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19 Fabris (2021) - Una Lectura de La Subjetividad Colectiva de La Argentina de Los Últimos Treinta Años

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Fernando A.

Fabris

Psicología social
Una lectura de la subjetividad colectiva
de la Argentina de los últimos treinta
años

Primera Parte
(de los noventa al 2007)
FABRIS, Fernando A. (2019) – Psicología social. Una lectura de la subjetividad…..

Introducción
Se expondrá aquí una lectura de los emergentes psicosociales y la subjetividad
colectiva de la Argentina de los últimos treinta años. Es un período colmado de
acontecimientos y, para quienes los vivimos, parte de una historia cuyos sentidos se
extienden, de un modo u otro, en el tiempo presente.
No puede ni debe aislarse consideración de la subjetividad, respecto de la vida social
y la vida histórica, lo que incluye también las dimensiones de la política, la geografía y la
economía. El fortísimo impacto de los fenómenos sucedidos desde los años noventa, no
habilita el tomarlos como acontecimientos aislados, ajenos a determinaciones espaciales y
temporales. Es necesario, por lo contrario, contextualizarlos con relación fenómenos que
tienen lugar en distintos lugares del planeta, tanto como a un tiempo histórico que se extiende,
por lo menos, hasta la época que se abre con el fin de la Segunda guerra mundial.
Todo lo que aquí se expone, en términos de estudio de la subjetividad colectiva, es
producto del trabajo de diversos equipos de investigación que presentaron sus hallazgos en
infinidad de talleres, jornadas, congresos y publicaciones, tanto en medios científicos como
de divulgación. 1
La grupalidad de la referencia no excluye la fuente inspiradora fundamental: un autor
argentino que realizó estudios de campo por medio de observaciones y entrevistas en los
conventillos de la Ciudad de Buenos Aires, cuando estos eran activos creadores de una
potente cultura popular. Quien logró darse cuenta -investigación mediante-, que Isidoro
Ducasse (Conde de Lautréamont) era un portavoz de su época y que por eso había logrado
crear una obra tan misteriosa como significativa; quien fundó el Instituto Argentino de
Estudios Sociales (IADES), para sumergirse en la lógica de una sociedad que había cambiado
aceleradamente y comenzaba a abandonar sus recuerdos de provincia. Obviamente, se hace
referencia a Pichon-Rivière, quien aportó a una Crítica de la Vida Cotidiana, a partir de
fuentes tan diversas como S. Freud, G. Mead, J. P. Sartre, H. Lefebvre y otros tantos autores
de similar importancia. Perspectivas desde la que se ausculta la dimensión subjetiva sin
desconocer el papel de la política, la economía, la historia, la geografía, la ecología.
Algunos de los muchos discípulos de Pichon-Rivière continuaron los caminos abiertos
por el maestro. Ana P. de Quiroga en artículos como “Contexto social y grupo” y “Procesos
sociales y subjetividad”. Alfredo Moffatt en Psicoterapia del Oprimido y en Estrategias para
sobrevivir en Buenos Aires, Hernán Kesselman desde abordajes clínicos y grupales que
ayudaron a entender la subjetividad de la época, Vicente Zito-Lema, desde el campo del arte
y la cultura, Fidel Moccio, creando dispositivos que permiten estudiar la vida social, desde
recursos expresivos que dan cuenta de las pistas que permiten entender de qué tipo de
comedia o tragedia se trata el tiempo que en se vive, en la Argentina, cotidianamente.
La década del noventa impuso un gran desafío, que no era nuevo: comprender las
relaciones entre lo inmediato de la experiencia cotidiana y lo mediato de la época histórica,
basado ambos aspectos en un tipo de relaciones sociales y fuerzas productivas, humanas y

1
Particularmente distintas Jornadas de Psicología Social organizadas por la Primera Escuela Privada de
Psicología Social, en el Ministerio de Trabajo, en dos oportunidades, en un Congreso de Psicología organizado
por APBA, en la Asociación de Psicólogos Sociales (APSRA), AGMER (Paraná), en la Universidad Nacional
de Lomas de Zamora (UNLZ), en Congresos de Salud Mental y Derechos Humanos organizados por la
Universidad Popular de Madres de Plaza de Mayo (UPMPM), en el Foro Social del NEA.

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FABRIS, Fernando A. (2019) – Psicología social. Una lectura de la subjetividad…..

tecnológicas. Desde aquellos años se crearon modos de subjetividad distintas. Fue bastante
impactante para quienes lo vivimos. Descubrimos allí, en la práctica, la maleabilidad de la
subjetividad, tan singular e histórica y tan alejada de las eternas invariantes transhistóricas
que habían postulado la mayoría de las corrientes psicológicas y psiquiátricas de épocas
anteriores. Nuevos modos de subjetividad que ocurrían ante nuestros ojos, lo que obligaba a
reflexionar sobre las sutilezas de la historia y las particularidades de los contextos, que
incluían la intensa modificación de los modos de estructuración familiar, las relaciones de
género y los efectos de la ubicación de los sujetos en la estructura social, según referencias
y pertenencias de clase y sector.
El orden neoliberal, cuyo origen se remite a nivel mundial en el año 1973, según David
Harvey, se articuló sin demasiadas contradicciones con la filosofía y la cultura posmoderna,
tipificada por Lyotard, en 1979. Ocurría entonces una situación paradójica aunque, al mismo
tiempo, típica: el avance en las comunicaciones y también la maquinización en la producción
agraria y la industria, se correspondió con una declinación creciente de las perspectivas
humanistas y un empobrecimiento general de la vida social y cultural. Si los años cincuenta
y sesenta pudieron ser llamados la edad de oro del siglo XX (por Hobsbawn), puede
considerarse que las últimas décadas, tan distintas de aquellas, constituyen un período de
decadencia cultural y política.
En la Argentina este proceso se dio, con mayor claridad en los años noventa, cuando
logró imponerse la idea de muerte del sujeto, expresión de un estructuralismo que coexistió
sin dificultades con el poder instituido. En el terreno político, las figuras de Menem, Cavallo
y De La Rúa, sintetizan y expresan la práctica de una burguesía subordinada a las
corporaciones internaciones y los intereses del capital financiero internacional.
Pero la implementación de ajustes neoliberales que condujeron a la catástrofe de los
noventa y el cambio de siglo, no fueron implementados sin grandes resistencias colectivas.
La primera gran confrontación tuvo lugar en diciembre de 1993, cuando el pueblo
santiagueño, no carente de indignación, incendió la Casa de Gobierno de su provincia. El 1º
de enero de 1994 sorprendió al mundo el movimiento zapatista, que se daba a conocer a nivel
mundial. Esto fue el inicio, y solo el inicio, de una serie de acciones de resistencia que
reconfiguración las prácticas sociales y con ellos la subjetividad que, a partir de 2001 en
nuestro país, no tendría ya como rasgo distintivo la fragmentación subjetiva, mostrando, por
lo contrario signos cualitativamente diferenciados, en la dirección de la integración.

