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Historia de España I (César Vidal Federico Jiménez Losantos) (Z-Library)
Historia de España I (César Vidal Federico Jiménez Losantos) (Z-Library)
Historia de España I (César Vidal Federico Jiménez Losantos) (Z-Library)
Prólogo
No siempre resulta fácil trazar con exactitud el momento en que nace un
libro. No es el caso del que ahora el lector sostiene entre sus manos. Fue en
el verano de 2006, en Miami, estado de Florida. Federico Jiménez Losamos
y yo habíamos quedado para tomar un café y, de paso, para comentar
algunos aspectos de la siguiente temporada de radio en COPE. Fue entonces
cuando Federico tuvo la idea —que me sugirió inmediatamente— de que
me ocupara de una sección de Historia en su programa de la mañana. La
finalidad sería acercar la Historia de España —tan maltratada en las últimas
décadas— a la gente de la calle y, de manera muy especial, a aquellos que
más la desconocían; es decir, a los que estaban llegando por millones a
España, a los que estaban recibiendo el pasaporte español y, de manera muy
especial, a esas generaciones que llevan padeciendo desde hace años —
demasiados— la LOGSE, que tanto daño ha causado a nuestra nación en
términos culturales y educativos.
Había pensado también Federico que la aproximación a la Historia fuera
lo más sencilla y accesible que imaginarse pueda. Para ello, se le había
pasado por la cabeza que estuviera articulada en torno a preguntas sencillas
y respuestas no menos simples, al estilo del catecismo para niños o, mejor
todavía, de la Enciclopedia Álvarez con la que se educaron generaciones de
españoles. «De esa manera —decía Federico—, se puede preguntar quiénes
eran los fenicios y tú podrías dar una respuesta sencilla, de ésas que se les
quedan a los niños y también a los adultos.»
Fue así cómo empecé a preparar, ya en aquel húmedo verano de Miami,
las primeras entregas de Historia de España para inmigrantes, nuevos
españoles y víctimas de la LOGSE.
Las emisiones se iniciaron en septiembre de 2006 precedidas por las
notas de Resistiré, una extraordinaria canción del Dúo Dinámico, con la que
Federico deseaba poner de manifiesto el espíritu que nos movía. Frente a la
supina ignorancia derivada del sistema educativo, a la descarada
falsificación de la Historia impulsada por la izquierda y, sobre todo, por los
nacionalistas, y al proceso creciente de desertización cultural, deseábamos
señalar que íbamos a resistir con todas sus consecuencias con valor,
decisión, verdad y, de manera muy especial, cultura.
En este volumen está recogido el primer medio centenar de episodios,
aquellos que van desde los primeros pobladores de España hasta los Reyes
Católicos. No se trata —nunca insistiremos bastante— de una Historia para
eruditos sino para aquellos que no la conocen o que desean recordar lo que
aprendieron en la época de su infancia. Y no quiero entretenerlos más.
Estos primeros siglos de Historia de España —España, qué bien suena... Si
hasta parece que a uno se le ensancha el alma— les están esperando.
CÉSAR VIDAL
Miami-Madrid, verano de 2006-verano de 2008.
Cuándo, cómo y por qué viene al mundo este librito
Seamos breves también en la introducción de este volumen que, de puro
conciso, se limita a medio libro. El otro medio, la Historia de España desde
los Reyes Católicos a estos días oscuros que vivimos, está en el telar y, si
nada se tuerce, vendrá al mundo a hacerle compañía a su hermanito siamés
el año que viene. Hablemos pues de su origen y modestas aventuras hasta
que el lector lo haga suyo, espero que tras haberlo pagado.
César ya ha explicado el cuándo. Fue hace casi dos años, en uno de esos
veranos miamenses que permiten quedarse leyendo en la nevera (aire
acondicionado do-méstico al modo floridano) un mes entero sin necesidad
de excusarse. Pero el cómo de ese cuándo era más complicado. Yo había
imaginado dos versiones posibles: en Libertad Digital TV o en la COPE.
Preferí la radio porque es más sencillo técnicamente y nunca puede saberse
si un programa funcionará. Para ser sincero, diré que sólo estaba seguro al
noventa por ciento. Pero siempre hay un diez por ciento de albur y, si no, en
la COPE nos lo inventan. Desde 1991, cuando los náufragos de Antena 3
Radio llegamos a esta cadena, siempre se dice lo mismo: «Los programas
van mal y este año... es el último.»
César y yo terminábamos el contrato en junio y, por supuesto, también
ese año era el último, así que decidimos desafiar nuestro destino laboral.
Empezaríamos la Breve Historia en la COPE. Si seguíamos en ella, la
completaríamos (Dios mediante, añade siempre César) en dos o tres años.
Si salíamos de la COPE, continuaríamos la serie en Libertad Digital TV. Y
si también se cerraba esa ventana, en otro sitio. Y si no, tiempo habría. Y si
tampoco había tiempo, al menos habríamos pasado un año haciendo dos
cosas que nos gustan. A mí, hacerme preguntas sobre la Historia de España;
y a César, contestarlas. O a César que se las pregunten y a mí que me las
contesten, y, de propina, al modo periodístico antiguo: con derecho a
repregunta. En la radio, lo normal es que salga bien lo que haces a gusto,
sea por el asunto tratado, los participantes e incluso la hora, si el programa
es largo.
«Lo de César» iría a las diez y media aproximadamente, tras las dos
horas de tertulia política, las noticias de las diez y ¿Qué me pasa, doctor? Y
es uno de esos programas que ni siquiera tienes que preguntar si van bien:
van bien.
