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Filosofía 1bach Tema 1

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1.

El saber filosófico

Quino y los apuros de definir la filosofía


1. El saber filosófico

Introducción
A menudo entendemos la palabra filosofía como algo oscuro, abstracto y difícil. Qué es eso de
la filosofía, qué se da en esas clases y para qué sirve. Preguntas que fácilmente se escuchan
cuando comenzamos a hablar con alguien que se está familiarizando con esta palabra. A la
sorpresa y la curiosidad se le une a menudo el desprecio: la filosofía no sirve para nada, se
dice, en una sociedad en la que el mero hecho de valorar las cosas en función de su utilidad
debería ya hacernos reflexionar de un modo filosófico. Por el contrario, muchos tienden a
afirmar que la filosofía es aburrida, incomprensible y no tiene nada que ver con el mundo en
que vivimos.

Esta apreciación choca frontalmente con lo que han dicho muchos filósofos: nada hay más
propio del ser humano que la filosofía. Todos somos filósofos, cualquiera se hace preguntas y
trata de buscar respuestas a lo largo de su vida. Tampoco faltan los que han defendido que la
condición filosófica es lo que nos hace verdaderamente humanos y nos diferencia de los
animales. En la filosofía encontraríamos, según esto, nuestras más hondas señas de identidad
e ignorarla es una condición para el embrutecimiento y la anulación de una forma
determinada de pensamiento.

¿Cómo es posible semejante contradicción? ¿Puede lo que unos arrinconan y rechazan ser
para otros una de las características más valiosas del ser humano? ¿Qué ha ocurrido para que
nuestra cultura e incluso a veces el propio sistema educativo reniegue de lo que han sido más
de dos mil años de tradición, de manera que pasemos por encima de una actividad que nos
define y nos ha dado una identidad como cultura y civilización? Si queremos comprender estas
tensiones y enfrentarnos al mundo en que vivimos hemos tomar como punto de partida un
conocimiento claro de aquello de lo que estamos hablando. Analicemos la filosofía para ser
capaces de dilucidar después su valor como disciplina.

Dos sentidos (entre muchos posibles) de la palabra filosofía


La filosofía, como otras tantas disciplinas, nace de la experiencia humana. Hay por tanto un
sentido cercano, próximo y vivencial de la palabra filosofía, que se convierte así en una
actividad cotidiana del ser humano: cuestionarse a sí mismo y cuestionar nuestro propio
entorno es filosofar. La misma etimología de la palabra filosofía nos recuerda que ésta es amor
a la sabiduría y la mejor forma de ser sabio es preguntar. La interrogación se convierte en la
actitud filosófica fundamental a la que sigue, en un segundo momento, una toma de postura:
todos tenemos ideas (quizás heredadas o quizás propias) sobre cuestiones que nos afectan.

En consecuencia filosofía es, también, tomar postura, algo a lo que la sociedad de hoy nos
obliga: nuestra vida consiste en decidir y esto no es posible en un sentido pleno sin haber
reflexionado previamente, a no ser que queramos ser arbitrarios, inconsistentes o
incoherentes. Elegimos las grandes cosas de la vida: qué queremos ser, cómo queremos ser…
pero también las cotidianas: ver la televisión, comprar en el supermercado, votar un partido
político, afiliarse en un sindicato o realizar voluntariado dentro de una ONG. Son cosas que no

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1. El saber filosófico

hacemos porque sí, sino porque creemos tener suficientes razones para ello. En todas estas
decisiones aparecen implicadas creencias personales, valores morales, apreciaciones sobre la
realidad que necesariamente encuentran su origen en nuestra forma de pensar. No hay vida
auténticamente humana sin pensamiento que la respalde.

Sin embargo, no es éste el único sentido de la palabra filosofía. Cabe distinguir una
segunda acepción que implicaría la especialización en esa tarea tan humana como es el
pensamiento. Estaríamos hablando entonces de la filosofía en su sentido académico,
entendida como disciplina o asignatura que se enseña y se ha venido cultivando en nuestra
cultura: a lo largo de la historia ha habido quienes han empeñado su vida, su esfuerzo y su
tiempo en tratar de dar una respuesta más organizada, más desarrollada a todas esas
cuestiones que, de una forma u otra, nos rondan la cabeza. Desde hace veinticinco siglos
esas preguntas han ido cristalizando en respuestas, muchas de las cuales merecían ser
discutidas y conservadas. Gracias a todos aquellos que han mantenido y transmitido la
filosofía podemos empezar hoy nuestro propio camino filosófico con mucho terreno
andado: este es el sentido de una disciplina como la filosofía y su historia.

En este segundo sentido de la palabra, podríamos entender la filosofía como el estudio radical,
crítico y último de toda la realidad, que toma como referencia importante además su propia
historia, el discurrir de las ideas y el pensamiento. Para entender su utilidad podemos retomar
una vieja idea medieval: como enanos apoyados a espaldas de gigantes, quizás podamos
sustentar nuestras respuestas en las que han dado ya otros pensadores, cuyas ideas pueden
alumbrar nuestra propia experiencia filosófica. Esta y no otra debe ser una de las funciones
centrales de la filosofía, que convertida en disciplina corre el peligro de encorsetarse en rígidos
criterios académicos y entregarse al tedio, al aburrimiento y la revisión histórica de sí misma.
La filosofía y su historia renacen cuando son capaces de dialogar con el presente y languidecen
desde el momento en que pierden el contacto con el mismo.

