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La Disuasión en La Zona Gris
La Disuasión en La Zona Gris
La Disuasión en La Zona Gris
JAVIER JORDÁN
Universidad de Granada
Cómo citar/Citation
Jordán, J. (2022). La disuasión en la zona gris: una exploración teórica. Revista Española de Ciencia Política, 59, 65-88.
Doi: https://doi.org/10.21308/recp.59.03
Resumen
Los estudios sobre disuasión han experimentado cuatro olas. Las tres primeras centradas funda-
mentalmente en la disuasión nuclear y la cuarta orientada a la disuasión del terrorismo y a los
denominados «rogue states». Sin embargo, la disuasión por debajo del umbral de la guerra —es
decir, del conflicto en la zona gris— apenas ha recibido atención. Este artículo propone un marco
teórico exploratorio para disuadir la escalada dentro de los conflictos en la zona gris. En primer
lugar, se presentan algunos principios fundamentales de la teoría de la disuasión aplicables a la
escalada en la zona gris a partir de una revisión de la literatura tanto clásica como reciente. A conti-
nuación, se estudian el porqué y el cómo de la escalada en la zona gris. Seguidamente, se analizan
los retos que plantea a la disuasión en los dos primeros escalones. Por último, el artículo presenta
una serie de claves teóricas para la práctica de la disuasión en los conflictos en la zona gris.
Palabras clave: disuasión, conflicto en la zona gris, escalada, estrategias híbridas, estabilidad
estratégica.
Abstract
Deterrence studies have experienced four waves. The three first ones mainly focused on nuclear
deterrence and the fourth one was aimed at deterring terrorism and the so-called «rogue states».
However, deterrence below the threshold of war —that is, the conflict in the gray zone— has
received little attention. This article proposes an exploratory theoretical framework to deter escala-
tion within conflicts in the gray zone. First, and based on a review of both classical and recent liter-
ature some fundamental principles of deterrence theory applicable to gray zone escalation are
presented. Then, the why and how of escalation in the gray zone are discussed. Next, the article
analyzes the challenges to deterrence in the first two rungs of the scalation ladder. Finally, the
article presents a series of theoretical keys for the practice of deterrence of conflicts in the gray zone.
Keywords: deterrence, gray zone conflict, escalation, hybrid strategies, strategic stability.
INTRODUCCIÓN
previas. Tang advierte así de los efectos perniciosos del «culto a la reputación» (ibid.:
46-48). El miedo a perder la imagen de firmeza puede ser objeto de manipulación por
parte de los aliados e inclina a prolongar y escalar innecesariamente los conflictos.
El siguiente concepto fundamental de la teoría de la disuasión es la estabilidad,
uno de los temas centrales de la Guerra Fría. La estabilidad estratégica se alcanza
cuando los actores interrelacionados por el juego de la disuasión aceptan que las
ventajas estratégicas de atacar primero quedan eclipsadas por los enormes costes de
hacerlo (Brodie, 1959: 303). La estabilidad requiere una disuasión robusta, cuyas
capacidades no puedan ser desbaratadas por un ataque preventivo del rival. A la vez,
se ha de evitar que el desarrollo de esas capacidades se interprete como una amenaza
inminente, provocando la reacción intencionada o accidental de aquel a quien se
pretende disuadir por el temor a ser objeto de un ataque preventivo (Wohlstetter,
2009: 203-205). Por razones obvias, este delicado equilibrio en el que se asentaba la
disuasión nuclear entre las dos superpotencias no admitía un solo fallo. Y, aunque
aparentemente la situación de destrucción mutua asegurada garantizaba la estabilidad
estratégica, en realidad se trataba de un equilibrio frágil, sujeto a las percepciones de
ventaja —o desventaja— de los contendientes, agudizadas en momentos de crisis, así
como a la transformación objetiva de los equilibrios de poder como consecuencia de
los avances tecnológicos (Green, 2020: 28-47).