Dos cosas pueden resultar chocantes: la fórmula elegida de preguntas
brevísimas y respuestas breves (de ahí la Breve Historia...) y, antes aún, la
inclusión en el título de los supuestos destinatarios del programa:
inmigrantes, nuevos españoles y víctimas de la LOGSE, que también fue
evolucionando conforme iba perfilando el proyecto con César. Primero
fueron los «inmigrantes», que llegaban por millones a nuestro país en un
fenómeno sin precedentes en toda nuestra Historia y que, en
cualquier nación digna de ese nombre, obliga a los indígenas a explicar de
forma sencilla en qué país están y cómo ha llegado a ser, que es la primera
escuela de ciudadanía. Al constatar que el fenómeno no era como el de los
dos millones de españoles que fueron a trabajar a Alemania con contrato de
trabajo en la década de 1960 y que volvieron casi todos, sino una gigantesca
oleada al modo iberoamericano en los Estados Unidos, creí necesario
añadi «nuevos españoles», porque era visible que casados antes de llegar a
España o una vez aquí, ellos querían, sin dejar sus orígenes, ser españoles y
que lo fueran sus hijos.
Pero, ay, esos españolitos con dodotis tropezarían inevitablemente con
la mala educación pública y privada de la que la LOGSE es símbolo y
modelo nefasto. Así que a ellos también iría destinado el libro. El modelo
pedagógico de preguntas y respuestas para aprender cualquier materia ha
sido utilizado durante siglos, si no milenios, para llegar al mayor número
posible de personas, desde la más tierna infancia o a pesar del
analfabetismo generalizado. Aun sin leer, se trata de grabar en la memoria,
cuanto más virgen mejor, preguntas pensadas para contestarse durante toda
la vida, como «saberes» indiscutibles ya ancestrales. El más popular y
democrático de todos era el Catecismo católico, tan eficaz que en los
orígenes de nuestra andadura como régimen liberal, hace ya dos siglos,
procreó los «catecismos patrióticos», que usaron ese modelo para extender
a todos los españoles (tres de cada cuatro eran analfabetos, como sucedía en
casi todos los grandes países civilizados, pero no tontos) los nuevos
principios de la vida pública que no se oponían, o no del todo, a los
antiguos, pero sí matizaban o ampliaban lo que era España y lo que debían
ser sus hijos.
Digan lo que digan los filósofos, en la enseñanza lo propio de la
pregunta es la respuesta. La fórmula milenaria es la de la educación misma.
Nace de la humildad de preguntar lo que no se sabe y desemboca en la
humildad de contestar la pregunta, pero sólo ésa, sin extenderse ni
adornarse más. Y así, interminablemente. A ningún niño le cansa repetir las
preguntas —en una época de la infancia es la criatura quien cansa a los
padres— ni que le repitan las respuestas sobre su origen: cuándo nació, a
qué hora, si llovía o había sol, quiénes fueron sus padres, cómo se
conocieron, cómo se casaron y, sobre todo, cómo su madre lo trajo al
mundo y qué hizo él al llegar. En esa epopeya, no por repetida menos
importante, son continuas, obsesivas, las preguntas sobre la madre y el
idilio que desembocó en su milagrosa llegada al orbe. Y ése es, a mi juicio,
el origen de la curiosidad: qué hacemos aquí, cómo hemos llegado, en qué
sitio hemos caído. Y como España es, históricamente hablando, nuestra
madre, nos interesa todo lo que en su vida le haya sucedido. Nunca cansa
preguntar sobre sus cosas ni nos aburre que nos las cuenten, porque, al fin y
al cabo, preguntar por ella es preguntar por nuestra propia vida.
Aclararé un aspecto técnico pero relevante en la elaboración de este
libro. El programa semanal partía normalmente de cuatro o cinco preguntas
con un guión de las respuestas preparado por César. Luego, ese diálogo se
alargaba más o menos según los días, el asunto tratado, el
límite de tiempo impuesto por la publicidad de esa semana y otros
albures imprevisibles. La disyuntiva que se nos planteó era transcribir
literalmente los programas de radio, con el diálogo no preparado entre
César y yo, o limitarnos en lo esencial a los guiones de César para hacer un
libro lo más breve posible. Yo creo que la segunda opción es la buena, así
que ha habido una primera versión del conjunto de los guiones de César,
que incorporaba algunos diálogos nuestros al final, pero que ha sido
revisada por mí hasta no dejar casi ninguno. A cambio de podar mis
apariciones, me he preocupado por buscar una ilustración o dos para cada
capítulo, aunque luego la editorial hará con ellas lo que crea oportuno.
Sinceramente, creo que es la fórmula que mejor sirve a nuestro propósito
divulgador, la que resume mejor los contenidos a costa de las anécdotas y
los coloquialismos de la radio. Es responsabilidad mía. Tiempo habrá para
rescatar en CD o DVD los programas en directo y escucharlos en casa o en
el coche.
Durante muchos siglos, sin duda los cinco últimos, pero podríamos
decir diez, quince o hasta veinte, España ha tenido una población muy
homogénea en lo racial, religioso y cultural, hecho llamativo dada su
situación geográfica. Aunque hoy, para destruir la idea misma de nación
española, se hable de su pluralidad lingüística, religiosa o racial, lo que
sorprende al asomarse a su historia es lo contrario. Cómo pasa de
encrucijada a solar, de caos disperso a unidad más o menos ordenada, pero
siempre conservando unos rasgos básicos, en lo político, lo religioso y lo
cultural. ¡Dos mil años se dice pronto! El noventa por ciento de las naciones
que se sientan en la ONU apenas pasan de doscientos. Aunque sólo fuera
por esa singularidad, ya valdría la pena estudiar la Historia de España, rica,
escalofriante, trascendente, asombrosa como pocas.
