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Lerner y Sadosky
Lerner y Sadosky
Lerner y Sadosky
En Parra y Saiz (comp): Didáctica de las matemáticas. Aportes y reflexiones. Buenos Aires.
Paidós.
ÍNDICE
Lista de autores......................................................................................9
Prólogo................................................................................................. 11
CAPÍTULO V
EL SISTEMA DE NUMERACIÓN: UN PROBLEMA DIDÁCTICO
–Guy Brousseau, porque sus investigaciones nutren nuestro trabajo y nos obligan a
repensar una y otra vez la didáctica de la matemática.
–Todos aquellos que –como G. Sastre, M. Moreno y, sobre todo, Anne Sinclair– estu-
diaron la representación numérica desde una perspectiva psicogenética.
–Los maestros y los chicos que, con sus afirmaciones y sus interrogantes, hacen cre-
cer día a día la propuesta que llevamos a la práctica.
–Las escuelas que albergan nuestro trabajo: Aequalis, Martin Buber, Numen, jardín de
Infantes Municipal de Wilde.
Había que encontrar una respuesta. A pesar de los diversos recursos didácticos
puestos en juego, el acceso de los niños al sistema de numeración seguía constitu-
yendo un problema. A pesar de nuestros esfuerzos por materializar la noción de agru-
pamiento –no sólo en base diez, sino también en otras bases–, la relación entre esas
agrupaciones y la escritura numérica seguía siendo un enigma para los niños.
Pero la cuestión era más grave aún: al entrevistar niños con los que no trabajá-
bamos didácticamente, constatamos una y otra vez que los famosos “me llevo uno” y
“le pido al compañero” –ritual inherente a las cuentas escolares– no tenían ningún
vínculo con las unidades, decenas y centenas estudiadas previamente. Esta ruptura se
manifestaba tanto en los niños que cometían errores al resolver las cuentas como en
aquellos que obtenían el resultado correcto: ni unos ni otros parecían entender que los
algoritmos convencionales están basados en la organización de nuestro sistema de
numeración (Lerner, D., 1992).
Estas dificultades, lejos de ser una particularidad de los niños con los que
hemos trabajado, fueron detectadas y analizadas en el marco de estudios realizados
en otros países (Kamii, C. y Kamii, M., 1980/1988; Sellares, R y Bassedas, M., 1983;
Bednarz B. y Janvier, B., 1982). Al constatar que los niños no comprenden cabalmen-
te los principios del sistema, diversos investigadores proponen alternativas didácticas
también diferentes. De este modo, Kamii sugiere postergar la enseñanza de las reglas
del sistema de numeración, en tanto que Bednarz y Janvier intentan perfeccionar el
trabajo sobre el agrupamiento explicitándolo a través de distintas materializaciones y
planteando situaciones en las que agrupar resulte significativo por ser un recurso eco-
nómico para contar rápidamente cantidades grandes.
Ninguna de estas dos propuestas toma en cuenta un hecho que la didáctica
constructivista no puede ignorar: dado que la numeración escrita existe no sólo dentro
de la escuela sino también fuera de ella, los niños tienen oportunidad de elaborar co-
nocimientos acerca de este sistema de representación desde mucho antes de ingresar
en primer grado. Producto cultural, objeto de uso social cotidiano, el sistema de nu-
meración se ofrece a la indagación infantil desde las páginas de los libros, las listas de
precios, los calendarios, las reglas, los talonarios de la panadería, las direcciones de
las casas...
¿Cómo se aproximan los niños al conocimiento del sistema de numeración?
Averiguarlo era un paso necesario para diseñar situaciones didácticas que dieran opor-
tunidad a los chicos de poner en juego sus propias conceptualizaciones y confrontarlas
con las de los otros, que les permitieran elaborar diversos procedimientos y explicitar
argumentos para justificarlos, que los llevaran a descubrir lagunas y contradicciones
en sus conocimientos, que brindaran elementos para detectar los propios errores, que
–en suma– los obligaran a cuestionar y reformular sus ideas para aproximarse pro-
gresivamente a la comprensión de la notación convencional.
Era necesario entonces –antes de elaborar una propuesta didáctica y someterla
a prueba en el aula– emprender un estudio que permitiera descubrir cuáles son los
aspectos del sistema de numeración que los niños consideran relevantes, cuáles son
las ideas que han elaborado acerca de ellos, cuáles son los problemas que se han
planteado, cuáles son las soluciones que han ido construyendo, cuáles son los conflic-
tos que pueden generarse entre sus propias conceptualizaciones o entre éstas y cier-
tas características del objeto que están intentando comprender.
Las entrevistas clínicas que realizamos con parejas de niños de cinco a ocho
años1 no sólo confirmaron nuestras expectativas –al poner de manifiesto la relevancia
de los conocimientos construidos por los chicos sobre la numeración escrita–, sino que
además nos depararon una agradable sorpresa: desde un principio fue posible esta-
blecer regularidades al analizar los datos que obteníamos.
La aparición y reaparición de ciertas respuestas –ideas, justificaciones, conflic-
tos– fue el disparador que nos llevó a esbozar, antes de lo previsto, posibles líneas de
trabajo didáctico. Es por eso que, mientras continuábamos realizando entrevistas clí-
nicas, empezamos a poner a prueba en el aula algunas actividades. Como suele suce-
der, cuando llevábamos a la práctica cada una de estas actividades, la propuesta se
iba ajustando y enriqueciendo: por una parte, nosotros descubríamos nuevos proble-
mas que era necesario resolver; por otra parte, los chicos establecían relaciones y nos
sorprendían con preguntas o con procedimientos que abrían nuevas perspectivas para
el trabajo didáctico.
1
Entrevistamos a 50 niños; los integrantes de cada pareja pertenecían al mismo grado o sección.
Queda mucho camino por recorrer: es necesario dar respuesta a nuevos inter-
rogantes –surgidos a partir de lo que ahora sabemos– sobre el proceso de apropiación
de la numeración escrita; es imprescindible también que la propuesta diseñada sea
objeto de una investigación didáctica rigurosa que permita elaborar conocimiento váli-
do sobre la enseñanza y el aprendizaje del sistema de numeración en el contexto es-
colar.
De todos modos, los resultados ya obtenidos son suficientes para poner en tela
de juicio el enfoque que hasta ahora se ha dado a la enseñanza del sistema de nume-
ración y para mostrar la eficacia de otra modalidad de enseñanza que favorece una
comprensión mucho más profunda y operativa de la notación numérica.
II. Donde se cuenta la historia de los conocimientos que los niños elaboran sobre la
numeración escrita
Las afirmaciones de los niños entrevistados muestran que ellos han elaborado
una hipótesis que podría explicitarse así: “Cuanto mayor es la cantidad de cifras
de un número, mayor es el número”.
Experimentador Alan
A mí me dijo un chico el otro día que el
más grande era éste (9), porque acá
había un dos y un uno, y, el nueve era (Se ríe) ¿Cuántos años tiene?
más grande que el dos y el uno.
Como se puede observar en las últimas líneas del ejemplo anterior, el criterio
de comparación que los chicos han construido funciona aun cuando ellos no conozcan
la denominación oral de los números que están comparando.2 Se trata entonces de un
criterio elaborado fundamentalmente a partir de la interacción con la numeración es-
crita y en forma relativamente independiente del manejo de la serie de los nombres
de los números. Se trata también de una herramienta poderosa en el ámbito de la
notación numérica, ya que permitirá comparar cualquier par de números cuya canti-
dad de cifras sea diferente.
Ahora bien, esta herramienta –que era manejada ya por todos los niños entre-
vistados para establecer comparaciones entre números de una y dos cifras y que mu-
chos de ellos utilizaban también para comparar números compuestos por más cifras–3
no se generaliza de forma inmediata a todos los casos.
Fue uno de nuestros sujetos el que nos mostró algunas de las dificultades por
las que debe atravesar esta generalización: Pablo (6 años, primer grado), después de
haber afirmado –como los niños anteriormente citados– que es mayor “el que tiene
más números” siempre que se trataba de comparar un número de una cifra con otro
de dos y también en algunas situaciones donde se comparaban números de dos y tres
cifras (824 y 83, 138 y 39, etc.), hace afirmaciones contradictorias cuando se trata de
comparar 112 y 89. En efecto, él dice en primer término que 112 es mayor que 89
(señalándolos, no conoce las denominaciones) “porque tiene más números”, pero lue-
go cambia de opinión: “No, es más grande éste (89), porque 8 más 9 es 17, y enton-
ces es más”.
Dado que en los otros casos Pablo no había apelado para nada a la suma de los
valores absolutos de las cifras y había tomado la cantidad de cifras como criterio único
2
Cuando los niños conocen el nombre de los números que están comparando, justifican sus afirma-
ciones apelando no sólo a la cantidad de cifras sino también al lugar que ocupan en la serie numéri-
ca oral: “12 es mayor por que tiene más números atrás, porque 6 para abajo tiene menos atrás”
(Alan) .
3
La información que tenemos sobre el proceso de generalización es aun insuficiente: no todos nues-
tros entrevistados tuvieron la oportunidad de comparar números de tres o más cifras, porque esta
cuestión se planteó sólo en ciertos casos, en función de las respuestas que los niños suministraban.
para establecer la comparación, pensamos que es la gran diferencia entre los valores
absolutos de las cifras de ambos números lo que lo lleva a poner en tela de juicio el
criterio de comparación que había utilizado consistentemente en todos los casos ante-
riores, a renunciar a él y a elaborar otro específico para esa situación. Cabe pregun-
tarse por qué Pablo no apela explícitamente al valor de los dígitos que componen esos
números, sino al resultado que se obtiene al sumarlos.4
Aunque Pablo fue el único de los sujetos entrevistados que puso en juego otro
criterio de comparación además del basado en la cantidad de cifras, consideramos
significativa la información que él aporta porque confirma que –como ocurre con otros
objetos de conocimiento– la generalización está lejos de ser inmediata. Además, el
criterio alternativo utilizado por Pablo da cuenta de un problema que probablemente
se planteen todos los chicos en determinado momento de la construcción: ¿cómo se
puede explicar que un número cuyas cifras son todas “bajitas” (1110, por ejemplo)
sea mayor que otro formado por cifras “muy altas” (999, por ejemplo)?
