta meta, sea la que fuere,
no es para mí absolutamente nada; para mí el movimiento lo es todo. Enten-

ROSA LUXEMBURGO HOY 221


diendo yo con esta expresión ‹movimiento› tanto el movi­miento general de la
sociedad, es decir, el progreso social, como la agitación y organización política
y económica necesarias para la realización de tal progreso» [420].
Ya que esta declaración de Bernstein desconcertaba incluso a aquellos que
se basaban prácticamente en lo mismo, más tarde se justificaba, en una carta
escrita al Congreso de Stuttgart: «Por ser yo de la firme convicción de que no
se pueden saltar épocas importantes en el desarrollo de los pueblos, doy el
mayor de los valores a las tareas inmediatas de la socialdemocracia: a la lucha
por los derechos políticos de los trabajadores, a la actividad política de los mis-
mos en ciudades y municipios en defensa de sus intereses de clase, así como
a la tarea de organización econó­mica de los trabajadores. En este sentido es-
cribía yo entonces la frase de que, para mí, el movimiento lo es todo... y nada
lo que comúnmente se conoce por meta final del socialismo; entendién­dola
así, la suscribo todavía en la actualidad... Es evidente que la frase no expresa
indiferencia o, mejor dicho, despreocupación por el ‹cómo› de la configura-
ción definitiva de las cosas. Todas mis reflexiones y esfuerzos se consagran
a las tareas de la actua­lidad y de un próximo futuro» [421]. Bernstein quería,
pues, renunciar a la problemática fundamental del movimiento socialdemó-
crata, a la radical transformación de la sociedad y del Estado; esto es algo que
vuelve a dejar muy claro en su citada justificación, reduciendo la finalidad de
toda la actividad del SPD, es decir, de su estrategia y táctica, a las «tareas de la
actualidad y de un futuro próximo», separando así el programa mínimo del
programa máximo.
El libro ¿Reforma social o revolución? fue escrito como crítica de esta con-
cepción revisionista de Bernstein. Su primera parte fue apareciendo en una
serie de 7 artículos (21-28 del 9 de 1898) en el órgano del ala izquierda del
partido, el Leipziger Volkszeitung, poco antes del Congreso de Stuttgart; la se-
gunda parte apareció también en el mismo periódico, en una serie de cinco
trabajos (4-8 del 4 de 1899), como crítica del libro de Bernstein Las premisas
del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Las dos partes aparecían en
abril de 1899, en imprenta y editorial del mismo periódico, con el título ¿Re-
forma social o revolución?, con un apéndice sobre Milicia y militarismo, con
una tirada de 3000 ejemplares [422].
¿Que qué es lo que Rosa Luxemburg ha aportado, con su pri­mera crítica sis-
temática del revisionismo, a la teoría marxista y al movimiento internacional?
1. Rosa Luxemburg había dejado muy claro, por medio de un análisis global
de la concepción de Bernstein, que en el enfren­tamiento con el revisionismo
«no se trata de esta o aquella forma de lucha, esta o aquella táctica, sino de la
existencia misma del movimiento socialdemócrata» y de la propia esencia del
movi­miento obrero [423]. Así que, en el fondo, toda discusión con Berns­tein se
convierte «en una disputa entre dos concepciones del mundo, dos clases, dos
formas de sociedad» [424].
2. Rosa Luxemburg fue la primera en ver que la nueva «capaci­dad de adap-
tación del capitalismo» no representaba sino las nue­vas particularidades de
la fase imperialista, que pretendía integrar en el sistema a la clase trabaja-
dora en su totalidad mediante la racionalización del sistema socioeconómico

222 RECOPILACION DE TEXTOS


del capitalismo del siglo XIX, que había quedado anticuado. Esta «capacidad
de adaptación del capitalismo» encontraba expresión, según Bernstein, en
los fenómenos siguientes: primero, en la desaparición de las crisis generales;
segundo, en la resistencia y tenacidad de las clases medias; y tercero, en la
mejora económica y política de la situación del proletariado gracias a la lucha
sindical. Bernstein negaba con ello la concepción de Marx y Engels y el prin­
cipio fundamental del Programa de Erfurt, al prever el desa­rrollo del capita-
lismo sin traba alguna. Rosa Luxemburg había explicado que los nuevos me-
dios de adaptación utilizados por el capitalismo no solo no pueden solucionar
sus contradicciones in­ternas, sino que suscitan, más bien, contradicciones
—mayores— en la «política mundial» y el militarismo, ahondando más aún el
abismo existente entre capital y trabajo, preparando así su propio derrum-
be. Con ello Rosa Luxemburg había terminado teóricamente con la mitología
de un «desarrollo continuo y sin trabas del capitalismo», con la que Berns-
tein se alineaba junto a los ideó­logos del capitalismo alemán. De esta forma
Rosa Luxemburg señalaba, como una misma tarea a llevar a cabo por el movi­
miento obrero internacional, la defensa de la paz mundial y la instauración
del socialismo.
3. Rosa Luxemburg había destacado nítidamente el conjunto de relaciones
orgánicas y diferencias cualitativas existentes entre lucha cotidiana y meta
final, es decir, entre reforma y revolu­ción, criticando la concepción de Berns-
tein, la cual predecía la ins­tauración del socialismo sin revolución por medio
de la simple difu­sión de reformas sociales, de la victoria en la lucha electoral
y del progreso de los sindicatos y cooperativas. Frente a esta concepción afir-
maría ella, por el contrario, que solo un desarrollo dialéctico por medio de la
lucha de la masa obrera revolucionaria consciente de su misión podía operar
una transformación cuali­tativa de las reformas, pasando a la categoría de fin
último del movimiento. Solucionaba así, desde un punto de vista teórico, aquel
problema del «cómo» [425], que, de hecho, se echaba en falta en el Programa
de Erfurt, por lo mismo que en su día había sido criticado ya por Engels [426].
4. Rosa Luxemburg había reconocido la esencia del trabajo en la sociedad
burguesa y del Estado de clase en su estadio imperia­lista, y advirtió de que si
el movimiento socialista no comprendía esta esencia del trabajo y del Esta-
do todo acabaría en el abandono del socialismo e incluso en la disolución del
movimiento.
5. Last but not least. Con su trabajo teórico, Rosa Luxemburg había recupe-
rado el punto de vista marxista que considera todos los fenómenos del mundo
como una totalidad y como un proceso de desarrollo dialéctico, que se deter-
minan unos a otros. Con ello, restablecía el principio de la revolución como el
motor del proceso histórico y de la dialéctica como método de conocimiento
en el seno del movimiento socialdemócrata.

ROSA LUXEMBURGO HOY 223


II

A partir del «discurso de El dorado» los oportunistas presen­taban siempre


sus teorías revisionistas como la táctica necesaria para acomodarse a las nue-
vas circunstancias. El mismo Bernstein, en su carta dirigida al Congreso de
Stuttgart, había justificado su punto de vista como si se tratase de una táctica:
«Se ha afir­mado, desde ciertas posiciones, que la consecuencia práctica de
mis trabajos es la renuncia a la conquista del poder político por el proletaria-
do organizado política y económicamente. Esta es una conclusión totalmente
arbitraria, cuya verdad niego decidida­mente. He salido al paso de la opinión
que dice que nos encontra­mos ante un colapso inminente de la sociedad bur-
guesa y que la socialdemocracia debe determinar su táctica con las perspec­
tivas de un tal inminente derrumbe social, o bien hacerla dependiente de ese
gran acontecimiento, que ya está en puertas. Y lo que he dicho lo mantengo en
toda su amplitud» [427]. Como hemos indicado anteriormente, lo esencial de
sus afirmaciones se refieren al cam­bio de la estrategia socialdemócrata, es
decir, al abandono de la revolución socialista como meta. No se limitaba, pues,
a dar expresión a lo que él, personalmente, esperaba, sino que se con­vertía
en portavoz de la corriente revisionista, cada vez más ex­tendida en la praxis
cotidiana del SPD.
Los prácticos del SPD, personas como Ignaz Auer o Vollmar, que actuaban,
pero hablaban poco sobre su forma de actuar, temían ser molestados en su
actividad por las palabras de Bernstein. Así fue como Georg von Vollmar, a la
cabeza de la corriente oportu­nista, pudo escribir, por ejemplo, en una carta
fechada en octubre de 1899, a Bernstein, no sin ironía, lo siguiente: «Desde
los tiempos de Erfurt hablo menos y actúo más. Y cuando tengo que hablar, lo
hago sobre todo pensando en qué es lo que el partido puede llevar a cabo aquí
y ahora. Puedo decir que estoy completamente satisfecho con los resultados...
Desde un punto de vista práctico, yo no hubiera escrito jamás —o por lo menos
no lo hubiera hecho como tú—, tu tan difamada obra... Padeces de hipertrofia
de la conciencia, de urgencia de confesarte y de poner algo sobre el tapete, sin
tomar en consideración el estado del estómago de tus huéspedes. Y esto tiene
que crear necesaria­mente dificultades». «El camino está ahora libre para un
desarro­llo natural de las cosas... solo que no se puede pedir a la colum­na que
haga demasiadas marchas, y así todo irá bien» [428].
Los defensores, en el partido, del Programa de Erfurt, sobre todo August
Bebel y Karl Kautsky, no podían entender el funda­mento y la esencia de las
opiniones de Bernstein. Tenían la sos­pecha de que Bernstein no reconocía el
estado de cosas dominante en Alemania a causa de su estancia excesivamen-
te larga en un «ambiente inglés» [429], o a causa de una mala interpretación de
las cifras que proporcionaban las estadísticas. No pudiendo, por tan­to, hacer
otra cosa que recomendarle su «conversión» y la vuelta a la patria, a fin de
defender el Programa de Erfurt. He aquí la contestación, en tono orgulloso,
que les manda Bernstein, en fecha 20-10-1898: «No se me ha ocurrido atacar,

224 RECOPILACION DE TEXTOS


en mi artículo sobre la conquista del poder político, al partido alemán... Pues,
el partido alemán ha practicado con la suficiente frecuencia, o, mejor dicho,
siempre, el oportunismo, y, en todo caso, su política ha sido siempre mucho
más correcta que su fraseología. Por ello, no quiero reformar la política que,
de hecho, lleva a cabo el par­tido... a lo que aspiro, y... a lo que, como teórico
debo aspirar, es a la unidad entre teoría y realidad, entre frase y acción» [430].
Parvus, del ala izquierda del partido, pudo reconocer que «...con ello, se dis-
trae la atención del Gobierno de los asuntos de polí­tica interior, despertando
el deseo de paz interior, a fin de tener las manos más libres en la ausencia de
paz en el exterior. Y este relajamiento de la reacción política actúa también de
amortigua­dor y produce en las cabezas tantas más ilusiones cuanto más haya
sido abonado el terreno con la mierda del reformismo so­cial, contribuyendo
también el desarrollo industrial de los últi­mos años al fomento de talos ilu-
siones» [431]. Pero, al no poder Par­vus concebir el revisionismo solo como una
manifestación «en la praxis», tuvo que renunciar a «encerrar al oportunismo
en una fórmula» [432].
Rosa Luxemburg fue, por tanto, la única teórica que supo ver en las ideas
de Bernstein un ataque sistemático a «la existencia misma del movimiento
socialdemócrata» [433]. Es digno de notar, creo yo, el hecho de que ella desve-
lara con claridad la dife­rencia entre los fundamentos de la socialdemocracia
y los de Bernstein: «La diferencia no está, pues, en el qué, sino en el cómo»
[434]. «Y esto es tanto el núcleo de su concepción como la diferencia funda-
mental que lo separa de la concepción socialde­mócrata hasta ahora usual...
no basa su teoría en la eliminación de estas contradicciones por su propio y
consecuente desarrollo. La teoría del revisionismo se halla en el medio, en-
tre dos extre­mos: no quiere llevar las contradicciones capitalistas a su plena
madurez ni eliminarlas una vez se ha llegado al extremo por un cambio re-
volucionario; lo que quiere es atenuarlas, quitarles mor­diente» [435]. La tácti-
ca de la socialdemocracia, al contrario, no con­siste, según ella, «en esperar el
desarrollo extremo de las contra­dicciones capitalistas hasta que se produzca
entonces un cambio revolucionario. Al revés: lo que hacemos es apoyarnos en
la di­rección del desarrollo una vez conocida para llevar luego en la lucha po-
lítica sus consecuencias hasta el límite» [436]. Rosa Luxemburg subrayaba así
el hecho de que la teoría revisionista se funda en la eliminación de la dialéc-
tica materialista, pero que el desa­rrollo dialéctico del proceso histórico, a su
vez, solo podía reali­zarse a través de la actividad del sujeto, consciente del fin
que persigue. Destacando así, con toda claridad, «en qué consiste la esencia
de toda táctica revolucionaria» [437].
Y contra el reproche de Bernstein, en el sentido de un «dualismo» teórico
en Marx, «de un resto de utopismo» [438]. Rosa Luxemburg replica: «El ‹dua-
lismo› marxiano no es sino el dualismo del futuro socialista y el presente ca-
pitalista, del capital y el trabajo, de la burguesía y el proletariado, es el mo-
numental reflejo científico del dualismo existente en la sociedad burguesa, de
los antagonis­mos de clase de esa sociedad» [439]. Denuncia así la esencia de la
forma de ver típica de Bernstein: «El ‹monismo›, es decir, la uni­dad de Berns-
tein, es la unidad del orden capitalista eternizado, la unidad del socialista que

ROSA LUXEMBURGO HOY 225


ha renunciado a su meta final para acabar viendo en la sociedad burguesa,
única e inmutable, la es­tación final del desarrollo humano» [440]. Deja claro
que la Weltanschauung revisionista es la forma de ver las cosas de un utópico
que se ha distanciado de la dinámica de hecho del proceso histórico, viendo
con los ojos de su deseo el desarrollo y el futuro de la historia; en tanto que la
concepción del mundo marxista asume como una totalidad ambas fuerzas,
profundamente contra­puestas, y su dinámica dialéctica dentro de la socie-
dad burguesa.
Rosa Luxemburg había explicado, pues, que la teoría de Berns­tein, que ha-
bía comenzado con el abandono de la teoría del derrumbe capitalista, había
llevado al abandono de la perspectiva socialista, de la concepción materialista
de la historia, de la ley del valor y de la plusvalía, y, con ello, de toda la teoría
económi­ca de Marx; y, por consiguiente también al abandono de la lucha de
clases. Es decir que, según el punto de vista de Bernstein, la socialdemocracia
se tornaría comprensible «como un resultado de la presión política del go-
bierno, no en tanto que resultado lógico del desarrollo histórico, sino como el
producto casual de la política Hohenzollern, no como hijo legítimo de la so-
ciedad ca­pitalista, sino en tanto que bastardo de la reacción» [441], llegando a
la conclusión de que «la discusión con Bernstein se ha con­vertido en una dis-
puta entre dos concepciones del mundo, dos clases, dos formas de sociedad»
y de que «Bernstein y la socialdemocracia se sitúan actualmente en campos
completamente dis­tintos» [442].
Y al reconocer Rosa Luxemburg que la teoría de Bernstein no solo afectaba
a los principios fundamentales del Programa de Erfurt y de la teoría marxista,
sino también, de hecho, a la misma clase obrera, pedía que el debate sobre el
revisionismo no se redujera a una cuestión de un puñado de «académicos»,
sino que se discutiera el problema con las masas obreras: «Mientras el cono-
cimiento teórico siga siendo el privilegio de unos cuantos ‹académicos› en el
partido, seguirá corriendo el riesgo de extra­viarse» [443]. Ella pensaba que la
misma masa trabajadora debía incidir en esta polémica de forma decisoria,
por lo que acababa el prólogo de su libro ¿Reforma social o revolución? con una
estrofa de Heinrich Heine: «La cantidad lo hará» [444].
Rosa Luxemburg había refutado, una tras otra, las teorías de Bernstein, en
base a estos principios y conocimientos funda­mentales. En primer lugar, con-
tra la afirmación de Bernstein, según la cual desaparecería toda crisis general
al tener el sis­tema capitalista cada vez mayor capacidad de adaptación gracias
al desarrollo del sistema de créditos, de las organizaciones em­presariales, del
transporte y el servicio de información, Luxemburg sostenía que el crédito,
si bien forma «un eslabón orgánico de la economía capitalista», constituye
también «un elemento igualmente indispensable de su mecanismo, así como
también un instrumento de destrucción en la medida en que agudiza sus con-
tradicciones internas», porque acrecenta el grado de contradic­ción existente
entre el modo de producción y el modo de apropia­ción, entre las relaciones
de propiedad y las relaciones de pro­ducción y, por tanto, entre el carácter so-
cial de la producción y la propiedad privada capitalista [445]. Por lo que res-
pecta a las aso­ciaciones empresariales que, según Bernstein, evitarían más

226 RECOPILACION DE TEXTOS


efi­cazmente la anarquía inherente al capitalismo y las crisis, ella argumen-
ta que 1) los cárteles «agudizan la lucha entre producto­res y consumidores»;
2) «potencian a su mayor exponente el antagonismo existente entre capital
y trabajo»; y 3) «agudizan la contradicción entre el carácter internacional de
la economía capitalista mundial y el carácter nacional del Estado capitalista»;
en consecuencia, «en cuanto a su acción definitiva sobre la economía capita-
lista, los cárteles y trusts no solo aparecen como un «medio de adaptación»
para atenuar las contradicciones, sino más bien como un medio creado por
ella misma para aumentar su propia anarquía, para agravar sus propias con-
tradicciones y para acelerar su propio hundimiento» [446].
Mérito de Bernstein fue, en mi opinión, el haber comprendido la doble
función desempeñada por las asociaciones empresariales, que, por una par-
te, mantienen a raya la anarquía capitalista, pero, por otra, llevan en sí «los
gérmenes de una forma nueva y más fuerte de dependencia de la clase tra-
bajadora». Dice así: «Mu­cho más importante que profetizar la ‹impotencia›
de los cárteles y trusts, es no olvidar, desde el punto de vista de los trabaja­
dores, sus posibilidades» [447]. En este sentido, comprendió la rea­lidad me-
jor que los defensores del Programa de Erfurt, Bebel y Kautsky. Pero no podía
imaginar, y menos todavía explicar, el tipo de «forma de dependencia nueva
y más fuerte» que apa­recería en la clase obrera con los cárteles industriales.
Rosa Luxemburg, en cambio, había expuesto claramente que las crisis no son
más que un medio de adaptación del sistema capitalista y que las asociacio-
nes empresariales suscitan, a base de sus pro­pias nuevas contradicciones, la
«política mundial» y el milita­rismo, —-contradicciones todavía mayores para
el capitalismo— en el sentido de que la monopolización del capital constituye
el elemento central del nuevo régimen, del imperialismo. Había cali­ficado la
opinión de Bernstein —según la cual la ausencia de crisis había de entenderse
como un síntoma de «adaptación» de la economía capitalista—, de «concep-
ción mecánica y antidialéctica» [448]. Para Bernstein, «las crisis son simple-
mente pertur­baciones en el mecanismo económico; el momento que dejan
de hacer acto de presencia supone que el mecanismo ya puede funcionar
acompasadamente»; mientras que para R. Luxemburg las crisis «no son, de
hecho, ‹perturbaciones› o, mejor dicho, son perturbaciones de las cuales, no
obstante, la economía capita­lista en su conjunto no puede prescindir» [449].
Es verdad que las crisis son, para el empresario individual, autén­ticas crisis
existenciales, una seria amenaza. Pero en tanto se li­miten a la esfera econó-
mica, no suponen una amenaza para el sistema capitalista en sí. Lo que pasa
es que el gran capital arrasa sin piedad a la mediana y pequeña empresa, y
crece en la misma medida en que traga. Esto lo podemos ver todavía hoy día.
Rosa Luxemburg había percibido muy tempranamente la esencia y la función
de las crisis: «Más peligros que las crisis mismas entra­ñaría un desarrollo ‹sin
perturbaciones› de la producción capi­talista. (...) Precisamente las crisis, que
son la otra consecuencia del mismo proceso, provocan a través de la desvalo­
rización perió­dica del capital, del abaratamiento de los medios de producción
y de la paralización de una parte del capital activo, la elevación de los bene-
ficios, dando lugar así a la posibilidad de nuevas inversiones y con ello a una

ROSA LUXEMBURGO HOY 227


expansión de ¡a producción. Así resul­tan ser el medio de atizar el fuego del
desarrollo capitalista una y otra vez» [450]. Rosa Luxemburg explica que las
crisis no son sino medios para extender el pánico entre los trabajadores, los
em­presarios medianos y pequeños y sus familias; pero que, en sí, para el sis-
tema capitalista, no son sino un pretexto para centra­lizar y monopolizar el
capital, presentando así el irreconciliable antagonismo entre el ciudadano y
el capital monopolista como uno de los fundamentos básicos de la sociedad
capitalista actual.

III

Pero más importante que su análisis de las crisis es su intento primero


de analizar lo que es la «política mundial» [451] y el mili­tarismo, es decir, el
imperialismo, algo que estaba fuera del campo visual de Bernstein. Señala
agudamente al respecto: «El mismo desarrollo capitalista transforma esen-
cialmente la natu­raleza del Estado» [452]. Precisamente este cambio esencial
de la naturaleza del Estado era considerado por Bernstein como indi­cativo de
las posibilidades de transición pacífica al socialismo, y sobre esa base había
construido su teoría revisionista. Rosa Lu­xemburg escribe al respecto: «En
este sentido, se prepara la futura fusión del Estado con la sociedad, la recupe-
ración, por así decirlo, de las funciones del Estado por la sociedad» [453]. Pero
re­cuerda, al mismo tiempo, que el Estado actual no es sino un Estado de clase,
a pesar de que asuma funciones diversas de los intereses globales. El Estado
intenta en la medida de lo posible integrar a la clase trabajadora en el siste-
ma capitalista: «El Estado actual no es precisamente ‹sociedad› en el sentido
de ‹clase obrera ascendente›, sino representante de la sociedad capitalista, es
decir, Estado de clase. Por esta razón, la reforma social salida de sus manos no
es la realización del ‹control social›, es decir, del control del pueblo trabajador
libre sobre su propio proceso de trabajo, sino control de la organización de cla­
se del capital sobre el proceso de producción del capital. Ahí precisa­mente, es
decir, en los intereses del capital es donde la reforma social encuentra tam-
bién sus limites naturales» [454].
Es evidente que incluso tal «reforma social» no puede llevarse a efecto sin
la lucha de la clase obrera. Sin embargo, Rosa Luxem­burg ha mostrado clara-
mente que, a pesar de la más radical de las luchas de la clase obrera, el «con-
trol social» del Estado no constituye, en tanto este siga manteniendo el mismo
carácter de clase, «ninguna intervención en la explotación capitalista», sino
solo «el establecimiento de una normativa; ordenación de esa explotación»
[455], quebrantando con ello el optimismo de Bernstein, que confiaba en que
se podría acceder al socialismo mediante el «control social del Estado».
Con la progresiva centralización y monopolización del capital, el nuevo sis-
tema capitalista crea las bases para la aparición de la «política mundial» y el
militarismo, con el fin de superar sus contradicciones y poder desarrollarse
cada vez más. Rosa Luxemburg se refiere, en ¿Reforma social o revolución?, al

228 RECOPILACION DE TEXTOS


por qué el militarismo se ha hecho imprescindible a la clase capitalista: «Pri-
mero, como medio de lucha de los intereses ‹nacionales› en concurrencia con
otros grupos nacionales; segundo, como campo de inversión muy importan-
te tanto para el capital financiero como para el capital industrial; y, tercero,
como instrumento de la dominación de clase sobre el pueblo trabajador en
el propio país» [456]. Va más allá en su análisis del fenómeno del militarismo
en un artículo, Milicia y militarismo, escrito entre la aparición de la primera y
segunda parte de ¿Reforma social o revolución?, en el que leemos: «El milita-
rismo, que para la sociedad en su conjunto supone un despilfarro totalmente
absurdo desde un punto de vista económico, despilfarro en fuerzas produc-
tivas que para la clase obrera viene a suponer un descenso de su nivel eco­
nómico, y su esclavitud social, constituye, para la clase capita­lista, desde un
punto de vista económico, la más brillante e insustituible forma de inversión,
a la vez que el mejor apoyo social y político de su dominación de clase» [457].
Rosa Luxemburg percibe así muy tempranamente, que el militarismo cons-
tituía el enemigo mortal de la clase obrera y de la socialdemocracia y que la
exis­tencia de estos dependía de la lucha contra el militarismo. Por esta razón
había escrito, en tono de aviso: «En el militarismo cristaliza el poder y la do-
minación tanto del Estado capitalista como de la sociedad burguesa; y como la
socialdemocracia es el único partido que lucha, por principio, contra él, la lu-
cha, por principio, contra el militarismo es la esencia de la socialdemo­cracia.
La renuncia a luchar contra el militarismo desemboca, prácticamente, en la
negativa a luchar contra el orden social actual» [458]. Y en la segunda parte
de ¿Reforma social o revolución? veía ella en «la política mundial y en el movi-
miento obrero» dos factores que «están precisamente determinando la tota-
lidad de la vida política del Estado actual...» [459] «dos aspectos diferentes de
la fase actual del desarrollo capitalista» [460], poniendo así el dedo en la llaga
de las bases del antagonismo de la época imperialista. Estaba completamen-
te convencida de que solo el movimiento obrero revolucionario podía, luchar
contra la «política mundial» y el militarismo.
En sus análisis, cada vez más profundos, de la «política mundial» y del mili-
tarismo, Rosa Luxemburg no solo había visto en ambos fenómenos uno de los
más efectivos métodos de opresión del sis­tema capitalista; destacaba tam-
bién en ellos su carácter de ele­mento central en la nueva guerra —mundial—,
y así pudo prever que la «política mundial» tenía que producir forzosamente
el de­rrumbe del sistema capitalista mismo, y con él la ruina sin precedentes
de toda la humanidad.
Rosa Luxemburg no tenía aún claro —me parece—, por la época de la pu-
blicación de su Milicia y militarismo y de su discurso en el Congreso de Han-
nover, el hecho de la íntima relación orgá­nica entre la «política mundial» y el
militarismo. Sin embargo, ya en su artículo «Un resultado de la política inter-
nacional», publi­cado en el Leipziger Volkszeitung en enero de 1900, había cali-
ficado de «caprichos imperialistas» [461] la guerra anglo-boer, determinando
claramente la íntima relación que guardaban ambos fenómenos entre sí: «La
política mundial lleva, en cualquier caso y por todas las vías, a la misma meta:
al fortalecimiento del militarismo» [462]. Siguiendo este mismo razonamiento,

