Cambia Mi Suerte Una Vez Mas 2 - Lily Perozo
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acumulaba.
Samira apreciaba el espacio exterior de una manera nueva y
fascinante; era tanto su asombro, que prácticamente había
enmudecido, solo era consciente del calor que Renato emanaba.
Mientras se calentaba las manos con la taza que mantenía acunada.
—Sabes, hay una leyenda que sobre los gitanos y las estrellas
—murmuró, volviéndose a mirar al hermoso hombre a su lado.
—Supongo que debe ser muy interesante, ¿te gustaría
contármela? —pidió él, embelesado en cómo en los ojos de ella se
reflejaban los destellos siderales.
—Sí… —carraspeó, tomó un sorbo de té y volvió a carraspear,
al tiempo que enderezaba la espalda, preparándose para contar la
historia de la mejor manera posible. Esperaba no saltarse ningún
dato importante, así que empezó—: La leyenda trata sobre cómo
surgieron los gitanos —le aclaró con una leve sonrisa de nervios.
—Estoy deseando escucharla —aseguró, mirándola a los ojos y
sin poder contenerse le apartó de la cara ese mechón de cabello
que el viento gélido llevó hasta ahí y se lo puso tras la oreja, no
quería que nada le impidiera deleitarse con sus ojos hechiceros.
Samira bajó la mirada y tragó grueso, esas cosas que él hacía
la ponían nerviosa y la confundían, porque no sabía si se trataba de
un gesto amable o de algún tipo de arte de seducción; por eso
siempre trataba de mantenerse en la zona segura y no hacía nada.
Se relamió los labios para por fin relatar.
—Algunos historiadores aseguran que los gitanos proceden de
algún lugar recóndito de la India, incluso del antiguo Egipto —
comentó y negó con la cabeza, poniendo sus ojos oliva en los
azules, percatándose de que las pupilas de él estaban más
dilatadas que nunca—. Lo cierto, es que jamás han podido asegurar
o confirmar nada, solo existe esta vieja leyenda rodeada de magia y
fantasía a la que muchos de los primeros gitanos se aferraron.
» La historia cuenta que, en los primeros días de la tierra,
cuando aún era pura y estaba sin contaminar, cuando ni siquiera
existía la música y los caminos aún no estaban marcados, nació un
niño albino, tan blanco que parecía brillar en medio de la inmensa
oscuridad de la noche, el pelo tan rubio que podía confundirse con
un blanco inmaculado y ojos tan azules como el propio cielo en un
día de primavera. Cuentan que, cuando creció, la gente de aquella
aldea se burlaba tanto de su aspecto que solamente salía de noche,
para evitar las miradas crueles y discriminatorias de todas esas
personas que lo rodeaban. En la aldea le llamaban el hijo de la
noche, no solo por su aspecto físico, sino porque aquel joven
muchacho tan solo hablaba con la luna y las estrellas…
Samira no le quitaba la mirada a Renato mientras relataba la
historia, deseaba grabar en su memoria cada uno de sus gestos.
Pero cuando él la vio a los ojos, ella disimuló desviando su atención
al cielo, haciendo que él la imitara.
Ella tenía una habilidad única para narrar que lo tenía absorto,
lo mantenía atento a todo lo que decía. No quería interrumpirla, por
lo que solo la dejaba seguir con la historia, pero quería decirle que
de alguna manera, él se sentía identificado con ese joven albino; si
bien, su apariencia no era precisamente distinta a lo considerado
común o no tenía ninguna anomalía física, durante mucho tiempo se
sintió extraño, como si no perteneciera a su entorno, que no era
como los demás en su familia o de su círculo social, eso lo
abrumaba y lo obligaba a recluirse para evitar confrontar a quienes
le pedían ser de una manera con la que él no se sentía cómodo.
—La leyenda narra que aquel chico se enamoró perdidamente
de la Luna y la cortejó cada noche con las frases de amor más
bellas que jamás alguien pronunció en la vida —siguió y observó
cómo Renato le acomodó un poco la manta—. Pero un día, la luna
cansada de sus constantes halagos y cortejos, le dijo que nunca
podría amarlo, ya que era un simple mortal, rompiendo así, todas
sus ilusiones y echándolo a un lado, como un día hicieron todos sus
vecinos. Pero poco después, el joven observó que, entre todas las
estrellas, se encontraba una bonita que había pasado por alto, pero
que brillaba con mayor intensidad cada vez que él le hablaba o
recitaba versos a la noche. Aquella luz tan especial, fue capaz de
calar su alma triste y rota volviéndose a ilusionar con un amor tan
difícil como prohibido.
»El joven decidió cortejarla cada noche y a diferencia de la
luna, la estrella sí le correspondió. Enamorándose perdidamente de
él, bajó a la tierra, rompiendo así con las normas establecidas por el
universo y la propia Luna; ella les había advertido que provocarían
un desorden en el firmamento si intentaban llevar a cabo ese
absurdo amor. Pero no quisieron escucharla, la ignoraron por
completo y decidieron arriesgarse a todo.
»Cuando se vieron por primera vez, la estrella le dijo al joven
muchacho que desde el cielo él se parecía a ella; sin embargo, una
vez bajó a la tierra, se convirtió en una mujer de tez morena con
cabello largo y negro como la noche, ojos oscuros y profundos que,
adornados por largas y negras pestañas, creaban una obra del más
puro arte. Un amor de contrastes tan bellos que las demás estrellas
sintieron envidia y desearon vivir lo mismo, o al menos intentarlo. Su
amor fue intenso y prohibido; verdadero, único, eterno. Pero pronto
descubrieron que la luna tenía razón y sus corazones se llenaron de
temor, ya que muchas de las estrellas también bajaron en busca de
sus propias historias de amor. El universo siguió en equilibrio a
pesar de que las estrellas descubrieron que habían sido engañadas
por la luna traicionera, porque siempre habían tenido la oportunidad
de bajar a la tierra o elegir donde permanecer. Siempre tuvieron
opciones y ellas lo habían ignorado por siglos.
»Lo que en realidad ocurría era que la luna estaba celosa
porque el hijo de la noche había preferido a una simple estrella en
lugar de a la misma reina del cielo. Y de ese amor entre estrellas
caídas y humanos, fue que apareció una nueva raza, los gitanos o
como también los llamaron, zíngaros, cigány o roms. Una raza que
nació con la marca de una estrella dorada detrás de la oreja
izquierda, para recordar su procedencia. Un pueblo que nunca sintió
que formaba parte de este mundo porque, en realidad era que
pertenecían a dos; por eso nunca llegaron a ser aceptado porque,
desprendía algo tan diferente que no era de este universo.
»Una mezcla de lo mundano con lo desconocido de las
estrellas, así es como dicen que es el interior de los gitanos, todo un
universo sin conocer. Todavía se cuenta que en los ojos de muchos
se puede encontrar restos de esa luz tan característica y mágica…
—Samira resopló, dando por terminado su cuento.
Renato se mantuvo quieto mirándola a los ojos, como solo
pocas veces lo había hecho.
—Ahora lo entiendo —murmuró sin desviarle la mirada.
—¿Qué entiendes? —preguntó ella. Aprovechó para darle un
sorbo a su té ya frío, para así pasar el nudo de nervios en su
garganta. Luego dejó la taza en el suelo.
—Ese brillo en tus ojos, esos destellos amarillos que algunas
veces vacilan y se ven verde… Es la esencia de las estrellas en ti.
—Solo es una bonita leyenda, solo eso —rio nerviosa—. No
tiene que ver… No te la has creído ¿o sí?
—Siempre he pensado que las leyendas, mitos o todos esos
cuentos que tienen esa aura mística un poco de realidad sí que
traen, no sé… —Negó bajando la cabeza hacia el color turbio de su
té, pero solo fueron pocos segundos porque se volvió a mirarla de
nuevo—. Quizá sea demasiado tonto de mi parte ser tan crédulo. —
Una sonrisa apenas se asomó a las comisuras de sus labios—,
¿segura de que no tienes una estrella dorada tras la oreja? —
Amplió su sonrisa, elevando una ceja.
—No, no la tengo. —Se apartó el cabello, aun con lo mucho
que no le gustaba mostrar las suyas, lo hizo para que él lo
corroborara—, pero he pensado que, si algún día me hago un
tatuaje, será ese.
—Seguro se te verá muy bonito —asintió, de acuerdo con esa
decisión—. Después de todo, eres una de sus descendientes.
—Ya no sigas. —Se llevó la mano a la boca para ocultar un
bostezo y se acostó, acomodando la cabeza sobre uno de los
cojines—. Solo es una leyenda.
—¿Quieres ir a dormirte ya? —preguntó observándola de
soslayo.
—No, me gustaría quedarme un poco más. —Se puso de
medio lado y se acurrucó.
—Está bien —dijo mientras le regalaba una tierna caricia en la
cabeza. Estudió la posibilidad de acostarse a su lado, muy cerca,
pero no sabía si a ella le podría incomodar; así que, para evitar
arruinar las cosas, prefirió seguir sentado y mirando el cielo
estrellado.
Samira desde su perspectiva no solo podía ver el firmamento,
sino también a Renato, permanecieron en un silencio que era
cómodo entre ellos. No se había dado cuenta lo mucho que
extrañaba estar así con él, en uno de esos momentos en los que no
necesitaban palabras para sentirse a gusto el uno con el otro.
El frío y el cansancio de un día bastante extremo le ganaron la
partida y terminó quedándose dormida, cobijada por ese manto de
incontables destellos y el aroma del perfume de Renato que aún
estaba intacto en la chaqueta que ella tenía puesta.
Cuando él se volvió a verla, confirmó lo que había sospechado
tras varios minutos de silencio, se había rendido ante Morfeo, pensó
en quedarse más tiempo ahí velando sus sueños, incluso permitirse
acostarse a su lado, pero no quería que ella pasara frío
innecesariamente. Así que, decidió que sería mejor llevarla dentro.
Se levantó, apartó delicadamente las mantas con las que ella
se cubría y con el mayor cuidado posible y el esfuerzo necesario,
hizo algo que jamás imaginó que se atrevería a hacer con nadie, la
cargó, pero al no estar acostumbrado fue un poco torpe al momento
de alzarla; sin embargo, en cuanto encontró equilibrio pudo caminar
hacia la habitación.
Debido al movimiento ella despertó, pero al ser consciente de lo
que estaba sucediendo, no hizo nada, solo se reconfortó más contra
el pecho de Renato y cerró los ojos, fingiendo seguir dormida,
aunque si la observaban a la cara, notarían que tenía una ligera
sonrisa dibujada en el rostro.
Él con cuidado la puso en la cama, le levantó las piernas para
poder sacar las sábanas y arroparla. Temió que ella dormida hiciera
un mal movimiento y tirara al suelo la MacBook, por lo que la quitó
de la cama y la puso encima de la mesita de noche, justo al lado de
su móvil donde la pantalla se iluminó con una llamada entrante de
Adonay.
De inmediato la tensión viajó rauda por sus venas y una
sensación caliente y muy desagradable reptó por su pecho y
estómago. Ver ese nombre en la pantalla lo aturdió, incluso empezó
a temblar, se sentía devastado. Agradeció que por lo menos el
aparato estuviera en silencio y que no despertara a Samira, de
haberlo hecho, no sabría cómo confrontarla.
Adonay insistía con otra llama, él ni siquiera podía moverse,
apenas conseguía respirar, mientras observaba iracundo la pantalla.
Era una estupidez, lo sabía, pero no podía controlarlo.
Estaba molesto y era comprensible porque no debería estar
llamándola… ¿o sí? ¿Acaso ella le permitía que hablaran tan tarde?
¿Por qué ella le había ocultado que había retomado el contacto con
su exprometido? Esos cuestionamientos solo lo hicieron sentirse
más furioso.
No haría nada ahí, no iba a despertarla y pedirle explicaciones,
porque no tenía ningún derecho, además que odiaba las
discusiones, prefería tragarse todo y apegarse al poquito orgullo que
le quedaba.
Así que se obligó a salir de ese trance, caminó hasta la puerta
que daba a la terraza, la cerró, luego apagó las luces y se fue a su
habitación. Al llegar, se sentó al borde del colchón, sintiendo un gran
vacío en la boca del estómago, tragó saliva, sin saber qué hacer con
sus emociones y en un intento por erradicarlas se restregó la cara
con las manos.
Sabía que tenía que descansar porque en unas horas debía
volver a Río, por lo que decidió darse una ducha para ver si así
conseguía menguar eso tan abrumador que sentía en el pecho.
Estaba seguro de que no eran celos, no podía ser eso, porque, a fin
de cuentas, ellos solo eran amigos, además de que el destino de
ella estaba al lado de ese hombre, sin importar cuanto se esforzara
por desviarse del camino impuesto por su familia. Le enfurecía que
ella no pudiera darse cuenta de eso y que todo el esfuerzo invertido
terminara siendo inútil.
CAPÍTULO 48
En cuanto Samira escuchó que él salía de la habitación, abrió
los ojos y sonrió sin poder controlarlo. Sabía que tenía que dormir,
porque en unas horas tendría que estar lista para volver a Santiago,
pero la felicidad no la dejaba, así que encendió la luz. Aún podía
sentir lo maravilloso que fue saberse en los brazos de Renato,
disfrutar del calor de su pecho y poder percibir el latir de su corazón.
Ignorando su móvil, se hizo de la caja de la portátil, necesitaba
verla, si era tan hermosa como se notaba en el dibujo de la caja;
cuando por fin la sacó, quedó maravillada, el color era precioso y la
textura muy suave. Habría preferido que él no hiciera ese gasto,
pero ya que decidió hacerle ese obsequio, no podía negar que
estaba fascinada.
Perdió el sentido del tiempo mientras revisaba el sistema
operativo, llevada por su curiosidad se paseaba por cada espacio de
la portátil, lo bueno de tener en su trabajo una iMac, era que ya
conocía casi a la perfección cómo funcionaba.
Hasta que empezó bostezar, sin duda, necesitaba descansar,
por lo que fue al baño a desmaquillarse y ponerse el pijama, de
vuelta a la cama, agarró la portátil y con mucho cuidado y amor la
metió en la caja y la dejó sobre la mesita de noche, luego se hizo del
móvil para programar la alarma y fue entonces que se dio cuenta de
las llamadas perdidas de Adonay.
Se llevó la mano a la frente y soltó un jadeo, lamentándose por
haber olvidado enviarle un mensaje. Sintió la necesidad de hacerlo
en ese momento, pero ya era demasiado tarde, no quería
importunarlo, lo más seguro era que ya debía estar durmiendo.
«En cuanto despierte le escribo» pensó, al tiempo que devolvía
el teléfono a la mesita de noche, se metió bajo las sábanas y apagó
las luces.
Fue el sonido del despertador lo que la despertó como de
costumbre, no tenía tiempo para quedarse remoloneando en la
cama, debía darse prisa porque tenía que preparar el equipaje,
aunque solo llevaba una mochila, no quería olvidar nada.
Le envió un mensaje de buenos días a Renato, además le
preguntó si se verían en el restaurante para desayunar.
Él le respondió en poco tiempo, en el mensaje le decía que
estaba ocupado con trabajo, que fuera ella a desayunar, porque ya
él se había pedido servicio a la habitación.
A Samira no le pareció extraño lo que le decía, por lo que solo
le deseó buen provecho y le preguntó a qué hora se verían en el
vestíbulo para partir. Casi enseguida recibió la respuesta que le
indiciaba que a las once debía estar lista.
Se tomó un par de minutos para escribirle un mensaje a
Adonay, se disculpó por no haberle contestado, le dijo que a esa
hora ya estaba dormida.
No quiso ir a comer sin antes organizar la habitación, por lo que
salió a la terraza a recoger las almohadas y mantas que habían
utilizado por la noche. Al terminar, se duchó rápidamente y se fue a
desayunar.
Cuando por fin tuvo la oportunidad de volver a ver a Renato en
el vestíbulo, caminó enérgica hacia él y le plantó un beso en la
mejilla, que no fue correspondido.
—Ya están esperando por nosotros —comentó el chico,
solicitándole la mochila.
Samira hasta ese momento no le parecía demasiado extraña la
actitud distante de él porque imaginaba que estaba urgido, quizá
tenía muchas cosas que atender en cuanto llegara a Río, sin
importar que fuera domingo. Bien sabía que personas importantes
como él, siempre tenían algo pendiente que hacer. Más de una vez
le había tocado asistir a su jefe, al enviarle algún documento fuera
de horarios o días laborales.
—Gracias, no está pesada —aseguró sin entregarle la mochila
—. Vamos, no quiero que se nos haga tarde… disculpa si te hice
retrasar.
—No te disculpes, has llegado a tiempo —comentó con tono
serio y se dirigió a la salida. Agradeció a quien quiera que fuera que
le acababa de enviar un mensaje, porque pudo centrar su atención
en el móvil, lo sacó del bolsillo de su chaqueta mientras ella lo
seguía. Apenas le echó un vistazo al hombre que le abría la puerta
del asiento trasero de la SUV—. Gracias —le dijo y le hizo un
ademán a Samira para que subiera, luego se montó tras ella, pero
sin desviar la atención de la pantalla. Era su madre, preguntándole a
qué hora llegaría—. Mierda —refunfuñó.
La gitana lo miró sorprendida porque era primera vez que lo
escuchaba decir una mala palabra o por lo menos usando ese tono
casi molesto. Quería preguntarle si sucedía algo, pero no quería
parecer demasiado entrometida.
Renato no quiso responder con llamada o nota de voz, porque
sabía que su tono estaba alterado por la molestia que lo gobernaba
y de la que no había podido deshacerse con una ducha ni con la
historia de conspiración política que estaba leyendo.
Le escribió un mensaje, diciéndole que olvidó informarle que
había tenido que viajar para cubrir a Helena en una reunión en San
Pedro de Atacama, pero que ya estaba de camino a Río.
Samira al sentirse ignorada decidió buscar su teléfono para
leer, pero tenía la necesidad de que entablaran una conversación
amena, para asegurarse de que su comportamiento extraño nada
tenía que ver con ella.
—Anoche no sé cómo llegue a la cama… —inició buscando la
mirada de él.
—Te llevé —respondió tras aclararse la garganta con
incomodidad y sin mirarla.
—¿Caminé dormida? —curioseó, aunque ella sabía la
respuesta.
—No, tuve que cargarte —confesó sin atreverse a mirarla.
—No tenías que molestarte, me hubieses despertado.
Renato se encogió de hombros y como ya no tenía nada más
que hacer en el móvil se aventuró a mirarla, quería enfrentarla,
preguntarle por qué no le contó que había retomado la relación con
Adonay, de haberlo sabido él no habría hecho el ridículo; se sentía
burlado porque… porque, ni siquiera sabía el porqué de toda esa
mezcla de emociones que lo abrumaban.
Samira le mantuvo la mirada, era como si quisiera decirle algo,
pero no terminaba de animarse. No lucía molesto, pero estaba serio
y su mirada comúnmente dulce poseía matices de desánimo,
cuando por fin lo vio abrir la boca, el sonido de su teléfono lo
interrumpió. De inmediato lo buscó en el bolsillo de la mochila que
llevaba en su regazo, al sacarlo tanto ella como Renato se dieron
cuenta de la llamada entrante de Adonay, los ojos azules refulgieron
y a ella la cara le ardió, sus ojos estuvieron a punto de desorbitarse
y el corazón se le desbocó.
—No dejes que la llamada se vaya al buzón de voz —comentó
él con una risilla tensa, tras la que pretendía ocultar su molestia.
—Iba a contarte… —hablaba, pero lo vio negar con la cabeza.
—No me debes explicaciones Samira, es tu vida, tú sabrás
cuáles son las decisiones más acertadas para ti. —Su tono huraño
era imposible de disfrazar—. Si necesitas atender esa llamada,
hazlo. No te cohíbas por mí.
—Solo nos tratamos como familia, como amigos, ha
cambiado… Ahora apoya que quiera estudiar, ha perdonado mi
deshonra y está ayudando a mi padre… —Aunque Renato no
quisiera explicaciones ella quería dárselas. Él volvió a negar con la
cabeza.
—No me digas nada de eso, no es necesario que lo sepa…
Solo te digo que las personas no cambian, no lo hacen, solo
modifican su comportamiento debido a ciertas conveniencias, pero
tarde o temprano la naturaleza sale a la luz. —Se volvió a mirar por
la ventanilla para dar por zanjado el tema.
A ella le impactó lo que acababa de escuchar, pero entendió
que no tenía caso seguir con esa conversación, mientras el teléfono
en su mano volvía a repicar, por lo que con manos temblorosas lo
silenció y luego rechazó la llamada.
Empezó a escribirle un mensaje a Adonay, mintiéndole una vez
más, disculpándose por no poder atenderle. Tras enviarlo se
mantuvo atenta en la pantalla, su mirada estaba borrosa por las
lágrimas que amenazaban con derramársele, no podía evitar sentir
que el peso de las palabras de Renato le aplastaba el alma, porque
ella quería creer que sí, que Adonay podría cambiar, que podría ser
un buen amigo, deseaba tener un apoyo más dentro de su familia,
alguien además de su abuela que comprendiera sus razones, pero
ahora la había hecho dudar.
El viaje hasta el aeropuerto se hizo en medio del silencio, entre
ellos danzaba un aura de tensión que solo servía para incrementar
la molestia, pero eran un par de cobardes que preferían eso a
enfrentarlo.
Cuando subieron al avión, Renato buscó en su equipaje de
mano el libro que estaba leyendo y Samira por su parte, se puso los
Airpods y se dedicó a mirar una serie en su móvil. A pesar de que
estaban sentados uno frente al otro, sus miradas no coincidieron
durante todo el vuelo, aunque cada uno de vez en cuando se
dedicaban miradas fugaces.
En cuanto el avión aterrizó en Santiago, ella agarró su mochila
y le dijo que no tenía necesidad de bajar, le deseó feliz viaje y que si
quería le avisara cuando llegara, solo para no estar preocupada.
Él no quería que las cosas quedaran así entre ellos, pero por
primera vez sentía que debía dejar que su orgullo herido lo guiara,
porque debía proteger la poca dignidad que sentía que le quedaba,
por eso solo le dio las gracias por haberlo acompañado. Ella asintió
con un nudo haciendo estragos en su garganta y salió de la
aeronave, para subir al vehículo que ya la esperaba. No pudo darse
cuenta de que él la observó por la ventilla hasta que el auto se puso
en marcha.
Lo que debió ser un viaje para reforzar la amistad y unirlos
más, terminó creando una brecha de la que no estaban seguros si
pudieran reparar algún día, pues Renato se sentía decepcionado,
porque creyó que ella era diferente, que ese tiempo que había vivido
fuera de la burbuja en la que creció, le había servido para darse
cuenta su valía y que no le debía nada a nadie.
Las cuatro horas de vuelo restante las hizo tratando inútilmente
de concentrarse en varias cosas como leer, ver alguna película o
adelantar trabajo.
En cuanto el avión aterrizó en el Galeão, le envió un mensaje a
Samira, anunciándole que había llegado, sin nada más. No daría pie
para iniciar una conversación, porque estaba seguro de que con el
humor que tenía terminarían discutiendo nuevamente y no era lo
que quería.
Sus abuelos le dieron la bienvenida y le pidieron que fuera a
descansar, que por la noche vendría Helena para que conversaran
sobre lo que se había dicho y hecho en la reunión y durante la visita
a la mina. En lo que vio su cama, su cuerpo se rindió ante el
cansancio, ya que la noche anterior no fue capaz de pegar un ojo,
debido a la rabia que no mermó en ningún momento.
Tras seis horas se sentía sensible y decaído, se duchó y bajó,
encontrándose con Helena, que no sabía que estaba atravesando
uno de sus episodios depresivos, por eso prácticamente tuvo que
sacarle las palabras con pinzas, pero en ese momento le costaba un
mundo abrirse ante otras personas o compartir lo que le estaba
pasando. Lidiar con alguien con un trastorno psicológico nunca era
fácil, ni siquiera cuando este fuera uno de los más frecuentes, el
problema principal era que su familia solía invalidar sus sentimientos
y eso hacía que él se cerrara lo suficiente como para no confiarle su
problema.
Esa madrugada ni siquiera se conectó para ver a Lara; sin
embargo, respondió a los mensajes que ella le había enviado, se
excusó, diciéndole que estaba resfriado y que tenía un terrible dolor
de cabeza, su manera de consolarlo fue enviándole un vídeo en el
que le deseaba una pronta mejoría, lo adornó con besos, los cuales
le pidió regar por su frente. Esa fue la primera sonrisa que esbozó
en muchas horas.
Sabía que debía frenar su malestar, Danilo siempre le
recomendaba distraerse cuando sentía que la tristeza se cernía
sobre él, por lo que se quedó leyendo hasta muy tarde en la
madrugada y se fue a dormir solo cuando terminó el libro, aunque
aún seguía sin sueño.
Por la mañana despertó y se topó con un mensaje de Samira,
en el que solo le deseaba buenos días, no hacía ningún tipo de
mención al tema de Adonay; él por el contrario, no podía sacárselo
de la cabeza y empezaba molestarse de verdad consigo mismo,
porque le estaba dando demasiada importancia a algo que no era
de su incumbencia.
«Buenos días también para ti, espero que tengas una buena
jornada» respondió, dejó el móvil sobre la mesita de noche, apartó
las sábanas y salió de la cama para irse directo a la ducha. Una vez
listo con un traje azul marino, camisa blanca y corbata negra, se fue
a la terraza donde estaban desayunando sus abuelos para
saludarlos antes de irse. Ellos lo invitaron a que los acompañara
durante la comida, pero él se negó alegando que tenía muchos
compromisos esa mañana, la verdad era que sabía que, si se
quedaba, su abuelo se daría cuenta de que no estaba bien, él y su
papá eran los únicos que detectaban sus estados de ánimo a simple
vista, aunque él buscara disfrazarlos. Se marchó rumbo al trabajo,
donde por lo menos, las ocupaciones del día lo mantendrían
distraído o eso esperaba.
Samira se estaba duchando cuando la llegada de un mensaje
interrumpió brevemente la canción que escuchaba, imaginó que
debía ser Renato, aunque se moría de ganas por leer lo que tenía
para decirle, siguió con su aseo personal.
En cuanto terminó, se envolvió el cuerpo en una toalla y se
quitó el gorro de bañó que le torturaba las orejas, pero era necesario
usarlo para no arruinar el alisado que se había hecho la noche
anterior y que le tomó casi dos horas. Agarró el móvil para ver el
mensaje, que le dejó un sinsabor en la boca. Al igual que el día
anterior, no la invitaba a seguir conversando; así que tampoco
insistió, quizá estaba siendo demasiado orgullosa, pero no entendía
por qué él estaba tan molesto, claro, sabía que le había disgustado
que no le hubiera contado que mantenía contacto con su primo,
pero no consideraba que eso fuera razón suficiente para tener esa
actitud con ella.
Durante el día no recibió más mensajes de él, fue ya en la
noche, antes de irse a dormir que le deseó buenas noches. En ese
punto ya quería llamarlo y pedirle explicaciones, pero no tenía el
valor para afrontar esa conversación. Ya para esas alturas no le
quedaban dudas, Renato estaba molesto con ella, hizo a un lado la
idea de que se tratara de celos, porque en el fondo sabía que lo que
a él le preocupaba era que ella terminara sacrificando todo lo que
hasta ese momento había conseguido, solo por conseguir el perdón
de su gente.
Él no podía entenderlo porque estaba rodeado de sus seres
queridos, no sentía la nostalgia día y noche atenazándole el
corazón. Sí, quería realizarse como persona y mujer, pero también
extrañaba demasiado a los suyos, añoraba poder refugiarse en el
pecho de su abuela, también extrañaba el momento en que su
padre llegaba cansado del trabajo y ella le ayudaba a quitarle los
zapatos para darle un masaje y que él le agradeciera con una
sonrisa y una caricia por el borde de su cara.
Muchas veces se sentía a la deriva, lloraba cuando le tocaba
cenar sola o cuando se iba a la cama y se sabía sola en esa
oscuridad. Se estaba perdiendo momentos importantes en la vida
de sus hermanitos, extrañaba escuchar sus constantes peleas… Lo
único que la mantenía unida a su hogar eran los instantes en que
hablaba con su abuela y ahora que podía conversar también con
Adonay, tenía con quien revivir bonitos recuerdos de su infancia, no
quería renunciar a eso.
Sabía que estaba siendo egoísta, porque quería volver a estar
junto a su familia, estudiar medicina y también permanecer cerca de
él, aunque jamás podría tener esas tres cosas en su vida; debía
renunciar por lo menos a una de ellas y por más vueltas que le diera
al asunto, lo único que entraba en mayor conflicto eran sus
sentimientos por Renato.
CAPÍTULO 49
Fue el martes a media mañana cuando Renato recibió la
correspondencia que previamente había pasado por las manos de
Drica, quien tenía la potestad de decidir lo que debía ser atendido
directamente por él o de lo que ella se podía encargar.
Mientras ponía atención a la llamada que mantenía con el
director de Finanzas de la sucursal en Abu Dabi, aprovechó para
echarles un vistazo. Entre los sobres que estaban sobre su
escritorio hubo uno que despertó su curiosidad porque era de una
textura casi aterciopelada en color champán; al abrirlo se dio cuenta
de que lo que ese sobre contenía era la más fiel representación del
descaro.
Se sintió perturbado en el acto, lo que le llevó a tartamudear la
despedida con Abdel Jabbâr y sin desviar la mirada de aquella
invitación, terminó la llamada.
La respiración se le atascó en el pecho y las manos empezaron
a sudarle, una furia caliente y poderosa empezó a corroerlo porque
el sentía que lo seguían viendo como a un estúpido. Solo Vittoria
tenía la desfachatez de invitarlo a su boda con Paolo. Deseaba
romperla, pero no iba a ganar nada, también pensó en echarla a la
basura, pero tampoco pudo hacerlo, solo la lanzó al último cajón de
su escritorio e intentó volver a concentrase en el trabajo.
Pero la rabia no lo dejaba, debía salir y alejarse de ese maldito
sobre que le arruinó el día, agarró su móvil, lo guardó en el bolsillo
interior de la chaqueta y salió de la oficina.
—Drica, vuelvo en quince minutos —le dijo a su secretaria.
Sabía que no tenía ninguna reunión pendiente, por eso ella no lo
retuvo.
—Está bien, ¿ya firmaste el informe de resultados y el estado
de ganancias y pérdidas del mes?
—Sí, está en el escritorio. —Señaló por encima de su hombro
derecho con el pulgar, para indicar que estaba en su oficina y siguió
con su camino.
Le agradó encontrase con el cielo nublado y la brisa fresca, lo
que le haría la caminata más amena, observaba el tráfico y poco a
las personas que transitaban por la acera, pensaba en llamar a
Danilo y ponerlo al tanto de la reaparición de Vittoria, pero sabía que
él querría que adelantaran la sesión lo más pronto posible, no podía
estar alterando su agenda por culpa de su pasado no resuelto, pero
era lo que había, no podía permitirse dejar que ellos siguieran
marcando las pautas en su vida, eso sería como retroceder en el
proceso de sanación.
En ese instante, de todas las personas que vivían en Río de
Janeiro, con la menos que esperaba toparse era con la abuela de
Samira, quiso ignorarla, pero no había manera de evitarlo ya que la
mujer también lo había visto debido a que ella caminaba en su
misma acera de frente a él, traía una mochila colgada a uno de sus
brazos y de su mano una jovencita delgada y larguirucha con los
ojos de un color avellana resplandeciente que no dejaba dudas del
parentesco. Sin duda, Samira y su hermana, habían heredado esa
contextura de Vadoma.
—¿Cómo está? —Tuvo que saludar para no parecer descortés,
cuando la mujer llegó hasta él intentando no desviar su mirada a la
jovencita que se quedó admirándolo con bastante curiosidad.
—Bien… —Le saludó y se volvió hacia la nieta acunándole una
mejilla para hacerle volver la cara hacia ella—. Sahira, cariño, ve a
poner el puesto —le dijo entregándole la mochila—. En un minuto
estoy contigo.
—Está bien abuela —respondió, para luego volverse a mirar
una vez más al extraño con bastante interés y una sonrisa coqueta.
Sin duda, el payo era demasiado atractivo y elegante. Se moría por
saber cómo era que su abuela lo conocía.
Cuando Vadoma le pidió a la nieta que los dejara solos, supuso
que deseaba iniciar una conversación, por lo que él se llevó las
manos a los bolsillos del pantalón, preparándose para cualquier
sermón, no tenía ninguna duda de que, por ser un payo con dinero,
no era del agrado de la gitana.
—¿Cómo has estado? —preguntó con un tono de voz bastante
altivo que denotaba lo poco que confiaba en él.
—Bien, gracias por preocuparse.
—¿Has visto a mi niña últimamente? —interrogó a quemarropa,
no tenía ganas de andar con rodeos.
Renato recordó una conversación que había tenido con Samira
una de esas tantas noches que hablaban sin parar, en la que ella le
había dicho que tuvo que tomar la decisión de ocultarle ciertas
cosas a su abuela, como, por ejemplo, sobre su nuevo trabajo. Le
fue fácil deducir que tampoco le había contado todas las veces que
él había ido a visitarla.
—Eh, no señora… Hace mucho que no la veo. —Negó con la
cabeza para reforzar la mentira—. Solo la vi hace meses cuando
tuve que viajar por trabajo a Santiago, solo compartimos un
almuerzo.
Vadoma supo que le mentía por la manera en que le esquivó la
mirada; así como también concluyó que Samira le había mentido
cuando le preguntó si él había ido a visitarla de nuevo.
—Pero mantienes contacto con ella, supongo.
—Sí, algunas veces nos escribimos mensajes, solo para saber
cómo está.
—Renato… ¿Cierto? —preguntó ella y él respondió con un
asentimiento—. Verás. —Vadoma tanteó las palabras que utilizaría
—. Yo estoy muy agradecida con todo lo que hiciste por mi nieta, sé
que ella también lo está… Espero algún día tener cómo pagarte por
todo eso, pero quiero hacerlo yo, no ella… Quiero pedirte que, por
favor, hagas menos frecuentes tus mensajes, ya no le escribas, no
la llames, ni la visites… Samira no necesita distracciones, ella ahora
está enfocada en trabajar para poder estudiar…
—Lo entiendo, señora. —Renato tragó grueso, no estaba
nervioso, estaba furioso por la manera en que esa señora quería
controlar la vida de su nieta. Sí, como su abuela, hacía lo correcto
en apoyarla en su educación, pero bajo sus condiciones. Él estaba
empezando a sentir que Samira era como un perro al que solo le
soltaban un poco la cadena, pero si veían que iba muy lejos tiraban
de ella.
—No, no lo entiendes… —intervino negando con la cabeza y su
mirada analítica puesta en el joven—. Yo quiero para mi nieta lo
mejor, ella es una joven muy inteligente, aunque demasiado
soñadora… Ella no pertenece al mundo de los tuyos, su lugar en
con su gente a donde regresará una vez sea una profesional. Ya no
es necesario que le facilites nada, porque ella es fuerte y puede
conseguir lo que quiera por sus propios medios. No te necesita, así
que no la busques más, ella tiene su gente, tiene hermanos y
padres que la defenderán ante quien sea…
—Señora, como le dije, no la he visto más, pero tampoco voy a
quitarle mi amistad solo porque usted me amenace —comentó con
la ira prácticamente desgarrándole la piel, tenía la boca seca y las
palmas de las manos sudorosas de la impotencia.
—Ella no necesita de tu amistad, entiéndelo, para eso tiene a
su primo Adonay, con el que se va a casar una vez regrese…
porque ese es su destino, no hay otro.
—Ese es el destino que su familia quiere imponerle —refutó
con la mirada brillante de rabia—. No voy a seguir con esta
conversación… con su permiso —dijo pasándole a un lado.
—No te metas en problemas, joven —le advirtió.
Renato solo sacó la mano de su pantalón e hizo un gesto vago
a la mujer que estaba a sus espaldas. Aunque no quería darle
importancia a eso, no pudo evitar recordar las palabras de su padre
y todo el problema que traían consigo los gitanos.
Definitivamente lo mejor sería olvidarse de Samira, pasar la
página y seguir en lo suyo.
Caminó un largo rato y cuando se decidió a volver usó otra ruta
para no tener que toparse de nuevo con Vadoma, por lo que entró
por el ala oeste del edificio. A pesar de que era un día fresco, se
sentía acalorado, así que le dijo a Drica que le solicitara una
limonada, sabía que eso no calmaría el fuego en su pecho ni el
hervidero que eran sus pensamientos, pero por lo menos calmaría
su garganta reseca.
Esa tarde no le escribió a su amiga, tampoco lo hizo por la
noche cuando llegó a casa; sin embargo, ella sí le deseó buenas
noches, se sintió en la necesidad de responderle, aunque con un
mensaje bastante lacónico. Estaba decidió a esta vez terminar
definitivamente su relación con ella, y no lo hacía por las amenazas
de Vadoma, sino por su paz mental.
Buscó refugió en la única persona que lo hacía sentir bien,
porque ver a Desire le despejaba la vida, con ella no había
sorpresas, sabía perfectamente que lo de ellos se trataba de un
arreglo monetario, ella le vendía los momentos que él necesitaba.
En la madrugada, después de que la llevara al privado y él se
corriera un par de veces, ambos acordaron quedarse conversando.
Le contaba esa mentira en la que su mundo era perfecto, era un
hombre seguro con un buen puesto de trabajo y una familia
influyente con lo que Lara se sentía fascinada. Esa era la cara de la
moneda que los demás veían; la otra, la más oscura y complicada
solo él la batallaba y se esforzaba para sobrevivirla.
Ella una vez más le recordó lo ansiosa que estaba por verlo
personalmente, por sentirlo de verdad. Fue entonces que Renato
estudió la posibilidad de por fin dar ese paso, imaginó asistiendo a la
boda de Vittoria y Paolo en compañía de ese monumento de mujer,
podría demostrarles que, si su intención era humillarlo, no podrían
hacerlo.
Su relación con Lara era bastante buena, incluso, podría
proponerle formalizar la relación, traerla consigo a vivir a Río.
Trabajaría en el departamento de marketing de la empresa, estaba
seguro de que con ella hasta se olvidaría de Samira fácilmente y así
se evitaría posibles problemas. Como dijo su abuela, era momento
de que ella siguiera su camino sola.
De verdad, deseaba hacerle esa propuesta a Lara, pero por
más que quiso, algo le hacía recular, necesitaba un poco más de
valor. Como siempre, cambió de tema para no responder a sus
deseos de encontrarse, por lo que conversaron sobre trivialidades
por un poco más de una hora, hasta que ella se despidió porque ese
día debía ir a una sesión de depilación láser, le prometió que le
regalaría un vídeo cuando la esteticista llegara a las mejores zonas
de su cuerpo y Renato le confesó que lo esperaría con muchas
ganas.
Luego se desconectó, hizo a un lado la portátil, se levantó y
agarró de la mesita de noche las servilletas con las que había
limpiado sus eyaculaciones, para tirarlas en la papelera del baño.
Al día siguiente cayó en la tentación y buscó una vez más la
invitación, leyó varias veces el mensaje.
Después de muchas aventuras compartidas, daremos el “sí quiero”,
seguiremos este emocionante viaje juntos y nos encantaría que nos
acompañaras a celebrar la gran fiesta de nuestra boda, llena de brindis,
carcajadas y bailes hasta el amanecer.
¡Te esperamos!
Leer eso solo hacía que la idea de invitar a Lara se reforzara, la
posibilidad daba vueltas en su cabeza, recreaba una y otra vez el
momento en que del brazo de Lara se acercaba a felicitar a Vittoria
y Paolo. Quizá solo era un arranque de soberbia, pero por primera
vez deseaba permitírselo.
Por otro lado, también luchaba con las ganas de escribirle a su
única amiga para saludarla, incluso había pensado en contarle
sobre el encuentro que tuvo con su abuela, pero no quería
mortificarla, ni mucho menos ponerla en contra de la mujer a la que
tanto quería.
No iba a entrometerse en esos asuntos familiares, le entristecía
mucho pensar que Samira terminaría cediendo ante las presiones
de ellos, pero no podía hacer nada, solo esperaba que en algún
momento ella supiera tomar las decisiones más convenientes para
sí misma, sobre todo que no aceptara un matrimonio impuesto con
un hombre que tarde o temprano terminaría aniquilándole la libertad.
La siguiente semana la idea de hacerle la invitación a Lara no
lo había abandonado, incluso, de manera inconsciente o quizá
demasiado consciente se esforzó de más en el gimnasio, trabajó
con más peso y por más tiempo, modificó los macronutrientes en
sus comidas, con la única intención de aumentar la masa muscular y
no parecer tan desgarbado. Cada pequeña cosa que hacía lo
impulsaba más hacia el valor que necesitaba para por fin verse con
la mujer que tantas noches de sueño le había robado.
De la gitana era poco lo que sabía, solo triviales
conversaciones en las que pudo enterarse que le iba bien en el
trabajo, que su lectura actual era Flores en la tormenta de Laura
Kinsale y también que había pasado a un nuevo nivel en el curso de
inglés. El tema familiar y sobre todo el de Adonay seguían
evitándolo.
Se le dificultaba mucho poner distancia, no quería terminar su
amistad con ella, era la única persona que no hacía parte de su
familia, con la que mantenía un vínculo bastante fuerte y con la que
se sentía cómodo de verdad, pero no quería meterla en problemas
con su abuela. No fuera que, por él empeñarse en seguir en
contacto, terminaran obligándola a volver o peor aún que fueran a
buscarla, porque era evidente que Adonay ya sabía dónde estaba.
Fue el viernes de esa semana, durante una videollamada con
Lara, que por fin se atrevió a dar el paso para el que tanto se había
preparado. En tres semanas sería la boda de Vittoria y Paolo y no
quería que todo fuese demasiado sorpresivo para la rusa ni tampoco
para su familia, la que inevitablemente empezaría a hacer preguntas
en cuanto la vieran.
—¡Sí! ¡Ay caramelo, me haces muy feliz! —Lara chilló pletórica,
dando saltitos—. No te haces una idea de las ganas que tengo de
verte… ¿Cuándo nos veríamos?
—No sé, dime dónde te gustaría que nos reuniéramos, un lugar
que te gustaría conocer. —Aún no quería decirle que pensaba
invitarla a un matrimonio, eso lo haría en persona.
—Obviamente que me encantaría ir a Río, pero como quieres
que sea en otro lugar, no sé, siempre he querido ir a varios lugares
en el Caribe. —Una sonrisa perenne y la mirada brillante delataban
lo feliz que se sentía.
—¿Qué te parece Punta Cana? —propuso, a pesar de que
estaba nervioso, ya la nuca le sudaba y el corazón le martillaba.
—Eso es en República Dominicana, ¿cierto? —preguntó,
porque era poco lo que sabía de América.
—Así es… No sé cómo estás con tus tiempos, si no interfiere
con la universidad. —Sabía que ella apenas había empezado el
semestre el primero de septiembre y no quería que perdiera clases
importantes.
—Podría tomarme una semana… —gimió pensativa—. Quizá
dos… sí, podría quedarme dos semanas contigo en el paraíso.
—Bien, déjame organizar mi agenda y ver por cuánto tiempo
puedo escaparme. —Se sintió súbitamente emocionado, una
descarga de adrenalina atravesó la espesa nube de temores. Sí,
estaba sobreexcitado, solo esperaba que esa resolución no se le
disipara.
Pensó en pedirle a Danilo que le diera una receta para
conseguir unos ansiolíticos o quizá algo de mayor rapidez como
unos tranquilizantes más fuertes. Eso sin duda podría ayudarlo con
sus ataques de ansiedad, pero si lo hacía, estaba completamente
seguro de que no le daría, sino que lo obligaría a incrementar las
sesiones por semana… La única opción era buscarlos por otro lado.
En cuanto terminó la comunicación, llamó a Drica a su oficina,
porque necesitaba reorganizar su agenda, lo ideal era obtener los
más días libres posible.
Tras casi una hora, ya había despejado buena parte de sus
compromisos; para poder viajar el miércoles a mediodía, ahora solo
debía buscar un vuelo a Punta Cana que se ajustara a sus planes.
Apenas su secretaria abandonó la oficina, le escribió a Lara,
diciéndole que podrían compartir desde el miércoles por la noche
hasta el domingo por la tarde. Que, si no tenía inconvenientes, él se
encargaría de comprarle el boleto y hacer la reserva en el hotel.
Como respuesta recibió la fotografía del pasaporte de ella, lo
que no le dejaba dudas de que sí iría. Hubiese sido más fácil si le
designaba a su secretaría la tarea de la compra de los pasajes y la
reserva de algún hotel, pero ese encuentro no era algo que quisiera
compartir con alguien más, por lo menos, no de momento, así que él
mismo se hizo cargo de esa tarea.
Le llevó un poco más de una hora comprar el pasaje de Lara y
el suyo, además de reservar un par de habitaciones en el Bahía
Príncipe. En sus planes estaba tener sexo con Lara, por supuesto
que sí, pero era mejor si cada uno tenía su propio espacio. El lugar
parecía cómodo y bonito, solo esperaba que fuera de su agrado.
Le envió el pasaje con código de reserva y ella respondió con
una nota de voz en la que gritaba de emoción, él resopló porque
sabía que no había vuelta atrás, no iba a romper las ilusiones de su
chica. Estaba nervioso y emocionado, porque había llegado más
lejos de lo que nunca imaginó.
A pesar de que el viaje era en un par de días, decidió quedarse
en su apartamento y ser él mismo quien preparara su equipaje,
sabía perfectamente qué tipo de prendas debía llevar, también metió
productos de aseo personal, un par de cajas de preservativos y el
ansiolítico que mantendría a raya su nerviosismo.
Miró satisfecho la maleta sobre la cama, ya casi lista, estaba
ansioso, quería de una vez por todas ya superar ese episodio y
consolidar su relación con la hermosa mujer, esperaba que con ella
se sintiera tan cómodo como lo hacía cuando estaba con Samira,
que todo le saliera de forma natural, sin tener que recurrir a los
medicamentos para que le dieran tranquilidad.
Solo era que la gitana asaltara sus pensamientos para que de
alguna manera se hiciera presente, lo estaba llamando, algo que
llevaban un par de semana sin hacer. Solo se habían intercambiado
algunos mensajes de texto y contadas notas de voz.
Su pecho se agitó ante lo inusual, inhaló profundamente en
busca de calma, luego se aventuró a contestar.
—Hola —saludó al tiempo que se sentaba al borde del colchón.
—Hola, ¿cómo estás? ¿Estoy siendo inoportuna? —preguntó
rápidamente llevada por los nervios.
—Bien, no, para nada…
—Pensé que estarías cenando —comentó aliviada.
—Aún no.
—Pero ya es tarde, ¿no hicieron cena en casa de tu abuelo? —
curioseó inocente.
—No. —Sonrió enternecido—. Es que no me estoy quedando
en casa de mi abuelo, vine a São Conrado.
—Pero no puedes irte a la cama sin cenar. —Usó un tono que
era casi una reprimenda.
—No lo haré, en un rato me pediré algo… ¿Cómo te fue hoy en
el trabajo? —preguntó por el simple deseo de alargar la
conversación.
—Muy bien… Renato —habló con cautela—. Yo creo que
tenemos una conversación pendiente, hay cosas que quizá quieres
saber —comentó bastante nerviosa, pero sentía que no podía seguir
huyendo de eso.
—Samira, no me debes explicaciones… Te lo he dicho.
—Pero yo quiero dártelas; es decir… Sé que piensas que
Adonay terminará convenciéndome para que vuelva a casa antes de
que termine lo que vine a hacer aquí…
Renato se ofuscaba rápidamente tan solo de escuchar que le
hablara de las intenciones de ese hombre, no lo podía evitar, su
sangre se calentaba. Aunque esta vez, ella misma le confirmaba
que en cuanto terminara su carrera volvería con su gente, lugar
donde él definitivamente no tenía cabida, bien claro se lo había
dejado Vadoma. No tenía caso que él siguiera encariñándose con
ella, no podía permitir que el lazo se hiciera más fuerte, porque
entonces iba a doler demasiado cuando tuviera que romperlo.
—Sé que eres sabía, sabrás perfectamente tomar las
decisiones que mejor te convengan.
—Solo quiero que sepas que él es bueno, de verdad quiere
ayudarme, es decir… apoyarme…
—Samira —resopló y se rascó la nuca con fastidio—. De
verdad, ahora mismo no tengo tiempo para hablar de eso, no creas
que te estoy evitando, solo que estoy un poco ocupado. —Su
mirada se fue a la maleta que tenía al lado—. Estoy preparando el
equipaje.
—¿Vendrás? —La emoción se sintió en su pregunta.
—No. —Negó con la cabeza y cerró los ojos—. El miércoles
viajo a República Dominicana, iré a verme con Lara. —Tras decir
aquello, pensó que la había cagado, pero ya no podía recoger sus
palaras, solo suspiró lamentándose.
—Ah, ya veo. —Unas ganas de llorar la invadieron tan
repentinamente que lo único que pudo hacer fue cubrirse la boca,
porque lo que menos quería era que la escuchara quebrarse por él,
se tragó las lágrimas y apretó lo más que pudo los párpados—.
Entonces… entonces espero que te vaya muy bien. Te dejo para
que termines de arreglar tus cosas. —Su voz estaba rota, lo sabía,
pero seguía dando la batalla.
—Si quieres hablamos a mi regreso, descansa —suspiró,
escuchar que se le quebraba la voz le dolió, seguramente estaba
pensando que Lara no quería que ellos siguieran siendo amigos, por
eso abrió la posibilidad de poder hablar luego, aunque el tema fuese
uno que tanto le incomodaba.
Samira no lo escuchó porque terminó la llamada antes de que
se despidiera. Se quedó mirando la pantalla con sus manos
temblorosas, sus piernas se debilitaron tanto que tuvo que adherirse
a la pared y terminó deslizándose hasta quedar sentada en el suelo.
No podía llorar, era como si el llanto se hubiese atascado en su
garganta, formando un nudo tan apretado que le dolía hasta el
pecho, debilitándola al punto que tuvo que abrazarse a sus piernas
para no terminar rompiéndose.
Tan solo de imaginar todo lo que harían en República
Dominicana, los dos solos, en un hotel, le hizo sentir una furia
inconmensurable. No podía entender cómo pudo decirle que iba a
verse con Lara sin importarle en absoluto cómo iba a sentirse ella,
pero claro, él no sabía lo que ella sentía por él.
Darse cuenta de eso fue el detonante para que la asaltara un
llanto incontenible, las emociones en su pecho le quitaron la
capacidad de pensar o sentir más allá de dolor y el despecho.
Lloró desconsoladamente, con las pocas fuerzas que tenía,
gateó hasta la cama y se acostó hecha un ovillo, siguió llorando
hasta que se quedó dormida.
CAPÍTULO 50
Samira despertó con los ojos hinchados y un terrible dolor de
cabeza, pero nada de eso era tan espantoso como la agonía en su
pecho, se sentía devastada. Hubiese preferido quedarse en la cama
llorando su pena, pero eso era un lujo que no podía permitirse, se
levantó y fue a ducharse, donde lloró otro poco al recordar los
planes de Renato.
Cuando salió del baño se topó con un mensaje de él, el
infaltable «buenos días», saludo que jamás le había parecido tan
hipócrita. La rabia le revolvió el estómago, pensó en no responderle,
pero no quería mostrarle sus heridas, así que, doblegando el poco
de orgullo que le quedaba, le contestó, usando por lo menos más
caracteres que él: «Espero que tengas un buen día. Ojalá te vaya
bien en el trabajo, así no estarás tan agotado para tu viaje».
Tembló de furia, cerró los ojos fuertemente y pulsó en la
pantalla para enviar.
—En realidad, espero que tengas un día de mierda, tan mierda
como el mío —rugió con la cara sonrojada por la molestia y lanzó el
teléfono en la cama. Pensó que sería bueno para su estado de
ánimo descargarse con algo, quizá patear lo que fuera, pero no
quería lastimarse.
Se preparó y se fue al trabajo donde esperaba tener
muchísimas cosas que hacer que le ayudaran a no pensar en los
traicioneros que podían ser los amigos que no se enteraban de que
los amaban.
Ahora sí que no quería relacionarse más con él, no quería
sentirse así, molesta y a la deriva. Ya no sabía cuántas veces se
había alentado a alejarse definitivamente, a olvidarlo, a aniquilar
cualquier sentimiento que albergara, pero había descubierto lo débil
que podía ser en ese aspecto de su vida, porque solo bastaba que
él llamara o se apareciera para que olvidara las promesas que se
había hecho a sí misma.
Solo que esta vez todo era muy distinto, ahora estaría con Lara,
probablemente hasta se la llevaría a Río con él, quizá hasta
terminarían viviendo juntos en su apartamento.
—¡No, no, no! —negó enérgica al pensar que a la larga él
quisiera presentarlas. Ella no quería tener enfrente a la mujer más
afortunada del planeta, no solo por ser hermosa y tener un cuerpo
perfecto, sino por ser la dichosa novia de Renato—. Se me notaría
la envidia a kilómetros de distancia —resolló frustrada—. Espero
que nunca se le ocurra la genial idea de que tenga que conocer a su
Lara —se mofó con un gesto que pretendía ser una parodia de él.
Se miraba al espejo del baño que estaba en el piso en el que
trabajaba, mientras se lavaba las manos—. Así que antes de que
venga a proponérmelo se lo dejaré claro… —asintió decidida, pero
se calló abruptamente al ver que una compañera de trabajo entraba
y le dedicaba una mirada de desconcierto. Seguramente había
pensado que estaba loca; para disimular, le regaló una sonrisa
forzada y se dedicó a halar las servilletas de papel del dispensador.
Intercambiaron unas pocas palabras acerca de un informe que
estaban esperando de otra área para terminar sus respectivos
trabajos, Samira esperó disipar las dudas acerca de su salud mental
ante la chica y luego se marchó.
Después de tanto tiempo deseando tener el valor para verse
con Lara, por fin el momento había llegado, no había marcha atrás,
no podía sencillamente huir y dejarla plantada en aquel restaurante
en el que lo esperaría.
Hacía un par de horas que él había llegado, ella desde hacía un
poco más de cuatro horas, pudieron verse mucho antes, pero
acordaron que fuera para la cena, tan solo habían compartido un par
de notas de voz para saber que ya estaban en sus habitaciones. No
había cabida para la confusión; aun así, Lara le dijo que iría con un
vestido blanco con estampados verde esmeralda; él le informó que
usaría pantalón blanco y camisa celeste.
Hubiese querido descansar un poco, pero lo cierto era que la
ansiedad se lo estaba devorando, no dejaba de repetirse que debía
estar calmado, que todo tenía que salir según lo planeado. Se duchó
por largo rato, dedicándose cuidadosamente a su aseo personal,
sobre todo en sus zonas íntimas, lo menos que esperaba era que
Lara se llevara una mala experiencia, aunque ciertamente, ya ella lo
había visto desnudo incontables veces, sabía que normalmente iba
depilado, pero una cosa era la apreciación que se podía tener a
través de una cámara y otra muy distinta era poder sentirlo.
En cuanto salió de la ducha se miró en el espejo frente al
lavabo, se había dejado crecer la barba toda la semana, porque el
vello facial lo hacía lucir un poco mayor y más varonil. Él era el peor
ejemplo que pudiera existir de vanidad; no obstante, desde muy
joven, su madre lo llevó a centros estéticos para mantenerle el cutis
cuidado, sobre todo en la adolescencia para evitar que el acné le
dejara secuelas. Así que, ir una vez al mes, ya lo consideraba parte
de su rutina habitual, al igual que el cuidado de pies y manos.
Todo eso lo había hecho el día anterior, porque no se
perdonaría jamás presentarse descuidado ante Lara. Se aplicó cera
moldeadora y loción en la barba.
Después de vestirse se roció poco perfume y conforme el
momento se acercaba, su corazón se aceleraba y las manos le
sudaban. No, no podía permitirse estar nervioso, así que era
momento propicio para recurrir a un tranquilizante, se metió el
comprimido debajo de la lengua y se dedicó a esperar los quince
minutos que faltaban para bajar.
Sabía que una vez que se viera con Lara, ya no tendría tiempo
para estar al teléfono, por lo que decidió mandarle el mensaje de
buenas noches a Samira, un poco antes de lo acostumbrado: «Hola,
espero que descanses. Buenas noche y dulces sueños».
Escribió las frases una tras otra, aparecía en línea, por lo que
se quedó esperando la respuesta. Deseó poder hablar con ella, que
le ayudara a darle un poco más de confianza, pero no se atrevía a
pedirle consejos amorosos, después de todo, ella no tenía por qué
saber de eso.
En ese momento Samira seguía con la sangre caliente, era
consciente de lo que estaba haciendo a miles de kilómetros de
distancia el payo que le quitaba el sueño, por eso estaba acostada
tratando de concentrarse en la lectura, pero su atención era del
tamaño de una hormiga; así que cuando escuchó que le llegaban
unos mensajes desplegó el visor para ver lo que decían.
—Definitivamente eres un descarado —rugió con la rabia
llegando al límite. No iba a estrellar el teléfono contra la pared, el
aparato no tenía la culpa de la estupidez de Renato.
No sabía qué pretendía lograr con esos mensajes, si se
suponía que debía estar con su estúpida novia; sí, sí que lo sabía,
quería herirla, restregarle en la cara que contaba con la fortuna de
tener a su lado a la mujer que amaba y que sus sentimientos eran
correspondidos, mientras que ella que era demasiado tonta, seguía
enganchada a él. Luchó con las lágrimas, ya no quería llorar más
por él.
Si él quería regodearse de que estaba pasándolo
extraordinariamente bien, ella le demostraría que estaba dispuesta a
no quedarse por debajo, por lo que bajó de la cama y fue hasta la
cocina, donde tenía un pequeño radio en la encimera, desde el cual
escuchaba las noticias matutinas mientras se arreglaba para ir al
trabajo, una costumbre que le hacía recordar a su abuela. Lo
encendió y empezó a buscar alguna canción que le sirviera, algo
con lo que hacerle creer que no estaba en casa torturándose con las
suposiciones de lo que él estaría haciendo.
Encontró algo bueno, le alzó todo el volumen, se fue al baño y
cerró la puerta, solo esperaba que la canción durara lo suficiente
mientras ella enviaba el mensaje, no fuera que terminaran hablando
los locutores y le arruinaran todo el plan.
Agarró una bocanada de aire y se preparó para hablar.
—Hola, gracias por tus buenos deseos… Buenas noches para
ti también, disculpa por no responder antes, es que al salir del
trabajo acepté la invitación de unos amigos para venir a carretear…
Espero que lo pases muy bien, ya hablaremos cuando regreses de
tu viaje.
Envió el audio y se sentó en la tapa del retrete a esperar a que
él lo recibiera, lo cual hizo de inmediato. Empezó a comerse las
uñas de una mano por los nervios, mientras que en la otra mantenía
el teléfono.
Renato cuando escuchó el mensaje con la música de fondo,
empezó a mortificarse, no porque Samira saliera con sus amigos,
sino que quería saber quiénes eran esos amigos, si eran los que él
ya conocía, en persona o porque ella se los mencionara a cada rato,
o apenas unos nuevos. Necesitaba alertarla, por lo que aprovechó
que ya el comprimido se había desintegrado bajo su lengua para
responder con un mensaje de voz.
—Me alegra mucho saber que estás pasándolo bien. Sé que
eres una chica muy prudente, sin embargo, no puedo evitar pedirte
que te cuides mucho, no aceptes bebidas de extraños… aunque es
mejor si evitas cualquier bebida alcohólica, incluso si eres tú quien
paga por ellas, no es seguro, el licor te vuelve vulnerable y los
hombres suelen aprovecharse de las chicas así… —Tragó grueso
porque con cada palabra que expelía su preocupación iba en
aumento—. Se supone que deberías sentirte segura, porque nadie
tiene derecho de propasarse contigo; sin embargo, existen personas
que no tienen escrúpulos… Disculpa si parezco paranoico, solo
cuídate y diviértete, te lo mereces… —Tenía ganas de decirle que
no se fuera a dormir tan tarde porque por la mañana debía ir al
trabajo, pero eso ya ella lo sabía, no creía que ahora fuese a
empezar a comportarse de manera irresponsable—. Si me
necesitas, solo escríbeme, no importa la hora… Estaré atento,
avísame cuando llegues a casa.