Perspectiva teórica
La psicología social como perspectiva y como disciplina

Nos fundamentamos en una psicología que postuló como objeto el estudio de la


relación dialéctica entre estructura social y fantasía inconsciente del sujeto, abordada a través
de nociones como vínculo, asentada en relaciones de necesidad. Un campo de
determinaciones reciprocas entre sujetos y mundo. Cuando Pichon-Rivière definió a su
psicología como social, apuntó a constituir una nueva disciplina, a la vez que a nombrar un
rasgo específico de su teoría. La palabra social actúa entonces como un adjetivo, que califica
a la psicología.

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FABRIS, Fernando A. (2019) – Psicología social. Una lectura de la subjetividad…..

No sólo en el origen de la humanidad sino en cada aquí-ahora de la vida cotidiana, la


subjetividad y la identidad, individuales y colectivas, se relacionan estrechamente a las
vicisitudes de los vínculos, redes y relaciones sociales en las que se efectiviza ese apoyo; del
modo que lo consideraron autores tan diversos como lo son G.H. Mead, Vigotsky, K. Lewin,
J. L. Moreno, G. Bateson, J. P. Sartre, H. Lefebvre, H. Goldmann y Pichon-Rivière.
Si “la mayoría de los autores identifica, de una u otra forma, el apoyo social con la
relación interpersonal en la que se ofrece o intercambia ayuda de tipo material, emocional o
instrumental, que produce sensación de bienestar al receptor.” (Villalba Quesada, 1993, p.
72) también es cierto que el desapoyo tanto como el saboteo son acciones sociales que operan
como presión y/o amenaza para quienes no se asimilan al sistema, planteando en cada tiempo
histórico, un grado específico de libertad posible y un grado máximo de conciencia.
Los sujetos son, al decir de Sartre, no solo lo que el mundo hace con ellos sino lo que
ellos hacen con el mundo que los hizo. Las conductas humanas son expresión de un tiempo
histórico, a la vez que un modo de respuesta a ese tiempo histórico. Sólo así, en esta tensión
entre determinación por lo social y libertad individual y colectiva, puede sostenerse una
psicología social que se asienta en un ética específica.
El objeto del que se ocupa este texto puede ser delimitado por algunas de las siguientes
preguntas: ¿Cuáles son las características de la subjetividad colectiva de la Argentina de los
últimos treinta años? ¿Cuáles fueron y que significan los emergentes sociales de ese mismo
tiempo histórico? ¿Cómo están implicados los sujetos con relación a los emergentes
psicosociales y la subjetividad colectiva? ¿Qué posiciones y estrategias asumen con respecto
al tiempo que viven? Estas dimensiones, la subjetividad colectiva, los emergentes
psicosociales, el posicionamiento de los sujetos, se contextualizan, como lo refiere la
siguiente pregunta. ¿Con cuáles características del proceso social, histórico, económico,
político, cultural y de la vida cotidiana se corresponden la subjetividad colectiva, los
emergentes psicosociales y las estrategias y posiciones que asumen los sujetos de un tiempo
determinado?
Es necesario ocuparse de los grandes trazos de la economía, la historia y la política
tanto como de los hechos particulares de la vida cotidiana, entre los que se incluyen los
argumentos imperceptibles que se objetivan a veces en las producciones culturales de un
tiempo, como pueden ser las películas, las palabras buscadas en internet, los cantos de las
hinchadas de fútbol, e infinidad de otros signos aparentemente insignificantes que dan pistas
acerca de los significados profundos que se juegan en la vida cotidiana. De la subjetividad
nos interesa particularmente su dimensión afectiva, perceptiva y sensible, focalizado por el
concepto subjetividad colectiva.

La subjetividad colectiva como argumentos


psicológicos de la vida social
La subjetividad colectiva (Fabris, 2010) es una dimensión psicológica de la praxis
social y la vida cotidiana, que se relaciona a estratos profundos del ánimo social, a las
estructuras del sentimiento e imperceptibles vivencias que todos tenemos sobre nosotros, los
otros, y el mundo que compartimos.
Constituye una dimensión clave del proceso social e histórico, siendo producida y
productora de la praxis social. No constituye una entidad transhistórica sino un proceso

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FABRIS, Fernando A. (2019) – Psicología social. Una lectura de la subjetividad…..

constituido por los denominadores comunes de la subjetividad de los individuos que


