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POESÍA MEXICANA
Selena Millares
Universidad Autónoma de Madrid
AISO. Actas IV (1996). Selena MILLARES. Recepción del barroco hispánico en la po...
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cas de Francisco de Quevedo y Juana de Asbaje. Todo ello hace que, a pesar de los
muchos detractores que condenan su alejamiento del canon dominante en la época, los
contemporáneos formulen su originalidad en la tradición revisitada, que se traslada
con éxito a la nueva escritura para acoger tanto el sueño de anábasis de Sor Juana como
la meticulosa orfebrería del verso y el íntimo desgarro que en el barroco hispánico
determina la vigilia de la muerte.
En el primer ámbito, la modernidad del Primero sueño, cuyo viaje espiritual se
desplaza de los modelos -los Sueños de Quevedo o las Soledades de Góngora-, pre-
senta el naufragio del alma y la frustración de sus ansias, que preludian en su genio las
manifestaciones que en nuestro siglo inciden en ese topos del viaje inmóvil. Certero,
Octavio Paz ha comentado al respecto que «el espacio que nos revela sor Juana [...] no
es una superficie que recorren los cuerpos sino una abstracción que pensamos; no es el
más allá celeste o infernal sino una realidad rebelde al concepto. El alma está sola, no
frente a Dios sino a un espacio sin nombre y sin límite»2, y recuerda cómo Alfonso
Reyes vincula su obra con la de los surrealistas. En efecto, a través de sus versos se nos
presenta al alma como nave astillada que fracasa en su osada aventura por la noche y el
sueño, asimilada a los grandes mitos de la caída: ícaro y Faetón. El espíritu barroco
acentúa el dramatismo de las configuraciones que del mismo motivo hacen los contem-
poráneos, como queda patente en los versos de Xavier Villaurrutia:
El polvo asciende, lento.
Y de un cielo impasible,
cada vez más cercano y más compacto,
llueve ceniza3.
La inmersión en el agua de los sueños es la vía para acceder al enigma de lo trascen-
dente y experimentar la travesía que conduzca a un más allá que imanta al poeta; el mar
será el reino de esa ciudad sumergida que en tantas mitologías personales y colectivas
vela el arcano de la muerte. Lo onírico y lo visionario se funden con el sabor barroco,
en tanto que la conciencia conflictiva y torturada, «naufragio invisible», encuentra en
la estatua el símbolo recurrente de la ansiada impasibilidad pétrea ante la invasión de la
angustia. Es el mármol que ciñe el verso con su arquitectura sólida y perfecta, máscara
del derrumbe; en términos de Alí Chumacera, «la angustia, la soledad, la noche, el
silencio, las calles solitarias, los muros, las sombras, el sueño, todo ese mundo nervalesco
asido a su pluma confirmaba la intensidad de su presencia en quien sabía que vivir es
estar cumpliendo con la ineludible destrucción interior»4. Tras ese viaje vertical el
alma prisionera dará con sus huesos en la tierra para reiterar el drama de Sísifo conde-
nado; en esa travesía sonámbula, ni la poesía ni el amor van a lograr salvarla. Una «rosa
de ceniza» sustituye el esplendor de la belleza, y tampoco el deseo puede cubrir la
memoria, o el signo trágico de Eros:
2
Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, Barcelona, Seix Barral, 1989, p. 471.
3
Xavier Villaurrutia, Obras, México, FCE, 1974, p. 62.
4
En Villaurrutia, 1974, p. xv.
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sión más Íntelectualizada y afín al barroco en los versos de Jorge Cuesta, de asombrosa
perfección formal y una pureza que no puede esconder la secreta melancolía por la
erosión del tiempo:
Hora que fue, feliz, aún incompleta,
de mí no tiene ya, para ser mía,
sino los ojos que la ven vacía,
despojada de mí, sorda y secreta".
El poeta -«el que ocultamente se retrasa/ y se substrae a lo que se devora», «el
residuo estéril de su brasa»12- se sumerge en la plenitud barroca cubriendo tanto el
virtuosismo de los grandes maestros como el dolor visceral que devora sus versos. La
abstracción pura proscribe de su obra los acentos personales, y su clasicismo y
conceptualismo se plasman en sonetos cercanos a los modos creadores de Juana de
Asbaje, así como en las estancias de su composición más celebrada, Canto a un dios
mineral, poema del tiempo en la más clara línea de la poesía pura:
Oh, eternidad, la muerte es la medida,
compás y azar de cada frágil vida,
la numera la Parca.
Y alzan tus muros las dispersas horas,
que distantes o próximas, sonoras
allí graban su marca13.
Gran admirador y discípulo del grupo, Octavio Paz, desde parámetros distantes, inci-
dirá una vez más en ese camino trazado desde su genealogía poética, para reconocer abier-
tamente entre sus raíces al barroco español, el romanticismo y el surrealismo. Góngora y la
generación del 27, en la antología de Gerardo Diego, figuran en su parnaso personal, pero
quizá sea Quevedo la presencia que más se evidencia en sus escritos. Al maestro español
remiten muchas de sus formulaciones de la temporalidad -«hoy es ayer y es siempre y es
deshora»; «arde el tiempo fantasma/ arde el ayer, el hoy se quema y el mañana»14- o del
agua ígnea de un Eros agónico -«eres la llama de agua/ la gota diáfana del fuego»; «en la
nieve se quema tu rosa»15- y lo hace protagonista de uno de sus epígrafes: «Nada me
desengaña/ el mundo me ha hechizado»16. Su poética se funde con la del antecedente en
singular simbiosis: «El sueño de la muerte te sueña por mi carne/ mas en tu carne sueña mi
carne su retorno»17. También a Libertad bajo palabra pertenece el soneto plenamente
barroco «Pequeño monumento», de referencia indispensable en la clave que nos ocupa:
11
José Gorostiza/Xavier Villaurrutia/ Jorge Cuesta/ Gilberto Owen y Salvador Novo, «Contemporá-
neos», Poesías, Málaga, Anaya & Mario Muchnick, 1992, p. 148.
12
Ibid., p . 149.
13
Ibid., pp. 166-167.
14
Paz, 1990, p. 45, 85.
15
Ibid, p. 456, 465.
16
Ibid., p. 62.
"Ibid.,j>. 35.
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