Samira no se podía creer eso de que iba a estar para ella en
todo momento, quizá se había escapado al baño para poder enviarle
ese mensaje sin despertar los celos de la rusa, porque todo se
sentía muy silencioso.
—Gracias, sí, tendré cuidado. Saluda a tu novia de mi parte. —
Envió y quiso morderse la lengua ante esa última frase, pero por su
dignidad, debía actuar con hipocresía.
Renato al otro lado del teléfono escuchó el mensaje de voz y
respondió de inmediato:
—Está bien, lo haré… Cuídate mucho, por favor. —No iba a
decirle que él jamás había hablado con Lara de ella, porque sabía
que eso daría pie al enojo y a la desconfianza cada vez que tuviera
que viajar a visitar a Samira.
Solo recibió como respuesta unos pulgares arriba. Eso
significaba que ya no podía seguir con la conversación, Samira
estaba ocupada con sus amigos, era mejor respetar eso, aunque no
se sintiera cómodo con la situación.
Ya estaba a menos de cinco minutos, era momento de bajar
para no hacer esperar a Lara, se guardó el móvil en el bolsillo del
pantalón, resopló y salió. Sabía que el ansiolítico estaba haciendo
efecto, porque no estaba tan nervioso como hacía unos minutos. Al
llegar al restaurante, eligió una mesa con vistas hacia la playa que a
esa hora estaba desolada.
Dos minutos habían trascurrido y Lara no aparecía, sabía que
era poco tiempo, por lo que retuvo las ganas de buscar el móvil para
escribirle, no quería parecer inseguro. Aceptó la copa de agua que
le llevaron y bebió un gran trago.
Cuando por fin la vio en el umbral del restaurante la reconoció
enseguida, ella destacaba, era mucho más hermosa en persona,
muchísimo más. Se levantó para recibirla, no sabía si estaba
sonriendo o si estaba demasiado serio, de lo que estaba seguro era
de que su corazón se burlaba del medicamento que había ingerido y
estaba desbocado, pero en el mejor de los sentidos.
—¡No lo puedo creer, caramelo! —Sonrió ella, avanzando hacia
él, abrió los brazos a unos pasos de llegar.
—¡Estás bellísima! —elogió, recibiéndola en sus brazos, le dio
un beso en la mejilla, comprobando que olía a diosa. Se dio cuenta
de que era más baja de lo que había imaginado, lo que le daba un
poco más de seguridad, porque le sacaba los centímetros
suficientes como para representarla.
Lara también le dio un beso en la mejilla; en persona se veía
más joven, aunque sabía que ciertamente lo era, pero también más
guapo y elegante, tenía un talante muy refinado, todo se lo gritaba,
desde su aroma hasta su rostro demasiado perfecto.
—Estoy tan feliz de verte, ¡oh, por Dios! Eres demasiado guapo
—confesó, en cuanto se apartó un poco y le acunó el rostro, se dio
cuenta de que él se sonrojó. Supuso que se debía a la emoción. No
esperó a que tomara el control, por lo que, sin perder tiempo, le
plantó un beso en la boca.
Renato no correspondió de inmediato, incluso se quedó algo
perplejo, pero encontró la seguridad para también darle un beso en
los labios, apenas un contacto rápido, la última vez que había hecho
algo así fue durante su adolescencia con Vittoria, ya ni recordaba la
suavidad de los labios de otra persona sobre los suyos; sin
embargo, no hubo ninguna emoción agitando su pecho, esa que
sintió en el pasado y que también experimentó cuando estuvo a
punto de besar a Samira, culpó al efecto sedante del ansiolítico.
—Siéntate, por favor —pidió, apartándole la silla.
—Gracias, eres todo un caballero. —Sonrió coqueta.
Renato le llevó la mano a la espalda baja, disfrutando de la
suavidad de su piel desnuda. Sin duda, el vestido que llevaba era
tan revelador y se le veía tan perfecto que se ganaba las miradas de
la mayoría de las personas en el lugar.
—Cuéntame, ¿cómo fue el viaje? —preguntó en cuanto se
sentó.
—Muy bien, a pesar de las tantas horas de vuelo —comentó—.
Dame la mano.
Renato vaciló, no era que no deseara tocarla, era que lo
consideraba muy pronto, de repente se sintió arrinconado; sin
embargo, atendió la petición y le dio la mano. A pesar de que el
toque era suave y cálido, para no él no era cómodo, pero se esforzó
por parecer que sí lo era.
Lara siguió contándole sobre la travesía del viaje y él la
escuchaba muy atento a todo lo que decía. Ella pidió saltarse las
entradas y de beber solicitó agua, algo que él agradeció porque no
quería tener que elegir entre algún coctel o vino, bien sabía que la
peor combinación que pudiese existir era ansiolíticos y alcohol; así
que también pidió agua.
Tras media hora en la que Lara dominó casi completamente la
conversación, ella se debatía entre qué pedir que fuera lo
suficientemente sano como para que no arruinara su régimen
alimenticio; entretanto, él estaba preocupado porque no había
sentido su móvil vibrar, lo que le dejaba claro que no le había
llegado ningún mensaje de Samira. Se moría por inventar cualquier
excusa que le permitiera comprobar si ella seguía en línea, pero
sabía que sería una terrible descortesía con Lara ponerse a mirar el
móvil.
Cuando el mesero llegó, ella se dedicó a solicitarle su platillo
con cierto tono de exigencia que a Renato verdaderamente no le
agradó, lo que le hizo suponer que era demasiado estricta con su
alimentación; él estaba al tanto de que ella solía dedicarse al
cuidado de su imagen, no obstante, le parecía que estaba
exagerando un poco, al solicitar la forma exacta en la que debía ser
preparada su comida.
Cuando fue su momento de pedir, le dedicó una sonrisa de
disculpas al joven, hubiese preferido hablarle en español, pero no
quería que Lara se sintiera excluida.
—Me gustaría probar algo típico de aquí, ¿qué me
recomiendas? —preguntó, tratando de resarcir el trato déspota de
Lara. Que al parecer para ella era natural porque no parecía
haberse dado cuenta de que fue bastante grosera con su actitud.
—Le recomiendo la especialidad de hoy, que es asopado de
pollo, es muy parecido al risotto por la textura que presenta, pero
definitivamente tiene otros deliciosos condimentos bien latinos como
cilantro, orégano, limones y tomate —explicó con tono de orgullo y
una sonrisa servicial.
—Está bien, me gustaría probarlo —dijo devolviéndole la carta.
—Enseguida les traigo el pedido. —El moreno hizo una
reverencia y le dedicó una caída de párpados a la señorita, lo que
hizo que sus rizadas pestañas se notaran más.
Lara retomó la conversación y Renato intentaba llevarle el
ritmo, tratando de intervenir, para no parecer desinteresado, aunque
su atención seguía puesta a la espera de la vibración en el bolsillo
del pantalón.
Estaban en medio de la cena cuando por fin, sintió eso que
esperaba, no se contuvo a pesar del efecto supresor en sus
emociones que había ingerido en el tranquilizante.
—Disculpa Lara, lo siento… Tengo que revisar el móvil, solo
será un segundo —dijo buscando el aparato en el bolsillo.
—Está bien, caramelo… No te preocupes —comentó sonriente,
mientras pinchaba un diminuto trozo de tofú.
Sí, era el mensaje que tanto había estado esperando. Samira le
informaba que recién llegaba a casa. No pudo evitar responderle:
«Me alegra que estés en casa, descansa. Hablamos mañana».
Guardó el teléfono, al tiempo que dirigía su atención de nuevo a
la chica que lo acompañaba, le pareció que la intensidad en su
mirada le exigía una explicación, pero no se la dio.
—¿Tus padres saben que has venido? —preguntó él, para
darle un rumbo distinto a la conversación.
—No —respondió escuetamente—. No tiene caso que les
cuente sobre todas las cosas que hago… Solo se lo mencioné a mi
hermano, por cierto, te envió saludos.
CAPÍTULO 51
Los padres de Lara no sabían a lo que ella se dedicaba o,
mejor dicho, fingían no saberlo, porque si se enteraban muy
seguramente se sentirían en la necesidad de reprocharle su
inmoralidad, lo que los llevaría a tener que rechazar la generosa
suma de dinero que ella todos los meses les daba para que
pudieran seguir manteniendo la vida a la que estaban
acostumbrados antes de que su padre, por culpa de su alcoholismo
y malas decisiones perdiera todo. El único que estaba al tanto de su
secreta vida laboral, era su hermano Maxim, quien también era su
representante, él procuraba que todo fuese seguro y rentable para
ella.
Incluso, cuando ella estaba muy cansada él era quien, a través
de mensajes, fotos y videos, ya previamente grabados, seducía a
sus usuarios, para obtener ingresos extras cuando no tenía que
exponer su cara. Él era muy enfático en que debía mantener
contacto con ellos, estar atenta a las necesidades que cada hombre
que recurría a ella tenía, porque de esa manera no se sentían tan
solos y la seguirían buscando para desfogarse con más frecuencia.
Admitía que Maxim, era incluso mejor que ella a la hora de
seducirlos por mensajería, tanto que ellos se conformaban con unos
cuantos diálogos eróticos para sentirse atendidos. Quizá su
hermano por ser hombre sabía mucho mejor lo que sus clientes
querían.
Lara había empezado a trasmitir en la plataforma sexual a
pocos meses de haber cumplido los dieciocho, no fue una decisión
fácil, pero tras el intento de suicidio de su padre, tuvo que recurrir a
eso, se sintió muy bien cuando pudo ayudarle a cubrir algunas
deudas, ya que definitivamente significó aligerar el peso que traía
sobre los hombros.
Un año después, su novio Slavik se enteró por unos amigos de
él la vieron trasmitiendo y no dejaron pasar la ocasión para
mostrárselo, lo que hizo que él la enfrentara de la peor manera
posible.
Una tarde, justo después de tener sexo, ella ni siquiera
recuperaba las fuerzas del intenso orgasmo que él le había
provocado, cuando empezó a ahorcarla; por un momento pensó que
se trataría de algún juego sexual, pero cuando empezó a llamarla
puta, entre cientos de degradaciones más, supo que no se trataba
de eso. Se lo quitó de encima como pudo, con arañazos en los
antebrazos de él.
Quiso huir, pero no pudo, él la tomó por el cabello,
doblegándola hasta ponerla de rodillas, le mostró en su móvil el
video que le habían enviado. Ella intentó explicarle, pero Slavik no
entendía de razones, enceguecido por la ira le dio una paliza que
estuvo a punto de matarla, lo hubiese hecho de no haber sido
porque ella, en un descuido de él, logró esconderse en el baño y
desde la ventana gritó y gritó, pidiendo ayuda, mientras su novio al
otro lado de la puerta, seguía con sus amenazas de destrozarle el
rostro, aunque a juzgar por cómo se vio en el espejo, con la cara
irreconocible debido a la hinchazón y la sangre, juró que ya había
logrado ese cometido.
Le dolía todo el cuerpo, incluso le costaba respirar,
verdaderamente pensó que moriría en cuanto reventó la cerradura
de la puerta y pudo entrar, traía en mano un gran cuchillo, ella se
acurrucó en un rincón de la bañera, pero él volvió a tomarla por el
cabello, arrastrándola fuera, detuvo la primera puñalada que iba
directa a su cara al sostener el cuchillo; de eso todavía tenía la
cicatriz en la palma de su mano, aunque siempre trataba de
ocultarla, más de un usuario ya la había visto, cuando le
preguntaban por eso, ella simplemente contestaba que había sido
un accidente de niña que ni siquiera recordaba.
Fue ese arrojó el que marcó la diferencia entre la vida y la
muerte, ya que los pocos segundos que pudo ganar, fueron
suficientes para que la policía entrara en el apartamento; tuvieron
que dispararle a Slavik, era la única manera de evitar que la
asesinara.
Aunque él fue herido y llevado al hospital, murió tres días
después por complicaciones respiratorias.
Ella internada en el centro médico solo le avisó a su hermano,
sabía que si le decía algo a sus padres los devastaría, sobre todo a
su madre, a quien no le agradaba para nada Slavik, porque había
notado ciertos indicios de control sobre ella, le había advertido de
todas las maneras posible que tuviera cuidado con ese hombre, si
ella no quería terminar la relación, que por lo menos estuviese
atenta. Y no se había equivocado.
Maxim la acompañó durante toda su recuperación, tuvo que
decirle cual fue el detonante del ataque de ira de su novio, estaba
preparada para lidiar con su reproche, pero su hermano, tres años
mayor que ella, la entendió. No la juzgó y le dijo que ella era dueña
de su cuerpo y sus decisiones, que igual la amaba
incondicionalmente.
Cinco meses después y con muchas ganas de empezar una
carrera universitaria, decidió que quería seguir con eso que hasta el
momento le estaba dando para cubrir los gastos de sus padres.
También sabía que, si dedicaba más tiempo a las trasmisiones,
conseguiría más dinero para poder estudiar, se lo confesó a su
hermano y él dijo que le ayudaría a impulsarla; así fue como se
convirtió en una de las modelos webcam más cotizadas del
momento.
Sin embargo, tras cuatro años de dedicarse a complacer
sexualmente a muchos hombres a través de una cámara y con una
buena suma de dinero ahorrada, ya estaba algo cansada de eso y
quería encontrar la manera de dejarlo. Sabía que su carrera, aunque
le apasionaba, no le brindaría los mismos beneficios económicos a
los que ya se había acostumbrado, por eso había decidido probar
suerte con el ofrecimiento que le había hecho uno de sus usuarios.
Ella no solía aceptar invitaciones para conocerlos
personalmente, temía que alguno terminara siendo tan violento
como Slavik, antes de Renato solo había conocido a Thierry, un
francés, con el que tuvo muy buena química. Pensó que ese sería el
hombre con el que soñaba, que le diera una estabilidad y la
aceptara sin ser juzgada por lo que hacía, pero Thierry no estaba
dispuesto a dejar a su mujer con la que tenía diez años de casados
y un hijo, así que en cuanto se vieron le dejó claro que le daría todo
lo necesitara a cambio de que se convirtiera en su amante; no
obstante, Lara sabía que esa promesa era efímera, porque cuando
encontrara a otra, la sustituiría; esperó unos meses para poder
dejarlo sin que él le guardara rencor y regresó a Moscú, de vuelta a
su trabajo de modelo.
Fue entonces que Renato apareció en su vida; al verlo, le
resultó realmente atractivo, algo poco común entre sus usuarios, los
que suelen ser hombres mayores y de aspectos físicos poco
agraciados. No le fue difícil prendarse del brasileño, aunque le
generó cierta desconfianza que, siendo un hombre tan guapo,
importante y joven, buscara compañía en internet cuando debía
estar asediado por mujeres a donde fuera.
Maxim, al igual que con el francés, se encargó de investigarlo a
fondo, para asegurarse de que no representara un peligro para ella.
Renato estaba limpio, era un hombre ejemplar, trabajador, no se le
conocía pareja oficial, de hecho, no se le había visto relacionado
con mujeres más que con las de su familia.
Era tan bueno que incluso él, pensó que podía ser una especie
de psicópata, pero no, no resultó así, ya que con ayuda de un amigo
pirata informático logró hacer una investigación profunda sobre sus
antecedentes, tanto así que se enteraron de que él solía visitar una
vez por mes a un psicólogo especialista en trastornos conductuales,
eso le levantó las alertas por lo que le pidió que le consiguiera su
historial clínico. Este hackeó la computadora del terapeuta y
encontró que sus problemas eran por depresión y ansiedad social,
por lo que le costaba relacionarse con las personas; algo que a Lara
le parecía muy extraño, porque cuando se conectaba con ella era
seductor y muy seguro de sí mismo.
Ahora, ya más tranquila, deseaba que Renato fuese quien le
diera la estabilidad que tanto anhelaba, que le ofreciera los medios
necesarios para vivir sin preocupaciones. Sabía que sería un gran
reto para ella, porque era la primera vez que interactuaba con un
hombre así, solo esperaba que estar al tanto de su condición le
diera un poco de ventaja.
—¿Cómo está él? ¿Aún sigue saliendo con… con?
—Con Ximena, sí… Está muy bien, algo nervioso porque quiere
proponerle matrimonio, pero todavía no sabe cómo hacerlo —
explicó Lara.
Ella solía contarle a Renato ciertas cosas de su vida personal,
con la intención de involucrarlo en su entorno para que no tuviera
dudas de que quería que la relación entre ellos fuese en serio.
Incluso, durante una videollamada que él le hizo, ella aprovechó que
estaba en el supermercado con Maxim, para presentarlos. Desde
ese entonces, habían coincidido en varias ocasiones en las que
Lara estaba con su hermano.
—Supongo que debe ser normal, digo… eso de los nervios,
aunque esté seguro de los sentimientos de ella.
—Eso creo. —Sonrió, mirando los hermosos ojos azules del
carioca, aunque él le esquivaba la mirada—, pero ya le dije que en
cuanto regrese, le ayudaré a buscar el lugar adecuado para que
haga esa petición que le ha estado robando el sueño.
Renato la admiraba, llevaba poco más de una hora de estar
compartiendo con ella y aún no lo podía creer, a pesar de que frente
a él estaba Lara y no Desire, sentía que era lo más cerca que jamás
estaría de su fantasía. Estaba seguro de que una vez que subieran
a la habitación, tendría la oportunidad de tener por fin a la diosa del
sexo.
A él no le extrañó en absoluto que ella prescindiera del postre,
le mortificaba pensar que Lara probablemente se estaba cohibiendo
de algunos placeres por temor a la impresión que pudiera causarle.
En ese momento no quería incomodarla con algún comentario
referente a la escasa alimentación, no obstante, si al día siguiente
seguía así, iba a pedirle que se relajara un poco, porque ante él
seguía siendo perfecta y que solo se preocupara por disfrutar de la
experiencia.
En cuanto terminaron con la cena, Renato le propuso caminar
por los alrededores y así conocer el resort. Aunque era casi
medianoche, había mucho movimiento de turistas fascinados con el
ambiente caribeño. El sonido de la muisca desde algún punto del
lugar era arrastrado por la brisa marina.
Con el pasar de los minutos, Lara se volvía más íntima, al
punto de colgarse de su brazo y recargarle la cabeza en el hombro,
lo que normalmente él consideraba una invasión a su espacio
personal, pero como en ese momento él estaba algo dopado, no
sentía la incomodidad habitual, además de que al estar más relajado
sentía que ella también tenía la habilidad de arrancarle sonrisas.
Era bueno sentir que tenía todo controlado, porque había
temido tanto que cuando por fin la tuviera enfrente se sintiera en una
posición difícil en la que no sabría cómo actuar; de cierta manera,
era más como sentirse junto a una amiga que a una amante.
La belleza de ella no pasaba desapercibida sobre todo para los
hombres, quienes deseaban conocer a esa diosa dorada. Tras
caminar por casi una hora y disfrutar de un grupo de música en vivo
que estaba junto a la piscina, Lara se detuvo.
—¿Te gustaría subir a la habitación? —propuso y se volvió a
mirarlo.
—Bueno… —carraspeó y no se atrevió a mirarla a los ojos—.
Está bien, vamos —De repente sintió que los nervios resurgían, o
era la excitación que la anticipación le causaba, no podía en ese
instante identificar sus emociones.
Tomados de la mano, subieron al piso en el que estaban sus
habitaciones, él había elegido una al lado de la otra, no sabía si Lara
prefería que fuera en su habitación o en la de él, pero a medida que
avanzaban por el pasillo y ella no decía nada, decidió sacar la
tarjeta del bolsillo de su pantalón.
Los oídos le empezaron a zumbar con cada paso que daba y
los acercaba a su destino, justo cuando puso la tarjeta contra el
censor de la puerta, el corazón le martilló con tanta fuerza que se le
terminó resbalando la llave electrónica de sus manos temblorosas.
—Lo siento… —dijo al acuclillarse para recogerla.
—No te preocupes. —Ella soltó una risilla cómplice. Lo que no
sabía era que ese gesto inocente solo aumentaba la incomodidad
de él, porque lo sintió como una burla.
Él inhaló profundamente en un intento por retomar el control, a
pesar de que su semblante se enserió un poco, consiguió abrir la
puerta y la invitó a pasar, mientras se obligaba a olvidar ese
pequeño percance.
Lara se le adelantó varios pasos, admirando la bonita
habitación, que era idéntica a la suya solo cambiaba el color de las
cortinas y las butacas.
—¿Quieres algo de beber? —le preguntó Renato, dirigiéndose
al frigobar.
—No, gracias —murmuró con la tensión y excitación reptando
por todo su cuerpo. No quería seguir perdiendo tiempo, en realidad,
ella solo deseaba a ese hombre, tenía fuertes sentimientos por él y
quería aprovechar la oportunidad.
Renato tragó grueso al verla, sabía que la culminación de más
de un año de fantasías estaba al alcance de sus dedos, la
adrenalina recorría su cuerpo y su corazón ahora retumbaba con
más fuerzas que nunca en su pecho y sienes.
La rusa avanzó hacía él, decidida, con la lujuria iluminando sus
pupilas, no tenía caso seguir acrecentando la tensión, no cuando
sabían perfectamente que el deseo los había llevado hasta ese
punto.
En cuanto su cuerpo chocó con el de él, se aferró con ambas
manos a su cuello, quien de inmediato la sujetó por las caderas; ella
buscaba sus ojos, pero él estaba enfocado en sus labios y ella
entendió lo que le estaba pidiendo con su mirada.
—Caramelo, quiero que me folles… como quieras y todas las
veces que quieras —murmuró, acercándose hasta dejar su tibio
aliento, sobre los labios de Renato. Bajó una de sus manos en
busca de esa polla que tan bien conocía, pero que no había sentido
nunca. Solo ella sabía cuánto anhelaba sentirla abriéndose espacio
en su interior. Era codiciosa, sabía que era muy por encima del
tamaño de la media y quizá podría sentir algo de incomodidad, pero
no le importaba.
Se mordió el labio al sentirlo por encima del pantalón, caliente y
latente, estaba creciendo bastante rápido.
La voz tentadora de Lara le agitaba el pecho, tragó saliva
porque ese toque en su miembro le estaba trayendo destellos de un
muy mal recuerdo que no había podido expiar de su mente, se
obligó a mirarla a la cara para asegurarse de que era ella quien lo
apretaba de esa manera tan excitante y tener presente que debería
estarle gustando que lo tocara así, porque esta vez no se trataba de
ninguna vejación; él le estaba dando el permiso o eso quería creer.
Vio como ella se relamía sus propios labios y en una explosión
de valentía se lanzó hacia ellos, dejó varios toques, unos más
duraderos que otros, pero su cerebro estaba más enfocado en la
manera en que Lara le bajaba la bragueta, despertándole un
cosquilleo molesto que se instalaba en su estómago.
Ella quería que profundizaran el beso, por lo que sacó la punta
de su lengua y la introdujo en la boca de Renato, con un movimiento
lento acarició la de él, probando su saliva, disfrutando del calor del
aliento y su respiración agitada, aún no se había dado cuenta de
que sus torpes movimientos era por lo tenso que estaba y no solo
por la excitación que demostraba estaba sintiendo. Apenas si movía
sus manos, tan solo una había bajado de sus caderas para apretarle
el culo, pero solo se lo masajeaba, no tenía la reacción normal de
empujarla contra él en busca de hacerle sentir su polla.
Fue entonces que imaginó que le estaba costando dejarse
llevar, quiso pedirle que se relajara, pero no sabía si podía ofenderlo
o tomar a mal su comentario, no podía olvidar que ella estaba al
tanto de todos sus problemas. Creyó que era mejor seguir
excitándolo, porque estaba segura de que de esa manera su
cerebro solo estaría pendiente de esos estímulos, así que cuando
consiguió vencer la barrera de la ropa interior, y lo sintió tan caliente
y grande, empezó un movimiento cadencioso de arriba hacia abajo,
rozándole unos segundos los testículos con los dedos, para luego
volver a recorrer la extensión hasta llegar a la punta, logrando que él
tuviera pequeños estremecimientos que le azotaron el cuerpo.
—¿Está todo bien? —Se apartó del torpe beso con el que él
intentaba corresponder al profundo suyo y lo miró a los ojos.
Renato sacudió la cabeza negando, estaba aturdido, con el
pecho algo dolorido, pero enseguida asintió.
—Sí, sí… todo bien. —Era consciente de que se estaba
obligando a disfrutar lo que ella le estaba haciendo, a sentir que el
placer era más fuerte que los nervios que lo dominaban. No paraba
de repetirse que él podía con eso, que llevaría a cabo sus fantasías
con esa mujer, pero no se dio cuenta de que con esa interrupción le
acababa de abrir la compuerta a sus inseguridades para que
hicieran fiesta en su cabeza; ahora empezó a temer no estar
comportándose a la altura de la mujer que lo acompañaba,
seguramente ella esperaba que él actuara como el semental que le
había pintado que era—. ¿Tú estás bien? —se preocupó por ella,
pensando que lo mejor sería poner por fin sus manos entre sus
bragas, para sentir su humedad, a ver si ella estaba disfrutando; no
podía obviar el hecho de que él conocía de sobra las señales del
cuerpo de la rusa, ya que él había podido atestiguar a través de la
cámara infinidad de veces cómo respondía ante la excitación.
Lara asintió sonriente, se acercó para darle varios besos en la
boca, luego deslizó sus labios desde la comisura derecha para
besarle la barba, sin hablar, decidió cumplir con una de las tantas
promesas que le había hecho en sus momentos privados, por lo que
se la mordió ligeramente.
Renato ante ese estimulo cerró los ojos, dominado por un
escalofrío que recorrió todo su cuerpo, pero no pudo discernir si esa
era una reacción de placer o de desagrado.
Trato de relajarse, de pensar en algo que le provocara calma,
algo que le gustara demasiado y fue en ese momento, mientras la
chica le besaba el cuello, que asaltó a su memoria Samira sonriente,
eso fue como un choque eléctrico que lo obligó a separarse, sacó su
mano cuando sus dedos apenas le tanteaban el monte de venus
depilado.
—Caramelo, sí que eres sensible a los besos en el cuello —dijo
mirándolo a los ojos, malinterpretando la mirada turbada de él.
Renato intentó alejar esos pensamientos, porque suponía que
en ese momento solo debía tener sus cincos sentidos puestos en
Lara.
—Un poco, pero ven aquí… —La envolvió por la cintura con un
brazo, arrastrándola hasta su cuerpo con algo de fuerza,
descargando en ella la molestia que sentía consigo mismo por tener
a la gitana presente en un momento como ese.
Esta al ver su reacción soltó una risita infestada de lujuria, se
lanzó voraz hacía él y volvió a besarlo, aferrándose con una mano a
la espalda de él, y con la otra buscó una vez más la hinchada polla,
regresó a masturbarlo con energía, mientras intentaba guiarlo en el
beso, que buscara con más destreza su lengua.
Otro destello de Samira iluminó tras los párpados caídos de
Renato, dándole la certeza de que no quería eso que estaba
haciendo, no tenía caso seguir insistiendo, a pesar de que su cuerpo
reaccionaba a los estímulos de Lara, su cabeza estaba demasiado
aturdida, se sentía como en piloto automático. Cortó abruptamente
el beso, la tomó por los brazos y la alejó.
—Lo siento, creo que estoy siendo desconsiderado contigo,
imagino que… que debes estar muy cansada por el viaje —hablaba
nervioso, mientras guardaba su erección y ni por error la miraba a la
cara—. Incluso yo estoy demasiado cansado… es que tuve una
semana muy agitada para poder cubrir la agenda… ¿T-t-te parece si
descansamos y seguimos por la mañana? —propuso, rascándose la
nuca.
Lara no entendía lo que acababa de pasar, sintió cómo si un
balde de agua fría la hubiera bañado repentinamente, tanto que se
sintió confundida, quizá también estaba algo molesta y rechazada.
Con manos temblorosas se metió el cabello tras las orejas, mientras
miraba al piso, intentado pensar rápidamente en una respuesta que
no expusiera con beligerancia su conmoción.
Debía mantener la calma, Maxim le había dicho que algo como
eso podría pasar y que nada tendría que ver con ella; sin embargo,
su ego había sido herido con brutalidad, jamás, ningún hombre la
había despachado de esa manera.
Se quedó desconcertada, a pesar de que no intuyó rastros de
malicia o burla en el tono de voz que empleó Renato, cuando hizo
esa proposición a modo de disculpas; sin embargo, eso no impidió
que le pareciera sarcástico.
—Está bien. —Se relamió los labios y se pasó nuevamente las
manos por los cabellos, llevándolos hacia atrás—. Sí, tienes razón,
estamos muy cansados, así no vamos a disfrutar como se debe,
¿cierto? —dijo buscando la mirada de él, que la encaró por pocos
segundos, antes de volver a rehuirle.
—Sí, sí, tienes razón… Por la mañana lo pasaremos muy bien
—prometió algo que no estaba del todo seguro de si podría cumplir.
Lo peor de todo era que no se sentía frustrado sino aliviado.
—De eso no tengo dudas, caramelo. —Forzó una sonrisa—.
Nos vemos en un rato. —Se acercó y le dio un delicado beso en la
mejilla, ante el avance notó que él se tensaba, pero como solo fue
un pequeño gesto inocente le sonrió—. Descansa, te quiero.
—Duerme bien. —Se atrevió a corresponder y le besó de igual
manera la mejilla—. También te quiero —le susurró en el oído y se
alejó. La acompañó hasta la puerta y en cuanto estuvo solo, resopló
y se echó un vistazo a la zona pélvica, donde todavía estaba semi
erecto.
No sabía qué había pasado, ni siquiera tenía una explicación
lógica para su rechazo, porque estaba completamente seguro de
que esta vez nada tenían que ver sus miedos.
Tenía la confianza suficiente en Lara como para vivir la
experiencia, solo que las sensaciones que le producía en persona
no resultaban ser cómo las que había imaginado que sentirían; su
tacto, sus besos y sus miradas no eran desagradables, pero
tampoco lo invitaban a dejarse llevar, no como solía pasar cuando la
veía a través de la cámara. Decidió ducharse para ver si se
esclarecían sus pensamientos.
CAPITULO 52
Renato sabía que debía dormir si quería estar en su máxima
potencia para ese encuentro sexual que le había prometido a Lara,
se imaginaba que estaría ansioso en ese momento por la
anticipación; en cambio, no estaba tan emocionado como suponía.
Solo estaba acostado bocarriba, con los dedos entrelazados debajo
de su cabeza y la mirada en el techo, que ni siquiera conseguía
divisar a causa de la oscuridad.
Aún no entendía que lo llevó a pensar en Samira en un
momento como ese, no era adecuado ni moralmente aceptable
involucrar a su amiga en cualquier contexto sexual.
—¡No puede ser! —Se incorporó violentamente en la cama—.
No, no… no es posible. —Se restregó la cabeza con las manos con
la frustración que le provocaba no entender sus sentimientos—.
Esto no puede estar bien, solo estás confundido, solo eso, es que
con ella has compartido muchas cosas… A ti quién te gusta es Lara,
ella es la mujer perfecta para ti, la que te cautivó desde la primera
vez que la viste; en cambio, con Samira… es distinto, ella es tu
amiga, Renato, no lo olvides… No puedes estar pensando en ella en
este momento, no puedes sentir algo más porque sería complicarlo
todo… No, no podría llegar un día de la nada tocarle la puerta de su
casa y decirle que ahora te atrae, pero que no tienes del todo claro
que sientes por ella, ¿cómo se lo tomaría? Seguramente te daría un
puñetazo en la cara y te diría que te volviste loco, que solo quieres
aprovecharte de ella; además, su familia jamás te aceptaría…
piénsalo, recuerda lo que te dijo su abuela… La perderías para
siempre, ella es la única amiga que has tenido de verdad en toda tu
puta vida… Es mejor que te olvides de esta estupidez, no tienes por
qué decirle algo de lo que ni siquiera estás seguro —resopló, se
apartó las sábanas y fue al minibar por una botella de agua, luego
agarró el teléfono y sus instintos lo llevaron a mirar los últimos
mensajes de la mujer que le estaba robando el sueño.
En un arranque de locura transitoria le empezó a escribir que
se sentía confundido, que las cosas con Lara no estaban saliendo
como se lo había imaginado y que no sabía por qué demonios y
precisamente ahora, creía que ella le gustaba más.
¡Eso era de locos! Bueno, bien sabía que las cosas en su
cabeza nunca han estado bien del todo.
Borró todo lo escrito, porque enviar un mensaje como ese
causaría un daño parecido al de una bomba nuclear. Primero
debería estar seguro de que sus sentimientos por ella habían
mutado, que ya no la veía solo como a una amiga, pero es que
tampoco se imaginaba con Samira en situaciones como la que hacía
un rato había experimentado junto a Lara.
Una cosa era lo que subconsciente podría decirle en sueños y
otra muy distinta es que estando consciente se plantee esa
posibilidad.
Ella era virgen como él, con la notable diferencia de que en su
caso —teóricamente— tenía mucho conocimiento; aunque era
consciente de que en la práctica podría ser un total fiasco, por eso
necesitaba a Lara, para que ella lo guiara y le indicara las pautas
apropiadas del encuentro sexual. Tener su primera vez con Samira
sería un completo desastre.
Se bebió un gran trago de agua, pero cayó en la cuenta de los
derroteros que se habían ido sus pensamientos.
—¡Qué mierda me pasa por la cabeza! —se recriminó
duramente—. Ese es el problema, que no estás pensando Renato.
¿Acaso ya das por hecho de que quieres tener sexo con tu mejor
amiga? —Abrió los ojos hasta casi salírseles de las cuencas—. Oh,
mierda, no soy distinto de Liam, me estoy convirtiendo en el tipo de
hombre que más desprecio… Ese que no siente ningún tipo de
respeto por las mujeres… Eso no va a suceder —exhaló con fuerza
y volvió a meterse a la cama. Esta vez se obligaría a dormir, así
fuese a la fuerza.
La última vez que se asomó por la ventana, ya el amanecer
despuntaba en el horizonte, estaba seguro de que ahora que la
alarma lo despertaba, no había dormido más de dos horas en total,
por lo que se sentía sumamente agotado, lo ideal sería dormir un
par de horas más como mínimo, pero sabía que no podía darse ese
lujo porque ya tenía un compromiso, mismo que estaba empezando
a mortificarlo.
Antes de salir de la cama, agarró el móvil que recién había
silenciado para revisarlo, comprendía que la gitana no le hubiese
enviado ningún mensaje para desearle buenos días, seguramente
estaba imaginando que estaría demasiado ocupado con Lara entre
sus brazos y no quería causar posibles problemas. Sin embargo,
sintió la necesidad de hacerle saber que había despertado solo y
que lo primero que se le vino al pensamiento fue ella.
Por impulso le marcó en una videollamada y mientras esperaba
a que ella le contestara, se pasó la mano por los cabellos para
peinarlos, luego se restregó la cara, suponía que tenía los párpados
hinchados, pero de momento no le daría importancia a eso.
—Hola, buenos días —saludó en cuanto la vio aparecer en la
pantalla, tenía el teléfono desde abajo, por lo que destacaba era su
barbilla y nariz.
—Ho… hola, buenos días —correspondió Samira, todavía
perturbada, tuvo mucho miedo de contestar, imaginando que quizá
se le había activado sola y podría ver o escuchar algo que terminara
rompiéndole el corazón, desde que se enteró de que Renato estaría
con la rusa, ese se había convertido en su peor pesadilla, cosa que
no tenía sentido, puesto que nunca había ocurrido nada parecido en
el pasado entre ellos; sin embargo, le sorprendió verlo solo a él.
Supuso que la novia estaría en el baño o algo por el estilo.
—Veo que vas camino al trabajo —comentó, estaba casi
seguro de que era el techo del metro lo que veía al fondo.
—Así es, y veo que tú te acabas de despertar. —La estaba
matando ver que parecía que se había desvelado, un pinchazo
doloroso en el pecho le decía qué justamente eso era lo que había
ocurrido.
—Oh sí, tengo un aspecto terrible —exclamó, cubriéndose la
mitad de la cara con una mano.
Samira alcanzó a ver su maravillosa sonrisa, así como el ligero
enrojecimiento de su piel, estaba en total desacuerdo, porque se
veía hermoso.
—Solo te pareces a alguien que apenas abrió los ojos lo
primero que hizo fue agarrar el móvil para fastidiar a su amiga, al
recordarle que está de vacaciones mientras ella va camino al trabajo
—comentó más seria de lo que pretendía en un principio, así que
quiso disfrazar la rabia que sentía tras una forzada sonrisa.
—Y bueno, tienes razón en una sola cosa —comentó él,
sintiendo que el corazón empezaba a redoblar sus esfuerzos por
bombearle la sangre al cuerpo, por lo que tragó grueso.
—¿Cuál? —preguntó, frunciendo la boca hacia un lado, un
gesto que a Renato le gustaba mucho.
—Que en cuanto desperté, lo primero que hice fue buscar el
móvil, pero no con la intensión de restregarte mis días de ocio, lo
hice para leer ese mensaje de buenos días que siempre envías,
pero me extrañó muchísimo no verlo —hablaba, admirándola por
primera vez con otros ojos, ahora muchas cosas cobraban sentido.
Ahora que era consciente de que estaba sintiendo algo más por ella
le daba pavor ser sincero con ella y que no le correspondiera,
porque ese sería el final de la relación que tenían hasta ahora y solo
con ella se sentía así de a gusto.
—Bueno, es que no creí que fuese prudente, tú estás con tu
novia y no sé qué podría pensar si ve que otra chica te envía
mensajes tan temprano. —Cada vez que decía «tu novia» Sentía
que alguien le estaba clavando un puñal en el sistema nervioso
central; incluso, sintió que los ojos le picaban por las lágrimas
contenidas, por lo que desvió la mirada a la señora que estaba a
amamantando a su bebé en el asiento del frente.
Renato profirió un ruidito despreocupado que sonó como un
gemido, se aclaró la garganta.
—Tú eres mi amiga…
—¿Ella lo sabe? ¿Acaso sabe de mi existencia? —interrogó,
sin mirarlo todavía, solo dejando escapar un poco del dolor que la
corroía.
La señora frente a ella tuvo que acomodar la manta para cubrir
mejor al bebé, porque notó que la mujer de al lado que iba en
compañía de su marido, le dedicó una mirada reprobatoria. Eso le
molestó a Samira porque la señora solo estaba alimentando a su
hijo, eso no era ningún delito.
—Lara está en su habitación, aún no le he contado sobre ti,
pero lo haré.
Escuchar esa declaración hizo que ella volteara a verlo de
inmediato, ¿acaso no habían dormido juntos? No sabía cómo
tomarse ese comentario.
—No quiero que tengas problemas de celos por mi culpa, sé
cómo somos las mujeres, solemos ser muy territoriales…
—No tendrás problemas, créeme… Mejor cambiemos de tema
—exhaló, apartando las sábanas y saliendo de la cama,
manteniendo un tono calmado a pesar de que tenía un nudo de
nervios en el estómago—. Quiero mostrarte las vistas hermosas que
tengo. —Avanzó hasta el balcón y volteó la pantalla hacia el mar de
un azul intenso y el cielo límpido. No era igual al de su apartamento,
porque aquí estaba mucho más cerca de la orilla—. Me gustaría que
algún día pudieras acompañarme… ¿Te gustaría venir? —propuso
ahogándose un poco con las palabras.
—Sí, supongo que sí, es hermoso… Tienes un lindo amanecer.
—Tenía ganas de echarse sal en la herida y preguntarle cómo la
estaba pasando con Lara, necesitaba enterarse por qué estaban en
habitaciones separadas, si era que habían tenido una discusión o
algo por el estilo. La curiosidad se la estaba devorando, pero en ese
momento anunciaban su parada, por lo que tuvo que levantarse.
—Cierto, es muy lindo… Ya sabes, algún día vendrás conmigo.
—Si tú lo dices, yo no estoy comprometida con nadie; en
cambio, tú necesitarás pedirle permiso a tu novia. —Hizo un mohín
gracioso, mofándose, mientras salía del vagón.
—Espero que mi novia no sea demasiado celosa. —Sonrió,
acariciando la posibilidad de que esa persona fuese ella. No podía
dejar de soñar con ese tipo de situaciones, ahora que se había dado
cuenta que sus sentimientos por ella habían mutado. Tenía la
certeza atravesada entre pecho y espalda, con ganas de
confesársela, pero no podía, no por el momento—. Te dejo para que
vayas al trabajo tranquila, hablamos luego.
—Está bien, que tengas un día bastante soleado. —No pudo
evitarlo, deseó para sus adentros que la rusa esa se insolara, así él
no podría tocarla. Terminó la llamada, guardó el móvil en el bolsillo
de su chaqueta y apresuró el paso para salir de la estación.
Renato pensó en llamar a Lara para ver si ya estaba despierta,
pero prefirió ir primero a ducharse, lavarse los dientes y vestirse.
Una vez listo, vio que ella ya estaba en línea; en realidad, no estaba
preparado para continuar con lo que habían dejado a medias por la
madrugada, así que le marcó y le hizo una propuesta antes de que
ella pudiera saludarlo.
—Buenos días, ¿estás lista para bajar a desayunar? —
preguntó al tiempo que agarraba unos lentes de sol que estaban en
el clóset, donde las asistentes del hotel habían acomodado su
equipaje.
—Hola, buenos días, caramelo. De verdad, no tengo apetito,
pero puedo acompañarte.
—Lara, el desayuno es el alimento más importante del día… —
comentó preocupado.
—Lo sé, amor. Solo que no tengo apetito, quizá cuando esté
abajo se me antoje algo.
—Bien, entonces, enseguida salgo de la habitación. —Terminó
la llamada y se guardó el móvil en el bolsillo de la bermuda naranja
que se había puesto.
Justo se encontraron en el pasillo, ella llevaba puesta una falda
de encaje blanca que apenas disimulaba el bikini de hilo en el
mismo color, la parte de arriba era igual de diminuta, cruzada y
atada en la espalda.
Renato sintió que el aliento se le atoraba en el pecho, porque
sin duda, ese cuerpo era tan perfecto a como ya lo había visto
incontables veces por cámara. Era poseedora de una cintura
diminuta y unas caderas prominentes que se le antojarían a
cualquiera; no podía negarlo, esa mujer era una gran tentación, no
estaba ciego y su cuerpo estaba repleto de hormonas que se
alteraban con esa visión.
—Hola caramelo. —Avanzó hasta él y le dio un beso en los
labios—. ¿Descansaste?
—Sí, algo —correspondió con otro beso—. Te ves bellísima.
—Como siempre —coqueteó, alzándole un hombro y le guiñó
un ojo.
Él solo le dedicó una discreta sonrisa y se aferró a la mano que
ella con un gesto le pedía que tomara, como la pareja que eran,
bajaron al restaurante para desayunar.
Él sabía que debía darle una explicación de su negativa de la
noche anterior, porque era totalmente increíble que cualquier
hombre en su sano juicio, rechazara la oportunidad de tener sexo
con una mujer como ella. Esa excusa de estar cansado fue
demasiado barata, si tan solo con verla lo más común era que las
energías se recargaran a tope, pero no encontraba las palabras
adecuadas para iniciar esa conversación.
Lara por su parte no quería recordar lo que había sucedido esa
madrugada, su autoestima había sido herida; así que, decidió
hacerse desear, seducirlo hasta que le suplicara estar con ella,
sabía cómo manejar la situación; incluso, podía hacerle sentir un
poco de celos. De esa forma tomaría las riendas de su vida y haría a
un lado su timidez, para de una vez por todas reclamar el gran
premio: ella.
En cuanto estuvieron en el restaurante, Renato se sirvió del
bufé, huevos revueltos, una tostada, café y un jugo de naranja. En
cambio, ella prefirió solicitar solo un jugo de zanahoria.
—¿No se te apetece algo más? No sé, si no te gusta lo que
está en la barra de alimentos, puedo pedir otra cosa para ti —
comentó, sin la menor intención de hacerla sentir mal. Solo le
preocupaba que la noche anterior apenas había comido un poco de
ensalada.
—No, con esto será suficiente por ahora… En realidad, ni
siquiera hubiese pedido el jugo, pero me lo tomaré porque quiero un
bronceado perfecto y que pueda durarme por varios días —comentó
sonriente—. Después de que me haga algunas fotos, quizá coma
algo más.
—¿Por qué esperar hasta después de las fotos? —curioseó
mientras untaba su tostada con un poco de mantequilla.
—No quiero que se me inflame el abdomen —explicó con total
naturalidad. Ya estaba acostumbrada a todos los sacrificios que
significaba mantener su físico.
Renato no creyó que su hermoso abdomen plano se viera
afectado por un poco de proteína, le mortificaba que ella se
debilitara, por no estar comiendo, pero prefirió no seguir
aconsejándola, no fuera que se molestara por eso.
Mientras él comía, se debatía entre abordar esas disculpas que
le debía por haberla despachado de su habitación y su propuesta de
que lo acompañara a Río; esos eran sus planes, pedirle que se
fuera a vivir con él una temporada, para que no pareciera
demasiado descabellada la idea de que lo acompañara a la boda,
pero no hacía más que concentrarse en su comida y ella en beber
pequeños sorbos de su jugo.
—¿Y qué quieres hacer ahora? —preguntó levantando la
mirada del plato y la descubrió mirando hacia la mesa del bufé,
donde estaba un hombre alto, moreno, con los musculosos brazos
llenos de tatuajes.
—No sé —respondió, volviendo la mirada a los ojos azules de
él—. ¿Te han ofrecido algún paquete turístico? Quizá ir a los puntos
de mayor interés… Me muero por tirarme a la orilla de la playa a
broncearme —confesó animada. Tratando de obviar que Renato se
había dado cuenta de ese pequeño desliz que significó apreciar al
moreno ardiente.
Contrario a lo que hubiese pensado en otra oportunidad, él no
sintió molestia alguna, pero sí un poco de decepción, era inevitable
que su baja autoestima no se viera afectada al cerciorarse de que
no era el tipo de hombre que Lara verdaderamente pudiera desear,
él no tenía pinta de macho dominante, ni de chico malo, no tenía
tatuajes ni un cuerpo tan fornido que elevara la lívido de las mujeres
con las que se topaba.
Fue en ese punto que tuvo la certeza de que no iba a funcionar
ninguna relación amorosa entre ellos, porque a la larga, con ella
solo se maximizarían sus inseguridades, o quizá solo estaba usando
todo eso como excusa, porque justo en ese momento extrañaba
tener a Samira enfrente, parloteando sin parar, con su total atención
puesta en él, mientras endulzaba con un kilo de azúcar una gran
taza de café.
—Sí, está todo incluido, ahora podemos ir a la recepción y
preguntar por algo que esté acorde a lo que deseas. —Estaba
decidido a complacerla en lo que fuera e intentaría obviar lo que
recién había descubierto, porque no quería hacerla sentir incómoda.
Después de todo, estaba ahí con él.
En lo que terminaron el desayuno, se fueron a la recepción
donde les dijeron varias de las actividades que podían solicitar,
como clases para aprender a bailar salsa y merengue, ir a Santo
Domingo, un recorrido por las playas o ir a isla Saona.
Lara no quiso ir a Santo Domingo, no quería perder tiempo en
viaje de tres horas de ida y tres de vuelta. Él por su parte no se
mostró demasiado interesado en las clases de baile, eso sería dirigir
la atención hacia él, cosa que nunca le había gustado. Así que se
decantaron por ir a la isla Saona.
De cierta manera, Renato se sintió aliviado que ella no le
hubiese mostrado intenciones de seguir con lo que habían dejado a
medias en su habitación, sino que prefirió aprovechar conocer el
lugar y disfrutar de un día caribeño.
Fueron a sus habitaciones a por todo lo necesario para un día
de mucho sol, arena y playa. Luego subieron a un catamarán al que
los llevó uno de los guías, ahí había un grupo de por lo menos
veinte personas más, en su mayoría parejas que estaban de luna de
miel o ya mayores que aprovechaban sus días de retiro.
Durante el trayecto no hicieron falta los cocteles ni el
espectáculo de los anfitriones, que los invitaban a bailar. Él sentía el
incremento de la tensión en su cuerpo por la sola idea de que ella le
propusiera ser partícipe de tales actividades, pero la modelo dedicó
más tiempo a tomarse fotos o hacer vídeos que a disfrutar del viaje.
Ella, al igual que él, prefirió refrescarse con agua y prescindir del
licor, aunque por razones totalmente distintas.
En un punto del viaje él se ofreció a ser su camarógrafo y se
dio cuenta de que ella poseía una desenvoltura para posar,
verdaderamente extraordinaria. De vez en cuando compartían uno
que otro rápido beso en los labios, los que definitivamente ella
buscaba y él correspondía.
Pasaron todo el día en la isla, disfrutaron de sumergirse en el
mar varias veces y exponerse al sol. Mientras Lara estaba acostaba
sobre una toalla en la arena blanca, disfrutando de los intensos
rayos del sol en su espalda, Renato estaba concentrado en la
lectura; sin embargo, estaba disperso, su imaginación se empeñaba
en recrear a Samira a su lado, incluso empezaba a sentirse culpable
por todos esos besos que le daba a la chica a su lado. Crecía en él
la necesidad de hablar con su amiga y confesarle lo que le estaba
pasando con ella, arriesgarse por una vez en la vida y enfrentar las
consecuencias, pero estaba demasiado lejos y el valor solía durarle
muy poco.
Volvieron al hotel casi al anochecer, acordaron descansar unas
horas y volver a verse para la cena. Una vez más, él se preparaba
mentalmente para intentar cubrir las expectativas de Lara. Sabía
que ella esperaba más que unos castos besos y tomaditas de mano,
ella estaba a la espera de que cumpliera todas esas promesas
sexuales que se habían hecho por mucho tiempo durante sus
privados.
Cuando se vieron en otro de los restaurantes del hotel, ella
lucía despampanante con una falda y un top en color mandarina,
además que el agua de playa les había dado más volumen a sus
cabellos y el bronceado era tan perfecto como ella se había
empeñado en que lo fuera. Por lo menos, esa noche cenó langosta
y una ensalada tropical, lo que alivió la preocupación de Renato, por
lo poco que ella se estaba alimentando.
Pero sin darse cuenta, esa era otra noche más en la que
buscaba cualquier excusa para que se ocupasen en otras cosas que
no fuese irse temprano a la habitación, por lo que cuando
terminaron de cenar le propuso ir al casino; sin duda, la rusa era un
perfecto amuleto de la buena suerte, salieron de ahí con unos
quince mil dólares de más, que por supuesto, él le obsequió a ella a
pesar de sus débiles negativas.
Cuando se cansaron de seguir jugando, se fueron a una de las
fiestas que estaba en el área de las piscinas, fue ahí donde él solo
se tomó una copa de Riesling por ser un vino bastante refrescante y
por lo dulce de las frutas como el durazno, manzana y el sutil aroma
de flores silvestres. Lara se decantó por una margarita, mientras se
mostraba fascinada con todo, le confesó que podría quedarse a vivir
ahí, porque le encantaba el ambiente tan alegre.
—Imagino que Río también es así —dijo ella, con una brillante
sonrisa.
—Sí, algo así —respondió Renato, a pesar de que él poco
había frecuentado esos lugares tan festivos.
Se quedaron ahí hasta que todo se terminó casi a las tres de la
mañana, él esperó que el licor le ayudara a estar más relajado, pero
no fue así.
—¿Te importaría si me voy a dormir? —Fue Lara la que
preguntó cuándo salieron del ascensor en el piso donde estaban sus
habitaciones. Ella estaba exhausta y también muy segura de que él
tampoco quería tener sexo esa noche, había sido demasiado
evidente puesto que no hizo ninguna insinuación a lo largo del día.
Empezaba a creer que el problema era que ella no había cubierto
sus expectativas y solo estaba tratando de ser amable antes de
mandarla a la mierda; aunque, no iba a dar por perdida la guerra
aún, tenía que conseguir que él se enganchara a sus encantos.
—No, tranquila, imagino que debes estar muy cansada. —Se
acercó y la sujetó por las caderas—. Fue un día en el que agotamos
las energías. —Sonrió y fue en busca de un beso, que Lara hizo
más intensó, pero tan solo duró pocos segundos, porque él se
apartó—. Descansa —dijo y le dio un besito en la punta de la nariz.
Sí, le gustaban las sensaciones que ella le despertaba con sus
besos, pero había algo más poderoso que le impedía avanzar y eran
sus contantes pensamientos hacia Samira.
—Tú también, caramelo… me gustas mucho —confesó y ella
también le besó la punta de la nariz.
Él sonrió ante ese jugueteó, pero enseguida retrocedió un paso,
le dijo adiós con un ademán y caminó hacia la puerta de su
habitación.
—Nos vemos en un rato —le dijo justo cuando colocaba la
tarjeta contra el sensor de la puerta.
—Está bien. —Sonrió ella, haciendo lo mismo con su tarjeta.
Luego, ambos entraron en sus habitaciones.
CAPITULO 53
Las noches de insomnio en Renato estaban siendo cada vez
más frecuentes, siempre había tenido problemas para dormir; de
niño, por miedo a posibles fantasmas debajo de su cama, a pesar
de que su padre revisaba y le aseguraba que no había nada, su
cerebro se empeñaba en hacerle creer lo contrario; incluso él
aseguraba que las nubes y aviones que las sombras de su velador
arrojaban en el techo o paredes, terminaban convirtiéndose en
terribles criaturas que estiraban sus tentáculos que siempre
lograban alcanzarlo y le presionaban tan fuerte el pecho que casi no
le dejaban respirar. Cuando comenzó las visitas a Danilo y
conversaron al respecto, este le dijo que posiblemente lo que le
había ocurrido de niño era que sufría un leve caso de trastorno de
pesadilla.
De adolescente las horas de sueño se las robaba era la
ansiedad que le producía ir al colegio por la continua intimidación
que sufría, tanto era, que solía repasar cada mínimo detalle de lo
que podía hacer para evadir las posibles confrontaciones, él solo
deseaba encerrarse en su habitación para seguir leyendo o
aprendiendo algún idioma, lo único que rompía esa rutina era
cuando su abuelo mandaba a buscarlo para que lo llevaran a su
oficina o cuando su padre también le pedía que lo acompañara en
sus días de trabajo. Siempre se sintió más cómodo con personas
mayores que con gente contemporánea a su edad. Razón por la
cual tampoco se sintió a gusto en su primer semestre en la
universidad, pero su tormento llegó a su fin cuando Danilo lo
medicó.
Aunque solo fueron pocos meses, logró estabilizar sus horarios
de sueños, por lo que pasó de dormir solo un par de horas a hacerlo
de seis a siete horas seguidas, ese descanso se vio reflejado no
solo internamente, sino que también en el exterior. Pero cuando
descubrió el mundo de las modelos webcam , había vuelto a sus
malos hábitos de dormir solo de cuatro a cinco horas, algo que no
había hablado con su terapeuta, porque consideraba que se sentía
cómodo con esa cantidad de descanso; pero en ese momento había
vuelto a sentir que la ansiedad prácticamente no le dejaba dormir ni
dos horas y él sabía cuál era la solución: hablar con Samira.
No dejaba de darle vueltas a la manera en que afrontaría la
situación, bien sabía que no podía seguir postergándolo, era
realmente necesario para él sincerarse con la chica que recién
había descubierto le gustaba, aunque por otra parte el miedo
también lo atenazaba.
Miró el frasco de ansiolíticos sobre la mesita de noche, eso
podía ser de ayuda, pero solo adormecería su mente por unas
cuantas horas, luego volvería a la misma situación.
«Debo hacerlo, tengo que ir con Samira… Aunque Lara no
merece que le haga algo como eso; dejarla tirada, así como si nada,
cambiarle los planes… todo es una jodida mierda» pensaba,
mientras enterraba la cara en la almohada, sintiéndose
verdaderamente frustrado.
Esa nueva mañana se encontró con su acompañante para
desayunar, la noche anterior no había sucumbido a la posibilidad de
tomar otro ansiolítico, odiaba los terribles efectos secundarios que
estas pastillas le causaban; por eso ya no había nada en su
organismo que le inhibiera ni regulara sus emociones, pero sabía
que debía afrontar un momento especialmente complicado y como
era un cobarde que prefería la salida más fácil, en cuanto despertó,
después de haber dormido poco y mal, lo primero que hizo fue
meterse un comprimido de un miligramo bajo la lengua y esperar a
que hiciera efecto.
No tenía apetito y volvía a sentirse ralentizado; aun así, se
obligó a comerse un yogurt y tomarse un café, mientras buscaba las
palabras adecuadas para despedirse de la rusa sin causarle daño;
ya lo hecho, hecho está y no podía dar marcha atrás, en realidad sí
podía, pero no iba a estar en paz y terminaría arruinando el viaje y
mostrando su peor lado delante de Lara, a menos que siguiera
dopándose con ansiolíticos; por eso, después de mucho meditarlo,
consideró que era mejor construir una buena mentira que ella
creyera a que terminara definitivamente decepcionada. Así que con
la excusa de buscar algo más en el bufé, hizo como si recibía una
llamada que duró unos cuántos minutos y regresó a la mesa con la
cara larga, mostrando preocupación.
—Lara. —Atrajo la mirada de ella, quien había terminado de
comerse un par de claras de huevo, que acompañó con una feta de
pavo y tres tomates cherrys —. Tengo algo muy importante que
decirte.
La rusa sintió que el corazón le daba un vuelco, imaginando
que Renato estaba por hacerle la propuesta con la que ella tanto
soñaba, por lo que dibujó una sonrisa nerviosa en sus labios.
—¿Qué te está pasando? Ayer estuviste gran parte del día
distraído —confesó, quería aligerar la tensión en él, que supiera
que, si iba a pedirle compromiso, no tenía de qué preocuparse
porque le diría que sí—. Puedes decirme qué sucede, quizá pueda
ayudarte…
—De verdad no quisiera hacer esto. —Renato se rascó la
frente, tratando de ganar tiempo, pero no era mucho lo que podía
dilatar la situación—. No fue como planeé las cosas, y tienes que
creerme…
—No sé a dónde quieres llegar… —Se le escapó una risita
nerviosa, porque la conversación estaba tomando un rumbo que ella
no esperaba.
—Tengo que irme…
—¿Cómo? —Casi jadeó la pregunta, al sentirse herida. Él
estiró la mano para tocarla por encima de la mesa, pero ella movió
la suya hacia atrás. Sentía las lágrimas subirle por la garganta—.
¿Dije algo malo? ¿Hice algo indebido…?
—No, no, no se trata de ti, por favor, ni se te ocurra pensar
eso…
—Entonces, este es un patético «no eres tú, soy yo» —
reclamó, tratando de contenerse, no iba a hacer un escándalo que
aumentara su humillación.
—Tampoco es eso, bueno… si tiene que ver conmigo, pero no
con lo nuestro… —No podía romper tan bruscamente las ilusiones
de una mujer que solo había sido buena con él—. Es que se
presentó un inconveniente… Con mi madre… —No era primera vez
que usaba a su madre o algún familiar como excusa para liberarse
de cualquier situación incómoda. Sobre todo, durante la
adolescencia, cuando lo invitaban a fiestas, solía decir que su madre
estaba enferma o su padre necesitaba ayuda. Incluso, una vez dijo
que su hermano se había roto una pierna, pero a los pocos días su
mentira terminó siendo descubierta, porque Liam había salido por
televisión, debido a una pelea que tuvo en un club. Su hermano
apareció en pantalla, caminando muy bien y mostrándole el dedo
medio al camarógrafo de Globo. Solo esperaba que esta mentira
que necesitaba fabricar ahora no quedara al descubierto.
—¿Con tu madre? ¿Qué pasó con tu madre? —preguntó
mostrándose preocupada.
—Recibí hace un momento una llamada, me informaron que
resbaló por las escaleras… —Bajó la mirada al poco de líquido
turbio que había dejado en la taza.
—¡Oh, no puede ser! ¿Pero ella está bien? —Acercó la mano
que había alejado y tomó la de él.