componen un conjunto social y se hallan vinculados a través de algún tipo de proximidad
social y relaciones sociales determinadas. Referida los integrantes de un colectivo social que
puede abarcar a los habitantes de una ciudad, una región, una nación o cualquier subconjunto
que quiera ser considerado.
Conformada por la subjetividad de personas que son distintas entre sí, pero comparten
un espacio social y un tiempo histórico, al mismo tiempo que argumentos implícitos antes
los que reaccionan de modos distintos.
Se trata de un registro afectivo, perceptivo, corporal, sensible y práctico. No remite a
las ideas esgrimidas, ni los discursos visibles, ni las ideologías manifiestas; aunque no
excluye los procesos de pensamiento ni la organización conceptual desde la que se piensa y
vive la realidad.
La subjetividad colectiva es registrada por medio de percepciones y vivencias que dan
cuenta de argumentos o guiones que refieren a las alternativas psicológicas de la vida política,
social y cotidiana. Puede ser expresada a través de palabras y frases como “siento que me
caigo y me levanto”, “temo desintegrarme”, “veo que en este tiempo es posible sostenerse y
mirar al otro”.
La subjetividad colectiva no es tan cambiante como la opinión pública, que puede
variar rápidamente. Ni tan persistente como el clima de época que puede durar una década o
más. Aún más duradero es el espíritu de la época, que puede durar varias décadas e incluso
siglos).
Según las épocas y las geografías, se define a través de categorías estructurales como
subjetividad integrada, fragmentada, ambigua, colapsada, disociada y categorías más
particularizadas como podrían ser subjetividad historizante, conciencia fantasmagórica,
integración súbita, entre otras.
Incide en la percepción-evaluativa que los sujetos hacen respecto de lo que es posible
cambiar -y lo que no es posible cambiar- en determinado tiempo histórico y coyuntura del
proceso social.
La subjetividad colectiva, en tanto concepto, no sugiere un Todo, ni un Nosotros con
mayúscula. Es una totalidad dinámica, en la que hay tensión, lucha, conflicto, diversidad y
diversificación. Identificar algunos rasgos en común no anula la variedad infinita que
suponen las distintas subjetividades ni desconsiderar la oposición sustancial que puede
existir, y de hecho existe, en aspectos relevantes de las perspectivas subjetivas de actores
sociales vinculados a determinaciones sociales diferentes, que incluyen las de sector y clase
social.2

Emergentes psicosociales
Los emergentes son, al decir de Pichon-Rivière, acontecimientos que aportan
diferenciación y originalidad a los procesos personales, vinculares, grupales y sociales. Por
eso los denominó como “acontecimientos sintéticos y creadores”. En última instancia,
imprevistos, no panificables, singulares. Son emergentes porque refieren a cierta cantidad de

2
La construcción de la muestra. Apuntamos con ello a eludir el frecuente escotoma de clase que existe en
muchos estudios “psicológicos” que se refieren – sin consignarlo de modo manifiesto – a lo que ocurre en los
sectores medios, tirando a altos de la población, prestando entonces nosotros especial atención a la
consideración de las subjetividades de las clases medidas bajas y los sectores populares.

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FABRIS, Fernando A. (2019) – Psicología social. Una lectura de la subjetividad…..

procesos abarcativos, respecto de los cuales son signos. El análisis de la subjetividad


colectiva de un determinado tiempo histórico requiere identificar y leer estos emergentes,
que son a la vez, productos de la subjetividad colectiva.
Son emergentes psicosociales (Fabris, Puccini, 2010) fenómenos tan distintos como
la generalización del corte de ruta en la década del noventa, la proliferación de asambleas
barriales y comunitarias en 2002, el eco de televidentes que tuvo la novela Resistiré en 2003,
el apoyo a la luchas de los trabajadores de subterráneos por los sectores medios en 2005, la
masiva venta de libros de historia a comienzos de siglo XXI, el miedo a la ruptura de los
vínculos por la confrontación política en el interior de algunas familias en ocasión del
conflicto campo-gobierno de 2008, las manifestaciones multitudinarias durante el
bicentenario, la reacción juvenil ante la muerte de Néstor Kirchner, el ascenso de un gobierno
neoliberal en 2015.
Son hechos, procesos o fenómenos que como figura se recortan del fondo constituido
por el proceso histórico y la vida cotidiana. Son intentos de respuesta significativa a un
determinado desajuste entre necesidades y satisfacciones, aportando una cualidad nueva al
proceso social, expresando un grado y modo de resolución de contradicciones.
Marcan un antes y un después: irrumpiendo, generando resonancias y dejando huellas
en la memoria colectiva. Condicionan el desarrollo de los acontecimientos futuros. Al igual
que una obra de arte o un sueño expresan y responden no sólo a una necesidad
particularmente relevante en un momento dado, sino que también condensan una
multiplicidad de significados personales y sociales, e intentos de respuestas a necesidades
diversas que dan lugar a una polisemia sin la cual no llegan a adquirir su condición de
emergentes.
Son intentos de respuesta multidireccional y sinérgica a necesidades personales y
sociales de distinto tipo. Condensan múltiples significaciones, aunque presentan algún signo
especialmente sobresaliente, relacionado a la cualidad nueva que visibilizan.
Tienen un contenido manifiesto y otro implícito, susceptible de interpretación.
Emergen de las condiciones históricas y aportan una cualidad nueva al proceso social. Son
acontecimientos o serie de acontecimientos (signos, hechos fenómenos, procesos) que
proponen, subrayan y dramatizan aspectos del proceso social. Son conductas activas (no por
ello necesariamente conscientes o voluntarias) que refieren a sujetos reales, concretos,
sensibles y creadores. La decodificación de los emergentes psicosociales permite al
investigador psicosocial ir de la experiencia inmediata de los sujetos al análisis de la vida
cotidiana, el proceso social e histórico y las características definitorias de la subjetividad
colectiva.

Entre espejos y derrumbes: la fragmentación subjetiva


de los años noventa
En la Argentina de comienzos de los años noventa, para ser más precisos, en el verano
de 1991, se comienza a aplicar una política neoliberal, basada en los intereses de una
burguesía trasnacionalizada que destruiría rápidamente las condiciones de vida de la mayoría
de la población. El país se incorporaba al Primer Mundo desde una posición de relaciones
carnales con los Estados Unidos y sometimiento a las políticas del FMI que en pocos años
llevaría la deuda externa estatal de 60.000 millones de dólares a 150.000 millones. Una

