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Camelo, Mario - Cronica Sur

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CRNICAS SUR Mario Camelo

Poesa

AURORABOREAL
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Mario Camelo Colombia 1952. Estudios de Literatura. Ha publicado varios libros de poesa en Colombia y Espaa. Traductor de varios poetas suizos, italianos y franceses. Vive en Suiza desde 1979. Ejerce como fotgrafo profesional y traductor.

AURORABOREAL POESA 2013


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AuroraBoreal eBooks Foto Mario Camelo Mario Camelo. Fribourg, Suiza. Diseo: Leo Larsen Cubierta Caballito de mar Foto Mario Camelo. Contra cubierta Model Studio 106 Foto Mario Camelo.

Diseo original de la coleccin Leo Larsen Primera edicin en AURORABOREAL Poesa: Marzo 2013 Mario Camelo Aurora Boreal Derechos exclusivos de edicin en espaol reservados para todo el mundo: Mario Camelo Aurora Boreal en eBook www.auroraboreal.net info@auroraboreal.dk ISSN 1902-5815 Revista Aurora Boreal Produccin Jazz en la 127 Copenhague - Dinamarca

Ninguna parte de esta publicacin, incluido el diseo de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningn medio, ya sea digital, elctrico, qumico, mecnico,ptico, de grabacin o de fotocopia, sin permiso previo del editor y el autor. La infraccin de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.
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Mario Camelo Crnicas Sur

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Prlogo

Obsesionada por el peso de la historia, esta poca pretende subjetivizar el tiempo histrico, ceirlo a ciclos de vida interior. Se dira que en la proyeccin individual, el dato de la conciencia se va allegando a la signicacin histrica a medida que el contenido social del tiempo deviene ms mtico. Una rara coordenada asemeja este proceso a la poesa, originalmente comprometida con la historia en cuanto realidad arquetpica 1. En Latinoamrica, el gran viraje lo da el siglo XX. A partir de los aos veinte Colombia se agrega a la corriente antimodernista en movimientos terrgenas, hispnicos e intelectuales. La preocupacin por un lenguaje que alcance a asir la realidad latinoamericana va derrotando poco a poco la imagen como imagen, embebiendo el poema en nuevos signicados. Ms tarde, la segunda post-guerra conjugar el armisticio europeo con la fallida revolucin burguesa, y un grupo -el de la revista MITOhallar incentivos en el enfoque existencial. Realmente, Jorge Gaitn Durn, Eduardo Cote Lamus, lvaro Mutis, Fernando Arbelez desean comprender de nuevo todas las cosas 2 a partir de un proyecto fundamental de existencia que despliega el conocimiento, encauza las ideas y vigila el lenguaje. El rechazo desordenado del nadasmo, eco tardo del movimiento surrealista, abrir brechas a la generacin por venir 3 . A sta pertenecen, entre otros, Juan Gustavo Cobo Borda, Daro Jaramillo Agudelo, Giovanni Quesseps, Juan Manuel Roca, Jaime Garca Mafa, Mara Mercedes Carranza, Anabel Torres y Mario Camelo. Parte de la antologa que presenta Mario Camelo en este volmen, comprende una seleccin de cuatro libros: Segunda crnica del Reino (l990), Primera crnica del Reino (1994), Conjuros (l983) y Las Victorias del Miedo (1979). Se trata de una
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retrospectiva proyectada del presente al pasado, evocacin y testimonio de destierros, exilios y migraciones. De ascendencia sefardita, el poeta asume el xodo de un pueblo diezmado y perseguido. Caribeo, profetiza y denuncia la infamia de quienes desembarcaron en el litoral hace quinientos aos para iniciar la invasin y saqueo de todo un continente, inspirada en anales bblicos, sentencias talmdicas, poesas orientales y cdices prehispnicos, su obra prolonga hasta tiempos actuales la dialctica de la tirana y el vasallaje, el conquistador y el conquistado, en la voz de colectividades sufrientes, rebeldes o amotinadas. Al describir y al describirse, el poeta se inspira en la tradicin oral arcaica, cuya poesa, como experiencia de lo sagrado, se emparenta al pantesmo y al animismo. Las fuentes del lenguaje arcaico estn en la naturaleza, celebrada en ceremonias y rituales. All, la palabra no puede ser vacua, pues tiene vida y poder denidos; el origen del mito es una palabra que se energiza hasta adquirir fuerza y elaborar modelos de actos signicativos. En el orden verbal, lo divino abarca tanto el culto vegetal y totmico como la transubstanciacin. De ah que toda imagen sea expresin de la vida en su ritmo y en su cambio. La poesa heredera del discurso arcaico y primitivo, alterna la crnica con la imprecacin o el conjuro, conmemorando la vida colectiva con sus ocios, guerras, victoria y derrotas. Cabe admitir, que aunque la trayectoria de esta antologa acuse el trnsito de una identidad formal a otra, toda ella podra constituir un solo poema, marcado apenas por oscilaciones y variantes. Desde la primera sentencia y a partir de un proceso inconsciente, los contenidos metafricos del texto desvan con sutileza la descripcin hacia un pasado mtico, logrando hacer del verso paulatinamente una prctica de revelacin. Puede haber etapas, sin embargo, en que una eclosin de voces alterne con la de un hablante involucrado en el vivir social. Habitante de la tierra en que ha errado siempre : soy hombre, mujer, nio desde hace mil aos , ste escribe en nombre de la tribu , enfrentndose a un dios mudo y altanero que organiza las injusticias del mundo. Slo crean atisbos de esperanza en esta poesa de la
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clera y la pesadumbre, el profeta anciano, cuya voz gana la tarde y las mujeres que sealan la olvidada ruta de los peregrinos . El encuentro con la amada, en resonancias de plegaria y salmo, se suceden luego de que un hombre tiene un sueo de islas rojas para su cuerpo sembrado de semillas . Este remanso lrico, en lo que podra llamarse una semitica de la desolacin, preludia metonimias en que el lenguaje va adensndose de exhortaciones y denuncias. Cmo eludir aqu el contexto histrico? El testimonio y la protesta abarcan una situacin real, correspondida por un ansia de verdad en la escritura. En ese pas, en esa regin, en esa patria que es todas y ninguna, se vive un estado de emergencia: la palabra debe ser bronce en el medioda de los guerreros . Instrumento justiciero, la poesa puede entonces apoderarse de un espacio que permita articular la fragmentada relacin del poeta con su historicidad. El clima, ya, es lgido y srdido: La tierra se pudre/la tierra amea. Ha llegado la hora de partir, marcharse, alejarse, tomar una vez ms la ruta del exilio. Sin embargo, tras esa etapa de soledades y de esperas, podr surgir como recuerdo la casa de la infancia, clave simblica de un reino que aporte presencias femeninas, y con ellas, lo nuevo y lo secreto . William Meredith, lector incansable de poesa, dijo en una ocasin que las palabras estaran siempre habitadas por la experiencia acumulada de la tribu 4. Naturalmente, cuando la experiencia ha sido de usurpacin y de despojo, las palabras pueden ser violentas. S, las palabras pueden ser como conjuros si el tiempo instaura su circularidad en la persistencia de crmenes que se prolongan y acrescientan a travs de los siglos. As lo proclama el libro del Chilam Balam: es el aniquilamiento de la civilizacin Maya lo que busca el clan profanador, despojando, matando y dejando entre cada or, un cadver-que- blanquea inamado . Los vencidos, sin embargo, todava osan acosar al enemigo con su canto y retarlo con su sabidura.Hacha tenemos para tu alma, dir el coro, anunciando la venganza de los sufrientes. Las victorias del miedo, se titula la ltima secuencia de esta seleccin potica en que se manejan temas sociales, aunque el
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discurso siga teniendo matices legendarios y el despojamiento del lenguaje atribuya mayor valor a lo que se calla que a lo que se dice. Al instaurar la palabra originaria a partir de las circunstancias que la inspiran, el poeta mide cada signo y cada smbolo, sin dejar de propiciar contrastes y resonancias inusitadas. Ms que de hermetismo, se puede hablar aqu de una impregnacin de lo mistrico y lo oscuro, materia misma del discurso. No hay grano / que no haya sido ordenado por el misterio , dice quien pretende hallar algn da la casa innita de los sueos del hroe y atribuir a la mujer amada un poder regenerador: Mi alma necesita venir a orar / En tu cuerpo hija de las tribus / los aos y las aguas lentas me han perdido . Como Whitman, Perse, Cendrars, Mario Camelo siente que la poesa es un lazo entre el hombre y el mundo. Su discurso, entonces, no puede venir sino de peregrinaciones y de errancias. En los versos, un vaivn de signicados buscan y hallan armona sin incurrir nunca en la banalidad del exotismo. A lo largo del texto, el decir del poeta obra una recuperacin por la memoria, evocando luchas, triunfos y padecimientos, que la voz colectiva tambin consagra. A travs de la historia, tan imperdonable es el genocidio amerindio como el holocausto judo; igual sufre el prisionero torturado a uno u otro lado del ocano, en el principio o en el curso de los siglos. Enunciando estas verdades en secuencias que se permiten quiebres pulsionales o alternancia lricas, la crnica avanza y retrocede, repitindose sin dejar de renovarse. As la voz que construye el poema, puede eximirse del orden lgico abordando distintas latitudes del tiempo y del espacio. Al operar sobre todo por analogas, la sintaxis, siempre simple, llega a crear una estructura interna: si al alternar el circunloquio con la armacin, el ritmo se excede o la imprecacin linda con la estridencia, una plegaria inserta el contrapunto y una voz sapiencial y proverbial pronuncia desde el pasado su enseanza. La poesa, una vez ms, consagra aqu el legado de las generaciones y de los siglos.

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Helena Arajo

1 2

Octavio Paz, El Arco y La Lira, Fondo de Cultura Econmica. Mxico,l956, p. 187 y ss

Fernando Arbelez, prlogo a Panorama de la Poesa Clombiana, Ed. del Ministerio de Educacin, Bogot,1964.
3

Para mayores datos sobre la poesa colombiana a partir de la dcada del sesenta, ver Helena Arajo, Signos y Mensajes, Colcultura, Bogot 1976, PP l57-187.
4

William Meredith, Poems are Hard to Read, University of Michigan Press, U.S.A 1992, p. 72.

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primer libro

LAS VICTORIAS DEL MIEDO

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Rene dos libros: Asuntos Elementales, Cuadernos de poesa Bogot. Colombia 1973, y Las Victorias del Miedo, Ediciones Publitextos, Bogot, Colombia. 1979.

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Y todo un pas alcanzado por el mal de los violentos, delante de la noche, avanza el tiempo al encuentro de lunas enrojecidas. Y el ao que pas sobre las cimas Ah ! que me hable de lo mvil ! Oigo crecer la osamenta de una nueva edad terrestre.

San Juan el Persa

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Sal y olor de sal, inmemorial, Tacto de sal y tatuaje salino En lo ms carnal de la sed y la ternura. Rumbos y cifras Que pulsan una oscura cuerda en el universo. En la piedra, Huella de gravidez elptica: Figura del innito quehacer universal. En la casa innita, Incesante - como una ciudad antigua La fuerza unicadora Entre la corriente y el pez que engendra.

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2
Se sabe que en el principio Poblaba una urgente intuicin de centellas, Los rboles sagrados daban la medida De la gran gestacin Y el mar ordenaba el secreto entre las conchas Asaltando el vaco con medusas azules Y poderes fabulosos.

De cierto, No hay grito, No hay hoja ni sangre, No hay grano Que no haya sido ordenado por el misterio.
A Jaime Garca Mafa

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All estn encaramados En la ms antigua aduana de los tiempos, Innovadores de las profundidades: Con sus tejidos de bestia prxima Preparan el helaje de la memoria, La extensin donde la muerte es inminente. Ellos lamen, nocturnos, La salvajera de herramientas Con que alimentan el fuego central Dioses ms temibles Que una necrpolis de hechiceros.

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Esta es la casa innita de los sueos del hroe: Territorio de lenguas vertiginosas Y Dioses de exacto pulso. Toda la dureza desgasta las ventanas Reptando desde los fondos... Por los cristales el grito de gato de los ausentes. En las paredes los araazos de cachorros del tiempo Se han vuelto amarillos... Ciempis y murcilagos habitan la casa Que desde las tejas entretiene su ruina. La arena del mar es otra cosa, Pero la misma. No hay huella Que no sea el pelambre angosto del mangle, Las plumas dispersas del suicida de los cielos. Como si el derrumbe jadeara una pasin intil Trenzada en vastas invenciones.
Para Augusto Pinilla

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Apenas con la ayuda de los rayadores secretos Los muros difunden presentimientos de naufragios Pese a la lnea ideal de los astros, A las muletas de los caminos del hombre. Atacado por las furias y las penas, El rayador enciende La alarma en los horizontes.

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A la fatiga tan armada de paciencia Le suman el vrtigo de la simulacin Azuzando las amenazas del viento. Bien puede ocurrir que de repente Nos levanten en vilo por encima de sus cabezas Acusando los horribles signos que portamos.

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7
Quin ala los papeles del hambre, Agria las latas del desperdicio En el centro de la danza desmayada De los mendigos del desage ? Los fantasmas yacen en medio Del desastre de los vencidos. Una onda salvaje Penetra la noche blanca. Es el gran miedo.

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Todo lo que me recuerda a ella me atraviesa como una lanza. John Keats

Y si en el rumor de sus manos Se halla el expansivo tono del universo ? Y si en su espesura se refugian los hombres Y las edades ? Y si su cintura es el alfabeto, La lnea, el texto Divino ? Y si una vez me llama Y no la oyen mis palabras: Quedar abierta O cerrada La puerta de la tierra ?
A Mara Eugenia Arroyo

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Han quedado sin mscaras los muertos, Sin pecheras los Tokis, Sin tunjo los Mohanes: Han condenado a muerte A los espritus de los muertos.

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Los nios organizan su ira En un tiempo de tajamares hundidos, Compases y geografas de fantasmas. Escuchad... Desde la urdimbre de los violentos Se oye crecer una nueva edad proteica Pese a esta edad de slida razn Que en su furor Argumenta un reino de provocaciones, La testa rendida del animal sagrado.

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Alguien se ha preguntado Qu signica aquella distancia entre sus manos, Esa mmica de amor, Aquella confesin donde el silencio Deja traslucir el mensaje de las ventanas ? Acaso conocen la va de retirada de los sueos, Los soportes de las iras ms esplndidas. De ellos, ninguno osa cerrar las puertas tras de s.

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El que huye con el velln de los vientos Posee las alas negras del ncora, Bien plegadas a modo de lanza Por si aparecen los capelos furtivos, Los delgados caballeros de morrin. l se trenza con paisajes malheridos Persiguiendo la calidad inocente de las manos Con el mun en llamas, Mantiene en alto el grito de las mujeres De frutacin rebelde. Ya astros seniles quisieran acusar sus sueos De domicilio terrestre. Y careciendo de torreones y cerraduras Ampara las siluetas acortando la distancia de la muerte, Exquisita la credulidad de los encuentros Llenando de peces el esqueletaje de navos esforzados, Se adentra a la accin precursora de los ciervos Que beben germinaciones de nuca al cielo. Luego describe el crculo animal del perro Viniendo a dormir a lo de hacha de nuestra ira..
A Juan Sebastin

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Alguien ha quedado dentro o fuera largamente como en un tiempo de aguas obligadas, donde la grupa de la noche en maridaje con los muy vecinos del silencio caza por va del aire la mitad perfecta de la espalda, que en su desnudez perpleja algo recuerda de una poca de estampidos, el intercambio de astucias, de confusin de relmpagos ciegos, de tigres precipitadamente heridos en el estanco de extraas encomiendas. En el fondo, nadie ha dormido desde entonces... es la vigilia de las memorias tontas.

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1.! Ese callejn siempre al borde de la madrugada mantiene en disturbio las entraas, provoca a mis grandes peces ocultamientos fantsticos entre un tullo de sudor y lilas, ese borde cmplice de curiosidades minuciosas adelantadas por la punta de la lengua. Ah! callejn de vrgenes ineluctables, ojo entrehechizado navegando a lo largo de mi aparejo como un trono de felpas de colores desunidos precedido de fuegos de arpa, de prdida de islas lentas.

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2.! Ella deshojar sus huesos meticulosamente muy cerca del cielo cuando los espejos del vaco iluminen su carne apacible e ignorada, albergue de auroras y nieves de bosques intensos, donde los desertores del riesgo a falta de todo arte se dan a imaginar ignoraciones extensas, travesuras de fantasmas. Conquistadora del aire plantada al prtico del prostbulo, originadora de animosidades luminosas, educa de palomas la sombra.

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3.! Quien abreva En la fuente de las secreteadoras Bebe un inuyente pulso, Y la geografa estallada De los inocentes.
A Patricia Rojas

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Venerables de ardides y revueltas, dulces hasta el delirio dosicando sus victorias en aos mal denidos atareados de durmientes, dejan en el alma el sabor cido de las grandes quemas. Detrs de las maravillosas pasturanzas de que nos hablan puede adivinarse una camada de pjaros nos seduciendo el curso del innito hartazgo, un tropezn de cifras escritas bajo el nivel de las aguas ardientes.

