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Cambia Mi Suerte Una Vez Mas 2 - Lily Perozo

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Agradecimientos

Para mí esta es la parte más importante del libro, porque es el


pequeño pero significativo espacio en el que puedo mostrar mi más
sincero agradecimiento a todas las personas involucradas en este
maravilloso proceso, y después de él, quienes ayudan a que la
historia pueda llegar a más personas, también a quienes viven la
ficción y se sumergen en ella como si fuese su propia realidad.
Agradezco a mi hermana Lina Perozo, que está a mi lado en
todo momento, dándome sus consejos y ayudándome con el
proceso creativo.
A Odessa Oropeza que se involucra más allá de una corrección
de estilo y me da sabios consejos, para que la idea que ya tengo de
la historia, llegue a los lectores lo mejor posible.
A Rhoda Ann por ser una vez más mi lectora cero y darme tu
más sincera opinión.
A Fabiana Aleixo por leer el resultado final en busca de
cualquier detalle que pudo pasarse entre tantas páginas que
cuentan la historia de Renato y Samira.
Como siempre, gracias al estudio Tulipe Noire por la creación
de la hermosísima portada. Isa siempre consigue sacar la idea de mi
cabeza y plasmarla de forma magistral.
Por supuesto no puedo escribir esta parte sin agradecer a las
chicas que conforman el grupo de preventa: Andrea Aljaro, Astrid
Figueroa, Fernanda Díaz, Jessica Fermín, Lina Perozo, Gri del
Moro, Beatriz Ponteiro, Fátima Nevado, Brenda Muñoz, Evelin
Figueroa, Dayana Ortiz, Lizeth Flores, Danitza Pereira, Sandra
Ordoñez.
También quiero agradecer muy especialmente a las que llevan
la cuenta regresiva: Marian (Bitácora de entrenamiento) Astrid
Figueroa, Marisol Rivera y a Maka_DMAV.
Mis agradecimientos para todas las bookstagrammers,
Booktokers, BookTubers y grupos de Facebook que han compartido
y apoyado, desde el principio, a Cambia mi suerte y también a mis
otros libros. Gracias de verdad por el gran apoyo que brindan. Me
gustaría nombrarlos a todos, pero son muchos y temo olvidar
alguno.
Por último, mi más ferviente agradecimiento a ti, que te tomaste
el tiempo de leer esta historia, gracias por darme la oportunidad;
esta novela es muy compleja en cierto sentido porque trata temas
que no suelen ser viralizados, pero que son súper importantes.
La depresión y la ansiedad son enfermedades que no
perdonan, que llevan mucho tiempo tratarlas, pero lo que más
cuesta es que otros las entiendan y dejen de estigmatizar a las
personas que las sufren.
La mayoría de las personas no reconoce, o no sabe que la
padecen, por eso no van a un especialista, además, porque creen
que los psiquiatras solo atienen a «locos». No minimicemos el
sufrimiento de los que la sobrellevan, brindémosle el apoyo que
necesiten, empaticemos. Lo que viven o sienten no es una
exageración, es real, pidan ayuda.
“Es bueno saber que en el peldaño
más alto de nuestros placeres
nos tenemos a nosotros”
CAPÍTULO 1
A Samira los nervios le atenazaban el cuerpo con tal magnitud,
que estaba segura de que en cualquier momento le podría dar un
síncope si no lograba controlar la respiración. No se había
preparado para las terribles turbulencias que agitaban la aeronave al
atravesar la Cordillera de los Andes; por eso, mientras miraba por la
ventanilla, no pudo evitar recordar una película que había visto
hacía mucho, en la que un avión se estrellaba en esas montañas
nevadas y, los sobrevivientes, para poder resistir, tuvieron que
comer carne de los que habían fallecido. Miró de soslayo al hombre
regordete a su lado; sí, tenía mucha carne y grasa, pero no se creía
capaz de recurrir al canibalismo.
Solo pudo relajarse y respirar con normalidad cuando el tren de
aterrizaje tocó pista y el capitán le dio la bienvenida al Aeropuerto
Internacional Arturo Merino Benítez, en Santiago de Chile. Pero la
ansiedad la dominó, miraba a los demás pasajeros para replicar sus
conductas evitar la atención no deseada, repasaba una y otra vez
las instrucciones que le había dado Renato para cuando bajara de la
aeronave.
Frente al agente de migración mantenía el contacto visual,
trataba de responder con seguridad a todas las preguntas que le
hacía, aunque se trabó en un par de oportunidades debido a los
nervios que le provocaba hablar con un extraño en español, sobre
todo, por miedo a que se dieran cuenta de que su pasaporte había
sido obtenido de manera ilícita.
—Bienvenida a Chile, señorita —le dijo, luego de imprimir el
sello en el pasaporte y devolviéndoselo.
—Gracias. —Le sonrió afable.
Samira guardó el documento en el bolso y, con maleta en
mano, se dirigió hacia donde las señales le indicaban que debía ir a
por su equipaje, no sabía que había que caminar tanto y los pies le
dolían; aun así, todavía no podía creer que ya estaba en Chile, se
sentía como en una burbuja de felicidad y desconcierto. Esperó
pacientemente por su maleta, estaba ansiosa por escribirle a Renato
para informarle que había llegado, pero no quería hacer esperar a
Ramona, ni tampoco perder de vista sus pertenencias. Sabía que
estaba en un lugar seguro, pero no dejaba de ser la primera vez en
un país que no era el suyo.
Con un poco de dificultad consiguió bajar la pesada valija de la
correa transportadora, buscó el tique de su equipaje por si se lo
solicitaban en la salida y caminó hacia las puertas.
Al atravesar los paneles de cristal, buscó a Ramona y, antes de
poder verla, se topó con un cartel que sobresalía por encima de los
que tenía enfrente. Decía:
Misto Abillao
Samira
Sonrió ampliamente al ver esa calurosa bienvenida en romaní.
Apresuró el paso para mirar entre la multitud a su amiga, a la que ya
consideraba casi una hermana, a pesar de que solo habían
compartido personalmente un par de días, pero la energía que las
conectaba era mágica, como si se conocieran de toda la vida.
Avanzó rodando con algo de dificultad ambas maletas, pero
una vez logró atravesar el cordón de personas de la primera fila, se
olvidó de su equipaje y salió corriendo para abrazar con fuerza a
Ramona. Sentía alivio de poder refugiarse en los brazos de su
amiga.
—Bienvenida, te ves hermosa… Casi ni te reconocía.
—Gracias, estoy muy feliz de verte. —Se balanceaba en el
fuerte abrazo, emocionada de poder entender y comunicarse en
español. Debía perder la vergüenza por su pronunciación como le
había dicho Renato.
—¿Cómo estuvo el vuelo? ¿Tienes hambre? —Ramona quería
que Samira se sintiera como en casa; imaginaba lo asustada que
debía de estar, porque a diferencia de su propia historia, ella no solo
se alejó de su comunidad, sino que estaba llegando a otro país, con
otra cultura, otro idioma y con un futuro nuevo por descubrir.
—El viaje fue una pesadilla, sentía que el avión iba a caerse en
cualquier momento y que nunca podrían hallar nuestros cuerpos…
—En cuanto su amiga la escuchó no pudo evitar soltar una
carcajada—. No te rías, ese aparato no dejaba de sacudirse, lo
poco que pude comer, casi lo devolví.
Mientras seguían conversando y riendo, caminaron abrazadas
hasta el punto donde Samira había dejado las maletas.
—Sí, siempre suele haber turbulencias, pero es más seguro
viajar en avión que en auto, te lo aseguro. Vamos… Déjame
ayudarte. —Ramona se hizo de la maleta más grande y avanzaron
hacia la salida.
Cuando las puertas de cristal se corrieron, una ráfaga de viento
helado hizo estremecer a la carioca, inspiró y siguió. No esperaba
sentir tan drásticamente el cambio de clima.
—Recuerdas que te he hablado de mi compañero de trabajo,
¿verdad?
—¿Te refieres a Mateo?
—Sí, ya te lo voy a presentar —le comentaba mientras
caminaban rumbo al estacionamiento donde las estaban esperando
—, cuando le dije que iba a venir a buscarte al aeropuerto, de
inmediato se ofreció a traerme.
Ramona le había contado de él en esas largas conversaciones
que habían tenido por teléfono. Sabía que eran amigos, aunque
estaban conscientes de que entre ellos existía cierta atracción; sin
embargo, no era fácil para la gitana aceptar a un payo, mucho
menos, porque apenas intentaba reponerse a la traición del gitano
por el que dejó a su familia.
Se detuvieron frente a un auto rojo, del que bajó un hombre, de
estatura baja, piel clara, con barba tupida y el cabello oscuro.
—Samira, te presento a Mateo.
—Mucho gusto, es un placer conocerte —comentó ella
recibiendo la mano para saludarle—. Gracias por venir a buscarme.
—Igualmente, bienvenida a Chile… No tienes nada que
agradecer, Ramona me ha hablado mucho de ti, sé que le hace muy
feliz tenerte aquí.
—Yo también estoy muy emocionada —hablaba e intentaba
que no le castañearan los dientes, pero el frío era abrumador. Era
como si las mejillas se las estuviesen pinchando con alfileres y se le
dificultaba respirar—. Espero —pausó por varios segundos
pensando en la mejor traducción para su próxima palabra—,
acostumbrarme muy rápido.
—Te prometo que, de momento, lo más complicado es el
cambio de clima por la temporada que se avecina y el dialecto, pero
poco a poco te acostumbrarás. —Sabía que ella había practicado su
español antes de su traslado, pero procuraba hablar lento para que
la chica pudiera entender sin tantos problemas.
—Sí, me estoy dando cuenta, nunca había sentido tanto frío —
confesó, ya tenía las manos heladas y eso que faltaban dos meses
para el invierno, no quería pensar cómo sería cuando ya estuviese
en plena estación.
—Solo necesitas la ropa adecuada, tendrás que usar mallas
térmicas que te ayuden a aclimatarte —le sugirió, mientras se
encargaba del equipaje que metió en el maletero.
La impresión que le estaba dando Mateo a Samira era la de un
hombre muy caballeroso, quizá estaría en los treinta, era atento,
servicial y miraba con admiración a Ramona. Él les abrió la puerta
del asiento trasero y ambas subieron.
Samira agradeció el cambio de clima, mientras se frotaba las
manos para entrar en calor.
—¿Se quedará contigo? —preguntó Mateo, volviéndose a
verlas por encima del hombro.
—Sí, esta noche se quedará conmigo —le respondió, luego se
volvió a mirar a su amiga—. Por la mañana te entregarán tu
habitación, ya está limpia y amoblada, pero la señora Agustina,
quiere estar presente para hacerte entrega de las llaves, verificar
que estés de acuerdo con el inventario y explicarte las reglas de
convivencia.
—Me parece bien. —Samira asintió con contundencia.
—Por cierto, ¡qué bien hablas español! Se nota lo mucho que
has practicado —elogió Ramona.
—No lo suficiente, me falta mucho por aprender…
—Pues, ya te expresas muy bien, pero tranquila, el día a día te
obligará a dominarlo más pronto que tarde… ¿Cómo dejaste a tu
abuela y a Renato? —curioseó.
—Bien, aunque mi abuela no pudo ir a despedirme, mi papá no
fue al mercado hoy porque tenía una infección estomacal… Fue
Renato quien terminó acompañándome al aeropuerto… —Una vez
más sintió la necesidad de escribirle para decirle que había llegado
bien, seguramente estaría preocupado pensando en que se le
habría presentado algún problema y que por eso no le había
informado de su arribo.
—Es muy buen chico, ¿cierto? —comentó Ramona.
—¿Hablan de tu novio? —intervino Mateo, echándole un
vistazo por el retrovisor a Samira.
Al escucharlo le dio un repentino ataque de tos, se llevó una
mano al pecho para controlar el ahogo.
—No, no… —carraspeó—. No, solo es un amigo —aclaró.
—Samira aún es mocita —explicó Ramona. Desde que
estrecharon su amistad, ella le había empezado a hablar sobre la
cultura de los gitanos, por lo que él sabía muy bien a qué se refería
—. Iba a casarse, pero prefirió seguir con los estudios.
—Cierto, ¿con ese que se llama Renato? —curioseó, porque ya
varias veces había escuchado a Ramona mencionar ese nombre.
—No, él es payo… y solo es un amigo —explicó Samira.
—Entiendo, quizá en Independencia conoces a otro gitano y te
casas… —Mateo sabía que en esa comuna había un buen grupo de
esa cultura, aunque más civilizados que lo que aún vivían en las
asentaciones en Chillán.
—Por ahora, mi prioridad es solo trabajar para forjar mi carrera
profesional —declaró pausadamente, porque seguía sin sentirse
cómoda hablando solo en español.
—Exacto, porque se vino a Santiago, dejando un compromiso
con el fin de alcanzar sus metas personales, además, muy
probablemente tampoco los gitanos de acá le dejen hacer ninguna
de las dos cosas que más desea… —Estuvo de acuerdo Ramona,
que bien conocía cómo pensaban los hombres de su cultura.
Samira por más que intentaba centrar su atención en la
conversación, no podía dejar de mirar las calles por las que estaban
circulando; quizás era por la novedad de encontrarse en una ciudad
que no le era familiar, pero todo lo que veía le llamaba la atención,
aunque sabía que de noche no era mucho lo que podía apreciar.
El resto del viaje lo hicieron en medio de conversaciones,
Mateo intentaba poner a la chica al tanto de temas políticos y
económicos a la par que servía de guía turístico, señalándole
cuando pasaban frente a algún punto de referencia de la ciudad.
Ramona también le hablaba del puesto vacante en el restaurante en
el Mercado Central y para el que le había concertado una entrevista.
En medio de tantos estímulos que la azotaban en ese
momento, Samira no dejaba de pensar en escribirle a Renato, eran
tantas las cosas que quería contarle que le hormigueaban los dedos
con ganas de sacar el teléfono de su cartera, pero sabía que no
podía ser tan descortés con sus anfitriones, no quería que Mateo
sintiera que no le interesaba lo que le estaba contando, era mejor
esperar llegar a la casa para llamarle.
Le agradaba que el tráfico fuese mucho más fluido que en Río y
le sorprendió cuando su amiga le informó que estaban por llegar.
—Mira, esa es la sede norte de la Facultad de Medicina… —
Señaló Ramona una zona que le quedaba a poca distancia muy
emocionada, provocando que el corazón de Samira diera un vuelco.
—¡¿En serio?! —exclamó eufórica y se volvió a mirar con
mucha atención.
—Es un hospital universitario, se le conoce como «Jota
Aguirre». —Mateo al ver el interés de la chica redujo la velocidad.
—Te queda cerca de casa, así que podrás caminar cuando
empieces las clases. —Ella le sonrió enternecida al ver el anhelo
reflejado en el rostro de su amiga.
—Es hermoso… —chilló conteniendo el aliento y sus latidos se
aceleraron cuando vio a un par de chicas con batas medicas
caminando por la acera, se imaginó haciendo ese recorrido y de
inmediato las lágrimas pugnaron por salir de la emoción que le
recorrió todo el cuerpo.
Aún no se le desvanecía la euforia cuando Mateo cruzó a la
izquierda, entraron por una calle que poco a poco se iba haciendo
menos transitada y empezaba a notarse la zona residencial, en su
mayoría eran casas con fachadas sencillas, captó su atención un
mural muy colorido en una esquina, pero no lo consiguió
comprender, no sabía si se trataba de pies o manos entrelazadas,
quizá a la luz del día lo distinguiría mejor.
—¡Hemos llegado! —Suspiró Ramona, al tiempo que el auto se
detenía.
Samira miró la fachada en blanco y gris de una casa de tres
pisos, con altas ventanas, unas puertas dobles que parecía ser la
entrada principal, estaba enmarcada por un pórtico estilo colonial
que se extendía por toda la parte frontal.
La edificación estaba separada de una cerca de rejas negras
por un pequeño patio frontal, en el que había algunos arbustos de
pino y un césped, que, ante la luz de las farolas, parecía muy bien
cuidado.
En cuanto Samira bajó del auto, el golpe de frío fue lo bastante
intenso como para que quisiera volver a refugiarse en la calidez que
había dentro del vehículo. No sabía cómo sus acompañantes podían
ir tan ligeros de ropa y no estar tiritando como lo hacía ella.
Un escalofrío la hizo estremecer, exponiéndola frente a sus
acompañantes.
—Vamos a darnos prisa, en el apartamento tengo un calentador
portátil, que podrás llevártelo mañana mientras compras uno… Sé
que aún traes el calorcito de tu ciudad encima y acá ya estamos en
otoño, seguro sentirás mucho más el frío que nosotros.
—Gracias —dijo con los dientes apretados.
—También necesitarás una estera térmica eléctrica, porque las
sábanas suelen enfriarse y se te congelarían los pies —hablaba
sonriente Ramona.
—No la asustes —pujó Mateo por el peso del equipaje al
sacarlo del maletero—. Te acostumbrarás… ya verás —exhaló al
poner la pesada maleta en el suelo.
—Ojalá sea pronto. —Quiso hacerse de la maleta más
pequeña, pero su amiga no la dejó.
—Debes estar cansada —le dijo y le hizo un ademán para que
avanzara.
Samira obedeció, subió a la acera, ahí Ramona se acercó
hasta un teclado en el que metió el código de seguridad y el portón
se abrió, no fueron hacia la entrada principal, sino que bordearon la
casa, fue entonces que ella pudo ver varias puertas angostas en los
tres pisos de la edificación, subieron por unas escaleras hasta el
segundo piso donde las recibió un largo balcón que era más como
un corredor.
—Aquí es. —Ramona se detuvo frente a una de las puertas
que estaban pintadas de azul marino—. La tuya es la que está al
final, solicité que fuese en el mismo piso, habría preferido que
estuvieses más cerca, pero esa era la única disponible.
—Así está bien —hablaba admirando todo.
—Bienvenida. —La chica abrió la puerta y encendió la luz—.
Son solo veinte metros, pero muy cómodos y contamos con la
fortuna de tener baño propio, porque los del tercer piso tienen que
compartirlo…
—Es muy lindo —exclamó Samira, viendo junto a la entrada al
lado derecho un sofá, en el que solo podrían sentarse dos personas,
al lado izquierdo la pared estaba cubierta por un espejo, que le daba
sensación de amplitud, tenía un televisor de treinta y dos pulgadas,
sobre un mueble bajo de madera gris claro que contenía varios
compartimientos, sin duda lo que más resaltaba era el florero con
las rosas blancas y las repisas decoradas con portarretratos y unos
jarrones negros de porcelana.
A pocos pasos estaba la pequeña cocina empotrada en un
mueble con dos alacenas y dos sillas, al otro extremo, se ubicaba la
cama de una sola plaza, encima un cuadro de unos caballos y un
librero vio una puerta corredera, que imaginó sería la del baño.
Dejaron el equipaje junto al sofá, Ramona se fue a la cocina.
—Mateo, espero que te quedes a tomar un café con nosotras
—decía mientras sacaba tres tazas de una de las alacenas.
—Nunca podría despreciarte nada, pero tampoco me puedo
quedar mucho rato, seguramente Samira querrá descansar y
ponerse cómoda. —La aludida se dio cuenta de que los tres apenas
y podían estar ahí.
—¡Ay, que maleducada me he vuelto! Samira, si quieres algo,
comer, cambiarte de ropa, lo que sea, hazlo, esta es tu casa.
—Tranquila, estoy bien, y de comer no hablemos todavía, sigo
con el estómago un poco revuelto, lo mejor es que de momento,
solo me tome el maravilloso elixir que estás preparando. —Ella no
pensaba quitarse ni los zapatos mientras Mateo aún estuviera en la
casa, ya no estaba junto a su familia, pero era difícil desprenderse
de la educación que le habían inculcado.
Se tomaron la bebida y Mateo se despidió de la carioca, no
podía quedarse más tiempo porque las visitas estaban permitidas
hasta las diez de la noche.
—Samira, lo acompaño hasta el portón y vuelvo, ve poniéndote
cómoda.
—Está bien, gracias por todo —le dijo mientras se dejaba
estrechar las manos con mucho cariño y respeto.
En cuanto se quedó a solas, lo primero que hizo fue buscar su
teléfono para llamar a Renato, que tuvieran la misma compañía
telefónica les beneficiaba, porque ella seguiría teniendo el mismo
número, solo cambiaría el código de área, en cuanto activara el
internet; así mismo, su crédito en reales sería convertido en pesos.
Le tomó por lo menos un minuto conseguir hacer los cambios y
oír el tono de llamada, aún no escuchaba su voz, pero ya las
mariposas empezaron a hacer fiesta en su estómago.
CAPÍTULO 2
En cuanto Renato abrió la puerta del apartamento, fue recibido
por oscuridad y silencio, inevitablemente, el golpe de la soledad fue
abrumador; no encontrar a Samira, lo hizo sentir desorientado y
afligido, miró con algo de nostalgia el sofá donde comúnmente ella
lo esperaba todos los días mientras leía o transcribía sus prácticas
de español, jamás imaginó que la jovencita que un día invadió su
vida terminaría provocándole tanta añoranza.
Sacudió la cabeza para salir de los recuerdos que lo asaltaban,
no podía quedarse junto a la entrada esperando escuchar sus pasos
por el pasillo o tarareando alguna canción en la cocina, así que
avanzó; dejó el maletín en el sofá, no tenía planeado quedarse esa
noche ahí, era un sinsentido ahora que la gitana se había marchado,
solo pasó a por unos documentos que necesitaba y regresaría a la
casa de su abuelo.
Con decisión se enfiló por el pasillo; sin embargo, en cuanto
pasó frente a la puerta de la habitación que la chica había ocupado
durante su estadía no pudo contener la necesidad de detenerse y
entrar en ella. Estaba en penumbras, pero el aroma de su perfume
aún danzaba sutilmente en el ambiente.
Encendió la luz y se fijó en lo perfectamente ordenada que la
había dejado, como si nunca hubiera pasado ni una noche ahí. De
camino a la cama, se sacó el móvil del bolsillo del pantalón, seguía
sin llegarle ninguna noticia de Samira la preocupación le estaba
aprisionando el pecho, ella seguía sin escribirle y estaba seguro de
que había llegado, ya que había revisado la bitácora del vuelo en la
aplicación de la aerolínea. Deseaba escribirle, pero a la vez, no
quería parecer desesperado ni mucho menos que pensara que de
alguna manera intentaba controlarla.
Se sentó en la cama, inhaló profundamente para relajar los
músculos tensos y, sin darse cuenta, estaba sonriendo al releer los
mensajes que habían intercambiado desde que le obsequió el
teléfono.
Un destello dorado entre el borde de la alfombra y la mesa de
noche captó su atención, por lo que se agachó para mirar bien,
metió los dedos y reconoció la tobillera de Samira, al revisarla se dio
cuenta de que estaba rota.
—¡Ay gitanita! Seguro no te diste cuenta de que se te ha
perdido —murmuró, mirando los dijes que se balanceaban.
Justo en ese momento el móvil empezó a vibrar y de inmediato
su corazón se descontroló de forma tan violenta que sintió un golpe
de adrenalina recorrerle el cuerpo, producto del alivio y la dicha.
—Hola Renato.
La voz de Samira fue un bálsamo para su alma.
—Hola, ¿cómo estás? ¿Llegaste bien? —preguntó deseoso por
escucharla nuevamente. Se fijó en el accesorio que tenía entre los
dedos y aunque sabía que debía decirle que la había encontrado, un
instinto primario le hacía desear quedarse con algo que le permitiera
recordar a su amiga.
—Estoy bien, llegué hace un par de horas, pero me entretuve
conversando con Ramona y un amigo de ella que la acompañó a
buscarme al aeropuerto… —Quería decirle que desde que pisó
tierra, lo primero que quiso hacer fue hablar con él, pero era mejor
callar porque seguramente pensaría que era una tontería.
—Entonces, no tuviste ningún problema con los documentos
por lo que veo, ya que no me estás llamando desde un centro de
detención. —Renato quiso bromear para disimular el alivio que
sabía reflejaba su voz, se aflojó la corbata y se desabrochó los
primeros botones de la camisa mientras se sentaba cómodamente
en la cama—. ¿Ya estás en tu nuevo apartamento?
—Gracias a Dios no tuve ningún problema, yo estaba muy
nerviosa, entre hablar en español y el miedo de que encontraran
algún defecto en el pasaporte casi me da un infarto. Pero me dieron
la bienvenida y ahora estoy en el apartamento de Ramona, el mío
me lo entregan por la mañana…
—¿Y cómo harás? ¿Dónde pasarás la noche? Si necesitas
quedarte en un hotel puedo hacer una llamada…
—Renato —interrumpió, sonriendo y emocionada por la
preocupación que, a pesar de la distancia, seguía mostrando por
ella—. Estoy bien, tranquilo. Me quedaré con Ramona esta noche,
tiene una cama auxiliar y mañana en la mañana ya me entregarán
las llaves de cuarto, no te preocupes —explicó, acariciando el
puesto a su lado.
—Bueno —masculló más calmado y recostando el cuerpo en
las almohadas para descansar la espalda—. En ese caso, ¿me he
librado de la maldición?
—¿Qué maldición? —preguntó algo desconcertada, mientras
trataba de acomodar con una mano, una manta sobre su regazo
para mitigar el frío.
—¿No la recuerdas? La que dijiste que echarías sobre mí y mi
descendencia si llegabas a tener…
—¡Ya la recuerdo! —Lo interrumpió con una carcajada—.
Pensaba que no eras supersticioso, o eso decías.
—Es que no lo soy. —Sonrió encantado de escuchar la risa de
ella. Si fuera posible la embotellaría y la guardaría como un bálsamo
para los días grises—. Pero hay que ser precavido y cumplir con las
promesas que se hacen… ¿Entonces? —Estiró la mano y dejó que
la tobillera se balanceara casi sobre su nariz.
—¿Entonces qué? —replicó risueña y viendo si Ramona
regresaba, no quería que la encontrara hablando con Renato y que
pensara lo que no era sobre ellos.
—¿Ya no estoy maldito?
—Nunca lo has estado ni lo estarás —aseguró sin dudarlo—.
Eres demasiado bueno como para que algo malo te suceda.
Renato sabía que sí lo estaba, llevaba casi toda su vida
estándolo, sus limitaciones eran la peor de las maldiciones, pero
rogaba para que Samira nunca se enterara.
—¡Entonces, me engañaste todo este tiempo! —protestó
divertido.
—No, no lo hice, solo fue una amenaza —reía divertida, pero la
verdad es que lo estaba extrañando mucho, a pesar de que lo
escuchaba, quería verlo.
—Cuéntame, ¿qué te parece la ciudad? —curioseó, no tenía
ganas de colgar la llamada, hablar con ella lo relajaba.
—Lo poco que he visto me gusta… ¡Ay! Adivina, estoy muy
cerca de la facultad de Medicina, pasamos por el frente, es tan
magnifica… —chilló emocionada.
—Me alegra que sea lo primero que hayas visto… ¿cómo te va
con el cambio de clima?
—¡Mal! Hace mucho frío… —se quejó estremeciéndose.
—Pero si aún es otoño, todavía no hace tanto frío.
—¿Qué no hace tanto frío? Se nota que no estás aquí para
sentirlo, está helando.
—¿No tienes calefacción o chimenea?
—Ramona tiene un calentador portátil, pero creo que no está
encendido, ella fue a despedir a Mateo al portón… Por cierto, no me
advertiste sobre las turbulencias, son horribles, pensé que el avión
se estrellaría… —parloteaba animada, ahora que lo decía le parecía
gracioso, pero cuando lo vivió fue aterrador.
—Lo olvidé. —Se lamentó, cubriéndose la cara con una mano,
pero sonreía—. ¿Qué tan fuerte fueron?
—Parecido a estar dentro de una batidora, no quiero volver a
experimentar esa agonía en mi vida… ¿Es así cada vez que subes
a un avión? —preguntó, no le avergonzaba mostrarle a Renato sus
temores, ya lo conocía y sabía que él nunca la juzgaría.
—No todo el tiempo, solo depende del clima, alguna corriente
de aire o aparición de nubes inestables… pero créeme, ninguna
hará que el avión se estrelle, si te abrochas el cinturón de seguridad,
nada te sucederá.
—Es que no me lo desabroché ni por un segundo —confesó
riendo—. Para mí era una cuestión de supervivencia.
—Es que eres una chica inteligente.
—Ahora espero que el frío no termine congelándome hasta las
pestañas.
—No, solo abrígate bien, por eso te decía que te llevaras más
de las prendas abrigadas que Aline te había escogido, pero estoy
seguro de que en unas cuantas semanas ya estarás
acostumbrada… Mantendrás intactas tus magníficas pestañas. —No
tenerla enfrente le permitía ser más libre a la hora de hablar, aunque
claramente no estaba coqueteando, solo le expresaba su cariño.
De manera inevitable, Samira se rozó con las yemas de los
dedos esa parte de su anatomía, no sabía que Renato había
reparado en ellas, la emoción empezó a esparcirse lento como una
débil y agradable corriente eléctrica por todo su cuerpo, mientras los
latidos enloquecidos de su corazón le nublaban la razón.
—Me encargaré de cuidarlas mucho… —murmuró, pero de
inmediato se tensó, al ver que Ramona abría la puerta, se sintió
como una niña a la que la pillaban haciendo alguna travesura,
carraspeó tratando de disimular la tensión que le generaba que ella
los escuchara conversar con tanta familiaridad y atendía a las señas
de su amiga con asentimientos—. ¿Cómo fue tu día? —preguntó,
dirigiendo la conversación a temas más neutrales.
—Mucho trabajo, recién llegué al apartamento antes de tu
llamada… —Casi se le escapó decirle que se sintió muy vacío al
encontrar el apartamento sin ella, pero era mejor no entrar en
detalles, no quería se sintiera presionada por su culpa—. Aunque
solo pasé a buscar unos documentos y me iré a casa de mi
abuelo… Imagino que tú sí que estás cansada…
—No mucho, aunque espero levantarme temprano para recibir
el apartamento, comprar alimentos con los que surtir la alacena…
¡Ah! Y mañana también iré a ver lo del trabajo que te comenté.
—Tienes mucho que hacer, si necesitas que te ayude con
algo…
—Solo deséame suerte —pidió, observando a Ramona
encender el calentador y le gesticuló un «gracias» al que su amiga
le regaló un asentimiento y una sonrisa.
—Te irá muy bien, eres una chica demasiado decidida como
para esperar a depender de la suerte para alcanzar tus objetivos, tú
naciste con una estrella de tu lado… Confío en ti, sé que más
temprano que tarde lo lograrás y estarás muy orgullosa de ti misma.
—Gracias, pero sin duda alguna, sin tu ayuda ya me habría
dado por vencida —murmuró, viendo cómo Ramona se acuclillaba
frente a la nevera pequeña, de la que sacó un litro de leche.
—Yo lo dudo, estoy seguro de que habrías encontrado las
maneras… Ahora te dejo para que descanses, sé cuan agotador es
un viaje, es mejor que sigamos hablando mañana. —Se despidió
con la clara intención de que ella siguiera en contacto con él.
—Muchas gracias por tus palabras, para mí significan mucho…
Hasta mañana y descansa, no te duermas muy tarde —lo advirtió,
para ellos esa era parte de su rutina diaria.
—No lo haré. —Prometió sonriente, al imaginársela con el ceño
intrincadamente fruncido.
Terminó la llamada y soltando una larga exhalación se estiró
sobre la cama, el móvil lo puso sobre su pecho junto a la tobillera,
con el antebrazo se cubrió los ojos, dejando sus pensamientos en
blanco y cayendo en la bruma del letargo, así estuvo por varios
minutos, hasta que rodó y enterró la nariz en las almohadas, ahí
encontró el aroma de Samira, era una mezcla entre su champú y el
perfume que se compró con Aline, un aroma dulce y floral, era
vibrante como la primavera. Tuvo una visión muy vívida, de cuando
estuvo en el Valle de las Flores al pie del Himalaya, uno de los
rincones más poéticos del mundo; así veía él a Samira, transmitía
alegría y serenidad con un solo vistazo.
Reunió la fuerza suficiente para alejar su rostro del almohadón
se levantó, con teléfono y tobillera en mano y se marchó a su
habitación. Al entrar dejó sobre la mesa auxiliar lo que llevaba y se
puso a recopilar los papeles que necesitaba para terminar el informe
que tenía que entregar esa semana. Ya estaba por salir cuando se
dio cuenta de que no había agarrado su móvil de nuevo al ir por él
se fijó nuevamente en la cadena de Samira; la volvió a tomar entre
sus dedos y suspirando decidió que era mejor guardarla en la caja
fuerte, no quería que Rosa limpiando la encontrara y la echara a la
basura creyendo que por estar rota ya no tenía ningún valor, porque
lo cierto era que para él sí que era muy preciado
Ya en el asiento del copiloto puso todo lo que llevaba encima,
apenas dejaba atrás el camino enmarcado por palmeras, para
adentrarse en la avenida, cuando recibió la notificación que le
anunciaba que Desire, acababa de conectarse.
El trayecto hasta la casa de su abuelo era de entre unos
cuarenta minutos a una hora, dependiendo del tráfico, no había
mejor manera para distraerse que disfrutar el espectáculo que ella
iba a ofrecer.
De inmediato tomó el teléfono, se conectó y activó la
proyección inalámbrica a la pantalla del salpicadero de la SUV, supo
de inmediato que la trasmisión de esa noche iba a ser extraordinaria
cuando la vio vestida al mejor estilo gánster, llevaba una camisa
blanca estallada por un corsé, unas medias negras con ligueros de
encaje, corbata y sombrero fedora, mientras jugueteaba con un
revolver, que por supuesto era de utilería, ya que en esa página web
no era permitido nada que incitara a la violencia; también tenía un
vaso de güisqui y un habano.
Todos los otros usuarios que se habían conectado no paraban
de elogiar la vestimenta de esa noche y ella, que buena actriz ya
era, interpretaba a la perfección el papel de mafiosa. Él trataba de
seguir el espectáculo y conducir, sin embargo, ante el primer
semáforo, tomó el aparato, le envió trecientos tokens acompañados
del mensaje: «Eres casi irreal, demasiado hermosa».
—Gracias, caramelo, besitos… —respondió Desire a la cámara
luego de ver lo que Renato le había escrito y la cantidad que le
había enviado—. Eres tan lindo. —Gimió sus palabras, mientras
movía la pelvis en busca de satisfacerse con las vibraciones que
iban en aumento en su vagina.
Él tuvo que seguir con su camino cuando la luz cambió a verde,
pero tampoco le quitaba completamente la atención a la mujer en la
pantalla.
A pocos metros de llegar al gran portón de la entrada a la
mansión Garnett, envió mil fichas más y se desconectó, quería
cumplir con el protocolo familiar antes de que Lara alcanzara la
meta de veinte mil tokens y así poder unirse de nuevo para el
estriptis. Apenas saludó con un asentimiento al hombre de
seguridad en la garita de vigilancia y siguió por el empinado sendero
de ladrillos hacia la imponente estructura de tres pisos en lo alto de
la colina.
Ingresó al estacionamiento donde había más de una docena de
relucientes autos, pertenecientes a varios miembros de su familia.
Aparcó en la plaza, al lado de su deportivo que muy poco usaba.
Recogió sus cosas del asiento del copiloto y bajó, fue hasta la
biblioteca dónde sabía que debía estar su abuelo, lo vio sentado en
uno de los sofás, muy concentrado en su lectura actual.
—Buenas noches, avô .
—Buenas noches. —Levantó la cabeza y lo miró por encima de
los lentes de lectura—. ¿Hace mucho que llegaste? —preguntó al
tiempo que posicionaba el separador en la página del libro.
—No, justo acabo de hacerlo, traje los documentos que
tenemos que revisar —dijo enseñándole el par de carpetas que
tenía en las manos.
—¿Quieres que lo hagamos ahora?
—No, sigue con tu lectura, subiré a ducharme… ¿Te parece si
lo hacemos después de la cena? —propuso, solo podía pensar que
Desire seguía con su presentación y no quería perdérsela.
—Está bien. —Abrió una vez más el libro—. Lo haremos
después —suspiró relajado.
—¿Y abuela? —Era curioso no verla a su lado leyendo.
—Está en una videoconferencia con la junta directiva de la
marca Winstead, están acordando las pautas para empezar a
confeccionar la colección otoño-invierno.
—Bueno, voy a ducharme… ¿Necesitas algo? Podría pedirlo
antes de subir.
—No, gracias… Hace poco me trajeron un té.
—Entonces nos vemos en un rato, disfruta tu lectura —deseó.
Reinhard lo despidió con un asentimiento de cabeza.
Renato al entrar a la habitación, dejó las cosas en la cama y de
inmediato se conectó para seguir viendo a Desire, aún faltaban unos
setecientos tokens para alcanzar el objetivo, él no quería esperar
para ver lo que ella tenía preparado, así que, envió lo que faltaba.
Permitió que los demás vieran el sensual baile en el que poco a
poco se fue quitando las prendas, hasta quedar con el sombrero, la
corbata y las bragas.
Ya había sido muy condescendientes con los demás usuarios,
se levantó de la cama, ya con los pantalones tirantes por la
erección, caminó al baño, al tiempo que la invitaba a un privado.
Desire estaba ansiando a que Renato se volviera a conectar y
la reclamara solo para él, esa era la costumbre entre ellos, además
de que complacerlo le gustaba, ya conocía al detalle todo lo que a él
lo encendía; su meta era conseguir que él aceptara el encuentro en
persona entre ellos, así que de inmediato accedió y lo saludó con la
misma sensualidad y confianza de siempre.
—¿Quieres acompañarme en la ducha? —propuso, una vez
dejó el móvil recargado contra el espejo de lavabo.
—Claro que sí, caramelo… Pero quiero que te desvistas para
mí primero.
A Renato le encantaba ver ese lado juguetón de la chica, por lo
que retrocedió varios pasos, mostrándose ante ella del cuello hacia
abajo, con lentitud se quitó la chaqueta, seguido del chaleco y la
corbata.
—Mmm… Caramelo, quiero que pases los dedos por tus
pezones lentamente, ponlos duros para mí.
—¿Te gusta así? —le preguntó Renato mientras se acariciaba y
proseguía por el resto del pecho con la mano derecha, a la vez que
con la izquierda se iba desabotonando el pantalón y se lo bajaba un
poco.
—Delicioso, quiero morderte y lamerte todo caramelito, pero no
me tortures tanto, quítatelo todo ya.
Renato sabía que no contaba con mucho tiempo, ya le estaba
doliendo muchísimo la erección, así que decidió quitarse toda la
ropa que le quedaba y se paró firme frente a ella para que lo
admirara por completo; hace mucho tiempo dejó de causarle
ansiedad exhibirse frente a ella porque de cierta manera, y sin que
Lara lo supiera, con sus halagos constantes, sus palabras cargadas
de deseos, su interés hacia él, lo había ayudado a sentirse más
seguro y más hombre.
Desnudo ya empezó a acariciarse íntimamente con una mano
el pene y con la otra se masajeaba los testículos, complaciendo la
solicitud de la chica y viendo cómo ella jugueteaba a su vez con sus
pezones rosa claro, apenas un tono más oscuro que la piel.
—Quiero que te mojes…
—Ya lo estoy y mucho —comentó picara, al tiempo que
deslizaba una mano por su abdomen, la llevó dentro de sus bragas
y con lentitud se introdujo un par de dedos, para luego acercarlos a
la cámara—. Mira cómo me pones.
—Me refería a la ducha, pero me gusta saber que estás
preparada para mí siempre. —Sonrió lascivo.
—Bien —dijo agarrando el trípode donde fijaba la cámara y lo
llevó hasta el baño—, pero tú también tienes que mojarte —replicó,
mientras se quitaba las bragas.
—Por supuesto cariño, vamos a bañarnos juntos. —Renato se
hizo del móvil, caminó a la ducha, acomodó el aparato en la división
empotrada en el mármol, donde estaban los productos de aseo
personal y buscó el mejor ángulo, para que lo siguiera viendo.
Tocó el botón para que el efecto de lluvia se activara en el
centro del espacio y cayera sobre él, con movimientos provocativos
se pasaba las manos por el pecho y abdomen, mientras no apartaba
la vista de las caricias que Lara se prodigaba.
Se provocaron, juguetearon y se complacieron hasta el
orgasmo, luego, satisfechos terminaron de ducharse. Renato tenía
que despedirse porque debía bajar a cenar
—Precioso, ¿por qué no te quedas hablando un rato más
conmigo? No puedes negar que me tienes abandonada, estos
últimos dos meses apenas y te conectas.
—Lo sé, aunque sabes de sobra que he estado muy ocupado
con el máster. —Renato prefirió enfocarse en secarse el cuerpo y no
en mirarla, ya que no quería que descubriera que le estaba
mintiendo, ya que la verdadera razón de ese distanciamiento había
sido Samira; porque cuando llegaba al apartamento siempre
buscaba hacer un plan con la gitana, así fuera solo ver uno de esos
programas de cámara indiscreta que a ella tanto le gustaba.
—Lo sé cari, no pienses que te estoy reclamando nada, solo
que te extraño muchísimo.
—Tranquila, hagamos algo, yo me conectaré de nuevo más
tarde, seguramente en la madrugada. Primero debo reunirme con mi
abuelo y salir de un informe.
—Te esperaré todo el tiempo que haga falta, sabes que eres el
más importante en mi vida.
Terminaron la llamada y fue a vestirse.
Bajó un poco antes de que la cena fuese servida y fue con su
abuelo, ya que, sin proponérselo, también había descuidado un
poco los ratos que pasaban juntos y a solas disfrutando de su
compañía mutua.
CAPÍTULO 3
Tras una rápida ducha y ponerse el pijama, Samira fue
sorprendida por Ramona.
—¿De dónde sacaste esto? —le preguntó sin salir de su
asombro.
—Todas las habitaciones tienen el mismo modelo —dijo
mientras terminaba de ponerle las sábanas al colchón que había
sacado de debajo de su cama, en una especie de gaveta que tenía
el mismo tamaño que de la suya y que estaba al ras del suelo—, es
por si algún día tienes alguna visita —explicó sonriente al tiempo
que le ofrecía varias mantas.
—Gracias —dijo al recibirla—. Aunque en mi caso, yo no creo
que vaya a recibir visitas.
—Por ahora, ya verás que cuando empieces a estudiar, más de
una vez tendrás que recibir visitas… La chica de al lado que es
estudiante recibe muchas compañeras con las que suele estudiar
hasta tarde en la madrugada.
—Bueno, en ese caso tienes razón, será necesario. —Sonrió
ilusionada, mientras se sentaba en el colchón.
Ramona le ayudó a acomodarle las mantas y le acercó el
calentador, luego ella con cuidado se subió a la suya, le deseó
buenas noches a su amiga y apagó las luces.
Para Samira ese día había sido largo e intenso, pero a pesar de
estar agotada no conseguía conciliar un sueño profundo, su
descanso fue interrumpido durante toda la noche por ruidos
provenientes de la calle y por el frío; aun cuando, Ramona le había
colocado el calentador cerca, sentía los pies helados.
Sabía que era por la novedad, el estrés al que se había
sometido ese día, todo era cuestión de adaptarse, ella era una
luchadora que se acostumbraba rápidamente a cualquier situación;
sin embargo, cualquier otra ocasión, habría preferido aprovechar el
tiempo leyendo, pero no quiso incomodar a su amiga prendiendo
alguna luz o encendiendo la pantalla de su móvil. Así que pasó gran
parte de la noche mirando al techo con las cobijas hasta el cuello y
anhelando que la temperatura subiera un par de grados.
En cuanto la alarma del móvil de Ramona sonó, exhaló
aliviada, se moría por suplicarle por un café que la hiciera entrar en
calor, pero no se levantó, le dio tiempo a su amiga a que silenciara
el aparato y saliera de la cama.
La chica se movió por el pequeño lugar tratando de no hacer
ruido para no despertar a Samira, sabía que debía estar muy
cansada por el viaje.
—Buenos días —saludó Samira, al tiempo que se levantaba.
—Hola, buenos días… Disculpa no quise despertarte, puedes
seguir durmiendo.
—No, ya dormí suficiente. —Se sentó y metió los pies en las
pantuflas de orejas de conejo, lo que la hizo pensar en Renato y
sonrió—. Suelo despertar temprano. —Se puso de pie y empezó a
doblar las mantas, pero al sentir el frío, se arrepintió de salir de
debajo de las cobijas.
—¿Dormiste bien? Sé que no es fácil conciliar el sueño en un
lugar extraño —hablaba mientras tendía su cama.
—Sí, tranquila, dormí muy bien —mintió, porque no quería que
pensara que era una mala anfitriona, prefirió concentrarse en
empujar la cama debajo de la de Ramona.
—¿Sentiste frío durante la noche? —preguntó, porque notó que
se había estremecido ligeramente.
—Solo un poco —comentó, aunque bajo el pijama tenía la piel
erizada.
—Si quieres entra al baño y te duchas con agua caliente para
que se te pase un poco, mientras yo te preparo algo caliente… ¿Té
o café?
—Puedo esperar, imagino que tienes que ir al trabajo… No
quiero que se te haga tarde por mi culpa, mejor ve a ducharte, yo
puedo ayudarte con el café.
—¿Segura?
—Sí, no voy a morir por soportar un poco de frío, además,
tengo que acostumbrarme —dijo sonriente y con una actitud
positiva, llevándose las manos a las caderas, miró hacia la encimera
en la que estaba la cocina de dos hornillas, al lado había varios
recipientes, señalados respectivamente como avena, azúcar, café y
sal.
—Está bien —suspiró y caminó hasta su clóset, quitó de la
percha una pesada gabardina, que solo usaba en invierno y se la
ofreció—. Puedes ponértela mientras tanto, te ayudará a entrar en
calor, no vas a morir, pero sí podrías enfermar.
—Gracias. —Samira se puso la prenda. Le quedó bien a pesar
de que Ramona tenía más curvas que ella.
—¿Mejor? —preguntó sonriente.
Asintió enérgica y le devolvió la sonrisa.
—Te prepararé desayuno…
—Samira, no es necesario… No estás aquí para servirme.
—No es molestia, me gusta mucho hacerlo… Solía tener los
mismos enfrentamientos con Renato, él tampoco quería que hiciera
ciertas cosas, pero no puedo estar sin hacer nada.
—Bueno, está bien… Puedes hacerlo, hay huevos, jamón,
queso y panes —le indicó y fue a ducharse.
Lo primero que hizo fue encender la cocina y acercó las manos
al calor, eso le sirvió para aclimatarse un poco, puso a hacer el café,
mientras batía los huevos.
Para cuando Ramona salió del baño, ya Samira había servido
el desayuno en la mesa de dos puestos y le había enviado un
mensaje a Renato de buenos días, quiso contarle que estaba a
punto de congelarse, pero no era bueno que lo primero que leyera
de ella en la mañana fuesen lamentos.
Ramona frente a ella, pero sin quitarse el albornoz, se puso las
bragas y luego unos vaqueros, dejó para después la parte superior y
se quedó con la bata de felpa.
En unos pocos pasos se acercó a la mesa y admiró la comida
que estaba muy bien presentada.
—Gracias… ¡Qué lindo!, yo no podría hacer esto —dijo
señalando el orden de los alimentos—, soy un desastre, todo lo
echo en el mismo plato y la comida me queda muy salada o sin
sabor —hablaba sonriente—. No creas que mi madre no se esforzó
mucho por educarme para ser una buena esposa que pudiera llevar
perfectamente el hogar y que mantuviera a mi marido contento,
aunque fuese con la comida, pero es que no nací para estas labores
del hogar, creo que por es o Cristian se decepcionó tanto de mí y se
fue con la primera gachí que conoció —comentó al tiempo que
tomaba asiento y seguía admirando maravillada lo bonito que lucía
un simple desayuno con pocos ingredientes.
—Cristian era un imbécil —expresó Samira—. No lo disculpes
de esa manera. Sí, es cierto que nos educan para mantener en
orden el hogar y suplir las necesidades de nuestros maridos, pero
no deberían juzgarnos o reprocharnos si no podemos cumplir con
algunas de esas tareas, que no sepamos cocinar, planchar o coser,
no tendría por qué ser el justificativo para desecharnos como si
fuésemos un saco de basura. —Ella no podía negar que antes de
salirse de su casa, también pensaba algo parecido, pero las muchas
conversaciones que tuvo con Renato, y todo lo que había aprendido
en el colegio, le habían abierto los ojos, ahora era capaz de
entender el verdadero valor de la mujer en la sociedad, ya no podía
justificar que el machismo y el patriarcado las hiciera, aún hoy,
sentirse culpables por no ser capaces de ejecutar a la perfección las
labores del hogar—, si un hombre quiere estar contigo debe ser por
algo más que si sabes o no preparar un desayuno de la forma
correcta; para empezar, debe entender que eres su igual, su
compañera y su mejor amiga, debe quererte por quién eres, con
todo lo bueno y todo lo malo … Ya basta de obligarnos a ser las
sumisas e ignorantes que solo viven para complacer a nuestros
maridos, padres o a cualquier miembro masculino de la familia…
Tienen que aceptarnos por lo que en realidad somos, por lo que
sentimos, por lo que queremos ser y hasta por los errores que
cometemos.
—Ahora entiendo porque estás aquí. —Sonrió Ramona al
escuchar el apasionado discurso de Samira—. Se nota que ya no
eres la gitana que estaba temerosa de dejar de lado nuestra cultura,
pero siento que ahora reniegas de las leyes gitanas…
—No, no, no. —Se apresuró a negar con la cabeza—. Respeto
las leyes… bueno, casi todas… —Se tomó el tiempo para beber de
su café—. Es que para mí no hay nada más injusto que desear
hacer algo y que te lo impidan con la única excusa de que eres una
mujer… Estoy aquí porque quiero estudiar y porque me cansé de
tener que enfrentarme a diario con mi familia, ya no quería seguir
soportando esas miradas cargadas de reproche por el simple hecho
de pensar diferente.
—Tienes razón, muchas no se revelan, las aceptan a tal punto
de creer que son algo natural, pero basta que llegue ese momento
en que nos damos cuenta de que esas normas son limitaciones que
nos imponen… No sé por qué aún para nosotras existen tantas
restricciones y para los hombres no.
—Sencillo —dijo mientras le untaba mermelada al pan—.
Porque para ellos es fácil controlarnos de esa manera… —Samira
se detuvo porque comprendió que había llevado la conversación por
un rumbo distinto y era mejor volver al punto de partida—. Siento lo
que pasó con Cristian, pero no debes sentirte mal, no fue tu culpa,
fue él quien decidió amar a alguien más… Él traicionó su propia
palabra…
—Lo sé, ya lo superé, comprendí que merezco a un hombre
que me valore y me acepte como soy.
—Ahora que lo mencionas, Mateo parece un buen hombre… —
Samira le sonrió de manera muy pícara.
—Es un buen hombre, pero es un payo… Y algún día me
gustaría poder reconciliarme con mi familia, encontrar a un buen
gitano que me quiera y que además mi padre acepte, sé que es casi
imposible, pero no pierdo las esperanzas… ¿Y tú?
—No sé… si estuviera interesada en enamorarme, me gustaría
que mi familia aceptara al hombre que yo eligiera, sin importar su
cultura, su color de piel, su religión o sus ingresos, yo creo que una
es lo suficientemente inteligente como para decidir que nos
conviene o a quién le entregamos nuestro corazón… A ver, yo
siempre me he preguntado, ¿por qué es común que los gitanos sí
puedan casarse con payas y nosotras no hacer lo mismo? —Volvió
a cuestionar, frunciendo el ceño.
—Sami, suenas como si te hubieras enamorado de uno…
Puede que Renato te guste. —No era una pregunta, era más como
una afirmación. Sabía que para que una gitana contemplara la
posibilidad de amor con un payo, era porque ya existía uno que le
robaba el sueño.
—¡¿Qué?! ¡No! ¡No! —Ella se desestabilizó y el sonrojo que se
apoderó de su rostro—. Acabo de decir que si me interesara
enamorarme…, por ahora, yo solo tengo una meta y estoy enfocada
en eso… convertirme en la profesional médica que necesita mi
comunidad. —Intentaba sonar relajada con su respuesta, pero era
innegable que ese comentario la había aturdido—. Renato es solo
mi amigo, te lo aseguro…
—Samira —interrumpió, estirando la mano para sujetar la de
ella—. No pienses que te lo dije porque te estoy juzgando, puedes
estar tranquila, yo soy tu amiga incondicional y respeto tus
decisiones… si él te gusta, te prometo que eso no será un
condicional para verte de manera diferente, además, no creo para
que uno pueda ser un profesional exitoso, tenga que dejar de lado
las relaciones sentimentales…
—P-pero es que no me estás entendiendo, él no me gusta… Es
decir, no en ese sentido, sí sé que es amable y atractivo, pero no me
atrae. —Prefirió mentirle porque de momento no sabía cómo definir
lo que sentía por el chico en cuestión. En ese instante su mirada se
enfocó por primera vez en el hombro izquierdo de Ramona, que
estaba al descubierto porque el albornoz se había bajado.
Vio el tatuaje pequeño de la palabra «Blagostobo [1] » en una
caligrafía elegante.
—Entiendo, quizá sea mi necesidad de ver romance por todos
lados, pero desde que mandabas fotos de ustedes no dejaba de
pensar que hacían una linda pareja, se ven muy bien juntos… —
comentó. Su amiga le había enviado un par de fotografías en las
que salía con el carioca cuando se estaba quedando en su
apartamento.
La chica solo bajó la mirada a su desayuno. Ramona
comprendió que ella no quería seguir con ese tema, que
evidentemente le alteraba los nervios, por lo que se dispuso a
desayunar e intentar darle otro rumbo a la conversación.
Samira se quedó con la idea de ellos juntos, pero de repente
cayó en cuenta de la imposibilidad de juntar sus dos realidades.
—Por cierto —habló Ramona, lo que hizo que su interlocutora
volviera de nuevo la mirada hacia ella—. En una hora más o menos
vendrá la señora Agustina para entregarte la pieza, después yo me
iré al trabajo, pero regresaré a mediodía para llevarte al mercado,
porque probablemente necesites comprar algunas cosas.
—Bueno, me daré prisa —dijo Samira y se empujó un gran
trozo de pan en la boca que pasó con un trago de café, al tiempo
que se levantaba para correr al baño.
—¡Eh, tranquila! Puedes comer con calma, aún contamos con
tiempo. —La tranquilizó Ramona.
Volvió a sentarse, para terminar con el desayuno, mientras
seguían conversando acerca de los planes para ese día. Al terminar
quiso de inmediato lavar los platos, pero Ramona no la dejó y la
alentó a que fuera a ducharse.
Buscó sus cosas en la maleta, sacó una toalla, ropa interior y
se aseguró de sacar las prendas más abrigadoras que tenía más a
la mano, también los productos de baño y cuidado de la piel.
Su delgado cuerpo se estremeció violentamente y se erizó
cuando se desnudó, jadeó al sentir el piso frío y se lamentó de no
haber abierto la regadera antes de quitarse la ropa, porque tuvo que
esperar por la temperatura adecuada, mientras se abrazaba a sí
misma y se frotaba los brazos en busca de calor.
Gimió de placer cuando el agua caliente mojó su cuerpo,
sacándole el frío que parecía le había calado hasta los huesos,
quería quedarse ahí por mucho tiempo, pero sabía que no podía,
porque corría por cuenta de Ramona los gastos de los servicios
públicos.
Aprovechó el vapor concentrado en el baño para vestirse ahí
mismo y peinarse, como no se había lavado el cabello, se lo trenzó
desde arriba y lo dejó caer sobre su lado derecho.
Ramona silbó impresionada al verla salir, vestía unos vaqueros,
un suéter negro cuello alto, un abrigo rosa palo, que le llegaba por
las rodillas y unos botines.
—¡Qué elegante! ¡Ese abrigo es precioso!
—Gracias, sí es muy lindo… Es de la ropa que me regaló
Renato, puedes usarlo cuando quieras… Te prestaré todo lo que
quieras. —Le ofreció y caminó a la maleta que había dejado sobre el
sofá, buscó otro abrigo, uno color ciruela—. Mira, puedes usar este
si quieres. —Se lo tendió.
Ramona lo agarró, primero sintió la suave textura, luego miró la
etiqueta y con los ojos a punto de salir de sus orbitas, fijó la mirada
en Samira.
—Es un Prada… No es original ¿cierto? —Sonrió incrédula.
—Supongo que lo es, Aline lo compró en la tienda en el Centro
Comercial Village.
—¡Dios! —rio todavía asombrada—. ¡Esto debe ser carísimo!
Con lo que cuesta, probablemente podrás pagar un año de alquiler
de la habitación.
—Lo sé, pero jamás podría vender nada de lo que él me
obsequió…
—No, no, no. —Se apresuró a negar con la cabeza—. No creas
que te estoy sugiriendo que lo hagas, solo es una comparación… —
Se lo devolvió.
—Úsalo —pidió Samira sin recibirlo.
—No, si me presento con esto al trabajo, seguramente me
despiden porque creerán que estoy robando…, te sugiero que uses
ropa menos lujosa cuando te lleve a ver lo del trabajo, pensarán que
en realidad no lo necesitas.
—Es que toda mi ropa me la robaron, pero puedo usar el único
vestido que me queda que traía cuando me salí de la casa. —Se
volvió a la maleta, dejó el abrigo a un lado y rebuscó entre las
prendas—. Es este. —Se lo enseñó. Vio cómo Ramona frunció el
ceño y negó con la cabeza—. ¿Tampoco?
—Demasiado gitano, por eso no te darían el trabajo, aunque
me hiera decirlo, existen muchos prejuicios hacia nosotros, la
mayoría no confía, piensan que somos ladrones.
—¡Pero no lo soy! —protestó dolida, llevándose el vestido
contra el pecho.
—Lo sabemos; sin embargo, no podemos cambiar la forma de
pensar de algunos payos… —Chasqueó los labios en un gesto de
resolución—. Tranquila, podrás usar mi ropa para ir al trabajo, la
tuya la dejaremos para cuando salgamos a carretear. ¿Te parece?
—¿Carretear? ¿Qué es eso? —Curioseó Samira, no recordaba
haber estudiado el significado de esa palabra.
—Salir a divertirnos, comer fuera, tomarnos unas cervezas… —
explicó sonriente—. Disculpa son los modismos.
—No te disculpes… tendré que aprenderlos. Está bien,
entonces guardaré mi ropa para cuando salgamos a «carretear» —
sonrió, aunque no podía erradicar la sensación de tristeza e
impotencia que anidaba en su pecho por saber cómo eran
considerados. Sin duda, su padre se hubiese molestado mucho ante
el comentario de Ramona, pero ella no era él, así que iba a seguir
los consejos de su amiga.
Se volvió y con mucho cariño puso el vestido sobre las demás
prendas, sacó el estuche de cosméticos para maquillarse con tonos
tierra y los labios en rosa amaranto, como le había sugerido Filipe y
Aline, para no llamar tanto la atención.
Mientras Ramona a su lado también se maquillaba
conversaban.
—Te ha quedado muy linda la trenza.
—Gracias, si deseas puedo hacerte una igual. —Se ofreció
mientras que con una brocha se aplicaba un poco de rubor en las
mejillas.
—Me encantaría —dijo emocionada.
Samira se apresuró a terminar, devolvió la brocha al estuche y
se levantó para peinar a su amiga. Ramona admiraba en el espejo
el hermoso resultado y agradecía a su amiga cuando el
intercomunicador sonó.
—Debe ser la señora Agustina —dijo y caminó para atender.
Con un movimiento de cabeza afirmó, dando a entender que había
tenido razón.
Ambas salieron a recibir a la dueña de la casa, el cielo estaba
cargado de grises nubarrones, Samira esperaba que no lloviera
porque eso intensificaría el frío y no estaba preparada para
soportarlo.
Cuando la presentaron, no pudo evitar sentirse nerviosa, sin
embargo, la señora era una anciana bastante agradable, su aspecto
era tan encantador que le recordaba a las abuelas de los cuentos de
hadas, de cabello blanco, rechoncha, piel sonrosada y en los
pómulos unos rosetones como muestra de que gozaba de buena
salud.
Agustina le pidió con amabilidad que la acompañaran a la
pieza.
El corazón se le aceleraba con cada paso que la acercaba a su
nuevo hogar; estaba tan emocionada que no podía controlar una
tonta sonrisa y los nervios.
—Esta es tu habitación —dijo Agustina, abriendo la puerta y les
hizo un ademán para que entraran.
Samira avanzó casi conteniendo el aliento, al lado derecho se
hallaba la cocina de dos hornillas de cristal templado y un lavaplatos
diminuto, las alacenas y encimera eran blancas; al lado izquierdo, la
puerta corrediza del baño. El piso era de madera clara y las paredes
de un gris perla. Le gustaba mucho esa gama de colores porque
hacían ver el lugar más grande de lo que verdaderamente era.
La señora le mostró el pequeño refrigerador que estaba
empotrado en la alacena inferior y al lado un horno microondas. La
pared del baño creaba una pequeña división que le daba algo de
privacidad a la cama de una plaza que ya tenía el colchón, que
estaba casi nuevo. Cuando Samira se volvió se dio cuenta de que
contra la pared del baño había un clóset con la puerta de espejo.
Estaba segura de que toda la ropa que tenía en las maletas no
cabría ahí.
Frente a la cama estaba un mueble igual al que tenía Ramona
en su pieza, pero no tenía televisor y el sofá de dos puestos era gris,
no marrón como el de su amiga.
Pensó que tendría que comer en el sofá o la cama, pero se
sorprendió gratamente cuando la arrendadora desplegó del mueble
de entretenimiento una mesa que solo podía ser usada por dos
personas. Eso era suficiente para ella.
Apenas había espacio para moverse, tanto que Ramona tuvo
que esperar bajo el dintel y desde ahí le hacía comentarios sobre el
lugar.
Mientras Agustina le mostraba cada cosa, iba dejándole claras
las reglas de convivencias y las limitaciones, como que estaba
prohibido recibir vistas de más de dos personas a la vez, tampoco
era permitido que se quedaran a pasar más de una noche, salvo
algunas excepciones que debía notificar previamente, con mínimo
cinco horas de anticipación.
Le informó que debía estar pendiente de la cartelera de tareas
que estaba en el patio interno de la casa, ya que todos los inquilinos
tenían que colaborar para que las áreas comunes permanecieran
siempre limpias y las plantas cuidadas, por lo que cada pieza
asumía una obligación por día.
Le comentó sobre un contrato que debía firmar, también le
aclaró el punto más importante que concernía a las fechas del cobro
de la pieza, fue muy enfática en decirle que, si dentro de los
primeros cinco días del mes no pagaba, se aumentaría el diez por
ciento del valor del inmueble. Samira en todo momento se mostró de
acuerdo.
—Si tienes dudas o deseas hacer alguna petición… —comentó
la anciana.
—¿Podré tener una silla? —preguntó, porque había mesa, pero
no silla en la cual sentarse para comer.
—Sí, no hay problema por eso.
—¿Puedo pagarle un par de meses por adelantado? —Sabía
que no contaba con mucho dinero, podía pasar hambre de ser
necesario, pero jamás quedarse sin un techo bajo el cual dormir.
—Sí, por supuesto.
—¿Puedo dárselos ahora?
—Si lo deseas, por la tarde vendrá mi hijo Santiago con el
contrato.
Aclarada las dudas, regresaron a la habitación de Ramona,
donde ella le ayudó a contar el dinero para entregárselo a la
arrendadora, quien le concedió las llaves de su pieza, la cual podría
empezar a habitar de inmediato.
Una vez que la señora se marchó, Samira quiso preguntarle a
Ramona sobre el cambio monetario, le parecía que tenía mucho
más dinero del que suponía, no sabía si había existido alguna
variación en el cambio o algo, pero no quiso seguir reteniéndola, ella
debía ir a su trabajo.
—Me gustaría poder ir a mi habitación a limpiar y desempacar.
¿Dónde puedo comprar productos de limpieza?
—Usa de los míos que están en el baño, te dejo las llaves.
Cuando vuelva en la tarde vamos a comprar las cosas que
necesitas, ¿te parece?
—Sí —afirmó con energía—, ahora ve al trabajo, no quiero que
por mi culpa llegues tarde.
Ramona le plantó en beso en la mejilla y se marchó.
CAPÍTULO 4
En cuanto la puerta se cerró, Samira fue golpeada por una
sensación de euforia, pero también le surgió una agobiante
sensación de soledad y nostalgia, todas sus emociones estaban
alteradas. Se restregó la cara con ambas manos para intentar
quitarse de encima el agobio que le generaba haberse embarcado
en esa aventura que, de cierta manera, era algo incierta, pero le
resultaba imposible. Parecía que recién caía en la cuenta de lo lejos
que estaba de su familia y que no había vuelta atrás. Ya no se
trataba de simplemente subir a un autobús y en menos de una hora,
contar con la posibilidad de regresar con los suyos.
En su garganta se había formado un nudo que no conseguía
aflojar; en busca de consuelo, cruzó los brazos sobre su pecho para
darse calor y su mirada se fue directa a la cafetera, aún estaba
encendida con un poco de café que había sobrado del desayuno,
sin pensarlo, agarró una taza de la pequeña alacena y se sirvió
todo; de inmediato se lo llevó a la nariz, recordó con una sonrisa
triste a su abuela, cerró los ojos para volver a algún episodio de su
niñez, pero el sonido de una notificación entrante en su teléfono, la
hizo volver a la realidad.
«¡La clase de español!», pensó. Dejó la taza sobre la encimera
y caminó rápido al sofá, donde había dejado su móvil; al revisarlo,
no solo se encontró con el aviso de la página de idiomas, sino
también con un mensaje de voz de Renato. No iba a dejar para
después escuchar a la única persona que de alguna manera era su
puerto a lo conocido, así que le dio a reproducir:
«Buenos días, espero que hayas descansado y, que para
cuando escuches este mensaje, ya estés en tu nuevo hogar.
—Deseó con esa dulzura implícita en su voz, que consiguió
que una súbita llamarada de felicidad se encendiera en el
estómago a ella—. Voy camino al trabajo… ¿Adivina?
Amaneció lloviendo, como esa mañana que escapaste y
subiste a mi asiento trasero».
Samira sintió la necesidad de responderle de inmediato,
aunque estaba a contrarreloj para el inicio de su clase.
—Buenos días, descansé lo suficiente, aunque pasé algo de
frío. Pero te cuento que ya me entregaron las llaves del
apartamento, estoy emocionada. En lo que termine la clase de
español iré a limpiarlo, aunque la señora Agustina me lo entregó
bastante aseado, pero me conoces y sabes que necesito que esté a
mi manera… también voy a desempacar —comentó sonriendo y
recordando ese día en que el destino la puso en el auto de Renato.
Casi pudo percibir el exquisito perfume masculino—. Solo espero
que, si te detienes a por un café, no olvides poner seguro a las
puertas, no sea que otra gitana suba a complicarte la vida. —Envió
la nota de voz y luego soltó un suspiro lánguido.
Buscó en la maleta su libreta de anotaciones y el cuaderno de
prácticas, preparada para iniciar su clase. Utilizó el recipiente donde
Ramona guardaba la harina, para apoyar el teléfono e iniciar la
clase en vivo. Antes de conectarse, bebió un gran sorbo de café, lo
disfrutó, aunque ya estuviera frío.
Mientras estaba atenta a sus estudios, recibió un par de
notificaciones de mensajes de Renato, pero no dejó que la emoción
que eso le provocaba la distrajera; así que, suprimió las ganas de
revisarlos. Necesitaba mejorar mucho su español, no quería que ese
fuera un inconveniente al momento de su entrevista.
Al terminar, no pudo seguir conteniéndose y se fue a leerlos:
«Sí, casi siempre me detengo en el mismo sitio por un capuchino,
pero te prometo que ya soy muy precavido y pongo los seguros sin
falta, no porque no esté dispuesto a más complicaciones, sino
porque no necesito a otra gitana en mi vida, solo quiero a la que ya
tengo. —Leyó Samira, mientras sentía que su corazón se saltaba un
latido y un vacío le abría un agujero en su estómago, pero solo fue
por un segundo, porque la siguiente parte del mensaje la hizo volver
a la realidad—. La mejor amiga del mundo».
Agitada por completo y sin entender lo que estaba sintiendo,
prefirió tomarse el tiempo suficiente para poder calmarse y
contestarle, manteniendo el tono bromista que él había usado:
«Pues esta gitana se pondrá a limpiar, hay un apartamento que
tengo que dejar como una tacita de cristal, luego te muestro como
es mi nuevo hogar».
Era mejor dejar el teléfono a un lado y cambiarse de ropa por
una más cómoda, se deshizo la trenza y con su larga melena se
hizo un rodete en lo alto, buscó los productos de limpieza y salió.
El sol empezaba a asomarse tímido entre las oscuras nubes y
soplaba un aire frío que helaba todo a su paso, por lo que se
estremeció y se apresuró para llegar hasta su pieza.
A pesar de que el lugar era pequeño, le tomó más de dos horas
limpiarlo porque lo hizo a conciencia, incluso, de rodillas restregó las
delgadas separaciones de las baldosas de la ducha para evitar que
quedara cualquier rastro de moho, mientras escuchaba música en
español, pero no de la lista que había creado con Renato, sino de
una emisora de radio local. Cuando consideró que todo estaba
según sus cánones de limpieza, se detuvo en el centro de la
habitación y observó todo con mucha satisfacción y algo cansada.
Volvió a la pieza de Ramona, dejó los productos que había
tomado en el baño y se llevó sus maletas para desempacar y colgar
las prendas en las perchas, algunas, tuvo que doblarlas y apilarlas
en las gavetas, ya que era la única manera de que todo entrara en
ese clóset.
En el mueble del baño guardó los productos de aseo personal,
limpieza facial y maquillaje que traía consigo. Los zapatos los puso
a un lado de la cama, los abrigos más largos y pesados los dejó
dentro de las maletas, y estas las ubicó en el compartimiento de la
cocina que le habían dicho que era para una lavadora compacta,
consideró que como ella de momento no tenía dinero para
comprarse una, era mejor aprovechar todos los espacios como fuera
posible, así que lo pensó mejor y también fue a por los zapatos y los
guardó ahí.
Estaba completamente enamorada de ese lugar, el pecho se le
hinchaba de orgullo, porque si miraba en retrospectiva, en ese
momento contaba con mucho más de lo soñaba con tener cuando
se escapó de su casa. Sí, extrañaba a su familia, pero también toda
esa nueva experiencia la tenía muy feliz y llena de esperanzas.
Se concedió unos minutos para echar a volar la imaginación y
pensar en todas las cosas que le gustaría utilizar para decorarlo, así
que decidió que era mejor anotarlo y fue por un cuaderno y lápiz
para hacer una lista de las cosas que le hacían falta, lo primero en lo
que pensó fue en una planta, necesitaba tener algo de contacto con
la naturaleza, porque la ventana que estaba sobre el cabecero de la
cama, apenas le brindaba algo de claridad natural.
Complacida miró la hoja que había escrito, aunque por el
momento compraría menos de la mitad, solo lo que consideraba
extremadamente necesario, el resto podía esperar, porque era
consciente de que debía resguardar al máximo sus ahorros.
Ya estaba por finalizar el día y Renato se encontraba en la sala
de juntas contigua a su oficina, en la que comúnmente se reunía con
su equipo de trabajo. Con él estaba Helena, Roger Batista, quien
era el representante del departamento legal y Carol Lafosse,
directora ejecutiva de comunicaciones y relaciones públicas del
grupo.
Carol debía presentarse el jueves por la noche en el canal
televisivo Globo para ofrecer una entrevista en el Jornal Nacional,
hablaría sobre la fusión del proyecto de explotación de plata y cobre
entre las multinacionales brasileña y chilena.
Cada miembro en esa reunión tenía enfrente el informe con los
puntos a tratar para la entrevista y el cual debía ser aprobado por
ellos. La asistente de la directora de comunicaciones lo había
redactado con base en la información legal y financiera que le
habían suministrado.
—Probablemente, también me pregunten por la venta de la
participació n al fondo de inversiones Mubadala —comentó Carol,
mientras que con su pluma daba ligeros golpecitos sobre la carpeta.
Era un hecho que los rumores siempre corrían como pólvora,
ese negocio ya era un hecho; sin embargo, aún no habían
preparado el comunicado para anunciar la venta de una
participación del cinco punto sesenta y tres por ciento de las
acciones preferenciales de su conglomerado, por siete mil millones
de dólares, al Mubadala Development Company en Abu Dabi.
—Si llegan a preguntarte por eso, solo dices que por el
momento se estima una “asociación estratégica” —El abogado hizo
comillas con sus dedos—. Entre el Grupo y Mubadala, que si se
llega a cerrar algún contrato, se informará oportunamente.
—Está bien —dijo Carol.
—Estoy de acuerdo con el reporte, contiene la información
necesaria… ¿Qué opinas Renato? —preguntó Helena a su sobrino,
al que había notado algo distraído y mirando el móvil cada cierto
tiempo durante la reunión. Lo que hacía que se preocupara un poco.
Le inquietaba que algo le estuviera pasando y que siguiera sin sentir
la confianza suficiente como para recurrir a su familia por apoyo,
pero sabía que no era el lugar ni momento más oportuno para
ponerlo en evidencia, no quería tratar problemas privados delante
de los ejecutivos—. ¿Renato? —volvió a llamar su atención.
—Eh… Eh, sí, disculpen, estoy de acuerdo con todo, va al
grano y es lo que importa —dijo sabiendo que estaba siendo
bastante parco, pero es que su cabeza estaba en otra cosa. Desde
que salió de la casa de su abuelo en la mañana no pudo apartar de
su mente la preocupación que sentía por Samira. Si bien le había
enviado algunos mensajes, ella no le había vuelto a escribir desde la
mañana y ya estaba por finalizar el día y no le había cumplido la
promesa que le había hecho de enviarle fotos de su casa, sabía que
iría al mercado a hacer las compras de las cosas esenciales, pero
consideraba que ya había pasado demasiado tiempo.
Desde el primer instante en el que ella invadió su espacio, él
creyó que una vez que Samira se marchara, sentiría placer por
volver a la paz de su monótona vida, pero se estaba dando cuenta
de que no era así, estaba angustiado, temía que se perdiera o que
algo malo le pasara. Además, él no había tenido un minuto durante
la tarde para preguntarle cómo estaba, no había parado en todo el
día, saltó de una reunión a otra, firmó decenas de documentos y
atendió muchas llamadas que eran ineludibles lo que hacía que en
ese instante quisiera despachar a todo el mundo y reventarle el
teléfono a la gitana a punta de repiques para saber de ella.
El abogado también estuvo de acuerdo con el informe
presentado, la carpeta que contenía el documento original pasó por
cada uno de los presentes para que fuese firmado como aprobado.
—Muchas gracias, señores y señorita —dijo Carol al tiempo
que se levantaba para volver a su oficina, tenía mucho por hacer
como para permitirse un minuto más en esa reunión. Se despidió
con apretones de mano y salió.
Roger también se despidió y a su salida entró Drica con varias
carpetas.
—Disculpen, pensé que la reunión había terminado. —Se
excusó la asistente, al ver a Helena intentado hablar con Renato.
—Adelante Drica —concedió la pelirroja.
—No te preocupes, pasa —le dijo el joven, haciéndole un
ademán para que se acercara—. ¿Qué es eso? —preguntó,
tendiendo la mano para recibir las carpetas.
—Estos son los datos sobre los activos canadienses.
—Perfecto, enseguida los reviso. —Lo dejó sobre la mesa.
—Y este es el perfil de riesgo de los bloques exploratorios en
las Cuencas de Campos, Espírito Santo y Parnaíba, esto sí lo
necesito en este momento —hablaba Drica, al tiempo que colocaba
frente a Renato la carpeta abierta, mostrándole los documentos.
—Está bien —dijo Renato, haciéndose de la pluma estilográfica
negra y plata.
La asistente apoyó su dedo índice, dónde él debía rellenar.
—Primero sí… —Pasó una hoja—. Segundo no… Ahora firma.
—¿Eso es todo? —preguntó sin despegar la mirada de la firma
que recién plasmaba, luego cerró la carpeta y se la devolvió a su
asistente.
—Por ahora —comentó sonriente.
—¿Cuál es el próximo punto en la agenda? —Le preguntó
volteando a ver su móvil de nuevo.
—Reunión, en quince minutos, con Pablo Jotter.
—Bien, entonces voy a la oficina. —Se hizo de las carpetas con
la intención de levantarse.
—Renato, necesito un minuto de tu tiempo, prometo que te
dejaré libre los catorce que restan. —intervino Helena.
Él suspiró, sabía que la entrometida de su tía se había dado
cuenta de las veces que había encendido la pantalla del móvil y
seguramente iba a preguntarle algo al respecto.
—Bien. —Aceptó resignado y dejó caer los hombros.
—Me retiro, con permiso —dijo Drica.
Tanto Helena como Renato asintieron concediéndole la salida.
Una vez solos, Helena se acercó y puso su mano encima del
antebrazo de él para llamar su atención, lo que hizo que se tensara.
—Renatinho, sé que te disgusta que pretendamos inmiscuirnos
en tu vida…
—Nunca he dicho eso…
—¿Acaso hace falta que lo digas? —preguntó mostrando una
dulce sonrisa, en un gesto casi maternal.
Renato solo se encogió de hombros, no tenía caso negar lo
evidente. De sus tías gemelas, Helena era la que más se
preocupaba por él, era la más centrada y sería; en cambio, Hera
solía ser más relajada y alegre, todos decían que ella nunca iba a
madurar, pero su manera de ser siempre lo hacía sonreír.
—Estoy bien si es lo que quieres saber —comentó, tratando de
quitarle posibles angustias a su tía.
—Pues, no lo parece… ¿Tienes algún problema? — cuestionó,
tratando de ser cautelosa y no hacerlo sentir acosado.
—¿Por qué habría de tenerlos? —dijo desviando la mirada de
nuevo al teléfono.
—No lo sé, es que durante la reunión la mayor parte del tiempo
has estado distraído… —Le indicó con la mirada que se había dado
cuenta nuevamente del desliz que tuvo en ese momento, pero con
Renato debía ser cuidadosa porque él solía ser muy hermético a
cualquier opinión que no hubiera pedido—. Si necesitas mi ayuda…
—Estoy bien, Helena te lo prometo… Quizá me distraje en
algún momento, disculpa, solo es que estoy esperando que me
envíen una información que necesito para un proyecto del máster —
mintió, porque esa era la salida más fácil. No podía explicarle que
sus pensamientos estaban en otro país, con una jovencita gitana de
la que no sabía nada desde la mañana y ya eran pasada las seis de
la tarde.
—Entiendo, pero si necesitas ayuda cuenta conmigo, de igual
manera, si necesitas irte ya puedes hacerlo sin problemas… no creo
que el conglomerado caerá en quiebra porque aplaces algunos
compromisos aquí hoy.
Renato negó con la cabeza, no haría nada marchándose; por el
contrario, solo serviría para darle rienda suelta a su imaginación y
acabaría angustiándose más, ganas no le faltaban de subirse a un
avión con destino a Chile para ir a ver si Samira estaba bien.
—Todavía tengo un par de asuntos importantes que atender
aquí, puedo solucionarlo, confía en… —La vibración de su móvil que
estaba sobre la mesa hizo que casi diera un respingo, pero buscó el
aparato de inmediato y, al ver que era un mensaje entrante de la
chica, sintió cómo si emergiera de las profundidades del océano y
agarraba la primera bocanada de aire que hacía la diferencia entre
terminar asfixiado o vivir—. Disculpa Helena, esto es muy
importante, muy importante… —dijo al tiempo que se levantaba de
la mesa y con largas y enérgicas zancadas se alejaba hacia la
puerta que comunicaba la sala de juntas con su oficina, dejando a la
pelirroja perpleja.
Samira había enviado un mensaje de voz de unos treinta
segundos, él no iba a perder tiempo para escucharlo, miró hacia el
visor de reconocimiento ocular para que le escaneara el iris y en
cuanto la puerta de cristal se desplazó, avanzó hacia su oficina,
donde contaría con la privacidad suficiente para poder escuchar a la
gitana.
De manera inevitable el corazón se le subió a la garganta y se
le hizo un intrincado nudo de expectación en la boca del estómago,
enseguida tocó el mensaje.
«Hola Renato, disculpa que no me comuniqué antes, recién
llego al apartamento, fui a comprar las cosas que necesitaba y
también fui a ver lo del trabajo… —A medida que la
escuchaba el nudo en su estómago se aflojaba y sonreía
aliviado—. ¿Adivina? Empiezo por la mañana, a las ocho
tengo que estar en el restaurante, estoy tan emocionada». —
El júbilo en su voz, hacía que la admiración que ya sentía por
ella se acrecentara.
—¿Puedo hacerte una videollamada? —respondió un mensaje
de inmediato, tenía una extraña necesidad de verla y comprobar si
el entusiasmo que se sentía en su voz también estaba reflejado en
sus facciones.
«Ay no, estoy desarreglada, mi cabello en un desastre por la
humedad».
—Sabes que eso no me importa, conmigo puedes ser tú
misma.
Renato envió la nota de voz, pero fue Samira quien inició la
videollamada, él contestó de inmediato y se la pilló acomodándose
el cabello. Más que fijarse en lo que a ella le preocupaba, miró que
tenía la nariz muy sonrojada.
—¡Hola! —saludó Samira agitando la mano y con la mirada
brillante.
—Hola, ¿tienes frío? —preguntó, porque la notaba algo
encogida, como si se estuviese abrazando con el brazo libre.
—Un poco, pero ya me estoy preparando café.
—¿Ya estás en tu apartamento? —Curioseó.
—Sí… te lo muestro —hablaba emocionada—. Disculpa el
desorden, aún no he acomodado lo que compré.
—No te disculpes por eso.
Samira giró la cámara para mostrarle el lugar, con la voz
cargada de dicha le indicó cada rincón del pequeño sitio. Renato no
imaginó que fuese así, apenas tenía lugar para moverse, quiso
pedirle que buscara un lugar más grande, algo más cómodo, él
podría ayudarle con las mensualidades, pero imaginó que eso no le
gustaría, ella lo que más quería era ser independiente, así que, lo
menos que podía hacer, era mostrarse entusiasmado.
—La cocina me encanta, obvio… es pequeña, pero suficiente
para mí… ahí está el café, casi listo —dijo mostrando la cafetera y la
dicha en su voz era demasiado palpable.
—Me has antojado, creo que me pediré un café, podríamos
compartirlos, aún en la distancia…
—Es una excelente idea —comentó mientras se acuclillaba,
abrió la nevera pequeña y le mostró—. Ya la surtí, agua, jugo,
carnes… Lo suficiente para una semana, aunque en el trabajo
tendré dos comidas. Así que solo será para preparar la cena.
Luego le mostró la cama, la que todavía no tenía las sábanas
tendidas; sin embargo, la ropa de cama estaba doblada sobre el
colchón, al lado de las almohadas aún dentro de sus forros
plásticos, cuando se giró para mostrarle el clóset, pudo verla a ella
de cuerpo completo reflejada en la puerta de espejo.
—Ahí está tú —dijo sonriente.
—Ahí estoy yo —dijo saludando enérgicamente con la mano,
casi haciendo aspavientos—. Este es el clóset. —Lo abrió y lo
mostró—. Ya mi café está listo, no veo el tuyo.
—Enseguida lo solicito —dijo levantando el teléfono para
pedírselo a su asistente, luego regresó su atención a Samira—.
¿Qué te parece hasta ahora la ciudad?
Ella volvió la cámara del teléfono para enfocar una vez más su
rostro.
—Es muy linda, bastante limpia, pero… —Soltó una risita que
intensificó el brillo en sus ojos y el sonrojo en sus mejillas—. Hablan
muy rápido, usan tantos modismos que entiendo muy poco, no sé si
algún día podré aprenderlos todos, apenas he memorizado… «ca…
carretear»…
—¿Y eso qué es? —preguntó Renato con una expresión entre
divertido y confundido.
—Es como salir de fiesta, bailar… algo como eso… También
aprendí «cachái», lo usan para todo…
—Ese lo sé, es como comprender, entender, lo emplean en
todo momento…
—¡Exacto! —rio divertida y sus ojos se cerraron hasta formar
un par de líneas graciosas que hicieron sonreír a Renato.
—Dentro de poco dominarás perfectamente el español y todas
sus expresiones.
—Eso espero…
—Y cuéntame, ¿te gustó el restaurante en el que vas a
trabajar? ¿Qué es lo que harás?
—Sí, me gustó, es un lugar muy concurrido por todo tipo de
personas, incluso turistas, es en el Mercado Central… Cerca de
donde vivo, solo tendré que usar una línea del metro. Aún no lo
comprendo bien, pero Ramona me acompañará, porque ella trabaja
en la misma zona… —Suspiró ilusionada con todo lo que estaba por
venir—. Y bueno, por el momento, seré ayudante en la cocina…
—¿Algo así como una sous chef ? —Una pregunta demasiado
inocente pero apropiada para quien poco tenía idea sobre cocina.
—¡No! —rio totalmente relajada—. Estaré limpiando, picando,
pesando y pelando los alimentos, ayudando en algunas
preparaciones, quizás organizando y limpiando los elementos de la
cocina… cosas auxiliares nada más.
—Pero si tú eres una cocinera extraordinaria, deberían darte
una mejor posición, tu talento debe ser aprovechado… —protestó,
porque le parecía injusto que tuviera que hacer eso.
—Es por ahora, no puedo exigir, lo que más quiero es trabajar,
sin importar lo que tenga que hacer, no me avergüenza lavar platos
o limpiar pisos, mientras sea una labor digna… Además, no tengo
ningún estudio que avale mis dotes culinarios —mencionó tranquila
—. Sería injusto que una recién llegada que no se ha quemado las
pestañas estudiando se quede con uno de los mejores puestos.
—No lo había pensado, tienes razón, pero es que te conozco y
solo creo que mereces cosas mejores…
—Gracias Renato —dijo sonrojándose—, pero según mi
perspectiva esto es más de lo que nunca he tenido, es mi primer
trabajo de verdad y, ¡estoy tan emocionada…! —chilló feliz.
Acomodó el teléfono en la encimera de la cocina para poder servirse
el café, agarró una de las dos tazas de porcelana blanca que había
comprado y se sirvió la humeante bebida que empañó un poco la
cámara.
Renato deseó poder probarlo, porque a ella le quedaba
perfecto, sabía que el que la asistente de Drica, justamente le traía,
no era ni remotamente parecido.
—Llegó mi café —le avisó y bajó el teléfono para que la joven
pasante no viera con quien conversaba—. Gracias Emilia —dijo, al
ver cómo ella ponía la taza de porcelana china, sobre el escritorio.
—¿Desea algo más?
—-No, gracias.
Emilia asintió en señal de despedida y salió de la oficina.
Renato volvió a mirar la pantalla del teléfono, para encontrarse
a Samira endulzando su café, sacaba las cucharadas de un
recipiente de cristal que, probablemente, podría guardar un kilo de
azúcar y estaba repleto.
—Por supuesto, esto no puede faltar —dijo sonriente al ver una
vez más a Renato.
—No, supongo que eso te durará una semana… —hablaba
mientras buscaba apoyo para su teléfono, lo dejó contra la pantalla
de la portátil.
Ella meneó la cabeza y puso los ojos en blanco, en un gesto
más que dubitativo era divertido. Renato disfrutó verla con el cabello
recogido y con algunos mechones saliendo de sus sienes, sus
orejas estaban expuestas, quizá no se había percatado o él no le
había dejado tiempo para que se lo soltara.
—¿Cómo ha ido tu día? —preguntó al tiempo que se mudaba al
sofá gris.
—Bastante ocupado, acabo de salir de una reunión. —
Enseguida miró su reloj de pulsera, ese que Danilo le había
regalado—. Y en siete minutos tengo que reunirme con alguien
más…
—Y yo robándote el tiempo, imagino que quizá necesites
prepararte…
—No me robas el tiempo; por el contrario, me das un respiro…
¿Qué tal tu café? —interrogó, por el simple deseo de alargar la
conversación.
—Muy rico, lo necesitaba para entrar en calor.
—Imagino, a ti te queda perfecto. —Se dio tiempo para probar
el suyo—. En cambio, el mío está muy simple… —Hizo un gesto de
desagrado, lo que la hizo reír.
—Si quieres te puedo enviar un mensaje con las instrucciones
exactas de cómo lo preparo para que le digas a tus asistentes cómo
hacerlo. —Samira estaba feliz, le hacía mucha falta esas
conversaciones tontas con Renato.
—Mmm… Creo que igual les haría falta tu toque secreto….
—¿Toque secreto? No sé a qué te refieres.
—Tu magia… Samira, el cariño con el que preparas todo es tu
magia —dijo Renato en un impulso. En ese momento Drica le avisó
por la extensión que su cita había llegado, lo que lo alivió porque
ese arrebato podía salirle caro. No quería que ella pusiera distancia
entre ellos, y sabía que, aunque ya no estuviera tan influenciada por
los paradigmas sociales de su crianza, seguramente no viera con
buenos ojos que un hombre que no era de su cultura le hablara con
tanto cariño. Pero es que le estaba costando un mundo distanciarse
de su amiga, la única que tenía.
Renato le pidió a su asistente que hiciera pasar al visitante y
aprovechó para despedirse de Samira.
—¿Te parece si hablamos esta noche? Aunque no podré
desvelarme porque tengo que levantarme muy temprano para ir a mi
primer día de trabajo —comentó ella antes de terminar la llamada.
—Sí, tenemos nuestras prácticas de español, no creas que,
porque ahora me llevas ventaja por estar en Chile, te vas a librar de
mí —hablaba con esa soltura que daba la confianza que ya sentía
hacia ella—. Busca una nueva canción… —le aconsejó.
—Está bien, la buscaré… Adiós —se despidió con un gesto de
la mano y una dulce sonrisa.
—Hasta luego. —Renato terminó la llamada y se puso de pie
para recibir al agente de bolsa que entraba a su oficina.
CAPÍTULO 5
Samira sabía que necesitaba dormir, debía estar descansada
para su primer día de trabajo, pensó que al estar agotada como lo
estaba iba a ser suficiente para terminar rendida apenas pusiera la
cabeza sobre la almohada, pero por más que cerraba los ojos no
podía apagar su cerebro ni aliviar la sensación de soledad que la
embargaba.
Tenía la mirada fija en la delgada línea del claro de luna que se
colaba por la persiana y se reflejaba en el techo, eran tantas sus
tribulaciones, que sentía como si su alma estuviera en medio del
océano a la deriva, perdida, atemorizada. Cuando aceptó el loco
plan de su abuela de escapar de casa para viajar clandestinamente
a otro país, jamás creyó que también tendría que luchar con la
constante añoranza que no la dejaba en paz. Cada vez que cerraba
los ojos veía un fotograma de su pasado que la hacía pelearse con
las lágrimas que se agolpaban en sus ojos.
Constantemente se repetía que debía ser fuerte, que estar
separada de su gente era el precio que tenía que pagar por
perseguir su sueño, pero la nostalgia era una puta traicionera que la
atacaba cuando menos lo esperaba.
La necesidad de sentirse cerca de los suyos la llevó a hacerse
del móvil y buscar el contacto de su hermano Kavi, era el único
número que había podido conservar, ya que se lo sabía de memoria,
el resto estaban anotados en la libreta que resguardaba en el bolso
que se habían llevado los asaltantes cuando la despojaron de sus
pertenencias en Leme.
Acarició la pantalla al repasar cada dígito, pero sabía que no
podía marcarle, eso generaría una cadena de eventos con nefastas
consecuencias para su futuro. No quería echar por la borda todo su
sacrificio y lo que había conseguido hasta el momento. Dejó una vez
más el móvil en el alféizar de la ventana y se acurrucó entre las
sábanas en posición fetal para abrazarse las piernas, necesitaba
conseguir que el frío dejara de calarle los huesos. Debió haberle
hecho caso a Ramona cuando le dijo que comprara el
calientacamas, pero en ese momento pensó que era mejor pasar
frío que malgastar el dinero.
Logró dormitar un poco, pero un par de horas después el
inclemente clima la había despertado nuevamente al sentirse los
pies helados, por lo que tuvo que levantarse y ponerse un par de
calcetines más, se preparó un té bien caliente con mucho jengibre,
se lo llevó a la cama y se puso a leer para ver si al distraerse, volvía
a recuperar el sueño.
Dejó el libro a un lado y apagó la luz de la lamparita de noche,
agarró el móvil y volvió a mirar la hora, pensó que era muy probable
que Renato siguiera despierto, pero esa noche, tras terminar con las
prácticas de español, ella se despidió para acostarse pronto.
Pasada las cuatro de la mañana consiguió dormirse, así que
cuando la alarma sonó dos horas después, se sentía más agotada
que la noche anterior; no obstante, cuando recordó que esa mañana
iría a su primer día de trabajo, apartó las sábanas rápidamente, se
puso en pie y fue a preparar un rico café, mientras este se hacía se
fue al baño; en la ducha se preguntaba si sería capaz de dar la talla
en el restaurante, pero sacudió enérgicamente la cabeza para
quitarse esos pensamientos pesimistas.
Le habían dicho que requerían a alguien capacitado y ella lo
era, sin importar que esta fuese su primera experiencia formal, sabía
muy bien cómo limpiar y lavar platos. También, le dijeron que era
indispensable que fuera entusiasta y positiva, pero lo que de verdad
la tenía entusiasmada era poder comenzar a relacionarse con más
personas. No le importaba si le pedían hacer horas extras o ayudar
con otras funciones, ella sería feliz de colaborar en todo lo que le
solicitaran.
Salió del baño, se puso los vaqueros, un jersey de cuello alto y
un abrigo que había comprado el día anterior, para no tener que
estar pidiendo prestado la ropa a Ramona ya que le daba algo de
vergüenza.
Se fijó que contaba con tiempo suficiente; aun así, quería estar
lista lo antes posible, se preparó un emparedado porque no sabía a
qué hora le darían el desayuno, era mejor ir con el estómago lleno el
primer día. En cuanto lo tuvo listo, se sentó a comérselo junto con el
café y de paso, revisó a ver si tenía alguna notificación nueva en el
teléfono.
Lo primero en que se fijó fue en un mensaje que Renato le
había enviado. Al instante y sin pedirle permiso, las mariposas que
habitaban en su estómago se lanzaron en picada a darse un
chapuzón en el café que se había bebido. Se lo envió a las tres de
la mañana y la emoción mutó a preocupación al caer en la cuenta
de lo poco que él estaba durmiendo, eso no era sano.
Gitanita, gitanita, espero que tu primer día laboral sea lo que
tanto has anhelado. —Escuchó el mensaje con una sonrisa
tonta y el corazón en frenético galope.—. Estaré esperando
con ansias el momento en que puedas contarme todos los
detalles… Feliz día, Samira. —Ese tono que usaba para
decirle «gitanita» estaba tan lleno de cariño, que ahora
deseaba que la llamara así todo el tiempo, incluso, se permitió
pensar por un momento que sentiría si se lo susurrara al oído.
Se tomó casi un minuto para respirar profundo y calmarse no
quería que su voz delatara los nervios que él le producía.
—Buenos días, payo —canturreó su mensaje de voz, tratando
de parecer muy relajada—. Gracias, tengo plena confianza de qué
hoy será un día extraordinario… Por supuesto que te contaré todo.
—Soltó una risita entre divertida y nerviosa—. Pero lo haré, una vez
acabe mi turno a las cuatro de la tarde, porque está prohibido el uso
del móvil en el trabajo, ya me advirtió Ramona que en cuanto llegue
debo entregárselo al administrador, y no te preocupes por mis
clases de español, ya hice el cambio de horario para las seis de la
tarde… Espero que hoy tengas menos compromisos que ayer para
que tengas tiempo de comer sin apuro… —Desde que lo dejó en
Brasil, le preocupaba que no estuviera alimentándose bien—. Ten
un buen día.
Terminó la nota, se comió los bocados que le quedaban y lavó
los utensilios que usó, luego fue a lavarse los dientes, se aplicó
protector solar y se maquilló.
Sabía que no le permitirían tener el teléfono consigo, pero
consideraba que por el momento eran mejor no dejarlo en la casa,
así que lo guardó en el pequeño bolso bandolero de cuero negro,
junto con las fotocopias de sus documentos, como le había
aconsejado Ramona la noche anterior; era mejor dejar los originales
y el dinero bien escondido dentro de un recipiente que contenía
arroz, para que pasaran desapercibido dado el caso de que contara
con la mala suerte de que alguien se metiera en el apartamento
mientras estaba en el trabajo. No quería ser fatalista, pero era mejor
no ser demasiado confiada.
Abrió la puerta y la brisa bastante fría le hizo apretar los dientes
y apurar el paso para ir a encontrarse con Ramona, algunos
nubarrones grises predecían que el día empezaría a oscurecerse
antes de haberse decidido a brillar.
Sabía que iba a ser imposible que entrara en calor ni aun con el
grueso jersey de lana y el abrigo que llevaba puestos, incluso podía
ver su aliento al exhalarlo. Tocó con precaución la puerta de su
amiga para no parecer demasiado alterada. Casi enseguida le abrió,
le dio los buenos días y la invitó a pasar.
—Ya estoy casi lista —informó, en su camino a la cama donde
tenía algunas alhajas y prendas regadas.
Samira no estaba segura si hacía más frío en el apartamento
de Ramona o afuera, aunque su amiga se notaba muy cómoda con
la temperatura, le mortificaba que, por haber sido demasiado
amable con ella al prestarle el calentador, estuviese soportando el
inclemente clima.
—¿Has pasado buena noche? ¿No sentiste frío? Yo podría
comprar un calentador para mí…
—¿Frío? No, para nada —negó, al tiempo que se hacía del
cepillo y se desenredaba con bastante energía la larga melena—.
Estoy acostumbrada, ya te dije que puedes quedártelo hasta que
llegue el invierno de verdad, que es cuando lo necesitaré.
—Bueno —masculló y miró en derredor—. Pero si llegas a
necesitarlo antes, me avisas y te lo devolveré en el acto, no quiero
que te enfermes por mi culpa.
—Te aseguro que no voy a necesitarlo. —Le regaló una rápida
sonrisa, aunque luchaba por sujetarse el cabello en una cola alta.
—¿Te ayudo en algo? —preguntó, no le gustaba llegar a un
lugar y quedarse de brazos cruzados, le parecía que estorbaba.
—No hace falta —exhaló satisfecha y casi exhausta al terminar
con su cabello. Ya se había maquillado, así que solo fue cuestión de
agarrar su móvil y cartera—. Ya nos vamos —dijo mientras revisaba
que la cafetera estuviese apagada, luego echó un vistazo al baño
para asegurarse de que todo estuviera en orden y apagó la luz y
salieron.
Ya Samira sabía que la casa quedaba en Cotapos de la
comuna Independencia; mientras caminaban por la calle enmarcada
por casas con fachadas de distintos colores, prácticamente pegadas
la una de la otra, Ramona le indicaba cuál era el camino más corto
para llegar a la estación del metro en la plaza Chacabuco.
Tras diez minutos, entraron en la estación; Ramona la llevó
escaleras abajo, se acercó al mapa, para explicarle que esa era la
línea tres y que debían bajarse en la estación Cal y Canto.
—Es necesario que memorices todo, porque habrá días en que
no coincidiremos en los horarios —le explicaba todo detalladamente
porque lo que menos deseaba era que su amiga se perdiera un día
que no pudiera acompañarla al no ubicarse en sus calles.
—Sí, sí… lo entiendo —aseguró, mirando la línea de color
marrón que indicaba el trayecto y todas las estaciones. Sabía que
viajar en metro no era tan complicado, mientras no tuviera que hacer
varias conexiones.
Ramona la tomó por la mano, llevándola por el túnel de un
colorido techo anaranjado, decidió hablarle sobre lo que le esperaba
ese día.
—Trata de no estar nerviosa en el trabajo, lo harás bien —le
recomendaba.
—Lo sé… me tranquiliza mucho saber que estaré en la cocina,
porque aún me pongo muy nerviosa hablando español con
desconocidos y me daría nervios tener que atender las mesas —
habló confiada de que podría lavar platos y limpiar sin
complicaciones.
—En un par de meses, quizá antes, ya ni lo notarás de lo fluido
que lo hablarás.
Samira asintió y en ese momento llegó el tren, en el vagón se
sentaron una al lado de la otra. Ramona no paraba de parlotear, le
contaba sobre las rutinas del día a día en Santiago y que sabía que
eran importantes para su amiga.
Bajaron del metro en la estación Cal y Canto y caminaron hasta
el Mercado Central, que les dio la bienvenida con su típica fachada
colonial en amarillo pálido y blanco. El bullicio de las personas que
iban y venían, sin importar que fuese tan temprano en la mañana,
era casi ensordecedor, aunque habían estado ahí la tarde anterior, a
la carioca volvía a parecerle bastante fuerte el olor proveniente de
puestos de venta de productos marinos, pero sabía que se
acostumbraría.
Ramona se empeñó a acompañarla hasta el restaurante, se
detuvo a pocos pasos de dónde se hallaban las mesas y sillas de la
zona externa.
—Bueno —suspiró Samira, sintiendo la garganta seca, no
sabía si era por el frío o por los nervios—. Ya es hora, ve a tu
trabajo, no quiero que llegues tarde por mi culpa.
—¿Recuerdas el nombre del administrador? —Ramona hizo la
pregunta para comprobar.
—Vicente Silva —contestó muy segura.
—Está bien, cuando termines turno, puedes esperarme en este
mismo lugar, o si prefieres, en ese café —dijo señalando el pequeño
local con barra y taburetes que estaba a unos pasos a su derecha.
—Está bien —asintió, intentando convencer la de que sabría
cómo desenvolverse.
—Bueno, entra y pregunta por el señor Silva. —Le plantó un
beso en cada mejilla—. Te irá muy bien.
—Gracias. —Le dio un fugaz abrazo y se apresuró entre la
separación que dejaban las mesas de la terraza. Antes de avanzar,
miró por encima de su hombro, solo para ver a Romana todavía ahí,
le sonrió y agitó la mano. Inhaló profundamente para que lo nervios
menguaran y empujó la puerta de cristal que tenía un grueso marco
de madera. Avanzó por las baldosas de terracota hasta el mostrador
que estaba al final.
—Buenos días, disculpa, aún no hemos abierto —le habló una
mujer de complexión delgada, aparentaba unos cuarenta años, su
tez era bastante pálida y el cabello negro. Estaba segura de que no
la había visto el día anterior, posiblemente, era la supervisora de
personal, que le había mencionado el señor Vicente.
—Buenos días, el señor Silva me pidió que viniera a esta hora.
—Samira sintió un ligero cambio en la actitud de mujer que tenía
enfrente, pasó de ser amable a observarla de pies a cabeza.
—Ah, eres la chica nueva, la gitana …
Samira tuvo la sensación de que le estuvo a punto de decir algo
más, pero finalmente frunció los labios y asintió.
No sabía si el tono que había usado al llamarla «gitana» era
despectivo, pero era mejor no reparar en eso, no quería que la
actitud de esa persona la pusiera a ella a la defensiva.
—Sí, la gitana —afirmó sonriente, intentando mostrar emoción
y un respeto absoluto.
La mujer la miró y quedó un poco desconcertada ante la
respuesta tan alegre y positiva que estaba mostrando la que sería la
nueva empleada.
—Está bien. —Caminó detrás del mostrador, para luego
aparecer por el costado derecho, al abrir uno de los paneles de las
puertas batientes—. Puedes pasar.
—Gracias. —Le sonrió discretamente y avanzó.
—Soy Maite, superviso a todo el personal —se presentó
mirándola por encima del hombro, únicamente le hizo un ademán
para que la siguiera por el pasillo.
—Soy Samira. —Se llevó la mano al pecho donde estaba la
correa de su bandolera y manteniendo la sonrisa en el rostro.
—Imagino que ya el señor Silva te explicó tu horario y
funciones —comentó al tiempo que entraban en la cocina industrial
en acero inoxidable que casi relucía a la luz de los reflectores, en
cuanto la joven miró todo, el corazón se le alteró de la emoción.
Se fijó en un chico moreno bastante delgado, pero se daba
cuenta de que seguramente esa era su complexión, como le pasaba
a ella. Él le regaló una tímida sonrisa y siguió picando con gran
agilidad unos pimientos.
Antes de llegar a la oficina se toparon con una chica de
llamativos ojos oscuros, cejas bien definidas y un cabello negro
largo. A Samira le pareció una joven hermosa.
—Daniela, ve a poner los manteles —ordenó Maite.
—Sí, enseguida —dijo sonriente y a modo de saludo le regaló
un asentamiento a Samira y en respuesta ella le sonrió.
Al fondo de la cocina, estaba la oficina del administrador, lugar
que la chica aún no conocía, porque el día anterior, el dueño del
restaurante la había entrevistado en una mesa del área externa.
—Espera aquí —Le solicitó la supervisora.
—Está bien.
La vio abrir la puerta sin antes anunciarse. Samira supuso que
tenía la autoridad para hacerlo; sin embargo, le pareció algo
bastante irrespetuoso.
Miró a su derecha donde se hallaba la gran cocina y de dónde
provenía el constante tintineo del movimiento de los utensilios
metálicos sobre las mesas de acero inoxidable. Al joven delgado se
acercó a una mujer que claramente pasaba los cuarenta, llevaba
puesto el uniforme negro y el gorro rojo.
Cuchichearon por pocos segundos, luego ella agarró un gran
tazón y se marchó, dejando al chico con los pimientos. A los pocos
minutos regresó con un tazón repleto de zanahorias y fue cuando
Samira se fijó que la mujer tenía un gran lunar en la barbilla.
El sonido de la puerta al abrirse la hizo volver de inmediato la
mirada al frente.
—Puedes pasar, el señor Silva te solicita —le indicó Maite,
volviendo a repasarla con la mirada.
—Gracias —dijo y avanzó.
—Buenos días, Samira… pasa, siéntate —le pidió haciendo un
ademán a la silla frente a su escritorio.
El administrador estaba entrando en los sesenta, delgado, nariz
grande y perfilada, de cabello y espesa barba casi gris, con unos
ojos plomizos que dedicaban miradas afables.
—Buenos días. —Ella avanzó sonriente y decidida, aunque en
realidad sentía que el pecho iba a estallarle.
CAPÍTULO 6
La reunión con el administrador no duró mucho, el hombre hizo
un resumen de lo que ya habían hablado el día anterior, sobre el
horario, las reglas del lugar, le recalcó que durante las próximas dos
semanas estaría a prueba y que se le ofrecería un proporcional
monetario para sus gastos de transporte, que, si cumplía con las
expectativas requeridas, tras pasado ese periodo, se le haría un
contrato por un mes con la paga reglamentaria por ley y que se
renovaría, siempre y cuando estuviesen satisfechos con su
desempeño.
Eran cosas que ya sabía, porque Ramona la había puesto al
tanto de lo que indicaba la ley de trabajo en Chile, que primero
estaría a prueba, luego se le daría un contrato por un mes, seguido
del de tres meses y al final el indefinido, pero fue clara al decirle que
no soñara con eso, que normalmente en ese sector solo usaban el
de mes a mes para no pagarle los beneficios que les corresponden
a los empleados de contrato indefinido.
Eso a Samira no le importaba, ella necesitaba un empleo que le
permitiera reunir lo suficiente para mantenerse y estudiar. Tampoco
podía darse el lujo de exigir porque sabía que su condición no era la
mejor, apenas contaba con estudios básicos y no encontraría un
empleo que le diera más beneficios y una mejor paga siendo una
recién llegada.
—Entonces, ¿estás preparada para empezar? —preguntó
levantándose y le ofreció la mano para cerrar el trato.
—Sí, gracias, señor Silva —dijo estirando la mano para darle
un apretón. En su cultura, las mujeres no solían dar la mano a los
hombres que no fueran familiares, pero ya esas costumbres las
había superado—. Le prometo que no le decepcionaré. —respondió
con la mirada brillante y una sonrisa de oreja a oreja.
—Si sigues las reglas, no lo harás. —Sonrió algo sorprendido
ante la efusividad de la muchacha—. Ahora vamos con Maite, para
que te entregue el uniforme.
—Sí, por supuesto. —Se levantó y siguió al que, a partir de ese
momento sería su primer jefe. Al caminar al lado de él se dio cuenta
de que eran casi de la misma estatura.
La supervisora estaba en su oficina, con la mirada en los
monitores de las cámaras de seguridad, asegurándose de que cada
empleado estuviese cumpliendo con sus funciones.
En cuanto entraron, ella acomodó su postura e irguió la
espalda.
—Samira empezará ahora, entrégale un uniforme, muéstrale
donde están los baños y preséntale a los compañeros, luego, te
espero en la oficina para terminar el inventario.
—Está bien. —La mujer con un semblante más relajado se
levantó, ignoró a la chica por mirar a Vicente salir de la oficina, pero
en cuanto él cerró la puerta, se espabiló y volvió a mirar a la chica
—. Ven conmigo. —Le pidió.
Ella diligentemente la siguió y Maite la llevó a los baños, que
tenían una antesala con varios casilleros. Se acuclilló y de uno de
los compartimientos inferiores, tras ingresar la contraseña sacó un
par de paquetes.
—Evidentemente eres talla pequeña —dijo con cierta
indiferencia y le ofreció el uniforme a Samira—. ¿Cuánto calzas?
—Cuarenta —dijo llevándose contra el pecho el par de prendas
en bolsas transparentes.
La mujer se desplazó hasta otro casillero, lo abrió y sacó unas
botas de hule.
—Aquí tienes, cámbiate. —Con un cabeceó le señaló las
puertas que daban al baño.
—Sí, enseguida.
Samira corrió y se encerró en el baño para cambiarse, quería
hacerlo muy rápido, pero los nervios y la emoción no se lo permitían.
Rasgó las bolsas con manos temblorosas, sacó las prendas y las
dejó sobre la encimera del lavabo.
Se quitó la chaqueta y le jersey, dejándose solo la camiseta
sencilla sin mangas y el sujetador, inevitablemente la piel se le erizó
ante el cambio de temperatura por lo que se dio prisa y se puso la
camisa negra cruzada con dos hileras de botones, le quedaba algo
grande por lo que se dobló las mangas a la altura de los antebrazos.
Luego se puso el pantalón negro y se amarró a la cintura el
delantal rojo, se calzó las botas que le llegaron por debajo de las
rodillas, y se dedicó a ponerse el gorro de tela también rojo, luchó
mucho para conseguir que su larga melena quedara lo mejor posible
dentro de ese pedazo de tela tan pequeña, pero una vez lista, sonrió
emocionada por verse por primera vez con un uniforme, le quedaba
algo grande, pero eso para ella era perfecto.
Sabía que no debía tardarse; no obstante, fueron más
poderosas sus ganas de compartir ese momento con alguien, por lo
que sacó su móvil y se tomó una fotografía frente al espejo. De
inmediato se le envió a Renato, acompañada del texto: «Lista para
mi primer día de trabajo… Hasta guapa me veo».
Adjuntó unos emoticones de carita sonrojada y otro con una
sonrisa pícara.
Él le había enviado un mensaje de voz de casi dos minutos,
pero antes de que pudiera llevarse el teléfono a la oreja, escuchó
que le tocaban la puerta.
—Ya casi es hora de que empieces turno. —La azuzó Maite.
Eso hizo que el corazón se le atorara en la garganta, por lo que
desistió de la idea de escuchar el mensaje de Renato y prefirió
escribirle rápidamente: «Lo siento, no puedo escuchar tu mensaje
en este momento, voy a iniciar el turo, hablamos a mi salida sin
falta. Ten un lindo día», y le dio a enviar—. Ya estoy lista —comentó
apurada, al tiempo que apagaba y guardaba el teléfono en la cartera
y se la colgó en el hombro derecho. Salió con la ropa perfectamente
doblada en las manos, Maite se mostraba impaciente.
—Este casillero es para ti. —Señaló uno de los
compartimientos.
—Gracias —dijo Samira, lo abrió, puso su ropa con cuidado y
encima la cartera.
—¿Tienes teléfono? —preguntó Maite.
—Sí. —No iba a mentir sobre eso, no sería bueno empezar a
ocultar cosas en su primer día de trabajo. —Entrégamelo, te lo
devolveré en cuanto termines el turno, debes dármelo todos los días
en cuanto llegues… —informó, mientras veía cómo la muchacha
buscaba el aparato.
—Entendido.
—Seguramente pensarás que podrías dejarlo aquí, pero lo
cierto es que nos hemos dado cuenta de que suelen aprovechar los
momentos de ir al baño para entretenerse con sus móviles —
confesó. Se quedó mirando el modelo que la chica le había
entregado—. Este es bastante costoso, con lo que gano en seis
meses no me alcanza para uno así… ¿Los has comprado robado?
¿Podrías conseguirme uno?
—No es robado, es mío. —Le pareció que la supervisora
estaba insinuando que ella era una delincuente, por lo que tuvo que
respirar profundo para controlar el tono de sus palabras—. Me lo
regaló un amigo —explicó con inocencia.
—Comprendo —masculló irónica e imaginaba los términos de
esa «amistad»; al parecer, la gitanita era mucho más astuta de lo
que aparentaba con esa sonrisa de tonta, por lo que concluyó que lo
mejor sería mantenerse muy atenta con ella.
—Estoy lista. —Fue lo que Samira prefirió decir, antes de que
su cara, que solía ser tan expresiva, dejara al descubierto que no le
agradaba el tono ni la insinuación que le estaba haciendo su
supervisora.
—Bien, cuando termines turno te lo devolveré, te repito que
debes entregarlo todos los días en cuanto llegues —le enfatizó por
si no le había quedado claro.
—Está bien, entendido —dijo, pensando que prefería dejarlo en
casa.
—Por las mañanas encontrarás el restaurante limpio, así que,
trabajarás junto a Mercedes… —hablaba de camino a la cocina.
Samira asentía, mientras sentía que su pesado cabello se le
escapaba del gorrito de tela, por lo que intentó acomodárselo, sin
ralentizar el paso.
—Buenos días —saludó Maite al personal que estaba en la
cocina.
—Buenos días —respondieron al unísono los empleados y sus
miradas se fueron directas a la muchacha.
—Les presento a su nueva compañera, Samira… es gitana.
Ella se tensó de inmediato, aunque mantuvo la sonrisa de oreja
a oreja, le estaba empezando a incordiar el tono tan despectivo que
usaba Maite cada vez que decía «gitana», era como si ella tuviera
alguna enfermedad contagiosa o que estaba llena de mugre y los
demás debían tener precaución de ella. Lo que su jefa no sabía era
que ella no era cualquier «gitana»; no conocía el tamaño de su
espíritu y deseo de comerse el mundo, por eso era por lo que
estaba segura de que no iba a desistir por unas cuantas palabras
dichas de manera incorrecta. Lo mejor era conseguir que la
conociera para que se diera cuenta que era una persona capaz y
trabajadora.
Así que avanzó hacia sus compañeros y recibió la mano del
que estaba segura era el chef porque estaba vestido de blanco.
—Bienvenida, soy Agustín.
—Gracias, será un placer trabajar con usted. —Se dio cuenta
de que la voz la tenía algo rota por el contraste de emociones que la
embargaba, por lo que carraspeó antes de presentarse al chico
delgado.
—Hola, me llamó Julio César, sí cómo el romano. —Su actitud
era chispeante y bastante afeminada—. Sous chef .
Con algo de reticencia Samira le dio un ligero apretón. Esta era
la primera vez que tenía trato con un hombre que claramente tenía
tendencias homosexuales, a ella la habían educado con la creencia
de que ese tipo de conducta era una deshonra y una vergüenza; sin
duda, ese trabajo se estaba convirtiendo en un gran reto para ella.
Otorgándole una sonrisa forzada, pasó a su siguiente compañero de
trabajo.
Le presentaron a Mercedes, que al igual que ella era ayudante
de cocina, a Javier quién se encargaba de la limpieza del
restaurante y por último a Mario, que junto con la chica que había
estado poniendo los mantenles en las mesas, eran los meseros del
turno de la mañana.
—Bueno, ya conoces a todos tus compañeros del turno de
diurno, ahora empieza a trabajar, encárgate de pelar, lavar y picar
las papas.
—Sí claro —dijo Samira, emocionada de poder iniciar y
demostrar que fácilmente podría con eso y mucho más.
—Aquí en la cocina, sigue las órdenes del chef, ¿entendido?
—Sí señora —dijo con tono entusiasta.
—No me digas señora, solo Maite.
—Está bien —afirmó, para luego ver detrás de la supervisora
cómo Julio Cesar reía con disimulo.
—Asegúrate de mantener tu pelo dentro del gorro o te lo cortas,
lo menos que deseamos es tener quejas por cabellos en la comida.
—Le recomendó con cierto tono de mando, al ver que se le
escapaban algunos mechones.
Todas las alarmas de terror se despertaron en Samira, al
pensar que tendría que cortarse el cabello, por lo que de inmediato,
empezó a acomodárselo, con su mirada puesta en Maite que estaba
abandonando la cocina.
—¡Ay! No te preocupes demasiado. —Se acercó a ella Julio
César, con el propósito de ayudarle, lo que hizo que la chica entrara
en tensión, porque no lo quería cerca—. Ella suele ser una perra…
—musitó cómplice—. ¿Quieres que te ayude? —preguntó.
—No, no… gracias. —Retrocedió un par de pasos, sin desistir
con manos temblorosas de poner bajo el gorro todos los mechones.
No quería que la tocara.
—Está bien, como quieras, imagino que estás nerviosa… pero
no debes estarlo, si tienes alguna duda o necesitas ayuda, solo di mi
nombre… recuerda, Julio César —hablaba con su tono agudo y
meloso.
—Gracias. —Forzó una sonrisa que apenas plegaba sus labios
y siguió intentando domar su cabello.
—Deja que te ayude. —La sorprendió por la espalda Mercedes,
por lo que Samira se volvió, la mujer de cierta manera le hacía
recordar a su abuela.
—Está bien. —Cedió bajando sus defensas, sintiéndose más
cómoda con la señora.
—Ya tengo experiencia en esto, también lo llevo muy largo… y
no parece, ¿cierto? —comentó, mientras desataba el nudo del
gorro.
A Samira se le hacía más fácil entenderle, el lenguaje de ella
era más neutral y pausado, su acentuación era distinta, pensó que
quizá no era chilena.
—Mañana lo traeré mejor recogido —dijo mientras Mercedes le
hacía una trenza que luego enrolló pegada a la nuca.
—¿Tienes otra liga?
—No, pero…
—No te preocupes. —La interrumpió—. Julio César, puedes
decirle a Daniela que te preste una liga.
El chico no dijo nada, solo dejó de lado su labor y fue al salón
donde estaba su compañera preparando las mesas para los
comensales. Tras un par de minutos regresó con una liga verde.
—Aquí tienes. —Se la entregó a Mercedes, mientras miraba a
la gitana—. Tienes unos ojos muy bonitos. —Elogió, queriendo
romper el hielo con la joven.
—Gra… gracias —contestó, tratando de parecer cortés, aunque
tenía la mirada en la punta de sus botas, ya que Mercedes le estaba
sujetando el cabello.
No podía evitar estar nerviosa con la cercanía del chico nunca
había tenido tratos con alguien así. Recordaba a Leandro, un vecino
muy cercano, que cuando cumplió los catorce le celebraron la fiesta
en la que pretendían comprometerlo con su prima Amaral, pero él se
negó a esa unión y confesó su preferencia sexual hacia los de su
mismo sexo; eso fue como lanzar una bomba nuclear en el seno de
su familia. Ella solo recuerda que su abuela le decía que a pesar de
que lo habían echado de su casa y de la comunidad, toda su gente
cayó en desgracia; cada año, cercano a la fecha del fallido
compromiso, moría algún miembro y se empobrecieron de forma tan
abrumadora, que tuvieron que vender lo poco que pudieron
conservar e irse a la comunidad Rota Dos Cavalos en Brasilia y vivir
en una carpa otorgada por Defensa Civil.
Sintió que pudo volver a respirar cuando Julio regresó con sus
labores y la dejó en paz. Una vez resuelto el problema que significó
su cabello, le agradeció a Mercedes su ayuda. Entonces sí, se puso
manos a la obra, fue a por el saco de papas, pero era demasiado
pesado. Así que prefirió agarrar un gran tazón e ir poco a poco.
El chef de vez en cuando la supervisaba que estuviese
haciendo bien el trabajo; tras una hora, ya llevaba peladas, lavadas
y troceadas, más papas de lo que había hecho en toda su vida,
tenía barro bajo las uñas y las manos entumidas, por lo que de vez
en cuando las sacudía para que no se le agarrotaran.
Una vez terminó, el chef le pidió que, limpiara los camarones,
era un par de baldes repletos. No tenía dudas de que el restaurante
tenía gran afluencia.
En su casa nunca había hecho esta tarea, por lo que cometió el
error de usar la punta del cuchillo para destripar el camarón; sin
embargo, el sous chef lo notó antes de que arruinara más y su
periodo de prueba finalizara en tiempo récord, discretamente se
acercó a ella.
—No, no lo hagas así, está mal… Te van a mandar para tu
casa —le susurró para que nadie más lo escuchara.
—Lo siento, es que no sé… —dijo nerviosa, lo que menos
necesitaba era que la despidieran en ese momento por no saber
hacer sus prejuicios a un lado.
—Por eso te dije, que si tienes dudas me preguntaras —
murmuraba cómplice y tratando de ocultar con su cuerpo el camarón
que Samira había arruinado—. Si te ve el chef, te gritará hasta
hacerte llorar. Te explico, destriparlos en muy fácil, solo tienes que
usar este palillo. —Agarró del compartimiento superior un recipiente
que contenía palillos de madera y sacó uno—. Solo tienes que
punzarlo así, en el segundo pliegue desde la cola y halas de esta
manera, ¿ves? Es mucho más fácil y rápido.
—Gracias, no sabía esa técnica.
—Si no sale, entonces, punzas el segundo pliegue desde la
cabeza y problema resuelto —le explicó con cinco camarones,
mientras Samira miraba atenta y asentía—. Inténtalo —la alentó,
entregándole el palillo y un camarón.
Ella lo tomó con algo de aprehensión, temía no haber captado
bien su explicación, pero de inmediato repitió los pasos que Julio le
había indicado.
—Es muy fácil —dijo emocionada y llevada por la
espontaneidad le sonrió ampliamente.
—¿Todo en orden? —Se acercó el chef por detrás,
sorprendiéndolos. Julio, con la rapidez de un rayo agarró el camarón
al que la chica prácticamente le había practicado una autopsia y se
lo llevó al bolsillo del delantal.
—Sí, todo bien chef, estoy impresionado con Samira, lo hace
muy bien —dijo y le guiñó un ojo cómplice a la gitana que lo miraba
con sorpresa.
Ella le regaló una caída de párpados en señal de
agradecimiento, pero cuando Agustín le pidió que le hiciera una
demostración de cómo destripaba el camarón, rezó a todas las
deidades del universo para que la protegieran y pudiera hacerlo bien
de nuevo.
Inhaló profundamente para que sus manos temblorosas no
delataran sus nervios, se concentró y consiguió sacar la tripa del
camarón con gran destreza.
—Muy bien hecho —dijo el chef—. No te entretengas en otras
cosas; Julio César, déjala trabajar.
—Gracias —musitó Samira, mirando de reojo al chico.
—Por nada, ya sabes, si necesitas ayuda, solo pídela.
—Lo haré. —Levantó la comisura izquierda en una sonrisa
discreta. No podía negar que el chico era muy amable.
Terminó con los camarones; luego, el chef le asignó varias
tareas, como abrir y lavar un tipo de molusco llamado machas, para
luego acomodarlas en la concha sobre una bandeja; ya que la
especialidad del menú del día sería machas a la parmesana, perdió
la cuenta de todas las almejas que fue preparando.
—¡Samira!
La voz de Maite sonó casi atronadora desde la entrada, lo que
hizo que ella diera un respingo que casi consigue se amputara un
dedo al resbalársele el cuchillo con el que abría una de las conchas.
—Sí señora —dijo volviéndose para mirar a la supervisora.
—Es tu hora de colación, ve con Julio y Daniela… —anunció y
de inmediato se marchó.
Samira se volvió para mirar a Mercedes que percibió en su cara
la confusión al no haber entendido lo que le había dicho su jefa.
—Es hora de tu comida, ve con Julio. —La alentó, haciendo un
ademán con el cuchillo hacia la salida.
—Pero aún no he terminado con las machas… —comentó al
ver lo que todavía le faltaba en el cubo.
—Tranquila, yo termino con eso —dijo Mercedes, acercándose
al lavaplatos industrial donde estaba Samira—. Ve a comer.
—Está bien. —Con cuidado dejó la almeja que no alcanzó a
abrir en agua y el cuchillo sobre la bandeja, luego se lavó las
manos.
—Ven, ¿eres alérgica a algún tipo de alimento? —preguntó el
chico.
—No, creo que no —respondió.
—Bueno, hoy nos toca comer corvina a la plancha con
ensalada chilena y arroz —hablaba mientras servía en tres platos.
—Está muy bien —dijo ella, no se había dado cuenta del
hambre que sentía hasta que percibió los aromas del plato que le
estaba sirviendo su nuevo compañero.
—Si quieres siéntate, yo llevo la bandeja a la mesa. —Le
ofreció y la guio hasta el pequeño comedor que estaba al lado del
cuarto de almacenamiento. Solo había una mesa y cuatro sillas de
madera, una nevera con algunas bebidas, un dispensador de agua y
en una de las paredes un gran cuadro de la ciudad, donde
destacaba un edificio más alto que los demás y con la cordillera
nevada detrás.
—¿Podemos tomar las bebidas para acompañar el almuerzo de
esta nevera? —le preguntó a Daniela que estaba entrando justo
cuando Julio colocaba la bandeja en la mesa.
—Sí claro, podemos tomar una con las comidas —le respondió
mientras ayudaba a poner los platos frente a cada puesto.
—Entonces yo las sirvo, ¿qué prefieren? —De inmediato les
dijo, quería que todos vieran que ella era uno más de ellos.
—A mí me hace falta cafeína, así que dame una Coca Cola, por
favor —respondió el chico con una sonrisa, mientras agarraba los
cubiertos.
—Yo prefiero agua, estoy tratando de hacer dieta de nuevo —
dijo Daniela mirándolo, mientras él que torcía los ojos, ya sabía que
eso solo iba a durar un par de días.
Samira sirvió las tres bebidas, ella también se decantó por el
agua y los sirvió en vasos de desechables que estaban junto al
dispensador. Tenían una hora para comer y conocerse un poco
mejor.
—Samira, ¿verdad? —preguntó Daniela mientras comían, la
gitana asintió con la cabeza—. Nosotros solemos comer rápido para
que nos quede tiempo para hacer la digestión con calma y
descansar los pies, ya que en poco más de una hora empieza el
movimiento de verdad.
—¿De dónde eres? —le preguntó Julio César.
—De Río de Janeiro, ¿ustedes son chilenos?
—No, para nada, yo soy peruano y ella es venezolana. Este
restaurante es como las Naciones Unidas —comentó haciendo que
ambas chicas se rieran—. Mercedes es colombiana y Mario es de
Nicaragua, además, en el turno de la tarde hay un dominicano y un
haitiano. Todos le agradecemos mucho al señor Silva, porque él le
da siempre oportunidad a los inmigrantes, eso no es lo común.
—¿Y qué te trajo a este país? —intervino Daniela, que en ese
momento hacía una pausa con la comida.
—Vine con la intención de estudiar, la medicina es mi pasión —
dijo tratando de evitar los detalles más escabrosos de su pasado, lo
que menos necesitaba en ese momento era exponer su vida ante
personas que recién estaba conociendo; se veían amigables, pero
era mejor que nadie se enterara de su drama personal.
—¡Uy! Estudiar en este país es súper costoso —contestó
Daniela—, sobre todo, medicina. Necesitarás más que este empleo
para poder reunir lo suficiente para la matrícula y mensualidades.
El rostro de Samira reflejó la angustia que le generaba
enterarse de ello, así que, para evitar caer en una serie de
pensamientos negativos, prefirió tomarse un trago de agua que le
ayudara a calmarse.
—Tranquila, tranquila… —Daniela reaccionó de inmediato a la
vez que estiraba la mano para tomar la de la chica y tratar de mitigar
la metedura de pata que había hecho—. Quizá puedas hacer como
han hecho muchas personas, verdad, Julio. —Se giró buscando con
la mirada el apoyo de su amigo—. Tal vez puedas empezar
haciendo algún curso de enfermería y así comprobarás si esa es
verdaderamente tu vocación, a la par de que podrías comenzar a
trabajar en el área.
—Sí, Daniela tiene razón, la mayoría hace eso, así van
reuniendo para los estudios superiores, pero mejor cuéntanos cómo
es Río, me encantaría ir algún día de vacaciones, la vida nocturna
es tremenda y las playas ni se diga.
—Ja, ja, ja, no pretendas engañarnos, tú lo que quieres es ir a
conocer a los cariocas bien bronceaditos —increpó Daniela,
guiñándole un ojo de manera pícara, ellos dos se tenían mucha
confianza.
—Bueno, quizá no me lo van a creer, pero yo poco les puedo
hablar de esas cosas, yo nací en una comunidad gitana y las pocas
veces que salí a la ciudad era para acompañar a mi abuela a leerle
el futuro a los payos, de resto, solo estaba con mi familia.
Ambos chicos se quedaron algo perplejos.
—¿Payos? —dijeron a la vez, lo que hizo que los tres se rieran
a carcajadas.
—Disculpen, se me olvida a veces que no todos conocen
nuestros términos, los payos son los «no gitano».
—¡Ya va, ya va! ¿Tu abuela leía la suerte? —Los ojos de Julio
César se abrieron totalmente; de todo lo que había dicho su
compañera, eso fue lo que más le interesó. Si ella también tenía ese
don le rogaría que le leyera su futuro, capaz de esa manera sabría
si debía alejarse por completo del hombre que tantos sufrimientos le
estaba causando, aunque lo amaba con toda el alma.
—Sí y es la mejor. Lamentablemente, ella es la única con
visiones en la familia, yo en cambio soy una mundana más en la
vida —dijo de manera jocosa.
—Bueno, como te has dado cuenta por la actitud de Maite, aquí
en Santiago estigmatizan a los gitanos. La mayoría creen que son
malos, tramposos, problemáticos. Pero gracias a Dios, no son todos,
aunque si te soy sincera, también piensan lo mismo de los
extranjeros, porque ha habido muchos conflictos con personas que
han venido y hecho cosas malas.
Siguieron hablando unos minutos más, pero casi sin darse
cuenta, la hora de la comida había pasado, aprovecharon para ir al
baño y luego volver al puesto de trabajo. Samira, en la cocina volvió
a ponerse el delantal y, desde ese momento, estuvo de un lado al
otro en la cocina, siguió limpiando las almejas, ayudó con dos
salsas, buscó productos en el almacén, limpió algunos utensilios
para que no se acumularan al final de la jornada, a pesar de que se
apresuraba por hacer todo en cuanto le daban la orden, no
conseguía un minuto de calma, todo era estresante, los pedidos no
paraban, la agilidad de todos en la cocina era admirable y el bullicio
apabullante.
Cuando por fin el reloj marcó las cuatro de la tarde, ella había
terminado de limpiar y ordenar lo que había quedado en uno de los
mesones, tenía las manos arrugadas de tanto habérselas mojado
ese día y los pies adoloridos de ir y venir. Se aseguró de entregar
todo en orden a las señoras del turno de la tarde que hacía sus
mismas funciones.
—Samira, espera un momento —la llamó Maite, que se
acercaba para entregarle otro uniforme—, llévate el que tienes
puesto para que lo laves, este déjalo en tu casillero para el turno de
mañana. Debes presentarte diariamente con el uniforme limpio y en
buenas condiciones.
L aceptó y entró al baño a cambiarse, era mejor no irse con el
uniforme puesto, no sea que algo le pasara en el camino y se le
dañara. Cuando se lo quitó, lo metió en una bolsa y se dio cuenta lo
mucho que apestaba a todo tipo de especies marinas. Ya lista para
marcharse pasó por la oficina de su supervisora y esta le devolvió el
teléfono y le ordenó que al a día siguiente llegara quince minutos
antes de su horario.
A pesar de estar demasiado agotada, Samira salió con una
gran sonrisa porque sentía que se habían cumplido las expectativas
de su primer día de trabajo.
Ya Ramona la esperaba sentada en la butaca del café de al
lado, la chica estaba ansiosa por llegar a su apartamento para
escuchar a Renato, ducharse, preparar café y asistir a su clase en
línea de español, porque ese primer día de trabajo, le había dejado
claro que debía perfeccionar el idioma, eran muchas las cosas que
no entendía y no podía estar preguntándole en todo momento a
Mercedes o a sus otros compañeros lo que pretendían decirle.
En el metro, Ramona se dedicó a interrogarla sobre su día, ella
muy entusiasmada le contó hasta el mínimo detalle.
CAPITULO 7
Pocas cosas le apasionaban a Renato tanto como los hacían
los partidos de fútbol del Fluminense, por eso, desde que empezó
las terapias con Danilo, uno de los primeros compromisos que hizo y
que seguía cumpliendo cabalmente, era acompañar a Bruno a
verlos, quien esta vez fue el encargado de elegir el lugar, así que lo
citó esa tarde en Clássico, un restaurante ubicado en el Morro do
Pão de Açúcar.
Esa mañana en cuanto vio a Drica, le solicitó un helicóptero
para esa tarde para evitar llegar tarde al encuentro. Tras conseguir
cumplir con cada tarea de su agenda, se fue al baño de su oficina,
se quitó la chaqueta, la corbata, el chaleco y se arremangó la
camisa hasta los antebrazos. Guardó las prendas en su maletín del
gimnasio y subió a la azotea del edificio, donde ya lo esperaba la
aeronave.
—Buenas tardes, joven Renato —lo saludó el piloto.
—Buenas tardes, Ayrton —correspondió al saludo en cuanto se
puso los cascos de aviación.
—Despegamos rumbo a Clássico —anunció, apenas echándole
un vistazo por encima del hombro.
—Así es —confirmó Renato, mientras sacaba el móvil del
bolsillo del pantalón. Sacó cuentas de las horas y calculó que ya
Samira debía haber salido del trabajo, quería escribirle para que le
contara cómo le había ido ese día, pero se imaginaba que debería
estar de camino a su casa, lo mejor sería esperar a que ella le
escribiera, no sabía qué tan segura era la zona donde trabajaba o
vivía; lo que le hizo pensar en que debía hablar con ella sobre ese
tema.
Pocos minutos le tomó llegar al helipuerto en el Morro de Urca,
tan solo se hizo con el móvil y la billetera, dejaría en el helicóptero
su maletín del gimnasio y el de trabajo.
El piloto se quitó los cascos, el cinturón de seguridad y bajó
para abrirle la puerta.
—¿A qué hora lo pasó a recoger? —preguntó Ayrton en cuánto
Renato se bajó del helicóptero.
—No estoy seguro, te envío un mensaje —dijo Renato,
agitando ligeramente el móvil.
—Perfecto, que se divierta.
—Gracias, lo haré siempre y cuando gane el Flu.
—Ganará —aseguró el piloto con una franca sonrisa.
Renato emprendió el camino, subió las escaleras que lo
sacaban del helipuerto, tratando de pasar desapercibido entre varios
turistas, que deseaban fotografiarse frente al histórico Bondinho.
Siguió subiendo hacia la plataforma de madera donde estaba
ubicad o el restaurante, en la terraza miró en derredor en busca de
su amigo, quien le dijo que había reservado mesa al aire libre frente
a la gran pantalla de proyección que habían instalado para trasmitir
el partido.
Lo vio gracias a las señas que le hizo, llevaba puesta la
camiseta granate, verde y blanca a rayas verticales.
—Llegué a tiempo —dijo con una ligera sonrisa, recibiendo el
apretón de manos y unas palmaditas en el hombro.
—Sí, apenas terminaron de calentar… ¿Cómo estás? ¿Mucho
trabajo? —le preguntó Bruno, mientras le hacía un ademán para que
se sentara.
—Bien, lo mismo de siempre, ya sabes que las ocupaciones no
dan tregua —comentó sin poder evitar que su mirada se escapara a
las magníficas vistas de las costas cariocas, bañadas por un tono
naranja casi rojizo y arropadas por la bruma marina, de inmediato
quiso tomarle una foto al paisaje para enviársela a Samira,
seguramente le encantaría tener un recuerdo de su tierra.
—Me acabo de pedir una cerveza y camarones apanados,
¿sabes qué vas a ordenar?
—Un frappé de limón —hablaba y Bruno le ofreció la carta—.
Gracias —se dio a la tarea de revisar, aunque en realidad no tenía
mucho apetito, tuvo que decidirse en cuanto llegó el mesero con la
cerveza de Bruno—. Unos bolinhos de moqueca y u n frappé de
limón, por favor —solicitó al joven de camisa gris que anotaba su
pedido.
El lugar estaba abarrotado, las conversaciones y risas se
mezclaban, con la música del DJ que amenizaba el lugar. Tras la
barrera de cristal que franqueaba el restaurante, iban y venían
turistas, buscando hacer una postal de la ciudad Maravillosa.
—¿Viste el fin de semana el partido del Atlético Mineiro? Desde
que ficharon a Costa le está yendo mejor la cosa —comentó Bruno.
—No pude verlo, pero sí vi el resumen en la noche, creo que
esta será una temporada prometedora, van bastante encaminados
para obtener un pase a la semifinal de la copa Libertadores. —A
Renato le encantaba el fútbol, era un tema con el que se sentía
seguro y del que podía hablar con cualquier persona. Pero además
con Bruno se sentía cómodo de verdad, él en ese momento no se
daba cuenta, pero se estaba comportando de forma mucho más
relajada en comparación a otras veces en que para sacarle palabra
costaba Dios y su ayuda. Pero su amigo sí que se estaba
percatando y sentía que algo grandioso estaba ocurriendo, aunque
prefería no hacer ningún comentario al respecto, no sea que volviera
a meterse dentro de la ostra.
Justo en ese instante el mesonero trajo los aperitivos, pero
apenas si les dio chance de probarlos, ya que el partido estaba por
empezar, por lo que el DJ silenció la consola y el audio fue exclusivo
de la pantalla. El equipo Fluminense entonaba con gran pasión y a
viva voz el himno.
Bruno también alentaba agitando los brazos en alto, con el
pecho y las venas hinchadas de orgullo, Renato apenas murmuraba,
pero eso no significaba que no se sintiera eufórico, el Fluminense a
él lo emocionaba muchísimo, era su pasión, casi una religión.
Sou tricolor de coração.
Sou do clube tantas vezes campeão.
Fascina pela sua disciplina,
O fluminense
me domina.
Eu tenho amor ao tricolor!
Las lamentaciones, insultos y gritos de euforia dominaron la
primera parte del partido que, hasta el momento, iba una por cero a
favor del Fluminense. Muchos turistas admiraban anonadados la
pasión con la que vivían el fútbol.
Mientras Renato esperaba su segundo frappé y comentaba las
mejores jugadas del primer tiempo con Bruno y otro par de
aficionados que se sumaron a su mesa, su teléfono empezó a vibrar
con una llamada entrante, cuando se fijó que era de Samira de
levantó de inmediato dispuesto a atenderle, pero sabía que el
bullicio no le dejaría escucharla bien.
—Permiso, ya regreso —dijo mientras le hacía un gesto con el
móvil a su amigo para que entendiera que tenía que ir a un lugar
más tranquilo, se alejó de la mesa y bajó las escaleras para salir de
la terraza del restaurante, se dirigió por el camino que solían usar
los senderistas para subir al Morro y que era bastante solitario.
—Hola, ¿me escuchas?
—Sí, ahora sí… Disculpa, es que estaba viendo el partido en
Clássico… —Le emocionaba recibir esa llamada, saber que su
amiga había cumplido su palabra de llamarlo le hacía sonreír.
—Ay, lo siento, te estoy interrumpiendo, mejor te cuelgo, no te
lo pierdas por mí…
—No, no te preocupes, está en entretiempo.
—¿Quiénes están jugando? —Se interesó, aunque ella poco
supiera de fútbol.
—Fluminense con el Palmeiras…
—¿A qué equipo le vas?
—Fluminense, por supuesto… —comentó sonriente, admirando
las orquídeas que estaban en el tronco del árbol catalogado como:
«el árbol de los deseos» y que dividía el camino.
A Samira no le extrañó que Renato fuese fanático de ese
equipo, después de todo, era el que representaba a la elite carioca.
—Lo imaginé.
—¿Y tú?
—¿Yo qué? —preguntó ella sin entender la pregunta.
—¿Cuál es tu equipo favorito?
—Ninguno, no sé mucho de fútbol, es cosa de hombres…
además, nunca me ha llamado la atención… —O eso le habían
hecho creer—. Pero mis hermanos son fanáticos del Botafogo.
—Como mi abuelo… Pero si algún día te llega a interesar este
deporte, lo mejor es que elijas el Fluminense, es el mejor equipo, te
lo juro —aconsejó con su orgullo de hincha desbordándose, hablar
con Samira le resultaba muy natural, siempre le sacaba temas de
conversación y se mostraba interesada en lo que él le decía.
—Está bien, lo tendré en cuenta —rio, convencida de que por
Renato bien podría empezar a gustarle tal deporte, solo por tener
algo en común con él.
—Ahora sí, cuéntame ¿cómo fue tu primer día? Por cierto, que
bien te luce el uniforme…
—Gracias, fue una locura… en un momento se empezó a llenar
el restaurante y ninguno tuvo ni un segundo para descansar, los
compañeros son muy amigables, todo el tiempo me colaboraron con
las cosas que no entendía, me enseñaron a destripar camarones
correctamente, es muy sencillo y rápido… —hablaba entusiasmada,
le contaba los aspectos positivos del día, a fin de cuentas, ella
desde pequeña entendió que siempre era mejor ver el vaso medio
lleno; por eso, prefirió omitir momentáneamente que su jefa tiene
toda la pinta de ser una bruja xenófoba. Tampoco iba a confesarle
que tenía quince días de pruebas en los que solo le ayudarían con
el transporte, porque seguramente empezaría a decirle que eso no
era justo, que él quería ayudarla económicamente y ella no era
ninguna interesada.
—¿Qué tan amigables son esos compañeros? —En cuanto la
escuchó hablar tan animadamente sobre las personas con las que
compartiría todos los días, no pudo sino ponerse tenso—. Ten
cuidado, no les des mucha confianza, no sabes quienes son o si van
con otras intenciones.
—Tranquilo, en serio son bastante amables… hay un chico,
Julio César, fue quién me explicó cómo destripar los camarones y
escondió el que había arruinado para que el chef no me
reprendiera…
Renato suponía que tarde o temprano, la distancia entre ellos
haría que Samira perdiera el interés en su amistad, pero saber que
esa gente llenaría el puesto que él ocupaba en su vida, hizo que de
él emergiera una ira que no lograba entender ni aplacar, tanto que
no se había dado cuenta de la fuerza con la que había arrancado un
trozo de la corteza.
—Pero hay algo que te debo contar… —Ella sabía que con
Renato podía ser sincera, él no la juzgaría—. Mmm… Bueno, es
que hay un problemita…
—¿Pasó algo? ¿Te hizo sentir incomoda? ¿Se propasó
contigo? —Se puso alerta de inmediato y el corazón se le aceleró
con fuerza.
—No… no, es muy respetuoso y colaborador, es solo que… —
Hizo una pausa, mientras pensaba en las palabras adecuadas—.
Es, ¿cómo te explico? Es… algo afeminado.
Eso hizo que la mandíbula de Renato se relajara y que la
tensión en su cuello desapareciera, suspiró aliviado.
—Entiendo, pero no lo capto, ¿cuál es el problema?
—Bueno, no es un problema como tal, es que… Por favor, no
me vayas a juzgar… —le dijo nerviosa—. Pero es que… Es que no
sé cómo debo tratarlo. —Soltó de golpe y luego habló de corrido
para evitar que la vergüenza por sonar tan prejuiciosa le hiciera
enmudecer de nuevo—. Nunca tuve contacto con alguien así, es
más, la única persona de mi entorno que se declaró homosexual fue
el hijo de un vecino que hizo que toda su familia cayera en
desgracia, o eso fue lo que me dijeron, pero lo que sí recuerdo es
que todos le quitaron el habla, lo echaron de la comunidad y nunca
más lo volvimos a ver.
—Samira, la orientación sexual no debería ser un motivo para
que nadie discrimine a las personas, ya no estamos en el siglo
pasado, lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé, cuando ocurrió lo de mi vecino yo era pequeña, no
cuestionaba lo que me decían, por eso creía que era cierto que la
familia de él había sido maldita, que fue una deshonra… Pero es
que hoy… Bueno, es que hoy Julio César se portó muy lindo
conmigo, me explicó cómo hacer parte de mi trabajo, me cubrió la
espalda para que no me gritaran y no me echaran, yo al principio
traté de ser distante, por mis creencias, pero es que siento que no
debo ser así, quiero permitirme conocerlo, porque siento que no soy
quién para juzgarlo.
—Es que es así, gitanita. —Renato entendía la lucha interna
que Samira tenía en ese momento—. La verdad es que son
precisamente esos juicios de valor lo que tienen a la sociedad en un
eterno conflicto, si no es por la orientación sexual, es por el color de
piel, la religión o el país de procedencia… En fin, a mí me educaron
desde el respeto, por eso es que te digo que no debes preocuparte;
si él hoy se mostró amable contigo, sé amable con él, piensa que
para él debe ser difícil soportar la crítica ajena constantemente, no
seas tú también parte de ese universo que no lo acepta…
—Tienes tanta razón, me siento tonta —masculló, sintiéndose
estúpida.
—No lo eres, creo que eres todo lo contrario, porque alguien
que es capaz de cuestionar la educación que le han dado en pro de
ser alguien mejor, es muy loable. Eres una chica brillante,
inteligente, amable, sé qué harás lo que creas mejor…
—Tienes mucha razón, gracias por escucharme…
—Solo hazlo sentir como te gustaría que te hicieran sentir a ti…
Es una buena práctica, ¿no te parece?
—Tienes razón, ya estoy fuera de mi comunidad, tengo que
aceptar al mundo como es.
—Así es. —Sonrió—. Sé que vas a lograrlo.
—Gracias por la confianza ciega que pones en mí —rio,
sintiéndose más relajada—. Bueno, ya debe estar por empezar el
segundo tiempo, así que sigue viendo el partido, suerte al
Fluminense, en cinco minutos debo conectarme para la clase de
español, aunque… ¿Te confieso algo? —Se carcajeó.
—¿Qué? —preguntó Renato sonriente, feliz de escuchar la risa
de Samira.
—Pensé que sabía español, pero no es así, de diez palabras
que me dicen, solo entiendo la mitad… Hoy aprendí que ir a comer
es ir a colación…
—Bueno, en poco tiempo aprenderás todo eso… Terminarás
enseñándome todos esos modismos.
—Lo haré con gusto… Ahora sí, adiós…
—¿Aún quieres seguir con las prácticas de español por las
noches? —preguntó, aunque se odió en el acto, le estaba dando la
oportunidad de rechazarlo y no le gustaba esa posibilidad, quería
seguir siendo parte de su vida.
—Por supuesto, las necesito más que nunca.
—Bueno, entonces hablamos por la noche… —Renato no pudo
evitar la sonrisa que se le dibujó en el acto—. Adiós.
Samira terminó la llamada y él se llevó el teléfono al bolsillo,
soltó un suspiro y decidió ir primero al baño antes de regresar a la
mesa. Mientras se lavaba las manos, su mirada a través del cristal
se encontró brevemente con la del hombre que se ubicó a su lado.
Reconocerlo hizo que asaltara un recuerdo que había hecho
todo lo posible por olvidar, la primera gota que fue llenando el balde
que casi consiguió que él desertara en su primer año de estudio de
la universidad.
Al instante, empezó a sudar frío, recordando la sensación de
impotencia que lo invadió cuando le tocó hacer un proyecto en
equipo con él para el que no estaba preparado emocionalmente.
En aquel entonces sentía que era un inútil, que nadie lo querría
tener cerca, que no podría culminar con éxito sus estudios, que sus
padres se avergonzarían de él, que quizás era mejor rendirse y
evitar que todos en Brasil conocieran la historia del único Garnett
que no era merecedor de llevar ese apellido.
Poco se acordaba de lo que pasó esa tarde en la que Franco
terminó haciendo el trabajo solo, ya que Renato solo se estaba
enfocando en sus respiraciones, sentía que, si se descuidaba un
segundo, podría sufrir un paro. En definitiva, ese primer semestre
para él fue una tortura, de no haber sido por la intervención de su
abuelo y de que lo llevara a conocer a Danilo, estaba seguro de que
no estaría en ese momento en el baño de un restaurante viendo el
juego de su equipo de fútbol favorito junto con un amigo que lo
aceptaba con sus limitaciones.
—Medeiros… Renato Medeiros —lo saludó con gentileza y una
sonrisa de sorpresa mientras le ofrecía la mano.
—Franco Esposito, ¿verdad? —recibió el apretón, sintiendo la
calma que no tuvo cuando lo conoció.
—Así es, ¡qué bueno verte…! Ha pasado mucho tiempo, vi
hace unos meses en los periódicos tu nombramiento como director
Financiero del conglomerado de tu abuelo, ¡muchas felicidades!
—Gracias…
—Sabía que te esperaba un futuro brillante. —Renato pudo
notar que estaba siendo completamente sincero—. Tus
calificaciones individuales siempre fueron sobresalientes… Además,
ya tenías toda la experiencia del campo laboral, sin duda, nos
llevabas mucha ventaja al resto de la clase.
—¿Cómo te va a ti? —dijo intentando desviar la conversación
por otro rumbo.
—Soy socio en un fondo de inversiones, hasta ahora he
conseguido un par de tratos que han salido muy bien y estamos
expandiéndonos al mercado norteamericano.
—En este momento es una decisión inteligente, hay sectores
que están creciendo vertiginosamente.
—Sí, eso es lo que nos dicen los análisis. —Franco notaba que
Renato ahora ya no era el chico tímido de hace unos años—.
¿Estás aquí por el partido? —preguntó, mientras su camiseta dejaba
en evidencia que él sí estaba ahí por el Fluminense.
—Así es, estoy con unos amigos en la terraza.
—Yo había quedado con un par de amigos que al final no
pudieron venir.
—Si quieres puedes acompañarnos —invitó, sentía que
necesitaba demostrarse a sí mismo que ya no era ese Renato de la
universidad que era incapaz de mantener una conversación con
extraños sin hiperventilar o queriendo salir corriendo para
encerrarse en su habitación.
—Está bien, pero estoy con mi novia, ¿hay problema con eso?
—No, ninguno.
—Bien, vamos que ya está por empezar la segunda parte.
Renato volvió a la mesa con los dos invitados, de inmediato
uno de los meseros adicionó el par de sillas, mientras se hacían las
respectivas presentaciones.
El segundo tiempo dio inicio y la euforia volvió a hacerse
presente en el local, a excepción de Renato, que solía ser mesurado
a la hora de mostrar sus emociones, sin embargo, se descubrió
admirando más de una vez como la novia de Franco había preferido
sentarse en sus piernas. Él deseaba algo así, la complicidad de una
relación con una mujer que fuera capaz de aceptarlo tal y como es,
sin importar si no es el ser más social de la historia, que le guste sus
mismas aficiones y con la que pueda conversar por horas de
cualquier tema. Un pensamiento lo llevó a otro y terminó cayendo en
la cuenta de que Lara odiaba el fútbol.
El partido terminó empatado, fue bastante reñido y agresivo,
incluso cada equipo tuvo expulsiones con tarjeta roja.
Por petición de Bruno, Renato se quedó un poco más
conversando acerca de los momentos más resaltantes del partido;
sin embargo, aprovechó un momento de descuido de su amigo para
enviarle un mensaje a Ayrton para que pasara a buscarlo, porque
sus acompañantes ya llevaban unas cuantas cervezas encima y eso
los hacía más elocuentes y cercanos, por lo que terminaban
invadiendo su espacio personal.
Él ya estaba cansado y quería irse a la casa y darse un baño,
disfrutó el partido, pero ya quería algo de tranquilidad, así que
cuando vio al piloto sintió que era su salvador.
—Bueno chicos, ya me tengo que ir —dijo mientras se
levantaba de su asiento y le hacía señas a Ayrton.
—¿Nos vemos el fin de semana? —respondió Bruno, que ya
sabía que a su amigo no le gustaba que lo tocaran mucho; así que,
que solo le dio un apretón de manos.
—Claro que sí, voy a estar en casa de avô. —Se giró
extendiendo la mano para despedirse de Franco, pero este lo tomó
por sorpresa y lo abrazó.
—Renatinho, no sabes la emoción que me ha dado este
reencuentro. —En ese momento le estampó un beso en la mejilla,
Bruno no pudo aguantar la risa por la cara que le quedó a su amigo
—. Bueno, ahora que hemos intercambiado número, recuerda que
quedamos en jugar fútbol pronto.
—Claro que sí, te avisamos cuando organicemos una partida —
dijo Renato, tratando de esconder su incomodidad, prefirió no seguir
alargando la despedida—. Lo pasamos muy bien hoy. Chao a todos.
Exhaló aliviado en cuanto dio media vuelta y se acopló al andar
de Ayrton, quien sonrió sesgadamente ante la situación que había
visto.
Durante el vuelo hasta la casa de su abuelo mientras admiraba
las luces nocturnas de la ciudad a pocos pies de distancia,
compartió algunos comentarios con el piloto, todos referentes al
partido de ese día.
Apenas bajaba del helicóptero, cuando el móvil empezó a vibrar
en el bolsillo, tuvo que cambiar el maletín de trabajo de mano para
poder buscar el aparato y contestar, mientras Ayrton lo seguía,
ayudándole con el bolso del gimnasio.
Hizo un mohín al ver que quien llamaba era Danilo, no era un
gesto de desagrado, fue una expresión de costumbre. Sabía que el
terapeuta no iba a tardar mucho en comunicarse con él tras la
partida de Samira.
Ya se imaginaba lo que se avecinada, así que, contestó
resignado, al tiempo que bajaba las escaleras, decidió tomar el
camino de la piscina y no entrar al ascensor, sin embargo, le hizo
señas a Ayrton al tiempo que le entregaba el maletín para que se los
diera a algunas de las asistentes al servicio y que los llevara a su
habitación.
Se sentó en el comedor del área de la piscina.
—Buenas noches, Danilo —saludó al terapeuta.
—Buenas noches, Renato… Espero no haber sido inoportuno
con mi llamada, solo me gustaría saber cómo has estado estos
días… ¿Tienes tiempo para conversar?
—Estoy bien, no interrumpes, acabo de llegar a casa, fui a ver
el partido con Bruno…
—No pude verlo, ¿cómo terminó? —Se interesó, para que no
pareciera que iba a empezar con algún interrogatorio.
—Fue un empate, pero estuvo bastante reñido… Imagino que
llamas para saber cómo me ha ido tras la partida de Samira.
—Solo si deseas conversarlo.
—Sí, he estado bien, fue extraño el día que se fue, no sé…
Creo que me acostumbré un poco a su compañía…
—Es normal que sientas nostalgia, tienes un vínculo especial
con ella… pero ¿se han mantenido en contacto?
—Sí, desde que llegó a Chile hablamos un par de veces al
día…
—Está bien, cuéntame algo, ¿cómo te sientes hablando con
ella de esa manera? ¿Sientes alguna diferencia en su trato contigo?
—Por un momento tuve miedo de que ella pusiera distancia,
pero no es así, todo sigue igual.
—Me alegra mucho escuchar eso, se nota que han afianzado el
lazo, recuerda que la amistad debe estar sustentada en la confianza
bidireccional, ¿has hablado con ella sobre tu pasado?
—No, antes de que se marchara no lo creí oportuno, no sabía
si seguiríamos en contacto, no sé cómo serán las cosas a corto o
mediano plazo, esperaré un poco.
—Te aconsejo que no te cierres, me parece que Samira llegó a
tu vida por algo, así que es bueno que sigas explorando la relación.
Pero cambiemos el tema. ¿Cómo te fue con Bruno?
—Bien, sabes que con él es distinto… Aunque sí, me topé con
un excompañero del primer semestre de la universidad, no sé si
recuerdas… el del trabajo en equipo.
—Franco algo, ¿no? —recordó Danilo, una de las primeras
sesiones que compartieron estuvieron hablando sobre el trauma que
vivió con ese compañero de clases, eso le ayudó al psicólogo a
entender la asociación de pensamientos de Renato y los motivos
que detonaban la ansiedad en él—. ¿Cómo te sentiste?
—Fue raro, porque no podía sacarme de la cabeza lo que me
pasó en aquella época, pero a su vez, me sentí en calma y pude
manejar la situación sin ningún episodio, nos saludamos y hasta lo
invité a la mesa…
—¿Sientes que este encuentro te ha revelado algo de tu
evolución?
—La verdad es que sí, no es que siento que ahora puedo
presentarme ante cualquier persona en la calle y comenzar una
conversación trivial que termine en tragos y en una amistad eterna,
pero me siento un poco más centrado, como si pudiera controlar mis
ataques de ansiedad más fácilmente.
—Opino lo mismo, creo que hemos conseguido un gran
progreso, sé que no has ganado la guerra, pero debes darte cuenta
de que has superado una buena batalla.
—Qué bueno que lo dices, porque ya te iba a decir que no te
ilusionaras, porque yo sigo sin encontrar paz dentro de mi piel.
—Paso a paso Renato, enfócate en lo que has ganado, porque
es como siempre te he dicho, somos lo que vamos aprendiendo
cada día. ¿Te parece si seguimos hablando del tema esta semana?
—Está bien, sí… creo que esta semana puedo hacer una hora
en mi agenda… no sé si tú…
—Tranquilo, mañana le digo a mi asistente que hable con Drica
y acordamos día y hora, ¿te parece? —propuso el psicólogo.
—Está bien. Entonces, continuaremos esta conversación en
persona.
—Perfecto, te dejó, porque sé que debes estar cansado.
Saluda a tu abuelo de mi parte.
—Eso haré, descansa. —Terminó la llamada, sabía que debía
entrar, pero se quedó ahí, revisando el teléfono. Casi por instinto,
entró al chat con Samira y sonrió al ver de nuevo la foto que le había
enviado vistiendo el uniforme. Tenía la mirada brillante entre la
ilusión y el orgullo, con una ceja bastante elevada y una sonrisa
única—. Gitanita loca —murmuró y sintió la necesidad de contarle
que ya estaba en casa, pero prefirió esperar a que llegara la hora de
su práctica de español, así que buscó una canción de Vanesa
Martín, porque sabía que a ella le gustaba y la agregó a la lista de
reproducción.
CAPÍTULO 8
Sin darse cuenta, habían pasado tres semanas desde su
llegada y ya Samira se había acostumbrado al incesante ritmo de su
nueva vida, con excepción del frío, todos decían que se adaptaría,
que solo era cuestión de tiempo, pero opinaba que, en ese sentido,
el clima nunca sería su mejor amigo; por lo menos, durante las ocho
horas del día que estaba en la cocina del restaurante, su delgado
cuerpo descansaba de la inclemencia de la temperatura que le
hacía doler hasta los huesos.
Su periodo de prueba había llegado a su fin en el mismo
instante en que su turno terminó, pero aún no le habían dicho si
había cumplido con las expectativas o si ya no requerirían de sus
servicios. Mientras estaba en el baño cambiándose de ropa pensaba
en todo el esfuerzo que le había puesto al trabajo, trató de dar lo
mejor de sí, fue atenta, servicial, respetuosa, colaboradora, aunque
constantemente se daba cuenta de que su supervisora se mostraba
en desacuerdo a que ella permaneciera en ese restaurante por más
tiempo.
Cada vez que se le presentaba la oportunidad intentaba
humillarla, además, fingiendo inocencia siempre terminaba hablando
mal de los gitanos, tanto así, que los últimos tres días había
aprovechado que en todos los noticieros hablaban de un
enfrentamiento bastante sangriento que estaba ocurriendo en otra
ciudad entre dos familias gitanas que, a esa fecha, llevaba más de
quince muertos, para afianzar su postura contra ella y su
comunidad.
Lo que Maite se negaba a entender era que ese era un conflicto
que nada tenía que ver con ser o no gitano, sino con algo mucho
más delicado y peligroso. Muchas personas, como los
narcotraficantes, se aprovechaban de la necesidad que pasaban los
de su etnia para ofrecerles negocios muy peligrosos que, al final, los
terminaba llevando por el camino de la delincuencia. Pero no era
algo que exclusivamente ocurría con los de su cultura, ya que la
gente mala siempre buscaba usar como peones a cualquiera que
estuviera pasando alguna penuria o necesidad. Pero ella pasaba de
explicárselo, ya que era alguien tan cerrada a sus propias opiniones,
que seguramente eso le traería más problemas que alegrías.
No soportaba escucharla referirse a todos ellos como salvajes,
delincuentes o ignorantes, ya no le quedaba estómago, sobre todo
desde que hacía unos días aprovechó cuando ella estaba
almorzando para decir que desde ese momento se debía llevar un
inventario más exacto de las bebidas, porque no se sentía confiada
teniendo gitanos en el restaurante. Luego de escucharla se le quitó
el apetito, apretó los puños y tensó la mandíbula con la única
intención de evitar gritarle unas cuantas verdades, pero Julio César
se dio cuenta de lo que estaba pasando, por lo que en cuanto su
jefa salió de la habitación, le tomó las manos y le dijo que Maite solo
buscaba hacer que ella perdiera los estribos para echarla, que no le
diera nunca el gusto.
Samira apreciaba mucho sus palabras, sobre todo, le agradecía
que le estuviera brindando apoyo desde el primer día que se
conocieron, Julio era alguien alegre, divertido y muy bondadoso,
trabajar a su lado era maravilloso y no lo cambiaría por nadie; ahora
entendía que no podía volver a juzgar a ninguna persona guiándose
únicamente por los valores que otros le impartieron en el pasado.
Pero también apreciaba mucho a sus demás compañeros, eran tan
buenos con ella que, inclusive, los meseros le compartían de sus
propinas, porque mientras durara el periodo de prueba, no era
mucho lo que estaba cobrando.
El chef Agustín, también la defendió un día, que Maite estaba
especialmente pesada con sus ataques contra los gitanos. Él dijo
que, nunca era bueno generalizar, a menos que también hablara de
los buenos gitanos, esos que han dejado grandes huellas en la
historia como Charles Chaplin, Elvis Presley, Sidney Magal o
Juscelino Kubitschek, que fue quien construyó Brasilia… Maite no
supo cómo responder a ese comentario y prefirió salir de la cocina.
Un ruido fuera del baño la hizo salir de sus ensoñaciones, se
miró por última vez en el espejo, guardó el uniforme que se había
quitado y salió para enfrentar su futuro, pero tras dar dos pasos, casi
tropezó con su supervisora que estaba recargada contra los
casilleros, con su semblante habitual, que era mitad molestia y mitad
soberbia, fijado en sus facciones.
—El señor Silva, te espera en su oficina —anunció.
Samira tragó grueso, ya no estaba tan segura de nada, si bien
el dueño era él, Maite era la que solía tomar las decisiones sobre los
empleados, después de todo, ellos estaban bajo su atención.
—Sí, enseguida voy —dijo acercándose a su casillero y sacó la
mochila. No sabía si era prudente guardar la bolsa en la que llevaba
el uniforme, porque si no le daban el puesto, debía regresarlo.
—Date prisa —dijo Maite y se marchó.
Se decidió por dejar la mochila, pasara lo que pasara, luego
podría volver a por ella. Con el corazón agitado y la respiración
contenida, se dirigió a la oficina de su jefe.
Cuando levantó el puño para tocar la puerta, se dio cuenta de
que estaba temblando, por lo que prefirió tomarse dos segundos
para inhalar y exhalar profundamente para calmarse, ni siquiera
quería pensar qué haría si no le daban el trabajo, por el momento,
no había ideado un plan B.
En cuanto llamó a la puerta, escuchó al señor Silva invitándola
a pasar.
—Buenas tardes, señor… Maite me dijo que quería verme —se
anunció.
—Sí, pasa, siéntate, por favor —le solicitó, haciendo un
ademán en la silla frente a su escritorio.
En cuanto Samira se sentó, se fijó en que el señor Silva tenía
encima de su escritorio un portarretrato con una fotografía en la que
salía junto a una señora, que aparentaba rondar los cincuenta años
y un par de jovencitos que tendrían entre catorce y dieciséis años,
sin duda alguna, ellos debían ser la familia de su jefe, pero casi
inmediatamente se volvió a mirarlo al rostro.
—¿Sabes por qué te mandé a llamar? —preguntó con su tono
pausado.
—Imagino que porque hoy era mi último día de prueba —
hablaba a pesar de que sentía que sus latidos se escuchaban a
kilómetros de distancia.
—Así es… Cuéntame, ¿cómo te has sentido trabajando con
todos nosotros?
—Muy bien, señor… Me he sentido tan a gusto… Es que me
encanta todo lo referente a la cocina.
—¿Consideras que has tenido un buen desempeño?
—Bu… bueno —titubeó, sintiendo que se hundía en la silla—.
Hice todo cuanto la señora Maite o el chef me solicitaron sin que eso
significara un gran esfuerzo, porque como le dije, me apasiona la
cocina.
—Bien, entonces, ¿crees estar preparada para trabajar con
nosotros por tres meses más? —preguntó, notando el brillo que se
apoderó de los ojos verdes y la sonrisa que se fue expandiendo en
el rostro de la chica—. ¿Estás interesada?
—Sí, señor, por supuesto… —Trataba de controlar la euforia
que le recorría el cuerpo porque sabía que, si no lo hacía, se
pondría a dar saltos como una loca por toda la oficina de su jefe. Por
el momento, el único inconveniente era que debía aguantarse el
trato déspota de su supervisora, pero ella estaba dispuesta a
enfrentar a diez personas más como ella, con tal de tener un puesto
que le asegurara costear sus gastos e ir reuniendo para iniciar sus
estudios—. Me encantaría.
Vicente se hizo de la carpeta que tenía a su lado derecho, la
abrió y se la entregó, con una afable sonrisa.
—Este es un contrato por tres meses, tiene fecha de inicio
mañana. Puedes llevártelo, leerlo y si estás de acuerdo con las
condiciones de trabajo, las cuales ya conoces, lo traes firmado.
—Sí, claro. —Con manos temblorosas de emoción recibió la
carpeta—. ¿Puedo firmarlo enseguida?
—Mejor llévatelo para que lo leas con calma —sugirió
sonriente, ante la inocencia de la jovencita.
—Está bien… —dijo admirando la primera página del contrato y
mariposas aletearon con intensidad al ver su nombre ahí.
—Por cierto, debes tramitar el permiso de trabajo, no quiero
tener inconvenientes con las autoridades.
—Sí, claro… hoy mismo lo haré.
—Te sugiero que lo solicites como turista, ya con este contrato
puedes hacerlo… ¿sabes cómo? —preguntó, porque la mirada de la
chica reflejó desconcierto.
—No, lo siento, pero investigaré —prometió.
—Puedes hacerlo por internet, necesitarás fotocopias de tu
pasaporte, la tarjeta de turismo y el contrato de trabajo… El proceso
es muy fácil, solo entras a la página web de extranjería, buscas
tramites de turistas y ahí podrás rellenar la solicitud, ese permiso te
permitirá noventa días, lo que dura el contrato, más adelante podrás
pedir una prórroga por noventa días más, mientras, podrás ir
gestionando lo de la visa —explicaba con mucha paciencia.
Samira asentía continuamente, mostrándose muy atenta a todo
lo que le decía.
—Está bien señor, eso haré… —Sonrió llena de entusiasmo,
lanzando toda precaución por la borda
—Tendrás que pagar un arancel, que será calculado en base a
tu contrato laboral… No puedes adjuntar aún el contrato, mañana
que ya lo traigas firmado, lo enviaré a la notaría para que sean
certificadas las firmas.
—Entiendo perfectamente, muchas gracias… Es usted muy
amable, señor Silva. —Tenía lágrimas de felicidad al borde de los
párpados, estaba segura de que si le contaba eso a su padre no se
lo creería. Deseaba poder mostrarle todo lo que había alcanzado
hasta ese momento, a él y a todos en su familia, pero
probablemente ellos no la entenderían, quizás hasta la repudiarían.
—Bueno, eso es todo… Bienvenida a la familia de La Sazón de
Marta. —El restaurante que había sido de su abuela, ya era un
icono gastronómico de la ciudad, por lo que seguía manteniendo su
nombre original.
—Muchas gracias, señor. —Se levantó y le ofreció la mano
para darle un enérgico apretón, sonriéndole y también deseando
que todo el mundo fuera tan simpático como él—. Hasta mañana.
—Hasta mañana, Samira.
Ella casi hizo una reverencia y con carpeta abrazada se dirigió
a la salida, permitiéndose respirar con más libertad, pero en cuanto
abrió la puerta, se le congeló el gesto porque se topó con Maite.
—Felicidades —dijo de manera tan escueta que dudo de su
sinceridad.
—Gracias —dijo con mucha alegría y mostrándole su sonrisa
más encantadora.
—Espero que ahora que tienes contrato no empieces a faltar o
a llegar tarde —comentó—, porque podría ser revocado.
Samira abrió la boca para decirle que esa no era su intención,
pero la volvió a cerrar, lo pensó mejor y se dio cuenta de que no
importaba lo que le dijera.
—Le prometí al señor Silva que no iba a decepcionarlo —
respondió, manteniendo el mismo semblante risueño y su infalible
amabilidad.
—Eso espero —masculló.
—Con permiso. —Se despidió, no iba a permitir que su mala
energía le opacara su felicidad.
Fue a los casilleros para buscar sus pertenencias y ahí se
encontró con Julio César, Daniela y Mercedes, quienes viéndole la
cara adivinaron cuál había sido el resultado de su reunión con el
administrador.
—¡Felicidades! —gritaron los tres a la vez, a la par de que el
chico se adelantaba y le dio un fuerte abrazo en cuanto Samira llegó
junto a ellos.
—Gracias chicos, anoche casi ni pegué ojo pensando que no
había pasado la prueba. —Sus dos compañeras también la
abrazaron con mucho cariño.
—Esto hay que celebrarlo como es debido —comentó Daniela,
que ya lo había hablado antes con todos los de su turno, porque
ellos estaban seguros de que no iban la iban a echar; esa muchacha
se había ganado en poco tiempo el cariño de todos sus colegas, ya
la veían como uno más de ellos, bueno, todos no, Maite la odiaba.
—Claro que sí, apoyo la moción —dijo Julio César.
—Chicos, chicos, aguarden… —Ella no quería aguarles la
fiesta, pero era mejor aclararle las cosas antes de que siguieran
haciendo planes—. A mí no me gustan las bebidas alcohólicas.
—Tranquila, podemos entonces ir a celebrarlo con unos
helados de Bravissimo —intervino Mercedes.
Samira hubiese preferido ir a su hogar, pero no quería rechazar
el detalle de sus compañeros, lo cierto era que le emocionaba ver
que ellos estaban tan felices como ella, quería demostrarles que ya
eran parte de su vida, y que ansiaba que fueran parte de su familia,
una que se estaba creando en ese país.
—Está bien.
Se despidieron de los trabajadores del turno de la tarde y se
marcharon; justo en la salida se encontraron con Ramona, casi
comiéndose las uñas de los nervios; tan solo le bastó un vistazo
para darse cuenta de que su amiga había sido contratada, por lo
que corrió y la abrazó con fuerza y entusiasmo.
— Gypsy , sabía que te dejarían trabajando, hazme caso la
próxima vez cuando te diga que no te pongas nerviosa.
—¿Cómo no iba a estarlo? Acaso no conoces a Maite, ella me
odia, te he contado como me trata.
—Samira, ella odia a todas las mujeres. —Julio César empezó
a andar y todas lo acompañaron—, no te has dado cuenta de que
siempre que hay una cerca que sea más joven o con mejor cuerpo
le da como alergia en la retina.
—Por favor, no seas así Julio —contestó Mercedes, mientras
todas se reían a carcajadas por las ocurrencias del chico.
—Es verdad Mercedes, además, de lo otro —replicó Daniela.
—¿Qué otro? —respondieron a la vez Ramona y Samira con
cara de intriga.
Los tres se vieron a la cara y con la mirada evaluaban la
situación interrogándose mutuamente en si debían confiar en las
chicas.
—Bueno, pero lo que vamos a decir no lo pueden comentar en
el restaurante, bajo ninguna circunstancia. —Daniela tomó la
decisión por los tres, sabiendo que debía saberlo para que estuviera
prevenida.
Samira vio a Ramona y las dos se hicieron una cruz con la
mano derecha sobre el corazón en señal de juramento.
—Tranquilos, prometemos no decir nada de lo que nos confíen
—alegó la chica que tenía curiosidad
—Lo que pasa es que ella es la amante del señor Silva y lo cela
como nadie en la vida —siguió contando Daniela, aunque bajó el
tono de la voz—. Contigo, lo que le pasa es que seguramente
piensa que eres competencia para ella.
Samira se quedó impactada por la noticia que acababa de
recibir y se frenó en el acto, haciendo que todos ellos se detuvieran
y la vieran.
—¿¡Qué!? Ya va, ya va… no entiendo nada… pero si el señor
Silva tiene familia, yo acabo de ver la fotografía sobre su escritorio,
todos se veían muy felices. —Ella no era una ingenua ni una
chiquilla que no supiera que no todos son capaces de mantener las
promesas que se hacen ante el altar, entendía que cualquiera es
propenso a incursionar en una relación extramarital, pero lo que le
había impresionado es que no respetara su empresa, ¿cómo podía
tener a la otra en un lugar en el que su esposa podía hacer acto de
presencia en cualquier momento?
—Esos tienen años, a veces hasta nos preguntamos si la
misma esposa no está al tanto de todo —habló Julio César—. Pero
como no es nuestro asunto, no nos metemos en eso… En estas
cosas es mejor ni opinar, porque, además, sería razón suficiente
para que nos despidan.
—Sí, ellos tampoco son muy discretos, a veces hasta discuten
en la oficina de tal manera que todos se enteran de sus problemas
—opinó Mercedes, mientras con la cabeza les pedía a todos que
reanudaran el paso.
—Samira, no te extrañes por nada, además, yo creo que el
problema que tiene contigo no es solo porque tú seas gitana —
continuó diciendo Daniela—, sino que tiene miedo de que el señor
Silva se sienta atraído por ti, por tu juventud, carisma y dulzura…
eres todo lo que no es ella.
—Yo jamás me metería con un hombre que tuviera otra
relación, es más, preferiría estar sola el resto de mi vida antes de
hacer eso… A mí no me educaron para ser la otra de nadie.
—Tranquila querida —le respondió Julio a la vez que le pasaba
el brazo por los hombros y la hacía caminar más rápido, todos
querían llegar pronto a la heladería—. Nosotros jamás te
permitiríamos que cayeras tan bajo.
Todos se rieron y continuaron hablando mientras entraban al
local y se acercaban a las neveras para ver los sabores que había.
Ellos no permitieron que Samira pagara por su consumo, después
de todo era la agasajada.
Ya en la soledad de su habitación, la chica liberó sus
emociones y se puso a brincar de emoción por toda la habitación
mientras bailaba y reía abrazando el contrato, quizá para cualquier
persona eso era algo irrelevante, pero para ella, era una de las
cosas más importantes que le había sucedido en la vida.
Cuando se cansó, estaba sudada, se lanzó sobre el sofá y se
puso a leer el contrato como le había pedido su jefe. Al finalizar, se
dio cuenta de que era prácticamente como ya le habían dicho, por lo
que no tenía nada que objetar, la única diferencia era que explicaba
que de su sueldo le descontarían un porcentaje para cubrir un
seguro de salud y otro porcentaje para la asociación de fondos y
pensiones. Al terminarlo, lo firmó y se conectó para su clase de
español, por lo menos, ese día no tenía clase en vivo, le tocaba una
prueba escrita.
Lavó el uniforme, luego se dedicó a prepararse la cena y,
mientras lo hacía, recibió la videollamada de Renato; de inmediato
se soltó el cabello, para ocultar sus orejas, se miró al espejo y se
pasó las manos por la cara algo ansiosa., entretanto el corazón le
taladraba el pecho, aún no se acostumbraba a ese descontrol en
sus emociones que Renato provocaba.
Agarró la carpeta del contrato, con la que se cubrió el rostro y
atendió.
—¿Samira? —habló Renato sonriente, porque tan solo veía la
carpeta.
—Adivina —dijo ella, solo asomando la mitad de la cara para
después volver a ocultarla.
—¡Te han contratado! —aseguró, porque sabía que ese día le
darían la respuesta.
—¡Así es! —gritó pletórica, apartándose la carpeta—. Estoy
tan feliz, confieso que por momentos me atacaban las dudas.
—Ni por un segundo dudé de ti, sabía que lo lograrías —
expresó, sintiéndose muy feliz por ella, le encantaba ver ese brillo
en los ojos de la chica—. Muchas felicidades, Samira… Te lo
mereces. Estoy muy orgulloso de ti.
—Gracias, sabes que, sin tu ayuda, muy seguramente no
estaría hoy aquí, te debo tantas cosas… y no me refiero a lo
material, que también, tú me cambiaste la suerte…
—No digas eso, más bien me gustaría poder hacer más por ti…
—Vio que ella abrió la boca para protestar, pero se apresuró—, pero
no se puede luchar contra una gitana testaruda.
Samira rio, sabía que Renato tenía razón, ella era muy terca,
quizá esa cualidad fue la que la llevó a dejar todo sin mirar atrás y
sin pensar en las consecuencias.
—Ya has hecho demasiado…
—¿Por cuánto tiempo es el contrato?
—Tres meses, eso me sorprendió, pensé que sería por un
mes… el señor Vicente me dijo que tengo que tramitar cuanto antes
el permiso de trabajo como turista, me explicó cómo hacerlo en
línea… —Siguió explicando los detalles de la conversación con su
jefe, mientras Renato la miraba atentamente.
—De verdad me hace muy feliz que las cosas se te estén
dando de la forma en que tanto anhelabas… Admiro tu fortaleza,
coraje, tu confianza… Deseo de todo corazón que aprendas de cada
experiencia que la vida te otorgue, que sigas creciendo como ser
humano… que sigas adelante y conserves esa paz interior que se
ve reflejada en tus ojos.
Samira atrapó con las yemas de sus dedos una lágrima que
pretendía mostrarla demasiado emocionada.
—Gracias por creer en mí… Ya te lo he dicho, pero siento la
necesidad de recordártelo, porque eres alguien incondicional
conmigo. Eso es verdaderamente importante para mí… pero
cambiemos el tema, ¿cómo fue tu día? Y no me digas solo «bien»,
cuéntame cualquier cosa de tu trabajo, no te preocupes si crees que
no lo entiendo, ¿cuáles fueron tus comidas?… La mínima anécdota.
—No sé por dónde empezar. —Sonrió nervioso, mientras se
rascaba la nuca.
—¿A qué hora te levantaste? —interrogó Samira, apoyando un
codo sobre la mesa y dejó la barbilla descansar sobre su puño.
—Un terrible calambre me despertó antes de que sonara la
alarma… Supongo que fue porque anoche al terminar de entrenar
no hice estiramientos.
—Debes usar una toalla tibia o una almohadilla de calor sobre
los músculos tensos, mi abuela suele sufrir de calambres por su
mala circulación… —aconsejó Samira.
Renato siguió contándole cosas que él hasta ese instante no
creía necesarias, pero ella se mostraba muy interesada y eso lo
instaba a mostrarle un poco más de su vida.
La conversación se extendió por casi dos horas, incluso,
cenaron juntos, Renato pidió que le llevaran la comida a la
habitación, mientras que ella preparaba su cena, entretanto él la
ponía al tanto de ciertas cosas de su trabajo, ella agradeció que esa
noche no nombrara a la rusa.
A la mañana siguiente, cuando ella se levantó, dejó preparando
café y fue a ducharse, estaba pletórica, todavía se sentía en una
nube y ni quien pudiera bajarla de ahí.
Antes de salir se bebió su religiosa ese elixir marrón con un
embriagante aroma que le daba la fuerza necesaria para enfrentar el
día, agarró la mochila y abrió la puerta, topándose con un arreglo
floral de lirios, rosas y margaritas, en tonos rosa y blanco, en un
jarrón de cristal. Miró a ambos lados del pasillo, segura de que se
habían equivocado con esa entrega, pero todas las puertas estaban
cerradas. Se acuclilló para mirar en la tarjeta para quién era y poder
entregarlo.
Gitana
Que tus miedos se transformen en calma y que tus cambios te recuerden que la
vida es un despertar constante.
Muchas felicidades por tus logros, eres un gran ejemplo a seguir.
R.M
P.D: mejor conocido como: Payo.
Samira rio emocionada, ese detalle había sido maravilloso, le
hubiese encantado poder quedarse a admirar ese regalo tan bonito,
pero no podía llegar tarde. Así que agarró el florero, se levantó y lo
llevó a la encimera de su cocina, ahí lo dejó, pero antes de
marcharse aspiró el aroma de uno de los lirios.
CAPÍTULO 9
Ya habían transcurrido dos semanas desde que Samira firmara
el contrato y aún no se acostumbraba al pago que recibía
quincenalmente en su cuenta bancaria. Cuando le hicieron el primer
depósito decidió que enviaría un porcentaje a su abuela
mensualmente para que ayudara con los gastos de su familia.
Emocionada la llamó para comentárselo y explicarle cómo se lo
haría llegar, pero a esta no le gustó la idea, le había pedido que no
lo hiciera, que solo se preocupara por ahorrar para sus estudios,
pero su nieta ya había tomado una decisión, nada de lo que le dijera
la iba a hacer desistir de su plan.
El día que le giró el dinero a Ibai, el artesano, para que él se lo
entregara a Vadoma sintió una satisfacción y tranquilidad como
ninguna otra vez, era consciente de que no era mucho, pero para
ella era un sueño hecho realidad, no le importaba tener que
escuchar la reprimenda de su abuela por teléfono.
Hasta el momento había estado viviendo del dinero que ahorró
antes de llegar a Chile, pero ahora que entendía el valor del cambio
de moneda entre el real brasileño y peso chileno, le daba la
impresión de que el dinero le estaba rindiendo más de lo esperado,
por eso es por lo que estaba sospechando que Renato le dio de
más cuando se ofreció a hacer la transacción en la casa de cambio
en el aeropuerto, pero no se atrevía confrontarlo por eso.
Lo cierto era que por más que había sido bastante prudente
con sus gastos, ya le quedaba poco, tras pagar el arancel del
permiso de trabajo y demás gastos personales, tan solo contaba con
lo suficiente para ese mes.
Estaba cansada, ese día fue especialmente agotador, se soltó
la trenza y empezó a peinar su larga melena, mirándose al espejo
que estaba frente a los casilleros.
—Samira, ¿quieres acompañarme a Starbucks? —propuso
Daniela, saliendo del baño, ya cambiada—. Llevo toda la semana
deseando un Frappuccino .
A Samira no le gustaba gastar en ese tipo de banalidades,
sobre todo cuando su prioridad era ahorrar; ella solía prepararse
uno mejor en casa, con los ingredientes más concentrados; además,
tenía el compromiso de su clase de español, pero en el último mes
ya había rechazado un par de invitaciones de Daniela y no quería
que pensara que no le agradaba quedar con ella, lo pensó mejor,
necesitaba despejarse un rato, disfrutar de un momento agradable
fuera de casa y del trabajo.
—Sí, está bien, solo debo reprogramar la hora de la clase de
español primero —comentó mientras luchaba con su cabello por
hacerse media coleta. Decidió que, si iba a salir, lo mejor sería
aplicarse un poco de maquillaje, así que sacó de su mochila el
neceser para solo darle color a sus labios, sus pómulos y delinear
sus ojos.
—Puedes decirle a Ramona que nos acompañe —habló
Daniela—. Es hermoso ese pintalabios.
—Gracias, amo el rojo —dijo sonriente—. Quieres usarlo.
Daniela lo agarró y le dio ese color escarlata intenso a su boca
igual que el de la gitana.
Una vez listas, se hicieron de sus mochilas y se fueron a la
oficina de Maite para que le hiciera entrega de sus móviles, a pesar
de que Samira había tomado la decisión de dejarlo en la casa,
pensó que era mejor seguir llevándolo, por si suscitaba alguna
emergencia; además, su abuela solo podía llamarla ante de las
cuatro y media de la tarde, por lo que apenas terminaba su turno, se
sentaba en la cafetería de enfrente a esperar esa importante
llamada.
Luego fueron a despedirse de sus compañeros del siguiente
turno, cuando Renaud la abordó.
—Samira, disculpa… ¿puedo pedirte un favor?
—Sí, claro… Dime —dijo ella mirando al hombre de piel oscura
y dientes muy blancos.
—Será que el martes podemos cambiar de horario, es que
tengo que llevar a mi hija Diara con el otorrinolaringólogo; solo me
dieron cita para las cinco de la tarde, ya no tengo tiempo para pedir
permiso para faltar…
—Sí claro, no te preocupes…
—Quise preguntarte antes de decirle a Maite.
—Cuenta conmigo, avísame si ella no tiene problemas por el
cambio y yo vendré por la tarde. —Para Samira era imposible
negarse a hacer ese favor, Renaud era un hombre que tenía
muchas obligaciones y gastos, él tan solo tenía veinticuatro años y
tenía una familia numerosa por la que velar.
Por lo poco que sabía, tenía un niño de un año y otra de cuatro,
además él y su esposa estaban esperando la fecha de parto, quizás
por esa razón, él debía llevar a la niña a la consulta por sus
problemas auditivos.
—Gracias, eres muy amable.
—Con gusto, sé que es difícil conseguir una cita médica, no
puedes perderla —le sonrió con dulzura.
Renaud asintió mostrando parte del cansancio con el que vivía
últimamente.
Samira se despidió de todos en la cocina y se encontró con
Daniela en el salón, conversando con Mailen mientras le ayudaba a
doblar las servilletas.
—Ya, es hora de irnos, antes de que aparezca Maite a
echarnos —dijo Daniela, al tiempo que le regalaba una caricia a la
panza de seis meses de embarazo de Mailen—. ¿Dónde está
Eduardo? Debería estar ayudándote. —Se refirió al otro chico, que
junto a la embarazada atendían las mesas durante el turno de la
tarde.
—Fue a fumar, me dijo que lo cubriera un rato… Es lo más
justo, él me cubre cada vez que voy al baño —soltó una risita,
porque debido a su estado iba a orinar con bastante frecuencia.
—Está bien… Nos vemos mañana y no comas tantas frituras —
le dijo la venezolana al tiempo que le plantaba un beso en la mejilla.
—Cuídate mucho, hasta mañana. —Se despidió Samira y
también le dio un beso en la mejilla.
—Adiós chicas.
Las chicas salieron del restaurante por una de las puertas
laterales, porque era el camino más cercano para encontrarse con
Ramona; Sin embargo, se toparon con Eduardo y Julio Cesar,
estaban bastante cerca y por sus expresiones corporales daban la
impresión de que estaban discutiendo. Daniela tomó por el codo a
Samira para que disimulara, ya que debían pasar junto a ellos lo
quisieran o no. En cuanto Eduardo se percató de que las chicas iban
en su dirección se separó y le hizo una seña a Julio César con la
cara para que guardaran silencio un momento, intentó que pasara
desapercibida, pero ellas la notaron.
—Pensé que ya te habías ido —dijo Daniela a Julio, tratando de
ignorar la situación comprometedora en la que los habían visto.
Eduardo lanzó la colilla de cigarro al suelo y la pisó, al tiempo
que exhalaba la última calada.
—Yo debo entrar ya —dijo—. Adiós, chicas. —Con un ligero
ademán y esquivándole la mirada a todos los presentes se marchó.
—Adiós. —Daniela y Samira dijeron al unísono.
—Daniela, Ramona y yo, vamos a Starbucks, ¿quieres venir?
—propuso la gitana tratando de aligerar el ambiente que había
quedado.
—Lo siento, gitanilla, no puedo… Tengo algo importante que
hacer —dijo el chico, que se notaba bastante serio, pero también
algo melancólico, incluso sus ojos estaban vidriosos—. En otra
oportunidad las acompaño.
—Está bien, nos vemos el lunes… Disfruta el fin de semana —
deseó Samira, que le agradaba cuando él le decía «gitanilla» porque
era bastante cariñoso.
Tras casi dos meses de conocerlo, ya lo consideraba parte de
su manada, por eso no le gustaba saber que le estaba pasando algo
y no poder brindarle su apoyo.
—Andando —susurró Daniela, volviendo a sujetarla por el codo
para guiarla, porque ya se le notaba las ganas que tenía de hablar
con su amigo y no era el momento más oportuno.
—Parecía que estaban discutiendo, ¿cierto? —murmuró
Samira—. ¿Por qué sería?
—En líos de amor es mejor no meternos…
—¿Líos de amor? —preguntó con los ojos como platos—.
¿Cómo así?
—¡Ay, chica! De verdad que eres muy inocente… Empiezo a
creer que esa comunidad gitana de la que tanto hablas, es algo así
como una isla en medio del océano, donde te mantenían aislada y
ahora no sabes nada del mundo.
—Idiota, no lo digo porque desconozca que Julio es gay… —
Rezongó, mientras buscaba los guantes en su mochila, porque el
frío mordiente del invierno no perdonaba.
—Entonces, ¿cómo es que no entiendes lo que es un lío de
amor? —Daniela la detuvo para ayudarle a acomodar la bufanda, la
pobre gitana apenas salía se le ponía la nariz y orejas rojas.
—Lo que no comprendo es lo otro… ¿Julio y Eduardo?
—Sí, Julio y Eduardo tienen su relación, que ellos creen nadie
lo ha notado…
—Pero… ¿Eduardo no tiene novia? —cuestionó Samira—. No
es justo para ella.
—Bueno, eso es un problema que debe solucionar él supongo
que una vez más ese debió ser el motivo de la discusión… Es que
para algunos hombres todavía es muy difícil aceptar su sexualidad
libremente… Quizá la familia de Eduardo sea muy religiosa o
simplemente tengan muchos prejuicios.
—¡Guau! No debe ser fácil para él… —musitó Samira. Ella
sabía el daño que podía hacer los prejuicios, nadie se exime de ser
juzgado por los demás, pero lo que no entendía era cómo aún en
este siglo las personas basaran su vida por las opiniones externas,
todos deberían practicar ese dicho que dice «vive y deja vivir».
—Supongo que no, pero solo él debe tomar la decisión de
sincerarse.
—Así es. —Samira estuvo de acuerdo—. Aunque me da pesar
también por Julio, es un chico tan amoroso, que no merece sufrir en
una relación así —hablaba mientras avanzaban por el pasillo.
Cuando se encontraron con Ramona, le hicieron la invitación al
café, por supuesto que acepto, era viernes y lo menos que deseaba
era ir a encerrarse en su pequeño apartamento.
Iban de camino a la estación del tren cuando Daniela recibió un
mensaje de su novio.
—Ay chicas… ¿Será que se puede sumar mi novio? Es que
acaba de salir de clases —dijo casi avergonzada.
—Sí, claro —dijo Samira.
—Vamos a buscarlo donde estudia.
—Perfecto, así paseamos un poco más —comentó Ramona—.
Y Samira también conoce más de la ciudad, porque solo ha hecho el
recorrido de casa al trabajo y del trabajo a casa…
—Gracias, que amorosas son —chilló emocionada—. ¿No has
ido al Costanera Center?
—No, aun no lo conozco —comentó, negando con la cabeza
para afianzar su respuesta.
—Bueno, esta es tu oportunidad, vamos al Starbucks de ahí;
además, podemos aprovechar para subir al mirador para que
puedas apreciar las mejores vistas de la ciudad.
Sonrió ampliamente, claro que le gustaba la idea, Renato le
reprochaba constantemente que no saliera más, que era vital poder
ubicarse en su nuevo entorno.
—No le tienes miedo a las alturas ¿verdad? —preguntó
Ramona.
—No, para nada, donde vi… —se detuvo antes de mencionar a
Renato, porque no quería que su amiga siguiera molestándola con
su enamoramiento por el carioca—. No le tengo miedo —reformuló,
mientras se apretaba las manos, que, a pesar de tenerlas cubiertas
por los exclusivos guantes de piel de la marca Gucci, seguía
sintiendo frío.
Subieron en la estación del metro Cal y Canto, tendrían que
hacer una combinación en Santa Ana y de ahí un par de
combinaciones más para bajar en la estación Los Héroes y así
llegar al Instituto Técnico Santo Tomás, donde Carlos, el novio de
Daniela, estudiaba para Técnico en Comercio Exterior.
Durante el trayecto no paraban de hablar, de cualquier
nimiedad sacaban un tema de conversación. Cuando por fin llegaron
al instituto, la venezolana corrió hasta donde la esperaba su novio,
le dio un efusivo beso, que Samira admiró con disimulo, pero
después levantó su mirada a la fachada del edificio y de solo pensar
que era un centro de enseñanza superior, le aceleraba los latidos de
la emoción.
—Hola Samira —le saludó Carlos, a quien ya conocía, porque
varias veces había ido a buscar a Daniela.
—Hola. —Ella agitó su mano y le sonrió.
—Amor, te presento a Ramona, trabaja en uno de los
restaurantes del mercado, ella es quién le consiguió el trabajo con
nosotros a Sami.
—Mucho gusto. —Carlos le dio un apretón de manos.
—Igualmente —correspondió Ramona.
—Por cierto, Samira… Recuerdas cuando te dije que, si por el
momento no podías pagar una carrera universitaria, quizás lo que te
convenía hacer primero era una carrera técnica…—le habló Daniela
muy entusiasmada.
—Sí, me acuerdo… ¿Por?
—Bueno, ¿te parece si entramos a preguntar? Creo que aquí
dan algunas del área de salud…
—Sí, dan varias… —intervino Carlos—. Creo que dan técnico
en farmacia, técnico en enfermería y algunas con plan especial…
—Pero es que por ahora no puedo… Seguro es costoso, aún
no he reunido lo suficiente. — Ella estaba intentando dominar la
emoción que le embargó de repente. No quería desilusionarse, ya
que consideraba que quizás esa opción tampoco le era viable.
—No es tanto, te aseguro que es mucho menos que la
universidad —insistió el chico—. Vamos, pidamos información. —La
alentó.
—Puedo buscarla por internet. —Ni siquiera ella misma
comprendía la negativa, hasta que se dio cuenta de que estaba muy
nerviosa.
—Anda Samira, si ya estamos aquí —replicó Daniela—. No
perdemos nada con averiguar.
—Claro, vamos amiga. —Ramona también la alentó mientras la
tomaba por la mano para instarla a que se moviera.
—Está bien. —Soltó una risita de puro nervio.
Carlos las guio hasta recepción, mientras el corazón de la
gitana le martillaba fuertemente, presentía que quizá sus
acompañantes lo estaban escuchando, pero eran tan amables que
no querían hacerla sentir incómoda.
Como era él quien conocía el protocolo, se acercó a recepción,
de ahí lo dirigieron a la oficina de información y les dieron permiso a
todos para que pudieran entrar.
El hombre encargado de otorgar todos los planes los invitó a
pasar.
Ramona, Daniela y Carlos se apretujaron en un sofá que solo
era para dos personas, mientras que a Samira la invitó a sentarse
en una de las sillas frente al escritorio, ella lo hizo abrazada a su
mochila, como si tratara con ella de contener su corazón que estaba
por saltarle del pecho.
El letrado le hizo varias preguntas, para saber qué era lo más
apropiado para la jovencita. Ella fue muy categórica al decir que su
deseo era ser doctora, pero fue clara al informarle que no tenía los
medios para pagarse una carrera universitaria.
Entonces el hombre de uno de los cajones de su escritorio sacó
un par de folletos y le dijo que podría estudiar para técnico en
enfermería, eso le ayudaría para más adelante conseguir un trabajo
con el cual iniciar una carrera universitaria.
Le señaló en el folleto fechas de inscripciones del próximo
semestre, horarios, montos a pagar por matricula y mensualidad,
también, el instituto otorgaba diversos beneficios internos, que
consistían en descuentos que se aplicaban sobre los aranceles
anuales o sobre su saldo, según correspondiera. Además, debido a
que el centro de formación técnica se encontraba acreditado, sus
alumnos podían acceder a las becas que entregaba el Ministerio de
Educación.
Samira asentía a todo lo que el hombre le estaba contando,
preguntó sobre si por su condición de extranjera podía disfrutar de
esos beneficios y el hombre le dijo que sí. Ella guardó en su mochila
los folletos y se despidió, agradeciendo la atención.
Salió de esa oficina con una sonrisa imborrable, empezaba a
acariciar la idea de que su sueño estaba cada vez más cerca. Que
sus acompañantes estuviesen presentes, le ahorró tener que contar
todo lo que le habían dicho.
—Y bien, ¿te gusta la idea? —preguntó Daniela.
—De gustarme, en realidad, me encanta —dijo con las mejillas
mucho más rojas por la emoción—. Sin embargo, no creo que por
ahora pueda… no tengo dinero suficiente, si pago la matricula no sé
si después pueda con las mensualidades.
—Pero todavía falta poco más de un mes para el inicio de
semestre… Quizá puedas reunir. —La alentó Ramona.
—Sí, no te desanimes tan pronto —comentó Carlos, mientras
entraban a la estación del metro, para ir hasta el Costanera.
—No me estoy desanimando, pero debo ser responsable con
mis gastos. Creo que probablemente pueda para el próximo. —Ante
todo debía ser realista—. Pero creo que la única manera de poder
reunir lo suficiente para no endeudarme, sería encontrando otro
trabajo… —Se esperanzó Samira.
—¡Sí! Eso es una excelente idea —comentó Daniela—. Aunque
es demasiado agotador… pero… espera —dijo sujetándola por el
hombro, mientras esperaban el vagón—. Puedes trabajar conmigo
en la guardaría nocturna, solo es viernes y sábado de ocho de la
noche a siete de la mañana.
—¡Claro que sí! Tengo experiencia con niños, ¿qué tengo que
hacer?
—Esta noche hablo con mi jefa, seguro te darán el trabajo,
porque es muy difícil conseguir quien quiera cuidar niños de noche,
suelen ser más llorones porque extrañan a sus padres, pero con
paciencia, ingenio y amor, es más fácil.
—Me encantan los niños —dijo emocionada.
—Estoy segura de que vas a poder reunir para el próximo
semestre, tienes nueve meses para ahorrar. —Ramona también
estaba emocionada.
Luego de eso cambiaron el tema de conversación, hasta que
llegaron al Costanera, decidieron ir primero a Starbucks para
sacarse un poco el frío del cuerpo.
Mientras esperaban por sus cafés, que todos los pidieron
caliente, excepto Daniela, que necesitaba saciar su antojo de
Frappuccino, Carlos le pidió a Samira mostrar los folletos.
De inmediato empezaron a sacar cuentas, suponiendo que a
ella le dieran el trabajo en la guardería nocturna. Sí, posiblemente
para dentro de nueve meses podría empezar a estudiar y no
preocuparse por las mensualidades; sin embargo, también era
consciente de que tenía otros gastos, como alquiler, comida y
transporte, además de los gastos extras que acarrearía estudiar,
como cuadernos, algunos instrumentos y hasta uniforme.
Tras un par de horas de conversaciones y café, se dirigieron al
Sky Costanera, pagaron los boletos y subieron al mirador del
rascacielos. Samira quedó maravillada, con lo alto que estaban y
con las vistas de la ciudad, sobre todo al fondo, donde se podía
apreciar la Cordillera de los Andes, vestida de blanco, aunque las
espesas nubes del blanco más puro, que se posaban sobre la
majestuosidad de roca, apenas le permitían apreciarla y una
delgada línea dorada que se colaba, parecía dividirla.
Casi a las siete de la noche se despidieron, Samira y Ramona
se irían a sus hogares, mientras que Daniela debía ir a su trabajo en
la guardería.
De camino a casa, ellas planearon preparar la cena en la
habitación de Ramona, luego verían algunas películas.
CAPITULO 10
Ian Garnett estaba celebrando su cumpleaños número sesenta
y dos, jamás había sido un hombre de hacer grandes eventos,
gustaba más de las reuniones íntimas con sus familiares y
allegados. Casi siempre en su casa, en la de su padre o se iba de
vacaciones a algún otro país en compañía de su mujer y sus hijos.
Tan solo una vez, cuando cumplió los cincuenta y cinco, Thais
se empeñó en organizar un evento más especial, con muchos
invitados en un hotel de la ciudad. Ella estaba tan entusiasmada con
la idea, que le fue imposible negarse a cumplirle ese capricho a su
mujer.
Pero en esta ocasión solo se trataba de un asado en el jardín
de su casa, con algunos familiares y sus compadres, mientras los
hombres jugaban póker, las mujeres se relajaban en la piscina y los
perros correteaban por el césped.
Renato llegó en helicóptero en compañía de sus abuelos y se
dirigieron a la terraza donde estaban reunidos su padre, Liam, su
padrino Thiago y Marlon Ribeiro, bebiendo güisqui escocés en las
rocas, mientras el aroma de los diversos cortes de carnes sobre el
asador inundaba el ambiente.
—¡Feliz cumpleaños, papá! —dijo acercándose a él para darle
un fuerte abrazo, al separarse le entregó la caja rectangular que
había dejado en una mesa cercana—. Esto es para ti. —Le tomó
casi tres meses poder conseguir ese obsequio, era tan costoso
como difícil de adquirir, sin embargo, sabía que su padre lo
disfrutaría mucho.
—Gracias, hijo… ¿Qué es? —preguntó, solo por crear
suspenso, porque la caja dejaba en evidencia lo que podría ser.
—Ábrelo. —Lo instó Reinhard. Que esperaba su momento para
felicitar a su hijo mayor.
Ian tiró con fuerza hasta reventar la cinta negra, seguido rasgó
el papel plateado, la expectativa en él crecía con cada segundo y la
sonrisa se hizo más amplia al descubrir una caja de madera.
—¡Esto es impresionante! —Silbó Ian y en un impulso debido a
la dicha abrazó con fuerza a su hijo—. ¿Cómo lo has conseguido?
—preguntó devolviendo la mirada al grabado ubicado en la tapa de
madera que dejaba en evidencia que dentro había una botella de
Macallan de sesenta años de envejecimiento, al abrirla también
encontró un par de vasos de cristal.
—Por internet —confesó Renato encogiéndose de hombros. En
realidad, hallarlo fue fácil, lo que tomó más tiempo fue el proceso de
importación.
—Ya tenemos bebida para celebrar… —dijo uno de los
hombres sentados en el sofá.
—Ni de coña, esta es para mí solo —declaró Ian, echándoles
un vistazo por encima del hombro.
Fue el turno de Reinhard para felicitar a su hijo, en medio de un
fuerte abrazo y un beso, le dijo lo orgulloso que estaba de él y
cuanto lo amaba. Sophia también lo refugió en sus brazos y le
deseó lo mejor, hicieron entregas de sus obsequios que no eran tan
ostentosos, pero sí bastante significativos, luego pasaron a
integrarse con los demás.
Al encuentro de los recién llegados se sumó Thais, quien
recibió con besos y mimos a Renato, que terminó sonrojado por las
atenciones de su madre.
Las conversaciones no se hicieron esperar, reían de algunas
anécdotas, mientras compartían partidas de póker, entretanto las
bebidas y entremés no paraban.
Ian recibió varias videollamadas de su hermano, primo,
sobrinos y demás familiares en el exterior.
Renato era el único que celebraba el cumpleaños de su padre
con coctel de sandía y agua de coco sin alcohol. Cuando era chico,
su madre constantemente le decía todos los peligros que
acarreaban las drogas, el tabaco y el alcohol, era tanta su
insistencia y su alteración cuando hablaba del tema, que él terminó
asociándolo con el sufrimiento de ella. Por eso se acostumbró a
tomar una o dos copas únicamente cuando el momento lo
ameritaba.
Renato se alejó para ver a los perros, en cuanto les silbó, estos
de inmediato se echaron a correr hacia él. Empezó a jugar con ellos,
le rascaba detrás de las orejas y les palmeaba los muslos.
Fue entonces que su teléfono empezó a vibrar en el bolsillo de
sus bermudas, sabía que no podía ser Samira, porque aún debía
estar durmiendo; desde que empezó a trabajar los fines de semanas
en la guardería, ella no llegaba a descansar a su casa sino hasta las
ocho de la mañana. Ya llevaba dos semanas haciendo ese gran
sacrificio que a él le parecía innecesario, no se cansaba de repetirle
que él podría ayudarla a costear la universidad.
Él estaba verdaderamente preocupado y discutieron por eso,
incluso, dejaron de hablarse por un par de días, pero no soportó la
tristeza que lo embargó al no saber de ella en ese tiempo, así que,
como penitencia, aceptó que Samira hiciera las cosas a su manera.
Al ver el teléfono, se dio cuenta de que era Lara, no podía
contestar esa videollamada, no en ese momento, no con toda su
familia ahí, por lo que la rechazó y enseguida le escribió
rápidamente: «Lo siento, amor… por ahora no puedo atender
videollamada.»
En pocos segundos vio que Lara estaba grabando una nota de
voz.
«Imagino que estás en la celebración de tu padre, me
encantaría poder felicitarlo… Caramelo, ¿cuándo me
presentarás a tu familia? Me conformo con que sea por una
videollamada… ¿No crees que este es un buen momento?
Quiero desearle un muy feliz cumpleaños a mi suegro».
Eso hizo que de inmediato un nudo de nervios cobrara vida en
el estómago de Renato, no era que no quisiera que sus padres
conocieran a Lara, lo que le preocupaba y lo ponía ansioso eran las
preguntas que sabía surgirían con eso.
Tratando de huir de esa situación, bloqueó la pantalla del
teléfono y lo devolvió al bolsillo, mientras se dirigió hacia el lago,
necesitaba tiempo para pensar una manera cordial de rechazar su
pedido.
Sin embargo, sentía su teléfono vibrando, estaba seguro de
que era Lara enviando otro mensaje en la misma tónica,
presionándolo para que hiciera algo para lo que no estaba para
nada listo. Se pasó la mano por la frente y luego se rascó la nuca,
no estaba preparado para conocerla personalmente, mucho menos
para que sus padres o hermano supieran de su existencia.
Estaba seguro de que Liam se mofaría, ya lo imaginaba
diciéndole que esa era demasiada mujer para él, que solo se le
acercaba por su dinero, algo que de cierta manera él era consciente,
pero sabía que sería mucho más humillante si alguien más se lo
echaba en cara, haciéndole sentir que era un estúpido.
Pensó que quizá iba siendo momento de comentarle a Danilo
sobre la existencia de Lara.
Inhaló profundamente y volvió a sacar el móvil del bolsillo, era
mejor terminar cuanto antes con esa tortura, Lara le había enviado
un par de notas de voz más, pero decidió no escucharlas para no
acrecentar sus angustias.
—Cariño, en este momento no puedo, prometo que pronto
podrás conocerlos, prefiero que lo hagas en persona —dijo tratando
de controlar la vibración en su voz; estaba muy arrepentido de
haberle dicho la fecha del cumpleaños de su padre—. Por ahora
estoy ocupado con mi familia, esta noche te llamaré.
Envió el mensaje y guardó una vez más el teléfono, pero en
menos de un minuto volvió a vibrar. Chasqueó los labios,
sintiéndose ahora más fastidiado que nervioso y se resignó a
enfrentar los reclamos de Lara. Así que escuchó lo que tenía para
decirle.
«Sé que te avergüenza que tu familia sepa de mí, quizá no
tengo la apariencia de una chica virginal ni de una heredera
multimillonaria, pero sé comportarme, Renato… —dijo con
tono de reproche—. Empiezo a creer que todas tus promesas
no son más que mentiras… La verdad, no te molestes en
llamarme esta noche, estaré ocupada».
Ahí finalizó el mensaje, él se moría por decirle que estaba
equivocada, que, por el contrario, su temor es que seguramente
todo su entorno se daría cuenta de que él no era suficiente hombre
para ella, pero era mejor no seguir con esa discusión, debía esperar
a que se calmara, aunque le hiciera la ley del hielo por unos días, de
todas formas, él sabía cómo contentarla luego.
Se sentó en el suelo, mientras jugueteaba con Keops y miraba
al horizonte.
A Liam no se le pasó por alto el momento en que su hermano
se escapó con la excusa de ir a saludar a las mascotas, al parecer,
a nadie más le importó, ya todos estaban acostumbrados a que no
fuera el alma de las fiestas. Pero él sabía que en esta ocasión era
otra la razón de su aislamiento; Renato no guardaba muy buenos
recuerdos de la celebración de cumpleaños de su padre, o por lo
menos, no desde que su madre lo obligó a exponerse públicamente
hace siete años cuando los forzó a que dieran un discurso para su
padre frente a más de cien invitados.
Aún hoy, mientras miraba a su hermano, no dejaba de
cuestionarse si su progenitora había perdido un tornillo o si, por el
contrario, prefería hacerse la ciega por temor a enfrentarse al espejo
y tener que reconocer todos los errores que cometió en la crianza de
su hijo menor.
Antes de que el día llegara, tanto Liam como su padre
intentaron que su madre desistiera de la idea, que le pidiera a
Renato que no era necesario que lo hiciera, pero cuando por fin la
convencieron, fue este el que dijo que quería hacerlo.
Cuando llegó el momento de subir al escenario, su hermano no
paraba de transpirar, se le notaba agitado y con la respiración
entrecortada, tanto que los que estaban cerca de él estaban
preocupados de que le pudiera dar un infarto.
—Ha llegado el momento de solicitarles unos minutos de su
atención —dijo Liam, haciéndose del micrófono, por lo que todos los
presentes se volvieron a verlos, provocando que Renato se notara
más nervioso, incluso, pensó en ayudarlo con su discurso o en no
darle la oportunidad siquiera de que abriera la boca, pero no quería
empeorar la situación, lo mejor era no dilatar más el momento—.
Papá, estuviste para mí desde el día en que nací, siempre teniendo
mis mejores intereses en mente. Eres una de las personas más
importantes en mi vida y te amo con todo mi corazón. —Levantó su
copa de champán, hacia donde estaba Ian, mirándolos con mucho
cariño—. Dicen que la sabiduría viene con la edad. Hoy, debes ser
el hombre más sabio que conozco… —comentó serio, pero luego
sonrió ampliamente—. ¡Es una broma! ¡Feliz cumpleaños! —le dijo y
arrancó risas a todos. Él solía ser espontáneo y práctico, no se
esmeraba mucho en ese tipo de cosas, por lo que terminó rápido y
le entregó el micrófono a Renato, que no podía controlar el temblor
en sus manos—. Lo harás bien, solo mira a papá —le susurró su
consejo. Renato asintió, aunque hasta sus pestañas vibraban.
—Papá —empezó Renato, con la mirada prácticamente a la
punta de sus zapatos—. G-g-gracias por mostrarme… lo grandioso
que es el mundo —dijo casi ahogándose con su saliva, trató de
reponerse y continuar—. S-s-sin ti, yo hoy no sería nada. N-n-no
recuerdo ni un solo momento en que me hayas fallado, papá… —Se
quedó en silencio por varios segundos, ponerse nervioso hacía que
se incrementara su tartamudeo, a su vez, tartamudear hacía que se
le incrementaran los nervios. El sudor le corría por la espalda y los
ojos se le estaban cristalizando, sabía que estaba por perder el
control y no conseguía calmarse—. N-n-nunca nadie ha sido tan
paciente, c-c-cariñoso, j-j-justo y … —Se ahogó, no pudo más, tenía
mucho más por decir, pero estaba demasiado aterrado con todas
esas miradas encima de él—. L-l-lo siento. —Jadeó, le entregó el
micrófono a Liam y salió raudo, incluso trastabilló con algunos de los
cables y por poco se fue de bruces.
Liam le dio el micrófono al animador de la fiesta y corrió tras
Renato, lo vio casi corriendo por el pasillo que daba hacia uno de los
salones contiguos.
—Renato, espera… Renato. —Lo llamó, pero no se detuvo.
Entró detrás de él al salón, lo vio caminar en círculos mientras
se reprochaba.
—¡Soy un idiota! ¡Soy un idiota! —Lloraba con gran impotencia.
—No lo eres, ¿de qué hablas? —preguntó Liam acercándose a
él, intentando sujetarlo por un brazo, pero Renato se zafó.
—¡Lo ensayé cien veces! —gritó cubriéndose la cara con las
manos, sin parar de llorar—. ¡Soy una vergüenza!
—Lo has hecho bien, Renato… Ven aquí. —Con fuerza lo
sujetó por las muñecas porque se estaba halando los cabellos.
—No podía…
—Ha sido increíble, lo hiciste bien… Ya cálmate, estoy seguro
de que a papá le encantó.
—No, no es así, lo jodí… n-n-no debería ser parte de esta
familia, soy estúpido de verdad.
—Renato, deja de decir esas cosas, te salió bien, fue muy
emotivo… —Intentaba consolarlo, pero Renato parecía no
escucharlo. Estaba demasiado concentrado en flagelarse.
—No, no fue así, soy tan patético… ¿Cómo voy a poder verle la
cara a esas personas ahora? Todos se deben estar riendo de mí, de
la familia…
—Para empezar, no eres patético, eres el mejor hermano que
puedo tener. ¿Y qué más da la opinión de nadie? No te preocupes
por eso… —Intentaba contenerlo, pero volvió a retroceder y se
aflojaba la corbata, en un gesto desesperado, como si se estuviese
asfixiando.
—Sentí que se me cerraba la garganta, no lo entiendes, todo lo
arruino… —Sollozó, furioso consigo mismo.
En ese momento Ian entró al salón, con grandes zancadas se
acercó a Renato y Liam se apartó.
—Lo siento papá, lo siento mucho, te he avergonzado, lo
arruiné.
—No, ¿por qué dices eso Renato? —Le sostuvo la cabeza,
poniendo ambas manos sobre sus orejas y lo obligó a que lo mirara
a los ojos—. Respira, suelta el aire, vamos… suelta el aire. —Lo
instaba para calmarlo, porque sabía que Renato estaba teniendo un
ataque de ansiedad—. Respira, lento… lento. —Nada le dolía más
que ver el sufrimiento de su hijo, debía calmarlo—. Lo hiciste muy
bien, estuvo hermoso… estuviste maravilloso. —Una vez que vio
que empezaba a tranquilizarse, le dio un beso en la frente y lo
abrazó, luego tendió su abrazo para incorporar a Liam a esa unión
—. Lo hicieron muy bien, han sido las palabras más hermosas que
me han dicho en la vida —hablaba mientras Renato seguía llorando
en su cuello—. Los amo con todo mi corazón… Son los mejores
hijos… y son míos.
Liam recordaba que esa había sido una de las pocas veces que
su padre se mostró tan afectivo con ellos, que expresó que los
amaba, quizá por eso tenía ese momento tan vívido.
Poco a poco en medio de ese abrazo, Renato se fue calmando,
fue ahí donde él se dio cuenta de que la situación de su hermano,
de verdad se estaba haciendo crítica.
Al regresar de sus recuerdos, Liam se levantó, con vaso de
güisqui en mano y se fue a dónde estaba su hermano, mientras casi
todos seguían concentrados en sus alegres conversaciones
Ian percibió las ganas de su mujer por levantarse e ir tras Liam,
pero él intentando disimular, le pasó un brazo por encima de los
hombros y la refugió en su costado, casi como un gesto natural, le
dio un beso en la frente, otro en la sien y luego le susurró al oído
que dejara a los chicos en paz.
Liam llegó justo cuando Renato lanzaba muy lejos un juguete a
Keops, quien se echó a correr frenético.
—¿Qué haces aquí tan solo?
—Parece que es obvio, ¿no? —dijo echándole un vistazo—.
Intento hacer que Keops gaste un poco de energía.
—Que excusa más barata para evadir la monotonía de esta