Vayamos ahora con los dedicatorios de este libro, que en principio
fueron los nuevos españoles inmigrados y sus hijos. En una década, España
ha pasado de 30,5 millones de habitantes a 45 millones, entre un 15 o
20 por ciento más. Y no por aumento de la base demográfica tradicional,
blanca y católica, sino por la llegada masiva de gente de muy distinta raíz
geográfica, racial, religiosa y cultural. Son africanos negros y moros,
asiáticos chinos e hindúes, iberoamericanos blancos o mestizos, eslavos y
europeos del Este que han cambiado de raíz el paisaje humano de nuestras
calles, empezando por las grandes ciudades y sus barriadas, pero llegando
en poco tiempo hasta el último rincón de la península Ibérica y de sus
archipiélagos. Y como casi todas estas personas y sus descendientes han
llegado para quedarse, es preciso explicarles qué ha sido, qué es y qué
puede ser esta patria común, esta tarea a la que llamamos «España».
En esta primera parte del libro, desde el año 3000 a. de J.C. —cuando
suele fecharse la civilización tartésica y la fundación de Cádiz, primera
ciudad de Europa—, hasta la gran recreación de España por los Reyes
Católicos, a caballo entre los siglos xv y xvi, se explican los rasgos
esenciales de una nación que desde entonces se convierte en actor del
devenir universal, sobre todo americano y europeo, pero también africano y
asiático. Lo más llamativo, a mi juicio, es el afán de continuidad de un
proyecto que se define en torno a la civilización romana y el cristianismo,
que adquiere perfil propio en el siglo iv con Teodosio, que cuaja
nacionalmente en el reino visigodo —siglos v - v i i i — y que tiene su
aurora apologética en el Laus Hispaniae, de Isidoro de Sevilla, aquí
reproducido. En cifras, podríamos decir que en España lo romano supone
nueve siglos —dos de conquista a sangre y fuego de primitivas y belicosas
tribus peninsulares, cinco de fecunda civilización romana, cristiano-romana
realmente desde el siglo n, oficialmente desde el siglo iv— y otros dos
siglos de continuidad romano-visigótica. La Reconquista son siete siglos de
durísima resistencia y reconstrucción de esa España romana y cristiana
frente al más devastador poder militar de la época, el de los musulmanes.
La magna obra de los Reyes Católicos es el colofón lógico de esa epopeya
secular de continuidad nacional y también el meditado desarrollo de la que
sería una formidable expansión universal de lo español.
Si en términos de civilización datable abordamos más de dos milenios y
medio, y en términos rigurosamente históricos más de mil setecientos años,
es evidente la enorme complejidad y a veces la oscuridad en muchos lances
y trances de nuestra historia. Sin embargo, cuando no está clara una cosa;
cuando un personaje o una supuesta hazaña no son lo que se cree, se aclara
la verdad; y cuando algo viene siendo objeto de disputa pero hay forma
seria de despejar las dudas, se hace. En particular, hay algunos capítulos en
los que se abordan las invenciones y supercherías de los separatistas sobre
la Historia de Cataluña, Galicia o el País Vasco y sobre la Historia común
de España. Como apunta César en su
«Prólogo», ésa es una de las razones, o mejor, de las necesidades
intelectuales y cívicas que nos han llevado a este esfuerzo de divulgación
semana tras semana. Si cada día se miente descaradamente sobre nuestro
pasado común, ¡qué menos que desmentir esas trolas un día de cada siete!
Pero hemos tratado siempre de no caer en la idolatría contraria, dando lo
malo por bueno por el simple hecho de ser español. Si todo fuera color de
rosa no sería magnífico ni milagroso; sería, sencillamente, falso.
Pero tanto los jóvenes a los que no se les enseña Historia de España o se
les enseña mentida, los inmigrantes que han unido su suerte a la de esta
viejísima nación en apuros y, en fin, todos los nuevos españoles que lo son
o quieren serlo hallarán, creo, en estas páginas pruebas fehacientes de lo
que su propia vida demuestra: nada está nunca decidido ni resulta
irreversible en los procesos históricos. Todas las vidas, afanes y voluntades
son relevantes, aparte del sagrado ámbito personal, en la historia común. No
existe un proceso —y aquí lo vemos en el caso de la Reconquista— que no
esté sujeto a los cambios impuestos por las personas, tanto en procesos bien
pensados como en las improvisaciones fulgurantes, tanto en las
genialidades como en las flaquezas, abulias y cancelaciones. La Historia
puede ser cambiada, aunque no debería ser reescrita, por sus protagonistas,
y pocas lo demuestran tanto como la de España. En fin, ojalá los lectores
saquen de este libro la enseñanza de que, en la torcida naturaleza humana,
no hay fuerza mayor que la libertad individual abriéndose camino entre la
libertad o tiranía de los demás. Ésta es, sigue siendo, la raíz de la Historia
de España. Pero toda nuestra Historia milenaria y prodigiosa valdría poco,
más allá del escarmiento, si no sirviera a la causa de la libertad individual
de cada uno, del último recién llegado, del que acaba de nacer.
Federico Jiménez Losantos
CAPÍTULO I
La pax romana
En el capítulo anterior repasamos cómo la victoria de Roma en la
segunda guerra púnica (218-201 a. de J.C.) situó a Hispania en el camino
de la romanización. En esta parte, vamos a detenernos en la manera en que
Roma fue extendiendo su dominio sobre Hispania. Para ello resulta
indispensable referirnos a Tiberio Sempronio Graco.
¿Quién era Tiberio Sempronio Graco?
