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Las Rabonas Heroinas Anonimas Del Peru

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Las Rabonas: Heroínas anónimas del Perú

Autor: coronel EP Julio Cassaretto Bardales.

Óleo El Repase del artista Ramón Muñiz (1888), muestra a una rabona evitando que el soldado chileno
“repase” a su soldado herido. Obra expuesta en el Museo del Ejército de la fortaleza del Real Felipe.

La dislocación del vasto virreinato peruano colonial y la construcción, sobre sus ruinas, de la
moderna República del Perú constituye uno de los grandes nudos de la historia sudamericana. Este
nudo está compuesto por varios hilos: los cambios profundos en la economía global, la influencia
de las revoluciones atlánticas, el impacto local de la ruptura del Imperio español, las mutaciones
políticas que hicieron surgir una república de ciudadanos y tantos otros. Hay un hilo, sin embargo,
que nos parece fundamental, y que gracias a una creciente bibliografía académica hoy puede ser
tratado sistemáticamente y presentado al público: el hilo de la guerra, de la violencia política y de
lo militar como factor determinante en el tortuoso proceso de (re)construcción estatal en el Perú
(Mc Evoy y Rabinovich, 2019)

El largo periodo de tiempo desde la guerra de la Independencia, las guerras de la consolidación


de la República y la guerra del Guano y el Salitre, entre finales del siglo XVIII y todo el siglo XIX,
tienen en común entre otras cosas, la presencia permanente de las «rabonas» en el Ejército,
tanto en la vida de guarnición (en los cortos periodos de paz) como en la guerra.

Pero, ¿Quiénes eran las rabonas ?, la definición del término en el Diccionario de la lengua
española (2019) menciona: “Mujer que solía acompañar a los soldados en las marchas y en
campaña”, El Diccionario de Peruanismos de Pedro Paz Soldán1 (1884) dice de ellas con una
connotación abiertamente discriminatoria y racista, lo siguiente:

1
Cuyo seudónimo era Juan de Arona.
…La rabona es una india de raza pura, pequeña, maciza y cuadrangular, hideuse 2, que va siguiendo
abnegadamente al soldado peruano por los desfiladeros de la sierra, por los arenales de la costa,
por entre los fuegos de la batalla, y llevando a cuestas a sus espaldas, en un enorme rebozo de
bayeta, anudado sobre el pecho, los útiles de cocina, el fruto de sus entrañas, la fajina para
prender el fuego, ¡un hogar entero!

… Las razas de la costa o litoral no han producido nunca este tipo, que sería sublime y digno de
idealización, si su fealdad y asquerosidad esquimales, no la pusieran enteramente fuera de toda
especulación estética…

mientras que Alberto Tauro del Pino en su Diccionario enciclopédico ilustrado del Perú (2001)
refiere:
Mujer que acompañaba y atendía al soldado peruano durante las campañas militares de la guerra
emancipadora, tanto en el bando realista como en el patriota, la necesidad de emprender largos
recorrido dependiendo de la resistencia del hombre andino reclutado como soldado, creó la
necesidad de concederle el derecho a una rabona o mujer de compañía, capaz de atender sus
necesidades. De este modo los servicios auxiliares eran menos costosos y solo se destinaba a los
oficiales. La tropa de rabonas solía marchar a la retaguardia...