reunión… Siempre los mismos temas —rio y


meneó la cabeza en un gesto entre gracioso y fastidiado—. Ya ves
porque a veces prefiero estar con mis amigos, son siempre
impredecibles.
—¿A veces? Querrás decir, todo el tiempo —masculló Renato,
con una ligera sonrisa asomándose en su comisura izquierda.
—Como sea, los amigos tienen mejor tema de conversación
que son más de nuestro interés… Por cierto, hablando de amigos,
¿cómo está Samira? —preguntó por el simple deseo de que su
hermano siguiera hablando, mientras movía circularmente su
bebida, para que lo cubos de hielo mezclaran el güisqui.
—Bien, supongo. —Se encogió de hombros, su hermano no
era la persona con la que precisamente quisiera hablar sobre su
amiga.
—Por fin, ¿de qué secundaria fue que la sacaste?
—Basta, Liam —chasqueó los labios y recibió el juguete que
Keops le devolvía, por lo que tomó impulso y una vez más lanzó el
tronco de hule y el perro salió disparado—. No sigas con ese tema…
—Solo intento molestarte; definitivamente, alguien se robó tu
sentido del humor cuando naciste… —Bebió de su trago, lo saboreó
y después suspiró, al tiempo que codeaba a Renato—. Anda,
¿cuéntame cómo está? Y no me digas que no sabes nada de ella,
porque sé que no es así.
—No sé qué te hace pensar que te contaré algo de ella
precisamente a ti, que lo primero que hiciste fue pensar lo que no
era.
—Renato, solo me preocupé por mi hermano…
—Sabes que no me gusta hablar de mis cosas.
—No quiero saber de tus cosas, a menos que consideres que
la chica te pertenece, entonces sí lo respetaría.
—Ella no le pertenece a nadie más que a sí misma, ese
pensamiento extremadamente machista está fuera de lugar…
—Bueno, caballero de armadura dorada y alma noble… ¿cómo
está la dulce doncella?
—No te das por vencido, ¿cierto? —preguntó, no estaba
molesto, solo que había aprendido a que la mayoría se conformara
solo con su respuesta más típica de «estoy bien». Liam negó con la
cabeza, mostrando una media sonrisa, entonces Renato se rindió y
suspiró largamente—. Está bien, trabajando, haciendo su vida en
Santiago… Aunque está muy ocupada como para que hablemos
todo el tiempo. —Más que un comentario a su hermano era un
reproche que tácitamente le hacía a Samira, pero él ni siquiera se
daba cuenta de eso.
—Bueno, cuando hables con ella dale mi número, me
encantaría ser su amigo también… —Liam estaba midiendo la
reacción de su hermano, desde que conoció a la muchacha notó lo
posesivo que estaba siendo con ella y necesitaba verificar si era
debido a la amistad que se profesaban o a algo más—. Después de
todo, me pareció una chica adorable…
—Jamás —intervino Renato de inmediato y casi ofuscado,
hecho que no pasó desapercibido para su hermano—. No sueñes
con eso, te conozco demasiado bien como para cometer semejante
locura… —De inmediato se volvió—. Regresaré con los invitados —
anunció, pues era la mejor manera librarse de las ideas locas de
Liam.
CAPITULO 11
Era la primera clase grupal de la cual Samira formaba parte
desde que terminó la educación secundaria, en esta ocasión debía
tener una conversación con estudiantes de diferentes países que
también estaban aprendiendo español, mientras eran supervisados
por la profesora.
Ella no podía evitar estar nerviosa, a pesar de que llevaba casi
tres meses en un país donde el idioma principal era el español y que
obligatoriamente tenía que ponerlo todos los días en práctica, pero
se había dado cuenta de que le costaba entender los distintos
significados que las personas les daban a veces a las mismas
palabras. Cierto sentido de perfección la llevaba a sentirse
estresada, pero temía que el cansancio que cargaba por tanto
trabajo afectara de alguna manera su comprensión.
Participaba en la clase y hacía anotaciones con dudas que le
iban surgiendo, mientras sentía los talones adoloridos, porque ese
día en el restaurante había sido realmente ajetreado, pensaba que
en cuanto terminara con esa conversación, se acostaría y pondría
los pies sobre el alfeizar, para dejarlos en alto y activar la
circulación.
Tras una hora, la profesora dio la clase por terminada, los
felicitó a todos y les pidió un aplauso, porque habían demostrado
grandes avances en el dominio del idioma.
Samira se puso a repasar los apuntes de su libreta, cuando su
teléfono empezó a vibrar, la idea de que pudiera ser Renato se
disipó en el momento que vio la pantalla y se dio cuenta de que era
el número del restaurante.
Lo primero que pensó, fue que olvidó organizar alguna
estantería del almacén o dejar listo algún vegetal y Maite no podía
esperar al día siguiente para reprenderla.
Inhaló profundamente y luego resopló, al tiempo que deslizaba
en dedo en la pantalla para atender la llamada.
—Aló —contestó.
—Hola Samira, ¿estás ocupada? —se dejó escuchar la voz de
la supervisora.
—No, recién termino la clase de español —explicó y cerró al
cuaderno—. ¿Olvidé algo?
—No, te estoy llamando para saber si puedes venir a cubrir el
turno de Mailen… Es que se sintió mal y tuvieron que llevarla al
hospital.
—¡Dios! ¿Pero está bien…? ¿Y el bebé? —Se preocupó y de
la impresión se llevó la mano al pecho.
—No sé, solo empezó a sangrar, pero ya deben estar
atendiéndola… ¿Puedes venir? —preguntó Maite para no dilatar
más la conversación.
—Sí, claro. —Más que por el puesto vacante lo hacía por
Mailen—. Solo que no sé bien cómo atender las mesas.
—Por eso no te preocupes, Rafael y Viviana te explicarán, ellos
te brindarán apoyo.
—Está bien, ya voy para allá.
—No tardes —le dijo Maite y colgó.
Samira se frotó los ojos con los nudillos, como si con eso
pudiera arrancarse el cansancio, sabía que debía darse prisa, pero
si no se duchaba no iba a poder ser eficiente, así que corrió al baño
y mientras el agua caliente intentaba relajarla, ella se ayudaba
dándose un ligero masaje en el cuello y hombros.
Una vez lista, sirvió café en el termo rosa metalizado que
compró con su primer sueldo y que siempre llevaba al trabajo, lo
metió en la mochila. Salió y se fue hasta la habitación de Ramona,
le tocó, pero como no obtuvo respuesta imaginó que estaría
tomando una siesta o habría salido con Mateo.
Por lo que de camino a la estación del metro le escribió un
mensaje, poniéndola al tanto e informándole que llegaría por la
noche. Una vez enviado el mensaje, guardó el teléfono en el bolsillo
de su chaqueta y apresuró el paso.
Agradeció encontrar un puesto en el vagón, se puso los
auriculares y dio a reproducir la última canción, que mediante el
juego que tenía con Renato habían integrado a la lista de
reproducción, pero que a ella no le había dado tiempo de escuchar
porque terminó quedándose dormida la noche anterior.
Recuerdo que al llegar ni me miraste
Fui solo una más de cientos
Y, sin embargo, fueron tuyos
Los primeros voleteos…
Escuchaba mientras miraba distraída lo que la rodeaba, se
fijaba en quienes viajaban en el mismo tren, muchos iban leyendo,
otros dormitando, algunos revisando el teléfono.
Me moriré de ganas de decirte
Que te voy a echar de menos
Y las palabras se me apartan
Me vacían las entrañas…
Entonces a su memoria llegó arrasadora la mirada cristalina de
Renato y sus manos, no supo por qué tenía demasiada nítida la
imagen de sus dedos delgados y uñas cuidadas, una terrible
nostalgia la inundó al punto de que casi se desbordaba.
Sus dedos se movieron ingobernables por la pantalla, la
llevaron hasta el contacto de Renato y empezó a escribirle: «Estoy
escuchando la canción… Te extraño…»
Sacudió la cabeza en un resquicio de cordura y borró el
mensaje, para empezar a teclear otro: «Hola, espero no
importunarte, solo te escribo para informarte que esta noche no
podremos practicar español, porque una compañera del turno de la
tarde se sintió mal, tuvo que ir al médico y me pidieron que la
cubriera… Quizá la recuerdes, Mailen, la chica que está
embarazada».
Escribió ese mensaje y lo envió. Estaba segura de que Renato
sabría de quién le hablaba, pues frecuentemente ella le hablaba de
todos sus compañeros, menos de su supervisora, prefería evitar ese
tema porque sabía que Renato se inquietaría por su bienestar, no
quería causarle más preocupaciones.
Ella siguió con la cabeza inclinada, mirando la pantalla a la
espera de un mensaje de Renato, mientras la canción seguía
sumergiéndola en un extraño estado de paz, añoranza y mucho
más…
La llamada entrante de Renato hizo que saliera del trance,
aunque le faltaba poco para llagar a la estación Cal y Canto, no
dudó en responder.
—Hola —saludó, con la mirada en la pantalla a pesar de que él
no había activado la cámara.
—Hola, ¿cómo está tu compañera? —Su tono lo mostraba
ligeramente preocupado.
—No sé, espero que bien, solo me dijeron que empezó a
sangrar y la llevaron al hospital.
—¿Cuánto tiempo tiene de embarazo?
Samira percibió la voz de Renato algo lejana, probablemente
tenía la llamada en altavoz, lo que solía hacer mientras conducía.
—Está por cumplir el séptimo mes.
—Bueno, esperemos que no sea nada grave… ¿Hasta qué
hora vas a trabajar?
—Supongo que, hasta las nueve, porque no creo que ya por
hoy regrese Mailen.
—Cuando salgas, regresa a casa en taxi, es más seguro. —Le
aconsejó.
—Está bien, eso haré —comentó por tranquilizarlo, pero ella no
quería gastar en esas cosas cuando bien podría volver en transporte
público. Ya lo había hecho el día que cambió de turno con Renaud.
—¿Podrías pedir el día libre para mañana? Porque necesitarás
descansar.
—No. —Sonrió enternecida por sus palabras—. En realidad, no
creo que me lo permitan, pero puedo perfectamente levantarme por
la mañana y volver…
—Samira, necesitas descansar para reponer energías.
—Dormiré lo suficiente para descansar… No te preocupes por
mí, estoy bien…
Él quería decirle que desde que ella estaba viviendo en otro
país él no sentía paz del todo, pero no entendía su propio estado de
zozobra, por lo que era mejor callar.
—Está bien, pero en cuanto llegues a casa esta noche me
escribes para saber que ya estás segura en tu hogar, prometo no
molestarte para que de inmediato te vayas a dormir. ¿De acuerdo?
—Lo haré, ahora te dejo para que prestes atención a las
señales de tránsito, no quiero que tengas un accidente por estar
hablando conmigo.
—¿Cómo sabes que estoy conduciendo? —preguntó sonriente.
—Tu voz se escucha algo lejana y también escucho el tráfico
infernal de Río. —Sonrió al recordar las calles de su ciudad.
—Y está más infernal que de costumbre. —También sonrió.
—Pensé que estarías en el trabajo.
—Tuve una reunión importante por fuera. —No podía explicarle
que recién salía de su cita con Danilo, en la que hablaron de ella,
como ya se le estaba haciendo costumbre al terapeuta. En ese
momento el escuchó el metro anunciando la próxima llagada a la
estación de destino de su gitanita.
—Bueno, ya tengo que dejarte, tengo que bajarme.
—Cuídate mucho.
—Tú también… adiós payo. —Se apresuró a terminar la
llamada; al tiempo que se levantaba se guardó el móvil en el bolsillo
de la chaqueta.
Caminó hacia la salida aligerando el paso, porque sabía que en
poco tiempo empezaría una de las horas más críticas en el
restaurante y que los chicos necesitarían ayuda.
Se ajustó la bufanda y se bajó más el gorro para cubrirse por
completo las orejas.
En cuanto llegó, se dio cuenta de que había muchos
comensales esperando por ser atendidos.
—Hasta que al fin llegas —dijo Maite que la recibió toda
acelerada en la entrada lateral—, necesito que corras a cambiarte,
te he dejado un uniforme de mesera en el banco frente a los
casilleros; yo estoy ayudando a Rafael mientras tanto, pero apúrate
porque estamos bastante atareados y yo tengo otras cosas qué
hacer. —La realidad era que ella no tenía el tacto ni la diplomacia
requerida para atender al público.
—Sí, voy inmediatamente.
Samira corrió y no podía evitar sentirse nerviosa, porque no
sabía si iba a entender todo lo que le dirían, temía equivocarse y
empeorar la situación caótica que ya estaban viviendo ante la falta
de Mailen.
Le resultó mucho más rápido cambiarse, porque no tenía que
ocultar su cabello, solo se hizo una trenza y se puso el pantalón, la
blusa manga larga, el corbatín y el chaleco, con delantal en mano
corrió de regresó a la antesala que daba al local.
Rafael se tomó unos minutos para explicarle lo que debía hacer
y la mejor manera de memorizar el número de cada mesa, Samira
asentía, entendiendo todo, mientras se ataba el delantal rojo que le
llegaba por encima de las rodillas.
—Ven, vamos para que aprendas cómo atender las mesas —
hablaba el dominicano mientras se acercaban a una de las mesas
donde recién se sentaba una pareja—. Lo principal, es mostrar
disponibilidad por atender y ayudar a los clientes, recuerda
mantener una actitud positiva, muéstrate cortés y sonriente, no
digas «no», si no hay lo que te piden, busca una solución, ofrécele
otra cosa, escucha con atención y exprésate con claridad, no te
apures por hablar, nunca interrumpas al cliente, espera que ellos
hablen y entonces tú podrás hacerlo.
—Entiendo.
—Sí es brasileño o portugués, será mejor que les hables en tu
idioma, así se sentirán mejor atendidos…
—Ojalá que vengan solo brasileños o portugueses. —Sonrió
algo nerviosa. Eso la haría sentir más en confianza.
—Con gusto te dejo a to’ los brasileños… aunque casi no dan
propina —rio ampliamente el dominicano, Rafael con sus
ocurrencias le hacía mermar los nervios—. Son tacaños tus
compatriotas.
Samira no podía refutar eso, no tenía idea porque jamás había
tratado con clientes de ningún tipo, su mayor contacto con payos
había sido en la escuela, pero sí recordaba que a los que su abuela
les leía la suerte, poco daban o no daban nada.
—En mi defensa diré, que no eran gitanos. —Sonrió.
El dominicano puso una cara servicial y se acercó, lo primero
que hizo al dirigirse a los comensales fue darles la bienvenida, se
presentó al tiempo que se señalaba el pin de identificación y
después le señaló a la chica que lo acompañaba, les dijo que ella
tomaría su pedido bajo la supervisión de él, ya que estaba en
periodo de prueba.
Samira sacó la tableta que tenía en el bolsillo del delantal,
mientras tenía la sonrisa congelada y el corazón acelerado.
Los comensales eran amables y comprendían la situación de la
chica nueva.
Le pidieron que les sugiriera la entrada, ella ofreció lo que sabía
que más solicitaban los clientes y ellos hicieron el pedido y procedió
a anotarlo en la tableta para hacer la orden.
Rafael pidió permiso para ir a otra mesa, a Samira los nervios
no le daban tregua, pero inhaló profundamente para mantener el
control de la situación.
Tras dos horas de estar atendiendo sin parar las mesas, ya
había aprendido cómo hacerlo, aunque cada cliente fuese distinto,
hasta el momento, había podido complacerlos a todos sin ningún
tropiezo. Incluso, la adrenalina de estar conversando con otras
personas se había llevado su cansancio o por lo menos se mantuvo
oculto hasta que fue su momento para cenar.
Le tocó compartir su tiempo con Renaud, con quien Samira se
llevaba muy bien, él siempre le hablaba de sus hijos, de las
travesuras que hacían, de lo mucho que habían aprendido y de lo
orgulloso que se sentía por eso. Siempre decía que deseaba que
sus hijos llegaran a ser profesionales, porque él era analfabeto, su
familia en Puerto Príncipe era tan pobre que no pudieron otorgarle
estudios.
Decía que los problemas de su país no eran tanto por los
desastres naturales de los que constantemente eran víctima ni por
el cólera, se trataba más de una economía en rojo y una corrupción
política generalizada.
—Nunca es tarde para aprender, si quieres hacerlo, puedes
estudiar por las mañanas.
—Con dos hijos y un tercero en camino, no es posible que lo
haga, yo me quedo con los niños por la mañana, mientras mi mujer
trabaja en el servicio de limpieza de una escuela… Puedo decir que
uno de mis momentos más tranquilos es este.
—Pero te gustaría aprender, ¿cierto?
—Claro, me siento impotente cuando mi hija me pide ayuda con
las tareas y no puedo hacer nada… Lo único que sé es identificar
algunas palabras y escribirlas, como mi nombre y apellido o el
nombre de mis hijos.
Samira quiso ofrecerle otra opción, pero de momento sabía que
era muy complicado para él, ella sabía lo que se sentía querer
aprender algo y no poder hacerlo por tener muchas limitantes.
Terminaron de cenar, ella entró al baño a cepillarse los dientes,
al mirarse al espejo notó que tenía los ojos enrojecidos producto del
cansancio, pero ya solo le quedaba media jornada más, aprovechó
para retocarse un poco el maquillaje porque ahora que estaba
atendiendo las mesas debía cuidar su apariencia.
Se sorprendió un poco al salir y encontrarse con Maite con el
rictus serio.
—El señor Silva necesita que vayas a su oficina.
—Sí, enseguida. —Se fue rauda a ver qué deseaba su jefe.
Al entrar, él como de costumbre la saludó y le hizo un ademán
para que tomara asiento y ella, internamente, agradeció poder darle
descanso unos minutos más a sus pies adoloridos.
—¿Cómo estás?
—Bien señor —asintió enérgica.
—Gracias por haber aceptado venir a cubrir a Mailen —dijo el
hombre al que también se le notaba agotado, aunque no tanto como
se sentía ella.
—No agradezca, puede contar conmigo… ¿Ha tenido noticias
de ella? —No sabía si era un abuso de su parte, pero estaba
preocupada por su compañera de trabajo.
—Se comunicaron conmigo hace como media hora, ya está
fuera de peligro —notificó y vio cómo la jovencita suspiraba aliviada
—, pero deberá guardar reposo absoluto hasta término del
embarazo.
—¿Pero no tendrá problemas? ¿El bebé está bien? —interrogó,
evitando estrujarse las manos por la preocupación.
—Por ahora sí, pero debe cuidarse, así que no podrá volver al
trabajo. Por eso te he mandado a llamar, vamos a necesitar que
alguien ocupe su puesto, ¿será posible que tú puedas hacer
también el turno de Mailen? Solo por esta semana, mientras
encontramos a alguien capacitado para el puesto, por supuesto que
se te pagará el sueldo del horario nocturno —propuso Silva.
Samira ni siquiera lo pensó, sin duda esa era una extraordinaria
oportunidad. Sí, tendría que trabajar más duro, pero también podría
ahorrar más, así sí conseguiría reunir para matricularse el siguiente
semestre.
Rápidamente calculó mentalmente cuánto ganaría si se
quedaba por tres o quizá cuatro meses con un sueldo extra, pensó
que, además, eso le daría la seguridad de un segundo contrato en el
restaurante.
—Por supuesto señor, cuente conmigo para cubrir a Mailen,
aunque si me diera la oportunidad, podría hacerlo hasta que ella
pueda volver, no tendría que contratar a otra persona…
—Samira, es un trabajo muy duro, no tendrías tiempo para
descansar, no sé si podrás rendir lo suficiente al trabajar doble
turno.
—Estoy segura de que sí podré, estoy acostumbrada a trabajar
mucho —explicó apasionada.
—No sé por qué querrías sobrecargarte con tantas
ocupaciones, imagino que al ser joven también necesitas tiempo
para recrearte un poco, salir con tus amigos. —El hombre era
consciente de la presión física y mental que requería pasar tanto
tiempo ahí.
—No se preocupe, no tengo muchos amigos… En realidad, le
hago la propuesta porque me gusta trabajar, pero también porque
necesito el dinero, necesito reunir ya que espero en unos meses
poder matricularme para estudiar enfermería técnica en Santo
Tomás.
—Bien, entiendo tus razones, pero también sé cuán agotador y
esclavizante es estar aquí todo el día, ¿te pareces si probamos por
una semana primero? Si al llegar el viernes sientes que puedes
continuar así por todo el tiempo que Mailen esté de reposo, podrás
hacerle la suplencia.
—Sí señor, claro… Solo tengo una pequeña petición —solicitó
frunciendo ligeramente el ceño, sintiendo algo de vergüenza por lo
que tenía que pedir.
—Tú dirás. —La alentó acompañándolo de un ademán.
—Es que los viernes y sábado trabajo en una guardería
nocturna, no sé si usted me permite salir los viernes a las ocho.
—Entiendo, sí, no tengo inconveniente, lo hablaré con Maite.
¿Te parece?
—Sí, claro, muchas gracias, señor.
—Bueno, no te quito más tiempo, Rafael necesita cenar —la
despidió Silva.
Samira asintió y se levantó.
—Gracias señor —dijo y salió, sonriendo, porque sentía que
cada vez estaba más cerca de conseguir el dinero que le hacía falta.
Rafael le hizo entrega de los pedidos pendientes, le explicó
todo lo que habían solicitado hasta el momento y lo que estaban
pendiente.
—Está bien, ve a comer —dijo ella y de inmediato se echó a
andar al tiempo que sacaba su tableta y se acercaba a una de las
mesas, que estaba en la zona externa.
A Samira le pareció que la noche era un poco más ajetreada
que la mañana, o quizá lo veía así, porque debía ir y venir con
mayor rapidez, mientras que, en la cocina, pasaba mucho tiempo en
un lugar, picando verduras o preparando algún guiso.
Cuando por fin cerraron, dejó caer los hombros, sintiéndose
aliviada, la tensión y la adrenalina la abandonaron, a pesar de que
de que todavía quedaba organizar y limpiar. En cuanto terminó de
organizar todas las mesas y ordenar las sillas, se ofreció a ayudarle
a Renaud con la limpieza, sin duda ellos eran quienes más trabajo
tenían.
Había pensado seriamente irse en taxi, pero como Rafael,
Renaud, Viviana, Miriam y Carmen también caminarían hasta la
estación de tren, decidió irse con ellos, era consciente de que lo
único peligroso era la zona central, debido a la hora solía convertirse
en un área de oferta sexual y la guarida de algunos delincuentes.
—Cuéntanos Samira, ¿qué te pareció trabajar atendiendo a los
clientes? —preguntó Carmen mientras iban caminando hasta el
metro.
—Creo que aún mi cuerpo sigue temblando… Por un momento
temí que se me olvidara cómo pronunciar los aperitivos o los
ingredientes del plato del día.
Todos se rieron de las ocurrencias de ella, en los meses que ya
tenía trabajando en el restaurante se había ganado el cariño de
todos sus compañeros gracias a su espíritu bondadoso, era una
chica que ayudaba a todos y siempre lo hacía con una sonrisa
tatuada en la cara, la única que seguía tratándola despectivamente
era su jefa.
—Pero creo que tuviste suerte de principiante, todos los
clientes que entraron hoy se portaron bien contigo, no te imaginas
las cosas que nos han pasado —intervino Rafael—. Hay algunos
que son raros o verdaderamente molestos que parece que
únicamente van es con la intención de joder.
—¡Uy sí! Hay algunos que en lugar de decir que no les gusta un
ingrediente, afirman que son alérgicos a ello —comentó Carmen a la
vez que ponía los ojos en blanco y se mostraba exasperada—.
¿Acaso la gente no sabe todo el procedimiento que tenemos que
cumplir cuando alguien dice eso? Hay que lavar el equipo que se
vaya a emplear y preparar todo desde el principio, lo que lleva más
trabajo, pero claro, luego se molestan porque la comida tarda mucho
en ser servida.
Samira se llevó las manos a la cara para soplarse aire caliente,
estaba meditando si debía buscar la manera de usar doble guantes
o conseguir unos que aislaran mejor el frío.
—Para mí los peores son a los que les encanta cambiar
ingredientes. —Viviana se le acercó y la abrazó para cubrirla
también con su abrigo, ya todos sabían lo friolenta que era—. Nos
ha pasado muchas veces que un cliente nos pide que sustituyamos
a, b, c y que le añadamos que si un d, e y f, pero luego nos
reclaman que no sabe cómo siempre. Claro que no va a saber igual,
¡cambiaste la receta, animal!
No paraban de reírse, pero al llegar a la estación se
despidieron, ya que no todos tomaban el mismo camino.
Con ella viajaron en el mismo vagón Carmen y Renaud, pero le
tocaba bajarse primero que ellos, así que le recomendaron que
tuviera mucho cuidado, que caminara rápido y se despidieron.
Su sorpresa fue mayor cuando a la salida de la estación,
estaba esperándola, Ramona en compañía de William y Sofía, la
pareja de universitarios que vivía en la habitación de al lado.
Debía admitir que se sentía aliviada por no tener que ir
caminando sola hasta la casa.
—Gracias por venir, pero no debieron molestarse —dijo
dándole un abrazo a su amiga.
—No es molestia. —Ramona le frotó con energía la espalda—.
Todos los que vivimos en la residencia tenemos un acuerdo,
ninguna de las chicas que viven allí camina sola de noche por aquí,
siempre solemos avisarnos, si no hay posibilidad de tomar un taxi
que nos deje en la puerta de la casa, entonces nos venimos algunos
a la estación.
Durante el trayecto le comentó a Ramona que le haría la
suplencia a Mailen, por lo que trabajaría doble turno. Su amiga, al
igual que había dicho su jefe, le comentó que era una jornada
demasiado extenuante.
Samira no tenía dudas de que ellos tenían razón, pero si algo
tenía claro, desde el instante en que salió huyendo de su casa, era
que su vida estaría llena de sacrificios.
Una vez sola en su hogar, lo primero que hizo fue quitarse los
zapatos y refugió sus pies en la comodidad de sus pantuflas de
orejas de conejo, buscó el móvil para enviarle un mensaje de voz a
Renato.
—Hola, buenas noches, acabo de llegar a casa, sana y salva —
aclaró sonriente a pesar de que sus ojos ardían y estaban a punto
de cerrarse, pero debía encontrar energía para cambiarse y
ducharse—. Mailen, salió de peligro, sin embargo, deberá guardar
reposo por lo que resta de embarazo, me ofrecí a hacer su
suplencia… Sí, sé que dirás que estoy loca, que es demasiado
trabajo, pero estoy segura de que puedo hacerlo, y lo mejor de todo
es que tendré doble sueldo y podré ahorrar más rápido para
matricularme el próximo semestre.
Lo envió y lanzó el teléfono en la cama, mientras esperaba la
respuesta de Renato se cambió, luego sacó de la mochila el
uniforme sucio, lo dejó sobre la silla, segura de que lo lavaría por la
madrugada, también sacó el termo y lo lavó.
Arrastró los pies de regreso a la cama, ya Renato le había
respondido también con una nota de voz:
«Me alegra saber que Mailen está fuera de peligro; sin
embargo, me gustaría que pudiéramos hablar mañana sobre
la decisión que has tomado».
Samira negó con la cabeza, sabía que a Renato no le agradaba
que hiciera dobles turnos, él no podía comprenderlo porque para él,
el dinero no significaba un problema; para ella, lamentablemente lo
significaba todo. Ciertamente, él no dejaba de ofrecerse a pagarle el
primer año de estudios, pero eso ella no iba ni podía aceptarlo, lo
quería como amigo, lo anhelaba cómo algo más, pero le horrorizaba
la idea que algún día creyera que ella solo lo tenía cerca porque lo
necesitaba por su dinero.
Inhaló profundamente y luego soltó el aire con lentitud, mientras
se sentaba en la cama y le grababa otro audio.
—Está bien, si quieres vamos a conversarlo de una vez, ¿te
llamo? —Siempre consideraba prudente pedir permiso antes de
interrumpirlo con una llamada.
Casi de inmediato recibió como respuesta otro mensaje de voz.
«Sé que debes estar agotada, mejor descansa, luego lo
hablamos… ¿Te parece?
—Está bien, pero descansa pronto tú también, no te vayas a
dormir tan tarde… —se acostó y dejó el teléfono sobre su pecho. En
pocos segundos, lo sintió vibrar.
«No lo haré, ve a dormir… —se hizo una pausa—. Buenas
noches, gitana».
—Buenas noches, payo —sonrió y giró sobre su lado derecho,
de verdad que estaba tan agotada que desistió de la idea de
ducharse, solo fue al baño se lavó la cara y los dientes, luego volvió
y se metió bajo las colchas, activó la alarma y en cinco minutos
terminó rendida.
CAPITULO 12
Fue el insistente sonido de la alarma del teléfono la que sacó
a Samira del sueño profundo, primera vez, desde que había llegado
a Santiago que consiguió rendirse de esa manera, no se levantó ni
una sola vez para ir al baño, sin embargo, despertó con el cuerpo
adolorido.
Estiró la mano para agarrar el móvil del alfeizar y silenciarlo, a
tientas lo consiguió, estaba tan agotada que no podía ni abrir los
párpados.
—Tengo que levantarme —se quejó, obligándose a mirar la
pantalla que la cegaba.
Se tomó cinco minutos para revisar si tenía alguna notificación,
pero no había nada, así que dejó el móvil de lado, apartó las colchas
y se levantó, pero en el acto, su delgado cuerpo se estremeció por
el frío. Estaba segura de que jamás se acostumbraría, el invierno
era demasiado fuerte para ella, tenía los labios agrietados a pesar
de hidratarlos cada hora y en los casi tres meses que tenía viviendo
ahí, ya se había resfriado un par de veces.
Para entrar en calor, lo primero que hizo fue tender la cama,
luego puso a preparar café, mientras ordenaba un poco su hogar,
porque odiaba ver cosas fuera de lugar.
Se comió una galleta salada, queso ricota y café, luego se fue
al baño, cuando se estaba duchando pensó en qué horario podría
seguir con las clases de español, ahora que no tendría tanto tiempo
libre.
Odiaba tener que enfrentar ese tipo de disyuntivas,
lamentablemente debía sacrificarlas; ya había visto en la página la
opción para congelar el curso, por el momento era la mejor opción.
Se vistió, llenó el termo con lo que le quedaba de la bebida
caliente y agarró la mochila, ya cuando estaba por salir fue a apagar
el calentador y cayó en la cuenta de que no había lavado el
uniforme.
—Oh, mierda —masculló y se golpeó la frente ante su despiste.
Por más que quisiera ya no tenía tiempo, hablaría con Maite, para
que le diera otro, después de todo estaría doblando turnos.
Salió y cerró la puerta, caminó rauda hasta la puerta de la
habitación de Ramona, pero antes de que llegara, su amiga salió, ya
lista para un nuevo día de trabajo.
—Buenos días —saludó a Samira con un beso en la mejilla—.
¿Descansaste?
—Hola, buenos días, sí, dormí toda la noche… pero olvidé lavar
el uniforme, y debía usarlo esta tarde…
—Deben darte otro.
—Eso espero.
—Si quieres dame las llaves y yo lo llevo por la tarde.
—Ay no, Ramona, ya tú vienes cansada del trabajo, yo puedo
hacerlo por la noche.
—Samira, igual debo ir a la lavandería, no significa ningún
esfuerzo extra. Además, piensa que si lo lavas por la noche en esta
temporada no creo que se sequé y te apestará a humedad.
—Está bien, pero entonces el domingo podremos ir a tomarnos
un café y yo lo brindaré. —Fue enfática mientras ponía las llaves en
la mano de su amiga.
—Estoy segura de que el domingo lo único desearas será
descansar, así que no tienes que comprometerte conmigo —
comentó al tiempo que guardaba las llaves en su mochila.
—Bueno, eso lo sabremos llegado el momento, a menos que
desees pasarlo con Mateo, y lo comprenderé —dijo sonriente,
abriendo el portón y le hizo un ademán a Ramona para que saliera
ella primero.
—No, con Mateo saldré el sábado, vamos al cine… Te invitaría,
pero debes ir a la guardaría.
—Aunque no tuviera que ir a la guardería, no los acompañaría,
no quiero ser mal tercio… No vaya a ser que él por fin haya reunido
el valor y tenga planeado besarte…
—Ya —la interrumpió Ramona con una risita traviesa y le pegó
en el brazo, mientras caminaban por la calzada hacia la estación del
metro—, para tu información, ya nos hemos dado algunos besos —
confesó a la vez que se sonrojaba, sus ojos marrones destellaron.
—¿En serio? ¿Por qué no me lo habías dicho?
—Porque no tenemos una relación, solo han sido algunos
momentos de debilidad… Además, no puedo hablar de esos temas
contigo…
—¿De besos? No veo nada de malo, después de todo, ya me
han besado…
—¡Renato! —exclamó con la mandíbula a punto de
desencajarse y los ojos a punto de saltar de sus orbitas.
—¡¿Qué?! ¡No! Renato no, fue con Adonay, después de todo
era mi prometido —confesó, quería parecer más madura en ese
tema, pero el sonrojo la delataba.
—Tienes razón, se me había olvidado… ¿Cómo fue? ¿Te
gustó? —curioseó.
—No sé si me gustó, fue extraño… —masculló torciendo
ligeramente el gesto.
—¿Cómo que extraño? ¿Te gustó o no? Eso es fácil de saber.
—No me desagradó, pero tampoco fue algo apoteósico, no, así
como dicen en los libros que te tiemblan las piernas y te falta el
aliento, no sé, quizá era que estaba más concentrada en el plan de
huir o de que no nos viera mi familia.
—Primero déjame aclararte algo, en realidad tampoco es que
son así como en los libros esos que lees, sí, suelen ser intensos si
los recibes de la persona que te gusta, pero a lo mucho te costará
respirar un poco.
—¿No te tiemblan las piernas? —curioseó, con ganas de
decirle que Renato no la había besado pero cada vez que la tocaba
o se le acercaba, ella sentía que todo su cuerpo se volvía de
gelatina.
—Bueno sí, además de otras reacciones mucho más
sensoriales, más… No, ese tema lo tendremos después…
—Está bien, no me apresura saber sobre eso… En cambio, tú
deberías hacerte novia de Mateo, no sé por qué no lo aceptas si
ambos se gustan…
—Sabes que no puede ser, lo sabes, amiga… —Suspiró
resignada. No podía permitirse amar a Mateo mientras siguiera
anhelando hacer las paces con su familia.
—No sé, Ramona, recuerda que esta es tu vida, deberías estar
con quien ames de verdad. —En ese momento a su amiga le llegó
un mensaje que hizo que interrumpiera la conversación.
No siempre contaban con la suerte de encontrar puestos en el
vagón; aun así, Samira aprovechó para comunicarse con Renato
mientras se aferraba con una mano a la barra de acero, por mucho
que quisiera hacerle una llamada, era imposible a esa hora ni en
ese lugar. Por lo que empezó a grabar un mensaje de voz.
—Buenos días, payo. Espero que hayas dormido bien… —casi
susurraba su mensaje, sin embargo, se ganaba las miradas
indiscretas de otras personas, imaginaba que era por estar hablando
en portugués—. Sé que tenemos una conversación pendiente, pero
en este momento voy camino al trabajo y no podré ver el teléfono
hasta que salga en la noche. Si quieres puedes enviarme un
mensaje de voz o un video contándome lo que quieres decirme y yo
en cuanto pueda te responderé… ¿Te parece? —hizo una pausa
pensando qué más decir—. Ten un buen día.
Envió el mensaje quedándose con el “te extraño” atorado en la
garganta. Guardó el móvil en el bolsillo de la chaqueta y volvió a
aferrarse con ambas manos a la barra del vagón.
En cuanto llegó al restaurante, antes de entregarle el teléfono a
Maite, lo revisó en busca de la respuesta de Renato, pero no había
nada lo que hizo que se sintiera algo afligida, sin embargo, no podía
seguir a la espera, así que lo dejó con la supervisora y fue a
cambiarse.
En quince minutos ya estaba en la cocina dispuesta a
enfrentarse a muchos kilos de zanahorias, papas, cebollas y
calabaza que debía picar para la preparación de las sopas, que era
de lo más solicitado debido al invierno.
El turno de la mañana se pasó realmente rápido en medio de
mucho trabajo, debido al aguanieve, la gente buscó refugio en el
Mercado Central, por lo que aprovechaban para comer o beber algo
que los hiciera entrar en calor.
Tuvo que salir de la cocina un par de veces para ayudarle a
Daniela con unos comensales brasileños a los que su compañera
poco les entendía, ya eso se había hecho costumbre y a ella no le
molestaba en absoluto, por el contrario, le agradaba mucho poder
comunicarse con otras personas en su idioma, eso la hacía sentirse
más cerca de su hogar.
Con el temor de que su supervisora fuese a hacer uno de sus
comentarios típicos de mal gusto, fue a solicitarle otro uniforme para
cambiarse y empezar su segundo turno, pero para su sorpresa, se
lo entregó sin pedirle otra cosa, sino que se diera prisa.
Ya no estaba tan nerviosa, a pesar de que no era una experta
atendiendo las mesas, sí se desenvolvía con facilidad, le gustaba
mucho trabajar con Rafael porque era muy dinámico, tenía cada
ocurrencia que la hacía reír y hacer todo más ligero, aunque ya a las
seis de la tarde empezaba a sentirse agotada, pero no dejaba que el
cansancio la venciera.
—Adivina la sorpresa con la que me recibieron anoche en la
casa, Diara mudó su primer diente —le comentó Renaud mientras
servía las bebidas de ambos y Samira llevaba la bandeja con las
cenas.
—¿En serio? A mí me parece que se ven tan lindos los niños
cuando sonríen sin sus dientitos. Parecen unos mini viejitos. —
Ambos se rieron y siguieron comiendo—. ¿Te dieron los resultados
de la prueba de audición de ella?
—Sí, esta semana fue mi esposa a buscarlos, al parecer, su
problema auditivo es más serio de lo que esperábamos, hemos
conversado sobre las posibilidades de ir ahorrando para comprarle
el aparado auditivo que quizá sea necesario, ese que nos comentó
el médico la vez pasada, pero está complicado todo en este
momento.
—Tranquilo Renaud —dijo Samira a la vez que posaba una de
sus manos sobre la de él para alentarlo—, mi abuela decía que Dios
siempre aprieta, pero no ahorca.
—Lo sé, pero es difícil no preocuparse. Mi esposa y yo
comentamos anoche que deberíamos hacerle una promesa a la
Virgen del Perpetuo Socorro, nuestra patrona. ¿Quieres venir con
nosotros a misa el próximo domingo en la mañana?
—Me encantaría, pero recuerda que a las ocho de la mañana
apenas estoy terminando turno en la guardería.
—Tienes razón, se me había olvidado, no conozco ninguna otra
muchacha tan joven que trabaje tanto como tú. Estoy seguro de que
pronto podrás empezar a estudiar.
—Dios te escuche, es lo que más deseo —respondió con
optimismo.
Terminaron de cenar y volvieron a sus respectivos puestos de
trabajo.
En cuanto Samira tuvo de nuevo el teléfono en sus manos, lo
primero que hizo fue ver si Renato le había respondido, anhelaba
escuchar su voz, aunque fuese a reprenderla por testaruda, pero no
había nada. Había escuchado el mensaje que ella le envió y no le
hizo nada de lo que le había pedido. Eso le pareció muy grosero de
su parte y la hizo sentir mal, sabía que Renato era una persona con
una agenda complicada y que su tiempo era casi que cronometrado
al dedillo, pero nunca le había hecho algo por el estilo. Francamente
no sabía cómo sentirse, ya que por un lado le irritaba que la hubiera
dejado en visto sin ninguna explicación, como si no le importara lo
que le había comentado, pero por el otro, le dolía su indiferencia,
quería refugiarse en su cama y llorar o maldecir. De no ser por
Rafael que la estaba apurando porque ya tenían que marcharse, le
hubiera enviado una nota de voz bastante agresiva en ese
momento, pero su parte sensata le gritaba que lo mejor era esperar
a llegar a casa y serenarse, ella no era quién para reclamarle nada.
Durante el trayecto en lugar de calmarse, más se alteró; veía el
teléfono a cada rato creyendo que seguro él no le había escrito
antes porque quería esperar para llamarla luego de que ella saliera
y tuviera el móvil en sus manos. Pero mientras pasaba el tiempo
solo pensaba en que Renato la había ignorado y eso solo le dejaba
una conclusión, ella no le importaba.
Igual que la noche anterior, Ramona la estaba esperando a la
salida de la estación del metro, a pesar de que Samira le suplicaba
que no se preocupara, su amiga le insistía en que no era nada, que
la seguridad era más importante y que ella le había hecho una
promesa a Vadoma de cuidarla, y la iba a cumplir.
Una vez sola en su habitación, Samira volvió a revisar el
teléfono, Renato estaba en línea y no le había respondido, ya en
ese punto estaba molesta, muy molesta.
Con lágrimas de dolor y rabia desbordándoseles, empezó a
escribirle un mensaje, volcando ahí su furia, incluso lo comparó con
su padre, pero luego se arrepintió y lo borró todo, se repetía que ella
no tenía el derecho de tener ese tipo de exigencias con él, después
de todo, Renato solo era un desconocido que le había brindado su
ayuda en el momento que más lo necesitó, desde que se fue de su
casa ya no existía ningún compromiso que lo obligara a mantener
contacto a diario con ella. Después de todo, ella misma se había
dicho que lo mejor era olvidarlo en cuanto llegara a Chile, claro que
eso lo había pensado como una solución a los sentimientos que él le
despertaba y que sabía que no eran correspondidos. Ese día más
que nunca se daba cuenta de eso; todo su tiempo libre debía estar
siendo absorbido por esa mujer hermosa y exuberante que le
robaba el sueño, ella jamás sería ninguna rival lo suficientemente
interesante como para hacerle competencia.
Se limpió las lágrimas y contuvo sus impulsos, quizá ni merecía
la pena decirle nada, era mejor demostrarle que su falta de
respuesta no le había afectado, así que prefirió hacer como si nada
y le escribió: «Buenas noches, llegué a casa».
Casi de inmediato, vio que estaba escribiendo: «Está bien,
descansa».
Samira no podía creer que solo eso le hubiera respondido, al
parecer, no le interesó para nada el mensaje que le había enviado
por la mañana. Así que no respondió más. Dejó el teléfono sobre la
encimera de la cocina y fue a ducharse y a ponerse el pijama.
Al día siguiente, aprovechó su hora de descanso o, colación
como le decían sus compañeros de trabajo, para ir a una librería
cercana, quería comprar algún libro didáctico para enseñarle a
Renaud, quizá, eso era una locura, porque era poco lo que conocía
del idioma; sin embargo, creía que lo que verdaderamente
importaba era que aprendiera por lo menos lo básico.
Como poco conocía los alrededores, le pidió a Julio que la
acompañara. Ambos se apresuraron con sus comidas y salieron
rumbo a la Plaza de Armas, donde según el chico, había varias
librerías.
Entraron a una que se llamaba Lápiz López, que quedaba a
pocos metros de la catedral.
Le dijo a la dependienta lo que buscaba y ella, la llevó al área
escolar, donde le ofreció el silabario Hispano Americano. Le dijo que
era el mejor material didáctico para aprender a leer.
—¿Qué edad tiene el niño? —preguntó, porque quizá podría
ofrecer algunos complementos.
Samira no sabía qué responder por lo que miró a Julio.
—Es muy chico, aún —dijo él, sonriente y tomó el silabario—.
Con esto es suficiente. Muchas gracias.
—Me gustaría llevar un cuaderno y lápiz para que pueda
practicar también la escritura —comentó Samira, bastante
ilusionada con lo que estaba haciendo.
—Bien, debe ser en el otro pasillo. —Julio la tomó por el codo y
haló de ella, para ir en busca de lo que buscaba.
Samira se emocionó, porque ella nunca había tenido la
oportunidad de hacer eso, sus escasos útiles escolares siempre se
los compraba su padre y llegaba a casa con ellos, siempre con los
más económicos y casi nunca de su gusto, pero agradecía
infinitamente que él sacrificara ciertas cosas para poder darle la
oportunidad de estudiar, aunque fue solo hasta que él lo consideró
suficiente.
Aprovechó para comprarse unos cuadernos para ella también,
imaginando que los usaría cuando empezara en el instituto técnico,
también se hizo de uno lápices de diferentes colores, una agenda,
un par de bolígrafos, sacapuntas y borrador.
Salió de la librería con una sonrisa imborrable, más que
dichosa se sentía realizada… pletórica. Eso le hizo olvidar que
Renato no le había enviado ningún mensaje esa mañana, así que
ella tampoco lo hizo. Sintió que lo mejor era distanciarse del todo,
aunque eso diera la impresión de que era una malagradecida, cosa
que no era cierta, pero es que ante todo ella tenía dignidad y no
pensaba estar detrás de él mendigándole un poco de su tiempo, por
mucho que la hubiera ayudado en el pasado.
Regresó al restaurante a tiempo, fue directa a los casilleros y
guardó en su mochila lo que había comprado, no sin antes acariciar
con infinito cariño la tapa dura de uno de los cuadernos que tenía la
cola de una sirena con las escamas tornasoladas. Eso le hizo
recordar a una parte de una de las canciones que Renato había
agregado en la lista de reproducción.
Mi dama valiente se peina la trenza como las sirenas…
En sus más locas fantasías, imaginó que él la estaba
comparando con una sirena, que la creía valiente… y que también le
gustaba su cabello largo.
Sacudió la cabeza para alejar esas tonterías, no era más que
una canción, una que usaban como método pedagógico para que
practicara su español.
Cerró el casillero y mientras se ponía el delantal se fue a la
cocina a seguir con el primer turno de su larga jornada laboral.
Esa noche Renaud se emocionó casi hasta las lágrimas, no
podía creer que alguien tuviera un gesto tan noble con él
—Samira, no tengo palabras… —Un impulso salido de su
corazón hizo que la abrazara fuerte, al separarse ella pudo notar
que tenía la mirada cristalina—. Lo que más he deseado en la vida
es no seguir siendo analfabeta, pero nunca he tenido tiempo, dinero
o el apoyo de personas que pudieran ayudarme, desde pequeño la
prioridad de mi familia era que saliera a trabajar, todos teníamos que
apoyar con algo, así que, en lugar de inscribirme en la escuela, me
enviaban a vender comida con mis hermanos mayores.
—Sé mejor que nadie lo que estás sintiendo, yo tuve la
oportunidad de estudiar solo porque mi abuela le insistió muchísimo
a mi papá para que me dejara, para ellos era suficiente con que yo
supiera escribir o contar, pero para mí no, yo quiero poder ayudar a
las personas, a mi comunidad… —A Samira casi se le escapan las
lágrimas al recordar las discusiones con su papá, le dolía mucho el
hecho de que, por la intransigencia de este, ella hubiera tenido que
irse bien lejos para labrarse su camino.
—Ey… no quería que te pusieras melancólica por mi culpa.
—Tranquilo, estoy bien, pero mejor comamos rápido para que
empecemos hoy mismo.
El haitiano se apresuró a cenar, se le notaba la emoción en la
cara, pero de repente se detuvo y puso un semblante serio.
—Sami, quiero pagarte por lo que invertiste en estos
materiales, sabes que ahora estamos complicados en mi casa, pero
si hacemos un plan de pagos por cuota, poco…
—Renaud, yo no te estoy cobrando nada, no lo compré con esa
intención, así que no te preocupes.
—Pero es que tú estás reuniendo para tus propios estudios, no
deberías gastar el dinero en mí. —El haitiano estaba
verdaderamente avergonzado.
—Me niego rotundamente a cobrarte, además, piensa que
enseñarte también me ayudará a practicar mi español, así que es un
ganar-ganar, sobre todo ahora que tuve que suspender las clases
por la doble jornada que estoy haciendo. —Ella sabía que lo estaba
engañando, esto no la ayudaría con sus prácticas porque estaba
mucho más adelantada, pero no pensaba permitir que él le diera ni
un solo peso.
Por un momento, pensó que así debió sentirse Renato cuando
la ayudó y le tentó la idea de escribirle para contarle, pero era mejor
expulsar al carioca de sus pensamientos. Se concentró en
enseñarle las vocales a su compañero, ya él identificaba algunas,
incluso muchas palabras del abecedario, por lo que suponía sería
mucho más fácil su proceso de aprendizaje.
—Después de esto, quiero aprender portugués —dijo sonriente
—. Español lo aprendí como los loros, escuchando y repitiendo —
hablaba todo emocionado—. No puedo creer que primero vaya a
prender a leer en español que en francés o creole.
—También puedo enseñarte portugués, pero será más fácil una
vez aprendas a leer —le dijo Samira, con el pecho hinchado de
orgullo.
—Por supuesto —comentó y dirigió la mirada donde ella le
señalaba con la punta del lápiz.
Renaud se concentró en seguir con la clase, hubiese deseado
que pudieran invertir más tiempo, pero debían volver al trabajo.
En esos dos días que Samira llevaba trabajando de mesera ya
se había memorizado a la perfección las mesas, hablaba con más
confianza cuando debía atender a los comensales, incluso se
permitía ofrecer ciertos platillos cuando veía al cliente dudar, sobre
todo, había aprendido a desplazarse con mayor rapidez y seguridad
en la tableta al momento de hacer la orden.
Se sintió satisfecha de haber terminado un nuevo día de
trabajo, aunque estuviese exhausta, de cierta manera se estaba
acostumbrando a su ajetreada rutina, la cual, estaba segura muy
pronto rendiría sus frutos.
En cuanto cerraron el restaurante todos se apresuraron a
limpiar, porque según Maite, que había visto los pronósticos
meteorológicos en el televisor de su oficina, esa noche se esperaba
lluvia.
Samira, se abrigó con todo lo que había llevado, gorro,
bufanda, guantes y el abrigo, se acomodó el cabello para que casi le
cubriera las mejillas y se colgó su mochila.
Rafael no dejó pasar la oportunidad para mofarse por el temor
que ella le tenía al frío.
Carmen lo reprendió, ella los trataba a todos como si fuesen
unos niños, por lo que les halaba las orejas a unos y defendía a
otros. En medio de conversaciones triviales y paso apresurado,
salieron del Mercado Central.
Aún no empezaba a llover; sin embargo, debían darse prisa o
terminarían empapados antes de llegar a la estación del metro.
Cuando Samira desvió la mirada de Carmen para ver hacia
adelante, se topó con un hombre vestido enteramente de negro,
rostro pálido y con los ojos azules más hermosos del mundo, parado
en la acera al otro lado de la calle, se quedó paralizada, el corazón
le dio un vuelco y las mariposas surgieron impetuosas aleteando por
cada rincón de su cuerpo. Ni siquiera se dio cuenta de que sus
compañeros se adelantaron apresurados porque empezaron a caer
las primeras gotas de aquella gélida lluvia, aunque en ese instante
ella había dejado de sentir frío.
Solo estaba parada inmóvil con la mirada fija en el hombre de
vaqueros, jersey cuello alto y gabardina negra que le llegaba por
debajo de las rodillas, con las manos en los bolsillos de aquella
prenda que lo hacía lucir como el más apuesto sobre la faz de la
tierra.
—¡Samira! —la llamó Renaud, haciéndole un ademán para que
saliera del trance en el que se encontraba.
Todos sus acompañantes se habían percatado del hombre de
aspecto elegante que había cautivado la atención de la gitana. Les
pareció realmente extraño verlo ahí, en un lugar como ese, sobre
todo a esa hora y con lluvia.
—¡Samira! —Esta vez la apuró Carmen.
Lo vio encogerse de hombros y mostrar una discreta sonrisa.
Ella parpadeó para sacudir la gota que quedó colgada de sus
pestañas.
—Disculpen, ¡vayan ustedes! —Fue lo que dijo.
—¿Segura? ¿Te pasa algo? —preguntó Renaud, muy
preocupado por ella, no quería dejarla ahí.
—Tranquilo, nos vemos mañana.
Samira soltó una risita nerviosa.
Entonces, ellos decidieron avanzar; no obstante, la curiosidad
de Maite, que había tenido que irse con ellos esa noche porque
Vicente tuvo que salir corriendo a su casa en cuanto cerraron, la
llevó a mirar por encima del hombro una vez más al hombre parado
en la acera, fue entonces cuando se percató del auto negro a pocos
metros y sacó sus propias conclusiones.
—Así que vengo desde Río y tú ni siquiera te acercas. —Tuvo
que levantar la voz, a pesar de que no le gustara hacerlo. Además,
se sacó las manos de los bolsillos y abrió los brazos, ofreciéndole
un abrazo, un impulso que lo sorprendió a él mismo, pero no se
cohibió ni desistió de hacerlo, a pesar de que sus nervios estaban
alterados.
Fue ese el detonante para que Samira saliera de su estado casi
catatónico, su pecho iba a reventar, las lágrimas de emoción se
asomaron al filo de sus párpados, olvidó que llevaba un par de días
muy molesta con él, que se sentía ignorada por no haberle dado a
sus mensajes la importancia que ella esperaba; por fin sus piernas
reaccionaron y corrió hacia Renato.
Se dejó llevar por sus emociones y prácticamente se estrelló
contra el cuerpo de él y lo amarró en un fuerte abrazo. Aunque
hacía frío y una suave llovizna los mojaba, ella sintió en ese abrazo
el calor de Río, se sintió en su tierra, en su hogar y empezó a llorar.
Renato se tensó al primer contacto, pero se relajó una vez ella
se aferró a su espalda en un abrazo desesperado.
Él le devolvió el gesto sintiéndose en paz por fin después de
mucho tiempo.
Él jamás había estado en una situación tan íntima, tener el
cuerpo de Samira contra el suyo creaba una colisión de emociones
contradictorias en su pecho. Apretó la parte posterior de su cabeza y
sus dedos se hundieron en la lana blanca del gorro, sentía en el
corazón cada estremecimiento provocado por los sollozos quedos
que ella ahogaba en su hombro.
A la chica le llevó más de un minuto calmarse y se apartó un
poco del abrazo para mirarlo, sus ojos de un índigo profundo
bañados en lágrimas contenidas le hicieron sentir que podía
hundirse en ellos, sumergirse hasta perderse e ignorar así todo lo
que les rodeaba.
Renato no supo qué hacer, por lo que no le quedó otra opción
más que observarla, cada detalle en su rostro sonrojado por el frío,
sus gestos, el cabello oscuro que enmarcaba su cara y sus ojos
dulces por naturaleza.
—Me he emocionado —confesó con voz temblorosa, algo
apenada por su impulso.
Renato tomó uno de los extremos de su bufanda para secarle
las lágrimas.
—Esta vez no traigo pañuelo —notificó, rozando con delicadeza
las mejillas de Samira.
Ella inhaló profundo, disfrutando del perfume en la prenda. ¡Lo
había extrañado tanto!
—¿Qué haces aquí? ¿Por qué no me avisaste que venías? ¿Y
tu trabajo? —Samira lanzaba la ráfaga de preguntas, saliendo del
trance de la primera impresión y sin poder controlar el ligero
castañeo de sus dientes.
—En serio, me gustaría responder a todas tus inquietudes, si
me dejaras hacerlo —comentó, retirando con cuidado y apenas con
las yemas de sus dedos, un mechón húmedo que tenía pegado en
la mejilla izquierda.
Ella se estremeció y él pensó que era por el frío, cuando en
realidad fue por el roce en su mejilla.
—Debo ser un desastre ahora mismo. —Retrocedió un par de
pasos.
—Tienes frío, será mejor que subamos al auto… o
terminaremos resfriados…
—¿Tú no tienes frío? —preguntó ella con sus ojos cargados de
curiosidad.
—Mucho —confesó asintiendo, le llevó una mano a la espalda,
sobre la mochila, para guiarla hasta donde estaba el auto con el
chofer que el hotel había puesto a su disposición.
CAPITULO 13
En cuanto Renato escuchó el mensaje de Samira en el que le
decía que iba a trabajar doble turno hasta nuevo aviso, sintió que la
preocupación le cubría toda la piel, quizás el problema era que ella
no entendía las consecuencias que podía acarrearle a su salud
exponerse de esa manera. Él en cambio, sí que comprendía
perfectamente las razones por las cuales ella quería hacerlo, pero a
la larga, el costo podría ser muy alto.
Esa noche se quedó tan angustiado que ni siquiera le interesó
conectarse para ver el espectáculo que Desire había preparado, no
quiso hablar con su abuelo y ni pudo conciliar el sueño.
Él le había dicho que necesitaban conversarlo, pero ya había
vivido la terquedad de la gitana en carne propia, nada de lo que él
alegara serviría para que ella cambiara de opinión. Llevaba día y
medio pensando en todos los alegatos a los que podía recurrir para
hacerla desistir, estaba tan concentrado en el bienestar de Samira,
que no pudo concentrarse en sus responsabilidades, estaba molesto
con ella, pero lo que más quería era tenerla enfrente y que se diera
cuenta del estado de zozobra y angustia en el que él se encontraba
por su amiga.
Ni siquiera se dio cuenta del momento exacto en que tomó la
decisión, solo se dejó llevar por la impulsividad y mientras esperaba
que Drica le llevara el almuerzo, se puso a ojear en la página de
web de una aerolínea cuál era el vuelo a Santiago que salía más
próximo ese mismo día.
Calculó el tiempo de vuelo, si salía de un par de compromisos
ineludibles un poco antes, seguramente le daría chance de tomar un
vuelo esa misma tarde, lo que le permitiría llegar a tiempo para
cuando Samira saliera del trabajo. Solo debía darse prisa para
poder ir a su apartamento a por el pasaporte, preparar algo de
equipaje e irse al aeropuerto. Así que, sin pensárselo dos veces,
compró el boleto, y de inmediato llamó a su asistente para que
reprogramara su agenda.
Ella al entrar lo encontró cerrando unas carpetas que luego se
las tendió y metiendo otras, junto con su portátil, en su maletín.
—Drica, necesito que hagas algunos ajustes en mi agenda,
reprograma las citas que tenía esta tarde para la semana que viene,
tampoco podré venir mañana, así que reorganiza las tareas y
envíame al correo todo lo que pueda adelantar fuera de la oficina, lo
que no, pásalos para el lunes o martes que viene.
A ella le tomó casi un minuto procesar la información, en cuanto
se espabiló, se le acercó.
—Mañana a las tres tienes reunión con la junta directiva —dijo
muy preocupada, no sabía cómo iba a excusar a su jefe.
—Lo sé, pero no podré asistir presencialmente, me conectaré
remotamente, no te preocupes por eso. —Le hizo entrega de un par
de carpetas más—. Aquí están firmados los informes y documentos
que van a necesitar. —No podía ocultar la urgencia que lo
embargaba.
—Está bien. —Drica los recibió, seguía sin salir de su asombro,
jamás había visto a este Renato tan acelerado, tan seguro, tan
decidido, la realidad es que parecía que él mismo ni se daba cuenta
de su actitud. Consideró que lo más prudente era no señalárselo—.
¿Algo más en lo que pueda ayudarte?
—De momento no.
—Si necesitas algo, escríbeme.
—Está bien, nos vemos el lunes. Adiós, Drica.
—Adiós, Renato.
Él fue a una reunión con el jefe contable, el de presupuesto, el
de cobranza y el de auditoría, necesitaba que le entregaran los
cambios que les solicitó unos días atrás sobre las cifras del cierre
anterior para terminar su presentación con la junta. En lo que
terminó con ellos, se fue directo al ascensor y mientras bajaba le
echó un vistazo a su reloj de pulsera, cuando las puertas se abrieron
en el estacionamiento, le fue imposible no apurar el paso hasta la
SUV.
Solo esperaba no quedar atrapado en el caótico tráfico, de
camino al apartamento cayó en la cuenta de que no se le había
ocurrido que necesitaría donde hospedarse, por lo que recurrió a su
teléfono.
—Hola Siri, busca reservas en hoteles cinco estrellas en
Santiago de Chile, desde este jueves hasta el domingo.
La asistente personal integrada de su móvil le presentó una
serie de hoteles disponibles acorde a su solicitud y Renato le pidió
las características de las primeras tres opciones. Terminó
reservando una suite ejecutiva en el Ritz.
Al llegar a su apartamento, se fue directo al vestidor de su
habitación, sacó una maleta, la dejó abierta en la otomana y se fue
al armario donde guardaba su ropa de invierno, sacó varias
prendas, para preparar el equipaje.
De camino al baño fue desvistiéndose, jamás se había duchado
tan rápido y en diez minutos estaba de vuelta, vistiéndose con ropa
apropiada para el clima chileno.
—El pasaporte —recordó, justo antes de salir de la habitación,
por lo que tuvo que volver al vestidor donde lo tenía en la caja
fuerte.
Se pidió un taxi, era mejor opción que dejar el auto en el
estacionamiento del aeropuerto todos esos días. No tener que
conducir le dejó tiempo para hacer otras cosas, como escribirle un
mensaje a su abuelo: «Avó, esta noche no iré a casa, me quedaré
en São Conrado todo el fin de semana porque tengo algunos
pendientes que terminar, nos vemos el lunes».
Reinhard le respondió a los pocos minutos, diciéndole que no
se preocupara, que se tomara el tiempo que necesitara y que si
requería su ayuda, solo tenía que llamar.
Renato agradeció a su abuelo, solo esperaba que no se le
ocurriera llamarlo al teléfono fijo.
Sabía que ya era un hombre y que no necesitaba dar
explicaciones a nadie, ni mucho menos temer decir libremente lo
que hacía, pero él tenía una rutina predecible y sabía que su familia
se extrañaría si no aparecía durante un fin de semana; él jamás
sería como su hermano Liam al que todo le daba igual y muchas
veces pasaba de todos ellos. El arrebato que estaba teniendo ese
día no era propio del Renato que su familia conocía y no estaba
preparado para que ellos empezaran a agobiarlo con sus preguntas.
Nunca había viajado en vuelos comerciales, ni siquiera el haber
acompañado a Samira al aeropuerto le ayudó a no estar tan
perdido, toda la experiencia lo estaba empezando a poner ansioso.
«Necesito ver a la gitanita» pensó, respiró profundo e hizo lo
más lógico, se acercó a una taquilla de la aerolínea con la que iba a
viajar. La mujer que lo atendió amablemente le pidió su boleto, le
hizo el chequeo y facturó su equipaje, al finalizar le indicó que
estaba en primera clase y que tenía opción a esperar en la sala VIP,
le dijo a dónde debía dirigirse a continuación y le deseó feliz viaje.
Cuando llegó al salón revisó que la reserva que Siri había
hecho estaba en orden y aprovechó para solicitar el servicio de auto
y chófer para que lo estuviera esperando a su llegada y con
disposición las veinticuatro horas durante los días que estuviese
alojado en el hotel.
La hora y media que tuvo que esperar para abordar la pasó
revisando los documentos que se había llevado, sabía que cuando
llegara a Chile quería poner toda su atención en Samira. Paró
cuando le informaron que ya podía abordar, así que guardó todo y
se levantó.
Tras varias horas de vuelo, el avión empezó a sacudirse
producto de las turbulencias mientras atravesaban la cordillera de
los Andes, de inmediato Renato recordó lo que la traumaron y eso le
ayudó a sentirse más cerca de ella.
No le fue difícil dar con el chofer que lo esperaba a la salida, el
hombre se presentó como Ismael y le pidió ayudarlo con el equipaje.
Le abrió la puerta para que Renato subiera y luego guardó la valija
en el maletero.
Renato miró la hora en su reloj de pulsera, no tenía tiempo para
ir al hotel, por lo que le pidió al chofer que lo llevara al Mercado
Central directamente y le dio el nombre del restaurante, cuando este
le avisó que estaban cerca, Renato se puso muy nervioso, por lo
que le dijo que estacionara una cuadra antes, necesitaba respirar
profundo y calmarse, ella no lo podía ver en ese estado, no conocía
ese lado temeroso y ansioso de él. Cuando logró serenarse se bajó
del auto dispuesto a ir caminando hasta el lugar de trabajo de su
amiga, pero en ese momento la vio caminar hacia él, aunque aún no
se había percatado de su presencia.
Samira agradeció infinitamente la calefacción del auto porque
sentía el frío calarle los huesos y estaba muy avergonzada con
Renato por estar tiritando.
—Parece que aún no te acostumbras al frío —comentó él, al
tiempo que se quitaba la bufanda y se la acomodaba a ella, sin
importar que él también se hubiera empapado con la lluvia.
—Gracias… No, todavía no, Ramona dice que el problema es
que por no tener casi grasa corporal, siento más el frío —explicó—.
Por cierto, tengo que escribirle —habló más para ella que para él.
Sacó el móvil de la mochila—. Es que ella espera por mí en las
noches en la plaza, espero que no lo esté haciendo bajo la lluvia —
hablaba toda preocupada, mientras intentaba escribir con sus
manos temblorosas, que estaba segura, era más por estar junto a
Renato que al clima.
—¿Lo llevo al hotel señor? —preguntó el chófer, mirando por el
retrovisor.
—¿A dónde vamos? —preguntó el chico a Samira. No quería
dar una respuesta que ella pudiera malinterpretar.
—A mi casa, tienes que conocerla… Ahora es mi turno de ser
la anfitriona —dijo muy segura, miró al conductor—. Señor, vamos a
Cotapos, en la comuna de Independencia —dijo en español.
—Sí, señorita —asintió y se puso en marcha.
—Que bien está tu español —elogió Renato.
—¿Te parece? —se ruborizó—. No sabes la vergüenza que me
sigue dando a veces.
—Lo hablas perfectamente, no se te siente casi acento.
—Gracias. Pero no me has dicho por qué viniste sin avisar…
Me impactaste.
—Recuerdas que te dije que teníamos que conversar…
—¿Y has hecho todo un viaje solo para hacerlo? —preguntó,
mirándolo con escepticismo.
—Lo creí necesario, pero dejemos este tema para mañana,
imagino que debes estar muy cansada.
—Algo, pero ya me estoy acostumbrando. —Quiso restarle
importancia a su agotamiento—. Me estoy adaptando a la nueva
rutina.
—En realidad, no creo que eso sea cierto, es imposible que tu
cuerpo se habitúe a esta «rutina» —dijo con ironía, mientras hacía
comillas con los dedos—. Lo que conseguirás será colapsar.
—No entiendes, Renato —musitó, no quería discutir delante de
un desconocido.
—Sí, te entiendo más de lo que crees —aseguró—. Sé lo que
se siente desear algo con tantas ganas, que serías capaz de dar la
vida con tal de obtenerlo… Pero también conozco lo solitario que
puede ser no dejarse ayudar por las personas que más aprecio
sienten por ti… —hablaba por su propia experiencia, de cierta
manera se veía reflejado en Samira. Por un segundo viajó en el
tiempo y vio todas esas veces en que su familia se le acercó con
intenciones de entenderlo, de tenderle una mano, pero recibiendo
de parte de él solo negativas, porque en ese momento no
comprendía que sí tenía una enfermedad real, que no es que fuera
diferente, que la sobreprotección puede llegar a ser un arma de
doble filo.
—Yo no tengo problemas con dejarme ayudar, solo no quiero tu
dinero… Soy capaz de valerme por mis propios medios —susurró
su protesta.
—Y no lo pongo en duda, si algo me has demostrado desde el
día que te conocí es que tú puedes con esto y mucho más, eres una
chica valiente y fuerte, pero también sé que este sacrificio que estás
haciendo te puede costar muy caro… —Quería decirle que su rostro
estaba demacrado, que el cansancio se le estaba notando
demasiado, pero no quería hacerle daño con su comentario.
—Entonces, ¿qué es lo que quieres que haga? —casi chilló su
derrota.
—No lo digas así, porque me hace sentir como si te estuviese
imponiendo las cosas. Yo solo he venido a darte una opinión,
aconsejarte que seas realista… Al paso que vas, para cuando
reúnas el dinero, estarás tan exhausta que no podrás estudiar.
—Entiendo que te preocupes por mí, pero justamente porque
soy realista sé que, si en este momento no hago esto, todo lo que
he hecho hasta ahora no habrá valido para nada, porque se me irá
la vida y no podré matricularme nunca en el instituto. —Samira se
daba cuenta de que nunca iban a llegar un acuerdo, ella no iba dar
su brazo a torcer y él no iba a cejar en su intento por convencerla.
Por eso, cuando vio que Renato iba a protestar una vez más, se
dejó llevar por un impulsó, tomó parte de la bufanda que él le había
puesto sobre los hombros y le tapó la boca—. No más… —enfatizó.
Pero en cuanto se dio cuenta lo cerca que estaban sus caras y
donde había puesto su mano, la retiró casi de inmediato como si se
la hubiera quemado.
Pero él no se molestó por la acción de ella, por el contrario, lo
divirtió.
—Está bien, está bien, pero entonces me tocará ser creativo y
hallar otra solución… —Le sonrió y sus ojos azules refulgieron. Ella
se fascinó al notar las puntas de sus orejas de un rojo brillante por el
efecto del frío—. Solo deja de ser testaruda.
—No soy testaruda…
—Lo eres, y mucho —dijo él asintiendo, dándole peso a su
respuesta.
—Bueno, si llegase a existir otra solución, que no tenga que ver
con tu dinero… podría tomarla —cedió cruzándose de brazos.
—Tú déjamelo a mí, Sami, voy a pensarlo —dijo con el ceño
ligeramente fruncido.
Asintió pletórica porque había usado su diminutivo, de alguna
manera, eso lo hacía más íntimo.
—Solo que por el momento seguiré como estoy… Tengo un
contrato que cumplir y además le di mi palabra al señor Silva de que
iba a suplir a Mailen.
—Y tu palabra es todo lo que tienes, lo sé… pero el señor Silva
debió decirte que era demasiado extenuante trabajar tantas horas
seguidas.
—Lo dijo —masculló, rodando los ojos y bajó la cabeza. Porque
eso le daba la razón a él.
Renato le pasó la mano por la cabeza y se la frotó de manera
juguetona, si no hubiese tenido el gorro puesto, la habría
despeinado. Ella sonrió disfrutando el gesto divertido de él.
Cuando ya estaban por llegar, Samira le indicó al chófer cuál
era la casa, antes de bajar, se quitó la bufanda de Renato y se la
ofreció.
—No te preocupes, sigue usándola.
—Pero te dará frío. —Ella sin pedir permiso se la puso sobre el
cuello de él lo que hizo que por pocos segundos las miradas de
ambos se encontraran a escasos centímetros, pero rápidamente
ambos se distanciaron dándose espacio—. Payo, tú también eres
terco —dijo tratando de sonreír para disimular el rubor que le
encendió las mejillas—. Pero no importa, estás a pocos metros de
un lugar cálido donde dormir, en mi casa hay una cama extra que
podrás usar —hablaba Samira, al tiempo que el chofer bajaba para
abrirles la puerta.
—Así que aquí vives —suspiró Renato, admirando la fachada
de la casona, luego exhaló haciendo su aliento visible, pero se
mostraba reacio ante el frío penetrante.
—Sí, y eres bienvenido —dijo con orgullo—. Pero vamos o
terminaremos congelados —lo instó, porque la llovizna ya se había
convertido en aguanieve y las partículas blancas, descendían
constantes, cubriendo con una capa ligera el jardín frontal.
Renato quería decirle que él tenía una suite esperándolo, pero
no podía rechazar el ofrecimiento de Samira, eso sería muy
malagradecido de su parte. Por lo que dirigió la mirada al chófer que
aguardaba por él.
—Puede marcharse, lo llamaré si lo necesito.
—Está bien, señor, buenas noches —deseó y miró a la
jovencita que lo acompañaba—. Buenas noches, señorita.
—Gracias, buenas noches —dijo Samira. Abrió el portón y guio
a Renato escaleras arriba a su habitación.
—Aquí vive Ramona, pero probablemente ya esté dormida.
Mañana te la presentaré —hablaba como si al día siguiente lo
tuviese libre, cuando no le quedaría tiempo ni para respirar—. Como
ves, es muy tranquilo y seguro. —Se detuvo frente a su puerta y
sacó las llaves del bolsillo de su mochila.
Renato se le quedó mirando, la notaba tan segura y libre que
por un segundo la envidió.
CAPITULO 14
Cuando Samira abrió la puerta y encendió la luz, Renato se
encontró en un espacio más pequeño que su vestidor, por video
llamada le había parecido un poco más amplio. Agradecía en ese
momento no sufrir de claustrofobia o habría tenido un ataque de
pánico, que por experiencia sabía no eran nada agradables.
Sin embargo, a pesar de ser diminuto, estaba impecable, claro,
no podía esperar menos de la maniática de la limpieza.
Sentía que hacía tanto frío adentro como afuera.
—Bienvenido, puedes ponerte cómodo —le dijo Samira,
mientras dejaba en la encimera de la cocina la mochila y miraba la
espalda de Renato, no había espacio en ese pasillo para que
pudieran estar uno al lado del otro. Estiró apenas la mano para
tomar el pomo de la puerta a su lado y la corrió—. Aquí está el baño,
parece pequeño, pero si no das muchas vueltas en la ducha podrás
asearte sin problemas.
Renato asomó la cabeza dentro del pequeño baño. Más que
preocuparle la ducha, fue el retrete.
—No estoy seguro de que ahí me quepa el culo. —Su comisura
izquierda se elevó en una sonrisa discreta mientras señalaba lo que
parecía de juguete.
A Samira se le escapó una risita estridente que no era propia
de ella.
—-Yo creo que sí, todo parece muy pequeño, pero es bastante
funcional… Avanza un poco —pidió ella, dándole una palmadita en
la espalda—. Ahí tienes la sala, comedor y escritorio —dijo
mostrándole la pequeña mesa de madera adherida a la pared, con
dos sillas blancas y a dos pasos estaba el sofá de dos puestos.
Renato admitía que, a pesar de lo pequeño, era un lugar
atractivo, moderno y acogedor, pero definitivamente no para él.
—Es bonito —confesó, admirando la lámpara que estaba
encima de él, era de hierro negro con tres focos que estaban en
diferentes direcciones para alumbrar todo el lugar—. Supongo que
eso de ahí es para poner el centro de entretenimiento. —Señaló el
espacio encima de la mesa pegada a la pared y frente al sofá.
—Así es, pero como no lo necesito, no importa. —Se encogió
de hombros—. Quizá lo cubra con algún cuadro… —Caminó pocos
pasos hacia la cama de una sola plaza que estaba a la izquierda, a
menos de un metro de donde estaban parado.
—Hace frío, voy a encender el calentador. —Se acuclilló y
sacó, del pequeño espacio que estaba entre la cama y el clóset, el
aparato, estiró el cable y lo encendió—. Mucho mejor —dijo
sonriente, al quitarse los guantes y acercar las manos al calor—.
Imagino que te estarás preguntando dónde vas a dormir —hablaba
sin parar, mientras que Renato admiraba todo cuanto ella le
señalaba—. Te quedarás en la cama. —Ella se acercó y haló de
debajo la cama auxiliar—. Yo ocuparé esta, me quedaré justo en
este rincón para que puedas levantarte e ir al baño si lo deseas.
—Samira, no quiero incomodarte, tú tienes que trabajar
mañana, debes descansar, creo que lo mejor será que yo me vaya
al hotel.
—Pues, de este apartamento no vas a salir, no tienes que
pagar en hotel ni nada, es mi momento para brindarte hospitalidad…
Ciertamente, no es tan lujoso ni amplio como el tuyo, pero es todo
cuanto tengo y quiero compartirlo contigo… Anda, quítate ese abrigo
—Se lo pidió.
Él se lo quitó y se lo ofreció, Samira lo agarró y lo llevó a la
entrada donde estaban los percheros, dejó ahí tanto la gabardina de
Renato como la suya, las bufandas y su gorro. Antes de volver se
acomodó el cabello que debía tenerlo horrible por la humedad.
Cuando regresó, Renato pudo percibir con la luz del lugar las
profundas ojeras que ella tenía, se le notaba demasiado el
cansancio.
—Imagino que ya querrás dormir.
—No, aún no, por cierto, ¿ya cenaste? ¿Quieres café, agua,
té? Disculpa que no te ofrecí algo antes.
—Tranquila, comí en el avión —dijo conmovido por su
preocupación. Mientras ella parloteaba alegremente, él no hacía otra
cosa que admirarla, la había extrañado muchísimo.
—Ah bueno, ¿seguro que no quieres agua? —preguntó. Estaba
nerviosa; se sentía feliz teniendo a Renato en su espacio, pero
también notaba un caudal de energía corriendo por sus venas.
—Estoy bien, en serio —le aseguró con una caída de párpados.
—Bueno, pero siéntate, quítate los zapatos… acercaré un poco
más el calentador.
—Samira, que estoy bien… —repitió—. ¿Por qué no te
cambias? Necesitas descansar, imagino que debes levantarte muy
temprano.
—Sí, tienes razón, aunque en realidad no tengo sueño. —Era
cierto, tenerlo ahí, era como haber recibido una inyección de
adrenalina que no la dejaba ni siquiera sentir cansancio—. Iré a
ducharme, puedes ponerte cómodo —volvió a ofrecerle. Estaba
segura de que se lavaría el cabello, que debía apestarle a la cocina
del restaurante. Con precaución buscó en el closet su pijama. Se
moría de vergüenza por tener que hacer eso delante de Renato,
pero prefería soportar eso a que él tuviera que marcharse.
Él se sentó en la cama, para ver si Samira se relajaba un poco,
era evidente que estaba algo acelerada, suponía que parecer
incómodo en su casa no ayudaba a que ella se tranquilizara.
—No tardo nada —dijo abrazada a las prendas.
—No te preocupes, tómate todo el tiempo que necesites. —Se
sacó el teléfono del bolsillo del pantalón, para revisarlo, para que así
ella supiera que él tenía con qué entretenerse.
Samira entró al bañó, cerró con seguro, dejó su pijama y ropa
interior sobre la tapa del retrete y empezó a desvestirse deprisa. Se
duchó lo más rápido que pudo y debido a eso, se golpeó un par de
veces en el codo con la pared, provocando que una corriente se le
extendiera desde el codo hasta la muñeca, haciéndola jadear de
dolor.
Justo corría la puerta del baño, vistiendo ya su pijama y una
toalla en la cabeza cuando escuchó que le tocaban a la entrada de
la casa. Estaba segura de que era Ramona, porque había olvidado
mandarle un mensaje diciéndole que ya había llegado.
Desde ahí pudo ver que Renato seguía sentado en la cama,
tenía el teléfono en las manos, pero había levantado la cabeza y
miraba en dirección a la cocina, desde ahí no podía divisar la puerta.
—Seguro es Ramona, no le avisé cuando llegamos. —Lo
tranquilizó.
A él ya no se le alteraban los nervios al tener que conocer
nuevas personas, sin embargo, en la situación que estaba, en un
ambiente tan íntimo con la gitana, empezó a preocuparle lo que
pudieran pensar de su amiga. Lo menos que deseaba era que
pensaran mal de ella.
Samira abrió la puerta y efectivamente sus deducciones eran
correctas, Ramona estaba con un gesto bastante preocupado.
—¿Por qué no me has respondido los mensajes? Ay por Dios,
pensé que el taxista te había secuestrado…
—Estoy bien. —Le había mentido en el mensaje que le envió,
porque en ese momento no quiso decirle que Renato se le había
aparecido en el trabajo, ya que seguramente se hubiera armado
toda una telenovela en la cabeza y ya más nunca cesaría con la
idea de un romance entre ellos—. Disculpa, dejé mi teléfono metido
en la mochila. —La tenía justo al lado sobre la encimera de la
cocina, lo buscó y miró los mensajes entrantes de su amiga, que ya
se había percatado de que la gabardina de Renato estaba en el
perchero.
—Mira, Renato vino a visitarme —musitó avergonzada.
—¿Está aquí? —preguntó en un murmullo, no podía evitar
sentir curiosidad, aunque seguía debajo del quicio de la puerta,
estiró el cuello para poder mirarlo, lo que no consiguió.
—Sí, ven, te lo presento.
—No quiero molestar —comentó, aunque se moría de ganas
por conocerlo.
—Solo pasa —pidió, dejando el móvil sobre la encimera.
—Está bien, pero no me quedaré por mucho tiempo, imagino
que quieren estar a solas…
—No hagas comentarios tontos… —murmuró Samira para que
solo la chica la escuchara—. Es solo mi amigo… amigo de verdad,
que no es la misma relación que tienes con Mateo.
Ramona sonrió levemente y le guiñó un ojo.
—Buenas noches —saludó Ramona.
Él de inmediato se levantó y se guardó el móvil en el bolsillo de
los vaqueros.
—Renato, ella es mi amiga Ramona… Ramona, él es Renato.
—Samira hizo las respectivas presentaciones, aunque tuvo que
tomar aire, pues el nudo de nervios se apretaba más y más a cada
palabra que expelía.
—Hola. —Se acercó ofreciéndole la mano—. Es un placer,
aunque ya siento que te conozco desde hace mucho, Samira habla
tanto de ti —dijo relajada.
Renato se asombró por lo que escuchaba, aunque trató de
disimular su reacción para que las muchachas no notaran la calidez
que le cubría el pecho en ese instante. Su temor más grande desde
que la gitanita se había marchado de su apartamento era que poco
se acordara de él hasta que un día ya no formara parte de su vida.
—Es un placer, Samira también me ha hablado mucho de ti —
comentó, tratando de mostrarse seguro.
Ella no sabía dónde esconderse, sentía la cara ardiendo de la
vergüenza, la mataría en cuanto estuvieran a solas.
—Siéntete bienvenido y espero que te quedes todo el fin de
semana, así podrás compartir con mi amiga, que mucho te ha
extrañado.
—Ramona —masculló Samira, ante las impertinencias de su
amiga, ahora sí era seguro que la degollaría, sería una muerte lenta
y dolorosa.
—Eso pensaba hacer —comentó Renato, que era de pocas
palabras.
—Bueno, yo regreso a mi habitación, supongo que quieren
descansar… Espero volver a verte antes de que regreses a Río.
—Por supuesto… Tú también serás bienvenida en Río siempre
que quieras visitarla.
—No me lo digas dos veces, mira que ya vivo enamorada de la
Ciudad Maravillosa… —Sonrió, anhelando un poco de trópico—.
Bueno, los dejo para que descansen. Un placer, Renato, feliz noche.
—Igualmente, descansa. —Levantó la mano en señal de
despedida.
—Gracias.
Samira acompañó a Ramona a la salida y Renato pudo exhalar
para liberar la tensión.
—¡Qué guapo que es! ¡Demasiado! —Moduló Ramona para
evitar ser escuchada. Cuando estuvo de nuevo bajo el quicio de la
puerta se acercó todo lo que pudo a su amiga para que solo ella la
oyera—. ¡Oh, Dios! Es mucho más lindo en persona, que ojos tan
hermosos tiene, y su perfume… es exquisito… Samira, ese chico
merece quedar en nuestra familia…
—Solo es mi amigo y así será siempre —gruñó Samira, aunque
su verdadero deseo fuese todo lo contrario, pero no estaba
preparada para reconocérselo a nadie, temía que nadie pudiera
considerar que ella fuera suficiente mujer para un hombre como él.
—Eres bien tonta si no ves que es el mejor hombre que
probablemente vayas a conocer en tu vida. Que un amigo no
atraviesa la Cordillera de los Andes solo por venir a verte las pocas
horas que tú tienes disponibles.
—Que tampoco fue que la cruzó caminando, solo fueron cuatro
horas en avión —comentó, negándose a seguirle la corriente a
Ramona, ella no podía dejar que esa ilusión germinara en su
cabeza.
—No cualquier amigo gasta un pasaje de avión…
«Si ella supiera», pensó Samira mientras ponía los ojos en
blanco.
—Ve a descansar, luego hablamos. —La despidió, era mejor
dejar esta discusión para cuando no hubiera testigos.
—Dudo que puedas dormir, porque estás demasiado feliz, y no
te atrevas a negarlo, mira cómo te brillan los ojos…
—Adiós, Ramona. —Se acercó y le plantó un beso en la mejilla.
—Nos vemos mañana. —Le devolvió el beso y se fue a su
habitación.
Samira dejó de sentirse acorralada y se abrazó el cuerpo
cuando sintió una corriente de aire frío que se colaba en el lugar,
cerró la puerta e inhaló profundamente para calmarse un poco. Para
ganar algo de tiempo, se dispuso a sacar de la mochila el termo y el
uniforme, también la bolsa de la librería y con esta en mano se
dirigió a donde estaba Renato.
—Sé que es algo muy precipitado de mi parte, pero hoy fui a la
librearía, compré algunos cuadernos, no pude evitarlo —dijo
sonriente.
—¿Puedo verlos? —preguntó él, mostrándose interesado,
notaba lo mucho que eso le importaba a ella.
Samira con una sonrisa capaz de iluminar un estadio, se sentó
en la cama al lado de él y le mostró sus adquisiciones.
—Este lo elegí, porque me hizo recordar a la canción que
tenemos en la lista de reproducción…
—Mi marciana de Alejando Sanz —dijo él de inmediato al ver la
cola de sirena—. Sabes que pienso que esa canción te va muy bien,
porque has demostrado que eres capaz de hacer imposibles, como
remar en la arena, eres valiente… —explicó, sin quitar la mirada de
la tapa del cuaderno.
—No sé si le haga justicia —contestó con la voz sofocada y
embargada por la emoción.
—Lo haces —reiteró agarrando el otro cuaderno—. Todo está
muy lindo, pero se verá mucho mejor cuando los llenes con el
conocimiento que irás adquiriendo.
—El día que por fin pueda escribir algo aquí, será el más feliz
de mi vida, de eso no tengo dudas —comentó Samira, mientras se
levantaba para acercarse al cajón de la mesita de noche para sacar
los folletos y documentos que le habían entregado el día que fue al
instituto técnico y se los tendió a Renato para que los revisara.
Él empezó a hojear la información y se dio cuenta de que era
cierto que muchas materias podría revalidarlas en un futuro si su
deseo era estudiar medicina después. Cuando subió la mirada para
comentárselo se fijó en los destellos que se reflejaban en los ojos
oliva de ella, notaba que eran producidos por la dicha que la
embargaba en ese momento. Por un segundo dejó que su mente
navegara por sus recuerdos y no pudo evitar comparar la emoción
de su amiga con el pavor y la frustración que él sintió en su primer
semestre en la universidad.
Renato ya había investigado en internet hasta lo más mínimo
sobre el centro que Samira había elegido, era uno de los más
reconocidos del país y contaba con el aval de universidades y el
Ministerio de Educación.
—Tiene horarios tarde y noche —comentó Renato, observando
el folleto.
—Así es, si llegan a renovarme el contrato en el restaurante,
podré seguir con el turno de la mañana y estudiar por la tarde… Ves
que no hace tanta diferencia de lo que hago ahora.
—Es distinto, no es lo mismo hacer doble turno que estudiar y
trabajar.
—Tú prácticamente trabajas dobles turnos, lo haces por doce
horas, todos los días; también estudias un máster y aprendes
coreano —replicó sonriente, pensando que, si lo usaba a él como
ejemplo, podría comprenderla.
—Es distinto Samira, no estoy haciendo un trabajo tan fatigante
como el tuyo; soy el director Financiero de una empresa, lo que
significa que puedo tomar mis momentos para descansar cuando
me plazca, además, tengo una oficina bastante cómoda en la que
hay una silla ergonómica que cuida la posición de mi columna en
todo momento. No puedes comparar las exigencias físicas de mis
funciones con el trabajo en un restaurante, y no vayas a
malinterpretarme, no estoy menospreciándolo, solo hablo desde el
punto de la exigencia física.
—Por el momento, es el único empleo al que puedo aspirar.
—No estoy diciendo que dejes ese trabajo, solo digo que no
sigas empeñada con el doble turno. —Desvió la mirada del folleto y
se aventuró a perderse por casi un minuto en el bosque que Samira
tenía en los ojos—. Solo hay que buscar otra alternativa que te
permita ahorrar lo suficiente sin agotar todas tus energías. —Volvió
a bajar la mirada al papel—. ¿Cuántas materias verías en el primer
semestre? —preguntó.
Samira que apenas lograba controlar los latidos de su corazón
al tener a Renato tan cerca y sentado en su cama, le entregó otra
hoja.
—Siete materias —empezó a señalar—. Orientación
profesional del técnico en salud, Modelo de salud familiar,
Microbiología básica aplicada, Procesos fisiológicos en el ser
humano, Enfermería básica aplicada, Educación para la salud y
Taller de nivelación matemática. —Estaba tan emocionada, que no
dejaba de sonreír—. Ya he soñado que estoy en clases —confesó
sonrojada.
—¿En serio? —preguntó sonriente.
—¿No te pasó eso?
Renato negó con la cabeza, aún no estaba preparado para
ahondar con ella ciertos temas, sobre todo los concernientes a su
etapa más negra, lo que incluía su paso por la universidad. Si de
algo estaba claro, era de que en Samira nunca lo juzgaría, pero
temía profundamente que ella no pudiera dimensionar lo terrible que
fue para él sentirse preso de sus emociones.
—Creo que estamos hablando demasiado por hoy —dijo
entregándole los papeles—, tú debes descansar ya o mañana no
tendrás fuerzas ni para hacerte el café.
—Sí, sí, imagino que también estás agotado por el viaje,
disculpa, la emoción me ha llevado a ser desconsiderada contigo —
comentó al tiempo que guardaba de nuevo en el cajón de la mesita
de noche los documentos.
Renato sonrío, viendo nuevamente las expresiones de Samira
que tanto extrañaba, se levantó y se movió un par de pasos, lo
suficiente para casi estar en la sala de estar.
Ella abrió el clóset y se puso de puntillas para poder alcanzar
en el compartimiento superior las sábanas, a pesar de que estiraba
los dedos no conseguía alcanzarlas, estaba segura de que era
mejor ir a por una silla para hacerse de ellas, ya que se valió de eso
para poder guardarlas ahí, pero no quería molestar a Renato al
pedirle que se moviera para ella poder pasar.
—Déjame ayudarte —dijo él, acercándose al verla luchar.
Ciertamente no era mucho más alto que ella, pero los pocos
centímetros hacían la diferencia.
—Gracias. —Ella se hizo a un lado y él pudo hacerse de las
sábanas.
—Listo —dijo con un jadeó al bajarlas—. Aquí están. —Se las
entregó.
Samira las dejó sobre la cama y agarró el forro para cubrir el
colchón al tiempo que se acuclillaba.
Renato también lo hizo para ayudarle, en poco tiempo pusieron
toda la ropa a la cama auxiliar y ella agarró una de las almohadas
porque tan solo tenía dos.
—Ya, puedes acostarte… pero creo que primero tendrás que
quitarte los zapatos —le recordó al tiempo que señalaba la cama.
—Yo puedo dormir en la auxiliar, tú necesitas descansar bien.
—Pero tú eres mi invitado, además, eres más grande que yo y
seguro que en el colchón superior estarás más cómodo.
—Se te da muy fácil ser mandona —masculló—, pero esta vez
no voy a hacerte caso. —Sin decir más se ubicó en el colchón al ras
del suelo. Bien sabía que no iba a dormir, no podría hacerlo
sabiendo que la tendría a un palmo de distancia; a Renato le había
hecho mucha falta su amiga, pero esto sobrepasaba sus límites de
cercanía.
Samira boqueó abrazada a la almohada, Renato la había
dejado sin opciones.
—Y dices que yo soy la testaruda —dijo al fin, se quitó las
pantuflas y con cuidado para no pisar a Renato, subió a la cama,
acomodó la almohada y se arropó hasta el cuello. No estaba segura
de poder conciliar el sueño; no, teniéndolo tan próximo.
Renato empezó a deshacerse las botas solo por quitarle la
angustia de que lo viera con el calzado puesto. En esas, su mirada
se topó con las pantuflas de orejas de conejo y fue como
reencontrarse algo que era tan cotidiano que había echado mucho
de menos.
—Dejaré encendida la luz de esta lamparita, por si tienes que ir
al baño, no vayas a tropezar —le mostró Samira con una dulce y
risueña sonrisa, al tiempo que estiraba la mano hasta el interruptor
que estaba sobre la cabecera de la cama, para apagar las luces.
—Gracias. —Renato se puso de lado para mirar hacia ella,
pero se puso nervioso cuando ella se giró hacia él para verlo de
frente.
—Gracias por estar aquí, lo digo en serio —murmuró,
observándolo con atención, quería salvaguardar ese recuerdo para
siempre—. Descansa…
—No tienes nada que agradecer, descansa tú también —
suspiró y se volvió de cara al techo, se llevó las manos al pecho,
sintiendo el retumbar de su corazón, estaba seguro de que se debía
a la intimidad de la situación en la que se encontraba.
Se quedaron en silencio con la clara intención de que el otro se
pudiera relajar, sin embargo, Samira no podía dormirse, estaba
preocupada por la comodidad de él.
—Renato… Renato, ¿te dormiste? ¿No tienes frío? —susurró
al ver que seguía inmóvil, pero con los ojos cerrados.
Sí que lo tenía, pero estaba tan tenso que solo estaba
concentrado en poder respirar y parecer relajado.
—Estoy bien, tranquila. —Intentó sonar adormilado, pero solo
era para que ella se durmiera
—¿Quieres otra manta?
—Esta es suficiente.
—¿Quieres que acerque un poco más el calentador? —Nunca
había sido la anfitriona de nadie, mucho menos del hombre que
tanto le gustaba, no podía evitar preocuparse por su comodidad.
—Estoy bien, en serio. —Estiró la mano y la puso encima de la
de ella, apretándola ligeramente—. Ya deja de preocuparte y
duérmete.
Samira tragó saliva y se esforzó por parecer sosegada.
—Solo quiero ser hospitalaria.
—Lo has sido —musitó y retiró la mano.
Ella contuvo la respiración unos segundos y tuvo la imperiosa
de necesidad de acariciar con su otra mano el lugar donde Renato
la había tocado. Soltó el aire poco a poco y fue entonces que se
permitió cerrar los ojos y dejar que el agotamiento la venciera.
A los pocos minutos Samira había conseguido quedarse
dormida profundamente, pero Renato seguía tan tenso como el
instante en que se dio cuenta de que estaría a centímetros de ella,
así que se hizo del móvil y le envió un mensaje al chófer para que
pasara a buscarlo.
En poco tiempo le respondió diciéndole que en veinticinco
minutos estaría ahí.
Sabía que seguramente ella se molestaría con él por haberse
ido en mitad de la noche sin avisarle siquiera, pero lo que menos
deseaba era incomodarla, se imaginaba que ella ya tenía una rutina
por las mañanas y seguramente él se la alteraría si se quedaba.
Aprovechó ese tiempo que le otorgaba la quietud de la noche
para observar detalladamente el rostro de Samira a contraluz, a
pesar de las profundas ojeras por el agotamiento, se veía serena.
Era maravilloso poder admirarla así, sin que se diera cuenta y sin
que nadie hiciera un juicio de valor por sus acciones.
Su teléfono vibró ante un mensaje, de inmediato lo revisó
pensando que podría ser el chofer, pero era Desire, preguntándole
si se conectaría, rápidamente tecleó: «No amor, hoy no podré verte,
tuve que viajar a Chile por trabajo y ha sido un día extenuante».
Luego volvió la mirada a Samira, pero otro mensaje entrante volvió a
halar su atención hacia el móvil «Caramelo, no me dijiste que tenías
que viajar… ¿Te quedarás mucho tiempo?» Lara sabía que el
conglomerado petrolero y energético del que era dueño el abuelo de
Renato tenía sedes en muchas partes del mundo, por lo que no se
mostró desconfiada.
«Fue algo de último momento. Estaré el fin de semana… Ahora
voy a dormir, mañana te escribo», respondió queriendo acabar con
la conversación. Para él ya era fácil mentirle sobre ciertas cosas, ya
se había acostumbrado a pintarle una imagen de él más libre o
impulsiva, más parecido a su hermano Liam, no podía negar que de
cierta forma, él lo envidiaba.
«Ok, Caramelo… Descansa… Sueña que me tienes en tu cama
dispuesta a complacer todas tus fantasías», le escribió y le adjuntó
un corto video en el que le lanzaba un beso.
Renato sonrió, aunque quiso, no pudo imaginar a Lara en ese
momento.
Casi enseguida recibió otro mensaje, pero esta vez del chofer,
informándole que estaba a cinco minutos.
Mirando una vez más a Samira dormida, se dejó llevar por sus
impulsos, con mucha delicadeza y ternura le acarició con el pulgar el
cabello naciente en la sien izquierda, era más suave de lo que había
imaginado, tampoco se frenó las ganas de darle un beso en el
mismo lugar, sintiendo de repente un intenso aroma floral que ahora
notaba era el mismo que había dejado en la almohada que le había
prestado. Lo menos que deseaba era que ella despertara y se lo
pillara en esa tesitura, por lo que se alejó y se levantó con las botas
en la mano, se desplazó hasta el sofá en el que se calzó
nuevamente, caminó a la puerta, tomó del perchero la gabardina, la
bufanda y salió con mucho sigilo para no despertar a su amiga que
dormía plácidamente.
El chofer llegó justo cuando él bajaba las escaleras, apresuró el
paso para salir de la propiedad y subió al auto, aprovechó el
trayecto para escribirle un mensaje a Samira para que lo viera en
cuanto despertara.
CAPITULO 15
Fue el incesante sonido de la alarma el que hizo que Samira
despertara, aunque sentía como si apenas se acabara de acostar,
con mucho pesar se obligó a abrir los ojos porque le preocupaba
incomodar a Renato.
En cuanto silenció el aparato, giró sobre su costado izquierdo
para constatar que no lo había despertado, pero solo vio la manta
arremolinada a un lado y el colchón vacío, se incorporó quedando
sentada y alargó la mirada hacia el sofá, pero no estaba ahí y fue
cuando se fijó que tampoco estaba colgada su gabardina en el
perchero de la entrada.
Se talló los ojos con los nudillos para aclarar su vista, todavía
opaca; luego buscó el móvil, activó el internet, pero al ver la hora no
esperó la llegada de las notificaciones, apartó las sábanas, bajó y
recogió la ropa de cama con la que cubrió el colchón auxiliar la
noche anterior y que era la única prueba que le demostraba que no
lo había soñado todo.
Escuchó unas pocas notificaciones llegar, pero prefirió terminar
con la tarea de arreglar la cama y recoger las sábanas antes de
revisar el móvil.
De inmediato entró a los mensajes y vio los de Renato «Buenos
días. Disculpa que me marchara en cuanto te dormiste, pero no
quería causarte molestias en la mañana, ya que debes ir a trabajar y
seguro solo estorbaría mientras te preparabas. Pero tranquila,
pasaré por ti a las siete para llevarte al mercado y para que me
regañes por mi acto». Debería estar molesta con él por haber
despreciado su hospedaje, pero la verdad era que le pareció un
gesto muy tierno y considerado de su parte. Sonriente negó con la
cabeza, aliviada porque no había perdido la cordura, Renato estaba
en Santiago y deseó en ese momento poder tener el día libre para
compartirlo con él, pero sabía que era imposible.
Caminó hasta la cocina, dejó el móvil sobre la encimera y puso
a hacer el café, de camino al baño fue que cayó en la cuenta de que
no había despertado ni una sola vez en toda la noche; quizá era
cierto que estaba bastante agotada.
Apenas se sentaba en el retrete cuando una parte del mensaje
hizo eco en su cabeza “Pasaría por ella a las siete” No, eso no
podía ser, él debía estar completamente agotado por el viaje.
En cuanto terminó de orinar y se lavó las manos, corrió de
regreso a la cocina, para enviarle un mensaje de voz.
—Hola, buenos días… Cuando desperté y no te vi, pensé que
había soñado tu visita —soltó una risita que la hizo ruborizar y de la
que se avergonzó un poco, aun así, siguió con el mensaje—. Creo
que anoche no te agradecí el que hayas venido, así que aprovecho
para hacerlo ahora… No sé, de alguna manera me has hecho sentir
en casa, es como si me hubieras traído un pedacito de Río
contigo… —Sentía que se estaba emocionando, por lo que se
apresuró a terminar con esa nota—. Por favor, no te levantes tan
temprano, prefiero que descanses al menos siete horas… Mateo, el
amigo de Ramona, vendrá a buscarnos… —deslizó el dedo para
enviar el mensaje.
El café ya estaba listo, por lo que aprovechó para llenar su
termo, en el restaurante preparaban, pero a ellos solo le permitían
una taza por turno, lo que probablemente era suficiente para los
chilenos que no solían ser amantes del café, ella en cambio, sufría
cierta dependencia a la cafeína y necesitaba como mínimo cuatro
tazas por día.
Antes de ir a ducharse, bebió un par de sorbos de su primera
dosis y dejó la taza en la mesita de noche junto a la cama, luego con
teléfono en mano fue al baño, mientras esperaba que el agua se
temperara puso la última canción que ella había agregado a la lista
de reproducción, se la había escuchado a Daniela y le había
encantado, porque de cierta manera se sentía identificada con la
letra.
Renato aún no le había hecho ningún comentario referente a
esa canción que para ella era una declaración de rebeldía, porque
todo lo que estaba haciendo iba en contra de los preceptos con los
que había sido criada. Estaba rompiendo con todo lo que ella debía
ser, pero se estaba dando cuenta de que quería recorrer cada tramo
de su camino para descubrir quién era ella misma.
Voy a tomar el camino equivocado
Voy a salirme de la trayectoria
Voy a meterme en líos, jugar con fuego
Incumplir las normas…
Cantaba como quien no sentía vergüenza de ser escuchada,
mientras se quitaba el pijama, haberse lavado el cabello la noche
anterior hizo que el tiempo le rindiera.
De repente le sonó una notificación que hizo que pausara la
música para escuchar lo que Renato le decía en una nota de voz.
«Buenos días, me tranquiliza saber que de alguna manera te
hice sentir el calor carioca, aunque no soy la mejor
representación de ese estilo; en serio, me gustaría poder
llevarte al trabajo, pero comprendo si ya tienes planes…
Quizá deba volver a Río».
Samira se apresuró a contestar.
—No, no, no… No me malinterpretes, no tienes que volver,
podríamos vernos durante el almuerzo, tengo una hora libre, ¿te
parece comer en el Mercado Central? Sé que estás acostumbrado a
lugares exclusivos, pero te aseguro que hay buenos sitios… Te
invitaría a comer donde trabajo, hacen unas machas a las
parmesana muy ricas, pero no están permitidas las visitas mientras
esté en mi horario de trabajo; así que, debe ser en otro lugar… —
dijo bastante animada con la idea de poder mostrarle un poco de lo
que ella vivía día a día.
Dejó el teléfono a la espera de una respuesta y aprovechó el
tiempo para tender la cama. Cuando escuchó la notificación, casi
saltó sobre el móvil.
«Está bien, creo que es una buena oportunidad para conocer
algo de la ciudad».
—Me dijiste que ya conocías Chile. —Envió el mensaje de voz
y se quedó mirando a la pantalla, esperando la respuesta, sin evitar
sentirse engañada.
«Sí, he venido muchas veces, pero para esquiar, tan solo
conozco el Valle Nevado, El Colorado y la Parva… Siempre
que venimos nos quedamos en la casa de mi abuelo en El
Arrayán, que es un sector en las montañas, por lo que poco
conozco de la ciudad».
—Entiendo, bueno, tampoco he tenido mucho tiempo para
conocer, pero no te dejaré regresar a Río sin pasear conmigo —
moduló la voz de tal manera que casi parecía una orden cuando le
grabó el audio.
«Está bien, señorita mandona… Ahora te dejo porque se te
hará tarde» .
Samira sonrió porque pudo notar en la voz de Renato que le
divertía la situación.
—Tienes razón, te espero a las once, mientras descansa,
duerme algunas horas. —Sonrió al darse cuenta de que una vez
más estaba siendo mandona.
Él le envió el emoticono de un niño con gesto de haber sido
reprendido.
Por más que deseara seguir con ese tonteo por mensajes, no
podía. Se cambió y por primera vez desde que empezó a ir al
restaurante, decidió vestirse con algunas prendas de ropa que él le
había obsequiado, incluso se puso la hermosa gabardina fucsia
Burberry que tanto le gustaba.
Preparó la mochila con la ropa, incluyendo la interior y
productos de baño, porque esa noche debía ir directa a la guardería;
desde que se había mudado, fue la primera vez que Ramona llegó a
tocarle la puerta, Samira bien sabía que era la curiosidad la que la
había llevado hasta ahí.
—Hola, buen día —la saludó, plantándole un beso en cada
mejilla. La ráfaga de viento frío que se coló al abrir la puerta, no fue
para nada amable con su rostro.
—Hola, buenos días, ¿ya estás lista? —preguntó Ramona,
acatando la petición que Samira le hizo a través de un ademán para
que entrara.
—Ya casi, solo me falta guardar el café y apagar el calentador
—comentó avanzando hacia donde estaba el aparato irradiando
calor.
—¿Y Renato? —No pudo contener su curiosidad al no verlo.
—Anoche mismo se marchó, no quería incomodar.
—Y, ¿te incomoda?
—En absoluto, solo que él es así…
—¿Pero regresó a Río tan pronto…?
—No, se fue a un hotel…
—Ves, si no tuvieses un doble turno que te está exprimiendo la
vida, podrías compartir esta tarde con él —la reprendió Ramona,
que tampoco estaba de acuerdo con que Samira tuviera esa
sobrecarga de horas. Sí, había apoyado que se dedicara las noches
de los fines de semana a la guardería, era dinero extra que en su
situación le iba de maravilla, pero no le parecía sano que pasara
tanto tiempo dentro del restaurante.
Mientras Ramona hablaba, ya Samira agarraba las llaves y la
mochila, salieron y cerró la puerta.
—Lo sé, pero por lo menos vamos a almorzar juntos…
—Por eso tan guapa… —Sonrió cómplice.
—Igual solo podré usar el abrigo. No me dejarán cambiar el
uniforme.
—De todas maneras, te ves muy linda; yo digo que sí le
gustas…
—Ay no, Ramona… no empieces con eso —hablaba,
adelantándose a bajar las escaleras. Ya Mateo esperaba por ellas.
—Está bien, si quieres seguir haciéndote la ciega…
—Ya sé lo que vas a decir —la interrumpió Samira—. Pero no
es así, ya Renato tiene novia. Es una chica rusa demasiado
perfecta…
—No dejes que eso te baje la autoestima, tú eres hermosa.
—Y sé que soy guapa, muy guapa —dijo vanidosa—, pero no
soy lo que Renato quiere… Me faltan curvas, además, no soy tan
culta… soy gitana… Tú más que nadie sabes a lo que me refiero.
Mateo expulsó el humo de la última calada que le daba al
cigarro, se deshizo de la colilla y las recibió a ambas con besos en
las mejillas.
Tras varias semanas, ya Samira había comprendido que no
había nada de malo en ser un poco más afectiva con ciertas
personas, que un abrazo, un apretón de manos o incluso besos en
las mejillas, no debía ser mal visto.
—Buenos días. —Saludó él.
—Buenos días —correspondieron ellas al unísono.
Samira subió al asiento trasero, mientras que Ramona se ubicó
en el puesto del copiloto.
Mateo las hizo reír en varias oportunidades durante el trayecto,
hacía alegorías al frío y el cariño de las suegras o algo así entendió
Samira, para ella era cada vez más fácil entender ciertos modismos,
incluso, ya los usaba con naturalidad. Como la palabra «fome» para
referirse cuando algo era aburrido o malo, aunque para ella en
portugués esa palabra significara «hambre». También, casi sin darse
cuenta, empezaba a usar el «po’» agregándolo al final de ciertas
frases.
Agradeció que Ramona no hiciera algún comentario respecto a
Renato delante de Mateo, no porque pudiera incomodarla con
comentarios referente a alguna relación entre ellos, sino porque no
le gustaba que le invadieran la privacidad de esa manera.
Sabía que la familia de él era muy influyente no solo en Brasil
sino a nivel mundial; sería pecar de exceso de inocencia si ella no
hubiese buscado en internet quién era ese hombre que le había
dado refugio y seguía formando parte de su vida, fue lo primero que
hizo cuando él le permitió usar la computadora que tenía en su
casa, no podía evitar sentir desconfianza de él en ese momento.
Cuando se dio cuenta la influencia e importancia de su apellido,
entendió que era vital que ella también lo protegiera, jamás se
permitiría exponerlo ante los extraños. Sí, confiaba en Mateo, pero
no sabía si le agradaría a Renato que hiciera pública su visita a
Chile.
La dejaron en el Mercado Central y ambos partieron hacia el
restaurante donde trabajaban que estaba a un par de calles de ahí.
Fue recibida por Maite quien la miró de arriba abajo, detallando
su atuendo con una de esas miradas cargadas de suspicacia que le
era imposible de ocultar.
—Buenos días —dijo Samira, entregándole el teléfono.
—Buenos días, pensé que llegarías tarde. —Samira se puso en
alerta porque estaba usando ese tono de voz que odiaba
abiertamente, pero se llamó a la prudencia, era su jefa y debía
tolerarla.
—Nunca lo he hecho, no veo por qué empezaría a hacerlo
ahora —preguntó confundida.
—Porque quizá no has dormido nada… si te fuiste anoche con
el hombre que te esperaba…
—He llegado en mi horario —contestó Samira, sintiéndose
ofendida y molesta, sabía lo que estaba insinuando la supervisora. A
lo mejor creía que todas las mujeres eran como ella, sin valores ni
dignidad—. Es lo que debe importar, lo que haga con mi vida
privada en asunto mío, lo siento Maite, pero hay un límite que
preferiría que no traspasaras… ¿Puedo ir a cambiarme? —preguntó
envalentonada, a pesar de que la mirada de la mujer se había vuelto
dura.
—Ve, es tu problema lo que hagas, solo no llegues tarde…
—Despreocúpate, nunca ocurrirá —dijo y se marchó, pensando
que jamás la complacería en eso. Julio César tenía razón, su jefa
estaba buscando alguna falla que cometiera para tener la excusa
perfecta para echarla. Después de tres meses, sabía que no era del
agrado de la mujer y que seguía ahí por el señor Silva.
—Que bien que la pusiste en su lugar, por víbora —dijo Julio
alcanzándola de camino al baño, él había escuchado todo ya que
esperaba detrás de Samira para entregar también su teléfono a la
supervisora—. Es que si se muerde la lengua se envenena.
Estaba tan molesta e indignada que le temblaba la barbilla de la
rabia. Le enfurecía las insinuaciones que había hecho porque de
alguna manera la hacía sentir impura.
—Es tan entrometida, odio sus comentarios llenos de clasismo,
racismo y soberbia —expresó enfurecida. Sus constantes
vejaciones verbales la tenían cansada, parecía que nunca tenía algo
bueno que decir sobre ella.
—Lo siento, nena. —El chico le apretó los hombros para
consolarla. Él era testigo de cuanto se ensañaba la supervisora con
Samira—. No le prestes atención, es la envidia haciéndose
presente… Anda preciosa, arriba el ánimo, que hoy luces increíble,
amo este abrigo —le dijo sonriente.
Ella sonrió y asintió, sosegándose, porque no iba a permitir que
ella le arruinara su buen humor.
—Gracias… Este me lo regaló mi amigo —dijo acariciando las
solapas de la gabardina.
—¿El carioca? —le preguntó con cautela, no quería hacerla
sentir mal. Al día siguiente de que ella y Daniela lo vieran
discutiendo con Eduardo, Samira lo invitó a tomarse un café con la
excusa de descansar de la rutina, la verdadera razón había sido que
quería que él supiera que contaba con ella para lo que necesitara,
que ya lo consideraba un amigo cercano y se preocupaba por su
bienestar. Ese día terminaron intercambiando confidencias y ella le
contó todas las vicisitudes por las que había pasado desde que salió
de su casa y cómo él la había ayudado. Era el único en el
restaurante que lo sabía, pues se había ganado la confianza de la
gitana.
—Sí, vino de visita y anoche pasó a buscarme… Maite lo vio, y
por eso hizo ese comentario tan nocivo.
—No le hagas caso, solo juzga por su propia condición de
fulana. —Él podía apostar a que Samira aún era virgen, le había
bastado con hacer un par de comentarios sexuales para intuir que
ella poco o nada conocía de esos temas, bastaba con ver el sonrojo
que le había pintado sus mejillas; por lo poco que él había
averiguado de la cultura gitana, entendía que le dieran demasiada
importancia a la virginidad y lo respetaba, así como respetaba todas
las religiones y creencias—. Ve a cambiarte, antes de que le demos
una excusa para que nos reprenda.
—Sí, tienes razón —asintió—. Muchas gracias.
—Menos mal que no fue Daniela la que la escuchó, porque
estaría todavía discutiendo con ella — rio pícaro. El carácter de la
venezolana era bastante explosivo, ella sí que no se le callaba nada
a la supervisora, más de una vez había acusado a Maite con el
señor Silva por sus malos tratos.
—Sí. —Samira sonrió de nuevo y se fue a baño a cambiarse.
Aunque la gitanita lo había mandado a que aprovechara para
descansar, apenas había conseguido dormir dos horas más, así que
se cansó de dar vueltas en la cama y encendió el televisor, pero
nunca había sido adepto a ese tipo de entretenimiento. Se rindió y
prefirió hacerse del móvil.
Se arrepintió de no haber metido en el equipaje el libro que
estaba leyendo, porque tampoco había nada en su teléfono que
lograra distraerlo a esa hora. Apartó el esponjoso plumón de la King-
Size , para ir al baño; mientras orinaba, le surgió un mejor plan que
quedarse encerrado en la habitación, por lo que se dedicó a la
higiene bucal, luego se lavó la cara y buscó en el clóset, el conjunto
de chándal que había llevado.
Se cambió el pijama por la ropa deportiva, agarró el móvil, se
colocó los AirPods, buscó una de las listas de reproducción que
tenía para hacer ejercicios y fue a la azotea cubierta, donde estaba
el spa y el gimnasio, desde que usaba el ejercicio para menguar su
ansiedad, se volvió en una rutina para drenar tensión.
Caminó hasta una de las máquinas dispensadoras, sacó una
botella de agua y se fue a una de las cintas, subió y la programó en
intervalo, alcanzando el umbral de velocidad de quince kilómetros
por hora.
La pared de cristal le permitía disfrutar de las vistas de las
montañas cubiertas de nieve hasta unos tres cuartos de la base,
que lucía cristalina tras la lluvia nocturna, sin embargo, en poco
tiempo esa imagen podría verse nublada por el esmog característico
de la ciudad, aun así, era un hermoso paisaje digno de apreciar,
sobre todo porque era muy distinto al que solía ver todos los días.
Mientras empezaba a trotar, musitaba una canción que hacía unos
días le había dedicado a Lara.
— If you love me baby, let me hear you say it… I know I’m your
favorite…
Llevaba poco más de diez minutos sobre la cinta, cuando una
llamada entrante de su madre pausó la música e hizo que la
respiración se le cortara en el acto.
Tratar de ignorarla era una causa perdida, porque si no le
contestaba, terminaría llamando a Drica y comprobaría que no
estaba en la oficina y se armaría el jaleo.
A pesar de que su madre estaba haciendo un grandísimo
intento por evitar monitorearlo, lo cierto era que no lo había
conseguido con el mayor de los éxitos, aún tenía esa compulsión
por saber de él todas las mañanas y antes de dormir, lo mismo
hacía con Liam, era como hacer un inventario diario para constatar
que sus polluelos estaban completos, sanos y salvos.
Le tranquilizaba saber que detrás tenía un mural deportivo que
no exponía su ubicación. Se rindió a la insistencia de su madre y
contestó.
—Buenos días, mamá —saludó con la voz agitada por el
esfuerzo físico, mientras mantenía el ritmo.
—Hola cariño, buenos días… ¿Por qué no estás en el trabajo?
¿Dónde estás? —peguntó bastante confundida de no verlo en su
oficina. Su hijo no era de los que aprovechaban el privilegio de ser
nieto del dueño para faltar a sus labores.
Renato sabía que ella era así de directa, con la excusa de
llenarse los pulmones de aire, aprovechó el tiempo para pensar en
una mentira que fuese lo suficientemente creíble para que no
sospechara nada y no siguiera con su interrogatorio.
—Tengo cosas importantes que hacer, estoy trabajando en un
informe del máster que me llevó toda la noche y aún no lo termino…
Solo subí a hacer ejercicio porque después de tantas horas
necesitaba un descanso… mis músculos están entumecidos. —
Estaba casi seguro de que su madre jamás había subido al
gimnasio del edificio.
—Ay cariño, puedo ir a ayudarte… ¿Necesitas un masaje? ¿Le
pediste a Rosa que fuera a prepararte comida?
—Estoy bien mamá, no te preocupes… Sí, Rosa vendrá…
Pensé que irías al club.
—Sí, en un rato iré, pero en un par de horas estaré
desocupada, aprovecharé que estaré en Río para ir a verte.
—¡No! —pulsó el botón y paró de golpe su carrera, por la
mirada de asombro de su madre, se percatado de que había sido
demasiado agresivo—. No, mamá… Tranquila, es que dudo que
vaya a estar, tengo que ir a la universidad para una asesoría con el
tutor.
—Entiendo, bueno, si tienes un tiempo libre para vernos me
mandas un mensaje, igual voy a la casa de tu abuelo, pasaré un
rato con Sophia.
—Muy bien mamá, sí… estoy seguro de que abuela se pondrá
muy feliz de compartir contigo, ahora te dejó para finalizar la sesión
—hablaba casi sin aliento, el cambio de clima afectaba en su
resistencia física.
—Está bien, recuerda mantenerte hidratado.
—Lo haré, te quiero mamá, adiós.
—Adiós, muñeco de mami… Te adoro.
Renato terminó la llamada y no pudo evitar poner los ojos en
blanco, no sabía cuándo su madre por fin dejaría de tratarlo como a
un niño.
Reanudó su carrera y no se detuvo hasta que consiguió
completar la hora, bajó de la cinta e hizo algunos estiramientos, tras
verificar los resultados de su rutina cardiovascular miró la hora y aún
contaba con tiempo suficiente para regresar a la habitación,
ducharse e ir a encontrarse con Samira.
CAPITULO 16
A diez minutos para que Samira saliera a su hora de almuerzo,
ya él esperaba dentro del auto a que ella apareciera. Mientras
aguadaba, respondió a tres mensajes de Drica sobre ciertas dudas
que ella tenía, le reconfirmó que estaría presente para la junta y le
autorizó a cubrir un par de tareas en su agenda, que bien podía
hacerlas su secretaría, así no tendría tantos pendientes para la
próxima semana.
Vio salir a la gitana con una gabardina fucsia que la hacía
resaltar, se guardó el móvil en el bolsillo de la chaqueta gris, se puso
las gafas oscuras y bajó del auto.
Ella estaba un poco perdida mirando a todos lados,
buscándolo, pero en cuanto lo ubicó, sonrió ampliamente, lo saludó
con la mano en alto y empezó a avanzar enérgica hacia él.
Renato también fue a su encuentro, mientras se acomodaba la
bufanda, no porque sintiera frío, sino porque estaba nervioso, no
sabía si era por estar en un lugar tan concurrido o era la presencia
de Samira, pero poco a poco esa angustia se iba replegando para
darle paso a una cálida sensación de bienestar y seguridad, porque
su atención únicamente se centraba en ella, no podía ver más allá
de la jovencita de boina de lana negra, con una fascinante sonrisa y
ojos brillantes.
Samira llegó hasta él, con su corazón latiendo aprisa y las
mariposas invadiéndole el pecho como un ejército frenético, aún no
podía creerse que él se hubiera tomado unos días de su trabajo solo
por ir a verla, a ella que no era más que una chiquilla expatriada.
Anoche vestido enteramente de negro se veía guapo, pero
ahora con los vaqueros, la camisa blanca, el jersey de lana gris y la
chaqueta en el mismo color, era otra cosa, algo más, un regalo de
los dioses para los mortales.
—Hola —dijo casi sin aliento.
—Hola. —Estaba indeciso entre darle un abrazo o un beso en
la mejilla—. ¿Cómo estás? —Hizo el intento de acercarse.
Con la torpeza producida por el entusiasmo se dieron un rápido
abrazo y un ligero beso en la mejilla.
—Bien —exhaló al alejarse—. Hace tanto frío que me cuesta
respirar. —Fue la mejor excusa que se le ocurrió para que no fuera
consciente de los nervios que la apremiaban.
—Sí, será mejor ir en el auto.
—No, no hace falta, vamos aquí cerca.
—Bueno, está bien… Entonces vayamos. —Le hizo un ademán
y caminaron uno al lado del otro—. No imaginé que de día habría
tantas personas.
—Pues sí, es un mercado… Suelen venir muchos turistas —
hablaba Samira y caminaba con las manos en los bolsillos de la
gabardina a pesar de que llevaba puesto los guantes—. ¿Has
probado la gastronomía chilena?
—Las empanadas, los completos y la paila marina… No mucho
más. —Eso era lo que podía recordar—. Imagino que ya eres toda
una experta en platos chilenos.
—No tanto como quisiera, pero he tenido la oportunidad de
probar bastante variedad…
—¿Te ha gustado?
—Sí, mucho… —Sonrió , retirándose el mechón de cabello
que se le había ido a la cara debido al fuerte viento.
—¿Más que la brasileña? —Su curiosidad era casi divertida.
—No puedo decir cuál me gusta más porque son distintas… lo
mejor es disfrutarlas y no compararlas.
—Tienes razón, sería una tontería rebatir eso. —Él iba con la
mirada en el perfil de la chica a su lado, el bullicio de la zona llegaba
hasta él como murmullos lejanos y las personas que los rodeaban
eran figuras desdibujadas, como sombras que no lo distraían de
Samira.
Entró al restaurante informal que no necesitaba de reservas ni
de que alguien los recibiera, como era en esos sitios lujosos a los
que él la había llevado.
Él se quitó las gafas y las guardó en el bolsillo de su chaqueta,
Samira escogió una mesa en el segundo piso, la más escondida
para poder tener algo de privacidad. Se sentó, observando a Renato
hacer lo mismo del otro lado.
—¿Has venido antes aquí? —preguntó Renato, ojeando el
lugar que era bastante sencillo, con sillas de hierro y mesas de
madera. Jamás había entrado en un sitio así, se obligó a no
menospreciar el lugar solo porque sus gustos fueran más refinados,
lo que menos deseaba era hacerla sentir mal por haberlo escogido.
—No, es primera vez… —Samira fue interrumpida por la
mesera que llegó a dejarles dos menús—. Gracias —dijo al
recibirlos.
—Buenas tardes, ¿qué puedo ofrecerles? ¿Algo de tomar para
empezar?
Renato bajó la mirada al menú y se fue directo a las bebidas.
—¿Has probado el mote con huesillos? —preguntó Samira,
consiguiendo halar la mirada de Renato hacia ella, las interrogantes
en su rostro le dejaban claro que no tenía idea de lo que era.
—No.
—Es una bebida, una mezcla de jugo acaramelado de durazno,
con mote de trigo y duraznos deshidratados… ¿Quieres probarlo?
—Bueno, sí… Está bien.
Samira se volvió a mirar a la chica de cabellos y ojos oscuros.
—Dos, por favor… —Luego se volvió a mirar a Renato—.
Supongo que tampoco has comido chorrillana —comentó sonriente.
Él negó con la cabeza.
—Puedes pedir eso también —solicitó, aunque no sabía qué
era.
Ella le hizo el pedido de una porción para dos. Luego la chica
se retiró.
—¿Dormiste? —preguntó, mientras se quitaba los guantes.
—Sí, lo suficiente —comentó él y la imitó dejándose desnudas
las manos.
—Estás seguro de que no tendrás problemas por haber faltado
hoy al trabajo… Es que no quiero que por mi culpa vayan a
despedirte o a reprenderte.
Renato quería que Samira dejara de preocuparse tanto, pero ya
tenía esa mueca grabada en sus hermosas facciones. Entonces, su
mano derecha dejó el menú y se deslizó sobre la mesa para
alcanzar la de ella, larga pero delicada, acarició apenas rozando con
su dedo índice, con ese gesto intentaba tranquilizarla.
—No tienes de que preocuparte, te aseguro que nada de eso
pasará.
Ella sintió que las mariposas se habían convertido en
pterodáctilos, pero la llevaron a llenarse de valor y tomarle la mano
masculina en un ligero apretón que luego se tuvo que obligar a
soltar.
—En ese caso, me quedo tranquila. —Sonrió, aunque
realmente se sentía mal, porque como la había tomado por sorpresa
no pudo liberarse de sus compromisos, así que solo tenían esa
única hora para pasarla juntos.
Llegó la mesera con las bebidas y Renato miró curioso la
bebida turbia con algunos granos en el fondo del vaso.
—Gracias —dijo, luego con el ceño ligeramente fruncido miró a
Samira.
—Pruébalo. —Lo alentó ella con una cálida sonrisa.
Él le dio un trago tentativo a la bebida, pero fue muy poco para
poder dar su veredicto, bebió un poco más y decidió que, a pesar de
ser bastante dulce, le gustaba.
—Está muy rico —confesó, relamiéndose ligeramente los labios
saboreando un poco más.
—¿En serio? No lo digas solo por cortesía.
—De verdad me gusta, a pesar de que es bastante dulce.
Sabes que no soy un apasionado del azúcar… como a cierta
señorita que conozco.
Samira sonrió y con sus mejillas arreboladas bajó la mirada a
su bebida, pero levantó la mano aceptando la culpa, luego lo miró a
través de sus pestañas en un gesto naturalmente coqueto.
—Lo acepto, necesito toneladas de ella en mi vida. —Lo encaró
llevándose la mano al pecho, en un gesto casi dramático.
—Supongo que por eso eres así, una chica tan dulce, ya se te
sale hasta por los poros —rio discreto.
—¡Oh sí! —Ella también rio, perdida en los simpáticos hoyuelos
de las mejillas de Renato que eran tan pocos frecuentes de ver—.
Por dentro solo tengo coloridos algodones de azúcar.
Renato estuvo a punto de decirle que el mundo sería mucho
mejor si más personas fueran como ella, pero prefirió guardarse ese
comentario porque él no era tan osado como para hacer un piropo a
nadie, por más confianza que le tuviera.
La llegada del plato lo sacó del trance en el que había caído,
sus ojos se abrieron escandalizados al ver la gran porción de papas
fritas, con carne asada cortadas en tirillas, cebolla frita, huevos fritos
y más ingredientes hipercalóricos que no pudo distinguir.
—¿Qué es todo esto? —preguntó sin apartar la mirada de esa
barbaridad.
—La chorrillana… —explicó Samira, disfrutando de la sorpresa
en el rostro de Renato.
—¡Esto es un ataque al corazón! —Sonrió y se rascó la nuca.
Con un solo bocado de eso echaría a la mierda la hora que corrió
hacía un rato.
Ella rio abiertamente, mientras negaba con la cabeza.
—No lo es, porque no comemos esto todos los días —aseguró
al tiempo que se hacía de uno de los cubiertos—. Anda, prueba —lo
alentó entregándole el tenedor.
—Solo si prometes que es bueno y que este riesgo calórico
merece la pena —habló de buena gana, aunque con cierto tono de
suspicacia.
—La merece —dio su palabra y asintió con contundencia.
—Las cosas que hago por creer en ti. —Se hizo del tenedor
que Samira le ofrecía.
—Es un gusto que puedes darte de vez en cuando, igual lo vas
a quemar cuando hagas ejercicio.
Eso podía decirlo ella, pero a quién de seguro sí le daría un
ataque al corazón si lo veía llevarse algo de eso a la boca era a su
madre, no sin antes enumerarle la cantidad de órganos que se
verían afectados por permitirse comer tal cosa, pero al ver la alegría
que se reflejaba en los ojos de su amiga se dijo que por una vez no
quería pensar en los temores de su madre ni en nada relacionado a
sus propios miedos. Se encogió de hombros restándole importancia
a todos los problemas y pinchó hasta conseguir ensartar en un solo
bocado algo de papas, carne, cebolla y huevo.
—Aquí voy —dijo con el tenedor de camino a la boca, inflando
su pecho de valor.
—Tú puedes. —Samira lo alentó una vez más con esa
maravillosa sonrisa imborrable.
Renato se metió el gran bocado, masticó lentamente,
disfrutando de los sabores que viajaban por cada rincón de su boca.
Esa combinación de grasas y carbohidratos, sin duda estaba
iluminando los circuitos neurales en el centro de recompensa de su
cerebro, alterando su producción de dopamina, por lo que de
inmediato comió un poco más.
—Esto está verdaderamente alucinante —dijo con la boca casi
llena, porque no podía esperar a tragar para hacerle saber a ella
que lo estaba disfrutando.
—¡Te lo dije! —Celebró Samira riendo, no estaba en sus planes
quedarse mirando cómo Renato comía, por lo que también agarró el
tenedor y pinchó de la chorrillana—. Es muy rico… Esta es la
tercera vez que lo he pedido desde que me lo recomendaron.
—Es bastante peligroso y no lo digo por el daño que puede
causar sino por la adicción que representa… Este tipo de comida
tan buena puede convertirse en un vicio…
—Pero no nos preocupemos por eso ahora… —Estaba feliz de
haberle enseñado algo nuevo a Renato, verlo disfrutar de esa
manera le encantaba. Conocía muy bien los hábitos alimenticios de
él, por lo que sentía que con ese simple acto ella lo estaba llevando
por el camino de la rebeldía.
—No, por supuesto que no, voy a engullir todo esto sin
remordimientos —dijo comiendo un poco más.
Casi sin darse cuenta, entre risas y una amena conversación se
terminaron el plato de abundantes frituras; lamentablemente, el
tiempo libre de Samira casi se estaba agotando, por lo que tuvieron
que pedir la cuenta.
—Eh, no, no… no. Deja eso —le exigió Samira, cuando lo vio
sacar la billetera—. Esta vez yo invito.
—Por favor, no voy a permitir que tú pagues, no es caballeroso
de mi parte y tú necesitas ahorrar.
—No quiero que seas un caballero, quiero que seas mi amigo…
Lo amigos comparten gastos, deja que te brinde, por favor.
—Samira…
—Renato. —Frunció el ceño mostrándose algo obstinada.
—Me avergüenza que tengas que pagar… ¿Qué van a pensar?
Que soy un aprovechado…
La carcajada de ella lo interrumpió.
—¿Aprovechado? —habló mientras sacaba un par de billetes
de su bolso—. Renato, pero ¿en qué siglo estás viviendo? Es
normal, las mujeres también tenemos derechos a invitar a los
hombres… Además, me parece razonable que me dejes invitarte
después de todo lo que tú has hecho por mí, esto es nada en
comparación a lo que yo te debo.
—Eres testaruda —refunfuñó.
—Eso ya lo sabes, así que no te hagas ahora el sorprendido…
Es hora de irnos. —Se levantó, dejando el dinero sobre la mesa.
—Entonces, yo invitaré la cena —propuso Renato, al tiempo
que se levantaba, se sentía tan lleno, que estaba seguro le iba a ser
difícil caminar.
—Me encantaría poder cenar contigo, pero recuerda que esta
noche en cuanto termine turno en el restaurante debo ir a la
guardaría.
—Cierto, lo había olvidado —se lamentó, abriendo la puerta
para ella.
—Gracias —le dijo sonriente, salió del restaurante y esperó por
él—. Pero podemos desayunar mañana, salgo de la guardería a las
ocho de la mañana. Perdón, estoy dando por hecho que mañana
aún estarás aquí. No sé cuándo planeas regresar a Río.
—Tranquila vendré a buscarte esta noche para llevarte a la
guardería y mejor será vernos para el almuerzo, así aprovechas la
mañana para dormir, porque sé que estarás exhausta.
—Está bien… —No quería discutir con Renato, por algo que
ella también le había exigido esa mañana a él—. Aunque no paso
toda la noche despierta, una vez que los niños se quedan dormidos
nosotras podemos descansar —le explicó para que estuviera más
tranquilo.
—Entiendo, pero será mejor que tomes la mañana para
descansar.
—Lo haré, te lo prometo —dijo sonriente, aunque ya tenía que
despedirse—. Gracias por acompañarme durante el almuerzo…
Espero que en verdad lo hayas disfrutado.
—Mucho —interrumpió él—. De no ser por ti, jamás habría
probado esa cosa deliciosa, olvidé cómo se llama el plato.
—Chorrillana —rio Samira, apartándose una vez más el cabello
del rostro.
Renato asintió a conciencia, guardando en su memoria aquel
dato. La vio mirar hacia donde debía dirigirse, entonces comprendió
que no podía seguir reteniéndola.
—¿A qué hora paso a buscarte?
—Trabajo hasta las ocho.
—Bien, estaré aquí a diez para las ocho, en el mismo lugar de
anoche.
—Te llamaré justo al salir, a esa hora no es seguro que esperes
fuera del auto.
—Está bien.
Una vez más entre un acercamiento torpe y dudoso se
despidieron con un abrazo y beso en la mejilla, esperaban que en
algún momento perdieran la vergüenza.
—Adiós. —Samira levantó la mano en una renuente despedida.
—Hasta esta noche —dijo él, llevándose las manos a los
bolsillos de la chaqueta.
Ella sonrió y no le quedó más remedio que volverse y
marcharse.
Renato quedó ahí hasta que la perdió de vista, luego fue hasta
donde lo esperaba el chofer, quien había aprovechado la hora para
comer también y estaba sentado en una de las mesas externas del
restaurante.
—Regresemos al hotel —dijo Renato, en cuanto el hombre se
acercó para abrirle la puerta.
—Sí señor.
Normalmente Renato solía guardar silencio durante cualquier
trayecto que hiciera junto a otra persona, pero en ese instante,
mientras revisaba que no se le hubiera hecho tarde para
incorporarse a la junta, se dio cuenta de que necesitaba ayuda del
chofer.
—Ismael —captó la atención del hombre que lo miró a través
del retrovisor—. ¿Qué sitio me recomiendas para almorzar mañana?
Que no sea tan ostentoso ni tan sencillo.
—Bueno señor, puede ser en el Barrio Bellavista, es una buena
opción, hay restaurantes de alta cocina que ofrecen una variada
gastronomía, pero también hay distintas cocinerías y restoranes,
bares…
—Gracias, ¿mañana estará disponible? —preguntó, porque no
deseaba abusar del tiempo del hombre.
—Por supuesto, señor, con gusto lo llevaré a dónde desee el
tiempo que esté de visita.
—Gracias.
—Si desea ir a algunos puntos turísticos, podría llevarlo a
conocer los mejores. —Se ofreció.
—Sí, me gustaría, pero para el domingo. —Por supuesto que
iría, pero con Samira, ya que ella solo tenía libre ese día. Quería
darle la sorpresa, pero aprovecharía para disfrutar el paseo, si
hubiera estado solo en Chile por trabajo, seguramente, no se
hubiera animado nunca, como le había ocurrido en el pasado
cuando había viajado a alguna de las empresas de la familia.
—Bien, le voy a preparar un itinerario.
—Gracias, es muy amable de su parte.
Ismael lo dejó justo en la entrada del hotel, antes de bajarse le
informó que lo requeriría de nuevo para la noche y se fue a la
habitación a conectarse vía remota a la reunión. Si le sobraba algo
de tiempo, le solicitaría un libro al mayordomo del hotel.
CAPÍTULO 17
A Samira le quedaba poco más de veinte minutos para terminar
su turno de viernes por la noche, aunque al restaurante le faltaba
mucho para cerrar. Decidió que aprovecharía que la afluencia de
comensales se había reducido considerablemente y que las únicas
mesas ocupadas estaban a cargo de Viviana, para adelantar
algunas de sus obligaciones y así no demorar su salida.
—Casi no quedan salsas ni servilletas en el área de servicio —
le dijo Samira, al acercarse a su compañera—. ¿Crees que puedes
quedarte sola un momento mientras voy al almacén?
—Sí, ve… seguro que ya Rafael está por volver —respondió
Viviana, consciente de que podía quedarse sola unos minutos,
mientras el mesero regresaba del baño.
—No tardaré —prometió sonriente y se marchó.
Cuando Samira abrió la puerta del depósito, nada la preparó
para lo que estaba presenciando, Rafael tenía a Maite acorralada
contra una de las estanterías metálicas, ella estaba de espaldas a
él, ambos con los pantalones por los muslos, mientras el sonido del
choque contundente de sus cuerpos, los jadeos quedos de la
supervisora y los gruñidos contenidos del mesero profanaron los
oídos de la gitana.
Una imagen demasiado perturbadora para ella, no tanto por el
acto en sí, sino por quienes con tanta lujuria lo estaban llevando a
cabo. Ineludiblemente su presencia fue notada por los ardientes
amantes, quienes al verla se detuvieron abruptamente.
—Samira… —dijo Rafael, intentando torpemente subirse los
pantalones.
—L-l-lo siento, no vi nada, lo siento. —Samira retrocedió,
sintiendo que las palabras se le enredaban en la garganta, tras ver
parte de la anatomía de su compañero que se suponía no debía
conocer.
No sabía si su inesperada intromisión en el lugar sería el motivo
que tanto había esperado Maite para botarla, pero en ese momento
lo único que pudo hacer fue girarse para salir lo más rápido posible,
aunque no calculó bien y tropezó con uno de los estantes,
golpeándose fuertemente el hombro y tirando al suelo varios frascos
de vegetales encurtidos.
—¡Muchacha estúpida! —exclamó Maite con la voz vibrante por
el susto y la rabia producto de aquel incidente. Mientras se
abrochaba los pantalones.
—Lo siento. —Samira de inmediato se acuclilló para intentar
limpiar el desastre, pero estaba tan alterada que no conseguía
controlar el temblor de sus manos—. Lamento esto, lo pagaré…
—Sí, por supuesto que eso será descontado de tu nómina —
resopló Maite—. ¿Acaso no puedes tocar?
—No sabía que hubiera alguien aquí. —Quiso chillar al sentir el
ardor producto de un corte que se intensificó con el vinagre, como
pudo logró contenerlo, pero en su cara se mostró el dolor que
estaba sintiendo en ese momento.
—Deja eso así Samira, yo me encargo. —Rafael, se acuclilló
para sostenerle la mano, pero ella la alejó con rapidez, consiguiendo
que otro cristal la rozara.
—Largo de aquí —le exigió Maite y ella se levantó rauda,
ocultando la mano lastimada tras su espalda—. Espero que sepas
mantener la boca cerrada.
Samira pudo deducir que, por la connotación, eso se trataba de
una amenaza. Así que asintió presa de la angustia y el dolor, pero
luego negó rápidamente.
—No diré nada, no quise interrumpir, lo siento. —Dio su palabra
conteniendo las lágrimas al filo de los párpados.
—¿Te has lastimado? —Se preocupó Rafael, al ver que un par
de gotas de sangre caían al suelo—. Déjame ver.
—No, estoy bien, no es nada —dijo y se apresuró en salir, se
volvió tratando de mantener la mano oculta y se fue directa al baño,
donde metió la mano debajo del chorro de agua, para lavar la
sangre y apreciar los cortes, por fin dejó salir los quejidos y
lágrimas. Exhaló más tranquila al darse cuenta de que no era tan
grave como pensaba.
Con el dorso de la mano sana se limpiaba las lágrimas,
producto del estrés que vivió, quería que dejara de brotar sangre,
pero no paraba y no tenía nada a mano con qué curarse, por lo que
agarró papel higiénico e improvisó un vendaje.
Dio un respingo cuando vio entrar a Maite con un botiquín de
primeros auxilios, de inmediato se tensó, ya que al verle la cara se
dio cuenta de que no estaba ahí para socorrerla únicamente.
—Para ver la herida —exigió mientras avanzaba hacia Samira.
—No… no es nada, son cortes pequeños. —La voz le temblaba
y ocultaba de nuevo la mano.
—No seas insolente —comentó, dejando el botiquín sobre la
encimera—. Aún está sangrado y será peor si ese papel se pega. —
Abrió la caja y sacó una botella de antiséptico.
—No es necesario —chilló Samira, exponiendo su mano y
empezó a quitarse el vendaje que se había hecho, le gustaría no
estar tan temblorosa pero no tenía control.
Maite la tomó por la muñeca y guio la mano una vez más bajo
el chorro para quitar la sangre y restos de papel pegados.
—Tienes razón, los cortes no son grandes, aunque sí son algo
profundos… —habló mientas destapaba el antiséptico.
—Suelo sanar rápido —dijo tratando de restarle importancia.
Aún podía sentir en su jefa aquel aroma que había en el
depósito antes de que el vinagre derramado lo opacara, supuso que
ese era el olor a sexo que se mencionaba en algunos de los libros
que había leído y no le pareció nada agradable.
No quería juzgarla, pero no comprendía cómo Maite podía
mantener sexo con dos hombres, que de cierta manera estaban
relacionados, solo podía pensar que era demasiado egoísta de su
parte y que, probablemente, Rafael era el que saldría perdiendo en
esa historia; aunque eso no le quitaba su parte de culpa, ya que
para nadie era un secreto que la supervisora y el jefe mantenían una
relación «clandestina».
Samira apretó con fuerza los dientes y tuvo que contener el
torrente de lágrimas que pujaban por salir al sentir el ardor del
antiséptico, sus reflejos la traicionaron y quiso retirar la mano,
cuando vio que otro poco del líquido iba directo a las heridas, pero
cuando Maite le retuvo la mano, inhaló profundamente
preparándose para soportar más la tortura.
—Será rápido, imagino que debe doler —comentó y el reproche
en su voz había disminuido—. Pero te ayudará a que no se infecte.
Por primera vez a la chica le parecía que la supervisora era
genuinamente amable, quizá se sentía culpable.
—Sí, duele un poco —musitó.
Maite con un apósito de gasa le secaba con delicadeza las
aberturas, provocando que diera pequeños respingos ante el toque.
Luego le aplicó una crema tópica para ayudar en la cicatrización y
procedió a poner una venda.
—Ya casi está —su tono de voz fue casi maternal.
—Gracias —dijo Samira por fin levantando la cabeza y
buscando su mirada.
—De nada. —Le soltó la mano—. Solo espero que tengas mala
memoria y la lengua corta, es mejor que evites meterte en asuntos
que no te incumben. —La empatía no le duró mucho tiempo.
—N-n-no diré nada, lo prometo… En verdad, no fue mi
intención entrar sin avi…
—No importan tus intenciones, cámbiate y vete —le ordenó.
—Pero no he repuesto los suministros en el área de servicios.
—Sabía que su hora de salida ya había pasado por varios minutos,
pero no quería darle más razones a Maite para que luego la
reprendiera.
—Me encargaré de eso, ahora ve a cambiarte.
Samira asintió y caminó a los casilleros, con la dificultad de
tener que usar una sola mano, sacó la mochila y se fue al baño a
quitarse el uniforme. Estaba preocupada porque sabía que Renato
debía estar esperándola. Intentó darse prisa, pero tras lastimarse
tres veces, inhaló profundamente para calmarse, así que ralentizó
sus movimientos para evitar nuevas lesiones.
Ponerse el guante en la mano lastimada la hizo derramar varias
lágrimas, pero prefería eso a que Renato se diera cuenta de las
heridas, no quería preocuparlo ni que usara eso como munición
para reforzar su argumento.
Una vez lista pasó por la oficina de Maite para que le entregara
el teléfono, prefirió ir directamente a su encuentro y no seguir
perdiendo tiempo, por lo que apresuró el paso para salir del
restaurante.
Se asomó a la cocina y se despidió de todos con un enérgico
ademán, deseándoles buen fin de semana. Estaba tratando de
evitar volver a encontrarse con Rafael, pero cuando estaba por
atravesar la puerta de salida, él la enfrentó.
—Samira, siento lo que pasó… No tenías por qué ver eso. —El
trigueño estaba sonrojado y algo nervioso—. Discúlpame, por
favor… Sé que ni siquiera tengo que pedírtelo, pero puedes
mantener el secreto, si el jefe se entera me echa. —Se notaba
bastante mortificado.
—No diré nada, no es mi asunto… pero si debes tener más
cuidado porque estás jugando con fuego —musitó con la mirada
escurridiza—. Sé que tú mejor que nadie sabe lo que te conviene,
pero no creo que eso incluya a Maite…
—Tienes razón —chasqueó los labios, algo azorado—, pero no
es fácil ignorarla… Sé que no me entiendes…
—Te repito, no soy quién para juzgarte ni comprender tus
razones, pero quédate tranquilo, igual cuanta con mi silencio…
—Espero que esto no afecte nuestra amistad… ¿qué sería de
mí sin mi amiga la gitanilla?
—Nuestra amistad seguirá igual, pero ahora espero que esto
no sea un motivo para sumarle los celos de ella por ti al rencor que
me tiene…
—Tú tranquila, Maite parece peligrosa pero no lo es… ¿Qué
tan graves son las heridas? Puedo llevarte al médico… mejor voy a
pedir permiso —dijo con toda la intención de marcharse a hablar con
la supervisora, pero Samira lo retuvo por el brazo.
—No es nada, solo fue un rasguño, mejor ve a atender a esos
clientes que van entrando. —Cabeceó hacia donde una pareja
atravesaba el umbral—. Tengo que irme ya porque me esperan.
—¿Es el popi que te estaba esperando anoche? —curioseó el
dominicano.
—Es mi amigo y no sé qué significa popi.
—No es nada malo, no te preocupes —sonrió ladino—. Es una
expresión que usamos en mi país para referirnos a un joven de
dinero.
—Creo que antes de que aprenda bien español, terminaré
enloqueciendo con las expresiones de tantos países —murmuró con
una sonrisa, mientras negaba con la cabeza—. Adiós. —Agitó la
mano para despedirse al tiempo que se alejaba.
—Nos vemos el lunes. —Se despidió Rafael, con esa energía y
carisma que lo caracterizaba
Samira se acomodó la bufanda antes de salir del mercado y se
bajó un poco más el gorro, mientras caminaba apurada. Esta vez se
encontró a Renato acompañado por el chofer, ambos junto al auto.
—Hola, buenas noches, siento haberte hecho esperar —se
disculpó en medio del contenido saludo de beso en la mejilla y ligero
abrazo.
—No te preocupes… ¿Está todo bien? —preguntó, haciéndole
un ademán para que subiera al asiento, ya el chofer les había
abierto la puerta.
—Sí, sí, todo bien —comentó, usando una mano para
acomodar la mochila, lo menos que deseaba era lastimarse delante
de Renato—. Los clientes de una de mis mesas se tardaron más de
la cuenta —se excusó—. ¿Ya cenaste? —preguntó.
—No, ¿quieres que vayamos a algún lugar? —propuso,
esperanzado de poder compartir un poco más con Samira.
—Lo siento, no cuento con tiempo suficiente, tengo que estar
en veinte minutos en la guardería. —Nadie más que ella sabía lo
mucho que le costaba negarse a compartir más tiempo con él.
—Está bien, entonces pongámonos en marcha.
Samira le dio la dirección al chofer y aprovecho el trayecto para
preguntarle que había hecho durante la tarde, él dijo que estuvo en
una reunión vía remota, pero como no se extendió tanto, le dio
tiempo para ver una película y leerse un par de capítulos de un libro
que se compró.
—Pensé que saldrías a conocer algo de la ciudad.
—No tiene sentido ir solo, ¿puedes acompañarme el domingo?
—Más que una pregunta era una propuesta.
—Sí claro. —La felicidad que le dio ese comentario, le hizo
olvidar absolutamente todo el mal rato que había vivido en el
restaurante ese día. Sobre todo, porque se le había clavado una
espinita en el corazón cuando almorzaron y él visiblemente omitió
darle una respuesta a su pregunta sobre el tiempo que prolongaría
su estadía—. Incluso, mañana después del almuerzo podremos ir a
algún sitio, ¿conoces el mirador del Costanera? —Era uno de los
pocos lugares que conocía en la ciudad y a donde podría llevarlo sin
problemas.
—No, pero me gustaría ir.
—Bueno, entonces mañana te llevaré… Además, también
podemos ir a probar unos helados que son deliciosos —hablaba,
pero al ver el gesto alarmado de Renato y cómo luego puso los ojos
en blanco en la más clara expresión de lamento, hizo que soltara
una carcajada—. Ya sé que no estás acostumbrado a comer tanto
dulce, pero, en serio, son exquisitos.
—Está bien, tú eres viento y yo veleta… así que acepto ir a
ciegas a donde me lleves.
—No te arrepentirás… ¿O lo hiciste con la chorrillana? —
curioseó divertida, a la vez que su corazón estallaba en purpurina
por sus palabras.
—Te mentiría si digo que sí —comentó, mirándola con devoción
y mucho cariño—. Pero el almuerzo corre por mi cuenta, te lo
advierto desde ya. —Su gesto de infinito aprecio dio paso a un ligero
ceño fruncido, pero era solo una pantomima.
—Es un trato.
Renato le tendió la mano para cerrar el acuerdo y ella en un
gesto espontaneo correspondió, olvidándose de las heridas, que
fueron lastimadas en el apretón y haciéndola jadear de dolor.
—¿Te apreté muy duro? —peguntó alarmado Renato, seguro
de no que había sido tan brusco.
—No —gimió, alejando la mano y manteniendo el vendaje
oculto con el guante—. Solo la tengo entumida. —Tratando de
sonreír para mantener la fachada.
—No es normal que eso te suceda, no hace tanto frío… —
hablaba bastante preocupado—. ¿No será por tener que pasar
mucho tiempo con cuchillo en mano?
—No, no lo creo… —Ahora no sabía cómo seguir con la
mentira—. Pero ya se me pasó.
—¿Quieres que aumente la calefacción? —Continuó buscando
la manera de hacerla sentir lo más cómoda posible.
—Estoy bien, gracias —dijo sonriente—. Ya casi llegamos —le
anunció.
—¿Puedes usar el móvil ahora? Por si deseas que te ayude
con algo…
—Puedo usarlo una vez los niños se duerman…
—Pero entonces es mejor que no te moleste, así podrás
descansar.
Samira le agradeció y un par de calles después, ya debía
bajarse, se despidieron con un beso en la mejilla, él espero hasta
que ella entrara a la casa de dos pisos donde funcionaba la
guardería.
Renato aún no sabía de dónde ella sacaba tanta energía para
poder soportar días tan extenuantes, necesitaba conseguir cuanto
antes una solución que Samira no pudiera rechazar.
CAPITULO 18
Samira despertó alterada sintiendo que se había quedado
dormida sin darse cuenta, por lo que imaginó que estaba tan
agotada, que ni siquiera había escuchado la alarma del teléfono. Sin
embargo, se le ralentizaron los latidos del corazón al percatarse de
que en la pantalla de su móvil aún faltaban siete minutos para la
hora previamente programada.
Se tomó el tiempo necesario para espabilarse, lo que le llevó a
ser consciente del dolor en la mano y el ligero aroma a ácido en su
pelo. Definitivamente, ayer no había sido su día; luego de la escena
en el almacén, que le dejó de recuerdo un par de heridas que la
limitaban mucho al ser diestra, finalizó con un niño vomitándole
encima, justo del lado de donde tenía la coleta, la cual apenas pudo
lavarse a medias la noche anterior.
Lo que le levantó el ánimo y le hizo llenarse de energía fue
recordar la cita que tenía con Renato, había planeado ponerse muy
guapa, pero ahora con la mano lesionada le sería imposible hacerse
algo en el cabello. Pero aún tenía tiempo suficiente para encontrar
alguna solución, así que agarró su móvil y mientras avanzaba los
pocos pasos que la llevaban a la cocina, le marcó a Ramona.
Se habían topado cuando Samira llegó de la guardería, al ver el
estado en que estaba llegando se dio cuenta de que su amiga
necesitaba relajarse un poco, por lo que la invitó a desayunar y
conversaron por una hora, aunque ambas eran conscientes de que
la lesionada necesitaba descansar un poco. Así que, antes de
despedirse, Ramona se ofreció una vez más a llevarle la ropa a la
lavandería. Samira le agradeció y la invitó a que la acompañara,
para que así conociera mejor a Renato.
Pero esta vez su amiga declinó la invitación, alegó que era
mejor que compartieran a solas, asegurando que después tendría la
oportunidad.
—Hola, ¿ya regresaste de la lavandería? —le preguntó Samira
mientras echaba café en el filtro de la cafetera y tenía la llamada en
altavoz.
—Hola, gypsy . No, pero ya casi termino lo que estoy haciendo
para salir, imagino que ya estás preparándote para tu cita.
—Aún no, recién despierto e intento prepararme café. —Se
miró el vendaje que estaba algo manchado de sangre y eso que lo
había cambiado un par de veces, pero de nada servía si tenía que
estar cargando y alimentando a niños menores de tres años—.
¿Necesitas que vaya a ayudarte? —preguntó, le avergonzaba
mucho que Ramona estuviera ocupándose de labores que eran su
responsabilidad.
—No, tengo todo bajo control, tú solo preocúpate por ponerte
guapa para el carioca.
—Aún no sé qué hacer con mi cabello, apesta a menge [2] —dijo
frunciendo la nariz—. Y no creo que pueda lavármelo…
—Samira, ve con Cecilia, te paso su número para que le
escribas y le pides que te espere. —Ramona estaba buscando el
contacto de la chica que tenía un pequeño salón de belleza en una
habitación de su casa y estaba a una calle—. Seguro te dejará
hermosa y no es nada costosa.
—Está bien, en este momento no tengo otra alternativa, no voy
a permitir que Renato me vea en estas fachas —exhaló aliviada.
—Perfecto, ya te lo envío, estoy segura de que harás suspirar a
ese hombre.
—Mi intención no es esa…
—Ya sé —rio Ramona—. Nada en plan amoroso, solo son
amigos. —Con toda intención fue sarcástica, pero antes de que
Samira fuese a protestar, la chica terminó la llamada y de inmediato
le compartió el número de Cecilia.
Samira sin perder tiempo le escribió a la peluquera y ella
respondió casi enseguida, le dijo que podía atenderla en media
hora, lo que para la gitana era perfecto, porque así podría ducharse.
Se apresuró a desvestirse en el baño, mientras el café
terminaba de colarse, con cuidado se quitó el vendaje que se le
había pegado un poco y se metió bajo la regadera, apurándose a
lavarse el cuerpo.
Al salir se cepilló los dientes, se aplicó la crema que le habían
dado en la guardería para curar la herida y se puso un par de
apósitos absorbentes, eso era menos dramático que llevar toda la
mano vendada.
Mirarse al espejo con el cabello suelto, alisado y maquillada, le
hizo darse cuenta de que en las últimas semanas se había olvidado
hasta de su apariencia, solo por dedicarse en cuerpo y alma al
trabajo; sin embargo, sacudió ligeramente la cabeza para expulsar
de su cabeza ese pensamiento, no era el momento para darle
cabida a sus preocupaciones.
Con una incontrolable sonrisa de agradecimiento le pagó a
Cecilia y se disculpó una vez más por haberla puesto en la tarea de
lavarle el cabello que le apestaba a vómito, se despidió y regresó a
su apartamento, donde se vistió con uno de los atuendos que Aline
le escogió para posibles citas que pudiera tener en Chile.
Él había dicho que la llevaría a comer, podía imaginar que sería
un lugar parecido a los que habían visitado en Río, por lo que
decidió usar los botines negros de tacón, no tendría otra oportunidad
para usar algo tan bonito.
Se puso un vestido color negro con estampado de puntitos
blancos de minifalda en línea A, entallado en la cintura, unas medias
pantis térmicas, también negras y una chaqueta de cuero en el
mismo color, acompañada de una bufanda.
Quiso ponerse un gorro, pero le había quedado muy lindo el
cabello como para ocultarlo, prefería pasar un poco de frío en
beneficio de su apariencia para conseguir el efecto deseado…
Aunque en ese instante no tuviera claro qué era lo que deseaba.
Justo se ponía unas argollas doradas, cuando el sonido de su
teléfono le hizo dar un respingo de pura expectación. Dejó la alhaja
para contestar.
—Hola, buenas tardes, ¿estás lista?
La voz de Renato le hizo sentir que se le abría un abismo en el
estómago. Se había prometido verlo solamente como un amigo,
pero el que él estuviese ahí solo por ella, hacía que un millar de
ilusiones se le desbordaran del cuerpo, decidió que solo por ese fin
de semana quería dejarse llevar, vivir a plenitud la experiencia de
tenerlo cerca y solo para ella.
—Sí, ya casi… ¿Ya llegaste?
—Estoy a unos cinco minutos, volveré a llamarte cuando esté
en la entrada.
—Está bien, estoy casi lista —anunció con esa sonrisa tonta
que solo él provocaba.
—Hasta entonces —dijo y terminó la llamada.
Samira toda acelerada con las manos temblorosas por la
emoción, se puso la argolla faltante, luego unas pulseras, anillos y
también un collar, pero al mirarse al espejo no estuvo muy de
acuerdo con todo.
—No… no, es mucho, demasiado. —Se quitó el collar y tres
anillos, al final se quedó solo con dos en la mano izquierda.
Se aplicó perfume y metió las gafas oscuras en la cartera que
previamente había elegido para combinar con el atuendo. La
ansiedad se la estaba comiendo viva, por lo que prefirió no esperar
la llamada, agarró las llaves, cerró la puerta de su hogar y salió a
esperarlo en la acera.
La amplia calle del sector residencial estaba desolada, aunque
se podía escuchar gritos y risas de niños, que se mezclaban con
enérgicos ladridos. Se sentía dichosa, mientras elevaba la mirada al
cielo y se aferraba con ambas manos a la cartera de estilo sobre
que colgaba por una cadena dorada de su hombro derecho. El sol
parecía débil, desde luego que no era así, solo estaba siendo
opacado por las nubes grises que lo cubrían; aun así, dejaban filtrar
la potente luz amarilla, volviéndola cálida y agradable sobre su
rostro.
El sonido del auto al final de la calle, la hizo volver a la tierra y
la emoción empezó a hacer de las suyas en su pecho, para no
parecer muy obvia, inhaló y exhaló un par de veces buscando
calmarse, pero de inmediato empezó a preocuparse, no sabía si
había elegido el atuendo adecuado, de repente le entraron unas
ganas casi incontrolables de correr a ponerse algo más elegante.
Ahora se daba cuenta de que los apósitos médicos que cubrían sus
heridas eran bastante notorios, por lo que abrió la cartera para
buscar sus guantes, pero lamentablemente se quedó sin tiempo, el
lujoso Chrysler negro estacionó frente a ella.
Se acercó para abrir la puerta, pero antes de poder hacerlo, ya
Renato lo había hecho y se bajaba, Samira no pudo contener esa
sonrisa que estiraba las comisuras de sus labios, permaneció
callada mientras observaba esos hermosos ojos azules clavarse en
su corazón sin piedad.
—¿Te hice esperar mucho? —preguntó, intentando salir del
impacto que le causó ver a la gitana tan hermosa, de repente se
puso nervioso, porque no sabía si a ella le incomodaría que le dijera
lo bonita que lucía.
—Hablamos hace menos de cinco minutos —respondió por
inercia, ya que no dejaba de pensar en lo mucho que le encantaría
poder tocarle su sedoso y brillante cabello castaño, que era tan
oscuro que parecía azabache. En un impulso se acercó a él y le dio
un beso en la mejilla, percibiendo su exquisito perfume y aftershave
—. Parece que nos hubiésemos puesto de acuerdo para vestir del
mismo color. —Sonrió con las mejillas arreboladas, deseando que
aprobara su atuendo, porque el de él estaba perfecto.
—Eso parece. —Aprovechó el comentario para retroceder un
paso y poder admirarla una vez más—. Te queda muy lindo el
negro… te ves muy guapa. —Algo en ella lo invitaba a querer
vencer un poco sus limitaciones y ser más relajado, aunque claro,
aún no lo era tanto como para decirle realmente lo que pensaba.
Debía admitir que, físicamente, Samira ahora le parecía más
atractiva, quizá los pocos meses de independencia habían
conseguido que la chiquilla que se coló un día en su carro,
invadiendo su apartamento y su vida, se desdibujara en el recuerdo,
para dar paso a una más adulta.
—También te ves muy bien, pero seguro que eso ya lo sabes —
comentó ella, con una llamita de esperanza encendida, por haber
conseguido que él la observara a conciencia.
—Nunca le he prestado atención a eso, no considero la vanidad
como una cualidad relevante —carraspeó y le hizo un ademán para
que subiera. «Ojalá nunca te enteres de cómo soy de verdad,
gitanita» pensaba mientras la veía entrar al auto. No era el momento
ni lugar para entrar en detalles con Samira sobre sus demonios
personales, si por él fuera, ella no se enteraría nunca.
—Buenas tardes, señor Ismael —saludó en cuanto subió al
asiento trasero—. ¿Cómo se encuentra?
—Buenas tardes, señorita. Muy bien, gracias-
—Me alegro, gracias por pasar a buscarme —dijo con una
sonrisa franca.
—Para servirle, señorita.
—Ismael, por favor, vamos al barrio que me comentaste ayer —
solicitó Renato.
—Bellavista —mencionó el chofer.
—¿Lo conoces? —preguntó el chico, desviando la mirada hacia
Samira.
—No —comentó mientras se acurrucó de lado para quedar de
frente a Renato, llevar las medias térmicas le daba la seguridad de
poder moverse con un vestido tan corto y no quedar expuesta—,
pero me han dicho que es muy bonito, que hay muchos
restaurantes, bares, que es un lugar perfecto para carretear… —
hablaba enérgica, mientras se cubría la mano herida con la bufanda.
—Parece que te anima la idea de ir de fiesta —comentó
Renato, temiendo un poco que la única persona con la que se había
sentido afín en mucho tiempo terminara mostrando otra faceta que
realmente no quería conocer.
—No tanto, sabes mis gustos, que soy más de pasar horas
leyendo con una inmensa taza de café bien endulzado o ver pelis…
pero no desecho la idea de comer fuera algunas veces, estar en otro
ambiente… sobre todo si es bohemio, relajado y no tan concurrido…
¿No te parece un buen plan?
—Creo que sí —confesó sonriendo mientras encogía los
hombros.
Ese gesto a Samira le pareció adorable, especialmente cuando
la sonrisa tímida se convirtió en algo que ella sabía que poco
mostraba. Ella tragó saliva y pensó en seguir con la conversación.
A Renato le encantaba conversar con ella porque era de ese
tipo de personas, que son capaces de hacer que las anécdotas, por
nimias que sean, se convirtieran en un cuento interesante. Ella era
un extraordinario alimento de energía, era como el combustible que
lo mantenía despierto e interesado con situaciones de personas que
ni siquiera conocía.
El chofer los dejó a un par de calles del patio de comida para
que caminaran y conocieran un poco la zona, antes de llegar al
restaurante que le había sugerido. El viento de a momentos llegaba
en ráfagas heladas que mantenía a Samira alerta con la corta falda
de su vestido, aunque llevaba las medias, no tenía la mínima
intención de mostrar más de la cuenta.
Se dedicaron más a admirar que a hablar, solo hacían algunos
comentarios sobre las fachadas de ciertos lugares o de los artistas
que ofrecían su arte.
Cuando entraron al patio, en el centro estaban las terrazas de
todos los restaurantes en diferentes niveles, llenos de mesas,
algunas con sombrillas y otras a la intemperie para que los
comensales pudieran disfrutar de los ligeros rayos de sol que
filtraban las densas nubes.
—Vamos a ese —dijo Renato, señalando el restaurante de dos
pisos con una vistosa fachada de madera y cristal, que estaba al
otro lado del patio—. Barrica noventa y cuatro, me lo recomendó
Ismael.
—Es muy lindo aquí y por lo menos a esta hora no es tan
concurrido —comentó Samira, acoplada al paso de Renato.
—Parece un ambiente bastante agradable —confesó Renato,
mientras que de alguna parte llegaba la voz de una mujer que
parecía cantaba en vivo acompañada por la melodía de un saxofón.
Atravesaron el sector despejado de las terrazas y subieron
algunos escalones que los llevaban a la entrada del lugar donde
almorzarían. Sin duda, el ambiente de luces tenues se destacaba
por su extraordinaria exhibición de vinos que iba de piso a techo.
Renato solicitó una mesa para dos y los llevaron junto a una de los
ventanales con vistas a la terraza, aunque era en una esquina que
les otorgaba cierta privacidad, porque tras ella había una pared llena
de enredaderas adornadas con lucecitas amarillentas que daban
una iluminación de ensueño.
El mesero les entregó los menús y les dijo que tenían a
disposición los servicios del sumiller, por si lo requerían. Renato
agradeció y Samira le sonrió amable al joven, que sabía que no era
chileno por su acento, aunque se le complicaba muchísimo distinguir
de qué país provenían algunos.
—Gracias, Esteban —dijo Samira sonriente, tratando al
hombre, como esperaba que también la trataran a ella cada vez que
atendía a alguien.
Una vez que el joven se marchó para dejarles tiempo de elegir
las entradas, Samira y Renato agarraron las cartas al mismo tiempo.
—Mira, tienen machas… —comentó, pero sin despegar la
mirada de la carta.
—¿Qué te sucedió en la mano? —preguntó Renato, casi
alarmado al percatarse por primera vez de las heridas en Samira.
—Eh… nada, no es nada… —comentó algo nerviosa,
escondiendo la mano.
—No creo que por nada necesites ponerte apósitos médicos.
—Solo un pequeño accidente en el trabajo, algo normal si
tomamos en cuenta que es en una cocina —justificó mirándolo y él
parpadeó un par de veces mientras la observaba desconcertado.
—¿No te entregan materiales de seguridad? deberías usar
guantes metálicos… —comentó, sin la mínima intención de hacerla
sentir mal, por lo que se reservó mencionar que ya se había
percatado también de un par de cicatrices rojizas y ovaladas en el
dorso de su mano derecha, que sin duda eran producto de
quemaduras de aceite.
—Sí, lo uso en algunas ocasiones, pero no me lo hice con un
cuchillo, fue con unos cristales… se me resbalaron unos frascos de
vegetales encurtidos… solo eso, accidentes laborales comunes —
hablaba, tratando de quitarle importancia al asunto.
—Samira. —Renato extendió la mano por encima de la mesa,
pidiendo con ese gesto la que estaba herida, pero ella prefirió
ofrecerle la sana—. La otra —le solicitó, ella de manera renuente se
la entregó. Renato la tomó con cuidado y la hizo volver para mirar la
palma, encima del dedo pulgar donde tenía uno de los apósitos y el
otro al filo de la mano, donde empezaba el meñique—. Fue anoche
y dejaste que te lastimara. —Recordó cuando ella se quejó y le
mintió al decirle que la tenía entumida.
—Lo olvidé, es que son tan pequeñas que ni las siento —
comentó, aunque le temblaba la voz de la manera más patética, no
sabía si estaba nerviosa porque la había descubierto en la mentira o
porque le estaba regalando una suave caricia con su pulgar en la
palma de la mano que súbitamente despertó una tensión que hizo
que su corazón se acelerara y se le agitara la respiración.
Samira no entendía lo que sucedía ni lo que sentía, era una
sensación como de calor que se expandía rápidamente por todo su
cuerpo en una especie de oleaje que mezclaba las dudas, el deseo
y los miedos, quería retirar la mano, pero a su vez tampoco quería
hacerlo.
La situación empeoró cuando Renato le pidió la otra mano, no
pudo negarse, se la ofreció y dejó que se la apretara, mientras la
observaba con una seriedad e intensidad que hasta ahora Samira
desconocía.
—No importa que tan pequeñas sean, por muy insignificantes
que parezcan no debes tenerlas, ellas no merecen estar heridas, no
nacieron para que tuvieran cicatrices, porque tus hermosas manos
son para salvar vidas, ¿lo entiendes? La única misión de tus manos
es dar esperanza, dar segundas oportunidades, no es justo que las
lastimes con cosas que no merecen la pena —le dijo delicada y
tenuemente, en un intento por hacerla reaccionar.
—Lo sé, tienes razón —susurró casi ahogada—, pero hay
sacrificios que valen la pena hacer… ¿Crees que un par de heridas
o quemaduras harán que me desvíe del camino? Dejé a mi familia
atrás. —La sensación de nostalgia se presentó tan grande dentro de
su pequeño pecho que hizo que las lágrimas le quemaran los ojos y
un nudo se le formara en el pecho cortándole la respiración, pero
inspiró hondo porque no quería hacer una escena y menos frente a
Renato—. Dejé todo lo que conocía, mi país, mi gente… Me lancé
con los ojos cerrados al precipicio de lo desconocido con el alma
partida en dos y hasta ahora he sobrevivido; sí, lo admito, mucho de
lo que he conseguido hasta ahora es gracias a ti, pero este es un
camino que tengo que cruzar con mis propios medios… Renato, las
cosas fáciles son las que menos se aprecian, porque siempre se
dan por sentado, en cambio, lo que cuesta, lo que se gana con más
esfuerzo suele ser mucho más gratificante…
—Tienes razón, gitanita —intervino Renato—. Pero sigo sin
entender tu afán de postergar tu verdadero camino, aprovecha las
oportunidades que te da la vida, no dejes que el orgullo sea el que
hable por ti, déjate ayudar.
—Renato no quiero tu dinero, de verdad no… y por favor. —
Retiró las manos a pesar de que podía quedarse eternamente
aferrada a ese toque—, no hablemos más del tema.
—Está bien, solo me preocupo por ti… —Se cayó unos minutos
y giró el rostro a la vista que se veía desde la ventana—. Sabes, a
veces siento que es más lo que te agobio que lo que te apoyo, me
disculpo por no saber cómo manejar esta situación… —Quizá
estaba repitiendo el patrón de su madre y se estaba volviendo
demasiado sobreprotector, sabía que muchas veces, las conductas
nocivas eran las más fáciles de replicar. Se dio cuenta de que le
aterraba la idea de hacerle lo mismo a la única persona con la que
se sentía libre, no quería arruinarlo.
—Tu apoyo es muy importante para mí, pero el moral, ese que
me escucha cuando lo necesito o que se entusiasma con mis
alegrías, en pocas palabras, quiero que seas mi amigo no mi
benefactor… ya te lo he dicho muchas veces —comentó, suspiró y
sintió un deseo inmenso de aligerar la tensión del momento—.
Ahora pidamos, por lo menos las entradas, porque quizá no has
escuchado, pero ya la panza me ha rugido un par de veces, temo
que la próxima se escuche en todo el patio de comida.
Y ahí estaba Samira, con sus ocurrencias, qué no sabía de
dónde las sacaba, pero conseguía hacerlo sentir bien, menos
pesado, menos angustiado y lo hacía sonreír.
CAPÍTULO 19
Los pensamientos que atormentaban a Renato se volvieron
cenizas al verla leer con tanto ánimo, paseándose por el menú, él
dejó de fijarse con tanto afán en la mano herida para pasar a esos
ojos de brillos hechiceros que, aunque no estaban fijos en él,
seguían siendo fascinantes a través de las tupidas y largas
pestañas.
Admiraba en silencio a esa chica que le estaba mostrando un
lado de la vida totalmente nuevo para él, era una persona que no le
tenía miedo a luchar por salvaguardar sus ideales, era honesta,
sencilla, auténtica, y seguramente, cualquiera que no la conociera
de verdad pensaría que por su aspecto era una dulce damisela
frágil, pero lo cierto es que era maravillosa guerrera.
—¿Tú qué quieres pedir? —preguntó Samira, levantando la
mirada y se lo pilló observándola.
Renato de inmediato bajó la vista al menú, ella por no
incomodarlo fingió no darse cuenta, aunque la llamita de la emoción
se agitó en su pecho, se sonrojó hasta las orejas y no podía
controlar una pequeña sonrisa taimada ni el temblor de sus rodillas,
tragó saliva para ahogar sus nervios.
Casi un minuto le llevó a Renato volver a verla.
—Que sean las machas que tanto mencionas —carraspeó al
tiempo que cerraba la carta.
—Bien —resolló, tratando de respirar con soltura—. Aunque las
como casi todos los días, quiero probar las de aquí, para ver si son
tan ricas. —Volvió a tragar saliva, eclipsada por el enloquecido
frenesí que burbujeaba en su sangre.
Algunas veces se preguntaba sobre sus sentimientos hacia
Renato, si acaso era que estaba confundida, pero había llegado a la
conclusión, que definir así a todo ese descontrol que le provocaba
era minimizar por completo lo que sentía.
Renato hizo un ligero asentimiento hacia donde estaba el
mesero, quien diligente se acercó con una de esas sonrisas
serviciales que parecían un requisito indispensable para poder
atender al público.
—Ya hemos tomado una decisión, de entrada, queremos las
machas a la parmesana.
—Muy buena elección, son una delicia. —Esteban siempre muy
servicial le volvió a mostrar la carta de vinos—. Les puedo
recomendar algún vino ligero y espumoso para acompañar el plato,
pueden pedir una botella, copa o media copa para una degustación
antes de la entrada.
—No, gracias… En mi caso, prefiero solo agua sin gas y con
limón.
—¿Y para la señorita? —Se volvió a mirar a Samira.
—Una limonada, endulzada, por favor —solicitó sonriente.
Esteban anotó el pedido y les dijo que enseguida le traería las
bebidas.
—¿Cómo te fue anoche en la guardería?
—No fue mi mejor noche, uno de los niños se sintió mal y
vomitó en mi pelo —hablaba muy relajadamente y con la sonrisa
perenne—, pero afortunadamente no fue nada grave, es común que
los bebés vomiten, si lo vieras, es tan adorable… Y tú, ¿qué hiciste
por la mañana? —preguntó bajando la mirada, mientas acomodaba
la servilleta de tela de lino sobre su regazo.
—Después del desayuno subí al gimnasio a correr siete
kilómetros, al terminar bajé a la habitación, me duché, mi madre me
volvió a llamar como cada mañana y me entretuvo como una hora…
a ella le fascina hablar. —Puso los ojos en blanco, provocando que
Samira riera.
—Tu mamá parece adorable. —Apoyó un codo sobre la mesa y
dejó descansar la barbilla sobre su mano, para el protocolo eso era
inaceptable, pero estaba concentrada en Renato.
—Lo es, pero no cuando habla por tanto tiempo, porque casi
siempre es sobre los mismos temas.
—¿Sabe que estás aquí? —dijo llevada por la curiosidad.
—No, porque es importante que ella empiece a verme como el
adulto que soy ya, no tengo por qué informarle sobre cada paso que
doy —argumentó, sabiendo la verdad que encerraba esa frase que
tanto le repetían a su madre.
—¿Y qué más hiciste? —Por momentos quería saber más
sobre su relación con Lara, si seguía con ella, pero creía que eso
debía ser demasiado masoquista de su parte.
—Luego fui a una librería que quedaba cerca, regresé a la
habitación y me puse a leer el libro que compré, también conversé
un rato con Danilo…
—¿Quién es Danilo? —interrogó espontáneamente, pero de
inmediato se recriminó, debía aprender a controlar su curiosidad—.
Disculpa, yo siempre haciendo preguntas fuera de lugar. —Se
sonrojó avergonzada.
Que Esteban llegara con las bebidas le dio tiempo a Renato de
pensar en una respuesta.
—Es un amigo —dijo, en cuanto se marchó el mesero—. Que
supongo en algún momento te presentaré. —Era lo que consideraba
más justo, después de todo, ella era un tema de conversación muy
recurrente.
—No te sientas en la obligación de hacerlo —comentó y bebió
un poco de su limonada, estaba dulce pero no lo suficiente para ella;
sin embargo, prefirió no pedir más azúcar—. ¿Entonces solo eso
hiciste? Seguro te has aburrido tanto como una morsa.
Renato que trataba de aplacar la sed, tuvo que dejar de lado la
bebida para poder reírse.
—No sabía que las morsas se aburren. ¿Cómo lo sabes? —
curioseó, tratando de controlar las comisuras de sus labios.
—No sé. —Se encogió de hombros, con su sonrisa imborrable
y los ojos brillantes—, lo imaginó, ¿es que no los has visto en los
documentales? Se pasan todo el día tomando sol y bostezando, ¿tú
dime si eso no es aburrirse? —siguió con su teoría.
—Pues no sé, hasta este momento siempre pensé que solo se
trataba de su naturaleza, algo normal, no sé si les aburre tomar el
sol y bostezar. —Su tono era divertido.
A Samira le encantaba hacerlo reír, le gustaba verlo relajado,
pero especialmente, lo que más le gustaba era cuando se olvidaba
de esconderse y la veía a los ojos. Cuando estuvo alojada en su
casa, se percató que a veces a él le costaba hablarle viéndola a la
cara, pero con el tiempo notó que cuando dejaba atrás las formas,
se mostraba honesto, abierto y sin ninguna armadura, revelaba su
verdadero yo. Amaba esa especie de complicidad que habían
creado y que la hacía sentir tan cómoda.
Llegó la entrada y disfrutaron de las machas a la parmesana,
Samira debió admitir que estaban exquisitas, no podía compararlas,
no había nada que objetar. A Renato le gustaron mucho, no se
reservó su opinión y se lo hizo saber a su acompañante.
Como plato fuerte, él solicitó u n asado de tira con salsa de
chancaca y merkén, acompañado de un risotto de mote con
champiñones, mientras que Samira prefirió el atún sellado con
costra de hierbas y especias, con polenta marina.
Mientras comían hicieron comentarios sobre los sabores y
texturas, ambos estaban satisfechos con lo que habían pedido, les
había gustado y agradecieron a Esteban cuando vino a retirarle los
platos.
—¿Les gustaría algún postres o bebidas adicional? —ofreció
servicialmente.
—¿Qué bebida típica le recomendarías a dos cariocas que
están conociendo esta hermosa ciudad? —Samira fue espontánea,
a fin de cuenta, no estaba mintiendo.
—¿Han probado el terremoto? Es la bebida que solemos tomar
en nuestra fiesta patria.
Samira se volteó a ver a Renato con entusiasmo.
—Julio César y Daniela me la han recomendado mucho, dijeron
que estaban esperando a que llegaran las festividades para
llevarme a beberlo. ¿Te atreves a probarla conmigo?
—Entre los ingredientes tiene helado de piña —mencionó
Esteban sabiendo que eso seguramente los animaría a probarlo.
—Bueno, yo escogí el restaurante, te dejo a ti la
responsabilidad de escoger el postre, o la bebida en este caso. —
Renato estaba disfrutando mucho esa salida.
—Tráenos dos, por favor. —Samira levantó la mano y mostró
los dedos índice y medio para remarcar la solicitud—. Gracias
Esteban. Hoy vamos a disfrutar a lo… —Fue interrumpida por el
vibrar de su móvil sobre la mesa, lo había sacado unos minutos
antes porque precisamente esperaba esa llamada. Reconoció el
número con el código de área brasileño y estaba segura de que era
su abuela, debía aprovechar porque eran pocas las veces que ella
conseguía escapar los fines de semana para poder conversar sin
que Jan la viera, ya que ahora, con su nuevo horario, era imposible
que hablaran—. Disculpa, necesito contestar, es mi abuela —le dijo
a Renato, al tiempo que se hacía del móvil.
—Contesta —la alentó él, sintiéndose un tanto intranquilo por
saber con quién iba a hablar Samira.
—Gracias —dijo con una gran sonrisa al tiempo que atendía la
llamada—. Hola, abuela —saludó, mientras miraba a Renato frente
a ella.
—Hola mi niña, ¿cómo estás? —preguntó Vadoma, quien hacía
la llamada desde un teléfono de alquiler.
—Muy bien abuela, ¿pasaste a buscar el dinero con Ibai? —
necesitaba cerciorarse, porque si de alguien había heredado la
tozudez, había sido de ella.
—No, esta semana no he podido ir a la zona sur… Pero mi
niña, te dije que no enviaras nada, no lo necesito.
—Sí lo necesitas, sino no podrías llamarme… Ve a buscarlo el
lunes, por favor, que Ibai dijo que lo retiraría el mismo día, no vaya a
ser que se lo gaste en hierba… ¿Cómo está mamá, papá… Sahira,
Salomé? Ay, las extraño muchísimo… —habló con un nudo en la
garganta; cada vez que preguntaba por ellos un dolor profundo se
apoderaba de cada partícula de su cuerpo, más de una noche se
acostaba llorando, recordando las risas compartidas, los abrazos,
los consejos… Ellos eran lo más importante que tenía, y soñaba con
volver al seno familiar y que la perdonaran.
—Muy bien, todos están muy bien, las niñas siempre preguntan
por ti, pero como no saben guardar secretos aún no puedo decirles
dónde estás… Por cierto, Sahira el martes tuvo su primera
menstruación.
—¡Sí! —Se mostró verdaderamente emocionada—. Me hubiese
gustado estar ahí para poder hablar con ella, imagino que debe
estar llena de dudas o asustada… ¿Qué dijo dada ? Espero que por
lo menos le deje terminar el año escolar.
—Ella está bien, tu madre, Glenda y yo hablamos con ella, pero
Jan fue determinante al decir que no volverá a clases, dice que no
va a permitir que los gachós le infecten la cabeza como lo hicieron
contigo, piensa que su mayor error fue dejarte continuar con los
estudios.
—No es justo abuela…
—Pero no te preocupes, cariño… —intervino Vadoma, antes de
que Samira se molestara en vano—. Sahira dice que por ella está
bien, no quiere volver a la escuela, dice que no le interesa.
—No entiendo, ella quería terminar la escuela, deseaba
también ir a la universidad. —Samira se mostró confundida e
irritada. En ese momento llegaba Esteban con las bebidas, lo que
fue realmente oportuno porque necesitaba algo para pasar la rabieta
que estaba sintiendo, así que en cuanto le puso la copa enfrente,
llevó sus labios a la pajita y sorbió largamente.
De inmediato le sobrevino un ataque de tos ante el fuerte sabor
de licor y dulce que le abrasó la garganta.
—Cariño, estrella mía, ¿estás bien? —preguntó Vadoma
preocupada.
—Sí… sí… —Tosió varias veces, a la par que veía a Renato
catando con precaución y frunciendo el ceño; cuando sus miradas
coincidieron, este se rio con nerviosismo al percatarse que la bebida
tenía una buena cantidad de alcohol disfrazado con el sabor del
helado de piña que coronaba el líquido rojo—. Solo que me ahogué
con una bebida… —Volvió a mirar a su acompañante, que
empujaba lentamente el vaso, casi al centro de la mesa, sin duda
estaba desistiendo de la bebida. Ella le dijo con exagerada
gesticulación, pero sin voz: ¡Tiene alcohol! En respuesta Renato
sonrió y asintió con la mirada comprensiva, Samira negó con la
cabeza y siguió con la conversación—. Recién estoy almorzando.
—Amor, entonces te dejo para que puedas comer tranquila.
—No te preocupes abuela, por cierto, ¿adivina con quién
estoy?
—Mi don no es tan preciso, cariño —dijo sonriente.
—¡Con Renato! Vino a visitarme, ¡¿puedes creerlo?! —fue
bastante eufórica.
De inmediato Vadoma se puso en alerta, no le gustaba nada
que el payo estuviese haciéndole visitas a su nieta. Por más que le
estuviera agradecida por todo lo que había hecho, aún tenía sus
reservas; con frecuencia, ese tipo de hombres pedían algo a cambio
de su generosidad, y la chica, por más que fuera integra y
responsable, también era muy inocente. Por lo que necesitaba
advertirle sin que ella se pusiera a la defensiva ni en evidencia.
Salúdala de mi parte, gesticuló Renato para no interrumpirle la
llamada.
—Te envía saludos —le comunicó Samira.
—Qué bueno, pero Samira… sé que tú sabes muy bien lo que
te conviene, ¿recuerdas la conversación que tuvimos? Prometiste
que lo que más deseabas era estudiar, no te desvíes de tus
objetivos, ni tampoco dejes que alguien más lo haga… Estudia,
conviértete en una buena doctora y regresa a tu vida, con tu gente…
Tu destino es al lado de un gitano, si bien, sé que Adonay por el
momento no era para ti, él sí tiene buenas intenciones contigo, te
quiere de verdad, vino a visitarnos hace poco, está muy
preocupado, quiere saber de ti, yo creo que deberías buscar una
manera de conversar con él, pedirle perdón… escuchar lo que tiene
para decirte, quizá te comprenda…
—Abuela, yo quiero mucho a Adonay, es mi primo, mi familia y
casi fue mi esposo, pero…—No sabía cómo continuar la
conversación, sobre todo porque notó que Renato, que estaba
escuchando todo, se había puesto tenso y giraba la cabeza para
mirar por la ventana, en tanto que tomaba el vaso de terremoto que
casi un minuto antes había desechado, tomó otro poco, lo dejó y se
hizo de su móvil para entretenerse con quién sabe qué cosa en el
aparato. Ella tragó saliva y prosiguió—, no sé si deba ponerme en
contacto de nuevo con él, si lo hago, probablemente quiera venir a
buscarme… ¿y si viene con tío Bavol? —Se alteró, segura de que si
daban con ella podrían llevarla de vuelta consigo para castigarla.
—No creo que esas sean las intenciones de Adonay… Habló
conmigo, estoy segura de que él sospecha que yo sé dónde estás,
porque me dijo que solo quiere una oportunidad para demostrar que
puede ayudarte en todo lo que necesites, se recrimina no haberte
escuchado cuando tú le constate cuáles eran tus deseos, pero
ahora está dispuesto a complacerte; si me das permiso podría darle
tu número…
—No abuela…
—Solo piénsalo Samira.
—Lo pensaré, pero todavía no le des mi número, quizá más
adelante, porque sí, me gustaría pedirle perdón.
En ese momento Renato le dirigió una mirada breve y casi
enseguida volvió a poner sus ojos en el móvil que mantenía con una
mano y con la otra hacía figuras imaginarias sobre la superficie de la
mesa.
Samira que no le quitaba el ojo de encima, pudo notar cómo la
piel de su cuello y rostro se había enrojecido, incluso la vena en su
frente podía percibirse, pero fuera de eso parecía imperturbable.
—Está bien cariño, sabes que solo deseo lo mejor para ti, y sé
que ese es Adonay, a fin y al cabo también es mi nieto… solo
necesitas darte el tiempo para conocerlo mejor, sé que puedes
hacer que surjan verdaderos lazos afectivos.
—En algún momento lo intentaré, por ahora, solo deseo
concentrarme en lo que vine hacer a Chile… Te quiero abuela, pero
debo dejarte para terminar con mi comida, recuerda ir a buscar el
dinero.
—Lo haré cariño, cuídate mucho, recuerda lo valiosa que eres y
que sin importar el lugar en el mundo donde estés, sigues siendo
gitana.
—No tengo que recordar lo que soy abuela —masculló, porque
entendía que con eso deseaba recordarle las reglas por las que
debía regirse. Ella jamás le daría su bendición para unirse en
matrimonio con un hombre que no fuera de su cultura—. Cuídate tú
también, adiós. —Terminó la llamada, exhaló dejando caer los
hombros, estaba realmente avergonzada con Renato, sabía que
tenía que decirle algo, pero como no tenía las palabras adecuadas,
prefirió beber un poco más del coctel. Esta vez le pareció menos
fuerte, pues el helado estaba derritiéndose, mezclándose con el
licor, lo que lo hacía más suave y mucho más dulce, casi ni podía
sentir el alcohol.
Renato puso el teléfono en la mesa y con un valor que jamás
había tenido, encaró a Samira.
—¿Por qué tienes que pedirle perdón a ese sujeto? —interrogó
con un violento torrente de emociones estrujándolo por dentro, tanto
que necesitaba expresar su molestia.
Samaría apoyó ambos codos en la mesa, dejando en medio de
estos el vaso del coctel, dejó descansar la barbilla sobre sus manos
y resolló.
—Porque lo deshonré, porque es lo menos que puedo hacer
por haberlo dejado en ridículo… Llámalo deber, obligación, como
sea, así son las normas, pero ahora mismo tengo un buen lío en la
cabeza, no sé qué hacer —suspiró , sintiéndose débil y abrumada
—. De momento no quiero pensar en eso. —Soltó una risotada que
pareció más un patético sollozo.
—Si no quieres pedir perdón no lo hagas, no pueden
obligarte… Sé que tu abuela te ama, pero no me parece justo que te
esté orillando a humillarte de esa manera, tú no le debes nada a
Adonay, es que no le debes nada a nadie…
—No, yo sí quiero, si me gustaría disculparme con él, es mi
primo, pero en este mismo instante no, lo que menos deseo es que
sepa dónde estoy…
—Creo que es mejor que te lleve a casa y yo regrese a Río
esta misma noche, así puedes pensar mejor si quieres retomar la
relación con tu primo…
Al escucharlo Samira quiso gritarle un rotundo no, no quería
que se marchara tan pronto. Estaba hecha un lío, solo sabía que
sentía una opresión en el pecho y la boca seca, tragó grueso y con
una sonrisa dejó de apoyar la barbilla en sus manos y se recargó
contra el espaldar de la silla.
—Por favor, quiero quedarme aquí más tiempo, lo estábamos
pasando muy bien, olvidemos la llamada. —Volvió a sorber un poco
por la pajita, el coctel estaba cada vez más dulce y menos fuerte, lo
que lo hacía más tolerable—. No quiero ir a casa, porque allá solo
voy a atormentarme. Sigamos disfrutando el día, pocas veces he
salido… —Sentía la lengua un poco entumida y escuchaba su voz
arrastrada, así como algo de aturdimiento—. Quiero sentirme en paz
conmigo misma, quiero que la presión en mi pecho y sobre mis
hombros se extinga para siempre…
—La decisión está en tus manos, aprende a decir no, Samira
debes defender lo que quieres, lo que tú necesitas… ya estás
disfrutando de la libertad, estás aprendiendo a volar, no permitas
que te corten las alas. —Estaba indignado, pero por primera vez se
sentía bien dejar que la presión saliera diciendo lo que pensaba, ella
lo merecía, no podía guardarse lo que pensaba y dejar que otros la
volvieran a manipular.
—Y si quiero hacer lo que quiero y como lo quiero, ¿tú me
apoyarías? Si decidiera quedarme aquí para siempre, tan solo
sentada aquí… sin hacer nada… ¿Te quedarías conmigo? —
preguntó con voz temblorosa, porque de cierta manera le estaba
diciendo lo que realmente anhelaba.
—Sí, sí me quedaría aquí contigo, hasta que nos volvamos un
mueble más en este lugar. —Renato la miró fijamente, dejándose
llevar por sus emociones.
—Entonces quedémonos un poco más —musitó, sintiéndose
algo mareada. Miró las copas, la de ella estaba prácticamente vacía,
la de Renato parecía casi intacta.
—Pidamos postre —ofreció Renato, consciente de cuanto le
gustaba a ella el dulce.
—Creo que esto debe contar como postre —dijo agarrando su
copa, sintiendo los efectos del alcohol porque se empezó a sentir
algo mareada—. Pero si tienes baja de azúcar, pide algo para ti…
¿necesitas algo dulce? —preguntó y se le escapó una risita.
—No, de hecho, esto ya tiene más de lo que suelo tolerar —dijo
empujando nuevamente la copa al centro de la mesa.
—¿Quieres que beba eso por ti?
—No, ya no vas a tomar nada de eso… —Sonrió, porque era
evidente que a la chica se le había subido el alcohol a la cabeza. Le
hizo un ademán a Esteban y le pidió una botella de agua.
CAPITULO 20
El «para siempre» de Samira solo duró poco más de veinte
minutos, ya no podía seguir ahí sentada, aunque le fascinara mirar a
Renato con el entrecejo ligeramente fruncido, lucía tan adorable con
esa expresión preocupada y cariñosa que siempre lo acompañaba
cuando la veía a ella y solo a ella. Lo que sentía por él no podía ser
algo efímero o fugaz, nunca se había enamorado antes, pero la
intensidad con la que lo quería debía ser solo amor. Ni siquiera tenía
del todo claro cuando había ocurrido, cuando sus sentimientos se
habían desbordado de esa manera.
Tenía la confesión en la punta de la lengua, se moría por decirle
todo lo que sentía, pero un halo de cordura no le permitía dar ese
paso; sabía que esa necesidad de abrir la boca y exponer su
corazón solo era producto de la adrenalina inducida por la ebriedad
y que cuando todo ese aturdimiento se le pasara, terminaría
arrepintiéndose y sintiéndose estúpida.
—¿Podemos irnos? —preguntó, necesitaba un poco de ese
viento helado que tanto odiaba para que la hiciera espabilar, porque
a pesar de que se había tomado el agua que Renato le había
pedido, aún seguía mareada y bastante dispersa.
—Está bien. —Renato estuvo de acuerdo, se levantó y esperó
por Samira, ya que desde hacía unos diez minutos que había
pagado la cuenta.
Ella se levantó, pero un súbito mareo la obligó a sentarse de
nuevo, a pesar de sentir vergüenza por eso, sonrió debido al
nerviosismo que agitó sus entrañas y del calor en su cara, cuando
Renato se acercó a su lado y le tomó la mano.
—¿Te sientes bien? ¿Quieres que esperemos otro poco? —
Estaba inquieto y se sentía culpable por haber permitido que se
tomara todo ese coctel.
Samira se quedó sin palabras cuando sintió su tacto, el aire de
sus pulmones se esfumó en el acto, aun así, respiraba
apresuradamente, casi podía escuchar el galope de su corazón y
estaba segura de que debía estar roja hasta las orejas.
Ante las preguntas que le hizo, ella primero asintió y luego
negó, sabía que iba a ser difícil para él comprender lo que quería
decirle, por lo que se obligó a darle movimiento a su lengua
entumida.
—Quiero aire fresco —musitó—. Vamos a la terraza.
—Está bien, pero no creo que puedas caminar. Déjame
ayudarte.
En realidad, Samira no se sentía tan mal, pero no iba a perder
la oportunidad de dejar que Renato se le acercara.
—Estoy bien, disculpa… ¡Qué vergüenza!
—No tienes que avergonzarte por nada. —Le sonrió con infinita
ternura—. Apóyate en mí.
«Estoy en el cielo», pensó cuando él la sujetó por la cintura
para ayudarla a que se levantara. Cuando por fin consiguió
mantener el equilibrio, giró la cabeza para verlo a la cara, pero no
contaba con que estuvieran a un palmo de distancia de su cara.
—No estoy ebria, solo un poco mareada. —Quitó las manos de
los hombros de Renato, porque necesitaba poner distancia o se
delataría.
—Lo sé, las bebidas dulces suelen ser bastante engañosas.
—Pero ya me siento bien, ya pasó… Bueno, tampoco es que
me haya sentido mal. —Samira sonrió, queriendo parecer muy
segura de sí misma—. Creo que puedo caminar sola —comentó,
porque sentir las manos de Renato tomándola por la cintura, le
estaba calentando la piel.
Él la soltó y retrocedió un paso, la miró a la cara, adorando ese
sonrojo furioso que se había apoderado de sus mejillas y esa
sonrisa cándida que era muestra de que estaba avergonzada.
Samira al sentirse segura sobre sus pies, avanzó y él siguió a
su lado. Esteban les agradeció por su visita y los despidió con
amabilidad, escoltándolos hasta la puerta; sin embargo, antes de
que pudieran salir, la chica tuvo que aferrarse al brazo de su
acompañante, porque se tambaleó un poco.
—Lo siento —rio sin poder evitarlo, en su organismo aún hacía
estragos el terremoto que se había bebido.
—No te preocupes. —Renato también rio, no podía evitar que
todo aquello le divirtiera, gracias a esta distracción se le había
pasado la molestia que había sentido antes por la llamada de su
amiga—. Puedes aferrarte a mi brazo, estaré más tranquilo si lo
haces, no creo que esos tacones que llevas sean tan confiables.
Cuando por fin salieron, se dieron cuenta de que el cielo se
había pintado de añil, escasas estrellas brillaban atravesando las
nubes que se habían hecho presentes y la luna se mostraba medio
escondida entre cúmulos oscuros, iluminando en el firmamento.
El viento frío arreció contra el rostro de Samira, despejándola
un poco, aun así, decidió abrazarse al brazo izquierdo de Renato,
sintiendo lo fuerte que estaba, con más músculos del que a simple
vista se notaba, y eso que ya lo había visto con poca ropa cuando
iban a la piscina del complejo donde él vivía, pero esta era la
primera vez que tenía un contacto íntimo más allá de lo permitido
para ella.
A consecuencia de hacer eso, una agitación la empezó a
devorar por dentro, pero ¿qué era lo peor que podía pasar si por
una sola vez, intentaba dejarse llevar por lo que quería? Solo
bastaría con olvidarse por un instante de todo lo que le habían
inculcado desde que era una chiquilla y permitirse averiguar si lo
que hacía estaba bien o mal.
—¿Qué hora es? —preguntó, mirándolo de soslayo, pero la
poca diferencia que había entre sus estaturas hacía que el contacto
visual fuera mucho más cercano. No quería que terminara ese día.
—Cinco minutos para las seis —comentó tranquilo, aunque
estaba bastante confundido, porque no entendía cómo podía tener a
Samira tan aferrada y no sentirse incómodo, no sentir que se
asfixiaba porque estaban invadiendo su espacio. Sí, su corazón
estaba desbocado y tenía la respiración un tanto atascada, pero aun
así era agradable.
—Todavía es temprano, ¿podemos quedarnos un poco más?
—suplicó poniendo morritos, mientras se dirigían a la terraza donde
estaba un hombre sentado sobre un taburete acompañado de su
guitarra, micrófono y percusionista, mientras algunos clientes de los
restaurantes y bares adyacentes aplaudían por la canción que
acababa de interpretar.
—Por supuesto —concedió sonriente.
El corazón se le derretía cada vez que hacían acto de
presencia los hoyuelos que él tenía en las mejillas.
—Sentémonos aquí —propuso ella, cabeceando hacia el borde
de una jardinera, sin soltarse de él.
Renato le concedió la petición y se recargaron contra el borde
de ladrillos, al tiempo que el intérprete le daba vida a unos acordes
casi hipnóticos de su guitarra.
Y yo que hasta ayer
Solo fui un holgazán
Y hoy soy guardián de sus
Sueños de amor
La quiero a morir
Puede destrozar todo aquello que ve
Porque ella de un soplo lo vuelve a crear
Como si nada, como si nada
La quiero a morir…
El hombre cantaba manteniendo la exacta melodía y Samira
empezó a tararear bajito, dejándose llevar por el aura casi místico
que los rodeaba, se adhirió más a Renato, hasta que se permitió
descansar la cabeza en el hombro de él.
—No sabía que conocías esa canción… —murmuró, ladeando
la cabeza más hacia ella, casi tocando con la suya la de ella.
—Sí, ¿quién no la conoce si es un clásico? Mi abuelo la
escuchaba, la tenía en el disco de Manzanita… ¿Sabes quién era
Manzanita?
—No, pero supongo que es un cantante… ¿Gitano?
—Así es —dijo al tiempo que le daba un par de golpecitos en el
hombro con la cabeza, haciendo sonreír a Renato.
—Bueno —comentó al tiempo que buscaba en el bolsillo de sus
pantalones su móvil—. Vamos a agregarla a nuestra lista de
prácticas de español.
—Pero que no sea para prácticas, sino para recordar este
momento… ¿te parece? —preguntó alzando la cabeza para volver a
verlo a los ojos y él hizo lo mismo, haciendo que sus miradas se
cruzaran.
—Me parece —compartió, con una voz suave y más grave de
lo acostumbrado, y antes de seguir buscando la canción, se dejó
llevar por un arrebato y le plantó un delicado beso en la frente.
Ella para las horas de cada reloj
Y me ayuda pintar transparente el dolor
Con su sonrisa
Y levanta una torre
Desde el cielo hasta aquí
Y me cose unas alas
Y me ayuda a subir
A toda prisa, a toda prisa
La quiero a morir…
A Samira se le paralizó el corazón, pero se obligó a actuar con
normalidad, volviéndose hacia las personas que seguían la
interpretación del hombre con la guitarra, a la vez que aprovechaba
para recargarse nuevamente contra el hombro de Renato, al cabo
de unos minutos, dejó escapar un suspiro de la manera más
discreta posible y agradeció que él no parecía notar lo extraño de su
comportamiento.
Tras varias canciones, el intérprete se despidió, lo que le hizo
recordar a Samira que irremediablemente el tiempo pasaba más
rápido de lo que deseaba. Debía ir a su hogar, ducharse, cambiarse
de ropa e ir a cumplir su horario nocturno en la guardería.
—Ya es hora de irnos.
—Sí, no quiero que se te haga tarde para tu trabajo, ¿te sientes
mejor? No vaya a ser que esta vez seas tú la que termine vomitando
encima de los niños. —Aprovechó para hacerle una broma.
Samira frunció el ceño y la nariz, dedicándole una mirada
amenazante que no era más que un gesto divertido.
—No estaría mal, ¿eh? Mi dulce venganza —comentó,
soltándolo por fin, aunque se odió por tener que hacerlo.
—Estaría bien si lo haces —dijo con un tono maquiavélico y
sonriente, sintiéndose algo desprotegido una vez que le soltaba el
brazo.
Ella rio con ganas y él la acompañó con más discreción.
—Llamaré a Ismael para que venga a buscarnos.
Al segundo tono el chofer le respondió y le dijo que estaba a
quince minutos, Samira le propuso caminar por el lugar para
conocerlo un poco más, por lo que terminaron paseándose por
algunas de las tiendas, mientras esperaban a que llegaran a
buscarlos.
A la mañana siguiente, Samira soñó que despertaba junto a
Renato, no estaban en su pequeña cama o en el apartamento de él,
sino en un lugar completamente diferente y desconocido, donde un
ligero halo de luz dorada se posaba sobre su torso desnudo y en su
precioso rostro dormido justo a su lado, al alcance de las yemas de
sus dedos. Soñó que tenía la posibilidad y el derecho de tocarlo, de
acariciar su pecho, sintiendo su piel cálida, a la vez que recorría con
sus dedos los contornos de los suaves músculos de sus pectorales
y abdomen, disfrutando de la temperatura casi ardiente de su piel;
en su sueño tuvo la valentía de acercarse y hundir la nariz en su
cuello para inhalar su perfume.
De repente Renato le retuvo la mano, justo cuando pasaba con
sus dedos trémulos por su vientre donde estaba el borde de una
sábana impoluta, entonces ella se volvió a mirarlo, para encontrarse
con los ojos más bonitos del universo y la sonrisa más perfecta, esa
en la que se le notaban sus amados hoyuelos, le llevó una mano a
la majilla y se acercó para darle un beso en la frente como lo había
hecho la noche anterior.
Se despertó aturdida, con el corazón desbocado y la mirada
borrosa, aún podía sentir en su nariz el perfume de Renato y el
suave contacto de sus labios en la frente.
Se llevó la mano izquierda al pecho, tratando de contener el
enloquecido palpitar de su corazón y se relamió los labios,
sintiéndolos bastante resecos, un intenso cosquilleo le recorría todo
su cuerpo, suplicándole ser atendido, solo por instinto y deseo,
deslizó lentamente la mano en su pecho un poco más a la izquierda,
hasta que rozó por encima de la tela de algodón su pezón izquierdo,
el corazón le dio un vuelco y el estómago se le encogió
violentamente, pero fue tan placentero que tuvo que seguir con su
lujuriosa caricia, formando lentos círculos sobre su botón que poco a
poco iba endureciendo.
Cerró los ojos y se entregó a las sensaciones, aunque una
vocecita en la parte más recóndita de su cabeza le decía que no
estaba bien lo que estaba haciendo, eso no era permitido, pero no
podía parar; por el contrario, su mano derecha también cobró vida,
se dirigió entre sus piernas, necesitaba calmar la ansiedad que ahí
nacía, por encima del pantalón del pijama se rozó una zona de la
que poco se hablaba en su cultura, un espacio de su cuerpo que
incluso era prohibido para ella, porque debía pertenecer a su
marido, pero en ese momento y en su imaginación, solo quería que
fuera de Renato.
Sentía que la sangre le corría por el cuerpo envuelta en llamas,
ya no podía conformarse solo con acariciar por encima de la tela,
por lo que introdujo su mano por el pantalón el pijama y entre sus
bragas, cuando sintió las yemas de sus dedos acariciar su pubis,
arqueó la espalda y un jadeo escapó de su garganta, eso la llevó a
separar las piernas.
Con su dedo índice, medio y anular se encargó de acariciar ese
pequeño botón entre sus pliegues que le hacía sentir extraordinarias
corrientes eléctricas que iban a cada poro de su cuerpo, seguía con
suaves movimientos circulares.
Mantenía los ojos cerrados, dejándose llevar por el placer que
la ligera fricción desataba, gimiendo suavemente mientras se seguía
tocando con la idea de que era Renato quién lo hacía; mezclaba el
recuerdo de sus sonrisas, sus miradas y sus manos con las
acciones que en ese momento su cerebro inventaba.
Llevó sus dedos un poco más hacia abajo, acariciando y
separando sus labios vaginales, para darse cuenta de que estaba
bastante mojada, con cuidado y lentitud, empezó a introducir su
dedo medio, solo un poco, por temor a hacerse un daño irreparable
pero al darse cuenta de que estaba muy apretada, temerosa decidió
retirarlo y regresarlo a su botón sensible, que la hizo disfrutar mucho
más por la humedad que arrastró hasta ese punto, mientras se
estrujaba con algo de fuerza y constancia el seno izquierdo.
Samira se concentró en su placer, dejándolo correr por su
cuerpo entero, gimió sin contenerse, abriendo más las piernas y
tallándose el clítoris con premura; sin querer, el nombre de Renato
se escapó en medio de jadeos ahogados y suaves lloriqueos,
entretanto sus caderas de movían de forma involuntaria, imaginando
que así también debía moverse Renato sobre ella, no podía parar ni
siquiera para respirar.
Sentía que su corazón iba a detenerse, aunque fuese por una
milésima de segundo y un caliente oleaje de placer rompió entre sus
piernas extendiéndose con rapidez por todo su cuerpo hasta las
yemas de sus dedos. Apretó fuertemente los párpados y pudo ver el
firmamento y las estrellas, luego todo quedó en un negro infinito, sus
dedos frenéticos se detuvieron y entonces abrió los ojos lentamente
para despertar en medio de una bruma y lágrimas de deleite; sin
embargo, la culpa y el remordimiento empezó a abrirse paso en su
conciencia, sacó su mano de entre sus piernas, dejó de apretarse el
seno y resolló todavía con el corazón agitado, mientras intentaba
convencerse de que lo que había hecho no era malo, que era
normal, era natural explorar su sexualidad.
Salió de la cama para ir a ducharse, necesitaba
desesperadamente deshacerse de los rastros de su desliz carnal,
camino sintiéndose exhausta y sumergida en un sopor que la
mantenía débil, temblorosa y agitada.
Bajo la regadera trató de esclarecer su mente, aún no entendía
cómo había llegado a eso, sabía perfectamente lo que había hecho,
no era tan inocente como para desconocer de qué se trataba la
masturbación, pero jamás había llegado al punto de
autocomplacerse, las veces que los cosquilleos de excitación
producto de alguna lectura se despertaban, había podido calmarlos
con respiraciones y seguía como si nada, pero esta vez el deseo y
la imaginación habían hecho que traspasara los límites del recato.
Salió del baño tan solo con el albornoz de felpa, aún con la
mente dispersa, puso a preparar café y se quedó mirando cómo el
líquido oscuro se filtraba. El sonido del teléfono le hizo dar un
respingo y el corazón se le instaló en la garganta, aun así, fue a por
el aparato que había dejado en el alfeizar de la ventana.
Renato la estaba llamando, la boca se le secó y apenas podía
sostener el teléfono entre sus manos temblorosas.
—¡Ya Samira! No seas estúpida —se recriminó duramente, si
hubiese podido zamarrearse lo habría hecho, en cambio, solo pudo
usar una mano para restregarse la cara con desesperación. Luego
tragó saliva y contestó, implorando que su voz vibrante no la
delatara—. Hola —saludo casi ahogada.
—Hola, no me digas que te he despertado —comentó Renato.
—No, no… no, recién termino de ducharme, ¡¿vienes en
camino?! —preguntó alarmada, emprendiendo la carrera hacia el
vestidor para ver qué se pondría.
—Igual que tú, apenas salgo de la ducha… Puedo pasar a
buscarte en una hora ¿te parece bien o necesitas más tiempo?
—En un ahora está bien —respondió, sosteniendo su teléfono
entre el hombro y la oreja, mientras sacaba un jersey de lana en
color fucsia, lo lanzó a la cama que todavía tenía las sábanas
revueltas y se acuclilló para sacar del cajón la ropa interior.
CAPITULO 21
A pesar de que era una tarde ligeramente nublada, Samira salió
de su apartamento con unas gafas oscuras que prácticamente le
cubrían la mitad del rostro, había decidido usarlos para así no tener
que mirar a Renato directamente a los ojos, temía que, si lo hiciera,
él podría ver en ellos la vergüenza que la embargaba puesto que lo
había usado como protagonista de sus fantasías sexuales. Su
corazón casi se le paralizó en cuanto lo vio esperándola fuera del
auto, haciéndole el enfrentamiento mucho más violento.
Decidió esbozar media sonrisa con el único fin de parecer
natural, relajada; pero no dejaba de sentirse incómoda, si se detenía
o se regresaba a su casa sería mucho más raro, ya que tendría que
inventarse una excusa o explicarle que hacía casi nada se lo había
imaginado entre sus piernas; de solo recodarlo empezaba a sentir
calor y estaba segura de que debía estar furiosamente sonrojada.
—Hola, pensé que me avisarías en cuanto llegaras —dijo
esquiva, sentía que la voz le vibraba.
—Creí que era innecesario, porque eres demasiado puntual…
—comentó, observando cómo ella abría la reja de hierro para salir
de la propiedad.
Samira apreciaba lo radiante que lucía Renato vestido con un
suéter verde militar, una chaqueta de cuero marrón, vaqueros
deslavados y un cuello infinito tejido en color mostaza que le hacía
ver los ojos más claros. Le gustaba mucho ese aspecto casual que
lo hacía parecer más jovial, así aparentaba los veintitrés que tenía,
en cambio, con trajes era como un hombre de treinta.
—Pero hoy me he retrasado. —Sentía un nudo en la garganta
que casi le imposibilitaba hablar—. Disculpa.
Normalmente era ella la que avanzaba y lo saludaba con un
beso en la mejilla, pero esta vez no pudo hacerlo, necesitaba
mantener las distancias; sin embargo, Renato al percatarse de que
ella no lo saludaba, se tomó la libertad de ser él quien le diera el
beso, fue fugaz, pero le pasó una mano conciliadora por el brazo,
imaginaba que estaba avergonzada por no haber llegado a tiempo.
—Solo han sido un par de minutos. —La tranquilizó con una
sonrisa cariñosa—. No tienes por qué disculparte.
Samira sentía que temblaba, que ese toque de Renato en su
brazo tuvo el poder para traspasar todas las capas de tela que
llevaba para calentarle y erizarle cada poro. Las mariposas en su
estómago parecía que liberaban alguna toxina que llenaba sus
venas de pánico y deseo, de nervios y anhelo.
—Bueno —carraspeó, obligándose a serenarse—. Vámonos —
lo instó y sin esperar a que él avanzara lo hizo ella y de un par de
zancadas ya estaba junto al auto abriendo la puerta. Subió y se
ubicó al otro extremo del asiento. Luego saludó a Ismael.
Cuando Renato subió le extrañó que ella pusiera tanta distancia
entre ellos, no obstante, pensó que podrían ser solo imaginaciones
suyas, por lo que prefirió no hacer ningún comentario sobre eso.
—¿Dormiste bien? —inquirió de un modo gentil.
—Sí. —Samira asintió, quería hablar más, pero tenía la lengua
entumida, porque llegaban a ella destellos del sueño que había
tenido y lo que se desató a consecuencia de eso, sacudió
ligeramente la cabeza en un intento de mitigar el ruido que hacía
toda esa escena en su mente.
—¿Pero te sientes descansada? Porque si necesitas reposar
podemos dejar esto para después y lo entenderé perfectamente.
—Estoy bien. —Pensar en la posibilidad de perderse el último
día junto a él, fue como un electrochoque que la hizo espabilar y
sacudirse la vergüenza—. Descansé lo suficiente, ¿a dónde vamos?
—Se mostró interesada y aparentemente serena.
Aún a través de los oscuros cristales de las gafas, pudo notar
cómo una media sonrisa juguetona pintaba los labios de Renato y
sus ojos brillaron como los de un chiquillo.
—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Ya te dije que de
Santiago solo conozco las estaciones de esquí en Valle Nevado, El
Colorado y La Parva…
—Si esos son los únicos lugares que conoces, entonces quiere
decir que me llevarás a esquiar. —No pudo ocultar su emoción, el
tono de voz y la gran sonrisa que afloró en sus labios la dejaron en
evidencia—, pero yo nunca lo he hecho, imagino que tú lo haces
muy bien… Además, no tengo ropa adecuada para ir a la montaña.
—Estaba tan pletórica y hablaba tan rápido que ni siquiera lo había
dejado hablar, por lo que él tuvo que ponerle una mano en el
hombro.
—¡Hey! No, no vamos a la montaña, no tenemos suficiente
tiempo. —Le afligió ver cómo el rostro de Samira se entristecía a
pesar de las grandes gafas que llevaba puesta, no fue agradable
tener que romper sus ilusiones—. Sin embargo, Ismael nos llevará a
algunos puntos turísticos de la ciudad. —Con las manos ligeramente
temblorosas se atrevió a quitarle las gafas y ella bajó la mirada—. Te
prometo que volveré e iremos a esquiar, para mí será un placer
poder enseñarte, así como lo hizo mi padre conmigo.
—Sabes que quedan pocas semanas para que se acabe el
invierno —comentó, elevando ambas cejas, en un gesto de pillería y
alegría, le fascinaba la idea de qué él pudiera volver en tan poco
tiempo.
—Bueno, ¿sabes que las estaciones se repiten todos los años?
—contestó con una risilla despreocupada.
—Eso lo sé —masculló y volvió sus grandes ojos oliva hacia él
—. Pero podríamos aprovechar antes de que se termine este… ¿no
te parece?
—Me encantaría, pero me es imposible venir a Santiago cada
quince días… Mi trabajo y el máster…
—Lo entiendo, disculpa, estoy siendo demasiado
desconsiderada contigo —exhaló en un hilo de voz.
—Solo estás siendo ansiosa y es normal. —Sonrió
comprensivo, a la vez que se tomó la libertad de coger entre sus
dedos la punta de un mechón del largo cabello oscuro, como un
gesto de consuelo, pero lo soltó rápidamente. Luego miró al
retrovisor—. Ismael, ¿a dónde iremos? —preguntó al chofer.
Samira también llevó su mirada al espejo para ver al amable
hombre que se había encargado de transportar a Renato en esos
días.
—Al cerro Santa Lucía, señorita —comunicó afable y con gran
disposición—. ¿Lo conoce?
—No, es que tengo poco tiempo aquí, pero dicen que es un
parque muy lindo y que desde el mirador se puede ver toda la
ciudad, el Aconcagua y el cerro San Cristóbal.
—Así es señorita; además, pueden visitar la exposición de arte
indígena, si tienen tiempo, al bajar los guiaré por el barrio Lastarria.
—Gracias Ismael, es muy amable.
El chofer había elegido lugares de fácil acceso en la ciudad,
porque sabía que el señor Medeiros tenía poco tiempo para
conocer.
Samira y Renato firmaron el acceso al parque, se dedicaron a
recorrer y apreciar cada rincón del lugar, visitaron la exposición que
le había sugerido Ismael, y por petición de ella se hicieron fotos en
la Terraza Neptuno y otras tantas en el mirador.
Tras casi dos horas en el cerro, bajaron al barrio Lastarria,
pasearon observando las muestras de arte urbano que había en el
lugar, Samira aprovechó para obsequiarle a Renato unos calcetines
de franjas coloridas, el momento fue realmente divertido para
ambos, pero él terminó recibiéndolos y agradeciendo por el detalle.
Él le obsequió un juego de collar, anillo y pendientes de
lapislázuli, por supuesto a ella le encantó porque la piedra le hacía
recordar al color de sus ojos.
En una esquina se quedaron escuchando la interpretación de
un joven con violonchelo y otro con una flauta de pan, le daban vida
a The Lonely Shepherd .
Renato pudo apreciar por el rabillo del ojo a Samira abrazada a
sí misma y muy conmovida, al punto de estar secándose unas
cuántas lágrimas, sabía que ella era de alma noble, pero no imaginó
que algo como eso la doblegara. Otro motivo para admirarla, la
mayoría del tiempo era de acero, pero en otras, no le molestaba
mostrarse vulnerable.
Él se le acercó y le colocó la mano en el hombro, le dio un
ligero apretón que hizo que ella lo mirara con sus grandes ojos
vidriosos; verla en ese estado hacía que necesitara consolarla de
cualquier manera, por eso bajó su extremidad hasta la espalda,
entre los omoplatos, y le regaló suaves caricias que pretendían ser
reconfortantes.
Cuando los jóvenes terminaron, ella soltó una risita entre
nerviosa y emocionada, mientras aplaudía eufórica. Había sido
precioso, era primera vez que tenía la oportunidad de ver en vivo
algo como eso. Se daba cuenta de que había tenido una vida
demasiado limitada. Buscó en su cartera varias monedas y las
arrojó al estuche del violonchelo, agradeciéndoles por la
presentación, aunque ellos se mostraron más retribuidos que ella
por su colaboración.
—Lo hicieron muy bien, ¿cierto? —preguntó Renato, por el
simple hecho de iniciar un tema de conversación.
—Sí, ambos son maravillosos, me conmovieron mucho.
—Lo noté… Es bueno cuando sientes que algo te llega al
alma… —comentó, sin duda, a Samira la interpretación le había
calado, pero a él, fue ella con su reacción quien le llegó a lo más
profundo de sus emociones.
—Sí, la música hace que uno suelte todo lo que lleva por
dentro.
—A mí me gustaría ser un poco más como tú —comentó
mientras seguían disfrutando del paseo y de la compañía.
—¿Cómo yo? —Ella se sonrojó y bajó la mirada hacia sus
manos, aún sentía cosquillas revitalizantes por los lugares donde él
la había tocado.
—Claro, tú eres muy expresiva, no te avergüenzas al mostrar lo
que sientes; eres muy libre. —Renato hablaba mirando el
firmamento, no quería que ella viera en su cara todo lo que le estaba
diciendo con esa frase.
—Entiendo, eso que tú llamas libertad yo lo llamo solo sentir .
Es dejar que todo lo que llevas por dentro hable por ti.
—¡Que más quisiera! —dijo en un murmullo, cuando vio que
Samira iba a preguntarle qué había dicho, prefirió cambiar de tema
— ¿Te provoca comer algo?
—Sí, ya tengo algo de hambre.
—Mira, allí hay uno que parece que es de comida italiana —
contestó señalando un local que tenía una marquesina que decía
Squadritto Ristorante —, ¿te parece bien si comemos ahí?
—Sí, claro. Creo que debo confesarte que pronto ibas a
empezar a escuchar un concierto en mi estómago.
—¿Por qué no me dijiste antes que querías comer?
—Porque lo estamos pasando muy bien.
—¿Qué voy a hacer contigo gitanita?
A ella casi le da un ataque de tos cuando lo escuchó, ya había
conseguido dejar el sueño encerrado en una caja de seguridad en
su cabeza, no podía permitir que su mente volviera al territorio triple-
X.
Los hicieron pasar y llevaron a la mesa, hasta ese momento fue
que Renato cayó en la cuenta de que también estaba hambriento.
No recordaba la última vez que le ocurrió algo parecido, estaba tan
abstraído conversando con su amiga, que no había sentido la
necesidad de alimentarse. ¿Alguna vez le había pasado algo así?
Tampoco se había percatado antes de que en ningún momento se
sintió incómodo, fuera de lugar o con deseos de irse, junto a ella
encontraba tranquilidad.
Samira pudo calmar sus antojos de halado al pedir de postre
una Cassata de coco y fresa, fue Renato quien le explicó que era
una tarta con helado.
Estaba por terminar su porción cuando él le dijo que en quince
minutos pasaría Ismael a buscarlos, que la dejaría a ella en su casa
y a él lo llevaría al aeropuerto porque su vuelo saldría en poco más
de tres horas y que ya su equipaje estaba en la maleta del auto.
Ella tragó grueso el poco de postre que tenía en su boca,
mientras asentía con la cabeza.
Sabía desde el instante en que la sorprendió hace tres noches
al otro lado de la calle y bajo la lluvia, que más temprano que tarde
debía enfrentarse a ese momento, a una nueva despedida, pero no
imaginaba que fuera a afectarle tanto. Con esa visita sentía que se
había estrechado mucho más el vínculo entre ellos, no contaba con
que sus sentimientos por él se hubieran desbordado como lo
hicieron.
—¿Puedo acompañarte al aeropuerto? —repuso,
reconociendo las ganas de llorar que comenzaban a formarse en la
boca de su estómago.
—Me gustaría, solo si no estás cansada. —Él levantó
ligeramente la ceja izquierda y esbozó media sonrisa, esa en la que
solo una de sus comisuras se estiraba un poco.
—En absoluto, por si no lo has notado, mis energías son
inagotables. —Le sonrió ampliamente, le hubiese gustado poder
decirle que, sobre todo cuando estaba con él era cuando más
poderosa se sentía.
Ya en el aeropuerto, Samira se moría por llorar en sus brazos,
pero se aguantó, no podía permitir que él se enterara de la
intensidad de sus sentimientos.
Sin embargo, estaba uno frente al otro, solo pocos centímetros
los separaban y ella tenía la mirada cristalizada.
A Renato le parecían que esos ojos eran como dos gotas de
rocío vibrando sobre las hojas de los árboles, no pudo evitar que su
mano viajara hasta un mechón de cabello de Samira y se lo pusiera
detrás de su oreja en un gesto gentil, apenas una caricia delicada
que le llenó las mejillas de un rosa ardiente.
Esa acción hizo que ella no pudiera retener más las lágrimas,
con él se iba no solo su primer amor, sino también lo más cercano a
un hogar que poseía. No saber si pronto lo volvería a tener cerca
hacía que el dolor en su pecho se expandiera por todo su cuerpo.
—Lo siento, soy una estúpida. —Fue lo único que pudo decir, y
se le escapó una risita que se le convirtió en un sollozo, estaba
avergonzada. Cerró los ojos para intentar frenar las lágrimas,
mientras apoyaba el mentón en la clavícula de Renato y escondía el
rostro en su cuello. Los momentos que pasaron juntos para ella
habían sido la gloria, pero ahora que él se marchaba, no iba a
quedarle más que tristeza.
Renato le dio un abrazo apretado, de esos que se dan con el
corazón, necesitaba calmarla porque le partía el corazón verla así.
—No, lo eres —le dijo al oído, luego le dio varios besos cortos
en la cabeza. Nunca despedirse de alguien le había costado tanto.
—Voy a extrañarte —musitó ella, enterrando sus dedos en la
espalda de él.
—Yo también, pero volveremos a vernos… Quizá no sea
pronto, pero vendré a visitarte. Solo espero que la próxima vez
puedas contar con más tiempo para pasarlo juntos. —Rompió el
abrazo, pero le llevó la mano sobre los hombros para mirarla a la
cara.
—Discúlpame —dijo bajito, a la vez que se restregaba con
ambas manos la cara para secarse las lágrimas, dejándosela
bastante roja—. Espero que cuando vuelvas ya no tengas el doble
turno en el restaurante.
—Eso espero, en serio, me alegro por las oportunidades que
has conseguido, pero me preocupa mucho que puedas enfermar si
no descansas lo suficiente —confesó, intentando una vez más
decirle lo mucho que se preocupa por ella—. Cuídate mucho, por
favor. —Le tomó la mano herida—. Necesitamos estas manos
sanas.
Samira asintió y un par de lágrimas más rodaron rápidas por
sus mejillas, pero usó la mano que tenía libre para limpiárselas.
—Lo haré, me cuidaré… Ahora vete o te dejará el avión. —Sin
pensarlo dos veces se acercó rápidamente y le plantó un beso en la
mejilla.
—Adiós… —Tenía ganas de darle un beso en la mejilla
también, pero se arrepintió, retrocedió un par de pasos con una
sonrisa sosegada—. Volveremos a vernos, gitanita. —Se le rompió
la voz por las lágrimas contenidas.
—Volveremos a vernos, porque tienes que llevarme a la nieve y
enseñarme a esquiar, lo prometiste.
—Quiero cumplir esa promesa y me gustaría que el invierno
fuese más largo, así no tendría que esperar un año.
—Si el invierno durara un mes más, cuando regreses solo
encontrarás una estatua de hielo.
—La gitana helada, la llamaría —comentó sonriente, tratando
de quitarse la nostalgia del pecho.
Samira soltó una risotada, entonces él se volvió, porque eso
era lo que deseaba llevarse, el sonido de su risa.
Ella lo vio perderse tras las puertas y por más que quisiera ir
tras él, no podía. Se volvió y fue hasta donde Ismael la esperaba, ya
que Renato le había pedido que la llevara de vuelta a casa.
Durante todo el trayecto no hizo otra cosa que secarse las
lágrimas que se le escapaban, en eso estaba cuando recibió el
mensaje de Renato, avisándole que había abordado.
Le pidió que le llamara en cuanto llegara, no importaba que
fuese por la madrugada. Cuando llegó a su hogar, se sentó
pesarosa en el sofá y lloró con total libertad un buen rato hasta que
pudo expulsar toda la tristeza, pero sabía que ese sentimiento la iba
a acompañar hasta que lo volviera a ver, así que se levantó, se
cambió, se hizo un rodete en lo alto y se puso a ordenar la casa. Se
dedicó a limpiar a profundidad cada mínimo espacio del lugar y
preparó todo para la semana de trabajo. Recién terminaba de
guardar la ropa que Ramona le había dejado limpia y doblada sobre
la cama, cuando ella le tocó a su puerta.
Su amiga fue prudente y no hizo comentario alguno sobre lo
hinchada que estaba por haber llorado, solo llegó para conversar
sobre nimiedades.
CAPITULO 22
Como cada lunes, Samira se levantó muy temprano, pero en
esa ocasión le costó mucho más. La noche anterior no pudo
conciliar el sueño hasta pasada la medianoche, luego de que
Renato la llamara una vez aterrizó en Río.
Esa mañana, en cuanto abrió los ojos, se dijo que no podía
dejar que la añoranza la venciera, por eso se dispuso a seguir con
su rutina como todos los días. Salió de la cama, tendió las sábanas
y dejó preparando el café mientras se duchaba. Cuando llegó al
trabajo, le sorprendió la amabilidad con que la recibió Maite, aunque
suponía que su extraño comportamiento se debía a lo que ella había
presenciado; imaginaba que necesitaba asegurarse de que por nada
del mundo fuera a contarle a alguien más lo que había visto.
—Samira, ¿cómo sigues de la mano? ¿Te limpiaste bien la
herida este fin de semana? ¿Has sentido alguna molestia? —Le
preguntó mientras le pedía con la mirada que le diera la mano para
revisársela.
—Me dolió un poco, pero es normal. —No salía de su asombro,
veía cómo le quitaba el vendaje y procedía a limpiársela
nuevamente—. Yo la he limpiado y he cambiado el vendaje
diariamente. No es necesario que lo hagas de nuevo.
—No dudo que lo hayas hecho, pero es mejor estar seguros,
así evitamos que haya alguna posibilidad de que se te infecte. De
todas maneras, así tampoco podrás trabajar en la cocina, es mejor
que te encargues de las mesas junto a Mario.
—Pero eso significa que se retrasarán en los preparativos y
organización de los alimentos que se requieran para la preparación
del menú.
—Ya me ocupé de eso, Daniela cubrirá tu puesto hasta que
estés mejor; no quiero que por estar mojándote la mano a cada rato
o por estar cerca del calor, demores más en sanar.
—Está bien, entonces voy a cambiarme. —Samira sabía que
atender las mesas era mucho más agotador, pero tampoco podía
negarse a las órdenes de su supervisora, esa nunca era una opción.
Mientras se pintaba los labios de un rosa claro, vio entrar a
Daniela al vestuario.
—Hola chama, ¿cómo estás? Tienes que contarme en detalle
todo lo que pasó este fin de semana con el carioca, ¿a dónde más
fueron a pasear? ¿Qué más hicieron? ¿Se quedó contigo por fin? —
Como compartían horario en la guardaría, Samira tuvo que
explicarle la razón de porqué le que rechazaba una invitación que le
habían hecho, ella y su novio, para ir al cine antes de entrar a
trabajar el sábado.
—Estoy bien, lo pasamos de maravilla, pero en el descanso te
cuento en detalle todo lo que hicimos… —comentó sonrojándose un
poco—. Te estaba esperando porque quería hablar contigo. —Se
sentía culpable por haber hecho que Maite la mandara a la cocina
en su lugar—. Lamento mucho que tengas que cubrirme, no sabía
que nos iban a intercambiar de trabajo.
—Sami, no te preocupes, Maite me llamó ayer en la tarde y me
contó que tuviste un accidente en el almacén… —La venezolana
revisando que no hubiera nadie en la habitación con ellas, se le
acercó con aire conspirativo—. Ella dijo que con torpeza entraste en
el almacén, tropezaste y tumbaste varios frascos de encurtidos, y
que intentando recoger los vidrios, te cortaste. Pero yo no creo que
esa haya sido toda la verdad. —Volvió a mirar en derredor,
confirmando que siguieran solas y bajó aún más la voz, tanto que
Samira tuvo que aguzar el oído—. Algo me dice que lo que pasó fue
que te topaste con algo inesperado.
La gitana dio un respingo al escucharla, estaba segura de que,
si Maite se enteraba de lo que decía su compañera, podría creer
que había sido por ella.
—¿De qué estás hablando? Lo que te contó Maite fue lo que
pasó. —Mientras hablaba muy nerviosa, intentaba hacerse una
trenza de espiga, pero las manos le temblaban tanto que se le
soltaban algunos mechones.
—Pues, yo sé de muy buena tinta que ella suele usar el
almacén con cierta persona…
—¡Chisss! Calla, calla… —Samira la tomó por el brazo con
cuidado y la hizo moverse más cerca de la pared del fondo para
tener aún más privacidad—. ¿Cómo supiste? ¿Quién te dijo?
—No es que ellos hayan sido los más discretos, Sami,
tranquila, yo misma he visto algunas cosas… En una oportunidad
los escuché hablando y por lo que se decían, se notaba que esos
dos no se han aguantado las ganas, si sabes a lo que me refiero…
—Por favor, Daniela, no digas nada, no lo comentes con nadie,
mira que si Maite se entera de que alguien más sabe que los vi
teniendo sexo, me va a echar, que digo echar, me va a matar.
—¿¡Teniendo s…!? —chilló.
Samira le tapó la boca antes de que todos en el restaurante se
dieran cuenta lo que ellas estaban conversando.
—¿Te volviste loca?
—Perdón, perdón… —cuchicheó nuevamente—. Yo solo los vi
dándose el lote y metiéndose mano brevemente, ¡ostras! Jamás
pensé que fueran tan osados.
—¡Dios! ¿En qué lío estoy metida? —Se llevó la mano a la
frente con nerviosismo y empezó a caminar de un lado a otro, solo
pensaba que, si la botaban, su vida se complicaría enormemente—.
Ya no quiero seguir hablando del tema, es mejor que nada de esto
lo hablemos acá, terminemos de arreglarnos por favor.
Tomó el estuche con sus pertenencias y procedió a maquillarse
rápidamente, ya que no había ido preparada para atender al público.
Daniela se dio cuenta de que su amiga estaba a punto de
colapsar y necesitaba que se calmara, jamás le haría daño.
En los meses que llevaban trabajando juntas, se había ganado
su respeto y su confianza, ya la consideraba una gran amiga. En
más de una oportunidad, se encontró con que Samira adelantaba
parte de las tareas que le correspondían a ella antes de empezar su
turno en la cocina, solo para que no se notara que estaba llegando
con el tiempo bastante justo, y todo porque un mes atrás, le contó
que había tenido que tomar unos turnos extras entre semana en la
guardería para poder ganar un dinero adicional, ya que necesitaba
enviárselo urgente a su familia en Venezuela.
—Sami, tranquila, prometo que no le comentaré esto a nadie,
no voy a permitir que por mi imprudencia tú pagues las
consecuencias.
—Gracias Dani… Discúlpame también por lo que te toca esta
semana.
—No pasa nada, chama… —A la joven no le importaba el
cambio inesperado en sus funciones, porque sabía que eso era algo
temporal.
—Tú odias la cocina —le recordó, estaba muy avergonzada.
—Sí, la detesto —resopló, pero enseguida sonrió—. Sin
embargo, esta semana la soportaré por ti, necesitas que esas
heridas sanen… Además, si mucho lamentas mi triste destino,
podrías compensarlo contándome, con lujo de detalle, la visita de
Renato.
—¡Eres insufrible! Pero tranquila, en el descanso hablamos de
eso. De igual manera mi mano ya está mucho mejor, pienso que
Maite exagera… En un par de días, le pediré que todo vuelva a la
normalidad —hablaba y se apresuraba a guardar el neceser en su
mochila.
Cuando por fin pudo sentarse para comer, jadeó de alivió y
aunque fuera un poco desagradable, se quitó los zapatos porque
tenía los pies tan hinchados y latentes que parecía que hubiesen
triplicado su tamaño.
No habían pasado dos minutos cuando Daniela y Julio la
abordaron, cada uno por un motivo distinto.
—Ya he esperado mucho, habla, habla —dijo Daniela.
—¿Qué pasó hace un rato en la sala? ¿Por qué fue todo ese
barullo? —preguntó Julio César a la vez.
Los tres se miraron y se echaron a reír, pero inmediatamente
los que estaban de pie se movieron; la mesera fue por las bebidas y
el chico fue en busca de los platos de comida para ellos. Cuando
estaban sentados, Samira decidió responder las preguntas de su
amigo.
—Saben que no domino el inglés y me tocó atender a unos
irlandeses que se molestaron porque no comprendía lo que decían.
Pero en lugar de calmarse, hablaban más rápido, lo que a su vez
hacía que menos entendiera lo que me decían… Por eso Maite salió
y se puso de un genio terrible; ya me imagino la que se me viene.
—Es que la bruja hoy está insoportable —masculló Daniela.
—Bueno, es que por el chef me enteré de que el jefe llamó el
viernes para informar que esta semana estaría de vacaciones en
Valparaíso con la mujer y los hijos… —prosiguió Julio—. Por eso
debe estar tan irritable, los celos deben estar corroyéndola por
dentro.
Samira ató cabos con ese comentario y entendió que
seguramente eso fue lo que la impulsó a tener sexo con Rafael.
—Pero es que no tiene derecho a pagar su rabia con nosotros.
¡Me arrecha demasiado! Además, como si ella hablara inglés…
¿Acaso esos turistas no saben que en Chile se habla español? Oye,
estás en mi país, habla mi idioma o vete a la mierda, no puedes
venir con exigencias ni humillaciones si no hablas el idioma local —
estalló Daniela, que solía ser de un carácter bastante fuerte y era
muy directa al decir lo que pensaba—. Es como si yo fuese a Río y
me molestara porque me hablen en portugués… —Bufó por la
molestia.
—Bueno, estoy de acuerdo contigo con respecto a lo de Maite
—intervino Julio César, ya que ese era uno de los temas que más
solían comentar él y Daniela antes de que Samira completara la
triada—, pero tú sabes cómo es esa mujer… ¿O se te olvidó lo que
pasó la navidad pasada?
—¿Navidad? ¿Qué sucedió? —La gitana aún no conocía todos
los cuentos.
—Lo que pasó fue que la esposa e hijos de Don Vicente se
fueron a pasar la temporada con la familia de la señora, lo que
significaba que Maite y él hicieron planes para pasar esas dos
semanas como de luna de miel —explicó el chico bajando la voz, a
la vez que se fijaba en que nadie pasara cerca—, con decirte que
ella estaba tan de buen humor, que nos había permitido hacer una
pequeña reunión al cierre del restaurante el día año nuevo.
—Sí, pero todo se fue al garete al día siguiente de Noche
Buena. —Daniela entró al ruedo, le encantaba el cotilleo—. Cuando
la familia, con suegros incluidos, entraron, con las maletas y
obsequios en mano, gritando: ¡sorpresa!
—Sí, vaya cara avinagrada que puso la bruja; en un minuto
estaba toda risa y al siguiente, quería matar a alguien…
—Seguramente a los que llegaron sin invitación… Te
imaginarás que también nosotros nos quedamos sin celebración.
—A veces me da lástima su situación, se enamoró de alguien
que ya tenía otro compromiso. —En el rostro de Julio se reflejaba el
dolor de saber lo que duele sentir tanto por quién no se debía.
—Hay peleas que están perdidas mucho antes de haber
iniciado —aportó Daniela, sabiendo que ese mensaje también iba
para su amigo, ya que presentía en qué estaba pensando él.
—Bueno, compadezco a Maite de cierta forma. —Samira
suspiró y bajó la vista a su plato pensando en la relación de Renato
y Lara; ella también estaba sobrando ahí—. Pero con respecto a lo
que pasó hoy, me queda claro que debo aprender inglés de
verdad…
—¿Con qué tiempo mujer? ¿Acaso vas a clonarte? —Julio rio,
haciendo a un lado los pesares amorosos y consiguiendo que las
chicas también se rieran.
—¡Hey! Ahora hablemos de algo mucho más importante. —
Dani no podía aguantar más la curiosidad, así que encaró a Samira,
a la vez que la señalaba con un dedo—. Danos un resumen
ejecutivo, ya que nos queda poco tiempo para volver al inframundo,
sobre tu fin de semana fantástico.
—¿Fin de semana fantástico? ¿Qué me estoy perdiendo?
—Pues, que nuestra gitanilla recibió una visita interesante de
Río… —La venezolana dio varias palmaditas como una niña
emocionada.
—No puedo creer que ustedes dos arpías me han tenido todo
este tiempo hablando de Maite cuando podríamos haber invertido
este tiempo en un cuento mucho mejor…
—Te recuerdo que fuiste tú el que preguntó por el espectáculo
de esta mañana.
—Ya, ya, no vayan a discutir como siempre. —Samira le lanzó
una servilleta, mientras reía. Ella estaba agradecida con esos, le
hacían la difícil jornada más leve; procedió a resumirles lo que pasó
desde que vio a Renato el viernes en la noche hasta que lo dejó en
el aeropuerto. Como no pudo entrar en tantos detalles, ya que les
quedaba poco tiempo de descanso, redujo al mínimo el
interrogatorio, y a su vez, sus insinuaciones de que la conexión
entre ella y el payo era innegable, no quería que sus palabras le
dieran alas a sus fantasías.
Había pasado poco más de una semana desde que Renato fue
a visitar a Samira, y a pesar de que hablaban todas las noches,
seguía sin ocurrírsele alguna alternativa para ayudarla sin que ella,
de antemano, no rechazara las opciones que le pudiera plantear.
No habían dejado de hablar esos días, pero las pocas veces en
que pudieron hacer videollamadas, notaba cómo el agotamiento
físico la estaba desgastando cada vez más, se veía mucho más
ojerosa y delgada de lo que la vio estando en Chile. Esas veces
había preferido no hacer comentarios sobre eso para no mortificarla,
sabía que ponerla en evidencia de esa manera, solo conseguiría
que se cerrara y quería evitar que prefiriera no seguir hablando con
él.
Además, también estaba lidiando con un problema familiar que
recién había estallado la noche anterior. Su prima Elizabeth había
regresado a Río, pero ninguno en su familia sabía de su paradero, ni
siquiera le había llamado a su abuelo; su tío Samuel estaba furioso.
Él intentó contactarla para preguntarle dónde estaba, pero ella
solo le envió un mensaje diciéndole que por el momento no iba a
decirlo y que quería que respetaran su decisión, a lo mejor pensó
que seguramente la estaba buscando por petición de su tío y, como
él prefería respetar las elecciones de los demás, solo le escribió otro
mensaje en el que le pedía que se cuidara, que si su integridad
física, mental o emocional no corría riesgo, lo demás no importaba.
No habían pasado ni dos horas, cuando recibió una llamada de
su tío Thor, quien lo puso un poco más al tanto de la situación.
Al parecer, cuando estuvieron de vacaciones, Elizabeth había
conocido a un hombre por el que había perdido la cabeza y con el
que quería vivir en Río, tanto que decidió dejar toda su vida en
Nueva York, incluyendo su carrera como modelo y a su novio Luck.
Él pensó que conocía muy bien a su prima, pero ni en su más
loco sueño se imaginó que ella sería capaz de hacer algo como eso,
sobre todo porque sabía cuánto ella amaba a su familia, y sobre
todo a su tío Samuel.
Antes de finalizar la llamada, le prometió a su tío que no
desistiría con sus intentos de verla y hablar con ella, Thor pensaba
que como ellos eran más cercanos, seguramente él tendría más
oportunidades para que accediera a verlo. Elizabeth era tan
testaruda como su padre, por lo que su tío estaba seguro de que no
querría hablar con ninguno de ellos para que no siguieran con el
tema de que entrara en razón.
Una vez que terminó la llamada, dejó caer el móvil sobre el
escritorio en medio de un bufido, con los talones se apoyó e hizo
rodar la silla, para poder hacerse espacio y se levantó, necesitaba
un respiro, esa mañana estaba siendo toda una pesadilla. No
bastaba con todo el trabajo que aún tenía atrasado, ahora también
se le sumaba las locuras de su familia. Decidió dar un corto paseo,
al tiempo que se masajeaba lentamente la nuca.
Mientras caminaba hacia la puerta, escuchó el aparato vibrar
un par de veces más, pero no quiso acercarse a verlo, por el
momento no quería hablar con ningún otro miembro de su familia. Él
pensaba que estaban armando más alboroto del necesario,
Elizabeth era una adulta que podía tomar sus propias decisiones sin
requerir el permiso de ninguno de ellos; quizá su tío tenía razón al
creer que él era el más cercano a ella, porque en esto no había
manera de que no la comprendiera, si él estuviese en la misma
situación, deseara que lo dejaran en paz.
Luego empezó a sonar el teléfono interno, al parecer, no iba a
tener un minuto de tranquilidad, avanzó de vuelta hacia el escritorio
para atender la llamada, podía vaticinar que se trataba de una de las
gemelas. Sin embargo, antes de que pudiera pulsar el botón del
altavoz, la puerta se abrió intempestivamente, era Liam quien
entraba y detrás se veía a su asistente.
—Ya, no te hagas problemas Drica, Renato no se va a molestar
por mi visita… —hablaba con esa desfachatez que lo caracterizaba.
—Pues sí, me molesta mucho la manera en que acabas de
interrumpir en mi oficina —respondió con el ceño intrincadamente
fruncido, pero que relajó una vez desvió la mirada hacia su asiente
—. No contigo Drica, no te preocupes, conozco perfectamente a
este maleducado y sé que no te dejó tiempo para que lo anunciaras.
—Ves, tú no tendrás problemas… Tienes la suerte de tener por
jefe a un pan de Dios —le dijo poniéndole una mano en el hombro y
dándole un apretón reconfortante. Si bien, nunca había sido tan
interesado en el negocio de su abuelo como lo fue Renato desde
niño, había estado ahí las veces suficiente como para conocer y
tener una relación cordial con la mayoría de los empleados de la
oficina central, los que prácticamente los vieron crecer a todos ellos.
La señora le sonrió, Liam tenía razón, ella conocía muy bien el
carácter de Renato, era uno más de sus hijos, uno muy comprensivo
y respetuoso.
—¿Puedo retirarme? —preguntó y Renato le regaló un
asentimiento—. ¿Desean que les envíe algo?
—Para mí un negroni, por favor —pidió Liam.
—No le hagas caso Drica, no necesitamos nada… Liam no se
quedará por más de un minuto —comentó Renato—. A mi oficina no
vas a venir a tomar licor, ¿te has dado cuenta de que ni siquiera es
mediodía?
—Está bien —farfulló alzando las manos pidiendo paz—. Tu
oficina, tus reglas. De todas maneras, gracias Drica.
La asistente le regaló una sonrisa cariñosa y se marchó.
—¿Se puede saber qué haces aquí? —inquirió Renato, que no
tenía tiempo para ese tipo de visitas.
—Está pasando algo muy serio y tenemos que encargarnos de
eso…
—Déjame adivinar, es con respecto a Elizabeth, ¿verdad?
Supongo que ya tío Samuel te llamó —exhaló, llevándose las manos
a los bolsillos, mientras seguía de pie a un lado del escritorio.
—No, fui yo quien se comunicó con él cuando me enteré de lo
que está pasando. Y de más está decir que le doy toda la razón,
Elizabeth está saliendo con un tipo que no conocemos, no sabemos
sus intenciones, ni siquiera sabemos si verdaderamente está bien,
porque la llamé, pero no respondió, solo me mandó unos pocos
mensajes… ¿No te parece extraño? ¿Qué nos asegura que está
viva? Quizá ni siquiera sea ella la que escriba…
—¡Ay, ya! —resolló Renato, tratando de controlar la risa, ante lo
absurdo que le parecía el asunto—. Dejaste que tío Samuel te
infestara la cabeza con sus suposiciones…
—Tiene razón, Renato, debemos ayudarle, ver si Elizabeth está
bien, creo que sé quién es el tipo y necesito que vengas conmigo,
será mejor si lo enfrentamos entre los dos.
—¿Y desde cuándo somos matones? —Sonrío incrédulo—.
Esto es demasiado exagerado… ¿Abuelo sabe de esta locura que
piensas hacer?
—No tiene por qué saberlo, además, yo solo quiero ayudar a la
familia… quitarle un poco de preocupación a tío.
—Eres tan impulso como tío Samuel, sin olvidar lo celosos y
desconfiados que son… conmigo no cuentes.
—Vamos, Renato, Elizabeth es tu prima… ¿O vas a darle la
espalda a la familia?
—Eres consciente de que te escuchas como un gánster, lo que
has dicho parece que lo sacaste de «El Padrino»
—No jodas Renatinho, necesito que me acompañes.
—¿Para qué? Sabes que si voy contigo no me involucraré con
tus métodos de actuar… Estoy seguro de que vas a llegar con todas
las intenciones de golpearlo o amenazarlo… Y no me digas que no
es así porque es lo que sueles hacer con los pretendientes de Hera
y Helena… Por eso te detestan, porque eres insoportable.
—Ellas no me detestan… solo lo fingen, pero en el fondo están
agradecidas porque bastantes gusanos que les he quitado de
encima…
—Que no se diferenciaban en nada a ti, eres del tipo de
«gusanos» que no quieres para tus tías.
—Eso es otra cosa, no sigamos perdiendo el tiempo… —
Avanzó varios pasos y lo tomó por el brazo—. Vamos, será rápido.
—Tengo trabajo que hacer, no tengo tiempo para estas
tonterías —dijo zafándose.
—Vamos Renato, no me iré de aquí hasta que cambies de
opinión y no te dejaré hacer otra cosa que escucharme…
—Llamaré a seguridad.
—Llámala. —Caminó al sofá y se dejó caer acostado.
—En serio, ¿no te molesta ser tan insoportable? —resopló
hastiado.
—En absoluto. —Cruzó los brazos bajó la cabeza y cerró los
ojos.
Renato comprendió que no podía hacer nada para que su
hermano lo dejara en paz, lo conocía y sabía que lo mejor en este
momento era seguirle la corriente, por lo que con un movimiento
busco agarró el móvil.
—Está bien, vamos. —Caminó con largas zancadas hacia la
salida, pudo escuchar a Liam levantarse y seguirlo—, pero no lo
hago por ti, lo hago para que tío Samuel esté más tranquilo.
—Es lo que quiero, asegurarme bien quién es el tipo, para
poder tranquilizar a tío Sam.
—Drica, regreso en una hora —avisó Renato, mientras pasaba
frente a su escritorio.
—Está bien, Renato.
—Adiós Drica, después vuelvo y me tomó el negroni, aquí
contigo. —Se despidió Liam con su infaltable sonrisa descarada.
La asistente solo sonrió.
Renato entró al ascensor, pulsó el botón del estacionamiento,
pero Liam apretó el de planta baja.
—Mejor vamos en mi auto, lo dejé afuera.
—¿Quién crees que es el tipo?
—Es uno que va a la academia de Capoeira.
—¿Lo conoces?
Afuera los esperaba el llamativo Bentley Bacalar dorado, tan
excéntrico como el dueño.
—No, no tengo ni puta idea de quién es, pero lo vi con Eli en un
club hace tiempo, lo único que sé es que va a la academia, pero en
cuanto lo vea, lo reconoceré… —hablaba, al tiempo que subía al
asiento del conductor.
Renato se acomodaba en el del copiloto, pero dio un respingo
cundo Liam encendió el auto y se escuchó la música estridente que
estaba escuchando su hermano, en cuanto salió de la impresión,
bajó el volumen al sonido.
—Parece que no te cansas de coleccionar multas —dijo con
tono de regaño.
—Lo veo como un aporte más para la ciudad. —Sonrió de oreja
a oreja. Pulsó el botón que hizo que el compartimiento trasero se
desplazara y empezó a cubrir la parte superior del deportivo.
Renato negó con la cabeza. No entendía cómo ellos
compartían el mismo ADN siendo tan diferentes.
—Si ese hombre va a la academia, seguramente Bruno lo
conoce, ¿no crees que es más fácil llamar y preguntarle? —razonó
el menor de los Medeiros.
—Lo mismo pensé, pero no quiero que lo ponga sobre aviso…
—Te advierto que no quiero violencia, recuerda que solo vamos
a ver si es con ese que está Elizabeth, nada más.
—Tranquilo, no voy en busca de problemas, solo quiero ver si
es un buen hombre, solo eso.
A Renato poco le convenció el tono de voz de Liam, sabía que
era explosivo y que cualquier cosa lo podía hacer estallar, solo
esperaba que el hombre al que iban a enfrentar no tuviera su mismo
genio, pero en dado caso de que llegaran a las manos, él no se
metería, ya se lo había advertido a su hermano. Cuando el auto se
detuvo frente a un semáforo la mirada de Renato, captó a una mujer
en la acera, estaba sentada sobre un canga , con un pañuelo en el
cabeza y una falda larga, en compañía de una jovencita que debía
tener unos trece años y de contextura delgada.
De inmediato reconoció a la gitana mayor, era la abuela de
Samira y probablemente la jovencita que la acompañaba era una de
sus hermanas.
Se quedó mirándolas, mientras la anciana le miraba la palma
de la mano a una mujer morena de prominentes caderas, que se
mostraba bastante concentrada en lo que aquella gitana le decía.
Si hubiese estado solo, habría aprovechado la oportunidad para
tomarle una foto y se la enviaría a la gitanita; no se creía con el valor
para bajarse y hablar con la señora, después de todo, estaba
completamente seguro de que él no le agradaba a la mujer, desde
que la conoció siempre sintió recelo por la ayuda que le había
brindado a su nieta, no le extrañaría que no quisiera que ellos
siguieran en contacto.
—¿Acaso quieres leerte la suerte? —preguntó Liam burlón al
percatarse de hacia dónde estaba viendo.
Entonces Renato desvió la mirada al frente e ignoró el
comentario de su hermano.
Una vez llegaron a la academia, esperaron en el
estacionamiento a que terminara la clase y en cuanto empezaron a
salir los capoeiristas, Liam le tocó el brazo para indicarle que debían
bajar, ya que Renato estaba sumido en el teléfono intentando
responder algunos correos que debía enviar antes de que acabara
el día.
Bajaron y avanzaron hasta la entrada, casi todos los conocían,
por supuesto, más a Liam que a él, ya que solían frecuentar los
mismos lugares como fiestas o restaurante, la mayoría eran
herederos de la élite carioca o de los empresarios que mantenían la
economía del país.
Su hermano saludó de besos a varias chicas con las que había
tenido algún romance fugaz. A él se limitaban a saludarlo de lejos
con la mano; los que solo lo conocían por pertenecer a la familia
Garnett creían que era antipático, otros pensaban que era un esnob
que se creía mejor que los demás, pero un grupo reducido, los más
cercanos a su familia, sabía que no le gustaba el contacto y que
sufría de ansiedad al estar rodeado de muchas personas.
Liam se tensó al ver salir al hombre con el que vio a Elizabeth
en la discoteca tiempo atrás, de inmediato lo abordó y le pidió que lo
acompañara, el tipo parecía muy desconcertado.
Renato prefirió mantener la distancia, observando cómo su
hermano le hacía preguntas, a las que el hombre rubio rapado de
ojos grises negaba con la cabeza.
Tras varios minutos de interrogatorio, le pareció ver que se
despedía de manera amistosa con un apretón de manos y
regresaba junto a él.
—Algo raro está pasando, el tipo me aseguró que no sabe nada
de Elizabeth desde la última vez que vino a Río con la familia, que sí
son amigos, pero que no tienen ninguna relación más allá de eso —
comentó Liam, de camino al estacionamiento.
—Entonces, he venido a perder mi tiempo… —suspiró Renato.
—Tenía que asegurarme, ahora no sé qué le voy a decir a tío
Sam.
—Nada, no le digas nada, deja que él solo investigue, tiene a
gente que puede hacer eso… —comentó, pero fue interrumpido por
Liam.
—¡Malditos pájaros! —estalló al ver excremento en el capó del
auto.
Renato sonrió, disfrutando por un instante de la frustración de
su hermano y subió al auto.
—Pásame los pañuelos que están en la guantera.
Al abrir el compartimiento Renato no solo se topó con una caja
