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El Combate Espiritual
El Combate Espiritual
El Combate Espiritual
EL COMBATE
ESPIRITUAL
P. LORENZO SCÚPOLI
El libro que por 19 años llevó consigo y leyó san Francisco de Sales
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PRÓLOGO
Y añade: "Entre los libros de lectura espiritual que recomendaba nuestro santo,
por el que más alta estimación sentía era por El Combate Espiritual. No se
cansaba de recomendar su lectura, y declaraba que él lo había llevado consigo
por más de diecisiete años continuos, leyendo cada día un capítulo, y
recibiendo siempre luces celestiales cada vez que hacía allí alguna lectura.
Muchas de las enseñanzas que san francisco de Sales trae en su famoso libro
"Filotea, o Introducción a la vida devota", están tomadas de El Combate
Espiritual.
Entre los libros que allí recomienda para progresar en la vida de perfección,
está en primera línea El Combate Espiritual.
En la Carta 32 dice: "Este otro libro que está leyendo es bueno, pero es algo
confuso y difícil. En cambio El Combate Espiritual es mucho más ordenado,
más claro, y le hará más provecho al leerlo".
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En la Carta 48 a una abadesa le conseja: "Lea el librito El Combate
Espiritual y verá que adquiere mucha paz interior".
A una persona que había sufrido una gran pena le escribió su Carta 75 en la cual
dice: "Para conseguir la gracia de aceptar en paz las penas que nos llegan, ayuda
mucho leer El Combate Espiritual, que tantas veces le he recomendado. Este
librito trae doctrinas provechosísimas que le dan al alma mucha paz".
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CAPITULO 1
(2Tm 2, 5)
Si deseas, oh alma muy amada por Jesucristo, llegar al más alto grado de
santidad y perfección cristiana, y vivir en perpetua amistad con Dios Nuestro Señor,
la cual es la más alta y gloriosa empresa que puede emprenderse e imaginarse, lo
que primero debes saber es: en qué consiste la perfección cristiana, la verdadera
vida espiritual.
No hay duda que todos estos son medios poderosos para adquirir la verdadera
perfección y una gran santidad, si se emplean con prudencia y ayudan mucho a
adquirir fortaleza contra las propias pasiones y la fragilidad de nuestra naturaleza,
sirven para defenderse de los asaltos y tentaciones de los enemigos de nuestra
salvación; además son muy eficaces para obtener de la misericordia divina los au-
xilios celestiales que necesitamos para progresar en la virtud. Son útiles y
necesarios, y más para los principiantes.
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El Divino Espíritu inspira también a muchas almas el dedicarse a vivir como
deseaba san Pablo: "Como ciudadanos del cielo" (Flp 3, 20) y por eso les invita a
dedicarse a la oración, a la meditación, y a pensar en la Pasión y Muerte de Nuestro
Señor, y no por curiosidad, ni por conseguir gozos sensibles, sino para lograr
apreciar mejor cuán grande es la bondad y la misericordia de Nuestro Señor, y cuán
espantosa es nuestra ingratitud y nuestra maldad.
A las almas que desean llegar a la santidad, el Divino Espíritu les recuerda
frecuentemente aquellas palabras de Jesús: "Si alguien quiere venir conmigo,
niéguese a sí mismo, acepte su cruz de sufrimientos de cada día, y sígame"
(Mt 16, 24). Y les invita a seguir a Cristo imitando sus santos ejemplos, venciéndose
así mismo, y aceptando con paciencia las adversidades. Para esto les será de enor-
me utilidad el frecuentar los sacramentos, especialmente el de la penitencia y el de
la Eucaristía. Éstos les permitirán conseguir nuevo vigor y adquirir fuerzas y
energías para luchar contra los enemigos de la santidad.
Existen almas imprudentes que consideran como lo más importante para adquirir
la perfección y la santidad, el dedicarse a obras exteriores.
Otro Engaño. Existe otra trampa contra nuestra vida espiritual, es que durante la
oración se nos llene la cabeza de pensamientos grandiosos y hasta curiosos,
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agradables acerca de futuros apostolados y trabajos por las almas, y en vez de
dedicar ese tiempo precioso a amar a Dios, a adorarlo, a pensar en sus
perfecciones, a darle gracias y a pedirle perdón por nuestros pecados, nos
dediquemos a volar como varias mariposas por un montón de temas que no son
oración, y aun como moscardones a volar con la imaginación, por los basureros de
este mundo.
La experiencia de cada día enseña que con más facilidad se convierte un pecador
manifiesto, que otro que se oculta y se cubre con el manto de muchas obras
externas de virtud. Porque a estas almas las deslumbra y las ciega de tal manera su
orgullo que es necesaria una gracia extraordinaria del cielo para convertirlas y
sacarlas de su engaño. Están siempre en un dañoso peligro de permanecer en su
estado de tibieza y de postración espiritual porque tienen oscurecidos los ojos de su
espíritu con un enorme amor propio y un deseo insaciable de que la gente les
estime y les aprecie, al hacer sus obras exteriores, que de por sí son buenas,
buscan es satisfacer su vanidad y se atribuyen muchos grados de perfección, en su
presunción y orgullo, viven censurando y condenando a los demás.
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No consiste la perfección, pues en dedicarse a muchas obras exteriores. Pues
como dice san Pablo: "Aunque yo haga las obras más maravillosas del mundo, si no
tengo amor a Dios y al prójimo, nada soy" (1Co 13).
3a En hacerlo y sufrirlo todo únicamente por amor a Dios y por la salvación de las
almas; por conseguir la gloria de Dios y lograr agradarle siempre a Él. Así
cumplimos el primer mandamiento que dice: "Amarás al Señor tu Dios con todo el
corazón, con toda el alma, y sobre todas las cosas".
Alguien dirá: "Es que son demasiadas condiciones las que se piden". La razón es
esta: lo que se va a obtener no es una perfección cualquiera, o de segunda clase
sino la verdadera santidad. Por eso, porque lo que se aspira conseguir es de
inmenso valor, las cuotas que se exigen son también altas. Pero no son imposibles.
Aquí hay que repetir lo que decía Moisés en el Deuteronomio: "Los mandatos que
se dan no están por encima de tus fuerzas, ni son algo extraño que tú puedas no
practicar" (Dt 30).
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COMBATE DURO, PERO PREMIO GRANDE
Estamos escribiendo para quienes no se contentan con llevar una vida mediocre,
sino que aspiran a obtener la perfección espiritual y la santidad. Para esto es
necesario combatir continuamente contra las inclinaciones malas que cada cual
siente hacia el vicio y el pecado; dominar y mortificar los sentidos, tratar de arrancar
de nuestra vida las malas costumbres que hemos adquirido, lo cual no es posible
sin una dedicación infatigable y continua a la tarea de conseguir la perfección y la
santidad, tener siempre un ánimo pronto, entusiasta y valiente para no dejar de
luchar por tratar de ser mejores. Pero el premio que nos espera es muy grande, san
Pablo dice: "Me espera una corona de gloria que me dará el Divino Juez, y no
sólo a mí sino a todos los que hayan esperado con amor su manifestación"
(cf. 2Tm 4, 8). "Pero nadie recibirá la corona sino ha combatido según el
reglamento" (2Tm 2, 5).
La guerra que tenemos que sostener para llegar a la santidad es la más difícil de
todas las guerras, porque tenemos que luchar contra nosotros mismos, o como dice
san Pedro: "Tenemos que luchar contra las malas inclinaciones de nuestro
cuerpo que combaten contra el alma" (cf. 1P 2, 11). Pero precisamente porque el
combate es más difícil y más prolongado, por eso mismo la victoria que se alcanza
es mucho más agradable a Dios y más gloriosa para quien logra vencer; porque
aquí se cumple lo que dice el Libro Santo: "Quien se domina a sí mismo, vale
más que quien domina una ciudad" ( P r 16, 32). Lograr dominar las propias
pasiones, refrenar las malas inclinaciones, reprimir los malos deseos y malos
movimientos que nos asaltan, es una obra que puede resultar ante Dios más
agradable que si ejecutáramos obras brillantes que nos dieran fama y popularidad.
Y por el contrario, pudiera suceder que aunque hiciéramos muchas obras externas
admirables ante la gente, en cambio ante Dios no seamos agradables porque
aceptamos en nuestro corazón seguir las malas inclinaciones de nuestra naturaleza
y nos dejamos llevar y dominar por las pasiones desordenadas.
Por eso debemos tener cuidado no sea que nos contentemos con dedicarnos a
hacer obras que ante los demás nos consiguen fama y prestigio, mientras tanto
dejemos que los sentidos se vayan hacía el mal, la sensualidad nos domine y las
malas costumbres se apoderen de nuestro modo de obrar. Sería una equivocación
fatal.
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No SE RECIBIRÁ LA CORONA DEL PREMIO SI NO SE COMBATE
(2Tm 2, 25)
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CAPITULO 2
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naturales no somos capaces de dedicarnos a obrar el bien y a evitar el mal, ni de
comportarnos de tal manera que merezcamos entrar al Reino de los cielos. En
nuestra memoria deben estar siempre aquellas palabras de Jesús: "Sin mí, nada
podéis hacer".
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les suceden grandes y vergonzosas caídas. Les sucede lo que decía san Agustín:
"Temo que vas a caer en faltas que te humillarán mucho, porque noto que tienes
demasiado orgullo".
Cuando Dios ve que los remedios más fáciles y suaves no producen efecto para
hacer que una persona reconozca su incapacidad para resistir con sus solas
fuerzas contra los ataques del mal y conseguir su santificación, permite entonces,
que le sucedan caídas en pecado, las cuales serán más o menos frecuentes y más
o menos graves, según sea el grado de orgullo y presunción que esa alma tenga. Y
si hubiera una persona tan exenta y libre de esa vana confianza en sus propias
fuerzas, como por ejemplo la Santísima Virgen María, lo más seguro es que no
caería jamás en falta alguna.
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CAPITULO 3
LA CONFIANZA EN DIOS
Es muy provechoso pensar de vez en cuando que Dios por su inmensa bondad y
por el exceso de amor con que nos ama, está siempre dispuesto y pronto a darnos
cada hora y cada día todo lo que necesitemos para la vida espiritual y para
conseguir la victoria contra el egoísmo y las malas inclinaciones, si le pedimos con
filial confianza. El Salmo 145 dice: "Dios satisface los buenos deseos de sus
fieles".
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ALGO QUE CONVIENE RECORDAR
Para aumentar la confianza en Nuestro Señor, pensemos que por 33 años ha vivido
en esta tierra en medio de sacrificios y sufrimientos, para lograr salvar nuestra alma.
Recordemos que cada uno de nosotros somos la oveja extraviada que por sus
imprudencias se alejó del rebañe del Señor, y Él nos ha venido llamando noche y
día para que volvamos a ser del grupo de los que lo van a acompañar en el cielo
para siempre. Sudor, sangre y lágrimas ha tenido que derramar para obtener que
volvamos a ser del número de sus ovejas fieles. Sí por una oveja que se extravió se
arriesgó a ir tan lejos a buscarla, ¿cuánto más nos ayudará a quienes lo buscamos
y clamamos e imploramos su ayuda? Cuando escucha que la oveja brama desde el
precipicio donde ha caído, temerosa de los aullidos de los lobos que ya se
escuchan a lo lejos, el buen Pastor corre a protegerla y defenderla. Y no la humilla,
ni la golpea, ni le echa en cara su imprudencia, sino que cariñosamente la lleva
sobre sus hombros hasta donde está el grupo de las ovejas que han permanecido
fieles. Consideremos que nuestra alma está representada en esa pobre oveja, a la
cual Jesús se interesa inmensamente por salvarla de los peligros del mundo, del
demonio y de la carne, trata cada día de llevarla a la santidad.
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fracasado (cf. Sal 36). Quienes confían en el Señor son como el Monte Sión, no
serán conmovidos ni derribados por los ataques ni las contrariedades (cf. Sal 124).
Quien confía en Dios será bendecido, prosperará y será feliz (cf. Pr 28).
77 veces dice la Sagrada Escritura que para quien pone su confianza en Dios
vendrán bendiciones, felicidad, paz, progreso y bendición. Si lo dice 77 veces es
que esto es demasiado importante para que se nos vaya a olvidar.
Por eso el profeta exclamó: "¿Sabes a quiénes prefiere el Señor? A los que
confían en su misericordia". Jamás alguna persona ha confiado en Dios y ha sido
abandonada por Él (cf. Ecl 2, 11).
El cuarto y último remedio para que logremos al mismo tiempo adquirir
desconfianza en nuestras solas fuerzas y gran confianza en Dios, es que cuando
nos proponemos hacer alguna obra buena o conseguir alguna virtud o cualidad
fijemos nuestra atención primero en la propia miseria, debilidad y luego en el
enorme poder de Dios y en el deseo
infinito que tiene de ayudarnos y así equilibráremos el temor que nos viene de
nuestra incapacidad y de la inclinación hacía el mal, con la seguridad que nos
inspira la ayuda poderosísima que el buen Dios nos quiere enviar, y nos de-
terminaremos a obrar y combatir valientemente. "Yo, más mis fuerzas y
capacidades, igual: nada. Pero yo, mis fuerzas, mis capacidades, más la ayuda de
Dios, igual: éxitos incontables. "No es que nosotros mismos podamos nada, dice
san Pablo: toda nuestra suficiencia viene de Dios". La autosuficiencia orgullosa
lleva al fracaso. La humilde confianza en Nuestro Señor consigue éxitos
formidables.
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CAPITULO 4
Muchas veces las almas que creen ser lo que no son, se imaginan que ya
consiguieron la desconfianza en sí mismas y la suficiente confianza en Dios, pero es
un error y un engaño que no se conoce bien sino cuando se cae en algún pecado,
pues entonces el alma se inquieta, se desanima, se aflige y pierde la esperanza de
poder progresar en la virtud; y todo esto es señal de que no puso su confianza en
Dios sino en sí misma, si su desesperación y su tristeza son muy grandes, esto es
un argumento claro de que confiaba mucho en sí y poco en Dios.
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quedaron heridos? ¿O que mi apariencia de santidad quedó disminuida? Importante
preguntarse esto muchas veces.
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CAPITULO 5
Hay un error muy común que consiste en creer que es virtud, buena cualidad el
desanimarse, desalentarse, dejarse vencer por la tristeza y el pesimismo cuando se
comete alguna falta. Pues en estos casos casi siempre sucede que la amargura que
se siente por haber pecado no proviene mayormente del dolor de haber ofendido y
disgustado a Dios, sino que el orgullo ha quedado herido al constatarse la propia
miseria y debilidad, la confianza que se tenía en las propias fuerzas y capacidades
para resistir al mal, falló totalmente.
Estas almas repiten lo que decía aquella santa antigua: "Todo lo temo de mi
malicia, de mi debilidad y de mi inclinación al mal. Todo lo espero de la
bondad y de la misericordia de Dios". Cada día constatamos el combate entre la
debilidad humana y la omnipotencia de Dios.
En verdad que se cumple lo que dicen los santos: "La humildad produce
tranquilidad". De lo único propio de lo cual el humilde está seguro es de su
debilidad. Pero se conserva alegre si al mismo tiempo vive seguro de que la bondad
de Dios nunca lo abandonará. "Yo nunca te abandonaré", dice el Señor varias
veces en la Sagrada Escritura.
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Con razón un director espiritual le dijo a alguien que le pedía un consejo: "No
eres más santo porque no eres más humilde".
Como los tres jóvenes en el horno (de los cuales nos habla el profeta Daniel),
tenemos que decir: "Señor: hemos pecado. Por eso con toda justicia nos han
llegado tantas humillaciones".
San Agustín cuando recordaba los terribles y tan numerosos pecados de su vida
no se dedicaba a lamentarse o desanimarse sino a proclamar la maravillosa
bondad de Dios que lo supo perdonar.
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CAPITULO 6
Como gran parte de la fuerza que necesitamos para salir vencedores de los
ataques de los enemigos de nuestra salvación depende de la desconfianza de
nosotros mismos y de la confianza en Dios, vamos a recordar algunos avisos que
son muy útiles para conseguir estas dos cualidades.
Algo fácil para Dios. En cuanto a la confianza en Dios recordemos lo que dice el
Libro Santo: "A Dios le queda muy fácil darnos la victoria contra todos los enemigos
de nuestra alma, ya sean pocos o ya sean muchos, ya sean fuertes o sean débiles,
ya sean viejos y experimentados o jóvenes y exaltados" (1S 14, 6).
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salir vencedores, aunque muchas veces permite que sean vencidos. Si se tiene la
ayuda de Dios se pueden perder batallas, pero jamás se perderá la guerra.
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CAPITULO 7
Hay dos grandes vicios que pervierten, hacen mucho daño al entendimiento y
son la ignorancia y la vana curiosidad. (Entendimiento es la facultad o aptitud o
capacidad que tenemos de comparar, juzgar, razonar o sacar conclusiones).
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De la intervención del Espíritu Santo depende en mucho el que se aleje nuestra
ignorancia. Es necesario que nos dejemos programar por el Espíritu Santo. Hay que
investigar qué será lo que el Divino Espíritu quiere de nosotros. No se puede hablar
bien o pensar debidamente u obrar como en verdad lo desea Dios, sin la
iluminación del Espíritu Santo. Por eso es necesario decirle muchas veces y todos
los días "Ven Espíritu Santo". Él es la fuente inagotable de imaginación y de buenas
ideas. Él nos da un modo nuevo de mirar y apreciar a las personas, al mundo, a la
historia y a nosotros mismos. Él es el gran pedagogo o maestro que nos enseña
cómo amar, cómo emplear bien nuestra libertad, el tiempo, los dones y cualidades
que Dios nos dio y cómo conocer en cada caso qué será lo que más le agrada a
Dios y qué es lo que a Nuestro Señor le desagrada.
La luz del Espíritu Santo nos hará ver que las humillaciones, ofensas y
desprecios que nos hacen son para nosotros ocasiones de conseguir verdadera
gloria para el cielo; que es perdonar y hacer bien a los que nos han ofendido es
señal de que también nosotros seremos perdonados por Dios y que no seremos
castigados con todo el rigor que merecen nuestros pecados; que el ser buenos con
todos, aun con los malos y desagradecidos es hacernos semejantes al buen Dios
que hace llover sobre buenos y malos y hace brillar el sol hasta sobre los más
ingratos.
El Espíritu Santo, si lo invocamos con fe nos irá convenciendo de que vale más
renunciar a los placeres del mundo que vivir gozando de todo lo que se nos antoja.
Que mucho más premio se gana obedeciendo humildemente que dando órdenes a
muchos. Que el conocer y reconocer humildemente lo que somos es una ciencia
que nos hace mayor provecho que todas las demás ciencias que nos pueden inflar
de orgullo. Que el vencer, dominar los malos deseos y las malas inclinaciones y el
llevarse la contraria en muchos pequeños deseos que no eran tan necesarios, nos
puede conseguir una gran personalidad, y se cumplirá en nosotros lo que dijo el
Libro Santo: "Quien se domina a sí mismo, vale más que quien domina a una
ciudad" (Pr 16, 32).
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CAPITULO 8
Cuando a la mente se presenta una situación, una persona, un objeto, una acción,
es necesario darse tiempo para juzgar y examinar despacio, sin apasionamiento,
sin demasiada simpatía ni antipatía, antes que la voluntad se determine a amarle o
aborrecerle, a aceptarle o rechazarle, a declarar que es agradable o desagradable.
Si la voluntad, antes de analizar y conocer bien el objeto, se inclina a amarlo o
aborrecerlo entonces ya el entendimiento no es libre para conocerlo como es
verdaderamente en sí, porque la pasión se lo desfigura de tal manera que le obliga
a formarse una falsa idea y entonces se inclina a amarle o aborrecerle con
vehemencia y no logra guardar reglas ni medidas ni escucha lo que aconseja la
razón.
Prudencia. Hay que cuidarse con gran cuidado para no tener afecto
desordenado a las cosas antes de examinar o conocer lo que son realmente en sí
mismas, con la luz de la razón, especialmente con la luz sobrenatural que envía el
Espíritu Santo a quien le reza con fe, y tratar de obtener la luz de la prudencia que
se consigue consultando a personas que sepan de ese asunto.
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como son dignas de admiración y aprecio, puede haber peligro de dejarse llevar
más por el propio gusto que por la conveniencia. Pues basta que haya una
circunstancia de tiempo, o de lugar que no sea conveniente para esas obras para
que en ese momento no convenga hacerlas.
Por eso hay que saber consultar siempre a los que saben. No todo se puede decir
en todas partes ni todo se puede hacer siempre, aunque sean cosas muy buenas,
porque todo tiene su tiempo y su lugar, si no se sigue las reglas de la prudencia aun
por dedicarse a obras muy buenas se pueden cometer muchos disparates. Por eso
es tan necesario pedir mucho al Espíritu Santo el Don de Consejo por medio del
cual sabemos cuándo, dónde y cómo debemos hacer y decir lo que tenemos que
hacer y decir.
Petición diaria. Un santo decía que cada día debemos pedir al Espíritu Santo
que nos conceda la virtud de la prudencia, que es la que nos enseña, cuándo,
cómo y dónde, debemos decir y hacer cada cosa. ¿Pedimos en verdad de vez en
cuando al Divino Espíritu que nos conceda la virtud de la prudencia? Si no la hemos
pedido, a empezar desde hoy a pedirla.
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CAPITULO 9
LA MEJOR CIENCIA
Cada uno de nosotros deberá repetir con san Pablo: "No deseo sino conocer a
Jesucristo, y a Jesucristo crucificado" (1Co 2, 2). Conocer su vida, su muerte,
resurrección, ascensión y glorificación; entender sus mensajes, imitar sus buenos
ejemplos, recordar lo mucho que ha hecho y sigue haciendo por sus seguidores, lo
que pide y desea de cada uno de nosotros.
De las otras cosas, especialmente de las que no son necesarias para conseguir
nuestra santificación y salvación que no nos van a servir para ser útiles a los demás
y crecer en virtud, ¿para qué vivir queriendo saberlas y conocerlas? Cuántas cosas
hay que con ignorarlas no se pierde nada y en cambio el saberlas llena de inquietud
el corazón. En esto sí se cumple lo que en el siglo primero decía el sabio Séneca:
"Cuánto más curiosamente me dediqué a conocer los detalles de la vida de los
seres humanos, tanto menos buen ser humano me volví". A estos conocimientos
llama san Judas Tadeo: "Nubes sin agua, árboles sin fruto, olas que sólo traen
espumas" (Judas 12).
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Cuando queramos saber algo preguntémonos: ¿esto sí será de provecho para mi
santificación o para el bien que yo les pueda hacer a los demás? Si no lo es, el
dedicarme a indagarlo y a querer saberlo puede ser dañosa curiosidad, o hasta
trampa de los enemigos de mi salvación, que quieren llenar mi cerebro de
cucarachas que no dejen conservarse bien allí el maná de la sabiduría celestial.
Mal incurable. Este mal es muy peligroso y casi incurable, porque cuando el
pensamiento se llena de teorías nuevas, de ideas fantásticas y de planes
descabellados, la persona llega a convencerse de que es mejor que los demás
(solamente porque ha planeado serlo, sin que lo sea todavía ni remotamente).