—Sí, afortunadamente no fue grave; sin embargo, ahora mismo
está en la clínica, están esperando a que le hagan unas
radiografías, pero puede que solo haya sido una torcedura en el
tobillo… —Tras decir eso, pidió perdón mentalmente a su madre por
una vez más accidentarla. No obstante, se dio cuenta de que eso
que había dicho no era suficiente para que abandonara el viaje; así
que, debía enseriar la situación—. El problema es que mi padre
quiere que vaya, ella está alterada y quiere tener cerca a la familia…
Lo siento, es mi culpa, no les dije que venía a verme contigo, no
quiero que se involucren demasiado en nuestra relación, no por
ahora… —se adelantó, porque sabía que Lara bien podría pedirle
acompañarlo.
—Bueno, en ese caso es necesario que vayas… Subiré a
arreglar mi equipaje para devolverme a Moscú, haré el cambio de
fechas —dijo tomándole la mano.
—No, no… no es necesario que lo hagas, sé que estás muy
entusiasmada con estas vacaciones, puedes quedarte, ya todo está
pago, puedes regresar el domingo por la mañana como estaba
planeado.
Ella se negó, él insistió, no quería que tuviera que sacrificar
días de descanso, solo por sus indecisiones y mentiras, al final
terminó convenciéndola.
Él subió a la habitación donde ya había dejado el equipaje
preparado, porque por la madrugada no pudo contener el impulso y
hasta compró el pasaje hacia Santiago, sabía que, si no lo hacía en
ese instante, se podría arrepentir luego.
El vuelo salía en tres horas, tiempo justo para irse al
aeropuerto. En la recepción se despidió de Lara con un fuerte
abrazo y un par de besos en los labios, no quería alimentar en ella
la idea de que había sido su culpa la decisión de que se marchara.
Le hizo la falsa promesa de que volverían a verse; en realidad,
esperaba que así fuera, pero solo como amigos, porque
ciertamente, le tenía un especial cariño. Ella lo ayudó a descubrir
otros ámbitos dentro de su sexualidad.
Ella le pidió que la mantuviera al tanto, él le aseguró que lo
haría y se despidieron una vez más con un ademán de sus manos.
Renato no podía evitar sentirse como el peor de los seres
humanos, porque Lara no merecía que se fuera así, como mínimo
debió ser sincero con ella, pero no quería lastimarla tan duro, ya
buscaría la manera de hablarle y explicarle las cosas sin parecer un
desalmado.
Esa mañana ni siquiera había respondido al mensaje de
buenos días de Samira, temía al posible rechazo de ella, solo
esperaba que su gitanita pudiera llegar a sentir lo mismo que él o
que por lo menos le diera esperanzas, porque estaba por exponerse
como jamás lo había hecho.
Cuando subió al avión sabía que tenía diez horas de vuelo,
tiempo suficiente para prepararse y pensar en qué palabras usaría
que no terminaran asustándola, pero lo cierto es que antes de tener
algo concreto y, a menos de la mitad del trayecto, se quedó dormido
debido a que el ansiolítico llegó al punto más alto del efecto.
Despertó un poco desorientado, pero lo primero que hizo fue
mirar el mapa en la pantalla, estaban a una hora para llegar, alzó la
tapa de la ventanilla y ya había oscurecido, se había rendido por
unas seis horas, tiempo suficiente para estar bien descansado y
esperaba tener también las ideas más claras.
En cuanto bajó del avión, el corazón empezó a latirle fuerte y se
sentía aturdido; a pesar de eso, sabía los pasos que debía seguir,
antes de pasar por migración decidió ir al baño, porque durante todo
el trayecto no había ido y, como uno de los efectos del medicamento
era dejarle la garganta seca, se había tomado más de un litro de
agua. Además de orinar, también aprovechó para cepillarse los
dientes y lavarse la cara porque consideraba que lo peor que podía
hacer era declarar sus sentimientos a la chica más importante de su
vida, teniendo un aspecto tan terrible.
De haber sabido que cambiaría de planes tan drásticamente,
habría llevado por lo menos una chaqueta, porque a pesar de que
era la segunda semana de noviembre y ya el invierno había pasado,
miró en su teléfono que afuera estaba en nueve grados, sin duda
sentiría frío, la camisa blanca y los vaqueros no eran los más
apropiado para ese momento.
No había hecho reservación en el hotel, pensó que si las cosas
salían mal se devolvería enseguida a Río o se iría a la casa en el
Arrayán.
Como no le había respondido a Samira el mensaje de los
buenos días, ella no había escrito más, era tan orgullosa que
verdaderamente le aterraba que le pateara el culo.
Cuando subió a un taxi y le dio la dirección, deseó que ella
todavía estuviese despierta, porque eran casi las diez de la noche o
que no hubiese salido con sus amigos. Pensó en enviarle un
mensaje, avisándole que estaba en Santiago, pero entonces ella
empezaría a hacer preguntas, quizá lo llamaría y eso solo
intensificaría sus nervios.
De camino aprovechó para llamar a Lara, le dijo que había
llegado y que su madre estaba bien, que fue dada de alta y en ese
momento estaba descansando. Ella debía estar en el área de la
piscina, donde solían hacer fiestas al aire libre, porque podía
escuchar la música, no quiso preguntarle para confirmar porque no
quería que pensara que de alguna manera la estaba controlando,
después de todo, no tenía el derecho tras haberla dejado botada.
Por un momento la imaginó en compañía de aquel hombre
tatuado que le había llamado la atención en el bufé, pero de
inmediato sacudió la cabeza ante esa idea tan perturbadora.
Aunque sabía que si ella quería pasar los días que restaban de sus
vacaciones con alguien, no tendría problemas en conseguirlo.
Cuando el auto por fin se detuvo frente a la casona en la que
vivía la gitana, tragó grueso para pasar el intrincado nudo de nervios
que se le formó al poner la mirada en la fachada.
—Señor, ¿podría esperar? —preguntó con la voz un poco
tomada. Estaba seguro de que lo mejor era tener un plan b por si
ella lo rechazaba, así que debía tener un medio para huir de
presentarse el caso.
—Sí, no hay problema —dijo el hombre apenas echándole un
vistazo a través del retrovisor.
Apretó y aflojó los puños, ya sin pensarlo, tiró de la manilla de
la puerta y bajó, el cambio de clima lo golpeó sin clemencia y un
ligero escalofrío lo recorrió, haciendo que la piel se le erizara. Frente
al panel numérico de seguridad del portón, se dio cuenta de que
hubiese sido más fácil si recordara el código de acceso, para no
ponerla sobre aviso de su visita.
La calle estaba solitaria y poco iluminada debido a que varias
bombillas del alumbrado público se habían fundido, todo estaba muy
silencioso excepto por unos ladridos que se escuchaban a lo lejos.
Inhaló profundamente al tiempo que le marcaba al móvil, exhaló
percatándose de la condensación de su aliento en cuanto se llevó el
aparato a la oreja. Entró en tensión y el estómago empezó a dolerle
cuando al segundo repique ella no respondía, su cerebro empezó a
activar una a una las alertas de sus miedos, gritándole que había
sido un error haber hecho ese viaje, pero apretó los dientes,
resistiéndose a su peor enemigo.
—Hola.
El corazón de Renato probablemente se saltó un latido cuando
por fin escuchó que ella le respondía.
—Ho… hola. —Odió que su saludo fuese un horrible chillido,
por lo que carraspeó—. Hola, ¿estabas dormida? Disculpa si te he
despertado.
—No, aún no estoy dormida. —Su trato era bastante serio; no
podía evitarlo, que él la ignorara le enfurecía, y fue precisamente lo
que hizo esa mañana, cuando leyó su mensaje y no respondió;
avivando sin duda, el demonio de los celos en ella. Se imaginó las
mil maneras en las que factiblemente había amanecido con Lara en
su cama—, pero estoy viendo la serie con Ramona.
—Entiendo. —Esa respuesta hizo que su resolución flaqueara,
era evidente que ella no tenía ganas de hablar con él—. No quiero
molestarte…
—¿Para qué llamabas? —preguntó, aprovechando que estaban
pasando publicidad y su amiga estaba concentrada en la bolsa de
palomitas de maíz que tenía en el microondas.
—No, por nada, solo quería decirte algo, pero puedo venir
después. —En realidad, los nervios no le dejaron pensar en esa
respuesta que lo estaba exponiendo.
—¿Venir después? —Samira de inmediato entendió lo que
quería decir, se incorporó con brusquedad, ya que estaba echada en
el sofá, pero se arrepintió de su arrebato, porque seguramente
escuchó mal.
—Sí, sí… Será mejor si nos vemos después… Ahora no es un
buen momento. —Sabía que estaba huyendo de su confesión, la
cobardía volvía a cubrirlo como una segunda piel y el pecho le dolía,
haciéndole difícil respirar. «Debí tomarme otro ansiolítico», pensó.
—Pero qué haces aquí… Espera un momento, ¿estás en
Santiago? ¿Cuándo llegaste? —Se levantó y se llevó una mano al
pecho para contener a su pobre corazón que quería salir disparado.
Al levantar la vista se encontró con la mirada cargada de curiosidad
de Ramona, por lo que se volvió para darle la espalda y boqueó en
busca de oxígeno.
—Sí, acabo de llegar, pero nos vemos mañana, ¿te parece? —
preguntó, quizá por la mañana iba a estar más tranquilo, porque
ahora mismo odiaba la vibración en su voz y lo débil que sentía sus
extremidades.
—¿Y estás en el aeropuerto?
—No, pero no te preocupes, nos veremos mañana… Disfruta
del capítulo de la serie. Hasta mañana —Terminó la llamada y
caminó de regreso al taxi.
Samira se quedó bastante aturdida, pero fue el sonido del
motor de un auto en la calle lo que la hizo espabilar, estiró la mano a
la cortina y al apartarla pudo ver a Renato, bañado por la débil luz
amarillenta del alumbrado público, a punto de subir a un taxi.
Lo primero que hizo fue buscar la salida y correr, mientras con
manos temblorosas le devolvía la llamada. Temió resbalar por las
escaleras, sus pantuflas no eran muy confiables si de correr se
trataba, pero consiguió un buen ritmo en las zancadas.
—Ni se te ocurra marcharte —le amenazó casi sin aliento y
señalándolo con la mano en la que tenía el teléfono, al verlo ya
dentro del auto, mientras ella avanzaba rápidamente por el camino
hacia el portón. Vistiendo un pijama de pantalón y blusa manga
larga, azul oscuro con estampados de nubes y estrellas blancas,
encima un cardigán gris que la señora Agustina tejió y se lo
obsequió como regalo de cumpleaños.
Renato se quedó atónito viéndola, quería bajar, pero no
conseguía que sus músculos respondieran, entretanto Samira toda
envalentonada bordeó el auto y subió por la otra puerta.
—¿Por qué no me dijiste que vendrías? —interrogó en cuanto
subió y cerró de un enérgico portazo—. Disculpe señor. —Tuvo la
prudencia de aceptar que había actuado de manera demasiado
eufórica.
—No lo sé… —comentó rehuyendo a la mirada de ella—.
¿Puedes volver adentro? Por favor, mañana hablaremos. —
Maldecía sentirse tan nervioso y empezó a temer que un ataque de
pánico lo asaltara.
—¿Pasó algo? ¿Discutiste con Lara? —siguió ella, lo notaba
perturbado.
Él negaba con la cabeza, no sabía qué decir, tenerla enfrente
ahora lo enmudecía.
—¿Entonces qué pasó? —prosiguió.
—A-a-ahora no quiero hablar de eso, fue un error haber
venido… por… por favor, ve adentro que hace frío.
—No me iré… hasta que me digas que pasa, ¿por qué has
venido?
—¡Las cosas no salieron como esperaba! —estalló producto de
los nervios, pero de inmediato inhaló profundamente para calmarse
y se llevó las manos a la cabeza—. Solo eso, ahora bájate por favor,
no seas obstinada… —dirigió su atención al chofer—. Señor, ya nos
vamos.
—Está bien, pues nos vamos, no voy a bajarme, Renato… —
Ella también miró al chofer, quien se mostraba indeciso—. Arranque,
señor.
—Ahora no puedo hablar… no puedo… —Quería decirle que
temía afrontar el momento en que le dijera que se había enamorado
de ella.
—Está bien, no hables, no te obligaré, pero quiero estar a tu
lado para cuando decidas hacerlo… Arranque, señor —le solicitó
una vez más.
El hombre al no recibir una negativa del joven, supuso que
estaba de acuerdo en seguir.
—¿A dónde vamos ahora? —preguntó.
Renato le dio la dirección de la casa en El Arrayán. Se sentía
presionado, con el pecho adolorido; sin embargo, decidió que en
cuanto pudiera buscar una nueva dosis del ansiolítico que estaba en
su equipaje, mismo que iba en el maletero del vehículo, su problema
nervioso menguaría y encontraría el valor para decirle a Samira eso
que lo había llevado hasta ahí.
Ella le envió un rápido mensaje a Ramona, diciéndole lo que
había pasado. Aunque él no había querido decirle nada de
momento, sabía que algo malo había pasado con Lara, aun no
sabía si se sentía muy mal por su amigo o aliviada por imaginar que
el hombre que amaba ya no estaba atado a nadie.
Desde que tuvo el accidente en el baño, decidió darle a su
amiga copias de llave, por lo que le pidió que le hiciera el favor de ir
a ver si todo estaba apagado. Lo menos que esperaba era que por
su culpa se incendiara la casa de la señora Agustina.
Una vez envió el mensaje, posó su mano sobre la de él que
reposaba encima de la rodilla y la apretó con fuerza.
—Todo va a estar bien.
—Es lo que más deseo —musitó a pesar de sus temblores,
también correspondió al apretón de manos, la miró al rostro por
pocos segundos, luego tragó grueso y volvió la mirada al camino.
Sentía que el corazón le estallaría en cualquier instante.
CAPÍTULO 54
Solo le bastó a Renato anunciarse en la garita de seguridad de
la propiedad, para que le concedieran el acceso y fuese escoltado
en una SUV hasta la entrada por uno de los vigilantes.
Ya frente a la puerta principal, también apareció Ignacio, quien
les dio la bienvenida, le abrió para que pudiese entrar y encendió
algunas luces.
—Enseguida enviaré a Marta para que le prepare la habitación
—anunció el encargado de la seguridad de la propiedad, mientras
cargaba el equipaje de Renato.
—No te preocupes Ignacio, no hace falta que las molestes.
—Pero no es molestia señor… Me encargaré de llevar el
equipaje a su habitación… —Mientras su compañero había ido a
encender las demás luces y las chimeneas.
—Gracias, de verdad, no necesito de Marta, déjala descansar.
—Ya era demasiado tarde como para importunar a la pobre mujer
que probablemente estaría durmiendo.
—Bien, como ordene señor, pero si desea algo puede
llamarnos al intercomunicador —cedió, comprendiendo que quizá el
joven deseaba estar solo con la jovencita.
—Gracias, ve a descansar —dijo solicitándole la maleta.
El personal sabía que no debía insistir, así que soltó el
equipaje.
—Descanse señor. —Desvió la mirada a la joven Samira, que
estaba abrazada a sí misma, como si usara el cardigán de escudo
—. Descanse señorita, hasta mañana.
—Gracias. —Ella le sonrió tímida.
Una vez solos, Renato se hizo de la maleta para subir a su
habitación; ella no sabía por qué estaba tan esquivo, lo que sí sabía
era que algo había pasado y se sentía impotente por no poder
ayudarlo.
—Dime que por lo menos has cenado —comentó ella,
interponiéndose en su camino.
—En realidad no tengo apetito.
—Aunque no tengas apetito no puedes irte a la cama con el
estómago vacío… Deja eso ahí, ven, te preparé algo de cenar.
—Por favor, Samira —suplicó, solo quería subir a su habitación,
ducharse, esperar que el tranquilizante se le disolviera debajo de su
lengua y bajar para enfrentar el momento.
—Por favor, Renato —casi lo regañó—. Deja eso ahí, ven
conmigo. —Le tomó de la mano y tiró hasta que consiguió hacerlo
avanzar varios pasos—. Mi abuela dice que las penas se pasan
mejor si es con amigos y comida.
De la abuela de ella era de quien menos necesitaba consejos
en ese momento, pero como no quería parecer descortés dejó que
lo arrastrara a la cocina; quizá podía aprovechar el momento en que
estuviese cocinando y que le diera la espalda, para decirle: «Gitana,
me he enamorado de ti… Lo sé, parece una locura y créeme ni yo
mismo lo creo, ni siquiera sé si estoy enamorado o muy
confundido…» sí, algo como eso le diría; no obstante, temía que
soltarle una confesión así, cerca del fuego, no fuera lo más sensato.
—Tú, te quedas aquí sentado… Mientras yo te preparo algo
que te levantará el ánimo, ya verás —le prometió, señalándole uno
de los taburetes en la isla.
Él se moría por decirle que no estaba afligido, que solo estaba
nervioso.
—¿Y qué harás? —preguntó, apoyando los antebrazos en la
encimera de mármol.
—Pasta, la pasta siempre es la solución… ¿Acaso has
escuchado que alguien puede estar triste después de comerse un
buen plato de pasta? —hablaba toda exaltada. No sabía qué había
pasado en esas vacaciones que hizo junto a su novia, ni por qué él
estaba ahí, pero no empezaría a hacer preguntas que podrían
herirlo, en ese momento solo quería ser su mejor amiga.
Renato se quedó pensativo por varios segundos, frunció los
labios y movió sus iris de un lado a otro, buscando en sus
pensamientos algo que le dijera que Samira no tenía razón, pero la
tenía.
—Sí, creo que la pasta es sinónimo de felicidad… Igual que la
pizza.
—¡Exacto, lo ves! Entonces voy a prepararte una buena porción
de felicidad… —aseguró y empezó a abrir las puertas de las
alacenas en busca de las pastas.
—¿De qué la harás?
—¿De qué quieres que la haga? ¿En qué presentación deseas
tu felicidad? —Preguntó, volviéndose a mirarlo por encima del
hombro.
—Carbonara, sería ideal —respondió seguro de que podría
hacer a un lado los nervios y compartir con ella como amigos, por lo
menos, por esa noche. Así que, si lo mandaba al carajo, podría
llevarse el bonito recuerdo de la última cena.
—Entonces preparemos carbonara —comentó, encontrando
por fin el envase de los espaguetis.
—Quiero ayudarte. —Se levantó, necesitaba hacer algo que lo
distrajera, quizá eso le ayudaría a aliviar tensiones.
—Bien, si es lo que deseas… Puedes buscar en las neveras si
tienen panceta, o de lo contrario nos tocará improvisar.
—Debería haber —exhaló y se levantó de la butaca para ir a
por la panceta, mientras abría la nevera, la miró de soslayo como se
hacía de un par de huevos de la cesta en la encimera. Tragó grueso
y volvió la mirada al frente, obligándose a calmarse. Ya estaba ahí
con ella, eso era lo más importante—. Sí aquí está. —Le mostró el
paquete—. ¿Qué otra cosa necesitas?
—Queso, parmesano o manchego —solicitó al tiempo que
ponía a hervir el agua.
—Déjame ver. —Y se acuclilló en busca del queso. Revisó
entre la basta variedad que tenían, hasta que dio con el parmesano
—. Listo. —Se levantó y llevó los ingredientes a la isla, donde ya la
gitana separaba las yemas de las claras.
—Gracias. —Ella le sonrió.
—Con gusto. —También le sonrió y se quedó mirándola a los
ojos, pero de inmediato sus pupilas se escaparon a los labios
sonrosados. Se preguntó qué sentiría si llegaba a besarlos… ¿Y si
no hacía gran diferencia? ¿Si no pasaba nada extraordinario?
Entonces no sabría si era que todas esas emociones del amor
estaban demasiado sobrevaloradas o era que él no sabía sentir…
Temía perder esto que estaba viviendo con ella, la complicidad,
el compañerismo, la comodidad, el ser él mismo con alguien que
nunca lo había juzgado, que lo aceptaba con sus limitaciones
afectivas y emocionales. Y, sobre todo, por algo que no estaba
seguro si merecía la pena, si en realidad sería tan extraordinario
como para sacrificar lo más bonito que había tenido hasta el
momento.
Sus ganas de besarla en ese momento flaquearon, tamborileó
ligeramente con los dedos en la encimera y se alejó.
—¿Te parece si pongo música? —preguntó por la necesidad de
no quedarse callado y que los nervios lo pusieran en evidencia.
—Genial, podrías poner nuestra lista, tengo tiempo sin
escucharla…
—Sí, yo también. —Buscó el móvil en el bolsillo de los
vaqueros y caminó hasta el sistema de sonido.
De inmediato la suave melodía de un piano acompañada por
los acordes de una guitarra se esparció por cada rincón de la
cocina.
—Ay, esa… esa es hermosa —se emocionó Samira.
Renato miró en la pantalla del teléfono cual era el tema.
—Es una de los tres millones de canciones de Pablo Alborán
que has agregado.
Ella se alzó de hombros en un gesto de despreocupación y le
regaló una brillante sonrisa.
—Es tu culpa, has creado a una amante de la música en
español… Qué intenso es esto del amor, qué garra tiene el corazón,
sí… —Empezó a cantar apasionada y se llevó una mano al pecho
para darle mayor intensidad, se balanceaba en un suave baile
mientras lo miraba—. Jamás pensé que sucediera así… Bendita
toda conexión entre tu alma y mi voz, sí, jamás creí que me iba a
suceder a mí… —siguió sin perder concentración en lo que hacía;
sin saber que había provocado que el corazón de Renato diera un
vuelco, y se quedara admirándola, mientras luchaba con las ganas
de correr, tomarla entre sus brazos y por fin besarla.
Él no podía seguir así.
—Samira… Me gustaría decirte algo…
—Sí, dime —respondió ella apenas pausando el canto que
prosiguió—: Por fin lo puedo sentir, te conozco y te reconozco que
por fin sé lo que es vivir con un suspiro en el pecho, con cosquillas
por dentro… Y por fin sé por qué estoy así…
Sentía que el pecho le estallaría, las palabras se le quedaron
atoradas en la garganta. No, definitivamente no podía.
—Eso lleva aceite de oliva, ¿cierto? —cambió el tema, en ese
momento su mirada se fijó en la vinoteca empotrada en el mueble
que estaba a su lado derecho. No le gustaba el licor, pero el vino era
la excepción, quizá eso le ayudaría a encontrar el valor que lo
evadía.
—Sí, por supuesto… pero si deseas puedo usar otro tipo de
aceite.
—No, oliva está bien —comentó, al tiempo que le daba la
espalda. Abrió la nevera y sacó una botella Sauvignon Blanc de la
cosecha tardía del viñedo Concha y Toro. Era un vino suave y dulce,
bastante agradable al paladar, por lo que podría beberse un par de
copas de ser necesario.
Sacó del mueble de al lado una copa y el sacacorchos, luego
llevó eso a la isla y volvió a sentarse en el taburete, ante la mirada
curiosa de la chica.
Ella pensó que verdaderamente algo muy malo había pasado
en República Dominicana; como poco debía tener el corazón roto,
porque desde que lo conocía jamás había visto decidido tomar licor,
siempre decía que no le gustaba. Lo menos que deseaba era que
pensara que sentía lástima por él, por lo que siguió con lo suyo.
—Tiene un color muy bonito —dijo al ver el líquido dorado,
mientras picaba la panceta.
—Así es —confirmó y le dio el primer sorbo, la ligereza del vino
endulzó su paladar con las notas de frutos secos, membrillo, flores y
miel.
Ella se volvió para lanzar los trozos de panceta y sofreírlos,
aprovechó para escurrir los espaguetis, mientras seguía cantando
una nueva canción de Pablo Alborán.
Cuando se volvió para salpimentar la salsa se dio cuenta de
que Renato casi se terminaba la copa.
Él bebió, trago tras trago sin darse cuenta, solo trataba de
aligerar la ansiedad que crepitaba en su interior.
—Parece que está bueno ese vino —comentó sonriente, solo
para no estar callada.
—Lo es… es dulce —respondió al tiempo que tomaba la botella
para rellenar la copa.
—¿Puedo probarlo? —preguntó. Con la intensión de poder
acompañarlo en su pena. Él deslizó la copa, hasta que tocó los
dedos de ella, quien le dedicó una mirada antes de dar un
pequeñísimo sorbo—. Tienes razón, es rico —gimió y luego se pasó
la punta de la lengua por los labios para saborearlo mejor. No pudo
evitar tomar un poco más—. Sí, es dulce… pensé que todos los
vinos eran ácidos… Es decir, este tiene acidez, pero casi ni se le
siente. —Volvió a tomar.
—Eh, eh… Devuélveme la copa, es licor, debes tener cuidado
—pidió Renato estirando la mano.
—Pues, oficialmente ya tengo dieciocho años, si quiero puedo
tomar un poco… aunque sea una copa. Así te acompaño.
—No tienes que hacerlo. —Negó con la cabeza y con el ceño
ligeramente fruncido.
—Pero quiero hacerlo.
—Solo una —le advirtió y fue a por una copa para ella, le sirvió
solo un poco.
—Gracias. —Le sonrió y le ofreció para hacer un brindis—. ¡Por
la carbonara y la amistad! —dijo en cuanto se escuchó el tintineo.
—Porque estamos aquí. —Brindó él.
Ambos bebieron al mismo tiempo, luego ella dejó la copa y
siguió con la preparación de la cena. Se moría de ganas que él se
desahogara, para entonces poder decirle que sin importar que las
cosas con Lara no hubiesen funcionado, ella siempre estaría a su
lado.
—Listo, esto está para servir —dijo y tomó la copa una vez
más, se bebió lo que quedaba, sin permiso de Renato se sirvió lo
que quedaba en la botella de 375 mililitros.
—¿Quieres comer aquí o hacerlo en otro lugar? —preguntó
Renato.
—Si hay un sitio especial, ni lo preguntes, vamos ahí —
comentó mientras servía.
—Está bien, déjame buscar una bandeja para poner esto —dijo
refiriéndose a los platos, tardó unos minutos en conseguirla, no
estaba habituado con la distribución de las cosas en esa casa—. Yo
la llevaré —dijo en cuanto acomodaron platos y cubiertos sobre la
charola.
Samira aprovechó que Renato tenía las manos ocupadas y
corrió a la vinoteca, buscó otra botella igual a la que ya se habían
tomado, se hizo de las dos copas y en una de ellas metió el
sacacorchos.
—Espero que tu abuelo no se moleste porque nos les estamos
tomando los vinos —comentó con una risita cómplice.
—Ni lo notará. —Él también sonrió, el alcohol, aunque poco,
estaba surgiendo efecto y lo hacía sentir más relajado.
Ella lo siguió y se fijó que la llevaba por uno de los pasillos
contiguos al gran salón, subieron unos cinco escalones que se abría
a una hermosa sala, que tan solo estaba iluminada por las llamas
provenientes de la chimenea de forma rectangular ubicaba en la
parte inferior de una gran pared de piedra.
Había un par de sofá en tono marfil, una mesa centro de hierro
forjado en negro y cristal, todo eso reposaba sobre una alfombra de
pelo largo en marrón, mismo color de los cojines y mantas que
estaban en los sofás.
Renato dejó la bandeja sobre la mesa y se sentó en la
alfombra.
—Deja que te ayude —dijo pidiéndole las copas, mientras
Samira se quitaba las pantuflas, para disfrutar de la suavidad de esa
hermosa alfombra.
—Por qué no te quitas los zapatos, así estarás más cómodo —
propuso al tiempo que se sentaba sobre sus talones.
—Tienes razón. —De inmediato empezó a descalzarse.
—Esto es muy bonito —comentó admirando el lugar, era
realmente acogedor.
—No, aún no has visto la magia de este lugar. —Dejó los
zapatos a un lado y tomó el control remoto que estaba en la mesa,
junto a unos libros decorativos, un par de velas y un bonito florero
con tulipanes blancos.
Ella admiró cómo tras un ligero sonido mecánicos los paneles
del techo y la pared lateral empezaron desplegarse, dando paso a
paredes y techo de cristal que le brindaban una extraordinaria vista
del cielo nocturno y la ciudad.
—¡Santo cielos! ¡Guao! Esto es hermoso…
—Es uno de mis lugares favoritos de la casa, sobre todo para
leer —dijo con una ligera sonrisa, cautivado con la sorpresa que se
reflejaba en el rostro de la chica sentada a su lado.
—No lo dudo, leer aquí debe ser maravilloso… Es muy lindo.
—Y si esperamos el amanecer, verás que también es
extraordinario.
—Claro que me quedaré a esperarlo…
—Dame un minuto, iré a por mí móvil para que sigamos
escuchando música.
—Genial, mientras descorcharé el vino.
—Está bien. —Renato corrió y en menos de un minuto estaba
de regreso.
Ya Samira había servido vino en ambas copas. Una vez más
chocaron sus copas.
—Buen provecho —dijo ella.
—Igualmente.
Cada uno le dio un trago a su vino y se dispusieron a comer.
—¿Qué te parece? —preguntó la gitana, en cuanto pasó el
primer bocado.
—Está riquísimo —gimió complacido, solo entonces se daba
cuenta de que verdaderamente estaba hambriento, porque desde el
yogurt y café que desayunó, no había probado nada más.
—No lo dices por adularme. ¿Cierto?
—Sabes que no… Tienes unas manos benditas.
—Gracias. —Ella se sonrojó complacida—. Y con el vino sabe
delicioso… Este sí que me gusta, es tan dulce. —Se llevó el borde
de la copa a la nariz para disfrutar del aroma.
—Ese vino es una cosecha tardía, es decir, tardan un poco más
en cosecharla… el dulzor se debe a la aparición de un moho
llamado botrytis…
—¿Un moho? —preguntó con cara de asco, sentía que el
estómago se le revolvía.
—Así es… —Él rio al ver el semblante de ella—, pero pasa por
un gran proceso, así que no tienes nada de qué preocuparte.
—Mejor no me lo hubieses dicho —comentó con la voz
estrangulada.
—Piensa que es como un queso, entre más madurado es mejor
—Él siguió riendo—. Anda, ya no dejes de comer ni de tomar por
eso, disfruta del vino.
—Está bien, intentaré olvidar eso del botrytis… —masculló y
siguió comiendo. Le encantaba verlo de mejor ánimo, que Renato
riera le alegraba la vida.
Tras una hora, ya habían terminado de cenar, de haberse
tomado la segunda botella y estaban haciendo la digestión. Él ya se
reía abiertamente, disfrutando de una anécdota que ella le estaba
contando, sobre el día de sus quince años, que estaba bailando
flamenco delante de los invitados que podrían ser posibles
candidatos a esposos y estaba tan apasionada con el taconeo que
se le escapó un pedo que no pudo ni disimular, porque empezó a
reír y dejó de bailar.
—¡En serio, fui salvada por un pedo…! —Se carcajeaba con
una mano en la panza.
—Ataque de gases tóxicos… —reía Renato.
—¿Quieres bailar? —propuso ella, ya que era algo que no
había hecho con él y le gustaría mucho vivir la experiencia.
—¿Bailar? —preguntó, parando de golpe la risa y sintiendo
como su cara se sonrojaba, agradeció que la iluminación tenue le
ayudara a disimular su reacción—. Yo… yo no sé bailar flamenco…
no tengo idea.
—No flamenco, lo que sea… —dijo ella levantándose y le
ofreció las manos para ayudarlo a poner en pie.
Los ojos del chico saltaron de las manos de Samira a su rostro
sonriente, odiaba tener que romper sus ilusiones.
—No sé bailar nada —confesó, bajando la mirada.
—La idea de bailar no es saber hacerlo, es que te sientas bien,
que liberes energía, solo mover el cuerpo y disfrutar del momento…
Anda, ven, vamos a bailar, a saltar… a lo que sea.
Temía que ella se mofara de lo que iba a hacer, pero ¡al diablo!
Solo estaban ellos dos y el vino le daba la seguridad que a su
autoestima le faltaba.
—Pero no me espantarás con un pedo, ¿cierto? —Le ofreció
una de sus manos.
—Te juro que no… —contestó sonriente y con fuerza tiró de él
—. Pero creo que es necesaria otra canción…
—¿Algo como qué? —preguntó, sin soltar la mano con que
Samira lo ayudó a ponerse en pie.
—Hay una muy linda en inglés. —Inhaló profundamente,
reuniendo el valor necesario, para ver si Renato con esa canción por
fin caía en la cuenta de que ella estaba perdidamente enamorada de
él y que no necesitaba de Lara para ser amado—. Se llama, Just a
friend to you… —Exhaló y sonrió nerviosa.
—Bueno, pongamos esa —comentó Renato haciéndose con el
teléfono que estaba sobre la mesa—. ¿Es de Meghan Trainor? —
preguntó ante el par de opciones que le salieron.
—Sí, es esa. —Sabía que se había sonrojado hasta el pelo, el
corazón empezó a latirle a prisa y estaba algo mareada producto del
vino… En realidad, estaba bastante mareada.
La puso a reproducir, devolvió el teléfono a la mesa y tomó la
otra mano que Samira le ofrecía, mientras le sonreía, entre nervioso
y ansioso.
—No sé cómo se baila eso…
—Yo tampoco. —Y se rio con ganas mientras alzaba los
hombros, pero enseguida empezó a mover los brazos,
balanceándolo de un lugar a otro—. Solo dejémonos llevar…
—¿Y cómo vamos a sincronizarnos? —Se le escapó una risita,
al ver que él iba por un lado y ella por otro.
—Pues, guíame… —Se acercó a él y le puso una mano en el
hombro.
—Lo intentaré. —La miró muy cerca de su rostro al tiempo que
le pasaba el brazo por la cintura. La guio balanceando su cuerpo de
un lado al otro, sin siquiera ir al ritmo de la canción.
— Why you gotta hug me like that every time you see me? —
cantaba con una tonta sonrisa, mientras lo miraba a los ojos, lo
mejor de todo, era que él le mantenía la mirada y también le
sonreía, mientras ella seguía el suave balanceo de él—. Why you
always making me laugh, swear you’re catching feelings I loved you
from the start…
—Que bien pronuncias el inglés, de verdad estoy impresionado
—murmuró, sin apartar la mirada del color oliva, en el que se
reflejaban destellos dorados. «El brillo de las estrellas», pensó.
—¿Y no te gusta la canción?
—Es bonita, no la había escuchado.
Ya la canción estaba por finalizar y al parecer él no iba a darse
cuenta de la indirecta más directa que pudiera mostrarle… «Al
diablo, es ahora o nunca», pensó ella, así que, sin analizarlo mucho
más, ni seguir esperando a que él diera el primer paso, aprovechó la
cercanía y estampó sus labios contra los de él. Ya después, si las
cosas salían mal, podría echarle la culpa al vino.
CAPÍTULO 55
Samira le dio un tierno roce de labios, tan rápido que apenas
pudo sentir, pero que para él fue tan arrollador que logró quitarle el
aliento, dejándolo inmóvil y sin palabras.
Ella tenía el corazón a punto de estallar, jamás imaginó que los
labios de Renato fueran tan suaves ni que le hicieran sentir esa
electricidad por todo el cuerpo; él solo la miraba, sin moverse ni un
centímetro, por lo que la distancia entre sus bocas era escasa; así
que llevada por un arrebato y cobijada por la ligera ebriedad, se
acercó a él y le robó otro beso, desatando una serie de sucesos que
la ponían a prueba a cada instante.
Pudo sentir que Renato le soltó la mano y las llevó a ambos
lados de su cuello, sujetándola con firmeza y empezó a
corresponder a ese beso torpe y necesitado que ella le entregaba.
Confirmaba que sus labios eran como una nube aterciopelada, pero
cuando las lenguas hicieron contacto, ambos sintieron un estallido
que se apoderó de sus entrañas.
Ella sintió el sabor a vino en la húmeda lengua de él, lo que
hizo que un calor abrumador la invadiera y la instara a hacer el beso
más íntimo, no sabía si lo estaba haciendo bien o mal, solo se
dejaba llevar por esa descarga de adrenalina que le llenaba las
venas y le agitaba el corazón.
La respiración de Renato empezó a agitarse más, al sentir los
dedos de Samira enterrándose en su espalda, entonces deslizó una
de sus manos por la espalda y la pegó más a él, llevado por una
súbita necesidad, comenzó a devorarle los labios y a meter su
lengua instintivamente en la boca de ella.
La besó apasionadamente, intentando reclamarla para sí y
entregándose por completo a la llameante sensación que inflaba su
pecho y revolvía su estómago. Rindiéndose a la excitación
enardecida que lo había llevado a bajar su mano, hasta una de las
nalgas de ella, apretándola y sintiéndola turgente; el instinto le hizo
empujarla contra su pelvis, provocando que ella soltara un gemido
en su boca.
Era justo y necesario que les dieran tregua a sus bocas para
poder respirar y para que sus labios latentes tuvieran un descanso.
—Me he enamorado de ti, por eso estoy aquí… Era lo que
necesitaba decirte, pero no sabía cómo hacerlo —confesó Renato
con el corazón en la garganta, un vacío en el estómago y su sangre
viajando demasiado aprisa a un lugar que podría terminar
escandalizándola—. En cuanto te vi esta noche, lo tuve todo muy
claro, era como si siempre lo hubiera tenido todo frente a mí, pero
por alguna razón no lo había visto antes, pero cuando quise hablar
me quedé sin palabras…
—Eres un tonto… Yo también estoy enamorada de ti y desde
hace mucho… —Sonrió y tenía lágrimas al filo de los párpados—,
eres lo más especial y bonito que he tenido nunca, en este momento
creo que estoy soñando, fueron tantas las veces que deseé decirte
lo que sentía, pero temía que tú no me correspondieras, que todas
las cualidades que te gustan en mí como amiga, no las quisieras en
una novia.
—Sé que serán las mismas, estoy locamente enamorado de ti,
de tu nobleza, tu inteligencia, tu valentía… tu belleza, y por cómo
me siento cuando estoy contigo… —Se relamió los labios y tragó
grueso el nudo de nervios que se le atoraba en la garganta.
—¿Crees que soy linda?
—Muuuy linda —afirmó y se lanzó a besarle la punta de la
nariz, pero después de eso, siguió de nuevo a la boca.
Ella le mordió suavemente el labio inferior, seguido de un toque
apenas perceptible de su tibia lengua con sabor a vino, que
estremeció a ambos y que los llevó a profundizar el contacto de sus
bocas.
El corazón de Samira galopaba con una emoción que no
esperaba, su cuerpo se volvió tembloroso y demasiado caliente,
cuando él, dejó de besarle la boca y emprendió un camino de besos
cortos y húmedos desde la comisura, que pasó por su mejilla y se
concentró en su cuello, intentó contener los gemidos, pero esas
sensaciones eran más poderosas y le ganaban la partida, se colgó
con fuerza a los hombros de él, porque sus piernas se habían
debilitado al punto de que casi no podía mantenerse en pie.
Renato se deleitaba a conciencia con cada roce de sus labios
por la delicada y tibia piel del cuello de la mujer que tenía entre sus
brazos, los gemidos contenidos de ella lo invitaban a seguir con esa
veneración que sentía natural, no había ningún tipo de preocupación
robándole la atención, solo seguía sus instintos que le gritaban que
fuera a por más.
Todo su cuerpo estaba enardecido, el pecho agitado, los latidos
desbocados y la excitación crepitando como fuego infinito se
exponía en una doliente erección; no estaba seguro si quería que
Samira fuera consciente de ella, por lo que a pesar de que sus
besos y lamidas recorrían el cuello, trataba de mantener un poco de
distancia de la parte baja de su cuerpo; sin embargo, fue la gitana
quien hizo un acercamiento más íntimo y, un jadeo compartido llenó
el ambiente cuando sintió que su pene, aun a través de los
vaqueros, rozara el vientre tibio de ella, lo que hizo que un instinto
animal lo dominara y que evitara que ella se alejara; la tomó con
firmeza por las nalgas y la dejó asida a su erección, recibiendo el
poco de alivio que el simple contacto le brindaba, pero lo que
realmente lo tenía cautivado era esa gran emoción que se agitaba
dentro de su cuerpo y que iba creciendo hasta hacerse infinita,
estaba seguro de que debía ser ese amor que todos los grandes
poetas y románticos del planeta habían descrito muchas veces.
Cuando Samira fue consciente del pene empalmado contra su
vientre, estuvo segura de que jamás había sentido un deseo tan
avasallador. Un ímpetu ardiente corría por sus venas, sentía culpa,
temor, confusión, pero nada de eso era tan importante o relevante
como la excitación que la embargaba. Se suponía que las
mariposas en su estómago no debían liberar ese veneno lascivo, en
cada célula de su ser.
Renato supo que la situación se le estaba saliendo de control,
cuando un deseo salvaje e indomable lo llevó a quitarle el cardigán y
ella no se resistió, incluso le ayudó a deshacerse de la prenda. Bien
sabía cuán importante era para Samira la virginidad, así que un
resquicio de cordura lo hizo tomar consciencia de lo que podría
pasar entre ellos si no paraban ya.
—Creo… creo, no sé —musitó con la respiración entrecortada,
mientras dejaba caer uno que otro beso, iba en retroceso por el
mismo camino como si los fuera recogiendo; así que dejó de besarle
el cuello para ir por su mejilla y se apartó apenas lo suficiente para
mirarla a la los ojos, su corazón dio un vuelco al descubrir lo
fascinante que le lucían las pupilas dilatadas. Pero cerró los ojos y
tragó grueso para llamarse a la calma y con un gesto tierno, al rozar
la punta de su nariz contra la de ella, decidió hablar—. Debemos
detenernos ahora.
—Sí, puede que sea lo mejor… —mintió. Estaba sonrojada,
producto de la sangre que se le había calentado, haciendo visible su
excitación. Se moría por seguir disfrutando de los besos de Renato
en su cuello, de ese calor y cosquillas que le provocaba con su
respiración pesada y que le tenía toda la piel erizada, provocando la
humedad entre las piernas que ya tan bien conocía. Asintió trémula,
al tiempo que se metía el cabello tras las orejas, necesitaba
refrescar su cara, porque la sentía arder.
—¿Quieres ir a dormir? No sé, imagino que deseas descansar
—comentó, queriendo ser considerado. Ella era la tercera chica con
la que había tenido la oportunidad de compartir algunos besos y sin
duda era con la que más los había disfrutado, quizá era demasiado
precipitado, pero ya no necesitaba buscar en otras bocas esa paz
que había hallado en la de ella. De haber sabido que se sentiría tan
bien se habría lanzado de cabeza desde que la vio esa noche.
—No. —Reforzó su negativa moviendo la cabeza, lo tomó por
la mano y él entrelazó sus dedos—. Podemos quedarnos aquí un
poco más. —Lo guio hasta uno de los sofás y ahí se sentaron.
Renato usó un cojín para cubrir el evidente bulto en sus
vaqueros y luego le pasó un brazo por encima de los hombros para
recargarla contra su costado.
Samira dejó descansar la cabeza en el hombro de él y miró al
cielo donde la luna llena brillaba intensamente. Aún se sentía algo
mareada, no sabía si era por el vino o por la revolución de
emociones que la embargaban que le hacían sentir un hormigueo
constante entre sus piernas, pezones y labios.
—¿Crees que estemos ebrios? —murmuró, jugueteando con
sus manos entrelazadas.
—Estoy algo mareado, lo confieso, pero estoy aún en mis
cabales y soy consciente de lo que ha pasado…
—Nos hemos besado —soltó una risita y escondió la cara en el
pecho caliente de Renato—. Por fin… —inhaló profundamente el
perfume que tanto le gustaba.
—Así es… ¿Desde cuándo deseabas besarme? —curioseó,
acariciándole los cabellos, sintiendo cómo poco a poco la
respiración se le ralentizaba y apenas pudiendo creer que había
despertado en alguien la genuina necesidad de querer besarlo.
—¿Tengo que ser sincera? —Hizo un mohín gracioso y se
aventuró a mirarlo a la cara. Una vez más, le dieron ganas de
besarlo y como ahora tenía la seguridad de que podía hacerlo, no se
cohibió. Le dio un beso que no solo fue aceptado, sino también
correspondido con bastante entusiasmo—. Casi al mes de
conocerte.
—Todavía estabas en Río, en mi apartamento —aseguró,
mientras le bordeaba con el pulgar el contorno izquierdo del rostro.
Samira afirmó con un enérgico movimiento de cabeza.
—Y te confieso que eres el primero al que beso…
—¿Y Adonay? —No la estaba juzgando, genuinamente sentía
curiosidad—. Después de todo fue tu prometido.
Samira bajó la mirada, porque solo entonces se dio cuenta de
lo intrascendente que había sido el único beso que compartió con
Adonay.
—Te he dicho que mi padre es demasiado… —Puso los ojos en
blanco—. Cuando te digo demasiado, es que me refiero a que es
algo bastante exagerado a la hora de seguir las leyes gitanas, en las
que no está permitido ningún tipo de intimidad antes del matrimonio,
ni siquiera un beso; aun así, compartí uno solo con él. —Notó que
un brillo atravesó los ojos de Renato a pesar de que estaban en un
ambiente a media luz—. Fue Adonay quien me lo dio, pero ahora sé
que no tuvo importancia, porque no me hizo sentir todo esto que
ahora siento… por eso digo que tú has sido el primero, el primero al
que he besado con la seguridad de estar enamorada…
Él se quedó mirándola, muy serio, en silencio y el celeste de
sus ojos se volvió turbio, de repente le tomó el rostro entre las
manos y la arrastró hasta su boca. Le dio un beso suave pero tan
estimulante que ella sintió enseguida como volvía a humedecerse.
Deseaba perderse en esa boca, seguir hasta que él le hiciera
olvidarse hasta de sí misma, tenía la necesidad de comprobar si él
podía hacerle sentir todo ese estallido de placer de la que era
víctima cada vez que se tocaba.
Se arrimó más a él mientras le acariciaba con urgencia, y algo
de torpeza, el cuello, pecho y espalda, entretanto Renato la
mantenía sujeta por el rostro para hacer el beso más profundo; el
calor que viajaba raudo por todo su cuerpo, lo llevó a ir por más y
bajó sus manos con cautelosas caricias por los hombros y siguió
hasta que le rozó uno de los senos.
El gemido de Samira le hizo saber que le había agradado ese
toque, por lo que se permitió ser más codicioso y lo cubrió por
completo, regalándole sutiles apretones a la pequeña turgencia y
gracias a la fina tela de satén, le fue fácil percibir el pezón erguido.
En un arranque de pasión se quitó el cojín que tenía sobre su
protuberancia, lo lanzó al suelo y la envolvió por la cintura con el
otro brazo para acercarla más. Ella con la necesidad haciendo mella
en cada nervio, se dejó llevar y abrió las piernas para sentársele
encima, consiguiendo que su centro quedara justo contra el bulto de
él, eso le dio cierto alivio al ardor constante que sentía crecer en su
vientre, pero también envió una orden involuntaria a su pelvis de
que se moviera.
Renato soltó un ronco jadeo y también se movió, en ese
momento no sabía de miedos, fantasmas del pasado, ni
prohibiciones culturales, lo único que lo gobernaba era la necesidad.
Pero el oír sus suaves gemidos constantes le hizo frenar en un
intento de evitar el descontrol que se avecinaba.
—Samira… De… Debemos parar —le recordó, apenas un hilo
de voz, pero sus manos ayudándole a las caderas de ella a moverse
contradecían esa petición.
—¿Debemos hacerlo? —preguntó ahogada y sintiendo un
estremecimiento recorrerle toda la columna.
—¿Estás segura? ¿No quieres parar? —Necesitaba confirmar,
no quería forzar algo si ella no estaba completamente segura de
continuar, aunque su polla latiera ansiosa.
—Nunca he estado más segura de algo en mi vida. —Cogió su
rostro para mirarlo fijamente a los ojos. Por primera vez en su vida
estaba dejando que su cuerpo guiara sus acciones, necesitaba
demostrarle lo mucho que lo quería—. Tómame.
—¿Sabes lo que pasará si no nos detenemos ahora? —El
deseo bullía si tan solo se atrevía a mirarla a los ojos.
—Lo sé perfectamente y asumo las consecuencias… Y tú,
¿quieres hacerlo?… Hacerlo conmigo.
Renato asintió tembloroso, él se hacía una idea muy acertada
del peso que tenía la virginidad para la cultura gitana y Samira
estaba dispuesta a entregarle esa primera vez. Solamente le
preocupaba no poder complacerla, no poder hacerla sentir que
había valido la pena tomar esta decisión.
Quizá debería tener la confianza para poder confesarle que
estaban en igualdad de condiciones, pero le avergonzaba
muchísimo lo que ella pudiera pensar. Sabía que era el momento
propicio para retractarse si así lo deseaba… Pero ella se encargó de
lanzar por la borda todas sus cavilaciones cuando volvió a besarlo;
sus lenguas se enredaron en una danza poderosa, que hizo que sus
dientes rechinaran, pero a ninguno le importó, él volvió a posar
ambas manos sobre sus caderas y tomó el control de sus
movimientos. La forma en que su pecho se agitaba y todo su cuerpo
vibraba, era la prueba más fidedigna de que estaba con la mujer
correcta, de que ahora todo sería distinto, porque ella era más de lo
que alguna vez creyó merecer.
Una de sus manos hizo un cadencioso movimiento hasta uno
de los glúteos, el que apretó e instó a que se moviera con precisión,
el solo roce que se estaban infringiendo lo estaba enloqueciendo;
ahora los jadeos se le agolpaban en el pecho y la ansiedad de
querer arrancarse y arrancarle la ropa, lo arreciaban con fuerza.
Samira con los labios adormecidos por tantos besos, se apartó
lo suficiente como para mirar a esos ojos azules que le robaban la
cordura, por puro instinto y pasión se mordió el labio, encontrando
por fin el valor para dar el primer paso para deshacerse de las
prendas, así que, con las manos temblorosas y el corazón agitado,
se deshojó un par de botones de la blusa de su pijama, dejando
expuesta la piel de su pecho.
Renato no parpadeó ni una sola vez, no quería perderse ni un
segundo lo que estaba haciendo la chica, pero era demasiada
tentación la que estaba recibiendo, así que con cautela llevó una de
sus manos y rozó con las yemas de los dedos uno de sus pechos,
en ese instante pudo sentir el frenético latir de su corazón y le
tranquilizaba saber que ella estaba como él.
—¿Quieres seguir tú? —preguntó con un poco de timidez.
—Hagámoslo al mismo tiempo —acordó él, y se impresionó
ante la naturalidad de su propuesta. Ella iba a su mismo ritmo,
estaban acoplados al mismo deseo, no sentía que estaba
acorralándolo u obligándolo a ir más deprisa.
—Lo intentaré —sonrió ella.
Samira sintió que se quedó sin aire cuando por fin llevó sus
manos a la camisa blanca de Renato, sus dedos temblaban, pero no
su decisión de seguir adelante.
A pesar de que él tenía una erección bastante dolorosa, no se
apresuró, disfrutaba desabrochando cada botón e intercalaba su
mirada entre lo que hacían sus dedos y los ojos de ella, mientras
que a su vez, ella hacía lo mismo con él, provocando pequeñas
descargas eléctricas en sus cuerpos cada vez que rozaban la piel
del contrario.
Necesitaban guardar ese momento para poder recordarlo toda
su vida, sin importar las cosas que a futuro pudieran pasar, ese
momento debía ser perfecto para los dos, por lo que las prisas no
eran necesarias. Y como si hubiesen sincronizado sus movimientos,
ambos terminaron al mismo tiempo.
Las solapas del pijama aún le cubrían los pechos, solo había
una abertura de unos pocos centímetros que le permitían mostrar
una franja de piel, entonces él inhaló profundamente y con
delicadeza deslizó sus manos por los senos de la chica, metiéndolas
debajo del satén, llevando la prenda hasta los hombros y
provocando que la tela cediera. Se quedó absorto observando con
excesivo detalle cada tramo de piel expuesta, grabando a fuego en
sus retinas cada minúsculo espacio que quedaba a la vista.
Le encantó que las areolas fuesen de un suave rosa y los
pezones un tono más oscuro y que estuvieran erectos, deseaba que
fuese producto de las sensaciones que él le despertaba y no que
fuese por culpa del frío. Sus senos no eran como los había
imaginado, ni siquiera como los había soñado, eran mucho más
hermosos, en él se despertó un hambre que solo sus manos y boca
podían saciar.
Samira sintió que un escalofrío la recorrió entera cuando sintió
la mirada de él puesta en sus pechos. Se encorvó un poco en un
intento por ocultarlos, sin poder cubrírselos con las manos porque
temía que él lo interpretara como arrepentimiento de su parte.
Renato le llevó las manos a los costados, recorriendo con
delicadeza la piel caliente, sintiendo las costillas y los ligeros
temblores que su tacto provocaba en Samira, siguió hasta posarlas
por debajo de las hermosas medialunas, no quería que toda su
atención estuviese fijada en sus pechos, pero se le estaba haciendo
bastante complicado poder desviar sus pupilas.
Nuevamente cubrió con sus manos los senos con delicadeza,
sintiendo los pezones erectos en el centro de las palmas de sus
manos, su toque se hizo más intenso y empezó a apretujarle
viciosamente, mientras ella le regalaba gemidos contenidos. Se
inclinó en busca de su boca una vez más para hacerle sentir que era
más que un par de perfectas tetas.
Cuando dejó de besarla, pudo ver una sonrisa extasiada y la
llama de la lujuria arder en sus ojos. Ella estaba tan excitada como
él, por lo que le llevó las manos a la cintura.
—Será más cómodo si estamos de pie.
Samira asintió. Pero al apartarse de la erección sintió un vacío
casi insoportable, por eso quería que se apuraran.
Una vez parados, él volvió a abrazarla, fue entonces que ella
sintió el pecho caliente de él, apretándose contra sus sensibles
pezones, lo que la llevó a soltar un jadeo. Renato le apartó el
cabello hacia un lado, para tener la libertad de besarle el cuello, la
clavícula y hasta el hombro, mientras ella le enterraba los dedos en
la espalda, sintiendo la piel suave, pero con músculos fuertes.
—¿Quieres encargarte de mis pantalones? —preguntó él, al
apartarse un par de pasos. Sentía que su autocontrol ya estaba
rozando un límite demasiado peligroso. Se había prometido ir
despacio, pero lo cierto era que el deseo lo estaba empujando a ir
más deprisa.
—Y tú de mi pijama —dijo ella, a pesar de que empezaba a
sentirse verdaderamente nerviosa.
Samira tragó grueso para llenarse de valentía y con manos
trémulas se hizo de la hebilla del cinturón y empezó a desabrocharlo
pausadamente. Por su parte, Renato tiró suavemente de la cinta de
satén que ajustaba el pantalón del pijama y la prenda resbaló por las
piernas largas y delgadas, para terminar arremolinada a sus pies.
Llevaba puestas unas braguitas en color lila con estampado de
estrellas blancas y los bordes de encaje. Quedó prendado en cómo
se le notaban los huesos de la cadera.
A ella se le dificultó un poco poder bajar los vaqueros, pero aun
así lo consiguió, intentó mantener la mirada en los ojos de Renato,
pero en ese momento la curiosidad era más poderosa y sus pupilas
se fueron directas a la erección enfundada en la ropa interior blanca,
se arrepintió de hacerlo, porque recordó lo doloroso que había sido
cuando Estela le introdujo los dedos, no quería imaginar lo difícil que
sería el instante en que Renato decidiera penetrarla.
En su familia no se hablaba de sexualidad, era un tema tabú,
sobre todo para las mujeres, que debían descubrirlo la misma noche
de bodas; no obstante, sus compañeras en la secundaria sí lo
hablaban con total libertad, recordaba una conversación en la que
salió a relucir el tema de la primera vez; de diez, solo tres dijeron
que lo disfrutaron, las demás coincidían en que fue entre doloroso e
incómodo. Por supuesto, ella se mantuvo en silencio, absorbiendo
como una esponja toda la información que en su casa no iban a
darle.
Apreciar la longitud de su miembro, aún a través de la tela del
bóxer, le hacía dudar muchísimo de que fuese a ser parte de ese
pequeño porcentaje que disfrutaría de la experiencia. No obstante,
una parte de su ser lo encontraba fascinante, aun no lograba
procesar la razón por la cual mirar esa parte de la anatomía
masculina la hizo mojarse aún más y que por su vientre viajaran
deliciosas cosquillas.
Sintió la delicada caricia que Renato le daba con la yema del
dedo pulgar por la mejilla, sin duda la estaba instando a que lo
mirara a los ojos, por lo que levantó lentamente la mirada, haciendo
que las puntas de sus orejas ardieran cuando empezó a comérselo
con la mirada mientras hacía el recorrido por el abdomen, torso y
pectorales muy bien marcados gracias a una buena alimentación y
una continua rutina de ejercicios.
Cuando por fin, su mirada se ancló en la de él, le rozó con
lentitud el labio con el pulgar, lo que hizo que su cuerpo se
estremeciera y el pecho se le agitara de deseo y no de miedo.
—¿Estás nerviosa? —susurró él.
—Sí —una risita la traicionó—. Un poco.
—Yo también lo estoy, mi pecho quiere estallar… y creo que
podría hacerlo si sigo descubriendo las hermosas partes de tu
cuerpo, pero no cambiaría este momento por nada del mundo —
comentó bajando con sus nudillos por el pecho agitado de Samira,
siguió por el abdomen hasta llegar al vientre, donde se paseaba con
las yemas de los dedos por el borde de las bragas.
Ella agarró una bocanada de aire, mientras miraba cómo los
dedos de Renato vacilaban al filo de sus bragas, eso era una
tortura, por lo que levantó su mirada buscando los ojos de él.
—Yo tampoco cambiaría nada. —Le dio el permiso con una
sonrisa que reflejaba sus nervios y excitación.
Él aceptó la invitación y con lentitud le bajó la pieza de lencería
que aún llevaba puesta, incluso tuvo que ponerse de cuclillas para
seguir el ritmo, frente a sus ojos descubrió un triángulo de piel clara,
con escasos y delgados vellos oscuros, jamás pensó que una
imagen así le provocaría tanta fascinación, quiso tocarlo para
cerciorarse si era tan suave como parecía, pero no quería
incomodarla. Ella le ayudó con el movimiento de sus pies para
terminar de quitarse la prenda.
Entonces él se levantó, aprovechando para verla
completamente desnuda, el cuerpo de Samira tenía un brillo
espléndido que pareciera salir de su interior y no un simple reflejo de
la luna que se colaba por el techo de cristal.
—Me gusta demasiado lo que veo… —confesó y se acercó
para apartar los largos cabellos que caían sobre sus pequeños
pechos. Era maravilloso cómo podía apreciar su piel erizada y
sonrojada.
—Ahora es mi turno. —Volvió a tragar grueso y se mordió el
labio, llevó sus manos al elástico de la ropa interior, la tensión que
provocaba la erección era intimidante; aun así, se apresuró para no
acrecentar las ansias que ambos sentían.
En cuanto quedaron completamente desnudos, observó cada
parte de su cuerpo, desde los músculos tonificados hasta las áreas
más delicadas. Una punzada de deseo surcó todo su cuerpo,
cuando sus ojos viajaron hasta su hombría erecta, la notó palpitar
un par de veces, como si tuviera vida independiente del cuerpo.
—Es… es la primera vez que veo a un hombre desnudo… —
confesó casi en un susurro—. Solo había visto las ilustraciones de
los libros. —Sonrió sintiéndose tonta. No era que no hubiese tenido
los medios para poder ver a un hombre real, ya que, con teléfono e
internet, cualquier cosa sobre sexualidad estaba al alcance de la
mano, solo que nunca se atrevió más que todo por su crianza.
—¿Me parezco a alguna de ellas? —preguntó con una sonrisa
pícara, pero en el fondo le atemorizaba lo que ella pudiera decir
sobre su cuerpo.
—No… Eres… eres más atractivo —confesó, estiró la mano
para posarla sobre su pecho—. Y tocarte se siente muy bien, tus
latidos están tan alterados como los míos —compartió. Sin duda
Renato le había brindado la confianza suficiente para hacerla sentir
cómoda. La amistad había sido el mejor preámbulo para este
momento. Estaba completamente segura de que con Adonay no se
hubiera sentido de la misma manera, posiblemente habría estado
aterrada.
—Tú me alteras, en el mejor sentido de la palabra. —Tomó la
mano de ella con la que lo acariciaba y la besó, luego estiró el brazo
y lo pasó por detrás de la espalda de Samira, para apoderarse de su
estrecha cintura, consiguiendo que ambos gimieran al sentir sus
pieles ardientes al contacto sin ningún tipo de barrera. Nada de lo
que habían vivido antes, se podía comparar con lo que estaban
experimentando en ese momento; estar cuerpo contra cuerpo, ella
suave y temblorosa, él duro y ardiente.