El panorama se transformó radicalmente con la caída del Muro de Berlín. La esta-
bilidad estratégica cambió de contenido y la disuasión resultó palpablemente insufi-
ciente ante amenazas no existenciales como el terrorismo o las insurgencias. La
disuasión perdió el lugar central en el repertorio de herramientas estratégicas (Morgan,
2003: 284-285; Knopf, 2010: 4; Stone, 2012: 119), entre otros motivos porque cobró
mayor interés la resolución de conflictos. La estabilidad estratégica es obviamente
distinta a la solución de la incompatibilidad que subyace tras ella. La disuasión contri-
buye a que la conflictividad no escale, pero para ir a la raíz son necesarios otros instru-
mentos; cuestión que aplicada al conflicto en la zona gris sería tema de otro artículo.
Siguiendo con la fragilidad de la estabilidad estratégica, conviene recordar que los
límites de la disuasión por debajo del umbral nuclear ya habían sido reconocidos por la
literatura clásica en la paradoja estabilidad-inestabilidad. Conseguir la estabilidad gracias
a una disuasión robusta en un nivel elevado de la escala no impide que el rival traslade el
conflicto a registros inferiores, donde quizás el disuasor no sea capaz de responder o lo
haga de manera menos efectiva (Liddell Hart, 1960: 23; Jervis, 1984: 31). Esta paradoja
persiste precisamente en el objeto de estudio de este artículo porque la disuasión nuclear
y convencional reducen drásticamente la probabilidad de guerra abierta entre potencias,
pero ello no impide que canalicen su antagonismo mediante conflictos en la zona gris.
Una respuesta a los límites de la efectividad disuasoria por debajo del umbral nuclear
ha sido la idea de disuasión acumulativa (cumulative deterrence), conceptualizada por
algunos autores a partir de la experiencia de Israel en la lucha contra Hamas y Hizbollah.
Consiste en la combinación de amenazas y empleo de la fuerza durante el transcurso de
un conflicto prolongado (Almog, 2004: 8; Rid, 2012). Se parte de la premisa de que las
agresiones son inevitables, por lo que la disuasión pasa a ser intraconflicto con el
propósito de contener la espiral violenta. Su aplicación pasa por marcar líneas rojas
intentado que el adversario las asuma a través de un proceso interactivo que incluye
respuestas militares, con la aspiración última de lograr una estabilidad estratégica perdu-
rable (Tor, 2015: 2-4). Supone, por tanto, un planteamiento completamente distinto al
derivado de la disuasión nuclear clásica.
Otro desarrollo conceptual relativamente reciente es el de disuasión a medida
(tailored deterrence), término que se introdujo en la doctrina del US Strategic
Command en 2004 y en la Quadrennial Defense Review del Pentágono en 2006
(Lantis, 2009). La disuasión a medida requiere conocer en profundidad los valores,
normas, intereses y condicionantes de quienes toman las decisiones para comprender
su «mentalidad» o cultura estratégica (ibid.: 470). Resulta acorde, por tanto, con una
visión que trasciende los límites del modelo racional al incorporar aportes sobre ideo-
logía, cultura, sistema de gobierno, etc. (Jervis, 1978: 308; Baylis, 2009: 13; Payne,
2011: 398-399). No obstante, Morgan advierte sobre la necesidad de guardar un equi-
librio entre multidisciplinariedad y pragmatismo (2012: 103), pues de lo contrario se
acabarán construyendo matrices sumamente complejas, basadas en presunciones cues-
tionables y de escasa utilidad para el diseño de una estrategia disuasoria efectiva.
Finalmente, otro principio asociado a la disuasión es la oferta de garantías (assu-
rances). La disuasión se basa en amenazas asociadas a traspasar determinados límites, y
a la vez en aliviar la inseguridad de la otra parte garantizando que no tiene nada que
temer si los respeta (Brodie: 1959: 397; Jervis, 1978: 304-305; Knopf, 2012: 375).