¿Quién logrará desengañarle? ¿Cómo podrá reconocer su error? ¿Cómo logrará
dejarse guiar por un prudente director espiritual si ya se imagina ser una autoridad
en cuanto al espíritu? Es un ciego guiando a otro ciego; el orgullo ciego guiando al
entendimiento enceguecido por la vanidad. Nosotros en cambio deberíamos repetir
con el sabio antiguo: "En cuestiones de espíritu sólo sé que nada sé" aunque el
orgullo nos quiera convencer que somos más sabios que Salomón.
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CAPITULO 10
Ya hemos visto cómo evitar los defectos que pueden perjudicar el entendimiento,
y ahora vamos a estudiar cómo evitar aquello que pueda hacer daño a la voluntad,
para que así logremos llegar a tal grado de perfección que renunciando a las
propias inclinaciones, lo que busquemos sea cumplir siempre la santa Voluntad de
Dios.
Una condición. Hay que advertir que no basta con querer y buscar hacer
siempre lo que Dios manda y desea, sino que también es necesario querer y hacer
estas obras con el fin de agradar a Nuestro Señor.
Remedio. Para evitar este peligro que es muy dañoso para quienes desean
conseguir la perfección y santidad, hay que proponerse, con la ayuda del Espíritu
Santo, no querer ni emprender acción alguna sino con el único fin de agradar a Dios
y de cumplir con su santísima Voluntad, de manera que Él sea el principio y el fin de
todas nuestra acciones. Hay qué imitar lo que hacía el Papa san Gregorio Magno el
cual mientras estaba escribiendo sus obras admirables, de vez en cuando
suspendía su trabajo y decía: "Señor, es por Ti, es por tu gloria. Es para la
salvación de las almas. Que nada de lo que yo hago sea para darles gusto a mis
inclinaciones y afectos, sino para que se cumpla siempre en mi tu santa Voluntad".
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primero el espíritu a Dios para pedirle que los ilumine si en realidad Él quiere que no
hagamos esto, y si al dejar de hacerlo, le estamos agradando a Él. Conviene decir
de vez en cuando: "Señor: ilumínanos lo que debemos decir, hacer, evitar y haz que
lo hagamos, digamos y evitemos".
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Examen. Por eso cada uno debe preguntarse de vez en cuando: ¿Me inquieto
demasiado si las obras que emprendo no obtienen éxito prontamente o no me
resultan según mis planes? Me disgusto si el Señor, con los hechos que permite
que me sucedan, me está diciendo: "Todavía no es tiempo... ¿hay que esperar un
poco más?". Tengo que recordar que lo importante no es que mis obras tengan
mucho éxito terrenal, sino que Dios quede contento de lo que yo hago. Que no es la
acción la que tiene valor, sino la intención con la cual se hace.
Algo que aumenta mucho el valor. La intención de hacerlo todo por amor de
Dios y para su mayor gloria aumenta tanto el valor de nuestras obras que aunque
ellas sean de poquísimo valor en sí mismas, si se hacen puramente por Dios, se
vuelven de mayor precio y premio, que otras obras aunque ellas sean de mayor
valor en sí mismas, si se hacen por otros fines. Así por ejemplo, una pequeña
limosna dada a un pobre (pequeña, pero que nos cueste a nosotros. Porque lo que
no cuesta es basura y no tiene premio) si esa pequeña limosna se da por amor a
Dios, porque el prójimo representa a Jesucristo, puede ser de mayor precio y ob-
tener un premio más grande, que unos enormes gastos que se hacen en obras
brillantes, pero por aparecer y por ganarse la admiración de los demás.
Como la piedra filosofal. Los antiguos creían en la leyenda de que existía una
piedra que todo lo que tocaba lo convertía en oro. La llamaban "la piedra
filosofal", y la buscaban por todas partes, y como bien puede suponerse nunca la
encontraron porque la tal piedra no existe. Pero en lo espiritual sí la hay, y consiste
en esto que hemos venido recomendando: en ofrecer todo lo que hacemos
únicamente por amor a Dios y por agradarlo a Él. Acción que ofrecemos por Dios,
automáticamente queda convertida en oro para la vida eterna. En algo de altísimo
precio para la eternidad. Por eso convienen que desde hoy mismo comencemos a
tratar de adquirir la buenísima costumbre de dirigir todas las anteriores a un solo fin:
el amor y la gloria de Dios.
Es necesario recordar que esta formidable costumbre de hacerlo todo por Dios y
sólo por Él, no es algo que la creatura humana va a lograr conseguir únicamente
por sus esfuerzos y propósitos. Esto es algo importado del cielo, y si Nuestro
Señor no nos los concede por una gracia especial suya, no lo vamos a obtener. Por
eso hay que pedirlo mucho en nuestras oraciones. Y para animarnos a cumplirlo
debemos meditar frecuentemente en los innumerables beneficios y favores que
Dios nos ha hecho y nos sigue haciendo continuamente, considerar que todo ello lo
hace por puro amor y sin ningún interés de parte tuya.
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"NO PODRAN CREER SI LO QUE BUSCAN ES LA GLORIA Y
LA ALABANZA QUE VIENEN DE LOS OTROS, Y NO LA
GLORIA QUE VIENE DEL ÚNICO DIOS". (Jn 5, 44)
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CAPITULO 11
Existen unas verdades las cuales si las meditamos y recordamos, van a mover la
voluntad a querer en todas nuestras acciones y en todos nuestros comportamientos,
buscar que Dios quede agradado en que hacemos, que decimos y pensamos. Ellas
son las siguientes:
2° Pensar que Dios vive defendiéndonos a toda hora. Dice el Salmo: "Tú
guardián no duerme". No duerme ni deja un momento de vigilar el que cuida al
pueblo elegido. "El Señor te protege a su sombra, está a tu derecha protegiéndote,
dispuesto a defenderte de todo mal" (cf. Sal 120). Y otro salmista exclama: "Aunque
mi padre y mi madre me abandonen, el Señor Dios nunca me abandonará" (cf. Sal
27). ¿Qué mejor prueba o demostración de amor nos podía dar el buen Dios? Por
eso debemos amarlo intensamente.
3o Recordar cuánto nos estima nuestro Creador. Él nos puede repetir lo que
dijo por el Profeta: "¿Qué más podía hacer por ti que no lo haya hecho?". Es
tanta su estimación hacia cada uno de nosotros y tan grande su deseo de salvarnos
y hacernos santos que nos envió desde el cielo el mejor tesoro que tenía: su propio
Hijo. Y permitió que muriera en la cruz con la más ignominiosa de las muertes para
que así pagara nuestras deudas a la Justicia Divina y nos consiguiera un puesto en
la gloria eterna. Y este Jesús se hizo en todo semejante a nosotros, menos en el
pecado. Y aprendió con el sufrimiento a comprender a los que sufrimos.
Hay que honrar a los que nos honran. Esto es lo que tratan de hacer los
grandes de la tierra. ¿Y quién nos ha honrado más en toda la existencia que
Nuestro Señor? Nos hizo hijos suyos, hermanos de su Hijo Jesucristo, templos del
Espíritu Santo y herederos del cielo. Ojalá recordemos de vez en cuando estas
muestras de aprecio y cariño que Él nos ha dado para que en cambio le brindemos
también amor y agradecimiento.
(San Juan)
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CAPITULO 12
En cada uno de nosotros hay dos grandes fuerzas que se hacen la guerra sin
cesar. La una es la voluntad superior, la fuerza espiritual, que guiada por la razón
y por la fe nos quiere elevar a tener comportamientos propios de un ser racional, de
alguien que es Hijo de Dios, y cuyo destino es la vida eterna del cielo. La otra gran
fuerza, que se llama inferior, es una fuerza material, guiada por las pasiones, por
las inclinaciones de la naturaleza carnal, y muchas veces por los atractivos de lo
mundano, sensual y por las tentaciones del demonio. Esta segunda fuerza llamada
"apetito sensitivo" no nos logrará llevar al mal si la voluntad guiada por la razón e
iluminada por el Espíritu Santo le pone freno le domina y guía.
Una guerra continúa. El santo Job decía que la vida de la persona humana en
esta tierra es como un servicio militar en tiempo de guerra, o como el día de un
obrero en tiempo de gran trabajo. La guerra espiritual entre la voluntad superior
guiada por la razón y la voluntad inferior dirigida por las pasiones, durará toda la
vida. Desde que tenemos uso de razón hasta que exhalemos el último suspiro, esa
guerra será total y sin tregua. Habrá tiempos de mayor paz y otros de mayor
combate, pero la lucha no cesará jamás en esta tierra. Aquí sí que se cumple lo
que anunció Jesús: "No vine a traer paz sino guerra" (cf. Mt 10, 34).
Los cuatro caballos. Un autor antiguo decía que la persona humana viaja por
este mundo en un carruaje llevado por cuatro caballos. Dos blancos y dos negros.
Los dos blancos son la razón y la voluntad. Y los dos negros son las pasiones y las
malas inclinaciones. Y para saber a dónde llegará cada uno hay que averiguar a
quien dejamos que vaya al timón, a Dios o al diablo, o al egoísmo. Si es Dios quien
nos dirige con sus santas inspiraciones, el final será la gloria eterna y la santidad.
Pero si dejamos que sea el diablo con sus tentaciones el que vaya guiando, el final
será la maldad y hasta la eterna condenación. ¿Quién está dirigiendo mi carroza
hoy por hoy?
La peor desgracia. Así como el haber recibido de Dios el gusto por rezar y por
pensar en lo celestial y sobrenatural, es un regalo maravilloso que nunca podremos
agradecer debidamente, así también, la peor desgracia espiritual que le pueda
suceder a una persona es quizás el contraer un mal hábito, el adquirir una mala
costumbre. Nada hay que esclavice tanto como una mala costumbre. Con razón
decía Jesús que: "El que comete pecado se vuelve esclavo de pecado" (Jn 8,
34). Quienes en su juventud adquirieron algún mal hábito, una facilidad para hacer
alguna mala acción, adquirida a base de repetirla, sufre una pena indecible cuando
tratan de enmendar su mala vida y romper las cadenas que los tienen esclavizados
al mundo y a la carne, cambiar de vida y empezar a consagrarse enteramente al
servicio de Dios. Porque su voluntad se encuentra tan poderosamente combatida
por sus malas costumbres y tan debilitada por la repetición tan frecuente que han
hecho de los malos actos, que ahora sienten como si tuvieran una segunda
naturaleza y los golpes que reciben de parte de sus malas inclinaciones son tan
33
fuertes y violentos que sin una gracia o ayuda especial de Dios no serán capaces
de resistir sin caer una y otra vez. En esto se cumple lo que decía san Pablo: "Hago
el mal que no quisiera hacer, y en cambio el bien que sí quisiera hacer no lo
logro hacer. Advierto en mi carne una ley e inclinación que va contra la ley de
mi razón y me esclaviza. Es la ley del pecado. La inclinación a hacer el mal"
(cf. Rm 7, 18).
Otra condición sin la cual no. Nadie se vaya a hacer la ilusión de que logrará
adquirir la virtud y la perfección a servir Dios como conviene si no se dedica a
negarse a sí mismo, a llevarles la contraria a muchas de sus inclinaciones y
deseos de vida fácil y comodona, si no tiene firme resolución de sufrir y vencer la
antipatía que en su misma persona siente hacia el renunciar a muchos pequeños
placeres que se le presentan.
Jesús decía: "El reino de los cielos padece violencia, y los que hacen violencia
a sí mismos la conquistan" (Mt 11, 12). En la subida hacia la perfección
encontramos muchos que quedaron a mitad de camino y no pudieron seguir
adelante y progresar porque les faltó una condición: negarse a sí mismos,
llevarse la contraria. Y se quedaron corriendo detrás de engañosas mariposas de
gozos aparentes, y recogiendo flores sin perfume de pequeños gustos que no
satisfacen plenamente; y no lograron subir a la cumbre de la santidad. Les faltó la
primera condición que Jesús exigía a quienes decían que querían seguirle: "Si
alguno quiere venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo" (cf. Mt 16, 24). ¿A
cuántos pequeños afectos y gustos terrenos he renunciado para lograr ser fiel a
Jesús? Si en este día hiciera en un hilo un pequeño nudo por cada vez que me he
negado y he ofrecido algún pequeño sacrificio, ¿cuántos nudos lograría hacer? En
el día del Juicio esa cuenta aparecerá muy clara y cuanto mayor sea el número de
las veces que me negué y me llevé la contraria, tanto mayor será mi premio en el
cielo.
¿Por qué siendo tan numerosas las personas que emprenden el camino hacia la
santidad, son tan poquitas las que llegan a la perfección? La causa es muy sencilla:
no se negaron a sí mismos. Es verdad que muchos de ellos se libraron quizás de
grandes caídas y de contraer terribles vicios, pero luego en la subida hacía la
perfección perdieron el ánimo y se desalentaron porque vieron que esto de negarse
a sí mismos es oficio de todos los días y de todas las horas y no se dedicaron a
combatir los residuos de su propia voluntad y de malas inclinaciones que todavía
quedaron en su naturaleza, a dominar las pasiones que cada vez iban
encendiéndose y renovándose en su corazón, dejaron que todo esto se apoderara
34
de su espíritu y les impidió el ascenso a la santidad. Les faltó aquella cualidad que
Jesús exige cuando dice: "Quien persevera hasta el fin se salvará" (Mt 10, 22).
Les faltó perseverar, en luchar por obtener la santidad.
No basta con no ser malos. Hay gente que se imagina que va a llegar a la
santidad únicamente evitando hacer el mal. Y esto no basta. Así por ejemplo
existen personas que se contentan con no robar, pero mientras tanto les tienen un
gran apego a sus riquezas, no reparten limosnas y ayudas en la medida en la que
Dios quiere que repartan. Otros se dedican expresamente a buscar honores y
alabanzas, pero sí sienten gran gozo cuando se les ofrecen, y nunca los rechazan
ni hacen nada por evitarlas. Hay fieles que no comen de gula, pero en cambio
prefieren siempre en la alimentación lo más sabroso y dejan a un lado cualquier
alimento que les parezca menos agradable. Creyentes hay que no hablan mal de
nadie ni dicen mentiras, y en eso son admirables, pero en cambio nunca son
capaces de callar las palabras inútiles que les gusta decir. Se contentaron con ser
buenos, pero no se esmeraron en llegar a la perfección.
Cuando Jesús envió a sus discípulos a predicar les dijo: "No se detengan a
charlar por el camino" (Lc 10, 4) pues los orientales acostumbran detenerse a
charlar por largos ratos en el camino con los viajeros que encuentran y en esas
charlas se gasta un tiempo precioso. Es necesario que me pregunte de vez en
cuando: "¿Esto que estoy diciendo es mejor que el silencio? Porque de toda
palabra inútil tendremos que dar cuenta el día del Juicio" (cf. Mt 12, 36). Que
no tengan que decir de nosotros jamás lo que de alguna persona piadosa afirmaba
alguien a quien acompañaba en sus conversaciones: "Ha perdido muchas
ocasiones que tuvo de callarse". O lo que cuentan que exclamó aquel santo
cuando le preguntaron qué opinaba de cierta personita muy piadosa pero muy
charladora: "Es buena gente, pero desafortunadamente no le ha logrado poner
puerta a su lengua para tenerla un poco más cerrada".
¿Qué fue lo que te puso así? En la vida de una santa se narra que un día
estando frente a la imagen de un Cristo muy chorreante de sangre le preguntó:
"Señor; ¿quién te puso así? -y le pareció que el Cristo le respondía: "Tus char-
latanerías Inútiles"- ¿qué me enseñará este ejemplo?
Una ilusión. Muchas almas que se dedican a la vida espiritual caen en una
ilusión que no es fácil de descubrir al principio (ilusión es imaginarse que sí existe y
35
es, lo que en realidad no existe ni es como uno se imagina). Y su ilusión consiste
en pensar que en verdad se está progresando en santidad y perfección, cuándo lo
que está haciendo es seguir los propios gustos e inclinaciones. Muchos creen que
están obrando por amor a Dios, cuando lo que están haciendo es amarse a sí
mismos (si en verdad se puede llamar "amarse a sí mismo" el seguir los propios
antojos). Y así eligen los ejercicios y prácticas de piedad que están más de acuerdo
con sus gustos, rechazan y dejan a un lado los que les causan alguna molestia o
no les agrade mucho.
36
CAPITULO 13
Para salir vencedores de este combate que es de todos los días y de toda
nuestra vida, es necesario emplear ciertas técnicas que vamos a enumerar
enseguida:
Lo segundo. Tenemos que hacer actos contrarios a los que las pasiones y malas
inclinaciones nos proponen. Así por ejemplo, si la ira quiere invitarnos a la
venganza, debemos rezar por el bien de la persona que nos ofendió. Si la tristeza
trata de inclinarnos al desánimo, debemos cultivar pensamientos de alegría y de
esperanza. Si el orgullo nos incita creernos algo y a desear alabanzas, es necesario
recordar que nada somos y que las alabanzas humanas son humo que se lleva el
viento. Si es la impureza la que nos mueve, conviene recordar el desgarramiento
interior que produce en el alma cada pecado impuro y la pérdida de buena fama y
de paz que cada impureza acarrea al alma, etc.
Una trampa. Los enemigos del alma cuando ven que reaccionamos fuertemente
contra sus asechanzas o deseos de hacernos el mal, entonces dejan por un tiempo
de traernos tentaciones para que nosotros, creyéndonos ya fuertes, dejemos de huir
de las ocasiones y pensemos con loco orgullo que ya somos capaces de resistir al
mal. En esto sí que conviene cumplir lo que aconseja san Pablo: "Trabajar en la
propia santificación con temor y temblor" (F/p 2, 12) "Y quien está en pie, tener
cuidado para no caerse" (1Co 10, 12). Porque tan pronto empecemos a creernos
capaces de ser santos por nuestras propias fuerzas, comenzaremos a tener muy
humillantes caídas. Dios resiste a los orgullosos (St 4, 6). Por eso el profeta Isaías
dice: "Lo que Dios desea es que permanezcas humilde delante de Él".
Tercer acto. Aborrecer lo que es malo. Muchas veces sucede que después de
haber hecho grandes esfuerzos para resistir y rechazar los ataques de los
enemigos de la salvación, de haber pensado y reflexionado en que este resistir es
algo muy agradable a Dios, de un momento a otro nos damos cuenta que no
estamos seguros ni libres del peligro de ser vencidos en una nueva batalla; por eso
conviene que nos ejercitemos en sentir un gran aborrecimiento y asco hacía el vicio
que queremos vencer, y tratemos de adquirir hacia él, no sólo aversión, asco sino
repugnancia y horror. Lo que más nos debe repugnar es la fealdad del pecado.
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Cuarto medio. Para volver fuerte el alma contra los vicios, malas costumbres y
perversas inclinaciones es necesario hacer muchos actos interiores que sean
directamente contrarios a nuestras pasiones desordenadas.
No bastan unos pocos actos. Ya sabemos que para adquirir una mala costumbre
o un vicio se necesitan muchos pecados repetidos, y de la misma manera para
conseguir una virtud contraria a ese vicio se necesitan repetidos y frecuentes actos
buenos hasta lograr adquirir la buena costumbre que sea capaz de enfrentarse al
vicio y alejarlo. Y aún más: son necesarios más actos buenos de virtud para
formar una buena costumbre, que actos pecaminosos para formar un vicio,
porque al vicio le colaboran las pasiones y malas inclinaciones, y en cambio a la
virtud se le opone nuestra naturaleza corrompida y viciada por el pecado.
Hacerlo aunque cueste. Todo lo que vale cuesta. No vayamos a creer que
hacer actos de virtud contrarios a los vicios es algo fácil y agradable. ¡Nada de eso!
Por ejemplo tratar con amabilidad y paciencia a quien nos humilla y ofende. Eso
ayuda mucho para conseguir la paciencia, pero no es nada fácil. Veamos otro
ejemplo: ser fríos, hasta despectivos, demostrar antipatía y horror y hasta "mala
educación" ante una amistad que le hace daño al alma; eso va contra nuestra
voluntad y es algo verdaderamente costoso. Pero por eso mismo el premio que nos
dará Dios será mucho más grande. Por lo tanto, no dejemos de hacer esos actos
contrarios a los vicios, aunque parezca que nos sangra el corazón y que el alma
agoniza de sufrimiento. La corona de gloria que nos espera es muy grande.
Cuidado con los enemigos pequeños. El Libro el Cantar de los Cantares dice:
"Hay que hacerles cacería a los pequeños roedores, porque pueden destruir
nuestros cultivos" (cf. Ct 2,15). En la vida espiritual debemos cumplir este
mandato. No contentarnos solamente con atacar y echar lejos los movimientos más
fuertes y violentos de las pasiones, sino también los más leves y pequeños. Porque
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estos movimientos pequeños les sirven a los otros para atacarnos y vencernos,
como los muchachos pequeños sirven a los ladrones grandes para entrarse a las
casas, entrando primero los menores por las ventanas a abrir la puerta para que
entren los mayores. Y así es como se van formando las malas costumbres y los
vicios, empezando por dejar entrar en la vida de cada día las pequeñas
imperfecciones y éstas abren las puertas a las mayores.
Hay que mortificarse en lo que es lícito. En la vida espiritual hay un dicho muy
antiguo que siempre se cumple. Y dice así: "Quien no se mortifica en lo lícito,
tampoco se mortificara en lo ilícito". Se llama lícito lo que es permitido, lo que se
puede hacer o decir sin cometer pecado. Hay que distinguir entre lo que es
simplemente lícito y lo que es necesario. Lo necesario hay que hacerlo y decirlo
siempre. Pero lo que es solamente lícito, no es necesario, si se deja de hacer o
decir, producirá grandes bienes espirituales porque la persona se va
acostumbrando más fácilmente a dominarse a sí misma, y cuando le lleguen los
atractivos de las pasiones y de los malos instintos ya tiene fuerza de voluntad y
podrá salir vencedora de muchas tentaciones. Cuántos y cuántas hay, que dejaron
de decir una viveza que se les ocurrió, y la callaron por mortificación. Y después
cuando en un momento de ira les vino el deseo de decir unas palabras ofensivas,
ya no las dijeron, porque se habían ejercitado en callar lo que deseaban decir.
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llevar a conseguir las virtudes, a evitar los vicios y agradarle con nuestro
comportamiento al Redentor y Salvador Crucificado.
Así como una persona no puede ser definitivamente viciosa y corrompida por
más que sus malas inclinaciones traten de corromperla y llevarla al mal, si su
voluntad persiste en querer portarse de manera que a Dios le agrade su
comportamiento, así también, nunca alguien logrará tener virtud y santidad, por más
inspiraciones que la gracia divina le envíe, si su voluntad no se decide seriamente a
dedicarse a obrar el bien y a evitar el mal.
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CAPITULO 14
Muchas veces nos sucede que nuestra voluntad se encuentra muy débil y sin las
fuerzas suficientes para ser capaz de resistir los ataques y asaltos de las pasiones
y de los perversos deseos que invitan a obrar el mal. En estos casos no hay que
desanimarse ni dejar de luchar y aunque los atractivos del mal sean sumamente
fuertes, por más que hayamos caído muchas veces es necesario recordar siempre
este principio animador: "En la lucha por la santidad, lo que cuenta y vale no es
solamente el número de victorias o derrotas que obtenemos sino el esfuerzo
que hacemos por permanecer siempre fieles a la voluntad de Dios". Perder
una batalla o diez no es perder la guerra. Quien sigue luchando puede terminar
triunfando.