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pequeña parte de la sociedad se sentía satisfecha, pero la mayoría sufría un deterioro laboral
y social enorme. Hacia 1998 “la brecha entre el 10% más rico y el 10% más pobre, que
alcanzaba a 8 veces en 1974, había subido en 1998 a 24 veces”. (Galasso, Historia Argentina.
p. 572).
En aquellos años se crearon las condiciones materiales y simbólicas que generaron la
fragmentación subjetiva y vincular, con sus concomitantes de vacío, vivencia de
vulnerabilidad, sobre-adaptación, encierro en sí mismo, apegos y adicciones a sustancias,
cosas y personas. Para un sector minoritario, fue la oportunidad de la actuación psicopática
y el perfeccionamiento de modos perversos de relación que probablemente ya conocían,
estimulados por el sistema dominante que siempre necesita de este tipo de sujetos para
ejecutar la acumulación por desposesión (D. Harvey, 2004).
La política neoliberal y posmoderna se fortaleció cuando se impuso el llamado Nuevo
Orden Mundial, la idea del Fin de la Historia, la Muerte del Sujeto que consideraba al
capitalismo como un sistema insuperable y definitivo. No había más que sentarse frente al
televisor y disfrutar de los beneficios de un desarrollo económico ilimitado y un avance
tecnológico que haría innecesario trabajar, dejando lugar a un creciente espacio de juego, la
libre recreación de la personalidad y un ocio creativo asegurado.
A poco de transitada la buena nueva se pudo constatar su falsedad absoluta. Al
contrario de lo anunciado aumentó vertiginosamente la explotación laboral para una parte de
la población y se incrementó la desocupación y subocupación para otra parte, llegándose
en la Argentina a grados de exclusión social de la que ya no se tenía memoria. Las
contradicciones entre clases sociales, negadas por los teóricos, mostraban desigualdades
incrementadas y antagonismos inocultables.
Algunos pensadores posmodernos dijeron que se trataba de una situación horrorosa
pero la juzgaron inevitable; se estaba ante una tendencia inherente al desarrollo económico-
social, la sociedad pos-industrial y posmoderna. Tan ineludible como la ley de la gravedad,
en el campo de la física. La derrota y/o el fracaso relativo de las experiencias socialistas y
los procesos de liberación nacional y social, habían creado un terreno fértil que permitía dar
rienda suelta al desenfrenado proceso de concentración.
a acumulación por desposesión, instrumentada desde los países imperialistas, mostró
una brutalidad similar a la que se dio en el inicio del capitalismo, cuando la nueva clase
dominante necesitó dominar dos tipos distintos de sujetos: los dueños de las condiciones de
producción y los trabajadores “libres” de medios de subsistencia (para lo que fue necesario
echar a los campesinos de sus tierras).
Realizando un enorme salto, del S. XV al tiempo presente, cabe consignar que se
crearon desde los años setenta, nuevos modos de incrementar el grado de explotación y
control, así como de robo directo de las riquezas de los países dependientes. La privatización
de las empresas nacionales, el aumento del carácter especulativo del capital financiero y la
manipulación de la crisis con redistribuciones estatales de la renta fueron algunas de las
características distintivas de la política neoliberal (Harvey, 2004).
A la violencia y magnitud del proceso político y económico globalizador, con su
impacto en los vínculos sociales y la subjetividad, se anexó la fragmentación del espacio
social y del tiempo, legitimado por un modo de comunicación de masas y un ideal de salud
congruente con los intereses de las clases dominantes.
Las fábricas, “racionalizadas” y tercerizadas, se transformaban en espacios que
preservaban un núcleo permanente pequeño y un resto de trabajadores flexibilizados y
periféricos, junto a un tercer grupo, de trabajadores directamente arrojados a la desocupación.
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Las ciudades empezaron dividirse con criterios nuevos. No sólo en un sector rico y
otro pobre, dividido por una distinción geográfica tradicional (una ruta, una calle o una vía)
sino en multiplicidad de islotes: torres de lujo con rejas perimetrales en zonas medias o
pobres; villas miserias en el entorno de las zonas más ricas de la ciudad. En el conurbano de
la Ciudad de Buenos Aires, junto con la escases más desesperante, se construían countries y
barrios cerrados donde habitaba el 0,1% más rico de la población.
La fragmentación psicológica se instaló también a través del reality show, el videoclip
y modos novedosos de presentar las noticias. Se introducía una estética de lo inmediato,
lejana de la riqueza del argumento y lo nutritivo de la ficción. El video clip nos confrontaba
a imágenes que se suceden vertiginosamente, impidiéndose construir algún tipo de sentido.
Los noticieros mostraban una noticia atrás de otra de modo que una situación de emocionante
ternura como el trato amigable entre un abuelo y su nieto, era seguida, sin solución de
continuidad, por otra de tipo trágica o macabra, como puede ser, por ejemplo, el brutal
asesinato de personas inocentes. De modo obsceno, se creaba la pulverización de la noticia,
al decir de Paulo Freire (1995), se buscaba no dar lugar a la reflexión y el esclarecimiento,
mantener al espectador atrapado en lo inmediato de la información, construyendo así una
subjetividad apegada al consumo, que pocos años después ya no implicaría ni siquiera el
consumo sino la mera acción de quedar atrapado por la información-ruido-impacto
televisivo.
En los noventa se creó una presión sobre-adaptativa a través de la instalación de un
modelo de trabajador flexible, versátil y polifuncional, involucrado masivamente en la
empresa y resignado a un destino determinado por las cambiantes exigencias de los mercados
y corporaciones multinacionales.
La fragmentación subjetiva era legitimada por el pensamiento posmoderno que
cuestionaba con indisimulable soberbia, lo que consideraba monolitismos ilusorios del Siglo
XX, rechazando toda filosofía que planteara algún tipo de humanismo y criterios de
integración subjetiva o social, por más situacional y complejos que fueran las referencias
desde las que eran planteadas.
La afirmación de estar viviendo un tiempo absolutamente nuevo, tal como lo
consideraron muchos autores, se correspondió con la rápida descalificación de miles de años
de la historia humana. Se habló de la “muerte del sujeto” y la disolución de los valores de
identidad personal, entre otras novedades. La disolución no resultaba trágica ya que se vivía
como un vacío sin tragedia ni Apocalipsis. (Lyotard, 1979). Se estaba comenzando a
disfrutar, según se decía, de una sociedad tolerante, flexible y no normativa.
Pero no era la primera vez que la fragmentación social irrumpía en la historia. Se
había dicho a mediados del siglo XIX:

“La gran industria […] fragmenta aún más los trabajos, y en función de la
continua revolución de la base técnica […] arroja incesantemente masas de capital y
obreros de un ramo a otro de la producción […]. La gran industria instituye: el cambio
de trabajo, la fluidez de la función, la movilidad global del obrero, la disponibilidad
total y la permanente amenaza de exclusión del obrero de su inserción laboral...”, decía
Marx en 1864.