ROSA LUXEMBURGO HOY 229


fue todavía más lejos con ocasión de su discurso pronunciado en el Congreso
Internacional Socialista celebrado en París del 23 al 27 de septiembre de 1900.
Allí caracterizaba la estrecha relación entre militarismo y polí­tica colonial
como «nada más y nada menos que dos caras dis­tintas del mismo fenómeno:
la política mundial» [463], presentando así la aparición de la política mundial,
del militarismo y de la política colonial como una trinidad de la nueva fase
imperialista.
En su discurso en el Congreso de Maguncia, Rosa Luxemburg ha­bía enten-
dido la guerra china como «el primer acontecimiento de la era de la políti-
ca mundial» y apelaba, con este motivo, a la clase obrera a contestar a «este
primer ataque de la reacción internacional, de la Santa Alianza, de forma
inmediata, con una protesta unánime por parte de todos los partidos obre-
ros de Europa» [464]. Poco después, en el citado Congreso Internacional So-
cialista de París, presentaba, de un lado, la política mundial, el militarismo y
la política colonial como una trinidad y como una nueva amenaza de guerra
y, de otro, se refería también a la formación de una nueva base para la soli-
daridad internacio­nal en el seno del movimiento obrero: «El mismo milita-
rismo, la misma política naval, la misma caza de colonias, la misma reacción
por todas partes y, sobre todo, un permanente peligro de guerra internacional
o, por lo menos, un estado de animosidad permanente, en que están involu-
crados igualmente todos los Estados civilizados importantes. Pero con ello, se
han sentado, al mismo tiempo, unas nuevas bases para una acción política
común» [465]. Hacía, por primera vez en el mundo, una llamada a un movi-
miento internacional de protesta de la clase obrera contra el imperialismo y
el inminente peligro de guerra, con las siguientes palabras: «Los socialistas
no pueden ya limitarse a hacer decla­raciones platónicas». «Frente a la alianza
de la reacción imperia­lista el proletariado tiene que oponer un movimiento
de protesta internacional» [466]. Esta concepción, expresada aquí por primera
vez, viene reflejada en todos sus discursos y acciones; es, por así decirlo, como
un hilo conductor que vincula todos sus hechos y discursos.
Este punto de vista de Rosa Luxemburg y su comprehensión de la esencia
de la «política mundial» está en crasa contradicción con el punto de vista y la
concepción de Bernstein. A la frase del Manifiesto Comunista, de que «el pro-
letariado no tiene patria», Bernstein replicaba: «Esta frase podía aplicarse, en
todo caso, al obrero de los años cuarenta, sin derechos y excluido de la vida
pública, pero hoy día... ha perdido ya en gran parte su verdad y ello cada vez
más, en la medida en que el obrero se vaya con­virtiendo, por la influencia de
la socialdemocracia, de proleta­riado que era en... ciudadano» [467]. Con ello,
apoyaba implícita­mente la política de integración de la clase trabajadora ejer-
cida por el sistema en el interior del país y reconocía, en el plano de la política
exterior, la política colonial imperialista como «un derecho de la civilización
superior» [468]. Bernstein no podía en abso­luto concebir la transformación
estructural del capitalismo del siglo XIX amenazado siempre de crisis como
un proceso de de­sarrollo históricamente necesario del capitalismo hasta ac-
ceder a la nueva «política mundial» imperialista; por ello aceptaba la política
imperialista y se convertía así en partidario teórico del nuevo sistema impe-

230 RECOPILACION DE TEXTOS


rialista. Rosa Luxemburg, en cambio, no solo había comprendido el significado
global del cambio estructural verificado en el capitalismo, sino que había visto
también clara­mente que este cambio produce, no ya las viejas contradiccio-
nes del capitalismo del siglo XIX, sino una serie de contradicciones de nuevo
cuño, tales como el estado de animosidad permanente entre los estados im-
perialistas y el peligro inminente de una guerra mundial; indicando además,
como hemos visto, que esto haría también posible la creación de nuevas bases
para la soli­daridad internacional y la acción revolucionaria de la clase obre­ra,
una nueva base para vincular la lucha por el socialismo y el mantenimiento de
la paz mundial [469]. Aclaraba al respecto: «Cada vez parece más probable que
el hundimiento del orden capitalista resulte, no de una crisis económica, sino
de una crisis política, producida por la política mundial. Puede que la hegemo-
nía del orden capitalista dure todavía mucho tiempo, pero tarde o tem­prano
sonará la hora; y para que el momento decisivo nos en­cuentre preparados, de
cara al gran papel que debemos desem­peñar, es necesario que el proletaria-
do de todos los países se prepare para ello por medio de una continua acción
internacional» [470]. En este sentido, se puede decir —como lo ha hecho Lelio
Basso— que el mérito de Rosa Luxemburg estriba en «haber puesto en primer
plano el factor militarismo y guerra como un factor potencialmente revolu-
cionario, en el marco del movimiento internacional» [471].

IV

Todo aquel que tenga por cierta la teoría de Rosa Luxemburg, estará de
acuerdo en convenir que ella desveló, en su polémica contra Bernstein, la re-
lación orgánica entre lucha cotidiana y meta final, es decir, entre reforma y
revolución. Leemos, por ejemplo: «Entre reforma y revolución existe para la
socialde­mocracia un vínculo indisoluble, puesto que concibe la lucha por las
reformas como un medio, mientras que la revolución social es para ella el fin»
[472]. Pero con esto no queda agotada toda la importancia de su polémica.
El Programa de Erfurt, establecido en base a un programa máxi­mo y otro
mínimo, tenía un defecto, como lo había constatado Engels ya en 1891: «Las
exigencias políticas del proyecto presen­tan un gran defecto. Aquello que,
propiamente, debería ser dicho no está contenido allí» [473], pues faltaba la
aclaración de cómo, con un programa mínimo, se podía alcanzar la meta fi-
nal. Engels cri­ticaba: «Uno trata de convencerse a sí mismo y de convencer al
partido de que ‹la sociedad actual está abocada al socialismo›, sin preguntar-
se si se desarrolla necesariamente a partir de su vieja estructura social; si no
tendrá que deshacerse violentamente de su viejo caparazón, con tanta vio-
lencia como el cangrejo; si no tendrá que romper, en Alemania, las cadenas
de una estructura política todavía semiabsolutista y, además, enormemente
compleja» [474].
A pesar de esta crítica de Engels, la dirección del partido no solo no planteó
abiertamente los defectos del programa, sino que no publicó el escrito de En-

ROSA LUXEMBURGO HOY 231


gels hasta 1901, por temor a dar al gobierno un nuevo pretexto que justificara
la opresión y la promulgación de una nueva ley antisocialista. Por lo demás, no
se comprendió la critica de Engels en todo su alcance. La dirección del partido
había hablado de la meta final, sin más, sin explicitar ni teórica ni práctica-
mente cómo conseguir este fin a través de la lucha cotidiana. Aparecía así,
en la praxis del partido, una disociación entre palabras y hechos, Bernstein
se había refe­rido a ello, en una carta dirigida a Bebel, como ya dijimos ante­
riormente. Hablaba allí «de una evolución natural de la sociedad hacia el so-
cialismo»: mediante el aumento de votos del SPD, el crecimiento y extensión
de los sindicatos y cooperativas y la instauración de la autoadministración
democrática en los munici­pios [475]; «sin preguntarse «si ella [la sociedad ac-
tual] no se desa­rrolla necesariamente a partir de su vieja estructura social, si
no tendrá que deshacerse violentamente de su viejo caparazón», como Enge-
ls había criticado. De modo que Bernstein citaba las palabras de Engels, pero
utilizándolas, por lo que al contenido se refiere, en su contra: «La socialdemo-
cracia prospera mucho más por medios legales que por medios ilegales y por
la revolución» [476]. Bernstein se había cuestionado muchas veces en torno
a la ex­presión «dictadura del proletariado», de si tendría sentido «con­servar
la expresión ‹dictadura del proletariado›» y contesta: «Está, hoy día, tan an-
ticuada que se despoja a la palabra dicta­dura de su significado propio, el que
de hecho tiene, dándole algún otro sentido menos radical» [477]. Para afirmar
finalmente: «Si la socialdemocracia tuviera la valentía de emanciparse de una
fra­seología que, de hecho, ha quedado anticuada y si quisiera aparecer como
actualmente es en realidad, un partido reformista socialdemócrata, su influjo
sería mucho mayor de lo que es en la actualidad» [478].
¿Qué es lo que Rosa Luxemburg nos ha legado de su polémica con Berns-
tein? Su principal mérito consiste en haber señalado con toda claridad, en sus
análisis sobre la esencia y función del Estado, las conexiones orgánicas exis-
tentes entre las luchas dia­rias en el parlamento, en los sindicatos y munici-
pios, por una parte, y la revolución por otra. Afirma, por ejemplo, que si la lu-
cha parlamentaria se limita al marco del parlamento, si el mo­vimiento obrero
no rebasa el nivel económico y no aspira, en su totalidad, a una revolución
global del carácter clasista del Estado, entonces todas estas luchas no podrán
llegar jamás a conseguir su fin último. Por el contrario, lo que harán en reali-
dad será apo­yar la dominación del Estado de clase, a pesar de su antagonis-
mo con el mismo. De modo que Rosa Luxemburg mostraba con toda nitidez
la conexión orgánica entre todos los movimientos y la revolución. Puede, por
tanto, afirmarse que el pensamiento cen­tral de El Estado y la revolución estaba
ya en germen en el escrito luxemburguiano ¿Reforma social o revolución?
Rosa Luxemburg había caracterizado el papel y la función de los sindicatos
de la forma siguiente; «En primer lugar, los sindica­tos tienen por tarea influir
en la situación en el mercado de la mercancía fuerza de trabajo por medio de
su organización. Sin embargo, la organización se ve continuamente desbor-
dada por el proceso de proletarización de las capas medias que hace afluir
constantemente nueva mercancía al mercado de trabajo. En se­gundo lugar,
los sindicatos se proponen elevar el nivel de vida de la clase obrera, acrecentar

232 RECOPILACION DE TEXTOS


la parte de riqueza social que va a manos de esta. Sin embargo, a causa del cre-
cimiento de la pro­ductividad del trabajo, esa parte de la riqueza social que le
co­rresponde a la clase obrera se va reduciendo progresivamente con la fatali-
dad de un proceso natural» [479]. Y añade: «En sus dos funciones económicas
principales, por tanto, la lucha sindical se transforma, a causa de procesos ob-
jetivos de la sociedad capitalista en una especie de trabajo de Sísifo» [480]. Los
dirigentes sindicales se habían molestado mucho por la expresión «trabajo de
Sísifo». Pero Rosa Luxemburg no habla subvalorado, ni mucho menos negado,
la utilidad y necesidad de los sindicatos, como puede verse en las siguientes
palabras: «A pesar de todo, este trabajo de Sísifo es completamente necesario
si el trabajador quiere percibir el tipo salarial que le corresponda según la si-
tuación del mercado que en cada caso exista, si la ley salarial capitalista ha de
ser realizada y si han de ser paralizados —o mejor, atenuados— los efectos de
la tendencia decreciente inherente al desarrollo capitalista» [481].
Rosa Luxemburg delimitaba las funciones de los sindicatos: su actividad se
limitaría, «en lo esencial, a la lucha por el salario y por la reducción del tiem-
po de trabajo, es decir, a la mera regulación de la explotación capitalista, se-
gún la relación de mercado existente en cada caso» [482]. Razón por la cual los
sindi­catos no pueden acabar con el sistema salarial ni abolir la explo­tación
capitalista. Así quedaba destruida la ilusión de Bernstein de poder realizar el
socialismo gradualmente, por medio de la lucha sindical. Y dado que Rosa Lu-
xemburg estaba convencida de que esa ilusión representaba el mayor obstá-
culo para la lucha del movimiento obrero, en su discurso pronunciado en el
Congreso de Hannover, afirmaría: «La clase obrera no tiene mayor ene­migo
en la lucha que su propia ilusión. En el fondo, los que defienden una tal con-
cepción no son en absoluto amigos de los sindicatos, pues coadyuvan necesa-
riamente a una ulterior decep­ción» [483].
Es de notar muy especialmente que Rosa Luxemburg afirmó contra Ber-
nstein: «El socialismo no se deriva automáticamente y bajo cualquier cir-
cunstancia, de la lucha cotidiana de la clase obrera. Resulta solamente de las
contradicciones cada vez más agudas de la economía capitalista y de la con-
vicción, por parte de la clase obrera, de la absoluta necesidad de su abolición
por medio de una revolución social» [484]. Citaba, por ejemplo, el caso de la
«participación activa de los sindicatos en la determi­nación del volumen de la
producción y de los precios de las mer­cancías», recalcando que ello tenía que
llevar necesariamente a «la lucha solidaria del capital y la fuerza de trabajo en
contra de la sociedad consumidora», es decir, a lo «contrario de la lucha de cla-
ses» [485]. Si el movimiento obrero se reconcilia o coopera con el capitalismo
monopolista, sin tomar en consideración la estructura de la sociedad capita-
lista y de su Estado de clase, deberá atenerse a una serie de consecuencias: la
reconciliación y cooperación facili­tarán la integración de la clase obrera en el
sistema imperialista, llevará a la clase obrera al abandono de su lucha contra
el capi­talismo y enfrentará los sindicatos a los consumidores y a otros traba-
jadores no organizados en el interior del país, en el extran­jero, a los pueblos
del Tercer Mundo... Un fenómeno que puede constatarse aún hoy día.

ROSA LUXEMBURGO HOY 233


¿Qué importancia tienen pues, los sindicatos, cuál es su papel, según la
concepción de Rosa Luxemburg? Debemos insistir en el hecho de que ella no
subvalora, en modo alguno, la actividad sin­dical y su lucha diaria. La considera
justa, necesaria a los traba­jadores para defender por sí mismos su vida y su
existencia, frente a los ataques del capital. En su opinión, lo más importan-
te era que la clase obrera pudiera percibir las «contradicciones cada vez más
agudas de la economía capitalista» y reconociera «la absoluta necesidad de
su abolición por medio de una revolución social». Creía que «la enorme re-
levancia socialista de la lucha sindical y política consiste en que socializan el
conocimiento, la conciencia del proletariado» [486]. Veía en el sindicato y en su
lucha cotidiana algo así como una escuela, donde los obreros llegan a conocer
exactamente la esencia de la sociedad capitalista, adqui­riendo, con ello, una
conciencia socialista y pudiendo así orga­nizarse como clase antagónica al ré-
gimen imperialista y tomar conciencia del papel que ella misma desempeña,
como «único apoyo de la democracia» [487].
Había construido esta visión del movimiento obrero a partir de su análisis
de la esencia de la sociedad capitalista y del Estado de clase. Como dijimos
antes, el mérito de Rosa Luxemburg, en su escrito ¿Reforma social o revolu­
ción?, consiste en haber sido la primera en analizar la esencia y las funciones
del nuevo Estado imperialista, clarificando así la importancia y el papel de la
revo­lución en el proceso de desarrollo histórico, recuperando así el concepto
de revolución para el movimiento socialista y obrero; concepto rechazado, en
realidad, no solo por Bernstein, sino tam­bién por Bebel y Kautsky.
Frente a la creencia de Bernstein en la posibilidad de emancipar a la cla-
se obrera de la esclavitud del salario por medio de un trabajo legal de refor-
mas, Rosa Luxemburg se preguntaba: «¿Cómo suprimir (...) la esclavitud del
salario ‹por el camino legal›, poco a poco, si no encuentra expresión en las le-
yes?»[488]. Con estas palabras evidenciaba el mecanismo fundamental de la
sociedad burguesa y su relación con el Estado, mientras que Bernstein tenía a
la sociedad burguesa por una masa inamovible, por lo que ni siquiera se tomó
la molestia de analizarla. La sociedad bur­guesa es, en palabras de Marx en su
artículo Sobre la cuestión judía, «el mundo de las necesidades, del trabajo, de
los intereses privados, del Derecho privado», un mundo en el que la perso-
na humana «no ha sido liberada de la propiedad», sino que recibe la «libertad
de la propiedad» (con otras palabras, la libertad de explotación por el capital)
[489]. En tanto la sociedad burguesa siga en pie sobre esta «base natural», no
necesita expresar por vía legal la esclavitud del salario, como Rosa Luxemburg
había ya apuntado.
Ahora bien, ¿cuál es la relación social con el aparato de Estado? «Ya que el
Estado», tal y como lo analizara Marx en su escrito La ideología alemana, «es
la forma en que los individuos de una clase y en que la totalidad de la sociedad
burguesa de una época se recapitula, la consecuencia es que todas las insti-
tuciones co­munes vienen mediatizadas por el Estado, asumiendo una forma
política. De ahí la ilusión de considerar la ley como algo que se apoyara en la
voluntad, una voluntad, por cierto, desligada de su base real: una voluntad li­
bre. Reduciéndose, asimismo, de nuevo el Derecho a la ley» [490].

234 RECOPILACION DE TEXTOS


Si es verdad que la esclavitud del salario se apoya, como Marx ha mostrado,
no en la ley, sino en la relación de clases de la so­ciedad burguesa, entonces la
clase obrera no podrá liberarse de ella sin revolucionar también a fondo ese
mecanismo de la socie­dad burguesa. Por decirlo con palabras de Rosa Luxem-
burg: «Todas las relaciones básicas de la dominación de clase capita­lista son
imposibles de transformar por medio de reformas lega­les sobre bases bur-
guesas precisamente porque ni fueron intro­ducidas por leyes burguesas ni
han adquirido jamás forma legal alguna» [491]; y señala a continuación la dife-
rencia esencial existente entre reforma legal y revolución: «La reforma legal,
por tanto, y la revolución no son métodos diferentes del progreso histórico
que se puedan escoger a voluntad en el buffet de la historia, igual que se eligen
salchichas frías o salchichas calientes, sino momentos diversos en el desarro-
llo de la sociedad de clases que se complementan y condicionan uno a otro ex-
cluyéndose, sin em­bargo, mutuamente, al igual que, por ejemplo, el Polo Sur
y el Polo Norte, o la burguesía y el proletariado» [492]. Sigue luego expli­cando
cómo la reforma social no representa, en sí misma, fuerza motriz alguna de la
historia, al ser «la correspondiente constitu­ción legal meramente un produc­
to de la revolución»; así malogra el intento de Bernstein de sustituir la revolu-
ción por la reforma social. Hasta ahora Rosa Luxemburg basa su análisis y su
forma de ver las cosas en la doctrina marxista; recupera, en su polémica con
Bernstein, el método y la concepción marxianas.
Pero si la perspectiva de alcanzar el socialismo de forma gradual, por la vía
de las reformas legales, no es más que una ilusión, ¿cómo se puede alcanzar,
entonces, la meta final? Aquí topamos con el problema del «cómo». Y es pre-
cisamente en su intento de solucionar este problema como Rosa Luxemburg
desarrolló, enri­queciéndolo, el marxismo, siguiendo su propio camino.

En su libro ¿Reforma social o revolución?, Rosa Luxemburg pone ante todo


en evidencia la relación entre la aparición del militarismo y el cambio en las
funciones del Estado: «En el momento en que el desarrollo [del capitalismo]
alcanza un cierto punto culminante, da comienzo la divergencia entre los
intereses de la burguesía como clase y los del progreso económico también
en sentido capitalista» [493]. El militarismo constituye, según su opi­nión, un
elemento importante que implica esta disparidad de intereses citada. Y ha-
bía resaltado el hecho de que, en este en­frentamiento entre desarrollo social
e intereses de la clase domi­nante, el Estado se ponía del lado de estos últi-
mos. Rosa Luxem­burg describe así el proceso de transformación del Estado:
«Aparece en su política, al igual que la burguesía, opuesto al desarrollo social,
pierde con ello cada vez más su carácter de re­presentante de la sociedad en
su conjunto y se convierte, en esa medida, cada vez más en Estado de clase.
O, más exactamente, esas dos características se separan y se convierten en
un rasgo contradictorio dentro del mismo Estado» [494]. O, para decirlo con

ROSA LUXEMBURGO HOY 235


Engels: «Ya que el Estado ha surgido de la necesidad de contener los antago-
nismos de clases, pero ya que ha surgido en medio del conflicto de esas clases,
el resultado es que, por lo regular, es un Estado de la clase más poderosa, de la
clase económica domi­nante; esta se convierte, por mediación de él, en la cla-
se dominan­te también políticamente y adquiere así nuevos medios para sub­
yugar y explotar a la clase oprimida» [495]. Pero, al mismo tiempo, el Estado de
clase solo puede funcionar sin dificultades y «con­tener los antagonismos de
clases» porque está cubierto con el manto de un «ilusorio carácter colectivo»
[496]. Pero cuando los anta­gonismos de clases ahondan todavía más en el seno
de la socie­dad, el Estado no tiene más remedio que quitarse el manto de su
«ilusorio carácter colectivo» y mostrar su verdadero carácter de clase. Rosa
Luxemburg destacaba esta contradicción inherente a la esencia misma del
Estado: «Mientras por una parte, aumen­tan las funciones de carácter general
que incumben al Estado, su intervención en la vida social, su ‹control› sobre
esta, por otra, su carácter de clase le fuerza cada vez más a desplazar el centro
de su actividad y de sus medios de poder a terrenos que solo son de utilidad
para los intereses de clase de la burguesía, siendo para la sociedad completa-
mente negativos, es decir: el militaris­mo, la política aduanera y la política co-
lonial. Y de este modo también su ‹control social› se ve penetrado y dominado
cada vez más por el carácter de clase impuesto» [497].
Estas contradicciones internas del Estado capitalista aparecen con suma
claridad en la democracia parlamentaria. Es muy significativo el hecho de que
Rosa Luxemburg usara, en la primera edición de su ¿Reforma social o revolu­
ción?, la palabra «democracia», pero que la sustituyera en la segunda edición,
por la ex­presión «parlamentarismo moderno». El parlamentarismo es, como
se sabe, la institución simbólica de la democracia moderna; y es precisamente
en la polémica contra el revisionismo donde debe valorarse el papel desem-
peñado por el parlamentarismo. Marx había analizado, en uno de sus prime-
ros escritos, Crítica del Derecho público de Hegel, la esencia del parlamentaris-
mo de la forma siguiente: «El quehacer colectivo no existe si no es verdadero
quehacer del pueblo. La auténtica causa del pueblo se ha establecido sin la
actuación del pueblo. El factor constitucio­nal es la existencia ilusoria de los
asuntos de Estado como causa del pueblo» [498]. Marx escribía más tarde, en
sus reflexiones sobre la Comuna de París, en La guerra civil en Francia, lo si-
guiente: «En vez de decidir una vez cada tres o cada seis años qué miem­bro
de la clase dominante representará y pisoteará (ver-und zertreten, N. del T.) al
pueblo en el parlamento...» [499]. Citando esta frase de Marx, seguía escribien-
do Lenin: «Decidir una vez cada unos cuantos años qué miembro de la clase
dominante subyugará y pisoteará al pueblo en el parlamento... ahí tenemos
la esencia del parlamentarismo burgués; y no solo el de las monarquías par­
lamentario-constitucionales, sino también el de la más democrá­tica de las
repúblicas» [500].
Rosa Luxemburg coincidía plenamente, en su idea acerca de la esencia
del Estado, con Marx, Engels y Lenin. Lo que la caracte­riza, en este caso, es
el hecho de no haber subvalorado, precisa­mente debido a su profunda com-
prensión de la esencia de la democracia parlamentaria, la lucha electoral y la

236 RECOPILACION DE TEXTOS


actividad parla­mentaria; por el contrario, las considera a ambas muy impor­
tantes. Pensaba que cuanto mejor las masas conocieran, a través de sus pro-
pias luchas —en los sindicatos, en los municipios, etc.—, la esencia de clase del
Estado y del parlamento, antes abandonarían su propia ilusión sobre el «ca-
rácter colectivo» del Estado, y tomaría conciencia de sus propias tareas como
úni­co apoyo de la democracia y adquiriría con ello una conciencia socialista.
Pues veía objetivamente en la lucha de masas un momento de cristalización
del carácter de clase del Estado y, al mismo tiempo, desde un punto de vis-
ta subjetivo, el mo­mento del proceso de autoconcienciación y autonomía de
las masas. Así es como describía ella este proceso dialéctico de de­sarrollo por
medio de la lucha de masas: «Si la democracia se ha convertido para la bur-
guesía en algo en parte superfluo, en parte enojoso, para la clase obrera re-
sulta necesaria e indispen­sable. Es necesaria, en primer término, porque crea
las formas políticas (autoadministración, sufragio, etc.) que servirán al pro­
letariado de impulso y apoyo en su transformación de la sociedad burguesa.
Pero resulta indispensable también, en segundo lugar, porque solo en ella, en
la lucha por la democracia, en el ejercicio de sus derechos, puede llegar el pro-
letariado a tomar consciencia de sus intereses de clase y de sus tareas históri-
cas. En una palabra, la democracia es indispensable no porque haga superflua
la conquista del poder político por el proletariado, sino al revés, porque hace
tanto necesaria como posible esa toma del poder» [501].
De este modo, Rosa Luxemburg superaba, en el plano teórico, aquel defecto
del Programa de Erfurt que había llevado al SPD hacia una vía revisionista,
restableciendo, en todo su valor, el concepto de revolución dentro del proceso
de desarrollo histó­rico: «Todo el secreto de las revoluciones históricas, de la
toma del poder político, consiste en el paso de simples modificaciones cuan-
titativas a una nueva calidad, concretamente: se trata del paso de un período
histórico a otro, de un tipo de sociedad a otro» [502]. «Ha sido completamente
inevitable que se produjese una revolución en regla tanto para la abolición de
la servidumbre como para la supresión del feudalismo» [503].