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La mar no est tendida Sino alzada desde el lecho de los signos En que aposentan las gravedades, De ah su frente De extensas fosforescencias ntimas, Su confusa, mortal cetrera, El ronco vasto de su tacto Mutando hacia las divinidades. En el fango el mismo vrtigo del universo, En l los Dioses libraron su voz al hombre, Tallaron el grande sueo, La idea de su naturaleza.

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Lo que ms me da miedo Es que la noche se pierda, Y t a lo lejos Con el ladrido de los perros.

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Se parece mucho a s misma, silenciosa, lenta como los arbustos, hmeda, paciente, pacca como las autas. Recogido al da y a m nos lleva dentro, perdurable, alentando el comienzo. Nunca he podido decir lo que exactamente representa, es que llega como una fruta brutal, de repente, al vientre de las manos.

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La mujer es liquen nuevo, provincia donde Dioses y hombres crean un pacto lento y precario. La mujer separa lo superuo de lo salobre por boca de profetas, forja anclas hechizadas para los rumbos del hombre, ayuda los goznes a soportar el peso del desierto que se extiende desde las ventanas de la casa innita. Una luz la porta, como dos ojos reejndose en el mismo favor descubierto; todo en ella es cuidado de lo inculto que va conduciendo los das; ella es alianza, ensayo de salvacin del olvido y el esfuerzo. La adicin se ampla cuando ella toca el lento reino de los sueos del hombre, anuda sus distancias, orienta lo antiguo y lo torpe que deambula en l hacia regiones palpitantes donde el asombro halla reposo, adquiere las propiedades de la miel. Entonces las horas vastas en una comarca de tierras puras, y en cada ardor todas las promesas del aliento!
A la memoria de Fabiola Ramrez y de Marlyse Gaillet

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Mis jadeantes ojos abiertos No cumplen sino el afn de llegar a ti Antes de mi muerte Como un aluvin de conversaciones Evaporando el roco. Mi alma necesita venir a orar En tu cuerpo hija de las tribus, Los aos y las aguas lentas me han perdido.
A Soline Lvy

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Desplazo las lluvias Y llego a tu nombre. Hablas y vas salvndome De la vergenza y el desconcierto. Cuando callas, entonces, Me pongo a soarte.

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Pasan vadeando el hombro Erizando de premoniciones la espalda. Bestias pasmosas que lapidan Al mismsimo orculo de los vientos.

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Fieras vertiginosas Rayan la aurora con espesas sangres. Son los trompeteros del desierto: Desaparecen a los hombres, Destierran los perros, Arrancan a las piedras sus lquenes, Sus sales profundas, Y la piedra queda piedra, Desamparada. Su podero va multiplicando el olvido. Generaciones enteras bajo el rigor del abandono, El miedo, por donde rezuma lo indecible. Y el silencio quedando en silencio

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Nadie lleva cuenta de los desaparecidos, No existe geografa de los nufragos, Todo palidece al asomo de las primeras luces. El invierno glacial. La palabra breve. Desnudos los mstiles De las barcas en la baha. Dura la tierra, Hoy, Y fra.

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Emily Dickinson lo so Corriendo a gritos por una ciudad de topacio En medio de las lluvias de otoo, incesantes, Poco antes de los vientos del norte, la nieve, Los fros sin n ni tregua. Ella saba que la voz, a veces Se cierra como un abandono, Y que sin mscaras ni sueos queda a la espera Junto al cristal de las ventanas Acomodndose a todas las desapariciones. As lo so, A Whithman, preparndolo al canto. Le con tambin discretamente Que vivir es la medida de la esperanza, Que extranjero es quien no se halla en otros hombres.

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Resonancias y encantamientos surgen del verso, Facilita el camino orientndonos en lo real, Salva las fuerzas, precisa las transguraciones. (Y hay un pueblo, sin claves ni articios, Que vaca su sangre intentando vencer Los poderes del fuego.) Temamos al silencio cuando no es sino silencio: No procura luz ni acompaa los conjuros. Una incesante adivinacin Ayuda a deshacernos de la malevolencia Y sus acarreos, a interpretar los signos En medio del mal de los violentos. Que la palabra no sea ms escoria Revoloteando en el viento.

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Todo ha desertado Llevamos el nombre como burla sin n. Nuestro rostro Pared blanca Hacia nosotros avanza Hasta el lmite de lo humano. Vamos por el siglo de los pasos perdidos.

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segundo libro

LIBRO DE CONJUROS

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Libro de Conjuros, Edicin Libros de la Frontera, Barcelona, Espaa, 1983.

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A dnde vas muchacho? A ninguna parte. Aqu estoy moviendo las montaas, Y las estar moviendo para siempre.

Literatura Maya de Guatemala

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1
Esto fue profetizado: Dispersados sern por el mundo Las mujeres que cantan, Y los hombres que cantan Y todos los que cantan. Canta el nio, Canta la vieja, Canta el viejo, Canta el hombre Y la mujer joven. Ser asesinado El encantador del agua, Devastada la ciudad Donde vive el hombre. En brea hirviente ahogarn Al despertador de la estrella de la maana. Soga tendrn, Tendrn fuego Para los Prncipes legtimos. Sonar el atabal, Sonar la sonaja, Cuando lleguen, Los malditos.

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(continuacin)

De espanto Y guerra Ser su sustento, De guerra Es su bebida, De guerra Es su andar, De guerra Su corazn Y su voluntad. El pensamiento, De noche, Ser pecado de noche. El pensamiento, De da, Ser pecado de da. De culpa Es su palabra, De culpa Es su boca, De culpa Es su mirada, Que caer encima Como aguijn Contra los ojos.

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(continuacin)

Sus tratos Sern tratos de discordia. Su pan Alimento envenenado. Cambiarn entonces vuestras vendas Con que los bravos cien la cabeza, Cambiar vuestra ropa, Cambiar el blanco de las vendas Con que las mujeres cien la cintura, Cambiarn los colores blancos de vuestras ropas, Los malditos. Usurpando Gobernarn en las ciudades celestes, En Chichn Itz - a la orilla de los pozos Gobernarn disfrazados con piel de jaguar: Codiciosos seores. Entonces habr muerte sbita Y grandes montones de calaveras. Extendido por todos los pueblos Empezar el gobierno daoso Que har llorar el cielo Y llenar de pesadumbre El pan de maz del Katn. Est dicho en el CHILAM BALAM de Chumayel.
Para Verena Wieland

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2
Detn la muerte que merodea por los baldos, Instryeme en iras sanguinarias Que vengo dolido de miserias y pestes. Mi diente conocer sus entraas, Ah! toda la sed para abrevar en su sangre. Detn la bestia que merodea por los baldos, Instryeme en iras sanguinarias Que vengo dolido de miserias y pestes. Mi diente conocer sus entraas, Ah! toda mi muerte para abrevar en su sangre.

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3
Asesinan a los padres. Nos arrancan la lengua. Ya no tenemos memoria. Pero el cielo es azul Y la tierra negra.

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Canto el cntico inicial, Entono la fuerza, Grabo el signo mgico Contra el arrogante Que rompe dientes. Danzo la danza, La noche y los cantos Estn conmigo.

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Oh, Dioses del quinto cielo, es que no logran escucharnos donde ustedes estn? Relacin de Michoacn

A distancia de un grito Hallaris la bestia, or de la noche. Escondido trae el pensamiento, Hambrienta es su carga. A distancia de un grito Tenis la bestia, or de la noche. A una jornada de distancia, Entre los tremedales. Agona, La tierra sentir su huella De pie de extranjero. Veremos Cmo una repentina muerte Nos lamer el corazn, Devorando el rostro De los astros.

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En la obscuridad esperamos. Vengan todos los que oyen por el mundo A acompaarnos en esta hora inamistosa Que nos da caza. Nuestro grito abre camino A los tambores y las maracas, A los espritus de esta. Bajo el viento nocturno, En la obscuridad esperamos.

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Fueron apareciendo Tras los presagios, Desordenando la tierra Y las aguas. Introducen en las casas El secreto Maligno, Toman rehenes, Masacran los perros. Es importante que yo los vea, Que les escuche, Si no Morir.

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El desastre gana el centro de los caminos Por donde se precipita el viento echando fuego. Nos queda este campo despavorido. Aqu, detrs de cada piedra, Bajo cada insecto, entre cada or, Un cadver blanquea inamado.

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En mi capa Todas las aves del cielo. Mi maraca Crea cinturones mgicos Y late como un corazn. A mi mscara La reconocen los espritus de mi raza. No tengo nada Y nada me hace falta. Las estrellas No me dejarn fuera esta noche. Quieren mi piel. Sedientos estn de mi cabeza Para empalarla. Pertenezco a una raza despoblada.
Para Amrico Ferrari

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Has buscado aplastar mi frente, Cortar mi cabeza, Triturar mis ojos, Reducir a podredumbre Mi memoria. Has buscado Descuajar la lengua Para privarme de la fuerte palabra Que vive En mi corazn.
A Germn Espinoza

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Escchame, Yo te conjuro: Mi palabra Es palabra de poder. He ido recogiendo una a una Tus blasfemias Sobre la tierra, Las he tostado al fuego, Sumergido la ceniza Entre escorpiones. Te dej sin semilla: Nada de ti arraiga en el suelo Ni interviene en el agua. Mi palabra es palabra de poder.

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Busco el nombre que oculta la bestia. Que mi boca en llamas Llegue a ella para su prdida. Despus de asarla, Con pinturas de guerra danzando En la noche se oir Vamos a beber en el crneo del traidor, Usaremos sus dientes como collar, De sus huesos haremos autas, Con su piel un tambor. Despus cantaremos!

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Te lo juro: Hacha tenemos para tu alma. Eres de raza abominable, Buitre de los dioses malditos. He enterrado tu huella Bajo la montaa. Con guijarros negros Y piedras muertas Te he dibujado Y con ceniza que come los nombres He cubierto tu imagen.

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Os prometo Que padeceris nuestros yataganes, La atrocidad de los caballos, El ofuscado colmillo de los perros Y otros animales insaciables. Despedazaremos los huesos De vuestra nacin Que sern arrojados En un mismo abismo. Nadie En la futuras generaciones Conocer de vuestra empresa. Sobrevendr el silencio. Habremos hecho de vosotros Un pueblo de fantasmas.

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No te alimentarn mis huesos: Mientras te padec Los fui llenando de orines, De piedras malditas, De escarabajos nauseabundos, Me penetr de desiertos incontables, De salitres sulfurosos.

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En esta hora embrujada Siento propagarse desde los caos Perfumes de sangre y espanto. La bestia conoce mi nombre, Hacia m llega. Apresuro el esfuerzo De sumergir el corazn En lo profundo de la laguna. Que de m no logre sino la ausencia.

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Los hombres del mundo Hemos seguido tu rastro A travs de todos los elementos. Vamos conociendo mejor La zona febril Donde se levanta tu dios enmascarado, Seor de hecatombes intiles. Arrancaremos tu semilla, Te sepultaremos en la cinaga, En el ms cido pantanal. Ya vas ahogndote.

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Mi voz es tierra til Desmesuradamente abierta. Invisible Mi secreto Rayar la noche. En cada penumbra Introducir un camalen, A cada letra dar un tambor: Nos apoderaremos De su noche, El carnaval y yo.

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A usted se lo cuento: Yo Que me sumerjo Desnudo en el ro He vuelto a creer En el encuentro. Ha sido preciso Que me asesinara la bestia Y esparciera.
Para Fabio Rodrguez Amaya

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I

S breve al hablar. Alarga el odo hasta los arbustos cercanos, Aydame a adivinar los que nos odian. Los voraces vienen anunciando mi muerte, Los hambreadores de mujeres. En la abrazante llanura los riesgos de mi desafo. Me rastrean con lanzas y animales nos, He pasado a cuchillo sus emisarios. Soy guerrero, Soy mago, Fuerte es mi visin Y tengo tiempo, Soy hombre joven Y parto en guerra para batirme.

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II

Mi suerte tiene prisa, Deposito escrituras festivas, Destinos hmedos y carnavalitos En el vientre de las criaturillas: En el paladar de las nias Introduzco alas de color Y sales y juegos de mar. Aqu estoy, Oh cazadores sin loa! Ahora soy la fuente de las cigarras, Mi conversacin ayuda a propiciar milagros.
A Jorge y Adina Regueros

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Por qu plegar mi clera, el anco, La miseria de mis ojos ? Precaria mi voz y la carne rota... Si nos acostumbramos al tiempo Se envenenan las estancias de las mujeres. Vaco mi corazn en el aire agrio Que circula entre los rboles mutilados, Libro mi sangre ensombrecida. No queda de m sino la antigua injuria, La manera de vivir entre la lepra Que abrupta Invadi la tierra, Y mis recuerdos.
Para Eduardo Galeano

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Agarrando la nusea se destruye su poder Quitad la nusea y llevadla hasta su lugar En la desembocadura del ro. Canto Desana

Mi casa Donde no vivo, Tiene los muros vacos De tiempo De mi corazn que llamea. En vano me asomo al viento. Ya no vendrn mis hermanos Y t tampoco Mujer ma. Desde que pasaron los demoledores Aqu no hay sino un gran hueco. Y esta alucinante fauna nocturna.
Para Jaime Ruz

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23
Desde los albaales se propaga El perfume de las sangres annimas, Esa zona febril Donde se levanta un dios enmascarado. Al partir alguien dibuj En la puerta de su casa demorada Una nave de fragancias Y un ancla muy ligera Suspendida al canto de los pjaros.
A la memoria de Carlos Aguirre

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Ha vuelto el diluvio a anegar la tierra Jehuda Ha Lvy

Por la misma tierra campean ejrcitos incesantes, Aparecen al alba y con helado tintineo Introducen la acanallada cortesa de los verdugos, La interminable ofensa de sus batallas diagonales. Todo cae, ruge, se dispersa. Es el viento quien ha ganado. Contra mi frente dibuja su noche blanca, La voluntad de sus mareas heladas.

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Slo claridades del fuego. La gran quema ! Es la gran quema. Miro Y no hay nadie. Como parturienta grito y vocifero. No hay nadie. Al resplandor deliran los magos del ultraje. Se inaman la arcilla, El bronce, y nada interviene. Los vigas Ciegos, Mudos... Por aqu pasa el viento y arrebata. No hay fuga porque no hay paisaje. El nivel del vaco nos toca a todos en los labios, Se introduce por lo invisible en el amor y la muerte.

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I

Por territorios baldos Galopan los ensangrentadores Avivando la noche. La jaura seca el agua, Las palabras Ya no encuentran los bosques. En astillas Discutimos con la ventolera. Sumerjo el alarido, Traigo la cabeza polvorienta. Buscamos una tierra donde ir.

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II

Por territorios baldos Galopan los ensangrentadores Avivando la noche. La antigua voz del hombre, estremecida, Llama en secreto a los guardianes del alba. Si algn inesperado sobreviviente Abre los ojos, acecha desde los destrozos, Que de pie acoja la maana del mundo, Ah! consejos de no roco Apacigen la ceguera y los peligros, Y que otro pacto asegure la edad de la nobleza.

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Cuido que no se extrave mi sombra. La vigilo de cerca, La acompao en sus singulares correras Por predios slo visitados de perros salvajes. Cuido que no se extrave mi sombra, Mas por los resquicios del techo Y las paredes de mi casa Se desliza el pas de jabales, Derraman mieles y granos, Destruyen mi plato y mi cuchara, Recelan de mi pan, Creen que podran morir Con la garganta y los riones hinchados. Ms temible que la muerte Es el espritu de esa nacin lejana Que corteja los visitantes.

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I

Vendrn a conocerme en la carne E impedir que aprenda Los modos de vencimiento. Danzo frente a su ciudad, Conjuro las trompetas para que asciendan Apoyando su poder contra los muros. Unto sus puertas con hechizos y encargos. Pero esos hombres del desierto Traen consigo el aliento de amonita De su pas enfantasmado. Sabemos que se recelan y brillan en la noche Con refulgencia fantica, He sentido en mi espalda su tacto de cal, Las lujurias de su ira.

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II

De qu dios desciende esta raza infame ? O es que los Dioses se retiraron Dejando tras de s aguas calamitosas ? Cul es la secreta deuda que nos reclaman ? Ahora introducen en las plazas A los taedores de lad: Les reaparezco el silencio Que sopla y desgasta. Como s que vendrn Dejo coincidir lo ignorado Con la cercana de la muerte Que levita en torno a m.

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Hasta la esperma de la noche Llega la muchedumbre de cuchillos, Roe los muros, desempiedra las calles. Por la letra cruzan esquinas A la boca de plazas de espanto. La palabra quisiera ser bronce En el medioda de los guerreros. Con ella reno mis miembros dispersos, Trazo el hilo que me une.

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30
Mi palabra no cae en el lugar de las gracias. La siento desplomarse Perseguida por guerreros de rumbo incierto. Las lluvias no estn conmigo Y van hambrendose las bocas frtiles. Todo concluye en mi mano. El viento fro, el viento de las guilas Vendr por mis hijos. Todo desaparece en mi mano. Mi palabra duerme contra un rbol cado, En medio de la niebla tiene la cabeza blanca, El corazn blanco.
A Mara Mercedes Carranza

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31
Quin llega a mi casa Donde fue la esta de los encuentros ? En mi casa blanquean los huesos, Mi casa tomada por los asoladores. Ya no espero a nadie, Cada esquina libera emboscadas. Cada quien a su turno Teme encender una candela Para acercarse a los textos En la noche de los stanos. Lo que gravita en torno Deja prever la destruccin, Los signos de lo intratable.