Schelling ilustra su importancia afirmando que «un paso más y disparo» es una
amenaza disuasoria válida siempre que vaya acompañada de «y no dispararé si no lo
das» (2008: 74). Las garantías son un componente indispensable de la estrategia de
influencia que es toda disuasión, además de una ayuda a la hora de evitar dilemas de
seguridad genuinos: aquellos donde dos actores sin intenciones hostiles malinter-
pretan las medidas defensivas de la otra parte (Tang, 2009: 598). Las garantías incluyen
medidas de carácter militar propias de los regímenes de seguridad (como las medidas
de confianza y seguridad militar, y la limitación de armamentos), y otras de carácter
diplomático y político como demostrar autocontención, desarrollar estrategias de reci-
procidad tipo «toma y daca» (tit-for-tat), asumir compromisos políticos irrevocables
(como fue la visita de Sadat a Jerusalén en 1977) y respetar normas tácitas e informales
de competición (Knopf, 2012: 385).
de zona gris. Este se refiere al espacio intermedio en el espectro de conflicto que separa
la competición acorde con las pautas convencionales de hacer política, del enfrenta-
miento armado directo y continuado.
La conflictividad en la zona gris es susceptible de transitar por diversos registros, lo
cual reviste un interés particular desde la perspectiva del artículo, ya que la disuasión
se dirige a contener el conflicto en los peldaños inferiores. Conviene prestar atención
al por qué y al cómo de la escalada, y para responder a lo primero es necesario distin-
guir entre escalada deliberada, inadvertida y accidental (Morgan et al., 2008: 19-28).
Una escalada es intencionada cuando el actor que la promueve sabe que está provo-
cando un cambio cualitativo en el estatus del conflicto, aunque no sea capaz de prever
todas las consecuencias que se derivarán de él. Esta escalada puede ser unilateral,
cuando una de las partes aumenta la presión sobre el oponente con independencia de
las acciones de este, o mutua, resultado de un proceso interactivo donde los actores
escalan en respuesta a las acciones del rival. La intención de la escalada puede ser
doble: instrumental, para mejorar su situación dentro del conflicto con la expectativa
que la otra parte ceda, o simbólica, para señalar coercitivamente, enviando un mensaje
de predisposición a escalar aún más. En cualquier caso, ambos fines coinciden con la
visión clásica de la escalada intencionada como una competición para ver quién
muestra mayor determinación y tolerancia al riesgo (Kahn, 2009: 3).
En la escalada consciente, uno de los actores puede asumir un nivel de riesgo
excepcional con la expectativa de que la otra parte dará marcha atrás. Se pasa así a la
fase más elevada de manipulación del riesgo (brinkmanship), que combina coerción,
peligro e incertidumbre (Schelling, 2008: 99-100). El brinkmanship es propio del
último peldaño de la zona gris, justo en el umbral de la guerra. El deterioro de las rela-
ciones entre Estados Unidos e Irán a lo largo de 2019 proporcionó varios ejemplos de
escalada intencional e incluso de brinkmanship. Dos que encajarían en esta última
categoría serían el derribo de un drone MQ-4C Triton por parte de Irán en junio de
2019 y el asesinato del general Soleimani por Estados Unidos a comienzos de 2020.
En segundo lugar, la escalada puede ser inadvertida cuando se traspasa un umbral
relevante para la otra parte, pero no es percibido de igual manera por quien la provoca.
Con ella se produce un cambio cualitativo en la intensidad de la confrontación,
aunque no fuera previsto por su responsable. A menudo, se debe a una valoración
defectuosa de los intereses y determinación del rival y a un error de cálculo sobre los
efectos segundos y terceros de la acción que motiva la escalada. Los umbrales de
respuesta son una construcción social y no siempre resultan simétricos y obvios para
ambas partes, salvo que la parte afectada lo haga explícito y lo convierta en una línea
roja. Un posible ejemplo de este tipo de escalada fue la que se derivó del intento de
asesinato del desertor ruso Sergei Skripal y de su hija con un agente nervioso que
terminó contaminando a tres ciudadanos británicos y provocando la muerte a uno de
ellos. El incidente ocasionó una crisis entre Londres y Moscú que se saldó con la
expulsión de ciento cincuenta y tres diplomáticos por más de veinte países aliados
(Borger et al., 2018). Es plausible que los responsables se hubieran abstenido de dicha
acción en caso de prever tales consecuencias. Otro ejemplo fue el inicio de la guerra
entre Israel y Hizbollah en el verano de 2006 tras la emboscada a una patrulla israelí
cerca de la frontera y el secuestro de dos de sus componentes. Una vez finalizadas las
hostilidades, Hassan Nasrallah, secretario general de Hizbollah, reconoció que no
habría aprobado la acción de haber sabido que causaría una guerra (McCarthy, 2006).