Características de la filosofía
Para profundizar en el conocimiento de qué es filosofía podemos retomar un texto clásico en
el que Cicerón trata de explicar quién fue el primero (y en qué circunstancias) en utilizar la
palabra filosofía. Según nos cuenta el filósofo latino, esta es la respuesta que dio Pitágoras
cuando le preguntaron en qué consistía ser “filósofo”:

“Pitágoras respondió que a él la vida humana le parecía semejante a un mercado, el


más célebre de Grecia en los grandes juegos. Pues, como allí, unos buscan la gloria y
nobleza de la corona con ejercicios corporales; otros son ganados por la ganancia y el
lucro de comprar y vender; otros cuantos hay, sobre todo, ingenuos, que no
buscan ni el aplauso ni el lucro, sino que vinieron a ver y mirar con afán lo que se
hace y de qué modo; así nosotros: como a un mercado de cierta celebridad desde
alguna ciudad, así hemos venido a esta vida desde otra vida y naturaleza: Unos, a servir
a la gloria, otros, al dinero, y hay otros pocos que, teniendo todas las demás cosas por
nada, contemplan la naturaleza de las cosas con afán. A estos les llama él amantes de la

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1. El saber filosófico

sabiduría, esto es, filósofos. Y, como allí, era libre el mirar, sin comprar nada; así en la
vida se ofrece a todos los que lo desean contemplación y conocimiento de las cosas”
(Cicerón, Cuestiones Tusculanas, Libro V)
Igual que podemos ir al mercado (“de tiendas” diríamos hoy) sólo a mirar, parece que esa
contemplación es la más definitoria de la filosofía, que consiste por tanto en una mirada.
Palabra que nos remite, curiosamente, a la etimología de la palabra teoría: ver, mirar,
contemplar. No es casualidad que el propio Aristóteles destacara en su día la importancia de la
vista por encima de cualquier otro sentido. Caracterizar la filosofía será entonces explicar qué
es esa mirada, cuáles son sus propiedades más importantes y qué diferencia el mirar filosófico
de otras formar de mirar que son tan humanas como la filosofía.

Cuatro características de la filosofía


El primer y quizás más importante rasgo del mirar filosófico es la interrogación. La filosofía
consiste en preguntar no sólo en ofrecer respuestas. Sólo la persona curiosa, aquel que
pregunta y se pregunta, es capaz de dar rienda suelta a un proceso sin fin en el que unas
preguntas nos llevan a respuestas que desencadenan nuevos interrogantes. Aquel
pensamiento que merece conservarse vale más por la capacidad de interrogar su presente (y
el nuestro) que por la respuesta que ofrece.

El pensamiento crítico no siempre es bienvenido (Chiste de Forges)

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1. El saber filosófico

Podemos profundizar en esta primera característica poniéndola en relación con otra actitud
filosófica. Y es que la interrogación nace de una especial capacidad de asombro ante las cosas:
el que asume la realidad como dada no se extraña ante lo que le rodea, y por eso tampoco
plantea preguntas. Frente a esto, el filósofo siente esa extrañeza en carne propia y la expresa a
través del interrogante que, paradójicamente, termina afectando a su propio hacer, a su
propia disciplina: no es habitual que un libro de física comience preguntándose qué es la física,
o que otro de literatura incluya una reflexión sobre el ser de la literatura. Frente a eso, muchos
de los grandes filósofos de la historia han abordado la pregunta por su propia disciplina: ¿qué
es filosofía?

Una consecuencia directa de este preguntar es la crítica, que bien podría ser la segunda
característica definitoria de la filosofía. Probablemente no sea exagerado afirmar que toda
filosofía lleva dentro de sí una carga de crítica, entendida como la capacidad separar y
discernir. La crítica filosófica huye de la descalificación y se atrinchera en la argumentación. Las
ideas no valen porque vengan avaladas por la autoridad, la tradición o el poder, sino que
deben ser examinadas y discutidas a la luz de la razón. En este sentido, repasar la historia de la
filosofía es revivir el desarrollo y las vicisitudes del pensamiento crítico.

En tercer lugar el filósofo mira la realidad de una manera profunda, radical. Ortega y Gasset
destacó esta radicalidad como una de las propiedades esenciales de la filosofía: su misión
consiste en ir a la raíz, en no conformarse ni con las primeras impresiones ni con las respuestas
dadas. Buscar la raíz de los problemas, bucear en lo que se nos presenta como dado y
aparentemente insustancial ha sido siempre una de las tareas asumidas por los filósofos.
Frecuentemente esta ambición cuesta un alto precio: la complejidad de los conceptos y las
teorías filosófica responde a menudo a su intento por ir un paso más allá que el resto de
disciplinas.

Por último, la mirada filosófica es global. Aspira al conocimiento de todo, y por todo siente
curiosidad. No existe ninguna otra disciplina que pretenda dar una visión completa de la
realidad. Es esta probablemente una de sus grandes virtudes, pero también uno de los
reproches que suelen lanzarse contra la filosofía: “sabedor de todo maestro de nada”. La
especialización es la mayor garantía del progreso y la fecundidad del conocimiento. Sin
embargo, la existencia de la filosofía nos recuerda la necesidad de que, al margen de la
profesión o el sueldo, el ser humano pueda enfrentarse a las preguntas más elementales, que
todo ser humano se ha formulado alguna vez. Desde este punto de vista, la globalidad es una
premisa indispensable. ¿O acaso puede el ser humano conformarse con respuestas parciales?

Valga entonces la siguiente caracterización provisional: la filosofía es un hacer y un saber


interrogador, crítico, radical y global. Si queremos ampliar o perfeccionar esta definición,
conviene ir familiarizándonos más con los filósofos y sus ideas. Veamos en los próximos
apartados algunos de los paralelismos y diferencias entre la filosofía y otras disciplinas
humanas.

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1. El saber filosófico

Filosofía y ciencia
Frente a una opinión a menudo habitual, la filosofía y la ciencia tienen mucho que ver entre sí.
El parentesco histórico es innegable: la separación entre ciencia y filosofía es relativamente
reciente. Sólo a partir de finales del siglo XVIII se irán distanciando ambas disciplinas. El título
de la gran obra de Newton es suficientemente revelador: Principios matemáticos de filosofía
natural (1687). Lo que el gran físico inglés trataba de investigar era, por tanto, la posible
matematización de los grandes problemas de la naturaleza, como por ejemplo el movimiento.
Decir que las ciencias son hijas de la filosofía es algo más que una simple metáfora: describe en
muchos casos el progresivo desarrollo de una disciplina que se especializa de un modo
particular y específico en cuestiones que antes eran cercanas a los filósofos. Los orígenes de
ciencias tan dispares como la física, la biología o la medicina están indisolublemente unidos a
la filosofía.

Diferencias entre ciencia y filosofía


Sin embargo, el parentesco histórico no debe llevarnos a confusión: el conocimiento científico
y el filosófico son muy diferentes. Para empezar, por el método empleado en cada una de
ellas. De un modo general puede decirse que las ciencias naturales emplean el método
hipotético deductivo en el que la experimentación desempeña una función esencial pues sirve
precisamente para contrastar las hipótesis o respuestas provisionales con los datos de la
realidad. En filosofía, por el contrario, no caben experimentos ni se puede aplicar el método
hipotético deductivo. No hay un método general para hacer filosofía, de manera que el
conocimiento filosófico no puede ser examinado desde variables como la capacidad
demostrativa o la confirmación empírica que sí tienen sentido en la ciencia.