Y en los años sesenta del siglo XX se dijo:

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“En nuestra cultura el hombre sufre la fragmentación y dispersión del objeto de


su tarea, creándosele entonces una situación de privación y anomia que le hace
imposible mantener un vínculo con dicho objeto con el que guarda una relación
fragmentada, transitoria y alienada.” (Pichon-Rivière, 1967).

¿Qué es la fragmentación?
La fragmentación subjetiva es un tipo de subjetividad que emerge ante situaciones
fuertemente adversas. Ante angustias extremas la subjetividad tiende a dividírsenos en
pedacitos, como ocurre en las patologías más graves, según sostuvo la psicoanalista Melanie
Klein. Es un efecto de las condiciones sociales a la vez que un mecanismo de defensa.
Esa forma de dividir la subjetividad, emergió como un recurso desesperado de
supervivencia. Muchos argentinos sufrían trastornos de alimentación (anorexia, bulimia) o
estallidos de pánico y otras formas de padecimiento. La fragilidad y el sufrimiento no
lograban ponerse en palabras. Proliferaban depresiones (de atípica duración y características
no tradicionales) y enfermedades psicosomáticas, habiendo también quienes se
sobreadaptaban, sin lograr mitigar el sufrimiento.
Sin que se lo percibiera, la fragmentación subjetiva se iba instalando en la sociedad.
Más allá de las negaciones y el exitismo (“está todo bien”, “hay que ser positivo”) cada
ciudadano padecía, sin necesariamente estar enterado, algún tipo de vulnerabilidad. El drama
consistía en no poder saber quiénes éramos y si eso que éramos tenía algún valor. Se trataba
de una situación de amenaza de colapso subjetivo, transitado en un contexto social
extremadamente hostil.
Había quienes sacaron provecho de esta situación ya que actuaron como ejecutores de
la política neoliberal, aunque pagarían el precio, tiempo después, de haber aumentado lo
patológico de sus subjetividades: su falso self, sus psicopatías y otras formas de perversidad
narcisista (manipulación desaprensiva del otro, tomado como objeto) que son, no a corto pero
si a mediano plazo, destructivas de la propia subjetividad.
La fragmentación subjetiva fue el rasgo dominante de la subjetividad colectiva. Se trató
tanto de un efecto de las condiciones sociales imperantes como un recurso simbólico
desesperado para preservar, no sólo las condiciones materiales de vida, sino también las
condiciones psicológicas de supervivencia. La fragmentación fue también un recurso de
sobrevivencia de núcleos de identidad vinculados a la experiencia de autenticidad personal,
la sensación de coincidir consigo mismo. Ante la exigencia de sobreadaptarse a roles sociales,
el fragmentarse y conformar una identidad “como si”, se constituyó como una defensa y en
cierta medida en una técnica instrumental (operativa). Si situacionalmente un individuo se
niega en su condición de sujeto, obtiene el beneficio de no sufrir conscientemente la ansiedad
de aniquilación, porque aniquila cierta autonomía del yo que pueda registrar esa ansiedad. El
precio, si este proceso se prolonga, es la vivencia del vacío, de pulverización del yo, de
despersonalización y también de pérdida de realidad.
La destrucción súbita de las condiciones de vida, sobre todo referidas al trabajo como
organizador económico, pero también psíquico de la vida de cada persona, creó un “terror de
inexistencia” (Quiroga, 1998) que facilitó el sometimiento a las condiciones impuestas.
Diversos autores aludieron con distintos términos a la problemática de la fragmentación
subjetiva y vincular: “multifrenia”, “yo saturado”, “sujetos estallados”, entre otros. Esta
fragmentación subjetiva puede representarse del siguiente modo. Supongamos que un círculo

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delimita la estructuración subjetiva. Los pequeños círculos que se hallan en el interior de la


circunferencia representan núcleos psíquicos (conglomerados de vínculos) que en la
fragmentación aparecen aislados unos de otros, sin vías de realimentación recíproca
(comunicación y aprendizaje). En esta ecología subjetiva fragmentada el self (núcleo del yo
y estratega) puede ser didácticamente ubicado en algún borde, a merced de fragmentarias y
caóticas identificaciones que dan lugar a estrategias subjetivas que aparecen casi
ineludiblemente como mecanismos de urgencia (ver figura 1).

Fragmentación

Figura 1

La disociación (operativa o meramente defensiva) es otro tipo de organización


psicológica. Fue el modo predominante de las estructuraciones subjetivas en las décadas
anteriores a la de los noventa. Presupone un “yo oficial” y un “yo no oficial”, como términos
contrapuestos que logran ser complementarios y operativos (en la salud) y antagónicos (en
la estereotipia y la patología).

Disociación

Figura 2

En la integración tiende imponerse un movimiento con zigzag y avances y retrocesos,


en la dirección del establecimiento de crecientes relaciones internas y con el mundo externo.
No es un estado sino un proceso que, visto de conjunto, sigue aproximadamente la dirección
de una espiral dialéctica.

Integración

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La ambigüedad puede presentarse como transición hacia la integración, cuando lo


fragmentario se va conectando, generando momentos de simbiosis transitoria. Pero se puede
presentar también, como indefinición crónica (sostenida) que puede ser placentera, en
algunos casos, pero también extrañamente espantosa (véase la ambigüedad manipulada y las
vivencias de pérdida de la identidad).