de pañuelos, también había un par de cajas de preservativos, otra
de cigarros y de chiclés. No quiso imaginarse cuántas veces el
dueño había tenido sexo ahí, o si al menos se tomaba la molestia de
limpiar una vez terminaba. No deseaba suponer que estaba sentado
o tocando algún espacio donde hubo rastros de los fluidos sexuales
ya secos de su hermano y quien sabe qué desconocida, así que con
mucho asco del lugar donde estaba sentado, tiró de un par de
pañuelos y se los entregó.
Liam limpió el capó, luego arrojó las servilletas a la papelera
más cercana y se subió. En el camino de regreso al grupo EMX,
aprovechó para conversar con su acompañante, cada vez que tenía
la oportunidad, buscaba la manera de que viera que se interesaba
en su vida, pero Renato no lo veía de esa manera, él consideraba
que solo lo hacía por apariencia o para burlarse de su vida tan nula.
Por eso prefirió hablar de los temas que consideraba seguros, como
lo eran el trabajo y los estudios.
CAPITULO 23
Samira se enjuagó la cara con agua helada para despertar,
porque estaba demasiado agotada y su cuerpo solo le pedía
descansar un poco más. Se observaba en el espejo mientras se
cepillaba los dientes. Debía admitirlo, lucía mal, muy mal.
Si su abuela y madre pudieran verla, llorarían de tristeza e
impotencia y su padre se regodearía al decirle una y otra vez que
tenía razón, que los payos solo usaban a los gitanos para tratarlos
como esclavos, seguramente para él no importaría que ella le
explicara un millón de veces que estaba así por su propia voluntad,
que nadie le había obligado a trabajar por tantas horas. Su aspecto
hablaría por ella y para él esa sería razón suficiente.
A pesar de que se alimentaba bien, su clavícula se marcaba
mucho más de lo habitual, sus pequeños senos casi que habían
desaparecido y su cabeza parecía enorme en comparación con el
resto de su cuerpo, que ya por naturaleza era delgado.
Quería ponerse a llorar, pero eso solo intensificaría sus ojeras y
tampoco tenía tiempo para lamentarse, debía empezar a ducharse o
se le haría tarde y debía estar una hora antes del horario normal,
porque Maite les había solicitado la ayuda de todos para decorar el
restaurante para las Fiestas Patrias que serían en unas tres
semanas. Pensaba que todo ese sacrificio valdría la pena más
adelante.
Salió del baño y casi de un solo trago se bebió una lata de
bebida energética, porque ya el café no era suficiente para
mantenerla despierta.
Se vistió y se maquilló, tratando de ocultar lo mejor que pudo
las grandes marcas del cansancio acumulado, preparó su mochila y
se marchó a cumplir una vez más con sus obligaciones.
En cuanto llegó no le dio tiempo de saludar a sus compañeros
cuando la supervisora los atiborró con guirnaldas y globos en
colores azul, blanco y rojo, además de banderas y centros de mesa
alusivos a las festividades.
A pesar del agotamiento le agradaba mucho compartir con sus
compañeros, porque con ellos se reía tanto que se olvidaba, por
momentos, lo mucho que deseaba una almohada y un colchón en el
cuál dormir por una semana seguida.
Fue demasiado ilusa hace un par de semanas cuando Maite se
preocupó por sus heridas, en ese momento pensó que de alguna
manera había cambiado y genuinamente empezaría a tratarla bien,
pero no fue más que una pantalla de humo, ya que una vez que se
aseguró de que ella no diría nada, la siguió tratándola tan
despectivamente como lo había hecho desde el primer día.
Una hora después casi habían terminado con la decoración,
faltaban pocas cosas, pero podrían terminarlo por la noche, ahora lo
primordial era empezar con la jornada laboral.
Estaban satisfechos con el resultado, no podían negar que
había quedado muy bonito, incluso, desde ya estaban planeando lo
que harían durante esos días. Mario les propuso ir por lo menos un
día a la Piojera, Samira no estaba muy segura de ir a algún sitio,
probablemente aprovecharía para descansar.
Renato estaba en una reunión en la que no le competía hacer
acto de presencia, pero debía cubrir a su tía Hera, quien había
viajado con su equipo de trabajo a Colombia, para discutir sobre una
caja de inversión de 450 millones de dólares con el fin de continuar
con el desarrollo de estudios y adecuaciones de la mina ubicada en
la Guajira, así como todo el proyecto de infraestructura.
En esa reunión estaban tocando muchos temas importantes; no
obstante, lo que captó su atención fue enterarse de que, en la sede
del grupo ubicada en Santiago, estaban solicitando personal para
recepción y asistentes administrativos, ya que algunos habían sido
transferidos a la sede en San Pedro de Atacama.
Fue un comentario casi irrelevante, tan solo para que algunos
de los administrativos lo supieran debido a que se habían retrasado
algunos procesos por no haber quién recibiera en Chile ciertas
informaciones que se le enviaban a algunas personas que dejaron
esas vacantes, pero como eso quedaba a cargo del gerente de
Recursos Humanos de cada sede local, debían esperar hasta que
ellos cubrieran esos puestos. De inmediato Renato entendió que
esa era la oportunidad que tanto había buscado para ayudar a
Samira, pero lo primero que debía hacer era informarse sobre
cuáles eran los perfiles que solicitaban para saber si su amiga los
cumplía; lo que menos deseaba era ilusionarla con algo que
realmente no estaba a su alcance.
Solo esperaba que ella no pusiera algún tipo de queja cuando
se lo contara, ya que no le estaba ofreciendo dinero… bueno, por lo
menos no directamente, estaría recibiendo un sueldo por su trabajo
al formar parte de la nómina del conglomerado.
Se moría por hacer las llamadas necesarias, bien sabía que
esas vacantes debían ser cubiertas lo antes posible.
Miró el reloj, aún le quedaba media hora más ahí, así que
decidió escribirle a Drica por la mensajería instantánea interna, le
pidió que contactara con el gerente de Recursos Humanos de
Cooper Mining en Santiago y que le solicitara que le apartara veinte
minutos al finalizar esa reunión infernal para tratar un asunto
urgente con él. No le quiso dar más detalles a su asistente, porque
si bien confiaba totalmente en ella, este era un tema que quería
manejar con la mayor confidencialidad posible, nunca había usado
sus influencias, por lo que no sabía cómo sería percibido por el resto
de los directivos ni por su abuelo o tías.
Cuando por fin terminó la reunión, fue el primero en levantarse,
se despidió y se marchó raudamente a su oficina para realizar la
llamada. Como él tenía todos los datos importantes del perfil de
Samira, pudo hablar por ella sobre su experiencia, sus estudios y
sus metas.
Todo iba de maravilla hasta que el gerente le explicó que los
cargos disponibles requerían que los candidatos tuvieran por lo
menos un grado técnico. Al escucharlo, Renato se paralizó, contra
eso no había nada que pudiera hacer; no podía creer que
justamente la gitana se estaba dejando la vida con ese horario de
mierda para poder sacarse un técnico, y ahora, por no tenerlo iba a
perder esta oportunidad. Un sentimiento de desolación lo invadió por
completo, sentía que la había defraudado. Se pasó la mano por la
cara, empezó a mirar alrededor de su oficina, como buscando
alguna respuesta. Habían pasado un par de minutos en los que
Renato no dijo nada y Novaes, el gerente con el que hablaba creyó
que se había caído la llamada, le preguntó si aún se encontraba en
línea y fue cuando al carioca vio una fotografía que tenía en una de
las estanterías en la que salía toda la familia y entendió lo que tenía
que hacer.
Cuando volvió a hablar estaba muy nervioso, tanto que las
primeras palabras le salieron con un ligero tartamudeo, pero respiró
profundo y le explicó al gerente que esta era una solicitud que no
era opcional, que, como miembro del Consejo de Accionistas,
director de Finanzas y nieto del dueño tenía la potestad para exigir
que la contrataran.
Su interlocutor no puso ninguna queja y le dijo que le pasara los
datos de contacto de la muchacha para agendar una cita con ella y
empezar con el procedimiento de ingreso. Renato se sintió mal por
haber hecho uso de su posición, por eso antes de colgar la llamada
se disculpó y le garantizó que la chica por la que estaba
intercediendo no lo iba a defraudar y que lo único que necesitaba
era una oportunidad para labrarse un futuro mejor.
Al colgar necesitó marcarle a Samira de inmediato.
—¡Mierda! —explotó al recordar que ella no podía atenderle,
porque debía estar trabajando y no saldría ni vería sus mensajes
hasta las diez de la noche.
Eso era demasiado tiempo, no podía esperar tanto, quería
contarle todo antes de que la llamaran y la tomaran por sorpresa,
estaba tan acelerado producto de la emoción y la adrenalina que le
recorría su torrente sanguíneo, que la impaciencia no lo estaba
dejando razonar con normalidad. En cualquier otra ocasión hubiera
actuado con mesura y se habría esperado para hablarle en cuanto
ella estuviera ya en su casa. Pero una necesidad casi visceral lo
hizo entrar en la página web de la misma aerolínea con la que había
viajado hace unas semanas atrás. Así que sin siquiera razonarlo se
compró el pasaje más próximo de ese día con destino a Santiago.
Una vez finalizada toda la transacción le pidió a su asistente
que entrara.
—Drica, se me ha presentado un asunto muy importante,
cancela mi agenda por lo que resta de día y también lo que tenga
para mañana… —Mientras cerraba su portátil y la guardaba en su
maletín, notó la turbación en la cara de la mujer, ella estaba
boqueando, quizá buscaba las palabras adecuadas para recordarle
que él estaba supliendo a su tía en varias tareas ineludibles—. Sé
que tengo cosas importantes que atender, pero estoy seguro de que
se puede reprogramar todo, el jueves y viernes extiende mi horario
hasta las nueve y si falta algo por reorganizar, puedes disponer del
sábado hasta las seis de la tarde.
—Está bien, eso haré —dijo asintiendo, mostrándose todavía
perturbada.
—Gracias, Drica. —Se hizo del maletín y caminó a la salida—.
Cualquier cosa que ocurra que requiera de mi atención inmediata,
puedes contactarme a mi móvil.
Con la premura que lo instaba, bajó al estacionamiento, subió a
la SUV y fue a su apartamento a por una bufada y un abrigo, no
tenía tiempo para nada más, si necesitaba algo ya lo solicitaría en el
hotel en Santiago.
Tampoco iba a perder tiempo esperando a un taxi, subió de
nuevo al vehículo, condujo hasta el Santos Dumont y dejó la SUV en
el estacionamiento de renta por días.
Llegó con el tiempo justo para pasar a la sala de embarque,
esperaba aterrizar antes de las seis de la tarde y buscaría la forma
de hablar con la chica antes de que terminara su jornada, estaba
seguro de que iba a necesitar convencerla de que esta oportunidad
no podía desaprovecharla.
Samira regresaba de su cena en la que había aprovechado al
máximo el tiempo del que disponía para darle más lecciones a
Renaud, ella notaba el entusiasmo y dedicación que él le daba a
estas clases, porque había conseguido leer algunas frases
completas de corrido y siempre hacía todas las tareas que le
asignaba. El haitiano no paraba de decirle que lo que más lo hacía
feliz era saber que ahora podía ayudarle a su niña, quien también
estaba aprendiendo a leer.
A cinco minutos para que finalizara su descanso, dio por
concluida la lección de esa noche, fue a cepillarse los dientes, se
retocó un poco el maquillaje y corrió al salón para seguir atendiendo
las mesas.
—Ya puedes ir a comer —dijo avanzando hasta Viviana—.
¿Algo pendiente?
—Aún me falta recoger la mesa siete, pero si quieres hago eso
y tú encárgate de tomar el pedido del caballero de la mesa doce —
comentó con urgencia, iba cargada con una bandeja con platos de
una mesa que acababa de limpiar.
—Ve a comer, yo me encargo de limpiar y luego atiendo la
doce.
—¡Gracias! —Viviana chilló emocionada—. Estoy hambrienta.
—No es nada —declaró Samira con una afable sonrisa, le dio
unos golpecitos en el hombro a su compañera y fue a recoger la
mesa con bandeja en mano.
Puso sobre la charola los platos, vasos y salsas, recogió las
servilletas, desinfectó y limpió la superficie, todo con la agilidad que
había adquirido de tanto practicar.
No quería que el cliente pensara que lo haría esperar más de la
cuenta, por lo que caminó para avisarle que enseguida lo atendería.
Cuando estaba a un par de pasos de distancia algo en la silueta del
hombre le llamó la atención, aturdida pensó que el cansancio le
estaba jugando una mala una broma.
Pero cuando llegó a su destino, se dio cuenta de que no eran
alucinaciones; el frenesí se apoderó de todo su cuerpo por la
sorpresa, acelerando su corazón y cubriéndola de una dicha infinita
que hizo que se olvidara de lo que llevaba encima, por lo que todo
se le escapó de las manos, causando un estruendo de porcelana
que llamó la atención de las personas que estaban en el lugar.
Renato sobresaltado se volvió para ver qué había ocurrido y se
encontró a una Samira totalmente aturdida; ella al salir del trance, se
acuclilló para recoger el desastre con manos temblorosas, no
terminaba de escapar de su asombro, además, sabía que Maite
seguramente había escuchado el escándalo que se había producido
por su torpeza y desde luego que no tardaría en aparecer para
regañarla.
—¿Qué…qué haces aquí? —preguntó casi sin voz.
Renato se levantó y se agachó frente a ella para ayudarle,
necesitaba mirarla a los ojos para saber que estaba bien.
—Ten cuidado, no vayas a lastimarte, es mejor usar una
escoba y una pala —sugirió él, tratando de captar la mirada de la
gitanita que tanto había echado de menos.
—¿Por qué no me dijiste que vendrías?
—Necesitaba hablarte, es urgente…
—¿Pasó algo? —Los nervios se le desbordaron, pensando que
su abuela había ido a verlo para pedirle que la dejara en paz, como
ya lo había sugerido por teléfono.
—¿Qué es este desastre, Samira? —interrumpió Maite con un
tono bastante fuerte.
—Lo siento, se me resbaló, pero ya casi termino… —habló
rápidamente, quería evitar que su supervisora hiciera algún tipo de
escena frente a Renato, por eso levantó la bandeja, aunque todavía
había restos de la porcelana rota esparcidas por el lugar.
—Disculpe, fue mi culpa, la tropecé —intervino Renato,
sintiéndose incómodo ante la dura mirada de la mujer que había
llegado, sintió que debía ayudarla de alguna manera intentaba
salvar a Samira—. Pagaré por los daños.
—Lleva eso a la cocina de inmediato y pídele a Renaud que
venga a limpiar este desastre —continuó Maite, casi sin hacerle
caso al chico que estaba intentando justificar la idiotez de la gitana.
Samira solo asintió continuamente, producto de los nervios, le
echó un último vistazo a Renato y se marchó rauda y en tensión, se
sentía muy avergonzada con él.
—No tiene de qué preocuparse. —El protocolo le exigía ser
educada y formal con los clientes, pero su tono de voz distaba
totalmente de la intención—. Tome asiento, por favor, enseguida
vendrá alguien más a tomar su pedido.
—En realidad, me gustaría que fuese esa misma chica.
—Ella estará ocupada, así que, vendrá alguien más a tomar su
pedido. —Fue tajante. Había reconocido al hombre, sabía que era el
que estaba esperándola a la salida del trabajo hace un par de
semanas atrás. Sin dejar que él pudiera protestar se dio media
vuelta y se marchó. En cuanto atravesó la puerta que conectaba la
cocina con el salón, se topó con Rafael—. Ve a tomar el pedido del
cliente de la mesa doce.
—Yo puedo hacerlo —dijo Samira que había corrido con la
intención de regresar dónde había dejado a Renato. —Ya di una
orden, Rafael ve a atenderlo —repitió Maite con tono imperativo—,
Renaud, apúrate y recoge todo el estropicio que causó esta… —Se
giró a ver a la gitana con tanto odio, que la chica pensó que le iban a
salir rayos láseres de los ojos y la desintegraría en el acto—. Y tú
ven conmigo, ya.
La supervisora le hizo señas a la joven, para que la siguiera a
su oficina.
Samira se volvió a mirar por encima del hombro a sus
compañeros en la cocina, todos le dedicaron miradas de lástima, lo
que la hizo sentir como si fuera un cordero camino al matadero.
En cuanto entraron le ordenó que cerrara la puerta mientras
ella se posicionaba detrás de su escritorio.
Como era de suponer Maite le dio una retahíla, explayándose
en humillaciones, falsas suposiciones, imposiciones y como guinda
del pastel le dejó claro que se le descontaría del sueldo todo lo que
se había roto.
—¿Hasta cuándo voy a tener que soportar tus torpezas?
¿Acaso eres idiota? Seguramente estabas más pendiente del
hombre ese que de tus obligaciones. No pienses ni por un momento
que me creí el cuentito ese de que él te tropezó, vas a pagar todo lo
que rompiste.
—Lo entiendo, ¿puedo pagarlo por cuotas? Es que… recién
pagué lo de los encurtidos y aún no he completado el mes de la
pieza donde vivo.
—No, será descontado completo —exigió—. Eso te enseñará a
estar pendiente de lo que haces y a no volver a invitar a ninguno de
tus amiguitos al establecimiento en tu horario laboral… Estoy siendo
bastante condescendiente contigo, puesto que has infringido una de
las principales reglas.
Samira sentía tanta rabia que deseaba gritarle que se callara y
darle una fuerte bofetada, pero no podía hacer nada porque si lo
hacía no solo la pondría de patitas en la calle, sino que también la
denunciaría por agresión. «Con que ganas te mandaría a la mierda
en este momento», pensaba la gitana, mientras bajaba los ojos para
que su supervisora no leyera en ellos sus emociones, no quería
darle el gusto de ver cuánto la estaba alterando.
—No lo he invitado, vino porque al parecer se ha presentado
una emergencia… —dijo con los dientes apretados y subiendo la
mirada para verla fijamente—. Solo necesito cinco minutos para que
pueda decirme qué ha ocurrido, prácticamente no hay clientes —
insistió, odiaba tener que pedirle algo, pero necesitaba el permiso
para hablar con Renato antes de que se acabara su turno, estaba
muy preocupaba, no sabía qué podía haber pasado para que él se
presentara de esa manera en su trabajo y de improvisto.
—El tiempo aquí no se regala, si deseas los cinco minutos
tendré que descontarte la hora…
Quiso gritarle que le descontara la maldita hora, que no era
más que una miserable resentida, pero inspiró hondamente para
calmarse y no arrepentirse de abrir la boca.
—Está bien, puedes descontarla. —Su voz tembló por la rabia y
la impotencia. Con todo lo que Maite iba a quitarle tendría que
recurrir a lo que había ahorrado para poder cubrir los gastos de ese
mes.
—Cinco minutos, luego lo despides y regresas a tus
ocupaciones.
—Gracias —masculló, aunque esa palabra le supo amarga.
Salió de la oficina y en cuanto cerró la puerta, un par de
lágrimas de ira se le desbordaron, pero de inmediato se las limpió y
resopló en busca de calma. Justo cuando empujó una de las puertas
batientes que daban al salón, parapetó una gran sonrisa y fue a
donde estaba Renato, junto a Rafael que estaba sacándole
conversación.
Samira rumió «entrometido», porque ya conocía muy bien la
curiosidad de su compañero.
—Aquí viene la doncella —dijo el dominicano con una amplia
sonrisa. Se volvió hacia Renato y le ofreció la mano para despedirse
—. Un placer… te dejo en buenas manos.
—Gracias —respondió Renato, algo aturdido. Desde que el
joven se le acercó, lo abrumó con preguntas hasta que consiguió
sacarle de qué hablar y el terreno más seguro fue: Punta Cana.
En cuanto se quedaron a solas, se topó con los grandes ojos
de un azul casi idéntico al del cielo, cargados de angustia y que no
se apartaron de ella mientras la seguía hasta que se sentó frente a
él.
—Lo lamento, ¿estás bien? —preguntó con el tono de voz más
dulce que le permitía la situación.
Samira asintió con la cabeza, le costaba pronunciar palabra
alguna, tenerlo cerca hacía que se olvidara hasta de respirar. Pero
recordó donde estaba y que en cualquier momento su jefa volvería a
salir y no quería que la gritara nuevamente frente a él.
—Solo tengo cinco minutos —le coment ó . Estoy con el
alma en vilo, ¿le pasó algo a mi familia? ¿Es mi abuela? ¿Qué es
eso tan importante qué te hizo venir tan pronto?
—Cinco minutos no son suficientes para lo que debo decirte y
no quiero seguir causándote inconvenientes, podemos hablar en
cuanto termines aquí… ¿te parece?
—Renato, no me puedes dejar así, si ya estás aquí dime si
pasó algo malo. —La ansiedad la estaba matando, tanto que no
midió el tono con el que le había hablado.
—No es nada malo, te lo prometo, no tiene que ver con tu
familia. Lo que necesitamos hablar es bueno, muy bueno… Sobre
todo, ahora que me he dado cuenta de algo que me tiene furioso…
—Aunque su voz era mansa sus ojos centelleaban.
—Si es por lo de la supervisora, todo está bien…
—¿Te reprendió? Yo le dije que voy a pagar por los daños. —
Estiró sus manos y tomó una de ella.
—No, créeme, todo está bien —sonrió—. Maite comprendió
que fue un accidente, no pasa nada. —No lo dijo por defender a la
víbora de su jefa, sino por no mortificar a Renato, no quería que se
sintiera culpable por lo que había pasado.
—Aunque lo digas, no me tranquiliza, no me gustó la forma en
que te habló, nadie merece nunca que lo traten así… pero no quiero
presionarte ni nada por el estilo, te esperaré afuera.
—Aún falta un par de horas para que salga, será mejor que
vayas a descansar y regreses cuando ya esté por terminar mi turno
—le aconsejó.
—Está bien —con infinito cariño le frotó la mano y se la soltó—.
Nos vemos en un rato.
—¡Estás loco! No puedo creerme que estés aquí tan pronto —
contestó ella en cuanto se pusieron de pie, reparando que debajo de
esa gabardina llevaba puesto uno de esos finos trajes que usaba
para ir al trabajo.
—¿En serio crees que dos semanas han sido poco tiempo?
Porque a mí no me lo pareció.
Samira por poco y toca el cielo con las manos. Desde el
instante en que él se marchó, sentía que le faltaba el aire, que nada
le sabía igual, su vida se había convertido en una tortura. Por eso,
escucharlo decir, eso era como aspirar una bocanada de aire fresco.
—Tienes razón. —Sonrió con las mariposas haciendo estragos
en todo su cuerpo—. Ahora ve a descansar un rato. —Tenía ganas
de despedirlo con un beso en la mejilla, pero era el lugar menos
indicado para hacerlo, así que le dijo adiós con la mano.
CAPITULO 24
En cuanto Samira lo invitó a pasar al diminuto apartamento, a él
le pareció más pequeño que la vez anterior, a pesar de que estaba
exactamente igual, tenía los mismos muebles, quizá lo único
diferente era la ropa de cama, que era en color gris, coral y blanco.
Claro, todo estaba muy ordenado e impecable, lo que le hacía
cuestionarse cómo ella, que prácticamente pasaba sus días en
aquel restaurante, conseguía tiempo para tener su hogar así.
—No hace falta que te lo diga, pero por si lo has olvidado,
siéntete como en casa —dijo Samira, dejando en la encimera de la
cocina la mochila y las llaves. Buscó su móvil para escribirle a
Ramona y avisarle que había llegado.
Renato se quitó la gabardina, la bufanda y los dejó en el
perchero junto a la entrada, luego caminó los escasos metros que
distaba del sofá y se sentó.
Una vez que hubo mandado el mensaje, dejó el teléfono al lado
de las llaves, se quitó el abrigo, la bufanda y el gorro, los colgó al
lado de las prendas de Renato y caminó hasta la silla de su
comedor personal, la volvió de frente a él y se sentó ahí.
—¿Ahora sí vas a decirme por qué estás aquí un martes?
¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme? —preguntó, él
muy malvado la había mantenido en suspenso durante todo el
camino del trabajo a casa. Solo le había asegurado una y otra vez
que no era nada malo.
—¿No quieres ducharte primero? —mencionó, recargando los
codos sobre sus muslos, dejando caer sobre ellos el peso de su
torso—. Me gustaría que estuvieras relajada.
—Necesito saberlo ahora… ¡Deja de torturarme!
—Está bien, por lo menos ponte un poco más cómoda. —Con
un ademán de su mano le pidió que se sentara a su lado.
Samira se levantó y fue hacia él, sentándose a su lado, muy
cerca, ni siquiera se detuvo a pensarlo, lo tomó por la muñeca e hizo
que levantara el brazo, llevándolo por encima de sus hombros, se
acomodó muy pegada a él y permitió que su cabeza descansara
sobre su tibio pecho.
Renato se tensó, no esperaba esa iniciativa por parte de ella,
pero aun así, la apretó fuerte contra él, aferrándola a su cuerpo.
—Disculpa que te haga soportar el olor a fritura de mi pelo —
suspiró, cerrando los ojos, reconfortada por el calor que desprendía
Renato.
—Tranquila, solo me has abierto el apetito —comentó, tratando
de parecer divertido, a la vez que intentaba que ella no notara lo
nervioso que se encontraba.
Al final chasqueó la lengua y se rindió a la necesidad que
sentía de demostrarle cuánto la había echado de menos, por lo que,
se atrevió a darle un fugaz beso en la coronilla.
Samira soltó una risita y le dio un suave puñetazo en el
abdomen, él jadeó falsamente y después sonrió.
—Dime rápido lo que tengas que decirme, porque estoy a punto
de quedarme dormida. —Volvió a suspirar y restregó su mejilla
contra el pecho de Renato, disfrutando de su exquisito perfume.
—Conseguí la solución perfecta a todos tus problemas
laborales. Y no puedes decirme que no…
De inmediato ella se apartó para poder encararlo y empezó a
negar con la cabeza, pero le dio risa que él a su vez asentía con
cara de travieso.
—Solo escucha…. ¿Puedes hacerlo? —preguntó, intentando
tranquilizarla.
Soltando un largo suspiro se dio por vencida, asintió con la
cabeza, se sentía demasiado extenuada como para ser testaruda.
—Es la oportunidad perfecta para ti, sabes que aquí hay sedes
de la empresa en la que trabajo…
—De la empresa de tu abuelo —masculló, interviniendo.
—Así es, de la empresa de mi abuelo, pero no totalmente de él,
son una fusión entre la empresa de mi familia, una canadiense y
otra chilena…
—No sé nada de minería, nada de nada… —Negaba con la
cabeza y con las manos.
—No tienes que saberlo, hoy me enteré de que están buscando
asistentes y recepcionistas… Ambas son buenas opciones para ti,
porque sabes español y portugués, además, eres educada y tienes
un léxico bastante pulido…
—Pero no entiendo el tema, y ya tengo un trabajo.
—Yo puedo instruirte sobre lo que necesitas saber, que créeme,
no es mucho, porque tus funciones serán más bien ligadas al óptimo
rendimiento de la gerencia en la que estarás… Y sí, ahora tienes un
trabajo, pero es uno en el que te están explotando, y no nos
olvidemos lo que hoy descubrí… Tu supervisora es una persona
déspota y desagradecida, sobre todo teniendo en cuenta todo lo que
estás haciendo… Solo me bastó menos de un minuto para
entenderlo…
Samira bajó la cabeza, en un intento por esconder la vergüenza
que estaba sintiendo, porque con sus palabras le estaba
reclamando tácitamente el haberle ocultado todo ese tiempo el trato
de su jefa.
—No quiero un trabajo por beneplácito del nieto del dueño, no
quiero favoritismo ni que me den un puesto por obligación… y puede
que Maite sea una grosera que me rechaza, que me juzga mucho
más duramente de lo que lo hace con los otros empleados y que
abiertamente me detesta. —Se restregó la cara con frustración—.
Pero el señor Silva es bueno, me ha dado la oportunidad de un
segundo contrato cuando normalmente no lo hacen.
—Samira, —Suspiró ante la inocencia de ella, no sabía cómo
explicarle sin herirla, no deseaba que pensara que la creía tonta—.
Puede que ese señor sea amable contigo y que esté satisfecho con
tu desempeño, él no te dio otra oportunidad, tú te la has ganado,
además, sin querer desmerecer todo tu esfuerzo, pero a él le resulta
mucho más rentable tenerte en un doble turno que contratar a otra
persona, le has reducido gastos al ahorrarle los pasivos laborales.
Disculpa que te lo diga de esta manera, pero para él no eres más
que un beneficio monetario…
Al escucharlo no tuvo cómo rebatir su argumento, tenía razón
en todo lo que le decía, por una vez debía dejar de lado su tozudez
y aceptar la realidad.
—Mis compañeros han sido excepcionales conmigo… —Se
metió el cabello detrás de las orejas, pero al notar que las pupilas de
Renato se fijaron en ese detalle, de inmediato volvió a cubrírselas—.
Son mis amigos.
—Nadie está negando ese hecho, ellos seguirán siendo tus
amigos, aunque ya no los veas tan frecuente como lo hacen
ahora… Sami, muchos darían lo que fuera por una oportunidad
como esta, es un buen puesto de trabajo, con mejores beneficios,
además, te permitirá ahorrar de verdad para completar lo que te
falta para la inscripción de la universidad…
Samira rio incrédula, porque no podía creer que Renato no se
hubiera dedicado a las ventas, ahora tendría su propia fortuna.
Él no comprendía la reacción de ella, estaba preparado para
discutir con la terquedad de su amiga, pero no para que se riera de
él. Se tensó de inmediato, se separó de ella y se le quedó mirando
de manera seria y acerada.
En el acto ella se dio cuenta de que la había cagado, sin querer
había roto la pequeña burbuja que habían creado.
—No entiendo a qué viene tu risa, ¿acaso crees que es mentira
lo que digo? —Todo su cuerpo estaba en tensión, no quería pensar
que Samira era como todos los demás que siempre terminaban
burlándose de él, se paró y frotó las manos descontroladamente por
los lados de su pantalón, necesitaba secar el sudor que se le había
formado en ellas—. Creo que me equivoqué al venir, será mejor que
me vaya.
—¡No! —chilló, como acto reflejo se paró también y le puso una
mano en el pecho para detenerlo—. Por favor, no pienses que dudo
de lo que me dices o que me estoy mofando, para nada. Siéntate de
nuevo, porfa , hablemos…
Renato le sostuvo la mirada y algo vio en los ojos de su amiga,
que le hizo ceder, «eres una hechicera… me alteras y me calmas
sin proponértelo», pensó Renato. Espiró completamente, con
respiraciones lentas y profundas audiblemente para alejar la
ansiedad y se volvió a sentar.
—Gracias por no irte —siguió diciendo Samira—. Sabes bien
que yo no tengo la experiencia para aspirar a un empleo de ese
estilo, y cuando digo experiencia también digo estudios, yo solo
tengo un título de educación secundaria.
—Obviamente que voy a ayudarte a que te den el empleo, es
más, ya lo hice. Antes de venir, hablé con el responsable de las
contrataciones. Pero quiero que entiendas que eso no significa que
impondré tu presencia si no das la talla. Si no demuestras que
posees las habilidades necesarias que se requieren…
—He ahí el problema —lo interrumpió, se levantó, caminó a la
puerta con las manos en la cabeza y regresó con la mirada fija en
Renato—. Si no consigo cubrir las expectativas, terminaré por
decepcionarte y me moriré si eso pasa…
—Lo que realmente me decepcionaría es que ni siquiera lo
intentes, si no aceptas esta oportunidad me demostrarás que no
eres la gitana valiente que me has hecho creer hasta ahora. —Sabía
que de cierta manera la estaba manipulando, pero lo hacía por su
bien, de verdad había llegado a conocerla bastante bien y sabía
que, si no se la jugaba de esta manera, no la convencería. Este era
su último recurso—. Yo creo en ti, sé que puedes hacerlo… —Se
levantó y se acercó a ella, poniéndole las manos sobre los hombros
—. Samira, desde que te conocí has comprobado que eres una
persona valiente, que encara todos los obstáculos que se le
presentan con la frente en alto, pero, sobre todo, que no le tienes
miedo a aprender y a dar lo mejor de ti. Quiero que un día, cuando
puedas enfrentar a tu padre, le puedas decir: ¡Lo logré! Sin que eso
signifique tener que aceptar humillaciones de una acomplejada ni
mucho menos deteriorando tu salud.
—Renato —balbució su nombre mientras lloraba. Él la abrazó y
notó lo delgada que estaba, mucho más que la última vez que la
visitó.
—Tú puedes, Samira —le susurró sin soltarla.
Cuando se calmó, rompió el abrazo para limpiarse la cara en
eso notó que le había ensuciado el traje.
—¡Ay no… no! —chilló llevándose las manos a la boca, luego
corrió a por un trapo húmedo—. Te he manchado la camisa —
confesó, observando restos de labial y de rímel en el impoluto
blanco de una prenda que estaba segura era costosísima.
Renato se miró la mancha y la sostuvo por la muñeca, antes de
que pudiera pasárselo por el pecho.
—Esto es lo que menos importa ahora… —dijo mirándola
fijamente a los ojos, solo ella conseguía que no quisiera ocultarse—.
Solo dime, ¿quieres trabajar para el grupo EMX y Cooper Mining?
Sería con un contrato a plazo fijo por un año, si pasado ese tiempo
deseas continuar en el equipo, ese contrato podría convertirse en
indefinido o ser renovado… Eso será muy beneficioso para ti, sobre
todo por lo de la visa.
—Si tu abuelo se entera que pretendes meter en su empresa a
alguien sin los estudios adecuados…
—Si conocieras a mi abuelo, te darías cuenta de que él lo
hubiera hecho en la misma sede de Río y te habría concedido una
de las becas que da la fundación… Es que en cuánto te conozca,
reconocerá en ti las ganas de superación que desbordas.
Samira bajó la mirada y se mordió el labio, el corazón estaba
que se le salía del pecho, sabía que había muchas posibilidades de
que ni siquiera él se haya percatado de lo que dijo, pero igual le
emocionaba la posibilidad de que un señor tan importante como él,
la considerara una buena persona para su nieto.
Todavía seguía algo dudosa, pero luego de escucharlo, sabía
que no tenía otra opción; él tenía mucha razón en lo que le decía,
aunque eso significara que siempre sentiría que se estaba
aprovechando de la amistad que tenían.
—Puedes darme unos minutos, tengo que salir —comentó
acercándose a Renato para palmearle suavemente el pecho un par
de veces. Pudo notar que él intentaba esconder una sonrisita, con
las mejillas apenas ruborizadas.
Eso era una muestra de que sabía que la había convencido,
pero él solo asintió. Ella se volvió y con rapidez caminó a la salida,
cerró la puerta, pero casi enseguida tocó, por lo que Renato fue a
abrirle.
—Hace demasiado frío —explicó al tiempo que estiraba apenas
la mano para coger su abrigo. Él le ayudó, pasándole la bufanda—.
Gracias. —Se puso las prendas y volvió a marcharse.
Renato se quedó apuntalado contra la encimera, con las
piernas estiradas y los brazos cruzados sobre el pecho.
Samira le tocó con insistencia a Ramona, ella no solía actuar
de esa manera, pero estaba ansiosa y aunque no quería admitirlo,
también muy feliz.
—Lo siento si te desperté —dijo en cuanto su amiga le abrió—,
pero necesito consultar algo contigo urgentemente.
—Estaba viendo la telenovela. —Ramona la invitó a pasar con
un ademán—. ¿Se fue Renato? —curioseó, ya que en el mensaje
que le envió, le había avisado que estaba con él—. Por fin, ¿a qué
se debía su inesperada visita?
Samira no podía sentarse a pesar de que Ramona le pidió que
lo hiciera, apenas desvió la mirada al televisor donde estaban
trasmitiendo una telenovela turca que tenía a su amiga totalmente
cautivada o, mejor dicho, el protagonista era el que le quitaba el
sueño; por las mañanas cuando iban de camino al trabajo no hacía
más que contarle sobre el episodio de la noche anterior.
—Todavía está en el apartamento, pero necesito que me
ayudes a tomar una decisión…
—¿Te pidió que fueras su novia? —Se adelantó Ramona.
—¡¿Qué?! ¡No! ¡No! —Negó enérgicamente con la cabeza y
sus nervios se intensificaron, tragó saliva y fue a sentarse junto a su
amiga, que a pesar de que sabía cuánto amaba la telenovela no le
estaba prestando atención—. Vino a ofrecerme trabajo… —confesó,
le contó todo lo que él le había dicho, los beneficios, dónde
trabajaría, lo que haría, se extendió por unos diez minutos en los
que apenas pausó para respirar—. No estoy segura de aceptarlo.
—¿Eres idiota? Samira, una oportunidad como esa ni se
piensa, si le dices que no, te mato… Ya quisiera yo un empleo como
ese, sabes lo difícil que es conseguir algo como eso.
—Ese es el problema, no quiero parecer una aprovechada…
Renato quiere ayudarme, lo entiendo, pero…
—Pero nada, no veo nada de malo en lo que ha hecho, es un
amigo que se preocupa por ti y tiene cómo tenderte una mano. —
Conocía el carácter de su amiga, sabía que le daba demasiada
importancia a las ofertas que le hacía el carioca, por temor a que
pensara que solo quería su dinero, cuando ella lo que estaba era
perdidamente enamorada de él—. Acéptalo.
—Pero no quiero dejar el restaurante, tú me conseguiste ese
empleo, voy a dejarte en mal…
—No te preocupes por eso. —Sonrió—. Habla con el señor
Vicente, él comprenderá… Te prometo que no me afectarás en
nada.
—Y dejar el puesto vacante sin más, no puedo. —Negó con la
cabeza—. Quedaré como una irresponsable, no solo por mí,
también por el turno de la noche, sería egoísta de mi parte dejarlo
justo ahora que vienen las Fiestas Patrias y me han dicho que es
cuando hay más trabajo…
—Samira, tienes que dejar de martirizarte. Piensa primero en ti
y en los beneficios, si de todos modos ya diste el primer paso, y más
importante, que fue renunciar a tu familia, no me digas que ahora no
podrás hacerlo con un empleo que a la larga no te asegura nada…
Sí, entiendo que te han renovado el contrato porque le eres útil en
este momento, pero una vez que se reintegre tu compañera, a lo
mucho te dará otro de tres meses y nada más… Tengo que ser
sincera contigo, no van a hacerte uno a término fijo. —Negaba con
la cabeza a la vez que le tomaba una mano y la encerraba entre las
suyas para que la tomara en serio—. Eso no se estila en el rubro en
el que estamos, preferirán siempre reemplazar a cualquiera para no
tener que cubrir las obligaciones laborales que ello implicaría. Por
eso es por lo que la rotación de personal es alta, recuerda que justo
ahora estás reemplazando a alguien que trabajó por nueve meses y
luego ya no más… Renato te está dando la opción de que no te
quedes a la deriva. Y, así como aceptaste que yo te consiguiera un
empleo en un principio porque soy tu amiga, él quiere hacerlo en los
mismos términos, o ¿o cómo podría usar esa palabra, si teniendo la
posibilidad de ayudarte no lo hiciera?
—En uno no muy bueno, supongo —masculló, comprendiendo
que Ramona tenía razón—. Pero tengo miedo, no sé si pueda
cumplir con sus expectativas —argumento, insegura.
—Perdón, pero no nacimos para cumplir las expectativas de
nadie. —La sonrisa de Ramona era empática, lo que hizo sentir a
Samira reconfortada—. Ahora, ve a decirle que sí.
—Gracias, de verdad, siento mucho tener que dejar el trabajo
que me conseguiste, me he sentido muy bien ahí.
—Lo sé, pero piensa en tu meta principal, debes ser realista,
con lo que ganas en el restaurante, aunque sigas trabajando doble
turnos hasta morir, no vas a conseguirlo pronto.
—Está bien —resopló—. Voy a decirle que sí… y que sea lo
que Dios quiera.
—Él quiere lo mejor para ti, por eso puso a Renato en tu
camino.
—Gracias, te dejo para que sigas viendo tu novela, mañana me
cuentas si por fin hay beso —dijo sonriente, porque a Ramona la
tenía frustrada que los protagonistas habían tenido varios
acercamientos y evidentemente estaban enamorados, pero no se
habían confesado sus sentimientos.
—Eso espero —resolló—, no sé cómo esa mujer puede
contenerse, yo ya me lo hubiese comido a besos.
—Ya lo creo —indicó con una risita, le dio un abrazo a Ramona,
se levantó y se marchó.
Inhaló profundamente antes de tocar la puerta de su pieza, casi
de inmediato Renato le abrió, su mirada gritaba que estaba a la
expectativa.
—¿Juras que no me estás consiguiendo este trabajo por
lástima? —preguntó con el ceño fruncido y apuntándolo
directamente al pecho con uno de sus dedos.
Él la miró directamente a los ojos, con toda la intensidad que
poseía.
—No me atrevería a ofrecerte un trabajo por lástima —declaró,
nunca había dicho algo más en serio en toda su vida.
Aun así, Samira se quedó mirándolo por varios segundos,
pensando muy bien en su respuesta.
—¡Sí! Acepto el trabajo, pero… —Estaba por decir algo más;
sin embargo, Renato la tomó por uno de los brazos a la altura del
codo y ella dejó que la llevara hacia él, en un abrazo que
correspondió sin dudar, cerró los ojos y hundió la cara en su pecho.
—¡Bienvenida al grupo EMX! —exclamó mientras acariciaba la
delgada espalda y la nuca, para después darle un besito fugaz en la
coronilla.
—Aún no sé si pasaré la entrevista. —Sin pensar en lo que él
pudiera opinar de su reacción, apretó más fuerte sus brazos entorno
a la cintura. Era increíble lo bien que se sentía estando así con él.
—No te preocupes por nada, ¿está bien? Probablemente
mañana mismo tenga que ir. Realmente esa fue la razón por la que
vine con esta premura, porque sé que necesitan cubrir los puestos
lo antes posible.
—¿Podría ir sola? Me sentiré muy mal si voy contigo, solo
quiero que sea una recomendación de tu parte, no me gustaría que
me vieran como una imposición del nieto del dueño.
—Está bien, no tengo inconveniente con aceptar tus
condiciones… Pero te recomendaría que pidieras el día libre en el
trabajo.
—Tienes razón. —Ya había pasado mucho tiempo pegada a
Renato, aunque en ese pecho y con ese perfume podría quedarse
toda la vida, pero debía apartarse, así que lo hizo y él entendió su
lenguaje corporal porque también la soltó—. Voy a escribirle un
mensaje al señor Silva —anunció y agarró su móvil. No lo podía
controlar, las manos le estaban temblado. Temía la respuesta de su
jefe, de repente levantó la mirada de la pantalla para ver a Renato
—. ¿Crees que es conveniente que le diga que me he enfermado?
—Es mejor que seas honesta, dile que no pudiste avisarle
antes, pero mañana tienes una entrevista para un trabajo que va
más acorde a tus necesidades, por lo que requieres el día libre;
aclárale que no piensas abandonar sin más el puesto, pero que
dependiendo de lo que te digan, quizás puedas terminar esta
semana y así ellos tendrán oportunidad para buscar a otra persona.
—Está bien… Tienes razón, porque cuando le diga que tengo
que marcharme se dará cuenta de que le mentí —hablaba mientras
se mordía las uñas.
—Así es. —Le tomó la mano y se la retiró de la boca—. No
estés nerviosa, si es un buen hombre como me has dicho,
comprenderá.
CAPITULO 25
Renato esperó por lo menos diez minutos a que el jefe le
respondiera, pero como no lo hizo decidió marcharse al hotel para
que ella pudiera descansar, prometiéndole que por la mañana le
llamaría para informarle a qué hora debía ir a la entrevista.
Una vez él la dejó sola, Samira se sintió mortificada porque el
señor Silva no le había respondido, quiso suponer que ya estaba
dormido, después de todo ya era más de medianoche, en ese
instante el cansancio hizo acto de presencia, era como si le
hubieran chupado toda la energía de golpe, deseaba irse de
inmediato a la cama, pero no podría dormir si no se duchaba antes.
Así que se fue al baño, del que salió envuelta en el esponjoso
albornoz, luego se puso el pijama y cuando iba a programar la
alarma, le llegó un mensaje de Renato avisándole que ya había
llegado al hotel y en el que le pedía que descansara lo suficiente y
que él la llamaría para despertarla.
Ella le respondió con un gracias y también le deseó que
descansara. En cuanto cerró los ojos terminó rendida, no pudo
dormir tan profundamente como hubiese deseado, ya que tuvo
varios sueños intranquilos, en los que su jefe se molestaba por el
mensaje que le había enviado, también uno muy extraño en el que
el gerente de Recursos Humanos en el Grupo EMX, era su padre y
le decía que ese no era un lugar para una gitana.
Le pareció que los constantes golpes que se escuchaban como
un eco formaban parte del sueño, pero cada vez eran más nítidos y
ella era más consciente de que estaba despertando, remoloneó en
la cama tratando de salir del letargo y una vez más escuchó los
golpes.
—¡Es en mi puerta! —dijo abriendo los ojos de golpe y
apartándose el cabello de la cara.
De inmediato el corazón empezó a martillarle contra al pecho al
darse cuenta de que se había quedado dormida. El teléfono no
estaba en el alfeizar de la ventana, donde solía dejarlo, debía estar
perdido entre las mantas, necesitaba buscarlo para darse cuenta de
la hora, pero antes de que pudiera encontrarlo, un nuevo llamado a
su puerta la alertó.
Estaba segura de que era Ramona, porque olvidó decirle que
no iría al trabajo ese día, así que salió de la cama y, sin importar el
parqué frío, corrió a abrirle.
Frente a ella quien estaba era Renato con una mirada entre
divertida y confusa, en una mano tenía un soporte de cartón con dos
vasos de café y también una bolsa de papel de Starbucks.
Su piel pálida y sus labios, de un rosa vivo, se veían
especialmente tersos cuando se los relamió para humedecerlos
antes de hablar.
—Buenos días —saludó, aunque su mirada se escabulló a la
transparencia que le proveía el encaje en los pequeños pechos de
Samira, donde pudo distinguir los pezones y areolas de un rosa
intenso. Tragó grueso y de inmediato se volvió a mirarla a la cara
que estaba enmarcada por la abundante melena revuelta.
La reacción espontánea de ella fue cerrarle la puerta en la cara
y correr como una loca en busca de algo con qué cubrirse. Se hizo
del albornoz, se lo puso con rapidez y de camino de vuelta a la
puerta, trató de acomodarse el cabello.
Al abrirla, Renato todavía estaba ahí, totalmente confundido,
parpadeando constantemente e intentando asimilar lo que había
sucedido y lo que había visto.
—Bue… buenos días, creo que me he quedado dormida… —
hablaba a trompicones y estaba furiosamente sonrojada—. Pasa,
pasa… lo siento, que vergüenza, no quise parecer grosera… ¿Qué
hora es? —cuestionaba mientras se preguntaba cómo era que el
chico había podido ingresar a la propiedad.
Renato entró, a pesar de estar todavía alterado y con la sangre
más caliente de lo normal por haber visto los pechos de su amiga.
Samira encendió las luces, para dar mayor claridad y le ayudó
con los cafés.
—Te estuve llamando y como no respondías, supuse que te
habías quedado dormida —explicó.
—¡Perdí la entrevista! —Se llevó las manos a la cabeza y su
semblante fue de terror—. ¡Ay, por Dios! Te lo dije, iba a arruinarlo…
—¡Hey! No has perdido nada. —Renato soltó una corta
carcajada—. Son las diez de la mañana, la entrevista es a las cuatro
de la tarde.
Samira suspiró aliviada; sin embargo, cuando cayó en la cuenta
de la hora que le había dicho, el sosiego se le disipó al instante.
—¡Diez de la mañana! ¡Oh, Dios! Seguramente el señor Silva
ha intentado comunicarse conmigo. —Corrió a la cama, con
desesperación apartó las mantas en busca de su teléfono—. Es que
caí como un tronco, olvidé programar la alarma… —Agarró el
aparato y con manos temblorosas lo revisó, vio tres llamadas
perdidas de Renato y un solo mensaje de su jefe que hizo que
tragara grueso y el corazón se le disparara, temiendo que ese
mensaje fuese un regaño.
Se tranquilizó al leer lo que el señor Silva le había escrito.
Daba pasos cortitos a donde estaba Renato, mientras tecleaba
una respuesta en la que le pedía perdón a su jefe por no haberle
avisado antes y le contó que fue algo realmente imprevisto, le
prometió que se quedaría hasta que pudiera buscar un reemplazo.
«Solo espero que sí me den la oportunidad en la empresa del
abuelo de Renato, porque prácticamente acabo de renunciarle al
señor Vicente», pensó. Y envió el mensaje, luego levantó la mirada
y le sonrió de oreja a oreja al chico, que seguía de pie junto a la
encimera.
—Por tu gesto asumo que no tuviste problemas con el dueño
del restaurante —comentó.
—No, me deseó suerte, pero que le hubiese gustado que le
avisara con más tiempo, para poder buscar una solución para ese
día. Ya le dije que no esperaba lo de la entrevista —explicó,
percatándose de que Renato tenía los pómulos sonrojados,
probablemente se debía al frío que había tenido que pasar a la
espera de que ella le abriera—. ¿Cómo fue que entraste? —
curioseó.
—Aproveché cuando una chica salía y le dije que venía a verte,
me dejó pasar —explicó, encogiéndose de hombros—. Aunque
ahora me preocupa que, en esta casona, no se tomen con más
responsabilidad el tema de la seguridad… Te traje desayuno. —
Cabeceó hacia donde estaba la bolsa y los vasos sobre la encimera.
—Gracias. —Samira avanzó sonriente a la vez que ponía los
ojos en blanco—. Tranquilo, sí somos responsables, seguramente
quién te abrió te vio antes conmigo en tu anterior visita. No debiste
molestarte. —Ella se hizo de la bolsa y lo invitó al sofá.
—No es molestia —dijo él, sacando los vasos de café.
—Espero para tu próxima visita tener otra silla, para que
podamos sentarnos al comedor.
—Así está bien, no te preocupes —dijo él, ofreciéndole una de
las bebidas que aún seguían calientes, al tiempo que la gitana
sacaba uno de los emparedados envueltos.
—¿Cuál es el tuyo? —Preguntó al darse cuenta de que era un
bagel de salmón y un multigrano de albahaca y jamón.
—Da igual, elige el que prefieras.
—No sé cuál elegir, pero para no ponerte en una situación
complicada dejémoslo al azar. —Mientras hablaba se fijó en cómo
Renato le regalaba una sonrisa de esas francas y hermosas que
hacían que su estómago diera un salto de júbilo, pero cuando
levantó la mirada, la sensación no hizo más que intensificarse, tuvo
que llamarse a la calma para no quedar en evidencia, así que se
llevó los emparedados a la espalda para esconderlos—. Tú no
sabrás en qué mano está cada empaque, así que vas a ciegas,
cierra los ojos.
Él se quedó algo asombrado por la manera en la que ella
decidió salir de la disyuntiva en la que estaban, y se descubrió feliz
por la ocurrencia de ella a la vez que seguía sus instrucciones.
La chica intercambió varias veces los paquetes y cuando se
aseguró de que él no estaba haciendo trampas, extendió las manos
al frente, pero aprovechó varios segundos para admirarlo; se veía
guapo con esa camisa, además de que estaba notando que se
había recortado un poco más la barba, pero lo que realmente le
emocionaba era darse cuenta de que no había borrado en ningún
momento la sonrisa de su rostro desde que entró a su casa. Lo que
sentía por Renato era tan fuerte que le daba remordimiento, porque
él era su amigo y no era justo que ella alimentara esos sentimientos
cuando claramente no eran correspondidos.
Sacudió la cabeza e inhaló profundamente, para hacer a un
lado sus pensamientos y disfrutar de ese momento sin culpas.
—Ahora, sin abrir los ojos, elige uno. —Lo alentó Samira
acercando sus manos y poniéndola cerca de las de él.
—Este —dijo Renato tanteando a ciegas el emparedado.
Confiaba absolutamente en esa chica, por eso no le costó seguirle
el juego, aun sabiendo que estaba poniéndose en una situación
bastante vulnerable.
—Multigrano de albahaca para ti —dijo ella sonriente
entregándoselo—. ¿Tendremos que hacer lo mismo con el café?
Él sonrió satisfecho.
—No, ambos son capuchino
Samira se sentó al lado de Renato, con cuidado de no hacer
ningún derrame destapó su vaso y lo endulzó a su gusto, para
después dedicarse a comer.
—Renato. —Ella, después de disfrutar del primer bocado de su
bagel, sintió la necesidad de aclarar algunas dudas—. Sabes cuáles
serán mis funciones si es que me eligen, es que quiero ir preparada.
—Depende del puesto que te asignen, pero ambos son muy
parecidos, ya sea como recepcionista o asistente administrativa…
Principalmente te encargarás de recibir a los visitantes y guiarlos a
sus destinos correspondientes, gestionarás las llamadas, correos
electrónicos, correspondencia y faxes tanto entrantes como
salientes, seguramente redactarás, archivarás y revisarás los
documentos que se requieran, pero no son nada del otro mundo,
muchos serán recibos, reportes, memos… Tendrás que
familiarizarte con las hojas de cálculos y las presentaciones que se
deban hacer, eso sería en el caso de que te asignen el cargo de
asistente… pero no te alarmes por esto último, normalmente ya
están listas las plantillas que solo deberás rellenar…
—Espero poder hacer todo eso… Es extraño que ahora vayas
a ser mi jefe… —Sonrió, al tiempo que empujaba con uno de sus
dedos una miga de pan que le quedó en la comisura.
—Yo no seré tu jefe, no tendremos ninguna conexión laboral.
Así que puedes estar tranquila…
—Pero tu abuelo sí será mi jefe.
—Bueno, algo así, pero es más complicado que eso.
—Necesitaré aprender muchas cosas sobre minerales, prometo
que estudiaré sobre el tema.
—No tienes que dominarlo, pero no me cabe duda de que, en
caso de necesitarlo, lo harás bien, eres chispeante, elocuente,
inteligente. —Agarró su vaso—. Brindemos por tu nuevo empleo.
—Aún no es seguro.
—Lo es, a menos que en medio de la entrevista causes un
incendio o vomites encima del jefe de Recursos Humanos —enunció
y una sonrisa estiró las comisuras de sus labios.
—Espero no llegar a ese extremo —dijo, soltando una risita y
levantó el vaso.
Al chocar los vasos, sus ojos se embelesaron unos con otros,
pero eso no duró más que un par de segundos, ya que en cuanto
fueron conscientes cada uno bajó la vista a lo que les quedaba del
desayuno.
En cuanto terminaron, Renato decidió que era mejor darle
tiempo a solas para que se arreglara, porque ella empezó a
preguntarle cómo debía ir vestida para dar una buena impresión
Una vez que él se marchó, Samira le escribió un mensaje a
Cecilia, la peluquera, para que le arreglara el cabello y la maquillara.
Una hora después salía del local sintiéndose satisfecha con el
resultado, una vez llegó al apartamento buscó las prendas más
bonitas y acordes para una entrevista. Como no estaba satisfechas
con lo que le había sugerido Renato: «Algo de lo comprado con
Aline», buscó en internet, cómo debía vestirse y tenía lo suficiente
para verse completamente presentable.
Cuando faltaba poco tiempo, los nervios empezaban a hacer
estragos en su estómago, así que como ya estaba lista, decidió usar
el navegador de su teléfono para investigar sobre la historia de las
empresas relacionadas en la fusión, no fuera que le hicieran una
pregunta sobre eso y no saber qué responder.
En esas estaba cuando recibió una llamada de Renato, para
decirle que pasaría a buscarla para llevarla. Pero ella le dijo que se
iría en taxi, que por favor le pasara la ubicación y los datos de la
persona con quién debía reunirse, que comprendiera que
necesitaba hacer eso sola.
Renato accedió a regañadientes y le deseó suerte; además, le
dijo que pasaría por ella en cuanto terminara con la entrevista, ya
que le gustaría que pudieran tomarse un café juntos, antes de tener
que marcharse al aeropuerto.
Saber que se marcharía tan pronto le hizo sentirse triste y
temer el momento de la despedida, ya que no lo había pasado nada
bien los días siguientes a su partida anterior. Sin embargo, relegó
esos pensamientos al segundo plano, para que no afectaran su
estado de ánimo durante la entrevista, más bien debía agradecer
que por lo menos había podido verlo una vez más ese año.
Se pidió el taxi que la llevó hasta el distrito financiero de la
ciudad, que era coloquialmente conocido como «Sanhattan» en el
límite de las comunas de Providencia, Las Condes y Vitacura. Ella
poco conocía esa localidad ya que tan solo había ido pocas veces al
Costanera.
El chofer la dejó frente a un imponente edificio de hormigón con
revestimientos de las fachadas en aluminio y cristales, ubicado justo
al lado del World Trade Center y que era bastante parecido a la foto
que vio de la sede en Río.
Pagó y bajó, ya parada en la acera, tuvo que levantar la cabeza
para conseguir alcanzar con la mirada donde terminaba la
majestuosa estructura que parecía mimetizarse con la neblina y que
casi besaba los grises nubarrones.
Infló todo lo que pudo su pecho y luego soltó lentamente el aire,
parecía que tras esos cristales relucientes debía haber otro mundo
en el que no sabía si iba a encajar, porque apenas estaba
intentando comprender la vida fuera de su comunidad. Sintió la
inseguridad crepitar en su interior, no podía dejar que los nervios le
jugaran una mala pasada, recordó las palabras de Renato, de que lo
haría muy bien y daba su vida por creer en eso.
Avanzó hacia la entrada, observando su reflejo en los cristales
cómo se acercaba. Las grandes puertas se desplegaron en cuanto
ella estuvo al alcance de los sensores.
Se obligó a no mirar con embeleso el vestíbulo de paredes
acristaladas que parecía medir como unos doce metros, ni toda la
opulencia minimalista y tecnológica que lo adornaba, se percató de
varios hombres vestidos con trajes negros camisa blanca y corbatas
índigo, llevaban unos pinganillos en una de sus orejas, lo que le hizo
suponer que eran parte de la seguridad del edificio y que a pesar de
su presencia ahí, no se mostraban amenazadores ni la hacían
sentirse cohibida.
Tragó saliva y avanzó, su mirada se dirigió al final del lobby
donde estaba un largo mostrador de mármol blanco con grietas
plateadas y negro, la pared de fondo tenía una textura asimétrica en
varios tonos de grises, que, debido a la iluminación entre los
paneles, la hacía lucir demasiado atrayente. En metal, de un negro
reluciente, estaba el nombre de la empresa.
Con cada paso que daba practicaba mentalmente lo que diría,
aún no sabía si se acercaría a la joven rubia de la izquierda, la
castaña de la derecha o al joven de en medio.
Los tres estaban bajo el reflejo blanquecino de unas lámparas
ovales inmensas, las mujeres vestidas de blanco, el hombre con un
traje gris, se veían bastante elegantes; cuando estuvo lo suficiente
cerca de ellos, trató de mostrar una sonrisa afable, solo esperaba
que los nervios no la hiciesen parecer como una terrible mueca.
—Buenas tardes —saludó, su voz estaba algo ronca, pero
prefirió no carraspear por temor a que pareciera un gesto ordinario.
—Muy buenas tardes, señorita, bienvenida —le habló el
hombre que tenía una bonita nariz, ojos oscuros y piel bastante
pálida—. ¿En qué podemos servirle?
—Estoy aquí por una entrevista con el señor Humberto Novaes.
—Su nombre, por favor —solicitó, apenas echándole un vistazo
al monitor que estaba oculto tras el mostrador para volver a fijar la
mirada en ella con una ligera sonrisa.
—Samira Marcovich —dijo, tratando de aprender cómo se
desenvolvía él. Miró a la chica rubia que hablaba bajito por un
auricular con micrófono que tenía en su oreja derecha, mientras que
la otra estaba concentrada en hacer algo en su ordenador.
—Efectivamente, señorita Marcovich, puede esperar un
momento, por favor, enseguida vendrá por usted el guía. Tome
asiento —le pidió, haciendo un ademán hacia la derecha donde
estaba un sofá de cuero blanco, que estaba segurísima debía ser de
diseñador.
—Está bien, muchas gracias —dijo sonriente, aunque sentía
que el corazón iba a explotarle en cualquier momento. Asintió para
despedirse y caminó a donde le había indicado el joven.
Se sentó tratando de mantener la espalda erguida, porque era
consciente de que debía mostrar una postura de seguridad. Tan solo
había esperado poco más de cinco minutos cuando vio acercarse a
un hombre con un traje gris y corbata negra, era rubio, delgado e
intimidantemente alto, supuso que debía estar por los dos metros.
—Buenas tardes, señorita Marcovich.
Ella estuvo segura de inmediato de que debía ser canadiense
por la pronunciación.
—Buenas tardes —dijo levantándose y estrechando la mano
que el hombre le ofrecía.
—Un placer, soy Owen Bouchard, la llevaré con el señor
Novaes.
—Muchas gracias.
—Primero, procederemos con la formalidad de seguridad, es un
poco engorroso pero rápido.
—Está bien.
—Adelante. —La invitó con un ademán.
Samira asintió y avanzó, acoplándose al paso del señor
Bouchard.
La guio hasta un módulo que era resguardado por dos hombres
de seguridad, ahí le pidió algún documento de identificación, ella le
dijo que tenía el de la solicitud de la visa y el pasaporte. Él prefirió el
segundo, se lo entregó y una vez que registraron algunos datos en
el sistema, le pidió que colocara la palma derecha sobre una
pantalla que estaba en el mostrador, eso tuvo que hacerlo en tres
oportunidades con ambas manos, luego le pidió que mirara a una
cámara y le sugirió que no parpadeara, ya que se trataba de un
escaneo a su retina.
Ella no sabía que se necesitaba de todo eso para asistir a una
entrevista de trabajo, pero se esforzaba por actuar con la mayor
naturalidad posible, a pesar de que sentía que le estaban pinchando
el estómago.
Una vez terminado el registro de seguridad, se dirigieron a uno
de los extremos del vestíbulo, por donde estaban los accesos.
Samira tuvo que plantar la mano sobre una pantalla, enseguida se
desplazaron las puertas de cristal y al atravesarlas, tuvo que meter
esa misma mano que le había dado el ingreso a una capsula de
desinfección.
En su camino, veía a gente muy elegante por los pasillos y a la
espera de uno de los cuatro ascensores, empezaba a sospechar
que una vez que tuviera que hacer eso sola, terminaría perdiéndose.
Los elevadores también eran manejados por un sistema de
huellas dactilares, al parecer, la seguridad era primordial en ese
edificio.
—Supongo que está emocionada —comentó Owen, una vez
las puertas del ascensor se cerraron.
—Un poco. —Las comisuras de sus labios se plegaron en una
sonrisa discreta.
—Contamos con un programa de inducción excelente, es un
proceso que nos permite conseguir que los nuevos empleados
tengan un buen comienzo en la organización.
—Me tranquiliza saberlo —siguió sonriente, aunque su corazón
seguía desaforado.
No pudo ver en qué piso bajaron, solo siguió al guía hasta otro
vestíbulo, donde había un mostrador y tras él, una joven que era la
recepcionista del piso, ella los mandó a pasar a la oficina de la
asistente ejecutiva.
Le sonrió a la chica, imaginando que probablemente ella estaría
en un lugar como ese, según lo que Renato le había dicho.
Fueron recibidos por Leonora, quien de inmediato los anunció,
fue entonces que Owen se despidió de Samira y le dijo que
regresaría para conducirla a la salida. Ella agradeció y se fue con la
chica.
Humberto Novaes, era un hombre delgado, de cabello bastante
canoso, nariz aguileña, finos labios y con profundas líneas de
expresión en su frente.
La recibió con bastante amabilidad, le hizo algunas preguntas
de validación sobre su educación, si manejaba las herramientas de
Microsoft Office o las aplicaciones de productividad de Apple para
crear documentos, y cuáles idiomas dominaba. Ella trató de
responder con mucha seguridad siempre mirándolo a los ojos, al
igual que el señor Bouchard, le habló sobre el programa de
inducción y capacitación que le darían por una semana.
Le explicó que con el programa iba a informársele acerca de
quiénes eran como empresa, qué hacían, cómo lo hacían y para qué
lo hacían. Todo eso dentro de la estructura formal de la empresa.
Además, se le explicaría y enviaría a su correo, las normas, políticas
y reglamentos existentes en la empresa.
—¿Esto significa que estoy contratada? —indagó con un tono
que claramente indicaba su sorpresa.
—Por supuesto, pensaba que ya lo sabía, disculpe por no
haberme expresado claramente antes.
El hombre la invitó a firmar unos documentos, en los que
aceptaba el programa, debía empezar el lunes a las nueve de la
mañana. Cuando Samira recibió la estilográfica hizo consciente al
hombre de su temblor, ahora entendía por qué pasó por todo ese
proceso para acceder a las instalaciones.
—Lo siento, estoy un poco nerviosa —dijo sonriente.
—No debes preocuparte por nada. —Sabía que la joven tenía
nula experiencia, pero el señor Medeiros había recalcado muchas
veces que contaba con gran disposición al aprendizaje y al
cumplimiento de los objetivos que se le asignaran, no creía que una
persona como él, nieto del dueño, se tomara una recomendación
como esa a la ligera, sobre todo porque la empresa requería
funcionar en óptimas condiciones si quería seguir siendo la líder en
su mercado—. Es importante que asista al proceso de capacitación
y el contrato se le entregará la próxima semana.
Una vez firmó, le devolvió los documentos al gerente, él le dio
una de las carpetas para que se quedara con la copia.
—Bueno, te daré un recorrido por la empresa, también voy a
presentarte con el equipo con el que empezarás el lunes —dijo
levantándose.
—Sí señor. —Samira trataba de controlar la tonta sonrisa que
se le había pintado en el rostro productos de los nervios, pero era
una tarea imposible de conseguir.
CAPÍTULO 26
El recorrido por la empresa y algunas presentaciones les tomó
poco más de una hora, en la que Samira conoció cómo surgió la
fusión de las tres empresas y la historia de cada una.
El señor Novaes también le dijo sobre quiénes iniciaron el
grupo minero y los puestos que ocupaban actualmente, le explicó
sobre la misión, visión, los objetivos y las metas para ese año.
También le indicaba cuáles eran las áreas por las que iban pasando,
al igual que las salidas de emergencia más cercanas, las rutas de
evacuación, zonas de peligro o restringidas, las de recreación en los
tiempos de descansos, entre otras cosas.
Él mismo se encargó de acompañarla hasta el vestíbulo cuando
terminaron el recorrido de ese día, le recordó que la esperaba el
lunes a las nueve de la mañana y posteriormente la despidió.
Al salir, apenas y podía creer todo lo visto y aprendido en unas
pocas horas que estuvo en su nuevo trabajo; sin duda, el abuelo de
Renato era un hombre demasiado importante y eso le daba mucho
miedo, porque no quería que a la familia de él se le pasara por la
cabeza que ella estaba tras el poder que traía su apellido.
Sacó el móvil para escribirle un mensaje a Renato, pero justo la
pantalla se encendió con una llamada entrante de él, de inmediato le
contestó.
—Mira al frente —lo escuchó decir antes de que ella pudiera al
menos saludar.
Con una gran sonrisa de emoción dirigió su mirada hacia donde
él le indicaba y lo vio parado frente al restaurante de comida rápida
Wendy’s con una sonrisa que iluminaba el cielo
—Enseguida voy —dijo y caminó aprisa hasta el paso peatonal
para atravesar la avenida Vitacura, al tiempo que colgaba la
llamada.
Quería correr y saltar a sus brazos, pero sería algo que podría
avergonzarlos a ambos. Pero es que verlo ahí, esperando por ella,
vistiendo unos vaqueros negros, un jersey blanco, un abrigo, a mitad
de pierna, marrón claro y una bufanda burdeos, la hacía sentir
especial, como si fueran pareja y él estuviera pasando por ella al
salir del trabajo; un sueño que estaba segura nunca se haría
realidad.
—Hola —dijo llegando hasta él y dándole un beso en la mejilla;
aunque una ráfaga de viento agitó su cabello e hizo que Renato
terminara con algunos mechones en la cara.
—Hola, veo que estás muy feliz —comentó, apartándose,
después de disfrutar por un instante de la suave cabellera que se
deslizó por su cara.
—¿Feliz? Esa palabra no consigue definir todo lo que siento en
este momento. Creo que vomitaré unicornios rosas. Renato elevó
una de las cejas con una mirada y sonrisa bribona de la que ni
siquiera era consciente, retrocedió un par de pasos.
—¿Unicornios rosas? —mencionó con un brillo fascinante en
sus pupilas.
—No critiques y ven aquí. —Ella lo tomó por el brazo y lo haló
hasta su cuerpo.
Renato sonrió y se dejó abrazar, sentía que nada en la vida lo
había hecho tan feliz como ver la alegría reflejada en los ojos de
ella.
Al separarse le puso su mano en la espalda baja de ella por un
segundo, pero de inmediato cayó en la cuenta de que eso no era
apropiado, por lo que la deslizó más arriba, empujándola
suavemente mientras caminaba con ella hacia el café a su
espalada.
Samira se estremeció, pero prefirió disimularlo para no delatar
sus sentimientos por él.
—¿Vas a contarme cómo te fue? —le preguntó mientras subían
los escalones. Agradeció que el lugar no estuviese tan lleno, nunca
le han gustado los sitios concurridos o bulliciosos.
—Estoy segura de que ya lo sabes —comentó, deteniéndose
detrás de dos hombres trajeados, que hacían su pedido. Uno de
ellos se volvió a mirarla discretamente, supuso que había sido
porque la escuchó hablando portugués.
Renato también se dio cuenta de aquella mirada, pero prefirió
ignorarlo.
—No, te aseguro que no me han puesto al tanto de tu
entrevista.
—¿Acaso no te llamó el señor Novaes? —preguntó y avanzó
un par de pasos, porque era su turno.—. ¿Qué vas a pedir? —
preguntó, mirando rápidamente el menú en la pantalla superior.
—Un capuchino mediano —le informó, buscando su billetera en
el bolsillo del abrigo, pero Samira con la rapidez de un rayo le retuvo
por la muñeca.
—Dos capuchinos medianos y dos galletas con chipas de
chocolate —pidió ella y le dedicó una mirada severa a Renato—. Yo
pago —murmuró casi como una amenaza, al tiempo que abría su
cartera y sacó un billete para cubrir la orden—. Gracias.
—Eres insufrible.
Recibió el cambio, aunque la chica miraba más a Renato que a
ella, eso le provocó una sensación de descontento e hizo que la
sonrisa le mermara.
—¿Entonces no se comunicó contigo? —preguntó, retomando
la conversación.
—Es que no tenía por qué hacerlo.
—No entiendo —comentó confundida mientras avanzaban.
—Él no me reporta a mí, de hecho, no lo conozco —confesó.
Después de todo, si conocía al veinte por ciento de las personas
que trabajaban para el Grupo, era mucho. Sin embargo, a él sí que
lo conocía cada uno de los integrantes de la inmensa familia EMX;
después de todo, ser nieto del dueño y uno de los directores
financieros de la matriz, le otorgaba esa notoriedad.
—¿No lo conoces? —Volvió a preguntar incrédula—. ¿Y cómo
me recomendaste?
—Solo lo llamé —declaró con un atisbo de sonrisa, aunque no
se le escapó que uno de los hombres seguía mirando a Samira, por
lo que, en un impulso le tomó un mechón de cabello y se lo puso
tras la oreja, en un gesto íntimo que necesitaba que aquel hombre
captara—. Pero cuando vuelva, que tenga más tiempo, iré
personalmente a agradecerle por haberte dado la oportunidad… Así
que, volviendo al tema, no te vas a ahorrar el contarme cómo fue la
experiencia.
—¿No importa si me emociono más de la cuenta? —preguntó
sonriente y sonrojada por el gesto casual que Renato acababa de
tener con ella, aunque odiaba que hubiera dejado su oreja al
descubierto.
—Tienes permitido emocionarte todo cuanto quieras. —Se hizo
del par de vasos que un joven flacucho les puso en la barra. Samira
agarró las galletas y varios sobres de azúcar—. ¿Te parece si
vamos a la terraza? —Propuso, a pesar de que sabía qué hacía frío,
quería alejarla del hombre que se había ubicado con su compañero
en una mesa cercana.
—Sí claro —dijo entusiasmada y salieron por una de las
puertas laterales que daban al área descubierta, solo había mesas
de cuatro puestos, por lo que ella aprovechó para dejar su cartera
en una para estar más cómoda—. Te cuento —dijo, mientras
endulzaba con apasionamiento su café—. Fueron muy amables
conmigo, ¿no sería porque tú me recomendaste?
—No lo creo… No había razón alguna para que no lo fueran
contigo.
—Bueno… ¿Es normal tanta seguridad? No sé, sentí como si
iba a entrar al Pentágono, me pidieron las huellas de las manos, me
escanearon las retinas… —Pausó para probar si su café estaba
bien de azúcar, consideró que le faltaba otro poco, mientras
disfrutaba de la discreta sonrisa de Renato.
—Es completamente normal, hay personas muy importantes
trabajando en ese edificio. —Renato alargó la mirada hacia el
rascacielos que tenía enfrente—. Y no cualquier persona puede
entrar hasta donde tú llegaste, sin antes pasar por todo ese proceso.
—Pero tú eres más importante que ellos, sin embargo, aquí
estás, en plena calle, tomándote un café con una simple gitana.
—Estoy de incognito —confesó juguetón y tomó un extremo de
la bufanda para cubrirse la mitad del rostro, provocando que Samira
soltara una risotada. Le gustaba mucho causar ese efecto en ella—.
¿Qué más pasó? ¿Qué te dijeron? —curioseó, dejando caer la tela
burdeos.
—Un señor vino a buscarme en el vestíbulo —Le explicó todo
lo que conversaron con mucha pasión, luego le dio un mordisco a la
galleta—. Estoy tan asustada de hacerte quedar mal.
Renato estiró la mano para tomar la que ella tenía libre en la
mesa, se la sostuvo mientras le regalaba una caricia constante con
su pulgar en el dorso.
—Sé que lo harás muy bien —le dijo con infinita ternura y
aunque la vio bajar la mirada no le soltó la mano ni dejó de
acariciarla, porque le gustaba el reconfortante calor que la fricción
de ambos creaba.
Se quedó muda, demasiado distraída por el creciente placer en
su interior que la aturdía y que se había hecho adictivo. Hacía dos
semanas desde la primera vez que descubrió la manera de apagar
el fuego que Renato provocaba en su ser, los tres días siguientes se
rehusó a caer en esa tentación, pero por más que quiso no pudo
evitarlo y desde entonces lo había hecho casi todos los días, y
siempre con Renato en sus pensamientos.
Había conseguido relegar esa parte que la hacía sentir culpable
y sucia por sucumbir a sus deseos, porque quería experimentar eso
que la hacía sentir libre para buscar el placer como nunca lo había
hecho. Ahora estaba más sensible, por eso ese simple toque que
Renato le estaba haciendo, la tenía tan excitada que sentía que todo
su cuerpo palpitaba como cuando estaba cerca de alcanzar el
orgasmo, sus pezones cosquilleaban y sus bragas se estaban
humedeciendo rápidamente, por lo que apretaba los muslos en
busca de control, aun así, no quería que dejara de rozarle su pulgar
sobre su dorso.
Se preguntaba si se sentiría igual que él le tocara de igual
manera aquel punto sensible entre sus pliegues, esa idea la excitó
tanto, que por un instante temió que un gimoteo de placer se le
pudiera escapar, por lo que prefirió morderse el labio, pero sin
preverlo, Renato la trajo de golpe a la realidad cuando le soltó la
mano.
—Perdón —carraspeó, al darse cuenta de que no le había
respondido nada—, me esforzaré para que así sea —la voz le sonó
bastante ronca producto de la excitación que cargaba. Se aventuró
a mirarlo a la cara, al recordarse que lo de ella no era más que una
fantasía, prefirió cambiar la conversación para evitar que él notara la
turbación que sentía—. ¿A qué hora es tu vuelo?
—Aún tengo tiempo —dijo, echándole un vistazo a su reloj—.
Bueno, como ya es un hecho que el lunes empiezas en tu nuevo
trabajo, el cual, definitivamente, te permitirá más tiempo libre, he
pensado que deberíamos hacer algo para celebrarlo…
—¿Celebrarlo? —Tragó saliva, nerviosa—. ¡Hey! Estaba
pensando en algo, ¿crees que debería también renunciar a la
guardería? —preguntó, sintiendo que las mejillas aún le ardían a
pesar del clima invernal.
—Es una decisión que tú debes tomar, pero como estás
pidiendo mi consejo, te digo que creo que es lo más conveniente,
porque aquí ganarás lo suficiente para ahorrar y vas a necesitar
tiempo para estudiar, hacer los trabajos o para reunirte con los
compañeros. Además de que en Cooper Mining quizá te pidan
trabajar algunos sábados… ¿Por cierto, te concretaron algo sobre el
pago? —curioseó.
—Sí, es mucho más de lo que gano ahora… Estoy segura de
que me podré inscribir para el curso que inicia en abril —chilló
emocionada—. No soy muy buenas en matemáticas, pero si hago
bien las cuentas, podría empezar con un curso de inglés.
Renato no pudo contener una sonrisa que iluminó su mirada,
producto de la más fidedigna admiración.
—Esa es una idea extraordinaria —confesó, le gustaba mucho
que Samira tuviera esas iniciativas; era del tipo de persona que su
abuelo adoraría. Quiso decirle que él podría obsequiarle el primer
año, pero sabía que ella no lo tomaría de la mejor manera.
—¿Cierto? Es que luego de lo que investigué esta mañana, de
ver lo fluido que tú lo hablas y de lo que el señor Novaes me
comentó que sería mi área de trabajo, consideré que es una
prioridad, y tengo tiempo disponible de aquí a que empiece a
estudiar mi carrera… —masculló, lo que no le quiso contar fue el
episodio que tuvo con los irlandeses, le daba bastante vergüenza.
Le dio otro mordisco a su galleta, que ya estaba por terminarla,
Renato tenía la suya intacta—. Aunque me da pesar con los niños,
ya les he tomado cariño a varios.
—Te doy la razón, el inglés es casi obligatorio actualmente en
lo laboral, sobre todo en transnacionales, sin importar a que sector
de comercio se dedique la empresa. —Bebió un poco de su café
que ya estaba algo frío. —Es bueno que hayas tomado esa
decisión, de igual manera, luego de cierto tiempo, puedes optar a
las becas o medias becas que ofrece la empresa, no solo son para
estudios de especializaciones, muchos empleados las aprovechan
para los cursos de idiomas.
—¿En serio? Eso sería maravilloso, pero espero que no me
estés diciendo esto para luego mover los hilos y que me otorguen
una de ellas. Quiero que a partir de ahora no muevas ninguna otra
influencia.
—Tranquila, no pienso ayudarte en nada más. —Puso cara de
ofendido, pero le estaba tomando el pelo, cuando vio que ella iba a
replicar con clara intención de disculparse, él se echó a reír—. Era
broma, era broma… Pero no te preocupes, en serio sé que no lo vas
a necesitar, porque de ahora en adelante todo los logros que tengas
van a ser producto de tu esfuerzo, por eso te comentaba que luego
de un tiempo podrás optar a ese beneficio, porque una de las cosas
que se evalúan primero es el desempeño que hayan tenido los
empleados en ese tiempo; piénsalo de esta manera, es difícil, lo
creas o no, conseguir trabajadores que de verdad se sientan
comprometidos con las empresas, que demuestren que le apasiona
lo que hacen y que no solo lo hagan por un gran sueldo. Esas
personas que solo van detrás de grandes ingresos son lo que
suelen retirarse si otro le ofrece más. Por eso mi abuelo creo las
becas y las puso dentro de los beneficios, porque así garantizamos
que nuestra gente prefiera crecer dentro de la organización y se
sientan parte de la familia que es EMX.
—Mientras más hablas de tu abuelo, más ganas me dan de
conocerlo para darle las gracias por todo lo que hace por toda la
sociedad.
—Él es un gran hombre, yo lo admiro mucho.
Luego de eso, pasaron unos minutos en los que ninguno de los
dos dijo nada, solo veían a la gente caminar y bebían lo que les
quedaba de café. Samira vio que Renato se había puesto algo
meditabundo, por eso quiso aligerar el ambiente.
—Pero no me has dicho cómo vamos a celebrar —comentó,
apoyando los antebrazos en la mesa y aproximándose más a él.
—¿Qué te parecería si vamos a la nieve en un par de
semanas?
—¿En serio? —Samira se quedó muda, no se creía lo que
acababa de escucharle decir a Renato. Más que ir a conocer la
nieve le emocionaba demasiado saber que volvería a tenerlo con
ella muy pronto.
—Claro que lo digo en serio, pero solo podemos ir si tienes el
fin de semana libre —condicionó—. No creas que es algún tipo de
medida de presión, es que necesitaremos los dos días o no tendría
sentido echarnos el viaje.
«Todo un fin de semana juntos otra vez, quiero gritar, reír,
quiero besarlo», pensó ella.
—Lo tendré —afirmó efusivamente con la cabeza—. A menos
que sea la peor empleada en la historia de tu empresa y no pase el
programa de inducción —comentó con una amplia sonrisa.
—¡Eres una insufrible! Deja de pensar lo peor. —Frunció la
nariz mientras le ofrecía su galleta.
—Era para ti.
—Lo sé, pero no voy a comerla, te la obsequio.
—Gracias. —Ella sí que no iba a rechazarla, porque estaba
deliciosa.
Una hora después Samira y Renato se enfrentaban a una
nueva despedida en el aeropuerto, pero esta vez no fue tan
dolorosa para ella, ya que contaba con la promesa de que él
volvería en poco tiempo.
Él le dio un delicado beso en la mejilla y ella sintió a sus
mejores amigas, las mariposas en el estómago.
Se despidió con la mano y una sonrisa; él también lo hizo y
caminó hacia las puertas de migración. Verlo alejarse le hacía sentir
que se estaba llevando una parte de ella.
CAPITULO 27
No fue fácil para Samira decirle al señor Silva que trabajaría
hasta finales de esa semana, porque a pesar de lo que Renato le
había dicho, que ella solo era una manera de ahorrarle gastos a su
restaurante, no podía olvidar que él le tendió una mano en cuanto
llegó, siempre la trató muy bien y la hizo sentir bienvenida.
Pensó que se enfurecería por haberle informado con tan poco
tiempo, sobre todo en una de las épocas de más productivas del
año, pero no, él comprendió que esa oportunidad que se le había
presentado no la podía despreciar, sobre todo cuando le dijo donde
trabajaría; él se mostró bastante impresionado y la felicitó por haber
conseguido ese empleo. Antes de salir de su oficina le agradeció por
lo bien que lo hizo trabajando con ellos y le deseó la mejor de las
suertes.
Por otro lado, la supervisora, fue menos comprensiva que el
señor Silva. Samira creyó que estaría feliz por deshacerse de ella,
pero en su lugar le dijo que era una malagradecida, le reclamó que
se marchara dejándoles a ellos poco tiempo para buscar un
reemplazo y hasta se atrevió a decirle que todo era una venganza
porque así son todos los «gitanos»; ella la dejó decir todo lo que
quiso en los quince minutos que la retuvo en su oficina, solo ponía
los ojos en blanco cuando su exjefa se daba la espalda o caminaba
sin verla a la cara.
—¿Nos abandonas? —Daniela desvió la mirada para que no
vieran que estaba a punto de ponerse a llorar, la venezolana solía
mostrarse dura y brusca, pero realmente era muy sentimental.
Julio César estaba desconcertado, Samira no le había
comentado a ninguno de ellos que estaba buscando otro empleo,
esta noticia lo tomó por completo desprevenido y no sabía que
decirle.
—No los estoy abandonando, solo renuncié al restaurante. —
Ella aprovechó los minutos que le quedaban antes de empezar la
jornada doble de ese día para hablarlo primero con sus dos mejores
amigos de ahí, porque si bien a todos les había tomado mucho
cariño, con quienes había estrechado más los lazos era con ese par;
ellos fueron los primeros con los que compartió y quienes le
ayudaron a sentir que era parte de ese rincón del mundo. De
verdad, echaría mucho de menos las discusiones entre ellos cuando
opinaban distinto sobre algo, sobre todo cuando eso hacía que se
lanzaran palomitas de maíz el uno al otro, no podía olvidar el caos
que armaron un día que fueron al cine, casi que los echan, pero ella
no pudo parar de reír en ningún momento.
—No nos engañes, te irás a un empleo más chulo, con gente
más fina, con lo que harás planes para ir a lugares pijos y te
olvidarás de nosotros, te escribiremos y no nos responderás los
mensajes, te llamaremos e ignorarás el teléfono.
—Mira que eres exagerada y dramática, insisto en que debes
estudiar actuación… —Samira bromeaba para aligerar el ambiente,
porque estaba segura de que, si no lo hacía, se pondría a llorar en
cualquier momento.
—No es exageración, al principio seguiremos todos en
contacto, escribirás a nuestro grupo de mensaje —chilló Daniela que
no paraba de gesticular exageradamente, sabía que este empleo
ayudaría a su amiga para inscribirse en el siguiente semestre, solo
por eso era muy feliz, pero igual la extrañaría mucho—, nos
veremos los primeros fines de semana, pero luego lo irás
posponiendo, hasta que solo tengas tiempo para esa gente porque
son más lindos que nosotros.
—¡Hey! Habla solo por ti, nadie en esa empresa es más lindo
que yo —intervino Julio, saliendo del impacto inicial, se acercó a
Samira para estrecharla con un fuerte abrazo en el que encerraba
todo el cariño que sentía por ella—. Mi reina, te felicito de verdad, si
este empleo llegó a tu camino es porque lo mereces, no le prestes
atención a esta loca —dijo separándose un poco y señalando a
Daniela con la cabeza—, mira niña aquí la única Drama Queen soy
yo, ese papel no te queda.
—No vayan a empezar a discutir, miren que ya debemos ir a
trabajar o la bruja vendrá a decir que yo soy la causante de una
nueva pandemia.
Ninguno entendió lo que decía, así que le contó resumidamente
lo que ella le dijo cuándo le informó que trabajaría hasta finalizar la
semana, mientras terminaban de guardar sus cosas y salían a sus
respectivos puestos.
Poco a poco le fue informando al resto de sus compañeros de
trabajo, todos se mostraron bastante afligidos, pero ella les
aseguraba una y otra vez que se mantendría en contacto con todos,
porque los consideraba sus amigos y no los olvidaría.
En cuánto empezaron a llegar los del siguiente turno y se
enteraron de la noticia, decidieron que debían celebrar por el nuevo
trabajo de Samira y aprovecharían las Fiestas Patrias para hacerlo.
El viernes, Julio César presentó un itinerario sobre qué harían
el sábado, el punto de encuentro era a las diez de la mañana en el
cerro San Cristóbal, donde se celebraría el festival de la patria.
Así que ahí se reunieron y aunque los ánimos estaban en el
punto más alto, el clima les jugaba en contra, sentían que ese era el
día más frío del invierno, a pesar de que ya estaba por acabar esa
estación. Ella esperaba poder apreciar desde el cerro una de las
mejores vistas de la ciudad, pero lo cierto era la espesa neblina le
impedía distinguir algo.
De igual manera se paseó con el grupo por el lugar, donde
había puestos de comida, artesanía chilena, algunos con juegos de
precisión, otros de fuerza y algunos de inteligencia.
Mientras todo el lugar era ambientado por cueca , música típica
chilena. Almorzaron «completos», lo que para ella eran perritos
calientes, solo que llevaba adicional como un puré de palta, que
ciertamente le encantó.
Al terminar, Rafael le obsequió un llavero de un indio, se
impresionó al ver la sorpresa que aquella artesanía escondía. Todos
rieron ante la cara que ella puso, estaba segura de que se había
sonrojado, pero terminó riendo también y le agradeció por su Indio
Pícaro.
Tras varias horas en el cerro, el siguiente punto en el itinerario
de Julio César era el parque O’higgins donde había varias fondas.
En la entrada del parque se unió al grupo, Renaud con su
familia y Eduardo con su novia, lo que hizo que el semblante de
Julio Cesar cambiara, aunque solo Daniela y ella se dieron cuenta,
ya que seguían siendo las únicas que estaban al tanto de lo que
ocurría entre ellos. Por lo que cada una se le colgó a un brazo del
chico con la intención de distraerlo y que entendiera que siempre
contaría con ellas. No hizo falta mucho esfuerzo para conseguir que
sonriera y que desviara la mirada de Eduardo, bastó que lo
arrastraran a la taquilla para comprar los boletos de acceso y
empezar a hablar a lo loco de todo lo que iban a encontrar dentro.
Con la excusa de que los niños de Renaud se divirtieran, entre
Samira, Daniela, su novio y Julio, reunieron para comprar varios
boletos y subir con ellos a las máquinas donde se lo pasaron muy
bien.
Era toda una experiencia novedosa y extraordinaria para la
gitana, ya que no había tenido la oportunidad de ir a ningún parque
de atracciones cuando era niña, los escasos recursos de su familia
jamás se lo permitieron, solo había ido algunas veces al circo,
donde trabajaba un tío materno que era muy bueno en las artes
ilusorias y hacía un espectáculo de magia. Siempre quiso aprender,
pero él era demasiado celoso con sus trucos, así que no le quedó
más que solo disfrutar de sus números nada más.
Con los niños subieron a todas las atracciones en las que ellos se
podían montar; los adultos en cambio se decantaron por las que
implicaba soltar una buena cantidad de adrenalina, varios del grupo
le insistieron a Samira que los acompañara, pero ella estaba
renuente, aunque al final aceptó al llenarse de valor.
Tras varios minutos entre los que se balanceó de la tortura a la
satisfacción, bajó muy mareada, temblorosa, pálida y con el
estómago revuelto, juraba que iba a vomitar todo lo que se había
comido esa mañana; no obstante, Renaud le dio una Coca-Cola y
eso la ayudó a sentirse mejor.
Rafael propuso que tomara mejor un terremoto, pero ella se
negó, ya sabía cuáles eran los efectos que causaba ese cóctel, no
quería dar un espectáculo de nuevo.
El viento frío, el olor a carne asada y caminar hizo que en
pocos minutos se recuperara. Se acercaron adonde estaban varias
parejas bailando cueca, cuando le hicieron el ofrecimiento de
enseñarle, ella no dudó en aceptar la oferta, por lo que entró a la
pista, recibió el pañuelo blanco que le entregaron y el indicaron
cómo debía sostenerlo, luego se esmeró en seguir los pasos.
Pasada las diez de la noche decidieron que era hora de
marcharse, lo habían pasado genial, aunque a esa hora ya estaban
totalmente agotados. Samira no sabía cómo agradecerles lo mucho
que había disfrutado con esa despedida llena de risas y celebración.
El lunes por la mañana Samira se esmeró mucho en su
apariencia, ya que haber ido antes, le dio una perspectiva de cómo
debía vestirse y maquillarse. Lo que menos deseaba era no estar a
la altura de la imagen que debía mostrar en su nuevo puesto de
trabajo.
Cuando llegó a recepción estaba bastante nerviosa, se
imaginaba que eso resultaba igual para todo el que llegaba nuevo a
algún sitio, recordó que así se sentía cuando llegó al restaurante el
primer día, aunque en esta ocasión se le sumaba la responsabilidad
que tenía de no poner en ridículo a Renato, ya que ella entró ahí
gracias a él.
Una vez más el señor Bouchard vino a por ella, pero no la llevó
con el gerente de Recursos Humanos, sino con el que sería su jefe
directo, el ejecutivo encargado de la superintendencia de ingeniería
y planificación; mientras caminaban, también le comentó que por
sobre su jefe en la escala jerárquica estaba el gerente de
Operaciones.
Estaba aterrada, porque nunca había hecho trabajo de oficina,
mucho menos había tratado con ingenieros, altos ejecutivos o
personas con tantos estudios; en el restaurante todo era más
cómodo porque no sentía que hubiera una diferencia tan grande y
notable entre ella y sus compañeros de trabajo.
Pero pasara lo que pasara, ella iba a poner todo su empeño
para estar a la altura, no iba a permitir defraudarse a sí misma ni a
Renato.
—Señor Bouchard… ¿puedo hacerle una pregunta? —habló
una vez entraron en el ascensor.
—Por supuesto, puedes hacer todas las preguntas que desees,
considero que es lo mejor a que te quedes con dudas… Estoy aquí
para ayudarte.
—¿Debo tener algún conocimiento sobre ingeniería de minas,
metalurgia o petróleo para desempeñar mi nuevo cargo? —No sabía
si estaba metiendo la pata, pero era mejor parecer tonta por
preguntar que pecar de estúpida por no hacerlo—. Porque no sé
nada de eso.
—No, no es necesario, ese tema ya lo domina el señor
Tremblay, tu jefe —respondió con serenidad, notaba lo alterada que
estaba ella, por lo que quería ayudarla a sentirse mejor—. Y su
asistente Nancy, quien será tu supervisora inmediata. Aunque, sin
lugar a duda, estoy seguro de que en un par de meses sabrás tanto
sobre estimación y selección de equipos, el cálculo de las reservas
mineras, los materiales y a todo lo que se dedica el área para la cual
vas a trabajar, que lo harás hasta con los ojos cerrados… No tienes
de que preocuparte.
—Gracias —asintió, queriendo que las últimas palabras del
hombre surgieran efecto en ella y la tranquilizaran.
Bouchard condujo a la jovencita a la oficina de Nancy
Rodríguez, que era un gran cubículo de cristal, con muebles y
alfombras blanca, hizo las respectivas presentaciones y la dejó ahí,
no sin antes decirle que, si necesitaba comunicarse con él, marcara
la extensión cero siete dos.
Samira agradeció y puso su total atención en la mujer de
cabello negro como el azabache, ojos saltones, pero de un bonito
color ámbar, además de una nariz perfilada, probablemente
producto de las prodigiosas manos de algún reconocido cirujano
plástico y los labios bastante voluptuosos como para ser naturales.
Era alta, bastante delgada, debía rondar los cuarenta y con un
talante tan refinado que le hizo recordar a Aline.
La llevó hasta una oficina contigua, otro cubículo con paredes
frontales de cristal, todo el mobiliario era blanco, incluso el de las
paredes laterales que la encandilaba.
Había dos escritorios en forma de ele que tenían algunos
compartimientos para guardar documentos y colocar adornos, uno
frente al otro, sobre ellos, cada uno tenía una iMac de unas
veintisiete pulgadas.
—Esta será tu área de trabajo, tu escritorio será el de la
derecha, Karen será tu compañera; en este momento está buscando
unos documentos, ya tendrás tiempo para conocerla.
Samira no podía creer que un lugar tan pulcro y elegante fuese
a ser su sitio de trabajo de ahora en adelante. Se fijó que, en el
escritorio de su nueva compañera, solo había un pequeño cactus en
un macetero de porcelana blanca y un portarretrato con marco de
plata en el que estaba la foto de un hermoso niño de unos dos años
que sonreía y tenía el cabello negro y sedoso a la atura de los
hombros, se imaginó que sería el hijo de ella.
—Puedes dejar tus cosas ahí. —Señaló uno de los
compartimientos del mueble. De inmediato fue a dejar su cartera,
abrigo y bufanda donde le había indicado—. Te llevaré al salón
donde te dictarán el programa de inducción, tardará una hora, luego
podrás venir para que conozcas al señor Tremblay… Ya después
Karen te mostrará las tareas de las que te irás encargando, por los
momentos, hasta que ya domines lo básico del área.
—Entiendo.
—Sígueme, por favor. Cuando vuelvas encontrarás en tu
puesto todo el material de oficina que necesitarás, de igual manera,
si te falta algo o necesitas algo adicional, se lo comentas a Karen,
ella te lo facilitará —hablaba mientras la guiaba por un largo pasillo
de baldosas blancas y le indicaba por donde estaban pasando para
que se ubicara espacialmente.
—Está bien. —Le sorprendía que la tratara con tanto respeto y
educación, todo lo contrario de su supervisora anterior, a la que sin
duda no extrañaría ni un poquito.
—Apóyate en Karen ante cualquier duda, las dos tienen
básicamente las mismas funciones, solo que cada una se encargará
de una zona distinta. Ya lo entenderás una vez entres de lleno en
materia.
A Samira se le hacía mucho más fácil comprender lo que decía
Nancy, ya que hablaba más pausado y tenía un vocabulario más
neutral, algo que verdaderamente agradecía porque la tranquilizaba.
Llegaron a un salón en el que había una mesa blanca
rectangular con al menos una docena de sillas del mismo color, la
esperaba un hombre y una mujer, que al verlas llegar se pusieron de
pie, la recibieron con apretones de manos y diciéndoles sus
nombres.
Tras ellos, la pared de cristal le permitía apreciar una hermosa
panorámica de la ciudad, en la que destacaba la cordillera nevada.
Nancy se despidió, asegurándole que quedaba en buenas
manos, que en cuanto terminara se dirigiera a su oficina, que, si no
recordaba el camino, podía solicitarle a uno de los chicos de la
inducción que la llevara de vuelta. Samira le aseguró que recordaba
bien como regresarse y le agradeció su amabilidad.
Alberto y Olivia, así se llamaban los encargados de impartirle el
programa de inducción, le pidieron que se sentara y le hicieron la
entrega de un par de carpetas, en las que se encontraba la historia
de la organización, cuántas sedes tenía a nivel global, las diferentes
ramas en la que incursionaban y la última actualización del
organigrama. Al revisarlo rápidamente se encontró con un nombre
que le era tan familiar y casi se cayó para atrás con lo que leyó:
Renato Medeiros Garnett, director Financiero. Por debajo de él,
había otros departamentos que le reportaban directamente a él,
como lo eran la Unidad de Recursos Humanos, la de Contabilidad,
la de Almacenes, la de Presupuestos, Tesorería, Bienestar y
Servicios Generales, entre otros… Hasta ese momento no había
entendido de verdad quién era ese payo al que le había robado la
billetera y metido en el auto por descuido. Apenas era consciente de
lo importante que era el trabajo que él hacía, las responsabilidades
que había sacrificado esos días por ir a verla. Movió ligeramente la
cabeza para sacudirse esos pensamientos y le siguió prestando
toda su atención a lo que le estaban explicando y alzaba la mano
para preguntar algunas dudas que le surgían.
La hora pasó casi sin que se diera cuenta, le dijeron que podía
regresar a su oficina y que al día siguiente la presentarían con los
demás compañeros.
Cuando llegó, ya Karen estaba en su escritorio, era una joven
de piel clara, ojos marrones, cabello negro muy brillante y algunas
pecas salpicaban su rostro. Sin duda, el niño en la fotografía era
muy parecido a ella.
—Hola, un placer, me llamo Karen, imagino que tú eres Samira
—dijo levantándose, con una sonrisa y le ofreció la mano.
—Sí. —Atendió el enérgico apretón y correspondió a la franca
sonrisa de su nueva compañera que la llenaba de seguridad—. Soy
Samira Marcovich.
—Bienvenida, me dijo Nancy que no tienes experiencia —
comentó sin mostrar ningún tipo de reproche en cuanto le soltó la
mano.
—No, pero aprendo rápido —contestó entusiasta.
—Eso es lo más importante, que tengas buena disposición para
aprender, aunque en realidad no es muy difícil lo que tienes que
hacer, lo que más se necesita es responsabilidad, compromiso y
entusiasmo.
Se estaba fijando que todas ahí vestían ropa ejecutiva, en
cambio ella llevaba un pantalón negro, un jersey cuello alto en el
mismo color y un abrigo blanco que le llegaba por las rodillas.
Quería parecer más profesional, por lo que acudiría a sus ahorros
para comprar unos atuendos más acordes a su nuevo entorno
laboral, en ese momento se estaba arrepintiendo un poco por haber
devuelto mucha de la ropa que había comprado junto Aline en Río.
—Entonces, ya tengo buena parte del camino hecho, porque
soy muy responsable, ordenada, bueno en esto soy casi que
obsesiva, espero que no sea un problema… —hablaba, sintiendo
que Karen le generaba confianza y tranquilidad, solo deseaba que
pudieran llevarse muy bien.
—Perfecto, porque muchas veces tendremos que organizar
varias cosas a la vez y los papeles se pueden traspapelar sin darnos
cuenta. Bueno, podemos empezar una vez revises tu teléfono,
porque desde que llegué has recibido varios mensajes —indicó
haciendo un ademán hacia donde estaba la cartera de Samira.
—¡Oh, no! Podemos empezar enseguida, después veré mi
teléfono —dijo, suponiendo que eso podría ser una prueba para ver
qué tan dependiente era del móvil y si eso interferiría en el
desempeño de sus funciones.
—Puedes hacerlo mientras se carga el sistema. —Caminó
hacia el escritorio de su compañera, donde estaba la iMac y pulsó el
botón de encendido en la parte posterior de la pantalla—. Quizá sea
importante.
Samira accedió a la sugerencia, al ver que Karen se hizo de su
móvil.
—Solo será un minuto —comentó mientras buscaba el aparato
en la cartera.
—En realidad, tendrás que usarlo por mucho más tiempo,
porque tendrás que bajar la aplicación del chat interno de la
empresa. No te preocupes que es súper fácil de instalar, en tu
correo corporativo ya debes tener un correo electrónico con el
enlace y las instrucciones detalladas. Nancy suele usarlo mucho
cuando está ocupada en alguna reunión con el señor Tremblay, así
es mucho más rápido solicitarnos información o que le enviemos
algún archivo —hablaba mientras respondía con gran agilidad a un
mensaje.
—Entiendo… —Su corazón se alebrestó de júbilo al ver que lo
mensajes eran de Renato, deseándole una exitosa jornada laboral.
Se apresuró a responderle: «Gracias», le agregó tres emoticones de
niña sonriente y sonrojada y añadió en un segundo mensaje:
«Recién terminé la primera clase del programa de inducción. Y justo
en este momento empezaré mi día de trabajo». Decoró el mensaje
con más emojis, ahora que hacían referencia a sus nervios. Y le
escribió un último mensaje: «Aprovecharé la hora de descanso para
contarte cómo me va, no quiero que piensen que soy una adicta al
teléfono y que eso vaya a interferir en mi desempeño. Hablamos
luego»
Adjuntó algunos iconos lanzando besos, pero los borró, no
quería parecer excesiva, así que solo envió pulgares arriba.
Cuando cerró el mensaje de Renato hizo un chequeo rápido del
resto de las notificaciones que había recibido y se topó con un
mensaje de Ibai, se asustó en el acto, porque él no solía contactarla,
siempre era ella la que le escribía cuando le enviaba dinero a su
familia o para saludarlo de vez en cuando, por eso no lo dejó para
después: «Hola Samira, espero que estés bien. Tu abuela me pidió
que te enviara este mensaje con el número de teléfono de tu primo
Adonay. Dice que es necesario que le escribas, que él desea hablar
contigo».
A pesar de que no eran malas noticias, el nudo en su garganta
se hizo más apretado, no le estaba gustando que su abuela
estuviera insistiendo tanto con ese tema, que no le respetara el
tiempo que le pidió para hacerlo a su propio ritmo.
La comprendía, sabía que la visita de Renato la había puesto
en alerta. Si bien ella la apoyaba fieramente en sus deseos de ser
una profesional, no lo haría si de una relación con un payo se
trataba.
Samira pensó: «No es el mejor momento para ocuparme de
esto, tomaré una decisión más tarde», sacudió la cabeza para dejar
sus cavilaciones a un lado y le respondió rápidamente: «Muchas
gracias, Ibai, lo anotaré, por favor, dile a mi abuela que cuando
pueda me llame. Espero que tengas un buen día». Dejó el teléfono
encima del escritorio y empezó a prestarle atención a Karen que le
estaba explicando los correos que debía leer primero.
Esperaba conversar con Vadoma sobre su insistencia en otra
oportunidad; pero tomó la decisión en ese momento de que no le
contaría nunca más nada sobre Renato, mucho menos que le ayudó
a conseguir ese trabajo. No le gustaban las omisiones, pero no tenía
opción, su abuela seguramente no lo vería como algo bueno y
empezaría a comerle la cabeza.
Karen luego le explicó cómo entrar al sistema, le mostró el
portal de la empresa, con sus datos personales le enseñó cómo
crear su usurario y contraseña, para acceder y resguardar
información laboral.
También le mostró en su ordenador algunos diseños de
memorandos, comunicados, presentaciones; además, le enseñó
cómo llevar la agenda; ya que a ellas les tocaba planificar y
mantener al día las del señor Tremblay y también la de Nancy, para
asegurar el perfecto funcionamiento del área. Samira prestó
atención a todo e hizo anotaciones de las cosas que eran vitales en
su nuevo día a día.
CAPÍTULO 28
Renato estaba sentado junto a su familia, pero no le estaba
prestando ninguna atención a lo que estaban conversando sus
abuelos; el tema de esa noche era sobre la sorpresiva visita de su
tío Samuel, quien había llegado de Nueva York para buscar a
Elizabeth y llevarla de regreso a su hogar, no sin antes hacerla
desistir de la absurda relación que mantenía con un hombre que
hasta el momento era desconocido para él.
No era que no le preocupara su prima, solo que creía que se le
estaba dando demasiada importancia a una tontería, creía que el
problema es que su tío se negaba a entender que ella ya no era
más una niña a la que podía ordenar qué hacer. Quizá lo único que
sí le extrañaba muchísimo era que hubiese terminado de manera
tan abrupta con Luck, ya que siempre que los vio juntos le pareció
que se llevaban muy bien.
De todas maneras, él no tenía la más mínima idea de cómo
funcionaban las relaciones amorosas; así que, se encogió de
hombros, fijó la mirada en la cena y siguió con eso que llevaba casi
dos semanas rondando en su cabeza, pero que todavía no había
conseguido el momento propicio para hablar.
Si fuese Liam, ni siquiera tendría semejante conflicto, porque
no solía pedir permiso para nada; sin embargo, esa no era su
naturaleza, él era prudente en exceso, además de que aún le
costaba romper con los patrones de conducta obsesivos que le
inculcó su madre, por eso no podía evitar informar siempre qué
hacía, con quién y por cuánto tiempo.
«Es ahora o nunca, Renato… Ahora o nunca», pensó mientras
picaba un trozó de pechuga de pollo. Infló su pecho y por un
momento se obligó a no seguir meditándolo más.
—El fin de semana me iré a esquiar a Chile —dijo sin levantar
la mirada, quería parecer despreocupado, mientras se llevaba el
trozo de pollo a la boca.
Reinhard y Sophia enmudecieron al instante, de no ser porque
al mirarse se dieron cuenta de que ambos habían escuchado lo
mismo, estarían dudando de sus facultades auditivas. Luego de la
sorpresa inicial, el patriarca de la familia decidió tomar la palabra,
carraspeó y se limpió la comisura de la boca con la servilleta de tela
para dar tiempo a su nieto a que lo viera a la cara.
—¿Irás con Liam? —preguntó, aunque a esas alturas ya
conocía de sobra los viajes en solitarios y por cuenta comercial que
había estado haciendo Renato en el último mes.
Hace unas semanas atrás se estaba tomando un brandi con un
viejo amigo que tenía tiempo que no veía. Se estaban poniendo al
día, cuando él le comentó que casualmente había visto a Renato en
el aeropuerto la tarde anterior, que tuvo la intención de saludarlo
pero que no pudo porque lo vio marcharse a la zona de migración.
Al principio, Reinhard creyó que su amigo estaba equivocado
porque ningún miembro de su familia viajaba en vuelos comerciales,
para eso la familia contaba con una flota de aviones privados.
En cuanto pudo, llamó a Drica con la excusa de solicitar unos
estados financieros que la junta discutiría al día siguiente; haciendo
uso de la distracción, aprovechó para preguntarle si su nieto estaba
ocupado, la asistente, que no estaba enterada de que su jefe estaba
fuera del país, le dijo que no estaba en la oficina hasta el lunes. De
inmediato se alarmó a tal punto de que le pidió a Valerio, su hombre
de confianza, que investigara si ese rumor de que Renato había
viajado fuera del país era cierto, porque de sus nietos, él era el más
responsable, jamás hubiera dejado de lado sus compromisos en la
empresa y mucho menos para escaparse en un viaje fugaz del que
no le había avisado nada a nadie de la familia.
Para el día que el chico regresó a su casa, su Reinhard estaba
al tanto, en detalle, de todo lo que había estado haciendo en
Santiago, aunque ese informe no hizo sino preocuparlo aún más,
porque de repente se dio cuenta de que Renato ya no confiaba tanto
en él.
Sabía que ya no era ese chiquillo con muchos problemas
emocionales que buscaba refugio en su abuelo, todo lo contrario, ya
era un hombre, uno muy bueno que nunca le había mentido. Por
eso no le agradaba que le estuviera ocultando cosas, cosas
importantes, en especial porque él seguía siendo muy inocente,
miedo le daba que se aprovecharan de sus sentimientos tan nobles.
Tomó la decisión de no comentarle nada a él ni a nadie de la
familia, no hasta que entendiera bien lo que estaba ocurriendo; le
pidió a Valerio que lo mantuviera al tanto de los movimientos que
Renato hiciera, dentro y fuera de Río de Janeiro y también le pidió
que investigaran a esa chica que él iba a visitar, quería estar al tanto
de qué importancia tenía en la vida de su nieto, sobre todo, si ella
era alguien de fiar.
Le extrañó que en esta oportunidad decidiera hacer del
conocimiento de la familia que viajaría, pero no creyó prudente
hacer algún comentario al respecto. Porque no quería que se
enterara que él estaba al corriente de todo lo que había hecho hasta
el momento, incluyendo lo que fue a hacer en su última visita. Por lo
menos, esta vez sí les estaba avisando y él mismo se encargaría de
que contara con la seguridad que uno de sus herederos requería.
—No. —Renato levantó la mirada, preparándose para un
inminente interrogatorio—. Iré solo.
—Pero no te parece que ir… —Sophia iba a decirle que era
peligroso que fuera solo a esquiar, pero su esposo llevó su mano
hasta la de ella y se la apretó con cariño, por lo que ella cerró la
boca abruptamente, dedicándole una sonrisa al joven.
—Está bien, me parece que es una buena idea para
desconectar de todo este problema de Elizabeth y Samuel, si fuera
menos viejo iría contigo… pero como no me veo sobre una tabla de
esquí con estas rodillas, deseo que disfrutes de un fin de semana de
nieve y chocolate.
—Gra… gracias abuelo —titubeó, sorprendido porque no
hiciera más preguntas.
—Solo ve y diviértete, eso sí, avisa con tiempo para que
preparen el avión y que vayan a por ti al aeropuerto —le aconsejó.
—Mañana temprano lo haré —comentó todavía sin salir del
estupor.
—Imagino que vas a la Parva… Es lo más cerca, ¿no? —
preguntó Sophia, intentando enterarse por qué su marido no estaba
preguntado más al respecto. Algo se le estaba escapando y sin
dudas que esa noche lo iba a interrogar hasta que soltara toda la
lengua.
—Sí, es lo más cerca. —Meneó la cabeza en un gesto de poco
interés y pinchó algo de lechuga.
—Por la mañana llamaré para que preparen la casa para tu
estadía —comentó Sophia.
—Gracias. —Era evidente que su abuela necesitaba saber
más, que le diera detalles, esa mirada azul estaba iluminada por la
curiosidad, pero él no iba a decir nada más.
Una vez terminó de comer pidió permiso para subir a su
habitación alegando que estaba realmente muy cansado;
normalmente cuando no tenía pendientes, se iba con su abuelo al
despacho para disfrutar de alguna lectura y una taza de té, quizá de
un poco de buena conversación en la que debatían temas
interesantes que fueran tendencia en ese momento. Pero
justamente por eso es que en esta ocasión prefirió evadir ese
tiempo de recreación, era mejor evitar que su abuelo quisiera
preguntar más por sus planes del próximo fin de semana.
Ya en su alcoba se fue al baño a lavarse los dientes y luego se
fue a la cama, se hizo del teléfono y quiso sorprender a Samira con
una videollamada, quería darle la buena noticia, pero podía esperar
un par de días más para sorprenderla. En realidad, no recordaba la
última vez que había estado tan entusiasmado con algo.
Tras pocos tonos, ella contestó, estaba acostada boca abajo en
el centro de la cama y había apoyado el teléfono contra la cabecera,
pudo ver esparcidos a su alrededor unos libros, unos resaltadores,
un cuaderno y tenía un lápiz en la mano.
—¡Hola! —saludó con voz enérgica y sonrisa franca.
—Hola, parece que estás ocupada… ¿Te interrumpo? Si
quieres podemos hablar en otro momento.
—No, no… Está bien, solo estoy estudiando…
—¿Estudiando? —curioseó, frunciendo el ceño, al sentirse
confundido.
—Así es. —Tomó el libro que notaba estaba leyendo hasta que
la llamó, lo cerró y le mostró la portada en la que se leía El manual
definitivo para asistente ejecutivo y gerenciales de Sue France—. Sí,
ya sé que según tú todo lo que hace una asistente es fácil y se
aprende con la práctica, pero hoy al salir del trabajo decidí visitar
una librería que está cerca y me topé con este libro que me cayó
como anillo al dedo.
—Samira, pero si lo estás haciendo muy bien, tan solo ayer me
dijiste que Nancy está muy contenta con tu desempeño y que en la
semana que llevas trabajando le has demostrado que aprendes muy
rápido y que ya dominas ciertos procedimientos —decía entre
confuso y divertido—. ¿Acaso pasó algo hoy?
—Todo está muy bien; no creo que esté de más que busque
herramientas que me hagan mejorar —alegaba muy animada—.
Este libro es maravilloso, me hacen comprender el alcance real de
mis funciones… ¿Cómo te explico? —Chasqueó los labios en un
gesto casi infantil y divertido—. Me dan otra perspectiva… Es muy
bueno, mira lo que dice aquí… «Los asistentes personales también
dirigen… Cuando las corporaciones recortan personal, los
profesionales administrativos son cada vez más importantes.
Muchos asumen funciones de liderazgo ejecutivo, incluso guiar a su
jefe en la dirección correcta. Los profesionales administrativos
deben entender el liderazgo: cómo funciona y cómo guiar…» —
Pasó un par de hojas y leyó otro párrafo que había resaltado—.
«Los asistentes personales deben inspirar a la gente a la que
dirigen, mantenerse entusiastas y animar a sus jefes. Para motivar
al equipo, asegúrese de que todos los miembros tengan los
recursos que necesitan. Explique las funciones, responsabilidades y
objetivos individuales. Permita que tomen el control de sus propios
asuntos. No microgestione. Brinde elogios cuando sea apropiado».
Renato la escuchaba leer, lo hacía a la perfección, sin que la
voz le temblara, haciendo las pausas adecuadas y la entonación
correcta, escucharla lo relajaba. Cada día la admiraba más, quería
preguntarle cómo hacía para no bloquearse cuando algo no salía
como ella quería o cómo pudo enfrentarse a un trabajo para el que,
en definitiva, no estaba nada preparada, sin amilanarse en ningún
momento, él no hubiera podido hacer ni la mitad de lo que hizo ella.
—Eso está muy bien… Sí que es interesante
—Sí, además da varios consejos útiles que mañana mismo voy
a empezar a poner en práctica.
—Me convenciste, ahora estoy seguro, de que le vas a sacar
mucho provecho a ese libro… Creo que tus jefes me enviarán una
enorme cesta de obsequio en navidad, van a estar muy agradecidos
por haberte llevado a trabajar con su equipo.
—Exagerado. —Lo señaló sonriente, en un gesto juguetón. De
repente recordó que no le había dado una noticia importante—. No
te he contado, ya me inscribí a las clases de inglés.
—Que súper noticia, pensaba que ibas a esperar a que recibir
el primer sueldo.
—Ese era el plan, pero esta tarde me abonaron del restaurante
lo que correspondía a mi liquidación y bueno, como no me esperaba
ese dinero, decidí aprovecharlo para algo importante.
—Me alegra mucho, pero no te descuides con el español…
Debería ayudarte a practicar también inglés… ¿Podríamos usar el
mismo juego de las canciones? Claro si tú quieres, no te sientas
comprometida.
—¿Comprometida? ¿Qué dices? Si me encanta la idea. En
serio, practicar con canciones me ha ayudado muchísimo…
Hagámoslo también para inglés —acordó. Estaba dispuesta a hacer
todo lo que fuera con tal de compartir más tiempo con él, aunque
solo fuera a través de una pantalla.
—Bien, entonces vamos a crear una lista de reproducción
nueva —dijo muy animado, al tiempo que apoyaba la espalda contra
el cabecero de la cama para estar más cómodo.
—Sí, por supuesto.
—¿Empezaste hoy mismo las clases?
—Sí, pero creo que me voy a tener que repetir constantemente
que debo ser paciente y que no podré aprender en dos meses, por
más empeño que le ponga. Pero decidí que es bueno que
complemente las clases viendo algunos videos de enseñanza.
Era tan testaruda que no le gustaba tener que dar su brazo a
torcer, pero debía admitir que Renato había tenido toda la razón en
brindarle la oportunidad de un mejor trabajo, porque ahora contaba
con más tiempo para dedicarlo a crecer en lo personal, asimismo,
podría ayudar a Ramona con algunos gastos y oficios del hogar,
seguir las clases con Renaud los días que él libraba, incluso podía
mantener su hogar impecable.
También aprovechó el miércoles de la semana anterior para ir
al cine con Daniela y Julio César al salir de la oficina, luego se
fueron a por un café y hablaron sin parar por más de dos horas. La
pusieron al tanto de la chica que había ocupado su puesto y de las
tantas formas en las que Maite intentó hacerles la vida un infierno en
los últimos días a ellos.
Julio especulaba que se debía a que la esposa del señor Silva
lo había visitado con uno de sus hijos y se pasó gran parte de la
tarde en su oficina.
—La paciencia y compromiso es lo más importante a la hora de
querer aprender un idioma —comentó Renato—. Y dime, ¿estás
preparada para ir a esquiar? —preguntó, ahora que tenía el permiso
de su abuelo para disponer de la casa, le era más emocionante
poder hablar sobre los planes que había hecho con Samira.
—Más que preparada, desde que me dijiste que íbamos a ir, la
espera se me ha hecho eterna.
Más que estar ansiosa por ver y tocar la nieve por primera vez,
lo que realmente le quitaba el sueño era saber que volvería a estar
con Renato; a veces dejaba que su imaginación volara y soñaba con
que le confesaba sus sentimientos, él le reconocía que también la
amaba y se mudaba a vivir junto a ella en Santiago… Pero eran solo
ilusiones que la ayudaban a dormir con una sonrisa en la cara, en la
vida real le aterraba que la rechazara y se alejara de ella para
siempre.
—Bueno, en nada podrás enterrarte en nieve hasta que
consigas deslizarte perfectamente sobre la tabla o hasta que dejes
de sentir los dedos y la nariz, ¿qué crees que suceda primero? —
preguntó con una sonrisa torcida, que incluso se reflejaba en su
mirada.
—La que sea, estaré completamente satisfecha… Siempre y
cuando te comprometas a tenerme paciencia. —Empezó a retorcer
un mechón de su cabello con coquetería. Aunque se sentía tonta y
nerviosa no podía parar.
—Creo que te he dado bastantes muestras de mi casi
inagotable paciencia… Por si no te has dado cuenta aún, suelo ser
un hombre de tomarse las cosas con calma, jamás te sientas
presionada conmigo —comentó porque la veía algo inquieta, supuso
que la había puesto nerviosa. No deseaba parecer grosero.
—Tienes razón, siempre has sido muy amable, respetuoso y
paciente… En cambio, yo soy demasiado arrebatada, no sé cómo
me soportas —dijo riendo.
—Yo tampoco lo sé —contestó tras una risilla despreocupada,
por lo que le arrancó una carcajada a Samira.
Siguieron conversando por más de una hora, hasta que a
Renato le entró la notificación de que Desire se había conectado; no
quiso parecer demasiado desesperado por terminar la videollamada,
por lo que se tomó un par de minutos para finalizar.
Ella se despidió con un ademán de la mano y una enorme
sonrisa; sin embargo, en un gesto inconsciente antes de terminar la
comunicación, se mordió el labio, algo que Renato pudo apreciar tan
solo por dos segundos pero que le quedó grabado a fuego en las
retinas, tanto que se quedó aturdido con la mirada en la interfaz de
la mensajería por casi un minuto.
En cuanto se espabiló, apartó un par de almohadas para
ponerse más cómodo mientras entraba a la página web para mirar a
Desire.
Llevaba un atuendo infantil, el cabello recogido con coletas a
los lados, unas bragas rosadas con nubes blancas, una camiseta
del algodón blanca que tenía un chupete estampado.
Personalmente no le gustaba cuando hacía eso con el fin de saciar
los deseos pedófilos de algunos usuarios, le gustaba mucho más su
estilo de femme fatal, pero comprendía que debía brindar
espectáculos para todos los gustos.
Desire al ver que Renato estaba conectado, lo saludó de
inmediato, simulando una entonación aniñada. Él le respondió al
chat de la plataforma: «Buenas noches, amor».
Aunque estaba vestida como una niña, bailaba al ritmo de una
sensual canción, mientras los demás usurarios escribían mensajes
con frases que ofenderían a cualquiera. Pero no a Desire, ella era la
perfecta fantasía terrenal para los más perversos, sonreía de oreja a
oreja y se sonrojaba.
Él seguía observando cada mínimo movimiento de esa mujer
libertina que encarnaba sus mejores y más ardientes fantasías. Se
moría por ver sus pechos, aunque ya los conocía de memoria,
deseaba verlos y como con ella solía ser bastante impaciente, envió
la cantidad de tokens necesarios para que se sacara la prenda con
aquel chupete que lo perturbaba un poco.
Adoraba ver la lenta destreza con la que iba quitándose la
camiseta, tan segura en su propia piel y en completo control de la
situación.
—Es toda tuya, caramelo —dijo lanzando la prenda hacia la
cámara contra la cual se estrelló y luego resbaló al suelo.
Con una sonrisa lujuriosa que ella no podía apreciar le escribió:
«No quiero la camiseta, te quiero a ti».
De inmediato todos empezaron a protestar en una letanía de
mensajes, pero por el momento no tenía deseos de llevársela, no
con esas bragas puestas, ni con esas coletas. Así que solo se
quedó admirándola revolotear con toda esa sensualidad que sabía
explotar a la perfección.
Tras veinte minutos, otros se encargaron de hacer que las
bragas de nubes desaparecieran. Las pupilas de Renato se fijaron
en su coño perfecto y las ganas de pasarle la lengua por todo su
dulce y pálido pubis depilado se incrementaron, deseaba encontrar
su clítoris y chupar hasta que ella estallara en su boca.
Se removió un poco, estaba casi empalmado y la tela de su
ropa interior y bermudas empezaba a estorbar, desvió la mirada de
la pantalla, para ver la protuberancia, pero una visión se coló sin
permiso en su imaginación. Claramente, los labios de Samira
aparecieron demasiado nítidos, consiguiendo que su pene diera un
respingo.
Sacudió la cabeza de inmediato, esa imagen lo había
perturbado por completo, al punto de sentirse indignado consigo
mismo. Así que intentó volver a concentrarse en lo que estaba
ocurriendo en la pantalla de su portátil, pero ya se había
desconcentrado. Tras un par de minutos de sentirse confundido y de
que la erección casi muriera, prefirió salirse de la página sin
despedirse siquiera, ya no tenía ánimos de nada erótico.
En medio de recriminaciones mentales se fue a la ducha, tras
veinte minutos salió, ya más relajado y con un bóxer a cuadros, se
metió a la cama y apagó las luces, esperando quedarse dormido
pronto y no desvelarse dándole demasiada importancia a las
jugadas sucias de su imaginación.
Había tenido un día bastante estresante en el trabajo, luego
tuvo que salir corriendo a las clases del máster, a la que casi llega
por los pelos y cuando entró a la casa, se fue directo al gimnasio,
porque esa mañana no había podido ir a entrenar. En cuanto puso la
cabeza en la almohada cayó rendido, pero fue el turno de su
inconsciente para torturarlo.
Esa noche soñó con Samira, debajo de él, con sus delgadas y
largas piernas rodeándole las caderas, pudo verla con el ceño
ligeramente fruncido y sus ojos oliva admirándolo mientras se
mordía el labio; su expresión parecía ser una mezcla de dolor y
gozo. Luego, ella separó ligeramente sus labios rosas para dejar
escapar el sonido de un gemido, que lo hizo consciente de una
sensación que por muchos años había anhelado sentir, pero que no
había tenido la oportunidad de comprobar. Justo en ese instante se
sentía dentro de Samira, tan apretada, cálida y húmeda que era casi
real.
Despertó demasiado perturbado porque se sentía como si
apenas recién saliera del cálido interior de su amiga.
Levantó las sábanas solo para descubrir que tenía una muy
notable erección que se izaba a través de su bóxer, era tan grande
que le hizo comprender por qué le dolía tanto.
No, no quería masturbarse después de haber tenido un sueño
erótico con la gitanita, ni siquiera sabía por qué ella se había colado
de esa manera en sus sueños.
Se negaba a aliviar la carpa que tenía entre las piernas, pero
no tocarse estaba resultando ser mucho más doloroso, aprovechó
que seguía más dormido que despierto y deslizó la mano por su
abdomen para meterla debajo de su ropa interior, sujetó su pene
erguido como estaca justo en la base, más grueso y caliente que
nunca.
Ascendió suavemente y se mordió el labio para contener un
gemido producto del más avasallante placer. Su cuerpo se
estremeció a causa del gozo que nació de la base de su pene y se
esparció por toda su piel. Apartó las sábanas, rendido a sus deseos,
no iba a seguir luchando contra sus ganas, levantó la pelvis y se
quitó el bóxer.
Llevó su mano hasta la punta de su miembro, descubriendo
que estaba mojada de líquido pre seminal. Gimió al rozar con su
pulgar el frenillo y el nombre de Samira salió en medio de un
gruñido. Le molestaba que su lujuria lo traicionara de esa manera;
aun así, su mano derecha arreció con un ritmo más rápido.
Cerró los ojos, mandando sus emociones de culpa a la parte
trasera de su cerebro y quedándose solo en la sensación que lo
tenía tembloroso, con los dedos de los pies encogidos y el corazón
a punto de estallar. Sin embargo, solo podía aumentar la velocidad,
concentrando los movimientos en su glande, resbaloso, debido a
sus fluidos.
Sentía que estaba a punto de correrse mientras su imaginación
empezó a bombardearlo con imágenes de Samira, sonriente, sus
labios, sus ojos, su pecho, incluso, los pezones que había apreciado
a través de las finas telas de su pijama, se hizo una idea del color
rosado que debían tener aquellas areolas. Por más que quisiera no
podía parar a su imaginación ni mucho menos a su mano, tanto que
unos cuantos jalones más fueron suficiente para que se corriera.
Gruñó con tal satisfacción que creyó que quedaría ronco, el
orgasmo viajó desde la base de su miembro hasta la punta,
anticipando la eyaculación, mientras seguía bombeando, moviendo
su mano por instinto y el líquido, caliente y blancuzco, seguía siendo
expulsado cubriendo su mano.
Una vez satisfecho dejó de tocarse, estaba con el corazón
acelerado y algo aturdido, como si tuviese estática en la cabeza,
abrió los ojos solo para darse cuenta del desastre que había hecho.
Se quedó un poco más en la cama a la espera de que el pecho
dejara de dolerle, en ese momento de calma, fue consciente de que
desde hacía mucho no tenía un orgasmo tan intenso y se sintió
culpable por eso.
CAPITULO 29
Que a Samira su nuevo trabajo le permitiera mantener
conversaciones más frecuentes con su abuela, la ayudaba a
mantener a raya la nostalgia que constantemente la amenazaba con
devorarla, tener información del resto de su familia le daba calma,
en especial desde que su abuela le había enviado unas fotos de sus
hermanitos y de su madre, aunque aún no sabía cómo se las había
tomado, porque ella no tenía teléfono.
Siempre que hablaban, le preguntaba hasta las cosas más
insignificantes, con el único fin de recuperar la conexión que había
perdido desde que se marchó. Por eso un día hasta platicaron sobre
a cuál de sus cuñadas le había tocado llevarle la comida a su padre
y hermanos en el mercado, ya que ese siempre fue un detonante de
discusiones monumentales entre ellas. Le encantaba cuando podía
decirle alguna que otra palabra en caló o romaní en esas charlas, no
se había percatado de cuántas cosas se podían llegar a extrañar en
una vida.
Lo que ya no le gustaba tanto, era que se aprovechara del
tiempo que disponían para insistirle que no podía abandonar su
cultura, sus costumbres y las reglas por la que todo gitano debía
regirse, sin importar que no estuvieran dentro de la comunidad.
Samira empezó a sospechar que el temor de su abuela era
debido a que temía que ella se estuviera avergonzando de sus
tradiciones ahora que convivía diariamente con los payos; como si
eso fuera humanamente posible. Por eso tuvo que ceder a sus
incesantes súplicas para que se comunicara con Adonay, aunque
aún no estaba del todo segura de que esa fuera una buena idea, no
quería vivir con el miedo constante de que un día su padre y
hermanos se aparecieran en la puerta de su casa para llevarla a
rastras si fuera necesario. Pero debía confiar en su abuela, ella
creía en la palabra de su primo, por tanto, Samira no era quien, para
ponerla en duda, él no iba a revelar su paradero, respetaría su
deseo de quedarse en Chile hasta acabar con sus estudios.
Así que esa tarde, luego de meditarlo mucho, decidió que había
llegado la hora de disculparse, pero le costó mucho encontrar las
palabras adecuadas, escribía algo y al terminar la frase, borraba
todo el texto para luego volver a empezar.
Se estaba frustrando más de lo normal, no solía ser tan
insegura, pero no podía olvidar que ella lo había avergonzado frente
a toda su familia y amigos. En un intento de serenarse, dejó el
teléfono sobre la cama, se levantó y dio un par de vueltas por el
reducido espacio. Pero era que en su cabeza había un solo
pensamiento que no la dejaba en paz: «No van a encontrarme, la
ciudad es muy grande; además, siempre existe la posibilidad de
irme a otro lugar».
—Voy a hacerlo —resolló, al tiempo que con largas zancadas
se acercaba nuevamente a la cama. Agarró el teléfono y sin
pensarlo más, empezó a grabar una nota de voz—. Hola Adonay,
espero que estés bien… Es Samira —se sintió tonta por tener que
anunciarse, cuando estaba segura de que él iba a reconocer su voz,
pero no desechó ese mensaje, no tenía por qué ser perfecto—. Sé
que ha pasado mucho tiempo y que debí comunicarme contigo
antes para pedirte disculpas por lo que hice, lo siento… de verdad,
lo siento, no merecías que te humillara de la manera en que lo hice,
sobre todo porque como primo siempre fuiste bueno conmigo y
como prometido te caracterizaste por ser respetuoso y amable; sin
embargo, mi destino no es casarme, o por lo menos, no por ahora,
primero quiero realizarme como persona… A tu lado no iba a
conseguirlo y no porque no seas un buen hombre, sino porque has
sido educado con la creencia de que una esposa solo debe estar en
el hogar, cuidando a los hijos y esperando a que el marido sea quién
le lleve todo lo que necesita… Lo que, en definitiva, va en contra de
lo que yo quiero… Yo solo deseo poder valerme por mí misma…
sentirme útil e independiente… —Se ahogó un poco con la saliva al
final, aun así, envió el mensaje de voz.
Se arrepintió, quiso eliminarlo, pero Adonay ya lo había recibido
y estaba escuchándolo. Lo que hizo que sus nervios se
acrecentaran al punto de que empezó a sudar frío y quiso tirar el
teléfono contra el piso.
Tras más de un minuto de agonía, Adonay le respondió con un
mensaje de voz.
«Hola grillo, poco importa cómo estoy, me tranquiliza mucho
por fin saber de ti. —Samira se sorprendió al escucharlo
sereno, cuando esperaba duros reproches—. Por favor, dime
si estás bien… o si necesitas de mi ayuda, sé que no fui el
prometido más comprensivo, ni el más amoroso, pero no
sabes lo arrepentido que estoy por eso… Creo que me faltó
conocerte mejor, estoy dispuesto a seguir adelante con
nuestro compromiso y apoyarte en todo lo quieras… Si me
dices dónde encontrarte iría a por ti, te aceptaría como mi
esposa y te ayudaría a continuar con los estudios… Me dijo la
abuela que quieres estudiar medicina, costearé tus gastos
hasta que termines la carrera… ¿No te parece una buena
idea? Te doy mi palabra de que eso haré… Y hablaré con tío
Jan para que te acepte de vuelta en la comunidad».
Samira bien sabía que todo cuanto tenía un gitano era su
palabra y que si se la daba haría lo que fuera por cumplirla. Le
sedujo mucho la idea de poder ser perdonada y volver a su país con
su familia, casarse con Adonay y recibir su apoyo, era lo que había
soñado antes de irse de su casa. Pero esta vida que estaba
construyendo sin la influencia de su gente le estaba enseñando
nuevas experiencias que la estaban enriqueciendo, le gustaba su
independencia y ser la única responsable de la toma de decisiones
en su vida, también había podido conocer personas que antes ni
siquiera hubiera podido voltear a ver y que ahora le estaba
enseñando otras perspectivas.
Definitivamente, ella ya no era la misma, había cambiado, ya no
le agradaba la idea de tener que depender de Adonay para alcanzar
sus metas, sentía que había luchado con uñas y dientes para
labrarse el camino por el que estaba transitando y no quería
convertirse en la propiedad de nadie.
«¿Y Renato?», ese pensamiento eclipsó todo lo que estaba en
su cabeza; su pecho se contrajo de dolor, tan solo de pensar que si
volvía con su familia no lo vería nunca más.
Unas repentinas ganas de llorar la invadieron, se negaba a la
idea de abandonarlo, de no tenerlo cerca, Quizá era demasiado
exagerado, pero sentía como si algo realmente filoso y helado le
hubiese atravesado desde la espalda hasta el pecho, tan solo con la
idea de tener que decirle adiós para siempre. ¿Cómo olvidarse de
él? ¿Cómo dejar atrás todo lo que habían vivido juntos? Con nadie
más había sentido eso tan bonito que Renato le provocaba.
Si de algo estaba segura era de que no podría renunciar a él.
No quería seguir hablando con Adonay de momento porque
sabía que seguiría insistiendo y no tenía ganas de tomar ninguna
decisión; sin embargo, era consciente de que no se iba a quedar
tranquilo hasta que le diera una respuesta.
Quería tomarse el tiempo necesario para pensar muy bien qué
decirle sin tener que herirlo una vez más, pero al mal paso darle
prisa, así que, inhaló profundo, preparándose para el mensaje de
voz.
—Hola Adonay, estoy muy bien… No te preocupes por mí,
tengo un buen trabajo y estoy ahorrando para empezar en abril a
estudiar enfermería, ese no era el plan original, pero voy por el
camino correcto… —Suspiró en busca de calma y resolución—.
Agradezco la ayuda que me ofreces, pero lo cierto es que no la
necesito, prefiero hacerlo por mi cuenta, aunque eso signifique tener
que estar lejos de mi familia… Los extraño mucho y nunca han
abandonado mi corazón, pero ellos no me comprenden, no saben
cuán importante es para mí lo que estoy haciendo… No quiero
hacerte perder el tiempo, si deseas comprometerte con otra mujer,
puedes hacerlo, no sé cuánto tiempo me tome cumplir mi meta y
antes de eso, no quiero pensar en otra cosa… Sé que debo
parecerte alguien muy egoísta, pero debo priorizarme en este
momento, no quiero darte falsas ilusiones… —No quería ser tan
dura con él ni rechazarlo de forma tan categórica, por lo que decidió
dejarle una pequeña ventana abierta—. Si quieres, podemos ser
amigos, aunque no me lo merezca siquiera… Pero tengo recuerdos
muy bonitos de ti.
Envió el mensaje y se quedó mirando la pantalla y vio cuándo
Adonay lo puso a reproducir. Se empezó a morder la uña del dedo
pulgar sin darse cuenta, temía su respuesta, aunque había sido
honesta con él y eso le daba algo de paz.
La respuesta de Adonay llegó, esta vez su tono era más lento y
bajo.
«Aunque me cueste comprender tu decisión. —
“Decepcionado”, pensó ella, mientras seguía escuchando—.
La respetaré, porque además de paruñí [3] , quiero ser esa
parte de tu familia que te apoyará en lo que decidas hacer…
Cuenta con mi amistad y todo mi amor… Solo te pido que me
dejes ser parte de este proceso, no me apartes de tu vida, si
quieres hablar sobre cualquier cosa, estaré listo para
escucharte».
No sabía que había estado reteniendo el aire hasta que lo soltó
de golpe sintiendo alivio, era como si de repente le hubiera quitado
un enorme peso de la espalda. De repente escuchó otra notificación
y vio que le había enviado un segundo mensaje de voz.
«Me parece bien darnos una oportunidad como amigos…
Cuéntame más de ti, ¿te gusta Chile? ¿Estás en alguna
comunidad gitana?» —Preguntó bastante animado, queriendo
romper el hielo y ganarse la confianza de Samira.
Ella se relajó y sonrió, escucharlo más sereno le ayudó a
recordar a ese chico que saludó cuando fue de visita a casa de sus
tíos antes de que los comprometieran.
—Sí, me gusta mucho, es una ciudad muy ordenada y limpia…
No estoy en una comunidad, pero mi mejor amiga, que es mi vecina,
es gitana.
«¿Y hace tanto frío como dicen?»
—Mucho más. —La risa acompañó su mensaje—. Pero ya
queda poco para que termine el invierno.
«¿Dónde trabajas? ¿Te gusta lo que haces?» —siguió, porque
necesitaba hacer lo que no hizo en un principio, conocerla,
ahora quería saber todo de ella. Sabía que con un poco de
esfuerzo y tiempo conseguiría que lo aceptara como su
prometido.
No le gustó que le preguntara datos que pudieran servir para
ubicarla, además de que no podía confesarle sobre su nuevo
empleo, sobre todo porque para su abuela ella todavía seguía en el
Mercado Central. No quería tener que hablarle de Renato, porque
sabía que podría malinterpretar lo que hay entre ellos.
—En un restaurante, y sí, me gusta mucho… Sabes que amo
todo lo que tenga que ver con la cocina…
«Lo sé, dime que por fin aprendiste a hacer brownies ». —
Quiso recordar una anécdota divertida de cuando su prima
tenía ocho años y en su casa intentó tres días seguidos hacer
lo pastelillos sin éxito alguno.
—Desde hace mucho —confesó riendo—. Solo que no has
tenido la oportunidad de probarlos… logré perfeccionar esa receta.
«Con lo obstinada que eres, no dudo que ahora hagas los
mejores del planeta… Me encantaría probarlos para así
quitarme el recuerdo de aquellos amargos… ¿Me los harás
algún día?» —preguntó anhelante.
—Quizá, tengo la esperanza de volver y que papá me
perdone…
«Lo hará, y si no lo hace, siempre podrás venir conmigo, te
esperaré siempre… Eres mi familia y no te daré la espalda».
—Gracias. —Su mirada se cristalizó, le dolía pensar que su
padre jamás la perdonaría—. Es bueno saber que puedo contar
contigo… —Sabía que debía seguir manteniendo la mentira de su
horario laboral. Así que aprovechando que le había comentado a su
abuela que ahora le permitían tener le teléfono durante la comida, le
diría lo mismo a Adonay—. Me gustaría seguir hablando contigo,
pero mi hora de descanso terminó, debo volver al trabajo.
«No te quito más tiempo entonces, no quiero que te regañen
por mi culpa… ¿hablaremos luego?»
—Sí, claro que seguiremos hablando. Una vez más te pido
disculpas por lo que te hice.
«Ya olvida eso… —le pidió, aunque ciertamente él no podía
olvidarlo, Samira le había roto el corazón, pero confiaba en
que ella misma podría unir cada fragmento de nuevo—. Te
perdono, así que puedes estar tranquila. Adiós, grillo».
No sabía qué más decir, por lo que bloqueó el móvil y lo dejó a
un lado.
Cuando Samira despertó a primera hora del sábado, se
encontró con un par de mensajes de «buenos días», uno de Adonay
y otro de Renato en el que le recordaba que llegaría a las ocho de la
mañana, ya que no había podido viajar el día anterior.
Saltó de la cama, sintiéndose pletórica, había esperado tanto
por ese día que apenas podía creer que estaba a un par de horas
de escaparse todo el fin de semana con el hombre que más quería.
Se tomó un minuto para responderle a Adonay, no quería pasar
por descortés; pero le dijo que iba de camino a su casa a dormir y
que no podría ver el teléfono en unas cuantas horas.
Se desearon un feliz día y luego con toda esa emoción que se
le desbordaba, puso a reproducir la lista de música en español que
ya amaba, cantando a viva voz, se fue a la cocina, para preparar los
aperitivos que llevaría a su día en la nieve.
Preparó todo un paquete de pan de molde, hizo dulces y
salados.
Algunos los rellenó con queso de cabra y miel.
El resto los hizo de atún y pepinillos, también de jamón y
queso, no fuera que alguno de los ingredientes no le agradara al
payo. Asimismo, había comprado media docena de aguas
embotelladas, paquetes de frutos secos y dos manzanas verdes.
Renato le quitó la preocupación de qué ropa vestir cuando le
dijo que allá podrían alquilar todo el equipo y que solo se abrigara
bien. Le hubiese gustado muchísimo que Ramona los acompañara,
pero ella debía trabajar.
Una vez terminó de preparar y empacar todas las provisiones,
se dedicó a ordenar de nuevo el apartamento, no quería que él
llegara y viera cosas fuera de lugar.
Faltando un poco más de una hora para que él llegara a
Santiago, se fue a la ducha con teléfono en mano para seguir
escuchando música.
CAPITULO 30
El jet Bombardier perteneciente a la familia Garnett, aterrizó en
el Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benítez a cinco minutos
para las ocho de la mañana, en cuanto se desplegó la compuerta
que terminó convirtiéndose en unas escaleras, Renato sintió el
golpe de frío en la cara y aprovechó para inhalar profundamente aire
fresco que era bastante necesario, después de más de cuatro horas
de vuelo, en las que indiscutiblemente había estado mucho más
cómodo que las veces anteriores que había ido, ya que jamás
podría comparar una butaca de primera clase con la cama de la
aeronave.
Al bajar, fue recibido por un par de hombres de seguridad que
su abuelo tenía contratados para que cuidaran la casa. Agradeció al
piloto, copiloto y auxiliar de vuelo, quienes serían transportados a un
hotel, en una de las SUV que esperaban junto a la aeronave, por
cuestiones de costos, resultaba mejor que la tripulación pernoctara
en Santiago a que hicieran el viaje de vuelta.
Saludó a los hombres que no veía desde hacía un par de años,
ya que la última vez, su familia decidió ir a esquiar a Aspen. Ellos
correspondieron con el respeto y distancia que los caracterizaba.
Mientras uno le abría la puerta, el otro se encargó de su ligero
equipaje.
En cuanto la SUV se puso en marcha, Renato buscó su
teléfono para escribirle a Samira e informarle que ya iba de camino
a buscarla.
—Ignacio, primero necesito ir a Independencia, en Cotapos —le
anunció mientras tecleaba y no despegaba la mirada de la pantalla.
—Entendido, señor —dijo el hombre que iba de copiloto.
Samira se admiraba en el espejo, no muy convencida del tercer
atuendo que se probaba. Con una exagerada mueca de disgusto
negó enérgica y acto seguido procedió a quitarse ese jersey negro
cuello alto que la hacía lucir como una desnutrida, lo tenía atorado
en la cabeza cuando el teléfono sonó con un mensaje entrante.
Estaba segura de que era Renato para avisarle que el avión había
aterrizado.
Luchó con la prenda y de un tirón logró sacarla de su cabeza,
dejándola despeinada, pero se apresuró a mirar el texto que le
aceleró el pulso, leyó: «Hola, buenos días de nuevo… Ya voy
camino a tu casa; por cierto, olvidé decirte que prepares ropa para
un par de días, incluye pijama».
—¡Pijama! —gritó con los ojos a punto de saltar de sus órbitas
y la boca seca—. ¡Ropa para un par de días! Está loco, ¿por qué no
me lo dijo antes? Y ya viene en camino —se lamentó, segura de que
estaba a contrarreloj.
Casi sin tiempo se decidió por el jersey cuello alto blanco que
se metió por dentro de unos vaqueros pitillo y ajustó con un cinturón
de cuero marrón que combinó con botines de tacón pequeño y
grueso en el mismo color.
Corrió al compartimiento bajo la encimera de la cocina donde
tenía las maletas, sacó la pequeña y la abrió sobre la cama,
producto de los nervios se rascó la mollera, pensando con qué
prendas llenar la valija.
Lo más fácil era el pijama, metió dos y las pantuflas, también
guardó un bonito vestido negro de falda ancha que le llegaba a las
rodillas, además lanzó unas medias térmicas, el precioso y elegante
abrigo rojo, otros pantalones de lana, bufandas, guantes… y varias
prendas más y zapatos a los que llamó «por si acaso» al terminar
tuvo que presionar para poder cerrar el equipaje.
Se dio a la tarea de maquillarse cuidadosamente, pero sin
hacerlo demasiado intenso, siempre recordaba los consejos que le
habían dado Filipe y Aline, así que usó tonos rosa y café, incluso
para los labios. Se aplicó perfume y se estaba poniendo uno de los
pendientes de Lapislázuli del juego que Renato le había regalado,
cuando su teléfono empezó a repicar.
Respiró hondo y contuvo el aliento para contestar.
—Hola, ¿puedes darme el código para poder ingresar? —le
preguntó Renato en cuanto ella le atendió.
—Siete, cero, cuatro, nueve —dijo, recordándose que en
cuanto le abriera la puerta, debía parecer serena.
—Bien, ya estoy entrando.
—Está bien, aquí te espero. —Sabía que seguía sonriendo
como una tonta, pero no podía evitarlo. En cuanto terminó la
llamada rompió su promesa de no parecer desesperada y corrió a la
puerta, abrió y esperó en el pasillo, mientras con manos
temblorosas se ponía el pendiente.
«Madre mía, que guapo está», pensó Samira, cuando por fin lo
vio asomarse al último escalón de las escaleras y doblar a la
izquierda, adentrándose al pasillo para dirigirse hacia ella.
Había algo fascinante en Renato, una calma que yacía en su
interior, algo cálido que estimulaba en ella algo que no lograba
comprender. Y le daba paso a la atracción, quizá más primitiva de lo
que se atrevía a admitir, haciendo que la sangre en sus venas
ardiera y que sus piernas temblaran tan solo con tenerlo cerca.
A medida que se acercaba no podía dejar de mirarlo, su nariz
perfecta, su vello fácil un poco más crecido que de costumbre y el
intenso brillo azul de sus ojos que posaba ligeramente esquivos en
ella.
No pudo quedarse sembrada en el mismo lugar por mucho
tiempo, avanzó un par de pasos para ir a su encuentro y de la
manera más natural lo abrazó, sintiendo el corazón de Renato
latiendo junto al suyo, el pecho lo tenía agitado, imaginó que se
debía al esfuerzo que significó subir las escaleras.
—¿Cómo estás? —preguntó Renato, rompiendo lentamente el
contacto, no quería incomodarla con tanto contacto físico.
—Muy bien, feliz de verte… ¿Cómo fue el viaje? Imagino que
debes estar cansado.
—La verdad no mucho, dormí durante casi todo el vuelo.
—¿Ya te acostumbraste a las butacas? —curioseó al tiempo
que le hacía un ademán, invitándolo a pasar.
—Algo así —comentó, prefería omitir que había viajado en un
avión familiar, no le gustaba parecer ostentoso. Con gran disimulo
inhaló profundo, disfrutando del aroma del ambiente, olía a una
mezcla del perfume que Samira llevaba puesto, al champú que
siempre usaba y algún ambientador de canela.
—Bueno, pero si quieres descansar, puedes hacerlo… Creo
que bien podríamos subir a Valle Nevado en un par de horas.
—Estoy bien, no necesito descansar. ¿Podemos irnos ya? —
Miró en derredor, buscando su equipaje para llevarlo hasta la SUV.
—Está bien, llevo esto para que comamos durante día… —Le
mostró el envase en el que había guardado los emparedados—.
¿Ya desayunaste? Si quieres puedes comer uno.
—¿De qué son? —No esperaba que ella hiciera algo como eso,
porque no era necesario, pero le maravillaba el gesto. Le dijo de qué
estaban rellenos y él señaló uno de queso de cabra y miel—. Se ven
muy ricos, primero voy a lavarme las manos —anunció mientras que
abría la llave—. ¿No le dijiste a Ramona que nos acompañara? —
preguntó una vez masticó el primer pedazo del suave pan.
—Sí, pero hoy le tocó trabajar —se lamentó con un mohín.
—¿Pero mañana podrá acompañarnos…? No tengo problemas
en pasar a buscarla o le pido al chofer que la lleve. —No quería que
la amiga de Samira pensara que él quería quedarse a solas con ella,
conocía de sobra las reglas de los gitanos.
—Le enviaré un mensaje —dijo ella, sonriente fue a por su
teléfono y regresó también con la maleta.
—Esto está muy rico —dijo refiriéndose al emparedado al que
le daba otro mordisco—. Déjame ayudarte —pidió la maleta y se
metió a la boca lo que le quedaba de sándwich.
—Gracias… ¡Oh, dame un minuto! Olvidaba el cepillo de
dientes. —Lo buscó en el baño y lo metió en la cartera—. Por cierto,
no me has dicho por qué me pediste que empacara para dos días…
¿A dónde vamos? Pensé que solo sería ir a esquiar.
—Iremos a casa de mi familia, queda mucho más cerca de
Valle Nevado…
—¿Estará tu familia? —Se inquietó ante esa posibilidad.
—No, solo estaremos tú y yo, pero si no quieres, no tengo
problemas en traerte de vuelta —aclaró rápidamente, siendo
consciente de lo extraña que era esa situación, quizá ella podía
pensar que sus intenciones no eran tan nobles y que quería llevarla
a ese lugar para tener la libertad de faltarle al respeto.
—Y perder tiempo en transportarme cuando puedo invertirlo en
aprender a esquiar, ni loca… no voy a esperar hasta el próximo año
—respondió con una gran sonrisa.
Renato quiso decirle que probablemente no iba a aprender en
un par de días, más que a deslizarse algunos metros, pero no iba a
empañar sus ilusiones.
—Entonces no perdamos tiempo. —Levantó la maleta con una
mano y con la otra le hizo un ademán para que saliera.
—No te pregunté si estaba bien ir vestida así —comentó
cuando pasó junto a él y se colgaba la cartera en el antebrazo
izquierdo.
—Estás perfecta.
—Gracias. —dijo con coquetería y un ligero pestañeo. Esperó
en el pasillo a qué el saliera, para poder cerrar con llave.
Renato, se acercó a la baranda de hierro forjado negro, dejó la
maleta en el suelo y aprovechó para mirar al patio interno de aquella
casona de estilo colonial, donde en medio del piso de baldosas
terracota, había una fuente y estaba decorada con varias plantas en
macetas que hacían que el color verde contrastara cálidamente con
el amarillo de las paredes.
—¿Lista? —preguntó viendo que se acercaba a él y traía en
una mano una bolsa ecológica, supuso que ahí guardó los alimentos
que había preparado.
—Sí, me aseguré de dejar todo apagado
Por más que quisiera no podía ocultar la dicha que la embarga.
Su mirada se escapó a la mano de Renato cuando agarraba de
nuevo la maleta y se preguntó si algún día tendría la fortuna de
poder caminar junto a él con los dedos entrelazados, se moría por
descubrir cómo se sentía.
Samira saludó a uno de los inquilinos que apenas conocía de
vista y que en ese momento se topaba con ellos en las escaleras.
Ella esperaba que Ismael, el chofer del hotel donde Renato se
hospedaba, estuviese esperando por él, pero en esta oportunidad
Renato había ido a buscarla en una SUV Mercedes Benz negra, se
fijó que había dos hombres a bordo, los cuales vestían de traje y
corbata. Le parecía extraña la situación, pero confiaba en el chico,
por lo que se reservó cualquier comentario de alerta a pesar de
sentir que la tensión se apoderaba de cada uno de sus nervios.
El que estaba en el asiento del copiloto se bajó en cuanto vio a
Renato y con un andar decidido y casi robótico que la intimidó un
poco, se acercó.
—Buenos días, señorita —saludó cordialmente y con media
reverencia.
—Buenos días. —Correspondió Samira sonrojada, no por
timidez, sino porque estaba algo turbada.
—Permítame —solicitó la bolsa ecológica que ella llevaba.
—Está bien, no se preocupe —dijo aferrada todavía a las
provisiones.
—Puedes dejar que Ignacio te ayude —anunció Renato al
tiempo que él le cedía la maleta.
Ella con una sonrisa tenue se la entregó, solo por seguirle la
corriente a Renato, porque bien podría llevarla ella.
—Gracias —Avanzó al lado de Renato, antes de que pudieran
llegar al vehículo, el chofer bajó y les abrió la puerta del asiento
trasero, al tiempo que la saludaba de la misma manera casi
aristocrática que lo hizo Ignacio, quien en ese momento metía en el
maletero las cosas.
Le agradeció también a él y subió, ubicándose en la cómoda
tapicería oscura, Renato se sentó a su lado. Era evidente que ya los
hombres sabían hacia dónde se dirigían porque no hicieron
preguntas solo se pusieron en marcha.
Durante el trayecto conversaron muy poco, solo hablaban de
las expectativas que ella tenía sobre visitar por primera vez la nieve
y miraban constantemente al camino que gran parte era
desconocido para Samira.
Renato se mostraba cohibido y ella suponía que era por la
presencia de los hombres que los acompañaban. Se obligó a pensar
que no era que se avergonzaba de ella; sin embargo, la duda
empezaba a echar raíces; así que, tratando de disimular se rodó
más hacia la puerta, poniendo distancia entre ellos y se dedicó a
mirar al paisaje, con el corazón encogido de tristeza.
Renato la miraba de soslayo, lo hacía muy seguido, mientras
ella observaba por la ventana; le parecía un completo misterio
cuando callaba y su mirada vagaba, era como si se cerrara y lo
dejara a él por fuera, lugar donde definitivamente no quería estar,
por lo que, en un instante de osadía, llevó su mano a la que ella
tenía sobre su regazo y con el dedo índice le dio un par de
golpecitos en el dorso. Se sintió mucho mejor cuando se volvió a
mirarlo.
—Olvidé preguntarte si ya habías desayunado, si lo deseas,
podemos parar —comentó usando un tono de voz más bajo de lo
normal, como si le estuviese contando un secreto. Lo cierto era que
no le gustaba exponer su vida delante de personas que poco
conocía. Sí, Ignacio y Luis, llevaban algunos años trabajando para la
familia, pero eran pocas las veces que Renato los había visto.
—No me pude resistir cuando preparaba los emparedados y
me comí dos —contestó, imitando el tono de él.
Renato sonrió ante su comentario, ella se encogió de hombros
y también sonrió.
—¿Te provoca algo más? —curioseó, sus ojos estaban más
claros por la luz de la mañana y también por su estado de ánimo
bastante alegre, aunque poco se notara.
—No… por ahora —aclaró plegando los labios en una discreta
sonrisa, por ver la mirada curiosa de él vagando por unos segundos
en sus pupilas, le encantaba cuando hacía eso.
—Pero si quieres algo solo me dices, ¿entendido?
Samira asintió con entusiasmo, confirmando que el sol fuerte
de esa fría mañana le favorecía infinitamente a los ojos de Renato.
—Entendido —repitió.
—Ya falta poco para llegar —anunció, podía reconocer el
camino y tras casi cuarenta minutos se adentraban a la comuna de
Lo Barnechea una de las más exclusivas y lujosas de la ciudad,
conocida por sus campos de golf y ecuestres, en una colina boscosa
que mezclaba senderos de excursión y mansiones.
Cuando por fin se adentraron a la propiedad en el sector El
Arrayán, Samira sintió que el aliento se le atascó en la garganta,
jamás pasó por su mente que Renato la trajera a una mansión tan
imponente, que solo podía compararla con los castillos que salían
en las películas o también con esas casas que veía en las novelas
turcas que tanto le gustaban a Ramona.
Se sintió pequeñita e intimidada al ver la fachada en la que
destacaban las cuatro columnas que debían estar por unos ocho
metros de altura y los balcones semicirculares.
Si no hubiese sido porque él le dijo que habían llegado, habría
pensado que se habían equivocado de lugar. Se volvió para mirar la
fuente circular, antes de que el vehículo se adentrara a la cochera
del ala derecha.
—¿Es tu casa? —preguntó, sintiéndose impresionada, cuando
el vehículo se detuvo y al lado había otro igual.
—De la familia —contestó con naturalidad—. Tienes total
libertad para sentirse como si fuera tuya.
Ella soltó una risita nerviosa y negó con la cabeza. Le gustaba
mucho la forma de ser de Renato, porque desde que lo conocía
jamás había alardeado de su fortuna, todo lo hacía ver tan simple,
tan natural, no hablaba de lujos ni se vanagloriaba de nada, aunque
desde que lo vio por primera vez supo que era importante por ese
talante elegante. Caso contrario con los gitanos acomodados de su
barrio, que se retaban entre ellos para ver quién tenía más,
presumían de sus joyas, autos y poder adquisitivo.
—Esto no se compara a mi pieza, te apuesto que no hay ni una
sola habitación que mida lo mismo —comentó relajada, mientras se
aferraba de la mano que Renato le había ofrecido para ayudarla a
bajar.
—Eh… —lo pensó, recorriendo mentalmente los rincones de
ese lugar—. No, tienes razón, pero poco importan los espacios
grandes si no existe suficiente calor para llenarlos, tu apartamento
es realmente acogedor, te lo puedo asegurar —afirmó con una
discreta sonrisa y en un impulso le quitó el gorro que ella tenía en
las manos y se tomó la libertad de ponérselo, porque ya tenía la
nariz bastante roja y las mejillas arreboladas.
Sin duda, estar a mayor altitud hacía que el clima fuese más
intenso.
—Gracias —dijo sonriente y fueron a donde el copiloto sacaba
las cosas del maletero.
—Ignacio, que la maleta de ella la lleven a la habitación
dispuesta para Samira, por favor.
—Yo puedo llevar esto —explicó ella estirando las manos para
agarrar la bolsa en la que llevaba los sándwiches, agua y frutas.
—No hay problema señorita, con gusto lo llevo a la cocina —
insistió el hombre, no quería parecer descortés.
—Está bien, nosotros lo llevaremos —convino Renato,
pidiéndole la bolsa. Conocía bien a su amiga, no le gustaba sentirse
inútil ni aprovechada.
Con rapidez ella se adelantó un paso y antes de que él pudiera
tan solo tocar la bolsa, se hizo de ella. Renato solo frunció la boca y
negó repetidamente con la cabeza, pero luego le dio risa su actitud;
sin el mínimo interés de reñirle, le hizo un ademán para que lo
acompañara.
Ingresaron por una de las puertas laterales que daba al gran
vestíbulo con paredes y pisos de mármol. Samira abrió la boca al
ver la gran escalera que llevaba a la segunda planta con balaustres
de madera caoba brillante y al pie, un par de esculturas de caballos
negros apostados a cada lado. En el centro del recibidor había una
mesa redonda con rosas amarillas y salmón.
La luz matinal entraba generosa por el gran ventanal en forma
de arco, donde terminaba el primer tramo de la imponente escalera
que se abría a los lados como una Y.
Ella no sabía nada de arte, pero estaba segura de que las
pinturas que colgaban de las paredes debían ser muy importantes.
Se giró con la cabeza levantada, siguiendo la baranda del segundo
piso y luego vio la gran cúpula de hermosos vitrales, al bajar la
mirada se topó con unas puertas dobles de roble tallado. Era
evidente que esa majestuosidad era la entrada principal.
—Esto parece un palacio, tendrás que darme un mapa para
poder guiarme —expresó anonadada y presa de su inocencia.
—No lo necesitarás.
—Oh sí, es muy probable que me pierda, aunque no soy
abusiva ni demasiado curiosa, como para andar por ahí sin tu
permiso.
—Tienes total libertad para recorrer cada rincón de este lugar,
ya te dije que te sintieras como en casa…
—Sí que eres de humor negro, payo —rio, codeándolo.
—Lo digo en serio… Por la tarde cuando regresemos de la
nieve, te haré un tour.
—Lo acepto… ¿tienes algún lugar favorito aquí?
—Sí, un par… me gusta mucho la soledad y el silencio de la
bodega de vinos, que es subterránea, pero también una de las
terrazas.
—¿Estás seguro de que no se molestarán porque me has
traído aquí? No quiero que tengas problemas por mi culpa.
—No gitanita, no lo harán —dijo llevándole una mano a la parte
posterior de la cabeza con un delicado gesto de cariño—. Vamos,
dejemos esto en la cocina y te llevo para que te vistas
apropiadamente para la nieve.
—Está bien, creo en tu palabra. —Caminó junto a Renato,
quien le llevó la mano de la cabeza a la parte posterior del cuello, lo
que en consecuencia hizo que Samira diera un respingo que a duras
penas pudo disimular. A pesar de que ni siquiera lograba sentir
íntimamente el contacto, porque llevaba puesta una gruesa bufanda.
Cuando entró, se topó con el sueño hecho realidad de cualquier
amante de la cocina, las alacenas de madera se extendían por toda
una pared y seguían a la siguiente convirtiéndose en una barra
desayunador, a pesar de que contaba con una isla inmensa en que
la había otro desayunador.
—Definitivamente tienen que ser muchos miembros los de tu
familia —murmuró Samira.
—Solo para que te hagas una idea, tengo un tío que tiene
quintillizos.
—¡Quintillizos! —exclamó verdaderamente sorprendida, pero
de inmediato se avergonzó al ver que un par de mujeres vistiendo
uniformes de asistentes de servicio se hacían presente.
—Bienvenidos —dijo una de ellas, mientras la otra asentía de
modo servicial—. Señor Renato, que grato volver a verlo.
Sin duda, su abuelo había llamado para que fuese atendido. Se
preguntó si estaría observando por las cámaras, pendiente de su
llegada. Miró al punto del circuito cerrado y tragó grueso, esperando
que Reinhard Garnett, en ese momento no tuviese los ojos puestos
en él y su acompañante, volvió a mirar a las mujeres.
—Gracias Isidora, también me alegra verte… Les presento a
Samira, una amiga.
—Un placer señorita.
—Gracias, igualmente. —Casi les hizo una reverencia,
producto de los nervios.
—¿Cómo han estado las cosas por aquí? —preguntó mientras
que con un ademán le pedía la bolsa de la comida que ella le
entregó sin chistar.
—Muy bien señor, todo en orden —comentó Isidora—. Le
hemos preparado el desayuno, ¿desea tomarlo aquí, en el comedor
o en la terraza?
—¿Quieres comer algo? —Renato se dirigió a Samira con un
tono bajo.
—Sería muy maleducado de mi parte rechazarlo… ¿cierto? —
susurró frunciendo nariz y se le arrugaron también los contornos de
los ojos.
—Pues, ya lo han preparado, pero si no quieres, no te sientas
comprometida.
—Está bien… ¿Lo harás conmigo? —secreteó, sabía que
estaba sonrojada por la situación.
—Por supuesto, ¿dónde prefieres que comamos?
—No sé —se encogió de hombros—. Eres tú el que conoce
esta casa, decide el mejor lugar.
—La terraza, definitivamente —dijo con una leve sonrisa
apaciguadora, su mirada se escapó a los labios de Samira, lo que le
hizo recordar por un segundo, cómo los había soñado entreabiertos
liberando jadeos y recibió un golpe de excitación y culpa, por lo que
rápidamente volvió la mirada hacia las asistentes al servicio.
CAPITULO 31
Samira esperó encontrarse con las vistas de la ciudad, pero la
terraza era más como un patio con altos muros de piedras que
proporcionaban intimidad al lugar, de pisos de baldosas blancas;
amparados por una gran pérgola de madera cubierta de arbustos
trepadores de vid, se hallaba un comedor de hierro forjado en
bronce, de unos ocho puestos y un juego de sofá de exteriores,
adornados con cojines de color marfil y estampados florales.
Era extraordinario ver cómo débiles rayos de sol se colaban
entre las hojas de la vid, dando una sensación de paz y calidez.
—¡Qué bonito es este lugar! —comentó, queriendo no parecer
demasiado impresionada.
—Sí, es muy acogedor —respondió mientras apartaba la silla
para que ella tomara asiento.
—Gracias —dijo sonriente, en cuanto se sentó, soltó un gran
suspiro, al tiempo seguía con la mirada a Renato, que tomó asiento
junto a ella—. Imagino que tienes bonitos recuerdos.
—Sí, algunos. —Meneó la cabeza en un gesto enigmático y
empezó a quitarse los guantes.
—¿Desde cuándo no venías?
—Como un par de años… La familia suele venir por un fin de
semana para esquiar, pero el año pasado prefirieron ir a otro sitio.
—No puedo creer que vengan aquí un fin de semana al año,
mientras tanto, ¿dejan la casa sola?
—Nunca está sola, el personal de servicio se encarga de
mantenerla, aunque no solo la visitamos una vez al año… Toda la
familia se reúne aquí un fin de semana, pero de vez en cuando,
algún que otro miembro viene a pasar días… Mi hermano viene
varias veces, suele traer a las conquistas, ya sabes, cuando desea
impresionarlas y tener privacidad.
—Entiendo… Ahora el personal pensará que soy tu conquista
—masculló ella, rodando los ojos.
—La diferencia es que se prepararon habitaciones separadas…
Y, ellos me conocen, saben que no soy igual a Liam…
—¿Cómo puedo estar segura de que no has traído a tus citas?
—cuestionó, queriendo parecer divertida, pero lo cierto era que tenía
una punzada de celos lastimándola y haciéndola hablar más de la
cuenta.
—Créeme, no las he traído —confesó, no iba a decirle que ni
siquiera las había tenido.
Ella buscó la mirada de azul, pero él la rehuyó, al levantar la
mirada hacia la trepadora que les daba sombra.
—Está bien, creo en tu palabra… —Necesitaba llevar la
conversación hacia otro tema o corría el riesgo de que se instalara
un incómodo silencio—. ¿En serio tienes unos primos quintillizos?
—Aún no salía del asombro de aquella declaración que Renato le
había hecho.
—Así es, tienen cinco años —contestó, volviendo la mirada de
nuevo a Samira.
—Ufff, terrible, a esa edad son muy inquietos, aunque es
normal porque es producto de la curiosidad, imagino que tus tíos
vivirán agotados.
—No tanto, mi tío es el hombre más relajado del planeta, es
demasiado tranquilo… y, al parecer, lleva bien esta etapa o por lo
menos es lo que nos hace creer —confesó con una ligera sonrisa y
desvió la mirada hacia donde se acercaban Isidora y Marta trayendo
el carrito con los alimentos.
—Espero que disfruten de la comida —dijo Marta, mientras le
colocaba platos enfrente.
—Gracias. —Samira sonrió tímida, con los hombros
ligeramente encogidos.
Vio cómo las mujeres empezaron a poner recipientes con frutas
picadas, una jarra de jugo de naranja, café, leche, yogurt, entre
muchos alimentos más.
—Isidora, podrías traer azúcar, por favor —solicitó Renato.
—Sí, enseguida señor —asintió y se marchó en compañía de
su compañera.
—¡Esto es demasiado! —gesticulo Samira exageradamente,
pero casi en un susurro.
—Así es, pero solo come lo que desees.
—Me siento tonta… bueno, tonta no, me siento estúpida —
resolló, viendo la mesa llena de colores y texturas.
—No entiendo por qué lo dices —comentó Renato mientras se
ponía la servilleta en el regazo.
—Es que preparé los alimentos, pensando… no sé en qué
pensaba, bueno sí, en ahorrarnos tener que comprar en otro lugar…
¡qué tonta! Es evidente que no hacía falta. Supongo que terminarán
echándolo a la basura.
—¡Qué dices! —Llevó su mano a la de ella y se la apretó, quien
fijó sus ojos olivas en los suyos. Era impresionante cómo los rayos
del sol le sacaban puntos de brillo dorado a los iris—. No, de
ninguna manera eso se irá a la basura, vamos a llevarlos en las
mochilas, después de todo, vamos a necesitar mucha energía y es
una extraordinaria opción para almorzar.
—Es evidente que tienes mejores opciones —dijo señalando el
despliegue de comida.
—Nada de esto se compara a la delicia del sándwich que me
comí esta mañana, por mi parte, llevaré lo que has traído, pero si tú
quieres algo distinto, puedes mandar a prepararlo sin ningún
inconveniente.
—No lo dices en serio.
—Pues, lo digo muy en serio, señorita —enfatizó, mirándola a
los ojos y con su semblante bastante serio.
—Está bien, siempre confiaré en ti —farfulló casi con la
malcriadez de una niña.
—Hasta ahora no te he dado razones para que dudes de mí.
—Es cierto. —Le regaló una gran sonrisa tranquilizadora.
—Ya ves, casi soy gitano —comentó sonriente.
Samira soltó una carcajada que resonó por la terraza, pero
reverberó en el pecho de Renato.
—Eso lo aceptaría mi padre —comentó, dejándose llevar por el
momento, pero de inmediato cayó en la cuenta de lo que había
dicho e intentó resolverlo—. Me refiero a que le des tanta
importancia a tu palabra. —Sabía que se había sonrojado hasta le
médula, pero para desembarazarse del momento, empezó a
servirse fruta.
Después de un muy sustancioso desayuno, Renato le preguntó
si ya estaba preparada para partir, ella casi con un respingo de
emoción le dijo que sí. Fue entonces que le pidió que lo acompañara
para que pudiera vestirse apropiadamente.
—¿No íbamos a alquilarlo? —preguntó mientras subían las
escaleras, y empezaba a arrepentirse de haber comido tanto porque
se sentía pesada y con ganas de vomitar.
—Recordé que no hay necesidad de recurrir a eso —
argumentó él.
En menos de dos minutos Samira se encontró entrando a un
vestidor realmente inmenso, incluso parecía un laberinto con tantos
armarios, pero él la condujo a uno en específico.
—Aquí tienes todo lo que necesitas para esquiar, es esencial
que estés bien protegida… Recuerda usar las tres capas de ropa. —
Le señaló uno de los armarios—. Todas estas de aquí son de la
primera capa. —Le mostró decenas de camisetas y mallas térmicas,
luego le abrió un cajón—. Aquí tienes calcetines y guantes.
—¿De quién es todo esto? ¿Pediste permiso? Es que no quiero
ser abusiva.
—Son de mis tías y primas… No debes preocuparte por nada.
—Caminó varios pasos, para mostrarle otro armario con muchas
más prendas—. Estas son para la segunda capa, puedes elegir lo
que gustes… —dijo señalando forros polares, pantalones—. Si
deseas puedes elegir algunos de esos gorros. —Señaló los que
estaban en las cabezas de unos maniquíes, luego abrió otro cajón
donde estaban los guantes polares—. Un par de estos serán muy
necesario —hablaba mientras Samira asentía, intentando
comprender las instrucciones de Renato, quien avanzó un poco
más, solo para correr la puerta de otro armario—. Aquí tienes los
pantalones de esquí y los anoraks… Te dejo para que te cambies, si
tienes dudas, escríbeme un mensaje, voy a prepararme también,
podemos encontrarnos en la terraza, ¿te parece? —preguntó, a
pesar de que ella todavía intentaba entender todo lo que le había
dicho.
—Está bien.
—Ya sabes, primera capa —le recordó señalando el armario—.
Segunda capa —le indicó el otro—, y tercera capa —comentó,
haciendo un ademán con ambas manos al gran armario que tenía
enfrente—. Oh sí, lo olvidaba. —Le puso ambas manos en los
hombros y la hizo volver—. Ahí están todas las botas.
—Está bien. —Asintió con contundencia.
—Entonces, nos vemos en un rato, si deseas ir al baño, esa
puerta a la derecha, te lleva a uno. —Renato se sentía raro, pero
emocionado.
—No vemos —dijo ella, sonriéndole con dulzura, para luego
mirar al mueble con anaqueles que iban de piso a techo repleto de
calzado para invierno.
Él se fue a su habitación para ducharse y vestirse
apropiadamente para ir a esquiar, pero antes sintió el deber moral
de comunicarse con su abuelo para informarle que había llegado, a
pesar de que estaba seguro de que el personal de seguridad ya
debió haberlo puesto al tanto.
—Hola, Renatinho. —Reinhard contestó al segundo repique—.
¿Llegaste bien?
—Hola abuelo, sí, llegué hace rato, desayuné y en una hora
más o menos iré al centro de esquí —explicó.
—Espero que te diviertas, ten cuidado… —hablaba tranquilo,
aunque se moría de ganas de saber qué significaba esa chica para
él, ¿sería su novia? ¿Solo una amiga?
Ignacio le informó que ya habían ido a recoger a su nieto, pero
que en ese momento estaban esperando a que el joven recogiera a
una persona, antes de ir a la casa. De inmediato supuso, con
precisión, en dónde estaban; si bien había visto un par de fotos que
Valerio le mostró unas semanas atrás, él quería constatar la
información de primera mano, por eso se fue directo al despacho y
se instaló en su sillón frente a su portátil personal para acceder al
sistema de circuito cerrado de la propiedad en El Arrayán, con
intención de ver la llegada de su nieto y su acompañante.
No pudo evitar hacer un acercamiento para apreciarla mejor en
cuanto se bajaron del vehículo. Se veía bastante joven, pero sin
parecer una chiquilla, se notaba que no estaba acostumbrada a los
lujos que ellos poseían, pero hubo un gesto de Renato que le llamó
la atención, le había quitado el gorro que ella tenía en una de sus
manos y se lo había puesto. Nunca él había tenido tanta confianza
con alguien, si acaso hubiera hecho algo parecido con Violet o
alguno de los hijos de Thor, pero nunca con una extraña.
Necesitaba saber más, enterarse de si por fin su nieto se había
enamorado; seguramente Danilo estaba al tanto de lo que estaba
ocurriendo, pero de antemano sabía que no le contaría nada de lo
que su nieto y él conversaban en sus sesiones, lo mejor sería
esperar a que él quisiera hablarle de ella, con algo de suerte, quizá
se la presentaría. Cuando ellos entraron en la casa, decidió que lo
mejor era respetar su privacidad, por eso se desconectó, bajó la
pantalla de la portátil y se quedó esperando a que él lo contactara, si
así lo deseaba.
—Gracias abuelo… Abuelo, ¿puedo pedirte un favor? —tanteó
algo preocupado.
—Por supuesto.
—Si mi madre, Liam o cualquiera te pregunta por mí, no le
digas donde estoy… ya sabes, mamá empezará a recordarme que
tenga cuidado, que no me acerque a las pistas peligrosas…
—Tranquilo —lo interrumpió Reinhard—. No diré nada, solo
disfruta tu fin de semana, lo mereces, estas últimas semanas has
tenido mucho trabajo.
—Gracias abuelo, saluda a la abuela de mi parte. Nos vemos
mañana por la noche.
—Lo haré, nos vemos.
Renato terminó la llamada y se fue al baño. Luego, tras
cuarenta minutos, llegó a la terraza donde Samira lo estaba
esperando ya lista. Vestía un mono de esquí de plumón verde oliva,
con capucha y puños de mapache, además de un gorro del mismo
color. No recordaba si alguna vez le había visto usar eso a Hera o
Helena, lo que sí podía asegurar era que a la gitanita se le veía muy
bien.
Ella estaba concentrada en su teléfono, escribía con tanto afán
que ni siquiera se había percatado de que él estaba en el quicio de
la puerta. Carraspeó para hacerse notar y casi de inmediato ella
levantó la mirada, haciéndolo testigo de los hechiceros que se veían
sus ojos, el atuendo hacía que se vieran más brillante de lo habitual.
Samira de inmediato le respondió un mensaje que Adonay le
había enviado y se levantó para ir hasta donde estaba Renato,
vistiendo la ropa de esquí, totalmente negra, incluso el gorro y los
guantes eran del mismo color.
—¿Ya nos vamos? —preguntó emocionada.
—Preparamos las mochilas y partimos —dijo él, guiándola a la
cocina—. ¿Te sientes bien con la ropa? ¿No te es incomoda?
—Me queda muy bien, es primera vez que no siento frío…
Ojalá me permitieran ir al trabajo con algo como esto… —comentó
pasándose las manos por el abdomen hasta las caderas, mientras
se echaba un vistazo.
—¿Sientes frío en la oficina? Porque puedes pedir que le suban
a la calefacción…
—No, en la oficina es un ambiente demasiado agradable, pero
cada vez que salgo en la mañana de mi casa, mis dientes
castañean. —Soltó una risita entre burla a sí misma y vergüenza.
—Solo necesitas buenos abrigos… Aquí mis tías tienen
muchos, puedes llevarte los que quieras.
—No, de ninguna manera, no son míos. —Se arrepintió de
haber abierto la boca, sobre todo conociendo a Renato. Debió
suponer que algo como eso iba a ofrecerle—. Además, ya casi
termina el invierno, no será necesario.
Al llegar a la cocina prepararon las mochilas que ya habían
dejado ahí Isidora y Marta; al revisarlas, Renato se percató de que
llevaba lo esencial, como protector solar para rostro y labios, gafas
de sol y de ventisca, calcetines de repuesto, orejeras y
medicamentos por si Samira se mareaba en el camino.
Él se hizo de la bolsa que había llevado ella y metió un par de
botellas de agua en cada mochila, además de los emparedados y
las frutas.
—Gracias —dijo Samira cuando él le ofreció la mochila.
—¿La sientes pesada? —preguntó, una vez que se la puso.
—No, está perfecta —dijo sonriente.
—Entonces, es hora de partir.
Cuando llegaron, ya la SUV gris estaba equipada con los
esquís y las tablas de snowboard en el techo. Renato le abrió la
puerta a Samira y con un ademán la invitó a subir.
—¿Iremos solos?
—Bueno… Es la idea, pero si prefieres puedo decirle a Ignacio
que nos lleve —le dio la opción, aunque prefería estar a solas con
ella, porque se sentía más en confianza.
—¡No! Me encanta la idea que de no haya más testigos de mi
torpeza, porque estoy segura de que comeré mucha nieve —dijo
con una amplia sonrisa de verdadero entusiasmo—. Date prisa… —
Lo azuzó y sujetó la manilla de la puerta para cerrarla. Se acomodó
en el asiento y él subió al asiento justo cuando ella se ponía el
cinturón de seguridad—. ¡De verdad, no puedo creer que por fin voy
a conocerla! —chilló emocionada, recargando la cabeza contra el
espaldar.
—Hay varias opciones de pistas —dijo con la sonrisa
controlada pero su mirada delataba que también estaba emocionado
—. El Colorado, La Parva, Valle Nevado y Portillo… ¿A cuál
prefieres ir?
—No sé, ya sabes que no conozco… ¿A cuál vas cuando
vienes con tu familia?
—A La Parva…
—Entonces vamos a esa.
Samira lo interrumpió, antes de que pudiera decirle que la
mayoría de las pistas de ahí eran muy exigentes y que se
necesitaba cierto nivel para poder aventurarse en ellas; sin
embargo, había algunas zonas para aprendices que esperaba que a
ella le gustaran, sino la llevaría hasta Valle Nevado, aunque fuera
menos de su agrado por lo concurrida que era. Asintió y programó el
GPS para iniciar el viaje.
—¿Quieres escuchar algo de música? —preguntó, echándole
una rápida mirada de soslayo, para luego ver por el retrovisor y
conducir en retroceso.
—Sí, claro… ¿Puedo? —Hizo un ademán hacia la radio.
—Por supuesto.
—Es que hay una estación de radio que es muy buena, la
conocí por Mateo —explicaba mientras sintonizaba—. Es esta. —
Justo terminaba una canción, hicieron una pauta publicitaria de una
reconocida marca de agua nacional y otra de una tienda de calzado,
para dar paso a otra canción que empezó con un solo de guitarra
que rápidamente fue acompañada por la percusión.
Ambos iban con las miradas al frente, disfrutando del paisaje,
pero con total atención en la letra de la canción.
Como yo, siento estar contigo
Como yo, vuelo al pasar
Como yo, quiero ser tu amigo
Como yo, quiero ser tu mar
Cuando llegaste a mi vida
Y me entregaste tu mirar
Yo siento tantas, tantas cosas
Que no se pueden explicar…
—Es bonita esa canción. —Renato interrumpió el silencio entre
ellos—. ¿Quién la canta? —curioseó.
—Sí, es muy linda, no sé…
—¿La habías escuchado antes?
—Sí, un par de veces, ya miro de quién es… —dijo buscando
su móvil en el bolsillo del anorak. Al encender la pantalla vio que
tenía otro mensaje de Adonay, pero no era el mejor momento para
responderle, por lo que lo ignoró y buscó la aplicación para
encontrar la canción, dejó que el móvil captara la letra y en pocos
segundos le arrojó el resultado—. Ángel del pasado , de Natalino.
Yo quiero ver abrir tus alas
Yo quiero verte caminar
Y así cruzar este sendero
Para que aprendas a volar…
—Si te gusta puedes agregarla a nuestra lista de reproducción
—aconsejó él, porque no iba a ser tan directo como para pedirle que
lo hiciera porque sentía que ciertas estrofas lo hacían sentirse
identificado en su relación con ella.
—Sí, sin duda merece un lugar en nuestra exclusiva lista —dijo
sonriente.
Samira que solía sacar tema de conversaciones de cualquier
cosa, empezó a contarle sobre sus nuevos compañeros de trabajo,
sobre todo de Karen con quien compartía más tiempo, por lo que se
habían forjado lazos más fuertes.
Estaba muerta de amor y ternura por Alonso, el hijo de su
compañera decía que siempre que lo veía se le quería comer a
besos las regordetas y sonrojadas mejillas.
Renato le prestaba atención a pesar de que iba con la mirada a
la serpenteante carretera franqueada por altas montañas bastante
cubiertas de nieve, pero no tanto como a mitad de invierno. Se daba
cuenta de que a ella le encantaban los niños.
CAPITULO 32
Samira supo que estaban por llegar cuando vio que los edificios
marrones y ocres que coronaban la montaña estaban mucho más
cerca.
—Ya falta poco, ¿cierto? —dijo volviéndose a mirar a Renato,
después de tener casi la nariz pegada al cristal.
—Así es…
—Pensé que tardaríamos más… ¡Esto debe ser muy alto!
—Según la información en el GPS dice que estamos a 2.750
metros sobre el nivel del mar, aunque hasta donde tengo entendido
las pistas ascienden hasta más de 3500 metros. —Apenas le echó
un vistazo a la pantalla.
Una curva después se presentó un gran muro de piedras que
les daba la bienvenida al centro de esquí «La Parva».
—¡Impresionante! —Estaba tan emocionada que cualquiera
podría jurar que tenía la sonrisa tatuada en el rostro, pero no le
importaba, si por ella fuera, estaría dando brincos en el asiento
como una niña pequeña—. Jamás, ni en mis más locos sueños
imaginé que algún día estaría en un lugar como este, ni siquiera
estimaba conocer la nieve… ¡Gracias, Renato! Espero tener la
manera de pagarte por todo lo que haces por mí —confesó, porque
sus aspiraciones nunca habían ido tan lejos.
—No hago esto esperando ningún pago a cambio, además, yo
también necesitaba un fin de semana de distracción, así que creo
que técnicamente soy yo quién te debe agradecer a ti por
acompañarme, habría sido muy aburrido venir solo.
—En ese caso, haré todo lo posible para que sea entretenido,
pero tampoco mucho, no quiero abrumarte —dijo con su gesto
pícaro.
Una curva más para adentrarse a una calle, con edificios a
ambos lados, donde casi todo era tonos tierra y blanco.
Una vez aparcó la SUV, se encargó de bajar el equipo y llevarlo
hasta donde pudieran colocárselo; para después saltar a la pista de
aprendizaje, donde dejaría que los profesionales le explicaran a
Samira. Sí, él dominaba a la perfección el esquí y el snowboarding ,
pero no iba a ser tan imprudente como para intentar explicarle a ella
la técnica.
—¡Ay, no lo puedo creer! ¡No lo puedo creer! —dijo Samira
enterrando los pies por primera vez en la nieve floja—. Me encanta
cómo se escucha.
Él no se imaginó que se sentiría tan dichoso al verla a ella tan
emocionada, estaba seguro de que esta experiencia jamás se le
olvidaría, por tanto, nunca pasaría por alto que la vivió junto a él.
—Aquí el sol es demasiado brillante —dijo con el ceño fruncido
y casi sin aliento, caminando al lado de Renato, ahora sentía que se
le dificultaba respirar.
—Sí, para eso son las gafas, ya vamos a colocárnosla, si no lo
hacemos, corremos el riesgo de pasar una mala noche con los
párpados hinchados y los ojos adoloridos. El reflejo del sol en la
nieve suele causar oftalmia.
Luego sacó las tarjetas de ingreso y llegaron al centro de
enseñanza que estaba junto al restaurante Olímpico, se sentaron en
una banca y buscaron las gafas en las mochilas; sin embargo, antes
de ponérselas, Samira le pidió que se hicieran un par de fotos en
medio del paisaje nevado. Pero no bastó con eso, ya que una vez
se las puso, quiso seguir posando para inmortalizar cada detalle de
ese paseo. A Renato no le molestaba complacerla, aparte que estar
detrás de la cámara le daba la excusa perfecta para apreciar su
figura que resaltaba con el mono que se había puesto. Cuando se
dio cuenta de por donde lo estaban llevando sus pensamientos, se
espabiló y tomó un par de fotos más.
—Listo, han quedado muy bien.
—¡Gracias! —dijo avanzando hacia él, para recibir de nuevo su
móvil.
—Creo que es hora de que te ayude a ponerte los esquís —
anunció, al ver que se acercaba el instructor.
—Por favor —dijo ahora más que emocionada, nerviosa, temía
no poder aprender y hacer que todo ese viaje fuese una total
pérdida de tiempo.
Él la ayudó a fijarle las tablas, luego le puso el casco y le
entregó los bastones, mientras ella le dedicaba una sonrisa
nerviosa.
Samira sentía que un cúmulo de emociones la embargaba:
miedo, nervios, euforia, angustia, curiosidad y también felicidad. Se
hicieron las respetivas presentaciones con el instructor, quien le
explicó rápidamente la teoría, mientras ella tragaba saliva, en un
intento por deshacer del nudo que se hacía más apretado en su
garganta.
—Lo harás bien. —La alentó Renato, una vez que el instructor
le tiró de las manos para ponerla en pie. Ella era más alta que el
hombre.
—Eso espero, ¿puedes hacerme videos? Luego me los pasas.
—Claro.
—Aunque me caiga, tú sigue grabando, quizá eso sirva para
reírnos esta noche.
—Está bien. —Una ligera sonrisa crepitó en sus comisuras ante
tal provocación.
Ella suspiró al notar esa sonrisita irresistible. El aplauso del
instructor fue el que la hizo consciente de que se había distraído
mirando a Renato.
Le recordó la posición que debía mantener, se trataba de algo
sobre flexión de tobillos y cadera, y el avance de las rodillas. Le
entregó los bastones y le recomendó mantener los brazos
separados del cuerpo.
—Entiendo, ¿está bien así? —peguntó, entre nerviosa y
ansiosa.
—Levanta la cabeza —respondió empujando ligeramente con
sus dedos la barbilla de la chica hacia arriba para que dejara de
mirar a los pies.
Renato observó prácticamente a través de la pantalla cada
movimiento del aprendizaje de Samira, cómo consiguió mantener el
equilibrio por sí sola, desplazarse unos pocos metros y caer, muy
contrariamente de sentirse avergonzada solo se carcajeaba,
provocando que él también riera.
Volvió a ponerse en pie con la ayuda del instructor e intentó una
vez más, tras unas cinco caídas, no se dio por vencida, siguió
intentando hasta que consiguió llegar a la meta que le habían
puesto.
Una vez que dominó el truco del equilibrio, pudo deslizarse
varias veces sin temor.
—Vamos más arriba, así tendrás más trayecto. Si quieres,
puedes venir —invitó a Renato.
Él de inmediato se ajustó las tablas y subió a la barra
transportadora que los subiría algunos metros, pero seguirían en las
pistas verdes, denominadas así para los novatos.
—¿Lo hice bien? Solo me caí como quince veces, pensé que
iba a ser más difícil.
—¡Lo hiciste muy bien! —La felicitó. Era admirable cómo ella
solo veía el lado positivo de las cosas.
—Aunque creo que mañana no podré sentarme —murmuró con
una sonrisa pícara.
—Pero merece la pena, ¿cierto? —comentó, tratando de ser
tan optimista como ella.
—Totalmente… ¿Pudiste grabar todas mis caídas?
—Las tengo todas —aseguró, agitando ligeramente el móvil,
que guardó enseguida en el bolsillo de su anorak.
—¡Bien! —exclamó emocionada y agitó los bastones en medio
de su celebración.
A pesar de que estaban en medio de hielo y a una altura
bastante considerable, Samira empezaba a sentir calor, estaba
segura de que se debía al esfuerzo físico que estaba realizando.
Cuando llegaron a uno de los tramos intermedios de la pista, el
instructor la instó a que se deslizara, pero antes le recordó mantener
la postura y que para reducir la velocidad solo debía abrir las
piernas hasta que consiguiera frenar, también que debía mantener
ambos pies apoyados igual, porque si los desequilibraba, empezaría
a hacer curvas.
—Entiendo, sí… sí —decía ella, asintiendo con toda su
atención puesta en lo que le decía el instructor.
—Ahora, te enseñaré cómo girar… Mientras te deslizas si te
apoyas más sobre el pie derecho, vas a girar hacia la izquierda, y si
dejas más peso sobre el izquierdo irás hacia la derecha…
¿Entendido?
—Creo que sí, lo tengo
—Vamos —dijo deslizándose un poco para estar por delante de
ella y guiarla—. Recuerda mantener la mirada al frente.
—Aquí voy —canturreó con la adrenalina, los nervios y la
euforia haciendo de las suyas.
Renato se preparó con el teléfono para grabarla, al tiempo que
Samira encontraba apoyo en los bastones que enterró en la nieve y
empezó a deslizarse, en poco tiempo siguió las ordenes que le iba
dando el monitor, él se emocionó por verla girar de un lado a otro
sobre la nieve y luego celebrar cuando llegó abajo, cuando se giró a
buscarlo le hizo señas para que descendiera, hasta ahora no había
sido testigo de cómo lo hacía él.
Él guardó el teléfono, se empujó con los batones y ella miró
boquiabierta cómo se deslizaba haciendo giros a gran velocidad, no
tardó si un minuto en llegar, dejándola sin aliento.
—Lo haces muy bien —murmuró extasiada—. Eres un
profesional.
—Solo es practica —dijo modesto—. Con unas pocas clases
más lo harás igual… Estás aprendiendo muy rápido, ¿cierto
instructor? —Renato pidió la aprobación del hombre.
—Sí, tu polola lo ha hecho muy bien —dijo el hombre,
dejándose llevar por sus suposiciones.
—No somos novios, solo somos amigos —aclaró rápidamente
Samira, a la que se le tornaron las mejillas carmín y el corazón se le
aceleró y no por el ejercicio. El payo se había quedado en blanco,
seguramente no había entendido lo que el chileno había dicho.
—Pensé que lo eran, disculpa —dijo mirando a Renato.
—No se preocupe —contestó con una sonrisa entre tímida e
incómoda, luego de comprender, lo que el instructor había querido
decir.
—Bueno, mejor sigamos, necesitas practicar —le dijo a Samira
sonriendo un tanto avergonzado—. Una vez más, arriba.
—Sí, claro —dijo ella.
El entrenamiento se extendió por casi una hora más, el hombre
se marchó seguro de que la jovencita conseguiría mantenerse en
pie y deslizarse sin ponerse en peligro.
Estaba agotada, casi sin aliento, pero seguía muy animada,
sentía que nunca se había divertido tanto. Renato le propuso ir más
arriba para que apreciara la parte alta de la montaña. Ella sin
dudarlo aceptó, por lo que subieron al andarivel.
—¡Guau! Esto es impresionante… ¡Es hermoso! —decía
observando la inmensidad que la rodeaba, agradecía en ese
momento de no temerle a las alturas, iban sentados juntos en la
telesilla y estaban a unos cuantos metros del suelo—. ¿No te parece
increíble?
—Lo es, es hermoso e intimidante. —Él estuvo de acuerdo. Ni
cómo contradecirla ante semejante majestuosidad.
—Así es… Me siento pequeña, como una hormiga —rio,
anonadada.
—De hecho, es que lo somos en estas montañas.
—Ay, recuerdas la película de los sobrevinientes, que es una
historia real… No sé cómo pudieron sobrevivir por setenta y dos
días en estas montañas… Siempre me pregunté, cómo los equipos
de búsqueda no logaron ver el avión, si es algo tan grande, ahora lo
entiendo… Esto es casi infinito —hablaba emocionada.
—Por lo menos tenemos provisiones para unos cuantos días —
hablaba sonriente—. Llevamos en las mochilas como veinte
sándwiches.
—Ves, por eso uno siempre debe ser precavido… —hablaba
muy seria.
—¿En serio, estás pensando que vamos a perdernos en estas
montañas?
—No, ni lo digas, ya ves que no tengo casi grasa corporal, mis
huesos se cristalizarían en un par de horas… pobre de mí.
—No te preocupes por tus huesos, no les pasara nada —dijo
apretándole el antebrazo.
El andarivel los dejó en la última estación de la pista de
principiantes, Renato cuidó que Samira bajara con cuidado y
mantuviera el equilibrio. Ante ella, se mostraba una llanura impoluta
y brillante, debido a que el hielo destellaba ante el intenso sol y
algunas rocas límpidas sobresalían de la nieve, como picos
amenazantes.
Varias chicas muy entusiasmadas se lanzaron cuesta abajo,
demostrando rapidez y equilibrio, dejándola a ella boquiabierta y con
el corazón algo desbocado, repentinamente la seguridad la
abandonó y empezó a sentirse nerviosa, entre más miraba el
descenso más palpable se hacía el temor.
—Todo… Todo esto es tan bonito —dijo ahogada, tratando de
ganar tiempo y no mostrarle el miedo que le había invadido las
entrañas.
—Sí, lo es… ¿estás preparada?
—Solo un minuto, quiero apreciar estas vistas un poco más —
inspiró hondo en busca de valor, miró cómo otro chico se lanzaba
sin siquiera titubear.
—Puedo tomarte fotos si quieres —propuso Renato,
otorgándole el tiempo que ella solicitaba.
—Juntos, hagamos algunas selfis.
—Está bien —dijo él, haciéndose del móvil, estiró el brazo y se
hizo un par de fotos junto a ella, con la inmensidad nevada de fondo.
—¿Podemos retirarnos las gafas?
—Sí, claro.
Ambos deslizaron las gafas y se las pusieron en la cabeza,
para entonces inmortalizar ese momento, aunque salieron con los
ceños ligeramente fruncidos, debido al resplandor.
—¿Puedo verlas? —pidió Samira, queriendo estirar mucho más
el momento, que definitivamente le daba miedo enfrentar. Renato se
las mostró—. Quedaron lindas, me las pasas, no lo olvides.
—Lo haré… ¿Quieres bajar ya? —preguntó, ahora que podía
verla a los ojos, quería confirmar si lo que estaba percibiendo eran
dudas o si solo eran suposiciones suyas. Después de todo, no era
común que sintieran miedo en esa pista.
—Sí, pero… —Le esquivó la mirada a Renato, para ver una vez
más el descenso y tragó grueso—. Es tan bonito que…
—Samira, podemos bajar por el andarivel, si no estás segura
de querer descender esquiando, no lo hacemos —dijo tratando de
tranquilizarla.
—Claro que quiero bajar esquiando, ¿no viste a esas chicas lo
bien que lo hicieron?… No puedo sencillamente venir hasta aquí y
no hacerlo… No te haré perder el tiempo, solo dame un minuto.
—Muy probablemente esas chicas tienen meses o años de
práctica, no te sientas desanimada porque no te sientas segura de
hacerlo en este momento y, no quiero que pienses que me estás
haciendo perder el tiempo.
—Solo estoy un poco nerviosa —chilló, sintiéndose impotente,
no quería defraudarlo—. No quiero parecer tonta por acobardarme…
ante algo que parece tan simple.
—Sami, esto no es algo simple, sentir miedo es normal, es
humano… La primera vez que estuve en esta pista también me
pasó algo similar, no pude hacerlo, comprendo perfectamente que te
sientas intimidada.
—Solo lo dices para hacerme sentir bien.
—Créeme que no lo hago por eso… Ven aquí. —La tomó por la
muñeca y la hizo deslizar—. Te contaré algo, pero será mejor que
nos sentemos. —Se acuclilló para quitarle los esquís, también se
deshizo de los de él.
—¿Aquí está bien? —dijo sentándose en la nieve.
—Sí. —Él se colocó a su lado—. Contrario a lo que piensas, lo
que acabo de decirte no lo hice por hacerte sentir bien. Es verdad,
tenía diez años cuando vine con mi padre, mis tíos, mi primo
Matthew y unos amigos de la familia… Fue un viaje solo de
hombres. Hasta entonces, ya llevaba dos años viniendo, pero
siempre hasta la mitad de la pista; sin embargo, mi tío Thor
consideró que ya estaba preparado para subir hasta aquí —contaba
y Samira lo observaba atentamente—. Cuando vi lo largo del
descenso, casi me da un infarto, no veía el final de la pista,
sencillamente me paralicé, no sentía mis extremidades y me dieron
hasta ganar de vomitar lo que había comido en una semana.
—Tan solo eras un niño… Era normal que te sintieras así.
—Mi primo Matt con tan solo seis años se lanzó a la primera,
era menor que yo, puso sobre mis hombros la responsabilidad de
tener que hacerlo, pero no podía, no me podía mover, todos me
alentaban a que lo hiciera, nadie me dijo: «no lo hagas, está bien si
no puedes» … Lo peor es que ni siquiera era capaz de explicar lo
que estaba sintiendo Thiago, uno de los amigos de mi papá, me
gritaba que lo hiciera, que no lo pensara, mi padre me decía que si
quería él sería mi guía, yo solo negaba con la cabeza, con el
corazón a punto de estallar…
Samira estaba tensa, respiraba con dificultad mientras percibía
una extraña pesadez en su cuerpo, los ojos le picaban por las
lágrimas que pugnaban por salir y lo único que deseaba en ese
momento era abrazar al niño que una vez fue Renato y decirle que
con ella siempre estaría seguro
Revivir ese momento no le estaba haciendo bien, no era
posible que después de tantos años y de asistir a tantas sesiones de
terapia, aún fuera capaz de sentir el mismo miedo paralizante como
si fuera la primera vez.
—Tenía escalofríos, pero no por la baja temperatura de la
nieve. Tenía pavor, y no podía sacudírmelo. Traté de ignorarlo,
porque ni siquiera sabía de dónde provenía… pero fue imposible…
Le supliqué a mi padre que me llevara de vuelta y él lo hizo, me bajó
en el andarivel, pero una vez que llegamos a la estación, me
desmoroné. Estaba molesto conmigo mismo, sentía aversión hacia
a mí, por no poder hacer algo que hasta mi primo de seis años sí
pudo, no quería ser menos habilidoso que los demás miembros
masculinos de mi familia; así que, me armé de valor y le pedí a mi
papá que me llevara de vuelta, que esta vez sí lo haría… Pero
sabes qué, cuando estuve de nuevo arriba, mirando una vez más
hacia abajo, el pecho me volvió a doler como si tuviera a alguien
sentado encima… Y tampoco pude hacerlo, le pedí perdón a mi
padre y volví a suplicarle que me llevara abajo… Mi padre solo
quería que lo intentara… pero no sabía que yo solo necesitaba que
me dijera que estaba bien si no podía hacerlo… Por eso hoy te lo
digo yo a ti, no tienes que hacerlo si no quieres, esta no será la
única vez que vengamos, tendrás muchas oportunidades para
intentarlo cuando estés segura, así que te llevaré abajo y todo
estará bien.
Samira quería decirle que sentía mucho que hubiese tenido que
vivir esa experiencia tan desagradable. Lo miraba intensamente, él
estaba sonrojado, con la mirada perdida en algún punto de ese
impávido paisaje casi interminable. No tenía palabras, pero sí
acciones, por lo que le llevó la mano a la cabeza, la deslizó por el
gorro hasta su mejilla y le empezó a acariciar el pómulo con el
pulgar. Renato se volvió a mirarla, tenía la mirada cristalizada y eso
le partió el corazón, se inclinó hacia él y lo abrazó lo más fuerte que
pudo, y él correspondió también, apretándola con tanta fuerza que
entre sus cuerpos crepitaba un fuego infinito.
Se quedaron así hasta que la temperatura los hizo conscientes
de que necesitaban más calor que el de sus cuerpos.
—Bajemos por el andarivel, porque le tengo miedo a ese
descenso… Así tengo una buena excusa para volver el próximo
invierno.
—Espero que sigamos siendo amigos para que me permitas
venir contigo —dijo él, tenía la voz un poco ronca, pero ya estaba
calmado.
—No creas que te desharás de mí tan fácilmente —contestó
ella, pensando que, sin importar lo que pasara en el futuro, ella no
quería que nada destrozara esa amistad.
—Eso espero. —Se levantó y le ofreció las manos para
ayudarla a poner en pie. Cargaron los esquís y caminaron a la
estación para subir al telesilla.
CAPITULO 33
A pesar de que el día resultó ser mucho más agotador, tanto
físico como emocionalmente, Samira consiguió que Renato se
relajara en el corto trayecto de vuelta a la estación de esquí,
haciéndole reír con sus ocurrencias. Tanto era así, que él no lograba
explicarse cómo ella había hecho para que, en ese tiempo tan
breve, ya no le quedara ningún resquicio del amargo recuerdo de su
niñez, que le enturbiara su estado de ánimo.
Como necesitaban reponer energías, decidieron ir a comer al
restaurante Olímpico, al entrar se ubicaron en una de las mesas de
la terraza. Ella pidió un moca grande y él prefirió un capuchino, a
pesar de que llevaban los sándwiches, también se antojaron de una
pizza margarita.
Compartían los alimentos mientras observaban a las personas
que estaban en sus lecciones de esquí.
—Eso se ve muy divertido —comentó ella, viendo a un par de
jóvenes lanzándose con un trineo, a la vez que le quitaba una rodaja
de tomate asado a la pizza.
—Lo es —aseguró Renato, que muchas veces de niño se lanzó
con su madre, antes de que ella se volviera tan sobreprotectora tras
la pérdida de su hermana.
—¿Podemos hacerlo? —suplicó con la mirada brillante y una
sonrisa dulce.
Él le sonrió de vuelta, terminó de masticar, se lamió los labios
lentamente y le dedicó una mirada intensa que la confundió e hizo
que las mariposas hiperactivas que tenía aletargadas en el
estómago se despertaran y revolotearan intensamente en su vientre,
causando que se sonrojara al darse cuenta de que deseaba besarlo
indecorosamente.
—Está bien, podemos alquilar el trineo para que juegues un
rato.
—Juguemos, tienes que hacerlo conmigo —dijo señalándolo.
—No lo sé, no me convence mucho. —Mantenía la pícara
sonrisa.
—Vamos, Renato, hagámoslo juntos, no seas así —rogó,
haciendo un puchero—. ¡Será divertido!
—Está bien, tú ganas —entonó apoyando las manos en la
mesa para levantarse de la banca.
—Espera, ¿a dónde vas loco? —Samira se aproximó estirando
la mano y lo sujetó por una de las muñecas, pero con la cabeza
elevada para mirarlo a la cara.
—A por el trineo.
—Pero primero terminémonos esta deliciosa pizza… Además,
creo que necesitaremos unos minutos para hacer digestión.
Se dio cuenta que ella tenía razón, volvió a sentarse y siguieron
disfrutando de la calidez del sol, la compañía y una amena
conversación, en la que ella se interesó por saber de Liam, sus
padres y hasta por el jardinero del complejo en São Conrado.
Tras el tiempo de descanso, pagaron la cuenta a mitad, ya que
Samira exigió que fuese compartida y luego se fueron al centro de
alquiler de equipos, donde le ofrecieron un trineo de dos puestos.
Cuando se lo entregaron, a ella se le ensanchó tanto la sonrisa, que
sintió que su rostro no volvería a su estado natural después.
Llegaron a la colina respirando trabajosamente por el esfuerzo
físico y por la altura, Renato dejó el trineo en la nieve, hundiendo el
freno para evitar que se deslizara.
—¿Te ánimas primero? —preguntó de cuclillas y con la cabeza
levantada para poder mirarla de pie junto a él.
—Acordamos que lo haríamos juntos —le recordó y se llevó las
manos a la cintura, en un gesto casi de reprimenda. Había visto que
los que se habían lanzado en trineo siempre la persona más alta o
grande iba detrás y la más pequeña delante. A pesar de que entre
Renato y ella solo existían como unos siete centímetros de
diferencia, él seguía siendo más alto y evidentemente tenía mucha
más masa muscular. Sentarse de esa manera no era apropiado, por
lo menos no en su cultura, pero no quería negarse la posibilidad de
experimentar un rato divertido. Así que se sentó delante, apoyando
los talones en la nieve para darle más soporte al trineo.
Él se dio cuenta de que ella lo dejó sin opciones, por lo que se
sentó en el espacio que le había dejado, pero tenerla así, tan cerca
y entre sus piernas, sintiendo su fragancia envolverlo, le estaba
jugando en contra; al instante recordó el sueño erótico que lo hizo
sucumbir a uno de los mejores orgasmos que había tenido desde
que descubrió su propio cuerpo.
Inhaló profundamente y suplicó a todos los santos para que una
caprichosa erección no apareciera, dejándolo ver como un enfermo.
—Sujeta la cuerda —dijo Samira, ofreciéndosela.
Para hacerlo, tuvo que pasar los brazos por sus costados,
quedando en una posición en la que casi la estaba abrazando para
tomar la cuerda direccional.
—Sube los pies —le respondió él en un susurro bastante ronco,
mientras luchaba por mantener a raya sus emociones—. ¿Estás
preparada?
—¡ Undibel ! Sí… sí… —La anticipación la llevó a
encomendarse a Dios en caló, a pesar de que se había prometido
no hablar delante de Renato en un idioma que él no entendiera.
Él también subió los pies, quitó los frenos y mantuvo la tensión
en la cuerda, de inmediato, debido al peso de ambos, el trineo
emprendió el descenso mucho más rápido que con los esquís.
Samira gritaba eufórica y reía abiertamente producto de la
adrenalina, extendió los brazos a ambos lados y disfrutó de la brisa
fría golpeando en su rostro, pero lo que más le gustaba era sentir el
calor del cuerpo de Renato en su espalda. Era una sensación casi
narcotizante, el pecho iba a estallarle de felicidad, sobre todo
cuando lo escuchó reírse de una manera tan desinhibida como
nunca lo había hecho con ella.
Sin embargo, para que pudieran llegar a la meta ambos debían
estar muy bien coordinados con el equilibrio, algo que ella no había
tomado en cuenta, por lo que se dejó llevar por la emoción y
comenzó agitar los brazos, haciendo que él se distrajera, perdiera el
control del equipo y terminaran volcándose y rodando por la nieve
hasta que terminaron ellos por un lado y el aparato por otro; pero no
fue nada grave ni se hicieron daño, por el contrario estaban riéndose
a carcajadas.
Se sentían como dos niños que vivían el momento sin temores
ni vergüenzas. Por primera vez, Renato se olvidó de sus miedos e
inseguridades y fue libre, natural, divertido y estaba relajado.
Al cabo de un rato, cuando la euforia fue mermando, él se
quedó observando la nieve que a Samira se le había pegado a las
pestañas, estaba por decirle pero le gustaba como se veía, así que
decidió seguir observándola, desplazando su mirada por sus
pómulos, sus mejillas, su nariz, su boca. Fue entonces que se
percató de que se moría por probar sus labios, quería saber si ellos
serían capaces de ayudarlo a borrar de sus recuerdos los besos que
una vez le dio Vittoria, pero no podía. Se volteó a mirar el cielo,
mientras pensaba en todo lo que podría perder si se dejaba llevar
por sus deseos. Cuando se ofreció a ayudarla, le juró que él no
tenía malas intenciones con ella, no podía permitirse que Samira
ahora pensara que, de alguna manera, él quería cobrarle lo que
había hecho por ella.
En tanto Renato estaba sumergido en sus cavilaciones, ella
estaba aprovechando para observarlo sin reservas, había algo en él
que lo hacía brillar desde su interior, haciendo que estar cerca de él
fuera increíblemente atrayente.
—Señor, aquí tiene su trineo. —Un niño de unos ocho años
llegó, arrastrándolo, haciendo que ambos se espabilaran.
—Gracias —dijo Samira riéndose. Se levantó y empezó
sacudirse la nieve.
—¡Es muy divertido, ¿cierto?! —comentó el niño, al ver cómo
los chicos todavía estaban sonrientes.
—Sí, es primera vez que me subo a una cosa de estas —
comentó ella, que solía ser un imán para los chiquillos, siempre le
generaba confianza a ellos porque sabía cómo tratarlos—. Es súper
divertido… Deberíamos hacerlo una vez más… ¿No te parece? —le
preguntó a Renato.
—Sí, hagámoslo. —Estuvo de acuerdo. A ella no le quería
negar nada—. Si quieres podemos prestártelo —le ofreció al niño
que llevaba unos esquís.
—¡Sí, genial! Muchas gracias, voy a pedirle permiso a mis
papis.
—Por supuesto. —Estuvo de acuerdo Renato.
El niño se marchó y mientras regresaba, ellos volvieron a
lanzarse, aunque esta vez consiguieron llegar a la meta sin
volcarse, en medio de risas y gritos de júbilo.
El niño volvió ya sin los esquís, pero le daba nervios lanzarse
solo por lo que Samira se ofreció a ir con él.
Después, los adultos se lanzaron una vez más, para después
hacerlo Renato con el niño. El divertido juego los tenía exhausto,
pero era tan adictivo, que no querían parar.
Ya bastante entrada la tarde, después de haber pasado un día
lleno de muchas emociones y descubrimientos, decidieron volver a
la casa. Durante el trayecto se hizo de noche y mientras
escuchaban música, la gitana cantaba y Renato tarareaba de vez en
cuando.
—¿Te parece si nos vemos al pie de las escaleras en dos horas
para ir a cenar? —propuso Renato en cuanto apagó el motor de la
SUV, ya en el estacionamiento.
—Está bien, aunque podría cocinar…
—No, de ninguna manera, señorita —negó categóricamente y
se volvió de medio lado, apoyando el antebrazo sobre el volante—.
Todo lo que preparas es exquisito, de eso no tengo dudas, pero
tuvimos un día intenso y merecemos descansar y relajarnos, así que
nada de ponerse a cocinar.
—Está bien —masculló, frunciendo la nariz—. En dos horas en
las escaleras.
—Perfecto. —Sonrió mostrándose más relajado.
Ella asintió con contundencia al tiempo que tiraba de la manilla;
sin embargo, en ese momento su móvil, empezó a repicar, ella lo
sacó de su morral y al ver que era Adonay, sus nervios se
despertaron, no quería que Renato supiera que ella estaba en
contacto con él, ya que recordaba que cuando se enteró que quería
disculparse con su exprometido, no se lo tomó de buena manera;
así que se apresuró a bajarse, para llegar rápido a su habitación y
poder contestarle.
Él la miró curioso, le extrañaba que se hubiera bajado tan
aprisa, quería preguntarle quién le llamaba, pero sabía que eso
sería un atrevimiento de su parte, debía respetar su privacidad,
aunque eso significara quedarse con la duda.
Al entrar en la casa ella temió perderse de caminó a la
habitación al ser una casa tan grande, pero tras subir las escaleras,
girar a la izquierda, pasar un vestíbulo, seguido de una sala de estar
y adentrarse por un largo pasillo, dio con la puerta indicada.
En cuanto entró, se sentó en el sofá que estaba junto a la
puerta, estaba demasiado cansada, pero sin duda había merecido la
pena. Se quitó las botas y movió los hombros para relajarse, una
vez más tranquila, empezó a escribirle a Adonay: «Hola Ado…
Disculpa que no respondí tus mensajes, ni tu llamada, es que al salir
del trabajo una amiga me invitó al cine».
Envió el mensaje y empezó a quitarse el anorak, estaba
acalorada, sin duda, la calefacción ahí sí que funcionaba. Le
mortificaba tener que mentirle a su primo, pero sabía que si le decía
con quién estaba, este se lo diría de inmediato a su abuela y entre
los dos armarían un gran lío, no quería problemas ni recriminaciones
de nadie.
Gimió cuando se quitó la tercera y segunda capa de ropas y se
quedó solo con las mallas y camiseta mangas larga térmica, para
luego dejarse caer en aquel esponjoso colchón que la tenía tentada
a quedarse ahí para siempre, pero luego de estar recostada por casi
cuarenta minutos, el deseo de reencontrarse con Renato fue más
grande. En ese tiempo leyó los mensajes que Adonay le había
enviado previamente, donde le decía que también había tenido que
trabajar ese día. Así que le envió otro mensaje : «Espero que
después puedas descansar. No sabía que también tenías que
trabajar los sábados… ¿Cómo fue tu día? ¿Qué tuviste que
hacer?».
Con teléfono en mano se fue al baño, no podía ducharse sin
escuchar música. Habría preferido meterse en la bañera que estaba
al lado del gran cubículo de cristal, ya que jamás había vivido la
experiencia de estar en una, pero no quería abusar, suponía que los
servicios públicos de esa gran casa debían ser demasiado costosos
y que mantenerla, probablemente, valdría una pequeña fortuna.
El agua caliente fue bálsamo para su cuerpo agotado, dejó que
los riquísimos olores de los productos de baño inundaran sus fosas
nasales y la relajaran, se duchó a conciencia y se lavó el cabello.
Abrió la puerta de cristal y tomó una toalla, apenas se daba cuenta
de que en la pared de enfrente había un gran espejo de cuerpo
completo que se había empañado por el vapor. Se secó un poco el
cuerpo para luego ponerse esa toalla en la cabeza, se hizo de otra y
se la envolvió en el cuerpo.
Ancló la mirada en su figura difusa en el espejo, se acercó y lo
limpió un poco con la mano. De repente, se vio haciendo algo que
jamás había hecho, dejó caer la toalla para mirarse completamente
desnuda.
Siempre se había cambiado en el baño, donde no contaba con
un espejo tan grande, desde que tenía uso de razón, compartió
habitación con su abuela por lo que su privacidad había sido
bastante limitada.
Su cuerpo era delgado de extremidades largas, su abdomen
era plano, de piel especialmente delicada y proclive a mostrar las
costillas, su cintura era estrecha, los huesos de sus caderas
sobresalían, sus muslos ligeramente separados y su monte de
venus con apenas una pelusilla de vello oscuro. No había vuelto a
depilarlo después de que una de sus cuñadas lo hiciera con cera
caliente un día antes de su matrimonio, había sido demasiado
doloroso como para por su propia voluntad querer repetir la
experiencia.
Sus pechos eran casi inexistentes dos medialunas adornadas
con areolas carmesí y los pezones un tono más oscuro que solo
brotaban en ciertas ocasiones, como, por ejemplo, cuando pensaba
en Renato o cuando él tocaba algunas zonas sensibles de su
cuerpo como sus muñecas u hombros.
—¿Le gustará verme así? ¿Acaso le agradará mi cuerpo
desnudo? —se cuestionó, tragando grueso y los latidos se le
aceleraron—. No, estoy segura de que no, no tengo las curvas que
suelen llamar la atención en los hombres —masculló desalentada al
recordar la foto que había visto de Lara, entonces se envolvió de
nuevo en la toalla.
Debía darse prisa o se le haría tarde, así que, sin más rodeos,
se quitó la toalla de la cabeza, se desenredó los cabellos y agarró el
secador, deseando en ese momento poder contar con la ayuda de
Cecilia que se lo dejaba tan liso y sedoso siempre que la veía. No
tenía más opción que hacer su mejor intento con el poco tiempo con
que contaba.
Al tomar su teléfono para volver a la habitación y cambiarse, se
encontró con un mensaje de voz de Adonay, así que decidió
escucharlo de inmediato.
«Espero que hayas disfrutado de la película, ahora sé que
cuando regreses te llevaré al cine… —Samira sonrió
enternecida, pero también con el remordimiento pellizcándole
el pecho—. Quiero conocerte mejor, saber qué otras cosas
además del café y la medicina te gustan. —Pudo escuchar
cómo Adonay suspiraba—. Y sí, mi horario es rotativo, ahora
mismo estamos trabajando en un programa de operaciones
para el mantenimiento para unas plantas en las que usamos
agua del mar para enfriar algunos procesos químicos…
Debemos asegurarnos de que al liberar el agua no solo vaya
libre de químicos sino también a una temperatura adecuada
para no afectar el ecosistema marino… No quiero aburrirte
con tantos tecnicismos ambientales y mineros. ¿Qué harás
por la noche? Me gustaría poder hacerte una videollamada,
solo si tú quieres».
Samira se alertó y se le encogió el estómago de los nervios,
definitivamente no podría complacerlo, no tanto por el lugar donde
se encontraba ni con quién estaba, sino porque aún no estaba
preparada para verlo a la cara.
Se tomó su tiempo para pensar en una respuesta creíble y
aceptable, aprovechó para vestirse, se puso el vestido que llevó que
era gris a la altura de las rodillas, las mallas negras y los botines,
por supuesto, usó la gabardina roja.
Creyó que lo mejor era responderle rápidamente con una nota
de voz.
—Sí, la película estuvo muy entretenida, suena muy interesante
tu trabajo, es casi lo que haría un superhéroe, cuidar del planeta…
Esta noche me toca cuidar niños, trabajo en una guardería nocturna,
ya sabes, necesito ahorrar dinero para poder estudiar. Hablamos
luego, cuídate mucho.
Envió el audio y terminó de arreglarse, estaba preocupada
porque se había retrasado diez minutos, así que cuando bajó, ya
Renato esperaba por ella.
Se disculpó por la demora y él la hizo sentir mejor al decir que
apenas llegaba.
La llevó a cenar al restaurante La Divina Comida, era
especialmente de gastronomía italiana; el lugar era precioso, una
casona de arquitectura colonial de tejados terracota y paredes color
mostaza. Contaba con un gran jardín en el que había rosales y
fuentes. Por dentro, las paredes eran de ladrillos y los muros de un
intenso rojo que contrastaba perfectamente con el blanco de los
manteles de las mesas.
Los llevaron hasta la mesa que Renato había reservado para
los dos, disfrutaron de una amena conversación y una exquisita
comida.
CAPITULO 34
Al volver a casa hicieron planes para ver una película, lo que
les permitía recordar la época en la que el apartamento de Renato
fue refugio para Samira. Acordaron ponerse el pijama y encontrarse
de nuevo al pie de las escaleras, él le prometió que la llevaría a un
lugar muy especial, casi mágico.
Esa promesa fue como combustible para la gitana, por lo que
con una gran sonrisa corrió hacia su habitación, para cambiarse lo
más rápido posible. Se quitó todo rastro de maquillaje, se lavó la
cara, los dientes y se puso el pijama, luego con sus agiles dedos se
trenzó el cabello.
Bajó las escaleras corriendo y se encontró a Renato en el
vestíbulo, parado con las manos en los bolsillos del pijama gris
azulado que llevaba puesto, observando la inmensa pintura que
colgaba de una de las paredes.
—Estoy lista —dijo llegando tras él, estaba sin aliento, con el
pecho agitado, pero con una sonrisa imborrable y los ojos brillantes
de dicha—. Es impresionante —exhaló al dirigir la mirada a la gran
obra.
—Sí, es uno de los favoritos de mi abuelo, es un Matta… —
Pudo notar que la confusión pernoctó en los ojos de su amiga—. Era
un arquitecto, pintor y poeta chileno, considerado el último
representante del surrealismo.
—Lo siento, es que no se casi nada de arte —confesó con una
sonrisita inocente y encogiéndose de hombros—. Sé que las
personas importantes sienten debilidad por este tipo de cosas —dijo
señalando la obra.
—No todas, en realidad, no soy bueno comprendiéndolo,
tampoco es que me llame la atención; sin embargo, mirar esta
pintura me hace recordar que me sentaba en aquel rincón. —Señaló
justo al lado de un gran mueble de caoba—. A mirar a mi abuelo
pasar mucho tiempo observando cada trazo. Siempre he sentido
curiosidad por saber qué era lo que pasaba por su cabeza en esos
momentos, si era que imaginaba algo…
—¿Y no le has preguntado nunca? —curioseó Samira.
Renato negó con la cabeza, se encogió de hombros y frunció
los labios.
—Creo que no se daba cuenta de que lo espiaba —secreteó
cómplice y le guiñó un ojo.
—Ah, entiendo. —Soltó una risita—. Ese era como tu lugar
secreto. —Caminó hasta donde estaba el gran mueble, en el que
había algunas esculturas y fotografías—. Sí, es un buen escondite
para un niño —aseguró, al ver la extensión. En ese instante, su
mirada se paseó por los portarretratos en el mueble—. Ese es tu
abuelo, ¿cierto? —comentó, señalando al hombre de unos
cincuenta años, con tres jóvenes—. Y este tu padre. —lo reconoció
a pesar de que vestían ropas de invierno y no se veían los tatuajes.
—Así es, este rubio es mi tío Thor, el padre de los quintillizos, y
el de la derecha mi tío Samuel… En realidad, él es sobrino de mi
abuelo, era hijo de mi tía abuela Elizabeth, pero ella murió en un
accidente cuando Samuel tenía como ocho años, desde ese
entonces lo crio mi abuelo, así que es un hijo más.
Samira mudó la mirada a otra fotografía.
—No lo puedo creer, este pequeño de aquí eres tú, eras
rubio… —Sonrió fascinada, al identificarlo en la fotografía donde era
cargado por su padre, mientras que Liam de doce años abrazaba a
Thais por la cintura.
Renato se sonrojó hasta las orejas, porque en esa fotografía
apenas tenía dos años y estaba chupándose el dedo pulgar, manía
que tuvo como hasta los cinco.
—Así es, no tiene sentirlo negarlo —carraspeó—. Vamos a ver
la película.
—Está bien, aunque debo decir que eras tan lindo… En serio,
¿no te tiñes el cabello? Ahora me dio curiosidad —hablaba,
acoplándose al paso de Renato, que evidentemente quería huir de
esas muestras a su pasado, no porque se sintiera avergonzado,
sino porque no sabía cómo encajar los halagos o los
reconocimientos.
—No, no soy hombre que se deje seducir por ese tipo de
banalidades, con los años se fue oscureciendo.
—Se te ve muy bien así, resalta más el color de tus ojos —
exteriorizó, sin temor a lo que él pudiera pensar.
—Gracias —dijo aún ruborizado, él era de ese tipo de persona
que no le gustaba llamar la atención, pasar desapercibido era todo
un reto para él, sabiendo que pertenecía a una familia tan conocida
en el mundo, aunque ahora debía admitir que cuando Samira lo
hacía, una llamita de vanidad, de la buena, cobraba vida en el
centro de su pecho. La guio hasta una de las salas de cine, no la
llevó a la tradicional con grandes butacas, con pantalla de alta
resolución y un sistema de audio de última generación. Prefirió
mostrarle la infantil, la que habían creado para los quintillizos y
Violet.
Era un gran salón con alfombras blancas de pelo largo, una
docena de cojines de vívidos y variados colores también había
colchonetas con estampados de nubes, estrellas y mariposas. El
techo tenía puntitos de luces fluorescentes y una gran pantalla de
proyección con bordes de luces de navideñas.
—Qué bonito lugar, me encanta —dijo ella, admirando aquella
magnífica y divertida sala.
—Me alegra que te guste —respondió sonriente. Ya conocía de
sobra su personalidad y sabía que ella apreciaría como nadie ese
espacio—. Es muy agradable… Puedes ubicarte donde desees.
Samira de inmediato se quitó las pantuflas y solo llevando su
teléfono se sentó sobre la colchoneta azul con estrellas blancas, sin
poder ocultar lo impresionada que estaba.
Renato la imitó, se quitó las pantuflas y caminando por encima
de la alfombra se fue al cajón donde guardaban las mantas y sacó
un par. De vuelta, le entregó una a ella y se sentó a su lado.
—Gracias —dijo ella, desdoblando la manta y cubriéndose las
piernas—. De verdad, es demasiado lindo, mis hermanitos
enloquecerían aquí —suspiró nostálgica.
—Espero puedas reconciliarte con tu familia, si lo haces,
pueden venir aquí, tienen una invitación abierta de mi parte —
ofreció con total sinceridad.
—Gracias. —A Samira la voz le sonó algo temblorosa y sus
ojos se cristalizaron por las lágrimas no derramadas, se imaginó a
todos ellos ahí reunidos y un nudo se le instaló en el pecho por la
nostalgia—. Lo siento, me he puesto sentimental. —Se limpió
rápidamente los lagrimales con ambas manos e inhaló profundo
para calmarse.
—Está bien, es normal extrañar lo que mucho se quiere —dijo
frotándole la espalda con ternura.
—Disculpe señor —interrumpió Isidora que entró en compañía
de Marta, trayendo consigo un par de bandejas. Lo que hizo que
Renato de inmediato retirara la mano, no quería dar una impresión
errónea de su relación con ella—. Aquí tiene lo que solicitó.
—Gracias —dijo recibiendo una bandeja y ofreciéndosela a
ella.
—¿Qué es todo esto? —preguntó asombrada, con la boca
abierta, aunque era una pregunta estúpida porque evidentemente
era un tazón de palomitas de maíz, algodón de azúcar, chocolates,
unos perritos calientes y refrescos.
—Unos aperitivos —explicó Renato, recibiendo la suya.
—Nos dará caries —dijo con una risita tonta al tiempo que
pellizcaba del algodón.
—Por supuesto que después nos cepillaremos muy bien los
dientes —dijo guiñándole un ojo.
—Muchas gracias —dijo Samira, levantando la mirada hacia las
mujeres del servicio.
—A su orden señorita —dijeron al unísono y asintieron con la
cabeza en un gesto servicial—. Con su permiso —se despidió
Marta, dirigiendo la mirada a Renato.
—Adelante —concedió él. Esperó a que las mujeres salieran y
se volvió a mirarla—. ¿Qué película quieres ver?
—No sé. —Se encogió de hombros y se llevó otro trozo de
algodón a la boca, le quedó un poco en la comisura izquierda, pero
rápidamente lo atrapó con la punta de la lengua.
A Renato ese gesto no le pasó por alto y le provocó escalofríos
en la nuca, por lo que prefirió mirar a otro lado.
—¿Quieres reír, llorar, suspirar, asustarte? —Carraspeó un
poco y tomó el mando del proyector y aprovechó para tragar grueso,
como si con eso pudiera deshacerse de la sensación casi agónica
que le invadía el pecho y le reptaba por la columna vertebral—.
¿Qué quieres?
—Bueno, como la última vez ya me asusté, lloré a mares
porque el final de esa película me hizo añicos el corazón, ahora me
gustaría reír y suspirar.
—Lo que eso se resume a una comedia romántica…
—Eso creo. —Hizo una mueca de gracia y duda, al elevar
mucho una ceja y fruncir la comisura contraría.
Renato sonrió debido al gesto y ella siguió comiéndose el
algodón.
—Busquemos una —dijo entrando a la aplicación del servicio
de trasmisión en línea.
Renato con el comando en una mano buscaba la película y con
la otra comía palomitas de maíz, una tras otra. Se paseaba por la
cartelera en busca de alguna que llamara la atención de ambos.
Samira dejó de lado el dulce y también empezó a comer
palomitas. Unos diez minutos después encontraron una comedia
romántica brasileña, la temática trataba de una mujer recién
separada, que animada por su hermana seguiría a su exesposo con
su nueva novia en un crucero, para intentar reconquistarlo.
Ambos estaban disfrutando y de vez en cuando hacían algún
comentario referente a las actuaciones o locaciones, mientras
comían palomitas sin parar. Una escena causó en la chica un
arranque de carcajada que la hizo atragantar, por lo que terminó
teniendo un ataque de tos.
—¿Estás bien? —preguntó Renato, preocupándose al verla
apurada en ese estado.
Ella asintió, pero seguía tosiendo, mientras se tapaba la boca
con una mano y la otra se la llevó al pecho.
—¿Segura de que estás bien? —interrogó nervioso y empezó a
darle golpecitos en la espalda—. Toma un poco de agua. —Le
ofreció una de las botellas, aunque ella la agarró no podía beber
porque aún no había cesado.
Los golpecitos de Renato se convirtieron en caricias circulares
en un intento por calmarla y de verdad que él se estaba asustando.
—Samira… Trata de respirar por la nariz y toma agua. —La
instó una vez más al ver cómo se le asomaban las venas en el
cuello y frente, además que tenía el rostro furiosamente sonrojado.
—Estoy bien —chilló, cuando encontró un poco de aliento,
tomó agua y carraspeó en un intento por deshacerse de la molestia.
Realmente temió ahogarse, hasta había derramado un par de
lágrimas.
Él, que se había arrodillado frente a ella para ayudarla, le acunó
el rostro.
—¿Mucho mejor? —No dejaba de mirarla a los ojos mientras le
limpiaba las lágrimas con los pulgares.
Ella bebió otro poco de agua y luego asintió todavía nerviosa
por casi haberse ahogado y por tener a Renato tan cerca de ella,
acariciándole la cara como no lo había hecho antes, a pesar de que
se llevó la mano al pecho para contener otro poco de agua, no pudo
y terminó tosiéndole de frente, por lo que varias gotas de su saliva
se estrellaron en el rostro de él.
—Lo siento. —Carraspeó y entonces solo le atacó la risa—. Lo
siento mucho —dijo una vez más y con manos temblorosas empezó
a limpiarlo.
Para su sorpresa Renato no se molestó, sino que también
empezó a reír con ella, pero sin soltarle aún el rostro, porque tenerla
así lo hacía sentirse muy bien.
Luego de cerca de diez minutos de estar carcajeándose sin
parar, ambos tenían los ojos brillantes y húmedos por las lágrimas
de alegría. Sin embargo, cuando se fueron calmando y se
observaron ya con más seriedad, los corazones de ambos
empezaron a latir rápidamente.
Renato con lentitud le acariciaba con sus pulgares los pómulos,
mientras contenía el aliento, algo mucho más poderoso que la razón
lo empujó a acortar las distancias entre sus rostros.
Samira sentía que el corazón le estallaría de un momento a
otro, no quería ni respirar, su mirada viajaba desde los hermosos
ojos azules de Renato a sus delicados labios, y viceversa, estaba
inmóvil, permitiendo que él se acercara todo lo que quisiera, ¿iba a
besarla o ella estaba delirando? No estaba segura de nada, porque
estaba muy aturdida, un zumbido en sus oídos la hacía sentir como
si estuviera fuera de su cuerpo y ligeras descargas eléctricas la
hacían consciente de todas sus terminaciones nerviosas. Cuando
pudo sentir el tibio aliento de él, casi sobre sus labios, cerró los ojos,
preparada para el contacto que tanto había soñado.
El corazón de ella se le paralizó cuando las puntas de sus
narices se rozaron, estaba a punto de caer por un precipicio y todo
su cuerpo temblaba.
A Renato el corazón le martillaba tan fuerte como nunca lo
había experimentado con ninguno de sus ataques de pánico,
además, la sensación de vacío en su estómago también era muy
diferente al miedo, incluso, si tuviera un minuto para pensarlo, se
daría cuenta de que era un acto de verdadero valor lo que estaba
haciendo.
Pero el inminente contacto íntimo fue interrumpido por el
repique del teléfono de ella, lo que provocó que la burbuja estallara
y ambos retrocedieran de forma brusca y torpe hasta casi ponerse
cada uno en una esquina de la sala de proyecciones.
Para evitar mirarlo a los ojos, ella agarró el teléfono con un
evidente temblor de sus manos; a la vez que él carraspeaba y con
nerviosismo se rascaba la nuca.
—Lo siento, tengo que contestar —dijo al ver en la pantalla el
nombre de Daniela.
—Sí, está bien, no hay problema —comentó Renato casi
ahogado, al tiempo que volvía a su colchoneta.
Samira por temor a que la voz le vibrara más de la cuenta al
contestar, prefirió ponerse de pie y correr fuera del salón, su mejor
opción fue el balcón del pasillo, y sin pensar en el frío que estaba
haciendo, salió y agarró una bocanada de aire para despejarse del
aturdimiento en el que aún se encontraba.
El cambio de temperatura hizo que su cuerpo se estremeciera
por completo; aun así, le contestó a su amiga que intentaba por
segunda vez comunicarse con ella.
—Hola —saludó con la mano en el pecho, intentando apaciguar
sus latidos, mientras observaba lo hermosa e iluminada que se veía
la ciudad desde ahí.
—Hola gitana, ¿cómo estás? ¿Estabas ocupada? —preguntó la
venezolana con su característica energía.
—Estoy bien, muy bien… No… no —titubeó—. Solo estaba
viendo una película.
—Ay que bien, luego me cuentas cuál y qué tal es…
Justamente te estoy llamando porque estoy por comprar las
entradas del martes. Quería saber si siempre vas a acompañarnos.
—Eh, sí, por supuesto, quiero ir… —comentó Samira, ya que
Daniela, Julio César y Carlos la habían invitado al musical Chicago,
que sería interpretado por el mismo elenco de Broadway, en el
teatro Oriente en Providencia.
—Está bien, entonces comparé tu entrada —anunció, mientras
se paseaba por la página web del teatro.
—Sí por favor, ¿necesitas que te transfiera el dinero ahora? —
preguntó, todavía su corazón estaba alterado, por el casi beso de
Renato.
—No, no hace falta, me lo das luego… Bueno, te dejo para que
sigas con la película.
—Gracias… Eh, Dani… ¿puedo hacerte una pregunta? —La
duda surgió al pensar qué haría en cuanto volviera a ver a Renato,
si debía hacer de cuenta como si no hubiese pasado nada o
encontrar el valor para seguir con lo que fue interrumpido. La verdad
estaba demasiado nerviosa.
—Por supuesto.
—¿Está bien ocultar los sentimientos? Es decir, me gustaría
confesar algo a una persona, pero no sé si estaría bien —soltó un
suspiro tembloroso—, no sé si es mejor ser prudente… por el bien
de esa persona. ¿Sería lo correcto seguir callada?
—¿Lo correcto? —Daniela sonrió—. ¡Qué diablos! Tratar de
ocultar lo que sientes es lo mismo que ignorarlo, imagina si el
mundo se acabara mañana, morirías arrepentida… Piensa que es
mejor arrepentirse de algo que hiciste, que lamentarse por no
haberlo hecho —le aconsejó de todo corazón—. Además, si estás
preguntando eso por cierto carioca, díselo, dado el hipotético caso
de que te rechace es mejor eso que quedarte con la duda… Yo lo
hice, a tres días de venirme de Venezuela le dije a Carlos que me
gustaba, temía que no sintiera lo mismo que yo, pero él no me dio
una respuesta al instante, se marchó… al día siguiente, se apareció
con pasaporte, pasaje y un beso que me hizo desaparecer el
suelo… Así que, atrévete Samira.
—¡Gracias! Sí, eso haré —aseguró decidida, con el pecho
hinchado de valor. Estaba segura de que no podía seguir callándose
lo que sentía, era mejor expresarlo, aunque eso pusiera en juego la
amistad.
—Suerte, no pierdas tiempo, ni dejes a la razón entrar en juego
porque suele arruinar las emociones. Así que no pienses mucho.
—Tienes razón —resopló y pudo ver su aliento debido al frío—.
No voy a pensarlo, no lo haré. —Aunque se lo decía a Daniela, ella
misma estaba dándose ánimos—. Gracias. —Se le escapó una risita
de los nervios. Terminó la llamada, volvió a agarrar otra bocanada
de aire, se giró y fue decidida a decirle a Renato lo que sentía por él.
Caminó rápido por el pasillo y a cada pasó que daba sus latidos
se hacían más intensos, podía sentir la adrenalina viajando rauda
por sus venas y el vacío en su estómago se hacía infinito. No quería
parecer tan desesperada o él pensaría que estaba loca, por lo que
al llegar a la puerta se detuvo un minuto para calmarse antes de
abrir.
—Respira hondo, solo tienes que decirle que te gusta, tres
palabras muy simples «me gustas, Renato» o quizá cuatro «me
gustas mucho, Renato» —murmuró eso, que debía pronunciar en
voz alta. Inhaló y exhaló, una vez que se sintió un tanto más en
calma, empujó la puerta con cuidado.
—… Amor, solo estoy aquí por trabajo, en serio… —Renato
estaba hablando por teléfono en inglés, sentado en la colchoneta de
espaldas a la puerta—. Ahora no puedo, me encantaría hacer la
videollamada para ver cómo te quitas esa diminuta lencería, pero
estoy ocupado con mucho trabajo…
CAPITULO 35
Samira no quiso hacerse notar, por lo que retrocedió
lentamente y cerró la puerta con cuidado, sintiendo que sus
esperanzas de una relación con Renato se disipaban como humo en
medio de una ventisca. Aún con la mano en el pomo de la puerta,
sentía que estaba a nada de romperse, caer de rodillas y rendirse a
un llanto desconsolado, hasta secar sus entrañas, pero no era ni el
lugar ni el momento para derrumbarse. Le hubiese gustado mucho
no haber podido entenderle, pero se había esforzado mucho en
mejorar su inglés y ahí estaban los resultados.
Caminó de regreso al balcón y se sentó en una de las sillas con
la mirada hacia la ciudad, se sentía muy mal, estaba molesta y le
dolía el pecho, no sabía qué hacer para calmar la terrible rabia y
miseria que invadía su ser. Se abrazó a sí misma, cerró los ojos
mientras respiraba hondamente varias veces, tratando de
tranquilizarse.
Sabía que estaba siendo irracional, ya que Renato nunca le
ocultó la existencia de Lara, siempre le dijo que tenían una relación,
la culpa de haberse ilusionado con imposibles era de ella y de nadie
más. Pero no podía evitar sentir rabia hacia la rusa y sobre todo
hacia él, porque estaba segura de que no le había dicho a la novia
de su existencia, mantenía su amistad en secreto e iba a llegar el
momento en que dejaría de hablarle.
Pensó que por lo menos no había hecho el mayor de los
ridículos al confesarle sus sentimientos. Ahora solo necesitaba
tiempo para recomponerse y hacer como si nada hubiera pasado.
Renato se volvió a mirar sobre su hombro por quinta vez, se
sentía preocupado porque Samira no regresaba, no dejaba de
pensar que seguramente había huido por culpa de lo que casi
ocurre entre ellos, la había asustado con lo que consideraba fue un
abuso de su parte.
Estuvo mal, lo sabía, muy mal. Pero lo peor fue dejar que el
simple aliento y el roce mínimo de sus labios, le provocara una
repentina y dolorosa erección. Y no mejoraba en nada su
comportamiento, el que siguiera analizando la situación cuando todo
lo que quería hacer era ir a buscarla, dar la cara y dejar de
comportarse como un cobarde. Cuando se había decidido e iba a
levantarse para ir tras su busca, Lara lo sorprendió con una llamada,
dándole la oportunidad de confirmar que efectivamente sí era un
cobarde, ya que le contestó para usarla de excusa para ganar algo
de tiempo, y porque ya le había rechazado tres durante el día.
Tras la rápida comunicación, volvió a mirar una vez más y
Samira seguía sin aparecer. Empezó a creer que de verdad la había
espantado y él también comenzó a sentir miedo por lo que casi pasó
entre ellos; ahora podía confirmar que en algún punto empezó a ver
a su amiga mucho más atractiva, lo que complicaba la situación
totalmente. No debía importar lo que había visto, sentido o deseado.
Ella era especial, era la única que había sido capaz de derribar
todas las paredes tras las cuáles se ocultaba del mundo, no podía
cometer el error de confundir sus sentimientos y confundirle los de
ella.
No podía seguir dejando pasar más el tiempo, se levantó y fue
a ver dónde se encontraba, lo mejor sería disculparse y prometerle
que en el futuro no volvería a pasar nada parecido.
El pasillo estaba vacío, había imaginado que atendería la
llamada desde ahí, pero evidentemente se había ido a otro lugar;
tras avanzar un par de metros, la vio sentada en el balcón, con los
talones apoyados en el asiento y abrazada a sus piernas.
Corrió la puerta y el frío lo impactó sin clemencia, no sabía
cómo ella podía estar soportando, y quien sabe por cuánto tiempo,
estar en la intemperie vistiendo solo el pijama.
—¡Hey! ¿Te sientes mal? —Estaba preocupado.
Samira se volvió a encararlo, con una sonrisa desvaída que le
costó un mundo mostrar, y negó con la cabeza.
—¿No tienes frío? —siguió confundido, porque bien sabía lo
mucho que ella odiaba esas temperaturas, lo que le demostraba que
la había cagado. Quiso pedir perdón en ese instante, pero no le
salieron las palabras, no sabía qué decirle, así que prefirió solo
sentarse a su lado.
Ella negó con la cabeza nuevamente, aunque ciertamente se
estaba congelando y su piel erizada la dejaba en evidencia. Sabía
que necesitaba hablar y dejar de solo mover la cabeza, pero tenía
miedo de que si abría la boca empezaría a llorar.
—Pero hace mucho frío, ¿ya no quieres seguir viendo la
película?… Si quieres irte a descansar, puedes hacerlo.
—No, solo necesitaba… Un momento, respirar un poco de aire
fresco. —Casi chilló, tragándose el nudo que crecía con rapidez en
su garganta, una profunda grieta, profunda e increíblemente real, se
abría en su pecho con solo verlo y saber que él no era para ella.
—Te traeré una manta —dijo levantándose, no quería que se
enfermara.
—No, no hace falta, no tienes que molestarte —comentó
soltando su abrazo y bajando las piernas—. Sigamos con la película
—dijo al levantarse. No tenía caso quedarse, si la principal razón de
su sufrimiento pretendía quedarse ahí con ella. ¿Acaso era tan
ciego y no se daba cuenta de que ella lo amaba? Quizá sí, pero
prefería hacerse el desentendido a tener que hacerla consciente de
que no podía corresponder a sus sentimientos. Él solo quería ser
amable, nada más.
De regreso a la sala de cine, solo el silencio los acompañó
durante el resto de la película, Samira no se había preparado para
que ese día le rompieran el corazón. Por su parte, él no paraba de
mirarla por el rabillo del ojo, estaba convencido de que el cambio en
su ánimo se debía a la forma en que la había abordado e intentado
besarla sin permiso, sin duda, seguramente se sentía ofendida.
Estaba tentado en pausar la película y abordar el tema, pero por
más que lo pensaba no sabía cómo empezar.
—Ahora sí, me iré a descansar —dijo ella en cuanto la película
terminó y se levantó para salir.
—Sí, así podremos levantarnos temprano para ir a tu segundo
día de práctica de esquí. —Él también se levantó e intentó aligerar
el ambiente.
—Yo creo que mejor no, es mejor que descanses para el
viaje… —En los minutos que estuvieron sentados frente a la
pantalla, buscó alguna idea para decirle que se quería ir a su casa y
esa había sido la mejor que encontró.
—El viaje es cómodo… —Al escucharla se quedó perplejo.
—Entonces, quizá te gustaría adelantar el vuelo, viajar más
temprano para que aproveches el resto del domingo para hacer tus
cosas —lo interrumpió, con el pecho adolorido por tener que
contener sus emociones.
—Ya el viaje está programado para la noche, no es como que
pueda modificar los planes de un minuto a otro. —En realidad, sí
podía, pero no iba a hacerlo, no quería alejarse de ella tan pronto y
de esta manera.
—Bueno, lamentablemente, yo sí tengo que irme por la
mañana, Daniela me llamó para pedirme un favor urgente, necesita
que la acompañe a hacer las compras… —Estaba improvisando, no
sabía qué más decirle, salvo seguir mintiendo. Temía que, si se
quedaba junto a él por más tiempo, se pondría en evidencia y no
quería que la viera llorar por culpa de su propia estupidez.
—Se supone que íbamos a pasar el fin de semana juntos. —
Está vez fue él quien no la dejó continuar.
—Lo sé, pero no puedo decirle que no, es mi amiga… Además,
así podrás disponer mejor de tu tiempo, hacer tus cosas, cumplir
con tus compromisos, no quiero causarte más contratiempos ni
problemas.
—Te aseguro que lo que menos me causas es problema, me
gusta estar aquí, contigo, que compartamos tiempo juntos…
—¿Estás seguro de eso? ¡Porque yo creo que no! —Estalló
cediendo a la ira, porque eso era mejor que el sufrimiento y el dolor.
Renato se quedó perplejo ante la reacción de Samira, no
esperaba que se mostrara tan molesta.
—Lo siento —musitó ella bajando la mirada—. De verdad,
Renato… No quiero causarte problemas, sé que tu sentido altruista
te lleva a querer ser bueno conmigo, pero no tienes ningún deber de
serlo.
—No sé qué he hecho para que pienses que compartir contigo
lo hago por deber… ¿Acaso no te es suficiente que seas mi amiga?
¿Qué otra razón necesitas? Porque no la tengo —resopló,
sintiéndose acorralado, no sabía lidiar con la actitud de ella, en
situaciones en las que sentía algún tipo de amenaza, siempre
optaba por huir, esconderse, abandonar…, pero algo dentro de él le
decía que con ella no podía actuar así, que debía buscar la manera
de enfrentarla y aclarar todo, pedirle disculpa.
«Su amiga», se lo dijo de una manera tan directa que lo sintió
como una apuñalada en el corazón.
—Sacrificas tu tiempo y dejas de hacer cosas importantes, solo
por cumplir conmigo —exhaló agotada—. ¿Sabes qué? No tiene
sentido que discutamos por esta tontería, necesito irme por la
mañana.
—Samira, lo siento, de verdad siento si te incomodé… N-n-no
era mi intención, hablo sobre lo que casi pasó hace rato. —Los
nervios le tenían un nudo en el estómago, la nuca sudorosa y la
mirada esquiva—. E-e-entiendo que estés así, que n-n-no debió
pasar, no es aceptable, lo sé… te irrespeté, te juro que no volverá a
pasar… —Negaba con la cabeza y con las manos, solo para
reafirmar que estaba arrepentido. No lo podía creer, primera vez que
encontraba el valor para dejarse llevar por lo que deseaba y lo hizo
con la chica incorrecta.
Pero él no se daba cuenta de que con sus disculpas estaba
alimentando el dolor de la gitana, ella lo que verdaderamente quería
era que se olvidara de que solo eran dos personas afines y se diera
cuenta que era una mujer capaz de despertarle la necesidad de
tomarla entre sus brazos y devorarla toda.
Nada podía hacer, esa era la verdad, Renato ya tenía en su
vida a alguien que le despertaba todas las pasiones carnales que
ella no hacía, solo le bastó escucharlo hablando con ella unos pocos
segundos para comprenderlo todo, con Lara era más desinhibido y
por supuesto más íntimo. Empezó a sentirse muy mal, porque
percibía que se estaba convirtiendo en una mala persona que
deseaba para ella lo que ya era de otra.
—Fue algo que se salió de control, puedes estar tranquilo,
acepto tus disculpas. —Sentía que la voz se le estaba quebrando y
no quería exponerse, porque ya bastante se había humillado ya—.
¿Puedo irme a descansar?
—No tienes que pedirme permiso para hacerlo… —Su voz fue
casi un susurró, estaba abatido. Ella asintió y se dio media vuelta—.
Lo siento de verdad, Samira.
—Olvídalo, después de todo no pasó nada —dijo antes de salir,
pero sin volverse a mirarlo.
Con cada paso que daba, la quemazón en su pecho se
intensificaba, por eso se fue directa al baño de su habitación antes
de perder el poco autocontrol que le quedaba, en cuanto entró cerró
la puerta y se dejó caer en el suelo, se tapó la cara con las manos y
rompió a llorar desconsoladamente, por más que intentaba
presionar las palmas en sus ojos para detener las lágrimas, no
conseguía pararlas, el dolor era arrollador e intenso. Sus hombros
se sacudían sin control, cerró la boca con fuerza para evitar que los
sollozos se le escaparan y que Renato pudiera escucharla. Se
encontraba tan mal que pensaba que su única opción en ese
momento era huir. Le abrumaba darse cuenta de que algo poderoso
y puro ya no importaba… Se había enamorado de su mejor amigo y
este nunca la amaría a ella.
Se quedó dormida muy tarde, por lo que despertó pasada las
once de la mañana con la cabeza embotada, los ojos hinchados y el
cuerpo realmente adolorido; sin duda, las caídas del día anterior en
la nieve, también le estaban pasando factura.
Le avergonzaba despertar tan tarde, revisó su teléfono en
busca de algún mensaje de Renato, pero no lo había; en cambio,
Adonay le deseaba un buen día, pero en ese momento no tenía
ánimos para responderle; así que se fue al baño y se duchó por un
largo rato.
Ahora que podía pensar con más claridad, le parecía que su
actitud había sido demasiado extremista; sí, le dolía que sus
sentimientos no fueran correspondidos de la forma en que ella
quería, pero Renato no tenía la culpa de eso y no podía pagar con él
su frustración al saberse enamorada sola. Trataría de arreglar la
situación, pero sin echarle más sal a la herida.
Se vistió y se fue a la cocina, saludó a Isidora y a Marta,
quienes de inmediato le dieron los buenos días y le ofrecieron
desayuno; a pesar de que en parte le dolía la cabeza por el hambre,
se negó a comer, porque de momento le urgía otra cosa.
—¿Renato está en la terraza? —Trataba de parecer tranquila.
—No señorita, creo que está en el gimnasio —comunicó
Isidora, mientras picaba unos pimientos.
—¿Es muy lejos? —curioseó con algo de timidez.
—No, está en el tercer piso, si quiere, Marta puede
acompañarla.
—Sí, por favor —aceptó, consciente de que podía perderse en
esa casa.
Siguió a la mujer, sin hacer comentarios, solo observando las
pinturas y esculturas que adornaban los suntuosos rincones.
—Es esa puerta doble —señaló, dedicándole una gentil
