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El Ladrón No Usa Bigotes

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El ladrón no usa bigotes

Luciano estaba feliz: en la escuela habían programado una excursión al Museo de Bellas Artes. Aprovecharía la ocasión para sacar fotos con su nueva
Tablet, regalo de cumpleaños del abuelo Paco, que le servirían para realizar luego el trabajo práctico que encargó la maestra.

Llegaron al museo a las 10 en punto, hora de entrada asignada. Sin embargo, tuvieron que esperar un rato largo en la puerta. La lluvia de la noche
anterior había complicado las tareas de limpieza y jardinería, por lo que aún había gente trabajando en el plantado de nuevas flores. En la escalinata del
museo, la maestra les recordó cuál era la consigna: mirar cada detalle, elegir una obra e investigar acerca de ella.

Los chicos, impacientes, charlaban y comían alfajores en la puerta del museo. Un guardia con cara de pocos amigos, campera gris y un gran bigote
los chistó, les señaló un cartel de silencio y les habilitó, finalmente, el ingreso.

Adentro los recibió un guía profesional, que explicaba las obras y la historia de cada pintor. Se suponía que con su ayuda era más fácil interpretar los
cuadros, pero…¡qué raro hablaba! ¡Qué difícil entender lo que decía! Mientras recorrían el museo, Luciano fotografiaba los cuadros que sus compañeros le
iban señalando. Pero no terminaba de encontrar ninguno que le llamara especialmente la atención. De pronto el guía le dijo a la maestra que debía
ausentarse un momento. Le dejó un folleto para que ella siguiera con la explicación y se alejó del grupo. Los chicos se alegraron: la seño explicaba mejor.
Folleto en mano, la maestra fue comentándoles del valor de cada pintura, las técnicas utilizadas, la paleta de colores predominantes. Y así avanzaron de sala
en sala.

Hasta que, en el salón dedicado a los pintores surrealistas, al lado del ventanal, en medio de una fila de cuadros encontraron un espacio de 60 x 60… ¡sin
cuadro!

- ¿Estará en restauración? ¿O lo habrán vendido? – preguntó alguno.


- No, los cuadros de este museo no se venden – dijo otro.
- Entonces ¿lo robaron? – inquirió Luciano.

Salieron todos juntos en busca del guardia. Lo encontraron distraído, parecía dormir parado.

- ¡Se robaron un cuadro! – le gritó la maestra.


El guardia abrió los ojos de golpe, sacudió su bigote y aseguró:

- ¡Eso es imposible! ¡La seguridad es extrema!


- Sin embargo, en el folleto figura una obra que no está, insistió la seño.

Luciano mostró su Tablet con la fotografía del espacio vacío para confirmarlo.

El guardia caminó a grandes zancadas hasta el lugar y exclamó:

- ¡¿Qué clase de broma es esta?!

Hizo sonar la alarma, e inmediatamente se cerraron todas las puertas del museo. Pocos segundos más tarde comenzó a oírse una sirena de patrullero
que se iba acercando, y que dejó de atronar justo al pie de la escalinata del museo.

Luciano observaba con atención un de las fotografías que había tomado: en ella se podía ver al guía hablando con otro hombre a través del ventanal; y,
de fondo, la imagen muy borrosa de un auto o una camioneta. ¿Qué significaba todo eso?

El comisario, rodeado de varios policías, entró en la sala y cercó el lugar. Y entonces, como de la nada, apareció Pepa, la famosa movilera, con su
micrófono, cámara y camarógrafo, y sus enormes anteojos con forma de lupas, que eran su sello característico.

- Soy Pepa Lupa, encargada de policiales del Canal M: “Misterios”. ¿Qué sucedió?

Empezó a husmear el lugar como si ella fuera la detective del caso. Recorrió los jardines, las salas. Luego se paró frente al espacio vacío dejado por el
cuadro, y clavó su mirada en el piso.

- ¿Y ese pasto? ¿Y esas huellas? – preguntó Pepa, mostrando un rastro de césped pisoteado y marcas de zapatillas sobre la alfombra.

El guardia de bigotes se rascó la gorra y explicó que el pasto era de los jardines del fondo del museo, una zona de difícil acceso para el público.

Mientras tanto, Luciano estaba entretenido en la otra punta de la sala. Acaba de encontrar algo interesante: un botón.

- ¡Vaya! – exclamó el comisario - ¿A ver qué encontraste? Mmm, este botón tiene las letras AG.
- ¡Son las iniciales de Agustín Gourmet! ¡Yo estuve en su restaurante! – gritó Pepa alardeando.

El comisario mandó a buscar al primer sospechoso, aunque no compartía demasiado el pálpito de Pepa Lupa.
El guardia bigotudo se secó la transpiración. Estaba visiblemente nervioso… y temía que alguien se diera cuenta de algo que quería ocultar.

Un simple llamado a la comisaría echó por tierra la primera teoría: Agustín Gourmet no estaba en el país. Había viajado a Europa el lunes anterior, por lo
que era imposible que hubiera robado el cuadro esa mañana. Ese botón lo había perdido hacía un tiempo, cuando el museo lo contrató para servir un cóctel
allí.

Sin darse por vencida, Pepa seguía investigando por su cuenta las marcas en la alfombra. El camarógrafo tomaba planos de las pisadas y ella recogía
muestras de barro. Todo esto molestaba mucho al comisario.