La ambigüedad

Las nuevas patologías


La fragmentación subjetiva y el vacío, constituidos con relación a la fragmentación
material y simbólica instaurada por el orden neoliberal, fue la base sobre la que se
constituyeron las “nuevas patologías” y rasgos novedosos que adquirían las patologías ya
conocidas. Como ya se dijo, los noventa nos confrontaron a los ataques de pánico, el
incremento de la depresión, de los trastornos de la alimentación, el vacío y las actuaciones,
el falso self y el sobre-stress, la sobre-adaptación, el aumento de la violencia familiar, las
implosiones psicosomáticas y las adicciones a cosas, sustancias y personas. Las clásicas
depresiones asumían sus formatos tradicionales aunque podían – a diferencia de lo clásico-
durar entre dos y tres años. Y adquiría nuevas formas cuyo signo central consistía en una
desvitalización general y persistente, que daba lugar a las llamadas depresiones “blancas”.
Algunas de estas patologías suponían o se acompañaban con serias dificultades en los
procesos de simbolización, lo que se correlaciona al predominio de signos en el cuerpo o la
acción, como es el caso de las patologías del acto, hacia afuera o hacia adentro; es decir como
formas de violencia implosiva (hacia el cuerpo) o violencias explosivas (hacia el mundo
externo).
Junto con la patología y más allá de ella, se fortalecía el encierro en sí mismo (autístico
o psicopático) y la significación del otro como rival a excluir. El daño psicológico se extendió
y profundizó, aquí y allá. Los vínculos se hicieron lábiles y frágiles, las proyecciones masivas
de esa fragilidad se hicieron más o menos sistemáticas y la banalización de los vínculos se
correspondió con la desestima de la realidad y el encierro. La sexualidad sufrió procesos de
inhibición (escasas relaciones sexuales), tanto como una hipersexualización a través de la
cual la acción se desvinculaba de la capacidad de prestarse y prestar atención, lo que
bloqueaba la posibilidad de la vivencia placentera (Berardi Bifo).
La fragmentación de la subjetividad se manifestaba como una fuerte angustia
relacionada a la vivencia de “naufragio” entre fragmentos, lo que se corresponde con la
difusión de la identidad que fue descripta por Kernberg, para los trastornos bordelines.
El trastorno del narcisismo, que incluye el rasgo de difusión de la identidad, fue
conceptualizado (Héctor Fiorini, 1988) a partir de los siguientes rasgos:

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FABRIS, Fernando A. (2019) – Psicología social. Una lectura de la subjetividad…..

 problemáticas centradas en el sí mismo, en las imágenes de sí, en la no estabilidad ni


coherencia de esas imágenes,
 trastorno de la autoestima en forma de una oscilación entre la impotencia y una
omnipotencia muy severa,
 fallas en la estructuración del psiquismo que se expresan en la fragilidad,
inestabilidad, difusión,
 vivencias de riesgo permanente por lo que un acontecer cualquiera modifica la
imagen de sí en forma súbita,
 cuestionamiento constante, vivencia de vulnerabilidad muy intensa en la interacción,
 ansiedades hipocondríacas y distintos trastornos en la configuración del esquema
corporal y ansiedades muy intensas,
 existencia de un factor disposicional temprano vinculado a un déficit en la
estructuración de la personalidad a causa de detenciones de aprendizajes en etapas
arcaicas o regresiones a esas etapas en las cuales predominan vínculos simbióticos,
en los que el otro aparece poco diferenciado de sí,
 a veces pensamiento confusional y en todos los casos fondo depresivo.

Cabe aclarar que la fragmentación es una de las caras del trastorno narcisista y que la
otra cara es su presentación seudo-cohesiva. En la perversión narcisística (Marie-France
Hirigoyen, El Acoso moral en el trabajo) la psicopatía, el falso self y otras estructuraciones
patológicas, lo que aparece manifiesto es la defensa caracterológica ante la fragmentación
subyacente: un exceso de “coherencia” –y cohesión- que encubre una intensa fragmentación
y una identidad constituida como producto de la evitación de la contradicción inherente a
toda subjetividad más o menos sana y la capacidad básica de autenticidad y ternura.
Por último, cabe considerar que la fragmentación subjetiva (se manifieste en la
subjetividad colectiva relativamente sana o manifiestamente patológica), puede ser
relacionada con un tipo de objeto que J. McDougall (1994) denominó “objeto transitorio”.
Se trata de un tipo de objeto que por no poderse constituir como objeto interno lleva al sujeto
a buscar satisfacción en el “afuera”, configurándose una modalidad adictiva de relación con
sustancias tóxicas, alimentos o personas.
Fueron descriptas, en primer lugar, las condiciones sociales que se fueron configurando
a lo largo de la década del noventa y las características de los procesos subjetivos. Cabría
aclarar que no necesariamente todas y cada una de las personas sufrieron con la misma
intensidad esa fragmentación y que, obviamente, no todas tuvieron trastornos narcisistas.
Pero puede considerarse que la mayoría de la población sufrió la fragmentación subjetiva en
alguna de sus formas, en alguna medida. Es bastante evidente que las condiciones objetivas
no son iguales para todas las personas y que, además, las personas son no sólo lo que el
mundo hace con ellas sino también lo que logran hacer con lo que el mundo les hace.
Si nos detuvimos en las circunstancias de la década del noventa es porque se manifestó
allí un modo de subjetividad en cierto sentido desconocida, la cual constituye el punto de
partida de nuestra historia. Se relatará ahora el proceso de salida de la fragmentación. Pero
antes cabe recordar que la base económico-política de estos cambios se comenzó a imponer
a nivel mundial en los años setenta. De hecho, el geógrafo David Harvey (Breve historia del
neoliberalismo) señala el golpe militar de Chile (1973) y de Argentina (1976) como fechas
fundacionales que se articulan con los gobiernos de Thatcher en Inglaterra (1979), y de

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Reagan en Estados Unidos (1981), sin dejar de incluir a China, con los cambios que ocurren
luego de la muerte de Mao.
Con estos fenómenos se cerró la llamado Época de Oro del siglo XX, entre 1945 y
1973, tiempos del estado de Bienestar y de desarrollo económico, cultural y social sin
precedentes en la historia de la humanidad. La derrota de las experiencias socialistas y de los
procesos de liberación nacional y social, permitieron una contraofensiva apoyada en ideas
llamadas neoliberales que habían sido propuesta a mediados del Siglo XX por un pequeño
grupo de economistas considerados, por los propios economistas procapitalistas, como poco
menos que disparatadas. Se abre un período político-cultural que a pesar de acompañarse por
un gran desarrollo tecnológico, se corresponde con un tiempo que puede ser calificado, desde
el punto de vista humanista, como decadente.