sonrisa.
—Gracias. —Tragó grueso y se armó de valor para ver a
Renato, después de que sus sentimientos la dejaran realmente muy
mal parada frente a él la noche anterior.
Avanzó temerosa pero decidida, al empujar la puerta, el fuerte
sonido de una canción en inglés le hizo dar un respingo al asustarla,
debido a que con la puerta cerrada no se escuchaba nada.
Maybe I’m foolish
Maybe I’m blind
Thinking I can see through this
And see what’s behind
Got no way to prove it
So maybe I’m blind
But I’m only human after all
I’m only human after all
Don’t put your blame on me
Don’t put your blame on me…
Entró, cerró y se quedó recargada contra ella. Renato estaba
sobre una máquina, corriendo a gran velocidad, con la mirada hacia
la pared de cristal que le mostraba las vistas de la ciudad. No quería
interrumpirlo, así que siguió ahí apoyada, como la acosadora que
era, observando la hermosa imagen de él con una camiseta azul
térmica mangas largas que se le ajustaba al cuerpo, dejando en
evidencia los músculos de su espalda y hombros, además de una
malla negra y por encima unos chores. Era admirable la resistencia
física que poseía; ella, poco acostumbrada a ejercitarse estaba
segura de que no podría correr a esa velocidad ni por un minuto.
Pero al poco tiempo, notó que empezó a reducir la intensidad
para luego casi parar de golpe y volverse a mirarla, estaba
furiosamente sonrojado por el esfuerzo, con la respiración
visiblemente agitada y con gotas de sudor cayendo desde su
mentón y por sus sienes. Desde su teléfono detuvo la estridente
música con una evidente expresión de desconcierto.
—Buenos días —dijo con la voz más mansa que pudo entonar,
siendo ella la primera en hablar.
—Buenos días —saludó, tragando grueso ante la falta de
aliento. Dejó la toalla de lado y agarró una botella de agua. La había
visto reflejada en el cristal, por un momento le pareció que estaba
alucinando, pero al ver que pasó más de un minuto y no se disipaba
la imagen de Samira, confió en que no era una treta de su cerebro.
—Tienes buena resistencia —comentó ella, todavía pegada a la
puerta. Podía jurar que estaba tan sonrojada como él, solo que en el
caso de ella no se debía al esfuerzo físico sino la vista que tenía
enfrente.
—Bueno, solo es cuestión de práctica y constancia. —Se
encogió de hombros, bebió un poco de agua y bajó de la máquina
—. Enseguida me cambio para llevarte. —Se acercó más, porque
iba dirección a la salida.
Pero ella se movió un paso a la izquierda para bloquearle el
camino. Él le dedicó una mirada cargada de desconcierto y el ceño
fruncido.
—Renato… yo, yo quiero disculparme contigo por lo de anoche
—exclamó con un hilo de voz, estaba mortificada porque no tenía
idea de cómo subsanar lo que había roto.
—¡Shhh! —La apaciguó Renato, acariciándole la cara con una
mano, eso hizo que una onda de calor se expandiera por el cuerpo
de ella—. Todo está bien. Tranquila, no tienes que disculparte por
nada.
Samira resolló y negó con la cabeza, mientras se restregaba la
cara con las manos, al descubrirse el rostro, le dedicó una mirada
que la hacía lucir pesarosa y culpable.
—Sí, sí tengo que hacerlo… —exhaló y dejó caer los hombros,
sin dejar de mirarlo a sus increíbles ojos azules—. Creo que el trozo
de palomita de maíz se me subió al cerebro e hizo una especie de
corto circuito que dañó momentáneamente mi cordura. —No
encontraba otra forma de justificarse.
Ante ese comentario Renato rio y negó con la cabeza, solo ella
conseguía hacer lo que ni el ejercicio había logrado, que la rabia y
remordimientos que anidaba en su pecho toda la noche se hiciera
humo.
—¿Me perdonas? Hagamos las paces, por fa —dijo tendiendo
su mano para que él le diera un apretón, pero él la sorprendió con
un beso en la frente.
—No tengo nada que perdonarte —dijo sonriente, tras ese
gesto cariñoso—. Todo fue culpa de ese bendito trozo de palomita
de maíz.
Ella lo miró con amor, porque, aunque no debía sentir eso por
Renato, no tenía el remedio milagroso que le hiciera olvidar sus
sentimientos tan rápidamente.
—Daniela me dijo que Viviana la acompañará… Así que no
tengo que irme en este momento.
—Entonces vamos a la nieve.
—En realidad, me duele mucho el cuerpo y tengo algunos
hematomas de las caídas de ayer… —explicó, para luego morderse
una de las esquinas del labio debido a los nervios.
—¿Cómo no se me ocurrió ayer que eso podía pasar? Ya te
pido un analgésico y relajante muscular —dijo todo preocupado.
—Tranquilo, son cosas que pasan cuando uno se divierte tanto
como lo hicimos nosotros. —Se apartó para que él pudiera salir y
ella lo siguió. Al bajar las escaleras hacia el segundo piso, su
atención la captó una puerta abierta de un salón y como poco podía
controlar su curiosidad, se acercó y se maravilló con lo que pudo ver
desde la entrada—. ¡Impresionante! ¿Cuántos libros tienen ahí? —
dijo ante los estantes repletos de diversos ejemplares.
Renato regresó, se detuvo a su lado y vio que estaba pasmada
frente al estudio que estaba limpiando Isidora.
—No sé, creo que son muchos, a mi abuelo le gusta leer, es su
pasatiempo favorito… ¿Quieres verlos? —le preguntó, elevando una
ceja en un gesto curioso. Ella asintió con contundencia, pero fue ver
el brillo que se instaló en sus pupilas lo que hizo que él le tomara la
mano derecha con delicadeza para llevarla dentro—. Ven, entremos.
Isidora, podrías traer algún analgésico para Samira.
—Sí, enseguida señor —asintió y desvió la mirada hacia la
chica—. ¿La señorita no desea comer algo primero?
—¿Aún no desayunas?
—No, es que recién me desperté. —La vergüenza tiñó su
rostro.
—Tráele algo para comer, por favor.
—Enseguida, ¿desea que también le traiga para usted el batido
de proteínas?
—Sí, le echas una banana y canela, por favor.
La mujer se fue diligente a cumplir con sus obligaciones,
entonces él la llevó a uno de los estantes de libros más cercanos,
donde la mayoría eran clásicos. Le fue enseñando y haciendo
recomendaciones de los libros que él había leído hasta ahora.
Samira extraía con cuidado los que le llamaban la atención y
leía la sinopsis, a otros solo les repasaba los lomos con las yemas
de los dedos. Estaba segura de que no le alcanzaría la vida para
leer todo eso.
—Estos sí me interesan muchísimo —comentó cuando pasó al
segundo librero y era dedicado a libros didácticos, sobre minería,
química, entre otros. Tomó uno titulado, La gran minería en Chile y
empezó a leer—. Libro institucional que representa el mayor y más
actualizado trabajo desde la academia, la ciencia, la técnica y la
economía, además de otras disciplinas blandas, analizan la
evolución y el estado del arte de la Gran Minería, una reflexión
necesaria en un país minero como Chile.
—¿En serio te llama la atención este tipo de lectura? —
interrogó él con los ojos entornados.
—Por supuesto, sin duda me es muy útil, es que quiero
aprender todo lo que pueda sobre minería, petróleo y todo con lo
que me relaciono en mi nuevo día a día. Ya que si bien, sé hacer
memorándum, cartas de presentación, redactar algunos
documentos, hay términos que no comprendo y me gustaría poder
moverme en un terreno conocido.
—Entiendo. —Arrastró la palabra al tiempo que asentía y tenía
los labios plegados debido a una sonrisa discreta—. Si quieres
leerlo, puedes hacerlo, te lo presto…
—Lo cuidaré con el alma —lo interrumpió con apasionamiento
—, ¿pero tu abuelo no se molestará si se entera de que me estás
prestando sus libros?
—No si los cuidas con el alma. —Su sonrisa se hizo más
relajada—. Se nota mucho tu interés por aprender más del
negocio…Si quieres podemos ver un documental, trata de la historia
de la empresa, a qué se dedica, incluso muestra algunos
procesos…
—¿En serio?
—No tengo por qué mentirte, hay varios documentales que le
han hecho a mi abuelo, pero hay uno que es muy bueno, que es una
serie documentada… Creo que te será de mucha ayuda para
comprender de qué trata todo el negocio, sé que suele ser bastante
confuso porque hay mucha información.
—Entonces veámoslo enseguida… Claro, si tú quieres.
—Por supuesto —comentó, levantó el teléfono interno y marcó
a la cocina. Le pidió a Isidora que llevara a la sala de cine los
alimentos y el medicamento.
Mientras Renato se tomaba su batido de proteína y Samira
apenas desayunaba empezaron a ver el documental, que contaba
los inicios de Reinhard Garnett, comenzando por su historia familiar,
sus estudios, sus trabajos y sus grandes logros.
Viendo la cinta ella tuvo claro que, si algo identificaba al
patriarca Garnett, era la perseverancia y el ingenio, había
aprovechado la época en que el petróleo y el oro empezaba a
valorizarse e hizo de eso un gran imperio, que ahora extendía sus
tentáculos a todo tipo de negocios.
Entre un capítulo y otro le confesó que creía que él tenía los
mismos ojos de su abuelo, quien de joven era un hombre bastante
apuesto y elegante.
Después de seis episodios, ya Samira tenía mayor
conocimiento sobre cómo funcionaba el conglomerado y que el
departamento del que ella formaba parte era tan solo una pequeña
partícula de todo un importante y poderoso universo; sin embargo,
era tan indispensable cómo cada uno de los que conformaban esa
gran red.
Ella no se había acercado ni mínimamente a lo importante que
era la familia de Renato, no solo por parte de su abuelo, sino por su
padre también, quien contaba con una compañía que creaba
aviones no solo comerciales, sino además militares que compraban
los gobiernos de casi todo el mundo.
Ahora entendía que ella era demasiado insignificante para él,
no se podía molestar si él la llegaba a ver solo como una obra de
caridad. Imaginó que Lara debía ser la hija de algún importantísimo
empresario ruso, algo más al nivel del chico que tenía al lado.
Samira jamás había tenido problemas de autoestima, pero en esta
ocasión tenía que reconocer que ella jamás sería una rival digna
para luchar por el corazón de un chico tan maravilloso e
inalcanzable, era mejor conformarse con ser solo su amiga.
CAPÍTULO 36
Renato despertó bastante pasadas las diez de la mañana,
había llegado a Río en la madrugada, no tenía caso irse hasta su
apartamento si ya su abuelo sabía que había pasado el fin de
semana en El Arrayán, por lo que en cuanto bajó del avión, lo
estaban esperando Lucio y Valerio, para llevarlo a casa.
El jefe de seguridad le dijo que el señor Garnett había pedido
que se le informara, que tendría la mañana libre para que pudiera
descansar y que no debía preocuparse por sus pendientes, porque
él mismo se había encargado de coordinar con su asistente la
agenda para ingresar después de las dos de la tarde.
A pesar de que el abrazo de despedida con Samira duró mucho
más que los anteriores y que al separarse, deseó
desesperadamente besar sus labios, se contuvo, porque ya se
había equivocado y no quería volver a hacerlo.
Se quedó en la cama, acostado bocarriba y con la cabeza
hecha un lío, se restregó la cara con ambas manos y luego se las
llevó a los cabellos, intentando poner en orden sus sentimientos
contradictorios.
Él amaba a Lara de eso no tenía dudas, la rusa lo tenía
obsesionado, soñaba con el día en que por fin pudiera hacer
realidad todas sus fantasías. Era una mujer perfecta,
experimentada, hermosa, con curvas en las que él quería perder la
cordura. Entonces, ahora no entendía por qué el corazón le latía tan
fuerte, le faltaba el aliento y se ponía nervioso con solo pensar en
Samira.
No podía dejar de recordar la sensación que lo invadió mientras
le acunaba el rostro y la miraba a esos ojos hechiceros que,
extrañamente no lo intimidaban; no solo se trataba del cosquilleo
que invadió su cuerpo cuando sus labios estuvieron a punto de
hacer contacto, sino también la liberación que sintió en su corazón.
Ahora, estando ahí acostado, sentía que la extrañaba mucho más
que antes.
Toda esa confusión le causó un terrible dolor de cabeza y debía
calmarlo antes de que tuviera que ir a la oficina o no iba a poder
concentrarse. Apartó las sábanas, se levantó y salió de la
habitación.
Bajaba los últimos peldaños de las escaleras, mientras se
rascaba la nuca y bostezaba, cuando escuchó la inconfundible voz
de Elizabeth.
—¡Vaya! No sabía que había regresado el señor manos ligeras
—dijo la desaparecida con esa energía divertida que siempre la
caracterizaba.
De inmediato se espabiló al ver que se le acercaba corriendo.
—¡No! ¡No! —Renato levantó las manos en señal de alto, como
si ella fuera un perro que estaba a punto de darle una cálida
bienvenida a su adorado dueño.
A su prima poco le importó cuánto él se negó; de igual manera
se le lanzó encima, rodeándole la cintura con las piernas y le plantó
varios besos en la mejilla, mientras que Renato trataba de mantener
el equilibrio y aunque estaba muy feliz de verla, también se sentía
demasiado abrumado. Después de casi veinticuatro años, no se
acostumbra a su espontaneidad.
—Ya, bájate, bájate.
Ella lo complació y él le ayudó a que lo hiciera con cuidado.
—¿Cuándo regresaste? —preguntó, con esa sonrisa que le
hacía brillar los ojos plomizos. Mientras lo despeinaba todavía más
—Esta madrugada, ¿tú qué haces aquí? —curioseó con el
ceño fruncido e intentaba acomodarse los cabellos.
—No me digas que no sabes —comentó, elevando una ceja en
un gesto de absoluta incredulidad.
—Solo supe lo que avô me dijo, que estás viviendo en Río y
que tío Sam está que se muere de celos…
—Sí, ya tengo varias semanas viviendo con Alexandre —dijo
orgullosa del hombre con el que estaba compartiendo su vida e hizo
una seña hacia él, quien estaba a varios pasos parado al lado de su
abuelo.
Renato de inmediato palideció al reconocerlo, no lo podía creer;
definitivamente algo no andaba bien con Elizabeth, ¿acaso había
enloquecido? Un fuerte ardor le atenazó el estómago.
¡Estaba jodido! Muy jodido, seguro Nascimento iba a contarle a
su prima que lo había ayudado a hacer algo ilegal y su secreto
quedaría expuesto ante su familia.
Alexandre avanzó varios pasos, se les acercó y le ofreció la
mano, su gesto lo confundió por completo, pero más le extrañó ver
la manera en que este abrazaba a su prima.
—Alexandre Nascimento, es un placer.
Renato comprendió que debía fingir que no se conocían, eso
definitivamente lo tranquilizó un poco, era mejor seguirle el juego;
sin embargo, Elizabeth debería explicarle qué rayos estaba
sucediendo.
—Igualmente, Renato Medeiros, ¿son novios? —preguntó,
echándole un vistazo a su prima parada a su lado.
—Sí… Bueno, vivimos juntos —respondió ella, al tiempo que le
regalaba una sonrisa de agradecimiento a su primo, por no
exponerla delante de su abuelo.
—Ah. —Movió la cabeza asintiendo, sin poder creérselo
todavía—. Bueno, sigo a la cocina. Buenos días, abuelo, abuela —
saludó a quienes había ignorado debido a la sorpresa que lo tenía
perturbado.
—Buenos días, Renato —saludó Reinhard.
—Buenos días, Renatinho —dijo Sophia, dedicándole una
sonrisa más amplia de lo que lo hacía normalmente.
—Eli, ¿vienes un minuto? Tengo que comentarte algo. —Le
propuso.
—Ya regreso. —Le dijo a Alexandre, él solo asintió.
—Alexandre, ven con nosotros —pidió Reinhard y miró a
Elizabeth—. Estaremos en el jardín.
Todos se dirigieron a su destino, mientras él hacía tiempo para
encarar a su prima sin que nadie los escuchara.
—¿Ahora sí vas a decirme con quién te escapaste a Chile? —
curioseó ella, colgándosele de un brazo.
—Eli, ¿en serio? —La interrumpió él, volviéndose a medio
camino y la miraba con el ceño fruncido.
—¿En serio qué? —contrainterrogó, haciéndose la
desentendida.
—No te hagas la tonta, sabes a lo que me refiero… —habló
liberándose del agarre de ella—. ¿El capoeirista de la favela? —
susurró, pero su connotación era de reproche—. ¡¿Acaso
enloqueciste?!
—Él no vive en la favela.
—Supongo, sino Samuel Garnett ya te hubiese sacado a la
fuerza de allí… ¿Cómo es posible? —recriminó—. ¿Acaso seguiste
yendo a ese lugar? ¿Cómo es que te gusta ese hombre? —Le
costaba muchísimo creerlo, estaba tan conmocionado que no podía
evitar mostrar sus emociones abiertamente.
—Ay, ya, Renatinho, te pareces a mi padre. Me gusta y punto.
—¿Te gusta y punto? Esa no es la respuesta… —Él no daba
crédito a lo que estaba escuchando, Elizabeth se había vuelto loca
del todo.
—¿Qué quieres que te diga? Me enamoré de él, es un buen
hombre, no, un gran hombre, tenemos mucho en común, con él
puedo compartir mi mayor pasión.
—¿Acaso no recuerdas lo rudo que fue contigo? Ese hombre
no es para ti, es violento…
—En realidad, no fue rudo, así es el juego de la capoeira… lo
que sí recuerdo de ese día fue que me salvó…
—Sí, y a mí me dejaron tirado en el basurero, a punto de morir
del terror que sentí al no encontrarte… Ese hombre no es para ti —
le repitió y se empeñó en recalcar sus defectos, quería decirle que
además de todo eso, hacía cosas ilegales, pero terminaría
inmolándose—, es mucho mayor que tú… ¿Y qué pasó con Luck?
¿No que eran el uno para el otro?
—No es tan mayor… Luck y yo terminamos, y no necesito de tu
aprobación para enamorarme.
—Ya sé que no la necesitas, eres demasiado testaruda, yo solo
puedo decirte que no te conviene… Eres mi prima, te amo y no
quiero que te lastimen, pero eres libre de tomar tus decisiones.
—En serio Renato. —Le llevó una mano a la mejilla para
calmarlo—. No tienes de que preocuparte… Alex es adorable —dijo
con una dulce sonrisa, pero se convirtió en risa cuando él puso los
ojos en blanco.
—¿Cómo sucedió?, ¿en qué momento? —Seguía totalmente
confundido.
—El destino quiso que nos encontráramos en otras
oportunidades y en otros sitios.
—Eso que acabas de decir es sumamente ridículo…,
extremadamente cursi… Sé que volviste a la favela, de verdad estás
loca y se lo voy a decir al abuelo… —sentenció.
—No, primito, no lo harás. Recuerda que yo te guardo un gran
secreto, ¿o ya olvidaste lo que estabas haciendo en la oficina de
avô?
—Puedes decirle lo que te dé la gana; además, tengo tiempo
sin tener citas sexuales por internet, y después de todo, eso no le
hace daño a nadie.
—Que yo vaya a la favela tampoco…
—Te estás poniendo en riesgo; definitivamente, creo que algo
les pasó a tus neuronas.
—Renato, deja la paranoia. Voy con Alex y es mucho más
seguro…
—Eli, te dije que no regresaras, no entiendo cómo puedes
hacerlo después del infierno que vivimos ahí.
—Tú eres un miedoso, cobarde… —Atacó al sentirse
acorralada por Renato.
—Si crees que no poner mi vida en riego es cobardía, pues
entonces sí que lo soy, pero igual voy a contarle a avô lo que está
pasando. —El cariño que se tenía era tan grande que él sabía que
su prima solo decía esas palabras de la boca para afuera, ella jamás
sería capaz de hacerle daño ni tampoco permitiría que nadie más se
lo hiciera.
—Renato, no seas aguafiestas —suplicó, haciendo un puchero
y con los ojos brillosos, sabía que, si su abuelo se enteraba de la
verdad, alejaría para siempre a Alexandre.
—Llámalo como te dé la gana, igual le diré…
—Por favor, no lo hagas. —Juntó las manos en señal de ruego
—. Déjame hacerlo a mí, te lo prometo.
—Sé que no lo harás.
—Lo haré, lo haré, solo dame unos días… Te lo prometo,
primito.
—Te doy hasta el viernes, y no voy a esperar a que tú me lo
confirmes. El sábado hablaré con él, se lo hayas dicho o no.
—Te odio —refunfuñó.
Él sonrió, ella podría odiarlo después de contar todo, pero él no
podía permitir que ella siguiera en esa locura. Siguió su camino
hacia la cocina y la dejó a medio camino.
Elizabeth resopló, sintiendo que estaba contra la espada y la
pared, necesitaba pensar en algún tipo de chantaje para seguir
manteniendo la boca de Renato cerrada.
Él pudo sentirla pisándole los talones, casi respirándole en la
nuca, estaba seguro de que no iba a quedarse tranquila hasta
convencerlo de que no hablara con su abuelo, quién sabe si
realmente estaba enamorada del policía ese, quizá solo estaba con
él porque había encontrado a alguien que le secundara la locura que
llamaba: capoeira.
—Sé perfectamente que ese viaje que hiciste a Santiago
simplemente para desconectarte del mundo o tan solo a esquiar no
es del todo cierto, tú jamás has hecho algo parecido en el pasado.
Sé que te fuiste con alguien —dijo acercándose a él, que en ese
momento sacaba una jarra de jugo de naranja de la nevera. Pero
después se alejó y le pidió a una de las mujeres del servicio que
llevara limonada al jardín.
Renato aprovechó que Elizabeth hablaba con Imelda para
servirse el jugo con el que pretendía pasar el analgésico, que ahora
sí lo necesitaba con urgencia, porque con la noticia amorosa de su
prima, el dolor de cabeza se le había intensificado.
La vio regresar a él, con toda la intención de seguir con el
interrogatorio sobre su fin de semana en Chile, sin embargo, se las
ingenió rápidamente para quitársela de encima.
—En serio, no puedo creer que te preocupa más lo que hago
durante un fin de semana de mi aburrida vida, en lugar de estar
preocupada por el simple hecho de saber que Alexandre está en
este momento a solas con el abuelo… —Pudo ver cómo los ojos de
Elizabeth se abrían de golpe en señal de alerta.
—¿Crees que pueda hacerle alguna amenaza? —preguntó
alarmada.
—No sé. —Se encogió de hombros—. Todo es posible,
principalmente si está Valerio con él, mostrándole sutilmente la
Glock que siempre lleva en la cintura…
No pudo terminar de sembrarle miedo cuando Elizabeth ya
había salido corriendo de la cocina, él se volvió sonriendo para
seguirla con la mirada, hasta que la perdió de vista. Luego se giró a
ver a Imelda y le pidió un par de analgésicos.
Tras tomarse la medicación, deseó que le hiciera efecto pronto,
se masajeó las sienes e iba de vuelta a su habitación cuando se
topó de frente con su padre entrando a la cocina.
—¡Papá! Vaya, qué sorpresa… ¿Qué haces aquí? —interrogó,
bastante estupefacto, porque él debía estar en ARDENT.
—Hola hijo. —Se acercó, le plantó un beso en la mejilla y lo
estrechó de manera protectora—. Es que te llamé varias veces por
la mañana y como no respondías, me comuniqué con Drica y me
dijo que ibas al trabajo en la tarde; así que decidí pasar por acá para
matar dos pájaros de un tiro, te saludo y aprovecho para reunirme
con papá, ya que necesito comentarle un par de cosas.
—Está bien papá, hoy me tomé la mañana para descansar por
sugerencia del abuelo. —Creyó que no era prudente mencionarle a
su padre que había regresado tarde de Chile, porque sabía que su
progenitor no era tonto, ataría cabos y llegaría a la conclusión
correcta—. Sabes que últimamente tengo mucho trabajo, he estado
cubriendo a Hera y estoy hasta arriba con el proyecto del máster,
necesitaba unas horas más de sueño… Pero me imagino que ese
par de cositas que necesitas hablar con avô tienen nombre y
apellido, ¿verdad?
—Ya me conoces, ¿cierto? —masculló, haciendo un ligero
mohín. Renato asintió, convencido de conocer de sobra la razón por
la que su padre estaba ahí.
—¿No me digas que es por lo de Elizabeth? Papá, que ya no
es una niña, tienen que dejarla tomar sus propias decisiones…
Aunque de momento no parecen ser las más sensatas —farfulló,
moviendo la cabeza en una expresión ambigua.
—Ese es otro tema, del que me encargaré después. Es tu
hermano…
—Sería demasiado extraño si Liam no fuera el centro de
atención… ¿Qué hizo esta vez?
—No sé dónde demonios se metió, desde el viernes que no
aparece, ya no sé qué decirle a tu madre para que mantenga los
nervios a raya…
—¿Lo llamaste? —curioseó extrañado, aunque ciertamente no
era la primera vez que Liam desaparecía de esa manera. Su padre
afirmó, mientras se acariciaba la tupida barba en un gesto pensativo
—. Debe estar en alguna isla con las mujeres de su club de fan,
justo como ha pasado las veces anteriores… ¿No se llevó el yate?
Si quieres llamo a Bruno y le pregunto —recurría primero a cualquier
posibilidad antes de empezar a preocuparse.
—El yate sigue en el puerto, y lo peor es que mañana tenemos
un compromiso importante, debe mostrar el espectáculo aéreo que
se llevará a cabo en el matrimonio de Maiara… y que está a su
cargo, tiene que mostrar la planeación.
—¿La ingeniera? No sabía que iba a casarse —comentó,
sintiendo que en serio, no se enteraba de nada.
—Sí, en dos meses…
—¿Y Liam se ofreció? —Le pareció extraño, porque tenía la
leve impresión de que ellos no se llevaban bien; en realidad,
demostraban que no se soportaban. Y comprendía totalmente a la
chica, porque su hermano en ciertas ocasiones quiso desmerecer el
extraordinario trabajo que ella hacía con la excusa de que era mujer.
—Yo le pedí el favor…
—Supongo que Liam se negó. —Ya empezaba a comprender lo
que sucedía.
—En un principio sí, pero después aceptó.
—Lo obligaste papá —concluyó Renato—. Debías sospechar
que Liam haría algo como esto, la verdad, no creo que dé señales
de vida en toda la semana… Él no va a hacer nada, coordina con
otros pilotos —le aconsejó. No estaba de acuerdo con los métodos
que usaba su padre para presionar a su hermano.
—No puede incumplir con el compromiso.
—Pero lo hará, es Liam… Lo hará, lo conoces mejor que yo, él
bajo presión no cede.
Ian deseaba que su hijo mayor aprendiera a ser más
responsable, que tomara las riendas de su vida en serio y que
dejara de lado la vida de derroche que llevaba, pero hasta el
momento había fallado en cada intento. No debió mimarlo tanto,
poner a su alcance cada cosa que pedía, ahora le estaba costando
caro, si pudiera volver al pasado, habría sido más estricto con él.
—Si se comunica contigo, dile que por favor me llame, que, si
no piensa formar parte del espectáculo, que por lo menos me envíe
el programa… ya cuando lo tenga enfrente hablaré seriamente con
él.
—Eso haré, ahora tengo que subir a ducharme o llegaré tarde
al trabajo. —Se acercó y le dio un beso en la barba canosa—. Nos
vemos luego, saluda a mamá de mi parte.
—Lo haré, cuídate mucho —le pidió regalándole una caricia en
los cabellos.
Esa era la hora en que Renato no había desayunado siquiera,
pero cómo iba a hacerlo, si esa mañana su familia solo se
empeñaba en querer hacerle estallar la cabeza.
Subió a su habitación y antes de irse a la ducha quiso revisar
su teléfono, le extrañó no tener mensajes de Samira. No sabía si era
prudente escribirle, si era que ella deseaba distanciarse de él, por el
impase que tuvieron ese fin de semana. Probablemente debería
buscar la manera de que ellos pudieran dejar eso atrás.
Chasqueó los labios y supuso que sus disculpas no habían sido
suficiente.
«¿Y si le pasó algo?», pensó alarmado, mientras se rascaba la
frente y miraba la pantalla del teléfono, percatándose de que ella
estaba en línea en ese instante. De inmediato concluyó que de
haberle sucedido algo no estaría conectada. Así que por muy
intrigado que estuviera no iba a acosarla.
Con mucha renuencia desistió de enviarle un mensaje a Samira
y le escribió a Bruno, preguntándole por su hermano, sabía que su
amigo no era de los que solía responder de inmediato; así que,
lanzó el teléfono a las sábanas revueltas y fue a ducharse.
Pasó directo del baño al vestidor y salió de ahí ya listo para ir al
trabajo, agarró el teléfono y había un mensaje de Bruno, decidió
revisarlo mientras iba de camino al estacionamiento.
Él le aseguraba que no sabía nada de Liam desde el jueves, le
preguntó si quería que le ayudara a averiguar entre sus amigos si
alguno sabía algo.
Renato bajaba las escaleras mientras escribía la respuesta, por
supuesto que aceptó su ayuda, era mejor tener noticias de Liam
cuanto antes o su madre iba a estar de los nervios.
Se despidió de su abuelo sin hacer comentarios sobre la
desaparición de su hermano o el nuevo novio de Elizabeth. Él aún
estaba demasiado sorprendido, no sabía cómo su prima había
terminado relacionada con ese hombre, con razón su tío Samuel
estaba literalmente histérico.
Reinhard le preguntó si no iba a almorzar con ellos, eso le hizo
caer en la cuenta de que no había comido desde la noche anterior,
cuando fue a cenar con Samira.
Quizá esa era la razón de su dolor de cabeza, pero como no
quería que su abuelo se preocupara, le dijo que almorzaría cerca del
trabajo, donde iba a reunirse con Bruno.
En cuanto encendió el motor de la SUV, puso música en
español y luego partió rumbo a la sede del grupo; sin embargo,
antes de llegar, pensó en lo que significaría ir hasta un restaurante y
no tenía ni el ánimo ni el tiempo para eso; así que, aprovechó y
entró a un autoservicio donde pidió una ensalada césar, la cual
comería en su oficina.
Mientras esperaba, se puso a escuchar la lista de reproducción
que había elegido al azar, en ella había una canción que captó su
atención. Miró la pantalla para memorizar el nombre para luego
buscarla: Magia , interpretada por Andrés Cepeda y Sebastián
Yatra.
Agradeció al tiempo que recibía su pedido, puso la bolsa en el
asiento del copiloto y siguió con su camino. En cuanto terminó la
canción, la puso a reproducir nuevamente, mientras más la
escuchaba, más le gustaba, tanto que aprovechó el minuto que le
dio un semáforo para agregarla a la lista que compartía con Samira,
sin pensarlo mucho, la dejó ahí, aunque el corazón se le atoró en la
garganta.
Atendió el regaño que le dio el conductor del auto de atrás con
un bocinazo, arrancó, mientras seguía escuchando la canción por
tercera ocasión y empezó a sentir que había sido escrita para él.
Intentaba convencerse de que no había nada de malo en su
letra, no decía nada tan obvio, nada que pudiera arruinarles más la
relación de lo que ya lo había hecho él. Pero para cuando aparcó en
el estacionamiento subterráneo, ya estaba completamente
arrepentido; así que agarró el móvil con la intención de eliminarla,
pero para su maldita mala suerte, Samira la estaba escuchando.
—Mierda… mierda —dijo casi desfallecido, dejando caer la
frente contra el volante. Resopló, sintiéndose estúpido, nervioso y
molesto consigo mismo.
CAPITULO 37
Samira había tenido una mañana bastante ocupada en el
trabajo, sobre todo porque las dos reuniones que había tenido su
jefe, el señor Tremblay, habían requerido unos informes que tuvieron
que terminar casi que a último momento.
Tanto Karen como ella, eran las responsables de recabar y
consolidar la información de todos los departamentos que le
reportaban a su jefe, para que luego Nancy lo pudiera analizar y que
ella y su jefe los pudieran usar para mostrar una visión integral,
además, ellas tenían que encargarse de que todo estuviera al día,
preparar el salón, llevar las carpetas con toda la información,
abastecer los refrigerios, como agua, café, té y una variedad de
galletas entre otros aperitivos.
Sin olvidar que también debían estar pendiente de que no
faltara nadie y que fueran muy puntuales, para que no suscitara
ningún desplazamiento de horarios, porque había aprendido que el
tiempo era lo más valioso para esas personas, le pareció realmente
irrisorio cuando Karen le dijo cuánto podía valer la hora de uno de
esos ejecutivos… Para no parecer demasiado exagerada, con unas
cuantas horas, el señor Tremblay, podría comprar su casa en la
comunidad gitana.
—En serio, necesitaba este descanso —comentó Karen,
dejando caer los hombros, mientras esperaba que su almuerzo
terminara de calentarse en el microondas.
—Yo también, moría de hambre —respondió Samira, colocando
un par de botellas de agua en la mesa—. Temía que el sonido de mi
estómago me hiciera pasar vergüenza —confesó, sonrojada, a
pesar de que eran las únicas en el comedor.
La hora del almuerzo había pasado y no pudieron aprovecharla
porque habían estado ocupadas con uno de los informes de
planificación que no habían culminado, todo porque uno de los
softwares que usaban estaba presentando fallas y tuvieron que
esperar hasta que los de informática corrieran de nuevo el programa
para poder terminarlo.
—Estaba igual, por cierto, se me había olvidado decirte que has
mejorado muchísimo en inglés… ¡Me impresionas! —comentó
sonriente y se volvió al microondas que pitaba anunciando que el
tiempo se había cumplido, esa mañana Samira había tenido una
conversación telefónica íntegramente en ese idioma.
—Gracias, creo que estoy algo obsesionaba con aprenderlo,
paso todas las tardes estudiándolo, practico una y otra vez las
clases… No pensé que fuera a gustarme tanto, —Sonreía modesta.
—Cada esfuerzo tiene su recompensa y hoy lo has
demostrado. —Puso el envase de su comida en la mesa y se sentó.
Se habían hecho muy buenas amigas en las pocas semanas
que tenían trabajando juntas, Karen debía admitir que los primeros
días estaba nerviosa y no muy presta a conocerla, porque de cierta
manera, la veía cómo una amenaza; sin duda, la gitana venía con
una excelente carta de recomendación bajo la manga y si en algún
momento tendrían que prescindir de una, estaba segura de que ella
llevaba las de perder.
No obstante, se daba cuenta que la chica tenía un aura
maravillosa, era dulce, chispeante, colaboradora, enérgica, sobre
todo era honesta. Y no era algo de lo que ella solo se hubiese
percatado, Nancy, también lo había visto, era ideal para tratar con la
gente, los hacía sentir cómodos y muy bien atendidos. Era como si
algo especial la rodeara e inspirara a que la gente se sintiera atraída
por ella. Era un imán en el mejor sentido.
—Gracias —dijo la gitana, con las mejillas arreboladas y puso
su mirada sobre su almuerzo—. Traje arroz con pollo y verduras.
—Yo traje ensalada de pasta —anunció sonriente y con la boca
hecha agua. Como habían hecho durante un par de semanas,
dividieron sus almuerzos para compartirlos.
Samira no perdió el tiempo para preguntarle por su pequeño
hijo Alonso. Karen le comentó que el fin de semana habían ido a
Chiguayante, una comuna en Concepción, a visitar a su mamá y
había estado encantado correteando a las gallinas.
—¿Conoces Concepción? —le preguntó en cuanto tragó.
Samira como aún masticaba se apresuró a negar con la cabeza—.
Si quieres, puedes acompañarme dentro de quince días, en la casa
de mamá está disponible la cama de mi hermana.
—Sí, me encantaría ir contigo. —Ella imaginaba que la casa de
la madre de Karen debía ser como la suya, por cómo se la había
descrito, con un gran patio, con árboles frutales y algunos animales,
como gallinas, perros y conejos.
No se negó a la invitación de Karen, porque sabía que Renato
no volvería a visitarla en algún tiempo, ya no había nada que lo
llevara a Chile, le dolía reconocerlo, pero era mejor que mantuvieran
esa distancia para sacárselo definitivamente del corazón, a pesar de
que había estado toda la mañana muriéndose de ganas por
escribirle.
Tampoco quería hacerlo mientras compartía su almuerzo con
Karen, quizá se debía a que estaba bastante desanimada porque,
mientras su comida estaba en el microondas, dio un rápido vistazo a
los mensajes y él tampoco le había escrito.
Al terminar de comer se fue al baño y mientras se dedicaba al
aseo bucal, prácticamente, tenía un ojo en el espejo y el otro en la
pantalla de su móvil que estaba en la encimera, esperando algún
mensaje de él.
Sí, ella podría hacerlo, pero lo mejor era recluir lo que sentía
por él en el fondo de su pecho, encerrarlo en una caja de pétrea
indiferencia y que jamás pudiera volver a abrir. Asintió con
vehemencia, decidida a eso.
De repente, una notificación entrante hizo que su resolución se
evaporara, aún con cepillo dental en la boca y espuma dentífrica
escurriéndole por una de las comisuras, pausó la tarea y de
inmediato agarró el móvil. Renato había agregado una nueva
canción a la lista de reproducción en español que compartían.
Fue casi automático el movimiento de sus dedos que la llevó
enseguida a escuchar, como siempre, lo más importante para ella
era la letra, añorar que de alguna manera lo que decía era algo que
Renato deseaba expresarle.
Entender lo que iba diciendo la letra de la canción le causó un
golpe de emoción tan grande que le agitó el corazón de manera
descontrolada y le provocó una hermosa sonrisa. Nada quería más
que él le fuera claro, que le dijera si de verdad la quería, si deseaba
ser su otra mitad; ella sin dudarlo, haría a un lado todo lo que le
habían dicho desde niña, se olvidaría incluso de los consejos de su
abuela; así de loca estaba por él. Sonrió con tristeza, imaginando
que debía parecer demasiado patética.
Unas cuántas lágrimas inoportunas se asomaron al filo de sus
párpados, pero se esforzó por retenerlas, no podía olvidarse de la
conversación que escuchó entre Renato y Lara, ese era su
constante recordatorio para que dejara de soñar con imposibles.
Esa canción no significaba nada, al igual que las otras treinta y siete
que formaban parte de la lista.
Agarró el móvil y envalentonada por la molestia que le
taladraba el pecho, en una clara muestra de impulsividad, le
escribió: «Me gusta, es muy bonita la letra… aunque bastante
fantasiosa y algo sosa».
Estaba molesta y confundida, lo admitía. No creía haberse
sentido así jamás, era como si hubiera perdido el control de su vida,
pero todo era culpa de Renato que con su comportamiento la
sacaba de su eje, no comprendía cómo era que en un instante
hubiese estado a punto de besarla y al otro hablando muy tranquilo
con su novia… pero lo peor, era haberse disculpado por algo a lo
que ella no se había negado, incluso, contuvo la respiración con el
único propósito de no interrumpirlo.
En cuanto envió el mensaje, se sacó el cepillo de la boca y
escupió los restos de pasta dentífrica.
Quizá su abuela tenía razón, Renato solo estaba buscando la
manera de endulzarla, de parecer que no quería, pero en realidad sí
deseaba solo tener sexo con ella, cobrarle todo lo que había hecho,
quizá, pedir disculpas solo se trataba de una estrategia para
arrebatarle lo más preciado que como mujer poseía, él quería
quedarse con su virtud, hacer polvo su honra y luego desecharla,
como solían hacer con las de su etnia.
Después de todo, él era un payo y no debía fiarse de ellos… No
debía, se recordó mientras se miraba en el espejo buscando su
fuerza gitana, no merecía menos que a un hombre que se
comprometiera y la honrara para toda la vida.
Sintió su teléfono vibrar de nuevo, era un mensaje de Renato y
en cuánto lo leyó, el corazón se le contrajo de dolor y de rabia, pero
lo peor de todo fue que sintió la necesidad de hacerle daño, de
inyectarle un poco de ese veneno que le estaba corroyendo el alma
a ella.
Sí, es bastante fantasiosa, incluso
aburrida. Aunque la agregué sin querer, no
era para compartirla contigo. La eliminaré.
Sí claro, puedes eliminarla, supongo que era
para Lara.
No tiene sentido dedicársela a Lara, ella
no sabe español y tiene claro mis
sentimientos.
Me alegro por ti. Por ahora tengo que dejarte,
necesito regresar al trabajo
Samira tenía ganas de decirle que se fuera a la mierda, con
esas palabras exactas, tenía ganas de gritarle que ya no eran
amigos, pero solo sentía su cuerpo temblar y sus ojos se
humedecieron. Respiró aprisa, tratando de calmarse, pensar con
cabeza fría para que la impulsividad no la expusiera demasiado.
Luego de mandar el último mensaje, prefirió apagar el móvil para
evitar recrearse en el dolor. Necesitaba que en ese momento su
orgullo la guiara y la ayudara a centrarse en lo que realmente era
importante para ella. Tras un par de minutos, se lavó la cara con
agua fría y prosiguió con lo que estaba.
Se dio a la tarea de volver a maquillarse porque sabía que la
presencia era muy importante en ese lugar, aunque un par de
lágrimas de rabia se le derramaron, arruinando el trabajo; no
obstante, se empeñó en retocarlo hasta dejarlo perfecto,
externamente no había atisbo de cómo se sentía, parapetó una
entusiasta sonrisa y salió del baño.
Se olvidó de Renato y todo lo ocurrido por varias horas, de esa
manera pudo cumplir con sus obligaciones sin ningún contratiempo,
fue como si esos mensajes hirientes no hubieran existido ni tampoco
hubiese agregado recientemente aquella canción que los llevó a
discutir. Se hizo a la idea de que la relación entre ambos
permanecía igual, amable y cariñosa como siempre.
Aunque en sus ojos se reflejaba la tristeza que la embargaba.
Nunca había sentido algo como eso, la agonía del amor no
correspondido; le gustaría poder odiarlo solo un poquito, quizá así
las cosas serían más fáciles, incluso, diferentes.
Se aseguró de cumplir con todas las tareas pendientes y dejar
preparadas algunas del día siguiente, recogió un montón de
documentos que les había entregado Nancy y los agrupó en
carpetas, luego los llevó al archivador. A pesar de que la mayoría de
los procedimientos se hacían de manera digital, siempre se
guardaba cierta información en un respaldo en físico, solo por si
sufrían algún colapso tecnológico o por algún ataque cibernético, no
se fiaban ni porque contaban con los mejores programas y equipos
en el departamento de seguridad informática.
Al regresar apagó la computadora, agarró su cartera, la
gabardina y en compañía de Karen salió de la oficina que
compartían.
Ya frente al edificio, Karen y Samira se dieron un beso en la
mejilla y se desearon una buena tarde, porque debían tomar
caminos diferentes. La gitana caminó hasta el paso peatonal para
cruzar la avenida e ir a la estación del metro.
—¡Samira! ¡ Gypsy !
Reconoció la voz que desde alguna parte la estaba llamando,
miró en derredor en busca de su amiga. Le sorprendía que
estuviese por ahí, porque no habían acordado encontrarse.
—¡A tu derecha! —gritó.
Samira volvió la cabeza y pudo ver a Ramona al otro lado de la
calle, agitando los brazos como loca. De inmediato reconoció a sus
acompañantes y corrió a su encuentro mientras sonreía
emocionada.
—¡Qué sorpresa! —Se llevó las manos a la cabeza, no tenía
aliento y estaba sonrojada por la alegría, se acercó y abrazó con
fuerza a Romina, quien reía exultante—. ¡¿Cuándo llegaron?!
¡Ramona, ¿por qué no me avisaste?!
—Llevo horas intentando comunicarme contigo, pero parece
que lo tienes apagado —se defendió Ramona del injusto reproche
que su amiga le había hecho—. Víctor y Romina han sido testigos,
¿cierto? —Buscó apoyo en los gitanos españoles.
—Muy cierto —aseguró Víctor, aprovechó su oportunidad para
plantarle un beso en cada mejilla y luego darle un apretado abrazo.
Samira recordó lo que había pasado al finalizar su hora de
almuerzo y que, en efecto, con intención de que no trascendiera la
discusión con Renato, había preferido apagar el móvil.
—Es que se me descargó y dejé el cargador en casa. —Sabía
que era una mentira demasiado tonta, porque en la oficina muchos
podrían prestarle un cargador, pero fue lo que pudo idear de
momento.
—Bueno, no te preocupes por eso —dijo Ramona.
—Llegamos esta mañana, solo estaremos aquí un par de
días… —explicó Romina.
—¡Tan poco! —Se lamentó Samira—. ¿Por qué no se quedan
unos días más?
—Eso les dije yo, incluso les ofrecí quedarse en mi pieza…
—Claro, es perfecto el plan, tú te vienes a dormir conmigo. El
lugar es pequeño, pero es acogedor y estarán cómodos.
—Es que ya tenemos los boletos comprados, vamos a Buenos
Aires; cambiar la fecha afecta el itinerario y al bolsillo —intervino
Víctor, sonriente—. Sin embargo, esperamos compartir mucho con
vosotras, el poco tiempo que estemos aquí.
—Perfecto, entonces podemos ir al Wendy’s, que está en la
otra esquina y nos ponemos al día mientras tomamos café —
propuso la carioca muy entusiasmada. Estaba muy feliz de verlos,
no podía olvidar que gracias a ellos había ganado la mayor parte de
dinero que usó para huir, además, en el poco tiempo que
compartieron se hicieron muy buenos amigos; sin duda, eran un
solo pueblo, eran familia.
—Aprendiste muy rápido español, lo hablas perfectamente —
elogió Romina.
—Me ha tocado aprenderlo a la fuerza. —Se carcajeó
ligeramente, mientras los guiaba al café, provocando que los demás
rieran—. ¿Y tienen pensado hacer presentaciones?
—Aquí no, las tenemos previstas para Buenos Aires… —
respondió Víctor—. Invitamos a Ramona, pero dijo que no puede.
—Me echan del trabajo si me voy con ustedes. —Se defendió
la aludida, con una sonrisa apenada.
—Si quieres puedes venir con nosotros. —Romina invitó a
Samira.
—Me encantaría, pero tampoco puedo faltar al trabajo, hace
poco que empecé y no puedo darme el lujo de perderlo o que
piensen que soy irresponsable.
Decidieron ocupar una de las mesas de la terraza, para
disfrutar de los últimos rayos del sol, mientras seguían conversando,
poniéndose al día con todas las cosas que habían vivido en casi
siete meses desde que se conocieron, a pesar de que siempre
habían mantenido contacto por teléfono.
Víctor les dijo que había decidió hacer ese viaje, porque habían
vendido todo en Sevilla para mudarse a Madrid, donde ambos
encontraron mejores empleos, pero que antes de hacer ese cambio
en sus vidas, aprovecharon unos días para distraerse.
—El piso que alquilamos tiene tres habitaciones, así que el día
que quieran visitarnos, tendrán dónde quedarse… Serán
bienvenidas.
—Me emociona la idea de algún día conocer España, sobre
todo Andalucía que es de donde proviene la familia de mi madre —
les contó bastante orgullosa de sus raíces, que se mezclaban con
las Rudari de su padre que eran descendientes de rumanos.
—Andalucía es preciosa, está a poco más de cuatro horas de
Madrid, si algún día decides visitarnos, con gusto te llevaremos.
—De solo imaginarlo se me eriza la piel —chilló Samira,
levantando un poco la manga de su chaqueta y jersey para que
vieran que no estaba exagerando. Era una posibilidad que ni
siquiera se había atrevido a contemplar.
Sus acompañantes rieron enternecidos al ver la reacción de
ella.
—Samira, ¿te parece si hacemos un fondo mancomunado para
ir? —propuso Ramona—. Sé que nos puede tomar un par de años
ahorrar para los boletos de avión, pero sería una meta.
—¡Ay sí! Me encanta la idea, podemos empezar esta misma
semana —Se emocionó al punto de aplaudir, sabía que podía sacar
un pequeñísimo porcentaje de su pago de ese mes para ahorrar
para ese sueño.
—Solo deben preocuparse por los boletos, porque dónde
dormir, comida… lo tendrán con nosotros —prometió Víctor, al
tiempo que de una riñonera sacaba la billetera y tendió un billete de
cien euros a Ramona—. Este es nuestro aporte para que puedan
cumplir ese sueño.
—Ay no, no. —Las chicas se negaron al unísono.
—Gracias, Víctor, pero no es necesario, nosotras vamos a
encargarnos del viaje, ya mucho hacen ustedes con ofrecernos
dónde quedarnos. —Samira no podía aceptar eso, ellos estaban
lejos de su país, probablemente con un el presupuesto justo, sería
un abuso de su parte aprovecharse de eso.
—No es nada, es para ustedes chiquillas. —Romina insistió con
el tono de una madre decidida—. Así no tienen que empezar de
cero, digamos que es un incentivo.
—No es justo —dijo Ramona—. Seguro van a necesitarlos.
—Te aseguro que no. —Víctor reforzó su comentario negando
con la cabeza—. Así que recíbanlo.
—Está bien, pero será un préstamo —cedió Ramona—.
Cuando nos veamos en Madrid se los regresaremos.
—Estoy de acuerdo —intervino Samira, mirando a Ramona.
—Bien, como quieran. —Romina sonrió aliviada, al ver que
Ramona tomaba el billete.
Siguieron conversando por un largo rato, hasta que terminaron
el café que acompañaron con algunos postres, luego se despidieron
para que Romina y Víctor fueran a descansar; sin embargo, se
pusieron de acuerdo para volver a verse en unas horas y cenar
juntos.
CAPÍTULO 38
Renato le entregó la llave al aparcacoches del restaurante
Marius Degustare, lugar que lo recibía con su variado despliegue de
banderas colgadas en el frente, pero que, al entrar, se encontraba
con una sobria decoración de elementos náuticos, así como con
objetos antiguos e inusuales, que lo hacían sentir como si estuviese
dentro de una carabela. Era un lugar único y muy reconocido en la
ciudad, debido a todas esas piezas que adornaban cada rincón del
lugar.
—Buenas noches, reserva a nombre de Ian Garnett —se
anunció en el vestíbulo.
Su padre, lo llamó esa tarde para informarle que Liam por fin
había dado señales de vida, por lo que quería que tuvieran una cena
en familia, hubiese preferido negarse, porque desde que había
conversado con Samira, hacía un par de días, estaba de mal humor;
bueno, si es que a esos mensajes se le puede llamar conversar. Aún
no comprendía por qué ella tuvo esa actitud pasivo-agresiva con él,
en lugar de encararlo y decirle directamente qué era lo que la tenía
tan molesta; en cambio, él terminó cayendo en su juego y empeoró
la situación, era consciente de eso.
Luego de que ella se despidiera de manera abrupta, había
revisado cada tanto el chat para leer, compulsivamente, lo que se
escribieron a ver si así entendía lo que había pasado. Pero con el
transcurrir de la tarde se preocupó al ver que ella no volvió a estar
en línea; ya a la hora en que habitualmente solía llegar a su casa, se
fijó en que seguía sin aparecer conectada, por lo que estuvo tentado
a escribirle, pero se arrepintió porque no encontraba una excusa
convincente que le permitiera no quedar en ridículo, ya bastante la
había cagado con intentar besarla.
Tenía el presentimiento de que todo lo que estaba pasando
entre ellos era a consecuencia de lo que él estuvo a punto de hacer
esa noche, entendía que eso había creado una brecha en la
confianza que se tenían y, lamentablemente, la amistad se había
visto empañada por su tonto arrebato, porque desde ese instante
ella cambió, lo tenía claro…
Estaba tan mortificado y paranoico con eso, porque no se había
comunicado con ella en dos días; dos días en los que no se le había
quitado el ardor en el estómago, razón por la que no estaba seguro
de si iba a poder comer, no obstante, no podía faltar a la promesa
de su padre.
Uno de los hombres vestidos de pirata, lo guio hasta donde ya
lo estaban esperando, se sorprendió al ver que solo estaba su
padre, quien se levantó para recibirlo con un abrazo, varias
palmaditas en la espalda y un beso en la mejilla.
—Hola papá, ¿cómo estás?
—Bien hijo, gracias por venir… ¿Qué tal tu día?
—Bien, mucho trabajo, recién salí de la oficina —comentó,
aunque le hubiese gustado ser más sincero por una vez en la vida y
decir que había tenido unos días de mierda, pero no creía que fuera
oportuno discutir sus temas personales con nadie.
—Renato, son casi las ocho… ¿Por qué estás trabajando hasta
tan tarde? —cuestionó Ian, con el ceño bastante fruncido debido a la
preocupación.
—Tenía unos pendientes, solo eso… —La realidad era que aún
tenía tareas acumuladas debido a sus viajes a Chile.
—Me preocupa que no descanses lo suficiente, hablaré eso
con papá…
—No hagas eso, por favor… Deja que cumpla mis obligaciones
en los tiempos en que deba hacerlo, no necesito condescendencias
familiares. —Si bien en su vida personar era indeciso, todo lo
preocupaba y era un neófito con la interacción humana, en el trabajo
se mostraba determinante, sobre todo desde que aceptó trabajar en
la empresa familiar.
—Tienes razón, no necesitas las indulgencias de nadie. —Se
disculpó Ian, que lamentó haber tenido un repentino episodio de
sobreprotección, porque nadie mejor que él sabía el daño que eso le
había hecho a su hijo—. Estoy seguro de que sabes perfectamente
lo que estás haciendo.
—Ya papá, tranquilo, no tienes que disculparte, no has dicho
nada malo —comentó, subiendo la mirada para verlo a cara—.
Entiendo que te preocupes, pero solo es trabajo, para el que
definitivamente estoy preparado.
—¡Buenas noches, familia!
La enérgica voz de Liam los hizo volverse a mirarlo, se
acercaba con ese andar taimado y arrogante, portando una sonrisa
confiada y altanera, sin mostrarse en absoluto arrepentido de haber
desaparecido por seis días e incumplido un compromiso realmente
importante en el que indirectamente perjudicó a su padre.
Era seguido por el anfitrión del lugar, quien le señaló una silla
en la mesa.
—Gracias Ramiro. —Liam reconoció el servicio del hombre,
dándole un ligero apretón en el hombro.
Renato lo miraba con disgusto, no podía fingir que no le
molestaba el descaro de su hermano; aun así, se levantó para
saludarlo solo porque su padre lo instó a hacerlo, le dio unas
palmadas en la espalda y volvió a sentarse.
—Veo que después de todo, sí pareces estar muy bien. —Ian
veía a su hijo mayor intensamente con algo de resentimiento, pero
como estaban en un lugar público debía mantener las formas, por
eso esbozaba una media sonrisa, en un intento por disfrazar la
molestia.
—Te lo dije, papá. Estoy bien… como te había informado, se
me presentó algo mucho más importante —dijo con un atisbo de
sorna.
Ian sabía perfectamente cuando su hijo le mentía, podía notarlo
en su actitud sardónica. Nada importante había surgido, solo decidió
desaparecer para no coordinar y llevar a cabo la prueba del
espectáculo aéreo que se haría en la boda de Maiara.
Algo que él había prometido que sería su regalo de matrimonio
a la chica, no podía ofrecerle menos a la mujer que conocía desde
niña y que se había convertido en la mejor ingeniera aeronáutica
que ahora mismo tenía ARDENT.
—Por cierto, ¿dónde está mamá? —preguntó Liam, casi
desplomándose en la silla—. ¿Acaso esta vez la emboscada no
será con toda la artillería? —Mantenía una actitud irónica.
—Fue a verse con sus amigas, si te interesara un poco la vida
de tu madre, sabrías que los miércoles son para sus reuniones —
explicó Ian, quien siempre había respetado los tiempos y amistades
de su mujer. Jamás le había pedido que sacrificara esos momentos
que eran solo de ella a cambio de compartirlos con él o sus hijos.
—Bueno, eso es extraordinario, nos deshicimos del drama en la
mesa… ¡Qué viva el patriarcado! —exclamó con extrema
pedantería.
—Si sigues por ese camino, me iré… —intervino Renato, con
sus ojos fríos sobre su hermano, juzgándolo y retándolo. Liam se
recargó en el respaldo de la silla, observándolo con desdén, por lo
que se giró a ver a su padre—. Deberías reprenderlo por eso, no es
justo que se exprese así de mamá, no debes permitirlo…
—Está bien, me disculpo, fue inapropiado. —Se rio con sorna
—. Solo que me pareció liberador saber que los reproches se irán
directo a la yugular y no vendrán teñidos de lloriqueos… —Antes de
terminar de hablar, ya sabía que había ido muy lejos y si quedaba
alguna duda, la mirada severa de su padre lo confirmaba.—Te voy a
aclarar algo Liam, si vuelves a expresarte de esa manera con
respecto a tu madre o a cualquier otra mujer, prometo que te daré la
paliza que nunca te di de niño, estoy cansado de recordarte que
odio esas sucias expresiones misóginas. Yo no te eduqué para que
tuvieras esos valores de mierda, pero ya me estás cansando. —Ian
lo amonestó con voz fiera, pero tratando de contener el tono por
estar en un lugar público.
—Discúlpenme, tienen razón, no quise faltarle el respecto a
mamá… Quizá mi problema más grande es que no mido mis
comentarios cuando mis emociones me controlan… Casi como le
pasa a Renato, pero en sentido contrario. —Esta vez fue sincero,
relajó un poco su expresión arrogante, prefirió esquivar la mirada de
su padre poniéndola en el menú—. Estoy hambriento, aún no sé qué
se me antoja. —Cambió el tema con la intención de sacar la
bandera blanca.
Renato abrió la boca para decirle que no había punto de
comparación y que se estaba mofando de lo que por mucho tiempo
fue un grave problema para él, pero no consiguió hacer su protesta
porque su padre le apretó el brazo, pidiéndole con eso que
finiquitara la disputa.
—¿Terminaste eso tan importante que debías hacer? —
preguntó Ian, siguiéndole el juego de mentiras con el que había
llegado.
El menor de los Medeiros no podía desobedecer a su padre,
pero tampoco iba a ser partícipe de esa tontería, que significaba
tratar de convencer a Liam de hacer algo que evidentemente no
quería; así que, se hizo del menú y se concentró en los platillos.
—Sí, pude terminarlo, ya programé con el equipo de pilotos la
prueba para mañana. Así que no tienes nada de qué preocuparte,
quedarás bien frente a tu ingeniera estrella —masculló y su voz
denotó cierta severidad.
—Lo que por supuesto alterará todo el programa de controles
de vuelo de mañana… ¿Tienes idea de cuánto costará eso? —La
rabia crepitaba en su interior, pero intentaba, de verdad intentaba,
no perder el control, porque estaba a nada de arruinar la relación
con su hijo para siempre. Lo amaba, era su primogénito; sin
embargo, ya no podía seguir aguantando que se comportara como
lo estaba haciendo.
—Unos cuantos millones, supongo, pero estoy seguro de que
tu favorita lo vale —soltó en un gesto displicente.
—Liam, tienes algo que decirme… —Ian llevaba sus ojos a
cada rincón del rostro de su hijo, estudiándolo, midiéndolo—. ¿Cuál
es tu reproche? Vamos, escúpelo de una vez.
—No tengo nada que decirte, viejo —respondió, riendo
flojamente—. Tranquilo, yo correré con los gastos, tomaré eso como
mi regalo de bodas; así que puedes ir pensando en darle otra cosa,
sé que no tendrás problemas con eso…
—Iré al baño —intervino Renato al tiempo que se levantaba, no
quería seguir en medio del circo insolente de su hermano—. Con
permiso… Solo no hagan un espectáculo, por favor. —Le dedicó
una mirada severa a Liam.
—Tranquilo hermanito, no voy a avergonzarte, no vaya a ser
que eso te cree un trauma —sonrió cáustico.
—Vete a la mierda —siseó, aunque estaba furioso sabía
controlar su semblante.
—No me molesta, es un lugar al que suelo ir con bastante
frecuencia, prácticamente vivo en la mierda.
Renato negó con la cabeza, no tenía caso seguirle el juego,
sabía que Liam estaba demasiado provocador y esa era su manera
de expresar su rabia. Tenía ganas de discutir, quería estallar en
contra de su padre, por obligarlo a hacer ese maldito espectáculo
aéreo.
Con bastante discreción se alejó de la mesa, aunque pudo
escuchar los murmullos casi inentendibles de su padre
reprochándole a Liam por su actitud. Si no fuera porque no quería
empeorar la situación y hacer sentir a su padre peor, aprovecharía el
momento para largarse.
Tras orinar y lavarse las manos, no quería volver a la mesa tan
pronto, por lo que se sentó en una de las butacas que estaban en el
pasillo a la salida de los servicios, buscó el móvil en el bolsillo
interno de la chaqueta de su traje gris y empezó a revisarlo.
Lo primero que hizo fue responder al mensaje de Bruno que le
preguntaba si ya estaban reunidos con Liam: «Lo mismo de
siempre, lo dejé en la mesa con papá». A él le divertían esas
discusiones que siempre se generaban en torno a su hermano, ya
que había sido testigo de varias, y sabía que a fin de cuentas
terminaban bien, una vez que se escupieran algunos reproches.
Luego siguió chequeando algunas otras notificaciones que
tenía, aunque daba vueltas y vueltas sabía que solo quería llegar a
un lugar, por eso en medio de un resoplido de derrota terminó
rindiéndose a sus deseos y una vez más entró a la conversación
con Samira. Ella estaba conectada, igual que las últimas cuarenta y
ocho horas, normalmente, se desconectaba cuando iba a dormir,
pero él había entrado durante la madrugada y la había visto en
línea.
«¿Será que está esperando que yo le escriba o es que se
queda hablando con alguien más?», se cuestionó mentalmente
mientras observaba la foto de perfil de ella. Recordaba que él se la
había tomado cuando fueron al cerro Santa Lucía y ella posó
sonriente frente a la Terraza Neptuno.
Su orgullo no era para nada exacerbado, si no escribía o
hablaba no era por una cuestión de soberbia, sino por miedo a que
volvieran a discutir y que en esta ocasión sí fuera para siempre.
Miró una vez más lo último que le había escrito.
«¿Quizá le molestó lo que dije de Lara?» inhaló
profundamente. «Tampoco fui muy cortés, incluso parece algo que
hubiera escrito Liam», se lamentó y se rascó la nuca debido a los
nervios. «¡Al diablo! Le escribiré, haré el intento, luego quedará de
parte de ella si me responde o simplemente me ignora, si es lo
segundo, prometo no insistir más», cavilaba mientras, empezaba a
teclear: «Hola, espero que hayas llegado bien a casa. ¿Sigues
molesta conmigo? Y no me digas que no lo estás, porque estoy
empezando a conocerte, y sé que, cuando pasas más de cuarenta y
ocho horas sin saludarme es porque lo estás… ¡Tienes un gran
temperamento, gitana!». No lo pensó ni dos veces antes de enviarlo,
sabía que si tan siquiera lo revisaba se terminaría acobardando.
Pero una vez enviado se arrepintió por la manera en que
expresó la última frase, no sabía si ella lo interpretaría como una
broma o como un reclamo. Si eliminaba el mensaje, ella se daría de
cuenta y podría pensar que había escrito algo peor. No tenía otra
opción que solucionar eso y suavizar lo ya escrito: «Siento si te hice
sentir mal con mis comentarios acerca de aquella canción, en
realidad no me equivoqué…». Las manos le temblaban y el corazón
latía presuroso, tragó para pasar el nudo de angustia que se
formaba en su garganta, pero siguió escribiendo: «Era para nuestra
lista de reproducción, la escuché, me pareció bonita y apropiada,
solo eso… Quizá sí, es demasiado melosa, pero no tiene por qué
significar algo ¿o sí?».
Concluyó el mensaje y así lo envió. Esperaba con eso
solucionar su metida de pata. Estaba en un punto en el que no sabía
si lo que sentía por Samira era solo un cariño fraternal o si era algo
más.
Sacudió la cabeza, sabía que solo estaba confundido y
tergiversando sus sentimientos, porque con ella había vivido
algunas experiencias que le hacían sentir pleno, quizás era su
soledad la que lo estaba haciendo caer en una especie de
desesperación para buscar en ella un afecto que nada tenía que ver
con el amor.
Él sabía cuándo una mujer le gustaba, podía fácilmente
identificarlo porque la atracción era tan palpable que le erizaba la
piel, algo que experimentó en cuanto vio a Lara por primera vez, ella
lo cautivó con una sola mirada; su cuerpo, su sensualidad y su
manera de desenvolverse era lo que él quería. La gitana solo era
una amiga, la primera que tenía en realidad, quizás era eso lo que
estaba haciendo que todo se mezclara en su cabeza; no quería que
ese barullo mental terminara nublándole la razón y lo llevara a hacer
cosas de las que estaba seguro se arrepentiría luego. Primero debía
aclarar sus sentimientos, para evitar herirla, porque ella era muy
especial e inocente como para joderla con sus indecisiones.
Se quedó con la mirada en la pantalla, esperando a que Samira
respondiera, normalmente solía darle respuesta casi enseguida,
sobre todo cuando a esa hora debía estar con Ramona, viendo esa
serie turca, que según a ella también la había cautivado, incluso se
la había recomendado, pero realmente él era de poca televisión,
solo se permitía ver un par de películas los fines de semana.
El corazón le dio un vuelco cuando se fijó en que ya había leído
los mensajes, con cada segundo que pasaba sus latidos se hacían
más violentos debido a las expectativas de su respuesta, pero tras
casi un minuto no parecía que empezara a escribir.
Su peor temor de ser ignorado mutaba en rabia, no entendía
por qué ella si había visto los mensajes no respondía. La pantalla de
mensajería fue reemplazada por una llamada entrante de su padre.
Eso le hizo suponer que había tardado demasiado.
—Voy en camino. —Apenas respondió y enseguida terminó la
llamada; soltó un suspiro resignado y devolvió el móvil al bolsillo,
solo esperaba que los ánimos entre su padre y hermano se
hubiesen calmado un poco. Se restregó la cara con las manos y se
levantó de la butaca.
Avanzó por el pasillo, pero antes de llegar al salón, su mirada
se posó en la pareja que avanzaba en su dirección, las miradas de
ellos también se fijaron en él, intentó ignorarlos, hacer de cuenta de
que no los reconocía, sin embargo, la mujer le sonrió, despertando
un revoltijo de emociones que lo paralizaron y que consiguieron que
se sintiera vulnerable una vez más.
—Renato, ¡qué sorpresa! —Vittoria se acercó y sin pedir
permiso, invadió su espacio personal para plantarle un beso en cada
mejilla—. Me alegra mucho volver a verte.
Ella parecía haber olvidado aquel incidente que le dejó serias
cicatrices psicológicas y que él recordaba con tanta amargura, eso
que hizo que se distanciara de ella y que había conseguido que no
se sintiera capaz de tener algún tipo de relación con ninguna otra
mujer.
No sabía que había vuelto al país, ya que al terminar la
secundaria se marchó a Italia a vivir con sus tíos maternos para
estudiar en Milán su carrera universitaria, pasó mucho tiempo
siguiéndola desde las sombras de un perfil falso en sus redes
sociales, se martirizaba con la que fue su primer amor, su mejor
amiga, pero que al final se burló de sus limitaciones e hizo que lo
humillaran en toda la escuela.
Fue Danilo quién le ayudó a superarla, a pasar página, pero no
podía negar que en un par de oportunidades, lo sucedido en la
adolescencia, lo había vuelto a atormentar en sueños.
—Hola Vittoria, —Su voz salió más grave de lo normal debido a
la rabia que ya venía agitando su pecho, pero cuando reconoció a
su acompañante el odio se apoderó de su cuerpo. Paolo, el hijo de
puta que lo toqueteó y se mofó de su virilidad, la estaba tomando de
la mano.
El susodicho le dedicó una mirada gélida, cargada de desdén y
con la que pretendía menospreciarlo, como en aquella ocasión que
consiguió ridiculizarlo públicamente.
Él quería decir algo más, mostrarse triunfante, retarlo al mirarlo
directamente a los ojos, pero solo se quedó paralizado, con la
lengua entumida y las manos sudorosas.
—¿Cómo has estado Medeiros? —preguntó, al sentir que
Vittoria le apretaba la mano, solicitándole que lo saludara.
Renato enseguida se recompuso y esbozó una sonrisa, que
intentaba a todas luces, fuera afable.
—Bien, con mucho trabajo, ahora que soy el director financiero
del grupo —declaró, liberándose del yugo de vergüenza que
siempre lo cohibía a la hora de hablar de sí mismo.
—Sí, lo vi en las noticias, ¡muchas felicidades! Es que siempre
fuiste muy bueno con las matemáticas —comentó Vittoria, con la
mirada avellana puesta en Renato. Ella jamás tuvo dudas de que él
iba a ser un hombre demasiado apuesto, aunque su semblante
seguía reflejando esa timidez que era tan natural en él.
Le hubiese encantado poder estar a solas con él para pedirle
perdón por lo que le habían hecho, jamás pensó que la que
consideraba su mejor amiga en ese entonces, sería capaz de
difundir aquel secreto que ella le había confiado. Le extrañó que
Renato —de la noche a la mañana— no quisiera verla más, que ni
siquiera le dirigiera la palabra y hasta un par de años después,
cuando ya estaba en Italia, fue que se enteró de lo que la maldita de
Carla había hecho.
—Gracias —dijo Renato estoico. Esperaba que se dieran
cuenta de que él no tenía el mínimo interés en mantener una
conversación con ellos.
—Por cierto, nos hemos comprometido —intervino Paolo
ponzoñoso, esperando ver alguna reacción en Renato, pero este
solo le dedicó una mirada cargada de indiferencia; al parecer, ahora
tenía más coraje que de adolescente. Desvió la mirada a su
prometida, que no dejaba de mirar a Medeiros, con admiración, lo
que le despertó unos celos apenas controlables—. Deberíamos
invitarlo a la boda, ¿no te parece, cariño?
La expresión en la cara de Vittoria dejó en evidencia que no le
agradó en absoluto que Paolo hiciera esa propuesta sabiendo lo que
le había hecho en el pasado, pero trató de recomponerse
rápidamente y seguirle la corriente.
—Sí, es una buena idea —sonrió fugazmente con vergüenza.
—Felicidades, hacen una linda pareja… —Renato sentía que el
corazón le latía aprisa debido a la irritación que le provocaba la
noticia, pero tras una disimulada respiración profunda, se relajó y
adoptó una actitud menos sorprendida—. Gracias por la invitación.
—Su deseo de rechazar de inmediato era casi incontrolable, pero no
iba a mostrarse afectado por eso. En realidad, no le extrañaba que
estuvieran comprometidos, después de todo eran tal para cual. En
ese momento vio detrás de ellos a Liam acercarse, estaba seguro
de que venía a por él, traía cara de pocos amigos, pero lo disimuló
al verlo conversando con la pareja—. Bueno, tengo que marcharme,
me están esperando en la mesa
—Sería bueno que volvamos a vernos —dijo ella con la mirada
brillante y admirando los hermosos ojos azules de Renato, esos que
siempre le parecieron tan fascinantes, ahora no eran esquivos como
durante la adolescencia, se notaba que la madurez le había
aportado mucho a su postura, estaba sorprendida gratamente y algo
en ese encuentro le agitaba sentimientos de antaño que creyó haber
superado.
Él le dedicó una sonrisa y no dijo nada, solo asintió y se marchó
con premura, con la frente en alto aun cuando por dentro estaba
lleno de ira.
A pesar de que la pareja siguió con su camino, Vittoria se volvió
a mirarlo por encima del hombro, encontrándose con la mirada
plomiza de Liam Medeiros, al reconocerla, pudo notar cómo sus
facciones se endurecieron, dejando en evidencia el odio que le
tenía, ella bajó la vista con remordimiento.
—¿Estás bien?
—Sí, ¿por qué no iba a estarlo? —Su voz seguía teñida de
molestia, aunque su hermano no tenía la culpa de nada.
—Por el desagradable encuentro que acabas de tener con la
maldita esa —masculló furioso, notó la expresión reprobatoria de su
hermano por cómo se había expresado—. Me importa una mierda lo
que digas, Renato… Vittoria es una maldita, lo sabes, no todas las
mujeres son dignas del respeto que tanto profesas, algunas
merecen ser tratadas con desprecio, porque la maldad no es una
cuestión de género, los villanos existen, hombres o mujeres da
igual… ¿acaso piensas que ella merece respeto después de lo que
te hizo?
—Me tiene sin cuidado, ya eso pasó, es mejor ignorarla.
—Está bien que dejes eso en el pasado, pero no puedes
olvidarlo… No sé cómo tiene agallas para atreverse siquiera a
dirigirte la palabra, maldita hipócrita. —En una desesperada
necesidad por protegerlo, estiró el brazo y se lo pasó por encima de
los hombros, para refugiarlo y le dio un beso en la sien—. Espero
que no hayas sido educado, ¿la mandaste a la mierda? —preguntó
elevando una ceja en un gesto alevoso.
—No hace falta que haga eso —mascullo, sintiéndose
abrumado por su hermano, pero también reconfortado por la manera
en que intentaba defenderlo. Y eso que no le dijo a Liam lo que
Paolo le había hecho, ni que ahora eran prometidos.
—Yo sí lo hubiese hecho, si quieres voy y lo hago por ti…
—No es necesario que me defiendas, puedo con eso, porque
ya no es importante para mí.
—¿Quién es ese con el anda? ¿Lo conoces?
—Paolo Miraglia —respondió desdeñoso.
—Pobre imbécil —resolló, había tenido un par de altercados
con él, que nada tenían que ver con su hermano.
Renato sintió un par de vibraciones en el costado izquierdo,
sabía que era su móvil y que podría ser Samira, por más que
quisiera esperar, a estar solo, no pudo, por lo que enseguida buscó
el aparato.
Sí, en efecto era ella y el corazón se le alebrestó en segundos.
—Así que sigues mensajeándote con tu amiguita… —dijo Liam
cuando su mirada de halcón se fijó en el mensaje.
—No molestes. —Le estampó la mano libre en la cara y lo alejó
del campo visual de su teléfono; así mismo se apartó del abrazo.
—Te gusta la niña, no lo niegues Renato… ¿Qué edad es que
tiene? ¿Catorce, quince? —Aguijoneaba con una sonrisa pérfida.
—Ya, deja ese juego, que no es divertido… Tiene dieciocho, y
no me gusta, solo es mi amiga —le recalcó por enésima vez.
—Yo tengo amigas que me gustan, a veces cuando nos
sorprenden las ganas de follar lo hacemos y después seguimos
siendo amigos, sin complicaciones… En serio, Renato… ¿Te la has
follado? Yo que tú no lo pensaría mucho, es atractiva, muy delgada
para mi gusto, pero atractiva.
Renato entornó los párpados y resopló fastidiado, mientras
negaba con la cabeza. No iba a responder a las impertinencias de
su hermano.
—Mejor adelántate y dile a papá que ya voy, pide por mí, por
favor.
—Está bien, sé que necesitas privacidad, ¿algo en específico?
—Lo que sea. —Se quedó junto al auto rojo de colección que
formaba parte de la decoración del restaurante.
—Entendido, le diré a papá que tu demora se debe a
compromisos de trabajo.
Renato asintió y le hizo un gesto con la mano para que
terminara de largarse. En cuanto Liam le dio la espalda, entró al
mensaje que Samira le había enviado: «Hola, no estoy molesta, no
tengo motivos para estarlo, si no te he escrito es porque tú tampoco
lo has hecho y no tengo la mínima intención de molestarte; además,
he estado algo ocupada con unos amigos que vinieron de España».
Renato tragó grueso, ese mensaje le parecía bastante agresivo
o él estaba demasiado sensible. No sabía a qué amigos de España
se refería, porque nunca le había hablado sobre ellos, así que
decidió que era mejor despedirse: «Está bien, no pretendía fastidiar,
sigue divirtiéndote con tus amigos. Feliz noche».
Lo envió y de inmediato guardó el móvil en el bolsillo, no tenía
caso seguir soportando los desplantes de ella. Si quería
distanciarse, muy bien, que lo hiciera, él respetaría eso.
Se fue a la mesa donde lo estaban esperando para cenar.
Cuando llegó, su padre le preguntó si había solucionado el
inconveniente laboral que se le había presentado. Él le siguió la
corriente y afirmó con la cabeza, se imaginaba la mentira que le
había dicho Liam a su papá para excusarlo unos minutos.
Durante la cena, que afortunadamente se estaba llevando en
paz, sintió un par de notificaciones más, pero respetar la ley Garnett,
de nada de móviles en la mesa, le hizo mantener la dignidad y no
revisar enseguida.
CAPÍTULO 39
En cuanto el aparcacoches le trajo su auto, se despidió de su
padre y hermano, quienes tendrían que esperar un poco más
mientras terminaban sus cigarrillos. Al final, Ian tuvo que aceptar
que Liam corriera con los gastos que significaba alterar la agenda
del programa de vuelo, era la mejor manera de hacerlo responsable
por no cumplir con sus compromisos.
Ya no soportaba la intriga, quería saber quién le había escrito,
pero era mejor poner algo de distancia de su familia, por eso se
subió rápidamente a su vehículo, se despidió de mano mientras
arrancaba y esperó a recorrer al menos un kilómetro para sacar el
móvil, era consciente de que estaba cometiendo una imprudencia,
pero se negaba a esperar a llegar a la casa para saber si había sido
de Samira.
Efectivamente, uno era de ella y otro de Lara, ambas enviaron
notas de voz que convergieron con segundos de diferencia para
desequilibrarlo emocionalmente. No tuvo dudas de cuál revisar
primero, a pesar de que no era partidario de implicarse en
discusiones, quería saber qué era lo que la gitana tenía para decirle.
«Renato, no estoy molesta contigo, en serio… —su voz se
escuchaba agitada, como si estuviese caminando deprisa o
quizá inútilmente intentaba controlar la rabia—. Solo no quiero
ser demasiado fastidiosa, entiendo que tienes mucho trabajo y
otras cosas más personales que atender, no quiero ponerte en
la obligación de que tengas que responder a todos los tontos
mensajes que te envío por día, pienso que es mejor solo
comunicarnos por cosas que sean realmente importantes…
No solo para contarte cómo fue mi día que, a fin de cuentas,
es igual todos los días de la semana».
Ahí terminó el mensaje, dejando a Renato aturdido sin poder
comprender por qué ahora pensaba eso; probablemente, lo mejor
sería dejar todo así, respetar sin replicar lo que ella le estaba
pidiendo, pero Samira no podía estar decidiendo lo que para él era o
no importante. Así que, llevado por un súbito e inconsciente
arranque de rabia, le marcó. Con cada tono que ella ignoraba, el
calor en su pecho se esparcía más y más, viajando por sus venas y
haciéndole apretar el volante con más fuerza de la necesaria.
Tras el quinto repique ella contestó y él no le dejó hablar.
—¿Sabes qué es importante para mí? —cuestionó, mientras
intentaba mantenerse atento al camino.
—No lo sé Renato, no tengo idea… Quizás tu trabajo, tu novia,
supongo que tienes muchas cosas importantes en tu vida. —Samira
tenía poco tiempo de haber llegado del aeropuerto de despedir a
Romina y a Víctor y estaba de buen humor hasta que leyó el
mensaje de él, eso la había enfurecido al punto de tomar un cepillo
de dientes para ponerse a limpiar las rendijas de las baldosas del
baño para poder drenar la ira o no conseguiría pegar ojo esa noche.
Ya estaba cansada de que él siguiera confundiéndola, de que la
tratara bonito, le dedicara canciones hermosas o que fuera a
visitarla, esas cosas no las hacía un simple amigo; ya no quería que
le siguiera alimentando sus ilusiones porque jamás le iba a
corresponder de la forma en que ella quería que lo hiciera. El lugar
que deseaba ocupar en la vida de Renato ya lo tenía Lara, no era
justo que le diera alas cuando no podría ir muy lejos.
Sabía que él no tenía la culpa, y por eso su molestia era más
consigo misma, por soñar con imposibles. Renato no era para ella,
no solo tenían una clase social, abismalmente distinta, de por
medio, sino también un conflicto cultural demasiado complicado.
Anhelaba cumplir sus sueños y regresar con los suyos, así que,
tarde o temprano él debía salir de su vida, era mejor hacerlo ahora
cuando todavía sus sentimientos no eran tan profundos.
—Pues te equivocas, porque para mí tus días sí que son
importantes —confesó verdaderamente molesto.
—No, no lo son —aseguró temblando y con ganas de llorar.
Detuvo el cepillado, mientras seguía de rodillas en las baldosas
cubiertas de espuma jabonosa—. Renato, entiende que yo no soy tu
obligación, yo te agradezco enormemente todo lo que has hecho por
mí, pero ya no debo seguir invadiendo tu vida, no es lo correcto, no
soy tu responsabilidad.
—Nunca te he considero una responsabilidad, eres mi amiga, la
única y verdadera que tengo, me gusta que estés en mi vida,
conversar contigo a diario es… ¡Eres mi parte favorita del día! —Ya
estaba en un punto en que no le importaba estar alzando la voz, si
ella estaba molesta, él también tenía el derecho de estarlo, porque
no podía comprender el cambio tan drástico que Samira había dado
—. Pero eso a ti parece darte igual…
—¡No es justo que me digas eso! —Ella se alteró más y se
levantó ofuscada, empuñando con verdadera fuerza el pequeño
cepillo y pataleó furiosa—. ¡No es justo lo que haces! ¡No es justo
que me digas esas cosas, y que luego te hagas el desentendido
cuando es demasiado evidente que yo estoy…!
Lo que Renato escuchó a continuación fue un grito de Samira,
seguido de un estruendo que incluía cristal partiéndose.
—¡Samira! ¡Samira! —la llamó, pero no recibía respuesta, de
inmediato se puso en alerta, los nervios se le descontrolaron,
incluso estuvo a punto de estamparse contra el vehículo de
enfrente, pero consiguió orillarse a tiempo.
Sus manos empezaron a temblar y el corazón se le aceleró
tanto que sentía que iba a hiperventilar en cualquier momento. La
seguía llamando a voces, pero no recibía respuesta, se estaba
desesperando, no sabía qué hacer, así que colgó y volvió a marcarle
esperando que le contestara, pero como no lo hacía, empezó a
sudar frío y las náuseas empezaron a hacerse presente. En un
intento por frenar el ataque de pánico que evidentemente lo estaba
invadiendo, tiró del nudo de la corbata y bajó las ventanas para
poder respirar mejor.
Mentalmente ordenaba calmarse, hacía respiraciones
profundas, agarraba bocanadas de aire y se recordaba que, si se
dejaba llevar por la crisis, no la iba a poder ayudar.
«Mierda», maldijo para sus adentros. «Mierda, mierda, mierda»
se repetía una y otra vez, mientras seguía intentando comunicarse
con Samira.
Repicaba hasta que la llamada se iba al buzón de voz, volvió a
marcarle a la vez que su imaginación se llenaba de imágenes
demasiado espantosa, «necesito hacer algo, piensa, Renato…
¡Piensa!» se decía mentalmente. De repente reaccionó y se le
ocurrió llamar a Ramona, pero luego maldijo cuando recordó que no
tenía su número.
Estaba tan alterado que no lograba pensar claramente, no
sabía cómo ayudarla, quizá su abuela tenía el número de Ramona,
pero él tampoco conocía dónde vivía Vadoma.
«¡El restaurante! ¡Daniela!» Su mente se iluminó con esa
posibilidad, mientras que sus dedos trémulos se movían por la
pantalla, buscando en internet el número telefónico.
Tras el tercer repique lo atendió la voz de una mujer que saludó
cordialmente y se identificó como Maite, él la recordaba, pero en ese
momento necesitaba hablar con urgencia con la excompañera de la
gitana.
—Buenas noches —logró enunciar en un hilo de voz—.
Disculpe la hora, podría hablar con Daniela, por favor. —Solo
esperaba que la mujer no se comportara como lo hizo el día que él
fue al restaurante, en ese momento no estaba dispuesto a soportar
su despotismo.
—Está equivocado, señor. Daniela no trabaja en el turno de la
noche —comunicó con la voz estoica.
—Espere, no cuelgue… Entonces, entonces. —Se llevó una
mano a la frente, instándose a recordar otros nombres de las
personas que ella le había mencionado en sus largas charlas.
Porque bien sabía que la mujer no se interesaría en absoluto por ir a
auxiliarla si le contaba lo que había ocurrido—. ¡Rafael! Sí, podría
pasarme con Rafael, por favor… Es urgente.
—¿Quién desea hablarle? —Inquirió con apatía.
—Un amigo. —No sabía si el mesonero sería capaz de
recordar su nombre, seguramente no, por eso era mejor evitar dar
muchos detalles, Renato solo necesitaba que se lo comunicaran,
sentía que cada minuto que pasaba era un tiempo vital que se
estaba perdiendo—. Es que quedamos en encontrarnos, pero yo no
podré ir, perdí mi teléfono… —soltó atropelladamente, intentando
que la señora se comiera el cuento.
—Está bien, espere un momento —le pidió, con ese tono de
voz que demostraba el tedio que sentía.
—Gracias —suspiró y cerró los ojos. El minuto que tuvo que
esperar hasta que por fin escuchó la voz del dominicano, le pareció
una eternidad—. Hola Rafael, estoy seguro de que no me
recuerdas. —Se apresuró antes de que le colgara por creerlo un
bromista—. Soy Renato, el amigo de Samira… ¿La recuerdas?
—Claro, hasta hace un par de semanas trabajó con nosotros,
además, a ti también te recuerdo, ¿sucedió algo? Por si acaso,
amigo… yo no tengo nada con ella, así que nada de celos —
hablaba con una incómoda sonrisa, imaginando que estaba por
recibir alguna amenaza del novio controlador.
—No, no se trata de nada de eso, hace unos minutos estaba
hablando con ella, pero creo que tuvo un accidente, escuché un
grito, un golpe y cristales romperse, no sé a quién más acudir… —
Estaba desesperado y con la voz entrecortada debido al nudo en su
garganta—. Por favor, necesito el número de Ramona, ¿lo tienes?
Temo que se haya hecho daño de verdad porque no contesta.
—No, no tengo el número de Ramona.
—¡Mierda! —exclamó, llevándose una mano a la cara y
empezó a resoplar erráticamente.
—Pero tranquilo, iré enseguida a ver qué pasó, sé dónde vive…
—El chico se mostró bastante consternado.
—Por favor, por favor… puedes anotar mi número, para que me
informes —suplicó sibilante.
—Claro, díctamelo —pidió al tiempo que se hacía de una libreta
y bolígrafo que estaban en el escritorio de Maite.
Renato le dictó demasiado rápido su número, incluyendo el
prefijo, por lo que tuvo que repetirlo tres veces para que el chico lo
tuviera claro.
—¿Estás seguro de que puedes ir ahora? ¿Cuánto tiempo te
tomará llegar?
—Sí, enseguida voy, no sé, media hora, quizá menos… pero
llamaré a los carabineros para que también vayan en camino, que
pregunten por Ramona.
—Sí, sí… es mejor, probablemente sea una emergencia…
Gracias Rafael, por favor, infórmame, sea lo que sea…
—Tranquilo, tranquilo, estamos en contacto, vas a ver que no
pasó nada grave, seguro todo es un susto.
Renato terminó la llamada y se quedó mirando el móvil entre
sus manos, había conseguido la manera en que alguien pudiera
confirmar que su gitanita estuviera bien, que pudieran socorrerla;
pero eso no era suficiente, se sentía impotente, necesitaba verla,
confirmar con sus propios ojos que nada malo le hubiera pasado.
Por ello fue por lo que tomó la decisión de irse al aeropuerto
directamente, no podía quedarse esperando sin más a que lo
llamaran, si le pasaba algo a Samira sería solo su culpa, necesitaba
estar con ella, junto a ella. Resolló para liberar una parte de la
angustia y se puso en marcha de nuevo, tragó grueso para aclarar
la voz y que Siri pudiera reconocérsela.
Le solicitó al asiéntete personal de su teléfono la búsqueda y
compra de un boleto de avión en el vuelo más próximo. No
necesitaba más, sabía que con su RG podía viajar.
El tener un plan lo había ayudado a centrarse, por eso cayó en
cuenta de que, si no avisaba que no llegaría a dormir a casa de su
abuelo, este se angustiaría, por eso lo llamó mientras manejaba
desde el manos libres del auto.
—Abuelo. —Inhaló profundamente para parecer sereno—. No
me esperes en casa esta noche, no podré ir, tampoco creo que
pueda ir por la mañana a la oficina, es que se me presentó un
inconveniente.
—¿Otra vez el máster? —curioseó Reinhard, que percibió un
tono extraño en la voz de su nieto.
Renato sabía que ya no podía seguir usando esa excusa,
porque fácilmente podría averiguar que lo estaba engañando, lo
mejor sería sincerarse, por lo menos, con su avô, que era la persona
en la que más confiaba en el mundo y que siempre lo había
apoyado en todo.
—No, voy camino al aeropuerto, tengo que ir a Santiago…
—¿Santiago… otra vez? ¿Pasó algo? —De inmediato Reinhard
se enderezó en la butaca en la que estaba sentado, se dio cuenta
que algo no estaba bien, a pesar de que su nieto había hecho
algunos viajes en secreto hacia esa ciudad, ninguno había sido así,
tan arrebatadoramente.
—Sí. —Su voz delataba el conflicto tan grande en el que se
encontraba inmerso—. De verdad, abuelo, necesito ir ahora… Es
que una amiga parece que tuvo un accidente, sé que sabes de
quién te hablo, porque, aunque no me has dicho nada, estoy seguro
de que estás al tanto de que fui con alguien a la casa en el Arrayan.
—Sabía perfectamente que su fin de semana de descanso había
suscitado revuelo entre la familia, por algo Elizabeth le había
preguntado sobre su ida a Chile, le extrañaba que sus padres y
Liam no le hubieran comentado nada aún. Pero más allá de eso,
tenía claro que a Reinhard todos sus empleados le rendían
información continuamente de lo que ocurría en todas sus
propiedades, por mínimo que fuera.
—¿Un accidente? Pero, ¿está bien? ¿Qué clase de accidente?
—La noticia lo había alterado, no era necesario conocer todos los
pormenores de la relación que ellos mantenían, para comprender el
estado en el que se encontraba su nieto.
—Aún no lo sé, pero sé que algo le pasó…
—Está bien Renato, tranquilo —lo interrumpió para que se
calmara—, llamaré para que programen el vuelo…
—No abuelo, ya compré pasaje, no quiero perder tiempo
mientras nos dan el permiso de vuelo, me iré en uno comercial.
—Pero no puedes viajar solo, no estando en ese estado, tan
preocupado, mandaré a Valerio para que te acompañe, pásame tu
boleto para que él pueda embarcar en el mismo.
—Puedo ir solo, abuelo.
—Sé que puedes ir solo, no tengo dudas al respecto Renato;
sin embargo, necesitarás estar concentrado en tu amiga. Valerio te
ayudará con las cosas que no serán importantes para ti en este
instante, como la reserva del hotel y el auto, deja que te acompañe,
así me quedaré un poco más tranquilo.
—Está bien, pero el vuelo sale en hora y media, si no llega a
tiempo lo dejaré —declaró sincero, porque no podía darse el lujo de
perderlo.
—Estará a tiempo, solo conduce con cuidado. —Ya estaba de
camino al despacho de su mano derecha, no tenía tiempo que
perder, no iba a permitir que su nieto estuviera solo en un momento
como ese, sin saber en qué condiciones estaba la jovencita, sabía
que, si él llegaba y se encontraba con una terrible noticia, iba a
necesitar que alguien lo sostuviera y lo protegiera de sí mismo y de
cualquier locura que pudiera cometer.
—Lo haré… ¡Eh! Abuelo… —Quería decirle que no le dijera a
nadie, porque no quería recibir llamadas impertinentes o dar
explicaciones cuando no tenía cabeza para nadie que no fuera
Samira.
—¿Dime? —lo instó porque sabía que tenía algo más por
decirle, pero no se animaba.
—No, nada… solo dile a Valerio que no tarde.
—Tranquilo, él estará a tiempo, solo recuerda ir con cuidado.
Sé que tu amiga estará bien.
—Eso espero —murmuró, sintiéndose culpable, porque si él no
le hubiese gritado, ni empeñado en discutir, Samira no se habría
enfurecido al punto de accidentarse—. Hablamos luego —se
despidió, soltando un suspiro exhausto.
—Mantenme informado, por favor. Si necesitan algo, lo que
sea, avísame, Renatinho.
—Lo haré, gracias abuelo.
Renato terminó la llamada e intentó concentrarse en el camino,
pero iba contando los segundos que tardaba en llegar al aeropuerto;
antes de ponerse en marcha revisó las notificaciones, esperando
tener noticias que lo aliviaran, pero no había ninguna. Quería
escribirle a Rafael para preguntar si había llamado a la policía o a
los paramédicos, pero prefería que tuviera su atención puesta en la
gitanita, no en atenderle sus llamadas. Esperaría a estar en la sala
de espera para avisarle que estaba de camino y aprovechar para
enterarse que estaba pasando.
Cuando llegó pasó directo a migración, a continuación, estaba
por ubicarse en un asiento para esperar a que los llamaran a
abordar, cuando recibió la llamada de Rafael, que hizo que un
escalofrío le recorriera todo su cuerpo. No pudo ni sentarse, solo
atendió de inmediato.
—¿Cómo está, Samira? —exigió, olvidándose de toda
educación y las formas.
—No sé mucho, acabo de llegar, pero ya se la llevaron en una
ambulancia, los carabineros llegaron primero que yo… Ramona fue
con ella.
—Pero no te dijeron nada… ¿A dónde se la llevaron? —Tenía
las piernas temblorosas, por lo que se sentó en el primer asiento
que encontró.
—Supongo que la habrán llevado al Hospital San José porque
es el más cercano, estoy intentando averiguar con sus vecinos…
Solo te llamé para que sepas que ya fue atendida, que es lo más
importante.
—Sí, gracias, gracias… Por favor, averigua qué le pasó,
¿puedo pedirte otro favor? —Más que una pregunta era una súplica.
—Claro, dime. —Escuchando su angustia, no iba a poder
negarle algo.
—¿Puedes ir a ver si está realmente en ese hospital… en el
San José y avisarme?
—Sí, una vez que alguien me diga qué le pasó, iré al hospital,
quiero asegurarme primero si fue a ese que la llevaron.
—Te lo agradezco mucho, disculpa por ponerte en una
situación como esta… Cuando apenas nos hemos visto una vez.
—Yo te vi las dos veces que viniste a buscar a Samira…
Además, siento que ya te conozco porque ella no paraba de hablar
de ti, solía ser muy reservada en sus temas personales, pero
cuando se trataba de su «amigo Renato» era todo lo contrario. —
Quería decirle que a la gitana el amor se le salía por los poros, pero
entendía que no era el mejor momento—. Bueno, te dejo para
ponerme en ello y averiguar el paradero de la gitanilla, te llamaré
con novedades.
—Gracias, Rafael. Cualquier cosa que sepas, por mínima que
sea, avísame, aunque sea con un mensaje. Voy a Santiago esta
misma noche, estoy por abordar el avión, así que muy pronto me
quedaré sin señal.
—Tranquilo, te mantendré al tanto.
Rafael finalizó la llamada y Renato se quedó con el teléfono en
la mano, se paró e hizo una corta caminata hasta la barra del salón
VIP y solicitó una botella de agua, sentía que había atravesado un
desierto.
Apenas y pudo dar un pequeño sorbo, el nudo de angustia que
sentía en su garganta no le dejaba pasar nada más, caminó de
regreso a la butaca Chester de terciopelo negra, pero sentía que el
tiempo se había ralentizado, necesitaba que llamaran ya para
abordar. Se puso a revisar el teléfono para matar el tiempo y se fijó
en que aún tenía ahí el mensaje de Lara sin escuchar, le dio a
reproducir y se lo llevó a la oreja; ella lo estaba invitando a que se
conectara, porque esa noche haría un número especial, pero él no
tenía cabeza para nada de lo que ella decía.
—Renato.
De inmediato, su mirada se topó con su padre que estaba
entrando al salón y se acercaba con enérgicas zancadas; en lugar
de Valerio, quien se suponía iba a acompañarlo. Estaba seguro de
que había ido a buscarlo.
—Papá, ¿qué haces aquí? —inquirió nervioso—. Si viniste para
evitar que viajara, debo advertirte que no te haré caso… Tengo un
asunto muy importante que atender —hablaba rápido y
atropelladamente, desviando su mirada a donde fuera, pero lejos de
los ojos de su padre, negándose ante la idea de que quisiera sacarlo
de ahí.
—¡Hey, hey! Cálmate hijo —dijo poniéndole una mano en el
hombro—. He venido para acompañarte.
—¿Acompañarme? ¿Cómo supiste que estaba aquí? Acaso mi
abuelo… —farfulló incrédulo, no podía creer que lo hubiera
traicionado de esa manera, sabiendo que no estaba para estar
dándole explicaciones a su padre ni a nadie.
—Antes de irme a casa, quise pasar a saludar a papá, llegué y
lo escuché hablando contigo… Lo vi tan alterado que me preocupé,
pensé que te había pasado algo de camino a casa. —Le regaló una
sonrisa conciliadora y se sentó a su lado, no iba a permitir que nadie
escuchara una conversación privada con su hijo—. ¡Qué fidelidad la
que te tiene! Se han hecho demasiado cómplices ustedes dos, ¡eh!
Porque, aunque logré escuchar parte de la conversación, él negaba
una y otra vez que había hablado contigo, hasta tuve que quitarle el
teléfono para poder comprobar la llamada entrante. Lo interrogué,
pero no me dijo mucho, solo que tenías que viajar y que Valerio te
acompañaría, por supuesto que me opuse, sin importar lo que esté
ocurriendo, soy yo el que debe estar contigo, así que vine a tomar
su lugar…
—Papá… —El mentón le tembló, pero retuvo en la garganta las
lágrimas que aún no había derramado, quería abrazarlo y que lo
consolara, pero si abría esa compuerta, no estaba seguro de si la
podría cerrar luego, necesitaba primero saber cómo estaba Samira
—. ¿Y tu trabajo?, no puedes faltar… Si ya suficiente tienes con
cambiar el programa de vuelo de mañana, yo no tengo para pagarte
los millones que vale tu tiempo.
—Tú vales mil veces más que toda la fortuna del mundo, así
que tranquilo, hijo… —Movió la mano del hombro a la espalda,
otorgándole reconfortantes caricias—. Cuéntame, ¿qué fue lo que
pasó? Tu abuelo no quiso decirme nada, es una maldita caja fuerte.
Renato sonrió y se pasó las manos por la cara para limpiarse
esas lágrimas que tenía al filo de los párpados. Luego resopló,
porque no sabía por dónde empezar ni qué tanto contar.
—Solo no se lo digas a mamá, ya sabes cómo es… Creo que…
—¿Quieres que sea un secreto entre los dos? —Interrumpió
Ian con tono cómplice y vio a su hijo asentir, le preocupaba ver en
sus ojos tanto dolor—. Bien, porque soy un experto en la materia. —
Le ofreció la mano para darle un apretón.
—No es que no quiera contarle, es qué… —decía mientras le
estrechaba la mano de su padre.
—Te entiendo, existen cosas que solo son de hombres, sabes
que lo que me cuentes no se lo diré, ni aunque me torture, no te
avergüences por no querer contarle ciertas cosas a tu madre, es
normal.
—Se trata de una amiga —suspiró—. Tuvo un accidente por mi
culpa…
—¿Cómo que por tu culpa?
—Es que estábamos discutiendo por teléfono, algo pasó, ella
se cayó, escuché su grito, cristales romperse y no supe más, sé por
un amigo que ya la llevaron a un hospital…
—Hijo, pero no es tu culpa, tú mismo lo dijiste, fue un
accidente, tú no provocaste nada… ¿Quién es esta amiga? ¿La
conozco? —curioseó, aunque por el destino que tenía el boleto en
su teléfono, se hacía una idea de quien era.
Renato asintió.
—Samira —reveló en un murmullo—. La conociste hace unos
meses.
—¿La jovencita con la que fuiste a Don Pascual? —Su hijo
volvió a asentir—. Ahora comprendo por qué no quieres que tu
madre sepa; sé que ese día te incomodó, pero solo estaba feliz de
verte relacionarte con alguien más y sabes que ella no sabe
disimular… De cierta manera, está muy arrepentida de haber
exagerado con tu cuidado y ahora solo quiere ver que seas más
abierto con quienes te rodean. Se emocionó con la idea de que esa
chica fuera especial para ti…
—Solo es mi amiga —aclaró y carraspeó, porque aún no sabía
qué impresión iba a tener su padre de ella, dado el caso de que ella
quisiera verlos o tan siquiera, que estuviera en condiciones para
recibirlos; no quería ser negativo, pero lo estaba matando la falta de
información, volvió a mirar su móvil, aunque sabía que no le había
llegado ninguna notificación nueva.
—Bien, solo es tu amiga, pero por el simple hecho de que lo
sea, ya tiene que ser especial, debe serlo para que se haya ganado
tu confianza y aprecio.
—Es complicado de explicar —dijo elevando la mirada a la
lámpara candelabro que destacaba en la decoración de aquel salón.
En ese momento los altavoces los invitaban a abordar.
—Ese es nuestro avión —comentó Ian y se levantó, al mismo
tiempo que su hijo, sin permitir que perdiera la protección de su
abrazo.
CAPITULO 40
Ian no recordaba si alguna vez había subido a algún vuelo
comercial, quizá de pequeño, cuando su padre debía viajar por
trabajo a otra ciudad y tenía que llevarlos con él, pero no era algo
que tuviera presente en su memoria, por lo que toda esa experiencia
le resultaba bastante novedosa. A pesar de que conocía a detalle la
aeronave y la había piloteado en las pruebas de vuelo, porque eran
diseñados y construidos por Embraer, jamás los había visto
operando a tope.
Se ubicó en el asiento de primera clase junto a su hijo; al igual
que él, no llevaba equipaje, apenas le dio tiempo de llamar a Thais y
mentirle, al decirle que su papá no se sentía muy bien anímicamente
y que prefería quedarse esa noche con él; idea sugerida por el
mismo Reinhard Garnett, ya que a él jamás se le ocurriría jugar con
la salud de su progenitor.
Se distrajo estudiando minuciosamente el estado en el que se
encontraba cada parte del asiento, recordando cuando hacía unos
años, todo el equipo se esmeraba en el diseño que se concibió
desde los diferentes centros de ingeniería de la compañía, donde se
evaluaron y trabajaron temas de integración en la arquitectura,
diseño general y el cálculo estructural.
Renato por su parte, estaba con la mirada fija en la pantalla de
su teléfono, a la espera de una llamada o un mensaje de Rafael,
porque dentro de poco se quedaría sin señal y sabía que esperar
cuatro horas más para saber del estado de Samira, no era lo mejor
para sus nervios, sobre todo, porque del apuro había dejado el
cargador en la SUV y le quedaba poca batería.
—Papá, ¿tienes suficiente pila? —preguntó, esperando que su
padre hubiese llevado el móvil.
—Creo que sí —dijo buscando el aparato en uno de los
bolsillos del pantalón y observando que tenía cincuenta y seis por
ciento—. Sí, supongo que es suficiente hasta que pueda pedir un
cargador en el hotel.
—Puedes guardar el número de Rafael, porque solo tengo doce
por ciento y necesitaré comunicarme con él en cuanto aterricemos.
—Sí, claro, hijo.
Renato le pasó el número del dominicano e Ian lo registró en
sus contactos.
Ya todos los pasajeros habían abordado, las puertas habían
sido cerradas y estaban próximos al despegue; sin embargo, Renato
seguía sin recibir ninguna noticia. Tragó grueso y tensó la espalda,
mientras intentaba mantener a raya la ansiedad.
Por los altavoces le recordaban que debían poner sus equipos
electrónicos en modo avión y pudo sentir la mirada de soslayo de su
padre solicitándole cumplir con las reglas; aun así, él se apegaba al
último segundo permitido. Con exasperación se refregó la cara con
la mano, una vez que entendió que ya nada podía hacer, las
próximas horas serían de una terrible y tortuosa angustia.
Desplegó el visor de la pantalla para cortar la señal de su
teléfono, pero un segundo ante llegó el mensaje de voz que tanto
había estado esperando; soltó un suspiro lánguido y pesado de
evidente alivio, solo deseaba que fueran buenas noticias.
Dejó que el mensaje cargara y activó el modo avión, de
inmediato se llevó el móvil al oído.
—¿Son noticias de tu amiga? —preguntó Ian, quien estaba
pendiente de todo lo que su hijo hacía.
Renato solo afirmó con la cabeza mientras se disponía a
escuchar.
«Hola Renato, ya tengo información. Efectivamente, la
llevaron al hospital San José; al parecer, el accidente fue en el
baño, se lastimó la cabeza y la encontraron inconsciente en el
suelo de la ducha. —Ante esa revelación, sintió que se le
paraba el corazón y no podía ni ocultarlo, por lo que se llevó
una mano para cubrirse el rostro—, pero los paramédicos
lograron reanimarla, la chica que vive en la habitación de al
lado, me dijo que cuando la subieron en la ambulancia ya
estaba consciente, aunque bastante aturdida… Ahora voy
camino al hospital para ver si me dejan verla. Te estaré
informando».
Al terminar de escuchar el mensaje, se apartó el teléfono de la
oreja y se quedó mirando a la pantalla, mientras se repetía
mentalmente que era su culpa.
—¿Qué te dijo? —preguntó Ian con el ceño fruncido, debido a
la preocupación, le apretó con gentileza la nuca a su hijo para que
se volviera a verlo, cuando lo hizo, pudo notar que sus pupilas
estaban dilatadas y había un dolor infinito en su rostro—. ¿Ella está
bien? —Lo instó a que dijera algo, si bien sabía que él no era dado a
expresar sus emociones verbalmente con facilidad, esta era una
situación excepcional, en la que debían estar preparados, no le
importaba tener que presionarlo para que hablara.
—Sí. —Su voz sonó áspera y ronca—. La han llevado a
urgencias, al parecer perdió el conocimiento, no sé por cuánto
tiempo, no lo dijo… solo que se lastimó la cabeza… puede ser muy
grave y es lo que me preocupa. —El dolor lo inundó como un río
desbordante y se mezcló con verdadero terror, nunca había sentido
un miedo tan profundo e infinito—. No debí llamarla, no debí. —
Negó con la cabeza y se volvió a mirar a otro lado, estaba tan
exhausto que sentía que en cualquier momento se pondría a llorar
como un niño pequeño.
—No es tu culpa Renato, los accidentes son inevitables… Lo
importante es que ya la están socorriendo, y tú estás haciendo lo
humanamente posible por atender la situación. —Trataba de
consolarlo—. Deberías aprovechar estas horas para descansar,
recuéstate… ¿Quieres agua? —le ofreció, preocupado, tomando
una de las botellas que había en el exhibidor junto al asiento.
—No, gracias, papá. Estoy bien —dijo al tiempo que apagaba el
móvil para conservar algo de batería y lo dejó al lado de su asiento.
—Bien no estás, se te nota profundamente preocupado… Es
normal que te sientas así, te comprendo mejor que nadie, solo
intenta descansar para que tengas energía suficiente una vez
llegues a Santiago.
—Está bien, lo intentaré —musitó de manera que apenas pudo
escucharse. Pulsó el botón que hizo que su asiento se estirara hasta
convertirse en una cama, se colocó la pequeña almohada debajo de
la cabeza, en busca de una comodidad que sabía no merecía.
Su padre agarró la manta, la sacó del empaque, la desdobló y
lo arropó.
—Descansa.
—Me haces sentir como un niño —musitó sonrojado, aunque
tenían algo de privacidad, no se sentía cómodo con tantas
atenciones.
—¿Quién te ha dicho que para mí has dejado de ser mi
pequeñín? —Sonrió, regalándole unas palmadas en el pecho—. No
ha pasado mucho desde que te llevé a tu primer día de escuela.
—Ni lo recuerdes, papá. —Eso sin duda lo hizo sonreír y se
cubrió los ojos con el antebrazo.
—Ahora te da vergüenza, pero ese día estabas pletórico, te
encantó la sorpresa, no lo niegues —dijo Ian con la sonrisa
llegándole hasta la mirada.
En el colegio al que fueron tenían la costumbre de que el primer
día de clases los niños fueran vestidos como su superhéroe favorito.
Renato eligió ser Superman, lo que no esperó y le gustó mucho, fue
que, a la hora de la salida, su padre pasara a buscarlo también
vestido de azul y rojo como el personaje de DC Comics, aunque las
mallas ajustadas le estuvieran escociendo los huevos; lo único que
le importaba era saber que sus hijos eran felices y se sintieran
amados,
—Estaba asombrado, era primera vez que veía a Superman
con barba —confesó, agradeciendo la intención de su padre de
distraerlo un poco de su tormento.
—Era la versión carioca —rio bajito.
Su hijo negó con la cabeza, sin dejar de sonreír. Luego de eso
guardaron silencio. Ian también desplazó su asiento para descansar
por lo menos un par de horas, porque había sido un día agotador en
todos los sentidos.
Aunque Renato intentó quedarse dormido, no pudo despegar
los ojos del techo de la aeronave, tenía mil cosas dando vueltas en
su cabeza. Su padre, por el contrario, se dejó vencer por el
cansancio, el ligero ronquido que emitía, lo evidenciaba. Desde el
momento en que despegaron hasta que el capitán anunció que
estaban próximos a aterrizar parecía que había pasado un día
entero y no solo las cuatro horas que dura el vuelo.
—Papá, papá —lo llamó, tocándole el brazo para despertarlo,
pero cuando observó los ojos enrojecidos e hinchados de su padre,
lo atenazó la culpa, por permitir que lo acompañara, él debía estar
descansando junto a su madre—. Llegamos.
—Qué bien —dijo con la voz ronca y recomponiéndose en el
asiento.
Mientras pasaban por migración, Ian le informó que su papá
había hecho la reserva en un hotel.
—Dice también que un chofer ya debe estar esperando por
nosotros —informó mientras leía el correo que le había enviado el
patriarca de la familia—, creo que sería bueno que fuéramos
primero a refrescarnos y luego ir al hospital.
—No papá, yo no puedo seguir sin saber nada de Samira,
necesito ir directo al hospital. —Como vio que su progenitor iba a
protestar, le ofreció una alternativa—. Pero sí creo que es mejor que
tú vayas y descanses algo, luego me llamas y nos encontramos.
—No, entonces vamos primero al hospital. —De ninguna
manera dejaría a su hijo afrontar solo ese momento. No fuera que la
chica estuviese peor de lo esperado.
Decidieron pasar por el baño primero, de una máquina
dispensadora cada uno sacó un kit de limpieza bucal, se cepillaron
los dientes y se lavaron la cara; el agua fría les ayudó a espabilarse
y parecer más relajados.
En cuanto subieron al auto que el hotel había enviado, Renato
le pidió que los llevara al hospital San José, mientras encendía el
teléfono, recibió otro mensaje de voz de Rafael que puso a
reproducir en altavoz.
«Hola Renato, ya estoy en el hospital, me encontré con
Ramona, me dijo que está bien, que están esperando para
hacerle unas tomografías y otros estudios, intenté verla, pero
fue imposible, no me dejaron pasar, el lugar está colapsado…
Yo tengo que irme a casa; sin embargo, le he dado tu número
a Ramona que me lo pidió, lo más probable es que te
escriba».
Ese mensaje lo había enviado hacía casi cuarenta minutos.
Imaginaba que debía estar agotado y ya en su casa, no quería
molestarlo con una llamada, por lo que le escribió: «Hola Rafael,
acabo de llegar a Santiago, voy camino al hospital. Gracias por todo,
te debo una bien grande. Descansa, por favor».
—No te preocupes, los estudios que le harán son de rutina para
descartar cualquier lesión grave. —Ian, intentó tranquilizarlo,
llevándole una mano a la rodilla para que dejara de mover la pierna.
Renato detuvo el inconsciente movimiento de su pierna
producto de su ansiedad y se volvió a mirar a su padre por un breve
momento.
—Solo espero que me dejen verla. —Deseó, porque sabía que
no iba a estar tranquilo hasta asegurarse de que en realidad estaba
bien, mientras seguía con la mirada en la pantalla, vio el mensaje de
un número desconocido: «Hola Renato, soy Ramona, este es mi
número, cuando llegues, avísame, por favor, estoy en la sala de
espera de la posta».
—La verás. —Sabía que en algún momento le permitirían las
visitas.
De inmediato empezó a escribir la respuesta, diciéndole que ya
iba camino al hospital. Tuvo que preguntarle a su padre si sabía lo
que significaba «posta», pero él tampoco tenía idea.
—Urgencias —respondió el chófer.
Aprovechó lo que restaba de trayecto para cargar el teléfono
con el cargador del auto.
En cuanto llegó al hospital, le marcó a Ramona, ella le dio las
indicaciones de dónde estaba, mientras Ian le solicitaba al chófer
que buscara dónde estacionarse y que le diera su número de
teléfono, para poder contactarlo.
En cuanto Renato divisó a la amiga de su gitanita se alarmó,
llevaba un jersey gris con un gran corazón que se suponía era
blanco, pero que prácticamente había sido manchado en su
totalidad de sangre, al igual que parte de sus vaqueros. Tenía
visibles huellas de llanto y el cabello recogido en una coleta
bastante desecha, incluso en su frente y mentón había manchas de
sangre.
—Hola, Ramona… ¿Cómo está Samira?
—Está dentro —dijo señalando con el pulgar por encima de su
hombro, hacia la entrada que estaba tras ella.
—Pero ya fue atendida, ¿cierto? —preguntó, al ver que esa
sala de espera estaba prácticamente colapsada, tanto de pacientes
como de acompañantes, lo que inevitablemente empeoraba su
ansiedad.
—Bueno, está adentro, que es lo importante, seguimos
esperando para que le hagan unos estudios.
—¿Y cuánto tiempo llevará eso?
Ramona se encogió de hombros, sabía que solo quedaba
esperar, pero no podía dar una respuesta que se escapaba de su
conocimiento. Pudo visualizar un destello de horror en los ojos
azules y tristes de Renato.
—Buenos días —saludó Ian, llegando donde estaba su hijo.
—Buenos días, señor —respondió Ramona, observando al
hombre de porte imponente, elegante y espesa barba entrecana. No
le quedaba dudas de que Renato era de mucho dinero.
—Ramona, te presento a mi papá… —Se volvió a mirar a su
padre—. Es amiga de Samira.
—Un placer —dijeron al unísono mientras se estrechaban las
manos.
—¿Ya le hicieron los estudios? —preguntó Ian con el ceño
ligeramente fruncido. Esperaba que después de que todo eso
pasara, Renato le explicara un poco más quién era esa jovencita,
porque no sabía nada de ella y no tenía idea de su procedencia ni
de sus intenciones. Había seguido a su hijo, prácticamente a ciegas
y sin hacer cuestionamientos.
—Aún no sabemos.
—¿Por lo menos fue atendida? —comentó Ian al ver la caótica
situación de aquel lugar.
—No me han informado nada, pero lo bueno es que durante el
trayecto en la ambulancia los paramédicos detuvieron la
hemorragia.
—Pero han pasado casi siete horas desde que tuvo el
accidente —expresó Renato mortificado.
—Déjame averiguar —comentó Ian, apretándole el hombro a
Renato—. ¿Cuál es su apellido?
—Marcovich. —Esta vez, fueron Renato y Ramona, quienes
respondieron al mismo tiempo.
—Bien, iré a preguntar, esperen aquí —dijo y avanzó seguro y
raudo a la entrada de urgencias.
Renato no apartó la mirada de su padre, lo vio hablando con
uno de los hombres de seguridad que estaba junto a una puerta
batiente, luego lo vio salir.
—Tengo que ir por otra puerta —anunció Ian—. Ya regreso.
—Está bien, gracias, papá.
—Gracias señor. —La voz de Ramona, también se percibía
cargada de angustia.
Renato siguió sin apartar la mirada de su padre, hasta que
dobló en una esquina. Fue entonces que se volvió a ver a Ramona.
—¿Por qué no fueron a otro lugar? Samira cuenta con un buen
seguro médico de la empresa.
—Todo pasó muy rápido… Ella primero estaba inconsciente,
luego muy aturdida y no dijo nada sobre algún seguro médico —
explicó la gitana.
—¿La herida es grave?
—No sé, no pude verla, solo sé que había mucha sangre. —Se
estrujaba las manos, por los nervios que le provocaba recordar el
momento en que entró con los carabineros y en encontró a su amiga
en el piso de la ducha.
—Debería intentar ir a ver si me dejan pasar.
—Quizá, no sé… —Ramona, no sabía cómo decirle que sería
inútil, no lo dejarían pasar, pero lo notaba tan preocupado que no
quería minimizar sus esfuerzos.
—Debería, no pasa nada, solo haré el intento… Ya regreso.
El lugar estaba repleto y el ambiente era caótico. Se acercó al
hombre vestido de seguridad, que mostraba vestigios de una
extenuante rutina de trabajo; aun así, mantenía la paciencia
suficiente para ser amable en su negativa, a pesar de que Renato
insistió, él siguió negándose y disculpándose por no poder ayudarlo
porque no era familiar de la paciente.
Renato siguió ahí, observando a través del círculo de cristal de
las puertas batientes, como dentro parecía un hospital de guerra,
estaban saturados, había camillas con pacientes en los pasillos;
todas las sillas ocupadas con personas que habían sido atendidas y
llevaban una bolsa se solución salina que ellos mismos debían
sostener.
Sintió una mezcla de tristeza e impotencia al ver aquella
escena casi surreal o quizá demasiado real, un mundo muy alejado
del suyo. Asentía a todo lo que el hombre decía, aunque solo lo veía
mover los labios y no escuchaba, no fue hasta que sintió una
delicada mano sobre su hombro que se espabiló.
—Tu padre está afuera —dijo Ramona.
Renato se volvió a mirar al hombre de seguridad.
—Gracias, disculpe las molestias.
Caminó junto a Ramona donde estaba su padre hablando por
teléfono. Renato supuso que se trataba con alguien en Santiago
porque mantenía la conversación en español.
—¿Qué pasó? —preguntó en cuanto su padre terminó la
llamada—. No me han dejado verla y tampoco me dicen cómo
está… Seguro pasó algo malo, es muy extraño…
—Todo está bien, aún no la han atendido.
—¡¿Cómo que aún no la atienden?! —intervino Ramona, sin
poder ocultar su alerta.
—Dicen que hay pacientes con urgencias de mayor gravedad.
—No puede ser, ¿cómo que no es grave si la encontraron
inconsciente? —reprochó Renato.
—Vamos a trasladarla, estaba hablando con un amigo para que
me ayude a agilizar el proceso, en este momento están solicitando
las autorizaciones correspondientes, espérame en el auto hijo,
Ramona ven conmigo, como ella vino contigo vamos a necesitar ir a
la administración para que firmes algunos documentos.
—Papá, pero ¿tú la viste?, ¿está bien? —insistió Renato.
—Está bien, Renato… ella está bien —aseguró, tratando de
calmar a su hijo, sabía que estaba por llegar a su límite, se
encontraba frente a una situación para la que no estaba preparado y
que no podía controlar.
Tras casi una hora, Ian había conseguido el traslado para
Samira a la clínica Santa María, tuvo que decir que era su nuera,
para que pudieran acceder a dicho proceso. Ramona se encargaría
de acompañarla en la ambulancia, mientras que él iría con su hijo en
el auto.
CAPÍTULO 41
Renato tenía la mirada fija en la ambulancia que seguían de
cerca, porque en ella iba Samira; hasta el momento no había tenido
la oportunidad de verla, no se lo permitieron y ni siquiera le dieron
noticias sobre su estado de salud, ya que, debían trasladarla con
premura, por lo que se encontraba en tensión, estaba imaginando lo
peor.
Sintió el apretón en su hombro, ese con el que su padre
pretendía reconfortarlo, pero él no pudo ni siquiera disimular lo mal
que se encontraba, sentía que seguramente en su cara se reflejaba
la frustración que lo embargaba, el miedo que lo estaba cubriendo,
la culpa que lo carcomía y el futuro oscuro que se le avecinaba si
Samira no se recuperaba de esa caída.
—Ya casi llegamos —le dijo cuándo pudo ver el gran edificio
gris pizarra con cristales verdosos. Desde que salieron del hospital
San José habían pasado solo unos diez minutos, él chófer hizo un
comentario, sobre lo favorable que era poder conducir cuando
apenas iban a ser las seis de la mañana, porque en una hora, el
tráfico se los hubiese hecho más difícil; por supuesto, para ellos, no
para el vehículo médico.
—Sí, ya casi —susurró, después de tomar aire, para mostrarse
más calmado. No le agradaba haber puesto a su padre en esa
situación, pero se daba cuenta de que, si él no lo hubiese
acompañado, probablemente, no habría sabido cómo actuar, nunca
había estado en una situación parecida, la única persona cercana a
él que estuvo en una emergencia médica fue su madre cuando
perdió al bebé que esperaba, pero él estaba muy pequeño y no
recordaba muy bien lo que había pasado.
La ambulancia accedió por una entrada en la que estaba
restringido el paso de vehículos particulares, por lo que iba a seguir
siendo imposible que Renato la viera.
En compañía de su padre bajó del auto y fueron hasta el centro
de información.
—Buenos días, ¿en qué los puedo ayudar? —La mujer de ojos
miel y piel sonrosada que estaba tras el mostrador se mostraba
educada y descansada, probablemente ella tampoco hubiera
dormido esa noche por estar trabajando el turno nocturno, pero
tenía mucho mejor aspecto que ellos dos.
—Venimos junto con la ambulancia que traía a una joven que
trasladaron desde el hospital San José. —Ian tomó la palabra ya
que él se había encargado de todo el proceso—. Los doctores
quedaron en enviarle por correo el informe médico de ella.
—Me dicen el nombre de la paciente y su parentesco, por favor.
— Samira Marcovich, es mi nuera, la novia de mi hijo. —Llevó
una mano a la espalda de Renato, instándolo a que lo secundara en
esa mentira piadosa que había tenido que decir para que le
permitieran encargarse de la chica, ya que legalmente habrían
tenido que contactar con algún familiar.
Desvió la mirada de la mujer que esperaba la confirmación y
miró a los ojos avellana de su padre, no entendía, creía no haber
escuchado bien. Se quedó petrificado y contuvo el aliento por miedo
a dar un paso en falso que pudiera hacer que los muros tras los que
se solía proteger se cayeran en pedazos, sus emociones
empezaron a hacer un lío en su cabeza.
—Ya casi tienen un año de novios —ratificó Ian y con disimulo
le guiñó un ojo a su hijo.
—Sí —su voz salió bastante aguda, tomó aire y continuó—: Así
es —declaró, sintiéndose tonto y débil, pero encontró el valor para
mentirle a la cara a la mujer.
—Bien, sí, aquí tengo los datos de la paciente… —En ese
instante le llegó una alerta al sistema—. Ya su ingreso acaba de
realizarse, pero debemos esperar a que la información se
actualice… ¿Estaba usted con ella al momento del accidente? —
preguntó, enfocando su mirada en los iris azules del joven.
—No, no… yo vivo en Río de Janeiro, estaba sola. Vine en
cuanto supe del accidente. —Se sentía más cómodo llevando la
conversación con franqueza.
—Entiendo… —pronunció mientras seguía mirando en la
pantalla la información—. Necesitaré sus datos.
—Sí, por supuesto. —Trató de controlar el ligero temblor de sus
manos, cuando buscó y le entregó su identificación.
—Gracias. —La recibió y empezó a transcribir, rellenando los
datos que el sistema le solicitaba—. En el San José, al parecer no le
hicieron preguntas sobre gestación… ¿La señorita, está
embarazada o sospechas de embarazo?
Ian se volvió a mirar a su hijo, con esa respuesta no podría
ayudarle.
—No, no… No lo está. —Rectificó, estaba segurísimo de eso—.
Aunque esa es una pregunta que deberían hacerle a ella.
—Está bien, solo para estar seguros se la haremos, es
necesario, por precaución —explicó—. Aquí tiene, muchas gracias.
—Le devolvió el documento—. Ahora les pediré que vayan a la sala
de espera, es por el pasillo, segunda puerta a la derecha. Samira
será atendida y les estaremos informando cuando puedan pasar a
verla.
—Gracias —dijo Ian, y movió la cabeza de forma que invitaba a
su hijo a acompañarlo.
—Muchas gracias. —Renato se despidió de la recepcionista y
siguió a su padre. Tenía varios reproches atorados en la garganta.
Quería preguntarle por qué había dicho semejante cosa. Sí, sabía
que necesitaban de algún tipo de lazo filial para que pudieran
proceder con el traslado y también para que le permitieran verla.
Pero existían muchas opciones más para relacionarla a ellos…
Pudo decir que era su sobrina, una ahijada, una empleada… pero
no, él tuvo que ponerle los nervios de puntas con el cuento del
noviazgo.
Llegaron a la sala de espera con butacas y sofás en colores
verde manzana y negro, tres máquinas dispensadoras, una de
bebidas frías y refrigerios, otra de café y una de libros; además de
un par de pantallas de televisión. La afluencia de personas era
abismalmente diferente en comparación con la que había en el
hospital San José.
Solo unas pocas estaban desperdigadas por el lugar,
concentradas en leer o viendo las noticias matutinas.
—Papá, ¿quieres algo? ¿Un café? —preguntó en cuanto
ocuparon unas butacas, estaba mortificado porque sabía que debía
estar agotado, aunque no lo pareciera, su físico siempre lo hacía ver
con un temple de acero.
—Estoy bien, no te preocupes hijo —contestó al tiempo que se
sacaba el móvil del bolsillo del pantalón, porque estaba vibrando.
Era una llamada entrante de su padre; quien lo había contactado en
cuanto salieron del aeropuerto para que lo mantuvieran al tanto de
la situación—. Es tu abuelo —le informó a Renato.
—Dile que no se preocupe, que todo está bien y por favor, que
descanse —pidió Renato.
Ian asintió al tiempo que aceptaba la llamada. Le actualizó la
información que ya le había dado media hora antes y le aseguró que
la chica se encontraba bien, que justo en ese momento estaba
siendo atendida.
Se levantó de la silla y se alejó unos pasos de Renato para que
este no lo escuchara, necesitaba que su padre le aclarara lo que
estaba pasando entre su hijo y la joven accidentada, sabía que en
ese momento no podía preguntárselo directamente a él porque
notaba el estado en el que estaba, no quería ponerlo más de los
nervios y mucho menos permitir que se cerrara y no respondiera sus
inquietudes. No tenía la más mínima idea de cómo ese par había
llegado a coincidir, no entendía cómo esa joven había traspasado
esa barrera que su hijo solía levantar ante los extraños. No después
de Vittoria Braggio, quien de un día para otro dejó de ir a su casa,
con la única explicación de que ya no eran amigos.
Su padre solo le dijo que no era momento para eso, que luego
lo hablarían con calma, que lo mejor era estar para Renato y
apoyarlo en todo. Sabía que no iba a ganar nada si le insistía, así
que terminó la llamada y se resignó a seguir esperando noticias
sobre el estado de salud de Samira.
Había pasado casi dos horas y seguían en la sala de espera,
Ian quiso tentar un poco la suerte, además, necesitaba algún tema
de conversación porque no podía seguir viendo a su hijo en ese
extraño mutismo en el que se había sumergido.
—¿Aún no me has dicho de dónde se conocen? —preguntó,
luego de soltar un suspiro, se cruzó de brazos y volvió la cabeza
para mirar a su hijo que de inmediato se tensó—. Su apellido no me
es conocido.
—Papá, ¿tenemos que hablar de eso ahora? —susurró
esquivándole la mirada.
—No, si no quieres. —Encogió ligeramente los hombros—.
Pero de algo tenemos que hablar, ¿no crees? —sugirió y vio a su
hijo asentir y suspirar profundamente—. ¿Por lo menos tiene
familia? Me preocupa que no esté aquí… No sé, hijo…
—Está en Río, papá… —Ya había preparado esa respuesta en
el avión, había esperado ese interrogatorio desde que lo vio llegar al
aeropuerto—. Les había comentado que Samira vendría a Chile a
estudiar; así que toda su familia sigue en Brasil. —Miró a la pantalla
donde hacían un repaso de noticias internacionales.
—¿Los pusiste al tanto del accidente? —preguntó cauteloso,
quería obtener un mínimo de información, lo que con su hijo no era
nada fácil.
—Pensé que dejaríamos el tema de Samira… No estoy
preparado para hablar de ella, ¿puedes respetar eso, papá? Por
favor —pidió, sin volverse a mirarlo, fingiendo estar concentrado en
las noticias.
—Está bien, solo me preocupo.
—No tienes que hacerlo, todo está bien.
—Lo entiendo, hijo… Sé que todo está bien, pero quiero que
sepas que cuando estés preparado para retomar el tema, aquí
estaré. —Le llevó una mano a la rodilla y se la apretó gentilmente.
—Lo sé, gracias. —Puso su mano encima de la de su padre y
le dijo un ligero apretón.
Renato quería contarle todo, cómo ella había llegado a hacer
que su vida diera un giro de ciento ochenta grados, pero tenía miedo
de que él terminara juzgándolo negativamente por las cosas que
había hecho y las decisiones que había tomado, aunque lo que más
le preocupaba era la imagen que pudiera hacerse de ella, temía
que, al enterarse de la verdad, lo obligara a contactar a la familia de
ella para que supieran dónde estaba, así que no diría nada,
mientras pudiera evitarlo.
Justo terminaba el noticiero cuando Ramona apareció en la
sala de espera. Renato sin poder controlar sus impulsos se puso de
pie de inmediato.
—Está bien. —Se apresuró a decir la gitana, antes de que él la
interrogara—. Ya le suturaron la herida, necesitó quince puntadas —
explicó con la mirada en ambos, pues el padre de Renato también
se había levantado—. Se siente un poco débil, tiene dolor de cabeza
y se marea de vez en cuando, pero el doctor dijo que es normal, le
hicieron algunos estudios, entre ellos una tomografía y placas para
saber si hay alguna lesión interna…
—¿Cuándo podré verla? —preguntó Renato, tratando de tragar
el nudo en su garganta, pensó que se sentiría más aliviado en
cuanto tuviera noticias, pero al parecer no iba a conseguir calma
hasta que no la viera.
—En unos minutos, el doctor dijo que una enfermera vendrá
para llevarnos a la habitación. Ahí nos informará sobre el estado
clínico.
—Es bueno saber que al parecer no es nada grave —intervino
Ian—. Siéntate, por favor, debes estar muy cansada.
—Gracias, es muy amable, aunque en realidad no lo estoy
tanto, las gitanas somos de roble —comentó sonriente a pesar de
que sus facciones lucían demacradas por la falta de sueño.
Ian le sonrió afable y luego dirigió sus ojos a Renato, él por
supuesto le esquivó la mirada.
—Ramona, ¿ cappuccino, moccaccino, latte o expreso? —
preguntó Renato, con la intención de escapar de la mirada
inquisitiva de su padre. No podía culpar a Ramona, después de
todo, no tenía por qué esconder su procedencia. El único que
siempre se refugiaba en secretos era él.
—Oh, no, no es necesario, no te molestes —dijo ella sin
intención de hacer gastar más a los hombres que se estaban
portando tan bien con Samira.
—No es molestia, ¿agua? Supongo que no has bebido ni
comido nada desde anoche —comentó. A pesar de que ella había
arreglado un poco su apariencia, la cara se la había lavado y se
había recogido de forma más prolija el cabello.
—Bueno —cedió algo avergonzada—. Lo que sea está bien.
Ian volvió a sentarse junto a Ramona, aunque la mirada
nerviosa de su hijo no lo desamparaba.
—Papá, ¿te traigo un expreso? —preguntó, sabiendo que era
la su bebida predilecta.
—Está bien, gracias —aprobó, dándose cuenta del tic en la
ceja de su hijo.
Renato asintió y fue a la máquina dispensadora, suplicando
internamente que su padre no empezara a interrogar a Ramona,
pero sabía que no tenía tanta suerte; así que debía darse prisa.
«Cálmate, Renato… Solo respira y cálmate» resolló y luego
inspiró hondamente. Se equivocó en la elección de uno de los cafés,
movió la cabeza negando enérgicamente. «¿Qué crees que haces?
Solo date prisa».
Mientras Renato seguía con sus atormentados pensamientos,
Ian necesitaba romper el hielo con la joven de ojos marrones y
tabique muy pronunciado que se curvaba hacia la punta. Estaba
seguro de que no llegaba a los treinta años.
—¿Le has informado a la familia de Samira? —No quiso
parecer demasiado interesado, ni tampoco tan desinformado.
—No, es que ni siquiera traje su teléfono… igual no tengo
dónde comunicarme con Vadoma… —Notó el desconcierto en aquel
rostro pétreo—. Su abuela, es que ella no tiene móvil.
—Entiendo, ¿y su padre o madre?… deberíamos informarle.
Ramona se mordió la mejilla izquierda, no sabía qué respuesta
dar, así que se volvió a mirar por encima de su hombro a Renato,
quien se acercaba con un portavaso y un par de paquetes de
brownies .
—Disculpe, Renato necesita ayuda —dijo, al tiempo que se
levantaba y se iba rauda. Ella sabía que no podía ir por ahí
contando la historia de su amiga—. Aquí tiene, señor —le ofreció el
café a Ian.
—Gracias, muy amable.
Ella se hizo de su café y del dulce que Renato le ofrecía, le
agradeció por eso, después de pasar tanta angustia estaba
hambrienta, así que se sentó a disfrutarlos, mientras veían un
programa matutino de farándula.
En cuanto terminó, pidió permiso para hacer una llamada.
—Disculpen, es que tenía que hablar a mi trabajo para pedir el
día, aún no sé cuándo le darán el alta a Samira y seguro necesitará
quien la cuide.
En ese momento Renato cayó en la cuenta de que Ramona,
debía tener un trabajo tan agotador y con exigentes horarios como
el que antes tenía su gitanita, así que decidió que llamaría una vez
más al gerente de Recursos Humanos en Cooper Mining, para
preguntarle si tenían algún puesto vacante.
Fue la voz de la enfermera la que lo sacó de sus cavilaciones.
—Familiares de Samira Marcovich.
De inmediato los tres se pusieron de pie, pero fue Ian quien
tomó la palabra cuando se presentó como su suegro, Ramona no
pudo evitar mirar de soslayo a Renato, quién se había sonrojado
hasta las orejas, aunque mantuviera su semblante muy serio.
—Síganme, por favor —pidió la enfermera.
Avanzaron por un pasillo que los llevaba hacia el área de
recuperación, donde ya se encontraba la chica.
De camino, él ralentizó sus pasos hasta acoplarse al lado de la
gitana.
—Era la única opción para que accedieran al traslado —explicó
en un ronco susurro. Le preocupaba lo que ella pudiera pensar. No
se olvidaba de la actitud de Vadoma cuando se conocieron.
—Lo supuse —respondió con una tenue sonrisa engalanando
sus labios rosas.
Cuando por fin la enfermera abrió la puerta de la habitación le
hizo un ademán para que entraran.
—Hola cariño, aquí está tu familia —le anunció con una tierna
sonrisa—. Los dejo para que conversen un rato. —Dirigió su mirada
al señor Garnett—, en unos minutos vendrá el doctor para
informarles sobre el estado de esta señorita encantadora —comentó
con una sonrisa amable.
—Está bien, muchas gracias —dijo Ian.
—Te dejo en buenas manos —se despidió de Samira, quien le
sonrió y asintió en agradecimiento.
De inmediato su mirada se centró en Renato, y él le sonrió de
vuelta, como si no se diera cuenta del efecto que tenía su sola
presencia. Se veía exhausto y triste, entonces ella soltó una risilla
melancólica y se le escaparon unas lágrimas que no se preocupó en
secar.
—Ey, gypsy , todo está bien. —Se acercó Ramona y en un
gesto de consuelo le acarició un costado de la cabeza para no
lastimar la herida que tenía en la parte posterior.
—¿E-e-estás bien? —tartamudeó Renato, sin poder
controlarse. Quería avanzar más, darle un abrazo que le hiciera
mermar la culpa, pero no sabía si era prudente.
Ella asintió, limpiándose las lágrimas con la mano en la que no
llevaba la aguja por la cual le pasaban los medicamentos diluidos en
solución salina.
Renato la apreció, su piel estaba casi traslucida, tanto que se le
notaban mucho más las pecas en el rostro, no sabía si se debía al
fluorescente de la lámpara que estaba sobre el cabecero de la
cama, pero se notaba débil y muy pálida. Mientras él seguía con las
manos en los bolsillos, guardando ahí las ganas de correr y
abrazarla.
—Hola Samira —saludó Ian, para hacerse notar, porque era
evidente que para la jovencita solo existía Renato. Ahora que la
tenía enfrente, podía darle la razón a Liam; sí, parecía demasiado
joven. Le fue imposible no pensar que así probablemente luciría
Miranda, pero de inmediato desechó la idea, no podía seguir viendo
en cada joven a la hija que no tuvo—. ¿Me recuerdas?
—Hola, señor Garnett… Sí, sé que es el padre de Renato…
Tranquilos, no perdí la memoria —comentó sonriente para aligerar el
momento, lo que hizo que este se riera.
—Ya veo que no. —Avanzó y le ofreció la mano—. Es un placer
poder conocerte finalmente; ya que mi hijo no me dijo cómo les fue
en Don Pascual, te pregunto, ¿te gustó? ¿Qué pediste para comer?
—disimuló su mirada al ver la delgada extremidad.
—Sí señor, me gustó muchísimo —confesó, dándole un apretón
a la fuerte, pero a la vez suave y cuidada mano del hombre del que
Renato había heredado la nariz y forma de ojos, aunque no tuvieran
el mismo color—. Ese día pedimos muchas cosas —explicó
vagamente, ignorando el cosquilleo caliente en sus mejillas y alargó
la mirada hacia él, encontrándose con sus ojos del color del mar que
la mantenían cautiva y adicta—. Pero lo que más me gustó fue la
paella —comentó, aunque, en realidad era una mentirijilla, ya que lo
que más disfrutó fue que pasaran todo el día junto, pretendiendo
que eran una pareja de enamorados, a pesar de que él estuvo
bastante al pendiente de su verdadera novia—. Por supuesto,
también el ambiente en medio de la naturaleza es encantador.
Renato no dejaba de mirarla, tenía un nudo de nervios que le
estaba destrozando el estómago, jamás imaginó, ni en sus más
locos sueños, estar frente a una situación parecida. Sabía que su
padre era amable por naturaleza, además que contaba con un
carisma y una seguridad arrolladora, pero le preocupaba que Samira
empezara a hacer comparaciones y se diera cuenta de que él era la
antítesis de Ian Garnett.
—Sí, es un lugar de ensueño… Disculpa —se interrumpió al
sentir su teléfono vibrando en el bolsillo de sus pantalones.
—No se preocupe —dijo alargando la mirada una vez más al
chico que le robaba el aliento, quien desvió su atención a lo que su
padre hacía.
—Es tu madre, necesito contestar —le avisó a Renato.
—Sí, ve — contestó él. Seguro debía estar muy preocupada
por su abuelo Reinhard.
—Amor… —respondió Ian y se dirigió con largas zancadas a la
salida, sabía que en el pasillo tendría más privacidad.
—Yo aprovecharé para ir al baño —anunció Ramona, sabía que
ellos necesitaban estar a solas. Estaban tan enamorados que, si no
terminaban confesándose sus sentimientos, ella tendría que
decírselos, pero evidentemente ese no era el momento.
—Estás loco, ¿qué haces aquí? —reprochó Samira en cuanto
Ramona abandonó la habitación. Se preguntaba qué le pasaba por
la cabeza, no lo entendía, era demasiado complejo. El rechazo latía
con fuerza, el disgusto también. Quería decirle que era un tonto,
pegarle y jamás volver a verlo, pero al mismo tiempo solo lo quería
más cerca. Quería que cerrara la distancia entre ellos, que terminara
con la tensión de una buena vez y que la besara como tanto lo
anhelaba.
—No pude evitar preocuparme. —Aún con las manos dentro de
los bolsillos se encogió de hombros—. No podía simplemente
ignorar lo que te había pasado… ¿Acaso sabes cómo me sentí
cuando escuché tu grito? Pensé que había pasado lo peor.
—Pero no tenías que venir y de paso traer a tu padre… ¡Dios!
¿Qué estará pensando? Que soy la reina del desastre. —Su rostro
pálido empezaba a sonrojarse.
—¿Te molesta que él esté aquí? —inquirió casi ahogado.
Esperaba cualquier cosa, no que rechazara a su padre.
—No, no me molesta, me avergüenza… no quiero que sientan
lástima por mí. —Un súbito mareo no fue suficiente para que su
molestia mermara.
—¿Desde cuándo importa eso? —Rebatió, sacándose las
manos de los bolsillos y se las pasó por el cabello con exasperación.
—Lo único que te he provocado desde que nos conocemos ha
sido lástima.
—No, no es así… —resolló, mientras reforzaba su negación
con un movimiento de cabeza.
—Ya no quiero ser la amiga que siempre necesita algo, me
hace sentir mal que siempre tengas que venir en mi rescate… No
quiero causarte más problemas —resopló con ganas de arrancarse
la aguja del antebrazo y poder salir de ahí—. Quizá solo estoy
dejando que mi tonto orgullo me domine, pero quiero arreglármelas
sola… No creo que eso sea malo, así que no me culpes —Bajó la
cabeza, perdiendo su mirada borrosa por las lágrimas en el
dobladillo de la sábana.
Renato pudo ver el gran apósito de gasa que le habían puesto
y sintió el remordimiento atenazarle el corazón, sobre todo cuando
en los hombros de ella notó el movimiento del llanto; con cautela se
acercó un par de pasos.
—Por favor, no llores —suplicó. No sabía si ella quería que la
tocara; aun así, se arriesgó y le puso la mano en la espalda—.
Entiendo lo que me dices, pero lo que ocurrió anoche no era algo
que yo hubiera podido apartar de mis pensamientos y esperar a que
me dijeras que ya lo habías arreglado por tus propios medios.
Samira, no respondías llevo horas pensando lo peor. —confesó,
siguiendo con su sensible caricia.
—Perdón —masculló y sorbió la nariz. Renato tenía razón, si
ella hubiera estado en su lugar, se habría vuelto loca de
preocupación sabiendo que no podría estar cerca de él para
ayudarlo, no podía reclamarle ni gritarle por actuar llevado por el
miedo.
Él acercó la butaca que estaba junto a la ventana y se sentó, le
tomó una de las manos y se la sacudió ligeramente para que
correspondiera, entonces ella se aferró al agarre.
—No seas tan orgullosa conmigo. No tienes por qué sentirte
incómoda, para eso somos mejores amigos —dijo él, atreviéndose a
mirarla a los ojos. Ella sintió que el cosquilleo de sus mejillas le llegó
hasta las manos y soltó una risita que no pudo contener porque no
sabía qué decir—. Lo siento, Samira —se disculpó, cubriéndose
medio rostro al recargarlo en su mano y encontrar apoyo con el
codo al borde del colchón, mirándola con un ojo lleno de culpa.
—¿Por qué te estás disculpando?
—Por estar discutiendo anoche, si yo no te hubiera estado
gritando, nada de esto hubiera pasado.
—No te disculpes, yo también tengo parte de culpa, los mejores
amigos no deberían pelearse nunca—murmuró con la mirada
esquiva.
Renato se enserió y la observó, buscando en sus ojos selva
algo más que por su boca, al parecer, no iba a salir.
Ella deseaba que no la mirara así y que algo tan sencillo no le
hiciera sentir tanto. El roce de sus manos en las suyas la estremecía
de la cabeza a los pies, pero se esforzaba por disimular. Solo quería
que la presión en su pecho desapareciera y que las mariposas que
asediaban su estómago se murieran, pero él se lo estaba haciendo
muy difícil al mirarla de esa manera.
CAPITULO 42
A Ian no le gustaba mentirle a su mujer, pero si no lo hacía en
esta oportunidad, estaría en serios problemas, porque si se
enteraba en dónde y con quién estaba, le reprocharía hasta el día
en que muriera que no la hubiese invitado.
Terminó la llamada justo cuando el doctor que atendió a
Samira, lo abordó frente a la puerta, se hicieron las respectivas
presentaciones y el médico abrió la puerta, invitándolo a pasar.
El corazón de Ian le dio un vuelco de emoción, al ver a los
chicos tomados de la mano, quienes, al sentirse acompañados, se
soltaron en un gesto bastante torpe. Era extraordinario ver tantos
avances en su hijo, esa conexión que tenía con esta jovencita no la
había visto ni siquiera con algunos miembros de la familia.
A Renato se le atenuó la sonrisa que ella le provocó con su
manera de relatar el accidente que había sufrido. Ella se esforzaba
por restarle importancia a pesar de que él seguía preocupado,
porque le vio un gran hematoma en el antebrazo derecho.
—¿Cómo sigue mi gitana favorita? —preguntó el hombre de
más de sesenta años, que había perdido el cabello desde muy
joven; aun así, lucía con orgullo un espeso bigote blanco—. ¿Si
sabes que tu polola tiene una voz hermosa?, qué manera de cantar
tan maravillosa… —dirigió la mirada a Renato.
Ella muy confundida y con el ceño fruncido miró a Renato.
Estaba segura de que toda la clínica escucharía su pobre corazón a
punto de estallar… sí, era una bomba de tiempo y el tic, tac le hacía
eco en los oídos.
Una de las piernas de Renato empezó a moverse sola en un
impulso nervioso, mientras que se maldecía así mismo al no haber
recordado comentarle a su amiga la mentira que tuvo que decir su
papá.
—Después te explico —murmuró casi sin aliento y sus ojos
escaparon de la mirada de Samira para enfocarse en el doctor—. Sí,
canta muy bien, ya se lo he dicho. —Luego sus pupilas se
deslizaron hacia su padre, que, para ese entonces, ya no debía
tener dudas de sus orígenes.
Ian mostraba el ceño ligeramente fruncido, más que de
molestia era de desconcierto, su hijo debía ir preparándose porque
tendría que darle algunas explicaciones.
A pesar del rostro pálido y las visibles ojeras, las mejillas de la
chica se arrebolaron y una discreta sonrisa floreció.
—¿Cómo era que decía lo que nos cantaste? Tendrás que
anotarme el nombre y quién la canta. Como es normal, la memoria
después de setenta años va perdiendo agudeza.
—Lo haré —prometió Samira con un asentimiento y una leve
sonrisa.
—Espero algún día poder tener la oportunidad de disfrutar de
ese talento —comentó Ian, con la intención de que su hijo se diera
cuenta que nada de lo que estaba escuchando lo estaba
incomodando o molestando, quería que se diera cuenta de que a
pesar de lo accidentado y sorpresivo que había sido todo hasta el
momento, él estaba encantado de conocer a la joven.
—Deberías cantar un poco, anda gypsy . —La alentó Ramona,
quien recién entraba a la habitación y había escuchado lo que el
doctor había comentado.
La sonrisa de Samira se volvió incómoda, porque le
avergonzaba hacerlo para el señor Garnett.
—No te sientas obligada, seguramente estás muy cansada. —
Medió Ian, consciente de la debilidad visible en la jovencita.
—Gracias por preocuparse señor, pero puedo hacerlo —
respondió a pesar de los nervios, quería causarle una buena
impresión, así que respiró profundo, esquivó su mirada hacia el
doctor, quien con un asentimiento la alentaba. Se aclaró la garganta
y se regodeó en la primera estrofa de esa canción que había
compartido con el equipo médico—. Una de esas noches sin final,
me trae tu voz cada mañana —entonó, a pesar de sus nervios la voz
le salió melodiosa y con el tono adecuado para hacer una
presentación, por lo menos aceptable—. Y otra vez me vuelve a
despertar el suave rumor de tus palabras, son tus labios dulces
como un mar de leche y miel, canela y cielo y en tus ojos cada
amanecer parecer arder mi piel de fuego… —Fijó su mirada en el
hombre que, en sus más recónditos anhelos, esperaba algún día
pudiera ser su segundo padre. Por lo que tenía que hacer lo posible
por agradarle—. No puedo pensar vivir sin el ancho de tu espalda
sobre mi sábana inquieta, mirándote sonreír cuando tu boca se
escapa para que yo me la beba . —Una legión de mariposas torturó
su estomagó y la obligó a sonreír al ver que la sonrisa en él se
ampliaba, casi al punto de la admiración—. Cuando vuelva
amanecer otra vez te escucharé decir mi nombre sin miedo y otra
vez te besaré como besa esta mujer antes de decir te quiero… —
Terminó, conteniendo las ganas de volverse a mirar a Renato, quizá
él se había dado cuenta de sus manos temblorosas.
Un concierto de aplausos que inició Ian Garnett fue
acompañado por el de los demás, lo que hizo que el sonrojo le
subiera hasta las orejas.
—De verdad que tienes talento para el canto —reconoció
maravillado—. Si te apasiona tanto como para hacerlo tu carrera
profesional, tengo los contactos adecuados para llegues muy lejos y
los pondré a tu disposición si lo deseas. —Se ofreció, pero pudo
notar que a su hijo le desagradó ese comentario.
—Bueno, antes de darte el alta tendré que pedirte foto y
autógrafo —comentó el doctor Morales.
—Gracias, aunque amo cantar, no quiero hacer de eso una
profesión, pronto empezaré a estudiar medicina —comunicó, muy
segura de cuál era el camino que deseaba seguir. Por fin, sus
latidos menguaron un poco y se volvió a mirar a Renato, solo para
encontrarse esos ojos azules clavados en ella, que parecían
penetrar en su corazón, desatando pequeños escalofríos por todo
su cuerpo.
Él no pudo apartarse de esos grandes y hermosos ojos, llenos
de brillo, se veía tan linda que odiaba cada magulladura que tenía
en su cuerpo.
—Es la mejor elección, existen muchas maneras de demostrar
amor al prójimo, pero sin duda, la medicina es la mejor de ellas. —
La voz del doctor haló las pupilas de Samira hacia él—. Es bueno
tener en frente a una futura colega.
Ella le regaló una gran sonrisa de puro entusiasmo.
—Me esforzaré y daré lo mejor de mí para no decepcionarlo. —
Estaba muy agradecida con el hombre, no solo por haberle curado
la herida, sino por lo amable y cariñoso que se había comportado.
—Jamás podrías, tan solo con haber tomado la decisión de
estudiar medicina, ya me honras. —Casi le hizo una reverencia.
—¿Has pensado en qué te especializarás? —intervino Ian,
sintiendo la necesidad de no quedarse solo con su comentario
anterior, que, al parecer, su hijo había considerado demasiado
superficial.
—Oncología pediátrica, me gusta mucho relacionarme con
niños.
Por un momento se quedó sin palabras al escuchar la
seguridad y madurez con la que hablaba la jovencita, empezaba a
comprender por qué Renato había conseguido crear lazos afectivos
con ella; sin embargo, aún seguía la incógnita de cómo fue que
llegaron a ese punto. Bien sabía que no era fácil traspasar las
barreras que imponía su hijo. Sí, él había evolucionado mucho
gracias a las terapias con Danilo; aun así, seguía siendo bastante
tímido y no le agradaba relacionarse con personas que estuvieran
por fuera de su zona segura.
—Es admirable ver que tienes tu vocación definida. No es
normal hacer esa pregunta y que la respondan con tanta seguridad.
—Lo he tenido claro desde hace mucho —aseguró con una
sonrisa franca. Quería decirle que su vocación por ayudar a los
niños era por haber sido testigo de tanta calamidad en su
comunidad gitana, pero no quería hablar más de la cuenta. No
deseaba avergonzar a Renato.
Luego de ese comentario, el doctor Morales, procedió a
explicar el estado clínico de Samira. Sus estudios, afortunadamente,
habían salido bien, a pesar de que había sufrido una conmoción
cerebral, pero con la fortuna de ser un tipo de traumatismo
craneoencefálico leve; sin embargo, la dejaría en observación por
doce horas para descartar cualquier agravamiento y aseguró que en
pocas semanas estaría muy bien, le recetó medicamentos para
tratar el dolor de cabeza, también algunos para controlar las
náuseas y vómitos.
Miró a Renato y le pidió que en los próximos días le tuviera un
poco de paciencia a su novia, porque probablemente, se mostraría
triste, irascible, irritable, enfadada o nerviosa.
—¿Cuándo podré volver al trabajo? —preguntó ella, estaba
demasiado preocupada por eso. Apenas llevaba pocas semanas y
no creía para nada conveniente faltar.
—En un par de días, mientras tanto solo relájate en casa.
Puedes hacer actividades tranquilas, como hablar con tu familia o
amigos, leer, dibujar. Si los síntomas interfieren o te impiden hacer
determinada actividad, como limpiar, tómate un descanso. Lo podrás
volver a intentar al cabo de unos minutos, o puedes probar con una
modalidad menos enérgica de esa actividad —recomendó, mientras
observaba a la chica asentir continuamente, los demás lo miraban
con atención—. También te he recetado unos relajantes muy leves
para que duermas, necesitas hacerlo por lo menos de ocho a diez
horas por día y, por lo que más quieras, evita la cafeína.
Eso último fue lo que menos le gustó, no sabía cómo iba a
poder sobrevivir un día sin café, de solo pensarlo empezaba a
dolerle la cabeza de nuevo.
Renato como si hubiese adivinado sus pensamientos, se volvió
a mirarla.
—Lo siento, pero será mejor que sigas las ordenes médicas,
así te aseguras de vivir mucho más para que luego puedas tomar
todo el café que quieras.
Ella hizo un mohín, no tenía opción, debía resignarse a luchar
contra la abstinencia.
El doctor terminó con todas las indicaciones y se despidió,
asegurando que en unos minutos vendría la enfermera a
administrarle los medicamentos, también les sugirió a los visitantes
que la dejaran descansar y que solo una persona debía quedarse
para acompañarla.
En cuanto Morales abandonó la habitación, Ian consideró que
también era momento de marcharse, Samira estaba bien y ya su
hijo había cumplido con asegurarse de su bienestar. Sin embargo,
cuando este vio que Ramona se instalaba en el sofá se acercó a
ella.
—Yo me quedaré —se ofreció Renato, sorprendiéndolos a
todos—. Necesitas descansar, has pasado una noche demasiado
estresante —lo decía en serio, el aspecto de la gitana era
lamentable y realmente visible en sus facciones.
—Gracias, pero puedo quedarme, tú tampoco has descansado
nada.
—Lo hice, dormí durante el vuelo. Si quieres puedes ir a casa
algunas horas y luego vuelves a relevarme.
Ramona buscó apoyo en Samira, pero su mirada saltaba del
padre al hijo, mientras jugueteaba con el filo de la sábana en un
gesto nervioso.
—Renato, no tienes que quedarte, ya estoy bien… Imagino que
tienes que volver a Río con tu padre, debes tener muchas cosas
más importantes que atender —dijo con un hilo de voz.
—Hijo, si deseas quedarte, hazlo, yo puedo regresar solo… —
Se apresuró Ian para no ponerlo en una situación difícil. Era
evidente que él quería quedarse con la chica y ella también se moría
porque él se quedara, sus gestos lo gritaban; así que no sería él
quien hiciera que retrocediera el avance que había logrado su hijo,
ya después tendrían tiempo para hablar sobre la muchacha.
—Gracias papá. —Le regaló una caída de párpados que
demostraba lo agradecido que estaba con él, se acercó y le dio un
abrazo y le besó la mejilla.
Ian le susurró que se cuidara y que lo mantuviera al tanto de la
situación. Luego se acercó a Samira, le ofreció la mano, dándole un
cálido apretón y mirándola a los ojos, le deseó pronta recuperación y
le recordó que había sido un verdadero placer conocerla.
Ramona también se despidió de Renato, le agradeció que se
quedara y le prometió que regresaría en unas horas. Luego fue a la
cama, le dio un beso en la mejilla a su amiga y le preguntó si
deseaba que le trajera algo en particular, ya sabía que necesitaba
ropa limpia y calzado para cuando saliera de la clínica, porque ya
llevaba en una bolsa todo lo manchado de sangre.
—Mi móvil, porque seguramente mi abuela me llamará por la
tarde —le pidió, no quería que se angustiara si no le contestaba la
llamada—. Y ropa, lo que sea… también mi cepillo de dientes.
—Está bien, te prometo que vendré en unas horas, trata de
descansar —sugirió, acariciándole una de las sienes con el pulgar.
—Lo haré —afirmó y le dijo adiós a su amiga, con un
movimiento de la mano.
Renato los acompañó hasta la puerta, ahí intercambió algunas
palabras más con su padre y luego se volvió hacia Samira.
—Y, ¿cómo te sientes? —preguntó él en su avance hacia ella.
—Bien, bastante bien, considerando lo que me pasó.
Él le sonrió tenue.
Samira se prendó a su sonrisa, a esos labios llenos, pero sobre
todo, a esos expresivos ojos azules que la observaban como si
fuera lo mejor que le había pasado, o era lo que ella anhelaba creer.
Ya había perdido la cuenta de todas las veces que se había
contenido las ganas de arrojarse a sus brazos desde que lo vio
entrar por esa puerta.
—Bueno, será mejor que descanses, ¿necesitas que te
acomode la almohada o ajuste la cama? —preguntó, observándola
sin atreverse a tocarla a pesar de que las ganas le latían en las
yemas de los dedos.
—No hace falta, pero necesito un favor…
—Lo que sea, menos traerte café de contrabando —intentó ser
gracioso por lo que le regaló una sonrisa sesgada.
—No había pensado en eso. —Ella también sonrió—. Pero
quizá soborne a una de las enfermeras. —Lo vio negar y sus ojos
destellaron, tal vez debido a la sorpresa de sus intenciones—. Lo
que necesito de ti, es que me prestes tu móvil, tengo que avisar que
no podré ir a trabajar.
—No tienes que preocuparte por eso…
—Pero me gustaría avisar, hoy tenía cosas importantes que
atender, necesito informar con tiempo para que puedan resolver.
—¿Quieres que yo llame?
—No, yo puedo hacerlo, pero entiendo si no quieres prestarme
tu móvil.
—No tengo problemas en prestártelo —dijo al tiempo que lo
buscaba en el bolsillo interno de su chaqueta. Antes de
entregárselo, encendió la pantalla y eliminó las notificaciones
entrantes, entre las que puedo ver algunos mensajes de Lara.
Suponía que debía estar molesta porque no se había
conectado, últimamente estaba incumpliendo la mayoría de las
promesas que le hacía y eso de cierta manera le mortificaba, porque
ella había sido incondicional con él, siempre que la buscaba, estaba
ahí dispuesta a complacerlo en lo que fuera. Necesitaba de alguna
manera reivindicarse con ella, pero ese no era el momento.
—Gracias —musitó al recibirlo, casi enseguida empezó a
marcar los dígitos, concentrada en la pantalla.
Renato observó sus largas pestañas, su nariz pequeña y sus
labios sonrojados, mientras se mordía el inferior levemente debido a
la concentración. Su mirada se desvió y viajó hasta su níveo cuello y
de ahí a sus pequeños senos, los cuales casi podía ver debido a
que se trasparentaba la bata medica blanca, por eso pudo darse
cuenta que no llevaba sostén, provocando que aquella primorosa
visión le abriera un abismo en el estómago, pero antes de que su
cuerpo reaccionara, poniéndolo en evidencia, apartó la mirada y
caminó hasta el sofá.
Ella habló con Karen, le explicó lo que le había sucedido y se
encargó de tranquilizarla, al decirle que estaba fuera de peligro, que
solo estaba en observación y que por la tarde la darían el alta.
En cuanto le regresaba el teléfono a Renato, entraron dos
enfermeras, una para administrarle los medicamentos y otra con el
carrito del desayuno. Él le solicitó el favor de conseguirle un
cargador para su móvil.
Ella no era de las que solían quejarse por la comida; las
calamidades con las que había crecido la hicieron ser agradecida
con cada bocado que podía llevarse a la boca, pero no pudo evitar
comentarle a Renato sobre la simpleza de aquellos alimentos, una
vez se marcharon las enfermeras.
—Solo espero que Ramona me traiga algo mejor sazonado —
deseó, cuando Renato le ayudó a retirar la bandeja.
—Puedo traerte algo de la cafetería… ¿Un sándwich?
—No, gracias… ha sido suficiente comida, pero tú sí deberías ir
a comer algo.
—No tengo hambre… —De inmediato caminó al sofá donde su
teléfono vibraba con una llamada entrante. Era su padre para
informarle que ya estaba en el hotel, que descansaría un par de
horas porque el vuelo salía a la una de la tarde y también aprovechó
para informarle que no se preocupara por los gastos médicos de
Samira, ya que antes de salir de la clínica, él saldó las cuentas.
Mientras conversaba, entró una vez más la enfermera que no
solo volvió con lo que le había pedido, sino que, además, puso a un
lado del sofá una cobija y una almohada.
Estaba al tanto de que el joven había viajado desde Río para
ver a su novia y suponía que debía estar agotado.
—Gracias —musitó ante la amabilidad de la enfermera.
Ella asintió y le regaló una sonrisa conciliadora, luego se acercó
a la paciente y le preguntó si se sentía bien. Ella, sintiendo ya el
efecto del sedante, afirmó con la cabeza.
La enfermera se marchó.
Renato terminó con la llamada y de inmediato puso a cargar el
teléfono, para ir una vez más junto a la gitanita, con cuidado le
hundió los dedos entre los cabellos del costado de la cabeza, ella
sintió la necesidad de cerrar sus párpados pesados ante la cualidad
tranquilizadora de ese toque y de los medicamentos, pero se obligó
a seguir mirándolo con atención.
—Trata de descansar —le susurró con dulzura infinita, en ese
momento sentía la irrefrenable necesidad de protegerla a toda
costa.
—Gracias por venir… Lo siento, he sido la peor amiga en los
últimos días —murmuró casi vencida por el sueño—. ¿Cierto que lo
he sido?
—Solo un poco, pero yo también he sido bastante
intransigente.
—No, tú sigues siendo tú, justo como eras cuando te conocí,
porque nada ha cambiado en ti… Sigues siendo amable conmigo;
en cambio, yo ya no soy esa gitana que se robó tu billetera, ni
mucho menos la que se escondió en tu auto y, algunas veces me
gustaría poder volver a ese punto… —Quería decirle, que deseaba
con todas sus fuerzas no haberse enamorado de él, porque sentía
que por culpa de ese sentimiento lo estaba arruinando todo, no solo
su relación con Renato, sino también su manera de ver la vida.
—¿Quieres regresar a Río? ¿Volver con tu familia? —preguntó
con un nudo en la garganta y con un creciente vacío en el pecho,
porque sabía que, si ella regresaba con su familia, jamás volverían a
verse, ellos no se lo permitirían.
—No, no es eso… Es más complicado. —Desvió su mirada y
cerró los ojos—. Creo que ahora sí necesito dormir.
Renato no podía entender qué podía ser más complicado, que
no volver a verse, pero no quería hacer preguntas. Ella debía
descansar.
—Está bien, duerme. —Se quedó en silencio y en el mismo
lugar hasta que se aseguró de que Samira se había quedado
profundamente dormida. Fue entonces que se permitió salir de la
habitación e ir a la cafetería a por algo de comida, solo porque ya le
dolía el estómago.
CAPITULO 43
Tras un sustancioso desayuno y de una corta conversación con
Lara, regresó a la habitación para encontrar a Samira todavía
dormida.
Se acostó en el sofá, acomodando bajo su cabeza la almohada
para estar más cómodo y se dedicó a responder algunos correos de
trabajo; sin embargo, después de atender unos cinco mensajes,
estaba seguro de que no iba a seguir manteniendo los párpados
abiertos, estaba verdaderamente agotado, por lo que dejó el móvil
en la mesa de centro y se dispuso a dormir, por lo menos media
hora; casi enseguida terminó rendido.
El sonido sordo de la vibración del teléfono de Renato sobre la
mesa y un dolor de cabeza taladrante despertó a Samira, estaba
muy confundida, no sabía dónde se encontraba ni cuánto tiempo
había estado dormida. Le tomó casi un minuto aclarar sus
pensamientos y recordar por qué estaba en aquella cama que no
era la suya.
Sus pupilas se fijaron en el chico que estaba dormido en el
sofá, esa visión la llenó de ternura y anhelo, había visto pocas cosas
que alcanzaban la perfección y, en ese momento de vulnerabilidad,
él lo era. No tenía dudas de que Renato ocupaba un lugar muy
importante en ese altar en el que tenía todo lo que deseaba, pero
sabía que ahí no pertenecía, porque él tenía otras prioridades y, si
ella quería cumplir su meta de volver a su casa, siendo una doctora
para ayudar a los niños de su comunidad, debía hacerlo sin
compañía. Su familia jamás lo aceptaría, suponiendo la absurda
idea de que en algún momento él correspondiera a sus fantasiosos
sentimientos.
El constante zumbido de la vibración del móvil lo estaba
despertando, al ver que se removía a punto de salir del estado de
sopor, ella de inmediato cerró los ojos y fingió seguir dormida, por la
sencilla razón de que no sabría cómo enfrentarlo cuando despertara
y se diera cuenta de que lo había convertido en el objeto de su
admiración.
Renato despertó algo desorientado, pero en cuestión de
segundos se ubicó en tiempo y espacio, con rapidez se incorporó
para atender el teléfono, porque odiaría interrumpir el descanso de
Samira, que todavía seguía profundamente dormida.
En cuanto vio el nombre de su terapeuta en la pantalla, se
lamentó con una prolongada exhalación. Había olvidado que ese día
tenía cita.
—Lo sé, Danilo… disculpa, disculpa —murmuró, sonrojado por
la vergüenza de sentirse un desconsiderado con los horarios del
hombre—. Sé que debí avisar que no iría, lo olvidé.
Ella escuchaba la voz todavía adormecida de Renato, a pesar
de que él se esforzaba por susurrar. Reconoció el nombre de Danilo,
alguna vez se lo había mencionado y le dijo que era un amigo que
esperaba en algún momento presentarle, estaba segurísima de que
no sería ahora, por lo que prefirió seguir con su actuación.
—Samira tuvo un accidente y tuve que venir a verla… No, sí,
ella está bien, afortunadamente no fue nada grave. —Hizo una
pausa para escuchar a su interlocutor, mientras se frotaba la cabeza
con la mano libre y tenía la mirada clavada en sus zapatos—. Estoy
bien, fue anoche… No, no viajé solo, mi padre me acompañó, pero
ya regresó a Río… Sí, decidí quedarme hasta que le den el alta…
Solo la tendrán unas horas más en observación… No, no es
necesario que hablemos de eso porque estoy tranquilo… Bueno —
masculló, rindiéndose a la petición de Danilo—. Sí, lo hablaremos en
la próxima consulta… No sé, no tengo idea de cómo está mi
agenda, le preguntaré a Drica y te confirmo si puedo el viernes, ¿te
parece? —Sabía que tenía que darle una respuesta que lo
tranquilizara—. Bien, igual para ti, feliz tarde. —Terminó la llamada y
resolló.
A Samira le hubiese gustado poder entender con total claridad
el contexto de aquella conversación. Renato le había dicho que era
su amigo, pero mencionó tener una consulta con el hombre. La
respiración se le atascó en el pecho al pensar que podría estar
enfermo y no se lo hubiera dicho hasta ahora. Quería abrir los ojos,
pero no deseaba incomodarlo, no fuese que pensara que él la había
despertado.
Él levantó la cabeza para mirarla, le tranquilizaba ver que lucía
serena, tras casi un minuto de observarla con una devoción de la
que él ni siquiera era consciente. Se atrevió a revisar las
notificaciones que le llegaron mientras estuvo dormido.
Tenía un mensaje de Ramona que le había enviado hacía unos
ocho minutos, avisándole que ya venía en camino, él le contestó
que todo estaba bien y que Samira seguía dormida. Tenía otro
mensaje de su padre, informándole que ya había abordado, no tenía
caso responderle si no tenía señal. Fue entonces que se percató de
que había dormido unas cuatro horas. Se levantó y fue al baño a
lavarse la cara.
Cuando volvió, se encontró conque Samira se había
despertado y le regalaba una sonrisa que relucía en sus facciones
cansadas.
—Hola, ¿cómo te sientes? —preguntó, acercándose a ella.
—Bien, solo me duele un poco la cabeza —comentó,
sobándose la frente.
—¿Quieres que llame a la enfermera para que te dé un
calmante? —Se fijó que tenía los ojos bastante enrojecidos e
hinchados.
—No, prefiero esperar cuando toque, no quiero abusar de los
medicamentos… —En ese momento fue interrumpida cuando la
puerta se abrió y apareció Ramona, trayendo la mochila de su
amiga.
—Buenas tardes —saludó y avanzó envalentonada hasta la
cama—. Hola gypsy , ¿cómo sigues? —preguntó, plantándole con
cuidado un beso en la mejilla, luego le entregó sus pertenencias.
—Estoy bien, con un poco de dolor de cabeza.
—¿Quieres que pida un calmante?
—Lo mismo me dijo Renato, pero es soportable, prefiero
esperar… ¿Has traído mi teléfono?
—Sí, tu abuela llamó, le dije que estabas en la lavandería y
habías olvidado el móvil… No quería mentirle… ¿hice mal? —
preguntó con un mohín de preocupación.
—No, no… es mejor así, no quiero mortificarla. ¿Te dijo si
volvería a llamar?
—Dijo que lo intentaría, porque estaban solucionando un
problema de una mercancía que esta mañana le decomisaron a tu
padre… Ella estaba esperando a Kavi para ir a la policía a llevar
algunos documentos… —Hubiese preferido no contárselo, pero
sabía que tarde o temprano se enteraría y le reclamaría por
habérselo ocultado.
—¡ O, Undibel ! Estoy segura de que fueron otra vez los relojes,
no sé por qué sigue arriesgándose con eso —se lamentó, sintiendo
que el dolor de cabeza se le acentuaba y los latidos en su pecho se
descontrolaron.
—Si necesitas puedo ayudar, aún tengo el número de
Alexandre, recuerdas que nos ayudó con… —Renato no sabía si
decir lo de los documentos delante de Ramona, aunque estaba
seguro de que ella estaba al tanto—. Quizá conozca a alguien… —
Él quería respetar su deseo de no seguir ayudándola, pero no podía
evitar tenderle una mano al ver cómo la carita de ella se había teñía
de preocupación.
—Sí, lo recuerdo, pero no es necesario molestar… Hagan lo
que hagan no devolverán la mercancía, son réplicas… —Le
avergonzaba tener que reafirmarle a Renato que su familia
dependía de un negocio que en parte era ilegal.
Él no quiso insistir, era mejor respetar sus decisiones, después
de todo, ella tendría razones para no querer involucrarse en ese
asunto. No se consideraba un hombre receloso ni proclive a la
cólera o a tomar decisiones precipitadas. Sin embargo, le molestaba
que todo lo relacionado con la familia de Samira, siempre le
terminara generando algún tipo de preocupación. Entendía
perfectamente porqué era tan madura, debió formarse de esa
manera para poder encajar en su entorno.
Ramona se disculpó por haber llegado con malas noticias, pero
ella le dijo que no se mortificara, porque no era su culpa, le
agradeció que la hubiese puesto al tanto, pero se reservó su
sentimiento de impotencia de no poder hacer nada por ayudar a su
padre; sin embargo, pensó que en cuanto le dieran el alta, iría a
enviarle dinero a su abuela para que pudiera solventar los gastos de
ese mes. Bien sabía que cada vez que le decomisaban la
mercancía, no solo perdía una parte importante de su fuente de
ingresos, sino que terminaba endeudado con los chinos que le
entregaban esos relojes a consignación.
Retuvo un jadeo de alivio cuando la enfermera entró con la
medicación porque sentía que la cabeza y los ojos le estallarían en
cualquier momento. Antes de marcharse, le dio permiso para
ducharse y cambiarse, ya que el doctor pasaría en una hora para
darle el alta.
Samira no esperaba encontrar su pieza ordenada, ni mucho
menos sin rastros de cristales y sangre en el baño, ya se había
preparado mentalmente para limpiar eso, pero Ramona junto a sus
vecinos, William y Sofía, se encargaron de dejar todo limpio.
—Prométeme que te cuidarás —pidió Renato, con esa sonrisa
dulce que hacía que su corazón se acelerara en segundos. Puso
sus manos en los costados de la delicada cara, mientras le
mantenía la mirada.
—Lo haré, te lo prometo. —A ella la mirada azul la seducía,
pero se obligó bajar la mirada, fijándola en ese pedacito de piel del
pecho masculino que se dejaba entrever por el par de botones que
había desojado. Mientras él le ponía un mechón detrás de la oreja,
ella hubiese preferido que no hiciera eso debido a la inseguridad
que le provocaba dejar expuesta la única parte de su cuerpo que
menos le agradaba.
Él la sorprendió con un beso en la frente y la acercó para darle
un abrazo, que disfrutó con toda su alma, pero que en un principio
no correspondió porque no podía pretender que las cosas se habían
solucionado entre ellos por arte de magia, porque no era así. Ella
seguía enamorada de él y él de Lara.
Al final se dejó vencer por la necesidad de sentir su calor y lo
rodeó con los brazos, lo que hizo que Renato la apretara más contra
su cuerpo, aunque seguía siendo bastante cuidadoso, mientras le
acariciaba con sutileza la espalda. Cuando ella sintió que las
emociones la sobrecogían y las lágrimas se asomaban al filo de sus
párpados, se separó de él.
Renato se despidió una vez que estuvo seguro de que Samira
estaría bien cuidada y que seguiría al pie de la letra las indicaciones
médicas. Le pidió que lo mantuviera informado de cómo se sentía y
se marchó.
Esa semana que le dieron de reposo la aprovechó, para
enfocarse más en el estudio de los idiomas, por lo que se conectaba
a las clases de inglés dos veces al día y practicaba la pronunciación
con canciones; el español, a pesar de que lo dominaba bastante,
aún no lo hablaba a la perfección, por lo que también retomó sus
clases.
El tiempo le rindió muchísimo, aunque todos los días recibía
visitas de sus amigos y excompañeros del restaurante. Se habían
turnado para ir uno por día; así mismo, Karen había ido un par de
veces en compañía de su niño y, su jefe le había hecho llegar un
ramo de rosas rosadas con una tarjeta en la que le deseaba pronta
recuperación, le emocionó mucho que un hombre tan importante y
con tantos compromisos se tomara el tiempo para hacer algo como
eso. Jamás se había sentido tan querida y aceptada, muchas veces
se veía tentada a llamar a su padre para decirle lo bien que le iba,
no con el afán de restregarle sus logros sino para que estuviera
tranquilo, porque bien sabía que, aunque aparentemente no quería
saber nada de ella, muy en el fondo debía estar muy preocupado; y
se moría por tranquilizarlo.
Como era de esperar, su papá no pudo recuperar toda la
mercancía; sin embargo, le hizo sentir bien que su abuela por
primera vez recibiera la ayuda sin protestar, lo que le hacía suponer
que debían estar bastante necesitados y eso la mortificaba, por lo
que le solicitó ayuda a Adonay, con el que, ya tenía la confianza
para hacer videollamadas de vez en cuando, aunque de corta
duración.
Su padre no se negaría a aceptar el favor de un hombre de su
familia, mucho menos si se trataba de su sobrino, quién intentaba
ayudar a limar las asperezas que se generaron con su tío Bavol,
luego de la deshonra que ella le provocó.
Era irónico, pero en las pocas semanas que llevaba hablando
con Adonay y que se trataban más como amigos, lo había conocido
mejor que en todos los años en que lo había visto exclusivamente
como su primo o lo poco que pudo tener de él como prometido.
Debía admitir que le parecía linda su sonrisa, esa que jamás se
había preocupado por apreciar más allá del cariño fraternal o que
sus ojos azules parecían que todo el tiempo resplandecían en su
rostro moreno. Físicamente, su primo era bastante atractivo, solo
que su carácter seguía siendo el de un gitano, aunque se esforzaba
por suavizar sus actitudes y creencias de la superioridad del hombre
sobre la mujer, fracasaba cada vez que hablaban sobre su trabajo y
minimizaba de alguna manera los esfuerzos de sus compañeras,
algo de lo que él ni siquiera se daba cuenta, porque era su
naturaleza, la forma en la que había sido criado y su manera de ver
la vida.
También la hizo sentir inferior cuando le dijo que él podía
proveer por un tiempo a su tío, porque no era aceptable que ella lo
hiciera, jamás una mujer debía asumir los gastos que eran deber del
hombre de la casa. Para Adonay no tenía sentido la equidad, algo
que Samira defendía a capa y espada; sin embargo, a pesar de ese
pequeño detalle, disfrutaba mucho de las conversaciones con su
primo, en las que solían compartir anécdotas de su niñez que la
hacían reír casi hasta las lágrimas.
Fue él quien le recordó que faltaban quince días para su
cumpleaños, que pronto se haría mayor de edad y le planteó la idea
de visitarla para que no tuviera que celebrarlo sola o con
desconocidos.
El nudo de nervios que provocó esa propuesta la dejó sin
habla. Sí, su relación con Adonay iba de maravilla, pero no estaba
preparada para tenerlo enfrente, porque estaba segura de que no
iba a saber cómo actuar; por otra parte, terminaría descubriendo
que le había mentido al decirle que seguía en el restaurante y no
que prácticamente estaban trabajando para la misma empresa.
No pudo negarse a la primera, solo se excusó al decirle que no
sabía cómo iba a estar de tiempo, porque ese sábado debía
trabajar. Mintió, una vez más.
Sin darse cuenta, Adonay de cierta manera le había ayudado a
distanciarse más de Renato, al que por momentos extrañaba hasta
la médula, pero luego se daba de golpes contra la pared,
metafóricamente, al recordar lo mucho que la confundían sus
atenciones, lo creía culpable al no permitir que sus sentimientos por
él se enfriaran. Lo peor era luchar consigo misma para contener las
ganas de escribirle o de hacerle una videollamada. Él seguía
preocupándose por ella, todos los días al despertar tenía un
mensaje suyo, deseándole buenos días, entonces se volvía a sentir
horrible y culpable por estar consiguiendo su objetivo de
distanciarse de él, pero era lo necesario para poder sanar la herida
que le había causado el amor no correspondido.
Dos semanas habían transcurrido desde el accidente de
Samira y cada vez era menos lo que Renato sabía de ella, ya que
últimamente estaba muy ocupada con sus cosas personales y sus
amistades. Eso lo desanimaba bastante y también lo había llevado a
ser menos entrometido, habían pasado de hablar todos los días o
escribirse a cada rato a solo intercambiar un par de mensajes al día;
incluso, la lista de reproducción estaba a punto de oxidarse, porque
ninguno se dignó a actualizarla, aunque por puro masoquismo él
entraba para ver si ella la escuchaba, pero no lo había hecho en
varias semanas.
No era que no le agradara que compartiera con sus amigos, de
hecho, Rafael después de lo del accidente, se había mantenido en
contacto con él, era un hombre agradable y bastante elocuente. Por
supuesto que quería que su gitanita contara con otras personas que
la estimaran y le hicieran sentir aceptada en una sociedad a la que
por mucho tiempo estuvo limitada, que conociera el mundo sin las
barreras impuestas por su cultura; no obstante, eso le hizo reafirmar
la idea de que él no era el tipo de persona con el que alguien
quisiera estar, su forma de ser tan introvertida, su aburrido estilo de
vida, su falta de elocuencia y su nula autoestima, eran la mezcla
perfecta para alejar a cualquier persona.
Era evidente que él ya le aburría, que quizá hablar siempre de
los mismos temas la tenían cansada, él no podía contarle de sus
amigos, ni de las salidas de fines de semana a cine o a cenar, ni
siquiera le hablaba de su trabajo o de ahondar en temas familiares,
no podía ser tan expresivo como ella, que solía ser tan carismática y
conversadora.
Por eso había vuelto a refugiarse más en Lara, con ella todo
era seguro, siempre estaba ahí, dispuesta a compartir tiempo con él,
aunque le pagara por ello. Ya se había acostumbrado a que unos
cuantos miles de dólares al mes fueran suficiente para alguien lo
soportara y también lo estimulara sexualmente.
Después de cenar subió a su habitación, se lavó los dientes y
se fue a la cama a esperar pacientemente que Desire se conectara,
tras leer unos cinco capítulos de su relectura del libro, El último
jurado de John Grisham, por fin le llegó la notificación que había
estado anhelando.
Sin embargo, su intención fue interrumpida por la llamada
entrante de su padre, suponía que era para desearle buenas
noches; y para asegurarse de que estaba bien y que no le guardaba
ningún rencor por la conversación que tuvieron esa mañana en
cuanto fue a visitarlos a la casa, mucho se había tardado en exigirle
una explicación sobre su relación con Samira.
Por supuesto, Renato pudo contarle la versión que llevaba dos
semanas preparando, no le mintió, solo modificó un poco la historia,
no le dijo que la primera vez que vio a la gitana fue porque en
complicidad de su abuela le robaron la billetera, ni que luego se le
metió en el asiento trasero de la SUV para esconderse porque huía
de un matrimonio impuesto, estaba seguro de que Ian Garnett no
toleraría que brindara ayuda a una chica con malos hábitos, sin
importar las necesidades que la llevaron a eso.
Le dijo que la conoció en el mismo lugar, pero que la vio
pidiendo dinero para poder pagar sus estudios universitarios, alegó
que eso lo sorprendió, porque nunca había visto que nadie usara
esa excusa, la intriga que eso le generó hizo que empezaran a
hablar de vez en cuando, hasta que se aseguró que no era una
mentira para timarlo y que por eso le brindó su ayuda. Y antes de
que usara la lógica y le preguntara por qué no le ayudó con una
beca de la fundación de grupo EMX, le dijo que ella deseaba
estudiar fuera del país, porque no llevaba una buena relación con su
padre y la abuela de Samira estaba de acuerdo en ello. Que en
cuestiones familiares él no se involucraba, que no sabía nada de los
gitanos y que solo quería hacer por ella lo que siempre le repetían
en su familia de que se debía brindar apoyo a los menos
necesitados.
Sabía que todas sus explicaciones no fueron suficiente para su
padre; no obstante, este le hizo creer que se había tragado el
cuento completito y la verdad era que con eso se sentía satisfecho;
aunque antes de irse no dejó de aconsejarlo sobre el carácter de los
gitanos, de la sobreprotección hacia sus mujeres y de lo vengativos
que solían ser, le suplicó que tuviera cuidado y que no iba a pedirle
que se alejara de Samira, porque después de todo, la jovencita era
un encanto… Sí, así le llamó un encanto .
Luego de conversar por unos cuántos minutos y de pedirle que
le diera un beso a su madre de su parte, terminó la llamada, dejó el
teléfono de lado y regresó a lo que estaba haciendo en su portátil,
disfrutar de Desire.
En cuanto ella llenó la pantalla de su laptop, reafirmó que era
hermosa, era imposible describirla con exactitud, debían verla para
poder entender la fascinación que despertó en él desde el instante
en que la vio. Y era algo que no solo se trataba del físico, sino de
esa fuerza magnética que irradiaba, aún a través de una cámara,
ejercía un poder sobre cientos de miles de hombres que se
postraban a sus pies, convirtiéndolos casi en perros babosos.
No resultaba difícil enamorarse de esa mujer, ella era la
fantasía de cualquier hombre hecha realidad, estaba en lo más alto
de la evolución femenina, se adaptaba a las utopías de los usuarios,
desde las más inocentes hasta las más sucias, podía complacer si
le pedían sexo rudo y palabras lascivas, así como fingir ser una
jovencita inexperta en los placeres carnales.
Ella era todo lo que él necesitaba para ser feliz, para sentirse
completo y estimado, aunque fuese por un par de horas, le gustaba
esa efímera felicidad, a la terrible soledad que en el fondo sentía.
Esa noche llevaba un minivestido de látex y un antifaz de
conejo negro, para ambientar tenía una canción de Ariana Grande,
en la que le prometía tener sexo hasta el amanecer siempre y
cuanto pudiera mantenerla erecta.
De inmediato el deseo empezó a fluir ardiente por el cuerpo
acalorado y palpitante de Renato; quería empezar a tocarse, pero se
retó a esperar para ver cuánto podría soportar.
Mientras Desire los tentaba con el sensual movimiento de su
cuerpo, él ignoraba a los demás usuarios y enfocaba su atención
solo en ella y en cada mínimo gesto.
Solo anhelaba poder atravesar la cámara, lanzarse sobre ella,
levantarle el bendito vestidito y hundir la cara entre sus muslos para
embriagarse con sus mieles. Ella sonreía, jugaba con ellos y lo
sabía, se humedeció los labios un poco, lamiéndose el superior de
manera obscena, asegurándose que ninguno de los casi sesenta mil
hombres conectados en ese momento, desviara su atención del foco
de la cámara.
Los comentarios acompañados de bonificaciones no paraban,
con adjetivos que no bajaban de «perfecta» lo que le hacía a ella
mostrar orgullosas sonrisas.
Soportó estoico gran parte de espectáculo sin tocarse, pero
estaba erecto, dolorido y con el pecho agitado; así que de inmediato
solicitó el privado, como lo había hecho toda esa semana.
Desire lo recibió en la exclusividad con una sonrisita descarada
y una mirada de soslayo hacia la cámara, con la que pretendía
controlarlo desde lejos, lo que hizo que a él se le escapara una risilla
pervertida. Ella sabía perfectamente cómo actuar para llegar a sus
fibras más profundas.
Renato ya no quería perder tiempo; así que le indicó qué
juguete buscar y qué debía hacer, en cuanto la vio sacar el dildo
morado metalizado, él se bajó el pantalón del pijama lo suficiente
para sacar su polla, tan hinchada y dura que dolía.
Él disfrutó verla sufrir y regocijarse ante el placer, verla
penetrándose con el vibrador era un verdadero espectáculo a la
vista.
Empezó a sentir el extraordinario y cálido cosquilleo que le
anunciaba el orgasmo, necesitaba un poco más de lubricación por lo
que se mojó los dedos con un poco de saliva y los hizo resbalar por
su sensible glande. Seguía observando a Desire, respirando al ritmo
de ella, mientras que, en los AirPods, sus gritos se volvían
ensordecedores y sus jadeos tortuosos, pero manipulaba con
ahínco el aparato morado, hundiéndolo en su vagina.
Renato ante la gloriosa visión, puso los ojos en blanco para
luego apretarlos con fuerza, al punto de ver destellos brillantes en
medio de la bruma. La azarosa sensación recorrió todo su cuerpo en
violentas oleadas que lo dejaron temblando.
Desire se corrió al mismo tiempo que él, intercambiaron unas
pocas palabras y ella exteriorizó la urgencia de ir al baño, por lo que
la vio desaparecer de su campo visual y él se quedó con la
respiración agitada y con el cuerpo aún lleno de ese cosquilleo
difuso que le dejaba el orgasmo.
CAPÍTULO 44
A pesar de haberse quedado hasta un poco más de las tres de
la mañana con Desire, se levantó con tiempo suficiente como para
acompañar a sus abuelos en el desayuno.
Saludó a un par de mujeres de servicio y a uno de los hombres
de seguridad, con los que se topó en su camino a la terraza, donde
sabía debían estar sus abuelos, recibiendo la calidez de los rayos
solares matutinos. Se sorprendió al ver a su tía Helena, ellas poco
solían visitar a sus padres los días de semana y mucho menos por
la mañana.
—Buenos días —saludó, al tiempo que avanzaba hasta la
inesperada visita y le dio un beso en la mejilla—. ¿Qué extraño
motivo te ha traído? —preguntó antes de dirigirse a su abuela para
saludarla de la misma forma cariñosa.
—El negocio familiar, mi agenda no da para más, necesito
ajustarla o terminaré enloqueciendo —confesó ante la mirada
compasiva de su padre. Él bien sabía que el grupo exigía
demasiado y la gran mayoría del tiempo las horas del día no eran
suficientes.
—Helena tiene la agenda colmada hasta mediados del próximo
mes —comentó Reinhard, mientras su nieto le daba un beso en la
mejilla. Luego lo siguió con la mirada hasta que se sentó a su lado
—. Por lo que estimamos que lo más conveniente será delegar
algunos de sus compromisos, quiso primero hablarlo conmigo antes
de informarlo a la junta directiva.
—Si necesitas ayuda, puedes contar conmigo —se ofreció
Renato, al tiempo que desdoblaba la servilleta de lino que pondría
en su regazo—. Puedo apoyarte con un par de horas al día.
—Más que un par de horas al día, no sé si podrías viajar —
propuso el patriarca—. El sábado tiene una reunión importante, algo
que salió de último momento e interfiere con otra reunión.
—Bien, no tengo ningún inconveniente, solo envíame la
información. ¿A dónde tendría que ir? —Desvió su atención hacia su
abuelo.
—El sábado a las diez de la mañana tiene que estar en San
Pedro para coordinar la tercera etapa de las voladuras, además de ir
a la torre de control para supervisar el funcionamiento en el terreno.
—Está bien, yo iré.
—Gracias Renatinho, me quitas un gran peso de encima —
resopló Helena—. Liliana se encargará de programarte todo, hasta
el equipo de trabajo que te esperará en el aeropuerto.
—Solo asegúrate de que me envíen con tiempo la información
que necesitaré, para poder estudiarla. —Asintió a la mujer de
servicio que le ofrecía café.
—Esta tarde la tendrás toda en tu correo.
Una vez solucionado uno de los tantos inconvenientes
laborales de Helena, procedieron a desayunar y el tema de
conversación se dirigió al familiar.
Al terminar, su tía le propuso que se fueran juntos al trabajo, así
aprovecharían el tiempo para ponerlo más al tanto de la situación a
la que debía enfrentarse en pocos días.
Renato aceptó, porque era consciente de que debía
comprender bien cuáles serían sus funciones al asistir en su
representación. Uno de los chóferes los escoltaría hasta el grupo en
el auto de la pelirroja.
Se despidieron de Reinhard y Sophia, y se marcharon.
A media mañana recibió la respuesta al mensaje de «buenos
días» que le había enviado a Samira, ya le se le había hecho
costumbre que ella no le respondiera en cuanto se despertaba,
como solía hacerlo hasta hacía un par de meses; por eso ya no se
torturaba pensando que algo malo le hubiera ocurrido.
«Hola, buenos días… Disculpa que no respondí antes,
desperté muy tarde y tuve que correr para poder llegar a
tiempo al trabajo, no creas que me he vuelto perezosa, sigue
siendo el efecto de los medicamentos… Cuéntame, ¿cómo va
tu día?»
Renato escuchó el mensaje de voz, mientras aprovechaba para
revisar en la iMac el correo electrónico de la cuenta empresarial, le
sorprendió gratamente que esta vez ella diera pie para seguir con la
conversación; así que puso la opción de micrófono en la aplicación
de mensajes instantáneos y empezó a responderle.
—Hola, ¿hasta cuándo debes seguir con los medicamentos?
¿Todavía sufres de los dolores de cabeza? —hizo una pausa para
inhalar—. Mi día ha estado repleto de compromisos, desde que bajé
a desayunar ya tenía pendientes que siguen sumándose hasta el fin
de semana, debo viajar el viernes por la noche a San Pedro para
cubrir a una de mis tías. ¿Cómo va el tuyo? —preguntó y lo envió.
Luego se concentró en responder algunos de la docena de emails
que tenía.
En un par de minutos recibió un audio de vuelta:
«¡Ay!, vienes a Chile, qué bueno, seguro te reunirás con mi
jefe porque él también tiene que estar en San Pedro el sábado
—su voz se escuchaba agitada, debido al rápido andar que
debía emplear para transitar el largo pasillo que la llevaba a la
oficina donde debía entregar algunos documentos—. Esta
noche por fin lo termino, los dolores de cabeza prácticamente
han desaparecido, sin embargo, me sigue costando
concentrarme por largo tiempo, en la última consulta que tuve
con el doctor, dijo que es normal y que en un par de meses
estaré en perfectas condiciones… —su voz vibró insegura,
pero se arriesgó a hacer la pregunta—. ¿Pasarás por
Santiago?»
Renato quiso confesarle que sí tenía muchas ganas de ir, así
fuera un par de horas para compartir con ella, porque ya llevaba
cuatro semanas sin verla y la extrañaba mucho, pero no sabía si
contaba con el tiempo suficiente para escaparse a visitarla.
—No lo sé, aún no conozco la agenda para ese viaje, no puedo
hacer una promesa que no sé si cumpliré.
«Sí, lo entiendo… No te preocupes, habrá otra oportunidad
para vernos —respondió Samira intentando disfrazar la
decepción que se le había instalado en el pecho. Sabía que
se estaba comportando como alguien con múltiples
personalidades, porque pasaba los días evitando escribirle y
poniendo distancia entre ellos, pero a la primera que le decía
que estaría en Chile, se emocionaba con la posibilidad de
estar cerca de él. No podía evitarlo, esas eran las
consecuencias de estar enamorada sin ser correspondida—.
Por ahora me despido, necesito entregar unos documentos,
luego hablamos. ¿Te parece?»
—Sí, me parece, buena jornada. Hasta luego. —Envió el
mensaje y decidió concentrarse en sus obligaciones.
Ese día no volvieron a hablar, solo intercambiaron unos muy
breves mensajes de texto antes de irse a la cama, diciendo que
estaban por irse a dormir, se despidieron deseándose buenas
noches, pero la verdad era que ella se quedaría leyendo hasta que
le diera sueño y él se conectaría para ver a Desire hasta la
madrugada.
El miércoles por la noche, luego de que Renato saliera del
gimnasio, tuvo que pasar por el apartamento en São Conrado para
buscar una guía de estudios, que estaba seguro había dejado ahí.
La necesitaba para la asesoría del viernes con su tutor del máster.
Cada vez que abría la puerta, lo asaltaba el recuerdo de Samira
cuando estuvo ahí, algunas veces le gustaría poder regresar en el
tiempo y encontrársela en algún rincón, escuchar su risa o degustar
sus maravillosos platillos, pero no tenía tiempo para melancolías; así
que apresuró el paso hasta su habitación, luego de buscar esos
documentos en las mesas de noche o en su vestidor, no daba con
ellos, se estaba empezando a mortificar, porque sin esas guías
estaría perdido.
—Espero que Rosa no las haya echado a la basura —resolló
con las manos en la cintura. Caminó al mueble que estaba contra
una de las paredes laterales en su cuarto, se acuclilló y buscó en
cada cajón, pero siguió sin conseguirlos. Se daba por vencido, no
podía seguir así, por lo que, con mucha vergüenza debido a la hora,
decidió molestar a la asistente de limpieza y le marcó al móvil—.
Hola, buenas noches. Rosa, siento interrumpir tu descanso, es que
estoy buscando unas guías de estudio que tenía en mi habitación,
pero no las consigo.
—No se preocupe, joven Renato… Tranquilo que no he botado
ninguno de sus documentos, seguramente se las guardé en el cajón
derecho de su escritorio, el que está en la oficina.
—Muchas gracias, Rosa —suspiró aliviado—. Disculpa una vez
más por haberte molestado.
—Tranquilo… Si necesita algo más, me avisa.
—Gracias nuevamente, descansa por favor.
—Igual, joven.
En cuanto terminó la llamada se fue raudo al estudio, encendió
la luz y avanzó hasta el escritorio, así como Rosa le había
asegurado, en el primer cajón de la derecha estaba la carpeta con
las guías, lo que hizo que sintiera alivio. Antes de llevarse solo eso,
decidió echarle un vistazo para ver si estaba todo lo que necesitaba,
tras varios minutos, estuvo seguro de que no requería nada más; sin
embargo, antes de cerrar el cajón pudo ver una copia del RG de
Samira. Lo tomó y se quedó mirándolo con nostalgia al apreciar lo
chica que estaba cuando le tomaron la fotografía, fue entonces que
se dio cuenta de que ella cumpliría dieciocho el sábado, ese en el
que él estaría en San Pedro, ya se había comprometido con su
abuelo y su tía, no podía simplemente retractarse.
Aunque no debería si quiera pensar en la posibilidad de pasar
ese día con ella, porque seguramente ya habría hecho planes con
sus amigos, quizá lo mejor sería hacerse el desentendido y así no
ponerla en la obligación de cancelarle a ellos o rechazarlo a él.
Devolvió la copia al cajón, lo cerró y se marchó.
En cuanto llegó a la casa, saludó a sus abuelos, luego subió a
su habitación, se duchó y salió al balcón, a esperar la hora de la
cena mientras estudiaba.
Intentaba en vano leer, su mirada borrosa por el agotamiento
no le dejaba distinguir ni un párrafo, por lo que se frotó los ojos con
los nudillos y movió el cuello de un lado a otro, tratando de ganar un
poco más de energía. A pesar de que deseaba esa noche
conectarse para ver a Desire, la verdad era que no estaba muy
seguro de hacerlo, porque se sentía demasiado exhausto, llevaba
un par de semanas, apenas durmiendo entre cuatro y cinco horas, y
ya el cuerpo le estaba pasando factura.
Estaba en medio de un largo bostezo cuando la vibración de su
teléfono interrumpió, le extrañó mucho que fuese una llamada
entrante de Samira, ya que últimamente solo se comunicaban por
mensajes escritos o de voz.
—Hola —saludó, aún con los vestigios del bostezo en la voz.
—Hola, espero no estar importunándote —contestó algo
cautelosa.
—No, para nada, solo estaba revisando unas guías de estudios
—comentó, dejando la carpeta sobre la mesita frente a él, y se
removió en el asiento para estar más cómodo. Quería decirle que le
extrañaba su llamada, pero prefirió no hacerlo, no fuera que se
molestara por eso—. Y tú, ¿qué haces?
—Viendo cómo se lava mi ropa —soltó una risita nerviosa y con
la mirada puesta en el ciclo que hacía la lavadora.
—¿Estás en la lavandería a esta hora? —En el acto se
preocupó al recordar que el establecimiento le quedaba a varias
calles, solo esperaba que no decidiera volver caminando a casa.
—Uhum —gimió—. El cesto de ropa sucia estaba a punto de
desbordarse. —Se le escapó una risilla que la hizo sentir algo tonta.
Estaba nerviosa porque era consciente de que había conseguido
poner un poco de distancia y estaba segura de que Renato debía
sentirse confundido, probablemente, estaría pensando que estaba
loca, pero esa noche la añoranza le había hecho perder la batalla
contra su fuerza de voluntad.
—Me cuesta creer eso, sobre todo viniendo de la obsesiva
compulsiva por la limpieza —confesó y se relajó al subir los pies en
la mesita.
—Aunque no lo creas, a veces tengo mis fallos y…
Samira le contaba sobre eso, pero Renato se dejó llevar por
una propuesta que ni pensó, solo la interrumpió.
—¿Te gustaría acompañarme a San Pedro?
—¿Qué? —preguntó sorprendida porque no esperaba una
invitación como esa en un punto de la conversación que no tenía
nada que ver con viajes, ni nada por el estilo.
—Solo si no tienes planes para el fin de semana, aunque claro,
te entiendo si no quieres ir, después de todo, quién quisiera ir a un
desierto… —hablaba atropelladamente.
—¡Sí! Claro que me gustaría ir; así puedo conocerlo, nunca he
visto uno —confesó emocionada.
—¿Pero no tienes planes? No quiero interferir con tus cosas…
—No —mintió. Sí, había planeado ir a cenar con sus amigos,
pero con ellos solía compartir todos los fines de semana, con
Renato solo cuando él podía visitarla, y tras tres semanas sin verlo,
era inadmisible negarse a la posibilidad de refugiarse en sus brazos.
Sabía que se estaba dejando llevar por un impulso salvaje y
pasional, pero es que nada le gustaría más que pasar con él
justamente ese fin de semana—. Nada de nada.
Renato pensaba que era extraño que no tuviera planes para su
cumpleaños, lo más sensato sería decirle que lo mejor era que lo
pasara en compañía de más personas, que con seguridad le harían
la velada más divertida, pero una parte bastante egoísta en él y
hasta ahora desconocida, lo obligó a no decir nada.
—En ese caso, si prefieres ir a ver el lugar más árido del
planeta y en compañía del ser más aburrido que jamás vas a
conocer, entiende que es bajo tu total responsabilidad.
—Lo asumo —dijo riendo—, pero solo para que sepas, no eres
una persona para nada aburrida, por el contrario, eres el más
interesante ser humano que conozco y estoy segura de que no hay
otro igual ni en este mundo ni en algún otro.
—Te falta mucho por conocer, gitanita —comentó sonriente,
disfrutando del calorcito que se esparció por su pecho al escucharla.
—Sé de lo que hablo, eres único y especial, aunque no quieras
admitirlo.
Renato se sonrojó ante los cumplidos de ella, le costaba
creerle, no en vano sabía de sobra lo que la gente solía pensar de
él.
—Agradezco que me tengas en tan alta estima. —Tragó grueso
el nudo que se había formado en su garganta. En ese momento
llamaron a la puerta de su habitación, antes de levantar la voz para
atender el llamado, prefirió levantarse e ir a ver.
—¿Qué ropa debo llevar?
—Creo que en este momento tú debes saber más del clima
chileno que yo, pero si no estoy mal, creo que por la noche y
madrugada suele hacer frío.
—¡Oh no! Pero no quiero que mi jefe me vea… Él va a esa
misma reunión —dijo alarmada, al recordar el motivo de ese viaje.
—No tiene por qué verte si no lo deseas… No vendrás a la
reunión; sin embargo, te llevaré a conocer la mina y haremos el
recorrido en compañía del guía para que te explique todo el proceso
que ahí se lleva a cabo… ¿Te gustaría ver una voladura y cómo se
hace la extracción? —preguntó al tiempo que abría la puerta.
Era una de las mujeres del servicio.
—Disculpe, joven. La cena ya está por servirse —le anunció
con una actitud prudente.
—En un minuto bajo, gracias —le dijo con una sonrisa discreta
cuando Imelda le hizo un gesto de asentimiento, luego cerró la
puerta cuando ella se marchó.
—Sí, me encantaría poder ver en la práctica, todos esos
términos con los que tengo que lidiar diariamente… Ahora te dejo
para que puedas ir a cenar.
—Está bien, por favor, no regreses caminando a casa sola,
toma un taxi.
—No iré sola, Ramona, Sofía y William están conmigo.
—Bueno, eso me tranquiliza… Por favor, envíame un mensaje
cuando llegues a casa.
—Lo haré, ahora ve, no quiero que tu cena se enfríe.
—Está bien, adiós.
—Adiós —dijo ella y terminó la llamada.
CAPITULO 45
A las once de la noche una SUV pasó a buscar a Samira por su
residencia. Ella no esperaba todo ese protocolo, bien pudo irse en
transporte público, pero Renato había insistido, ya que tendrían que
llevarla directamente a la pista.
Saludó al hombre bastante mayor, de contextura delgada y muy
alto, que bajó para abrirle la puerta y se ofreció ayudarle con su
mochila, pero ella se negó a entregársela con un gracias, yo puedo .
No podía evitar estar nerviosa y emocionada, el nudo de
nervios en su estómago le hacía sonar las tripas a pesar de que
cenó muy bien y, antes de salir de su pieza, se tomó una taza de
café porque no había dormido, aunque intentó hacerlo en cuanto
llegó del Costanera, al que había ido luego de salir del trabajo, para
comprarse un lindo vestido con el que celebraría su cumpleaños; fue
bastante costoso, pero su mayoría de edad lo ameritaba. Solo
esperaba que fuera apropiado para la ocasión, aunque realmente no
sabía de los planes de él chico que le robaba los suspiros, ya que,
hasta el momento, él no había insinuado nada de que supiera que
estaba a una hora de que fuese una fecha especial, por lo menos
para ella.
Cuando por fin llegaron a la pista del aeropuerto y tras pasar
algunos controles, observó todo con curiosidad a través del cristal,
las grandes aeronaves y algunos galpones. Antes de que la SUV se
detuviera, pudo ver a Renato, en compañía de dos hombres, a los
pies de las escaleras de un lustroso jet gris plata con delgadas
líneas horizontales verde, amarillo y blanco, estaba segura de que
se debía a los colores de la bandera del país de procedencia del
avión.
El auto se detuvo y antes de que el chofer pudiera bajar para
abrirle la puerta, él hizo un vago gesto a sus acompañantes, que
formaban parte de la tripulación y les dijo que él se encargaría, por
lo que avanzó hasta el vehículo y estuvo a punto de abrir la puerta
del asiento trasero, pero ella la abrió primero, apareciendo con una
sonrisa, que, aunque era un tanto nerviosa, para él destellaba más
que los reflectores del aeropuerto.
—¡Hola! —dijo enérgica—. ¡Guau! ¿Este es tu avión? —
preguntó al tiempo que se colgaba la mochila y por primera vez su
vista iba más allá de Renato y admiraba la reluciente aeronave.
—Es de mi familia —contestó sonriente, al ver la expresión de
asombro en ella. Quiso abrazarla y felicitarla por su cumpleaños,
pero aún faltaba media hora para el veinte de octubre.
—Entonces este avión lo hizo tu papá.
Renato se volvió a echarle un vistazo por encima del hombro a
la nave, cómo si no supiera la respuesta de antemano, pero
rápidamente se volvió hacia Samira.
—Digamos que sí —respondió, encogiéndose de hombros y
una sonrisa discreta jugueteó en las comisuras de sus labios.
—Es muy bonito, ese detalle de los colores de la bandera me
eriza la piel.
—No es para tanto. —Sonrió enternecido.
—Sí, mira, no miento. —Se arremangó la manga de la
chaqueta de gamuza marrón y le mostró el antebrazo.
—Creo que se debe más a la corriente de aire… —Sin permiso
y por instinto le tomó la mano y le frotó el antebrazo—. Vamos, será
mejor subir. —La instó, porque el tiempo en pista ya estaba
programado con la torre de control del aeropuerto.
—Sí, sí… —Caminó juntó a él—. Ay, que maleducada, no te
saludé, ¿cómo estás? —le preguntó, atendiendo el ademán con que
Renato la invitaba a subir los escalones que la llevarían al interior de
la aeronave.
—Bien, el vuelo fue tranquilo… Dime que dormiste.
—No, no pude, estaba ansiosa, temía quedarme dormida y no
escuchar la alarma, ¿y tú? —A pesar de que subía con precaución
los escalones, se volvía levemente para mirarlo a la cara, mientras
hablaba.
—Buenas noches, señorita, bienvenida —la saludó en
portugués una mujer que estaba justo en la entrada, pero junto a un
rincón para no entorpecer el paso.
—Gracias, buenas noches —dijo con el aliento contenido de
puro nervios—. Gracias —volvió a decir ante el ademán y la sonrisa
con que la invitaba a pasar.
Ante ella se presentó un pasillo angosto, de cada lado había
una butaca beige y de frente otras, más atrás, un sofá de tres
puestos y una puerta de madera pulida, el interior era blanco y con
alfombra marrón Se cuestionó cómo era posible que no se rodara
durante el despegue o aterrizaje el jarrón de cristal con rosas
blancas que estaba en la mesa junto al sofá, pero no preguntaría
para no parecer tan tonta.
Era más lujoso de lo que pudo imaginar, el aroma a madera y
un ambientador cítrico, se mezclaba con las leves notas del perfume
de Renato.
—Ponte cómoda —le dijo él, parándose justo detrás de ella, al
percibir el olor adictivo de su champú trató de acercarse más
disimuladamente.
Samira fue a comentarle algo y giró la cabeza para mirarlo por
encima del hombro, pero se lo topó a un palmo de distancia,
haciendo que sus ojos se fueran directamente hacia sus labios
rosados, entonces tragó grueso las ganas de besarlo.
—¿En cuál me siento? —preguntó carraspeando.
—El que desees —soltó en un susurro, porque fue consciente
de la mirada de ella, lo que hizo que un escalofrío le recorriera toda
la columna vertebral.
Ella le sonrió con los labios apretados y asintió con la cabeza,
pensando que se veía demasiado perfecto con sus cabellos casi
negros, el azul de sus ojos y lo oscuro de sus ropas.
Nos les quedó más que pretender que nada había ocurrido y
trataron de comportarse como si no sintieran una tensión no resuelta
entre ellos.
—¿Cuál ocupaste tú? —curioseó con el ceño ligeramente
fruncido.
Renato no entendía por qué quería saberlo, aun así, le señaló
la butaca de la izquierda.
La vio avanzar hacia ese asiento que él le había indiciado, sin
vergüenza alguna se puso cómoda y le sonrió.
—Ya lo has calentado —dio por fin su explicación de porqué le
había robado el puesto.
Renato soltó una carcajada mientras negaba con la cabeza.
Caminó hasta ella y le solicitó la mochila para guardarla, ella se la
entregó gesticulando un «gracias»
—De nada —respondió él, luego de resguardar en uno de los
compartimientos el equipaje, se ubicó en la butaca frente a su
acompañante—. Si deseas una toalla caliente, agua, café… lo que
quieras, podrás solicitarlo. —Tras ofrecerle le hizo un ademán a la
mujer que seguía junto a la entrada.
Ella con toda la discreción y amabilidad de su profesión se
acercó a uno de los herederos Garnett.
—¿En qué puedo servirle, señor?
—Una almohada y mantas, por favor.
—Enseguida se la traigo, señor —comentó y se marchó con su
actitud reservada.
Samira solo era consciente del poder que poseía Renato en
situaciones como esas, cuando la gente le servía con infinito
respeto, pero él siempre solía ser amable sin importar quien fuera su
interlocutor. En todo momento, desde que lo conoció, jamás se
había aprovechado de nadie que estuviera a su servicio, nunca
exigía nada, siempre iba con el «por favor» por delante y una actitud
bastante tímida. Sin embargo, ella se sentía algo incómoda ante ese
tipo de situaciones, porque no sabía en qué lugar ubicarse, si donde
estaba Renato, solicitando lo que fuera o en el de las demás
personas, dispuestas a servir sin miramientos…
—Bueno, aunque son solo dos horas de vuelo, puedes sentirte
en la libertad de dormir —dijo Renato.
—Gracias, intentaré hacerlo.
—Pero es solo una sugerencia, si no quieres, puedes hacerlo
una vez lleguemos al hotel.
—Está bien —respondió y miró a la mujer que se acercaba con
almohada, mandas dobladas y encima una bandeja de plata.
La auxiliar de vuelo dejó sobre la butaca de al lado los enseres
y con unas pinzas le ofreció la toallita enrollada.
De inmediato, Samira buscó ayuda en la mirada de Renato, no
tenía idea de qué hacer con eso que le ofrecían.
—Es solo para que te limpies las manos —dijo con una tierna
sonrisa coqueteando en las comisuras de sus labios.
—Entiendo —murmuró y se le escapó una risita avergonzada,
que se convirtió en un gemido de placer cuando agarró la toalla
húmeda que le calentó las manos—. Gracias —dijo dedicándole una
mirada a la mujer al tiempo que colocaba la toalla usada en otra
bandeja.
—¿Desea una, señor? —preguntó, volviéndose donde todavía
quedaba un par de toalla enrolladas.
—No, gracias.
Grecia, como se llamaba la asistente, se encargó de acomodar
la manta sobre el regazo de ella, luego le ofreció la almohada y le
preguntó si se sentía cómoda o deseaba algo más, a lo que le
respondió que nada y le agradeció.
Cuando llegó el momento del despegue, Renato pudo ver cómo
se aferró con fuerza a los reposabrazos de la butaca, él mejor que
nadie sabía que lo menos indicado en ese momento era sugerirle
que no sintiera miedo, pues este no se iba, simplemente porque
alguien más o incluso uno mismo se repitiera una y mil veces no
sentirlo. Lo mejor era ayudarle a lidiar con este hasta que se sintiera
lo suficientemente segura como para que desapareciera.
—Samira. —Trató de captar su atención—. Mírame —pidió
cuando ella apretó fuertemente los párpados y negó enérgica con la
cabeza—. No pasará nada, el avión no va a estrellarse.
—Siempre existe la probabilidad… un pequeño porcentaje —
balbució con la respiración contenida y el pecho agitado.
—Sí, así es, pero nosotros no seremos parte de ese pequeño
porcentaje, por lo menos no de los que van a morir en un accidente
aéreo… —buscó su iPad, la desbloqueó y buscó un juego de
memorias—. Toma, esto te ayudará.
Samira se aventuró a abrir los ojos solo porque el vacío en su
estómago había mermado un poco.
—¿Eso qué es? —preguntó abriendo un ojo.
Ese gesto a Renato le pareció entre divertido y tierno.
—Para que juegues, te ayudará a distraerte. —Lo acercó más a
ella—. Es un juego de memorias.
—No me gustan los juegos de memoria —soltó una risita
nerviosa, agradeciendo las nobles intenciones de él—. ¿Podríamos
ver una película?
—Por supuesto, ven, vamos al sofá —pidió quitándose el
cinturón de seguridad.
—Espero que no pase nada si me quito esta cosa… —habló
soltando la hebilla de su cinturón.
—No, nada pasará.
Ella lo siguió al tiempo que se desplazaba con total tranquilidad
hacia donde estaba el sofá, mientras ella se aferraba a los respaldos
de las butacas.
Él le ofreció su mano para ayudarla a que se ubicara en el
asiento, luego le entregó una de las mantas que estaban dobladas
en un costado y se sentó a su lado, tomó el control y frente a ellos
se desplegó una pantalla de considerables pulgadas. Mientras se
paseaban por el catálogo de películas, tan solo bastó que Renato
dijera que una de ellas era una de las favoritas de su abuelo, para
que Samira la eligiera, no conocía personalmente al señor Garnett,
pero imaginaba que era un hombre de buenos gustos.
Se trataba de un drama bélico, que capturó totalmente la
atención de la gitana, incluso le hizo derramar algunas lágrimas
debido a las atrocidades que ahí mostraban.
Casi sin darse cuenta y antes de que pudiera terminar la
película, llegaron al aeropuerto en Calama. Aunque fue muy poco el
tiempo lo que les llevó bajar del avión y subir al vehículo que ya los
esperaba, pudieron sentir el evidente cambio de clima. La ola de frío
hizo que el delgado cuerpo de ella se estremeciera.
Aún les quedaba un poco más de una hora de trayecto hasta el
hotel Nayara Alto Atacama, donde todo el equipo había decidido
hospedarse y hacer la reunión a las diez de la mañana; luego,
algunos partirían hasta la mina para ser testigos de la voladura.
El camino en medio del desierto era de un oscuro absoluto,
solo los faros de la SUV alumbraban la carretera, a pesar de que a
ellos los acompañaban dos hombres, el silencio reinaba en el
interior de aquel vehículo de cómodos cojines, por lo que la falta de
interacción empezó hacer mella en el sueño de la chica, quien se
resistía a quedarse dormida, por lo que de vez en cuando hablaba
sobre lo que le pareció lo que pudo ver de la película antes de que
aterrizaran y Renato le seguía la conversación, pero cuando volvía
el silencio, las ganas de dejarse arrastrar por Morfeo eran casi
irrefrenable y ya le ardía el borde de los párpados.
Por lo que sin poder evitarlo perdió la pelea y terminó rendida,
con la cabeza apoyada en el hombro de Renato.
Él al darse cuenta de que se había dormido, sonrió tratando de
ser cuidadoso, estiró la mano del brazo contrario y la puso sobre la
majilla de ella, empujando poco más hacia atrás la cabeza para que
estuviera más cómoda al apoyarla contra el respaldo, aprovechó la
oportunidad para acunarle la mejilla y regalarle una tierna caricia en
el pómulo con su pulgar.
Aún no la había felicitado por su cumpleaños, pero prefería
esperar el momento adecuado para hacerlo.
No quería despertarla, adoraba sentir el calor que emanaba y el
olor de sus cabellos, pero ya tenían más de un minuto de haber
llegado y ya se habían estacionado frente al hotel que parecía
mimetizarte con el desierto en su color terroso, aún no amanecía;
sin embargo, podía ver tras la edificación de una sola planta, las
formaciones rocosas que habían sido esculpidas por el viento.
—Samira, Samira —murmuró, palmeándole ligeramente la
mejilla. Ella refunfuñó perezosa—. Despierta, hemos llegado.
—¿Qué? ¿Ah? —En cuanto tuvo consciencia se apartó de
Renato de un brusco respingo, sintiéndose avergonzada porque no
quedaba dudas de que lo había usado como almohada—. ¿Ya
llegamos? —preguntó aún aturdida.
—Sí. —Le sonrió con dulzura—. Bajemos para que puedas
descansar.
—Gracias, disculpa si te incomodé, me hubieses despertado.
¡Dios, qué frío hace! —hablaba mientras se acomodaba la chaqueta
de gamuza, cuando bajó del vehículo y sintió la inclemencia de
clima en el altiplano.
—Sí, no pensé que estaría tan frío, espero aumente algunos
grados durante el día —comentó Renato, sintiendo cómo sus botas
se enterraban en la grava.
Ella recibió la mochila que le entregaba uno de los hombres
que lo habían acompañado, le agradeció y se apresuró para entrar
al hotel. Ese lugar parecía estar en medio de la nada, no había más
que oscuridad más allá de la propiedad.
En la recepción, compartieron sus datos personales, una vez
firmaron algunos documentos, fueron guiados por un joven que les
contaba sobre el hotel y todo lo que tenía incluido, como
alimentación, bebidas y excursiones a varios sitios, entre ellos al
observatorio privado de Alto Atacama y bicicletas para visitar el
pueblo San Pedro.
—Por aquí, la suite Tilo de la señorita —enunció el joven al
abrir la puerta—. ¿Sabe a qué se debe el nombre? —le preguntó
con la sonrisa servicial como si hubiese sido marcada a fuego.
—No —dijo Samira, admirando el lugar con baldosas de
terracota, una cama inmensa con sábanas de un blanco impoluto y
un edredón marrón claro, butacas beige y cortinas del mismo color.
—Tilo, significa «laguna» en kunza que es nuestra lengua
nativa —explicaba mientras avanzaba por la habitación,
mostrándole cada rincón.
—Es muy linda, ¿verdad? —le preguntó a Renato que estaba a
su lado, él tenía una suite igual, pero decidió acompañarla a
instalarse.
—Sí, se ve cómodo y espacioso —comentó, fijándose en los
detalles del lugar.
—Esta suite debe su nombre a que sus vistas dan hacia la
laguna andina que atrae cada mañana aves de la zona —les explicó
al tiempo que abría las puertas dobles de la terraza—. Cuentan con
un fantástico patio privado, que además les permitirá ducharse al
aire libre, mirando el cielo.
—Con este frío —le murmuró Samira a Renato para que solo él
la escuchara—. No creo que me duche hasta que regrese a
Santiago.
Renato rio y negó con la cabeza.
—Seguro tendrán baño interno —murmuró, gesticulando con
exageración.
—Eso espero. —Ella frunció la nariz en ese gesto divertido que
él secretamente adoraba.
El joven terminó de mostrarles la habitación, como Renato
sabía que la de él era igual, le dijo que no hacía falta que se la
enseñara; así que despidió al amable guía.
—Bueno, ponte cómoda y puedes dormir hasta mediodía si lo
deseas, la reunión es la diez, está programada para durar dos
horas, después nos tomaremos un par de horas para almorzar y
luego partiremos a supervisar la voladura… ¿quieres venir?
—Sí, me encantaría, pero no sé si vaya mi jefe. —Le
preocupaba no saber cómo enfrentaría al hombre si la veía con
Renato; sí, ella soñaba con que fueran más que amigos, pero como
no eran más que eso, lo menos que deseaba era desatar falsas
habladurías.
—No, estoy seguro de que no, solo tres iremos a la mina.
—Bueno, en ese caso estaré lista a mediodía.
—Bien. —Se acercó y le dio un beso en la frente, tan rápido
como inesperado—. Descansa.
—Lo haré, pero prométeme que también lo harás.
—Te aseguro que en cuanto toque la cama, caeré como un
tronco —le aseguró y levantó la mano para despedirse—. Nos
vemos luego.
—Hasta entonces —dijo ella, y soltó un ruidoso suspiro en
cuanto Renato salió de la habitación.
CAPÍTULO 46
Mientras Samira compartía un delicioso almuerzo con Renato,
le preguntó cómo le había ido en la reunión, él le dijo que bien, ya
estaba acostumbrado a ese tipo de compromisos, aunque no fuesen
propiamente de su área. Él quiso estar seguro de si ella había
descansado lo suficiente, no quería exponerla a un extenuante viaje
a la mina si no tenía la energía para hacerlo.
Ella le aseguró que había dormido mucho más de lo que estaba
acostumbrada; así que, luego de comer partieron a la mina de cobre
a tajo abierto en compañía de varios hombres que pasaban los
cincuenta años y a los que Renato la presentó como su asistente.
En algún momento durante el viaje, le susurró que no sería bien
visto que estuviese llevando amigas a ese tipo de eventos laborales.
Ella estuvo completamente de acuerdo, por lo que se mantuvo
todo el tiempo con una actitud muy profesional, nada de mostrarse
muy confianzuda, incluso lo llamaba señor. Se sintió algo pícara
cuando Renato la miró con un gesto de reproche y desconcierto,
pero ella se lo estaba gozando.
Al llegar a la mina, Samira quedó asombrada con la magnitud
del terreno, el que caminaron bajó el incandescente sol hasta llegar
a la torre de control, desde la cual se podía apreciar mejor la
grandeza de ese árido y rojizo lugar.
El encargado de monitoreo empezó a explicar sobre el
protocolo que estaban siguiendo. Toda esa extensión de tierra pasó
por un proceso de estudios de varios geólogos durante la fase de
exploración, ellos se encargaron de comprobar la existencia del
cobre y de otros metales en los yacimientos.
El hombre también explicó que la mina empezó a desarrollarse
en la superficie del terreno, pero que fueron trabajando hacia abajo
en distintos niveles, haciéndolo en forma de terrazas, lo que había
llevado a la formación de ese gran cráter con el interior escalonado
como podían observar.
Cada escalón contaba con una altura de unos quince metros
aproximadamente, eran adecuados para explotar el mineral y para
permitir la circulación de todos los vehículos.
Ahora, habían llegado al punto en que necesitaban explorar el
terreno a base de voladuras con explosivos. Aseguró que la que
harían en unos minutos ya había sido planeada y sería controlada
desde ahí. Les mostró un gran botón rojo que destacaba entre
tantos en el tablero de control. Explicó que era necesario para poder
fragmentar las rocas que contenían el cobre. Siguió hablando sobre
cómo se preparaban las voladuras y que las enterraban a unos
dieciséis metros.
El hombre con la mirada en los visitantes reafirmó que la
seguridad era lo más importante en cada una de las operaciones,
por eso el proceso se hacía siguiendo las más estrictas medidas; ya
toda la zona había sido evacuada y todos los accesos estaban
cerrados.
Samira estaba con la mirada fija en el terreno que sería
detonado, preparándose para no dar un respingo con el sonido de la
explosión, sentía el corazón martillarle contra el pecho y un zumbido
en sus oídos la tenía aturdida.
El hombre mientras pulsaba algunos dígitos, explicó que el
tiempo entre una explosión y otra sería de unos dos milisegundos,
por lo que parecería que fuese al mismo tiempo.
Ella tragó grueso y estuvo a punto de aferrarse al brazo de
Renato, pero sabía que no era adecuado hacerlo. Atendió la petición
del encargado de mirar al área; en pocos segundos, pudo ver la
tierra levantarse como en una sacudida y esparcir una densa nube
de polvo, a pesar de que estaban a muchos metros de altura; se
sintió un poco decepcionada al darse cuenta de que no había sido
una explosión catastrófica, sino algo apenas perceptible por una
intensa vibración.
De vuelta al hotel, todavía era temprano, Renato no quería que
ella pasara el resto de la tarde del día de su cumpleaños, encerrada
en la habitación, por lo que luego de darse una ducha rápida para
sacarse todo el polvo que les había dejado ir a la mina, llamó a
recepción para preguntar por una de las actividades disponibles.
Ciertamente, no contaban con mucho tiempo para ver todo, pero al
menos planeaba poder llevarla a un par de lugares turísticos.
Por la hora, solo le ofrecieron llevarlos a conocer el pueblo de
San Pedro e ir a la laguna Miñiques; por la noche, tenían otras
opciones de las que por supuesto, Renato eligió una que esperaba
que a Samira le gustara.
En quince minutos debían estar en la recepción para que el
guía del hotel los llevara; así que, sin perder tiempo la llamó a la
habitación, después de dos repiques ella contestó.
—Hola, ¿estás ocupada?
—No, bueno, necesito cambiarme, acabo de salir de la ducha.
—¿Te gustaría ir a conocer el pueblo? Quizá también ir a algún
lugar turístico.
—¡Por supuesto, me encantaría! —dijo emocionada, seguía
guardando la esperanza de que él recordara que estaba de
cumpleaños. Ciertamente, solo se lo había dicho una vez, pero le
hacía demasiada ilusión que pudiera recordarlo, y si no lo hacía, ella
no iba a decírselo, no quería ponerlo en ningún compromiso, lo más
importante era que lo estaba pasando con él y no existía mejor
celebración que esa.
—Está bien, entonces nos vemos en la recepción en quince
minutos, ¿te parece?
—Genial, sí ahí estaré. —Colgó el teléfono y en medio de su
carrera hacia la mochila, se quitó la toalla de la cabeza, la lanzó a la
cama y empezó a buscar algo adecuado para salir, se decidió por
unos vaqueros, una camiseta verde oliva, chaqueta de denim y las
botas de senderismo, que había dejado en la entrada porque
estaban atestadas de tierra. Por lo visto, su bonito y costoso vestido
se devolvería intacto a Santiago, no era el más adecuado para el
desierto.
Aún con el cabello húmedo se hizo una trenza, para evitar que
se le llenara de tanto polvo.
De camino al vestíbulo, su teléfono empezó a repicar con una
llamada entrante de Adonay, estaba segura de que era para
felicitarla, porque supuestamente a esa hora ya debía estar en casa.
Por mucho que quisiera responderle, no contaba con tiempo para
hacerlo, estaba a un par de pasos del chico más guapo del mundo,
por lo que oprimió el botó de rechazar. Después se inventaría
cualquier excusa con la que pediría perdón por no atenderle.
Silenció el móvil y siguió con su camino, ya su abuela y sus amigos
la habían felicitado, mientras Renato estuvo ocupado en su reunión
por la mañana, así que podía desconectarse por un largo rato.
Él carioca ya esperaba por ella, aunque no la notó llegar porque
estaba respondiendo algunos mensajes de Lara; sin embargo, al
percatarse de la presencia de Samira, dejó el último mensaje a
medias y se guardó el móvil en uno de los bolsillos de sus vaqueros.
—¿Estás lista? —preguntó avanzando hacia la gitana.
—Sí —exhaló disimuladamente para apaciguar los nervios que
se despertaban con tan solo verlo—. Me emociona conocer más de
este maravilloso lugar.
Él hizo un movimiento con la cabeza invitándola a seguirlo,
fueron a la recepción donde, comunicó que estaban listos para salir.
Les informaron que ya el chofer los esperaba afuera.
Una vez más se enfrentaron al intenso sol y a un paisaje donde
predominaba el marrón rojizo y el celeste límpido del cielo. Subieron
a la SUV, saludaron al hombre y emprendieron el camino hacia el
pueblo.
En pocos minutos estaban caminando por las calles de tierra y
las casas de adobe. Tras varias fotos y un par de bebidas
refrescantes, además de comprar agua para llevar, el chófer les
indicó el próximo destino.
El Salar de Atacama que estaba a tan solo diez kilómetros de
San Pedro. Ahí se encontraron con una gran depresión geológica
que se formó cuando los lagos originales se evaporaron, dejando
una gruesa capa de cristales de sal al descubierto.
Ella realmente entusiasmada le mostraba las formas que
habían surgido en la sal por su cristalización, la blancura
resplandecía y los encandilaba; aun así, estaban fascinados con
todo lo que veían.
El guía los llevó hasta una de las lagunas.
—¡Guao! ¡Esto es precioso! —Al ver las aguas que combinaban
el color azul, gris y esmeralda, en tonos intensos.
—Esta, particularmente tiene un contenido de sal y litio tan alto
que si se meten podrán flotar sin problemas —les indicó frente a la
laguna Cejar.
—Entonces es ideal para mí, que no sé nadar —bromeó
Samira, con la mirada en los ojos azules de Renato, que se notaban
demasiado claros por el rebote de los destellos del sol sobre la sal.
—Puedes probar si quieres. —La alentó él, con un gesto
divertido.
—No, de ninguna manera. —Ella rio, colgándose del brazo de
él—. Aún tenemos otros sitios que ver.
—Está bien, ¿no te tomarás fotos?
—Si desean puedo tomarlas. —Se ofreció el guía.
—Por favor. —Saltó la chica, ofreciéndole el móvil, ya
configurado en la cámara.
El hombre les tomó varias fotografías desde distintos ángulos,
ella aprovechó para hacerse de uno de los brazos de Renato y se lo
pasó por encima de los hombros, para luego extender el otro,
mostrando la belleza y grandeza de aquel lugar.
Luego partieron al próximo destino, que los llevó por un camino
escarpado y pedregoso y tardaron más de una hora en llegar. Según
Alirio, el guía, estaban por encima de los cuatro mil metros,
entonces Samira entendió la razón de porque le estaba costando
respirar.
Sin embargo, valió la pena cuando se encontraron frente a un
escenario impactante de una intensidad que les robaba el aliento. La
atmosfera era tan limpia que no había ni una neblina que impidiera
apreciar ese paisaje diáfano que expresaba con intensos colores
toda su belleza.
La laguna Miñiques, con sus intensas aguas azules, el marrón
con tintes rojizos de las montañas que la rodeaba, en el cielo solo
resaltaba una nube de un blanco resplandeciente que parecía
dibujada a mano, el amarillo y rojo de unas plantas, acostumbradas
a sufrir los rigores del clima, componían una preciosa epifanía.
Ese lugar los tenía atrapados, no solo tomaron fotografías,
también hicieron algunos videos, lo único que lamentaban era no
contar con más tiempo para poder disfrutar mejor de ese maravilloso
lugar.
El guía decidió llevarlos hasta el Valle de la Muerte para que
pudieran apreciar ahí el atardecer. Renato y Samira, se encontraron
con un paisaje magnífico; ante ellos se mostraba una enorme
extensión estéril con grandes dunas y formaciones rocosas de
extrañas y misteriosas formas.
El fuerte viento y la arena los obligaba a protegerse los ojos con
las manos, los silbidos que surgían de las grietas de las rocas ante
las ráfagas de vientos los tenía algo intimidados. Sin embargo,
sentados en la arena, uno junto al otro, en silencio y con las ganas
vivas de tomarse de las manos, disfrutaron de la maravillosa
cromática que les regaló el sol al iniciar lentamente su puesta, sus
rayos sesgados rebotaban sobre la reseca arena, las piedras
esqueléticas y los colosos volcanes, en una fantástica sinfonía de
rojos, marrones y rosados, que los dejó añorando tener más
oportunidades de disfrutar otro atardecer como ese.
—Es demasiado hermoso —murmuró ella, sintiendo que el frío
empezaba a calarle los huesos, el cambio de clima fue tan repentino
que casi la hacía tiritar—. Gracias por traerme.
—Gracias a ti por acompañarme, deseaba ver esto, pero sabía
que solo no lo habría hecho —respondió él, aventurándose a
pasarle un brazo por encima de los hombros. Entonces ella recargó
su cabeza contra el hombro de él.
De vuelta en el hotel, acordaron descansar un par de horas,
Renato le dijo que pasaría por ella para ir a cenar.
Aunque el cuerpo de ella le pedía descansar un rato, no podía
complacerlo porque necesitaba tiempo para arreglarse, había
conseguido la excusa ideal para poder usar su vestido, poco le
importaba si no era apropiado. Así que en cuanto se despidieron en
la puerta de su habitación, corrió a ducharse, necesitaba quitarse los
kilos de tierra que sabía debía tener en el pelo.
No quiso ducharse por más de media hora, porque necesitaba
secarlo y eso le tomaría otra hora, si quería que le quedara apenas
aceptable, después de todo, el secador de cabello que tenía en su
habitación no era de la mejor potencia.
Miraba con atención su reflejo en el espejo mientras se ponía
los pendientes; sin duda, amaba ese vestido rojo, la parte de arriba
era de encaje, que le daba textura a la tela que se entallaba en la
cintura, también adoraba cómo se le veían los hombros con el
escote palabra de honor y las mangas tres cuartos, lo hacían un
poco más recatado. Sabía que el frío sería un problema, sobre todo
porque la altura de la falda era por encima de las rodillas, pero
lucirlo merecía la pena, aunque tuviera que soportar la inclemencia
del clima.
Se había divido el cabello a la mitad y se hizo media coleta,
procurando disimular sus orejas tras el peinado, tan solo se delineó
los ojos, se aplicó rímel y los labios los había pintado de un intenso
rojo. Se apresuró a rociarse de su perfume floral, siempre le había
gustado oler a primavera.
Ya Renato no debía tardar, por lo que desvió la mirada para
verse al espejo una vez más, estaba preocupada por su apariencia.
El maquillaje estaba perfecto y su cabello liso y brillante, pero los
nervios la hacían más consciente de sus imperfecciones, como sus
orejas que no podía ocultar por completo y sus piernas más
delgadas de lo que realmente desearía.
Cuando por fin escuchó que le tocaban a la puerta, el frenesí se
apoderó de su cuerpo haciendo que las piernas empezaran a
temblarles y que un río de emociones turbulentas tronara en su
interior. Resopló y sacudió las manos para quitarse de encima las
ansias.
Avanzó con largas zancadas para no perder la seguridad que
había reunido; al abrir, un choque emocional la bloqueó al verlo
vestido con un traje enteramente de negro, pero sin corbata, su
rostro, comúnmente pálido, se mostraba bronceado debido a lo
mucho que se asolearon esa tarde. Estaba guapo, tan guapo que le
dolía no poder tenerlo de la forma en la que tanto quería. Lo
deseaba tan fervientemente que no le importaría en absoluto correr
a sus brazos, besarlo y dejarse llevar hasta que el fuego que
crepitaba en el centro de su cuerpo fuese consumido.
Verla con ese vestido rojo hizo que se le acelerara el corazón,
el estómago se le encogiera y un millón de pensamientos sin sentido
se adueñaran de su cabeza, tuvo que luchar contra la turbación que
lo dominaba, esa que le hizo pasear la mirada por todo el cuerpo de
Samira. Al llegar a sus ojos tuvo que tragar saliva para disimular el
escaneo descarado que acababa de hacerle.
—¿Estás lista? —preguntó, haciendo el ligero gesto de ladear
la cabeza. Debido a los nervios, una pequeña sonrisa incómoda se
asentó en sus labios y sus ojos se concentraron en los labios tersos,
ligeramente voluptuosos y rojos de la gitana.
Ella asintió, tenía el cerebro entumido porque sus emociones le
habían nublado el juicio y el habla.
—Te queda muy bonito ese vestido. —Se aventuró a confesar,
no sabía si a ella le agradaría que lo hiciera, pero no pudo tragarse
su apreciación
—Gra… gracias —dijo echándose un ligero vistazo a la falda,
solo para ocultar el sonrojo que probablemente le provocó esa cierta
reverberación que tuvo la voz de Renato debido a la profundidad de
la entonación—. Es nuevo —declaró y se le escapó una risita de
puro nervio—. También se te ve muy bien ese traje, eres un
caballero muy apuesto. —Aprovechó ese arrojó para mirarlo a los
ojos, él le sostuvo la mirada seria e intensa, fueron solo unos pocos
segundos, pero fue el tiempo suficiente para descubrir que era
primera vez que la veía con ojos llenos de puro fuego.
Un dejo de lujuria impropia se apoderó de ella, reptando desde
su pelvis hasta su columna vertebral, provocándole un temblor casi
evidente.
—Gracias. —El tono ronco de su voz, dejaba en evidencia lo
que le había hecho sentir aquel inocente cumplido—. Todo es obra
de los italianos —argumentó, estirando un poco las solapas del
clásico Brioni.
—La verdad, nada creo que tengan que ver los italianos. —
Estaba segurísima de que, aunque vistiera con harapos, se vería
igual de guapo.
—No vamos a discutir sobre eso. —Le sonrió—. Mejor vamos a
cenar.
—Sí, porque el gasto de energía de la tarde me ha dejado
hambrienta —dijo con naturalidad, después de todo sabía que con
Renato podía ser ella misma. Decidió no llevar su móvil porque era
mejor estar concentrada en su acompañante que en los mensajes
de sus amigos.
Cuando llegaron al restaurante, había pocas mesas ocupadas,
lo que les brindaría mucha más intimidad y comodidad. No perdieron
tiempo en pedir las entradas, mientras conversaban sobre la
experiencia vivida esa tarde, sino que se fueron directamente al
plato fuerte . Samira no perdía la oportunidad de agradecerle el
haberla llevado, porque había aprendido muchísimo, no paraba de
hablar entre bocado y bocado, mientras que Renato se dedicaba a
observarla con atención e intentaba entender eso que sentía cuando
estaba con ella, eso nuevo que hacía que sintiera que la piel le
vibrara, estaba seguro de que nunca se había sentido igual con otra
persona. Su amistad había mutado, ya no solo sentía admiración ni
ternura por ella, era más, algo indefinido.
Solo una vez en el pasado sintió algo parecido, pero ella lo
ridiculizó de la peor manera posible y fue cómplice de las vejaciones
que le hicieron.
No podía permitir que pasara lo mismo con Samira, no podía
volverse a equivocar, porque no estaba seguro de saber cómo
recuperarse de una decepción tan profunda.
Pero entre Vittoria y Samira no había punto de comparación,
esta última era una jovencita mucho más inocente, con sueños
menos banales, le había demostrado de muchas maneras que su
calidad humana era extraordinaria. Se obligó a sacudir esos
pensamientos y a concentrarse en el presente, siguió la
conversación sobre lo rica que, según su acompañante estaba la
comida, lo cierto era que tenía razón, todo había estado muy
exquisito.
—¿Qué te apetece para postre? —preguntó, al tiempo que
elegía la carta de dulces.
—¡Ay no sé! —exhaló, sintiéndose demasiado llena. Aunque
estaba segura de que no rechazaría la oportunidad de endulzarse
un poco el paladar—. Creo que primero necesito esperar un poco…
Déjame ver por cuál me decido. —Lo imitó y también se hizo de la
carta que recién les trajeron una vez se llevaron los platos de la
comida principal.
—Bueno —comentó al tiempo que dejaba la carta—. Mientras
te decides voy al baño, regreso en un minuto. —Se levantó y dejó la
servilleta sobre la mesa.
—Está bien —dijo ella sonriente y lo siguió con la mirada hasta
que le pasó por el lado, no quiso volverse a mirarlo por encima del
hombro, se recordó que no debía ser demasiado evidente. Así que
volvió su atención a la carta de postres, releyó una y otra vez la lista,
todos le parecían deliciosos; sin embargo, se debatía entre el
brownie con helado o una leche nevada.
De repente algunas luces se apagaron, dejando el salón con
una luz tenue, tan solo había un par de hombres en la mesa de la
esquina junto a la ventana, supuso que el restaurante ya estaba por
cerrar y Renato aún no regresaba del baño, por lo que se volvió a
mirar por encima del hombro, pero antes de que pudiera hacerlo
escuchó el coro de varias personas.
Parabéns a você,
nesta data querida,
muitas felicidades,
muitos anos de vida…
Entonces sí giró medio cuerpo en la silla y pudo ver cantando a
los empleados del restaurante, la joven que los había atendido
durante la cena traía un pequeño pastel coronado por una luminosa
vela de bengala y junto a ella venía el chico con los ojos más
hermosos del mundo.
Estaba sorprendida, feliz y nerviosa, una amplia sonrisa de
asombro iluminaba su rostro y su mirada brillaba anegada en
lágrimas no derramadas.
—No lo puedo creer —dijo mientras negaba con la cabeza y
luego se cubrió la boca con las manos, toda su atención saltaba del
pastel a Renato—. ¡Lo sabías! ¿Por qué no me dijiste nada durante
el día? —reclamó en medio de la emoción y se lanzó contra él,
rodeándole el cuello.
—Creo que primero debes apagar la vela… y no olvides pedir
el deseo —le recordó, aunque con el brazo libre le estrechara la
cintura, en la otra mano, llevaba el obsequio del que ella ni siquiera
se había percatado.
—Sí, sí —contestó al alejarse, se volvió hacia el pastel que
seguía en manos de la mesonera. Desde hacía mucho tiempo, que
su único deseo era poder seguir con sus estudios; de hecho, en su
cumpleaños pasado, pidió poder empezar la universidad, pero esta
vez anheló otra cosa. «Deseo que Renato se enamoré de mí» cerró
los ojos con fuerza, poniendo toda su fe en ese pensamiento y sopló
enérgica.
Una lluvia de aplausos y vítores irrumpió en el lugar, por parte
de los empleados y también del par de hombres que estaban en la
mesa junto a la ventana. Las luces se encendieron y empezó a
recibir los buenos deseos de todos, mientras tomaba el pastel, el
cual dejó sobre la mesa y se volvió una vez más a Renato que
estaba con una discreta sonrisa, pero con la mirada brillante le
extendía una caja cuadrada más o menos grande y de un grosor
delgado.
—Es para ti
—No… no era necesario…
—Es tu cumpleaños, mereces un regalo… anda, recíbelo.
No tenía caso dejarlo con el obsequio extendido, así que lo
recibió, lo sopesó, era liviano, por lo que le dedicó una mirada de
expectación; a cambio, él le hizo un ademán para que lo abriera y
todos los demás la instaron a que lo hiciera. Con cuidado lo puso en
la mesa y rasgó el papel rosa metalizado por una esquina,
descubriendo una caja blanca, pero al tirar más del papel, la imagen
de una MacBook dorada, no dejaba nada más a las suposiciones.
Empezó a negar con la cabeza y se le escapó un sollozo, incluso un
par de gotas de lágrimas cayeron sobre la caja, sintió la mano de él
posarse en su espalda y se la frotaba dulcemente.
Sin ver nada, ella se volvió y de inmediato lo abrazó con fuerza,
escondiendo el rostro en su cuello.
—Gracias, gracias —murmuró, enterrándole las uñas en la
espalda.
—Sé que es un regalo al que le darás muy buen uso.
—Dijiste que con el teléfono sería suficiente para hacer todo lo
que necesitara cuando empezara a estudiar —sollozó, sin importar
que estuviese mojándole el cuello de la bonita camisa negra con sus
lágrimas.
—Pero con una portátil será mucho más cómodo… ¿Te gusta?
—preguntó, con un brazo le cerraba la diminuta cintura y con la otra
mano la seguía acariciando. A pesar del momento emotivo, no podía
evitar sentir que la sangre empezaba a calentársele al sentir el
cuerpo de su gitanita tan pegado al suyo; su mente se llenó de
imágenes de ella en otra situación y antes de que se hiciera
evidente para todos los presentes hacia dónde estaba circulando
con gran rapidez su sangre, decidió romper el abrazo.
—¿Qué si me gusta? ¡Me encanta! —Se volvió a terminar de
rasgar el papel, hasta que dejó completamente expuesta la caja y
deslizó la palma de la mano sobre la superficie blanca y brillante.
Una vez menguó un poco la emoción, se dio a la tarea de picar
el pastel de chocolate y frutos rojos, a pesar de que los presentes se
negaron a recibir una rodaja, ella insistió.
Así que fue entregándole a cada uno un pedazo y recibía
alegre los buenos deseos de personas desconocidas pero que
habían hecho que la estancia en el lugar fuese extraordinaria.
Samira le sirvió incluso a los dos comensales que quedaban en
el restaurante, ellos agradecieron la gentileza a la joven y se
presentaron como pareja, algo que ella tomó con naturalidad, pues
tener a Julio Cesar como amigo, le había ampliado su percepción de
las relaciones amorosas, había aprendido que más importante eran
los sentimientos que el género.
Volvió a la mesa donde Renato la esperaba, ahí compartieron
un gran pedazo de pastel, ella gimió tras el primer bocado, porque
estaba delicioso. Empezó a parlotear sobre todo el uso que le daría
a la computadora, hasta que eran pasadas las diez de la noche y
prácticamente estaban ellos solo en el lugar, por lo que consideraron
que era momento de ir a sus habitaciones.
CAPÍTULO 47
Al salir del restaurante, Samira iba abrazada a la portátil, sentía
que iba en una nube, tanto que no se había dado cuenta de que la
temperatura había bajado mucho más en comparación a cuando
salieron a cenar, pero cuando les tocó atravesar por un pasillo que
no contaba con paredes, el frío la hizo estremecer.
Renato se dio cuenta de la reacción de la chica y pensó que él
por lo menos llevaba ropa más abrigadora, por lo que sin pensarlo
se quitó la chaqueta negra del traje y se la puso a ella sobre los
hombros.
—Gracias, pero te dará frío —argumentó, tan encantada con
ese gesto que no podía controlar una tonta sonrisa.
—No tanto como a ti, así estoy bien —respondió, apretándole
ligeramente un hombro—. ¿Por qué no me habías dicho que hoy era
tu cumpleaños?
—No lo sé, no lo creí necesario. —Sí que lo sabía, esperaba
que él lo recordara, a pesar de que solo se lo había mencionado una
vez—. ¿Cómo lo supiste?
—¿Recuerdas la noche que hablamos por teléfono y te
pregunté si querías acompañarme a este viaje? —preguntó, mirando
de soslayo como el viento le revolvía el pelo, mientras avanzaban
por el camino de terracota, alumbrado por faroles de luz amarillenta.
Ella asintió—. Acababa de llegar del apartamento, fui a buscar unas
guías de estudios que necesitaba y ahí encontré una copia de tu
RG.
—Entonces, todo el día has sabido de mi cumpleaños y no me
dijiste… —rio divertida—. ¿Cómo pudiste esperar tanto? —
cuestionó con la mirada puesta en ese perfil perfecto. Él se encogió
de hombros—. Por cierto, disculpa por todas las cosas que dejé en
tu apartamento, sobre todo los zapatos, no sé cómo los olvidé,
puedes echarlos a la basura.
—Tengo malas noticias, creo que ya Rosa lo hizo. —Sonrió con
picardía.
—Hizo bien, eso solo estaba afeando tu bonito y lujoso
apartamento —comentó sonriente. Renato chasqueó los labios,
despreocupado—. Por cierto, ¿puedes preguntarle a Rosa si ella vio
por ahí una tobillera? Si la echó a la basura no importa, es solo que
me gustaría saber si fue ahí que la perdí. —Por supuesto que le
importaba muchísimo porque ese había sido un regalo que le hizo
su abuela cuando cumplió quince años. Le gustaba tanto que lloró
cuando revisó cada rincón de su equipaje y se dio cuenta de que no
estaba, que la había perdido.
Renato se tomó varios segundos para pensar, quería decirle
que sí, que él la tenía, pero no lo pudo hacer, no sabía por qué
deseaba quedárselo, quizá porque era un recuerdo del tiempo que
pasó en su apartamento.
—Tranquila, le preguntaré. —No quiso tampoco negar de
inmediato la existencia de la tobillera, por si se arrepentía y deseaba
devolvérsela.
—Gracias —comentó con ganas de recargar su cabeza contra
el pecho de Renato, pero solo se conformó con ladearla un poco. Al
salir, al jardín de vegetación xerofita y decorado con piedras, que
debían atravesar para poder llegar a sus habitaciones, la mirada de
Samira se vio cautivada por el firmamento—. ¡Impresionante! —
silbó, al ver por primera vez un cielo tan cargado de estrellas.
—Es hermoso, ¿cierto?
—Es lo más hermoso que he visto en mi vida. —Estaba
anonadada—. Sí me habían dicho que en el desierto se veían
muchísimo las estrellas, pero no imaginé que tanto —confesó sin
poder cerrar la boca por lo maravillada que estaba.
—De hecho, es uno de los mejores lugares del planeta para
verlas, por algo está aquí el proyecto ALMA uno de los
observatorios astronómicos más importantes del mundo.
—Entonces estoy teniendo una vista privilegiada… Mira que
deslumbrante exhibición de estrellas fugaces y constelaciones, llena
el cielo de magia… ¿Podemos quedarnos un poco más?
—Sí, no tendría problemas, pero podríamos estar más
cómodos, ¿te parece si hacemos un picnic nocturno en la terraza de
tu habitación?
—Payo, sueles tener muy buenas ideas —dijo divertida y le
codeó un costado, enseguida se echó a correr hacia su habitación.
Renato la siguió, aunque no corrió, solo apresuró el paso,
mientras sonreía y apreciaba cómo se agitaba el larguísimo cabello
de Samira.
Ella abrió la puerta, corrió hasta la cama y dejó ahí su regalo,
vio sobre la mesita de noche su móvil, pero no iba a revisarlo en ese
momento, prefirió ir al vestidor, donde había visto algunas mantas y
almohadas de repuesto.
—Voy a preparar algo para calentarnos, ¿prefieres té o café?
—preguntó, volviendo cargada de las cosas que llevaría a la terraza.
—Té, ya he tenido suficiente de cafeína por hoy —argumentó al
tiempo que le solicitaba las cosas que ella traía—. Deja que me
encargue de esto.
—Gracias.
Renato salió a la terraza, donde parecía que el frío se
intensificaba con el paso de los minutos; aun así, se dio a la tarea
de tender sobre el suelo una de las mantas, acomodó las
almohadas y agarró también los cojines que estaban en los asientos
de exteriores.
Ella corrió al frigobar donde había una cafetera y varios
sobrecitos de té y de café. Aprovechó que su compañero estaba
fuera para inhalar profundamente el aroma de su perfume en la
chaqueta que todavía tenía sobre los hombros y sintió la suave
textura de la tela al rozarla con las yemas de sus dedos. Pero no
podía quedarse ahí para siempre, por más que lo quisiera, después
de todo, el dueño de ese exquisito y excitante aroma esperaba por
ella a pocos metros.
Hizo té para ambos, Renato tenía razón, no podía seguir
abusando de la cafeína, era mejor ir bajando la dosis diaria, así
podría descansar mejor una vez volviera a la rutina en Santiago.
Mientras el agua se calentaba, metió las bolsitas en las tazas, a la
de ella le echó tres terrones de azúcar y luego le vertió el agua.
Con bandeja en mano salió a la terraza donde él había creado
un nido entre los cojines, con cuidado puso la bandeja en el suelo y
ambos se sentaron uno al lado del otro con las piernas en posición
de meditación. Fue Renato quien desdobló una manta y la puso
sobre sus regazos.
—De verdad que es hermoso —suspiró Samira, sintiendo que
el frío le pinchaba en las mejillas. Pero el sorbo del té que bajó
caliente por su garganta, la reconfortó.
—Sí, es impresionante, ver esto me hace dar cuenta de lo
insignificante que realmente somos los seres humanos —murmuró
él, con la mirada puesta en esas galaxias y constelaciones lejanas
que se apreciaban en uno de los cielos más oscuros del cosmos.
La chica asintió, perdida en esa maravillosa visión en la que las
estrellas no titilaban, estaban estables ahí. Se veían tantos,
tantísimos astros, que la cúpula celeste mostraba un relieve
inesperado; algunas eran brillantes, como si estuvieran demasiado
cerca, y otras, más débiles, servían de fondo. La Vía Láctea que
atravesaba el cielo nocturno, parecía estar iluminada artificialmente
de tanto brillo que