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32
Las casas vacas salen a la puerta, Lanzan gritos a la humareda Levantndose como ores sorprendentes. Es lo nico que en el pas orece, Y los muertos. El tiempo brusco nos avecina Urgido de preguntas. Y el pas invadido por animales ululantes!

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Por el reino an medran Los guerreros envilecidos Y su dios crapuloso. Doblemente extranjeros Sobre sus tumbas No puede leerse la maana del mundo. Fieles a la herida Acostumbramos el dolor A vivir sin sorpresas ni desgarros A afrontar el hambre de hoy Con la sed de maana.

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34
Alguien acerca la nada Con la palabra nada. Ardientes Los muros de mi casa. En el patio un rbol Sostiene el mundo y al aire.

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35
Cmo reconocerse En medio de tanto golpe sbito Proporcionado por ciegos inapelables ? Qu oponer a esta era fragmentaria Cuando el signo que la rige Huye lo perdurable Lo erotizado ?

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Yo s por qu me persiguen, Por qu aniquilan mi raza: Les acosa como fuego Nuestro canto.
A Friedrich Drrenmatt

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37
En este pas los ojos estn en vela Desde hace multitud de aos, Bien antes de la libertad Y sus tumultuosos dioses de poder. Del vrtigo de los siglos nos defendemos Con armas naufragadas en las costas, Dispuestos a resistir a esta atmsfera desdentada De grandes gestos crepusculares.

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38
Extranjero, Cuando venga No meta las manos en los ojos del ciego Ni en la torpeza sonmbula de los mendigos. Cudese de la risa de los nios, De la mirada de piedra de las mujeres. Su alegra de visitante Mata pjaros en pleno vuelo, Derrumba casas, Reseca sementeras. Extranjero, Cuando venga No pregunte por nadie: No estamos. No pregunte, O le saltar sangre hasta los ojos.

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tercer libro

CRNICA DEL REINO

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Crnica del Reino rene dos libros, Primera Crnica del Reino y Segunda Crnica del Reino, Edicin Libros de la Frontera, Barcelona, Espaa, 1997.

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Pero despus de tocar tan namente en la puerta de ese laberinto que es el odo, hay que extender la lona para una caminata, hay que mostrar articios mgicos, claves de un conjuro para la conservacin del fuego..
Jos Lezama Lima

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1
Me dice que en el pas el fango Ha penetrado las ruinas Y desalojado los moradores, Que inquietantes juegos verbales Provocan hinchazones y epidemias. Me cuenta que cuando puede, A gran riesgo limpia el mar, Enciende las farolas y espera. Cuando la orientacin de los vientos es favorable Entreoye su gritero de guerra, Su penetrante cacera por lo estelar. Esperando que concurra a la cita, Introduce sueos asiticos en papelitos Por el resquicio de las claraboyas, Propiciando ocurrencias muy cercanas A la enormidad del hacha que sorprender La lluvia.

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2
I

Las sombras de la tierra nos rodean, Y el vocero de hierro! Los lechos, solos. Las mujeres, solas. El corazn del hombre, solo. Todo es a fertilizar, a madurar, Que la muerte no rompa El efmero equilibrio, Su solidaridad con las sangres.

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II

Entonces me obligo A prolongar la casa hasta la orilla, Recojo y hundo noches diferentes en el mar: Escucho lo reaparecido y secreto. Desde lo fragmentario se deja deslizar La historia como una conversacin En las piedras del templo. Cuando el aliento toca otro cuerpo Nacen los fuegos, se adormecen los enigmas.
A Martine Rfenacht

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3
Se ha vivido a ras de tierra, Sin races, como fuego fatuo, Entre paredones de fusilamiento Y estragadas mazmorras antiguas. Cada siglo ha conocido cien guerras sin destino, Y la luz all, polvorienta, Llenndose de un peso de animal silencioso Y escuchados fragmentos de destierro. La gota de profeca interroga: Quin se ejercita destrozando la boca de los nios, Todo lo que tiene proporcin de hombre ? Nada salva! Ni las paredes reventadas de los ojos Ni la ntima sordera. Alguien avanza... Lo desconocido es el hombre no la muerte. Y si todo se calcula a partir de la muerte - Medida nica que desafa la pobreza, El fro, el pensamiento Se desertican las palmas de las manos, Hongos y sortilegios arrasarn los pueblos.
A mi hija Maya

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4
Grita en la noche azul. Ven, Apresrate Que quieren mutilar la luna, La luna de las iguanas. Ven con sigilo Por la va de los tejados, La cara pintaremos con cigarras, Con lucirnagas las lanzas. Todo es a comenzar. Al pie de las ciudades La sangre de antiguos guerreros Apenas se ha posado, Cuando ya nuevas embriagan El calor y los tamarindos. El annimo que las cela Es el buitre de los tiempos brbaros.

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(continuacin)

Ven, Bscame, Apresrate. Un viento de soledad se abate Sobre la estirpe de los soadores. La tierra se pudre, La tierra amea...

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5
No se calmarn con el sacricio de los mejores. Han sumergido la casa en un espejo demonaco Donde a la lectura, el hroe extrava su destino Y toda revelacin verdadera No basta para asegurarnos el mundo. Quin levantar la casa hasta el centro de la montaa ? ngeles del abandono Despiertan la sombra Por todas partes La casa se llena de humo. La tierra roja ha ganado las cinagas, Abarca la anchura de los muros. Con piel brillante Se presenta el embajador del miedo, Los espritus del vrtigo.
Para lvaro Mutis

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6
Qu fue lo que rechac Y hoy me abre dos veces la espalda Con pual envenenado ? Los espritus que libraron secretos Morirn con nuestra muerte ? Moscas de podredumbre Zumban sobre mi vientre herido. Tengo un pie en la noche... Brillan de golpe las lenguas de las serpientes. Se oscurecen el fuego, La madera, Mi corazn se espesa.

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7
Hoy no tengo otro cuerpo que el mo Ni otra voz que la ma. Han cerrado el tiempo. En lo indistinto penosamente La memoria transita horas Cubiertas ya por un musgo denso, Legendario. Todo en el recuerdo es liquen sobre liquen Y a veces mi poder no alcanza a leer Las inscripciones esenciales que mi alma porta.

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8
Es aqu el tiempo donde suelen ocurrir los encantos. Puede ser que incurra en falsedad y lo importante Sea la ruta de alguien que cae En el aparato minucioso del celaje. Incurro en error si extiendo la palabra Hacia este intento de hermandad, De fuerza concurrente Hacia mi menguado poder ? Desde hace varias edades los poetas Dejamos de orientar nuestros cuerpos Con pinturas y signos, Mapas de fortalezas celestes. No hay ms jbilos De siringas y chirimas Para propiciar la cena y el fuego Que imanten las revelaciones.

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9
El verso es un pas Donde un invisible incendio Obliga la mirada a detenerse. Deposita brasas Aqu, donde se hacen los sueos. No estoy seguro del verbo ni del gesto. Resta el acto enigmtico De alguien murmurando un poema Como una tierra reciente ...Que sin embargo crepita.
A Philippe Jaccottet

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10
I

Sabemos Que en un instante de conversacin antes del alba Los ancianos dictaron crnicas apresuradamente: Lo que estaba llamado a sumergirse Abri el dilogo En un tiempo que se quisiera de mbar. Son los vientos del sur y su piel atigrada. Un ademn no bastar al libro Para historiar nuestras sangres. La palabra a paso de nio gangrenado Nos inicia en los presagios del da, Al tiempo desbaratado y superuo.

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II

La memoria es un laberinto spero y duradero Con vozarrn de aguas avivadas Por fuertes rfagas sembradas de enigmas. Se abre con desmesura la puerta de las horas: Entre la noche y yo No hay sino este cristal roto que nos separa Y el destino de un hombre Que no puede mover montaas. A cada imagen Corresponde una llovizna ruidosa e inacabable. Entre los das y la muerte: Una distancia sola Milagrosamente hambrienta. Frente a esta aebrada provocacin Constato que la palabra no alcanza Esa extremidad migratoria A lo que todo conuye.
A Norberto y Gislle Gimelfarb

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11
La vida es la visin de esta calle Sola y escarchada del exilio. Nada llega hasta mis pasos. Mi nombre es una confusa ventana Asediada de presagios y ausencias. Me enfro bajo la luna, Me debato en el suelo empapado. Es entonces cierto Que soy una sucesin de alarmas vertiginosas, Una palabra de raza alterada de espaldas a la tierra ? Confundido, En medio de vientos contrarios Voy por la sombra, Humo, Gruido...

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12
Segn su ocio y la espesura de las manos Cada quien se ocupa de una grieta, Ataja el viento, ordena el desastre, Interviene en la disposicin de la mesa Para el banquete, pinta las mscaras. Yo, no poseo sino incompletas palabras Y una mujer que me acompaa Donde un pueblo de risas Cumple en ella peregrinaciones milagrosas.
A Eduardo Gmez

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HOROMSIM AGOULISTI

Azam Khan condujo la marcha de los ejrcitos Persas que vencieron el Ararat para destruir el culto inel de los cristianos en el reino de Armenia. Erevn les acogi con un silencio distinto en cada jardn y en las casas el alimento preparado sobre los manteles dispuestos. Los ejrcitos llegaron hasta la regin de Goghthn. En Agoulis, Agha Sedi se apoder de la Princesa Horomsim, quien con a la arena del desierto - que todo guarda descuidadamente - la afanosa visita de sus versos condenciales. Tras los furores del rapto y la infamia las huestes decidieron partir, durante el sueo de los profetas, apagadamente, en una procesin de antorchas que sorprendi los cronistas. En 1.751 la Princesa descubri el exilio: ese tiempo imprevisible donde los crepsculos erran en el hombre como moradores atnitos de un reino circular acogido a los cercos de la herrumbre. Descubri inmensamente lejana y lenta la lejana, y el comienzo de una vigilacin a grandes riesgos secretos. Princesa perteneciente a una precisa ansia de la poesa: la perduracin por la palabra, contrafuerte de lo extinto, ese fuego de memoria que ataca la eternidad con dulzura de licores inslitos, como si esta derrota pregurara el paraso del hombre.
A Helena Arajo

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LA CASA Y EL REINO

Debes buscar el tronco del rbol, l te ser suciente. Poco importa que tenga ramas o no. Farid Ud Din Attar

1.! Me acojo al rostro desgurado de la casa en ruina, puedo adivinar que fue armndose de durezas y humedades de ojo de tigre: cautelosa, fabrica su propia noche y cruje y se transforma interpolando el peso del animal interminable que llega con sudores de otras eras. Sopla la hechura de los das como mariposas. Soy el extranjero recibido como arlequn, no el hlito del principio. Denso y sumergido aparece el mesn de la cocina, quedaron olvidadas una vasija de corrodo peso y la visin naciente de un fuego acrecido de hendiduras. En un rincn, dos reyes juegan la batalla detenida: si aqu se rizaron dilogos y baladas, no queda sino desarreglo y mordedura.

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(continuacin)

Huyendo del naufragio vuelco piedras, descubro las formas de una entraable vigilia dejando leer intensamente el recuerdo, como una mscara frente a nacimientos tumultuosos. Por encima del peso vulnerable de la sombra creo reconocer un tono, algo de mi propia saliva, un tejido sin edad cercano a mi propio peso. La fractura comienza a la comprobacin del misterio. Busco inscripciones, algo que se deje leer sin impedimento no importa en qu lengua reducida o imaginaria. Una especie de lepra intenta falsicar los retratos y daguerrotipos, diluir lo que resta en fantasmadas espaciosas. Alguien va impulsando un ro, sopla sobre el agua espesa, sin consejo.

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2.! En las barandas, musgos y ores acuticas preludian lo intil y lo salobre, la desaparicin es pretexto para un festejo de colores, de somnolencias recostadas a los goznes y a las golondrinas. A cada insinuacin dejada sobre los cristales respondo con una caricia por las grietas, donde las aguas dictan lunas que huyen la distancia y ebres que desconozco. Tropiezo con exclusiones abruptas y percibidas ausencias, nada asoma entre dos muros, ninguna descendencia... Encantamientos sujetan la memoria al xido de las aldabas, nada ha sido descifrado. Una sombra ahuecada corre desnuda en medio del fro, ninguna brusquedad enciende sus ojos ni provoca los sueos de los que escape una palabra a contracorriente. En lugar de precisiones y cronologas no hallo sino visiones alteradas, como si yo hiriese algo y una rabia predispuesta se deshilara intentando desvanecer todo vestigio de realidad. Quin engendr la suerte de estas paredes, de estos sustos? En la casa cada palabra es un cisma.

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3.! En el duermevela de las alcobas perduran sudores eruditos y gracias sexuales, el amor fue leve de ceremonias, los manjares breves... Este es el lugar donde las hembras llenaron de corpulencia el hemisferio de lo posible: ellas, que se adornaron con espumas de sal envolviendo el tiempo como una rfaga hechizada, trajeron de retorno pasos y gran contento. Toda la experiencia no bast para atajar sus claridades extendidas. La mujer, que atraviesa lo nuevo y lo secreto con preguntas desveladas, entramp la muerte jando lo indcil en la zona difana, en cualquiera de esas ventanas del tiempo donde discurre una lengua desconocida. All jugaron voluptuosos los infantes, mientras descenda en ellos el secreto de los camaleones, la antiqusima ciencia del tigre enlunado.

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4.! En el patio, el eco de los guerreros es un invisible remolino tejido a la lectura de los astros. Junto a las troneras parapetaron acechos y apuntalamientos, puedo adivinarlos contndose los presagios bajo los zapotes, mientras una brisa de roco cerraba las puertas metiendo en pena las salicarias. Nada queda de agresivo seoro de los generales. Como podan, los dientes armaban un carnaval babilnico justo antes y poco despus de las batallas; cuando de golpe sobrevena el silencio se entreabran las sangres, una ranura por donde respiraban las sombras. La charla penetraba entonces la semejanza sin sudor ni sigilos. En los muros el fuego grab ligranas en su lengua ilegible, pero el desastre slo fue torpemente desorientado en un juego de escondrijos: lo dicta la espalda de cada objeto, la tierra cristalizada. All y aqu pasaron edades y dinastas y reyes que no guard la memoria. A n de cuentas nada pudo ser rechazado hasta los connes, entonces el rapto, la destruccin, las estirpes despedazadas.

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5.! Vacilante, el puerto se agolpa contra el mar protegido por la amenaza volcnica del castillo-fuerte de San Felipe de Barajas. Yaciendo en su letargo, son dos prncipes de plata de un juego abandonado. Animalejos lentos recorren las baldosas como maldicin antigua, tras los fastos. La marea ha dejado de acompasar lo excesivo: por aqu pas el oro de la ms feroz alquimia, y gemas huidizas como ojos abiertos a invisibles resonancias. Cartagena se extingue en su vaco, ninguna curiosidad imanta las naves hacia lo decimado. Los navegantes de manos seguidamente sumergidas en la otredad amputable, no dejaron sino pesadillas, el aire, la vocal y la sonrisa indigestos. Deletreo, adivinanza, penumbra y fatigas. Quien pregunta no espera respuesta, e intuyo que sto no es sino el disfraz quejumbroso de algo, a un tiempo evanescido y presente. El laberinto probatorio de las ruinas es inacabable: si enciendo una tea en los subterrneos anegados toco lo obscuro, el avance escora; si retrocedo, inclinadamente afondo las promesas del libro.

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6.! Un perro orina sobre las bombas amontonadas de los caones. Mientras, los nios juegan y escuchan historias de duendes por donde desliza su incesante remuneracin lo ignorado. Cada infancia es una casa y la memoria de un viejo hombre, ciego como Tiresias, leyndonos en el aire la historia del mundo. Frente a la puerta de los guayabales, mi abuelo fumaba intocablemente adormecido en la mecedora al comps del violn de Ezra...
A la memoria de Israel Santamara

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Le hablo del presagio de reino entrevisto Y luego despedazado, De arenas movedizas para los ms ebrios, De aquellos que impunemente llenan los aljibes Con perros muertos y hacen guardia pual en mano Al pie de la cuna de los cros Acechando el ms leve signo anunciador De la alegra del mundo. Le hablo de maanas abarrotadas De anuncios de negocios lejanos Que vertern sobre nuestras cabezas La pestilencia de su bulimia. Ay! toda una generacin los labios resecos Y los ojos llenos de propsito de viajes... Aquellos que han dormido bajo la inmensa estacin Se levantan en muchedumbre sobre la tierra Por muchedumbres se levantan Gritando que este mundo es malsano!
A la memoria de Alexis Saint-Leger

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No puedo ignorarle: Usted y yo nos consumimos juntos Preparando la misma fortuna, Las mismas aguas de la sombra. Otros navegantes llenaron ya los abismos, Trazaron mapas de geografas fabulosas, La hechizada cifra del cielo. Cmo ignorarle si usted porta mi cara, La cara de mi madre, todas sus promesas, La misma luz titubeante descubriendo las trampas, El mismo nudo, La misma paciencia de los astilleros, La misma escucha prodigiosa Al menor indicio entre las rfagas.

