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Historia de Las Emociones

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Anuario del Instituto de Historia Argentina, mayo-octubre 2020, vol.

20, n°
1, e119. ISSN 2314-257X
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Historia Argentina y Americana

Dossier

Presentación Dossier: “Historia de las Emociones y


Emociones con historia”
María Bjerg

Universidad Nacional de Quilmes/CONICET, Argentina

Sandra Gayol

Universidad Nacional de General Sarmiento/CONICET, Argentina

Cita sugerida:Bjerg, M. y Gayol, S. (2020). Presentación Dossier: “Historia de las


Emociones y Emociones con historia”. Anuario del Instituto de Historia Argentina,
20(1), e119. https://doi.org/10.24215/2314257Xe119

La historia de las emociones no tiene una larga tradición para reivindicar,


como sí ocurre con otras áreas de la historiografía. A pesar de su juventud ha
experimentado un desarrollo exponencial, que redundó no solo en un frondoso
repositorio de publicaciones sino también en la consolidación institucional del
campo con la creación de centros de investigación de prestigio
internacional.1 En la actualidad existen tres instituciones que lideran la
investigación desde Alemania (Geschichte der Gefühle - Max Planck Institute
für Bildungsforschung), Gran Bretaña (Center for the History of Emotions -
Queen Mary University) y Australia (ARC - Center of Excellence for the
History of Emotions). Hace tiempo que, por fuera de esas instituciones, en
universidades europeas y norteamericanas surgieron espacios de investigación
de diferente magnitud que consolidaron perfiles propios a partir de enfoques
específicos y con recortes temáticos y cronológicos particulares.2 Más que de
una historiografía de las emociones, en América Latina deberíamos hablar de
un campo de estudio en construcción del que participan –con diferente
intensidad e influjo sobre sus disciplinas– la sociología, la antropología, la
filosofía, la literatura y la historia. Como en otras latitudes, también aquí los
investigadores realizan esfuerzos asociativos confluyendo en redes y grupos
de estudio como el Grupo de Pesquisa em Antropologia e Sociologia das
Emoçoes (Brasil), Grupo de Estudios sobre Sociología de las Emociones y los
Cuerpos (Argentina),3 el Núcleo de Estudios Sociales sobre la Intimidad, los
Afectos y las Emociones (Argentina), o la Red Nacional de Investigadores en
los Estudios Socioculturales de las Emociones (México).
En la Argentina, el interés de los historiadores por las emociones es todavía
limitado y muy reciente. Un puñado de investigadores, cuyas biografías
intelectuales habían dibujado recorridos clásicos por la historia social y la
historia cultural, se adentraron en los últimos años en el terreno de la vida
afectiva del pasado. Lo hicieron animados por la idea de que, lejos de
constituir expresiones de la irracionalidad o de ser simples datos de color, las
emociones son constitutivas de la vida social, incluso en el siglo XIX cuando
se las opuso a la razón y se buscó relegarlas al espacio íntimo y femenino;
pero también desafiados por el reto de abordar a unos objetos de pesquisa
fluidos y con sentidos cambiantes, que no siempre se dejan ver con claridad en
las fuentes.

Aunque estos emprendimientos (todavía poco articulados) distan de


recortarse como un campo específico de la historiografía local, el diálogo
entre quienes nos dedicamos a indagar cómo se nombraban, se expresaban y
se experimentaban las emociones en el pasado, se ha vuelto más fluido en el
último lustro. En abril de 2019, con la intención de formalizar un espacio de
debate e intercambio, las editoras de este dossier organizaron un taller en la
Universidad Nacional de Quilmes para reflexionar colectivamente sobre las
emociones en clave histórica, evaluar el estado del arte, y hacer una puesta en
común sobre conceptos, métodos y fuentes. Cuatro de los trabajos que
componen esta publicación son el resultado de aquel taller (Bartolucci, Bjerg,
Gayol y Peire), y el quinto fue escrito por una de las referentes de los estudios
de las emociones en México (López Sánchez).