acumulaba.
Samira apreciaba el espacio exterior de una manera nueva y
fascinante; era tanto su asombro, que prácticamente había
enmudecido, solo era consciente del calor que Renato emanaba.
Mientras se calentaba las manos con la taza que mantenía acunada.
—Sabes, hay una leyenda que sobre los gitanos y las estrellas
—murmuró, volviéndose a mirar al hermoso hombre a su lado.
—Supongo que debe ser muy interesante, ¿te gustaría
contármela? —pidió él, embelesado en cómo en los ojos de ella se
reflejaban los destellos siderales.
—Sí… —carraspeó, tomó un sorbo de té y volvió a carraspear,
al tiempo que enderezaba la espalda, preparándose para contar la
historia de la mejor manera posible. Esperaba no saltarse ningún
dato importante, así que empezó—: La leyenda trata sobre cómo
surgieron los gitanos —le aclaró con una leve sonrisa de nervios.
—Estoy deseando escucharla —aseguró, mirándola a los ojos y
sin poder contenerse le apartó de la cara ese mechón de cabello
que el viento gélido llevó hasta ahí y se lo puso tras la oreja, no
quería que nada le impidiera deleitarse con sus ojos hechiceros.
Samira bajó la mirada y tragó grueso, esas cosas que él hacía
la ponían nerviosa y la confundían, porque no sabía si se trataba de
un gesto amable o de algún tipo de arte de seducción; por eso
siempre trataba de mantenerse en la zona segura y no hacía nada.
Se relamió los labios para por fin relatar.
—Algunos historiadores aseguran que los gitanos proceden de
algún lugar recóndito de la India, incluso del antiguo Egipto —
comentó y negó con la cabeza, poniendo sus ojos oliva en los
azules, percatándose de que las pupilas de él estaban más
dilatadas que nunca—. Lo cierto, es que jamás han podido asegurar
o confirmar nada, solo existe esta vieja leyenda rodeada de magia y
fantasía a la que muchos de los primeros gitanos se aferraron.
» La historia cuenta que, en los primeros días de la tierra,
cuando aún era pura y estaba sin contaminar, cuando ni siquiera
existía la música y los caminos aún no estaban marcados, nació un
niño albino, tan blanco que parecía brillar en medio de la inmensa
oscuridad de la noche, el pelo tan rubio que podía confundirse con
un blanco inmaculado y ojos tan azules como el propio cielo en un
día de primavera. Cuentan que, cuando creció, la gente de aquella
aldea se burlaba tanto de su aspecto que solamente salía de noche,
para evitar las miradas crueles y discriminatorias de todas esas
personas que lo rodeaban. En la aldea le llamaban el hijo de la
noche, no solo por su aspecto físico, sino porque aquel joven
muchacho tan solo hablaba con la luna y las estrellas…
Samira no le quitaba la mirada a Renato mientras relataba la
historia, deseaba grabar en su memoria cada uno de sus gestos.
Pero cuando él la vio a los ojos, ella disimuló desviando su atención
al cielo, haciendo que él la imitara.
Ella tenía una habilidad única para narrar que lo tenía absorto,
lo mantenía atento a todo lo que decía. No quería interrumpirla, por
lo que solo la dejaba seguir con la historia, pero quería decirle que
de alguna manera, él se sentía identificado con ese joven albino; si
bien, su apariencia no era precisamente distinta a lo considerado
común o no tenía ninguna anomalía física, durante mucho tiempo se
sintió extraño, como si no perteneciera a su entorno, que no era
como los demás en su familia o de su círculo social, eso lo
abrumaba y lo obligaba a recluirse para evitar confrontar a quienes
le pedían ser de una manera con la que él no se sentía cómodo.
—La leyenda narra que aquel chico se enamoró perdidamente
de la Luna y la cortejó cada noche con las frases de amor más
bellas que jamás alguien pronunció en la vida —siguió y observó
cómo Renato le acomodó un poco la manta—. Pero un día, la luna
cansada de sus constantes halagos y cortejos, le dijo que nunca
podría amarlo, ya que era un simple mortal, rompiendo así, todas
sus ilusiones y echándolo a un lado, como un día hicieron todos sus
vecinos. Pero poco después, el joven observó que, entre todas las
estrellas, se encontraba una bonita que había pasado por alto, pero
que brillaba con mayor intensidad cada vez que él le hablaba o
recitaba versos a la noche. Aquella luz tan especial, fue capaz de
calar su alma triste y rota volviéndose a ilusionar con un amor tan
difícil como prohibido.
»El joven decidió cortejarla cada noche y a diferencia de la
luna, la estrella sí le correspondió. Enamorándose perdidamente de
él, bajó a la tierra, rompiendo así con las normas establecidas por el
universo y la propia Luna; ella les había advertido que provocarían
un desorden en el firmamento si intentaban llevar a cabo ese
absurdo amor. Pero no quisieron escucharla, la ignoraron por
completo y decidieron arriesgarse a todo.
»Cuando se vieron por primera vez, la estrella le dijo al joven
muchacho que desde el cielo él se parecía a ella; sin embargo, una
vez bajó a la tierra, se convirtió en una mujer de tez morena con
cabello largo y negro como la noche, ojos oscuros y profundos que,
adornados por largas y negras pestañas, creaban una obra del más
puro arte. Un amor de contrastes tan bellos que las demás estrellas
sintieron envidia y desearon vivir lo mismo, o al menos intentarlo. Su
amor fue intenso y prohibido; verdadero, único, eterno. Pero pronto
descubrieron que la luna tenía razón y sus corazones se llenaron de
temor, ya que muchas de las estrellas también bajaron en busca de
sus propias historias de amor. El universo siguió en equilibrio a
pesar de que las estrellas descubrieron que habían sido engañadas
por la luna traicionera, porque siempre habían tenido la oportunidad
de bajar a la tierra o elegir donde permanecer. Siempre tuvieron
opciones y ellas lo habían ignorado por siglos.
»Lo que en realidad ocurría era que la luna estaba celosa
porque el hijo de la noche había preferido a una simple estrella en
lugar de a la misma reina del cielo. Y de ese amor entre estrellas
caídas y humanos, fue que apareció una nueva raza, los gitanos o
como también los llamaron, zíngaros, cigány o roms. Una raza que
nació con la marca de una estrella dorada detrás de la oreja
izquierda, para recordar su procedencia. Un pueblo que nunca sintió
que formaba parte de este mundo porque, en realidad era que
pertenecían a dos; por eso nunca llegaron a ser aceptado porque,
desprendía algo tan diferente que no era de este universo.
»Una mezcla de lo mundano con lo desconocido de las
estrellas, así es como dicen que es el interior de los gitanos, todo un
universo sin conocer. Todavía se cuenta que en los ojos de muchos
se puede encontrar restos de esa luz tan característica y mágica…
—Samira resopló, dando por terminado su cuento.
Renato se mantuvo quieto mirándola a los ojos, como solo
pocas veces lo había hecho.
—Ahora lo entiendo —murmuró sin desviarle la mirada.
—¿Qué entiendes? —preguntó ella. Aprovechó para darle un
sorbo a su té ya frío, para así pasar el nudo de nervios en su
garganta. Luego dejó la taza en el suelo.
—Ese brillo en tus ojos, esos destellos amarillos que algunas
veces vacilan y se ven verde… Es la esencia de las estrellas en ti.
—Solo es una bonita leyenda, solo eso —rio nerviosa—. No
tiene que ver… No te la has creído ¿o sí?
—Siempre he pensado que las leyendas, mitos o todos esos
cuentos que tienen esa aura mística un poco de realidad sí que
traen, no sé… —Negó bajando la cabeza hacia el color turbio de su
té, pero solo fueron pocos segundos porque se volvió a mirarla de
nuevo—. Quizá sea demasiado tonto de mi parte ser tan crédulo. —
Una sonrisa apenas se asomó a las comisuras de sus labios—,
¿segura de que no tienes una estrella dorada tras la oreja? —
Amplió su sonrisa, elevando una ceja.
—No, no la tengo. —Se apartó el cabello, aun con lo mucho
que no le gustaba mostrar las suyas, lo hizo para que él lo
corroborara—, pero he pensado que, si algún día me hago un
tatuaje, será ese.
—Seguro se te verá muy bonito —asintió, de acuerdo con esa
decisión—. Después de todo, eres una de sus descendientes.
—Ya no sigas. —Se llevó la mano a la boca para ocultar un
bostezo y se acostó, acomodando la cabeza sobre uno de los
cojines—. Solo es una leyenda.
—¿Quieres ir a dormirte ya? —preguntó observándola de
soslayo.
—No, me gustaría quedarme un poco más. —Se puso de
medio lado y se acurrucó.
—Está bien —dijo mientras le regalaba una tierna caricia en la
cabeza. Estudió la posibilidad de acostarse a su lado, muy cerca,
pero no sabía si a ella le podría incomodar; así que, para evitar
arruinar las cosas, prefirió seguir sentado y mirando el cielo
estrellado.
Samira desde su perspectiva no solo podía ver el firmamento,
sino también a Renato, permanecieron en un silencio que era
cómodo entre ellos. No se había dado cuenta lo mucho que
extrañaba estar así con él, en uno de esos momentos en los que no
necesitaban palabras para sentirse a gusto el uno con el otro.
El frío y el cansancio de un día bastante extremo le ganaron la
partida y terminó quedándose dormida, cobijada por ese manto de
incontables destellos y el aroma del perfume de Renato que aún
estaba intacto en la chaqueta que ella tenía puesta.
Cuando él se volvió a verla, confirmó lo que había sospechado
tras varios minutos de silencio, se había rendido ante Morfeo, pensó
en quedarse más tiempo ahí velando sus sueños, incluso permitirse
acostarse a su lado, pero no quería que ella pasara frío
innecesariamente. Así que, decidió que sería mejor llevarla dentro.
Se levantó, apartó delicadamente las mantas con las que ella
se cubría y con el mayor cuidado posible y el esfuerzo necesario,
hizo algo que jamás imaginó que se atrevería a hacer con nadie, la
cargó, pero al no estar acostumbrado fue un poco torpe al momento
de alzarla; sin embargo, en cuanto encontró equilibrio pudo caminar
hacia la habitación.
Debido al movimiento ella despertó, pero al ser consciente de lo
que estaba sucediendo, no hizo nada, solo se reconfortó más contra
el pecho de Renato y cerró los ojos, fingiendo seguir dormida,
aunque si la observaban a la cara, notarían que tenía una ligera
sonrisa dibujada en el rostro.
Él con cuidado la puso en la cama, le levantó las piernas para
poder sacar las sábanas y arroparla. Temió que ella dormida hiciera
un mal movimiento y tirara al suelo la MacBook, por lo que la quitó
de la cama y la puso encima de la mesita de noche, justo al lado de
su móvil donde la pantalla se iluminó con una llamada entrante de
Adonay.
De inmediato la tensión viajó rauda por sus venas y una
sensación caliente y muy desagradable reptó por su pecho y
estómago. Ver ese nombre en la pantalla lo aturdió, incluso empezó
a temblar, se sentía devastado. Agradeció que por lo menos el
aparato estuviera en silencio y que no despertara a Samira, de
haberlo hecho, no sabría cómo confrontarla.
Adonay insistía con otra llama, él ni siquiera podía moverse,
apenas conseguía respirar, mientras observaba iracundo la pantalla.
Era una estupidez, lo sabía, pero no podía controlarlo.
Estaba molesto y era comprensible porque no debería estar
llamándola… ¿o sí? ¿Acaso ella le permitía que hablaran tan tarde?
¿Por qué ella le había ocultado que había retomado el contacto con
su exprometido? Esos cuestionamientos solo lo hicieron sentirse
más furioso.
No haría nada ahí, no iba a despertarla y pedirle explicaciones,
porque no tenía ningún derecho, además que odiaba las
discusiones, prefería tragarse todo y apegarse al poquito orgullo que
le quedaba.
Así que se obligó a salir de ese trance, caminó hasta la puerta
que daba a la terraza, la cerró, luego apagó las luces y se fue a su
habitación. Al llegar, se sentó al borde del colchón, sintiendo un gran
vacío en la boca del estómago, tragó saliva, sin saber qué hacer con
sus emociones y en un intento por erradicarlas se restregó la cara
con las manos.
Sabía que tenía que descansar porque en unas horas debía
volver a Río, por lo que decidió darse una ducha para ver si así
conseguía menguar eso tan abrumador que sentía en el pecho.
Estaba seguro de que no eran celos, no podía ser eso, porque, a fin
de cuentas, ellos solo eran amigos, además de que el destino de
ella estaba al lado de ese hombre, sin importar cuanto se esforzara
por desviarse del camino impuesto por su familia. Le enfurecía que
ella no pudiera darse cuenta de eso y que todo el esfuerzo invertido
terminara siendo inútil.
CAPÍTULO 48
En cuanto Samira escuchó que él salía de la habitación, abrió
los ojos y sonrió sin poder controlarlo. Sabía que tenía que dormir,
porque en unas horas tendría que estar lista para volver a Santiago,
pero la felicidad no la dejaba, así que encendió la luz. Aún podía
sentir lo maravilloso que fue saberse en los brazos de Renato,
disfrutar del calor de su pecho y poder percibir el latir de su corazón.
Ignorando su móvil, se hizo de la caja de la portátil, necesitaba
verla, si era tan hermosa como se notaba en el dibujo de la caja;
cuando por fin la sacó, quedó maravillada, el color era precioso y la
textura muy suave. Habría preferido que él no hiciera ese gasto,
pero ya que decidió hacerle ese obsequio, no podía negar que
estaba fascinada.
Perdió el sentido del tiempo mientras revisaba el sistema
operativo, llevada por su curiosidad se paseaba por cada espacio de
la portátil, lo bueno de tener en su trabajo una iMac, era que ya
conocía casi a la perfección cómo funcionaba.
Hasta que empezó bostezar, sin duda, necesitaba descansar,
por lo que fue al baño a desmaquillarse y ponerse el pijama, de
vuelta a la cama, agarró la portátil y con mucho cuidado y amor la
metió en la caja y la dejó sobre la mesita de noche, luego se hizo del
móvil para programar la alarma y fue entonces que se dio cuenta de
las llamadas perdidas de Adonay.
Se llevó la mano a la frente y soltó un jadeo, lamentándose por
haber olvidado enviarle un mensaje. Sintió la necesidad de hacerlo
en ese momento, pero ya era demasiado tarde, no quería
importunarlo, lo más seguro era que ya debía estar durmiendo.
«En cuanto despierte le escribo» pensó, al tiempo que devolvía
el teléfono a la mesita de noche, se metió bajo las sábanas y apagó
las luces.
Fue el sonido del despertador lo que la despertó como de
costumbre, no tenía tiempo para quedarse remoloneando en la
cama, debía darse prisa porque tenía que preparar el equipaje,
aunque solo llevaba una mochila, no quería olvidar nada.
Le envió un mensaje de buenos días a Renato, además le
preguntó si se verían en el restaurante para desayunar.
Él le respondió en poco tiempo, en el mensaje le decía que
estaba ocupado con trabajo, que fuera ella a desayunar, porque ya
él se había pedido servicio a la habitación.
A Samira no le pareció extraño lo que le decía, por lo que solo
le deseó buen provecho y le preguntó a qué hora se verían en el
vestíbulo para partir. Casi enseguida recibió la respuesta que le
indiciaba que a las once debía estar lista.
Se tomó un par de minutos para escribirle un mensaje a
Adonay, se disculpó por no haberle contestado, le dijo que a esa
hora ya estaba dormida.
No quiso ir a comer sin antes organizar la habitación, por lo que
salió a la terraza a recoger las almohadas y mantas que habían
utilizado por la noche. Al terminar, se duchó rápidamente y se fue a
desayunar.
Cuando por fin tuvo la oportunidad de volver a ver a Renato en
el vestíbulo, caminó enérgica hacia él y le plantó un beso en la
mejilla, que no fue correspondido.
—Ya están esperando por nosotros —comentó el chico,
solicitándole la mochila.
Samira hasta ese momento no le parecía demasiado extraña la
actitud distante de él porque imaginaba que estaba urgido, quizá
tenía muchas cosas que atender en cuanto llegara a Río, sin
importar que fuera domingo. Bien sabía que personas importantes
como él, siempre tenían algo pendiente que hacer. Más de una vez
le había tocado asistir a su jefe, al enviarle algún documento fuera
de horarios o días laborales.
—Gracias, no está pesada —aseguró sin entregarle la mochila
—. Vamos, no quiero que se nos haga tarde… disculpa si te hice
retrasar.
—No te disculpes, has llegado a tiempo —comentó con tono
serio y se dirigió a la salida. Agradeció a quien quiera que fuera que
le acababa de enviar un mensaje, porque pudo centrar su atención
en el móvil, lo sacó del bolsillo de su chaqueta mientras ella lo
seguía. Apenas le echó un vistazo al hombre que le abría la puerta
del asiento trasero de la SUV—. Gracias —le dijo y le hizo un
ademán a Samira para que subiera, luego se montó tras ella, pero
sin desviar la atención de la pantalla. Era su madre, preguntándole a
qué hora llegaría—. Mierda —refunfuñó.
La gitana lo miró sorprendida porque era primera vez que lo
escuchaba decir una mala palabra o por lo menos usando ese tono
casi molesto. Quería preguntarle si sucedía algo, pero no quería
parecer demasiado entrometida.
Renato no quiso responder con llamada o nota de voz, porque
sabía que su tono estaba alterado por la molestia que lo gobernaba
y de la que no había podido deshacerse con una ducha ni con la
historia de conspiración política que estaba leyendo.
Le escribió un mensaje, diciéndole que olvidó informarle que
había tenido que viajar para cubrir a Helena en una reunión en San
Pedro de Atacama, pero que ya estaba de camino a Río.
Samira al sentirse ignorada decidió buscar su teléfono para
leer, pero tenía la necesidad de que entablaran una conversación
amena, para asegurarse de que su comportamiento extraño nada
tenía que ver con ella.
—Anoche no sé cómo llegue a la cama… —inició buscando la
mirada de él.
—Te llevé —respondió tras aclararse la garganta con
incomodidad y sin mirarla.
—¿Caminé dormida? —curioseó, aunque ella sabía la
respuesta.
—No, tuve que cargarte —confesó sin atreverse a mirarla.
—No tenías que molestarte, me hubieses despertado.
Renato se encogió de hombros y como ya no tenía nada más
que hacer en el móvil se aventuró a mirarla, quería enfrentarla,
preguntarle por qué no le contó que había retomado la relación con
Adonay, de haberlo sabido él no habría hecho el ridículo; se sentía
burlado porque… porque, ni siquiera sabía el porqué de toda esa
mezcla de emociones que lo abrumaban.
Samira le mantuvo la mirada, era como si quisiera decirle algo,
pero no terminaba de animarse. No lucía molesto, pero estaba serio
y su mirada comúnmente dulce poseía matices de desánimo,
cuando por fin lo vio abrir la boca, el sonido de su teléfono lo
interrumpió. De inmediato lo buscó en el bolsillo de la mochila que
llevaba en su regazo, al sacarlo tanto ella como Renato se dieron
cuenta de la llamada entrante de Adonay, los ojos azules refulgieron
y a ella la cara le ardió, sus ojos estuvieron a punto de desorbitarse
y el corazón se le desbocó.
—No dejes que la llamada se vaya al buzón de voz —comentó
él con una risilla tensa, tras la que pretendía ocultar su molestia.
—Iba a contarte… —hablaba, pero lo vio negar con la cabeza.
—No me debes explicaciones Samira, es tu vida, tú sabrás
cuáles son las decisiones más acertadas para ti. —Su tono huraño
era imposible de disfrazar—. Si necesitas atender esa llamada,
hazlo. No te cohíbas por mí.
—Solo nos tratamos como familia, como amigos, ha
cambiado… Ahora apoya que quiera estudiar, ha perdonado mi
deshonra y está ayudando a mi padre… —Aunque Renato no
quisiera explicaciones ella quería dárselas. Él volvió a negar con la
cabeza.
—No me digas nada de eso, no es necesario que lo sepa…
Solo te digo que las personas no cambian, no lo hacen, solo
modifican su comportamiento debido a ciertas conveniencias, pero
tarde o temprano la naturaleza sale a la luz. —Se volvió a mirar por
la ventanilla para dar por zanjado el tema.
A ella le impactó lo que acababa de escuchar, pero entendió
que no tenía caso seguir con esa conversación, mientras el teléfono
en su mano volvía a repicar, por lo que con manos temblorosas lo
silenció y luego rechazó la llamada.
Empezó a escribirle un mensaje a Adonay, mintiéndole una vez
más, disculpándose por no poder atenderle. Tras enviarlo se
mantuvo atenta en la pantalla, su mirada estaba borrosa por las
lágrimas que amenazaban con derramársele, no podía evitar sentir
que el peso de las palabras de Renato le aplastaba el alma, porque
ella quería creer que sí, que Adonay podría cambiar, que podría ser
un buen amigo, deseaba tener un apoyo más dentro de su familia,
alguien además de su abuela que comprendiera sus razones, pero
ahora la había hecho dudar.
El viaje hasta el aeropuerto se hizo en medio del silencio, entre
ellos danzaba un aura de tensión que solo servía para incrementar
la molestia, pero eran un par de cobardes que preferían eso a
enfrentarlo.
Cuando subieron al avión, Renato buscó en su equipaje de
mano el libro que estaba leyendo y Samira por su parte, se puso los
Airpods y se dedicó a mirar una serie en su móvil. A pesar de que
estaban sentados uno frente al otro, sus miradas no coincidieron
durante todo el vuelo, aunque cada uno de vez en cuando se
dedicaban miradas fugaces.
En cuanto el avión aterrizó en Santiago, ella agarró su mochila
y le dijo que no tenía necesidad de bajar, le deseó feliz viaje y que si
quería le avisara cuando llegara, solo para no estar preocupada.
Él no quería que las cosas quedaran así entre ellos, pero por
primera vez sentía que debía dejar que su orgullo herido lo guiara,
porque debía proteger la poca dignidad que sentía que le quedaba,
por eso solo le dio las gracias por haberlo acompañado. Ella asintió
con un nudo haciendo estragos en su garganta y salió de la
aeronave, para subir al vehículo que ya la esperaba. No pudo darse
cuenta de que él la observó por la ventilla hasta que el auto se puso
en marcha.
Lo que debió ser un viaje para reforzar la amistad y unirlos
más, terminó creando una brecha de la que no estaban seguros si
pudieran reparar algún día, pues Renato se sentía decepcionado,
porque creyó que ella era diferente, que ese tiempo que había vivido
fuera de la burbuja en la que creció, le había servido para darse
cuenta su valía y que no le debía nada a nadie.
Las cuatro horas de vuelo restante las hizo tratando inútilmente
de concentrarse en varias cosas como leer, ver alguna película o
adelantar trabajo.
En cuanto el avión aterrizó en el Galeão, le envió un mensaje a
Samira, anunciándole que había llegado, sin nada más. No daría pie
para iniciar una conversación, porque estaba seguro de que con el
humor que tenía terminarían discutiendo nuevamente y no era lo
que quería.
Sus abuelos le dieron la bienvenida y le pidieron que fuera a
descansar, que por la noche vendría Helena para que conversaran
sobre lo que se había dicho y hecho en la reunión y durante la visita
a la mina. En lo que vio su cama, su cuerpo se rindió ante el
cansancio, ya que la noche anterior no fue capaz de pegar un ojo,
debido a la rabia que no mermó en ningún momento.
Tras seis horas se sentía sensible y decaído, se duchó y bajó,
encontrándose con Helena, que no sabía que estaba atravesando
uno de sus episodios depresivos, por eso prácticamente tuvo que
sacarle las palabras con pinzas, pero en ese momento le costaba un
mundo abrirse ante otras personas o compartir lo que le estaba
pasando. Lidiar con alguien con un trastorno psicológico nunca era
fácil, ni siquiera cuando este fuera uno de los más frecuentes, el
problema principal era que su familia solía invalidar sus sentimientos
y eso hacía que él se cerrara lo suficiente como para no confiarle su
problema.
Esa madrugada ni siquiera se conectó para ver a Lara; sin
embargo, respondió a los mensajes que ella le había enviado, se
excusó, diciéndole que estaba resfriado y que tenía un terrible dolor
de cabeza, su manera de consolarlo fue enviándole un vídeo en el
que le deseaba una pronta mejoría, lo adornó con besos, los cuales
le pidió regar por su frente. Esa fue la primera sonrisa que esbozó
en muchas horas.
Sabía que debía frenar su malestar, Danilo siempre le
recomendaba distraerse cuando sentía que la tristeza se cernía
sobre él, por lo que se quedó leyendo hasta muy tarde en la
madrugada y se fue a dormir solo cuando terminó el libro, aunque
aún seguía sin sueño.
Por la mañana despertó y se topó con un mensaje de Samira,
en el que solo le deseaba buenos días, no hacía ningún tipo de
mención al tema de Adonay; él por el contrario, no podía sacárselo
de la cabeza y empezaba molestarse de verdad consigo mismo,
porque le estaba dando demasiada importancia a algo que no era
de su incumbencia.
«Buenos días también para ti, espero que tengas una buena
jornada» respondió, dejó el móvil sobre la mesita de noche, apartó
las sábanas y salió de la cama para irse directo a la ducha. Una vez
listo con un traje azul marino, camisa blanca y corbata negra, se fue
a la terraza donde estaban desayunando sus abuelos para
saludarlos antes de irse. Ellos lo invitaron a que los acompañara
durante la comida, pero él se negó alegando que tenía muchos
compromisos esa mañana, la verdad era que sabía que, si se
quedaba, su abuelo se daría cuenta de que no estaba bien, él y su
papá eran los únicos que detectaban sus estados de ánimo a simple
vista, aunque él buscara disfrazarlos. Se marchó rumbo al trabajo,
donde por lo menos, las ocupaciones del día lo mantendrían
distraído o eso esperaba.
Samira se estaba duchando cuando la llegada de un mensaje
interrumpió brevemente la canción que escuchaba, imaginó que
debía ser Renato, aunque se moría de ganas por leer lo que tenía
para decirle, siguió con su aseo personal.
En cuanto terminó, se envolvió el cuerpo en una toalla y se
quitó el gorro de bañó que le torturaba las orejas, pero era necesario
usarlo para no arruinar el alisado que se había hecho la noche
anterior y que le tomó casi dos horas. Agarró el móvil para ver el
mensaje, que le dejó un sinsabor en la boca. Al igual que el día
anterior, no la invitaba a seguir conversando; así que tampoco
insistió, quizá estaba siendo demasiado orgullosa, pero no entendía
por qué él estaba tan molesto, claro, sabía que le había disgustado
que no le hubiera contado que mantenía contacto con su primo,
pero no consideraba que eso fuera razón suficiente para tener esa
actitud con ella.
Durante el día no recibió más mensajes de él, fue ya en la
noche, antes de irse a dormir que le deseó buenas noches. En ese
punto ya quería llamarlo y pedirle explicaciones, pero no tenía el
valor para afrontar esa conversación. Ya para esas alturas no le
quedaban dudas, Renato estaba molesto con ella, hizo a un lado la
idea de que se tratara de celos, porque en el fondo sabía que lo que
a él le preocupaba era que ella terminara sacrificando todo lo que
hasta ese momento había conseguido, solo por conseguir el perdón
de su gente.
Él no podía entenderlo porque estaba rodeado de sus seres
queridos, no sentía la nostalgia día y noche atenazándole el
corazón. Sí, quería realizarse como persona y mujer, pero también
extrañaba demasiado a los suyos, añoraba poder refugiarse en el
pecho de su abuela, también extrañaba el momento en que su
padre llegaba cansado del trabajo y ella le ayudaba a quitarle los
zapatos para darle un masaje y que él le agradeciera con una
sonrisa y una caricia por el borde de su cara.
Muchas veces se sentía a la deriva, lloraba cuando le tocaba
cenar sola o cuando se iba a la cama y se sabía sola en esa
oscuridad. Se estaba perdiendo momentos importantes en la vida
de sus hermanitos, extrañaba escuchar sus constantes peleas… Lo
único que la mantenía unida a su hogar eran los instantes en que
hablaba con su abuela y ahora que podía conversar también con
Adonay, tenía con quien revivir bonitos recuerdos de su infancia, no
quería renunciar a eso.
Sabía que estaba siendo egoísta, porque quería volver a estar
junto a su familia, estudiar medicina y también permanecer cerca de
él, aunque jamás podría tener esas tres cosas en su vida; debía
renunciar por lo menos a una de ellas y por más vueltas que le diera
al asunto, lo único que entraba en mayor conflicto eran sus
sentimientos por Renato.
CAPÍTULO 49
Fue el martes a media mañana cuando Renato recibió la
correspondencia que previamente había pasado por las manos de
Drica, quien tenía la potestad de decidir lo que debía ser atendido
directamente por él o de lo que ella se podía encargar.
Mientras ponía atención a la llamada que mantenía con el
director de Finanzas de la sucursal en Abu Dabi, aprovechó para
echarles un vistazo. Entre los sobres que estaban sobre su
escritorio hubo uno que despertó su curiosidad porque era de una
textura casi aterciopelada en color champán; al abrirlo se dio cuenta
de que lo que ese sobre contenía era la más fiel representación del
descaro.
Se sintió perturbado en el acto, lo que le llevó a tartamudear la
despedida con Abdel Jabbâr y sin desviar la mirada de aquella
invitación, terminó la llamada.
La respiración se le atascó en el pecho y las manos empezaron
a sudarle, una furia caliente y poderosa empezó a corroerlo porque
el sentía que lo seguían viendo como a un estúpido. Solo Vittoria
tenía la desfachatez de invitarlo a su boda con Paolo. Deseaba
romperla, pero no iba a ganar nada, también pensó en echarla a la
basura, pero tampoco pudo hacerlo, solo la lanzó al último cajón de
su escritorio e intentó volver a concentrase en el trabajo.
Pero la rabia no lo dejaba, debía salir y alejarse de ese maldito
sobre que le arruinó el día, agarró su móvil, lo guardó en el bolsillo
interior de la chaqueta y salió de la oficina.
—Drica, vuelvo en quince minutos —le dijo a su secretaria.
Sabía que no tenía ninguna reunión pendiente, por eso ella no lo
retuvo.
—Está bien, ¿ya firmaste el informe de resultados y el estado
de ganancias y pérdidas del mes?
—Sí, está en el escritorio. —Señaló por encima de su hombro
derecho con el pulgar, para indicar que estaba en su oficina y siguió
con su camino.
Le agradó encontrase con el cielo nublado y la brisa fresca, lo
que le haría la caminata más amena, observaba el tráfico y poco a
las personas que transitaban por la acera, pensaba en llamar a
Danilo y ponerlo al tanto de la reaparición de Vittoria, pero sabía que
él querría que adelantaran la sesión lo más pronto posible, no podía
estar alterando su agenda por culpa de su pasado no resuelto, pero
era lo que había, no podía permitirse dejar que ellos siguieran
marcando las pautas en su vida, eso sería como retroceder en el
proceso de sanación.
En ese instante, de todas las personas que vivían en Río de
Janeiro, con la menos que esperaba toparse era con la abuela de
Samira, quiso ignorarla, pero no había manera de evitarlo ya que la
mujer también lo había visto debido a que ella caminaba en su
misma acera de frente a él, traía una mochila colgada a uno de sus
brazos y de su mano una jovencita delgada y larguirucha con los
ojos de un color avellana resplandeciente que no dejaba dudas del
parentesco. Sin duda, Samira y su hermana, habían heredado esa
contextura de Vadoma.
—¿Cómo está? —Tuvo que saludar para no parecer descortés,
cuando la mujer llegó hasta él intentando no desviar su mirada a la
jovencita que se quedó admirándolo con bastante curiosidad.
—Bien… —Le saludó y se volvió hacia la nieta acunándole una
mejilla para hacerle volver la cara hacia ella—. Sahira, cariño, ve a
poner el puesto —le dijo entregándole la mochila—. En un minuto
estoy contigo.
—Está bien abuela —respondió, para luego volverse a mirar
una vez más al extraño con bastante interés y una sonrisa coqueta.
Sin duda, el payo era demasiado atractivo y elegante. Se moría por
saber cómo era que su abuela lo conocía.
Cuando Vadoma le pidió a la nieta que los dejara solos, supuso
que deseaba iniciar una conversación, por lo que él se llevó las
manos a los bolsillos del pantalón, preparándose para cualquier
sermón, no tenía ninguna duda de que, por ser un payo con dinero,
no era del agrado de la gitana.
—¿Cómo has estado? —preguntó con un tono de voz bastante
altivo que denotaba lo poco que confiaba en él.
—Bien, gracias por preocuparse.
—¿Has visto a mi niña últimamente? —interrogó a quemarropa,
no tenía ganas de andar con rodeos.
Renato recordó una conversación que había tenido con Samira
una de esas tantas noches que hablaban sin parar, en la que ella le
había dicho que tuvo que tomar la decisión de ocultarle ciertas
cosas a su abuela, como, por ejemplo, sobre su nuevo trabajo. Le
fue fácil deducir que tampoco le había contado todas las veces que
él había ido a visitarla.
—Eh, no señora… Hace mucho que no la veo. —Negó con la
cabeza para reforzar la mentira—. Solo la vi hace meses cuando
tuve que viajar por trabajo a Santiago, solo compartimos un
almuerzo.
Vadoma supo que le mentía por la manera en que le esquivó la
mirada; así como también concluyó que Samira le había mentido
cuando le preguntó si él había ido a visitarla de nuevo.
—Pero mantienes contacto con ella, supongo.
—Sí, algunas veces nos escribimos mensajes, solo para saber
cómo está.
—Renato… ¿Cierto? —preguntó ella y él respondió con un
asentimiento—. Verás. —Vadoma tanteó las palabras que utilizaría
—. Yo estoy muy agradecida con todo lo que hiciste por mi nieta, sé
que ella también lo está… Espero algún día tener cómo pagarte por
todo eso, pero quiero hacerlo yo, no ella… Quiero pedirte que, por
favor, hagas menos frecuentes tus mensajes, ya no le escribas, no
la llames, ni la visites… Samira no necesita distracciones, ella ahora
está enfocada en trabajar para poder estudiar…
—Lo entiendo, señora. —Renato tragó grueso, no estaba
nervioso, estaba furioso por la manera en que esa señora quería
controlar la vida de su nieta. Sí, como su abuela, hacía lo correcto
en apoyarla en su educación, pero bajo sus condiciones. Él estaba
empezando a sentir que Samira era como un perro al que solo le
soltaban un poco la cadena, pero si veían que iba muy lejos tiraban
de ella.
—No, no lo entiendes… —intervino negando con la cabeza y su
mirada analítica puesta en el joven—. Yo quiero para mi nieta lo
mejor, ella es una joven muy inteligente, aunque demasiado
soñadora… Ella no pertenece al mundo de los tuyos, su lugar en
con su gente a donde regresará una vez sea una profesional. Ya no
es necesario que le facilites nada, porque ella es fuerte y puede
conseguir lo que quiera por sus propios medios. No te necesita, así
que no la busques más, ella tiene su gente, tiene hermanos y
padres que la defenderán ante quien sea…
—Señora, como le dije, no la he visto más, pero tampoco voy a
quitarle mi amistad solo porque usted me amenace —comentó con
la ira prácticamente desgarrándole la piel, tenía la boca seca y las
palmas de las manos sudorosas de la impotencia.
—Ella no necesita de tu amistad, entiéndelo, para eso tiene a
su primo Adonay, con el que se va a casar una vez regrese…
porque ese es su destino, no hay otro.
—Ese es el destino que su familia quiere imponerle —refutó
con la mirada brillante de rabia—. No voy a seguir con esta
conversación… con su permiso —dijo pasándole a un lado.
—No te metas en problemas, joven —le advirtió.
Renato solo sacó la mano de su pantalón e hizo un gesto vago
a la mujer que estaba a sus espaldas. Aunque no quería darle
importancia a eso, no pudo evitar recordar las palabras de su padre
y todo el problema que traían consigo los gitanos.
Definitivamente lo mejor sería olvidarse de Samira, pasar la
página y seguir en lo suyo.
Caminó un largo rato y cuando se decidió a volver usó otra ruta
para no tener que toparse de nuevo con Vadoma, por lo que entró
por el ala oeste del edificio. A pesar de que era un día fresco, se
sentía acalorado, así que le dijo a Drica que le solicitara una
limonada, sabía que eso no calmaría el fuego en su pecho ni el
hervidero que eran sus pensamientos, pero por lo menos calmaría
su garganta reseca.
Esa tarde no le escribió a su amiga, tampoco lo hizo por la
noche cuando llegó a casa; sin embargo, ella sí le deseó buenas
noches, se sintió en la necesidad de responderle, aunque con un
mensaje bastante lacónico. Estaba decidió a esta vez terminar
definitivamente su relación con ella, y no lo hacía por las amenazas
de Vadoma, sino por su paz mental.
Buscó refugió en la única persona que lo hacía sentir bien,
porque ver a Desire le despejaba la vida, con ella no había
sorpresas, sabía perfectamente que lo de ellos se trataba de un
arreglo monetario, ella le vendía los momentos que él necesitaba.
En la madrugada, después de que la llevara al privado y él se
corriera un par de veces, ambos acordaron quedarse conversando.
Le contaba esa mentira en la que su mundo era perfecto, era un
hombre seguro con un buen puesto de trabajo y una familia
influyente con lo que Lara se sentía fascinada. Esa era la cara de la
moneda que los demás veían; la otra, la más oscura y complicada
solo él la batallaba y se esforzaba para sobrevivirla.
Ella una vez más le recordó lo ansiosa que estaba por verlo
personalmente, por sentirlo de verdad. Fue entonces que Renato
estudió la posibilidad de por fin dar ese paso, imaginó asistiendo a la
boda de Vittoria y Paolo en compañía de ese monumento de mujer,
podría demostrarles que, si su intención era humillarlo, no podrían
hacerlo.
Su relación con Lara era bastante buena, incluso, podría
proponerle formalizar la relación, traerla consigo a vivir a Río.
Trabajaría en el departamento de marketing de la empresa, estaba
seguro de que con ella hasta se olvidaría de Samira fácilmente y así
se evitaría posibles problemas. Como dijo su abuela, era momento
de que ella siguiera su camino sola.
De verdad, deseaba hacerle esa propuesta a Lara, pero por
más que quiso, algo le hacía recular, necesitaba un poco más de
valor. Como siempre, cambió de tema para no responder a sus
deseos de encontrarse, por lo que conversaron sobre trivialidades
por un poco más de una hora, hasta que ella se despidió porque ese
día debía ir a una sesión de depilación láser, le prometió que le
regalaría un vídeo cuando la esteticista llegara a las mejores zonas
de su cuerpo y Renato le confesó que lo esperaría con muchas
ganas.
Luego se desconectó, hizo a un lado la portátil, se levantó y
agarró de la mesita de noche las servilletas con las que había
limpiado sus eyaculaciones, para tirarlas en la papelera del baño.
Al día siguiente cayó en la tentación y buscó una vez más la
invitación, leyó varias veces el mensaje.
Después de muchas aventuras compartidas, daremos el “sí quiero”,
seguiremos este emocionante viaje juntos y nos encantaría que nos
acompañaras a celebrar la gran fiesta de nuestra boda, llena de brindis,
carcajadas y bailes hasta el amanecer.
¡Te esperamos!
Leer eso solo hacía que la idea de invitar a Lara se reforzara, la
posibilidad daba vueltas en su cabeza, recreaba una y otra vez el
momento en que del brazo de Lara se acercaba a felicitar a Vittoria
y Paolo. Quizá solo era un arranque de soberbia, pero por primera
vez deseaba permitírselo.
Por otro lado, también luchaba con las ganas de escribirle a su
única amiga para saludarla, incluso había pensado en contarle
sobre el encuentro que tuvo con su abuela, pero no quería
mortificarla, ni mucho menos ponerla en contra de la mujer a la que
tanto quería.
No iba a entrometerse en esos asuntos familiares, le entristecía
mucho pensar que Samira terminaría cediendo ante las presiones
de ellos, pero no podía hacer nada, solo esperaba que en algún
momento ella supiera tomar las decisiones más convenientes para
sí misma, sobre todo que no aceptara un matrimonio impuesto con
un hombre que tarde o temprano terminaría aniquilándole la libertad.
La siguiente semana la idea de hacerle la invitación a Lara no
lo había abandonado, incluso, de manera inconsciente o quizá
demasiado consciente se esforzó de más en el gimnasio, trabajó
con más peso y por más tiempo, modificó los macronutrientes en
sus comidas, con la única intención de aumentar la masa muscular y
no parecer tan desgarbado. Cada pequeña cosa que hacía lo
impulsaba más hacia el valor que necesitaba para por fin verse con
la mujer que tantas noches de sueño le había robado.
De la gitana era poco lo que sabía, solo triviales
conversaciones en las que pudo enterarse que le iba bien en el
trabajo, que su lectura actual era Flores en la tormenta de Laura
Kinsale y también que había pasado a un nuevo nivel en el curso de
inglés. El tema familiar y sobre todo el de Adonay seguían
evitándolo.
Se le dificultaba mucho poner distancia, no quería terminar su
amistad con ella, era la única persona que no hacía parte de su
familia, con la que mantenía un vínculo bastante fuerte y con la que
se sentía cómodo de verdad, pero no quería meterla en problemas
con su abuela. No fuera que, por él empeñarse en seguir en
contacto, terminaran obligándola a volver o peor aún que fueran a
buscarla, porque era evidente que Adonay ya sabía dónde estaba.
Fue el viernes de esa semana, durante una videollamada con
Lara, que por fin se atrevió a dar el paso para el que tanto se había
preparado. En tres semanas sería la boda de Vittoria y Paolo y no
quería que todo fuese demasiado sorpresivo para la rusa ni tampoco
para su familia, la que inevitablemente empezaría a hacer preguntas
en cuanto la vieran.
—¡Sí! ¡Ay caramelo, me haces muy feliz! —Lara chilló pletórica,
dando saltitos—. No te haces una idea de las ganas que tengo de
verte… ¿Cuándo nos veríamos?
—No sé, dime dónde te gustaría que nos reuniéramos, un lugar
que te gustaría conocer. —Aún no quería decirle que pensaba
invitarla a un matrimonio, eso lo haría en persona.
—Obviamente que me encantaría ir a Río, pero como quieres
que sea en otro lugar, no sé, siempre he querido ir a varios lugares
en el Caribe. —Una sonrisa perenne y la mirada brillante delataban
lo feliz que se sentía.
—¿Qué te parece Punta Cana? —propuso, a pesar de que
estaba nervioso, ya la nuca le sudaba y el corazón le martillaba.
—Eso es en República Dominicana, ¿cierto? —preguntó,
porque era poco lo que sabía de América.
—Así es… No sé cómo estás con tus tiempos, si no interfiere
con la universidad. —Sabía que ella apenas había empezado el
semestre el primero de septiembre y no quería que perdiera clases
importantes.
—Podría tomarme una semana… —gimió pensativa—. Quizá
dos… sí, podría quedarme dos semanas contigo en el paraíso.
—Bien, déjame organizar mi agenda y ver por cuánto tiempo
puedo escaparme. —Se sintió súbitamente emocionado, una
descarga de adrenalina atravesó la espesa nube de temores. Sí,
estaba sobreexcitado, solo esperaba que esa resolución no se le
disipara.
Pensó en pedirle a Danilo que le diera una receta para
conseguir unos ansiolíticos o quizá algo de mayor rapidez como
unos tranquilizantes más fuertes. Eso sin duda podría ayudarlo con
sus ataques de ansiedad, pero si lo hacía, estaba completamente
seguro de que no le daría, sino que lo obligaría a incrementar las
sesiones por semana… La única opción era buscarlos por otro lado.
En cuanto terminó la comunicación, llamó a Drica a su oficina,
porque necesitaba reorganizar su agenda, lo ideal era obtener los
más días libres posible.
Tras casi una hora, ya había despejado buena parte de sus
compromisos; para poder viajar el miércoles a mediodía, ahora solo
debía buscar un vuelo a Punta Cana que se ajustara a sus planes.
Apenas su secretaria abandonó la oficina, le escribió a Lara,
diciéndole que podrían compartir desde el miércoles por la noche
hasta el domingo por la tarde. Que, si no tenía inconvenientes, él se
encargaría de comprarle el boleto y hacer la reserva en el hotel.
Como respuesta recibió la fotografía del pasaporte de ella, lo
que no le dejaba dudas de que sí iría. Hubiese sido más fácil si le
designaba a su secretaría la tarea de la compra de los pasajes y la
reserva de algún hotel, pero ese encuentro no era algo que quisiera
compartir con alguien más, por lo menos, no de momento, así que él
mismo se hizo cargo de esa tarea.
Le llevó un poco más de una hora comprar el pasaje de Lara y
el suyo, además de reservar un par de habitaciones en el Bahía
Príncipe. En sus planes estaba tener sexo con Lara, por supuesto
que sí, pero era mejor si cada uno tenía su propio espacio. El lugar
parecía cómodo y bonito, solo esperaba que fuera de su agrado.
Le envió el pasaje con código de reserva y ella respondió con
una nota de voz en la que gritaba de emoción, él resopló porque
sabía que no había vuelta atrás, no iba a romper las ilusiones de su
chica. Estaba nervioso y emocionado, porque había llegado más
lejos de lo que nunca imaginó.
A pesar de que el viaje era en un par de días, decidió quedarse
en su apartamento y ser él mismo quien preparara su equipaje,
sabía perfectamente qué tipo de prendas debía llevar, también metió
productos de aseo personal, un par de cajas de preservativos y el
ansiolítico que mantendría a raya su nerviosismo.
Miró satisfecho la maleta sobre la cama, ya casi lista, estaba
ansioso, quería de una vez por todas ya superar ese episodio y
consolidar su relación con la hermosa mujer, esperaba que con ella
se sintiera tan cómodo como lo hacía cuando estaba con Samira,
que todo le saliera de forma natural, sin tener que recurrir a los
medicamentos para que le dieran tranquilidad.
Solo era que la gitana asaltara sus pensamientos para que de
alguna manera se hiciera presente, lo estaba llamando, algo que
llevaban un par de semana sin hacer. Solo se habían intercambiado
algunos mensajes de texto y contadas notas de voz.
Su pecho se agitó ante lo inusual, inhaló profundamente en
busca de calma, luego se aventuró a contestar.
—Hola —saludó al tiempo que se sentaba al borde del colchón.
—Hola, ¿cómo estás? ¿Estoy siendo inoportuna? —preguntó
rápidamente llevada por los nervios.
—Bien, no, para nada…
—Pensé que estarías cenando —comentó aliviada.
—Aún no.
—Pero ya es tarde, ¿no hicieron cena en casa de tu abuelo? —
curioseó inocente.
—No. —Sonrió enternecido—. Es que no me estoy quedando
en casa de mi abuelo, vine a São Conrado.
—Pero no puedes irte a la cama sin cenar. —Usó un tono que
era casi una reprimenda.
—No lo haré, en un rato me pediré algo… ¿Cómo te fue hoy en
el trabajo? —preguntó por el simple deseo de alargar la
conversación.
—Muy bien… Renato —habló con cautela—. Yo creo que
tenemos una conversación pendiente, hay cosas que quizá quieres
saber —comentó bastante nerviosa, pero sentía que no podía seguir
huyendo de eso.
—Samira, no me debes explicaciones… Te lo he dicho.
—Pero yo quiero dártelas; es decir… Sé que piensas que
Adonay terminará convenciéndome para que vuelva a casa antes de
que termine lo que vine a hacer aquí…
Renato se ofuscaba rápidamente tan solo de escuchar que le
hablara de las intenciones de ese hombre, no lo podía evitar, su
sangre se calentaba. Aunque esta vez, ella misma le confirmaba
que en cuanto terminara su carrera volvería con su gente, lugar
donde él definitivamente no tenía cabida, bien claro se lo había
dejado Vadoma. No tenía caso que él siguiera encariñándose con
ella, no podía permitir que el lazo se hiciera más fuerte, porque
entonces iba a doler demasiado cuando tuviera que romperlo.
—Sé que eres sabía, sabrás perfectamente tomar las
decisiones que mejor te convengan.
—Solo quiero que sepas que él es bueno, de verdad quiere
ayudarme, es decir… apoyarme…
—Samira —resopló y se rascó la nuca con fastidio—. De
verdad, ahora mismo no tengo tiempo para hablar de eso, no creas
que te estoy evitando, solo que estoy un poco ocupado. —Su
mirada se fue a la maleta que tenía al lado—. Estoy preparando el
equipaje.
—¿Vendrás? —La emoción se sintió en su pregunta.
—No. —Negó con la cabeza y cerró los ojos—. El miércoles
viajo a República Dominicana, iré a verme con Lara. —Tras decir
aquello, pensó que la había cagado, pero ya no podía recoger sus
palaras, solo suspiró lamentándose.
—Ah, ya veo. —Unas ganas de llorar la invadieron tan
repentinamente que lo único que pudo hacer fue cubrirse la boca,
porque lo que menos quería era que la escuchara quebrarse por él,
se tragó las lágrimas y apretó lo más que pudo los párpados—.
Entonces… entonces espero que te vaya muy bien. Te dejo para
que termines de arreglar tus cosas. —Su voz estaba rota, lo sabía,
pero seguía dando la batalla.
—Si quieres hablamos a mi regreso, descansa —suspiró,
escuchar que se le quebraba la voz le dolió, seguramente estaba
pensando que Lara no quería que ellos siguieran siendo amigos, por
eso abrió la posibilidad de poder hablar luego, aunque el tema fuese
uno que tanto le incomodaba.
Samira no lo escuchó porque terminó la llamada antes de que
se despidiera. Se quedó mirando la pantalla con sus manos
temblorosas, sus piernas se debilitaron tanto que tuvo que adherirse
a la pared y terminó deslizándose hasta quedar sentada en el suelo.
No podía llorar, era como si el llanto se hubiese atascado en su
garganta, formando un nudo tan apretado que le dolía hasta el
pecho, debilitándola al punto que tuvo que abrazarse a sus piernas
para no terminar rompiéndose.
Tan solo de imaginar todo lo que harían en República
Dominicana, los dos solos, en un hotel, le hizo sentir una furia
inconmensurable. No podía entender cómo pudo decirle que iba a
verse con Lara sin importarle en absoluto cómo iba a sentirse ella,
pero claro, él no sabía lo que ella sentía por él.
Darse cuenta de eso fue el detonante para que la asaltara un
llanto incontenible, las emociones en su pecho le quitaron la
capacidad de pensar o sentir más allá de dolor y el despecho.
Lloró desconsoladamente, con las pocas fuerzas que tenía,
gateó hasta la cama y se acostó hecha un ovillo, siguió llorando
hasta que se quedó dormida.
CAPÍTULO 50
Samira despertó con los ojos hinchados y un terrible dolor de
cabeza, pero nada de eso era tan espantoso como la agonía en su
pecho, se sentía devastada. Hubiese preferido quedarse en la cama
llorando su pena, pero eso era un lujo que no podía permitirse, se
levantó y fue a ducharse, donde lloró otro poco al recordar los
planes de Renato.
Cuando salió del baño se topó con un mensaje de él, el
infaltable «buenos días», saludo que jamás le había parecido tan
hipócrita. La rabia le revolvió el estómago, pensó en no responderle,
pero no quería mostrarle sus heridas, así que, doblegando el poco
de orgullo que le quedaba, le contestó, usando por lo menos más
caracteres que él: «Espero que tengas un buen día. Ojalá te vaya
bien en el trabajo, así no estarás tan agotado para tu viaje».
Tembló de furia, cerró los ojos fuertemente y pulsó en la
pantalla para enviar.
—En realidad, espero que tengas un día de mierda, tan mierda
como el mío —rugió con la cara sonrojada por la molestia y lanzó el
teléfono en la cama. Pensó que sería bueno para su estado de
ánimo descargarse con algo, quizá patear lo que fuera, pero no
quería lastimarse.
Se preparó y se fue al trabajo donde esperaba tener
muchísimas cosas que hacer que le ayudaran a no pensar en los
traicioneros que podían ser los amigos que no se enteraban de que
los amaban.
Ahora sí que no quería relacionarse más con él, no quería
sentirse así, molesta y a la deriva. Ya no sabía cuántas veces se
había alentado a alejarse definitivamente, a olvidarlo, a aniquilar
cualquier sentimiento que albergara, pero había descubierto lo débil
que podía ser en ese aspecto de su vida, porque solo bastaba que
él llamara o se apareciera para que olvidara las promesas que se
había hecho a sí misma.
Solo que esta vez todo era muy distinto, ahora estaría con Lara,
probablemente hasta se la llevaría a Río con él, quizá hasta
terminarían viviendo juntos en su apartamento.
—¡No, no, no! —negó enérgica al pensar que a la larga él
quisiera presentarlas. Ella no quería tener enfrente a la mujer más
afortunada del planeta, no solo por ser hermosa y tener un cuerpo
perfecto, sino por ser la dichosa novia de Renato—. Se me notaría
la envidia a kilómetros de distancia —resolló frustrada—. Espero
que nunca se le ocurra la genial idea de que tenga que conocer a su
Lara —se mofó con un gesto que pretendía ser una parodia de él.
Se miraba al espejo del baño que estaba en el piso en el que
trabajaba, mientras se lavaba las manos—. Así que antes de que
venga a proponérmelo se lo dejaré claro… —asintió decidida, pero
se calló abruptamente al ver que una compañera de trabajo entraba
y le dedicaba una mirada de desconcierto. Seguramente había
pensado que estaba loca; para disimular, le regaló una sonrisa
forzada y se dedicó a halar las servilletas de papel del dispensador.
Intercambiaron unas pocas palabras acerca de un informe que
estaban esperando de otra área para terminar sus respectivos
trabajos, Samira esperó disipar las dudas acerca de su salud mental
ante la chica y luego se marchó.
Después de tanto tiempo deseando tener el valor para verse
con Lara, por fin el momento había llegado, no había marcha atrás,
no podía sencillamente huir y dejarla plantada en aquel restaurante
en el que lo esperaría.
Hacía un par de horas que él había llegado, ella desde hacía un
poco más de cuatro horas, pudieron verse mucho antes, pero
acordaron que fuera para la cena, tan solo habían compartido un par
de notas de voz para saber que ya estaban en sus habitaciones. No
había cabida para la confusión; aun así, Lara le dijo que iría con un
vestido blanco con estampados verde esmeralda; él le informó que
usaría pantalón blanco y camisa celeste.
Hubiese querido descansar un poco, pero lo cierto era que la
ansiedad se lo estaba devorando, no dejaba de repetirse que debía
estar calmado, que todo tenía que salir según lo planeado. Se duchó
por largo rato, dedicándose cuidadosamente a su aseo personal,
sobre todo en sus zonas íntimas, lo menos que esperaba era que
Lara se llevara una mala experiencia, aunque ciertamente, ya ella lo
había visto desnudo incontables veces, sabía que normalmente iba
depilado, pero una cosa era la apreciación que se podía tener a
través de una cámara y otra muy distinta era poder sentirlo.
En cuanto salió de la ducha se miró en el espejo frente al
lavabo, se había dejado crecer la barba toda la semana, porque el
vello facial lo hacía lucir un poco mayor y más varonil. Él era el peor
ejemplo que pudiera existir de vanidad; no obstante, desde muy
joven, su madre lo llevó a centros estéticos para mantenerle el cutis
cuidado, sobre todo en la adolescencia para evitar que el acné le
dejara secuelas. Así que, ir una vez al mes, ya lo consideraba parte
de su rutina habitual, al igual que el cuidado de pies y manos.
Todo eso lo había hecho el día anterior, porque no se
perdonaría jamás presentarse descuidado ante Lara. Se aplicó cera
moldeadora y loción en la barba.
Después de vestirse se roció poco perfume y conforme el
momento se acercaba, su corazón se aceleraba y las manos le
sudaban. No, no podía permitirse estar nervioso, así que era
momento propicio para recurrir a un tranquilizante, se metió el
comprimido debajo de la lengua y se dedicó a esperar los quince
minutos que faltaban para bajar.
Sabía que una vez que se viera con Lara, ya no tendría tiempo
para estar al teléfono, por lo que decidió mandarle el mensaje de
buenas noches a Samira, un poco antes de lo acostumbrado: «Hola,
espero que descanses. Buenas noche y dulces sueños».
Escribió las frases una tras otra, aparecía en línea, por lo que
se quedó esperando la respuesta. Deseó poder hablar con ella, que
le ayudara a darle un poco más de confianza, pero no se atrevía a
pedirle consejos amorosos, después de todo, ella no tenía por qué
saber de eso.
En ese momento Samira seguía con la sangre caliente, era
consciente de lo que estaba haciendo a miles de kilómetros de
distancia el payo que le quitaba el sueño, por eso estaba acostada
tratando de concentrarse en la lectura, pero su atención era del
tamaño de una hormiga; así que cuando escuchó que le llegaban
unos mensajes desplegó el visor para ver lo que decían.
—Definitivamente eres un descarado —rugió con la rabia
llegando al límite. No iba a estrellar el teléfono contra la pared, el
aparato no tenía la culpa de la estupidez de Renato.
No sabía qué pretendía lograr con esos mensajes, si se
suponía que debía estar con su estúpida novia; sí, sí que lo sabía,
quería herirla, restregarle en la cara que contaba con la fortuna de
tener a su lado a la mujer que amaba y que sus sentimientos eran
correspondidos, mientras que ella que era demasiado tonta, seguía
enganchada a él. Luchó con las lágrimas, ya no quería llorar más
por él.
Si él quería regodearse de que estaba pasándolo
extraordinariamente bien, ella le demostraría que estaba dispuesta a
no quedarse por debajo, por lo que bajó de la cama y fue hasta la
cocina, donde tenía un pequeño radio en la encimera, desde el cual
escuchaba las noticias matutinas mientras se arreglaba para ir al
trabajo, una costumbre que le hacía recordar a su abuela. Lo
encendió y empezó a buscar alguna canción que le sirviera, algo
con lo que hacerle creer que no estaba en casa torturándose con las
suposiciones de lo que él estaría haciendo.
Encontró algo bueno, le alzó todo el volumen, se fue al baño y
cerró la puerta, solo esperaba que la canción durara lo suficiente
mientras ella enviaba el mensaje, no fuera que terminaran hablando
los locutores y le arruinaran todo el plan.
Agarró una bocanada de aire y se preparó para hablar.
—Hola, gracias por tus buenos deseos… Buenas noches para
ti también, disculpa por no responder antes, es que al salir del
trabajo acepté la invitación de unos amigos para venir a carretear…
Espero que lo pases muy bien, ya hablaremos cuando regreses de
tu viaje.
Envió el audio y se sentó en la tapa del retrete a esperar a que
él lo recibiera, lo cual hizo de inmediato. Empezó a comerse las
uñas de una mano por los nervios, mientras que en la otra mantenía
el teléfono.
Renato cuando escuchó el mensaje con la música de fondo,
empezó a mortificarse, no porque Samira saliera con sus amigos,
sino que quería saber quiénes eran esos amigos, si eran los que él
ya conocía, en persona o porque ella se los mencionara a cada rato,
o apenas unos nuevos. Necesitaba alertarla, por lo que aprovechó
que ya el comprimido se había desintegrado bajo su lengua para
responder con un mensaje de voz.
—Me alegra mucho saber que estás pasándolo bien. Sé que
eres una chica muy prudente, sin embargo, no puedo evitar pedirte
que te cuides mucho, no aceptes bebidas de extraños… aunque es
mejor si evitas cualquier bebida alcohólica, incluso si eres tú quien
paga por ellas, no es seguro, el licor te vuelve vulnerable y los
hombres suelen aprovecharse de las chicas así… —Tragó grueso
porque con cada palabra que expelía su preocupación iba en
aumento—. Se supone que deberías sentirte segura, porque nadie
tiene derecho de propasarse contigo; sin embargo, existen personas
que no tienen escrúpulos… Disculpa si parezco paranoico, solo
cuídate y diviértete, te lo mereces… —Tenía ganas de decirle que
no se fuera a dormir tan tarde porque por la mañana debía ir al
trabajo, pero eso ya ella lo sabía, no creía que ahora fuese a
empezar a comportarse de manera irresponsable—. Si me
necesitas, solo escríbeme, no importa la hora… Estaré atento,
avísame cuando llegues a casa.
Samira no se podía creer eso de que iba a estar para ella en
todo momento, quizá se había escapado al baño para poder enviarle
ese mensaje sin despertar los celos de la rusa, porque todo se
sentía muy silencioso.
—Gracias, sí, tendré cuidado. Saluda a tu novia de mi parte. —
Envió y quiso morderse la lengua ante esa última frase, pero por su
dignidad, debía actuar con hipocresía.
Renato al otro lado del teléfono escuchó el mensaje de voz y
respondió de inmediato:
—Está bien, lo haré… Cuídate mucho, por favor. —No iba a
decirle que él jamás había hablado con Lara de ella, porque sabía
que eso daría pie al enojo y a la desconfianza cada vez que tuviera
que viajar a visitar a Samira.
Solo recibió como respuesta unos pulgares arriba. Eso
significaba que ya no podía seguir con la conversación, Samira
estaba ocupada con sus amigos, era mejor respetar eso, aunque no
se sintiera cómodo con la situación.
Ya estaba a menos de cinco minutos, era momento de bajar
para no hacer esperar a Lara, se guardó el móvil en el bolsillo del
pantalón, resopló y salió. Sabía que el ansiolítico estaba haciendo
efecto, porque no estaba tan nervioso como hacía unos minutos. Al
llegar al restaurante, eligió una mesa con vistas hacia la playa que a
esa hora estaba desolada.
Dos minutos habían trascurrido y Lara no aparecía, sabía que
era poco tiempo, por lo que retuvo las ganas de buscar el móvil para
escribirle, no quería parecer inseguro. Aceptó la copa de agua que
le llevaron y bebió un gran trago.
Cuando por fin la vio en el umbral del restaurante la reconoció
enseguida, ella destacaba, era mucho más hermosa en persona,
muchísimo más. Se levantó para recibirla, no sabía si estaba
sonriendo o si estaba demasiado serio, de lo que estaba seguro era
de que su corazón se burlaba del medicamento que había ingerido y
estaba desbocado, pero en el mejor de los sentidos.
—¡No lo puedo creer, caramelo! —Sonrió ella, avanzando hacia
él, abrió los brazos a unos pasos de llegar.
—¡Estás bellísima! —elogió, recibiéndola en sus brazos, le dio
un beso en la mejilla, comprobando que olía a diosa. Se dio cuenta
de que era más baja de lo que había imaginado, lo que le daba un
poco más de seguridad, porque le sacaba los centímetros
suficientes como para representarla.
Lara también le dio un beso en la mejilla; en persona se veía
más joven, aunque sabía que ciertamente lo era, pero también más
guapo y elegante, tenía un talante muy refinado, todo se lo gritaba,
desde su aroma hasta su rostro demasiado perfecto.
—Estoy tan feliz de verte, ¡oh, por Dios! Eres demasiado guapo
—confesó, en cuanto se apartó un poco y le acunó el rostro, se dio
cuenta de que él se sonrojó. Supuso que se debía a la emoción. No
esperó a que tomara el control, por lo que, sin perder tiempo, le
plantó un beso en la boca.
Renato no correspondió de inmediato, incluso se quedó algo
perplejo, pero encontró la seguridad para también darle un beso en
los labios, apenas un contacto rápido, la última vez que había hecho
algo así fue durante su adolescencia con Vittoria, ya ni recordaba la
suavidad de los labios de otra persona sobre los suyos; sin
embargo, no hubo ninguna emoción agitando su pecho, esa que
sintió en el pasado y que también experimentó cuando estuvo a
punto de besar a Samira, culpó al efecto sedante del ansiolítico.
—Siéntate, por favor —pidió, apartándole la silla.
—Gracias, eres todo un caballero. —Sonrió coqueta.
Renato le llevó la mano a la espalda baja, disfrutando de la
suavidad de su piel desnuda. Sin duda, el vestido que llevaba era
tan revelador y se le veía tan perfecto que se ganaba las miradas de
la mayoría de las personas en el lugar.
—Cuéntame, ¿cómo fue el viaje? —preguntó en cuanto se
sentó.
—Muy bien, a pesar de las tantas horas de vuelo —comentó—.
Dame la mano.
Renato vaciló, no era que no deseara tocarla, era que lo
consideraba muy pronto, de repente se sintió arrinconado; sin
embargo, atendió la petición y le dio la mano. A pesar de que el
toque era suave y cálido, para no él no era cómodo, pero se esforzó
por parecer que sí lo era.
Lara siguió contándole sobre la travesía del viaje y él la
escuchaba muy atento a todo lo que decía. Ella pidió saltarse las
entradas y de beber solicitó agua, algo que él agradeció porque no
quería tener que elegir entre algún coctel o vino, bien sabía que la
peor combinación que pudiese existir era ansiolíticos y alcohol; así
que también pidió agua.
Tras media hora en la que Lara dominó casi completamente la
conversación, ella se debatía entre qué pedir que fuera lo
suficientemente sano como para que no arruinara su régimen
alimenticio; entretanto, él estaba preocupado porque no había
sentido su móvil vibrar, lo que le dejaba claro que no le había
llegado ningún mensaje de Samira. Se moría por inventar cualquier
excusa que le permitiera comprobar si ella seguía en línea, pero
sabía que sería una terrible descortesía con Lara ponerse a mirar el
móvil.
Cuando el mesero llegó, ella se dedicó a solicitarle su platillo
con cierto tono de exigencia que a Renato verdaderamente no le
agradó, lo que le hizo suponer que era demasiado estricta con su
alimentación; él estaba al tanto de que ella solía dedicarse al
cuidado de su imagen, no obstante, le parecía que estaba
exagerando un poco, al solicitar la forma exacta en la que debía ser
preparada su comida.
Cuando fue su momento de pedir, le dedicó una sonrisa de
disculpas al joven, hubiese preferido hablarle en español, pero no
quería que Lara se sintiera excluida.
—Me gustaría probar algo típico de aquí, ¿qué me
recomiendas? —preguntó, tratando de resarcir el trato déspota de
Lara. Que al parecer para ella era natural porque no parecía
haberse dado cuenta de que fue bastante grosera con su actitud.
—Le recomiendo la especialidad de hoy, que es asopado de
pollo, es muy parecido al risotto por la textura que presenta, pero
definitivamente tiene otros deliciosos condimentos bien latinos como
cilantro, orégano, limones y tomate —explicó con tono de orgullo y
una sonrisa servicial.
—Está bien, me gustaría probarlo —dijo devolviéndole la carta.
—Enseguida les traigo el pedido. —El moreno hizo una
reverencia y le dedicó una caída de párpados a la señorita, lo que
hizo que sus rizadas pestañas se notaran más.
Lara retomó la conversación y Renato intentaba llevarle el
ritmo, tratando de intervenir, para no parecer desinteresado, aunque
su atención seguía puesta a la espera de la vibración en el bolsillo
del pantalón.
Estaban en medio de la cena cuando por fin, sintió eso que
esperaba, no se contuvo a pesar del efecto supresor en sus
emociones que había ingerido en el tranquilizante.
—Disculpa Lara, lo siento… Tengo que revisar el móvil, solo
será un segundo —dijo buscando el aparato en el bolsillo.
—Está bien, caramelo… No te preocupes —comentó sonriente,
mientras pinchaba un diminuto trozo de tofú.
Sí, era el mensaje que tanto había estado esperando. Samira le
informaba que recién llegaba a casa. No pudo evitar responderle:
«Me alegra que estés en casa, descansa. Hablamos mañana».
Guardó el teléfono, al tiempo que dirigía su atención de nuevo a
la chica que lo acompañaba, le pareció que la intensidad en su
mirada le exigía una explicación, pero no se la dio.
—¿Tus padres saben que has venido? —preguntó él, para
darle un rumbo distinto a la conversación.
—No —respondió escuetamente—. No tiene caso que les
cuente sobre todas las cosas que hago… Solo se lo mencioné a mi
hermano, por cierto, te envió saludos.
CAPÍTULO 51
Los padres de Lara no sabían a lo que ella se dedicaba o,
mejor dicho, fingían no saberlo, porque si se enteraban muy
seguramente se sentirían en la necesidad de reprocharle su
inmoralidad, lo que los llevaría a tener que rechazar la generosa
suma de dinero que ella todos los meses les daba para que
pudieran seguir manteniendo la vida a la que estaban
acostumbrados antes de que su padre, por culpa de su alcoholismo
y malas decisiones perdiera todo. El único que estaba al tanto de su
secreta vida laboral, era su hermano Maxim, quien también era su
representante, él procuraba que todo fuese seguro y rentable para
ella.
Incluso, cuando ella estaba muy cansada él era quien, a través
de mensajes, fotos y videos, ya previamente grabados, seducía a
sus usuarios, para obtener ingresos extras cuando no tenía que
exponer su cara. Él era muy enfático en que debía mantener
contacto con ellos, estar atenta a las necesidades que cada hombre
que recurría a ella tenía, porque de esa manera no se sentían tan
solos y la seguirían buscando para desfogarse con más frecuencia.
Admitía que Maxim, era incluso mejor que ella a la hora de
seducirlos por mensajería, tanto que ellos se conformaban con unos
cuantos diálogos eróticos para sentirse atendidos. Quizá su
hermano por ser hombre sabía mucho mejor lo que sus clientes
querían.
Lara había empezado a trasmitir en la plataforma sexual a
pocos meses de haber cumplido los dieciocho, no fue una decisión
fácil, pero tras el intento de suicidio de su padre, tuvo que recurrir a
eso, se sintió muy bien cuando pudo ayudarle a cubrir algunas
deudas, ya que definitivamente significó aligerar el peso que traía
sobre los hombros.
Un año después, su novio Slavik se enteró por unos amigos de
él la vieron trasmitiendo y no dejaron pasar la ocasión para
mostrárselo, lo que hizo que él la enfrentara de la peor manera
posible.
Una tarde, justo después de tener sexo, ella ni siquiera
recuperaba las fuerzas del intenso orgasmo que él le había
provocado, cuando empezó a ahorcarla; por un momento pensó que
se trataría de algún juego sexual, pero cuando empezó a llamarla
puta, entre cientos de degradaciones más, supo que no se trataba
de eso. Se lo quitó de encima como pudo, con arañazos en los
antebrazos de él.
Quiso huir, pero no pudo, él la tomó por el cabello,
doblegándola hasta ponerla de rodillas, le mostró en su móvil el
video que le habían enviado. Ella intentó explicarle, pero Slavik no
entendía de razones, enceguecido por la ira le dio una paliza que
estuvo a punto de matarla, lo hubiese hecho de no haber sido
porque ella, en un descuido de él, logró esconderse en el baño y
desde la ventana gritó y gritó, pidiendo ayuda, mientras su novio al
otro lado de la puerta, seguía con sus amenazas de destrozarle el
rostro, aunque a juzgar por cómo se vio en el espejo, con la cara
irreconocible debido a la hinchazón y la sangre, juró que ya había
logrado ese cometido.
Le dolía todo el cuerpo, incluso le costaba respirar,
verdaderamente pensó que moriría en cuanto reventó la cerradura
de la puerta y pudo entrar, traía en mano un gran cuchillo, ella se
acurrucó en un rincón de la bañera, pero él volvió a tomarla por el
cabello, arrastrándola fuera, detuvo la primera puñalada que iba
directa a su cara al sostener el cuchillo; de eso todavía tenía la
cicatriz en la palma de su mano, aunque siempre trataba de
ocultarla, más de un usuario ya la había visto, cuando le
preguntaban por eso, ella simplemente contestaba que había sido
un accidente de niña que ni siquiera recordaba.
Fue ese arrojó el que marcó la diferencia entre la vida y la
muerte, ya que los pocos segundos que pudo ganar, fueron
suficientes para que la policía entrara en el apartamento; tuvieron
que dispararle a Slavik, era la única manera de evitar que la
asesinara.
Aunque él fue herido y llevado al hospital, murió tres días
después por complicaciones respiratorias.
Ella internada en el centro médico solo le avisó a su hermano,
sabía que si le decía algo a sus padres los devastaría, sobre todo a
su madre, a quien no le agradaba para nada Slavik, porque había
notado ciertos indicios de control sobre ella, le había advertido de
todas las maneras posible que tuviera cuidado con ese hombre, si
ella no quería terminar la relación, que por lo menos estuviese
atenta. Y no se había equivocado.
Maxim la acompañó durante toda su recuperación, tuvo que
decirle cual fue el detonante del ataque de ira de su novio, estaba
preparada para lidiar con su reproche, pero su hermano, tres años
mayor que ella, la entendió. No la juzgó y le dijo que ella era dueña
de su cuerpo y sus decisiones, que igual la amaba
incondicionalmente.
Cinco meses después y con muchas ganas de empezar una
carrera universitaria, decidió que quería seguir con eso que hasta el
momento le estaba dando para cubrir los gastos de sus padres.
También sabía que, si dedicaba más tiempo a las trasmisiones,
conseguiría más dinero para poder estudiar, se lo confesó a su
hermano y él dijo que le ayudaría a impulsarla; así fue como se
convirtió en una de las modelos webcam más cotizadas del
momento.
Sin embargo, tras cuatro años de dedicarse a complacer
sexualmente a muchos hombres a través de una cámara y con una
buena suma de dinero ahorrada, ya estaba algo cansada de eso y
quería encontrar la manera de dejarlo. Sabía que su carrera, aunque
le apasionaba, no le brindaría los mismos beneficios económicos a
los que ya se había acostumbrado, por eso había decidido probar
suerte con el ofrecimiento que le había hecho uno de sus usuarios.
Ella no solía aceptar invitaciones para conocerlos
personalmente, temía que alguno terminara siendo tan violento
como Slavik, antes de Renato solo había conocido a Thierry, un
francés, con el que tuvo muy buena química. Pensó que ese sería el
hombre con el que soñaba, que le diera una estabilidad y la
aceptara sin ser juzgada por lo que hacía, pero Thierry no estaba
dispuesto a dejar a su mujer con la que tenía diez años de casados
y un hijo, así que en cuanto se vieron le dejó claro que le daría todo
lo necesitara a cambio de que se convirtiera en su amante; no
obstante, Lara sabía que esa promesa era efímera, porque cuando
encontrara a otra, la sustituiría; esperó unos meses para poder
dejarlo sin que él le guardara rencor y regresó a Moscú, de vuelta a
su trabajo de modelo.
Fue entonces que Renato apareció en su vida; al verlo, le
resultó realmente atractivo, algo poco común entre sus usuarios, los
que suelen ser hombres mayores y de aspectos físicos poco
agraciados. No le fue difícil prendarse del brasileño, aunque le
generó cierta desconfianza que, siendo un hombre tan guapo,
importante y joven, buscara compañía en internet cuando debía
estar asediado por mujeres a donde fuera.
Maxim, al igual que con el francés, se encargó de investigarlo a
fondo, para asegurarse de que no representara un peligro para ella.
Renato estaba limpio, era un hombre ejemplar, trabajador, no se le
conocía pareja oficial, de hecho, no se le había visto relacionado
con mujeres más que con las de su familia.
Era tan bueno que incluso él, pensó que podía ser una especie
de psicópata, pero no, no resultó así, ya que con ayuda de un amigo
pirata informático logró hacer una investigación profunda sobre sus
antecedentes, tanto así que se enteraron de que él solía visitar una
vez por mes a un psicólogo especialista en trastornos conductuales,
eso le levantó las alertas por lo que le pidió que le consiguiera su
historial clínico. Este hackeó la computadora del terapeuta y
encontró que sus problemas eran por depresión y ansiedad social,
por lo que le costaba relacionarse con las personas; algo que a Lara
le parecía muy extraño, porque cuando se conectaba con ella era
seductor y muy seguro de sí mismo.
Ahora, ya más tranquila, deseaba que Renato fuese quien le
diera la estabilidad que tanto anhelaba, que le ofreciera los medios
necesarios para vivir sin preocupaciones. Sabía que sería un gran
reto para ella, porque era la primera vez que interactuaba con un
hombre así, solo esperaba que estar al tanto de su condición le
diera un poco de ventaja.
—¿Cómo está él? ¿Aún sigue saliendo con… con?
—Con Ximena, sí… Está muy bien, algo nervioso porque quiere
proponerle matrimonio, pero todavía no sabe cómo hacerlo —
explicó Lara.
Ella solía contarle a Renato ciertas cosas de su vida personal,
con la intención de involucrarlo en su entorno para que no tuviera
dudas de que quería que la relación entre ellos fuese en serio.
Incluso, durante una videollamada que él le hizo, ella aprovechó que
estaba en el supermercado con Maxim, para presentarlos. Desde
ese entonces, habían coincidido en varias ocasiones en las que
Lara estaba con su hermano.
—Supongo que debe ser normal, digo… eso de los nervios,
aunque esté seguro de los sentimientos de ella.
—Eso creo. —Sonrió, mirando los hermosos ojos azules del
carioca, aunque él le esquivaba la mirada—, pero ya le dije que en
cuanto regrese, le ayudaré a buscar el lugar adecuado para que
haga esa petición que le ha estado robando el sueño.
Renato la admiraba, llevaba poco más de una hora de estar
compartiendo con ella y aún no lo podía creer, a pesar de que frente
a él estaba Lara y no Desire, sentía que era lo más cerca que jamás
estaría de su fantasía. Estaba seguro de que una vez que subieran
a la habitación, tendría la oportunidad de tener por fin a la diosa del
sexo.
A él no le extrañó en absoluto que ella prescindiera del postre,
le mortificaba pensar que Lara probablemente se estaba cohibiendo
de algunos placeres por temor a la impresión que pudiera causarle.
En ese momento no quería incomodarla con algún comentario
referente a la escasa alimentación, no obstante, si al día siguiente
seguía así, iba a pedirle que se relajara un poco, porque ante él
seguía siendo perfecta y que solo se preocupara por disfrutar de la
experiencia.
En cuanto terminaron con la cena, Renato le propuso caminar
por los alrededores y así conocer el resort. Aunque era casi
medianoche, había mucho movimiento de turistas fascinados con el
ambiente caribeño. El sonido de la muisca desde algún punto del
lugar era arrastrado por la brisa marina.
Con el pasar de los minutos, Lara se volvía más íntima, al
punto de colgarse de su brazo y recargarle la cabeza en el hombro,
lo que normalmente él consideraba una invasión a su espacio
personal, pero como en ese momento él estaba algo dopado, no
sentía la incomodidad habitual, además de que al estar más relajado
sentía que ella también tenía la habilidad de arrancarle sonrisas.
Era bueno sentir que tenía todo controlado, porque había
temido tanto que cuando por fin la tuviera enfrente se sintiera en una
posición difícil en la que no sabría cómo actuar; de cierta manera,
era más como sentirse junto a una amiga que a una amante.
La belleza de ella no pasaba desapercibida sobre todo para los
hombres, quienes deseaban conocer a esa diosa dorada. Tras
caminar por casi una hora y disfrutar de un grupo de música en vivo
que estaba junto a la piscina, Lara se detuvo.
—¿Te gustaría subir a la habitación? —propuso y se volvió a
mirarlo.
—Bueno… —carraspeó y no se atrevió a mirarla a los ojos—.
Está bien, vamos —De repente sintió que los nervios resurgían, o
era la excitación que la anticipación le causaba, no podía en ese
instante identificar sus emociones.
Tomados de la mano, subieron al piso en el que estaban sus
habitaciones, él había elegido una al lado de la otra, no sabía si Lara
prefería que fuera en su habitación o en la de él, pero a medida que
avanzaban por el pasillo y ella no decía nada, decidió sacar la
tarjeta del bolsillo de su pantalón.
Los oídos le empezaron a zumbar con cada paso que daba y
los acercaba a su destino, justo cuando puso la tarjeta contra el
censor de la puerta, el corazón le martilló con tanta fuerza que se le
terminó resbalando la llave electrónica de sus manos temblorosas.
—Lo siento… —dijo al acuclillarse para recogerla.
—No te preocupes. —Ella soltó una risilla cómplice. Lo que no
sabía era que ese gesto inocente solo aumentaba la incomodidad
de él, porque lo sintió como una burla.
Él inhaló profundamente en un intento por retomar el control, a
pesar de que su semblante se enserió un poco, consiguió abrir la
puerta y la invitó a pasar, mientras se obligaba a olvidar ese
pequeño percance.
Lara se le adelantó varios pasos, admirando la bonita
habitación, que era idéntica a la suya solo cambiaba el color de las
cortinas y las butacas.
—¿Quieres algo de beber? —le preguntó Renato, dirigiéndose
al frigobar.
—No, gracias —murmuró con la tensión y excitación reptando
por todo su cuerpo. No quería seguir perdiendo tiempo, en realidad,
ella solo deseaba a ese hombre, tenía fuertes sentimientos por él y
quería aprovechar la oportunidad.
Renato tragó grueso al verla, sabía que la culminación de más
de un año de fantasías estaba al alcance de sus dedos, la
adrenalina recorría su cuerpo y su corazón ahora retumbaba con
más fuerzas que nunca en su pecho y sienes.
La rusa avanzó hacía él, decidida, con la lujuria iluminando sus
pupilas, no tenía caso seguir acrecentando la tensión, no cuando
sabían perfectamente que el deseo los había llevado hasta ese
punto.
En cuanto su cuerpo chocó con el de él, se aferró con ambas
manos a su cuello, quien de inmediato la sujetó por las caderas; ella
buscaba sus ojos, pero él estaba enfocado en sus labios y ella
entendió lo que le estaba pidiendo con su mirada.
—Caramelo, quiero que me folles… como quieras y todas las
veces que quieras —murmuró, acercándose hasta dejar su tibio
aliento, sobre los labios de Renato. Bajó una de sus manos en
busca de esa polla que tan bien conocía, pero que no había sentido
nunca. Solo ella sabía cuánto anhelaba sentirla abriéndose espacio
en su interior. Era codiciosa, sabía que era muy por encima del
tamaño de la media y quizá podría sentir algo de incomodidad, pero
no le importaba.
Se mordió el labio al sentirlo por encima del pantalón, caliente y
latente, estaba creciendo bastante rápido.
La voz tentadora de Lara le agitaba el pecho, tragó saliva
porque ese toque en su miembro le estaba trayendo destellos de un
muy mal recuerdo que no había podido expiar de su mente, se
obligó a mirarla a la cara para asegurarse de que era ella quien lo
apretaba de esa manera tan excitante y tener presente que debería
estarle gustando que lo tocara así, porque esta vez no se trataba de
ninguna vejación; él le estaba dando el permiso o eso quería creer.
Vio como ella se relamía sus propios labios y en una explosión
de valentía se lanzó hacia ellos, dejó varios toques, unos más
duraderos que otros, pero su cerebro estaba más enfocado en la
manera en que Lara le bajaba la bragueta, despertándole un
cosquilleo molesto que se instalaba en su estómago.
Ella quería que profundizaran el beso, por lo que sacó la punta
de su lengua y la introdujo en la boca de Renato, con un movimiento
lento acarició la de él, probando su saliva, disfrutando del calor del
aliento y su respiración agitada, aún no se había dado cuenta de
que sus torpes movimientos era por lo tenso que estaba y no solo
por la excitación que demostraba estaba sintiendo. Apenas si movía
sus manos, tan solo una había bajado de sus caderas para apretarle
el culo, pero solo se lo masajeaba, no tenía la reacción normal de
empujarla contra él en busca de hacerle sentir su polla.
Fue entonces que imaginó que le estaba costando dejarse
llevar, quiso pedirle que se relajara, pero no sabía si podía ofenderlo
o tomar a mal su comentario, no podía olvidar que ella estaba al
tanto de todos sus problemas. Creyó que era mejor seguir
excitándolo, porque estaba segura de que de esa manera su
cerebro solo estaría pendiente de esos estímulos, así que cuando
consiguió vencer la barrera de la ropa interior, y lo sintió tan caliente
y grande, empezó un movimiento cadencioso de arriba hacia abajo,
rozándole unos segundos los testículos con los dedos, para luego
volver a recorrer la extensión hasta llegar a la punta, logrando que él
tuviera pequeños estremecimientos que le azotaron el cuerpo.
—¿Está todo bien? —Se apartó del torpe beso con el que él
intentaba corresponder al profundo suyo y lo miró a los ojos.
Renato sacudió la cabeza negando, estaba aturdido, con el
pecho algo dolorido, pero enseguida asintió.
—Sí, sí… todo bien. —Era consciente de que se estaba
obligando a disfrutar lo que ella le estaba haciendo, a sentir que el
placer era más fuerte que los nervios que lo dominaban. No paraba
de repetirse que él podía con eso, que llevaría a cabo sus fantasías
con esa mujer, pero no se dio cuenta de que con esa interrupción le
acababa de abrir la compuerta a sus inseguridades para que
hicieran fiesta en su cabeza; ahora empezó a temer no estar
comportándose a la altura de la mujer que lo acompañaba,
seguramente ella esperaba que él actuara como el semental que le
había pintado que era—. ¿Tú estás bien? —se preocupó por ella,
pensando que lo mejor sería poner por fin sus manos entre sus
bragas, para sentir su humedad, a ver si ella estaba disfrutando; no
podía obviar el hecho de que él conocía de sobra las señales del
cuerpo de la rusa, ya que él había podido atestiguar a través de la
cámara infinidad de veces cómo respondía ante la excitación.
Lara asintió sonriente, se acercó para darle varios besos en la
boca, luego deslizó sus labios desde la comisura derecha para
besarle la barba, sin hablar, decidió cumplir con una de las tantas
promesas que le había hecho en sus momentos privados, por lo que
se la mordió ligeramente.
Renato ante ese estimulo cerró los ojos, dominado por un
escalofrío que recorrió todo su cuerpo, pero no pudo discernir si esa
era una reacción de placer o de desagrado.
Trato de relajarse, de pensar en algo que le provocara calma,
algo que le gustara demasiado y fue en ese momento, mientras la
chica le besaba el cuello, que asaltó a su memoria Samira sonriente,
eso fue como un choque eléctrico que lo obligó a separarse, sacó su
mano cuando sus dedos apenas le tanteaban el monte de venus
depilado.
—Caramelo, sí que eres sensible a los besos en el cuello —dijo
mirándolo a los ojos, malinterpretando la mirada turbada de él.
Renato intentó alejar esos pensamientos, porque suponía que
en ese momento solo debía tener sus cincos sentidos puestos en
Lara.
—Un poco, pero ven aquí… —La envolvió por la cintura con un
brazo, arrastrándola hasta su cuerpo con algo de fuerza,
descargando en ella la molestia que sentía consigo mismo por tener
a la gitana presente en un momento como ese.
Esta al ver su reacción soltó una risita infestada de lujuria, se
lanzó voraz hacía él y volvió a besarlo, aferrándose con una mano a
la espalda de él, y con la otra buscó una vez más la hinchada polla,
regresó a masturbarlo con energía, mientras intentaba guiarlo en el
beso, que buscara con más destreza su lengua.
Otro destello de Samira iluminó tras los párpados caídos de
Renato, dándole la certeza de que no quería eso que estaba
haciendo, no tenía caso seguir insistiendo, a pesar de que su cuerpo
reaccionaba a los estímulos de Lara, su cabeza estaba demasiado
aturdida, se sentía como en piloto automático. Cortó abruptamente
el beso, la tomó por los brazos y la alejó.
—Lo siento, creo que estoy siendo desconsiderado contigo,
imagino que… que debes estar muy cansada por el viaje —hablaba
nervioso, mientras guardaba su erección y ni por error la miraba a la
cara—. Incluso yo estoy demasiado cansado… es que tuve una
semana muy agitada para poder cubrir la agenda… ¿T-t-te parece si
descansamos y seguimos por la mañana? —propuso, rascándose la
nuca.
Lara no entendía lo que acababa de pasar, sintió cómo si un
balde de agua fría la hubiera bañado repentinamente, tanto que se
sintió confundida, quizá también estaba algo molesta y rechazada.
Con manos temblorosas se metió el cabello tras las orejas, mientras
miraba al piso, intentado pensar rápidamente en una respuesta que
no expusiera con beligerancia su conmoción.
Debía mantener la calma, Maxim le había dicho que algo como
eso podría pasar y que nada tendría que ver con ella; sin embargo,
su ego había sido herido con brutalidad, jamás, ningún hombre la
había despachado de esa manera.
Se quedó desconcertada, a pesar de que no intuyó rastros de
malicia o burla en el tono de voz que empleó Renato, cuando hizo
esa proposición a modo de disculpas; sin embargo, eso no impidió
que le pareciera sarcástico.
—Está bien. —Se relamió los labios y se pasó nuevamente las
manos por los cabellos, llevándolos hacia atrás—. Sí, tienes razón,
estamos muy cansados, así no vamos a disfrutar como se debe,
¿cierto? —dijo buscando la mirada de él, que la encaró por pocos
segundos, antes de volver a rehuirle.
—Sí, sí, tienes razón… Por la mañana lo pasaremos muy bien
—prometió algo que no estaba del todo seguro de si podría cumplir.
Lo peor de todo era que no se sentía frustrado sino aliviado.
—De eso no tengo dudas, caramelo. —Forzó una sonrisa—.
Nos vemos en un rato. —Se acercó y le dio un delicado beso en la
mejilla, ante el avance notó que él se tensaba, pero como solo fue
un pequeño gesto inocente le sonrió—. Descansa, te quiero.
—Duerme bien. —Se atrevió a corresponder y le besó de igual
manera la mejilla—. También te quiero —le susurró en el oído y se
alejó. La acompañó hasta la puerta y en cuanto estuvo solo, resopló
y se echó un vistazo a la zona pélvica, donde todavía estaba semi
erecto.
No sabía qué había pasado, ni siquiera tenía una explicación
lógica para su rechazo, porque estaba completamente seguro de
que esta vez nada tenían que ver sus miedos.
Tenía la confianza suficiente en Lara como para vivir la
experiencia, solo que las sensaciones que le producía en persona
no resultaban ser cómo las que había imaginado que sentirían; su
tacto, sus besos y sus miradas no eran desagradables, pero
tampoco lo invitaban a dejarse llevar, no como solía pasar cuando la
veía a través de la cámara. Decidió ducharse para ver si se
esclarecían sus pensamientos.
CAPITULO 52
Renato sabía que debía dormir si quería estar en su máxima
potencia para ese encuentro sexual que le había prometido a Lara,
se imaginaba que estaría ansioso en ese momento por la
anticipación; en cambio, no estaba tan emocionado como suponía.
Solo estaba acostado bocarriba, con los dedos entrelazados debajo
de su cabeza y la mirada en el techo, que ni siquiera conseguía
divisar a causa de la oscuridad.
Aún no entendía que lo llevó a pensar en Samira en un
momento como ese, no era adecuado ni moralmente aceptable
involucrar a su amiga en cualquier contexto sexual.
—¡No puede ser! —Se incorporó violentamente en la cama—.
No, no… no es posible. —Se restregó la cabeza con las manos con
la frustración que le provocaba no entender sus sentimientos—.
Esto no puede estar bien, solo estás confundido, solo eso, es que
con ella has compartido muchas cosas… A ti quién te gusta es Lara,
ella es la mujer perfecta para ti, la que te cautivó desde la primera
vez que la viste; en cambio, con Samira… es distinto, ella es tu
amiga, Renato, no lo olvides… No puedes estar pensando en ella en
este momento, no puedes sentir algo más porque sería complicarlo
todo… No, no podría llegar un día de la nada tocarle la puerta de su
casa y decirle que ahora te atrae, pero que no tienes del todo claro
que sientes por ella, ¿cómo se lo tomaría? Seguramente te daría un
puñetazo en la cara y te diría que te volviste loco, que solo quieres
aprovecharte de ella; además, su familia jamás te aceptaría…
piénsalo, recuerda lo que te dijo su abuela… La perderías para
siempre, ella es la única amiga que has tenido de verdad en toda tu
puta vida… Es mejor que te olvides de esta estupidez, no tienes por
qué decirle algo de lo que ni siquiera estás seguro —resopló, se
apartó las sábanas y fue al minibar por una botella de agua, luego
agarró el teléfono y sus instintos lo llevaron a mirar los últimos
mensajes de la mujer que le estaba robando el sueño.
En un arranque de locura transitoria le empezó a escribir que
se sentía confundido, que las cosas con Lara no estaban saliendo
como se lo había imaginado y que no sabía por qué demonios y
precisamente ahora, creía que ella le gustaba más.
¡Eso era de locos! Bueno, bien sabía que las cosas en su
cabeza nunca han estado bien del todo.
Borró todo lo escrito, porque enviar un mensaje como ese
causaría un daño parecido al de una bomba nuclear. Primero
debería estar seguro de que sus sentimientos por ella habían
mutado, que ya no la veía solo como a una amiga, pero es que
tampoco se imaginaba con Samira en situaciones como la que hacía
un rato había experimentado junto a Lara.
Una cosa era lo que subconsciente podría decirle en sueños y
otra muy distinta es que estando consciente se plantee esa
posibilidad.
Ella era virgen como él, con la notable diferencia de que en su
caso —teóricamente— tenía mucho conocimiento; aunque era
consciente de que en la práctica podría ser un total fiasco, por eso
necesitaba a Lara, para que ella lo guiara y le indicara las pautas
apropiadas del encuentro sexual. Tener su primera vez con Samira
sería un completo desastre.
Se bebió un gran trago de agua, pero cayó en la cuenta de los
derroteros que se habían ido sus pensamientos.
—¡Qué mierda me pasa por la cabeza! —se recriminó
duramente—. Ese es el problema, que no estás pensando Renato.
¿Acaso ya das por hecho de que quieres tener sexo con tu mejor
amiga? —Abrió los ojos hasta casi salírseles de las cuencas—. Oh,
mierda, no soy distinto de Liam, me estoy convirtiendo en el tipo de
hombre que más desprecio… Ese que no siente ningún tipo de
respeto por las mujeres… Eso no va a suceder —exhaló con fuerza
y volvió a meterse a la cama. Esta vez se obligaría a dormir, así
fuese a la fuerza.
La última vez que se asomó por la ventana, ya el amanecer
despuntaba en el horizonte, estaba seguro de que ahora que la
alarma lo despertaba, no había dormido más de dos horas en total,
por lo que se sentía sumamente agotado, lo ideal sería dormir un
par de horas más como mínimo, pero sabía que no podía darse ese
lujo porque ya tenía un compromiso, mismo que estaba empezando
a mortificarlo.
Antes de salir de la cama, agarró el móvil que recién había
silenciado para revisarlo, comprendía que la gitana no le hubiese
enviado ningún mensaje para desearle buenos días, seguramente
estaba imaginando que estaría demasiado ocupado con Lara entre
sus brazos y no quería causar posibles problemas. Sin embargo,
sintió la necesidad de hacerle saber que había despertado solo y
que lo primero que se le vino al pensamiento fue ella.
Por impulso le marcó en una videollamada y mientras esperaba
a que ella le contestara, se pasó la mano por los cabellos para
peinarlos, luego se restregó la cara, suponía que tenía los párpados
hinchados, pero de momento no le daría importancia a eso.
—Hola, buenos días —saludó en cuanto la vio aparecer en la
pantalla, tenía el teléfono desde abajo, por lo que destacaba era su
barbilla y nariz.
—Ho… hola, buenos días —correspondió Samira, todavía
perturbada, tuvo mucho miedo de contestar, imaginando que quizá
se le había activado sola y podría ver o escuchar algo que terminara
rompiéndole el corazón, desde que se enteró de que Renato estaría
con la rusa, ese se había convertido en su peor pesadilla, cosa que
no tenía sentido, puesto que nunca había ocurrido nada parecido en
el pasado entre ellos; sin embargo, le sorprendió verlo solo a él.
Supuso que la novia estaría en el baño o algo por el estilo.
—Veo que vas camino al trabajo —comentó, estaba casi
seguro de que era el techo del metro lo que veía al fondo.
—Así es, y veo que tú te acabas de despertar. —La estaba
matando ver que parecía que se había desvelado, un pinchazo
doloroso en el pecho le decía qué justamente eso era lo que había
ocurrido.
—Oh sí, tengo un aspecto terrible —exclamó, cubriéndose la
mitad de la cara con una mano.
Samira alcanzó a ver su maravillosa sonrisa, así como el ligero
enrojecimiento de su piel, estaba en total desacuerdo, porque se
veía hermoso.
—Solo te pareces a alguien que apenas abrió los ojos lo
primero que hizo fue agarrar el móvil para fastidiar a su amiga, al
recordarle que está de vacaciones mientras ella va camino al trabajo
—comentó más seria de lo que pretendía en un principio, así que
quiso disfrazar la rabia que sentía tras una forzada sonrisa.
—Y bueno, tienes razón en una sola cosa —comentó él,
sintiendo que el corazón empezaba a redoblar sus esfuerzos por
bombearle la sangre al cuerpo, por lo que tragó grueso.
—¿Cuál? —preguntó, frunciendo la boca hacia un lado, un
gesto que a Renato le gustaba mucho.
—Que en cuanto desperté, lo primero que hice fue buscar el
móvil, pero no con la intensión de restregarte mis días de ocio, lo
hice para leer ese mensaje de buenos días que siempre envías,
pero me extrañó muchísimo no verlo —hablaba, admirándola por
primera vez con otros ojos, ahora muchas cosas cobraban sentido.
Ahora que era consciente de que estaba sintiendo algo más por ella
le daba pavor ser sincero con ella y que no le correspondiera,
porque ese sería el final de la relación que tenían hasta ahora y solo
con ella se sentía así de a gusto.
—Bueno, es que no creí que fuese prudente, tú estás con tu
novia y no sé qué podría pensar si ve que otra chica te envía
mensajes tan temprano. —Cada vez que decía «tu novia» Sentía
que alguien le estaba clavando un puñal en el sistema nervioso
central; incluso, sintió que los ojos le picaban por las lágrimas
contenidas, por lo que desvió la mirada a la señora que estaba a
amamantando a su bebé en el asiento del frente.
Renato profirió un ruidito despreocupado que sonó como un
gemido, se aclaró la garganta.
—Tú eres mi amiga…
—¿Ella lo sabe? ¿Acaso sabe de mi existencia? —interrogó,
sin mirarlo todavía, solo dejando escapar un poco del dolor que la
corroía.
La señora frente a ella tuvo que acomodar la manta para cubrir
mejor al bebé, porque notó que la mujer de al lado que iba en
compañía de su marido, le dedicó una mirada reprobatoria. Eso le
molestó a Samira porque la señora solo estaba alimentando a su
hijo, eso no era ningún delito.
—Lara está en su habitación, aún no le he contado sobre ti,
pero lo haré.
Escuchar esa declaración hizo que ella volteara a verlo de
inmediato, ¿acaso no habían dormido juntos? No sabía cómo
tomarse ese comentario.
—No quiero que tengas problemas de celos por mi culpa, sé
cómo somos las mujeres, solemos ser muy territoriales…
—No tendrás problemas, créeme… Mejor cambiemos de tema
—exhaló, apartando las sábanas y saliendo de la cama,
manteniendo un tono calmado a pesar de que tenía un nudo de
nervios en el estómago—. Quiero mostrarte las vistas hermosas que
tengo. —Avanzó hasta el balcón y volteó la pantalla hacia el mar de
un azul intenso y el cielo límpido. No era igual al de su apartamento,
porque aquí estaba mucho más cerca de la orilla—. Me gustaría que
algún día pudieras acompañarme… ¿Te gustaría venir? —propuso
ahogándose un poco con las palabras.
—Sí, supongo que sí, es hermoso… Tienes un lindo amanecer.
—Tenía ganas de echarse sal en la herida y preguntarle cómo la
estaba pasando con Lara, necesitaba enterarse por qué estaban en
habitaciones separadas, si era que habían tenido una discusión o
algo por el estilo. La curiosidad se la estaba devorando, pero en ese
momento anunciaban su parada, por lo que tuvo que levantarse.
—Cierto, es muy lindo… Ya sabes, algún día vendrás conmigo.
—Si tú lo dices, yo no estoy comprometida con nadie; en
cambio, tú necesitarás pedirle permiso a tu novia. —Hizo un mohín
gracioso, mofándose, mientras salía del vagón.
—Espero que mi novia no sea demasiado celosa. —Sonrió,
acariciando la posibilidad de que esa persona fuese ella. No podía
dejar de soñar con ese tipo de situaciones, ahora que se había dado
cuenta que sus sentimientos por ella habían mutado. Tenía la
certeza atravesada entre pecho y espalda, con ganas de
confesársela, pero no podía, no por el momento—. Te dejo para que
vayas al trabajo tranquila, hablamos luego.
—Está bien, que tengas un día bastante soleado. —No pudo
evitarlo, deseó para sus adentros que la rusa esa se insolara, así él
no podría tocarla. Terminó la llamada, guardó el móvil en el bolsillo
de su chaqueta y apresuró el paso para salir de la estación.
Renato pensó en llamar a Lara para ver si ya estaba despierta,
pero prefirió ir primero a ducharse, lavarse los dientes y vestirse.
Una vez listo, vio que ella ya estaba en línea; en realidad, no estaba
preparado para continuar con lo que habían dejado a medias por la
madrugada, así que le marcó y le hizo una propuesta antes de que
ella pudiera saludarlo.
—Buenos días, ¿estás lista para bajar a desayunar? —
preguntó al tiempo que agarraba unos lentes de sol que estaban en
el clóset, donde las asistentes del hotel habían acomodado su
equipaje.
—Hola, buenos días, caramelo. De verdad, no tengo apetito,
pero puedo acompañarte.
—Lara, el desayuno es el alimento más importante del día… —
comentó preocupado.
—Lo sé, amor. Solo que no tengo apetito, quizá cuando esté
abajo se me antoje algo.
—Bien, entonces, enseguida salgo de la habitación. —Terminó
la llamada y se guardó el móvil en el bolsillo de la bermuda naranja
que se había puesto.
Justo se encontraron en el pasillo, ella llevaba puesta una falda
de encaje blanca que apenas disimulaba el bikini de hilo en el
mismo color, la parte de arriba era igual de diminuta, cruzada y
atada en la espalda.
Renato sintió que el aliento se le atoraba en el pecho, porque
sin duda, ese cuerpo era tan perfecto a como ya lo había visto
incontables veces por cámara. Era poseedora de una cintura
diminuta y unas caderas prominentes que se le antojarían a
cualquiera; no podía negarlo, esa mujer era una gran tentación, no
estaba ciego y su cuerpo estaba repleto de hormonas que se
alteraban con esa visión.
—Hola caramelo. —Avanzó hasta él y le dio un beso en los
labios—. ¿Descansaste?
—Sí, algo —correspondió con otro beso—. Te ves bellísima.
—Como siempre —coqueteó, alzándole un hombro y le guiñó
un ojo.
Él solo le dedicó una discreta sonrisa y se aferró a la mano que
ella con un gesto le pedía que tomara, como la pareja que eran,
bajaron al restaurante para desayunar.
Él sabía que debía darle una explicación de su negativa de la
noche anterior, porque era totalmente increíble que cualquier
hombre en su sano juicio, rechazara la oportunidad de tener sexo
con una mujer como ella. Esa excusa de estar cansado fue
demasiado barata, si tan solo con verla lo más común era que las
energías se recargaran a tope, pero no encontraba las palabras
adecuadas para iniciar esa conversación.
Lara por su parte no quería recordar lo que había sucedido esa
madrugada, su autoestima había sido herida; así que, decidió
hacerse desear, seducirlo hasta que le suplicara estar con ella,
sabía cómo manejar la situación; incluso, podía hacerle sentir un
poco de celos. De esa forma tomaría las riendas de su vida y haría a
un lado su timidez, para de una vez por todas reclamar el gran
premio: ella.
En cuanto estuvieron en el restaurante, Renato se sirvió del
bufé, huevos revueltos, una tostada, café y un jugo de naranja. En
cambio, ella prefirió solicitar solo un jugo de zanahoria.
—¿No se te apetece algo más? No sé, si no te gusta lo que
está en la barra de alimentos, puedo pedir otra cosa para ti —
comentó, sin la menor intención de hacerla sentir mal. Solo le
preocupaba que la noche anterior apenas había comido un poco de
ensalada.
—No, con esto será suficiente por ahora… En realidad, ni
siquiera hubiese pedido el jugo, pero me lo tomaré porque quiero un
bronceado perfecto y que pueda durarme por varios días —comentó
sonriente—. Después de que me haga algunas fotos, quizá coma
algo más.
—¿Por qué esperar hasta después de las fotos? —curioseó
mientras untaba su tostada con un poco de mantequilla.
—No quiero que se me inflame el abdomen —explicó con total
naturalidad. Ya estaba acostumbrada a todos los sacrificios que
significaba mantener su físico.
Renato no creyó que su hermoso abdomen plano se viera
afectado por un poco de proteína, le mortificaba que ella se
debilitara, por no estar comiendo, pero prefirió no seguir
aconsejándola, no fuera que se molestara por eso.
Mientras él comía, se debatía entre abordar esas disculpas que
le debía por haberla despachado de su habitación y su propuesta de
que lo acompañara a Río; esos eran sus planes, pedirle que se
fuera a vivir con él una temporada, para que no pareciera
demasiado descabellada la idea de que lo acompañara a la boda,
pero no hacía más que concentrarse en su comida y ella en beber
pequeños sorbos de su jugo.
—¿Y qué quieres hacer ahora? —preguntó levantando la
mirada del plato y la descubrió mirando hacia la mesa del bufé,
donde estaba un hombre alto, moreno, con los musculosos brazos
llenos de tatuajes.
—No sé —respondió, volviendo la mirada a los ojos azules de
él—. ¿Te han ofrecido algún paquete turístico? Quizá ir a los puntos
de mayor interés… Me muero por tirarme a la orilla de la playa a
broncearme —confesó animada. Tratando de obviar que Renato se
había dado cuenta de ese pequeño desliz que significó apreciar al
moreno ardiente.
Contrario a lo que hubiese pensado en otra oportunidad, él no
sintió molestia alguna, pero sí un poco de decepción, era inevitable
que su baja autoestima no se viera afectada al cerciorarse de que
no era el tipo de hombre que Lara verdaderamente pudiera desear,
él no tenía pinta de macho dominante, ni de chico malo, no tenía
tatuajes ni un cuerpo tan fornido que elevara la lívido de las mujeres
con las que se topaba.
Fue en ese punto que tuvo la certeza de que no iba a funcionar
ninguna relación amorosa entre ellos, porque a la larga, con ella
solo se maximizarían sus inseguridades, o quizá solo estaba usando
todo eso como excusa, porque justo en ese momento extrañaba
tener a Samira enfrente, parloteando sin parar, con su total atención
puesta en él, mientras endulzaba con un kilo de azúcar una gran
taza de café.
—Sí, está todo incluido, ahora podemos ir a la recepción y
preguntar por algo que esté acorde a lo que deseas. —Estaba
decidido a complacerla en lo que fuera e intentaría obviar lo que
recién había descubierto, porque no quería hacerla sentir incómoda.
Después de todo, estaba ahí con él.
En lo que terminaron el desayuno, se fueron a la recepción
donde les dijeron varias de las actividades que podían solicitar,
como clases para aprender a bailar salsa y merengue, ir a Santo
Domingo, un recorrido por las playas o ir a isla Saona.
Lara no quiso ir a Santo Domingo, no quería perder tiempo en
viaje de tres horas de ida y tres de vuelta. Él por su parte no se
mostró demasiado interesado en las clases de baile, eso sería dirigir
la atención hacia él, cosa que nunca le había gustado. Así que se
decantaron por ir a la isla Saona.
De cierta manera, Renato se sintió aliviado que ella no le
hubiese mostrado intenciones de seguir con lo que habían dejado a
medias en su habitación, sino que prefirió aprovechar conocer el
lugar y disfrutar de un día caribeño.
Fueron a sus habitaciones a por todo lo necesario para un día
de mucho sol, arena y playa. Luego subieron a un catamarán al que
los llevó uno de los guías, ahí había un grupo de por lo menos
veinte personas más, en su mayoría parejas que estaban de luna de
miel o ya mayores que aprovechaban sus días de retiro.
Durante el trayecto no hicieron falta los cocteles ni el
espectáculo de los anfitriones, que los invitaban a bailar. Él sentía el
incremento de la tensión en su cuerpo por la sola idea de que ella le
propusiera ser partícipe de tales actividades, pero la modelo dedicó
más tiempo a tomarse fotos o hacer vídeos que a disfrutar del viaje.
Ella, al igual que él, prefirió refrescarse con agua y prescindir del
licor, aunque por razones totalmente distintas.
En un punto del viaje él se ofreció a ser su camarógrafo y se
dio cuenta de que ella poseía una desenvoltura para posar,
verdaderamente extraordinaria. De vez en cuando compartían uno
que otro rápido beso en los labios, los que definitivamente ella
buscaba y él correspondía.
Pasaron todo el día en la isla, disfrutaron de sumergirse en el
mar varias veces y exponerse al sol. Mientras Lara estaba acostaba
sobre una toalla en la arena blanca, disfrutando de los intensos
rayos del sol en su espalda, Renato estaba concentrado en la
lectura; sin embargo, estaba disperso, su imaginación se empeñaba
en recrear a Samira a su lado, incluso empezaba a sentirse culpable
por todos esos besos que le daba a la chica a su lado. Crecía en él
la necesidad de hablar con su amiga y confesarle lo que le estaba
pasando con ella, arriesgarse por una vez en la vida y enfrentar las
consecuencias, pero estaba demasiado lejos y el valor solía durarle
muy poco.
Volvieron al hotel casi al anochecer, acordaron descansar unas
horas y volver a verse para la cena. Una vez más, él se preparaba
mentalmente para intentar cubrir las expectativas de Lara. Sabía
que ella esperaba más que unos castos besos y tomaditas de mano,
ella estaba a la espera de que cumpliera todas esas promesas
sexuales que se habían hecho por mucho tiempo durante sus
privados.
Cuando se vieron en otro de los restaurantes del hotel, ella
lucía despampanante con una falda y un top en color mandarina,
además que el agua de playa les había dado más volumen a sus
cabellos y el bronceado era tan perfecto como ella se había
empeñado en que lo fuera. Por lo menos, esa noche cenó langosta
y una ensalada tropical, lo que alivió la preocupación de Renato, por
lo poco que ella se estaba alimentando.
Pero sin darse cuenta, esa era otra noche más en la que
buscaba cualquier excusa para que se ocupasen en otras cosas que
no fuese irse temprano a la habitación, por lo que cuando
terminaron de cenar le propuso ir al casino; sin duda, la rusa era un
perfecto amuleto de la buena suerte, salieron de ahí con unos
quince mil dólares de más, que por supuesto, él le obsequió a ella a
pesar de sus débiles negativas.
Cuando se cansaron de seguir jugando, se fueron a una de las
fiestas que estaba en el área de las piscinas, fue ahí donde él solo
se tomó una copa de Riesling por ser un vino bastante refrescante y
por lo dulce de las frutas como el durazno, manzana y el sutil aroma
de flores silvestres. Lara se decantó por una margarita, mientras se
mostraba fascinada con todo, le confesó que podría quedarse a vivir
ahí, porque le encantaba el ambiente tan alegre.
—Imagino que Río también es así —dijo ella, con una brillante
sonrisa.
—Sí, algo así —respondió Renato, a pesar de que él poco
había frecuentado esos lugares tan festivos.
Se quedaron ahí hasta que todo se terminó casi a las tres de la
mañana, él esperó que el licor le ayudara a estar más relajado, pero
no fue así.
—¿Te importaría si me voy a dormir? —Fue Lara la que
preguntó cuándo salieron del ascensor en el piso donde estaban sus
habitaciones. Ella estaba exhausta y también muy segura de que él
tampoco quería tener sexo esa noche, había sido demasiado
evidente puesto que no hizo ninguna insinuación a lo largo del día.
Empezaba a creer que el problema era que ella no había cubierto
sus expectativas y solo estaba tratando de ser amable antes de
mandarla a la mierda; aunque, no iba a dar por perdida la guerra
aún, tenía que conseguir que él se enganchara a sus encantos.
—No, tranquila, imagino que debes estar muy cansada. —Se
acercó y la sujetó por las caderas—. Fue un día en el que agotamos
las energías. —Sonrió y fue en busca de un beso, que Lara hizo
más intensó, pero tan solo duró pocos segundos, porque él se
apartó—. Descansa —dijo y le dio un besito en la punta de la nariz.
Sí, le gustaban las sensaciones que ella le despertaba con sus
besos, pero había algo más poderoso que le impedía avanzar y eran
sus contantes pensamientos hacia Samira.
—Tú también, caramelo… me gustas mucho —confesó y ella
también le besó la punta de la nariz.
Él sonrió ante ese jugueteó, pero enseguida retrocedió un paso,
le dijo adiós con un ademán y caminó hacia la puerta de su
habitación.
—Nos vemos en un rato —le dijo justo cuando colocaba la
tarjeta contra el sensor de la puerta.
—Está bien. —Sonrió ella, haciendo lo mismo con su tarjeta.
Luego, ambos entraron en sus habitaciones.
CAPITULO 53
Las noches de insomnio en Renato estaban siendo cada vez
más frecuentes, siempre había tenido problemas para dormir; de
niño, por miedo a posibles fantasmas debajo de su cama, a pesar
de que su padre revisaba y le aseguraba que no había nada, su
cerebro se empeñaba en hacerle creer lo contrario; incluso él
aseguraba que las nubes y aviones que las sombras de su velador
arrojaban en el techo o paredes, terminaban convirtiéndose en
terribles criaturas que estiraban sus tentáculos que siempre
lograban alcanzarlo y le presionaban tan fuerte el pecho que casi no
le dejaban respirar. Cuando comenzó las visitas a Danilo y
conversaron al respecto, este le dijo que posiblemente lo que le
había ocurrido de niño era que sufría un leve caso de trastorno de
pesadilla.
De adolescente las horas de sueño se las robaba era la
ansiedad que le producía ir al colegio por la continua intimidación
que sufría, tanto era, que solía repasar cada mínimo detalle de lo
que podía hacer para evadir las posibles confrontaciones, él solo
deseaba encerrarse en su habitación para seguir leyendo o
aprendiendo algún idioma, lo único que rompía esa rutina era
cuando su abuelo mandaba a buscarlo para que lo llevaran a su
oficina o cuando su padre también le pedía que lo acompañara en
sus días de trabajo. Siempre se sintió más cómodo con personas
mayores que con gente contemporánea a su edad. Razón por la
cual tampoco se sintió a gusto en su primer semestre en la
universidad, pero su tormento llegó a su fin cuando Danilo lo
medicó.
Aunque solo fueron pocos meses, logró estabilizar sus horarios
de sueños, por lo que pasó de dormir solo un par de horas a hacerlo
de seis a siete horas seguidas, ese descanso se vio reflejado no
solo internamente, sino que también en el exterior. Pero cuando
descubrió el mundo de las modelos webcam , había vuelto a sus
malos hábitos de dormir solo de cuatro a cinco horas, algo que no
había hablado con su terapeuta, porque consideraba que se sentía
cómodo con esa cantidad de descanso; pero en ese momento había
vuelto a sentir que la ansiedad prácticamente no le dejaba dormir ni
dos horas y él sabía cuál era la solución: hablar con Samira.
No dejaba de darle vueltas a la manera en que afrontaría la
situación, bien sabía que no podía seguir postergándolo, era
realmente necesario para él sincerarse con la chica que recién
había descubierto le gustaba, aunque por otra parte el miedo
también lo atenazaba.
Miró el frasco de ansiolíticos sobre la mesita de noche, eso
podía ser de ayuda, pero solo adormecería su mente por unas
cuantas horas, luego volvería a la misma situación.
«Debo hacerlo, tengo que ir con Samira… Aunque Lara no
merece que le haga algo como eso; dejarla tirada, así como si nada,
cambiarle los planes… todo es una jodida mierda» pensaba,
mientras enterraba la cara en la almohada, sintiéndose
verdaderamente frustrado.
Esa nueva mañana se encontró con su acompañante para
desayunar, la noche anterior no había sucumbido a la posibilidad de
tomar otro ansiolítico, odiaba los terribles efectos secundarios que
estas pastillas le causaban; por eso ya no había nada en su
organismo que le inhibiera ni regulara sus emociones, pero sabía
que debía afrontar un momento especialmente complicado y como
era un cobarde que prefería la salida más fácil, en cuanto despertó,
después de haber dormido poco y mal, lo primero que hizo fue
meterse un comprimido de un miligramo bajo la lengua y esperar a
que hiciera efecto.
No tenía apetito y volvía a sentirse ralentizado; aun así, se
obligó a comerse un yogurt y tomarse un café, mientras buscaba las
palabras adecuadas para despedirse de la rusa sin causarle daño;
ya lo hecho, hecho está y no podía dar marcha atrás, en realidad sí
podía, pero no iba a estar en paz y terminaría arruinando el viaje y
mostrando su peor lado delante de Lara, a menos que siguiera
dopándose con ansiolíticos; por eso, después de mucho meditarlo,
consideró que era mejor construir una buena mentira que ella
creyera a que terminara definitivamente decepcionada. Así que con
la excusa de buscar algo más en el bufé, hizo como si recibía una
llamada que duró unos cuántos minutos y regresó a la mesa con la
cara larga, mostrando preocupación.
—Lara. —Atrajo la mirada de ella, quien había terminado de
comerse un par de claras de huevo, que acompañó con una feta de
pavo y tres tomates cherrys —. Tengo algo muy importante que
decirte.
La rusa sintió que el corazón le daba un vuelco, imaginando
que Renato estaba por hacerle la propuesta con la que ella tanto
soñaba, por lo que dibujó una sonrisa nerviosa en sus labios.
—¿Qué te está pasando? Ayer estuviste gran parte del día
distraído —confesó, quería aligerar la tensión en él, que supiera
que, si iba a pedirle compromiso, no tenía de qué preocuparse
porque le diría que sí—. Puedes decirme qué sucede, quizá pueda
ayudarte…
—De verdad no quisiera hacer esto. —Renato se rascó la
frente, tratando de ganar tiempo, pero no era mucho lo que podía
dilatar la situación—. No fue como planeé las cosas, y tienes que
creerme…
—No sé a dónde quieres llegar… —Se le escapó una risita
nerviosa, porque la conversación estaba tomando un rumbo que ella
no esperaba.
—Tengo que irme…
—¿Cómo? —Casi jadeó la pregunta, al sentirse herida. Él
estiró la mano para tocarla por encima de la mesa, pero ella movió
la suya hacia atrás. Sentía las lágrimas subirle por la garganta—.
¿Dije algo malo? ¿Hice algo indebido…?
—No, no, no se trata de ti, por favor, ni se te ocurra pensar
eso…
—Entonces, este es un patético «no eres tú, soy yo» —
reclamó, tratando de contenerse, no iba a hacer un escándalo que
aumentara su humillación.
—Tampoco es eso, bueno… si tiene que ver conmigo, pero no
con lo nuestro… —No podía romper tan bruscamente las ilusiones
de una mujer que solo había sido buena con él—. Es que se
presentó un inconveniente… Con mi madre… —No era primera vez
que usaba a su madre o algún familiar como excusa para liberarse
de cualquier situación incómoda. Sobre todo, durante la
adolescencia, cuando lo invitaban a fiestas, solía decir que su madre
estaba enferma o su padre necesitaba ayuda. Incluso, una vez dijo
que su hermano se había roto una pierna, pero a los pocos días su
mentira terminó siendo descubierta, porque Liam había salido por
televisión, debido a una pelea que tuvo en un club. Su hermano
apareció en pantalla, caminando muy bien y mostrándole el dedo
medio al camarógrafo de Globo. Solo esperaba que esta mentira
que necesitaba fabricar ahora no quedara al descubierto.
—¿Con tu madre? ¿Qué pasó con tu madre? —preguntó
mostrándose preocupada.
—Recibí hace un momento una llamada, me informaron que
resbaló por las escaleras… —Bajó la mirada al poco de líquido
turbio que había dejado en la taza.
—¡Oh, no puede ser! ¿Pero ella está bien? —Acercó la mano
que había alejado y tomó la de él.
—Sí, afortunadamente no fue grave; sin embargo, ahora mismo
está en la clínica, están esperando a que le hagan unas
radiografías, pero puede que solo haya sido una torcedura en el
tobillo… —Tras decir eso, pidió perdón mentalmente a su madre por
una vez más accidentarla. No obstante, se dio cuenta de que eso
que había dicho no era suficiente para que abandonara el viaje; así
que, debía enseriar la situación—. El problema es que mi padre
quiere que vaya, ella está alterada y quiere tener cerca a la familia…
Lo siento, es mi culpa, no les dije que venía a verme contigo, no
quiero que se involucren demasiado en nuestra relación, no por
ahora… —se adelantó, porque sabía que Lara bien podría pedirle
acompañarlo.
—Bueno, en ese caso es necesario que vayas… Subiré a
arreglar mi equipaje para devolverme a Moscú, haré el cambio de
fechas —dijo tomándole la mano.
—No, no… no es necesario que lo hagas, sé que estás muy
entusiasmada con estas vacaciones, puedes quedarte, ya todo está
pago, puedes regresar el domingo por la mañana como estaba
planeado.
Ella se negó, él insistió, no quería que tuviera que sacrificar
días de descanso, solo por sus indecisiones y mentiras, al final
terminó convenciéndola.
Él subió a la habitación donde ya había dejado el equipaje
preparado, porque por la madrugada no pudo contener el impulso y
hasta compró el pasaje hacia Santiago, sabía que, si no lo hacía en
ese instante, se podría arrepentir luego.
El vuelo salía en tres horas, tiempo justo para irse al
aeropuerto. En la recepción se despidió de Lara con un fuerte
abrazo y un par de besos en los labios, no quería alimentar en ella
la idea de que había sido su culpa la decisión de que se marchara.
Le hizo la falsa promesa de que volverían a verse; en realidad,
esperaba que así fuera, pero solo como amigos, porque
ciertamente, le tenía un especial cariño. Ella lo ayudó a descubrir
otros ámbitos dentro de su sexualidad.
Ella le pidió que la mantuviera al tanto, él le aseguró que lo
haría y se despidieron una vez más con un ademán de sus manos.
Renato no podía evitar sentirse como el peor de los seres
humanos, porque Lara no merecía que se fuera así, como mínimo
debió ser sincero con ella, pero no quería lastimarla tan duro, ya
buscaría la manera de hablarle y explicarle las cosas sin parecer un
desalmado.
Esa mañana ni siquiera había respondido al mensaje de
buenos días de Samira, temía al posible rechazo de ella, solo
esperaba que su gitanita pudiera llegar a sentir lo mismo que él o
que por lo menos le diera esperanzas, porque estaba por exponerse
como jamás lo había hecho.
Cuando subió al avión sabía que tenía diez horas de vuelo,
tiempo suficiente para prepararse y pensar en qué palabras usaría
que no terminaran asustándola, pero lo cierto es que antes de tener
algo concreto y, a menos de la mitad del trayecto, se quedó dormido
debido a que el ansiolítico llegó al punto más alto del efecto.
Despertó un poco desorientado, pero lo primero que hizo fue
mirar el mapa en la pantalla, estaban a una hora para llegar, alzó la
tapa de la ventanilla y ya había oscurecido, se había rendido por
unas seis horas, tiempo suficiente para estar bien descansado y
esperaba tener también las ideas más claras.
En cuanto bajó del avión, el corazón empezó a latirle fuerte y se
sentía aturdido; a pesar de eso, sabía los pasos que debía seguir,
antes de pasar por migración decidió ir al baño, porque durante todo
el trayecto no había ido y, como uno de los efectos del medicamento
era dejarle la garganta seca, se había tomado más de un litro de
agua. Además de orinar, también aprovechó para cepillarse los
dientes y lavarse la cara porque consideraba que lo peor que podía
hacer era declarar sus sentimientos a la chica más importante de su
vida, teniendo un aspecto tan terrible.
De haber sabido que cambiaría de planes tan drásticamente,
habría llevado por lo menos una chaqueta, porque a pesar de que
era la segunda semana de noviembre y ya el invierno había pasado,
miró en su teléfono que afuera estaba en nueve grados, sin duda
sentiría frío, la camisa blanca y los vaqueros no eran los más
apropiado para ese momento.
No había hecho reservación en el hotel, pensó que si las cosas
salían mal se devolvería enseguida a Río o se iría a la casa en el
Arrayán.
Como no le había respondido a Samira el mensaje de los
buenos días, ella no había escrito más, era tan orgullosa que
verdaderamente le aterraba que le pateara el culo.
Cuando subió a un taxi y le dio la dirección, deseó que ella
todavía estuviese despierta, porque eran casi las diez de la noche o
que no hubiese salido con sus amigos. Pensó en enviarle un
mensaje, avisándole que estaba en Santiago, pero entonces ella
empezaría a hacer preguntas, quizá lo llamaría y eso solo
intensificaría sus nervios.
De camino aprovechó para llamar a Lara, le dijo que había
llegado y que su madre estaba bien, que fue dada de alta y en ese
momento estaba descansando. Ella debía estar en el área de la
piscina, donde solían hacer fiestas al aire libre, porque podía
escuchar la música, no quiso preguntarle para confirmar porque no
quería que pensara que de alguna manera la estaba controlando,
después de todo, no tenía el derecho tras haberla dejado botada.
Por un momento la imaginó en compañía de aquel hombre
tatuado que le había llamado la atención en el bufé, pero de
inmediato sacudió la cabeza ante esa idea tan perturbadora.
Aunque sabía que si ella quería pasar los días que restaban de sus
vacaciones con alguien, no tendría problemas en conseguirlo.
Cuando el auto por fin se detuvo frente a la casona en la que
vivía la gitana, tragó grueso para pasar el intrincado nudo de nervios
que se le formó al poner la mirada en la fachada.
—Señor, ¿podría esperar? —preguntó con la voz un poco
tomada. Estaba seguro de que lo mejor era tener un plan b por si
ella lo rechazaba, así que debía tener un medio para huir de
presentarse el caso.
—Sí, no hay problema —dijo el hombre apenas echándole un
vistazo a través del retrovisor.
Apretó y aflojó los puños, ya sin pensarlo, tiró de la manilla de
la puerta y bajó, el cambio de clima lo golpeó sin clemencia y un
ligero escalofrío lo recorrió, haciendo que la piel se le erizara. Frente
al panel numérico de seguridad del portón, se dio cuenta de que
hubiese sido más fácil si recordara el código de acceso, para no
ponerla sobre aviso de su visita.
La calle estaba solitaria y poco iluminada debido a que varias
bombillas del alumbrado público se habían fundido, todo estaba muy
silencioso excepto por unos ladridos que se escuchaban a lo lejos.
Inhaló profundamente al tiempo que le marcaba al móvil, exhaló
percatándose de la condensación de su aliento en cuanto se llevó el
aparato a la oreja. Entró en tensión y el estómago empezó a dolerle
cuando al segundo repique ella no respondía, su cerebro empezó a
activar una a una las alertas de sus miedos, gritándole que había
sido un error haber hecho ese viaje, pero apretó los dientes,
resistiéndose a su peor enemigo.
—Hola.
El corazón de Renato probablemente se saltó un latido cuando
por fin escuchó que ella le respondía.
—Ho… hola. —Odió que su saludo fuese un horrible chillido,
por lo que carraspeó—. Hola, ¿estabas dormida? Disculpa si te he
despertado.
—No, aún no estoy dormida. —Su trato era bastante serio; no
podía evitarlo, que él la ignorara le enfurecía, y fue precisamente lo
que hizo esa mañana, cuando leyó su mensaje y no respondió;
avivando sin duda, el demonio de los celos en ella. Se imaginó las
mil maneras en las que factiblemente había amanecido con Lara en
su cama—, pero estoy viendo la serie con Ramona.
—Entiendo. —Esa respuesta hizo que su resolución flaqueara,
era evidente que ella no tenía ganas de hablar con él—. No quiero
molestarte…
—¿Para qué llamabas? —preguntó, aprovechando que estaban
pasando publicidad y su amiga estaba concentrada en la bolsa de
palomitas de maíz que tenía en el microondas.
—No, por nada, solo quería decirte algo, pero puedo venir
después. —En realidad, los nervios no le dejaron pensar en esa
respuesta que lo estaba exponiendo.
—¿Venir después? —Samira de inmediato entendió lo que
quería decir, se incorporó con brusquedad, ya que estaba echada en
el sofá, pero se arrepintió de su arrebato, porque seguramente
escuchó mal.
—Sí, sí… Será mejor si nos vemos después… Ahora no es un
buen momento. —Sabía que estaba huyendo de su confesión, la
cobardía volvía a cubrirlo como una segunda piel y el pecho le dolía,
haciéndole difícil respirar. «Debí tomarme otro ansiolítico», pensó.
—Pero qué haces aquí… Espera un momento, ¿estás en
Santiago? ¿Cuándo llegaste? —Se levantó y se llevó una mano al
pecho para contener a su pobre corazón que quería salir disparado.
Al levantar la vista se encontró con la mirada cargada de curiosidad
de Ramona, por lo que se volvió para darle la espalda y boqueó en
busca de oxígeno.
—Sí, acabo de llegar, pero nos vemos mañana, ¿te parece? —
preguntó, quizá por la mañana iba a estar más tranquilo, porque
ahora mismo odiaba la vibración en su voz y lo débil que sentía sus
extremidades.
—¿Y estás en el aeropuerto?
—No, pero no te preocupes, nos veremos mañana… Disfruta
del capítulo de la serie. Hasta mañana —Terminó la llamada y
caminó de regreso al taxi.
Samira se quedó bastante aturdida, pero fue el sonido del
motor de un auto en la calle lo que la hizo espabilar, estiró la mano a
la cortina y al apartarla pudo ver a Renato, bañado por la débil luz
amarillenta del alumbrado público, a punto de subir a un taxi.
Lo primero que hizo fue buscar la salida y correr, mientras con
manos temblorosas le devolvía la llamada. Temió resbalar por las
escaleras, sus pantuflas no eran muy confiables si de correr se
trataba, pero consiguió un buen ritmo en las zancadas.
—Ni se te ocurra marcharte —le amenazó casi sin aliento y
señalándolo con la mano en la que tenía el teléfono, al verlo ya
dentro del auto, mientras ella avanzaba rápidamente por el camino
hacia el portón. Vistiendo un pijama de pantalón y blusa manga
larga, azul oscuro con estampados de nubes y estrellas blancas,
encima un cardigán gris que la señora Agustina tejió y se lo
obsequió como regalo de cumpleaños.
Renato se quedó atónito viéndola, quería bajar, pero no
conseguía que sus músculos respondieran, entretanto Samira toda
envalentonada bordeó el auto y subió por la otra puerta.
—¿Por qué no me dijiste que vendrías? —interrogó en cuanto
subió y cerró de un enérgico portazo—. Disculpe señor. —Tuvo la
prudencia de aceptar que había actuado de manera demasiado
eufórica.
—No lo sé… —comentó rehuyendo a la mirada de ella—.
¿Puedes volver adentro? Por favor, mañana hablaremos. —
Maldecía sentirse tan nervioso y empezó a temer que un ataque de
pánico lo asaltara.
—¿Pasó algo? ¿Discutiste con Lara? —siguió ella, lo notaba
perturbado.
Él negaba con la cabeza, no sabía qué decir, tenerla enfrente
ahora lo enmudecía.
—¿Entonces qué pasó? —prosiguió.
—A-a-ahora no quiero hablar de eso, fue un error haber
venido… por… por favor, ve adentro que hace frío.
—No me iré… hasta que me digas que pasa, ¿por qué has
venido?
—¡Las cosas no salieron como esperaba! —estalló producto de
los nervios, pero de inmediato inhaló profundamente para calmarse
y se llevó las manos a la cabeza—. Solo eso, ahora bájate por favor,
no seas obstinada… —dirigió su atención al chofer—. Señor, ya nos
vamos.
—Está bien, pues nos vamos, no voy a bajarme, Renato… —
Ella también miró al chofer, quien se mostraba indeciso—. Arranque,
señor.
—Ahora no puedo hablar… no puedo… —Quería decirle que
temía afrontar el momento en que le dijera que se había enamorado
de ella.
—Está bien, no hables, no te obligaré, pero quiero estar a tu
lado para cuando decidas hacerlo… Arranque, señor —le solicitó
una vez más.
El hombre al no recibir una negativa del joven, supuso que
estaba de acuerdo en seguir.
—¿A dónde vamos ahora? —preguntó.
Renato le dio la dirección de la casa en El Arrayán. Se sentía
presionado, con el pecho adolorido; sin embargo, decidió que en
cuanto pudiera buscar una nueva dosis del ansiolítico que estaba en
su equipaje, mismo que iba en el maletero del vehículo, su problema
nervioso menguaría y encontraría el valor para decirle a Samira eso
que lo había llevado hasta ahí.
Ella le envió un rápido mensaje a Ramona, diciéndole lo que
había pasado. Aunque él no había querido decirle nada de
momento, sabía que algo malo había pasado con Lara, aun no
sabía si se sentía muy mal por su amigo o aliviada por imaginar que
el hombre que amaba ya no estaba atado a nadie.
Desde que tuvo el accidente en el baño, decidió darle a su
amiga copias de llave, por lo que le pidió que le hiciera el favor de ir
a ver si todo estaba apagado. Lo menos que esperaba era que por
su culpa se incendiara la casa de la señora Agustina.
Una vez envió el mensaje, posó su mano sobre la de él que
reposaba encima de la rodilla y la apretó con fuerza.
—Todo va a estar bien.
—Es lo que más deseo —musitó a pesar de sus temblores,
también correspondió al apretón de manos, la miró al rostro por
pocos segundos, luego tragó grueso y volvió la mirada al camino.
Sentía que el corazón le estallaría en cualquier instante.
CAPÍTULO 54
Solo le bastó a Renato anunciarse en la garita de seguridad de
la propiedad, para que le concedieran el acceso y fuese escoltado
en una SUV hasta la entrada por uno de los vigilantes.
Ya frente a la puerta principal, también apareció Ignacio, quien
les dio la bienvenida, le abrió para que pudiese entrar y encendió
algunas luces.
—Enseguida enviaré a Marta para que le prepare la habitación
—anunció el encargado de la seguridad de la propiedad, mientras
cargaba el equipaje de Renato.
—No te preocupes Ignacio, no hace falta que las molestes.
—Pero no es molestia señor… Me encargaré de llevar el
equipaje a su habitación… —Mientras su compañero había ido a
encender las demás luces y las chimeneas.
—Gracias, de verdad, no necesito de Marta, déjala descansar.
—Ya era demasiado tarde como para importunar a la pobre mujer
que probablemente estaría durmiendo.
—Bien, como ordene señor, pero si desea algo puede
llamarnos al intercomunicador —cedió, comprendiendo que quizá el
joven deseaba estar solo con la jovencita.
—Gracias, ve a descansar —dijo solicitándole la maleta.
El personal sabía que no debía insistir, así que soltó el
equipaje.
—Descanse señor. —Desvió la mirada a la joven Samira, que
estaba abrazada a sí misma, como si usara el cardigán de escudo
—. Descanse señorita, hasta mañana.
—Gracias. —Ella le sonrió tímida.
Una vez solos, Renato se hizo de la maleta para subir a su
habitación; ella no sabía por qué estaba tan esquivo, lo que sí sabía
era que algo había pasado y se sentía impotente por no poder
ayudarlo.
—Dime que por lo menos has cenado —comentó ella,
interponiéndose en su camino.
—En realidad no tengo apetito.
—Aunque no tengas apetito no puedes irte a la cama con el
estómago vacío… Deja eso ahí, ven, te preparé algo de cenar.
—Por favor, Samira —suplicó, solo quería subir a su habitación,
ducharse, esperar que el tranquilizante se le disolviera debajo de su
lengua y bajar para enfrentar el momento.
—Por favor, Renato —casi lo regañó—. Deja eso ahí, ven
conmigo. —Le tomó de la mano y tiró hasta que consiguió hacerlo
avanzar varios pasos—. Mi abuela dice que las penas se pasan
mejor si es con amigos y comida.
De la abuela de ella era de quien menos necesitaba consejos
en ese momento, pero como no quería parecer descortés dejó que
lo arrastrara a la cocina; quizá podía aprovechar el momento en que
estuviese cocinando y que le diera la espalda, para decirle: «Gitana,
me he enamorado de ti… Lo sé, parece una locura y créeme ni yo
mismo lo creo, ni siquiera sé si estoy enamorado o muy
confundido…» sí, algo como eso le diría; no obstante, temía que
soltarle una confesión así, cerca del fuego, no fuera lo más sensato.
—Tú, te quedas aquí sentado… Mientras yo te preparo algo
que te levantará el ánimo, ya verás —le prometió, señalándole uno
de los taburetes en la isla.
Él se moría por decirle que no estaba afligido, que solo estaba
nervioso.
—¿Y qué harás? —preguntó, apoyando los antebrazos en la
encimera de mármol.
—Pasta, la pasta siempre es la solución… ¿Acaso has
escuchado que alguien puede estar triste después de comerse un
buen plato de pasta? —hablaba toda exaltada. No sabía qué había
pasado en esas vacaciones que hizo junto a su novia, ni por qué él
estaba ahí, pero no empezaría a hacer preguntas que podrían
herirlo, en ese momento solo quería ser su mejor amiga.
Renato se quedó pensativo por varios segundos, frunció los
labios y movió sus iris de un lado a otro, buscando en sus
pensamientos algo que le dijera que Samira no tenía razón, pero la
tenía.
—Sí, creo que la pasta es sinónimo de felicidad… Igual que la
pizza.
—¡Exacto, lo ves! Entonces voy a prepararte una buena porción
de felicidad… —aseguró y empezó a abrir las puertas de las
alacenas en busca de las pastas.
—¿De qué la harás?
—¿De qué quieres que la haga? ¿En qué presentación deseas
tu felicidad? —Preguntó, volviéndose a mirarlo por encima del
hombro.
—Carbonara, sería ideal —respondió seguro de que podría
hacer a un lado los nervios y compartir con ella como amigos, por lo
menos, por esa noche. Así que, si lo mandaba al carajo, podría
llevarse el bonito recuerdo de la última cena.
—Entonces preparemos carbonara —comentó, encontrando
por fin el envase de los espaguetis.
—Quiero ayudarte. —Se levantó, necesitaba hacer algo que lo
distrajera, quizá eso le ayudaría a aliviar tensiones.
—Bien, si es lo que deseas… Puedes buscar en las neveras si
tienen panceta, o de lo contrario nos tocará improvisar.
—Debería haber —exhaló y se levantó de la butaca para ir a
por la panceta, mientras abría la nevera, la miró de soslayo como se
hacía de un par de huevos de la cesta en la encimera. Tragó grueso
y volvió la mirada al frente, obligándose a calmarse. Ya estaba ahí
con ella, eso era lo más importante—. Sí aquí está. —Le mostró el
paquete—. ¿Qué otra cosa necesitas?
—Queso, parmesano o manchego —solicitó al tiempo que
ponía a hervir el agua.
—Déjame ver. —Y se acuclilló en busca del queso. Revisó
entre la basta variedad que tenían, hasta que dio con el parmesano
—. Listo. —Se levantó y llevó los ingredientes a la isla, donde ya la
gitana separaba las yemas de las claras.
—Gracias. —Ella le sonrió.
—Con gusto. —También le sonrió y se quedó mirándola a los
ojos, pero de inmediato sus pupilas se escaparon a los labios
sonrosados. Se preguntó qué sentiría si llegaba a besarlos… ¿Y si
no hacía gran diferencia? ¿Si no pasaba nada extraordinario?
Entonces no sabría si era que todas esas emociones del amor
estaban demasiado sobrevaloradas o era que él no sabía sentir…
Temía perder esto que estaba viviendo con ella, la complicidad,
el compañerismo, la comodidad, el ser él mismo con alguien que
nunca lo había juzgado, que lo aceptaba con sus limitaciones
afectivas y emocionales. Y, sobre todo, por algo que no estaba
seguro si merecía la pena, si en realidad sería tan extraordinario
como para sacrificar lo más bonito que había tenido hasta el
momento.
Sus ganas de besarla en ese momento flaquearon, tamborileó
ligeramente con los dedos en la encimera y se alejó.
—¿Te parece si pongo música? —preguntó por la necesidad de
no quedarse callado y que los nervios lo pusieran en evidencia.
—Genial, podrías poner nuestra lista, tengo tiempo sin
escucharla…
—Sí, yo también. —Buscó el móvil en el bolsillo de los
vaqueros y caminó hasta el sistema de sonido.
De inmediato la suave melodía de un piano acompañada por
los acordes de una guitarra se esparció por cada rincón de la
cocina.
—Ay, esa… esa es hermosa —se emocionó Samira.
Renato miró en la pantalla del teléfono cual era el tema.
—Es una de los tres millones de canciones de Pablo Alborán
que has agregado.
Ella se alzó de hombros en un gesto de despreocupación y le
regaló una brillante sonrisa.
—Es tu culpa, has creado a una amante de la música en
español… Qué intenso es esto del amor, qué garra tiene el corazón,
sí… —Empezó a cantar apasionada y se llevó una mano al pecho
para darle mayor intensidad, se balanceaba en un suave baile
mientras lo miraba—. Jamás pensé que sucediera así… Bendita
toda conexión entre tu alma y mi voz, sí, jamás creí que me iba a
suceder a mí… —siguió sin perder concentración en lo que hacía;
sin saber que había provocado que el corazón de Renato diera un
vuelco, y se quedara admirándola, mientras luchaba con las ganas
de correr, tomarla entre sus brazos y por fin besarla.
Él no podía seguir así.
—Samira… Me gustaría decirte algo…
—Sí, dime —respondió ella apenas pausando el canto que
prosiguió—: Por fin lo puedo sentir, te conozco y te reconozco que
por fin sé lo que es vivir con un suspiro en el pecho, con cosquillas
por dentro… Y por fin sé por qué estoy así…
Sentía que el pecho le estallaría, las palabras se le quedaron
atoradas en la garganta. No, definitivamente no podía.
—Eso lleva aceite de oliva, ¿cierto? —cambió el tema, en ese
momento su mirada se fijó en la vinoteca empotrada en el mueble
que estaba a su lado derecho. No le gustaba el licor, pero el vino era
la excepción, quizá eso le ayudaría a encontrar el valor que lo
evadía.
—Sí, por supuesto… pero si deseas puedo usar otro tipo de
aceite.
—No, oliva está bien —comentó, al tiempo que le daba la
espalda. Abrió la nevera y sacó una botella Sauvignon Blanc de la
cosecha tardía del viñedo Concha y Toro. Era un vino suave y dulce,
bastante agradable al paladar, por lo que podría beberse un par de
copas de ser necesario.
Sacó del mueble de al lado una copa y el sacacorchos, luego
llevó eso a la isla y volvió a sentarse en el taburete, ante la mirada
curiosa de la chica.
Ella pensó que verdaderamente algo muy malo había pasado
en República Dominicana; como poco debía tener el corazón roto,
porque desde que lo conocía jamás había visto decidido tomar licor,
siempre decía que no le gustaba. Lo menos que deseaba era que
pensara que sentía lástima por él, por lo que siguió con lo suyo.
—Tiene un color muy bonito —dijo al ver el líquido dorado,
mientras picaba la panceta.
—Así es —confirmó y le dio el primer sorbo, la ligereza del vino
endulzó su paladar con las notas de frutos secos, membrillo, flores y
miel.
Ella se volvió para lanzar los trozos de panceta y sofreírlos,
aprovechó para escurrir los espaguetis, mientras seguía cantando
una nueva canción de Pablo Alborán.
Cuando se volvió para salpimentar la salsa se dio cuenta de
que Renato casi se terminaba la copa.
Él bebió, trago tras trago sin darse cuenta, solo trataba de
aligerar la ansiedad que crepitaba en su interior.
—Parece que está bueno ese vino —comentó sonriente, solo
para no estar callada.
—Lo es… es dulce —respondió al tiempo que tomaba la botella
para rellenar la copa.
—¿Puedo probarlo? —preguntó. Con la intensión de poder
acompañarlo en su pena. Él deslizó la copa, hasta que tocó los
dedos de ella, quien le dedicó una mirada antes de dar un
pequeñísimo sorbo—. Tienes razón, es rico —gimió y luego se pasó
la punta de la lengua por los labios para saborearlo mejor. No pudo
evitar tomar un poco más—. Sí, es dulce… pensé que todos los
vinos eran ácidos… Es decir, este tiene acidez, pero casi ni se le
siente. —Volvió a tomar.
—Eh, eh… Devuélveme la copa, es licor, debes tener cuidado
—pidió Renato estirando la mano.
—Pues, oficialmente ya tengo dieciocho años, si quiero puedo
tomar un poco… aunque sea una copa. Así te acompaño.
—No tienes que hacerlo. —Negó con la cabeza y con el ceño
ligeramente fruncido.
—Pero quiero hacerlo.
—Solo una —le advirtió y fue a por una copa para ella, le sirvió
solo un poco.
—Gracias. —Le sonrió y le ofreció para hacer un brindis—. ¡Por
la carbonara y la amistad! —dijo en cuanto se escuchó el tintineo.
—Porque estamos aquí. —Brindó él.
Ambos bebieron al mismo tiempo, luego ella dejó la copa y
siguió con la preparación de la cena. Se moría de ganas que él se
desahogara, para entonces poder decirle que sin importar que las
cosas con Lara no hubiesen funcionado, ella siempre estaría a su
lado.
—Listo, esto está para servir —dijo y tomó la copa una vez
más, se bebió lo que quedaba, sin permiso de Renato se sirvió lo
que quedaba en la botella de 375 mililitros.
—¿Quieres comer aquí o hacerlo en otro lugar? —preguntó
Renato.
—Si hay un sitio especial, ni lo preguntes, vamos ahí —
comentó mientras servía.
—Está bien, déjame buscar una bandeja para poner esto —dijo
refiriéndose a los platos, tardó unos minutos en conseguirla, no
estaba habituado con la distribución de las cosas en esa casa—. Yo
la llevaré —dijo en cuanto acomodaron platos y cubiertos sobre la
charola.
Samira aprovechó que Renato tenía las manos ocupadas y
corrió a la vinoteca, buscó otra botella igual a la que ya se habían
tomado, se hizo de las dos copas y en una de ellas metió el
sacacorchos.
—Espero que tu abuelo no se moleste porque nos les estamos
tomando los vinos —comentó con una risita cómplice.
—Ni lo notará. —Él también sonrió, el alcohol, aunque poco,
estaba surgiendo efecto y lo hacía sentir más relajado.
Ella lo siguió y se fijó que la llevaba por uno de los pasillos
contiguos al gran salón, subieron unos cinco escalones que se abría
a una hermosa sala, que tan solo estaba iluminada por las llamas
provenientes de la chimenea de forma rectangular ubicaba en la
parte inferior de una gran pared de piedra.
Había un par de sofá en tono marfil, una mesa centro de hierro
forjado en negro y cristal, todo eso reposaba sobre una alfombra de
pelo largo en marrón, mismo color de los cojines y mantas que
estaban en los sofás.
Renato dejó la bandeja sobre la mesa y se sentó en la
alfombra.
—Deja que te ayude —dijo pidiéndole las copas, mientras
Samira se quitaba las pantuflas, para disfrutar de la suavidad de esa
hermosa alfombra.
—Por qué no te quitas los zapatos, así estarás más cómodo —
propuso al tiempo que se sentaba sobre sus talones.
—Tienes razón. —De inmediato empezó a descalzarse.
—Esto es muy bonito —comentó admirando el lugar, era
realmente acogedor.
—No, aún no has visto la magia de este lugar. —Dejó los
zapatos a un lado y tomó el control remoto que estaba en la mesa,
junto a unos libros decorativos, un par de velas y un bonito florero
con tulipanes blancos.
Ella admiró cómo tras un ligero sonido mecánicos los paneles
del techo y la pared lateral empezaron desplegarse, dando paso a
paredes y techo de cristal que le brindaban una extraordinaria vista
del cielo nocturno y la ciudad.
—¡Santo cielos! ¡Guao! Esto es hermoso…
—Es uno de mis lugares favoritos de la casa, sobre todo para
leer —dijo con una ligera sonrisa, cautivado con la sorpresa que se
reflejaba en el rostro de la chica sentada a su lado.
—No lo dudo, leer aquí debe ser maravilloso… Es muy lindo.
—Y si esperamos el amanecer, verás que también es
extraordinario.
—Claro que me quedaré a esperarlo…
—Dame un minuto, iré a por mí móvil para que sigamos
escuchando música.
—Genial, mientras descorcharé el vino.
—Está bien. —Renato corrió y en menos de un minuto estaba
de regreso.
Ya Samira había servido vino en ambas copas. Una vez más
chocaron sus copas.
—Buen provecho —dijo ella.
—Igualmente.
Cada uno le dio un trago a su vino y se dispusieron a comer.
—¿Qué te parece? —preguntó la gitana, en cuanto pasó el
primer bocado.
—Está riquísimo —gimió complacido, solo entonces se daba
cuenta de que verdaderamente estaba hambriento, porque desde el
yogurt y café que desayunó, no había probado nada más.
—No lo dices por adularme. ¿Cierto?
—Sabes que no… Tienes unas manos benditas.
—Gracias. —Ella se sonrojó complacida—. Y con el vino sabe
delicioso… Este sí que me gusta, es tan dulce. —Se llevó el borde
de la copa a la nariz para disfrutar del aroma.
—Ese vino es una cosecha tardía, es decir, tardan un poco más
en cosecharla… el dulzor se debe a la aparición de un moho
llamado botrytis…
—¿Un moho? —preguntó con cara de asco, sentía que el
estómago se le revolvía.
—Así es… —Él rio al ver el semblante de ella—, pero pasa por
un gran proceso, así que no tienes nada de qué preocuparte.
—Mejor no me lo hubieses dicho —comentó con la voz
estrangulada.
—Piensa que es como un queso, entre más madurado es mejor
—Él siguió riendo—. Anda, ya no dejes de comer ni de tomar por
eso, disfruta del vino.
—Está bien, intentaré olvidar eso del botrytis… —masculló y
siguió comiendo. Le encantaba verlo de mejor ánimo, que Renato
riera le alegraba la vida.
Tras una hora, ya habían terminado de cenar, de haberse
tomado la segunda botella y estaban haciendo la digestión. Él ya se
reía abiertamente, disfrutando de una anécdota que ella le estaba
contando, sobre el día de sus quince años, que estaba bailando
flamenco delante de los invitados que podrían ser posibles
candidatos a esposos y estaba tan apasionada con el taconeo que
se le escapó un pedo que no pudo ni disimular, porque empezó a
reír y dejó de bailar.
—¡En serio, fui salvada por un pedo…! —Se carcajeaba con
una mano en la panza.
—Ataque de gases tóxicos… —reía Renato.
—¿Quieres bailar? —propuso ella, ya que era algo que no
había hecho con él y le gustaría mucho vivir la experiencia.
—¿Bailar? —preguntó, parando de golpe la risa y sintiendo
como su cara se sonrojaba, agradeció que la iluminación tenue le
ayudara a disimular su reacción—. Yo… yo no sé bailar flamenco…
no tengo idea.
—No flamenco, lo que sea… —dijo ella levantándose y le
ofreció las manos para ayudarlo a poner en pie.
Los ojos del chico saltaron de las manos de Samira a su rostro
sonriente, odiaba tener que romper sus ilusiones.
—No sé bailar nada —confesó, bajando la mirada.
—La idea de bailar no es saber hacerlo, es que te sientas bien,
que liberes energía, solo mover el cuerpo y disfrutar del momento…
Anda, ven, vamos a bailar, a saltar… a lo que sea.
Temía que ella se mofara de lo que iba a hacer, pero ¡al diablo!
Solo estaban ellos dos y el vino le daba la seguridad que a su
autoestima le faltaba.
—Pero no me espantarás con un pedo, ¿cierto? —Le ofreció
una de sus manos.
—Te juro que no… —contestó sonriente y con fuerza tiró de él
—. Pero creo que es necesaria otra canción…
—¿Algo como qué? —preguntó, sin soltar la mano con que
Samira lo ayudó a ponerse en pie.
—Hay una muy linda en inglés. —Inhaló profundamente,
reuniendo el valor necesario, para ver si Renato con esa canción por
fin caía en la cuenta de que ella estaba perdidamente enamorada de
él y que no necesitaba de Lara para ser amado—. Se llama, Just a
friend to you… —Exhaló y sonrió nerviosa.
—Bueno, pongamos esa —comentó Renato haciéndose con el
teléfono que estaba sobre la mesa—. ¿Es de Meghan Trainor? —
preguntó ante el par de opciones que le salieron.
—Sí, es esa. —Sabía que se había sonrojado hasta el pelo, el
corazón empezó a latirle a prisa y estaba algo mareada producto del
vino… En realidad, estaba bastante mareada.
La puso a reproducir, devolvió el teléfono a la mesa y tomó la
otra mano que Samira le ofrecía, mientras le sonreía, entre nervioso
y ansioso.
—No sé cómo se baila eso…
—Yo tampoco. —Y se rio con ganas mientras alzaba los
hombros, pero enseguida empezó a mover los brazos,
balanceándolo de un lugar a otro—. Solo dejémonos llevar…
—¿Y cómo vamos a sincronizarnos? —Se le escapó una risita,
al ver que él iba por un lado y ella por otro.
—Pues, guíame… —Se acercó a él y le puso una mano en el
hombro.
—Lo intentaré. —La miró muy cerca de su rostro al tiempo que
le pasaba el brazo por la cintura. La guio balanceando su cuerpo de
un lado al otro, sin siquiera ir al ritmo de la canción.
— Why you gotta hug me like that every time you see me? —
cantaba con una tonta sonrisa, mientras lo miraba a los ojos, lo
mejor de todo, era que él le mantenía la mirada y también le
sonreía, mientras ella seguía el suave balanceo de él—. Why you
always making me laugh, swear you’re catching feelings I loved you
from the start…
—Que bien pronuncias el inglés, de verdad estoy impresionado
—murmuró, sin apartar la mirada del color oliva, en el que se
reflejaban destellos dorados. «El brillo de las estrellas», pensó.
—¿Y no te gusta la canción?
—Es bonita, no la había escuchado.
Ya la canción estaba por finalizar y al parecer él no iba a darse
cuenta de la indirecta más directa que pudiera mostrarle… «Al
diablo, es ahora o nunca», pensó ella, así que, sin analizarlo mucho
más, ni seguir esperando a que él diera el primer paso, aprovechó la
cercanía y estampó sus labios contra los de él. Ya después, si las
cosas salían mal, podría echarle la culpa al vino.
CAPÍTULO 55
Samira le dio un tierno roce de labios, tan rápido que apenas
pudo sentir, pero que para él fue tan arrollador que logró quitarle el
aliento, dejándolo inmóvil y sin palabras.
Ella tenía el corazón a punto de estallar, jamás imaginó que los
labios de Renato fueran tan suaves ni que le hicieran sentir esa
electricidad por todo el cuerpo; él solo la miraba, sin moverse ni un
centímetro, por lo que la distancia entre sus bocas era escasa; así
que llevada por un arrebato y cobijada por la ligera ebriedad, se
acercó a él y le robó otro beso, desatando una serie de sucesos que
la ponían a prueba a cada instante.
Pudo sentir que Renato le soltó la mano y las llevó a ambos
lados de su cuello, sujetándola con firmeza y empezó a
corresponder a ese beso torpe y necesitado que ella le entregaba.
Confirmaba que sus labios eran como una nube aterciopelada, pero
cuando las lenguas hicieron contacto, ambos sintieron un estallido
que se apoderó de sus entrañas.
Ella sintió el sabor a vino en la húmeda lengua de él, lo que
hizo que un calor abrumador la invadiera y la instara a hacer el beso
más íntimo, no sabía si lo estaba haciendo bien o mal, solo se
dejaba llevar por esa descarga de adrenalina que le llenaba las
venas y le agitaba el corazón.
La respiración de Renato empezó a agitarse más, al sentir los
dedos de Samira enterrándose en su espalda, entonces deslizó una
de sus manos por la espalda y la pegó más a él, llevado por una
súbita necesidad, comenzó a devorarle los labios y a meter su
lengua instintivamente en la boca de ella.
La besó apasionadamente, intentando reclamarla para sí y
entregándose por completo a la llameante sensación que inflaba su
pecho y revolvía su estómago. Rindiéndose a la excitación
enardecida que lo había llevado a bajar su mano, hasta una de las
nalgas de ella, apretándola y sintiéndola turgente; el instinto le hizo
empujarla contra su pelvis, provocando que ella soltara un gemido
en su boca.
Era justo y necesario que les dieran tregua a sus bocas para
poder respirar y para que sus labios latentes tuvieran un descanso.
—Me he enamorado de ti, por eso estoy aquí… Era lo que
necesitaba decirte, pero no sabía cómo hacerlo —confesó Renato
con el corazón en la garganta, un vacío en el estómago y su sangre
viajando demasiado aprisa a un lugar que podría terminar
escandalizándola—. En cuanto te vi esta noche, lo tuve todo muy
claro, era como si siempre lo hubiera tenido todo frente a mí, pero
por alguna razón no lo había visto antes, pero cuando quise hablar
me quedé sin palabras…
—Eres un tonto… Yo también estoy enamorada de ti y desde
hace mucho… —Sonrió y tenía lágrimas al filo de los párpados—,
eres lo más especial y bonito que he tenido nunca, en este momento
creo que estoy soñando, fueron tantas las veces que deseé decirte
lo que sentía, pero temía que tú no me correspondieras, que todas
las cualidades que te gustan en mí como amiga, no las quisieras en
una novia.
—Sé que serán las mismas, estoy locamente enamorado de ti,
de tu nobleza, tu inteligencia, tu valentía… tu belleza, y por cómo
me siento cuando estoy contigo… —Se relamió los labios y tragó
grueso el nudo de nervios que se le atoraba en la garganta.
—¿Crees que soy linda?
—Muuuy linda —afirmó y se lanzó a besarle la punta de la
nariz, pero después de eso, siguió de nuevo a la boca.
Ella le mordió suavemente el labio inferior, seguido de un toque
apenas perceptible de su tibia lengua con sabor a vino, que
estremeció a ambos y que los llevó a profundizar el contacto de sus
bocas.
El corazón de Samira galopaba con una emoción que no
esperaba, su cuerpo se volvió tembloroso y demasiado caliente,
cuando él, dejó de besarle la boca y emprendió un camino de besos
cortos y húmedos desde la comisura, que pasó por su mejilla y se
concentró en su cuello, intentó contener los gemidos, pero esas
sensaciones eran más poderosas y le ganaban la partida, se colgó
con fuerza a los hombros de él, porque sus piernas se habían
debilitado al punto de que casi no podía mantenerse en pie.
Renato se deleitaba a conciencia con cada roce de sus labios
por la delicada y tibia piel del cuello de la mujer que tenía entre sus
brazos, los gemidos contenidos de ella lo invitaban a seguir con esa
veneración que sentía natural, no había ningún tipo de preocupación
robándole la atención, solo seguía sus instintos que le gritaban que
fuera a por más.
Todo su cuerpo estaba enardecido, el pecho agitado, los latidos
desbocados y la excitación crepitando como fuego infinito se
exponía en una doliente erección; no estaba seguro si quería que
Samira fuera consciente de ella, por lo que a pesar de que sus
besos y lamidas recorrían el cuello, trataba de mantener un poco de
distancia de la parte baja de su cuerpo; sin embargo, fue la gitana
quien hizo un acercamiento más íntimo y, un jadeo compartido llenó
el ambiente cuando sintió que su pene, aun a través de los
vaqueros, rozara el vientre tibio de ella, lo que hizo que un instinto
animal lo dominara y que evitara que ella se alejara; la tomó con
firmeza por las nalgas y la dejó asida a su erección, recibiendo el
poco de alivio que el simple contacto le brindaba, pero lo que
realmente lo tenía cautivado era esa gran emoción que se agitaba
dentro de su cuerpo y que iba creciendo hasta hacerse infinita,
estaba seguro de que debía ser ese amor que todos los grandes
poetas y románticos del planeta habían descrito muchas veces.
Cuando Samira fue consciente del pene empalmado contra su
vientre, estuvo segura de que jamás había sentido un deseo tan
avasallador. Un ímpetu ardiente corría por sus venas, sentía culpa,
temor, confusión, pero nada de eso era tan importante o relevante
como la excitación que la embargaba. Se suponía que las
mariposas en su estómago no debían liberar ese veneno lascivo, en
cada célula de su ser.
Renato supo que la situación se le estaba saliendo de control,
cuando un deseo salvaje e indomable lo llevó a quitarle el cardigán y
ella no se resistió, incluso le ayudó a deshacerse de la prenda. Bien
sabía cuán importante era para Samira la virginidad, así que un
resquicio de cordura lo hizo tomar consciencia de lo que podría
pasar entre ellos si no paraban ya.
—Creo… creo, no sé —musitó con la respiración entrecortada,
mientras dejaba caer uno que otro beso, iba en retroceso por el
mismo camino como si los fuera recogiendo; así que dejó de besarle
el cuello para ir por su mejilla y se apartó apenas lo suficiente para
mirarla a la los ojos, su corazón dio un vuelco al descubrir lo
fascinante que le lucían las pupilas dilatadas. Pero cerró los ojos y
tragó grueso para llamarse a la calma y con un gesto tierno, al rozar
la punta de su nariz contra la de ella, decidió hablar—. Debemos
detenernos ahora.
—Sí, puede que sea lo mejor… —mintió. Estaba sonrojada,
producto de la sangre que se le había calentado, haciendo visible su
excitación. Se moría por seguir disfrutando de los besos de Renato
en su cuello, de ese calor y cosquillas que le provocaba con su
respiración pesada y que le tenía toda la piel erizada, provocando la
humedad entre las piernas que ya tan bien conocía. Asintió trémula,
al tiempo que se metía el cabello tras las orejas, necesitaba
refrescar su cara, porque la sentía arder.
—¿Quieres ir a dormir? No sé, imagino que deseas descansar
—comentó, queriendo ser considerado. Ella era la tercera chica con
la que había tenido la oportunidad de compartir algunos besos y sin
duda era con la que más los había disfrutado, quizá era demasiado
precipitado, pero ya no necesitaba buscar en otras bocas esa paz
que había hallado en la de ella. De haber sabido que se sentiría tan
bien se habría lanzado de cabeza desde que la vio esa noche.
—No. —Reforzó su negativa moviendo la cabeza, lo tomó por
la mano y él entrelazó sus dedos—. Podemos quedarnos aquí un
poco más. —Lo guio hasta uno de los sofás y ahí se sentaron.
Renato usó un cojín para cubrir el evidente bulto en sus
vaqueros y luego le pasó un brazo por encima de los hombros para
recargarla contra su costado.
Samira dejó descansar la cabeza en el hombro de él y miró al
cielo donde la luna llena brillaba intensamente. Aún se sentía algo
mareada, no sabía si era por el vino o por la revolución de
emociones que la embargaban que le hacían sentir un hormigueo
constante entre sus piernas, pezones y labios.
—¿Crees que estemos ebrios? —murmuró, jugueteando con
sus manos entrelazadas.
—Estoy algo mareado, lo confieso, pero estoy aún en mis
cabales y soy consciente de lo que ha pasado…
—Nos hemos besado —soltó una risita y escondió la cara en el
pecho caliente de Renato—. Por fin… —inhaló profundamente el
perfume que tanto le gustaba.
—Así es… ¿Desde cuándo deseabas besarme? —curioseó,
acariciándole los cabellos, sintiendo cómo poco a poco la
respiración se le ralentizaba y apenas pudiendo creer que había
despertado en alguien la genuina necesidad de querer besarlo.
—¿Tengo que ser sincera? —Hizo un mohín gracioso y se
aventuró a mirarlo a la cara. Una vez más, le dieron ganas de
besarlo y como ahora tenía la seguridad de que podía hacerlo, no se
cohibió. Le dio un beso que no solo fue aceptado, sino también
correspondido con bastante entusiasmo—. Casi al mes de
conocerte.
—Todavía estabas en Río, en mi apartamento —aseguró,
mientras le bordeaba con el pulgar el contorno izquierdo del rostro.
Samira afirmó con un enérgico movimiento de cabeza.
—Y te confieso que eres el primero al que beso…
—¿Y Adonay? —No la estaba juzgando, genuinamente sentía
curiosidad—. Después de todo fue tu prometido.
Samira bajó la mirada, porque solo entonces se dio cuenta de
lo intrascendente que había sido el único beso que compartió con
Adonay.
—Te he dicho que mi padre es demasiado… —Puso los ojos en
blanco—. Cuando te digo demasiado, es que me refiero a que es
algo bastante exagerado a la hora de seguir las leyes gitanas, en las
que no está permitido ningún tipo de intimidad antes del matrimonio,
ni siquiera un beso; aun así, compartí uno solo con él. —Notó que
un brillo atravesó los ojos de Renato a pesar de que estaban en un
ambiente a media luz—. Fue Adonay quien me lo dio, pero ahora sé
que no tuvo importancia, porque no me hizo sentir todo esto que
ahora siento… por eso digo que tú has sido el primero, el primero al
que he besado con la seguridad de estar enamorada…
Él se quedó mirándola, muy serio, en silencio y el celeste de
sus ojos se volvió turbio, de repente le tomó el rostro entre las
manos y la arrastró hasta su boca. Le dio un beso suave pero tan
estimulante que ella sintió enseguida como volvía a humedecerse.
Deseaba perderse en esa boca, seguir hasta que él le hiciera
olvidarse hasta de sí misma, tenía la necesidad de comprobar si él
podía hacerle sentir todo ese estallido de placer de la que era
víctima cada vez que se tocaba.
Se arrimó más a él mientras le acariciaba con urgencia, y algo
de torpeza, el cuello, pecho y espalda, entretanto Renato la
mantenía sujeta por el rostro para hacer el beso más profundo; el
calor que viajaba raudo por todo su cuerpo, lo llevó a ir por más y
bajó sus manos con cautelosas caricias por los hombros y siguió
hasta que le rozó uno de los senos.
El gemido de Samira le hizo saber que le había agradado ese
toque, por lo que se permitió ser más codicioso y lo cubrió por
completo, regalándole sutiles apretones a la pequeña turgencia y
gracias a la fina tela de satén, le fue fácil percibir el pezón erguido.
En un arranque de pasión se quitó el cojín que tenía sobre su
protuberancia, lo lanzó al suelo y la envolvió por la cintura con el
otro brazo para acercarla más. Ella con la necesidad haciendo mella
en cada nervio, se dejó llevar y abrió las piernas para sentársele
encima, consiguiendo que su centro quedara justo contra el bulto de
él, eso le dio cierto alivio al ardor constante que sentía crecer en su
vientre, pero también envió una orden involuntaria a su pelvis de
que se moviera.
Renato soltó un ronco jadeo y también se movió, en ese
momento no sabía de miedos, fantasmas del pasado, ni
prohibiciones culturales, lo único que lo gobernaba era la necesidad.
Pero el oír sus suaves gemidos constantes le hizo frenar en un
intento de evitar el descontrol que se avecinaba.
—Samira… De… Debemos parar —le recordó, apenas un hilo
de voz, pero sus manos ayudándole a las caderas de ella a moverse
contradecían esa petición.
—¿Debemos hacerlo? —preguntó ahogada y sintiendo un
estremecimiento recorrerle toda la columna.
—¿Estás segura? ¿No quieres parar? —Necesitaba confirmar,
no quería forzar algo si ella no estaba completamente segura de
continuar, aunque su polla latiera ansiosa.
—Nunca he estado más segura de algo en mi vida. —Cogió su
rostro para mirarlo fijamente a los ojos. Por primera vez en su vida
estaba dejando que su cuerpo guiara sus acciones, necesitaba
demostrarle lo mucho que lo quería—. Tómame.
—¿Sabes lo que pasará si no nos detenemos ahora? —El
deseo bullía si tan solo se atrevía a mirarla a los ojos.
—Lo sé perfectamente y asumo las consecuencias… Y tú,
¿quieres hacerlo?… Hacerlo conmigo.
Renato asintió tembloroso, él se hacía una idea muy acertada
del peso que tenía la virginidad para la cultura gitana y Samira
estaba dispuesta a entregarle esa primera vez. Solamente le
preocupaba no poder complacerla, no poder hacerla sentir que
había valido la pena tomar esta decisión.
Quizá debería tener la confianza para poder confesarle que
estaban en igualdad de condiciones, pero le avergonzaba
muchísimo lo que ella pudiera pensar. Sabía que era el momento
propicio para retractarse si así lo deseaba… Pero ella se encargó de
lanzar por la borda todas sus cavilaciones cuando volvió a besarlo;
sus lenguas se enredaron en una danza poderosa, que hizo que sus
dientes rechinaran, pero a ninguno le importó, él volvió a posar
ambas manos sobre sus caderas y tomó el control de sus
movimientos. La forma en que su pecho se agitaba y todo su cuerpo
vibraba, era la prueba más fidedigna de que estaba con la mujer
correcta, de que ahora todo sería distinto, porque ella era más de lo
que alguna vez creyó merecer.
Una de sus manos hizo un cadencioso movimiento hasta uno
de los glúteos, el que apretó e instó a que se moviera con precisión,
el solo roce que se estaban infringiendo lo estaba enloqueciendo;
ahora los jadeos se le agolpaban en el pecho y la ansiedad de
querer arrancarse y arrancarle la ropa, lo arreciaban con fuerza.
Samira con los labios adormecidos por tantos besos, se apartó
lo suficiente como para mirar a esos ojos azules que le robaban la
cordura, por puro instinto y pasión se mordió el labio, encontrando
por fin el valor para dar el primer paso para deshacerse de las
prendas, así que, con las manos temblorosas y el corazón agitado,
se deshojó un par de botones de la blusa de su pijama, dejando
expuesta la piel de su pecho.
Renato no parpadeó ni una sola vez, no quería perderse ni un
segundo lo que estaba haciendo la chica, pero era demasiada
tentación la que estaba recibiendo, así que con cautela llevó una de
sus manos y rozó con las yemas de los dedos uno de sus pechos,
en ese instante pudo sentir el frenético latir de su corazón y le
tranquilizaba saber que ella estaba como él.
—¿Quieres seguir tú? —preguntó con un poco de timidez.
—Hagámoslo al mismo tiempo —acordó él, y se impresionó
ante la naturalidad de su propuesta. Ella iba a su mismo ritmo,
estaban acoplados al mismo deseo, no sentía que estaba
acorralándolo u obligándolo a ir más deprisa.
—Lo intentaré —sonrió ella.
Samira sintió que se quedó sin aire cuando por fin llevó sus
manos a la camisa blanca de Renato, sus dedos temblaban, pero no
su decisión de seguir adelante.
A pesar de que él tenía una erección bastante dolorosa, no se
apresuró, disfrutaba desabrochando cada botón e intercalaba su
mirada entre lo que hacían sus dedos y los ojos de ella, mientras
que a su vez, ella hacía lo mismo con él, provocando pequeñas
descargas eléctricas en sus cuerpos cada vez que rozaban la piel
del contrario.
Necesitaban guardar ese momento para poder recordarlo toda
su vida, sin importar las cosas que a futuro pudieran pasar, ese
momento debía ser perfecto para los dos, por lo que las prisas no
eran necesarias. Y como si hubiesen sincronizado sus movimientos,
ambos terminaron al mismo tiempo.
Las solapas del pijama aún le cubrían los pechos, solo había
una abertura de unos pocos centímetros que le permitían mostrar
una franja de piel, entonces él inhaló profundamente y con
delicadeza deslizó sus manos por los senos de la chica, metiéndolas
debajo del satén, llevando la prenda hasta los hombros y
provocando que la tela cediera. Se quedó absorto observando con
excesivo detalle cada tramo de piel expuesta, grabando a fuego en
sus retinas cada minúsculo espacio que quedaba a la vista.
Le encantó que las areolas fuesen de un suave rosa y los
pezones un tono más oscuro y que estuvieran erectos, deseaba que
fuese producto de las sensaciones que él le despertaba y no que
fuese por culpa del frío. Sus senos no eran como los había
imaginado, ni siquiera como los había soñado, eran mucho más
hermosos, en él se despertó un hambre que solo sus manos y boca
podían saciar.
Samira sintió que un escalofrío la recorrió entera cuando sintió
la mirada de él puesta en sus pechos. Se encorvó un poco en un
intento por ocultarlos, sin poder cubrírselos con las manos porque
temía que él lo interpretara como arrepentimiento de su parte.
Renato le llevó las manos a los costados, recorriendo con
delicadeza la piel caliente, sintiendo las costillas y los ligeros
temblores que su tacto provocaba en Samira, siguió hasta posarlas
por debajo de las hermosas medialunas, no quería que toda su
atención estuviese fijada en sus pechos, pero se le estaba haciendo
bastante complicado poder desviar sus pupilas.
Nuevamente cubrió con sus manos los senos con delicadeza,
sintiendo los pezones erectos en el centro de las palmas de sus
manos, su toque se hizo más intenso y empezó a apretujarle
viciosamente, mientras ella le regalaba gemidos contenidos. Se
inclinó en busca de su boca una vez más para hacerle sentir que era
más que un par de perfectas tetas.
Cuando dejó de besarla, pudo ver una sonrisa extasiada y la
llama de la lujuria arder en sus ojos. Ella estaba tan excitada como
él, por lo que le llevó las manos a la cintura.
—Será más cómodo si estamos de pie.
Samira asintió. Pero al apartarse de la erección sintió un vacío
casi insoportable, por eso quería que se apuraran.
Una vez parados, él volvió a abrazarla, fue entonces que ella
sintió el pecho caliente de él, apretándose contra sus sensibles
pezones, lo que la llevó a soltar un jadeo. Renato le apartó el
cabello hacia un lado, para tener la libertad de besarle el cuello, la
clavícula y hasta el hombro, mientras ella le enterraba los dedos en
la espalda, sintiendo la piel suave, pero con músculos fuertes.
—¿Quieres encargarte de mis pantalones? —preguntó él, al
apartarse un par de pasos. Sentía que su autocontrol ya estaba
rozando un límite demasiado peligroso. Se había prometido ir
despacio, pero lo cierto era que el deseo lo estaba empujando a ir
más deprisa.
—Y tú de mi pijama —dijo ella, a pesar de que empezaba a
sentirse verdaderamente nerviosa.
Samira tragó grueso para llenarse de valentía y con manos
trémulas se hizo de la hebilla del cinturón y empezó a desabrocharlo
pausadamente. Por su parte, Renato tiró suavemente de la cinta de
satén que ajustaba el pantalón del pijama y la prenda resbaló por las
piernas largas y delgadas, para terminar arremolinada a sus pies.
Llevaba puestas unas braguitas en color lila con estampado de
estrellas blancas y los bordes de encaje. Quedó prendado en cómo
se le notaban los huesos de la cadera.
A ella se le dificultó un poco poder bajar los vaqueros, pero aun
así lo consiguió, intentó mantener la mirada en los ojos de Renato,
pero en ese momento la curiosidad era más poderosa y sus pupilas
se fueron directas a la erección enfundada en la ropa interior blanca,
se arrepintió de hacerlo, porque recordó lo doloroso que había sido
cuando Estela le introdujo los dedos, no quería imaginar lo difícil que
sería el instante en que Renato decidiera penetrarla.
En su familia no se hablaba de sexualidad, era un tema tabú,
sobre todo para las mujeres, que debían descubrirlo la misma noche
de bodas; no obstante, sus compañeras en la secundaria sí lo
hablaban con total libertad, recordaba una conversación en la que
salió a relucir el tema de la primera vez; de diez, solo tres dijeron
que lo disfrutaron, las demás coincidían en que fue entre doloroso e
incómodo. Por supuesto, ella se mantuvo en silencio, absorbiendo
como una esponja toda la información que en su casa no iban a
darle.
Apreciar la longitud de su miembro, aún a través de la tela del
bóxer, le hacía dudar muchísimo de que fuese a ser parte de ese
pequeño porcentaje que disfrutaría de la experiencia. No obstante,
una parte de su ser lo encontraba fascinante, aun no lograba
procesar la razón por la cual mirar esa parte de la anatomía
masculina la hizo mojarse aún más y que por su vientre viajaran
deliciosas cosquillas.
Sintió la delicada caricia que Renato le daba con la yema del
dedo pulgar por la mejilla, sin duda la estaba instando a que lo
mirara a los ojos, por lo que levantó lentamente la mirada, haciendo
que las puntas de sus orejas ardieran cuando empezó a comérselo
con la mirada mientras hacía el recorrido por el abdomen, torso y
pectorales muy bien marcados gracias a una buena alimentación y
una continua rutina de ejercicios.
Cuando por fin, su mirada se ancló en la de él, le rozó con
lentitud el labio con el pulgar, lo que hizo que su cuerpo se
estremeciera y el pecho se le agitara de deseo y no de miedo.
—¿Estás nerviosa? —susurró él.
—Sí —una risita la traicionó—. Un poco.
—Yo también lo estoy, mi pecho quiere estallar… y creo que
podría hacerlo si sigo descubriendo las hermosas partes de tu
cuerpo, pero no cambiaría este momento por nada del mundo —
comentó bajando con sus nudillos por el pecho agitado de Samira,
siguió por el abdomen hasta llegar al vientre, donde se paseaba con
las yemas de los dedos por el borde de las bragas.
Ella agarró una bocanada de aire, mientras miraba cómo los
dedos de Renato vacilaban al filo de sus bragas, eso era una
tortura, por lo que levantó su mirada buscando los ojos de él.
—Yo tampoco cambiaría nada. —Le dio el permiso con una
sonrisa que reflejaba sus nervios y excitación.
Él aceptó la invitación y con lentitud le bajó la pieza de lencería
que aún llevaba puesta, incluso tuvo que ponerse de cuclillas para
seguir el ritmo, frente a sus ojos descubrió un triángulo de piel clara,
con escasos y delgados vellos oscuros, jamás pensó que una
imagen así le provocaría tanta fascinación, quiso tocarlo para
cerciorarse si era tan suave como parecía, pero no quería
incomodarla. Ella le ayudó con el movimiento de sus pies para
terminar de quitarse la prenda.
Entonces él se levantó, aprovechando para verla
completamente desnuda, el cuerpo de Samira tenía un brillo
espléndido que pareciera salir de su interior y no un simple reflejo de
la luna que se colaba por el techo de cristal.
—Me gusta demasiado lo que veo… —confesó y se acercó
para apartar los largos cabellos que caían sobre sus pequeños
pechos. Era maravilloso cómo podía apreciar su piel erizada y
sonrojada.
—Ahora es mi turno. —Volvió a tragar grueso y se mordió el
labio, llevó sus manos al elástico de la ropa interior, la tensión que
provocaba la erección era intimidante; aun así, se apresuró para no
acrecentar las ansias que ambos sentían.
En cuanto quedaron completamente desnudos, observó cada
parte de su cuerpo, desde los músculos tonificados hasta las áreas
más delicadas. Una punzada de deseo surcó todo su cuerpo,
cuando sus ojos viajaron hasta su hombría erecta, la notó palpitar
un par de veces, como si tuviera vida independiente del cuerpo.
—Es… es la primera vez que veo a un hombre desnudo… —
confesó casi en un susurro—. Solo había visto las ilustraciones de
los libros. —Sonrió sintiéndose tonta. No era que no hubiese tenido
los medios para poder ver a un hombre real, ya que, con teléfono e
internet, cualquier cosa sobre sexualidad estaba al alcance de la
mano, solo que nunca se atrevió más que todo por su crianza.
—¿Me parezco a alguna de ellas? —preguntó con una sonrisa
pícara, pero en el fondo le atemorizaba lo que ella pudiera decir
sobre su cuerpo.
—No… Eres… eres más atractivo —confesó, estiró la mano
para posarla sobre su pecho—. Y tocarte se siente muy bien, tus
latidos están tan alterados como los míos —compartió. Sin duda
Renato le había brindado la confianza suficiente para hacerla sentir
cómoda. La amistad había sido el mejor preámbulo para este
momento. Estaba completamente segura de que con Adonay no se
hubiera sentido de la misma manera, posiblemente habría estado
aterrada.
—Tú me alteras, en el mejor sentido de la palabra. —Tomó la
mano de ella con la que lo acariciaba y la besó, luego estiró el brazo
y lo pasó por detrás de la espalda de Samira, para apoderarse de su
estrecha cintura, consiguiendo que ambos gimieran al sentir sus
pieles ardientes al contacto sin ningún tipo de barrera. Nada de lo
que habían vivido antes, se podía comparar con lo que estaban
experimentando en ese momento; estar cuerpo contra cuerpo, ella
suave y temblorosa, él duro y ardiente.
Se dejaron llevar y volvieron a entregarse a un beso que les
estaba robando el aliento.
CAPÍTULO 56
Sin dejar de besarla, la hizo retroceder dando pasos cortos, por
lo que de vez en cuando su erección la rozaba en la cadera o
vientre dejándole un húmedo rastro.
Samira no paraba de gemir, estaba abrumada por la
experiencia y la suave cadencia con que Renato le penetraba la
boca con su lengua, la besaba como si de alguna manera quisiera
adueñarse de su sabor. Se aferró con más fuera a la espalda de él y
no puso ninguna resistencia cuando sintió que sus pantorrillas
chocaban con el sofá y él la instaba a que se tumbara.
Renato no le apartó la mirada de los ojos brillantes en ningún
momento, mientras se acostaba encima de ella, estaba aterrado,
pero también seguro de que el paso que estaban por dar era el
correcto, juntos descubrirían lo que era entregarse por completo a
otra persona. Ciertamente, ni siquiera planeó algo como eso,
cuando fue consciente de sus sentimientos por ella hacía un par de
días, no pensó si quiera que el sexo fuese una posibilidad a
mediano plazo; el único pensamiento que lo había acosado era que
deseaba que ella le correspondiera.
No obstante, ahí estaba, a punto de tener su primera vez con
su mejor amiga. Volvió a besarle el cuello, mientras su erección
presionada contra el vientre de ella, dolía. Siguió dándole rienda
suelta a sus deseos, por lo que se aventuró a bajar con su boca
hasta los senos, los llenó de besos. Eran tan suaves que no pudo
evitar aventurarse con la lengua y lamerle delicadamente los
pezones.
Samira se dejaba llevar, era una madeja de sensaciones
enredadas que la hacían arquearse de excitación, ofreciéndole sus
pechos, mientras sus manos no paraban de pasearse por todo el
cuerpo de su amante.
—Eres hermosa, Samira —confesó como un fanático,
saboreando una y otra vez los erectos pezones. Ahora que sentía la
textura de estos y la manera como respondían a su tacto,
comprendió que terminaría enviciado y adorando esas
protuberancias. Tras varios besos más, subió nuevamente en busca
de su boca y se perdió en los misteriosos destellos de estrellas que
había en su iris. Samira parecía azorada, con la respiración
entrecortada y los labios enrojecidos e hinchados producto de todos
los besos compartidos—. ¿Quieres ser mía? —le preguntó llenó de
adrenalina sin dejar de observarla. Ella asintió sin romper el
contacto visual—. También quiero ser tuyo. —La sonrisa que le
regaló fue como los primeros rayos de sol después de un lúgubre
invierno—. Fueron tantas las señales, que ahora me siento estúpido
por no haberlas identificado antes. —Sacudió la cabeza varias
veces; ella le detuvo el movimiento con las manos, lo volvió a mirar
a los ojos mientras le sonreía y lo atrajo a su boca nuevamente.
Renato aprovechó el momento para deslizar la mano entre sus
cuerpos.
Samira se sentía bien con él así, nada se comparaba con poder
verlo, olerlo, tener el cuerpo caliente y pesado sobre el suyo; sin
embargo, ninguna sesión masturbatoria la había preparado para la
sensación que la arrasó cuando dos de los dedos de él se colaron
entre los delicados pliegues de su sexo y le acarició el clítoris.
Él acalló sus gemidos con un nuevo beso, al tiempo que uno de
sus dedos resbaló por su vulva, pero no la penetró de momento,
solo quería rozar la abertura.
Samira pudo sentir cómo se iba humedeciendo más de lo
normal y él empezaba a usar esa excitación para empaparse los
dedos. Luego fue introduciendo uno de ellos un poco, y muy
lentamente, a la vez que pausó el beso para sonreírle, ella hubiese
querido hacer lo mismo, pero solo podía gemir mientras le sacaba y
metía ese largo dedo de su interior, una y otra vez. Era consciente
de que él no dejaba de observar todas sus reacciones, pero a ella
no le molestaba, solo se mordía el labio y disfrutaba todas las
cosquillas que le estaba produciendo su contacto. Jamás imaginó
que podría sentir tanto placer con algo que otrora detestó a morir.
Estaba en el paraíso, tenía los ojos bien cerrados, solo veía
negro detrás de sus párpados y estrellas que surgían con cada
oleada de placer que azotaba, mientras Renato no dejaba de mover
su dedo dentro de ella con suavidad, hasta que la hizo abrirlos de
par en par y jadear profundamente.
Ya no solo la seguía penetrando con su dedo medio, sino que,
a la vez, empezó a frotarle el clítoris con el pulgar, la forma en que lo
rozaba suave y constantemente de un lado a otro le hizo sentir que
se perdía, no podía resistirse más y no replicó cuando al dedo en su
interior se unió otro, eso le dolió un poco, pero solo por contados
segundos, porque la envolvió una ola de placer que surgía de lo
más profundo de su vientre.
No podía contenerse, mientras los movimientos de la mano de
Renato arreciaban, no podía parar de gemir, su cuerpo entero
temblaba y el calor la sofocaba desde dentro. Fue presa de la
desesperación y de las placenteras cosquillas que se formaban
donde las puntas de los dedos que él le estaba hundiendo,
recorriendo su vientre, hasta llegar a sus extremidades.
Renato no sabía si lo estaba haciendo del todo bien, pero creía
que ella lo estaba disfrutando por cómo se retorcía y los ruidos que
hacía. Se moría por preguntarle si alguna vez se había masturbado,
pero se daba cuenta de que ese no era el momento apropiado para
estar conversando; quizás en un futuro se atreviera a hablar con ella
de esas cosas.
—¿Te gusta lo que sientes? —preguntó, apenas pudo
reconocer su propia voz en medio de la excitación.
Samira abrió los ojos para mirarlo, asintió urgida y se le escapó
un ligero lloriqueo, cuando él hizo más intensas sus penetraciones.
—Sí… sí, sí —gimió con lágrimas nublándole la visión, mientras
se aferraba con fuerza a los hombros de Renato, estaba segura de
que dejaría sus uñas marcadas.
Echó la cabeza hacía atrás, hundiéndola más en el sofá al
sentir que una fuerte contracción se apoderaba de su pelvis,
seguida de una descarga ardiente que nació en el centro de su
vientre y se extendió rápidamente por todo su cuerpo.
Renato apenas era capaz de llevar aire a sus pulmones para
respirar, tenía centrada su atención exclusivamente en sentirla,
estaba agitado y sin aliento, pero todo eso valía la pena al ver como
ella entreabría sus deliciosos labios y dejaba escapar un grito ronco
de extremo placer.
Samira sintió las lágrimas calientes rodar por sus sienes,
mientras seguía jadeando en busca de un poco de aliento, todo su
cuerpo temblaba, el pecho le dolía; aun así, se sentía en el cielo.
Él comprendió que ella necesitaba tiempo para recuperarse del
orgasmo arrollador que la azotó, por lo que retiró los dedos y se
dedicó a darle tiernas caricias en las caderas, donde dejó el rastro
de humedad que manó del interior de la chica. La gitana se cubrió la
cara con las manos, pero antes de que él pudiera hacerse una idea
errónea de porqué se tapaba el rostro, se lo descubrió y le sonrió.
—Fue, fue intenso… Te juro que estaba asustada, pero…
—Si sientes algo que no te agrada, debes decírmelo. —Él
podría ser un novato en esta materia, pero si algo tenía muy claro
era que no quería hacerle ningún daño, era mejor sincerarse con
ella—. Porque no podré saber si lo estoy haciendo mal, debes
guiarme, ayudarme para que todo sea placentero… —Tragó grueso
y la miró a los ojos—. También es mi primera vez.
La sonrisa de Samira se congeló en el acto, no se lo podía
creer… ¿Acaso había escuchado mal? Seguramente todo era culpa
de ese zumbido que aún estaba en sus oídos.
—¿Cómo? No entiendo… —Negó con la cabeza y frunció el
ceño—. Renato, ¿me estás diciendo que tú no has tenido sexo? —
preguntó aturdida, porque no era lo que parecía, no después de lo
diestro que había resultado con los dedos—. No lo comprendo. —
Siguió negando con la cabeza.
—No tienes que entenderlo, no hace falta, solo quiero que
sepas que tú eres la primera mujer con la que he hecho esto, sé que
parece absurdo… —Trataba de explicar, mientras retiraba un
mechón de cabello de la frente de la chica donde se le había
pegado por el sudor, pero ella no lo dejó seguir, lo calló con un beso
—. ¿Solo prométeme que me dirás si lo estoy haciendo mal? Y
trataré de hacerlo lo mejor posible —murmuró contra los labios de
ella y con la mirada puesta en sus ojos.
—Te lo prometo —le dio su palabra—. También quiero hacerlo
especial para ti.
—Gracias. —Le regaló una dulce sonrisa y luego le dio beso en
la frente. Jamás imaginó que encontraría a una persona con la que
se sentiría cómodo al mostrarse vulnerable. Ni siquiera con Lara
pudo ser él mismo teniéndola en persona y eso que la conocía
desde hacía más tiempo que a Samira.
Ella empezó a besarle el cuello, incluso se aventuró con
algunos chupetones y lamidas, provocando que las ansias de
Renato regresaran como una avalancha llevándose sin reparos la
tregua que las confesiones le habían ofrecido al deseo. De
inmediato, llevó sus manos a los muslos femeninos más que con
caricias lo hizo con apretones, que descendieron hasta que se le
aferró a las corvas y la instó a que se abriera para él.
Como ella había prometido hacer que todo fuese más fácil para
ambos, separó las piernas con esa confianza que le daba saber que
ambos eran novatos en la materia. Se miraron a los ojos cuando él
se colocó entre sus piernas y sintieron como sus genitales entraban
en contacto.
—¿Estás lista? —preguntó casi ahogado, su pecho dolía igual
que su erección.
—Lo estoy —murmuró, en realidad estaba asustada, porque no
sabía cuán doloroso iba a ser. Afirmó con la cabeza, mientras se
aferraba al cuello de él.
Renato tomó su pene con la mano derecha, para poder guiarlo
y tener más control sobre la penetración. El corazón se le iba a
reventar y tanto su vientre como los testículos cosquilleaban
ansiosos.
Samira cerró los ojos y respiró profundo, preparándose para la
intrusión, pero volvió a abrirlos cuando sintió como la punta de su
dura y caliente virilidad se posaba en la entrada de su palpitante
vagina. Apenas estaba tratando de asimilar lo que se avecinaba
cuando Renato empezó a entrar en ella.
—¿Te duele? —susurró cerca de sus labios y la voz le vibraba
furiosamente. Él estaba experimentando la más avasalladora de las
sensaciones, ninguna de sus masturbaciones le hacía justicia a lo
que sentía en ese momento mientras él se abría espacio dentro de
ella.
—No —gimió Samira. Se mentiría si admitía que era doloroso,
pues no lo era, solo sentía una presión algo incomoda que casi
enseguida daba paso a pequeños estallidos de placer.
No quería apartar la mirada de la de él, pero a medida que
avanzaba con su penetración los cerró sin darse cuenta y se
concentró en las sensaciones que iba despertando. Quizá todavía
estaba demasiado aturdida por el orgasmo que recién había
experimentado, porque no sintió demasiado dolor cuando él por fin
se deslizó completamente dentro.
Renato entró lento, dando a ambos la oportunidad de
acostumbrarse, apoyó los codos a los lados de la cabeza de ella y le
acarició la cara con ambas manos, mientras la miraba a los ojos con
devoción.
—Te amo —confesó Samira con el corazón aleteando. No
podía ignorar sus sentimientos porque en ese momento la
rebasaban.
—Te amo, gitana.
Ella sonrió, elevó un poco la cabeza para buscar una vez más
su boca.
Él la besó, sincronizando las penetraciones de su lengua y su
miembro.
Para ella resultaba arrolladora y adictiva tener la erección de
Renato deslizándose dentro de sí, su ritmo, sus movimientos, las
cosquillas que le generaba; le enloquecía los besos que compartían
en medio de un acto cada vez más ávido y desesperado y el calor
de la fricción de sus cuerpos.
En ella comenzó a crecer un inexplicable desespero, un deseo
descontrolado por sentirlo más cerca, por lo que acompasó sus
movimientos a los del amor de su vida, mientras se aferraba con
brazos y piernas, como una total dependiente de ese cuerpo que
ahora sentía de su propiedad. Se perdió en él, dejándose llevar por
sus instintos, entregándose a los apasionados besos, chupetones y
hasta mordidas, a la vez que las manos de Renato la recorrían toda,
hasta que se anclaron en sus muslos, para embestirla con más
fuerza y velocidad. Resoplaba, gruñía y no paraba en sus
acometidas.
No hubo ninguna advertencia cuando un segundo clímax se
apoderó de Samira y le hizo gritar ahogadamente, hasta que se
olvidó de su propio nombre.
Renato aún no terminaba, a pesar de que el placer era
realmente abrumador, no estaba ni cerca de eyacular y aunque no
quería exigirle demasiado, no podía parar, pero sí que redujo la
velocidad para que ella pudiera recobrarse un poco. Volvió a
besarla, permitiéndose que el apetito casi animal se replegara, pero
sin dejar de hundirse en ella, lenta y delicadamente.
Un fuerte estremecimiento reptó por su cuerpo, cuando ella le
acarició apenas con las yemas de los dedos la nuca. Se apartó para
verla sonreír, estaba hermosa y él no pudo resistirse más, volvió a
besarla casi con violencia, al tiempo que deslizaba su mano
izquierda por la parte trasera de su muslo hasta apoderarse de la
nalga y la embistió profundamente.
Samira no podía creer que una vez más sentía el deseo
formarse en lo más profundo de su vientre, recién intentaba
recuperar el aliento que le robó el segundo orgasmo. Pero se dejó
llevar y con una mano en la espalda y la otra en una nalga lo asió a
ella con demanda; a Renato le sorprendió lo que le estaba dando a
entender, aunque no iba a perder la oportunidad de atender su
petición de hundirse más profundo.
Mirándola a los ojos descubrió un nuevo brillo, era como una
nueva emoción, no podía dejar de adorarla, venerarla, amarla.
Deseó alargar el tiempo hasta el infinito, solamente para no tener
que salir nunca de ella.
Lejos de ser pasiva, ella se empujaba contra él, de la mejor
manera que podía y como se lo gritaba su instinto, para acoplar sus
movimientos, con la única intención de proporcionarle placer a
ambos. Hasta que Renato se dio cuenta de que estaba gimiendo
bastante fuerte nuevamente y entendió que estaba por correrse una
vez más. Entonces en medio de besos se apartó para poder
obsérvala en esa dulce agonía y la vio apretar los párpados con
fuerza y entreabrir sus hermosos labios para proferir un grito
jadeante, enseguida el cuerpo se le tensó y le enterró las uñas con
más furor en los hombros.
Ahora sí, él mismo se dejó ir cuando sintió las contracciones
pélvicas de Samira alrededor de su miembro con fuerza, gruñó sin
restricciones, sintiendo el cosquilleo punzante del orgasmo recorrer
su cuerpo, por lo que arreció la velocidad para obtener su propia
descarga. A pesar de estar completamente enardecido mantuvo el
autocontrol como para salir rápido del cuerpo de la chica, tomar su
polla y dar unos tres jalones que fueron suficientes para que
empezara a eyacular y derramar su semen sobre el vientre y pubis
de ella.
Justo en el momento que lo vio salir de ella, fue que cayó en la
cuenta de que no habían usado un preservativo, cientos de
preocupaciones alcanzaron su mente en ese instante, pero, no pudo
apartar la mirada cuando él aferró su pene para masturbarse, le
pareció más grande y grueso, con las venas marcadas y estaba
empapado de ella.
Ya sin fuerzas, pero completamente extasiado, cayó sobre el
delgado cuerpo de su gitanita, dejando descansar la cabeza sobre
su agitado pecho; fue tanto el esfuerzo empleado que se dio cuenta
de que estaba tan débil que todo le daba vueltas, pero poco
importaba, porque estaba con ella. Y eso era suficiente.
Samira lo envolvió entre sus brazos, mientras le acariciaba los
cabellos, estaban húmedos por el sudor, ahora era consciente del
calor de sus cuerpos. Una infinita felicidad la sorprendió como una
ola y empezó a reír. Al parecer, Renato la entendió a la perfección,
porque la acompañó con sus risas.
—Fue extraordinario, ¿cierto? —comentó ella.
Él sin dejar de reír confirmó con la cabeza, mientras le
acariciaba dulcemente los muslos.
—Ha sido una de las mejores cosas que he experimentado en
la vida —confesó, volviéndose a mirarla. Le encantó ver que ella le
sonreía feliz, que en sus ojos se notaba que estaba tan satisfecha
como él. Buscó apoyo en una rodilla y subió un poco para estar al
alcance de su boca. Sin pensar, solo sintiendo, volvió a besarla.
Mirándola directamente a los ojos y respirando el mismo aire,
tuvo la certeza de que verdaderamente la amaba, por quien era, por
sus deseos de volar libre sin que nadie la juzgara o la hiciera
menos.
Una vez que el frenesí de la entrega se disipó, Renato se hizo
de su ropa interior, para limpiar todo rastro que había dejado sobre
ella. Samira aprovechó para agarrar el cardigán y cubrirse, le
avergonzaba estar totalmente desnuda; él se puso los vaqueros.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Renato, sentándose junto a
ella, que estaba abrazada a sí misma. Estiró su mano para ponerle
detrás de la oreja un mechón y luego acarició con el pulgar el
pabellón se la oreja, eso la hizo sonrojar y bajar la mirada.
—Bien —respondió risueña.
—¿Sientes dolor o te maltraté en algún momento sin darme
cuenta? —Estaba preocupado, sabía que había demorado mucho
para alcanzar el umbral de su placer. Debió ser más considerado.
—No, al principio fue algo incómodo, una sensación de presión
que pasó rápido… A pesar de que estaba muy nerviosa, pensé que
iba a ser tan doloroso como cuando me hicieron el miramiento… —
explicó con la mirada esquiva, no quiso comentarle sobre el ligero
ardor que estaba sintiendo. Sabía que no debía sentir vergüenza,
pero el remordimiento por lo que había hecho comenzaba a hacerse
presente, sobre todo, si consideraba que acababa de echar por
tierra cualquier posibilidad de unirse a algún gitano en el futuro—.
¿Cómo fue para ti? ¿Dolió?
—No, fue increíble, gracias… Tú eres la increíble, Samira. —
Siguió con su tierna caricia por la línea de la mandíbula. Ella,
aunque sonrojada, le sonrió.
—Tú también lo eres. —Ella estiró una mano y buscó la libre de
él, quien se la ofreció y le dio un apretón. Se acercó y sin palabras le
pidió un beso que ella le correspondió con ligeros toques de labios,
pero Renato profundizó con avidez.
—¿Quieres ducharte? Supongo que necesitas descansar —
comentó el chico.
—Sí, me gustaría.
Se levantaron del sofá y recogieron las pocas prendas, ella se
calzó las pantuflas, él prefirió ir descalzo. Fue Renato quien la tomó
de la mano y la guio fuera del salón, aún no se veían los albores de
un nuevo día, pero sabían que faltaba poco para que amaneciera.
Subieron las escaleras y en el pasillo, ella intentó despedirse,
pero él la invitó a su habitación.
—Solo si deseas dormir conmigo.
Ella asintió con una brillante sonrisa y se fue con él, lo que
menos deseaba era alejarse de él. Al entrar a la habitación, se dio
cuenta que no era muy distinta a la que ya ella había ocupado
cuando se quedó ahí por primera vez.
Se ducharon juntos, en medio de caricias, besos y ardientes
toqueteos. A pesar de que el placer no los abandonó en ningún
momento, no se entregaron una vez más a las debilidades de la
carne. Renato comprendía que Samira debía reponerse, él por su
parte estaba sufriendo los efectos secundarios del medicamento y
estaba que se caía del sueño.
Le prometió que por la mañana le buscaría ropa de sus tías,
pero que por el momento podía usar una de las camisetas de sus
pijamas. Así que se puso una manga larga, de cuello redondo en
color azul y gris; como era poca la estatura entre los dos, la prenda,
apenas pudo cubrirle sus partes íntimas.
Ella hubiese preferido ponerse también el pantalón del pijama,
pero quería sentirse cómoda en su propia piel ahora que estaba con
Renato, dejar atrás la vergüenza que le provocaba su cuerpo
demasiado delgado, sobre todo, quería que él supiera que tenía su
total confianza.
Él se puso el pantalón y se metieron en la cama. Fue él el
primero en buscar cercanía al abrazarla y llevarla hasta su pecho.
La gitana estaba tan feliz, que tenía una sonrisa imborrable, había
fantaseado tanto con entregarse a él, que ahora le gustaría
quedarse despierta para poder observarlo sin impedimentos todo lo
que quedaba de noche, pero sus párpados se dejaron vencer por el
agotamiento físico y emocional; sin embargo, seguía sintiendo las
caricias que Renato le daba en la espalda y los besos que dejaba en
su cabello, también pudo sentir el suave apretón que le dio a su
cuerpo, llenándolos de paz a los dos.
CAPÍTULO 57
Renato despertó un tanto aturdido y con la boca seca,
claramente era a consecuencia de los ansiolíticos que había tomado
en los últimos días.
Habría pensado que todo lo ocurrido durante la madrugada fue
producto de su imaginación o alucinaciones debido a las malditas
pastillas, de no haberse girado y visto a la gitana durmiendo a su
lado. El recuerdo de lo vivido hizo que su polla latiera nuevamente y
que intensas cosquillas calientes recorrieran su cuerpo.
Recordaba haberla dejado dormida sobre su pecho, pero ahora
estaba a un palmo de distancia de él. Se volvió de medio lado y con
cuidado le apartó los cabellos de la cara para poder apreciarla
mejor.
La contempló como si fuera la primera vez que la veía, le
resultaba fascinante la manera en la que sentía cómo si la conociera
de toda la vida, pero al mismo tiempo no fuera esa jovencita que le
robó la billetera ni la que se había colado en el asiento trasero de su
auto. Observó su cabello oscuro que brillaba debido la luz matutina
que atravesaba los cristales de las ventanas. Fijó sus pupilas en los
labios entreabiertos teñidos de rosa intenso, ligeramente hinchados
por todos los besos compartidos y eso lo llevó a recordar el sabor
adictivo que poseían. Era totalmente inapropiado, pero no podía
evitar pensar en acortar la distancia y obtener todo lo que ella
estuviese dispuesta a darle.
Se quedó en silencio, inmóvil, solo grabándose en la retina
cada detalle de Samira, las ligeras pecas producto del sol que
salpicaban todo su rostro pero que se concentraban en su mayoría
en la nariz, el oscuro lunar perfectamente redondo que tenía casi al
final de la mandíbula, justo debajo del lóbulo de la oreja derecha,
sus cejas largas un tanto despeinadas que le daban énfasis a las
muecas que solía hacer y que él tanto adoraba. Era poseedora de
una belleza inusual, era debido a la mezcla de las dos castas
gitanas de la que provenía.
Esperó quien sabe por cuánto tiempo hasta que abrió los ojos,
parpadeando varias veces, aleteando esas maravillosas pestañas.
—Buenos días —susurró, sonriente, en cuanto estuvo seguro
de que podía verlo con claridad.
—Buenos días —dijo risueña. No le había dado tiempo ni
siquiera para contemplar la posibilidad de que todo lo pasado había
sido un sueño. Renato estaba ahí, frente a ella, regalándole una de
las sonrisas más hermosas que había visto en su vida. Se moría por
besarlo, quería sentirlo cerca de nuevo; de inmediato, contempló la
idea de verlo despertar todas las mañanas junto a ella y su corazón
dio una voltereta de felicidad ante ese deseo tan salvaje.
—¿Dormiste bien? —preguntó él, estirando la mano para
acariciarle la mejilla con las yemas de los dedos.
Samira asintió con una gran sonrisa y se mordió el labio para
contener las ganas de abalanzarse hacia él y besarlo.
Ante ese gesto, la mirada de Renato se hizo más intensa,
necesitaba tocarla de verdad, le llevó ambas manos al cuello y
mandíbula, le rozó suavemente con sus pulgares las mejillas.
Debido a la súbita cercanía y al toque, sus mejillas se
sonrojaron furiosamente. Lo deseaba tanto y de tantas maneras,
que dolía, pero no se atrevía a mostrase tan necesitada.
Al parecer, él pudo leer las emociones en sus ojos, porque se