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Ustedes les han visto, tal vez, La cabellera despavorida de magos o extranjeros De vuelta a sus islas, arrastrando por las calles Una mudez cargada de astros, fuera de todo alcance. Si usted espa hasta el ms tenue latido de sus gestos Asistir a un levantamiento de cesuras, como alas Repudiadas hacia los connes del mundo. Lo que declinan, lo que acaso intentan borrar Recuerda la nsima medida de arcilla De nuestra propia materia de pjaro, Sobre la que velan, con mano novsima, Inconclusas escrituras profticas.

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I

Reconocer a quien entre De un susto por la puerta ? Vaya uno a saber qu portar su palabra En medio de la casa que se viene abajo. Tiemblo, Debe ser que temo la llegada De los gritos y los anuncios. Mi hija duerme. Alguien entierra en el ro una daga ensangrentada Y el agua no se cristaliza en mbar de otro mundo. Todo parece ligarse al ocultamiento. El viento y la tormenta que acercaban al Supremo, Al Aliado, se alteran en mi boca Por donde me evaporo En la nocturnidad de los colores callados. Un perdido paraso vaga por las habitaciones: Ha cado la esperanza en mi canto Y desde entonces slo Dios conoce mi destino.

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II

Un tiempo vaco Concurre a la cita de los milagros, La expectativa arruin tal vez La clave de las coincidencias. Yo contino en la puerta donde transcurre otro mar Y su hexagrama: un sueo inconcluso Me ha persuadido de la felicidad de las estas. Mi hija duerme en la noche intensa y su espejo Me ha sorprendido entre la ternura y la muerte.

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19
En tu casa no pertenezco a ninguna raza, soy hombre, mujer, nio, desde hace mil aos, como si el soplo de los nacimientos avanzara en tu frente donde puedo leer mi sombra en el umbral. Fui un jardn de abejas esculpido en la piedra angular de la casa de mi padre, como todos los nios del mundo. Mi poder es de barro: en lecho de magos he llegado a mi edad. Vengo a tu casa A beber la lluvia que funda tu reino, Desciendo hacia tus tierras Sin afn Abandonando armaduras Y hasta la obligacin de guerras heredadas. Tengo la intencin de vivir aqu, En tu casa de banderitas. Pregunto cmo conciliar este gozo Con los sellos que lacran mi derecho y mi ley. Mujer, revela las palabras Que custodian las reliquias de tu estirpe, Mustrame la ruta de los peregrinos: Padezco una lengua espesa, Devorada...
A Mario y Lelys

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20
Ellas fundan la alianza Entre los ngeles y los merodeadores, Es una tribu de astros, en las calles, Mujeres labradas en gres Tratando con la sombra, Creyendo poder dispensarnos De las bestias de los grandes fondos, De ese gran silencio Que se abate sobre los hombres Pese a los gritos de Dios. Ellas depositan la ebre al pie de las fuentes, Revueltas y risas de cal y de tristeza. No se hallan vestigios de esta tribu En la cuna de los vientos Ni en los muros ni en las fundaciones De las ciudades santas. Solas con la noche, ningn sueo favorable. El mismo sedimento de obras muertas Desde el primer albor: El tiempo se hace largo entre sus manos, Antiguo, un espeso lgamo verde Ciega las palabras venidas de toda la tierra Agotando las lluvias y las palabras de asilo.

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(continuacin)

Por qu haber llegado hasta aqu, A esta frontera baja y estrecha de pas extranjero ? Escribo el nombre de la tribu En los montantes de mi casa, A la entrada de la puerta. No temo sus voces Que saltan a la garganta, Hacia dentro, hacia regiones Que no son ms de este mundo. Dios calla.

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21
Desciendes descalza hacia la orilla, El agua - donde duermen la semilla y la corteza De rutas an ms vastas - es dcil a tu paso. Tu desnudez atraviesa el da como una migracin De pacientes aves rojas hacia alta mar.

Vienes, portando el conocimiento del verano Y sus cantos nacimentales.

Mujer nacida de noches verdes y de alheles Apoyada contra los fuegos del atardecer, Apenas materia de hoja palpitando al primer roco, Te reconozco Y puedo creer en el ujo y reujo de una memoria Tan antigua como las profecas.
A Pierre Volin y Monique

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Llego a ti como al alimento y al recuerdo Ms antiguo y seguro de memoria de hombre. Es entonces cuando creo Que la luz pasa a travs de ti Igual que en los bosques Haciendo pausas Entre no s qu vientos fros Que recorren tu frente Donde confusas edades Combaten y se aniquilan. Avanzas como quien se adentra en su Dios Desnuda Tal un fundador de rboles de gran belleza. Lavo tus manos Desplazo los lmites de la lejana.
Para Dinita

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Como temo aproximarme a esta hoja, me miro. En mi rostro los rostros de mi padre y de mi madre, Lo haba casi olvidado. Algo, signos ilcitos a la deriva Se amparan de mis sienes. Esta noche no dormir en ninguna orilla, Quiero ver merodear los astros alrededor de su presa, Sentir cmo fermenta la borrasca Sobre las rutas del exilio. Sabr orientarme Sin este cielo que madura calladamente Las aguas del mundo atroz de los pantanos.

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Qu hace usted aqu en medio de estas lpidas Por donde desliza el innito ? Me importan su cara sin vigas, La hierba arrimada a sus ojos. Le he reconocido por los montes sobre su frente Donde acrece la escritura mezclada con vinos De las ms puras resinas. Poeta: aqu yace un pueblo Que parlamenta con su Dios. No se fe del desorden ni del abandono, Ni del viento salpicado de arena Que viene adormecerse Las tardes de invierno... Cualquier orden es una de las rdenes del mundo, La tierra es as: transparente.
Praga. Viejo cementerio judo.

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25
Si Dios duerme aqu, el corazn incurable, Qu palabras de saludo para su despertar, Que mapa, qu alfabeto, qu astrolabio, Qu aguas de nuestro sueo proponerle ? Velo sin letargo al lado de jarras de vino espeso, Cabeceo contra la muralla que acecha sin esperanza La venida de otra edad de Reyes cuentistas. He guardado los secretos como he podido, Nada he revelado. Esperar sin afn la estacin propicia, La marea propicia, Un viento de voces entre los astros.

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Puede ser que yo no merezca ser amado, Pero yo no tengo el derecho de no amar. Elie Wisel

Descend ros, cruc tierras bajas Embestidas por la vegetacin nocturna de las eras; De las conchas, los estuarios, Las interminables playas salinas, Un estertor quejumbroso, pestilente, El olvido, la soledad. Con el espritu en ascuas atraves ciudades Renegridas como urnas de obsidiana, Mirndome en la boca de sus pozos Encontr el rostro del mos, limpios de niebla, Sin los embozos turbulentos de mi memoria. Ah! venir a encontrarlos aqu Entre libros suicidados y nigromantes Fomentando el desorden en el sueo de los muertos. Y ren... Brumosamente distingo sus estas.

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II

Es este el pas ardiente, entre fallas y grietas, Un suelo fro de arcilla reseca Mezclada con pedazos de palabras, Impulsos de vuelo, con manos apenas dibujadas. Aqu ningn movimiento, ninguna migracin, Salvo los cangrejos, ninguna luz, Salvo la tea de Dios - un gusto feroz en los labios Entre los escombros, un pas en manos de fantasmas... La tierra exhala tibiezas de condencia, Los objetos se circundan de signos, Se levantan voces a la orilla de antiguas actas: Un camino largo queda al descubierto.
A la memoria de Carlos Toledo

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He aqu el canto de augurio De las edades del hombre: Abro tu habitacin y tu cabellera a la lluvia Como en un da de la niez mi abuelo Me revel secretos del rumor y las errancias. Ve, hija, Bordea las orillas innitas de la tierra, Encuentra los hombres del mundo, Que tus bailes acerquen las aguas Donde se ahoguen las fronteras
Para Carlita

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No hay salud sobre la tierra, mientras pueda perdonarse a los verdugos. Paul Eluard

Mis amigos duermen En medio de un ro espeso, Un puado de barro Y un puado de sal En sus gargantas, Toda quemadura Reducida a huella de relmpago, Cada vejacin Uncida al destino nmada del viento. Ellos detienen las furias devastadoras Que ascienden del fondo de la tierra, Apaciguan la intratable impaciencia del tiempo En manos de gente demasiado joven En vsperas de partida Y someras lecturas de justicia. Del lecho de asilo ninguno ha desertado Pese a la riada de infamia sobre sus nombres. He aqu su prodigio: ningn prometimiento, Una lujosa reserva de granos Bajo la lluvia de ceniza En tierra enemiga.
A la memoria de Carlos Pizarro

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I

Amo las noches con aliento de paja. El olor de la noche es olor de cuerpo macho, Roce de hierros contra mscaras de dioses precarios. De noche mi cuerpo se hace verdad bajo tu aliento. Noche hecha de sal y trigo en su principio Y carne de mujer sobre cada rostro.

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II

Que no me equivoque: Un dios mudo Altanero El cobre entre los dientes Reina sobre la primera ola Venida del fondo de la aurora.

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Nos anunciaron tiempos de calor Y gran silencio sobre las aguas. Nos anunciaron grandes fermentos Y perfumes maduros madurando todo el pas. Nos anunciaron grandes descansos sazonados Con vias blancas y felicidad en los sueos. Pero de nuestras tierras no se arranca Sino cosechas atormentadas, Aguas frgiles para la sed. Ah! las provincias enfantasmadas Al sn de las langostas, Y hombres humeantes por todas partes, Como si un polen de batallas Tiznara repentinamente la continuidad del siglo. Usted que vive en marcha Bajo la inmensidad permanente De un mes de cielos rojos: Qu dicen las bestias estelares ? Qu dicen las suertes ? Y las mujeres castas adornadas con pedreras - Que ponen a delirar la noche Y coloran los fuegos Qu dicen ?

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Amo la osada, precisamente ahora, de no tener miedo, amo el delirio de armarte. Friedrich Drrenmatt

1.! Avanza, Anciano, al centro de los cantos de las muchachas desnudas loando tu sed, el lmite de tus orillas, celebra tu oracin al llamado del chofar. T que conoces los aromas de la tierra durante la interminable estacin, orienta nuestra alegra que te sigue, que es de la misma sangre, del mismo peligro que la tuya. Nosotros actuaremos hablando todas las lenguas como el ms sereno pacto entre tu ruta y la nuestra, cuando se levanten las brisas de este lado del mundo. A tu gran edad, el ms alegre y secreto de nosotros: cuntanos del pas de hierbas ralas, de rocas ocres y peladas. Tu voz abraza la tarde, candelas siguen tu boca, escuchamos. Por qu callarte, si las muchachas mecen tu canto ? Antes que te avecine el destino instryenos sobre las heredades de cada letra, las ceremonias de su civilidad; hblanos de la ciudad blanca con puertas labradas en cedro y oros perfumados de azul. En nuestras tiendas el ms grande silencio, toda el hambre sobre la arena. Es tu boca la que seguimos.

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2.! Abandonad esta tierra de lugares vagos, sembrad vuestros pastizales con granos salvajes, no llevis con vosotros sino los pergaminos de alianza y el libro de anales de los muertos, desplegad los mapas e id con la prxima migracin. No temis los grandes ruidos de trabajo y alborozo que vienen de la otra vertiente, no es ms que savia desplomada, ellos han perdido la cifra de su dios. Venid a las fronteras a despertar las semillas, venid y recoged los signos y los lmites. El resto sea dado a los pjaros. Venid a dormir en la estacin que se ampla como un viaje hacia los lmites del horizonte, conoced sin peligro vuestra alegra. Que las hijas, en medio de estos calores, dancen alrededor de los tamarindos fermentando el fruto negro, y que sus salivas de esponsales disipen las fuentes del exilio.
A Bolvar Franco y Jean Fahrny

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CINCO CANTOS
Qu se dice ahora Para evocar la sal de nuestra tierra ? Seamus Heaney

A dnde portar La alabanza, la ofrenda, El agua nueva del aljibe ? La casa se llen de estrellas, Hospedan como bayas silvestres sobre sus labios Donde madura un vino matinal: Blsamo para mi fatiga, Para las alas cansadas de los ngeles.

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II

Se pasea como las escrituras sobre la arena Y desnuda como una promesa Ascendiendo de un cntico real. Aqu su vientre, las manos, Sus prpados inundados de mar, Un chubasco apenas desplazado, Un techo con pjaro. Cuando camina sobre las aguas Acompaando la luna de mayo, Alcanzo a escuchar el escndalo En la casa de los sueos, El favor de las especulaciones Divinas.

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III

Partir sola de ese lado de la tarde, Las manos en la ventana Como un rbol desparramado, Era tentar la paz de aquellas ciudades Graves, insumisas y austeras. Qued por ordenar el delgado alfabeto Por donde rezuman uno a uno Los candiles de la tierra, Desmontar la trampa que tendimos Para quien visite nuestro lecho Los ojos en llamas.

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IV

Detrs de las palabras dichas En la adulacin del crepsculo Un propsito amargo prepara Las visiones del alba: Es el abismo infame. Por qu ver crecer la noche Y baarse cerca de las murallas, Sentir su piel con el olor del mundo ? Oh! secreto del universo.

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Desde mi orilla, como un embajador acorazado, Interrogo la partitura de las lneas celestes, El arte de los nmeros Para establecer su lejana y su derrotero. Pero ella es una nave de anillos azules Bogando entre augurios y relieves azafranados: All los disfraces, y moderaciones de la sombra Desde donde Dios escruta y acoge su destino. Ah! cunto presum de los poderes de la escritura, Cunto presum de los poderes de la palabra! He de dejarla partir como una ofrenda De oro inacabado en manos del mar.

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VIAJES

Retiro mis manos, mis pies, Los encargos lacrados con cera. Bajo un cielo color malva que parece guerrear Enciendo el fuego en lo ms alto del arrecife: A dnde lanzo, a dnde lanzo mi tea Sobre este mar de sueos ? Los portadores de ofrendas Apacientan los animales exhaustos, Levantan tiendas perfumadas Y se cuentan historias para derrotar la vigilia. Ellos poseen el aliento caliente Del espritu cuando las horas brbaras, Prdigos de esta y olvido, Transidos de ensueo y realidad, de repente Levantan los brazos gritando vivas a su capitn, Loan en la vasta llanura la visin de su Dios sin falla Y pintan en el suelo batallas Donde prncipes y demonios iluminan con sus espadas La tierra de lagos brumosos que les vio partir.

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II

Qu hacer, Yo que no ro, Que no danzo sus guerras Ni liturgias, Que mido la distancia Con intencin numrica Como quien cuenta la muerte O los dedos de Dios en el paisaje ?

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III

Errante la tierra y los hombres. Nadie engendra en las horas del hambre. Dispersos los que partieron Con las llamas del horizonte Como una nube encendida de lucirnagas Por la ruta de los pantanos Para acallar la voz y su duracin! En la boca de las mujeres la altura de la muerte, La voz del hombre como islas conquistadas Por arbustos incandescentes. La noche entera para secar las sangres, El fuego sobre la tierra, Ondas de humo batiendo el espacio Como perros de guerra sobre los rboles.

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IV

Y quin funda una ciudad En medio de miasmas ? Quin ordenar al cielo La paciencia de los ciclos En medio de este orecimiento de sombras En la tarde del mundo ? Errante la tierra y los hombres. Quin conoce los lugares por dnde avanzar ? Ah, si otro Dios, sordo, Sin conocimiento de muertes y nacimientos Reinara bajo esta porcin de cielo!

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Enterrad aqu las bocas frescas, Dejad sobre la tierra devastada Una fragancia de algas Dilatndose como abejas Al solo gusto de las hierbas dulces. Mirad, Mirad los fuegos fatuos, Fuegos fatuos Corretean sobre los desperdicios!

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VI

Cuando alguien se acerca A las ceremonias del paisaje Grandes estepas salinas oponen al visitante Su erotismo desierto, La sequa de sus baptisterios. He aqu de lo que tenemos noticia: Violencias y apetitos de un jardn muerto, Sectas de la ira Han poblado las plazas pblicas, Los orculos de los templos; Cada quien desde su silencio Adivina, condena los portones, Cerca los patios, extingue la llama. Y cada trabajo en el desfavor divino.

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VII

Cuentan los ancianos que en otro tiempo Los actos se sucedan sin marcar su cifra Ni su alianza, y sin fatiga. Bastaba el gesto Para asegurar la medida del corazn del hombre Al igual que los nacimientos, la esperanza, El recuerdo. - No veo sino gentes con dedos como tizones Obligando la impaciencia de sus destinos. Me dicen, Hundiendo la faz, cautelosos.

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VIII

Ese hombre suea. Nave cuya frontera es el llanto de mujeres pensativas vidas de la lozana de las espumas, del bienestar De la sangre en el sabor almendrado del alba. Y suea con islas rojas Para su cuerpo hecho de semillas, Mansamente, como apenas salvado del verano. Qu desviste ese ir y venir entre el sudor y los frutos, A qu marea abre paso, hacia qu estuario ? Tarde sobre la orilla, el mar hace y deshace edades Contra su costado, abre caminos Hacia campamentos donde ancianos y nios Preparan cuadernas y proas en medio de humaradas De brea hirviente, como del principio del mundo. Y el humo un ornamento de plata, Instante en que todo nace y todo desaparece Entre los escombros del lenguaje.