El grueso del personal de tropa del Ejército durante el siglo XIX, estaba constituido por
indígenas que provenía de las alturas de los Andes, consecuente con esto, la rabona era una
mujer indígena, pobre, quechua hablante: esposa, pareja sentimental, hermana o madre del
soldado, que lo acompañaba desde su reclutamiento forzoso (leva) en su terruño hasta los
cuarteles en las ciudades, ellas se instalaban en canchones a inmediaciones a este, en una
suerte de covachas construidas con medios de fortuna (ramas, telas, maderas, hojas) (Parra,
1979) y eran las encargadas de adquirir los ingredientes necesarios para confeccionar el
rancho3 diario de la tropa, empleando el “prest4” asignado a cada hombre de la unidad de
tropa. A una determinada hora se le permitía a los clases y soldados salir del cuartel para
dirigirse donde las rabonas para pasar sus alimentos, tiempo que era empleado además para
afianzar los vínculos afectivos existentes entre ellos y su rabona. Existían algunas excepciones,
como el caso de guarniciones alejadas de las ciudades, por ejemplo el fuerte San Ramón en
Chanchamayo, donde las rabonas vivían dentro de la instalación militar, como lo describe el
entonces capitán de artillería Emilio Castañón en sus memorias inéditas (IRA):
… con un intervalo de cuatro metros, estaban los departamentos de la comandancia, mayoría,
cuartos de oficiales, cuadra de tropa, cuadra de las mujeres de esta, la cantina y el almacén.

Delante del fuerte había una plazoleta, bien despejada, en cuyo costado fronterizo aquel, estaba la
ranchería de las “amorosas”5, donde permanecían durante el día hasta el toque de retreta, que se
recogían…

Cuando se iniciaban operaciones militares y había que trasladar a las unidades a lugares
lejanos, las rabonas se desplazaban ya sea por vía marítima como quedó registrado en los
libros de bitácora de los diferentes buques de nuestra armada (Carvajal, 2002) o vía terrestre,
encuadrándose ellas en la «cola” del destacamento de marcha al empezar el desplazamiento.

2
Palabra del idioma francés que significa horrible, fea, espantosa…
3
Alimentación diaria del personal de tropa en los cuarteles.
4
Termino de origen francés empleado en el Ejército del Perú del siglo XIX que significa: «Parte del haber
del soldado que se le entregaba en mano semanal o diariamente” (Diccionario de la lengua española,
2019)
5
Este era otro término como se les conocía a las rabonas en el Ejército del Perú.
Esto se debe a que eran ellas las que levantaban los campamentos o vivac 6 recogiendo las
ollas, esteras, utensilios y cuanto llevaban para el servicio de los soldados, pero faltando
algunas horas para la llegada al punto final de la jornada diaria, el proceso se invertía y ellas
solas sin la dirección de algún oficial o clase se adelantaban a las tropas en marcha para
montar el vivac, recoger combustible para la cocción de alimentos 7, recolectar agua, atender a
sus hijos menores de edad y conseguir alimentos en el campo o poblaciones aledañas, lo que
implicó un alto nivel de organización y liderazgo. Cuando la tropa llegaba a su destino diario, el
campamento improvisado se encontraba montado, la comida en preparación y las rabonas
esperando a sus soldados (von Tschudi, 2003). Se encargaban adicionalmente del aseo y
arreglo de sus uniformes y eran las enfermeras de la tropa cuando se enfermaban o caían
heridos en combate. Sin embargo, también cumplían un papel muy importante al compartir
con el soldado el afecto y cariño, evitando con ello la deserción del personal de tropa producto
del desarraigo de su tierra y familia.

El origen del término rabona es bastante controversial, una de las explicaciones más aceptada
es que ellas “marchaban ocupando el último lugar de la caravana militar” (Villavicencio, 1997),
dicho de otra manera, en la “cola”8 del destacamento o “rabo” del mismo. Muchas respetables
opiniones de investigadoras contemporáneas de organizaciones feministas consideran por este

Acuarela de Francisco “Pancho” Fierro, muestra a un soldado de infantería con rifle al hombro y guitarra en otra
mano, seguido por su rabona que lleva una esterilla y sus utensilios de cocina a la espalda. Imagen tomada de la
página web www.lostiempos.com.

