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Discurso en El Politeama

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Discurso en El Politeama

Manuel González Prada

Señores:
Los que pisan el umbral de la vida se juntan hoi para dar una lección a los que se acercan a las puertas del
sepulcro. La fiesta que presenciamos tiene mucho de patriotismo i algo de ironía: el niño quiere rescatar con
el oro lo que el hombre no supo defender con el hierro.
Los viejos deben temblar ante los niños, porque la jeneración que se levanta es siempre acusadora i juez de
la jeneración que desciende. De aquí, de estos grupos alegres i bulliciosos, saldrá el pensador austero i
taciturno; de aquí, el poeta que fulmine las estrofas de ac ero retemplado; de aquí, el historiador que marque
la frente del culpable con un sello de indeleble ignominia.
Niños, sed hombres, madrugad a la vida, porque ninguna jeneración recibió herencia más triste, porque
ninguna tuvo deberes más sagrados que cumplir, errores más graves que remediar ni venganzas más justas
que satisfacer.
En la orjía de la época independiente, vuestros antepasados bebieron el vino jeneroso i dejaron las heces.
Siendo superiores a vuestros padres, tendréis derecho para escribir el bochornoso epitafio de una jeneración
que se va, manchada con la guerra civil de medio siglo, con la quiebra fraudulenta i con la mutilación del
territorio nacional.
Si en estos momentos fuera oportuno recordar vergüenzas i renovar dolores, no acusaríamos a unos ni
disculparíamos a otros. ¿Quién puede arrojar la primera piedra?
La mano brutal de Chile despedazó nuestra carne i machacó nuestros huesos; pero los verdaderos
vencedores, las armas del enemigo, fueron nuestra ignorancia i nuestro espíritu de servidumbre.
II
Aunque sea duro i hasta cruel repetirlo aquí, no imajinéis, señores, que el espíritu de servidumbre sea peculiar
a sólo el indio de la puna: también los mestizos de la Costa recordamos tener en nuestras venas sangre de
los súbditos de Felipe II mezclada con sangre de los súbditos de Huayna-Cápac. Nuestra columna vertebral
tiende a inclinarse.
La nobleza española dejó su descendencia dejenerada i despilfarradora: el vencedor de la Independencia
legó su prole de militares i oficinistas. A sembrar el trigo i extraer el metal, la juventud de la jeneración pasada
prefirió atrofiar el cerebro en las cuadras de los cuarteles i apergaminar la piel en las oficinas del Estado. Los
hombres aptos para las rudas labores del campo i de la mina, buscaron el manjar caído del festín de los
gobiernos, ejercieron una insaciable succión en los jugos del erario naci onal i sobrepusieron el caudillo que
daba el pan i los honores a la patria que exijía el oro i los sacrificios. Por eso, aunque siempre existieron en
el Perú liberales i conservadores, nunca hubo un verdadero partido liberal ni un verdadero partido conserv ador,
sino tres grandes divisiones: los gobiernistas, los conspiradores i los indiferentes por egoísmo, imbecilidad o
desengaño. Por eso, en el momento supremo de la lucha, no fuimos contra el enemigo un coloso de bronce,
sino una agrupación de limaduras de plomo; no una patria unida i fuerte, sino una serie de individuos atraídos
por el interés particular y repelidos entre sí por el espíritu de bandería. Por eso, cuando el más oscuro soldado
del ejército invasor no tenía en sus labios más nombre que Chile, nosotros, desde el primer jeneral hasta el
último recluta, repetíamos el nombre de un caudillo, éramos siervos de la edad media que invocábamos al
señor feudal.
Indios de punas i serranías, mestizos de la costa, todos fuimos ignorantes i siervos; i no vencimos ni podíamos
vencer.
III
Si la ignorancia de los gobernantes i la servidumbre de los gobernados fueron nuestros vencedores,