VI

Para finalizar, veamos cómo Rosa Luxemburg desveló las fuen­tes del revi-
sionismo. Como ya dije al comienzo de este trabajo, ella pensaba que el origen
de las desviaciones tanto anarquistas como oportunistas estaba «en la esen-
cia de la lucha socialdemócrata misma en sus contradicciones internas» [504].
En consecuen­cia, la lucha contra el revisionismo tendría que ser una lucha
continua contra las condiciones sociales. Esta idea aparece al final de su es-
crito ¿Reforma social o revolución? y la repite al final de Cuestiones de organi­
zación de la socialdemocracia rusa con casi las mismas palabras: «Pero como
el movimiento socialdemócrata es, precisamente, un movimiento de masas,
y los escollos que le amenazan no surgen de las cabezas de los hombres, sino
de las condiciones sociales, los errores oportunistas no pueden evitarse por

ROSA LUXEMBURGO HOY 237


anticipado, solo pueden ser superados —con ayuda, en todo caso, de las armas
suministradas por el marxismo—, por el movimiento mismo una vez que han
asumido en la praxis una forma tangible» [505].
En segundo lugar, «el oportunismo aparece también», según su opi­nión,
«como un producto del mismo movimiento obrero, como un elemento in-
evitable de su evolución histórica» [506]. Estaba en contra «de considerar al
oportunismo solamente como algo introducido desde fuera del movimiento
obrero por elementos procedentes de la democracia burguesa, como una mix-
tura extraña al movimiento obrero mismo». Consideraba, por tanto, una «idea
equivocada» pretender «mantener alejado al oportunismo del movimien-
to obrero por medio de un estatuto de organización» [507] . Rosa Luxem­burg
creía, más bien, que «el intento de defenderse del oportu­nismo recurriendo
a tales medios de papel podría realmente ser extremadamente perjudicial no
para el oportunismo, sino para la propia socialdemocracia, al trabar en ella el
desarrollo de una vida sana y pujante, al debilitar su capacidad de resisten-
cia no solo contra las tendencias oportunistas, sino también —cosa que sería
de alguna importancia— contra el orden social establecido. El remedio sería
peor que la enfermedad» [508].
Para evitar malentendidos, debemos recordar aquí también el he­cho de
que, desde la celebración del Congreso de Hannover, en 1899, Rosa Luxem-
burg no había cesado de solicitar del partido la expulsión de los revisionistas.
¿Cómo puede ser neutralizado el revisionismo? Según Rosa Luxemburg,
con la cabeza y la fuerza de las mismas masas tra­bajadoras. Había concluido
su artículo Cuestiones de organización de la socialdemocracia rusa (comen-
tando «francamente entre nosotros»), con la conocida frase: «Los errores que
comete un movimiento obrero verdaderamente revolucionario son, desde
el punto de vista histórico, infinitamente más fecundos y valiosos que la in-
fabilidad del mejor de los «comités centrales» [509]. Esta frase ha provocado
muchos malentendidos, y se le reprocha el haber subvalorado el papel del
partido obrero. Pero Rosa Luxem­burg solo se alzaba en contra del punto de
vista burocrático, que quería atajar el oportunismo solo con «medios de pa-
pel»; pues ella veía precisamente en el burocratismo una manifestación del
mismo oportunismo. De hecho, Rosa Luxemburg no había menospreciado el
papel del partido, al que consideraba, por el contrario, importante. Según su
opinión, el papel del partido no debía consistir en el ejercicio de un control
burocrático sobre el movimiento, sino, sobre todo, en el claro reconocimiento
teórico de las tendencias fundamentales del desarrollo histórico, para darlas
a conocer a todo el movimiento. Así es como ella caracte­rizaba el papel del
partido en el artículo titulado Y por tercera vez el experimento belga: «Su papel
no consiste en prescribir las leyes del desarrollo histórico de la lucha de cla-
ses, sino, al con­trario, en ponerse a sí mismo a disposición de esas leyes y así
dominarlas. Si la socialdemocracia quisiera oponerse a la revolu­ción proleta-
ria, en el caso de que esta fuera una necesidad his­tórica, el único resultado se-
ría que la socialdemocracia pasaría de ser guía a convertirse en un obstáculo,
impotente, de la lucha de clases, la cual, al fin y al cabo, bien o mal, sin ella y en
contra de ella, se abriría paso en un momento dado» [510]. Como puede verse,

238 RECOPILACION DE TEXTOS


lo que ella niega no es el papel del partido, sino la absolutización del mismo,
advirtiendo que, en el caso de que el partido no desempeñe el papel que le
corresponde, será negado y supe­rado por el mismo proceso histórico. Con ello
acentúa el hecho de que tanto el partido como el movimiento obrero tienen
continuamente a su cargo la tarea de examinar rigurosamente la orien­tación
del proceso histórico objetivo.
En ese mismo artículo resume en tres puntos los resultados de la polémica
sobre el revisionismo: primero «desaparición de la antigua creencia de que
la revolución violenta es el único método de lucha de clases y el medio a apli-
car en todo mo­mento para la implantación del orden socialista»; segundo, «la
conquista del poder estatal por parte de la clase obrera solo puede ser el re-
sultado de un período, más corto o más largo, de la lucha de clases sistemática
o cotidiana»; y tercero, «la aspi­ración a una progresiva democratización del
Estado y del parla­mentarismo representan un medio sumamente eficaz para
la elevación, tanto material como espiritual, de la clase obrera» [511].
Y finalmente recalca todavía una vez más: «Con ello, no ha sido barrida por
decreto la violencia de la historia ni la revolu­ción violenta, como medio de lu-
cha del proletariado, ni ensalzado el parlamentarismo como único método de
la lucha de clases» [512]. «Si la socialdemocracia quisiera realmente renunciar
de antemano, y de una vez por todas —como sugieren los oportunistas— al
uso de la violencia y obligar a las masas trabajadoras a ir por la vía legal bur-
guesa, entonces su lucha política, la parlamentaria y la extraparlamentaria,
caería penosamente, más pronto o más tarde, por su propio peso, dejando li-
bre el campo al dominio ili­mitado de la violencia reaccionaria» [513].
A pesar de esta profunda y penetrante crítica hecha por Rosa Luxemburg
a Bernstein y al revisionismo, en realidad no supo valorar correctamente la
corriente oportunista. Y así, podemos leer en ¿Reforma social o revolución? lo
siguiente: «En esta pers­pectiva, lo sorprendente no es la aparición de la co-
rriente opor­tunista sino, más bien, su debilidad» [514]. La corriente oportu-
nista se fue fortaleciendo progresivamente hasta la disolución de la II Inter-
nacional. Rosa Luxemburg tuvo que pagar con su propia vida. Y al repetirse
ese mismo proceso, la humanidad tuvo que vivir las calamidades del fascismo
y de la Segunda Guerra Mun­dial. Razón por la cual nosotros debemos tener
continuamente presente ese proceso histórico, para guardamos del despotis-
mo, del fascismo y de la guerra. La tesis de Rosa Luxemburg —«¡So­cialismo o
hundimiento en la barbarie!»— [515] tiene todavía validez hoy día.

Diciembre 1971.
(Traducción de Pedro Madrigal)

ROSA LUXEMBURGO HOY 239


ROSA LUXEMBURG
Y EL PROBLEMA
DEL PARTIDO
Josef Schleifstein: Nacido en 1915. Historiador y filósofo, entró en las juven-
tudes comunistas en 1931, y en el KPD el año siguiente. Participa en la lucha
clandestina tras la subida de Hitler al poder, para emigrar muy poco después.
Tras la Segunda Guerra Mundial miembro de la dirección del KPD en la zona
occidental y en la República Federal alemana. Hoy miembro del Comité Cen-
tral del DKP, y director del Institut für Marxistischen Studien und Forschun-
gen en Frankfurt/Main. Ha publicado, en otros: Franz Mehring: Sein marxistis­
chen Schaffen (1959); Einführung in das Studium von Marx. Engels und Lenin
(1972); Zur Geschichte und Strategie der Arbeiterbewegung (1975), Coeditor de
las obras de Franz Mehring (15 vols.) y coautor de trabajos y artículos sobre la
historia del movimiento obrero y sobre teoría marxista.

ROSA LUXEMBURGO HOY 241


Josef Schleifstein

Las ideas de Rosa Luxemburg acerca del carácter y papel del partido obre-
ro revolucionario en el movimiento de clase del pro­letariado están estre-
chamente vinculadas a su concepción de la relación entre espontaneidad y
conciencia, de la interrelación entre el elemento espontáneo y el elemento
consciente en el movimiento obrero y en las luchas históricas. Si durante mu-
cho tiempo Rosa Luxemburg —en base al artículo estalinista aparecido en la
re­vista Proletarskaja Revolutsija en 1931— ha sido caracterizada negativamen-
te en el movimiento comunista como partidaria de una teoría de la esponta-
neidad, cosa que nunca fue, en los últi­mos años puede constatarse claramen-
te una tendencia a repetir este mismo error, si bien de signo contrario.
En este punto se me plantea un problema metodológico de sig­nificado, que
aquí solo puede ser apuntado. Ocurre con frecuencia que problemas teóri-
cos y estratégico-tácticos del marxismo y dis­cusiones ideológicas en el movi-
miento obrero se extrapolan de su concreto contexto histórico y se autonomi-
zan como fenóme­nos puramente ideológicos («geistesgeschichtlich»), como
luchas de ideas estructurales-atemporales. Es decir, que al desarrollo de la
teoría marxista y del movimiento obrero viene aplicado un mé­todo completa-
mente no marxista. Esto ocurre, según mi opinión, con particular frecuencia,
en el caso de Rosa Luxemburg, y sobre todo en relación con su concepción de
la espontaneidad, de la conciencia, de la organización y del partido.
Se tiene a veces la impresión, de acuerdo con estas interpreta­ciones, que
Luxemburg fue una escritora cualquiera vacilante, crea­tiva o académica, en
cierto modo una precursora de las modernas corrientes hoy consideradas en
algunos países como «de izquier­da sin patria», de acuerdo con las cuales Rosa
Luxemburg habría estado atormentada por una invencible desconfianza ha-
cia toda clase de organización y disciplina políticas de partido, habría sido, de
alguna manera, una individualista entre los distintos frentes.
Tentativas literarias de este tipo fueron frecuentes sobre todo en la Alema-
nia Federal; y aunque pueda parecer banal, debe, sin embargo, tenerse pre-
sente el hecho de que las concepciones teóricas de Rosa Luxemburg no pue-
den en absoluto comprenderse, si no se las enmarca en su praxis política y
en la necesidad de esta praxis. Y esta praxis fue una praxis política de partido.
Du­rante décadas actuó y militó en la vieja socialdemocracia ale­mana y —en
menor medida, y sobre todo desde la emigración— en el movimiento socialis-
ta de Polonia. Fue redactora de la prensa socialdemócrata del partido; una de
las principales periodistas y colaboradoras del órgano teórico de la socialde-
mocracia alema­na (SDP), Neue Zeit; enseñante en la Escuela del Partido fun-
dada en 1906; oradora en innumerables reuniones del partido; delegada en
los Congresos del partido y en los de la Internacional; pro­tagonista y dirigente
del ala izquierda de la SDP contra las corrientes oportunistas y revisionistas
antes de la Primera Guerra Mundial; junto con Karl Liebknecht iniciadora de
la lucha contra la guerra imperialista y contra los dirigentes de la SDP que du-
rante la guerra se habían pasado al campo enemigo; y final­mente, acabada

242 RECOPILACION DE TEXTOS


la guerra, cofundadora de un nuevo partido obrero revolucionario, el Partido
Comunista de Alemania (KPD-Spartakusbund).
Quien quiera realmente comprender a través de sus escritos su concepción
explícita del problema de la espontaneidad y la conciencia, de la organización,
puede hacerlo únicamente en rela­ción con, y sobre la base de, aquella praxis
política de partido ya mencionada. Sentado esto como premisa, resulta inne-
gable el hecho de que Rosa Luxemburg se sitúa, con su concepción teórica de
la función de la organización política de la clase obrera, com­pletamente en la
tradición marxista, tal como viene consignada en sus rasgos fundamentales
por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, y que se articula en base a los
puntos siguientes:
Primero: la clase obrera debe poder disponer, como el instru­mento más
importante para su emancipación, de un partido polí­tico independiente y
propio, contrapuesto a todas las formaciones políticas de partido de las clases
dominantes; segundo: este par­tido debe armarse con la teoría del socialismo
científico; debe tener, «desde un punto de vista teórico, la ventaja de cara al
resto de la masa obrera, de conocer las necesidades, la marcha y los resulta-
dos generales del movimiento obrero»; tercero: esta orga­nización política de
clase debe ser capaz de hacer valer los inte­reses del conjunto de la clase obre-
ra frente a los intereses parti­culares, debe ser capaz de propugnar y defender
el interés común internacional en el seno de los distintos movimientos nacio-
nales, y de distinguir en las luchas del presente el interés de clase del futuro
(Marx-Engels, Manifiesto Comunista).
Así vemos que Rosa Luxemburg considera, en todos sus trabajos teóricos
y en su entera praxis política, la conciencia y la capa­cidad organizativa como
premisas indiscutibles del movimiento proletario de clase, y del partido obre-
ro revolucionario, en la medida en que esté, en la teoría y en la práctica, a la
altura de las tareas que corresponden a la situación histórica, como expresión
y portavoz, a la vez, de estas premisas. La resolución eficaz de las tareas histó-
ricas de un partido obrero revolucionario de­penden, según Rosa Luxemburg,
del hecho de que «la socialde­mocracia, en tiempos prerrevolucionarios, haya
sabido influir en las masas, que, desde el principio, haya conseguido formar
un sólido núcleo escogido de trabajadores conscientes y políticamente for-
mados en la misma medida en que haya desarrollado un tra­bajo de clarifica-
ción y de organización» [516].
Y estas palabras no representan una reflexión abstracta, sino que son el
resultado de un primer análisis de los acontecimientos re­volucionarios ru-
sos de enero de 1905. Precisamente en este período sus concepciones sobre
el papel del partido revolucionario en la lucha de clases ganaron mucho en
concreción y diferenciación. No puede entenderse el punto de vista luxem-
burguiano a propó­sito de la interrelación, de la dialéctica, entre espontanei-
dad y conciencia, entre movimientos espontáneos de masas y organiza­ción
política de clase, tal como aparece en su ensayo Huelga de masas, partido y
sindicatos —escrito en base a las experiencias de la primera revolución rusa
de 1905-1906— si se extrae este escrito de la concreta intención político-po­
lémica contra el feti­chismo organizativo de los dirigentes oportunistas de los

ROSA LUXEMBURGO HOY 243


sindi­catos alemanes y de los teóricos revisionistas (Bernstein y sus seguido-
res) de la socialdemocracia alemana de entonces. El acento puesto por Rosa
Luxemburg en el elemento espontáneo del movi­miento de masas en la pri-
mera revolución rusa tenía como objeto mostrar lo alejada que estaba de la
realidad la interpretación dada por la corriente reformista-oportunista de los
sindicatos alemanes y de la socialdemocracia, tras la cual se escondía en rea-
lidad tan solo el terror frente a toda acción de masas extra­parlamentaria.
Rosa Luxemburg se debatía aquí contra las pedantes, mecanicistas y adia-
lécticas concepciones dominantes en torno al desarrollo y evolución de los
grandes movimientos históricos de masas, y pole­mizaba contra la idea de que
en ellos cada paso y cada medida pudiera ser prevista y planificada de ante-
mano como una «manio­bra de campo», o calculable de acuerdo con un mo-
delo mate­mático. Rosa Luxemburg sabía muy bien que incluso durante una
revolución la huelga de masas «no cae del cielo» [517]: «La resolu­ción y la deter-
minación de los trabajadores», escribe, «tiene tam­bién un papel que cumplir,
y, ciertamente, la iniciativa tanto como la dirección posterior le corresponde
al núcleo más orga­nizado y esclarecido del proletariado, la socialdemocracia»
[518]. Tam­bién resultaba claro para ella que el momento de la espontaneidad
en la huelga de masas rusa de 1905 habla jugado un papel «bien como ele-
mento impulsor o como elemento de freno» [519].
Es bien sabido que se ha querido ver en esta concepción luxemburguiana
de su escrito sobre la huelga de masas una contraposición entre movimiento
espontáneo y organización, e incluso una negación del factor de conciencia y
de organización del partido obrero revolucionario. Pero tal intento puede re-
futarse fácilmente en base a las conclusiones a que llega Rosa Luxemburg en
ese mismo escrito. Ya en él, donde traza un bosquejo del desarrollo histórico
de las luchas en Rusia, llama la atención sobre el hecho de que en las grandes
huelgas de 1896 en Petersburg habían salido a la luz «los frutos de una agita-
ción de muchos años de la socialdemocracia», y que en su desarrollo «los agi-
tadores socialdemócratas se pusieron a la cabeza del movimiento» [520]. En
este contexto Rosa Luxemburg subrayaba el hecho de que el proleta­riado ruso,
si quería acabar con el absolutismo, necesitaba de un alto grado de adiestra-
miento político, de conciencia de clase y de organización. Y escribe todavía
más clara y directamente acer­ca del papel del partido obrero revolucionario:
«La socialdemocracia es la vanguardia más esclarecida y con más conciencia
de clase del proletariado. No puede ni debe esperar de brazos cru­zados, en ac-
titud fatalista, a que llegue la ‹situación revolucio­naria›, a que ese espontáneo
movimiento popular caiga del cielo. Al contrario: debe en todo momento ade­
lantarse al desarrollo de los acontecimientos, ha de intentar acelerarlo» [521].
Polemizando con la visión predominante entonces en los sindica­tos ale-
manes y en el ala derecha de la SDP, Rosa Luxemburg rechazaba todo intento
de querer separar, por medio de un abismo infranqueable, las masas organi-
zadas de las no organizadas, o de contraponer la vanguardia organizada a la
más vastas masas, y al respecto escribe: «Aun cuando la socialdemocracia es,
en tanto que núcleo organizado de la clase obrera, vanguardia dirigente del
conjunto del pueblo trabajador y de ella fluyen también la claridad política, la

244 RECOPILACION DE TEXTOS


firmeza y la unidad del movimiento obrero, jamás puede entenderse el mo-
vimiento de clase del proletariado como el movimiento de la minoría orga-
nizada. Toda gran lucha de clases verdadera ha de basarse en el apoyo y en la
acción común de las más amplias masas» [522].
Quien conozca siquiera vagamente la posición de Lenin al respecto, po-
drá constatar el más completo acuerdo de principio entre am­bas posicio-
nes; piénsese tan solo en las análogas conclusiones a que llega Lenin en su
Izquierdismo, o con ocasión del III Con­greso de la Internacional Comunista. Se
ha querido hinchar arti­ficialmente, por motivos obvios, la polémica de 1904
entre ambos en torno a los problemas de organización de la ilegal socialde-
mocracia rusa, y ver en ella una contraposición fundamental. Pero el mismo
J. P. Nettl, biógrafo burgués de Rosa Luxemburg, y nada sospechoso de ideas
filo-leninistas, afirma en su libro [523] que esta polémica, en realidad, solo
tuvo un significado de segundo orden. Rosa Luxemburg actuaba en aquella
ocasión bajo petición directa de los mencheviques Potresov y Axelrod, sin un
verdadero conocimiento de las cuestiones políticas de fondo que sub­yacían
a aquella polémica en torno al problema de la organiza­ción en el seno de la
socialdemocracia rusa. Llevó a cabo una crítica global, totalmente alejada de
las condiciones concretas del movimiento ilegal ruso de aquel momento, con
interpretaciones y extrapolaciones que no tenían en absoluto en cuenta el
punto de vista de Lenin. Citaba incluso a Lenin —como él mismo advierte en
su breve respuesta [524]—, equivocadamente, y dirigía sus críticas contra unas
concepciones que Lenin jamás había defendido. Solo conocerá la verdadera
función política de las «autoridades marxistas» de los mencheviques muy
poco después, con ocasión de la primera revolución rusa, y será ahí donde se
le aparecerán con claridad las verdaderas motivaciones subyacentes a los de-
bates precedentes en torno a la organización.
Uno de los puntos centrales de esa discusión fue el hecho de que Lenin era
contrario a que desaparecieran los límites entre militan­tes y no militantes en
el partido, y quiso establecer firmemente, en los estatutos, la obligación de
colaborar en una organización del partido. En la polémica contra las ideas or-
ganizativas de los diri­gentes revisionistas de la SDP, Rosa Luxemburg se mos-
tró tam­bién radical y enérgicamente contraria a la posibilidad de relajar esos
límites. Basándose en ejemplos de Francia e Italia, escribía en el Neue Zeit en
1903: «Las ‹federaciones› autónomas y hete­rogéneas del Partido jauresista, la
moción de Turati en el Congreso de Imola, proponiendo suprimir el Comité
Central del Partido, todo ello no significa otra cosa que la disolución de la masa
fuer­temente organizada del partido, a fin de que, de dirigente autó­noma esta
masa se transforme en instrumento dócil de los parla­mentarios. (...) A la des-
aparición de toda línea de separación entre la élite de proletarios conscientes
del fin, y la masa popular desorganizada, corresponden en el vértice la supre-
sión de los ta­biques entre los ‹dirigentes› del partido y el medio burgués» [525].
En base a su polémica con Lenin sobre las cuestiones organiza­tivas de la
ilegal socialdemocracia rusa, se ha apelado a Rosa Luxemburg como partida-
ria de una ilimitada «libertad de crítica» en el seno del partido revolucionario
de la clase obrera, de una «libertad de crítica» de algún modo no sujeta ni a

ROSA LUXEMBURGO HOY 245


las resoluciones ni al programa del partido. Pero en su prolongadísima lucha
contra las corrientes oportunistas y revisionistas de la SDP y de la II Interna-
cional, Rosa Luxemburg había dejado bien claro que reconocía esta «libertad
de crítica» —al igual que Lenin— solo en el marco del programa del partido y
de las resoluciones polí­ticas adoptadas en firme en los congresos del partido.
En su ex­tensa obra contra las tesis de Bernstein, ¿Reforma social o revo­lución?,
escribía en 1899: «El movimiento se hace socialdemócrata si y mientras su-
pera las desviaciones anarquistas y oportu­nistas que necesariamente se de-
rivan de su crecimiento. Pero superar no quiere decir dejarlo todo, con plena
tranquilidad de espíritu, al arbitrio de lo que Dios quiera. Superar la corriente
oportunista actual significa rechazaría categóricamente. Bernstein termina su
libro aconsejando al partido que ose parecer lo que en realidad es: un partido
democrático-socialista de reformas. El partido, es decir, su órgano supremo,
el congreso, tendría a nuestro modo de ver que tomar nota de este consejo
proponién­dole a Bernstein que, por su parte, apareciese formalmente tam­
bién como lo que es en realidad: un progresista pequeñoburgués demócra-
ta» [526]. Y poco tiempo después, en el discurso pronun­ciado en el Congreso
de Hannover, en el mismo contexto polé­mico con los revisionistas, decía: «He
dicho que no existe ni un solo partido que conceda una tan amplia libertad
de crítica como el nuestro, Pero si por ello se quiere entender que el partido,
en nombre de la libertad de crítica, no puede tener derecho a tomar partido
frente a determinadas opiniones y críticas de los últimos tiempos y a escla-
recerlas mediante la decisión de la mayoría, nosotros no compartiremos ese
criterio, y debo manifestar mi protesta al respecto, pues nosotros no somos
un club de discu­sión, sino un partido político de lucha, que tiene que tener
con­ceptos fundamentales precisos» [527].
Las diferencias entre las concepciones de Rosa Luxemburg y de Lenin en
torno al papel del partido proletario no deben buscarse en este terreno. Tie-
nen, por el contrario, su origen en el hecho de que Rosa Luxemburg —en su
justa oposición y crítica a las concepciones y prácticas organizativas buro-
cráticas de los sindicatos alemanes y del ala derecha de la SDP de entonces—
cayera, hasta cierto punto, en el polo opuesto, igualmente parcial Así, ocurre
que encontramos, precisamente en sus artículos sobre la primera revolución
rusa y sobre la huelga de masas y, lo que me parece incluso más significativo,
también en su práctica interna en la SDP durante el decenio prebélico, que
en su concepción del par­tido viene subvalorado el elemento específicamen-
te organizativo, coordinador y unificador de un partido revolucionario en las
luchas de masas (la mayoría de veces se refería sobre todo al elemento téc-
nico). Destacaba continuamente el hecho de que la organización política y la
actividad organizativa era el vínculo, la fuerza mediadora, entre la vanguardia
consciente y las masas. Pero no comprendió en la misma medida que la acti­
vidad orga­nizativa también es el vínculo entre la meta final que se persigue
y la programación directiva, la política, y la orientación estratégico-táctica,
y en este sentido, las exigencias políticas que a través de la acción de masas
se realizan con vistas a aquel obje­tivo final. Ella identificaba el rol dirigente
del partido revolucio­nario casi exclusivamente con la fuerza de formar las

246 RECOPILACION DE TEXTOS


concien­cias, con la capacidad, al mismo tiempo, de conocer e indicar las me-
tas y las vías de la lucha política. Aquí no solo saca conclusio­nes parciales de
determinados aspectos de la primera revolución rusa, sino que transforma
ostensiblemente en virtud también las debilidades organizativas de la social-
democracia del Reino de Polonia y Lituania, partido en el que desarrolló una
eminente actividad desde la emigración.
Este aspecto viene ilustrado de una forma clara en su posición respecto del
momento organizativo en relación con la huelga de masas y la lucha arma-
da que se desarrollaron en la Revolución rusa de 1905-6. Rosa Luxemburg vio
con claridad que, debido a la violencia del zarismo contra las masas revolu-
cionarias, el movi­miento se orientaba necesariamente hacia la lucha arma-
da. En su escrito sobre la huelga de masas, escribe: «Los acontecimien­tos de
Moscú muestran, además, a escala reducida, la evolución lógica y el futuro del
movimiento revolucionario en su conjunto, muestran que si, por una parte,
el movimiento ha de concluir inevitablemente en un levantamiento general
abierto, por otra este no podrá producirse si no es pasando previamente por
la escuela de toda una serie de levantamientos parciales preparato­rios» [528].
Aquí, al igual que en sus intervenciones en el Congreso de Londres del Partido
Socialdemócrata Ruso (POSDR) celebrado en 1907, dejó sin respuesta la cues-
tión del cómo lograr, en las condiciones dadas, una correlación de fuerzas lo
más favorable posible para la clase obrera, sin las medidas técnico-organiza-
tivas y sin la necesaria preparación, unificación y formación de esas fuerzas.
Rosa Luxemburg subvaloró la posibilidad de superar, en tales si­tuaciones,
y a través del impulso del movimiento de masas mis­mo, los aspectos que
previamente hubieran podido quedar desa­tendidos en la sistemática orga-
nización preparatoria y coordina­dora. Es altamente significativo, en lo que
se refiere a la diferente concepción de Lenin acerca de las tareas del partido
revolucio­nario, el que Lenin llegara, tras el mismo levantamiento de Moscú de
1905, a conclusiones totalmente opuestas. Así, escribe: «Nosotros, dirigentes
del proletariado socialdemócrata, hemos he­cho en diciembre como ese es-
tratega que tenía tan absurdamente dispuestos sus regimientos que la mayor
parte de sus tropas no estaban en condiciones de participar activamente en la
batalla. Las masas obreras buscaban directrices para operaciones activas de
las masas, y no las encontraban» [529]. Y desarrolló en concreto las enseñan-
zas técnico-organizativas a extraer de la derrota de las luchas en Moscú de
diciembre de 1905.
Mientras Lenin consideraba indispensable para estas luchas tam­bién un
máximo de preparación organizativa, en la medida en que él tendía a una ac-
ción lo más coordinada y simultánea posible, a una armonización de las diver-
sas formas de lucha entre sí, para conseguir un alto grado de concentración
de las fuerzas, Rosa Luxemburg no comprendió que precisamente cuanto más
compleja la forma de lucha, cuanto más amplio el movimiento, y cuanto más
profundos y ambiciosos los objetivos, tanto más complejas son las exigencias
no solo de la actividad político-táctica y de concienciación, sino también de la
actividad organizativa de un par­tido obrero revolucionario. Rosa Luxemburg
había declarado con ocasión del Congreso del POSDR en 1907, que el partido