Fue uno de los personajes más relevantes de la Historia antigua de
España. Desempeñó el cargo de pretor en 180 y 179 a. de J.C., y llevó a
cabo un gobierno moderado y constructivo. A él podemos atribuir la
explotación del valle medio del Ebro hasta el punto de que algunos autores
lo consideran su verdadero descubridor.
Persona práctica, creía en los beneficios de la romanización y en la
importancia no sólo de vencer sino, sobre todo, de edificar. Así, tras
convertirse en el vencedor de carpetanos y celtíberos al pie del Moncayo,
decidió retrasar su triunfo en Roma para dedicarse a construir. A él
debemos, por ejemplo, la fundación de Graco (Graecchurris), la actual
Alfaro. Se inauguraba así un período de la Historia de España conocido
como la Pax Sempronia.
¿Cuánto tiempo duró la Pax Sempronia:?
Se prolongó bastante en un mundo extraordinariamente belicoso como
aquél, ya que se extendió del 179 al 154 a. de J.C
Concluyó por culpa de la rapacidad de los romanos que olvidaron la
política inteligente de Graco y se dejaron llevar por la avaricia y el expolio.
Por esa razón estalló una sublevación centrada en dos focos.
¿Cuáles fueron esos focos de resistencia contra Roma?
El primero fue Lusitania. Una zona de Hispania que ocupaba parte de
Extremadura y Portugal. En el 154 a. de J.C. Lusitania se sublevó
acaudillada por Púnico, al que sucedió Viriato en el 147 a. de J.C. Alabado
como táctico por Apiano y Frontino, Viriato asestó distintas derrotas a los
romanos demostrando que era un caudillo de primer orden. Quizá por eso
sabía que no podía expulsar totalmente a los romanos de Hispania e intentó
llegar a una paz con ellos. Sin embargo, los invasores no estaban dispuestos
a consentirlo y sobornaron a tres de sus lugartenientes —Audas, Ditalcón y
Minuros— para que lo asesinaran. Así sucedió en el 139 a. de J.C., pero los
traidores no recibieron su recompensa. Por el contrario, el pretor romano les
informó de que «Roma no pagaba traidores».
El segundo foco de resistencia fue la zona del Duero, centrándose de
manera muy especial en la ciudad de Numancia. Su resistencia fue durísima
—por algo deriva de ahí el adjetivo numantino— hasta el punto de que un
general romano tras otro fracasaron ante sus murallas.
¿Cómo fue aquella guerra?
En el 153 a. de J.C., los habitantes de Segeda fueron derrotados por los
romanos y buscaron refugio en Numancia. En la primera batalla contra la
ciudad, los elefantes que llevaban los romanos a las órdenes de Fulvio
Nobilior se asustaron y se volvieron contra ellos, lo que provocó su derrota.
En el 152 a. de J.C. tuvo lugar el primer asedio de Numancia, que concluyó
con un acuerdo con Roma que no respetó el Senado. Se iniciaba así un largo
período de hostilidades que se prolongó durante dieciocho años.
Finalmente, en el 134 a. de J.C., se hizo cargo de las fuerzas romanas
Publio Cornelio Escipión Emiliano, apodado «el Africano».
Escipión restableció la disciplina y concibió el plan de someter a un
asedio a los numantinos que les obligara a rendirse para lo que,
previamente, acabó con sus fuentes de suministros.
Finalmente, tras quince meses de asedio, la ciudad cayó, vencida por el
hambre, en el verano del año 133 a. de J.C. Sus habitantes prefirieron
incendiar Numancia y arrojarse a las llamas antes que verse reducidos a la
condición de esclavos de Roma. Escipión —que asumió el sobrenombre de
Numantino— regresó a Roma y allí celebró su triunfo desfilando por las
calles con cincuenta numantinos capturados.
¿Por qué fracasaron los focos de resistencia en Hispania?
Fundamentalmente, por dos razones. La primera fue la desunión, ya que
unidos los hispanos hubieran resultado invencibles. Buena prueba de ello es
que Roma se vio incapaz de sofocar, a la vez, la resistencia de Lusitania y
Numancia. La segunda causa de la derrota fue la traición. En un momento
determinado, hubo hispanos que prefirieron entregarse al servicio de Roma
que resistir la invasión.
A partir de la caída de Numancia, la resistencia sería esporádica —
aunque se prolongaría nada más y nada menos que hasta los inicios del
imperio— e Hispania se vería convertida en uno de los escenarios donde se
decidirían el destino de Roma y el de la Historia universal.
CAPÍTULO VII
España hacia su
reunificación: Barcelona entra en
la Corona de Aragón
En el capítulo anterior nos referimos a uno de los intentos más
importantes de reunificación acontecidos durante la Edad Media española,
el que pretendía unir a Castilla y a Aragón casando a doña Urraca con
Alfonso el Batallador.
Como vimos, ese intento —que pudo haber cambiado la Historia no
sólo de España sino de todo Occidente—fracasó por culpa del rey
aragonés. En las próximas páginas nos ocuparemos de otro intento
unificador especialmente importante, porque en esta ocasión sí se coronó
con el éxito.
Nos referimos a la entrada del condado de Barcelona en la Corona de
Aragón.
¿Por qué se fijó Aragón en Barcelona para la unión de ambas
entidades políticas?
La verdad es que tardó en hacerlo dado que Barcelona era una entidad
política muy menor. De hecho, ya comentamos que el primer intento se
dirigió hacia Castilla, que era lo más lógico. La situación, como vimos
también, fracasó por Alfonso el Batallador. Éste no sólo no consumó el
matrimonio con la castellana Urraca, sino que además, en su testamento,
dejó como herederas de su reino a las órdenes militares.
¿Y qué sucedió entonces?
