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El Futuro de La Democracia (G. Vidal)

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CENTRO DE ESTUDIOS ESTRATEGICOS DE LA ARMADA 2011

REFORMAS AL SISTEMA BINOMINAL, o


¿Cómo enriquecer la democracia?

La discusión actual respecto de reformas políticas, que incluiría una


eventual modificación al sistema electoral chileno, a objeto de hacerlo
compatible con las actuales exigencias y demandas sociales, conduce a
analizar el fondo que trasunta en esto, ligado, fundamentalmente a las
dificultades que encierra el proceso de desarrollo político, entre las cuales,
el fortalecimiento de las instituciones políticas y el enriquecimiento de la
propia vida democrática, aparecen como los imperativos a asumir. No
obstante, en esa dimensión, las reformas sugeridas en el debate, podrían
estar muy distantes de los cambios que serían necesarios de abordar para
alcanzar esos imperativos de fondo.

El futuro de la democracia.

Cuando se acercó la periodista con su talante inquisidor, la figura de Norberto


Bobbio, otrora el intelectual más respetado del progresismo europeo y
latinoamericano, pareció incomodarse. La pregunta que a continuación se haría,
era demarcatoria de lo que para muchos constituye parte del diagnóstico
contemporáneo: ¿Cuál es el futuro de la Democracia?, le preguntó de manera
directa. Tenía mucho sentido la interrogante, se trataba del lanzamiento de su
último libro “El futuro de la Democracia”1. La respuesta del autor fue lacónica (y
trágica a la vez): “no sé”. Corrían los años 80, y por cierto, ha seguido pasando
mucha agua bajo el puente.

A juicio de Bobbio, las llamadas “falsas promesas de la Democracia”2, han


contribuido a su total descrédito. En particular no ha podido terminar con los
“poderes ocultos” como tampoco, ha podido hacerse cargo de la “representación
de intereses”, esto último, quizás lo más delicado, en tanto afecta los dos pilares
sustantivos de esta forma de Gobierno, la representatividad y la participación.

La participación
1
Página

1 Vëase a Norberto Bobbio; “El futuro de la democracia”, Editorial Fondo de Cultura Económica,
México, 1986, 1° Edición en Español.
2 Op. Cit. Bobbio, especialmente las páginas 38,39 y40.
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El problema parece consistir en lo siguiente: Entendíamos todos, a partir de


Rousseau, que éramos nosotros los ciudadanos, en quienes descansaba la
soberanía, quienes escogíamos a nuestros representantes y les otorgábamos un
mandato limitado en orden de hacer lo que la “voluntad general” les indicaba.3
Hasta ahí todo bien. El problema surge y expande en diversos sentidos. Por un
lado, la democracia participativa termina reducida (arrinconando a los ciudadanos)
a escasos actos periódicos donde éste debe escoger a sus autoridades mediante
el sufragio. Como lo advertía J. Schumpeter4, en una mirada un tanto cínica pero
realista, esta “democracia residual” (como la denomina), despojada ya de toda
finalidad (moral) deseable, acaba por consistir en la “mera lucha competitiva por
los votos del pueblo”, así como compiten distintos productos en el mercado de
bienes y servicios, así también, cada cierto tiempo, compiten los distintos
proyectos de dominación por las preferencias de los consumidores políticos, y se
compite, además, con el mismo instrumento de éxito, el marketing5. De este modo,
los ciudadanos terminan por percibir su distancia del protagonismo participativo, y
cuando no, su total exclusión de dicho protagonismo.

¿Qué ha variado? Por lo pronto asistimos al protagonismo de nuevas


generaciones, “los nativos digitales”6, que hunden su existencia en la sociedad de
la información, donde el uso de las redes (informáticas) sociales, el desarrollo de
las tecnologías de comunicación e información, le han generado la sensación de
oportunidad a esta suerte de demiurgo aletargado, de sentirse nuevamente
protagonista en el sistema.

Se ha posibilitado elevar (y explicitar) la expresión de esa suerte de “sentir”


común (eso que entendemos como “la opinión pública”), de manera directa al
poder, al “proceso de conversión” (o toma de decisión) sin tener que pasar por
los “agentes políticos” (partidos políticos o entidades mediadoras entre el poder
político y la ciudadanía), cuya funcionalidad, en términos de decodificar las
demandas y apoyos, por diversas razones, ha caído en total descrédito, facilitando

3 Es el presupuesto básico del Contrato Social de Rousseau. En adelante, se entendía, el


verdadero soberano era la “voluntad general”.
4 Véase a Joseph Schumpeter, J.; “Capitalismo, Socialismo y Democracia”, Ed. Folio, Barcelona,

1964.
5
Esto es interesante desde nuestra propia realidad. La política para muchos tiene que ver con el
poder, y muy especialmente, con la lucha competitiva por los votos del pueblo. El carácter
democrático, incluso, de una autoridad, está dado, por haberse sometido al escrutinio popular. No
2

obstante, esto, no necesariamente, asegura el respeto de su resultado.


Página

6
Este fenómeno es uno de los tantos “constructores de futuro”. La sociedad contemporánea está
siendo modificada sustancialmente por el desarrollo científico y tecnológico, cuyos efectos morales,
sociales, económicos y políticos, aún no abordamos.
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finalmente la instalación de esa suerte de entelequia que supone el


“empoderamiento ciudadano”7.

El tema no es menor, en tanto, sugiere a lo menos volver a una pregunta clave


¿quien define lo que es mejor para la sociedad? ¿El pueblo soberano? ¿Las elites
que conducen a las masas? ¿La tecnocracia? ¿Los que saben, a la manera de la
República de Platón? ¿Alguna vez ha sido realmente el pueblo quien decide, o no
será más bien, que esto ha quedado siempre en manos de unos pocos a partir de
ciertas cualidades, cuyas decisiones, sin embargo, terminan siempre por contener
la exigencia de alcanzar la legitimidad social (y política) que descansa finalmente
en los que obedecen? Es curioso, pero esto conduce a la paradoja de concluir que
el poder descansa en quien obedece y no en quien manda. Esta ha sido, por lo
demás, la perspectiva de la sociología política, al poner el acento, no en ¿quién
manda?, sino en ¿porqué se obedece?

Como se quiera, la democracia participativa termina por hacer inviable uno de los
factores claves para el valor agregado de esta forma de gobierno. Si los otrora
“soberanos” quedan excluidos de lo que se supone que es su fuente de poder, a
la democracia contemporánea no le queda mucho margen cualitativo que opere
como atractivo. ¿Por qué no se inscriben los jóvenes para sufragar? ¿Por qué las
democracias occidentales operan con bajo nivel participativo? La respuesta
parece siempre rondar en torno de: “¿para qué, si no nos toman en cuenta?” Y
esto conduce a la segunda cuestión, la cuestión de los intereses, en tanto, los
“representantes” de la soberanía (es decir, del pueblo) que se suponía que
estaban allí para llevar a cabo la “voluntad general”, terminan por “independizarse”
de ella y operan más bien en orden de sus propios intereses (colectivos o
personales).

Pero hay algo más todavía. El “contrato social”, asimilándolo -si se puede- al
Derecho Público, impide que la contraparte pueda hacer efectiva –por inexistente-
alguna cláusula de reposición (o reparación), tal como existe en el Derecho
Privado cuando alguna de las partes siente que se ha incumplido con lo contraído.
De esta manera el “soberano” que observa cómo sus representantes, se han
“independizado” de su “mandatario” (la voluntad general) no cumplen con lo
prometido, no tiene como hacer efectiva aquella promesa, a no ser claro está, que
una vez concluido el mandato, no vuelva a votar por ellos.
3

7
Nos hacemos cargo de la descripción funcional del sistema político descrita por D. Easton, en
Página

donde los “agentes políticos” están llamados a decodificar las demandas y apoyos sociales que
ingresan al imput del sistema. Véase David Easton, “Enfoques sobre teoría política, página 221,
Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1969.
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Esa sensación de impotencia (y engaño), no pocas veces se incluye en el


descrédito de las instituciones y entidades políticas. Y no pocas veces, vemos
como también, impulsa a movilizar reacciones que apuntan a desconocer la
“legitimidad de origen”, a partir de la “legitimidad de ejercicio” 8, confundiendo
ambos planos.