En los márgenes de los resultados parciales del taller que presenta este
dossier, mucho queda de lo debatido entonces. Numerosos puntos de acuerdo
y discrepancias enriquecedoras surgieron alrededor de aquella mesa a la que
llegamos, por un lado, con la inquietudes comunes sobre los aspectos no
resueltos en la historiografía de las emociones y, por otro, con el interés de
pensar en un posible derrotero propio, que aunque reconoce a la tradición de
estudios europea y americana como su fuente ineludible de inspiración y
formación, no puede eludir el hecho de que la singularidad de la historia de
cada sociedad no siempre se ajusta bien a los marcos de referencia teóricos,
metodológicos y conceptuales que fueron pensados para la historia de los
países centrales. Aunque sin la intención de forzar una toma de perspectiva
“desde el Sur” quienes, desde Argentina, nos plegamos al “giro emocional” –
con sus promesas y sus problemas–, tal vez debamos pensar en nuestras
articulaciones entre las emociones y lo político, lo social y lo cultural a la luz
de nuestras tradiciones historiográficas y, sobre todo, de un/unos pasado/s que
se muestran remisos a los modelos analíticos formulados en otras latitudes.

A partir de estas premisas, los asistentes al taller4 compartimos


preocupaciones comunes. La primera inquietud –y que parece lejos de
encontrar una vía de resolución– es del orden semántico: ¿qué queremos decir
cuando hablamos de emociones y cómo se distinguen estas del sentimiento y
el afecto? (una pregunta que recupera el artículo de Peire). ¿Podemos
subsumir a las dos últimas en un concepto ecléctico de emoción que funja a la
vez como un término “organizador” a la hora de historizar el miedo, la ira, el
odio o el amor? (Biess y Gross, 2014, pp. 6-7). La reflexión sobre el contenido
de esas palabras (miedo, ira, odio, amor) derivan en un desafío aún más
crucial, el de la compleja relación entre emoción y lenguaje (que se revela en
el trabajo de Bartolucci, Gayol y Peire), porque los problemas lingüísticos
atraviesan tanto al ejercicio de comprensión de los sentimientos de los actores
históricos como al intento de zanjar la brecha entre expresión emocional y
experiencia emocional. Esta brecha y la posibilidad de ir más allá del discurso
abordando las palabras como “declaraciones de experiencias” (Plamper, 2014)
es una discusión vigente y sobrevuela de diferente modo en los trabajos aquí
reunidos. ¿El legítimo que un historiador busque reconstituir la experiencia
apoyándose en fuentes que suelen ser parcas en palabras que mencionan
emociones? ¿Qué sentido tenían esas palabras en el contexto y momento
histórico en que fueron expresadas? ¿Cómo volverlas elocuentes de la relación
entre normas de expresión de las emociones, prácticas emocionales y
experiencia?

Lo prescriptivo, aquello que “es bueno o correcto sentir”junto con las reglas
que moderan la expresión de las emociones, constituye una de las
preocupaciones de los colaboradores de este dossier, aunque esa clave ocupa
mayor centralidad en los trabajos de Bjerg y López Sánchez. El de Bjerg se
pregunta sobre el impacto que la inmigración tuvo en las normativas y los
estilos emocionales de la Argentina entre fines del siglo XIX y la Segunda
Posguerra. Aborda los efectos emocionales de la movilidad espacial en la
familia transnacional y, a la vez, reflexiona, en una escala mayor, sobre la
posible reconfiguración de regímenes emocionales a la luz del problema de la
identidad nacional, intensamente afectada por el cosmopolitismo y la
heterogeneidad cultural, consecuencias indeseadas de las migraciones
masivas. La dimensión política y social también atraviesa el artículo de López
Sánchez, que analiza el ideario del amor romántico, poniendo el foco en las
iniciativas educativas y culturales para inculcarlo a los hombres y mujeres
mexicanos de las primeras décadas del siglo XX. Equivalente al matrimonio
heterosexual, el amor romántico estuvo lejos de limitarse al espacio
doméstico, erigiéndose en la emoción social y política por excelencia.

