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Es un privilegio estar aquí con ustedes en este lugar Santo. Invoco junto
con ustedes la poderosa intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe para que
estemos abiertos a la acción del Espíritu Santo en nuestras mentes y en nues-
tros corazones, mientras reflexionamos sobre el tema de la comunión.
En la introducción a la cuarta parte del Catecismo de la Iglesia católica
leemos que la oración es una relación vital y personal con el Dios vivo. El
Catecismo considera la oración como comunión con estas palabras: "En la
nueva alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre
infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo. La gracia del
Reino es "la unión de la santísima Trinidad toda entera con el espíritu todo
entero" (san Gregorio Nacianceno, Oratio 16, 9) (n. 2565). Entonces, la vida
de oración es un hábito de estar en la presencia del Dios tres veces santo y en
comunión con él. Esta sublime enseñanza es un lugar lógico para empezar
nuestra reflexión sobre la comunión.
El Espíritu Santo guió los primeros años de la vida de Jesús, para con-
formarla a la santísima voluntad del Padre celestial. Así es para nosotros,
quienes ejercemos el ministerio in persona Christi. El Espíritu Santo debe
guiamos en la búsqueda por conformar nuestras vidas a la voluntad de nues-
tro Padre celestial. La oración es indispensable en nuestra vida. En la consti-
tución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, leemos: "La iglesia es en
Cristo como un Sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con
Dios y de la unidad de todo el género humano. Por tanto, en continuidad con
la enseñanza de los concilios anteriores. intenta exponer con precisión a sus
fieles y a todo el mundo su naturaleza y misión universal" (n. I ). Esta afir-
mación lapidaria es rica de significado para nosotros, conforme reflexiona-
mos más sobre la noción de comunión.
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rio fue un tanto simplista, encerraba una profunda verdad. ¿No es verdad que
en un sentido muy real, la Iglesia crea su propia cultura? ¿No será que nece-
sitamos estar más atentos a esta realidad única que es la comunión en nues-
tra predicación, en nuestro ministerio y en nuestra planeación pastoral? El
mundo está lleno de consecuencias desastrosas debidas a un énfasis insisten-
te sobre las diferencias. Desafortunadamente, esta tendencia de abocarnos a
lo que nos hace diferentes y distintos de los demás, se encuentra no sólo fuera
de la Iglesia.
Volviendo otra vez a mí propia experiencia pastoral, en nuestra arqui-
diócesis hemos visto necesario volver a configurar parroquias. Las necesida-
des actuales de la Iglesia, las actuales consideraciones demográficas exigen
establecer nuevas parroquias y también suprimir algunas parroquias.
Mientras que en general la reacción de los fieles ha sido loable por esas deci-
siones pastoralmente necesarias, a veces uno encuentra una reacción que
resulta muy triste. Están los que exaltan de tal modo una diferencia cultural
o étnica que ésta trasciende toda visión de la Iglesia comunión.
Hermanos míos, creo que es posible hablar de una cultura de comunión,
que es otro modo de expresar la única cultura de la Iglesia. Es una manera de
relacionarse uno con otro, que encuentra su paradigma en la relación entre el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en la vida del Dios trino. Es un modo de
relacionarse unos con otros. que dice que nos debemos servir hasta dar la vida
por el amigo. Es otra forma de relacionarse. unos con otros, que dice que el
Señor de los señores y Rey de reyes se encuentra en el ultimo de entre noso-
tros, en1 el más alienado de entre nosotros, en el más sufrido de entre nosotros,
en el más pobre de entre nosotros, en aquel más necesitado de entre nosotros.
Sin dejar, de todos modos, de proclamar la verdad en todo su esplendor,
una cultura de comunión nos invita a un fuerte compromiso en favor de la uni-
dad ecuménica. También nos invita a entrar en una relación de respeto y com-
prensión hacia nuestros hermanos y hermanas judíos, con quienes tenemos un
estrecho lazo, no sólo a través de la ley y los profetas, sino también a través
de Pedro y Pablo y nuestra santísima Madre, y la misma Palabra encarnada.
Esto significa que debemos entrar en una relación de comprensión y respeto
con nuestros hermanos y hermanas musulmanes, y nuestros hermanos y her-
manas budistas e hindúes. Esto significa un intento por alcanzar, por encima
de las muchas diferencias, a todo hombre, mujer y niño de la faz de la tierra,
y ver en cada uno de ellos la imagen de lo divino. Esto significa cumplir lo
que el profeta Isaías dice: "No vuelvas tu rostro ante tu hermano" (Is 58, 7).
Empecé estas reflexiones con el párrafo inicial de la constitución dog-
mática sobre )a Iglesia. Y ahora, al concluir, les dirijo la atención nuevamen-
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te hacia esas palabras: "Cristo es la luz de los pueblos. Por eso este sacrosan-
to Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a
todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la
Iglesia, anunciando el Evangelio a todas las criaturas".
Nuestra Señora de Guadalupe, ruega por nosotros para que seamos dóci-
les al Espíritu Santo, el Espíritu de unidad y de amor, y así seamos ministros
de comunión en la Iglesia, y por medio de la Iglesia podamos ser signo, un
sacramento de unidad en el mundo.