La Re-presentación

Por cierto, esta segunda cuestión es más complicada aún. Nos referimos a la
“representatividad”. La democracia sucumbe también en su segundo factor
cualitativo. Es tan compleja la sociedad moderna que ha derivado a fórmulas para
encontrar el reflejo de ese “sentir ciudadano” en estructuras políticas, instituciones
y normas que la hagan posible. Por cierto, los Sistemas Electorales, los Partidos
Políticos y el Parlamento, son estructuras, entidades e instituciones que terminan
por reducir y monopolizar la representatividad ciudadana, donde, finalmente, se
producirá el mayor efecto; “la distorsión del sentido de representación de
intereses”, aspecto sustantivo en la marcada frustración de Bobbio cuando le
responde a la atrevida periodista que lo encara sorpresivamente.

Entendíamos que los “representantes”, re-presentaban nuestros intereses (los del


soberano), pero en la práctica, aquellos han terminado por representar los
intereses de los colectivos a los cuales pertenecen (los partidos políticos), y
cuando no, a los intereses de las organizaciones a las cuales se ligan de manera
directa o indirecta, y en muchos casos, incluso, representando sus propios
intereses personales por encima de todo. ¿Dónde queda el interés general, el bien
común, el interés nacional? Casi siempre relegado al cálculo o evaluación
anticipada de los efectos y consecuencias que pueden afectar la competencia por
el poder. Esto es clave para entender parte de lo que nos acontece9.

La figura de los representantes y las entidades que los organizan (Partidos y


Parlamento), han quedado finalmente atrapadas en el juego de intereses
sectoriales y particulares, atravesadas -como advertía Schumpeter- “en la mera
lucha competitiva por los votos del pueblo”. Esta es la “sensación” que se instala
en los “indignaos” de Plaza del Sol de Madrid y que se extiende por otras

8
La clásica distinción Weberiana. La legitimidad de origen asociada a la “percepción” ( y creencia)
en torno al valor del carisma, la tradición y lo legal-racional, en tanto la legitimidad de ejercicio,
ligada esencialmente a la “percepción” (y creencia) ciudadana respecto del “comportamiento”,
responsabilidad, “funcionamiento”, etc. de quien detenta el poder. El desequilibrio de ambas
conduce a procesos como el descrito. Al respecto véase Max Weber, “Economía y sociedad.
Esbozo de sociología comprensiva”, trad. J. Medina Echavarría, ed. J. Winckelmann, FCE, México,
4

1964.
Página

9
Esto ha llevado a autores como Gonzalo Fernández de la Mora a plantear al monopolio de la
política en manos de los partidos, lo que denomina la “Partitocracia”. Véase Fernández de la
Mora, Gonzalo; “La partitocracia”, Editorial Hércules, Madrid, 1977.
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democracias occidentales. Mientras no sepamos cómo recuperar el sentido


sustantivo de esa representatividad de intereses nacionales, será muy difícil
pretender enriquecer la democracia solo con modificaciones al sistema
electoral.

No es sólo la modificación del sistema binominal lo que le puede otorgar mayor


solidez a nuestra democracia. Hay una infinidad de otros factores y variables
(cualitativas) mucho más importantes que ésta, que, sin embargo, no están
instaladas en el debate público. Ampliar las maneras y fórmulas en que el
ciudadano pueda sufragar, no modifica el reduccionismo de su participación
esporádica (sólo para cada elección) y restringida sólo al ámbito político (sin
expresión social efectiva y directa que hoy día, paradojalmente, amplía por doquier
la integración y participación ciudadana), y no modifica, la cuestión esencial del
distanciamiento ciudadano, aquella que tiene que ver con el monopolio de la
participación y representatividad que asumen los partidos políticos y con la
expresión de intereses que de ese monopolio se deriva (sean éstos los que sean).

Una realidad que agoniza frente al surgimiento de nuevas expresiones


participativas, nuevas organizaciones y nuevas motivaciones ciudadanas, que a
toda vista resultan mucho más atrayentes que el reduccionismo de la dimensión
política. Razón tenía Ulrich Beck al advertir como las nuevas generaciones
alemanas se sentían más atraídas por inscribirse en “Greenpeace” que por la
“reivindicación del proletariado”10.

La Poliarquía y la diversidad

La “Poliarquía” de Robert Dahl 11(el surgimiento de pluralidad del poder) apuntaba


a un fenómeno que contradecía los augurios más pesimistas y del cual N. Bobbio
también nos advertía. La Sociedad moderna se ha hecho cada vez más
heterogénea, diversa, plural, y exige desde la legítima defensa de sus intereses
particulares, la satisfacción de sus demandas. Hoy, parece cada vez más difícil
que las estructuras políticas surgidas con la intención de dar cabida a “grandes”
corrientes sociales, culturales, religiosas, económicas y políticas del siglo XVIII,
puedan dar cuenta de la “pluralidad”, “diversidad” y “heterogeneidad” social que
surge en esta sociedad poliárquica.

10
Para Beck lo paradójico es cómo la acentuación del individualismo y egoísmo, no tiende a
eliminar la solidaridad, sino que la incluye, esto hace que el sentido social se refuerce pero de una
forma distinta. Salvar los ecosistemas tienen que ver en última instancia con la sobrevivencia de
5

kla propia humanidad, y en ello, las nuevas generaciones están más interesadas, lo que refleja ese
Página

sentido solidario. Al respecto, véase Beck, Ulrich; “Los hijos de la libertad contra las
lamentaciones del derrumbe de valores”, Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1999.
11 Véase a Dahl, Robert; “La Poliarquía, Participación y oposición”, Editorial REI, Bs. As, 1989.
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No hay manera posible de pensar en la factibilidad de enriquecer la actual


democracia liberal, si se cree que su estructura original es aún pertinente en una
sociedad totalmente distinta, diversa, heterogénea, fragmentada, identificada por
la presencia de “lo otro”, “lo diferente”, “lo plural”. ¿En qué puede quedar la
pretensión fundacional que puede tener un partido político de aglutinar, de
homogeneizar posturas sociales, políticas y económicas, cuando lo que ocurre en
nuestra sociedad es exactamente lo contrario, la explosión de la heterogeneidad,
de la diversidad, de la pluralidad?

De hecho nuestros propios partidos a fines de los 90 fueron excedidos en su


momento por la emergencia de realidades que no admitían allí un lugar, dada su
propia naturaleza, surgiendo así, corrientes “ambientalistas”, “regionalistas”, etc.,
que dieron origen al sentido de “bancadas” transversales. Hay, en esto, por cierto,
un gran desafío de adaptación que, por ahora, no parece emprenderse 12.

El punto es interesante, porque mientras el sistema político tiende de manera


“centrípeta” a concentrar las fuerzas sociales y homogeneizarlas, los procesos de
mutación socio cultural (postmoderna) apuntan en contrario, fortalecen fuerzas
“centrífugas” que fragmentan la realidad social, la convierten en inestable, y
transforman el conflicto, la crisis y el cambio, en el estándar de preocupación
“normal” de la “gobernanza” del país. Así, la incertidumbre termina por instalarse
como la condición “normal”, y el riesgo, como el fenómeno de evaluación
recurrente de toda decisión (política, económica, social, etc.). Así, gobernar (en
tanto alcanzar consensos en orden de lo que es mejor para la sociedad) se hace-
al parecer- cada vez más complejo.