Una ayuda muy eficaz. Para poder ayudar a la voluntad a fin de que no quede
totalmente derrotada en los ataques que recibe de la pasiones y de las inclinaciones
hacía el mal, produce muy buen efecto en pensar meditar en lo útil y provechoso
que es resistir a esas tentaciones y el lograr obtener la victoria. Pensar que los
premios que vamos a recibir de Dios si salimos vencedores van a ser muy grandes
41
y que los males de los cuales nos veremos libres sino aceptamos las malas
insinuaciones, son inmensos.
2o Si el mal no nos llegó por culpa nuestra, considerar que nos sirve para pagar
pecados de la vida pasada, los que todavía no nos ha castigado la Justicia Divina y
de los cuales no hemos hecho la debida penitencia. Mucho mejor pagar aquí donde
ganamos méritos y gloria sufriendo, que tener que irlos a pagar en el purgatorio
donde quizás las penas sean más rigurosas y con menos merecimientos. Al pensar
en esto debemos recibir los sufrimientos y contrariedades no solamente con
paciencia, sino con alegría y dándole gracias a Dios por ellos.
3o Recordemos cuando tenemos algo que nos hace sufrir y que nos invita a la
impaciencia, que si aceptamos las penas y contrariedades de cada día estamos
cumpliendo la condición que Jesús exige para poder entrar en el Reino de los
cielos, que es entrar por la puerta estrecha del sufrimiento y de la mortificación, y
aquello que tanto recomendaba san Pablo: "Es necesario pasar por muchas
tribulaciones para poder entrar al Reino de Dios" (Hch 14, 21).
5o Pero en lo que más se debe pensar en toda ocasión en que tengamos que
sufrir, es en que recibiendo con paciencia nuestros sufrimientos estamos
cumpliendo la voluntad de Dios, pues Él que habría podido muy bien hacer que
tales padecimientos no nos llegaran, los ha permitido, y si los permite es
seguramente para nuestro bien, pues lo único que desea para nosotros es nuestro
mayor bien. Aquí no lo entendemos por qué permite semejantes contrariedades,
pues en esta vida vemos lo que Dios permite como quien mira una alfombra por
el revés y sólo observa un grupo de hilachas en desorden. Pero en la otra vida
veremos la alfombra por el lado derecho y entonces sí que nos convenceremos
de que todo lo que Dios permitió que nos sucediera fue una verdadera obra de arte
dedicada a santificarnos y hacernos merecedores de grandes premios y mucha
gloria en el cielo. Cuanto con más paciencia aceptemos lo que Dios permite que
nos suceda, más contento tendremos a Nuestro Señor.
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CAPITULO 15
Ni hay que perder el ánimo al constatar que los enemigos del alma son tan difíciles
de vencer y que la guerra espiritual es de todos los días y de todas las horas, que
no tendrá fin sino cuando termine nuestra vida sobre la tierra, y que nos hallamos
amenazados por todas partes, y muchas veces la ruina espiritual aparece casi
inevitable, porque, como dice san Agustín: "Con los enemigos de la salvación
sucede como con un perro bravo amarrado con una cadena:
43
No nos puede morder si no nos acercamos demasiado a él". Podemos estar
seguros de que nuestro Divino Capitán no les soltará tanto las cadenas a estos
enemigos que les permita destrozarnos, si nosotros no nos acercamos im-
prudentemente a ellos. Jamás los enemigos de nuestros Salvador podrán decir: "lo
hemos vencido". Dios combate con nosotros, y cuando le parezca oportuno nos
concederá victorias si son para nuestro bien y para su mayor gloria, aunque muchas
veces resultemos con heridas. Si nos proponemos no dejar jamás de combatir,
terminaremos recibiendo la corona que Dios tiene reservada para los vencedores.
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CAPITULO 16
No olvidemos que "somos templos del Espíritu Santo" (1Co 3, 16) y que el
Divino Espíritu nos conceda valor y poder para lograr salir vencedores en los
combates espirituales si lo llamamos en nuestro socorro. El grito de combate debe-
rán ser las palabras del Salmo 69 que tanto repetían los antiguos monjes del
desierto: "Dios mío ven en mi auxilio. Señor: date prisa en socorrerme".
Cuantas más veces las repitamos, más ayudas del cielo nos llegarán.
Cada mañana deberíamos escuchar como dichas para cada uno de nosotros las
palabras del Salmo 94: "Ojalá escuches hoy la voz de Dios que te dice: "No
endurezcas tu corazón como los antiguos rebeldes en el desierto, los cuales
me repugnaron y no los dejé entrar en mi descanso".
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siete pecados capitales: orgullo, avaricia, ira, envidia, impureza, gula o pereza.
¿Cuál es el defecto que en este año me propongo combatir? ¿Cómo lo voy a
enfrentar hoy? Si lo venzo obtendré grandes premios de Dios, pero si me derrota
me llenará de tristeza y amargura. Tengo que recordar los maravillosos premios que
Jesucristo ha prometido a los vencedores. Él dice en el Apocalipsis: "Vengo y
traigo conmigo mi salario y a cada cuál le daré según sus obras. A los
vencedores los haré herederos de mi Reino" ( A p 22). Pero es necesario que yo
recuerde también que si me dejo dominar por mi defecto dominante me llegará el
terrible desgarramiento interior que produce el pecado, y la humillante sensación de
derrota y la amargura sin fin que acarrea toda derrota espiritual y ese querer volver
atrás el reloj de la vida para que lo malo que he pensado, dicho o hecho, no lo
hubiera jamás dicho, pensado o hecho. Este amargo recuerdo lleva a evitar nuevas
caídas.
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CAPITULO 17
1o Ya dijimos que ayuda mucho el examen de previsión, o sea el pensar con qué
personas vamos a tratar, en qué sitios estaremos, qué ocasiones se nos van a
presentar, conjeturar y hacer cálculos de qué nos podrá suceder en esos casos. Así,
en cualquier ataque imprevisto de los enemigos del alma estaremos preparados con
precaución o prudencia para no dejarnos vencer tan fácilmente. "Soldado avisado
no muere en guerra" o si muere les cuesta más a los enemigos lograr eliminarlo.
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4o Un gran remedio. Para no sucumbir ante los ataques imprevistos hay que ir
quitando y tratando de disminuir el afecto hacia aquello que nos hace pecar. Así por
ejemplo si es una amistad dañosa, recordar lo que decía san Pablo: "Las malas
amistades corrompen las buenas costumbres" (1Co 15, 33) y decirse: "esta
amistad me hace mucho mal. No me conviene de ninguna manera". Si el ataque de
ira es porque nos quieren quitar algo que nos pertenece hay que irse convenciendo
de que mientras menos apegado tengamos el corazón a los bienes de la tierra,
tanto más libre seremos y más se elevará nuestro espíritu hacia Dios.
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CAPITULO 18
MODOS MUY IMPORTANTES PARA COMBATIR CONTRA EL VICIO IMPURO
Todos podemos repetir las palabras de san Pablo: "Siento en mí mismo una ley
de la carne que lucha continuamente contra el espíritu. La carne tiene deseos y
tendencias contrarias al espíritu, y el espíritu siente inclinaciones contrarias a la
carne" (Ga 5, 17).
Contra el vicio de la impureza hay que combatir más fuertemente que contra
todos los demás porque es el más traicionero y el que nunca deja de hacernos la
guerra. A donde quiera que vayamos llevaremos nuestro cuerpo, y éste siempre
tendrá inclinaciones pecaminosas que si nos descuidamos nos puede llevar a caer
en pecado en el momento menos pensado. En el combate contra la impureza hay
que emplear ciertas técnicas que producen muy buenos resultados. Por ejemplo:
ANTES DE LA TENTACIÓN. Hay que ir combatiendo contra las causas que nos
inclinan hacía la impureza y evitar el trato con personas que nos puedan ser
ocasión de tentación pecaminosa. Recordemos que en este asunto de la castidad
resultan vencedores quienes saben huir a tiempo, porque si nos exponemos a la
ocasión se cumplirá siempre aquel aviso que repetían los antiguos maestros
espirituales: "En llegando la ocasión, y en agradando, caerás todas las veces".
Es inútil acercar un papel a una llama encendida y decir: "No quiero que arda". Por
más propósito que tengamos de que no arda, arderá.
Si por obligación tenemos que tratar ciertos ejemplares humanos que nos atraen
muy fuertemente, es necesario hacer el sacrificio de mostrarnos fríos y casi
indiferentes en el trato, porque a cualquier libertad que le demos a nuestro
sentimentalismo, éste irrumpirá como las aguas de una represa cuando se abren
las compuertas, arrastrará y se llevará al abismo todos nuestros buenos propósitos
de conservar la santa pureza.
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apariencias tan inofensivas que no se logra sospechar que allí ande el enemigo de
la salvación buscando nuestra ruina. Por ejemplo amistades entre primos, entre tíos
y sobrinas, entre cuñados; o amistades por razón de gratitud, ya que esa persona
nos hizo un favor (o lo piensa hacer) o porque se aprecian mucho sus cualidades o
la sabiduría y los buenos consejos que sabe dar, o necesita recibir, etc. Empiezan
las visitas frecuentes. Las charlas prolongadas, los pequeños obsequios, y mientras
tanto se va infiltrando en estas amistades el veneno del deleite del sentimentalismo
y del gozo de los sentidos, y el alma se va entusiasmando sensiblemente, la razón
se enceguece, va desapareciendo poquito a poco el nombre de tío, prima, cuñado,
benefactor, amigo, consejero, etc., y sólo queda el nombre de "persona de otro
sexo", "persona cuya presencia agrada a la sensibilidad y al sentimentalismo". Y
ahora en vez de poder decir: "Te amo" lo que se puede decir es "me gustas", "me
atraes"... y las caídas graves se van acercando peligrosamente.
No hay que confiar en las resoluciones y los buenos propósitos que se han
hecho, pues aunque nos hayamos propuesto morir antes de ofender a Dios, si
encendemos el amor sensual con conversaciones dulzarronas, melosas y
frecuentes, la pasión se apoderará de tal manera que nuestro corazón que ya no le
importará que la otra persona sea pariente, familiar o dirigida espiritualmente o
aspirante a especial grado de santidad y con tal de satisfacer la inclinación
pecaminosa se olvidan todos los deberes y hasta la santa ley de Dios, nos interesa
dar escándalo y perder la buena fama ante los demás. Y en estos casos serán
inútiles y vanas todas las exhortaciones de los amigos, los propósitos y planes que
se han hecho de conservar la santa virtud, se nos olvidará el temor a ofender y
disgustar a Dios, y aunque tuviéramos en frente al mismo fuego del infierno no
detendríamos los impulsos a que nos llevan las llamas impuras de nuestra pasión
sensual. Así que no nos queda sino una solución: huir, huir, como se huye de
una víbora venenosa o de alguien con una infección muy contagiosa o de un perro
rabioso, o de un loco que ataca con un machete afilado o de un toro feroz que
embiste a cuanto encuentra. Huir, si no queremos perder la vida del alma, la paz del
corazón y las bendiciones de Dios.
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CAPITULO 19
OTROS MÉTODOS EFICACES PARA EVITAR CAER EN LA IMPUREZA
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Y MUCHO CUIDADO CON LOS PENSAMIENTOS DE
ORGULLO
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con buenos recuerdos y provechosas lecturas llenamos el cerebro de ideas santas,
ellas quitarán el espacio a las ideas pecaminosas y éstas tendrán que irse. Pero si
ellas encuentran el cerebro vacío de ideas provechosas, aprovecharán la ocasión
para anidar allí y producirán espantosos males al alma y a la personalidad.
Hay que decirle con el Salmo: "Mira Señor que me atacan, y no tengo a dónde
huir. Pelea Tú Señor, contra los que me hacen la guerra, y dile a mi alma: "Yo
soy tu victoria" (Sal 34). "No entregues a la furia de los gavilanes asesinos esta
paloma indefensa que es mi pobre alma". "No me abandones, Dios de mi
Salvación". "No abandones la obra de tus manos" etc.
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considerándolos dañosos y peligrosos lo que se consigue es obsesionarse más por
esos temas y grabarlos en la mente. Y como el cerebro es el que dirige toda la
sexualidad humana, si éste se halla infectado y envenenado con esos recuerdos e
ideas fijas, todo el organismo queda pervertido y va directamente hacia la maldad.
Recordar esas cosas es un engaño del demonio que se disfraza de ángel de luz.
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CAPITULO 20
Dice el Libro de los Proverbios: "Pasé por el campo del perezoso: todo
malezas, todo descuido. Un poco dormir, otro poco dormitar y otro poco mano
sobre mano descansando, y le llegará la miseria como un correo, sin
equivocarse de destinatario" (Pr 24, 30). Es necesario tratar de combatir el vicio
de la pereza porque este defecto no solamente nos impide llegar a la santidad, sino
que nos va entregando poco a poco en manos de los enemigos de nuestra
salvación.
Un enemigo. Ante todo hay que huir de la vana curiosidad. Del querer estar
sabiendo las últimas novedades que han sucedido cerca o lejos. Dijimos ya que los
antiguos repetían el refrán: "Por saber noticias nuevas no afanarse, que cuando se
vuelvan viejas fácilmente lograrán saberse".
Cumplir el deber. Los romanos decían que el mejor remedio para vencer la
pereza es "hacer en cada momento lo que se debe hacer, y hacerlo bien
hecho". Y una santa recomendaba a sus dirigidas: "Que Dios al vernos obrar pue-
da decir: 'Muy bien"'.
Cuidado con un mal hábito. Dijimos también anteriormente que los que dirigen
almas afirman que lo peor que le puede suceder a una persona en este mundo
es adquirir una mala costumbre, un mal hábito. Esto se convierte en una nueva
naturaleza y esclaviza por completo al alma. Así si llegamos a adquirir el mal hábito
o costumbre de dejarnos llevar por la pereza, volverá raquítica nuestra personalidad
y paralizará la voluntad.
Que siga el entierro. Cuentan las antiguas leyendas que una joven se volvió tan
perezosa que ya no quería hacer ningún oficio en la casa.
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sabio recomendó: "Hagan el simulacro de que la van a enterrar viva, y del susto
cambiará el modo de obrar". Y se fueron con ella para el cementerio. Por el camino
se encontraron con un hombre que les preguntó por qué la llevaban al cementerio:
"Es que no quiere conseguir el alimento", le respondieron. El otro conmovido le dijo:
"Muchacha: yo le regalo estas seis libras de harina para que coma". Y la perezosa
le preguntó: "¿Me las da ya amasadas y convertidas en pan tostado?". "No, así no
más sin amasar ni tostar". Y la perezosa muy tranquila se acostó otra vez en el
ataúd y exclamó: "Entonces: que siga el entierro". Cuántas pobres víctimas de la
pereza dicen hoy lo mismo en el mundo. Con tal de no tener que trabajar ni
esforzarse, ¡que siga el entierro! Y continúan viajando hacia el fracaso y la miseria
final. ¡Qué fatalidad!
Es necesario recordar que Dios quita poco a poco sus dones y gracias a quienes
se dejan vencer por la pereza y la tibieza, y los concede en abundancia a quienes
se dedican con laboriosidad y fervor a hacer bien lo que tienen que hacer. Hay
carismas o regalos celestiales que se pierden porque no se utilizaron. ¿Para qué va
a dar el Creador ayudas especiales a quien no se esfuerza por utilizarlas y sacarles
provecho?
Un solo día cada día. Algo parecido a lo anterior hay que aconsejar en cuanto al
tiempo. No digamos: "Toda mi vida me la voy a pasar luchando contra estos
defectos". Una afirmación así puede desanimarnos por lo demasiado larga que nos
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parece la lucha. Pero si decimos: "Hoy por hoy, aunque sea sólo por hoy, por
estas 12 horas voy a combatir mi defecto dominante", entonces ya el combate nos
parecerá más llevadero, porque un día sí somos capaces de combatir. Mañana
trataremos de decir lo mismo, y así cumpliremos lo que aconsejaba Jesús: "No se
afanen por el día de mañana. A cada día le bastan sus propios afanes" ( M t 6.
34). A una gran santa le preguntaron por qué no se desanimaba en su lucha por
conseguir la santidad y por lograr vencer sus defectos y superar las dificultades que
encontraba y respondió: "Es que yo no vivo sino un solo día cada día. Por 12 o
24 horas sí me animo a combatir, confiando en la ayuda poderosa de Dios. Pero si
me pusiera a pensar en el combate de todos los 365 días del año y de los días que
me quedan de existencia en la tierra, me llenaría de desánimo y de pereza. Pero un
sólo día cada día ¿quién no es capaz de resistir y combatir?".
Orar por pequeñas cuotas. Esta misma técnica hay que emplearla en cuanto a
la oración, para evitar que nos domine la pereza. No tratar de estar con gran
atención toda una hora, ni siquiera media hora. Pero en cambio decirse uno a sí
mismo: "Voy a orar con cariño y fervor estos próximos cinco minutos".
Después, si me llega la pereza y el desengaño, suspendo la oración. Y así decirse
en los próximos cinco minutos. Y así después a los 20 minutos o a la media hora se
siente ya cansancio y desánimo para rezar, entonces suspender la oración para no
aumentar el descontento y disgusto, porque esta interrupción en vez de causarnos
daño puede servirnos de descanso para luego volver a rezar con mayor fervor. Los
antiguos monjes del desierto cuando sentían que les llegaba la pereza y el desgano
para rezar, se dedicaban a decir solamente pequeñitas oraciones que ellos
llamaban "jaculatorias" (jácula era una flecha que se enviaba con un mensaje. Y la
pequeña oración es una pequeña flecha espiritual que enviamos al cielo con algún
mensaje pidiendo ayuda o dando gracias). ¿Cuántas jaculatorias o pequeñas
oraciones envío al cielo cada día? Santos han habido que dijeron hasta mil al día.
Yo ¿cuántas diré? ¿Y con cuánto amor al buen Dios, o a la Virgen Santísima o a mi
ángel o a los santos?
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en los deberes de cada día. Y nos puede pasar lo que Cristo narró acerca de las
cinco vírgenes necias que dejaron para última hora conseguir el aceite para sus
lámparas y cuando quisieron entrar al banquete de la santidad ya las puertas se
habían cerrado y se quedaron afuera (cf. Mt 25, 1-13).
Recordemos cada día que quien nos dio la mañana no nos promete que nos dará
la tarde y que quien nos regaló el hoy no nos ha prometido darnos el mañana.
Empleemos este día como si fuera el último de nuestra vida y no olvidemos que a la
hora de la muerte tendremos que darle a Dios estrecha cuenta del modo cómo
empleamos todos los momentos de nuestra vida.
58
CAPITULO 21
Uno de los cuidados más delicados que debemos tener siempre es el de saber
gobernar bien nuestros sentidos, porque la naturaleza corrompida los inclina e incita
desenfrenadamente a dedicarse a los deleites y excesos, y a tratar de obtener
exageradamente el goce sensual y así dañar la voluntad, engañar el entendimiento
y manchar el alma.
Lo primero que hay que hacer es no darle mucha libertad a los sentidos y
saberlos controlar de tal manera que no se dediquen sino a lo necesario y no a los
falsos deleites, o a los gustos exagerados, porque si les dejamos demasiada
libertad le van a causar muy graves daños al alma y la van a detener mucho en el
camino hacia la perfección. Cada persona que se dedica a tratar de conseguir la
santidad debería poder repetir lo que aquella santa afirmaba: "Jamás les he
concedido a mis sentidos un deleite que a Nuestro Señor no le agradara".
Los cinco cabritos. Decía san Agustín que nosotros tenemos que recorrer los
caminos de esta vida guiando cinco cabritos sumamente inquietos, que a la vez nos
ayudan mucho a hacer más agradable y simpático nuestro viaje hacía la eternidad,
también puede ser que si los soltamos y los dejamos ir a donde quieran, pueden
precipitarnos en muy peligrosos abismos. Y que estos 5 cabritos son los cinco
sentidos. Los santos siempre tuvieron mucho cuidado para no alargar demasiado el
lazo con el que sujetaban sus sentidos y así lograron mantenerlos disciplinados,
esto les ayudó muchísimo a conseguir la perfección.
Como sublimar la vista. Llamamos sublimar aquel esfuerzo que hacemos para
elevar nuestros pensamientos hacia esferas más altas. De vez en cuando debemos
pensar que los ojos se hicieron para ver a Dios y que "lo veremos tal cual es"
(1Jn 3, 2). Cuando Natanael se admiraba de los prodigios que estaba viendo, le
dijo Jesús algo que ahora nos dice a cada uno de sus seguidores: "Maravillas
mucho mayores verán después" (Jn 1, 50) y en su oración sacerdotal en la
Última Cena le pidió al Padre celestial para todos los que amamos, un inmenso
favor: "Que un día logren contemplar la gloria que Tú me has dado" (Jn 17,
24).
Pensemos de vez en cuando: "Mis ojos se hicieron para que yo logre ver a Dios y
a los seres celestiales, y no quiero enfangar ni manchar mi vista deteniéndome a
desgastarla en ver lo que me puede hacer daño acá en la tierra". Los antiguos
repetían un lema latino que dice: "Ad maiora nati sumus": "Para acciones mucho
59
más elevadas hemos nacido". ¿Para qué quedarnos como gallinas escarbando
entre los basureros de la tierra, si podemos como águilas mirar hacia el cielo?
Una comparación que impresionó mucho. Una santa que escribió libros muy
hermosos acerca de la mística, o sea el arte de elevar el alma hacia Dios y hacia lo
celestial, narra lo que sucedió a ella cuando empezaba su vida de ascenso
espiritual. Su defecto principal era que sentía mucho afecto sensible hacia las
personas que poseían una especial belleza física, y esto le detenía dañosamente
en su camino hacia la santidad. Entonces se dedicó a pedirle con especial fe a
Nuestro Señor que la curara de estos dañosos enamoramientos y le fue concedido
por unos brevísimos instantes lograr ver un poco el rostro glorioso de Jesucristo en
el cielo. Y dice ella que desde entonces las bellezas de la creaturas humanas de la
tierra le parecían tan poco atrayentes como si fueran cucarachas y en vez de sentir
enamoramientos sensibles hacia los seres hermosos de este mundo, lo que
empezó a tener fue una "santa indiferencia" ante toda belleza que se ha de morir y
se ha de convertir en pus y gusanos. Si el Señor nos concediera un favor
semejante, obtendríamos una impresionante libertad espiritual que nos permitiría
subir muy alto en nuestra vida espiritual.
Pensemos que toda belleza que hay en esta tierra ha sido creada por Dios. Y si
estas creaturas hermosas son tan agradables a nuestra vista ¿cuánto más nos
deberá atraer el Creador de toda belleza? Por eso un santo exclamaba: "Oh Dios, si
en este mundo que pasa y muere hay tanta hermosura, ¿cuánto mayor será tu
infinita hermosura, si el Creador de toda belleza eres Tú? ¿Para qué quedarme
persiguiendo mariposas de colores en este mundo, si puedo más bien elevar mi
mente y mi corazón a Dios, autor de toda belleza, cuya hermosura y bondad serán
mi santa delicia por toda la eternidad?".