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IX

La aurora pinta sobre las piedras Todo lo que est infestado de sueos, Deja adivinar el ms antiguo texto del mundo, Su rumor y su desmesura.

Mi corazn se llena de vrtigos, Mi fuerza me abandona. Y la luz misma de mis ojos No est ms conmigo.
Tehilim ( Salmos ) 38

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Participo de la larga ruta Que conduce a la pupila De los ausentes. He concluido alianzas Con los arrecifes Y las autas de guerra Y con el silencio Que amea Sin consumirnos Sin reliquias. Tambin cuido la oscuridad Y la hierba del exilio.

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I

En la gran noche mi corazn entra sonando. Soy el ojo del tigre, cascabeles y panderetas Se adelantan en la espesura Por la va de los cangrejos. Llegaremos al canto a la ciudad azul Prdiga de bebidas fermentadas Y alimento dulce para los ms hambrientos. En la gran noche mi corazn entra sonando. Soy el ojo del tigre y mi alma no anda sola, Cascabeles, panderetas y tamborines Se adelantan en la espesura por la va de los cangrejos Anunciando que llego con un grupo de esteros Y vallenatos enrojecidos A la ciudad de las horas nuevas, La que creyeron arrebatarnos Con sus modales preciosos, Sus misas dementes aliadas con histeria Y milagros de pacotilla.

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II

Llego, pero es secreto, con mis amigos Y mis muertos ms tiernos. A los vivos dar guitarras, gaitas y acordeones, Con los muertos jugar lo que nos ofreci la infancia. Bajo una tienda levantada En lo ms discreto de los jardines, Con perfumes y conversaciones sin n Agasajaremos al invitado, Al mensajero de las respuestas.

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Una brevsima hoja Ruge sobre mi escritorio, La carta de mi amigo viene de un siglo Cuyo rastro he perdido. Me cuenta de su extrao pas Emparamado Donde no acontece nada Salvo el empuje de la selva Y los das Apenas visibles de lejos Como un silencio Imperceptiblemente cayendo Sobre la tierra quemada.

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cuarto libro

LUNA DE LAS IGUANAS

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tous les mots de toutes les langues qui signient mourir de soif et seul quand mourir avait le got de pain et la terre et la mer un got danctre et cet oiseau qui me crie de ne pas me rendre et la patience des hurlements chaque dtour de la langue
Aim Csaire

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MARIO CAMELO Y LA PALABRA ERRANTE

Procedo de siglos de errancia son las palabras liminares de este ltimo libro de poesa de Mario Camelo, Luna de las Iguanas, que se articulaba en dos secciones, Proposicin de lmparas y Lo conversado y el mar: ttulo este que haba elegido primero el autor: lmparas que en la vigilia alumbran el verso errante y el oleaje incesante de la errancia, en busca del otro lugar? Notemos para empezar que, etimolgicamente, conversari quera decir en latn morar, vivir en un lugar. Puede que el poema abra ese lugar. El nico acaso donde Nada se ha perdido: / Lo que danza como un pistilo en medio del poema / Tambin conoce los ritos / Y los labios / Que avanzan como una proposicin de lmparas / A la altura de la vigilia () Sin duda en otro lugar / Una nueva luz danza. La poesa de Camelo, canto errante como el de Daro, es busca y esperanza de conquista de ese otro lugar para que el hombre y su palabra, por n, estn. El hombre y su palabra humana que debe ser (todo en la poesa de Mario nos lleva a esta intuicin) de orgen divino, pero en nuestro exilio Hasta la presencia de Dios es incierta. Para rescatar un fulgor de certidumbre hay que bucear en esa incertidumbre: la ausencia de la presencia de Dios. Pero lo que constata ante todo el poeta es que la palabra tambin o, digamos mejor, sobre todo ella, la que nos funda como la infancia y la muerte, est en el exilio con nosotros pero cada vez ms lejos de nosotros, como perdida: Mi infancia y mi muerte / Para siempre perdidas y errantes. E inmediatamente: Las palabras/ Dnde estn? / Las palabras no estn. / Y lo que qued sembrado en las rfagas de un crepsculo,/ Y lo que no qued sembrado. / Las palabras ?/ Ya no estn. O estn tambin ellas
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desterradas. Y se sospecha, subterrneamente, lo ms terrible, que ya casi no son. El malestar de la errancia, el exilio, la sangre viva de los naufragios por todos los mares en la inquieta persecucin de un lugar para estar marca con extrema dureza esta obra de palabras donde cada palabra es una ola errabunda visitando la lengua / y la lengua una ciudad arrasada: Lengua sin ocio . Sobre los escombros de la lengua el cometido del poeta es reedicarla, buscarle quiz una tierra donde arraigue, aunque sea precaria ; se adivina leyendo estas pginas que el quehacer de la poesa es dar presencia y realidad a la palabra ausente, devolverla a su ocio, acercarse a la luz del Verbo que era en el principio, y rescatar la palabra potica, la hacedora, sobre lo nico que nos queda: el alterado silencio de Dios. Esto nos lleva a subrayar la importancia y la funcin del silencio en esta poesa tan exenta de concesiones a la facilidad retrica. El silencio en la obra de Mario es una ascesis para la conquista de la palabra verdaderamente potica, la que, como quera Hlderlin, funda lo que permanece y es lo ms inocuo y lo ms peligroso: He aprendido lenguas como una ascesis del silencio () Nada ms que silencio. / Las palabras como en un acta sellada. Lo que es preciso recalcar aqu es que el silencio en estos poemas no es para nada el recurso retrico tan socorrido de encerrar unas palabras negras en grandes espacios blancos para que el espectador de este cuadro vea con sus propios ojos lo exquisitamente silencioso que es el poeta, ni menos an el repetir veinte veces silencio o cualquier otro trmino semnticamente emparentado; sino que es, en la arquitectura del poema, un material de construccin que tiene una funcin importante en la msica de las palabras, como la tiene tambin la msica sin palabras: se integra en las secuencias verbales y se amalgama con ellas, pone una sordina a la sonoridad hispanocantante, prohibe todo derrame verbal, reprime la musicalidad sonorosa y obliga a las palabras puestas a raya a prolongarse en msica callada. La musicalidad en esta poesa reside efectivamente en el ritmo libre y modulado que combina la mtrica de la versicacin con el
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fraseo de una prosa ntimamente meldica, lo que da a las composiciones un movimiento, una cadencia donde el comps del verso se funde con el fraseo armonioso de la prosa potica : Hoy () que proso estos versos dice Csar Vallejo en un clebre soneto de endecaslabos bien medidos y perfectamente asordinados, Piedra negra sobre una piedra blanca . Me atrevo a creer que el poeta Colombiano suscribira de buena gana esta formulacin del poeta Peruano. Recordemos a este respecto que Novalis escribi la primera versin de sus Himnos a la Noche en verso , o sea en versos libres . Despus, para la segunda versin, orden todos estos versos horizontalmente en la pgina, y salieron los primeros poemas en prosa de la literatura occidental. El ritmo interno de su poesa no cambi sustancialmente. El ritmo es la sustancia de la forma de la poesa. Todo esto concierne a un tratamiento de una forma potica, la del verso, su cadencia, su msica; pero una forma no signica nada aislada de la estructura formal de la obra en su cabalidad, que a su vez cobra su sentido de la visin del mundo que representa. Las imgenes asumen en esta representacin una importancia singular al fundir en una sola visin trminos y percepciones procedentes de rbitas semnticas heterogneas, pero hay que decir que estas construcciones no tienen nada que ver con la derramada facilidad de la escritura llamada automtica de los surrealistas. Se puede observar que la estructura de estas imgenes visionarias va de lo ms simple (Una mujer frtil me observa desde su rosa nutica; la sangre viva de los naufragios) hasta asociaciones ms complejas (Delante de m un gran rumor de aguas subterrneas/ Atravesadas por un solo pensamiento / Como un vasto movimiento de limo que en su peregrinacin/ Llena de voces la memoria de los sacricados; Una anchurosa muerte bordada de cangrejos/ Avanza espumante como agua arrastrada y ajena; Secos prodigios esculpen en mi odo rumores/ De tempestades marinas contra los tajamares de una ciudad/ Donde comentadores insomnes leen el texto del mundo; Cada palabra prohibida hunde las mscaras/ Hacia germinaciones inusitadas. Y otras igualmente inslitas e
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impactantes. Son como diseos diferentes pero que correspondieran en un punto sobre traslcidas placas de cristal superpuestas y en movimiento. El raudal de imgenes en estos poemas se integra en el ritmo que vertebra un organismo multiforme y lentamente mvil como el mar, y el movimiento incesante de la msica se funde con el movimiento de las visiones que nos abren no directamente el entendimiento sino la visualizacin del sentido de lo que la palabra potica dice: el cielo, el fuego, la mujer y el hombre, la muerte, el desierto de Dioses ciegos, pero sobre todo el mar de la errancia y del naufragio, para lo que est llamado a aparecer aparezca: Debe ser que cada don/ Provine de una vertiente en fuego,/ Que cada oscuro oleaje/ Ancla su naufragio con estrpito/ Para que entre uidez y contraccin aparezca/ Como una lluvia sin contornos / No quedando luego/ Sino fragmentado reejo / Entallada ventana al innito. De cada naufragio por las rutas del exilio y de la errancia algo queda: fragmentos de innito, quiz, que el poema busca reejar Fragmentos, podramos interpretar, del sentido del orgen que se ha perdido en el destierro de una tierra que fue nuestra, ahora tierra desterrada tambin ella, tierra de nadie; lo que est en juego en la condenacin del errante no es slo el lugar y el hogar de un hombre o del hombre, sino su palabra, el verbo prstino, ahora degradado y desmadejado como la errancia de donde proviene el cantor: La desmadejada errancia de donde provengo. La palabra, el canto no es un instrumento del ser humano: es su ser, y no slo del humano poeta: del humano a secas. Por eso ante la palabra perdida, ante la lengua sin ocio, el herosmo de los poetas de estos tiempos de penuria es, contra viento y marea de naufragios y exilios, reinstaurarla en su ocio, hacerse ellos mismos ociantes (en el pleno sentido religioso del trmino) ante el altar de la palabra: Lengua sin ocio,/ Pero con ociantes la alta vigilia, / Como en busca de orillas / Donde se honora la brisa de la tierra / Y toda cosa simple / Toda cosa yacente sobre la arena / Encuentra las llaves puras / Su vestido de islas / Una hierba ilustre sobre el mar del exilio. Estos breves v e r s o s d e l u m i n o s a b e l l e z a m e p a r e c e n d e c l a r a r,
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transubstanciada en la poesa misma, la potica de Mario Camelo: la poesa, si algo es hoy, ha de ser busca, sobre y a travs del mar del exilio, busca de las orillas de una tierra que no sea un mero pasaje del exilio: de unas cosas simples donde estn quiz las llaves puras del hogar perdido, del reino acaso que quisimos fundar (Quisimos fundar otro reino/ Con los signos/ Ms fastos), del lugar que no existe pero nos llama. Eso es sin duda lo que explora a lo largo de la obra el personaje que lleva la voz cantante en estos cantos. El personaje es el errante, el nufrago que encarna abstractamente en yo , mi , (procedo, desato, escribo, mi cuerpo, mi sangre, etc.), o en nosotros , nos , a veces el hombre : en suma lo que, clsicamente, se suele llamar el yo lrico o el yo potico . Pero uno puede preguntarse siempre quin es o a quin encarna este yo lrico, y responder sin peligro de equvoco: no exactamente el autor, el ciudadano que imagina y produce el poema y su sustentculo, la persona a travs de la cual resuena la voz que es una multitud de voces que habitan (su) cuerpo pero que, transmigradas al poema, habitan ahora el cuerpo del poema, y desde ste, ya emancipadas y autnomas en cierto modo, hablan, para decirlo de nuevo con palabras de Vallejo en representacin de todo el mundo . Entendmonos. La voz que clama o musita los poemas, como la emocin que la impregna, proviene desde luego del autor, Mario Camelo, colombiano nacido en Leticia a orillas del Amazonas, desde donde empez muy temprano su prctica de errante emigrado a regiones colombianas menos selvticas para al n cruzar los mares que resuenan tanto en su obra y recalar en Europa: Por qu haber llegado hasta aqu,/ A esta frontera baja y estrecha de pas extranjero?, dice el poeta o el yo lrico que lo sustituye, en Segundo libro de crnicas. Es importante recordar que por destino o por designio de la historia Mario es un errante doble: por judo y por latinoamericano; y yo ya casi estara por pensar que en materia de errancia los latinoamericanos nos llevamos ahora la palma y casi estamos dejando atrs al judo ms errante. Los mares que resuenan tanto en los poemas resuenan desde la
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historia ms antigua, pero tienen tambin en la historia moderna un diseo grco preciso: de este a oeste y al contrario. Ms de veinte millones de Italianos y es slo un ejemplo actual tomado de la realidad escueta de la historia han emigrado en un siglo, sobre todo a Amrica, en los aos l970 Il corriere de la Sera, de Miln, publicaba un artculo, Il ritorno dei pirosca , sobre las naves o aviones cargados de Argentinos que llegaban a Italia, tierra de exilio como lo fue la Argentina para sus antepasados. Vamos y venimos y naufragamos por doquier. Por eso no es de extraar que esta poesa se inspire tanto en la historia como en el mito, el mito sobre todo, que es la dignidad y verdad de la historia. Como hace observar Helena Arajo el poeta se inspira en la tradicin oral arcaica, cuya poesa, como experiencia de lo sagrado, se emparenta al pantesmo y al animismo . O sea que la errancia es doble : por los mares de esta tierra y por el tiempo, por la oralidad de los mitos y tambin por su escritura: Perdido el paraso inventamos las palabras () Condenado estoy a errar por edades/ De opulentos manuscritos. La errancia, la aoranza del paraso perdido, la prdida del reino no es en esta obra un tema literario sino una experiencia ntima y radical de la persona : es esa experiencia y la emocin que suscita lo que se plasma en el poema, lo que mueve el canto. De ah seguramente tantas reminiscencias de la Biblia hasta en la forma de versculos que adoptan muchos versos, y una aoranza difusa de las viejas culturas americanas, del mundo precolombino, que presiona seguramente tcita en Luna de las iguanas, pero est explcita a menudo en la obra anterior, principalmente en Conjuros (l983). Hasta tal punto que cuando conoc a Mario Camelo, recuerdo que lo llamaba amistosamente El poeta precolombino . Me haba enseado un poema evocador del tema que me impresion. Desde este punto de vista y desde muchos otros conviene leer Luna de las iguanas a la luz de las lmparas que han precedido estos poemas: la obra anterior hasta los dos Libros de crnicas (1990 y 1994). Una obra es una obra, no una sucesin de libros sueltos.
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Ahora reanudo y corto el hilo de mi discurso sobre la cuestin del yo potico y de mi discurso a secas: lo que quera decir es que el yo biogrco del poeta se caracteriza por su pertenencia a. Es un individuo que se sita entre otros individuos y tiene una personalidad, un documento de identidad, unos episodios en su vida, es, en suma, alguien que no es otro. El yo que en el poema asume la voz, las voces es precsamente otro, dira yo, o mejor dicho lo dijo Rimbaud. Goza de una especie de universalidad y de libertad en el mbito del poema a la que no puede aspirar ningn yo de carne y hueso y en este sentido no representa fundamentalmente a su hacedor, el individuo que le otorga la funcin de hablar en el papel: representa, as universalizado, a cualquier humano que est en situacin de exilio y de penuria y seguramente todos los humanos estamos en eso, incluidos los que no se dan cuenta. Esta funcin de representacin le da un carcter particular, el de no ser alguien: es cualquiera, es todos, nadie en particular: la persona sin nombre que en el poema hace pasar a travs de la mscara la multitud de voces que dicen el errar de todos los errantes por los mares y las tierras y el tiempo inacabado que siempre quiere expulsarnos del origen. Pero difcilmente abandona el lugar lo que mora cerca del origen , dice el autor citando a Hlderlin. Lo que mora cerca del origen es el Verbo, el que prende en el individuo de carne y hueso que es el poeta Mario Camelo, singular y perteneciente, y de l emana y a l pertenece, ahora s, la emocin punzante que impregna estos poemas y la belleza de sus imgenes, sus visiones y sus sonidos que emanan del silencio. La poesa es acaso hoy la nica actividad del mundo que se da absolutamente gratis. El poeta es un dador, un donador. Los dones que nos aporta en su obra Mario Camelo no tienen precio y lo nico que el lector nnimo o annimo puede dar en cambio es su reconocimiento, tanto en la acepcin de dejar constancia del valor de lo donado, como en el sentido de agradecimiento. As que, imitando a Oliverio Girondo que en su poema Gratitud agradece todos los dones de la vida, a m, como lector que tiene aqu que declarar su nombre (y me atravera a hacerlo tambin
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en nombre de ms de un lector annimo), no me queda sino rmar como el poeta argentino

Amrico Ferrari, Agradecido. Ginebra, mayo de l998

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Procedo de siglos de errancia, Hambrunas y derrotas guerreando en los connes. Delante de m un gran rumor de aguas subterrneas Atravesadas por un solo pensamiento, Como un vasto uir de limo que en su peregrinacin Llena de voces la memoria de los sacricados. Entro al mar, un linaje sin edad me obliga, Avanzo toda luz extinta como navo corsario En silencio las campanas y los pitos, Sordo a mis largas acomodaciones. Debo portar mi parcela de tiempo Al Seor de los sueos Sin agravar el peso invisible de mi frente, Sin usurpar mi espacio entre los vivos.