acudamos a la Ciencia, ese redentor que nos enseña a suavizar la tiranía de la Naturaleza, adoremos la
Libertad, esa madre enjendradora de hombres fuertes.
No hablo, señores, de la ciencia momificada que va reduciéndose a polvo en nuestras universidades
retrógradas: hablo de la Ciencia robustecida con la sangre del siglo, de la Ciencia con ideas de radio jigantesco,
de la Ciencia que trasciende a juventud i sabe a miel de panales griegos, de la Ciencia positiva que en sólo
un siglo de aplicaciones industriales produjo más bienes a la Humanidad que milenios enteros de Teolojía i
Metafísica.
Hablo, señores, de la libertad para todos, i principalmente para los más desvalidos. No forman el verdadero
Perú las agrupaciones de criollos i extranjeros que habitan la faja de tierra situada entre el Pacífico i los Andes;
la nación está formada por las muchedumbres de indios diseminadas en la banda oriental de la cordillera.
Trescientos años hace que el indio rastrea en las capas inferiores de la civilización, siendo un híbrido con los
vicios del bárbaro i sin las virtudes del europeo: enseñadle siquiera a leer i escribir, i veréis si en un cuarto de
siglo se levanta o no a la dignidad de hombre. A vosotros, maestros de escuela, toca galvanizar una raza que
se adormece bajo la tiranía del juez de paz, del gobernador i del cura, esa trinidad embrutecedora del indio.
Cuando tengamos pueblo sin espíritu de servidumbre, i militares i políticos a la altura del siglo, recuperaremos
Arica i Tacna, i entonces i sólo entonces marcharemos sobre Iquique i Tarapacá, daremos el golpe decisivo,
primero i último.
Para ese gran día, que al fin llegará porque el porvenir nos debe una victoria, fiemos sólo en la luz de nuestro
cerebro i en la fuerza de nuestros brazos. Pasaron los tiempos en que únicamente el valor decidía de los
combates: hoi la guerra es un problema, la Ciencia resuelve la ecuación. Abandonemos el romanticismo
internacional i la fe en los auxilios sobrehumanos: la Tierra escarnece a los vencidos, i el Cielo no tiene rayos
para el verdugo.
En esta obra de reconstitución i venganza no contemos con los hombres del pasado: los troncos añosos i
carcomidos produjeron ya sus flores de aroma deletéreo i sus frutas de sabor amargo. ¡Que vengan árboles
nuevos a dar flores nuevas i frutas nuevas! ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!
IV
¿Por qué desesperar? No hemos venido aquí para derramar lágrimas sobre las ruinas de una segunda
Jerusalén, sino a fortalecernos con la esperanza. Dejemos a Boabdil llorar como mujer, nosotros esperemos
como hombres.
Nunca menos que ahora conviene el abatimiento del ánimo cobarde ni las quejas del pecho sin virilidad: hoi
que Tacna rompe su silencio i nos envía el recuerdo del hermano cautivo al hermano libre, elevémonos unas
cuantas pulgadas sobre el fango de las ambiciones personales, i a las palabras de amor i esperanza
respondamos con palabras de aliento i fraternidad.
¿Por qué desalentarse? Nuestro clima, nuestro suelo ¿son acaso los últimos del Universo? En la tierra no hai
oro para adquirir las riquezas que debe producir una sola Primavera del Perú. ¿Acaso nuestro cerebro tiene
la forma rudimentaria de los cerebros hotentotes, o nuestra carne fue amasada con el barro de Sodoma?
Nuestros pueblos de la sierra son hombres amodorrados, no estatuas petrificadas.
No carece nuestra raza de electricidad en los nervios ni de fósforo en el cerebro; nos falta, sí, consistencia en
el músculo i hierro en la sangre. Anémicos i nerviosos, no sabemos amar ni odiar con firmeza. Versátiles en
política, amamos hoi a un caudillo hasta sacrificar nuestros derechos en aras de la dictadura; i le odiamos