Desde luego, hoy día nuestros partidos están enteramente excedidos por las
movilizaciones sociales (la expresión del sentir ciudadano, sea o lo que fuese que
esto contenga), fenómeno donde no tienen cabida, no tienen legitimidad, no tienen
espacio, ni expresión, ni lugar. ¿Qué les queda? La solución de siempre: el control
de su conducción (si les es aún posible). La sospecha la explicita Guy Sorman13,
el destacado filósofo y economista francés. Para él, los “indignaos”, ausentes de
agenda política, podrían ser fagocitados por las estructuras políticas democráticas,
que tanto resisten.

12
Resulta interesante observar los trabajos de Maurice Duverger o Giovanni Sartori, respecto de
los Partidos Políticos. En general, tienden a incluir entre sus principales funciones las de
“organizar” la expresión pública, canalizándola de manera efectiva hacia la toma de decisión. Es
6

esto, lo que al parecer, ha quedado en cuestión. Véase al respecto, Duverger, Maurice; “Los
Página

Partidos políticos”, Fondo de cultura Económica, México, 1980.


13
Véase entrevista a Guy Sorman en Diario La Tercera de la Hora, Santiago de Chile, Domingo 23
de Octubre, página 49 sección Mundo.
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Una anécdota. En Junio de 1991, de visita en Madrid, a propósito de los


acostumbrados programas de verano organizados por las universidades europeas,
el destacado filósofo liberal Karl Pooper, se atrevía a decir lo indecible14, bajo la
impronta del Monasterio de San Lorenzo del Escorial, la fastuosa casa de los
Austrias, lugar de veraneo (y agonía) de Felipe II. El Diario el País recogía y
publicaba en su titular: “Pooper señala: quien crea que los partidos y el parlamento
en Europa representan los intereses ciudadanos están enteramente equivocados,
éstos representan más bien sus propios intereses”. Ese parece ser el punto crítico
en todo diagnóstico respecto del funcionamiento de la democracia en el occidente
postmoderno, y quizás factor neurálgico en la exigencia de salvar la democracia
de los embates actuales.

La paradoja democrática.

Anthony Giddens, nos había advertido esto. Curioso si pensamos en que Giddens
sigue siendo para muchos el gran sociólogo de la “tercera vía” y constructor de la
social democracia europea moderna. A su juicio, los países en general tienen la
legítima aspiración a “considerarse y ser considerados” democráticos, a integrarse
a la gran comunidad de naciones en democracia. Nadie desea ser identificado de
manera diferente. No obstante, indica Giddens, la paradoja es que los países que
ya han alcanzado un nivel importante de madurez y desarrollo político
democrático, no saben cómo salir de las dificultades que ha supuesto la propia
democracia, aquella que atraviesa por los obstáculos señalados.15

Sociedades maduras que no encuentran cómo abordar los problemas del


agotamiento de la democracia: ¡Qué paradoja¡ dice Giddens. ¿Qué hacer con el
pasotismo, con la desidia ciudadana, con la ignorancia y falta de interés, con el
manejo y la imposición de intereses sectoriales, con la representatividad que
ahoga la participación, con el descrédito de las instituciones políticas, incluida la
administración de justicia, etc.? ¿Qué hacemos con la democracia liberal, aquella
surgida del contractualismo inglés y francés del siglo XVIII, como respuesta al
dominio monárquico? Para Giddens –siguiendo quizás a Habermas- no hay otra
salida que la “profundización de la democracia” y eso supone, extenderla a
aquellos espacios donde ha sido imposible penetrar, no en vano, era parte de la
queja del propio Bobbio en sus “falsas promesas”.

14
Véase crónica Diario El País, España, 02 de Agosto, 1991.
http://www.elpais.com/articulo/cultura/VARGAS_LLOSA/_MARIO/POPPER/_KARL/UNIVERSIDAD
7

_INTERNACIONAL_MENENDEZ_PELAYO_/UIMP/Karl/Popper/pide/Santander/suprima/impuesto/r
Página

enta/elpepicul/19910802elpepicul_8/Tes
15
Véase Giddens, Anthony, “Un mundo desbocado, los efectos de la globalización en nuestros
días”, editorial Taurus, Buanos aires, 200.
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Los movimientos ciudadanos (indignaos, o no), parecen contener un principio de


alerta, al menos, en orden de inducir un cambio. Pero, adicionalmente, provocan
un giro en el funcionamiento del sistema político (aquél descrito por D. Easton), al
auto convocarse (a través de las redes) y auto organizarse (bajo nuevos
liderazgos) e introducir de manera directa sus demandas, sin tener que acudir a
las “instituciones políticas” para que las decodifiquen, canalicen y las transformen
en decisiones. Pero, además, esas demandas, apuntan a transformar el
funcionamiento del propio sistema. ¿Será funcionalmente viable esta dimensión?
No lo sabemos (aún). Guy Sorman sospecha que no.

¿Habrá que volver la mirada a Marx creyendo (ilusoriamente) que ha llegado el


momento histórico de enfrentamos al punto de la “síntesis hegeliana”, donde
necesariamente debía producirse el salto final del Capitalismo al Comunismo, y
con ello el “fin de la historia”’ (al menos de la dialéctica hegeliana)? La tesis de
Marx era que el propio desarrollo del Capitalismo terminaría por producir su propio
germen de autodestrucción16, así, para algunos, era solo cuestión de esperar, el
comunismo se terminaría por imponer de todos modos (dicen los más ortodoxos).
¿Habrá llegado ese momento?

A nuestro entender, nada más ilusorio que esto. Si la crisis de la modernidad


puede hacer sucumbir todos sus referentes (la fe en el progreso indefinido, entre
otros), debiera incluirse en dicho derrumbe no sólo al capitalismo, sino al propio
socialismo, al final de cuentas, como lo hemos dicho más de alguna vez, ambos
son hijos de misma madre, la cultura de la ilustración.

Creer que la “sociedad de la información” que se instala a pasos agigantados en


nuestra contemporaneidad (un tipo de sociedad que jamás se imagino el ideario
marxista del siglo XIX), pueda incluir una “reinvindicación del proletariado” y la
“desalienación” del hombre, a estas alturas puede bien parecer sólo un
despropósito. ¿De qué categorías sociales y humanas estamos hablando? Este
ideario ha crecido bajo el sueño del principio de identidad hegeliano en que todo
será lo mismo en un absoluto indefinido, lo real y lo racional, donde el hombre ya
“desalienado” encontrará finalmente en el trabajo la fuente de toda riqueza, y su
sentido espiritual último, inmanente (por cierto, allí no cabe Dios)..

16
Una de las tesis importantes en la construcción de Marx, suponía la proyección dialéctica de la
historia el hombre y la sociedad. En esa espiral, el desarrollo del Capitalismo generaría
“inevitablemente” el fenómeno de pauperización creciente, que supondría la concentración del
8

capital en manos de la burguesía y el empobrecimiento creciente del proletariado. Eso con llevaría
Página

al conflicto final, en que la conciencia de clase generaría la destrucción del sistema y el salto final a
la desalienación. Véase al respecto: Marx, Carl; “ El Capital. Crítica de la economía política”.
Madrid: Siglo XXI, 1980
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¿Cuán distante está todo aquello en la construcción de los futuros posibles?