6
En el Ejército se conoce con el término “vivac” al campamento improvisado donde las tropas
pernoctan.
7
…y si no conseguían leña propiamente dicha, entonces recolectaban chamiza, que es una leña menuda
y también champas o paste seco duro, y taquia o estiércol de camélidos. (Denegri, 2015).
8
El término “cola” aún es parte del lenguaje coloquial del personal militar en el Perú.
Fotografía del archivo Courrent en donde se aprecia a soldado peruano y su rabona durante la guerra del Guano y el
Salitre. Archivo Courrent de la Biblioteca Nacional del Perú.

hecho, que el término rabona es despectivo (Barrig, 2019). Sin embargo, luego de haber
explicado el motivo lógico por el cual ellas ocupaban el último lugar entre los destacamentos
de marcha, es entendible que el término sea coloquial y no despectivo. Otra de las
explicaciones es que “durante la guerra de la Independencia para ingresar al servicio era
obligatorio cortarse el pelo, al igual que a las mulas se les cortaba el rabo por el miedo a las
alimañas” (Villalobos, 2019), esto se basa en el hecho que el término rabón significa “que tiene
el rabo más corto de lo normal o carece de él” (DLE, 2019). Nanda Leonardini en su artículo
Presencia femenina durante la guerra del Pacífico. El caso de las Rabonas (2014) menciona: “…
Mal vista por la sociedad conservadora de su época por romper con esquemas prestablecidos,
así como por las autoridades castrenses no solo por su sexo, sino por su miserable aspecto,
para “disuadirla” en su empeño era humillada cortando de raíz el único atributo de hermosura
y feminidad que la pobre poseía: sus largas y negras trenzas”. En la cita, la autora afirma sin
fundamento que existía una intensión de disuadir a las rabonas en su empeño de seguir a su
soldado durante su servicio militar, cuando más bien, las rabonas era fundamentales para
asegurar el servicio de alimentación, campamento, atención de enfermos y heridos, etc.
Siendo aceptadas por la oficialidad como una necesidad vital ante las inmensas carencias de
organización y logística de nuestro Ejército en el siglo XIX. En cuanto al corte del cabello, no se
realizaba con la intención de “humillarlas”, esto era un requerimiento mínimo de salud e
higiene tanto en hombres como mujeres en una época en la que era muy difícil implementar
medidas sanitarias de control de parásitos en la tropa.
En America latina, durante el siglo XIX e inicios del siglo XX se registró la participación de las
mujeres en los ejércitos, con diferentes nombres como: “soldaderas” o “adelitas” en México,
“cantineras” en Chile, “juanas” en Colombia, “troperas” en Ecuador, etc. Sin embargo, las
características del servicio de las rabonas peruanas eran únicos y particulares, siendo muy
similar al de las rabonas bolivianas, con quienes compartían un cultura muy cercana. Como
ejemplo de estas diferencias, las cantineras chilenas vestían uniforme, percibían una
remuneración similar a la del soldado y eran reconocidas formalmente por el Ejército de su
país como un elemento auxiliar en campaña, teniendo un efectivo mucho menor que en el
Perú y Bolivia (Villacaqui, 2019).

En el Perú, el Ejército no reconocía oficialmente la existencia de las rabonas, a pesar que eran
parte vital de la vida cotidiana del cuartel o campaña. Sin embargo, se llevaba muchas veces un
registro interno de las rabonas de las unidades de tropa con la indicación del soldado al que
pertenecían (ACEHMP, 1879), tampoco se les asignaban la ración de comida ni dinero. Estas
valientes mujeres se alimentaban de la ración del soldado y lo que conseguían en campaña.
Ellas no tenían ningún tipo de derecho dentro de la institución armada.