mañana hasta derribarle i hundirle bajo un aluvión de lodo y sangre. Sin paciencia de aguardar el bien, exijimos
improvisar lo que es obra de la incubación tardía, queremos que un hombre repare en un día las faltas de
cuatro jeneraciones. La historia de muchos gobiernos del Perú cabe en tres palabras: imbecilidad en acción;
pero la vida toda del pueblo se resume en otras tres: versatilidad en movimiento.
Si somos versátiles en amor, no lo somos menos en odio: el puñal está penetrando en nuestras entrañas i ya
perdonamos al asesino. Alguien ha talado nuestros campos i quemado nuestras ciudades i mutilado nuestro
territorio i asaltado nuestras riquezas convertido el país entero en ruinas de un cementerio; pues bien, señores,
ese alguien a quien jurábamos rencor eterno i venganza implacable, empieza a ser contado en el número de
nuestros amigos, no es aborrecido por nosotros con todo el fuego de la sangre, con toda la cólera del corazón.
Ya que hipocresía i mentira forman los polos de la Diplomacia, dejemos a los gobiernos mentir hipócritamente
jurándose amistad i olvido. Nosotros, hombres libres reunidos aquí para escuchar palabras de lealtad i
franqueza, nosotros que no tememos esplicaciones ni respetamos susceptibilidades, nosotros levantemos la
voz para enderezar el esqueleto de estas muchedumbres encorvadas, hagamos por oxijenar esta atmósfera
viciada con la respiración de tantos organismos infectos, i lancemos una chispa que inflame en el corazón del
pueblo el fuego para amar con firmeza todo lo que se debe amar, i para odiar con firmeza también todo lo que
se debe odiar.
¡Ojalá, señores, la lección dada hoi por los Colejios libres de Lima halle ejemplo en los más humildes caseríos
de la República! ¡Ojalá todas las frases repetidas en fiestas semejantes no sean melifluas alocuciones
destinadas a morir entre las paredes de un teatro, sino rudos martillazos que retumben por todos los ámbitos
del país! ¡Ojalá cada una de mis palabras se convierta en trueno que repercuta en el corazón de todos los
peruanos i despierte los dos sentimientos capaces de rejenerarnos i salvarnos: el amor a la patria i el odio a
Chile! Coloquemos nuestra mano sobre el pecho, el corazón nos dirá si debemos aborrecerle...
Si el odio injusto pierde a los individuos, el odio justo salva siempre a las naciones. Por el odio a Prusia, hoi
Francia es poderosa como nunca. Cuando París vencido se ajita, Berlín vencedor se pone de pie. Todos los
días, a cada momento, admiramos las proezas de los hombres que triunfaron en las llanuras de Maratón o se
hicieron matar en los desfiladeros de las Termópilas; i bien, "la grandeza moral de los antiguos helenos
consistía en el amor constante a sus amigos i en el odio inmutable a sus enemigos. No fomentemos, pues,
en nosotros mismos los sentimientos anodinos del guardador de serrallos, sino las pasiones formidables del
hombre nacido para enjendrar a los futuros vengadores. No diga el mundo que el recuerdo de la injuria se
borró de nuestra memoria antes que desapareciera de nuestras espaldas la roncha levantada por el látigo
chileno.
Verdad, hoi nada podemos, somos impotentes; pero aticemos el rencor, revolvámonos en nuestro despecho
como la fiera se revuelca en las espinas; i si no tenemos garras para desgarrar ni dientes para morder ¡que
siquiera los mal apagados rujidos de nuestra cólera viril vayan de cuando en cuando a turbar el sueño del
orgulloso vencedor!
Después de leer y comprender “El discurso en El Politema”, responde:

1. ¿Cuál es tu opinión sobre las ideas de Manuel Gonzales Prada


expresadas en este discurso?
2. ¿Crees que este discurso tiene vigencia? Fundamenta.
3. ¿Qué aportes darías para hacer de nuestro país uno mejor?

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