La integración súbita como nueva conciencia y desafío


subjetivo
Si se puso el eje en la capacidad destructiva del neoliberalismo y la posmodernidad
conservadora, se insistirá ahora, en el proceso de resistencia que surgió como respuesta a las
tendencias hegemónicas. Desde el propio año 1993 cientos de miles de personas que habían
decodificado el carácter destructivo del orden neoliberal y posmoderno, comenzaron a
confrontarlo. Chiapas y Seattle a nivel mundial y Santiago del Estero, Cutral-Co, Mosconi,
Tartagal y Jujuy, en la Argentina, fueron los escenarios de una confrontación que no cesó de
incrementarse. Se dieron en estos y otros lugares luchas que se fueron organizando alrededor
de la idea de la recuperación de la dignidad, planteando también la necesidad de desarrollar
modos distintos de relación representante representado como la aquella que se expresa la idea
de democracia directa o la que expresó el Sub-comandante Marcos en términos de mandar-
obedeciendo y la que fue definida en términos de la constitución de un sujeto grupal de poder
(Quiroga, A. 1998).
Estas luchas crearon las condiciones que dieron lugar a un proceso de reconstitución
subjetiva que hacia el año 2000, mostró los primeros signos de salida de la fragmentación
que había dominado la subjetividad colectiva en la década del noventa. Al calor de prácticas
sociales y políticas, se registraron movimientos de superación de la dispersión y
fragmentación, así como tendencias al agrupamiento que si bien fueron fusionales y efímeras
al comienzo, constituyeron ya en aquel año un rasgo que tendía a incrementarse. Aunque es
cierto que junto a esa tendencia al agrupamiento existía una ambigüedad que podía ser
inferida de dramatizaciones donde, por ejemplo, al representarse una situación de nacimiento
se producía una significación opuesta, de igual intensidad, vinculada a la muerte. Lo
fragmentado se fusionaba dando lugar a nuevos modos de agrupamiento y se daba además,
como recién fue dicho, una ambigüedad que distaba de ser un modo efectivo de integración
subjetiva.
Repudiado el gobierno de Menem, resulta triunfador en las elecciones de octubre de
1999, una Alianza (De la Rúa) que con 48,5% de los votos, seguido de Duhalde, con el 38 %
y una tercera fuerza (Cavallo) que obtuvo un 10 %. El recambio político Menem por De La
Rúa, no solo no modificó la situación previa, sino que la empeoró velozmente. Sobre finales
del 2001 se produjo un movimiento de ruptura y se agudizó la crisis de representación política

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exigió la renuncia del ministro de economía y luego del presidente (Cavallo y De la Rúa,
respectivamente). La movilización popular con la consigna “que se vayan todos, que no
quede uno solo” se anticipó en el marco de un taller creativo en el que se representó la imagen
de un volcán a punto de estallar, cuestión que producía tantos temores como expectativas. En
el entorno de los acontecimientos de diciembre, el rechazo a la política neoliberal, se
extendió a toda la geografía del país, en un marco de las asambleas barriales, el trueque, las
multisectoriales, la ocupación de fábricas, las fábricas recuperadas, los movimientos sociales
y las organizaciones de trabajadores desocupados y piqueteros, que transformaron la escena
cotidiana. Por otro lado, el colapso económico conducía a cientos de miles de ciudadanos a
las bolsas de residuos a buscar comida, creando un fenómeno que no tenía antecedentes que
pudieran ser recordados. Fue a partir de aquella situación límite, que se produjo un proceso
de ruptura, con el neoliberalismo en lo político, con el posmodernismo en lo cultural, y con
la fragmentación subjetiva y el vacío, en lo psicológico.

2002

Ya instalado un nuevo gobierno a partir de consensos superestructurales, el 2002


mostró, desde el punto de vista de la estructuración subjetiva, tendencias contradictorias.
En el campo psicológico se registraron regresiones alarmantes: suicidios, implosiones
psicosomáticas, vivencias de desamparo y catástrofe descriptas en términos de “estar en el
Titanic”. Pero contradictoriamente se desarrolló un “darse cuenta” que, habiéndose iniciado
en los noventa e implicando ahora la asunción de un profundo sufrimiento, daba lugar al
crecimiento de una integración subjetiva que ya no era de tipo fusional y transitoria, como
había sido en los años inmediatamente anteriores, sino una tendencia a la integración
constituida por un efectivo encuentro, lo que se correspondió con una visible recomposición
de la capacidad de simbolizar, expresada entre otros signos, por el humor y la creatividad,
expresiones sociales recuperadas.

En el terreno económico existieron dificultades que se acompañaron por un 87 % de


rechazo de la población a las agrupaciones y líderes políticos (según Gallup).
En el marco de aquel tiempo de colapso social y económico, así como de parcial
reconstitución por parte de un gobierno que se autodefinió como “bombero”, se volvió a
instalar un controvertido modo de subjetividad. Se manifestaba en un discurso prejuicioso
según el cual existían dos tipos de personas: los ciudadanos y los piqueteros, curiosa
delimitación, ya que un año atrás aún se coreaba con entusiasmo en todas las plazas, en la
voz de las clases medias y los sectores populares: “piquete y cacerola, la lucha es una sola”.
El cobarde asesinato de los militantes Kosteki y Santillán, en momentos en el que el rechazo
a los políticos tradicionales era muy intenso, precipitó el llamado a elecciones.

Las idas y vueltas de un proceso integrativo: tensión


y conflicto ante un proceso de cambio
En confrontación con quien había sido el representante del neoliberalismo se impuso
en 2003, un político poco conocido. Néstor Kirchner, presidente cuyas medidas hicieron que
se reestablezca la imagen positiva del poder ejecutivo, que llegó al 70 %. A partir de allí, se
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profundizó un proceso de reconstitución de la subjetividad colectiva que se apoyó en el


movimiento de masas que había fortalecido la sociedad civil, así como en las políticas
gubernamentales. La novela “Resistiré” mostraba como Diego Moreno, uno de los
protagonistas, confrontaba con la realidad perversa en la que estaba metido. “Resistiré”, de
amplia repercusión, significó también la reinstalación de la ficción en el medio televisivo, lo
que puede ser leído como signo de un fortalecimiento de los procesos de subjetivación,
fuertemente afectados por la fragmentación subjetiva de los años anteriores.