Pues como ya señalamos, nadie pensó en cumplir un testamento tan
disparatado. Por supuesto, a las órdenes militares se les reconocieron
algunos privilegios, pero mientras que los nobles aragoneses en Jaca elegían
como sucesor a Ramiro el Monje —que en realidad era obispo de Roda-
Barbastro— los navarros hicieron lo mismo con García el Restaurador.
Ramiro carecía ciertamente de experiencia política, pero durante su
breve reinado (1134-1137), sofocó varias revueltas, lo que dio origen a la
leyenda de la campana de Huesca, supuestamente formada con las cabezas
de nobles levantiscos. Pero, por encima de todo, Ramiro procuró continuar
con éxito la tarea de reunificación de España y garantizar la sucesión de la
corona. Así, intentó prohijar a García Ramírez, ya rey de los navarros, con
la intención de volver a unir Navarra con Aragón. También se esforzó por
tener un hijo legítimo que heredara el reino de Aragón. Con tal finalidad se
casó el día 13 de noviembre de 1135 en la catedral de Jaca con Inés de
Poitou, una francesa noble y viuda que había demostrado su fertilidad en un
matrimonio anterior. Del enlace con Inés nació el 11 de agosto de 1136 una
niña que recibió el nombre de Petronila. A finales de ese mismo año, el rey
y su esposa se separaron. Inés se retiró al monasterio de Santa María de
Fontevrault, donde falleció en torno al año 1159.
Ramiro tomó, al poco de nacer la niña, la decisión de casarla con
Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona. Los esponsales, a pesar de la
considerable diferencia de edad, se firmaron el 11 de agosto de 1137.
¿Eran equivalentes ambas entidades? ¿Era Cataluña una nación?
No. Aragón era un reino y tenía una importancia considerable aunque
fuera menor que la de León o Castilla. Cataluña como tal no existía aún,
pero sí el condado de Barcelona. Por supuesto, es un disparate señalar que
fuera una nación. Con tales datos, no sorprende que las condiciones para el
matrimonio las pusiera el rey Ramiro el Monje, que mantenía una posición
muy superior, y que fueran aceptadas por Ramón Berenguer IV.
El 13 de noviembre de ese mismo año, Ramiro II abdicó el reino en su
yerno, aunque no así la dignidad real. Desde ese momento Ramón, con
título de príncipe de Aragón y conde de Barcelona, se hizo cargo de las dos
entidades. Finalmente, en agosto de 1150 se celebró la boda del conde
Ramón Berenguer y doña Petronila en Lérida.
¿Cómo se denominó esa nueva unidad política?
Por supuesto, Aragón. Era lógico que así fuera porque no se trataba de
una confederación o de una unión de dos reinos sino de la entrada del
condado de Barcelona dentro de los territorios de la corona aragonesa.
CAPÍTULO XXXII
Alfonso X el Sabio
El período de expansión de las coronas de Castilla y Aragón tuvo
también su paralelo en una enorme repercusión cultural. De hecho, puede
afirmarse que en esa época se vivió el mayor esplendor cultural y artístico
desde que la invasión islámica del siglo viii aniquilara la floreciente
cultura española. El paradigma de esa envidiable situación fue Alfonso X el
Sabio.
¿Continuó Alfonso X el Sabio la tarea de la Reconquista?
Alfonso era hijo de Fernando III el Santo y de Beatriz de Suabia, lo que
tendría enormes consecuencias para su reinado. Por un lado, proseguiría
con el esfuerzo reconquistador de su padre; pero, por otro, soñaría, sobre
todo, con heredar el imperio alemán. Así, a Alfonso X se debería la
conquista de plazas como Murcia e incluso, en 1260, la incursión sobre
Rabat, que tomó y quemó. Sin embargo, nunca llegó a ser el monarca
guerrero que fue su padre.
¿Por qué recibió el sobrenombre de sabio?
Porque fue un monarca que constituye un verdadero preludio del
Renacimiento. Puede parecer increíble en la actualidad, pero Alfonso X fue
poeta, jurista, gramático, astrónomo, traductor. ., y todos esos cometidos los
llevó a cabo de manera extraordinaria.
¿Cuáles fueron los principales aportes culturales de su reinado?
En economía, la creación de la Mesta (1273) y la repoblación de tierras
reconquistadas a los musulmanes en Murcia y Baja Andalucía.
En derecho, llevó a cabo la unificación legislativa con el Fuero Real y
las Siete partidas.
En el terreno de la Historia, fue responsable de dos obras de
extraordinaria relevancia como fueron la Estoria de España —donde se
percibe claramente una visión de España como nación fragmentada por la
invasión islámica, pero que en ese momento luchaba para lograr su
liberación y la unidad perdida— y la Grande e general estaría, destinada a
explicar la Historia Universal.
En literatura, dejó las Cantigas de Santa María que demuestran hasta
qué punto a pesar de que la lengua oficial era el castellano, éste podía
convivir con el uso de alguna lengua minoritaria como el gallego.
En el área de la ciencia, Alfonso X nos legó el Lapidario, una obra
relacionada con las propiedades de los minerales, y las Tablas alfonsíes.
También resultó de especial relevancia el establecimiento de la Escuela de
Traductores de Toledo, que se dedicó a traducir al castellano obras de
referencia de distintas lenguas y así abrió el camino hacia el Renacimiento.
Y aquí debemos referirnos a un hecho de especial relevancia: la
invención de la pólvora.
¿Para fuegos reales o artificiales?
Muy reales. La utilización de la pólvora constituyó una auténtica
revolución cultural y militar en su momento. No suele conocerse, sin
embargo, que su primera utilización en Occidente tuvo lugar, precisamente,
en territorio español y en conexión con la Reconquista.