Se dejaron llevar y volvieron a entregarse a un beso que les
estaba robando el aliento.
CAPÍTULO 56
Sin dejar de besarla, la hizo retroceder dando pasos cortos, por
lo que de vez en cuando su erección la rozaba en la cadera o
vientre dejándole un húmedo rastro.
Samira no paraba de gemir, estaba abrumada por la
experiencia y la suave cadencia con que Renato le penetraba la
boca con su lengua, la besaba como si de alguna manera quisiera
adueñarse de su sabor. Se aferró con más fuera a la espalda de él y
no puso ninguna resistencia cuando sintió que sus pantorrillas
chocaban con el sofá y él la instaba a que se tumbara.
Renato no le apartó la mirada de los ojos brillantes en ningún
momento, mientras se acostaba encima de ella, estaba aterrado,
pero también seguro de que el paso que estaban por dar era el
correcto, juntos descubrirían lo que era entregarse por completo a
otra persona. Ciertamente, ni siquiera planeó algo como eso,
cuando fue consciente de sus sentimientos por ella hacía un par de
días, no pensó si quiera que el sexo fuese una posibilidad a
mediano plazo; el único pensamiento que lo había acosado era que
deseaba que ella le correspondiera.
No obstante, ahí estaba, a punto de tener su primera vez con
su mejor amiga. Volvió a besarle el cuello, mientras su erección
presionada contra el vientre de ella, dolía. Siguió dándole rienda
suelta a sus deseos, por lo que se aventuró a bajar con su boca
hasta los senos, los llenó de besos. Eran tan suaves que no pudo
evitar aventurarse con la lengua y lamerle delicadamente los
pezones.
Samira se dejaba llevar, era una madeja de sensaciones
enredadas que la hacían arquearse de excitación, ofreciéndole sus
pechos, mientras sus manos no paraban de pasearse por todo el
cuerpo de su amante.
—Eres hermosa, Samira —confesó como un fanático,
saboreando una y otra vez los erectos pezones. Ahora que sentía la
textura de estos y la manera como respondían a su tacto,
comprendió que terminaría enviciado y adorando esas
protuberancias. Tras varios besos más, subió nuevamente en busca
de su boca y se perdió en los misteriosos destellos de estrellas que
había en su iris. Samira parecía azorada, con la respiración
entrecortada y los labios enrojecidos e hinchados producto de todos
los besos compartidos—. ¿Quieres ser mía? —le preguntó llenó de
adrenalina sin dejar de observarla. Ella asintió sin romper el
contacto visual—. También quiero ser tuyo. —La sonrisa que le
regaló fue como los primeros rayos de sol después de un lúgubre
invierno—. Fueron tantas las señales, que ahora me siento estúpido
por no haberlas identificado antes. —Sacudió la cabeza varias
veces; ella le detuvo el movimiento con las manos, lo volvió a mirar
a los ojos mientras le sonreía y lo atrajo a su boca nuevamente.
Renato aprovechó el momento para deslizar la mano entre sus
cuerpos.
Samira se sentía bien con él así, nada se comparaba con poder
verlo, olerlo, tener el cuerpo caliente y pesado sobre el suyo; sin
embargo, ninguna sesión masturbatoria la había preparado para la
sensación que la arrasó cuando dos de los dedos de él se colaron
entre los delicados pliegues de su sexo y le acarició el clítoris.
Él acalló sus gemidos con un nuevo beso, al tiempo que uno de
sus dedos resbaló por su vulva, pero no la penetró de momento,
solo quería rozar la abertura.
Samira pudo sentir cómo se iba humedeciendo más de lo
normal y él empezaba a usar esa excitación para empaparse los
dedos. Luego fue introduciendo uno de ellos un poco, y muy
lentamente, a la vez que pausó el beso para sonreírle, ella hubiese
querido hacer lo mismo, pero solo podía gemir mientras le sacaba y
metía ese largo dedo de su interior, una y otra vez. Era consciente
de que él no dejaba de observar todas sus reacciones, pero a ella
no le molestaba, solo se mordía el labio y disfrutaba todas las
cosquillas que le estaba produciendo su contacto. Jamás imaginó
que podría sentir tanto placer con algo que otrora detestó a morir.
Estaba en el paraíso, tenía los ojos bien cerrados, solo veía
negro detrás de sus párpados y estrellas que surgían con cada
oleada de placer que azotaba, mientras Renato no dejaba de mover
su dedo dentro de ella con suavidad, hasta que la hizo abrirlos de
par en par y jadear profundamente.
Ya no solo la seguía penetrando con su dedo medio, sino que,
a la vez, empezó a frotarle el clítoris con el pulgar, la forma en que lo
rozaba suave y constantemente de un lado a otro le hizo sentir que
se perdía, no podía resistirse más y no replicó cuando al dedo en su
interior se unió otro, eso le dolió un poco, pero solo por contados
segundos, porque la envolvió una ola de placer que surgía de lo
más profundo de su vientre.
No podía contenerse, mientras los movimientos de la mano de
Renato arreciaban, no podía parar de gemir, su cuerpo entero
temblaba y el calor la sofocaba desde dentro. Fue presa de la
desesperación y de las placenteras cosquillas que se formaban
donde las puntas de los dedos que él le estaba hundiendo,
recorriendo su vientre, hasta llegar a sus extremidades.
Renato no sabía si lo estaba haciendo del todo bien, pero creía
que ella lo estaba disfrutando por cómo se retorcía y los ruidos que
hacía. Se moría por preguntarle si alguna vez se había masturbado,
pero se daba cuenta de que ese no era el momento apropiado para
estar conversando; quizás en un futuro se atreviera a hablar con ella
de esas cosas.
—¿Te gusta lo que sientes? —preguntó, apenas pudo
reconocer su propia voz en medio de la excitación.
Samira abrió los ojos para mirarlo, asintió urgida y se le escapó
un ligero lloriqueo, cuando él hizo más intensas sus penetraciones.
—Sí… sí, sí —gimió con lágrimas nublándole la visión, mientras
se aferraba con fuerza a los hombros de Renato, estaba segura de
que dejaría sus uñas marcadas.
Echó la cabeza hacía atrás, hundiéndola más en el sofá al
sentir que una fuerte contracción se apoderaba de su pelvis,
seguida de una descarga ardiente que nació en el centro de su
vientre y se extendió rápidamente por todo su cuerpo.
Renato apenas era capaz de llevar aire a sus pulmones para
respirar, tenía centrada su atención exclusivamente en sentirla,
estaba agitado y sin aliento, pero todo eso valía la pena al ver como
ella entreabría sus deliciosos labios y dejaba escapar un grito ronco
de extremo placer.
Samira sintió las lágrimas calientes rodar por sus sienes,
mientras seguía jadeando en busca de un poco de aliento, todo su
cuerpo temblaba, el pecho le dolía; aun así, se sentía en el cielo.
Él comprendió que ella necesitaba tiempo para recuperarse del
orgasmo arrollador que la azotó, por lo que retiró los dedos y se
dedicó a darle tiernas caricias en las caderas, donde dejó el rastro
de humedad que manó del interior de la chica. La gitana se cubrió la
cara con las manos, pero antes de que él pudiera hacerse una idea
errónea de porqué se tapaba el rostro, se lo descubrió y le sonrió.
—Fue, fue intenso… Te juro que estaba asustada, pero…
—Si sientes algo que no te agrada, debes decírmelo. —Él
podría ser un novato en esta materia, pero si algo tenía muy claro
era que no quería hacerle ningún daño, era mejor sincerarse con
ella—. Porque no podré saber si lo estoy haciendo mal, debes
guiarme, ayudarme para que todo sea placentero… —Tragó grueso
y la miró a los ojos—. También es mi primera vez.
La sonrisa de Samira se congeló en el acto, no se lo podía
creer… ¿Acaso había escuchado mal? Seguramente todo era culpa
de ese zumbido que aún estaba en sus oídos.
—¿Cómo? No entiendo… —Negó con la cabeza y frunció el
ceño—. Renato, ¿me estás diciendo que tú no has tenido sexo? —
preguntó aturdida, porque no era lo que parecía, no después de lo
diestro que había resultado con los dedos—. No lo comprendo. —
Siguió negando con la cabeza.
—No tienes que entenderlo, no hace falta, solo quiero que
sepas que tú eres la primera mujer con la que he hecho esto, sé que
parece absurdo… —Trataba de explicar, mientras retiraba un
mechón de cabello de la frente de la chica donde se le había
pegado por el sudor, pero ella no lo dejó seguir, lo calló con un beso
—. ¿Solo prométeme que me dirás si lo estoy haciendo mal? Y
trataré de hacerlo lo mejor posible —murmuró contra los labios de
ella y con la mirada puesta en sus ojos.
—Te lo prometo —le dio su palabra—. También quiero hacerlo
especial para ti.
—Gracias. —Le regaló una dulce sonrisa y luego le dio beso en
la frente. Jamás imaginó que encontraría a una persona con la que
se sentiría cómodo al mostrarse vulnerable. Ni siquiera con Lara
pudo ser él mismo teniéndola en persona y eso que la conocía
desde hacía más tiempo que a Samira.
Ella empezó a besarle el cuello, incluso se aventuró con
algunos chupetones y lamidas, provocando que las ansias de
Renato regresaran como una avalancha llevándose sin reparos la
tregua que las confesiones le habían ofrecido al deseo. De
inmediato, llevó sus manos a los muslos femeninos más que con
caricias lo hizo con apretones, que descendieron hasta que se le
aferró a las corvas y la instó a que se abriera para él.
Como ella había prometido hacer que todo fuese más fácil para
ambos, separó las piernas con esa confianza que le daba saber que
ambos eran novatos en la materia. Se miraron a los ojos cuando él
se colocó entre sus piernas y sintieron como sus genitales entraban
en contacto.
—¿Estás lista? —preguntó casi ahogado, su pecho dolía igual
que su erección.
—Lo estoy —murmuró, en realidad estaba asustada, porque no
sabía cuán doloroso iba a ser. Afirmó con la cabeza, mientras se
aferraba al cuello de él.
Renato tomó su pene con la mano derecha, para poder guiarlo
y tener más control sobre la penetración. El corazón se le iba a
reventar y tanto su vientre como los testículos cosquilleaban
ansiosos.
Samira cerró los ojos y respiró profundo, preparándose para la
intrusión, pero volvió a abrirlos cuando sintió como la punta de su
dura y caliente virilidad se posaba en la entrada de su palpitante
vagina. Apenas estaba tratando de asimilar lo que se avecinaba
cuando Renato empezó a entrar en ella.
—¿Te duele? —susurró cerca de sus labios y la voz le vibraba
furiosamente. Él estaba experimentando la más avasalladora de las
sensaciones, ninguna de sus masturbaciones le hacía justicia a lo
que sentía en ese momento mientras él se abría espacio dentro de
ella.
—No —gimió Samira. Se mentiría si admitía que era doloroso,
pues no lo era, solo sentía una presión algo incomoda que casi
enseguida daba paso a pequeños estallidos de placer.
No quería apartar la mirada de la de él, pero a medida que
avanzaba con su penetración los cerró sin darse cuenta y se
concentró en las sensaciones que iba despertando. Quizá todavía
estaba demasiado aturdida por el orgasmo que recién había
experimentado, porque no sintió demasiado dolor cuando él por fin
se deslizó completamente dentro.
Renato entró lento, dando a ambos la oportunidad de
acostumbrarse, apoyó los codos a los lados de la cabeza de ella y le
acarició la cara con ambas manos, mientras la miraba a los ojos con
devoción.
—Te amo —confesó Samira con el corazón aleteando. No
podía ignorar sus sentimientos porque en ese momento la
rebasaban.
—Te amo, gitana.
Ella sonrió, elevó un poco la cabeza para buscar una vez más
su boca.
Él la besó, sincronizando las penetraciones de su lengua y su
miembro.
Para ella resultaba arrolladora y adictiva tener la erección de
Renato deslizándose dentro de sí, su ritmo, sus movimientos, las
cosquillas que le generaba; le enloquecía los besos que compartían
en medio de un acto cada vez más ávido y desesperado y el calor
de la fricción de sus cuerpos.
En ella comenzó a crecer un inexplicable desespero, un deseo
descontrolado por sentirlo más cerca, por lo que acompasó sus
movimientos a los del amor de su vida, mientras se aferraba con
brazos y piernas, como una total dependiente de ese cuerpo que
ahora sentía de su propiedad. Se perdió en él, dejándose llevar por
sus instintos, entregándose a los apasionados besos, chupetones y
hasta mordidas, a la vez que las manos de Renato la recorrían toda,
hasta que se anclaron en sus muslos, para embestirla con más
fuerza y velocidad. Resoplaba, gruñía y no paraba en sus
acometidas.
No hubo ninguna advertencia cuando un segundo clímax se
apoderó de Samira y le hizo gritar ahogadamente, hasta que se
olvidó de su propio nombre.
Renato aún no terminaba, a pesar de que el placer era
realmente abrumador, no estaba ni cerca de eyacular y aunque no
quería exigirle demasiado, no podía parar, pero sí que redujo la
velocidad para que ella pudiera recobrarse un poco. Volvió a
besarla, permitiéndose que el apetito casi animal se replegara, pero
sin dejar de hundirse en ella, lenta y delicadamente.
Un fuerte estremecimiento reptó por su cuerpo, cuando ella le
acarició apenas con las yemas de los dedos la nuca. Se apartó para
verla sonreír, estaba hermosa y él no pudo resistirse más, volvió a
besarla casi con violencia, al tiempo que deslizaba su mano
izquierda por la parte trasera de su muslo hasta apoderarse de la
nalga y la embistió profundamente.
Samira no podía creer que una vez más sentía el deseo
formarse en lo más profundo de su vientre, recién intentaba
recuperar el aliento que le robó el segundo orgasmo. Pero se dejó
llevar y con una mano en la espalda y la otra en una nalga lo asió a
ella con demanda; a Renato le sorprendió lo que le estaba dando a
entender, aunque no iba a perder la oportunidad de atender su
petición de hundirse más profundo.
Mirándola a los ojos descubrió un nuevo brillo, era como una
nueva emoción, no podía dejar de adorarla, venerarla, amarla.
Deseó alargar el tiempo hasta el infinito, solamente para no tener
que salir nunca de ella.
Lejos de ser pasiva, ella se empujaba contra él, de la mejor
manera que podía y como se lo gritaba su instinto, para acoplar sus
movimientos, con la única intención de proporcionarle placer a
ambos. Hasta que Renato se dio cuenta de que estaba gimiendo
bastante fuerte nuevamente y entendió que estaba por correrse una
vez más. Entonces en medio de besos se apartó para poder
obsérvala en esa dulce agonía y la vio apretar los párpados con
fuerza y entreabrir sus hermosos labios para proferir un grito
jadeante, enseguida el cuerpo se le tensó y le enterró las uñas con
más furor en los hombros.
Ahora sí, él mismo se dejó ir cuando sintió las contracciones
pélvicas de Samira alrededor de su miembro con fuerza, gruñó sin
restricciones, sintiendo el cosquilleo punzante del orgasmo recorrer
su cuerpo, por lo que arreció la velocidad para obtener su propia
descarga. A pesar de estar completamente enardecido mantuvo el
autocontrol como para salir rápido del cuerpo de la chica, tomar su
polla y dar unos tres jalones que fueron suficientes para que
empezara a eyacular y derramar su semen sobre el vientre y pubis
de ella.
Justo en el momento que lo vio salir de ella, fue que cayó en la
cuenta de que no habían usado un preservativo, cientos de
preocupaciones alcanzaron su mente en ese instante, pero, no pudo
apartar la mirada cuando él aferró su pene para masturbarse, le
pareció más grande y grueso, con las venas marcadas y estaba
empapado de ella.
Ya sin fuerzas, pero completamente extasiado, cayó sobre el
delgado cuerpo de su gitanita, dejando descansar la cabeza sobre
su agitado pecho; fue tanto el esfuerzo empleado que se dio cuenta
de que estaba tan débil que todo le daba vueltas, pero poco
importaba, porque estaba con ella. Y eso era suficiente.
Samira lo envolvió entre sus brazos, mientras le acariciaba los
cabellos, estaban húmedos por el sudor, ahora era consciente del
calor de sus cuerpos. Una infinita felicidad la sorprendió como una
ola y empezó a reír. Al parecer, Renato la entendió a la perfección,
porque la acompañó con sus risas.
—Fue extraordinario, ¿cierto? —comentó ella.
Él sin dejar de reír confirmó con la cabeza, mientras le
acariciaba dulcemente los muslos.
—Ha sido una de las mejores cosas que he experimentado en
la vida —confesó, volviéndose a mirarla. Le encantó ver que ella le
sonreía feliz, que en sus ojos se notaba que estaba tan satisfecha
como él. Buscó apoyo en una rodilla y subió un poco para estar al
alcance de su boca. Sin pensar, solo sintiendo, volvió a besarla.
Mirándola directamente a los ojos y respirando el mismo aire,
tuvo la certeza de que verdaderamente la amaba, por quien era, por
sus deseos de volar libre sin que nadie la juzgara o la hiciera
menos.
Una vez que el frenesí de la entrega se disipó, Renato se hizo
de su ropa interior, para limpiar todo rastro que había dejado sobre
ella. Samira aprovechó para agarrar el cardigán y cubrirse, le
avergonzaba estar totalmente desnuda; él se puso los vaqueros.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Renato, sentándose junto a
ella, que estaba abrazada a sí misma. Estiró su mano para ponerle
detrás de la oreja un mechón y luego acarició con el pulgar el
pabellón se la oreja, eso la hizo sonrojar y bajar la mirada.
—Bien —respondió risueña.
—¿Sientes dolor o te maltraté en algún momento sin darme
cuenta? —Estaba preocupado, sabía que había demorado mucho
para alcanzar el umbral de su placer. Debió ser más considerado.
—No, al principio fue algo incómodo, una sensación de presión
que pasó rápido… A pesar de que estaba muy nerviosa, pensé que
iba a ser tan doloroso como cuando me hicieron el miramiento… —
explicó con la mirada esquiva, no quiso comentarle sobre el ligero
ardor que estaba sintiendo. Sabía que no debía sentir vergüenza,
pero el remordimiento por lo que había hecho comenzaba a hacerse
presente, sobre todo, si consideraba que acababa de echar por
tierra cualquier posibilidad de unirse a algún gitano en el futuro—.
¿Cómo fue para ti? ¿Dolió?
—No, fue increíble, gracias… Tú eres la increíble, Samira. —
Siguió con su tierna caricia por la línea de la mandíbula. Ella,
aunque sonrojada, le sonrió.
—Tú también lo eres. —Ella estiró una mano y buscó la libre de
él, quien se la ofreció y le dio un apretón. Se acercó y sin palabras le
pidió un beso que ella le correspondió con ligeros toques de labios,
pero Renato profundizó con avidez.
—¿Quieres ducharte? Supongo que necesitas descansar —
comentó el chico.
—Sí, me gustaría.
Se levantaron del sofá y recogieron las pocas prendas, ella se
calzó las pantuflas, él prefirió ir descalzo. Fue Renato quien la tomó
de la mano y la guio fuera del salón, aún no se veían los albores de
un nuevo día, pero sabían que faltaba poco para que amaneciera.
Subieron las escaleras y en el pasillo, ella intentó despedirse,
pero él la invitó a su habitación.
—Solo si deseas dormir conmigo.
Ella asintió con una brillante sonrisa y se fue con él, lo que
menos deseaba era alejarse de él. Al entrar a la habitación, se dio
cuenta que no era muy distinta a la que ya ella había ocupado
cuando se quedó ahí por primera vez.
Se ducharon juntos, en medio de caricias, besos y ardientes
toqueteos. A pesar de que el placer no los abandonó en ningún
momento, no se entregaron una vez más a las debilidades de la
carne. Renato comprendía que Samira debía reponerse, él por su
parte estaba sufriendo los efectos secundarios del medicamento y
estaba que se caía del sueño.
Le prometió que por la mañana le buscaría ropa de sus tías,
pero que por el momento podía usar una de las camisetas de sus
pijamas. Así que se puso una manga larga, de cuello redondo en
color azul y gris; como era poca la estatura entre los dos, la prenda,
apenas pudo cubrirle sus partes íntimas.
Ella hubiese preferido ponerse también el pantalón del pijama,
pero quería sentirse cómoda en su propia piel ahora que estaba con
Renato, dejar atrás la vergüenza que le provocaba su cuerpo
demasiado delgado, sobre todo, quería que él supiera que tenía su
total confianza.
Él se puso el pantalón y se metieron en la cama. Fue él el
primero en buscar cercanía al abrazarla y llevarla hasta su pecho.
La gitana estaba tan feliz, que tenía una sonrisa imborrable, había
fantaseado tanto con entregarse a él, que ahora le gustaría
quedarse despierta para poder observarlo sin impedimentos todo lo
que quedaba de noche, pero sus párpados se dejaron vencer por el
agotamiento físico y emocional; sin embargo, seguía sintiendo las
caricias que Renato le daba en la espalda y los besos que dejaba en
su cabello, también pudo sentir el suave apretón que le dio a su
cuerpo, llenándolos de paz a los dos.
CAPÍTULO 57
Renato despertó un tanto aturdido y con la boca seca,
claramente era a consecuencia de los ansiolíticos que había tomado
en los últimos días.
Habría pensado que todo lo ocurrido durante la madrugada fue
producto de su imaginación o alucinaciones debido a las malditas
pastillas, de no haberse girado y visto a la gitana durmiendo a su
lado. El recuerdo de lo vivido hizo que su polla latiera nuevamente y
que intensas cosquillas calientes recorrieran su cuerpo.
Recordaba haberla dejado dormida sobre su pecho, pero ahora
estaba a un palmo de distancia de él. Se volvió de medio lado y con
cuidado le apartó los cabellos de la cara para poder apreciarla
mejor.
La contempló como si fuera la primera vez que la veía, le
resultaba fascinante la manera en la que sentía cómo si la conociera
de toda la vida, pero al mismo tiempo no fuera esa jovencita que le
robó la billetera ni la que se había colado en el asiento trasero de su
auto. Observó su cabello oscuro que brillaba debido la luz matutina
que atravesaba los cristales de las ventanas. Fijó sus pupilas en los
labios entreabiertos teñidos de rosa intenso, ligeramente hinchados
por todos los besos compartidos y eso lo llevó a recordar el sabor
adictivo que poseían. Era totalmente inapropiado, pero no podía
evitar pensar en acortar la distancia y obtener todo lo que ella
estuviese dispuesta a darle.
Se quedó en silencio, inmóvil, solo grabándose en la retina
cada detalle de Samira, las ligeras pecas producto del sol que
salpicaban todo su rostro pero que se concentraban en su mayoría
en la nariz, el oscuro lunar perfectamente redondo que tenía casi al
final de la mandíbula, justo debajo del lóbulo de la oreja derecha,
sus cejas largas un tanto despeinadas que le daban énfasis a las
muecas que solía hacer y que él tanto adoraba. Era poseedora de
una belleza inusual, era debido a la mezcla de las dos castas
gitanas de la que provenía.
Esperó quien sabe por cuánto tiempo hasta que abrió los ojos,
parpadeando varias veces, aleteando esas maravillosas pestañas.
—Buenos días —susurró, sonriente, en cuanto estuvo seguro
de que podía verlo con claridad.
—Buenos días —dijo risueña. No le había dado tiempo ni
siquiera para contemplar la posibilidad de que todo lo pasado había
sido un sueño. Renato estaba ahí, frente a ella, regalándole una de
las sonrisas más hermosas que había visto en su vida. Se moría por
besarlo, quería sentirlo cerca de nuevo; de inmediato, contempló la
idea de verlo despertar todas las mañanas junto a ella y su corazón
dio una voltereta de felicidad ante ese deseo tan salvaje.
—¿Dormiste bien? —preguntó él, estirando la mano para
acariciarle la mejilla con las yemas de los dedos.
Samira asintió con una gran sonrisa y se mordió el labio para
contener las ganas de abalanzarse hacia él y besarlo.
Ante ese gesto, la mirada de Renato se hizo más intensa,
necesitaba tocarla de verdad, le llevó ambas manos al cuello y
mandíbula, le rozó suavemente con sus pulgares las mejillas.
Debido a la súbita cercanía y al toque, sus mejillas se
sonrojaron furiosamente. Lo deseaba tanto y de tantas maneras,
que dolía, pero no se atrevía a mostrase tan necesitada.
Al parecer, él pudo leer las emociones en sus ojos, porque se
acercó y le dio un beso, ese que ella tanto anhelaba, su sangre
ardiente y sus deseos desbocados.
Lo besó apasionada y febrilmente, enredando la lengua con la
suya, metió los dedos entre sus cabellos sedosos y finos, apretando
su cuerpo contra el de él, como si pudieran volverse uno. Las manos
de Renato apartaron de en medio las sábanas con las que se
cubrían y luego la tomó por la cintura, marcando su curvatura,
después las introdujo por debajo de la camiseta, recorriéndole la
espalda, para terminar, envolviéndola en un fuerte abrazo.
Dejaban de besarse por la simple necesidad de respirar, pero él
pudo ver crepitar el deseo en las pupilas de Samira. Sus ojos eran
fuego que le exigía todo lo que él pudiera darle.
Los besos y los roces los llevaron al grado de excitación en el
que se les hacía verdaderamente difícil contenerse, él estaba
completamente erecto y ella demasiado mojada.
—¿Te sientes bien? —murmuró contra los labios de ella—.
¿Quieres… quieres hacerlo de nuevo? —preguntó casi sin aliento,
porque no avanzaría sin su consentimiento.
—Sí —asintió, sonriente y con los ojos llenos de ansiedad.
La sonrisa de Samira se hizo más ancha y sus pupilas se
expandieron, cuando Renato introdujo la yema de su dedo medio
entre los labios íntimos, hallando sin problema el pequeño clítoris ya
hinchado; inició una caricia suave que provocó que ella se lamiera el
labio superior de manera casi inconsciente, haciendo que él tuviera
la visión más sensual de su vida.
—Tócame, ven… hagámoslo juntos… —Le instó con sus labios
temblando sobre los de ella y las narices rozándose.
—¿Y si lo hago mal? —preguntó tiritando de placer, porque a
pesar de la petición, Renato no dejaba de frotar su clítoris—. No sé
cómo hacerlo.
—Sólo déjate llevar… deja que sea tu instinto el que te guie.
—Está bien… pero… ¡Oh, Dios! —gimió, sintiendo estallidos de
placer en su vientre—. Quiero que seas tú el que me enseñe —
jadeó y cerró fuertemente los ojos, porque la estaba enloqueciendo
al estimularla de esa manera.
—Lo haré, te lo prometo. —La besó apasionadamente y jadeó
en medio del beso cuando sintió como ella le acariciaba la polla por
encima de la tela del pantalón del pijama. Eso hizo que usara su
otra mano para llevarla hasta la nalga y apretarla con frenesí—. Sí,
así… un poco más lento.
Se miraron por unos segundos, mientras sus manos no
paraban. Samira le pidió otro beso y Renato le sonrió de lado,
deslizó sus dedos medio e índice por el clítoris y con lentitud penetró
en su vagina.
Ella gimoteó y el placer se desbordó de sus ojos en forma de
lágrimas, cuando Renato tocó una pequeña área que la hizo sentir
como si fuese a explotar en mil pedazos y ella estaba tan mojada
que cada empalme producía un vergonzoso sonido acuoso que le
arrebolaba más las mejillas. Era difícil para ella disfrutar de la
sensación que él despertaba y al mismo tiempo esforzarse por
brindarle placer porque no conseguía concentrarse en lo que debía
hacer.
Renato llevó su mano hasta el cuello de Samira, tomándolo con
delicadeza y la acercó a su boca para darle un beso necesitado, a la
vez que movía enérgicamente sus dedos dentro de ella.
Él estaba demasiado duro y ansioso, por lo que se bajó el
pantalón apenas para exponer su virilidad, Samira cautelosa la
tomó, cerrándola con su mano, eso fue suficiente para que por
inercia él empujara en un movimiento de embestida, lo que hizo que
los gemidos de ambos se intensificaran. En algún lugar recóndito de
su conciencia, Renato sabía que debía parar e ir a por un
preservativo, pero la excitación lo tenía abrumado al punto de
nublarle la razón, solo quería enterrarse cuanto antes en ella.
Le tomó la pierna y se la levantó, dejándola sobre su cadera, en
un ataque de valentía y excitación extrema, la gitana guio la
erección hasta la entrada de su vagina, después de eso todo fue
demasiado rápido, voraz, casi salvaje. Sentirse dentro, tan apretado,
mojado y caliente, era como tocar el cielo… lo más placentero que
había experimentado en su vida. Como si un fuego abrazador lo
consumiera por dentro o como si él mismo fuera ese fuego. Quería
vivir para cumplir los deseos de esa chica.
Ella se empujaba contra su erección y él contra ella, le llevó
ambas manos a las nalgas, para hacer más contundente el choque
entre sus pelvis.
Samira empezó a sentir las contracciones formándose en su
vagina, esa placentera palpitación que le indicaba que estaba por
venirse, cerró fuertemente los ojos, mientras boqueaba en busca de
aliento, pero los sonidos que hacía Renato y la intensidad de sus
acometidas la hicieron mirarlo nuevamente. En eso vio cómo él
subía las manos hasta su cintura y la giraba en el colchón; ese
movimiento hizo que ella quedara sentada encima de él, sintiéndolo
llegar profundamente en su interior, en esa posición lo sentía más
grande y le molestaba un poco, quizá por la falta de costumbre, pero
le gustaba muchísimo las vistas que tenía.
—Déjame mirarte —dijo mientras le levantaba la camiseta.
Samira no podía dejar de mover sus caderas en buscas de ese
orgasmo que el cambio de posición interrumpió, le ayudó a
deshacerse rápidamente de la prenda.
—¿Puedo quitarte el pantalón? —preguntó ella porque, sentía
que le molestaba.
—Soy todo tuyo, haz lo que quieras —dijo sonriente.
Ella le dio un puñetazo juguetón en el hombro del que él se
quejó falsamente y le robó un beso rápido. Luego sujetó el pantalón
por la elástica y tiró hacia abajó, por supuesto que Renato le ayudó
a que se deshiciera cuanto antes de eso.
Una vez desnudo, la tomó por las manos para que volviera a
sentarse encima de él, pero al estar de rodillas, solo tuvo que pasar
una de sus piernas para quedar ahorcajadas sobre él. De inmediato
la envolvió entre sus brazos para pegarla a su cuerpo, se la llevó
con él, dejándola acostada sobre su pecho, mientras compartían un
beso urgido, desatado por un arranque de pasión, ya listo para follar
de nuevo. En medio del frenesí deslizó sus manos por la espalda de
Samira y las ancló en las nalgas, pero no por mucho tiempo, porque
luego usó su mano derecha para guiar su pene por la entrada de la
vagina. Se apoyó en los talones y se hundió en ella poco a poco,
porque se imaginaba que aún podía estar sensible del encuentro del
día anterior.
Samira gimió en su boca al sentirse llena de él, las acometidas
no se hicieron esperar y el placer arrasó con la cordura y las
vergüenzas, mientras disfrutaban de la fricción. Se incorporó
quedando sentada y el instinto la llevó a mover sus caderas de atrás
hacia adelante, sin parar, contundente, aunque el pecho amenazara
con estallarle.
Renato todo lo que escuchaba era la voz de Samira y sus
gemidos, todo lo que veía era esos ojos hechiceros y su cuerpo,
cabalgándolo en busca de más placer. Lo único que sentía era su
coño palpitar en torno a su polla. Era como si el mundo que los
rodeaba despareciera y solo existieran los dos… Ella le estaba
dando una poderosa razón para vivir.
A los pocos minutos de estar sumergida en el placer, el
orgasmo le nubló la visión y la debilitó al punto de que se derrumbó
sobre él, quien le dio algunos segundos para que se recuperara,
luego retomó sus empujes hasta que en medio de quejidos que
salían entre inhalaciones trabajosas, también estaba por dejarse
llevar, pero con la previsión de salir antes de eyacular dentro de ella.
Samira de inmediato y sin necesidad de palabras comprendió a
Renato, por lo que se echó hacia atrás, dejándole espacio para que
pudiera liberarse, sintió la necesidad de ayudarle, pero no se
atrevió; en cambio, se dedicó a mirar cómo él movía la mano en
torno a su pene y fue la principal testigo de la eyaculación que
terminó sobre el vientre y mano.
Él se hizo del primer pedazo de tela que sujetó y se limpió,
luego se incorporó hasta quedar sentado y envolvió el delgado torso
de Samira, dejando descansar la cabeza entre sus pechos y ella
apoyó la mejilla sobre esta, a la vez que aspiraba ese aroma del que
ya se había vuelto adicta. Se quedaron en un silencio cómodo
mientras se recobraban del encuentro.
De repente, Renato la estrechó más entre sus brazos y de un
movimiento bastante fluido, la acostó y él se quedó encima de ella,
apoyado en sus antebrazos y una rodilla, para no sofocarla con su
peso. Le devolvió la sonrisa que veía en ella.
—¿Lo has disfrutado? —preguntó, con algo de timidez.
—Ha sido mejor que una taza de café con cuatro de azúcar —
respondió pícara.
Renato rio, ante esa analogía, sobre todo porque sabía cuan
amante era ella de ese brebaje.
—Entonces ha sido bueno —afirmó sonriente, mientras le
acariciaba con los pulgares, las sienes.
—Y tú, ¿con qué lo comparas? —preguntó, perdida en sus
ojos y demasiado atolondrada todavía. Mientras le acariciaba el
pecho con parsimonia.
—Nada se le compara, absolutamente nada… Lo que me
haces sentir está por encima de todo… de cualquier cosa.
Ante esa respuesta los ojos de Samira destellaron y se mordió
el labio y desprendiéndose de cualquier rastro de vergüenza o
inocencia, se aventuró a atrapar entre sus dientes el labio inferior de
él, con la presión suficiente para no hacerle daño. En cuanto lo
liberó, el beso una vez más se volvió voraz.
—«Ay, mi hembra… —canturreó él en susurros, solo haciendo
breves pausas en sus besos—. Tus labios de menta te quedan
mejor con los míos si ruedan… —La sonrisa extasiada de ambos
coincidió, incluso chocaron sus dientes; no obstante, sus miradas
estaban infectadas de deseo—, mejor tu sonrisa si muerde…»
Renato bien podría pasarse el día disfrutando de la boca de
Samira, pero quería ser más ambicioso, ir más allá, experimentar el
sabor de sus mieles; por eso inició un camino de besos por su
cuello, sus pechos, su vientre hasta que con las manos en la parte
interna de sus muslos la instaba a abrir las piernas. Ella entendió de
inmediato sus intenciones y le dio tanta vergüenza que todo su
cuerpo se tiñó de carmín y su respiración se hizo más arrítmica, no
estaba segura de estar preparada para eso. Pero un rugido de tripas
hizo que él se detuviera y apoyara la barbilla en su vientre para
buscar su mirada y al notar que ella se tapaba la cara, empezó a
reírse cómplice al darse cuenta de la procedencia de dicho sonido y
subió para ponerse a su mismo nivel, para verla de frente.
—¿Eso es hambre? —preguntó al tiempo que la tomaba de las
manos para descubrirle el rostro que estaba furiosamente
sonrojado.
—Eso creo, supongo que es bastante tarde.
Habían perdido el sentido del tiempo, sobre todo, porque
habían dejado sus móviles en el salón donde estaba la chimenea.
—Entonces vamos a comer, luego podemos continuar justo
donde lo hemos dejado… ¿Te parece?
Samira seguía con un poco de duda, «quizá debería
comentarle que no me siento cómoda haciendo eso todavía» caviló,
aunque creyó que lo mejor era hablarlo después. Él le dio un besito
en la punta de la nariz y otro en la frente y salieron de la cama, pero
antes de que ella se hiciera de lo que fuera para cubrirse, Renato se
olvidó de los pudores y la cargó, ella gritó sorprendida por su acción,
pero enseguida se rio y se aferró con ambas manos al cuello de él.
Volvieron a ducharse juntos, tratando de no sobrestimularse
porque la prioridad era que ella se alimentara.
—¿Quieres comer algo en particular? —preguntó ella pensando
en que quería cocinarle algo muy delicioso.
—Cualquier cosa que tú desees, eres la experta en la materia,
mi chef favorita.
En cuanto salieron vestidos con unos esponjosos albornoces, él
la tomó de la mano y la llevó al vestidor de sus tías, le abrió un cajón
donde había ropa interior, incluso sin estrenar, también le mostró
productos de aseo femenino, maquillajes y perfumes.
—Usa lo que quieras, créeme, mis tías no lo notaran. —Le dio
un beso en los labios, al tomarle la cabeza con ambas manos.
—No quiero meterte en problemas, es que… —Trataba de
explicarse, pero la calló con un nuevo beso.
—No los tendré, te lo aseguro… ¿Nos vemos en la habitación o
en la cocina?
—En la cocina —respondió, segura de que era bueno darse un
poco de tiempo a solas.
—Está bien, nos vemos en media hora… ¿Está bien?
—Sí, creo que es tiempo suficiente —comentó sonrojada.
—No importa si necesitas más tiempo, baja cuando estés
lista… Así es mejor.
—Mucho mejor. —Sonrió y antes de que él pudiera marcharse,
lo sujetó por las solapas del albornoz y lo haló hacia ella,
estampándole un beso de despedida temporal.
—Nos vemos luego, gitanita —murmuró, poniéndole un
mechón de cabello húmedo tras la oreja.
—En el punto de encuentro, payo. —Sonrió y lo soltó.
En cuanto Renato salió, ella chilló de la emoción y dio saltos y
vueltas por todo el espacio, estaba pletórica no podía evitarlo.
—¿Estás feliz? —la sorprendió, al abrir repentinamente la
puerta.
Ella se detuvo de golpe y se giró para enfrentarlo.
—¿Tú no? —preguntó sin que la sonrisa se le borrara.
—Muy… muy feliz —confesó con una sonrisa casi pícara y la
mirada brillante—. Ahora sí me voy, celebra, pero no gastes mucha
energía.
—Tú tampoco.
Él le guiñó un ojo, luego cerró la puerta y esta vez sí se
marchó.
Samira esperó el tiempo prudente para volver a festejar, pero
ya no lo hizo de manera tan eufórica, solo se llevó las manos a la
cara y sofocó un grito de emoción, casi no lo podía creer. Renato le
había dicho que la amaba y que lo hacía feliz, pero no solo fueron
palabras, también se lo confirmó con hechos.
Se descubrió el rostro al llevarse las manos a la cabeza, solo
entonces, se sintió de vuelta en la realidad y el peso de lo ocurrido
la golpeaba.
—¡Oh, Dios! ¿Qué he hecho? —se preguntó, no se arrepentía
en absoluto; no obstante, sabía todo lo que podía perder con su
familia si alguien llegaba a enterarse, no solo la juzgaría duramente,
sino que jamás obtendría el perdón. «Sí, eso he hecho… eché por
tierra la posibilidad de volver a casa, deseché cualquier tipo de
indulgencia porque no podré casarme con ningún gitano, ninguno
me aceptará así de mancillada», pero rápidamente sacudió la
cabeza y se dio cuenta de lo absurdo que eran sus pensamientos.
Sí, esa puede que fuese una realidad a partir de ese momento,
pero no la consideraba justa, porque nadie debería interferir en las
decisiones que ella tomaba hacia su cuerpo y sentimientos. Ningún
miembro de su familia tendría por qué juzgarla por el simple hecho
de elegir a quien amar.
Su padre, su madre o sus hermanos, no tendrían por qué
sentirse con más derecho de tomar decisiones tan transcendentales
para su vida que ella misma, después de todo, era la única que
podía saber que era lo que más le convenía.
Se acercó al espejo que tenía enfrente, detallándose muy bien
las facciones, nada había cambiado, todo estaba en su lugar, con
las mismas proporciones de siempre, quizá un poco más sonrojada,
pero de resto, ella seguía siendo la misma Samira de siempre, sin
importar que se hubiera entregado a un payo.
Aunque sabía que si su abuela se enteraba iba a estar muy
decepcionada, porque era lo que más le había pedido que no
hiciera, jamás aceptaría que le haya entregado su corazón —y su
cuerpo— a un payo. Pero nadie conoce lo que le depara el destino,
ella no había planeado encontrar el amor de esa manera, todo le
llegó de golpe.
Se restregó la cara con las manos, obligándose a no pensar en
eso, no podía permitir que los prejuicios de su familia empañasen su
felicidad.
—Si ellos verdaderamente te quieren, te perdonarán y
aceptarán por quien eres y no por quien esté a tu lado —se dijo muy
convencida al reflejo que veía en el espejo. Quería suponer que el
amor filial debía estar por encima de cualquier idea arcaica.
Dejó de divagar y buscó que ponerse, no iba a hacer esperar
eternamente a Renato.
CAPÍTULO 58
Renato se sentía alterado, pero de una forma demasiado
agradable, era como haber renacido en un cuerpo poderoso. Ni
siquiera los ansiolíticos más fuertes le habían causado ese efecto de
paz absoluta.
La ansiedad se había ido a la mierda, aún no entendía cómo
había podido tener sexo con Samira sin haber titubeado en ningún
momento; ni siquiera podía explicarse cómo se le había volado la
cabeza de tal manera que se le olvidara usar preservativo.
Sin embargo, no podía seguir comportándose como un
irresponsable, por lo que se apresuró a vestirse, para luego ir en
búsqueda de las cajas de condones que llevaba en su maleta y
dejarla a la mano, en el primer cajón de la mesita de noche, porque
sí, en sus intenciones quería volver a tener a Samira entre sus
brazos, estaría loco si no.
Cuando quiso ver qué hora era fue que se dio cuenta de que su
teléfono no estaba en la habitación. Entonces recordó que lo había
dejado en el salón con la música, muy probablemente ya se habría
descargado, por lo que buscó el cargador en la maleta y fue a por él.
Como era de esperar, su móvil estaba muerto, lo conectó tan
solo para encenderlo y porque aún no la había escuchado bajar. Se
sorprendió al ver que eran casi las dos de la tarde, sabía que había
dormido más de lo habitual, y mejor que nunca, pero no imaginó que
por tanto tiempo.
Solía recibir pocas notificaciones debido a que no era asiduo a
redes sociales, así que ignoró los avisos del par de cuentas que
manejaba solo por compromiso y porque el gestor de comunidades
de su abuela se las había creado. Se fijó que tenía varias llamadas
perdidas y algunos mensajes de su madre, tres mensajes de Lara y
un par de audios de su padre.
Sabía a quién debía prioridad por lo que escuchó los reproches
de su madre acerca de su falta de consideración por no haberse
comunicado con ella desde el día anterior, luego uno muy molesta
en el que le pedía que atendiera las llamadas, otro en el que se
notaba más preocupada y le suplicaba que respondiera a sus
llamadas que solo quería saber si estaba bien. De inmediato supo
que los mensajes de su padre eran porque su madre lo había
contagiado de sus absurdas preocupaciones.
—Hola, mamá, estoy bien. No tienes de qué preocuparte, solo
no he respondido porque estoy ocupado, creo que te lo mencioné…
Te quiero, y deja de preocuparte tanto. —Envió el mensaje de voz
rápidamente y procedió a escuchar el de su padre. Efectivamente,
también estaba mortificado, aunque su tono de voz fuese más
mesurado—. Papá, acabo de responderle a mamá, le he dicho que
estoy bien… No se preocupen, dije que estaría ocupado con
trabajo… y también es necesario que me desconecte un poco de
ustedes, no quiero tener que pasarle a mamá todos los días un
resumen de lo que hago, con quién lo hago o dónde estoy, ¿será
que puede respetar un poco mi independencia y privacidad? —Su
respuesta fue algo tosca, pero sabía que su padre buscaría la
manera de controlarla; solo en momentos como eso, comprendía a
Liam.
Lara no solo le había enviado un par de mensaje de voz,
en los que le decía que lo extrañaba muchísimo, sino que
también le mandó un video de ella en el jacuzzi de la
habitación. Tan solo vio unos pocos segundos y le respondió:
—Lo siento Lara, no estaba en mis planes que las cosas
salieran de esta manera… Suponía que iban a ser unos días
perfectos a tu lado, pero… ya sabes lo que pasó. —Aunque quisiera
decirle que sus sentimientos le dieron una bofetada a sus planes y
que se había enamorado perdidamente de su mejor amiga, no
encontró el valor para hacerlo en ese momento, no podía decirle
eso, no después de que la había citado al otro lado del mundo y la
había dejado botada ahí.
Decidió dejar el teléfono cargando e irse a su encuentro con su
chica, pero no había dado ni dos pasos cuando el móvil de ella, que
también estaba en la mesa, llamó su atención.
Sabía que no debía, que ese era un objeto demasiado personal
como para tan siquiera tocarlo, pero lo tomó para saber si
necesitaba batería y confirmó que también estaba descargado.
Rápidamente lo dejó en el mismo lugar en el que lo había
encontrado, sabía que había usado una excusa muy mala para
justificarse a sí mismo la falta de respeto que había cometido, ya
que lo que de verdad le interesaba ver era si ella tenía algún
mensaje de Adonay. Resopló y se marchó raudo a la cocina.
Para su sorpresa, no se encontró con Samira, sino con Isidora
y Marta, quienes estaban acomodando algunos productos en las
despensas y tenían algo cocinando en los fogones.
—B-b-buenos días —saludó, la pasión de las últimas horas le
había hecho olvidar que habían empleados pululando por ahí,
«capaz debería darles el día libre, pero eso seguramente haría que
Ignacio le informara a su abuelo que no estaría en las instalaciones
y levantaría las alertas de avô», pensó Renato. Avanzó hasta la
nevera y sacó un par de botellas de agua, para su garganta reseca.
—Buenas tardes, señor —corrigió Isidora con una afable
sonrisa, mientras molía pimienta sobre algo que se sofreía en la
sartén—. Estamos preparando la comida, ya casi está lista…
Disculpe que no le preguntamos antes si deseaba comer algo en
específico, pero no quisimos molestar.
—No, así está bien, lo que sea está bien —dijo y se sonrojó un
poco como un niño. Era evidente que las mujeres sabían lo que
había pasado. Necesitaba huir, por lo que avanzó a la salida.
—¡Estoy lista! —anunció la gitana, casi chocándose con él, iba
con toda la intención de darle un beso, pero se detuvo abruptamente
en cuanto vio a las mujeres—. Buenas tardes —saludó y de
inmediato le dedicó una mirada curiosa a Renato, en respuesta él se
alzó ligeramente de hombros.
—Buenas tardes, señorita —correspondió Marta—. Ya casi está
lista la comida, si desean pueden pasar al comedor.
—Bue… Bueno, está bien —dijo sonriente, intentando disimular
su sorpresa, se giró para salir y Renato le llevó una mano en la
espalda para guiarla—. ¿Les pediste que vinieran? —le preguntó en
un susurro mientras se alejaban.
—No, ya estaban aquí, eso es lo malo de tener personal
permanente para ocuparse del mantenimiento de las propiedades —
argumentó, igualmente en voz baja, a la vez que su mirada se iba a
los labios de Samira.
Ella miró por encima del hombro, ya habían perdido de vista a
las mujeres, por lo que se lanzó a darle un beso en un contacto
bastante juguetón.
Él le envolvió la cintura con la mano y la hizo girar, para
corresponderle, mientras seguían avanzando con pasos lentos; ella
en retroceso, se dejaba guiar a ciegas por él, así de confiada se
sentía en esos brazos.
Cuando llegaron al comedor la mesa ya estaba puesta,
decidieron sentarse uno junto al otro para estar más cerca. Renato
en un par de tragos se bebió una de las botellas de agua y ella, por
su parte dio pequeños sorbos a la que él le ofreció.
—¿Qué quieres hacer después de comer? ¿Te gustan los
caballos?
—Sí, me encantan, lo he heredado de la familia de mi madre…
que viven en España, en Andalucía, se han dedicado toda la vida a
la cría… Incluso, tengo dos tíos que trabajan en una escuela de
equitación de gran prestigio en Viena, se dedican a la doma clásica.
—Seguramente son muy buenos para que tengan un puesto en
un lugar como ese.
—Son excelentes.
—¿Y sabes montar? —preguntó, mientras le regalaba una
delicada caricia por el muslo, aprovechando la privacidad que la
mesa le brindaba.
—Por supuesto, desde niña… Porque hace muchos años
vivimos en algunas comunas que eran como campamentos con
grandes carpas y ahí había caballos… Sabes que de niña mi sueño
era ser una gimnasta hípica. Incluso, con siete años gané una
medalla, por el primer lugar, de un concurso que hicieron las
comunidades gitanas a nivel internacional…
—¿Y por qué desististe de seguir en esa profesión? —
preguntó, era fascinante que cada vez descubría más cosas sobre
Samira.
—No tenía caballo, así me era imposible practicar… Usaba el
de un vecino que luego se fue a Pernambuco.
—¿Y te gustaría retomar la práctica? —curioseó, sintiendo la
necesidad de hacer realidad todos sus deseos.
—¿Qué? —soltó una risita nerviosa—. Ya no… —Llevó su
mano hasta la de Renato que reposaba en su muslo y se la apretó
—. Es decir, me siguen gustando los caballos, pero ya no me veo en
eso, no señor… —Negó con la cabeza mientras sonreía.
—Bueno, después de la comida podemos ir a cabalgar un rato,
así te muestro la propiedad.
—¿Es que aquí tienen caballos? —Sabía que era una pregunta
tonta porque por algo él le había hecho ese plan, pero le seguía
asombrando las riquezas que tenía su familia.
—Así es, no son de mi abuelo, pertenecen a un amigo de la
familia… Su principal negocio son los equinos. —No quiso decirle
que Thiago era uno de los principales socios de la Asociación
Brasileña de Criadores de Caballos ni que Aninha era una
medallista olímpica en salto ecuestre.
—Ay sí, me encantaría —chilló emocionada, al tiempo que le
pedía un beso con la mirada.
Él se aventuró a darle un par de besos y luego le dio unos
toquecitos en la barbilla con el dedo índice, justo después llegaron
Isidora y Marta con la comida.
Habían preparado carne en tiras, salteada con vegetales y puré
de patata. Al terminar, Renato llamó a Ignacio para pedirle que le
prepararan dos caballos.
Samira le pidió prestado su cargador, necesitaba comunicarse
con Ramona, imaginaba que ella había quedado muy
desconcertada por la manera en que había salido de su pieza.
Cuando cargó lo suficiente como para poder mirar los mensajes, no
solo se encontró con uno de su amiga, sino también con uno de
Adonay.
Respondió al de la chica, pidiéndole que no se preocupara y le
aseguró que todo estaba bien, el de Adonay lo ignoró, le contestaría
cuando estuviese sola.
Los llevaron en un carrito de golf hasta los establos, donde ya
los equinos los esperaban listo para que pudieran montarlos.
El paseo duró cerca de tres horas, en los que no solo pasearon
a caballo, sino que también caminaron tomados de las manos,
cumpliendo así el deseo de ella de saber lo que se sentía entrelazar
sus dedos a los de él.
Samira descubrió que la casa solo era una pequeña parte de lo
que en realidad abarcaba todo aquel lugar, pero nada la maravilló
más que pasar ese tiempo con Renato y comprobar que a pesar del
grado de intimidad que habían compartido y de la declaración que
se habían hecho, seguían siendo amigos, nada había cambiado en
la forma en que se trataban; quizá, ahora se permitían roces más
íntimos sin culpas y besos ardientes, que solo se daban cuando
estaban seguro de que no eran vistos por nadie y, no porque les
importara lo que pudieran pensar los demás, sino porque la timidez
de Renato y la manera en la que Samira había sido criada, no les
permitía exhibirse de esa manera.
De regreso en la casa, Isidora le preguntó si deseaban algo
especial para la cena, pero Renato les dijo que ellos se encargarían
y que si quería podían marcharse a descansar. No se entretuvieron
mucho en la cocina y subieron para irse a refrescar, pero antes de
que Samira se alejara hacia la puerta de la habitación que pretendía
ocupar, Renato la tomó por la mano y la haló con él a la suya.
En cuanto cerró la puerta, se acercó a ella y la besó
desenfrenadamente por todas las horas que no había podido
hacerlo, la pegó contra la puerta y se recargó sobre ella, que le
correspondió con la misma urgencia al aferrársele al cuello. El
ardiente deseo los llevaba a besarse de manera febril, presos de
una lujuria violenta que los excitaba a niveles insospechados.
Renato le llevó las manos a los glúteos, apretándolos, mientras
se empujaba contra ella con embistes que los estimulaban a ambos.
Las bocas se separaron tan solo para respirar por un segundo
en el que se miraron a los ojos.
—Joder, gitanita, me vuelves loco… —La besó, pero no fue uno
suave, no. Fue brutal e intenso, tanto que ella sintió que le estaba
quemando el alma—. Necesito sentirte de nuevo, necesito entrar en
ti, ¿me dejas?
Samira asintió contundente, con los labios entreabiertos para
poder llenar sus pulmones de aire. Ahora con la confianza que ya
sentía, le levantó con rapidez el jersey, por supuesto, él no opuso
ninguna resistencia.
Solo interrumpían los besos cuando quitarse alguna prenda le
exigía que lo hiciera, de lo contrario seguían entregados al contacto
de sus labios y lenguas.
Una vez desnudos, ella pudo sentir la erección de Renato
cuando rozaba su pelvis, provocándole escalofríos que la hacía
humedecer escandalosamente. Se aferró con fuerza a su espalda,
pegándolo más a su cuerpo, aprisionando el pene entre ellos.
—Dejamos algo pendiente —le recordó dándole un besito en la
frente con el que buscaba calmarse, pero aprovechó un descuido de
ella, para tomarla por la cintura, elevándola.
Samira por puro instinto se le aferró con las piernas a la cintura.
Lo que Renato le había prometido que haría, le despertaba unos
nervios terribles, de cierta manera le avergonzaba que pusiera su
cara tan cerca de esa zona.
—Re… Renato espera, espera. —Alejó su torso para verlo a la
cara—. No estoy… no sé… umm… —Le costaba muchísimo decirle
lo que le pasaba y desvió la mirada al cuello de él.
—Hey. —Le puso una de las manos debajo de la mandíbula
para instarla a que lo viera de nuevo a los ojos—. ¿Estás bien,
cariño? ¿No quieres hacerlo? Dime lo que sientes, confía en mí, por
favor.
—Te confiaría mi vida, es solo que… que eso que dices que
dejamos pendiente me da un poco de vergüenza.
—No quiero que te sientas así con nada de lo que hacemos, si
no te sientes cómoda con algo te pido que me lo digas siempre, en
estas cuatro paredes solo estamos nosotros dos. Olvida las
vergüenzas, somos tú y yo, no lo olvides. —Le sostuvo la mirada y
le regaló un beso suave, delicado, lleno de todo lo bonito que sentía
por ella.
Samira se dio cuenta de que él tenía razón, si no le gustaba lo
que le hacía podía detenerlo en cualquier momento y sabía que no
la presionaría ni insistiría, la respetaría sin importar lo excitado que
estuviera, confiaba en él con los ojos cerrados; además, ya había
leído en muchos libros que eso solía ser bastante placentero.
No le respondió con palabras, solo volvió a acercar su boca y le
devolvió el beso con el que pretendía decirle cuánto lo amaba.
Renato intentó ponerla con cuidado en la cama, pero el peso de
ella terminó llevándoselo a los dos, por lo que, en medio de un grito
de sorpresa, terminaron en el colchón muertos de la risa, mientras él
le descubría el rostro que había quedado oculto tras alguno
mechones de cabello, le dieron tregua a la pasión al tiempo que se
preguntaban si estaban bien.
Luego de algunos minutos que les sirvió para calmar la tensión
y relajar el ambiente, ella se mordió el labio y él pudo interpretar en
su mirada, las ansias de seguir y disfrutar todo lo que se podían dar,
por lo que llevó la mano hasta la cara sonrojada de su chica, pero
no se detuvo ahí, siguió por el cuello y bajó hasta uno de los senos.
Samira sabía que, al estar acostada así, sus pechos
prácticamente se perdían, no quedaban más que unas diminutas
protuberancias, pero se dio cuenta de que, a él, igual parecían
gustarles, porque se los apretujaba con devoción y le acariciaba los
pezones, tan solo rozándolos con la yema de su dedo índice, lo que
hacía que la respiración se le agitara de inmediato. No pudo evitar
suspirar y cerrar los ojos cuando él resbaló con delicadeza la mano
por su abdomen, aprovechando el espacio que había dejado entre
sus cuerpos al estar apoyado en un antebrazo y las rodillas.
Renato siguió con la caricia por su monte de venus; para ese
entonces la cara de la chica estaba totalmente roja debido al
subidón de calor que le causó sentir el dedo medio escabulléndose
hasta rozarle el clítoris, Samira en respuesta apretó más los muslos
y gimió.
—Recuerda que no quiero que lo hagas por complacerme, está
bien si deseas esperar… —compartió, mirándola a los ojos, a la vez
que su mano intentaba hacerse espacio entre las piernas.
—Sí, sí. Quiero que lo hagamos, ahora… —Tomó el rostro de
Renato, y tuvo que levantar la cabeza para poder besarlo en la
boca.
Abrió las piernas para darle acceso y se entregó por completo
al beso que él le correspondió. Su dedo índice empezó juguetear
con su clítoris, apenas rozándolo y ella se arqueaba y movía la
pelvis en busca de más. Tuvo que terminar el beso para poder
liberar los jadeos que la estaban atragantando.
Renato la miraba maravillado, como tenía los labios
entreabiertos para poder respirar mejor, de vez en cuando le
asomaba una sonrisa de satisfacción al verla gozar. Separó un poco
más las piernas de Samira y deslizó su dedo hasta la vagina,
enterrándolo con lentitud, mientras sus ojos estudiaban a conciencia
las reacciones reflejadas en el rostro de ella.
—¡Santo cielos! —gimió, la gitana con los ojos cerrados, la
espalda arqueada y empuñando las sábanas.
Se estremeció cuando sintió que le introducía un segundo dedo
en su vagina, pero abrió los ojos de golpe cuando sintió que el peso
de él abandonaba la cama. Renato estaba de rodillas en el suelo y
se había colocado entre sus piernas. Un agónico vacío la arrasó
cuando él retiró los dedos, para llevar sus manos a las corvas,
posicionarlas encima de sus hombros y halarla hacia él, dejándola
bien cerca de su boca.
La vergüenza la arreció sin piedad, cuando desvió la mirada de
su rostro y la llevó justo a su vulva, estaba demasiado expuesta y
tan cerca que podía sentir su respiración hacerle cosquillas en esa
zona. Quería decir algo, disculparse por si no le parecía bonita o por
si distinguía algún olor poco agradable, pero las respiraciones
trabajosas no le permitían hablar.
—Samira, Sami… —Renato pidió la atención de ella que
estaba con los ojos cerrados, mientras con sus dedos seguía
acariciando el sexo húmedo, no estaba penetrándola ni tampoco
atendía el clítoris, solo deslizaba las yemas por los pliegues—.
Tienes que guiarme, decirme exactamente lo que estás sintiendo,
porque no estoy seguro de cómo hacerlo… Es mi primer intento y no
quiero que sea el último —le pidió en cuanto ella levantó la cabeza
para mirarlo.
—Está bien, lo haré, lo prometo…
—¿Así está bien? —preguntó, rozando la entrada de la vagina
y apenas enterrando un poco su dedo, para luego arrastrar la
humedad hasta el clítoris y frotarlo suavemente.
Eso la estaba enloqueciendo rápidamente, por eso gimió y
afirmó repetidamente. Sentía que la estaba torturando, quería
suplicarle que la hiciera correr, como ya lo había hecho la noche
anterior y esa misma mañana, pero soportó porque le excitaba más
la expectación de lo que vendría a continuación.
Sin previo aviso sintió que la lengua caliente y húmeda se
deslizaba sutilmente sobre su clítoris, además de que con las yemas
de los dedos abría paso entre sus pliegues. No estaba siendo ni
demasiado lento ni muy rápido, lo que hizo que Samira se le
olvidara hasta de cómo respirar, era una máquina de gemidos y
temblores; con el movimiento de su pelvis le indicaba el punto
exacto en el que le gustaba más que la tocara.