Por su parte, el guardia rogaba para sus adentros que se fueran todos, pues ya no podía más con su ansiedad. Si las gotitas de su sudor llegaban hasta su
bigote, derribarían su plan…

Y al guía, que había vuelto, también se lo notaba muy ansioso.

La sensación de misterio era general e iba en aumento. De pronto, el comisario advirtió el nerviosismo del guardia y dio la voz de alto. Varios policías
rodearon al hombre, que sin querer desprendió el bigote de su labio superior. El adorno piloso cayó en el piso de la sala y quedó allí como mudo testigo, con
todas las miradas sobre él.

- ¡Ajá! ¿Por qué se disfrazó con un bigote postizo? – interrogó el comisario -. ¡Tenemos al culpable! – exclamó.
- No, nooo… ¡y noooo! – se defendió el guardia-. Yo no robé nada. Yo soy inocente. El bigote era una simple apuesta.
- ¿De qué habla? – interrumpió Pepa Lupa con alma de periodista preguntona, mientras el camarógrafo le hacia un primer plano al falso bigotudo.
- Es que le aposté mi bigote al director del museo… respondió tartamudeando.
- Continúe – exigió el comisario.
- Claro… Cada uno apostó que su equipo de fútbol favorito ganaría el partido del domingo… Y como mi equipo perdió, tuve que afeitarme. Pero me
daba tanta vergüenza venir a trabajar sin bigote y sufrir las bromas de todos, así que me puse uno falso – se sonrojó.

En ese momento llegó el director del museo, ratificó la explicación, y el tema del bigote quedó aclarado. El guardia recuperó la tranquilidad, pero no el
bigote.

- Entonces seguimos en cero. Hay que empezar de nuevo la búsqueda – dijo el comisario. Nada interesante. En cambio, dio la orden de investigar la
pista de la alfombra sucia. Y decidió que los periodistas se retiraran, y que los chicos y la maestra volvieran a la escuela.
- Perfecto – dijo la seño -, porque estamos perdiendo muchas horas de clase.
Los chicos protestaron, estaban interesados en participar de la resolución del robo. Pero acataron la orden de desalojar el lugar.

Pepa Lupa, sin embargo, no se dio por aludida. No se perdería por nada del museo esta investigación. Seductora, le sonrío al comisario y le prometió que
habría una buena cobertura de él y su equipo de investigación en el noticiero de la noche. El comisario se sintió tentado por la propuesta, por lo que aceptó
que las cámaras lo siguieran mientras husmeaba los rincones del museo.

Los chicos salieron emocionados. Se sentían protagonistas de un cuento policial. Todo había pasado tan rápido: en solo quince minutos habían entrado
al museo, descubierto un robo y ahora eran obligados a salir.

Justo antes de subir al ómnibus, a Luciano le pareció ver la misma camioneta de su foto. En una de las puertas del vehículo decía “Jardinería y
paisajismo”. Junto a ella había un hombre grandote con las manos sucias de grasa y las zapatillas embarradas. Y a su lado estaba el guía del museo. Parecían
discutir mientras luchaban por cambiar a toda velocidad un neumático pinchado.

Luciano tomó una nueva imagen. La comparó a la otra. La amplió. Y de pronto se le encendió la lamparita: “¿Qué hacía un guía de museo peleando con
un jardinero? ¿Cuál sería el problema y cuál la explicación?

Entonces, se volvió al museo a la carrera. La maestra, preocupada, corrió tras él- el chico le hablaba sin parar al comisario y le mostraba las fotos. Le
explicaba la relación entre la alfombra sucia de barro, el guía que abandona la sala, la imagen de este hablando con el jardinero, quien, ahora lo notaban,
cargaba una bolsa, y… No lo dejaron continuar. Raudamente el comisario, Pepa Lupa, el camarógrafo, los chicos, el director del museo, el guardia y las
maestras volvieron a salir a la calle.

- ¡Alto, en nombre de la ley! – dijo con voz grave el comisario a los dos hombres que

seguían cambiando el neumático.

El guía levantó las manos.

El comisario le pidió los documentos del vehículo al jardinero, y este empezó a tartamudear.

- ¡Revisen la camioneta! – ordenó el comisario a los policías.

Y debajo de los asientos encontraron, prolijamente envuelto, el cuadro robado, listo para ser entregado en el puerto y vendido en el exterior.
El guía no pudo defenderse y tuvo que enfrentar los cargos. Explicó que aprovechaba su natural presencia en los museos para seleccionar las obras de
arte más requeridas.

El otro hombre también confesó todo; disfrazado, había simulado trabajar como jardinero en el museo, y gracias a su cómplice había logrado traspasar
el ventanal que daba a la sala de los pintores surrealistas.

La investigación desbarató una red internacional de estafadores que vendían valiosas pinturas a coleccionistas privados.

- ¡Arrestados! Caso cerrado. ¡Vaya chico veloz! – dijo el comisario, mientras pensaba

que tendría que modernizarse y comprar una de esas tablets.

La periodista quiso entrevistar al alumno héroe, pero la maestra dijo que eso no era posible sin la autorización de los padres.

Enorme fue la emoción de Luciano cuando, al día siguiente, recibió un paquete con una lupa y una nota que decía:

“Estimado colega Luciano:

Usted demostró inteligencia y rapidez. Saber mirar los detalles marca una gran diferencia. Esta lupa es para que comience su carrera
de detective.

Pepa Lupa.

Teresita Romero.

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