Se usó por primera vez en Niebla, una localidad de Huelva. Tras un
asedio de nueve meses, Alfonso X tomó la ciudad en 1262. En el asedio,
utilizó unos primitivos cañones.
¿Qué más aportes culturales se deben a Alfonso X?
Alfonso X también influyó en el terreno de la gramática al llevar a cabo
la primera reforma ortográfica del castellano. Como ya hemos indicado,
ésta era la lengua oficial del reino en detrimento del latín, que prevalecía en
algún otro reino peninsular.
¿Se puede comparar a Alfonso X con algún otro monarca de la
época?
Rotundamente no y resulta muy difícil a lo largo de la Historia universal
encontrar a un personaje semejante.
CAPÍTULO XXXVIII
La crisis de las
monarquías hispánicas (I): Castilla
En las páginas anteriores examinamos cómo la derrota de los
benimerines podría haberse traducido en el final de la Reconquista y
señalamos cómo si no fue así se debió a la crisis interna de las monarquías
hispánicas. Para poder entenderla nos vamos a detener en este capítulo en
la configuración de la monarquía castellana y haremos lo mismo después
con la aragonesa.
¿Cómo se fue forjando el modelo institucional de la Corona de
Castilla?
Se fue forjando gracias a la Reconquista y a la repoblación en los
términos establecidos en fueros. Esta circunstancia explica que Castilla
poseyera un acento de libertad que llegaba incluso a las clases inferiores de
la sociedad —los caballeros villanos— y que estuvo ausente en otras zonas
de España.
La repoblación fue, en ocasiones, municipal siguiendo un modelo casi
democrático; y en otras, señorial, especialmente al sur del Tajo. Este último
modelo daría un poder a los nobles que crearía tensiones con el rey.
¿Cuáles eran las instituciones más importantes?
En primer lugar, la monarquía que tenía elementos de derecho divino,
pero que no era una teocracia. De hecho, el rey gobernaba no sólo en la
medida en que tenía derecho dinástico, sino en que además se ajustaba a ese
derecho.
En segundo lugar, se encontraban las Cortes, un germen de parlamento
que, como en el caso inglés, se relaciona con el derecho a autorizar o
prohibir los gastos regios y también a defender los derechos de los subditos.
¿Cómo era el ordenamiento territorial de Castilla?
La Corona de Castilla mantuvo la vigencia de sus reinos, es decir, León,
Castilla, Galicia, Toledo, Extremadura, Sevilla, Córdoba, Jaén y Murcia.
Sin embargo, tuvo una sola Corte regia y unas Cortes únicas para señalar la
unidad de todos los reinos. Sí hubo dos Chancillerías —la de León y la de
Castilla— y cuatro notarios: el de Castilla, el de León, el de Toledo y el de
Andalucía.
¿Tuvo otras instituciones centrales la Corona de Castilla?
Sí. Fue el caso de la Audiencia (1371), el Consejo Real (1385) y la Casa
de Cuentas.
Has señalado que la Corona de Castilla conservó la identidad de sus
reinos, ¿cómo logró entonces la igualdad de sus subditos?
Pues de la única manera que esto resulta posible, mediante la igualdad
jurídica. Eso explica la importancia de las Siete partidas y del Fuero Real
de Alfonso X el Sabio o la extensión del Fuero de Sepúlveday de 1076, a
todas las poblaciones nuevas.
Desde esta perspectiva, el reino Castilla era política, social y
jurídicamente una entidad mucho más moderna y avanzada que Aragón o
Navarra. Eso explica, por ejemplo, que protagonizara otros logros y que la
universidad apareciera en esta corona.
¿Dónde apareció la primera universidad española?
La más antigua documentada es la de Palencia. A finales de 1218,
Alfonso IX fundó el Studium Salmantino, actual Universidad de
Salamanca. Alfonso X protegió el Estudio y le otorgó su estatuto en 1254 y,
al año siguiente, obtuvo del papa Alejandro IV la validez universal de los
títulos de Salamanca, salvo en Bolonia y París. Se trata de universidades
más antiguas que las famosas de Oxford y Cambridge.
¿Cómo era la organización social?
Tras el rey se encontraban los nobles, los villanos-libres y los siervos.
Sin embargo, la situación de los siervos era, posiblemente, la mejor de
Europa.
Por debajo de éstos se hallaban los judíos —que disfrutaban del mejor
trato de todos los reinos peninsulares, que pasaron por una época de oro y
que contribuyeron al desarrollo de la administración— y los musulmanes o
mudé jares.
¿Cuál era el régimen económico?
Tenían una especial importancia la agricultura, la industria lanera que
acabaría dando lugar a la Mesta y el comercio con los mercados del norte
de Europa.
¿Qué papel tenía la Iglesia católica?
Muy considerable. Se reflejó en el estilo gótico y también en la
literatura y en la universidad.
CAPÍTULO XLI
La crisis de las
monarquías hispánicas (II):
Aragón
En el capítulo anterior nos detuvimos en la configuración de la
monarquía castellana, la más poderosa de España. En las páginas
siguientes haremos lo mismo con la segunda corona, la de Aragón.
¿Cuáles eran las instituciones básicas de la Corona de Aragón?
En primer lugar, la monarquía, que sufría una fuerte erosión de su
autoridad por influencia de la nobleza
—Pedro IV acabó con el Privilegio de la Unión— y que además
aceptaba la ley sálica que excluía del trono a las mujeres.
Después se hallaba el justicia mayor de Aragón.
Apoyado por los nobles como intérprete de los fueros y mediador con la
monarquía. De hecho, su administración de justicia no era delegada del rey
sino propia.