—Más, así… ahí, más —pedía con vehemencia.
Renato se atrevió a chuparle delicadamente, lo que hizo que
ella se estremeciera por completo y que unos chillidos vergonzosos
prorrumpieran desde su garganta, por lo que de inmediato con una
de sus manos dejó de empuñar la sábana y se tapó la boca,
temiendo que sus gritos pudieran ser escuchados por los empleados
del lugar.
Al darse cuenta de lo que había hecho, él estiró la mano que
tenía desocupada, para quitarle la de ella de la boca.
—Disfruta el momento, no te cohíbas grita todo lo que quieras,
déjame escucharte —le dijo, al tiempo que deslizaba dentro un par
de dedos. Ella le tomó la palabra y gimió audiblemente para él y
dejó de resistirse, cerró los ojos abandonándose al placer.
Él se dedicó a lamer y chupar, siguiendo las indicaciones que
ella le marcaba, a la vez que la penetraba con los dedos.
—Ahí, sí… me gusta, me gusta —decía casi sin aliento y movía
su pelvis para rozarse no solo contra la boca de Renato, sino
también con su nariz y mentón. Ella sentía que en cualquier
momento se iba a orinar y temía hacerlo en la boca de él, pero se
sentía tan bien que no podía pedirle que parara.
—Es… estoy llegando, estoy llegando… —La razón se le fue al
diablo y las intensas cosquillas provocaron un orgasmo arrollador
que le hizo soltar un grito en toda regla, que le infló las venas de
cuello, hasta que perdió el sentido por un instante.
El cuerpo entero se le estremeció, las piernas le temblaban
incontrolablemente. Había sido tan exquisito y avasallador que sintió
que le estallaría el corazón. Cuando ya se le disipaba la sensación y
salía del aturdimiento, miró a Renato, que le obsequiaba una
hermosa sonrisa
Renato se levantó y volvió a posarse sobre ella, tomándole el
rostro entre las manos para obsérvala.
—¿Lo has disfrutado? —preguntó sonriente.
—Demasiado —confesó, le pasó la mano por la boca y mentón
para quitarle los visibles rastros de su orgasmo.
Enseguida él la sorprendió con un beso, que se profundizó,
hasta que se quedaron sin aliento una vez más, ya Renato no podía
seguir soportando, necesitaba enterrarse en ella, buscó los
condones que había dejado en el cajón, sacó uno y con manos
temblorosas debido a las ansias, se lo puso.
Samira se atrevió a mirarlo mientras deslizaba el preservativo
por su pene, que estaba tan hinchado que probablemente era
doloroso.
—Estoy lista —dijo mordiéndose el labio, no quería hacerlo
esperar.
Esta vez Renato no se acostó sobre ella, se quedó sentados
sobre sus talones, la tomó de nuevo por las piernas y la haló hacia
él, quien no perdió tiempo para penetrarla, en medio de un gemido
compartido.
Una vez más la estaba enloqueciendo de placer, pero no
dejaba de mirarlo entre lágrimas de deleite, él le sonreía alevoso sin
dejar ni un segundo se hacerla suya.
Después de algunos minutos Renato empezó a gemir
libremente. Ya no eran gruñidos ni gimoteos que trataba de
contener, sino gemidos graves y profundos; iba más rápido y
desesperado. El orgasmo para ambos llegó como una marea de
increíble goce.
Después de los últimos espasmos de la eyaculación, se dejó
caer sobre Samira y buscó con desespero la boca de ella, quien lo
abrazó con brazos y piernas. Así se quedaron algunos minutos entre
besos, miradas y susurros cargados de complicidad.
—Te amo, esto que siento contigo es lo mejor que me ha
pasado en la vida —confesó ella, sintiendo la suavidad del vello
crecido en la cara de él en la palma de su mano, sin dejar de mirarlo
a los ojos, que estaban totalmente dilatados.
—Samira —Le sostuvo la mirada y le dejó un tierno beso en la
punta de la nariz, mientras le acariciaba los cabellos nacientes en
las sienes—. Eres tan hermosa, verdaderamente hermosa… Tan
especial —le dejó otro beso en el pómulo derecho y volvió a fundirse
en su mirada—. Eres mi primer amor… No puedo creer el tiempo
que perdí por estúpido.
—No miremos el pasado, tenemos mucho tiempo por delante…
—Quiso decirle que en sus planes estaba permanecer a su lado por
el resto de su vida—. Además, habría sido un tanto masoquista de
tu parte ver hermosa a la chica que te robó la billetera —dijo con
una brillante sonrisa.
Renato soltó una carcajada que, por supuesto ella amó. Él
aprovechó para moverse, se quitó el codón y fue a tirarlo en la
papelera, luego regresó a la cama y se llevó a Samira hasta el
pecho, se dedicaron a mirarse a los ojos mientras seguían
conversando.
—¿Lo haremos de nuevo? —preguntó con la curiosidad
anclada en las pupilas.
Renato soltó una risotada como nunca.
—En un rato, gitana… Dame unos minutos. —Le dio un beso
en la frente.
CAPITULO 59
Habían pasado un par de días llenos de intensidad, amor y de
descubrimientos, pero lamentablemente, llegaba el momento de la
inevitable despedida; había que volver a sus respectivas realidades.
—Te prometo que haré todo lo posible para venir el próximo fin
de semana. —Renato le daba su palabra, mientras le acunaba el
rostro y trataba de guardar en su memoria todos los destellos que
veía en sus hermosos ojos color oliva. Le partía el alma saberse
culpable de que en ese momento estuvieran cristalizados por las
lágrimas retenidas; él tampoco quería alejarse de ella, estaba
intentando hacerse el fuerte, pero la verdad era que tenía un nudo
en la garganta que lo estaba asfixiando.
—Lo sé, te estaré esperando, pero si no puedes hacerlo, si está
fuera de tus posibilidades, sabré comprenderlo, no quiero que te
metas en problema o se compliquen tus compromisos por mí. —
Solo lo dijo para que él se sintiera más tranquilo, pero el pecho le
gritaba que era una loca, porque cada minuto sin poder besarlo,
sería una tortura inaguantable.
—Voy a extrañarte, gitanita —confesó acariciándole los
pómulos con los pulgares.
—Yo también a ti, payo. —Sonrió y luego se mordió ligeramente
el labio en un intento por contener el llanto—, pero hablaremos todo
el tiempo.
—Por supuesto —asintió para reafirmar su palabra.
Aunque Renato quisiera quedarse un poco más, no podía
porque estaba justo a tiempo para pasar a la sala de embarque.
Ansiaba besarla, pero no sabía si Samira permitiría que lo hiciera en
público, aunque para él no existía nadie a su alrededor, solo tenía
ojos para ella.
—¿Puedo darte un beso?
—Justo estaba pensando que quizá no te atreverías a hacerlo.
—Le sonrió y la besó.
Quería memorizar la textura de sus labios, el sabor de su boca,
la dulzura de sus movimientos, por eso se tomó su tiempo, pero
todo en ella le encendía la hoguera de la pasión, por lo que antes de
que la pasión le hiciera olvidarse del lugar donde estaba, tuvo que
separarse.
—Te quiero —murmuró él, dejándole uno más en la punta de la
nariz y ella sonrió complacida.
—También yo… No lo olvides —murmuró sin apartar la mirada,
mientras le rozaba con las yemas de los dedos, los vellos de la
mandíbula.
Se dieron un abrazo apretado y luego se apartaron, Renato se
volvió para marcharse, Samira se quedó esperando perderlo de
vista, mientras se abrazaba a sí misma y se obligaba a no llorar.
Antes de que Renato pasara a los controles de migración, se
volvió y con largas zancadas avanzó de vuelta hasta donde su
amada, quien lo miraba sin entender qué pasaba.
Sin pedirle permiso le rodeó la cintura con un brazo, la pegó a
su cuerpo y la besó como si no hubiese un mañana.
—Te juro que vendré el fin de semana, no importa lo que tenga
que sacrificar, aquí estaré… Porque no me he ido y ya te estoy
extrañando —murmuró su promesa contra los labios húmedos de su
chica.
—Pues tendré que idear alguna tortura para hacerte pagar por
todos los minutos que estarás lejos de mí —dijo con la voz
entrecortada y las pupilas dilatadas por la excitación que empezó a
cobrar vida entre sus piernas.
—Me convertiré en tu esclavo para pagar mi afrenta… —dijo
con una sonrisa cómplice. Le dio un pico en los labios y ahora sí
tuvo que soltarla y marchase o perdería el vuelo.
Samira hubiese preferido quedarse hasta que el avión
despegara, pero no quería que Ignacio y su acompañante la
siguieran esperando, por lo que se marchó. En cuanto subió a la
SUV, le llegó la notificación de que Renato había agregado una
nueva canción a la lista de reproducción, lo que hizo que se le
extendiera una calidez por todo el cuerpo.
Ella la conocía, se la sabía de memoria, pero igual quiso
escucharla en ese momento, sin importar hacerlo por el altavoz del
teléfono, ya que no tenía a mano los Airpods. Ahora tenía la certeza
de que se la estaba dedicando y no se trataba de un simple método
de aprendizaje de español.
—Quiero perderme contigo en tus sábanas frías, olvidando el
mundo sin nadie que sepa que estamos aquí… —canturreó bajito
con una sonrisa imborrable, mientras miraba por la ventanilla. Una
lágrima que mezclaba felicidad y nostalgia le corrió por la mejilla
izquierda, pero se la limpió rápidamente, antes de que alguno de los
hombres le preguntara si le ocurría algo—. Quiero enterrar el
pasado y creer que eres mía, y que en tus sueños perdida te
acerques y quieras vivir junto a mí… Por eso te digo bajito que doy
lo que sea por un minuto contigo, por eso te canto al oído mi secreto
cautivo, sin miedo a decirlo: yo te quiero…
Durante el camino, de regreso a casa, Renato no podía dejar
pensar en la chica que se estaba convirtiendo en el centro de su
universo. No podía creer que su mundo hubiera dado un giro de
ciento ochenta grados en apenas tres días. Desde que había tenido
que poner distancia física, se sentía incómodo, como si le hiciera
falta un órgano o una pieza imprescindible para el óptimo
funcionamiento de su cuerpo. Le fue fácil llegar a la conclusión de
que de verdad se había enamorado, de que no solo era un asunto
sexual.
Si bien se sentía como un crío en pleno descubrimiento de su
sexualidad —cosa que prácticamente en su caso era cierta— lo que
estaba viviendo en ese momento, no lo podía comparar con lo que
había sentido por Vittoria años atrás, ahora se daba cuenta de que
eso solo fue una tontería de adolescente, porque no había pasado
sino unas pocas horas desde que dejó a Samira en el aeropuerto y
ya deseaba estar de regreso.
Al llegar a Río, no fue a la casa de su abuelo, siguió el plan
como lo había trazado cuando pensó que regresaría con Lara, así
que se fue a su apartamento. Como era un poco más de
medianoche, solo le envió un mensaje de voz a Samira en lugar de
llamarla, ya que no quería despertarla por más que la echara mucho
de menos.
Ella le respondió de inmediato diciéndole que también lo
extrañaba y pidiéndole que se fuera a descansar y él lo escuchó un
par de veces.
El cansancio que le había dejado la exhaustiva jornada sexual
que habían tenido, sumado a los vuelos que había hecho en los
últimos días, fueron suficientes para que, tras una ducha de agua
caliente, se fuera a la cama y se quedara dormido en cuanto puso la
cabeza en la almohada.
Al despertar, lo primero que hizo fue enviarle un mensaje a
Samira, o su novia, aún no sabía si podía llamarla de esa manera,
no podía creer que en todas esas horas que habían pasado juntos,
a ninguno de los dos se le ocurrió hablar sobre el tema, él no estaba
para nada familiarizado con las formalidades. Lo que sí tenía claro
era que no quería que por nada del mundo la amistad entre ellos se
viera alterada.
Ella también recién despertaba, esta vez no le importó enviarle
una nota con la voz todavía ronca, le dijo que debía asearse
rápidamente porque se le haría tarde y le dijo que le avisaría cuando
estuviera lista para salir a su jornada laboral.
Él se sentía distinto, con necesidad de involucrarla en la
cotidianidad de su vida, por eso, cuando llegó el momento de elegir
qué corbata usar le hizo una videollamada rápida para pedirle
opinión, algo que jamás había hecho con nadie desde que se
marchó de su casa y su madre le dio el espacio que él tanto
necesitaba para independizarse.
Le mostró una azul, una gris y una negra. Sabía que cualquiera
podía quedar bien con el traje gris plomo que llevaba puesto; no
obstante, quería la opinión de su chica.
—Me gusta la azul, hace resaltar el color de tus ojos; además,
dicen que el azul es sinónimo de profesionalidad, calma y control —
le decía con la sonrisa pintada en la cara, le hacía feliz verlo por la
mañana, se ilusionaba pensando en cómo sería su rutina si vivieran
juntos—. Ahora tú elige mi falda —dijo mostrándole un par de piezas
estilo lápiz, una blanca y la otra gris.
—La blanca, creo que irá muy bien con esa blusa roja —sugirió,
a pesar de que su mirada se iba muy seguido a los muslos y el
triángulo del pubis enfundado en unas braguitas blancas.
Ella aceptó con un gesto pícaro en el rostro, porque se había
dado cuenta a dónde él estaba dirigiendo su mirada. Lanzó a la
cama la gris y empezó a ponerse la blanca, mientras Renato se
anudaba la corbata y conversaban de lo que tenían que hacer ese
día. Justo en ese momento a él le entró la notificación de una
videollamada de Lara; al instante se puso nervioso, estaba seguro
de que la rusa, solo quería informarle que había llegado a Moscú,
sabía que lo más respetuoso sería contestarle de inmediato, era lo
menos que podía hacer dada las circunstancias, seguía
avergonzado por lo que le había hecho, pero no quería colgarle a
Samira, así que la rechazó y se dijo que luego le inventaría
cualquier excusa.
Cuando estuvieron listos se despidieron, ya que ambos debían
partir a sus trabajos. Tuvo ganas de decirle que podría solicitar el
servicio de Uber o, mejor aún, que Ignacio podría pasar a por ella
todos los días, para llevarla al trabajo y regresarla a casa, pero bien
sabía que eso podría generar la Tercera Guerra Mundial, ya conocía
de sobra el carácter de esa gitana y odiaba que la tratara como a
una princesa en apuros.
Subió a la SUV y puso a reproducir su lista de reproducción
favorita, mientras el ascensor bajaba, aprovechó para llamar a su
abuelo que no había perdido la costumbre de despertarse temprano.
Estaba seguro de que ya lo habían puesto al tanto de su visita del
fin de semana a la casa del Arrayán, así que era mejor que fuese el
mismo quien sacara a colación el tema.
Reinhard lo tomó todo con naturalidad, le gustaba mucho los
cambios que veía en su nieto, se lo notaba alegre, tranquilo y, sobre
todo, más seguro de sí mismo. Pero se moría de ganas de que este
quisiera presentarle pronto a la jovencita que había obrado el
milagro que ni él ni sus padres ni los años de terapia habían
conseguido. Estaba tranquilo porque ya conocía de sobra sus
antecedentes y no le importaba sus orígenes, la única duda que le
había dejado el informe que Valerio le había entregado, era algo que
ninguna investigación le podía suministrar, pero su hijo Ian en medio
de su preocupación típica de padre, y sin saberlo, se la había volado
de un plumazo, al decirle que había visto el amor en los ojos de la
pareja. «Pareja»… Qué raro era asociar ese término con su nieto
Renato, pero ahora sentía que podía morir tranquilo cuando el día le
llegara.
Bueno, aún le quedaba Liam, pero mucho estaba temiendo que
él fuera un caso perdido. Siempre andaba saltando de una mujer a
otra, ese sí que no había madurado. Pero de momento lo dejaba
que se lo pasara bien, que disfrutara, después de todo, él también
fue joven, estaba seguro de que pronto sentaría cabeza, ya le
llegará esa persona que le revolucionará todos sus esquemas.
Renato terminó la llamada con su abuelo y vio que tenía una
notificación de una nota de voz de Lara, pero antes de escucharla,
prefirió devolverle la videollamada.
Ella vestía ropa deportiva, estaba seguro de que no tenía más
de dos horas de haber llegado y ya estaba lista para ejercitarse, en
ese punto, empezaba a envidiar la energía de la rusa.
—Hola caramelo, ¿cómo estás? Bueno, al parecer vas camino
al trabajo —hablaba, como si en realidad no estuviese molesta con
él, se repetía constantemente que debía mostrarse comprensiva,
como le había sugerido su hermano, sabía que tenía que hacer
ciertos sacrificios si quería tener algo serio con el brasileño en el
futuro próximo.
—Hola cariño, así es… —dijo con la mirada al frente, no podía
volverse a mirar a la pantalla en el tablero de auto, lo que le servía
de excusa para que ella no viera que él ya no era el mismo—.
¿Cómo te fue en el viaje de regreso?
—Dormí gran parte del trayecto… Ay caramelo, me encantó
tanto conocerte, tenemos que vernos nuevamente y tiene que ser
pronto. He pensado que quizá vaya a Río a pasar Navidad contigo,
¿qué te parece la idea? —preguntó entusiasmada, decidida a
conquistarlo, aunque tuviera que invertir algo de sus ahorros.
Renato sintió un espasmo muscular recorriéndole el cuerpo, y
tuvo que luchar por dominarse y dejar las manos firmes en el
volante para mantener el control del auto. Escuchó su propia
respiración agitada y jadeante, forzó una sonrisa, pero siguió sin
despegar la mirada del camino, mientras pensaba en una respuesta
adecuada y concisa.
—En realidad, me encantaría que pudieras venir. Solo que esas
fechas son una verdadera locura en casa, suele reunirse toda la
familia, es un estrés total.
—Por el contrario, caramelo… ¿No crees que es el momento
oportuno? Así podré conocerlos a todos —insistió, con una sonrisa
de fingida inocencia, pero bien que sabía leer las actitudes de
Renato, todavía le incomodaba que ella intentara meterse en su
vida, pero Estaba cansada de seguir esperando.
—Bueno, no sé, amor… Déjame pensarlo, ¿vale?
—No lo pienses tanto.
—Está bien, no lo pensaré tanto. —Intentó sonreír, pero no le
salió más que una mueca—. Dame unos días —solicitó, esperaba
en unos días dar por finalizada la relación entre ellos—. Ahora debo
dejarte, ya estoy por llegar.
—Te amo, caramelo… ¿Te conectarás esta noche?
—Está en mis planes hacerlo, pero antes descansa. —Estaba
seguro de que no se conectaría, lo mejor era ir alejándose de a
poco. No tenía sentido seguir alimentando las ilusiones de Lara, si él
estaba seguro de que a quien quería era a Samira.
—Lo haré, en cuanto termine la rutina —prometió y le lanzó un
beso.
—Hasta pronto —dijo y fue él quien terminó la comunicación.
Una vez más sintió la necesidad de preguntarle qué había hecho en
los días que estuvo sola en el resort, pero eso sería como darle pie
a que siguiera creyendo que él seguía interesado en sus cosas, era
preferible quedarse con la duda a lastimarla.
Saludó a Drica, quien se puso de pie en cuanto lo vio llegar, a
ella no le extrañó que tuviera algo bronceado ya que era la única
que sabía que él había estado en República Dominicana; era
imposible ocultarle ciertas cosas a su asistente, no en vano era
quien se encargaba de organizarle prácticamente toda su vida.
—Buenos días, Drica… ¿Cómo estás?
—Buenos días, Renato —dijo acoplándose al paso de él para
acompañarlo a la oficina—. Muy bien, ¿cómo estuvo tu viaje?
—No fue como esperaba —soltó un suspiro al tiempo que
dejaba su maletín sobre el escritorio—. No estuvo mal, solo que
hubo cambio de planes a último momento… —hablaba al tiempo
que tomaba asiento.
—¿Algún inconveniente? ¿Tuviste problemas con el hotel?
—No, no, tranquila… Ya todo está solucionado. —A pesar de
tener la mirada en la pantalla de la computadora que acababa de
sacar del estado de reposo, se le escapó una sonrisa coqueta, que
no pasó desapercibida para la asistente.
—Bueno, me alegra saberlo. —Supo ser lo suficiente discreta
como para no mostrarse sorprendida, aunque en el fondo, sí que
quería cotillear, Renato era un hijo más para ella y quería saber a
qué se debía esa sonrisita que había mostrado.
—Gracias, empecemos con la agenda —dijo con un tono
inusualmente enérgico, dispuesto a trabajar. Sabía que no podía
perder tiempo si quería dejar todo al día para volver a los brazos de
su gitanita.
En ese momento pudo divisar a sus tías Hera y Helena
caminando enérgicas hacia la entrada.
—Se acerca su primer punto en la agenda —comentó la
asistente y caminó a la puerta para abrirle a las gemelas.
—Buenos días. —Las pelirrojas saludaron al unísono.
Drica correspondió al saludo al tiempo que les hacía un
ademán invitándolas a pasar y Renato se levantaba para recibirlas.
Se lamentaba no haber preparado el tema que los reunía en su
oficina.
Debía improvisar, algo que no solo odiaba, sino que también lo
ponía muy nervioso.
—¿Desean que pasemos a la sala de juntas? —preguntó, al
tiempo que recibía el beso que Helena le plantaba en la mejilla.
—No, aquí está bien… El sofá es lo suficientemente cómodo —
dijo Hera señalando hacia donde había un par de tres puestos y una
butaca adicional.
—Está bien —dijo guiándolas.
—Enseguida le traigo todo el material.
—Gracias Drica.
—De nada. —Dirigió la mirada hacia las gemelas—. ¿Qué van
a desear como refrigerio? ¿Té, agua, café… algún licor?
—Licor a esta hora, ¡no! —Hera soltó una risita con la confianza
que le tenía a la asistente, que al igual que a Renato, las había visto
crecer—. Eso es exclusivo de Liam, que no le es suficiente con el
alcohol del enjuague bucal. —Ese comentario provocó que todos
rieran.
—Para mí un té blanco, por favor —pidió Helena, cortando un
poco las bromas de su hermana.
—Drica, estoy en un proceso de desintoxicación —hablaba
Hera mientras buscaba en su móvil la receta de lo que necesitaba
—. Por favor, pide que me manden este batido, es de tomate, jugo
de limón y agua gasificada… —Le mostró la pantalla de su móvil—.
Mira, estás son las cantidades.
—Bien, enseguida se lo mando a preparar —dijo, había
memorizado las cantidades, pero era mejor estar más segura por lo
que rápidamente desde la tableta electrónica le tomó una fotografía.
—Para mí un capuchino, igual que siempre.
—Enseguida.
—Gracias de nuevo —comentó Renato con una sonrisa
amable.
En cuanto la asistente salió, se enfrascaron en un tema de
conversación familiar, mientras esperaban por el refrigerio y los
documentos para poder dar inicio a la reunión.
Las gemelas se interesaron por preguntarle qué quería hacer
por el día de su cumpleaños, ya que el veintiocho de noviembre
arribaría a los veinticuatro años.
—No, nada especial… Ya saben que no soy de celebraciones,
lo ideal sería una cena familiar en la casa del abuelo. —Ahora que
caía en cuenta de la fecha que se acercaba, lo que más le gustaría
sería poder pasarlo junto a Samira, pero estaba seguro de que sería
imposible, su mamá lo mataría si no lo celebraba con ellos, aunque
todos supieran que él odiaba ser el centro de atención.
—Hablaré con mami para elegir el menú —comentó Hera, con
un semblante muchísimo más entusiasmado que el festejado—.
¿Quieres que sea tu comida favorita?
—Lo que sea estará bien, dejo todo en tus manos, sé que lo
harás muy bien —dijo Renato, no tenía la mínima intención de ser
exigente.
Luego, la conversación mudó a Elizabeth, quien los tenía a
todos muy sorprendidos, por las decisiones que había tomado en
tan poco tiempo.
Drica volvió en compañía de su asistente con las bebidas que
habían solicitado. Renato aprovechó un par de minutos, para revisar
el documento e intentar ponerse al día.
Sus tías se dieron cuenta de que él andaba algo perdido,
normalmente manejaba nos número que iban a discutir de memoria,
pero en esta oportunidad se notaba por encima que no tenía todos
los cálculos listos de la asignación de los recursos del próximo
trimestre.
Después de que ellas se fueron, él siguió con sus ocupaciones,
terminó las proyecciones que le faltaban y solicitó la información que
requería de cada área. Saltaba de su portátil al teléfono,
planificando, programando y coordinando reuniones que requería
con urgencia, además de que cotejaba los informes que le iban
llegando versus la información del programa financiero que
utilizaban en la corporación para cerciorarse de que todo estaba
bien, ya que una de sus principales funciones era asegurarse del
correcto tratamiento tributario de las sociedades y los proyectos
internos a través de la optimización de los beneficios fiscales y la
minimización de las cargas impositivas en el manejo tributario.
Se había prometido cumplir con todos los puntos en su agenda
y para lograrlo estaba seguro de que no podría permitirse perder
tiempo comiendo fuera, por lo que le solicitó a Drica que le
encargara comida y se la llevara a la sala de juntas que estaba
contigua a su oficina.
Ella le presentó un menú con varias opciones y él eligió salmón
a la plancha con arroz de coliflor y verduras. Mientras comía,
aprovechó para enviarle un mensaje a Samira, a la que había tenido
presente en toda la mañana.
Ella le respondió casi de inmediato, porque también estaba en
su hora del almuerzo; su mensaje fue bastante relajado, le comentó
que estaba con Karen calentando las comidas que habían llevado
desde sus casas.
Antes de irse de la hacienda de su abuelo, ellos habían
acordado que lo mejor sería que ella se tomara la pastilla del día
después, para evitar alguna concepción no planificada, no podían
confiarse en el coito interrumpido. Le tranquilizó que ella estuviera
de acuerdo en esa decisión y que lo manejara con tanta naturalidad.
Lo que menos deseaba era que se sintiera abrumada con el
tema, pero consideró que era oportuno enviarle un mensaje
preguntándole cómo se sentía y si el medicamento le había causado
algún efecto. Prefirió que fuese de texto, así era más discreto por si
estaba escuchando los audios delante de su compañera de trabajo,
lo menos que deseaba era ponerla en una situación incómoda.
Ella le dijo que estaba genial, aunque realmente no era así, a
las seis horas de haberla tomado, empezó a sentir dolor de cabeza,
le dio náuseas y tuvo que vomitar, pero ya esperaba algo como eso
porque habían buscado información por internet sobre los posibles
efectos secundarios que le podrían dar. Así que en ese momento
consideraba que no era necesario preocuparlo cuando ya estaba
mucho mejor.
Les hubiese gustado poder seguir conversando, pero debían
volver a sus ocupaciones, así que acordaron que por la noche
seguirían hablando. Ella desde ese instante, deseó que el tiempo
pasara mucho más rápido.
Renato terminó con el almuerzo y se fue al baño, se cepilló los
dientes y regresó a su oficina, donde le esperaba unos cuantos
informes por firmar.
Ya entrada la noche, los ojos le ardían, la espalda la tenía
adolorida; no obstante, había cumplido con cada uno de los puntos
de su agenda, pero eso no le tranquilizaba en absoluto, porque al
día siguiente su jornada sería casi la misma.
Antes de dar todo por terminado, abrió el cajón del lado
izquierdo de su escritorio, para poner bajo llave los documentos que
aún le faltaba por revisar antes de estamparle su rúbrica. Fue
cuando volvió a fijarse en el sobre aterciopelado color champán, lo
sacó y en su lugar guardó las carpetas, luego cerró el cajón.
Se tomó un minuto para ver nuevamente la invitación a la boda
de Vittoria y Paolo, devolvió la tarjeta al sobre y sin pensarlo siquiera
lo lanzó a la basura; ya no sentía el mínimo interés por ir a ese
evento, no tenía nada que hacer ahí, ni mucho menos nada que
demostrar. Con eso estaba seguro de que cerraba ese ciclo de su
vida.
Agarró su maletín y salió de la oficina sintiéndose un poco más
ligero, a pesar de estar cansado. Decidió que sería bueno ir al
gimnasio antes de irse a la casa, ya que esa mañana se había
saltado su rutina, ahora que estaba con Samira sentía que debía
tener mejor resistencia física, ya que sabía que nunca se saciaría de
darle todo el placer posible.
CAPÍTULO 60
Samira abrió la puerta de su pieza, adoraba llegar del trabajo y
encontrarse con ese pequeño lugar que en tan poco tiempo lo
convirtió en su hogar. Dejó la cartera sobre la encimera de la cocina
y caminó hasta el sofá, donde se sentó para quitarse los mocasines
y ponerse las pantuflas.
Gimió complacida ante la suavidad que alivió el dolor en sus
pies. Sabía que debía cambiarse, ducharse y preparase para la
clase de inglés, pero estaba especialmente agotada ese día. Dejó
descansar la cabeza contra el respaldo y se restregó la cara con
ambas manos, ya muy tarde recordó que aún llevaba maquillaje y
que quizá se había hecho un desastre, pero poco importaba, estaba
sola y en unos minutos se desmaquillaría.
Unos golpes en la puerta la hicieron sobresaltarse porque no
esperaba a nadie, el corazón disparó sus latidos al pensar que
podría ser Renato, pero a los pocos segundos se dio cuenta de que
había pocas probabilidades de que él hubiera adelantado su viaje,
todavía faltaban dos días para que pudieran verse, a menos que
hubiera reorganizado su agenda y eso era imposible; así que volvió
a desinflarse en el sofá.
Pero la depresión le duró poco, ya que volvieron a tocar a la
puerta con un poco de más insistencia y energía.
—¡Samira!
Sonrió al reconocer la voz de la persona que estaba al otro lado
de la puerta y se levantó para ir a abrirle.
—¡ Gypsy !
—Ya voy, ya voy —dijo al tiempo que caminaba hacia la puerta
—. ¿Qué sucede? —preguntó con la preocupación formándole un
nudo en la garganta—. ¿Pasó algo malo? —Estaba alarmada
porque Ramona no solía mostrarse tan alterada.
—Me acaban de llamar de tu trabajo —dijo agitando el móvil y
con los ojos a punto de desorbitarse.
—¿De mi trabajo? ¿De Cooper Mining? —interrogó aturdida sin
entender lo que le decía su amiga, ¿Será que intentaron
comunicarse con ella y no lo habían conseguido? ¿Qué otra cosa
podía ser?
—Sí, de allí mismo, de Cooper Mining. —Samira quedó tan
patidifusa como ella y por eso no la había invitado a pasar por lo que
entró sin pedir permiso.
—¿Y qué te dijeron? ¿Por qué te llamaron? —Cerró la puerta y
siguió a su amiga.
—Me dijeron que tengo una entrevista de trabajo el martes, que
debo presentarme a las tres de la tarde. —Todavía seguía sin
creerlo, ahora que lo decía en voz alta, le parecía una auténtica
locura.
—¿Llevaste tu currículo?
—¡No! —negó enérgica.
—¿Te postulaste en alguna página web? No sé, ¿pinchaste
algún vínculo en algún momento? —interrogaba, intentando
encontrar sentido a lo que Ramona le decía.
—No, nada de eso, se acaba de comunicar conmigo la señora
Leonora Muñoz que llamaba de parte del señor Humberto Novaes,
que según es el gerente de Recursos Humanos… ¿Los conoces? O
será que me quieren ver la cara de weona —hablaba con el gesto
de incredulidad y sorpresa fijado en sus facciones.
—Sí, los conozco, el señor Novaes fue quien me entrevistó
también a mí y ella es su asistente… Pero ¿qué te dijo? No creo que
alguien más se haga pasar por él, por lo menos, no de la empresa.
—Samira la tomó por el codo y la llevó hasta el sofá, en el que
ambas se sentaron—. No entiendo nada.
—Yo tampoco…
—¿Pero no te dijo para qué es el trabajo? Cuéntame
exactamente lo que te dijo… ¿Quieres café? —le preguntó, sin
esperar respuesta, se levantó y fue a encender la cafetera.
Cualquier noticia se asimilaba mejor si se tenía una buena taza de
café a la mano.
Ramona que no podía estar sentada porque se sentía muy
inquieta y abrumada fue tras su amiga y le ayudó a sacar de la
alacena el recipiente de azúcar.
—Estaba ordenando el clóset, ya sabes que siempre está
hecho un desastre. —Puso los ojos en blanco, debido al desorden
que mantenía. Le echaba la culpa al lugar tan pequeño, pero
realmente era ella que no se dedicaba a organizarlo, porque Samira
siempre tenía cada cosa en su sitio y súper limpio—. Bueno, una
llamada entrante de un número desconocido interrumpió la música
que escuchaba… Te juro que hubiese pensado que estaba
equivocada, de no ser porque al principio me preguntó si yo era
Ramona Sevich…
Samira agradecía no ser tan impaciente, sobre todo con su
querida amiga, que solía contar las cosas siempre con lujo de
detalles y muchas veces se desviaba del tema, para contar otras
cosas, pero después lo retomaba.
Le tenía tanta paciencia infinita; así como ella le ofrecía toda su
confianza y discreción. El domingo por la tarde, cuando regresó de
dejar a Renato en el aeropuerto, casi que no quería mirarla a la
cara, suponiendo que descubriría en sus ojos que había dejado de
ser virgen y que la juzgaría duramente, pero la recibió como
siempre, con su taza de café y un resumen del capítulo de la serie
turca, sin hacer preguntas ni miradas indiscretas.
—Entonces no hay dudas, la llamada era para ti —dijo
desviando la mirada de cómo se colaba el café a los ojos avellana
de su amiga.
—Pues, claro que lo era… cuando le confirmé quien soy, me
dijo: «señorita Sevich, le hablo para informarle que el señor
Humberto Novaes, quien es el gerente de Recursos Humanos de
Cooper Mining, desea entrevistarse con usted el próximo martes
para una vacante que se abrió en la empresa »… A pesar de que le
dije que debía ser un error, ella insistió… Le dije que no sabía de
qué me hablaba, que yo no había solicitado ningún empleo. Me dijo
que lo sabía, pero que el puesto se adaptaba a mí perfil y
capacidades… No me dijo de qué son esas vacantes…
—Es extraño todo esto, muy extraño —dijo Samira con el ceño
fruncido mientras le servía café a su amiga.
—¿Crees que Renato tenga algo que ver?
—No, no… —Estaba por decir que no lo creía porque él no le
había comentado nada, pero pensándolo bien, era completamente
posible, sobre todo sabiendo cómo era él—. De todas maneras, le
preguntaré… ¿Te parece?
—Sí, por favor… te imaginas a las dos en la misma empresa —
dijo emocionada—. Yo usando ropa así tan bonita como la tuya, por
fin se iría el olor a fritura de mi pelo… Es increíble, aunque puedo
hacer lo que sea, si es para limpieza igual lo aceptaré, no cualquiera
puede trabajar en un lugar tan importante, con los beneficios que
dan…
Samira escuchaba a Ramona parlotear emocionada y cualquier
reproche que pensó hacerle a Renato por seguir usando su
influencia y posición, se evaporó. Después de todo, no era como si
estuviera haciendo algo malo o regalándole dinero, quizá se había
dado cuenta de lo valiosa e inteligente que era su amiga, aunque le
molestaba que lo hubiera hecho a escondidas, sin decirle nada a
ellas.
—Sí, sería extraordinario —contestó algo meditabunda, no era
que no le hiciera feliz una mejora laboral para Ramona, porque
nadie mejor que ella para merecer solo cosas buenas, sino porque
necesitaba hablar cuanto antes con el payo—. Si quieres puedo
prestarte ropa para cuando vayas a la entrevista.
—Por supuesto, debo vestir muy bien ese día, no puedo
ponerme los mismos trapos de siempre… No son para nada
presentables —argumentó y luego el dio un sorbo a su bebida
caliente.
Después del café se despidió, era consciente de que dentro de
poco su amiga debía conectarse para la clase de inglés y aún debía
cambiarse. La esperaría en su casa, como cada noche, para ver el
capítulo de la serie.
Samira iba sentada en el vagón del metro, concentrada en la
lectura del dispositivo electrónico que recién se había comprado la
semana pasada, un capricho que se permitió. Sabía que todo lo que
ganaba debía ser destinado a sus ahorros para la universidad, pero
no pudo resistirse cuando lo vio, además de que no resultó tan
costoso.
A pesar de estar metida en la lectura de Yo, Julia , una historia
de ficción histórica, iba súper atrasadísima, llevaba apenas el treinta
por ciento leído, no quería parar; en momentos como esos, deseaba
que el viaje fuese más largo.
Le gustaba muchísimo el personaje de Julia, ese brío, esa
resolución por luchar por lo casi imposible, estaba arriesgando todo
con tal de instaurar una dinastía en un mundo gobernado por
hombres… No podía sentir más que admiración por ese personaje,
era un ejemplo a seguir.
Chasqueó los labios un poco fastidiada ante la vibración de su
teléfono en el bolsillo de su chaqueta, que le robaba la atención. Era
una llamada entrante, sabía que no era de Renato porque ya habían
hablado antes de que saliera de casa, muy probablemente sería la
compañía telefónica, llamándola otra vez para que aumentara su
plan.
No obstante, se sintió extrañada al ver el número desconocido
con el código de área de Brasil, la única que la llamaba así era su
abuela, pero ella no lo hacía tan temprano, le era imposible salir de
casa por la mañana.
De inmediato un nudo de zozobra se le formó en la garganta,
como siempre pensaba que algo malo podía haber pasado a su
familia. Contestó y esperó que la persona al otro lado de la línea
hablara primero; así si, era la voz de alguien que no fuera su abuela,
colgaría de inmediato.
—Hola, estrella mía.
—Abuela —dijo llevándose una mano al pecho al sentirse
aliviada—. ¿Cómo estás? ¿Pasó algo?
—Estoy bien, cariño. Todos en casa estamos muy bien, ¿tú
cómo estás?
—Bien… Estoy bien abuela, pero… es extraño que me llames
tan temprano, ¿segura de que todo está bien? —hablaba con un
rápido latir torturándola.
—Sí, mi estrella… Sé que no suelo llamarte a estas horas, pero
tenía que hacerlo para asegurarme de que te encontrabas bien… Es
que anoche soñé contigo.
Un horrible escalofrío se metió debajo de la piel de Samira y el
corazón se alebrestó de golpe.
—Imagino que no fue nada agradable, de otra forma no habrías
salido de casa tan temprano… Pero tranquila, estoy bien… Te lo
prometo. ¿Quieres contarme de qué trataba el sueño? Así podré
estar prevenida.
—Tu amigo el gaché… ¿Te ha visitado últimamente? —
preguntó tratando de mostrarse cautelosa.
—Querrás decir, Renato, se llama Renato, abuela —le recordó,
no le gustaba que siguiera llamándolo con ese tono tan despectivo.
—Sí, el Renato ese. —Sabía que él parecía ser un buen
hombre, pero no quería que se mantuviera cerca de su nieta, no
quería que le despertara ilusiones que provocaran que no regresara
de nuevo con su gente. El destino de su adorada estrella era al lado
de un gitano y el sueño que tuvo la noche anterior, la tenía muy
nerviosa.
—No, abuela —mintió con el corazón a punto de reventarle el
pecho. Si no se controlaba, su abuela se daría cuenta de que había
deshonrado a la familia, que había traicionado la confianza que
había puesto en ella. Se avergonzaría y perdería el único vínculo
que le quedaba de su hogar y que le había brindado apoyo
incondicional. Trato de mantener la respiración controlada, bajó la
mirada a sus rodillas para que las demás personas no se dieran
cuenta de que estaba pálida—. No lo he visto, solo vino esa vez que
fuimos a almorzar…
—¿Estás segura, mi niña? —le preguntó nuevamente con
suspicacia.
—Por supuesto abuela… A menos que haya venido y decidió
no decirme. —Su voz fue un chillido, debido a los nervios, así que
tragó grueso para aclarar la garganta—. ¿Quieres contarme cómo
era ese sueño?
—No sé si deba —masculló Vadoma, ella creía firmemente en
su don, por lo que sentía que Samira le ocultaba algo.
—Ay abuela, ahora no puedes dejarme con la duda —rezongó,
a pesar de que estaba asustada, necesitaba salir de dudas.
—Te irás mi niña, en mis sueños te enfrentas a otro viaje y lo
hacías por unos ojos azules… lo peor de todo es que los reconocí
perfectamente… eran los del payo ese. No sé cuándo, ni porqué,
pero él te alejará aún más de nosotros, de tu gente…
—Abuela, no… Eso es imposible que ocurra, no pasará, te lo
prometo… No iré a ningún lado porque además de empezar a
estudiar, ansío cada día con volver a casa. Te doy mi palabra de que
regresaré a ti, siempre y cuando me aceptes, quizá ese viaje que
viste en tus sueños sea el que me lleve de regreso a Río.
—Probablemente tienes razón, cariño —murmuró Vadoma,
pero no se sentía tranquila, no podía estarlo cuando una mezcla de
agonía y nostalgia la embargaba—. Sabes que cuando decidas
volver, cuando puedas y quieras hacerlo, aquí estaré esperándote
con los brazos abiertos, solo asegúrate de mantenerte alerta. Nadie,
Samira, escúchame bien, nadie te amará más que tu abuela, no te
dejes llevar por espejismos.
—También te amo… y te extraño muchísimo. —Se tragó las
lágrimas que de pronto le cristalizaron la mirada, la nostalgia era
una perra que nunca la abandonaba—. Volveremos a abrazarnos,
estoy reuniendo para enviarte para que puedas venir a verme… ese
sería el mejor regalo de Navidad.
Vadoma quiso decirle que no creía que podría hacer ese viaje,
solo terminaría guiando a sus hijos y nietos hasta donde ella estaba.
Pero no quería romper sus ilusiones tan pronto.
—Está bien, mi estrella… Nada me gustaría más que poder
abrazarte pronto, pero por ahora tengo que dejarte, imagino que
estás por entrar al trabajo. —Estaba al tanto del horario de su nieta
y había escuchado el altavoz del metro, aunque no entendiera lo
que decía.
—Así es abuela, en la próxima estación tengo que bajarme…
¿Me llamarás por la tarde?
—Lo intentaré, cuídate mucho.
—Tú también.
En cuanto terminaron la llamada no pudo seguir reteniendo el
par de lágrimas que pesadas corrieron por sus mejillas, se las limpió
con una mano, mientras que con la otra guardaba en su cartera el
móvil y el Kindle que había dejado sobre su regazo.
La muralla de sus emociones se hizo polvo y no pudo contener
las demás lágrimas, la cuales intentaba secar antes de que le
arruinara del todo el maquillaje. Lloraba por tantas razones, pero
sobre todo por el remordimiento, no le gustaba mentirle a su abuela.
No quería ser esa mujer que vivía en pecado, que por amor era
capaz de traicionar sus creencias, pero no podía ir en contra de lo
que su alma le pedía a gritos.
Con la mirada al suelo apresuró el paso, salió de la estación del
metro y caminó hasta el gran edificio, tratando de ocultar su pena a
todo aquel que se cruzaba en su camino. Más de uno se dio cuenta
de que algo le pasaba, sobre todo porque sus saludos fueron
muchísimo menos efusivos, pero supieron ser lo suficientemente
discretos como para no hacerla sentir peor.
Como siempre le gustaba llegar media hora antes de que
empezara su horario laboral, pudo ir al baño a lavarse la cara y
volver a maquillarse, pero en cuanto estuvo frente al espejo no pudo
retenerlas las lágrimas y volvió a llorar. Se sentía dividida entre dos
mundos y solo deseaba pertenecer a ambos sin tantos prejuicios.
Sabía que su abuela no quería hacerle daño, pero a veces lo hacía
sin darse cuenta.
Escuchó que alguien abría la puerta por lo que corrió a uno de
los cubículos, donde se encerró y trató de calmarse, al tiempo que
se sentaba en la tapa del retrete.
Para empeorar su situación, su teléfono empezó a vibrar con
una nueva llamada entrante, al sacarlo de la cartera, vio en la
pantalla que era Renato, quería refugiarse en sus brazos y que él le
asegurara que entre los dos conseguirían una solución para que sus
dos mundos pudieran convivir en armonía. Si bien no podía contar
con el abrazo de momento, sí que quería escucharlo, así que se
obligó a tranquilizarse para poder atenderle, mientras se limpiaba la
cara. Carraspeó un par de veces para aclarar su garganta y
contestó.
—Hola.
—Hola gitana, ¿ya llegaste al trabajo?
—Así es, hace un rato. —Su voz era casi un susurro, solo
esperaba que Renato no lo percibiera su malestar—. ¿Y tú?
—Casi llego, estoy a un par de calles —hablaba con una
sonrisa, al tiempo que echaba un vistazo por el retrovisor antes de
activar el cruce—. Quise escucharte antes de que las ocupaciones
de ambos nos impidan hacerlo, ya que esta mañana no pudimos
hablar como de costumbre.
Samira sonrió entre lágrimas, él la tranquilizaba con su sola
presencia, así fuera en la distancia.
—¿Me extrañaste esta mañana? —preguntó con esa triste
sonrisa que lograba esbozar.
—No te haces la más mínima idea… Por supuesto, cada
segundo de mi existencia carece de sentido si tú no estás presente.
—También te echo de menos, pero en un par de días
volveremos a vernos —dijo esperanzada y se le escapó un suspiro
tembloroso.
—Esta semana se me ha hecho eterna… Escucho tu voz algo
ronca, ¿te sientes bien?
—Sí, sí… Solo es un poco de alergia. —Fue la mejor excusa
que pudo inventarse en tan poco tiempo como para parecer
convincente. Silenció la llamada y se sorbió la nariz para que
Renato no escuchara, luego lo desactivó—. Sin duda estos días se
nos han hecho eternos… ¿A qué hora llegarás?
—Espero estar allá antes de medianoche. ¿Ya tomaste algún
antialérgico?
—Aún no, seguro se me pasa en un rato… Iré a esperarte en el
aeropuerto.
—No, es muy tarde como para que vayas hasta allá, con que
me esperes despierta será suficiente, pasaré a buscarte.
—Está bien, pero sé que, aunque no quiera me costará
dormirme por la ansiedad. —Sonrió, y se aventuró a exponer
libremente sus deseos, pero bajó aún más la voz porque no sabía si
la persona que había entrado al baño ya había salido—. Extraño
demasiado tus besos.
—¿Solo mis besos? —Se mostró algo pícaro.
—Todo de ti, lo sabes… —rio, sin duda, Renato le estaba
levantando el ánimo.
—Lo sé, porque puedo sentirlo. Te quiero Sami. —Aún no
entendía por qué con ella no le costaba confesarle sus sentimientos,
todo era muy raro, porque le era fácil decirle que la amaba, pero no
sabía cómo hablarle de su pasado o de sus miles de problemas
mentales. Quizá debería hablarlo con Danilo, aunque no estaba
seguro de si sería prudente de momento hacerlo.
—Yo te adoro… ¿Hablamos a la hora de la comida? —
preguntó, consciente de que no podía dilatarse más en el baño,
faltaba poco para que empezara su horario laboral y primero debía
hacer algo con su maquillaje.
—Por supuesto. Hasta luego.
—Hasta pronto —dijo sonriente y terminó la llamada. Luego
soltó un suspiro, como si con eso expulsara todos sus pesares. .
Agarró papel higiénico e intentó limpiarse la cara, pero una vez
estuvo segura de que no había nadie en el baño, salió para ver qué
tanto debía arreglar. Decidió que era mejor usar una toallita
desmaquillante, lavarse la cara y empezar de cero.
CAPÍTULO 61
Samira se había dedicado a conciencia a su apariencia
personal, incluso, esa misma tarde al salir de la oficina, pasó por un
centro de estética para depilarse por completo. Cuando se lo solicitó
a la esteticista, tenía la cara roja y caliente de la vergüenza, pero
tenía un aliciente más poderoso que todos sus prejuicios juntos.
Solo le pidió que usara la técnica menos dolorosa y le comentó la
traumática experiencia que había tenido la primera vez.
Por supuesto, la mujer era una profesional, no como sus
cuñadas que le lastimaron la piel, ella supo perfectamente cómo
hacer para que el dolor fuese tolerable, además de que le obsequió
un gel refrescante para las zonas que podrían presentar un poco de
irritación. Luego fue con Cecilia para que le ayudara con el cabello,
que como de costumbre, se lo dejó perfecto.
A pesar de que llegó a casa pasada las nueve de la noche,
sentía que las tres horas restantes se harían eternas.
Se disculpó con Ramona que la había invitado a cenar fuera de
casa esa noche; tuvo que decirle que Renato vendría a visitarla, era
evidente que ya a esas alturas su amiga sospechaba que la relación
entre ellos había traspasado la barrera de una simple amistad, pero
sabía que le estaba dando su tiempo y espacio; se conocían bien y
por eso Ramona nunca la presionaba para que le contara las cosas,
era prudente y paciente. Solo esperaba algún día encontrar el valor
para compartir con ella todo eso tan bonito que le estaba pasando.
Estaba terminando de organizar la pequeña maleta en la que
llevaba sus cosas personales y algo de ropa, cuando recibió un
mensaje de Renato, informándole que ya había salido del
aeropuerto. Fue como recibir un chute de adrenalina que viajó
directamente por su torrente sanguíneo y activó las mariposas que
se alojaban en su estómago; desde que estaban en una relación
sentía que todo era más intenso, como si las emociones la
desbordaran. Jamás creyó que sería capaz de mojar sus bragas
solo por la anticipación del encuentro entre ellos.
—Bueno, me envías un mensaje cuando estés por llegar para
esperarte en la entrada. —Le envió un audio y se apresuró a meter
el pijama, porque aún debía maquillarse. No iba a cometer la locura
de exagerar, ya que estaba completamente segura de que en
cuanto lo tuviera enfrente se lo iba a comer a besos, así que solo se
esmeró en resaltar sus ojos para que se notaran más intensos. Tuvo
que inhalar profundamente un par de veces para poder calmarse
porque las manos le temblaban por la ansiedad.
Desde pequeña le habían hablado de las responsabilidades de
una mujer para el hogar, cómo debía cocinar para mantener al
esposo feliz, cómo podía hacer para quitarles las manchas
profundas a las ropas o cómo hacer para rendir el dinero de la
familia, pero lo que nunca le explicaron era lo maravilloso que se
sentía amar y ser correspondido; ella pensaba que querer a alguien
era solo cuidarlo y honrarlo, pero ahora entendía que era mucho
más que eso. Con Rentado se daba cuenta de que era sentir todo
con mucha intensidad, tenía las emociones y pensamientos a flor de
piel. Se miró en el espejo una vez más, apreciando su aspecto, solo
esperaba que a Renato le gustara tanto como a ella.
Se había decidido por una hermosa falda larga y blanca con un
estampado floral, muy acorde a la primavera, un top blanco, que le
llegaba por encima del ombligo, dejando a la vista una franja de la
piel de su abdomen, en un intento por parecer sensual, a juego con
unas sandalias marrones de tacón, no muy altas para no quedar a la
misma altura de Renato.
A pesar de la hora, él le dijo que lo esperara para cenar, que
había reservado un lugar que estaba seguro le gustaría. Lo que
hacía que además de las ganas desmedidas por verlo, también se
sumaba la curiosidad sobre ese sitio al que la llevaría.
Un toque en la puerta la hizo sobresaltar y fue como si el
corazón le diera un vuelco, giró sobre sus talones y se volvió a mirar
a la entrada, la emoción se esparció por cada poro de su cuerpo.
Dejó el frasco de perfume sobre la cama y corrió a abrirle.
La boca se le secó y una ola de calor la sorprendió al verlo
parado frente a su puerta, con esa sonrisita discreta, en la que
estiraba un poco la comisura izquierda y que le incineraba a ella las
bragas.
—¿Cómo entraste? —preguntó casi ahogada, con el corazón a
punto de atravesarle el pecho.
—Ramona, fue muy amable al recordarme el código —confesó,
acercándose un paso más, todo su cuerpo le estaba exigiendo que
la abrazara y besara en ese instante, pero no quería parecer tan
desesperado.
Samira pensó que lo más sensato sería abordar de inmediato el
tema de la misteriosa entrevista que tenía el martes su amiga. Había
tenido ciertas dudas sobre preguntarle a Renato si él tenía algo que
ver con eso, pero ahora que había recurrido a su amiga para que lo
socorriera, lo tenía muy claro. Le ayudaría a conseguir un mejor
trabajo, pero a cambio él también obtendría ciertos beneficios. ¡Era
un bribón!
Se quedó con el ceño fruncido y el reclamo en la punta de la
lengua, porque al mirarlo a los ojos del color del cielo oscuro, perdió
el control, tanto que ni siquiera se dio cuenta de en qué momento
eliminó la distancia que los separaba hasta que la calidez de su
toque y la dulzura de su voz la estaban envolviendo; no le importó
estar en medio del pasillo ni de que cualquiera de sus vecinos
podían verlos, se fue a por esa boca sin preámbulos, sin toques de
labios, se fue a por todas, ofreciendo todo de sí.
Renato enseguida la recibió en sus brazos, le envolvió la
cintura, correspondiendo al ardiente deseo que ella destilaba y se
rindió al suyo propio que lo estaba calcinando por dentro. Por lo que,
sin separar sus bocas, avanzó varios pasos, adentrándola al
angosto pasillo que quedaba entre la cocina y el baño del
departamento, con el pie cerró la puerta y le tomó el rostro para
poder besarla con furor absoluto, acariciando con su lengua la de
ella, deslizó sus manos hacia los glúteos, haciéndola gemir cuando
los apretó con fuerza, no pudo evitar sonreír dentro del beso.
—No… no me gusta hacer demostraciones públicas, pero es
que… —confesó, sonriente y sonrojada—. Te he extrañado tanto…
—Nos hemos extrañado demasiado —acordó, disfrutando del
roce de su pene contra el vientre bajo de ella. Aún por encima de
sus ropas, esa caricia lo volvía loco. Volvió a besarla con más
pasión, la hizo girar de forma que ella quedó de espaldas contra la
puerta y se tomó unos segundos para mirarla a la cara.
Ambos estaban sonrojados, respirando aprisa y el deseo
encarnizado dilatando sus pupilas.
Mirarla a los ojos solo desbocó unas ganas que no iba a poder
contener, por eso buscó su cuello, no solo para disfrutar de su
aroma, sino también para saborear la delicada piel; mientras que, a
su vez, ella se abrazaba a él lo mejor que podía, en medio de un
asalto que se volvió tan desesperado que le arrancaba gemidos sin
parar.
Renato no dejaba las manos tranquilas, por lo que las metió
debajo del top, soltando un gruñido al descubrir que no se había
puesto sostén, de inmediato subió la prenda, exponiendo uno de los
pechos y lo atacó con la boca, jugueteando con su lengua en el
pezón, entretanto colaba su otra mano por la falda hasta llegar entre
las piernas, gimió complacido al sentirlo más suave que la última
vez, se alejó del pecho, apenas lo suficiente para poder mirarla a la
cara.
—Lo hice para ti —jadeó con el influjo de su pecho realmente
visible, debido a su forzada respiración.
—Se siente muy bien, es tan suave —murmuró, paseándose
con las yemas de dos de sus dedos por el pubis—. Aunque igual me
gustaba como estaba… —alegó con la voz ronca por la excitación,
él era como el doctor Jekyll y el señor Hyde, porque Samira lo
transformaba, era su droga, con ella se convertía en un hombre
distinto, más pasional, algo que jamás hubiera creído que sería
posible. Tiro de las bragas, dejándoselas en los muslos, le metió un
par de dedos en la vagina y estaba tan mojada, que se deslizaron
con facilidad.
Al sentir lo que él le estaba haciendo, gimió fuertemente y cerró
los ojos para soportar esa descarga de placer que le atravesó el
cuerpo, pero sus gemidos se tornaron en lloriqueos extasiados
cuando él volvió a apoderarse de su seno, sincronizando las lamidas
con las embestidas de sus dedos.
—Renato… —gimoteó.
Luego los deslizó hasta su clítoris, hinchado y demandante, y lo
frotó en una suave cadencia que provocó que emitiera unos sonidos
tan sensuales, que él tuvo que detener el beso para poder
observarle el rostro corrompido por el placer, podía sentirla
contraerse en torno a sus dedos.
Eso era un indicativo de que iba por buen camino, por lo que
repitió la acción. Estimulaba su clítoris hinchándolo de placer y
después deslizaba de nuevo los dedos hacia su coño, descubriendo
que estaba escurriéndose y que cada vez se apretaba más.
—¡Renato! —Él acalló con sus labios, sus gritos y aprovechó
para robarle un beso lleno de toda la furia acumulada por esa
semana de separación.
Ella lo vio separarse unos pocos centímetros de su cuerpo y
buscar algo en el bolsillo de sus vaqueros, mientras que con la otra
mano seguía penetrándola, hasta que los sacó para poder
desabrocharse los vaqueros. Fue en ese momento que alcanzó a
ver su erección, dura y potente, mientras él maniobraba para
ponerse el preservativo. Al estar listo, sus miradas se reencontraron
y no necesitaron palabras para decir lo que ambos deseaban con
urgencia.
Así que, ella volvió a colgarse de su cuello para besarlo, las
manos de Renato viajaron una vez más hasta su cintura, se
pasearon por las curvas de las nalgas, hasta que llegaron a la parte
trasera de los muslos, le subió la falda, topándose con las bragas
enrolladas, le dio un rápido tirón y Samira con el movimiento de sus
pies le ayudó a deshacerse de la prenda.
Él volvió a tomarla por los muslos y la levantó, de inmediato ella
le enredó sus piernas en las caderas y jadeó extasiada cuando por
fin la penetró. Él también lo hizo, y el aliento caliente de ambos
terminó mezclado.
Estaban en medio de un encuentro, rápido, desesperado y casi
violento. Renato la penetraba duro y veloz, con la cara hundida en
su cuello, ella por su parte, se le aferraba a un hombro y a los
cabellos, mientras gritaba enloquecida, se sentía tan bien, que la
razón y prudencia no tenían cabida entre esas cuatro paredes.
Estaba absorta por completo en ese acto, que no le importó la
ligera incomodidad de tenerlo una vez más dentro, además de que
se le disipó con rapidez para darle paso a un placer avasallador que
la obligaba a gemir desesperada. Era increíble la sensación de
sentirlo increíblemente duro deslizándose dentro de ella.
Como un lejano eco o una especie de zumbido escuchaba el
crujir de la puerta ante cada asalto, pero no le prestaba atención a
otra cosa que no fueran los jadeos de Renato cerca de su oído que
le incrementaban su placer a límites insospechados.
En un rincón muy pequeño y oculto de sus pensamientos, una
voz le dijo que quizás era mejor pedirle que parara para trasladarse
a la cama, porque su consciencia temía que alguien pasara por el
pasillo y los oyera, pero la pasión que la dominaba no le permitía
detenerse, no quería dejar de sentir esas penetraciones ni por un
segundo, muchos menos, luego de que él reforzara la posición, al
deslizar una mano por su espalda para poder arremeter con más
intensidad.
Renato fijó sus ojos en los de ella, no podía dejar de observar
cómo gozaba de la profundidad que le introducía cada centímetro de
su polla. No se detenía a pensar, no era necesario cuando la tenía
así entre sus brazos. Volvió a besarla sin piedad, mordisqueando
sus labios, devorándola por completo.
A ella le estaba costando respirar, tanto que abrió la boca y
soltó bocanadas de aire para que le entrara algo de oxígeno,
gimoteó descontrolada al estar demasiado estimulada, mientras él
seguía follándosela contra la puerta.
Con cada jadeo y temblor que experimentaba, se alejaba un
poco más de las culpas que la estuvieron torturando toda la semana
y se entregaba por completo a sus necesidades, en ese instante la
realidad no tenía cabida, no había espacio en esa habitación para
pensar. Volvió a buscar sus labios para entregarle un beso urgido.
No solo se trataba de placer o de lujuria, se trataba de dos
cuerpos y una sola alma, de algo superior, algo que no se podía
explicar con palabras.
—¡Dios! Renato… Renato.
Y tras unas pocas estocadas más, la piel se le cubrió de esa
estática que le anunciaba que estaba a punto de correrse, se
convirtió en un lío de gritos y espasmos interminables, mientras
exquisitas cosquillas calientes crecían descontroladamente en su
interior, hasta que terminó flotando en la densa y suave nube del
orgasmo.