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Desato las sandalias sobre la arena Y me libro al mar: exigen que olvide, Que abandone mis iras delictuosas, La cuenta maciza de mis muertos. Debo gritar ? Vestirme con las alhajas de la locura Como un leproso coronado de perlas ? Una mujer frtil Presta a todos los trances y revelaciones Me observa desde su rosa nutica, Y temo que su sombra proftica Se pierda en la noche Si trasgredo los lindes.

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3
Yo soy ayer Yo soy hoy De generaciones innombrables. Libro de los muertos del Antiguo Egipto.

Sal en los labios Como perentorio recuerdo de mi raza Y una mujer, tambin, Rumoreando danzas brbaras A la altura de mi nuca... Es la hora. Hora en que la arena se levanta Para combatir la bruma que avanza Desde el mar cual emisario cargado de amenazas Y paganas escrituras. Un jardn de cascabeles y vihuelas En los bordes del sueo Y en las dunas altas La danza consumada de las eras hambrientas.

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(continuacin)

Paciente camino sobre piedras Que no conocen en su olvido Sino el ruido de mi peso Y el de ciertos lagartos escarlata Que salen a enamorarse Frente a las noches de invierno. Aqu no vive nadie.

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II

Aqu no vive nadie, Como un ltimo aliento del mundo, Nadie me ofrecer su equinoccio Y un alcohol de caa Conversado de guerras lejanas. Hasta la presencia de lo divino es incierta, Apenas algunos caballos Derrumbados sobre la arena como tema de olvido Los ojos abiertos a una sed intensa. Nada se ha perdido en tanta soledad: Aqu he fundado otra infancia.
A la memoria de Ceci, suave hermana

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4
Ebrio sobre la arena olorosa Describo los crculos del destierro: La danza es sosiego Lejos de cautelas y guarnecidas miradas. Mi mano golpea contra el tiempo Y slo la muerte aparece a la puerta Su sustancia ardiente Poblando y despoblando mi boca: Hallazgos y voluptuosidades De la conversacin no invitada. A lo lejos las aguas llenas Montan y alcanza el odo. Las dos charlas son un laberinto Que se funde en una mano Que no debe ser visitada.

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5
He intentado romper el crculo de la danza, Poner mi cuerpo a soar un manantial que no ocupa Adormecindome en la extensin de ciertas cntigas Donde sigilosas vertientes informan sobre mi origen, La desmadejada errancia de donde provengo. De la multitud de voces que habitan mi cuerpo, De la multitud de sangres Con que est hecha mi sangre No viene ni ayuda nada: mi libertad y yo Libramos escaramuzas y amenazas de terricadores El corazn a campo raso Profanando el Nombre y los pactos, Cada quien hambriento del otro, Y sobre cada estirpe el peso de la espada, El hambre, la peste. El botn soy yo. El feroz botn.

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6
Cuando un hambreado suea, entonces, come y se despierta. Cuando un sediento suea, entonces, bebe y se despierta. Pero su ser est vaco. Iesha Yahou ( Isaas ), 29.8.

Nada ms que silencio, casi penuria, Las palabras como en un acta sellada. Me siento, sobre la mesa cruzo las manos Y a veces entreveo la tempestad saqueando Una piel que tiene mis manchas, Mis ojos, mi calvicie. Y cuando todo es comienzo y confusin En lo aspirado aparece el visitante Con un tigre y un piano bajo el brazo Propagando neblinas boreales, Escuchas y sobresaltos, voces e inundaciones Que mi memoria recobra. Duendecillos azules tiran del mantel En una algaraba de adivinos, nigromantes, Arspices, jorguines, chamanes y videntes Discutiendo los setenta aos que son los das del rey, Alrededor de la estela en el extremo septentrin, All en el nis-terrae, rompiendo el instante En que juego mi sangre.

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II

La agriedad madura, los ros apestan, Ningn pan acoge al errante, El mundo se ha marchitado. Escombro. Escombro. De los trabajos sobre la montaa - Oh! generaciones venturosas!No queda sino el alterado silencio de Dios, Naves y muros sin ttulo por donde vaga pensativa Una climatologa de mirras, ceras e inciensos. Alrededor todo es piedra na, Casi arena, sin audiencia, Por donde la tierra exhala Quebrantos de mujeres nbiles Y pasiones que no pronuncian su nombre Ni su raza, ni el sitio de las albercas Que lavaron sus nacimientos.

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7
El aire que porta la arrogancia De los presagios cumplidos Restalla como fusta sobre los grandes libros Interminablemente abiertos sobre la mesa Donde se prepara el despus de los das. No estoy convidado. Eludo el signo sin medida. Invoco una palabra, una, De las que pasan como lagartos volando Sobre el espejismo de las arenas candentes: Que me acerque la fresca estancia Donde se adormecen las vigilias, Y el nombre de la fruta de agua roja Para mi sed.
Para Hans y Burgy

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8
Debe ser que cada don Proviene de una vertiente en fuego, Que cada oscuro oleaje Ancla su naufragio con estrpito Para que entre uidez Y contraccin Aparezca... Como una lluvia Quedando luego Fragmentado reejo, Entallada ventana al innito.
A la memoria de Andrs Holgun

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I

He amado y abominado la noche Y es materia para sospecha. He aprendido lenguas como una ascesis de silencio Querindolo poroso como la siringa Donde soplan los cantos de pueblos magos o salvajes, Tambin lo he querido perfecto como el gata Que contuvo pociones y aceites para la Dama De labios extendidos entre dos mares. Es verdad que he pescado en el ojo del adivino Y dado caza al venado blanco En lo ms ntimo del sueo, Indagado la genealoga de la Voluspa, De los Hiperbreos y los Salmistas. Y cado en la trampa He gritado sobre los muertos Sin que sus venas se prolonguen, Sin poder exorcizar la horda de impiedades Que va saturando cada olvido.

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II

Perdido el paraso inventamos las palabras, Pero nuestras manos no tocaron nunca Los ojos de Eurdice. Lo que el verbo toca se deshace Y mi verso no salva de la muerte. Condenado estoy a errar por edades De opulentos manuscritos En cuya acidez va diluyndose mi sombra, Que cre ma, Como al destino afortunado sus ofrendas.

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III

Errante el cielo, El mar y yo errantes, Y los fsiles marinos Depositados como mscaras U exvotos sobre los playones. Paso por la maana de la tierra Con una sangre muy roja De una tarde a otra Saltando sobre mis sombras
A Fabio, Ximena y Constanza

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10
Nuestros enemigos comenzaron. Pusieron en duda los hechos y las cifras. Y eso continu entre nosotros. Lo indecible que deba hacerse verbo sin convertirse en literatura por boca de aquellos que se eclipsan delante de lo verdadero, fue librado a la fantasa de los fabuladores. Emmanuel Lvinas

Nada se ha perdido: Lo que danza como un pistilo En medio del poema, tambin Conoce los ritos y los labios Que avanzan Como una proposicin de lmparas A la altura de la vigilia. Cada voz de un pueblo muerto Se levanta en mis frases, Y cada palabra Una ola errabunda visitando la lengua, Y la lengua una ciudad arrasada Los muros desenterrados y dispersos, Las puertas de hierro fundidas, Mezcladas con arenas y excrementos De las bestias de guerra que pesan el olvido Con la certitud de la ausencia.

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(continuacin)

Nada redime de las lluvias Y los presagios ms amargos En este desierto de dioses ciegos. Slo las ebres Instruyen el despertar de las brumas. Sin duda en otro lugar Una nueva luz danza La ebriedad de las islas desiertas.

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11
I

Extraa fue la noche Errando hasta los connes del grito, Hacia los lugares de espuma De la palabra. Lengua sin ocio Pero con ociantes la alta vigilia, Como en busca de orillas Donde se honora la brisa de la tierra Y toda cosa simple, Toda cosa yacente sobre la arena Encuentra las llaves puras, Su vestido de islas, Una hierba ilustre sobre el mar del exilio.

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II

El encuentro busca descifrar Las claves de la espera Bajo el peso del ngel. Cada revelacin ofrecida Instala en su opulencia los viajes del hombre, Y el brusco peso que pes Con el volumen de las aguas sucias, Obligado levita, en el vano de la puerta Encuentra las estrellas domsticas, Un fuego de estalagmitas... Y se incendia. Lo que suscit malvasas y corales De sbito Pone a iluminar candiles en nuestras manos.
Para Juan Manuel Roca y Germn Espinosa

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12
Al amanecer cuento mis vivos. Aqu, Ninguna epifana incendi los libros ni los sellos Donde estn inscritos los condenados a muerte, Como si la mano de Dios hubiera sido mutilada Y su lejana desprendiera toda suerte de avispas Y profanadores. Recorro concentrado la estancia Blandiendo un verso como orden de batalla, Pero ntimamente s que es arma nma, Apenas proclamacin de lluvia seducida.

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13
Las guras deletreadas de quienes am, Las charlas que penetraron absortas la ciudad Como un pueblo cuya lengua qued prendida A los dobles hechizos del caballero y el aspa, El arco y la espada en remolino de fuego, Dejaron el alma un boquern de venturas Esparcen aquel claror slo prestado a los ciervos En los bosques encantados. Ayer y hoy surgen de un mismo latido, Y la casa no es mi casa, ni el pie es mi pie.

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14
Desnudo he remontado el ro hasta su nacimiento Al encuentro de un lugar puro Recusando toda memoria De cansancios y deshechos, sin prisa, Ganando el frescor de cada altura Donde la sequedad del corazn del hombre No es sino presentimiento en boca de la Sibila. Pero premisas de lluvias salidas de leproseras Dejaban agorar su peso incierto, El ujo de sus condencias Sobre los mrgenes de la tierra. Me puse entonces a construir conversaciones Para limpiarme la cara de las pinturas burlescas Y adentrarme en aquel signo fundido en mi frente: En vano. Lo muerto habla con escoriaciones de ceniza, Sin fervor, Su timbre Es el mismo viento que estanca en mi pecho.

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15
Se ciega y se extingue el xtasis, Ninguna potestad ancla en este ritmo de visitas Y conocimientos sin asombro. Ah! un clamor ahogado levantndose sin pausa, Proriendo violencias para desangrar el siglo! Nadie me obliga a creer en esta urdimbre Donde las palabras se hunden en su semejanza Y una cuantiosa galera de repeticiones Fuerza a inclinarme hacia el copista Que impide toda aproximacin a la lectura: Su arte de iluminaciones Va trabajndose y deshacindome. Es la bajamar en la escollera, La incesante distancia Entre el reverso de la mano Y el gesto ya desvanecido.

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16
Los que parten tambin nos desvanecen: Todo lo que somos, las horas y los ademanes Van apilndose en un arcn de hierro Velado por cifras estelares. Algo inefable se acomoda en nuestro costado, Acaso el litoral de un ave doblemente silenciosa Pintndose sobre algn lienzo, miserable y ocre, Apetente de ardores no revelados. El seno que nos descubri los ngulos y las hendiduras, Los dilogos que soplaron contra el aliento Invitando las aguas a un itinerario de mandolinas Sobre los puentecillos, las calles y los hiposcenios, Guardarn annimamente su rostro mal llorado.
Para Jaime y Betty

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17
Abro las entraas de las horas, los compases, Los sextantes, y no hallo medida de hombre. Nuestro reino es de palabras, por heredad Todos los sueos del desierto! Alguien grita Y su grito llega como un coro antiguo. Pero mi sombra se distingue apenas Entre los ocres del acantilado Donde un viga impasible al borde de los astros Custodia al Dios estancado en una esquina de sangre Abierta en nuestro anco. Nadie previ el xodo ni el exilio Ni la cosa sorda proriendo la muerte Sin pausa ni reposo Ms all de todo silencio. Sobre la piel nacen basaltos Y rocas sedimentarias, Es lo que resta, Y las alianzas de la memoria.
Para Amrico Ferrari y Martine

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I

De qu orillas proviene esa raza ilcita, De qu pas de escamas y demencias Cuyo aliento incurable horada las piedras Al slo contacto de su visin Donde el hombre no es ms Que vado, moho, Ocio sin enigma ? Qu osan con sus gritos, A quin acorralan Y brindan su espoln y su castigo Removiendo la boca como inicio del fuego ?

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II

Una anchurosa muerte bordada de cangrejos Avanza espumante como agua arrastrada y ajena. La sangre se esparce, desciende aleteando Y se prolonga, asoma su ausencia a nuestro miedo, A veces sacude los postigos - Entre ensalmo y ensalmo de silencio Y torna lloviznando al eco Espesndolo de labios ciegos, Calenturas, temblores y desarreglos Propagados en los campamentos de miseria. La medianoche -que no arrima impunementeQueda convertida en palpitaciones, vahdos, Invitacin a otra hondura.

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El que deba yacer aqu, yace En ninguna parte. Pero el mundo yace a su lado. Paul Celan

Hago la ronda al silencio. A quin interrogo Si quedaron descompuestas Las aguas de todo sueo, Y pedazos de muro con letras de nios Alertando la tierra congelada ? La tierra: ceniza misma. La tierra: santuario en fuego. Todo embiste, Amenaza, Mi infancia y mi muerte Para siempre perdidas y errantes.

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II

Las palabras, Dnde estn ? Las palabras no estn. Y lo sembrado En las rfagas de un crepsculo, Y lo no sembrado. Las palabras ? Ya no estn.

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I

Un gusto de hierbas y salumbre negra Se esparce por mi cuerpo... Secos prodigios esculpen en mi odo rumores De tempestades marinas contra una ciudad Donde comentadores insomnes Leen el texto del mundo. La lluvia autoritaria me conduce A los limbos del alba que no avanza. Entre sudores Reencuentro los labios perdidos un instante: Ella lava mi desnudez y su cuello danza Con esplendor nuevo!

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II

Cuando ama todo es perfecto Como las obras de la noche, Sin rezumo de usos ni fatigas. Su alegra luminosa en recitacin sacra Rememora las promesas tutelares, La absoluta visita de la gracia. Es hora de celebrar los esponsales, Encender los farolillos, La va sagrada me abandona una mujer Y un lecho de agasajos y premuras. La ebre gana. Mi indigencia termina aqu Contra sus pies desnudos, A la puerta de no s qu sueo. A l voy Agobiado de ejrcitos y adivinos.

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III

La bestia Arrinconada un instante Contra el ocaso Entre demencias Y fulguraciones Muerde Los ancos de la tierra.

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IV

Acordad la espera al sueo del hombre Manos de mujer que sobre el agua pinta Pinta aves opalinas, Preparad los prodigios y las salamandras, El clavo de olor y la or de la fbula. Ah, que sus manos restituyan los pasos A los apetitos del canto! Velad sobre el ao de los frutos Mujer hecha con brisa de Divinidad prxima, Que la tierra por tan venturoso secreto Provoque otros signos Para lo incierto y aberrante, Y que toda sombra En ceremonia mayor Apenas inunde sus pupilas, Y en el alto hecho del instante Nos recuerden y nos amen.
Para mis hijas, Maya, Carla y Adina.

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21
A cada libro acompaa un terror, Pero el hombre es ms. Se puede que sin rostro, A la penumbra de los murallones Adelante yo el inerno, La palabra a no pronunciar Jams.

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22
Fibras secretas han armado mi arco, desconocidas, Anudando un pacto inextricable En la noche que sopla hablas y puntas de sables. Nada conozco de la voluntad de propiciar la muerte, Pero las paredes de mi alma todo saben. A veces un hedor monta Y la estridencia de los insectos Dejando al da alelado, sin horas. Hacemos huir hasta los astros.

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23
El cadver que sembr el ao pasado en el jardn, ha comenzado a germinar? Thomas S. Eliot

Cada aliento traza los contornos de una cercana: La muerte viene a secarse en estas arenas. Remolinos de alfabetos como en ceremonias De lluvias que cada cien aos visitan los desiertos Mallan la metfora de las revelaciones, Cada palabra prohibida hunde las mscaras Hacia germinaciones nunca presentidas, Cada gesto de perdida dinasta curva los brazos, Inuye en una luz que abre potestades nuevas Y venturas de hipocampo En mosaicos de invisibles maestriles. Ningn fragmento huye o se abandona, Ningn temblor se absorbe en su contraccin: Lo que cae de la boca entra en la tierra Tal una comitiva de esto. Extravagantes roedores herticos Claman sedicin. Sedicin!

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II

Mi oscuridad poblada de fosforescencias Y barriales movedizos Escucha vivir la otra oscuridad Y el gran miedo que vigila las sombras. Ocurren en el alma edades Que no parecen de hombre, Y aduanas peligrosas Que van deniendo el lmite del mundo Como connes de un destierro Donde un enjambre de espectros nos abrazan Puestos a despertar sentencias Cuando un aliento Traza los contornos de su vecindad. Le hablo, Toco su mscara entreabriendo su innito Que no conozco y me complace. Usted y su cara me miran Sumergindose en la maravilla, Sabiendo que puedo mentir.