El amor se impone también como un principio organizador de la vida


pública. Los trabajos de Peire, Gayol y Bartolucci podrían leerse tomando
como hilo conductor las variaciones semánticas y los sentidos contradictorios,
aunque temporalmente coincidentes –como sugiere Peire–, del amor a la/s
patria/s en pugna o a una líder política y a su partido de gobierno. El amor a la
patria es abstracto, trascendente o sublime; pero como proponen Peire y
Bartolucci precisa y depende de vínculos físicos y de referencias puntuales, en
los que lo sensorial tiene su influjo. Aunque ninguno de los trabajos del
dossier aborda de manera específica a los sentidos –que, como señaló Benno
Gammerl (2014), refuerzan la ambivalencia del vocabulario emocional a la
que aludimos antes–, la relevancia del contenido físico-sensorial está presente
en los artículos de Peire y Gayol. Sentir la/s patria/s configuraba los sentidos
(entendidos como conceptos y lenguajes) que circulaban en diferentes sectores
sociales durante el ciclo revolucionario en las líricas populares y los dramas
patrióticos cultos. Las voces de Eva acordes con los contextos específicos y
las tecnologías de reproducción sonora se amplificaban y expandían espacial y
temporalmente. Esa voz alimentada por el entrenamiento y la técnica fue
nodal en la construcción del liderazgo político y fue una expresión de
modificaciones sensoriales y hábitos de percepción y audición en los mundos
privados y en la política.

La puesta en cuestión de la clásica dicotomía pasión-razón tiene importantes


consecuencias en la reconsideración de los componentes emocionales de la
política y las acciones colectivas. Ya no se sostiene la idea de una esfera
pública o de procesos políticos incontaminados de emociones, sólo racionales
y basados en el autocontrol de sus actores. Reponer la emocionalidad de la
esfera pública, como propone Gayol, permite pensar de otro modo la relación
entre poder e ideología y comprender que los vínculos afectivos entre
gobernantes y gobernados no son incompatibles con obligaciones legales y
expresiones institucionales. Como sostiene Gould (2010) en un trabajo ya
clásico: “la teoría del afecto pone en tela de juicio toda noción de ideología
que no tome en cuenta que las ideas arraigan o no dependiendo de la carga
afectiva generada al entrar en contacto con ellas” (p. 33).

Contrariamente a lo que se supuso durante mucho tiempo, hoy sabemos que


la movilización emocional de la ciudadanía está/estuvo lejos de ser una
prerrogativa de la derecha o de la extrema derecha política. El análisis
comparado de las memorias del nacionalista de derecha Guevara y del
nacionalista de izquierda Ongaro, que realiza Bartolucci, muestran el
entrecruzamiento y la convivencia de un conjunto de expresiones emocionales
compartidas por sujetos enfrentados ideológicamente. Es que las emociones,
hay consenso historiográfico, deben entenderse enmarcadas históricamente, en
un tiempo y espacio concreto, que son los que, a su vez, habilitan distintos
tipos de emociones. Las crisis políticas, económicas y sociales de los últimos
años en diferentes partes del globo han vuelto a colocar en el centro de la
escena especialmente el odio y el sufrimiento. Como sostiene Nussbaum
(2014) en un libro clave, la normalidad democrática es impensable si no se
comprende la necesidad de las emociones en tanto estas implican juicios y
valores y por ello son una forma de pensamiento.

Para un emprendimiento historiográfico en ciernes como lo es la historia de


las emociones en la Argentina, estas cuestiones imponen desafíos
conceptuales, metodológicos y heurísticos que, aunque tiene puntos de
confluencia con los que surgen en los mundos académicos (en los que se gestó
y se consolidó la investigación de las emociones en el pasado), también revela
zonas de bifurcación, que responden a los rasgos y las agendas propias de
nuestro contexto académico. Las periodizaciones de la historia argentina, la
naturaleza y disponibilidad de los repositorios documentales adonde pesquisar
las emociones y la dinámica de sus significados a través del tiempo
constituyen solo algunas de las dimensiones que invitan a seguir
reflexionando sobre las perspectivas propias para encarar el estudio histórico
de un objeto elusivo, pero la vez indispensable para dar cuenta de las
dinámicas profundas del cambio social.