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esa alma en tan grave estado de descomposición puede ser la nuestra si vivimos en
paz con algún pecado, porque entonces se nos podrá repetir las palabras del Libro
Santo:
EL OÍDO. Cuando oigamos alguna música muy agradable recordemos que toda
melodía verdaderamente hermosa es inspirada por el Espíritu Santo. Los artistas
cuando componen algunas famosas piezas musicales pueden afirmar lo que decía
un autor de fama universal "mientras compongo mi música, no tengo sino que irla
escribiendo, porque ella me va llegando a mi cerebro y a mis oídos, como si viniera
del cielo". Y al escuchar algunas piezas musicales que nos emocionan y nos traen
gozo al alma digamos: "Si esto es aquí en el destierro, ¿cómo será allá en la
verdadera Patria donde la inspiración será total? En una gran celebración en una
catedral, mientras las orquestas y los coros entonaban bellísimas composiciones
musicales, un famoso arzobispo, temblando de emoción le dijo al que estaba a su
lado: 'Mi hermano: si así es aquí, ¿cómo será en el cielo?'. "Eso sí es lo que se
llama sublimar lo que entra por los sentidos".
61
CAPITULO 22
Ciertos santos como san Francisco, san Antonio de Padua, santo Domingo de
Guzmán, santa Gertrudis y muchos más, recibieron del Espíritu Santo el don de
piedad que consiste en sentir hacia Dios un cariño como el que los hijos más
agradecidos del mundo sienten hacia los papacitos más amables que existan. Y
este don de piedad hacía que de los más diversos seres sensibles se valieran para
elevar su corazón hacia el buen Dios.
Así san Francisco escuchaba cantar a las aves y exclamaba: "Avecillas del
bosque, con su canto me están enseñando a no dejar nunca de alabar a mi Dios y
cantar en su honor". Y veía las flores tan hermosas del campo y les decía: "Por
favor: síganme recordando que yo también debo vivir siempre orientado hacia el
cielo, hacia mi sol que es Jesucristo y exhalar continuamente el perfume de mis
oraciones". San Antonio de Padua recorría los campos cantando alegremente y
diciendo: "Quiero unirme a la voz de las aves y al perfume de las flores y al resonar
de las corrientes de agua, para alabar y bendecir a mi Creador". Algo parecido
hacía santo Domingo.
De una santa se narra que en medio de las más pavorosas tormentas mientras los
demás se escondían por temor a los rayos, ella se asomaba al balcón de su casa y
sonriendo exclamaba: "¡Qué poderoso es mi Padre Dios. Qué maravilla tener por
Padre y amigo al ser más potente que existe!".
Un jovencito que en muy poco tiempo llegó a una gran santidad, le decía a su
padre en una noche estrellada mirando el firmamento: "Padre, si el cielo es tan
hermoso por este lado, ¿cómo será por el otro?". Y se emocionaba pensando en el
Paraíso que nos espera.
El Salmo 8 dice: "Oh Señor: cuando contemplo el cielo, obra de tus manos,
la luna y las estrellas que Tú has creado, me pregunto: ¿Qué es el ser humano
para que te acuerdes de él?".
Cuando sintamos caer un fuerte aguacero o una continua llovizna, pensemos que
así son las gracias y ayudas que Dios nos manda desde el cielo, a veces grandes y
vistosas como las aguas de un fuerte aguacero, y otras veces pequeñitas pero
continuas como las de una suave llovizna.
62
Al ver algunos árboles frutales preguntémonos: "¿Estaré produciendo frutos de vida
eterna en mi vida? ¿O seré árbol que no dan frutos o los da malos y llegará el hacha
de la justicia divina y me despedazará y me echará al fuego?".
Alguna vez cuando oigamos cantar un gallo, pensemos: "¿Qué me dirá a mi este
canto de gallo? ¿Me dirá como a san Pedro: "Has negado a tu Señor. Pídele
perdón?".
Si nos acercamos a la orilla de un río pensemos: "Nuestras vidas son las aguas
que van corriendo hacia el mar que es el morir. Allá nos encontraremos con el
océano infinito que es el Poder y la Bondad de Dios...
Al ver una imagen de la Virgen Santísima recordemos que esta buena Madre nos
espera en el cielo y está pronta a venir a ayudarnos a la tierra cada vez que
pidamos su poderosa protección. Otro tanto pensemos al ver la imagen de algún
ángel o de un santo.
Al ver volar una paloma pensemos en el Espíritu Santo, y al contemplar una madre
abrazando a su hijo recordemos lo que dice Dios en la Sagrada Escritura: "Como
una madre consuela a su hijito, así Yo consolaré a mis fieles" (Is 66, 13).
QUE NUESTRA MENTE ESTÉ DIRIGIDA HACIA ALLÁ ARRIBA DONDE NOS
ESPERAN LOS VERDADEROS GOCES
63
CAPITULO 23
El Salmo 18 le hace a Dios una importante petición: "Oh Señor: que te sean tan
agradables las palabras de mi boca, y para ello, que te sean agradables
también los pensamientos de mi corazón". La lengua del ser humano para que
se contenga dentro de los límites de la prudencia debe ser gobernada
cuidadosamente porque todos somos inclinados a hablar más de lo debido y a decir
lo que no conviene. O como dice el apóstol Santiago: "Los seres humanos somos
capaces hasta de domar las mismas fieras. Pero lo único que no logramos
dominar completamente es la propia lengua" (cf. St 3).
De esos sacos llenos de palabras no hay que confiarse mucho, dicen los
psicólogos. El hablar en demasía puede provenir que estamos muy enamorados de
nuestro propio parecer y queremos imponerlo a otros, pretendiendo dominar en la
conversación y que todo mundo nos escuche como maestros.
64
proceder con gran moderación y ser lo más breves posible, porque aquí el orgullo
lleva fácilmente a la exageración y a inflar la propia vanidad. Si oímos que alguien
goza hablando de su propia persona, de sus familiares y acciones, no por eso le
despreciemos, pero tengamos cuidado de no imitarle en esto. Y ni siquiera
hablemos de nosotros mismos para despreciarnos y disminuirnos, porque el amor
propio es tan traicionero, que con tal de hacernos hablar de nuestra propia persona
no le interesa que sea con pretexto de despreciarse, que al fin y al cabo lo que se
busca es aparecer y ser protagonista, aunque tenga que usar el disfraz del propio
desprecio.
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Ojo: antes de hablar: conecte el cerebro. Los sabios siempre han recomendado
que quien desea llegar a la perfección tiene que acostumbrarse a que cada palabra
que llega a sus labios, pase primero por su cerebro, para que allí se juzgue si se la
debe pronunciar o si más bien conviene callarla. Muchas cosas que en el calor de la
conversación parece a primera vista que se pueden decir, si se razona
calmadamente se llega a la conclusión de que lo mejor será sepultarlas en el
silencio, y en vez de decirlas, suprimirlas. Es necesario callar muchas veces esas
vivezas que nos ocurren, porque lo impulsivo no siempre es lo mejor y
frecuentemente es lo menos conveniente. Los directores espirituales preguntan
frecuentemente a las personas que dirigen: "¿Cuántas abstinencias de palabras ha
hecho en estos días por la salvación de las almas y como penitencia de sus
pecados?". Porque saben muy bien que si alguien domina la lengua, logrará más
fácilmente dominar también impulsos. Desafortunadamente a muchos de nosotros
tendrían que decirnos frecuentemente: "Hoy perdió la oportunidad de callar algo que
no debía decir".
Si de la vida de algunas personas se quitaran los pecados que han cometido con
su lengua, disminuirían muchísimo el número de faltas y la cantidad de disgustos
que han tenido y que han proporcionado a los demás.
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CUIDADO CON EL MUTISMO
Una placa. Al pie de una imagen en un camino había esta bella inscripción:
"Señor: enséñanos a orar y a escuchar. A hablar y a callar". Bella oración,
digna de que la repitamos muchísimas veces durante toda nuestra vida.
(Mc 9, 50)
67
CAPITULO 24
Cuando los enemigos del alma no logran que una persona viva cometiendo
pecados graves, por lo menos tratan de que viva llena de inquietudes, y
preocupándose por mil cosas. Y es necesario recordar que cuando se pierde la paz
del corazón hay que hacer todos los esfuerzos posibles para recobrarla, y tratar de
que nada en el mundo logre obtener que vivamos llenos de inquietudes o de
afanes. Tenemos que considerar como dichas para nosotros aquellas palabras que
fueron dichas en tiempos del profeta Elías: "El Señor no está en la conmoción y
agitación" (1R 19, 9) y hacer a nuestra alma el reproche que ha Marta le hizo
Jesús: "Por muchas cosas te afanas y una sola es necesaria".
La paciencia, según santo Tomás, es la virtud por la cual ante la presencia del
mal no nos dejamos vencer por la tristeza o el disgusto. Jesús puso como condición
para seguirlo el llevar con paciencia la cruz de sufrimientos de cada día. Y éstos
nunca faltarán a nadie. Unas veces será una enfermedad, otras una grave situación
económica, o un accidente, o la muerte de un ser querido, o una persona que nos
trata sin caridad o con dureza o humillándonos, o un oficio que es cansón y
desagradecido, o viajes molestos, o situaciones imprevistas que acaban con todos
nuestros planes etc.
TRES ACTITUDES
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2a. Actitud: La de los antiguos estoicos. Aguantar los males sin inmutarse, por
el sólo gusto de hacer ver que el mal no logra conmoverlo ni contrariarlo. Esta
actitud admira a la gente, pero por faltarle el detalle de ofrecerlo todo por amor a
Dios, se les puede quedar sin mucho premio para el cielo.
¿Por qué permitirá Dios que suframos? El sufrimiento que nos llega no es una
venganza de Dios. Él es demasiado grande para dedicarse a vengarse de unos
gorgojos tan pequeños como somos nosotros. Por cada falta impone una sanción,
pero no como venganza, sino por estricta justicia. Los sufrimientos que nos llegan
no significan que Dios no nos está escuchando ni que está disgustado con
nosotros. No. Los padecimientos los permite Él para que le vayamos pagando las
deudas que le tenemos por tantas faltas que hemos cometido y para que con ellos
nos ganemos grandes premios para el cielo.
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disgusto alguna pequeñita mancha negra de nuestra existencia en vez de observar
con alegría tantas cosas agradables que nos suceden cada día?
Cuidado con los recuerdos amargos. Para evitar ese mal tan dañoso que es la
inquietud conviene alejar de nuestra mente esos recuerdos amargos y tristes que
quieren anidarse allí como roedores dañinos. El vivir pensando en eso, lo que
obtiene es que se graben de tal manera en la mente que ya después no seremos
capaces de alejarnos de allí. Y son recuerdos que en vez de contribuir a volvernos
mejores, lo que hacen es llenar el alma de vanas inquietudes y de inútiles
amarguras. ¿Que alguien nos humilló y nos atacó injustamente? Pues con eso hizo
crecer nuestra humildad y nos ejercitó en la paciencia. ¿Que hemos cometido
muchos y graves pecados en la vida pasada? ¿Pero ya los confesamos y le hemos
pedido muchas veces a Dios que nos perdone? ¿Para qué seguirlos recordando?
Más bien sumerjámoslos en el océano inmenso de la bondad y de la misericordia de
Dios y así se cumplirá lo que prometió el profeta Miqueas: "Tú, oh Dios, arrojarás
al fondo del mar todos nuestros pecados para no volverlos a recordar" (Mt 7,
19).
¿Para qué seguir atormentándonos con estos recuerdos de un pasado que ya por
más que nos angustiemos no podemos cambiar ni hacer que no haya sido así?
Confiemos el pasado en manos de Dios y dediquémonos a vivir alegres y optimistas
el presente, esforzándonos por agradarle con nuestro buen comportamiento.
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acortaremos nuestra vida, y con esos afanes nada lograremos remediar, san Pedro
dice: "Coloquemos nuestras preocupaciones en manos de Dios, que Él se
interesa por nosotros" (1P 5, 7).
(Salmo 55)
71
CAPITULO 25
"Siete veces cae el justo, pero otras tantas veces se levanta. "Dice el Libro
de los Proverbios y cómo lo más grave no es caer en debilidades y miserias sino
quedarse caído y no levantarse a tiempo, añade: "En cambio el imprudente se
queda hundido en su miseria espiritual" (Pr 24, 16).
Cuando cometemos alguna falta, ya sea por irreflexión o sorpresa, ya sea con
malicia y premeditación, lo importante es no desanimarse, no dejar de luchar por
recuperar de nuevo la amistad con Dios, la paz y pureza del alma. Cuando nos
suceda hacer o decir o pensar algo que va contra la ley de Dios, tenemos que
decirle humildemente a Nuestro Señor: "Oh Dios mío: acabo de demostrar lo que
soy: miseria, debilidad, mala inclinación. Pero ¿qué más podía esperarse de una
creatura tan miserable y débil como yo, sino caídas, infidelidades y pecados?".
Y démosles gracias a Dios por habernos perdonado tantas veces para que se
cumpla lo que dijo Jesús: "A quien mucho se le perdona, mucho ama" (Lc 7, 47).
Admiremos su infinita bondad que nos ha soportado con tan admirable paciencia
hasta el día de hoy y pidámosle que no nos suelte jamás de su santa mano, porque
si nos suelta nos hundimos en el abismo de todos los vicios.
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"Aunque por tus faltas tu alma sea roja como la tela más roja, Yo la volveré
blanca como la nieve" (cf. Is 1, 18). Cultivemos un verdadero temor a nuestra total
debilidad, mala inclinación, un santo horror y asco hacia todo lo que es pecado y
ofensa a Dios, esforcémonos por comportarnos en adelante con mayor prudencia y
más cuidado. Y si nosotros hacemos lo que podemos, Dios se encargará de
concedernos lo que no podemos conseguir por nuestras solas fuerzas.
No olvidemos las caídas, pues su recuerdo puede ser útil para andar con más
cuidado en lo porvenir. Y recordemos siempre cuán grande es la bondad de Dios
que a pesar de tantas infidelidades que hemos tenido nos continúa amando con tan
inmenso amor. Él nos sigue repitiendo: "Con amor eterno te amé", y "volveré a
concederte la belleza espiritual que antes tenías" (Jr 31, 3).
73
CAPITULO 26
2a Otros sí desean salir de esa esclavitud pero nunca empiezan con seriedad a
tratar de librarse de semejante opresión.
Nada desean tanto los enemigos de nuestra salvación como dejarnos en paz y
tranquilidad respecto a los pecados. Cualquier pensamiento o deseo de conversión
que nos lleguen trataran de apagarlos y alejarlos y si alguien quiere aconsejar que
sería mejor cambiar de vida y empezar un comportamiento más de acuerdo con la
ley de Dios, inmediatamente se cambia de tema y se trata de que de estas cosas no
se hable.
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abismo, y se va alejando más y más de la perfección y de la santidad, y si Dios no
interviene con un milagro de su gracia, la ruina será total.
Existen dos remedios para lograr detenerse en esta carrera hacia el abismo del
pecado.
(Ap 2, 4)
75
CAPITULO 27
El "señor más tarde". A Antígono, rey de Macedonia lo llamaban "el señor más
tarde", porque siempre que le pedían un favor respondía con esa frasecita: "más
tarde" y después se quedaba sin conceder los favores que le habían pedido. El
mundo está llenito de hombres y mujeres que podían adoptar un segundo apellido,
después de aquel con el que la gente lo conoce y su segundo apellido podrá ser:
"Más tarde", porque eso es lo que afirman siempre que una voz en el alma les
propone: "Empiece a comportarse mejor, conviértase, comience una vida de virtud y
de fervor y santidad". Los campesinos repiten un refrán que dice: "El que guarda
para luego, guarda para el perro", que es como afirmar: "Dejar para más tarde es
dar por perdido lo que se debería hacer ahora".
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Ahora empiezo. Los maestros de espíritu recomiendan a sus discípulos decirse
a sí mismos de vez en cuando: "Ahora empiezo", "desde hoy mismo quiero
cambiar", "no voy a dejar para más tarde los esfuerzos que hasta ahora no he
querido hacer".
HOY:
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CAPITULO 28
De ciertas personas dicen los que las conocen: "Antes del peligro, gran denuedo.
Llegada la hora: mucho miedo". Algo parecido sucede a tantas gentes en sus
proyectos espirituales y de santidad; se imaginan que si llega la persecución darán
su vida en medio de terribles tormentos por defender la santa religión, y con esa
imaginación ya se creen personas santas. Pero apenas les hacen la menor ofensa
estallan en protestas, y al menor dolor de una enfermedad ya viven quejándose.
Son fáciles de desear santidad brillante y lejana, pero rechazan la humilde santidad
que se les ofrece día por día.
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y las almas; ese afán por poseer más y más, esa tristeza que tanto apocamiento nos
trae... etc.
79
CAPITULO 29
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inclinación que tenemos de entristecernos por lo que no es pecado ni ofende a
Dios. Así por ejemplo cuando alguien se enferma empieza a entristecerse por las
molestias que les causan a quienes le atienden, pero cuando se mejora ya no se
acuerda de esas caridades que le hicieron. Lo que le entristecía era su orgullo.
Otros se dejan llevar por la tristeza diciendo que esos sufrimientos le están llegando
es como castigo de sus pecados, pero cuando recobre su salud ya verán qué tan
poquito arrepentimiento siente por las maldades de su vida. Su tristeza no provenía
de arrepentimiento sino de impaciencia. Cuántos hay que suspiran de tristeza
porque no tienen mayores riquezas para dedicarse a hacer muchas obras de
caridad, pero sí las tuvieran tampoco harían las tales obras. Es pues muy peligroso
dejar de combatir contra la tristeza y dejarse vencer por esa pésima inclinación a
vivir tristes. Y lo mismo hay que afirmar de cualquier otro vicio o pecado.
81
CAPITULO 30
Una de las más traicioneras trampas que se nos pueden presentar en el camino
hacia la santidad consiste en que el considerar las virtudes y cualidades que
tenemos nos dediquemos a sentir complacencia y exagerada estimación de
nosotros mismos, y así nos dejemos dominar por el orgullo, la vanidad y la
vanagloria.
Los santos aconsejan: "Hay que recordar miserias y debilidades pasadas para
evitar orgullos presentes y futuros". Tenemos que decir con san Agustín: "Todo lo
bueno que tengo es regalo totalmente gratuito de Dios. Lo único que poseo son mis
debilidades y lo que he fabricado son mis maldades".
Es necesario tener en la mente una verdad dicha por san Pablo, la cual nos
puede librar de muchos orgullos y vanaglorias. Dice así: "¿Qué tienes tú que no
hayas recibido? y si lo has recibido, ¿por qué te llenas de orgullo como si no
lo hubieras recibido?" (cf. 1Co4, 7).
Una mirada al pasado. Tengo que pensar en lo que yo era hace cien años.
Pura nada. Y nada podía hacer por mi cuenta para llegar a ser algo. Es necesario
que me pregunte: ¿qué sería de mí si la misericordia y el poder de Dios no me
hubiera conservado la vida? Si Nuestro Señor me deja por un instante, volveré
inmediatamente a la nada. El Apóstol Santiago dice: "Somos humo que aparece
por un momento y después desaparecerá" (SM, 14). Y el santo Job afirmaba: "El
ser humano es como una flor: brota y muy pronto se marchita y se va como
una sombra que desaparece" ( J b 14, 2). Si esto es lo que soy, ¿cómo puedo
dedicarme a enorgullecerme y llenarme de vanidad?
Y en cuanto a las obras espirituales debo pensar en esto: ¿Qué obras buenas
podría yo hacer sin la ayuda de Dios? san Pablo afirmaba: "No es que por
nosotros mismos podamos nada sino que nuestra suficiencia viene de Dios".
82
llevarme y mantenerme humilde y a darle infinitas gracias a Dios que tanto me ha
perdonado y que de tantas maldades más me ha librado.
No es decir que hemos hecho lo malo que en verdad no hemos hecho, ni que
hemos cometido lo que en verdad no hemos cometido. Pero si nos contentamos
con la verdad, ya con esto tendremos lo suficiente para humillarnos y no llenarnos
de vano orgullo. Y para no creernos superiores a los demás, pues no lo somos.
¿Y si nos prodigan honores? Puede suceder a veces que la gente nos felicite y
diga alabanzas en nuestro favor. En esos casos debemos repetir la frase del
salmista: "No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre, sea la gloria"
(Sal 115, 1). O lo que repetía el profeta Daniel: "El Señor Dios se merece todo el
honor, y nosotros la confusión y humillación". Y volviendo nuestro pensamiento
hacia la persona que nos alaba y felicita repitamos interiormente lo que decía Jesús:
"Sólo Dios es bueno" (Lc 18, 19) y pensemos: "Esta gente me alaba porque sólo
conoce externamente mis apariencias de bondad, pero si me conocieran como soy
en verdad, seguramente no hablarían así en mi favor. Puedo repetir con san
Bernardo: "Estoy especializado en disfrazarme de persona buena, y por eso me
alaban. Las alabanzas que me prodigan se deben a que no me conocen tal cual
como en realidad soy".
¿ Y si nos viene el recuerdo de las buenas obras que hemos hecho? A veces
al recordar las buenas obras que hemos logrado realizar nos pueden llegar
pensamientos de vanidad. Entonces debemos hacernos este razonamiento: "Todo
lo que de bueno he podido hacer es un regalo del buen Dios, una generosidad de su
infinita bondad. No me explico cómo de este abismo de corrupción y de iniquidad
que es mi persona, pueden haber brotado estas buenas obras. Sólo me queda
repetir la frase del Libro Santo: "Es el Señor el que lo ha hecho". Y con humildad
y con lengua de alabanza repitamos las frases bellísimas de la Virgen María en
su Cántico: "El Señor hizo en mí maravillas. Gloria al Señor" (Lc 1, 49). Además
de esto debemos pensar que las obras buenas que hemos hecho durante todo el
curso de nuestra vida, no solamente no corresponden a la inmensa cantidad de
83
luces y ayudas que hemos recibido de Nuestro Señor, sino que han estado
acompañadas de grandes defectos e imperfecciones, y que quizás en numerosos
casos le faltó aquella pureza de intención de hacerlas únicamente para gloria de
Dios y bien de las almas. Y si las examinamos bien, quizás en vez de producirnos
vanagloria nos llenarán de confusión al ver cuánto mejor las podríamos haber
hecho, y cómo las manchamos con tantas imperfecciones.
Una comparación provechosa. Cuando alguien cree haber llegado a un alto grado
de perfección en un arte, por ejemplo la música, basta que vaya a un concierto
donde un gran maestro da unas demostraciones de sus altísimas cualidades
artísticas. Al escucharlo se le disminuye muchísimo al principiante su creencia de
que ha llegado a muy alto grado en ese arte. Así nos puede suceder si comparamos
nuestras buenas acciones con las de los santos. Tendremos entonces que repetir lo
que decía aquel gran predicador: "Comparados en santidad y buenas obras con los
grandes santos, nosotros no somos más que unos pollos mojados y unos burros
muertos". Y ¿qué diremos si comparamos nuestra virtud y nuestras buenas obras
con las de Jesucristo? Sería como comparar a un insignificante gorgojo con una
altísima montaña. ¿Qué son nuestros sufrimientos y nuestro amor a Dios y a las
almas comparados con los del Salvador?