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24
Se llevaron las nubes, las vendieron, Se est muriendo el corazn del mundo. Advertencia del Pueblo Kogi

Un gusto a mujer despierto sobre la arena... Su olor de jardn a anco de colina Y tambin brisas hacia m llegan, de lejos, Brisas con perfumes blancos Como el recuerdo de este mundo, O su hora ms opaca. En la transparencia de medioda de mar La ensueo dibujndose Contra un balcn de la aurora: Aguarda que nombre por ltima vez Mi ciudad desmantelada, El humus abundante de cada uno de sus linajes.

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II

Polvillos inertes otan en el aire tenue Que viene a morir en la ensenada, Qu puede invitarme a impulsar los remos, Soplar contra la niebla que avanza ? Tras de m queda un pas de eras Ornado con dientes negros Y divinidades febriles. Pronto no habr sino vmito Y piedras muertas Trajinados por vientos paldicos, Slo nuestros huesos quedarn Como vestigio de riqueza. Y cuando ya no haya nada: A dnde ir ? Dnde encontrar los guardianes De cada cosa viviente ? O la destruccin les habr tambin matado ?
A la memoria de Jaime Ruz

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25
Quisimos fundar otro reino Con los signos ms fastos. Pero nos haban conado un corazn Pronto a llenarse de fetideces.
Para Henry Luque

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26
Espanto de animales en la lejana, Todo huye, es de noche, Cada quien ocupa y pierde su nombre: Engalanada la muerte baila en turbulencias divinas! Si nuestra raza es antigua, Nuestro Dios reluce ciego Disputando su rango Con los depredadores del momento. Ah! pas vestido de males violentos, Pas de levaduras agotadas. Un crneo de caballo seco mi pas Muriendo entre el zumbido de las moscas Venidas de la tierra entera Al anuncio de la fabulosa pestilencia.
Para Alfredo y Mnica

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I

Aquella respiracin que se aproxima Murmurando en mi espalda azares inditos En una lengua intangible, Cumple una visitacin sobresaltada. No s quin es el visitante, No lo intuyo ni mi memoria adivina Las maneras de su presencia. De repente una rfaga de plata Queda prendida a mis ojos Y silencios intensos Vienen a posarse sobre los cristales Sin alterar los perfumes Ni las transparencias.

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II

Cuando pregunto, Mi voz queda sin eco Fijada en los espejos; Cuando callo, Presentimientos de lugares En un tiempo sbito y sin peces Se apoderan de mi alma Obsequindome otras memorias, Invocando la agona De todo conocimiento.

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Hablen otros de su vergenza. Yo hablo de la ma. Bertolt Brecht

Los que vienen de la noche, qu nos dirn ? De qu carne ser su apariencia ? Qu lectura ofrecern sus ceos ? Si sus labios semejan los nuestros Si sus gestos guran visiones Que a veces frecuentamos Brotarn iluminando la partida Que lentamente huye Haciendo mover las preguntas De su telar de cardos Agravando cada ademn Con ondulaciones embozadas Viejas locuras de cuya navegacin Van llegando noticias Mapas adulterados Urdimbres de gestas tenebrosas Y divinizadas condencias.

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II

No quiero escuchar sus palabras: Las conozco. Yo mismo las he pronunciado espada en mano Como una vasta hlice En el viento que bordea los llanos Midiendo el espesor del cuello De quienes iban a morir. Ninguna liacin conoci el indulto O la preocupacin de profetas A travs de mi brazo. Ellos erran nocturnos Como un soplo de iras exhumadas: Nosotros bajo el da Hechos de la misma carne Ceniza y retazos de papiros Tocados por la sombra El tufo, La mugre, Los sudores...

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III

Con gran ruido en nuestro corazn Un dios elude revelar su nombre! Ninguna alianza, Ninguna nave votiva, Ningn recuerdo escarlata como vias para el amor Podr salvarnos de tal estremecimiento. Pero entonces, me dir usted, Qu nos queda ? La esperanza pese a todo, Pese a nosotros mismos ? La desesperanza tal vez ? O la fe ? No nos queda ms que la pregunta.
Para Elie Wisel

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En las alturas un ave vuela, Su sombra sobre la tierra va de prisa, Huyendo como un pjaro. Djalal ud Din Rumi

Me dice que su sangre suena vaca Como un encierro de preguntas, Que la hondura de su saliva Juega una sigilosa partida Con el eco que va del ro al mar Sin enemistar la seriedad del agua. Su peso lo atraviesa una marea De nal de juego, En su boca cae un ave, Una abeja, Una roca se ja.
Para Ricardo Chvez

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30
El hombre Abundante de sueos de batallas En altamar Ganando barlovento Y de proas de navos Hinchadas de premoniciones ebrias Prodigndose slo en la confusin de la muerte Con las manos febriles En la sangre viva de los naufragios.

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31
Buscar alguna huella de las mujeres sin tribu Que llegaron con aljfares verdes en la boca, La voz baja averiguando la medida de la tiniebla. Sobre sus crneos afeitados ningn rastro de cielo. Alguna vez las vi enterrar precipitadamente el fuego - Y la boca no era ms la casa del alma! Quedando sin ruido, objetos de cobre Dispuestos como un altar a la intemperie: Despus gritaban abrumando la noche Con la demencia que muerde el pie A la ocasin del peligro. Pese a la migracin de las garzas y las tortugas Que han borrado toda traza, Debo encontrar ese pueblo, Cumplir la cita con aquella edad errante, Disputar la crnica que no me ha sido conada.
Para Helenita

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32
I

La boca de la primera aurora se anuncia propicia Para partir sobre el agua de la baha: Atravesar la estela de las horas hasta fuera del aliento Y sorprender un secreto de mar En su lecho de cadencias esmaltadas Mimando el sueo de los alevinos. Tomar posesin de su alfabeto sin sepultura, Su atelaje y su silencio Y salmodiando su gracia lo portar a tierra Donde otras liturgias repararn mi nave pequea, Mi nave de arcillas y telas amargas. Sabr qu hacer con sus signos memorables, Los tallar en las lajas altas sobre el mar Y otro mutismo aclarar La mirada opuesta a los pantanos.

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II

Ah, las manos de augurio Sobre los restos de mi barca! Los hombres la portaron en alzas Bajo la lluvia a los sitios prohibidos Que mencionan sus himnos Y las hijas de los pescadores Cumplieron el rito favorable Danzando entre risas La danza de los vientos suaves Haciendo sonar los brazaletes Y collares de coral Y caballitos de mar. Embriagado de esencias Como un dios saludable Dibuj nenfares en mis pies, La frente, las manos, Escuch las condencias. En torno, El mar preparaba arenas Y nacimientos de otros exilios.

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III

El horizonte no ofrece ms su carga de algas azules Contra la demencia de las epidemias. En este borde del mundo No quedan sino calores sofocantes Y el silbido de la espuma en la cresta de las olas Como sbita ebriedad En medio de una frase incomprensible. Los das y las noches se suceden extraamente Detrs del grito de las aves Venido de las grutas del acantilado, Al otro lado del mundo...

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33
A veces un recuerdo sube a los labios En noches sin medida Enumerando ceremonias secretas, Haciendo el arqueo de los reinos vacos. Sentimos el alma Girar alrededor de las horas Como alarido sin guarida. De noche no somos ms Que antiguos cantos proscritos Rompiendo el aire con bastones efmeros... Intentando ahogar y desmentir el fuego Que nos hace inutilizables Para los hombres.

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34
Estamos cerca del despertar Cuando soamos que soamos. Novalis

Se sabe que entre ruinas Cada palabra es un estampido, Que basta un movimiento en falso Para acarrear sobre nuestras frentes Piedras ensangrentadas Y huesos cados del cielo. Sin embargo, Hay como preludios de un sueo, Algo de una germinacin desconocida.
Para Sarah

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35
A veces el corazn sale a la noche Sumergindose en bosques Donde solicitudes y sueos maduran Siglos de viajes y de tormentas. A veces una diligencia se encamina Cubierta de dulzores Hasta el borde del tacto y las camelias. Cuando las cimas de los rboles se cierra Queda la luz improbable De los insectos luminosos, Y la gran herida, la gran cicatriz. A veces una brasa como de luna Aparece sobre las hojas cadas... Y no obstante mutila. Silencios perplejos Se precipitan en la noche.

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36
Una noche, Una noche llena de perfumes, de murmullos Y de msica de alas, que ardan, en la sombra. Jos Asuncin Silva

Lo que sucede en el alma, Esos crujidos lentsimos Como rumor de dados Atravesando un puente de ncar, Nada, Ni la delidad del olvido Ni la copiosa extraeza De brebajes de Rey ciego, Nada Salva al durmiente de su propio destino. Y sin embargo suea con la caricia de su anhelo Prodigada por el seno que dibuja la noche venerable Y la suma de rocos Que de lejos gobierna todo aliento.

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(continuacin)

Suea tambin una luz Armndose de abreviados pasos Como quien se prepara a mentir al enviado Que en otro puerto se inclina Hasta tocarle los ojos Poblando de clausuras la memoria. Cada sueo agujerea la placidez Que estanca en los jardines nunca visitados Donde las sombras del durmiente danzan Con una sombrilla y dos bostezos El incomprensible tiempo de su destino.
Al poeta Jos Asuncin Silva. Un centenario de presencias.

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37
La noche se llena de lentitudes no la piel. La piel se adjudica certezas no la palabra. La palabra encuentra las pausas no la piel.
Para Anabel Torres.

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38
Se cierran las manos hasta la ltima puerta Que alguien indicara ahogada de sombras. Hay en la tarde una claridad de infancia, Sin esperas, extendida y permanente. Ah! la intimidad que va procurando el tiempo. Un paso, tal vez otro: Somos salto. El resto son vastedades. Dnde conversan, Dnde terminan las palabras ?

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39
I

Vengan, hablemos no lejos de mi casa Donde la noche nunca es completa, Las manos abiertas, atentos los ojos Para pesar con exactitud los pasos de sed, La infancia del caminante, El azar de sus rutas singulares. Lejos todo se mece Abrindose a la madrugada, Salvo el ro. Un olor poderoso! Reverberante! Con mis hijas voy por las orillas Recogiendo lo que queda De los huesos y las almas.

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II

Mirad lo que entierro, Cmo organizo las piedras. Ya reaparecer su seriedad gastada, Un paso hbil como quien sella el arcn Donde la metfora gira y se derrite Al atisbo de nuevos caminantes. Nada aqu es oblicuo, Ningn sonido intocable. El rostro no es sino una pared Donde dormita el comienzo, El cuello hinchado y lastimero: Es agua que transporta una marea Abierta a los abismos. Lo enterrado no es ofrenda. Todo ello va de m Y viene hacia m.

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40
Nombres que me pertenecen, A quienes pertenezco: Sobre los muros dementes. Cuando me toco me sobran escamas, Pausas aladas y un miedo Que me pierde, Que tintinea en la piel Y brue de medianoche Y vendavales violceos Resecando la tierra. Mi miedo y yo No tenemos tiempo Para el rubor ni la vergenza.

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41
Esta es mi casa, Una estacin innita en cada puerta Y la extraeza de estar vivo, Sin ceremonias secretas, Donde pueden contarse provincias Sin catastro ni dueo y aguas moduladas Pertenecientes a una raza Cuya genealoga no registra cismas. Cuando la comisura del crepsculo Aparece tras la resaca, algo como una imagen Del fuego o del tiempo uye Desde los bronces hasta el prtico Y la conversacin comienza Entre una multitud de convidados, que avanzan. No conozco a nadie. Los hombres como un cielo de primavera Abierto a todos los esplendores!
A Benot de Diesbach

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42
Lo que se sumerge y de repente se detiene Con inaudible eco baja escalas verdes Hasta el amplio recinto de las fuentes Vigiladas por hechizos. El agua circunda cada misterio Con un aliento y un empeo de cautela. Qu yerra lento y somnoliento? Una isla de maravillas anegadas Aparece en la memoria Lo que preludia desconcierta, Irrita cada intento de pintar un rasgo, Sumerge todo en atisbos de olvido.

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226

43
Por qu la espuma no alcanza la mano, No la toca, Meciendo el murmullo que subsiste? Es aqu donde quise venir, A este fondo hmedo Donde soplan distancias contrarias ? Cmo vivir Con la certeza que cada slaba es prdida, Acidez de vergeles al abandono Y la estridencia de insectos Sobre el agua empozada de cuyos vitrales Los astros y las escrituras han desertado Sofocando fronteras que nunca alcanzo ?

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Es una lengua Que satura el cuerpo de lquenes, De helechos, de boscajes imprevisibles. A veces asciendo, a veces repto Hasta la muriente del deshielo Pero es una trampa de ciegos. La vastedad all Como una maga antigua Alimentando el peso inalcanzable.

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I

Esto es lo que hemos heredado. En cada quien una noche de lluvias srdidas Cada rostro una algarada de disfraces Gesticulando hasta la demencia del aturdimiento. Lo que fue arrojo hoy se cuenta por crepsculos. Nos han travestido el alma en una estepa de eras, Cada hija en bastn de suplicante para usuras Donde el gusto de vivir del hombre puede leerse En el gran texto de las depredaciones.

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II

Las edades que pasaron de nuevo reuyen Tradas como urnas votivas, Trofeos donde a cada rey muerto Se retira el crneo y transforma en capuchina Para el carnaval del susto Sembrado de usurpaciones y medusas urticantes. Y el tiempo por venir! Vamos por un siglo sonmbulo Semejante a la orilla de este ro que no cesa De vaticinar mi pas oh mi pas!Que me conoce y palpa.

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Una exhalacin poderosa Baja irisando cada paso del ro Cargado de detritus imposibles Como si todos los calores de las tierras bajas Y el estrpito de los pjaros En medio de nieblas azucaradas Saltaran al mar Sin ganas Medida sin peso Con los muertos Flotando Ms all de la desesperanza y el abandono. Un muro de polen negro Cubre la bajamar de luna prxima Burbujea en el cieno Donde mosquitos y algas Atacan los sueos Con el gravamen de la pestilencia.

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A cunto cerdo iracundo Con labrada mscara de oro y pedreras, A cunto cangrejo perfumado de or de arrecifes Que nos siguen tras cada puerta, cada espasmo, A cunto enigma hacer frente, A cuntos portadores de pactos Que nos ilustran el contento con piel blanca Y deseos de piratera? Y ese fuego verde sobre las ciudades bajas, Sobre los ojos de infancia enervada de moscas Y profecas rondando en los contornos, Desequilibrando el sueo, arrojndolo para siempre Al ajetreo maloliente de lo incierto. Se han ido las palabras del mundo. En mitad del tiempo somos hombres sin recuerdos Con la sola muerte metida en el cuerpo Como un manojo de ausencia. Basura, mi piel, mi ropa, Mi respiracin huele a basura, La basura vive y camina conmigo.
Para Arturo Alape

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I

Inclusive sin esencias y cirios sacriciales Vendr la madrugada con su cortejo de infamia Sobre las aguas de un mundo cuyo nico trabajo Ser crear celadas para el da, Trampas para la noche. Levantemos los brazos en honor de la muerte! Y el eterno, el momicado, el tullido, Brilla slo en la blancura de la cal viva Que cubre el libro de piedra de los ancestros. Aqu quedamos, bajo el eclipse, extranjeros

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II

Mi espritu se levanta a veces como una invectiva Solicitando cuenta a dinastas vidas Que dejaron en los prticos monoslabos de violencia, Extendiendo su complicidad hasta la ceguera de los das. Y todo pesa. Todo queda sobre la arena como un rumor Peinado de hierro e interrogaciones. Mas el pie es vano sobre el andar de las dunas: Arena para orientar los sueos, Y el color del desierto por todo prestigio de existencia.

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Hay esquinas, en movimiento, escamosas, Donde una fauna de guerra invita a la demencia. Los que comen ceniza A esta hora salen por el vasto limbo Luminoso de las ciudades vacas. Y cada quien es sorprendido en su sueo En medio de ese hedor de letrina Vagabundeando de casa en casa Como tambor de ciego. Porque hay otra holgura ms all De la fatiga y el desamparo, Los mercaderes traman la intriga En la promiscuidad del puerto: Otro sueo, otra tibieza, otra fuerza Para usar las terrazas. El gesto preparado a la ofensa y al antojo Bate como aguamala sobre cada aliento. Una ola sumergida baa la arena Y sepulta los extraviados Derrotndolos por galeras heladas Hacia el margen odorante de la maana: Sobre el esplendor del desastre.

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50
Con gran sigilo velo a la puerta de mi casa: El gran mal que avanza sobre aguas prpuras Instal su tienda bajo los muros. Dioses que desconozco han venido a mi mesa, Ya ebrios, sus armas maculadas, Bebidos los vinos ms recnditos No libraron nada, nada construyeron En el solar dejado en ruinas. Queda una luz de desierto, Tmida y desvariada. Investigo las puertas, busco Un agua que pude envenenar, Algn odio dejado al olvido. En dnde el mensaje de los avisos y los desvos ? Tengo un hombro enlunado, Me ha ido creciendo en la voz el desenfreno Y cnclaves lujuriosos en la risa. Qu soy ? Qu fui ? Cada da nace dibujando en el suelo huellas blancas, Voy perdiendo hasta la sombra.