Si bien es necesario profundizar en el estudio del proceso a través del cual se
construye este criterio de comparación –cómo se concibe, cómo se generaliza, qué
conflictos debe afrontar–, es indudable que su elaboración constituye un paso relevan-
te hacia la comprensión de la numeración escrita.
La Posición de las cifras como Criterio de comparación o “el primero es el que
manda”
Al comparar numerales de igual cantidad de cifras, los niños esgrimen argu-
mentos a través de los cuales se evidencia que ellos ya han descubierto que la posi-
ción de las cifras cumple una función relevante en nuestro sistema de numeración:
–Lucila (5 años, preescolar), después de afirmar que 21 es mayor que 12, lo
justifica así: “Porque el uno (en 12) es primero y el dos es después; porque (en 21) el
dos es primero y el uno es después”.
–Nadia (6 años, primer grado) no consigue explicar cómo se da cuenta de que
31 es mayor que 13. Se le pregunta entonces cómo se lo explicaría a otro chico, y ella
responde: “Que se fije dónde está el 3 y dónde está el 1, o dónde está el 1 y dónde
está el 3”.
–Alina, y sobre todo Ariel (6 años, primer grado), son más explícitos:
4
Esta es una de las cuestiones que será necesario seguir investigando.
¿Y de ahí podés sacar algo después y éste(12) está
para darte cuenta de cuál primero.
es más alto?
Hacemos la cuenta Mira:
uno, dos,
¿Dónde está primero? tres... (sigue contando has-
ta doce)
acá esta el doce... trece,
catorce... (sigue contando
hasta veintiuno) veintiuno.
De acuerdo. Ahora me con- ¿Viste? ¿Hicimos la cuenta?
venciste (Luego, al comparar 21 y
23, Ariel dice que este últi-
mo es mayor, porque tres
es más que uno y, ante una
pregunta del experimenta-
dor, aclara que en este ca-
so se fija en el segundo
número “porque en el pri-
mero hay un dos y un
dos”.)
Otros sujetos explicitan con mayor claridad aún cómo debe aplicarse el criterio
de comparación basado en la posición de las cifras. Véamos cómo lo expresa Guiller-
mo:
Guillermo Yael
(Ya decidió que 21 es mayor que
12.)
Tienen los mismos números. Nada
más que acá el dos está adelante y
acá está atrás.
(La situación se produce durante el Juego. La carta de Alina tiene el número 25,
la de Ariel el número 16.)
Alina parece sostener aquí que es mayor el número que contiene la cifra más
alta, independientemente del lugar en que ella esté ubicada. Parece que, también en
este caso, el valor absoluto de los números puede hacer dudar de la validez de un cri-
terio que se consideraba válido para muchos otros casos.
Por otra parte, como lo muestran claramente algunas respuestas de Ariel (“Por-
que sí”, “,Yo qué sé!”), el conocimiento que los niños tienen sobre la variación del va-
lor de las cifras en función del lugar que ocupan no va acompañado –ni mucho menos
precedido– por el conocimiento de las razones que originan esta variación. Estos niños
no sospechan aún que “el primero es el que manda” porque representa grupos de 10
si el número tiene dos cifras, de 102 Si tiene tres... en tanto que las siguientes repre-
sentan potencias menores de la base 10.
Todavía no han descubierto la regla del sistema (la agrupación recursiva en ba-
se 10), pero esto no les impide en absoluto elaborar hipótesis referidas a las conse-
cuencias de esa regla –la vinculación entre la cantidad de cifras o su posición y el va-
lor del número– y utilizarlas como criterios válidos de comparación de números. A
partir de estas hipótesis, ellos podrán sin duda plantearse –y el maestro podrá plan-
tearles–interrogantes que los conducirán, a través de aproximaciones sucesivas, a
descubrir las reglas del sistema.
En efecto, en tanto que Ariel no intenta justificar su afirmación –contesta con
un lacónico “porque sí” cuando se le pregunta por qué “se diferencia por el primero”–,
otros niños han encontrado ya una explicación de ese criterio que ellos mismos han
elaborado. Es lo que nos muestra, por ejemplo, Guillermo (6 años, primer grado),
quien se ve obligado a explicitar su argumentación para convencer a su compañera:
Experimentador Guillermo Yael
¿Cuál es más alto? (se es- Este (31). A mí me parece que és-
tán comparando 25 y 31). te(25), porque tiene un dos
y un cinco y éste (31) tiene
un tres y, un uno. Más altos
son éstos números (seña-
Este (31) es más alto. ¿Por lando las cifras de 25).
qué? Porque mirá: no tiene
nada que ver el segundo
número con el primero,
porque acá tres y acá (2 de
25) dos. Dos es menos que
tres. Esto es treintiuno y
(A Yael) ¿Qué te parece lo esto es veinticinco, no
que él dice? ¿Lo entendés? treinticinco.
Explicále mejor, Guillermo. No (riéndose).
¿Por qué introduce Alan el término “decena”? Tal vez porque sospecha la exis-
tencia de alguna relación entre ese término y el valor de la cifra que aparece ubicada
“adelante” en los números de dos cifras. Pero esta sospecha es suficientemente vaga
como para que él pueda afirmar que 21 “no tiene ninguna decena, el uno no es nin-
guna decena y el dos tampoco”.
En el caso de Loli, ocurre algo diferente: aunque ella no acude espontáneamen-
te al concepto de decena –sino a la posición de las cifras– para explicar por qué 21 es
mayor que 12, parece comprender que el 2 de 21 representa dos decenas. Su res-
puesta final muestra claramente cómo llegó a comprenderlo: puede entender que en
21 hay dos decenas porque ese 2 no significa para ella “dos” sino “veinti”.
Cabe preguntarse entonces: ¿aprender el concepto de decena ayuda realmente
a conocer los números? ¿O es más bien el conocimiento de los números –y de su es-
critura– lo que ayuda a comprender el concepto de decena?
Experimentador Gisela
Escribí un número, el que tengas
ganas, que te parezca bastante alto. (Escribe 1000).
Experimentador Nadia
Ahora te voy a pedir que escribas un nú-
mero que vos pienses que es muy alto
¿Muy alto?
Sí. Voy a escribir como máximo mil (escribe
900).
¿Cuál es?
Novecientos.
¿Y mil cómo es?
(Escribe 1000.)
¿Cómo te parece que será dos mil?
(Escribe 2000.)
¿Y cuatro mil ?
(Escribe 4000.)
¿ Nueve mil ?
(Escribe 9000.)
¿ Diez mil ?
(Escribe 10000.)
Y decíme... Mil cien, ¿cómo te parece que
es? (Muy sorprendida.) ¿Mil cien? Para mí ese
número no existe.
¿ No existe ¿
(Piensa un largo rato y luego escribe,
¿Mil quinientos? 1000100.)
(Escribe 1000500.)
Yo lo sé escribir.
5
Cuando se entrevistó a Christian, los australes estaban aún en curso.
y ciento diez. El supone que estos números tendrán dos ceros –como cien– y que se
diferenciarán de cien por la cifra inicial. El problema es que esta hipótesis no le permi-
te diferenciar –utilizando números distintos– cien de ciento uno, y seguramente es por
eso que apela al tamaño para diferenciarlos. Resulta además impactante constatar
que el hecho de conocer la escritura convencional de quinientos no lo lleva a dudar de
su hipótesis –en efecto, sigue afirmando que 500 representa ciento cinco–, sino a em-
plear un recurso no numérico para diferenciar las dos escrituras.6
Ahora bien, varios niños nos proveyeron –trabajando en el aula– escrituras apa-
rentemente inversas a las de Christian, pero cuyo significado nos parece similar: ellos
escriben cuatrocientos como 104, trescientos como 103, seiscientos como 106. Estos
niños piensan que la escritura de los otros nudos de las centenas conserva caracterís-
ticas de la escritura de 100: también tienen tres cifras, pero en este caso se mantie-
nen las dos primeras –el uno y el cero iniciales de 100– y se expresa la diferencia va-
riando el último número.
Todos estos datos sugieren que los niños se apropian en primer término de la
escritura convencional de la potencia de la base (100, es decir 102, en este caso), y
que la escritura de los otros nudos correspondientes a esa potencia se elabora sobre
ese modelo, conservando la cantidad de cifras, manteniendo dos de las cifras que
componen cien y variando la otra. El caso de Christian indica que un procedimiento
similar podría ser utilizado –al menos por algunos niños– para reconstruir la escritura
de los números ubicados entre 100 y 110. El problema que se les planteará entonces
será el de encontrar una manera de diferenciar numéricamente la escritura de dos-
cientos y la de ciento dos, la de quinientos y la de ciento cinco, etcétera. La búsqueda
de esta diferenciación seguramente conducirá a descubrir que en el caso de los nudos
(200, 300, etc.) lo que varía –en relación con la escritura de cien– es el primer núme-
ro, en tanto que en el caso de 101 ... 109, lo que varía es el último.
6
Aunque el recurso que utiliza Christian pueda parecer exótico, tal vez resulte más pertinente si se
recuerda que otros sistemas de numeración –como por ejemplo el romano– han apelado a grafías
del mismo tipo para diferenciar números (V y V ).
dos, ni para el treinta y tres. [ ... ] De tres números no se puede, no se puede [ ... ]
porque el cien se escribe así [ 100 ]”. Yael lo escucha atentamente, pero un rato des-
pués escribe treinta y cuatro como 304 y –al mirar la escritura convencional de Gui-
llermo (34)– afirma: “Para mí, se puede hacer de las dos maneras”.