No exponer los tesoros. Cuenta la Sagrada Escritura que una vez el rey
Ezequías mostró a los embajadores de Babilonia todos los tesoros que había en
Jerusalén, y el profeta Isaías le avisó que los babilonios al conocer tantos tesoros
se iban a llenar de codicia, llegarían, se los robarían todos y se los llevarían para
Babilonia. Y así sucedió (cf. 2R 13, 20). Algo parecido puede suceder a quien vive
descubriendo ante los demás las gracias y dones que ha recibido de Dios, pero
hace ostentación de esto no para hacer bien a las almas, sino para inflar su propio
orgullo. Vienen los enemigos del alma y le roban todos sus méritos y ganancias que
habría podido atesorar para el cielo.
La base de todo. San Agustín repetía: "Si alguien quiere llegar a la santidad que
empiece a cultivar la humildad. No porque está sea la principal de las virtudes (pues
la virtud número uno es la caridad) sino porque la humildad es la base más segura
para poder construir el edificio de la perfección". Y es que mientras más vayamos
cavando al recordar nuestras miserias y debilidades, y más vayamos descubriendo
el fondo de nuestra propia nada, tanto más el Divino Arquitecto irá colocando en
nuestra vida las piedras más sólidas para edificar el edificio de la perfección. Jamás
creamos que ya hemos llegado a conocer perfectamente la propia miseria y
debilidad. Pues si en algo pudiera darse lo infinito en la creatura humana, lo sería
en nuestra fragilidad y debilidad.
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bajan a reposarse en los profundos valles. Siempre se cumplirá aquello que decía
Jesús, que a quien se coloca en el último sitio del banquete, viene el Señor y lo
hace subir hacía uno de los principales puestos (cf. Lc 14, 10).
Un favor que hay que agradecer. Si Dios en su infinita bondad nos concede la
gracia de acostumbrarnos a permanecer siempre en un buen grado de humildad, no
dejemos de darle gracias portan grande favor, pues así nos asemejamos a
Jesucristo, quien siendo el Hijo del Altísimo, y Señor de los Señores, se hizo
humilde hasta lavar los pies de sus apóstoles y hasta la muerte y una muerte de
cruz. Y por eso Dios le ha concedido una gloria inmensa y un nombre ante el cual
doblan las rodillas los cielos, la tierra y los abismos. Y es que todo el que se humilla
será engrandecido.
85
CAPITULO 31
Una figura ideal. Una persona muy espiritual vio en sueños a un personaje
maravilloso, practicando las más excelentes virtudes y luchando valientemente
contra todo lo que se le oponía a la santidad, y con un alma verdaderamente bella y
admirable. Y con gran emoción preguntó: "¿Quién es? ¿De quién se trata? Y una
voz celestial le dijo: "Esto es lo que Dios quería que tú llegaras a ser. Lástima
que estés tan lejos todavía de lo que Nuestro Señor desea que seas". Despertó
suspirando de desilusión, pero se propuso no dejar de trabajar día por día por
conseguir su perfección, pues se dio cuenta de lo lejos que estaba todavía de la
verdadera santidad. Y yo, personalmente ¿qué tan lejos estaré? Me aterraría si lo
supiera.
86
lo más posible cada ocasión que se nos presente de practicar cualquiera de las
virtudes, ya sea la paciencia, el silencio, la humildad, la caridad, la alegría, la
piedad, el perdón etc.
Y huyamos con pavor de toda ocasión de pecar. Huir, huir siempre, porque la
seducción o atracción hacia el mal es de todas las fuerzas la que más arrastra, y
aún a las personas más fuertes se las lleva como a una hoja el viento.
Enfocar todos los esfuerzos hacia un mismo punto. Un sabio antiguo afirmaba:
"Mucho espero de quien enfoca todos sus esfuerzos hacia la consecución de una
sola virtud o la derrota de un solo vicio. Va a obtener resultados admirables".
Enfoquemos todos nuestros pensamientos, todos los deseos, esfuerzos y las
oraciones que hacemos, a tratar de combatir algún defecto determinado y a
conseguir la virtud o cualidad contraria. Esto es sumamente provechoso y muy del
agrado de Dios.
Así como san Pablo decía: "Ya sea que coman, ya sea que beban, ya sea que
se dediquen a hacer cualquier otra cosa, háganlo todo para mayor gloria de
Dios" (1Co 10, 31) así digamos acerca de esto que estamos recomendando: ya sea
que trabajemos, ya sea que descansemos, ya sea que recemos, ya sea que
meditemos, ya estemos en casa o fuera de ella, tengamos siempre un fin delante
de nuestros ojos y de nuestras intenciones, para lograr mover a la voluntad: luchar
contra algún defecto que nos domina y conseguir la virtud o cualidad contraria.
Aquel filósofo oriental llamado Buda, que tanto ha influido en los pueblos del
Asia, repetía siempre a sus discípulos: "Si quieren tener paz en el alma y progresar
en el espíritu tienen que luchar sin compasión contra todo deseo indebido o
moderado y contra lo que sea solamente buscar el placer. (Placer es lo que produce
satisfacción a los sentidos. En cambio gozo es lo que produce satisfacción al
87
espíritu). Los vicios reciben su fuerza y su vigor de todo lo que produzca placer y
deleite a los sentidos. Por eso evitando esto último, necesariamente los vicios se
van debilitando y perdiendo poder sobre la voluntad y el espíritu.
Pedir esto es como repetir lo que el salmista le suplicaba al Señor: "Oh Dios:
perdóname los pecados que se me ocultan" (Sal 18). Y Cristo nos dirá lo que dijo al
paralítico y a la pecadora: "Tus pecados quedan perdonados". ¿Qué mejor nos
puede decir? Será la más consoladora de todas sus noticias.
88
CAPITULO 32
Poco a poco. Los campesinos dicen: "De grano en grano llena la gallina el
buche" y algo parecido sucede en la alimentación del alma para obtener la santidad.
Es necesario contentarse con ir creciendo poquito a poco en la perfección. Así
crecen las plantas, los animales y los seres humanos: casi sin que nadie se dé
cuenta, pero si ese crecer es continuo se llega a resultados muy satisfactorios.
Por ejemplo: alguien desea obtener la paciencia. No es que hoy se acueste siendo
un cascarrabias y mañana se levanta poseyendo ya la paciencia del santo Job. No.
Pretender eso sería querer cosechar manzanas de una mata de cebolla. Hubo un
hombre que era tan colérico que llegó hasta matar a un enemigo. Y de ese individuo
se cuenta que después de 40 años de intenso trabajo por obtener la paciencia llegó
a ser el hombre más manso y humilde de su tiempo. Su nombre fue: Moisés, el
libertador de Israel. Pero no fue paciente en una semana ni en un mes. Aquí se
sigue cumpliendo lo que decía Jesús: "Con su perseverancia se salvarán". Los
que perseveren, esos serán los triunfadores (Mt 24, 13).
Una sola virtud cada vez. Muchos han hecho el ensayo de dedicarse a cultivar
todas las virtudes al mismo tiempo, y han terminado sin fuerzas y sin ánimos. Les
faltó recordar aquel principio de combate que tenían los famosos guerreros
romanos: "Divídanlos y los vencerá". Uno por uno sí se pueden vencer los
enemigos de la santidad. Una por una sí se logran conseguir las virtudes. Pero
todas en montón nos resultan un peso demasiado grande, para nuestros hombros
tan débiles.
Repetir, repetir, que algo queda. Tenemos que proponernos cada mes y cada año
cultivar alguna virtud especial, determinada, que estemos necesitando. El Espíritu
Santo si se lo suplicamos nos iluminará cuál debe ser la virtud que nos
propongamos adquirir con mayor esmero que las otras. Y acerca de esa virtud o
cualidad hay que repetir y repetir actos buenos hasta que se nos vuelvan una
costumbre. Porque eso es una virtud: la costumbre de hacer ciertos actos
buenos. Así como al cerebro de tanto repetirle algunas enseñanzas se les hace
una zanjita y allí queda grabado para siempre eso que por la repetición se aprendió,
así en la voluntad de tanto repetir acto buenos se forma un gusto y facilidad para
89
repetir esos mismos actos. Y volvamos a decirlo: en eso consiste el poseer una
virtud: en adquirir la costumbre de hacer ciertos actos buenos.
Motivarse. Los santos dicen que no hay que afirmar que la gente no quiere hacer
ciertas obras buenas, sino más bien decir que lo que les sucede a esas personas
es que no las han motivado suficientemente para que se dediquen a esas
buenas obras. Así le sucede a nuestra voluntad. Puede ser que lo que está
haciendo falta es motivarla más acerca de lo mucho que ganaremos si nos
dedicamos a la virtud que queremos practicar. Ya veremos que si motivamos la
voluntad ella se inclinará con mayor actividad a adquirir dicha virtud.
90
CAPITULO 33
Doble ganancia. Resulta que si nos entusiasmamos por una virtud y trabajamos
por conseguirla, junto con ella ¡remos consiguiendo otras virtudes más, porque ellas
están sumamente unidas entre sí y lo que se hace en favor de una resulta en favor
de otra, y el trabajo que se hace por conseguir una virtud, sirve muchísimo, como
preparación para adquirir otras varias cualidades más. Así por ejemplo quien se
esfuerza por obtener la paciencia con esto irá obteniendo también la amabilidad, y
quien se ejercita en la humildad irá consiguiendo al mismo tiempo la mansedumbre.
Y al practicar la mortificación se va adquiriendo de manera admirable la virtud de la
castidad. Cada virtud que crece y se perfecciona, va perfeccionando a su vez otras
virtudes. Y por lo tanto salimos ganando enormemente cada vez que tratemos de
crecer y progresar en alguna virtud.
Hacer plan de combate. Cada mañana hay que preguntarse: ¿Qué voy a hacer
hoy por crecer en esta virtud que me he propuesto conseguir este año? ¿Qué
peligros se me podrán presentar en el día de hoy? ¿Cómo podré vencerlos o
evitarlos? Es necesario concentrar todas las fuerzas (físicas, emocionales y
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espirituales) y enfocarlas hacía la consecución de esa virtud. Esto produce una
fuerza irresistible. Es convenientísimo poner el corazón entero, o sea toda nuestra
personalidad al servicio de la concusión de la virtud que deseamos obtener. A la
gente se le vuelve imposible adquirir ciertas virtudes, no porque no tengan capaci-
dad para obtenerlas sino porque les falta una consagración total y perseverante al
esfuerzo por llegar a poseerlas. No alcanza resultados verdaderamente positivos
quien sólo trabaja a medias y con desgano por llegar a tener lo bueno que desea.
Aquello que deseamos intensamente, si es para nuestro bien, tarde o temprano lo
podremos obtener de la bondad de Dios. Los sabios dicen: "Cuidado con lo que
desea, porque si le conviene, lo va a conseguir", si no se cansa de tratar de
conseguirlo.
Buscar modelos. Para adquirir una virtud es muy conveniente buscar ejemplos
de personas que la han practicado. A quien desea triunfar en una profesión le
aprovecha leer biografías y estudiar la vida de personas que han ejercido con éxito
esa profesión. Y lo mismo sucede con las virtudes. ¿Y qué mejores modelos que la
vida de Jesús y de los santos? Así que si la virtud que se desea conseguir es la
pureza o castidad, leamos y recordemos por ejemplo los casos de José en Egipto
que prefiere perder su alto empleo e ir a la cárcel con tal de no cometer un pecado
de impureza (y después Dios lo recompensó haciendo que llegará a ser Primer
Ministro del país) o el ejemplo de la casta Susana de la cual narra el libro de Daniel
que prefirió ser condenada a muerte injustamente pero no aceptó cometer una falta
contra la virtud de la castidad (y Dios hizo luego que se reconociera su inocencia) el
caso de santa Inés que a los sólo 12 años ya llegó a ser una heroína de la santa
virtud de la pureza y por los siglos ha sido venerada y glorificada en la Iglesia
Católica.
UN REMEDIO PRODIGIOSO
Así por ejemplo: si la virtud que deseamos poseer es la fe, podemos recordar
frases como estas: "Según sea tu fe, así serán las cosas, que te sucederán" (Mt
15, 28). Si tuvieran fe como un granito de mostaza le dirían a este monte que se
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traslade de aquí y se vaya al mar, y les obedecería (Mt 17, 20). Tengan fe en Dios.
Cuanto pidan en la oración, crean que ya lo han conseguido, y lo conseguirán (Mc
10, 24) Todo es posible para quien tiene fe (Mc 9, 23). ¿Por qué tener temor,
gente de poca fe? (Mt 8, 26). Es un ejercicio verdaderamente provechoso y
agradable el seguir buscando en las Sagradas Escrituras otras frases que hablan
acerca de la fe o de otras virtudes. Encontraremos tesoros progresáremos
espiritualmente.
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CAPITULO 34
En el combate por adquirir las virtudes tenemos que tener siempre presente el
lema de los grandes formadores de personalidad: "En lo espiritual, El no adelantar
es retroceder y quien no crece se va enanizando".
El Papa san Gregorio Magno repetía: "Recordemos que en la lucha por ser
mejores, si no avanzamos hacia adelante, retrocedemos hacia el abismo, y si
nos detenemos en el camino, nos sucede como a la esposa de Lot: "nos
convertimos en estatuas que ya no crecen".
Cuidado con ser momias. Las momias o cadáveres secos que se han encontrado
en Egipto y en otras partes, llevan siglos y siglos sin crecer ni un centímetro. Como
los dejaron cuando los embalsamaron, así se encuentran ahora después de tanto
tiempo. Algo parecido le puede suceder a quien deja de luchar por progresar en la
virtud y por disminuir sus defectos y pecados. Personas hay que parecen haber
echado entre hielo sus virtudes, sus defectos, sus cualidades y sus malas
inclinaciones, después de años y años se conservan tal cual eran al principio de su
vida de espiritualidad. ¡Qué lástima! Les sucedió como a las momias. Es verdad que
no se pudrieron, pero tampoco han tenido ningún crecimiento. Y en lo espiritual no
crecer es disminuirse.
A las personas que dejan de luchar y esforzase por ser mejores y por crecer en
la virtud, les puede pasar lo que Jesús dijo que le sucedió al empleado perezoso
que recibió un talento. Esa parábola del empleado perezoso es una invitación a la
actividad, a atreverse. Al decir Jesús que el empleado que no trabajó su talento fue
castigado, no anuncia ninguna injusticia por parte de Dios, sino que avisa seria-
mente que a cada uno se le exigirá según la capacidad que tiene de obrar. Aunque
alguien crea que las capacidades que ha recibido son muy poquitas (sólo un
talento) recuerde que al empleado del talento también se le habría dicho como al de
los 5 talentos: "Venga y entre al Reino de su Señor", si se hubiera esmerado por
hacer producir lo que recibió. Pero buscó excusas. Amó más su propia comodidad
que el bien que habría podido hacer y conseguir. No se amargó la vida. Demostró
poquísimo interés por hacer producir aquello que había recibido del Señor, y Jesús
lo llamó: "Empleado malo y perezoso". Y ese mismo Jesús va a ser nuestro Juez.
Que no nos tenga que decir algo parecido. Quien deja de trabajar por ser mejor,
dejará de recibir muchas gracias y ayudas espirituales que le iban a llegar del cielo
si se esmeraba por luchar con entusiasmo por mejorar su modo de obrar.
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Quien se detiene se enfría. Cuando vamos subiendo una empinada montaña y
empezamos asentarnos en la orilla del camino para descansar, el guía nos dice:
"Cuidado, si se detienen, se enfrían y pierden el entusiasmo". Lo mismo sucede en
el camino espiritual. Dejar de ascender trae mucha pérdida de ánimo y un
enfriamiento muy dañoso en el espíritu.
(Proverbios)
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CAPITULO 35
En la paciencia. Cuentan de una santa muy famosa que cuando iba a los
hospitales a atender enfermos pedía que le dejaran cuidar a los más
desagradecidos, asquerosos, maleducados y malgeniados, porque así podía
ejercitarse más en la virtud de la paciencia. Y es que nadie va a crecer en la
paciencia si no hay quien le ofenda y le lleve la contraria. A Jesús lo hicieron
crecer más en santidad los que lo insultaron, lo abofetearon, lo escupieron, lo
azotaron y crucificaron, que los que le cantaban el "Hosanna". Porque los que lo
ofendieron le permitieron practicar en grado heroico la santa virtud de la paciencia.
Si no aceptamos tratar con gentes que nos tratan mal ¿cómo vamos a adquirir la
virtud de la paciencia?
Los oficios cansones. Uno de los modos más prácticos para ir creciendo en la
paciencia es aceptar oficios cansones y monótonos, ocupaciones incómodas, con
superiores o compañeros que nos tratan mal, y dedicarnos a esas tareas con
alegría y perseverancia. Ese tener qué hacer todos los días a las mismas horas los
mismos oficios agotadores y que no tienen ningún atractivo, es lo que el evangelio
llama: "La cruz de cada día" (Lc 9, 23). Y si no nos resignamos aceptar estos
trabajos, nunca aprenderemos a padecer con paciencia.
Las humillaciones. Nadie llega a la humildad sino tiene quién le humille. Por eso
decía una gran mística que ella les tenía compasión a las personas a las cuales
todos las trataban sumamente bien y nadie las trata mal, porque, ¿cómo hacen
entonces para ser humildes si de nadie reciben humillaciones? Oh: cuánto creció
nuestro Redentor en humildad cuando fue comparado con el asesino Barrabás y la
gente prefirió a ese criminal antes que a Jesús, y cuando fue coronado como rey de
burlas, y paseado por las calles vestido de loco, y crucificado entre dos ladrones,
abofeteado, escupido y despreciado con las peores burlas. Con razón decía san
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Ignacio de Loyola: "Si en el sitio donde vivo nadie me humilla, me vestiré de loco y
me iré por las calles para que las gentes me humillen y me insulten y así pueda
practicar la virtud de la humildad". No huyamos de los que nos humillan. Su trato
nos santifica.
NI EL QUE SIEMBRA
(San Pablo)
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CAPITULO 36
Doble efecto de la oración. Cuando le rogamos a Dios que nos conceda una virtud
le estamos pidiendo también que nos conceda los medios para obtenerla, si nos
disgustamos porque nos envía esos medios entonces ya estamos haciendo inútil la
oración, porque por un lado pedimos una virtud y por otra no queremos que se nos
conceda la manera de ponerla en práctica. Así por ejemplo cuando pedimos la
virtud de la paciencia, lo más probable quizás (o sin quizás) será que Dios nos
enviará sufrimientos, contrariedades, ofensas de personas, asperezas en el trato
que nos dan, disgustos y otros medios que hacen crecer mucho la paciencia. Y si le
rogamos a Nuestro Señor que nos conceda la virtud de la humildad, seguramente
que Él permitirá que nos lleguen humillaciones y tratos duros y hasta debilidades
que nos desprestigien un poco. Es que sin humillaciones jamás seremos humildes y
sin contrariedades nunca adquiriremos la paciencia. Muchas de las más admirables
virtudes son fruto de adversidades que Dios permite que nos lleguen, las cuales si
se sufren aceptando la voluntad del Señor, contribuyendo maravillosamente para
formar en nosotros las virtudes que más estamos necesitando.
Aceptar lo que sucede. Hay que partir de un principio enseñado por san Pablo y
que nunca nos cansaremos de repetir: "Todo sucede para bien de los que aman
a Dios" (Rm 8, 28). Todas las cosas que suceden en este mundo las permite Dios
para nuestro beneficio, utilidad y provecho. Al final de nuestra existencia veremos
como Dios escribió derecho con renglones torcidos, y lo que nos parecía que era
para nuestro mal, resultó ser para nuestro bien.
Aceptar lo que Dios permite. Alguien dirá: pero ¿cómo va a venir de Dios lo que
es malo y pecaminoso, si Él aborrece la iniquidad y la maldad? Claro está que esto
no viene de Dios, pero si lo permite Dios. Él podía muy bien hacer que eso no
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sucediera. Pero sí permitió que nos sucediera y nos ama inmensamente, por algo
habrá permitido que nos haya sucedido. A Job los que le quitaron sus bienes eran
ladrones y los que le mataron sus empleados eran unos asesinos, pero él no se
dedicó a echarles la culpa a ellos, sino que exclamó: "Dios me los dio, Dios me
los quitó, bendito sea Dios". A Jesús los que lo crucificaron y azotaron eran unos
malvados, pero Él decía: "Padre, sino es posible que se aparten de mí estos
sufrimientos, que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú". No dice:
"Lo que quiere Pilato, o lo que quiere Caifás, sino "lo que quieres Tú". Porque era el
Padre Dios el que permitía que esto sucediera, y era para gloria de Jesús y
salvación nuestra.
¿Y Pedro? Lo negó tres veces con juramento. Y ¿cuándo fue eso? La noche en
que había recibido de manos del mismo Jesús la Primera Comunión; la noche
misma en que había sido ordenado sacerdote. Él, que había recibido el inmenso
honor de ser nombrado jefe de la Iglesia y reemplazo visible del mismo Cristo,
cuando éste dejara de estar visible ante la gente. Y ¿qué dijo Jesús ante tamaña
ingratitud? Pues nada menos que esto tan sublime: "Pedro: he rogado por ti... Sí
me amas... Apacienta mis ovejas. Apacienta mis corderos".
En estos dos casos sí que pudo Jesús repetir lo que dice el Salmo 55: "Si fuera
un enemigo el que me atacara, trataría de esconderme de él. Pero eres tú mi
compañero, mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad;
juntos íbamos entre el bullicio por la casa de Dios". Si al Hijo de Dios le sucedió
que le fallaron sus más íntimos amigos, ¿qué diremos nosotros que somos unos
miserables pecadores? ¡Mucho más nos merecemos, por nuestras maldades!
Lo que me disgusta es que las ofensas me las hacen gentes muy pecadoras.
Existen personas que protestan porque los sufrimientos les llegan de gentes muy
enemigas de Dios, y exclaman que esto no puede venir de la Voluntad de Nuestro
Señor, pues Él aborrece a quiénes viven obrando el mal. Pero recordamos quiénes
fueron los que atacaron a Jesús: el mismo Satanás que lo llevó a la parte más alta
del templo para proponerle que se lanzara desde allí por orgullo y vanidad.
Herodes, impuro y escandaloso, que lo vistió de loco y se burló de él. Caifás y
Anás que eran unos envidiosos y avarientos, que odiaban con toda el alma. Si
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Jesús aceptó los sufrimientos que le venían de personas tan malvadas, ¿no vamos
a aceptar también nosotros los padecimientos que nos llegan de gentes que son
más débiles que malas?
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CAPITULO 37
Los adultos comerciantes aprovechan hasta las más pequeñas ocasiones que se
les presentan para conseguir ganancias y aumentar así su capital. Algo parecido
deberíamos hacer nosotros en cuanto a las virtudes: no dejar pasar ninguna
ocasión que se presente, sin conseguir alguna ganancia en alguna virtud, y así ir
aumentando nuestra santidad y el premio para la eternidad.