La existencia de las rabonas no pasó desapercibida para algunos extranjeros en nuestro país,
quedando registrado varias narraciones. Al respecto se reproduce algunas citas de dos de los
principales observadores extranjeros. La escritora y feminista francesa de ascendencia peruana
Flora Tristán, quien fue espectadora de la guerra civil de 1834 y los aprestos bélicos de
Arequipa en aquella revolución, escribió en su libro Memorias de una paria (2003) lo siguiente:
…Cargan sobre sus mulas, las marmitas, las tiendas y, en fin, todo el bagaje. Arrastran en su séquito
a una multitud de niños de toda edad. Hacen partir sus mulas al trote, las siguen corriendo, trepan
así las altas montañas cubiertas de nieve y atraviesan los ríos a nado llevando uno o a veces dos
hijos sobre sus espaldas. Cuando llegan al lugar que se les ha asignado se ocupan primero de
escoger el mejor sitio para acampar. Enseguida descargan las mulas, arman las tiendas,
amamantan y acuestan a los niños, encienden los fuegos y cocinan. Si no están alejadas de un sitio
habitado van en destacamento en busca de provisiones. Se arrojan sobre el pueblo como bestias
hambrientas y piden a los habitantes víveres para el Ejército. Cuando los dan con buena voluntad
no hacen daño alguno; pero si se les resiste se baten como leonas y con valor salvaje triunfan
siempre de la resistencia…

Unos años después, Johann von Tschudi, viajero, naturalista y lingüista suizo, en su obra El
Perú esbozos de viajes realizados entre 1838 y 1842. Escribió de ellas:
…En los Ejércitos hay casi siempre tantas mujeres como hombres. Cuando Santa Cruz entró en
Lima, su Ejército consistió de 7000 hombres seguidos por 6000 mujeres…

…Llegan mucho antes al previsto lugar de descanso. Al llegar buscan leña para el combustible,
cocinan la merienda que llevan consigo y esperan a sus esposos, hermanos o hijos con la comida
preparada. En las inhóspitas y solitarias regiones montañosas, esta preocupación tiene un valor
incalculable ya que sin ellas la tropa moriría de hambre. Estas mujeres no causan molestia alguna al
avance rápido de las columnas, al contrario lo facilitan al aliviar a los soldados de parte de sus
trabajos y les proveen descanso y alimentación adecuada. También se proveen de sus propias
necesidades y ni el Estado ni los comandantes de las tropas se preocupan de ellas.

Existieron otros relatos de extranjeros sobre las rabonas, como el del general español Andrés
García Camba actor y testigo de la guerra de la Independencia del Perú, quien describió el
intento del virrey Pezuela de desterrar la “perniciosa costumbre de que un ejército de mujeres
siguiera a las tropas en sus expediciones” , así como la participación activa de ella en el
combate de Umachiri (Villacaqui, 2019), otro eminente extranjero en nuestro país, Sir
Clements Markham, en su libro La guerra entre el Perú y Chile (1883) describió sorprendido los
valiosos servicios que prestaron la rabonas al Ejército del Perú en esta guerra (Villacaqui,
2019). Por otra parte, en el arte destaca la controversial imagen sobre la rabona de Paul
Marcoy9 (Miseres, 2014) en su obra Voyage de l’Océan Pacifique a l’Océan Atlantique, a
travérs l’ Amerique du Sud. (1864), en este grabado se representa a la rabona como una mujer
con todo el menaje a cuestas, vestida con harapos, con una severa mirada adusta e incluso
cargando el fusil del soldado que le da la espalda en el grabado.

En nuestro país, Manuel Atanacio Fuentes en su obra Apuntes históricos, descriptivos,