– Martín (6 años, primer grado) escribe:
–Dan (6 años, primer grado) escribe también 600030045; al igual que Martín,
considera incorrecta su escritura, pero la corrige de otra forma: 63045.
7
4815 = 4 -103 + 8. 102 + 1.101 + 5. 100
quier número de dos cifras (35, 44, 83, etc.) producen escrituras en correspondencia
con la numeración hablada cuando se trata de centenas (10035 para ciento treinta y
cinco, 20028 para doscientos veintiocho, etc.). Del mismo modo, niños que escriben
convencionalmente números de dos y tres cifras apelan a la correspondencia con lo
oral cuando se trata de escribir miles: escriben –por ejemplo– 135, 483 o 942 en for-
ma convencional, pero representan mil veinticinco como 100025 o mil trescientos
treinta y dos como 100030032 o 1000332.
Sin embargo, la coexistencia de escrituras convencionales y no convencionales
puede aparecer también para números de la misma cantidad de cifras: algunos chicos
escriben convencionalmente números entre cien y doscientos (187,174, etc.), pero no
generalizan esta modalidad a las otras centenas (y anotan entonces 80094 para ocho-
cientos noventa y cuatro o 90025 para novecientos veinticinco). Por otra parte, mu-
chos niños producen algunas escrituras convencionales y otras que no lo son en el
interior de una misma centena o de una misma unidad de mil: 804 (convencional),
pero 80045 para ochocientos cuarenta y cinco; 1006 para mil seis, pero 1000324 para
mil trescientos veinticuatro.
Señalemos, finalmente, que la relación numeración hablada numeración escrita
no es unidireccional: así como la información extraída de la numeración hablada inter-
viene en la conceptualización de la escritura numérica, recíprocamente, los conoci-
mientos elaborados sobre la escritura de los números inciden en los juicios comparati-
vos referidos a la numeración hablada. Veamos, por ejemplo, lo que ocurre con Chris-
tian (5 años) al comparar cien mil y mil cien:
Experimentador Christian
¿Cómo escribirías mil cien? No, cien mil.
Dos de las conceptualizaciones que hemos descrito en los puntos anteriores lle-
varán a los niños a conclusiones potencialmente contradictorias:
–por una parte, ellos suponen que la numeración escrita se corresponde estric-
tamente con la numeración hablada,
–por otra parte, ellos saben que en nuestro sistema de numeración la cantidad
de cifras está vinculada a la magnitud del número representado.
La primera de estas conceptualizaciones se aplica fundamentalmente a la escri-
tura de números ubicados en los intervalos entre nudos, en tanto que estos últimos
son representados en forma convencional. En consecuencia, las escrituras producidas
por los niños para los números ubicados a entre dos nudos determinados tendrán más
cifras que las que representan a los nudos mismos: ellos escribirán convencionalmen-
te, por ejemplo, 2000 y 3000, pero dos mil setecientos ochenta y dos será represen-
tado como 200070082 (o, eventualmente, como 2000782).
El niño podría aceptar que dos mil setecientos ochenta y dos se escriba con más
cifras que dos mil, puesto que el primero es mayor que el segundo. Pero, si él piensa
simultáneamente que un número es mayor cuantas más cifras tenga, ¿cómo puede
aceptar que dos mil setecientos ochenta y dos se escriba con más cifras que tres mil?
De este modo, la escritura producida a partir de una de sus conceptualizaciones –la
correspondencia con la numeración hablada– resulta inaceptable si se la evalúa a par-
tir de otra de sus conceptualizaciones –la vinculación entre cantidad de cifras y magni-
tud del número.
¿Cómo maneja el niño esta contradicción entre sus conceptualizaciones? ¿Toma
conciencia de ella de inmediato? ¿En qué se apoya para resolverla?
Los datos recogidos hasta ahora sugieren que, en un comienzo, la contradicción
detectada por el observador no se constituye en un conflicto para los niños. Veamos
algunos ejemplos:
¿Te parece muy largo para ser mil qui- Sí, es.
nientos?
(Escribe 2000500.)
¿Será o no será mil quinientos?
Escucháme una cosa. ¿Cuál es más, dos (Toma tres billetes de mil.)
mil quinientos o tres mil? (Señalando
3000, que Gisela había escrito antes con- (Toma dos billetes de mil y, uno de qui-
vencionalmente). nientos.)
Ahora fijáte cómo están escritos. Vos di- Este (señala 2000500).
jiste que éste (3000) es tres mil y éste
(2000500) es dos mil quinientos, ¿no?
Tres mil.
¿Y cuál es más?
Este (2000500).
Y con la plata (señalando los montonci-
tos), ¿cuál es más? No, no importa.
Experimentador Nadia
(Ella ha escrito antes convencionalmente
2000-4000-9000-10000, y ha producido
otras escrituras -1000100 para mil cien y
1000500 para mil quinientos– estable-
ciendo correspondencia con la numeración
hablada.)
(Se queda pensando, escribe 90050, mira
¿Y novecientos cincuenta, ¿cómo lo escri- largo rato su escritura.) ¡Me equivoqué!
birías?
No sé.
¿Cómo es?
Así (9005) o así (905).
¿Y novecientos cinco, cómo lo escribís?
Para mí es así (señala 905).
¿De las dos maneras?
Porque acá (90050) me equivoqué...Tiene
¿Por qué a novecientos cinco le dejás un que ser así: 9050.
cero y a novecientos cincuenta le dejás (Escribe 9048.)
dos?
¿Por qué éste, que es menos, tiene tantos No, no sé. (Está muy preocupada, piensa
números? largo rato.)
Claro.
Experimentador Nadia
El otro día hice todo mal, me equivoqué
¿Por qué creés que te equivocaste? mucho.
¿No va ningún cero en el doscientos trein- 235 (escribe el cero y encima el tres).
ta y cinco?
¿Puede ser que el otro día lo hayas escrito No.
así: 2035?
Sí.
¿Y el otro día, por qué te parecía que iba No sé.
con cero?
¿Novecientos cincuenta y ocho cómo lo 958.
escribís? No.
(Escribe 9050, lo tacha, luego escribe 900
¿No lleva ceros? ¿Ningún cero? y pone un cinco sobre el último cero.) 905
¿Y novecientos cinco?
Porque acá (905) es cinco y acá (958)
¿Por qué acá (905) sí lleva cero y acá cincuenta y ocho... Porque cincuenta y
(958) no lleva cero? ocho son dos números y cinco es uno.
2500.
(Escribe primero 2000 y luego el 5 sobre
[ ... ] el primer cero.)
Y el dos mil quinientos, ¿cómo será? No sé.
En Parra y Saiz (comp): Didáctica de las matemáticas. Aportes y reflexiones. Buenos Aires.
Paidós.
III. De las relaciones entre lo que saben los niños y la organización posicio-
nal del sistema de numeración
Según afirman los niños, un número es mayor que otro “porque tiene más ci-
fras” o “porque el primero es el que manda”. El saber que así se expresa, ¿se refiere a
propiedades de los números o a propiedades de la notación numérica?
La pregunta que antecede puede resultar extraña: estamos tan acostumbrados
a convivir con el lenguaje numérico que en general no distinguimos lo que es propio
de los números como tales –es decir, del significado– de las propiedades del sistema
que usamos para representarlos. Sin embargo, esta distinción es necesaria.
En efecto, mientras que las propiedades de los números son universales, las le-
yes que rigen los distintos sistemas de numeración producidos por la humanidad no lo
son.
“Ocho es menor que diez” es una afirmación válida en cualquier cultura, inde-
pendientemente del sistema de numeración que en ella se utilice. Pero si esta afirma-
ción se justifica alegando que “ocho tiene una sola cifra y diez tiene dos”, se está es-
grimiendo un argumento que es específico de los sistemas posicionales, ya que en los
no-posicionales la cantidad de cifras no está relacionada con el valor del número.
Ahora bien, ¿qué tiene el sistema posicional que los otros no tengan? La posi-
cionalidad, justamente. Ella es la responsable de la relación cantidad de cifras-valor
del número; de ella depende también la validez de “el primero es el que manda”.
En nuestro sistema de numeración –como es sabido–, el valor que representa
cada cifra se obtiene multiplicando esa cifra por una cierta potencia de la base. Si un
número tiene más cifras que otro, necesariamente intervendrán en su descomposición
potencias de diez de mayor grado que las involucradas en el otro y, en consecuencia,
será mayor.
Por otra parte, cuando se trata de dos números de la misma cantidad de cifras
–excepto en el caso de que los dos empiecen con la misma cifra– es la primera la que
determina cuál es el mayor, porque esa cifra indica por cuánto hay que multiplicar la
potencia de grado más alto que “interviene” en el número. Por razones similares, si
las primeras cifras fueran iguales, la responsabilidad de determinar el número mayor
sería transferida a la cifra contigua, y así sucesivamente.
El contraste con sistemas no-posicionales contribuye a aclarar la cuestión.
Veamos, por ejemplo, lo que ocurre en el sistema de numeración egipcio (5000 a. C.),
que era aditivo y disponía de símbolos sólo para representar las potencias de 10. Así,
el número 3053 se anotaba:
En el sistema egipcio la cantidad de símbolos de un número no informa acerca
de su magnitud: para representar, por ejemplo, 9999 se utilizaban 36 símbolos, en
tanto que 10.000 se anotaba con uno solo.
Además, cada símbolo representaba siempre el mismo valor, ocupara el lugar
que ocupara y, si bien una convención establecía cierto orden de anotación, esta con-
vención podía alterarse sin que por ello cambiara la interpretación del número repre-
sentado.