ROSA LUXEMBURGO HOY 247


obrero no estaba en condiciones de hacer frente a esta «preparación técni-
ca del conflicto». Pero obviamente de ahí surge de inmediato la pregunta de
quién debe tomar la iniciativa, tanto espiritual como práctica, para solucionar
tales tareas organizativas, si no es la organización política de la clase obrera.
Todos los movimientos revolucionarios más importantes conocidos des-
de esa fecha, victoriosos o no, han demostrado —dada una situación objetiva
revolucionaria y el más vasto apoyo de las masas al partido obrero marxista—
que la probabilidad de éxito depende y está en función del nivel, de la flexibi-
lidad («Vielseitigkeit») y de la amplitud de la actividad organizativa del partido
obrero revolucionario. Por lo demás, esta laguna en Rosa Luxemburg es tanto
más significativa cuanto que ella reclamaba preci­samente, a partir de la ge-
neralización de las experiencias de lucha en la primera revolución rusa, «la
mayor eficacia posible en la acción» [530].
Mucho más funesto para la evolución del ala izquierda de la SDP antes de, y
también durante, la Primera Guerra Mundial, fue esta subvaloración por par-
te de Rosa Luxemburg y sus compañe­ros del significado del elemento organi­
zativo en las actividades del partido y de la acción organizativa independiente.
La izquierda alemana (con Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht, Franz Mehring y
Clara Zetkin a la cabeza) pagó muy caro este error. El ala revisionista de la SDP,
con Bernstein como principal teórico, poseía ya hacía tiempo no solo su pro-
pio órgano teórico, los Sozialistische Monatshefte, sino que también ocupa-
ba cargos organizativos esta­bles y firmes, en especial en el sur de Alemania,
y gozaban prácticamente del apoyo de los dirigentes sindicales y de un gran
número de funcionarios del partido, de redactores y parlamentarios sólida­
mente anclados en posiciones importantes. Con cualquier motivo este ala
derecha organizaba reuniones fraccionales con el fin de acordar la actuación
conjunta a llevar a cabo en los Congresos del partido, y su comportamiento
durante las deliberaciones mismas de los congresos. De ahí que, ya mucho
tiempo antes de la Primera Guerra Mundial, y en particular a raíz de la muer-
te de los viejos líderes socialdemócratas Paul Singer y August Bebel, la praxis
oportunista en el partido fuera ganando más y más terreno, y que desde 1910
—tras una dura polémica de principios que tuvo lugar entre Rosa Luxemburg
y Karl Kautsky en las páginas del Neue Zeit— encontrara, en Karl Kautsky, el
portavoz teórico del llamado «centro».
Es evidente que bajo estas condiciones históricas una acción or­ganizada
independiente por parte de la izquierda de la SDP hu­biera tenido un alcance
y un significado de la mayor trascenden­cia, puesto que, en los años anterio-
res a la guerra, ya habían ido perdiendo progresivamente toda posibilidad de
defender sus con­cepciones en los órganos y periódicos de la SDP: Rosa Lu-
xemburg, Mehring y Karski (Julian Marchlewski) tuvieron que suspender sus
colaboraciones en uno de los principales órganos socialdemó­cratas, el Leipzi­
ger Volkszeitung, y Franz Mehring, el gran histo­riador marxista, fue expulsa-
do de la redacción del órgano teórico Neue Zeit. A pesar de ello, la izquierda
siguió constituyendo una corriente político-ideológica relativamente «suel-
ta», elástica, que creía —y en esto Rosa Luxemburg fue su mejor exponente—
que la influencia de la agudización objetiva de la situación y de las luchas, y el

248 RECOPILACION DE TEXTOS


«buen sentido» de las masas, habían crecido progre­sivamente y que, por con-
siguiente, habían conseguido su pleno éxito. Sus vagos intentos de atraerse a
más sectores hacia una acción organizada unida, llegaron no solo demasiado
tarde, sino que fueron esporádicos e inadecuados para lo que la situación re-
quería. Si bien se evidenciaba, sobre todo en el Congreso de Jena de 1913, una
clara radicalización de las organizaciones del partido en las zonas industria-
les más importantes, y aunque la izquierda conquistara ahí un tercio de los
votos para sus resoluciones organizativas más firmes.
No es necesario señalar que la subvaloración del elemento organi­zativo y
coordinador en la concepción del partido de Rosa Luxemburg tuvo, durante
la Primera Guerra Mundial, un efecto negativo también en su ruptura orga-
nizativa no solo con la socialdemocra­cia oficial —que durante la guerra se ha-
bía puesto de parte del imperialismo alemán —sino también con el centrista
USP, es decir, con el Partido Socialdemócrata Independiente fundado durante
la guerra. Dado que la izquierda vaciló a la hora de aglutinarse en torno a un
partido propio ya en los primeros años de la guerra, se encontró en 1916-1917,
cuando se constituyó el cen­trista USP, con un primer dilema: si se unían al
USP, se en­mascaraban, bajo las difíciles condiciones de ilegalidad y de cen­
sura de guerra, en las que el grupo espartaquista dirigido por Liebknecht y
Luxemburg tan solo podría aspirar a defender sus puntos de vista, las profun-
das y —por aquel entonces ya insupe­rables— divergencias políticas entre los
independientes del USP y el Grupo Espartaquista revolucionario y antiimpe-
rialista; si no se afiliaban, corrían el riesgo de aparecer, a los ojos de mu­chos
trabajadores y soldados contrarios a la guerra, como una escisión incompren-
sible. El hecho, pues, de que el Grupo Esparta­quista no supiera capitalizar las
manifestaciones de mayo de 1916 ni las grandes huelgas que se desencade-
naron a raíz del proceso contra Liebknecht de finales de junio del mismo año,
para impo­siciones, no alcanzó a traducir esa influencia en lugares y a posicio-
narse también organizadamente, tuvo un efecto nocivo.
En el momento de la anexión del Grupo Espartaquista a los socialdemó-
cratas independientes —pascua de 1917— Rosa Luxemburg estaba en prisión,
pero desde ahí recomendó con énfasis, a través de las páginas del órgano es-
partaquista Der Kampf, en un artículo firmado con el seudónimo de «Grac-
chus», la entrada del Grupo Espartaquista en la USP. Al igual que Mehring y
que Jogiches, ambos en libertad, ella partía del hecho de que los miembros
del Grupo Espartaquista podían y debían jugar, en el inte­rior del USP, el pa-
pel de elemento revolucionario, conservando al mismo tiempo la propia in-
dependencia política. En lo que res­pecta al proceso de clarificación entre las
masas y al aumento de la influencia del Grupo Espartaquista, aquella anexión
se reveló como poco ventajosa. Es cierto que el Grupo no renunció, en ningún
momento, a sus propias posiciones políticas. Pero dado que la lógica del desa-
rrollo iba a resultar igualmente en una rup­tura organizativa, ya que el abismo
entre las concepciones teó­ricas y político-prácticas de la izquierda marxista
y las de los dirigentes centristas del USP era demasiado grande, esa demo-
ra, aquella vacilación, lo único que provocó fue que la fundación del Partido
Comunista independiente tuviera que hacerse en una si­tuación mucho más

ROSA LUXEMBURGO HOY 249


difícil, esto es, unas semanas después del estallido de la revolución alemana
de noviembre de 1918. Rosa Luxemburg y sus compañeros de lucha recono-
cieron su error de­masiado tarde, error cuyas raíces teóricas hemos intentado
bosquejar aquí. Es sabido que las últimas semanas de la vida de Rosa Luxem-
burg fueron dedicadas a la preparación del congreso de fundación del PCA,
con lo que se sellaba, también en el plano organizativo, la separación histó-
ricamente inevitable de la USP. En aquel congreso, Rosa Luxemburg hizo su
famoso discurso programático de fundación del partido, en el que pudo afir-
mar, con plena justeza, que se trataba del «congreso constituyente del único
partido socialista revolucionario del proletariado alemán» [531].

Diciembre 1977.
(Traducción de María José Aubet)

250 RECOPILACION DE TEXTOS


GUÍA PARA LA
LECTURA DE ROSA
LUXEMBURG
María José Aubet

De la extensa obra legada por Rosa Luxemburg apenas existen en España


unas pocas traducciones aparecidas de forma dispersa y en épocas distin-
tas a partir, sobre todo, de 1968. Prescindiendo del menor o mayor grado de
oportunismo en estas publicaciones, todas ellas tienen un común denomina-
dor: se trata de traducciones descontextualizadas, con pobres o insuficientes
notas introducto­rias originales, en su mayor parte subjetivas y parciales, que
nos dicen en general muy poco sobre la vida y obra de Rosa Lu­xemburg.
Si a ello se añade el hecho de que la obra luxemburguiana no tiene nada de
sistemática ni constituye ningún «todo acabado», y que sus teorías —es decir,
la evolución de sus posiciones teórico-políticas— vienen razonadas en dece-
nas de artículos, panfletos, ensayos, discursos, en su mayoría en forma de co-
laboraciones en los distintos órganos socialdemócratas de la época (polacos,
ale­manes, franceses, rusos, italianos), aparece claramente la necesidad de
ofrecer, aunque sea de modo esquemático, una mínima orien­tación biblio-
gráfica que pueda contribuir a disipar algo la enorme confusión que puede
existir en torno a su pensamiento y a faci­litar la lectura a aquellos que opten
por una aproximación directa a la obra de una de las teóricas del marxismo
peor conocidas hoy en nuestro país.
Pero ello tampoco es tarea fácil: tras su muerte (enero de 1919) comienza
también la dispersión de su obra. El contexto histórico-político de la época, las
polémicas en el seno del Partido Comu­nista Alemán del que fuera fundado-
ra, el posterior proceso de esta­linización y de dogmatización, como su conse-
cuencia más dura­dera, de la teoría marxista bajo la forma de una determinada
«ortodoxia», ha hecho que la recuperación y la desideologización del conjunto
de su obra fuera una difícil y larga labor de búsque­da, de relectura, de aglu-
tinar esfuerzos por reunir poco a poco sus dispersos escritos y recomponer
su pensamiento real. Tan solo desde 1970 puede contarse con una edición
bastante com­pleta de sus escritos y discursos, como a continuación detalla­
remos. Una advertencia: en las notas bibliográficas que siguen nos limitamos
a las ediciones que nos parecen más asequibles al público español, por lo que
se obvian, entre otras, y pese a su indiscu­tible importancia, las referencias a
ediciones publicadas desde hace pocos años en la URSS y en Polonia —gra-
cias, en este último país, a la labor del historiador Feliks Tych principalmente,
cuya aportación ha sido decisiva para la recuperación de buena parte de los
escritos polacos de Luxemburg.

I. LA OBRA DE ROSA LUXEMBURG

I.a. Rosa Luxemburg, Gesammelte Werke (Obras completas). Ber­


lín: Dietz Verlag, 1970-1975:
Vol.. 1/1: 1893 hasta 1905 (1.ª parte) (1970).

252 RECOPILACION DE TEXTOS


Vol.. 1/2: 1893 hasta 1905 (2.ª parte) (1970).
Vol.. 2 : 1906 hasta junio 1911 (1972).
Vol.. 3 : julio 1911 hasta julio 1914 (1973).
Vol.. 4 : agosto 1914 hasta enero 1919 (1974).
Vol.. 5 : Escritos económicos (1975): Introducción a la Eco­nomía Política, La
acumulación del capital, y Una Anticrítica.
Esta edición constituye el mejor instrumento de trabajo que existe actual-
mente, y el más completo, por lo que no citaremos ediciones anteriores (más
incompletas) publicadas antes de 1970 en Alemania (Federal y Democrática).
Estos seis volúmenes recogen por pri­mera vez una gran parte de la produc-
ción teórica de Rosa Lu­xemburg. La lectura viene además facilitada por abun-
dantes notas aclaratorias de los editores (G. Radczun y A. Laschitza), si bien
habría que decir que, pese a representar esta edición un acontecimiento im-
portante tras tantos años de silencio, las introduccio­nes que preceden a los
distintos volúmenes vienen todavía algo marcadas por tintes de «ortodoxia».
Innumerables artículos de la primera época de Rosa Luxemburg (1892-
1905), la mayoría de escritos de 1910 a 1914 (todos ellos pu­blicados principal-
mente en la prensa polaca) y muchos de los escri­tos entre 1915 y 1918 no han
sido incluidos en estas Obras Com­pletas, como tampoco su corresponden-
cia, muy abundante, ni sus tres más importantes artículos sobre la cuestión
nacional. Es, pues, todavía una edición con bastantes lagunas, que probable-
mente se irán completando en futuras ediciones. Estas Gesam­melte Werke no
están traducidas todavía a ninguna lengua.
I.b. Principales antologías de textos de Rosa Luxemburg
En la siguiente selección, se citarán explícitamente aquellos escri­tos y artí-
culos que no estén incluidos en las Gesammelte Werke:
En inglés:
1. Rosa Luxemburg, The National Question: Selected Writings (Ed. H. B. Da-
vis). New York/London: Monthly Review Press, 1976.
En esta antología se incluyen sus tres contribuciones más importantes al
estudio de la cuestión nacional, y constituye, hasta el momento, la versión
«occidental» más completa: «La cuestión polaca en el Congreso Internacional
de Londres, 1896» (versión francesa en G. Haupt, M, Löwy, C. Weill, Les marxis­
tes et la question nationale. París: Maspero, 1975; y versión castellana en Rosa
Luxemburg, Textos sobre la cues­tión nacional, Madrid: Ed. de la Torre, 1977); la
«Introducción» a la antología La cuestión polaca y el movimiento socialista)
que recoge artículos sobre la cuestión polaca de Luxemburg, Kautsky, Me-
hring, Parvus, desde 1896 (versión italiana en Rosa Luxemburg, Scritti Politici.
Roma: Riuniti, 1974; 2.ª ed., ed. Lelio Basso; y una parte de ella también en la ci-
tada versión castellana de Ed. de la Torre y en versión francesa en G. Haupt, M.
Löwy, C. Weill, obra citada anteriormente; y cinco artícu­los de la serie de seis
publicados entre 1908 y 1909 bajo el título de La cuestión nacional y la auto­
nomía, que puede con­siderarse como su contribución más acabada y madura
al estudio del problema de las nacionalidades. Hasta la fecha solo existe una
versión completa de esta serie en lengua polaca, en F. Tych (ed.), Wypor Pism,

ROSA LUXEMBURGO HOY 253


vol.. II (versión francesa y ver­sión castellana de algunas partes tan solo en los
libros ya men­cionados).
2. Rosa Luxemburg, Selected Political Writings (ed. D. Howard). New York/
London: Monthly Review Press, 1971.
Edición ordenada temáticamente, contiene una excelente introducción del
editor y un artículo inédito: «What are the origins of May Day?» (1894), además
de diversos artículos menores de Rosa Luxemburg.
3. Rosa Luxemburgs speaks (ed. M. A. Waters). New York: Pathfinder
Press, 1970.
En ella se incluye un artículo inédito: « Socialism and the chumbes» (1905).
La antología sigue una ordenación cronoló­gica y contiene en apéndice co-
mentarios de Lenin y de Trotsky acerca de la personalidad política y teórica
de Rosa Luxem­burg. Existe una versión castellana en Ed. La Pluma, Bogotá,
1976, con el titulo de Rosa Luxemburg, Obras Escogidas (2 vols).
4. Rosa Luxemburg, Selected Political Writings (Ed. R. Looker). London: Jona-
than Cape, 1972.
Se trata de una antología, de ordenación cronológica, que complementa
muy bien las dos anteriores. Incluye escritos menores y poco conocidos de
Rosa Luxemburg.
En francés:
5. Rosa Luxemburg, Le Socialisme en France (1898-1912) (Ed. D. Guérin). Pa-
rís: Belfond. 1971.
Aquí se recoge una serie importante de artículos inéditos que hacen refe-
rencia a la situación en Francia, algunos no inclui­dos en las GW, tales como:
«Affaire Dreyfus et cas Millerand» (1899), «Le Congrés de Commentry» (1902),
«Enquête sur l'anticléricalisme et le socialisme» (1903) y «L'unification des
socialistes français» (1905). Es una antología selec­cionada en base a una uni-
dad temática: el grande y pro­fundo interés y conocimiento que de la situación
francesa tenía Rosa Luxemburg. La mayoría de esos artículos pueden muy
bien enmarcarse dentro de su lucha contra el revisio­nismo y el reformismo,
algunos de ellos de gran actualidad.
6. Rosa Luxemburg, Oeuvres I-IV. París; Petite Collection Maspero, 1969.
Una de las primeras antologías surgidas tras el Mayo francés y una de las
mejores traducciones e introducciones que exis­ten a la obra de Rosa Luxem-
burg. Incluye un artículo iné­dito: «Sur la révolution russe» (24-3-1976).
7. Lettres et tracts de Spartakus, París: Ed. Tête des Feuilles, 1972.
Aquí se recogen todos los folletos y panfletos publicados ilegalmente por
la Liga Espartaco durante la guerra, casi todos ellos redactados —desde la
cárcel— por Rosa Luxemburg, y muchos de ellos no incluidos en las Gesam­
melte Werke.
8. Rosa Luxemburg, Textes (Ed. G. Badia). París: Ed. Socia­les, 1969.
Es una breve antología de bolsillo que incluye, además de cuatro de los es-
critos mayores de Rosa Luxemburg, algunos menores y abundante corres-
pondencia, que en su día constitu­yeron una auténtica novedad. La traducción
es excelente e incluye una breve, pero interesante introducción del editor.

254 RECOPILACION DE TEXTOS


9. Rosa Luxemburg, Blanquisme et socialdémocratie, breve ar­tículo que
ha sido publicado por Quatrième Internacionale, n.° 2, abril de 1972. Escrito
por Rosa Luxemburg en 1906, puede considerarse como una matización im-
portante de sus posiciones anteriores a la Revolución rusa de 1905, especial­
mente en lo que se refiere a su valoración de la disputa entre mencheviques
y bolcheviques. Su lectura debería constituir un complemento a la de Proble­
mas de organización de la socialdemocracia rusa.
En italiano:
10. Rosa Luxemburg, Scritti Politici (Ed. L. Basso). Roma: Riuniti, 1967 y 1974.
Incluye la versión italiana de la «Introducción» a la antología La cuestión
polaca y el movimiento socialista ya mencionada. La introducción que hace
Lelio Basso al volumen puede con­siderarse como una de las mejores aporta-
ciones al conocimien­to de la obra y pensamiento de Luxemburg. Todos los ar-
tículos y ensayos vienen además adecuadamente contextualizados por Basso,
con lo cual se ofrece al lector en pocas palabras una idea global del contexto y
de la motivación de cada uno de los escritos. Lelio Basso es también uno de los
mejores co­nocedores y continuadores de esta teórica marxista hoy día, y su
conocimiento de esta autora es profundo y riguroso. Una parte de esa intro-
ducción puede encontrarse en versión caste­llana en L. Basso: El pensamiento
político de Rosa Luxemburg. Barcelona: Ed. Península, 1976.
11. Rosa Luxemburg, Scritti sull'arte e sulla letteratura, Verona; Bertani, 1976.
Se trata de una selección de escritos sobre un tema abundan­temente trata-
do por Luxemburg y relativamente poco cono­cido.
12. Per conoscere Rosa Luxemburg (a cura di L. Basso). Roma: Mondadori, 1977.
Es una recopilación de fragmentos de textos de Rosa Luxem­burg sobre di-
versos temas, que al mismo tiempo vienen acompañados de comentarios he-
chos por sus críticos y contemporá­neos a propósito de las cuestiones tratadas
por Luxemburg. Es muy recomendable porque ofrece por vez primera una
excelente contextualización teórica de la obra luxemburguiana en base a las
críticas y comentarios que sus escritos desper­taron en su época.
En alemán:
14. Internationalismus und Klassenkampf (ed. J. Hentze). Neuwied: Luchter-
hand, 1971.
Incluye muchos de los escritos polacos de Rosa Luxemburg que no vienen
incluidos en las GW. Hentze es además un excelente conocedor de la obra lu-
xemburguiana.
Existen además, en alemán, muchas otras antologías seleccio­nadas, en su
mayoría, temáticamente, pero que no menciona­mos aquí por las razones que
ya hemos indicado.
I.c. Correspondencia
Rosa Luxemburg fue una prolífera corresponsal y ese importante legado
epistolar es, creemos, de lectura imprescindible para poder completar la ca-
racterización de su personalidad teórica, política y, en definitiva, humana.
Su correspondencia se ha podido ir recu­perando muy lentamente gracias a
la labor paciente de amigos e investigadores, quienes han logrado rescatar

ROSA LUXEMBURGO HOY 255


gran parte de aquel legado: entre ellos muy especialmente Luise Kautsky en
los años veinte, y Feliks Tych (Polonia) y Georges Haupt (en Francia) más re-
cientemente. Pese a ello, lo publicado hasta el momento no re­presenta más
que una parte —importante— de su correspondencia. Se sabe de la existencia
de correspondencia con Kostia Zetkin, con Schönlank, con Lenin, con Parvus,
con Karl Liebknecht (de la que solo se conoce una, publicada en I.c.b) y con mu-
chos de los líderes socialdemócratas franceses; E. Vaillant, J. Jaurés, P. Guesde,
P. Lafargue, J. Allemane, J. Longuet, etc. Lo que se detalla a con­tinuación son
las ediciones más importantes y exhaustivas apare­cidas hasta la fecha, y, por
lo tanto, no se hace mención de algu­nas cartas que han ido apareciendo en
diversas revistas de Occi­dente.
1. Rosa Luxemburg, Vive la lutte! Correspondance I, 1891-1914 (ed. G. Haupt).
París: Maspero, 1975.
Además de contener una muy interesante introducción del edi­tor y reco-
pilador, este volumen constituye, junto con el segun­do, la más exhaustiva re-
copilación de correspondencia que existe hasta este momento, recopilación
que además viene detallada, documentada y comentada extensamente. En su
mayor parte se trata de traducciones hechas y contrastadas directamente a
partir de originales, con lo cual se corrigen errores de ediciones anteriores y
se amplia la información que se poseía.
2. Rosa Luxemburg, J’étais, je suis, je serai! Correspondance II, 1915-1919 (ed.
G. Haupt). París; Maspero. 1977.
Aquí el prólogo no se limita a hacer una presentación del volumen, sino
que ofrece un tratamiento muy original de ciertos temas y aspectos reite-
rativos que se reflejan de forma manifiesta en la correspondencia que Rosa
Luxemburg man­tuvo durante los últimos años de su vida (cuestiones éticas
principalmente, que contrastan con las preocupaciones gene­ralmente más
«políticas» del primer volumen). Las notas son igualmente muy completas,
puestas al día y corrigen errores aparecidos en otras ediciones. La traducción
castellana de am­bos volúmenes aparecerá próximamente publicada por Edi­
ciones Zero-ZYX, de Madrid. Existe, de todas formas, una versión castellana
de las cartas a Sonia Liebknecht (1916-1918) en la segunda parte de Cartas de
la prisión (Buenos Aires: Papeles Políticos. 1974), cuya primera parte recoge la
mayoría de cartas contenidas en la edición castellana que se cita en el apar-
tado I.c.d.
3. Rosa Luxemburg, Lettres à Leo Jogiches (ed. V. Fay), 2 vols. París; De-
noël, 1971.
Se trata de la traducción francesa de dos de los tres volúmenes aparecidos
originariamente en polaco editados por F. Tych; Roza Luksemburg, Listy do
Leona Jogichesa-Tyszki (3 vols.),. Varsovia, 1968-1971, que recoge la totalidad
de la correspon­dencia entre ambos dirigentes de la SDKPIL, Correspondencia
que no viene incluida en las ediciones de G. Haupt anterior­mente menciona-
das por constituir en sí mismas un bloque unitario. Hay traducción castellana
del primer volumen en Cartas de amor a Leon Jogiches. Buenos Aires: La Flor,
1973, aunque se recomienda, en la medida de lo posible, la versión francesa.

256 RECOPILACION DE TEXTOS


La versión alemana en base a la edición completa polaca puede encontrarse
en Briefe an Leon Jogiches. Frankfurt, 1971.
4. Rosa Luxemburg, Lettere ai Kautsky (a cura di Lelio Basso). Roma, Riu-
niti, 1971.
Se trata de la edición más completa de la correspondencia entre Luxemburg
y Luise y Karl Kautsky, precedida por una bonita e interesante introducción
de L. Basso sobre las com­plejas y conflictivas relaciones entre Karl Kautsky y
Rosa Luxemburg, que acabarían en un enfrentamiento político abier­to. Esta
edición se basa, amplía y corrige la edición original: Briefe and Karl und Luise
Kautsky (Berlín, 1923) publicada por la propia Luise Kautsky. Una selección de
esta correspon­dencia se incluye en la edición francesa de G. Haupt ya men­
cionada. Hay traducción castellana de una discutible versión francesa (PUF,
1970) con el título de Cartas a Karl y Luisa Kautsky. Barcelona: Galba, 1975. En
la medida de lo posible se aconseja la edición italiana.