En esta viñeta El Roto caricaturiza un prejuicio común: las


humanidades carecen de utilidad, frente a las ciencias y la
tecnología que es "lo que hay que estudiar"

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1. El saber filosófico

Una segunda diferencia es la referente al objeto de ambas. Frente a la globalidad inherente a


la filosofía que ya hemos expuesto anteriormente, la ciencia se caracteriza por ser un saber
universal de un aspecto particular y concreto de la realidad. La ciencia selecciona su objeto,
recorta lo real para quedarse con un aspecto de la misma: la física y el movimiento, la biología
y la vida, la química y la composición de lo real… Cada una de ellas parcelan la realidad y
profundizan en el conocimiento de ese terreno que consideran propio. Ahí reside la garantía
de su progreso, de forma que los problemas, métodos y propuestas evolucionan. La filosofía,
en cambio, aspira al todo y por ello en cierto modo hay preguntas eternas, respuestas
universales e incompletas que siguen valiendo e ideas filosóficas que continúan siendo
reveladoras. El precio a cambio de ese diálogo vivo con otros autores y épocas es un reproche
que suele escucharse a menudo: la filosofía no progresa de la manera que lo hace la ciencia.

En tercer lugar, cabría destacar una tercera divergencia: la utilidad o aplicación inmediata. Si
bien puede haber teorías científicas que no parezcan directamente aplicables a la realidad, a
menudo se derivan de ellas diversos instrumentos tecnológicos. La tecnología es ciencia
aplicada y es el mejor ejemplo que podemos poner de la utilidad de la ciencia. Frente a esto, la
filosofía suele criticarse por su inutilidad. El saber que quiere ser más completo (“la ciencia
buscada”, en expresión de Aristóteles) resulta ser el más inútil de todos. Con todo, esta crítica
debe ser discutida desde una concepción amplia del concepto utilidad: no sólo hay quien
piensa que la filosofía puede colaborar a la madurez personal (existen corrientes como la
asesoría filosófica) sino que también hay quien destaca su contribución a la formación de un
pensamiento crítico y autónomo. ¿Podríamos decir entonces que la filosofía es inútil?

Puntos de contacto entre ciencia y filosofía


Hablar de distancia y tensión entre filosofía y ciencia es quedarse sólo con una cara de la
moneda. La filosofía y la ciencia comparten a menudo intereses e inquietudes. Históricamente,
ha habido autores que han destacado en ambas disciplinas: Aristóteles y Descartes son sólo
dos ejemplos de una larga lista. En Aristóteles encontramos una de las primeras taxonomías de
la historia, y no en vano se le considera fundador de la biología. La preocupación cartesiana
por el método de conocimiento continúa con una reflexión ya antigua en filosofía que hoy se
ha convertido en el problema del método científico. Como se ve, históricamente los filósofos
han contribuido a lo que hoy denominamos conocimiento científico y que ellos entendían
como una parte más de la filosofía.

Profundicemos un poco más: grandes científicos se han dedicado a temas filosóficos. Es


habitual que el científico preocupado por encontrar un fundamento a sus teorías dé el salto
(intencionadamente o no) al campo de la filosofía. Grandes matemáticos como Hilbert o
Russell, o físicos de la talla de Einstein se han adentrado en cuestiones filosóficas, como una
consecuencia más de su hacer científico. Estas relaciones dobles (filósofos que se interesan por
la ciencia y científicos que se interesan por cuestiones filosóficas) se encuentran en la base de
la filosofía de la ciencia, una de las ramas de la filosofía que se encarga de estudiar problemas
relativos a la ciencia. Saber cuál es el valor del conocimiento científico, investigar sus límites o

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1. El saber filosófico

examinar sus metodologías son tareas indispensables para situarse en un mundo como el
nuestro, en el que la ciencia y la tecnología han logrado un protagonismo innegable. Por eso
cabría decir como conclusión provisional que ciencia y filosofía han de mantener diálogos
fluidos, aceptando que en ocasiones sus puntos de vista puedan parecer opuestos o
irreconciliables.

Filosofía y religión
Si tenemos en cuenta la caracterización de la filosofía que hemos presentado antes, es
probable que pensemos que filosofía y religión no tienen nada que ver entre sí. La imagen
común de la religión no parece fácilmente compatible con un pensamiento crítico, radical,
interrogador. Acaso puedan compartir el intento de ofrecer un punto de vista completo de
toda la realidad: la religión es también una forma de interpretar el universo e incluye una ética
y una toma de posición en el terreno político. A este respecto, la religión trata de ofrecer
respuestas a muchas de las preguntas filosóficas. No obstante, esto no debe llevarnos a
equivocación: filosofía y religión son esencialmente distintas y conviene situarnos muy bien
para no confundirlas.

Divergencias entre religión y filosofía


Si filosofía y religión mantienen importantes diferencias es, en primer lugar, porque sus
presupuestos son también muy distintos: la religión no es sólo una mirada sobre la realidad, ni
tampoco una forma de estar en el mundo (recordemos el texto de Cicerón) sino que pone al
hombre en relación con algo o alguien distinto de la realidad material en que vive. La religión,
a este respecto, es mucho más que una disciplina o un modo de conocimiento: aspira a ser una
experiencia personal que transforme al individuo, orientando su vida y su actuar en función de
“lo totalmente otro” (Horkheimer), la trascendencia, lo sagrado o la divinidad. Esa experiencia
personal se manifiesta y cristaliza en un conjunto de creencias, autoridades, ritos, oraciones y
tradiciones. Si bien la filosofía puede en algunos casos constituirse como una experiencia
personal, no caben esas “prácticas sociales filosóficas”, por denominarlas de algún modo. Con
otras palabras: no hay creencias filosóficas “obligatorias”, ni rituales filosóficos, ni una
jerarquía filosófica cuyas ideas deban ser respetadas.