En 2004 se produjo un acto multitudinario, en el campo de detención ilegal y


desaparición forzada (ESMA) en el cual se objetivó no sólo el inicio de una nueva fase en la
lucha por los derechos humanos (ahora sostenida desde el Estado) sino también la posibilidad
de revisión de la propia historia y la reconstitución de modos de reconocimiento recíproco
entre los ciudadanos.
Existían hacía varios años, además de los movimientos sociales a los que nos
referimos, infinidad de grupos y movimientos culturales y artísticos de base (Murga, Teatro,
etc.), vinculados a esos mismos movimientos sociales. Se constataba una masiva lectura de
libros de historia y ya no sólo de “actualidad” o “coyuntura” como había sido en los noventa.
Se leían ahora biografías de individuos y grupos, vinculadas a los últimos treinta años de
vida social. Se trataba de revisar lo vivido y no solo de resistir: parecía posible avanzar.
Como contracara, en un marco de falta de proyecto para un gran porcentaje de
población empobrecida, aumentaba lo que era llamado como “juventud del paco” junto con
un aumento de la delincuencia, vinculada a la enorme pobreza existente. Sobre fin de aquel
año 2004, la muerte de casi 200 jóvenes en el incendio de Cromañón, simbolizó la
desprotección de este sector de la población, que constituye uno de los sectores
tradicionalmente maltratados en la sociedad argentina.
Desde el punto de vista psicológico se desarrollaron procesos de elaboración con
fases de avance, momentos caóticos y disociaciones, como signos variados de un conjunto
inestable, lo que generaba también tensión, nerviosismo y una alteración y sufrimiento
cotidiano importante.
En 2005 se realizó en la Ciudad de Mar del Plata la Cumbre del Área de Libre
Comercio de las Américas (ALCA) con la presencia de todos los presidentes
latinoamericanos y de George Bush, la que fue repudiada por la movilización popular. De
modo simultáneo una contracumbre organizada por las Madres de Plaza de Mayo y
protagonizada por Hugo Chávez, presidente de Venezuela, y otros dirigentes
latinoamericanos, denunció este acuerdo de “libre comercio” proponiendo fortalecer la
unidad latinoamericana. En aquel año, luego de mucho tiempo, volvió a adquirir relevancia
el movimiento obrero ocupado, que retomaba el reclamo por mejoras salariales a través de
formas de lucha activa y combativa, que contaban con la simpatía de los sectores medios.
En 2006 se observó la extensión de los movimientos de “afectados directos” por distintos
problemas sociales: grupos de familiares o víctimas de la inseguridad, víctimas de accidentes
de tránsito, el movimiento de familiares de víctimas de Cromañón, etc. El afectado directo
pasaba a ser visto, según se desprendía de los discursos de aquel tiempo, como un sujeto cuya
legitimidad provenía de sufrir de modo directo el tema por el cual se lucha (a diferencia del
político). Se consideraba además que el afectado directo no delega su propio poder y toma
en sus manos la reivindicación social. La necesidad de reconocer y conocer la realidad y el
valor intrínseco de la verdad se instalan, por distintos caminos, como una axiología colectiva
legitimada y legitimante.
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En el marco de una enérgica condena estatal a la Dictadura Militar, la presidenta de


Madres de Plaza de Mayo, Hebe Bonafini, se refirió, en el acto del 24 de marzo de 2006 a
la necesidad de la “protesta con propuesta”. Observaciones realizadas en el campo clínico
permitieron identificar la existencia de significativos procesos elaborativos que daban lugar
a proyectos de cambio, nacimiento de ideas nuevas, procesos personales que logran
resolverse, a diferencia de lo que ocurría cuando predominaba la fragmentación y lo que
sucedía era que quedaba todo siempre abierto o muy precariamente articulado. Se observaba
una intensa creatividad que, a diferencia de los de décadas anteriores, se complementaba con
un notable realismo y menos necesidad de “ilusión”, “idealización” y “certeza”. Rasgos que
los procesos creativos sociales y personales que por entonces se constataban, contradecían lo
afirmado por las teorías clásicas que tienden a contraponer imaginación creativa y mentalidad
realista. Se dieron ese año 2006 también cambios súbitos de referencias políticas que fueron
signos de la reconfiguración de las ideas.
En ese marco sectores vinculados a la última dictadura militar hicieron desaparecer a
Julio López, un ex detenido-desaparecido que declaraba por entonces en una causa contra
represores de la dictadura de 1976.
Los cambios de la subjetividad colectiva parecieron encontrar un límite. La situación
existente, hacia 2007, podía ser descripta a través de la imagen metafórica de un barco que
ya bastante reconstituido, navega sin embargo en un mar de fragmentación, pobreza,
desigualdad. Al mismo tiempo la vivencia de estar a la intemperie, en una vida cotidiana que
como un vampiro absorbe y empuja a los sujetos a un mundo devastado. Pero, entonces,
¿existía todavía el infierno de la pobreza o habíamos ya salido? El gobierno, que con
pertinencia había reconocido aquel infierno, afirmaba que ya no se estaba allí. La Revista
Barcelona tituló: “Se produjo la redistribución, lástima que no alcanzó para los pobres”. El
programa televisivo “Bailando por un sueño” se denominó ahora “Patinando por un sueño”,
aumentando la apuesta de consolidar un mundo de espectadores pasivos de un grupo de
maniáticos que “patinan” (ideal básico de cualquier clase dominante). Se escuchó: “no somos
piqueteros porque nadie nos paga”. Pero también “el día que se terminen los piqueteros nos
hacen cagar de hambre”. Sobre el fin de este año se constató una disminución de la imagen
positiva de Kirchner.

Las elecciones nacionales mostraron un resultado a favor de Cristina Fernández de


Kirchner, quien sacó un 45% de los votos, y más de 20 puntos de diferencia con la segunda
candidata, Elisa Carrió. La resistencia a la candidatura de Cristina Fernández, por parte de
establishment, fue intensa, lo que se recuerda a través de la frase de Néstor Kirchner, cuando
dijo ¡Estás nervioso Clarín! El interés de la ciudadanía por la participación social no estaba
tan claro como lo había estado en años previos.

(Fin de la primera parte)

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