II. TRADUCCIONES DE LA OBRA DE ROSA


LUXEMBURG AL CASTELLANO

No disponemos todavía de ninguna edición de las obras completas de esta


autora. Existen traducciones dispersas de varios de sus ensayos y artículos,
todos ellos, como se ha dicho, escasa o insu­ficientemente introducidos y con-
textualizados. Aquí nos limitare­mos a dar la referencia de las selecciones y
antologías aparecidas hasta el momento más amplias y completas que inclu-
yen, en su mayor parte, los escritos publicados en anteriores antologías. Ade­
más de las traducciones ya citadas en las secciones precedentes, contamos
hoy en España con las siguientes:
1. Rosa Luxemburg. Introducción a la Economía Política. Ma­drid: Siglo
XXI, 1974.
Se trata de los apuntes que Rosa Luxemburg preparó para, y a raíz de, las
clases que impartió en la Escuela del Partido antes de la guerra mundial. (Tra-
ducción de Horacio Ciafandini.) Fue publicada después de su muerte.
2. Rosa Luxemburg, La acumulación del capital y La acumulación del capital
o en qué han convertido los epígonos la teoría de Marx: una anticrítica. México:
Grijalbo, 1967 (traducción de Raimundo Fernández).
La primera de estas obras, una de las más conocidas de Rosa Luxemburg,
constituye también uno de sus escritos más polé­micos, al ser uno de los pri-
meros intentos de explicar el entonces (1913) nuevo fenómeno del imperia-
lismo, en base al desarrollo de los esquemas inacabados o bosquejados tan
solo por Marx. A sus críticos y «epígonos» contestaría Rosa Luxemburg con
el segundo de estos textos, conocido también como La anticrítica, que viene
a ser tanto un intento de popu­larizar y divulgar los temas tratados en La acu­
mulación, como una matización importante a la misma. Ambas lecturas son,
pues, necesariamente complementarias.

ROSA LUXEMBURGO HOY 257


3. Rosa Luxemburg, Escritos Políticos. Barcelona: Grijalbo, 1977. Introduc-
ción y traducción de Gustau Muñoz.
Es la antología de textos más completa con que contamos hasta el momen-
to, en una excelente traducción de G. Muñoz. A se­ñalar, no obstante, que se
echa en falta una debida presen­tación y contextualización de los diversos tex-
tos selecciona­dos. Estos no vienen publicados por orden cronológico, por lo
que puede llevar al lector muy fácilmente a confusión, puesto que, como ocu-
rre con todo pensador y político, el contexto histórico y político, el lugar y la fe-
cha, y las motivaciones que llevaron a la autora a escribir esos artículos y en-
sayos en la forma en que lo hizo, son factores absolutamente deter­minantes.
Detallamos a continuación el índice de la antología y anotamos al margen la
fecha en que fueron escritos:
— ¿Reforma social o revolución? (1899).
— Huelga de masas, partido y sindicatos (1906).
— Militarismo, guerra y clase obrera (1914).
— La crisis de la Socialdemocracia (el folleto de Junius) (1915) (también hay
una buena traducción en Barcelona: Ana­grama, 1975).
— Tesis sobre las tareas de la Socialdemocracia Internacional (1915) (Tradu-
cido asimismo en Barcelona: Anagrama, 1975).
— ¿Qué quiere la Liga Espartaco? (diciembre de 1918).
— Nuestro programa y la situación política. (Discurso pronun­ciado en el
Congreso de fundación del KPD-Spartakusbund) (diciembre de 1918).
— El orden reina en Berlín (15 de enero de 1919, su último escrito).
— En memoria del partido «Proletariado» (1905).
— Problemas de organización de la socialdemocracia rusa (1904).
— La revolución rusa (escrito en otoño de 1918 y publicado en 1922).
— Fragmento sobre la guerra, la cuestión nacional y la revo­lución (probable-
mente en enero de 1918).
4. Rosa Luxemburg, Textos sobre la cuestión nacional, Madrid: Ed. de la To-
rre, 1977. (Traducción de Manuel P. Izquierdo.)
Esta edición, ya citada anteriormente, es la primera versión castellana de
partes importantes de su obra polaca sobre la cuestión nacional (ver I.B. 1.). In-
cluye, además de los frag­mentos ya citados, un artículo inédito: «La acrobacia
progra­mática de los socialpatriotas» (1902). Ediciones de la Torre prepara una
segunda edición corregida y ampliada, de próxima aparición.
Parte de estos textos y otros nuevos han sido recientemente publicados en
versión catalana con el título de Els marxistes i la qüestió nacional, Edicions
de La Magrana. Barcelona, 1978. Se trata, en realidad, de una traducción de la
obra ya mencio­nada de G. Haupt, M. Löwy, C. Weill, Les marxistes et la question
nationale. (Maspero, 1975.)
5. Debate sobre la huelga de masas (primera parte). Buenos Aires: Cuader-
nos de Pasado y Presente, n.° 62, 1975.
Esta antología recoge escritos de diversos autores (Parvus, Mehring, Lu-
xemburg, Kautsky y Vandervelde) en torno a la huelga de masas, tema que
fue central en el seno de la socialdemocracia antes de 1914, y que marcaría
la ruptura defini­tiva entre Kautsky y Luxemburg. Contiene dos artículos de

258 RECOPILACION DE TEXTOS


Rosa Luxemburg, «La causa de la derrota» e «Y por tercera vez el experimento
belga», inéditos en castellano. El volumen recoge perfectamente la atmósfera
política de la época y las distintas concepciones teórico-políticas de los líde-
res socialdemócratas que intervinieron en la polémica.
6. Rosa Luxemburg, ¿Reforma o revolución? y otros escritos. Barcelona: Fon-
tamara, 1978 (2.ª ed. revisada y ampliada), tra­ducción de Juan A. Areste.
Antología que incluye tres artículos inéditos: «Discurso sobre la táctica
(Stuttgart, 1898)», «Las gafas inglesas» y «Libertad de la crítica y de la cien-
cia», todos ellos relacionados con la lucha de Rosa Luxemburg contra el re-
visionismo.
7. Rosa Luxemburg, La revolución rusa y otros escritos. Madrid: Castellote,
1975 (traducción de Jesús Castellote).
Además de textos ya publicados en antologías ya mencionadas, presenta
un artículo inédito: «Masas y jefes». La traducción no es de las mejores, por lo
que para el resto de los escritos que incluye se aconseja la lectura de las ante-
riores ediciones.

III. LIBROS Y ENSAYOS SOBRE ROSA


LUXEMBURG

El pensamiento de Rosa Luxemburg ha sido tratado monográfica­mente en


artículos breves aparecidos casi todos ellos en multitud de revistas especia-
lizadas en Ciencias Sociales, Teoría Política o Historia, en diversas lenguas.
Ofrecemos aquí tan solo una selec­ción de las obras más importantes y desta-
cadas que han aparecido hasta la fecha:
1. J. P. Nettl, Rosa Luxemburg. Londres: Oxford University Press, 1966 (tra-
ducción castellana de Félix Blanco en Edicio­nes Era, México, 1974).
Se trata de la más completa biografía sobre Rosa Luxemburg escrita hasta
la fecha. Contiene además una extensa, inte­resante y útil información biblio-
gráfica de consulta impres­cindible para todo estudioso de Luxemburg. Escrita
por un no-marxista, ofrece, al lado de algunas interpretaciones discu­tibles,
una muy abundante información de la que se carecía hasta su publicación.
Existe una traducción excelente al fran­cés (París: Maspero, 1975, 2 vols.) y la
versión castellana citada. Es preferible, de todos modos, consultar la versión
francesa o la edición original.
2. Paul Frölich, Rosa Luxemburg. Gedanke und Tat. París, 1939; 2.ª ed. Ham-
burgo, 1949 (versión castellana en Rosa Luxem­burg. Vida y obra. Barcelona:
Fundamentos, 1976).
Se trata de un extensa biografía que tiene el interés de haber sido escrita
por un compañero de lucha de Rosa Luxemburg y también exespartaquista.
Es quizá la biografía que ofrece toda­vía hoy la mejor aproximación al conoci-
miento intelectual y político de Rosa Luxemburg.

ROSA LUXEMBURGO HOY 259


3. Gilbert Badia, Rosa Luxemburg journaliste, polémiste, révolutionnaire. Pa-
rís, Editions Sociales, 1975.
Puede considerarse como una biografía muy original en su tratamiento de
aspectos descuidados por otros autores. La primera parte está dedicada a las
luchas políticas llevadas a cabo por Rosa Luxemburg en el seno de la social-
democracia; una segunda parte ofrece una excelente información y valora­
ción de la actividad de Luxemburg bajo las duras condiciones impuestas por
la guerra (cárcel, aislamiento político, la Inter­nacional), de su relación con los
bolcheviques y con la revolu­ción rusa y alemana; la tercera la dedica el autor
a las teorías y al vocabulario de Luxemburg y dedica una parcela importan­
te a su tratamiento de la cuestión nacional, de la acumulación capitalista y
del imperialismo; y la cuarta y última parte se centra sobre la personalidad de
Rosa como periodista, pole­mista, oradora, escritora y corresponsal. Contiene
asimismo una completísima y detallada bibliografía que corrige y amplía no-
tablemente la de Nettl.
4. Se ha traducido al castellano una obra de este mismo autor con el títu-
lo de Los espartaquistas (2 vols.). Barcelona: Ed. Maten, 1971, que contiene no
solo información sobre el movi­miento que Rosa Luxemburg inspiró y dirigió
en la clandes­tinidad durante la guerra, sino también documentos de la Liga
Espartaco, en su mayoría redactados por Luxemburg.
5. G. Lukács, Historia y conciencia de clase. México: Grijalbo, 1969 (y Barcelo-
na, 1975), traducción de Manuel Sacristán.
Esta obra ya clásica en la literatura marxista, contiene, entre otros, dos de
los primeros ensayos que se escribieron sobre Rosa Luxemburg: «Rosa Lu-
xemburg como marxista» (enero 1921), y «Observaciones críticas acerca de la
‹Crítica de la revolución rusa›, de Rosa Luxemburg» (julio 1920). La valora­ción
e interpretación lukacsiana de Rosa, profundamente mar­cada por el impacto
de la revolución rusa y por el triunfo bolchevique, influirían decisivamente en
la consideración y valoración de la personalidad política de Rosa Luxemburg
durante varias décadas.
6. Norman Geras, The legacy of Rosa Luxemburg. Londres: New Left Books,
1976 (traducción castellana de próxima aparición en Ediciones Era, Mé-
xico, 1978).
Recoge cuatro ensayos publicados en distintas revistas por el autor (un ex-
celente conocedor de Luxemburg), uno de los cuales aparece en el presente
volumen de Rosa Luxemburg Hoy. Constituye uno de los pocos intentos serios
de actualización de algunas de las teorías luxemburguianas.
7. Michael Löwy, Dialectique et révolution. París: Anthropos, 1973,
Se trata de una recopilación de diversos ensayos de Löwy publicados en dis-
tintas revistas y épocas. La segunda parte, dedicada a Rosa Luxemburg, está
constituida por tres artícu­los de gran interés: «El marxismo de Rosa Luxem-
burg», «El significado metodológico de la consigna ‹Socialismo o Barbarie›»
y «Rosa Luxemburg y la cuestión nacional». Las con­clusiones de este último
artículo contrastan con las que expone G. Haupt en este mismo volumen de
Rosa Luxemburg Hoy. Constituye igualmente un tratamiento riguroso del per-

260 RECOPILACION DE TEXTOS


fil teórico y polí­tico de Luxemburg dentro de la línea de recuperación y reac­
tualización de su pensamiento.
8. Rosa Luxemburg e lo sviluppo del pensiero marxiste, Annali della Fonda-
zione Lelio e Lisli Basso-ISSOCO, vol.. II, Ed. G. Mazzotta, Milán, 1976.
Es quizá la recopilación de textos sobre Luxemburg más am­plia y rigurosa
hecha hasta la fecha. Recoge las ponencias presentadas con ocasión de la I Se-
mana Internacional de Estudios Marxistas, organizada por la Fondazione en
septiem­bre de 1973 en Reggio Emilia. Algunas de esas ponencias se publican
en el presente volumen.
9. Rosa Luxemburg vivante. Número especial de Partisans, n.° 45, 1969. Pa-
rís: Maspero, 1969 (traducción italiana en Jaca Books, Milán, 1970).
Se trata de una primera colaboración colectiva de mucho in­terés, escrita
bajo la influencia todavía del Mayo francés, a partir de la cual se renovó e im-
pulsó el interés en occidente por la autora polaca después de muchos años de
relativo silencio.
10. Dos pequeñas selecciones de textos breves de diversos autores: El desa­
fío de Rosa Luxemburg. Buenos Aires: Proceso, 1972. Rosa Luxemburg y la es­
pontaneidad revolucionaria. Buenos Aires: Proyección, 1973; ambas de interés
menor, pero que constituyen una interesante aportación.
También contamos actualmente con algunos breves ensayos mono­gráficos
nativos que pueden servir de complemento a las lecturas anteriores, pero en
ningún caso sustituirlas. Ofrecemos tan solo la referencia, por tratarse de es-
critos muy breves:
Díaz Valcárcel, La pasión revolucionaria de Rosa Luxemburg. Madrid:
Akal, 1975.
Gómez Lorente, Rosa Luxemburg y la socialdemocracia alemana. Madrid:
Edicusa, 1975.
M. J. Aubet, Rosa Luxemburg y la cuestión nacional. Barce­lona: Ana-
grama, 1977.

ROSA LUXEMBURGO HOY 261


NOTAS
[1]  «Todas las colisiones de la historia nacen, pues, según nuestra concep­ción,
de la contradicción entre las fuerzas productivas y la forma de inter­cambio» (La
ideología alemana, Barcelona: Grijalbo, 1970, p. 86,; MEW, vol.. 3, p. 73).
[2]  K. Marx. Miseria de la filosofía, Moscú: Ediciones en Lenguas Extranjeras,
Apéndice, p. 186 (en MEW, vol.. 27, p. 460).
[3]  «Para que la clase oprimida pueda liberarse, es preciso que las fuerzas pro-
ductivas ya adquiridas y las relaciones sociales vigentes no puedan seguir existien-
do unas al lado de otras» (Ibid., p. 170, MEW, vol.. 4, p. 181).
[4]  «El molino movido a brazo nos da la sociedad de los señores feudales; el
molino de vapor, la sociedad de los capitalistas industriales» (Ibid., p, 104; MEW, vol..,
4, p. 130).
[5]  Se lee en este texto: «Dada esta prosperidad general, en la que las fuerzas
productivas de la sociedad burguesa se desarrollan con tanto vigor dentro de los
límites que en general permiten las relaciones burguesas, no puede pensarse en una
verdadera revolución. Una tal revolución solo es posible en los períodos en que estos
dos factores las fuerzas productivas modernas y las formas de producción burgue-
sas, entran en contradicción unas con otras» («Las luchas de clase en Francia», en
MEW, vol.. 7, p. 98).
[6]  «Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas productivas de la sociedad
entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo cual no
es más que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior
se habían movido hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas producti-
vas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas fuerzas. Entonces se
abre una era de revolución social. El cambio que se ha producido en la base econó-
mica trastorna más o menos lenta o rápidamente toda la colosal superestructura»
(«Prefacio» a la Contribución a la crítica de la economía política. Madrid: A, Corazón,
1970, p, 37; MEW, vol.. 13, p. 9).
[7]  «La contradicción entre el poder social general en que el capital se con­vierte
y el poder privado del capitalista individual sobre estas condiciones sociales de
producción se desarrolla de un modo cada vez más clamoroso y entraña, al mismo
tiempo, la supresión de este régimen, ya que lleva con­sigo la formación de las con-
diciones de producción necesarias para llegar a otras condiciones de producción
colectivas, sociales. Este proceso obedece al desarrollo de las fuerzas productivas
bajo el régimen de producción capi­talista y al modo como este desarrollo se opera»
(El Capital, Libro III, Méxi­co: Fondo de Cultura Económica, 1968 [5ª ed.]. p. 261; MEW,
vol.. 25, pp.. 274- 275), «El desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social es lo
que constituye la misión histórica y la razón de ser del capital. Es así precisamen­te
como crea, sin proponérselo, las condiciones materiales para una forma más alta de
producción» (Ibid., p, 256; MEW, p. 269).
[8]  Este párrafo ha sido tomado del texto francés de El Capital, traducción de
Roy revisada por Marx, que no corresponde exactamente al texto alemán. Como es
sabido, Marx había introducido modificaciones en el texto francés (algunas de las
cuales fueron luego retomadas en la segunda edición alemana) que, por lo tanto,
debe considerarse como un texto original. El texto citado se encuentra en K. Marx,
Le Capital, traducción de J. Roy enteramente revi­sada por el autor. París: Librairie du
Progrès, 1872-1875, p. 211.

ROSA LUXEMBURGO HOY 263


[9]  «Herr Vogt», en MEW, vol.. 14, p. 439.
[10]  G. Lukács, «Rosa Luxemburg como marxista», en Historia y conciencia de
clase. México: Grijalbo, 1969, p. 29.
[11]  Este concepto de la totalidad, ya presente en Hegel, lo encontramos en Marx
en los primeros esbozos de su concepción materialista de la historia, en La ideología
alemana, y en la Miseria de la filosofía, y posteriormente desarrollado en sus escritos
de madurez, a partir sobre todo de los Grundrisse. Véase, por ejemplo, la relación
entre la ciudad como un todo y los habitáculos singulares, el paso de una noción de
población como «una repre­sentación caótica del conjunto» a la de población como
«una rica totalidad con múltiples determinaciones y relaciones» (Elementos funda-
mentales para la critica de la economía política [borrador] 1857-1858. Madrid: Siglo
XXI, 1972, p. 21).
[12]  «La producción capitalista no es solo reproducción de la relación: es su re-
producción a una escala siempre creciente. (...) La relación no solo se re­produce, no
solo produce en una escala cada vez más masiva, no solo se procura más obreros y
se apodera continuamente también de ramos produc­tivos que antes no dominaba,
sino que, como se ha expuesto en el análisis del modo de producción específica-
mente capitalista, esa relación se reproduce bajo condiciones cada vez más propi-
cias para una de las partes, para los capitalistas, y más desfavorables para la otra, los
asalariados. (...) Hemos visto que la producción capitalista es producción de plusva-
lía y, en cuanto tal producción de plusvalía (en la acumulación) al mismo tiempo es
produc­ción de capital y producción y reproducción de la entera relación capitalista,
en una escala cada vez más extendida» (El Capital, Libro I, cap. VI (inédito). Madrid:
Siglo XXI. 1973 [3ª ed.] pp.. 103-104 y 107).
[13]  «La presión sorda de las condiciones económicas sella el poder de mando
del capitalista sobre el obrero. Todavía se emplea, de vez en cuando, la vio­lencia di-
recta, extraeconómica; pero solo en casos excepcionales. Dentro de la marcha natu-
ral de las cosas, ya puede dejarse al obrero a merced de las «leyes naturales de la pro-
ducción», es decir, entregado al predominio del capital, predominio que las propias
condiciones de producción engendran, garantizan y perpetúan» (El Capital, Libro I,
México, FCE, 1968 [5ª ed.], p. 627; MEW, vol.. 23, p. 765).
[14]  «¿Reforma social o revolución?», en Rosa Luxemburg. Escritos Políticos. Bar-
celona: Grijalbo, 1977, p. 87 (en lo sucesivo referencia E.P.)
[15]  Ibid., p, 128.
[16]  «Nachbetrachtungen zum Parteitag», en Rosa Luxemburg. Gesammelte
Werke. Berlín: Dietz, 1970, vol.. 1/1, p. 253 (en lo sucesivo referencia GW).
[17]  «Problemas de organización de la socialdemocracia rusa», en E.P., p. 540.
[18]  La acumulación del capital. México: Grijalbo, 1967, p, 351.
[19]  «Discurso sobre la táctica, Stuttgart 1898», en Rosa Luxemburg, ¿Reforma o
revolución? y otros escritos. Barcelona: Fontamara, 1978 (2ª ed.), p. 150.
[20]  G. Lukács, «¿Qué es marxismo ortodoxo?», en Historia y conciencia de clase,
op. cit., p. 26.
[21]  «¿Reforma social o revolución?», en E.P., p. 95.
[22]  «La acumulación del capital o en qué han convertido los epígonos la teoría
de Marx. Una anticrítica», en La acumulación del capital, op. cit., Apén­dice, p, 393.
[23]  «Problemas de organización...», en E.P., p. 535.

264 RECOPILACION DE TEXTOS


[24]  «Der Wiederaufbau der Internacionale», en GW, 4, p. 22.
[25]  «¿Reforma social o revolución?», E.P, p, 112.
[26]  La acumulación del capital, op. cit, p. 346.
[27]  «La crisis de la socialdemocracia», en E.P., p. 389.
[28]  Per conoscere Rosa Luxemburg, a cura di L. Basso, Milán: Mondadori, 1977,
pp.. XXXII/XXXIII.
[29]  Ibid., p. XXXIII.
[30]  «Nuestro programa y la situación política», en E.P., p. 427.
[31]  «La crisis de la socialdemocracia», E.P., pp.. 269-270.
[32]  Przedmowa do ksiazki «Kwestia poiska a ruch socjalistyezny», en Rosa Lu-
xemburg, Wybor pism, Warszawa, 1959, I, p. 404.
[33]  «Huelga de masas, partido y sindicatos», en E.P., p. 212.
[34]  «Nacjonalizm a socjaldemokracia rosyjska i polska: 1. Socjalpatriotyczna
robinsonada», en Przeglad Socjaldemolcratyczny, 1903, n. 10.
[35]  Algunas expresiones de Luxemburg, como esta acerca de la «inmutable
nieta final» pueden dar la impresión de que en realidad ella hacía propia la tesis de
una victoria segura —e ineludible— del socialismo. Pero Rosa era una militante, que
escribía casi siempre para los compañeros de base, en los cuales depositaba toda su
confianza, y creía que la convicción de estar en la linea victoriosa de la historia era
un importante estímulo para los militantes, como ella explicó algunas veces. Y sus
expresiones sobre la ambigüedad de la historia, en torno al dilema «socialismo o
barbarie» son demasiado categóri­cas como para poder ser consideradas como sim-
ples adjetivos.
[36]  «¿Reforma social o revolución?», en E.P., pp.. 133-134.
[37]  L. Basso, El pensamiento político de Rosa Luxemburg. Barcelona: Penín­sula,
1976, pp.. 36-37.
[38]  Este problema viene tratado ampliamente en L. Basso, Neocapitalismo e
sinistra europea, Barí, 1969, pp.. 195 y ss. (Traducción alemana: L. Basso, Zur Theorie
des politischen Konflikts. Frankfurt/Main, 1969, pp.. 72 y ss.)
[39]  L. Basso, Neocapitalismo e sinistra europea, cit.
[40]  «Erörterung über die Taktik», en GW 1/1, p. 259.
[41]  Ponencia presentada en la I Semana Internacional de Estudios Marxistas
celebrada en septiembre de 1973 en Reggio Emilia.
[42]  El contexto en que se encuentra esta frase parece que da la razón a los dog-
máticos; va dirigida contra la «política de bachilleres», contra gente de la oposición
de izquierdas que ignoran los hechos históricos, se distin­guen por su arrogancia y
defienden un «marxismo convulsivamente des­figurado». Pero, objetivamente, con-
cierne hoy día igualmente a los dogmá­ticos que utilizan de modo inflacionario el
nombre de marxismo y a los maestros de la letra marxista en todos sus diversos
matices. (Cf. Engels, Respuesta al «Sächsische Arbeiter-Zeitung», en Obras Marx-En-
gels, MEW, vol.. XXII, p. 69.)
[43]  Ernst Thälmann, Der revolutionare Ausweg und die KPD, Berlín. 1932, p. 71.
[44]  Es indudable que las Obras Completas, de Rosa Luxemburg, publicadas
en 1972-1975 bajo la dirección de G. Radczun significa un notable progreso, si se
las compara con aquella selección de sus escritos aparecida, en dos volúmenes, en
1952. Edición esta que había sido preparada de antemano para el lector, con un pró-

ROSA LUXEMBURGO HOY 265


logo de Wilhelm Pieck y toda una serie de mani­festaciones de Lenin y Stalin sobre
Rosa Luxemburg. La edición de Radczun se limita, en esencia, a un exacto trabajo de
reproducción del texto que merece todos los respetos. Con todo, en el caso de tesis
pre­carias, se pone en funcionamiento el viejo mecanismo: El artículo Proble­mas de
organización de la socialdemocracia rusa es comentado, paralela­mente, en base a
las respuestas de Lenin que figuran en las notas corres­pondientes. Sigue oscuro,
como estaba, un problema decisivo: el destino de Rosa Luxemburg en el marxis-
mo-soviético, la cuestión de los condicio­namientos sociales que han impedido, a
pesar de la recomendación de Lenin, que sus escritos sean utilizados para la forma-
ción de generaciones enteras de comunistas. El marxismo sigue llevando hasta la
fecha, casi con la misma firmeza, su carga de ciencia de legitimación.
[45]  Rosa Luxemburg, «Nuestro programa y la situación política», en Rosa Lu-
xemburg, Escritos Políticos. Barcelona: Grijalbo, 1977, p. 437 (en lo sucesivo E.P.)
[46]  Ibid.
[47]  «El orden reina en Berlín», en E.P., p. 450.
[48]  Lenin enuncia, en particular, los siguientes errores: «Rosa Luxemburg se
equivocó en la cuestión de la independencia de Polonia, se equivocó, en 1903, en su
valoración del menchevismo, se equivocó en la teoría de la acu­mulación del capi-
tal, se equivocó al hacer causa común, en julio de 1914, con Plejánov, Vandervelde,
Kautsky y otros, a favor de la unificación de los bolcheviques con los mencheviques,
se equivocó en sus escritos de la cárcel, en 1918 (corrigiendo ella misma, en gran
parte, los errores al salir de prisión, a finales de 1918 y comienzos de 1919). Pero, a
pesar de todos estos errores, R. Luxemburg era y sigue siendo un águila». (Lenin,
Werke, vol.. XXXIII, p. 195.)
[49]  Rosa Luxemburg, «¿Reforma social o revolución?», en E.P., p. 129.
[50]  Espontaneität, Aktion und Partei bei Rosa Luxemburg, ponencia en Reggio
Emilia (manuscrito, p. 1).
[51]  Lelio Basso, Luxemburgs Dialektik der Revolution, Frankfurt a. M. 1967, p. 19.
[52]  Rosa Luxemburg, Die Akkumulation des Kapitals oder was die Epigonen aus
der. Marxschen Theorie gemacht haben. Eine Antikritik, en Die Akkumulation des Ka-
pitals, Frankfurt a.M. 1900, p. 399.
[53]  Rosa Luxemburg, ibid., p. 480.
[54]  Rosa Luxemburg. ibid., p. 478.
[55]  Ibid., p. 460.
[56]  Rosa Luxemburg hace, como Lenin, un trabajo de recuperación de la teoría
social de Marx, y ambos apuntan a lo esencial: restablecimien­to del contenido revo-
lucionario de la dialéctica materialista. Esta reactiva­ción del contenido revoluciona-
rio de la teoría de Marx no va ligado entera­mente, en su significado, a los productos
literarios. Karl Korsch previene, y con razón, contra la ingenua concepción de que
el revolucionario prác­tico está siempre a la altura de su conciencia «literaria», y por
lo tanto en situación de aplicar de forma consecuente en toda cuestión la teoría
desarrollada y el método dialéctico. Korsch cita la afirmación de Marx, tomada de
Las luchas de clase en Francia, en que este atribuye a la clase revolucionaria, tan
pronto como se haya alzado, la capacidad «de encon­trar directa e inmediatamente,
en su propia situación, el contenido y material de su actividad revolucionaria: abatir
a los enemigos, tomar las medidas impuestas por las necesidades de la lucha; las