8
Entendemos que cuando los chicos producen una escritura como 1000500 (1500), están usando
1000 y 500 como “símbolos originales”.
quier número.9 En un sistema como el egipcio, en cambio, la cantidad de símbolos
necesarios para que sea posible anotar cualquier número no es finita: si se dispone de
símbolos para uno, diez, cien, mil, diez mil, cien mil y un millón –son los que proba-
blemente existieron en la cultura egipcia–, se puede escribir cualquier número hasta
nueve millones novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve, pero
será necesario crear un nuevo símbolo para anotar diez millones. La creación de este
nuevo símbolo permite extender la escritura a todos los números menores que cien
millones, pero la representación de este último exigirá un nuevo símbolo y esta exi-
gencia volverá a presentarse cada vez que aparezca una nueva potencia de la base.
Economía y transparencia no son variables independientes: cuanto más econó-
mico es un sistema de numeración, menos transparente resulta. Un sistema como el
egipcio es casi una traducción de las acciones de contar, agrupar y reagrupar; fue ne-
cesario ocultar esas acciones detrás de la posicionalidad para lograr un sistema cuya
economía es indiscutible.
Quienes, como los chicos, intentan apropiarse de nuestro sistema de numera-
ción deberán desentrañar lo que él oculta. Ellos empiezan –como hemos visto– por
detectar aquello que les resulta observable en el marco de la interacción social. A par-
tir de estos conocimientos, multiplican sus preguntas acerca del sistema y con ellas
llegan a la escuela. Las respuestas que ofrece el ámbito escolar, ¿son verdaderamente
respuestas a las preguntas que los chicos se plantean?, ¿deberían serlo? ¿Es válido el
esfuerzo de la escuela por explicitar todo aquello que el sistema de numeración ocul-
ta? ¿Tiene sentido el intento de evitar que los chicos se enfrenten con la complejidad
de la notación numérica? ¿Por qué reducir la reflexión sobre el sistema al ritual aso-
ciado a las unidades, decenas, centenas ... ?
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Actualmente estamos intentando establecer cómo y cuándo descubren los niños esta característica
de nuestro sistema.
les, pero el espectro de sus relaciones es tan limitado que se reduce a los vecinos más
cercanos.
Se pretende simultáneamente graduar el conocimiento y arribar desde el co-
mienzo al saber oficial. ¿Son compatibles estas dos pretensiones? Si se recorta tan
drásticamente el universo de los números posibles, si –al introducir los números de a
uno y predeterminar un tope para cada grado– se obstaculiza la comparación entre
diferentes intervalos de la serie y se dificulta la búsqueda de regularidades, ¿se está
propiciando realmente el acceso a las reglas que organizan el sistema de numeración?
Y si esto no es así, ¿cuál es el “saber oficial” que efectivamente se está impartiendo?
Saber acabado y graduación del saber parecen incompatibles. Habrá que renun-
ciar a la ilusión de comunicar de inmediato el saber definitivo o bien habrá que renun-
ciar a la dosificación del conocimiento. O tal vez haya que renunciar a ambas.
“Paso a paso y acabadamente” es –por otra parte– una consigna que los chicos
no están dispuestos a acatar: ellos piensan al mismo tiempo sobre los “dieces”, los
millones y los miles, elaboran criterios de comparación fundados en el contraste entre
rangos de números más o menos alejados, pueden conocer la notación convencional
de números muy “altos” y no manejar la de números menores. Los chicos tampoco
necesitan –recordémoslo– apelar a “decenas” y “unidades” para producir e interpretar
escrituras numéricas; saber “todo” acerca de los numerales no es entonces requisito
para usarlos en contextos significativos.
Anticipamos una objeción posible: aunque se pueda prescindir de unidades y
decenas cuando sólo se trata de leer y escribir números, no será posible dejarlas de
lado en el momento de resolver operaciones. Esta objeción es parcialmente válida: lo
es si se piensa en los algoritmos convencionales –en los famosos “me llevo uno” y “le
pido al compañero”– como único procedimiento posible; deja de serlo cuando se ad-
miten algoritmos alternativos.
¿Por qué pensar en algoritmos alternativos? Porque los procedimientos que los
chicos elaboran para resolver las operaciones tienen ventajas nada despreciables si se
los compara con los usuales en la escuela.
Una desventaja evidente de los algoritmos convencionales es que –por exigir
que se sume o reste “en columna”, aislando cada vez las cifras que corresponden a un
mismo valor posicional– llevan a perder de vista cuáles son los números con los que
se está ,operando. Algo muy diferente ocurre con las propuestas de los niños, ya que
–como veremos en el próximo punto– las formas de descomposición que ellos ponen
en práctica permiten conservar el valor de los términos de la operación.
Por otra parte, en tanto que la anticipación del resultado se hace difícil (o impo-
sible) cuando se empieza a sumar o a restar por la derecha –es decir por el menor
valor posicional–, la persistente decisión de los niños de empezar por la izquierda ex-
plicitando el valor representado por las cifras10 pone en primer plano el cálculo
aproximado, lo cual hace posible controlar el resultado.
Es así como los procedimientos de los chicos hacen desaparecer la diferencia
entre cuentas “con dificultad” y “sin dificultad”.
Si la interpretación de las cifras en términos de decenas y unidades no es requi-
sito para la lectura y escritura de números, si tampoco es condición necesaria para
resolver operaciones, ¿por qué tomarla como punto de partida? ¿Valdrá la pena inver-
tir tanta energía en un intento cuyo resultado casi inevitable es el recitado mecánico
de los términos en cuestión?
El esfuerzo por lograr que los chicos comprendan algo tan complejo como nues-
tro sistema de numeración –y por evitar el riesgo de una mera memorización– ha lle-
vado a utilizar diferentes recursos para materializar el agrupamiento.
10
Si se trata –por ejemplo- de sumar 33 y 35, un procedimiento posible sería: 80 + 10 = 90; 90 + 10
= 100; 100 + 10 = 110; 110 + 8 = 118.
Uno de estos recursos consiste en crear un código que introduce símbolos espe-
cíficos –círculos, cuadrados, triángulos– para representar aquello que en nuestro sis-
tema sólo puede inferirse a partir de la posición: las potencias de diez. Los símbolos
en cuestión deben sumarse para determinar cuál es el número representado.
El parecido con el sistema egipcio es notable. Y a este parecido se refiere el nú-
cleo de nuestra objeción: paradójicamente, para que los niños comprendan la posicio-
nalidad, se hace desaparecer la posicionalidad.
Una crítica similar puede aplicarse a otro de los recursos usuales en la escuela:
poner en correspondencia la cifra ubicada en el lugar de las unidades con elementos
sueltos, la ubicada en el lugar de las decenas con “ataditos” de diez, la que está en el
lugar de las centenas con “ataditos” de cien. Esta manera de proceder tiene la ventaja
de apelar a la agrupación realizada por los chicos en lugar de partir de un código im-
puesto; sin embargo, si se considera el resultado final de la agrupación, presenta el
mismo inconveniente que la materialización a través de figuras geométricas: la posi-
ción deja de ser relevante para entender de qué número se trata ya que, sea cual fue-
re el orden en que estén colocados los ataditos y los palitos sueltos, el total de ele-
mentos será siempre el mismo.
El supuesto subyacente a los dos recursos descritos parece ser el siguiente: pa-
ra que nuestro sistema de numeración resulte comprensible, es necesario transfor-
marlo en otro sistema de numeración.
Finalmente, analizaremos la utilización del ábaco, un instrumento que –a dife-
rencia de los materiales anteriores– refleja claramente la posicionalidad del sistema.
Dos ideas subyacen al empleo didáctico del ábaco: agrupar y reagrupar son ac-
ciones imprescindibles para comprender la posicionalidad, la representación de una
cantidad en el ábaco puede traducirse directamente a la notación numérica conven-
cional y esa traducción arroja luz sobre la organización del sistema.
Los dos supuestos son objetables desde nuestra perspectiva. Por una parte,
como hemos visto, la noción de agrupamiento no es el origen de la comprensión de la
posicionalidad: los chicos descubren este principio de manera totalmente independien-
te de las acciones de agrupar y reagrupar objetos, lo elaboran a partir de su acción
intelectual sobre las escrituras numéricas que los rodean. Por otra parte, ¿para qué
apelar a una traducción si la versión original está al alcance de la mano?
De todos modos, si el ábaco fuese hoy –como lo fue en la antigüedad– un ins-
trumento de cálculo socialmente vigente, su utilización en la escuela estaría segura-
mente justificada. Dadas las condiciones actuales, ¿no habrá que decidirse a sustituir
el ábaco por la calculadora?
Ahora bien, todos los recursos concretizadores que hemos analizado tienen en
común la esperanza de reconstruir una relación entre la notación numérica y las ac-
ciones de agrupar y reagrupar. Esta relación, que efectivamente posibilitó la invención
de los diversos sistemas de numeración producidos en el curso de la historia, ya no
está presente en el uso social que se hace del sistema. Tal vez es por eso que los chi-
cos no necesitan pensar que alguien formó ochenta y ocho grupos de diez y después
reagrupó formando ocho grupos de cien para entender que, en 880, el primer ocho
representa ocho cientos, y el segundo ocho “dieces”.
La notación numérica aparece ante los chicos como un dato de la realidad: es
necesario entender lo antes posible cómo funciona, para qué sirve, en qué contextos
se usa; averiguar por qué llegó a ser como es no es tan urgente para ellos, quizá por-
que comprenderlo no puede ser de ninguna manera un punto de partida y sí puede
constituirse en el punto de llegada que se hace posible después de un largo y comple-
jo recorrido.
Algo está fallando en el juego de preguntas y respuestas que –según este enfo-
que– tiene lugar en el aula: se ofrecen respuestas para aquello que los chicos no pre-
guntan, se ignora que ellos ya encontraron algunas respuestas y que todavía se hacen
muchas preguntas, se evita formular interrogantes que podrían orientar la búsqueda
de nuevas respuestas.