¿Dónde se inserta la nanotecnología y su proyección biológica; la ciencia
cibernética y su proyección doméstica; el descubrimiento de nuevas leyes del
universo y la sorpresa permanente que nos arroja; la sensación de exigencia de
sobrevivencia de la especie humana frente a los avatares de alimentación, agua y
energía a partir de mediados de este siglo; las dificultades de expectativas,
empleos y generación de bienestar en las sociedades, el desafío del conocimiento
y la verdad como aspiración racional que parece sucumbir ante la infinita entropía
y celeridad de la informática, etc.? Los futuros posibles (ya presentes), están muy
lejos de aquella utopía nacida bajo el contexto de la sociedad industrial del siglo
XIX, esto, sin desmerecer nuestra preocupación sustantiva por la pérdida de
valores humanos que emerge como riesgo en la construcción de esa sociedad
futurible, preocupación que objetiva el propio Beck en su obra “los hijos de la
libertad contra el derrumbe de los valores”. En eso la figura de Camila Vallejos
parece interesante, pues nos remite a la necesidad de volcarnos sobre nuestra
condición humana, sólo que su respuesta es errónea, reducida, insuficiente, y
equívoca. Ella lo sabe, pero opera como reflejo del último estertor que se resiste a
morir (ese estertor es Stephane Hesse, es Edgar Morín, y en el plano local es
Gillermo.Tellier y Gabriel Salazar).

El ciudadano y la ciudadanía

Robert Dahl desde la trinchera conservadora de la politología norteamericana, en


las aulas de la Universidad de Yale, puso el acento en la necesidad de contar con
un ciudadano instruido como condición per-se de la democracia, del mismo modo
como Bobbio lo había también advertido17. Es necesario, dice Dahl, que los
ciudadanos puedan comprender las alternativas que se discuten en la agenda
pública, y que además puedan expresar sus propias argumentaciones y que éstas
sean escuchadas y conocidas por todos. Desde luego, hay allí a lo menos una
nueva exigencia. Sobre todo, por esta contradicción paradojal que nuevamente se
nos presenta.

Entendíamos que avanzábamos hacia la sociedad del conocimiento. El desarrollo


de la tecnología y de la informática nos conducía a ampliar significativamente la
disponibilidad de conocimiento e información a todos. Por esa vía, nuestra
esperanza era que lográramos mejores y mayores nieles de conocimiento. ¿Qué
17
Véase a Robert Dahl, en: “ La democracia: una guía para los ciudadanos”, Madrid, Editorial
Taurus 1999. ¿será suficiente la figura de un ciudadano instruido? Probablemente no, pero, de
seguro, permitiría asumir la discusión de la agenda pública con respeto, tolerancia (fundada en la
9

“amistad cívica”), haciendo prevalecer el discurso argumentativo por sobre la construcción


Página

emocional, teniendo en vista “la persona humana”, cuestión a la cual aspiraba J. Habermas,
creyendo que era posible desde la propia “modernidad” caída, sin considerar lo que J. Maritain
denominaba la “racionalidad moral” como complemento de la “racionalidad técnica”.
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ha pasado? Al parecer esas esperanzas -por ahora- se han desvanecido. Nuestra


sociedad parece más bien una “sociedad de la ignorancia”, que una “sociedad del
conocimiento”18. La acumulación infinita de información se ha convertido en pura
entropía. Aquél ciudadano, que hoy dispone de múltiples fuentes de información,
sigue sumido en la ignorancia, al valorizar sólo aquel tipo de conocimiento a partir
de un criterio instrumental, práctico, útil, ligado a una retribución económica.

Pero, la democracia necesita de un ciudadano “instruido” que entienda,


comprenda, argumente y explicite lo que se discute en la plaza pública, lo
que se debate racionalmente (técnica y moralmente) a partir de las alternativas
instaladas en la agenda pública. Desde luego, sustentadas en el respeto a la
diferencia argumentativa (no en el falso pluralismo que supone toda aceptación
per-se, hipotecando incluso “la verdad” como aspiración sublime de nuestra
inteligencia).

¿Cuán lejos estamos de esto? ¿Es sólo un problema de educación y


conocimiento? Si así fuera, aquellas sociedades culturalmente desarrolladas no
verían afectada su participación democrática. Pareciera que hay algo más, y ese
algo más nos remite a la falta de interés y motivación por la “política” tradicional,
atravesada por los efectos de descrédito que hemos comentado con anterioridad.
Sin embargo, las movilizaciones sociales explicitan un renovado interés por la
“cosa pública”, que pudiera ser el inicio de una renovación del “sentido ciudadano”,
aparentemente tan distante de la “res pública”.

Las movilizaciones ciudadanas rompen este diagnóstico, pero lo hacen como


respuesta airada contra el (mal) funcionamiento de la “política” y los “políticos”. No
obstante, el efecto de inestabilidad e ingobernabilidad que eventualmente pudiera
asociarse a este fenómeno emergente, es de vital interés para el funcionamiento y
eficiencia del sistema político, y muy particularmente, para responder la
interrogante en orden de: ¿quién define lo que es mejor para la sociedad?

Siguiendo la preocupación de Dahl y Bobbio, ¿allí donde escasean los ciudadanos


instruidos –como en nuestro caso- podemos esperar una respuesta eficiente de la
política? ¿A dónde conduce en este sentido, la exigencia de participación directa
en la definición de lo que es mejor para la sociedad, a través de un plebiscito, por
ejemplo?

18 Véase; Brey, Antoni, Innerati Daniel, Mayos Goncal; “La sociedad de la ignorancia y otros
10

ensayos”, Ediciones Zero Factory, 1° edición, Barcelona, 2009, pp. 17- 42. Brey advierte esta
paradoja al acentuar su percepción de que nos encaminamos a la valoración de un tipo de
Página

conocimiento, de carácter instrumental utilitario, ´práctico, que desvaloriza todo aquello que no
rinda frutos económicos inmediatos, y que por lo mismo, termina pur alejar al individuo del
conocimiento importante y necesario.
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Ciertamente que la igualdad de las personas en cuanto su dignidad y derechos


(como lo consigna la Constitución) se instala como un valor humano y social
deseable que legitima la participación igualitaria, pero, pudiera contravenir la
exigencia de “eficiencia” que está implicada en la definición permanente de lo que
es mejor para la sociedad, una sociedad cada vez más compleja, incierta,
riesgosa, demandante, ingobernable.

Este no es un tema menor, a pesar de que suele subordinarse por lo inapropiado


de su planteamiento que desconoce el rol de la legitimidad social, que parece ser
la clave de esta exigencia y que la contrapone de manera conflictual, en tanto,
como sugería A. Touraine19, el conflicto postindustrial, parece marcado por esta
nueva dicotomía entre la “tecnocracia” que sí sabe lo que es mejor para la
sociedad desde el conocimiento altamente especializado, y las personas comunes
que lo saben sólo desde su experiencia de lo humano por lo humano. ¿Cómo
conciliar esto? Entendemos que la “política” (y la “democracia”) debiera operar
juntamente en esta mediación. Por cierto, aquí, sí se inscribe el desafío de “la
educación”.

La creación de opinión y la construcción de realidad.