Todo ello constituye un recordatorio de que las decisiones no siempre obedecen a
parámetros racionales; son resultado de seres humanos falibles que actúan dentro de
organizaciones imperfectas. A su vez, las líneas rojas tampoco están siempre bien deli-
mitadas o se perciben correctamente. Por todo ello, la posibilidad de escalada inadver-
tida agudiza la incertidumbre en las interacciones disuasorias (Schelling, 2008: 92-93).
Y, por último, la escalada también puede ser accidental. En lugar de derivarse de
una acción querida con consecuencias imprevistas, la acción desencadenante es invo-
luntaria al menos en lo que respecta al nivel político-estratégico del agresor, que no es
responsable de la orden ni tiene conocimiento previo de ella. El problema a la hora de
identificar este tipo de casos en los conflictos en la zona gris es la tendencia en ellos a
la no atribución, como refuerzo de la ambigüedad y modo de eludir la responsabilidad
ante una eventual la escalada. La escalada intencionada o inadvertida dentro de la zona
gris puede camuflarse como una escalada accidental culpando de sobrerreacción al
oponente. Un ejemplo que podría haber iniciado una escalada accidental fue el extraño
incidente de Deir Ezzor en febrero de 2018, cuando una fuerza pro-Assad acompa-
ñada por mercenarios rusos del grupo Wagner atacó durante horas una posición
defendida por milicias kurdas y operadores especiales norteamericanos. Los responsa-
bles militares rusos negaron cualquier relación con el incidente. Afortunadamente, el
episodio no provocó una escalada entre Washington y Moscú, a pesar de que los
contratistas rusos sufrieron decenas de muertos (Marten, 2018).
Pasando al cómo de la escalada, es posible distinguir los siguientes niveles de
menor a mayor intensidad en términos de atribución e intrusión. Y al igual que ocurre
con la metáfora clásica de Kahn, cada peldaño de la escalera entraña mayores costes y
riesgos para ambas partes (2009: 63).
El primero se puede denominar configuración del entorno. Es el nivel inferior en
términos de coerción y tiene como fin moldear el contexto para facilitar el ejercicio del
poder sobre el rival. Es también el nivel de escalada más ambiguo. La dificultad a la
hora de delimitar la frontera del conflicto en la zona gris se plantea en el límite entre
este primer peldaño y la competencia pacífica (blanco), pues en ella también abundan
por ejemplo las acciones de coerción económica, espionaje y las operaciones de
influencia (Gompert y Binnendijk, 2016: 2-10). Reflejan la competencia entre países
para aumentar su respectiva cuota de poder relativo, pero son acordes con parámetros
comúnmente aceptados en la política internacional.
No obstante, hay otras actuaciones que van un paso más allá, traspasando los
límites de lo que se considera aceptable e incluso legal en las relaciones entre Estados.