Si no es restringir la numeración, si no es explicitar el valor de las cifras en
términos de decenas y unidades, si no es apelar exclusivamente a los algoritmos con-
vencionales, si no es apoyarse en concretizaciones externas al sistema, si no es apun-
tar de entrada al saber acabado.... ¿cuál será entonces el camino que puede trazarse
en el contexto escolar para andar entre los números?
G. BROUSSEAU
Trabajar con la numeración escrita y sólo con ella; abordarla en toda su com-
plejidad; asumir que el sistema de numeración –en tanto objeto de enseñanza– pasa-
rá por sucesivas definiciones y redefiniciones antes de llegar a su última versión. Son
éstas las ideas que desde un comienzo orientaron nuestro trabajo didáctico.
Del uso a la reflexión y de la reflexión a la búsqueda de regularidades, ése es el
recorrido que propondremos una y otra vez.
Usar la numeración escrita es producir e interpretar escrituras numéricas, es
establecer comparaciones entre esas escrituras, es apoyarse en ellas para resolver o
representar operaciones.
Usar la numeración escrita –cuando uno está intentando apropiarse de ella–
hace posible que aparezcan, en un contexto pleno de significado, problemas que ac-
tuarán como motor para desentrañar la organización del sistema.
La búsqueda de soluciones llevará a establecer nuevas relaciones, a reflexionar
sobre las respuestas posibles y los procedimientos que condujeron a ellas, a argumen-
tar a favor o en contra de las diferentes propuestas, a convalidar ciertos conocimien-
tos y desechar otros. En el curso de este proceso, comienzan a imponerse las regula-
ridades del sistema. Las regularidades aparecen ya sea como justificación de las res-
puestas y de los procedimientos utilizados por los chicos –o al menos por algunos de
ellos–, ya sea como descubrimientos que es necesario propiciar para hacer posible la
generalización de ciertos procedimientos o la elaboración de otros más económicos.
El análisis de las regularidades de la numeración escrita es –de más está decir-
lo– una fuente insustituible de progreso en la comprensión de las leyes del sistema
por parte de los niños.
Ahora bien, si pretendemos que el uso de la numeración sea realmente el punto
de partida de la reflexión, si esperamos que sea efectivamente posible establecer re-
gularidades, resulta entonces necesario adoptar otra decisión: trabajar desde el co-
mienzo y simultáneamente con diferentes intervalos, de la serie. De este modo, se
hará posible favorecer comparaciones entre números de la misma y de distinta canti-
dad de cifras, promover la elaboración de conclusiones –tales como “los cienes van
con tres, los miles van con cuatro”– que funcionarán como instrumentos de autocon-
trol de otras escrituras numéricas, propiciar el conocimiento de la escritura convencio-
nal de los nudos y su utilización como base de la producción de otras escrituras, lograr
–en suma– que cada escritura se construya en función de las relaciones significativas
que mantiene con las otras.
Introducir en el aula la numeración escrita tal como es, trabajar a partir de los
problemas que plantea su utilización..., son dos consignas que nos sumergen ineludi-
blemente en la complejidad del sistema de numeración.
El desafío que este enfoque plantea es evidente: supone correr el riesgo de en-
frentar a los chicos con problemas que aún no les hemos enseñado a resolver, obliga
a trabajar simultáneamente con respuestas correctas –aunque a veces parciales– y
con respuestas erróneas, así como a encontrar formas de articular procedimientos o
argumentos diferentes para hacer posible la socialización del conocimiento. Se trata
entonces de aceptar la coexistencia de diferentes conceptualizaciones acerca del sis-
tema, se trata de invertir todo el esfuerzo necesario para lograr que la diversidad –en
lugar de constituirse en un obstáculo– opere a favor del progreso del grupo y de cada
uno de sus miembros.
El trabajo en el aula está así teñido de provisoriedad: no sólo son provisorias
las conceptualizaciones de los niños, también lo son los aspectos del objeto que se
ponen en primer plano, los acuerdos grupales que se promueven, las conclusiones que
se van formulando, los conocimientos que se consideran exigibles.
Complejidad y provisoriedad son entonces didácticamente inseparables. Si se
decide abordar la complejidad, habrá que renunciar a establecer de entrada todas las
relaciones posibles, habrá que pronunciarse por la reorganización progresiva del cono-
cimiento. Recíprocamente, si uno se atreve a abordar la complejidad es precisamente
porque ha aceptado la provisoriedad.
Complejidad y provisoriedad son inevitables. Lo son porque el trabajo didáctico
está obligado a tomar en cuenta tanto la naturaleza del sistema de numeración como
el proceso de construcción del conocimiento.
11
Nótese que es necesario elegir los números de tal modo que efectivamente permitan movilizar los
criterios en cuestión.
zaban pero sobre el cual seguramente aún no habían reflexionado; por otra parte, la
elaboración de argumentos para apoyar o rebatir las producciones de sus compañeros
enriquecerá su conceptualización. Quienes logran ordenar los números a través de un
proceso que incluye muchas autocorrecciones aprenden tanto durante este proceso –
la tarea para ellos todavía constituye un desafío– como cuando tienen que defender
su producción frente a los demás.
Los chicos que establecen un orden parcial –ya sea porque se basan sólo en la
serie numérica oral y ordenan entonces las escrituras numéricas cuya denominación
conocen, ya sea porque utilizan únicamente el criterio que permite comparar números
de diferente cantidad de cifras– aprenden a lo largo de toda la situación. En efecto,
mientras, ordenan, se ven obligados a plantearse una pregunta que tal vez aún no se
habían formulado: en qué basarse para establecer comparaciones entre los números
que no pudieron incluir en el ordenamiento; durante la discusión, las argumentaciones
de sus compañeros abrirán el camino hacia la respuesta. Formularse una nueva pre-
gunta constituye un aprendizaje porque es el punto de partida para la elaboración de
un nuevo conocimiento; escuchar la respuesta que otros dan a esa pregunta siempre
hace posible algún progreso: puede ocurrir que esa respuesta –en el mejor de los ca-
sos– se asimile inmediatamente como propia, o que genere nuevas preguntas, o que
–por lo menos– permita enterarse de que esas preguntas tienen respuesta y descubrir
entonces que vale la pena buscarla.
Los niños que no arriesgan ninguna respuesta sin consulta previa aprenden
porque también se hacen preguntas y, por lo tanto, lo que sus compañeros les contes-
tan adquirirá necesariamente algún significado en relación con la pregunta formulada:
puede ser que confirme lo que ellos habían pensado pero no se atrevían a asegurar,
que entre en contradicción con sus ideas previas y genere entonces nuevas preguntas
o que resulte una información nueva que habrá que comenzar a procesar. Es difícil
saber, en cambio, qué aprenden los que se limitan a copiar –son muchas las causas
que pueden motivar esta actitud– y por eso es fundamental incitarlos a reflexionar
sobre lo que han anotado y a encarar la responsabilidad de producir una respuesta
propia. Tanto los que consultan sin cesar como los que únicamente copian están emi-
tiendo señales que será necesario registrar: habrá que intervenir orientándolos hacia
formas de trabajo más autónomas.
Intentar que los chicos se consulten a sí mismos antes de apelar a una ayuda
externa, que cada uno recurra ante todo a lo que sabe acerca de la numeración
hablada y de la numeración escrita y descubra que algunos de sus conocimientos son
pertinentes para resolver el problema planteado es tal vez la mejor manera de pro-
mover la autonomía.
Alentar la utilización de materiales donde aparecen números escritos en serie –
centímetro, almanaque, regla, etc.– hace posible que los chicos aprendan a buscar por
sí mismos la información que necesitan. Apelar a estos portadores resulta, además,
útil para todos los chicos: los que están en condiciones de ordenar todos los números
propuestos podrán utilizarlos para verificar su producción; los que pueden hacer orde-
namientos parciales descubrirán cómo completarlos, ya que seguramente saben que –
en esos materiales– “los números que están después son mayores”; los que aún no
utilizan criterios de comparación descubrirán que en el soporte los números propues-
tos aparecen ubicados en un cierto orden, lo cual –además de permitirles efectuar el
ordenamiento solicitado– tal vez los lleve a preguntarse sobre las razones de ese or-
den.
En síntesis, en el curso de esta situación, todos los chicos tienen oportunidad de
buscar una respuesta, todos crecen gracias al trabajo cooperativo, todos realizan al-
gún aprendizaje.
Situaciones similares a la planteada pueden proponerse apelando a contextos
diferentes: ordenar las edades de los familiares de los chicos integrantes de un grupi-
to, decidir el orden en que serán atendidas en la “panadería” las personas que han
sacado determinados números, establecer comparaciones entre las alturas de los
miembros del grupo –expresadas encentímetros– después de haberse medido... Por
otra parte, todas las situaciones incidentales en las que establecer un orden es rele-
vante –por ejemplo, cuando se leen noticias en las que aparecen encuestas de opinión
sobre algún problema de actualidad- pueden dar lugar a discusiones acerca de los cri-
terios de comparación.
Si bien muchas de las situaciones que proponemos –sobre todo al principio– re-
producen contextos cotidianos en los cuales ordenar números tiene sentido, esta con-
textualización no siempre es imprescindible: la avidez de los chicos por develar los
misterios que encierra el sistema de numeración hace de éste un objeto digno de ser
considerado en sí mismo. Resulta entonces posible y productivo plantear algunas acti-
vidades que están centradas en los números como tales. Es lo que ocurre, por ejem-
plo, en los siguientes casos:
–Formar, con tres dígitos dados, todos los números posibles de dos y tres cifras
y ordenarlos. Si se permite que las cifras se repitan en los números que se van a for-
mar, la actividad resulta mucho más compleja, ya que en este caso habrá que formar
y ordenar treinta y seis números en lugar de doce.
–Dado un número de dos cifras (45, por ejemplo), ¿dónde hay que ubicar una
tercera cifra (4, por ejemplo) para que quede formado el número más grande posible?