266 RECOPILACION DE TEXTOS


consecuencias de sus propios actos la hacen avanzar. Y no inicia indagaciones teó-
ricas acerca de sus tareas». Korsch mantiene el momento de lo inconsciente, de lo
no-teórico, en el plano de la acción, como elementos de una dialéctica inmanente,
inconsciente y natural. Frente a este, entra en funcionamien­to, ya en Thalheimer,
una penetrante glorificación de la aplicación del método dialéctico-materialista a
los problemas más sencillos; por ello se habla luego de un «empleo genial» del mé-
todo por parte de Lenin, de Stalin, etc.
[57]  Rosa Luxemburg, «Huelga de masas, partido y sindicatos», E.P. pp.. 145-146.
[58]  Rosa Luxemburg, «Nuestro programa y la situación política», E.P., p. 447.
[59]  Rosa Luxemburg, Politische Schriften II. Frankfurt, 1969, p. 16.
[60]  Rosa Luxemburg, «Problemas de organización de la socialdemocracia
rusa», E. P., p. 533. Cuando Lenin en Estado y Revolución, defiende a Marx de la sospe-
cha de una interpretación federalista de la Comuna de París, muestra ciertamente
de forma adecuada la componente centralista del análisis de Marx que va dirigido
contra los proudhonistas (por cierto, en contradicción con la forma histórica de La
Comuna). Marx no es partidario del federalismo, que era a sus ojos como un refle-
jo del sistema alemán. Sin embargo, conoce muy bien la relación entre disciplina
y centralismo. Una disciplina rígida es para él, como para Engels, expresión de un
movimiento sectario, no del movimiento proletario de clase. Para toda organi­zación
proletaria vale lo que él dice, contra Schweitzer, en una carta del 13 de octubre de
1868, con respecto a una organización centralista de las Trade-Unions. Leemos allí:
«Y si fuera posible una organización centralista de los sindicatos —yo lo tengo, sen-
cillamente, por imposible—, no seria deseable, por lo menos en Alemania. Aquí,
donde el trabajador es discipli­nado con procedimientos burocráticos desde niño,
donde cree en la auto­ridad, en sus superiores, de lo que se trata es, sobre todo, de
enseñarle a andar por su cuenta, con autonomía.»
[61]  Rosa Luxemburg, «Problemas de organización...», E.P., p. 527.
[62]  Lenin, «Der ‹Linke Radikalismus›, die Kinderkrankheit im Kommunismus»,
en Obras Escogidas, vol.. II, Berlín, 1954, p. 691.
[63]  Rosa Luxemburg, «Nuestro programa y la situación política», E.P., p. 446.
[64]  Ibid., pp.. 445-446.
[65]  R. Luxemburg, «¿Reforma social o revolución?», E.P., p. 135.
[66]  R. Luxemburg, «Problemas de organización...» E.P., p. 535.
[67]  Obras Marx-Engels, MEW, vol.. XXII, p. 196.
[68]  También en este punto es completamente falso abrir una fosa entre Lenin
y Rosa Luxemburg; lo que les diferencia es la diversidad de la situación histórica
de cada uno de ellos, situación que lleva las mismas intenciones a resultados to-
talmente diversos (por ejemplo, por lo que se refiere al centralismo democrático).
Pues lo que Rosa Luxemburg criticaba en el comité central de Lenin no le era a este
desconocido. A veces Lenin aparece como un auténtico espontaneísta; pero el par-
tido de Lenin no siguió siendo lo que era cuando él estaba a su cabeza. Las frases
si­guientes, de su libro El «izquierdismo», enfermedad infantil del comu­nismo, apare-
cido en 1920, podrían ser muy bien de Rosa Luxemburg: «La historia en general, la
historia de la revolución en especial, es siempre más rica en contenido, más variada,
más polifacética, más viva, ‹más astuta› de lo que se imaginan los mejores partidos,
las vanguardias más conscientes de las clases más progresistas. Y esto es compren-

ROSA LUXEMBURGO HOY 267


sible, pues las vanguardias mejores dan expresión a la conciencia, al querer, a la pa-
sión, a la fantasía de diez mil, mientras que la revolución es realizada, en momentos
de especial empuje y tensión de todas las capacidades hu­manas, por medio de la
conciencia, el querer, la pasión, la fantasía de docenas de millones, espoleados por
la más aguda lucha de clases.» (Ausgewählte Schriften, vol.., II, Berlín, 1954, p. 739.)
[69]  Rosa Luxemburg, «Problemas de organización...», E.P., p. 531.
[70]  Lenin, Werke, vol.. VII, p. 480.
[71]  Una tal determinación del partido por sus tareas, no por meros prin­cipios
organizativos, se encuentra también en Lenin, si bien con una pretensión de direc-
ción que Rosa Luxemburg negaría decididamente. «¿Qué se ha de entender bajo la
expresión de minoría organizada? Si esta mi­noría es consciente, realmente, de su
clase, si sabe dirigir a las masas, si es capaz de dar respuesta a toda cuestión actual...
entonces es, en el fondo, un partido» (Lenin, Obras, vol.. XXXI, p. 67).
[72]  R. Luxemburg, «Die Debatten in Koln», en el Sächsische Arbeiterzeitung, 30-
5-1905, en Gesammelte Werke, vol.., 1/2, Berlín, 1972, p. 581.
[73]  R. Luxemburg, «Huelga de masas...», E.P., p. 151.
[74]  R. Luxemburg, «La revolución rusa», E. P., p. 561.
[75]  Ibid.
[76]  Para una determinación más exacta de la expresión aquí utilizada, «esfe-
ra pública proletaria», cf. Oskar Negt/Alexander Kluge, Öffentlichkeit und Erfahrung.
Zur Organisationsanalyse von bürgerlicher und proletarischer Öffentlichkeit, Frank-
furt, a. M. 1972.
[77]  Rosa Luxemburg, «Nuestro programa...», E.P., p. 429.
[78]  Ministro de Bismarck (N. del T.).
[79]  Sozialistengesetz, ley represiva contra los socialistas en tiempos de Bis-
marck (1878). (N. del T.)
[80]  MEW, vol.. XXXVIII, p. 94 s.
[81]  Lassalle, fundador del primer partido socialista alemán (1863). En Eise-
nach fundaron W. Liebknecht y A. Bebel el Partido Socialdemócrata Obrero Alemán
(1869), Ambos partidos se unieron par el Programa de Gotha (1875). (N del T.)
[82]  R. Luxemburg, «Huelga de masas...», E.P., p, 169.
[83]  R. Luxemburg, «El orden reina en Berlín», E.P., p. 454.
[84]  El presente artículo, elaborado por el autor a partir de una ponencia pre-
sentada en la I Semana Internacional de Estudios Marxistas, celebrada en Reggio
Emilia en 1973, constituye una ampliación del anterior texto «Los marxistas frente
la cuestión nacional».
[85]  Partido Socialista Polaco, enemigo mortal de la socialdemocracia del Reino
de Polonia (SDKP) cuya principal teórica era Rosa Luxemburg (N del T.).
[86]  Rosa Luxemburg, Internationalismus und Klassenkampf, Neuwied, 1971, p.
153. (En lo sucesivo IuK). (Hay traducción castellana de algunas partes y fragmentos
de esta antología de textos en Madrid: Ediciones de la Torre, 1977, bajo el título Rosa
Luxemburg: Textos sobre la cuestión nacional.)
[87]  Hans Ulrich Wehler, Sozialdemokratie und Nationalstaat. Göttingen,
1971, p. 137.
[88]  Carta de V. Adler a Kautsky del 27 de abril de 1896, en V. Adler, Briefwech-
sel mit August Bebel und Karl Kautsky. Viena, 1954, p. 207. El 30 de mayo de 1896.

268 RECOPILACION DE TEXTOS


I. Daszynski escribía a V. Adler: «La polémica con la redacción de la Neue Zeit ha
adoptado en el artículo formas totalmente adecuadas. Kautsky tiene demasiado
tacto para no saber que nosotros no merecemos que se nos meta en el mismo saco
que la Srta. Rosa con respecto a un órgano del partido (...). Pues —seamos francos—
no llego a comprender que la socialdemocracia alemana no tenga ahora, durante
la coronación del zar, nada más urgente que hacer que reivindicar la incorporación
de Polonia a Rusia en el sentido de la Srta. Rosa, en contra de la voluntad de toda la
socialdemocracia polaca y de otras. Esta posición ha sido como mínimo torpe, esta
‹polémica› ha sido tan poco elegante, por no decir hostil, que yo no sé cómo tomar
postura si no es como ya lo hemos hecho con Haecker en nuestra respuesta.
Las sospechas contra Luxemburg pueden ser neutralizadas, aunque bien es ver-
dad que se imponen literalmente a todo ser pensante que conozca un poco la si-
tuación en Polonia. Me han dicho que sus mejores amigos la han abandonado estos
últimos meses». Archivos V. Adler, Viena.
[89]  Zona del antiguo Reino de Polonia ocupada y anexionada por el Imperio
austrohúngaro.
[90] IuK., p. 216.
[91]  IuK., p. 206.
[92]  Cartas de K. Kautsky a V. Adler del 5 de agosto de 1897 y del 12 de noviembre
de 1896, en V. Adler, Briefwechsel..., op. cit. pp.. 236, 221.
[93]  Carta de Kautsky a Adler, en ibid., p. 221.
[94]  IuK., p. 190.
[95]  IuK., p. 198.
[96]  IuK., p. 238.
[97]  IuK., p. 222.
[98]  J. P. Nettl, La vie et l'oeuvre de Rosa Luxemburg. París: Maspero, 1972, p. 839.
(Hay traducción castellana en México: Ediciones Era, 1974, p. 590.)
[99]  IuK., p. 260.
[100]  J. P. Nettl, op. cit., p. 841. (En la traducción castellana citada no figura este
párrafo: ver pp.. 592-593.)
[101]  IuK, p. 232.
[102]  H. U. Wehler, op. cit., p. 115.
[103]  Rosa Luxemburg, Gesammelte Werke, Dietz, Berlín, 1970. Bd. 1/1, pp.. 63-64
(en lo sucesivo GW).
[104]  IuK, p. 200.
[105]  Rosa Luxemburg, Gesammelte Werke, cit., Bd. 1/1, p. 22.
[106]  IuK., p. 200.
[107]  IuK., p. 156.
[108]  IuK, p. 178.
[109]  K. Kautsky, «Finis Poloniae?», Neue Zeit, XIV, Bd. 11 (1895. 1896), pp.. 484-
91, 513-25.
[110]  Hans Mommsen: Die Sozialdemokratie und die Nationalitätenfrage im
Habsburgischen Vielvölkerstaat, Viena, 1963, p. 253.
[111]  V. Adler, Briefwechsel ..., op. cit., p. 236.
[112]  Carta de Kautsky a Adler del 5 de junio de 1901, ibid., p. 354.
[113]  IuK., p. 220.

ROSA LUXEMBURGO HOY 269


[114]  IuK., p. 143.
[115]  IuK., p. 220.
[116]  K. Kautsky, «Finis Poloniae?»..., p. 513.
[117]  K. Kautsky. «Nochmals der Kampf der Nationalitäten in Österreich», Neue
Zeit, XVI, Bd. 1, febrero de 1978, p. 726.
[118]  J. P. Nettl, op. cit., p. 839. (Trad. castellana, p. 590.)
[119]  Derecho a la autodeterminación. (N. del T.)
[120]  IuK., p. 223.
[121]  V. Adler, Aufsätze, vol.. VIII, p. 377.
[122]  Artículo de Kautsky aparecido en Poslednie lzvestija. n.° 52, reproducido
en anexo en el folleto de V. Medemm, Socialdemokratija i nacional'nyj vopros, San
Pertersburgo, 1906.
[123]  H. U. Wehler, op. cit., p. 214.
[124]  IuK., p. 153.
[125]  IuK., p. 142.
[126]  Maxime Rodinson: «Le marxisme et la nation», L'Homme et la Société, ene-
ro-marzo de 1968, p. 135.(Hay traducción castellana en Barcelona: Anagrama, 1975:
Sobre la cuestión nacional, p.18).
[127]  IuK., p. 142.
[128]  H. Mommsen, Nationalitätenfrage und Arbeiterbewegung, Tréveris.
1971, p. 30.
[129]  IuK., p. 220.
[130]  V. I. Lenin, Polnoe Sobranie Soeinenij, 5ª. ed., XXV, p. 317.
[131]  IuK., p. 220.
[132]  Otto Bauer, prefacio a la primera edición de Die Nationalitätenfrage und
die Sozialdemokratie, p. VII.
[133]  IuK, p. 185.
[134]  Para información biográfica consultar J. P. Nettl, Rosa Luxemburg, 1966.
(Traducción castellana en Ediciones Era, México, 1974.)
[135]  E. Bernstein, Die Voraussetzungen des Sozialismus und die Aufgaben der
Sozialdemokratie, 1899. (Traducción castellana en Ed. Fontamara.)
[136]  Tugan-Baranowsky, Die theoretischen Grundlagen des Marxismus, 1905.
[137]  K. Marx, El Capital, Kerr ed. Vol.. II, p. 532. (Se cita por la edición castellana
de W. Roces en FCE.; vol.. II, p. 406.)
[138]  Ibid., p. 578. (Edición de FCE.; vol.. II, p. 440.)
[139]  M. Kalecki, The problem of effective Demand with Tugan-Baranowsky and
Rosa Luxemburg, 1971.
[140]  J. Robinson, Introduction to Rosa Luxemburg's The accumulation of Ca­
pital, 1951.
[141]  R. Luxemburg, «La Revolución rusa», en Rosa Luxemburg, Escritos Polí­
ticos. Barcelona: Grijalbo, 1977, p. 564 (en lo sucesivo E.P.).
[142]  Ibid.
[143]  Ibid., p. 569.
[144]  Rosa Luxemburg, «Problemas de organización de la socialdemocracia
rusa», en E. P., p. 544.
[145]  R. Luxemburg, «La revolución rusa», E.P., p. 585.

270 RECOPILACION DE TEXTOS


[146]  Ibid., p. 587.
[147]  «¿Reforma social o revolución?», en E.P., pp.. 43-138.
[148]  «Huelga de masas, partido y sindicatos», en E.P., pp.. 139-238.
[149]  S, Haffuer, Failure of a Revolution, 1972, p. 12.
[150]  E. Bernstein, Les préssuposés du socialisme et les tâches de la socialdémo-
cratie. París; Ed. du Senil, 1974, p. 227. (Hay traducción castellana, con el título de Las
premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, Barcelona: Fontamara,
1975, p. 162.)
[151]  Bernstein, Wie ist der Wissenschaftlichen Sozialismus möglich? Verlag der
sozialistischen Monatshefte, Berlín, 1901, pp.. 20, 37.
[152]  Karl Kautsky, Ética y concepción materialista de la Historia. Cuadernos de
Pasado y Presente, Córdoba, 1975, p, 135.
[153]  Karl Kautsky, Die materialistische Geschichtsauffassung. Berlín: Dietz, 1927,
II, p. 681.
[154]  Max Adler, Grundlegung der materialistischen Geschichtsauffassung, 1930,
Wien: Europa Verlag, 1964, p. 23.
[155]  Rosa Luxemburg, «¿Reforma social o revolución?», en Escritos Políticos,
Barcelona: Grijalbo, 1977, p. 128 (en lo sucesivo E.P.).
[156]  Rosa Luxemburg, Introducción a la Economía Política. Madrid: Siglo XXI,
1974, 2ª ed., p. 49.
[157]  Ibid., pp.. 59-60.
[158]  Rosa Luxemburg, «Aus dem literarischen Nachlass von Karl Marx», 8. 1.
1905, en Rosa Luxemburg. Gesammelte Werke, 1/2, Berlín: Dietz, 1970, p. 472 (en lo
sucesivo GW).
[159]  Rosa Luxemburg, Introducción a la Economía Política, op. cit., p. 59.
[160]  Ibid.
[161]  Rosa Luxemburg, «Karl Marx», 1903, y «Stillstand und Fortschritt des Mar-
xismus», 1903, en GW, 1/2, pp.. 367, 375.
[162]  Rosa Luxemburg, «Aus dem literarischen Nachlass von Karl Marx», 1905,.
en GW, 1/2, p. 469.
[163]  Rosa Luxemburg, «¿Reforma social o revolución?», en E. P., p. 102.
[164]  Rosa Luxemburg, «Stillstand und Fortschritt im Marxismus», en GW, 1/2, p.
367. Rosa Luxemburg insiste en el hecho de que esta actividad crea­dora del proleta-
riado se ejerce solamente en el ámbito de las ciencias sociales.
[165]  G. Lukács, Historia y conciencia de clase. México: Grijalbo, 1969, pp.. 44-45.
[166]  Rosa Luxemburg, «Karl Marx», 1903, en GW, 1/2, p. 377.
[167]  «¿Reforma social o revolución?», en E.P., p. 128. (Subrayado M. L.)
[168]  Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Ed.
Lautaro, 1958, p. 98.
[169]  Este trabajo cons­tituye uno de los cuatro capítulos del libro del mismo
autor, The legacy of Rosa Luxemburg. Londres: New Left Books, 1976 (traducción cas-
tellana en Ed. Era, de próxima aparición).
[170]  Rosa Luxemburg, «El orden reina en Berlín», en Rosa Luxemburg. Escri­tos
Políticos. Barcelona: Grijalbo, 1977, p. 454. (De ahora en adelante E.P.)
[171]  G. Lichtheim, El marxismo. Un estudio histórico y crítico. Barcelona: Ana-
grama, 1971, p, 384, nota 2.

ROSA LUXEMBURGO HOY 271


[172]  C. Wright Mills, Los marxistas. México: Era, 1964, p. 133; E. H. Carr, Antes
y después. Barcelona: Anagrama, 1970, p. 69; F. L. Carsten, «Freedom and Revolu-
tion: Rosa Luxemburg», en L. Labedz (ed.), Revisionism. London, 1962, p. 66; G. Lich-
theim, op. cit., pp.. 366-367 y The concept of ideology and other essays. New York, 1967,
pp.. 366-67.
[173]  Ver «¿Reforma social o revolución?», en E.P., pp.. 128-130.
[174]  «La revolución rusa», E.P., p. 588.
[175]  «Problemas de organización de la socialdemocracia rusa», en E.P., p. 547;
«¿Reforma social o revolución?», E.P., pp., 133-34.
[176]  «¿Reforma social o revolución?», en E.P., pp., 117-8.
[177]  Ibid, p. 46.
[178]  «Opportunism and the art of the possible», en R. Looker (ed.), Rosa Luxem-
burg. Selected Political Writings. London: Jonathan Cape, 1972, pp., 73- 74; «¿Reforma
social o revolución?», en E.P., pp.. 84-85; «Speeches to the Stuttgart Congress (1898)»,
en D. Howard (ed.), Selected Political Writings of Rosa Luxemburg. Nueva York/Lon-
dres, Monthly Review Press, 1971, p. 38-39, 43.
[179]  «Speech to the Hannover Congress (1899)», en D. Howard (ed.), op. cit., p.
51; «A Question of Tactics», Permanent Revolution (Journal of Workers' Fight), n.° 1,
Primavera 1973, p. 36.
[180]  «¿Reforma social o revolución?», E.P., p. 85.
[181]  Ibid., p. 68 y ss., 106-107, 117; «Militia and Militarism», en D. Howard. (ed,),
op. cit., p. 144.
[182]  E. Bernstein, Evolutionary Socialism. New York, 1961, p. 197 (subrayados
añadidos). Traducción castellana con el titulo de Las premisas del socialismo y las
tareas de la socialdemocracia. Barcelona: Fontamara, 1975.
[183]  Citado en J. Joll, La II Internacional 1889-1914. Barcelona: Icaria, 1977, p. 91.
[184]  «At sea», Permanent Revolution, n.° 1, p. 43; «Social Democracy and Parlia-
mentarism», en R. Looker (ed.), op. cit., p. J14.
[185]  «Huelga de masas, partido y sindicatos», en E.P., pp.. 179-180.
[186]  Ibid., pp.. 141-149 y pp.. 187-188.
[187]  Ver V. I. Lenin, Collected Works, vol.. 21, pp.. 213-4.
[188]  «Huelga de masas, partido y sindicatos», en E.P., pp.. 205-206, 212; «The
two methods of Trade-Union Policy», en R. Looker (ed.), op. cit., p. 147; «¿Y después
qué?», en Debate sobre la huelga de masas (primera parte). Córdoba: Cuadernos de
Pasado y Presente, 1975, pp.. 121-122.
[189]  Sobre esto ver M. Löwy, La teoría de la revolución en el joven Marx. Madrid:
Siglo XXI, p. 271; y E. Mandel, «Rosa et la socialdémocratie allemande», Quatrième
Internationale, n.° 48, marzo 1971, p. 18. La argumenta­ción del presente ensayo debe
muchísimo, de una forma u otra, a estos dos autores.
[190]  «Huelga de masas, partido y sindicatos», en E.P., p. 165.
[191]  V. I. Lenin, Collected Works, vol.. 9, p. 113.
[192]  «Huelga de masas, partido y sindicatos», en E.P., p. 202-204.
[193]  Ibid., pp.. 179, 182-184, 208.
[194]  «¿Y ahora qué?», en Debate sobre la huelga de masas, op. cit., p. 123.
[195]  «¿Reforma social o revolución?», en E.P., p. 81.
[196]  Karl Kautsky, The road to Power. Chicago, 1909, pp.. 10-12, 27-30,

272 RECOPILACION DE TEXTOS


[197]  K. Kautsky, The class struggle. New York, 1971, p. 188, y The road to power. p.
47; C, E, Schorske, German Social Democracy 1905-1917, New York, 1970, p. 247,
[198]  Citado en Paul Frölich, Rosa Luxemburg. Vida y obra. Barcelona; Fun­
damentos, 1976, pp.. 116, 110.
[199]  «¿Reforma social o revolución?», en E. P., p, 122.
[200]  «Huelga de masas, partido y sindicatos», E. P., p. 208.
[201]  Ver, por ejemplo, «The idea of May Day on the March», en D. Howard (ed.),
op. cit., p. 319-20.
[202]  «Huelga de masas, partido y sindicatos», E. P., p. 217.
[203]  «The National Assembly», en R. Looker (ed.), op. cit.,p. 263-4; «Discurso en
el Congreso de fundación del KPD (Spartakusbund)», en E. P., p. 437.
[204]  «Concerning Morocco», en R. Looker (ed,), op. cit., p, 167.
[205]  Ver, por ejemplo, «Social Democracy and Parlimentarism», y «What now?»,
en R. Looker (ed.), op. cit., pp.. 114-116 y 174-178.
[206]  «The Elections to the National Assembly», en R. Looker (ed.), op. cit., p,
287-290; «Discurso en el Congreso de fundación del KPD (Spartakusbund)», en E.
P., p. 439.
[207]  Ver N. Geras, «Barbarism and the Colapse of Capitalism», en N. Geras, The
Legacy of Rosa Luxemburg. Londres: New Left Books, 1976, pp.. 13-42 (de próxima
traducción castellana en Ed. Era, de México).
[208]  J. Degras (ed), The Communist International 1919-1943, Documents, vol.. 1,
Londres, 1956, p. 249 (subrayados añadidos N. G.).
[209]  L. Trotsky, The Transitional Program for Socialist Revolution. New York,
1973. pp.. 77, 75.
[210]  «Fragmento sobre la guerra, la cuestión nacional y la revolución», en E.
P.. p. 602.
[211]  «Discurso en el Congreso de fundación del KPD (Spartakusbund)», en
E.P., p. 428.
[212]  Ver, por ejemplo, «Huelga de masas, partido y sindicatos,» en E.P., p. 216.
[213]  Ibid., pp.. 144, 155-56, 160-61, 166, y «The Revolution in Russia», en R. Loo-
ker (ed.), op. cit., p. 119-20.
[214]  «Huelga de masas, partida y sindicatos», E.P., p. 190; «The next step», en
Looker (ed.). op. cit., p, 149; «La revolución rusa», en E.P., pp.. 561-563.
[215]  «Fragmento sobre la guerra, la cuestión nacional y la revolución», en
E.P., p. 605.
[216]  Ver «Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia internacional», en E.P.,
pp.. 404-406.
[217]  Collected Works, vol.. 33, p. 210; ver también Contribución a la historia del
problema de la dictadura, vol.. 31, pp.. 341-342. Ahí Lenin, al referirse a las luchas
de masas de 1905, y a la forma en que plantearon la cuestión del poder proletario
revolucionario, escribe: «Los representantes más destaca­dos del proletariado revo-
lucionario y del marxismo no falseado, como Rosa Luxemburg, comprendieron en-
seguida el significado de esta expe­riencia práctica.»
[218]  «Rosa Luxemburg y la Internacional», en AA.VV., El desafío de Rosa Luxem-
burg. Buenos Aires, Proceso, 1952, p. 104, 129.