Por ejemplo, la difusión recurrente de noticias falsas y teorías de conspiración para
deslegitimar al rival —con especial resonancia en los extremos del arco político—, la
presión contra instituciones académicas sobre los contenidos de ciertos seminarios y
resultados de investigación, los boicots comerciales, la instrumentalización política de
El primer reto se presenta a la hora detectar las estrategias híbridas como requisito
previo a la activación de los mecanismos de disuasión. Como ya se ha señalado ante-
riormente, resulta sencillo determinar el límite entre zona gris y el conflicto armado,
pero la frontera se desdibuja en el extremo opuesto al diferenciarla de la competencia
pacífica. La corriente realista ofrece un diagnóstico certero al presentar a los Estados
como actores egoístas que pugnan por maximizar sus respectivos intereses. Ante esta
realidad, la competición per se no es un criterio suficiente a la hora de determinar la
existencia de un conflicto en la zona gris. De lo contrario, se securitizarían innecesaria
—y peligrosamente— las interacciones competitivas de los Estados, generando
dilemas de seguridad. Por tanto, a la hora de determinar si se ha cruzado la difusa fron-
tera de la zona gris, además de la existencia de una incompatibilidad —percibida o
real—, se ha de prestar atención a los modos y medios empleados por el presunto actor
en la zona gris a costa de la soberanía e intereses de la otra parte, y constatar si dichos
modos y medios van contra las normas comúnmente aceptadas en las relaciones
competitivas pero pacíficas entre Estados (Baqués, 2021: 115).
En la práctica, esto no siempre es fácil de demostrar, ya que el actor hostil puede
recurrir a medios propios tanto de la competencia pacífica como de la zona gris con
justificaciones plausibles de carácter legal, económico, humanitario, de seguridad, etc.
La ambigüedad resultante dificulta la detección, la disuasión y la respuesta, a la que
fácilmente se calificará de sobrerreacción. La detección de estrategias híbridas requiere
un esfuerzo especial de alerta temprana para diseñar y vigilar indicadores distintos a los
de la disuasión militar clásica, con mayor énfasis en las dimensiones diplomática, polí-
tica, económica, social o informativa. También requiere identificar patrones creativos
costes y beneficios del potencial agresor. En paralelo, ese repertorio de respuestas inte-
grales debe ser acorde con el marco legal del propio Estado y con el derecho interna-
cional para mantener la legitimidad propia y facilitar la vuelta del otro actor a la
competencia pacífica.
El segundo principio es gozar de credibilidad, resultado de esa multiplicación
entre capacidad, determinación y comunicación. Esos tres elementos identificados por
la literatura general sobre disuasión deben adaptarse, sin embargo, a la especificidad de
la zona gris.
La capacidad es uno de los componentes más afectados. A diferencia de la disua-
sión tradicional, la herramienta militar cede protagonismo a otras dimensiones, hasta
el punto de que la superioridad militar por sí sola no es garantía de capacidad disua-
soria. Esto resulta de nuevo acorde con la paradoja estabilidad-inestabilidad. El éxito
de la disuasión militar para evitar el conflicto armado no impide que la rivalidad se
intensifique por debajo del umbral de la guerra, donde son necesarias capacidades de
otra naturaleza. Con la disuasión en la zona gris se pretende ampliar todo lo posible la
estabilidad estratégica hacia esos registros inferiores. Y de ello se derivan tres conside-
raciones sobre la capacidad.
Primero, las capacidades militares que generan disuasión para evitar una guerra
convencional continúan siendo necesarias para mantener la estabilidad estratégica
también en ese nivel. Desincentivan que el potencial adversario lleve la zona gris al
límite al hacer aún más difícil el control de la escalada; es decir, que cuente con supe-
rioridad militar y determinación para imponerse a un coste asumible en una guerra
abierta (Kahn, 2009: 290).
Segundo, que las capacidades militares susceptibles de ser empleadas dentro de la
zona gris deben adaptarse para ser efectivas frente a las amenazas propias de este
espacio y a la vez no resultar escalatorias (por ejemplo, mayor énfasis en sistemas anti-
drones y antimisiles). De lo contrario no serán creíbles o, si se emplean, serán inefec-
tivas o incluso contraproducentes.