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51
Sobre mi rostro, su mano Subasta el tiempo, inventndome, A m, que la inventa. Deposita una piedra roja en mi boca -Piedra de vida para que no te mueras En la eternidad - dice, Adelantndose a la muerte.

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Ser esto desnudo que somos: Odios y mscaras borrascosas, Oponiendo sin n la esperanza A los muertos que caen en la sangre, Tmidos, sin sombra, Que huyendo nos encierran.

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53
Este tiempo madurado en nuestros brazos Como un enjambre de avispas guerreras No deja nada qu decir: Hemos perdido la partida con la sombra Y cada quien resuelve ir segn su pensamiento Con la barba empolvada de tierras amarantinas Y las ms silenciosas palabras. Cmo vericar, entonces, los horizontes, Cmo advertir la gran sequa, La causa de los desplazamientos ? Queda en la boca un gusto seco Organizo estas, Invito amigos color del vino Prendidos a alguna era de la infancia. Inclemente les recibo como un laberinto, Peso y olvido, esta forma humana de vida.

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54
Siguiendo el mar la casa resbala A veces, hacia otra luz, Recin llovida de mayo, De color nupcial perfumada de cermicas, Donde la eternidad de las cosas Es apenas respiro, espera Entre las manos de signos Jaspeados de relieves salinos Atrayendo el mltiple rango del asombro, La cifra insumisa de lo nacido en la ceguera de los das. La intimidad es una puerta sin salida y un pas futuro Orientando el crepitar de las velas En la mirada peninsular de las mujeres. El tiempo avanza con el siglo en rango cerrado Por nuestro anco. Es la antigua ruta de la muerte: El mal divino!
Para Carlos Vsquez Zawadzki y Beatriz

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quinto libro

Encuentros

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Mi pupila rescata lo que est prisionero en la pgina: lo blanco a lo blanco, lo negro a lo negro.
Ben Amar de Silves Al-MuTamid de Sevilla

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Para Agnes Leu, Fabio Rodrguez Amaya, Yves Alain Moor, Benot de Diesbach y a mi hermano Alfredo.

Fribourg. 2013

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1
Retazos de orculos dispersos Por los vientos sobre la tierra vana, rida pese a las lluvias Del ms cruel de los meses. Llamo a los Dioses, Machos y hembras, Desde siempre clamo. En vano.

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2
T que rompes el destino del hombre Vuelve a tu silencio que te destierra. Para tanto mal disperso sobre el mundo Nos hemos bastado.

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3
Llego a la puerta De una casa al medioda De un tiempo aborrascado, De tempestad. Y soy devuelto, Malherido, A la inclemencia. Quin queda al abrigo ? Miento si digo que no s?

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4
El agua, Han gangrenado el agua. Hombres y Dioses Morimos de sed.

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5
Soy tigre ciego y espero la muerte En vano. Un azar voluntarioso me conden A la servidumbre de la noche, El desprecio del hambre, la sed, Y la urgencia de horas Que perdieron su medida en alguna parte Entre los valles de pizarra y granitos agudos Donde vida alguna se aventura. Cierto que mis ojos andan sin aliento: Creen que voy a tientas Por sus cartografas indescifrables. Soy lo que queda de mis ancestros Caminando en la sombra Con el mismo paso dorado de la tarde.

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6
I

Abran bien los ojos. Ustedes han ganado la conquista Y el raro privilegio de entrar vencedores En mi ciudad donde slo reyes penetraron Y hroes y sabios al son de timbales Y dulces de rosa y alegra de mujeres Y nios acogiendo el gran hombre. Hasta nosotros han llegado ustedes Arrasando puentes, Corrompiendo agua y santuarios, Dividiendo el reino hasta los connes, Destruyendo lo que fue hecho Con las letras y las cifras Que dieron nacimientos al mundo. Pero ustedes lo ignoran.

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(continuacin)

La tierra para ustedes Es objeto rectangular Hecha para botn e infamia. Para nosotros, alianza viva Porque aqu fue lo primero, Y el primer paso, La primera letra y el primer pacto, Y el principio de una intuicin Benca como la luz. Pero ustedes lo ignoran. Qu han venido a buscar ? Nuestra sangre, nuestro reino, La mano de la eternidad Los caligra en desierto De pedrascos ininteligibles Cubriendo gestas y cantos antiguos De los que ustedes no tienen noticia, Cuentan cosas de hombres para los hombres.

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II

Para qu quieren que hable? Qu quieren escuchar Adems del ruidaje que les acompaa? Qu quieren or ? Ustedes tienen la fuerza, Cleras en el vientre. Nosotros, a mucho, los ojos, Lentos: Que los mate el silencio, La soledad, el hasto. Nosotros no. No valen la pena.

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7
Ser que me equivoqu De piel ? De cielo ? Vaya uno a saber! En todo caso, presiento que esa puerta Conduce hacia un quinto paraje Y nada queda abierto o clausurado, En denitiva. Una marejada muy verde recomienza, Y piedras hirvientes invitan a un sueo En el que morir extranjero En un pas apenas conocido Que ha soportado sin reproche mi reserva. (Pero detrs de cada mutismo Una amabilidad interroga, Una sonrisa atareada sobre el escritorio, Un esfuerzo de desciframiento). Cmo no estremecerme frente a mi puerta Cada maana los ojos recin abiertos ?

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8
Me torno y te busco, Nada es seguro salvo tu mirada, Arboladura Izada en aquel intenso lugar del aire Desde donde puedo ver el desierto alejarse Fundindose indenible En el resplandor rojizo del crepsculo. Como una premonicin de semillas.

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9
I

Como es hora de responder: Entonces s. Coneso que la puerta qued cerrada Y que la vida se empecin En vestir todo con xidos y extravagancias Que terminaron por sellar cada intersticio De donde surgen, contra toda previsin, Invitaciones a viajes inslitos Hacia regiones improbables Desde donde llegan Aromas de comidas y aguas de color Que intentan cambiar el tinte de mi piel, De mis pasos. Toda resistencia fue vana, Sigue sindola Y ahora es casi demasiado tarde, Demasiado lejos de un fulgor Que estuvo siempre al alcance de mano.

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II

Ms tarde otras aguas Se pronunciaron a paso menudo De goleta entrando en la baha Olorosas Insinuando primero un susurro Un arrullo de risas Un tiempo ms liviano pronto a zarpar Hacia continentes pigmentados De fbula donde el andar de la hojas Carga de frutas secas, Salazones y aceites el velero Animando el alma a grandes travesas Obligando la vista a adentrarse en un mar Sin historias ancladas en amargos olvidos. Ese mar parece tanto a la eternidad.

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10
I

Una ciudad amurallada de la que nunca he partido Vive bajo mi piel, jaguar atento. Das y aos he restado paciente entre las ruinas, Ya conozco los hbitos de hambre y sigilo De cada uno de los animales Y cada uno de los avances de la selva Enterrando los caminos de piedra, Ocultando las puertas a la luna de las cigarras En tardes y noches interminables. Ya no reconozco el tiempo, Se lo llev la memoria Y recuerdos que ya no logro nombrar Con nombres propios en espacios ciertos. De alguna manera pertenezco a este olvido. Lo que junto a m se pudre Ha devenido tierra negra en la que brillan sin voz Mscaras y amuletos preciosos Que he ido desenterrando: Algo podr leerse de la remota cifra de la siembra En algn punto entre la geometra de las sombras.

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II

Todo en m es mudez y ceguera, Por eso anoto estos signos, Para arrinconar la muerte En uno de los pozos, Enlodarla en las aguas ptridas Entre paredes de granito Hasta que nos cuente Cada uno de los nombres, Los linajes sacerdotales, La genealoga de los guerreros, El relato de la eternidad De estas piedras y estos huesos. Y si la muerte soy yo? Podra ser, De todas maneras han hecho de m Un extranjero bien antes de venir aqu, A este pas de estas en el viento, A velar sobre cada una de las preguntas Que nos incendian.

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11
Entre el espejo y yo La soledad crepuscular de dos conocidos Que se desconocen, Se miran sin verse ms el silencio. El espejo dibuja mi sombra Y dicen los que me han visto Que me reeja como soy. Entonces me acerco: La imagen impenetrable Ajena a los paisajes en que me debato, A las voces que me trajinan, Y a la risa de la que am.

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12
Debe ser que ya no creo ms, He puesto mi fe en la luz, En la pesadumbre de lo ritmado. Los animales saben dnde ir, Yo no.

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13
Aun no me han vencido El tiempo Las lluvias El gris interminable Y esta incontable cantidad de ausencia.

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14
Mis manos Se han cubierto de valles profundos, De geometras complicadas. Cada vez ms Son una topografa que desconozco. Lo peor: Comienzo a tenerle miedo A la esperanza.

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15
Qu me queda, Aparte una valija siempre presta, Algunas fotografas arrugadas Debatindose contra los hongos, Versos que no logran explicarme Esta sensacin de no estar en parte alguna, De no pertenecer a ninguna luz? A dnde va la noche, El agua que la porta? Podra ir con ellas ?

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16
Hay un olor amargo estancado en el jardn Como si la casa esperase an navegantes Trajinando edades confusas, voces Y usos desconocidos, alarmantes, Avocando todo a infecciones sbitas, Peligrosas. Sombros animales y yo Cruzamos miradas entre rfagas y charcos Buscando abrigo bajo el rbol dejado en harapos Por el vendaval. Y el viento! Venido de todos los connes un viento abisal Conuyendo hacia este lugar de insulto Abatindose sobre nuestras nucas peladas.

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17
Alguna vez cre que la edad Ira resolviendo las preguntas. Pero no. Se han multiplicado, Insolentes, ms arduas. En n, Mi vida reducida esto: Preguntar.

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18
Llegan las sombras. En la blanca noche llegan las sombras. Me muero de fro. Slo ellas me acompaan.

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19
Vengo de otro planeta, de un pas lejano De saltimbanquis en andrajos, De nios con lengua de metralla Y nias que desde los prostbulos Nos prohben a todos el derecho a la inocencia. Hablo de mi pas de abandono, hambrunas, Y largas soledades de desaparecidos. Ah, mi pas Donde nadie es responsable de nada ni de nadie, De xodos tratados como desechos, Pas apasionado de tiranos y degolladores arteros, Mi pas con ojos cuya mirada basta Para detestar los hombres, el mundo, Y este enorme lodazal que hemos creado Y sus emanaciones peligrosas. All seguramente Dios nunca ha puesto el pie.

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20
Tuvo razn optando por su fantasma, Ms vivo, ms clarividente, ms puro que l. Se lo dict la poesa. Obedeci para acercarse a la felicidad. O al olvido, La forma ms extrema del xtasis.

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21
Plena de cosas mayores y lejanas Su lengua me cobija y da sombra La vidente: es aqu mi lugar Junto a su destino voy a tientas Entre sus cabellos y la orografa de su piel Que no habitar nunca. He robado y violado ofrendas A Dioses solitarios Para alimentar nuestra hambre Nuestra sed. Aderezada con nebulosas y herejas Tras mi alma de exilios ella me sigue Atropellando adivinanzas Por las orillas de la tierra.

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22
Un vaco sin sorpresas: le conozco. Los muros blancos, la casa sin lmparas Adentrndose en la noche que arrastra. Sobre el mesn de la cocina Algunas cucharas solitarias inventan charlas Y recuerdos incomprensibles. Como el espejo se halla en la oscuridad Preero creer que voy ganando la partida. Pero no me veo.

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23
Nadie sabe dnde estoy. Un da de stos salgo a la calle y me encuentro, Nos diremos buenos das y tomaremos un caf Hablando de sustos y cosas resucitadas. Hasta cuando uno u el otro despertemos. Hacia qu?

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24
I

Cmo entrar en la noche, Con qu respiracin que anime los vientos? Nada tengo ni me sostiene: Los mapas no coinciden con la geografa estelar, Como si el copista hubiera adherido A la confabulacin de aquella secta cuyas recetas Jeroglcas orientan de manera distinta los metales Dejando desamparado el arte de las brjulas, Y en esta parte del mundo donde me hallo Todo es movedizo, Circular, Intermitente. El tiempo aqu se detiene Ms que en otros lugares Y un desasosiego, Algo impuro se deposita En un sueo que no viene, Obstinado.

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II

Cules son los signos, Con qu palabras de brujera Cercar este paisaje, Dilucidarlo? Todo al unsono Tan inmediato y lejano, Actual e inverosmil. La memoria No pertenece al tiempo, Como los mitos. No entiendo. Denitivamente no entiendo, Estas noches no las entiendo... Mi saliva sabe que no miento.

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El da se tiende como una sbana Sin bordes aparentes, Sin ngulos gustosos. Nada invita a caceras y festejos Donde los frutos sean consumidos Sin esperas, fatigas ni desventura. Cul es el nombre de esa ciudad Que nadie parece recordar? Menudas las tapias pintorreadas, Los ngulos agudos y cortantes, Sus letras abandonadas al verdn Del laberinto que se adivina Bajo las calles abiertas En el que nadie sabra orientarse. Fue aqu donde esper?

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La eternidad, Esa demencia que va de la luz a la sombra Es cosa del desierto.

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A paso de luna avanza La espo De cerca sigo su vuelo Sus manos en el pan La escucho latir cerca de m Y su quehacer me intriga Interroga Ungindome con capullos aromticos Y pilatunas de infancia. En m, una memoria de violencias E interminables derrotas traga la voz Es entonces cuando en aicos Me disfrazo de irreconocible, Apurado mi sudor halla refugio tras las puertas En lecturas y traducciones imaginarias. El peligro son los espejos, El despertar, mi rostro En el fondo de chocolates humeantes. Sin conversacin.

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28
Alguien toca a mi puerta Y no hay nadie. Tras la ventana debe ser el esto Pero todo se halla velado, La luz se agota. Rilke cuenta las sombras del otoo Escribiendo cartas interminables Entre rfagas de viento arremolinado. Silencio. Salvo yo, quien se escucha.

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29
Es bueno saber Que tras las montaas Hay un pas verde, Una ciudad en el valle, Una casa y t, Removiendo piedras, harinas, Fermentando peces, Las palabras, mi escritura. Vienes Madurando prodigios, Toda fatiga desvanecida En una oracin de caf temprano, Mentas y otras yerbas lustrales. Cuando juego tu risa contra la aurora Se desnuda de repente El secreto de la migracin de las abejas salvajes.

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Aprenderemos a medir las horas Con teodolitos y compases a inventar, Y en nuestras sienes una sangre muy roja Leer la costa y la pleamar Sin otro sobresalto que el grito de las aves Sobre el despeadero. Habremos aprendido a no temblar Cuando una sombra nos roce, A no morir de fro de repente Cuando los nios con estrpito Abran la puerta de la casa adentrando gritos Y querellas inexplicables. Ah! fresca ser la semilla abierta al verano. De los grandes navos que asolaron el pas No restarn sino crnicas dispersas, Y en los ojos de los infantes apenas Una efervescencia como de alas Encalladas en los bajos En el fondo de la lejana.

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31
No s nada del tiempo, No lo conozco, Salvo cuando me ahoga O cuando una ausencia Clama su desespero Contra el durmiente En alguna de las ventanas. Lo inquietante Es que nada parece ocurrir Ahora En este momento, Todo sucede en el pasado O en el futuro A uno u otro lado De la vigilia, O eso parece

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32
El anda por all, en su pertenencia, Aventando palpitaciones e inhospitalidades, Asegurando la geografa desesperada De una edad impalpable de la que no queda Sino nervaduras peligrosas, olvidos Y pensamientos consumidos por brumas, Musgos, cenizas, humedades sin cuento. Poco a poco todo le ha sido arrebatado, Sembrado de sed, hasta el gusto del don De extraviarse entre los hombres, Abandonado de los Dioses al desamparo. Ahora es un mago vagabundo Cuyo poder ha devenido opaco, Desaparecido. Le resta el canto: Voz y signo. A cada ms confuso.

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33
Debo violentar mi espritu. No hacerlo es condenarme a morir En la profundidad de estas aguas Ahora prpuras. Habr devenido cmplice. Qu he sacricado Para salvar mi sobrevivencia? S Presumo que el corazn Que he heredado de mi madre Testimoniar contra m.

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34
Hola, mujer. He recorrido mi edad Continuando a llamarte A escondidas de m. Cundo la ltima vez que am? Que fui amado?

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35
I

El mar de Ulises es un mar redondo Amenazado por costas agudas Avanzadas hacia el sur. Dicen los marinos Que cuando sopla el desierto Todo se vuelve dorado: Los albatros La nave El mar Las estrellas El cabello de las mujeres.

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II

Es otra cosa el mar de mi pas Hay noches en que el cielo Navega sobre el agua Viajando rpido Hacia geografas Escritas con slabas embrujadas Como los que se van del pas Y no vuelven nunca Como los desaparecidos.

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III

Ya vern. Un da de stos Nos quedamos sin estrellas.

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Mario Camelo Colombia 1952. Estudios de Literatura. Ha publicado varios libros de poesa en Colombia y Espaa. Traductor de varios poetas suizos, italianos y franceses. Vive en Suiza desde 1979. Ejerce como fotgrafo profesional y traductor.

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