ROSA LUXEMBURGO HOY 273


[219]  Este artículo es una versión revisada y ampliada de la conferencia dada
por el autor en Reggio Emilia (Italia), en 1973, con ocasión de la I Semana Inter-
nacional de Estudios Marxistas organizada por la Fundación Lelio Basso. Ha sido
publicado por Macmillan Press Ltd., con el título de The marxian legacy (capítulo III).
[220]  «La crisis de la socialdemocracia», Rosa Luxemburg. Escritos Políticos (de
ahora en adelante E.P.). Barcelona; Grijalbo, 1977, p. 260.
[221]  Esta expresión hace referencia a grupos políticos no identificables, de
tendencia anticonsumista y naturista. (N. del T.)
[222]  «¿Reforma social o revolución?», en E. P.., p. 132.
[223]  Ibid., p. 129.
[224]  «Parteitag der Sozialdemokratischen Partei Deutschlands vom 3. bis 8.
Oktober 1898 in Stuttgart», en Rosa Luxemburg. Gesammelte Werke, vol.. 1/1. Berlín:
Dietz Verlag, 1970, p. 237.
[225]  «¿Reforma social o revolución?», en E.P., p. 46.
[226]  Ibid., p. 102.
[227]  «Problemas de organización de la socialdemocracia rusa», E.P., p. 547; y
«Militia and Militarism», en D. Howard (ed.), Selected Political Writings. Rosa Luxem-
burg. New York/London: Monthly Review Press, 1971.
[228]  «En memoria del partido ‹Proletariado›», en E.P., pp.. 468-9.
[229]  Ibid., p. 492.
[230]  «La crisis de la socialdemocracia», en E.P., p, 269-270,
[231]  «Cuestiones de organización de la socialdemocracia rusa», E.P., p. 521.
[232]  «¿Reforma social o revolución?», E.P., p. 134.
[233]  «En memoria del partido ‹Proletariado›», en E.P., p. 470.
[234]  Anticrítica. (Crítica de las críticas). Se trata de un extenso trabajo escrito
por Rosa Luxemburg en 1915, titulado en realidad La acumulación del capital o lo que
los epígonos han hecho de la teoría marxista. Una anticrítica, en respuesta a las críti-
cas que había recibido a su Acumulación del capital (1913), (N. del T.)
[235]  «Huelga de masas, partido y sindicatos», en E.P., p, 184.
[236]  Ibid., p. 228; y «Problemas de organización...», E.P., p. 531.
[237]  «Nuestro programa y la situación política». (Discurso pronunciado en el
Congreso de fundación del KPD, Spartakusbund), en E.P., p. 447.
[238]  Ibid., pp.. 436-37.
[239]  «El orden reina en Berlín», en E.P., p. 452.
[240]  Ibid., p. 451.
[241]  Ibid., p. 454.
[242]  «¿Qué quiere la Liga Espartaco?». en E.P., p. 409.
[243]  «Nuestro programa...», en E.P., p. 446.
[244]  «Huelga de masas...», en E.P., p. 190.
[245]  «¿Reforma social o revolución?», en E.P., p. 125.
[246]  Ibid., p. 124.
[247]  «Huelga de masas...», en E.P., p. 190.
[248]  El presente articulo está basado principalmente en: T. Kowalik, «Rosa
Luxemburg's Theory of Accumulation and Imperialism», en Problems of Economic
Dynamics and Planning. Essays in honour of Michael Kalecki. Warszawa: PWN-Po-
lish Scientific Publishers, 1964; T. Kowalik, Rosa Luxem­burg. Il pensiero economico.

274 RECOPILACION DE TEXTOS


Roma: Riuniti, 1977; T. Kowalik, «La teoria dell'accumulazione di Rosa Luxemburg e
l'economia politica moderna», en Annali della Fondazione Lelio e Lisli Basso. (Roma,
vol.. II, Rosa Luxem­burg e lo sviluppo del pensiero marxista.) Milano: Mazzota, 1976.
[249]  «¿Reforma social o revolución?», en Rosa Luxemburg, Escritos Políticos.
Barcelona: Grijalbo, 1977, pp., 66-68.
[250]  La acumulación del capital. Londres, 1951, p. 452.
[251]  Ibid., p. 449.
[252]  Ibid., p. 452.
[253]  Ibid., p. 466
[254]  Ibid., p. 366.
[255]  Sozialreform oder Revolution? (edición original, reproducción fotomecá­
nica, Berlín, 1967) pp.. 61. (Traducción castellana «¿Reforma social o revolu­ción?», en
Barcelona, Grijalbo, 1977: Rosa Luxemburg: Escritos Políticos.)
[256]  Rosa Luxemburg, «Nuestro programa y la situación política*, en Escritos
Políticos, op. cit., p, 418 (en lo sucesivo E.P.).
[257]  Ibid., p. 426.
[258]  «Zum kommenden Parteitag», Rosa Luxemburg, Gesammelte Werke, Dietz
Verlag, Berlín, 1974, vol.. 1/1, p. 525 (en lo sucesivo GW).
[259]  Según los términos de este acuerdo, la socialdemocracia se comprometía
a no hacer propaganda socialdemócrata en las 16 circunscripciones en que los candi-
datos progresistas estaban bien colocados, mientras que los progre­sistas prometían
apoyar a los candidatos socialdemócratas en 31 circunscrip­ciones. Este compromi-
so solo se cumplió de manera muy imperfecta. Así, por ejemplo, en la circunscrip-
ción en que se presentaba Karl Liebknecht (Postdam-Spandau) la mayor parte de los
votos progresistas recayeron en la segunda vuelta en el candidato conservador, para
el que incluso un político del partido progresista había hecho campaña.
[260]  «Rede am 31 März 1912 in der Generalversammlung des Verbandes sozial-
demokratischer Wahlvereine Berlins und Umgegend», GW 3, p. 157.
[261]  Simultáneamente, es bien cierto, intentan fomentar la reeducación polí­
tica del naciente proletariado creando asociaciones obreras.
[262]  Manifiesto del Partido Comunista, editado por Grijalbo, Colección 70, Mé-
xico, 1969, p. 65.
[263]  Correspondance Marx-Engels, Ed. Sociales, t. I, p. 544.
[264]  Ibid., p, 552.
[265]  Marx-Engels: Crítica del Programa de Gotha, trad. e introducción de Gus-
tau Muñoz, Ed. Materiales, Barcelona. 1978. p. 98 (en alemán Marx-Engels Werke,
MEW, t. 19. p. 23).
[266]  Marx-Engels, Crítica del Programa de Gotha, op. cit. p. 98 (MEW, t. 19, p. 23).
[267]  Ibid., p. 98 (MEW, t. 19, p. 23). Ver igualmente Manifiesto, p. 36. En realidad
Marx «interpreta» aquí un poco el pasaje que cita, puesto que en el pasaje en cues-
tión se lee que esas capas medias «son reaccionarias (...) si son revolucionarias, es
en consideración (...) etc.». Sin embargo, su pensamiento es fiel al espíritu general
del Manifiesto puesto que en él se lee «Pequeños industriales, pequeños comercian-
tes y rentistas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias
de otro tiempo, caen en las filas del proletariado» (Manifiesto, p. 32). Y aún: «el pro-
greso de la industria precipita a las filas del proletariado a capas enteras de la clase

ROSA LUXEMBURGO HOY 275


dominante» (Ibid., p. 35). No se discutirá aquí la cuestión de si Marx-Engels simpli­
ficaron o no el proceso de descomposición de la clase dominante al no señalar que,
en la sociedad moderna, las capas medias no solamente no desaparecerían sino
que se desarrollarían «nuevas capas medias».
[268]  Ver Marx-Engels, Crítica..., pp.. 61 y 115.
[269]  Ver Marx-Engels, Critique des programmes de Gotha et d'Erfurt, Ed. So­
ciales, París, p. 150.
[270]  Ibid., p. 151.
[271]  Ibid., p. 150.
[272]  Ibid.
[273]  Ibid., p. 53.
[274]  Ibid., p. 53, nota 3.
[275]  Correspondance Marx-Engels, tomo 3, pp.. 281-282 (la carta del 16 de no-
viembre de 1852).
[276]  Lenin. La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, edición
de Grijalbo, Colección 70, México, 1974, pp.. 90 y 94.
[277]  Para el análisis de la noción de compromiso en Rosa Luxemburg ver Gil-
bert Badia, Rose Luxemburg, journaliste, polémiste, revolutionnaire, Editions Sociales,
París, 1075, p. 586 y ss.
[278]  Ver Correspondance Marx-Engels, tomo 3, p. 79.
[279]  Ver Manifiesto del Partido Comunista, ed. bilingüe, Ed. Sociales, 1972, pp..
94-45 y passim.
[280]  Remito aquí al frecuentemente citado pasaje del Dieciocho Brumario de
Luis Bonaparte, traducción de O. P. Safont, Ed. Ariel, Barcelona, 1968, p. 150.
[281]  «Arbeiterbewegung und Sozialdemokratie», GW, vol.. 1/2, p. 255.
[282]  «Erörterung über die Taktik», GW, vol.. 1/1, pp.. 257-263 (lo que su afir­
mación anteriormente citada contradice, ver nota 280).
[283]  «¿Reforma social o revolución?», en E.P., p. 123 y passim.
[284]  «Problemas de organización de la socialdemocracia rusa», en E.P., p. 546.
[285]  Beiträge zur Geschichte der Arbeiterbewegung, 5, 1969, p. 794.
[286]  «Die bayerische Verhältnisse», GW, vol.. 1/1, p, 503.
[287]  Sobre este uso de la palabra pueblo, ver Badia, Rosa Luxemburg,.., op. cit.,
p. 559 y ss.
[288]  Ver carta del 9 de mayo de 1911, citada en Badia, Rosa Luxemburg..., p. 396;
GW, vol.. 1/1, p. 503.
[289]  Por el contrario, Lenin en su La enfermedad infantil... insiste en esta diver-
sidad al señalar que «el proletariado ‹puro› (está) rodeado de una masa abigarradísi-
ma de elementos que señalan la transición del proletariado al semiproletariado (...),
del semiproletariado al pequeño campesino (...), del pequeño campesino al campe-
sino medio; etc.»; el propio proletariado se divide en «sectores, de un desarrollo ma-
yor o menor, divisiones de carácter territorial, profesional, a veces religioso, etc...»
Lenin, La enfermedad..., p. 94.
[290]  Para el análisis de estas páginas, ver Badia, Rosa Luxemburg..., op. cit., p.
705 y ss. Es cierto que aquí R. L. evita el término Masse o bien Volk (pueblo), em-
pleando preferentemente Menge (muchedumbre) o bien Pöbel (populacho). Ibid.,
pp.. 566-568.

276 RECOPILACION DE TEXTOS


[291]  En 1904 escribe que los dirigentes políticos no deben ser más que «eje-
cutores, instrumentos de la acción consciente de las masas» (GW, vol.. 1/2, p. 396).
En 1908 escribe: «El renacer de la actividad revolucionaria del proletariado es, tarde
o temprano, una necesidad histórica» (G. Badia, op. cit., p. 431, nota 209). El texto de
estudio más relevante a este respecto es Huelga de masas, partido y sindicatos.
[292]  Ver MEW, t. 22. p. 251.
[293]  Sobre los progresos del Partido Socialdemócrata Alemán y sobre su ac-
tividad, ver Dieter Fricke, Die deutsche Arbeiterbewegung 1869-1914, Dietz Verlag,
Berlín, 1976.
[294]  «Und zum dritten Male das belgische Experiment», GW, vol.. 1/2, p. 242.
[295]  Entretanto ha cedido el puesto a la tesis de un acercamiento de R. Lu­
xemburg a posiciones leninistas y de atenuamiento de los antagonismos, la formu-
lada en la frase de Ernst Thälmann: «En todas las cuestiones en que Rosa Luxem-
burg defendiera otra concepción que la de Lenin su opinión fue errónea». (Ernst
Thälmann, Der revolucionäre Ausweg und die KPD, Berlín, 1932, p. 71). Esta tesis ha
estado durante mucho tiempo vigente para la historiografía oficial del Partido. Las
diferencias se siguen decidiendo a favor de la supuesta perfección de las ideas le-
ninistas. Cf. La biografía de Luxemburg, de Annelies Laschitza/Günther Radczum,
Rosa Luxemburg. Ihr Wirkcen in der deutschen Arbeiterbewegung, Berlín, 1971.
[296]  Cf. Paul Frölich, Rosa Luxemburg. Gedanke und Tat, Frankfurt a.M., 1967
(traducción castellana en Barcelona: Fundamentos, 1976}; Lelio Basso, Rosa Luxem-
burg, Dialektik der Revolution, Frankfurt a.M., 1969 (traducción cas­tellana en Barcelo-
na: Península, 1976); J. Peter Nettl, Rosa Luxemburg, Colonia/Berlín, 1968 (traducción
castellana en México: Era, 1974); Paul Mattick, Die Gegensätze zwischen Luxemburg
und Lenin, reimpreso en «Partei und Revolution», Berlín (sin año). Cf, También la
selección de trabajos «Rosa Luxemburgs Beitrag zur Entwicklung des Marxschen
Denkens», convención ce­lebrada en septiembre de 1973 en Reggio Emilia, donde se
reflejan las distintas posiciones; Claudio Pozzoli (ed.), Rosa Luxemburg oder die Bes-
timmung des Sozialismus, Frankfurt a.M., 1974.
[297]  Sobre este continuo punto conflictivo entre la socialdemocracia polaca y
la rusa y sobre la actividad de Rosa Luxemburg en el movimiento obrero polaco, cf.
Nettl, op. cit., p. 524 y ss.
[298]  Lenin, Was tun? Brennende Fragen unserer Bewegung, en Lenin, Werke,
Berlín, 1956 ss., vol.., V, p. 385 ss. Como otras veces, Lenin sacaba también esta idea
de Kautsky. Más abajo se refiere a este y cita: «La conciencia socialista es, por tanto,
algo introducido desde fuera en la lucha de clase del proletariado, no algo connatu-
ral al mismo» (op. cit., p. 395).
[299]  Ya un año antes, en el artículo Dem Andenken des «Proletariat», se apun-
ta esta crítica del centralismo, refiriéndose Rosa Luxemburg a los puntos débiles
propios de unas organizaciones terroristas de élites, las cuales no podrían llevar a
cabo el socialismo. Rosa Luxemburg, Gesammelte Werke, Berlín, 1970 ss. (a conti-
nuación citadas con las siglas GW), vol.. 1/2, p. 306 ss. (Tra­ducción castellana en Rosa
Luxemburg: Escritos Políticos. Barcelona; Grijalbo, 1977, pp.. 455-522; en lo sucesivo
citado por E.P.)
[300]  «Mi idea», sigue escribiendo Lenin, «es ‹burocrática› en el sentido de que
el Partido está construido desde arriba para abajo, desde el Congreso hasta las orga-

ROSA LUXEMBURGO HOY 277


nizaciones particulares del mismo» (Lenin, Ein Schritt vorwärts, zwei zurück, en Le-
nin, Werke, vol.. VIII, p. 410). Si Lenin hubiese relativizado esta idea suya, refiriéndola
exclusivamente a las circunstancias rusas, con toda seguridad no habría merecido
la crítica de Luxemburg, pues ella ve muy bien las dificultades y peculiaridades de
la situación rusa. «En Rusia ha recaído en la Socialdemocracia la tarea de suplir por
su intervención directa todo un período del proceso histórico y conducir al proleta-
riado, desde la atomi­zación política, que es la base del régimen absoluto, a la forma
más elevada de organización, a su organización como clase en lucha consciente de
su objetivo. El problema de la organización adquiere, por consiguiente, parti­cular
dificultad para la Socialdemocracia rusa, y no tanto porque tenga que proceder sin
forzar todas las garantías formales de la democracia burgue­sa como, sobre todo,
porque, un poco como Dios Padre, tiene que crear ‹de la nada›, en el vacío, sin dispo-
ner de la materia prima política que en otro caso prepara la sociedad burguesa.» Lu-
xemburg, «Problemas de organización de la socialdemocracia rusa», en E.P., p. 527.
[301]  Refiriéndose a los sindicatos, Marx había afirmado que organizaciones
centralistas sirven para movimientos sectarios, pero no para movimientos prole-
tarios. «Y si fuera posible (la organización centralista del proletaria­do, A. J.) —yo la
tengo tout bonnement por imposible— no seria deseable» (Karl Marx a J. Baptist von
Schweitzer, el 13-10-1868, en MEW, XXXII p. 570).
[302]  Esta concepción fue atacada duramente por Lenin: «Y en toda la famo-
sa teoría de la organización como proceso (véase sobre todo los artículos de Rosa
Luxemburg) no se encontrará contenido alguno que no sea la defensa de la falta
de principios» (Lenin, Von schönen Worten wird man nicht satt, en Werke, vol.. VIII.
p. 49). Lenin dice, en su réplica al escrito de Luxemburg, que, para él, se trata de
la defensa de «principios elementales de todo sistema de organización posible de
partido» (Lenin, Ein Schritt vorwärts, zwei zurück. Eine Antwort Lenin an Rosa Luxem-
burg, en Werke, vol.. VII, p. 480); pasando por alto, al hablar así, el hecho de que Rosa
Luxemburg no se ocupa de forma abstracta de la cuestión organizativa, sino de la
acción recíproca y mediación entre organización y acción.
[303]  R. L., «Problemas de organización », E.P., p. 532.
[304]  Ibid., p. 530.
[305]  Ibid., p. 528.
[306]  «El jacobino vinculado inseparablemente a la organización del proleta­
riado es, justamente, el socialdemócrata revolucionario» (Lenin, Ein Schritt..,op.
cit., p. 386).
[307]  R. L., «Problemas de organización...», E.P., p. 530.
[308]  Ibid., p. 531.
[309]  Ibid., p. 528.
[310]  Ibid., p. 533.
[311]  Cf. Oskar Negt, Soziologische Phantasie und exemplarisches Lernen, Frank-
furt a. M., 1972, p. 83 s.
[312]  L. Trotsky, «Unsere politische Aufgaben» (1904), en Schriften zur revolu-
tionären Organisation, Reinbeck, 1970, p. 125.
[313]  Ibid., p. 127.
[314]  En el curso de la campaña difamatoria, la teoría de Luxemburg recibió,
típicamente, el sello de «trotskista».

278 RECOPILACION DE TEXTOS


[315]  Luxemburg está plenamente dentro del pensamiento de Marx cuando ve
la posibilidad de toma de conciencia del proletariado solo por medio de su propia
praxis y experiencia (cf. «La tercera tesis de Feuerbach», en MEW, III, p. 5) y se refiere
continuamente a la relación dialéctica entre espontaneidad y conciencia, pasando
así a la cuestión de la organización: «La lucha de clases no es, como se sabe, un in-
vento o una creación arbitraria de la Socialdemocracia, para poderla suspender a
placer, sin más, por períodos de tiempo determinados. La lucha de clases proletaria
es más vieja que la Socialdemocracia; es un producto elemental de la sociedad de
clase, y ya llameaba cuando se introdujo el capitalismo en Europa. No es la Social-
democracia la que indujo en primer término al proletariado moderno a la lucha de
clases, antes bien fue este quien creó a aquella con la finalidad de introducir con-
ciencia de los objetivos perseguidos y coherencia entre los dife­rentes fragmentos
locales y temporales de la lucha de clases» (Rosa Luxem­burg, «La crisis de la Social-
democracia», en E.P., p. 343).
[316]  R. L. «Problemas de organización...», en E.P., p. 535.
[317]  Ibid., pp.. 535-36.
[318]  Ibid., p. 536.
[319]  Ibid., p. 537.
[320]  «No se trata de que haya puntos de los Estatutos que puedan generar
oportunismo, sino de forjar, con ayuda de estos puntos, un arma más o menos agu-
da contra el oportunismo» (Lenin, Ein Schritt vorwärts..., loc. cit., p. 271).
[321]  R. L. «Problemas de organización...» E.P., p. 538.
[322]  Lenin, Ein Schritt..., loc. cit., p. 400.
[323]  R. L., «Problemas de organización...» E.P., pp.. 543-544.
[324]  Ibid., p. 548.
[325]  Ibid., pp.. 547-48.
[326]  Ibid., p. 548.
[327]  Ibid., p. 549.
[328]  Ibid., p. 544.
[329]  Karl Marx, Herr Vogt, en MEW, XIV, p. 439.
[330]  Friedrich Engels a Gerson Trier, el 18-12-1889. en MEW, XXXVII, p. 327.
[331]  Cf. Lenin, Notizen eines Publizisten, en Werke, vol.. XXXIII, p. 195.
[332]  Lenin, Rede zum Parteiprogramm vor dem II. Parteitag der SDAPR, en Wer-
ke, VI, p. 490.
[333]  Lenin, Vorwort zum Sammelband «12 Jahre», en Werke, vol.., XIII, pp.. 93 y 100.
[334]  Lenin, Über die Reorganisation der Partei, en Werke, vol.. X, p. 16.
[335]  Lenin, Der Partisanenkrieg, en Werke, vol.. XI, p. 202 s.
[336]  Lenin, Kritische Bemerkungen zur nationalen Frage, en Werke, vol.. XX,
p.32. Todavía en 1905 se volvía Lenin contra la aplicación universal de sus princi-
pios organizativos. Cf. Lenin, Resolution über das Verhältnis zwischen Arbeitern und
Intellektuellen in der sozialdemokratischen Partei, en Werke, vol.., VIII, p. 184. Por otra
parte, la Socialdemocracia del reino de Polonia y Lituania, dirigida prácticamente
por Rosa Luxemburg, estaba organizada en base a un rígido centralismo, obligatorio
desde su anexión en 1906, apo­yada por ella, a la Socialdemocracia rusa.
[337]  Cf. Lenin, Was tun?, en Werke, vol.. V, p. 496 ss.
[338]  Cf. Lenin, Der Jenaer Parteitag der SPD, en Werke, vol.. IX, p. 286.

ROSA LUXEMBURGO HOY 279


[339]  Lenin. Die Lehren der Revolution, en Werke, vol.. XVI, p. 305.
[340]  Cf. Nettl, op. cit., p. 346 s.
[341]  Cf. Georges Haupt, Der Kongress fand nicht statt, Viena, 1967, p. 26.
[342]  Nadesha Krupskaja, Erinnerungen an Lenin, Berlín, 1960, p. 181.
[343]  R. L., Briefe an Leon Jogiches. Frankfurt a.M. 1971, p. 266.
[344]  R. L., «Blanquismus und Sozialdemokratie», en Internationalismus und
Klassenkampf (ed. por Jürgen Hentze), Neuwied/Berlín, 1971, p. 302.
[345]  Cf. R. L., Briefe an Leon Jogiches, loc. cit., p. 311.
[346]  Cf. Ibid., p. 327.
[347]  Lenin a A. Schliapnikov, el 27-10-1914, en Werke, vol.. XXXV, p. 142 s.
[348]  Acerca del «caso Radek», cf. Karl-Ernst Moring, Die sozialdemokratische
Partei in Bremen 1890-1914, Hannover, 1968, p. 176 ss.; sobre la escisión del partido
polaco cf. Nettl, op. cit., p. 554 ss.
[349]  Cf. Lenin, Über das Selbstbestimmungsrecht der Nationen, en Werke, vol..
XX, p. 456.
[350]  Hasta el estallido de la guerra, Lenin polemizó duramente con Rosa Lu-
xemburg como «miembro de una dirección sin partido» (Lenin, Auch Vereiniger, en
Werke, vol.. XIX, p. 490). Cf. también Peter Nettl, «Ein unveröffentlicher Artikel Le-
nins vom September 1912», en International Review of Social History, vol.. IX, p, 478.
[351]  El conocimiento que el SPD tenía del partido obrero ruso, para el que él
desempeñaría frecuentemente el papel de árbitro en sus discusiones, era extre-
madamente pequeño (cf. Peter Losche, Der Bolschewismus im Urteil der deutschen
Sozialdemokratie. Berlín, 1967).
[352]  Así, Rosa Luxemburg estuvo preocupada siempre por no romper con los
bolcheviques —a pesar de las violentas discusiones entre polacos y rusos—, esfor-
zándose por presentar sus opiniones en forma de «crítica amistosa», según sus
mismas palabras. Cf. Briefe an Jogiches, loc., cit., p. 266.
[353]  Cf. Paul Mattick, Die Gegensätze,.., loc. cit., p. 149.
[354]  Cf. Hermann Weber, Der Gründungsparteitag dar KPD. Protokoll und Mate-
rialien, Frankfurt a.M. 1960, p. 44 s.
[355]  Rosa Luxemburg, «Der Wiederaufbau der Internationale», en GW,
4, p. 20 ss.
[356]  R. L., «La crisis de la Socialdemocracia», en E.P., pp.. 255-393.
[357]  «Mientras existan estados capitalistas, en particular, mientras la política
mundial imperialista determine y configure la vida interna y externa de los estados,
el derecho a la autodeterminación nacional no tendrá, tanto en la paz como en la
guerra, ni lo más mínimo en común con su práctica. Todavía más: en el milieu impe-
rialista actual ya no pueden darse en general guerras nacionales de defensa, y toda
política socialista que no tome en cuenta este determinante milieu histórico, que en
medio del torbellino mun­dial se quiere dejar guiar solo por el punto de vista aislado
de un país, construye a priori sobre arena» (R. L., «La crisis...», E.P., pp.. 358-359). Cf. Le­
nin, Über die Junius-Broschüre, en Werke, vol.. XXII, p. 313 ss. Otro punto de fricción
es el temor a la desintegración de la izquierda alemana; pero en este caso, comparte
la opinión de Luxemburg, de que no se puede «hacer» la revolución.
[358]  Cf. R. L., «Tesis sobre las tareas de la Socialdemocracia internacional», en
anexo a La crisis de la Socialdemocracia. Barcelona: Anagrama, 1976, pp.. 167-168.