Renato le dio unos segundos para que se recuperara, haciendo
sus penetraciones lentas, pero una vez que ella, con los ojos aún
cerrados, soltó una risita extasiada, él arremetió de nuevo con
profundidad, hasta que sintió un escalofrío surcándole la espalda.
La desesperación pura se adueñó de todo su ser y en un
estado casi visceral se perdió en su gitana, en su aroma y en la
temperatura de su piel, se llenó todos los sentidos de ella. En medio
del descontrol, le robó otro beso, uno ardiente y casi lastimero que
ella se esforzó por corresponder.
La reacomodó entre sus brazos, de modo que ajustó el brazo
en torno a su cintura, aferrándose a una de las nalgas, para poder
mantener el peso de Samira, la otra viajó a la que ella le tenía en su
pecho y entrelazaron los dedos, apretándolos con fuerza para no
soltarla jamás. Volvió a besarla y cerró los ojos, mientras seguía
follándosela sin ninguna restricción, más duro y rápido, hasta que
sus pensamientos se desvanecieron y empezó a gemir junto a ella,
entregándose al increíble delirio que lo había vuelto adicto.
Justo cuando la sintió estremecerse en sus brazos y gritar
satisfecha al alcanzar el segundo orgasmo, se dejó ir y la alcanzó en
segundos, sintiendo que iba a desmayarse por la descarga de
intenso placer que le recorrió por todo el cuerpo.
Él hundió el rostro en el hueco entre su cuello y hombro,
cerrando los ojos mientras suspiraba. A los pocos segundos, salió
de ella y la bajó al piso. Se empezó a quitar el condón y ella tomó un
par de toallas de papel de la cocina para que lo envolviera antes de
tirarlo en la cesta de la basura. Ambos estaban en sincronía total y
con una paz absoluta, a pesar de seguir agitados y algo débil por el
encuentro.
Se vieron a los ojos nuevamente y se rieron con ganas al ver el
estado en el que habían quedado sus prendas, así que se dedicaron
a arreglarse lo mejor que pudieron.
—Espero que no tengas a Ignacio esperando abajo, porque te
mato —comentó Samira, observando cómo él se abrochaba los
vaqueros.
—No te preocupes, ellos son pacientes.
Samira iba a protestar, pero él la sorprendió al sujetarla por el
rostro y le dio un beso lleno de amor, sin que a ella le diera tiempo
de cerrar los ojos cuando sintió la lengua de él introducirse con
delicadeza en su boca.
—No es educado de nuestra parte hacerlos esperar tanto, que
vergüenza —dijo ahogada por la falta de aliento y con una dulce
sonrisa.
—Tienes razón… Además, debemos darnos prisa o
perderemos la reserva —gimió, casi contra los labios de ella,
mientras le acariciaba la punta de la nariz con la suya.
—Dame un minuto —pidió, le dio un rápido beso, apenas un
sonoro e inocente contacto de labios, luego se acuclilló, tomó sus
bragas y corrió al baño para limpiarse a fondo y mirar que tan
terrible había quedado su maquillaje. Cuando salió, Renato se
estaba lavando las manos y al verla le guiñó un ojo, Samira le
correspondió de la misma manera, además de una sonrisa coqueta;
pasó de largo para buscar en el cajón del clóset, unas bragas
limpias.
—Supongo que llevarás eso —dijo señalando la maleta en la
cama.
—Sí —respondió mientras se subía las bragas. Por mucho que
deseara cambiarse de ropa, porque sentía que su top se había
humedecido con la saliva de Renato, no quería que siguieran
esperándolos. Solo se tomó un minuto más para peinarse,
corregirse un poco el maquillaje y rociarse perfume con la intención
de ocultar cualquier rastro de olor a sexo que pudiera haber
quedado.
Él se hizo con la maleta y salieron tomados de la mano.
—¿Le has contado a Ramona de lo nuestro? —preguntó,
mientras bajaban las escaleras, amparados por una luz amarillenta.
—Eh… eh, es complicado —titubeó, un tanto nerviosa, no
quería que Renato la malinterpretara—. Sabe que somos amigos…
—Bueno, eso es evidente. Pero no importa si no quieres decirle
que somos más que amigos, te lo pregunté solo para estar al tanto
de la situación, comprendo que ella al ser gitana, preferirá que
salgas con uno de los suyos.
—No, no se trata de eso, no creo que a Ramona le importe que
tenga por novio a un payo… Es que… no sé cómo explicarlo… Creo
que es muy pronto, pero se lo diré —aseguró, mientras pasaban
frente a la fuente del patio interno, en el que normalmente se
sentaban a conversar los inquilinos de la casona, pero debido a la
hora o el día, estaba despejado.
—No lo hagas solo porque te lo he comentado, fue simple
curiosidad… Lo importante es que te sientas cómoda, después de
todo, lo nuestro solo tiene que importarnos a nosotros —dijo con
una sonrisa tranquilizadora.
—Así es. —También sonrió, sintiéndose más relajada. Aunque,
ella sí que seguía con la inquietud por saber qué había pasado con
Lara, pero era un tema de conversación al que le tenía mucho
miedo, no quería arruinar la dicha del momento. Mientras tanto, se
conformaba con la explicación que él le había dado, sobre que las
cosas no habían salido como esperaba y con eso daba por hecho
que ellos en ese viaje habían terminado.
En cuanto Samira abrió el portón para salir, Ignacio bajó de la
SUV y la saludó, al tiempo que le abría la puerta para que subieran
al asiento trasero.
—Buenas noches —correspondió con una sonrisa, aunque
tenía la cara caliente por la vergüenza, al pensar que quizá el
hombre, imaginaba lo que había sucedido en su pieza hacía un
momento.
Ignacio contó con la prudencia suficiente para disimular una
sonrisa, cuando vio a los chicos tomados de la mano, bien sabía
que por mucho que le dijeran que solo eran amigo, solo se trataba
de cuestión de tiempo para que se decidieran a ser algo más.
Ya Renato le había dicho al chófer a dónde se dirigirían, por lo
que en cuanto subieron al vehículo, se puso en marcha con destino
a uno de los barrios altos de la ciudad.
CAPÍTULO 62
En la terraza del restaurante Zanzíbar, Samira se sentía como
si estuviese en el cuento de Las mil y una noches , en medio de
cojines provenientes de ese país del norte de África, con sus faroles
marroquíes y sus telas de colores. Jamás imaginó que hubiera un
lugar así en Santiago, por lo que estaba fascinada, pero también
algo cohibida porque no sabía qué pedir, era primera vez que leía
sobre los platillos que la carta mostraba. No obstante, Renato le hizo
todo más fácil cuando le dijo que pedirían varias cosas para
compartir y que así ella pudiera probar los distintos sabores de esa
gastronomía.
La iluminación rojiza tenue y los pocos comensales, le
brindaron la privacidad necesaria para que se tomaran de las manos
y se dieran besos fugases cuando estaban seguros de que nadie los
veía, mientras esperaban por la comida.
Samira no contuvo su emoción, cuando descubrió que el
propósito de la invitación de Renato era porque en ese local se
estaba celebrando una noche gitana, en la que se presentaba un
grupo flamenco, compuesto por un cantaor , un tocaor y una
bailaora , que consiguieron que su corazón latiera aprisa de pura
felicidad y que se le erizara la piel.
—Gracias, esto me emociona muchísimo… No te imaginas la
falta que me hacía, sentirme en contacto con mis raíces… con los
míos —comentó con un brillo en los ojos que pocas veces Renato le
había visto.
—Si pudiera hacer algo más que esto, créeme que lo haría…
—dijo al tiempo que le ponía un mechón detrás de la oreja y
aprovechó para acariciarle el pabellón con el pulgar—. Me gustan.
A ella se le escapó una risita incómoda y negó con la cabeza.
—Son horribles, parecen orejas de ratas.
Renato sonrió dulcemente ante la irrisoria comparación,
mientras también negaba con la cabeza.
—En absoluto, a mí me parecen lindas y muy suaves —
aseguró deslizando el pulgar por el lóbulo.
Samira se estremeció ante la sutil caricia y bajó la mirada para
ocultar las emociones que esa simple caricia le despertaba.
—¿Eso crees?
Renato descendió con su sutil caricia hasta tomarle el mentón,
instándola a que lo mirara a los ojos, no quería que ella se
escondiera, él conocía de sobra las maneras en que se podía evadir
la opinión ajena y no quería que eso ocurriera entre ellos dos.
En cuanto captó la atención de ella, se acercó para darle un
beso en los labios, uno que supo a deseo y ansias, uno que
desplazó la timidez y le hizo olvidar a los dos todo lo que tenían
alrededor.
Poco a poco en medio de sutiles toques de labios dejaron de
besarse y se volvieron a mirar la presentación.
—En serio, ella es muy buena. —Samira elogió la desenvoltura
de la bailaora, mientras apretaba sus dedos en torno a los de
Renato—. Tiene la fuerza y sincronización perfecta, mira los gestos
que hace, sin duda, le apasiona.
—Tú también lo haces muy bien —confesó, viendo el enérgico
taconeo de la mujer morena.
Ella de inmediato se volvió a verlo.
—No me has visto hacerlo, lo que hice de camino a Don
Pascual, solo fueron unos aleteos… un ligero movimiento de manos
y torso.
—Te vi en Ipanema —declaró, consideraba que era momento
de hacérselo saber. Sobre todo, porque lo miraba con incredulidad
exigiendo una explicación—. Estabas en el quiosco Cosa de Carioca
con otras personas, llevabas un vestido negro con una gran cola de
vuelos… Lo hacías realmente bien…
—Yo… yo. —No sabía qué decir. La confesión de él la tomó por
sorpresa, recordaba ese día, ella lo vio con su familia en Leblón,
pero no se explicaba cómo era posible que él también la hubiese
visto a ella. No entendía nada—. ¿Por qué no me lo habías dicho?
¿Por qué no me enfrentaste si me reconociste? Sabías que te
había robado la billetera y no hiciste nada…
—No pude, créeme, ganas no me faltaron, pero iba en un taxi,
tenía que ir a encontrarme con mi prima con urgencia —declaró
sonriente—. Menos mal que no lo hice, probablemente habría hecho
algo terrible que te hubiera perjudicado muchísimo, pensaba
acercarme con la policía… Lo siento, estaba furioso contigo y con tu
abuela.
—Estabas en todo tu derecho de estarlo… De verdad lo siento,
te juro que no era un mal hábito, fuiste el único al que pude sacarle
la billetera, los nervios no me dejaron intentarlo siquiera con alguien
más. —Estaba roja de la vergüenza—. El resto del dinero lo gané
bailando, además, gracias a esos gitanos con los que estaba
bailando en Lapa, fue que conocí a Ramona…
—Ya no te preocupes por eso, supongo que las cosas debían
pasar justo de esa manera para que pudiéramos estar aquí hoy,
amándonos… Te daría todo lo que tengo a cambio de uno de tus
besos. —Se mordió ligeramente el labio mientras fijaba su mirada
en la de ella, eran esas las palabras que tanto deseaba escucharle
decir, las que le confirmaba que lo que estaba viviendo, valía la
pena.
—No quiero nada de lo que tienes, solo te quiero a ti y todo lo
que ves es tuyo, mis besos, mis caricias, mi cuerpo… —Sabía que
era neófita en las artes de la seducción; aun así, no se cohibía
porque quería demostrarle a Renato que lo quería por quién era con
ella, no por su apellido ni por su fortuna.
—Podría saltarme la cena solo para perderme contigo en una
cama todo el fin de semana, olvidarnos del mundo… olvidarnos de
todo, excepto de nosotros, pero creo que tu estómago no me lo
perdonaría —alegó sonriente.
Samira rio, dejando caer su frente contra uno de los hombros
de Renato, en un gesto cariñoso y divertido. Él que también reía,
aprovechó para acariciarle la cabeza.
—Se resentiría muchísimo contigo, no puedes sencillamente
tratar de engañarlo con traerlo aquí, ni loco se conformará tan solo
con el olor.
—Disculpen —interrumpió en ese momento el joven que había
tomado el pedido de los platillos. Sonrió discreto al ver que la pareja
se distanció, mostrándose un tanto sonrojados por la vergüenza—.
Por aquí les traigo los nems vietnamitas envueltos en hojas de
lechuga y menta —hablaba mientras iba colocando los platos en la
mesa—, el satay de ave indonesio con curry y leche de coco y el
kebab de cordero de Pakistán. —Esos habían sido algunos de los
platos que él les había ofrecido, para que ellos pudieran apreciar al
máximo la propuesta del chef.
—Gracias —dijeron al unísono con las miradas puestas en lo
que le estaban sirviendo.
El chico les deseó buen provecho en medio de una sutil
reverencia y se marchó.
Renato y Samira no perdieron tiempo para probar los
alimentos, mientras comentaban acerca de los sabores y textura de
lo que estaban comiendo. Pausaron por un momento las
degustaciones, para aplaudir la presentación del grupo de flamenco
que había llegado a su fin.
Ella se quedó con las ganas de acercarse a ellos y presentarse
como una igual, pero no lo hizo porque no sabía si sería prudente.
Pensó que en cuanto se acercara el mesero, le preguntaría si tenían
alguna tarjeta del grupo para poder contactarlos más adelante, ojalá
le permitieran integrarse a su comunidad. Quizá si se lo proponía a
Ramona, ella iba a estar de acuerdo.
—Por cierto. —Se volvió a mirar a Renato. Ahora que recordó a
su amiga, sabía que tenía una conversación pendiente—. Sabes
que a Ramona la llamaron de Cooper Mining para una entrevista de
trabajo, es extraño porque ella no se ha postulado para ningún
puesto, ¿tienes algo que ver? —interrogó con los párpados
entornados, en un gesto inquisitivo.
Renato se apresuró a masticar el trozo de cordero que recién
se había llevado a la boca, tragó grueso porque prácticamente lo
pasó entero. Tomó la servilleta para limpiarse los labios mientras
asentía. No tenía la mínima intención de ocultarle eso a Samira.
—Sí…
—Renato. —Lo interrumpió un tanto ofuscada—. No tenías que
hacerlo, no quiero que ahora que nuestra relación se ha hecho más
íntima, creas que tienes derecho a hacer este tipo cosas sin
consultarme…
—Sami… espera, deja que te explique. —Esta vez fue él que,
con un tono pacifista, no la dejó continuar. Temía que dijera algo que
terminara hiriéndolo, solo por el simple hecho de que tergiversara
sus intenciones—. Eso no fue algo que hice ayer, ni esta semana,
hablé por ella cuando tuviste el accidente en el baño. Ramona dijo
que debía faltar al trabajo para poder cuidarte, comprendí que su
situación debía ser tan difícil como la tuya cuando trabajabas en el
restaurante; así que decidí averiguar si existía la posibilidad de un
puesto de trabajo en el que pudiera contar con prestaciones y
seguro médico, por eso llamé al señor Novaes para preguntarle si
tenía alguna vacante, dijo que no, pero me pidió los datos, para
tenerla en cuenta por si surgía la oportunidad. No es mucho lo que
hago…
—Ser el nieto del dueño, no le deja a nadie la opción de
replicar. ¿No lo entiendes? —A pesar de tener el ceño ligeramente
fruncido, no estaba molesta y su atención no solo se enfocaba en
Renato, también en la comida, por lo que cortaba con esmero un
trozo de la carne ensartada—. ¿Acaso crees que el señor Novaes te
negará algo?
—Supongo que no, pero solo hará lo que esté dentro de sus
posibilidades, no es cómo que él vaya a crear algún puesto ficticio o
como si tuviera que despedir a alguien solo por complacer al «nieto
del dueño»; Samira, así no funciona la empresa, si no hay una
vacante no la hay, eso es parte indispensable de una óptima
administración. Por esa razón, es hasta ahora que se han
comunicado con Ramona… y no, no creas que lo hago por ti ni por
lo que tenemos, lo hice por ella, porque creo que merece una mejor
retribución por sus esfuerzos, necesita estar en un lugar que le
ayude a crecer como profesional y que le brinde la oportunidad de
tener una mejor calidad de vida… ¿Tan malo es eso? —preguntó
con su mirada azul puesta en los ojos oliva, que empezaron a
cristalizarse.
—No creas que soy egoísta y que no quiero lo mejor para ella,
es que… —Se sentía la peor de las amigas y una horrible persona,
Renato tenía razón en todo lo que decía.
—No, no… —Renato negó con la cabeza, con rapidez soltó los
cubiertos, para acunarle el rostro porque pudo notarla mortificada—.
De ninguna manera pienso eso, sé perfectamente que eres la chica
más amigable y generosa que conozco… y también sé que tu mayor
temor es que piense que eres una interesada, quizá eso se deba a
los estigmas que ha dejado la forma en que nos conocimos, pero sé
que eres el ser más honrado y bondadoso que he tenido la fortuna
de conocer… Lo sé. —Se acercó y le dio apenas un tierno toque de
labios.
—Ya no sé qué responder a eso —comentó sonrojada, aunque
no quisiera, se sentía avergonzada por el reclamo que le había
hecho.
—No tienes que decir nada… Solo terminemos de comer para
ir a encerrarnos en la habitación todo el fin de semana —le dijo con
una sonrisa pícara asomándose en sus comisuras.
El semblante de Samira mudó de inmediato, asintió sonriente
ante esa promesa y luego se mordió ligeramente el labio, sentía un
cosquilleo cálido meterse por los poros de su piel. Si por ella fuera,
se devoraría lo que quedaba con tal de irse lo antes posible, pero se
recordaba que debía guardar los modales, estos debían primar ante
el deseo sexual. Jamás imaginó que una vez que tuviera su primera
experiencia se convertiría en casi una adicta. No había contemplado
el sexo como algo primordial en su vida, pero ahora no podía dejar
de pensar en eso, quería tener a Renato dispuesto a cumplir con
sus necesidades todos los días de ser posible. Sacudió ligeramente
la cabeza para deshacerse de esas ideas que solo hacían que
mojara sus bragas.
—Antes de cerrar el tema, quiero contarte que Ramona se puso
muy feliz… A mí también me emociona mucho la posibilidad de
trabajar con ella, ahora tendremos más tiempo para compartir,
además del rato en que vemos las series turcas. —comentó
entusiasta y sonriente.
—Si quieres puedes hablarme de esas famosas series turcas…
—comentó con una sonrisa relajada, al tiempo que volvía a poner
atención a su comida.
—No es tan fácil que lo entiendas, tendrás que verte por lo
menos algunos capítulos para que puedas identificar a los
personajes; de lo contrario, estarás tan perdido como yo antes de
que Ramona me contagiara su adicción —dijo sonriente antes de
llevarse un trozo de cordero a la boca.
—Bueno, podemos aprovechar el fin de semana para ver
algunos capítulos…
Samira masticó apresuradamente, mientras negaba con el
dedo índice, donde mantenía el cubierto. Renato no hizo ningún
comentario, solo la miró divertido.
—No, de ninguna manera —advirtió terminando aun de
masticar, luego tragó grueso—. No vamos a perder el tiempo en
eso, no cuando tenemos cosas más interesantes que hacer —
contestó con tanta naturalidad que lo notó gratamente sorprendido.
Así que le sonrió pícara.
—Bueno, supongo que podría ser durante los momentos de
descanso… Porque vamos a tomarnos algunos ¿cierto? —Apenas
podía creer que entre ellos existiera esa complicidad para hablar de
planes sexuales con tanta espontaneidad.
—Eso lo veremos llegado el momento, así que es mejor, por
ahora, no alterar las cosas…
—Pensé que sería el más pragmático en esta relación, pero
estaba completamente equivocado.
—Pero eso no quiere decir que no vayas a ponerte al corriente
con la serie, te daré toda la información para que veas algunos
capítulos… Lo dejaré como tarea para tus días en Río, cuando tu
prioridad no sea yo.
Renato soltó una corta carcajada de esas tan inusuales, pero
que lo hacían lucir relajado y más apuesto.
—Está bien… pero es justo que sepas que, desde hace tiempo,
te has convertido en mi prioridad, a donde quiera que vaya.
—No lo dices en serio —comentó sonriente, pero con el
corazón desbocado y el cuerpo tembloroso.
—No te miento, supongo que pensar en ti al despertar, no
sacarte de mi cabeza en todo el día, seguir pensando en ti antes de
irme a dormir, y como si eso fuera poco, soñar contigo, debe contar
como prioridad… ¿no lo crees?
Ella lo miraba enternecida, quería saltarle encima y comérselo
a besos, pero no era el lugar más apropiado, por lo que contuvo sus
impulsos.
—Tengo que confesarte algo. —Samira frunció la nariz en un
ligero gesto de flaqueza.
—¿Qué? —preguntó curioso.
—He descubierto que también eres mi prioridad en todo
momento… Todo el día pienso en ti… ¿Crees que es normal o ya
esto podría considerarse una obsesión?
Renato se sonrojó debido a la euforia que reptó por sus venas
e hizo que los vellos de la nuca se le erizaran.
—Es bueno estar obsesionado contigo…
Samira asintió con vehemencia y una brillante sonrisa, no podía
estar más de acuerdo con el chico que amaba.
Entre conversaciones en la que expresaban sus sentimientos o
que se volvían divertidas con ciertas anécdotas, terminaron de cenar
y le dieron la bienvenida al postre, una trilogía de chocolate y una
tetera de aromático té marroquí, lo que les sirvió para hacer
digestión después de todo lo que habían comido.
Antes de marcharse decidieron hacerse algunas fotos, entre
asientos blancos, cojines con tonos que iban del terracota al negro y
telas colgantes rojas, esas fotos, no eran muy distintas de las que se
habían hecho otras veces, aunque se mostraban un poco más
juntos, no había nada que los mostrara como la pareja que desde
hacía poco eran; no obstante, al salir, en el escalón de la puerta
principal e instados por uno de los empleados que dijo que esas
escaleras eran un icono fotográfico del lugar, decidieron aceptar
posar para la cámara del teléfono de ella.
Con algo de vergüenza se pusieron frente a frente, Renato
tomó a Samira por las caderas, acercándola a su cuerpo que ya
ardía en deseo; ella, por su parte se le colgó del cuello, con una
mirada profunda, acordaron darse un beso, que el empleado
inmortalizó para el recuerdo.
Cuando por fin cerraron la puerta de la habitación, redujeron el
mundo solo para ellos; Renato se quedó plantado firmemente,
mirándola con una leve sonrisa que contrastaba a la perfección con
la intensidad de su mirada.
Samira notó que los ojos azules se veían más oscuros y
desafiantes; ella por su parte sintió el resonar de los latidos de su
corazón más fuerte que nunca, tenerlo tan cerca le permitía sentir el
calor que emanaba y el olor que la embriagaba de felicidad. Quería
tocarle los contornos fuertes de su cuerpo, deleitarse con el sabor
de sus besos, gemir en su oído con cada una de sus penetraciones,
aferrarse a él con brazos y piernas, temblar sin control y sentir que
él también lo hacía.
No tenía ni idea de qué le pasaba, era como si estuviera
perdiendo el control de sus impulsos, como si todo el control al que
normalmente se aferraba, hubiese pasado a manos de Renato, lo
que irónicamente la hacía sentirse libre.
Se aferró a las solapas de la chaqueta de cuero, por temor a
caer y siguió entregada a ese beso que le vapuleaba los
pensamientos, sintió la dureza de la madera de la puerta en su
espalda. Mientras todo en ella pedía a gritos más, su corazón, sus
terminaciones nerviosas; era tanta la necesidad por ese hombre que
dolía quería más de sus besos, sus manos y su aroma, así como el
áspero roce de su creciente barba. Las manos de él bajaron de su
cintura hasta tomarla con poderío por los glúteos, entonces gimió
extasiada en su boca y perdió cualquier resquicio de autocontrol
cuando empezó a quitarle la ropa.
Renato también empezó a desnudarla y la lujuria iba in
crescendo conforme le quitaba cada pieza, al grado de que su polla
latía de pura ansiedad, quería penetrarla enseguida, sin
preámbulos, sin siquiera llevarla a la cama, pero se contuvo, porque
tampoco quería hacerle daño alguno por no permitir que su cuerpo
se preparara adecuadamente. Además, el juego erótico al que ellos
se sometían con las caricias, los besos, las miradas y los gemidos,
eran tan importantes como el acto en sí. Por eso la dejaba que le
recorriera el pecho a besos, mientras le desabrochaba los
pantalones y él enterraba la nariz en sus cabellos y suspiraba
complacido ante el aroma de flores silvestres.
Ambos rieron cuando los vaqueros de Renato se le quedaron
atorados en los tobillos, debido a las botas, tanto así, que tuvo que
acuclillarse para desatarse los cordones y deshacerse del molesto
calzado. Samira en medio de risas, revolvía el cabello de Renato y
le pedía que se diera prisa. Él aprovechó el beneficio que le daba
estar prácticamente postrado a sus pies para tomarla por las
caderas y llevó su boca hasta el vientre, empezó a repartir besos y
algunos mordisquitos juguetones que le erizaron la piel a ella.
—Ya, detente… para —rio, sintiendo que perdía la sensación
de gravedad.
Renato, una vez que se deshizo de las molestas prendas, dejó
de hacerle cosquillas, no obstante, emprendió un camino de besos
en ascenso por el abdomen, sintiendo ahí, mucho más intensos los
temblores y la respiración agitada de su chica. Besó entre sus
pechos, pero no se privó por mucho tiempo las ganas de humedecer
con su saliva los inhiestos pezones, por lo que los lamió y chupó,
hasta que ella le acunó el rostro, instándolo a que subiera para que
la besara en la boca.
—Sé libre conmigo, tócame cómo y dónde quieras, no esperes
mi permiso para hacerlo —le recordó, guiándole la mano de su
pecho, a su erección que ya había dejado un rastro húmedo de su
líquido preseminal sobre el terso vientre.
Samira lo envolvió con su mano, sintiéndolo caliente, duro y
palpitante, pero fue Renato quien la adiestró con los primeros
movimientos, de arriba hacia abajo; cuanto él le dio la libertad,
arreció el movimiento ante su atenta supervisión para asegurarse de
que lo estaba haciendo bien, pero él la tomó por la mandíbula y la
empujó con delicadeza para levantarle la cabeza y que lo mirara a la
cara y entonces la besó, ardiente, feral, demandante.
Ella se estremeció de los pies a la cabeza, cuando él deslizó la
mano libre por su trasero, abriéndose espacio con el dedo medio
entre sus nalgas, pasó por su ano, lo que hizo que diera un respingo
y el rostro se le calentara, aunque no lo soltó en ningún momento,
siguió masturbándolo sin parar.
—¿Se siente bien? —preguntó él, dejando que su aliento
caliente se estrellara contra los labios temblorosos de Samira.
—Sí. —Asintió con la cabeza para reforzar su respuesta y se
lamió los labios, porque el fuego que crepitaba en su interior se los
secaba con rapidez. Cerró los ojos y jadeó cuando el dedo, penetró
en su vagina—. Muy bien —chilló, sintiendo que su sexo se contraía
entorno a la deliciosa invasión—. Llévame a la cama, por favor,
ahora… —suplicó, oscilando ligeramente sus caderas, tratando de
darle un poco más de movimiento a los dedos que resbalaban con
facilidad, debido a lo mojada que estaba.
Él le respondió con un beso intenso al tiempo que hacía lenta
retirada de sus dedos, arrastrando la humedad caliente del sexo por
la nalga, hasta llegar la cintura, donde se afianzó para poder
levantarla.
En cuanto él le apretó la cintura, ella comprendió lo que
deseaba hacer, por lo que dejó de masturbarlo para encontrar
impulso en los fuertes hombros.
Soltó un gritito que terminó convirtiéndose en gemido, al sentir
el suave y caliente glande rozar entre sus pliegues. En respuesta,
Renato le dedicó una mirada y sonrisa lasciva. La llevó hasta la
cama, dejando junto a la puerta un remolino de ropas y zapatos.
En cuanto aterrizaron en el colchón, sonrieron cómplices con
las miradas enlazadas, ninguno podía esperar, por lo que Renato se
alejó un poco para buscar en la mesita de noche los preservativos.
Con el látex ya en su lugar, se recostó sobre ella con el pene en
la mano, introdujo la punta de su glande en la mojada cavidad,
apoyándose con los antebrazos, uno a cada lado de la cabeza de
ella para observarla mientras comenzaba a empujar.
Esta vez, ella no tenía un comportamiento pasivo, ahora se
aferraba a él con brazos y piernas, mientras crecía su desespero
sexual. Renato le llenaba la cara de beso y ella lo deleitaba con sus
gemidos cada vez que empujaba.
—Eres mi universo entero. —Le murmuraba Renato al oído,
luego de chuparle el lóbulo—. Un universo que huele a flores
silvestres… —Se apartó para mirarla a los ojos, las pupilas de
ambos estaban inmensas, pero brillaban con intensidad.
Renato, jamás pensó que alguien como él, con todo su
equipaje emocional, podría encontrarse en los brazos de una mujer
como ella. Él juraba que su felicidad debía estar junto a mujeres
más experimentadas que le enseñaran todo lo que sabían, pero la
felicidad de descubrir los placeres carnales junto a Samira no tenía
comparación alguna. Ella se había vuelto tan demandante con el
movimiento de sus pelvis, que a él no le quedó más que flaquear
ante sus caprichos y darle lo que pedía, profundizando las
penetraciones, tanto que podía sentir perfectamente como sus
testículos se apretaban contra ella. Eso hizo que creciera en él una
avalancha arrolladora de pasión, por lo que alcanzó una de las
pequeñas manos que tenía en la nuca y se la besó antes de llevarla
a su corazón y apartarse para verla a la cara, no quería perderse
detalle de sus reacciones.
Samira soltó un jadeó de gozo y se tensó, mientras él no pudo
contener un grave gemido que nació y murió en su garganta; debido
a una fuerte punzada de placer que lo atravesó desde el glande
hasta el coxis; estaba seguro de que no le quedaba mucho tiempo,
pero ya no podía parar sus embestidas.
Se movía frenéticamente, buscando con desespero poder
llevarla al orgasmo antes de que él se corriera.
La intensidad de los deliciosos gemidos de ella iba en aumento,
pavimentándole el camino a la gloria. Podía sentir cómo se
expandía y se encogía en torno a su erección, palpitando con
violencia, mientras sus calientes jugos se escurrían hasta sus
testículos con cada embestida.
Samira se convulsionó de placer hasta no poder más. Arqueó la
espalda y su grito final fue visceral y agónico, estridente y
estimulante, la agudeza con la que se corrió fue tan potente que sus
músculos se cerraron en un espasmo en torno a su pene, haciendo
que Renato tras varias embestidas urgidas y duras, se corriera.
El mundo se volvió negro por un segundo, con miles de
estrellas doradas. Abrió los ojos tras la vigorosa descarga de
adrenalina, para mirarla a los ojos.
Salió de ella y rodó quedando acostado de lado, con las piernas
de ambos todavía entrelazadas, ella se giró para mirarlo a los ojos
mientras le acariciaba con sutileza el rostro. Él le tomó la mano y
empezó a besarle las manos con delicadeza.
—Lo siento, no sé si te lastimé.
—¿Lastimarme? ¿De qué hablas? —Samira le sonrió porque
todo lo que le había hecho le había encantado—. Me gustó que me
penetraras con tanta fuerza…
Sin dejar de mirarlo, le dio otro beso en la parte interna de las
muñecas, ahí donde el pulso todavía seguía acelerado. Luego volvió
a poner la mano sobre su rostro para que siguiera acariciándolo y él
deslizó la suya hasta posarla en la curva de su cadera.
Se sentía tan cálido, ahí, con ella, que quería que el tiempo se
detuviera para siempre.
—Te amo —le susurró ella sonriente.
—Te amo —murmuró él sobre sus labios—. Y amo esta sonrisa
—confesó, acariciándole el labio inferior con la yema del dedo
pulgar.
Se miraban risueños y extasiados, a la espera de que la llama
de la pasión cobrara vida una vez más.
CAPITULO 63
Por más que quisieran olvidarse del mundo, tenían que
recargar las energías, si querían seguir entregándose al desenfreno
de la pasión, por eso, luego de tener sexo esa mañana una vez
más, bajaron a desayunar.
Aunque sus planes eran regresar a la habitación una vez
hubieran saciado el apetito, él le propuso pasar un rato en la piscina
aclimatada que estaba ubicada en uno de los salones de la casa,
así podrían relajar los músculos.
—¡Estás loco! No vine preparada, no tengo traje de baño. —
Ella negaba con la cabeza a la vez que terminaba de tomarse el
jugo de naranja.
—Pero ese no es un problema, podemos meternos desnudos
—dijo riéndose al ver cómo ella abría los ojos de par en par.
—Definitivamente sí que te volviste loco…
—Estamos solo nosotros dos, ya he visto tu cuerpo en todos
los ángulos posibles —comentó guiñándole un ojo, a la vez que la
tomaba por la cintura y la acercaba a su cuerpo—, y no tan posibles.
Ella se echó a reír, roja de la vergüenza y le pegó un manotazo
en el pecho de manera juguetona. Era cierto que entre ellos dos ya
no existía el pudor, sin embargo, ella sabía que no era cierto que
estaban solos en la casa, si bien eran pocos los empleados que
circulaban por ella, existía la posibilidad de que alguno de ellos los
viera. Se podría morir de la vergüenza si eso pasaba. Así que al
final, terminó cediendo para tomar prestado de los vestidores de las
tías de Renato, un bikini de los muchos que había ahí.
—No entiendo por qué casi toda la ropa aquí es nueva… En
serio, estoy empezando a creer que eres tú quien se encarga de
mandar a llenar estos armarios.
—Lo entenderías si supieras que, para mis tías y primas, la
ropa nunca es suficiente. Suena bastante banal lo que te digo, pero
lo que pasa es que cuando vienen de vacaciones no les gusta
repetir prendas… según ellas, nadie debería vacacionar en el mismo
lugar y usar la misma ropa. —Él puso los ojos en blanco, porque
ciertamente eso le parecía demasiado extravagante—. Algo tiene
que ver con que para ellas está prohibido subir fotografías con el
mismo atuendo en sus redes sociales…
—Bueno, creo que se trata de la vanidad femenina y de imagen
pública… Todas ellas son hermosas y perfectas, tienen muchos
seguidores, imagino que por eso es por lo que lo hacen —confesó,
porque la curiosidad la había llevado a revisar sus cuentas por dos
razones. Por un lado, quería conocer un poco a esas chicas a las
que les saqueaba el vestidor cada vez que se presentaba con él a
ese lugar, pero también porque necesitaba saber cómo era la familia
extendida del chico al que amaba con locura.
—Jamás se permitirán subir una fotografía con un solo cabello
fuera de lugar… Imagino que eso debe ser agotador —confesó
sinceramente, aunque nunca se lo había dicho a ellas, pero con
Samira sabía que no tendría problemas de expresarse libremente.
—¿Y tú? ¿Por qué subes tan pocas fotos en tus redes? —Por
fin pudo encontrar el contexto perfecto para hacerle una pregunta
que llevaba tiempo haciéndose—. Y casi nunca son tuyas, son más
de paisajes.
Renato se encogió de hombros y le esquivó la mirada. Si algo
había llegado a odiar con profundidad era todo lo relacionado con
ser el centro de las críticas de personas que ni siquiera lo conocían,
por eso siempre había evitado exponerse en las redes.
Ya toda su familia había sido el blanco de comentarios
desagradables en más de una oportunidad, incluso a su tío Thor lo
criticaron duramente por llevar a los quintillizos al Central Park
“amarrados como perros”. Pero a diferencia de él, todos ellos sabían
cómo lidiar con las opiniones de extraños, nunca se tomaban a
pecho lo que decían; él en cambio, podía deprimirse u
obsesionarse, ya le había pasado en alguna oportunidad. Así que un
día hablando con Danilo, llegó a la conclusión de que era mejor
mantener cierta distancia… o toda la distancia que le permitía ser
reconocido por su apellido.
—Prefiero ser reservado con mi vida íntima.
—Entiendo, es completamente respetable. —Jadeó aliviada y
se llevó una mano al pecho en un gesto dramático—. Te juro que
pensé que eras conspiranoico.
Renato rio y se dejó llevar por el impulso, así que llevó ambas
manos a los costados de la cabeza de Samira y la acercó a él,
plantándole un beso en la frente.
—Que cosas las que surgen en esta cabeza —comentó
sonriente—. Anda, elige el traje de baño que desees y nos vemos
en quince minutos en la piscina. —La soltó y retrocedió un paso.
—No sé si pueda usar algo de esto, todos son bikinis… tan
diminutos —dijo mostrándole uno celeste.
—Recuerda que solo seremos tú y yo, aún puedes meterte
desnuda si lo deseas.
—No, no, no… —Tragó grueso y se le volvieron a teñir las
mejillas de carmín—. Creo que cualquiera de estos, estará bien.
—Bien, entonces nos vemos luego, voy a por mí sunga .
—Sí, ve, ve… —Dijo ella, echándolo del lugar sacudiendo la
mano.
En cuanto Renato se marchó ella se quedó sonriendo con los
pensamientos en blanco y el corazón lleno de felicidad. Pero sabía
que no debía perder tiempo, suponía que ahí debía haber algo
menos pequeño, pero por más que buscaba parecían que cada vez
eran menos la tela con que habían confeccionado esos trajes de
baño.
Al final se hizo de uno en color blanco, la parte de arriba
triangular y la de abajo por lo menos no era de hilo. En cuanto se lo
puso, se percató de que el torso se le veía más largo, se pasó las
manos por el abdomen, se volvió para mirarse de perfil y sonrió
sintiéndose atractiva.
No supo por qué en ese momento pensó en Lara, suponía que,
porque a ella este tipo de bikinis debían vérsele mucho mejor, pero
cuando cayó en la cuenta de cómo sonaba ese pensamiento, negó
con la cabeza, no iba a permitir que ese intento de auto sabotaje
mermara la confianza y autoestima que se tenía; si algo tenía claro
es que siempre se había sentido y visto guapa, muy guapa.
Se recordaba, una vez más, que tenía esa conversación
pendiente con Renato, era necesario preguntarle sobre Lara y cómo
habían terminado la relación, que especificara qué estuvo mal entre
ellos, lo requería para poder estar en paz, no quería que algo del
pasado le arruinara la felicidad que ahora sentía.
—No, no tengo por qué complicar las cosas —resolvió, al
tiempo que cogía un kimono blanco, era largo y de encaje, también
se probó un hermoso sombrero de paja y unos lentes oscuros con
bordes dorados. Rio divertida ante ese atuendo tan bonito y lujoso,
pero eran cosas que no podía usar porque la piscina estaba dentro
de la casa, así que los devolvió a su sitio y salió con el bikini y
kimono, porque Renato le había dicho que allá tendrían toallas
disponibles.
Caminó con prisa, tratando de ser silenciosa, no quería toparse
con algunos de los empleados y que la viera con tan poca ropa. Se
asomaba y miraba en cada esquina antes de caminar por un pasillo,
al verlos despejados corría de puntillas.
Justo se asomaba a mirar hacia las escaleras para cerciorarse
si estaban libres, cuando sintió que desde atrás la tomaban por la
cintura y gritó por la sorpresa, al tiempo que la elevaban del suelo;
por instinto, se aferró a los antebrazos que le aprisionaban el torso.
De inmediato reconoció la risa que se sofocaba en su oído,
llenándola de un súbito alivio, tanto que se unió a ella y echó la
cabeza hacia atrás, recargándola en el hombro de Renato.
Las risas de ambos se hicieron más genuina cuando él los hizo
girar.
—¿Te asusté? —preguntó, dejándole un beso en los cabellos.
—Mucho —asintió sonriente—. Pensé que ya estarías
esperando en la piscina.
—Decidí que era mejor esperarte aquí —manifestó al tiempo
que la bajaba.
Samira se volvió para mirarlo y enseguida tragó grueso al verlo
vistiendo solo un sunga blanco. Renato no tenía el típico color
bronce del carioca promedio, su piel era bastante pálida, prolija y
muy tersa, adornada con pocos lunares. Ella sabía que, si bien no
era un hombre sobrecargado de músculos, al tacto se le podían
sentir, por lo que acariciarlo solía ser una experiencia casi celestial.
Ver el evidente bulto que sobresalía de su pelvis le calentaba las
mejillas y le secaba la boca, se obligó a dirigir su vista a los ojos
azules.
Fue inevitable morderse ligeramente el labio, definitivamente
ese hombre le despertaba un instinto sexual, casi animal e
insaciable que no sabía que poseía. Estaba por decirle que lucía
apuesto, pero él la tomó por la muñeca.
—Vamos, no perdamos más tiempo. —Se echó a correr casi
arrastrándola.
Con rapidez ella se acopló a su andar y tomados de la mano
corrieron hacia la piscina. Las puertas dobles de vidrio, les daban la
bienvenida al atrayente lugar amparado por una gran cúpula de
cristal que le proporcionaba luz natural y entre grandes pilares de
mármol estaba el gran rectángulo que contenía las tibias aguas.
Al borde contaba con algunas tumbonas y en el costado
izquierdo había un área de bebidas y preparación de alimentos. Así
mismo unos muebles con toallas.
—¿Qué tan profunda es? —preguntó un tanto nerviosa. Sabía
que su desempeño nadando era bastante deplorable.
—Creo que poco más de dos metros —contestó al borde de la
piscina.
—Entonces es más profunda que la del edificio donde vives —
Un nudo de angustia empezaba a formársele en la boca del
estómago.
—Sí, solo un poco más… pero no te preocupes, esta es en
forma de rampa, la parte más baja no llega al metro. —Él podía
percibir su miedo—. Además, estarás conmigo… si confías en mí,
¿cierto?
—Por supuesto que lo hago, pero lánzate primero.
—Está bien, lo haré —concedió sonriente, mientras sacaba los
pies de las hawaianas.
Samira vio cómo se daba un chapuzón y salía casi a mitad de
la piscina que debía tener por lo menos doce o quince metros de
largo.
—¿Qué tal está? ¿Fría? —preguntó todavía un tanto alejada
del borde.
—No, está perfecta… Si quieres puedes probarla, mete el pie
—comentó y nadó de regresó al extremo donde ella estaba.
Aceptando su sugerencia, caminó y metió solo los dedos del
pie.
—Oh sí, está muy bien —dijo sonriente.
La mirada de Renato recorrió con admiración la larga y delgada
extremidad que se escapó a través de la abertura del kimono.
—Bueno, estoy esperando por ti —le recordó mientras movía
brazos y piernas para mantenerse a flote—. Lánzate —la animó con
un ademán.
—Prefiero entrar por la parte más baja —comentó, mientras
deshojaba el par de botones que mantenían unido el kimono a la
altura de su pecho.
—Te atraparé, no tienes que temer. Ven… te prometo que no
dejaré que te hundas.
—Está bien, pero me atrapas —dijo más entusiasta, al tiempo
que se quitaba la prenda, la parte superior del bikini le quedaba algo
grande y se sentía casi desnuda; las tías de Renato tenían más con
que rellenarlo. No sabía por qué se sentía pudorosa en ese
momento, si cuando estaban en la habitación, le resultaba tan
natural al estar desnuda frente a él.
Renato no se preocupó por disimular el escaneo descarado que
le hizo en cuanto se quedó vestida únicamente con el bikini blanco;
amaba todo su cuerpo, considerada que la naturaleza había sido
bastante generosa con Samira, porque nunca había tenido ningún
tipo de restricción alimenticia y aun así lucía un abdomen totalmente
plano. Pensó que seguramente sus primas y tías morirían de envidia
si la conocieran, porque ellas eran esclavas del conteo de calorías.
—Ahí voy —advirtió al tiempo que retrocedía un par de pasos
para agarrar impulso—. Asegúrate de rescatarme porque recuerda
que solo sé nadar como perrito y apenas me sale cuando no estoy
nerviosa…
—Espero por ti —dijo sonriente. Viendo cómo ella, se hacía un
moño utilizando los mismos mechones de la larga cabellera.
—Ay… ay, ahí voy —dijo sacudiendo los brazos y dando
brinquitos, preparándose.
Renato contenía la risa, aunque ella le parecía adorablemente
divertida.
Samira corrió, cerró los ojos y sin pensarlo se lanzó, el peso de
su cuerpo se la llevó de inmediato a la profundidad, tanto que con la
punta de los pies pudo tocar el fondo, se impulsó y movió los brazos
para emerger, pero su técnica era un asco. No tuvo tiempo de
desesperarse porque enseguida sintió los brazos de su amado por
debajo de las axilas, halándola a la superficie.
—Ya, estás bien, estás a salvo —le dijo sonriente, al tiempo
que la sujetaba por la cintura.
Ella se pasó la mano por la cara para retirarse el exceso de
agua, mientras que con la otra se apoyaba en el hombro de Renato.
—Sí, sí… estoy a salvo, pero no vayas a soltarme… De verdad
que es muy hondo. —Su tono vibraba ante los ligeros nervios que la
invadían.
—Tranquila, ¿quieres que te enseñe a mantenerte a flote?
—Sí, me encantaría —asintió—. Tienes razón, el agua está
perfecta… Gracias por rescatarme. —Se acercó y le dio un beso,
apenas un contacto de labios.
Renato se quedó mirándola, con gotas sobre el rostro y los ojos
verdes límpidos y se acercó para darle otro beso, pero se convirtió
en uno más íntimo, más intenso y profundo, con el que despertaron
los poros de sus cuerpos gracias al roce de sus lenguas. Él le
envolvió la cintura con ambos brazos y ella se le aferró con ambas
manos al cuello.
Los nervios de un posible ahogamiento pasaron a segundo
plano, en ese instante su única preocupación era que él no dejara
de besarla nunca. Una vez que se separaron gimió bajito, aún con
los ojos cerrados.
—Si me sueltas no debería hundirme —dijo sin abrir los ojos,
pero con una sonrisa de pura fascinación.
—¿Por qué lo dices? —preguntó con el ceño fruncido sin
entender a qué se refería ella. Apenas con las yemas de los dedos
de su mano derecha le trazó círculos en el rostro que hicieron que
ella abriera los ojos, mostrándole lo maravillosa que lucían sus
pupilas dilatadas.
—Es que cada vez que me besas siento como si flotara… Así
que justo ahora no debería hundirme.
—¿Quieres que hagamos una prueba? —preguntó con una
dulce sonrisa y el corazón lleno de dicha. Algunas veces se sentía
inseguro por ser el receptor del amor que Samira le tenía. Pero se
repetía, como muchas veces Danilo le había dicho en el pasado,
que él tenía todo el derecho del mundo de ser feliz y de tener amor
en su vida.
—Está bien —asintió, sabía que era una tontería, pero nada
perdía con comprobarlo.
—Te soltaré con cuidado —dijo al tiempo que se alejaba y
retiraba una de las manos de la cintura femenina.
Samira asintió y una vez que estuvo libre de los brazos de
Renato volvió a descender y empezó a chapotear. Él volvió a
rescatarla, cuando salió de inmediato estalló en una carcajada,
Renato también rio.
—Creo que mejor espero a que me enseñes a flotar, de otra
manera que no sea con tus besos —comentó en medio de risas.
—Está bien, te enseñaré la técnica… Creo que lo que nos pasa
cuando estamos juntos es cuestión de sensaciones, por ejemplo, yo
siento que tú me haces perder el control.
—¿Eso es bueno o malo? —preguntó con la mirada llenada de
curiosidad, aferrada a la seguridad que le ofrecían los hombros de
Renato.
—Bueno, muy bueno… Es extraordinario… ¿Puedo hacerte
una pregunta? —pidió permiso, mientras le retiraba un mechón que
llevaba pegado en la mejilla. Ella asintió—. ¿Cómo supiste que
estabas enamorada de mí? ¿En qué momento lograste identificarlo?
—Él quería saber todo eso, no quería quedarse con dudas que
luego le hicieran comerse la cabeza.
Samira soltó un gran suspiró, puso los ojos en blanco y luego
volvió a fijar la mirada en esos impactantes ojos índigos.
—A ver, déjame recordarlo… —dijo sonriente.
—O sea que ya lo olvidaste. —Sabía que ella estaba tratando
de molestarlo.
—No, solo quiero identificar cuándo todo empezó a ser
diferente… Lo primero fue el descontrol de mi corazón, pero eso fue
cuando supe que debía quitarte la billetera… —Chasqueó los labios
—. Yo era puro nervio, así que no cuenta —explicó con la mirada
esquiva y él sonrió—. Luego cuando volví a toparme contigo en tu
auto, también sentí que se me iba a reventar el pecho, pero era el
más el terror de haber tenido la mala suerte de terminar en el auto
del hombre al que había robado; así que tampoco cuenta… —Se
mordió ligeramente el labio, amando esa sonrisa coqueta que
Renato le regalaba—. Ya después te fui tomando confianza, estoy
segura de que lo que sentí por ti al principio fue un sincero
agradecimiento e incluso admiración; pero al poco tiempo de
conocerte me fijaba más en tu aspecto físico, quizá fue porque no
estaba acostumbrada a compartir con alguien ajeno a mi familia,
que además era un hombre muy atractivo, pero lo cierto es que
empecé a detallarte… mucho —exageró la entonación al final,
Renato rio y le dio un beso fugaz en los labios.
—¿Y qué más?
—Creo que me di cuenta de que estaba sintiendo algo más por
ti, cuando ansiaba que se hiciera la hora para que llegaras a la casa,
me esmeraba en prepararte cenas que pudieran gustarte mucho,
me gustaba pasar tiempo contigo, hablarte, a veces me conformaba
con solo verte y tenerte cerca…
—Pero… ¿Cómo supiste que era amor? Porque fácilmente
podía ser un simple cariño o un efecto de la admiración que decías
que sentías al principio, ¿cómo te diste cuenta de que era amor?
—Cuando no hacía otra cosa que pensar en ti y extrañarte…
sin importar que no habían pasado ni cinco minutos desde que nos
despidiéramos antes de dormir… y eso que solo estabas al otro
lado de la pared… Sentía como si algo me atara a ti, era algo
demasiado fuerte, invisible e irresistible. Créeme, me rehusé
muchísimo a aceptar lo que sentía, porque ¿quién se enamora tan
rápido y tan fuerte como me pasó a mí? Es más, yo pensaba que el
amor estaba sobrevalorado; mientras todas mis amigas soñaban
con encontrarse al novio perfecto, ese chico que cumpliera con las
expectativas que ellas se hacían debido a los protagonistas de los
libros, series y películas que consumían, yo solo pensaba en todas
las maneras posibles de convencer a mi padre para que me dejara
terminar la secundaria… Pero reconozco ahora que ese sentimiento
es maravilloso, desde que te conocí, todo se salió de control,
desequilibraste mi vida… para bien —soltó un suspiro lánguido—.
Es más, yo hasta me había resignado a esperar que el tiempo y la
distancia, consiguieran menguarlo todo, pero ahora estoy aquí,
contigo…
Renato le llevó una mano a la parte posterior de la cabeza,
empujándola hacia su boca para robarle un beso.
—Tú también, hiciste que toda mi vida se saliera poco a poco
de su eje… No sé cómo sucedió, cómo fue que terminé enamorado
de ti, tampoco sé exactamente cuándo. Creo que fue algo que se
dio de forma lenta. —Hizo una pausa, solo para dedicarse a mirar
los hermosos ojos selva, mientras estrechaba más sus brazos en
torno a la cintura de Samira—. Y es totalmente contradictorio,
porque siempre creí que el amor era algo que llegaba de golpe, que
sería algo así como un rayo impactándome con toda su fuerza,
como un golpe tan fuerte que iba a sacarme de algún estado de
adormecimiento. —Lo que no le dijo en ese momento, ni se lo diría
nunca, fue que justamente eso fue lo que le pasó con Lara, en
cuanto la vio, ella se instaló en sus pensamientos, quería pasar todo
el día viéndola, se convirtió en casi un adicto a sus maneras de
seducir—. Pero desde que reconocí mis sentimientos por ti, entendí
que estar enamorado no debería robarte la paz interior, sino todo lo
contrario, el amor es sentirse a gusto con la otra persona, es
atreverse a ser uno mismo sin complejos, es sentirse en confianza…
Es darte cuenta que te enamoraste de tu mejor amiga…
Ante esa maravillosa declaración de amor, Samira solo pudo
tragar saliva, no sabía qué hacer o qué decir, tenía lágrimas de
emoción formándose al filo de los párpados y el corazón le
martillaba con vehemencia.
Renato le acunó una de las mejillas para acariciarle con el
pulgar el pómulo.
—Somos muy afortunados por tenernos… —No pudo retener
una lágrima rebelde que se le escapó, pero que él enseguida atrapó
con sus labios cuando le dio un beso.
—Lo sé —sonrió enternecido y con el pecho inflado de dicha,
se sentía pleno y honrado.
Ella rio, aun con los ojos vidriosos por las lágrimas contenidas e
inclinó un poco la cabeza sobre la mano de Renato, para que
siguiera acunándosela. Él solo le repasó el labio inferior con el
pulgar. Se acercó y le dio varios besos, solo toques de labios, como
tímidos aleteos de mariposas a los que Samira correspondió con
devoción.
—¿Estás preparada para aprender a mantenerte a flote? —
preguntó, al tiempo que le tomaba las manos con la intención de
poner distancia, pero sin soltarla.
Ella asintió con una gran sonrisa, aunque estaba temblando, sin
saber si se debía al temor a hundirse o era producto de la confesión
que Renato le había hecho.
—No vayas a soltarme —pidió con una risita nerviosa.
—No lo haré, te lo prometo —dio su palabra, al tiempo que
movía sus piernas, llevándola a un lugar menos profundo, así se
sentiría más confiada—. Listo, puedes hacer pie.
—Sí, ahora sí toco el piso —comentó aliviada cuando el agua le
llegaba a la altura del pecho.
—Es lo primordial para que puedas aprender, porque si estás
nerviosa no podrás aprender a controlar la respiración y las
burbujas. Es muy importante que cuando las hagas, estas no vayan
a tu nariz ni a tu boca. Ahora que estás de pie, necesito que metas
la cabeza en el agua no tienes que hundirte solo hunde el rostro.
—Está bien, lo entiendo… —hablaba afirmando con la cabeza.
—Espera un momento, iré por unas antiparras de buceo —
comentó Renato y nadó al extremo más cercano para salir.
Samira lo siguió con la mirada, el pecho se le agitó y las
mejillas se le calentaron al ver cómo se le ajustaba el traje de baño
al trasero, a pesar de que Renato era de contextura delgada, tenía
piernas gruesas y un culo respingón, que a ella le provocaban ganas
de morder.
Él sacó de un armario las gafas protectoras y una toalla.
Cuando se volvió se encontró que ella no le quitaba los ojos de
encima y lo admiraba con la boca abierta. Al darse cuenta de que él
la había pillado infraganti, parapetó una sonrisa pícara.
—Aquí tienes. —Se las ofreció en cuanto entró de nuevo a la
piscina.
—Gracias —soltó en medio de un suspiro.
—Se te ven muy bien —dijo sonriente.
—De verdad lo dudo —argumentó con esa sonrisa ancha de
pura emoción.
—Te ves hermosa, sobre todo con ese bikini… ¿Dejarás que te
lo quite? —preguntó con un tono verdaderamente provocador que
activó el interruptor de la excitación en la chica.
—Ya, Renato… no me provoques, primero quiero aprender a
flotar, no me desconcentres. —Quiso parecer contundente, pero su
voz era un chillido, producto de las ganas que esa simple
proposición había despertado.
—Está bien, voy a comportarme… empecemos con lo que te
había dicho. Primero respira profundamente y mantén la calma,
retén el oxígeno, luego vas a hacer burbujas, mientras yo cuento
hasta cinco, contaré con los dedos para que puedas mirar —dijo
hundiendo la mano para que comprendiera a que se refería.
—Entiendo, agarro aire. —Hizo una gran bocanada y retuvo el
aliento, casi enseguida se hundió e hizo lo que Renato le sugirió.
—Bien, muy bien. Lo has hecho muy bien… Repítelo.
Tras varias repeticiones, él le dijo que estaba lista para el
siguiente paso, que era flotar.
—Para que puedas aprender a flotar debes hacerlo sin pelear,
que quiero decir, que no puedes hacer fuerza o estresarte, si lo
haces te hundirás, pero si te relajas sentirás cómo tu cuerpo sube y
se mantiene al límite entre la superficie y el agua —hablaba y
miraba cómo Samira asentía, poniendo atención a cada una de sus
palabras—. Bien, empecemos, estira tus brazos y mantén las manos
hacia adelante, algo separadas… —Renato le ayudó apenas
tomándola ligeramente por las yemas de los dedos—. Perfecto,
ahora haz una gran respiración y deja que tu cuerpo venga hacia
adelante, sin saltar, solo deja que tu cuerpo descienda y sentir cómo
si vas a volar hacia mí… Ahora, toma una bocanada de aire, mira
para abajo y hazlo.
Ella siguió sus instrucciones, mientras él contaba hasta cinco,
consiguió flotar; por lo que cuando salió lo hizo con una gran
sonrisa, él también sonrió complacido con el avance y le pidió que lo
repitiera.
Tras varios minutos, ya Samira podía dominarlo y su emoción
era palpable.
—¡Es fácil! —dijo cuándo emergió y se apartaba los cabellos de
la cara.
—Bien, ahora vamos para que aprendas a nadar, ya no quiero
que lo hagas como un perrito, ahora lo harás como un tigre. —Al
decir eso, ella soltó un rugido lo que hizo que ambos se rieran—.
Esa es la actitud —comentó aún sonriente.
Renato se dedicó con mucha paciencia a explicarle cómo
hacer, todo el proceso de tomar aire, hundirse, hacer burbujas
mientras contaba hasta cinco, dar brazada para poder sacar la
cabeza, respirar y volver a hundirse para avanzar; eso debía ser una
constante repetición hasta que cubriera el extremo deseado.
Ella no descansó hasta que consiguió prácticamente dominar la
técnica, eso le llevó unas horas y a pesar de que estaba exhausta y
hambrienta, se encontraba satisfecha.
Cuando por fin salieron para descansar, se quedaron en las
tumbonas. Renato llamó por el citófono a la cocina para pedir
algunos aperitivos. Marta le ofreció algunas opciones que él
consultó con Samira a ver qué le provocaba más.
Se decidieron por unas empanadas chilenas y jugo de sandía
con limón. En cuanto terminó la comunicación, ella buscó una toalla
y se cubrió, porque jamás se mostraría así frente a las señoras,
debía respetarlas y respetarse.
CAPITULO 64
Samira complació a Renato a quitarle el bikini en cuanto
regresaron a la habitación.
Dejaron que sus instintos más sexuales los poseyeran, se
entregaron al desenfreno en medio de sábanas revueltas y con la
luz del atardecer colándose por la ventana, danzando sobre sus
cuerpos desnudos.
Él se miraba en los ojos de ella y disfrutaba del hermoso rostro
sonrojado y marcado por el placer, tenía los voluptuosos labios
separados mientras liberaba gemidos para él y por él. Esa
estimulación que provocaba su voz teñida de éxtasis, lo incitaba al
punto de llevarlo al clímax una vez más.
Renato salió de ella, se quitó el condón y no se preocupó por
echarlo en la papelera, estaba tan debilitado después de ese
poderoso orgasmo, que lo dejó caer en la alfombra y se acostó a su
lado y entrelazó sus dedos con los de ella, aunque estaba tan
agotada, que seguía con los ojos cerrados y una sonrisa de total
satisfacción.
Samira abrió los ojos y se volvió de medio lado, le dio uno
cuantos chupones en los labios y luego solo toques sonoros.
—Eres tan guapo… tan guapo —dijo observándolo muy de
cerca. Su cara sudada y sonrojada, sus labios enrojecidos y
ligeramente hinchados, las pupilas que casi consumían todo el añil
en sus ojos, lo hacían el ser más perfecto sobre la tierra, por lo
menos para ella lo era. Él a su vez disfrutaba de la paz poscoital y
de las caricias que ella le prodigaba.
Después de un par de minutos de silencio, tiempo en el que sus
cuerpos agitados entraron en remanso, Renato abrió los ojos,
encontrándose que ella lo seguía observando, no contuvo sus
deseos de hacerse de un mechón del largo cabello, lo acarició con
las yemas de los dedos y luego se lo llevó a la nariz, para inhalar
profundamente.
—Me gusta mucho como huele tu pelo, como a flores silvestres,
pero también como a canela, no sé es bastante refrescante… ¿Qué
champú usas?