La situación se plantea proponiendo sucesivamente diferentes “terceras cifras”, para
discutir luego en qué casos hay que ubicarlas a la derecha y en cuáles a la izquierda,
elaborar una conclusión general y fundamentarla.
Ahora bien, cuando la mayoría de los niños pone en juego criterios de compara-
ción válidos para producir ordenamientos, la discusión acerca de la fundamentación
puede avanzar un paso más: vale la pena preguntarse por qué el primero es el que
manda, por qué es mayor un número cuando tiene más cifras que otro. El eje de la
discusión se ha trasladado: ya no se trata de apelar a los criterios para fundamentar
el ordenamiento, se trata ahora de buscar la fundamentación de los criterios mismos.
Esta reflexión conducirá a una comprensión mas profunda de la organización del sis-
tema, al promover que se establezca la relación entre los criterios elaborados y el va-
lor de cada cifra en términos de “dieces” o “cienes”.
Cuando se les requiere la fundamentación de los criterios, algunos niños se ven
obligados a explicitar relaciones que ya utilizaban sin saberlo, otros coordinan conoci-
mientos que tenían pero aún no habían relacionado y otros realizan un descubrimiento
que se hace posible para ellos sólo en el marco de esta discusión. De este modo, afir-
maciones como “no importa cuáles sean los números; si tiene tres (cifras) es más
porque es de los cienes y éstos son “dieces” o “hay que fijarse en el primero porque
así sabés (en un número de dos cifras) cuántos “dieces hay” son la conclusión común
de historias diferentes para diferentes chicos.
Ilustración 1
Primer grado. Los chicos, agrupados de a dos, deben formar todos los números que
puedan utilizando para ello la fecha de cumpleaños (día y mes) de los miembros de
cada pareja. Finalmente, ordenarán de mayor a menor los números formados. Bruno
y Leandro, que cumplen años el 11/4 y el 1/6, respectivamente, lo hicieron así:
¿Cuáles son entonces las situaciones de producción e interpretación que propo-
nemos?
Armar listas de precios o ponerlos en los artículos correspondientes, hacer las
facturas, inventariar la “mercadería” existente, fabricar talonarios para dar turno,
identificar el precio de los productos que se quieren comprar, interpretar las otras ci-
fras que aparecen en los envases, consultar las ofertas... son actividades que realizan
“vendedores” y “compradores” en el juego de los negocios.
Interpretar el valor de los billetes (fotocopiados o producidos por los chicos),
determinar el importe de facturas de los diferentes servicios, leer la fecha de venci-
miento de esas facturas para decidir si se acepta o no el pago, llenar cheques o leerlos
para saber por cuánto dinero cambiarlos... son atribuciones de los “cajeros” y “clien-
tes” cuando el aula se transforma en un banco.
En el marco de estos proyectos12 se encadenan naturalmente actividades de
producción e interpretación, realizadas a veces por un mismo chico y otras por chicos
diferentes: el “cajero” del banco leerá los números de las facturas, los cheques y los
billetes, pero también tendrá que anotar las cantidades que recibe o entrega; los
“vendedores” producirán listas de precios que serán interpretadas por los comprado-
res...
Ahora bien, insertarse en proyectos y favorecer el encadenamiento de produc-
ción e interpretación no son requisitos que todas las actividades estén obligadas a
cumplir. Los chicos también aprenden mucho acerca de la numeración escrita en si-
tuaciones que se plantean de forma aislada y que están centradas sólo en la produc-
ción o sólo en la interpretación. Es lo que ocurre –por ejemplo– con actividades de
interpretación como el juego de la lotería o el análisis de la numeración de las calles, y
con actividades de producción como “escribir números difíciles” o anotar números dic-
tados por el maestro o los compañeros.
Los números que aparecen en las situaciones de producción e interpretación –
propuestos por nosotros o por los chicos– son números cuya escritura convencional no
se ha enseñado previamente. ¿Qué es lo que nos autoriza a cometer semejante osa-
día? Lo hacemos no sólo porque sabemos que los niños tienen sus ideas al respecto y
porque aceptamos que las respuestas se alejen de lo correcto, sino porque sabemos
también que tienen o pueden construir recursos para producir e interpretar esas escri-
turas y para acercarse progresivamente a lo convencional.
Los chicos nos enseñaron que la relación de orden es para ellos un recurso rele-
vante cuando deben enfrentar la situación de producir o interpretar números que ofi-
cialmente no conocen, cuando deben argumentar a favor o en contra de una escritura
numérica producida por sus compañeros o por ellos mismos.
“Yo antes nunca me acordaba de cómo se escribía el veinte, el veintiuno y los
de esa familia –explica Cecilia a sus compañeros–. Ahora, si tengo que escribir el
veinticinco, busco ahí (en el calendario) el diecinueve, después viene el veinte, y
cuento. Y enseguida me doy cuenta. Ahora ya sé que los del veinte van todos con un
dos adelante.”
En otras oportunidades, los chicos acuden a la serie numérica sin apoyarse en
un soporte material. Es así como Fabián logra escribir convencionalmente el número
quince a través del siguiente procedimiento: cuenta pausadamente a partir de uno,
como si al nombrar cada número pensara al mismo tiempo en la notación correspon-
diente. Algo similar puede ocurrir en situaciones de interpretación: cuando Ariel
–encargado de “cantar” los números en el juego de la lotería– saca el número 23,
cuenta con los dedos para sí mismo hasta llegar a decir “veintitrés”.
Los procedimientos empleados por los chicos confirmaban un supuesto que
habíamos formulado al iniciar el trabajo didáctico: como la relación de orden es una
herramienta poderosa para producir e interpretar notaciones numéricas, habrá que
lograr que todos se apropien de ella. Será necesario entonces sugerir su utilización a
los niños que no la emplean por sí mismos, será necesario favorecer que quienes usan
esta herramienta la compartan con sus compañeros.
Un primer efecto que se produce al intervenir en este sentido es la modificación
de la escritura o de la interpretación originalmente realizadas. Es lo que ocurre, por
ejemplo, en el caso de Martina, quien, al “cantar” el número 85 en la lotería, comien-
za leyéndolo como “ocho, cinco” y logra luego interpretarlo como . ochenta y cinco”
12
Los llamamos así porque, si bien no reúnen todas las condiciones de los proyectos, cumplen al-
gunas que resultan esenciales: dan lugar a múltiples actividades que se organizan alrededor de un
eje común y se desarrollan durante un período más o menos prolongado (alrededor de dos o tres
meses).
gracias a dos intervenciones de la maestra: en primer término, le muestra el número
80 sin nombrarlo y le pregunta cuál es; como Martina no responde, la maestra co-
mienza a escribir los nudos de las decenas (10, 20.... 80) y le solicita que interprete
cada una de las escrituras que va produciendo.
Intervenir de este modo es contagioso: si el maestro lo hace, los chicos se da-
rán cuenta de que es una buena manera de ayudar a sus compañeros y la adoptarán.
Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando Santiago está intentando escribir el número
veinticinco y Federico le sugiere: “Fijáte en el veinte; si el veinte va con un dos y un
cero y el veintiuno con un dos y un uno, –cómo hacés para escribir el veinticinco?”;
Santiago acepta la propuesta de su compañero, cuenta hasta veinticinco oralmente y
lo anota. Ahora bien, el efecto más importante que estas intervenciones persiguen no
es el que se hace sentir de inmediato. No se trata sólo de que los chicos corrijan una
escritura o una interpretación particulares acercándose momentáneamente a lo con-
vencional, se trata sobre todo de que hagan suya una estrategia, de que la relación de
orden esté siempre disponible como un recurso al que se puede apelar para resolver
problemas de producción e interpretación.
Por otra parte, lejos de intervenir sólo en el momento en que se producen o in-
terpretan notaciones, la relación de orden atraviesa la discusión que se entabla con
todo el grupo y se refleja en los argumentos esgrimidos por los chicos.
La presencia de la relación de orden en los debates puede ilustrarse a través de
una situación desarrollada a principios de segundo grado.
Al analizar las notaciones producidas por los chicos ante un dictado de números,
la maestra detecta que sólo uno de ellos –el 653– ha dado lugar a diferentes versio-
nes y decide, por lo tanto, someterlas a discusión al día siguiente. La maestra señala
que encontró cuatro maneras diferentes de anotar “seiscientos cincuenta y tres”, las
escribe en el pizarrón –sin identificar a los autores de cada versión– y requiere argu-
mentos a favor o en contra de las distintas escrituras. Las producciones en cuestión
son:
Bárbara: La que está bien es ésta (la segunda) porque cuando es ciento.. no
lleva dos ceros.
Jonathan: Sí, es ésa. Pero cuando uno dice ciento a veces lleva cero y otras no.
No sé cuándo lleva cero o no, porque ciento uno sí lleva cero.
Vicky: Esta (señala la tercera) no puede ser, porque cien es otro número y vie-
ne mucho antes que seiscientos.
Jimena: Sí es ésa (la tercera), porque primero está el seis y después el ciento.
Julián: No, no es, porque si no seiscientos uno sería 61001 seiscientos dos sería
61002... La tercera es mucho más grande que seiscientos cincuenta y tres, porque
tiene más números.
Brian: Esta (la tercera) es más grande que ésa (la cuarta), porque tiene un cero
más.
Vicky (a Jimena): Para mí, es ésta (653). No importa que uno diga seiscientos,
igual no tiene que haber un cien escrito en ese número.
Brian: Los ceros están de más; si querés, los ponés adelante (00653).
Jonathan: No, porque adelante no valen nada.