acercó y le dio un beso, ese que ella tanto anhelaba, su sangre
ardiente y sus deseos desbocados.
Lo besó apasionada y febrilmente, enredando la lengua con la
suya, metió los dedos entre sus cabellos sedosos y finos, apretando
su cuerpo contra el de él, como si pudieran volverse uno. Las manos
de Renato apartaron de en medio las sábanas con las que se
cubrían y luego la tomó por la cintura, marcando su curvatura,
después las introdujo por debajo de la camiseta, recorriéndole la
espalda, para terminar, envolviéndola en un fuerte abrazo.
Dejaban de besarse por la simple necesidad de respirar, pero él
pudo ver crepitar el deseo en las pupilas de Samira. Sus ojos eran
fuego que le exigía todo lo que él pudiera darle.
Los besos y los roces los llevaron al grado de excitación en el
que se les hacía verdaderamente difícil contenerse, él estaba
completamente erecto y ella demasiado mojada.
—¿Te sientes bien? —murmuró contra los labios de ella—.
¿Quieres… quieres hacerlo de nuevo? —preguntó casi sin aliento,
porque no avanzaría sin su consentimiento.
—Sí —asintió, sonriente y con los ojos llenos de ansiedad.
La sonrisa de Samira se hizo más ancha y sus pupilas se
expandieron, cuando Renato introdujo la yema de su dedo medio
entre los labios íntimos, hallando sin problema el pequeño clítoris ya
hinchado; inició una caricia suave que provocó que ella se lamiera el
labio superior de manera casi inconsciente, haciendo que él tuviera
la visión más sensual de su vida.
—Tócame, ven… hagámoslo juntos… —Le instó con sus labios
temblando sobre los de ella y las narices rozándose.
—¿Y si lo hago mal? —preguntó tiritando de placer, porque a
pesar de la petición, Renato no dejaba de frotar su clítoris—. No sé
cómo hacerlo.
—Sólo déjate llevar… deja que sea tu instinto el que te guie.
—Está bien… pero… ¡Oh, Dios! —gimió, sintiendo estallidos de
placer en su vientre—. Quiero que seas tú el que me enseñe —
jadeó y cerró fuertemente los ojos, porque la estaba enloqueciendo
al estimularla de esa manera.
—Lo haré, te lo prometo. —La besó apasionadamente y jadeó
en medio del beso cuando sintió como ella le acariciaba la polla por
encima de la tela del pantalón del pijama. Eso hizo que usara su
otra mano para llevarla hasta la nalga y apretarla con frenesí—. Sí,
así… un poco más lento.
Se miraron por unos segundos, mientras sus manos no
paraban. Samira le pidió otro beso y Renato le sonrió de lado,
deslizó sus dedos medio e índice por el clítoris y con lentitud penetró
en su vagina.
Ella gimoteó y el placer se desbordó de sus ojos en forma de
lágrimas, cuando Renato tocó una pequeña área que la hizo sentir
como si fuese a explotar en mil pedazos y ella estaba tan mojada
que cada empalme producía un vergonzoso sonido acuoso que le
arrebolaba más las mejillas. Era difícil para ella disfrutar de la
sensación que él despertaba y al mismo tiempo esforzarse por
brindarle placer porque no conseguía concentrarse en lo que debía
hacer.
Renato llevó su mano hasta el cuello de Samira, tomándolo con
delicadeza y la acercó a su boca para darle un beso necesitado, a la
vez que movía enérgicamente sus dedos dentro de ella.
Él estaba demasiado duro y ansioso, por lo que se bajó el
pantalón apenas para exponer su virilidad, Samira cautelosa la
tomó, cerrándola con su mano, eso fue suficiente para que por
inercia él empujara en un movimiento de embestida, lo que hizo que
los gemidos de ambos se intensificaran. En algún lugar recóndito de
su conciencia, Renato sabía que debía parar e ir a por un
preservativo, pero la excitación lo tenía abrumado al punto de
nublarle la razón, solo quería enterrarse cuanto antes en ella.
Le tomó la pierna y se la levantó, dejándola sobre su cadera, en
un ataque de valentía y excitación extrema, la gitana guio la
erección hasta la entrada de su vagina, después de eso todo fue
demasiado rápido, voraz, casi salvaje. Sentirse dentro, tan apretado,
mojado y caliente, era como tocar el cielo… lo más placentero que
había experimentado en su vida. Como si un fuego abrazador lo
consumiera por dentro o como si él mismo fuera ese fuego. Quería
vivir para cumplir los deseos de esa chica.
Ella se empujaba contra su erección y él contra ella, le llevó
ambas manos a las nalgas, para hacer más contundente el choque
entre sus pelvis.
Samira empezó a sentir las contracciones formándose en su
vagina, esa placentera palpitación que le indicaba que estaba por
venirse, cerró fuertemente los ojos, mientras boqueaba en busca de
aliento, pero los sonidos que hacía Renato y la intensidad de sus
acometidas la hicieron mirarlo nuevamente. En eso vio cómo él
subía las manos hasta su cintura y la giraba en el colchón; ese
movimiento hizo que ella quedara sentada encima de él, sintiéndolo
llegar profundamente en su interior, en esa posición lo sentía más
grande y le molestaba un poco, quizá por la falta de costumbre, pero
le gustaba muchísimo las vistas que tenía.
—Déjame mirarte —dijo mientras le levantaba la camiseta.
Samira no podía dejar de mover sus caderas en buscas de ese
orgasmo que el cambio de posición interrumpió, le ayudó a
deshacerse rápidamente de la prenda.
—¿Puedo quitarte el pantalón? —preguntó ella porque, sentía
que le molestaba.
—Soy todo tuyo, haz lo que quieras —dijo sonriente.
Ella le dio un puñetazo juguetón en el hombro del que él se
quejó falsamente y le robó un beso rápido. Luego sujetó el pantalón
por la elástica y tiró hacia abajó, por supuesto que Renato le ayudó
a que se deshiciera cuanto antes de eso.
Una vez desnudo, la tomó por las manos para que volviera a
sentarse encima de él, pero al estar de rodillas, solo tuvo que pasar
una de sus piernas para quedar ahorcajadas sobre él. De inmediato
la envolvió entre sus brazos para pegarla a su cuerpo, se la llevó
con él, dejándola acostada sobre su pecho, mientras compartían un
beso urgido, desatado por un arranque de pasión, ya listo para follar
de nuevo. En medio del frenesí deslizó sus manos por la espalda de
Samira y las ancló en las nalgas, pero no por mucho tiempo, porque
luego usó su mano derecha para guiar su pene por la entrada de la
vagina. Se apoyó en los talones y se hundió en ella poco a poco,
porque se imaginaba que aún podía estar sensible del encuentro del
día anterior.
Samira gimió en su boca al sentirse llena de él, las acometidas
no se hicieron esperar y el placer arrasó con la cordura y las
vergüenzas, mientras disfrutaban de la fricción. Se incorporó
quedando sentada y el instinto la llevó a mover sus caderas de atrás
hacia adelante, sin parar, contundente, aunque el pecho amenazara
con estallarle.
Renato todo lo que escuchaba era la voz de Samira y sus
gemidos, todo lo que veía era esos ojos hechiceros y su cuerpo,
cabalgándolo en busca de más placer. Lo único que sentía era su
coño palpitar en torno a su polla. Era como si el mundo que los
rodeaba despareciera y solo existieran los dos… Ella le estaba
dando una poderosa razón para vivir.
A los pocos minutos de estar sumergida en el placer, el
orgasmo le nubló la visión y la debilitó al punto de que se derrumbó
sobre él, quien le dio algunos segundos para que se recuperara,
luego retomó sus empujes hasta que en medio de quejidos que
salían entre inhalaciones trabajosas, también estaba por dejarse
llevar, pero con la previsión de salir antes de eyacular dentro de ella.
Samira de inmediato y sin necesidad de palabras comprendió a
Renato, por lo que se echó hacia atrás, dejándole espacio para que
pudiera liberarse, sintió la necesidad de ayudarle, pero no se
atrevió; en cambio, se dedicó a mirar cómo él movía la mano en
torno a su pene y fue la principal testigo de la eyaculación que
terminó sobre el vientre y mano.
Él se hizo del primer pedazo de tela que sujetó y se limpió,
luego se incorporó hasta quedar sentado y envolvió el delgado torso
de Samira, dejando descansar la cabeza entre sus pechos y ella
apoyó la mejilla sobre esta, a la vez que aspiraba ese aroma del que
ya se había vuelto adicta. Se quedaron en un silencio cómodo
mientras se recobraban del encuentro.
De repente, Renato la estrechó más entre sus brazos y de un
movimiento bastante fluido, la acostó y él se quedó encima de ella,
apoyado en sus antebrazos y una rodilla, para no sofocarla con su
peso. Le devolvió la sonrisa que veía en ella.
—¿Lo has disfrutado? —preguntó, con algo de timidez.
—Ha sido mejor que una taza de café con cuatro de azúcar —
respondió pícara.
Renato rio, ante esa analogía, sobre todo porque sabía cuan
amante era ella de ese brebaje.
—Entonces ha sido bueno —afirmó sonriente, mientras le
acariciaba con los pulgares, las sienes.
—Y tú, ¿con qué lo comparas? —preguntó, perdida en sus
ojos y demasiado atolondrada todavía. Mientras le acariciaba el
pecho con parsimonia.
—Nada se le compara, absolutamente nada… Lo que me
haces sentir está por encima de todo… de cualquier cosa.
Ante esa respuesta los ojos de Samira destellaron y se mordió
el labio y desprendiéndose de cualquier rastro de vergüenza o
inocencia, se aventuró a atrapar entre sus dientes el labio inferior de
él, con la presión suficiente para no hacerle daño. En cuanto lo
liberó, el beso una vez más se volvió voraz.
—«Ay, mi hembra… —canturreó él en susurros, solo haciendo
breves pausas en sus besos—. Tus labios de menta te quedan
mejor con los míos si ruedan… —La sonrisa extasiada de ambos
coincidió, incluso chocaron sus dientes; no obstante, sus miradas
estaban infectadas de deseo—, mejor tu sonrisa si muerde…»
Renato bien podría pasarse el día disfrutando de la boca de
Samira, pero quería ser más ambicioso, ir más allá, experimentar el
sabor de sus mieles; por eso inició un camino de besos por su
cuello, sus pechos, su vientre hasta que con las manos en la parte
interna de sus muslos la instaba a abrir las piernas. Ella entendió de
inmediato sus intenciones y le dio tanta vergüenza que todo su
cuerpo se tiñó de carmín y su respiración se hizo más arrítmica, no
estaba segura de estar preparada para eso. Pero un rugido de tripas
hizo que él se detuviera y apoyara la barbilla en su vientre para
buscar su mirada y al notar que ella se tapaba la cara, empezó a
reírse cómplice al darse cuenta de la procedencia de dicho sonido y
subió para ponerse a su mismo nivel, para verla de frente.
—¿Eso es hambre? —preguntó al tiempo que la tomaba de las
manos para descubrirle el rostro que estaba furiosamente
sonrojado.
—Eso creo, supongo que es bastante tarde.
Habían perdido el sentido del tiempo, sobre todo, porque
habían dejado sus móviles en el salón donde estaba la chimenea.
—Entonces vamos a comer, luego podemos continuar justo
donde lo hemos dejado… ¿Te parece?
Samira seguía con un poco de duda, «quizá debería
comentarle que no me siento cómoda haciendo eso todavía» caviló,
aunque creyó que lo mejor era hablarlo después. Él le dio un besito
en la punta de la nariz y otro en la frente y salieron de la cama, pero
antes de que ella se hiciera de lo que fuera para cubrirse, Renato se
olvidó de los pudores y la cargó, ella gritó sorprendida por su acción,
pero enseguida se rio y se aferró con ambas manos al cuello de él.
Volvieron a ducharse juntos, tratando de no sobrestimularse
porque la prioridad era que ella se alimentara.
—¿Quieres comer algo en particular? —preguntó ella pensando
en que quería cocinarle algo muy delicioso.
—Cualquier cosa que tú desees, eres la experta en la materia,
mi chef favorita.
En cuanto salieron vestidos con unos esponjosos albornoces, él
la tomó de la mano y la llevó al vestidor de sus tías, le abrió un cajón
donde había ropa interior, incluso sin estrenar, también le mostró
productos de aseo femenino, maquillajes y perfumes.
—Usa lo que quieras, créeme, mis tías no lo notaran. —Le dio
un beso en los labios, al tomarle la cabeza con ambas manos.
—No quiero meterte en problemas, es que… —Trataba de
explicarse, pero la calló con un nuevo beso.
—No los tendré, te lo aseguro… ¿Nos vemos en la habitación o
en la cocina?
—En la cocina —respondió, segura de que era bueno darse un
poco de tiempo a solas.
—Está bien, nos vemos en media hora… ¿Está bien?
—Sí, creo que es tiempo suficiente —comentó sonrojada.
—No importa si necesitas más tiempo, baja cuando estés
lista… Así es mejor.
—Mucho mejor. —Sonrió y antes de que él pudiera marcharse,
lo sujetó por las solapas del albornoz y lo haló hacia ella,
estampándole un beso de despedida temporal.
—Nos vemos luego, gitanita —murmuró, poniéndole un
mechón de cabello húmedo tras la oreja.
—En el punto de encuentro, payo. —Sonrió y lo soltó.
En cuanto Renato salió, ella chilló de la emoción y dio saltos y
vueltas por todo el espacio, estaba pletórica no podía evitarlo.
—¿Estás feliz? —la sorprendió, al abrir repentinamente la
puerta.
Ella se detuvo de golpe y se giró para enfrentarlo.
—¿Tú no? —preguntó sin que la sonrisa se le borrara.
—Muy… muy feliz —confesó con una sonrisa casi pícara y la
mirada brillante—. Ahora sí me voy, celebra, pero no gastes mucha
energía.
—Tú tampoco.
Él le guiñó un ojo, luego cerró la puerta y esta vez sí se
marchó.
Samira esperó el tiempo prudente para volver a festejar, pero
ya no lo hizo de manera tan eufórica, solo se llevó las manos a la
cara y sofocó un grito de emoción, casi no lo podía creer. Renato le
había dicho que la amaba y que lo hacía feliz, pero no solo fueron
palabras, también se lo confirmó con hechos.
Se descubrió el rostro al llevarse las manos a la cabeza, solo
entonces, se sintió de vuelta en la realidad y el peso de lo ocurrido
la golpeaba.
—¡Oh, Dios! ¿Qué he hecho? —se preguntó, no se arrepentía
en absoluto; no obstante, sabía todo lo que podía perder con su
familia si alguien llegaba a enterarse, no solo la juzgaría duramente,
sino que jamás obtendría el perdón. «Sí, eso he hecho… eché por
tierra la posibilidad de volver a casa, deseché cualquier tipo de
indulgencia porque no podré casarme con ningún gitano, ninguno
me aceptará así de mancillada», pero rápidamente sacudió la
cabeza y se dio cuenta de lo absurdo que eran sus pensamientos.
Sí, esa puede que fuese una realidad a partir de ese momento,
pero no la consideraba justa, porque nadie debería interferir en las
decisiones que ella tomaba hacia su cuerpo y sentimientos. Ningún
miembro de su familia tendría por qué juzgarla por el simple hecho
de elegir a quien amar.
Su padre, su madre o sus hermanos, no tendrían por qué
sentirse con más derecho de tomar decisiones tan transcendentales
para su vida que ella misma, después de todo, era la única que
podía saber que era lo que más le convenía.
Se acercó al espejo que tenía enfrente, detallándose muy bien
las facciones, nada había cambiado, todo estaba en su lugar, con
las mismas proporciones de siempre, quizá un poco más sonrojada,
pero de resto, ella seguía siendo la misma Samira de siempre, sin
importar que se hubiera entregado a un payo.
Aunque sabía que si su abuela se enteraba iba a estar muy
decepcionada, porque era lo que más le había pedido que no
hiciera, jamás aceptaría que le haya entregado su corazón —y su
cuerpo— a un payo. Pero nadie conoce lo que le depara el destino,
ella no había planeado encontrar el amor de esa manera, todo le
llegó de golpe.
Se restregó la cara con las manos, obligándose a no pensar en
eso, no podía permitir que los prejuicios de su familia empañasen su
felicidad.
—Si ellos verdaderamente te quieren, te perdonarán y
aceptarán por quien eres y no por quien esté a tu lado —se dijo muy
convencida al reflejo que veía en el espejo. Quería suponer que el
amor filial debía estar por encima de cualquier idea arcaica.
Dejó de divagar y buscó que ponerse, no iba a hacer esperar
eternamente a Renato.
CAPÍTULO 58
Renato se sentía alterado, pero de una forma demasiado
agradable, era como haber renacido en un cuerpo poderoso. Ni
siquiera los ansiolíticos más fuertes le habían causado ese efecto de
paz absoluta.
La ansiedad se había ido a la mierda, aún no entendía cómo
había podido tener sexo con Samira sin haber titubeado en ningún
momento; ni siquiera podía explicarse cómo se le había volado la
cabeza de tal manera que se le olvidara usar preservativo.
Sin embargo, no podía seguir comportándose como un
irresponsable, por lo que se apresuró a vestirse, para luego ir en
búsqueda de las cajas de condones que llevaba en su maleta y
dejarla a la mano, en el primer cajón de la mesita de noche, porque
sí, en sus intenciones quería volver a tener a Samira entre sus
brazos, estaría loco si no.
Cuando quiso ver qué hora era fue que se dio cuenta de que su
teléfono no estaba en la habitación. Entonces recordó que lo había
dejado en el salón con la música, muy probablemente ya se habría
descargado, por lo que buscó el cargador en la maleta y fue a por él.
Como era de esperar, su móvil estaba muerto, lo conectó tan
solo para encenderlo y porque aún no la había escuchado bajar. Se
sorprendió al ver que eran casi las dos de la tarde, sabía que había
dormido más de lo habitual, y mejor que nunca, pero no imaginó que
por tanto tiempo.
Solía recibir pocas notificaciones debido a que no era asiduo a
redes sociales, así que ignoró los avisos del par de cuentas que
manejaba solo por compromiso y porque el gestor de comunidades
de su abuela se las había creado. Se fijó que tenía varias llamadas
perdidas y algunos mensajes de su madre, tres mensajes de Lara y
un par de audios de su padre.
Sabía a quién debía prioridad por lo que escuchó los reproches
de su madre acerca de su falta de consideración por no haberse
comunicado con ella desde el día anterior, luego uno muy molesta
en el que le pedía que atendiera las llamadas, otro en el que se
notaba más preocupada y le suplicaba que respondiera a sus
llamadas que solo quería saber si estaba bien. De inmediato supo
que los mensajes de su padre eran porque su madre lo había
contagiado de sus absurdas preocupaciones.
—Hola, mamá, estoy bien. No tienes de qué preocuparte, solo
no he respondido porque estoy ocupado, creo que te lo mencioné…
Te quiero, y deja de preocuparte tanto. —Envió el mensaje de voz
rápidamente y procedió a escuchar el de su padre. Efectivamente,
también estaba mortificado, aunque su tono de voz fuese más
mesurado—. Papá, acabo de responderle a mamá, le he dicho que
estoy bien… No se preocupen, dije que estaría ocupado con
trabajo… y también es necesario que me desconecte un poco de
ustedes, no quiero tener que pasarle a mamá todos los días un
resumen de lo que hago, con quién lo hago o dónde estoy, ¿será
que puede respetar un poco mi independencia y privacidad? —Su
respuesta fue algo tosca, pero sabía que su padre buscaría la
manera de controlarla; solo en momentos como eso, comprendía a
Liam.
Lara no solo le había enviado un par de mensaje de voz,
en los que le decía que lo extrañaba muchísimo, sino que
también le mandó un video de ella en el jacuzzi de la
habitación. Tan solo vio unos pocos segundos y le respondió:
—Lo siento Lara, no estaba en mis planes que las cosas
salieran de esta manera… Suponía que iban a ser unos días
perfectos a tu lado, pero… ya sabes lo que pasó. —Aunque quisiera
decirle que sus sentimientos le dieron una bofetada a sus planes y
que se había enamorado perdidamente de su mejor amiga, no
encontró el valor para hacerlo en ese momento, no podía decirle
eso, no después de que la había citado al otro lado del mundo y la
había dejado botada ahí.
Decidió dejar el teléfono cargando e irse a su encuentro con su
chica, pero no había dado ni dos pasos cuando el móvil de ella, que
también estaba en la mesa, llamó su atención.
Sabía que no debía, que ese era un objeto demasiado personal
como para tan siquiera tocarlo, pero lo tomó para saber si
necesitaba batería y confirmó que también estaba descargado.
Rápidamente lo dejó en el mismo lugar en el que lo había
encontrado, sabía que había usado una excusa muy mala para
justificarse a sí mismo la falta de respeto que había cometido, ya
que lo que de verdad le interesaba ver era si ella tenía algún
mensaje de Adonay. Resopló y se marchó raudo a la cocina.
Para su sorpresa, no se encontró con Samira, sino con Isidora
y Marta, quienes estaban acomodando algunos productos en las
despensas y tenían algo cocinando en los fogones.
—B-b-buenos días —saludó, la pasión de las últimas horas le
había hecho olvidar que habían empleados pululando por ahí,
«capaz debería darles el día libre, pero eso seguramente haría que
Ignacio le informara a su abuelo que no estaría en las instalaciones
y levantaría las alertas de avô», pensó Renato. Avanzó hasta la
nevera y sacó un par de botellas de agua, para su garganta reseca.
—Buenas tardes, señor —corrigió Isidora con una afable
sonrisa, mientras molía pimienta sobre algo que se sofreía en la
sartén—. Estamos preparando la comida, ya casi está lista…
Disculpe que no le preguntamos antes si deseaba comer algo en
específico, pero no quisimos molestar.
—No, así está bien, lo que sea está bien —dijo y se sonrojó un
poco como un niño. Era evidente que las mujeres sabían lo que
había pasado. Necesitaba huir, por lo que avanzó a la salida.
—¡Estoy lista! —anunció la gitana, casi chocándose con él, iba
con toda la intención de darle un beso, pero se detuvo abruptamente
en cuanto vio a las mujeres—. Buenas tardes —saludó y de
inmediato le dedicó una mirada curiosa a Renato, en respuesta él se
alzó ligeramente de hombros.
—Buenas tardes, señorita —correspondió Marta—. Ya casi está
lista la comida, si desean pueden pasar al comedor.
—Bue… Bueno, está bien —dijo sonriente, intentando disimular
su sorpresa, se giró para salir y Renato le llevó una mano en la
espalda para guiarla—. ¿Les pediste que vinieran? —le preguntó en
un susurro mientras se alejaban.
—No, ya estaban aquí, eso es lo malo de tener personal
permanente para ocuparse del mantenimiento de las propiedades —
argumentó, igualmente en voz baja, a la vez que su mirada se iba a
los labios de Samira.
Ella miró por encima del hombro, ya habían perdido de vista a
las mujeres, por lo que se lanzó a darle un beso en un contacto
bastante juguetón.
Él le envolvió la cintura con la mano y la hizo girar, para
corresponderle, mientras seguían avanzando con pasos lentos; ella
en retroceso, se dejaba guiar a ciegas por él, así de confiada se
sentía en esos brazos.
Cuando llegaron al comedor la mesa ya estaba puesta,
decidieron sentarse uno junto al otro para estar más cerca. Renato
en un par de tragos se bebió una de las botellas de agua y ella, por
su parte dio pequeños sorbos a la que él le ofreció.
—¿Qué quieres hacer después de comer? ¿Te gustan los
caballos?
—Sí, me encantan, lo he heredado de la familia de mi madre…
que viven en España, en Andalucía, se han dedicado toda la vida a
la cría… Incluso, tengo dos tíos que trabajan en una escuela de
equitación de gran prestigio en Viena, se dedican a la doma clásica.
—Seguramente son muy buenos para que tengan un puesto en
un lugar como ese.
—Son excelentes.
—¿Y sabes montar? —preguntó, mientras le regalaba una
delicada caricia por el muslo, aprovechando la privacidad que la
mesa le brindaba.
—Por supuesto, desde niña… Porque hace muchos años
vivimos en algunas comunas que eran como campamentos con
grandes carpas y ahí había caballos… Sabes que de niña mi sueño
era ser una gimnasta hípica. Incluso, con siete años gané una
medalla, por el primer lugar, de un concurso que hicieron las
comunidades gitanas a nivel internacional…
—¿Y por qué desististe de seguir en esa profesión? —
preguntó, era fascinante que cada vez descubría más cosas sobre
Samira.
—No tenía caballo, así me era imposible practicar… Usaba el
de un vecino que luego se fue a Pernambuco.
—¿Y te gustaría retomar la práctica? —curioseó, sintiendo la
necesidad de hacer realidad todos sus deseos.
—¿Qué? —soltó una risita nerviosa—. Ya no… —Llevó su
mano hasta la de Renato que reposaba en su muslo y se la apretó
—. Es decir, me siguen gustando los caballos, pero ya no me veo en
eso, no señor… —Negó con la cabeza mientras sonreía.
—Bueno, después de la comida podemos ir a cabalgar un rato,
así te muestro la propiedad.
—¿Es que aquí tienen caballos? —Sabía que era una pregunta
tonta porque por algo él le había hecho ese plan, pero le seguía
asombrando las riquezas que tenía su familia.
—Así es, no son de mi abuelo, pertenecen a un amigo de la
familia… Su principal negocio son los equinos. —No quiso decirle
que Thiago era uno de los principales socios de la Asociación
Brasileña de Criadores de Caballos ni que Aninha era una
medallista olímpica en salto ecuestre.
—Ay sí, me encantaría —chilló emocionada, al tiempo que le
pedía un beso con la mirada.
Él se aventuró a darle un par de besos y luego le dio unos
toquecitos en la barbilla con el dedo índice, justo después llegaron
Isidora y Marta con la comida.
Habían preparado carne en tiras, salteada con vegetales y puré
de patata. Al terminar, Renato llamó a Ignacio para pedirle que le
prepararan dos caballos.
Samira le pidió prestado su cargador, necesitaba comunicarse
con Ramona, imaginaba que ella había quedado muy
desconcertada por la manera en que había salido de su pieza.
Cuando cargó lo suficiente como para poder mirar los mensajes, no
solo se encontró con uno de su amiga, sino también con uno de
Adonay.
Respondió al de la chica, pidiéndole que no se preocupara y le
aseguró que todo estaba bien, el de Adonay lo ignoró, le contestaría
cuando estuviese sola.
Los llevaron en un carrito de golf hasta los establos, donde ya
los equinos los esperaban listo para que pudieran montarlos.
El paseo duró cerca de tres horas, en los que no solo pasearon
a caballo, sino que también caminaron tomados de las manos,
cumpliendo así el deseo de ella de saber lo que se sentía entrelazar
sus dedos a los de él.
Samira descubrió que la casa solo era una pequeña parte de lo
que en realidad abarcaba todo aquel lugar, pero nada la maravilló
más que pasar ese tiempo con Renato y comprobar que a pesar del
grado de intimidad que habían compartido y de la declaración que
se habían hecho, seguían siendo amigos, nada había cambiado en
la forma en que se trataban; quizá, ahora se permitían roces más
íntimos sin culpas y besos ardientes, que solo se daban cuando
estaban seguro de que no eran vistos por nadie y, no porque les
importara lo que pudieran pensar los demás, sino porque la timidez
de Renato y la manera en la que Samira había sido criada, no les
permitía exhibirse de esa manera.
De regreso en la casa, Isidora le preguntó si deseaban algo
especial para la cena, pero Renato les dijo que ellos se encargarían
y que si quería podían marcharse a descansar. No se entretuvieron
mucho en la cocina y subieron para irse a refrescar, pero antes de
que Samira se alejara hacia la puerta de la habitación que pretendía
ocupar, Renato la tomó por la mano y la haló con él a la suya.
En cuanto cerró la puerta, se acercó a ella y la besó
desenfrenadamente por todas las horas que no había podido
hacerlo, la pegó contra la puerta y se recargó sobre ella, que le
correspondió con la misma urgencia al aferrársele al cuello. El
ardiente deseo los llevaba a besarse de manera febril, presos de
una lujuria violenta que los excitaba a niveles insospechados.
Renato le llevó las manos a los glúteos, apretándolos, mientras
se empujaba contra ella con embistes que los estimulaban a ambos.
Las bocas se separaron tan solo para respirar por un segundo
en el que se miraron a los ojos.
—Joder, gitanita, me vuelves loco… —La besó, pero no fue uno
suave, no. Fue brutal e intenso, tanto que ella sintió que le estaba
quemando el alma—. Necesito sentirte de nuevo, necesito entrar en
ti, ¿me dejas?
Samira asintió contundente, con los labios entreabiertos para
poder llenar sus pulmones de aire. Ahora con la confianza que ya
sentía, le levantó con rapidez el jersey, por supuesto, él no opuso
ninguna resistencia.
Solo interrumpían los besos cuando quitarse alguna prenda le
exigía que lo hiciera, de lo contrario seguían entregados al contacto
de sus labios y lenguas.
Una vez desnudos, ella pudo sentir la erección de Renato
cuando rozaba su pelvis, provocándole escalofríos que la hacía
humedecer escandalosamente. Se aferró con fuerza a su espalda,
pegándolo más a su cuerpo, aprisionando el pene entre ellos.
—Dejamos algo pendiente —le recordó dándole un besito en la
frente con el que buscaba calmarse, pero aprovechó un descuido de
ella, para tomarla por la cintura, elevándola.
Samira por puro instinto se le aferró con las piernas a la cintura.
Lo que Renato le había prometido que haría, le despertaba unos
nervios terribles, de cierta manera le avergonzaba que pusiera su
cara tan cerca de esa zona.
—Re… Renato espera, espera. —Alejó su torso para verlo a la
cara—. No estoy… no sé… umm… —Le costaba muchísimo decirle
lo que le pasaba y desvió la mirada al cuello de él.
—Hey. —Le puso una de las manos debajo de la mandíbula
para instarla a que lo viera de nuevo a los ojos—. ¿Estás bien,
cariño? ¿No quieres hacerlo? Dime lo que sientes, confía en mí, por
favor.
—Te confiaría mi vida, es solo que… que eso que dices que
dejamos pendiente me da un poco de vergüenza.
—No quiero que te sientas así con nada de lo que hacemos, si
no te sientes cómoda con algo te pido que me lo digas siempre, en
estas cuatro paredes solo estamos nosotros dos. Olvida las
vergüenzas, somos tú y yo, no lo olvides. —Le sostuvo la mirada y
le regaló un beso suave, delicado, lleno de todo lo bonito que sentía
por ella.
Samira se dio cuenta de que él tenía razón, si no le gustaba lo
que le hacía podía detenerlo en cualquier momento y sabía que no
la presionaría ni insistiría, la respetaría sin importar lo excitado que
estuviera, confiaba en él con los ojos cerrados; además, ya había
leído en muchos libros que eso solía ser bastante placentero.
No le respondió con palabras, solo volvió a acercar su boca y le
devolvió el beso con el que pretendía decirle cuánto lo amaba.
Renato intentó ponerla con cuidado en la cama, pero el peso de
ella terminó llevándoselo a los dos, por lo que, en medio de un grito
de sorpresa, terminaron en el colchón muertos de la risa, mientras él
le descubría el rostro que había quedado oculto tras alguno
mechones de cabello, le dieron tregua a la pasión al tiempo que se
preguntaban si estaban bien.
Luego de algunos minutos que les sirvió para calmar la tensión
y relajar el ambiente, ella se mordió el labio y él pudo interpretar en
su mirada, las ansias de seguir y disfrutar todo lo que se podían dar,
por lo que llevó la mano hasta la cara sonrojada de su chica, pero
no se detuvo ahí, siguió por el cuello y bajó hasta uno de los senos.
Samira sabía que, al estar acostada así, sus pechos
prácticamente se perdían, no quedaban más que unas diminutas
protuberancias, pero se dio cuenta de que, a él, igual parecían
gustarles, porque se los apretujaba con devoción y le acariciaba los
pezones, tan solo rozándolos con la yema de su dedo índice, lo que
hacía que la respiración se le agitara de inmediato. No pudo evitar
suspirar y cerrar los ojos cuando él resbaló con delicadeza la mano
por su abdomen, aprovechando el espacio que había dejado entre
sus cuerpos al estar apoyado en un antebrazo y las rodillas.
Renato siguió con la caricia por su monte de venus; para ese
entonces la cara de la chica estaba totalmente roja debido al
subidón de calor que le causó sentir el dedo medio escabulléndose
hasta rozarle el clítoris, Samira en respuesta apretó más los muslos
y gimió.
—Recuerda que no quiero que lo hagas por complacerme, está
bien si deseas esperar… —compartió, mirándola a los ojos, a la vez
que su mano intentaba hacerse espacio entre las piernas.
—Sí, sí. Quiero que lo hagamos, ahora… —Tomó el rostro de
Renato, y tuvo que levantar la cabeza para poder besarlo en la
boca.
Abrió las piernas para darle acceso y se entregó por completo
al beso que él le correspondió. Su dedo índice empezó juguetear
con su clítoris, apenas rozándolo y ella se arqueaba y movía la
pelvis en busca de más. Tuvo que terminar el beso para poder
liberar los jadeos que la estaban atragantando.
Renato la miraba maravillado, como tenía los labios
entreabiertos para poder respirar mejor, de vez en cuando le
asomaba una sonrisa de satisfacción al verla gozar. Separó un poco
más las piernas de Samira y deslizó su dedo hasta la vagina,
enterrándolo con lentitud, mientras sus ojos estudiaban a conciencia
las reacciones reflejadas en el rostro de ella.
—¡Santo cielos! —gimió, la gitana con los ojos cerrados, la
espalda arqueada y empuñando las sábanas.
Se estremeció cuando sintió que le introducía un segundo dedo
en su vagina, pero abrió los ojos de golpe cuando sintió que el peso
de él abandonaba la cama. Renato estaba de rodillas en el suelo y
se había colocado entre sus piernas. Un agónico vacío la arrasó
cuando él retiró los dedos, para llevar sus manos a las corvas,
posicionarlas encima de sus hombros y halarla hacia él, dejándola
bien cerca de su boca.
La vergüenza la arreció sin piedad, cuando desvió la mirada de
su rostro y la llevó justo a su vulva, estaba demasiado expuesta y
tan cerca que podía sentir su respiración hacerle cosquillas en esa
zona. Quería decir algo, disculparse por si no le parecía bonita o por
si distinguía algún olor poco agradable, pero las respiraciones
trabajosas no le permitían hablar.
—Samira, Sami… —Renato pidió la atención de ella que
estaba con los ojos cerrados, mientras con sus dedos seguía
acariciando el sexo húmedo, no estaba penetrándola ni tampoco
atendía el clítoris, solo deslizaba las yemas por los pliegues—.
Tienes que guiarme, decirme exactamente lo que estás sintiendo,
porque no estoy seguro de cómo hacerlo… Es mi primer intento y no
quiero que sea el último —le pidió en cuanto ella levantó la cabeza
para mirarlo.
—Está bien, lo haré, lo prometo…
—¿Así está bien? —preguntó, rozando la entrada de la vagina
y apenas enterrando un poco su dedo, para luego arrastrar la
humedad hasta el clítoris y frotarlo suavemente.
Eso la estaba enloqueciendo rápidamente, por eso gimió y
afirmó repetidamente. Sentía que la estaba torturando, quería
suplicarle que la hiciera correr, como ya lo había hecho la noche
anterior y esa misma mañana, pero soportó porque le excitaba más
la expectación de lo que vendría a continuación.
Sin previo aviso sintió que la lengua caliente y húmeda se
deslizaba sutilmente sobre su clítoris, además de que con las yemas
de los dedos abría paso entre sus pliegues. No estaba siendo ni
demasiado lento ni muy rápido, lo que hizo que Samira se le
olvidara hasta de cómo respirar, era una máquina de gemidos y
temblores; con el movimiento de su pelvis le indicaba el punto
exacto en el que le gustaba más que la tocara.
—Más, así… ahí, más —pedía con vehemencia.
Renato se atrevió a chuparle delicadamente, lo que hizo que
ella se estremeciera por completo y que unos chillidos vergonzosos
prorrumpieran desde su garganta, por lo que de inmediato con una
de sus manos dejó de empuñar la sábana y se tapó la boca,
temiendo que sus gritos pudieran ser escuchados por los empleados
del lugar.
Al darse cuenta de lo que había hecho, él estiró la mano que
tenía desocupada, para quitarle la de ella de la boca.
—Disfruta el momento, no te cohíbas grita todo lo que quieras,
déjame escucharte —le dijo, al tiempo que deslizaba dentro un par
de dedos. Ella le tomó la palabra y gimió audiblemente para él y
dejó de resistirse, cerró los ojos abandonándose al placer.
Él se dedicó a lamer y chupar, siguiendo las indicaciones que
ella le marcaba, a la vez que la penetraba con los dedos.
—Ahí, sí… me gusta, me gusta —decía casi sin aliento y movía
su pelvis para rozarse no solo contra la boca de Renato, sino
también con su nariz y mentón. Ella sentía que en cualquier
momento se iba a orinar y temía hacerlo en la boca de él, pero se
sentía tan bien que no podía pedirle que parara.
—Es… estoy llegando, estoy llegando… —La razón se le fue al
diablo y las intensas cosquillas provocaron un orgasmo arrollador
que le hizo soltar un grito en toda regla, que le infló las venas de
cuello, hasta que perdió el sentido por un instante.
El cuerpo entero se le estremeció, las piernas le temblaban
incontrolablemente. Había sido tan exquisito y avasallador que sintió
que le estallaría el corazón. Cuando ya se le disipaba la sensación y
salía del aturdimiento, miró a Renato, que le obsequiaba una
hermosa sonrisa
Renato se levantó y volvió a posarse sobre ella, tomándole el
rostro entre las manos para obsérvala.
—¿Lo has disfrutado? —preguntó sonriente.
—Demasiado —confesó, le pasó la mano por la boca y mentón
para quitarle los visibles rastros de su orgasmo.
Enseguida él la sorprendió con un beso, que se profundizó,
hasta que se quedaron sin aliento una vez más, ya Renato no podía
seguir soportando, necesitaba enterrarse en ella, buscó los
condones que había dejado en el cajón, sacó uno y con manos
temblorosas debido a las ansias, se lo puso.
Samira se atrevió a mirarlo mientras deslizaba el preservativo
por su pene, que estaba tan hinchado que probablemente era
doloroso.
—Estoy lista —dijo mordiéndose el labio, no quería hacerlo
esperar.
Esta vez Renato no se acostó sobre ella, se quedó sentados
sobre sus talones, la tomó de nuevo por las piernas y la haló hacia
él, quien no perdió tiempo para penetrarla, en medio de un gemido
compartido.
Una vez más la estaba enloqueciendo de placer, pero no
dejaba de mirarlo entre lágrimas de deleite, él le sonreía alevoso sin
dejar ni un segundo se hacerla suya.
Después de algunos minutos Renato empezó a gemir
libremente. Ya no eran gruñidos ni gimoteos que trataba de
contener, sino gemidos graves y profundos; iba más rápido y
desesperado. El orgasmo para ambos llegó como una marea de
increíble goce.
Después de los últimos espasmos de la eyaculación, se dejó
caer sobre Samira y buscó con desespero la boca de ella, quien lo
abrazó con brazos y piernas. Así se quedaron algunos minutos entre
besos, miradas y susurros cargados de complicidad.
—Te amo, esto que siento contigo es lo mejor que me ha
pasado en la vida —confesó ella, sintiendo la suavidad del vello
crecido en la cara de él en la palma de su mano, sin dejar de mirarlo
a los ojos, que estaban totalmente dilatados.
—Samira —Le sostuvo la mirada y le dejó un tierno beso en la
punta de la nariz, mientras le acariciaba los cabellos nacientes en
las sienes—. Eres tan hermosa, verdaderamente hermosa… Tan
especial —le dejó otro beso en el pómulo derecho y volvió a fundirse
en su mirada—. Eres mi primer amor… No puedo creer el tiempo
que perdí por estúpido.
—No miremos el pasado, tenemos mucho tiempo por delante…
—Quiso decirle que en sus planes estaba permanecer a su lado por
el resto de su vida—. Además, habría sido un tanto masoquista de
tu parte ver hermosa a la chica que te robó la billetera —dijo con
una brillante sonrisa.
Renato soltó una carcajada que, por supuesto ella amó. Él
aprovechó para moverse, se quitó el codón y fue a tirarlo en la
papelera, luego regresó a la cama y se llevó a Samira hasta el
pecho, se dedicaron a mirarse a los ojos mientras seguían
conversando.
—¿Lo haremos de nuevo? —preguntó con la curiosidad
anclada en las pupilas.
Renato soltó una risotada como nunca.
—En un rato, gitana… Dame unos minutos. —Le dio un beso
en la frente.
CAPITULO 59
Habían pasado un par de días llenos de intensidad, amor y de
descubrimientos, pero lamentablemente, llegaba el momento de la
inevitable despedida; había que volver a sus respectivas realidades.
—Te prometo que haré todo lo posible para venir el próximo fin
de semana. —Renato le daba su palabra, mientras le acunaba el
rostro y trataba de guardar en su memoria todos los destellos que
veía en sus hermosos ojos color oliva. Le partía el alma saberse
culpable de que en ese momento estuvieran cristalizados por las
lágrimas retenidas; él tampoco quería alejarse de ella, estaba
intentando hacerse el fuerte, pero la verdad era que tenía un nudo
en la garganta que lo estaba asfixiando.
—Lo sé, te estaré esperando, pero si no puedes hacerlo, si está
fuera de tus posibilidades, sabré comprenderlo, no quiero que te
metas en problema o se compliquen tus compromisos por mí. —
Solo lo dijo para que él se sintiera más tranquilo, pero el pecho le
gritaba que era una loca, porque cada minuto sin poder besarlo,
sería una tortura inaguantable.
—Voy a extrañarte, gitanita —confesó acariciándole los
pómulos con los pulgares.
—Yo también a ti, payo. —Sonrió y luego se mordió ligeramente
el labio en un intento por contener el llanto—, pero hablaremos todo
el tiempo.
—Por supuesto —asintió para reafirmar su palabra.
Aunque Renato quisiera quedarse un poco más, no podía
porque estaba justo a tiempo para pasar a la sala de embarque.
Ansiaba besarla, pero no sabía si Samira permitiría que lo hiciera en
público, aunque para él no existía nadie a su alrededor, solo tenía
ojos para ella.
—¿Puedo darte un beso?
—Justo estaba pensando que quizá no te atreverías a hacerlo.
—Le sonrió y la besó.
Quería memorizar la textura de sus labios, el sabor de su boca,
la dulzura de sus movimientos, por eso se tomó su tiempo, pero
todo en ella le encendía la hoguera de la pasión, por lo que antes de
que la pasión le hiciera olvidarse del lugar donde estaba, tuvo que
separarse.
—Te quiero —murmuró él, dejándole uno más en la punta de la
nariz y ella sonrió complacida.
—También yo… No lo olvides —murmuró sin apartar la mirada,
mientras le rozaba con las yemas de los dedos, los vellos de la
mandíbula.
Se dieron un abrazo apretado y luego se apartaron, Renato se
volvió para marcharse, Samira se quedó esperando perderlo de
vista, mientras se abrazaba a sí misma y se obligaba a no llorar.
Antes de que Renato pasara a los controles de migración, se
volvió y con largas zancadas avanzó de vuelta hasta donde su
amada, quien lo miraba sin entender qué pasaba.
Sin pedirle permiso le rodeó la cintura con un brazo, la pegó a
su cuerpo y la besó como si no hubiese un mañana.
—Te juro que vendré el fin de semana, no importa lo que tenga
que sacrificar, aquí estaré… Porque no me he ido y ya te estoy
extrañando —murmuró su promesa contra los labios húmedos de su
chica.
—Pues tendré que idear alguna tortura para hacerte pagar por
todos los minutos que estarás lejos de mí —dijo con la voz
entrecortada y las pupilas dilatadas por la excitación que empezó a
cobrar vida entre sus piernas.
—Me convertiré en tu esclavo para pagar mi afrenta… —dijo
con una sonrisa cómplice. Le dio un pico en los labios y ahora sí
tuvo que soltarla y marchase o perdería el vuelo.
Samira hubiese preferido quedarse hasta que el avión
despegara, pero no quería que Ignacio y su acompañante la
siguieran esperando, por lo que se marchó. En cuanto subió a la
SUV, le llegó la notificación de que Renato había agregado una
nueva canción a la lista de reproducción, lo que hizo que se le
extendiera una calidez por todo el cuerpo.
Ella la conocía, se la sabía de memoria, pero igual quiso
escucharla en ese momento, sin importar hacerlo por el altavoz del
teléfono, ya que no tenía a mano los Airpods. Ahora tenía la certeza
de que se la estaba dedicando y no se trataba de un simple método
de aprendizaje de español.
—Quiero perderme contigo en tus sábanas frías, olvidando el
mundo sin nadie que sepa que estamos aquí… —canturreó bajito
con una sonrisa imborrable, mientras miraba por la ventanilla. Una
lágrima que mezclaba felicidad y nostalgia le corrió por la mejilla
izquierda, pero se la limpió rápidamente, antes de que alguno de los
hombres le preguntara si le ocurría algo—. Quiero enterrar el
pasado y creer que eres mía, y que en tus sueños perdida te
acerques y quieras vivir junto a mí… Por eso te digo bajito que doy
lo que sea por un minuto contigo, por eso te canto al oído mi secreto
cautivo, sin miedo a decirlo: yo te quiero…
Durante el camino, de regreso a casa, Renato no podía dejar
pensar en la chica que se estaba convirtiendo en el centro de su
universo. No podía creer que su mundo hubiera dado un giro de
ciento ochenta grados en apenas tres días. Desde que había tenido
que poner distancia física, se sentía incómodo, como si le hiciera
falta un órgano o una pieza imprescindible para el óptimo
funcionamiento de su cuerpo. Le fue fácil llegar a la conclusión de
que de verdad se había enamorado, de que no solo era un asunto
sexual.
Si bien se sentía como un crío en pleno descubrimiento de su
sexualidad —cosa que prácticamente en su caso era cierta— lo que
estaba viviendo en ese momento, no lo podía comparar con lo que
había sentido por Vittoria años atrás, ahora se daba cuenta de que
eso solo fue una tontería de adolescente, porque no había pasado
sino unas pocas horas desde que dejó a Samira en el aeropuerto y
ya deseaba estar de regreso.
Al llegar a Río, no fue a la casa de su abuelo, siguió el plan
como lo había trazado cuando pensó que regresaría con Lara, así
que se fue a su apartamento. Como era un poco más de
medianoche, solo le envió un mensaje de voz a Samira en lugar de
llamarla, ya que no quería despertarla por más que la echara mucho
de menos.
Ella le respondió de inmediato diciéndole que también lo
extrañaba y pidiéndole que se fuera a descansar y él lo escuchó un
par de veces.
El cansancio que le había dejado la exhaustiva jornada sexual
que habían tenido, sumado a los vuelos que había hecho en los
últimos días, fueron suficientes para que, tras una ducha de agua
caliente, se fuera a la cama y se quedara dormido en cuanto puso la
cabeza en la almohada.
Al despertar, lo primero que hizo fue enviarle un mensaje a
Samira, o su novia, aún no sabía si podía llamarla de esa manera,
no podía creer que en todas esas horas que habían pasado juntos,
a ninguno de los dos se le ocurrió hablar sobre el tema, él no estaba
para nada familiarizado con las formalidades. Lo que sí tenía claro
era que no quería que por nada del mundo la amistad entre ellos se
viera alterada.
Ella también recién despertaba, esta vez no le importó enviarle
una nota con la voz todavía ronca, le dijo que debía asearse
rápidamente porque se le haría tarde y le dijo que le avisaría cuando
estuviera lista para salir a su jornada laboral.
Él se sentía distinto, con necesidad de involucrarla en la
cotidianidad de su vida, por eso, cuando llegó el momento de elegir
qué corbata usar le hizo una videollamada rápida para pedirle
opinión, algo que jamás había hecho con nadie desde que se
marchó de su casa y su madre le dio el espacio que él tanto
necesitaba para independizarse.
Le mostró una azul, una gris y una negra. Sabía que cualquiera
podía quedar bien con el traje gris plomo que llevaba puesto; no
obstante, quería la opinión de su chica.
—Me gusta la azul, hace resaltar el color de tus ojos; además,
dicen que el azul es sinónimo de profesionalidad, calma y control —
le decía con la sonrisa pintada en la cara, le hacía feliz verlo por la
mañana, se ilusionaba pensando en cómo sería su rutina si vivieran
juntos—. Ahora tú elige mi falda —dijo mostrándole un par de piezas
estilo lápiz, una blanca y la otra gris.
—La blanca, creo que irá muy bien con esa blusa roja —sugirió,
a pesar de que su mirada se iba muy seguido a los muslos y el
triángulo del pubis enfundado en unas braguitas blancas.
Ella aceptó con un gesto pícaro en el rostro, porque se había
dado cuenta a dónde él estaba dirigiendo su mirada. Lanzó a la
cama la gris y empezó a ponerse la blanca, mientras Renato se
anudaba la corbata y conversaban de lo que tenían que hacer ese
día. Justo en ese momento a él le entró la notificación de una
videollamada de Lara; al instante se puso nervioso, estaba seguro
de que la rusa, solo quería informarle que había llegado a Moscú,
sabía que lo más respetuoso sería contestarle de inmediato, era lo
menos que podía hacer dada las circunstancias, seguía
avergonzado por lo que le había hecho, pero no quería colgarle a
Samira, así que la rechazó y se dijo que luego le inventaría
cualquier excusa.
Cuando estuvieron listos se despidieron, ya que ambos debían
partir a sus trabajos. Tuvo ganas de decirle que podría solicitar el
servicio de Uber o, mejor aún, que Ignacio podría pasar a por ella
todos los días, para llevarla al trabajo y regresarla a casa, pero bien
sabía que eso podría generar la Tercera Guerra Mundial, ya conocía
de sobra el carácter de esa gitana y odiaba que la tratara como a
una princesa en apuros.
Subió a la SUV y puso a reproducir su lista de reproducción
favorita, mientras el ascensor bajaba, aprovechó para llamar a su
abuelo que no había perdido la costumbre de despertarse temprano.
Estaba seguro de que ya lo habían puesto al tanto de su visita del
fin de semana a la casa del Arrayán, así que era mejor que fuese el
mismo quien sacara a colación el tema.
Reinhard lo tomó todo con naturalidad, le gustaba mucho los
cambios que veía en su nieto, se lo notaba alegre, tranquilo y, sobre
todo, más seguro de sí mismo. Pero se moría de ganas de que este
quisiera presentarle pronto a la jovencita que había obrado el
milagro que ni él ni sus padres ni los años de terapia habían
conseguido. Estaba tranquilo porque ya conocía de sobra sus
antecedentes y no le importaba sus orígenes, la única duda que le
había dejado el informe que Valerio le había entregado, era algo que
ninguna investigación le podía suministrar, pero su hijo Ian en medio
de su preocupación típica de padre, y sin saberlo, se la había volado
de un plumazo, al decirle que había visto el amor en los ojos de la
pareja. «Pareja»… Qué raro era asociar ese término con su nieto
Renato, pero ahora sentía que podía morir tranquilo cuando el día le
llegara.
Bueno, aún le quedaba Liam, pero mucho estaba temiendo que
él fuera un caso perdido. Siempre andaba saltando de una mujer a
otra, ese sí que no había madurado. Pero de momento lo dejaba
que se lo pasara bien, que disfrutara, después de todo, él también
fue joven, estaba seguro de que pronto sentaría cabeza, ya le
llegará esa persona que le revolucionará todos sus esquemas.
Renato terminó la llamada con su abuelo y vio que tenía una
notificación de una nota de voz de Lara, pero antes de escucharla,
prefirió devolverle la videollamada.
Ella vestía ropa deportiva, estaba seguro de que no tenía más
de dos horas de haber llegado y ya estaba lista para ejercitarse, en
ese punto, empezaba a envidiar la energía de la rusa.
—Hola caramelo, ¿cómo estás? Bueno, al parecer vas camino
al trabajo —hablaba, como si en realidad no estuviese molesta con
él, se repetía constantemente que debía mostrarse comprensiva,
como le había sugerido su hermano, sabía que tenía que hacer
ciertos sacrificios si quería tener algo serio con el brasileño en el
futuro próximo.
—Hola cariño, así es… —dijo con la mirada al frente, no podía
volverse a mirar a la pantalla en el tablero de auto, lo que le servía
de excusa para que ella no viera que él ya no era el mismo—.
¿Cómo te fue en el viaje de regreso?
—Dormí gran parte del trayecto… Ay caramelo, me encantó
tanto conocerte, tenemos que vernos nuevamente y tiene que ser
pronto. He pensado que quizá vaya a Río a pasar Navidad contigo,
¿qué te parece la idea? —preguntó entusiasmada, decidida a
conquistarlo, aunque tuviera que invertir algo de sus ahorros.
Renato sintió un espasmo muscular recorriéndole el cuerpo, y
tuvo que luchar por dominarse y dejar las manos firmes en el
volante para mantener el control del auto. Escuchó su propia
respiración agitada y jadeante, forzó una sonrisa, pero siguió sin
despegar la mirada del camino, mientras pensaba en una respuesta
adecuada y concisa.
—En realidad, me encantaría que pudieras venir. Solo que esas
fechas son una verdadera locura en casa, suele reunirse toda la
familia, es un estrés total.
—Por el contrario, caramelo… ¿No crees que es el momento
oportuno? Así podré conocerlos a todos —insistió, con una sonrisa
de fingida inocencia, pero bien que sabía leer las actitudes de
Renato, todavía le incomodaba que ella intentara meterse en su
vida, pero Estaba cansada de seguir esperando.
—Bueno, no sé, amor… Déjame pensarlo, ¿vale?
—No lo pienses tanto.
—Está bien, no lo pensaré tanto. —Intentó sonreír, pero no le
salió más que una mueca—. Dame unos días —solicitó, esperaba
en unos días dar por finalizada la relación entre ellos—. Ahora debo
dejarte, ya estoy por llegar.
—Te amo, caramelo… ¿Te conectarás esta noche?
—Está en mis planes hacerlo, pero antes descansa. —Estaba
seguro de que no se conectaría, lo mejor era ir alejándose de a
poco. No tenía sentido seguir alimentando las ilusiones de Lara, si él
estaba seguro de que a quien quería era a Samira.
—Lo haré, en cuanto termine la rutina —prometió y le lanzó un
beso.
—Hasta pronto —dijo y fue él quien terminó la comunicación.
Una vez más sintió la necesidad de preguntarle qué había hecho en
los días que estuvo sola en el resort, pero eso sería como darle pie
a que siguiera creyendo que él seguía interesado en sus cosas, era
preferible quedarse con la duda a lastimarla.
Saludó a Drica, quien se puso de pie en cuanto lo vio llegar, a
ella no le extrañó que tuviera algo bronceado ya que era la única
que sabía que él había estado en República Dominicana; era
imposible ocultarle ciertas cosas a su asistente, no en vano era
quien se encargaba de organizarle prácticamente toda su vida.
—Buenos días, Drica… ¿Cómo estás?
—Buenos días, Renato —dijo acoplándose al paso de él para
acompañarlo a la oficina—. Muy bien, ¿cómo estuvo tu viaje?
—No fue como esperaba —soltó un suspiro al tiempo que
dejaba su maletín sobre el escritorio—. No estuvo mal, solo que
hubo cambio de planes a último momento… —hablaba al tiempo
que tomaba asiento.
—¿Algún inconveniente? ¿Tuviste problemas con el hotel?
—No, no, tranquila… Ya todo está solucionado. —A pesar de
tener la mirada en la pantalla de la computadora que acababa de
sacar del estado de reposo, se le escapó una sonrisa coqueta, que
no pasó desapercibida para la asistente.
—Bueno, me alegra saberlo. —Supo ser lo suficiente discreta
como para no mostrarse sorprendida, aunque en el fondo, sí que
quería cotillear, Renato era un hijo más para ella y quería saber a
qué se debía esa sonrisita que había mostrado.
—Gracias, empecemos con la agenda —dijo con un tono
inusualmente enérgico, dispuesto a trabajar. Sabía que no podía
perder tiempo si quería dejar todo al día para volver a los brazos de
su gitanita.
En ese momento pudo divisar a sus tías Hera y Helena
caminando enérgicas hacia la entrada.
—Se acerca su primer punto en la agenda —comentó la
asistente y caminó a la puerta para abrirle a las gemelas.
—Buenos días. —Las pelirrojas saludaron al unísono.
Drica correspondió al saludo al tiempo que les hacía un
ademán invitándolas a pasar y Renato se levantaba para recibirlas.
Se lamentaba no haber preparado el tema que los reunía en su
oficina.
Debía improvisar, algo que no solo odiaba, sino que también lo
ponía muy nervioso.
—¿Desean que pasemos a la sala de juntas? —preguntó, al
tiempo que recibía el beso que Helena le plantaba en la mejilla.
—No, aquí está bien… El sofá es lo suficientemente cómodo —
dijo Hera señalando hacia donde había un par de tres puestos y una
butaca adicional.
—Está bien —dijo guiándolas.
—Enseguida le traigo todo el material.
—Gracias Drica.
—De nada. —Dirigió la mirada hacia las gemelas—. ¿Qué van
a desear como refrigerio? ¿Té, agua, café… algún licor?
—Licor a esta hora, ¡no! —Hera soltó una risita con la confianza
que le tenía a la asistente, que al igual que a Renato, las había visto
crecer—. Eso es exclusivo de Liam, que no le es suficiente con el
alcohol del enjuague bucal. —Ese comentario provocó que todos
rieran.
—Para mí un té blanco, por favor —pidió Helena, cortando un
poco las bromas de su hermana.
—Drica, estoy en un proceso de desintoxicación —hablaba
Hera mientras buscaba en su móvil la receta de lo que necesitaba
—. Por favor, pide que me manden este batido, es de tomate, jugo
de limón y agua gasificada… —Le mostró la pantalla de su móvil—.
Mira, estás son las cantidades.
—Bien, enseguida se lo mando a preparar —dijo, había
memorizado las cantidades, pero era mejor estar más segura por lo
que rápidamente desde la tableta electrónica le tomó una fotografía.
—Para mí un capuchino, igual que siempre.
—Enseguida.
—Gracias de nuevo —comentó Renato con una sonrisa
amable.
En cuanto la asistente salió, se enfrascaron en un tema de
conversación familiar, mientras esperaban por el refrigerio y los
documentos para poder dar inicio a la reunión.
Las gemelas se interesaron por preguntarle qué quería hacer
por el día de su cumpleaños, ya que el veintiocho de noviembre
arribaría a los veinticuatro años.
—No, nada especial… Ya saben que no soy de celebraciones,
lo ideal sería una cena familiar en la casa del abuelo. —Ahora que
caía en cuenta de la fecha que se acercaba, lo que más le gustaría
sería poder pasarlo junto a Samira, pero estaba seguro de que sería
imposible, su mamá lo mataría si no lo celebraba con ellos, aunque
todos supieran que él odiaba ser el centro de atención.
—Hablaré con mami para elegir el menú —comentó Hera, con
un semblante muchísimo más entusiasmado que el festejado—.
¿Quieres que sea tu comida favorita?
—Lo que sea estará bien, dejo todo en tus manos, sé que lo
harás muy bien —dijo Renato, no tenía la mínima intención de ser
exigente.
Luego, la conversación mudó a Elizabeth, quien los tenía a
todos muy sorprendidos, por las decisiones que había tomado en
tan poco tiempo.
Drica volvió en compañía de su asistente con las bebidas que
habían solicitado. Renato aprovechó un par de minutos, para revisar
el documento e intentar ponerse al día.
Sus tías se dieron cuenta de que él andaba algo perdido,
normalmente manejaba nos número que iban a discutir de memoria,
pero en esta oportunidad se notaba por encima que no tenía todos
los cálculos listos de la asignación de los recursos del próximo
trimestre.
Después de que ellas se fueron, él siguió con sus ocupaciones,
terminó las proyecciones que le faltaban y solicitó la información que
requería de cada área. Saltaba de su portátil al teléfono,
planificando, programando y coordinando reuniones que requería
con urgencia, además de que cotejaba los informes que le iban
llegando versus la información del programa financiero que
utilizaban en la corporación para cerciorarse de que todo estaba
bien, ya que una de sus principales funciones era asegurarse del
correcto tratamiento tributario de las sociedades y los proyectos
internos a través de la optimización de los beneficios fiscales y la
minimización de las cargas impositivas en el manejo tributario.
Se había prometido cumplir con todos los puntos en su agenda
y para lograrlo estaba seguro de que no podría permitirse perder
tiempo comiendo fuera, por lo que le solicitó a Drica que le
encargara comida y se la llevara a la sala de juntas que estaba
contigua a su oficina.
Ella le presentó un menú con varias opciones y él eligió salmón
a la plancha con arroz de coliflor y verduras. Mientras comía,
aprovechó para enviarle un mensaje a Samira, a la que había tenido
presente en toda la mañana.
Ella le respondió casi de inmediato, porque también estaba en
su hora del almuerzo; su mensaje fue bastante relajado, le comentó
que estaba con Karen calentando las comidas que habían llevado
desde sus casas.
Antes de irse de la hacienda de su abuelo, ellos habían
acordado que lo mejor sería que ella se tomara la pastilla del día
después, para evitar alguna concepción no planificada, no podían
confiarse en el coito interrumpido. Le tranquilizó que ella estuviera
de acuerdo en esa decisión y que lo manejara con tanta naturalidad.
Lo que menos deseaba era que se sintiera abrumada con el
tema, pero consideró que era oportuno enviarle un mensaje
preguntándole cómo se sentía y si el medicamento le había causado
algún efecto. Prefirió que fuese de texto, así era más discreto por si
estaba escuchando los audios delante de su compañera de trabajo,
lo menos que deseaba era ponerla en una situación incómoda.
Ella le dijo que estaba genial, aunque realmente no era así, a
las seis horas de haberla tomado, empezó a sentir dolor de cabeza,
le dio náuseas y tuvo que vomitar, pero ya esperaba algo como eso
porque habían buscado información por internet sobre los posibles
efectos secundarios que le podrían dar. Así que en ese momento
consideraba que no era necesario preocuparlo cuando ya estaba
mucho mejor.
Les hubiese gustado poder seguir conversando, pero debían
volver a sus ocupaciones, así que acordaron que por la noche
seguirían hablando. Ella desde ese instante, deseó que el tiempo
pasara mucho más rápido.
Renato terminó con el almuerzo y se fue al baño, se cepilló los
dientes y regresó a su oficina, donde le esperaba unos cuantos
informes por firmar.
Ya entrada la noche, los ojos le ardían, la espalda la tenía
adolorida; no obstante, había cumplido con cada uno de los puntos
de su agenda, pero eso no le tranquilizaba en absoluto, porque al
día siguiente su jornada sería casi la misma.
Antes de dar todo por terminado, abrió el cajón del lado
izquierdo de su escritorio, para poner bajo llave los documentos que
aún le faltaba por revisar antes de estamparle su rúbrica. Fue
cuando volvió a fijarse en el sobre aterciopelado color champán, lo
sacó y en su lugar guardó las carpetas, luego cerró el cajón.
Se tomó un minuto para ver nuevamente la invitación a la boda
de Vittoria y Paolo, devolvió la tarjeta al sobre y sin pensarlo siquiera
lo lanzó a la basura; ya no sentía el mínimo interés por ir a ese
evento, no tenía nada que hacer ahí, ni mucho menos nada que
demostrar. Con eso estaba seguro de que cerraba ese ciclo de su
vida.
Agarró su maletín y salió de la oficina sintiéndose un poco más
ligero, a pesar de estar cansado. Decidió que sería bueno ir al
gimnasio antes de irse a la casa, ya que esa mañana se había
saltado su rutina, ahora que estaba con Samira sentía que debía
tener mejor resistencia física, ya que sabía que nunca se saciaría de
darle todo el placer posible.
CAPÍTULO 60
Samira abrió la puerta de su pieza, adoraba llegar del trabajo y
encontrarse con ese pequeño lugar que en tan poco tiempo lo
convirtió en su hogar. Dejó la cartera sobre la encimera de la cocina
y caminó hasta el sofá, donde se sentó para quitarse los mocasines
y ponerse las pantuflas.
Gimió complacida ante la suavidad que alivió el dolor en sus
pies. Sabía que debía cambiarse, ducharse y preparase para la
clase de inglés, pero estaba especialmente agotada ese día. Dejó
descansar la cabeza contra el respaldo y se restregó la cara con
ambas manos, ya muy tarde recordó que aún llevaba maquillaje y
que quizá se había hecho un desastre, pero poco importaba, estaba
sola y en unos minutos se desmaquillaría.
Unos golpes en la puerta la hicieron sobresaltarse porque no
esperaba a nadie, el corazón disparó sus latidos al pensar que
podría ser Renato, pero a los pocos segundos se dio cuenta de que
había pocas probabilidades de que él hubiera adelantado su viaje,
todavía faltaban dos días para que pudieran verse, a menos que
hubiera reorganizado su agenda y eso era imposible; así que volvió
a desinflarse en el sofá.
Pero la depresión le duró poco, ya que volvieron a tocar a la
puerta con un poco de más insistencia y energía.
—¡Samira!
Sonrió al reconocer la voz de la persona que estaba al otro lado
de la puerta y se levantó para ir a abrirle.
—¡ Gypsy !
—Ya voy, ya voy —dijo al tiempo que caminaba hacia la puerta
—. ¿Qué sucede? —preguntó con la preocupación formándole un
nudo en la garganta—. ¿Pasó algo malo? —Estaba alarmada
porque Ramona no solía mostrarse tan alterada.
—Me acaban de llamar de tu trabajo —dijo agitando el móvil y
con los ojos a punto de desorbitarse.
—¿De mi trabajo? ¿De Cooper Mining? —interrogó aturdida sin
entender lo que le decía su amiga, ¿Será que intentaron
comunicarse con ella y no lo habían conseguido? ¿Qué otra cosa
podía ser?
—Sí, de allí mismo, de Cooper Mining. —Samira quedó tan
patidifusa como ella y por eso no la había invitado a pasar por lo que
entró sin pedir permiso.
—¿Y qué te dijeron? ¿Por qué te llamaron? —Cerró la puerta y
siguió a su amiga.
—Me dijeron que tengo una entrevista de trabajo el martes, que
debo presentarme a las tres de la tarde. —Todavía seguía sin
creerlo, ahora que lo decía en voz alta, le parecía una auténtica
locura.
—¿Llevaste tu currículo?
—¡No! —negó enérgica.
—¿Te postulaste en alguna página web? No sé, ¿pinchaste
algún vínculo en algún momento? —interrogaba, intentando
encontrar sentido a lo que Ramona le decía.
—No, nada de eso, se acaba de comunicar conmigo la señora
Leonora Muñoz que llamaba de parte del señor Humberto Novaes,
que según es el gerente de Recursos Humanos… ¿Los conoces? O
será que me quieren ver la cara de weona —hablaba con el gesto
de incredulidad y sorpresa fijado en sus facciones.
—Sí, los conozco, el señor Novaes fue quien me entrevistó
también a mí y ella es su asistente… Pero ¿qué te dijo? No creo que
alguien más se haga pasar por él, por lo menos, no de la empresa.
—Samira la tomó por el codo y la llevó hasta el sofá, en el que
ambas se sentaron—. No entiendo nada.
—Yo tampoco…
—¿Pero no te dijo para qué es el trabajo? Cuéntame
exactamente lo que te dijo… ¿Quieres café? —le preguntó, sin
esperar respuesta, se levantó y fue a encender la cafetera.
Cualquier noticia se asimilaba mejor si se tenía una buena taza de
café a la mano.
Ramona que no podía estar sentada porque se sentía muy
inquieta y abrumada fue tras su amiga y le ayudó a sacar de la
alacena el recipiente de azúcar.
—Estaba ordenando el clóset, ya sabes que siempre está
hecho un desastre. —Puso los ojos en blanco, debido al desorden
que mantenía. Le echaba la culpa al lugar tan pequeño, pero
realmente era ella que no se dedicaba a organizarlo, porque Samira
siempre tenía cada cosa en su sitio y súper limpio—. Bueno, una
llamada entrante de un número desconocido interrumpió la música
que escuchaba… Te juro que hubiese pensado que estaba
equivocada, de no ser porque al principio me preguntó si yo era
Ramona Sevich…
Samira agradecía no ser tan impaciente, sobre todo con su
querida amiga, que solía contar las cosas siempre con lujo de
detalles y muchas veces se desviaba del tema, para contar otras
cosas, pero después lo retomaba.
Le tenía tanta paciencia infinita; así como ella le ofrecía toda su
confianza y discreción. El domingo por la tarde, cuando regresó de
dejar a Renato en el aeropuerto, casi que no quería mirarla a la
cara, suponiendo que descubriría en sus ojos que había dejado de
ser virgen y que la juzgaría duramente, pero la recibió como
siempre, con su taza de café y un resumen del capítulo de la serie
turca, sin hacer preguntas ni miradas indiscretas.
—Entonces no hay dudas, la llamada era para ti —dijo
desviando la mirada de cómo se colaba el café a los ojos avellana
de su amiga.
—Pues, claro que lo era… cuando le confirmé quien soy, me
dijo: «señorita Sevich, le hablo para informarle que el señor
Humberto Novaes, quien es el gerente de Recursos Humanos de
Cooper Mining, desea entrevistarse con usted el próximo martes
para una vacante que se abrió en la empresa »… A pesar de que le
dije que debía ser un error, ella insistió… Le dije que no sabía de
qué me hablaba, que yo no había solicitado ningún empleo. Me dijo
que lo sabía, pero que el puesto se adaptaba a mí perfil y
capacidades… No me dijo de qué son esas vacantes…
—Es extraño todo esto, muy extraño —dijo Samira con el ceño
fruncido mientras le servía café a su amiga.
—¿Crees que Renato tenga algo que ver?
—No, no… —Estaba por decir que no lo creía porque él no le
había comentado nada, pero pensándolo bien, era completamente
posible, sobre todo sabiendo cómo era él—. De todas maneras, le
preguntaré… ¿Te parece?
—Sí, por favor… te imaginas a las dos en la misma empresa —
dijo emocionada—. Yo usando ropa así tan bonita como la tuya, por
fin se iría el olor a fritura de mi pelo… Es increíble, aunque puedo
hacer lo que sea, si es para limpieza igual lo aceptaré, no cualquiera
puede trabajar en un lugar tan importante, con los beneficios que
dan…
Samira escuchaba a Ramona parlotear emocionada y cualquier
reproche que pensó hacerle a Renato por seguir usando su
influencia y posición, se evaporó. Después de todo, no era como si
estuviera haciendo algo malo o regalándole dinero, quizá se había
dado cuenta de lo valiosa e inteligente que era su amiga, aunque le
molestaba que lo hubiera hecho a escondidas, sin decirle nada a
ellas.
—Sí, sería extraordinario —contestó algo meditabunda, no era
que no le hiciera feliz una mejora laboral para Ramona, porque
nadie mejor que ella para merecer solo cosas buenas, sino porque
necesitaba hablar cuanto antes con el payo—. Si quieres puedo
prestarte ropa para cuando vayas a la entrevista.
—Por supuesto, debo vestir muy bien ese día, no puedo
ponerme los mismos trapos de siempre… No son para nada
presentables —argumentó y luego el dio un sorbo a su bebida
caliente.
Después del café se despidió, era consciente de que dentro de
poco su amiga debía conectarse para la clase de inglés y aún debía
cambiarse. La esperaría en su casa, como cada noche, para ver el
capítulo de la serie.
Samira iba sentada en el vagón del metro, concentrada en la
lectura del dispositivo electrónico que recién se había comprado la
semana pasada, un capricho que se permitió. Sabía que todo lo que
ganaba debía ser destinado a sus ahorros para la universidad, pero
no pudo resistirse cuando lo vio, además de que no resultó tan
costoso.
A pesar de estar metida en la lectura de Yo, Julia , una historia
de ficción histórica, iba súper atrasadísima, llevaba apenas el treinta
por ciento leído, no quería parar; en momentos como esos, deseaba
que el viaje fuese más largo.
Le gustaba muchísimo el personaje de Julia, ese brío, esa
resolución por luchar por lo casi imposible, estaba arriesgando todo
con tal de instaurar una dinastía en un mundo gobernado por
hombres… No podía sentir más que admiración por ese personaje,
era un ejemplo a seguir.
Chasqueó los labios un poco fastidiada ante la vibración de su
teléfono en el bolsillo de su chaqueta, que le robaba la atención. Era
una llamada entrante, sabía que no era de Renato porque ya habían
hablado antes de que saliera de casa, muy probablemente sería la
compañía telefónica, llamándola otra vez para que aumentara su
plan.
No obstante, se sintió extrañada al ver el número desconocido
con el código de área de Brasil, la única que la llamaba así era su
abuela, pero ella no lo hacía tan temprano, le era imposible salir de
casa por la mañana.
De inmediato un nudo de zozobra se le formó en la garganta,
como siempre pensaba que algo malo podía haber pasado a su
familia. Contestó y esperó que la persona al otro lado de la línea
hablara primero; así si, era la voz de alguien que no fuera su abuela,
colgaría de inmediato.
—Hola, estrella mía.
—Abuela —dijo llevándose una mano al pecho al sentirse
aliviada—. ¿Cómo estás? ¿Pasó algo?
—Estoy bien, cariño. Todos en casa estamos muy bien, ¿tú
cómo estás?
—Bien… Estoy bien abuela, pero… es extraño que me llames
tan temprano, ¿segura de que todo está bien? —hablaba con un
rápido latir torturándola.
—Sí, mi estrella… Sé que no suelo llamarte a estas horas, pero
tenía que hacerlo para asegurarme de que te encontrabas bien… Es
que anoche soñé contigo.
Un horrible escalofrío se metió debajo de la piel de Samira y el
corazón se alebrestó de golpe.
—Imagino que no fue nada agradable, de otra forma no habrías
salido de casa tan temprano… Pero tranquila, estoy bien… Te lo
prometo. ¿Quieres contarme de qué trataba el sueño? Así podré
estar prevenida.
—Tu amigo el gaché… ¿Te ha visitado últimamente? —
preguntó tratando de mostrarse cautelosa.
—Querrás decir, Renato, se llama Renato, abuela —le recordó,
no le gustaba que siguiera llamándolo con ese tono tan despectivo.
—Sí, el Renato ese. —Sabía que él parecía ser un buen
hombre, pero no quería que se mantuviera cerca de su nieta, no
quería que le despertara ilusiones que provocaran que no regresara
de nuevo con su gente. El destino de su adorada estrella era al lado
de un gitano y el sueño que tuvo la noche anterior, la tenía muy
nerviosa.
—No, abuela —mintió con el corazón a punto de reventarle el
pecho. Si no se controlaba, su abuela se daría cuenta de que había
deshonrado a la familia, que había traicionado la confianza que
había puesto en ella. Se avergonzaría y perdería el único vínculo
que le quedaba de su hogar y que le había brindado apoyo
incondicional. Trato de mantener la respiración controlada, bajó la
mirada a sus rodillas para que las demás personas no se dieran
cuenta de que estaba pálida—. No lo he visto, solo vino esa vez que
fuimos a almorzar…
—¿Estás segura, mi niña? —le preguntó nuevamente con
suspicacia.
—Por supuesto abuela… A menos que haya venido y decidió
no decirme. —Su voz fue un chillido, debido a los nervios, así que
tragó grueso para aclarar la garganta—. ¿Quieres contarme cómo
era ese sueño?
—No sé si deba —masculló Vadoma, ella creía firmemente en
su don, por lo que sentía que Samira le ocultaba algo.
—Ay abuela, ahora no puedes dejarme con la duda —rezongó,
a pesar de que estaba asustada, necesitaba salir de dudas.
—Te irás mi niña, en mis sueños te enfrentas a otro viaje y lo
hacías por unos ojos azules… lo peor de todo es que los reconocí
perfectamente… eran los del payo ese. No sé cuándo, ni porqué,
pero él te alejará aún más de nosotros, de tu gente…
—Abuela, no… Eso es imposible que ocurra, no pasará, te lo
prometo… No iré a ningún lado porque además de empezar a
estudiar, ansío cada día con volver a casa. Te doy mi palabra de que
regresaré a ti, siempre y cuando me aceptes, quizá ese viaje que
viste en tus sueños sea el que me lleve de regreso a Río.
—Probablemente tienes razón, cariño —murmuró Vadoma,
pero no se sentía tranquila, no podía estarlo cuando una mezcla de
agonía y nostalgia la embargaba—. Sabes que cuando decidas
volver, cuando puedas y quieras hacerlo, aquí estaré esperándote
con los brazos abiertos, solo asegúrate de mantenerte alerta. Nadie,
Samira, escúchame bien, nadie te amará más que tu abuela, no te
dejes llevar por espejismos.
—También te amo… y te extraño muchísimo. —Se tragó las
lágrimas que de pronto le cristalizaron la mirada, la nostalgia era
una perra que nunca la abandonaba—. Volveremos a abrazarnos,
estoy reuniendo para enviarte para que puedas venir a verme… ese
sería el mejor regalo de Navidad.
Vadoma quiso decirle que no creía que podría hacer ese viaje,
solo terminaría guiando a sus hijos y nietos hasta donde ella estaba.
Pero no quería romper sus ilusiones tan pronto.
—Está bien, mi estrella… Nada me gustaría más que poder
abrazarte pronto, pero por ahora tengo que dejarte, imagino que
estás por entrar al trabajo. —Estaba al tanto del horario de su nieta
y había escuchado el altavoz del metro, aunque no entendiera lo
que decía.
—Así es abuela, en la próxima estación tengo que bajarme…
¿Me llamarás por la tarde?
—Lo intentaré, cuídate mucho.
—Tú también.
En cuanto terminaron la llamada no pudo seguir reteniendo el
par de lágrimas que pesadas corrieron por sus mejillas, se las limpió
con una mano, mientras que con la otra guardaba en su cartera el
móvil y el Kindle que había dejado sobre su regazo.
La muralla de sus emociones se hizo polvo y no pudo contener
las demás lágrimas, la cuales intentaba secar antes de que le
arruinara del todo el maquillaje. Lloraba por tantas razones, pero
sobre todo por el remordimiento, no le gustaba mentirle a su abuela.
No quería ser esa mujer que vivía en pecado, que por amor era
capaz de traicionar sus creencias, pero no podía ir en contra de lo
que su alma le pedía a gritos.
Con la mirada al suelo apresuró el paso, salió de la estación del
metro y caminó hasta el gran edificio, tratando de ocultar su pena a
todo aquel que se cruzaba en su camino. Más de uno se dio cuenta
de que algo le pasaba, sobre todo porque sus saludos fueron
muchísimo menos efusivos, pero supieron ser lo suficientemente
discretos como para no hacerla sentir peor.
Como siempre le gustaba llegar media hora antes de que
empezara su horario laboral, pudo ir al baño a lavarse la cara y
volver a maquillarse, pero en cuanto estuvo frente al espejo no pudo
retenerlas las lágrimas y volvió a llorar. Se sentía dividida entre dos
mundos y solo deseaba pertenecer a ambos sin tantos prejuicios.
Sabía que su abuela no quería hacerle daño, pero a veces lo hacía
sin darse cuenta.
Escuchó que alguien abría la puerta por lo que corrió a uno de
los cubículos, donde se encerró y trató de calmarse, al tiempo que
se sentaba en la tapa del retrete.
Para empeorar su situación, su teléfono empezó a vibrar con
una nueva llamada entrante, al sacarlo de la cartera, vio en la
pantalla que era Renato, quería refugiarse en sus brazos y que él le
asegurara que entre los dos conseguirían una solución para que sus
dos mundos pudieran convivir en armonía. Si bien no podía contar
con el abrazo de momento, sí que quería escucharlo, así que se
obligó a tranquilizarse para poder atenderle, mientras se limpiaba la
cara. Carraspeó un par de veces para aclarar su garganta y
contestó.
—Hola.
—Hola gitana, ¿ya llegaste al trabajo?
—Así es, hace un rato. —Su voz era casi un susurro, solo
esperaba que Renato no lo percibiera su malestar—. ¿Y tú?
—Casi llego, estoy a un par de calles —hablaba con una
sonrisa, al tiempo que echaba un vistazo por el retrovisor antes de
activar el cruce—. Quise escucharte antes de que las ocupaciones
de ambos nos impidan hacerlo, ya que esta mañana no pudimos
hablar como de costumbre.
Samira sonrió entre lágrimas, él la tranquilizaba con su sola
presencia, así fuera en la distancia.
—¿Me extrañaste esta mañana? —preguntó con esa triste
sonrisa que lograba esbozar.
—No te haces la más mínima idea… Por supuesto, cada
segundo de mi existencia carece de sentido si tú no estás presente.
—También te echo de menos, pero en un par de días
volveremos a vernos —dijo esperanzada y se le escapó un suspiro
tembloroso.
—Esta semana se me ha hecho eterna… Escucho tu voz algo
ronca, ¿te sientes bien?
—Sí, sí… Solo es un poco de alergia. —Fue la mejor excusa
que pudo inventarse en tan poco tiempo como para parecer
convincente. Silenció la llamada y se sorbió la nariz para que
Renato no escuchara, luego lo desactivó—. Sin duda estos días se
nos han hecho eternos… ¿A qué hora llegarás?
—Espero estar allá antes de medianoche. ¿Ya tomaste algún
antialérgico?
—Aún no, seguro se me pasa en un rato… Iré a esperarte en el
aeropuerto.
—No, es muy tarde como para que vayas hasta allá, con que
me esperes despierta será suficiente, pasaré a buscarte.
—Está bien, pero sé que, aunque no quiera me costará
dormirme por la ansiedad. —Sonrió, y se aventuró a exponer
libremente sus deseos, pero bajó aún más la voz porque no sabía si
la persona que había entrado al baño ya había salido—. Extraño
demasiado tus besos.
—¿Solo mis besos? —Se mostró algo pícaro.
—Todo de ti, lo sabes… —rio, sin duda, Renato le estaba
levantando el ánimo.
—Lo sé, porque puedo sentirlo. Te quiero Sami. —Aún no
entendía por qué con ella no le costaba confesarle sus sentimientos,
todo era muy raro, porque le era fácil decirle que la amaba, pero no
sabía cómo hablarle de su pasado o de sus miles de problemas
mentales. Quizá debería hablarlo con Danilo, aunque no estaba
seguro de si sería prudente de momento hacerlo.
—Yo te adoro… ¿Hablamos a la hora de la comida? —
preguntó, consciente de que no podía dilatarse más en el baño,
faltaba poco para que empezara su horario laboral y primero debía
hacer algo con su maquillaje.
—Por supuesto. Hasta luego.
—Hasta pronto —dijo sonriente y terminó la llamada. Luego
soltó un suspiro, como si con eso expulsara todos sus pesares. .
Agarró papel higiénico e intentó limpiarse la cara, pero una vez
estuvo segura de que no había nadie en el baño, salió para ver qué
tanto debía arreglar. Decidió que era mejor usar una toallita
desmaquillante, lavarse la cara y empezar de cero.
CAPÍTULO 61
Samira se había dedicado a conciencia a su apariencia
personal, incluso, esa misma tarde al salir de la oficina, pasó por un
centro de estética para depilarse por completo. Cuando se lo solicitó
a la esteticista, tenía la cara roja y caliente de la vergüenza, pero
tenía un aliciente más poderoso que todos sus prejuicios juntos.
Solo le pidió que usara la técnica menos dolorosa y le comentó la
traumática experiencia que había tenido la primera vez.
Por supuesto, la mujer era una profesional, no como sus
cuñadas que le lastimaron la piel, ella supo perfectamente cómo
hacer para que el dolor fuese tolerable, además de que le obsequió
un gel refrescante para las zonas que podrían presentar un poco de
irritación. Luego fue con Cecilia para que le ayudara con el cabello,
que como de costumbre, se lo dejó perfecto.
A pesar de que llegó a casa pasada las nueve de la noche,
sentía que las tres horas restantes se harían eternas.
Se disculpó con Ramona que la había invitado a cenar fuera de
casa esa noche; tuvo que decirle que Renato vendría a visitarla, era
evidente que ya a esas alturas su amiga sospechaba que la relación
entre ellos había traspasado la barrera de una simple amistad, pero
sabía que le estaba dando su tiempo y espacio; se conocían bien y
por eso Ramona nunca la presionaba para que le contara las cosas,
era prudente y paciente. Solo esperaba algún día encontrar el valor
para compartir con ella todo eso tan bonito que le estaba pasando.
Estaba terminando de organizar la pequeña maleta en la que
llevaba sus cosas personales y algo de ropa, cuando recibió un
mensaje de Renato, informándole que ya había salido del
aeropuerto. Fue como recibir un chute de adrenalina que viajó
directamente por su torrente sanguíneo y activó las mariposas que
se alojaban en su estómago; desde que estaban en una relación
sentía que todo era más intenso, como si las emociones la
desbordaran. Jamás creyó que sería capaz de mojar sus bragas
solo por la anticipación del encuentro entre ellos.
—Bueno, me envías un mensaje cuando estés por llegar para
esperarte en la entrada. —Le envió un audio y se apresuró a meter
el pijama, porque aún debía maquillarse. No iba a cometer la locura
de exagerar, ya que estaba completamente segura de que en
cuanto lo tuviera enfrente se lo iba a comer a besos, así que solo se
esmeró en resaltar sus ojos para que se notaran más intensos. Tuvo
que inhalar profundamente un par de veces para poder calmarse
porque las manos le temblaban por la ansiedad.
Desde pequeña le habían hablado de las responsabilidades de
una mujer para el hogar, cómo debía cocinar para mantener al
esposo feliz, cómo podía hacer para quitarles las manchas
profundas a las ropas o cómo hacer para rendir el dinero de la
familia, pero lo que nunca le explicaron era lo maravilloso que se
sentía amar y ser correspondido; ella pensaba que querer a alguien
era solo cuidarlo y honrarlo, pero ahora entendía que era mucho
más que eso. Con Rentado se daba cuenta de que era sentir todo
con mucha intensidad, tenía las emociones y pensamientos a flor de
piel. Se miró en el espejo una vez más, apreciando su aspecto, solo
esperaba que a Renato le gustara tanto como a ella.
Se había decidido por una hermosa falda larga y blanca con un
estampado floral, muy acorde a la primavera, un top blanco, que le
llegaba por encima del ombligo, dejando a la vista una franja de la
piel de su abdomen, en un intento por parecer sensual, a juego con
unas sandalias marrones de tacón, no muy altas para no quedar a la
misma altura de Renato.
A pesar de la hora, él le dijo que lo esperara para cenar, que
había reservado un lugar que estaba seguro le gustaría. Lo que
hacía que además de las ganas desmedidas por verlo, también se
sumaba la curiosidad sobre ese sitio al que la llevaría.
Un toque en la puerta la hizo sobresaltar y fue como si el
corazón le diera un vuelco, giró sobre sus talones y se volvió a mirar
a la entrada, la emoción se esparció por cada poro de su cuerpo.
Dejó el frasco de perfume sobre la cama y corrió a abrirle.
La boca se le secó y una ola de calor la sorprendió al verlo
parado frente a su puerta, con esa sonrisita discreta, en la que
estiraba un poco la comisura izquierda y que le incineraba a ella las
bragas.
—¿Cómo entraste? —preguntó casi ahogada, con el corazón a
punto de atravesarle el pecho.
—Ramona, fue muy amable al recordarme el código —confesó,
acercándose un paso más, todo su cuerpo le estaba exigiendo que
la abrazara y besara en ese instante, pero no quería parecer tan
desesperado.
Samira pensó que lo más sensato sería abordar de inmediato el
tema de la misteriosa entrevista que tenía el martes su amiga. Había
tenido ciertas dudas sobre preguntarle a Renato si él tenía algo que
ver con eso, pero ahora que había recurrido a su amiga para que lo
socorriera, lo tenía muy claro. Le ayudaría a conseguir un mejor
trabajo, pero a cambio él también obtendría ciertos beneficios. ¡Era
un bribón!
Se quedó con el ceño fruncido y el reclamo en la punta de la
lengua, porque al mirarlo a los ojos del color del cielo oscuro, perdió
el control, tanto que ni siquiera se dio cuenta de en qué momento
eliminó la distancia que los separaba hasta que la calidez de su
toque y la dulzura de su voz la estaban envolviendo; no le importó
estar en medio del pasillo ni de que cualquiera de sus vecinos
podían verlos, se fue a por esa boca sin preámbulos, sin toques de
labios, se fue a por todas, ofreciendo todo de sí.
Renato enseguida la recibió en sus brazos, le envolvió la
cintura, correspondiendo al ardiente deseo que ella destilaba y se
rindió al suyo propio que lo estaba calcinando por dentro. Por lo que,
sin separar sus bocas, avanzó varios pasos, adentrándola al
angosto pasillo que quedaba entre la cocina y el baño del
departamento, con el pie cerró la puerta y le tomó el rostro para
poder besarla con furor absoluto, acariciando con su lengua la de
ella, deslizó sus manos hacia los glúteos, haciéndola gemir cuando
los apretó con fuerza, no pudo evitar sonreír dentro del beso.
—No… no me gusta hacer demostraciones públicas, pero es
que… —confesó, sonriente y sonrojada—. Te he extrañado tanto…
—Nos hemos extrañado demasiado —acordó, disfrutando del
roce de su pene contra el vientre bajo de ella. Aún por encima de
sus ropas, esa caricia lo volvía loco. Volvió a besarla con más
pasión, la hizo girar de forma que ella quedó de espaldas contra la
puerta y se tomó unos segundos para mirarla a la cara.
Ambos estaban sonrojados, respirando aprisa y el deseo
encarnizado dilatando sus pupilas.
Mirarla a los ojos solo desbocó unas ganas que no iba a poder
contener, por eso buscó su cuello, no solo para disfrutar de su
aroma, sino también para saborear la delicada piel; mientras que, a
su vez, ella se abrazaba a él lo mejor que podía, en medio de un
asalto que se volvió tan desesperado que le arrancaba gemidos sin
parar.
Renato no dejaba las manos tranquilas, por lo que las metió
debajo del top, soltando un gruñido al descubrir que no se había
puesto sostén, de inmediato subió la prenda, exponiendo uno de los
pechos y lo atacó con la boca, jugueteando con su lengua en el
pezón, entretanto colaba su otra mano por la falda hasta llegar entre
las piernas, gimió complacido al sentirlo más suave que la última
vez, se alejó del pecho, apenas lo suficiente para poder mirarla a la
cara.
—Lo hice para ti —jadeó con el influjo de su pecho realmente
visible, debido a su forzada respiración.
—Se siente muy bien, es tan suave —murmuró, paseándose
con las yemas de dos de sus dedos por el pubis—. Aunque igual me
gustaba como estaba… —alegó con la voz ronca por la excitación,
él era como el doctor Jekyll y el señor Hyde, porque Samira lo
transformaba, era su droga, con ella se convertía en un hombre
distinto, más pasional, algo que jamás hubiera creído que sería
posible. Tiro de las bragas, dejándoselas en los muslos, le metió un
par de dedos en la vagina y estaba tan mojada, que se deslizaron
con facilidad.
Al sentir lo que él le estaba haciendo, gimió fuertemente y cerró
los ojos para soportar esa descarga de placer que le atravesó el
cuerpo, pero sus gemidos se tornaron en lloriqueos extasiados
cuando él volvió a apoderarse de su seno, sincronizando las lamidas
con las embestidas de sus dedos.
—Renato… —gimoteó.
Luego los deslizó hasta su clítoris, hinchado y demandante, y lo
frotó en una suave cadencia que provocó que emitiera unos sonidos
tan sensuales, que él tuvo que detener el beso para poder
observarle el rostro corrompido por el placer, podía sentirla
contraerse en torno a sus dedos.
Eso era un indicativo de que iba por buen camino, por lo que
repitió la acción. Estimulaba su clítoris hinchándolo de placer y
después deslizaba de nuevo los dedos hacia su coño, descubriendo
que estaba escurriéndose y que cada vez se apretaba más.
—¡Renato! —Él acalló con sus labios, sus gritos y aprovechó
para robarle un beso lleno de toda la furia acumulada por esa
semana de separación.
Ella lo vio separarse unos pocos centímetros de su cuerpo y
buscar algo en el bolsillo de sus vaqueros, mientras que con la otra
mano seguía penetrándola, hasta que los sacó para poder
desabrocharse los vaqueros. Fue en ese momento que alcanzó a
ver su erección, dura y potente, mientras él maniobraba para
ponerse el preservativo. Al estar listo, sus miradas se reencontraron
y no necesitaron palabras para decir lo que ambos deseaban con
urgencia.
Así que, ella volvió a colgarse de su cuello para besarlo, las
manos de Renato viajaron una vez más hasta su cintura, se
pasearon por las curvas de las nalgas, hasta que llegaron a la parte
trasera de los muslos, le subió la falda, topándose con las bragas
enrolladas, le dio un rápido tirón y Samira con el movimiento de sus
pies le ayudó a deshacerse de la prenda.
Él volvió a tomarla por los muslos y la levantó, de inmediato ella
le enredó sus piernas en las caderas y jadeó extasiada cuando por
fin la penetró. Él también lo hizo, y el aliento caliente de ambos
terminó mezclado.
Estaban en medio de un encuentro, rápido, desesperado y casi
violento. Renato la penetraba duro y veloz, con la cara hundida en
su cuello, ella por su parte, se le aferraba a un hombro y a los
cabellos, mientras gritaba enloquecida, se sentía tan bien, que la
razón y prudencia no tenían cabida entre esas cuatro paredes.
Estaba absorta por completo en ese acto, que no le importó la
ligera incomodidad de tenerlo una vez más dentro, además de que
se le disipó con rapidez para darle paso a un placer avasallador que
la obligaba a gemir desesperada. Era increíble la sensación de
sentirlo increíblemente duro deslizándose dentro de ella.
Como un lejano eco o una especie de zumbido escuchaba el
crujir de la puerta ante cada asalto, pero no le prestaba atención a
otra cosa que no fueran los jadeos de Renato cerca de su oído que
le incrementaban su placer a límites insospechados.
En un rincón muy pequeño y oculto de sus pensamientos, una
voz le dijo que quizás era mejor pedirle que parara para trasladarse
a la cama, porque su consciencia temía que alguien pasara por el
pasillo y los oyera, pero la pasión que la dominaba no le permitía
detenerse, no quería dejar de sentir esas penetraciones ni por un
segundo, muchos menos, luego de que él reforzara la posición, al
deslizar una mano por su espalda para poder arremeter con más
intensidad.
Renato fijó sus ojos en los de ella, no podía dejar de observar
cómo gozaba de la profundidad que le introducía cada centímetro de
su polla. No se detenía a pensar, no era necesario cuando la tenía
así entre sus brazos. Volvió a besarla sin piedad, mordisqueando
sus labios, devorándola por completo.
A ella le estaba costando respirar, tanto que abrió la boca y
soltó bocanadas de aire para que le entrara algo de oxígeno,
gimoteó descontrolada al estar demasiado estimulada, mientras él
seguía follándosela contra la puerta.
Con cada jadeo y temblor que experimentaba, se alejaba un
poco más de las culpas que la estuvieron torturando toda la semana
y se entregaba por completo a sus necesidades, en ese instante la
realidad no tenía cabida, no había espacio en esa habitación para
pensar. Volvió a buscar sus labios para entregarle un beso urgido.
No solo se trataba de placer o de lujuria, se trataba de dos
cuerpos y una sola alma, de algo superior, algo que no se podía
explicar con palabras.
—¡Dios! Renato… Renato.
Y tras unas pocas estocadas más, la piel se le cubrió de esa
estática que le anunciaba que estaba a punto de correrse, se
convirtió en un lío de gritos y espasmos interminables, mientras
exquisitas cosquillas calientes crecían descontroladamente en su
interior, hasta que terminó flotando en la densa y suave nube del
orgasmo.
Renato le dio unos segundos para que se recuperara, haciendo
sus penetraciones lentas, pero una vez que ella, con los ojos aún
cerrados, soltó una risita extasiada, él arremetió de nuevo con
profundidad, hasta que sintió un escalofrío surcándole la espalda.
La desesperación pura se adueñó de todo su ser y en un
estado casi visceral se perdió en su gitana, en su aroma y en la
temperatura de su piel, se llenó todos los sentidos de ella. En medio
del descontrol, le robó otro beso, uno ardiente y casi lastimero que
ella se esforzó por corresponder.
La reacomodó entre sus brazos, de modo que ajustó el brazo
en torno a su cintura, aferrándose a una de las nalgas, para poder
mantener el peso de Samira, la otra viajó a la que ella le tenía en su
pecho y entrelazaron los dedos, apretándolos con fuerza para no
soltarla jamás. Volvió a besarla y cerró los ojos, mientras seguía
follándosela sin ninguna restricción, más duro y rápido, hasta que
sus pensamientos se desvanecieron y empezó a gemir junto a ella,
entregándose al increíble delirio que lo había vuelto adicto.
Justo cuando la sintió estremecerse en sus brazos y gritar
satisfecha al alcanzar el segundo orgasmo, se dejó ir y la alcanzó en
segundos, sintiendo que iba a desmayarse por la descarga de
intenso placer que le recorrió por todo el cuerpo.
Él hundió el rostro en el hueco entre su cuello y hombro,
cerrando los ojos mientras suspiraba. A los pocos segundos, salió
de ella y la bajó al piso. Se empezó a quitar el condón y ella tomó un
par de toallas de papel de la cocina para que lo envolviera antes de
tirarlo en la cesta de la basura. Ambos estaban en sincronía total y
con una paz absoluta, a pesar de seguir agitados y algo débil por el
encuentro.
Se vieron a los ojos nuevamente y se rieron con ganas al ver el
estado en el que habían quedado sus prendas, así que se dedicaron
a arreglarse lo mejor que pudieron.
—Espero que no tengas a Ignacio esperando abajo, porque te
mato —comentó Samira, observando cómo él se abrochaba los
vaqueros.
—No te preocupes, ellos son pacientes.
Samira iba a protestar, pero él la sorprendió al sujetarla por el
rostro y le dio un beso lleno de amor, sin que a ella le diera tiempo
de cerrar los ojos cuando sintió la lengua de él introducirse con
delicadeza en su boca.
—No es educado de nuestra parte hacerlos esperar tanto, que
vergüenza —dijo ahogada por la falta de aliento y con una dulce
sonrisa.
—Tienes razón… Además, debemos darnos prisa o
perderemos la reserva —gimió, casi contra los labios de ella,
mientras le acariciaba la punta de la nariz con la suya.
—Dame un minuto —pidió, le dio un rápido beso, apenas un
sonoro e inocente contacto de labios, luego se acuclilló, tomó sus
bragas y corrió al baño para limpiarse a fondo y mirar que tan
terrible había quedado su maquillaje. Cuando salió, Renato se
estaba lavando las manos y al verla le guiñó un ojo, Samira le
correspondió de la misma manera, además de una sonrisa coqueta;
pasó de largo para buscar en el cajón del clóset, unas bragas
limpias.
—Supongo que llevarás eso —dijo señalando la maleta en la
cama.
—Sí —respondió mientras se subía las bragas. Por mucho que
deseara cambiarse de ropa, porque sentía que su top se había
humedecido con la saliva de Renato, no quería que siguieran
esperándolos. Solo se tomó un minuto más para peinarse,
corregirse un poco el maquillaje y rociarse perfume con la intención
de ocultar cualquier rastro de olor a sexo que pudiera haber
quedado.
Él se hizo con la maleta y salieron tomados de la mano.
—¿Le has contado a Ramona de lo nuestro? —preguntó,
mientras bajaban las escaleras, amparados por una luz amarillenta.
—Eh… eh, es complicado —titubeó, un tanto nerviosa, no
quería que Renato la malinterpretara—. Sabe que somos amigos…
—Bueno, eso es evidente. Pero no importa si no quieres decirle
que somos más que amigos, te lo pregunté solo para estar al tanto
de la situación, comprendo que ella al ser gitana, preferirá que
salgas con uno de los suyos.
—No, no se trata de eso, no creo que a Ramona le importe que
tenga por novio a un payo… Es que… no sé cómo explicarlo… Creo
que es muy pronto, pero se lo diré —aseguró, mientras pasaban
frente a la fuente del patio interno, en el que normalmente se
sentaban a conversar los inquilinos de la casona, pero debido a la
hora o el día, estaba despejado.
—No lo hagas solo porque te lo he comentado, fue simple
curiosidad… Lo importante es que te sientas cómoda, después de
todo, lo nuestro solo tiene que importarnos a nosotros —dijo con
una sonrisa tranquilizadora.
—Así es. —También sonrió, sintiéndose más relajada. Aunque,
ella sí que seguía con la inquietud por saber qué había pasado con
Lara, pero era un tema de conversación al que le tenía mucho
miedo, no quería arruinar la dicha del momento. Mientras tanto, se
conformaba con la explicación que él le había dado, sobre que las
cosas no habían salido como esperaba y con eso daba por hecho
que ellos en ese viaje habían terminado.
En cuanto Samira abrió el portón para salir, Ignacio bajó de la
SUV y la saludó, al tiempo que le abría la puerta para que subieran
al asiento trasero.
—Buenas noches —correspondió con una sonrisa, aunque
tenía la cara caliente por la vergüenza, al pensar que quizá el
hombre, imaginaba lo que había sucedido en su pieza hacía un
momento.
Ignacio contó con la prudencia suficiente para disimular una
sonrisa, cuando vio a los chicos tomados de la mano, bien sabía
que por mucho que le dijeran que solo eran amigo, solo se trataba
de cuestión de tiempo para que se decidieran a ser algo más.
Ya Renato le había dicho al chófer a dónde se dirigirían, por lo
que en cuanto subieron al vehículo, se puso en marcha con destino
a uno de los barrios altos de la ciudad.
CAPÍTULO 62
En la terraza del restaurante Zanzíbar, Samira se sentía como
si estuviese en el cuento de Las mil y una noches , en medio de
cojines provenientes de ese país del norte de África, con sus faroles
marroquíes y sus telas de colores. Jamás imaginó que hubiera un
lugar así en Santiago, por lo que estaba fascinada, pero también
algo cohibida porque no sabía qué pedir, era primera vez que leía
sobre los platillos que la carta mostraba. No obstante, Renato le hizo
todo más fácil cuando le dijo que pedirían varias cosas para
compartir y que así ella pudiera probar los distintos sabores de esa
gastronomía.
La iluminación rojiza tenue y los pocos comensales, le
brindaron la privacidad necesaria para que se tomaran de las manos
y se dieran besos fugases cuando estaban seguros de que nadie los
veía, mientras esperaban por la comida.
Samira no contuvo su emoción, cuando descubrió que el
propósito de la invitación de Renato era porque en ese local se
estaba celebrando una noche gitana, en la que se presentaba un
grupo flamenco, compuesto por un cantaor , un tocaor y una
bailaora , que consiguieron que su corazón latiera aprisa de pura
felicidad y que se le erizara la piel.
—Gracias, esto me emociona muchísimo… No te imaginas la
falta que me hacía, sentirme en contacto con mis raíces… con los
míos —comentó con un brillo en los ojos que pocas veces Renato le
había visto.
—Si pudiera hacer algo más que esto, créeme que lo haría…
—dijo al tiempo que le ponía un mechón detrás de la oreja y
aprovechó para acariciarle el pabellón con el pulgar—. Me gustan.
A ella se le escapó una risita incómoda y negó con la cabeza.
—Son horribles, parecen orejas de ratas.
Renato sonrió dulcemente ante la irrisoria comparación,
mientras también negaba con la cabeza.
—En absoluto, a mí me parecen lindas y muy suaves —
aseguró deslizando el pulgar por el lóbulo.
Samira se estremeció ante la sutil caricia y bajó la mirada para
ocultar las emociones que esa simple caricia le despertaba.
—¿Eso crees?
Renato descendió con su sutil caricia hasta tomarle el mentón,
instándola a que lo mirara a los ojos, no quería que ella se
escondiera, él conocía de sobra las maneras en que se podía evadir
la opinión ajena y no quería que eso ocurriera entre ellos dos.
En cuanto captó la atención de ella, se acercó para darle un
beso en los labios, uno que supo a deseo y ansias, uno que
desplazó la timidez y le hizo olvidar a los dos todo lo que tenían
alrededor.
Poco a poco en medio de sutiles toques de labios dejaron de
besarse y se volvieron a mirar la presentación.
—En serio, ella es muy buena. —Samira elogió la desenvoltura
de la bailaora, mientras apretaba sus dedos en torno a los de
Renato—. Tiene la fuerza y sincronización perfecta, mira los gestos
que hace, sin duda, le apasiona.
—Tú también lo haces muy bien —confesó, viendo el enérgico
taconeo de la mujer morena.
Ella de inmediato se volvió a verlo.
—No me has visto hacerlo, lo que hice de camino a Don
Pascual, solo fueron unos aleteos… un ligero movimiento de manos
y torso.
—Te vi en Ipanema —declaró, consideraba que era momento
de hacérselo saber. Sobre todo, porque lo miraba con incredulidad
exigiendo una explicación—. Estabas en el quiosco Cosa de Carioca
con otras personas, llevabas un vestido negro con una gran cola de
vuelos… Lo hacías realmente bien…
—Yo… yo. —No sabía qué decir. La confesión de él la tomó por
sorpresa, recordaba ese día, ella lo vio con su familia en Leblón,
pero no se explicaba cómo era posible que él también la hubiese
visto a ella. No entendía nada—. ¿Por qué no me lo habías dicho?
¿Por qué no me enfrentaste si me reconociste? Sabías que te
había robado la billetera y no hiciste nada…
—No pude, créeme, ganas no me faltaron, pero iba en un taxi,
tenía que ir a encontrarme con mi prima con urgencia —declaró
sonriente—. Menos mal que no lo hice, probablemente habría hecho
algo terrible que te hubiera perjudicado muchísimo, pensaba
acercarme con la policía… Lo siento, estaba furioso contigo y con tu
abuela.
—Estabas en todo tu derecho de estarlo… De verdad lo siento,
te juro que no era un mal hábito, fuiste el único al que pude sacarle
la billetera, los nervios no me dejaron intentarlo siquiera con alguien
más. —Estaba roja de la vergüenza—. El resto del dinero lo gané
bailando, además, gracias a esos gitanos con los que estaba
bailando en Lapa, fue que conocí a Ramona…
—Ya no te preocupes por eso, supongo que las cosas debían
pasar justo de esa manera para que pudiéramos estar aquí hoy,
amándonos… Te daría todo lo que tengo a cambio de uno de tus
besos. —Se mordió ligeramente el labio mientras fijaba su mirada
en la de ella, eran esas las palabras que tanto deseaba escucharle
decir, las que le confirmaba que lo que estaba viviendo, valía la
pena.
—No quiero nada de lo que tienes, solo te quiero a ti y todo lo
que ves es tuyo, mis besos, mis caricias, mi cuerpo… —Sabía que
era neófita en las artes de la seducción; aun así, no se cohibía
porque quería demostrarle a Renato que lo quería por quién era con
ella, no por su apellido ni por su fortuna.
—Podría saltarme la cena solo para perderme contigo en una
cama todo el fin de semana, olvidarnos del mundo… olvidarnos de
todo, excepto de nosotros, pero creo que tu estómago no me lo
perdonaría —alegó sonriente.
Samira rio, dejando caer su frente contra uno de los hombros
de Renato, en un gesto cariñoso y divertido. Él que también reía,
aprovechó para acariciarle la cabeza.
—Se resentiría muchísimo contigo, no puedes sencillamente
tratar de engañarlo con traerlo aquí, ni loco se conformará tan solo
con el olor.
—Disculpen —interrumpió en ese momento el joven que había
tomado el pedido de los platillos. Sonrió discreto al ver que la pareja
se distanció, mostrándose un tanto sonrojados por la vergüenza—.
Por aquí les traigo los nems vietnamitas envueltos en hojas de
lechuga y menta —hablaba mientras iba colocando los platos en la
mesa—, el satay de ave indonesio con curry y leche de coco y el
kebab de cordero de Pakistán. —Esos habían sido algunos de los
platos que él les había ofrecido, para que ellos pudieran apreciar al
máximo la propuesta del chef.
—Gracias —dijeron al unísono con las miradas puestas en lo
que le estaban sirviendo.
El chico les deseó buen provecho en medio de una sutil
reverencia y se marchó.
Renato y Samira no perdieron tiempo para probar los
alimentos, mientras comentaban acerca de los sabores y textura de
lo que estaban comiendo. Pausaron por un momento las
degustaciones, para aplaudir la presentación del grupo de flamenco
que había llegado a su fin.
Ella se quedó con las ganas de acercarse a ellos y presentarse
como una igual, pero no lo hizo porque no sabía si sería prudente.
Pensó que en cuanto se acercara el mesero, le preguntaría si tenían
alguna tarjeta del grupo para poder contactarlos más adelante, ojalá
le permitieran integrarse a su comunidad. Quizá si se lo proponía a
Ramona, ella iba a estar de acuerdo.
—Por cierto. —Se volvió a mirar a Renato. Ahora que recordó a
su amiga, sabía que tenía una conversación pendiente—. Sabes
que a Ramona la llamaron de Cooper Mining para una entrevista de
trabajo, es extraño porque ella no se ha postulado para ningún
puesto, ¿tienes algo que ver? —interrogó con los párpados
entornados, en un gesto inquisitivo.
Renato se apresuró a masticar el trozo de cordero que recién
se había llevado a la boca, tragó grueso porque prácticamente lo
pasó entero. Tomó la servilleta para limpiarse los labios mientras
asentía. No tenía la mínima intención de ocultarle eso a Samira.
—Sí…
—Renato. —Lo interrumpió un tanto ofuscada—. No tenías que
hacerlo, no quiero que ahora que nuestra relación se ha hecho más
íntima, creas que tienes derecho a hacer este tipo cosas sin
consultarme…
—Sami… espera, deja que te explique. —Esta vez fue él que,
con un tono pacifista, no la dejó continuar. Temía que dijera algo que
terminara hiriéndolo, solo por el simple hecho de que tergiversara
sus intenciones—. Eso no fue algo que hice ayer, ni esta semana,
hablé por ella cuando tuviste el accidente en el baño. Ramona dijo
que debía faltar al trabajo para poder cuidarte, comprendí que su
situación debía ser tan difícil como la tuya cuando trabajabas en el
restaurante; así que decidí averiguar si existía la posibilidad de un
puesto de trabajo en el que pudiera contar con prestaciones y
seguro médico, por eso llamé al señor Novaes para preguntarle si
tenía alguna vacante, dijo que no, pero me pidió los datos, para
tenerla en cuenta por si surgía la oportunidad. No es mucho lo que
hago…
—Ser el nieto del dueño, no le deja a nadie la opción de
replicar. ¿No lo entiendes? —A pesar de tener el ceño ligeramente
fruncido, no estaba molesta y su atención no solo se enfocaba en
Renato, también en la comida, por lo que cortaba con esmero un
trozo de la carne ensartada—. ¿Acaso crees que el señor Novaes te
negará algo?
—Supongo que no, pero solo hará lo que esté dentro de sus
posibilidades, no es cómo que él vaya a crear algún puesto ficticio o
como si tuviera que despedir a alguien solo por complacer al «nieto
del dueño»; Samira, así no funciona la empresa, si no hay una
vacante no la hay, eso es parte indispensable de una óptima
administración. Por esa razón, es hasta ahora que se han
comunicado con Ramona… y no, no creas que lo hago por ti ni por
lo que tenemos, lo hice por ella, porque creo que merece una mejor
retribución por sus esfuerzos, necesita estar en un lugar que le
ayude a crecer como profesional y que le brinde la oportunidad de
tener una mejor calidad de vida… ¿Tan malo es eso? —preguntó
con su mirada azul puesta en los ojos oliva, que empezaron a
cristalizarse.
—No creas que soy egoísta y que no quiero lo mejor para ella,
es que… —Se sentía la peor de las amigas y una horrible persona,
Renato tenía razón en todo lo que decía.
—No, no… —Renato negó con la cabeza, con rapidez soltó los
cubiertos, para acunarle el rostro porque pudo notarla mortificada—.
De ninguna manera pienso eso, sé perfectamente que eres la chica
más amigable y generosa que conozco… y también sé que tu mayor
temor es que piense que eres una interesada, quizá eso se deba a
los estigmas que ha dejado la forma en que nos conocimos, pero sé
que eres el ser más honrado y bondadoso que he tenido la fortuna
de conocer… Lo sé. —Se acercó y le dio apenas un tierno toque de
labios.
—Ya no sé qué responder a eso —comentó sonrojada, aunque
no quisiera, se sentía avergonzada por el reclamo que le había
hecho.
—No tienes que decir nada… Solo terminemos de comer para
ir a encerrarnos en la habitación todo el fin de semana —le dijo con
una sonrisa pícara asomándose en sus comisuras.
El semblante de Samira mudó de inmediato, asintió sonriente
ante esa promesa y luego se mordió ligeramente el labio, sentía un
cosquilleo cálido meterse por los poros de su piel. Si por ella fuera,
se devoraría lo que quedaba con tal de irse lo antes posible, pero se
recordaba que debía guardar los modales, estos debían primar ante
el deseo sexual. Jamás imaginó que una vez que tuviera su primera
experiencia se convertiría en casi una adicta. No había contemplado
el sexo como algo primordial en su vida, pero ahora no podía dejar
de pensar en eso, quería tener a Renato dispuesto a cumplir con
sus necesidades todos los días de ser posible. Sacudió ligeramente
la cabeza para deshacerse de esas ideas que solo hacían que
mojara sus bragas.
—Antes de cerrar el tema, quiero contarte que Ramona se puso
muy feliz… A mí también me emociona mucho la posibilidad de
trabajar con ella, ahora tendremos más tiempo para compartir,
además del rato en que vemos las series turcas. —comentó
entusiasta y sonriente.
—Si quieres puedes hablarme de esas famosas series turcas…
—comentó con una sonrisa relajada, al tiempo que volvía a poner
atención a su comida.
—No es tan fácil que lo entiendas, tendrás que verte por lo
menos algunos capítulos para que puedas identificar a los
personajes; de lo contrario, estarás tan perdido como yo antes de
que Ramona me contagiara su adicción —dijo sonriente antes de
llevarse un trozo de cordero a la boca.
—Bueno, podemos aprovechar el fin de semana para ver
algunos capítulos…
Samira masticó apresuradamente, mientras negaba con el
dedo índice, donde mantenía el cubierto. Renato no hizo ningún
comentario, solo la miró divertido.
—No, de ninguna manera —advirtió terminando aun de
masticar, luego tragó grueso—. No vamos a perder el tiempo en
eso, no cuando tenemos cosas más interesantes que hacer —
contestó con tanta naturalidad que lo notó gratamente sorprendido.
Así que le sonrió pícara.
—Bueno, supongo que podría ser durante los momentos de
descanso… Porque vamos a tomarnos algunos ¿cierto? —Apenas
podía creer que entre ellos existiera esa complicidad para hablar de
planes sexuales con tanta espontaneidad.
—Eso lo veremos llegado el momento, así que es mejor, por
ahora, no alterar las cosas…
—Pensé que sería el más pragmático en esta relación, pero
estaba completamente equivocado.
—Pero eso no quiere decir que no vayas a ponerte al corriente
con la serie, te daré toda la información para que veas algunos
capítulos… Lo dejaré como tarea para tus días en Río, cuando tu
prioridad no sea yo.
Renato soltó una corta carcajada de esas tan inusuales, pero
que lo hacían lucir relajado y más apuesto.
—Está bien… pero es justo que sepas que, desde hace tiempo,
te has convertido en mi prioridad, a donde quiera que vaya.
—No lo dices en serio —comentó sonriente, pero con el
corazón desbocado y el cuerpo tembloroso.
—No te miento, supongo que pensar en ti al despertar, no
sacarte de mi cabeza en todo el día, seguir pensando en ti antes de
irme a dormir, y como si eso fuera poco, soñar contigo, debe contar
como prioridad… ¿no lo crees?
Ella lo miraba enternecida, quería saltarle encima y comérselo
a besos, pero no era el lugar más apropiado, por lo que contuvo sus
impulsos.
—Tengo que confesarte algo. —Samira frunció la nariz en un
ligero gesto de flaqueza.
—¿Qué? —preguntó curioso.
—He descubierto que también eres mi prioridad en todo
momento… Todo el día pienso en ti… ¿Crees que es normal o ya
esto podría considerarse una obsesión?
Renato se sonrojó debido a la euforia que reptó por sus venas
e hizo que los vellos de la nuca se le erizaran.
—Es bueno estar obsesionado contigo…
Samira asintió con vehemencia y una brillante sonrisa, no podía
estar más de acuerdo con el chico que amaba.
Entre conversaciones en la que expresaban sus sentimientos o
que se volvían divertidas con ciertas anécdotas, terminaron de cenar
y le dieron la bienvenida al postre, una trilogía de chocolate y una
tetera de aromático té marroquí, lo que les sirvió para hacer
digestión después de todo lo que habían comido.
Antes de marcharse decidieron hacerse algunas fotos, entre
asientos blancos, cojines con tonos que iban del terracota al negro y
telas colgantes rojas, esas fotos, no eran muy distintas de las que se
habían hecho otras veces, aunque se mostraban un poco más
juntos, no había nada que los mostrara como la pareja que desde
hacía poco eran; no obstante, al salir, en el escalón de la puerta
principal e instados por uno de los empleados que dijo que esas
escaleras eran un icono fotográfico del lugar, decidieron aceptar
posar para la cámara del teléfono de ella.
Con algo de vergüenza se pusieron frente a frente, Renato
tomó a Samira por las caderas, acercándola a su cuerpo que ya
ardía en deseo; ella, por su parte se le colgó del cuello, con una
mirada profunda, acordaron darse un beso, que el empleado
inmortalizó para el recuerdo.
Cuando por fin cerraron la puerta de la habitación, redujeron el
mundo solo para ellos; Renato se quedó plantado firmemente,
mirándola con una leve sonrisa que contrastaba a la perfección con
la intensidad de su mirada.
Samira notó que los ojos azules se veían más oscuros y
desafiantes; ella por su parte sintió el resonar de los latidos de su
corazón más fuerte que nunca, tenerlo tan cerca le permitía sentir el
calor que emanaba y el olor que la embriagaba de felicidad. Quería
tocarle los contornos fuertes de su cuerpo, deleitarse con el sabor
de sus besos, gemir en su oído con cada una de sus penetraciones,
aferrarse a él con brazos y piernas, temblar sin control y sentir que
él también lo hacía.
No tenía ni idea de qué le pasaba, era como si estuviera
perdiendo el control de sus impulsos, como si todo el control al que
normalmente se aferraba, hubiese pasado a manos de Renato, lo
que irónicamente la hacía sentirse libre.
Se aferró a las solapas de la chaqueta de cuero, por temor a
caer y siguió entregada a ese beso que le vapuleaba los
pensamientos, sintió la dureza de la madera de la puerta en su
espalda. Mientras todo en ella pedía a gritos más, su corazón, sus
terminaciones nerviosas; era tanta la necesidad por ese hombre que
dolía quería más de sus besos, sus manos y su aroma, así como el
áspero roce de su creciente barba. Las manos de él bajaron de su
cintura hasta tomarla con poderío por los glúteos, entonces gimió
extasiada en su boca y perdió cualquier resquicio de autocontrol
cuando empezó a quitarle la ropa.
Renato también empezó a desnudarla y la lujuria iba in
crescendo conforme le quitaba cada pieza, al grado de que su polla
latía de pura ansiedad, quería penetrarla enseguida, sin
preámbulos, sin siquiera llevarla a la cama, pero se contuvo, porque
tampoco quería hacerle daño alguno por no permitir que su cuerpo
se preparara adecuadamente. Además, el juego erótico al que ellos
se sometían con las caricias, los besos, las miradas y los gemidos,
eran tan importantes como el acto en sí. Por eso la dejaba que le
recorriera el pecho a besos, mientras le desabrochaba los
pantalones y él enterraba la nariz en sus cabellos y suspiraba
complacido ante el aroma de flores silvestres.
Ambos rieron cuando los vaqueros de Renato se le quedaron
atorados en los tobillos, debido a las botas, tanto así, que tuvo que
acuclillarse para desatarse los cordones y deshacerse del molesto
calzado. Samira en medio de risas, revolvía el cabello de Renato y
le pedía que se diera prisa. Él aprovechó el beneficio que le daba
estar prácticamente postrado a sus pies para tomarla por las
caderas y llevó su boca hasta el vientre, empezó a repartir besos y
algunos mordisquitos juguetones que le erizaron la piel a ella.
—Ya, detente… para —rio, sintiendo que perdía la sensación
de gravedad.
Renato, una vez que se deshizo de las molestas prendas, dejó
de hacerle cosquillas, no obstante, emprendió un camino de besos
en ascenso por el abdomen, sintiendo ahí, mucho más intensos los
temblores y la respiración agitada de su chica. Besó entre sus
pechos, pero no se privó por mucho tiempo las ganas de humedecer
con su saliva los inhiestos pezones, por lo que los lamió y chupó,
hasta que ella le acunó el rostro, instándolo a que subiera para que
la besara en la boca.
—Sé libre conmigo, tócame cómo y dónde quieras, no esperes
mi permiso para hacerlo —le recordó, guiándole la mano de su
pecho, a su erección que ya había dejado un rastro húmedo de su
líquido preseminal sobre el terso vientre.
Samira lo envolvió con su mano, sintiéndolo caliente, duro y
palpitante, pero fue Renato quien la adiestró con los primeros
movimientos, de arriba hacia abajo; cuanto él le dio la libertad,
arreció el movimiento ante su atenta supervisión para asegurarse de
que lo estaba haciendo bien, pero él la tomó por la mandíbula y la
empujó con delicadeza para levantarle la cabeza y que lo mirara a la
cara y entonces la besó, ardiente, feral, demandante.
Ella se estremeció de los pies a la cabeza, cuando él deslizó la
mano libre por su trasero, abriéndose espacio con el dedo medio
entre sus nalgas, pasó por su ano, lo que hizo que diera un respingo
y el rostro se le calentara, aunque no lo soltó en ningún momento,
siguió masturbándolo sin parar.
—¿Se siente bien? —preguntó él, dejando que su aliento
caliente se estrellara contra los labios temblorosos de Samira.
—Sí. —Asintió con la cabeza para reforzar su respuesta y se
lamió los labios, porque el fuego que crepitaba en su interior se los
secaba con rapidez. Cerró los ojos y jadeó cuando el dedo, penetró
en su vagina—. Muy bien —chilló, sintiendo que su sexo se contraía
entorno a la deliciosa invasión—. Llévame a la cama, por favor,
ahora… —suplicó, oscilando ligeramente sus caderas, tratando de
darle un poco más de movimiento a los dedos que resbalaban con
facilidad, debido a lo mojada que estaba.
Él le respondió con un beso intenso al tiempo que hacía lenta
retirada de sus dedos, arrastrando la humedad caliente del sexo por
la nalga, hasta llegar la cintura, donde se afianzó para poder
levantarla.
En cuanto él le apretó la cintura, ella comprendió lo que
deseaba hacer, por lo que dejó de masturbarlo para encontrar
impulso en los fuertes hombros.
Soltó un gritito que terminó convirtiéndose en gemido, al sentir
el suave y caliente glande rozar entre sus pliegues. En respuesta,
Renato le dedicó una mirada y sonrisa lasciva. La llevó hasta la
cama, dejando junto a la puerta un remolino de ropas y zapatos.
En cuanto aterrizaron en el colchón, sonrieron cómplices con
las miradas enlazadas, ninguno podía esperar, por lo que Renato se
alejó un poco para buscar en la mesita de noche los preservativos.
Con el látex ya en su lugar, se recostó sobre ella con el pene en
la mano, introdujo la punta de su glande en la mojada cavidad,
apoyándose con los antebrazos, uno a cada lado de la cabeza de
ella para observarla mientras comenzaba a empujar.
Esta vez, ella no tenía un comportamiento pasivo, ahora se
aferraba a él con brazos y piernas, mientras crecía su desespero
sexual. Renato le llenaba la cara de beso y ella lo deleitaba con sus
gemidos cada vez que empujaba.
—Eres mi universo entero. —Le murmuraba Renato al oído,
luego de chuparle el lóbulo—. Un universo que huele a flores
silvestres… —Se apartó para mirarla a los ojos, las pupilas de
ambos estaban inmensas, pero brillaban con intensidad.
Renato, jamás pensó que alguien como él, con todo su
equipaje emocional, podría encontrarse en los brazos de una mujer
como ella. Él juraba que su felicidad debía estar junto a mujeres
más experimentadas que le enseñaran todo lo que sabían, pero la
felicidad de descubrir los placeres carnales junto a Samira no tenía
comparación alguna. Ella se había vuelto tan demandante con el
movimiento de sus pelvis, que a él no le quedó más que flaquear
ante sus caprichos y darle lo que pedía, profundizando las
penetraciones, tanto que podía sentir perfectamente como sus
testículos se apretaban contra ella. Eso hizo que creciera en él una
avalancha arrolladora de pasión, por lo que alcanzó una de las
pequeñas manos que tenía en la nuca y se la besó antes de llevarla
a su corazón y apartarse para verla a la cara, no quería perderse
detalle de sus reacciones.
Samira soltó un jadeó de gozo y se tensó, mientras él no pudo
contener un grave gemido que nació y murió en su garganta; debido
a una fuerte punzada de placer que lo atravesó desde el glande
hasta el coxis; estaba seguro de que no le quedaba mucho tiempo,
pero ya no podía parar sus embestidas.
Se movía frenéticamente, buscando con desespero poder
llevarla al orgasmo antes de que él se corriera.
La intensidad de los deliciosos gemidos de ella iba en aumento,
pavimentándole el camino a la gloria. Podía sentir cómo se
expandía y se encogía en torno a su erección, palpitando con
violencia, mientras sus calientes jugos se escurrían hasta sus
testículos con cada embestida.
Samira se convulsionó de placer hasta no poder más. Arqueó la
espalda y su grito final fue visceral y agónico, estridente y
estimulante, la agudeza con la que se corrió fue tan potente que sus
músculos se cerraron en un espasmo en torno a su pene, haciendo
que Renato tras varias embestidas urgidas y duras, se corriera.
El mundo se volvió negro por un segundo, con miles de
estrellas doradas. Abrió los ojos tras la vigorosa descarga de
adrenalina, para mirarla a los ojos.
Salió de ella y rodó quedando acostado de lado, con las piernas
de ambos todavía entrelazadas, ella se giró para mirarlo a los ojos
mientras le acariciaba con sutileza el rostro. Él le tomó la mano y
empezó a besarle las manos con delicadeza.
—Lo siento, no sé si te lastimé.
—¿Lastimarme? ¿De qué hablas? —Samira le sonrió porque
todo lo que le había hecho le había encantado—. Me gustó que me
penetraras con tanta fuerza…
Sin dejar de mirarlo, le dio otro beso en la parte interna de las
muñecas, ahí donde el pulso todavía seguía acelerado. Luego volvió
a poner la mano sobre su rostro para que siguiera acariciándolo y él
deslizó la suya hasta posarla en la curva de su cadera.
Se sentía tan cálido, ahí, con ella, que quería que el tiempo se
detuviera para siempre.
—Te amo —le susurró ella sonriente.
—Te amo —murmuró él sobre sus labios—. Y amo esta sonrisa
—confesó, acariciándole el labio inferior con la yema del dedo
pulgar.
Se miraban risueños y extasiados, a la espera de que la llama
de la pasión cobrara vida una vez más.
CAPITULO 63
Por más que quisieran olvidarse del mundo, tenían que
recargar las energías, si querían seguir entregándose al desenfreno
de la pasión, por eso, luego de tener sexo esa mañana una vez
más, bajaron a desayunar.
Aunque sus planes eran regresar a la habitación una vez
hubieran saciado el apetito, él le propuso pasar un rato en la piscina
aclimatada que estaba ubicada en uno de los salones de la casa,
así podrían relajar los músculos.
—¡Estás loco! No vine preparada, no tengo traje de baño. —
Ella negaba con la cabeza a la vez que terminaba de tomarse el
jugo de naranja.
—Pero ese no es un problema, podemos meternos desnudos
—dijo riéndose al ver cómo ella abría los ojos de par en par.
—Definitivamente sí que te volviste loco…
—Estamos solo nosotros dos, ya he visto tu cuerpo en todos
los ángulos posibles —comentó guiñándole un ojo, a la vez que la
tomaba por la cintura y la acercaba a su cuerpo—, y no tan posibles.
Ella se echó a reír, roja de la vergüenza y le pegó un manotazo
en el pecho de manera juguetona. Era cierto que entre ellos dos ya
no existía el pudor, sin embargo, ella sabía que no era cierto que
estaban solos en la casa, si bien eran pocos los empleados que
circulaban por ella, existía la posibilidad de que alguno de ellos los
viera. Se podría morir de la vergüenza si eso pasaba. Así que al
final, terminó cediendo para tomar prestado de los vestidores de las
tías de Renato, un bikini de los muchos que había ahí.
—No entiendo por qué casi toda la ropa aquí es nueva… En
serio, estoy empezando a creer que eres tú quien se encarga de
mandar a llenar estos armarios.
—Lo entenderías si supieras que, para mis tías y primas, la
ropa nunca es suficiente. Suena bastante banal lo que te digo, pero
lo que pasa es que cuando vienen de vacaciones no les gusta
repetir prendas… según ellas, nadie debería vacacionar en el mismo
lugar y usar la misma ropa. —Él puso los ojos en blanco, porque
ciertamente eso le parecía demasiado extravagante—. Algo tiene
que ver con que para ellas está prohibido subir fotografías con el
mismo atuendo en sus redes sociales…
—Bueno, creo que se trata de la vanidad femenina y de imagen
pública… Todas ellas son hermosas y perfectas, tienen muchos
seguidores, imagino que por eso es por lo que lo hacen —confesó,
porque la curiosidad la había llevado a revisar sus cuentas por dos
razones. Por un lado, quería conocer un poco a esas chicas a las
que les saqueaba el vestidor cada vez que se presentaba con él a
ese lugar, pero también porque necesitaba saber cómo era la familia
extendida del chico al que amaba con locura.
—Jamás se permitirán subir una fotografía con un solo cabello
fuera de lugar… Imagino que eso debe ser agotador —confesó
sinceramente, aunque nunca se lo había dicho a ellas, pero con
Samira sabía que no tendría problemas de expresarse libremente.
—¿Y tú? ¿Por qué subes tan pocas fotos en tus redes? —Por
fin pudo encontrar el contexto perfecto para hacerle una pregunta
que llevaba tiempo haciéndose—. Y casi nunca son tuyas, son más
de paisajes.
Renato se encogió de hombros y le esquivó la mirada. Si algo
había llegado a odiar con profundidad era todo lo relacionado con
ser el centro de las críticas de personas que ni siquiera lo conocían,
por eso siempre había evitado exponerse en las redes.
Ya toda su familia había sido el blanco de comentarios
desagradables en más de una oportunidad, incluso a su tío Thor lo
criticaron duramente por llevar a los quintillizos al Central Park
“amarrados como perros”. Pero a diferencia de él, todos ellos sabían
cómo lidiar con las opiniones de extraños, nunca se tomaban a
pecho lo que decían; él en cambio, podía deprimirse u
obsesionarse, ya le había pasado en alguna oportunidad. Así que un
día hablando con Danilo, llegó a la conclusión de que era mejor
mantener cierta distancia… o toda la distancia que le permitía ser
reconocido por su apellido.
—Prefiero ser reservado con mi vida íntima.
—Entiendo, es completamente respetable. —Jadeó aliviada y
se llevó una mano al pecho en un gesto dramático—. Te juro que
pensé que eras conspiranoico.
Renato rio y se dejó llevar por el impulso, así que llevó ambas
manos a los costados de la cabeza de Samira y la acercó a él,
plantándole un beso en la frente.
—Que cosas las que surgen en esta cabeza —comentó
sonriente—. Anda, elige el traje de baño que desees y nos vemos
en quince minutos en la piscina. —La soltó y retrocedió un paso.
—No sé si pueda usar algo de esto, todos son bikinis… tan
diminutos —dijo mostrándole uno celeste.
—Recuerda que solo seremos tú y yo, aún puedes meterte
desnuda si lo deseas.
—No, no, no… —Tragó grueso y se le volvieron a teñir las
mejillas de carmín—. Creo que cualquiera de estos, estará bien.
—Bien, entonces nos vemos luego, voy a por mí sunga .
—Sí, ve, ve… —Dijo ella, echándolo del lugar sacudiendo la
mano.
En cuanto Renato se marchó ella se quedó sonriendo con los
pensamientos en blanco y el corazón lleno de felicidad. Pero sabía
que no debía perder tiempo, suponía que ahí debía haber algo
menos pequeño, pero por más que buscaba parecían que cada vez
eran menos la tela con que habían confeccionado esos trajes de
baño.
Al final se hizo de uno en color blanco, la parte de arriba
triangular y la de abajo por lo menos no era de hilo. En cuanto se lo
puso, se percató de que el torso se le veía más largo, se pasó las
manos por el abdomen, se volvió para mirarse de perfil y sonrió
sintiéndose atractiva.
No supo por qué en ese momento pensó en Lara, suponía que,
porque a ella este tipo de bikinis debían vérsele mucho mejor, pero
cuando cayó en la cuenta de cómo sonaba ese pensamiento, negó
con la cabeza, no iba a permitir que ese intento de auto sabotaje
mermara la confianza y autoestima que se tenía; si algo tenía claro
es que siempre se había sentido y visto guapa, muy guapa.
Se recordaba, una vez más, que tenía esa conversación
pendiente con Renato, era necesario preguntarle sobre Lara y cómo
habían terminado la relación, que especificara qué estuvo mal entre
ellos, lo requería para poder estar en paz, no quería que algo del
pasado le arruinara la felicidad que ahora sentía.
—No, no tengo por qué complicar las cosas —resolvió, al
tiempo que cogía un kimono blanco, era largo y de encaje, también
se probó un hermoso sombrero de paja y unos lentes oscuros con
bordes dorados. Rio divertida ante ese atuendo tan bonito y lujoso,
pero eran cosas que no podía usar porque la piscina estaba dentro
de la casa, así que los devolvió a su sitio y salió con el bikini y
kimono, porque Renato le había dicho que allá tendrían toallas
disponibles.
Caminó con prisa, tratando de ser silenciosa, no quería toparse
con algunos de los empleados y que la viera con tan poca ropa. Se
asomaba y miraba en cada esquina antes de caminar por un pasillo,
al verlos despejados corría de puntillas.
Justo se asomaba a mirar hacia las escaleras para cerciorarse
si estaban libres, cuando sintió que desde atrás la tomaban por la
cintura y gritó por la sorpresa, al tiempo que la elevaban del suelo;
por instinto, se aferró a los antebrazos que le aprisionaban el torso.
De inmediato reconoció la risa que se sofocaba en su oído,
llenándola de un súbito alivio, tanto que se unió a ella y echó la
cabeza hacia atrás, recargándola en el hombro de Renato.
Las risas de ambos se hicieron más genuina cuando él los hizo
girar.
—¿Te asusté? —preguntó, dejándole un beso en los cabellos.
—Mucho —asintió sonriente—. Pensé que ya estarías
esperando en la piscina.
—Decidí que era mejor esperarte aquí —manifestó al tiempo
que la bajaba.
Samira se volvió para mirarlo y enseguida tragó grueso al verlo
vistiendo solo un sunga blanco. Renato no tenía el típico color
bronce del carioca promedio, su piel era bastante pálida, prolija y
muy tersa, adornada con pocos lunares. Ella sabía que, si bien no
era un hombre sobrecargado de músculos, al tacto se le podían
sentir, por lo que acariciarlo solía ser una experiencia casi celestial.
Ver el evidente bulto que sobresalía de su pelvis le calentaba las
mejillas y le secaba la boca, se obligó a dirigir su vista a los ojos
azules.
Fue inevitable morderse ligeramente el labio, definitivamente
ese hombre le despertaba un instinto sexual, casi animal e
insaciable que no sabía que poseía. Estaba por decirle que lucía
apuesto, pero él la tomó por la muñeca.
—Vamos, no perdamos más tiempo. —Se echó a correr casi
arrastrándola.
Con rapidez ella se acopló a su andar y tomados de la mano
corrieron hacia la piscina. Las puertas dobles de vidrio, les daban la
bienvenida al atrayente lugar amparado por una gran cúpula de
cristal que le proporcionaba luz natural y entre grandes pilares de
mármol estaba el gran rectángulo que contenía las tibias aguas.
Al borde contaba con algunas tumbonas y en el costado
izquierdo había un área de bebidas y preparación de alimentos. Así
mismo unos muebles con toallas.
—¿Qué tan profunda es? —preguntó un tanto nerviosa. Sabía
que su desempeño nadando era bastante deplorable.
—Creo que poco más de dos metros —contestó al borde de la
piscina.
—Entonces es más profunda que la del edificio donde vives —
Un nudo de angustia empezaba a formársele en la boca del
estómago.
—Sí, solo un poco más… pero no te preocupes, esta es en
forma de rampa, la parte más baja no llega al metro. —Él podía
percibir su miedo—. Además, estarás conmigo… si confías en mí,
¿cierto?
—Por supuesto que lo hago, pero lánzate primero.
—Está bien, lo haré —concedió sonriente, mientras sacaba los
pies de las hawaianas.
Samira vio cómo se daba un chapuzón y salía casi a mitad de
la piscina que debía tener por lo menos doce o quince metros de
largo.
—¿Qué tal está? ¿Fría? —preguntó todavía un tanto alejada
del borde.
—No, está perfecta… Si quieres puedes probarla, mete el pie
—comentó y nadó de regresó al extremo donde ella estaba.
Aceptando su sugerencia, caminó y metió solo los dedos del
pie.
—Oh sí, está muy bien —dijo sonriente.
La mirada de Renato recorrió con admiración la larga y delgada
extremidad que se escapó a través de la abertura del kimono.
—Bueno, estoy esperando por ti —le recordó mientras movía
brazos y piernas para mantenerse a flote—. Lánzate —la animó con
un ademán.
—Prefiero entrar por la parte más baja —comentó, mientras
deshojaba el par de botones que mantenían unido el kimono a la
altura de su pecho.
—Te atraparé, no tienes que temer. Ven… te prometo que no
dejaré que te hundas.
—Está bien, pero me atrapas —dijo más entusiasta, al tiempo
que se quitaba la prenda, la parte superior del bikini le quedaba algo
grande y se sentía casi desnuda; las tías de Renato tenían más con
que rellenarlo. No sabía por qué se sentía pudorosa en ese
momento, si cuando estaban en la habitación, le resultaba tan
natural al estar desnuda frente a él.
Renato no se preocupó por disimular el escaneo descarado que
le hizo en cuanto se quedó vestida únicamente con el bikini blanco;
amaba todo su cuerpo, considerada que la naturaleza había sido
bastante generosa con Samira, porque nunca había tenido ningún
tipo de restricción alimenticia y aun así lucía un abdomen totalmente
plano. Pensó que seguramente sus primas y tías morirían de envidia
si la conocieran, porque ellas eran esclavas del conteo de calorías.
—Ahí voy —advirtió al tiempo que retrocedía un par de pasos
para agarrar impulso—. Asegúrate de rescatarme porque recuerda
que solo sé nadar como perrito y apenas me sale cuando no estoy
nerviosa…
—Espero por ti —dijo sonriente. Viendo cómo ella, se hacía un
moño utilizando los mismos mechones de la larga cabellera.
—Ay… ay, ahí voy —dijo sacudiendo los brazos y dando
brinquitos, preparándose.
Renato contenía la risa, aunque ella le parecía adorablemente
divertida.
Samira corrió, cerró los ojos y sin pensarlo se lanzó, el peso de
su cuerpo se la llevó de inmediato a la profundidad, tanto que con la
punta de los pies pudo tocar el fondo, se impulsó y movió los brazos
para emerger, pero su técnica era un asco. No tuvo tiempo de
desesperarse porque enseguida sintió los brazos de su amado por
debajo de las axilas, halándola a la superficie.
—Ya, estás bien, estás a salvo —le dijo sonriente, al tiempo
que la sujetaba por la cintura.
Ella se pasó la mano por la cara para retirarse el exceso de
agua, mientras que con la otra se apoyaba en el hombro de Renato.
—Sí, sí… estoy a salvo, pero no vayas a soltarme… De verdad
que es muy hondo. —Su tono vibraba ante los ligeros nervios que la
invadían.
—Tranquila, ¿quieres que te enseñe a mantenerte a flote?
—Sí, me encantaría —asintió—. Tienes razón, el agua está
perfecta… Gracias por rescatarme. —Se acercó y le dio un beso,
apenas un contacto de labios.
Renato se quedó mirándola, con gotas sobre el rostro y los ojos
verdes límpidos y se acercó para darle otro beso, pero se convirtió
en uno más íntimo, más intenso y profundo, con el que despertaron
los poros de sus cuerpos gracias al roce de sus lenguas. Él le
envolvió la cintura con ambos brazos y ella se le aferró con ambas
manos al cuello.
Los nervios de un posible ahogamiento pasaron a segundo
plano, en ese instante su única preocupación era que él no dejara
de besarla nunca. Una vez que se separaron gimió bajito, aún con
los ojos cerrados.
—Si me sueltas no debería hundirme —dijo sin abrir los ojos,
pero con una sonrisa de pura fascinación.
—¿Por qué lo dices? —preguntó con el ceño fruncido sin
entender a qué se refería ella. Apenas con las yemas de los dedos
de su mano derecha le trazó círculos en el rostro que hicieron que
ella abriera los ojos, mostrándole lo maravillosa que lucían sus
pupilas dilatadas.
—Es que cada vez que me besas siento como si flotara… Así
que justo ahora no debería hundirme.
—¿Quieres que hagamos una prueba? —preguntó con una
dulce sonrisa y el corazón lleno de dicha. Algunas veces se sentía
inseguro por ser el receptor del amor que Samira le tenía. Pero se
repetía, como muchas veces Danilo le había dicho en el pasado,
que él tenía todo el derecho del mundo de ser feliz y de tener amor
en su vida.
—Está bien —asintió, sabía que era una tontería, pero nada
perdía con comprobarlo.
—Te soltaré con cuidado —dijo al tiempo que se alejaba y
retiraba una de las manos de la cintura femenina.
Samira asintió y una vez que estuvo libre de los brazos de
Renato volvió a descender y empezó a chapotear. Él volvió a
rescatarla, cuando salió de inmediato estalló en una carcajada,
Renato también rio.
—Creo que mejor espero a que me enseñes a flotar, de otra
manera que no sea con tus besos —comentó en medio de risas.
—Está bien, te enseñaré la técnica… Creo que lo que nos pasa
cuando estamos juntos es cuestión de sensaciones, por ejemplo, yo
siento que tú me haces perder el control.
—¿Eso es bueno o malo? —preguntó con la mirada llenada de
curiosidad, aferrada a la seguridad que le ofrecían los hombros de
Renato.
—Bueno, muy bueno… Es extraordinario… ¿Puedo hacerte
una pregunta? —pidió permiso, mientras le retiraba un mechón que
llevaba pegado en la mejilla. Ella asintió—. ¿Cómo supiste que
estabas enamorada de mí? ¿En qué momento lograste identificarlo?
—Él quería saber todo eso, no quería quedarse con dudas que
luego le hicieran comerse la cabeza.
Samira soltó un gran suspiró, puso los ojos en blanco y luego
volvió a fijar la mirada en esos impactantes ojos índigos.
—A ver, déjame recordarlo… —dijo sonriente.
—O sea que ya lo olvidaste. —Sabía que ella estaba tratando
de molestarlo.
—No, solo quiero identificar cuándo todo empezó a ser
diferente… Lo primero fue el descontrol de mi corazón, pero eso fue
cuando supe que debía quitarte la billetera… —Chasqueó los labios
—. Yo era puro nervio, así que no cuenta —explicó con la mirada
esquiva y él sonrió—. Luego cuando volví a toparme contigo en tu
auto, también sentí que se me iba a reventar el pecho, pero era el
más el terror de haber tenido la mala suerte de terminar en el auto
del hombre al que había robado; así que tampoco cuenta… —Se
mordió ligeramente el labio, amando esa sonrisa coqueta que
Renato le regalaba—. Ya después te fui tomando confianza, estoy
segura de que lo que sentí por ti al principio fue un sincero
agradecimiento e incluso admiración; pero al poco tiempo de
conocerte me fijaba más en tu aspecto físico, quizá fue porque no
estaba acostumbrada a compartir con alguien ajeno a mi familia,
que además era un hombre muy atractivo, pero lo cierto es que
empecé a detallarte… mucho —exageró la entonación al final,
Renato rio y le dio un beso fugaz en los labios.
—¿Y qué más?
—Creo que me di cuenta de que estaba sintiendo algo más por
ti, cuando ansiaba que se hiciera la hora para que llegaras a la casa,
me esmeraba en prepararte cenas que pudieran gustarte mucho,
me gustaba pasar tiempo contigo, hablarte, a veces me conformaba
con solo verte y tenerte cerca…
—Pero… ¿Cómo supiste que era amor? Porque fácilmente
podía ser un simple cariño o un efecto de la admiración que decías
que sentías al principio, ¿cómo te diste cuenta de que era amor?
—Cuando no hacía otra cosa que pensar en ti y extrañarte…
sin importar que no habían pasado ni cinco minutos desde que nos
despidiéramos antes de dormir… y eso que solo estabas al otro
lado de la pared… Sentía como si algo me atara a ti, era algo
demasiado fuerte, invisible e irresistible. Créeme, me rehusé
muchísimo a aceptar lo que sentía, porque ¿quién se enamora tan
rápido y tan fuerte como me pasó a mí? Es más, yo pensaba que el
amor estaba sobrevalorado; mientras todas mis amigas soñaban
con encontrarse al novio perfecto, ese chico que cumpliera con las
expectativas que ellas se hacían debido a los protagonistas de los
libros, series y películas que consumían, yo solo pensaba en todas
las maneras posibles de convencer a mi padre para que me dejara
terminar la secundaria… Pero reconozco ahora que ese sentimiento
es maravilloso, desde que te conocí, todo se salió de control,
desequilibraste mi vida… para bien —soltó un suspiro lánguido—.
Es más, yo hasta me había resignado a esperar que el tiempo y la
distancia, consiguieran menguarlo todo, pero ahora estoy aquí,
contigo…
Renato le llevó una mano a la parte posterior de la cabeza,
empujándola hacia su boca para robarle un beso.
—Tú también, hiciste que toda mi vida se saliera poco a poco
de su eje… No sé cómo sucedió, cómo fue que terminé enamorado
de ti, tampoco sé exactamente cuándo. Creo que fue algo que se
dio de forma lenta. —Hizo una pausa, solo para dedicarse a mirar
los hermosos ojos selva, mientras estrechaba más sus brazos en
torno a la cintura de Samira—. Y es totalmente contradictorio,
porque siempre creí que el amor era algo que llegaba de golpe, que
sería algo así como un rayo impactándome con toda su fuerza,
como un golpe tan fuerte que iba a sacarme de algún estado de
adormecimiento. —Lo que no le dijo en ese momento, ni se lo diría
nunca, fue que justamente eso fue lo que le pasó con Lara, en
cuanto la vio, ella se instaló en sus pensamientos, quería pasar todo
el día viéndola, se convirtió en casi un adicto a sus maneras de
seducir—. Pero desde que reconocí mis sentimientos por ti, entendí
que estar enamorado no debería robarte la paz interior, sino todo lo
contrario, el amor es sentirse a gusto con la otra persona, es
atreverse a ser uno mismo sin complejos, es sentirse en confianza…
Es darte cuenta que te enamoraste de tu mejor amiga…
Ante esa maravillosa declaración de amor, Samira solo pudo
tragar saliva, no sabía qué hacer o qué decir, tenía lágrimas de
emoción formándose al filo de los párpados y el corazón le
martillaba con vehemencia.
Renato le acunó una de las mejillas para acariciarle con el
pulgar el pómulo.
—Somos muy afortunados por tenernos… —No pudo retener
una lágrima rebelde que se le escapó, pero que él enseguida atrapó
con sus labios cuando le dio un beso.
—Lo sé —sonrió enternecido y con el pecho inflado de dicha,
se sentía pleno y honrado.
Ella rio, aun con los ojos vidriosos por las lágrimas contenidas e
inclinó un poco la cabeza sobre la mano de Renato, para que
siguiera acunándosela. Él solo le repasó el labio inferior con el
pulgar. Se acercó y le dio varios besos, solo toques de labios, como
tímidos aleteos de mariposas a los que Samira correspondió con
devoción.
—¿Estás preparada para aprender a mantenerte a flote? —
preguntó, al tiempo que le tomaba las manos con la intención de
poner distancia, pero sin soltarla.
Ella asintió con una gran sonrisa, aunque estaba temblando, sin
saber si se debía al temor a hundirse o era producto de la confesión
que Renato le había hecho.
—No vayas a soltarme —pidió con una risita nerviosa.
—No lo haré, te lo prometo —dio su palabra, al tiempo que
movía sus piernas, llevándola a un lugar menos profundo, así se
sentiría más confiada—. Listo, puedes hacer pie.
—Sí, ahora sí toco el piso —comentó aliviada cuando el agua le
llegaba a la altura del pecho.
—Es lo primordial para que puedas aprender, porque si estás
nerviosa no podrás aprender a controlar la respiración y las
burbujas. Es muy importante que cuando las hagas, estas no vayan
a tu nariz ni a tu boca. Ahora que estás de pie, necesito que metas
la cabeza en el agua no tienes que hundirte solo hunde el rostro.
—Está bien, lo entiendo… —hablaba afirmando con la cabeza.
—Espera un momento, iré por unas antiparras de buceo —
comentó Renato y nadó al extremo más cercano para salir.
Samira lo siguió con la mirada, el pecho se le agitó y las
mejillas se le calentaron al ver cómo se le ajustaba el traje de baño
al trasero, a pesar de que Renato era de contextura delgada, tenía
piernas gruesas y un culo respingón, que a ella le provocaban ganas
de morder.
Él sacó de un armario las gafas protectoras y una toalla.
Cuando se volvió se encontró que ella no le quitaba los ojos de
encima y lo admiraba con la boca abierta. Al darse cuenta de que él
la había pillado infraganti, parapetó una sonrisa pícara.
—Aquí tienes. —Se las ofreció en cuanto entró de nuevo a la
piscina.
—Gracias —soltó en medio de un suspiro.
—Se te ven muy bien —dijo sonriente.
—De verdad lo dudo —argumentó con esa sonrisa ancha de
pura emoción.
—Te ves hermosa, sobre todo con ese bikini… ¿Dejarás que te
lo quite? —preguntó con un tono verdaderamente provocador que
activó el interruptor de la excitación en la chica.
—Ya, Renato… no me provoques, primero quiero aprender a
flotar, no me desconcentres. —Quiso parecer contundente, pero su
voz era un chillido, producto de las ganas que esa simple
proposición había despertado.
—Está bien, voy a comportarme… empecemos con lo que te
había dicho. Primero respira profundamente y mantén la calma,
retén el oxígeno, luego vas a hacer burbujas, mientras yo cuento
hasta cinco, contaré con los dedos para que puedas mirar —dijo
hundiendo la mano para que comprendiera a que se refería.
—Entiendo, agarro aire. —Hizo una gran bocanada y retuvo el
aliento, casi enseguida se hundió e hizo lo que Renato le sugirió.
—Bien, muy bien. Lo has hecho muy bien… Repítelo.
Tras varias repeticiones, él le dijo que estaba lista para el
siguiente paso, que era flotar.
—Para que puedas aprender a flotar debes hacerlo sin pelear,
que quiero decir, que no puedes hacer fuerza o estresarte, si lo
haces te hundirás, pero si te relajas sentirás cómo tu cuerpo sube y
se mantiene al límite entre la superficie y el agua —hablaba y
miraba cómo Samira asentía, poniendo atención a cada una de sus
palabras—. Bien, empecemos, estira tus brazos y mantén las manos
hacia adelante, algo separadas… —Renato le ayudó apenas
tomándola ligeramente por las yemas de los dedos—. Perfecto,
ahora haz una gran respiración y deja que tu cuerpo venga hacia
adelante, sin saltar, solo deja que tu cuerpo descienda y sentir cómo
si vas a volar hacia mí… Ahora, toma una bocanada de aire, mira
para abajo y hazlo.
Ella siguió sus instrucciones, mientras él contaba hasta cinco,
consiguió flotar; por lo que cuando salió lo hizo con una gran
sonrisa, él también sonrió complacido con el avance y le pidió que lo
repitiera.
Tras varios minutos, ya Samira podía dominarlo y su emoción
era palpable.
—¡Es fácil! —dijo cuándo emergió y se apartaba los cabellos de
la cara.
—Bien, ahora vamos para que aprendas a nadar, ya no quiero
que lo hagas como un perrito, ahora lo harás como un tigre. —Al
decir eso, ella soltó un rugido lo que hizo que ambos se rieran—.
Esa es la actitud —comentó aún sonriente.
Renato se dedicó con mucha paciencia a explicarle cómo
hacer, todo el proceso de tomar aire, hundirse, hacer burbujas
mientras contaba hasta cinco, dar brazada para poder sacar la
cabeza, respirar y volver a hundirse para avanzar; eso debía ser una
constante repetición hasta que cubriera el extremo deseado.
Ella no descansó hasta que consiguió prácticamente dominar la
técnica, eso le llevó unas horas y a pesar de que estaba exhausta y
hambrienta, se encontraba satisfecha.
Cuando por fin salieron para descansar, se quedaron en las
tumbonas. Renato llamó por el citófono a la cocina para pedir
algunos aperitivos. Marta le ofreció algunas opciones que él
consultó con Samira a ver qué le provocaba más.
Se decidieron por unas empanadas chilenas y jugo de sandía
con limón. En cuanto terminó la comunicación, ella buscó una toalla
y se cubrió, porque jamás se mostraría así frente a las señoras,
debía respetarlas y respetarse.
CAPITULO 64
Samira complació a Renato a quitarle el bikini en cuanto
regresaron a la habitación.
Dejaron que sus instintos más sexuales los poseyeran, se
entregaron al desenfreno en medio de sábanas revueltas y con la
luz del atardecer colándose por la ventana, danzando sobre sus
cuerpos desnudos.
Él se miraba en los ojos de ella y disfrutaba del hermoso rostro
sonrojado y marcado por el placer, tenía los voluptuosos labios
separados mientras liberaba gemidos para él y por él. Esa
estimulación que provocaba su voz teñida de éxtasis, lo incitaba al
punto de llevarlo al clímax una vez más.
Renato salió de ella, se quitó el condón y no se preocupó por
echarlo en la papelera, estaba tan debilitado después de ese
poderoso orgasmo, que lo dejó caer en la alfombra y se acostó a su
lado y entrelazó sus dedos con los de ella, aunque estaba tan
agotada, que seguía con los ojos cerrados y una sonrisa de total
satisfacción.
Samira abrió los ojos y se volvió de medio lado, le dio uno
cuantos chupones en los labios y luego solo toques sonoros.
—Eres tan guapo… tan guapo —dijo observándolo muy de
cerca. Su cara sudada y sonrojada, sus labios enrojecidos y
ligeramente hinchados, las pupilas que casi consumían todo el añil
en sus ojos, lo hacían el ser más perfecto sobre la tierra, por lo
menos para ella lo era. Él a su vez disfrutaba de la paz poscoital y
de las caricias que ella le prodigaba.
Después de un par de minutos de silencio, tiempo en el que sus
cuerpos agitados entraron en remanso, Renato abrió los ojos,
encontrándose que ella lo seguía observando, no contuvo sus
deseos de hacerse de un mechón del largo cabello, lo acarició con
las yemas de los dedos y luego se lo llevó a la nariz, para inhalar
profundamente.
—Me gusta mucho como huele tu pelo, como a flores silvestres,
pero también como a canela, no sé es bastante refrescante… ¿Qué
champú usas?
—No es el champú, es un tónico capilar que yo misma preparo,
es para el fortalecimiento y para estimular el crecimiento del cabello
—dijo sonriente, estaba sorprendida porque no sabía que Renato
había percibido ese aroma—. Mi abuela me enseñó a prepararlo.
—¿Y cómo lo haces? Es decir, ¿qué ingredientes lleva?
—Romero, jengibre, flores de hibiscos, flores de camelina y
canela… Hago un tónico y un aceite… El tónico lo usó después de
lavarme el cabello y lo dejo, el aceite me lo aplico un par de horas
antes de lavármelo.
—Parece todo un proceso.
—Lo es, pero para mí ya es fácil… Es una costumbre hacerlo.
—Estiró la mano y metió los dedos entre los cabellos cortos de
Renato—. Tu pelo es sedoso y está muy sano, definitivamente no
necesitas ningún tónico; aun así, haré uno para ti… Combinaré
algunas plantas que vayan más acorde a tu personalidad.
Renato se quedó mirándola, sin duda, se sentía hechizado.
Elevó apenas la cabeza para capturarle los labios con los suyos y
compartieron un beso cariñoso.
—Gracias, gitanita —murmuró él, perdido en las pupilas de ella.
—De nada, señor Medeiros —comentó sonriente.
—Es hermosa, señorita Marcovich —reconoció, tomándole el
mentón y volvió a plantarle un toque de labios.
Samira se chupó el labio saboreando los besos de Renato,
sabía que debían darse tiempo para recobrar energías antes de
sucumbir al deseo una vez más, pero la manera en que se estaban
seduciendo no era la mejor forma de ganar tiempo, por lo que
decidió poner su atención en algo más que no fueran los ojos y boca
de Renato; así que decidió esquivar la mirada, fue entonces que se
dio cuenta del libro que estaba en la mesita de noche.
—¿Es tu lectura actual?
—Así es.
—¿Y qué tal es? —preguntó al tiempo que rodaba sobre su
cuerpo, tomó el libro y quedó bocabajo.
—Entretenido —respondió, admirando como su cabellera caía
sobre sus brazos, espalda y se arremolinaban en el colchón, donde
ella se apoyaba con los codos.
— La caída de los gigantes de Kent Follett. —Leyó Samira,
mientras repasaba con una mano la portada del grueso tomo en el
que mostraba en la parte baja unos soldados y en la superior unos
trenes en una estación.
—Es ficción histórica, es una trilogía y este primer libro está
ambientado durante la Primera Guerra Mundial.
Ella volteó el libro para leer la sinopsis.
—Parece interesante —dijo ella en cuanto terminó de leerla y lo
abrió—. Es bastante largo, parece que tiene más de ochocientas
páginas.
—En realidad, tiene poco más de mil.
—¡Mil! —Los ojos casi le saltaron de las cuencas.
—Sí, pero es una lectura ligera y entrañable, estoy seguro de
que si le das la oportunidad ni te darás cuenta de lo rápido que
avanzas.
—Bueno, ya tú vas a más de la mitad —comentó al abrirlo y
encontrarse con el marcapáginas, empezó a leer el primer párrafo
que encontró—. «Enero y febrero de 1917… Walter von Ulrich
soñaba que iba de camino a encontrarse con Maud en un carro
tirado por caballos. El carro iba cuesta abajo y empezó a coger una
velocidad peligrosa y a traquetear sobre la superficie irregular de la
carretera. Él gritaba: “¡Frene! ¡Frene!”, pero el cochero no podía
oírlo por encima de la trápala de los cascos de los animales, que,
curiosamente, sonaba igual que el rugido del motor de un coche…»
—Ella leía muy entusiasmada, incluso modulando la voz cuando se
trataba de diálogos, mientras Renato estaba embelesado
escuchándola. Samira pausó la lectura y se volvió a mirarlo—.
¿Quieres que continúe?
—Por favor —le dijo con una ligera sonrisa. Se acercó un poco
más a ella, le retiró los cabellos que caían sobre la espalda y tan
solo con las yemas de sus dedos, empezó a acariciarle la espina
dorsal de arriba hacia abajo y viceversa, despertando cada poro del
cuerpo femenino.
Ella se estremeció sutilmente, sonrió y soltó un suspiro antes
de continuar. Se sumergió en la lectura, mientras Renato la
veneraba con sus caricias y mirada. Lucía hermosa, bañaba por la
luz aloque que atravesaba la ventana, era casi como un sueño, una
epifanía. La redención de todos sus pecados.
Una vez más se flagelaba por no haberse dado cuenta antes de
lo mucho que la quería, por obligarse a continuar con unos planes
que no tenían de dónde agarrarse, porque ahora que miraba hacia
atrás, se daba cuenta de que los sueños que él tenía con Lara eran
solo espejismos infundados por un deseo mal canalizado. En
cambio, su relación con Samira sí que tenía buenas bases, unas
que estaban hechas de la amistad, de la confianza, de la fe que se
tenían el uno en el otro. Con ella no sentía temor de ser él mismo,
no se ocultaba tras una imagen de hombre poderoso, seguro de sí
mismo y que todo lo puede; todo lo contrario, es como es, con lo
bueno y lo malo. Pero en momentos como ese se preguntaba:
cuánto tiempo le duraría esa felicidad; estaba seguro de que ella se
daría cuenta tarde o temprano que él no era nada divertido,
seguramente cuando pasara la novedad sexual, ya no querría verlo
más, se arrepentiría de lo que habían hecho y volvería con su
familia.
—¿Quieres leer el capítulo que sigue? —Samira se volvió a
mirarlo en cuanto terminó el último párrafo del capítulo veintidós…
Renato… Renato —llamó su atención, porque él estaba cómo
perdido en sus pensamientos, aunque la estaba mirando a ella. De
repente le surgió un temor, al suponer que quizá estaba pensando
en Lara.
—Sí, dime… te escucho. —Parpadeó rápidamente, al salir de
sus cavilaciones que se estaban volviendo fatalistas.
—¿Te aburrí con la lectura? Parecías en Babia —Colocó el
separador y cerró el libro.
—Claro que no, está muy interesante, es que escucharte me
transporta a otro mundo, uno donde solo estamos nosotros dos. —
Se acercó, le dio un beso en el hombro y otro en la mejilla.
—Entonces, ¿quieres leer el capítulo veintitrés? —consultó,
mientras le tendía el grueso tomo.
—¿Quieres que lo lea? —preguntó tragando grueso, de
inmediato la boca se le secó y un nudo de nervios se le formó en el
estómago. Él odiaba leer en voz alta, le traía recuerdos bastante
desagradables, por eso cuando le tocaba liderar alguna reunión, le
gustaba aprenderse el tema, dominarlo al punto de que no tuviera
que recurrir a ninguna lectura. Por eso evitaba las reuniones
masivas, esa fue una de las condiciones que le puso a su abuelo
para asumir el cargo de director financiero; mucho le había costado
llegar a ese punto y se sentía orgulloso de lo poco que había
logrado, quizá nunca pudiera liderar reuniones con cientos de
persona escuchándolo, pero conseguir hablar frente a dos o tres
para él valía lo mismo.
—Sí, solo si quieres —le dijo con una sonrisa coqueta.
Renato no quería negarse, sentía que, si lo hacía, la estaría
rechazando y no quería que ella lo pensara, mucho menos si se lo
pedía con esa sonrisa. Se alentó, porque sabía que Samira nunca lo
juzgaría ni se reiría de él, aun así, no podía evitar sentir como el
corazón le latía rápidamente y las manos le sudaban.
—E-e-está bien, lo haré —cedió esquivándole la mirada, tomó
rápido el libro para que ella no se percatara del ligero temblor en sus
manos. Se giró acostándose bocarriba, abrió el tomo y
prácticamente se cubrió la cara con este. Tragó grueso y cerró los
ojos, buscando el valor para empezar sin tartamudear, «¡hey! Basta,
no tienes por qué equivocarte, solo tienes que leer, es fácil, muy
fácil, Renato, lo has hecho millones de veces, vamos, ¡tú puedes!»,
respiró profundamente después de alentarse mentalmente y leyó
rápidamente el inicio del primer párrafo en silencio; así cuando lo
hiciera en voz alta, ya sabría lo que decía—. Bien, voy a empezar.
—Deja que me ponga cómoda —solicitó ella, con esa actitud
chispeante. Se atravesó en la cama de forma horizontal y se acostó
de manera que utilizó el abdomen de Renato como almohada y
flexionó las piernas.
Lo que ella hizo, provocó que de cierta manera se sintiera más
en calma; a pesar de que el libro era grueso, se las arregló para
sostenerlo con una mano y la otra la llevó a la cabeza de Samira,
para empezar a acariciarle los cabellos, sin importar que le hicieran
cosquillas los que tenía en su vientre y costados. Tragó grueso,
seguido de una inhalación profunda y empezó:
—«Marzo de 1917… Ese invierno en Petrogrado estuvo
marcado por el frío y la hambruna. El termómetro que había fuera de
los barracones del Primer regimiento de Artillería señalaba quince
grados bajo cero desde hacía todo un mes. Los panaderos habían
dejado de hacer pasteles, tartas, repostería y cualquier cosa que no
fuera pan, pero aun así no había suficiente harina». —Detuvo la
lectura para respirar y esperar que los latidos de su corazón
disminuyeran—. L-l-la puerta… —carraspeó antes de seguir
tartamudeando y quedar como un imbécil delante de Samira, por no
conseguir hacer algo tan simple como leer.
Ella le tomó la mano con la que le acariciaba los cabellos, él
dejó que la llevara a donde quisiera. Repentinamente la respiración
se le atascó en el pecho y los vellos se le erizaron cuando ella
empezó a besarle la palma de la mano. Apartó el libro de su cara
para mirarla, quien también se volvió a verlo y le sonrió, para luego
repartirle más besos, entonces le acarició el tabique de la nariz con
el pulgar.
—Puedes seguir, no te distraigas por mí. —Sonrió, fingiendo
inocencia, porque bien sabía que lo estaba provocando.
—Intentaré continuar a pesar de las tentaciones carnales a la
que soy sometido contra mi voluntad. —Le siguió el juego, sabiendo
que las intenciones de su chica eran la de distraerlo; por lo que de
todo corazón le agradecía el gesto. Volvió la atención al segundo
párrafo del capítulo. Separó ligeramente los labios para llenarse los
pulmones y continuó, mientras sentía los suaves labios besándole la
palma—. «Un día de crudo frío de principios de marzo, Grigori
consiguió un permiso de tarde y decidió ir a ver a Vladímir, que
estaría al cuidado de la casera mientras Katerina trabajaba». —
Mientras él seguía leyendo, no paraba de acariciarla con el pulgar,
disfrutaba del calor y la suavidad de los besos que ella le seguía
repartiendo, pero en contra de su voluntad, esos mimos le estaban
despertando otro tipo de apetito más visceral; así que, bajó la mano
para rozar la calidez de su piel, a ciegas trazó un camino hasta
llegar a uno de sus senos turgentes, lo apretó con suavidad y sonrió
cuando escuchó que la risita de ella mudaba a un gemido—. «Se
puso su capote militar y salió a las calles heladas. En la avenida
Nevski, cruzó una mirada con una pequeña mendiga, una niña de
unos nueve años que estaba de pie en una esquina a merced del
viento ártico…» —Estaba poniendo todo su empeño, mientras
frotaba circularmente con el dedo medio el pezón que ya estaba
erecto, sentirlo así, tan duro, provocaba que su polla latiera y se
pusiera cada vez más rígida—. ¿Te parece si seguimos con la
lectura luego? —propuso apartando una vez más el libro de su
rostro.
—Creo que la historia puede esperar… Nosotros no, ¿cierto?
—dijo Samira, ya con las mejillas arreboladas y las pupilas dilatadas
por la excitación.
Renato negó con la cabeza y dejó caer el tomo a un lado.
—Ven aquí. —Le ofreció una de sus manos mientras que con la
otra le hacía un ademán para que se acercara.
Ella le tomó la mano, aceptando que la llevara a dónde
deseara, no hacía falta palabras para que momentos como esos, en
los que eran puro fuego y pasión.
Así que pasó una pierna por encima de él, no sin antes
percatarse de que en menos de un minuto y con las caricias
correctas, tendría en Renato una nueva erección.
Se sentó sobre su abdomen, por lo que llevó una mano hacia
atrás para poder hacerse del pene, el qué empezó a acariciar desde
la base a la punta, sintiendo las palpitaciones en la palma de su
mano.
Ella lo sorprendió con un beso profundo y salvaje, el más
apasionado, mientras su mano arreciaba sin parar, endureciendo al
máximo a su polla. Le mordía sensualmente los labios, se los lamía
y chupaba. Él gemía en su boca, ahogando la tortura a la que ella le
estaba sometiendo, entretanto, aferraba sus caderas y le ayudaba a
que se moviera cadenciosamente contra su abdomen, donde le
dejaba el rastro húmedo de su indiscutible excitación.
—Puedes buscar el preservativo —pidió con la voz ahogada,
debido al calor que lo estaba consumiendo.
Samira asintió, soltó con lentitud el pene, que ya estaba
completamente erecto, estiró la mano y buscó en el cajón, sacó una
tira de tres condones, desprendió uno y los otros los lanzó sobre la
mesita.
—¿Quieres que yo te lo ponga? —preguntó con un tono
sensual que hasta ahora había sido desconocido, incluso para ella.
—Sí, por favor.
—Espero hacerlo bien. —dijo levantando las caderas y gateó
hacia atrás.
—Te prestaré mi ayuda si la necesitas.
Ambos tenían la atención puesta en la polla de Renato, que de
vez en cuando daba respingos de pura ansiedad. Rasgó el
empaque y sacó la funda de látex, lo coronó en el glande y empezó
a bajarlo, imitando el movimiento que ya varias veces le había visto
hacer a Renato y él le ayudó a sostenerlo en la punta.
—Está listo, creo que quedó muy bien —dijo ella, satisfecha de
haber hecho algo que jamás pensó tendría permitido.
—Quedó perfecto. —La tomó por el codo, invitándola con eso a
que volviera a estar más cerca.
Samira gateó de regreso y con cuidado se sentó sobre la
erección, sintiendo cómo poco a poco la penetraba, abriéndose
espacio entre la ligera punzada de dolor y placer, cerró los ojos y
esta vez no se preocupó por reprimir sus jadeos, Renato tampoco.
El cuarto se llenó de los gruñidos de él y el sonido de sus
cuerpos. Las rodillas le ardían y dolían un poco por la fricción contra
las sábanas, pero eso no la detenía en sus movimientos, los cuales
seguía por puro estímulo y que eran incentivados por Renato.
Ninguno de los dos quería demorar la llegada del orgasmo, por
lo que aumentaron la intensidad de los movimientos hasta que el
cuerpo se les llenó de la estática que desataba el éxtasis.
En cuanto las miradas de ambos se encontraron, sonrieron
cómplices, las respiraciones aún la tenían agitadas. Ella se levantó
un poco para liberarlo, le quitó el condón e imitó lo que él había
hecho la vez anterior de dejarlo caer en el suelo, ya después se
encargarían de limpiar su desastre, de momento solo se preocupó
por limpiarle los restos de semen que le quedaban en la polla y
sentarse dejando al pene, que aún mantenía una erección a media
asta, aprisionado entre sus pliegues, para dejarse vencer sobre su
cuerpo; él de inmediato la envolvió con los brazos.
Samira empezó a besarle uno los hombros y él le besaba los
cabellos, apretando más el abrazo.
—Cada vez me gusta más… Es más intenso, más perfecto —le
murmuró Renato contra los cabellos.
Ella le regaló un suspiro extasiado como respuesta y asintió
con la cabeza. Abrió la boca para elogiar lo bien que la había hecho
sentir, pero el sonido de su teléfono que estaba en la mesa contigua
se lo impidió. De inmediato se tensó al pensar que podría ser su
abuela quién estuviera intentando contactarla.
Renato pudo sentir el cambio que tuvo su cuerpo, por lo que la
liberó del abrazo y ella se apartó de él, estaba totalmente rígida y
con miedo de acercarse al aparato para confirmar sus sospechas.
Sin embargo, cuando vio la pantalla de su teléfono, se llevó la
mano al pecho y dejó salir un suspiro de alivio. Era evidente que la
llamada entrante la había puesto nerviosa; él solo pudo pensar que
su reacción se debía a una posible llamada de Adonay; la bilis le
subió a la garganta y el miedo y la inseguridad hicieron mella en la
paz que traían.
—¡Oh, mierda! —Se llevó la mano a la frente. Ella no era de
decir malas palabras, pero había olvidado el compromiso que había
adquirido semanas atrás.
—¿Qué sucede? —preguntó él, al tiempo que halaba un
pedazo de sábana para cubrirse, así como lo estaba haciendo
Samira. Quizá se debía a que ambos sentían la intromisión.
—Es Daniela. —Su voz denotaba el lamento—. Es que me
invitó a tomarnos un café en su siguiente día libre, le dije que sí
porque no sabía que tendría otro compromiso para esta fecha, se
me había olvidado por completo —chilló avergonzada. Mientras
ponía a trabajar a su imaginación para buscarse una excusa
plausible.
—Puedes ir, no tienes que rechazar las invitaciones de tus
amigos por estar conmigo, entiendo que lo habían acordado antes
de que lo nuestro surgiera —dijo Renato, no quería ponerla en una
situación complicada.
—¡¿Qué?! ¡No, no! De ninguna manera, solo puedo estar
contigo los fines de semana.
—Pero son tus amigos, Sami… —La tomó por el mentón para
que lo mirara a los ojos. Sí, quería pasar el mayor tiempo posible
con ella, pero no quería limitarla—. Ve con ellos, te esperaré aquí,
Ignacio te puede llevar.
—¿Y si tú vas conmigo? —propuso con una sonrisa contenida
y la mirada esperanzada—. Así los conoces mejor, sería lindo que
empezaras a formar parte de mi mundo también…
—Me gustaría acompañarte, ¿crees que a ellos no le
molestaría?
—Claro que no… A mí me encantaría que vinieras conmigo,
aunque… —Se mordió ligeramente el labio. Lo menos que quería
era herir los sentimientos de Renato.
—Vamos, dilo… di eso que te preocupa. —La alentó.
—Es que ellos no saben que somos novios… y… y… ay, es tan
complicado —chilló y le esquivó la mirada.
Renato que aún la sostenía por el mentón la hizo volver el
rostro una vez más hacia él.
—Samira, amor. —Era primera vez que le decía así y pudo
notar en el brillo de sus ojos que le había gustado—. No tengo
problema con que finjamos que seguimos siendo solo amigos.
—¿Lo dices, en serio? —preguntó aliviada.
—Te confieso que yo tampoco se lo he dicho a nadie, y no es
que no que no me sienta orgulloso y feliz de lo que tenemos, es que
no quiero a nadie más opinando en lo nuestro… Estoy seguro de
que mis padres no pararán de hacerme preguntas sobre ti y tu
familia hasta hacerme sentir incómodo… Sé que en algún momento
se los diré y te llevaré a casa de mi abuelo para que los conozcas,
pero de momento creo que lo mejor es estar bajo perfil, sobre todo
por lo que tuvimos que hacer para que pudieras venir a Chile…
—¿Me llevarás con tu abuelo? —De todo lo que él dijo, ella
solo se quedó con la parte que más nervios y emoción le daba.
—Sí, quiero hacerlo, cuando puedas viajar a Río…
—Ay, ya me pongo a temblar de solo imaginar ese día —soltó
una risita.
—Estoy seguro de que él va a adorarte, mis padres también…
mi hermano va a criticarme porque él sigue diciendo que te ves
como una chiquilla, pero también te aceptará, no tengas dudas de
que mi familia te recibirá con los brazos abiertos…
—¿Sin importar que sea gitana? —preguntó, sorprendida.
—En absoluto… —Bajó la mirada a la pantalla, que volvía a
iluminarse con la tercera llamada de Daniela—. Ahora, atiende la
llamada y pregunta si puedes llevar a tu amigo Renato.
CAPITULO 65
—Lo siento, lo siento lo siento. —Samira no le dio tiempo a
Daniela ni a saludar cuando empezó a disculparse, ella y Renato
seguían sentados en la cama, pero ahora ella se había sentado
entre sus piernas y apoyado la espalda en el pecho de él, así que
mientras conversaba por teléfono, sentía cómo él le acariciaba el
cabello y le daba un suave masaje en los hombros—. No había
escuchado el móvil.
Renato contuvo la risa al escucharla decir la pequeña mentira y
le hizo cosquillas en las costillas como forma de castigo.
—Me parece que estás ocupada gitanilla… —Daniela nunca
tenía problemas para expresar lo que pensaba, quería preguntarle si
estaba con el carioca o si, por el contrario, había decidido pasar de
él y de su novia rusa, pero se controló porque ya conocía lo
reservada que era, seguro no querría tocar el tema por ese medio.
—¡Eh! No, no, no, es que algo se me cayó. —Samira se sentía
como una mentirosa profesional, no le gustaba seguir engañando a
sus amigas, esperaba que más pronto que tarde dejara de
importarle tanto los prejuicios con los que vivía… Pero era que a ella
le parecía incorrecto que todo su entorno supiera que estaba en una
relación con un payo y que su familia tuviera que vivir en la
ignorancia; era como traicionarlos dos veces. Respiró profundo, le
dio otro manotazo al chico para que dejara de torturarla y siguió
hablando con su amiga—. Bueno, lo que te quería decir es que voy
a llegar con retraso, estaba paseando con Renato y se me fue el
tiempo volando.
—¿El brasileño está otra vez de visita? —dijo con un tono
cómplice, como si estuvieran conspirando—. ¡Uy! Amiga me huele a
que ese chico sí está interesado en ti.
«Daniela si supieras…», pensó.
—No digas tonterías —dijo, a la vez que intentaba apartar al
susodicho que quería quitarle el móvil para escuchar lo que la
venezolana le estaba diciendo, ya que había notado cómo se le
pintaron las mejillas de rojo desde el espejo que estaba enfrente.
—Confía en mí, aún no lo conozco, pero me parece que ya sé
de qué pata cojea…
—Bueno, de eso quería hablar contigo —carraspeó—, como
estoy con él ahora, quisiera saber si no tendrían problemas con que
nos acompañe…
—¡Alucinante! Hasta que por fin se nos hará el milagro y
podremos verlo en persona… Quiero comprobar con mis propios
ojos si es tan guapo como dijo Vivi, mira que no confío en las fotos
que nos has enseñado de él, todo se puede arreglar con Photoshop.
—¡Chsss! Calla, calla… —Daniela creyó oír la risa de un
hombre al fondo y se dio cuenta de que el amigo de Samira la había
escuchado, pero no le importó ni un poquito; solo quería verlo en
persona de una vez por toda.
—Renato si me estás escuchando, quiero que sepas que te
estaremos esperando, si quieres no la traigas a ella, pero tú no
dejes de venir.
La carcajada que volvió a escuchar le dejó claro que el chico
efectivamente estaba oyendo todo.
—Chao, chao, no vemos en un rato se despidió Samira con
ganas de cortar la comunicación.
—Dale gitanilla. —Ella reía divertida.
Ella terminó la llamada, se giró y encaró a Renato, mientras
intentaba salir de la cama, pero él no la dejaba, se reían y
forcejeaban en medio de besos. Hasta que ella le dijo que tenían
poco tiempo para alistarse. Como pudo se escapó y corrió a la
ducha. Necesitaba darse prisa.
Renato se encargó de deshacerse de los rastros de los
encuentros sexuales que habían tenido; no era como si ya los
empleados de la casa no estuvieran al tanto de lo que ellos estaban
haciendo, sino que él consideraba una verdadera falta de respeto
que Isidora se topara con eso cuando entrara a limpiar la habitación.
Luego alcanzó a Samira en el baño.
Se vistieron de rápidamente y bajaron al estacionamiento, el
joven rechazó el ofrecimiento de Ignacio de llevarlos; al ser la
primera vez que vería a los amigos de ella, no quería que lo vieran
como una persona presumida a la que le gustaba ostentar de su
fortuna, así que decidió conducir él.
—¿Te mandaron la ubicación? —preguntó al tiempo que se
ponía el cinturón de seguridad.
—Sí. —Samira se apresuró a ajustar su cinturón también y
buscó su móvil—. Es en el café de la Candelaria en la avenida Italia
1449, Providencia.
—Compártelo con el GPS —solicitó y pulsó el botón de
encendido—. ¿Lo conoces? —dijo, mientras la voz computarizada
del aparato ajustaba el destino.
—No, nunca he ido, pero Daniela dice que es muy bonito y que
los postres son deliciosos.
—Esperaba que supieras donde queda, por si esta cosa falla…
—comentó, mirando a través del retrovisor para salir del
estacionamiento.
—¿Y eso suele fallar? —La voz le sonó estrangulada debido a
la preocupación. No tenía tiempo para perderse y empezar a dar
vueltas por Santiago. Sin embargo, la mirada de soslayo y ligera
sonrisa que él le dedicó, le hizo saber que solo bromeaba—. Muy
gracioso. —Le dio un puñetazo juguetón en el brazo.
—Auch —se quejó fingiendo dolor y siguió con la mirada en el
retrovisor, ya saliendo del estacionamiento.
Ella también rio y se quedó mirando con adoración ese
hermoso perfil. Renato se volvió y se sorprendió un poco al verla
sonriente.
—¿Sucede algo?
Samira solo negó con la cabeza, ampliando su sonrisa y miró al
frente, percatándose de que había estado tan absorta que no se dio
cuenta cuando salieron de la propiedad.
—¿Quieres que ponga música? —preguntó para salir de la
ensoñación en la que se encontraba.
—Claro que puedes hacerlo, no tienes que pedirme permiso
para hacer nada —dijo desviando apenas la mirada del camino.
—Está bien, no tengo que pedirte permiso, pero sí tengo que
consultártelo porque estamos compartiendo este espacio y lo ideal
es que el trayecto sea agradable para ambos.
Él estiró su mano y tomó la de ella para entrelazar sus dedos,
tiró suavemente hasta llevársela a los labios y le plantó un delicado
beso en los nudillos.
—Solo basta tu presencia para que mi espacio sea agradable,
lo demás es casi irrelevante. —Le dio otro beso y luego dejó que las
manos de ambos, aun con los dedos entrelazados, descansaran
sobre su muslo.
—Eres el hombre más encantador y guapo del planeta. —Se
abalanzó sobre él y le dio un par de besos en la mejilla, tratando de
controlar su efusividad para no distraerlo y que terminaran
estrellándose.
Esas palabras fueron un subidón de autoestima, sonrió
bastante complacido.
Ella volvió a su asiento, sin soltarle la mano, le gustaba mucho
ese calor que la unión de ambos creaba. Así que, usando solo la
mano libre, puso a reproducir de manera aleatoria la lista de
reproducción que se había convertido en la banda sonora de su
relación. Justo esa que empezaba a sonar fue la que la despertó
esa mañana, junto a los besos tibios que Renato le repartía por la
espalda. Nada más perfecto que sentirlo desnudo con la piel
caliente, pegado a su cuerpo y con una exquisita erección que ella
jamás se atrevería a desaprovechar.
Antes no le había prestado atención a la letra.
Desnúdame
Juega conmigo a ser
La perdición
Que todo hombre quisiera poseer
Y olvídate
De todo lo que fui
Y quiéreme
Por lo que pueda llegar a ser
En tu vida
Tan loca y absurda
Como la mía, ay
Como la mía…
Sonreía y se sonrojaba, por supuesto, no se trataba de
vergüenza o pudor sino por los recuerdos ardientes que la melodía
le traía, la letra le estaba gustando mucho, lo que la llevó a que
tomara la decisión de comentarle lo que llevaba meditando si decirle
o no.
—Mi periodo tiene que llegar en un par de días, quiero empezar
a tomar la anticonceptiva.
Ciertamente en su casa había recibido nula educación sexual;
sin embargo, en la secundaría sí le informaron lo que era tener una
sexualidad responsable. Tras sentirse un poco mal por los efectos
de la pastilla del día después, se encargó de buscar más
información sobre el proceso para adquirir los anticonceptivos en
ese país y consiguió un portal que ofrecía consultas en línea con
una ginecóloga, que, tras hacer un pago verdaderamente pequeño,
la atendió por una videollamada. Después de una serie de
preguntas, le recetó cual debía usar y la manera más efectiva de
hacerlo. Así qué, solo estaba esperando la llegada de su próxima
menstruación.
—Es una buena opción —dijo Renato, se sentía extraño,
porque jamás se imaginó teniendo una conversación de ese tipo con
ninguna mujer—. Digo, el preservativo es seguro y no tengo
problemas en seguir usándolo, creo que el trabajo de protegerse es
una tarea de los dos, sé que hay mujeres que no les agrada los
efectos secundarios de las pastillas, pero si tú quieres tomarlas, yo
te apoyo, haré todo lo que quieras para que ambos nos sintamos
seguros.
—Gracias por ser como eres. —Sonrió con dulzura—. Lo
importante es que si alguna vez nos agarran las ganas y no
tenemos a la mano los preservativos, no tendremos problemas de
seguir.
—Se siente mucho mejor sin ellos, ¿cierto? —Apenas le echó
un vistazo porque estaba concentrado en el camino.
—Mucho mejor. —Sonrió y las mejillas se le encendieron. En
ese momento el sonido de un mensaje le hizo desviar la atención a
su móvil—. Es Daniela, quiere saber si ya vamos en camino —
compartió el contenido con Renato—. Le diré que sí. —Una vez
respondió el mensaje y salió del contacto de Daniela, se dio cuenta
de que tenía un par de mensajes de Adonay, se los había enviado
por la mañana y antes de que empezara a preocuparse por su falta
de respuesta decidió leerlos.
Como siempre le deseaba buenos días y le preguntaba si esa
tarde podía llamarla un rato, porque quería verla.
Tecleó rápidamente: «Hola Ado, disculpa que no respondí
antes, tuve una mañana muy ocupada limpiando mi pieza… y ahora
voy camino a reunirme con unos amigos para tomarnos un café…
¿Te parece si dejamos la llamada para mañana por la tarde?» y
luego lo envió, sabía que a Renato no le agradaba que se
mantuvieran en contacto, él pensaba que su primo estaba
intentando convencerla para que regresara con su familia, se
casaran y obligarla a dejar la tontería de convertirse en una mujer
profesional e independiente. Lo que no sabía, era que ella no
permitiría que nada ni nadie la alejaran del camino que se había
trazado. Convertirse en una especialista en oncología pediátrica
estaba por encima de todo y de todos.
Apagó la pantalla del móvil y se olvidó del aparato, para poner
su atención en el extraordinario hombre que la acompañaba. Inició
un nuevo tema de conversación, al preguntarle por su familia.
Al vivir en casa de sus abuelos, lo que más le sobraban a
Renato eran anécdotas de estos, así que le contó un poco de la
historia de amor entre Reinhard y Sophia que más de una vez le
habían contado a él.
La historia la atrapó y Samira quería conocer todo con lujo de
detalles, le parecía estar leyendo una de sus novelas favoritas. Una
cosa lo llevó a la otra y al final le narró buena parte de los intríngulis
de su familia; cuando llegó al punto en que le habló sobre el aborto
que había tenido su madre y como recordaba él cuanto le había
afectado, a ella le partió el corazón, sobre todo porque todos se
habían ilusionado mucho con que fuera una niña, le dijo incluso que
se iba a llamar Miranda.
Samira aprovechó para compartirle una historia parecida, ya
que su mamá también había tenido dos pérdidas antes de que ella
naciera.
—Entonces eres una niña arcoíris.
—¿Niña arcoíris? —preguntó sonriente, pero algo confundida.
—Los niños arcoíris son los bebés que nacen tras la pérdida de
un hijo anterior, ya sea por un aborto, o una muerte poco tiempo
después del parto.
—No sabía eso, pero tiene sentido… Supongo que se debe a
que después de la tormenta sale el sol y se forman los arcoíris.
—Imagino que es por eso. —Él estuvo de acuerdo, mientras
seguían con el trayecto.
Llegaron casi con media hora de retardo al punto de encuentro,
estaba tan avergonzada que le envió un mensaje a Daniela
diciéndole que ya habían llegado y que estaban en el
estacionamiento.
—Sé que es tarde y que te angustia hacerlos esperar —dijo
Renato, en cuanto se quitó el cinturón de seguridad y tomó a Samira
por el codo, evitándole que bajara—. Pero puedes darme un beso
para soportar la reunión en la que tengo que fingir que solo soy tu
amigo —le pidió con una tímida sonrisa.
Imposible negarse, por lo que se acercó con la firme intención
de darle un besito que no arruinara su lápiz labial, pero en el
segundo en que sus labios chocaron con los suaves de él, un
violento escalofrío le recorrió todo el cuerpo, le puso los brazos
alrededor del cuello y él la recibió sujetándola por la cintura, abrieron
las bocas al mismo tiempo y Renato fue más rápido con su lengua,
en una intromisión impúdica que ella recibió con lentas caricias de la
suya.
Por lo menos un par de minutos les llevó separarse
definitivamente y cuando Samira miró a Renato con todo el
pintalabios rojo embarrado, estuvo segura de que ella debía estar
igual o peor; por suerte, siempre llevaba en su cartera el neceser en
el que era infaltable el paquete de toallas para desmaquillar.
Sacó varias, le dio una a Renato, al tiempo que buscaba un
espejito para mirarse.
—Si salimos así, nadie se comerá el cuento de que solo somos
amigos —dijo ella sonriente.
—¿Qué buscas? —le preguntó al ver que rebuscaba en el
pequeño bolso.
—Un espejo y el pintalabios.
—Enfócate solo en el pintalabios —le pidió y desde alguna
parte en el salpicadero, pulsó un botón que convirtió el cristal
delantero en un gran espejo.
—Mucho mejor —dijo ella con la sonrisa teñida de carmín.
Ambos se limpiaron lo mejor que pudieron los restos del
cosmético y Samira volvió a teñirse de rojo los labios. Renato se
obligó a no mirarle la boca, porque era demasiado tentadora.
Una vez listos, bajaron del vehículo, salieron del
estacionamiento y caminaron un par de cuadras para poder llegar al
café de la Candelaria.
Ya frente al establecimiento, ella le envió un mensaje a Daniela,
preguntándole dónde estaban y esta le respondió de inmediato,
informándole que en el patio. Por lo que en cuanto entraron,
pasaron directo al punto de encuentro.
Samira y Renato se encontraron en un bonito patio interno con
pisos de baldosas blancas y negras en patrón de ajedrez; a pesar
de estar cubierto, daba la sensación de estar al aire libre por el
techo de claraboya y algunas plantas, la iluminación era reforzada
por las extensiones con focos que iban de un extremo a otro y las
rosas rojas que adornaban las mesas, le daba color al lugar.
Ella barrió el lugar con la mirada, pudo ver a Daniela al fondo
haciendo aspavientos; al percatarse, también alzó la mano para
saludarla y caminó rauda hasta la mesa. La venezolana se levantó
en cuanto se acercaron.
—Disculpa Dani, había tráfico y no conseguíamos dónde
estacionar —dijo recibiendo un efusivo abrazo de su amiga—. Es
que no conozco por aquí y Renato mucho menos.
—No te preocupes, apenas si nos tomamos un café —comentó
al tiempo que le plantaba un beso en la mejilla, pero la retuvo,
sujetándola por los hombros para poder susurrarle—. Mujer, pero sí
que está buenísimo, es demasiado lindo, parece un modelo…
«marica», tienes que levantártelo, sí o sí…
Samira soltó una risita debido a las expresiones de su amiga,
que afortunadamente ya se las comprendía. Se apartó para hacer la
presentación.
—Dani, te presento a mi amigo Renato. —Hizo un ademán
hacia el chico a su lado. Estaba sonrojada y el corazón latiéndole
con rapidez a causa a la euforia.
—Es un placer, por fin te tengo al frente… Siento que ya hasta
somos mejores amigos —expuso con una amplia sonrisa,
ofreciéndole la mano.
—Samira también me ha hablado mucho de ti. —Le dio un
cálido apretón, aunque sentía un nudo de nervios haciendo estragos
en su estómago. Hacía como un par de años que una simple
presentación no lo ponía tan intranquilo.
—Entonces, nos vamos a llevar muy bien, deja que te presente
a los demás… Bueno, supongo que a Ramona ya la conoces.
Renato le dedicó una mirada de soslayo a su gitanita, ella en
respuesta le sonrió y asintió, mientras saludaba al grupo de jóvenes
que esperaban por ellos.
—Sí, ya la conozco —comentó a la vez que se acercaba para
saludarla con un beso en la mejilla, no tenía problemas para
interactuar de esa manera con ella, ya que le tenía mucha confianza
por la manera en que cuidó a su chica cuando ocurrió el accidente
del baño—, y a Rafael también. —Estaba intentando mantenerse en
calma, porque temía que los nervios lo dominaran y lo hicieran
quedar como un tonto delante de los amigos de Samira.
—Rafael, es todo un personaje, ¿cierto? —dijo riendo Daniela
sabiendo que el dominicano la estaba escuchando, se tenían mucho
cariño y siempre se trataban de esa manera.
—¿Lo es? —Renato con una discreta sonrisa se giró para ver a
Samira, que estaba dejando que fuese Daniela quien llevara la
batuta de la conversación.
Ella asintió con contundencia y elevó la ceja en un gesto pícaro
que Renato definitivamente amó.
Daniela con su chispeante personalidad y un gesto casi teátrico
señaló a Renato.
—Chicos y chicas, les presento al famoso amigo carioca de
Samira, ¡Renato!
—Hola, hola… Es un placer —dijo él, sintiendo que las orejas
se le calentaban, pero mantenía el aplomo.
—Hola, encantado, me llamo Julio César. —El chico moreno de
contextura delgada se levantó y le ofreció la mano al brasileño.
Percatándose de que era más guapo y más alto en persona.
—Es un placer. —Le dio un apretón de manos y luego recibió la
de Carlos; en ese momento intervino Daniela para anunciarle que
era su novio. Luego pasó a saludar a Rafael, por último, se hizo la
presentación con Mateo.
Samira volvió a disculparse por su llegada tarde, pero le dijeron
que no se preocupara y los invitaron a sentarse. Por supuesto, se
acomodaron para que los recién llegados quedaran juntos, todos ahí
sabían que ese par estaba enamorado, eran demasiado evidentes,
solo había que ver como se miraban para entender que eran el uno
para el otro, Samira hablaba de él más de la cuenta, y el brasileño
viajaba casi todos los fines de semanas a visitarla; algo que un
simple amigo definitivamente no haría ni por mucho dinero que
tuviera.
Renato respiró profundo disimuladamente, necesitaba
calmarse, siempre le costaba integrarse a cualquier conversación
grupal, pero no quería que los amigos de ella creyeran que era un
huraño asocial, aunque de alguna manera fuese cierto; por Samira
haría cualquier esfuerzo extra para que no se arrepintiera de haberlo
llevado. Deseaba con locura que todo saliera bien en ese encuentro.
Fue Rafael quien le ofreció la carta para que pidieran algo, él la
abrió y Samira se asomó para poder ver el menú.
—¿Pidieron postre? —preguntó ella dirigiéndose al grupo.
—Aún no —comentó Ramona—. Pero estamos listos, ya
sabemos qué vamos a pedir. —Dirigió la mirada a Renato, se moría
por preguntarle si él tenía algo que ver con esa entrevista de trabajo
que tendría el martes, pero sabía que ese no era el momento ni
lugar adecuado.
—¿Tú qué vas a pedir? —Samira le susurró a Renato,
mirándolo a los ojos a la vez que sus amigos le dedicaban miradas
discretas.
Ellos estaban en una burbuja de amor y complicidad, por lo que
no se daban cuenta de que estaban siendo demasiado evidentes.
—Un capuchino… y creo que una torta de zanahoria —hablaba
Renato mientras paseaba la mirada por los postres—. Sí, una torta
de zanahoria.
—Yo también quiero un capuchino y un chessecake de
Nutella… ¿Crees que sea bueno? —consultó y se mordió el labio en
un gesto dubitativo.
—Probablemente sí. —Tuvo que controlarse para no darle un
beso frente a todos.
—Ya sabemos que vamos a pedir —comentó Samira
dirigiéndose a sus amigos, al tiempo que Renato el devolvía la carta
a Rafael.
Julio César se encargó de hacerle una seña a la chica que los
estaba atendiendo para que se acercara, en cuanto llegó a la mesa
cada uno le dictó su orden.
—Jamás podré olvidar el desastre que hizo Samira el día que
Renato fue de sorpresa al restaurante. —Rafael tomó la palabra
intentando involucrar al brasileño en la conversación, pero al
escucharlo ella se tapó la cara con las manos, recordando el
bochorno que le provocó aquel incidente—. Fue verlo y soltar la
charola que tenía en la mano, que para más escándalo la tenía
repleta con la vajilla que había retirado unos minutos antes de otra
mesa que acababan de desocupar, eso hizo tal estruendo que
cualquier persona a un kilómetro de distancia seguramente lo
escuchó, eso parecía un drama coreano. —Todos empezaron a reír,
incluyendo Renato que los acompañó con una sonrisa discreta.
—Obviamente el drama empezó cuando Maite salió a ver qué
había ocurrido —comentó Samira que seguía detestando a su
exjefa, aunque tuviera meses sin verla.
—Es que ella no podía ver que algo que pasara involucrara a
nuestra gitanilla, porque sacaba todo su arsenal para atacarla —dijo
Daniela, que más de una vez había tenido que salir en defensa de
su amiga.
Los demás no perdieron oportunidad para recordar la actitud
tan despreciable de la supervisora.
—¡Eh! No se metan con el amor de Rafael. —Julio César se
cachondeaba cada vez que podía del dominicano por el desliz que
había tenido con la supervisora.
Samira se esteró en ese momento que ya todos estaban al
tanto de esos encuentros sexuales y que ya lo habían dejado ,
aunque no lo creía del todo, porque se había fijado que el chico
bajaba la mirada como si intentara ocultar algo, aunque fue solo un
por un segundo y para el resto de los presentes el gesto pasó
desapercibido.
—Yo no digo lo contrario. —Rafael se defendió alzando las
manos en señal de rendición a la vez que se reía—. No tengo cómo
defenderla, es una maldita, eso lo sabemos todos.
—Pero sigues siendo su favorito, di la verdad, de vez en
cuando le sigues haciendo sus favorcitos, ¿verdad? —argumentó
Daniela, pinchándolo en un costado—. Por eso te sigue perdonando
tantas faltas y llegadas tardes… Si supiera lo picaflor que eres…
—Más respeto que no soy un tiguere , ella tenía claro los
términos de la relación…
—¿Y cuáles eran esos términos? —curioseó Ramona.
—Los que no te importan, gitanilla… —su tono divertido dejaba
claro que estaba bromeando, a pesar de que se había sonrojado un
poco por ser el centro de burlas.
—Yo, yo sí que sé cuáles son. —Julio César levantó ambas
manos y las agitó con un fluido movimiento bastante delicado.
—Julito, Julio… Cuidado, cuidado —advirtió Rafael—. Que te
saco los trapos al sol…
Samira reía ante esa contienda que llevaban sus amigos,
aprovechó la alharaca, para meter la mano debajo de la mesa y
dejarla sobre el muslo de Renato, compartieron una mirada
cómplice que esperaban pasara desapercibida para los demás; de
inmediato, él también escondió la suya y sujetó la de ella.
Los postres y café llegaron, empezaron de disfrutar de la
merienda mientras seguían contando divertidos acontecimientos
sobre todo del trabajo, porque era el ambiente que la mayoría
dominaba. El ambiente que crearon hizo que Renato se relajara,
incluso participaba en la conversación cada vez que podía.
Se sentía bien porque todos eran espontáneos y sencillos, al
momento comparó ese encuentro con las reuniones a las que había
ido con su hermano y se dio cuenta de que no había nada más
antagónico, ya que esa gente con la que se la pasaba Liam no hacía
otra cosa que esforzarse por parecer perfectos, hablaban de sus
conquistas con súper modelos, de los deportes que practicaban, de
los autos del año, de viajes… puras banalidades. Por supuesto, él
terminaba sintiéndose fuera de lugar y nunca podía intervenir sin
que otro con su desbordado ego lo interrumpiera. Era bueno estar
con gente que lo hacía sentirse a gusto consigo mismo
Se alegró de haberle pedido a Samira que lo trajera con ella,
porque así confirmaba que ella había creado una tribu con gente
amigable, alegre e inteligente que la protegía.
CAPITULO 66
La reunión se prolongó por unas tres horas, lo que dejó a
Renato con el tiempo justo para volver a la casa a por el equipaje e
irse al aeropuerto. Sin embargo, en lo que pusieron un pie dentro de
la habitación no pudieron contenerse y aumentar las probabilidades
de que él perdiera el vuelo, ya que no se pudieron contener las
ganas de entregarse una vez más a modo de despedida.
—Cómo me gustaría poder cerrar los ojos un minuto y que al
abrirlos sea viernes de nuevo —comentó Samira con el pecho
agitado, sudorosa y sonrojada, mientras sujetaba con firmeza el
rostro Renato.
Él estaba sentando al borde del colchón con ella encima, aún
podía sentir los lentos latidos de su vagina entorno a su erección,
mientras la estrechaba con fuerza por el torso. Estaban a medio
vestir, él con los vaqueros en las pantorrillas, ella con la falda
arremolinada en las caderas y un pecho por fuera de la blusa.
La entrega fue rápida pero bastante intensa, incluso, se habían
dejado rosetones, él los tenía en el cuello y ella en el pecho y
mentón.
La besó en los labios, al tiempo que salía de ella, enseguida se
quitó el condón y lo dejó caer a un lado, pero no permitió que ella se
levantara, la mantuvo entre sus brazos, mientras se preparaba para
darle lo que sin duda sería una mala noticia, soltó un pesado suspiro
y buscó de nuevo la mirada oliva.
—No podremos vernos el viernes, pero te prometo que haré
todo lo posible para estar contigo el sábado por la noche. —Se
encargó se seguir envolviéndole la cintura con un brazo y aprovechó
la mano libre para ponerle un mechón de pelo detrás de la oreja.
La tristeza se le marcó en las facciones y su mirada al instante,
pero hizo su mejor esfuerzo para disimularlo, así que se dibujó una
sonrisa y asintió para restarle importancia al hecho de que tendrían
un día menos en su siguiente visita.
—Lo entiendo, imagino que tendrás trabajo.
—No, no se trata de trabajo, eso podría eludirlo, buscaría la
manera de reorganizar la agenda… En esta ocasión es que tengo
un compromiso familiar… —Fijó la vista en los tersos labios de ella y
se permitió el placer de robarle un corto beso—. Es mi cumpleaños,
mi familia quiere celebrarlo con un almuerzo… Créeme, hubiese
hecho cualquier cosa por venir a pasarlo aquí contigo…
—¿Por qué no me lo habías dicho? —Cuestionó y de inmediato
se puso a pensar en qué regalo sería ideal para Renato.
—Es que nunca me ha gustado celebrarlo —dijo a la vez que le
sonreía con ternura—, no soy de las personas que se sienten
cómodas siendo el centro de atención de ningún evento, si por mí
fuera, preferiría que nadie se acordara de ese día ni me felicitaran…
—confesó. Sabía qué en algún momento tendría que hablar con
Samira sobre sus problemas, pero creía que no era el mejor
momento cuando estaba por marcharse. Además, le daba terror que
ella lo mirara con lástima, porque sabía que esa sería la puerta por
la que empezarían a salir todos sus demonios.
—¿Ni siquiera te gusta ser el foco de mi atención? —preguntó
ella con un gesto entre coqueto e infantil.
—Si lo pones en ese contexto, sin duda, la cosa cambia
drásticamente. —Sonrió abiertamente sintiendo que los latidos de su
corazón se ralentizaban, ella con poco le daba mucho. La tomó por
el mentón y la acercó a su boca, en un beso intenso.
—No quiero que pierdas el vuelo por mi culpa —murmuró
Samira, casi sin aliento, con los ojos cerrados y su frente recargada
contra la de Renato.
—No quiero irme —musitó y le dio otro toque de labios.
—Y yo no quiero que lo hagas —suspiró, para luego
mordisquearle el labio.
—Se supone que debes ser la parte racional que me diga…
«Debes irte, tienes que cumplir con tus obligaciones —hablaba
sonriente—. La vida se trata de mucho más que encerrarte en una
habitación y follar conmigo hasta desfallecer».
—Sería lo más falso que me escucharías decir… Porque por mi
sangre gitana te juro que, ahora mismo, mi vida se reduce a estar
contigo, a reírme contigo, hablar contigo, comer contigo… y por
supuesto, a tener sexo contigo.
Esa respuesta se ganó un beso arrebatado, profundo y
húmedo, un beso que casi les robó la cordura a ambos, pero ella
encontró la fortaleza para separarse.
—Ahora sí. —Le puso las manos en el pecho y se apartó—.
Debes irte, por supuesto que te acompañaré al aeropuerto.
—No te perdonaría si no lo hicieras. —Usó un tono de niño
consentido.
En cuanto Samira salió de la estación del metro en la plaza
Chacabuco, subió a un taxi; en cualquier otra ocasión habría
cubierto el tramo que la separaba de su destino caminando, pero
estaba tan ansiosa por encontrarse con Ramona que quería llegar
cuanto antes a la casa. Faltando poco miró el taxímetro para ver
cuánto debía pagar por el servicio y empezó a buscar el monto
exacto para no perder tiempo esperando por cambio.
—Gracias señor —dijo al tiempo que le tendía el pago
completo, entre billetes y monedas.
Bajó y se apresuró a entrar, corrió por las escaleras y cuando
por fin estuvo frente a la puerta de la pieza de su amiga, la aporreó
con insistencia.
— Gypsy , vas a tumbarme la puerta. —Tenía un semblante
entre divertido e impresionado.
—Es tu culpa por tenerme en suspenso hasta este momento —
Entró envalentonada a la pieza, dejando sobre la encimera la
cartera—. ¿Te costaba mucho contarme por un mensaje?
—Es que no quería que te amonesten por estar leyendo mis
mensajes —explicó mientras cerraba la puerta, luego se volvió a la
encimera donde tenía la tetera con agua caliente y empezó a verter
en un par de tazas que ya tenía preparadas.
—Ya te dije no tengo problemas por usar el móvil. —Samira
miraba lo que Ramona hacía—. ¿Qué fue lo que te dijeron? ¿Para
qué es el trabajo?
—¿No te dijo tu amigo Renato para qué era? —preguntó con
un tono que dejaba claro que no se comía el cuento de la amistad
entre ellos y con la mirada en lo que buscaba en la alacena.
El domingo, Ramona tuvo la oportunidad de hablar un momento