Segunda diferencia: la relación con el dogma y la revelación. Dentro de la religión hay un


núcleo elemental de dogmas o creencias básicas que no pueden ser puestas en duda o
negadas, pues en ese caso se dejaría de pertenecer a esa religión. Además, todas las religiones
suelen incluir entre sus fuentes de conocimiento la revelación: sea un texto sagrado o una
persona con especiales capacidades para comunicarse con la divinidad, aparece una fuente de
conocimiento que no está basada en la experiencia empírica, ni tampoco en la razón humana.
Para dar la interpretación correcta de estos textos suele haber un conjunto de especialistas o
exégetas (“interpretadores”) que ofrecen las claves imprescindible para la comprensión.
Frente a esto, la filosofía no admite dogmas o creencias indudables, sino que precisamente
suele husmear entre ellas. Además, no hay textos sagrados o revelados: las ideas y las frases

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1. El saber filosófico

de los más grandes filósofos son discutidas y criticadas, tanto por especialistas como por
aquellos que no lo son.

Estas diferencias se han concretado en la historia de la filosofía en diversos autores que han
mantenido una actitud crítica respecto a la religión. Marx, Nietzsche y Freud (conocidos como
los “maestros de la sospecha”) han formulado tres críticas bien distintas, que están en la base
del ateísmo contemporáneo. La relación de la religión con el poder político y económico, su
rechazo por representar una negación de la vida, o su origen exclusivamente humano como
respuesta al miedo a la muerte han sido puestos de manifiesto por estos filósofos.

Encuentros entre filosofía y religión


La relación entre filosofía y religión no se agota en la tensión y la separación. Ha habido
diversos momentos en los que filosofía y religión han colaborado mutuamente, por lo que
también existen puntos de contacto. El primero de ellos es esencial para entender el desarrollo
del cristianismo en la civilización occidental: en el siglo IV los primero teólogos cristianos se
ven en la necesidad de construir un fundamento teórico para sus creencias, con la doble
finalidad de homogeneizar la doctrina y defenderla de las múltiples herejías propias de un
tiempo en el que no estaba muy claro en qué había que creer. Es en este siglo cuando Agustín
de Hipona aprovecha muchas de las ideas de la filosofía griega (particularmente de Platón)
para desarrollar la teología cristiana, lo que le ha valido el título de “padre de la Iglesia”. Por
ello la teología cristiana está impregnada de filosofía desde sus propios inicios.

El encuentro entre filosofía y religión es inevitable si nos paramos a pensar en el tipo de


preguntas que abordan cada una de ellas. La pregunta por el sentido de la vida no sólo puede
responderse desde la filosofía, sino también desde la religión. Lo mismo ocurre con otras
preguntas a las que todos, de una forma u otra, estamos obligados a responder: ¿Existe Dios?
¿Es posible pensar en una vida más allá de la muerte? ¿Cómo debemos actuar? Preguntas y
temas que la filosofía no puede eludir y no debe considerar superadas, pues allá donde falte el
enfoque racional y crítico inherente a la filosofía se deja terreno libre para la manipulación del
fanatismo y la ausencia de diálogo al respecto.

Ejemplos filosóficos de este diálogo fructífero podemos encontrarlos en grandes filósofos


medievales, como Agustín de Hipona, Averroes o Tomás de Aquino. Sin embargo, también en
el último siglo ha habido autores que han desarrollado su pensamiento desde las claves
humanistas del cristianismo. Así, cabría destacar el personalismo de Gabriel Marcel y
Emmanuel Mounier. También podría citarse a autores como H. Küng o R. Panikkar que en
nuestros días han estudiado a fondo la relación entre filosofía y religión y la posibilidad de
diálogo entre diversas religiones y civilizaciones.

Filosofía y arte
Para terminar de situar la filosofía en el conjunto de saberes, experiencias y actividades
humanas es necesario dedicar unas palabras a la relación entre la filosofía y el arte. Si nos
dejamos llevar por la primera impresión, cabría pensar que no guardan ninguna relación entre

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1. El saber filosófico

sí y que pertenecen a espacios distintos del ser humano. A fin de cuentas no es habitual que
los filósofos se dediquen a crear obras de arte ni que los artistas escriban obras filosóficas.
Parece que, a primera vista, ese doble recorrido que hemos esbozado en lo relativo a la ciencia
y la religión no fuera válido para el arte, que sería una actividad independiente de la filosofía.
Nada más lejos de la realidad. Como vamos a comprobar a continuación aunque existan
importantes diferencias entre arte y filosofía también es posible encontrar puntos en común.

Arte y filosofía: dos lenguajes con fines diversos


Tal y como hemos presentado la filosofía hasta aquí, ha quedado bien clara su pretensión
racional, conceptual y argumentativa. El medio de expresión de la filosofía es la idea, el
concepto. Incluso las filosofías más “literarias” (aquellas que utilizan una mayor cantidad de
metáforas, símbolos y recursos literarios estilísticos) desarrollan ideas y argumentos. Frente a
esto, el arte no utiliza tanto un lenguaje conceptual cuanto un lenguaje estético. Aunque
habría que matizar esto en el caso del arte contemporáneo, cabe decir que si la filosofía aspira
a la sabiduría o al conocimiento de la verdad, el valor anhelado por el arte es la belleza. El
lenguaje conceptual de la filosofía se ve sustituido por un lenguaje estético en el terreno del
arte, donde las diferentes posibilidades expresivas y su efecto sobre el receptor de la obra
tienen una mayor importancia. Como tendencia general, la filosofía investiga en el contenido,
mientras que el arte se recrea en la forma.

La metáfora del lenguaje puede servirnos para explorar una segunda oposición entre arte y
filosofía: sin negar que el arte despliegue una enorme capacidad descriptiva de la realidad,
cuenta con otros muchos usos, entre los que la expresividad ocupa un lugar destacado. El
artista se expresa a través de su obra, deja algo de sí en cada una de sus creaciones. Sin negar
que el filósofo filtre en sus textos sus experiencias personal y vitales, la misión fundamental de
su obra es describir el mundo, representarlo. De esta manera, la filosofía quiere ser
representación conceptual del todo, mientras que podríamos caracterizar al arte como
expresión estética del sujeto. Una de las funciones definitorias de la filosofía es describir el
mundo. El artista quiere expresar “su mundo”.