estadísticos y de costumbres (1985), incluye cinco imágenes sobre las rabonas del archivo del
fotógrafo Eugene Courrent y de acuarelas de Pancho Fierro que nos permite apreciar a través
de las imágenes, los diversos trabajos que realizaban estas denodadas mujeres y su relación
con el soldado (Miseres, 2014). Sin embargo, el cuadro que identifica a la rabona
definitivamente es la obra del pintor español radicado en Lima, Ramón Muñiz en su óleo
llamado El repase (1888). El cuadro está ambientado en la toma del pueblo de Chorrillos el 13
de enero de 1881, donde se puede apreciar a un soldado peruano caído, siendo defendido por
una rabona quien intenta detener al soldado chileno que está a punto de “repasar” 10 al
soldado, en el suelo se puede ver a una criatura hijo de la rabona y el soldado peruano
(Leonardini, 2014). En la poesía también están presentes las rabonas, como es el caso de la
Epopeya del Morro de José Santos Chocano o del poema La Rabona del autor Elías Alzamora
publicado en el libro Mariacha (1888) y transcrito en el artículo Presencia Femenina durante la
guerra del Pacífico (2014) de Nanda Leonardini:
Ya tras la larga travesía, inmensa,
Tras los duros tormentos y fatigas,
Se preparan las fuerzas enemigas
A hacer de sus pendones la defensa,
Ya el ronco ruido del cañón se escucha!
Ya comenzó la lucha!

En el fulgor horrible del combate,


En su atroz y confusa algarabía,
La amorosa María
Tiembla asustada pero no se abate.

Y llega con esfuerzo denodado, allí donde el combate es más cruento,


Y es ella quien da aliento
A la heroica pujanza del soldado.

De pronto amenazada
Por mortal proyectil, que al fin la hiere,
Detiene el paso y cae derribada,
Lanza un suspiro, se estremece, y muere!

Las rabonas estuvieron presentes en todas las campañas militares desde la guerra de la
Independencia, integrando los Ejércitos de ambos bandos, a lo largo de los conflictos

9
Paul Marcoy era el seudónimo del francés Laurent Saint-Cricq, integrante de una expedición científica
del gobierno francés a la Amazonia entre 1843 y 1847.
10
Los soldados chilenos “repasaban” a los soldados caídos en el combate, incluso si se encontraban
gravemente heridos e incapaces de continuar el combate, en flagrante crimen de lesa humanidad,
hechos descritos con la mayor naturalidad por varios autores chilenos de dicha época.
internacionales y revoluciones del país y muy particularmente durante la guerra del Guano y
del Salitre en donde acompañaron al soldado en todo momento, como fue registrado en los
desplazamientos del Regimiento de artillería 2 de Mayo desde Ayacucho a Pisco a pie y de ahí
a Iquique en barco o el batallón Zepita que con el entonces coronel Andrés A. Cáceres, se
trasladó desde el Cusco a Arequipa a pie, de esta ciudad a Mollendo en ferrocarril y de ahí a
Iquique en barco, en todo momento con sus fieles rabonas. Existen algunos relatos sobre su
participación en combate que quisiéramos destacar, como el del señor Francisco Mostajo en
su artículo La rabona, heroína nacional publicado en el diario La Crónica en el año 1952 y
reproducido por Freddy Bruno y Maribel Pacheco en su tesis La participación de la mujer
durante la guerra con Chile, el caso de las rabonas (2014), se trata de la narración de la muerte
de un joven sargento que cae luchando en la cuesta del cerro San Francisco en el intento de
tomar los cañones chilenos y la reacción de su rabona quien: “…como loca, furiosa y los ojos
llenos de lágrimas, se arroja sobre él, luego de abrazarlo y besarlo desesperadamente, le
arranca el rifle que aún lo sostiene con fuerza, para ocupar su puesto al frente de la compañía;
y clamando venganza toma cartuchos de las mantas de los soldados, para seguir avanzando
sobre el enemigo, disparando…” lastimosamente, ella tiene que replegarse con los soldados al
no recibir refuerzos e iniciarse la deserción de nuestro aliado e inician el penoso
desplazamiento a Tarapacá por el desierto del Tamarugal. Participa en la gloriosa jornada del
27 de noviembre, venciendo al enemigo pero sale herida en un brazo por su temeridad, las
gigantescas penalidades y carencias en la retirada hacia Arica por los contrafuertes andinos y
desiertos, ocasionará que muera esta anónima heroína peruana.

