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Lumbreras (2005) - Tres Principios y Tres Criterios

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74 ARQUEOLOGÍA Y SOCIOLOGÍA

TRES PRINCIPIOS, TRES CRITERIOS Y TRES FACTORES”

El objeto de estudio de la arqueología es el conjunto de restos materiales dejados


por el hombre como producto de su actividad social. Estos materiales se en-
cuentran físicamente ubicados dentro de un orden que corresponde a las circuns-
tancias específicas en las que quedaron depositados o abandonados. Por tanto,
la primera tarea del arqueólogo consiste en constatar, con el máximo de precisión,
la información que revelan estas circunstancias. Este primer nivel de la investiga-
ción científica corresponde a la acumulación de los datos empíricos. Rescatados los
materiales en sus circunstancias, el arqueólogo debe tratar de encontrar la relación
de sus hallazgos con la sociedad que los produjo, convirtiendo de este modo el
dato arqueológico en dato histórico-social. Este segundo nivel del proceso de
investigación corresponde a la elaboración del dato empírico. Cumplidos estos dos
niveles de la investigación, la tarea siguiente consiste en convertir los datos acumu-
lados y elaborados en factores reconstructivos y explicativos de la conducta histórico-
social y las leyes que la rigen. En cada uno de estos niveles del trabajo científico,
existen pautas que le dan coherencia a la investigación, las que corresponden al
campo de la"teoría previamente elaborada, es decir, al de las leyes generales y
particulares que ya han sido descubiertas, y que hacen posible ordenar de modo
sistemático el proceso de investigación.
En el nivel de la acumulación empírica de los datos, se trata de verificar o
constatar las circunstancias concretas dentro de las cuales están organizados los
objetos arqueológicos. Estas circunstancias se basan en tres principios: el de
asociación, el de superposición y el de recurrencia, y que permiten entender el
orden y las condiciones en las que aparecen los restos arqueológicos. Precisamen-
te, al servicio de esta tarea están todas las técnicas de prospección, excavación
y descripción que ha desarrollado la arqueología.
El principio de asociación es la pauta sobre la cual se sustenta todo el que-
hacer arqueológico. Su expresión física es el contexto, es decir, el conjunto de
elementos y rasgos que aparecen juntos, entendiéndose como “elementos” a
los restos materiales (un ceramio, un cadáver, una cista, una construcción, etc.)
y como “rasgo” a los aspectos formales que particularizan su comportamiento
(la orientación de los elementos dentro de la tumba, la posición del cadáver,
etc). Consecuentemente, la identificación de la relación entre elementos y rasgos,
su medición y registro, definen un contexto. Son contextos, por ejemplo, una
tumba, una capa de basura, el piso de una vivienda, el altar de un templo, el re-
lleno de una plataforma, un depósito de ofrendas, el derrumbe de un techo o

6. En Gaceta Arqueológica Andina 4-5. Lima: Instituto Andino de Estudios Arqueológicos,*


1982.
“Dos / Hacia UNA TEORÍA DE LA OBSERVACIÓN 75

de un muro, un campo de cultivo, etc. Cada uno de ellos se define a partir de


los elementos que lo conforman y los rasgos que lo particularizan.
El principio de superposición es aquel que permite establecer la relación
física secuencial de los eventos sociales que registran los contextos. Este principio
establece la necesidad de reconocer como anteriores a aquellos contextos que
se encuentran depositados debajo de otros que, por razones estrictamente físico-
mecánicas, tienen que haber sido posteriores. En este principio se basa la técnica
conocida como estratigrafía, usada por la arqueología desde hace muchos años
y cuya incomprensión condujo a muchos arqueólogos en décadas pasadas a
usar la técnica de la “estratigrafía arbitraria”, que consiste en excavar los sitios
arqueológicos por niveles métricos sin respetar los contextos. Desde luego, co-
mo parte del principio, se consideran las muchas variables de la estratificación
(estratigrafía invertida, etc.) y las formas de superposición no estratificadas, así
como aquellas que se derivan de la recurrencia.
El principio de recurrencia se refiere a la identificación de los patrones de
conducta socialmente aceptados cuya expresión física se encuentra en la repetición
de los rasgos y elementos que permitan establecer contextos asignables a una
misma forma de conducta, a lo largo de un tiempo dado o dentro de un
espacio determinado. La recurrencia es un principio que existe independiente-
mente de que el arqueólogo lo establezca; al igual que los dos principios anteriores,
las técnicas del arqueólogo deben limitarse a registrar e identificar el hecho. Una
de las técnicas usadas por la arqueología en la búsqueda de la recurrencia es la
tipología, cuyo defecto más notable, sin embargo, al igual que la excavación
por niveles arbitrarios en el caso de la superposición, consiste en la elaboración
de los tipos como modelos ideales producto de los criterios taxonómicos apli-
cados por el arqueólogo antes que como constatación de la recurrencia en sí
misma. De lo que se trata es de ordenar los elementos y los rasgos que constituyen
los textos dentro de una clasificación que permita rescatar aquello que se repite
y que, por tanto, revele los patrones de conducta que les dieron origen. El prin-
cipio de recurrencia es el que determina la posibilidad de úna clasificación con
capacidad de darle al dato arqueológico la calidad de hecho histórico socialmente
sienificativo.
En el nivel de acumulación del dato empírico, es indispensable, pues,
obedecer rigurosamente los principios anotados si se quiere mantener el alto
grado de objetividad que exige la ciencia en el tratamiento del objeto de estudio.
La tarea del arqueólogo en este nivel es estrictamente la de recuperar y registrar
hechos que son independientes del investigador, aunque seguramente es la que
requiere su mayor calificación y experiencia y, sin duda, su más exigente capacita-
ción técnica y teórica.
76 ARQUEOLOGÍA Y SOCIOLOGÍA