Cuando el arte filosofa y la filosofía se hace arte


La relación entre el arte y la belleza que hemos comentado antes se rompe precisamente con
el arte contemporáneo a partir de las vanguardias de comienzos del siglo XX. Entonces
prolifera una nueva visión del arte que lo emparenta directamente con la filosofía: el llamado
arte conceptual o el arte crítico pretenden desligarse del imperativo de la belleza y realzar la
idea que quieren transmitir. Aunque resultan polémicos (no faltan quienes descalifican estas
creaciones como no artísticas), son un buen ejemplo de cómo el arte se acerca a la filosofía. Y
si le damos la vuelta al planteamiento nos encontramos con autores que han escrito títulos de
extremada belleza: algunos diálogos de Platón, textos de Nietzsche, Montaigne o del mismo
Ortega deben considerarse no sólo textos filosóficos, sino también literarios, ya que su estilo
está especialmente cuidado: un filósofo como J.P. Sartre obtuvo el Nobel de literatura en 1964,
aunque después lo rechazara alegando motivos morales.

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1. El saber filosófico

En consecuencia no es difícil encontrar autores y momentos históricos en que filosofía y arte


convergen hasta formar casi una misma realidad. Los filósofos románticos alemanes (como
Schiller o Schelling) pensaban que el arte era la vía de salvación de la humanidad y no han
faltado otros que han señalado a la poesía como una creación más profunda y honda que la
propia filosofía. Y aunque antes destacábamos la importancia del arte como expresión del
artista, no hemos de olvidar que éste incorpora ideas, técnicas y valoraciones en su obra.
Pensar arte y filosofía como dos dedicaciones humanas completamente separadas es tan
errado como confundirlas. Por eso conviene tener la sensibilidad bien despierta, para saber
detectar en qué momentos el filósofo se entrega a la belleza y el artista esconde alguna idea
dentro de su obra.

El urinario de Marcel Duchamp se


ha convertido en un símbolo del
inicio de la vanguardia.
¿Provocación? ¿Arte o filosofía?
¿Acaso no es una manera de decir
que cualquier cosa puede ser arte?

Ramas de la filosofía
Hasta ahora hemos visto que la filosofía mantiene relaciones muy diversas con disciplinas o
actividades tan diferentes como la ciencia, la religión y el arte. Puesto que en todos los casos
hay aproximaciones y distanciamientos, dependerá de autores y corrientes el situarnos más
cerca o más lejos de otras actividades y disciplinas humanas. No hay leyes universales ni
fronteras rígidas que las separen, aunque sí conviene distinguirlas.

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1. El saber filosófico

Este mismo ejercicio de asimilación y diferenciación ha de realizarse cuando tratamos de


conocer las ramas de la filosofía. Las que aparecen a continuación no deben interpretarse
como cajones estancos, independientes y separados del resto. Al contrario, muchos filósofos
han planteado teorías sistemáticas, en las que las diversas preguntas filosóficas aparecen
ordenadas de un modo integrado y coherente, con una articulación interna. Teniendo esta
advertencia previa en cuenta y sin querer elaborar una lista exhaustiva y completa, se podría
decir que las principales ramas de la filosofía son las siguientes:

1. Metafísica: es el intento de ofrecer una explicación filosófica de la realidad. Esta


disciplina ha sido duramente criticada en la modernidad y ha visto cómo otras
preguntas, otros temas e inquietudes han suplantado el lugar privilegiado que ha
ocupado tradicionalmente. Las preguntas más propias de la metafísica son: ¿Qué es la
realidad? ¿Puede explicarse la realidad en función de la apariencia o hay algo distinto
de ella? ¿Qué con las cosas? ¿Necesito conceptos para comprender el mundo en que
vivo? ¿Cuáles? ¿Cómo puedo justificarlos?

2. Gnoseología o epistemología: es la parte de la filosofía que estudia el conocimiento


humano. La teoría del conocimiento estudia cómo conocemos o en qué consiste
conocer, pero desde una perspectiva diferente a la que podría aportarnos la psicología
(estudios de la percepción o del funcionamiento del cerebro) o la fisiología. Los
interrogantes característicos de esta fundamentación filosófica del conocimiento son:
¿Qué es conocer? ¿Cómo conoce el ser humano? ¿Qué es la verdad? ¿Se conoce a
través de la razón o a través de los sentidos? ¿Acaso es necesaria una colaboración de
ambas facultades?

3. Filosofía del lenguaje: esta disciplina trata de indagar en las cuestiones que rodean la
capacidad comunicativa del ser humano a través de un código articulado de signos. El
lenguaje plantea cuestiones como ¿cuál es la capacidad expresiva del lenguaje? ¿Cómo
es posible que las palabras tengan un significado? ¿Qué consecuencias implica la
utilización del lenguaje para el desarrollo del conocimiento? ¿Cuántos tipos de
lenguajes existen? ¿Es posible traducir un lenguaje a otro sin perder contenido
significativo en este proceso?

4. Ética: es la reflexión filosófica sobre la moral. La ética gira en torno a dos conceptos
centrales: la felicidad (o vida buena) y la justicia. Adopta un punto de vista normativo:
no trata de describir cómo vive el ser humano, sino cómo debería vivir. Algunas de las
preguntas éticas más importantes son: ¿Qué es la felicidad? ¿Qué es la justicia? ¿Qué
son los valores morales? ¿Por qué valen las normas? ¿Qué debo hacer? ¿Qué solución
puedo ofrecer a los problemas morales que me presenta la realidad? Hay que destacar
que estos problemas van desde el aborto y la eutanasia a la investigación biomédica,
pasando por los hábitos de consumo. La vida cotidiana está impregnada de moral y
preguntas que surgen alrededor. Un par de ejemplos más: ¿debo ser sincero con los
demás? ¿He de cumplir las promesas?

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1. El saber filosófico

5. Filosofía política: es aquella rama de la filosofía que analiza los conceptos y principios
de la ciencia política. Sin embargo, puede someter a valoración también la política real,
cuestionando los criterios por los que está organizado y distribuido el poder, y
sometiéndolo a crítica. En la filosofía política aparecen cuestiones como ¿cuál es el
fundamento último de la ley? ¿Por qué hemos de cumplirla? ¿Cuál es el origen del
poder? ¿Qué principios hemos de considerar al organizarlo? ¿Cuáles son los métodos
de la ciencia política? ¿Influyen estos métodos en sus resultados?