Hay otro aspecto insoslayable. Los medios de comunicación social masivos, han
terminado por convertirse en creadores (y constructores) de realidad. Aquello que
creemos que es real, no es sino el producto de lo que han construido los medios
de comunicación social masivos. Vivimos en una sociedad enteramente
mediatizada, nos guste o no, y estos medios, están enteramente ligados a su
carácter comercial. Sólo la publicidad parece intocable.20

Los medios de comunicación social masivos y las propias “redes sociales”


construyen realidades y construyen realidades políticas. La legitimidad social hoy
día está enteramente entregada a los “juegos de lenguajes”21, a la puesta en
escena de esos juegos y a la interpretación final que hacen los ciudadanos de esa
realidad (o más bien del sentido que se asigna a esa “re-presentación” de la

19
Para Alain Touraine el conflicto social en América Latina está atravesado por este tipo de
dicotomía entre las exigencias que devienen del mundo racional-técnico y las expectativas y
compromisos que devienen del mundo simbólico. Para Touraine, éste último tiende a imponerse en
el contexto hispanoamericano. Véase: Touraine, Alain; “La sociedad posindustrial”, Editorial Ariel.
Barcelona, España, 1973. Y, particularmente en; Touraine, Alain; “Actores y sistema políticos en
América Latina. Programa regional de empleo para América Latina y el Caribe”. (PREALC).
Santiago de Chile. 1987
11

20 Nos hacemos cargo tanto de las “teorías constructivistas” en boga, como de los planteamientos

en orden del lugar protagónico que han adquirido los medios de comunicación social masivos.
Página

21
Sobre esto conviene recordar los trabajos de Javier del Rey Morató acerca de los “juegos de
lenguaje”. Véase: Del Rey Morató, Javier; “Democracia y Postmodernidad (Teoría General de la
Información)”, Editorial Complutense, Madrid, 1996.
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realidad), conforme sus propias subjetividades y condicionamientos de toda


especie. ¿Era esto lo que Robert Dahl quería prevenir? Probablemente, al hacer
énfasis en la figura de un ciudadano ilustrado, estaba sugiriendo el peligro que
representaba para la democracia el fenómeno de los mass-media, la irrupción de
las masas y la construcción de opinión pública, y finalmente, el resultado que
importa, la legitimidad social que está en juego en cada ocasión, todo, bajo la
sospecha de un ciudadano que termina convertido en “objeto” (y no “sujeto”) de un
juego que, a toda costa, lo excede.

A salvar nuestra democracia

El sistema ha tocado fondo, parece ser la consigna que públicamente inunda el


discurso político de nuestra clase dirigente (por convicción o convención, o
invención). Por lo pronto el “sistema binominal” (sistema electoral chileno) parece
agotado, excedido por las circunstancias, e incluso deslegitimado en su origen
(todo aquello que huela a obra de la “dictadura” parece condenado como marca de
Caín). Del mismo modo, la ampliación del universo electoral parece necesaria y
exigible, para ello, debe aprobarse e implementarse cuanto antes la inscripción
obligatoria y automática, y el voto voluntario, admitiendo la posibilidad de que se
integren (a lo menos) 2 millones de nuevos votantes y se modifique el actual
padrón electoral, y con ello la acostumbrada distribución (anticipada) del mercado
electoral (aunque esto pueda ser tan solo un deseo).

Del mismo modo, debe asegurarse el voto de los chilenos que viven en el
extranjero y que han quedado marginados de esa posibilidad. Todo esto debe
complementarse con la posibilidad de que sean los propios ciudadanos los que
escojan a sus autoridades locales y regionales, de este modo debe avanzarse
también en la posibilidad de que los Intendentes, Gobernadores y los Consejeros
Regionales sean cargos de elección popular. Igualmente importante parece ser
modificar la actual ley de Partidos Políticos modernizándola y permitiendo que se
realicen elecciones primarias internas obligatorias (con cargo al Estado o si se
quiere, a los tributos de los ciudadanos) para escoger sus representantes en las
diversas elecciones internas. Esto, por cierto, sin olvidar la ley que asegure el
financiamiento estatal para el funcionamiento de los Partidos Políticos (también
con cargo a los impuestos), y así evitar que éstos se vean influidos por poderes
fácticos que los financian y controlan tras las bambalinas. Si agregamos la ley de
“Lobby” habríamos ciertamente dado un paso crucial, pero, quizás, sea mucho
pedir.
12

En todo esto parece haber consenso en que de esta manera se logrará revertir el
Página

proceso de pérdida de legitimidad de las instituciones políticas democráticas, al


menos, se avanzaría en potenciar la participación (aunque cuantitativamente) y la
CENTRO DE ESTUDIOS ESTRATEGICOS DE LA ARMADA 2011

representación (también cuantitativamente), como una manera efectiva, se cree,


de fortalecer la democracia, la ciudadanía y la política.

¿Tiene algo que ver todo esto, con los problemas a los que apuntábamos con
anterioridad? Muy poco. Mucho menos –incluso- de lo importante que resulta
hacerse cargo del tema de los intereses. Quizás, apurar la ley que regule el Lobby
en Chile podría apuntar a parte de esto. Pero, en la vorágine de estas propuestas,
el tema parece centrarse en la discusión respecto del cambio y/o modificación del
actual sistema electoral (el sistema binominal), al final de cuentas, allí está el
juego del poder y la distribución de beneficios que implica (en esto sólo seguimos
la conocida definición de Max Weber22).

No en vano, los consensos políticos existentes parecen concordar en ampliar de


120 a 150 diputados y pasar de 38 a 50 Senadores23. La realidad lo exige, se ha
dicho, escondiendo la mueca de sonrisas de los partidos que se ven exigidos a
repartir los beneficios entre los suyos, para lo cual, habrá, en adelante, mayor
espacio para esa distribución. ¿Qué pensarán los ciudadanos de esto? Para
algunos, terminarán pensando lo que se quiera que piensen ya de manera
procesada puesta al servicio de su consumo a través de los medios de
comunicación. “Que es lo mejor”, “que es lo más adecuado para las necesidades
de funcionamiento eficiente de un parlamento moderno”, “que es lo legítimo frente
a la funesta herencia de la dictadura”, “que es lo que hay que hacer para eliminar
el duopolio político existente que impide el surgimiento de minorías, “asegurando”
de esta manera una mayor y mejor representatividad social y política”, “que hay
que mejorar la democracia”, “que debe pensarse en cómo incentivar a los jóvenes
a votar”, “que es imperativo incluirlos a todos”, etc. ¿Cuánto más le costará a ese
ciudadano? no importa, la democracia tiene su precio y hay que estar dispuesto a
pagarlo ¿mejorará nuestra democracia? Probablemente no, si es que los males
están asociados a otros elementos, que parecen imposibles de abordar en el
actual contexto por su complejidad y por los intereses que están presentes y que
terminan por imponerse.

La Teoría del Heladero

Veamos la bandera del rescate de nuestra democracia, la modificación o el


cambio del sistema electoral “binominal”. ¿En qué consiste el sistema binominal?
Se cuenta, que en una playa hay dos heladeros ansiosos de vender sus
productos. El análisis anticipado se interroga por la eventual posición que dichos
13

22
Para Max Weber los partidos eran “asociaciones racionales con arreglo a fines destinadas a la
Página

obtención del poder y a la distribución de los beneficios ente sus miembros”.


23
Casi todas las propuestas que explicitan el incipiente debate público indican que se estaría
consensuando una ampliación del número de parlamentarios en ambas cámaras.
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heladeros pudieran asumir en esa playa, a objeto de alcanzar el máximo de


posibilidades de sus ventas, en términos de cubrir el máximo de espacio
(mercado) posible. Como son dos heladeros, y en una suerte de juego de suma
cero, lo que abarque uno lo pierde el otro, por lo que, pareciera lógico y prudente,
que ambos se situaran en un mismo punto central, de esa manera, ambos tendrán
la mismas posibilidades de ventas, y su competencia no sólo se organizaría, sino
que además, le daría “estabilidad” al contexto de la playa, evitando que esa
competencia se transforme en un desagrado para los veraneantes que verían
como la competencia desatada entre ambos heladeros transformarían la playa en
una batalla campal indeseable por y para todos. Esta es la vieja analogía
simbólica empleada por Anthony Downs hacia fines de los cincuenta24, para
identificar la lógica que viene a reflejar el sentido último del sistema binominal, su
carácter y estructura y sus bondades y defectos.