280 RECOPILACION DE TEXTOS


[359]  Cf. Spartakasbrief Nr. 5, mayo de 1917, en Spartakusbriefe, Berlín, 1955, p.
326, y n.° 8, de enero de 1918, loc. cit., pp.. 406 ss y 416. Corrobora repetida­mente su
concepción de que el desarrollo de la revolución rusa va vinculada a la duración de
la guerra. «La duración de la guerra es el perentorio plazo histórico que se le da, de
manera que, en el fondo, el proletariado ruso lucha, luchando por la paz general, por
la soga para su propio cuello. Si la paz llega como una chapuza, como resultado de
un entendimiento entre los gobiernos capitalistas y no como obra de la sublevación
europea del prole­tariado, entonces dejará las manos libres a la burguesía rusa, a las
poten­cias de la Entente y sobre todo a Alemania, para lanzarse todos ellos inme­
diatamente sobre el proletariado revolucionario ruso» (Spartakusbrief Nr. 6, agosto
de 1917, loc. cit., p. 358).
[360]  Este es el leitmotiv de todas las Cartas Spartakus. «Todo partido socia­lista
que llegue hoy día al poder en Rusia tiene que seguir una táctica equi­vocada en tan-
to se le siga dejando en la estacada, como parte del ejército. La culpa de los errores
de los bolcheviques la tiene, en primer lugar, el proletariado internacional y, sobre
todo, la tenaz y sin par bajeza de la socialdemocracia alemana» (Spartakusbrief Nr.
1, de septiembre de 1918, loc. cit., p. 460). Y escribía a Luise Kautsky a finales de 1917
en los siguientes tér­minos: «¡Sí, los bolcheviques! Naturalmente que tampoco co-
mulgo con su fanatismo de la paz. Pero, al fin y al cabo, ellos no tienen la culpa. Se
en­cuentran en una situación de emergencia; solo tienen la posibilidad de esco­ger
entre dos palos, de modo que se quedan con el más leve» (Briefe an Karl und Luise
Kautsky, Berlín, 1923, p. 219).
[361]  Spartakusbrief Nr. 11, loc. cit., p. 454. En este trabajo se señalan ya los pun-
tos esenciales de la crítica.
[362]  Lenin, Referat vom 27-7-1918, en Werke, vol.. XXVII, p. 549.
[363]  «El partido de Lenin fue el único que comprendió las exigencias y el deber
de un partido realmente revolucionario, el que mediante la consigna de «todo el
poder al proletariado y al campesinado» supo asegurar el avance de la revolución.
De este modo los bolcheviques han resuelto la famosa cuestión de la «mayoría del
pueblo», que desde siempre persigue a los socialdemócratas alemanes como una
especie de pesadilla. (...) No se llega a la táctica revolucionaria a través de la mayo-
ría, sino a la mayoría a través de la táctica revolucionaría. Solo un partido que sepa
dirigir, es decir, que sepa impulsar hacia adelante, gana sus adeptos en medio de
la tempestad. (...) Los bolcheviques definieron inmediatamente también en tanto
que objetivo de esa toma del poder el programa revolucionario más avanzado en su
inte­gridad: no se trataba de consolidar la democracia burguesa, sino de im­plantar
la dictadura del proletariado para realizar el socialismo. Han adqui­rido así el mérito
histórico imperecedero de proclamar por primera vez las metas finales del socia-
lismo como programa inmediato de política prác­tica» (R. L.«La revolución rusa», en
E.P., pp., 563-564).
[364]  Ya en el Congreso de Londres de 1907 del POSDR fue este un punto con­
flictivo. Luxemburg señala ya aquí el carácter contradictorio del papel del campesi-
nado en la revolución, viendo en los campesinos, a diferencia de Lenin, únicamente
un elemento de apoyo a la revolución, no el elemento activo y, a largo plazo, decisivo.
Cf. R. L.,«Rede auf dem Parteitag der SDAPR 1907 in London», en GW, 2, p. 223 s.
[365]  Cf. R. L., «La revolución rusa», E.P., p. 566 y ss.

ROSA LUXEMBURGO HOY 281


[366]  Cf. al respecto, la crítica, ligada a la de Luxemburg, de los «Comunis-
tas de los Consejos» de los años treinta, en Thesen über den Bolschewismus, Ám-
sterdam, 1934.
[367]  Karl Marx/Friedrich Engels, Manifiesto del Partido Comunista, en Mé­xico;
Roca, 1972, p. 76.
[368]  R. L., «Tesis...», op. cit., p. 171. Esta concepción se acerca a la de Lenin, cuan-
do este escribiera: «El proletariado no puede apoyar anclaje alguno del nacionalis-
mo, al contrario, apoya todo lo que contribuya a borrar las di­ferencias nacionales, a
derribar las fronteras entre naciones, apoya todo lo que haga cada vez más estrecha
la coherencia entre nacionalidades diver­sas, todo lo que lleve a fundir a las nacio-
nes» (Lenin, Kritische Bemerkungen zur nationalen Frage, en Werke, vol.. XX, p. 20 s.).
[369]  R. L., «Nationalitätenfrage und Autonomie», en Internationalismus und
Klassenkampf, op. cit., p. 260.
[370]  El mismo Lenin atenuaba más tarde su petición de autodeterminación:
«El derecho a la autodeterminación es una excepción de nuestra premisa general
de centralismo» (Brief an S. G. Schaumian, 6-12-1913, en Werke, vol.. XIX, p. 496). Un
análisis diferenciado de la postura de Luxemburg con respecto a la cuestión na-
cional se hace en el articulo de Georges Haupt, Dynamik und Konservativismus der
Ideologie, una importante parte del cual puede encontrarse en el número Rosa Lu-
xemburg Hoy. Poco antes de su muerte, Lenin se alza contra la política de nacionali-
dades de su partido: «Parece que yo me he hecho muy culpable ante los obreros de
Rusia, al no haberme inmiscuido con la suficiente energía y dureza en la ominosa
cuestión de las autonomías, calificada oficialmente, creo, de cuestión de la Unión de
las Repúblicas Socialistas Soviéticas. (...) Evidentemente, toda esta empresa de las
«autonomías» era, de raíz, falsa y anacrónica» (Lenin, Zur Frage der Nationalitäten
oder der «Autonomisierung», en Werke, vol.. XXXVI, p. 590).
[371]  Cf. R. L., «La revolución rusa», en E.P., p. 571.
[372]  Ibid., pp.. 350, 574.
[373]  Nettl califica esta caracterización de las consecuencias metodológicas de
la política bolchevique sobre las nacionalidades de «casi visionaria» (Ibid., p. 826).
[374]  R. L., «La revolución rusa», en E.P., p. 579.
[375]  En 1922, escribía Lenin: «Se dice que la unidad del aparato ha sido nece-
saria. ¿De dónde surgieron estas afirmaciones? Probablemente del mis­mo aparato
ruso que nosotros hemos tomado del zarismo, ungiéndolo muy por encima con el
bálsamo soviético» (Lenin, Zur Frage der Nationen und der «Autonomisierung», en
Werke, vol.., XXXVI, p, 590 s.). Pidiendo el mismo año una reestructuración del Co-
mité Central: «Y si aumenta el número de miembros del Comité Central, tendrá que
ser objeto esencial de considera­ción, según mi opinión, el examen y mejoramiento
de nuestro aparato, que no sirve absolutamente para nada» (Lenin, Zum Abschnitt
über die Erhöhung der Zahl der ZK-Mitglieder, en Werke, vol.., XXXVI, p. 588).
[376]  R. L., «La Revolución rusa», en E.P., p. 587.
[377]  Cf. asimismo ibid., p. 585.
[378]  Ibid., p. 591.
[379]  Ibid., p. 585.
[380]  Nettl, op. cit., p. 668.
[381]  R. L, «La revolución rusa», E. P., p 591-592.

282 RECOPILACION DE TEXTOS


[382]  Ibid., p. 593.
[383]  R. L., «¿Qué quiere la Liga Espartado?», en E.P., pp.. 408-409.
[384]  «Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los
partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los
demás; teóricamente tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara vi-
sión de las condiciones de la marcha y de los resultados generales del movimiento
proletario. (...) Las tesis teóricas de los comunis­tas no se basan en modo alguno en
ideas y principios inventados o descu­biertos por tal o cual reformador del mundo.
No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de cla-
ses existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros
ojos» (Marx/ Engels, Manifiesto del Partido Comunista, op. cit., pp.. 69-70).
[385]  R. L., «¿Qué quiere la Liga Espartaco?», en E.P., pp.. 416-417.
[386]  R. L., «Die Nationalversammlung», en GW, 4, p. 410.
[387]  Marx/Engels, Manifiesto..., op. cit., p. 66.
[388]  Engels, Einleitung zu Marx «Klassenkampfe in Frankreich», en MEW,
XXII, p. 523.
[389]  Lenin, Über die Reorganisation der Partei, en Werke, vol.., X, p. 20.
[390]  Lenin, Resolution über das Verhältnis zwischen Arbeitern und Intellektue-
llen in der sozialdemokratischen Partei, en Werke, vol. VIII, p. 184.
[391]  Lenin, Der «linke Radikalismus», die Kinderkrankheit in Kommunismus, en
Werke, vol. XXXI. p. 82 s.
[392]  Nettl, op. cit., p. 769.
[393]  Adolf Warski, Rosa Luxemburgs Stellung zu den taktischen Problemen der
Revolution, Hamburgo, 1922, p. 7.
[394]  Clara Zetkin, Um Rosa Luxemburgs Stellung zur russischen Revolution,
Hamburgo, 1922, p. 7. Ella escribe además que Jogiches estaba en contra de la pu-
blicación de sus apuntes sobre la revolución rusa porque —según él— Rosa Luxem-
burg había «modificado esencialmente, en puntos importantes, su valoración inicial
de los métodos y táctica bolcheviques» (Ibid., p. 9).
[395]  Todavía en el Congreso de fundación del KPD Luxemburg se declaraba a
favor de la participación, estimando, con razón, que un boicot no cam­biaría nada los
resultados de las elecciones. «Queremos enarbolar una en­seña vencedora dentro
de la Asamblea Nacional. Queremos hacer saltar este bastión desde dentro. Quere-
mos la tribuna de la Asamblea Nacional y tam­bién la de las asambleas de electores»
(«Rede auf dem Gründungsparteitag der KPD», en GW, 4, p. 485). Pero no logró im-
poner su opinión. La no parti­cipación fue decidida por 62 votos contra 23. Cf. Her-
mann Weber, Der Gründungsparteitag..., loc. cit., p. 135,
[396]  Heinz Küster, «Die Rolle der ‹Roten Fahne› bei der Vorbereitung der
Gründung der KPD. Fünf neuentdeckte Briefe Rosa Luxemburgs an Clara Zetkin
vom November 1918 bis Januar 1919», en Zeitschrift für Geschichtswissenschaft, XI
(año), cuaderno 8, Berlín, 1963, p. 1.480.
[397]  Lenin, Geschichtliches zur Frage der Diktatur, en Werke, vol., XXXI,p. 334.
[398]  Lenin, Der Partisanenkrieg, en Werke, vol. XI, p. 203.
[399]  Lenin, Das Leben lehrt, en Werke, vol., XVIII, p. 513 s.
[400]  Cf. R. L., «¿Qué quiere la Liga Espartaco?», en E.P., p. 415.

ROSA LUXEMBURGO HOY 283


[401]  «La revolución proletaria no requiere para alcanzar sus metas ningún te-
rror, detesta y abomina el asesinato. No precisa de este medio de lucha porque no
combate a individuos sino a instituciones, porque no salta a la arena llena de ilusio-
nes ingenuas que luego al desengañarse tuviese que ven­gar con sangre. La revolu-
ción proletaria no es un intento desesperado de una minoría de organizar haciendo
uso de la violencia el mundo según su ideal, sino la acción de las grandes masas del
pueblo, de millones de individuos, llamados a cumplir su misión histórica y a con-
vertir en realidad la necesidad histórica» (R. L., Ibid., p. 410).
[402]  Cf. H. Weber, Der Gründungsparteitag..., loc. cit., p. 202 ss. La ponencia
de Hugo Eberlein acerca de la forma de organización se situaba decidida­mente en
contra del centralismo. Cf. Ibid., p. 239 ss.
[403]  La propuesta de Luxemburg fue rechazada en el Comité Central de la Liga
Espartado por 4 votos contra 3. Cf. Ibid., p. 66 s.
[404]  Hermann Weber, Prólogo del libro de Ossip K. Flechtheim, Die KPD in der
Weimarer Republik, Frankfurt a.M., p, 27.
[405]  R. L., «Was machen die Führer?», en GW, 4, p, 519.
[406]  R. L., «Nuestro programa y la situación política», E.P., p. 446
[407]  R. L., «Der erste Parteitag», en GW, 4. p, 516.
[408]  Cf. Georg Lukács, «Rosa Luxemburg como marxista» (1921) y «Obser­
vaciones críticas acerca de la ‹Crítica de la revolución rusa› de Rosa Luxem­burg».
(1922), en Historia y conciencia de clase. Barcelona: Grijalbo, 1975. Desde entonces,
los dos escritos de Rosa Luxemburg contra Lenin y la polí­tica bolchevique han sido
instrumentalizados de dos maneras: la primera por medio del estalinismo-leninis-
mo, que no podía tolerar ninguna desvia­ción de la propia doctrina de Estado para el
mantenimiento de su régimen autoritario; la segunda por obra de los demócratas
formales, quienes enemi­gos seculares de las posiciones luxemburguistas, la recu-
peran aquí como crí­tica de bolchevismo. En ambos casos se trata de una historia de
legitimación y de caracterización de Luxemburg como revisionista.
[409]  Rosa Luxemburg, «¿Reforma social o revolución?», en Rosa Luxemburg.
Escritos Políticos. Barcelona: Grijalbo, 1977, pp.. 133-34. (De ahora en ade­lante E.P.).
[410]  «Zur Frage des Terrorismus in Russland», en Rosa Luxemburg. Gesammel-
te Werke. Berlín: Dietz, 1974 (2.ª ed.), vol.. 1/2, pp.. 275-280. (De ahora en adelante GW.)
[411]  «En memoria del partido ‹Proletariado›», en E.P., p. 518.
[412]  «Nachbetrachtungen zum Parteitag», GW, 1/1, p. 234.
[413]  Ibid, p. 244.
[414]  Parvus, «Der Opportunismus in der Praxis», en Neue Zeit, XIX, vol.. II
(1900/01), n.° 46, p. 609.
[415]  «Zum kommenden Parteitag», GW, 1/1, p. 533.
[416]  Ibid., pp.. 533-534.
[417]  Eduard Bernstein, «Probleme des Sozialismus. 1. Allgemeines über Uto-
pismus und Eklektizismus», en Neue Zeit, año XV, vol. I, n. 6 (1896), p. 164.
[418]  Ibid., p. 165.
[419]  Eduard Bernstein, «Der Kampf der Sozialdemokratie und die Revolution
der Gesellschaft. 2. Die Zusammenbruchs-Theorie und die Kolonialpolitik», en Neue
Zeit, año XVI, vol.. I, n.° 18 (1898/99). p. 555.
[420]  Ibid., p. 556.

284 RECOPILACION DE TEXTOS


[421]  Eduard Bernstein, Die Voraussetzungen des Sozialismus und die Aufga-
ben der Sozialdemokratie (segunda edición, aumentada y ampliada), Stuttgart/Ber-
lín, 1921, International Bibliothek, vol.. 61, p. 9, (Traducción castellana en Barcelona:
Fontamara, 1975.)
[422]  Roza Luksemburg, Listy do Leona Jogichesa-Tyszki, vol.. I, p. 419. Cf. A. Las-
chitza y G. Radczun, Rosa Luxemburg. Ihr Wirken in der deutschen Arbeiterbewegung
(Berlín, 1971), p. 49.
[423]  Rosa Luxemburg, «¿Reforma social o revolución?», en E.P., p. 46.
[424]  Ibid., p. 130.
[425]  Cf. Lelio Basso, Rosa Luxemburgs Dialektik der Revolution, Frankfurt a.M.,
1969. Basso escribe, con justeza: «Rosa Luxemburg se había dado cuenta de que la
diferencia entre una posición revolucionaria y otra reformista no estriba tanto en
el ‹qué›, es decir, en los fines de la lucha diaria, como en el ‹cómo›, es decir, en la
vinculación de estos fines con la meta final. En el caso de que falte, en realidad, tal
vinculación, a pesar de todas las manifestaciones verbales, y la perspectiva socialis-
ta no actúe sobre el ‹pro­grama mínimo› y este siga siendo un fin en sí mismo, en-
tonces la política oficial del partido coincide, de hecho, con la política revisionista».
(Ibid., p. 64.)
[426]  F. Engels, «Zur Kritik des sozialdemokratischen Programmentwerfe,
1891», en Neue Zeit, año XX, vol.. 1 (1901-1902), n.° 1.
[427]  Eduard Bernstein, Die Voraussetzungen..., op. cit., p. 6.
[428]  Hans-Josef Steinberg. Sozialismus und deutsche Sozialdemokratie. Zur
Ideologie der Partei vor dem 1. Weltkrieg, 4.ª ed., Berlín, 1976, p. 110. Ignaz Auer, por
aquel entonces secretario del partido, había escrito también a Bernstein: «¿Pero
crees realmente posible que un partido con cincuenta años de literatura, con una
organización de casi 40 años y una tradición todavía más antigua, pueda dar un
viraje así en un abrir y cerrar de ojos...? Mi querido Ede, lo que tú pides es algo que
no se decide, que no se dice, es algo que se hace. Toda nuestra actividad, incluso la
desarrollada bajo aquella ignominiosa ley... ha sido la actividad de un partido refor-
mista socialdemócrata. Un partido que cuenta con las masas no puede, en absoluto,
ser otra cosa». (G A. Ritter, Die Arbeiterbewegung im Wilhelmische Reich, 2. ª ed., Ber-
lín, 1963, pp.. 201-202.)
[429]  August Bebel escribía en una carta a Bernstein de fecha 16-10-1898 lo si-
guiente: «Como viejo amigo y compañero de luchas, te quiero ser sincero. Me he
preguntado por los motivos que te han llevado a las opiniones que actualmente sos-
tienes y he sacado la conclusión de que, en los casi 30 años que nos conocemos,
has sufrido un cambio fundamental, tan pronto como han actuado sobre ti, durante
bastante tiempo, una serie de influen­cias que también habían cambiado. Tus as-
piraciones de verdad y tu gran agudeza no han sido obstáculo para tus cambios; el
cambio ha sido más bien fomentado por el hecho de que tú consideraras como lo
comúnmente decisivo y fundamental el medio en que tú precisamente vives, y tra-
tas de convencer de ello a los otros con toda tu agudeza». (En Víctor Adler, Briefwe-
chsel mit August Bebel und Karl Kautsky, Viena, 1954, p. 256.)
[430]  Ibid., p. 259.
[431]  Parvus, «Der Opportunismus in deir Praxis», en Die Neue Zeit, año XIX, vol..
II (1900/01), n.’ 46, p. 612.

ROSA LUXEMBURGO HOY 285


[432]  Ibid., p. 660.
[433]  Rosa Luxemburg, «¿Reforma social o revolución?», E.P.. p. 46.
[434]  Ibid., p. 82.
[435]  Ibid., p. 85.
[436]  Ibid., p. 86.
[437]  Ibid.
[438]  Ibid., p. 103.
[439]  Ibid., p. 102.
[440]  Ibid., p. 103.
[441]  Ibid., p 127.
[442]  Ibid., p. 130.
[443]  Ibid., p. 48.
[444]  Ibid.
[445]  Ibid., pp.. 87 y 58.
[446]  Ibid., pp.. 61-62.
[447]  Eduard Bernstein, Voraussetzungen..., op. cit. p. 127.
[448]  Rosa Luxemburg, «¿Reforma social o revolución?», E.P., p. 88.
[449]  Ibid., p. 88.
[450]  Ibid.
[451]  En ¿Reforma social o revolución?, R. Luxemburg no había utilizado todavía
la palabra «imperialismo», sino la de «política mundial», aunque aquella palabra la
empleara ya en 1899, sin hacer mención entonces de la política colonial, pero esta
es una realidad ampliamente tratada por ella más tarde, en su obra La acumulación
del capital, así como también su catastrófica manifestación en su Crisis de la social-
democracia.
[452]  «¿Reforma social o revolución?», E.P. p. 76.
[453]  Ibid., p. 76.
[454]  Ibid., p. 72-3.
[455]  Ibid., p. 75.
[456]  Ibid., p. 79.
[457]  Rosa Luxemburg, «Miliz und Militarismus», en GW, vol.. 1/1, p. 452.
[458]  Ibid., p. 456. Rosa Luxemburg había repetido su aviso también en el Con-
greso de Hannover: «El militarismo es la expresión más concreta e importante del
Estado de clase capitalista, y si no luchamos contra el mili­tarismo, nuestra lucha
contra el Estado capitalista no será más que una frase huera». («Rede über die Ste-
llung des deutschen Sozialdemokratie zum Militarismus», en GW, 1/1, p. 575.
[459]  «¿Reforma social o revolución?», E.P., p. 112.
[460]  Ibid., E.P.. p. 112.
[461]  Rosa Luxemburg, «Ein Ergebnis der Weltpolitik», en GW, 1/1, p. 677.
[462]  Ibid.
[463]  Rosa Luxemburg, «Rede über den Völkefrieden, den Militarismus und die
stehenden Heere», en GW, 1/1, p. 807.
[464]  Rosa Luxemburg, «Rede über die Notwendigkrit einer verstärkten Pro-
testbewegung gegen den Chinakrieg», en GW, 1/1, p. 801.
[465]  Rosa Luxemburg, «Rede...», op. cit., p. 808.
[466]  Ibid., pp.. 807-808.

286 RECOPILACION DE TEXTOS


[467]  E. Bernstein, Voraussetzungen..., op. cit., p, 204.
[468]  Ibid., p. 211.
[469]  Cf. Annelies Laschitza y Günther Radczun, op. cit., p. 84.
[470]  Rosa Luxemburg. «Rede...», op. cit., p. 809.
[471]  Lelio Basso, op. cit., p. 78.
[472]  R. Luxemburg, «¿Reforma social o revolución?», E.P., p. 45.
[473]  Friedrich Engels, «Zur Kritik...», op. cit., p. 9.
[474]  Ibid., p. 10.
[475]  Eduard Bernstein, «Probleme des Sozialismus» (1896), op. cit., p. 166.
[476]  E. Bernstein, Voraussetzungen..., op. cit., p. 8.
[477]  Ibid., p. 182.
[478]  Ibid., p. 230.
[479]  Rosa Luxemburg, «¿Reforma social o revolución?», E.P., pp.. 106-107.
[480]  Ibid., p. 107.
[481]  Ibid., p. 107.
[482]  Ibid., p. 71.
[483]  Rosa. Luxemburg, «Rede über die Ablösung der Kapitalistischen Gesell-
schaft», en GW, 1/1, p. 569.
[484]  Rosa Luxemburg, «¿Reforma social o revolución?», E.P., p. 85.
[485]  Ibid., pp.. 70-71.
[486]  Ibid., p. 83.
[487]  Ibid., p. 114.
[488]  Ibid., p, 118.
[489]  Karl Marx, «Zur Judenfrage» (Sobre la cuestión judía), en MEW, vol..
I, p. 369.
[490]  Karl Marx, «Deutsche Ideologie» (Ideología alemana), en vol., III, p. 62.
[491]  Rosa Luxemburg, «¿Reforma social o revolución?», E.P., p. 120.
[492]  Ibid., pp.. 116-17.
[493]  Ibid., p. 76.
[494]  Ibid., p. 79.
[495]  F. Engels, «Der Ursprung der Familie, des Privateigentums und des Sta-
ats» (El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado), en MEW, vol.. XXI.
[496]  Karl Marx, «Deutsche Ideologie» (Ideología alemana), loc. cit., p. 33.
[497]  R. Luxemburg, «¿Reforma social o revolución?», E.P., pp.. 79-80.
[498]  K. Marx, «Kritik des Hegelschen Staatsrechts» (Crítica del Derecho público
de Hegel), en MEW, vol., I, p. 265.
[499]  K. Marx, «Der Bürgerkrieg in Frankreich» (La guerra civil en Francia), en
MEW, vol.. XVII, p. 340.
[500]  V. I. Lenin, Staat und Revolution (Estado y revolución), Berlín, 1970, p. 49.
[501]  «¿Reforma social o revolución?». E.P., pp.. 121-2.
[502]  Ibid., p. 117.
[503]  Ibid., p. 119.
[504]  «Problemas de organización de la socialdemocracia rusa», E.P., p. 547.
[505]  Ibid., pp.. 547-548. Cf. «¿Reforma social o revolución?», E.P., p. 135.
[506]  «Problemas de organización de la socialdemocracia rusa», E.P, p, 548.
[507]  Ibid., p. 545.

ROSA LUXEMBURGO HOY 287


[508]  Ibid., p. 548.
[509]  Ibid., p. 549.
[510]  Rosa Luxemburg, «Und zum dritten Male das belgische Experiment», en
GW, vol.. 1/2. p. 241.
[511]  Ibid., pp.., 246-247.
[512]  Ibid., p. 247.
[513]  Ibid., pp. 247-248.
[514]  «¿Reforma social o revolución?», E.P., p. 135.
[515]  «¿Qué quiere la Liga Espartaco», en E.P., p. 407. Cf. «Nuestro pro­grama y la
situación política», E.P., p. 427.
[516]  Rosa Luxemburg, «Die Revolution in Russland», en Gesammelte Werke.
Vol. 1/2, Berlín: Dietz, 1970, pp.. 500-501.
[517]  «Huelga de masas, partido y sindicatos», en Rosa Luxemburg. Escritos Polí-
ticos. Grijalbo, 1977, p, 187. (En lo sucesivo E.P.)
[518]  Ibid., pp.. 187-8.
[519]  Ibid., p. 188.
[520]  Ibid., p. 154.
[521]  Ibid., p. 206.
[522]  Ibid., p. 202.
[523]  J. P. Nettl, La vie et l'oeuvre de Rosa Luxemburg. París: Maspero, 1972 (2 to-
mos). (Hay traducción castellana en México: Ediciones Era, 1974.)
[524]  Lenin: «Un paso adelante, dos pasos atrás. Una respuesta de N. Lenin a
Rosa Luxemburg», Lenin Werke, vol.. 7, pp.. 480-91.
[525]  «Masas y jefes», en Rosa Luxemburg: La revolución rusa y otros escri­tos.
Madrid: Castellote, 1975, p. 145.
[526]  «¿Reforma social o revolución?», en E.P., p. 136.
[527]  «Rede auf dem Parteitag der deutschen Sozialdemokratie, 1899, in Han-
nover», en Gesammelte Werke, op. cit., vol.. 1/1, p. 574.
[528]  «Huelga de masas...», op. cit., p. 177.
[529]  V. I. Lenin, «Las enseñanzas de la insurrección de Moscú», en Lenin, Obras
escogidas, vol.. 1. Moscú: Ed. Progreso, 1966, p. 594.
[530]  «Huelga de masas...» en E.P., p. 215.
[531]  «Nuestro programa y la situación política», en E.P., 428-29.

288 RECOPILACION DE TEXTOS


AL LECTOR
La Editorial quedará muy agradecida si le comunica
su opinión de este libro que le ofrecemos, informa de
erratas, problemas en la traducción, presentación o de
algún aspecto técnico, así como cualquier sugerencia que
pudiera tener para futuras publicaciones.
Recopilación de escritos hecha a finales de los años 70, algunos
de ellos inéditos en español, sobre la vida y obra de Rosa
Luxemburg por el 60 aniversario de su muerte.
Los artículos o ensayos tratan los diferentes aspectos de la obra
de Rosa Luxemburg desde cómo entendía la espontaneidad y la
organización, la aplicación que hizo de la dialéctica en su obra, su
teoría sobre el imperialismo, los errores que cometió y también
las diferentes visiones de Rosa y Lenin en diferentes ámbitos.
Georges Haupt, Lelio Basso y Norman Geras, Paul Mattick y
Tadeusz Kowalik, Gilbert Badia, Narihiko Ito, Negt, Jost, de la
Mata, Schleifstein, Howard, M. Löwy son los autores presentes en
esta recopilación. Además se incluye una guía para la lectura de
Rosa Luxemburg realizada por María José Aubet.

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