Algunos ejemplos. Supongamos que nos critican por una buena acción que
hemos hecho con buena intención. Esta es una buena oportunidad para practicar la
virtud de la rectitud de intención, que consiste en no preocuparnos sino de lo que
opine Dios, y no de lo que opine la gente. O que nos dan una corrección con
palabras duras y hasta ofensivas, o nos niegan de manera fría y áspera un
favor que pedimos. ¡Qué buena ocasión para practicar la virtud de la humildad! Y
sí un alimento está desabrido o desagradable y la comida no es de nuestro gusto
y es escasa y mal preparada, o servida de mala gana... maravillosa ocasión para
practicar la virtud de la templanza o mortificación. Y cuando nos llega algún dolor
o enfermedad, ¿qué mejor ocasión para cultivar y hacer crecer la virtud de la
paciencia?
¿Y qué debemos pensar entonces? Supongamos que nos tratan mal o nos
sucede algo desagradable. Pensemos entonces: "No hay castigo alguno que pueda
igualarse a mis culpas. Muchísimo más es lo que merezco por tantas maldades que
hemos cometido". Cuando un pobre nos pide una limosna y no sentimos mucho
deseo de darla, recordemos lo que dice el Libro de los Proverbios: "Quien da al
pobre, le presta a Dios, y Dios le devolverá", y pensemos: voy a dar a este
pobre, y el buen Dios me sabrá devolver todo multiplicado. Si nos llegan
contrariedades y las cosas suceden de manera muy distinta a la que deseábamos,
pensemos: "En Nuestro Señor el que ha permitido estos males que me suceden. Él
me ama y sí permite que sucedan es seguramente porque de ellos va a sacar un
gran bien".
La mosca y la leche. Los campesinos cuentan que dos moscas cayeron en una
taza de leche. La una se desanimó y se dejó ahogar, pero la otra pataleó y movió
tanto sus paticas que logró formar nata y se sentó sobre dicha nata y consiguió
101
sobrevivir. Así nosotros: cuando llegan los momentos difíciles y amargos podemos
tener dos modos de obrar: el uno: desanimarse y dejarse derrotar. El otro, tratar de
sacarle la mayor ganancia posible a esa dolorosa situación, "patalear", o sea
esforzarse por superar esa situación difícil, y así lograr conseguir victorias en la
tierra y premio en el cielo.
El que fue atacado a limonazos. Dicen que un actor principiante no supo actuar en
el teatro de manera que agradara al público, y los asistentes llenos de disgusto sa-
lieron a la calle, compraron limones y vueltos al escenario lo atacaron a limonazos.
Y el paciente actor recogió todos los limones, los puso en una carretilla, salió a la
calle, los vendió y así consiguió sus buenos centavos. ¿No será esta una figura de
lo que nosotros podemos hacer cuando la vida nos ataca con incomprensiones,
amarguras y malos momentos? ¿Recoger todo esto y hacer una buena limonada
ofreciéndolo todo a Dios con la mayor paciencia que nos sea posible?
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CAPITULO 38
Es necesario proponerse darle una gran importancia a llegar a ser "una persona
virtuosa, alguien que se dedica a obrar el bien y a tratar de tener contento a Dios", y
concederle más valor a esto que a cualquier título de honor o de gloria. Desde
ahora mismo hay que proponerse trabajar en la propia personalidad y hacer el
propósito de no dejar un solo día de luchar por conseguir la propia perfección.
Y Él nos responderá muy frecuentemente lo que tantas veces dijo a los que iba a
curar: "Sí, quiero. Quedas curado".
Una lista importante: hay que hacer una lista de las virtudes que nos parecen
más importantes y que más necesitamos conseguir, y dedicarse a repetir y repetir
actos de esas virtudes hasta irse formando la costumbre de obrar conforme a ella.
Pero no afanarse por conseguirlas todas de una vez, sino una tras otra. La
adquisición de la virtud anterior facilita la de la siguiente. Los maestros en arte
aconsejan siempre hacerse un plan de lo que se va a hacer o conseguir. Así hay
que hacer en lo espiritual: trazarse un plan: ¿qué es lo que deseo obtener? ¿Cuáles
virtudes quiero practicar? ¿Cómo las estoy practicando? ¿Qué éxitos y qué
fracasos voy teniendo en su consecución?
Quitar malezas. El que trabaja en una finca extensa no se propone de una vez
acabar con todas las malezas de su finca, sino que las va arrancando poquito a
poco, hasta ir despejando de malas yerbas el campo. Así hay que hacer en el alma:
proponerse poco a poco ir eliminando esas faltas que cometemos contra las
virtudes que tratamos de practicar e ir arrancando las que van volviendo a aparecer.
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Y para esto decir frecuentes oraciones jaculatorias encomendando al Señor que
nos ayude e ilumine.
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CAPITULO 39
Los dos caminos de Jesús. 500 años después del sueño de Hércules, vino
Cristo y nos dejó esta advertencia de enorme importancia: "Tengan cuidado para
que viajen siempre por el camino angosto de la dificultad, porque ancha es la
vía y espacioso el camino que lleva a la perdición y son muchos los que
caminan por allí pero qué dificultosa es la vía y qué angosto es el camino que
lleva a la Vida Eterna, y qué poquitos son los que viajan por esa vía" (Mt 7, 13).
Por eso tenemos que tener cuidado para no escuchar las voces de los enemigos
de nuestra santidad que quieren que evitemos todo lo que sea difícil o nos haga
sufrir. Eso sería un engaño muy perjudicial.
Una regla muy provechosa. Algo que produce gran paz y serenidad es
acostumbrarse a aceptar de buena gana siempre y en todo lo que Dios permite que
suceda. Nunca llueve demasiado ni hace demasiado calor, sino que cae la lluvia
que a Dios le pareció bien que cayera y hace el calor que Nuestro Señor dispuso
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que hiciera. No se cae un cabello de nuestra cabeza sin que Dios haya dado la
orden de que se cayera. Y lo que este Padre misericordioso permite que les suceda
a sus hijos que tanto ama, seguramente es para el bien de ellos.
Buen negocio. Una santa decía: "Siempre me sucede lo que yo quiero que me
suceda". Y alguien le dijo: "Eso es imposible, porque en la vida a todos nos
suceden cosas que no quisiéramos que nos sucedieran". "Y ella respondió: 'Es que
yo quiero siempre lo que Dios quiere y permite'. Y como únicamente sucede lo
que Dios permite que suceda, así sucede siempre lo que yo quiero". Como
deberíamos tener muchas veces en nuestros labios aquella bellísima oración de
Jesús en el Huerto: "Padre Celestial, que no se haga lo que mí naturaleza
humana desea, sino lo que quieres Tú" (Mc 14, 36).
¿Y las tentaciones? Estas sí que son una cruz pesada, cansona y dura de llevar.
Nos atacan como perros rabiosos en todos los caminos de la vida. Ladran y aúllan
ante la puerta de nuestra alma como lobos buscando una presa para destrozar.
Como moscas cansonas e inoportunas zumban en nuestros oídos frecuentemente.
Quisiéramos no tenerlas y nos llegan. Desearíamos vencerlas y nos derrotan. Como
murciélagos tenebrosos revoletean frente a nuestros ojos constantemente. Cuando
arde el fuego de la lujuria la carne se rebela como una loca enfurecida. Hasta los
más grandes santos como san Pablo tuvieron que suplicarle a Dios que les alejara
este aguijón de la carne que los abofeteaba. Afortunadamente también para todos
los que las sufrimos dijo Jesús: "Vengan a Mí todos los que están agobiados que
yo los aliviaré" (Mt 11, 28). Y a cada uno nos repite lo que le dijo a san Pablo: "Te
basta mi gracia. Que en la debilidad brilla más mi poder" (cf. 2Co 12, 9).
Debilidad total. Cuántas veces pensamos que vamos a tener un día perfecto.
No se ve ninguna nube en el horizonte. Y se presenta una ocasión y ya no nos
detenemos, y no oponemos ninguna resistencia y no pensamos en las
consecuencias de nuestra maldad... A los pocos momentos quedamos fuera de
combate... del máximo deseo de no pecar pasamos, enseguida al pecado. No
somos capaces de hacer llegar a la memoria el recuerdo de las amarguras que nos
trajo la falta pasada... estamos sin defensa ante la primera excitación... a nuestra
mente no acuden las tremendas consecuencias que nuestra falta va a tener...
creemos que ahora sí seremos capaces de controlarnos y fracasamos una vez
más... No nos queda sino una solución: lanzarnos como un cohete a las alturas a
buscar la ayuda de Dios.
Lo que dijo una santa. Un alma de elevadísima espiritualidad decía: "Vi que me
rodeaba una gran cantidad de enemigos espirituales con toda clase de armas
mortíferas y yo no tenía por dónde huir sin que me hirieran gravísimamente, y
entonces clamé al Señor y Él extendió su mano, me sacó de allí y me dijo:
"Confía en mí y te libraré". Hagamos algo semejante en los momentos de
tentación y ofrezcamos al Señor este sufrimiento tan molesto y humillante de sufrir
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continuos ataques espirituales y recordemos que la ventaja de sufrir tentaciones es
que nos conservan comprensivos con los demás.
Otro de los sufrimientos que nuestro Creador permite que tengamos que padecer es
el recordar lo triste y humillante y doloroso que nos ha sucedido en lo pasado.
Quisiéramos olvidarlo y borrarlo de nuestra memoria pero ahí se queda todo esto.
Como un zumbido perpetuo en un oído, como una nube que no se aleja de un ojo.
Aceptando todo esto con paciencia y por amor a Dios estamos ganando más pre-
mio para la eternidad que el que quizás imaginamos.
DICE JESÚS:
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CAPITULO 40
Las lecturas. A ciertas personas principiantes les llega tal fervor por la lectura (al
notar que las buenas lecturas elevan su espíritu y transforman su alma) que se
dedican con demasiada voracidad a leer y leer hasta cansarse mentalmente.
Cuando el gobernador de Judea quiso desacreditar a san Pablo le dijo: "Está loco
Pablo. Las demasiadas lecturas le han hecho perder la cabeza" (Hch 26, 24).
Esto no era cierto, y por eso el Apóstol le respondió: "No estoy loco, y las palabras
que he dicho son verdaderas y provienen de una mente equilibrada y de buen
juicio". Pero en algunas personas sí se da el caso de que les llega un apetito
desordenado de leer y leer, de todo, y casi sin digerir lo que leen, y con afán y
precipitación y queriendo llegar a la máxima sabiduría en muy poco tiempo, y lo que
obtienen es un cansancio mental. Así como el no leer o el leer muy poco lleva al
raquitismo mental y al enanismo espiritual, el leer demasiado y con precipitación y
afán, lleva al cansancio y agotamiento. Con razón dice el Libro de los Proverbios:
"La miel es sabrosa y provechosa, pero si se come en demasía empalaga.
Debes comer únicamente lo suficiente, porque si exageras te producirá
hartura y hasta vómito" ( P r 2, 16). Y una miel muy provechosa para el alma son
las buenas lecturas. Claro está que para la inmensa mayoría de los católicos, más
que avisarles que no lean demasiado, lo que hay que aconsejarles es que lean un
poco más, porque leen demasiado poco, y quizás el 90% de lo que leen es más ali-
mento de animales que manjar para el espíritu. Leen noticias, curiosidades,
escándalos y otras cosas mundanas, pero lecturas que lleven al alma hacia la
santidad, ¡qué poquitas son en realidad las que leen! Un gran director espiritual
aconseja siempre: "Lean, lean libros religiosos, y prefieran siempre los de aquellos
autores que tienen detrás de su nombre una S., o sea libros escritos por santos".
Las penitencias. Uno de los errores más dañosos para quienes principian la vida
de santidad es dedicarse a imitar a los grandes santos en hacer penitencias
exageradas, desproporcionadas a sus fuerzas. Los campesinos repiten un adagio:
"Más útil es para nuestro trabajo un burro vivo que nos ayude a llevar las cargas,
que un sabio que esté muerto en el cementerio". Algo parecido deberíamos decir en
la vida espiritual: "Más trabajo puede hacer uno que conserva su salud teniendo
prudencia en no exagerar en las penitencias que uno que pierde su salud
exagerando en sus mortificaciones". A los santos los podemos imitar en su amor al
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silencio, en su aprecio por la humildad, en su inmensa caridad hacia los demás y su
intenso amor a Dios, en sufrir con paciencia las ofensas que nos hacen y las
contrariedades y enfermedades que nos llegan, en no comer ni beber de gula, en
luchar por evitar el pecado y corregir los propios defectos. Pero en cuanto a sus
pavorosas penitencias, si no hemos recibido una gracia especialísima como la que
recibieron ellos, será mejor no tratar de imitarlos porque podemos dañarnos
irremediablemente la salud y desanimarnos en el camino de la santidad.
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CAPITULO 41
San Pablo dejó escritas unas frases que se han hecho famosas. Dice así: "No
tienes excusas, quienquiera que seas, tú que te dedicas a juzgar y a condenar
a los demás, pues juzgando a otros te condenas a ti mismo, ya que haces lo
mismo que en los demás vives condenando" (Rm 2, 1).
Nuestro orgullo y el desprecio que sentimos hacia el prójimo hacen que nos
formemos baja idea de otras personas. Y cuánto más alta es la opinión que el
orgullo nos hace formar de nosotros mismos, tanto más baja es la opinión que
nuestro desprecio va formando de los demás, y nos persuadimos de que nos
hallamos libres en las imperfecciones que tanto criticamos en los otros. Y esto es
una mentira y un engaño.
La fábula de Esopo. Este poeta que vivió 500 años antes de Cristo pintaba a
quienes critican y desprecian a los demás, con dos morrales colgados al cuello. El
uno con los defectos de los prójimos bien enfrente de sus ojos para mirarlos y
condenarlos continuamente. Y el otro con los defectos propios, a la espalda, para no
verlos ni conocerlos. Ese es nuestro retrato cuando condenamos y juzgamos.
Remedios para este mal. Cuando empecemos a pensar en los defectos o vicios
del prójimo, tratemos inmediatamente de alejar ese pensamiento y neguémonos a
formar juicios negativos acerca de ellos. En esos momentos hay que decirse a sí
mismo: "Yo no tengo autoridad para juzgar ni condenar a otros; no poseo los
suficientes datos para formar juicio acerca de sus pasiones, defectos y malas
inclinaciones. Tengo que considerar como escritas para mí mismo aquellas
palabras del Apóstol: "¿Te imaginas tú que te dedicas a juzgar y condenar, que
cometes lo mismo que condenas, que vas a escapar del juicio de Dios?" (Rm
2). Y aquella otra promesa tan consoladora hecha por el mismo Jesús que será
nuestro juez: "No juzguen y no serán juzgados. No condenen y no serán
condenados" (Lc 6, 37).
Mirar hacia dentro. Para evitar el dedicarse a juzgar y condenar a los demás es
necesario enfocar toda nuestra atención hacia nuestras propias miserias y
debilidades. Si así lo hacemos, hallaremos tantas cosas que corregir y reformar
dentro de nosotros que ya no tendremos tiempo ni gusto para dedicarnos a juzgar a
los demás, y aprenderemos a mirar las faltas de los otros con una bondadosa
caridad. Hay que pensar que si vivimos juzgando que otros tienen algún vicio,
puede ser que nosotros también lo tengamos, porque según el antiguo refrán: "El
ladrón juzga por su condición". Así como alguien que en su niñez sufrió la
corrupción de parte de algún adulto, cuando llegue a la edad mayor vive juzgando
continuamente que los adultos están corrompiendo a los menores, de la misma
manera atribuyendo a otros ciertas miserias, y malas inclinaciones, ello puede ser
indicio de que nosotros las tenemos, o las sentimos.
110
Un promedio impresionante. Si analizamos fríamente las veces que hemos
condenado en nuestro entendimiento o con palabras a los demás, veremos que la
mayor parte de las veces que hemos condenado, nos hemos equivocado.
¿Entonces para qué dedicarse a una actividad que tiene tan grande posibilidad de
error? Cuando sintamos la inclinación a hacerlo digámonos a nosotros mismos:
"¿Cómo me puedo atrever a juzgar y condenar a los otros si yo tengo los mismos
defectos y peores inclinaciones que ellos? ¿Si tengo una viga en mis ojos, por qué
criticar a los que tienen una basurita en los suyos?
Pedir esta cualidad. Uno de los favores que más deberíamos pedir al Espíritu
Santo es aquel regalo que según san Pablo acostumbra a dar el Santo Espíritu a
los que le suplican: La benignidad, o sea la cualidad de pensar amablemente y
bien de todos, (Ga 5). Si Él nos concede ésta feliz inclinación, tendremos la
seguridad de que en el día del Juicio no vamos a recibir una sentencia
condenatoria, porque Jesús prometió: "Con el juicio con el que juzguen, serán
juzgados, y con la medida con la miden, serán medidos" (Mt 7, 1).
111
26) el corazón duro y condenador por un corazón comprensivo y perdonador.
Muchos han hecho el ensayo de pedir esta gracia, y la han obtenido. ¿Por qué no
ensayar también nosotros?
Si vamos a ser juzgados con la medida que nosotros empleemos para juzgar a los
demás, lo mejor será entonces emplear una medida ancha y generosa, para que
esa mecida sea la que se emplee en favor nuestro. Así se cumplirá aquella promesa
de Jesús: "Se les dará una medida amplia, buena, generosa y rebosante" (Lc 6,
38).
112
CAPITULO 42
Hemos venido recordando que para salir vencedores en los combates del espíritu
son necesarias tres condiciones: desconfiar de que por nuestras solas fuerzas
lograremos vencer a los enemigos de la salvación; confiar inmensamente en Dios, y
emplear lo mejor posible las cualidades que se han recibido. Ahora vamos a
recordar la cuarta arma, y las más poderosa y efectiva, que es la oración. De la
oración se pueden repetir las palabras que la Sagrada Escritura dice acerca de la
sabiduría: "Todos los demás bienes me vinieron junto con ella". La oración es
el canal por el cual se nos envían todas las ayudas que recibimos del cielo. Es la
espada que Dios ha puesto en nuestras manos para que combatamos a los
enemigos de nuestra salvación y los derrotemos.
La oración tiene sus condiciones. Orar es hablar con un Dios que nos ama y nos
escucha con infinita bondad y con gran interés por ayudarnos y defendernos. Pero
al orar hay que tener cuidado de cumplir ciertas condiciones para que la oración le
agrade a Nuestro Señor. Los santos dicen que al orar debemos hacer cuatro
acciones: adorar, dar gracias, pedir perdón y suplicar favores. Puede existir un
peligro: que sólo oremos para pedir favores y se nos olvide adorar, dar gracias al
buen Dios y suplicarle perdón por las ofensas que le hemos hecho. Cuando se va a
pedir un favor a alguien es muy importante ganarnos la amistad y buena
voluntad de quien va a conceder ese favor. ¿Lo hacemos así con Dios? ¿Le
pedimos excusas por las ofensas que le hemos hecho? ¿Le agradecemos tantos
favores que nos ha concedido? ¿Le decimos muchas veces que lo amamos? ¿O
solamente pedimos, pedimos, y nada más?
Al pedir conviene que lo que se pide agrade al dador. Decía un santo que el
cielo debe cansarse al oír que algunos sólo piden bienes materiales para esta tierra,
se les olvida pedir la conversión, la salvación del alma, el crecer en santidad y el
conseguir la vida eterna. Esas sí son cosas que en verdad agradan muchísimo a
Nuestro Señor y las concede con inmenso gusto. ¿Es eso lo que más pedimos? No
se nos olvide que de las siete peticiones del Padrenuestro, sólo una es material.
Las otras seis son espirituales.
113
Defecto que empecemos a encomendar a Dios con toda fe, irá desapareciendo y
disminuyendo notoriamente.
Una condición sin la cual no. Para que la oración tenga efecto es necesario que
la hagamos con mucha confianza en el poder y la bondad de Nuestro Señor. Dice
san Pablo: "Dios tiene poder y bondad para darnos mucho más de lo que nos
atrevemos a pedir o a desear" (Ef 3, 20).
Otra condición. Para que nuestra oración sea respondida favorablemente por el
Creador es necesario que nuestro deseo sea el que se cumpla la Voluntad de Dios,
lo que Dios quiere, y no nuestra voluntad o los propios caprichos. Porque nuestra
propia voluntad puede estar equivocada y nos puede hacer pedir cosas que no nos
convienen, y en cambio la Voluntad Divina jamás se equivoca y lo que quiere para
nosotros es lo que más nos conviene. Por eso digámosle a nuestro Señor de vez en
cuando que si lo que le pedimos no va a servir para nuestro mayor bien, por favor
no nos lo vaya a conceder. Aun en las virtudes y en el progreso espiritual, que si
son bienes que nos aprovechan siempre y muchísimo, pidamos todo esto al Señor,
pero no por darnos el gusto de ser más buenos y más estimados, sino para
agradarle más a Él y cumplir mejor su santísima Voluntad.
Los especialistas en oración recomiendan que para obrar con mayor seguridad lo
que pedimos al cielo al orar, conviene muchísimo que tratemos de obrar de tal
manera que con nuestro buen comportamiento nos ganemos la simpatía de Dios
Santo a quien pedimos esos favores. Es lo que hacen os hijos cuando tratan de que
su padre les conceda algún favor muy especial que desean conseguir: entonces
tratan de comportarse de tal manera bien, que el papá muy agradado por su buen
comportamiento esté más inclinado a concederles lo que piden.
Desafortunadamente muchas veces nosotros hacemos lo contrario: pedimos a Dios
algún favor o gracia que necesitamos o deseamos, pero mientras tanto nos
seguimos comportando de tal manera mal, que en vez de ganarnos la simpatía
divina lo que estamos consiguiendo es aborrecimiento y antipatía por nuestro mal
proceder. Y se cumple entonces aquello que decía una gran mística: "Con Dios, a
las buenas, conseguimos todo lo que deseamos y mucho más. Pero a las malas,
no conseguimos sino fracasos".
114
dádivas anteriores. Así se ganan su buena voluntad para concederles nuevas ayu-
das. Es que el recordar con reconocimiento los favores que se han recibido, es
señal de que se tiene un corazón noble y agradecido. Por eso no dejemos pasar
ningún día sin dar gracias a Dios por algunos favores determinados que nos ha
concedido. Así cumplimos el mandato del Libro Santo: "Hay que ser siempre
agradecido. Demos gracias a Dios en todo, que ésta es su santa voluntad" (1
Ts 5, 18).
La que no aguardó. Una señora fue a una familia rica a pedir un vestido para su
hijita que era muy pobre. Aquellas gentes se pusieron a buscar en los armarios el
mejor vestido que tenían, pero cuando bajaron al primer piso ya la mujer se había
ido creyendo que no le iban a dar nada. Le faltó saber aguardar.