—No es el champú, es un tónico capilar que yo misma preparo,
es para el fortalecimiento y para estimular el crecimiento del cabello
—dijo sonriente, estaba sorprendida porque no sabía que Renato
había percibido ese aroma—. Mi abuela me enseñó a prepararlo.
—¿Y cómo lo haces? Es decir, ¿qué ingredientes lleva?
—Romero, jengibre, flores de hibiscos, flores de camelina y
canela… Hago un tónico y un aceite… El tónico lo usó después de
lavarme el cabello y lo dejo, el aceite me lo aplico un par de horas
antes de lavármelo.
—Parece todo un proceso.
—Lo es, pero para mí ya es fácil… Es una costumbre hacerlo.
—Estiró la mano y metió los dedos entre los cabellos cortos de
Renato—. Tu pelo es sedoso y está muy sano, definitivamente no
necesitas ningún tónico; aun así, haré uno para ti… Combinaré
algunas plantas que vayan más acorde a tu personalidad.
Renato se quedó mirándola, sin duda, se sentía hechizado.
Elevó apenas la cabeza para capturarle los labios con los suyos y
compartieron un beso cariñoso.
—Gracias, gitanita —murmuró él, perdido en las pupilas de ella.
—De nada, señor Medeiros —comentó sonriente.
—Es hermosa, señorita Marcovich —reconoció, tomándole el
mentón y volvió a plantarle un toque de labios.
Samira se chupó el labio saboreando los besos de Renato,
sabía que debían darse tiempo para recobrar energías antes de
sucumbir al deseo una vez más, pero la manera en que se estaban
seduciendo no era la mejor forma de ganar tiempo, por lo que
decidió poner su atención en algo más que no fueran los ojos y boca
de Renato; así que decidió esquivar la mirada, fue entonces que se
dio cuenta del libro que estaba en la mesita de noche.
—¿Es tu lectura actual?
—Así es.
—¿Y qué tal es? —preguntó al tiempo que rodaba sobre su
cuerpo, tomó el libro y quedó bocabajo.
—Entretenido —respondió, admirando como su cabellera caía
sobre sus brazos, espalda y se arremolinaban en el colchón, donde
ella se apoyaba con los codos.
— La caída de los gigantes de Kent Follett. —Leyó Samira,
mientras repasaba con una mano la portada del grueso tomo en el
que mostraba en la parte baja unos soldados y en la superior unos
trenes en una estación.
—Es ficción histórica, es una trilogía y este primer libro está
ambientado durante la Primera Guerra Mundial.
Ella volteó el libro para leer la sinopsis.
—Parece interesante —dijo ella en cuanto terminó de leerla y lo
abrió—. Es bastante largo, parece que tiene más de ochocientas
páginas.
—En realidad, tiene poco más de mil.
—¡Mil! —Los ojos casi le saltaron de las cuencas.
—Sí, pero es una lectura ligera y entrañable, estoy seguro de
que si le das la oportunidad ni te darás cuenta de lo rápido que
avanzas.
—Bueno, ya tú vas a más de la mitad —comentó al abrirlo y
encontrarse con el marcapáginas, empezó a leer el primer párrafo
que encontró—. «Enero y febrero de 1917… Walter von Ulrich
soñaba que iba de camino a encontrarse con Maud en un carro
tirado por caballos. El carro iba cuesta abajo y empezó a coger una
velocidad peligrosa y a traquetear sobre la superficie irregular de la
carretera. Él gritaba: “¡Frene! ¡Frene!”, pero el cochero no podía
oírlo por encima de la trápala de los cascos de los animales, que,
curiosamente, sonaba igual que el rugido del motor de un coche…»
—Ella leía muy entusiasmada, incluso modulando la voz cuando se
trataba de diálogos, mientras Renato estaba embelesado
escuchándola. Samira pausó la lectura y se volvió a mirarlo—.
¿Quieres que continúe?
—Por favor —le dijo con una ligera sonrisa. Se acercó un poco
más a ella, le retiró los cabellos que caían sobre la espalda y tan
solo con las yemas de sus dedos, empezó a acariciarle la espina
dorsal de arriba hacia abajo y viceversa, despertando cada poro del
cuerpo femenino.
Ella se estremeció sutilmente, sonrió y soltó un suspiro antes
de continuar. Se sumergió en la lectura, mientras Renato la
veneraba con sus caricias y mirada. Lucía hermosa, bañaba por la
luz aloque que atravesaba la ventana, era casi como un sueño, una
epifanía. La redención de todos sus pecados.
Una vez más se flagelaba por no haberse dado cuenta antes de
lo mucho que la quería, por obligarse a continuar con unos planes
que no tenían de dónde agarrarse, porque ahora que miraba hacia
atrás, se daba cuenta de que los sueños que él tenía con Lara eran
solo espejismos infundados por un deseo mal canalizado. En
cambio, su relación con Samira sí que tenía buenas bases, unas
que estaban hechas de la amistad, de la confianza, de la fe que se
tenían el uno en el otro. Con ella no sentía temor de ser él mismo,
no se ocultaba tras una imagen de hombre poderoso, seguro de sí
mismo y que todo lo puede; todo lo contrario, es como es, con lo
bueno y lo malo. Pero en momentos como ese se preguntaba:
cuánto tiempo le duraría esa felicidad; estaba seguro de que ella se
daría cuenta tarde o temprano que él no era nada divertido,
seguramente cuando pasara la novedad sexual, ya no querría verlo
más, se arrepentiría de lo que habían hecho y volvería con su
familia.
—¿Quieres leer el capítulo que sigue? —Samira se volvió a
mirarlo en cuanto terminó el último párrafo del capítulo veintidós…
Renato… Renato —llamó su atención, porque él estaba cómo
perdido en sus pensamientos, aunque la estaba mirando a ella. De
repente le surgió un temor, al suponer que quizá estaba pensando
en Lara.
—Sí, dime… te escucho. —Parpadeó rápidamente, al salir de
sus cavilaciones que se estaban volviendo fatalistas.
—¿Te aburrí con la lectura? Parecías en Babia —Colocó el
separador y cerró el libro.
—Claro que no, está muy interesante, es que escucharte me
transporta a otro mundo, uno donde solo estamos nosotros dos. —
Se acercó, le dio un beso en el hombro y otro en la mejilla.
—Entonces, ¿quieres leer el capítulo veintitrés? —consultó,
mientras le tendía el grueso tomo.
—¿Quieres que lo lea? —preguntó tragando grueso, de
inmediato la boca se le secó y un nudo de nervios se le formó en el
estómago. Él odiaba leer en voz alta, le traía recuerdos bastante
desagradables, por eso cuando le tocaba liderar alguna reunión, le
gustaba aprenderse el tema, dominarlo al punto de que no tuviera
que recurrir a ninguna lectura. Por eso evitaba las reuniones
masivas, esa fue una de las condiciones que le puso a su abuelo
para asumir el cargo de director financiero; mucho le había costado
llegar a ese punto y se sentía orgulloso de lo poco que había
logrado, quizá nunca pudiera liderar reuniones con cientos de
persona escuchándolo, pero conseguir hablar frente a dos o tres
para él valía lo mismo.
—Sí, solo si quieres —le dijo con una sonrisa coqueta.
Renato no quería negarse, sentía que, si lo hacía, la estaría
rechazando y no quería que ella lo pensara, mucho menos si se lo
pedía con esa sonrisa. Se alentó, porque sabía que Samira nunca lo
juzgaría ni se reiría de él, aun así, no podía evitar sentir como el
corazón le latía rápidamente y las manos le sudaban.
—E-e-está bien, lo haré —cedió esquivándole la mirada, tomó
rápido el libro para que ella no se percatara del ligero temblor en sus
manos. Se giró acostándose bocarriba, abrió el tomo y
prácticamente se cubrió la cara con este. Tragó grueso y cerró los
ojos, buscando el valor para empezar sin tartamudear, «¡hey! Basta,
no tienes por qué equivocarte, solo tienes que leer, es fácil, muy
fácil, Renato, lo has hecho millones de veces, vamos, ¡tú puedes!»,
respiró profundamente después de alentarse mentalmente y leyó
rápidamente el inicio del primer párrafo en silencio; así cuando lo
hiciera en voz alta, ya sabría lo que decía—. Bien, voy a empezar.
—Deja que me ponga cómoda —solicitó ella, con esa actitud
chispeante. Se atravesó en la cama de forma horizontal y se acostó
de manera que utilizó el abdomen de Renato como almohada y
flexionó las piernas.
Lo que ella hizo, provocó que de cierta manera se sintiera más
en calma; a pesar de que el libro era grueso, se las arregló para
sostenerlo con una mano y la otra la llevó a la cabeza de Samira,
para empezar a acariciarle los cabellos, sin importar que le hicieran
cosquillas los que tenía en su vientre y costados. Tragó grueso,
seguido de una inhalación profunda y empezó:
—«Marzo de 1917… Ese invierno en Petrogrado estuvo
marcado por el frío y la hambruna. El termómetro que había fuera de
los barracones del Primer regimiento de Artillería señalaba quince
grados bajo cero desde hacía todo un mes. Los panaderos habían
dejado de hacer pasteles, tartas, repostería y cualquier cosa que no
fuera pan, pero aun así no había suficiente harina». —Detuvo la
lectura para respirar y esperar que los latidos de su corazón
disminuyeran—. L-l-la puerta… —carraspeó antes de seguir
tartamudeando y quedar como un imbécil delante de Samira, por no
conseguir hacer algo tan simple como leer.
Ella le tomó la mano con la que le acariciaba los cabellos, él
dejó que la llevara a donde quisiera. Repentinamente la respiración
se le atascó en el pecho y los vellos se le erizaron cuando ella
empezó a besarle la palma de la mano. Apartó el libro de su cara
para mirarla, quien también se volvió a verlo y le sonrió, para luego
repartirle más besos, entonces le acarició el tabique de la nariz con
el pulgar.
—Puedes seguir, no te distraigas por mí. —Sonrió, fingiendo
inocencia, porque bien sabía que lo estaba provocando.
—Intentaré continuar a pesar de las tentaciones carnales a la
que soy sometido contra mi voluntad. —Le siguió el juego, sabiendo
que las intenciones de su chica eran la de distraerlo; por lo que de
todo corazón le agradecía el gesto. Volvió la atención al segundo
párrafo del capítulo. Separó ligeramente los labios para llenarse los
pulmones y continuó, mientras sentía los suaves labios besándole la
palma—. «Un día de crudo frío de principios de marzo, Grigori
consiguió un permiso de tarde y decidió ir a ver a Vladímir, que
estaría al cuidado de la casera mientras Katerina trabajaba». —
Mientras él seguía leyendo, no paraba de acariciarla con el pulgar,
disfrutaba del calor y la suavidad de los besos que ella le seguía
repartiendo, pero en contra de su voluntad, esos mimos le estaban
despertando otro tipo de apetito más visceral; así que, bajó la mano
para rozar la calidez de su piel, a ciegas trazó un camino hasta
llegar a uno de sus senos turgentes, lo apretó con suavidad y sonrió
cuando escuchó que la risita de ella mudaba a un gemido—. «Se
puso su capote militar y salió a las calles heladas. En la avenida
Nevski, cruzó una mirada con una pequeña mendiga, una niña de
unos nueve años que estaba de pie en una esquina a merced del
viento ártico…» —Estaba poniendo todo su empeño, mientras
frotaba circularmente con el dedo medio el pezón que ya estaba
erecto, sentirlo así, tan duro, provocaba que su polla latiera y se
pusiera cada vez más rígida—. ¿Te parece si seguimos con la
lectura luego? —propuso apartando una vez más el libro de su
rostro.
—Creo que la historia puede esperar… Nosotros no, ¿cierto?
—dijo Samira, ya con las mejillas arreboladas y las pupilas dilatadas
por la excitación.
Renato negó con la cabeza y dejó caer el tomo a un lado.
—Ven aquí. —Le ofreció una de sus manos mientras que con la
otra le hacía un ademán para que se acercara.
Ella le tomó la mano, aceptando que la llevara a dónde
deseara, no hacía falta palabras para que momentos como esos, en
los que eran puro fuego y pasión.
Así que pasó una pierna por encima de él, no sin antes
percatarse de que en menos de un minuto y con las caricias
correctas, tendría en Renato una nueva erección.
Se sentó sobre su abdomen, por lo que llevó una mano hacia
atrás para poder hacerse del pene, el qué empezó a acariciar desde
la base a la punta, sintiendo las palpitaciones en la palma de su
mano.
Ella lo sorprendió con un beso profundo y salvaje, el más
apasionado, mientras su mano arreciaba sin parar, endureciendo al
máximo a su polla. Le mordía sensualmente los labios, se los lamía
y chupaba. Él gemía en su boca, ahogando la tortura a la que ella le
estaba sometiendo, entretanto, aferraba sus caderas y le ayudaba a
que se moviera cadenciosamente contra su abdomen, donde le
dejaba el rastro húmedo de su indiscutible excitación.
—Puedes buscar el preservativo —pidió con la voz ahogada,
debido al calor que lo estaba consumiendo.
Samira asintió, soltó con lentitud el pene, que ya estaba
completamente erecto, estiró la mano y buscó en el cajón, sacó una
tira de tres condones, desprendió uno y los otros los lanzó sobre la
mesita.
—¿Quieres que yo te lo ponga? —preguntó con un tono
sensual que hasta ahora había sido desconocido, incluso para ella.
—Sí, por favor.
—Espero hacerlo bien. —dijo levantando las caderas y gateó
hacia atrás.
—Te prestaré mi ayuda si la necesitas.
Ambos tenían la atención puesta en la polla de Renato, que de
vez en cuando daba respingos de pura ansiedad. Rasgó el
empaque y sacó la funda de látex, lo coronó en el glande y empezó
a bajarlo, imitando el movimiento que ya varias veces le había visto
hacer a Renato y él le ayudó a sostenerlo en la punta.
—Está listo, creo que quedó muy bien —dijo ella, satisfecha de
haber hecho algo que jamás pensó tendría permitido.
—Quedó perfecto. —La tomó por el codo, invitándola con eso a
que volviera a estar más cerca.
Samira gateó de regreso y con cuidado se sentó sobre la
erección, sintiendo cómo poco a poco la penetraba, abriéndose
espacio entre la ligera punzada de dolor y placer, cerró los ojos y
esta vez no se preocupó por reprimir sus jadeos, Renato tampoco.
El cuarto se llenó de los gruñidos de él y el sonido de sus
cuerpos. Las rodillas le ardían y dolían un poco por la fricción contra
las sábanas, pero eso no la detenía en sus movimientos, los cuales
seguía por puro estímulo y que eran incentivados por Renato.
Ninguno de los dos quería demorar la llegada del orgasmo, por
lo que aumentaron la intensidad de los movimientos hasta que el
cuerpo se les llenó de la estática que desataba el éxtasis.
En cuanto las miradas de ambos se encontraron, sonrieron
cómplices, las respiraciones aún la tenían agitadas. Ella se levantó
un poco para liberarlo, le quitó el condón e imitó lo que él había
hecho la vez anterior de dejarlo caer en el suelo, ya después se
encargarían de limpiar su desastre, de momento solo se preocupó
por limpiarle los restos de semen que le quedaban en la polla y
sentarse dejando al pene, que aún mantenía una erección a media
asta, aprisionado entre sus pliegues, para dejarse vencer sobre su
cuerpo; él de inmediato la envolvió con los brazos.
Samira empezó a besarle uno los hombros y él le besaba los
cabellos, apretando más el abrazo.
—Cada vez me gusta más… Es más intenso, más perfecto —le
murmuró Renato contra los cabellos.
Ella le regaló un suspiro extasiado como respuesta y asintió
con la cabeza. Abrió la boca para elogiar lo bien que la había hecho
sentir, pero el sonido de su teléfono que estaba en la mesa contigua
se lo impidió. De inmediato se tensó al pensar que podría ser su
abuela quién estuviera intentando contactarla.
Renato pudo sentir el cambio que tuvo su cuerpo, por lo que la
liberó del abrazo y ella se apartó de él, estaba totalmente rígida y
con miedo de acercarse al aparato para confirmar sus sospechas.
Sin embargo, cuando vio la pantalla de su teléfono, se llevó la
mano al pecho y dejó salir un suspiro de alivio. Era evidente que la
llamada entrante la había puesto nerviosa; él solo pudo pensar que
su reacción se debía a una posible llamada de Adonay; la bilis le
subió a la garganta y el miedo y la inseguridad hicieron mella en la
paz que traían.
—¡Oh, mierda! —Se llevó la mano a la frente. Ella no era de
decir malas palabras, pero había olvidado el compromiso que había
adquirido semanas atrás.
—¿Qué sucede? —preguntó él, al tiempo que halaba un
pedazo de sábana para cubrirse, así como lo estaba haciendo
Samira. Quizá se debía a que ambos sentían la intromisión.
—Es Daniela. —Su voz denotaba el lamento—. Es que me
invitó a tomarnos un café en su siguiente día libre, le dije que sí
porque no sabía que tendría otro compromiso para esta fecha, se
me había olvidado por completo —chilló avergonzada. Mientras
ponía a trabajar a su imaginación para buscarse una excusa
plausible.
—Puedes ir, no tienes que rechazar las invitaciones de tus
amigos por estar conmigo, entiendo que lo habían acordado antes
de que lo nuestro surgiera —dijo Renato, no quería ponerla en una
situación complicada.
—¡¿Qué?! ¡No, no! De ninguna manera, solo puedo estar
contigo los fines de semana.
—Pero son tus amigos, Sami… —La tomó por el mentón para
que lo mirara a los ojos. Sí, quería pasar el mayor tiempo posible
con ella, pero no quería limitarla—. Ve con ellos, te esperaré aquí,
Ignacio te puede llevar.
—¿Y si tú vas conmigo? —propuso con una sonrisa contenida
y la mirada esperanzada—. Así los conoces mejor, sería lindo que
empezaras a formar parte de mi mundo también…
—Me gustaría acompañarte, ¿crees que a ellos no le
molestaría?
—Claro que no… A mí me encantaría que vinieras conmigo,
aunque… —Se mordió ligeramente el labio. Lo menos que quería
era herir los sentimientos de Renato.
—Vamos, dilo… di eso que te preocupa. —La alentó.
—Es que ellos no saben que somos novios… y… y… ay, es tan
complicado —chilló y le esquivó la mirada.
Renato que aún la sostenía por el mentón la hizo volver el
rostro una vez más hacia él.
—Samira, amor. —Era primera vez que le decía así y pudo
notar en el brillo de sus ojos que le había gustado—. No tengo
problema con que finjamos que seguimos siendo solo amigos.
—¿Lo dices, en serio? —preguntó aliviada.
—Te confieso que yo tampoco se lo he dicho a nadie, y no es
que no que no me sienta orgulloso y feliz de lo que tenemos, es que
no quiero a nadie más opinando en lo nuestro… Estoy seguro de
que mis padres no pararán de hacerme preguntas sobre ti y tu
familia hasta hacerme sentir incómodo… Sé que en algún momento
se los diré y te llevaré a casa de mi abuelo para que los conozcas,
pero de momento creo que lo mejor es estar bajo perfil, sobre todo
por lo que tuvimos que hacer para que pudieras venir a Chile…
—¿Me llevarás con tu abuelo? —De todo lo que él dijo, ella
solo se quedó con la parte que más nervios y emoción le daba.
—Sí, quiero hacerlo, cuando puedas viajar a Río…
—Ay, ya me pongo a temblar de solo imaginar ese día —soltó
una risita.
—Estoy seguro de que él va a adorarte, mis padres también…
mi hermano va a criticarme porque él sigue diciendo que te ves
como una chiquilla, pero también te aceptará, no tengas dudas de
que mi familia te recibirá con los brazos abiertos…
—¿Sin importar que sea gitana? —preguntó, sorprendida.
—En absoluto… —Bajó la mirada a la pantalla, que volvía a
iluminarse con la tercera llamada de Daniela—. Ahora, atiende la
llamada y pregunta si puedes llevar a tu amigo Renato.
CAPITULO 65
—Lo siento, lo siento lo siento. —Samira no le dio tiempo a
Daniela ni a saludar cuando empezó a disculparse, ella y Renato
seguían sentados en la cama, pero ahora ella se había sentado
entre sus piernas y apoyado la espalda en el pecho de él, así que
mientras conversaba por teléfono, sentía cómo él le acariciaba el
cabello y le daba un suave masaje en los hombros—. No había
escuchado el móvil.
Renato contuvo la risa al escucharla decir la pequeña mentira y
le hizo cosquillas en las costillas como forma de castigo.
—Me parece que estás ocupada gitanilla… —Daniela nunca
tenía problemas para expresar lo que pensaba, quería preguntarle si
estaba con el carioca o si, por el contrario, había decidido pasar de
él y de su novia rusa, pero se controló porque ya conocía lo
reservada que era, seguro no querría tocar el tema por ese medio.
—¡Eh! No, no, no, es que algo se me cayó. —Samira se sentía
como una mentirosa profesional, no le gustaba seguir engañando a
sus amigas, esperaba que más pronto que tarde dejara de
importarle tanto los prejuicios con los que vivía… Pero era que a ella
le parecía incorrecto que todo su entorno supiera que estaba en una
relación con un payo y que su familia tuviera que vivir en la
ignorancia; era como traicionarlos dos veces. Respiró profundo, le
dio otro manotazo al chico para que dejara de torturarla y siguió
hablando con su amiga—. Bueno, lo que te quería decir es que voy
a llegar con retraso, estaba paseando con Renato y se me fue el
tiempo volando.
—¿El brasileño está otra vez de visita? —dijo con un tono
cómplice, como si estuvieran conspirando—. ¡Uy! Amiga me huele a
que ese chico sí está interesado en ti.
«Daniela si supieras…», pensó.
—No digas tonterías —dijo, a la vez que intentaba apartar al
susodicho que quería quitarle el móvil para escuchar lo que la
venezolana le estaba diciendo, ya que había notado cómo se le
pintaron las mejillas de rojo desde el espejo que estaba enfrente.
—Confía en mí, aún no lo conozco, pero me parece que ya sé
de qué pata cojea…
—Bueno, de eso quería hablar contigo —carraspeó—, como
estoy con él ahora, quisiera saber si no tendrían problemas con que
nos acompañe…
—¡Alucinante! Hasta que por fin se nos hará el milagro y
podremos verlo en persona… Quiero comprobar con mis propios
ojos si es tan guapo como dijo Vivi, mira que no confío en las fotos
que nos has enseñado de él, todo se puede arreglar con Photoshop.
—¡Chsss! Calla, calla… —Daniela creyó oír la risa de un
hombre al fondo y se dio cuenta de que el amigo de Samira la había
escuchado, pero no le importó ni un poquito; solo quería verlo en
persona de una vez por toda.
—Renato si me estás escuchando, quiero que sepas que te
estaremos esperando, si quieres no la traigas a ella, pero tú no
dejes de venir.
La carcajada que volvió a escuchar le dejó claro que el chico
efectivamente estaba oyendo todo.
—Chao, chao, no vemos en un rato se despidió Samira con
ganas de cortar la comunicación.
—Dale gitanilla. —Ella reía divertida.
Ella terminó la llamada, se giró y encaró a Renato, mientras
intentaba salir de la cama, pero él no la dejaba, se reían y
forcejeaban en medio de besos. Hasta que ella le dijo que tenían
poco tiempo para alistarse. Como pudo se escapó y corrió a la
ducha. Necesitaba darse prisa.
Renato se encargó de deshacerse de los rastros de los
encuentros sexuales que habían tenido; no era como si ya los
empleados de la casa no estuvieran al tanto de lo que ellos estaban
haciendo, sino que él consideraba una verdadera falta de respeto
que Isidora se topara con eso cuando entrara a limpiar la habitación.
Luego alcanzó a Samira en el baño.
Se vistieron de rápidamente y bajaron al estacionamiento, el
joven rechazó el ofrecimiento de Ignacio de llevarlos; al ser la
primera vez que vería a los amigos de ella, no quería que lo vieran
como una persona presumida a la que le gustaba ostentar de su
fortuna, así que decidió conducir él.
—¿Te mandaron la ubicación? —preguntó al tiempo que se
ponía el cinturón de seguridad.
—Sí. —Samira se apresuró a ajustar su cinturón también y
buscó su móvil—. Es en el café de la Candelaria en la avenida Italia
1449, Providencia.
—Compártelo con el GPS —solicitó y pulsó el botón de
encendido—. ¿Lo conoces? —dijo, mientras la voz computarizada
del aparato ajustaba el destino.
—No, nunca he ido, pero Daniela dice que es muy bonito y que
los postres son deliciosos.
—Esperaba que supieras donde queda, por si esta cosa falla…
—comentó, mirando a través del retrovisor para salir del
estacionamiento.
—¿Y eso suele fallar? —La voz le sonó estrangulada debido a
la preocupación. No tenía tiempo para perderse y empezar a dar
vueltas por Santiago. Sin embargo, la mirada de soslayo y ligera
sonrisa que él le dedicó, le hizo saber que solo bromeaba—. Muy
gracioso. —Le dio un puñetazo juguetón en el brazo.
—Auch —se quejó fingiendo dolor y siguió con la mirada en el
retrovisor, ya saliendo del estacionamiento.
Ella también rio y se quedó mirando con adoración ese
hermoso perfil. Renato se volvió y se sorprendió un poco al verla
sonriente.
—¿Sucede algo?
Samira solo negó con la cabeza, ampliando su sonrisa y miró al
frente, percatándose de que había estado tan absorta que no se dio
cuenta cuando salieron de la propiedad.
—¿Quieres que ponga música? —preguntó para salir de la
ensoñación en la que se encontraba.
—Claro que puedes hacerlo, no tienes que pedirme permiso
para hacer nada —dijo desviando apenas la mirada del camino.
—Está bien, no tengo que pedirte permiso, pero sí tengo que
consultártelo porque estamos compartiendo este espacio y lo ideal
es que el trayecto sea agradable para ambos.
Él estiró su mano y tomó la de ella para entrelazar sus dedos,
tiró suavemente hasta llevársela a los labios y le plantó un delicado
beso en los nudillos.
—Solo basta tu presencia para que mi espacio sea agradable,
lo demás es casi irrelevante. —Le dio otro beso y luego dejó que las
manos de ambos, aun con los dedos entrelazados, descansaran
sobre su muslo.
—Eres el hombre más encantador y guapo del planeta. —Se
abalanzó sobre él y le dio un par de besos en la mejilla, tratando de
controlar su efusividad para no distraerlo y que terminaran
estrellándose.
Esas palabras fueron un subidón de autoestima, sonrió
bastante complacido.
Ella volvió a su asiento, sin soltarle la mano, le gustaba mucho
ese calor que la unión de ambos creaba. Así que, usando solo la
mano libre, puso a reproducir de manera aleatoria la lista de
reproducción que se había convertido en la banda sonora de su
relación. Justo esa que empezaba a sonar fue la que la despertó
esa mañana, junto a los besos tibios que Renato le repartía por la
espalda. Nada más perfecto que sentirlo desnudo con la piel
caliente, pegado a su cuerpo y con una exquisita erección que ella
jamás se atrevería a desaprovechar.
Antes no le había prestado atención a la letra.
Desnúdame
Juega conmigo a ser
La perdición
Que todo hombre quisiera poseer
Y olvídate
De todo lo que fui
Y quiéreme
Por lo que pueda llegar a ser
En tu vida
Tan loca y absurda
Como la mía, ay
Como la mía…
Sonreía y se sonrojaba, por supuesto, no se trataba de
vergüenza o pudor sino por los recuerdos ardientes que la melodía
le traía, la letra le estaba gustando mucho, lo que la llevó a que
tomara la decisión de comentarle lo que llevaba meditando si decirle
o no.
—Mi periodo tiene que llegar en un par de días, quiero empezar
a tomar la anticonceptiva.
Ciertamente en su casa había recibido nula educación sexual;
sin embargo, en la secundaría sí le informaron lo que era tener una
sexualidad responsable. Tras sentirse un poco mal por los efectos
de la pastilla del día después, se encargó de buscar más
información sobre el proceso para adquirir los anticonceptivos en
ese país y consiguió un portal que ofrecía consultas en línea con
una ginecóloga, que, tras hacer un pago verdaderamente pequeño,
la atendió por una videollamada. Después de una serie de
preguntas, le recetó cual debía usar y la manera más efectiva de
hacerlo. Así qué, solo estaba esperando la llegada de su próxima
menstruación.
—Es una buena opción —dijo Renato, se sentía extraño,
porque jamás se imaginó teniendo una conversación de ese tipo con
ninguna mujer—. Digo, el preservativo es seguro y no tengo
problemas en seguir usándolo, creo que el trabajo de protegerse es
una tarea de los dos, sé que hay mujeres que no les agrada los
efectos secundarios de las pastillas, pero si tú quieres tomarlas, yo
te apoyo, haré todo lo que quieras para que ambos nos sintamos
seguros.
—Gracias por ser como eres. —Sonrió con dulzura—. Lo
importante es que si alguna vez nos agarran las ganas y no
tenemos a la mano los preservativos, no tendremos problemas de
seguir.
—Se siente mucho mejor sin ellos, ¿cierto? —Apenas le echó
un vistazo porque estaba concentrado en el camino.
—Mucho mejor. —Sonrió y las mejillas se le encendieron. En
ese momento el sonido de un mensaje le hizo desviar la atención a
su móvil—. Es Daniela, quiere saber si ya vamos en camino —
compartió el contenido con Renato—. Le diré que sí. —Una vez
respondió el mensaje y salió del contacto de Daniela, se dio cuenta
de que tenía un par de mensajes de Adonay, se los había enviado
por la mañana y antes de que empezara a preocuparse por su falta
de respuesta decidió leerlos.
Como siempre le deseaba buenos días y le preguntaba si esa
tarde podía llamarla un rato, porque quería verla.
Tecleó rápidamente: «Hola Ado, disculpa que no respondí
antes, tuve una mañana muy ocupada limpiando mi pieza… y ahora
voy camino a reunirme con unos amigos para tomarnos un café…
¿Te parece si dejamos la llamada para mañana por la tarde?» y
luego lo envió, sabía que a Renato no le agradaba que se
mantuvieran en contacto, él pensaba que su primo estaba
intentando convencerla para que regresara con su familia, se
casaran y obligarla a dejar la tontería de convertirse en una mujer
profesional e independiente. Lo que no sabía, era que ella no
permitiría que nada ni nadie la alejaran del camino que se había
trazado. Convertirse en una especialista en oncología pediátrica
estaba por encima de todo y de todos.
Apagó la pantalla del móvil y se olvidó del aparato, para poner
su atención en el extraordinario hombre que la acompañaba. Inició
un nuevo tema de conversación, al preguntarle por su familia.
Al vivir en casa de sus abuelos, lo que más le sobraban a
Renato eran anécdotas de estos, así que le contó un poco de la
historia de amor entre Reinhard y Sophia que más de una vez le
habían contado a él.
La historia la atrapó y Samira quería conocer todo con lujo de
detalles, le parecía estar leyendo una de sus novelas favoritas. Una
cosa lo llevó a la otra y al final le narró buena parte de los intríngulis
de su familia; cuando llegó al punto en que le habló sobre el aborto
que había tenido su madre y como recordaba él cuanto le había
afectado, a ella le partió el corazón, sobre todo porque todos se
habían ilusionado mucho con que fuera una niña, le dijo incluso que
se iba a llamar Miranda.
Samira aprovechó para compartirle una historia parecida, ya
que su mamá también había tenido dos pérdidas antes de que ella
naciera.
—Entonces eres una niña arcoíris.
—¿Niña arcoíris? —preguntó sonriente, pero algo confundida.
—Los niños arcoíris son los bebés que nacen tras la pérdida de
un hijo anterior, ya sea por un aborto, o una muerte poco tiempo
después del parto.
—No sabía eso, pero tiene sentido… Supongo que se debe a
que después de la tormenta sale el sol y se forman los arcoíris.
—Imagino que es por eso. —Él estuvo de acuerdo, mientras
seguían con el trayecto.
Llegaron casi con media hora de retardo al punto de encuentro,
estaba tan avergonzada que le envió un mensaje a Daniela
diciéndole que ya habían llegado y que estaban en el
estacionamiento.
—Sé que es tarde y que te angustia hacerlos esperar —dijo
Renato, en cuanto se quitó el cinturón de seguridad y tomó a Samira
por el codo, evitándole que bajara—. Pero puedes darme un beso
para soportar la reunión en la que tengo que fingir que solo soy tu
amigo —le pidió con una tímida sonrisa.
Imposible negarse, por lo que se acercó con la firme intención
de darle un besito que no arruinara su lápiz labial, pero en el
segundo en que sus labios chocaron con los suaves de él, un
violento escalofrío le recorrió todo el cuerpo, le puso los brazos
alrededor del cuello y él la recibió sujetándola por la cintura, abrieron
las bocas al mismo tiempo y Renato fue más rápido con su lengua,
en una intromisión impúdica que ella recibió con lentas caricias de la
suya.
Por lo menos un par de minutos les llevó separarse
definitivamente y cuando Samira miró a Renato con todo el
pintalabios rojo embarrado, estuvo segura de que ella debía estar
igual o peor; por suerte, siempre llevaba en su cartera el neceser en
el que era infaltable el paquete de toallas para desmaquillar.
Sacó varias, le dio una a Renato, al tiempo que buscaba un
espejito para mirarse.
—Si salimos así, nadie se comerá el cuento de que solo somos
amigos —dijo ella sonriente.
—¿Qué buscas? —le preguntó al ver que rebuscaba en el
pequeño bolso.
—Un espejo y el pintalabios.
—Enfócate solo en el pintalabios —le pidió y desde alguna
parte en el salpicadero, pulsó un botón que convirtió el cristal
delantero en un gran espejo.
—Mucho mejor —dijo ella con la sonrisa teñida de carmín.
Ambos se limpiaron lo mejor que pudieron los restos del
cosmético y Samira volvió a teñirse de rojo los labios. Renato se
obligó a no mirarle la boca, porque era demasiado tentadora.
Una vez listos, bajaron del vehículo, salieron del
estacionamiento y caminaron un par de cuadras para poder llegar al
café de la Candelaria.
Ya frente al establecimiento, ella le envió un mensaje a Daniela,
preguntándole dónde estaban y esta le respondió de inmediato,
informándole que en el patio. Por lo que en cuanto entraron,
pasaron directo al punto de encuentro.
Samira y Renato se encontraron en un bonito patio interno con
pisos de baldosas blancas y negras en patrón de ajedrez; a pesar
de estar cubierto, daba la sensación de estar al aire libre por el
techo de claraboya y algunas plantas, la iluminación era reforzada
por las extensiones con focos que iban de un extremo a otro y las
rosas rojas que adornaban las mesas, le daba color al lugar.
Ella barrió el lugar con la mirada, pudo ver a Daniela al fondo
haciendo aspavientos; al percatarse, también alzó la mano para
saludarla y caminó rauda hasta la mesa. La venezolana se levantó
en cuanto se acercaron.
—Disculpa Dani, había tráfico y no conseguíamos dónde
estacionar —dijo recibiendo un efusivo abrazo de su amiga—. Es
que no conozco por aquí y Renato mucho menos.
—No te preocupes, apenas si nos tomamos un café —comentó
al tiempo que le plantaba un beso en la mejilla, pero la retuvo,
sujetándola por los hombros para poder susurrarle—. Mujer, pero sí
que está buenísimo, es demasiado lindo, parece un modelo…
«marica», tienes que levantártelo, sí o sí…
Samira soltó una risita debido a las expresiones de su amiga,
que afortunadamente ya se las comprendía. Se apartó para hacer la
presentación.
—Dani, te presento a mi amigo Renato. —Hizo un ademán
hacia el chico a su lado. Estaba sonrojada y el corazón latiéndole
con rapidez a causa a la euforia.
—Es un placer, por fin te tengo al frente… Siento que ya hasta
somos mejores amigos —expuso con una amplia sonrisa,
ofreciéndole la mano.
—Samira también me ha hablado mucho de ti. —Le dio un
cálido apretón, aunque sentía un nudo de nervios haciendo estragos
en su estómago. Hacía como un par de años que una simple
presentación no lo ponía tan intranquilo.
—Entonces, nos vamos a llevar muy bien, deja que te presente
a los demás… Bueno, supongo que a Ramona ya la conoces.
Renato le dedicó una mirada de soslayo a su gitanita, ella en
respuesta le sonrió y asintió, mientras saludaba al grupo de jóvenes
que esperaban por ellos.
—Sí, ya la conozco —comentó a la vez que se acercaba para
saludarla con un beso en la mejilla, no tenía problemas para
interactuar de esa manera con ella, ya que le tenía mucha confianza
por la manera en que cuidó a su chica cuando ocurrió el accidente
del baño—, y a Rafael también. —Estaba intentando mantenerse en
calma, porque temía que los nervios lo dominaran y lo hicieran
quedar como un tonto delante de los amigos de Samira.
—Rafael, es todo un personaje, ¿cierto? —dijo riendo Daniela
sabiendo que el dominicano la estaba escuchando, se tenían mucho
cariño y siempre se trataban de esa manera.
—¿Lo es? —Renato con una discreta sonrisa se giró para ver a
Samira, que estaba dejando que fuese Daniela quien llevara la
batuta de la conversación.
Ella asintió con contundencia y elevó la ceja en un gesto pícaro
que Renato definitivamente amó.
Daniela con su chispeante personalidad y un gesto casi teátrico
señaló a Renato.
—Chicos y chicas, les presento al famoso amigo carioca de
Samira, ¡Renato!
—Hola, hola… Es un placer —dijo él, sintiendo que las orejas
se le calentaban, pero mantenía el aplomo.
—Hola, encantado, me llamo Julio César. —El chico moreno de
contextura delgada se levantó y le ofreció la mano al brasileño.
Percatándose de que era más guapo y más alto en persona.
—Es un placer. —Le dio un apretón de manos y luego recibió la
de Carlos; en ese momento intervino Daniela para anunciarle que
era su novio. Luego pasó a saludar a Rafael, por último, se hizo la
presentación con Mateo.
Samira volvió a disculparse por su llegada tarde, pero le dijeron
que no se preocupara y los invitaron a sentarse. Por supuesto, se
acomodaron para que los recién llegados quedaran juntos, todos ahí
sabían que ese par estaba enamorado, eran demasiado evidentes,
solo había que ver como se miraban para entender que eran el uno
para el otro, Samira hablaba de él más de la cuenta, y el brasileño
viajaba casi todos los fines de semanas a visitarla; algo que un
simple amigo definitivamente no haría ni por mucho dinero que
tuviera.
Renato respiró profundo disimuladamente, necesitaba
calmarse, siempre le costaba integrarse a cualquier conversación
grupal, pero no quería que los amigos de ella creyeran que era un
huraño asocial, aunque de alguna manera fuese cierto; por Samira
haría cualquier esfuerzo extra para que no se arrepintiera de haberlo
llevado. Deseaba con locura que todo saliera bien en ese encuentro.
Fue Rafael quien le ofreció la carta para que pidieran algo, él la
abrió y Samira se asomó para poder ver el menú.
—¿Pidieron postre? —preguntó ella dirigiéndose al grupo.
—Aún no —comentó Ramona—. Pero estamos listos, ya
sabemos qué vamos a pedir. —Dirigió la mirada a Renato, se moría
por preguntarle si él tenía algo que ver con esa entrevista de trabajo
que tendría el martes, pero sabía que ese no era el momento ni
lugar adecuado.
—¿Tú qué vas a pedir? —Samira le susurró a Renato,
mirándolo a los ojos a la vez que sus amigos le dedicaban miradas
discretas.
Ellos estaban en una burbuja de amor y complicidad, por lo que
no se daban cuenta de que estaban siendo demasiado evidentes.
—Un capuchino… y creo que una torta de zanahoria —hablaba
Renato mientras paseaba la mirada por los postres—. Sí, una torta
de zanahoria.
—Yo también quiero un capuchino y un chessecake de
Nutella… ¿Crees que sea bueno? —consultó y se mordió el labio en
un gesto dubitativo.
—Probablemente sí. —Tuvo que controlarse para no darle un
beso frente a todos.
—Ya sabemos que vamos a pedir —comentó Samira
dirigiéndose a sus amigos, al tiempo que Renato el devolvía la carta
a Rafael.
Julio César se encargó de hacerle una seña a la chica que los
estaba atendiendo para que se acercara, en cuanto llegó a la mesa
cada uno le dictó su orden.
—Jamás podré olvidar el desastre que hizo Samira el día que
Renato fue de sorpresa al restaurante. —Rafael tomó la palabra
intentando involucrar al brasileño en la conversación, pero al
escucharlo ella se tapó la cara con las manos, recordando el
bochorno que le provocó aquel incidente—. Fue verlo y soltar la
charola que tenía en la mano, que para más escándalo la tenía
repleta con la vajilla que había retirado unos minutos antes de otra
mesa que acababan de desocupar, eso hizo tal estruendo que
cualquier persona a un kilómetro de distancia seguramente lo
escuchó, eso parecía un drama coreano. —Todos empezaron a reír,
incluyendo Renato que los acompañó con una sonrisa discreta.
—Obviamente el drama empezó cuando Maite salió a ver qué
había ocurrido —comentó Samira que seguía detestando a su
exjefa, aunque tuviera meses sin verla.
—Es que ella no podía ver que algo que pasara involucrara a
nuestra gitanilla, porque sacaba todo su arsenal para atacarla —dijo
Daniela, que más de una vez había tenido que salir en defensa de
su amiga.
Los demás no perdieron oportunidad para recordar la actitud
tan despreciable de la supervisora.
—¡Eh! No se metan con el amor de Rafael. —Julio César se
cachondeaba cada vez que podía del dominicano por el desliz que
había tenido con la supervisora.
Samira se esteró en ese momento que ya todos estaban al
tanto de esos encuentros sexuales y que ya lo habían dejado ,
aunque no lo creía del todo, porque se había fijado que el chico
bajaba la mirada como si intentara ocultar algo, aunque fue solo un
por un segundo y para el resto de los presentes el gesto pasó
desapercibido.
—Yo no digo lo contrario. —Rafael se defendió alzando las
manos en señal de rendición a la vez que se reía—. No tengo cómo
defenderla, es una maldita, eso lo sabemos todos.
—Pero sigues siendo su favorito, di la verdad, de vez en
cuando le sigues haciendo sus favorcitos, ¿verdad? —argumentó
Daniela, pinchándolo en un costado—. Por eso te sigue perdonando
tantas faltas y llegadas tardes… Si supiera lo picaflor que eres…
—Más respeto que no soy un tiguere , ella tenía claro los
términos de la relación…
—¿Y cuáles eran esos términos? —curioseó Ramona.
—Los que no te importan, gitanilla… —su tono divertido dejaba
claro que estaba bromeando, a pesar de que se había sonrojado un
poco por ser el centro de burlas.
—Yo, yo sí que sé cuáles son. —Julio César levantó ambas
manos y las agitó con un fluido movimiento bastante delicado.
—Julito, Julio… Cuidado, cuidado —advirtió Rafael—. Que te
saco los trapos al sol…
Samira reía ante esa contienda que llevaban sus amigos,
aprovechó la alharaca, para meter la mano debajo de la mesa y
dejarla sobre el muslo de Renato, compartieron una mirada
cómplice que esperaban pasara desapercibida para los demás; de
inmediato, él también escondió la suya y sujetó la de ella.
Los postres y café llegaron, empezaron de disfrutar de la
merienda mientras seguían contando divertidos acontecimientos
sobre todo del trabajo, porque era el ambiente que la mayoría
dominaba. El ambiente que crearon hizo que Renato se relajara,
incluso participaba en la conversación cada vez que podía.
Se sentía bien porque todos eran espontáneos y sencillos, al
momento comparó ese encuentro con las reuniones a las que había
ido con su hermano y se dio cuenta de que no había nada más
antagónico, ya que esa gente con la que se la pasaba Liam no hacía
otra cosa que esforzarse por parecer perfectos, hablaban de sus
conquistas con súper modelos, de los deportes que practicaban, de
los autos del año, de viajes… puras banalidades. Por supuesto, él
terminaba sintiéndose fuera de lugar y nunca podía intervenir sin
que otro con su desbordado ego lo interrumpiera. Era bueno estar
con gente que lo hacía sentirse a gusto consigo mismo
Se alegró de haberle pedido a Samira que lo trajera con ella,
porque así confirmaba que ella había creado una tribu con gente
amigable, alegre e inteligente que la protegía.
CAPITULO 66
La reunión se prolongó por unas tres horas, lo que dejó a
Renato con el tiempo justo para volver a la casa a por el equipaje e
irse al aeropuerto. Sin embargo, en lo que pusieron un pie dentro de
la habitación no pudieron contenerse y aumentar las probabilidades
de que él perdiera el vuelo, ya que no se pudieron contener las
ganas de entregarse una vez más a modo de despedida.
—Cómo me gustaría poder cerrar los ojos un minuto y que al
abrirlos sea viernes de nuevo —comentó Samira con el pecho
agitado, sudorosa y sonrojada, mientras sujetaba con firmeza el
rostro Renato.
Él estaba sentando al borde del colchón con ella encima, aún
podía sentir los lentos latidos de su vagina entorno a su erección,
mientras la estrechaba con fuerza por el torso. Estaban a medio
vestir, él con los vaqueros en las pantorrillas, ella con la falda
arremolinada en las caderas y un pecho por fuera de la blusa.
La entrega fue rápida pero bastante intensa, incluso, se habían
dejado rosetones, él los tenía en el cuello y ella en el pecho y
mentón.
La besó en los labios, al tiempo que salía de ella, enseguida se
quitó el condón y lo dejó caer a un lado, pero no permitió que ella se
levantara, la mantuvo entre sus brazos, mientras se preparaba para
darle lo que sin duda sería una mala noticia, soltó un pesado suspiro
y buscó de nuevo la mirada oliva.
—No podremos vernos el viernes, pero te prometo que haré
todo lo posible para estar contigo el sábado por la noche. —Se
encargó se seguir envolviéndole la cintura con un brazo y aprovechó
la mano libre para ponerle un mechón de pelo detrás de la oreja.
La tristeza se le marcó en las facciones y su mirada al instante,
pero hizo su mejor esfuerzo para disimularlo, así que se dibujó una
sonrisa y asintió para restarle importancia al hecho de que tendrían
un día menos en su siguiente visita.
—Lo entiendo, imagino que tendrás trabajo.
—No, no se trata de trabajo, eso podría eludirlo, buscaría la
manera de reorganizar la agenda… En esta ocasión es que tengo
un compromiso familiar… —Fijó la vista en los tersos labios de ella y
se permitió el placer de robarle un corto beso—. Es mi cumpleaños,
mi familia quiere celebrarlo con un almuerzo… Créeme, hubiese
hecho cualquier cosa por venir a pasarlo aquí contigo…
—¿Por qué no me lo habías dicho? —Cuestionó y de inmediato
se puso a pensar en qué regalo sería ideal para Renato.
—Es que nunca me ha gustado celebrarlo —dijo a la vez que le
sonreía con ternura—, no soy de las personas que se sienten
cómodas siendo el centro de atención de ningún evento, si por mí
fuera, preferiría que nadie se acordara de ese día ni me felicitaran…
—confesó. Sabía qué en algún momento tendría que hablar con
Samira sobre sus problemas, pero creía que no era el mejor
momento cuando estaba por marcharse. Además, le daba terror que
ella lo mirara con lástima, porque sabía que esa sería la puerta por
la que empezarían a salir todos sus demonios.
—¿Ni siquiera te gusta ser el foco de mi atención? —preguntó
ella con un gesto entre coqueto e infantil.
—Si lo pones en ese contexto, sin duda, la cosa cambia
drásticamente. —Sonrió abiertamente sintiendo que los latidos de su
corazón se ralentizaban, ella con poco le daba mucho. La tomó por
el mentón y la acercó a su boca, en un beso intenso.
—No quiero que pierdas el vuelo por mi culpa —murmuró
Samira, casi sin aliento, con los ojos cerrados y su frente recargada
contra la de Renato.
—No quiero irme —musitó y le dio otro toque de labios.
—Y yo no quiero que lo hagas —suspiró, para luego
mordisquearle el labio.
—Se supone que debes ser la parte racional que me diga…
«Debes irte, tienes que cumplir con tus obligaciones —hablaba
sonriente—. La vida se trata de mucho más que encerrarte en una
habitación y follar conmigo hasta desfallecer».
—Sería lo más falso que me escucharías decir… Porque por mi
sangre gitana te juro que, ahora mismo, mi vida se reduce a estar
contigo, a reírme contigo, hablar contigo, comer contigo… y por
supuesto, a tener sexo contigo.
Esa respuesta se ganó un beso arrebatado, profundo y
húmedo, un beso que casi les robó la cordura a ambos, pero ella
encontró la fortaleza para separarse.
—Ahora sí. —Le puso las manos en el pecho y se apartó—.
Debes irte, por supuesto que te acompañaré al aeropuerto.
—No te perdonaría si no lo hicieras. —Usó un tono de niño
consentido.
En cuanto Samira salió de la estación del metro en la plaza
Chacabuco, subió a un taxi; en cualquier otra ocasión habría
cubierto el tramo que la separaba de su destino caminando, pero
estaba tan ansiosa por encontrarse con Ramona que quería llegar
cuanto antes a la casa. Faltando poco miró el taxímetro para ver
cuánto debía pagar por el servicio y empezó a buscar el monto
exacto para no perder tiempo esperando por cambio.
—Gracias señor —dijo al tiempo que le tendía el pago
completo, entre billetes y monedas.
Bajó y se apresuró a entrar, corrió por las escaleras y cuando
por fin estuvo frente a la puerta de la pieza de su amiga, la aporreó
con insistencia.
— Gypsy , vas a tumbarme la puerta. —Tenía un semblante
entre divertido e impresionado.
—Es tu culpa por tenerme en suspenso hasta este momento —
Entró envalentonada a la pieza, dejando sobre la encimera la
cartera—. ¿Te costaba mucho contarme por un mensaje?
—Es que no quería que te amonesten por estar leyendo mis
mensajes —explicó mientras cerraba la puerta, luego se volvió a la
encimera donde tenía la tetera con agua caliente y empezó a verter
en un par de tazas que ya tenía preparadas.
—Ya te dije no tengo problemas por usar el móvil. —Samira
miraba lo que Ramona hacía—. ¿Qué fue lo que te dijeron? ¿Para
qué es el trabajo?
—¿No te dijo tu amigo Renato para qué era? —preguntó con
un tono que dejaba claro que no se comía el cuento de la amistad
entre ellos y con la mirada en lo que buscaba en la alacena.
El domingo, Ramona tuvo la oportunidad de hablar un momento
a solas con el chico, por lo que sin rodeos le preguntó si él tenía
algo que ver con la extraña entrevista de empleo. Por supuesto, no
lo negó, pero tampoco le dijo mucho al respecto, solo expresó sus
deseos de ayudarle.
—No, no me dijo nada… No sé si no está al tanto o solo quiere
esperar a que tú me lo digas… ¡Ya, dime Ramona! —chilló
impaciente pasando por alto la indirecta que le había soltado.
—¿Té o café? —preguntó, volviéndose con la cajita de tés en
una mano y con el frasco de café instantáneo en la otra.
—Té, esa cosa que tomas no es café —rezongó, señalando el
frasco.
—Bueno, ve a sentarte que ya te lo llevo.
—Deja que te ayude.
—No seas obstinada, ve a sentarte —la reprendió, señalando
hacia el sofá.
—Parece que disfrutas torturándome —masculló y fue a
sentarse.
Ramona puso en una bandeja ambas tazas, le metió las
bolsitas de té y no se olvidó del azucarero, porque bien sabía lo
adicta que era Samira al azúcar, y no llevársela podría ser
considerado una ofensa imperdonable.
—Bueno, ahora sí, te contaré… —dijo en cuanto dejó la
bandeja en la mesa de centro, pero al ver que esta ignoraba el té y
aun sentada se volvía hacia ella, tomó la taza—. Relájate, primero
toma un poco, imagino que fue un día agotador para ti.
—En realidad no lo fue —Destapó el azucarero y vertió dos
cucharadas, luego tomó la taza y se la acercó, mientras revolvía—.
Hoy no tuvimos reuniones, solo un par de visitas de unos
inversionistas canadienses, por lo que pasé gran parte de la
mañana hablando con Karen… —Sopló la bebida caliente y le dio
un sorbo, quedó satisfecha con el dulzor—. ¿Ahora si vas a
contarme o esperarás que me tome todo el té?
—¡Eres demasiado ansiosa! —rio Ramona—. Ya, te voy a
contar…
—Por favor —gimió haciendo un puchero.
—Imaginaba que ese lugar era muy elegante, pero me he
quedado corta, eres muy mala para hacer descripciones, porque es
mucho más de lo que me contaste… Aluciné ante semejante
sistema de seguridad y de desinfección que tienen. Me sentí como
si estuviese entrando en una nave espacial —comentó sonriente e
hizo una pausa para beber un poco de té.
—Sí, todo es muy lindo y sofisticado, pero no me has dicho si te
dieron el puesto de trabajo y en qué área estarás.
—Quiero contarte toda la experiencia, pero estás que te comes
las uñas… ¡Sí, me dieron el trabajo! —gritó emocionada.
—¿En serio? —Samira devolvió la taza a la bandeja y se
levantó de un salto—. ¡Ay, no lo puedo creer! —grito eufórica y le
ofreció las manos a Ramona, quien se apresuró a dejar su taza
también la bandeja y empezaron a saltar como niñas, mientras reían
—. Entonces seremos compañeras de trabajo, podremos pasar
juntas más tiempo.
—Sí, eso creo…
—¿Dónde estarás?
—En la cafetería, necesitan un supervisor para esa área… Me
dijeron que mis años de experiencia trabajando con alimentos es
ideal para encargarme de eso… Al parecer, tienen pensado ampliar
el menú.
—Gracias al cielo harán eso, porque solo tienen ensaladas y
sándwiches.
—Acepté, pero la verdad es que estoy muy nerviosa, porque sé
que es mucha responsabilidad.
—Ramona, no tienes que preocuparte por nada porque tú eres
la persona más responsable que conozco… ¿Cuándo empiezas?
Dime que muy pronto… así podré verte todos los días en mi hora de
almuerzo. En cuanto conozcas a Karen te vas a enamorar de ella,
es una chica muy encantadora, amigable…
—Debo empezar el lunes… Tengo poco tiempo para renunciar
y cumplir por lo menos unos días. Ahora te comprendo, sé que no
fue fácil para ti.
—No lo es, pero desde mi experiencia te digo que vale
muchísimo la pena… ¡Estoy tan feliz por ti! —Se lanzó hacia ella y la
abrazó con fuerza.
—Sin duda, Renato es un buen hombre… Eres muy
afortunada. No sé qué están esperando para hacerse novios —dijo
abriendo mucho los parpados y tomándola por los hombros, ya la
tenían casi exasperada.
—Ay Ramona… Sabes que no podemos. —Samira sonrojada
se empeñaba en seguir ocultando lo que era tan evidente, pero
tenía mucho miedo de que de alguna manera su abuela se enterara
—. Renato…
—Renato está enamorado de ti, ya no sé cómo decírtelo, es
demasiado obvio, claro que no tiene caso que esté loco por ti, si tú
solo quieres su amistad. —Se moría por sacudirla y decirle que ella
no era tonta, no la quería forzar, le gustaría que confiara en ella,
pero tampoco quería hacerla sentir incómoda.
—Por ahora, solo somos amigos, nos llevamos muy bien así —
respondió con la mirada esquiva y el sonrojo pintando sus pómulos.
Soltó un suspiro para calmar sus latidos enloquecidos—. Bueno, me
voy, necesito cambiarme y ducharme para poder conectarme a la
clase de inglés, nos vemos a las ocho. —Se acercó y le plantó un
beso en cada mejilla.
—Sí, perfecto… Deberíamos pedir comida para celebrar. ¿No
te parece?
—Sí, me parece buena idea, tú pide y yo invito, porque eres la
festejada.
—Bien, no me molesta eso —dijo sonriendo ampliamente.
Samira correspondió de la misma manera y en compañía de
Ramona caminó a la salida, agarró su cartera de la encimera y su
amiga le abrió la puerta. Se despidieron una vez más con besos en
las mejillas.
El mes pasado, Renato no pudo asistir a su consulta con
Danilo, porqfue él se había tomado quince días de vacaciones y
cuando volvió, las fechas que tenía disponible, no coincidía con su
agenda; así qué, llevaban mes y medio sin verse, aunque en ese
tiempo, el psicólogo le hizo un par de llamadas a modo de un sutil
seguimiento, en lo que se empeñó en decirle que estaba bien,
incluso, cuando estuvo hecho un lío con sus sentimientos por Lara y
Samira.
Sabía que tenía que hablar del tema, pero no quiso hacerlo por
teléfono, decidió que sería mejor hacerlo en la próxima consulta y
ese momento había llegado.
—Buenos días, Lorena —saludó a la asistente. Una mujer
morena, delgada e impresionantemente alta, con una dentadura casi
perlada, por lo que cuando le sonreía era imposible que no atrajera
su mirada.
—Buen día, joven Renato. Bienvenido… —dijo poniéndose de
pie para recibirlo y guiarlo a la puerta del consultorio—. ¿Cómo se
encuentra?
—Bien, muy bien. Muchas gracias… Tú, ¿cómo has estado?
—Muy bien, joven. Gracias por preguntar. El doctor ya lo está
esperando. —Ella había sido una de las principales testigos de la
evolución de Renato, parecía no ser ni la sombra de ese joven que
llegó con tanta timidez, cabizbajo y encorvado. Ahora era un hombre
que, aunque seguía siendo algo parco de palabra, demostraba más
seguridad al momento de caminar con los hombros erguidos y la
cabeza en alto. Tenía casi dos meses sin verlo, pero sabía que
tendrían muchas cosas que conversar con el doctor Peixoto, ya que
solicitó hora y media en consulta, eso no lo hacía desde hace
muchísimo tiempo. Abrió la puerta del consultorio—. Doctor, Renato
Medeiros —anunció e hizo un ademán para que el joven pasara.
—Gracias Lorena. —Se quitó los lentes de lectura y al tiempo
que se ponía de pie, los dejó sobre el escritorio—. Bienvenido, que
gusto verte de nuevo —dijo con esa sonrisa bonachona que lo
caracterizaba cuando se trataba de recibir a sus pacientes—.
¿Deseas algo de tomar?
—También me agrada verte de nuevo —dijo notándolo más
delgado, pero prefirió reservarse cualquier opinión al respecto, no le
gustaba hacer comentarios sobre el físico de nadie, le parecía poco
adecuado estar comentado sobe los cuerpos de los demás, la gente
es mucho más que solo su aspecto—. Solo agua, gracias. —Desvió
la mirada hacia Lorena, quien era la encargada de solicitar el
servicio.
—Para mí un café, por favor —dijo regalándole un asentimiento
a la asistente.
—Enseguida se los traigo. —La morena con su cautivadora
sonrisa, correspondió al asentimiento de su jefe.
En cuanto la mujer salió, el psicólogo le pidió a Renato que se
pusiera cómodo y eligiera dónde ubicarse, a pesar de que, desde
hacía más de seis años, siempre se sentaba en el asiento frente a
su escritorio. No obstante, esta vez fue al diván. Algo que no hizo, ni
siquiera al inicio del tratamiento, cuando él se lo sugirió.
Ya que ese método en el que el paciente se acuesta en el diván
y él permanece sentado detrás, donde no pueden verlo, suele
generar más comodidad y confianza para que hagan catarsis,
además de que también es una buena técnica para evitar que los
pacientes lo miren a la cara, no sea que se le escape algún leve
gesto que los influencie en sus comunicaciones.
Renato no se acostó en el diván, sino que se sentó con la
espalda encorvada y con los codos apoyados en las rodillas
mientras entrelazaba los dedos. Él era consciente de que debía
hablar con Danilo, para que lo guiara en esta nueva etapa en la que
empezaban a surgir nuevos temores e inquietudes.
No sabía por dónde empezar, además, sería mejor esperar a
que Lorena volviera con el agua y el café, para que luego no los
interrumpiera, así que mientras le preguntó cómo le habían ido en
las vacaciones en Francia. Sabía que su psicólogo tenía una
pequeña villa en el pueblo medieval de Conques al suroeste del
país, producto de una herencia familiar.