Los argumentos utilizados por los chicos para rechazar las notaciones no con-
vencionales apelan de todas las formas posibles a la relación de orden: Vicky alude al
orden de la serie oral, Julián y Brian recurren tanto al criterio que permite ordenar
números de distinta cantidad de cifras como al conocimiento de que los números ubi-
cados entre cien y novecientos noventa y nueve se escriben con tres cifras. Estos ar-
gumentos seguirán resonando en los chicos que habían producido escrituras no con-
vencionales –escrituras que sólo Jimena defiende explícitamente– y llegarán a trans-
formarse, gracias a sucesivas discusiones, en objeciones que ellos se harán a sí mis-
mos.
Los aportes de Bárbara y Jonathan hacen surgir un problema que no estaba
planteado antes de la discusión: ¿puede tener ceros un número cuyo nombre incluye
“ciento” o “cientos”? ¿Cuántos ceros?, ¿uno, dos o ninguno? La maestra toma nota de
este problema y en algún momento abrirá un espacio para discutirlo grupalmente
(véase 1.3).
Además de este uso sui generis de la relación de orden –para producir, inter-
pretar y justificar notaciones–, los chicos la emplean también de la misma manera
que los adultos.
En efecto, aunque no siempre tengamos conciencia de ello, los usuarios del sis-
tema de numeración apelamos con frecuencia al orden: ¿cuál es el precio del artículo
cuyo código está en el listado?, ¿salió en el extracto de la lotería el número de mi bi-
llete?, ¿para qué lado caminar si voy al tres mil quinientos de esta calle? Plantear si-
tuaciones que requieran ubicar ciertos números en una lista seriada o determinar si
esos números están o no incluidos en ella hará posible que los chicos elaboren proce-
dimientos vinculados a la relación de orden, tal como ella se encarna en nuestro sis-
tema de numeración. Situaciones como éstas encuentran un marco propicio en el jue-
go de los negocios. Es lo que ocurre, cuando, para averiguar los precios reales de los
artículos que se venderán, los chicos visitan –por ejemplo– una perfumería en la que
los artículos están identificados mediante un código: el problema para ellos es ubicar,
en la lista facilitada por la encargada del comercio, el número de código de los pro-
ductos elegidos, para determinar así su precio. Del mismo modo, si en el “negocio” se
acepta el pago con “tarjeta de crédito”, antes de cobrar habrá que consultar la lista de
tarjetas rechazadas.
Un trabajo similar puede realizarse con actividades incidentales: buscar en una
cuadra el número de la casa de alguien, encontrar –tomando en cuenta la información
provista por el índice– la página en la que comienza el cuento que leeremos.
A partir del análisis aquí realizado, se hace evidente el rol relevante que des-
empeña la serie oral en el desarrollo de la escritura numérica. Contar será entonces
una actividad imprescindible, que tendrá lugar tanto en el marco de “los negocios” o
“el banco” como en situaciones específicamente planificadas para generarla. Habrá
que contar los artículos existentes en los negocios o los billetes de cada tipo disponi-
bles en las distintas “cajas”, coleccionar determinados objetos y contarlos periódica-
mente para controlar el crecimiento de la colección, hacer encuestas y determinar –
por ejemplo– la cantidad de adeptos a determinados programas infantiles, realizar
votaciones para tomar ciertas decisiones que así lo requieran...
Ahora bien, la relación numeración hablada-numeración escrita es un camino
que los chicos transitan en ambas direcciones: no sólo la serie oral es un recurso im-
portante a la hora de comprender o anotar escrituras numéricas, también recorrer la
serie escrita es un recurso para reconstruir el nombre de un número. Esta es una de
las razones por las cuales resulta fundamental proponer actividades que favorezcan el
establecimiento de regularidades en la numeración escrita.
Postítulo “Enseñanza de la Matemática
para el nivel primario (EGB1 y EGB2)”
En Parra y Saiz (comp): Didáctica de las matemáticas. Aportes y reflexiones. Buenos Aires.
Paidós.
Ilustración 2
En este grupo de primer grado, cada chico tiene su propia colección. Algunos coleccio-
nan llaveros; otros, chapitas de gaseosas; otros, piedritas, otros, figuritas... Una vez
por semana, se determina el estado de las colecciones: Martín hace grupitos con las
figuritas, anota la cantidad que hay en cada uno y luego suma; su compañero cuenta
nada menos que doscientos treinta figuritas y anota simplemente el resultado.
Esteban colecciona monedas. El 28/4, para saber (y recordar) cuántas monedas tiene,
él hace anotaciones agrupándolas por tamaño. La maestra “traduce”, por las dudas.
Quince días después, Esteban tiene muchas más monedas y se ve obligado a encon-
trar una manera más clara de anotar Hace entonces una tabla a partir de la cual po-
drá evocar fácilmente, la próxima vez, cuántas monedas de cada tipo había en su co-
lección. El 12/5: 3 monedas de 50 centavos, 7 monedas de 1000 australes, 14 mone-
das de 25 centavos... Va sumando los datos que ha anotado (3 + 7 + 14 + 8 + 3) y,
cuando obtiene este resultado (35), lo anota y pide ayuda. Sumar 35 + 31 es dema-
siado para él. La maestra y sus compañeros cuentan con él y es así como –juntos–
determinan que la colección de Esteban tiene ahora 66 monedas.
Ilustración 3
En Parra y Saiz (comp): Didáctica de las matemáticas. Aportes y reflexiones. Buenos Aires.
Paidós.
¿Por qué afirmamos que los procedimientos que los chicos utilizan están estre-
chamente vinculados a la organización del sistema de numeración? Tal vez lo mejor
sea cederles la palabra:
–Frente a un problema que se resuelve sumando trece y veinte, Mariano (pri-
mer grado) ha anticipado que el resultado es treinta y tres. Cuando la maestra le pide
que explique cómo llegó a ese resultado, él responde: “En el trece hay un diez y en el
veinte hay dos diez más, entonces son diez más veinte que es treinta, y tres del trece,
me da treinta y tres”.
–En relación con un problema en el que había que sumar diez, trece y trece,
Sebastián (primer grado) explica: “A mí me dio treinta y seis, porque sumé los tres
diez y tres y tres son seis más”.
–Así explica Cecilia (primer grado) cómo obtuvo el resultado de 19 + 28 + 31:
“Yo pongo todo desarmado, todos los diez (el de diecinueve, los dos de veinte y los
tres de treinta) y después me fijo y agrego los que dan diez (suma el nueve de dieci-
nueve y el uno de treinta y uno) y después agrego el ocho”.
– Después de resolver un problema sumando treinta y nueve y veinticinco, Gi-
selle (segundo grado) afirma que lo hizo “pensando con la cabeza” y agrega: “Primero
sumé de diez en diez y después sumé los demás números”. Como la maestra le pide
que explique mejor qué es lo que sumó de diez en diez, ella dice: “Al treinta y nueve
le dejo de lado el nueve, entonces es treinta; después le pongo los dos diez del vein-
te, es cincuenta; después sumo el nueve y después el cinco”.
–Cuando se pide a los chicos que anoten sus procedimientos y los expliquen, se
obtienen producciones como:
–Otros chicos de segundo grado suman reiteradamente diez a uno de los térmi-
nos al mismo tiempo que los van restando del otro, como para lograr un máximo con-
trol sobre cada resultado. En efecto, al sumar 279 + 186 (invitados que se encuentran
en dos salones de una gran fiesta), algunos chicos lo hacen así:
Los autores de esta estrategia han explicitado con asombrosa claridad una con-
secuencia de la propiedad asociativa que en general permanece implícita al resolver
operaciones: lo que se suma a uno de los términos hay que restárselo al otro. Esta
estrategia tan reveladora del alto grado de reflexión de los chicos sobre las operacio-
nes muestra al mismo tiempo que para ellos no resulta obvio –como lo es para noso-
tros– que 300 + 86 es 386.
–Apoyarse sistemáticamente en los nudos es un recurso que utilizan algunos
niños para configurar procedimientos más económicos. Es así como, para terminar la
cuenta del ejemplo anterior, Javier suma 386 + 79 de la siguiente manera:
386+79
300
80 + 70 = 150
145 + 5 + 10 + 10 + 10 + 1 = 181
Luego explica: “Puse el cinco porque con cinco ya sé que llego a ciento cincuen-
ta”. La maestra le pregunta dónde estaba ese cinco y él responde: “En el treinta y
seis, por eso al final también está el uno; si no, sólo hubiera sumado treinta y cinco”.
Todos estos chicos han tenido que resolver un problema matemático: el de ela-
borar por sí mismos procedimientos para encontrar el resultado de una operación. Al
enfrentarse con este problema, ellos apelan sistemáticamente a la descomposición
decimal de los términos. Esta descomposición adquiere distintas formas: en algunos
casos se descomponen todos los sumandos y en otros sólo uno de ellos; en ciertos
casos cada término se descompone en nudos y en otros también los nudos se des-
componen en “dieces” o “cienes”.
Cuando esta cuestión se plantea por primera vez en primer grado, no todos los
chicos utilizan procedimientos como los que hemos reseñado. La diversidad hace nue-
vamente su aparición: algunos cuentan con los dedos; otros trazan tantas rayitas co-
mo objetos deben sumar y luego las cuentan de a uno, y otros encuentran velozmente
el resultado. Entre estos últimos hay quienes no pueden explicar cómo lo hicieron,
mientras otros dan explicaciones similares a las de Mariano, Sebastián o Cecilia.
Proponer a los chicos que anoten de qué manera resolvieron la operación es dar
un paso importante hacia el progreso de todos, porque esto permite que cada uno de
ellos tome conciencia del procedimiento que ha utilizado y porque la confrontación se
ve favorecida al abrirse la posibilidad de comparar anotaciones (y ya no sólo explica-
ciones orales).