a solas con el chico, por lo que sin rodeos le preguntó si él tenía
algo que ver con la extraña entrevista de empleo. Por supuesto, no
lo negó, pero tampoco le dijo mucho al respecto, solo expresó sus
deseos de ayudarle.
—No, no me dijo nada… No sé si no está al tanto o solo quiere
esperar a que tú me lo digas… ¡Ya, dime Ramona! —chilló
impaciente pasando por alto la indirecta que le había soltado.
—¿Té o café? —preguntó, volviéndose con la cajita de tés en
una mano y con el frasco de café instantáneo en la otra.
—Té, esa cosa que tomas no es café —rezongó, señalando el
frasco.
—Bueno, ve a sentarte que ya te lo llevo.
—Deja que te ayude.
—No seas obstinada, ve a sentarte —la reprendió, señalando
hacia el sofá.
—Parece que disfrutas torturándome —masculló y fue a
sentarse.
Ramona puso en una bandeja ambas tazas, le metió las
bolsitas de té y no se olvidó del azucarero, porque bien sabía lo
adicta que era Samira al azúcar, y no llevársela podría ser
considerado una ofensa imperdonable.
—Bueno, ahora sí, te contaré… —dijo en cuanto dejó la
bandeja en la mesa de centro, pero al ver que esta ignoraba el té y
aun sentada se volvía hacia ella, tomó la taza—. Relájate, primero
toma un poco, imagino que fue un día agotador para ti.
—En realidad no lo fue —Destapó el azucarero y vertió dos
cucharadas, luego tomó la taza y se la acercó, mientras revolvía—.
Hoy no tuvimos reuniones, solo un par de visitas de unos
inversionistas canadienses, por lo que pasé gran parte de la
mañana hablando con Karen… —Sopló la bebida caliente y le dio
un sorbo, quedó satisfecha con el dulzor—. ¿Ahora si vas a
contarme o esperarás que me tome todo el té?
—¡Eres demasiado ansiosa! —rio Ramona—. Ya, te voy a
contar…
—Por favor —gimió haciendo un puchero.
—Imaginaba que ese lugar era muy elegante, pero me he
quedado corta, eres muy mala para hacer descripciones, porque es
mucho más de lo que me contaste… Aluciné ante semejante
sistema de seguridad y de desinfección que tienen. Me sentí como
si estuviese entrando en una nave espacial —comentó sonriente e
hizo una pausa para beber un poco de té.
—Sí, todo es muy lindo y sofisticado, pero no me has dicho si te
dieron el puesto de trabajo y en qué área estarás.
—Quiero contarte toda la experiencia, pero estás que te comes
las uñas… ¡Sí, me dieron el trabajo! —gritó emocionada.
—¿En serio? —Samira devolvió la taza a la bandeja y se
levantó de un salto—. ¡Ay, no lo puedo creer! —grito eufórica y le
ofreció las manos a Ramona, quien se apresuró a dejar su taza
también la bandeja y empezaron a saltar como niñas, mientras reían
—. Entonces seremos compañeras de trabajo, podremos pasar
juntas más tiempo.
—Sí, eso creo…
—¿Dónde estarás?
—En la cafetería, necesitan un supervisor para esa área… Me
dijeron que mis años de experiencia trabajando con alimentos es
ideal para encargarme de eso… Al parecer, tienen pensado ampliar
el menú.
—Gracias al cielo harán eso, porque solo tienen ensaladas y
sándwiches.
—Acepté, pero la verdad es que estoy muy nerviosa, porque sé
que es mucha responsabilidad.
—Ramona, no tienes que preocuparte por nada porque tú eres
la persona más responsable que conozco… ¿Cuándo empiezas?
Dime que muy pronto… así podré verte todos los días en mi hora de
almuerzo. En cuanto conozcas a Karen te vas a enamorar de ella,
es una chica muy encantadora, amigable…
—Debo empezar el lunes… Tengo poco tiempo para renunciar
y cumplir por lo menos unos días. Ahora te comprendo, sé que no
fue fácil para ti.
—No lo es, pero desde mi experiencia te digo que vale
muchísimo la pena… ¡Estoy tan feliz por ti! —Se lanzó hacia ella y la
abrazó con fuerza.
—Sin duda, Renato es un buen hombre… Eres muy
afortunada. No sé qué están esperando para hacerse novios —dijo
abriendo mucho los parpados y tomándola por los hombros, ya la
tenían casi exasperada.
—Ay Ramona… Sabes que no podemos. —Samira sonrojada
se empeñaba en seguir ocultando lo que era tan evidente, pero
tenía mucho miedo de que de alguna manera su abuela se enterara
—. Renato…
—Renato está enamorado de ti, ya no sé cómo decírtelo, es
demasiado obvio, claro que no tiene caso que esté loco por ti, si tú
solo quieres su amistad. —Se moría por sacudirla y decirle que ella
no era tonta, no la quería forzar, le gustaría que confiara en ella,
pero tampoco quería hacerla sentir incómoda.
—Por ahora, solo somos amigos, nos llevamos muy bien así —
respondió con la mirada esquiva y el sonrojo pintando sus pómulos.
Soltó un suspiro para calmar sus latidos enloquecidos—. Bueno, me
voy, necesito cambiarme y ducharme para poder conectarme a la
clase de inglés, nos vemos a las ocho. —Se acercó y le plantó un
beso en cada mejilla.
—Sí, perfecto… Deberíamos pedir comida para celebrar. ¿No
te parece?
—Sí, me parece buena idea, tú pide y yo invito, porque eres la
festejada.
—Bien, no me molesta eso —dijo sonriendo ampliamente.
Samira correspondió de la misma manera y en compañía de
Ramona caminó a la salida, agarró su cartera de la encimera y su
amiga le abrió la puerta. Se despidieron una vez más con besos en
las mejillas.
El mes pasado, Renato no pudo asistir a su consulta con
Danilo, porqfue él se había tomado quince días de vacaciones y
cuando volvió, las fechas que tenía disponible, no coincidía con su
agenda; así qué, llevaban mes y medio sin verse, aunque en ese
tiempo, el psicólogo le hizo un par de llamadas a modo de un sutil
seguimiento, en lo que se empeñó en decirle que estaba bien,
incluso, cuando estuvo hecho un lío con sus sentimientos por Lara y
Samira.
Sabía que tenía que hablar del tema, pero no quiso hacerlo por
teléfono, decidió que sería mejor hacerlo en la próxima consulta y
ese momento había llegado.
—Buenos días, Lorena —saludó a la asistente. Una mujer
morena, delgada e impresionantemente alta, con una dentadura casi
perlada, por lo que cuando le sonreía era imposible que no atrajera
su mirada.
—Buen día, joven Renato. Bienvenido… —dijo poniéndose de
pie para recibirlo y guiarlo a la puerta del consultorio—. ¿Cómo se
encuentra?
—Bien, muy bien. Muchas gracias… Tú, ¿cómo has estado?
—Muy bien, joven. Gracias por preguntar. El doctor ya lo está
esperando. —Ella había sido una de las principales testigos de la
evolución de Renato, parecía no ser ni la sombra de ese joven que
llegó con tanta timidez, cabizbajo y encorvado. Ahora era un hombre
que, aunque seguía siendo algo parco de palabra, demostraba más
seguridad al momento de caminar con los hombros erguidos y la
cabeza en alto. Tenía casi dos meses sin verlo, pero sabía que
tendrían muchas cosas que conversar con el doctor Peixoto, ya que
solicitó hora y media en consulta, eso no lo hacía desde hace
muchísimo tiempo. Abrió la puerta del consultorio—. Doctor, Renato
Medeiros —anunció e hizo un ademán para que el joven pasara.
—Gracias Lorena. —Se quitó los lentes de lectura y al tiempo
que se ponía de pie, los dejó sobre el escritorio—. Bienvenido, que
gusto verte de nuevo —dijo con esa sonrisa bonachona que lo
caracterizaba cuando se trataba de recibir a sus pacientes—.
¿Deseas algo de tomar?
—También me agrada verte de nuevo —dijo notándolo más
delgado, pero prefirió reservarse cualquier opinión al respecto, no le
gustaba hacer comentarios sobre el físico de nadie, le parecía poco
adecuado estar comentado sobe los cuerpos de los demás, la gente
es mucho más que solo su aspecto—. Solo agua, gracias. —Desvió
la mirada hacia Lorena, quien era la encargada de solicitar el
servicio.
—Para mí un café, por favor —dijo regalándole un asentimiento
a la asistente.
—Enseguida se los traigo. —La morena con su cautivadora
sonrisa, correspondió al asentimiento de su jefe.
En cuanto la mujer salió, el psicólogo le pidió a Renato que se
pusiera cómodo y eligiera dónde ubicarse, a pesar de que, desde
hacía más de seis años, siempre se sentaba en el asiento frente a
su escritorio. No obstante, esta vez fue al diván. Algo que no hizo, ni
siquiera al inicio del tratamiento, cuando él se lo sugirió.
Ya que ese método en el que el paciente se acuesta en el diván
y él permanece sentado detrás, donde no pueden verlo, suele
generar más comodidad y confianza para que hagan catarsis,
además de que también es una buena técnica para evitar que los
pacientes lo miren a la cara, no sea que se le escape algún leve
gesto que los influencie en sus comunicaciones.
Renato no se acostó en el diván, sino que se sentó con la
espalda encorvada y con los codos apoyados en las rodillas
mientras entrelazaba los dedos. Él era consciente de que debía
hablar con Danilo, para que lo guiara en esta nueva etapa en la que
empezaban a surgir nuevos temores e inquietudes.
No sabía por dónde empezar, además, sería mejor esperar a
que Lorena volviera con el agua y el café, para que luego no los
interrumpiera, así que mientras le preguntó cómo le habían ido en
las vacaciones en Francia. Sabía que su psicólogo tenía una
pequeña villa en el pueblo medieval de Conques al suroeste del
país, producto de una herencia familiar.
No solo le dijo que le había ido muy bien y todos los beneficios
de pasar tiempo en un lugar prácticamente desconectado del
mundo, sino que también estaba pensando en comprar acciones en
un viñedo.
Renato se mostró verdaderamente alegre por esa noticia; sin
embargo, le preguntó si tenía pensado irse del país en poco tiempo,
sin duda, no estaba preparado para llevar las riendas de su vida sin
la guía de Danilo.
Él le aseguró que no, con una sonrisa apacible, confesó que no
estaba hecho para el frío y que, de eso, probablemente se
encargaría su hijo.
Lorena llegó con las bebidas y ambos agradecieron. Luego
siguieron con la conversación, hasta que Danilo terminó con su café
y Renato con la mitad del vaso de agua. Carraspeó, seguro de que
ahora sí podría empezar.
—¿Quieres acostarte para que estés más relajado? —preguntó
cauteloso, mientras iba a por sus lentes que había dejado en el
escritorio.
—No, así estoy bien, gracias… ¿Puedes acercar el sillón? —le
preguntó, no le gustaba que Danilo estuviera muy lejos,
principalmente porque no le gustaba alzar la voz, pero también
porque si no lo tenía cerca de su campo visual, le daba la sensación
de que quizá no le prestaba atención.
—Por supuesto. —Danilo acercó el sillón, poniéndolo frente a
Renato, como a un metro de distancia. En cuanto se sentó, se
quedó mirándolo por casi un minuto, esperando a que dijera algo,
solo lo vio resoplar y sacudir las manos. Sin duda, estaba nervioso,
como hacía mucho no se mostraba—. Cuando estés listo, puedes
empezar por donde quieras —dijo mirándolo a los ojos.
El chico se relamió los labios, agarró una bocanada de aire y lo
soltó.
—Mi relación con Samira ha cambiado, ya no somos solo
amigos… Fue más allá, mucho más allá…
—¿Más allá? —preguntó, aunque sabía a lo que se refería.
Ciertamente esa confesión no le impresionaba, sabía que tarde o
temprano entre ellos dos podría pasar algo, ya que desde el primer
día se mostró muy diferente con ella, más cercano, más abierto y
empático.
—Más íntima, he tenido relaciones sexuales con ella.
Danilo sabía que Renato no había tenido experiencias sexuales
anteriormente, por eso le pareció que era muy importante que
quisiera hablar sobre el tema.
—Me parece muy bien, pero dime, imaginaba que muchas
cosas habían pasado desde la última vez que nos vimos, pero no
que hubieras hecho tantos avances. ¿Cómo te has sentido
después?
—Me he sentido bien, me gusta estar con ella… Siento que
ahora puedo verlo con claridad, a pesar de que estuve bastante
confundido con mis sentimientos con respecto a Lara.
—¿Lara? —La confusión tiñó la voz del psicólogo, anotó el
nombre en la libreta.
Renato volvió a resoplar y se restregó la cara con ambas
manos.
—No te he había hablado antes de ella… Lo siento, te lo he
ocultado todo este tiempo, es que…
—Renato, no te disculpes, no tienes que contarme todo, no es
una obligación. Pero retomemos, ¿quién es Lara? ¿Y cuáles eran
esas dudas que tenías?
—Lara es una modelo de una web sexual. —Las orejas se le
calentaron y los pómulos se enrojecieron, de inmediato le esquivó la
mirada—. La conocí hace dos años, he mantenido una relación
íntima con ella, es decir… a distancia, pero íntima, fue el único
medio que encontré para mantener algún tipo de relaciones
sexuales… Ella es una chica especial, al principio todo empezó
como un negocio, obviamente, le pagaba para tener sesiones
privadas, para que me cumpliera alguna fantasía… No quiero que la
juzgues por su profesión —resolló y se llevó las manos a la nuca, a
pesar de que por fin le estaba contando eso a su terapeuta, le
costaba enfrentar a la opinión externa.
—Renato, no tienes de que avergonzarte por buscar alguna
forma de satisfacción sexual en la web, es casi normal, sobre todo
para los hombres. —Danilo intentaba calmarlo porque lo que menos
necesitaban en ese momento era que él se cerrara ahora que había
hecho un avance tan gigantesco y que quería compartirlo con él—.
Sígueme contando.
—Bueno… Con el tiempo fuimos conociéndonos más,
traspasamos la frontera de cliente-prestador de servicio, ya no solo
hablábamos de mis fantasías, sino que le contaba de mi día a día y
ella de sus cosas. Con ella podía ser ese hombre que realmente
deseaba ser…
—Entiendo… Pero necesito saber algo, ¿acaso no te
presentaste ante ella como Renato Medeiros?
—Ella cree que soy un hombre seguro de sí mismo, elocuente,
sin problemas depresivos o de timidez… Para ella, yo era el
interesante, pero tú mejor que nadie sabe que nada de eso es
cierto…
—¿Quieres decir que te reinventaste?
—Sí algo así…
—Bueno, todas las relaciones virtuales se prestan para eso, un
buen porcentaje de la población lo hace, de ahí el incremento tan
bárbaro que han tenido los juegos de fantasía y de roles en línea,
las redes sociales, ese tipo de web… —Si bien con sus palabras
buscaba restarle el estigma social que al parecer él tenía, porque
por algo de entrada le había pedido que no la juzgara, sentía que
era su deber informarle los aspectos negativos que podía traer ese
tipo de actividades para una persona con los problemas que él tenía
—. El anonimato es un arma de doble filo, porque, así como te
permite comunicar de manera más sencilla sentimientos y vivencias
a una desconocida, también se suele usar para ofender, engañar y
herir sin tener que cargar con la culpa que eso puede traer.
—Sí, por eso nosotros rompimos esa barrera, cada vez que
hablábamos me sentía más cerca de Lara, aunque ella solo conocía
lo que yo quería que viera —dijo a la vez que encogía los hombros y
hacía un gesto como de disculpa con la cara—, o sea, al principio lo
hice por probar, ver qué se sentía ser alguien como Liam, como sus
amigos, como mi papá o tíos, sabiendo que en lo que apagara la
computadora, no tendría que seguir fingiendo.
—O sea que usabas esa página web como un escape
emocional y mental.
—Exactamente.
—Bueno, ¿qué sentías al ser cómo todos ellos? —Danilo
seguía haciendo anotaciones para no olvidar todo lo que le estaba
contando, tenían muchos temas abiertos que debían analizar en
profundidad.
—¿La verdad? —Cuando vio que el doctor le hacía un
asentimiento con la cabeza prosiguió—. Fue liberador… pero solo al
principio, porque con el tiempo me empezó a costar mantener la
mentira. Pero lo que sentía por Lara iba creciendo, la extrañaba
cuando no hablábamos, le pagaba por bailes privados solo para no
tener que compartirla con sus otros seguidores…
—Es común que se generen vínculos afectivos y románticos en
esas circunstancias… Siempre es más fácil enamorarse de una
ilusión, pero establecer relaciones interpersonales es mucho más
complejo que eso. —Después de anotar un par de palabras en la
libreta, levantó la mirada y se percató de que Renato estaba
mirando la planta de serpiente con espigas verdes y bordes
amarillos que estaba en una de las esquinas del consultorio,
entendió que de la chica solo hablaba en pasado, quería entender
cuándo o por qué dejó de interesarse en ella para fijar su atención
en la amiga, por eso le preguntó—: ¿Sigues en contacto con Lara?
Renato, que estaba analizando las palabras de Danilo, con la
mirada perdida en la planta, notó que el terapeuta aguardaba por su
respuesta, por lo que volvió a poner su atención en los ojos
marrones.
—Sí, como te dije, es una chica especial, a la que no le quiero
hacer daño… Por eso ahora no sé cómo terminar con ella, porque le
he hecho muchas promesas.
—¿Cuéntame un poco más sobre ella? ¿Su nacionalidad,
edad?
—Es rusa, tiene veintiún años. Es atractiva, muy atractiva, creí
estar enamorado de ella, en realidad por un tiempo sí que lo estuve,
pero desde que conocí a Samira todo cambió, con el tiempo me di
cuenta de con ella era yo, es decir, ella hablaba con el verdadero
Renato y no me sentía intimidado por eso. No siento la presión de
tener que aparentar ser un tipo que ni en sueños podré llegar a
ser… En este punto, estoy seguro de que jamás seré como Liam y
creo que un hombre así es el que Lara espera…
Danilo no le recordó que no necesitaba compararse con su
hermano, ni mucho menos esperar ser como él, porque se daba
cuenta que él solo por fin lo había entendido y lo aceptaba sin
problema, prefirió mantenerlo enfocado en eso que recién le
contaba.
—¿Cuándo tuviste la certeza de que ya no estabas enamorado
de Lara? O, mejor dicho, ¿Qué te hizo ver que Samira te atraía?
Porque lo último que hablamos sobre ella era que extrañabas verla
con la frecuencia de antes y que notabas que ella se estaba
alejando de ti. Más bien me habías dado a entender que la sentías
distinta contigo.
—Creo que todo cambió cuando por fin encontré el valor para
ver en persona a Lara, tenerla al frente me hizo compararlas, ahí
entendí que con Samira siempre fluyeron las cosas con otro ritmo,
ella me hace reír, hablar, me gusta compartirle anécdotas de mi
vida, me gusta escucharla, si no hablábamos durante el día la
extrañaba y necesitaba llamarla o ir a visitarla, es más… no me
costaba ir a verla, no pasé semanas mentalizándome al respecto, en
muchas oportunidades pasó que solo me aparecía allá por
sorpresa… —hablaba casi sin respirar, por temor a perder el valor
de contarle todo.
—Espera, espera —lo detuvo el psicólogo, tratando de ocultar
su impresión—. ¿Tuviste un encuentro con Lara? —interrogó,
pensando que había sido una imprudencia de parte de Renato
acceder a un encuentro con una mujer que conoció por internet—.
¿Vino a Río?
—No, nos vimos en República Dominicana… —Procedió a
resumirle lo que vivió ese fin de semana, omitiendo que tomó varias
veces ansiolítico, por obvias razones; tampoco le contó ningún
detalle íntimo o sexual de su relación con Samira, solo le reveló los
puntos necesarios para que se pusiera en contexto con todo lo que
le había ocurrido desde que se vieron por última vez.
—¡Guao! Mira todas las cosas que hiciste en mi ausencia. —
Danilo necesitaba aligerar, el chico sí que lo había impresionado, lo
peor era que él no se daba cuenta de eso y era lo que tenía que
hacerle ver—. Se nota que tienes un fuerte vínculo afectivo con
Samira, supongo que ahora que han intimado, ese nexo se ha
hecho más poderoso.
—Mucho más… Lo que siento por ella, definitivamente tiene
que ser amor y me siento correspondido, es la primera persona con
la que siento algo tan poderoso. Sabes que me he sentido cómodo
con ella desde el principio —habló, tratando de expresar todo a
Danilo, quien asentía levemente para que se diera cuenta de que le
prestaba atención—. Incluso ha habido momentos en los que me he
mostrado vulnerable con ella y le he contado cosas que no le he
dicho a nadie. —Recordó esa vez en la nieve cuando le dijo cómo
se sintió cuando no pudo esquiar cuesta abajo en la montaña—.
Siempre sabe qué responder para hacerme sentir comprendido… —
Su mirada atormentada buscó la del terapeuta—. Pero, tengo
miedo, tengo miedo de arruinarlo todo, miedo de que ella se dé
cuenta de que mis defectos son demasiados como para soportarlos,
si se cansa de lo que soy… ¿Y si ve que soy tan patético…?
—Calma Renato, estás dejando que el caballo se desboque
nuevamente, no puedes presumir que esas cosas van a pasar.
Hacía tiempo que Danilo le había compartido a Renato, la creencia
china de que la mente solía ser un caballo desbocad o .
Recuerda que en la vida hay que saber administrar las expectativas,
para lo bueno como para lo malo… No puedes presumir que ella se
va a cansar de ti, pero si eso pasa, no hay problema, no todas las
relaciones son para durar toda la vida, existen para ser disfrutadas,
para aprender de ellas, para crecer emocionalmente y como
persona; solo tienes que nutrirla, no enfocarte en todo lo malo que
puede pasar, recuerda que ya hemos hablado sobre no darle
espacio a los miedos, no hay que alimentarlos, porque luego se
convierten en unos monstruos que nos quieren dominar y doblegar.
Debes entender que ella te ve a través de sus ojos y no de los
tuyos… ¿Qué quiero decir con esto? Que ella te ve de manera
distinta a como tú te ves…
—Danilo, solo quiero que seas sincero conmigo… ¿Crees que
podría arruinar la relación? ¿Cierto? ¿Eso podría pasar? —
cuestionó, estaba hecho un lío y no podía ocultárselo.
—Renato todos los seres humanos podemos arruinar las
relaciones que tengamos muy fácilmente, no es algo que sea de
exclusividad tuya… Pero antes de que pienses que te estoy
desalentando, te digo que no tendría por qué hacerlo; gran parte de
mis pacientes vienen por problemas con sus parejas, por falta de
comunicación o porque ya no se quieren, en el caso de ustedes no
pasa ninguna de esas dos cosas, pero no debes asumir lo que ella
puede estar pensando sobre ti, debes dejar que ella te diga lo que
siente o quiere. No asumas que ella solo verá tus defectos. No
pongas en su mente pensamientos que probablemente ni siquiera
estén dentro de su esquema mental… Sabes a qué me refiero…
¿Ella sabe de Lara?
—Sí, piensa que es mi novia, bueno… ahora mi exnovia, solo
sabe que es rusa, pero no tiene idea de a qué se dedica ni cómo la
conocí… Creo que te he contado suficiente de Samira como para
que tengas una percepción de su personalidad, ella no vería con
buenos ojos a Lara ni a mí… y Lara es buena chica, en serio lo es.
—Entiendo, no estamos aquí para juzgar a nadie. Te
recomiendo que hables con Lara, explícale tu nueva situación con
Samira.
—No es fácil, no quiero herirla.
—Entiendo, pero debes decidir o si no alguna de las dos saldrá
herida… Tienes que resolver tu ecuación amorosa, por complicada
que sea. Dices que Lara es una buena chica, seguro entenderá.
—Tienes razón, pero no me pidas que hable con Lara hoy
mismo. No podría —suplicó negando con la cabeza.
—No, solo cuando estés preparado, pero tampoco tardes
demasiado.
—Sí, sé que debo hacerlo cuanto antes… Gracias Danilo.
—No tienes que agradecerme. De verdad, me alegra mucho
saber que estás en una relación y que tienes la certeza de que es
una buena chica, supongo que ya tu familia lo sabe.
—No, aún no les he contado, aunque mi papá ya la conoció y
mi abuelo sabe de ella, pero no les he contado que somos pareja.
A Renato todavía le faltaba mucho por contarle a Danilo, sobre
todo de Samira y de su procedencia, a él verdaderamente no le
importaba, pero sabía que tarde o temprano debía enfrentar a la
familia de ella y quería estar preparado para ese momento. Pero en
esa sesión no iba a ser porque ya el tiempo se le había acabado.
CAPÍTULO 67
Renato al despertar ese sábado, se encontró con muchos
mensajes de felicitaciones, no solo de parte de su familia, sino
también de amigos y de algunos conocidos con los que raramente
hablaba, pero que aprovechaban la oportunidad para saludarlo. En
las redes sociales, muchos medios de comunicación, especialmente
de farándula, lo habían etiquetado para darle sus mejores deseos,
pero entre tantas atenciones solo una era prioritaria para él; así que
se fue directo al vídeo que Samira le había enviado.
Ella llevaba puesto un gorro de cumpleaños en un azul brillante,
de su cuello colgaban cadenetas de colores vibrantes, incluso tenía
las mejillas con glitter y los labios pintados de fucsia. Con voz
enérgica, dando saltitos y aplaudiendo empezó a entonarle:
Parabéns pra você
Nesta data querida
Muitas felicidades
Muitos anos de vida…
Lo miró sin dejar de sonreír, incluso soltó más de una corta
carcajada ante las muecas que hacía, primer cumpleaños en años
que lograba ponerlo de buen ánimo. Al terminar, hizo estallar un
globo con serpentinas que descendió como lluvia brillante sobre ella.
—¡Feliz cumpleaños, payo! —dijo acercándose a la pantalla, se
notaba algo agitada por el desgaste de energía que le llevó esa
presentación—. Espero que lo pases muy bien con tu familia,
disfruta cada momento junto a ellos, déjate consentir que es tu día…
por la noche ya me encargaré yo de que lo pases de maravilla. ¡Te
quieroooo! —Se acercó y plantó un sonoro beso a la cámara, la que
terminó manchando con lápiz labial—. Oh, mierda —se lamentó y
empezó a limpiarla, lo que hizo que Renato volviera a reír—. Lo
siento, olvida esa última expresión. —Alejó el teléfono y se disculpó
con una risita con la que intentaba ocultar la vergüenza de haber
soltado una mala palabra—. ¡Solo diviértete! No pierdas detalle para
que luego me cuentes todo.
Ahí terminó el vídeo y Renato lo vio dos veces más porque no
se cansaba nunca de ella ni de sus locuras. De inmediato le dio a la
opción de mensaje de voz en la aplicación para responderle:
—Gracias gitanita, con ese video conseguiste que mi día fuera
el más perfecto de la vida, ya no necesito nada más. —Lo envió y se
quedó esperando respuesta, porque ella estaba en línea y un
segundo después también le estaba grabando un audio.
—Me alegra mucho que te haya gustado, pero cómo es eso de
que «no necesito nada más» no payo, necesitas ducharte, ponerte
más guapo de lo que ya eres y bajar a celebrar con tu familia… Así
que espero fotos del almuerzo de celebración, pero tampoco quiero
que uses eso como excusa para entretenerte con el teléfono, que
con un par de fotos es suficiente, quiero que compartas alegremente
con tu familia, disfruta de sus mimos.
Renato lo escuchó con la sonrisa imborrable mientras
remoloneaba entre las sábanas.
—Está bien, haré eso que pides… Entonces voy a ducharme,
en un rato te pasaré las fotografías, te quiero.
Samira en respuesta le envió la animación de una niña
lanzándole besos. Él decidió quedarse unos minutos más en la
cama, para revisar otros mensajes, siguió con el de Lara, quien le
mandó un vídeo, luciendo un entallado vestido color champagne
decorado enteramente con cristales Swarovski, un abrigo de piel
blanco, el cabello se lo peinó de forma que se le viera más corto,
mientras le cantaba « Happy Birthday Mr. Medeiros » al mejor estilo
de Marilyn Monroe.
Le pareció un lindo detalle, pero ya no le causaba el mismo
efecto de antes, no se le aceleraba el corazón cuando ella le
enviaba cosas como esas, en otrora hubiese enloquecido con ese
obsequio de Lara, ahora, aunque lo apreciaba no le removía nada.
Desde el miércoles que había hablado con Danilo, había estado
pensando en todas las maneras posibles de decirle a Lara que ya
no podían seguir teniendo lo que hasta hace poco él contaba como
una relación, pero aún no sabía cómo hacerlo, esperaba que ella
poco a poco se diera cuenta de su desinterés y se alejara por su
cuenta, así le evitaría a él ser el causante de cualquier sufrimiento.
Desde que tuvo sexo con Samira, no se había conectado más y
cuando ella lo interpelaba por su ausencia, simplemente le decía
que últimamente estaba muy ocupado; por supuesto, él se
imaginaba que ella sospechaba que algo había pasado desde el
encuentro en República Dominicana, pero él se sentía incómodo al
tener que confesarle que ciertamente el conocerla, le había servido
para darse cuenta de que amaba a alguien más.
Por supuesto, Lara se esforzaba por mantenerlo motivado, así
que le había enviado un par de vídeos sexuales esa semana, ya que
sabía que ese era un tremendo aliciente para causarle una buena
erección. El martes cuando le llegó el primero, pasó lo que solía
suceder, la polla respondió a las imágenes que estaba viendo, no
podía negar que Lara sabía cómo excitarlo siempre, sin embargo,
cuando estaba masturbándose cerró los ojos y a quién vio en su
mente fue a su gitanita, lo que hizo que dejara el teléfono de lado sin
terminar de ver el video y se recreó en los recuerdos recientes del
fin de semana anterior para continuar la autocomplacencia. Pero en
lo que acabó, se sintió realmente mal, porque de alguna manera
sentía que había engañado a Samira al ceder ante las tentaciones
de Desire.
Por eso, a pesar de que sus últimos dos fines de semana había
estado sexualmente muy activo, entre semana sus hábitos no
habían sufrido ningún cambio. Él ya se había acostumbrado a
recurrir al onanismo por lo menos dos veces al día, comúnmente al
despertar y antes de dormir, pero desde lo ocurrido el martes,
decidió no volver a hacerlo con ninguna imagen de Lara o de su
alter ego. Si necesitaba algún incentivo prefería llamar a Samira o
veía alguna de sus fotografías, sí ella no podía atenderle.
Admiró una vez más la dedicación que Lara tuvo que poner
para hacer ese vídeo de cumpleaños, por lo que en cuanto terminó
de verlo, decidió enviarle un mensaje de texto: «Gracias, cariño.
Alucinante presentación, te ves extraordinaria, ni Marilyn era tan
perfecta. Me encantaría poder tomarme unos minutos contigo, pero
tengo a mi familia esperándome para celebrar, en cuanto pueda te
llamaré. Espero que tengas un excelente día».
Luego de que le dio a enviar, releyó lo que le había escrito y se
fijó en los apelativos cariñosos que le había puesto, ni siquiera lo
había hecho por no hacerla sentir mal, fue más por costumbre que
por otra cosa, pero prefirió no borrarlo para enviarlo nuevamente sin
esas expresiones, porque ya bastante tenía con la explicación que
debía darle el día que tuviera que despedirse de ella para siempre.
Como no estaba en línea, supuso que debía estar en el
gimnasio o de paseo con alguna amiga, así que dejó caer el móvil a
un lado, se restregó la cara con ambas manos para deshacerse de
la pereza, luego se estiró todo cuando pudo y en medio de patadas
se quitó las sábanas de encima, dispuesto a ir a darse una larga
ducha, porque antes del almuerzo, había cedido a que Bruno
organizara un partido de fútbol a las diez de la mañana, en que el su
padre sería el árbitro.
Pero antes de que pudiera salir de la cama, el teléfono empezó
a vibrar entre el revoltijo de mantas, tras buscarlo por varios
segundos, vio una video llamada entrante de su tío Samuel, al
tiempo que le contestaba se incorporó hasta quedar sentado
apoyando la espalda contra el cabero.
—¡Feliz cumpleaños, Renatinho! —saludó enérgica Violet—. Le
dije a papi que yo quería ser la primera en felicitarte y parece que te
desperté…
—Gracias Violet, sí me has despertado —dijo con una discreta
sonrisa, admirando lo lindo que se le veían los ojos a su primita.
—Avô dijo que te harán un almuerzo y que vas a jugar fútbol
para festejar.
—Ese es el plan, ¿ya estás de vacaciones?
—No, la otra semana, y ¿adivina qué?
— Ya, enana, no te encadenes.
Renato escuchó la voz de su primo Oscar.
—Papi, Oscar me está molestando, tú me prometiste que podía
hablar todo lo que quisiera con Renatinho —protestó la niña,
desviando la mirada hacia su derecha, donde estaba su padre,
haciendo unos ejercicios de calentamientos de muñeca, ya que
estaba por disputar un partido de squash junto a Rachell.
Renato escuchó cómo Oscar se mofaba de la niña, imitando lo
que había dicho, ella en respuesta le sacó la lengua.
—¿Qué quieres que adivine? —Renato trató de tener la
atención de Violet. Aunque ya sospechaba lo que iba a decirle.
—La otra semana cuando salgamos de vacaciones, iremos a la
casa de avô; es decir, nos veremos todos los días… Ahora sí iremos
a perseguir mariposas, recuerdas que me lo prometiste…
—No olvidas nada, cierto —dijo sonriente. Recordaba haber
evadido esa actividad varias veces.
—Claro que no olvido, ahora te paso a papi que quiere
felicitarte.
—Está bien, nos vemos luego.
—¡Guárdame pastel! —dijo al tiempo que le acercaba el móvil a
su padre.
—Está bien —prometió sonriente.
—¡Feliz cumpleaños, Renatinho! —dijeron al unísono sus tíos,
quienes estaban abrazados, él le tenía el brazo por encima de los
hombros y ella lo estrechaba por la cintura—. Esperamos que lo
pases muy bien, disfruta de lo que han preparado para ti.
—Gracias —afirmaba con la cabeza.
—Nos hubiese gustado mucho poder estar ahí para celebrarte
— comentó Rachell, mostrándole una de sus mejores sonrisas.
—Pero igual vamos a celebrarte… Estamos haciendo planes
junto a Thor.
—Tranquilos, no tienen que hacer nada, disfruten su día de
descanso… No quiero que alteren agenda de fin de semana solo
por mi culpa. —Conociendo a su familia, sabía que podía estar
planificando cualquier locura solo para dedicársela a él.
—No te preocupes, será algo que te gustará mucho.
—¡Feliz cumpleaños, Renato! —intervino Oscar, al pararse
junto a su madre.
—Gracias, Oscar.
—¿Ya preparado para partirle el culo al equipo de Liam?
—Oscar… —lo reprendió Rachell, por usar malas palabras
delante de Violet.
—Ya casi, en una hora empieza el partido… Creo que Bruno lo
trasmitirá en vivo en el grupo —le comentó, sobre ese grupo de
mensajería instantánea que compartía con sus primos, tíos, padre y
abuelo.
—Bueno, entonces mejor te dejamos para que desayunes y te
prepares para ese juego —dijo Samuel, comprendiendo que su
sobrino probablemente debía atender otras cosas.
—Está bien, gracias por llamar. —Se despidió de ellos, terminó
la llamada y decidió no seguir perdiendo tiempo en la cama, así que
se levantó y fue a ducharse.
Se vistió con una bermuda y camiseta, justo cuando iba a por
su teléfono que había dejado en la mesita de noche, le estaba
entrando otra videollamada, esta vez se trataba de su tío Thor.
Le atendió al tiempo que salía de su habitación, de inmediato la
algarabía de los quintillizos se apoderó de la tranquilidad del pasillo
por el que estaba caminando, le emocionó y aturdió a partes iguales
escucharlos a todos a la vez, mientras su tía Megan le pedía que no
gritaran, pero ese día poco caso le hacían.
Él intentaba saludar a esos torbellinos rubios que no paraban
de saltar, todavía le costaba distinguirlos a pesar de que no eran tan
parecidos, por lo que los nombraba sin ningún orden, a ellos
tampoco les interesaba, porque si saludaba a Morgana, Devon o
Aston todos respondían por igual.
Cuando llegó a la cocina fue recibido por Cleo, que en medio
de un beso y abrazo le deseó feliz cumpleaños. Renato a través de
muecas le pidió ayuda.
—Niños, aprovechen, saluden a Cleo —dijo entregándole el
teléfono a la nana. Esperaba que se lo devolviera, en cuanto su tío
Thor pudiera tener la palabra. Gracias al cielo, su tío era el hombre
más paciente y relajado del planeta, otro en su lugar ya hubiese
enloquecido.
Le dio tiempo de comerse un yogurt y un par de huevos
revueltos. Cleo era perfecta para entretener a los niños; bueno, ella
tenía más que experiencia, no solo le había ayudado a su abuelo
con la crianza de sus tres hijos, sino que también estuvo muy
involucrada en la crianza de Hera, Helena, Liam y él.
Cuando por fin pudo hablar con su tío Thor, le dijo lo mismo que
Samuel, que le esteban preparando algo para celebrar, bromeó al
decir que sería un club de lectura y se llevó un pellizco de su tía
Megan.
—Por supuesto no fue tuya la brillante idea, de Samuel es
probable, porque tú no lees ni las señales de tránsito. —Lo expuso
Megan—. Si se pone a leerle los cuentos a los niños y en la primera
página ya está roncando.
—Sí, papi se duerme. —Asomó la cabecita Morgana.
—Y ronca —lo acusó Aston—. Como un león.
—¿Cómo puedes soportar que ronque? —curioseó Renato,
mostrándose sonriente ante las anécdotas de sus tíos.
—Me he vuelto inmune, después de tantos años me tocó
acostumbrarme, pero te confieso que muchas veces pensé en la
posibilidad de dormir en habitaciones separadas.
Thor se volvió a mirarla con reproche, ella le sonrió a modo de
disculpas y lo abrazó.
—Jamás te negué esa posibilidad, pero ella prefiere
despertarme a medianoche para que deje de roncar —dijo Thor con
tono pícaro—. Y me cobra por ello.
—¡Amor! —Megan lo reprendió, abriendo mucho los ojos y la
boca, por la manera en que estaba exponiéndola.
Thor le plantó un beso en la mejilla y ella sonrió complacida.
A Renato le gustaba ver la complicidad y amor entre sus tíos,
esperaba tener eso con Samira algún día y que pudiera durar toda
la vida.
Ellos se despidieron, prometiendo que pronto viajarían a Río
para poder compartir con él.
Terminó la llamada y enseguida le entró otra de su abuelo
Vinícius. Estuvo seguro de que se le notó que se sentía ya algo
abrumado, por la sonrisa conciliadora que le regalaba Cleo,
mientras le llenaba un vaso de agua.
—Es tu cumpleaños, esto no pasa todos los días —le dijo con
un tono maternal, acariciándole el pelo.
—No es que no me agrade saber de la familia o recibir su
atención, es que… —trataba de explicar, porque no quería que lo
malinterpretara.
—Te entiendo… Solo sé paciente. —Le dio un beso en la
coronilla y se fue a guardar la jarra de cristal en la nevera.
Renato, inhaló profundamente y luego suspiró al tiempo que
atendía la llamada, se presentaron ante él sus abuelos maternos,
quienes vivían en Estados Unidos.
En medio de palabras cariñosas le desearon que pasara un
buen día, acordaron que también vendrían a Río a pasar Navidad y
Año nuevo.
Justo terminaba la comunicación con sus abuelos cuando la
cocina fue invadida por Liam, Bruno y Manoel. Se levantó del
taburete para recibirlos y uno a uno se acercaron para darle efusivos
abrazos y besos en la mejilla.
Liam corrió a donde volvía Cleo del cuarto de despensa
cargada de paquetes y botellas, para ayudarle. Mientras Renato
atendía a sus amigos.
Los chicos también saludaron a la nana y aprovecharon la
oportunidad para bromear un rato con ella, pero luego de que
Manoel le robara algunas aceitunas, terminó echándolos, los mandó
a que se fueran al jardín a empezar su partido de fútbol.
Ya todo estaba preparado, la cancha había sido acondicionada
el día anterior y en la nevera de la terraza, había desde bebidas
energéticas hasta cervezas, mientras los parrilleros estaban
preparados para empezar a poner los cortes en el asador.
Por más que quisieran esperar el partido, aún faltaban algunos
de los invitados que conformarían el equipo. Liam, Bruno y Manoel
aceptaron las latas de Skol Beats que les entregaron, Renato
prefirió un Gatorade.
Eran pocas las anécdotas en las que el festejado podía
involucrarse, aun así, estaba atento a la conversación que lideraba
Bruno, sobre algo de la academia de Capoeira, por supuesto
Manoel lo secundaba porque era un ambiente que compartían.
Sus abuelos aparecieron en compañía de Hera, Helena,
Elizabeth y Alexandre.
Entonces Renato se preparó mentalmente para la efusividad
con la que su prima solía saludarlo en su cumpleaños, porque sus
tías solían ser un poco más mesuradas.
En el fondo, se sentía agradecido por tantas muestras de
cariño, aunque en cierto momento eso lo agobiara, sabía que no
todos contaban con una familia tan especial como la suya.
Saludó a Alexandre de manera cordial, agradeció sus buenos
deseos y le dio la bienvenida; era inevitable que el hombre no lo
siguiera poniendo nervioso, temía que en el cualquier momento lo
expusiera, sobre todo por lo que eso afectaría de una manera u otra
la imagen que tendrían de Samira.
Elizabeth lo llamó aparte y cuando estuvieron alejados de
todos, les pidió disculpas por haber llevado a Alexandre, sin antes
consultárselo, sobre todo porque ese era su día y debía haberle
preguntado con anticipación si le molestaba que se presentara con
él.
—No te preocupes, el tipo me agrada —dijo para restarle
importancia y que no se preocupara. Ya suficiente debía tener con
estar alejada de su padre porque no aceptaba al hombre que ella
quería—. Solo tengo una condición… —Comentó, mientras que con
una mano en el hombro la guiaba de vuelta a la reunión.
—¿Cuál? —preguntó con un brillo pícaro en sus ojos.
—Que me hagas porras.
—Eso no tienes ni que pedirlo, voy a por ti. —Le pasó el brazo
por la cintura para abrazarlo.
Estaban ansiosos por jugar, por lo que ya varios estaban
calentando.
—Aún falta el árbitro —anunció Reinhard.
—Abuelo, no vamos a esperarlo toda la vida, sino llega en
quince minutos, tú puedes reemplazarlo —dijo Liam.
—Ya no debe tardar —dijo Renato que estaba sentado sobre la
hierba, calzándose los zapatos de fútbol. Desvió la mirada donde
estaba Elizabeth sentada junto a su novio, estaban tomados de la
mano—. Alexandre, ven a jugar —lo invitó, haciendo un ademán con
la cabeza hacia la cancha.
Él se volvió a mirar a Elizabeth cómo si le estuviera pidiendo
permiso o algo por el estilo, ella le dedicó una mirada que
probablemente solo él comprendería.
—No traje zapatos —se excusó, alzándose ligeramente de
hombros.
—Seguro que tendremos unos para ti —dijo Reinhard—. Ven
conmigo —le pidió al tiempo que se levantaba.
Elizabeth le palmeó el hombro, pidiéndole que fuera con su
abuelo.
Renato estuvo seguro de que se lo llevaría a esa habitación
donde tenía una gran colección futbolística, ahí guardaba algunos
de sus tesoros que había comprado en subastas, como los Nike con
oro de veinticuatro quilates que usó Ronaldinho o los que usó
Ronaldo en el partido final cuando levantaron su quinta Copa del
Mundo, además de camisetas y fotografías junto a los jugadores
más destacados.
Fue el momento justo para que Liam se acercara a su prima a
reprocharle haber llevado a Alexandre a quien él aún no
consideraba parte de la familia. Renato estaba por ir a defenderla,
pero Elizabeth no era ese tipo de mujer que requería que nadie
diera la cara por ella, solita supo responderle su ataque.
—Yo no lo quiero en mi equipo. —No iba a traicionar a su tío
Samuel, al aceptar a un hombre que él no quería para su hija.
—Estará en el mío —dijo Renato.
—Pero tú y yo estamos en el mismo —protestó Liam.
—Si prefieres seguir con esa actitud tan infantil, puedes formar
uno nuevo o pedir cambio —dijo alzándose de hombros, y pudo ver
cómo Elizabeth le agradecía con un guiño.
—Bueno, formaré mi propio equipo y los haremos polvo.
—Como digas. —Renato seguía sin entender por qué su
hermano era tan intransigente y caprichoso, nunca escuchaba
razones ni se estaba permitiendo la oportunidad de conocer a
Alexandre; si su tío Samuel no lo aceptaba, él tampoco lo haría, no
era capaz de ver que ese era un asunto entre padre e hija.
Comprendía que su tío estuviese algo reacio, pues Alexandre
era mayor que su prima por doce años, ya tenía una hija
adolescente y un nieto, lo que lo convertía en alguien con muchas
más responsabilidades y experiencia, su aprehensión era justificada,
pero no la de Liam, él no tenía razones ni mucho menos moral para
meterse en ese asunto.
Antes de que su abuelo pudiera regresar con Alexandre y que
él empezara a calentar, llegaron sus padres, se levantó de la hierba
y fue a recibirlos.
—Felicidades, hijo. —Ian lo recibió con un fuerte abrazo y un
beso en la mejilla.
—Gracias papá.
—Mi Renatinho, ay mi pequeñito… —Thais lo abrazó,
dejándole caer una lluvia de besos en la mejilla.
—Mamá, ya tiene veinticuatro años y hace mucho que
empezaron a salirle pelos en los cojones… Lo que quiere decir que
dejó de ser tu niño hace más de una década —intervino Liam, que
también fue a recibir a sus padres.
—Cariño, deja los celos —dijo sonriente y fue a abrazar a su
hijo mayor.
—¿Celoso, yo? Por favor —bufó y le dio un sonoro beso en la
mejilla—. Estás preciosa.
—Como siempre.
—Vanidosa —comentó riendo, al tiempo que se dirigía hacia su
padre.
—Ahora sabes de quién heredaste el superego —alegó Ian,
dándole un abrazo a Liam.
—De mucho me ha servido —argumentó alejándose.
Ian le pasó un brazo por encima de los hombros a Renato y
Thais se abrazó a la cintura de Liam, para dirigirse a la terraza
donde esperaban por ellos.
Cuando llegaron ya Reinhard estaba ahí y Alexandre se ponía
los zapatos, preparándose para el partido.
Rápidamente se formaron los equipos y empezaron a calentar,
Renato aprovechó para acercarse al nuevo integrante. Ahora que
tenían la oportunidad de hablar a solas, necesitaba pedirle que no
fuera a exponerlo ante su familia.
Le tranquilizó que le dijera que jamás había pensado en hacer
algo cómo eso y le preguntó si sabía algo de Samira, Renato le dijo
que aún no estaba estudiando, pero que estaba trabajando en una
de las sucursales de la empresa de su abuelo en Chile, que él le
había ayudado a conseguir ese empleo, para que así pudiera reunir
el dinero para matricularse lo antes posible; por supuesto no le dijo
que eran novios.
Alexandre se mostró satisfecho con esa respuesta y le
agradeció que estuviese ayudando a la jovencita, porque él tenía
una hija casi de la misma edad de la chica y no quería imaginarla en
una situación semejante, porque sabía que no debía ser fácil.
Empezó el partido, todos con muchas energías y entusiasmo,
mientras eran alentados por quienes no jugaban. El primer tiempo,
lo ganó el equipo de Liam dos a uno, pero para finalizar el segundo
tiempo el equipo de Renato empató, haciendo que terminara así el
partido; por supuesto, la igualdad no era una opción entre ellos,
debía haber un ganador.
Así que decidieron jugar los penales, en medio de mucha
tensión y emoción, se hicieron uno a uno los potentes tiros a
portería. Para tener como vencedor al equipo del cumpleañero, no
fue suerte, ni tampoco fue condescendencia del equipo contrario;
simplemente, Renato había elegido a los mejores jugadores.
Aún sudados y muy sonrojados, Renato sorprendió a todos
cuando les pidió hacerse una fotografía, todos ahí se quedaron un
poco con la boca abierta, excepto Alexandre, ya que sabían que a él
no le gustaba tomarse fotos; pero no desaprovecharon la ocasión
para posar entusiasmados. Sobre todo, Liam, quien le pasó el brazo
derecho por encima de los hombros, del otro lado estaba Bruno,
detrás su padre, acuclillados enfrente, Manoel y Alexandre, y en las
esquinas de ambos lados, cinco amigos más de la familia.
Luego de refrescarse con más cervezas y bebidas energéticas,
pasaron a la terraza donde una gran mesa empezaba a ser servida.
Renato volvió a sorprenderlos cuando le pidió al parrillero que les
tomara otra fotografía.
—Nana, ven, tú también —llamó a Cleo, quien andaba por ahí.
La anciana caminó y se detuvo junto a él, pero entonces el
chico se levantó, le ofreció su silla y se sentó en el suelo, frente a la
mujer, quien le puso ambas manos sobre los hombros.
Cuando el parrillero le devolvió el teléfono miró la instantánea y
ahí estaban todos los que quería, sus abuelos, sus padres, sus tías,
su prima… incluso estaba Danilo.
Sin pensarlo le envió ambas fotos a Samira.
CAPÍTULO 68
Samira había recibido las fotos que Renato le envió; desde el
mismo instante quiso comentarlas con él, pero sabía que debía
estar ocupado con su familia, por lo que solo le escribió de
momento: «Me alegra mucho saber que lo estés pasando muy bien,
tu familia es hermosa y numerosa. Tú sigue al pendiente de ellos,
cuando ya estés en la sala de espera del aeropuerto podremos
conversar con calma. Te amo, payo» y le dio a enviar. Ella se estaba
encargando de preparar todo para la celebración que tenía pensada
para esa noche, por lo que había tenido que dejar de lado la
vergüenza, para llamar a Ignacio.
Ella tenía el número del jefe de seguridad de la casa en el
Arrayán. Renato fue quien insistió en que lo tuviera por si se le
presentaba alguna emergencia o en cualquier caso que lo
necesitara. No pensó en ese momento que iba a requerir de la
ayuda de él para nada, pero ahí estaba de atrevida, en ese mismo
salón, con techos de cristal, al que ella bautizó, «el cuarto de las
primeras veces», porque ahí fue la primera vez que bailaron juntos,
la primera vez que se besaron, la primera vez que se confesaron su
amor y la primera vez que estuvieron juntos.
Iba a preparar una cena especial, recordó cuál era la comida
favorita de Renato, esa que él había cocinado para ella, pidió la
ayuda de Isidora y Marta para acondicionar el lugar como quería.
Así que, había puesto una mesa redonda con mantel blanco y tan
solo dos sillas, decoró todo con velas.
Intentó hacer lo mejor que pudo con el tiempo y los medios que
tenía, sabía que no era lo más extraordinario, pero estaba orgullosa
de cómo estaba quedando todo.
En cuanto vio todo organizado se quedó en el sofá ubicado
junto a la chimenea que se encontraba apagada, porque ya el clima
se había temperado, apenas le quedaban poco más de dos
semanas de primavera y empezaba a sentirse el calorcito del
verano.
El corazón le dio un vuelco, cuando vio la llamada entrante de
Renato.
—Hola —saludó sin molestarse en controlar su tonta sonrisa,
después de todo estaba sola.
—Hola, ya estoy en la sala de espera… ¿Cómo estás?
—Bien, esperándote, ahora sí, cuéntame ¿cómo pasaste el
día? —Se puso cómoda al subir las piernas en el sofá, cruzarlas y
sentarse sobre ellas, disfrutando esa sensación de cosquillas en el
pecho.
—Muy bien, cómo pudiste ver, solo fue un almuerzo y un
partido de fútbol, mi equipo fue el ganador —dijo con orgullo, porque
habían sido muy poca las veces que salía victorioso cuando se
trataba de competir contra su hermano.
—¡Felicidades! Me hubiese gustado verte jugar, seguro lo
haces muy bien —expresó entusiasmada.
—No tanto, pero trato de hacerlo lo mejor que puedo.
—Estoy segura de que estás siendo modesto; por cierto, ese
que aparece en la fotografía junto a tu prima Elizabeth, ¿no es
Alexandre? El policía que ayudó con mis documentos.
—Sí, es Alexandre…
—No sabía que seguiste en contacto con él hasta hacerse
amigos…
—Bueno —suspiró, preparándose para contarle a Samira la
historia, todavía faltaban veinte minutos para el abordaje, así que
tenía tiempo—. Es que ahora ellos son novios… y antes de que lo
digas, sí, parece una locura. Cuando fuimos a verlo en el
restaurante, ya yo lo conocía, pero solo lo había visto una vez y en
una de las experiencias más aterradoras de mi vida… ¿Te comenté
que mi prima es capoeirista?
—No, no recuerdo que me lo hayas mencionado —respondió
entusiasmada y con curiosidad.
—Sí, lo es, le apasiona eso… Resulta que ella quería ir a ver
una roda de juego duro y me obligó a acompañarla… —Renato no
escatimó en detalles, le contó desde esa terrorífica visita a la favela,
donde se vieron envueltos en medio de un tiroteo y que él terminó
en un botadero de basura, hasta el día que su prima presentó al
policía como su novio y todas las consecuencias que eso había
traído para su familia, en especial para su tío.
Samira alegó que a ella le parecía que Alexandre era un buen
hombre, porque se había preocupado por ella; que, aunque lo que
hizo estaba fuera de la ley, fue por una buena causa, además, se
aseguró de que ella no fuera una víctima de secuestro o estuviera
envuelta en algún crimen. Deseó que todo pudiera solucionarse con
Elizabeth y su padre, porque ella mejor que nadie sabía lo difícil que
era ese distanciamiento.
Renato estuvo de acuerdo con ella, a él la parecía que, a pesar
de todo, Alexandre le parecía un buen hombre, sobre todo después
de haber podido conversar con él ese día en casa de su abuelo; sin
mencionar que realmente parecía muy enamorado de su prima.
Siguieron conversando hasta que anunciaron el abordaje,
entonces se despidieron con un «hasta pronto» y varias palabras
cariñosas.
Samira se dio a la tarea de cocinar con esmero y calma, porque
todo tenía que salir perfecto, cuando metió el cerdo al horno le pidió
ayuda a Isidora para que estuviese pendiente, ya que ella debía
subir a prepararse.
Renato llegó pasada las diez de la noche, había sido un día
agotador, pero en cuanto piso el aeropuerto, sintió las energías
recargársele, sabía que esa euforia se debía a que en pocos
minutos podría besar a Samira y tenerla entre sus brazos
nuevamente.
Sospechó que ella tramaba algo cuando Ignacio le informó que
no tendrían que pasar por la señorita Samira, ya que ella esperaba
por él en la casa
Justo cuando la SUV entró al estacionamiento, recibió un
mensaje de su chica en el que le pedía que fuera al salón con el
techo de cristal, su favorito de toda la vida.
Esta vez ni siquiera había llevado equipaje de mano, ya que
había decidido dejar ahí varias de sus pertenencias y solicitar
algunos productos personales, para tener todo disponible cada vez
que fuera. Así que bajó del auto y se fue directo al punto de
encuentro.
Ignacio ni nadie más lo siguió, la casa estaba prácticamente en
penumbras y un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío, le
recorrió la espalda. Ya frente a la puerta, el deseo y la ansiedad se
aliaron para elevar las expectativas a niveles insospechados.
Pero ninguna fantasía lo preparó para el espectáculo iluminado
que encontró en cuanto abrió las puertas, sintió el calor de por lo
menos unas doscientas velas repartidas por el suelo y sobre
algunos de los muebles, envolverlo en una cálida nube de vapor.
Las luminarias reflejadas en los cristales de las paredes y techo, le
otorgaba intimidad y la falsa ilusión de parecer un escenario infinito.
Intentaba asimilar todo aquello, cuando su mirada fue halada al
centro de la habitación, donde se encontró con la espalda desnuda
de Samira que finalizaba en la ajustada falda, que se abría con
llamativos volados de las rodillas hacia abajo y formaban una larga
cola como una cascada de sangre, sus brazos estaban cubierto por
encaje escarlata y el cabello lo llevaba recogido a la altura de la
nuca, adornado con rosas rojas.
No había visto nada más sensual que aquella espalda
ondularse lentamente al tiempo que una melodía proveniente de un
magnifico solo de guitarra inundaba el lugar.
La forma en que movió las manos y los brazos al tiempo que se
volvía, era pura magia y él estaba ahí, parado, en medio de un
camino de velas, tan boquiabierto que no lograba articular palabras.
Ella se movía con la elegancia de un ave gobernando el cielo,
aunque su rostro mostraba una fuerza bastante dramática, como si
estuviese sintiendo que esa melodía de guitarra se le estuviese
mezclando con la sangre.
En ese momento no se parecía a su Samira de siempre, la que
le producía ternura o que con gran ingenio conseguía hacerlo
sonreír. Era como si se hubiese transformado en una mujer con la
fuerza de todos los mares, irradiaba la energía del universo entero,
la que se intensificó cuando empezó a taconear, encima de un
tablón que había puesto en el piso, acoplando sus movimientos a la
melodía de la guitarra y el sonido de la caja y las palmadas que
sonaban de fondo.
Ella era pura sincronía, al tiempo que elevaba la barbilla con
altivez. Juraba que su corazón latía con la misma fuerza y rapidez
con que ella zapateaba sobre esa tabla.
La iluminación amarillenta, conjugado con su vestido rojizo, la
hacía lucir como una mujer de fuego, una mujer ardiente. Ella
jugaba con él magistralmente, movía la cola y la levantaba con sus
pies cuando daba las vueltas; a leguas, podía darse cuenta de que
tantos metros y capas de telas debían pesar, pero ella lo hacía
parecer que no estaba haciendo esfuerzo alguno.
Se paseaba por ese cuadro de madera derrochando seguridad,
a veces le sonreía, y se volvía a verlo por encima del hombro, en un
gesto entre pícaro y sensual que a él le robaba el aliento. Estaba
tremendamente cachondo, como nunca, le dolía el pecho, le
picaban las manos, quería correr hasta ella tomarla entre sus brazos
y follársela con el vestido puesto encima de ese tablón incómodo.
Le aplaudió con euforia cuando la vio agarrar un mantón negro
con estampado floral del suelo y llevárselo sobre los hombros, para
luego moverlo y hacerlo girar en torno a su cuerpo con una agilidad
envidiable. Terminó arrojando el mantón para empezar a chocar las
palmas con un poderío que hacía que él pudiera apreciar músculos
en su espalda que hasta ahora no le había visto, y eso que la había
recorrido con sus labios y manos varias veces.
Para terminar, se dio un beso en la mano y luego la extendió
hacia él, mientras que la otra se la llevaba al pecho. Estaba agitada,
sudorosa y sonriente.
Renato no dejó de aplaudir en ningún momento, mientras que
avanzaba hacia ella. Jamás había sido testigo de algo tan
extraordinario, mucho menos imaginó, ni en sus más locos sueños o
sus más tontas fantasías, que una mujer le haría semejante regalo.
En cuanto la tuvo enfrente la besó con toda la fuerza que ella le
había insuflado con ese espectáculo, subió las manos por su caja
torácica y pudo sentir el latido acelerado de su corazón por el
esfuerzo que había hecho, lo que incrementó más la necesidad de
poseerla; siguió el camino hasta que la tomó por el cuello con el
único fin de acercarla aún más hacia sí, luego le introdujo la lengua
con la necesidad visceral de adueñarse de su sabor, de disfrutar su
textura, de sentir como el aliento pasaba de una boca a la otra,
hasta que la escuchó proferir un sonido ronco que le calentó aún
más la sangre.
Pero en contra de su voluntad y cordura se separó, sabía que
ella necesitaba recuperarse y llevar aire a sus pulmones, pero no la
soltó en ningún momento.
—No sé qué decir… Maravilloso, extraordinario… son palabras
que se le quedan cortas… eres magia y fuerza mi gitanita.
—Gracias —dijo Samira sonriente, tragó grueso en busca de
aliento, estaba todavía con el pecho agitado; aun así, no dejó que
pusiera algún tipo de distancia entre ellos.
—No me esperaba algo así… —confesó con aquellos ojos
dilatados destellando pasión—. Es el mejor regalo que alguien me
haya hecho en la vida.
—Desde que me dijiste que me viste bailar a lo lejos en Leblón
me quedé con la idea en la cabeza… —respondió ella con hilillos de
sudor bajando por sus sienes. No sabía si estaba acalorada por el
calor que irradiaban las velas o por la excitación que bullía entre
ellos en ese instante—. Pensé mucho en algo para darte, sabía que
era imposible comprar algo que estuviese a tu altura… Fue ahí
cuando me di cuenta de que merecías algo especial, necesitaba
regalarte una parte de mí, de mi esencia… un poquito de mi cultura,
de lo que soy. —Y esta vez fue ella la que buscó el siguiente beso,
uno húmedo y profundo, uno en el que sus lenguas hablaban de
deseo.
Los dedos de Renato palpitaron cuando llevó las manos hasta
su cintura y pudo sentir el roce en la sedosa piel desnuda de la
espalda, no se contuvo y fue a por su cuello, necesitaba
desesperadamente lamer y besar esa zona donde los latidos se
sentían como tambores.
Samira se dio cuenta de que Renato le estaba quitando uno de
los grandes pendientes que llevaba puesto y no lo detuvo, solo
suspiró por la tortura que le infringía el cálido aliento que
acompañaba el reguero de besos que le estaba dando en sentido
ascendente hasta que le apresó el lóbulo de la oreja entre los
dientes; sentirlo de esa manera le provocó que un veloz
estremecimiento la recorriera de pies a cabeza, a la vez que su
cuerpo se activaba y mojaba sus bragas.
—Eres única —murmuró entre beso y beso—, te juro que soy el
hombre más afortunado del planeta. —Renato le acunó el rostro al
tiempo que se apartó de su cuello para besarla de nuevo.
Samira no pudo soportar la tentación y acercó una de sus
manos hasta la bragueta del pantalón que él llevaba puesto,
necesitaba confirmar que la erección que sintió presionando contra
su vientre era real. De inmediato él reaccionó a su toque y movió su
pelvis para presionar su miembro contra la palma de ella.
Samira cerró los ojos y contuvo un gemido, porque sentía que
en cualquier momento la tela de su vestido se iba a incinerar gracias
al calor abrasador que Renato le estaba despertando; la cordura se
le pulverizó con los movimientos que él estaba haciendo.
Durante un momento, él se quedó inmóvil, con los labios a un
suspiro de los de ella, mirándola fijamente a los ojos como si
quisiera hipnotizarla. «Oh, Dios», pensó ella sin casi poder respirar.
Lo deseaba con todas sus fuerzas; juraba que su corazón estaba a
punto de estallar y las cosquillas en su vientre la estaban torturando.
—Eres mi diosa y yo soy tu esclavo —musitó, dándole tregua a
sus bocas, pero aprovechó para acariciarle con el pulgar el labio
inferior—. Eres una hechicera, gitana… Esa leyenda, que me
contaste de que eres descendiente de las estrellas debe ser cierta,
porque la luz que irradias es mística.
—Entonces tú eres mi chico albino, el hijo de la noche —
aseguró con una sonrisa y con uno de sus dedos le delineó el
tabique.
Renato gimió complacido y de inmediato se acercó para volver
a saquearle la boca.
Samira se quedó sin aliento. Él se volvió todavía más brusco y
deslizó una de sus manos, marcando a fuego la piel de su espalda,
sujetándola contra su cuerpo sin que se interpusiera entre ellos ni el
aire. Ella gimió; ya no era capaz de hilar un pensamiento coherente,
su cuerpo tomó el control. Atrapó las solapas de la chaqueta de
Renato entre los dedos, quería romperla, desgarrarla, destrozarla,
quitar las barreras que había entre sus cuerpos.
Él bajó sus manos y se apoderó de sus nalgas para presionar
con más fuerza contra la necesitada erección que latía entre sus
piernas.
Ella sabía que tenía que parar, hacerlo ahora que podía,
restarle protagonismo a la lujuria y hacer las cosas como las había
planeado, por lo que, en contra de sus deseos, empezó a apartarse
del beso y poner distancia.
—De… debemos parar —musitó ella, en medio de suspiros y
de los besos que Renato salpicaba en sus labios—. Tengo algo más
para ti —soltó una risita, cuando él le hizo cosquillas con su aliento
en el cuello.
—No creo que exista algo mejor para mí que lo que tengo entre
los brazos —dijo contra la delicada piel de su cuello, al tiempo que
la estrechaba más entre su abrazo.
—Quizá no es lo mejor pero sí es lo que necesitas —soltó otra
risita, llevó sus manos al pecho, lo empujó con sutileza y volvió la
cabeza a la izquierda, en un claro ademán que lo invitaba a que
mirara.
Renato se percató de la mesa redonda con mantel blanco y dos
sillas, al fondo de un camino que había dejado en medio de las
velas. Sin duda, Samira había creado un ambiente tan deslumbrante
que no se sentía merecedor de todo eso.
—No sé qué hice para merecerte Sami, me haces feliz…
—¿Me acompañas? —Le guiñó un ojo con pillería y le sonrió;
luego le ofreció la mano.
—A donde quiera que vayas. —Dejó de abrazarla y entrelazó
sus dedos a los de ella, regalándole una sonrisa cautivadora.
—Espera un segundo —solicitó y recogió la cola de su vestido
para ponerla sobre el antebrazo—. No quiero ocasionar un
accidente que termine incendiando la casa de tu abuelo.
Renato sonrió y le plantó un beso en la mejilla. Tomados de la
mano fueron a la mesa que los esperaba con un arreglo floral
colorido. Que él fuera el festejado no era excusa para dejar de ser
un caballero por lo que apartó la silla para que Samira se sentara.
—Gracias —le dijo con una sonrisa coqueta.
Él inclinó ligeramente la cabeza en un gesto de cortesía y fue a
sentarse, imposible no sentir la incomodidad casi dolorosa que le
hacía la presión de sus pantalones en la erección, pero no le
quedaba más que esperar, no quería arruinarle los planes a su
chica, ella había organizado todo por él, además, retardar el placer
lo incrementaría… o eso decían.
Ella agarró su móvil que estaba en la mesa y le escribió a
Isidora; antes de la llegada de Renato, la mujer había insistido en
que era mejor que ella se encargara de servirles al momento que
fueran a cenar, para que así ella no oliera a cocina ni arruinara el
hermoso vestido.
—¿Y qué vamos a cenar? —curioseó, en cuanto Samira
devolvió el móvil a la mesa.
—Algo especial, que espero te guste… Lo hice para ti —
comentó, observando a la luz de las velas que Renato tenía
evidentes huellas de su pintalabios, suponía que ella debía estar
peor, por lo que agarró una servilleta para disimular el desastre que
debía ser, antes de que Isidora entrara con la comida.
—Si lo hiciste tú, ya es garantía de ser muy bueno. —Él no
tenía problemas con quedarse con los restos de labial; no obstante,
sabía que alguien debía estar por traer la comida y por respeto al
personal de la casa, era mejor no mostrarse de esa manera.
Isidora llegó en compañía de Pedro, uno de los ayudantes de la
casa, quien empujaba un carrito en el que traía los platos, un vino
de cosecha tardía en una hielera y las copas. Fue Samira quien
eligió el vino, a ella no le importaba si iba bien o no con la comida,
solo sabía que ese era el que le había gustado y era mejor ir a la
segura, porque no contemplaba acompañar una cena especial con
agua.
—Buenas noches, joven. ¡Felicidades! —dijo la señora del
servicio al tiempo que ponía un plato frente a él.
—Muchas gracias, Isidora… —le otorgó una sonrisa discreta,
que se hizo más entusiasta cuando vio lo que contenía el plato y
tuvo que levantar la mirada hacia la hacedora de magia—. ¡Mi
comida favorita! —dijo con el brillo de la dicha y sorpresa apoderado
de sus pupilas.
—Solo espero que se acerque mínimamente a la que tú
preparaste para mí —dijo con la ilusión en el punto más alto.
—Estoy seguro de que estará mucho mejor… porque tú sí que
eres una experta en la cocina.
—Bueno, espero que lo disfrutes.
—Esperamos que tengan buen apetito —dijo el ayudante,
mientras le servía el vino.
—Gracias, Pedro.
En cuanto terminaron de servir, se marcharon.
Renato disfrutó de cada bocado, sin dejar de elogiar a Samira
por lo que había hecho; ella por su parte se sentía en una nube y le
sonreía. La química y sincronía entre ellos era el mejor afrodisiaco
de todos.
Que ella se pasara la lengua por el labio inferior, tras tomar un
poco de vino, provocó que a él un escalofrío lo atravesara de pies a
cabeza, anhelante e imparable. Su pene volvió a endurecerse y no
precisamente poco. En unos segundos, pasó de estar relajado a
ponerse duro como el acero
—Sería buena idea llevarnos el postre a la habitación, ¿no
crees? —propuso Renato. Sus palabras fueron tan suplicantes
como su mirada.
—Está bien, pero primero tenemos que apagar las velas o se
incendiará la casa.
—Le pediremos el favor a Pedro o seré yo quien termine
incendiándose.
—Esta vez no voy a contradecirte solo porque es tu
cumpleaños —dijo ofreciéndole la mano.
Él con una genuina sonrisa, le tomó la mano, al tiempo que se
ponía de pie.
Samira volvió a tomar la cola de su vestido, para poder transitar
por el camino de vela sin terminar calcinada. Recibió gustosa el
beso que Renato le dio en los labios.
—Gracias, gitana… Todo estuvo exquisito.
—Aún tengo planeado que sigas disfrutando.
—No lo dudo.
Tomados de la mano salieron del salón, Renato aprovechó el
teléfono intercomunicador que estaba en el pasillo para pedirle a
Pedro que fuera a apagar las velas.
CAPÍTULO 69
—Espera un segundo —dijo Samira, deteniéndolo frente a la
puerta de la habitación—. Deja que entre y después lo haces tú,
cuando yo te avise.
—¿Otra sorpresa? —preguntó, tomando las manos de Samira
que estaban en su pecho.
—Te lo dije, pero es la última, no quiero abrumarte con tantas
demostraciones de afecto, no sea que pienses que soy una novia
demasiado intensa y termines huyendo —dijo sonriente.
—Jamás podría pensar eso. —Le dio un beso en la frente y
otro en la punta de la nariz.
—Bueno, espera… Te avisaré cuando puedas entrar. —Se
volvió para abrir la puerta.
—Date prisa, porque ahora me mata la curiosidad —comentó
sonriente. Ella se volvió a verlo por encima del hombro.
—No te hagas grandes expectativas.
—Estoy seguro de que todo lo que pueda pasar tras esa puerta
superará cualquiera que tenga.
—No lo creo —soltó una risita traviesa, al tiempo que giraba el
pomo. Entró tratando de abrir mínimamente la puerta, luego la cerró.
Renato se quedó con la mirada en la madera, sonriente y con el
corazón latiendo deprisa. Luego se acomodó la polla dentro de los
pantalones porque estaba resultando bastante incómodo, pero por
loco que sonara, lo era de una manera agradable.
—¡Ya, puedes entrar!
No había transcurrido ni un minuto cuando escuchó la voz de
Samira, agarró una bocanada de aire y abrió de golpe. Ahí estaba
ella, en medio de la habitación iluminada apenas por la luz de
lámpara en la mesa de noche y el reflejo de la candela de una
pequeña vela.
Tenía en sus manos un pastel que era un poco más grande que
un cupcake.
—No puedes terminar el día de tu cumpleaños sin antes pedir
un deseo —le dijo, extendiendo sus manos para acercarle más el
pastelito de Red Velvet.
—No esperaba algo como esto… —Sonreía abiertamente.
—Imagino que esperabas verme con lencería sensual. —Ella
seguía sonriente.
A él le encantaba su franqueza. Con ella no había nunca
sonrisas fingidas ni artificio de ningún tipo, siempre hacía gala de
cada emoción, de cada expresión; eso demostraba un coraje que él
jamás tendría, y por ello la admiraba.
—¿Tan evidente fui? —comentó en medio de risas al tiempo
que avanzaba.
—No realmente, fue tu mirada lasciva la que te delató… Date
prisa que falta un minuto para medianoche.
Renato corrió para acortar la distancia. Fijó la mirada en la débil
flama.
«Deseo ser el hombre que esta mujer merece a su lado, uno
que la represente y que sepa dar la cara por ella siempre…», la miró
a sus hermosos ojos oliva en los que se reflejaba la llama y sopló.
De inmediato buscó la boca de Samira, ella correspondió con
toques de labios, pero le llevó una mano al pecho, apartándolo, al
tiempo que echaba la cabeza hacia atrás.
—Espera… espera —decía entre beso y beso—. Para que el
deseo se haga realidad, debes comer pastel, no solo se trata de
apagar la vela.
—Está bien, comeré el bendito pastel, pero con una condición.
—¿Cuál? —preguntó con tono de queja.
—Tenemos que compartirlo.
—No es que no quiera —gimió pesarosa—. Es que, si le doy,
aunque sea un bocado, corro el riesgo de que el vestido termine
reventándose —dijo sobándose la panza—. Y es alquilado.
Renato volvió a reír, adoraba su naturalidad.
—Eso tiene solución, quítatelo —la alentó.
—¿Y comer desnuda?
—No creo que tenga algo de malo. Ven, déjame ayudarte. —Le
quitó el pastel y lo dejó encima de la mesa de noche.
—Por aquí está el cierre —dijo levantando el brazo,
mostrándole el costado izquierdo.
—Sí, lo tengo… está muy ajustado —gruñó juguetonamente.
—Así debe ser.
—Es una lástima que tenga que quitártelo porque se te ve
hermoso, pero en este momento eres mi regalo y deseo
desenvolverlo.
Samira pensó que el día que se casaran podía usar algo como
eso, por supuesto, en blanco y con la cola más larga. Se imaginó
con una diadema muy llamativa de brillantes y un velo bordado.
—Gracias —dijo cuando sintió la prenda ceder. Se bajó la parte
de arriba, sacó las ceñidas mangas largas y luego bajó la falda, por
lo que quedó solo con las bragas, ya que el vestido no era
apropiado para llevar sujetador—. Uf, mucho mejor. —Se sentó al
borde del colchón para quitarse los zapatos y en cuanto estuvo
descalza, se arrimó más al centro de la cama, donde se sentó sobre
sus piernas cruzada—. Lo más justo es que también te desvistas,
así no estaré en desventaja.
—Tienes razón —dijo deshaciéndose rápidamente de la
chaqueta, mientras su mirada se centraba en los senos de ella, que
eran adornados por las pequeñas areolas rojizas y los pezones se
mostraban inhiestos; él se moría por llevárselos a la boca.
Al igual que ella se quedó solo con el bóxer, se subió en la
cama y se sentó enfrente en la misma posición. Admiró lo hermosa
que se veía con el cabello recogido, su cuello y rostro despejados,
con el par de rosas rojas en el apretado moño.
—Tu pastel de cumpleaños —le recordó con una sonrisita
coqueta.
—Oh sí, lo olvidaba… —Se volvió para cogerlo de la mesa de
noche—. ¿De qué es?
—Red velvet.
—¿Lo hiciste tú? —preguntó y la vio morderse el labio, para
después sonreír pícara.
—No, lo compré en el café de la Candelaria, dijiste que te había
gustado muchísimo.
—Bien, bien… sí, es muy bueno —dijo sonriente y bajó la
mirada al pastel con el betún de queso crema—. ¿Cómo vamos a
comerlo? —preguntó al darse cuenta de que no había cucharillas.
Samira soltó un jadeo de lamento al percatarse de que las
había olvidado, pero se la ingenió de inmediato.
—A mordidas, supongo. —Se alzó de hombros de manera
despreocupada.
—Está bien —dijo sonriente y le acercó a la boca el bizcocho.
—No. —Ella retrocedió al tiempo que negaba con la cabeza—.
El cumpleañero debe ser primero.
—Como órdenes.
—No es una orden —soltó una risita y buscó la mano libre de
Renato para entrelazar sus dedos—, es cuestión de cumplir con la
tradición.
—Por ti, solo por ti. —Se acercó, solo para rozar la punta de su
nariz contra la de ella—. Cumpliré con todas las tradiciones.
Samira le regaló una hermosa sonrisa y se apartó antes de que
él la tentara con su boca, porque estaba segura de que no podría
seguir conteniéndose.
—Que sea un buen mordisco —lo alentó cuando lo vio que se
acercaba el pastel a la boca.
Renato obedeció abriendo todo lo que pudo la boca y le dio un
gran bocado, mientras masticaba le acercó el pastel a Samira; ella
le sujetó con ambas manos la muñeca para poder controlar el
mordisco, no sin antes dedicarle una mirada traviesa.
—Está riquísimo, ¿cierto? —dijo Renato en cuanto tragó.
Ella, que todavía masticaba, asintió con vehemencia, y él se
quedó mirando la crema blanquecina que le había manchado la
punta de la nariz.
—Muy rico —confirmó asintiendo. Pudo notar cómo se le
dilataban las pupilas a Renato y ya no estaba riendo.
Él dejó lo poco que quedaba sobre la mesa de noche y se
acercó más a ella, con el dedo medio, retiró el betún y lo chupó.
Que Samira se sonrojara, solo hizo que a él le regresaran las
ganas con fuerzas, por lo que se fue directo por su boca,
seduciéndola con una lenta fricción de su lengua contra la de ella,
revelándole sin palabras lo suave pero profundamente que anhelaba
enterrarse en su coño.
El escalofrío le sacudió por completo el cuerpo a ella, anuló
cualquier pensamiento coherente, se aproximó más él, le encerró la
cara entre las manos, haciendo que el beso se convirtiera en una
necesidad primaria, como lo era respirar. Todo lo que ella deseaba
de él era justamente lo que le estaba dando, su amor, su cuerpo, su
alma.
Gimió dentro del beso al sentir los dedos de Renato,
escabullirse dentro de sus bragas, cada poro de su cuerpo se erizó
cuando las yemas rozaron con extrema delicadeza su monte de
Venus; él se apartó del beso, para mirarla a los ojos, pidiéndole
permiso para hurgar con sus dedos entre los pliegues. Ella asintió
temblorosa, se sujetó de sus hombros y le devolvió una mirada
jadeante.
—¡Dios! —jadeó, sin duda estaba muy sensible o el toque era
demasiado alucinante. Renato apenas empezaba y ya estaba
dispuesta a suplicar por más.
—¿Te gusta cómo se siente? —preguntó frotándole el clítoris.
Ella contuvo el aliento, apretando fuertemente los labios y dejó
caer la cabeza hacia atrás mientras se derretía ante su caricia.
—Sí… mucho, mucho, justo ahí, ahí… es increíble —jadeaba
con la respiración acelerada.
Renato sin dejar de tocarla buscó una mejor postura, por lo que
se arrodilló.
—Ponte más cómoda, amor… estira las piernas y déjalas
abiertas —le indicó.
Samira le hizo caso y levantó las caderas para sacar las
piernas y estirarlas, Renato la ayudó con la mano libre a separarlas
tanto como necesitaba, a la vez que ella apoyaba las manos en el
colchón.
Lloriqueó de placer cuando él hizo un poco más rápido el
movimiento circular sobre su clítoris y su pelvis se movía en busca
de más fricción.
La expresión de placer y los movimientos que ella estaba
haciendo le indicaban a Renato que estaba disfrutándolo; así que,
se esmeró por complacerla. Arrodillado entre sus piernas se acercó
y comenzó a besarle la cálida y suave piel del cuello con los labios
separados, mientras le introducía un par de dedos en la vagina. Al
instante, su canal se cerró sobre él como si intentara succionarle.
Ella movió temblorosamente la cabeza, gimiendo cuando él giró
los dedos y un hermoso rubor le cubrió el pecho y la cara. La
respiración se volvió jadeante cuando retomó las fricciones en el
clítoris con el pulgar y procedió a presionar ese punto sensible en su
interior.
—Oh, Dios… ¡Sí!… Por favor, así. —Lloriqueó Samira—. Sí,
sí… no puedo con esto… oh, sí, sí puedo…
Ella comenzó a palpitar en torno a sus dedos a punto de llegar
al clímax.
—Sí puedes, sé que puedes —la alentó Renato con la voz
agitada debido al esfuerzo que significaba mantener un buen ritmo
en las penetraciones de sus dedos.
Ella empezó a mover con intensidad las caderas, jadeando
contra su cuello.
Rento se inclinó y capturó uno de los pezones, lamiéndolo,
succionándolo, dándose un festín con el botón inhiesto, hasta que la
escuchó gritar al momento de alcanzar el éxtasis.
Él se separó de su protuberancia, pero no dejó de frotarle el
pequeño nudo de nervios durante todo el orgasmo, alargando el
clímax lo más que pudiera, antes de que se volviera doloroso.
En cuanto ella se empezó a relajar, retiró los dedos mojados y
fue cuando la impaciencia se apoderó de él, se bajó los calzoncillos
lo suficiente como para liberar la polla que de inmediato empuñó y
empezó a acariciar lentamente para lubricarla, mientras Samira
recobraba el aliento y lo miraba con las pupilas dilatadas.
—¿Quieres que te ayude? —preguntó sonriente, con la
confianza que la intimidad le había otorgado. Mientras le clavaba la
vista en el pene.
—Te dije que no pidieras permiso, eres mi dueña. —Se volvió a
mirarla a los ojos, pero ella tenía la vista puesta en cómo él se
masturbaba. Que lo viera de esa manera hacía que se calentara aún
más.
Samira se acercó y comenzó a besarle la mandíbula, rozándole
con los dedos desde el torso hasta los muslos. Luego se apoderó de
su erección y comenzó a frotarla como él le había enseñado que le
gustaba, mientras que con la otra terminaba de bajarle el bóxer por
la parte trasera.
Él profirió un largo gemido cuando un incontrolable placer le
recorrió de pies a cabeza y ella sonrió sintiéndose orgullosa y
poderosa.
Ambos tenían la mirada puesta en lo que Samira hacía; no
obstante, como si estuviesen perfectamente sincronizados, Renato
levantó la mirada para encontrársela sonrojada y mordisqueándose
los labios, tenía las pupilas nubladas por el deseo y brillaban entre
las largas pestañas que tanto le gustaban. A pesar de estar
tembloroso por el descontrol que ella despertaba al masturbarlo, le
llevó una mano al rostro, para acunarle la mejilla izquierda y con el
pulgar se permitió el placer de rozarle las pestañas.
—Hermosa, simplemente hermosa… —murmuró y se acercó a
besarla de nuevo.
Sin darse cuenta, ella ralentizó el movimiento de su mano en el
pene al dejarse llevar por ese beso apasionado, pero como con la
otra mano, le estaba acariciando los testículos suavemente, desató
un primitivo y oscuro deseo que le inundó la sangre a Renato,
porque lo que ella le estaba haciendo era un nuevo nivel de tortura y
placer que él estaba más que gustoso de recibir.
—Me estás matando gitanita… me estás matando
lentamente…
—Solo quiero hacerte feliz, guapo. —Sonrió con picardía y se
mordió el labio para contener el placer que le provocó esa sonrisa
ladina que él le entregó.
—Me has hecho adicto a ti… —Acercó su boca a la delicada y
caliente piel del cuello de Samira—. Necesito deshacerme de tus
bragas —murmuró su petición.
—Cuando estoy contigo se ven mejor en el suelo —respondió
sonriente, al tiempo que elevaba la pelvis, ya Renato le tenía las
manos puestas en las caderas, sujetándole los bordes de la prenda
—. Al igual que tu ropa interior. —Ella también lo ayudó con la
prenda que tenía en los muslos.
Rieron cuando ambos lanzaron las prendas al suelo y, una vez
desnudos, volvieron a besarse; Samira se aferró a los hombros de
Renato y se dejó vencer sobre el colchón, arrastrándolo con ella.
Él se apoyó sobre los antebrazos para no sofocarla con su
peso, mientras le acariciaba el cabello y la veneraba con sus
caricias; buscó una vez más su boca e introdujo su lengua,
obnubilado por las ganas de entrar en ella. Así que se movió
rápidamente hasta la mesita de noche, sacó un preservativo y se lo
colocó lo más rápido que pudo antes de volver a tumbarse encima
de ella. Utilizando una de sus rodillas le separó un poco más las
piernas y deslizó la polla entre los húmedos, pliegues al tiempo que
se le acostaba encima, cerró los ojos y dejó que las sensaciones de
sentirla lo inundaran.
Samira se quedó sin aliento, a la espera de que la penetrara,
pudo sentirlo cuando puso el glande en su pequeña abertura y
comenzó a empujar lentamente.
—Oh, Dios. —Ella se retorció contra él, con la respiración
entrecortada; se tensó y jadeó cuando lo sintió entrar unos
centímetros.
Renato la sostuvo por las caderas, inmovilizándola, marcando
él el ritmo de la penetración. Ella lo miraba indefensa ante el intenso
placer que la atravesaba, se mordió el labio al verle la expresión de
goce, el ceño fruncido, los labios separados, la vena en su frente
dilatada y el rostro sonrojado.
Ella gimió y friccionó su cuerpo contra el de Renato, aceptando
todo lo que él le daba, levantó la cabeza para besarlo.
El sabor del beso de Samira fue como una explosión que
incendió su piel. Cuando ella le rodeó el cuello con los brazos y las
caderas con las piernas, el imparable deseo hizo que se pusiera
más duro y que los testículos se le tensaran de una manera casi
imposible.
Ella se meció en contrapunto cuando él estableció una
candencia constante y profunda; completamente abrumadora. La
sostuvo de manera posesiva por las nalgas, mientras embestía con
velocidad endemoniada una y otra vez. Ni siquiera después de
correr respiraba de esa manera jadeante, sus pulmones palpitaban
por el esfuerzo; mientras su mirada estaba fija en su chica, quien
tenía las mejillas sonrojadas, su boca estaba roja e hinchada. La vio
pasarse la lengua por el labio inferior como estuviera saboreando
los besos compartidos; ese gesto hizo que su miembro se
endureciera un poco más y lo alentó a hacer más rápidas sus
acometidas.
—¿Estás bien? —preguntó en un murmullo, mientras seguía
empujando lento pero profundo.
—Mejor que nunca.
—¿Quieres que pare?
—No, por lo que más quieras, si lo haces te mato.
Renato no pudo contener la carcajada que solo ella le
provocaba y la besó delicadamente.
—Lo que más quiero es a ti, siempre serás tú mi mayor placer
—murmuró y le llevó la mano a la nuca, haciéndole subir la cabeza
para volver a devorarle la boca. Esos labios tan voluptuosos y
suaves, esa tímida lengua que acariciaba la suya antes de retirarse
—. ¿Te gustaría hacerlo de otra manera? —La excitación del
momento y la confianza que sentía por Samira, le dieron el valor
necesario para hacerle esa propuesta.
—En otra posición, querrás decir —murmuró robándose el
aliento caliente de él.
—Solo si tú quieres. —Se mordió el labio, mientras controlaba
el ritmo de sus penetraciones.
—Contigo quiero probarlo todo… —A pesar de que él le
sostenía la cabeza, estiró un poco más el cuello para morderle ese
labio sonrojado e hinchado que tanto la tentaba.
—Date vuelta —le pidió con una sonrisa, al tiempo que se
incorporaba para darle espacio.
Aunque Samira giró sobre su costado izquierdo, él le ayudó al
llevarle la mano a la cadera, cuando quedó bocabajo le acarició las
nalgas que lo volvían loco.
—¿Será de perrito? —Samira se volvió a mirarlo por encima del
hombro y le dedicó una sonrisa pícara.
—Para que no solo sepas nadar como uno. —La siguió en la
broma, sonriéndole también.
Del peinado poco quedaba y las rosas estaban prácticamente
sueltas en pétalos sobre la cama, aun así, para él era una mujer
muy hermosa, pero ahora que la veía desde atrás lo estaba
volviendo loco. Samira tenía el trasero firme y redondo; la larga línea
de la columna era visible bajo la piel perfecta y aterciopelada de la
delgada espalda; era poseedora de una diminuta cintura, sus
hombros eran perfilados y los omoplatos sobresalían, debido a su
delgada contextura. En pocas palabras, era perfecta… perfecta para
él.
En ese momento tuvo la certeza de que jamás había deseado a
otra como a ella, ni siquiera a Lara ni Desiré ni ninguna otra…
Extendió su caricia desde la nalga por la espalda, hasta rozarle
con las yemas de sus dedos la nuca.
—Eres preciosa, gitana. —La sujetó por las caderas—. Voy a
entrar, quiero que me digas lo que sientes, si sientes que te hago
daño, dímelo y paro.
—Está bien, sí… Ahora se siente bien —respondió, sintiendo el
suave glande, apenas posicionándose entre sus pliegues.
—Sí, se siente muy bien… —repitió él con la voz cada vez más
ronca, al tiempo que empujaba un poco más, abriéndose espacio en
la vagina.
Samira podía sentirlo estimulando cada nervio dentro de su
coño y supo con certeza que de esa manera iba a disfrutarlo más
intensamente.
Renato se retiró un poco, dejando el glande entre los pliegues
de la vulva, empapándose con sus jugos, con su mano lo guio hasta
el clítoris, estimulando el nudo de nervios y regresó a la abertura.
Mientras Samira le regalaba gemidos que claramente eran de placer
y tomó aire, para relajar los músculos de su pelvis y recibirlo en su
interior. Se contoneó contra él, sosteniendo el aliento, cuando lo
sintió hundirse más profundo.
—Esto… esto es increíble —gimió, dejó caer la cabeza,
pegando la barbilla al pecho. La curiosidad le ganaba y quería ver si
alcanzaba a mirar algo; pero no, solo podía sentir los testículos de
Renato apretados contra su vulva y los muslos de él contra la parte
posterior de los de ella.
Él se aferró con más ahínco a sus caderas y empezó a
embestirla con contundencia, eso hizo que ella perdiera el juicio y
entrara en un estado de placer absoluto, el deseo se arremolinó en
su vientre como un enorme nudo que la instigaba a moverse
agitadamente y a gemir de manera apremiante y urgente. Cada una
de las estocadas de Renato generaba una fricción que la privaba de
palabras y pensamientos coherentes.
Las pulsaciones que se generaban entre sus genitales
comenzaron a migrar y a extenderse por sus cuerpos, haciendo que
las piernas de ambos temblaran.
Nunca habían sentido nada parecido, contuvieron la respiración
y puntos negros bailaron en el borde de sus vistas.
La gitana comenzó a sentir que toda la sangre de su cuerpo
pareció volar hacia su sexo, calentándolo, quemándolo y
aumentando el placer. «Dios mío», consiguió pensar en medio de la
ola gigantesca de éxtasis a la que no podía hacerle frente.
Los gruñidos de Renato eran constantes, sus jadeos roncos y
largos, le estaba sujetando con tanta fuerza por las caderas que le
enterraba las uñas y estaba segura de que le saldrían hematomas,
pero en el instante eso no importaba.
—Voy a correrme, cariño… —dijo sin aliento.
—Yo también, ya casi… un poco más… Renato —suplicó,
sintiendo su vientre convulso.
Sintió sus empujes más profundos y contundentes, todo para
ella se volvió negro, mientras empuñaba con fuerza las sábanas. A
pesar de tener los ojos fuertemente cerrados y tener un zumbido
inundando sus oídos, pudo sentirlo derramarse caliente en el
preservativo; luego, ambos, casi sin poder respirar cedieron ante las
debilidades de sus extremidades.
Ella se venció en el colchón y él encima, mientras le repartía
besos en la espalda.
CAPÍTULO 70
En algún momento de la madrugada, luego de una ducha
compartida, Renato y Samira estaban acostados, desnudos,
mientras hablaban de cualquier cosa que se les ocurriera en el
momento.
—Por cierto, las fotos que me enviaste quedaron muy lindas.
Me gusta verte así —dijo ella, con la cabeza apoyada en el tibio
pecho de él—. ¿Puedo saber quiénes son? No pude reconocerlos a
todos.
—Por supuesto… —Estiró la mano y agarró el móvil de Samira
que estaba encima de la mesa de noche—. ¿Cuáles no conoces
aún?
Ella desbloqueó su teléfono y de inmediato buscó una de las
fotografías. Estas son tus tías Hera y Helena, ¿verdad? —Ella
todavía estaba impresionada con lo hermosas que eran esas
mujeres. Eran perfectas modelos.
—Helena y Hera. —La corrigió.
—Es que son idénticas, ¿cómo las identificas? —curioseó,
alzando su mirada a los ojos azules, que se veían especialmente
hermosos bajo la luz del velador—. Mis hermanitos es fácil
identificarlos porque son niño y niña.
—Sí, son casi iguales, pero sus personalidades son
completamente distintas… Hera es más vivaz, espontanea… Helena
es mucho más seria y controladora. De pequeño solía confundirlas y
las muy malvadas se divertían a mi costa —hablaba relajado, con un
destello de esos recuerdos infantiles presente en ese momento.
—¡Qué malas! —rio y frunció la nariz, luego volvió la mirada a
la pantalla—. ¿Y esta chica rubia?
—Es Ana, es como mi prima… Recuerdas que cuando te
quedaste en mi apartamento tuve que ir a un compromiso familiar,
era el cumpleaños de ella.
Samira se quedó observándola, sin duda, era tan perfecta
como las demás.
—¿Pero no es tu prima? —No podía evitar sentir un conato de
celos.
—No, es nieta de uno de los mejores amigos de mi abuelo y su
padre Thiago… —Lo señaló en la foto—, prácticamente se crio con
mi padre, por lo que él terminó siendo el padrino de Ana.
—Ah —afirmó, quería hacerle más preguntas sobre la rubia,
pero no quería parecer demasiado insistente sobre ella—. ¿Y este
señor?
Renato miró al hombre con algunos kilos de más que estaba al
lado izquierdo de su padre, y tragó grueso.
—Es Danilo —confesó.
—Tu amigo Danilo… ¿Es el mismo del que ya me hablaste?
—Así es, ese es. —Solo eso se limitó a decir. No estaba
preparado para revelarle a Samira lo que lo unía a ese hombre.
—No sé por qué pensé que era mucho más joven… —Recordó
la vez que lo escuchó hablando por teléfono con Danilo y mencionó
algo acerca de una consulta. Por lo que se lanzó de bruces—. ¿Es
médico?
Renato de inmediato se tensó y la respiración se le atascó en la
garganta, parpadeó varias veces, en busca de una respuesta que
darle que la dejara satisfecha. Cómo una mujer como ella podría
estar con una persona como él, que había vivido la mitad de su
existencia sintiéndose tan poca cosa, que había preferido echarse a
morir en una cama, antes que enfrentar sus temores. Ella que había
salido huyendo de su familia y de un matrimonio que la iba a
esclavizar a una vida que no quería, cargando como únicos recursos
un poco de comida que no le iba a durar más de un par de días,
unos pocos billetes y una muda de ropa vieja.
Ahora que miraba hacia atrás se avergonzaba de sí mismo, no
por sufrir depresión crónica y ansiedad social por tanto tiempo, no,
él ya comprendía que esas eran enfermedades tan crueles como
cualquier otra, además de que nadie estaba exento de padecerlas.
Lo que le daba vergüenza era que, a pesar de que había recibido
años de terapia, tomado medicamentos, y entendido la gravedad de
lo que le ocurría en su cabeza; aún seguía creyendo que nada de lo
que él era como persona, sería suficiente para ser totalmente
honesto con ella en ese momento y esperar que lo siguiera amando.
—¿Por qué lo dices? —Fue lo mejor que se le ocurrió como
medida de distracción, aunque sentía que su voz ronca lo había
delatado.
—No sé, es que tiene cara de médico… ¿No te parece? —rio,
intentando ocultar la vergüenza de haber metido la pata, casi se
delata, no quería que él pensara que ella andaba de fisgona
escuchando sus conversaciones privadas—. Olvídalo, siento que mi
intuición está fallando… —Prefirió pasar a otro integrante en la
reunión—. ¿Este es tu amigo Bruno?
—Es Manoel, Bruno es este. —Señaló al joven a su derecha.
Respiró profundo para relajarse al ver que ella fue quién dejó atrás
ese tema, sin saber lo complicado para él todo ese asunto; sabía
que tarde o temprano tendría que afrontarlo, por lo menos si
deseaba que su relación madura y duradera.
Ella siguió preguntando por los integrantes que no conocía en
la imagen, hasta que un largo bostezo interrumpió en su curiosidad.
—Creo que deberíamos dormir, ya casi amanece —le sugirió
Renato.
—Sí, tienes razón, aunque cuando estoy contigo no quiero
dormir, porque hacerlo me hace desperdiciar el poco tiempo que
tengo a tu lado.
Renato dejó el teléfono sobre la mesa de noche, luego la
reacomodó sobre su pecho, pero ella se apartó para acostarse de
medio lado, frente a él, quién se encargó de apartarle el cabello de
la cara, poniéndoselo detrás de la oreja; ya que, después de
ducharse, ella se deshizo de lo poco que le quedaba del moño.
Se quedó prendado de su mirada oliva y deseó congelar el
tiempo, hacer un nido entre esas sábanas y quedarse a vivir allí,
donde nada importaba más que el amor que estaban descubriendo
que sentían el uno por el otro.
Samira se acercó más a él, dejando que el calor de su cuerpo
la reconfortara y él le llevó una mano a la espalda y la pegó más
hacia su cuerpo, entonces ella alzó su pierna hasta dejarla encima
de la cadera de él y terminaron con las piernas entrelazadas.
—Me gusta dormir contigo, siento que descanso mejor si estás
a mi lado —confesó él.
Ella lo abrazó más fuerte, escondiendo el rostro en su cuello.
Se moría por pedirle que se quedara, quizá que pensara en la
posibilidad de un traslado, pero esa no era una decisión que se
pueda tomar a la ligera, y menos cuando se estaba bajo los efectos
de la serotonina, ya que esa felicidad que le hacía sentir la hormona
no era del todo real. El que ella hubiera tenido que sacrificarse
alejándose de su familia, no era razón suficiente para pedirle a él
que hiciera lo mismo. Además, ellos apenas estaban iniciando su
relación, no podía pretender que de la noche a la mañana ya
deberían mudarse juntos solo porque se amaran; era mejor vivir las
etapas poco a poco.
—Te amo —murmuró, cerrando los ojos.
—Te amo, gitana —respondió y en su voz ya se notaba la
somnolencia.
Eso fue lo último que se dijeron antes de quedarse
profundamente dormidos.
El lunes, Samira decidió despertar una hora antes de lo normal,
se había prometido intentar mejorar su estado físico con algunos
ejercicios, sabía que debía hacerlo por las mañanas, porque ya las
tardes las tenía comprometidas con sus clases de inglés, además,
había pausado las de español para poder asistir tres veces por
semana a un curso de Estrategia Empresarial, en la universidad
Católica, gracias a una beca que sortearon en su trabajo. Cuando se
lo contó a Renato, amó ver el brillo de genuino orgullo que iluminó
sus ojos. Solo eso quería en la vida, que alguien se alegrara de
verdad por sus logros, que le diera valor a esas cosas que a ella
tanto la emocionaban, no era que necesitara su aprobación, pero
reconocía que el camino se hacía mucho más fácil si alguien la
alentaba.
Aún era demasiado temprano para encontrarse con el mensaje
de buenos días de Renato, debía estar durmiendo todavía, así que
antes de que el cuerpo le pidiera quedarse un poco más de tiempo
en la cama, contó cinco segundos y se levantó. Fue a lavarse la
cara, ya había visto la noche anterior varios videos de ejercicios en
casa para principiantes, sabía que no necesitaba mucho espacio.
Se cambió el pijama por ropa deportiva, y se recogió el cabello,
en su teléfono buscó el par de videos que había elegido como
“favoritos” y repasó esa rutina. Por supuesto, ella no funcionaba si
antes no se tomaba una buena taza de café, por lo que mientras
miraba los videos, prendió la cafetera.
Una vez lista la bebida, lo endulzó de la manera que le gustaba
y bebió un par de sorbos.
—Bueno —suspiró preparándose para empezar con la rutina de
ejercicio—, no parece para nada difícil, solo espero que me ayude a
tener más resistencia. El vídeo duraba casi cuarenta minutos;
tiempo suficiente para ejercitarse.
Empezó con las sentadillas, justo como indicaba la mujer en el
video, cuidando de que las rodillas no pasaran la punta de sus pies.
Siguió atentamente cada movimiento; después de llevar más de
cinco minutos haciendo también otros ejercicios como levantar las
piernas hacia atrás y de manera lateral, ya no le parecía para nada
fácil, estaba sofocada con el corazón a punto de estallar, sudorosa y
los músculos adoloridos.
Estaba por rendirse, a punto de tirar la toalla, sin importar que
la instructora en el video le dijera una y otra vez: «Vamos, vamos,
que tú sí puedes, vamos por esas piernas lindas, tonificadas y
moldeadas…»
Decía que todo estaba en la mente, pero ella lo sentía en sus
larguiruchas y adoloridas piernas. Por más que quiso, no pudo
seguir más de veinticinco minutos. Jadeando por oxígeno y
entumida, adelantó el video hasta la parte de los abdominales.
Se tomó un par de minutos tirada en el suelo, con las manos
sobre el abdomen y la mirada en el techo, esperando recuperar el
aliento y encontrar el valor para seguir.
En medio de gruñidos, contraía el abdomen una y otra vez,
hasta que completó los cien que habían sugerido en el vídeo, se
sintió orgullosa de haber alcanzado la meta, aunque eso sí,
exhausta y temblorosa. El corazón le dio un vuelco de emoción al
escuchar la notificación del mensaje entrante, estaba segura de que
era Renato y se moría por saber cómo había amanecido y qué
nueva canción había agregado a la lista.
En medio de un jadeo levantó el torso y estaba demasiado
cansada como para ponerse en pie, por lo que gateó hasta donde
había dejado el móvil sobre el sofá. Con una gran sonrisa leyó ese
mensaje de «buenos días, dulce gitanita mía»
—Hola, buenos días, chico guapo… —Tragó grueso porque
tenía la garganta seca, pero por lo menos la voz no se le sentía tan
agitada—. Sí, ya estoy despierta para empezar otra larga semana
en la que debo esperar hasta que sea viernes para verte… —chilló
como niña mimada—. Ve a ducharte antes de que se te haga tarde.
Yo también lo haré… ojalá me diera tiempo para imaginar que me
acompañas bajo el agua, pero existen dos cosas por las que es
imposible; la primera, se me haría tarde; la segunda y más evidente;
los dos no cabemos en mi baño. —Se echó a reír ante esa gran
verdad—. Ahora voy a escuchar la canción. —Acompañó ese audio
con el sonido de un beso.
Renato tenía razón, debía darse prisa o se le haría tarde, se
levantó, agarró la taza de café que estaba en el suelo y de un trago
se tomó lo poco que le quedada, decidió dejarla sobre la encimera,
ya luego antes de irse la lavaría. Mientras esperaba a que el agua
se temperara, buscó en la lista de reproducción la nueva adición.
Me enamoré de ti, perdidamente
Y nuestros mundos son tan diferentes
Me enamoré de ti, qué le voy a hacer
Se pinta de colores toda mi alma
Con esa dulce luz de tu mirada
Y al verte sonreír, vuelvo a tener fe…
Samira sintió que la emoción se le extendió por las venas como
una droga potente y enloquecedora. La canción era hermosa y era
imposible no sentir que se identificaba mucho con la relación que
tenía con Renato.
En ese instante se sentía casi completamente feliz, y casi,
porque no tenía a Renato ahí con ella y porque estaba lejos de su
familia. Aunque no podía olvidarse que ahora conseguir su perdón le
costaría mucho más, una vez conocieran al hombre del que se
había enamorado. Pero por el momento, nadie le podía quitar el
deseo de soñar con Renato pidiéndole permiso a su padre para
poder casarse con ella y que este se lo diera, sin objeciones y una
gran sonrisa cordial en la cara.
Con su mirada perdida en su reflejo, soltó un suspiro profundo,
esperando expulsar esas penas que la aquejaban, porque le rompía
el corazón tener la certeza de que su padre jamás aceptaría a un
payo como yerno.
Solo cuando el espejo se empañó ante el vaho provocado por
el vapor de la ducha, fue que se dio cuenta de que estaba soñando
despierta y que debía darse prisa.
Se desnudó con rapidez y antes de meterse bajo regadera,
puso la canción a repetir. Volvió a escucharla con atención y
mientras se enjabonada, sintió las huellas de los apretones de
Renato en sus muslos, ahí estaban marcados sus dedos, unos
puntos entre rojizos y morados adornaban su piel, era un dolor
agradable. Sí, era doloroso cada vez que los tocaba, pero el
recuerdo que le traía era sublime.
Una vez lista, salió de su pieza con las llaves en una mano y el
vaso térmico del café en otra, se aseguró de cerrar muy bien, metió
las llaves en su cartera y fue a tocarle la puerta a Ramona.
Saber que ahora iría todos los días al trabajo en compañía de
su amiga, le hacía muy feliz; sobre todo, porque ella se merecía
tener un empleo estable también con mejores condiciones.
—Olé, que guapa te ves… —elogió Samira, en cuanto Ramona
le abrió la puerta.
—Gracias, solo espero que no sea demasiado… No sé cómo
debo ir vestida —dijo echándose un vistazo. Estaba nerviosa pero
también ansiosa por enfrentarse a ese gran cambio laboral.
Llevaba un traje de pantalón y chaqueta negra con una
camiseta básica blanca. Un collar que le daba algo de elegancia, el
cabello suelto y unos zapatos de tacón.
—Te ves genial, como toda una administradora de un buen
restaurante. Solo no vayas a ser tan perra como Maite —dijo con
tono suplicante, al tiempo que unía las manos en un claro gesto de
imploración, aunque la pillería titilaba en sus ojos.
Ramona se quedó boquiabierta en busca del insulto adecuado
para su amiga y así seguirle el juego, pero no lo consiguió.
—Jamás podría ser tan miserable como esa mujer. —Se le
aferró al brazo, instándola a caminar. No iba a llegar tarde su primer
día de trabajo—. Sabes, siento lástima por ella, pobrecita… imagino
que no es feliz, por eso busca pagar su infelicidad con los demás.
—Tienes razón. —La secundó Samira, mientras atravesaban el
jardín interno de la casona—. ¡Qué día tan esplendido! —exclamó
tras tomar una bocanada de aire. Le gustaba cuando el cielo
amanecía tan despejado y la temperatura tan agradable.
—Parece que amaneciste muy feliz y llena de energía —
manifestó Ramona, sonriéndole. Ella sabía que la causa de esa
dicha se debía al carioca, por mucho que se esforzara no podía
ocultar lo bien que se sentía cada lunes por la mañana, luego de
perderse con él los fines de semana.
—No debe parecerte, es que estoy muy feliz. No todo el mundo
tiene la dicha estar en el mismo trabajo con su mejor amiga —
hablaba mientras llevaban un buen ritmo en su caminata hacia la
estación del metro—. También creo que mi energía se debe a que
me levanté muy temprano para hacer ejercicios.
—Así que empezaste a ejercitarte. —Elevó una ceja, curiosa—.
¿Se puede saber el motivo?
—Quiero mejorar mi condición física, nunca está de más.
Además, siento que me está saliendo algo de panza…
—¡¿De qué panza hablas, mujer?! —Estalló en una carcajada
—. Ya quisiera yo tener tu abdomen… si estás que te lleva el viento.
—Sí, sé que soy demasiado flaca —masculló—. Pero mira mi
vientre, está algo abultado… ya empecé con cien abdominales.
—Bueno cariño, la solución para eso no es matarte haciendo
ejercicio, lo que debes hacer es reducir tu ingesta de azúcar.
—¡Ay no, Ramona! No me digas eso… puedo hacer mil
abdominales diarios, pero jamás dejaré los dulces. Sé que no podré
—chilló, porque conocía muy bien sus limitaciones.
—Entonces no te mortifiques por eso… Por muy cliché que
suene, te digo que quien te quiera, debe hacerlo por cómo eres. No
intentes cambiar por alguien… —aconsejó. Samira aún era muy
joven y no quería verla siendo manipulada por nadie.
—No lo hago por nadie —respondió, poniéndose a la defensiva
—. Lo estoy haciendo porque no me agradan mis piernas tan flacas
ni el vientre… Solo eso.
—Bueno, está bien… Te propondría que no inscribiéramos en
un gimnasio, pero sé que tienes poco tiempo.
—¡Es buena idea! Podríamos ir después de que termine mis
clases de inglés…
—¿A las ocho?… y perderme la telenovela, estás loca —rio
incrédula.
—Sí, tienes razón —se lamentó—. Ya encontraré el momento
justo. —No quiso decirle que quizá a las seis de la mañana era otra
hora factible, porque bien sabía que a Ramona no le gustaba
levantarse tan temprano. Así que, prefirió seguir haciéndolo como
esa mañana, sabía que si era constante obtendría buenos
resultados.
Lara le entregó la gabardina, bufanda y guantes al anfitrión del
restaurante White Rabbit, quien luego de pasarle las prendas al
hombre encargado del guardarropa, la guio hasta la mesa donde la
esperaba su hermano.
—Lo siento, es que a la esteticista se le hizo tarde —dijo al
tiempo que se sentaba.
—Es la tercera vez que lo hace, tendrás que buscar otro centro
en el que respeten tu tiempo —comentó Maxim. No estaba molesto
por la demora de su hermana, solo que sabía que esos pequeños
desfases en sus horarios traían consecuencias en sus rutinas.
—Es la mejor, tiene la agenda colmada, sobre todo en estos
días. —Lara era consciente que debido a la época del año en la que
el frío hacía estragos, muchas mujeres necesitaran hidratase la piel,
algo que no simplemente podían conseguir tomando varios litros de
agua al día—. ¿Has pedido algo? —curioseó y antes tomar la carta,
echó un vistazo hacia el Ministerio de Asuntos Exteriores que tenía
enfrente.
—Vino, del que te gusta.
—Gracias. —Le dedicó una genuina sonrisa y desistió de la
carta—. ¿A qué horas pasarás a buscar a Ximena? —preguntó por
la prometida de Maxim. A pesar de que se casarían en poco menos
de un año, ya estaban con los preparativos de la ceremonia.
—A las cinco… ¿Cómo te fue por la mañana? —Era necesario
estar informado del rendimiento de su hermana.
—Muy bien, tuve tres privados, uno con Raúl, otro con el viejo
James —su tonó se tiñó de aversión, al hablar del canadiense—. Y
un usuario nuevo.
—¿De dónde es? Espero que le hayas sacado información
para poder armar su perfil.
—Es de Panamá, cincuenta y dos años, profesor universitario.
Recién divorciado, con tres hijos. —Lara le comentaba todo lo que
recordaba de la conversación que tuvo con el hombre y sabía que
su hermano lo estaba memorizando para crear la ficha del usuario.
—Está en busca de atención. ¿Compró el número? —preguntó
por una de las opciones que ella tenía, para brindarles ciertos
beneficios extras a los usuarios.
—Sí.
—¿Le escribiste?
—Sí, y le envié una foto que me tomé en la ducha.
—¿Renato se conectó? Ayer dijo que lo haría. —Maxim, la
mayoría del tiempo era el encargado de enviar los mensajes a los
usuarios, antes de que su hermana empezara la trasmisión; no
descansaba hasta hacerles prometer que entrarían al portal a verla,
ya que, entre más espectadores, mejor era la posición que tendría
en el ranking de modelos.
—Sí, pero solo estuvo como diez minutos, dejó quince mil
tokens . Sigue con la excusa del trabajo. —Se mostró desanimada.
—Lara, estás perdiendo la oportunidad de tu vida, si de verdad
quieres dejar la webcam , tienes que insistir con él…
—¿Crees que no lo intento? Sabes que lo hago, Maxim… Ya
no sé qué decirle ni cómo mostrarme. Está perdiendo el interés y no
sé qué fue lo que hice mal… —hablaba con el temor de ser
rechazada atenazándole la autoestima. Aún no podía comprender
cómo un hombre que lo tenía todo no había sido capaz de lanzarse
encima de una mujer como ella. Él tenía el combo completo, un
físico atractivo, además de estar más que bien dotado, pero como si
eso no fuera suficiente, jamás en su puta vida tendría que
preocuparse por dinero, poseía lo suficiente como para que hasta
los nietos que tuviera pudiesen llevar una vida de derroche, sin tener
siquiera que trabajar un solo día de sus vidas. No podía perderlo…
no sin luchar.
Guardaron silencio mientras le servían el vino, en cuanto se
marchó el sumiller, Maxim tomó la mano de Lara y le regaló un
reconfortante apretón. Él sabía que ella estaba muy ilusionada con
el brasileño, quería ayudarla, aunque eso significara cortar con su
única fuente de ingresos.
—Tú no hiciste nada mal, de eso estoy seguro, lo más seguro
es que esté encaprichado con otra modelo… Así que no dejes de
insistir, ¿le dijiste que querías ir a Río para Navidad?
—Por supuesto —resopló—. Le he hecho la propuesta tres
veces, pero sale con tontos rodeos. —Un nudo de impotencia
sofocaba su garganta.
Él chasqueó los labios, mientras buscaba una solución
eficiente.
—La personalidad de Renato es complicada, lo más probable
es que no esté preparado para que su familia te conozca…
Hagamos una cosa, voy a hacerte un pasaje aéreo falso, se lo
muestras y le dices que ya lo tienes… Le explicas que no es
necesario que te lleve con su familia, que solo quieres verlo… Sin
ningún compromiso.
—Bueno, no perdemos nada con intentarlo. —Lara estuvo de
acuerdo con la idea de su hermano—. Pero si no acepta, desistiré.
Por mucho que quiera a Renato, no voy a rogarle… —Frunció los
labios—. No perderé mi tiempo en una causa perdida, prefiero poner
mis esperanzas en alguien más…
—Tú estás encaprichada con Medeiros, pero tienes mejores
opciones… Por ejemplo, está Robert —comentó, pero enseguida la
vio poner los ojos en blanco—. Sé que no te gusta porque pasa los
cincuenta, pero si lo que quieres es asegurar tu futuro, debes guiarte
más por el cerebro que por el corazón.
—Cómo si fuese tan fácil —masculló, rodando los ojos.
—Fácil no es, de eso estoy seguro; la otra opción es seguir en
la web hasta que te gradúes, consigas un trabajo y aprendas a
reducir gastos.
El gesto que hizo Lara, le dejó claro que jamás limitaría el estilo
de vida al que ya se había acostumbrado. Ella se daba gustos de
celebridad, gracias a las generosas propinas de sus admiradores y
lo mejor de todo era que no tenía que acostarse con ellos; a menos
que así lo decidiera.
CAPÍTULO 71
Renato se sintió totalmente acorralado y muy molesto al ver el
boleto aéreo que Lara le estaba mostrando. Desde que regresó de
ver a Samira se había propuesto evitar a la rusa hasta que no
supiera como romper con ella, no quería seguir engañando a
ninguna de las dos. Esa mañana cuando se conectó al portal ni
siquiera vio el número que ella había preparado, aguantó unos
minutos y se desconectó alegando que tenía que irse a la oficina
porque tenía varios compromisos que no podía eludir. Pero esa
tarde lo había forzado a atenderle la videollamada, alegando que no
le quitaría más de diez minutos, el problema fue que la noticia que le
dio lo dejó perplejo. Cuando ella le hizo varias veces la propuesta, él
no le dio respuesta, siempre cambió de tema, ahora reconocía que
ahí radicaba su error porque no cortó de raíz esa sugerencia. Por
eso, ahora ella había tomado la decisión de invertir en un pasaje,
creyendo que eso lo alegraría.
No la entendía, Lara sabía muy bien que estaría ocupado en
esas fechas; su familia suele monopolizar sus días al planificar
muchas actividades que él no puede rechazar o evadir. Era una
locura, y un abuso de su parte haber tomado esa decisión y ponerlo
en ese compromiso.
No sabía qué responderle, la sonrisa afable que tenía minutos
antes de que le mostrara el pasaje había desaparecido. Mientras
que ella esperaba algún gesto de efusividad, él estaba
tartamudeando en busca de una respuesta que no le hiciera daño,
pero que definitivamente lo zafara de esa visita.
—P-p-pero Lara, ya te había dicho que mis tíos vendrán, toda
mi familia estará aquí en Río y estaré muy ocupado… —trataba de
explicar una vez más y esperaba que el tono de su voz no delatara
su molestia.
—No tengo intención de agobiarte, te lo prometo… No tienes
que llevarme con tu familia si no lo deseas, también comprendo que
necesites pasar tiempo con ellos. No te exigiré que estés todo el día
conmigo. —Ya se había preparado para esa reacción de él, así que
bajó la cabeza y cuando volvió a mirar a la cámara tenía los ojos
llenos de lágrimas—. Pero si no quieres que vaya, solo dímelo,
cancelaré el boleto…
«Mierda, mierda», pensó Renato, frustrado.
—No es que no quiero que vengas, es que… Estaré muy
ocupado, ni siquiera podrás quedarte conmigo, lo siento, pero…
—Por eso no te preocupes, me quedaré en un hotel, ya hice la
reserva… pero también puedo cancelarla si decides que es mejor
que no vaya. —Se limpió rápidamente la lágrima que
estratégicamente había buscado derramar.
El peso de la culpa lo estaba aplastando, él debía haber
hablado con ella hace semanas, desde el mismo momento en que
se dio cuenta de que realmente no la quería, pero dejó que todo se
le escapara de las manos y ahora sí que le iba a hacer daño.
—No sé qué decirte Lara —dijo acongojado—. Es que no
quiero que, en una fecha tan importante, tengas que alejarte de tu
familia y que hagas un viaje tan largo para que pases la mayor parte
del tiempo sola.
—Quieres que no vaya, ¿cierto? —Se cubrió la boca con la
mano libre para ahogar un sollozo.
Eso le rompió el corazón, no quería lastimarla.
—No, no es eso… —Deseaba pensar en algo que le ayudara
en ese momento. Quizá Danilo podría ayudarle—. Déjame pensarlo,
¿sí? —Eso le daría tiempo para conversarlo con su terapeuta o para
que se le ocurriera un mejor plan—. Primero tengo que organizar mi
agenda.
—Está bien. —Sonrió y derramó más lágrimas que le sirvieran
para convencerlo—. Me conformo con poder verte, aunque sea una
vez, un par de horas… Te extraño tanto, caramelo.
Renato bajó la cabeza y se llevó una mano a la frente, se la
sobó intentando mitigar el comienzo del dolor de cabeza que ya
sentía.
—Solo cuídate, cariño… Hablamos luego, ahora tengo que
atender una reunión importante.
—Está bien, éxito en tu reunión… Besitos. —Dio un beso en las
yemas de los dedos y luego lo sopló a la pantalla.
Renato asintió y se apresuró para terminar la comunicación,
tenía un gran lío en la cabeza. No había usado la reunión como una
excusa para colgar la llamada, ciertamente la tenía, solo que, en un
par de horas. Estaba tan mortificado que sabía que ya no podría
concentrarse el resto del día hasta que no encontrara una solución a
su inminente problema.
Danilo siempre le había dicho que estaba para él las
veinticuatro horas del día. En el pasado, solo había recurrido a
molestarlo fuera de sus consultas, unas tres veces.
Como esa vez que sus compañeros de clases del primer
semestre en la universidad lo habían invitado a una fiesta; pero
considerando que unos de los ejercicios de su psicólogo había sido
hacer una terapia de choque en la que se expusiera a una de las
situaciones que más estrés le causaban; claro que lo que Danilo
quería, era que lo hiciera en un ambiente controlado donde él lo
pudiera ayudar o supervisar. Pero Renato quería creer que ya
estaba mejor, así que asistió a una de esas reuniones que le habían
hecho. Se esforzó muchísimo por integrarse, pero no había pasado
ni media cuando le entró tal ansiedad y agobio que se encerró en el
baño y no quería salir de ahí.
No quiso llamar a sus padres, a su hermano, ni mucho menos a
su abuelo, porque todos estaban muy ilusionados con la primera
salida de ese tipo que él hacía solo, no quería ni pensar en la
decepción que les causaría al tener que recurrir a ellos para sacarlo
de esa situación; eso empeoraba su ánimo al punto de que empezó
a llorar y por poco se vomitó encima.
Así que su único recurso fue acudir a Danilo, quien le atendió
enseguida y debido a lo desesperado que lo escuchó, le recomendó
que se acostara en el suelo, subiera los pies en el retrete y se
concentrara solamente en su respiración, que él iría a buscarlo.
Desde ese día, en que el terapeuta fue su salvador, le tomó
más confianza e hizo que se comprometiera más con el proceso.
Así que, ahora que se sentía entre la espada y la pared no
dudó en recurrir a él nuevamente, por lo que le envió un mensaje en
el que lo saludaba y le preguntaba si podía verlo lo más pronto
posible. Pensaba que llamarlo sin previo aviso era una falta de
respeto, considerando que, en ese momento, seguramente estaría
ocupado con algún paciente.
Quince minutos después recibía su llamada. No quiso explicarle
por teléfono cuál era el problema al que se estaba enfrentando, solo
le dijo que tenía que ver con Lara. Al escuchar lo ansioso que
sonaba su todo de voz, el terapeuta le dijo que podría atenderlo a
las siete de la noche.
A Renato le avergonzaba tener que ponerlo en semejante
compromiso, pero necesitaba encontrar una solución lo antes
posible.
Renato llamó a Drica para que le ayudara a ultimar los detalles
de la reunión que en poco tiempo debía liderar, necesitaba
enfocarse en tareas que lo mantuvieran entretenido, para así no
dejar que los pensamientos tóxicos infectaran su mente. No podía
deja que nada alterara sus obligaciones laborales, esa siempre
había sido su norma desde que aceptó el cargo en la empresa
familiar.
Ese martes Samira había tenido un día laboral extenuante, no
paró de ir de un lado para otro, llevando y trayendo documentos,
solicitando información a otros departamentos o cuidando que todos
los detalles estuvieran perfectos para las reuniones que su jefe
había programado, incluso Karen que habitualmente no se quejaba,
expresó estar agotada y con los pies adoloridos.
Lo que más lamentó fue no contar con el tiempo suficiente para
ir a la cafetería a ver cómo le estaba yendo a Ramona, ella sabía
que su amiga lo estaba haciendo bien, no en vano toda su vida
laboral la había desempeñado en esa área.
Esa tarde ya la tenía comprometida con sus excompañeros de
trabajo, con quienes se tomaría un café y por fin podría conocer al
bebé de Mailen que, al parecer, ya no iba a regresar al restaurante.
Cuando salieron del edificio, las esperaba la prima de Karen
con el hijo de su compañera. El niño en cuanto vio a su madre corrió
y se le lanzó a los brazos y sonreía en medio de los mimos
maternos.
—Hola Alonso, hoy estás muy guapo —saludó Samira,
tomándole una mano y mirando sus hermosos ojos castaños.
—Gracias —dijo con las mejillas arreboladas.
—Dale un besito a Sami —le pidió Karen, y el niño se acercó a
la mejilla que ella le ponía.
Tras el sonoro y tierno beso del niño, ella sonrió le dio uno en la
frente a él de vuelta, luego le ofreció los brazos para cargarlo y él sin
pensarlo mucho se fue con ella.
—Hola Joselyn, ¿cómo te va? —saludó a la prima de Karen, a
quien había visto muy a menudo, ya que casi siempre, era la
encargada de ir a buscar a Alonso en la guardería que quedaba a
pocas calles de ahí.
Ramona las alcanzó en ese instante, ya que por medio de un
mensaje le había avisado que ya había salido.
Samira se encargó de presentarla con su compañera de trabajo
y Joselyn, ya que hasta el momento no habían coincidido dentro de
la empresa.
—¿Les gustaría acompañarnos a tomarnos un café? Así
conocen a nuestros amigos.
Karen y Joselyn compartieron una mirada y asintieron. La
gitana las guio hasta el café de la esquina, donde ya debían estar
esperándolas, mientras seguía cargando al niño y hablaba con él.
Ella sentía un vínculo especial con los pequeños, porque
siempre estuvo rodeada de ellos. Incluso se involucró en la crianza
de sus hermanitos, lo que hacía que la nostalgia le atenazara el
corazón cada vez que los recordaba.
Ahí en el área externa del café estaban todos sus amigos del
horario matutino del restaurante. La recibieron entre besos y
abrazos, le agradó muchísimo ver a la señora Mercedes, ya que ella
casi siempre se excusaba de las reuniones porque debía cuidar de
sus nietos.
Hizo las presentaciones entre Karen, Joselyn y sus amigos. Sin
perder tiempo se ubicaron en los puestos, la agradable conexión fue
instantánea. Ellos no perdieron la oportunidad para felicitar a
Ramona por su nuevo puesto de trabajo.
Samira sentía que había creado una especie de familia con
ellos, se sentía en confianza y estimada; no necesitaba que llevaran
su misma sangre ni siquiera que pertenecieran a su misma etnia.
Ellos se habían ganado un lugar especial en su corazón, algo que
jamás habría ocurrido si se hubiera quedado encerrada dentro del
círculo estrictamente cerrado que era su comunidad. Deseaba que
algún día sus padres pudieran ver que la integración era vital para la
sociedad, no era justo que se privaran de conocer lo bonito de la
diversidad humana.
Renato salió del consultorio de Danilo con una idea clara de lo
que debía hacer, no tenía más opción que afrontar directamente el
problema, aunque para ello debería armarse de todo el valor que
poseía, pero era lo menos que Lara merecía, que le diera la cara y
enfrentara el momento con entereza.
Así que, dejaría que viniera a Río y hablaría sinceramente con
ella frente a frente. Tal como Danilo le planteó la escena, era la
mejor opción, solo esperaba no cagarla más. Tras un largo suspiro,
mientras esperaba que el tráfico avanzara, decidió llamarla para
informarle.
Ella le atendió de inmediato, debía dejarle bien clara las
condiciones que él debía establecer, porque si no, se iba a meter en
un buen lío.
—¡Hola, caramelo! —saludó con efusividad.
—Hola, cariño… ¿Estás ocupada? —preguntó, mientras
avanzaba en la interminable fila de autos que se extendía por la
avenida Armando Lombardi.
—Apenas estoy maquillándome para trasmitir… ¿Ya saliste del
trabajo? —curioseó, con el corazón desbocado, tuvo que dejar de
lado el pincel con el que se delineaba el párpado superior, porque la
expectativa la hacía temblar.
—Así es, voy camino a casa… Si es que algún día avanza el
tráfico —suspiró nuevamente y bajó un par de grados al aire
acondicionado de la SUV, estaba acalorado.
—¿Te conectarás? —Se moría por preguntarle si había tomado
una decisión con respecto a su viaje a Río, pero prefería no
presionarlo.
—La verdad, no lo creo. Estoy agotado, mañana tengo otra
reunión a primera hora…Ya sabes, se acerca cierre de año y se
debe tener listo todo antes para el cálculo del balance anual y el
estado de pérdidas y ganancias global del consorcio que se hace a
principio de año… Además, de que hay que salir de los grandes
compromisos si queremos tomarnos las dos semanas de
vacaciones.
—Entiendo, sí… Debes estar exhausto, me encantaría poder
darte un masaje y una mamada para relajarte —ofreció sonriente,
no era primera vez que hacía promesas de ese voltaje.
Renato sonrió, pero al darse cuenta de que ella ya no le
calentaba la sangre, confirmó lo que ya sabía. Solo quería recrear
esas escenas con la chica de ojos color oliva más bellos del mundo.
—Eso sería bueno. —Fue lo único que se le ocurrió decir para
salir del paso. Se sacudió los pensamientos y recordó por qué la
había llamado—. Tuve unos minutos libres luego de nuestra llamada
para pensar en tu visita… Quiero que vengas —soltó sin pensar
más y el gritó de júbilo de la rusa se esparció potente en el ambiente
—, pero…
—Todos los «peros» que quieras… —interrumpió ella, segura
de que esta vez sí tendría la oportunidad para convencerlo de hacer
oficial su relación—. Lo que importa es que volveremos a vernos.
—Así es, volveremos a vernos —comentó Renato, sin
contagiarse de la emoción de ella, todo lo contrario, tenía un nudo
en la garganta—. Pero los términos serán los mismos, no puedo
tenerte conmigo, sin embargo, me encargaré de alojarte en un buen
hotel, así que cancela la reserva que hiciste… Pero te advierto que
tampoco podremos vernos tanto como quisieras, como te he dije
varias veces, mis compromisos familiares son muy importantes e
ineludibles.
—Lo entiendo, caramelo. Por eso te dije que no pretendo ser
una molestia, solo quiero verte, aunque sea poco, también quiero
huir del frío infernal de esta época —hablaba sonriente y le hacía
señas a su hermano que estaba programando el equipo para la
trasmisión que tendría en breve. Él siempre dejaba todo listo para
que ella no tuviera que preocuparse por los temas técnicos. Sin
duda, Maxim estaba feliz por haber conseguido el objetivo.
—Sí, imagino que debe estar helado.
—No te imaginas, es terrible. Mi piel se reseca demasiado, las
calles se vuelven un caos.
—Es terrible… —hizo una pausa, mientras pensaba cómo
seguir con la conversación, pero tras varios segundo no tenía nada
—. Bueno, te dejo para que puedas seguir con tu maquillaje. Sé que
estarás deslumbrante.
—Como siempre, caramelo… Sé que estás muy cansado, pero
si deseas verme, estaré en el mismo lugar.
—Lo sé, sé que puedo acudir a ti siempre que lo necesite, por
esa razón eres especial. —No podía mentirse, porque Desire, había
sido su mejor refugio en tiempos difíciles. Que ahora estuviera
perdidamente enamorado de Samira, no le hacía olvidar lo mucho
que sentía que ella lo había ayudado—. Hablamos luego.
—Hasta pronto, caramelo. Descansa.
Renato terminó la llamada y resopló, al tiempo que se aflojaba
la corbata y tuvo que abrirse un par de botones de la camisa. La
necesidad alucinante de hablar con Samira lo estaba desesperando,
pero sabía que a esa hora ella debía estar con Ramona viendo la
serie turca, no podía interrumpir en esos momentos que eran solo
de ellas.
Pensar en eso le dio una idea y aprovechó el bendito
embotellamiento para buscar la dichosa serie de la que, su gitana le
hablaba tanto. La puso a reproducir en la pantalla en el salpicadero,
quizá eso le ayudaría a hacer entretenida la espera, porque el
audiolibro que había empezado la mañana anterior, hasta el
momento no le había atrapado.
Para Samira la semana entera había estado llena de dolor y
agotamiento, ya que se levantó todos los días a las cinco de la
mañana para seguir con sus entrenamientos. Aún no notaba
ninguna diferencia, eso la desmotivaba un poco, pero en cada video
que veía, todos los entrenadores concordaban en una sola cosa:
paciencia.
Incluso estaba haciendo el esfuerzo sobrehumano de reducir
las cantidades de azúcar que ingería, ya al café no le echaba tres
cucharadas sino dos y media, esperaba la próxima semana
conformarse con dos.
Pero lo peor fue tener pasar la noche anterior sin Renato, ya
que este la tuvo que llamar a última hora para aplazar su viaje para
la mañana del sábado porque al final de la tarde todo se le complicó
por culpa de una reunión de último minuto que solicitaron sus tías y
a la que él debía asistir sin quejarse. Aunque sí que se había
molestado porque ambos sentían que no les alcanzaría solamente
esas cuarenta y ocho horas que podrían verse para darse todos los
besos que se les habían acumulado.
Por eso, esa mañana de sábado se despertó más temprano de
lo usual con una sonrisa imborrable en la cara, quería prepararse
con tiempo y aprovechar de dejar la casa arreglada y organizada, ya
que no volvería sino hasta el domingo por la noche, luego de que él
ya estuviera en el aeropuerto para regresar a Río.
Limpió a fondo la cocina y el baño, cambió las sábanas de la
cama por unas limpias, se hizo el desayuno y estaba metiendo las
pastillas anticonceptivas, que religiosamente se tomaba todos los
días a las siete de la noche, en el pequeño neceser que se llevaría
para que no se le olvidaran, cuando alguien llamó a su puerta.
Estaba segurísima de que no era Renato, porque en la última
conversación que tuvieron la noche anterior, cuando él ya estaba en
el apartamento, le comentó que el vuelo más temprano que
consiguió fue a las diez de la mañana, lo que hacía que llegara a
Santiago después de almuerzo; había querido usar el avión privado
de la familia para no tener que depender de los horarios
comerciales, pero eso significaba informarle a su abuelo sus planes
y él insistía en que no quería tener que dar explicaciones a nadie de
momento. Ella tampoco se sentía cómoda con que él abusara de los
recursos familiares como ese, no quería que ellos creyeran que ella
era una interesada que estaba detrás de sus lujos.
Desde el momento en que se mudó ahí, consideró que era
necesario que a las puertas le pusieran la mirilla; así podrían
asegurarse de abrir a la persona correcta. A pesar de que lo había
dicho en un par de reuniones y de que tomaron en cuenta su
propuesta, no habían hecho nada. Así que, con cautela, abrió la
puerta, dejando una pequeña rendija, se asomó.
—¿Pasó algo? —preguntó aliviada, al tiempo que abría al ver
que era Ramona.
—Acaba de llamarme mi tía Drina —su voz temblaba en una
mezcla de nervios y emoción.
—¿Tu tía? ¿Pasó algo? —Samira la invitó a pasar con un
ademán, pero no pudo evitar ponerse nerviosa.
—Ay Gypsy , disculpa, no quiero interrumpir, estabas por
desayunar.
—No te preocupes, ¿quieres?
—No, no, tranquila, come tú, ya comí —dijo. Le avergonzaba
haber sido tan inoportuna.
—Después lo hago, ¿cuéntame qué pasó? ¿Por qué te llamó tu
tía? —interrogó, se sentía nerviosa por Ramona, sabía que deseaba
tanto como ella el perdón de su familia.
—Viene a Valparaíso, quiere verme, saber si estoy bien, por
supuesto, mis padres no lo saben… No sé, estoy preocupada, ¿será
que va a reprenderme?
—No lo creo, quizá sí quiere saber cómo estás… verte y darte
un abrazo. —Le tomó las manos y la miraba a los ojos tratando de
infundirle valor. Estaba feliz por la oportunidad que la vida le estaba
otorgando.
—Y si solo quiere reprocharme —su voz se ahogó debido al
miedo.
—No lo sabrás si no vas a verla… ¿Qué tan malo podría ser?
—hizo un mohín alentador—. Si lo que quiere es reprocharte,
simplemente te alejas y vuelves a Santiago, con esta hermana que
la vida te ha regalado.
—Está bien —resolló valor—. Entonces, iré… y que sea lo que
Dios quiera.
—¿A qué hora te irás? Así te acompaño a la terminal.
—Me voy ya…
—¿¡Ya!? —A Samira le fue imposible ocultar la sorpresa.
—Es que llega como a la una de la tarde a Valpo, y acordamos
vernos en la terminal, si todo sale bien, me quedaré con ella hoy y
mañana, sino me tendrás aquí por la mañana.
—Te prometo que aquí me tendrás, no me moveré de este
piso… ¡Ay, estoy tan feliz por ti! —chilló emocionada y la amarró en
un abrazo eufórico. Quería decirle que también soñaba con el
momento en que pudiera reencontrarse con su familia, pero no lo
haría porque ese momento de dicha era solo de Ramona.
—Bueno, me tengo que ir, iré a preparar un ligero equipaje…
¡No quiero llegar tarde! —Sacudió las manos y resopló, estaba
nerviosa y expectante.
—Deja que te ayude, y te acompaño a la terminal.
—No, no, de ninguna manera. Interrumpí tu comida, mejor
come, me iré en un taxi.
—Está bien. —Sabía que no tenía caso llevarle la contraria a su
amiga, ya que era igual de obstinada que ella—. Pero prométeme
que me mantendrás informada.
—Lo haré, te lo prometo. —Le acarició el pelo y se acercó para
darle un beso en la frente—. Cuídate mucho, y saluda a Renato de
mi parte, ya viene en camino, ¿verdad? —curioseó. Había dejado de
molestar a Samira con la evidente relación que mantenía con el
carioca, aunque eso implicara hacerle creer que se creía las tontas
mentiras que ella le decía.
—Sí, eso creo —masculló y le esquivó la mirada.
Ramona sonrió enternecida al ver cómo se sonrojaba, sabía
que temía ser juzgada. Solo esperaba que algún día, su hermosa
niña, hiciera polvo el peso que traía consigo la virginidad en su
cultura, que comprendiera que vivir plenamente la sexualidad no
debía ser considerado un acto de deshonra o de impureza, siempre
y cuando la practicara con responsabilidad.
Ella misma comprendió eso después de que su ex la
abandonara, por eso era que se había refugiado en Mateo, porque
no solo era un gran amigo, sino que con él aprendió que amar y
tener sexo era una decisión netamente personal; no le importaba ya
que su sociedad la viera como una rebelde, para ella el sexo solo
era un punto más en el reconocimiento de su cuerpo y la validación
de sus deseos.
—Ojalá venga para que así no estés sola este fin de semana…
Solo cuídate, te quiero Gypsy .
—Yo también, deseo de todo corazón que te vaya muy bien con
tu tía.
Se dieron un apretado abrazo que duró casi un minuto, luego
un par de besos en las mejillas y Ramona se marchó.
Samira tras salir del estado de ensoñación y esperanza en el que la
dejó su amiga, recordó que tenía hambre, así que metió la comida
en el microondas por un minuto y luego se dispuso a cenar.
CAPÍTULO 72
Samira sabía que ese llamado a la puerta era el momento que
más estuvo esperando en toda la semana, la expectativa la tenía
toda acelerada, pero tener la certeza de que Renato por fin había
llegado hacía que el tiempo se paralizara y que el corazón le diera
un vuelco.
Corrió a la entrada, pero antes de abrirle agarró una bocanada
de aire y no se preocupó por disimular la sonrisa de dicha que
llevaba tatuada. Solo un movimiento de su mano bastó para tenerlo
parado en frente, con una sonrisa discreta que le resultaba
totalmente irresistible.
—Bésame —suplicó de inmediato con el pecho agitado y las
hormonas revoloteando.
A Renato se le detuvo el corazón ante semejante petición tan
inesperada. Tuvo que recordarse que esperaban por ellos abajo, así
que se prometió que se controlaría, que solo le devoraría la boca, no
la tiraría en la cama ni le quitaría la ropa, no quería que ella pensara
que solo le interesaba su sexo.
«Mierda, ella me lo está poniendo realmente difícil», pensó,
cuando ella, de manera tentadora asomó la lengua entre sus labios
y se humedeció el inferior.
Avanzó un paso para apenas traspasar el dintel, la sostuvo por
los hombros con suavidad, respiró hondo y le encerró la cara entre
las manos, apoyando su frente en la de ella, al tiempo que con el pie
cerraba la puerta.
—Samira… —murmuró su nombre, saboreándolo, deleitándose
con cada letra; ella gimió en respuesta; por lo que no pudo seguir
conteniéndose y le cubrió los labios con los suyos, una presión
suave y un aliento compartido.
El beso fue casi un momento interminable que ninguno de los
dos quería interrumpir, él supo que podría estar así toda la noche,
saboreando sus labios, calmando la sed con su saliva, permitiéndole
a su lengua la delicia de acariciar la de Samira.
Pero ella quería más. Lo necesitaba y él lo sabía, por la forma
en que lo presionaba contra su cuerpo, en la intensidad con que se
aferraba a su espalda.
Amoldó su boca a la de ella y la obligó a separar los labios para
adueñarse de ellos. La gitana se aferró a sus hombros con
desesperación y se apretó más contra él, al tiempo que introducía la
lengua en su boca con un gemido. Aquel fervor desgarrado fue su
perdición. La abrazó y la estrechó con codicia.
Eso no tenía sentido, iba en contra de la promesa que se había
hecho segundos antes, pero ella era la peor de las tentaciones, era
la causante de todos sus delirios. Le enterró los dedos en el pelo
para inmovilizarla en la posición en que él la necesitaba.
Ella respiró entrecortadamente y se apartó, queriendo que
primara la razón, pero cuando él la miró con esos ojos azules que
brillaban con deseo, sintió cómo la excitación reptó por todo su
cuerpo y se alojó en su sexo.
—¿Renato?
—¿Sí? —jadeó, dejando su aliento caliente sobre los labios
mojados e hinchados de su chica.
—¿Puedes llamar a Ignacio y pedirle que se marche? Es que
necesito que nos quedemos esta noche en la casa —susurró,
sofocada.
Renato se separó un poco más y le miró toda la cara para
intentar adivinar si se refería a alguna propuesta erótica. Asintió con
una leve sonrisa que hizo que el hoyuelo en su mejilla izquierda se
profundizara más.
Sin duda, el lugar no era lo más cómodo del mundo, era
demasiado pequeño, pero bien que podría ingeniárselas para
aprovecharlo al máximo.
—Sí, pero tengo que ir a por mi equipaje —dijo sin ningún tipo
de objeción.
—Por favor —pidió, tirando de las solapas de la chaqueta para
volver a acercarlo a ella y le rozó suavemente los labios con los
suyos, lo que hizo que un delicioso escalofrío le recorriera la
espalda.
Renato aprovechó el roce de los labios de Samira para
presionar los suyos sobre los de ella y sin pensarlo, se aferró a
ambas nalgas, empujándola con contundencia contra su pelvis para
que fuese plenamente consciente de lo que había provocado, pero
se apartó antes de que se hiciera más evidente.
—Enseguida vuelvo —prometió.
—¿Quieres que vaya contigo?
—No hace falta, regresé en dos segundos —su voz denotaba la
urgencia que sentía, se acercó y volvió a darle otro beso, porque
esa boca enrojecida y voluptuosa no hacía más que tentarlo.
Samira le sonrió coqueta, luego se pasó la lengua por los labios
para saborear el beso y terminó mordiéndoselo.
Renato negó con la cabeza ante semejante provocación, al
tiempo que retrocedía los pocos pasos que lo llevaban a la salida.
Se volvió, abrió y salió casi corriendo. Ella no dejó que la puerta se
cerrara, la sostuvo por el pomo y asomó medio cuerpo por el pasillo,
lo vio bajando a prisa las escaleras.
—¡Enseguida vuelvo! —aseguró en voz alta, algo que
verdaderamente hacía muy poco.
—¡Aquí te espero! —respondió con una gran sonrisa, podía
sentir a las mariposas acariciándole con sus alas todo el cuerpo.
Pasó poco más de un minuto, cuando escuchó el sonido del
auto arrancando y casi enseguida lo vio aparecer en las escaleras.
La sonrisa de ambos se hizo más ancha y el deseo burbujeaba
ardiente en sus venas.
Él se acercó con largas zancadas, Samira retrocedió dentro del
apartamento y, una vez cerraron la puerta, se refugiaron en la
privacidad que el lugar les ofrecía. Renato le envolvió la cintura con
un brazo, al tiempo que dejaba caer el bolso en el suelo, se escuchó
el sonido amortiguado de algo de cristal contra el parqué,
probablemente había sido el frasco de perfume o alguno de los
productos que utilizaba para hidratarse la barba. No le prestó
atención, nada de eso era más importante que la mujer que tenía
enfrente.
Ella de inmediato lo recibió ávida, lo tomó por el cuello para
profundizar el beso y aunque estaba muy concentrada en su boca,
percibió sus intenciones, cuando cerró más el brazo en torno a su
cintura y la sujetó por el muslo derecho; sin perder tiempo, le ayudó,
buscando impulso en sus hombros.
Un instante después, Renato la alzó en brazos y ella se aferró
con sus largas y delgadas piernas a las caderas perfiladas,
interrumpiendo el beso apenas para que él pudiera orientarse y no
tropezar con cualquier cosa en ese pequeño sitió, la llevó a la cama
y la colocó en el colchón de una sola plaza.
Se acostó encima de ella, recargando parte de su peso en sus
antebrazos, casi la mitad de sus piernas quedaban por fuera; aun
así, la miró fijamente. Necesidad, lujuria y amor infinito, era lo que
veía reflejado en su cara.
Respiró profundo para tomárselo con calma, bajar un poco la
adrenalina que lo tenía tan acalorado y buscó remanso al acariciarle
los pómulos con los pulgares.
—¡Oh, Dios! ¡Cómo te he echado de menos!
Samira esbozó una leve sonrisa que dejaba en evidencia
cuanto le había gustado esa confesión.
—Yo también te eché mucho de menos. Muchísimo, mi chico
guapísimo. —Como tenía las piernas abiertas y flexionadas, con él
en medio, apretó los muslos contra sus caderas, le rodeó el cuello
con los brazos y alzó su boca hacia la masculina.
Renato no iba a esperar a que ella se le ofreciera dos veces; de
inmediato inclinó la cabeza y atrapó una vez más sus labios, con su
lengua la instó a que los separara, en cuanto obtuvo el permiso, se
hundió en la dulce boca, saboreando el adictivo sabor que poseía.
Una corriente eléctrica crepitó entre ellos.
Renato no iba a desperdiciar otro segundo, por lo que le
arrancó la camiseta y expuso ante sus ojos los delicados hombros,
los pequeños pechos aún cubiertos por el sujetador y su piel tan
suave. La besó en la mandíbula, en el cuello, mordisqueándole la
oreja mientras ella inclinaba la cabeza para darle mejor acceso.
La chica lo abrazó con fuerza al tiempo que gemía con
suavidad y buscaba un poco de consuelo al mover la pelvis y así
crear fricción entre su vulva ya húmeda, contra el pene que a cada
segundo se ponía más grande y duro.
—¿Estás bien?
—Sí —gimió ella con la respiración entrecortada—. No te
detengas —dijo con un tono casi mandón, apresándolo con brazos y
piernas.
Entonces Renato estuvo dispuesto a complacerla por lo que
cubrió cada centímetro de su cuerpo y la inmovilizó sobre la cama
mientras le daba un beso abrasador. Devoró su boca tras obligarla a
separar los labios, exigiéndole que le ofreciera todavía más.
Samira se entregó dulcemente y aceptó la ferocidad de su
deseo, algo que hizo que se incrementara la excitación de él. Le
rodeó la cintura con un brazo al tiempo que llevaba la otra mano al
broche del sujetador, la despojó de la prenda en pocos segundos y
lo arrojó al suelo.
Ella contuvo el aliento, mirándolo fijamente, con los pezones
inhiestos y la piel erizada.
Él entrelazó los dedos con los de ella y llevó las manos por
encima de la cabeza, mientras bajaba la mirada a los pechos que
palpitaban contra su torso.
—Voy a devorarlos, cariño.
—Hazlo, porque han extrañado mucho la humedad de tu saliva.
—Tenía la voz temblorosa, debido al alto grado de excitación. Se
arqueó hacia arriba ofreciéndoselos.
—Oh, sí… son tan hermosos —murmuró, deslizándose sobre
su delgado cuerpo sin soltarle las muñecas, hasta que su boca llegó
a uno de los pezones; duro, rosa oscuro. Inhaló profundamente el
aroma a flores silvestres, que le hacía pensar en libertad.
Pudo haber empezado con suaves besos o una delicada
lamida, dedicarle tiempo a la tersa piel de su pecho. Pero prefirió
abrir la boca sobre el pezón para succionarlo con ímpetu, lo
presionó entre la lengua y el paladar.
—Amor… —gimió Samira, sintiendo que su vientre se contraía,
la estática se le apoderaba de la cabeza y contuvo el aliento.
Renato pudo percibir en su voz agonía y placer. Eso solo lo
instó a repetir la travesía, rodeó el botón inhiesto con la punta de la
lengua, para luego serpentear sobre él, estimulándolo, hinchándolo.
Los lloriqueos de ella y la manera en que se retorcía bajo su cuerpo,
presa entre sus manos, le dejaba claro que lo disfrutaba, por lo que
se mudó al otro pezón, al que le dio el mismo tratamiento.
Emprendió un camino de besos en ascenso, por el pecho,
cuello, mandíbula, mejilla, hasta terminar en su boca, pero antes de
hacer el beso más profundo se permitió el placer de mirarla a los
ojos.
—¿Te gustó? —preguntó sobre sus labios, aunque ya sabía la
respuesta.
Ella asintió con una gran sonrisa y varios suspiros.
Se moría por desnudarla, así que sin dejar de besarla bajó con
caricias y apretones por los costados hasta llegar a la cintura. Tuvo
que incorporarse para poder desabotonar y bajar la cremallera del
pantalón azul marino, luego se los deslizó por los muslos y se los
sacó, agradecía que ella llevara puestas unas pantuflas.
Lanzó las prendas al suelo, sin apartar su mirada de las bragas
negras de encaje; con las yemas de los dedos, inició una caricia en
las rodillas y fue subiendo con lentitud, sintiendo cómo la piel se
erizaba a su paso, al llegar a las caderas, empuñó la delicada
prenda y se la quitó para que tuviera el mismo destino que el
pantalón. Se lamió los labios al ver el pubis depilado. La sujetó por
las corvas y haló al borde del colchón.
Samira soltó un grito de sorpresa que se convirtió en una risita
excitada. Renato puso ambas manos sobre las rodillas y le abrió las
piernas, haciéndose el espacio perfecto para poder arrodillarse en
medio de sus muslos.
—Eres hermosa, Sami… verdaderamente hermosa —dijo al
tener el primer vistazo de sus pliegues mojados, hinchados y
rosados—. ¿Me dejas probar? —Más que una petición era una
provocación.
—Sí… sí. —Ella levantó la cabeza para poder mirarlo mejor.
Él sonrió complacido y le separó los pliegues con los pulgares;
ella se estremeció y gimió en cuanto sintió el toque. Él descubrió el
clítoris, estaba hinchado y rojo. Se le hizo agua la boca, mientras se
fijaba en ese pequeño centro de nervios que lo enloquecía. No pudo
esperar ni un segundo más, se inclinó y le pasó lentamente la
lengua por los pliegues hasta llegar al punto más sensible que se
ocultaba entre ellos. Con un pequeño gruñido, empezó a lamerlo
mientras la mantenía abierta con los dedos.
Ella aguantó la respiración y llevó sus manos hasta su pelo al
tiempo que él recorría toda su intimidad de arriba abajo sin parar,
cada roce era enloquecedor.
A Renato le encantó darse cuenta de que ya la tenía al borde
del orgasmo pero alargar la espera era una tortura para los dos, por
eso sumergió su boca en esa dulce carne y comenzó a beber con
avidez, al tiempo que deslizaba los dedos en su sexo, indagando,
probando, buscando.
—¡Oh, Santo Dios! —gritó Samira, y elevó más la pelvis para
que no se moviera ni un milímetro de ese pequeño lugar que las
yemas de sus dedos habían encontrado.
Él se sintió como el pirata que por fin hallaba un gran tesoro,
por lo que comenzó a rozarlo sin dejar de succionar el clítoris.
Cada segundo que pasaba, la piel de ella estaba más roja y
sudorosa, su cuerpo más rígido y su respiración era más jadeante.
—Amor… Renato… Renato. —Parecía desesperada, al punto
del llanto.
—Lo estás disfrutando, sé que sí —dijo con una amplia y pícara
sonrisa.
Ella jadeó y asintió apretando los labios para contener los gritos
de placer.
—Mucho…estoy a punto de explotar… —Samira tragó saliva,
seguía aferrada a sus cabellos.
—Disfruta gitanita mía, solo disfruta…
—Te había echado mucho de menos.
—Estoy aquí para ti —dijo muy serio.
Samira se sentía completamente vulnerable ante él, pero no
dejaba de mecerse contra él, abandonándose al placer que le
estaba obsequiando.
—Renato, ah, sí…
Renato prosiguió con su tarea de conducirla al orgasmo, por lo
que volvió con la punta de su lengua sobre el clítoris, mientras que,
con el dedo índice y medio dentro de la vagina, justo en la pared
frontal pudo sentir un pequeño punto rugoso, que al presionarlo o
rozarlo, hacía que Samira se retorciera de placer.
Ella se tensó y él sintió que empezaba a palpitar en torno a sus
dedos. Eso era lo más parecido a estar en el paraíso.
—¡Santo Dios! Renato… Renato —jadeaba y resoplaba sin
aliento, mientras le apretaba con más fuerza.
La manera en que ella se aferraba a sus cabellos era casi
dolorosa, pero verla al punto del orgasmo merecía la pena todo ese
descontrol.
En tan sólo unos segundos, ella gritó palabras sin sentido y
comenzó a estremecerse sin control. Él insistió, alargando el clímax
todo lo que pudo.
Cuando ella se relajó, le soltó los cabellos y se venció sobre el
colchón con un largo suspiro, el pecho agitado y una sonrisa de
satisfacción absoluta. Entonces, Renato retiró los dedos, los tenía
empapados y algo entumecidos. Se levantó y empezó a desvestirse
a prisa, se puso el condón, que se había guardado en el bolsillo
trasero del pantalón antes de volver la segunda vez a la casa,
ansiaba que ya pasara ese primer mes de tomarse las pastillas para
poder clavarse en su interior sin ninguna barrera de por medio; se
acomodó entre sus piernas, le alzó una de las piernas y se la
sostuvo por el muslo, usando como barrera su antebrazo. Volvió a
besarle el rostro y cuello, para terminar, perdiéndose de nuevo en
esa boca tentadora.
Con su otra mano se apoderó de la otra pierna, abriéndola todo
lo que podía para él.
Dejó caer suaves besos en sus pechos, le succionó los
pezones. Ella se sujetaba a sus hombros.
—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida… Lo mejor,
Samira —musitó tembloroso, introduciéndose en ella. Estaba
mojada, resbaladiza y caliente.
Samira tenía la piel ruborizada y le clavaba las uñas en los
hombros mientras se arqueaba hacia él, contendiendo el aliento. Lo
sentía abrirse paso en su interior con lentitud.
Volvió a enterrarse lentamente, mientras le acariciaba las
caderas y le introducía la lengua en la boca, ahogándole los
gemidos. Luego le soltó los muslos, pero dirigió el agarre hacia las
nalgas, las cuales apretó y la alzó para enterrarse un poco más, lo
que hizo que sus testículos rozaran su delicada y mojada piel.
—Eres preciosa. Joder, tan preciosa —murmuró, mirando los
hermosos ojos olivas que brillaban con total fascinación.
—Te quiero —confirmó asintiendo con la cabeza y se arqueó
para estar más unida a él.
Renato le apartó algunos mechones de la cara, que se le
habían pegado debido al sudor y a la saliva de sus lamidas; capturó
una vez más la boca, al tiempo que entraba y salía de su interior con
rapidez y contundencia.
Ella empezó a agitarse una vez más, entonces él le tomó una
de las manos con la que se sujetaba de su bíceps y se la guio entre
sus cuerpos, hacia el monte de venus, buscó apoyo en sus codos
para darle espacio.
—Inténtalo, tócate… Sé que sabes cómo hacerlo —murmuró
ansioso y tembloroso.
—Yo… no, sí… —No tenía caso mentirle ni hacerse la puritana
—. Soñar contigo me llevó a experimentarlo, pensar en ti me hizo
perfeccionarlo.
—Eso es lo más excitante que he escuchado en mi vida… —
confesó ahogado por la lujuria y luego sonrió ampliamente.
—Quiero ver cómo lo haces, mientras seguiré hundiéndome en
ti…
Samira no dudó, deslizó los dedos entre sus pliegues y
comenzó a frotar ese pequeño lugar con lentos y medidos
movimientos. Entretanto, él la llenaba con profundos empujones que
estimulaban todos los sensibles rincones de su vagina. Con cada
estocada, se arqueaba hacia él, aceptándolo en lo más profundo. Le
rodeó las caderas con sus largas piernas y comenzó a moverse
agitadamente bajo su cuerpo, reclamando una absoluta liberación.
Un instante después, ella convulsionaba con un grito gutural
que hinchaba las venas de su cuello y frente; también un intenso
rubor le cubrió las mejillas. Lo abrazó con fuerza, apresándolo con
su sexo, que palpitaba en torno a él.
Renato empezó a sentir un placer increíble que lo hizo
elevarse. La tensión alcanzó su cumbre de tal manera que no podía
respirar, ni escuchar, ni pensar. Solo la sentía a ella, a su Samira, su
gitana… Entonces, eyaculó y estalló en una supernova que estuvo a
punto de noquearlo. Se le llenaron los ojos de lágrimas y notó un
nudo en la garganta. La abrazó, aferrándose a ella con todas sus
fuerzas y escondió el rostro en su cuello.
CAPÍTULO 73
Se encontraban abrazados y con las piernas entrelazadas, más
unidos que de costumbre, debido al reducido espacio de la cama.
De vez en cuando compartían un beso y se recorrían el cuerpo con
caricias, mientras se dedicaban miradas dulces.
Renato la estrechó más entre sus brazos y dejó que un suspiro
saliera de lo más profundo de su pecho; Samira sonrió con deleite y
se entregó a las ganas de acariciarle con la yema del dedo medio el
tabique, adoró ver cómo él parpadeó lentamente.
—¿Quieres agua, té, alguna bebida refrescante? —Faltaban
pocos días para que iniciara el verano, pero ya el calor empezaba a
sentirse, ambos tenían la piel algo pegajosa por el esfuerzo que
habían hecho.
—Agua, pero deja que la busque para ambos. —Renato dejó
de abrazarla y se incorporó.
—Está bien. —Aprovechó que Renato se levantó y disfrutó la
vista de su espalda y culo.
Tomó la camiseta de Renato y se la puso, se peinó los cabellos
con los dedos y se lo recogió en lo alto, usando algunos de los
mechones para sujetarlo. De verdad que estaba acalorada, por lo
que alzó un poco la persiana y abrió la ventana, para que no
pudieran ver hacia adentro, también prendió el ventilador portátil que
tenía para que circulara el aire.
—Gracias amor —dijo con una sonrisa, recibiendo el vaso de
agua que Renato le ofreció. Casi se lo bebió de un trago y jadeó—.
Estoy acalorada —siguió con su gesto encantador.
—¿Quieres más?
—No, así está bien… Déjame acercar esto para que nos
refresquemos.
Renato le pidió el vaso con un gesto, lo llevó a la cocina y lo
dejó en la encimera, volvió para ponerse los bóxer, los cuales
habían quedado arremolinado con los pantalones.
Se sentaron al borde del colchón con el ventilador frente a sus
caras. Renato miraba cómo el viento movía algunos mechones que
quedaron por fuera de ese improvisado peinado. Recordó la primera
vez que la vio, con el pañuelo en la cabeza que tenía una hilera de
pequeñas monedas cayendo sobre su frente, lo que hacía que sus
grandes y hechiceros ojos verdes fueran todo un espectáculo,
además de sus labios rojos y brillantes como cereza. En ese
instante cayó en la cuenta de que le pareció tan fascinante que le
robó totalmente la atención y por eso no se percató de que le estaba
sacando la billetera.
—¿Por qué sonríes? —le preguntó ella, imitando el gesto.
—Estaba recordando el día que nos conocimos…
—Cuando arruiné la tapicería de tu lujosa SUV.
—No. Cuando te vi por primera vez… Ahora sé por qué no me
di cuenta de que me estabas robando.
—Sabes que me avergüenzo hasta la médula, cada vez que
hablamos de ese instante. —Las mejillas se le encendieron y le
esquivó la mirada—. Pero ¿me puedes decir de qué te has dado
cuenta? —le picó la curiosidad.
—Que por culpa de lo hermosa que eres fue que no me di
cuenta de lo que hacías… Creo que la impotencia que sentí
después nubló esa primera impresión.
Samira volvió a sonreír de oreja a oreja y se encogió de
hombros.
—También me pareciste muy guapo, demasiado… Luego, pude
rectificarlo al verte en las fotografías de tus documentos.
—Por favor, en esas fotografías tenía como diecinueve años —
bufó—, era tan delgado como un vermicelli.
Samira se carcajeó y no se contuvo el impulso de tomarlo por el
cuello, acercarlo y estrellar su boca contra la de él, empezó a darle
un beso tras otro, sonoros contactos de labios, a los que Renato
apenas podía corresponder.
—Pues, muy vermicelli y todo lo que quieras, pero a mí me
parecías guapísimo en esas fotos —confesó sonriente.
—Bueno, gracias…
—Por cierto, aun no te he dicho cuál era la razón por la que
quería que te quedaras.
—¿No era por lo que acabamos de hacer?
—¡No! Bueno, no fue precisamente porque estuviera
demasiado desesperada por tener sexo —resoplo, porque ni ella se
creyó esa mentira—. ¡Demonios! Sí, moría por ti… pero te pedí que
te quedaras fue por otra cosa, algo que me tiene muy feliz… —Se
arrimó más dentro del colchón, subió las piernas y las cruzó en
posición de meditación Birmana.
Él volvió medio cuerpo y subió una pierna en el colchón para
poner toda su atención en ella.
—Cuéntame —pidió.
—Es por Ramona, anoche vino a verme porque una tía, llegaba
por la madrugada a Valparaíso y se comunicó con ella para
reunirse… —Samira parloteaba animada con los ojos titilantes de
dicha—. Estaba demasiado nerviosa, pero también muy feliz, es la
primera vez que verá a alguien de su familia en mucho tiempo… ¿Si
te conté que le dieron la espalda porque se escapó con un gitano de
otra comunidad? —Le preguntó.
—Sí, lo recuerdo, que sus padres no lo querían porque ambas
familias tenían ciertas diferencias. —Se lo había dicho en una de las
tantas conversaciones que solían extenderse hasta la madrugada.
—Así es, cuando terminó la relación, fue a buscar el perdón,
pero no se lo dieron, lo intentó por semanas, pero ni siquiera la
dejaron entrar a la casa, sin importar que pasara día y noche
sentada en la acera de enfrente… Imagino lo doloroso que fue para
ella. —Se mostraba tan apasionada hablando de lo sucedido que se
empuñaba la camiseta a la altura del pecho.
Renato sintió que un nudo se le formaba en la garganta, porque
tenía muy presente la amenaza que Vadoma le había hecho, temía
que, llegado el día, Samira tuviera que renunciar a la relación de
ellos en pro de volver al seno familiar.
—Ojalá que puedan limar asperezas.
—En realidad, dudo que pueda hacerlo con toda su familia,
pero que lo haga con su tía es un gran avance… Ella tiene miedo de
que la haya citado para reprocharle por su deshonra, sé que eso la
destruiría; así que el prometí que si las cosas no salían como
anhela, que tomé el primer autobús de regreso, que yo la estaré
esperando aquí…
—Ahora entiendo por qué no quisiste que nos fuéramos.
—No te obligaré, si quieres ir a la casa de tu abuelo, puedes
hacerlo y nos mantendremos en contacto. Sé que no estás
acostumbrado a dormir en una cama tan pequeña ni a soportar altas
temperaturas. Yo lo entiendo.
Renato le tomó una de las manos, se la acunó entre las de él,
mientras le regalaba una tierna caricia con el pulgar en los nudillos y
la miraba a los ojos.
—Me quedaré aquí contigo —confesó, elevando una de sus
comisuras—, nada ni nadie podría alejarme de ti.
—Podemos hacer que sea divertido. —Estaba segura de que
Renato estaba escuchando los desbocados latidos de su pobre
corazón.
—Ese el plan. —Elevó una ceja.
—Bueno, primero voy a ducharme rápido. —Volvió a sujetarlo
por el cuello y le dio un beso—. Te invitaría a que lo hiciéramos
juntos, pero estoy completamente segura de que los dos no
cabremos.
—No te preocupes, ve. —Ahora fue él quien la retuvo con una
mano a la nuca para corresponder al beso.
—No tardo nada —prometió y corrió al baño.
Renato paseó su mirada por el lugar, deteniéndose en cada
detalle, ahí estaba su esencia plasmada. Se levantó, solo tuvo que
dar tres pasos para llegar al pequeño librero que estaba en un
rincón. En él tenía los libros que él le había obsequiado, otros tantos
que le había prestado de la biblioteca de su abuelo, algunos que
indudablemente ella había comprado, además de cuadernos y un
envase con marcadores, lápices y bolígrafos. Todo muy ordenado y
limpio.
Sabía que no era respetuoso revisar las cosas de las demás
personas, pero sintió la imperiosa necesidad de hojear uno de los
cuadernos, más que por el contenido quería hacerlo para ver la letra
de Samira, abrió una de las libretas, tenía anotaciones en inglés con
una caligrafía bastante nítida y redondeada, estaba claro que eran
de sus clases. Sonrió orgulloso de comprobar que verdaderamente
se había comprometido en aprender el idioma.
Decidió dejarlo en el mismo lugar antes de que ella regresara,
pero se quedó ahí, leyendo los lomos de los libros.
—Listo, espero no haberme demorado —dijo ella vistiendo un
camisón rosado de algodón que tenía un unicornio estampado en
frente.
—Has tardado el tiempo justo —comentó al volverse—. ¿Puedo
refrescarme también? —solicitó.
—Sí, claro… ¿tienes algún pijama en la maleta? Puedo
buscarlo por ti. —se ofreció.
—No, pero tengo un par de bóxer… —Recordó haberlos
metido.
—Enseguida lo busco. —Se fue a donde estaba el maletín en el
suelo de la cocina y Renato se dirigió al baño.
Samira tocó la puerta para anunciarse.
—Puedes pasar —dijo él, que todavía estaba bajo la regadera.
Ella sonrió al verlo casi encogido tras la mampara de cristal,
que por supuesto tuvo que reponer luego de que la rompiera con la
caída. Gracias al cielo, Julio César tenía un amigo que trabaja en
Sodimac y le encontró buen descuento, además de obsequiarle la
instalación.
—Aquí tienes lo que necesitas, también te he traído una toalla
limpia.
—Gracias —le dijo mientras se enjabonaba el pecho.
—Te dejo para que tengas privacidad. —Le echaba vistazos de
reojo.
—Está bien, ya casi termino.
Ella asintió y salió del baño, caminó a la cama, agitó las
sábanas para que se airearan, pero decidió cambiarlas porque
tenían algunos manchones de humedad.
Cuando Renato salió, ya Samira estaba tendiendo unas
limpias, por lo que corrió a ayudarle. No era una actividad que
hiciera a diario, pero no era algo que necesitara demasiada
destreza.
—No hay nada más placentero que acotarse en una ropa de
cama aseada —suspiró ella, en cuanto se tumbó en la cama.
—¿Estás segura? —preguntó, acostándose a su lado, le llevó
una mano a la cadera y la hizo volver hacia él, consiguiendo que
quedaran frente a frente, tan cerca que las narices se rozaban y los
alientos se mezclaban.
—¡Demonios! —Cerró los ojos—. Me retracto, no hay nada más
placentero que tener sexo contigo.
—Es bueno saber que en el peldaño más alto de nuestros
placeres nos tenemos a nosotros —dijo con una dulce sonrisa,
aunque su mano traviesa, se movió de la cadera a la nalga,
apretándola con ganas.
—Tú ocupas el peldaño más alto de todas las cosas buenas —
gimió, lo tentó con darle un beso, pero no lo hizo, retrocedió
sonriente.
—Eres única, ¿lo sabías? —Se acercó y le dio un beso en la
frente, luego ascendió con su caricia por la espalda.
—Siempre —musitó ella.
—¿Cómo van tus clases de inglés? —preguntó apartándole el
cabello de la cara y le puso el mechón tras la oreja.
— Very good —respondió y levantó sus pulgares. Él le siguió la
conversación y enseguida estaban hablando en inglés, cuando ella
dudaba un poco él le ayudaba. Se mostró sorprendido al ver lo
mucho que ella había avanzado en tan poco tiempo.
—Sin duda, tienes talento para los idiomas, se te hace fácil
aprenderlos.
—Más que talento es persistencia o quizá soy algo obsesiva.
—Eso sí lo tengo claro —rio, rodeándola con sus brazos y
empezó a repartirle besos juguetones por la mejilla y cuello.
Samira reía y se retorcía en los brazos de Renato, porque le
hacía cosquillas con su barba. Tras algunos minutos de travesuras,
ella estiró la mano para alcanzar el interruptor que estaba sobre el
cabecero de la cama y apagar la luz.
El lugar hubiese quedado completamente a oscuras de no ser
por el débil resplandor que provenía de la luz del pasillo y que se
colaba por la rendija de la persiana.
—Buenas noches, payo —musitó sintiendo los labios de él
sobre su frente y acurrucada contra su pecho caliente.
—Buenas noches, gitana —murmuró y le dio un beso de la
coronilla y luego le dio otro en la frente, otro más en la punta de la
nariz y finalizó buscando su boca.
Samira correspondió con ternura, aunque sentía que la sangre
volvía a calentársele y el beso que suponían, sería de buenas
noches, los llevó a tener sexo una vez más.
Las ganas de orinar hicieron que ella se despertara antes que
Renato, siendo lo más cautelosa posible, salió de la cama, agarró su
camisón del suelo y se lo puso de caminó al baño.
Como no quería hacer ruido para dejar que Renato descansara,
decidió no ducharse todavía, solo satisfizo su necesidad, aseó sus
partes íntimas utilizando varias toallas húmedas, se cepilló los
dientes, se lavó la cara y se puso unas bragas limpias.
Había dormido poco, pero en ese momento no tenía sueño.
Fue a la cocina y buscó para preparar el desayuno. Sacó de la
nevera algunas fresas, arándanos, kiwi, moras, frambuesas, una
manzana y un limón.
Tras lavar muy bien las frutas se dispuso a picarlas para hacer
una ensalada, mientras pensaba si preparaba unos panqueques o
tostaría pan. La idea se le nubló cuando sintió unos cálidos labios
besarle el cuello y unos fuertes brazos rodearle la cintura; su sonrisa
fue automática.
—Buenos días, gitana —murmuró Renato, contra la delicada
piel de su cuello, aún tenía la voz ronca.
—Buenos días, payo —musitó sonriente, mientras picaba una
fresa a la mitad.
Renato le dio un beso en la mejilla, al tiempo que estiraba la
mano y puso su móvil en la encimera. Dejando que la canción que
había elegido para ese día iniciara. Sabía que a ella le gustaría.
Regálame tu risa
Enséñame a soñar
Con solo una caricia
Me pierdo en este mar…
Ella soltó un suspiro, no solo por la letra de la canción, sino
porque Renato le dejaba un recorrido de besos en el cuello y le llevó
una mano al seno izquierdo.
—¿Qué haces? —preguntó ahogada y detuvo la tarea porque
empezó a temblar y temió cortarse.
—Solo te estoy dando los buenos días —respondió, sin dejar
de acariciarle con lentitud el pecho.
Poco a poco, deslizó la mano desde la protuberancia de su
pecho, y la bajó uno de los muslos, por debajo del camisón, luego
ascendió con su caricia, alzando la tela de algodón.
Le rozó el vientre con las yemas de los dedos y los introdujo
bajo el elástico de las bragas. Gimió al sentir la suave piel de monte
de Venus depilado.
Regálame tu estrella
La que ilumina esta noche
Llena de paz y de armonía
Y te entregaré mi vida…
Quería volver a sentirlo contra su lengua, lamerlo hasta
conseguir que ella se aferrara a las sábanas y gritara su nombre,
justo como lo había hecho la noche anterior, por lo que no perdió
tiempo para tomarla en brazos y llevársela a la cama.
Tiempo después Samira se revolvió y levantó la cabeza de su
pecho, pero él afianzó su brazo.
—Eres un niño muy travieso. —Su voz sonaba algo ronca
producto del placer compartido minutos atrás, pero trató de controlar
sus ganas de repetir lo que habían hecho; se giró y le puso las
manos en el pecho—. Necesitamos alimentarnos, ¿quieres
ayudarme con el desayuno? —Le dio un beso en la mandíbula
mientras seguía acariciándole el torso con la yema de los dedos.
—Está bien, pero recuerdas que soy un inútil con los utensilios
filosos. —Ese comentario hizo que los dos soltaran una risa ligera al
recordar la primera vez que él se ofreció en ayudarla a cocinar en
São Conrado.
—Tranquilo, tú ocúpate de organizar un poco la cama y luego
me ayudas a poner la mesa. —Se había sentado para poner
distancia porque ella sabía que, si se quedaba un minuto más, no
podría resistir la tentación—. Yo voy a asearme rápidamente para
revisar que la ensalada de fruta que dejé a medias no se haya
dañado por tu culpa.
—¿Solo mi culpa? —risueño y con ganas de volver a tumbarla
sobre el colchón, levantó una mano y le colocó el pelo detrás de la
oreja.
—Claro, solo tuya, no me dejaste ni siquiera meter las cosas
dentro de la nevera nuevamente. Me tomaste a traición, por la
espalda —hablaba intentando mantener el semblante serio, pero la
comisura de su boca empezó a curvarse hacia arriba—. Está bien,
fue culpa de los dos, pero es que tú eres un bribón.
Se paró y se fue al baño corriendo antes de que él la volviera a
tentar; Renato acostado boca abajo la vio marchar y suspiró feliz.
Eso era lo que deseaba todas las mañanas de su vida, ahora
entendía el porqué de que su padre era como era con su mamá,
siempre idolatrándola y cuidándola como si fuera su mayor tesoro.
Siempre que se planteaba la posibilidad de introducir a Lara a su
vida ocurrían dos escenarios en su mente, por un lado, su mente
plagaba de imágenes cargadas de lujuria, fantasías y morbo; por el
otro, solo veía escenas de terror al pensar en presentársela a sus
familiares, amigos o en reuniones a las que tuvieran que ir juntos.
Sabía que todos querrían saber cómo se habían conocido y por más
que él sabía que ella era una mujer formidable, que tuvo que recurrir
a esa profesión porque no le quedó otra salida para ayudar a sus
padres, no se veía con la fortaleza para hacerle frente a todas las
críticas que recibiría.
Quizás, inconscientemente, fue eso lo que hizo que no se
atreviera antes a dar el paso de conocerla en persona, siempre ha
sido un cobarde -todos sus años de vida lo evidencian- y miedo le
daba que alguien hubiera podido reconocerla, seguramente los
paparazis que siempre estaban detrás de ellos se encargarían de
destapar la verdad. Sacudió la cabeza, alejó esos nefastos
pensamientos y se enfocó en el presente, pero, sobre todo, en el
nuevo futuro que se abría ante él. A Samira la adorarían, de eso no
cabía duda.
En su mente ya podía ver cómo su madre, tías y abuelas la
integrarían en todas las reuniones, la llamarían para ir de compras o
contarle esos cuentos familiares que siempre lo abochornaban. Su
padre en cambio la vería y sonreiría cada vez que fuera ella la que
contara una de sus locas anécdotas, es que hasta podía imaginar
cómo Keops y Ramsés vivirían pegados a sus faldas cada vez que
fueran de visita a la casa de sus padres.
Sí, todos la harían sentir como una más de los Garnett. Le
parecía increíble darse cuenta de que jamás se había planteado
seriamente cómo se veía él en el futuro junto a una pareja, siempre
pensó que eso no era posible, que nadie sería capaz de amarlo,
pero Samira le estaba demostrando que eso no era cierto, ella lo
veía a él de verdad.
CAPÍTULO 74
—¿Te provoca panqueques o tostadas? —La gitana lo
sorprendió, no la escuchó salir del baño, ya estaba vestida con un
conjunto de algodón color crema y con estampado floral—. ¡Hey!
¿Me estás escuchando?
Se acercó y se sentó a su lado en la cama, él no había
cambiado su posición, pero soltó una almohada que había estado
abrazando hasta el momento, la tomó por la cintura y la sorprendió
haciéndola girar y caer de espalda sobre el colchón, luego la cubrió
con su cuerpo de tal manera que no podría pasar ni la brisa a través
de ellos.
—¿Te dije ya lo mucho que te adoro? —preguntó a la vez que
le daba un beso en la punta de la nariz.
—Creo que hoy no —contestó irradiando alegría.
—Bueno, señorita, sepa que la adoro y que me tiene
embrujado, que pierdo la cordura cada vez que te tengo cerca.
—O sea que yo te vuelvo loco… Mmm… no sé si eso sea
bueno —dijo con el mohín gracioso que a él tanto le encantaba.
—Es maravilloso, eso tenlo por seguro… —Paseaba la mirada
por todo su rostro, intentando grabar en su memoria cada detalle,
por minúsculo que fuera. Ansiaba poder recrearla en su mente
cuando no estaban juntos y ella le acariciaba el perfil con las yemas
de los dedos de la mano derecha, mientras que la izquierda la tenía
puesta en uno de sus hombros. Siempre que lo tenía cerca se le
cortaba la respiración, daba igual si estuviera enfadada o alegre,
verlo conseguía acelerarle el corazón.
—Estabas perdido en tus pensamientos, ¿cierto? ¿Algo te
preocupa?
—Nada, nada me preocupa en este momento… —Le dio un
beso ligero en los labios y volvió a verla a la cara—. Solo pensaba
en ti, en mi familia, en cómo será nuestra vida en el futuro…
Eso sí que la tomó por sorpresa. Obviamente ella ansiaba tener
una conversación como esa con él, pero no pensaba que él sería el
que tocaría el tema primero. Ella abrió tanto los ojos que él pensó
que se le saldrían de las cuencas, así que no pudo hacer otra cosa
que echarse a reír.
—Quita esa cara de susto, no es que esté planeando nuestra
boda ni nada por el estilo, tenemos muchas cosas que resolver
primero. —Le dio dos besos más, uno en la frente y otro en una de
las mejillas. Solo pensaba en cómo sería un día típico de nosotros,
como por ejemplo ir a visitar y almorzar con mis padres un domingo
cualquiera.
Ella no pudo disimular lo mucho que esa visión le agradó, pero
no podía dejar llevarse por las fantasías, porque si no luego no
sabría cómo podría volver a la realidad.
—Me encantaría que pudiéramos tener esos planes en nuestro
día, pero aún falta mucho para que yo pueda volver a Río. —Él notó
de inmediato que se afligía, sabía que era por su propia familia y
todo lo que significaría volver a casa—. Ve a ducharte, mientras
termino el desayuno.
—Gitanita, recuerda que juntos somos más fuertes… —
Tácitamente le estaba diciendo que no la iba a dejar sola en la
batalla que se avecinaban.
—Lo sé payo, lo sé…
—Me baño y te ayudo con este desastre, ¿te parece?
—Perfecto, mira que me gusta todo bien ordenado. —El tono
de voz fue casi una orden, pero en la cara se le había dibujado una
sonrisa.
—Está bien, señorita mandona —gruñó divertido y le estampó
un sonoro beso en los labios.
Samira meneó la cabeza mientras sonreía. Se levantaron y ella
se fue hasta el área de la cocina y retomó la tarea que había dejado
a medias.
—Espera, ¿puedes repetir la canción? —pidió parpadeando
con coquetería.
—Por supuesto —concedió con una sonrisa encantadora y se
hizo del móvil para volver a reproducir el tema y lo dejó en la
encimera cerca de ella—. Disfrútalo —deseó y le dio un beso en la
mejilla.
—Lo haré. —Volvió a concentrarse en picar las fresas para la
ensalada.
Renato se fue al baño y ella lo siguió con la mirada, en cuanto
entró, regresó la mirada a la fruta, pero antes de que pudiera tomar
el cuchillo, sonaron unas notificaciones de llegada de mensajes
nuevo. Como la pantalla aún estaba encendida y desbloqueada, se
fijó en quién le estaba escribiendo.
Lara.
Al ver su nombre su corazón casi que se detuvo, sentía que
alguien le había arrojado un balde de agua fría encima. Quiso
ignorarlo, confiar en Renato, pero no pudo. Sus celos fueron mucho
más poderosos que la razón y abrió el mensaje, no le importó lo que
él pudiera pensar de su acción.
Lo primero que hizo fue detallar la imagen que acompañaba el
texto que le había enviado. Era una fotografía en la que salía tan
rubia como el sol, con un vestido blanco, ceñido a su espectacular y
curvilíneo cuerpo, con un escote que apenas si le cubría los
pezones. Luego, un dolor sordo le recorrió el cuerpo, no sabía si era
por saber que ella jamás tendría ese cuerpo, por mucho que se
matara haciendo ejercicios todas las mañanas, o fue por las
palabras que leyó después: «Hola caramelo, pensé en no mostrarte
lo que usaría para cuando pasemos juntos el fin de año, pero estoy
ansiosa… Ya quiero que llegue el día para que puedas quitármelo.
¿Lo prefieres en blanco o rojo?». De inmediato llegó otra
instantánea en la que vestía el mismo modelo, pero en color
escarlata. Samira sintió que se mareaba, el aire escapó de sus
pulmones, justo como si hubiese recibido un puñetazo en la boca
del estómago. Parpadeó varias veces para ver si había leído mal, si
era que aún no entendía bien lo que leía en inglés, pero lo releyó y
no había dudas.
Renato y Lara pasarían juntos fin de año.
Se sintió estúpida y molesta, algo en ella se rompió tanto que
solo quería sentarse en una esquina a llorar y no parar nunca. Todo
a su alrededor se nubló, estaba segura de que no podría retener por
mucho tiempo el llanto, porque ya el pecho le dolía como nunca. Se
tapó la boca para retener el sollozo, mientras siguió leyendo los
mensajes más antiguos y cada uno era como un nuevo puñal que se
le clavaba en el corazón.
Se estaba dando cuenta de que ellos habían mantenido
contacto todo este tiempo, seguían siendo cariñosos mutuamente,
no había indicio alguno de que hubieran tenido una discusión que
los llevara a terminar la relación. Dos lagrimones resbalaron por sus
mejillas y se los limpió rápidamente con el dorso de la mano. Soltó
el móvil como si fuese un fierro ardiente, dejándolo caer sobre la
encimera, en cuanto vio una fotografía en la que Lara aparecía
desnuda, sentada en una de las sillas de un comedor de mesa
redonda, con las piernas abiertas. En una mano sostenía un tazón
de cereales y en la otra la cuchara que quedó a medio camino de su
boca. Renato le respondió que se veía perfecta.
Tuvo que sostenerse la cabeza con ambas manos porque
parecía que iba a estallarle, mientras todo lo que le decía su abuela
sobre los payos, hacía un doloroso eco. «Son unos encantadores de
serpientes» «Jamás confíes en esos hombres» «Ellos solo buscan
robar tu virtud y después te abandonan…» «Ellos jamás se
comprometen»
Inhaló profundamente y resopló, sus labios estaban
temblorosos, la nuca se le cubrió de un sudor frío, el estómago
empezó a dolerle, seguido de unas terribles náuseas. Sorbió
fuertemente; como un gesto de valor se inclinó sobre el teléfono,
volvió a mirar en la pantalla los mensajes que habían compartido.
Su pobre corazón se pulverizó al ver la foto del boleto, ella llegaría
el veintitrés de diciembre a Río, él le había pedido que se lo enviara
para poder hacerle la reserva en el hotel; eso fue como otra
puñalada en el pecho.
Sabía que Renato no tardaría en el baño; si duda, había sido
un abuso de su parte revisar el mensaje, pero de no haberlo hecho,
seguiría haciendo el papel de estúpida. En un momento de lucidez
decidió que lo mejor era que él no se diera cuenta de lo que había
hecho, de lo que se había enterado, por lo que marcó la
conversación como no leída. Dejó el móvil en el mismo lugar, se
limpió la cara y siguió preparando la ensalada.
Su cabeza era un hervidero, no sabía lo que haría, de momento
no quería enfrentarlo, eso sería humillarse más de lo que ya lo había
hecho. Ella que lo amaba tanto, que lo idolatraba. No merecía tanto
engaño, no era justo que jugara de esa forma con sus sentimientos,
la imagen perfecta que tenía de él, se estaba desmoronando y lo
peor era que era ella quién se estaba muriendo por eso.
—¡Maldición! —jadeó cuando se cortó. De inmediato se apretó
el dedo índice, abrió el grifo y lo metió bajo el agua para limpiar la
herida. Casi no tenía control sobre sus manos que no paraban de
temblar, escuchó que el agua de la ducha dejó de caer por lo que se
apresuró a secarse el dedo, presionó fuerte para detener la
hemorragia, pero no dejaba de brotar, por lo que improvisó con la
servilleta una venda.
No iba a dejarse dominar por sus emociones, debía recurrir al
poquito de orgullo que le quedaba, no le iba a dar el gusto de que la
viera destrozada. En cuanto lo vio salir del baño, bajó la cabeza
intentando ocultar el rostro, fingiendo estar concentrada en echar en
la taza de cristal los arándanos.
—¿Quieres que ponga la canción otra vez? —preguntó,
sujetándola por la cadera y le dio un beso en el hombro.
Samira se tensó, quiso volverse, pedirle explicaciones, pero no
pudo, solo negó con la cabeza y tragó grueso para aclarar la voz.
—¿Puedes terminar con esto? Me gustaría arreglarme por si
Ramona llega en cualquier momento. —Logró que su voz no la
delatara.
—Sí claro… ¿Qué otra cosa puedo hacer?
—Tostar pan, solo aplícale un poco de mantequilla a la sartén y
dejas los panes por treinta segundos o hasta que doren.
—Entendido, creo que puedo con eso —sonrió y le dio un beso
en la mejilla.
Samira se apartó casi de inmediato, pero fingió una sonrisa
siempre cuidando de no darle la cara, se giró y fue hasta el clóset,
escogió algunas piezas sin preocuparse mucho por si se veían bien
juntas y se encerró en el baño. Se cubrió el rostro con ambas
manos, conteniendo con todas sus fuerzas el llanto. Sabía que no
podía ponerse a llorar porque desde afuera la podía escuchar.
Se olvidó que hacía minutos se había bañado y abrió la llave de
la ducha, a la espera de que el agua se temperara, se desvistió y se
metió, dejó por fin que las fuerzas flaquearan, por lo que se sentó en
el suelo y liberó su dolor con un llanto que ahogaba con su mano.
No quería verlo ni escucharlo, deseaba tener la valentía
necesaria para gritarle y echarlo de su vida, pero no era capaz.
Prefería reprimir sus emociones y encontrar la manera de mostrarse
lo más entera posible, que no se diera cuenta de que acababan de
quitarle las ganas de volver a reír en la vida.
Supuso que había pasado mucho tiempo cuando Renato llamó
a la puerta. Por lo que se levantó y se volvió de espaldas a la
puerta, aplicó champú en la mano y luego se frotó la cabeza.
—Amor, ¿está todo bien? ¿No te habías aseado ya? —
preguntó Renato, asomando medio cuerpo.
—Sí, sí… Decidí lavarme el cabello, el calor me estaba
volviendo loca, esto me llevará algo de tiempo, desayuna tú primero.
— Improvisó, pero su voz vibraba, al igual que toda ella lo hacía.
—Prefiero esperar para que lo hagamos juntos.
Samira apretó los labios conteniendo otro sollozo lo que hizo
que su pecho doliera más.
—Está bien. —Se tragó un nudo de lágrimas y asintió con la
intención de parecer convincente. Había dejado las manos inmóviles
enterradas entre sus cabellos espumosos—. No tardaré —prometió,
aunque no estaba segura si lo iba a cumplir.
—No te preocupes, tómate tu tiempo —dijo y se marchó.
Cuando escuchó que la puerta se cerró, apretó fuertemente los
labios para retener un nuevo sollozo. Deseó de verdad poder
tomarse su tiempo, estaba dispuesta a quedarse ahí por lo que le
restaba de vida, con tal de no salir a enfrentarlo, pero los minutos
parecieron segundos, debía salir antes de que él empezara a
sospechar.
Frente al espejo se desenredó su larga cabellera, aún no sabía
cómo haría para ocultar las huellas del llanto, porque tenía los
párpados hinchados y los ojos rojos. Chasqueó los labios, al pensar
que encontraría alguna excusa. Salió del baño ya con la ropa puesta
y un violento torrente de emociones la oprimió por dentro en cuanto
lo vio sentado, ya con la mesa puesta. Enseguida rehuyó de su
mirada al bajar la cabeza y caminó hasta el clóset para ganar algo
de tiempo.
No quería que siguiera en su casa, en su santuario, pero no
tenía escapatoria, se le ocurrió la idea perfecta para que alguien la
sacara de ahí, así que disimuladamente fue hasta el alfeizar de la
ventana y agarró su móvil y rápidamente le escribió a su amigo:
«Hola Julio, necesito un gran favor de tu parte. Puedes llamarme en
quince minutos y hacer como que vamos a vernos para almorzar
juntos, que se te presentó una emergencia y que necesitas verme.
Después te explico».
Luego de enviar el mensaje se guardó el móvil en uno de los
bolsillos trasero de los vaqueros. Luego se aplicó desodorante y
colonia. Su cabello estaba aún mojado por lo que se lo dejó suelto.
Resopló varias veces y luego agarró una bocanada de aire,
salió de detrás del mueble y sonrió.
—Se ve todo muy bien, gracias por esperar —dijo en cuanto
llegó a la mesa, su mirada se fue directa al móvil de Renato que lo
tenía junto al plato en el que se había servido las tostadas y huevos
revueltos.
—Espero que lo disfrutes… —dijo sonriente, pero el gesto se le
congeló en cuanto vio a Samira a los ojos y se alarmó—. ¿Pasa
algo? ¿Te sientes bien?
—No, no pasa nada, todo está muy bien… —siguió fingiendo la
sonrisa, aunque sus ojos reflejaran el dolor del engaño.
—Pero, tus ojos, parece como… ¿Has llorado?
—¿Qué? ¡No! —bufó, al tiempo que se sentaba, quería parecer
relajada—. Me entró champú en los ojos; además, he dormido muy
poco, el calor es tan abrumador; es más… —Se levantó, tratando de
ganar tiempo y valor—. Traeré el ventilador —dijo en su camino
hacia donde estaba el aparato.
Renato se quedó perplejo con esa explicación; no estaba muy
seguro de creerle. Se preguntó si debía insistir, pero no quería
parecer demasiado impertinente.
Samira regresó, conectó el ventilador sobre la encimera de la
cocina, no tan cerca como para que enfriara aún más el desayuno,
pero sí lo suficiente como para que la corriente de aire los
refrescara.
—Mucho mejor —gimió, como si realmente el viento pudiera
hacerla sentir bien. Ella volvió a la pequeña mesa, de apenas dos
puestos, se sacó el móvil y lo puso al lado de su plato, se quedó
mirando los alimentos, no creía que pudiera pasar ni un solo
bocado.
—¿Segura de que estás bien? —volvió a preguntarle al ver que
no se acercaba a la comida y llevó su mano para apretar la de ella.
Samira no podía creer cómo un toque que hace un rato atrás
podía provocarle serenidad, ahora solo le causara repulsión, por lo
que reaccionó y sacó la mano de debajo y retrocedió hasta adherir
la espalda a la silla.
—Claro que estoy bien. —Para que a él no le pareciera tan
extraño que no quería que la tocara, se llevó la mano para meterse
el cabello tras la oreja y luego tomó una tostada—. Estoy
hambrienta —dijo con la mirada en el plato.
—Buen provecho —deseó él, esforzándose a dejar de mirarla y
empezó a untar crema de almendras a la tostada.
—Gracias, igualmente. —Se obligó a darle un mordisco a ver si
con eso lograba pasar el remolino de lágrimas que la estaba
torturando.
—¿Te gustó? —preguntó Renato, desesperado por mantener
una conversación con ella.
Estaba sintiéndola algo distante o quizá era su imaginación
haciendo de las suyas, recordó el consejo de Danilo, no debía
asumir de entrada que ella lo rechazaba, ni que se había dado
cuenta de que era un idiota. Intentó mantener la calma y a no sacar
conclusiones apresuradas.
Samira levantó la mirada, encarándolo por pocos segundos.
—Sí, te han quedado perfectas. —Su sonrisa fue bastante
desvaída a pesar de que se esforzó por mostrarse enérgica.
—Me alegra que te guste… —Bebió de su café, luego comió un
poco de huevos y le dio otro mordisco a la tostada. Después de casi
un minuto, ella seguía callada, eso era muy extraño.
«Quizá solo está cansada, es tu culpa por ser un insaciable de
su cuerpo», pensó, observándola, tratando de comprender esa
actitud tan taciturna en ella. «¿Será que su familia tendrá algún
problema?», se preguntó, porque recordó haberla visto así, solo las
veces que tenía malas noticias. Carraspeó en un intento por llamar
su atención.
Ella necesitaba confirmar lo que ya sabía, ver hasta donde
llegaría su descaro, ver si tenía los cojones para mentirle en la cara,
así que le sonrió intentando mostrarse tranquila.
—¿Tendrás vacaciones por Navidad?
—Sí, un par de semanas, igual que tú.
—¿Vendrás?
—No lo sé, pero lo intentaré… Mi familia llegará el veintidós y
me exigirán que comparta con ellos, aunque sepan que yo no suelo
ser muy participativo en esos eventos.
«Sí, te haré creer que me trago tus mentiras», pensó Samira
entornando los párpados, aunque mantenía una tenue sonrisa.
—Entiendo… —calló unos pocos segundos y bajó la mirada al
plato—, pero si pudieras venir el día después de Noche Buena… Sé
que tienes a tu familia y todos esos compromisos, pero si me visitas,
aunque sea por unas horas, harás que esas fechas no sean tan
difíciles para mí. —Solo ahora que esas palabras salían de su boca
se daba cuenta de cómo la soledad entraba a su vida. Sin duda, no
iban a ser días fáciles ni felices. Se mordió el interior de la mejilla
izquierda para no llorar y bajó la mirada.
Renato estiró la mano nuevamente y tomó su mano. Ella en
medio de su estado de vulnerabilidad permitió que lo hiciera, se
aventuró a mirarlo a los ojos a pesar de que los de ella estaban
llenos de lágrimas.
—Te prometo que haré lo posible por venir —prometió. Solo
entonces empezaba a comprender su actitud. Aunque ella le
aseguró que no había llorado y le dijo que todo estaba bien, lo cierto
era que no era así; saber que se acercaban esas fechas en las que
lo primordial era la unión familiar y que ella estaría lejos de los
suyos, la tenía melancólica.
La vibración del teléfono móvil de Samira interrumpió lo que él
le iba a decir, quería tirar por la borda todos sus compromisos y
prometerle que pasaría esos días con ella, aunque eso significara
que su familia armara todo un lío por su decisión o dejar botada a
Lara en Río, su prioridad era esa gitana, verla reír nuevamente.
Ella quería creer en sus palabras; no obstante, tenía muy
presente los mensajes que Lara y él habían intercambiado, cada
palabra cariñosa con la que se dirigía a ella supo que solían hacerse
videollamadas todos los días. No quería hacerse una idea de todo lo
que pasaba entre ellos cada vez que se comunicaban, dada la
intensidad de las fotografías que Lara le mandaba.
Ahora caía en la cuenta de que era imposible que la primera
experiencia sexual de Renato hubiese sido verdaderamente con
ella, porque ese nivel de complicidad que tenía con la rusa solo era
posible entre quienes se conocían muy íntimamente.
Ambos miraron la pantalla en la que se anunciaba la llamada
de Julio César; de inmediato, Samira se soltó del agarre para
atender el teléfono.
—Disculpa, tengo que contestar
—No tienes que disculparte —suspiró y se hizo de la taza de
café.
Samira le dio una discreta sonrisa y atendió la llamada. Su
amigo no tenía idea de lo agradecida que estaba con él por
secundarla en eso.
—Hola.
—Hola, cariño, ¿estás bien? ¿Qué sucede? —El peruano
estaba bastante desconcertado por el mensaje de su amiga.
—Sí, muy bien, ¿y tú? —preguntó, solo por seguir la
conversación mientras pensaba cómo mantenerla sin levantar
sospechas en Renato.
—Bien, si quieres que vamos a comer, no tengo problemas, mi
día está libre…estaba planeando ir al cine, ¿quieres acompañarme?
—Me encantaría, pero… —Volvió la mirada a Renato, quien la
observaba por encima del borde de la taza—. No sé si pueda… —
Solo esperaba que Julio le siguiera el juego—. ¿Te importaría si voy
con Renato?
—Pasa algo con él, ¿cierto? —intuyó todo en el acto—.
Necesitas sacártelo de encima, ¿qué se supone que te diga? No
sé… —chilló, se sentía entre la espada y la pared. ¿Qué se suponía
que debía hacer en una situación como esa?—. ¿Quieres que vaya
a por ti?
Samira le hizo algunas señas a Renato, preguntándole si la
acompañaría. Él en contra de sus verdaderos deseos, asintió.
—No, nosotros llegamos allá. Yo me encargó de comprar las
entradas.
—Entonces sí es cierto lo del cine.
—Sí, por supuesto. —Le dedicó una sonrisa a Renato—.
Bueno, nos vemos luego.
—Si puedes enviarme un mensaje explicándome la situación, te
lo agradecería, no quiero meter la pata.
—Sí, lo haré… —Se quedó con el gracias al borde de los
labios.
—Está bien, lo espero, te quiero gitanilla.
Una vez que terminó la llamada, Samira inhaló profundamente
preparándose para trazar todo un plan en el que no tuviera que
estar a solas con Renato. Sabía que debía explicarle sobre esa
conversación que a todas luces lo había confundido.
—Julio acaba de tener una discusión muy seria con su pareja y
está mal, no quiere estar solo y me dijo que Daniela está trabajando,
pensaba que yo estaba sola y quería que lo acompañara a
distraerse, por eso le prometí que no lo dejaría solo, por lo que
acordamos ir a almorzar y luego al cine —dijo todo de un tiró,
seguramente se estaba comportando muy infantilmente, una mujer
madura de verdad enfrentaría la situación y lo encararía, pero en
ese momento no se sentía con la entereza necesaria para
escucharle decir que nunca la amó, que solo quería usarla—. Le
pregunté si podrías acompañarnos y me dijo que sí, pero no tienes
que ir si no quieres.
—Está bien, puedo acompañarlos, es tu amigo, se supone que
deben mostrarse apoyo en buenos y malos momentos. —Renato no
sabía cómo sentirse al respecto, pero comprendía que Samira tenía
una vida más allá de él.
CAPITULO 75
Samira no pudo darle a Julio una explicación lógica de lo que
estaba pasando, porque él no estaba al tanto de la relación que ella
tenía con Renato, a ojos de todos, solo eran amigos. Así que, en los
pocos minutos que pudieron tener a solas, no hizo más de
inventarse una historia que ni ella misma se creía.
Renato se esforzó por ser participativo en las conversaciones y
trataba de conocer mejor al chico, sin embargo, se lamentaba tener
que pasar el día desempeñando el papel de ser solo amigo de
Samira, sobre todo teniendo en cuenta que solo contaban con los
fines de semana para pasar tiempo juntos.
Lo que solo iba a ser un almuerzo y una función de cine,
terminó extendiéndose hasta la cena, intentó hacerle algunos gestos
a su chica para que entendiera que él también quería un poco de su
atención, pero ella parecía no caer en la cuenta, lo que lo tenía un
tanto molesto.
Casi a las nueve de la noche llegaron al apartamento de ella,
pero en poco más de dos horas saldría su vuelo de regreso, por lo
que tenía el tiempo limitado. Sin embargo, en cuanto cerraron la
puerta, él la sujetó por la cintura y la pegó a su cuerpo,
sorprendiéndola con un beso necesitado, pasional, un beso con el
que pensaba reponer todos los que no había podido darle durante el
día.
A Samira las rodillas le temblaron y el aliento se le quedó
atorado en el pecho, sin darse cuenta o quizá sin voluntad, empezó
a corresponderle con la misma efusividad que él mostraba, a la vez
que le apretaba una nalga, para acercarla lo más posible a su pelvis.
Pero de inmediato la rabia volvió a hacer acto de presencia, no en
vano se le había ido acumulando a lo largo del día. Así que se armó
de todo el orgullo que poseía para hacer lo que debía hacer.
Le llevó las manos al pecho y se apartó del beso.
Se te hará tarde. Odió que su respiración estuviese
agitada, porque eso la mostraba débil y excitada.
Podemos hacerlo rápido propuso él, llevándole las manos
al cuello para acercarla de nuevo.
No, no… Se pasó las manos por la cabeza y le esquivaba
la mirada, pensando en la mejor forma de evadirl o . Necesito
cepillarme los dientes, comí muchos dulces.
Aunque Renato la miró con el ceño fruncido, evidentemente
consternado, ella retrocedió un paso, liberándose.
Samira… resopló. Ya estaba cansado de la actitud tan
distante de ell a . ¿Puedes decirme qué sucede? ¿Qué fue lo
que hice mal? ¿Por qué de repente ya no quieres ni que te toque?
interpeló con la mirada turbada y casi conteniendo la respiració
n . Estás distante y no te atrevas a negarlo…
No pasa nada —lo interrumpió—, todo está bien, solo quiero
lavarme los dientes… ¿es malo eso? Dejó salir algo de la rabia
contenida, mantuvo el tono de voz, pero no la contundencia al
hablar. Pasó a su lado y entró al baño.
Él dio un par de pasos, apoyó los codos en la encimera y se
sostuvo la cabeza con las manos, tuvo que apretar fuertemente los
párpados porque no entendía nada y no tenía ni puta idea de cómo
manejar la situación. Eso lo frustraba todavía más, pensó que lo
mejor sería agarrar sus cosas e irse antes de que todo se
complicara. Así lo hizo, fue a por su maleta que estaba junto al
clóset.
A ella le temblaban las manos y tenía las mejillas tan calientes
que se habían enrojecido al igual que sus orejas. Después de casi
un minuto, no había conseguido hacer nada más que apretar los
bordes del lavabo hasta que los dedos empezaron a dolerle y los
nudillos se le pusieron blancos.
Sin contenerse más, soltó los bordes de porcelana y salió del
baño, solo para encontrarse a Renato con maleta en mano, lo que
hizo que ya no pudiera controlar ni medir lo que decía.
—¿Sabes qué? Sí, me pasa algo. Tengo tantas dudas con
respecto a lo nuestro que no me siento cómoda. Siento que no me
tomas en serio… ¿Tú me amas? ¿Lo haces de verdad? —Lo
acorraló en el angosto pasillo entre la cocina y el baño, él se quedó
inmóvil, como si no hubiese comprendido sus preguntas—. Quiero
saber si lo que tenemos, si esto que estamos haciendo es serio para
ti… Si en algún momento seré lo suficientemente importante como
para elegir estar conmigo, para siempre… ¿Tú me amas? —Fue
más contundente con su pregunta.
—Si no te amara, no estaría aquí —declaró—. Si no te amara,
no vendría cada fin de semana, sin importar si mi cuerpo me exige
descanso, porque te amo más allá de mi capacidad física. —Su
mirada atormentada demostraba el miedo que se estaba
apoderando de cada uno de sus nervios. Odiaba no saber cómo
debía reaccionar ante esas acusaciones.
—El punto no es que me ames ahora, el punto es por cuánto
tiempo, no quiero presionarte, no es mi intención, pero me estoy
jugando demasiado… y quiero tener todo claro, quiero saber si
mereces la pena.
Renato pudo darse cuenta de que ella estaba molesta, pero ya
para ese momento él también lo estaba. ¿Ella se estaba jugando
demasiado? ¿Acaso él no? ¿Acaso ella creía que él no temía todos
los días que ella pudiera preferir a su familia antes que a él? Que
fácilmente pudiera preferir el perdón de los suyos antes que todo el
amor que él podía darle.
—No lo sé Samira, quizá termine arruinándolo, tal vez no puedo
darte todo lo que esperas, lo más probables es que yo no sea la
apuesta correcta… —Se encogió de hombros y negó con la cabeza
—, hay cosas en mí que… —su voz estaba rota, no sabía si era
debido a la molestia que le causaba ese ataque repentino de ella o
al dolor de darse cuenta de que Samira al parecer no había llegado
a conocerlo en absoluto.
—¿Qué cosas? —interrogó y se le derramaron varias lágrimas,
porque él le estaba confirmando que no la amaba lo suficiente para
comprometerse con ella, que prefería a la rubia voluptuosa, porque
si no, ¿que lo detenía?
Ahora entendía que desde el principio esa relación tuvo fecha
de caducidad, que él solo la veía como un entretenimiento temporal,
alguien en quien desfogar las ganas mientras la rusa estuviera lejos.
—Solo cosas, cosas que no están bien y probablemente antes
no te molestaban, pero ahora sí… —estalló, en medio de esa
discusión sinsentido.
Samira apretó fuertemente los párpados, conteniendo las
lágrimas y se le salió una risilla por lo absurdo que era todo eso, por
lo tonta y enojada que se sentía, apretó los puños al punto de que
los nudillos se le pusieron blancos. Solo a él se le ocurría la brillante
idea de culparla.
Se relamió los labios y se tragó el obstinado sollozo que pujaba
por salir. Abrió los ojos, mientras negaba con la cabeza, se moría
por escupirle en la cara que se dejara de tantas patrañas, quería
gritarle la verdadera razón de que ella estuviera así, eso que le daba
vida a todas sus inseguridades con respecto a la relación, pero no
iba a presionarlo para que confesara algo que solo terminaría
hiriéndola más. Estaba segura de que si escuchaba de los labios de
Renato que a quien amaba de verdad era a Lara, se moriría en el
acto.
Sabes qué chasqueó los labio s . Será mejor que te
vayas o perderás el vuelo pidió haciendo un ademán hacia la
puerta.
¡El vuelo me importa un carajo! Por favor, Samira… no
hagas esto suplicó, sintiendo que se le hacía difícil respirar.
¿Hacer qué ? Alzó la voz casi a punto de grito.
Comportarte de esta manera…
En ese momento el teléfono de él empezó a vibrar con una
llamada entrante de Ignacio, quien había acordado pasar por él para
llevarlo al aeropuerto. Por supuesto, ella pudo ver el nombre del
chofer en la pantalla.
Por favor, vete pidió, cerrando los ojos. Resultaba que
ahora la culpa era suya. Que fácil resultaba todo para él, cada
palabra que decía, y que ocultaba, no hacía más que lastimarla. El
nudo en su garganta se apretaba al grado de impedirle hablar.
Samira, hablemos… Intentó tomarla de la mano, pero ella
la apartó.
Ella caminó a la puerta y la abrió.
Ahora no es un buen momento, mejor vete de una vez…
susurró y se cubrió la boca para contener el llanto.
Renato intentó recuperar el aliento para intentar solucionar algo
que no tenía del todo claro.
¿Qué es lo que quieres, Samira? Solo dime qué necesitas
para que arreglemos esto. La miraba suplicante con los ojos
rebosantes de lágrimas. Trataba de mantener la compostura para no
agobiarla, pero tenía la sensación de haberse quedado atrapado en
una habitación con todos sus demonios.
En este momento quiero que te vayas repitió, empezaba
a sentirse bastante decepcionada, porque se daba cuenta de que en
todo ese tiempo no había logrado conocerlo de verdad, si no,
entonces no se explicaba cómo era posible que fuera tan caradura.
Está bien, lo haré, pero solo porque tú me lo estás
pidiendo… Te llamaré en cuanto llegue a Río, espero que para
entonces estés más calmada y podamos hablar de verdad. Se
acercó a ella, le llevó una mano a la nuca y aunque se resistió,
consiguió darle un beso en la frent e . Te quiero… espero que tú
también lo hagas o… Tragó grueso el nudo de lágrimas y las
ganas de decirle que, si ella no lo quería, estaría perdido.
En cuanto él salió, Samira cerró la puerta y recargó la frente
contra esta, apretó fuertemente los labios y contuvo la respiración
para no echarse a llorar enseguida, no quería que él escuchara
desde el pasillo cuán lastimada estaba.
Sin embargo, solo pudo soportar pocos segundos, era tanto el
dolor que el llanto que soltó no la estaba dejando ni respirar y
terminó cayendo de rodillas, mientras se apretaba el pecho con
ambas manos, las que luego se llevó a la cara para ahogar el sonido
de su alma rota.
Renato bajaba las escaleras cuando varias lágrimas
empezaron a salir pero se las limpió rápidamente. No quería
marcharse sin antes solucionar las cosas, pero ella no le dejó
ninguna alternativa. ¿Qué debía decir o hacer? Estaba
desorientado y aterrado.
Ignacio lo esperaba junto a la SUV y al verlo aparecer, se
acercó para ayudarle con la maleta.
Buenas noches, joven saludó, abriéndole primero la
puerta para que subiera, luego llevaría el equipaje al maletero.
Buenas noches, Ignacio. Gracias por venir dijo Renato,
tratando de ocultarle el rostro al chofer.
Antes de partir, miró una vez más a la casona y en cuanto el
auto arrancó, ancló la mirada en el móvil, con unas ganas casi
irrefrenables de escribirle a Samira, pero no tenía idea de qué
decirle. Solo cerró los ojos, esperando poder despertar cuanto antes
de esa pesadilla.
Ya sentado en la butaca del avión, seguía sin poder
desprenderse de la agonía que le había dejado la discusión. Aunque
ella lo hubiese echado de su hogar y sentía que ya no lo quería ver
más, él no podía permitirlo, por lo que antes de que el avión
despegara, decidió enviarle un mensaje: «Solo quiero que sepas
que ya estoy en el avión. No entiendo qué nos pasó, tenemos que
hablar por favor. En cuanto llegue a Río te haré una videollamada».
Tras dudar con cada palabra, consiguió dale al botón de enviar,