Referencias

Biess, F. y Gross, D. M. (Eds.) (2014). Science and Emotions After 1945. Chicago:


University of Chicago Press.

Bjerg, M. (2019). Una Genealogía de la Historia de las Emociones. Quinto Sol,


23(1), 1-20.

Boddice, R. (2018). The History of Emotions. Manchester: Machester University


Press.

Gammerl, B. (2014). Felt Distances. En U. Frevert et al. (eds.), Emotional Lexicons.


Continuity and Change in the Vocabulary of Feelings (pp. 177-200). Oxford:
Oxford University Press.

Gould, D. (2010). On affect and Protest. En J. Staiger, A. Cverkovich y A. Reynold


(eds), Political Emotions: New Agendas in Communication (pp. 18-44). Nueva
York: Routledge.

Nussbaum, M. (2014). Emociones políticas. ¿Por qué el amor es importante para la


justicia?. Barcelona: Paidós.

Plamper, J. (2015). The History of Emotions. An Introduction. Oxford: Oxford


University Press.

Plamper, J. (2014). Historia de las emociones: caminos y retos. Cuadernos de


Historia Contemporánea, 36, 17-20.

Reddy, W. M. (1997). Against Constructionism: The Historical Ethnography of


Emotions. Current Anthropology, 38(3), 327-351.

Reddy, W. M. (2001). The Navegation of Feelings. A Framework for the History of


Emotions. Cambridge: Cambridge University Press.

Rosenwein, B. H. y Cristiani, R. (2017). What is the History of


Emotions?. Cambridge: Polity Press.
Stearns, P. N. y Stearns C. Z. (1985). Emotionology: Clarifying the History of
Emotions and Emotional Standards. American Historical Review, 90(4), 813-836.

Notas

1 En retrospectiva, el artículo “Emotionology: Clarifying the History of Emotions and


Emotional Standards” publicado a mediados de los años 1980 en The American
Historical Review, en el que Carol y Peter Stearns (1985) proponían estudiar las normas
emocionales y su cambio través del tiempo, es tomado como un hito fundacional. Sin
embargo, ese manifiesto tuvo una repercusión escasa entre los historiadores. Tal vez,
podría decirse que fueron los trabajos del historiador William Reddy (1997 y 2001), en
los que se formuló el concepto de emotives, se exploró la relación entre emoción y
cognición a través del tiempo y se formuló un marco analítico y metodológico para el
estudio de las emociones en el pasado, los que dieron el impulso inicial al desarrollo de
una historiografía de las emociones. Sobre los orígenes, el desarrollo y el estado actual
del campo ver Rosenwein y Cristiani (2017); Boddice (2018); Plamper (2015); Bjerg
(2019).
2 En España, el equipo liderado por Javier Moscoso en el Centro de Ciencias Humanas
y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas reivindica una común
preocupación por abordar las emociones desde una historia de la experiencia. En
Francia, EMMA (Les Émtions au Moyen Âge), un programa de investigación liderado
por Damien Boquet y Piroska Nagy, se ocupa de las emociones en la Edad Media desde
la perspectiva analítica de la antropología histórica. En Estados Unidos, Susan Matt y
Peter Stearns han liderado series dedicadas a la historia de las emociones en editoriales
como Illinois University Press y Bloomsbury.
3 Parte de la “Red Latinoamericana de Estudios Sociales sobre las Emociones y los
Cuerpos”, publican desde hace una década la revista Cuerpos, Emociones y Sociedad.
4 Ana Abramowski, Mónica Bartolucci, María Bjerg, Pablo Escalante, Sandra Gayol,
Cinthya Lazarte, Mirta Lobato y Jaime Peire.
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