Pero ¿y si tarda demasiado? Uno de los peligros para nuestra oración consiste
en que si Dios demora bastante en concedernos lo que estamos pidiendo, nos
desanimemos y dejemos de rogarle. Es necesario que nos repitamos hasta la
saciedad la noticia tan hermosa que nos contó san Pablo: "Dios tiene poder y
bondad para darnos mucho más de los que nos atrevemos a pedir o a desear"
(Ef 3, 20). Si Él quiere y puede ayudar ¿por qué dejar de pedirle sus ayudas?
Partimos siempre de un principio: "Aquel a quien pedimos es Todopoderoso". "Dios
nos oye, dice san Juan, y si nos oye nos ayuda" (1Jn 5, 14).
115
que sean más útiles y provechosas. Pero lo cierto es que siempre cumplirá aquello
que prometió por medio de su profeta: "No han terminado de hablar en su
oración, y ya les estoy enviando una respuesta en su favor" (Is 65, 24).
San Juan Crisóstomo dice: "No hay creatura más poderosa que la que ora con fe,
porque tiene a su favor una promesa infalible que dice: "Pedid y se os dará".
Jesús no puso límites a lo que Dios nos va a conceder. A nosotros nos toca no
tener miedo en pedir, aunque lo que pidamos sea tan raro como pedirle a un árbol o
a un monte que se arranque de donde están y se lancen al mar (Mc 11, 23).
No pedir sólo lo material. Dice la gente: "Crecen para que se me solucione tal o
cual problema". ¡Muy bien! Pero ¿por qué no piden también: recen para que yo me
convierta? Si esto sucede, se cumplirá lo que anunció Jesús: "Todo lo demás se
nos dará por añadidura". La mejor oración es la que parte del deseo de agradar a
Dios, del deseo de salvar almas, del anhelo de lograr la propia conversión y la de
muchos más. Nada hay que más agrade a Nuestro Salvador que esto. Y sí le
pedimos estas gracias estará siempre dispuesto a responder a nuestra oración.
(MC 1 1 , 2 4 )
116
CAPITULO 43
Orar es elevar la mente a Dios para adorarlo, darle gracia, suplicarle perdón y
pedirle las gracias y favores que necesitamos.
La oración puede ser de dos maneras: con palabras, o sólo con la mente. La
primera se llama oración vocal. La segunda: oración mental.
117
ALGUNAS REGLAS PARA ORAR CON SENCILLEZ
1o Ante todo separemos cada día algunos minutos para estar a solas, en paz y
hablar con Dios. 2° Hablemos con Nuestro Señor con sencillez y naturaleza como
un hijo muy amado como el más bueno y cariñoso de los padres. Contémosle lo que
nos preocupa. No hace falta que empleemos fórmulas raras. Hablémosle con
nuestras propias palabras, que Él las entiende muy bien. 3o Entremos en diálogo
con Dios también cuando estamos en el trabajo. Digámosle que lo amamos, que le
damos gracias. Que le ofrecemos lo que estamos haciendo. 4o Convenzámonos de
esta gran verdad "Dios está con nosotros". Viaja con nosotros. Nos acompaña
como el aire y como la luz a todas horas en el día. Está a nuestro lado las 24 horas
y 60 minutos de cada hora. Y nos quiere ayudar. Desea ayudarnos. Goza
ayudándonos. Pero espera nuestra petición de ayuda. 5o Oremos con la absoluta
seguridad que nuestra oración sí es oída y respondida por Dios todas las veces y
siempre. Y encomendémosle a los pecadores que deseamos convertir y a todos los
que han tratado o tratarán con nosotros. 6o Al orar tengamos ideas positivas y no
negativas. "Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros?". 7o
Siempre debemos declarar o pensar cuando nos ponemos a orar, que aceptamos lo
que Dios permita que nos suceda, pues aunque no nos conceda lo que le pedimos,
siempre nos concederá lo que sea para nuestro mayor bien. Demasiado nos ama y
por eso nos da lo que más nos conviene. 8o Cuando oremos dejemos todos los
problemas en manos de Dios. Recordemos lo que dice el Salmo 55: "Coloca tus
problemas en manos del Señor, y Él actuará". Pidámosle que nos conceda
fuerza para hacer lo que tenemos que hacer, y lo demás dejémoslo todo en sus
manos Todopoderosas. 9o Cada día digamos alguna oración por nuestra ciudad, por
nuestro país. Es lo que aconseja el profeta Jeremías diciendo: "Orad por la ciudad
y el país donde estáis viviendo, porque su bien será vuestro bien" ( J r 39, 17).
118
CAPITULO 44
Quien desea llegar a un buen grado de perfección y santidad debe emplear por lo
menos media hora cada día en este ejercicio de oración que se llama meditación. Y
uno de los temas que más ayudan a obtener un verdadero amor a Dios y un
rechazo total a todo pecado es de la Pasión y Muerte de Jesucristo.
119
más mínima ofensa ni el más pequeño desprecio sin demostrar disgusto y sin
protestar. Jesús: enséñanos a sufrir, como sufriste Tú.
Y su agonía en la cruz. Meditemos cómo rechazó el vino mezclado con hiel porque
lo podía adormecer, anestesiar y Él quería sufrir al vivo todos los tormentos por
salvar nuestra alma. Pensemos que en aquellas horas el tiempo en que no estaba
en santo silencio estaba rezando. Para enseñarnos a sufrir rezando. Y rezaba por
los que no deseaban que los perdonara y para ellos pedía perdón y buscaba la
excusa de que no sabían lo que hacían. Qué posición tan dolorosa en esas tres
horas que le parecieron siglos. Si se apoyaba en los pies sentía agudísimos
dolores. Si se colgaba de las manos se le desgarraban por los clavos. Si miraba al
frente veía a los enemigos insultándolo. Si se dirigía hacia la derecha contemplaba
a su Madre Santísima agonizando de angustia y de amor por Él. Si volvía la vista
hacia la izquierda veía al mal ladrón burlándose de Él. Si miraba hacia el cielo,
también el Padre Celestial se había ocultado y le dejaba sufrir el peor martirio que
pueda sufrir un ser humano, al verse abandonado por Dios, y gritó emocionado:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". La sed le atormentaba
enormemente a causa de tanta sangre que había derramado y tuvo que exclamar:
"Tengo sed" y le dieron a beber vinagre y lo tomó. Y con su paciencia admirable
abrió para nosotros las puertas del Paraíso Eterno. Bendito seas por siempre
Señor.
¿Quién por quién? Mientras vamos meditando en estos temas tan importantes
hagamos la pregunta que se hacía santo Tomás de Aquino: "¿Quién sufrió?
¿Cómo sufrió? ¿Por quiénes sufrió? y pensemos en el mismo Hijo de Dios.
Aquel Jesús que pudo desafiar a todos sus enemigos diciéndoles: "Si a alguien le
consta que yo haya cometido algún pecado que lo diga". ( J n 8,46) y nadie pudo
decir nada contra Él porque en su vida jamás hubo ni la más pequeña falta. Y sin
embargo siendo Él tan extremadamente puro y santo, permitió Dios que sufriera
tanto. Y de ahí deducimos que el sufrimiento lo permite Nuestro Señor no porque
nos quiere castigar o porque nos ha olvidado, sino para que crezcamos en santidad
y logremos salvar muchas almas. Ésta consideración nos ayudará mucho a sufrir
con mayor paciencia.
120
Conclusión: pidámosle frecuentemente a Jesús que ya que él supo sufrir con
tanta paciencia, en tan impresionante silencio y con un amor tan grande hacia el
Padre Dios y a las almas, nos conceda también a nosotros la gracia de saber sufrir
con Él: sin demostrar impaciencia, rezando y llenos de silencio; por amor a Dios y al
prójimo y con la mayor dosis de paciencia que nos sea posible. Si le pedimos
muchas veces esta gracia nos la va a conceder en cantidad admirable.
121
CAPITULO 45
Llena de gracia, El Arcángel Gabriel la llamó "llena de gracia" y le dijo: "No temas
porque has hallado gracia delante de Dios". La gracia es la amistad con Dios. La
buena voluntad y preferencia de Nuestro Señor hacia una persona. Y ninguna otra
creatura en toda la historia ha sido tan agradable al Creador y ha recibido tantas
preferencias de Él, como María Santísima. Ella sí que puede conseguirnos ese
regalo tan maravilloso que se llama "Gracia de Dios", amistad con Nuestro Señor.
O sea: que le "caigamos bien" a Él, que seamos de su agrado y del número de sus
preferidos. Es un favor que debemos pedir muchas veces por medio de Nuestra
Señora. (Lo contrario a la "Gracia de Dios" es el pecado. María fue preservada de
todo pecado y puede interceder ante su Divino Hijo para que Él nos libre de la
esclavitud del pecado, que es la peor de todas las esclavitudes, y que nos perdone
todas nuestras culpas y así vivamos en su Divina amistad aquí en la tierra y para
siempre en el cielo. Pidamos muchas veces a Ella ese gran favor).
122
que su reino no tendría fin. Con razón le dijo su prima Isabel: "Dichosa tú, que has
creído. Se cumplirá en Ti todo lo que te dijo el Señor" (Lc 1, 45). Admiremos la
fe de María y pidámosle un favor especial: que nos obtenga de su Divino Hijo que
aumente nuestra fe.
Fue corriendo a ayudar a Isabel porque siempre tenía prisa cuando se trataba de
prestar ayuda a quienes se la solicitan o la necesitan con urgencia. En Caná insiste
ante su Divino Hijo y hace que Jesús adelante su hora de hacer milagros y
transforme el agua en vino y ese mismo favor lo sigue haciendo ante tantas
personas que necesitan que Jesús les cambie el agua desabrida de una vida sin
buenas obras, en ese vino generoso que se llama caridad, bondad, conversión y
santidad.
Los grandes santos han repetido muchas veces que jamás se ha oído decir que
alguna persona se haya encomendado a la Virgen Santísima y Ella le haya
abandonado y no le haya concedido su protección. Después de su Divino Hijo
no tenemos una ayuda más poderosa y eficaz que Nuestra Señora. Si no hemos
sido más ayudados por Ella es porque no hemos tenido más fe en su intercesión.
María puede muchísimo ante nuestro Señor porque sus ruegos son ruegos de
Madre y Jesús es el mejor Hijo que ha existido y jamás le va a negar a su Madre
Santísima lo que ella pida para nosotros. Por eso no nos cansemos jamás de
implorar su valiosa protección.
123
MARÍA: LA QUE MÁS AMA A JESÚS
María no es rival de Cristo que le quita el amor que a Él le debemos, sino que
cuanto más la amamos a Ella, más amaremos a su Hijo, porque es causa de Él por
lo que tanto la amamos. Por eso digamos de vez en cuando: "Oh Jesús: que
amemos a tu Madre Santa como la has amado Tú. Oh María: que Jesús sea
siempre el centro y el fin de todo lo que hacemos, decimos, pensamos y sufrimos.
Que lo amemos como Tú, con todo el corazón en esta vida y logremos seguirlo
amando para siempre en el cielo".
124
CAPITULO 46
La experiencia enseña que quien vive junto a un horno que tenga altísima
temperatura, necesariamente se conserva con mayor calor que los que están
retirados del fuego, y que una tela que se adhiere a un perfume finísimo adquiere
también su suave aroma. San José vivió durante muchos años junto al más alto
horno de caridad que ha existido en la tierra que es Jesucristo, y junto a la Madre
de Dios que siempre ardió en amor hacía Nuestro Señor y en caridad hacía los
demás. Y nadie como ellos dos ha exhalado tan exquisito perfume de santidad. Por
eso necesariamente san José tuvo un altísimo grado de amor a Dios y de caridad
hacia el prójimo y se contagió con la santidad de Jesús y María. Imposible que
quien se acerca a un grande incendio no participe del calor de sus llamas. ¿Y qué
mayor llama de amor sobrenatural puede haber que el que ardió en los corazones
de Jesús y María? Y José estuvo allí con ellos durante mucho tiempo.
Cuando Dios confiere a una persona una responsabilidad especial le concede por
justicia las cualidades que necesita para ejercer el oficio que se le ha
encomendado. Y a san José le encomendó Nuestro Señor la altísima
responsabilidad de ser el custodio de los dos más grandes tesoros que el
Creador ha enviado a este mundo: El Hijo de Dios y la Madre del Redentor. Por lo
tanto sin duda alguna le concedió al Santo Patriarca todas las excelsas cualidades
que necesitaba para una responsabilidad tan delicada e inmensa.
125
amable patrono una gracia muy especial: que nos enseñe a amar a Jesús como
él lo amó.
Gran santidad. El Evangelio dice que san José era ya justo antes de casarse.
¿Cuánto más santo llegaría a ser al vivir junto a la más santa de las mujeres y al
que es santísimo por excelencia Cristo Jesús? San José: pídele a Jesús y María
que nos concedan la gracia de amarlos a ellos como tú los amaste, y de lograr llegar
a ser santos. Amén.
SAN JOSE: PATRONO DE LA VIDA
INTERIOR: ENSÉNANOS A ORAR, A
SUFRIR Y A CALLAR
126
CAPITULO 47
El sitio donde mejor se aprende. Cuentan del gran sabio de san Buenaventura
que alguien admirado ante la sabiduría de este admirable doctor le preguntó:
¿dónde aprendió tanta ciencia? Y que el santo lo llevó a un Cristo Crucificado
ante el cual pasaba muchas horas rezando y meditando, y le dijo: "Aquí es donde
he logrado aprender lo bueno que sé", Y dicen que el Crucifijo de san Bue-
naventura tenía los pies y las manos desgastadas de tantos besos que recibían de
labios del santo. En verdad que la meditación en la Pasión de Cristo le produciría
muy buenos sentimientos de afecto hacia Nuestro Señor.
Cinco heridas le hicieron a Jesús en sus manos y pies y costado en la cruz, pero
antes tuvo que sufrir también cinco dolorosos tormentos que conviene meditar de
vez cuando.
127
2° El tormento de las humillaciones. Cuando a media noche del Jueves Santo,
Judas lo entregó dándole un beso, empezaron para Jesús las horas más
humillantes de toda su vida. Un soldado de Caifás le dio un terribilísimo puñetazo
en la cara por haber dado una franca respuesta. Luego fueron pasando senadores,
soldados y chusma de toda clase a darle puñetazos y a escupirle en la cara. En las
horas de la mañana Herodes lo hizo vestir de loco y así lo pasearon por las calles.
Los soldados lo coronaron como rey de burlas y vendándole los ojos le daban
puñetazos y le decían: "¿Adivine quién le pegó?". Pilatos puso al pueblo a escoger
a quién preferían si a Jesús o al bandido Barrabás y el populacho dirigido por
escribas y fariseos prefirió a Barrabás. Y al crucificarlo lo colocaron en medio de
dos ladrones... Es que Jesús quería sufrir toda la amargura de las más espantosas
humillaciones. Al contemplar estos hechos admirables sintamos el deseo de aceptar
como Él y por amor a Dios y a las almas, las humillaciones que Dios permita que
nos lleguen.
128
arrepentimiento por haberlo ofendido, y propósitos de enmendar nuestra vida de
ahora en adelante. Un arrepentimiento que no provenga de la meditación en la
Pasión y Muerte de Cristo, es un arrepentimiento que poco logrará que se obtenga
la conversión.
Sintamos consuelo y esperanza al pensar que Cristo Jesús con su muerte pagó
nuestros pecados, aplacó la justa irá de Dios (Ef 6) y abrió para nosotros las
puertas del Paraíso Eterno. Pensemos que la mejor consecuencia que podemos
obtener de la meditación en la sagrada Pasión de Jesucristo es adquirir un odio
total al pecado, una repugnancia absoluta hacia todo lo que sea ofensa de Dios y
un deseo intenso de luchar contra todas aquellas pasiones y malas inclinaciones
que nos conducen a cometer faltas y desagradar a nuestro Salvador.
129
CAPITULO 48
Lo tercero debe ser esforzarnos con toda la voluntad en alejar del corazón y
sofocar en nuestra vida las indebidas inclinaciones que nos llevan al pecado.
Lo cuarto que nos propongamos imitar las admirables virtudes de Jesús, el cual
según dice san Pedro "sufrió por nosotros, dejándonos ejemplo para que
sigamos sus huellas" (1P 2, 21).
1o Pensar en lo que hacía Jesucristo mirando hacia el Padre Dios mientras sufría.
4° Meditar en lo que nosotros debemos hacer por el que tanto sufrió por
salvarnos.
1o. Jesús, mientras sufría en la cruz elevar su mente hacía su Padre, hacia la
Divinidad infinita de quien dijo el profeta Isaías: "Todas las naciones son ante él
como una gótica de agua, y las islas más grandes parecen un granito de
polvo, y toda la tierra es como nada ante Él" (/s 40, 17) y le ofrecía a la santidad
de Dios todos sus padecimientos en el desagravio por las infidelidades, las injurias
130
y los desprecios de todas las creaturas humanas y le daba gracias por sus infinitos
favores y pedía que a los humanos concediera la gracia de lograr agradar al
Creador y obedecerle.
2° El Padre Dios desde el cielo miraba con gran satisfacción el amor inmenso de
su Hijo, que se ofrecía con tan enorme generosidad para pagar ante la Justicia
Divina los pecados de todos los descendientes de Adán. El Libro de Génesis dice
que Dios al contemplar desde el cielo la gran maldad de la gente "se arrepintió de
haber creado a los seres humanos" (Gn 6, 6). Pero después al ver en la cruz
ofrecerse con tan infinito cariño para pagar las maldades de toda la humanidad, el
Padre Dios sintió verdadera alegría de haber creado a la a creatura humana,
porque en éste su Hijo Preferido encontraba todas sus complacencias y abrió Dios
de nuevo las Puertas del Paraíso Eterno que estaban cerradas desde que Adán y
Eva se revolucionaron contra su Creador, y en adelante por parte de Dios ya no hay
impedimento alguno para que sus hijos de la tierra vayamos a su gozo del cielo.
Basta que queramos ir y que cumplamos su santa ley, pues por su parte, con el
sacrificio de Cristo ha quedado totalmente aplacada la Justicia Divina y amistado el
Creador con sus creaturas tan débiles y rebeldes.
4o Pensemos ahora qué debemos hacer por el que tanto sufrió por
salvarnos. Amor con amor se paga. ¿Qué será lo que Jesucristo quiere que
ofrezcamos en respuesta a todo lo que sufrió por redimirnos? ¿Será que aceptamos
con alegría y con paciencia la cruz de sufrimientos que Dios permite que nos llegue
cada día y así le ayude a salvar pecadores, y disminuyamos las penas que nos
esperan para el purgatorio? ¿Será que luchemos un poco más por evitar esos
pecados que tanto desagradan a la Divinidad? ¿Será que nos sacrifiquemos más
generosamente por los demás, a imitación del Salvador que dio su vida por
redimirnos? Consideremos la cruz de Jesús como un libro abierto en el cual
debemos leer y aprender todos los días de nuestra vida. En la vida de san
Francisco de Asís se cuenta que ya moribundo decía: "Tráiganme mi libro". Le
llevaron varios libros más, pero él ya ciego los rechazaba. Al fin le acercaron su
131
crucifijo, y entonces llenándolo de besos en sus manos, en sus pies, en sus heridas
del costado y en su corona de espinas, repetía gozoso: "En este libro aprendí a
amar a mi Redentor". Y murió diciendo al Salvador que lo amaba con todo su
corazón. Miremos a Cristo clavado en la cruz y recordemos cuánto nos ha amado, y
en cambio digámosle muchas veces: "Te amo Jesús. Señor Tú sabes que te amo.
Oh buen Jesús: que te ame mucho más. Que todos te amemos siempre más y
más".
Peligro. Puede suceder que nos ocupemos durante buenos ratos en meditar en lo
que Jesús sufrió en la cruz, y el modo como sufrió, pero que después cuando nos
lleguen penas, sufrimientos y contradicciones, nos dediquemos a renegar y
maldecir, como si no hubiéramos jamás pensado en la cruz del Salvador. Entonces
nos sucedería como a aquellos militares que ante sus jefes juran y prometen de-
fender la bandera de la patria, pero apenas aparece el enemigo a atacarlos, salen
huyendo y abandonan el campo de batalla. Qué triste sería que después de haber
contemplado en la cruz de Cristo, como en un espejo, el modo como debemos
sufrir, después cuando se nos presente la ocasión de padecer algo, se nos olvide
todo y en vez de imitar al Salvador nos dejemos dominar por la impaciencia y el
desánimo. A Jesús crucificado pidámosle que nos conceda la gracia de saber sufrir
con paciencia y valor como sufrió Él por la salvación del mundo.
132
CAPITULO 49
Si en el alma tenemos una falta grave es necesario que nos confesemos antes
de comulgar, pues san Pablo dijo: "Quien coma indignamente de este pan, será
reo o culpable contra el cuerpo del Señor" (1Co 11, 27). Si solamente tenemos
pecados veniales conviene, sin embargo que le pidamos perdón al Señor por tantas
pequeñas infidelidades de pensamiento, palabra y obra que cometemos a diario:
"Un corazón humillado arrepentido, Dios no lo desprecia" (Sal 51). Debemos
pensar "Quién viene a quién". El Creador de cielos y tierra a una pobre y mise-
rable creatura. El puro y santo a un alma pecadora y manchada. Jesucristo viene
con muchísimo amor a nosotros, y en cambio le recibimos con frialdad, indiferencia
y hasta ingratitud. Pidámosle a Él que nos ayude a preparar bien su venida a
nuestra alma. Invoquemos a la Virgen Santísima, al Ángel de la guarda y a algún
santo de nuestra devoción para que nos consiga la gracia de prepararnos bien a la
Sagrada Comunión. No pasemos inmediatamente de las labores diarias a recibir a
Jesús en la Eucaristía sin dedicar unos minutos a prepararnos. Cuanto mejor sea la
preparación, más grandes serán los frutos de la comunión.
133
fervor. Que Jesús no nos tenga que seguir diciendo aquellas palabras suyas:
"Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre". El sigue repitiéndonos su gran
promesa: "Si me piden algo en mi nombre, Yo lo haré" ( J n 14, 13).
134
CAPITULO 50
135
en la que me tienen las pasiones y los vicios. Tú eres la belleza total e infinita.
Adorna mi alma con la hermosura de las virtudes".
136
CAPITULO 51
Sabiendo que "todo bien espiritual proviene de Dios" (St 1, 17) es muy justo que
le demos gracias frecuentemente por tantísimos favores que vive concediéndonos a
diario, por las victorias que nos permite conseguir contra los enemigos de nuestra
santidad, y por las obras buenas que nos permite hacer y los males de los cuales
nos libra tantas veces. Pero del favor que más conviene darle gracias es por la visita
que Nuestro Señor Jesucristo nos hace en la Sagrada Comunión. Sólo en el cielo
sabremos el valor infinito que tiene este regalo de Dios: darnos el Cuerpo y la
Sangre de su Santísimo Hijo, como alimento.
Una razón. Para animarnos a ser más agradecidos con Nuestro Señor debemos
pensar en cuál es el fin que lo mueve a concedernos tantos y tan grandes
favores. Lo hace únicamente porque nos ama, porque desea nuestro mayor bien,
porque para Él somos muy importantes, porque su generosidad es infinita, y siente
mayor gusto en dar que en recibir. ¿Cómo no bendecir y alabar a un Dios tan
bueno?