Tercero, la generación de capacidades disuasorias requiere un análisis del conjunto
de herramientas de poder del propio Estado (diplomático, económico, informacional,
política interna, etc.) con la perspectiva del enfoque integral (comprehensive approach)
para identificar las más efectivas a la hora de influir sobre el cálculo de costes y benefi-
cios del potencial agresor. Dicho de otro modo, la disuasión en la zona gris es asunto
del conjunto del Gobierno, no principal ni exclusivamente del ministerio de Defensa
(Jackson, 2019: 112; Takahashi, 2018: 800-801). Al mismo tiempo, la respuesta
disuasoria en forma de represalia no tiene por qué coincidir con la dimensión de la que
proviene el ataque. Es posible escalar horizontalmente en otras dimensiones más
acordes con las capacidades propias y menos favorables para el potencial disuadido
(Green et al., 2017: 38). Atendiendo a la naturaleza de la respuesta, esas represalias
disuasorias pueden ser a su vez escalatorias o no escalatorias, reversibles o irreversibles
(Mallory, 2018: 21). De modo que, si el objetivo último de la disuasión es mantener
la estabilidad estratégica, parece aconsejable optar por reversibles y no escalatorias; por
ejemplo, expulsión de diplomáticos o sanciones económicas contra individuos
1. Traducción propia del original: «The threat that leaves something to chance».
el disuasor cuenta con apoyos internacionales a favor de su causa, y más aún si ese
respaldo abarca también la respuesta común en el marco de una alianza.
En cuanto a la comunicación, el primer obstáculo que sortear es la no atribución.
No obstante, aunque el desdibujamiento de la autoría puede suponer un problema en
la configuración del entorno y en la interferencia, lo cierto es que resulta difícil de
ocultar conforme se escala. El contexto estratégico, por un lado, y la capacidad opera-
tiva, por otro, permiten triangular con un grado de seguridad razonable la autoría de
numerosas acciones (Tor, 2015: 9). Por ejemplo, Arabia Saudí no pudo establecer con
certeza si los misiles que atacaron la instalación energética de Abqaiq en septiembre de
2019 fueron lanzados desde Irán o desde territorio iraquí. Sin embargo, existían pocas
dudas sobre la responsabilidad última del régimen de Teherán en dicha acción. Lo
mismo ha ocurrido con diversos sabotajes contra buques mercantes en aguas del golfo
Pérsico durante los años 2019 y 2020 (Eisenstadt, 2020: 2-3). En paralelo, tanto el
programa nuclear como el de misiles balísticos de Irán han sufrido diversos sabotajes
físicos y ciber, asesinatos de responsables e incluso un bombardeo por un dron que
despegó desde territorio iraní (Egozi, 2021). Tanto el contexto estratégico como las
capacidades operativas hacen que las acusaciones iraníes contra Israel resulten perfecta-
mente plausibles.
El segundo desafío al que se enfrenta la comunicación es cómo hacerla no escala-
toria y a la vez creíble. Se acaba de señalar que la finalidad es mantener la estabilidad
estratégica, pero un énfasis excesivo en evitar la escalada debilita la disuasión y, por
ende, la propia estabilidad. Siguiendo a Schelling, si se quiere influir sobre el cálculo
de costes y riesgos del potencial disuadido, este tiene que percibir que la situación es
genuinamente peligrosa, que el disuasor está dispuesto a escalar (2008: 96). A tal
efecto, dicha comunicación puede llevarse a efecto de manera pública o discreta,
trazando claramente líneas rojas o jugando con la ambigüedad. Cada opción tiene
pros y contras. Las declaraciones públicas cuentan con la ventaja de que en teoría
aumentan los costes políticos internos de dar marcha atrás, por lo que a priori dotarían
a la disuasión de mayor credibilidad en comparación con una advertencia transmitida
por canales secretos (Fearon, 1994: 577). Sin embargo, otros autores sostienen que la
opinión pública valora la prudencia y el contenido específico de las decisiones en situa-
ciones de crisis, antes que su coherencia con los mensajes precedentes (Snyder y
Borghard, 2011; Trachtenberg, 2012). En el lado negativo, las declaraciones públicas
corren el riesgo de desafiar y dejar en evidencia al oponente ante su propia opinión
pública, incentivando de manera involuntaria el curso de acción que se pretende
disuadir (Green et al., 2017: 41).