Dos grandes corrientes, situadas en el centro del espectro (percepción) político,


compitiendo por un mismo universo de electores, consensuando el carácter de la
competencia y otorgándole estabilidad política al sistema, impidiendo que las
convulsiones y perturbaciones internas propias de toda sociedad no se conviertan
en un obstáculo al desarrollo y crecimiento del país, que necesita superar las
condiciones de pobreza y miseria, un país, además, cargado de negatividades
asociadas a su condición de subdesarrollo cultural y político. En los 80, todo hacía
deseable que fuera de este modo, toda vez, teniendo en consideración, las
desventuras de la democracia y su sistema electoral (de cifra repartidora, sin
segunda vuelta presidencial), que en parte, condujo a la crisis institucional de los
años 70.

Como sabemos, el sistema binominal, presiona a objeto de producir grandes


corrientes de pensamiento general respecto de la sociedad, que tienden, además
a situarse en un centro político del espectro de percepciones ideológicas. Opera
con la exigencia de generar bloques políticos sustentados en alianzas y
coaliciones de partidos y movimientos que hagan posible esa suerte de fuerza
centrífuga que genera un efecto centralizador, que termina por fagocitar o incluso
diluir o eliminar fuerzas marginales que se niegan a integrarse este proceso.

24
Downs dedicó sus estudios a encontrar racionalidad en las decisiones políticas, particularmente,
en la manera cómo los partidos calculaban sus mejores posibilidades en la competencia electoral.
Esto lo condujo a reflotar y analizar una vieja propuesta existente hacía ya más de un siglo, en
14

orden de la búsqueda del lugar más adecuado para distribuirse de mejor manera los electores. Su
teoría del heladero, publicada en 1957 marcará un hito en la manera de describir el funcionamiento
Página

de un sistema electoral que conocemos como “binominal”. Véase: Almond, Gabriel; Dahl, Robert;
Downs, Anthony; y otros; en “Diez textos básicos de Ciencia Política”, Editorial Ariel, Madrid,
España, 1998.
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Para que esto ocurra se opera en la manera en que metodológicamente se reparte


la representación electoral (más que ciudadana), de tal forma que las grandes
fuerzas en competencia se distribuyen de manera regular esa representación
electoral (en términos de elegidos (2) por distritos), en tanto, el sistema admite que
un candidato que obtenga un tercio de los votos (33%) alcance la misma
representación electoral de quien obtiene el doble de esos votos (66%).

La única manera de doblar esa representación es que los candidatos de una lista
obtengan menos del tercio de la elección, mientras los candidatos de la otra lista
competitiva obtengan más de los dos tercios restantes, produciendo el doblaje aún
cuando uno de los candidatos de la lista ganadora haya obtenido menos votos que
uno de los candidatos de la lista perdedora, en tanto ha sido arrastrado por su
compañero de lista, dejando fuera a su competidor, que no logró obtener el tercio
mínimo para asegurar su representación. Como se trata de obtener más de dos
tercios, resulta por lo pronto una exigencia mayor, que sólo excepcionalmente se
podría producir, en tanto que lo normal es que la representación electoral,
finalmente, se distribuya de manera simétrica entre los competidores de los
grandes bloques asociados altamente competitivos.

Ejemplo

N° de elegidos por distrito % mínimo para asegurar % mínimo para doblar


la elección de un eligiendo los dos
Parlamentario. parlamentarios de la lista
2 33.0% 66.0%
Cuadro 1

De esta forma, en nuestro caso, la Alianza por el Cambio y la Concertación de


Partidos, terminan por distribuirse la representación ciudadana de manera más o
menos simétrica, con algunas excepciones que determinan mayorías relativas en
algunas de las cámaras, mayorías, muchas veces insuficientes para decidir por sí
sola, sobre temas de importancia política, social o económica, dado que a la
modificación del antiguo sistema electoral (de cifra repartidora) por el actual
sistema binominal de representación electoral, se le añaden otros componentes
destinados a la misma finalidad (estabilidad, gobernabilidad), como el establecer
porcentajes altos de quórums específicos en el parlamento para decidir sobre
determinadas materias, sobre todo, se dice, como exigencia frente a un fuerte
régimen presidencial que concentra facultades, por lo que se requiere de
“contrapesos” que eviten que el Ejecutivo termine por concentrar todo el poder.
15

Esto, se agrega, le permite estabilidad al sistema, y esa estabilidad es condición


necesaria para alcanzar el desarrollo y bienestar de la sociedad.
Página
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La representación electoral del sistema binominal, matiza sus resultados de


acuerdo al N° de elegidos por distritos territoriales o circunscripciones electorales
disminuyendo los mínimos de acuerdo a cuanto aumentan los escogidos por
distribución territorial o poblacional.

N° de Escaños que elige un % mínimo para elegir un


distrito. escaño
2 33
3 25
4 20
5 16.7
6 14.3
7 12.5
8 11.1
9 10
10 9.1

Cuadro 225

Pero, ¿cuáles son sus males? Por lo pronto, impide la representación de las
minorías organizadas al excluirlas de la competencia, a no ser que se integren en
las coaliciones mayores. Esto pudiera no ser significativo, de no situarse en un
contexto como el actual, donde esas minorías tienen la posibilidad de hacer
explícitas sus demandas (entre ellas las de representación electoral) sin pasar por
las estructuras de poder (y la máquina electoral) de las grandes coaliciones, y
desde luego, por el fenómeno de fragmentación social que caracteriza nuestra
sociedad contemporánea.

Adicionalmente, plantea una cuestión más compleja, porque cuantitativamente


produce el efecto de hacer similar la representación ciudadana en el parlamento,
entre quienes puedan haber obtenido mucha diferencia de votos entre sí. Con un
tercio de los votos o menos, una lista produce un candidato elegido, mientras que
el otro a pesar de haber obtenido casi el doble, obtiene lo mismo. Esta crítica
adquiere un componente de carácter moral, al plantear un tema de “justa
distribución” de los votantes. Sin embargo, en el contexto de la “competencia por
los votos del pueblo”, esto ha favorecido indistintamente a las dos grandes
16
Página

25
Antecedentes tomados de: Andrés Tagle Domínguez; “Cambio al Sistema Binominal”, Serie
Documentos de trabajo, N°365, Agosto 2006, publicado por el Centro de Estudios Públicos.
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coaliciones políticas, que, en ese sentido, pudieran no tener todos los incentivos
necesarios para cambiar el sistema, sino más bien, para tan sólo modificarlo.26

Del mismo modo, genera otro efecto perverso. Al producir presión sobre los
partidos para alcanzar éxito en la competencia de representación electoral,
empuja el sistema a un proceso de alianzas y coaliciones, y deja afuera a las
minorías que no tienen cabida en esas alianzas, independiente que por votos,
pueda obtener un % importante de sufragios27. Tal es el caso, por ejemplo, del PC
chileno en comparación al Partido Radical. Ambos tenían más o menos
históricamente, casi el mismo % de votos (cercano al 5%), pero el Partido Radical,
al estar dentro de la Concertación, podía obtener cupos de representación
electoral que le facilitaba la posibilidad de tener parlamentarios en ambas cámaras
(y cargos de autoridad en el Gobierno), mientras que el Partido Comunista, al
estar excluido de la Concertación, terminaba sin representación electoral.