no estaba seguro de cómo ella se lo tomaría o si acababa de cavar
su tumba, pero antes de que activara la opción de modo avión
recibió una respuesta de ella: «Buen viaje».
Así de impersonal fue ese mensaje que le oprimió el corazón.
Sentía que las emociones lo estaban desbordando, sentía que todo
el castillo de sueños se le estaba derrumbando encima. Ahora más
que nunca se sentía solo, la tristeza se estaba adueñando de cada
uno de sus poros, quería llorar como si fuera un niño pequeño.
Sin embargo, una débil llama de esperanza se mantenía viva,
porque pudo haberlo ignorado y eso hubiese sido mucho peor.
Durante el vuelo, no hizo más que crear mentalmente mil y un
escenarios en los que Samira no quería verlo más, todas por su
culpa, porque había descubierto que no era suficientemente bueno
en nada, que era aburrido, un inútil de mierda, alguien tan fracasado
que seguramente ni siquiera había conseguido satisfacerla
sexualmente nunca.
Como un eco lejano escuchaba la voz de Danilo que le pedía
que se calmara, que respirara profundo, que debía enfocar su mente
en las cosas positivas que tenía. Pero nada de eso lo ayudaba en
ese momento, él solo quería estar de regreso en los brazos de
Samira y rogarle que no lo dejara, que le diera otra oportunidad, que
buscaría la manera de ser mejor para ella…
En cuanto el avión tocó la pista del Galeão, lo primero que hizo
fue quitarle el modo avión, sabía que era muy pronto para
comunicarse con ella, pero ya no aguantaba más, quería usar la
excusa de informarle que ya había llegado para que supiera que
estaba muy interesado en conversar, pero lo primero que recibió fue
un mensaje que le envió hacía más de cuatro horas: «Será mejor
que dejemos la videollamada para otro día. Estoy cansada, me iré a
dormir temprano».
A Renato lo impactó la sensación de que lo había botado ya a
la basura, que con ese mensaje le estaba dejando claro que ya no le
interesaba mantener la relación con él. La angustia que sintió en ese
momento le atenazó el pecho. Casi sin poder controlarse ni pensar
lo que estaba haciendo le escribió: «Lo siento, Samira. Sé que hice
algo mal, pero no sé qué fue… Entiendo que estés agotada y
necesites dormir, pero puedes llamarme temprano, por favor, por
favor, no me dejes, hablemos, por favor. Te quiero, de verdad lo
hago. Perdón si hice algo mal… Necesito que hablemos. Prometo
que no te molestaré si no quieres… Pero, por favor, hablemos…».
Se detuvo de enviar el mensaje solo porque la auxiliar de vuelo
le indicó que ya podía bajar. Él le dedicó una mirada de
desconcierto, pero cuando ella le repitió que debía abandonar la
nave, fue que asintió y se desabrochó el cinturón.
Disculpe. Se levantó, tomó la maleta del compartimiento
superior y bajó, caminó raudo, aunque algo extraviado, entró en el
primer baño que encontró de camino a migración.
Había varios hombres, unos lavándose las manos y otros
orinando, él pasó a uno de los cubículos, dejó caer la maleta y se
adhirió a la fría pared de metal, tuvo que sostenerse la cabeza con
las manos.
Respiraba profundo, tratando de recuperarse, pero las
sensaciones de rechazo, de miedo y dolor lo estaban asfixiando.
Agarraba bocanadas de aire, pero estaba seguro de que ni todo el
oxígeno del planeta sería suficiente para conseguir que sus
pulmones se expandieran y contrajeran con normalidad. No podía
llorar, era como si el llanto se le hubiese atascado en la garganta y
eso era lo que lo estaba poniendo en ese estado.
Se dejó caer sentado en el suelo, apoyó los codos sobre sus
rodillas y seguía sosteniéndose la cabeza porque temía que le fuese
a estallar.
Después de largos minutos en los que consiguió aplacar un
poco el ataque de pánico, encontró un resquicio de valor para salir
de ahí, necesitaba refugiarse en su casa lo antes posible.
Al taxista le dio la dirección de su apartamento, necesitaba
estar solo, no quería que nadie lo viera en ese estado y empezaran
a interrogarlo sin parar. En todo el camino no hizo otra cosa que
mirar el móvil a ver si ella había visto los mensajes, esperando que
le respondiera, pero no había caso, ella seguramente ya estaría
dormida.
En cuanto estuvo en el apartamento, se fue directamente al
baño y se metió debajo de la ducha con todo y ropa, al sentir que las
gotas que le caían fue que pudo dejarse ir y botar todo el dolor que
lo estaba matando lentamente, lloró y lloró sin parar, hasta que ya
no le quedaron más lágrimas, salió, se quitó la ropa que dejó tirada,
luego se fue a la cama, pero por más que estaba agotado, no hacía
más que mirar una y otra vez los mensajes que le había enviado a
Samira, luego empezó a torturarse mirando las pocas fotos que
tenía de ellos juntos.
Su cerebro no le daba tregua, necesitaba apagarlo por unas horas o
no podría tener la conversación coherente que necesitaba, cuando
ella leyera los mensajes que le había enviado; de repente recordó
los ansiolíticos que tenía en el vestidor y se paró para ir a por ellos.
Tomó un poco más de la dosis recomendada y volvió a la cama, no
se dio cuenta cuando le hicieron efectos, solo sabía que su último
recuerdo lúcido fue que no quería vivir si Samira lo abandonaba.
CAPÍTULO 76
Tras varias horas de llanto, tenía los párpados hinchados, la
nariz congestionada y un dolor de cabeza que la obligó a tomarse
un par de calmantes, los que le ayudaron a dormirse, pero fue un
sueño intranquilo plagado de pesadillas en la que ella veía cómo
Renato besaba apasionadamente a la rusa.
Despertó con la alarma, programada para hacer ejercicios, pero
se sentía cansada física y emocionalmente como para dedicar su
poca energía a eso.
El agua la despertó por completo, lo que trajo de nuevo el dolor
en el pecho debido a la agonía de haber terminado su relación con
Renato. La verdad era que no estaba preparada para sacarlo de su
vida, no quería, pero debía hacerlo, por amor propio, por respeto a
esos sueños bonitos que quería hacer realidad junto a él, porque lo
que él le estaba ofreciendo no era siquiera ser su segunda opción,
no, directamente solo le ofrecía disfrutar un par de fines de semanas
más y ya, porque después del veintitrés de diciembre estaría solo
con Lara, con ella y toda su familia. Un plan en el que ella ya no
tenía cabida.
No pudo evitar soltar una risa amarga al recordar sus palabras
en el que le prometía hacer todo lo posible para pasar con ella un
rato uno de esos días… El dolor no dejaba de crecer ante esa
realidad.
A pesar de todo lo que había llorado el día anterior y de que
creyó en algún momento quedarse sin lágrimas, otra vez las
lágrimas volvían a hacer acto de presencia. Se regañó por ser tan
patética y prácticamente se obligó a parar, no tenía tiempo para
echarse a morir, en unas horas debía ir al trabajo y no podía
presentarse en semejante estado.
Salió de la ducha, se puso unas bragas limpias y buscó el móvil
donde lo había tirado en la cama.
En cuanto lo tuvo entre sus manos, respiró profundo, el corazón
le empezó a latir con prisa y se sintió algo mareada, por lo que se
sentó al borde del colchón, al tiempo que activaba el internet en su
teléfono. Esperaba que él no fuera tan cruel como para agregar una
nueva canción esa mañana, aunque en el fondo sabía que sí lo
deseaba, aunque eso al final la rompiera aún más.
Así que, casi conteniendo el aliento, esperó la llegada de la
notificación de algún hermoso tema que le erizara la piel; en cambio,
recibió fue una lluvia de mensajes que no paró como en un minuto
entero.
Entró a leerlos de inmediato, pero no estaba preparada
emocionalmente para lo que decía cada mensaje. El estómago
empezó a dolerle igual que el corazón, el páncreas y cada uno de
sus órganos, todo en ella dolía, ni siquiera era consciente de que
estaba llorando nuevamente.
Podía sentir la desesperación de Renato, tanto que empezó a
creer que era genuina. Él le estaba suplicando que hablaran, pero
ella tenía mucho miedo de confirmar que había sido solo un
pasatiempo al que había alimentado a punta de mentiras.
Estaba confundida, no sabía qué hacer, si darle una
oportunidad para que se explicara o cortar cualquier vínculo y
resistir hasta que la herida dejara de supurar dolor y cicatrizara.
Tuvo que desplomarse en la cama porque se sentía muy débil, abrió
los párpados y se enfocó en las pequeñas grietas en el techo
mientras maldecía todo lo que le estaba pasando, sobre todo a su
mente que no dejaba de recordar las imágenes de Lara desnuda.
Ella siempre había sido segura de sí misma, se creía guapa a
pesar de su delgadez y sus grandes orejas, sabía que podía ser
coqueta con tan solo una sonrisa o una mirada, creía que, si se lo
proponía, manejaría muy bien el poder de la seducción, pero haber
visto ese espectáculo de mujer como Dios la trajo al mundo, la hizo
sentir poca cosa. Que poco podía durar la autoestima alta, cuando
la competencia era tan injusta.
Se llevó la mano a sus pechos prácticamente planos mientras
sentía un molesto malestar en su estómago, no podía definir si era
hambre o eran esos celos terribles que se la estaban carcomiendo
desde adentro.
Volvió a mirar los mensajes, de verdad, le gustaría poder
decirle lo que había hecho mal, pero solo la pondría en evidencia, lo
que seguramente empeoraría la situación ya que él se enojaría.
No, él debe saber ya que hizo… A menos que sea un
caradura sin consciencia, que crea que jugar con las dos está bien
masculló, sintiendo que las brasas de la rabia volvían a
encenderse. Se levantó para prepararse un café, necesitaba aclarar
su mente antes de hacer algo de lo que pudiera arrepentirse
después.
Mientras esperaba que el café se colara, releyó una vez más
todos los mensajes de Renato, ya casi los memorizaba y no podía
negar que le estrujaban el corazón.
Chasqueó los labios, no tenía caso seguir con la incertidumbre:
«Está bien, hablemos…». Sabía que Renato le haría una
videollamada y ella era un desastre en ese momento, su rostro
evidenciaba la mala noche que había tenido y no quería que eso
sirviera para que se diera cuenta de lo rota que se sentía; además,
no podía arriesgarse a que sus emociones la sobrepasaran porque
en unos minutos tenía que ir a trabajar. Ella no podía permitirse el
lujo de quedarse en cama llorando un mal de amor. Así que, esa
conversación debía esperar, aunque la agonía fuera a devorársela
durante todo el día.
Él no se encontraba en línea, suponía que debía estar
durmiendo o quizá duchándose, así que escribió rápidamente un
segundo mensaje: «Pero lo haremos en la noche, ahora tengo que ir
al trabajo». Una parte de ella quería que Renato respetara su
petición de esperar hasta la noche, pero otra parte, quizá la más
poderosa, anhelaba que él no hiciera caso y la llamara de inmediato,
por eso no podía desviar la mirada de la pantalla y tenía el corazón
acelerado, impidiéndole casi respirar. Tragó grueso y dejó el móvil
sobre la encimera para servirse café.
Brincó del susto cuando el móvil repicó, pero la breve emoción
que la invadió de súbito se disipó rápidamente al darse cuenta de
que era Ramona.
Hola Gypsy … Buenos días
El tono de tono de voz era alegre, lo que le hizo suponer a
Samira que todo había terminado de salir muy bien con su tía. Ya
que el día anterior por la tarde, cuando estuvo reunida con Julio
Cesar y Renato, le había escrito diciéndole que aún estaba con su
tía y que había sido una muy buena idea enfrentarse al miedo que le
suponía hablar con alguien de su familia. Acordaron que en cuanto
llegara, le contaría mejor cómo había sido la experiencia.
Hola Roma… la llamó por ese diminutivo que usab a .
¿Cómo estás? ¿Vienes en camino? Hasta ese momento caía la
en cuenta de que Ramona debía ir a trabajar y no sabía si le daría
tiempo.
Estoy en casa, llegué por la madrugada.
¿Por qué no me avisaste? reprochó, aunque pensándolo
bien, no hubiese sido buena idea que su amiga la hubiera visto en el
estado en el que estuvo anoche.
No iba a despertarte, además, también necesitaba dormir
por lo menos unas cuatro horas, porque en el autobús venía un
bebé que no dejó descansar a nadie, seguramente, el pobre tendría
cólicos dijo con pesar.
Bueno, por lo menos llegaste con tiempo… ¿Irás al trabajo?
Por supuesto, ya voy a ducharme o se me hará tarde. Nos
vemos en un rato.
Está bien, yo también empezaré a vestirme… Hablamos
luego, quiero que me cuentes detalladamente cómo te fue. Le
alegraba muchísimo que Ramona estuviera más cerca de
reconciliarse con sus padres. Esperaba que su tía sirviera de
intermediaria.
Claro que lo haré.
En cuanto colgaron, Samira se endulzó el café, mientras se lo
tomaba, recordó que no tenía nada listo para llevarse de almuerzo.
Se preparó un sándwich y se lo comió a grandes bocados, más que
por apatito, lo hizo para reponer fuerzas.
Se quedó esperando algún tipo de comunicación de parte de
Renato o por lo menos la canción del día, pero no hubo ningún tipo
de señal de parte de él; la desilusión fue arrolladora.
Una vez lista, se aseguró de dejar todo apagado y cerrar bien la
puerta. Ya Ramona la esperaba al final del pasillo frente a su puerta
cuando salió, así que se obligó a guardar el móvil en la cartera,
deseando poder olvidarse del aparato, pero sabía que esa era una
tarea difícil de alcanzar.
Ramona no pudo ocultar la expresión de sorpresa, a pesar de
que no hizo ningún comentario, era evidente que se había dado
cuenta de que a pesar de todo el maquillaje que usó, las huellas de
tantas horas de llanto seguían siendo visibles.
Pasé una noche terrible, creo que me voy a enfermar, tuve
una alergia espantosa. Mintió descaradamente, pero ya a esas
alturas no tenía otra salida.
Si quieres, yo tengo antialérgico.
Ya me tomé uno, tranquila, solo debo esperar que vuelva a
hacer efecto… Se le enganchó en un brazo, instándola a camina
r . Cuéntame todo lo que te dijo tu tía, ¿cómo estás tus padres?
curioseó mientras se dirigían a las escaleras.
Ramona aprovechó todo el camino, para contarle todos los
detalles sobre su reencuentro, ella estaba muy animada e ilusionada
porque ahora tenía la esperanza de poder limar las asperezas por lo
menos con su madre y una de sus cinco hermanas.
A pesar de que Samira le prestaba atención, también estaba
atenta, esperando que su móvil vibrara con alguna llamada o por lo
menos un mísero mensaje.
Justo entrando al edificio sintió que le llegaba esa ansiada
notificación, así que casi con desesperación buscó el teléfono, pero
su decepción fue mayor al ver que era el infaltable mensaje de
Adonay deseándole que tuviera un buen día.
¡Buenos días! Liam saludó enérgico, lo que hizo que
Sophia diera un respingo en su silla, por estar de espaldas a él.
Ella se volvió a mirarlo por encima del hombro, él la abrazó por
la espalda, dándole un beso en la mejilla. La adoraba, no había otra
forma de definir lo que sentía por esa mujer, que lo había criado
como a un hijo más.
¡Me asustaste! Ella lo reprendió sin quitar la dulce sonrisa
en ningún momento y luego le dio un pellizco en el antebrazo.
¡Ay! Piensas despellejarme se quejó y le echó un vistazo
a su abuelo que lo miraba sonrient e . Ya veo cómo es que te
controla. Le dio otro beso a su abuela y fue a saludar al patriarca.
Me parece que estoy frente a un milagro dijo irónicamente
Reinhard.
Por supuesto, ¿acaso no soy el mejor ejemplo de la obra
más perfecta de Dios? dijo socarrón. Le dio un beso en la mejilla
a su abuelo y se ubicó en una de las sillas del comedor con vistas al
jardín.
No estoy de acuerdo en eso intervino Sophi a . El
mejor ejemplo lo tienes a tu lado, quizá te favoreció un poco llevar
sus genes señaló a Reinhard, que le sonreía.
Está bien. Alzó las manos a modo de redenció n . Lo
acepto, solo porque aún llevas la venda del amor… Por cierto,
¿dónde está mi hermano? No me digas que sigue durmiendo.
Está en São Conrado respondió Reinhard. Bien sabía que
Renato había llegado por la madrugada de Santiago, pero guardaba
firmemente el secreto de esas escapadas de su niet o . ¿Aún no
me has dicho que te ha traído aquí? Fue directo, no era que no le
agradaba que su nieto mayor lo visitara, solo que lo conocía
bastante bien y sabía que solo lo hacía cuando necesitaba algo o
cuando era obligado por algún compromiso familiar—. ¿No me digas
que es por la noticia del matrimonio de Elizabeth?
Es que, necesito ir el fin de semana a Aspen, podrías
prestarme… ¡Espera! dijo cayendo en la cuenta de lo que su
abuelo acababa de decirle. Se mostró exacerbad o . ¿Cómo que
Elizabeth se casa? ¿Acaso es una broma? Buscó rápidamente la
mirada de Sophia, que en ese momento veía ceñuda a su marido.
Reinhard supo que cometió una imprudencia, ya que apenas se
había enterado la noche anterior, al escuchar la conversación que
Sophia tuvo con Rachell.
No, no lo es. Alexandre le pidió matrimonio el sábado
explicó Sophia con tono hosco. Conocía a Liam y sabía que
buscaría la manera de inmiscuirse en un asunto que no le
correspondía.
¿Y le dijo que sí? ¿Acaso está loca? protestó sonrojado
por la súbita molestia. Esa noticia debió ser muy fuerte para su tío
Samuel.
Por supuesto que le dijo que sí, no necesita estar loca para
querer comprometerse con la persona que ama…
Tonterías buf ó . No está enamorada nada, y el tipo
ese, mucho menos… ¿Cuánto es que llevan juntos? ¿Tres, cuatro
meses? ¡Qué mierda! exclamó incrédulo.
Bueno, Liam… Esa decisión es de ellos, debemos
respetarla, no vamos a entrometernos en algo que es solo es de dos
comentó Reinhard, esperando que su nieto dejara de ser tan
visceral.
Claro que debemos intervenir, porque está involucrada una
de los nuestros. Lo mejor que podemos hacer es alejarla de ese
hombre que solo la está manipulando… Abuela, debes hablar con
ella, a ti te escucha, de alguna manera tienes que hacer que
Elizabeth abra los ojos, que se dé cuenta de que ese hombre no le
conviene, si tanto quiere casarse que lo haga con Bruno, que casi
es de la familia y ha estado toda la vida enamorado de ella, es un
buen hombre… lo conocemos, en cambio de ese tipo no sabemos
nada hablaba envalentonado, con la vena de la frente latiendo
visible.
Reinhard lo miraba con curiosidad.
No haremos nada, solo respetar su decisión. ¿Cómo se te
ocurre pensar que tienes el derecho de decidir por ella quien es
mejor o peor partido? Elizabeth es autónoma, tiene la edad y
capacidad mental necesaria para decidir por sí misma lo que le
conviene o no, lo que quiere o no… lo reprendió Sophi a . Y
dejemos este tema hasta aquí.
Sí, mejor empecemos con el desayuno… dijo Reinhard
haciéndole un gesto a una de las mujeres asistente al servicio que
estaba cerc a . Mejor dime, ¿qué harás en Aspen?
Ir con unos amigos el fin de semana.
Sabes que no tengo inconvenientes con que vayas y te
quedes allá todo el tiempo que desees, pero el viernes tienes un
compromiso muy importante. ¡Por el amor de Dios, no vayas a
desaparecer como lo hiciste con la prueba!
No lo haré, te lo prometo abuelo… Me iré el viernes por la
noche.
¿Y pasarás otra Navidad con tus amigos y no con la familia?
reprochó Sophia.
Ya sabes cómo es abuela, da lo mismo, no me interesa…
Me asfixia ese tipo de reuniones, no es que no quiera compartir con
la familia, puedo hacerlo, justo como estoy haciendo ahora…
Estás aquí ahora, solo porque necesitas que tu abuelo te
preste la casa para hacer tus fiestas…
Abuela, no seas injusta…
¿Injusta yo? Se llevó una mano al mecho y soltó una risa
de incredulidad.
Ya, déjalo, amor… medió Reinhard, no tenía caso hacerlo
entrar en razón, Liam lo que necesitaba era darse un golpe de
realidad en la vida, entender que no todo lo importante ni de valor
tiene precio—. Puedes ir a la casa, pero tienes terminantemente
prohibido tocar mi colección de licores.
Gracias abuelo, te doy mi palabra de que no tocaré ni una
sola botella. Le tomó una mano y le dio un beso en el dorso,
donde ya su piel tenía algunas pecas producto de la vejez.
Sophia le dedicó una mirada aprehensiva a su marido. A ella no
le gustaba que consintiera tanto a Liam, porque sentía que estaba
perdiendo la perspectiva real de la vida.
Y una condición más dijo Reinhard, comprendiendo esa
mirada de su muje r . Tendrás que pasar año nuevo aquí con la
familia. Así que si tienes algún plan, cancélalo.
Por supuesto, aquí estaré, ni un solo plan con nadie más
prometió, mirándolo a los ojo s . Es más, vendré a verte todos los
días, desde el martes hasta que nos demos el abrazo de año nuevo.
Reinhard le dio un voto de confianza a su nieto, después de
todo, si no cumplía su promesa no obtendría nada más de él.
Mientras desayunaban, Liam volvió a preguntar por Renato,
quiso saber cómo lo habían visto las últimas semanas, ya que él lo
había notado algo descentrado, además de que seguía pareciéndole
muy extraña la actitud que tuvo el día de su cumpleaños, sobre todo
cuando pidió que se tomaran una fotografía grupal. Él presentía que
algo estaba pasando y le molestaba no estar enterado, lo que
menos deseaba era que volviera a caer en una crisis depresiva; les
recordó que no era bueno que se aislara si estaba pasando por una.
Es posible que para la mayoría de las personas Liam fuera un
díscolo que solo estaba pendiente de divertirse o de salir con sus
amigos, pero nada estaba más lejos de la realidad, su preocupación
principal era ver que a uno de los suyos le pasara algo y él no
pudiera ayudarlo a tiempo. Por eso es por lo que le enfurecía
recordar lo mucho que sufrió en su adolescencia por culpa de la
zorra que se burló de él.
Antes de despedirse le pidió a su abuelo que llamara para que
acondicionaran la casa en Aspen, que no lo olvidara, luego le dio un
beso en la mejilla, otro beso a Sophia y se marchó.
Ese día no tenía que ir a Vale do Paraíba, donde quedaba la
compañía de su padre y donde él estaba a la cabeza del
departamento de Coordinaciones y Pruebas de Vuelo. Tenía varias
reuniones programadas en Río, pero no empezarían sino hasta
dentro de un par de horas. Así que mientras conducía decidió
aprovechar ese tiempo en algo productivo y le marcó a Renato para
ver si almorzaban juntos.
Sintió un súbito vacío en el estómago cuando la llamada se le
fue al buzón de voz, porque él jamás apagaba el teléfono o dejaba
que se le descargara, le gustaba estar siempre accesible para la
familia.
Volvió a marcarle, pero una vez más se fue al buzón. Como ya
en ese momento se encontraba cerca de São Conrado, no se lo
pensó dos veces para acercarse.
Antes de llegar le marcó un par de veces más, siempre con el
mismo resultado, lo que provocó que le creciera la angustia.
No le fue fácil convencer a Roger para que lo dejara pasar, ya
que Renato tenía terminantemente prohibido que lo dejaran entrar
sin que él diera su consentimiento previamente. Liam le preguntó al
empleado de seguridad si ya su hermano había salido esa mañana
y este le confirmó que su vehículo seguía estacionado en su puesto,
al escucharlo le ordenó que lo llamara al citófono, pasaron los
segundos y seguía sin contestar, al ver que la situación se estaba
saliendo de control, pidió nuevamente que le permitieran pasar y en
esa ocasión el recepcionista no se opuso.
Todos en su familia sabían que la clave de acceso que Renato
había establecido era el cumpleaños de su mamá, aunque fingían
desconocerlo. Al parecer, no se había marchado en taxi ni con
alguien que lo hubiera pasado a buscar, porque el aire
acondicionado seguía encendido, pero le llamó la atención al entrar
encontrarse con una maleta pequeña junto al sofá de la sala de
estar, avanzó y no consiguió otra cosa fuera de lo normal.
Siguió por el pasillo y fue directo a la habitación de Renato,
abrió la puerta y se encontró con la habitación en penumbras. Al
parecer, seguía dormido, algo verdaderamente extraño en su
hermano, ya que era de las personas más puntuales que conocía y
comprometida con su trabajo.
Renato, Renatinho repitió en su camino hacia la cama.
Estaba envuelto entre las sábanas, acostado bocabajo, por lo
que lo sacudió ligerament e . Despierta. Siguió tocándole la
espalda, al tiempo que con el control remoto mandaba a abrir las
persianas.
Renato farfulló, removiéndose entre las sábanas, todavía
renuente a despertar.
Oye, despierta… ¿Acaso hoy no vas al trabajo? preguntó,
tirando de las sábanas.
Qué… ¿qué haces aquí? Seguía más dormido que
despierto—. Se supone que Roger no debe dejarte entrar haló las
sábanas para cubrirse.
A medida que salía de la bruma del sueño, recordó lo que
había pasado la noche anterior y no quería que su hermano lo viera
en ese estado.
Tuvo que dejarme entrar, ya que no atendías el teléfono…
¿Estás bien? Estaba genuinamente preocupado.
Sí, ¿por qué no iba a estarlo? Se sentó dándole la
espalda a Liam y salió del lado contrario de la cama.
No sé, quizá porque siempre contestas y, a esta hora ya
deberías estar de camino al trabajo. Lo siguió con la mirada,
llevaba puesto solo el pantalón del pijama y se dirigía al baño.
Cambié mis horarios de los lunes, entro a mediodía. ¿Tú que
haces en Río?
Tengo algunas reuniones. Se levantó para seguirl o .
Así que hoy tenía unas horas libres en la mañana. Suspiró
notando como se aliviaba la presión del pecho, pero cuando se dio
cuenta, ya Renato le había cerrado la puerta del baño en la cara.
Lo primero que hizo al encerrarse fue verse en el espejo para
cerciorarse de que su cara no demostrara los signos innegables del
dolor que lo acompañaba desde la noche anterior, cuando corroboró
que no estaba tan mal como suponía que lo estaría, continuó con su
aseo personal. Se cepilló los dientes y se lavó la cara, abrió la
puerta mientras se secaba el rostro y se tropezó con Liam que
seguía en el mismo lugar que lo había dejado, pero con los brazos
cruzados en el pecho.
¿Ya sabes lo de Elizabeth? preguntó, retrocediendo un
paso ante la mirada ceñuda de Renato, sabía que odiaba que
invadieran su espacio vital.
¿Qué pasó ahora con ella? masculló esquivándolo y
caminando directamente al vestidor a por una camiseta. Vio el
frasco de pastillas que había dejado ahí descuidadamente y con
rapidez lo guardó en unos de los cajones donde guardaba los
calcetines.
Se va a casar con el tipo ese, ahora sí se volvió loca.
Renato no pudo evitar sentirse sorprendido ante la noticia,
jamás pensó que la relación de su prima con Alexandre fuese tan
seria. En cuanto se puso la camiseta, regresó a la habitación, buscó
su móvil y lo puso a cargar, porque necesitaba saber si Samira
había respondido sus mensajes; se daba cuenta de que su hermano
lo seguía como si fuese su sombra.
Me parece una decisión demasiado apresurada, pero no soy
quien para inmiscuirme en algo que solo les concierne a ellos
comentó, al tiempo que se le aceleraba el corazón al darse cuenta
de que tenía un par de mensaje de su gitanita.
Creo que ahora sí le dará un infarto a tío Sam… Estará muy
decepcionado confesó Liam. Observando a su hermano que se
sentaba al borde del colchón, con la atención puesta en el móvil.
No veo por qué Elizabeth tenga que actuar en consecuencia
de lo que su padre quiere para ella. Quiero a tío Sam, pero la
mayoría del tiempo es demasiado intransigente.
Solo quiere lo mejor para ellos.
Lo mismo que nuestros padres hicieron contigo, ellos
decidieron lo que consideraban mejor para ti… ¿Lo fue? preguntó
levantando la cabeza para mirar a Liam.
No lo sé. Se alzó de hombro s . Quizá no hubiese
podido adaptarme a las exigencias que se requiere para ser un
oficial de la fuerza aérea… Me siento bien con la flexibilidad que me
ofrece mi trabajo, además, hago lo que me gusta… Después de
todo.
Entiendo masculló Renato, fingiendo que creía esa
patética excusa. Quería leer los mensajes, pero no frente a su
hermano, pero sabía que no le quedaba otra opción porque al
parecer no iba a sacárselo de encima en los próximos minutos, así
que abrió la conversación y leyó.
A pesar de que quería sonreír porque ella había aceptado
hablar con él esa noche, se obligó a mantener la compostura, no
quería que, en un arranque de imprudencia, Liam le arrebatara el
móvil y le invadiera su privacidad.
De inmediato empezó a redactar una respuesta.
Lo primero que hizo fue pedirle disculpas por el bombardeo que
le hizo la noche anterior, imaginó que debió sentirse muy abrumada,
pero ya no podía hacer nada al respecto, porque era evidente que
había leído todo lo que le envió.
Le deseó un buen día y le dijo que esperaba con ansias verla,
aunque fuera por ese medio tan impersonal.
¿Tienes algún compromiso en la hora del almuerzo?
No, creo que no.
¿Podemos comer juntos?
Esa propuesta hizo que Renato levantara la mirada del
teléfono.
¿Qué sucede? Esa petición le extrañó, se daba cuenta de
que algo le estaba pasando. Desde que tenía uso de razón, su
hermano siempre fue independiente, seguro de sí mismo, divertido,
ingenioso, aunque también tenía enormes defectos como su
machismo, su egocentrismo y quizá también algo de soberbia y una
reiterada falta de responsabilidad. Pero lo que veía en esos
momentos en sus ojos le hablaba de tormento emocional y no le
gustó ni un poquito.
Nada, como ya te dije, estaré todo el día en Río.
Está bien, nos veremos a la hora del almuerzo, dejo que
escojas el lugar.
Está bien, entonces me marcho ya, porque en menos de una
hora tengo el primer compromiso del día. Me alegra ver que estés
bien Se acercó y le dio un beso en la mejilla.
Nos vemos luego dijo viendo cómo su hermano se
marchaba.
CAPÍTULO 77
No había sido el mejor día para Samira, el dolor de cabeza le
estaba causando tanta presión que sentía nauseas. Pero lo peor era
el dolor en su corazón que no había mermado ni un poco desde que
descubrió lo que ocultaba Renato. Para mayor desgracia, ese día le
llamaron varias veces la atención en su trabajo, porque no lograba
concentrarse, además de que se le olvidó preparar el tema que
vería en la clase del curso de Estrategia Empresarial, por lo que no
entendía nada de lo que estaban explicando y empeoraba su
situación. Odiaba sentirse así, no podía permitir que sus problemas
personales afectaran su vida profesional.
Por fin había llegado el momento de la videollamada y estaba
totalmente nerviosa, aún no había decidido si encararlo y confesarle
que había descubierto sus mentiras o esperar a ver hasta dónde
sería capaz de llegar. Pero lo que la tenía toda ansiosa era que lo
extrañaba más que nunca, no podía negarlo y es que, no sabía
cómo borrar el amor que sentía por él de la noche a la mañana, y
eso es lo que más rabia le daba consigo misma, que sabía que él se
había burlado de sus sentimientos desde el principio; aun así,
deseaba verlo, escuchar su voz y desearía no haber visto nunca el
teléfono de Renato y seguir en la ignorancia, así por lo menos
podría estar con él y seguir siendo feliz.
Por su parte, Renato apenas consiguió aguantarse las ganas
de llamarla o enviarle algún mensaje durante el día, sabía que debía
darle tiempo, no forzar las cosas, pero había resultado muy difícil.
En cuanto terminó su rutina de ejercicios, se obligó a ir al
gimnasio para drenar las energías acumuladas, necesitaba estar
sereno y centrado, no se duchó, solo agarró su maletín del casillero
y se fue a casa, contaba los minutos para comunicarse con Samira.
Apenas llegó, saludó a su abuelo rápidamente y subió raudo a
su habitación, lanzó todo lo que llevaba en las manos sobre la
cama, se quitó el jersey, quedando solo con la camiseta blanca que
aún estaba húmeda por el sudor y le marcó de inmediato, ya no
podía esperar más. Caminó al balcón, sin darse cuenta de que se
estaba mesando el cabello; en el acto respiró profundo, llamándose
a la calma y trató en lo posible evitar acercar la mano a su cabeza.
Después de tres repiques, la vio aparecer en la pantalla y el
corazón le dio un vuelco, sintió tanta emoción en ese segundo,
como cuando la vio corriendo hacia él el día que viajó desde Punta
Cana solo para comprobar que sí la amaba.
Eran tantas las cosas que ansiaba decirle que no sabía por
dónde comenzar, los nervios lo habían dejado en blanco.
Hola, ¿cómo estás? Tres estúpidas palabras fueron las
que pudo modular, al tiempo que se reacomodaba en el asiento, al
subir una pierna y apoyar el talón en el borde, dejando que el
antebrazo descasara sobre su rodilla para así darle estabilidad al
móvil que mantenía en la mano.
Samira estaba sentada en el pequeño sofá, mostrando visibles
marcas de cansancio, lo que le dio algo de esperanza, por muy mal
que sonara, seguramente no había podido dormir bien y eso
significaba que ella también se encontraba afectada por lo que
estaban viviendo.
Bien respondió, se sentía incómoda, estaba tan tensa que
le dolía la espalda, pero no podía negar que sentía ganas de
suplicarle que la eligiera a ella, que se olvidara de la rusa. Tenía que
buscar la manera de que en su rostro no se reflejara lo mucho que
lo echaba de menos, por eso prefirió ser algo distante en su trato—.
¿Y tú? ¿Cómo fue tu día?
No muy bien, lo admito… Tragó grues o . No puedo
estar bien después de cómo quedaron las cosas entre nosotros.
Sabía que esa era su oportunidad de oro y debía aprovecharl a .
No debí venirme sin que antes arregláramos lo que no sé cómo se
rompió. No podemos estar así Sami…
Hiciste lo correcto, era lo que quería en ese momento.
¿Y ahora? ¿Sigues sin quererme a tu lado? El pecho
estaba a punto de estallarle, porque esa respuesta marcaría el
futuro de su relación.
Ahora no lo sé suspir ó . Estoy tratando de analizar
todo lo que nos dijimos. Esquivó la mirada de la pantalla y
parpadeó rápido, porque sentía que los ojos empezaban a llenársele
de lágrimas.
No debemos tomar en cuenta las cosas que solo
expresamos en el momento en que estábamos alterados… Aquí lo
importante es que no queremos, porque tú me quieres, ¿verdad?
Samira soltó una risita de incredulidad, una lágrima traicionera
salió rodando por su mejilla y se la limpió rápidamente, no era el
momento de mostrarse frágil, no cuando ya bastante daño le había
hecho.
Te quiero. Se volvió a mirarl o . Más de lo que debería
masculló resentida.
Yo no sé si podría amarte más de lo que ya lo hago…
porque lo que siento por ti ha superado cualquier límite que yo
conociera, en este momento lo eres todo para mí, Samira… No
sabía cuál era el problema de ella, por qué cambió tan
repentinamente, todo estaba bien y al segundo siguiente… ella
dudaba de él y de su amor por ella. Daría lo que fuera por
comprenderla, pero sentía que las palabras nunca eran las correctas
o que todo lo que le decía le molestaba. No quería que siguieran
discutiendo, pero se sentía como un ciego al que le quitaran el
bastón blanco.
Cuesta creer que así sea dijo con voz ronca y tuvo que
limpiarse otra lágrima.
¿No sé qué es lo que te hace dudar? Porque te he
demostrado de todas las formas posibles que eres importante para
mí. ¿No es suficiente todo lo que he hecho por ti?
¡Claro! Soltó otra risa irónica, cargada de un dolor profund
o . Solo eso te faltaba, estamparme en la cara todo lo que has
hecho por mí…
No, no, no… para Samira, detente… no malinterpretes lo
que acabo de decir. Abandonó su estado casi relajado en el que
estaba sentado, debido al terror que le reptó por la columna vertebra
l . No me refiero a eso que estás pensando…
Renato, yo creo que es mejor que no sigamos hablando…
Lo intentamos, vale… intentamos ser más que amigos y no
funcionó…
¿Cómo que no funcionó? Renato sentía que el aliento se
le atoraba en el pecho y le estaba costando respira r . ¿Cómo
que no funcionó? Pero si estábamos bien Samira, bien…
Estábamos felices, éramos el uno para el otro, ¿qué cambió? ¿Qué
hice para que ahora no quieras estar conmigo? hablaba casi
atropellando las palabras y el pecho agitado, mientras caminaba de
un lado al otro en el balcón.
Quizá solo nos estábamos engañando a nosotros mismos,
porque yo también pensé que lo que sentíamos era real, que esto
que teníamos era único y nuestro, que juntos podríamos contra
cualquier adversidad, que podía ser para siempre, pero no…
Soltó un suspiro tembloroso. Ya no se preocupaba por limpiarse las
lágrima s . Sé que no.
Te equivocas… Yo también quiero que lo nuestro sea para
siempre, sí es posible, nosotros lo haremos posible… Yo te quiero,
Samira, me costó tanto aceptarlo, darme cuenta, no me puedes
decir ahora que no funciona, que no somos buenos cuando estamos
juntos. Se llevó la mano a la cara en un gesto de desesperación,
pero de inmediato se descubrió los ojos cuando la escuchó solloza
r . Por favor, cariño… Sami. No nos hagas esto suplicó, porque
veía en ella la resolución de acabar con todo y él no tenía idea de
cómo hacerla cambiar de opinión.
Las palabras de él la herían, atacaban como puñaladas
certeras en su corazón. A él le había costado aceptarla, claro, cómo
iba a fijarse en una humilde gitana con muy poca educación,
teniendo a una modelo rusa despampanante, que seguramente
tuviera títulos universitarios tan rimbombantes como los de él.
¿Quieres que te creas? ¿Verdad? Pruébalo… —Supuso que
era el momento de ponerlo a prueba, para que demostrara si todo lo
que le decía era cierto, si realmente la quería o si solo la veía como
un pasatiempo al que le estaba cobrando toda la ayuda que le había
brindado.
Haré lo que sea para que no tengas dudas, lo haré
prometió Renato con un tono casi desesperado.
¿Puedes venir antes de que termine el año? Sé… sé que
tienes compromiso con tu familia y lo menos que quiero es parecer
caprichosa, pero me gustaría saber si estoy entre tus prioridades.
Lo estás, no tengas dudas sobre eso… Iré, te prometo que
iré, ni siquiera tenías que pedírmelo, porque haré lo posible por
verte, nunca podría pasar tanto tiempo sin ti confesó con la voz
rota.
Esa promesa hizo que un destello de esperanza avivara en el
corazón de Samira. Si él iba a verla, significaría que estaría
haciendo a un lado a Lara y demostrando que a quién amaba era a
ella, aunque no fuese una diosa rubia. Si lo hacía, podría enfrentarlo
cara a cara para decirle que había leído los mensajes que se
enviaron.
Está bien. Suspiró profundamente, no se sentía bien,
odiaba tener que poner a prueba una relación que debería estar
fundamentada en el amor y la confianza, quizá Renato al final la
escogiera a ella, pero la grieta ya se había producido, aunque
consiguiera cicatrizar la herida que hoy tenía en el corazón, ya no
volvería a estar puro y limpio, siempre habría una marca que le
recordaría que el amor podía doler mucho, muchísim o . Te
estaré esperando murmuró
No estaba llorando profusamente, pero tampoco las lágrimas
dejaban de caer, Samira sentía que ya no tenía control sobre ellas,
por eso solo se limpiaba unas pocas y las otras las dejaba rodar por
su mejilla.
Ya no llores, gitana… No lo hagas, por favor. Te quiero.
Yo también y por eso me duele todo.
Ni siquiera se reconocía, porque ella era una persona fuerte,
pero también era la primera vez que se había enamorado. Hasta
hacía poco en sus planes no estaba el amor, ahora lo era casi todo y
eso la tenía aterrorizada.
—Tengo que descansar, ya es tarde… —Debía poner en orden
sus pensamientos, era mejor despedirse y esperar que el sueño se
llevara sus peores temores y los dejara bien lejos.
—Hablemos un poco más, ¿sí? Me haces mucha falta gitanita,
no sé por qué siento que no se ha arreglado nada. —Renato se
mostró renuente, quería asegurarse de que ella no iba a cambiar de
opinión y lo botaría como a un perro en cualquier momento.
—Yo también a ti, pero tranquilo, estamos en vía de solventar
las cosas, solo que hoy he pasado todo el día con un dolor de
cabeza espantoso.
No le quedó otra opción que aceptar despedirse de ella, pero le
pidió que por favor le avisara de inmediato si el dolor empeoraba y
que le escribiera en lo que se despertara.
La relación no había mejorado en las siguientes dos semanas,
tampoco ayudó que Renato y Samira no pudieron verse. El primero
fue porque ella tuvo que asistir, junto con Nancy y Karen, a un
programa de Desarrollo de Liderazgo para Mujeres Empoderadas
en la ciudad de Concepción desde el jueves hasta el sábado;
cuando ella se lo comentó ambos estuvieron de acuerdo en que no
valía la pena que él viajara a visitarla si solo podrían estar juntos
menos de veinticuatro horas, además de que ella estaría totalmente
agotada después de asistir a un curso intensivo sobre
autoaceptación, autogestión y desarrollo personal enfocado en
mejorar la capacidad de liderar, negociar e influenciar con impacto
sin importar los desafíos que enfrentan las mujeres en las diferentes
áreas de su carrera profesional.
Ella se emocionó mucho cuando le llegó la notificación de
asistencia, ya que sentía que era lo que necesitaba para centrarse y
mantener la mente ocupada en algo de provecho. Pero también
porque seguía sintiéndose tensa y dolida, lo que menos deseaba
era tenerlo en frente y dejar que su corazón tomara el control de la
situación. Ella no quería ser de esas mujeres que por amor eran
capaz de soportar infidelidades, golpes o vejaciones de ningún tipo.
Lo que no se esperaba era entrar a su casa con el equipaje en
mano y encontrar que la esperaba un jardín de rosas invadiendo
cada espacio de su hogar.
Renato se había valido de una mentira piadosa para pedirle a
Ramona que lo ayudara con esa tarea, ya que necesitaba que
alguien le diera acceso durante el día a los de la floristería a hacer
entrega. Esa mañana había despertado con una necesidad
imperiosa de ver a su gitanita, odiaba cada segundo que estaban sin
verse, así que quiso tener un gesto romántico con ella de alguna
manera, mucho le costó llamar a Ignacio para pedirle que le
recomendara una tienda de flores que fuera de confianza y que
trabajara los sábados con pedidos de última hora, pero si algo había
descubierto era que por esa mujer era capaz de enfrentarse a todos
sus demonios.
Luego le escribió a la mejor amiga de su chica, porque le daba
vergüenza llamarla o mandarle una nota de voz pidiéndole el favor:
«Hola Ramona, ¿cómo estás? Disculpa si te estoy molestando, pero
tengo que recurrir a ti porque no tengo otra alternativa, de verdad
que me da vergüenza contigo, pero esta semana hice una apuesta
con Samira y la perdí… Como penitencia ella me exigió que le
regalara un jardín… Creo que sé cómo pagar mi deuda, pero
necesito que me ayudes con algo. Te prometo que no haré nada
malo».
No pasaron ni quince minutos cuando recibió su respuesta
diciéndole que podía contar con ella para lo que necesitara. Él le
contó lo que haría y Ramona no pudo evitar emocionarse, sabía que
eso no era ninguna apuesta, porque había visto de primera mano lo
decaída que había estado su amiga toda la semana, seguramente él
intentaba limar alguna aspereza que hubieran tenido.
Samira se quedó sin palabras, no entendía lo que estaba
viendo, su habitación estaba totalmente repleta de flores, apenas
tenía espacio para entrar y dar un par de pasos, pero no le
importaba, nunca nadie había hecho algo tan bonito por ella, pero lo
más maravilloso fue cuando se fijó que algunos tenían un sobre. Los
agarró todos, sacó las tarjetas y leyó la declaración de amor más
bonita que había leído nunca. En cada una había una frase del
poema de Gustavo Adolfo Bécquer:
«Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la Tierra
Como un débil cristal.
¡Todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor »
Esa noche se hicieron una videollamada que duró hasta bien
entrada la madrugada, Samira sentía que estaban dando los pasos
correctos para la reconciliación definitiva. Ella le contó todo lo que
aprendió esos días que estuvo en el curso y Renato estaba feliz de
verla animada, ahora ya no le importaba el bochorno que pasó
durante el día al tener que contactar a las personas que estuvieron
involucradas en ese detalle, todo valía la pena al verla reír de
verdad otra vez.
La alegría duró solo tres días, ya que el martes fue él quien
tuvo que decirle que no podría viajar el viernes a verla, ya que sus
tías le solicitaron a todos los directivos y altos ejecutivos reunirse
ese fin de semana para revisar las próximas estrategias que
presentarían a la junta después de las vacaciones navideñas. Iban a
irse a un retiro empresarial a las afueras de Río y no podía negarse
a ir, ya que como nieto del fundador de la compañía debía poner el
ejemplo. A Samira no le gustó la noticia, pero comprendía que ese
mes todos los altos mandos estaban estresados porque debían
reportar todo lo que se hizo durante el año y las proyecciones para
los años siguientes. Su mismo jefe estaba en una situación parecida
y las tenía locas a Karen y a ella.
Pero una semana después, las cosas realmente se complicaron
aún más para Renato, ya que el jueves se despertó con la noticia de
que Liam había vuelto a desaparecer, pero esta vez dejando tras de
sí un gran daño colateral.
Cuando almorzaron juntos semanas atrás, él lo había notado
extraño, estaba muy reflexivo y algo meditabundo, ahora entendía
que la actitud se debía a una situación complicada y seria que le
estaba pasando, le daba rabia que no hubiera confiado en él para
contárselo y así buscar alguna manera de minimizar o evitar el
desastre que se le vino encima a su familia.
Ahora, todos estaban intentando saber dónde demonios se
había metido, porque no se había ido a Aspen como le dijo a su
abuelo. Tenía el teléfono apagado y su chip de identificación estaba
desactivado.
Su padre estaba al punto del colapso porque todas las
consecuencias de lo que Liam había hecho, cayó sobre sus
hombros y no sabía qué hacer al respecto; además su madre estaba
con un ataque de nervios casi incontrolable, así que Renato tuvo
que ir hasta la casa de ellos, para intentar calmarla.
Mientras iba de camino decidió llamar a Samira para ponerla al
tanto de lo que estaba ocurriendo, pero ella pareció no creerle del
todo, cómo si él se inventara historias tan inverosímiles todo el
tiempo. Esa actitud lo molestó, porque jamás le había dado ningún
motivo para que desconfiara de su palabra.
El viernes en la mañana llegó su tío Thor con su familia, así que
mientras él se iba con los quintillizos a la casa de su papá, su tía
Megan se fue a hacerle compañía a su madre, lo que le sirvió de
excusa para tener con quién dejarla para que a él le diera tiempo de
ir a buscar a Lara al aeropuerto.
Lamentablemente llegó una hora retrasado, ella lo disculpó sin
problema, porque lo único que le importaba era que ya estaba con él
y que ahora no perdería la oportunidad para conseguir su objetivo.
Renato por su parte estaba casi que haciendo malabares para evitar
que ella lo besara, lo que menos deseaba era engañar a Samira,
aunque la mayor traición estaba a su lado caminando al
estacionamiento donde dejó aparcada la SUV.
En cuanto llegaron al hotel donde ella se hospedaría esos días,
hicieron el registro, pero evitó a toda costa acompañarla a la
habitación, prácticamente la dejó tirada en el lobby, apelando a su
comprensión por la situación que estaba atravesando su familia,
pero antes de irse le prometió que esa noche la llevaría a cenar,
aunque para eso tuviera que hacer un milagro, ya que no sabía si
tendría tiempo entre las responsabilidades que se le estaban
retrasando en la oficina y el asunto de Liam; no quería retrasar más
la conversación que tenían pendiente, aunque aún no tuviera el
valor para decirle que ya no podían seguir con la relación.
Ese viernes fue el último día de trabajo para Samira, tendría
dos semanas de vacaciones, pero antes de tener esos días de
descanso, la empresa organizó una cena de despedida para todos
los empleados. Ella no estaba en absoluto entusiasmada con dicho
evento, porque no podía sacarse de la cabeza el hecho de que
estaba segura de que Lara ya debería haber llegado a Río, ya que
recordaba claramente la fotografía del pasaje aéreo que mostraba
que arribaría a las dos de la tarde. Pensaba que Renato había
buscado la manera de salir de ese compromiso, ya que él le
prometió ir a visitarla esos días, pero en cambio, se desapareció. El
último mensaje que le envió fue antes del mediodía, en el que le
decía que su tía se quedaría con su madre unas horas y que así él
podría ir a la oficina a firmar unos documentos, pero desde entonces
no había vuelto a escribirle nada, lo que rompía la costumbre a la
que se habían habituado.
Fue Ramona quien insistió para que fueran a la cena, ya que
ella había alegado que se sentía cansada. Su amiga argumentó que
ese sería el último día y que después podría dormir todo lo que
quisiera, que al día siguiente podría levantarse tarde si así lo quería.
Después de todo, para Navidad solo tenían planeado reunirse con
los amigos que no tenían a sus familiares cerca para celebrar esa
fecha tan especial.
Aunque los celos y la incertidumbre se la estaban comiendo
viva, no deseaba aguarle la fiesta a su amiga que sí que estaba
entusiasmada, por lo que terminó cediendo a su petición; aprovechó
para volver a usar el vestido rojo que había comprado para su
cumpleaños y que solo Renato había visto, pero verse con él puesto
hizo que los recuerdos de ese viaje a San Pedro le hicieran
derramar lágrimas cargadas de una terrible nostalgia, pero se las
limpió rápidamente porque lo que menos deseaba era que Ramona
se diera cuenta de que algo le pasaba y empezara a hacerle
preguntas inoportunas. Así que se vio una última vez en el espejo,
revisó que no se había arruinado el maquillaje y fue a encontrarse
con Ramona que ya debía estar lista para partir al lujoso restaurante
de un hotel que habían reservado entero para los trabajadores de
Cooper Mining.
Por lo menos unos trecientos empleados estaban reunidos en
mesas que conformaban grupos de seis personas. La velada la
iniciaron los jefes de departamentos con sus discursos de
agradecimientos hacia sus empleados por el desempeño de un año
más de trabajo.
Samira se esforzaba por poner atención a lo que ellos decían,
pero estaba más concentrada en ver la pantalla de su móvil
esperando recibir la notificación de un estúpido mensaje que no
terminaba de llegar. Ya se estaba poniendo de los nervios, con cada
minuto que Renato pasaba sin escribirle o llamarla, más creativa se
ponía su imaginación inventando diversos escenarios en los que él y
Lara eran los protagonistas
La rabia le estaba envenenando la sangre, porque sentía que
se había vuelto a burlar de ella, no cabía duda de que ella era la
mujer más idiota de esa sala, las lágrimas estaban amenazando con
desbordarse en cualquier momento. De no ser porque su jefe
acababa de terminar con su intervención, invitándolos a todos a
otorgarse un eufórico aplauso por las labores desempeñadas, se
habría puesto a llorar sin importarle que la vieran hacer el ridículo.
Una vez finalizada las emotivas palabras de los directivos, los
invitaron a divertirse e hizo acto de presencia el grupo que animaría
la velada. Ella aprovechó la distracción de las personas que la
acompañaban en su mesa para mirar una vez más la pantalla de su
teléfono, pero seguía sin aparecer conectado y sin llamarla.
Un mesero se acercó ofreciendo algunos entremeses y otro con
bebidas alcohólicas.
No, gracias. Sonrió con amabilidad al hombre que le
preguntó si deseaba otra cosa, los celos le tenían la garganta
cerrada. Ella volvió a negarse y desvió su atención al grupo musical,
aunque su mente seguía en otro lugar, por eso no escuchó que la
llamaban.
Samira, Samira…
Una voz masculina y un toque en el hombro la hicieron
espabilarse.
Sí, disculpa… Lo siento, Ricardo, estaba concentrada en la
música, ¿qué me decías? Se excusó con una falsa sonrisa.
Te preguntaba si te gustaría bailar repitió con una discreta
sonrisa que iluminaba sus ojos cafés.
Eh… Estaba tan aturdida que tuvo que asimilar mejor esa
propuesta que le hacía uno de los chicos del departamento de
informática y que varias veces le había ayudado con algunos
problemas tecnológico s . Bueno, pero primero tengo que ir al
baño, ¿te parece la próxima canción? dijo al tiempo que agarraba
su cartera y le regalaba una sonrisa cordial.
Está bien. Sonrió y el pecho se le infló esperanzad o .
La próxima canción, está bien. Asintió y le dio espació para que
ella fuera al baño.
Samira afirmó con la cabeza y se levantó con la intención de
escaparse, buscaría a Ramona y le diría que no se sentía bien, no le
pediría que se fuera con ella, pero para que estuviera tranquila, le
aseguraría que tomaría un taxi. Por lo pronto, fue primero al baño.
Sentada en el inodoro, mientras orinaba no hacía más que ver
la pantalla de manera casi obsesiva, ya eran las nueve y quince de
la noche, más de diez horas sin dar señales de vida. Ella no había
querido escribirle esperando que él tuviera la iniciativa, pero luego
de pensarlo por varios minutos, decidió que lo mejor era dejar de
perder el tiempo para irse cuanto antes a su hogar donde no tendría
que fingir su estado de ánimo. Se pondría un pijama y se metería en
la cama a llorar.
Pero mientras se lavaba las manos con la mirada ausente en el
espejo, tomó la decisión de ser ella quien lo llamara, no quería darle
más largas a la situación, capaz habían dado con el paradero de su
hermano y estarían intentando hablar con él, salir de la duda era
mejor que seguir con la desconfianza, por lo que retiró las manos de
debajo del chorro de agua, se hizo de un par de servilletas y se secó
con energía, dejó los pedazos de papel apelotonados sobre la
encimera de mármol blanco y se hizo del móvil nuevamente.
Sin pensarlo más le marcó y contuvo el aliento durante, uno,
dos, tres, cuatro repiques en los que sus latidos no hicieron más que
acelerarse. La llamada se terminó yendo al buzón de voz y ella
agarró una bocanada de aire intentando aplacar la desilusión que le
sobrevino.
Volvió a intentarlo, pero cuando siguió sin contestar, resopló
llena de decepción.
Estuvo a punto de echarse a llorar y tirar el teléfono contra el
suelo, de no ser porque en ese instante entró un grupo de chicas.
Respiró a prisa para calmarse y con manos temblorosas guardó el
aparato en su cartera.
Gypsy , ¿te sientes bien? preguntó Ramona, quien había
entrado junto a las mujeres.
Sí, sí… hablaba, tratando de esquivarle la mirada porque
sabía que, si la veía a los ojos, se daría cuenta de su sufrimient o
. Solo me duele un poco la panza, creo que el almuerzo me cayó
mal.
Su amiga le llevó las manos a las mejillas tanteándoselas con
cuidado y las bajó al cuello.
Parece que sí, estás sudando frío. Esperemos que solo sea
una indigestión y no que estés enferma.
«¿Tener el corazón hecho añicos no contará como enfermedad
mortal?, se preguntó Samira a sí misma.
Creo que solo necesito descansar, ya se me pasará. La
voz le vibró, las ganas de llorar le estaban ganando la partida.
Entonces vamos a casa dijo acariciándole los pómulos
con los pulgares.
No, no tienes que venir conmigo, quédate a disfrutar de la
fiesta, yo me iré en un taxi.
Estás loca si crees que te dejaré ir sola, nos vamos juntas.
De verdad, Ramona, no tienes que dejar la fiesta por mí.
Este día te hacía mucha ilusión.
Ya habrá otras celebraciones…
Samira miró de soslayo al espejo donde una de las chicas, que
pertenecía al departamento de contabilidad y con la que apenas
había tenido un par de encuentros en el ascensor hizo una mueca
nada agradable.
No, no habrá otras, creo que me estoy sintiendo mejor.
No podía permitirse arruinarle la noche, ya suficiente tenía con
sentirse miserable como para también arrastrar a su amiga por ese
camin o . Volveré a la mesa y tomaré un poco de agua. Quizá
solo necesito eso.
Pero si te sientes mal. Le puso un mechón de pelo detrás
de la oreja.
Prometo que te avisaré si empeora. —Le sujetó las manos y
la miró a los ojos para que confiara en su palabra.
Está bien.
—¿No ibas a orinar? preguntó.
Indira, quien hizo aquel mal disimulado gesto de impaciencia
pasó junto a ellas para salir del baño. Dejando a sus compañeras,
una se lavaba las manos mientras parloteaba con otra que se
retocaba el maquillaje. Hablaban de chicos, por supuesto.
Sí, sí. No tardo nada. Le plantó un beso en la mejilla.
Tranquila, te espero en el pasillo. Le regaló una sonrisa
de genuina confianza y cariño.
Abrió la puerta y caminó hasta el futón negro que estaba frente
a una pared pintada de un intenso fucsia. Sin duda, las fotografías
ahí debían quedar hermosas, pero no estaba de ánimo para
apreciar ese tipo de cosas, no cuando Renato directamente había
pasado de ella. Se preguntó si a Lara también la hacía llegar al
orgasmo tan solo con su lengua moviéndose entre sus piernas, si
tenían semejante grado de intimidad como para poner su boca en
un lugar tan íntimo. Probablemente habían hecho cosas más osadas
aún si se guiaba por la fotografía que ella le envió tan explícita.
«Maldita», pensó, pero enseguida de arrepintió, porque ella no
era así, no podía insultar a alguien que no había hecho nada para
lastimarla. El único culpable era Renato por jugar con las dos.
Enseguida buscó el teléfono para volver a marcarle, esperaba
que esta vez sí le contestara, porque quería gritarle que estaba
enterada de todo, no iba a esperar hasta tenerlo en frente para
desenmascararlo.
—Listo, vamos.
Samira resolló y tuvo que aguardar para confrontarlo. Devolvió
una vez más el móvil a la cartera y siguió a su amiga hasta la mesa.
Estaba tan dolida, tan furiosa, tan resentida que necesitaba drenar
de alguna manera todas esas emociones nocivas que le estaban
estrangulando el alma, así que cuando vio a un mesonero pasar, no
pidió agua, sino que se hizo de una copa de champán.
Era primera vez que la probaba, el líquido rosado, fue dulce y
refrescante en cuanto invadió su paladar, luego dejó un ligero
amargor en sus papilas.
—¿Segura de que prefieres eso y no agua? —preguntó
Ramona con cautela, que creía entender lo que le estaba pasando.
—Sí —confirmó con el ceño ligeramente fruncido—, quizá me
ayude a hacer mejor digestión… Es buena, ¿quieres probar? —
preguntó ofreciéndole de su copa.
—Ya la he probado, es rica… Mejor pido una para mí —
aprovechó el mesero que se acercaba y le hizo un ademán—.
Gracias —dijo con una amplia sonrisa al hombre que le acercó la
bandeja y luego ofreció su copa a Samira para hacer un brindis—.
Porque el champán te ayude a hacer buena digestión y puedas
disfrutar a lo grande de esta noche… No dejes que nada ni nadie te
perturben, Gypsy , recuerda lo valiosa que eres… Solo vive —le
pidió.
Ella ya había nadado en esas aguas del mal de amor, las
conocía a la perfección. Podía ver en Samira, lo mal que ella estuvo
cuando experimentó en carne viva el dolor del desengaño, un
corazón roto es difícil de ocultar por mucho que uno lo intente. Solo
rogaba para que no siguiera tragándose sola su dolor y confiara en
que ella podría abrazarla en ese camino tan tortuoso.
—Tienes razón, Ramona… Sí, tienes razón. —A pesar de lo
terriblemente mal que se sentía, estaba decidida a no seguir
sufriendo. No, ella no podía quedarse lamiéndose las heridas,
mientras Renato hacía guarradas con Lara, le dio otro largo trago a
la bebida para tragarse también las lágrimas que no quería dejar
escapar.
Vio a Ricardo acercarse, estaba a unos cuantos metros, lo que
le dio tiempo de beber lo poquito que le quedaba de champán,
resoplar y levantarse.
—Listo, ahora podemos bailar —le dijo con una sonrisa que
más que de felicidad, era de resentimiento. No contra el pobre chico
de ojos cafés y el rostro salpicado de pecas, sino contra ese que
traicionó sus sentimientos.
Ramona también aceptó la invitación de bailar con uno de los
hombres de seguridad interna, era un canadiense que media casi
los dos metros, delgado y ligeramente desgarbado, pero con un
buen sentido del humor.
CAPÍTULO 78
Si algo no podía negar Renato, ni nadie, era que Lara sin dudas
era una mujer extraordinariamente hermosa, casi fuera de este
mundo. En cuanto apareció en la recepción del hotel con un vestido
rojo que se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel, lo impactó,
bueno, a él y a todos los que estaban presentes en el lugar. Era
como un sol que cautivaba las miradas de todos, sin excepción.
Se suponía que un hombre de su estatus debía sentirse
dichoso por despertar la envidia en los hombres que vieron cuando
ella le dio un beso que no pudo esquivar, pero nada se alejaba más
de la realidad, porque de repente entendió que no le interesaba lo
que opinaran lo demás, ya no quería causar ese efecto, solo
deseaba ser feliz junto a la mujer que amaba sin esperar la
aprobación externa. Samira le daba paz y solo eso necesitaba para
ser feliz.
Se apresuró a salir de ahí, alejarse de las miradas que lo
alteraban, pero no contó con que ese sería el inicio de una noche
infernal, ya que Lara no dejaba de ser el foco donde fuera.
Ella no paraba de parlotear, hablaba de lo enamorada que
estaba del clima cálido y de lo poco que había visto de Rio hasta el
momento, le comentó que su habitación tenía unas vistas preciosas
a la playa de Copacabana; él la escuchaba atentamente, aunque su
cabeza era un hervidero de pensamientos que no le permitían
sentirse tranquilo.
La llamada que le hizo a su padre rato antes de llegar al hotel,
lo dejó preocupado porque lo notó muy estresado, temía que todo
ese lío pudiera hacerle daño a su salud. También pensaba en los
mensajes constantes que su mamá no dejaba de enviarle;
anteriormente, esa situación hubiera podido agobiarlo, pero ahora
era capaz de comprender que su miedo era real y válido, ya que el
dolor que ella siente desde que pasó lo de Miranda, no se ha ido
tantos años después. Una madre jamás consigue recuperarse del
todo después de perder a su hijo, sin importar que este ni siquiera
hubiera nacido, esa niña siempre será una parte imprescindible de
la familia, es una cicatriz que nunca dejará de escocer.
Renato necesitaba que su hermano apareciera sano y a salvo,
y no por sus padres o por el desastre que había generado, sino
porque sin importar que ellos discutieran la mayor parte del tiempo,
él lo amaba y daría su vida por Liam; quería ayudarlo, entenderlo y
apoyarlo más que nunca.
Deseaba irse a su casa lo antes posible, quitarse esa ropa y
llamar a su chica, sentía que la necesitaba más que nunca. Ahora
se daba cuenta de que dejar que Lara viniera a Río había sido un
error garrafal, debió ser un hombre de verdad y cortar todos los
vínculos con ella mucho antes; no quería ni pensar lo que podría
ocurrir si Samira se llegaba a enterar de lo que estaba haciendo en
ese momento, y no que pretendiera llevársela a la cama ni mucho
menos, sino porque todo podría ser malinterpretado.
No dejaba de buscar el momento y las palabras adecuadas
para decirle lo que le estaba pasando. Las manos no dejaban de
sudarle y sentía que no tenía el estómago para comer nada, porque
se percató de que ese no era el mejor lugar para sincerarse, ya que
no sabía cómo ella reaccionaría.
Tampoco era que Lara se lo estuviera poniendo muy fácil, ya
que no dejaba de hablar con doble sentido, sabía que solo lo estaba
haciendo para provocarlo, después de todo era uno de sus tantos
juegos íntimos. El problema era que él ya no disfrutaba de esas
insinuaciones, no se sentía cómodo y le resultaba hasta
embarazoso estando en un lugar con público, pero no quería
lastimarla, por eso se esforzaba en demostrar que no estaba de los
nervios.
Cuando trajeron las cartas, ella le pidió a él que le recomendara
algo de la gastronomía brasileña; eso le ayudó a desviar la
conversación por otros derroteros.
Le recomendó un couve , que normalmente se servía con la
feijoada , pero que era tan versátil que lo ofrecían con cualquier
plato o como en ese caso, como una entrada.
Se trataba de una mezcla de col silvestre, col rizada y acelga,
ajo, aderezada con sal marina y aceite de oliva. Era algo que ella
aprobaría, debido al bajo contenido calórico, bien sabía que era muy
estricta con eso.
Estaban en medio de la entrada que acompañaron con una
copa de Côtes Du Rhône, cuando el teléfono de Renato empezó a
vibrar. Ya le había dicho a Lara previamente que lo disculpara, pero
debía estar pendiente del móvil por si surgían noticias de Liam. Así
que lo buscó en el bolsillo interno de su chaqueta azul marino, pero
cuando se fijó quién aparecía en la pantalla, no pudo hacer otra
cosa que tragar grueso. Por más que le gustaría atenderle la
llamada a Samira, no podía hacerlo frente a su acompañante.
Lara dejó de hablar y lo miró desconcertada, porque era
evidente que había palidecido, él tragó grueso una segunda vez
intentando decidir qué podía hacer.
¿Pasa algo malo? ¿Es de tu hermano? preguntó ella en
un tono circunspecto, al tiempo que tomaba la copa de vino.
Renato negó con la cabeza porque sentía la boca tan seca que
era incapaz de emitir sonido alguno. Solo pudo silenciar la llamada y
devolver el móvil al bolsillo, bajó la mirada y cerró los ojos unos
segundos como un gesto de lamento.
Inhaló profundamente y tomó la copa para pasar el mal trago
con el vino. Cuando por fin levantó la mirada, vio que la rusa estaba
a la espera de una respuesta, pero él no estaba preparado para dar
ninguna.
¿Te gusta? preguntó devolviendo la atención de ella a la
comida, fue lo único que se le ocurrió para cambiar el tema.
Sí, está muy rico… Aunque me parece que es mucha la
cantidad, considerando que se trata de la entrada.
En Brasil no escatiman con las cantidades, solemos
servirnos bastante, aunque siempre termines dejando algo en el
plato explicó y su tensión aumentó cuando sintió el móvil vibrar
una vez más. Quería mirarlo, pero seguramente era Samira otra
vez.
Aprovechó que vio que Lara había dejado los cubiertos encima
del plato y se excusó.
Lara, disculpa, pero tengo que ir un momento al baño.
Aprovechó el tiempo de espera a la llegada del plato principal,
mientras dejaba la servilleta en la mes a . Regreso enseguida.
Está bien, espero por ti. Lo tranquilizó con una sonrisa
meliflua.
Renato caminó raudo, pero mucho antes de llegar a los
servicios sacó el móvil. Confirmó sus sospechas al ver la llamada
perdida de su chica, chasqueó la lengua y se frotó la frente con
preocupación.
Empujó la puerta y entró, agradeciendo encontrar el lugar
vacío, de inmediato le marcó, esperó una respuesta, pero ella no
contestó, lo intentó una vez más. Sentía como si en su estómago
tuviese una roca que se hacía más grande con cada tono que no le
atendía.
Le había prometido a Lara que no tardaría, por lo que desistió
de seguir con sus intentos por comunicarse, supuso que debió
ocuparse, porque estaba al tanto de que esa noche era la fiesta de
su trabajo y ella le había dicho que asistiría.
Por el momento le dejaría un mensaje de voz.
Hola, amor, disculpa que no respondí tus llamadas, estaba
cenando con el abuelo, ya sabes lo de la regla en la que no
permiten los móviles en la mesa… En su voz se notaba la
turbación que sentía, estaba seguro de que ella se daría cuenta de
que estaba mintiéndole, por lo que desechó ese mensaje antes de
enviarlo y prefirió escribirlo.
Aprovechó su estadía en el baño para lavarse las manos y
dejar que el agua, que se escurría entre sus dedos, lo calmara.
Debía afrontar un momento difícil, lo sabía, solo rogaba para que
Lara no le pusiera las cosas mucho más difíciles de lo que ya lo
eran.
Llegó a la mesa con una sonrisa discreta y ella le correspondió
con una un poco más entusiasmada, a la vez que estiraba la mano y
tomaba la de él. Renato aceptó y se la apretó por el cariño que le
tenía.
Sé que debes estar muy ocupado comentó Lara con la
mirada brillante cargada de ilusió n ; sin embargo, estuve
averiguando por internet algunos sitios que me gustaría conocer.
Claro, cuando tú puedas llevarme…
Renato se le quedó viendo sin creer lo que ella le decía, no
paraba de hablar de sitios turísticos a los que le gustaría que la
llevara, nombró al Cristo Redentor, Pan de Azúcar y otros más,
como si él tuviera tiempo para hacer de guía, ¿acaso se le olvidaba
que su familia estaba en medio de una crisis? Ese acto tan
desconsiderado de ella lo molestó; esas eran las cosas que le
hacían confirmar que ellos no tenían futuro juntos, nunca podría
estar con una mujer tan frívola que era capaz de menospreciar las
cosas que para él eran importantes.
La dejó hablar hasta que ya no pudo soportarlo más.
—Lara, mañana es noche buena, te dije que mi agenda en una
época navideña normal es complicada, que no suelo tener tiempo
para otra cosa que no sea mi familia, pero ahora, justo en este
momento todo es peor, no sé si tenga tiempo para hacer todo lo que
quieres hacer. —Vio que sus palabras la afligieron, ella bajó la
cabeza, él estiró una de sus manos y buscó la de ella—. Disculpa,
no quise ser tan brusco al decirte las cosas, es solo que estoy bajo
mucha presión en este momento.
—Discúlpame, tienes toda la razón, soy una idiota… Es que
tenerte en frente me nubla y pierdo cualquier tipo de prudencia.
—Tranquila, te entiendo, hagamos algo, voy a tratar de
escaparme un par de horas mañana y visitamos algunos de esos
sitios que te interesan y almorzamos juntos, pero en serio, no puedo
comprometerme para nada más, no hasta que todo se calme.
—Gracias caramelo, te adoro, eres lo mejor que me ha pasado
en la vida. —Se levantó sin que Renato lo previera, lo abrazó y le
dio un beso, que fue solo un toque en los labios porque él echó la
cabeza para atrás y le susurró que por favor no hiciera esas cosas
en ese lugar.
Las cosas se le estaban escapando de las manos, pero no
tenía alternativa. No quería desilusionar a la mujer que veía como a
una buena amiga, aunque se conocieran íntimamente, eso hacía
que de alguna manera engañara a Samira.
Sí, por supuesto dijo sonriente y volvió a su asiento.
A ella le ilusionaba que él la llevara a la cena familiar, pero se
daba cuenta de que Renato estaba muy estresado y sentía que era
mejor no seguir presionándolo.
Renato suponía que para cuando compartieran ese almuerzo al
día siguiente, ya Lara tendría conocimiento de la existencia de
Samira y de lo que la gitana significaba para él. Además de que le
tendría que contar también que planeaba viajar el veintiséis por la
noche a Chile para estar con ella, aunque fuera solo por un solo día,
no podía soportar más las ganas de abrazarla.
Lara siguió contándole sobre todo lo que había investigado
para ese viaje, él le contó de otros lugares que consideraba mucho
más atrayentes que los que solían salir en cualquier sitio electrónico.
Le agradaba mucho ver que esta vez no estaba tan estricta con
la alimentación, ni tan pendiente de su apariencia como cuando se
encontraron en República Dominicana. Aunque, pasó del postre.
Casi a medianoche encontró la manera de pedirle que se
fueran; mientras esperaban que el aparcacoches les trajera la SUV,
Lara suspiró largamente y él se volvió a mirarla con una sonrisa
discreta.
Es tan reconfortante no estar temblando de frío. ¡Adoro este
clima! Sin duda, podría quedarme a vivir aquí hablaba colgada
del brazo de Renato, aunque él tuviera las manos en los bolsillos del
pantalón blanco.
Esa noche, cuando lo vio en la recepción del hotel, le pareció
que se veía demasiado apuesto, con ese atuendo de camisa
celeste, chaqueta azul y pantalón blanco, colores que solo hacían
resaltar sus ojos.
Sí, solemos tener buen clima dijo avanzando un paso
hacia el borde de la acera, porque ya se acercaba el vehículo.
Imaginaba que Lara esperaba que la llevara de paseo, pero él no
podía hacerlo, ya mucho se había ausentado de su casa y
necesitaba hablar con Samira lo antes posible. En lo que se montó
en la SUV se sacó el teléfono, ya que lo tenía que poner a cargar
porque estaba por quedarse sin batería.
De camino al hotel, la rusa admiraba la ciudad y le preguntaba
sobre ciertos lugares por los que pasaban.
¿Esa es una favela? preguntó cuándo vio, con bastante
curiosidad, las montañas con luces desperdigadas por todos lados.
Sí, esa es la más grande, se llama Rocinha… De
inmediato vino a su mente el recuerdo del día que estuvo ahí en
medio de una lluvia de bala, un escalofrío le recorrió la columna,
pero consideró que no era la mejor anécdota para contarle.
Dicen que son muy peligrosas, ¿en serio lo son? Se giró
un poco en el asiento, para quedar más de frente a él.
Es una pregunta difícil de responder, porque para le gente
que vive ahí, no lo es… o eso creo; sin embargo, para quien no
conoce, es mejor que no entre comentó, echándole un vistazo y
se obligó a no mirarle el escote.
¿Y vives lejos de aquí? Indagó, tenía ganas de tocarle la
pierna y hacer más frontal su juego de seducción, pero no quería
volver a cagarla como lo había hecho en República Dominicana.
La casa de mi abuelo está relativamente lejos, se encuentra
en la reserva. Pero mi apartamento está cerca… en São Conrado.
Si te asomas al balcón de tu habitación, queda junto al Morro Dois
Irmãos, esa montaña que tiene los picos casi iguales.
Entonces está muy cerca, quizá pueda escaparme por la
madrugada a visitarte. Usó un tono bastante sugerente, pero
enseguida rio para mostrarse relajada.
Renato no le dio respuesta, sino que se hizo el loco y siguió
con la mirada puesta en el camino. Luego de eso, se instaló un
silencio que a Lara le incomodaba, pero no sabía qué decir. No era
fácil, mantener una conversación con alguien que evidentemente no
quería hablar.
Si quieres puedes poner música le propuso,
desbloqueando su móvil para que escogiera algo de alguna de sus
listas.
Ella le sonrió pícara y luego se mordió el labio en un estudiado
gesto de provocación. Tomó el aparato que él le ofreció y buscó una
canción bastante sugerente de las que conocía un amplio repertorio,
luego lo apoyó en el panel cerca de la palanca de cambio y se
desabrochó el cinturón de seguridad.
Insane, inside the danger gets me high empezó a cantar y
se aventuró a llevarle la mano a Renato al hombro, lo sintió tensarse
y sonrió pícarament e . Can’t help myself got secrets I can’t tell…
Bajó con su caricias por el pecho de él, tenía el corazón
acelerado y la piel caliente, podía sentirla aun a través de la tela de
la camisa celest e . I love the smell of gasolina… I light the match
to taste the heat Siguió provocativa, esta vez acercándose más a
él.
Lara. Se le escapó una media sonrisa debido a los
nervios, aunque se aferraba con ambas manos el volante, movió el
brazo para que alejara la mano de su pecho y desistiera de seguir
bajando con la carici a . ¿Qué haces? preguntó, tratando de
mantener el control y la mirada en el camino.
I’ve always liked to play with fire. Play with fire… Ella le
sonrió coqueta y siguió bajando con su mano, pero cómo el brazo
de él significaba tener una barrera, probó pasarlo mejor por debajo
para llegar directamente a la hebilla del cinturón y para
desabrochárselo—. I’ve always liked to play with fire…
Lara, espera… Estoy conduciendo dijo y se le escapó un
jadeo cuando sintió la mano de ella colarse entre su ropa interior.
Es lo único que tienes que hacer, yo me encargaré del resto
murmuró con la voz teñida de excitación, mientras movía su
mano que se había apoderado del pene caliente de Renato—.
Quiero cumplir mi promesa de darte la mejor mamada de tu vida…
Mira cómo te excita la idea, esta polla se está preparando para mí…
Lara, nos vamos a meter en problemas… Hay tráfico.
Sentía que el pecho iba a estallarle, su cuerpo lo estaba
traicionando.
No si no pierdes el control, seré cuidadosa… dijo y se
pasó la lengua por los labios.
No, no… Cerró los ojos cuando ella se le fue sobre la
pelvis y sintió el tibio aliento sobre su glande, fue entonces que
buscó orillarse y detener la SU V . ¡Lara! Dije que no… La
sujetó por los hombros, retirándola.
Quería cumplir tu fantasía, dijiste que te gustaría que hiciera
esto… reprochó al tiempo que se apartaba el cabello de la cara,
estaba sonrojada no sabía si era por la vergüenza de ser rechazada
o por rabia.
Sí, lo dije… hace mucho tiempo… La voz le vibraba y con
manos temblorosas devolvía su pene dentro de la ropa interio r ,
pero ya no, las cosas han cambiado.
¿En qué han cambiado? interrogó, subiéndose con rabia
uno de los tiros del vestido que se le había bajad o . Porque no
he hecho más que intentar complacerte alzó la voz, ya no podía
seguir más, ya no se trataba de su maldita timidez.
Lo sé, lo sé, Lara… Sé que intentas que las cosas entre
nosotros funcionen, pero esto ya no funciona para mí…
Chasqueó la lengua, luego inspiró hond o . Tengo algo que
decirte. Cerró los ojos lamentándose.
Lara estaba en tensión, perpleja, imaginando lo que Renato
estaba por decirle. Veía que la posibilidad de tener una vida normal
junto a un hombre que verdaderamente le gustaba se hacía polvo.
Dilo lo alentó con la voz rota, no tenía caso dilatar esa
tortura.
Hay alguien más, una chica… estoy enamorado de ella
dijo y sentía que apenas se quitaba un peso de encima, cuando la
culpa lo impactó como un camión. Al ver que Lara soltó un jadeo
más que de sorpresa, era de incredulidad.
¿Desde cuándo? interrogó, echándose un poco más
hacia atrás, para poner distancia.
Eso no importa… Odio tener que lastimarte, de verdad que
lo odio. Las manos seguían temblándole y le costaba respirar, no
estaba siendo fácil, pero no había marcha atrás.
No, no odias una mierda. Se le escapó un sollozo seguido
de varias lágrimas que se limpió con rabi a . ¿Por qué no me lo
dijiste? ¿Por qué dejaste que viniera a hacer el ridículo? Llevó su
mano para golpearlo, pero se detuvo a medio camino y se echó a
llora r . Pensé que estabas enamorado de mí.
Yo también lo pensé respondió, se había sobresaltado
cuando ella amenazó con pegarle, aunque se lo tenía ganado, temió
que la situación se tornara violent a . Pensé que estaba
enamorado de ti, pero no era más que una ilusión, una fantasía…
En serio, me hubiese gustado que lo nuestro funcionara, pero
desafortunadamente no fue así, me enamoré de alguien más…
¿Una fantasía? Sollozó mientras asentía, sintiéndose
verdaderamente herid a . Claro, solo soy la puta que no merece
más allá de tus sucias fantasías…
No, no es así, Lara… eres extraordinaria, no tienes idea de
todo lo que te debo, de lo agradecido que estoy contigo… Muchas
veces has sido mi tabla de salvación… Trataba de explicarle,
pero ella solo negaba con la cabeza y se cubría el rostro con ambas
manos, mientras su cuerpo se sacudía por el llanto.
Estoy cansada, ¡estoy tan cansada de ser juzgada!
Sabes perfectamente que no te juzgo.
Dices que no lo haces, pero en el fondo es así… No puedes
amarme no porque tengas a otra, no lo haces porque no soy el tipo
de mujer que quieres presentarle a tu familia, no soy…
Lara, no es así… Para mí eres hermosa, perfecta… De
verdad, quiero que seas feliz y lamento muchísimo que no pueda
ser conmigo.
¡Hipócrita! Rugió y tiró de la manilla de la puert a . Vete
a la mierda dijo bajando del vehículo.
Lara, espera… espera le suplicó mientras se quitaba con
urgencia el cinturón de seguridad.
Ella caminaba enérgica por la acera, sabía que estaba cerca
del hotel pero no sabía qué tanto; aun así avanzaba, mientras se
limpiaba las lágrimas que no podía controlar, le dolía el pecho y toda
ella temblaba.
Lara, por favor, regresa al auto, no puedes quedarte aquí, no
es seguro dijo siguiéndola.
Solo déjame, Renato… Vete… vete. Caminó más rápido
porque no quería que la alcanzara. Sabía que varias personas los
estaban mirando y que más de un auto le pitó, un hombre sacó la
cabeza por la ventana de su auto y le gritó algo en portugués que
estaba segura debía ser un piropo con connotación sexual.
Espera le pidió agitado, alcanzándola y la sujetó por el
braz o . Hablemos, ¿sí?
No tenemos nada de qué hablar. Se giró para encararlo al
tiempo que se soltaba del agarr e . ¿Qué más quieres decir? Que
solo fui tu momento de entretención, tu desahogo sexual… ¡Lo sé, lo
sé! Eso lo tengo claro, lo tuve claro desde el principio… Lo que me
jode, lo que, verdaderamente, me jode es que me llenaras de
mentiras cuando ni siquiera tenías que hacerlo… No tenías que
hacerlo, con lo que pagabas era suficiente para obtener lo que
querías le hablaba casi a punto de grito, por lo que la gente se
estaba enterando, aunque quizá la mayoría no comprendía inglés.
Renato estaba sonrojado, se sentía avergonzado y culpable
solo quería que ella se calmara, pero odiaba que todos a su
alrededor estuvieran viendo una discusión que solo le importaba a
ellos dos, a la vez que se exponía a muchos peligros. Entendía su
molestia, era lo que había temido todo ese tiempo.
Vamos, ven… Ya deja de decir esas cosas… Aunque no lo
creas, todo lo que te dije en su momento era verdad, creí amarte…
Volvió sujetarla por el brazo para llevarla consigo a la SUV.
No me toques. Se zafó violentament e . Déjame.
Él intentó agarrarla una vez más y la molestia la encegueció al
punto de que le soltó una bofetada. Renato se quedó aturdido con
los ojos cristalizados y los murmullos de los transeúntes se dejaron
escuchar.
Está bien, te dejo clamó él, levantando las manos en
señal de redención, con la mejilla ardida y conteniendo las lágrimas.
Solo vete, ¡vete! le dijo Lara, señalando hacia el vehículo
y con las lágrimas corriendo copiosas por sus mejillas.
Está bien, lo haré… Por favor, solo ve al hotel, no es seguro
que estés sola por aquí… Está a dos calles suplicó en un susurro
Lara no dijo nada más, solo se giró y siguió con su camino.
Renato se quedó mirándola, asegurándose de que siguiera
hacia el hotel. Tenía el corazón acelerado, le dolía el estómago y se
sentía mareado. Tuvo que llevarse las manos a la cabeza porque
sentía que iba a estallarle. Todo había sido peor de lo que había
imaginado, para emporar la situación, empezó a llover. Fue
entonces que decidió volver a su vehículo.
Encendió el motor y tratando de mantener una distancia
prudente la siguió, solo para escoltarla hasta el hotel, una vez que la
vio entrar, se sintió un tanto más tranquilo. Se quedó estacionado en
frente y descansó la cabeza contra el volante, mientras liberaba un
pesado suspiro.
Sin duda, ese había sido uno de los episodios más intensos
que había experimentado en su vida. No estaba seguro si podría
quitarse fácilmente esa desazón que anidaba en su pecho, ese
sentimiento de culpa que lo estaba torturando. Todo lo había
manejado muy mal, ella tenía razón en todo lo que le dijo, sin querer
la había humillado, debió ser honesto y decirle lo que le estaba
pasando con Samira. Sentía que las ganas de llorar lo estaban
asfixiando.
Se fue a su apartamento porque estaba más cerca, ahí se
estaba quedando su prim o Matthew. En la casa de su abuelo era
difícil estar, ya que los quintillizos solían levantarse temprano con
una algarabía que despertaba a todo mundo.
Agradeció no toparse con su primo, porque no estaba de ánimo
de hablar con nadie. Se fue directo a su habitación, se desplomó en
la cama donde se hundió al tiempo que suspiraba su lamento.
Ya casi era la una de la mañana, suponía que Samira debía
estar durmiendo, aunque existía la posibilidad de que siguiera
despierta si decidió quedarse hasta el final de la fiesta de la
compañía.
Lo mejor para salir de dudas era llamarla, nada perdía con
hacerle saber que a esa hora la extrañaba. Deseaba poder escuchar
su voz para que le diera un poco de calma.
CAPÍTULO 79
Samira deseaba con todas sus fuerzas no tener que estar
brindándole un espectáculo tan decadente a su amiga, pero no
podía detener el vómito, era como si no pudiera tener control sobre
su cuerpo. Maldijo el momento en que llevada por la rabia y los
celos decidió tomar esa copa de champán, a la que le siguieron
unas seis más. Por eso ahora estaba en el baño del cuarto de ella
sudando frío, mareada y aferrada a los bordes de porcelana del
inodoro, expulsando hasta la bilis, mientras que la pobre Ramona le
sostenía el cabello para que no terminara llenándolo de los
entremeses mal digeridos y también le acariciaba la espalda en un
gesto de consuelo.
Lo siento jadeó con la garganta ardid a . Disculpa,
Ramona… Otra arcada hizo que expulsara un poco más de
líquido, juraba que en cualquier momento vería su pobre estómago
en las turbias aguas del inodor o . ¡Qué vergüenza!
No te preocupes, es normal, no estás acostumbrada a beber
alcohol.
Nunca más lo haré. Se dejó caer sentada en el suelo,
porque ya tenía las rodillas adolorid a . Esto es horrible
confesó en un hilo de voz, otra arcada la hizo volverse al retrete,
pero no fue tan rápida y terminó salpicando por fuera.
Trata de respirar por la nariz, deja que salga, no trates de
retenerlo le aconsejaba Ramona. Se sentía culpable, porque
debió detenerla, no dejar que tomara tanto alcohol.
Uy, esto huele horrible chilló con la voz rot a . Lo
limpiaré. Se sentía débil. Estiró la mano y agarró papel higiénico,
el suficiente para poder secar las salpicaduras.
Deja eso así, no te preocupes.
Por favor, no le vayas a decir nada a mi abuela, si se entera,
estará muy decepcionada, ya he metido la pata demasiado, metí la
pata, Ramona sollozó, borracha y arrepentida de haber dejado
que sus sentimientos la dominaran y nublaran su razón.
Tranquila cariño dijo con una tierna sonrisa, mientras le
limpiaba las lágrima s . Tú abuela no tiene por qué enterarse de
todo lo que haces, hay decisiones que solo te competen a ti,
secretos que son solo tuyos, y eso está bien… está bien.
Samira empezó a llorar más fuerte y ella la abrazó, cerró los
ojos lamentando la situación por la que estaba pasado su amiga,
bien sabía cuánto dolía.
Te voy a ensuciar de vómito bramó en medio del llanto.
No importa. Sonrió enternecida y la meció en el abraz
o . No importa, Gypsy.
Estoy fatal física y emocionalmente. Se alejó del abrazo,
sintiendo que la cabeza se le caería.
Lo sé dijo acunándole las mejillas y mirándola a los ojos,
la pobre tenía todo el maquillaje chorreado; sin duda, su estado era
lamentabl e . Pero adivina qué… Voy a prepárate café y un caldo
de huevo. Con los pulgares le retiraba las lágrima s . Te
aseguro que eso te ayudará a sentirte mejor.
En realidad, no quiero comer nada, no sea que vuelva a
vomitar.
Eso te ayudará a asentar el estómago y que se te pase la
borrachera. Le sonri ó . Te lo digo por experiencia, mientras yo
te preparo eso, quiero que te duches por un largo rato y vayas
bajando la temperatura, porque el agua fría te aliviará.
Bueno, si tú lo dices…
Lo hará… Ven, déjame ayudarte. Ramona se levantó y
permitió que Samira se apoyara en ella para ponerse en pie.
Ella al ver lo asqueroso que estaba el inodoro, pulsó el botón
para que se fuera todo el vómito.
Gracias Ramona. Estoy tan avergonzada le expresó
sintiendo que las mejillas se le calentaban, pero había devuelto
tanto el contenido de su estómago que estaba pálida.
Ya deja de preocuparte, ¿crees que puedas desvestirte
sola?
Creo que sí puedo. —Intentó bajarse el cierre del vestido,
pero le estaba costando muchísimo.
Te ayudaré con eso. La hizo girar y le bajó el cierre.
Gracias.
Bueno, te dejo para que te duches.
Samira asintió y empezó a bajarse el vestido.
Ramona salió y cerró la puerta del baño para que su amiga
tuviera privacidad. Vio sobre la encimera de la cocina las carteras de
ambas, los móviles y las llaves, además de las sandalias en el
suelo, las que se quitaron en cuanto entraron a la pieza.
Justo se acuclilló para recoger el calzado cuando escuchó el
sonido de la vibración sobre la encimera, se levantó para
encontrarse con que era una llamada entrante de Renato.
Samira no estaba en condiciones para atenderle, no quería que
él intensificara lo mal que ya se encontraba. No sabía qué era lo que
había pasado entre ellos, pero estaba segura de que no había sido
nada bueno; así que, se hizo del móvil, rechazó la llamada y antes
de meterlo en el fondo de la cartera de su amiga, se fijó en que tenía
una notificación del buzón de voz.
Tomó todo lo demás y lo metió en el armario junto al sofá. No
iba a permitir que el carioca siguiera afectándola y menos en el
estado en el que ella estaba, no se aprovecharía de la vulnerabilidad
de su amiga.
Regresó y puso a preparar café, lo dejó bastante cargado,
sabía que iba a ser difícil que Samira se lo tomara si no tenía
azúcar, pero debía hacerlo si quería empezar a sentirse mejor.
La chica salió casi cuarenta minutos después, traía puesto un
albornoz rosado y el cabello mojado, sin duda, tenía un mejor
semblante, aunque en su mirada se notaba que seguía
avergonzada.
¿Menos mareada? preguntó Ramona, sirviéndole del
humeante caldo de huevo.
Sí, me siento un poco mejor. A pesar de que le ardía la
garganta, le sonrió.
Esto te hará sentirte muchísimo mejor le aseguró,
dejando el tazón en la mesa con apenas dos silla s . Ven,
siéntate. Observó cómo los ojos de Samira estaban enrojecidos,
tenía los párpados hinchados, estaba tan pálida que la piel le lucía
casi transparente, se le podían ver las venas azuladas en la frente y
sus pecas normalmente café, habían adquirido un tono amarillento.
Gracias dijo ocupando una silla, mientras admiraba en la
sopa, los trozos de papa y el huevo, salpicados por el intenso verde
del cilantr o . ¿Y tú no vas a tomar?
Yo estoy bien, tolero mejor el alcohol… Se acercó y le dio
un beso en la coronill a . Anda, tomate eso, mientras preparo la
cama, esta noche te quedarás aquí conmigo.
No quiero molestar Ramona, en serio, puedo ir a mi pieza.
Estás loca si crees que te dejaré sola esta noche, recuerda
que le hice una promesa a tu abuela.
Lo sé musitó, devolviendo la mirada a la sopa,
concentrada en cómo hundía la cuchara en un trozo de pap a .
Jamás volveré a tomar ni una sola copa.
No digas eso rio pellizcándole una mejill a . Tomar un
trago ocasional no está mal, el problema es que seguro esta fue tu
primera vez y no supiste parar a tiempo, es normal que te sientas
fatal… tomate todo eso, ¿sí? Le echó un vistazo, no le veía
muchas ganas a Samira de querer comer. No le gustaba verla tan
apagada, sobre todo, porque ella era poseedora de una chispa
increíble.
Está bien, lo haré asintió haciendo una mueca parecida a
una sonrisa.
A pesar de que todavía tenía el estómago bastante sensible,
estaba algo mareada y con su corazón en pedazos, la primera
cucharada fue como un bálsamo que le calentó el alma; no pensó
para tomar otro poco, eso sí, con cautela, no fuera que por comer
tan rápido terminara vomitando de nuevo.
A los pocos minutos Ramona se sentó en la silla frente a ella,
supervisando que se comiera todo.
Te ha quedado muy bueno. Elogió cuando ya estaba casi
terminando.
Gracias. Pensaba darte un café bien cargado, pero no es la
mejor opción para que puedas descansar, lo mejor será que
duermas y seguro que despertarás completamente recuperada.
No quiso decirle que lo más probable era que amanecería con un
dolor de cabeza de los mil demonios y una acidez incendiaria.
Sí, me gustaría dormir por los próximos dos o tres días
comentó, aunque en realidad le encantaría poder quedarse dormida
y despertar ya cuando no sintiera nada por Renato. Sería ideal si
pudiera tomarse algo que lo borrara de su memoria, deseó que esa
sopa que acababa de tomarse tuviera ese poder.
Sí que debes sentirte muy borracha. Sonrió Ramona, se
levantó y fue a por un vaso de agu a . Necesitas tomar mucha
agua, es importante que te mantengas hidratada.
No sé si sea prudente, no vaya a hacer que termine
orinándome en la cama, ya suficiente tienes con el desastre que te
he dejado en el baño.
Eso no importa, ya tendrás tu oportunidad para socorrerme
de la misma manera, para eso somos amigas.
Sí, lo somos, sabes que cuentas conmigo para lo que sea.
Gracias, Ramona, por ser mi amiga, por ser casi una hermana
mayor… Ay, siempre soñé con tener una, ¿lo sabías? —Suspiró su
lamento y aceptó el vaso de agua.
Bueno, el destino nos ha unido, un poco tarde, pero aquí
estamos.
En medio de la conversación y de a pequeños sorbos, Samira
se bebió medio vaso de agua, luego se fue al baño a asearse los
dientes, con un cepillo que ella tenía ahí, ya que casi siempre
cenaban juntas mientras veían televisión.
Ramona le tocó la puerta.
Adelante dijo luego se escupir el enjuague bucal.
Aquí tienes. Le ofreció un camisón de dormir.
Gracias.
En cuando se quedó sola de nuevo, se lo vistió rápidamente y
se fue a la cama auxiliar que solía ocupar cuando se quedaba ahí.
Agradeció estar frente al ventilador, para que el cabello se le secara
más rápido, se quedó sentada, mientras se agitaba un poco los
mechones esperando que el viento calara mejor.
¿Dejaste grabando el capítulo de hoy? preguntó. Estaba
agotada y seguía algo mareada, pero aunque sus párpados le
ardían, no quería dormirse con el cabello mojado para no resfriarse.
Por supuesto. ¿Quieres verlo?
Sí, me muero por saber que pasa, creo que ahora sí va a
descubrir que fue el hermano quien lo traicionó.
Tras una hora de ver el episodio de la serie turca, el cabello ya
lo tenía un poco más seco y ya el agotamiento le había absorbido
toda la energía, así que le deseó buenas noches a Ramona y
rápidamente se rindió.
Renato sentía que apenas se había quedado dormido cuando
escuchó que le tocaban a la puerta, lo que hizo que un serio dolor
de cabeza le estallara. Había pasado una noche de mierda, porque
Samira ni Lara, contestaron a sus llamadas ni mensajes, la
preocupación no lo dejó conciliar el sueño, pasó la noche rodando
de un lado al otro de la cama y revisando cada dos minutos su
teléfono.
Adelante dijo sin fuerzas para siquiera levantarse. Sabía
que era su primo.
Buenos días, Renatinho, disculpa, no pensé que estarías
durmiendo todavía comentó en cuanto entró, vestía una bermuda
celeste y una camiseta gris.
No te preocupes, ya estaba por levantarme. Apoyó los
codos en el colchón para levantar el torso, aunque sentía que la
cabeza le pesaba tonelada s . ¿Necesitas algo?
No, no… solo iré a correr, pensé que te animarías, pero no
te preocupes, descansa… Imagino que llegaste tarde, porque no te
escuché.
Sí, un poco nada más. Se pasó una mano por los ojos
para aclarar la vista y quitarse esa sensación terrosa que se había
apoderado de sus párpado s . Si esperas a que me duche, te
acompaño. En realidad quería seguir durmiendo pero debía ser
hospitalario con su familia que estaba ahí de vacaciones.
Bien, entonces preparé avena para antes de entrenar.
Perfecto. Suspiró al tiempo que apartaba las sábanas y
en ese momento las persianas empezaron a subir, permitiéndole
tener una mejor visión de su primo rubio, musculoso y alto, era casi
un clon del padre.
Matthew que ni siquiera había pasado del dintel, cerró la puerta
y se fue a la cocina a preparar el desayuno. Algo que tuvo que
aprender a hacer, desde el momento en que decidió independizarse,
aunque la mayoría del tiempo la asistente de servicio, ya le dejaba
todo preparado.
Renato buscó en el cajón de la mesa de noche un par de
calmantes y los pasó con un largo trago de agua de la botella que
siempre mantenía junto a la cama. Necesitaba saber de Samira, era
extraño que no le contestara, no quería pensar que algo malo le
hubiera pasado, pero si no le respondía pronto, iba a tener que
molestar a Ramona en breve.
Sabía que Lara estaba en el hotel o por lo menos ahí la dejó la
noche anterior, suponía que no iba a responderle en un buen
tiempo, por lo menos mientras siguiera molesta con él, creyó que lo
mejor sería darle su espacio, esperar un tiempo y luego intentar
disculparse una vez más, porque realmente no quería que lo odiara,
le tenía infinito cariño y deseaba que siguieran siendo amigos.
Le marcó una vez más a su chica, pero ahora directamente se
iba al buzón de voz, imaginaba que tenía el teléfono apagado. Aún
era temprano, pero prefirió enviarle un mensaje a la amiga de su
gitanita para que pudiera leerlo en cuanto se despertara: «Hola
Ramona, espero que te encuentres bien. Disculpa que te escriba tan
temprano, de verdad, mi intención no es molestarte. Solo quiero
saber si Samira está bien, sabes si llegó bien a casa. Sé que ayer
tuvieron la fiesta del trabajo, pero no sé si ella fue. Estoy algo
preocupado porque no me atiende el teléfono y no sé nada de ella
desde ayer en la mañana».
Así lo envió, no quería darle explicaciones porque bien sabía
que Samira no le había querido contar lo que ellos tenían. No quiso
dejar el móvil cargando ahí, prefirió llevárselo y ponerlo a cargar en
el baño, necesitaba estar atento en todo momento por si recibía
alguna respuesta de las chicas.
Cuando salió del apartamento en compañía de Matthew, aún
seguía sin respuesta, esperaba que pasar un rato con su primo le
ayudara a dirigir su atención a cualquier otra cosa que no fueran sus
preocupaciones.
Al momento que Samira volvió a tener consciencia deseó con
todas sus fuerzas poder dormirse de nuevo para no sentir que todo
el cuerpo le dolía, que tenía la cabeza a punto de explotar y que su
garganta sufría los estragos de todo lo que había vomitado, y para
empeorar la situación, su nariz estaba congestionada como si se
hubiese resfriado.
En medio de un jadeo de dolor se llevó las manos a la cabeza y
apretó fuertemente los párpados, al tiempo que respiraba profundo.
Sabía que debía levantarse, pero no tenía energías para hacerlo.
Cuando abrió los ojos, no vio a Ramona en su cama y al no
escucharla en la cocina o baño, no pudo seguir acostada.
Recogió las sábanas las dobló y luego se hizo de las
almohadas las que dejó sobre el colchón, para luego deslizar dentro
la cama auxiliar. Apagó el ventilador y fue a ver dónde estaba su
amiga.
Una vez entró al baño hubiese preferido no mirarse al espejo,
porque parecía una muerta viviente, su cara estaba muy pálida,
tenía ojeras demasiado pronunciadas y su cabello era un desastre,
jamás había tenido tanto frizz que era como si tuviera un casco.
Se lavó la cara con agua fría para ver si eso le ayudaba a que
su semblante se viera menos decadente. Seguía preguntándose
dónde estaba Ramona, odiaba tener que causarle molestias. Sobre
todo un día como ese.
Justo salía del baño cuando la puerta de la casa se abrió y
entró su amiga con un par de bolsas.
Hola, bella durmiente saludó con una gran sonrisa.
Buenos días… Fue corriendo a ayudarl a . Nos sabía
que tenías que salir temprano. Me hubieses llamado.
¿Tan temprano? Si es más de mediodía…
¡Mediodía! Se alarmó Samira, abriendo los ojos ante la
sorpres a . No puedes ser, seguro que mi abuela me ha estado
llamado dejó las bolsas en la encimera y corrió a buscar su
cartera, al no verla sobre el sofá se llevó las manos a la cabeza que
le latía dolorosamente.
La dejé en el armario junto al sofá avisó Ramona, que
empezaba a sacar los ingredientes de la comida que les tocaba
llevar esa noche a la reunión con sus amigos la cual habían
llamado: «Las Pascuas de los solitarios»
Te juro que por un momento pensé que la había perdido.
Exhaló al tiempo que abría el armario. Sacó la cartera y enseguida
buscó el móvi l . ¡Ay no! Se lamentó al darse cuenta de que
estaba descargad o . ¿Puedo ponerlo a cargar?
Sabes que no tienes que pedir permiso.
Samira sacó el cargador y lo conectó en la toma de corrientes
que estaba en el rincón, ahí donde estaba el pequeño árbol de
Pascua con el que Ramona le daba un poco de ambiente navideño
a su pieza.
Lo dejaré un minuto. Sabía que lo mejor era desviar la
atención de su móvil si no quería que su angustia incrementara, por
lo que fue a ayudar con los preparativo s . Habíamos quedado en
que las dos iríamos a comprar los de las galletas y el pan.
Necesitabas descansar… Aquí tienes, bebe de esto porque
imagino que debes sentirte fatal. Le entregó una botella de un
suero de rehidratación oral.
¡Sí! ¿Cómo lo sabes? chilló, destapando la botella.
Ya he pasado por eso varias veces dijo sonriente.
Imagino que ayer hice el ridículo, seguro que te avergoncé…
Es que hay cosas que no recuerdo.
Tranquila, no hiciste ni dijiste nada fuera de lugar. Lo que sí
debemos es empezar con esto… o no lo tendremos listo a tiempo.
Samira dio un largo trago a la bebida porque tenía la garganta
seca.
Sí claro, empecemos, pero dame un minuto para ver si mi
abuela me llamó.
Ve, ve… La alentó con un ademán.
Cuando Samira encendió el móvil se dio cuenta de que en
realidad faltaban quince minutos para la una de la tarde. Le mortificó
la idea de que hubiese perdido la oportunidad de hablar con
Vadoma, solo porque estaba dormida recuperándose de su casi
coma etílico.
Las notificaciones empezaron a llegarle, un par de mensajes de
Adonay, varios del grupo de sus amigos, en los que estaban
ultimando los detalles de la cena, un mensaje en el buzón de voz,
pero fueron las llamadas perdidas y el mensaje de Renato lo que
hizo que su estómago diera un vuelto y un nudo se le instalara en la
garganta.
Lo más sensato sería no revisarlo, ignorarlo como lo había
hecho él porque estaba demasiado ocupado con Lara como para
responderle a ella cuando lo llamó, pero cuando se trataba de
Renato no tenía fuerza de voluntad. «Seguramente ese mensaje en
el buzón también será de él, pondrá miles de excusas o mentiras
para lavarse la culpa», pensó recordando lo impotente que se sintió
la noche anterior, el enojo volvió a crepitar reavivando las llamas,
claro que escucharía sus mentiras y luego se las lanzaría a la cara,
no iba a esperar más para decirle que ella sabía muy bien con quién
había pasado la noche. Sin embargo, una llamada entrante hizo que
no pudiera revisar nada más, ya que era desde un número con
extensión de Rio.
Hola mi estrella…
No había nada más reconfortante para ella que escuchar la voz
de su persona favorita en todo el mundo. Solo su abuela podía
levantarle el ánimo en ese momento, en el que el dolor, la nostalgia
y la tristeza se habían apoderado de su espíritu. Sin darse cuenta
terminó la comunicación entre risas y lágrimas, pero recordando lo
valiosa que era. Solo por eso decidió que lo mejor era no arruinar su
día, y el de sus amigos, era mejor olvidarse del teléfono lo que le
quedaba de día, no quería escuchar ni leer los mensajes de Renato,
ya mucho daño le había hecho el día anterior; eso lo dejaría para
después, en otro momento en el que la cabeza no le doliera tanto,
quizá para cuando pudiera encararlo y pedirle las explicaciones que
se merecía. No quería seguir sacando conjeturas sin escuchar a
viva voz, qué tenía él para decir, aunque eso significara confesarle
que sabía sobre su relación con Lara.
Así que, revisó los mensajes de Adonay y le respondió con un
animado mensaje de voz, preguntándole que tenía planeado a hacer
para ese día.
Ella aprovechó para ir a donde estaba Ramona, le tomó varias
fotos a los ingredientes y le dijo lo que prepararían para la cena de
esa noche con sus amigos.
Por petición de Samira, su amiga también intervino en el
mensaje de voz y le envió saludos. Ella poco lo conocía, de hecho,
esa era la primera vez que intercambiaban saludos; no obstante,
sabía que Adonay tenía conocimiento de todo lo que había hecho
por ella.
Luego volvió a poner a cargar el móvil y se puso a preparar el
pan dulce que tanto le encantaba con frutas confitadas, los piñones,
las nueces y las pasas.
CAPÍTULO 80
Samira estaba reunida con sus amigos en la terraza del edificio
donde vivía Daniela y Carlos, habían acordado que fuera ahí la
celebración de Noche Buena, porque era el más espacioso y con
unas vistas hermosas de la ciudad.
Del salón de eventos les prestaron un par de mesas y quince
sillas, Daniela subió su amplificador de sonido y entre todos hicieron
una recolecta de dinero, no solo para comprar los ingredientes de
las comidas, sino que también dejaron un porcentaje para decorar y
que el ambiente navideño se notara.
¡Guao! ¡Qué hermosa te ves! dijo Julio Cesar al llegar y
ver a Samira con un vestido blanco veraniego, con un escote en
forma de v y de finos tiros, era muchísimo más corto que el tipo de
atuendo que ella usaba comúnmente, ya que le llegaba a la altura
del muslo. El look lo completó con una coleta alta y unas sandalias
de corcho que la hacían lucir altísima.
Gracias. Quiso decirle que ese vestido se lo había
regalado la prima de Renato, pero se había prometido que esa
noche Renato no tendría cabida en sus pensamientos, no quería
que le amargara ni un solo segundo de la reunión—. ¿Sí te gusta?
Te ves preciosísima y con esas sandalias, casi llegas al
cielo… Por favor, mira a este simple mortal, diosa. Juntó sus
manos a modo de súplica y con un gran gesto dramático.
¿Adivina qué? Alzó la ceja pícar a . Eres mi mortal
favorito sonrió al tiempo que lo abrazaba.
Como me encantaría ser hetero para tener una oportunidad
contigo… Ah, no… cierto, ni siquiera así me tomarías en cuenta, el
carioca no tiene competencia, lo comprendo. Puso los ojos en
blanco y llevó sus manos sobre los hombros de Samir a . Es tan
apuesto, tan elegante, tan…
Tan nada… Tú eres más encantador. Y esta camisa burdeos
se te ve extraordinaria.
Lo suficiente como para que aceptes bailar conmigo.
Bailaremos toda la noche dijo sonrient e . Ven, vamos
a llevar esto, que ya Daniela está algo estresada…
Daniela y su carácter de mierda que tanto amo. Rio Julio,
quien traía un par de botellas de cola de mono. Él mismo preparó la
bebida, que era un coctel hecho con aguardiente, leche, café,
azúcar, canela y clavo de olor.
Samira lo condujo a la mesa donde la venezolana estaba
organizando todo lo de la cena junto a Ramona, ya que
recientemente habían terminado de poner la mesa junto a Eduardo.
Carlos era el encargado de mantener el ambiente animado con
música, por lo que le hizo conocer varios grupos musicales
venezolanos, incluyendo la gaita maracucha, según él, muy
escuchada en esas épocas en todo el país.
Esa tarde, mientras los panes de pascuas se horneaban,
Ramona le comentó que cuando estaba haciendo las compras en el
mercado, recibió un mensaje de Renato en el que se mostraba
preocupado porque no sabía nada de ella desde el día anterior. De
inmediato Samira le preguntó si le había contado que estaba
durmiendo la cogorza de la noche anterior y su amiga le aclaró que
jamás le haría una cosa como esa, así que le mostró el mensaje que
le había respondido diciendo que todo estaba bien, que
seguramente ella no le estaba prestando atención a su teléfono
porque se estaban ocupando de los preparativos para la cena de
esa noche.
Casi que le brincó encima, la abrazó y le dio muchos besos en
la mejilla comprobando que su labial no le dejara marcas a su
amiga, no porque le hubiera mentido a Renato para protegerla a
ella, sino porque le estaba demostrando que podía confiar en ella
plenamente. Su tribu la hacía sentir segura, protegida y querida.
Decidió que le enviaría un sencillo mensaje para que no
siguiera molestando a sus amigos, pero buscaría la manera de
mantenerse fuerte y luego, cuando ya estuviera a solas en su pieza,
escucharía y leería con calma todo lo que él le había enviado. Así
que escribió rápidamente: «Hola Renato, ¡Feliz Navidad! Espero que
las cosas en tu familia estén mejor, disculpa que no me he
comunicado contigo, pero he estado muy ocupada hoy. Hablamos
después, te aviso cuando esté en casa, adiós», leyó todo una
segunda vez para verificar que no se notara lo mal que se sentía y
se lo envió.
Movió la cabeza para sacudirse la depresión y se concentró en
las personas que sí la valoraban, volvió a activar la opción de vibrar,
guardó el móvil en la cartera y se ofreció para ayudar con lo que
faltaba.
Yo creo que ya es hora de que empecemos con la cena
dijo Daniel a . ¿Ya están puestos los platos?
Sí, ya la mesa está puesta respondió Samir a . Iré a
decirles a todos que ya vamos a cenar y vengo para ayudarles a
servir.
Por favor, cariño. Daniela hizo un puchero, más que estar
ansiosa porque todo saliera bien, la tenía estresada el calor. No
había querido prender los ventiladores para que los pavos no se
enfriaran tan pronto.
Samira se fue rauda y una vez que todos pasaron a la mesa,
regresó con Daniela, Miriam y Julio Cesar que también se ofreció
para ayudarles a servir, mientras que Rafael y Eduardo se
encargaron de las bebidas.
Hola Samira.
Ella reconoció la voz a sus espaldas y el recipiente de cristal en
el que llevaba la ensalada rusa de papa y mayonesa casi se le
escapó de las manos, pero lo apretó bien fuerte, fingió una sonrisa y
se giró en total tensión.
H-h-hola Ricardo, que bueno verte… no, no… Buscó
desesperada a Ramona, la vio desde la mesa haciéndole algunas
señas, por más que quiso no pudo entenderl a . Bienvenido, ya
estamos por empezar la cena, pasa, siéntate.
Gracias, sí… Se acercó para saludarla, Samira tuvo que
inclinarse un poco para recibir el beso en la mejill a , también me
alegra verte de nuevo, te ves muy linda.
Gracias. Sonrió algo incómoda.
¿Llevas eso a la mesa? preguntó observando el envase
con ensalada.
Así es. Plegó los labios en una sonrisa discreta.
Puedo llevarla.
Ah, bueno… gracias. Se la tendió, en otras circunstancias
habría dicho que ella podría llevarla, pero necesitaba volver a la
mesa donde estaba Ramona junto a Daniela, para que le explicara
qué hacía Ricardo ah í . Eres muy amable.
Con gusto dijo sonriente.
En cuanto él siguió hasta la mesa llevando la encomienda,
Samira se volvió hacia sus amigas y casi corrió.
Tú lo invitaste le susurró Ramona en cuanto llegó a la
mesa.
¿Yo? preguntó, tocándose el pecho con el dedo índice y
mirándola con incredulidad.
Así es, anoche lo hiciste…
Ay chilló Samir a . ¿Te pregunté si había hecho algo y
me dijiste que no? La cara se le puso tan roja como el pintalabios
que usaba.
No, no lo hiciste, no creo que invitar a un amigo a la cena
navideña sea hacer el ridículo… Creo que le gustas.
¡Por supuesto que le gusto! exclamó casi ahogada. No
era tonta, eso podía notarlo, Ricardo lo hacía demasiado evident
e . Pero él a mí no… Sí, es atractivo, inteligente, educado… pero
no es mi tipo, no quiero que se haga falsas ilusiones, debiste
detenerme antes de que le hiciera la invitación o haberme advertido
esta mañana para prepararme psicológicamente.
Si se lo propusiste sin más, no lo vi venir… Te lo juro dijo
Ramona con una sonrisa totalmente relajad a . No tiene nada de
malo, disfruta de su compañía…
Pero yo estoy… Iba a decirle que tenía un noviazgo con
Renato, pero no estaba muy segura de que eso aún se mantuviera,
además que tampoco le lanzaría una bomba como esa en la cara
cuando habían tantos testigo s . Ay Ramona, bien sabes que no
tiempo para esas tonterías…
Ay niña, pero ni que te estuvieran diciendo que te casaras,
disfruta ahora que estás en la edad para eso, sobre todo ahora que
estás de vacaciones intervino Daniel a . Por lo pronto solo
debes disfrutar de la cena con tus amigos y ya, no te sientas
comprometida, solo pásala bien y listo. Relájate, vive… Olvida por
un momento tus responsabilidades y sé una joven de diecinueve
años… No tiene nada de malo emborracharse y tener una noche
loca le sugirió sagaz.
No es algo que pueda hacer solo porque me lo dices… Lo
que Daniela no sabía era que estaba enamorada hasta el tuétano de
alguien más y que no tenía diecinueve años, nadie salvo Ramona
sabía que tuvo que falsificar su fecha de nacimiento para llegar a
Chile, quizás algún día le contaría ese secreto.
Solo no te sientas mal por entablar una amistad más allá de
la laboral con Ricardo aconsejó Ramon a . Tal vez te lleves
una sorpresa y sea un chico bastante agradable, no te cierres a la
oportunidad de conocerlo mejor.
Bien, intentaré conocerlo mejor, pero le seré muy clara y le
diré que no quiero ninguna relación amorosa con nadie.
Nena, solo ofrécele tu amistad si así te sientes cómoda y
deja que todo fluya… dijo Daniela, codeando de manera cómplice
a Ramona.
Samira resopló, no podía con la actitud tan cómplice de ellas
que se morían por lanzarla a los brazos de Ricardo.
Llevaré esto comentó haciéndose de una de las bandejas
en la que reposaba un lomo de cerdo nogado.
Minutos después todos estaban en la mesa, por supuesto a
Ricardo lo ubicaron al lado de ella, después de todo, era su invitado.
Trató de integrar todo lo posible a Ricardo en las diversas
conversaciones, se estaba divirtiendo y compartías chistes y bromas
con todos, pero no podía evitar pensar de vez en cuando en Renato,
ella había deseado que él la acompañara ese día, sin importar si los
dos estaban en Santiago, con la familia de él o solos… Pero en
cambio él seguramente estaría enredado entre las piernas de la
rusa.
Daniela había prohibido el uso del teléfono durante la cena,
pero una vez que terminaron de comer, todos se hicieron algunas
fotografías con sus móviles y se las enviaron a sus familiares a los
que luego llamaron para desearle buenos deseos esa noche. Ella
por más que esperó, no recibió ninguna llamada o mensaje de
nadie.
Sabía que su abuela no podría llamarla, Adonay ya lo había
hecho esa tarde, a Renato le dijo que no podría hablar sino hasta
ella estuviera en su casa, pero ya casi era medianoche y ni siquiera
le había escrito ni un mensaje, nada la había preparado para sentir
tanta decepción y dolor junto.
Ramona haciendo señas como loca llamó su atención, por lo
que se disculpó con Ricardo y fue a donde estaba su amiga, con
teléfono en mano.
¡Hola, Samira! dijeron al unísono Romina y Víctor,
quienes estaban en una videollamad a . ¡Feliz Navidad!
¡Feliz Navidad! Qué bueno verlos chilló emocionada al ver
a los gitanos con copa de champán en mano y gorros navideños. Se
les notaba bastante alegres.
¿Cómo lo están pasando? preguntó Romina.
Ramona de inmediato le dio vuelta a la cámara para mostrarle
el ambiente.
¡Con amigos! gritó emocionada, mientras le extendía la
mano a Mateo quien se acercó y aprovechó para hacer las
presentaciones.
Esperamos que las próximas fiestas las celebren con
nosotros, recuerden que prometieron venir a la madre patria.
Por supuesto, está en nuestros planes, ¿cierto Samira?
Sí, sí… estamos ansiosas con ese plan.
Pueden venir cuando quieran, chiquillas. Saben que aquí
son bienvenidas invitó Víctor.
No lo digas muy alto que me voy esta misma semana
bromeó Samira.
Cuando quieras, Sami… Vente mañana mismo, que aquí te
estaremos esperando con los brazos abiertos y una cama caliente,
porque el frío está intenso.
Imagino, creo que mejor dejamos esa visita para primavera o
verano, porque ya el frío aquí ha estado a punto de matarme. Rio
con ganas.
Romina y Víctor también rieron.
Lo bueno es que el apartamento tiene un buen sistema de
calefacción… Y pues, si te abrigas bien, no pasa nada comentó
Romina.
Vale, lo pensaré, quizá para el próximo año. Tal vez, un
invierno más aquí, me prepare para el de allá.
Siguieron conversando por unos cuantos minutos, hasta que
los españoles se despidieron para atender a las personas que los
acompañaban y Samira volvió con Ricardo, quien estaba muy cerca
de la pared de cristal, disfrutando de las vistas. Sin duda, Santiago
de noche lucía hermoso, aunque si hubiera menos contaminación se
apreciaría mucho mejor.
Rafael se acercó a ofrecerles un trago, pero ella se negó, sabía
que esas bebidas dulces eran demasiado traicionera y apenas se
estaba reponiendo de la borrachera de la noche anterior.
Ricardo le contaba de su vida, ya sabía que tenía dos
hermanas menores que él y una madre que dependían de él,
además de dos perros y un gato. Se había graduado de ingeniero
en sistemas e informática hacía tres años, luego hizo un master y
constantemente hacía cursos que lo mantuvieran actualizado en su
área, ya que debía ser muy bueno para poder seguir en una
compañía como en la que trabajaban ellos.
Él en cambio, no sabía nada de la cultura gitana, ella le contaba
muy poco, no fuera que mal interpretara a su gente como solían
hacerlo casi todos. Tan solo llevaban pocos minutos hablando
cuando sintió vibrar el móvil en su mano, al fijarse en la pantalla, el
corazón le dio un vuelco al ver que era Renato quien la llamaba.
Deseaba con todas sus fuerzas que no tuviera ese efecto en
ella, que no la descontrolara al punto de robarle total atención y
terminara tartamudeando la respuesta que le estaba dando a
Ricardo.
Disculpa, tengo que contestar le dijo otorgándole un ligero
apretón en el antebrazo, a la vez que sentía como el corazón se le
desbocaba.
Está bien, no te preocupes dijo sonriente y la mirada se le
fue enseguida al toque de Samira, percibiendo eso como un avance
entre ellos.
Ella caminó al extremo más solitario de la terraza, al tiempo que
le contestaba.
¡Hola, amor! ¿Cómo estás?
Samira escuchó a Renato susurrar, al instante pensó que
estaba evitando que se dieran cuenta de que hablaba con ella.
Hola, bien, muy bien… Ya sabes, celebrando con mis
amigos.
Me alegra saber que estás en buena compañía, así no te
sientes nostálgica por no compartir con tu familia. Imagino que debe
ser difícil para ti.
Un poco, pero ya me iré acostumbrando a desprenderme un
poco más de esos lazos filiales. Ser más independiente… Y tú,
¿estás con tu familia? ¿Apareció Liam? preguntó, con la mirada
puesta en las uñas de sus pies pintadas de rojo, como casi siempre
las llevaba.
Sí, esta mañana; al parecer, llamó a mi mamá para decirle
que está bien, no dio mucha información de su paradero, pero por lo
menos consiguió que ella se quedara mucho más tranquila. —
Suspiró brevemente, necesitaba escucharla—. Estamos en casa de
mi abuelo, pero en un rato iremos a la de su mejor amigo Marlon
Ribeiro, es una tradición, ya te he contado que somos tan cercanos,
que son como nuestra familia extendida. Siempre aprovechamos
estas fechas para reunirnos con esos a los que tenemos pocas
oportunidades de ver durante año.
Comprendo masculló Samira, sintiendo que cada palabra
que decía era una mentira, fingir que estaba tranquila le estaba
provocando un dolor en el pecho—. Sé que es muy importante
compartir con los seres queridos… Sobre todo si los ves poco.
Te confieso que me abruma todo esto de tener que
conversar con tantas personas al mismo tiempo, me aturde un poco
las grandes reuniones. Siempre que podía, se iba abriendo un
poco más ante ella, muchas veces ocurría sin siquiera darse cuenta.
Apenas había logrado escaparse unos minutos a la terraza, podía
escuchar la algarabía que tenían formada los quintillizos, que
gracias a que habían dormido una siesta por la tarde, todavía tenían
las energías por las nube s . Prefiero los momentos que paso
contigo, te extraño y haré lo posible para viajar el veintiséis por la
noche, para que pasemos juntos todo el veintisiete, me gustaría
quedarme más tiempo, pero al día siguiente tendré que estar de
vuelta en Río, ya que llegará mi tío Samuel con su familia.
Renato, no quiero ponerte en un compromiso… Contuvo
el aliento, estaba a nada de echarse a llorar una vez más y no
podía, no iba a hacer una escena frente a sus amigos—. No tienes
que venir…
Pero quiero ir, necesito verte, te echó de menos. —No sabía
si eran ideas suyas, pero la sentía distante.
Yo también musitó. No podía negar la verdad, aunque le
doliera o pareciera que estaba mendigando su cariño, pero lo
echaba tantísimo de menos que sentía un dolor físico en ese
momento que por fin lo estaba escuchando hablar—. Pero tú lo
dijiste hace semana, estas son fechas muy comprometidas para ti,
tu gente te necesita, sobre todo esos miembros de tu familia a la
que ves pocas veces al año, a mí me has visto bastante seguido en
los últimos meses. No quiero ser un obstáculo que prive a todos de
compartir contigo, no quiero ser una molestia.
Samira, cielo, tú no eres molestia, jamás lo serás.
Lo entiendo… Bueno, tengo que dejarte mintió, porque
estaba segura de que se le rompería la voz y no quería que él se
diera cuenta lo mucho que estaba sufriendo por su culp a . Me
necesitan para que ayude a servir el postre…
¿Hablamos luego? Prometiste que me llamarías cuando
llegaras a tu casa.
Tal vez, sino llego muy cansada… Tengo que irme dijo
con urgencia y se tapó la boca con la mano porque un sollozo
estaba a punto de traicionarl a . Te quiero.
Yo también, cariño… y te extraño confesó, le rompió el
corazón sentirla algo trastocada, supuso que estaba nostálgica.
Samira terminó la llamada, sabía que debía volver con Ricardo,
pero no pudo hacerlo, corrió a los baños y ahí drenó un poco su
inmenso dolor.
CAPÍTULO 81
La noche anterior, a pesar de que lo pasó muy bien con sus
amigos, no pudo quitarse de encima la pena que se había adueñado
de su vida. Cuando consiguió calmarse, poco pudo hacer por
arreglar el desastre que tenía en la cara, así que cuando salió del
baño tuvo que alegar que sentía mucha pena por no estar con su
familia esa noche, y si bien era cierto que los echaba de menos más
que nunca, sobre todo a su abuela, su dolor se debía a que no sabía
qué hacer con lo que sentía por Renato.
Lo peor era que le creía, cuando lo escuchaba decirle que la
amaba, que la extrañaba, que desearía estar con ella, sentía que
era cierto, por eso era que no sabía qué pensar acerca de la
relación entre Renato y Lara.
Con la mirada en el techo sobre su cama, volvió a suspirar, se
giró para agarrar su teléfono del alfeizar, se fijó que apenas eran las
ocho de la mañana; se exasperó, dejó el aparato sobre el colchón y
se frotó la cara con las manos. Casi no había dormido desde que
llegó a su casa, por más que se había obligado a hacerlo y por
mucho que siguiera en la cama, no iba a volver a dormirse, no
después de que se despertó por culpa de las pesadillas que no
dejaban de atormentarlas, no hacía sino ver a la rusa en cualquier
posición sexual inimaginable con Renato.
Respiró profundamente y decidió levantarse para hacer algo de
aseo que la ayudara a relajarse.
Puso a hacer el café y se fue al baño a asearse, luego de
cepillarse los dientes y cambiarse el pijama por algo cómodo, se
sirvió una taza de su elixir favorito y fue a por su móvil; quizá era
masoquismo de su parte, pero no dejaba de buscar la canción
nueva que agregaba Renato a su lista de reproducción, era casi una
compulsión.
Cuando se sentó en el sofá, decidió que era mejor darle prisa al
mal paso, por lo que leyó los textos que él le había enviado entre el
viernes y sábado. Era una cadena continua de palabras llenas de
amor, tristeza y preocupación que le hacían pensar que todo lo que
decía era verdad; Samira creía que nadie que no sintiera lo que él
decía que sentía por ella, podría escribir los casi cuarenta mensajes
que le envió.
Se estaba volviendo loca, no sabía si dejarse llevar por el
corazón o por su cerebro que le decía que debía quererse un
poquito más y no andar mendigando el cariño de ese payo.
Se fijó que también tenía la notificación del buzón de voz,
imaginó que fue una de las tantas veces que Renato la llamó, eso la
ilusionó, no sabía por qué, pero le pareció que era romántico, así
que no perdió tiempo y marcó su clave para escucharlo.
Al principio no entendió muy bien lo que sonaba, había una
canción de fondo, pero no se escuchaba más nada, hasta que
Renato habló: «¿Qué haces?», luego oyó la voz de una mujer
siguiendo la letra de la canción, pero se notaba mucho más cerca: «
I’ve always liked to play with fire. Play with fire… I’ve always liked to
play with fire…» ; en ese momento la cara de Samira se le
desencajó al comprender que era la voz de Lara, lo que confirmó
con lo siguiente que dijo él: «Lara, espera… Estoy conduciendo», el
corazón de la gitana se le aceleró, estaba escuchando algo que
seguramente no debería haberle llegado, pero en lugar de eliminarlo
y no someterse a esa tortura siguió pegada al aparato: «Es lo único
que tienes que hacer, yo me encargaré del resto. Quiero cumplir mi
promesa de darte la mejor mamada de tu vida… Mira cómo te excita
la idea, esta polla se está preparando para mí…». Casi soltó el
teléfono en ese momento, pero necesitaba escucharlo todo, saber lo
desgraciado y miserable que podía ser el hombre al que le confió su
vida: «Lara, nos vamos a meter en problemas… Hay tráfico». Luego
sonó un pito y la voz de la grabadora preguntando si quería volver a
escuchar, borrar o guardar la basura que acababa de romperle el
corazón en millones de pedazos, tan pequeños que sería imposible
volverlos a unirlos.
Y como ella era masoquista, lo escuchó varias veces hasta que
el teléfono le notificó que se estaba quedando sin batería, solo en
ese momento dejó el móvil encima de la mesita que tenía en frente y
se puso a llorar como nunca lo había hecho, quería morirse, el alma
se le partió en dos, todo el cuerpo le dolía, no podía parar de gritar
de absoluta agonía, tanto que tuvo que agarrar uno de los cojines y
se lo llevó a la boca porque no podía parar.
En algún momento se hizo un ovillo sobre el sofá sin dejar de
llorar y ahí se quedó por horas, horas interminables en las que no
hacía otra cosa que recordar todo lo que ellos habían vivido.
Nada le parecía real, solo ese dolor y sufrimiento que era puro
y arrollador. No podía moverse ni dormir ni pensar en otra cosa que
no fuera Renato y Lara en plena felación. Aquello se repetía una y
otra vez, como un fotograma infinito. Lloró tanto que por un
momento pensó que ningún ser humano podría derramar tantas
lágrimas, tenía los ojos hinchados y la garganta en carne viva, pero
aun así el dolor era interminable.
No supo cuánto tiempo pasó, pero escuchó que tocaban la
puerta, la voz que la llamaba era la de Ramona.
—¿ Gypsy ? —Se notaba algo preocupada— ¿ Gypsy , estás
ahí? Sofía me dijo que te escuchó gritar y llorar —hablaba bajito, no
quería que los otros vecinos se enteraran de nada—, me estoy
preocupando Sami, voy a buscar la llave para entrar.
Samira escuchó cómo su amiga se alejaba, pero no tenía
fuerzas para pararse ni para responder.
A los pocos minutos sintió que abrían su puerta y encendían la
luz de la casa, en cuánto su amiga la vio en ese estado corrió hasta
ella y se acuclilló a su lado.
—¿Qué pasó? Sami, ¿qué tienes? —Le tocó la frente y le rozó
los hombros, intentaba hacer que reaccionara, pero Samira solo
seguía llorando como en una perpetua letanía—. ¡Hey Gypsy !
Respóndeme… ¿Te pasó algo? ¿Le pasó algo a alguien de tu
familia?
Le retiró los mechones de cabello que se le habían pegado a la
cara y le acunó el rostro para que la viera a los ojos y conseguir que
reaccionara.
—Re… Re… —Tomó aire y se dio cuenta lo mucho que le ardía
la garganta.
—¿Le pasó algo a Renato? —Ramona no dejaba de acariciarle
el rostro y de limpiarle el rastro que dejaban las lágrimas que
seguían rodando.
—Él… él… él… —Era incapaz de articular una palabra
completa, sentía que si lo decía en voz alta, el dolor la mataría.
— Gypsy , dime, cuéntame… ¿Le pasó algo?
—Él me mintió… —Solo eso pudo decir antes de volver a
ponerse a llorar sin parar y lanzarse a los brazos de su mejor amiga
que no la soltó en ningún momento, la abrazó y meció como si
Samira fuera una pequeña niña frágil que necesitaba ser cuidada.
—Tranquila cariño, llora todo lo que tengas que llorar, el amor
es maravilloso cuando es correspondido, pero también puede ser la
peor de las desgracias. Llora… solo llora…
Así se quedaron hasta que Ramona consiguió levantarla y la
llevó a la cama, la arropó y fue rápidamente hasta su habitación a
buscar un pijama y algunas cosas necesarias para quedarse a pasar
la noche con su amiga, no pensaba dejarla sola bajo ninguna
circunstancia.
Cuando regresó, se cambió, buscó un vaso de agua y se lo
llevó a Samira para que se pudiera tomar un analgésico porque
sabía que lo iba a necesitar, la ayudó a sentarse y luego volvió a
arroparla cuando se recostó nuevamente. Odiaba verla en ese
estado, porque la conocía muy bien, sabía lo fuerte, luchadora y
bondadosa que era, pero nadie es inmune a la decepción amorosa.
Después se preparó la cama auxiliar, fue hasta la entrada
apagó la luz y se acostó, aunque extendió el brazo y le siguió
limpiando las lágrimas que no dejaba de soltar su amiga. Así se
quedaron en silencio hasta que la vio cerrar los ojos y escuchó que
su respiración se hacía más pausada, solo en ese momento se
permitió dormirse.
La luz del alba la sorprendió, no supo en qué momento se
quedó rendida, lo único que tenía claro es que por segunda vez se
despertó con un terrible dolor de cabeza. Le costó una barbaridad
girarse en la cama, cuando lo hizo se fijó en que Ramona estaba
aún dormida, en ese momento fue consciente de la magnitud de sus
errores. Ya no podía seguir ocultándole a su amiga lo que le estaba
pasando, sobre todo, porque necesitaba sacarse de dentro un poco
la pena que la estaba matando lentamente. Agarró una bocanada de
aire, retuvo el aliento y se sentó en la cama, lo mejor era que se
papara y preparara un poco de café que la ayudara a enfrentarse a
todo lo que estaba por venir una vez abriera la caja de Pandora.
Descalza caminó hasta la cocina, preparó la cafetera y la
encendió, como no sabía qué otra cosa hacer en ese momento, ya
que no quería despertar a su amiga, se quedó parada viendo como
el brebaje empezaba a caer del filtro.
Pararon unos minutos cuando sintió movimientos a su espalda,
no se volteó a verla, sentía mucha vergüenza.
—Hola Sami, ¿cómo amaneces? —Ramona se estiró en la
cama y se sentó, a la vez que se refregaba los ojos con las manos.
—Con mucho dolor de cabeza, estoy preparando café, ¿te
apetece? ¿Quieres otra cosa?
—Eso estará de maravilla a esta hora, por cierto, ¿qué hora
es?
—Creo que son cerca de las ocho de la mañana. —Samira
seguía sin darle la cara, sacó las tazas, el azucarero y trató de hacer
tiempo ordenando algunos enceres que habían en el escurridor de
platos.
—¡Qué temprano es! —Se levantó de la cama y se estiró una
vez más. Luego se agachó y empezó a ordenar las camas.
—Tranquila, si quieres ve a cepillarte, yo me encargo de hacer
eso —le sugirió con la intención de ganar un poco más de tiempo.
—Tranquila, ordeno todo esto rapidito y te ayudo a preparar el
desayuno. Hoy tenemos libertad para remolonear todo el día si así
lo queremos, estaba pensando que si quieres, podemos invitar a
Dani y a Julio a tomarnos un café y comernos unos ricos dulces.
—¿No vas a verte con Mateo hoy? —preguntó a la vez que se
giraba para encararla, porque le extrañó que su amiga no lo
mencionara. No quería que ella cambiara sus planes por su culpa.
—No, ayer nos vimos y nos despedimos porque él se va a
pasar unos días a Valparaíso con su familia, así que no tengo nada
más qué hacer que vivir del ocio contigo. —Le guiñó un ojo y le
sonrió pícaramente. Notaba lo incómoda que se encontraba Samira,
no quería forzarla haciéndole preguntas incómodas, era mejor darle
un poco de espacio, pero buscaría la manera de que ella
exteriorizara su pena, tragársela sola no le haría ningún bien—.
Bueno, cuéntame, ¿Qué hacemos para desayunar?
En la tarde Ramona le escribió a Daniela y le pidió que se
juntaran, no quiso entrar en muchos detalles, pero le dijo que su
gitanilla los necesitaba a los tres, que había mal de amores. Ella le
dijo que le avisaría a Julio César y que las pasarían buscando en
una hora sin falta.
Mientras tanto, Samira no hacía más que deambular como un
fantasma por toda la casa, intentó ocupar su mente en otra cosa,
pero nada la distraía, ni siquiera limpiar. Ramona se fue a su
habitación para darse un baño y arreglarse, porque dijo que andar
en pijama todo el día la hacía sentir enferma, luego de veinte
minutos le tocó la puerta nuevamente y con mucho entusiasmo le
dijo que ya tenían plan para la tarde, que las pasarían a buscar para
dar un paseo y disfrutar del verano que tanta falta les hacía. Ella
quiso zafarse del plan, no se encontraba con ánimos para nada y no
quería ser aguafiestas, pero Ramona no se lo permitió, la obligó a
ducharse, vestirse y hasta maquillarse; casi sin darse cuenta pasó
un rato antes de que Julio las llamara, diciéndoles que ya se
encontraban en el portón de la casona.
No era sino pasado mediodía y ellos llegaron al restaurante
Casaluz, pidieron mesa en la terraza y se ubicaron en la esquina
debajo de los frondosos árboles. Todo era muy lindo y fresco, pero
nada de lo que Samira veía ese día le llamaba la atención, se sentía
insensibilizada ante las cosas hermosas. Tomaron las cartas, ella no
quería pedir nada, pero sabía que la obligarían a comer algo, y ya
sabía por experiencia propia, la fuerza que ellos tenían, no quería
que armaran un escándalo -que sabía muy bien que eran capaces
de hacer-, así que se pidió una ensalada veraniega y un té frío.
Los tres parloteaban sin cesar, no paraban de comentar lo lindo
que estaba el día, ella por el contrario quería que pasara rápido,
porque era uno de los peores días de su vida. Solo pensaba en qué
hacer, en pocas horas Renato iría a verla y no quería tenerlo cerca,
deseaba que no apareciera nunca más en su vida, pero no
conseguía armarse de valor para enfrentarse a él y decirle lo mucho
que lo estaba odiando, sabía que en lo que abriera la boca, se
desmoronaría y por más que él ya la había humillado muchísimo, no
quería que le quedaran pruebas de lo mucho que lo había hecho.
De repente sintió que la mano de Julio se posaba sobre la
suya, llamándole la atención, fue en ese momento que se dio cuenta
de que estaba hablándole.
—¡Hey cariño! Sabes que estamos aquí para ti, ¿verdad? Te
daremos todo el tiempo que necesites, pero no olvides que sin
importar lo que haya pasado, nunca te vamos a juzgar, te
apoyaremos y haremos todo lo que necesites y esté en nuestras
manos para que el dolor que sientes en este momento sea más
llevadero.
Escucharlo hablar, sentir la ligera presión con la que le
apretaba la mano y ver cómo la miraba hizo que las lágrimas
volvieran a salirse de su caudal, no sabía qué responder, pero se dio
cuenta de que necesitaba sacar su pena, necesitaba hablar y fue así
cómo empezó a relatarle la que consideraba la historia más bonita
de amor del mundo, esa que le mostró todo lo bueno y maravilloso
que se podía sentir por otra persona, le habló de los días que ellos
vivieron juntos en el apartamento de él, de lo que hizo para que ella
pudiera llegar al que creía era su destino, luego les contó sobre todo
lo que hizo para evitar seguir enamorándose como una tonta, ya que
sabía que él tenía novia.
Sintió algo de vergüenza y tuvo que bajar la mirada hasta sus
manos para contarles por encima lo que pasó el día que él llegó por
sorpresa luego de estar en Punta Cana; se restregó la cara con
ambas manos y tarde se dio cuenta de que había sido un error
porque seguramente se había terminado de arruinar lo poco que
quedaba de su maquillaje, pero se sentía que estaba más roja que
nunca, y así siguió hasta que llegó al peor momentos de todos,
cuando les confesó a ellos lo que descubrió en el teléfono de él.
A lo lejos escuchó cómo Daniela maldecía, Julio César le tomó
la mano de nuevo y no se la soltó en ningún momento y Ramona se
acercó más a ella, pasándole un brazo por encima de los hombros.
De cierta manera, sentir el apoyo incondicional que le estaban
brindando la ayudó a respirar un poco mejor, sentía que le habían
abierto una ventana por la que podía entrar el oxígeno que tanto le
faltaba.
Sin darse cuenta, pasó casi una hora y ella le estaba hablando
del mensaje que la terminó de romper, ese que nunca conseguiría
olvidar del todo a pesar de que pasaran años, ese en el que
escuchaba cómo ella directamente decía lo que le iba a hacer a su
entrepierna y él no la rechazaba, solo temía por ser descubiertos.
Cuando acabó respiró profundo y se quedó callada, no tenía
energías para seguir hablando.
Luego de un par de minutos, en los que ninguno emitió sonido
alguno, se dio cuenta de que tenía la garganta reseca, cuando
carraspeó un poco vio que el vaso que contenía su té aguado se lo
acercaban, cuando subió un poco la mirada, se fijó en que Daniela
le regalaba una dulce sonrisa y la instaba a que se refrescara un
poco.
La mesonera que los había atendido se acercó para preguntar
si necesitaban algo más y fue Julio César el que le pidió que trajeran
una porción enorme de cualquier dulce que tuviera la mayor
cantidad de chocolate que vendieran en ese local, además de que
pidió que también le repusieran las bebidas porque el verano estaba
arreciando con fuerza ese día.
Al quedarse solos de nuevo, volvió a envolverlos el silencio, los
tres querían hacerla sentir mejor, pero ninguno se atrevía a ser el
primero en hablar porque notaban lo frágil y sensible que ella se
encontraba; sin embargo, al cabo de unos minutos, Ramona fue
quien tomó la palabra; de cierta manera se sentía responsable por
Samira, ya que a ella le habían encomendado su cuidado, además,
la animaba a dejarse llevar por lo que se veía a leguas que ellos
sentía, en ningún momento se le ocurrió que Renato la estuviera
engañando al fingir unos sentimientos que ahora se daba cuenta
que realmente no sentía.
Tranquila Gypsy, tranquila. Ramona carraspeó para
llamar su atención—. Pasará, sé que hoy te duele muchísimo,
posiblemente piensas que nunca podrás dejar de sentir un dolor tan
inmenso… pero pasará… La apartó un poco y la instó a que la
viera a la car a . Todos en esta mesa hemos tenido, al menos,
una experiencia parecida, nos ha dolido el alma, nos ha costado lo
nuestro superar ese duelo, pero también hemos levantado la cabeza
y seguido adelante. Sé que en este momento te sientes mal y tienes
todo el derecho de insultarlo, de blasfemar, de romper los recuerdos,
haz todo lo que necesites hacer para sentirte mejor, pero nunca
olvides que no estás sola, que cuentas con nuestro apoyo y que
pase lo que pase, aquí estaremos siempre para ti.
—Sí Sami, si quieres, yo puedo golpear a ese patán en cuanto
ponga un pie en nuestro territorio, mira que hijo de su grandísima
mierda. —Daniela sentía una necesidad visceral de exteriorizar toda
la rabia que sentía en ese momento por ese hombre, que le hizo
algo tan bajo a su amiga—. Él no sabe lo que es enfrentarse a la ira
de una venezolana, es que si lo veo se lo corto y se la hago tragar…
Basura…
—¡Eh, eh! Calma tigresa, mira que la sola mención de cercenar
miembros hace que se me baje hasta la tensión. —Julio intentó
calmar a su amiga porque sabía bien que nada de eso podría
ayudar a Samira en ese momento—. Sami… Cariño… ¿Qué
necesitas ahorita? ¿Cómo podemos ayudarte?
En ese momento solo una cosa le vino a la cabeza y así lo
soltó.
—Re… Renato viene hoy y yo no lo quiero ver…
—Pues, no lo veas, dile que no venga —dijo Daniela—, mejor
déjalo que venga y yo lo recibo…
—Mujer, deja esos instintos criminales aparcados de momento,
sí —comentó Julio, retomando la palabra—, no lo quieres ver, pero
¿ya lo enfrentaste? ¿Le dijiste que ya sabes todo?
Ella solo bajó la mirada nuevamente hasta la comida que no
había ni tocado y negó con la cabeza.
—¿Por qué no lo encaras? —preguntó Ramona que le estaba
poniendo un mechón de cabello tras la oreja para verle mejor la
cara.
—Es… es que si hablo ahorita no voy a poder retener las ganas
de echarme a morir y no quiero que vea el estado en que me dejó
su traición… Solo necesito mi espacio…
—Entiendo, ¿quieres que yo le pida que no venga? —Ese
comentario de Ramona hizo que Samira levantara rápidamente la
cabeza.
—No, no, no… No quiero que nadie esté dando la cara por mí,
yo lo enfrentaré, solo necesito unos días para reponerme un poco,
para llorar lo que me haga falta, pero cuando me vea de nuevo
quiero estar fuerte otra vez.
—Tengo una idea —dijo Daniela.
—Si hay sangre o desaparición de algún cadáver, mejor no nos
las cuentes, por favor —sugirió Julio haciendo que Ramona y
Daniela se echaran a reír y que Samira levantara una de sus
comisuras; lo que significaba un progreso.
—Idiota, no. Lo que estaba pensando es que le puedes escribir
y pedirle que no venga, que nos inventamos un plan de última hora
y nos vamos todos de vacaciones a Valpo. Que estaremos allá
hasta el día de año nuevo, así garantizas que no vendrá. ¿No dijiste
que su familia tiene muchos compromisos esta semana y que esa
era la excusa que usó para no venir antes? Pues hay que valerse de
eso en tu favor…
—Claro, la venezolana tiene razón —expuso Ramona que
interrumpió a Daniela—, di que como Mateo se está quedando allá,
nos ofreció alojamiento y que todos te insistimos para que no te
quedaras sola en Santiago.
—Sí, como él no sabe que ya nosotros estamos enterados de
todo. —Julio tomó un sorbo rápido de la limonada que le quedaba,
ya que vio que la mesonera traía la orden extra que él pidió—. No va
a poner en duda que hayamos insistido hasta conseguir
convencerte. Es más, no perdamos más tiempo, saca el móvil,
debes que escribirle ya.
Samira no estaba del todo convencida, pero esa era una mejor
idea, que la de esperar a que le tocara la puerta de su casa y
echarse a llorar del otro lado.
Julio tomó el teléfono y empezó a teclear un mensaje
rápidamente, pero antes de enviarlo lo leyó en voz alta para todos
los presentes en esa mesa, Ramona le sugirió un par de cambios y
al final la dueña del aparato dio su aprobación y enviaron el
mensaje, sabía que él la llamaría o le escribiría para entender por
qué ese cambio de planes, así que ella le pidió que le escribiera que
se estaba quedando sin batería y andaba afanada, que luego
hablaría y lo apagaron.
Después de eso siguieron hablando, pero cambiaron el tema,
se notaba que todos buscaban darle un respiro y ella se los
agradecía enormemente. En ese momento los quiso más que nunca
y se prometió que estaría siempre para ellos, porque eran su nueva
familia.
CAPÍTULO 82
Los días pasaron y no se volvieron más fáciles para Renato,
estaba cansado de las reuniones familiares y los distintos eventos a
los que tenían que acudir; se sentía agobiado, sobre todo, porque
seguía sin ver a Samira.
Una parte de él seguía sin comprender por qué ella prefirió irse
a la playa con sus amigos, en lugar de quedarse a pasar juntos,
aunque fuera un solo día como él le había prometido que haría, pero
luego pensaba que cualquier plan era más divertido que pasar
tiempo con él, por eso seguramente no se lo pensó dos veces; y la
comprendía, porque era verdad. Además, cada día la sentía más
distante, poco le respondía los mensajes y nunca le atendía las
llamadas, siempre alegaba que estaba ocupada en la playa o
ayudando con algo en el lugar donde se estaba quedando, pero él
no le creía del todo, algo le decía que todo lo que hacía era la
antesala para algo peor, que un día despertaría y le diría que no la
molestara más, que ya estaba cansada de él.
Solo esperaba que llegara pronto el tres de enero para así
correr directo a sus brazos y decirle lo mucho que le ha hecho falta;
quizá fuera una tontería, pero sentía que ella evitaba decirle que
también lo extrañaba. Seguramente eran solo ideas suyas, Danilo
muchas veces le había dicho que no podía seguir especulando
sobre las emociones o sentimientos que otras personas tenían hacia
él y él trataba con ahínco no pensar lo peor, pero en ese momento le
costaba mucho no hacerlo, la extrañaba un montón y eso lo
debilitaba.
Lo único que lo hacía sentirse más tranquilo era saber que Lara
había regresado sana y a salva a Moscú, claro que no fue porque
ella se lo dijera, ya que ni siquiera se despidió, más bien lo bloqueó
por todas partes; se enteró gracias al perfil secundario que tenía
para cuando deseaba mantener el anonimato, ya que le llegó una
notificación el martes pasado en el que avisaba que se había
conectado para hacer una presentación. Admitía que le dolía que
ella tomara esa actitud, aunque no la culpaba, porque lo limitaba
para darle alguna posible explicación en el futuro próximo.
Por lo menos, las cosas con su hermano Liam ya se habían
asentado un poco, si bien su padre y abuelo seguían muy furiosos
con él, ya su madre no andaba llorando angustiada por todas partes.
Convivir con Matt lo ayudó a mantenerse entretenido, ya que de
cierta manera se sentía obligado a compartir con él. Una de esas
tardes en las que su primo le pidió permiso para poner algo de
música en la casa mientras estaban conversando sobre los últimos
acontecimientos familiares a los que habían asistido, él meditó la
idea de pedirle consejos sobre su situación sentimental, pero luego
se dio cuenta de que quizás él no fuese el más adecuado para tener
una conversación seria sobre ese tema, ya que él era un mujeriego
empedernido, se valía de su profesión de DJ para follarse a la chica
que le pareciera más atractiva.
Entre un evento y otro por fin llegó el día de fin del año. No
sabía si sentirse aliviado o eufórico, le causaba pesar saber que su
familia pronto se volvería a desperdigar por el mundo para retomar
cada uno sus respectivas ocupaciones, pero es que él también
necesitaba volver a su propia rutina en la que podía escaparse y
viajar cada fin de semana para estar cerca de la chica que amaba.
Esa noche, antes de salir del apartamento para reunirse con su
familia, aprovechó que Mathew seguía arreglándose y le hizo una
llamada a Samira. Ella había regresado ese día a su casa y sabía
que era el mejor momento para localizarla antes de que volviera a
salir, ya que al parecer iba a recibir el Año Nuevo en casa de
Daniela.
Ella le atendió y parecía algo azorada. Ya era habitual que no
se mostrara tan emocionada, prefería pensar que se debía al tiempo
que llevaban separados, pero una voz en su interior no se cansaba
de repetirle que se debía a que ya no lo soportaba, que se había
aburrido de él, capaz había conocido a alguien más con el que se lo
estaba pasando mejor. Sacudió la cabeza y antes de que colgaran
le repitió cuanto la quería y le pidió que no se ocupara a
medianoche, porque quería estar con ella en ese momento, así
fuese a través de una pantalla. Ella titubeó, pero al final aceptó, y
eso hizo que se le esparciera un calor agradable por el pecho.
Terminó la llamada justo cuando escuchó a Matt tocándole la
puerta de la habitación; entonces, sintiéndose un poco más ligero,
se marcharon al punto de encuentro.
Ya en la casa de su abuelo, Renato supo que la noche estaría
cargada de tensión, cuando vio a Elizabeth en compañía de su
prometido y los padres e hija de él, hablando alegremente. Justo
cuando Hera sacaba a relucir el tema del compromiso, sus tíos
Samuel y Rachell entraban a la sala y lo escucharon todo.
Hasta donde él tenía entendido, su tío todavía no estaba al
tanto del compromiso; así que esperaba que esa noche se lo tomara
de la mejor manera posible o se avecinaría una gran tormenta,
frente a los futuros suegros de su prima.
Pero Renato se fijó en que los ojos de Samuel se clavaban
directamente en la mano donde el anillo adornaba el dedo anular de
su hija. Todos aguantaron la respiración hasta que Elizabeth habló.
—Seguimos sin fecha. La fijaremos después del carnaval.
—En realidad, nos ha sorprendido mucho una decisión tan
apresurada —comentó la madre de Alexandre en un tono que a
Renato le pareció algo mordaz.
—En eso estoy de acuerdo —dijo Rachell.
—Para unirnos en matrimonio solo nos hace falta amarnos, y de
eso tenemos suficiente —alegó Elizabeth.
Él admiró esa determinación en su prima. Ella siempre había sido
muy segura, no solo de sí misma, sino de cada decisión que
tomaba.
—Muchas veces eso no es suficiente. Para formar una familia
más que amor se necesita respeto, compresión y estabilidad —
intervino Samuel y todos se volvieron a verlo.
—Elizabeth tiene mi respeto, mi comprensión y estoy dispuesto a
dar mi vida por ofrecerle estabilidad —dijo Alexandre, enfrentando a
su futuro suegro.
Renato podía jurar que hasta había notado cómo se le hinchaba
el pecho mientras hablaba.
—Creo que es un tema un tanto anticuado e inútil el que estamos
tratando —comentó Helena, quien era menos sutil—. No veo
diferencia entre estar casados y estar viviendo juntos. Les están
dando demasiada importancia al matrimonio… Hoy día se puede
anular cualquier compromiso en quince días, no estamos en el siglo
veinte, cuando divorciarse era un escándalo y algo inaceptable por
la sociedad… —hablaba, ganándose las miradas de los presentes,
más de una no muy conforme, pero al parecer, eso a ella no le
importaba—. Si ellos quieren casarse porque creen que eso
reforzará su amor, que lo hagan, igual, el día que dejen de quererse
con buscarse un abogado será suficiente.
Elizabeth le dedicó una mirada de agradecimiento a su tía
dejando en evidencia el apoyo que se mostraban.
—Estoy de acuerdo con mi pequeña —comunicó Reinhard.
Su tío Samuel lo miró como si este se hubiese convertido en el
peor de los traidores, pero rápidamente recuperó el aplomo, solo
quienes conocían de verdad a su tío podrían darse cuenta de cuanto
le había afectado que el patriarca de la familia no lo apoyara.
—¡Ay sí! ¡Se van a casar! —Celebró Violet emocionada—.
¿Podré participar de la ceremonia? —preguntó con la mirada
brillante.
—Claro, ratona —dijo Elizabeth sonriente y más relajada. Y la
niña empezó a aplaudir.
—¡Qué vivan los novios!
Los quintillizos, que imitaban todo lo que su primita hacía,
también empezaron a aplaudir; y Jonas, el nieto de Alexandre, al ver
que todos los niños lo hacían, se unió, provocando que algunos de
los adultos rieran, mientras que otros mantenían el ceño ligeramente
fruncido.
—Bueno, deberíamos hacer un brindis —propuso su tío Thor,
quien siempre se tomaba las cosas más relajadamente.
—Es buena idea —comentó Reinhard.
Sophia le hizo una seña a una de las mujeres del servicio, que
esa noche llevaban su uniforme de gala, para que se acercara a
ella.
—Trae champán. —Le pidió en un susurro.
La mujer asintió y se fue en busca del pedido que le hacía la
señora de la casa. En pocos minutos varios empleados desfilaron
por el salón con bandeja en mano, repartiendo copas de la
espumosa y deliciosa bebida, acorde para la celebración.
Reinhard se puso de pie y tras él lo hicieron todos los miembros,
algunos a regañadientes, pero no tuvieron opción, debían
comportarse y por educación seguir con lo que para ellos era un
absurdo.
—Por Alexandre y Elizabeth —anunció su abuelo—. Porque el
amor perdure a través de los años, así como el de sus padres, que
son el más vivo ejemplo de compresión, tolerancia, respeto y amor;
y que en el momento que lo deseen, sean bendecidos con el fruto
del amor… Por el compromiso que han adquirido. Por ustedes. —
Levantó su copa y todos lo hicieron.
Elizabeth ni siquiera probó de su copa, solo se giró hacia
Alexandre, se puso de putillas y se le colgó del cuello, para darle un
beso que dejaba ver su emoción.
Samuel solo centró su mirada en las puntas de sus zapatos para
no tener que ver eso, pero pocos segundos después, se dio media
vuelta y se marchó, dejando en su camino la copa intacta sobre una
de las mesas, siendo el centro de atención de los que con sonrisas
brindaban por la pronta unión.
—Permiso —dijo Ian y se fue tras él.
Sabía que su padre haría lo posible por hacerle entender a su tío
que estaba bien si su hija deseaba formar una familia, aunque fuese
muy joven para hacerlo.
—Disculpen a mi marido, todavía no se hace a la idea de que su
niña vaya a casarse —comentó Rachell, forzando una sonrisa—.
Solo necesita unos minutos a solas.
—Comprendo, yo no quiero ni pensar cuando llegue algún chico
a enamorar a mi pequeñita —dijo Guilherme, el padre de Alexandre,
dirigiendo su mirada hacia Luana, que, aunque era su nieta, la había
criado como a una hija—. En cambio, que uno de mis hijos vaya a
casarse lo veo como un milagro. —Ante su comentario muchos
rieron—. Ya era hora.
—Sí que lo era. —Sonrió Thais.
Renato hizo una mueca que no se acercó en absoluto a la
sonrisa, cuando todas las miradas se dirigieron a él. Sabía que su
madre se sentía identificada con ese señor, porque ella también
tenía dos varones; y hasta la fecha, ninguno le había dado la
seguridad de una relación seria.
Al terminar la cena, los más jóvenes estaban ansiosos por
abandonar la casa e irse a Copacabana al Reveillon, excepto él,
pero no tenía más opción que dejarse llevar por la corriente.
Las niñeras estaban luchando por llevar a los quintillizos a dormir,
por fin descansarían un poco de tanta perorata infantil que lo
aturdía. Exhaló aliviado y buscó apartarse de la reunión familiar, por
lo que fue a sentarse en uno de los escalones de las escaleras que
daban al ala oeste de la casa y buscó el móvil para escribirle un
mensaje a Samira. Sin embargo, su preciada tranquilidad duró poco,
porque casi enseguida se le sumaron Matt y Oscar, con el mensaje
a medio escribir, tuvo que devolver el teléfono al bolsillo de su
pantalón blanco.
Tanto Matthew como él se dieron cuenta de las constantes
miradas que su primo Oscar le dedicaba a la hija de Alexandre, que
en ese momento se encontraba acariciando tiernamente los rizos a
su hijo dormido en sus brazos.
Es bonita, ¿cierto? —dijo Matt con pillería codeando a Oscar.
—¿Qué? ¿Quién? —Se hizo el desentendido, pero el sonrojo
que se apoderó de él lo dejó en evidencia.
—No te hagas, es evidente que la hijastra de Elizabeth te gusta
—comentó Renato con un tono apacible.
—¿A mí? —Bufó, tratando de quitarle importancia, pero tenía el
corazón latiéndole a mil por hora—. No, en absoluto, sí es bonita,
pero Melissa es más linda y es mi novia.
—Bueno, si a ti no te interesa —habló Mathew fijando la mirada
en la jovencita—. A mí sí, seguro que lo tendré muy fácil;
evidentemente, ya no es virgen… Cuando ya han probado lo bueno,
es suficiente con que le digas unas cuantas cosas al oído para
llevártelas a la cama.
A Renato no le gustó en absoluto ese comentario, pero prefirió
reservarse su opinión.
—Matt, desvía tus intenciones a otro lado. —Rugió en un
murmullo Oscar—. Su padre es mi amigo… —Le recordó,
sintiéndose repentinamente muy molesto con su primo.
—Y es una fiera, si se entera de que te metes con su niña podría
desmayarte de un solo golpe —habló Renato—. Lo vi en una roda y
es bastante violento, si quieres seguir manteniendo bonita esa
cara… —dijo en un tono más divertido acariciándole la mejilla—,
será mejor que ni la mires.
—¿Y qué piensa cuidar? Además, no tiene porqué enterarse.
—Se enteraría porque yo se lo diría —aseguró Oscar con el ceño
fruncido—. Ella será parte de nuestra familia y tienes que respetarla.
—¡Estás celoso! —Rio Matt golpeándole un hombro—. Te gusta y
no puedes ocultarlo… No te sientas mal porque te gusten dos chicas
al mismo tiempo, yo en este momento tengo cuatro novias, y a todas
las quiero por igual.
Renato y Oscar rieron mientras negaban con la cabeza;
definitivamente, Matt no tenía remedio.
En ese momento sus tíos Samuel y Rachell los llamaron para
que se fueran con ellos a Copacabana donde irían a despedir el
año.
Ahí, con tanta gente alrededor se le hacía imposible comunicarse
con Samira, sobre todo si tenía los ojos de Matt encima.
Unas calles antes de llegar a la avenida Atlántica ya todo era un
caos, por lo que tuvieron que dejar los autos y seguir a pie hasta
donde se estaba haciendo la celebración a la orilla de la playa.
El ambiente que se respiraba era de fiesta, de pura energía
positiva; no se podía esperar menos cuando se reunían más de
cuatro millones de personas locales y turistas en su mayoría
vistiendo de blanco, como ya era tradición.
Todo el mundo cantaba y bailaba, no faltaba el que se atravesaba
a dar un abrazo, algunos más sobrios que otros, pero todos con la
felicidad impregnada en el rostro. Renato odiaba estar entre
desconocidos que sin pedir ni permiso lo abrazaran o besaran, esas
aglomeraciones lo alteraban totalmente, pero no tenía más opciones
que cumplir con su familia, acompañarlos a dónde quisieran, le
faltaba valor para imponerse y decir que no quería estar ahí.
Samuel y Rachell los dejaron del otro lado de la calle, porque
ellos se irían al hotel Copacabana Palace, donde tenían como
costumbre recibir el año nuevo en una suite. A los tres chicos les
tocó esperar a que Elizabeth, Alexandre, Luana, Hera y Helena se
reunieran con ellos para dirigirse cerca del Reveillon, donde se
llevaría a cabo la quema de fuegos artificiales que esperaban
colocados en balsas a unos metros de la costa y brindarían un
espectáculo maravilloso de luz y color. Pocas celebraciones de Año
Nuevo en el mundo podrían compararse con esa.
Entre más se acercaban a la multitud, más le agobiaba a Renato,
pero veía tanto entusiasmo en sus acompañantes que no deseaba
ser aguafiestas.
Decidieron quedarse cerca de un quiosco de bebidas, así se le
haría más fácil refrescarse; aun así, estaba en medio de la multitud
que apenas dejaba espacio para respirar.
Todos los demás estaban muy cómodos, bailando, siguiendo el
coro del cantante que estaba a varios metros en una tarima
animando el evento. Alexandre y Elizabeth no paraban de besarse,
al punto de que ya le tenían en estómago revuelto. Oscar había
encontrado el valor para acercarse a Luana, Matt ya había ligado
con una chica, Hera y Helena no paraban de parlotear, mientras él
estaba sudando y rascándose el cuello.
Justo sacó su teléfono para terminar de escribir el mensaje y
enviárselo a Samira cuando Hera lo abordó, por lo que rápidamente
devolvió el móvil al bolsillo.
Ven Renato, vamos a bailar… pidió con una amplia sonrisa
y tomándolo por la mano.
Sabes que no bailo, no me gusta refunfuñó mirando a la
multitud.
Solo esta canción y ya, porque sabemos que sabes bailar,
solo que no te gusta…
Y que no me guste, debe ser suficiente razón para que
respetes mi decisión comentó, sintiendo ya el cuello pegajoso por
el sudor.
Solo una, compláceme, por favor, sobrino querido… o le
pediré a alguno de los tipos que están ahí. Señaló a un grupo de
cinco hombres que no tenían el mejor de los aspectos.
Está bien. Cedió con una exhalación.
Hera que sabía que él no era el mejor bailarín, pero solo por falta
de práctica, fue quien lo guio en el pagode ; sin embargo, unos
cuantos pasos después Renato dejó la renuencia de lado e hizo las
cosas más fáciles para su tía.
No pudo enviarle antes del conteo un mensaje a Samira, durante
la cuenta regresiva mucho menos, ya que estaba ahí con sus
familiares a la espera del inicio de un nuevo año.
Después de los abrazos que recibió y dio con algo de resistencia,
los mejores deseos casi gritados en los oídos, debido a la euforia
generalizada, fue que pudo escabullirse con la excusa de que
necesitaba un poco de aire; al llegar al otro lado de la calle, buscó
su móvil para llamar a Samira, como se lo había prometido y le
marcó, pero luego de repicar varias veces, la llamada se fue al
buzón de voz.
Intentó nuevamente y pasó lo mismo, siguió marcando sin parar,
obteniendo siempre el mismo resultado, ella no le atendía.
¡Mierda! exclamó al tiempo que se mesaba el cabello con
desesperación, si seguía en ese plan, pronto se quedaría calv o .
No puede ser, atiende gitanita, atiende… Resopló desesperad
o . Mierda, mierda, mierda…
Le envió un mensaje pidiéndole que le respondiera, que deseaba
darle el feliz año nuevo, se fijó en que estaba conectada, se quedó
esperando a que viera su mensaje y le respondiera, pero a los
pocos segundos se desconectó. Se llevó las manos a la cabeza,
porque no sabía qué pensar, bien podría deberse a un error, pero
presentía que Samira no le estaba atendiendo las llamadas
intencionalmente. Volvió a marcarle una vez más, pero en esta
oportunidad la llamada se fue directamente al buzón de voz, en ese
momento no le quedaron dudas, ella no quería hablar con él.
CAPÍTULO 83
Samira con las lágrimas desbordadas y el pecho adolorido
apagó su teléfono y lo tiró sobre la cama, ya no podía soportar más
vivir en esa mentira, él no iba a cejar en su empeño por buscarla,
por arruinarle la vida; era un mentiroso patológico, no podía creer
que siguiera insistiendo tanto en su engaño, en su farsa. Ella no
dejaba de preguntarse si acaso a él no le importaba el daño que le
estaba haciendo con todo eso. Su abuela, su familia, todos en su
comunidad tenían razón, los payos eran unos desgraciado que
disfrutaban haciéndole daño a las gitanas estúpidas como ella.
El dolor acumulado y tóxico que sentía en ese momento fue el
que la llevó a tomar una decisión bastante radical e impulsiva, pero
a su vez, que creía era la más sensata. Necesitaba ser fuerte,
porque lo que estaba a punto de hacer no tendría vuelta atrás. Así
que para no arrepentirse, aprovechó que a su correo electrónico
había llegado una extraordinaria oferta de Año Nuevo, para marcar
una verdadera línea de separación entre ella y Renato. Sin perder
tiempo, se levantó de la cama donde llevaba una hora sentada,
después de llegar de la celebración, que al igual que en Navidad, lo
había pasado con sus amigos. Ellos le habían insistido para que se
quedara, que no debía quedarse encerrada en la habitación sola,
pero ella alegó que se sentía muy cansada y que le estaba iniciando
un ligero dolor de cabeza. Claramente se dieron cuenta de que solo
quería llorar su pena en soledad, por eso la dejaron marchar
tranquila.
Fue hasta la cocina, sacó de debajo de la encimera las
maletas, las abrió y dejó en el piso, para empezar a meter su ropa,
sabía que tenía un par de días para dejar todo listo, pero necesitaba
mantener su mente ocupada en algo que la ayudara a parar de
llorar. No era mucho lo que tenía que empacar, igual, las pocas
cosas que había ido adquiriendo para darle calor de hogar a su
vivienda, se las podría dejar a Ramona o a Daniela, sabía que
ninguna de las dos se negaría a cuidar de sus enseres.
Por más que quiso dormir, el sueño la rehuía, así que siguió
seleccionando lo que para ella tenía más valor y que a su
consideración debía llevar a su próximo destino. Con un par de
maletas había llegado y con un par de maletas se iría.
El reloj en la MacBook marcaba las nueve de la mañana
cuando empezó a redactar su carta de renuncia para enviársela a
Nancy, a pesar de que le ardían los párpados, siguió con su plan.
Justo pulsó el botón de enviar cuando la ventana de mensajería
instantánea se abrió y sonaba una videollamada entrante de
Renato, un sabor agridulce se apoderó, no solo de su paladar sino
que lo sintió recorrer todo su esófago hasta convertirse en acidez en
su estómago.
No podía creer que estar enamorada y con el corazón roto la
hiciera sentir tan enferma.
Rechazó la llamada y antes de que entrara otra llamada o
mensajes que la hicieran cambiar de opinión, apagó también la
computadora. Sabía que no le extrañaría si no la veía conectada,
después de todo, a esa hora debería estar durmiendo.
En un intento por deshacerse del dolor que le oprimía el pecho,
se fue al baño y al mirarse al espejo, se desconoció, no solo tenía
cara hinchada y sonrojada dándole el aspecto de un tomate, sino
que también tenía el maquillaje corrido.
Buscó en el mueble del lavabo unas motas de algodón y
desmaquillante para quitarse ese desastre de colores chorreados,
mientras seguía llorando, no podía creer que pudiera seguir
llorando, pensó estar mejor, había pasado días en que la
desconexión la ayudó a centrarse, a trazar un plan de acción para
los siguientes meses, iba a esperar a que Renato fuera en enero a
visitarla para cortar con él y echarle en cara todo lo que sabía. Pero
toda la calma se la había llevado el descaro que ese hombre poseía.
No podía creer que fuera tan cruel, ella marcó la distancia, para
que él entendiera que ya no deseaba seguir siendo su marioneta,
ese trapito sucio que usaba para desfogarse, pero él seguía
insistiendo en ese juego macabro que seguramente ni siquiera se
había dado cuenta que ya se le había desbaratado.
Se recogió el cabello y se puso un gorro de baño, se desvistió y
entró a la ducha, donde se quedó bajo el agua tibia por bastante
tiempo.
Salió solo con una bata de baño y se fue a la cama, se obligaría
a descansar, desconectar el cerebro o terminaría en el hospital, de
eso estaba segura.
Le tomó más de una hora conseguir quedarse dormida, pero
solo fue para tener nuevamente sueños bastante desagradables, no
supo por cuanto tiempo durmió, pero despertó sudada, con el pecho
agitado y un terrible dolor de cabeza.
En cuanto abrió los ojos reparó en la decisión que tomó de
marcharse, alejarse lo más posible de Renato, no iba a permitir que
él le siguiera arruinando la vida. Debía reencausar su vida, buscar la
manera, por sus propios medios, de volver a enfocarse únicamente
en su meta de convertirse en una profesional, regresar junto a su
familia e intentar volver a ser feliz. Ella tenía muy clara sus
prioridades y sufrir por un hombre, no era una ellas.
Encendió el teléfono, pero lo dejó en modo avión para que no le
llegaran ni los mensajes ni las llamadas perdidas que seguramente
Renato le había hecho a lo largo de la noche. Miró la hora en su
teléfono, ya eran las dos de la tarde, había dormido por lo menos
cuatro horas, pero se sentía igual o más agotada que antes de
quedarse dormida, pero debía levantarse y ponerse a empacar lo
que le faltaba, era mejor no seguir perdiendo el tiempo, porque
apenas tenía un par de días para dejar todo en orden.
Llevaba poco más de una hora, recogiendo algunos utensilios
de cocina y guardándolos en las cajas donde habían llegado,
cuando un toque en la puerta la sobresaltó, de inmediato el corazón
se le instaló en la garganta latiéndole tan deprisa que podía sentirlo
hasta en sus sienes.
Gypsy .
Escuchar la voz de Ramona le hizo sentir rápidamente alivio y
se llevó la mano al pecho en un gesto de consuelo. Recordó
entonces que habían quedado en ir a comer algo en Bellavista. Al
echar un rápido vistazo al desorden de cajas que tenía regadas en
la casa, fue que se dio cuenta de que seguramente su amiga
pondría el grito en el cielo.
¡Hey , hey…! ¿qué sucede? Ramona se sorprendió ante
lo que estaba viendo a su alrededor. Samira al instante se le
llenaron los ojos de lágrimas una vez má s . Mi niña, ¿qué pasó?
preguntó, amarrándola en un abrazo de oso.
Samira se dejó hacer y sin poder contenerse más se echó a
llorar. Mientras Ramona le acariciaba la espalda y la parte posterior
de la cabeza. Un par de minutos le llevó calmarse un poco e invitarla
a pasar, porque se había quedado justo bajo el quicio de la puerta.
¿Qué significa todo esto? interrogó nuevamente la gitana
mientras sus ojos marrones observaban las cajas y maletas a medio
llenar.
Me voy a España, ya hablé con Romina y Víctor, me
quedaré con ellos mientras encuentro algún trabajo… comentó,
sorbiendo por la nariz.
Espera, Samira… No estoy entendiendo nada. Sus ojos
muy abiertos y sus mejillas arreboladas demostraban su turbación.
Ya no puedo seguir aquí, sé… un chillido cargado de
llanto la interrumpi ó . Sé que me has ayudado mucho, pero no
puedo quedarme en Chile, necesito irme…
Es tu padre, ¿te consiguió? ¿Sabes que estás aquí? La
sujetó firmemente por los hombros, anclándola con la mirada, pero
ella negaba con la cabeza—. Samira, no me digas que esto es por
Renato. ¿Vendrá a buscarte? ¿Quieres seguir evitándolo? Porque
puedo llevarte a otro lugar, esconderte por un tiempo.
No puedo vivir escondiéndome, él puede aparecerse en
cualquier momento donde quiera que esté, Ramona necesito poner
una distancia real, necesito saber que puedo caminar por la calle
tranquila sabiendo que no me lo toparé. Se restregó la cara con
ambas manos, dejándola más roja de lo que ya la tení a . Soy
débil… Lo amo tanto que sé que con cualquier cosa que me diga
volverá a embaucarme y yo me quiero más a mí, Ramona, no puedo
permitir que él me siga haciendo tanto daño.
Te entiendo Gypsy , pero me parece una locura lo que
pretendes hacer. Ella la consolaba, no podía creer que Samira
decidiera tomar una decisión tan drástic a . Solo tienes que
encararlo, echarle la verdad a la cara, decirle que no eres una idiota
de la que él se puede seguir burlando, si sigue insistiendo hasta
podemos ir a la policía a denunciarlo y si es necesario, poner una
orden de alejamiento, lo que sea, con tal de evitar que te tengas que
ir Sami…
La llevó consigo al sofá de la salita y se sentó a su lado y se
dedicó a apartarle los mechones que se le habían pegado a la cara,
también le limpiaba las lágrimas, le dolía tanto verla así, porque su
amiga era una chica que no merecía sufrir de esa manera.
Sé que en este momento te sientes mal, pero no tienes que
marcharte, aquí tienes buenas oportunidades, no puedes dejar el
trabajo así como así, ya está tan cerca de la fecha de inscripción del
instituto técnico, no es justo que tengas que sacrificar todo eso
porque él sea un maldito. Intentaba de la mejor manera hacerla
entrar en razón
Es… es un trabajo que conseguí gracias a él… No quiero
deberle nada. Sollozó y se limpió un hilillo de mocos y lágrimas
que le bajó por la nariz.
Mi niña. Ramona la abrazó con fuerza, mientras se
tragaba las lágrimas, la mecía en medio de su consuel o . No
quiero que te vayas, pero si crees que esa es la mejor decisión, que
es lo que necesitas para sanar, lo respeto, me quedo tranquila
porque sé que Romina y Víctor te cuidarán, estarás segura con
ellos.
Puedo pedirte un favor. Samira también la estrechó con
fuerza, porque sin duda la echaría muchísimo de menos.
Claro, cariño.
No puedo llevarme todo, podrías guardar mis cosas, sé que
no tienes mucho espacio…
Tranquila, ya resolveremos eso… Cuando necesites,
empezamos a organizar todo para llevarlo a mi pieza…
Tendría que ser hoy, me voy mañana por la noche.
No, no… ¿por qué tan rápido? preguntó desorientada y
se apartó del abrazo para buscar una vez más la mirada de su
amiga.
Porque Renato vendrá y no quiero verlo, sé que si lo veo
terminaré echando por tierra el poco de orgullo que me queda… Te
suplico que, si te escribe o te busca, no le digas nada de mí, dile
que no sabes nada…
Ni que me torturen diré nada, de mi boca no saldrá ni «mu».
Le dio su palabra, su fidelidad estaba con Samira y nadie má s
, pero debes buscar la manera de hacerle saber que ya no estarás
aquí, sino quieres decirle los motivos de por qué te marchas, por lo
menos no lo dejes a la deriva, dile que ya no quieres nada más con
él y que no te busque. Si es lo que deseas… Sabemos que es un
loco mentiroso, pero al menos debería darse por entendido.
Lo haré, tampoco quiero que venga a molestarte.
Bueno exhaló y se frotó las manos en los muslos, luego
aplaudi ó . Tenemos que ponernos manos a la obra, porque
tienes poco tiempo para arreglar todo… ¿Ya hablaste con la señora
Agustina? preguntó al tiempo que se levantaba y miró a otro lado
para ocultarle a Samira, las lágrimas que se asomaban a sus ojos,
por supuesto que le dolía mucho su partida, pero sabía que, en ese
tipo de situaciones, alejarse era la mejor opción. Solo la distancia, el
tiempo y cortar todo tipo de contacto con esa persona era la única
manera de sanar el alma y reencontrase a una misma.
Le escribí a su hijo, me respondió que lamentaba que tenga
que marcharme, pero no tiene problema con eso y me deseó suerte.
Le dije que te dejaré para que le pagues el mes completo, pero me
dijo que no hacía falta, ya que solo estaré un par de días… —Agarró
una bocanada de aire y se levant ó . También le envié el correo
de renuncia a Nancy, aún no lo ve, supongo que por ser el primer
día del año no quiere saber nada de trabajo. Se acuclilló para
agarrar los libros de su pequeño estant e . Solo me llevaré dos,
los demás me los guardas como si se tratara de un tesoro le
pidió, acariciando la portada de uno de los libros de romance con
final feliz que Renato le había regalado, no pudo evitar pensar que
quizá esa fue parte de su estrategia para engañarla como la tonta
que era.
Decidió que se llevaría dos de los que ella misma se había
comprado, preferiría no llevarse nada que le recordara a él, pero
había cosas que le había obsequiado que tendría que llevárselas
obligatoriamente, sobre todo los abrigos porque debía ir
preparándose psicológicamente para enfrentarse una vez más a un
crudo invierno.
Lo haré, prometo que los cuidaré con el alma, ¿tienes otra
caja? preguntó al ver que aparentemente no había donde guardar
más cosas.
No, tengo que ir a comprar y no sé si encuentre algún lugar
abierto.
Yo tengo dos en la pieza, voy a buscarlas.
Gracias.
Ramona salió rauda, Samira siguió apilando los libros y su
mirada se fue al móvil en la cama, se moría por activarlo, pero no
podía dejar que siguiera haciéndole daño con sus palabras bonitas,
cualquier cosa que le dijera podría socavar los cimientos de su
decisión y ya no había espacio para arrepentimientos.
Ramona regresó con cuatro cajas.
Justo salía de mi pieza cuando me topé con Sofía, le
pregunté si por casualidad tenía cajas y me dio estas dos dijo al
tiempo que empezaba a guardar libro s . Por supuesto, no le dije
que te marchas, eso debes hacerlo tú.
Sí, esta noche en la cena lo haré. Ya habían planeado
todos los de la residencia reunirse en el patio central de la gran
casona.
Pocas horas les tomó terminar de empacar todo y llevarlo a la
pieza de Ramona. Samira se quedó justo con lo que necesitaría el
día que aún permanecería ahí, incluso, había preparado la ropa más
abrigadora para viajar. De vez en cuando se le escapaba un suspiro
nostálgico, se hubiese puesto a llorar de no ser porque Ramona le
pidió que fueran a comer algo.
Mientras caminaban por la calle, ella estuvo segura de que
extrañaría muchísimo Santiago, se había acostumbrado a la ciudad,
le gustaba su gente, su comida y sus sitios.
De regreso a la pieza se duchó y empezó a sentirse
verdaderamente agotada, haber dormido tan pocas horas le estaba
pasando factura, pero antes decidió arriesgarse y activó el internet
en su teléfono, no podía seguir comportándose como una cobarde,
lo mejor era enfrentar el momento.
Enseguida su teléfono empezó a vibrar con las notificaciones
entrantes, cada una de ellas hacía que su corazón diera un vuelco,
al darse cuenta en el visor de que se trataban de Renato, las manos
le temblaban y la garganta se le secó.
Apenas vio el primer mensaje en el que le pedía disculpas,
puso los ojos en blanco, porque era lo mismo de siempre. No le dio
tiempo de leer el segundo mensaje cuando una videollamada
entrante la interrumpió. Sabía que debía responderle, mostrarse
serena y no echarse a llorar de la rabia que le daba que la creyera
tan estúpida.
Respiró profundamente y exhaló lentamente, esperando que
los latidos se ralentizaran y las manos dejaran de temblarle tanto.
Hola saludó casi ahogada cuando por fin le contestó, no
se sentía con el valor necesario para mirarlo de frente, así que
desviaba sus ojos a varios puntos en su pieza, sobre todo a sus
maletas que estaban junto al clóset.
Hola, cariño, estaba muy preocupado porque no estabas en
línea… ¡Feliz año nuevo! Intentó ser efusivo, pero falló
notablemente, solo tenía una sonrisa nerviosa.
Disculpa, payo… Es que me dormí muy tarde, cuando
desperté el teléfono se descargó casi enseguida, lo dejé cargando y
salí con Ramona a comer, llegué hace unos minutos. Si él era
bueno fabricando mentiras, ella también podía serl o . ¡Feliz año
nuevo! dijo con una falsa sonrisa, mientras luchaba con la acidez
en su estómago. —Anoche me hiciste muchísima falta, estoy seguro
de que habrías disfrutado mucho la exhibición en el Reveillon.
No importaba qué le dijera Renato, no la haría cambiar de
parecer, ya la decisión de marcharse estaba tomada, aunque le
doliera el alma.
Ayer accedí a acompañar a mis primos y tías, pero fue
bastante incómodo confesó, porque con ella siempre había
podido ser sincer o . Y tú, ¿cómo lo pasaste? preguntó
admirándola, deseaba tanto poder besarla, percibir su aroma a
flores silvestres.
Ah, muy bien… ya sabes, con mis amigos, estuvimos hasta
muy tarde, apenas he dormido pocas horas. Por cierto, ya Ramona
no debe tardar en tocarme la puerta, tenemos la cena aquí en la
casa.
Cierto, sí, me contaste… Imagino que estás ocupada, ¿te
parece si hablamos más tarde? propuso, hubiese preferido poder
conversar más tiempo con ella, pero no quería parecer controlador.
Sí, me parece bien. Sonrió con tristeza. Se molestaba
consigo misma, porque él seguía pareciéndole tan hermoso, tan
perfecto.
Está bien, te extraño, no veo la hora da que volvamos a
estar juntos.
También te echo de menos.
Te quiero gitana dijo con un tono bastante íntimo.
Yo también, payo, jamás lo dudes… Esa era su
despedida, por lo menos, la más persona l . Estás en mi corazón
y mis pensamientos, incluso más de lo que deberías.
Tú también estás en mí, en todo momento. Nos vemos en un
rato.
Samira gimió al tiempo que asentía con la cabeza, confirmando
que estaba de acuerdo. En cuanto terminó la llamada agarró una
bocanada de aire porque había estado conteniendo el aliento y una
vez más se echó a llorar. Le gustaría demasiado terminar seca y no
tener que seguir derramando lágrimas por Renato.
CAPÍTULO 84
En medio de un fuerte abrazo y muchas lágrimas Samira se
despidió de Ramona, Julio César, Daniela y Mateo, quienes la
acompañaron al aeropuerto, aunque solo los tres primeros eran los
únicos que conocían la verdadera razón de su partida, para el resto,
se trataba de una emergencia familiar y que esperaba pronto volver;
pero ella bien sabía que no sería así.
Avísame en cuanto llegues, Romina me dijo que me
mantendrá al tanto, pero no estaré tranquila hasta que no seas tú
quien me asegure que has llegado bien pidió, limpiando con sus
pulgares las lágrimas que corrían libremente por las mejillas de
Samira.
Te prometo que te llamaré. También limpió las lágrimas de
Ramona y luego se volvió a Daniela.
Ay, chama, voy a extrañarte muchísimo. La risa de la
venezolana se convirtió en llanto y abrazó con fuerza a la viajer a
. No te olvides de nosotros.
Jamás podría olvidarme de mi nueva familia, los extrañaré a
todos muchísimo, prometo que seguiremos en contacto y que algún
día, nos volveremos a ver. Nunca podría dejar atrás del todo a
estas personas que le abrieron su corazón y que siempre estuvieron
para ella. Dejó de abrazar a Daniela para irse a los brazos de Mate
o . Gracias por todo, por ser tan bueno conmigo, cuida mucho de
Ramona.
Lo haré, ve tranquila, que esa gitana queda en buenas
manos dijo Mateo, frotándole la espalda en un gesto fraternal.
Julio César estaba de espalda a ella, seguía muy molesto por
esa decisión apresurada, no quería perder a la gitanilla que tanto
había llegado a querer. Samira se le acercó y con tristeza lo abrazó,
al principio él no le correspondió, pero pasado un par de segundos,
sí que lo hizo y con fuerza, pensando en todos esos que no le
podría dar en el futuro.
—Gitanilla, gitanilla, que falta me harás gitanilla… —El chico no
pudo retener por mucho tiempo las lágrimas, le dolía tener que
separarse de la chica que consideraba casi una hermana, pero
sabía que ella tenía que extender sus alas y buscar la paz que se le
había diluido entre los dedos. Sin soltar el abrazo le habló al oído—.
Prométeme que te cuidarás, que aprenderás a reír de nuevo, que no
dejarás que la tristeza y las penas de amor te marchiten.
—Te lo prometo Julio —contestó ella, en medio de un mar de
lágrimas—, prometo que volveré a ser esa chica fuerte que ustedes
conocieron y que se está lamiendo las heridas en este momento.
—Así me gusta mi niña, nosotros te echaremos mucho de
menos y siempre estaremos aquí para lo que necesites, no nos
olvides. —Él quizás era el que más claro tenía que quizá nunca más
volverían a verse, porque había personas que solo llegaban para
enseñar cosas que de otro modo no podría aprender, pero que
luego debían seguir su camino. Solo rezaba para que el destino le
permitiera volverla a ver, aunque fuese para comprobar que había
vuelto a ser la misma chica risueña que conoció, pero mucho más
fuerte y siempre valiente.
—Nunca lo haré, siempre seremos esa familia que nos dio la
vida. Los quiero mucho.
Por más que quisiera quedarse un poco más, no pudo hacerlo,
le dio un último abrazo a cada uno y se marchó, en medio de
sollozos que intentaba contener con una mano en la boca, mientras
que con la otra tiraba de la maleta de mano.
En medio de lágrimas pasó migración y luego se fue a un baño
para intentar calmarse un poco, estando ahí, recibió un mensaje de
Ramona que le recordaba que debía hablar con Renato.
Sabía que tenía que hacerlo, pero no sabía cómo empezar ese
mensaje y debía hacerlo antes de abordar al avión; así que,
disponía de poco más de una hora para dar ese último paso.
Tras varios minutos de dejar que el chorro de agua impactara
en la parte interna de sus muñecas, porque no sabía dónde había
leído que esa era la manera más eficiente para serenarse, salió del
baño y se fue a la sala de espera. Ahí empezó a escribir la
despedida, aunque primero decidió dar de baja su cuenta de correo;
después de todo no tenía cosas importantes ahí.
Con redes sociales no tuvo problemas porque no contaba con
ninguna, siempre tuvo miedo de que su familia diera con ella por esa
vía. Estaba segura de que sus padres no se pondrían a buscarla en
redes sociales, pero sus cuñadas sí. Así que eliminar sus redes fue
lo primero que hizo cuando escapó de su casa.
Ahora, le tocaba hacer lo mismo con Renato, debía eliminar
cualquier pista que lo pudiera conducir a su paradero. Aunque con el
poder que tenía su familia, sabía que, si quería, él podría hacer todo
lo posible para hallarla, así se ocultara debajo de una piedra, pero
esperaba que entendiera que ya no lo quería en su vida.
Habían pautado una video llamada para esa noche a las nueve,
lo que él no sabía era que para ese momento ya ella llevaría una
hora de vuelo.
Escribía y escribía, pero terminaba borrando, porque no sabía
qué decirle, escupió en varias oportunidades las verdaderas razones
de por qué había tomado la decisión de marcharse, pero terminaba
desistiendo, no tenía sentido seguir humillándose ante él.
Renato.
De alguna manera, estas palabras serán como mi carta de
despedida, sé que es bastante informal hacerlo así, pero no
he encontrado otra forma.
Solo quiero agradecerte por todo lo que hiciste por mí, no
quiero que pienses que soy una malagradecida, sé que sin tu
ayuda jamás habría llegado tan lejos, pero ha llegado la hora
de que continúe sola mi camino. Necesito crecer y velar por
mí misma.
Gracias por ser mi primer amor, el primer hombre en mi vida,
mi mejor amigo y por creer en mí. Eso es lo único que
empaqué en mi maleta, los más bellos recuerdos que deseo
atesorar eternamente. Lo malo, las mentiras, el dolor, preferí
dejarlos encerrados en una caja que se quedó en ese cuarto
que tuve que dejar atrás, porque era una carga muy pesada
que me terminaría envenenando el alma.
Te amo con toda mi alma, pero eso ha hecho que olvide como
era amarme a mí misma; soy muy joven para que alguien se
convierta en el centro de mi mundo; así que me voy lejos,
para seguir conociendo todo lo que llevo por dentro y volver a
sentir paz.
Nunca podré olvidar el hombre que fuiste conmigo, ese que
me veía a los ojos sin ocultarse, lo demás, ya no importa.
Quiero que seas feliz y estés tranquilo.
Adiós, payo.
Leyó y releyó el mensaje mientras le temblaba la barbilla y la
vista se le nublaba por las lágrimas.
Cuando empezaron a llamar para abordar, se acomodó el
abrigo en el antebrazo, se levantó y tiró de su maleta, siguió la fila
hasta donde estaba el personal de la aerolínea, mostró el código de
su pasaje y se dirigió hacia el túnel de embarque.
Sentía que cada paso que daba era una decisión equivocada,
pero ciertamente para ella era la única opción. Quería desaparecer y
no mirar atrás, irse a donde pudiera deshacerse de todo el dolor que
le dejó amar a alguien que al parecer nunca le correspondió. Quería
olvidar esa pena que anidaba en su corazón y que la estaba
asfixiando, porque no sabe en qué momento todo se torció.
En cuanto subió a la aeronave, buscó su asiento; solo
entonces, le envió el mensaje a Renato, se quedó con la mirada fija
en la pantalla y una vez que se aseguró de que él había visto el
mensaje, desactivó la línea y apagó el teléfono. Más lágrimas se
derramaron, volvió la cara hacia la ventanilla al tiempo que se
limpiaba las mejillas con el dorso de la mano.
Si no se iba ahora, creería una vez más sus mentiras, y al final
se terminaría convirtiendo en una triste versión de ella misma. Solo
se conformó con mirar la noche y empezó a recordar todos esos
momentos cuando estuvo con él, cada una de las decisiones que
ambos tomaron y que no lamentaba en absoluto, todo lo que sintió
estando a su lado, ya que hasta cierto punto fue maravilloso… La
hizo volar; pero como no podía retroceder el tiempo, lo mejor sería
alejarse, ahora que todavía estaba a tiempo de rescatarse, de lo
contrario, era seguro que pondría en riesgo las cosas que sí eran
importantes en su vida.
Los reflectores de la cancha de fútbol de la mansión Garnett,
estaban encendidos, ya que varios miembros de la familia
disputaban un partido. En cuanto Ian pitó el entretiempo, todos
corrieron fuera del césped en busca de toallas para secarse el
copioso sudor y bebidas refrescantes, a pesar de que era una noche
particularmente calurosa, no dejaron para después el juego.
Renato prefirió una lata de soda Bang, Star Blast. Estaba tan
agitado que el pecho le dolía, los hilos de sudor bajaban por sus
sienes y apenas conseguía respirar, cuando vio en la banca la
pantalla de su teléfono iluminarse debido a la notificación entrante
de un mensaje de Samira.
Ignorarlo no era una opción, por lo que de inmediato lo agarró,
mientras abría el mensaje, se secaba la nuca con la toalla y una
sonrisa tonta lo delataba; no obstante, en cuanto leyó la primera
línea la sonrisa se le congeló y se quedó paralizado. Una subida de
adrenalina le recorrió el cuerpo, por lo que se sintió como si por
dentro estuviera girando a un millón de kilómetros por hora, mientras
por fuera permanecía inmóvil. El vapor lo rodeaba como si fuera
niebla y le impedía razonar, mientras en su cabeza no había más
que un griterío de pensamientos opuestos.
«Mierda, mierda… ¿Esto qué significa? ¿Qué es esto,
Samira?»
Agarraba bocanadas de aire porque el oxígeno no le estaba
llegando a los pulmones e intentaba contener unas emociones que
estaban a punto de explotar.
Estaba paralizado por la incertidumbre, oía cómo su propia voz
resonaba en su interior, dándole consejos a gritos, insistiendo:
«Cálmate, todo tiene una explicación, seguro todo es un error, no te
dejes llevar por el miedo, no puedes creer esta mentira», a pesar de
que sus dedos estaban temblorosos, consiguió marcarle una
llamada que de inmediato se fue al buzón. Eso hizo que toda su
situación empeorara, el corazón se le instaló en la garganta.
Sabía que tenía que reaccionar, pero no podía moverse a pesar
de que internamente se gritaba que se pusiera en marcha.
Renato, Renatinho… Escuchó la voz de Elizabeth lejana y
casi como un eco, que le apretara el hombro, lo hizo salir de la
bruma en la que se encontraba.
¿Qué? preguntó y apenas consiguió que sus palabras
brotaran ahogadas.
¿Estás bien? Se preocupó por él porque lo notó bastante
pálido, imaginó que el calor le había bajado la tensión, tenía la tela
de la camiseta húmeda por el sudor y estaba frío.
Sí, sí… Sumido en una mezcla de emociones, agarró su
billeter a . Tengo que irme le comunicó a su prima. Se marchó
sin dar ninguna explicación a nadie, lo que hizo que todos se
quedaran perplejos y confundidos.
¡Renato! Escuchó que su padre le llamaba, pero no se
detuv o . ¿Qué sucedió? preguntó llegando hasta Elizabeth.
No lo sé, solo dijo que tenía que irse respondió ella, tan
aturdida como los demás.
Renato corrió impulsado por un súbito golpe de adrenalina,
llegó al salón que antecedía a la cochera, tomó las llaves de la
bandeja dorada que estaba sobre la mesa junto a la puerta, llegó a
la SUV y subió.
No sabía lo que estaba haciendo, no sabía a dónde iría, aun
así, encendió el motor y salió de la cochera. Apenas atravesaba el
portón de la salida cuando su teléfono vibró con una llamada
entrante, el sonido hizo que sus latidos ya acelerados se
intensificaran, pero toda esperanza murió de golpe al ver que era su
padre. Sabía que, si no le contestaba, probablemente lo rastrearía y
lo seguiría, era mejor tranquilizarlo por teléfono a tener que
enfrentarlo personalmente, por lo que apretó fuertemente el volante
en busca de un poco de control, inhaló profundamente y atendió.
Renato, ¿qué pasó? ¿Por qué te has ido de esa manera?
Estoy bien, papá. Fue lo único que se le ocurrió decir en
el momento—. Solo ha surgido un inconveniente, es algo importante
que debo atender ahora habló mientras se enrumbaba por el
camino serpenteante que lo sacaba de la reserva a una velocidad
más alta de la que solía conduci r . Disculpa que no me
despedí…
No es solo que no te despediste, te has marchado a mitad
del partido dijo con tono escéptico, no podía creer en que todo
estaba bien por la manera en que se marchó.
Lo sé, puedes disculparme con los demás. Había olvidado
que tenía un compromiso muy importante, luego te explicó.
Está bien, Renato, no tienes que darme explicaciones de
todo lo que haces, pero si necesitas que te ayude en algo… Le
ofreció, dejando que el estado de alerta menguara, quizá solo se
trataba de algún compromiso con Samira. Algo que definitivamente
su hijo no iba a contarle.
Lo sé, hablamos luego, papá.
Cuídate le pidió y terminó la llamada.
Renato aprovechó para volver a marcarle a Samira, esta vez no
se fue al buzón de mensajes, sino que le apareció fuera de servicio,
lo que hizo que empezara a respirar entrecortadamente, sus manos
sudaban frío, era consciente de que apretaba cada vez más el
volante y se sintió mareado «solo se le descargó, eso fue lo que
pasó» se dijo, intentando convencerse a sí mismo, aunque en el
fondo sabía la verdad y estaba aterrado.
Se sintió débil como si lo que lo mantenía vivo se le escapara
como la sangre que brotaba de una herida; decidió que la mejor
opción era orillarse antes de terminar accidentado. Estaba a medio
camino, en una calle solitaria y oscura, franqueada por la selva
tropical. Tan solo contaba con la iluminación de los faros de la SUV.
Tomó el teléfono y volvió a mirar el mensaje de Samira; no
podía ser verdad, ella no lo había abandonado. A medida que
asimilaba la situación le crecía una gana incontenible de vomitar, por
lo que abrió la puerta, bajó y expulsó todo el contenido de su
estómago con fuerza.
Doblado y con las manos apoyadas en las rodillas respiró
nuevamente una vez que las arcadas pararon, se limpió la boca con
el dorso de la mano y levantó la cabeza. A medida que pasaba la
impresión inicial, el dolor hacía acto de presencia, inundando su
cerebro de una imagen cada vez más clara: Samira lo había
abandonado y lo hacía a través de un puto mensaje.
Ella decidió dejarlo, decidió todo: el cuándo, el cómo… pero se
olvidó decirle el por qué. Cerró los ojos y tuvo la impresión de estar
a punto de echarse a gritar, pero abrió la boca por completo y no
profirió ningún sonido.
Abrió los ojos, sentía rabia, tanta rabia que era incluso más
devastadora que la tristeza. Se mordió el labio inferior y sintió que
se le agolpaban las lágrimas en los ojos. Creía que iba a estallarle la
cabeza y se echó a llorar, de su boca se escapó un sollozo, después
otro hasta que todo su cuerpo terminó estremeciéndose de
desesperación.
No supo cuánto tiempo estuvo llorando, si fueron minutos u
horas, solo sintió que se le relajaban los músculos.
«Relájate, aspira y espira despacio» se animó limpiándose las
lágrimas con los nudillos al tiempo que resoplaba. «Cierra los ojos y
haz acopio de tus fuerzas, escucha los latidos de tu corazón» se
alentaba, intentando serenarse con esos ejercicios que Danilo le
había compartido.
¿Por qué, Samira? Esa pregunta sin respuesta era la que
le generaba más ansiedad, el no saber qué pudo haber hecho para
evitar este destino, era la peor de las torturas. Luchó contra el sabor
amargo de la bilis que le subió nuevamente a la boca. Tuvo una
nueva arcada, pero no expulsó nada. Entonces se volvió hacia el
auto y cogió la botella de agua que siempre llevaba en el portavasos
y fue cuando se dio cuenta de cuanto le temblaban las manos, ya
que cuando intentar desenroscar la tapa, la tarea se le estaba
haciendo complicada; una vez que lo consiguió y le dio un sorbo, se
enjuagó la boca y escupió.
Pensó que quizá solo estaba molesta o se trataba de una
broma de muy mal gusto. Le había enviado ese mensaje como un
castigo por no haber estado con ella en esas fechas que tan sola se
sentía, se lo había dicho, que esas fechas serían difíciles para ella
que estaba lejos de su familia. Probablemente, estaría en su
apartamento, esperando a que él llegara… Pero solo estaba a
pocas horas de ir a verla, no tenía caso que se marchara justo
cuando él estaba por llegar.
Buscó el teléfono y volvió a marcarle, seguía fuera de servicio;
enseguida una nueva ráfaga de dolor lo abatió de nuevo y lo hizo
pensar en la posibilidad de que estuviese equivocado.
Samira se había marchado, quién sabe a dónde y lo había
abandonado, justo cuando más la amaba y necesitaba. No sabía
cómo iba a enfrentarse a eso, no iba a sobreponerse nunca.
Le dio otro pequeño sorbo al agua y esta vez sí se la bebió. Un
auto se acercaba, las luces irrumpieron en la densa oscuridad
donde solo era acompañado por sus terribles emociones y el sonido
de algunos animales, el cambio de luces lo encandiló, eso el hizo
pensar que quizá se trataba de alguno de sus familiares; de ser así,
no podía permitir que lo vieran en ese estado, ¿cómo le explicaría
que estaba a punto de colapsar por culpa del amor? Lo que hizo que
su respiración se hiciera errática, una vez más; sin embargo, el auto
pasó de largo.
No debía seguir ahí, estaba demasiado expuesto a cualquier
peligro, agarró una bocanada de aire y subió a la SUV, cerró la
puerta, encendió el motor y puso el aire acondicionado al máximo
porque podía sentir las pequeñas gotitas de sudor frío formársele en
la frente.
No tenía muy claro lo que debía hacer, su vuelo no salía sino
hasta las seis de la mañana, para eso faltaban más de ocho horas y
estaba seguro de que la ansiedad no le daría tregua; así que lo
mejor era llegar al apartamento, ducharse e intentar encontrar un
vuelo antes.
Aprovechó para poner a cargar el móvil lo que le restaba de
camino, intentó dejar la mente en blanco, pero los pensamientos y
los miedos no dejaban de inmiscuirse en ella. Se dio cuenta de que
no sabía cuánto tiempo había pasado desde que recibió la peor
noticia de la vida, era como si ese mensaje de Samira de algún
modo hubiera eliminado su capacidad para razonar o pensar con
coherencia.
Conducía por inercia y cuando se dio cuenta, ya estaba
entrando a la propiedad, condujo hasta el ascensor y mientras
subía, apoyó la frente contra el volante, se quedó así,
concentrándose en su respiración, por un par de minutos más luego
de que había llegado al último piso.
Tomó su móvil y bajó de la SUV, se fue directo al baño, aunque
quiso ducharse por un largo rato, sus impulsos no se lo permitieron;
así qué no duró más de diez minutos, se vistió con unos vaqueros y
una camisa blanca. Su maleta ya estaba preparada, Rosa se había
encargado de eso.
Se sentó al borde del colchón y antes de revisar el horario de
vuelo más próximo, decidió intentar una vez más, pero seguía
teniendo el mismo resultado que lo tenía sumergido en una terrible
agonía. Su estado de zozobra era demasiado intenso, no podía
esperar para salir de dudas, por lo que le marcó a Ramona, ella era
la única que podía darle algo de sentido a lo que estaba ocurriendo.
Cuando la gitana vio la llamada entrante de Renato se planteó
seriamente la idea de no contestarle, pero según lo que Samira le
había dicho, él viajaría por la mañana; estaba casi segura de que,
para ese momento, ya su amiga le había confesado que se había
marchado.
Súbitamente empezó a temer que todo eso afectara su trabajo,
porque lo consiguió gracias a él y no sabía si tomaría represalias en
su contra debido a la forma en que terminaron las cosas entre ellos;
no obstante, su lealtad estaba con Samira y si tenía que empezar a
buscar otro trabajo, sin duda lo haría.
Decidió atenderle y así evitar a tener que contestar sus
preguntas personalmente, suponía que era más fácil no tener que
mirarle a la cara cuando le confirmara eso por lo que la estaba
llamando. Tragó grueso como preludio a su saludo.
Hola, buenas noches, Renato. El corazón se le atoró en la
garganta y se sentó en el sofá, recién llegaba del aeropuerto.
Hola, buenas noches, Ramona. Espero no molestar, ¿cómo
estás? Ahora que hablaba por primera vez en un rato, se daba
cuenta de lo ronca que tenía la voz, por lo que se aclaró la garganta.
Bien, gracias… ¿En qué puedo ayudarte? dijo fijando la
mirada en el cuadro de dos caballos que tenía junto a la entrada. No
quería sonar tan apática, pero estaba fallando en el intento, nunca
olvidaría lo mal que estaba su amiga ni que él era la razón por la
que ella se había ido.
¿Sabes si Samira está en su apartamento? Es que estoy
intentando comunicarme con ella y no responde… Recibí un
mensaje… Casi se ahogó con los latido s . Un mensaje algo
preocupante. —¿Preocupante? Que eufemismo—. De verdad,
preferiría no incomodarte, pero…
Ella no está en su pieza. No iba a andarse con rodeos,
solo quería salir rápido de esa situació n . Se marchó…
¿Se marchó? preguntó y su corazón se saltó un latido
ante la confirmación de lo que más temía.
Sí, se fue… Creo que del país.
¿Del país? ¿No te dijo a dónde? ¿Regresó a Brasil? ¿Por
qué haría algo así? No podía parar de soltar todas sus
interrogantes, sentía que una vez más la boca se le secaba y se le
revolvía el estómago. Movió la cabeza en un gesto negativo.
No me dijo nada, solo sé que se marchó, vino a despedirse,
no pude hacer nada para evitarlo, a pesar de que me pareció una
pésima idea, sobre todo, porque no sé a qué se debe que tomara
una decisión tan radical. Estaba segura de que él sí que podía
asumirlo, pero no sería ella quién entraría en una discusión con él,
se lo había prometido a su amiga.
¿Y se llevó todo? ¿Sus cosas? La incertidumbre se
presentaba como un rayo de esperanza, se aferraba a eso para no
derrumbarse.
Lo poco que pudo guardar en un par de maletas, el resto lo
dejó a mi cuidado, dejó una caja con libros que son tuyos… dijo que
le pertenecían a tu abuelo…
Es…es… es extraña la manera en que se fue, no entiendo,
yo iba para allá por la mañana… ¿Estás segura de que se fue del
país? ¿No estará con una de sus amigas del trabajo?
Se marchó, Renato uso un tono determinante, porque al
parecer no creía en su palabra.
Sí, lo entiendo. Tragó grueso las lágrimas que le subieron
a la gargant a . Disculpa que te moleste, pero… igual tengo que
viajar mañana, ¿te molestaría si paso por tu casa?
No tengo problemas, puedes pasar, así puedes confirmar
que te digo la verdad masculló.
Está bien, disculpa. No hacía más que pedir perdón por
su comportamient o . Hasta luego.
Adiós, descansa.
Igual, gracias. Renato terminó la llamada.
«No puedo respirar», pensó, sintiendo cómo si le estuvieran
arrancando los pulmones del pecho y el pánico lo cubría todo.
Se dejó caer en la cama, luchando por respirar, los sollozos
volvieron a apoderarse de su cuerpo y se echó a llorar sin tapujos.
[1]
palabra gitana que significa: todo lo bueno, placer, libertad.
[2]
Menge: Diablo o Demonio en romaní- kaló.
[3]
Paruñí: Significa abuela en caló
Cambia mi suerte una vez más
III de Cambia mi suerte
Perozo, Lily
(nov 2021)

Un viaje, una nueva vida, un destino por cumplir.

Samira se ha mudado a otro país y ahora está forjándose un nuevo


camino, donde tendrá que enfrentarse a nuevas situaciones y
convivir con personas que no son de su cultura.

Renato ha seguido con su vida, pero echa de menos ese soplo de


aire puro que era Samira para él; ahora tendrá que hacer todo lo
posible para que la distancia no sea un obstáculo para conservar su
amistad.

Samira y Renato deberán descubrir si lo que sienten el uno por el


otro es más que un cariño fraternal.

¿Qué pasará si se dejan llevar? ¿Serán capaces de arriesgar lo que


ya tienen por seguir lo que les dicta el corazón?

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