El tercer reto de la comunicación consiste en conjugar ese fin no escalatorio con
un mensaje claro. La ambigüedad y la ausencia de líneas rojas afectan negativamente a
la credibilidad (Betts, 2013). Ante el asedio al que se ve sometida la credibilidad en la
zona gris, optar por una postura excesivamente ambigua lleva a que el disuadido subes-
time aún más la resolución del disuasor (Green et al., 2017: 44). No obstante, trazar
líneas rojas conlleva dos riesgos que conviene valorar en función del caso. Por un lado,
las líneas rojas permiten que el adversario manipule el umbral de respuesta, actuando
por debajo de la línea establecida (ibid: 43). Por otro, si no van acompañadas de sufi-
cientes garantías, las líneas rojas y las amenazas asociadas a ellas corren el riesgo de
agudizar el dilema de seguridad e incentivar la escalada (Jervis, 1978: 295). Claro está,
siempre que dicho dilema sea genuino: que ninguno de los actores implicados albergue
intenciones hostiles (Tang, 2009: 616-618). Ante esos pros y contras, la doctrina
oficial británica propone, por ejemplo, comunicar con claridad al oponente el interés
en que no siga un determinado curso de acción, pero sin entrar en detalles sobre
umbrales y respuestas específicas (UK Ministry of Defence, 2019: 47). Otra posibi-
lidad consiste en modificar —a la baja— la línea roja si se percibe una manipulación
por la otra parte. Volviendo a Oriente Medio, la Administración Biden ha comuni-
cado por vía de los hechos una modificación en el umbral de respuesta a los ataques de
las milicias proiraníes contra instalaciones norteamericanas en Irak y en Siria. Durante
la Administración Trump lo habitual era que Estados Unidos llevase a cabo ataques de
represalia cuando se producían bajas norteamericanas, mientras que con la nueva
Administración las represalias se activan como respuesta a cualquier ataque, haya o no
muertos o heridos norteamericanos (Stratfor, 2021).
Finalmente, conviene subrayar que la disuasión en estos niveles de la zona gris
aspira a ser acumulativa; es decir, resultado de múltiples interacciones inamistosas
donde el disuasor es capaz de imponerse y transmitir la necesidad de respetar determi-
nados límites (Stevenson, 2017: 7; Halas, 2019: 14; Mazarr et al., 2021: 15). La disua-
sión acumulativa asume de facto el fracaso repetido tanto de la disuasión general como
de la disuasión inmediata. Sin embargo, trata de alcanzar la estabilidad estratégica a
través de un proceso de aprendizaje donde van tomando forma normas de conducta,
a veces conocidas como reglas del juego. Así ocurre, por ejemplo, con las interacciones
hostiles entre Israel y Hizbollah en la frontera del Líbano, donde la disuasión acumu-
lativa ha mantenido el conflicto dentro de la zona gris, a excepción de la escalada inin-
tencionada de la milicia chií en julio de 2006 que desembocó en la guerra de aquel
verano (Norton, 2007: 479). Un episodio bélico que ilustra el peligro de llevar la
competición a los registros más elevados. La disuasión acumulativa trata, por tanto, de
configurar el entorno mediante éxitos tácticos que a la postre generen una situación
estratégica ventajosa y estable (Almog, 2004: 9).
CONCLUSIÓN
AGRADECIMIENTOS
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JAVIER JORDÁN
jjordan@go.ugr.es
Profesor titular de Ciencia Política y director de la publicación digital Global Strategy.
Ha sido investigador invitado en el Centro de Estudios Internacionales de la Univer-
sidad de Oxford (2001), en el Instituto Europeo de la Londres School of Economics
(2002 y 2004), en el Instituto de Política Internacional del King’s College of Londres
(2003), así como en el Leonard Davis Institute for International Relations (2013) de
la Universidad Hebrea de Jerusalén y en el Instituto Español de Estudios Estratégicos
(2015-2016). Ha formado parte del equipo español en la Campaña de Desarrollo de
Capacidades Multinacionales (MCDC) 2017-2021 «Countering Hybrid Warfare»
(CHW2 y CHW3). En marzo de 2022 recibió el premio Serge Lazareff de la NATO
Allied Command Operations Office of Legal Affairs.