Las Cortes, a diferencia de las de Castilla, no eran únicas sino que
existían las aragonesas (convocadas por primera vez por Alfonso II), las
valencianas y las catalanas. Estaban representados en ellas el clero, la
nobleza y el pueblo. Además había unas Cortes generales en que se
juntaban las tres regiones y que se reunían en Monzón.
De especial interés era también la Diputación, una delegación de las
Cortes que recaudaba y administraba los subsidios votados en su día.
¿Cómo era la organización social?
La típica del feudalismo: nobles, villanos-libres y siervos, pero en el
caso de los siervos la situación era muy difícil, especialmente con los
catalanes payeses de remensa. Todavía con Fernando el Católico pesaba
sobre el derecho de pernada.
Por debajo de éstos se hallaban los judíos y los musulmanes o
mudejares.
¿Cuál era el régimen económico?
Tenían una especial importancia la agricultura aragonesa, la agricultura
y la industria valencianas y el comercio catalán que dio lugar al Consejo de
Ciento y al Consulado del Mar.
¿Qué papel tenía la Iglesia católica?
Muy considerable. Se reflejó en los estilos gótico y mudéjar. Con todo,
debe señalarse que el Renacimiento valenciano —el primero del mundo—
no fue propiamente eclesial.
También tuvo importancia en la universidad, que es considerablemente
posterior en el tiempo a la de Castilla, pero importante.
Por cierto, ya que estamos hablando de Aragón,¿cuál es el origen
del escudo de las cuatro barras?
Durante las últimas décadas se ha convertido en caballo de batalla la
cuestión del origen del escudo de las cuatro barras. Para los nacionalistas
catalanes, se trataría de un estandarte catalán que incluso vendría a probar la
hegemonía catalana sobre la Corona de Aragón. La Historia real es muy
diferente.
Fluviá ha insistido en buscarle un origen catalán (antes de la existencia
de Cataluña), pero esa tesis resulta inaceptable.
Su origen deriva del viaje de Sancho Ramírez (1064-1094) a Roma en
1068 para consolidar el joven reino de Aragón ofreciéndose en vasallaje al
papa. Se trata de un vasallaje documentado incluso en la cuantía del tributo
de 600 marcos de oro al año. De ahí que se haya aducido que Alfonso II,
conocedor de ese viaje, tomara como emblema del vínculo de vasallaje las
conocidas barras rojas y oro, inspirado en los colores propios de la Santa
Sede, que eran bien conocidos y están bien documentados en las cintas de
lemnisco de los sellos de la Santa Sede, y son visibles hoy todavía en la
umbrella Vaticana.
No extraña que el mismo padre Ribera —historiador del siglo xvii—
diga que en el siglo xiii, el de Jaime I, los catalanes las denominaban de
Aragón (no de Barcelona o de Cataluña).
CAPÍTULO XLII
La crisis de las
monarquías hispánicas (V):
Enrique IV el Impotente
Los primeros monarcas Trastámara que reinaron en Castilla
manifestaron una lamentable tendencia a depender de la nobleza para
gobernar y a desaprovechar oportunidades históricas. Ese proceso de
decadencia culminaría con la figura trágica de Enrique IV el Impotente.
¿Cuáles fueron los descendientes de Enrique II el de las Mercedes?
En primer lugar, Juan I. Casado con doña Beatriz de Portugal, aspiró a
la corona portuguesa, pero la peste y la derrota de Aljubarrota le impidieron
alcanzar sus propósitos. De esa manera, Portugal seguiría un desarrollo
posterior como nación independiente de España hasta el reinado de Felipe II
en el siglo XVI. Su hijo Enrique se casó con Catalina de Lancaster y fue el
primer príncipe de Asturias.
Enrique III el Doliente fue un monarca mediocre, pero durante su
reinado Juan de Bethencourt conquistó cuatro de las islas Canarias (1402)
que se vieron incorporadas a la Corona de Castilla. A Enrique III le sucedió
Juan II.
Entregado a la poesía y a otras diversiones, Juan II se vio dominado por
su valido don Alvaro de Luna. Este personaje notable intentó controlar a la
nobleza levantisca, pero, al final, cayó y acabó decapitado por influencia de
Isabel de Portugal. De manera bien significativa, quizá el aspecto más
relevante de Juan II resulte que fue el padre de la futura Isabel la Católica y
del príncipe Alfonso.
¿Qué ocasiones históricas se perdieron durante esos reinados?
Fundamentalmente, tres. La primera, la posibilidad de reunificación con
Portugal. Ese fracaso se saldó no sólo con la separación sino también con el
hecho de que Portugal intentó invadir Castilla varias veces.
La segunda fue la interrupción de la Reconquista que había quedado
casi concluida con Fernando III, pero que ahora se vio paralizada.
La tercera fue la de la creación de una monarquía fuerte e independiente
de la nobleza como había sucedido, por ejemplo, en Francia.
¿Por qué se produjo una crisis dinástica con Enrique IV?
Enrique IV fue un personaje verdaderamente trágico. Controlado por el
aristócrata homosexual Juan Pacheco, su reinado fue un ejemplo de mal
gobierno.
Han corrido ríos de tinta sobre la naturaleza del mal que aquejó a
Enrique IV. Para algunos, se trataba de impotencia; para otros era simple
homosexualidad. Pero en realidad, ¿qué enfermedad marcó la vida de
Enrique IV?
Las noticias que nos suministran las fuentes referentes a ese período del
reinado nos muestran a un hombre que gustaba cada vez más de aislarse
para dedicarse a la caza, que se apartó totalmente de las relaciones con
mujeres y que se entregó sin apenas rebozo a la práctica de la
homosexualidad. Sabemos así por distintos cronistas que aparte de su
relación inicial con Pacheco, Enrique IV trato homosexual con distintas
personas. Una de ellas fue Gómez de Cáceres, que aprovechó la torpeza del
rey para escalar puestos en la corte a pesar de su carencia total de méritos.