Entre los chicos que inicialmente cuentan con los dedos o con marquitas en el
papel, hay muchos que avanzan hacia la descomposición decimal gracias a la interac-
ción con los compañeros que la utilizan. Para otros, en cambio, resulta difícil abando-
nar sus estrategias originales y es necesario ayudarlos de diversas maneras:13 propo-
niéndoles que recurran a los portadores, intentando que tiendan un puente entre su
procedimiento y el de los otros chicos –por ejemplo, sugiriéndoles que vayan marcan-
do con números los nudos a medida que van contando sus marquitas (el número diez
al llegar a la décima ... )–, trabajando con los nudos de las decenas. Las actividades
relativas a las regularidades vinculadas a las operaciones (véase el punto 22) jugarán
también aquí un papel importante.
Ahora bien, ¿qué progresos en la comprensión del sistema pueden realizarse
una vez que se utilizan procedimientos basados en el sistema decimal?
Cuando se incita a los chicos a buscar estrategias más económicas –y a veces
antes–, surgen otras propuestas:
–Federico, para resolver el problema en el que hay que sumar treinta y nueve y
veinticinco, anota:
30 + 20 = 50
50+ 9 =59
59 + 5 = 64
Luego, como para aclarar lo que hizo, agrega:
30 39 9
20 25 5
13
Citamos aquí, entre las muchas intervenciones posibles, sólo aquellas que se relacionan con el
sistema de numeración.
pregunta, explicita el procedimiento que ha utilizado para obtener el resulta-
do:
La tarea en el aula nos permitió descubrir que no se pasa fácilmente del proce-
dimiento que consiste en sumar reiteradamente diez o cien al procedimiento utilizado
por los últimos chicos citados. ¿Por qué? Seguramente porque el segundo supone una
comprensión mayor del sistema de numeración. En efecto, para descomponer cuaren-
ta en cuatro “dieces” –cuando se suma, por ejemplo, treinta más cuarenta– es sufi-
ciente con saber que cuarenta (como significado) incluye cuatro dieces; en cambio,
para afirmar “si tres más cuatro es siete, entonces treinta más cuarenta es setenta”
hace falta haber entendido además algo fundamental en relación con los significantes
numéricos: que el tres de treinta representa tres dieces y el cuatro de cuarenta se
refiere a cuatro dieces.
Estos últimos procedimientos revelan entonces que los chicos han hecho una
generalización válida en nuestro sistema de numeración.
Para analizar de cerca en qué consiste esta generalización, apelaremos a un se-
ñalamiento de R. Skemp. Este autor hace notar que nuestro sistema de numeración –
a diferencia de lo que ocurre con otros, como el romano– utiliza una posibilidad fun-
damental que ofrecen los números: si se suman –por ejemplo– dos objetos cuales-
quiera y tres objetos de la misma clase, se obtienen siempre cinco objetos de esa cla-
se, independientemente de que los objetos en cuestión sean elementos singulares,
conjuntos o conjuntos de conjuntos. Así, dos medias más tres medias son cinco me-
dias, dos pares de medias más tres pares de medias son cinco pares, dos docenas de
pares de medias más tres docenas de pares de medias son cinco docenas... Es por
eso que la organización del sistema de numeración autoriza a los chicos a hacer uso
de la abstracción 2 + 3 = 5 para deducir que dos “dicces” más tres “dieces” son cinco
“dieces”, o que dos “cienes” más tres “cienes” son cinco 11 cienes”. La estructura
“si... entonces” empleada por ellos sintetiza con gran precisión relaciones cuya explici-
tación suele requerir muchas líneas (como ocurre en este artículo).
Resulta evidente entonces que la búsqueda de estrategias más económicas para
resolver las operaciones funciona como un motor para descubrir nuevas relaciones
involucradas en la notación numérica.
La confrontación de procedimientos abre las puertas para que cada niño pueda
entender o al menos comenzar a entender los que utilizan sus compañeros. Es lo que
ocurre, por ejemplo, en la situación siguiente.
Al resolver un problema que requiere sumar 50 + 70, aparecen tres procedi-
mientos diferentes, cada uno de los cuales es utilizado por varios chicos. La maestra
los anota en el pizarrón e incita a compararlos. Los procedimientos son:
70 + 10 = 80 50 + 50 = 100 70 + 50 = 120
80 + 10 = 90 100 + 20 = 120
90 + 10 = 100
100 + 10 = 110
110 + 10 = 120
En Parra y Saiz (comp): Didáctica de las matemáticas. Aportes y reflexiones. Buenos Aires.
Paidós.
Los chicos –lo hemos visto– inventan algoritmos propios. Al hacerlo, ponen en
juego tanto propiedades de las operaciones como conocimientos implícitos sobre el
sistema de numeración. Explicitarlos es un paso necesario para descubrir leyes que
rigen el sistema.
Un procedimiento muy popular es sumar reiteradamente diez o cien. Estudiar lo
que ocurre cuando se realizan estas sumas –comparando el primer término con el re-
sultado– permite establecer regularidades referidas a lo que cambia y lo que se con-
serva.
“En una casa de artículos para el hogar –les contamos a los chicos– aumentaron
10 pesos todos los precios. Esta es la lista de los precios viejos, pongamos al lado los
nuevos.” Cada niño resuelve la situación planteada: mientras que algunos anotan rá-
pidamente el resultado, otros cuentan de a uno cada vez que suman diez. Una vez
que, en pequeños grupos, se confronta y se corrige, se reproduce la lista en el piza-
rrón. Ha llegado entonces el momento de analizar cómo se transforman los números
cuando se les suma diez.
Al comparar los precios originales (12, 43, 51, 82, 25, 36... por ejemplo) con
los nuevos correspondientes (22, 53, 61 ... ), los chicos formulan reglas como las si-
guientes: “Siempre que agregás diez, te queda más”; “Los números de adelante cam-
bian por un número más en la escalera y los de atrás siguen iguales”. A lo largo del
tiempo y a través de las actividades que se realicen, esta última ley se irá reformu-
lando, hasta adoptar más o menos esta forma: “E1 que cambia por el que sigue es el
de los dieces, porque vos sumaste diez; el otro queda igual”.
Una actividad similar puede hacerse suministrando como dato los nuevos pre-
cios y solicitando que se averigüen los viejos. Las regularidades que en este caso se
establecerán estarán referidas, por supuesto, a las transformaciones que se producen
cuando se resta diez.
Contar de a diez –por ejemplo los billetes del “banco”– y anotar lo que se va
contando, armar listas de precios en números “redondos” (los nudos de las decenas)
que han aumentado o rebajado diez pesos, comparar los cambios que se producen en
los números cuando se suma (o se resta) uno y cuando se suma (o se resta) diez...
son situaciones útiles para todos, y en particular para los que aún se aferran al conteo
de uno en uno.
Otra perspectiva posible para analizar la misma cuestión es la que se adopta en
una actividad como la siguiente:
“Los empleados de una biblioteca estaban haciendo un inventario para saber
cuántos libros había. Varios de ellos contaban los libros existentes en las diferentes
secciones e iban anotando las cantidades obtenidas. Algunas de sus anotaciones eran:
Pedro Juan Marta Pablo Rosaura
20 40 40 45 3
22 45 50 50 6
24 50 60 55 9
– – – – –
– – – – –
36 80 120 115 69
“Pablo estaba leyendo un artículo en la página 25 del diario. Cuando llegó al fi-
nal de la página, se encontró con una notita que decía 'continúa en la página
35’ ¿Cuántas páginas tuvo que pasar Pablo? ¿Cómo te diste cuenta? ¿Qué otros
datos se podrían poner en el problema sin cambiar la cantidad de páginas que
Pablo tuvo que pasar para continuar leyendo el artículo?”
La última pregunta es lo que distingue esta actividad de las anteriores: se trata
ahora de producir pares de números cuya diferencia es diez y ya no de inferir la
transformación operada entre números dados.
Por otra parte, será interesante proponer problemas que permitan analizar las
transformaciones que se producen en las notaciones numéricas al sumar o restar
otras cantidades “redondas”. Planteamos un ejemplo:
“En un videoclub que acaba de abrir hay 13 películas. Cada semana, los dueños
compran diez películas más. ¿Cuántas tendrán a las tres semanas? ¿Ya las ocho se-
manas? ¿Ya las diez semanas?
Otro videoclub procedió de la misma manera, pero tenía originalmente 38 ví-
deos. ¿Cuántos tendrá tres, ocho y diez semanas después?
En un tercer videoclub, compraron también diez vídeos por semana y al final de la
quinta semana tenían 84 vídeos. ¿Cuántos tenían al principio?”
La maestra pone en duda las afirmaciones correctas de sus alumnos, éstos res-
ponden explicitando más claramente lo que saben acerca del sistema.
Los chicos de segundo grado dictan “ciento treinta y tres” y dicen: “Es con un
uno, un tres y un tres”.
Maestra: ¿Cómo?, ¿con dos tres?
Un niño: Bueno, es que los dos son el número tres, pero valen diferente.
Maestra: ¿Cómo puede ser que el mismo número valga diferente? ¿Cómo va-
mos a entender así?
Otro niño: Mirá, los números son siempre el tres, pero hay distintos tres. Anotá
así: tres, tres, tres. Es el trescientos treinta y tres, ¿no? Hay un tres que es tres, el
segundo que es treinta y el otro es tres de ciento”.
Maestra: ¿Siempre pasa así?
Otro alumno: Sí... Con el 555 también, el del medio es cincuenta.
Maestra: Yo no veo ningún cincuenta ahí.
Varios- ¡No!, ¡porque está el otro cinco! Si no está, le ponés cero;
pero si está el cinco es cincuenta y cinco.
Intercambiar mensajes
A partir de los cheques, se deriva otra actividad: mientras un grupito hace una
lista de números escritos con cifras, otro hace su lista escribiendo con palabras los
nombres de los números. Luego, intercambian sus mensajes: el grupo que recibe nú-
meros escritos con cifras debe anotar el nombre de cada uno, el que recibe los nom-
bres debe anotar en cifras los números correspondientes.
Resulta sugestiva la diferencia existente entre los números elegidos por los chi-
cos de lº grado y los propuestos por los de segundo:
Preguntas otra vez