Finalmente una crítica más gruesa. El sistema binominal, parece eliminar las
alternativas de elección, asunto que para Robert Dahl y Norberto Bobbio parecen
incompatibles con la democracia. El sistema opera bajo la lógica de que los
partidos y sus directivas escogen y elijen a sus candidatos y éstos, tienen casi
asegurado su escaño electoral en el parlamento (dada la simetría electoral con
que opera), sin que sobre ello, haya actuado necesariamente la ciudadanía, es
decir, esa representación está al final más ligada a los intereses del partido
(que representan) que a los intereses de los ciudadanos (que no han
participado en la elección de ese candidato, pero que se han visto en la necesidad
de votar por él, en tanto representante de la coalición a quien le doy mi voto). Esto,
se dice, ha terminado por hacerle un daño tremendo a la democracia, dado que
los ciudadanos no sólo perciben su exclusión sino también, el juego de
intereses distantes de los suyos.

Por cierto, la modificación del sistema binominal, que es lo parece tomar mayor
fuerza y concitar el máximo de consenso en el sistema político (no
necesariamente ciudadano), admite la ampliación cuantitativa de representación
electoral, pero, sólo parece encontrar eco hoy día, a partir de las dificultades por
las cuales atraviesan las propias coaliciones. Tanto la Concertación, como la
Alianza, se han visto excedidas y desgastadas frente a los fenómenos sociales y
políticos (movilizaciones ciudadanas), lo que ha facilitado la exigencia de
26
Esto ha acentuado la crítica al duopolio electoral del cual han sido favorecidas las grandes
coaliciones existentes.
17

27 Esta era una de las cuestiones claves a las que aludía la definición de democracia que abordaba

Norberto Bobbio al referirse a la necesidad de que ninguna decisión de la mayoría debiera limitar
Página

los derechos de la minoría de manera particular el derecho de convertirse, en igualdad de


condiciones, en mayoría. Véase: Bobbio, N, Matteucci,N, Pasquino G., (Eds.); “Diccionario de
Política” , particularmente en Bobbio,N., “Democracia”, México, 1991.
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modificación, de un sistema que por décadas, de manera indistinta, privilegió la


representación electoral de ambas coaliciones, lo que por cierto, impidió su
modificación, hasta ahora. Argumento que también parece posible de aplicar a la
negativa existente que ha habido en orden de modificar el actual escenario
electoral, facilitando el ingreso de nuevos votantes, a través, por ejemplo, de la
inscripción obligatoria y el voto voluntario ¿Qué ha detenido durante tantos años
esto?

Una (a veces “necesaria”) mirada externa

Era mediodía de otoño en el Valparaíso del 2004. Caminábamos rumbo al antiguo


y enigmático Club Alemán. Nos acompañaba por las calles Detlef Nolte, tras haber
compartido una interesante conferencia con alumnos de Postgrado. Nolte, me
sorprendió. Aquel experto en desarrollo democrático de América Latina, conocedor
como ninguno de eso que llamamos “realidad latinoamericana”, desde su
privilegiado espacio como investigador del Institut Für Iberoamerika-Kunde de
Hamburgo, esbozó dos comentarios que indujeron mi atención. El primero, más
bien, un susurro al oído mientras atravesábamos la calle, cargado de un realismo
notable, muy propio, quizás de la cultura alemana: “Valparaíso parece sucio y
pobre”. No podía sino compartir su percepción. Había estado muchas veces acá,
la última oportunidad entrevistando a parlamentarios.

El segundo comentario, algo más debatible que el primero, era que, a su juicio,
teníamos en Chile una clase dirigente excepcional. En Alemania, me decía, es
imposible pensar que los Ministros, tengan “necesariamente” que tener un
conocimiento especializado, y en lo posible doctorados que los identifiquen. Aún
más, su conocimiento de los parlamentarios chilenos, lo hacía situarlos en un lugar
de privilegio en América Latina. A su juicio el sistema electoral chileno tiene la
ventaja de producir una elite política relevante, esto, en comparación a la realidad
de “otros” países latinoamericanos, donde existe una dispersión y desagregación
que termina por instalar una clase dirigente muy diversa (y dispersa), muy
divergente, en que la búsqueda de acuerdos y consensos que le otorguen
estabilidad al sistema, parece un desafío imposible para muchas democracias.

Nolte parece compartir las mismas aprehensiones que su colega Dieter Nohlen28
de la Universidad de Heidelberg. A juicio de Nohlen debe ponerse particular
atención a un aspecto que puede dañar significativamente el funcionamiento del
sistema electoral. El sistema no puede ponerse en marcha sin el advenimiento
18

28Véase: Nohlen, Dieter; “La reforma al sistema binominal desde una perspectiva comparada”,
Página

Revista de Ciencia Política,v.26 n.1 Instituto de Ciencia Política, Pontificia Universidad Católica de
Chile, Santiago, 2006. versión On-line ISSN 0718-090X.
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(consenso) de quienes están llamados a operar con él, más allá de que este
pueda o no servir a sus circunstanciales intereses. Hay allí un problema de
legitimidad que debe asumirse, si se quiere evitar posteriores traspiés.

Del mismo modo, advierte Nolte, no existe un sistema electoral ideal, cada sistema
se adecúa o no de manera importante y eficiente a las necesidades y
circunstancias de cada sociedad. En ese sentido advertía Nohlen, los sistemas
electorales no están puestos a disposición para sean simplemente implementados,
por el contrario, deben ser “construidos” de acuerdo a esas particularidades. Su
sugerencia apuntaba a debatir primero objetivos y funciones que debiera cumplir
el sistema electoral, y luego discutir qué forma asumiría ese sistema.

Entre esos requisitos funciones transversales e integrados, el profesor Nohlen


destaca los de: 1) legitimidad; 2) representación; 3) concentración y efectividad; 4)
participación; 5) simplicidad. La puesta en acción de estos requisitos funcionales,
sin embargo, contiene la advertencia de saber que la intensidad de uno puede
afectar la funcionalidad de otro. Están enteramente asociados, implicados, y debe
decidirse dónde acentuar los énfasis, en tanto, con seguridad habrá una asimetría
en la estatura conseguida de cada uno de ellos. Mientras que, entre los objetivos
esenciales, la “gobernabilidad” y “estabilidad” de la sociedad parecen imponerse
como finalidades que debieran orientar la estructura y funcionamiento del sistema
electoral.

Tras un acucioso examen de nuestro sistema binominal, Nohlen sugiere algunos


aspectos interesantes. Primero, parece prudente iniciar la reforma, señala, aunque
con todas las advertencias posibles respecto de los grados de su radicalidad
(magnitud e intensidad), en tanto, muchas de las actuales críticas no parecen
sostenibles. En segundo lugar, parece importante buscar un mejor equilibrio ente
los grados de efectividad y participación del sistema binominal chileno, intentando
mejorar en algo la representatividad.

Para Nohlen, por cierto, el sistema chileno, lejos de lo que se ha venido


escuchando, es un buen sistema, dadas las condiciones de nuestra sociedad,
pero que debe superar las dificultades de legitimidad, sin abandonar las
finalidades de estabilidad y gobernabilidad que le han permitido sostener un
significativo desarrollo.

¿Qué cambiamos?

¿Qué se ha instalado hasta ahora? Una propuesta que parece concitar apoyos
19

transversales en las coaliciones políticas que finalmente concordarán las


Página

modificaciones, es ampliar el número de parlamentarios. En el caso de la cámara


baja, pasar de 120 a 150 Diputados, en el caso del Senado, pasar de 38 a 50
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Senadores. Esto generaría, se dice, mayor representación electoral, en tanto, se


podría producir por la vía de redistribuir la actual representación entre los distritos,
ya sea manteniendo o ampliando éstos, de tal modo, por ejemplo, que las
circunscripciones de más electores, escojan también más representantes, y no
como hasta ahora que las circunscripciones eligen la misma cantidad de
representantes independiente del número de electores que tengan.