Algo similar podría haber sucedido con Francisco Valdés, pero éste acabó
huyendo de la corte ya que no deseaba entregarse a los apetitos del
monarca. Pagó Valdés cara su resistencia, porque por orden regia fue
recluido en una prisión adonde iba a visitarle el rey con cierta frecuencia
para reprocharle, según Patencia, «su dureza de corazón y su ingrata
esquivez».
Un destino similar fue el sufrido por Miguel de Lucas, futuro
condestable, que tampoco se sometió a los deseos del rey por sus creencias
religiosas y se vio obligado a huir al reino de Valencia.
Más afortunado fue Enrique IV con Alonso de Herrera —al que
capturaron una noche pensando que era el rey, dado que yacía en su cama—
quizá con el mismo Beltrán de la Cueva y con algunos de los moros que
aparecían por la corte castellana.
A todo lo anteriormente descrito, Enrique IV añadía un gusto por lo
extravagante —incluso lo monstruoso— y una tendencia patológica a
inducir a sus esposas a cometer adulterio.
No cabe duda de que tan caótica vida privada explica sobradamente el
reinado errático de Enrique IV, su debilidad y, finalmente, su fracaso en una
época de enorme relevancia. Sin embargo, ¿a qué obedecían estos
comportamientos?
El diagnóstico de Marañón —posiblemente el que mejor ha estudiado
las enfermedades de Enrique IV—
apunta a una displasia eunucoide ligada a la acromegalia y a la
homosexualidad. En otras palabras, Enrique IV no fue totalmente
impotente. Padecía una debilidad sexual que se tradujo no pocas veces en
impotencia, pero que, en otros casos, quizá le permitió mantener relaciones
sexuales completas. Esa falta de secreción sexual provoca en no pocas
ocasiones una actividad de la hipófisis que se traduce en la acromegalia que
podía apreciarse en Enrique y que reunía manifestaciones como la estatura
elevada, la longitud extraordinaria de las piernas, la dimensión
exageradamente grande de las manos y de los pies y el encorvamiento con
el que caminaba.
A esa debilidad sexual se sumó —posiblemente en la niñez, con
seguridad tras su segundo matrimonio— un tipo de inclinación homosexual
bastante frecuente precisamente en varones hiposexuados. Que la misma
nació en la pubertad parece fuera de duda, ya que, como señalaría Marañón,
«en ella, por razones orgánicas y psicológicas bien conocidas, se puede
invertir el instinto sexual, aun en muchachos de apariencia y tendencia
normales».
¿Y cómo fue la vida conyugal del rey?
Mal. Enrique IV se casó con Blanca de Navarra que era hija de Juan II
de Aragón. Sin embargo, no tuvo descendencia, lo que le llevó a contraer un
nuevo matrimonio con Juana de Portugal, madre de Juana la Beltraneja,
llamada así porque era considerada hija de don Beltrán de la Cueva. Que
fuera hija o no de ese valido del rey es discutible, que no era hija del rey es
indudable, porque la reina quedó encinta en una época en que los cónyuges
estaban separados. Por eso no sorprende que los nobles exigieran el
nombramiento de su hermano Alfonso como sucesor excluyendo a doña
Juana.
Enrique IV aceptó, pero luego, seguramente pensando en la posición en
que la reina y él quedaban, nombró heredera a Juana la Beltraneja. La
reacción de la nobleza fue fulminante. En la Farsa de Ávila, el monarca en
efigie fue destronado y proclamado en su lugar Alfonso.
Éste murió al comer una trucha empanada y los nobles ofrecieron
entonces la corona a Isabel. La futura Reina Católica podía haber dado
entonces un golpe de Estado, pero, en la entrevista de los Toros de
Guisando, prefirió llegar a un acuerdo con Enrique IV para sucederlo sin
quebrantos de la legalidad. Aparentemente, todo estaba resuelto, pero, en
realidad, la guerra civil estaba servicia al morir Enrique IV en 1474.
¿Qué significó el reinado de Enrique IV?
Varias cosas y ninguna buena. Implicó una detención de la Reconquista,
el retraso de la modernidad, el aliento para la agresividad portuguesa y la
crisis de una monarquía controlada por los nobles.
CAPÍTULO XLV
Sigamos con los Reyes Católicos, ¿cuál fue la política que siguieron
de cara a la nobleza?
En primer lugar, el Consejo Real (1480) otorgó un papel a los letrados, a
fin de cuentas expertos en leyes, por encima de nobles. Además la corona
asumió el control de las órdenes militares y el nombramiento de los
corregidores. El poder local fue asumido así por los reyes con la
colaboración de expertos, superando así el poder de los nobles.
Esto se tradujo además en claras manifestaciones del poder regio, como
el desmochar las torres de los nobles levantiscos o la Sentencia Arbitral de
Guadalupe de 1468 que suprimió los malos usos en Cataluña, una región
española especialmente atrasada en el respeto de las libertades a
consecuencia de la persistencia de los comportamientos feudales.
¿Por qué se estableció la Santa Hermandad?
Como una manifestación más del deseo de imponer la ley y el orden.
Establecida en 1476 en las Cortes de Madrigal, se trataba de una fuerza
encargada de defender el orden público. Significó un avance revolucionario
ya que se trató del primer cuerpo de policía de Europa.
Dos años después, la Inquisición, establecida ya en el siglo xiii en
Aragón, se extendió a Castilla.
CAPÍTULO XLVII