Existe un caso emblemático, que permite graficar la presencia de las rabonas en las acciones
de armas, y el silencio absoluto del país frente a su valiosa participación en las operaciones. En
el diario limeño La Patria se informaba desde Arica, que gracias a las gestiones del cuerpo
consular de dicho puerto, se logró el embarque el 30 de junio de 1880 en el transporte Limeña
de soldados peruanos heridos graves, trescientas ochenta y cinco mujeres y ciento cincuenta
niños, sobrevivientes de la batalla de Arica y su llegada al Callao, hecho que pasó
absolutamente desapercibido por el gobierno y la sociedad de la capital peruana (salvo la
atención de los soldados heridos). Las rabonas luego de haber acompañado a sus soldados en
las campañas del sur desembarcaron y cada una tomó su rumbo, retornando a los Andes por
sus propios medios sin apoyo alguno del gobierno, con sus hijos y sus pocas pertenecías a
cuestas.

La figura de la rabona fue mal vista por la sociedad conservadora peruana del siglo XIX, que no
llegó a entender su papel importantísimo dentro del Ejército, fueron segregadas y
discriminadas por su idioma, pobreza, origen y etnia, sufriendo en muchas ocasiones del
maltrato físico y psicológico del soldado, quien se había formado en una sociedad patriarcal y
machista en donde la mujer no tenía derechos y “pertenecía” a su pareja sentimental. Jorge
Basadre en su obra La historia de la República del Perú, 1822-1933, (2015) describe en forma
comparativa dos figuras antagónicas de la mujer peruana del siglo XIX, la rabona y la tapada:
Así como del coloniaje nos acordamos demasiado de las calesas y nos olvidamos de los obrajes, así
también en la República el recuerdo para las tapadas con olvido de las rabonas. La tapada anda por
los portales ruidosos de corrillos y pregones, por las iglesias por el puente, por la alameda con el
encanto del misterio. La rabona también es andariega; pero son leguas y leguas las que recorre por
cerros, arenales y quebradas. La tapada se adorna con la elegancia del perfume caro, con la
elegancia del vestido hermoso, con la elegancia de la languidez acariciante del diminutivo o del
arrullo que conviértese en donosura traviesa para el piropo o la impertinencia. La rabona es
desgreñada y sucia, lleva al equipaje y al hijo, soporta las penalidades y los golpes del soldado, a
veces da a luz durante la marcha forzada del ejército e, impertérrita, sigue caminando. La tapada es
una flor; la rabona es un animal mezcla de cabra y de puma, de perro y de llama por lo útil, tigre
por el valor salvaje y fea por lo dolorosa.

En 1898 llegó a nuestro país la misión militar francesa, encargada de reformar a nuestro
ejército e institucionalizarlo, tomado una serie de medidas con miras a la profesionalización de
la fuerza, una de sus primeras medidas fue desterrar la figura de la rabona, organizándose a
partir de entonces las juntas económicas de rancho de tropa que administraban los víveres y
medios económicos requeridos para la confección del rancho de tropa, de acuerdo a normas
estrictas de salubridad y nutrición, con raciones reglamentarias, a horarios establecidos y en
comedores centralizados en donde el personal de tropa empezó a pasar sus alimentos en
forma conjunta. De igual manera, se organizaron los servicios logísticos que permitieron cubrir
necesidades de abastecimiento, mantenimiento y sanidad en campaña solucionando el
problema de soporte logístico al ejército en operaciones.

A pesar del silencio e indiferencia del Estado peruano, la discriminación de la sociedad del siglo
XIX y la incomprensión de su valioso papel en los momentos difíciles del Perú, su figura a
perdurado en el tiempo, siendo en vísperas de nuestro bicentenario como República, el
momento oportuno para que el Estado, el Ejército y la sociedad peruana en su conjunto
reconozcan su valor, heroísmo y espíritu de sacrificio, de tal manera que su recuerdo sirva de
ejemplo y orgullo a las nuevas generaciones de peruanos.

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