El siguiente nivel que se refiere a la elaboración de los datos acumulados


se conoce a partir de criterios que, desde luego, varían de investigador, de
acuerdo con el marco teórico a partir del cual ellos abordan su investigación.
Esto no quiere decir que ello implique un tratamiento subjetivo de este nivel del
trabajo científico; quiere decir que la manera como el arqueólogo ordena los
materiales y la forma como selecciona los indicadores sociales o culturales signifi-
cativos serán diferentes y, por lo tanto, los resultados tendrán un valor distinto
y una mayor o menor aproximación a la realidad histórica que se pretende co-
nocer. Desde Juego, quiere decir también que en este nivel pueden intervenir in-
vestigadores que no necesariamente requieran una formación como arqueólogos.
Los historiadores del arte, los especialistas en procesos tecnológicos especiales
—+tales como la alfarería o la metalurgia— u otros no tienen que ser expertos
en el manejo de los procedimientos arqueológicos requeridos en la fase de acu-
mulación del dato empírico, aunque obviamente sí deben conocer los principios
que regulan la procedencia de los contextos. Es bueno que el arqueólogo domine
el manejo clasificatorio de los materiales que rescata, pero es difícil que tenga la
capacidad de dominarlo todo, más aun ahora que el avance de las tecnologías
de la observación ha llegado a niveles de precisión muy elevados.
Los criterios tradicionalmente manejados son muy variados. Van desde
clasificaciones que obedecen a largas listas extraídas de la etnografía (economía,
tecnología, hábitat, etc.) hasta los más sistematizados que con frecuencia se re-
ducen al estudio de la forma y, en casos muy avanzados, al estudio de la función.
El criterio de forma es, aparentemente, el único susceptible de un registro cla-
ramente objetivo; mientras que, al contrario, se presume que el criterio de función
implica un proceso deductivo de un cierto contenido subjetivo. En realidad,
esto es solo aparente, pues, mientras que el criterio de forma se infiere directa-
mente del objeto, el de función se infiere igualmente del contexto. No obstante,
ambos criterios por sí solos devienen en subjetivos si es que no se los liga con
el factor que les da origen, que es el de la producción. Por tanto, es indispensable
establecer un criterio que rescate este factor que liga directamente al hombre —
en cuya actividad se originan los materiales arqueológicos— y el resultado de
esa actividad que es el objeto, que en todos los casos es “producto”.
Consideramos, pues, tres criterios sobre los cuales se debe operar en el
nivel de la elaboración de los datos arqueológicos: el de producción, en primera
instancia; el de forma; y, luego, el de función.
El criterio de producción, que muchas veces es parcialmente manejado
como parte del criterio de función, es obviamente el más importante, puesto
que a partir de él se liga al hombre con el medio ambiente y con el trabajo que
realiza como parte de su vida social. El criterio de producción implica la identifi-
cación de los recursos que el hombre obtuvo del medio que lo rodeó, ya sea
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utilizándolos directamente o trasformándolos en diversos niveles de complejidad


y profundidad que corresponderán al nivel de su desarrollo o capacidad produc-
uva, el que se explicita en los instrumentos que suponen tal tipo de uso del me-
dio. El criterio de producción, asimismo, permite rescatar la tecnología aplicada
en la obtención de un objeto y todo lo que corresponde al sistema de relaciones
del respectivo trabajo. De acuerdo con este criterio, los materiales pueden ser
organizados en términos de materia original, materia prima, técnicas de manufac-
tura, población (fuerza de trabajo), instrumentos, etc.
El criterio de función se refiere al ordenamiento de los materiales de
acuerdo con la relación de uso y valor que estos tienen dentro de la sociedad
que los produjo. La función se establece a partir de la relación que existe entre
los materiales dentro de su contexto originario. Por recurrencia, se pueden estable-
cer pautas de conducta homólogas a las que se dan o dieron en poblaciones
histórica o etnográficamente conocidas, donde los restos materiales de sus activi-
dades sociales concretas dejaron testimonios análogos a los registrados arqueo-
lógicamente; tal es el caso de la vajilla doméstica, los edificios públicos, las casas
de vivienda, los fosos funerarios, la cocina, etc. Igualmente, es posible establecer
función a partir del reconocimiento de vestigios físicos del uso de determinados
objetos, tales como las estrías que quedan en los filos de un cuchillo de piedra
o de un raspador, o el desgaste por fricción de un determinado artefacto. En
otros casos, la función se determina a través de la forma, dado que, de algún
modo, la forma de los objetos corresponde normalmente a una función.
El criterio de forma se refiere al ordenamiento de los materiales a partir
de los aspectos externos de un objeto, los que incluyen no solo la forma como
tal, sino también los aditamentos complementarios que particularizan la forma
en el nivel del estilo, segregando la forma en dos categorías clasificatorias: la
primera corresponde a la de clase (forma-función); y la segunda, al estilo, que
se refiere a las particularidades (ornamentación, colores, perfiles, etc.). Tal es el
caso, por ejemplo, de una botella de cerámica que, como clase, se organiza
dentro de una categoría de forma que explicita su función (botella); y, en cambio,
somo estilo o tipo, se ubica de acuerdo con las variantes del gollete, la forma
del continente (alargado, esférico, etc.) o la decoración.
Este ordenamiento de los materiales conduce a la instancia final del proceso
de investigación, puesto que, a partir de la información rescatada, se podrá dis-
poner de testimonios materiales ligados a su condición de unidades arqueológicas
socialmente significativas. Obviamente, deberán ser sometidos a un examen de
su ubicación en el de tiempo, el espacio y la población a la que están asociados,
gue son los factores dentro de los cuales los hechos históricos tienen sentido.

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