6. Filosofía de la ciencia: desde la segunda mitad del siglo XX ha surgido con fuerza esta
nueva disciplina filosófica que sitúa a la ciencia en el centro de la reflexión filosófica.
No se debe olvidar que el estudio filosófico del conocimiento es muy anterior
(prácticamente tan antiguo como la filosofía misma) y que hay una relación clara entre
conocimiento y ciencia. Sin embargo, tampoco se puede dejar de lado que la filosofía
de la ciencia incorpora temas propios y específicos como se puede apreciar en las
siguientes preguntas: ¿Qué es la ciencia? ¿Cuál es el método del conocimiento
científico? ¿Cuáles son los conceptos centrales de la ciencia? ¿Dónde radica su valor?
¿Es la ciencia sinónimo de verdad universal? ¿Puede conocerse todo de un modo
científico? ¿Qué diferencias existen entre la ciencia y el resto del conocimiento
humano?

7. Estética y filosofía del arte: la estética se encarga de la recepción del arte, de la


sensación de gusto que produce una obra de arte, mientras que la filosofía del arte
aborda cuestiones relacionadas con el arte mismo entendido como objeto de
reflexión. Evidentemente, ambas disciplinas están muy relacionadas y pueden llegar a
fundirse en una sola dependiendo de la posición teórica que adoptemos. Algunos
interrogantes propios de estas disciplinas son: ¿Qué es la belleza? ¿Es el gusto
universal y objetivo o por el contrario particular y subjetivo? ¿Qué es el arte? ¿Puede
ser arte cualquier cosa? ¿Tiene el arte algo que ver con la belleza? ¿Produce el arte
siempre una sensación agradable? ¿Quién decide qué es arte y qué no lo es? ¿Qué
criterios existen para definir el arte?

8. Filosofía de la religión: es la rama de la filosofía que investiga la religión como un


hecho humano y cultural. No es propio de la filosofía de la religión asumir preguntas
específicamente religiosas o más cercanas a otras ramas de la filosofía como ¿existe
Dios? O ¿existe el alma? Más bien, su objeto propio es la religión como tal, convertida
en objeto de reflexión filosófica: ¿Necesita el ser humano una religión? ¿Qué es la
religión, cuáles son sus características esenciales? ¿Es posible un enfoque racional y
crítico de la religión? ¿Debemos, por el contrario, renunciar a ese tipo de reflexión y
desterrar la religión del terreno filosófico?

9. Antropología: si nos remitimos a la etimología sería el estudio del ser humano. Caben
dos formas de interpretar la antropología: en primer lugar como antropología cultural,
es decir, tratando de averiguar cómo el ser humano vive y se adapta a su medio a

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1. El saber filosófico

través de cada una de las culturas. Es un enfoque más práctico que parte del estudio
empírico de otras culturas reflejado en diversos trabajos de campo. En segundo lugar,
hay también una antropología filosófica, que sería la reflexión sobre el ser humano.
Ambas pueden compartir preguntas, pero no necesariamente darán las mismas
respuestas al abordarlas de un modo distinto. La antropología se puede concretar en
cuestiones como ¿Qué es el hombre? ¿Existe alguna característica universal que logre
explicar al ser humano? ¿Es el hombre libre? ¿Hasta dónde llega en el ser humano la
influencia de la naturaleza (genética) y la de la sociedad (educación, medios de
comunicación)? ¿Qué somos al margen de estas dos influencias? ¿Cómo vive el ser
humano concreto, cuáles son sus estrategias para desarrollar su propia vida?

Anexo y textos para comentar: los filósofos nos hablan de la filosofía


Puede parecer inaceptable que la disciplina que busca el rigor de los conceptos y la buena
argumentación haya sido incapaz de encontrar una definición de filosofía universalmente
aceptada. Más aún si tenemos en cuenta que no ha sido, ni mucho menos, un tema secundario
o ignorado. Al contrario: prácticamente todos los filósofos han convertido la filosofía en uno
de sus temas de reflexión, sin que la disputa alrededor de la misma haya terminado en
nuestros días. Presentamos a continuación algunas caracterizaciones generales.

La antigüedad: el nacimiento de la filosofía


Ya desde sus inicios distinguieron los presocráticos entre la sabiduría (sophía) y el amor a la
sabiduría (philosophia), reservando la primera a los dioses con lo que se asumía cierta
humildad y modestia respecto a las posibilidades del ser humano: podemos aspirar a ser
sabios (como también podemos querer ser dioses) pero quizás no sea esto más que un deseo,
un “amor”. Y como todo deseo y todo amor, la filosofía se ve acompañada siempre de cierto
carácter de aventura: como le ocurre al Ulises que nos presenta Homero, no podremos estar
seguros de que llegaremos a buen puerto.

La comparación entre la filosofía y el amor no es, ni mucho menos, casual. Y no sólo porque el
amor sea también un tema filosófico: Platón, uno de los autores que con más belleza ha
abordado este tema, escribió un pasaje muy conocido en el que explica las similitudes entre la
filosofía y el amor, recogiendo en cierta forma este carácter intermedio de la filosofía que está
alejada de la sabiduría, pero también de la ignorancia. En el Banquete, el autor ateniense lo
expresa así:

“La sabiduría es una de las cosas más bellas del mundo, y como el Amor ama lo que es
bello, es preciso concluir que el Amor es amante de la sabiduría, es decir, filósofo; y
como tal se halla en un medio entre el sabio y el ignorante.”
Otra caracterización muy citada y extendida es la del mejor discípulo de Platón: Aristóteles en
la obra titulada Metafísica se refiere a la filosofía como “ciencia de la verdad” o “ciencia
buscada”. Igualmente caracteriza la filosofía primera (que siglos después recibirá el nombre de
metafísica u ontología) como la “ciencia del ser en tanto que es”, siendo en consecuencia el
saber más universal. Con todo, podemos quedarnos con otro de los pasajes de ese mismo libro

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1. El saber filosófico

en el que relaciona la filosofía con el asombro y ofrece una reflexión sobre la utilidad de la
filosofía, a la que caracteriza como un saber propio de hombres libres. Considerando la
relación de estas ideas con la actualidad, conviene reproducirlo íntegramente:

“Que no es una ciencia productiva resulta evidente ya desde los primeros que
filosofaron: en efecto, los hombres –ahora y desde el principio- comenzaron a
filosofar al quedarse maravillados ante algo, maravillándose en un primer momento
ante lo que comúnmente causa extrañeza y después, al progresar poco a poco,
sintiéndose perplejos también ante cosas de mayor importancia, por ejemplo, ante las
peculiaridades de la luna, y las del sol y los astros, y ante el origen del Todo. Ahora
bien, el que se siente perplejo y maravillado reconoce que no sabe (de ahí que el
amante del mito sea, a su modo, a su modo, «amante de la sabiduría»: y es que el mito
se compone de maravillas). Así, pues, si filosofaron por huir de la ignorancia es obvio
que perseguían el saber por afán de conocimiento y no por utilidad alguna. Por otra
parte, así lo atestigua el modo en que sucedió: y es que un conocimiento tal comenzó a
buscarse cuando ya existían todos los conocimientos necesarios, y también los
relativos al placer y al pasarlo bien. Es obvio, pues, que no la buscamos por ninguna
otra utilidad, sino que, al igual que un hombre libre es, decimos, aquel cuyo fin es él
mismo y no otro, así consideramos que ésta es la única ciencia libre: solamente ella es,
en efecto, su propio fin” (Aristóteles Metafísica, Libro I)
A la muerte de Aristóteles, dos filosofías brillan con luz propia: el epicureísmo y el estoicismo.
Ambas conciben la filosofía de un modo práctico. Para los epicúreos su fin no es la sabiduría
sino la felicidad del ser humano, mientras que los estoicos defienden que la ética es la parte
más importante de la filosofía. La influencia de ambas (y también la de Platón y Aristóteles)
será patente a lo largo de todo el imperio romano.

Edad media: filosofía y teología


Con el inicio de la edad media se produce un encuentro de consecuencias muy profundas para
la civilización occidental: el de filosofía y cristianismo. La filosofía se orienta con especial
atención al planteamiento de problemas que vienen sugeridos desde la religión y la teología.
Por eso no es de extrañar que para San Agustín los objetos principales de la filosofía sean Dios,
el alma y la felicidad eterna. El mismo Santo Tomás dirá que la filosofía es, antes que cualquier
otra cosa, conocimiento de Dios y de la edad media nos ha llegado también la caracterización
de la filosofía como esclava o sierva de la teología (ancilla theologiae). También medieval es
una de las definiciones clásicas de filosofía “ciencia de todas las cosas por sus últimas causas
comparada a la luz de la razón” (scientia omnium rerum per ultimas causas naturali rationis
lumine comparata).

El renacimiento supondrá no sólo una recuperación del pensamiento clásico


(fundamentalmente el de Platón) sino también una vuelta al ser humano como centro de la
reflexión filosófica. Es el tiempo del humanismo en el que la filosofía dirige de nuevo su mirada
hacia cuestiones prácticas. Un buen ejemplo lo podemos encontrar en Michel de Montaigne
(S. XVI), filósofo francés que desde el retiro de su castillo disfrutó de la reflexión filosófica,

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1. El saber filosófico

dejándonos como producto de esa actividad sus conocidos Ensayos. Veamos uno de sus
fragmentos:

“El alma en la que habita la filosofía, debe, por su salud, hacer sano también al cuerpo.
Debe rezumar reposos y bienestar; debe dar forma en su molde al porte externo
dotándolo por consiguiente de un natural orgullo, de una actitud activa y alegre y de
un aspecto contento y bondadoso. El signo más significativo de la sabiduría es una
constante satisfacción; su estado es igual al de las cosas que están por encima de la
luna: siempre sereno.”

Modernidad: la filosofía como crítica del conocimiento


Será precisamente en el renacimiento cuando dos hechos históricos afecten de un modo
innegable a la filosofía: el cambio del geocentrismo al heliocentrismo y la reforma protestante
sitúan el problema del conocimiento en un primer planto. Ante diferentes teorías científicas y
diferentes religiones, ¿qué es la verdad? Por eso la filosofía moderna es fundamentalmente
crítica del conocimiento y por ello también crítica de la propia filosofía.

En consecuencia, no es de extrañar que Descartes dijera de la filosofía que “no hay en ella cosa
alguna que no esté libre de disputa” y que por ello se planteara como objetivo la formulación
de un método de conocimiento que garantizara la certeza. Más lejos fueron los empiristas que
en su crítica del conocimiento humano negaron la posibilidad de que la metafísica pudiera
considerarse como un saber válido. Esta idea se termina extendiendo a toda la filosofía
anterior, que es criticada duramente por Hume en las primeras páginas de una de sus obras
más importantes:

“Principios asumidos confiadamente, consecuencias defectuosamente deducidas de


esos principios, falta de coherencia en las partes y de evidencia en el todo: esto es lo
que se encuentra por doquier en los sistemas de los filósofos más eminentes; esto es,
también, lo que parece haber arrastrado al descrédito a la filosofía misma” (David
Hume, Tratado de la naturaleza humana)
La “controversia” de la metafísica (entendida como una de las principales ramas de la filosofía)
llegará hasta Kant. En su Crítica de la razón pura la califica como “campo de batalla” de
“inacabables disputas”, o “fuente de errores” que la filosofía debe “taponar”. Su perspectiva
es, por tanto, eminentemente crítica: la razón debe examinarse a sí misma, de la misma forma
que la filosofía debe realizar la correspondiente autocrítica. Desde un punto de vista más
general, Kant distingue en su Lógica dos sentidos distintos de la filosofía: uno académico y otro
ordinario. La filosofía entendida en su sentido académico es un sistema de conocimientos
filosóficos o racionales a partir de conceptos. En su sentido ordinario, la filosofía se ocupa de
los fines últimos de la razón humana. Kant concreta esto aún más en un fragmento muy
conocido:

“El campo de la filosofía en su sentido ordinario se puede concretar en las siguientes


preguntas:

20
1. El saber filosófico

1. ¿Qué puedo saber?

2. ¿Qué debo hacer?

3. ¿Qué me cabe esperar?

4. ¿Qué es el hombre?