Variantes sobre eso hay varias. Para algunos, podría darse la nominación de
candidatos nacionales al excedente que se agrega. De tal manera que la Cámara
baja elije 120 Diputados como lo ha hecho hasta ahora, pero agregaría 30 más
que podrían tener ese carácter nacional. Estaría por verse como se distribuirían
esos 30 representantes, ¿bajo qué criterio podría distribuirse su representación y
qué carácter posterior podrían tener estos representantes “nacionales?, asunto,
este último, bastante más difuso y complejo, ya que esos representantes podrían
sentirse enteramente independientes de las fuerzas competitivas internas o bien
por el contrario, plegarse a ellas, desdibujando su sentido de representación
nacional.

La pretensión es modificar el sistema, no cambiarlo, pero, probablemente, desde


la proyección pública que esto requiere, se acentué la idea del cambio, que es la
demanda existente. ¿Dónde quedan los intereses ciudadanos en esta
modificación al sistema electoral? No lo sabemos. Lo seguro, siguiendo la idea de
Schumpeter, es que las coaliciones interesadas y pendientes de la ingeniería
electoral, estarán sólo propensas a cambiar el estado de las cosas, en tanto no
signifique una merma significativa en la competencia por los votos del pueblo.

De hecho, algunos estudios indican que las diversas propuestas de modificación


del sistema binominal, traerían como consecuencia un aumento en el número de
escaños para la Concertación y una disminución en el número de escaños para la
Alianza, sin que ello necesariamente esté acompañado de una diferencia
equivalente en número de sufragios. El cuadro siguiente reflejaría los eventuales
resultados teniendo en consideración las cifras históricas de las últimas cinco
elecciones al año 2006.

Propuesta Alianza Concertación Otros


Sistema Binominal actual +4.60 % +4.40 % -9.00 %
Proporcional Concejales +3.50% +3.90% -7.40%
Propuesta 1 Concertación +2.60% +6.10% -8.70%
Propuesta 2 Concertación +3.00% +5.60% -8.90%
20

Propuesta 3 Concertación +2.00% +6.00% -8.10%


Página
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Cuadro 329

Las evaluaciones de las diferentes opciones

Una de las cuestiones complejas por su carácter técnico es aquella relacionada


con la valoración de la proporcionalidad y de la exclusión, argumentos que
políticamente suelen argüirse respecto del sistema binominal. Lo cierto es que
todos los sistemas tienen un carácter proporcional, y la exclusión, ciertamente que
afecta en diversas maneras según se entiendan los criterios que se desean hacer
prevalecer.

En todas las propuestas existentes, se ha privilegiado la “gobernabilidad” y en ese


sentido, se han planteado diversas opciones que apuntan a desincentivar la
fragmentación y la generación de pequeños partidos, “débiles e inestables”. Del
mismo modo, según se mantenga o no la valoración de la representación regional
en el parlamento, se acentuará o no una modificación que privilegia candidaturas
nacionales.

Un punto más importante en la discusión actual, parece concentrarse en la


necesidad de equilibrar el número de escaños con el número de sufragios, de esta
forma se intentaría hacer valer el principio de igualdad en el voto, que intenta
equilibrar el tamaño de la población de electores en relación al número de
parlamentarios que eligen. Así, por ejemplo, se plantearía la necesidad de que
ciertos distritos con una población muy superior, escoja muchos más
parlamentarios que un distrito con mucha menor población, de esa forma habría
una proporcionalidad en el valor del voto de un elector respecto de otro.

Se suma a esto, la necesidad ya comentada, de otorgarle una “adecuada”


representación a las regiones del país. La discusión es más bien de forma ¿cómo
hacer para asegurar un mínimo posible de representación similar a todas las
regiones? ¿Se establece un mínimo “necesario” asegurado? ¿Se privilegia el
tamaño de su población? La discusión podría girar en estos sentidos. Del mismo,
se ha indicado la posibilidad de incentivar la participación de la mujer en la
actividad política, generando, por ejemplo, cuotas de carácter obligatorio para
mujeres dentro de las listas a parlamentarios, e incluso, diferenciar el
financiamiento público en beneficio de las candidatas mujeres.
21

29
Tomado de Antecedentes tomados de: Andrés Tagle Domínguez; “Cambio al Sistema
Página

Binominal”, Serie Documentos de trabajo, N°365, Agosto 2006, publicado por el Centro de
Estudios Públicos.
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Hacia una reflexión final.

Nuestra primera reflexión no puede apartarse de los acontecimientos que las


democracias occidentales protagonizan, y en ese sentido, parece importante
destacar la preocupación por el horizonte político que deviene de la dinámica de
cambios que parecen imponerse.

Enriquecer la democracia, a nuestro juicio, pasa necesariamente por fortalecer la


condición moral de la convivencia ciudadana. Hacer posible la amistad cívica
presupone imponer el valor del “amor al próximo” y traducir aquello en respeto y
tolerancia. Los tiempos que se viven, parecen apartados de esto, lo que, desde
luego, instala una nube de incertidumbre respecto de lo que acontezca en el
mediano plazo.

Modificar el sistema binominal bajo la pretensión de consolidar la democracia,


parece insuficiente, y cuando no imprudente. Insuficiente porque no modifica las
alteraciones sustantivas existentes de carácter cualitativo que afectan los valores
de participación y representación ciudadana, más allá de ampliarlas
cuantitativamente.

E imprudente, además, porque, parte importante de los movimientos sociales, son


también la expresión de descontento con la forma de actuar de las clases
dirigentes. No tomar nota de esto, y actuar como si todo es posible que pueda
continuar de la misma manera, parece, cuando menos imprudente. Pero, también
es imprudente, hacerse cargo de esto, sólo en función de “parecer”, entendiendo
la política como “el arte de hacer creer” (es decir, de lograr legitimidad social, que
se traduce en sufragios).

Finalmente, lo que está en juego es la legitimidad de la propia democracia como


forma de gobierno. Aún más, lo que parece tambalearse, a pesar de que no todos
lo noten, es la estructura originaria del contrato social surgido en el contexto de las
convulsiones de los siglos 17 y 18.

Quizás deberíamos ponernos a pensar en serio respecto de reconstruir aquél


contrato, teniendo en vistas una sociedad muy distinta de aquella que empujó a
los burgueses franceses a acabar con los privilegios de Luis XVI, y que terminó
con la toma de la fortaleza de la Bastilla por parte de las masas enardecidas de
odio y esperanzas a la vez. Esas masas creyeron que al otro día del 14 de Julio de
1789, Francia era “libre, igualitaria y fraterna”, como han sido siempre las ilusiones
sociales cargadas de espejismos.
22
Página
CENTRO DE ESTUDIOS ESTRATEGICOS DE LA ARMADA 2011

¿Estaremos nuevamente frente a un fenómeno similar ad-portas? Como ha dicho


Z. Bauman,30 “las emociones son muy aptas para destruir, pero especialmente
ineptas para construir nada”. “Las gentes de cualquier clase y condición se reúnen
en las plazas y gritan los mismos eslóganes. Todos están de acuerdo en lo que
rechazan, pero se recibirían 100 respuestas diferentes si se les interrogara por lo
que desean”, indica el profesor emérito de la Universidad de Leeds, Inglaterra y
premio Príncipe de Asturias de Comunicaciones y Humanidades 2010.

¿Qué hay de esto en esta fértil provincia señalada, por rey jamás regida?

Gerardo Vidal F.
Dr. en Sociología y Cs. Políticas

23
Página

30
Véase entrevista a Zygmunt Bauman, filósofo y sociólogo polaco, profesor de la Universidad de
Leeds Inglaterra, en Diario El País, España, sección Vida &Artes, página 31, del día lunes, 17 de
Octubre de 2011.

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