Otra razón. Pensemos también: ¿qué hay en nosotros que merezca tantas
bondades del buen Dios? Nada bueno, sino por el contrario infidelidades,
ingratitudes, maldades. Por eso debemos decirle: "Oh Señor: ¿cómo es posible que
vengas a visitar a un ser tan miserable y lleno de manchas y de culpas como soy
yo? ¿Cómo puedes vivir llenando de favores a una pobre creatura que no
corresponde a tus bondades? Que seas bendito y alabado por los siglos de los
siglos".
137
Y ¿qué nos pide? Nuestro Señor sólo nos pide que lo amemos. Que le paguemos
amor con amor. Que nos esforcemos por servirle de la mejor manera posible; que
tratemos que nuestra vida le sea agradable a Él. Tengamos sentimientos de gratitud
hacia un Dios tan bueno y llenémonos de deseos de hacer y cumplir siempre y en
todo su Santísima Voluntad.
138
CAPITULO 52
LA COMUNION ESPIRITUAL
139
alma (breve pausa. En este momento detengámonos algunos instantes para hacer
actos de amor, confianza y pedirle algunas gracias que necesitemos). Como si ya
hubieras venido te agradezco profundamente tu visita, y te suplico que no permitas
que jamás me aparte de Ti. Ven, Señor, Jesús. Padre Eterno: te ofrezco la Sangre
preciosísima de Jesucristo en expiación de mis pecados y por las necesidades de la
Santa Iglesia y a la conversión de los pecadores. Amén.
140
CAPITULO 53
Como Abel. Dice el libro del Génesis que Abel ofrecía a Dios las primicias o
primeros frutos de su rebaño, y añade: "Dios miró con muy buenos ojos y
satisfacción el ofrecimiento que le hacía Abel". Como este santo varón
deberíamos tener por lema "para el Señor lo mejor". En el Salmo 49 nos dice
Dios: "Ofréceme un sacrificio de acción de gracias. Y Yo te libraré y tú me
darás gloria".
Un ejemplo para imitar. Todo lo que Jesús sufría y obraba, pensaba y decía, lo
ofrecía con gran amor al Padre Celestial para la mayor gloria de Dios y la salvación
de las almas. La carta a los Hebreos dice: "Cristo, durante los días de su vida
mortal, ofreció ruegos y súplicas a Dios, con poderoso clamor y lágrimas, y
fue escuchado por su actitud tan obediente" (Hb 5, 7). Juntemos nuestros
ofrecimientos a los que hacía Jesús y así adquirirán un gran valor y especial
simpatía ante los ojos del Padre Dios. Esta es la primera condición para que los
ofrecimientos que hacemos sean bien aceptados.
Aunque no sea tan total. Somos creaturas débiles y por lo tanto el buen Dios no
nos va a exigir que para que le ofrezcamos lo que hacemos, decimos y pensamos
estemos ya totalmente desprendidos de las creaturas. Pero sí pide que nos
esforcemos lo más que podamos para irnos independizando del apego exagerado a
lo que es terrenal.
141
Y que le ofrezcamos todas nuestras inclinaciones, pidiéndole humildemente que las
vaya enderezando y purificando y que nos conceda las fuerzas necesarias para
negarnos a nosotros mismos y alejarnos de todo aquello que nos aleja de Dios.
Jesús decía que la primera condición para conseguirlo es "negarse a sí mismo".
Pero esto no lo podemos obtener nunca sin una ayuda especial del cielo y una
fuerza del Espíritu Santo. Lo cual se consigue con fervorosa y constante oración.
142
ellas. Es lo que le pasó al rey Salomón que al principio era generoso y piadoso y le
construyó un bello templo al Señor, pero después se dejó esclavizar por las
creaturas y terminó perdiendo la fe. Que nos libre Dios de caer en el terrible "mal de
Salomón".
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CAPITULO 54
Cuando una persona empieza su vida espiritual, por lo general siente al principio
muchos consuelos y gozos en el alma. Es lo que los autores llaman "las dulzuras
de Dios". Le parece hermoso orar. Le encanta leer libros espirituales. Siente fervor
al recibir los sacramentos, etc. Esto es muy provechoso porque entusiasma por la
vida de fervor, de piedad y anima a seguir adelante en el camino hacia la santidad.
Un peligro y una norma. Pero si estos gozos son muy grandes y hasta
exagerados, hay que tener cuidado no sea que el que los está produciendo sea el
enemigo de las almas. Y esto es un peligro porque entonces puede suceder que el
espíritu se entusiasme por las dulzuras de Dios y no por el Dios de las
dulzuras.
En estos casos hay que seguir una norma muy importante: preguntarse:
¿estos consuelos y gozos espirituales producen enmienda en mi vida? ¿Traen
reforma en mis costumbres? Si así es, vienen de Dios y podemos estar tranquilos.
Si por el contrario los amamos es porque nos causan dulzura y alegría, y porque
contribuyen a que los demás piensen mejor de nosotros mismos, entonces hay que
tener mucho cuidado porque pueden venir del enemigo del alma.
¿De dónde puede provenir esto? Las causas de la sequedad espiritual pueden
ser varias. 1o Pueden provenir del demonio que pretende desanimarnos en la vida
espiritual, apartarnos del camino de la santidad, y volvernos otra vez hacia los
goces de la vida mundana. 2o Pueden provenir de nuestra naturaleza humana que
es muy mal inclinada y busca siempre lo material más que lo espiritual, y lo terrenal
más que lo eterno. El mismo san Pablo se quejaba diciendo: "Siento en mi cuerpo
una fuerza que lucha contra el espíritu".
3o Puede ser que la sequedad espiritual provenga de un plan que Dios tiene
para independizarnos de los gustos y goces de este mundo y así irnos
entusiasmando por los goces y alegrías de la eternidad. Cuando lo de la tierra ya no
atrae ni enamora, entonces lo del cielo puede atraer mucho más. Puede ser
también para que con este sufrimiento paguemos a Dios algunas de las deudas que
tenemos por nuestros pecados y aprendamos a comprender a quienes están
pasando por esta situación dolorosa. Otra razón podría ser: que Nuestro Señor nos
tiene preparados tan excelentes premios en el cielo que nos permite fuertes
144
sufrimientos en la tierra para que con ellos nos ganemos esos gozos que nos
esperan en la eternidad.
¿Qué hacer cuando nos llega la sequedad? Ante todo examinemos si no será
que en nuestra alma hay algún defecto que le está disgustando a Dios, alguna falta
repetida que nos quita la devoción sensible. Si así es, tenemos que dedicarnos
seriamente a corregir ese defecto y a evitar dicha falta, no tanto por volver a gozar
de las dulzuras espirituales del fervor, sino sobre todo por evitar lo que ofende y
desagrada a Dios.
YClamar a Dios. A la gente no conviene andar contando esta situación dolorosa por
la que estamos pasando porque no nos van a comprender y más bien se van a
burlar de nosotros y nos invitarán a abandonar la vida espiritual. Al director
espiritual sí conviene contarle y pedirle consejo. Pero a quien hay que recurrir con
toda el alma y sin desanimarse es al buen Dios. Repetirle la frase que Jesús en el
momento máximo de su sequedad espiritual, en la cruz, le decía: "Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado? Repetir ciertas frases de los Salmos que son
muy consoladoras, como por ejemplo "No me abandones, Dios de mi salvación".
Decirle lo que san Pedro le repitió tres veces a Jesús: "Señor: Tú sabes que te
amo". O lo que decía Tobías: "Señor; Tú permites que descendamos hasta los más
profundos abismos de tristeza, pero Tú puedes hacer también que subamos hasta
los más altos grados de alegría y de paz. Tú eres el que produce la calma y la
tempestad, la alegría y el llanto. Ten pues misericordia de mí y dígnate consolarme,
si es esa tu Santa Voluntad (Tb 13, 3).
145
CAPITULO 55
Para numerosas personas que se dedican a la vida espiritual uno de los martirios
que más les traen sufrimientos son las continuas tentaciones que les llegan. Para
ellas fue escrito lo que anunció la Sagrada Escritura: "Si te dedicas a la vida
espiritual, prepárate para la tentación". Si Jesús, el Santo de los Santos, padeció
las tres tentaciones en el desierto, ¿cuánto más las tendremos que padecer
nosotros que somos la debilidad misma? Además al enemigo de la salvación le
interesa atacar más a quienes le quieren quitar almas y llevarlas al cielo, que a
quienes ya están en la esclavitud del pecado y le obedecen y siguen sus pérfidos
consejos.
La visión de san Antonio. De este santo tan antiguo se narra que en una visión
contempló que para todo un barrio solamente había un demonio tratando de hacer
pecar a la gente, mientras que para una sola persona espiritual estaban siete
demonios atacándola. Y preguntando el por qué, le respondieron: "Es que entre
mundanos se invitan a pecar los unos a los otros, pero para las personas
espirituales sí se necesitan espíritus infernales para hacerlas pecar". ¿Para qué
sirven las tentaciones? Un santo decía que el gran peligro para una persona sería
no tener tentaciones, le devoraría el orgullo y despreciaría a los débiles; y una santa
añadía: "A nadie temo tanto como a quien no siente tentaciones", porque se
puede enfriar mucho en su vida de piedad. Los autores de espiritualidad señalan las
siguientes razones por las cuales parece que Dios permite que nos lleguen las
tentaciones:
3o Para que seamos más comprensivos con los débiles. San Bernardo decía
que a muchas personas les conviene ser débiles y mal inclinadas y de poca
resistencia, para que así sepan comprender a los pobres pecadores que más caen
por debilidad que por maldad. San Agustín al recordar su vida pasada tan
manchada e indigna repetía: "No hay falta que un ser humano no haya
cometido, que yo no pueda cometer". Por eso tengo que tener una gran
comprensión para con los que caen y están manchados y empecatados".
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pensamientos te los concedía Yo que estaba allí presenciando tu batalla espiritual
para darte después el premio por tu victoria"-.
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CAPITULO 56
Otra condición sin la cual nada. Dicen los historiadores que el gran matemático
Pitágoras, que vivió 500 años antes de Cristo, y cuya sabiduría era tan estimada en
oriente que numerosos alumnos de distintos países iban a que los aceptara como
discípulos, no admitía jamás a un alumno si éste no se comprometía a hacer cada
día un examen de conciencia en el cual se debía hacer tres preguntas: "¿Qué
hice? ¿Cómo lo hice? ¿Por qué lo hice?", y narran las antiguas historias que con
este método logró mejorar el comportamiento de bastantes personas.
La exigencia de san Ignacio. Este gran santo que llevó tantas almas a la santidad
exigía a sus discípulos que sin ninguna excepción hicieran todos los días un doble
examen de conciencia. Uno acerca de su comportamiento en general, y otro acerca
del defecto que se había propuesto corregir en ese mes o en ese año. Insistía en
que cada mes se hiciera un día de Retiro mensual para pensar en Dios, en el alma,
y en la eternidad. Acerca del día de Retiro mensual a quiénes tenían muy graves
ocupaciones o debían hacer largos viajes les dispensaba de cualquier otra práctica
de piedad, menos de hacer el examen de conciencia acerca de cómo había sido su
comportamiento en ese mes, pues afirmaba que sin el examen de conciencia resulta
imposible progresar en santidad y en perfección.
Lo primero que hay que hacer. San Ignacio recomienda que al empezar el
examen de conciencia pensemos por un momento en la presencia de Dios, en que
Nuestro Señor nos está viendo, oyendo y nos acompaña a toda hora como el aire
que nos rodea. Y que luego le demos gracias por algún favor en especial, y le
pidamos nos conceda sus luces e iluminaciones para conocer cuáles son las faltas
nuestras que más le están disgustando y qué será lo que debemos hacer para
evitarlas.
Como un rayito de sol. Cuando estamos bajo techo en una habitación, y por
una ventana entra un rayo de sol, vemos en el aire muchas pequeñas basuritas que
a simple vista no habíamos logrado ver. Así sucede cuando en el examen de
conciencia pedimos al Espíritu Santo que nos ilumine: veremos muchas fallas
nuestras que se nos estaban pasando desapercibidas y no habíamos notado antes.
148
hechos y palabras que no la tienen? ¿Me disgusto por cosas que a Dios no le gus-
tan? ¿Y entonces por qué disgustarme por eso?
Evitar las ocasiones. Si yo sé que en tal sitio o tal persona, o en tal situación
caigo y peco, sin embargo, voy allá, sin grave necesidad y sigo tratando con esa
gente o me expongo a esa situación, ya con esto estoy pecando porque me estoy
exponiendo a la ocasión, y la experiencia me enseña que en llegando la ocasión y
en agradando, caeré todas las veces. Demasiado me lo ha enseñado la
experiencia para que tenga la terquedad de querer seguir insistiendo. Ya lo dijo el
sabio en la Sagrada Escritura: "Quien se expone al peligro, en él perecerá".
Pagar la deuda. Si por un descuido rompemos una porcelana o vasija del vecino y
le pedimos que nos perdone, él nos puede decir "si, con gusto le perdono. Pero por
favor págueme el precio de la vasija". Algo parecido nos podrá decir el Divino Juez
cuando le pedimos perdón cada vez que hacemos el examen de conciencia (porque
hacer examen sin pedir perdón a Dios sería una falta dañosísima, pues Él es el
ofendido y es necesario suplicarle que nos perdone). ¿Qué nos dirá entonces
Nuestro Señor? "Con gusto te perdono. Pero ¿Me vas a pagar la falta cometida?
¿Cómo? ¿De qué manera?". "Hacer examen de conciencia sin proponerse ofrecer
en penitencia algunos actos buenos por la faltas cometidas será dejar manco, cojo y
tuerto el tal examen. ¿Que hablé demasiado? ¿Ofreceré al Señor callarme un poco
más en este día? ¿Que trate con dureza a los demás? Pues hoy me esforzaré por
ser un poco más amable. ¿Qué me dejé llevar por la pereza? Pues qué bueno sería
que como penitencia de estas faltas lea en este día una o dos páginas de un libro
espiritual. Así lograremos sacar bien hasta el mismo mal que hemos hecho, y
progresaremos en perfección y santidad".
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CAPITULO 57
Lo que más hay que pedir. De todos los favores de Dios, quizás el que más
debemos pedirle es el de perseverar en el bien hasta la muerte. A conseguir la
virtud de la perseverancia debemos dedicarnos con gran esmero durante toda la
vida, y para obtener la gracia de preservar hasta el final es necesario mortificar y
dominar siempre las pasiones, porque éstas nunca mueren mientras vivamos
nosotros, y crecen siempre en nuestro corazón como las malezas en un campo fértil
cuando no se está atento a extirparlas o podarlas.
Un error muy dañoso. Sería una verdadera locura y una dañosa imprudencia
pensar que llegará un tiempo en nuestra vida en el que no sintamos el asalto de los
enemigos de nuestra santidad, pues esta guerra no se acaba sino cuando termina
la vida terrena, y la persona que no está preparada para combatir a sus pasiones y
a sus tendencias hacia el mal, cuando menos piense perderá batallas espirituales y
hasta la paz de su alma.
Tenemos un buen Jefe. Los que luchamos por conseguir la perfección cristiana
podemos andar confiados porque tenemos un Jefe que no es derrotado jamás. Es
Jesucristo, el Rey de Reyes y Señor de Señores, a quien el Padre Celestial le ha
concedido que salga victorioso contra todos sus enemigos, según lo afirma el Libro
del Apocalipsis (cf. Ap 6, 2). Él es más poderoso que todos los que hacen guerra a
nuestra alma, y "tiene poder y bondad para darnos mucho más de lo que nos
atrevemos a pedir o a desear" (Ef 3, 20). Cristo Señor nos dará muchas victorias
con tal de que no pongamos la confianza en las propias fuerzas sino en su gran
misericordia.
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No nos desanimemos por eso, pues Él nunca deja de responder a quienes imploran
su protección, y dispondrá las cosas de tal suerte que lo que parece que es para
mal, resulte para nuestro bien.
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CAPITULO 58
El Patriarca Job decía que esta vida es como un continuo combatir, como un
servicio militar en tiempo de guerra ( J b 7, 1) y quizás las más duras batallas sean la
que se presenten hacia el final de la vida, los últimos combates. Y éstos son
definitivos porque de ellos puede depender nuestra suerte eterna. El Libro del
Eclesiástico enseña: "El Señor el día de la muerte pagará a cada cual según
haya sido su proceder; y al final de la vida de cada uno se descubre cómo
fueron en verdad sus obras. Sólo al terminar de una existencia se viene a
conocer lo que en realidad vale una persona" (Ecl 11, 26).
Como se vive se muere. San Agustín repetía: "Qualis vita, mors et ita", que
significa: como haya sido la vida, así será la muerte. Por eso desde ahora que
estamos en salud, con vigor, fuerzas y lucidez mental debemos ejercitarnos en
combatir contra las pasiones, tentaciones y tendencias hacia el mal, pues cuando
ya las fuerzas nos faltan y la mente esté ofuscada y debilitada será mucho más
difícil el poder combatir bien. Solamente si ahora nos acostumbramos a salir
victoriosos contra los enemigos de nuestra salvación, adquiriremos la costumbre de
triunfar contra ellos y a la hora final lograremos derrotarlos.
Un peligro. Quien tiene demasiado apego a los bienes de este mundo no quiere
pensar en la muerte que le puede sobrevenir, ni en el paso que tendrá que dar
hacia la eternidad y así sus efectos desordenados en vez de disminuir crecen sin
cesar y van en aumento, esclavizándoles cada vez más. No era así lo que le
sucedía a san Pablo el cual exclamaba: "¿Quién me separará del amor de
Cristo? Ni siquiera la muerte, para mí la muerte es una ganancia" (Flp 1,21). Es-
taba tan independizado de lo que es terrenal y material. Que la muerte no lo
asustaba sino que su recuerdo lo consolaba al pensar que al llegar ella, recibiría el
gran premio prometido para los que sirven y aman a Cristo en este mundo.
Hay que saber ensayar. Un moribundo decía con humor a los que se admiraban de
su nerviosismo: "Perdonen mi falta de calma, pero es que esta es la primera vez que
tengo que morirme" (y seguramente que era la única y la última): recordemos que el
morir será algo que no haremos sino una sola vez y que si lo hacemos mal, ya no
lograremos recuperar este error nunca jamás. Por eso conviene irnos preparando
bien desde ahora mismo. En el capítulo siguiente vamos a explicar las cuatro
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últimas batallas que se nos pueden presentar en los momentos finales de nuestra
existencia y cómo lograr salir vencedores.
Cada cual tiene que morir una sola vez, y después de la muerte
viene el juicio (Hb 9, 27)
153
CAPITULO 59
1o. TENTACIONES CONTRA LA FE. Aun a personas muy piadosas les pueden
llegar dudas muy graves contra su propia fe en las últimas horas de su vida. Es
necesario no darles exagerada importancia y hacer muchos actos de fe. "Creo
Señor, pero aumenta mi fe. Creo Señor: ayuda mi incredulidad" (Mc 9, 24). Si
siguen llegando estas dudas, traídas por los enemigos de nuestra alma, no hay que
afanarse, pues el Señor sabe que en lo interior no aceptamos semejantes
tentaciones. Un alma muy santa decía en sus momentos finales: "Nunca en mi vida
tuve tantas tentaciones contra la fe como en estos últimos días de mi enfermedad.
Pero también jamás en mi vida había hecho tantos actos de fe, como los que he
hecho en estos últimos meses". Total: salió ganando, porque aunque las dudas
que le llegaron fueron frecuentes y graves, en cambio los repetidos actos de fe que
hizo le consiguieron enormes bendiciones de Dios.
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no para condenar sino para que el mundo se salve por medio de Él" ( J n 3,17).
"Yo no vine a buscar justos, sino pecadores", decía Jesús. Recordemos la frase
tan famosa que Él le dijo a la pecadora arrepentida: "Se le perdona mucho porque
demuestra mucho amor" (Lc 7,47) y digámosle repetidas veces: "Jesús te amo".
Recordemos aquella bella noticia que nos dijo el profeta Miqueas: "Dios echará
al fondo del mar nuestros pecados, para no volverlos a ver" (Mil, 19). Y
digámosle muchas veces: Señor, confío en tu misericordia. Padre he pecado contra
el cielo y contra Ti. "Misericordia Señor que soy un pecador". Y no olvidemos la
noticia que nos narró Jesús, que el publicano que repitió esta última oración fue
perdonado por el Señor y recobró su santa amistad (cf. Lc 18). Como el publicano
del evangelio si pedimos perdón a Dios, seremos perdonados por Dios.
FINAL FELIZ. Vayamos mentalmente hacia nuestra muerte antes de que ella nos
llegue. Lo bueno que a la hora de la muerte quisiéramos haber hecho, vayámoslo
haciendo desde ahora. Hagamos un inventario diciendo: "A la hora de la muerte
¿qué será lo que desearé tener y a qué desearé haber renunciado? Lo que no
resista al juicio de la hora final tengo que irlo dejando desde ahora". Para tener un
final feliz hay que prepararlo bien.
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Alegre sorpresa. Uno de los más grandes sabios que ha tenido la Iglesia Católica,
gran devoto de la Virgen María y de san José, decía ya moribundo: "Nunca había
pensado que fuera tan suave el morir". Me deseo, y deseo a todos los lectores,
una muerte así: feliz y en paz con Dios. Amén.
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MISTERIOS DEL ROSARIO
MISTERIOS GOZOSOS
[Lunes y Sábados)
MISTERIOS DOLOROSOS
[Martes y Viernes)
La coronación de espinas.
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MISTERIOS GLORIOSOS
(Miércoles y Domingos)
La resurrección de Jesucristo.
MISTERIOS LUMINOSOS
(Jueves)
El bautismo de Jesús.
La transfiguración.
La Eucaristía.
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ÍNDICE
Prólogo Los elogios que hizo un gran santo acerca de este libro.
Capítulo 7 Cómo hacer buen uso de las dos potencias que hemos recibido: el
entendimiento y la voluntad.
Capítulo 8 Las causas que nos impiden juzgar y calificar debidamente las
situaciones y la regla que se debe observar para conocerlas bien.
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Capítulo 16 Del modo como los combatientes de Cristo debemos planear los
combates cada mañana.
Capítulo 22 Cómo podemos valemos de los seres visibles para elevar nuestro
corazón a Dios.
Capítulo 30 Una trampa mortal que hay que evitar: el que las mismas
virtudes sean causa de que nos dejemos vencer por el orgullo-
Capítulo 31 Pequeños combates que hay que hacer todos los días.
Capítulo 32 Hay que contentarse con adquirir poco a poco las virtudes y
ejercitarse primero en una virtud y después en otra.
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Capítulo 34 Que en el combate espiritual, no adelantar es retroceder, y no
crecer es disminuir.
Capítulo 36 Que para aprender a triunfar hay que aceptar las ocasiones que
se presentan para combatir y no disgustarse por aquello que va contra
nuestras inclinaciones.
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Capítulo 53 Cómo ofrecernos del todo a Dios.
El presente libro fue digitalizado el día 6 de noviembre del 2011, para uso de los
fieles creyentes en Nuestro Señor Jesucristo y para quienes lo consideren
necesario para su crecimiento espiritual.
Dios tenga misericordia de nosotros y nos guarde para la vida eterna. Amén
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