La metafísica contesta a la primera pregunta, la moral a la segunda, la religión a la


tercera y la antropología a la cuarta. Pero en el fondo se podrían asimilar todas a la
antropología, pues las tres primeras se refieren a la cuarta” (I. Kant, Lógica)

El siglo XIX: verdad, transformación de la sociedad y crítica a la filosofía


El siglo XIX es controvertido en lo tocante a la valoración de la filosofía. A comienzos de siglo,
el filósofo alemán G.W. F. Hegel entenderá la filosofía como la disciplina que tiene por objetivo
la verdad y la expresión conceptual de la razón. El fin de la filosofía es la verdad y la
conceptualización de la razón. En sus Lecciones sobre historia de la filosofía afirma: “el coraje
de la verdad, la creencia en el poder del espíritu, es la primera condición de la filosofía”. No es
de extrañar, por tanto, que para Hegel la filosofía fuera la más importante de todas las
disciplinas, pues ninguna otra forma de conocimiento estaba más cerca de la verdad, que se
manifiesta de un modo más auténtico en la filosofía que en cualquier otro saber.

Reaccionando a esta concepción de la filosofía, Marx planteó una nueva forma de interpretar
la filosofía, alejada de la reflexión intelectual, y mucho más cercana a la realidad y las
necesidades del ser humano. Es en este marco en el que hay que entender su famosa tesis XI
sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo,
pero de lo que se trata es de transformarlo”. Desplegando su gran potencial crítico, la filosofía
será capaz de cambiar la realidad imperante y fomentar un nuevo orden social.

Esta actitud crítica aparecerá en otro de los grandes filósofos del XIX: Friedrich Nietzsche. Sin
embargo, su crítica apuntará hacia la filosofía misma y hacia el pensamiento racional, incapaz
de captar la vida, que se desborda por sus conceptos. Para Nietzsche la filosofía es un vano
esfuerzo de la razón y exceptuando unas pocas excepciones, todos los filósofos anteriores han
traicionando la vida encerrándola irrisoriamente en conceptos. En una de sus obras expresa
esta crítica a la filosofía de esta manera:

“Todo lo que los filósofos han venido manejando desde hace milenios fueron momias
conceptuales; de sus manos no salió vivo nada real. Matan, rellenan de paja, esos
señores idólatras de los conceptos, cuando adoran, se vuelven mortalmente peligrosos
para todo, cuando adoran. La muerte, el cambio, la vejez, así como la procreación y el
crecimiento son para ellos objeciones, incluso refutaciones. […]¡Ser filósofo, ser
momia, representar el monótono-teísmo con una mímica de sepulturero!” (Friedrich
Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos)

21
1. El saber filosófico

Filosofía contemporánea: depuración del lenguaje, pensamiento crítico y


hermenéutica
La crítica de Nietzsche a la filosofía se dejará sentir, de una forma u otra, a lo largo de todo el
siglo XX, en el que aparece además una característica peculiar y para muchos definitoria del
pensamiento filosófico del siglo XX: el giro lingüístico. Este concepto se refiere a la conversión
del lenguaje en uno de los objetos centrales de la reflexión filosófica. Esta orientación afectará
de una forma importante a la concepción de la filosofía.

Podemos encontrar, por ejemplo, a quienes entienden la filosofía como un análisis exhaustivo
del lenguaje. La figura del filósofo austriaco Wittgenstein puede ser un buen ejemplo que nos
sirva de guía. Aunque a lo largo de su vida defendió dos teorías sobre el lenguaje, en lo
referente a la filosofía mantuvo una idea común: la filosofía debe “vigilar” el lenguaje, velar
para que no se expresen problemas sin solución. “No decir nada más de lo que se puede
decir”, afirma en el Tractatus logico-philosophicus, una de sus dos grandes obras. En la
segunda, Investigaciones filosóficas, afirma que la consecuencia de la filosofía son los
“chichones que el entendimiento se ha hecho al chocar con los límites del lenguaje”. La
filosofía debe evitar que se manifiesten estos problemas que están más allá del lenguaje.
Cuando nosotros decimos “no sé salir del atolladero”, la función de la filosofía es “mostrarle a
la mosca la salida de la botella cazamoscas”.

La concepción de la filosofía se ve afectada por el lenguaje también en el caso de Gadamer. La


filosofía es uno más de los lenguajes que interpretan la realidad, por lo que estudiar la filosofía
es acercarse a un punto de vista sobre la misma. Existen, por supuesto, otras interpretaciones,
otros lenguajes, como la ciencia, el arte o la religión. Cada lenguaje, cada interpretación, tiene
sus propias reglas y contesta a unas preguntas determinadas. En este sentido la filosofía es una
toma de conciencia de nuestra necesidad del lenguaje. Cuando empezamos el camino de la
filosofía aspiramos a conceptos claros, precisos, bien construidos. Andar el camino de la
filosofía es darse cuenta de la precariedad del lenguaje, de la debilidad de todo lenguaje:

“[…] éste es el drama pavoroso de la filosofía: que ésta sea el esfuerzo constante de
búsqueda lingüística o, para decirlo más patéticamente, un constante padecer de
penuria lingüística. […]
La filosofía tiene en el habla real o en el diálogo, y en ningún otro lugar, su verdadera y
propia piedra de toque” (H.G. Gadamer, La historia del concepto como filosofía, en
Verdad y Método II)
Para terminar esta introducción a la filosofía merece la pena hacer alusión a otra de las
concepciones de la filosofía que encontramos en el siglo XX: la de los autores de la Escuela de
Frankfurt. Influenciados por Marx, esperaban de la capacidad crítica de la filosofía un cambio
social, que produjera modos de vida más justos, en los que el individuo estuviera más
protegido de los mecanismos del poder. En siglo XX la filosofía fue también crítica del poder,
concepción que quizás pueda seguir vigente en nuestros días. Así lo expresó Max Horkheimer:

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1. El saber filosófico

“La verdadera función social de la filosofía reside en la crítica de lo establecido. Eso


no implica la actitud superficial de objetar sistemáticamente ideas o situaciones
aisladas, que haría del filósofo un cómico personaje. Tampoco significa que el filósofo
se queje de este o aquel hecho tomado aisladamente, y recomiende un remedio. La
meta principal de esta crítica es impedir que los hombres se abandonen a aquellas
ideas y formas de conducta que la sociedad en su organización actual les dicta. […]
La filosofía es el intento metódico y perseverante de introducir la razón en el mundo;
eso hace que su posición sea precaria y cuestionada. La filosofía es incómoda,
obstinada y, además, carece de utilidad inmediata; es, pues una verdadera fuente de
contrariedades.” (Max Horkheimer, La función social de la filosofía, en Teoría crítica)

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