No solo le dijo que le había ido muy bien y todos los beneficios
de pasar tiempo en un lugar prácticamente desconectado del
mundo, sino que también estaba pensando en comprar acciones en
un viñedo.
Renato se mostró verdaderamente alegre por esa noticia; sin
embargo, le preguntó si tenía pensado irse del país en poco tiempo,
sin duda, no estaba preparado para llevar las riendas de su vida sin
la guía de Danilo.
Él le aseguró que no, con una sonrisa apacible, confesó que no
estaba hecho para el frío y que, de eso, probablemente se
encargaría su hijo.
Lorena llegó con las bebidas y ambos agradecieron. Luego
siguieron con la conversación, hasta que Danilo terminó con su café
y Renato con la mitad del vaso de agua. Carraspeó, seguro de que
ahora sí podría empezar.
—¿Quieres acostarte para que estés más relajado? —preguntó
cauteloso, mientras iba a por sus lentes que había dejado en el
escritorio.
—No, así estoy bien, gracias… ¿Puedes acercar el sillón? —le
preguntó, no le gustaba que Danilo estuviera muy lejos,
principalmente porque no le gustaba alzar la voz, pero también
porque si no lo tenía cerca de su campo visual, le daba la sensación
de que quizá no le prestaba atención.
—Por supuesto. —Danilo acercó el sillón, poniéndolo frente a
Renato, como a un metro de distancia. En cuanto se sentó, se
quedó mirándolo por casi un minuto, esperando a que dijera algo,
solo lo vio resoplar y sacudir las manos. Sin duda, estaba nervioso,
como hacía mucho no se mostraba—. Cuando estés listo, puedes
empezar por donde quieras —dijo mirándolo a los ojos.
El chico se relamió los labios, agarró una bocanada de aire y lo
soltó.
—Mi relación con Samira ha cambiado, ya no somos solo
amigos… Fue más allá, mucho más allá…
—¿Más allá? —preguntó, aunque sabía a lo que se refería.
Ciertamente esa confesión no le impresionaba, sabía que tarde o
temprano entre ellos dos podría pasar algo, ya que desde el primer
día se mostró muy diferente con ella, más cercano, más abierto y
empático.
—Más íntima, he tenido relaciones sexuales con ella.
Danilo sabía que Renato no había tenido experiencias sexuales
anteriormente, por eso le pareció que era muy importante que
quisiera hablar sobre el tema.
—Me parece muy bien, pero dime, imaginaba que muchas
cosas habían pasado desde la última vez que nos vimos, pero no
que hubieras hecho tantos avances. ¿Cómo te has sentido
después?
—Me he sentido bien, me gusta estar con ella… Siento que
ahora puedo verlo con claridad, a pesar de que estuve bastante
confundido con mis sentimientos con respecto a Lara.
—¿Lara? —La confusión tiñó la voz del psicólogo, anotó el
nombre en la libreta.
Renato volvió a resoplar y se restregó la cara con ambas
manos.
—No te he había hablado antes de ella… Lo siento, te lo he
ocultado todo este tiempo, es que…
—Renato, no te disculpes, no tienes que contarme todo, no es
una obligación. Pero retomemos, ¿quién es Lara? ¿Y cuáles eran
esas dudas que tenías?
—Lara es una modelo de una web sexual. —Las orejas se le
calentaron y los pómulos se enrojecieron, de inmediato le esquivó la
mirada—. La conocí hace dos años, he mantenido una relación
íntima con ella, es decir… a distancia, pero íntima, fue el único
medio que encontré para mantener algún tipo de relaciones
sexuales… Ella es una chica especial, al principio todo empezó
como un negocio, obviamente, le pagaba para tener sesiones
privadas, para que me cumpliera alguna fantasía… No quiero que la
juzgues por su profesión —resolló y se llevó las manos a la nuca, a
pesar de que por fin le estaba contando eso a su terapeuta, le
costaba enfrentar a la opinión externa.
—Renato, no tienes de que avergonzarte por buscar alguna
forma de satisfacción sexual en la web, es casi normal, sobre todo
para los hombres. —Danilo intentaba calmarlo porque lo que menos
necesitaban en ese momento era que él se cerrara ahora que había
hecho un avance tan gigantesco y que quería compartirlo con él—.
Sígueme contando.
—Bueno… Con el tiempo fuimos conociéndonos más,
traspasamos la frontera de cliente-prestador de servicio, ya no solo
hablábamos de mis fantasías, sino que le contaba de mi día a día y
ella de sus cosas. Con ella podía ser ese hombre que realmente
deseaba ser…
—Entiendo… Pero necesito saber algo, ¿acaso no te
presentaste ante ella como Renato Medeiros?
—Ella cree que soy un hombre seguro de sí mismo, elocuente,
sin problemas depresivos o de timidez… Para ella, yo era el
interesante, pero tú mejor que nadie sabe que nada de eso es
cierto…
—¿Quieres decir que te reinventaste?
—Sí algo así…
—Bueno, todas las relaciones virtuales se prestan para eso, un
buen porcentaje de la población lo hace, de ahí el incremento tan
bárbaro que han tenido los juegos de fantasía y de roles en línea,
las redes sociales, ese tipo de web… —Si bien con sus palabras
buscaba restarle el estigma social que al parecer él tenía, porque
por algo de entrada le había pedido que no la juzgara, sentía que
era su deber informarle los aspectos negativos que podía traer ese
tipo de actividades para una persona con los problemas que él tenía
—. El anonimato es un arma de doble filo, porque, así como te
permite comunicar de manera más sencilla sentimientos y vivencias
a una desconocida, también se suele usar para ofender, engañar y
herir sin tener que cargar con la culpa que eso puede traer.
—Sí, por eso nosotros rompimos esa barrera, cada vez que
hablábamos me sentía más cerca de Lara, aunque ella solo conocía
lo que yo quería que viera —dijo a la vez que encogía los hombros y
hacía un gesto como de disculpa con la cara—, o sea, al principio lo
hice por probar, ver qué se sentía ser alguien como Liam, como sus
amigos, como mi papá o tíos, sabiendo que en lo que apagara la
computadora, no tendría que seguir fingiendo.
—O sea que usabas esa página web como un escape
emocional y mental.
—Exactamente.
—Bueno, ¿qué sentías al ser cómo todos ellos? —Danilo
seguía haciendo anotaciones para no olvidar todo lo que le estaba
contando, tenían muchos temas abiertos que debían analizar en
profundidad.
—¿La verdad? —Cuando vio que el doctor le hacía un
asentimiento con la cabeza prosiguió—. Fue liberador… pero solo al
principio, porque con el tiempo me empezó a costar mantener la
mentira. Pero lo que sentía por Lara iba creciendo, la extrañaba
cuando no hablábamos, le pagaba por bailes privados solo para no
tener que compartirla con sus otros seguidores…
—Es común que se generen vínculos afectivos y románticos en
esas circunstancias… Siempre es más fácil enamorarse de una
ilusión, pero establecer relaciones interpersonales es mucho más
complejo que eso. —Después de anotar un par de palabras en la
libreta, levantó la mirada y se percató de que Renato estaba
mirando la planta de serpiente con espigas verdes y bordes
amarillos que estaba en una de las esquinas del consultorio,
entendió que de la chica solo hablaba en pasado, quería entender
cuándo o por qué dejó de interesarse en ella para fijar su atención
en la amiga, por eso le preguntó—: ¿Sigues en contacto con Lara?
Renato, que estaba analizando las palabras de Danilo, con la
mirada perdida en la planta, notó que el terapeuta aguardaba por su
respuesta, por lo que volvió a poner su atención en los ojos
marrones.
—Sí, como te dije, es una chica especial, a la que no le quiero
hacer daño… Por eso ahora no sé cómo terminar con ella, porque le
he hecho muchas promesas.
—¿Cuéntame un poco más sobre ella? ¿Su nacionalidad,
edad?
—Es rusa, tiene veintiún años. Es atractiva, muy atractiva, creí
estar enamorado de ella, en realidad por un tiempo sí que lo estuve,
pero desde que conocí a Samira todo cambió, con el tiempo me di
cuenta de con ella era yo, es decir, ella hablaba con el verdadero
Renato y no me sentía intimidado por eso. No siento la presión de
tener que aparentar ser un tipo que ni en sueños podré llegar a
ser… En este punto, estoy seguro de que jamás seré como Liam y
creo que un hombre así es el que Lara espera…
Danilo no le recordó que no necesitaba compararse con su
hermano, ni mucho menos esperar ser como él, porque se daba
cuenta que él solo por fin lo había entendido y lo aceptaba sin
problema, prefirió mantenerlo enfocado en eso que recién le
contaba.
—¿Cuándo tuviste la certeza de que ya no estabas enamorado
de Lara? O, mejor dicho, ¿Qué te hizo ver que Samira te atraía?
Porque lo último que hablamos sobre ella era que extrañabas verla
con la frecuencia de antes y que notabas que ella se estaba
alejando de ti. Más bien me habías dado a entender que la sentías
distinta contigo.
—Creo que todo cambió cuando por fin encontré el valor para
ver en persona a Lara, tenerla al frente me hizo compararlas, ahí
entendí que con Samira siempre fluyeron las cosas con otro ritmo,
ella me hace reír, hablar, me gusta compartirle anécdotas de mi
vida, me gusta escucharla, si no hablábamos durante el día la
extrañaba y necesitaba llamarla o ir a visitarla, es más… no me
costaba ir a verla, no pasé semanas mentalizándome al respecto, en
muchas oportunidades pasó que solo me aparecía allá por
sorpresa… —hablaba casi sin respirar, por temor a perder el valor
de contarle todo.
—Espera, espera —lo detuvo el psicólogo, tratando de ocultar
su impresión—. ¿Tuviste un encuentro con Lara? —interrogó,
pensando que había sido una imprudencia de parte de Renato
acceder a un encuentro con una mujer que conoció por internet—.
¿Vino a Río?
—No, nos vimos en República Dominicana… —Procedió a
resumirle lo que vivió ese fin de semana, omitiendo que tomó varias
veces ansiolítico, por obvias razones; tampoco le contó ningún
detalle íntimo o sexual de su relación con Samira, solo le reveló los
puntos necesarios para que se pusiera en contexto con todo lo que
le había ocurrido desde que se vieron por última vez.
—¡Guao! Mira todas las cosas que hiciste en mi ausencia. —
Danilo necesitaba aligerar, el chico sí que lo había impresionado, lo
peor era que él no se daba cuenta de eso y era lo que tenía que
hacerle ver—. Se nota que tienes un fuerte vínculo afectivo con
Samira, supongo que ahora que han intimado, ese nexo se ha
hecho más poderoso.
—Mucho más… Lo que siento por ella, definitivamente tiene
que ser amor y me siento correspondido, es la primera persona con
la que siento algo tan poderoso. Sabes que me he sentido cómodo
con ella desde el principio —habló, tratando de expresar todo a
Danilo, quien asentía levemente para que se diera cuenta de que le
prestaba atención—. Incluso ha habido momentos en los que me he
mostrado vulnerable con ella y le he contado cosas que no le he
dicho a nadie. —Recordó esa vez en la nieve cuando le dijo cómo
se sintió cuando no pudo esquiar cuesta abajo en la montaña—.
Siempre sabe qué responder para hacerme sentir comprendido… —
Su mirada atormentada buscó la del terapeuta—. Pero, tengo
miedo, tengo miedo de arruinarlo todo, miedo de que ella se dé
cuenta de que mis defectos son demasiados como para soportarlos,
si se cansa de lo que soy… ¿Y si ve que soy tan patético…?
—Calma Renato, estás dejando que el caballo se desboque
nuevamente, no puedes presumir que esas cosas van a pasar.
Hacía tiempo que Danilo le había compartido a Renato, la creencia
china de que la mente solía ser un caballo desbocad o .
Recuerda que en la vida hay que saber administrar las expectativas,
para lo bueno como para lo malo… No puedes presumir que ella se
va a cansar de ti, pero si eso pasa, no hay problema, no todas las
relaciones son para durar toda la vida, existen para ser disfrutadas,
para aprender de ellas, para crecer emocionalmente y como
persona; solo tienes que nutrirla, no enfocarte en todo lo malo que
puede pasar, recuerda que ya hemos hablado sobre no darle
espacio a los miedos, no hay que alimentarlos, porque luego se
convierten en unos monstruos que nos quieren dominar y doblegar.
Debes entender que ella te ve a través de sus ojos y no de los
tuyos… ¿Qué quiero decir con esto? Que ella te ve de manera
distinta a como tú te ves…
—Danilo, solo quiero que seas sincero conmigo… ¿Crees que
podría arruinar la relación? ¿Cierto? ¿Eso podría pasar? —
cuestionó, estaba hecho un lío y no podía ocultárselo.
—Renato todos los seres humanos podemos arruinar las
relaciones que tengamos muy fácilmente, no es algo que sea de
exclusividad tuya… Pero antes de que pienses que te estoy
desalentando, te digo que no tendría por qué hacerlo; gran parte de
mis pacientes vienen por problemas con sus parejas, por falta de
comunicación o porque ya no se quieren, en el caso de ustedes no
pasa ninguna de esas dos cosas, pero no debes asumir lo que ella
puede estar pensando sobre ti, debes dejar que ella te diga lo que
siente o quiere. No asumas que ella solo verá tus defectos. No
pongas en su mente pensamientos que probablemente ni siquiera
estén dentro de su esquema mental… Sabes a qué me refiero…
¿Ella sabe de Lara?
—Sí, piensa que es mi novia, bueno… ahora mi exnovia, solo
sabe que es rusa, pero no tiene idea de a qué se dedica ni cómo la
conocí… Creo que te he contado suficiente de Samira como para
que tengas una percepción de su personalidad, ella no vería con
buenos ojos a Lara ni a mí… y Lara es buena chica, en serio lo es.
—Entiendo, no estamos aquí para juzgar a nadie. Te
recomiendo que hables con Lara, explícale tu nueva situación con
Samira.
—No es fácil, no quiero herirla.
—Entiendo, pero debes decidir o si no alguna de las dos saldrá
herida… Tienes que resolver tu ecuación amorosa, por complicada
que sea. Dices que Lara es una buena chica, seguro entenderá.
—Tienes razón, pero no me pidas que hable con Lara hoy
mismo. No podría —suplicó negando con la cabeza.
—No, solo cuando estés preparado, pero tampoco tardes
demasiado.
—Sí, sé que debo hacerlo cuanto antes… Gracias Danilo.
—No tienes que agradecerme. De verdad, me alegra mucho
saber que estás en una relación y que tienes la certeza de que es
una buena chica, supongo que ya tu familia lo sabe.
—No, aún no les he contado, aunque mi papá ya la conoció y
mi abuelo sabe de ella, pero no les he contado que somos pareja.
A Renato todavía le faltaba mucho por contarle a Danilo, sobre
todo de Samira y de su procedencia, a él verdaderamente no le
importaba, pero sabía que tarde o temprano debía enfrentar a la
familia de ella y quería estar preparado para ese momento. Pero en
esa sesión no iba a ser porque ya el tiempo se le había acabado.
CAPÍTULO 67
Renato al despertar ese sábado, se encontró con muchos
mensajes de felicitaciones, no solo de parte de su familia, sino
también de amigos y de algunos conocidos con los que raramente
hablaba, pero que aprovechaban la oportunidad para saludarlo. En
las redes sociales, muchos medios de comunicación, especialmente
de farándula, lo habían etiquetado para darle sus mejores deseos,
pero entre tantas atenciones solo una era prioritaria para él; así que
se fue directo al vídeo que Samira le había enviado.
Ella llevaba puesto un gorro de cumpleaños en un azul brillante,
de su cuello colgaban cadenetas de colores vibrantes, incluso tenía
las mejillas con glitter y los labios pintados de fucsia. Con voz
enérgica, dando saltitos y aplaudiendo empezó a entonarle:
Parabéns pra você
Nesta data querida
Muitas felicidades
Muitos anos de vida…
Lo miró sin dejar de sonreír, incluso soltó más de una corta
carcajada ante las muecas que hacía, primer cumpleaños en años
que lograba ponerlo de buen ánimo. Al terminar, hizo estallar un
globo con serpentinas que descendió como lluvia brillante sobre ella.
—¡Feliz cumpleaños, payo! —dijo acercándose a la pantalla, se
notaba algo agitada por el desgaste de energía que le llevó esa
presentación—. Espero que lo pases muy bien con tu familia,
disfruta cada momento junto a ellos, déjate consentir que es tu día…
por la noche ya me encargaré yo de que lo pases de maravilla. ¡Te
quieroooo! —Se acercó y plantó un sonoro beso a la cámara, la que
terminó manchando con lápiz labial—. Oh, mierda —se lamentó y
empezó a limpiarla, lo que hizo que Renato volviera a reír—. Lo
siento, olvida esa última expresión. —Alejó el teléfono y se disculpó
con una risita con la que intentaba ocultar la vergüenza de haber
soltado una mala palabra—. ¡Solo diviértete! No pierdas detalle para
que luego me cuentes todo.
Ahí terminó el vídeo y Renato lo vio dos veces más porque no
se cansaba nunca de ella ni de sus locuras. De inmediato le dio a la
opción de mensaje de voz en la aplicación para responderle:
—Gracias gitanita, con ese video conseguiste que mi día fuera
el más perfecto de la vida, ya no necesito nada más. —Lo envió y se
quedó esperando respuesta, porque ella estaba en línea y un
segundo después también le estaba grabando un audio.
—Me alegra mucho que te haya gustado, pero cómo es eso de
que «no necesito nada más» no payo, necesitas ducharte, ponerte
más guapo de lo que ya eres y bajar a celebrar con tu familia… Así
que espero fotos del almuerzo de celebración, pero tampoco quiero
que uses eso como excusa para entretenerte con el teléfono, que
con un par de fotos es suficiente, quiero que compartas alegremente
con tu familia, disfruta de sus mimos.
Renato lo escuchó con la sonrisa imborrable mientras
remoloneaba entre las sábanas.
—Está bien, haré eso que pides… Entonces voy a ducharme,
en un rato te pasaré las fotografías, te quiero.
Samira en respuesta le envió la animación de una niña
lanzándole besos. Él decidió quedarse unos minutos más en la
cama, para revisar otros mensajes, siguió con el de Lara, quien le
mandó un vídeo, luciendo un entallado vestido color champagne
decorado enteramente con cristales Swarovski, un abrigo de piel
blanco, el cabello se lo peinó de forma que se le viera más corto,
mientras le cantaba « Happy Birthday Mr. Medeiros » al mejor estilo
de Marilyn Monroe.
Le pareció un lindo detalle, pero ya no le causaba el mismo
efecto de antes, no se le aceleraba el corazón cuando ella le
enviaba cosas como esas, en otrora hubiese enloquecido con ese
obsequio de Lara, ahora, aunque lo apreciaba no le removía nada.
Desde el miércoles que había hablado con Danilo, había estado
pensando en todas las maneras posibles de decirle a Lara que ya
no podían seguir teniendo lo que hasta hace poco él contaba como
una relación, pero aún no sabía cómo hacerlo, esperaba que ella
poco a poco se diera cuenta de su desinterés y se alejara por su
cuenta, así le evitaría a él ser el causante de cualquier sufrimiento.
Desde que tuvo sexo con Samira, no se había conectado más y
cuando ella lo interpelaba por su ausencia, simplemente le decía
que últimamente estaba muy ocupado; por supuesto, él se
imaginaba que ella sospechaba que algo había pasado desde el
encuentro en República Dominicana, pero él se sentía incómodo al
tener que confesarle que ciertamente el conocerla, le había servido
para darse cuenta de que amaba a alguien más.
Por supuesto, Lara se esforzaba por mantenerlo motivado, así
que le había enviado un par de vídeos sexuales esa semana, ya que
sabía que ese era un tremendo aliciente para causarle una buena
erección. El martes cuando le llegó el primero, pasó lo que solía
suceder, la polla respondió a las imágenes que estaba viendo, no
podía negar que Lara sabía cómo excitarlo siempre, sin embargo,
cuando estaba masturbándose cerró los ojos y a quién vio en su
mente fue a su gitanita, lo que hizo que dejara el teléfono de lado sin
terminar de ver el video y se recreó en los recuerdos recientes del
fin de semana anterior para continuar la autocomplacencia. Pero en
lo que acabó, se sintió realmente mal, porque de alguna manera
sentía que había engañado a Samira al ceder ante las tentaciones
de Desire.
Por eso, a pesar de que sus últimos dos fines de semana había
estado sexualmente muy activo, entre semana sus hábitos no
habían sufrido ningún cambio. Él ya se había acostumbrado a
recurrir al onanismo por lo menos dos veces al día, comúnmente al
despertar y antes de dormir, pero desde lo ocurrido el martes,
decidió no volver a hacerlo con ninguna imagen de Lara o de su
alter ego. Si necesitaba algún incentivo prefería llamar a Samira o
veía alguna de sus fotografías, sí ella no podía atenderle.
Admiró una vez más la dedicación que Lara tuvo que poner
para hacer ese vídeo de cumpleaños, por lo que en cuanto terminó
de verlo, decidió enviarle un mensaje de texto: «Gracias, cariño.
Alucinante presentación, te ves extraordinaria, ni Marilyn era tan
perfecta. Me encantaría poder tomarme unos minutos contigo, pero
tengo a mi familia esperándome para celebrar, en cuanto pueda te
llamaré. Espero que tengas un excelente día».
Luego de que le dio a enviar, releyó lo que le había escrito y se
fijó en los apelativos cariñosos que le había puesto, ni siquiera lo
había hecho por no hacerla sentir mal, fue más por costumbre que
por otra cosa, pero prefirió no borrarlo para enviarlo nuevamente sin
esas expresiones, porque ya bastante tenía con la explicación que
debía darle el día que tuviera que despedirse de ella para siempre.
Como no estaba en línea, supuso que debía estar en el
gimnasio o de paseo con alguna amiga, así que dejó caer el móvil a
un lado, se restregó la cara con ambas manos para deshacerse de
la pereza, luego se estiró todo cuando pudo y en medio de patadas
se quitó las sábanas de encima, dispuesto a ir a darse una larga
ducha, porque antes del almuerzo, había cedido a que Bruno
organizara un partido de fútbol a las diez de la mañana, en que el su
padre sería el árbitro.
Pero antes de que pudiera salir de la cama, el teléfono empezó
a vibrar entre el revoltijo de mantas, tras buscarlo por varios
segundos, vio una video llamada entrante de su tío Samuel, al
tiempo que le contestaba se incorporó hasta quedar sentado
apoyando la espalda contra el cabero.
—¡Feliz cumpleaños, Renatinho! —saludó enérgica Violet—. Le
dije a papi que yo quería ser la primera en felicitarte y parece que te
desperté…
—Gracias Violet, sí me has despertado —dijo con una discreta
sonrisa, admirando lo lindo que se le veían los ojos a su primita.
—Avô dijo que te harán un almuerzo y que vas a jugar fútbol
para festejar.
—Ese es el plan, ¿ya estás de vacaciones?
—No, la otra semana, y ¿adivina qué?
— Ya, enana, no te encadenes.
Renato escuchó la voz de su primo Oscar.
—Papi, Oscar me está molestando, tú me prometiste que podía
hablar todo lo que quisiera con Renatinho —protestó la niña,
desviando la mirada hacia su derecha, donde estaba su padre,
haciendo unos ejercicios de calentamientos de muñeca, ya que
estaba por disputar un partido de squash junto a Rachell.
Renato escuchó cómo Oscar se mofaba de la niña, imitando lo
que había dicho, ella en respuesta le sacó la lengua.
—¿Qué quieres que adivine? —Renato trató de tener la
atención de Violet. Aunque ya sospechaba lo que iba a decirle.
—La otra semana cuando salgamos de vacaciones, iremos a la
casa de avô; es decir, nos veremos todos los días… Ahora sí iremos
a perseguir mariposas, recuerdas que me lo prometiste…
—No olvidas nada, cierto —dijo sonriente. Recordaba haber
evadido esa actividad varias veces.
—Claro que no olvido, ahora te paso a papi que quiere
felicitarte.
—Está bien, nos vemos luego.
—¡Guárdame pastel! —dijo al tiempo que le acercaba el móvil a
su padre.
—Está bien —prometió sonriente.
—¡Feliz cumpleaños, Renatinho! —dijeron al unísono sus tíos,
quienes estaban abrazados, él le tenía el brazo por encima de los
hombros y ella lo estrechaba por la cintura—. Esperamos que lo
pases muy bien, disfruta de lo que han preparado para ti.
—Gracias —afirmaba con la cabeza.
—Nos hubiese gustado mucho poder estar ahí para celebrarte
— comentó Rachell, mostrándole una de sus mejores sonrisas.
—Pero igual vamos a celebrarte… Estamos haciendo planes
junto a Thor.
—Tranquilos, no tienen que hacer nada, disfruten su día de
descanso… No quiero que alteren agenda de fin de semana solo
por mi culpa. —Conociendo a su familia, sabía que podía estar
planificando cualquier locura solo para dedicársela a él.
—No te preocupes, será algo que te gustará mucho.
—¡Feliz cumpleaños, Renato! —intervino Oscar, al pararse
junto a su madre.
—Gracias, Oscar.
—¿Ya preparado para partirle el culo al equipo de Liam?
—Oscar… —lo reprendió Rachell, por usar malas palabras
delante de Violet.
—Ya casi, en una hora empieza el partido… Creo que Bruno lo
trasmitirá en vivo en el grupo —le comentó, sobre ese grupo de
mensajería instantánea que compartía con sus primos, tíos, padre y
abuelo.
—Bueno, entonces mejor te dejamos para que desayunes y te
prepares para ese juego —dijo Samuel, comprendiendo que su
sobrino probablemente debía atender otras cosas.
—Está bien, gracias por llamar. —Se despidió de ellos, terminó
la llamada y decidió no seguir perdiendo tiempo en la cama, así que
se levantó y fue a ducharse.
Se vistió con una bermuda y camiseta, justo cuando iba a por
su teléfono que había dejado en la mesita de noche, le estaba
entrando otra videollamada, esta vez se trataba de su tío Thor.
Le atendió al tiempo que salía de su habitación, de inmediato la
algarabía de los quintillizos se apoderó de la tranquilidad del pasillo
por el que estaba caminando, le emocionó y aturdió a partes iguales
escucharlos a todos a la vez, mientras su tía Megan le pedía que no
gritaran, pero ese día poco caso le hacían.
Él intentaba saludar a esos torbellinos rubios que no paraban
de saltar, todavía le costaba distinguirlos a pesar de que no eran tan
parecidos, por lo que los nombraba sin ningún orden, a ellos
tampoco les interesaba, porque si saludaba a Morgana, Devon o
Aston todos respondían por igual.
Cuando llegó a la cocina fue recibido por Cleo, que en medio
de un beso y abrazo le deseó feliz cumpleaños. Renato a través de
muecas le pidió ayuda.
—Niños, aprovechen, saluden a Cleo —dijo entregándole el
teléfono a la nana. Esperaba que se lo devolviera, en cuanto su tío
Thor pudiera tener la palabra. Gracias al cielo, su tío era el hombre
más paciente y relajado del planeta, otro en su lugar ya hubiese
enloquecido.
Le dio tiempo de comerse un yogurt y un par de huevos
revueltos. Cleo era perfecta para entretener a los niños; bueno, ella
tenía más que experiencia, no solo le había ayudado a su abuelo
con la crianza de sus tres hijos, sino que también estuvo muy
involucrada en la crianza de Hera, Helena, Liam y él.
Cuando por fin pudo hablar con su tío Thor, le dijo lo mismo que
Samuel, que le esteban preparando algo para celebrar, bromeó al
decir que sería un club de lectura y se llevó un pellizco de su tía
Megan.
—Por supuesto no fue tuya la brillante idea, de Samuel es
probable, porque tú no lees ni las señales de tránsito. —Lo expuso
Megan—. Si se pone a leerle los cuentos a los niños y en la primera
página ya está roncando.
—Sí, papi se duerme. —Asomó la cabecita Morgana.
—Y ronca —lo acusó Aston—. Como un león.
—¿Cómo puedes soportar que ronque? —curioseó Renato,
mostrándose sonriente ante las anécdotas de sus tíos.
—Me he vuelto inmune, después de tantos años me tocó
acostumbrarme, pero te confieso que muchas veces pensé en la
posibilidad de dormir en habitaciones separadas.
Thor se volvió a mirarla con reproche, ella le sonrió a modo de
disculpas y lo abrazó.
—Jamás te negué esa posibilidad, pero ella prefiere
despertarme a medianoche para que deje de roncar —dijo Thor con
tono pícaro—. Y me cobra por ello.
—¡Amor! —Megan lo reprendió, abriendo mucho los ojos y la
boca, por la manera en que estaba exponiéndola.
Thor le plantó un beso en la mejilla y ella sonrió complacida.
A Renato le gustaba ver la complicidad y amor entre sus tíos,
esperaba tener eso con Samira algún día y que pudiera durar toda
la vida.
Ellos se despidieron, prometiendo que pronto viajarían a Río
para poder compartir con él.
Terminó la llamada y enseguida le entró otra de su abuelo
Vinícius. Estuvo seguro de que se le notó que se sentía ya algo
abrumado, por la sonrisa conciliadora que le regalaba Cleo,
mientras le llenaba un vaso de agua.
—Es tu cumpleaños, esto no pasa todos los días —le dijo con
un tono maternal, acariciándole el pelo.
—No es que no me agrade saber de la familia o recibir su
atención, es que… —trataba de explicar, porque no quería que lo
malinterpretara.
—Te entiendo… Solo sé paciente. —Le dio un beso en la
coronilla y se fue a guardar la jarra de cristal en la nevera.
Renato, inhaló profundamente y luego suspiró al tiempo que
atendía la llamada, se presentaron ante él sus abuelos maternos,
quienes vivían en Estados Unidos.
En medio de palabras cariñosas le desearon que pasara un
buen día, acordaron que también vendrían a Río a pasar Navidad y
Año nuevo.
Justo terminaba la comunicación con sus abuelos cuando la
cocina fue invadida por Liam, Bruno y Manoel. Se levantó del
taburete para recibirlos y uno a uno se acercaron para darle efusivos
abrazos y besos en la mejilla.
Liam corrió a donde volvía Cleo del cuarto de despensa
cargada de paquetes y botellas, para ayudarle. Mientras Renato
atendía a sus amigos.
Los chicos también saludaron a la nana y aprovecharon la
oportunidad para bromear un rato con ella, pero luego de que
Manoel le robara algunas aceitunas, terminó echándolos, los mandó
a que se fueran al jardín a empezar su partido de fútbol.
Ya todo estaba preparado, la cancha había sido acondicionada
el día anterior y en la nevera de la terraza, había desde bebidas
energéticas hasta cervezas, mientras los parrilleros estaban
preparados para empezar a poner los cortes en el asador.
Por más que quisieran esperar el partido, aún faltaban algunos
de los invitados que conformarían el equipo. Liam, Bruno y Manoel
aceptaron las latas de Skol Beats que les entregaron, Renato
prefirió un Gatorade.
Eran pocas las anécdotas en las que el festejado podía
involucrarse, aun así, estaba atento a la conversación que lideraba
Bruno, sobre algo de la academia de Capoeira, por supuesto
Manoel lo secundaba porque era un ambiente que compartían.
Sus abuelos aparecieron en compañía de Hera, Helena,
Elizabeth y Alexandre.
Entonces Renato se preparó mentalmente para la efusividad
con la que su prima solía saludarlo en su cumpleaños, porque sus
tías solían ser un poco más mesuradas.
En el fondo, se sentía agradecido por tantas muestras de
cariño, aunque en cierto momento eso lo agobiara, sabía que no
todos contaban con una familia tan especial como la suya.
Saludó a Alexandre de manera cordial, agradeció sus buenos
deseos y le dio la bienvenida; era inevitable que el hombre no lo
siguiera poniendo nervioso, temía que en el cualquier momento lo
expusiera, sobre todo por lo que eso afectaría de una manera u otra
la imagen que tendrían de Samira.
Elizabeth lo llamó aparte y cuando estuvieron alejados de
todos, les pidió disculpas por haber llevado a Alexandre, sin antes
consultárselo, sobre todo porque ese era su día y debía haberle
preguntado con anticipación si le molestaba que se presentara con
él.
—No te preocupes, el tipo me agrada —dijo para restarle
importancia y que no se preocupara. Ya suficiente debía tener con
estar alejada de su padre porque no aceptaba al hombre que ella
quería—. Solo tengo una condición… —Comentó, mientras que con
una mano en el hombro la guiaba de vuelta a la reunión.
—¿Cuál? —preguntó con un brillo pícaro en sus ojos.
—Que me hagas porras.
—Eso no tienes ni que pedirlo, voy a por ti. —Le pasó el brazo
por la cintura para abrazarlo.
Estaban ansiosos por jugar, por lo que ya varios estaban
calentando.
—Aún falta el árbitro —anunció Reinhard.
—Abuelo, no vamos a esperarlo toda la vida, sino llega en
quince minutos, tú puedes reemplazarlo —dijo Liam.
—Ya no debe tardar —dijo Renato que estaba sentado sobre la
hierba, calzándose los zapatos de fútbol. Desvió la mirada donde
estaba Elizabeth sentada junto a su novio, estaban tomados de la
mano—. Alexandre, ven a jugar —lo invitó, haciendo un ademán con
la cabeza hacia la cancha.
Él se volvió a mirar a Elizabeth cómo si le estuviera pidiendo
permiso o algo por el estilo, ella le dedicó una mirada que
probablemente solo él comprendería.
—No traje zapatos —se excusó, alzándose ligeramente de
hombros.
—Seguro que tendremos unos para ti —dijo Reinhard—. Ven
conmigo —le pidió al tiempo que se levantaba.
Elizabeth le palmeó el hombro, pidiéndole que fuera con su
abuelo.
Renato estuvo seguro de que se lo llevaría a esa habitación
donde tenía una gran colección futbolística, ahí guardaba algunos
de sus tesoros que había comprado en subastas, como los Nike con
oro de veinticuatro quilates que usó Ronaldinho o los que usó
Ronaldo en el partido final cuando levantaron su quinta Copa del
Mundo, además de camisetas y fotografías junto a los jugadores
más destacados.
Fue el momento justo para que Liam se acercara a su prima a
reprocharle haber llevado a Alexandre a quien él aún no
consideraba parte de la familia. Renato estaba por ir a defenderla,
pero Elizabeth no era ese tipo de mujer que requería que nadie
diera la cara por ella, solita supo responderle su ataque.
—Yo no lo quiero en mi equipo. —No iba a traicionar a su tío
Samuel, al aceptar a un hombre que él no quería para su hija.
—Estará en el mío —dijo Renato.
—Pero tú y yo estamos en el mismo —protestó Liam.
—Si prefieres seguir con esa actitud tan infantil, puedes formar
uno nuevo o pedir cambio —dijo alzándose de hombros, y pudo ver
cómo Elizabeth le agradecía con un guiño.
—Bueno, formaré mi propio equipo y los haremos polvo.
—Como digas. —Renato seguía sin entender por qué su
hermano era tan intransigente y caprichoso, nunca escuchaba
razones ni se estaba permitiendo la oportunidad de conocer a
Alexandre; si su tío Samuel no lo aceptaba, él tampoco lo haría, no
era capaz de ver que ese era un asunto entre padre e hija.
Comprendía que su tío estuviese algo reacio, pues Alexandre
era mayor que su prima por doce años, ya tenía una hija
adolescente y un nieto, lo que lo convertía en alguien con muchas
más responsabilidades y experiencia, su aprehensión era justificada,
pero no la de Liam, él no tenía razones ni mucho menos moral para
meterse en ese asunto.
Antes de que su abuelo pudiera regresar con Alexandre y que
él empezara a calentar, llegaron sus padres, se levantó de la hierba
y fue a recibirlos.
—Felicidades, hijo. —Ian lo recibió con un fuerte abrazo y un
beso en la mejilla.
—Gracias papá.
—Mi Renatinho, ay mi pequeñito… —Thais lo abrazó,
dejándole caer una lluvia de besos en la mejilla.
—Mamá, ya tiene veinticuatro años y hace mucho que
empezaron a salirle pelos en los cojones… Lo que quiere decir que
dejó de ser tu niño hace más de una década —intervino Liam, que
también fue a recibir a sus padres.
—Cariño, deja los celos —dijo sonriente y fue a abrazar a su
hijo mayor.
—¿Celoso, yo? Por favor —bufó y le dio un sonoro beso en la
mejilla—. Estás preciosa.
—Como siempre.
—Vanidosa —comentó riendo, al tiempo que se dirigía hacia su
padre.
—Ahora sabes de quién heredaste el superego —alegó Ian,
dándole un abrazo a Liam.
—De mucho me ha servido —argumentó alejándose.
Ian le pasó un brazo por encima de los hombros a Renato y
Thais se abrazó a la cintura de Liam, para dirigirse a la terraza
donde esperaban por ellos.
Cuando llegaron ya Reinhard estaba ahí y Alexandre se ponía
los zapatos, preparándose para el partido.
Rápidamente se formaron los equipos y empezaron a calentar,
Renato aprovechó para acercarse al nuevo integrante. Ahora que
tenían la oportunidad de hablar a solas, necesitaba pedirle que no
fuera a exponerlo ante su familia.
Le tranquilizó que le dijera que jamás había pensado en hacer
algo cómo eso y le preguntó si sabía algo de Samira, Renato le dijo
que aún no estaba estudiando, pero que estaba trabajando en una
de las sucursales de la empresa de su abuelo en Chile, que él le
había ayudado a conseguir ese empleo, para que así pudiera reunir
el dinero para matricularse lo antes posible; por supuesto no le dijo
que eran novios.
Alexandre se mostró satisfecho con esa respuesta y le
agradeció que estuviese ayudando a la jovencita, porque él tenía
una hija casi de la misma edad de la chica y no quería imaginarla en
una situación semejante, porque sabía que no debía ser fácil.
Empezó el partido, todos con muchas energías y entusiasmo,
mientras eran alentados por quienes no jugaban. El primer tiempo,
lo ganó el equipo de Liam dos a uno, pero para finalizar el segundo
tiempo el equipo de Renato empató, haciendo que terminara así el
partido; por supuesto, la igualdad no era una opción entre ellos,
debía haber un ganador.
Así que decidieron jugar los penales, en medio de mucha
tensión y emoción, se hicieron uno a uno los potentes tiros a
portería. Para tener como vencedor al equipo del cumpleañero, no
fue suerte, ni tampoco fue condescendencia del equipo contrario;
simplemente, Renato había elegido a los mejores jugadores.
Aún sudados y muy sonrojados, Renato sorprendió a todos
cuando les pidió hacerse una fotografía, todos ahí se quedaron un
poco con la boca abierta, excepto Alexandre, ya que sabían que a él
no le gustaba tomarse fotos; pero no desaprovecharon la ocasión
para posar entusiasmados. Sobre todo, Liam, quien le pasó el brazo
derecho por encima de los hombros, del otro lado estaba Bruno,
detrás su padre, acuclillados enfrente, Manoel y Alexandre, y en las
esquinas de ambos lados, cinco amigos más de la familia.
Luego de refrescarse con más cervezas y bebidas energéticas,
pasaron a la terraza donde una gran mesa empezaba a ser servida.
Renato volvió a sorprenderlos cuando le pidió al parrillero que les
tomara otra fotografía.
—Nana, ven, tú también —llamó a Cleo, quien andaba por ahí.
La anciana caminó y se detuvo junto a él, pero entonces el
chico se levantó, le ofreció su silla y se sentó en el suelo, frente a la
mujer, quien le puso ambas manos sobre los hombros.
Cuando el parrillero le devolvió el teléfono miró la instantánea y
ahí estaban todos los que quería, sus abuelos, sus padres, sus tías,
su prima… incluso estaba Danilo.
Sin pensarlo le envió ambas fotos a Samira.
CAPÍTULO 68
Samira había recibido las fotos que Renato le envió; desde el
mismo instante quiso comentarlas con él, pero sabía que debía
estar ocupado con su familia, por lo que solo le escribió de
momento: «Me alegra mucho saber que lo estés pasando muy bien,
tu familia es hermosa y numerosa. Tú sigue al pendiente de ellos,
cuando ya estés en la sala de espera del aeropuerto podremos
conversar con calma. Te amo, payo» y le dio a enviar. Ella se estaba
encargando de preparar todo para la celebración que tenía pensada
para esa noche, por lo que había tenido que dejar de lado la
vergüenza, para llamar a Ignacio.
Ella tenía el número del jefe de seguridad de la casa en el
Arrayán. Renato fue quien insistió en que lo tuviera por si se le
presentaba alguna emergencia o en cualquier caso que lo
necesitara. No pensó en ese momento que iba a requerir de la
ayuda de él para nada, pero ahí estaba de atrevida, en ese mismo
salón, con techos de cristal, al que ella bautizó, «el cuarto de las
primeras veces», porque ahí fue la primera vez que bailaron juntos,
la primera vez que se besaron, la primera vez que se confesaron su
amor y la primera vez que estuvieron juntos.
Iba a preparar una cena especial, recordó cuál era la comida
favorita de Renato, esa que él había cocinado para ella, pidió la
ayuda de Isidora y Marta para acondicionar el lugar como quería.
Así que, había puesto una mesa redonda con mantel blanco y tan
solo dos sillas, decoró todo con velas.
Intentó hacer lo mejor que pudo con el tiempo y los medios que
tenía, sabía que no era lo más extraordinario, pero estaba orgullosa
de cómo estaba quedando todo.
En cuanto vio todo organizado se quedó en el sofá ubicado
junto a la chimenea que se encontraba apagada, porque ya el clima
se había temperado, apenas le quedaban poco más de dos
semanas de primavera y empezaba a sentirse el calorcito del
verano.
El corazón le dio un vuelco, cuando vio la llamada entrante de
Renato.
—Hola —saludó sin molestarse en controlar su tonta sonrisa,
después de todo estaba sola.
—Hola, ya estoy en la sala de espera… ¿Cómo estás?
—Bien, esperándote, ahora sí, cuéntame ¿cómo pasaste el
día? —Se puso cómoda al subir las piernas en el sofá, cruzarlas y
sentarse sobre ellas, disfrutando esa sensación de cosquillas en el
pecho.
—Muy bien, cómo pudiste ver, solo fue un almuerzo y un
partido de fútbol, mi equipo fue el ganador —dijo con orgullo, porque
habían sido muy poca las veces que salía victorioso cuando se
trataba de competir contra su hermano.
—¡Felicidades! Me hubiese gustado verte jugar, seguro lo
haces muy bien —expresó entusiasmada.
—No tanto, pero trato de hacerlo lo mejor que puedo.
—Estoy segura de que estás siendo modesto; por cierto, ese
que aparece en la fotografía junto a tu prima Elizabeth, ¿no es
Alexandre? El policía que ayudó con mis documentos.
—Sí, es Alexandre…
—No sabía que seguiste en contacto con él hasta hacerse
amigos…
—Bueno —suspiró, preparándose para contarle a Samira la
historia, todavía faltaban veinte minutos para el abordaje, así que
tenía tiempo—. Es que ahora ellos son novios… y antes de que lo
digas, sí, parece una locura. Cuando fuimos a verlo en el
restaurante, ya yo lo conocía, pero solo lo había visto una vez y en
una de las experiencias más aterradoras de mi vida… ¿Te comenté
que mi prima es capoeirista?
—No, no recuerdo que me lo hayas mencionado —respondió
entusiasmada y con curiosidad.
—Sí, lo es, le apasiona eso… Resulta que ella quería ir a ver
una roda de juego duro y me obligó a acompañarla… —Renato no
escatimó en detalles, le contó desde esa terrorífica visita a la favela,
donde se vieron envueltos en medio de un tiroteo y que él terminó
en un botadero de basura, hasta el día que su prima presentó al
policía como su novio y todas las consecuencias que eso había
traído para su familia, en especial para su tío.
Samira alegó que a ella le parecía que Alexandre era un buen
hombre, porque se había preocupado por ella; que, aunque lo que
hizo estaba fuera de la ley, fue por una buena causa, además, se
aseguró de que ella no fuera una víctima de secuestro o estuviera
envuelta en algún crimen. Deseó que todo pudiera solucionarse con
Elizabeth y su padre, porque ella mejor que nadie sabía lo difícil que
era ese distanciamiento.
Renato estuvo de acuerdo con ella, a él la parecía que, a pesar
de todo, Alexandre le parecía un buen hombre, sobre todo después
de haber podido conversar con él ese día en casa de su abuelo; sin
mencionar que realmente parecía muy enamorado de su prima.
Siguieron conversando hasta que anunciaron el abordaje,
entonces se despidieron con un «hasta pronto» y varias palabras
cariñosas.
Samira se dio a la tarea de cocinar con esmero y calma, porque
todo tenía que salir perfecto, cuando metió el cerdo al horno le pidió
ayuda a Isidora para que estuviese pendiente, ya que ella debía
subir a prepararse.
Renato llegó pasada las diez de la noche, había sido un día
agotador, pero en cuanto piso el aeropuerto, sintió las energías
recargársele, sabía que esa euforia se debía a que en pocos
minutos podría besar a Samira y tenerla entre sus brazos
nuevamente.
Sospechó que ella tramaba algo cuando Ignacio le informó que
no tendrían que pasar por la señorita Samira, ya que ella esperaba
por él en la casa
Justo cuando la SUV entró al estacionamiento, recibió un
mensaje de su chica en el que le pedía que fuera al salón con el
techo de cristal, su favorito de toda la vida.
Esta vez ni siquiera había llevado equipaje de mano, ya que
había decidido dejar ahí varias de sus pertenencias y solicitar
algunos productos personales, para tener todo disponible cada vez
que fuera. Así que bajó del auto y se fue directo al punto de
encuentro.
Ignacio ni nadie más lo siguió, la casa estaba prácticamente en
penumbras y un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío, le
recorrió la espalda. Ya frente a la puerta, el deseo y la ansiedad se
aliaron para elevar las expectativas a niveles insospechados.
Pero ninguna fantasía lo preparó para el espectáculo iluminado
que encontró en cuanto abrió las puertas, sintió el calor de por lo
menos unas doscientas velas repartidas por el suelo y sobre
algunos de los muebles, envolverlo en una cálida nube de vapor.
Las luminarias reflejadas en los cristales de las paredes y techo, le
otorgaba intimidad y la falsa ilusión de parecer un escenario infinito.
Intentaba asimilar todo aquello, cuando su mirada fue halada al
centro de la habitación, donde se encontró con la espalda desnuda
de Samira que finalizaba en la ajustada falda, que se abría con
llamativos volados de las rodillas hacia abajo y formaban una larga
cola como una cascada de sangre, sus brazos estaban cubierto por
encaje escarlata y el cabello lo llevaba recogido a la altura de la
nuca, adornado con rosas rojas.
No había visto nada más sensual que aquella espalda
ondularse lentamente al tiempo que una melodía proveniente de un
magnifico solo de guitarra inundaba el lugar.
La forma en que movió las manos y los brazos al tiempo que se
volvía, era pura magia y él estaba ahí, parado, en medio de un
camino de velas, tan boquiabierto que no lograba articular palabras.
Ella se movía con la elegancia de un ave gobernando el cielo,
aunque su rostro mostraba una fuerza bastante dramática, como si
estuviese sintiendo que esa melodía de guitarra se le estuviese
mezclando con la sangre.
En ese momento no se parecía a su Samira de siempre, la que
le producía ternura o que con gran ingenio conseguía hacerlo
sonreír. Era como si se hubiese transformado en una mujer con la
fuerza de todos los mares, irradiaba la energía del universo entero,
la que se intensificó cuando empezó a taconear, encima de un
tablón que había puesto en el piso, acoplando sus movimientos a la
melodía de la guitarra y el sonido de la caja y las palmadas que
sonaban de fondo.
Ella era pura sincronía, al tiempo que elevaba la barbilla con
altivez. Juraba que su corazón latía con la misma fuerza y rapidez
con que ella zapateaba sobre esa tabla.
La iluminación amarillenta, conjugado con su vestido rojizo, la
hacía lucir como una mujer de fuego, una mujer ardiente. Ella
jugaba con él magistralmente, movía la cola y la levantaba con sus
pies cuando daba las vueltas; a leguas, podía darse cuenta de que
tantos metros y capas de telas debían pesar, pero ella lo hacía
parecer que no estaba haciendo esfuerzo alguno.
Se paseaba por ese cuadro de madera derrochando seguridad,
a veces le sonreía, y se volvía a verlo por encima del hombro, en un
gesto entre pícaro y sensual que a él le robaba el aliento. Estaba
tremendamente cachondo, como nunca, le dolía el pecho, le
picaban las manos, quería correr hasta ella tomarla entre sus brazos
y follársela con el vestido puesto encima de ese tablón incómodo.
Le aplaudió con euforia cuando la vio agarrar un mantón negro
con estampado floral del suelo y llevárselo sobre los hombros, para
luego moverlo y hacerlo girar en torno a su cuerpo con una agilidad
envidiable. Terminó arrojando el mantón para empezar a chocar las
palmas con un poderío que hacía que él pudiera apreciar músculos
en su espalda que hasta ahora no le había visto, y eso que la había
recorrido con sus labios y manos varias veces.
Para terminar, se dio un beso en la mano y luego la extendió
hacia él, mientras que la otra se la llevaba al pecho. Estaba agitada,
sudorosa y sonriente.
Renato no dejó de aplaudir en ningún momento, mientras que
avanzaba hacia ella. Jamás había sido testigo de algo tan
extraordinario, mucho menos imaginó, ni en sus más locos sueños o
sus más tontas fantasías, que una mujer le haría semejante regalo.
En cuanto la tuvo enfrente la besó con toda la fuerza que ella le
había insuflado con ese espectáculo, subió las manos por su caja
torácica y pudo sentir el latido acelerado de su corazón por el
esfuerzo que había hecho, lo que incrementó más la necesidad de
poseerla; siguió el camino hasta que la tomó por el cuello con el
único fin de acercarla aún más hacia sí, luego le introdujo la lengua
con la necesidad visceral de adueñarse de su sabor, de disfrutar su
textura, de sentir como el aliento pasaba de una boca a la otra,
hasta que la escuchó proferir un sonido ronco que le calentó aún
más la sangre.
Pero en contra de su voluntad y cordura se separó, sabía que
ella necesitaba recuperarse y llevar aire a sus pulmones, pero no la
soltó en ningún momento.
—No sé qué decir… Maravilloso, extraordinario… son palabras
que se le quedan cortas… eres magia y fuerza mi gitanita.
—Gracias —dijo Samira sonriente, tragó grueso en busca de
aliento, estaba todavía con el pecho agitado; aun así, no dejó que
pusiera algún tipo de distancia entre ellos.
—No me esperaba algo así… —confesó con aquellos ojos
dilatados destellando pasión—. Es el mejor regalo que alguien me
haya hecho en la vida.
—Desde que me dijiste que me viste bailar a lo lejos en Leblón
me quedé con la idea en la cabeza… —respondió ella con hilillos de
sudor bajando por sus sienes. No sabía si estaba acalorada por el
calor que irradiaban las velas o por la excitación que bullía entre
ellos en ese instante—. Pensé mucho en algo para darte, sabía que
era imposible comprar algo que estuviese a tu altura… Fue ahí
cuando me di cuenta de que merecías algo especial, necesitaba
regalarte una parte de mí, de mi esencia… un poquito de mi cultura,
de lo que soy. —Y esta vez fue ella la que buscó el siguiente beso,
uno húmedo y profundo, uno en el que sus lenguas hablaban de
deseo.
Los dedos de Renato palpitaron cuando llevó las manos hasta
su cintura y pudo sentir el roce en la sedosa piel desnuda de la
espalda, no se contuvo y fue a por su cuello, necesitaba
desesperadamente lamer y besar esa zona donde los latidos se
sentían como tambores.
Samira se dio cuenta de que Renato le estaba quitando uno de
los grandes pendientes que llevaba puesto y no lo detuvo, solo
suspiró por la tortura que le infringía el cálido aliento que
acompañaba el reguero de besos que le estaba dando en sentido
ascendente hasta que le apresó el lóbulo de la oreja entre los
dientes; sentirlo de esa manera le provocó que un veloz
estremecimiento la recorriera de pies a cabeza, a la vez que su
cuerpo se activaba y mojaba sus bragas.
—Eres única —murmuró entre beso y beso—, te juro que soy el
hombre más afortunado del planeta. —Renato le acunó el rostro al
tiempo que se apartó de su cuello para besarla de nuevo.
Samira no pudo soportar la tentación y acercó una de sus
manos hasta la bragueta del pantalón que él llevaba puesto,
necesitaba confirmar que la erección que sintió presionando contra
su vientre era real. De inmediato él reaccionó a su toque y movió su
pelvis para presionar su miembro contra la palma de ella.
Samira cerró los ojos y contuvo un gemido, porque sentía que
en cualquier momento la tela de su vestido se iba a incinerar gracias
al calor abrasador que Renato le estaba despertando; la cordura se
le pulverizó con los movimientos que él estaba haciendo.
Durante un momento, él se quedó inmóvil, con los labios a un
suspiro de los de ella, mirándola fijamente a los ojos como si
quisiera hipnotizarla. «Oh, Dios», pensó ella sin casi poder respirar.
Lo deseaba con todas sus fuerzas; juraba que su corazón estaba a
punto de estallar y las cosquillas en su vientre la estaban torturando.
—Eres mi diosa y yo soy tu esclavo —musitó, dándole tregua a
sus bocas, pero aprovechó para acariciarle con el pulgar el labio
inferior—. Eres una hechicera, gitana… Esa leyenda, que me
contaste de que eres descendiente de las estrellas debe ser cierta,
porque la luz que irradias es mística.
—Entonces tú eres mi chico albino, el hijo de la noche —
aseguró con una sonrisa y con uno de sus dedos le delineó el
tabique.
Renato gimió complacido y de inmediato se acercó para volver
a saquearle la boca.
Samira se quedó sin aliento. Él se volvió todavía más brusco y
deslizó una de sus manos, marcando a fuego la piel de su espalda,
sujetándola contra su cuerpo sin que se interpusiera entre ellos ni el
aire. Ella gimió; ya no era capaz de hilar un pensamiento coherente,
su cuerpo tomó el control. Atrapó las solapas de la chaqueta de
Renato entre los dedos, quería romperla, desgarrarla, destrozarla,
quitar las barreras que había entre sus cuerpos.
Él bajó sus manos y se apoderó de sus nalgas para presionar
con más fuerza contra la necesitada erección que latía entre sus
piernas.
Ella sabía que tenía que parar, hacerlo ahora que podía,
restarle protagonismo a la lujuria y hacer las cosas como las había
planeado, por lo que, en contra de sus deseos, empezó a apartarse
del beso y poner distancia.
—De… debemos parar —musitó ella, en medio de suspiros y
de los besos que Renato salpicaba en sus labios—. Tengo algo más
para ti —soltó una risita, cuando él le hizo cosquillas con su aliento
en el cuello.
—No creo que exista algo mejor para mí que lo que tengo entre
los brazos —dijo contra la delicada piel de su cuello, al tiempo que
la estrechaba más entre su abrazo.
—Quizá no es lo mejor pero sí es lo que necesitas —soltó otra
risita, llevó sus manos al pecho, lo empujó con sutileza y volvió la
cabeza a la izquierda, en un claro ademán que lo invitaba a que
mirara.
Renato se percató de la mesa redonda con mantel blanco y dos
sillas, al fondo de un camino que había dejado en medio de las
velas. Sin duda, Samira había creado un ambiente tan deslumbrante
que no se sentía merecedor de todo eso.
—No sé qué hice para merecerte Sami, me haces feliz…
—¿Me acompañas? —Le guiñó un ojo con pillería y le sonrió;
luego le ofreció la mano.
—A donde quiera que vayas. —Dejó de abrazarla y entrelazó
sus dedos a los de ella, regalándole una sonrisa cautivadora.
—Espera un segundo —solicitó y recogió la cola de su vestido
para ponerla sobre el antebrazo—. No quiero ocasionar un
accidente que termine incendiando la casa de tu abuelo.
Renato sonrió y le plantó un beso en la mejilla. Tomados de la
mano fueron a la mesa que los esperaba con un arreglo floral
colorido. Que él fuera el festejado no era excusa para dejar de ser
un caballero por lo que apartó la silla para que Samira se sentara.
—Gracias —le dijo con una sonrisa coqueta.
Él inclinó ligeramente la cabeza en un gesto de cortesía y fue a
sentarse, imposible no sentir la incomodidad casi dolorosa que le
hacía la presión de sus pantalones en la erección, pero no le
quedaba más que esperar, no quería arruinarle los planes a su
chica, ella había organizado todo por él, además, retardar el placer
lo incrementaría… o eso decían.
Ella agarró su móvil que estaba en la mesa y le escribió a
Isidora; antes de la llegada de Renato, la mujer había insistido en
que era mejor que ella se encargara de servirles al momento que
fueran a cenar, para que así ella no oliera a cocina ni arruinara el
hermoso vestido.
—¿Y qué vamos a cenar? —curioseó, en cuanto Samira
devolvió el móvil a la mesa.
—Algo especial, que espero te guste… Lo hice para ti —
comentó, observando a la luz de las velas que Renato tenía
evidentes huellas de su pintalabios, suponía que ella debía estar
peor, por lo que agarró una servilleta para disimular el desastre que
debía ser, antes de que Isidora entrara con la comida.
—Si lo hiciste tú, ya es garantía de ser muy bueno. —Él no
tenía problemas con quedarse con los restos de labial; no obstante,
sabía que alguien debía estar por traer la comida y por respeto al
personal de la casa, era mejor no mostrarse de esa manera.
Isidora llegó en compañía de Pedro, uno de los ayudantes de la
casa, quien empujaba un carrito en el que traía los platos, un vino
de cosecha tardía en una hielera y las copas. Fue Samira quien
eligió el vino, a ella no le importaba si iba bien o no con la comida,
solo sabía que ese era el que le había gustado y era mejor ir a la
segura, porque no contemplaba acompañar una cena especial con
agua.
—Buenas noches, joven. ¡Felicidades! —dijo la señora del
servicio al tiempo que ponía un plato frente a él.
—Muchas gracias, Isidora… —le otorgó una sonrisa discreta,
que se hizo más entusiasta cuando vio lo que contenía el plato y
tuvo que levantar la mirada hacia la hacedora de magia—. ¡Mi
comida favorita! —dijo con el brillo de la dicha y sorpresa apoderado
de sus pupilas.
—Solo espero que se acerque mínimamente a la que tú
preparaste para mí —dijo con la ilusión en el punto más alto.
—Estoy seguro de que estará mucho mejor… porque tú sí que
eres una experta en la cocina.
—Bueno, espero que lo disfrutes.
—Esperamos que tengan buen apetito —dijo el ayudante,
mientras le servía el vino.
—Gracias, Pedro.
En cuanto terminaron de servir, se marcharon.
Renato disfrutó de cada bocado, sin dejar de elogiar a Samira
por lo que había hecho; ella por su parte se sentía en una nube y le
sonreía. La química y sincronía entre ellos era el mejor afrodisiaco
de todos.
Que ella se pasara la lengua por el labio inferior, tras tomar un
poco de vino, provocó que a él un escalofrío lo atravesara de pies a
cabeza, anhelante e imparable. Su pene volvió a endurecerse y no
precisamente poco. En unos segundos, pasó de estar relajado a
ponerse duro como el acero
—Sería buena idea llevarnos el postre a la habitación, ¿no
crees? —propuso Renato. Sus palabras fueron tan suplicantes
como su mirada.
—Está bien, pero primero tenemos que apagar las velas o se
incendiará la casa.
—Le pediremos el favor a Pedro o seré yo quien termine
incendiándose.
—Esta vez no voy a contradecirte solo porque es tu
cumpleaños —dijo ofreciéndole la mano.
Él con una genuina sonrisa, le tomó la mano, al tiempo que se
ponía de pie.
Samira volvió a tomar la cola de su vestido, para poder transitar
por el camino de vela sin terminar calcinada. Recibió gustosa el
beso que Renato le dio en los labios.
—Gracias, gitana… Todo estuvo exquisito.
—Aún tengo planeado que sigas disfrutando.
—No lo dudo.
Tomados de la mano salieron del salón, Renato aprovechó el
teléfono intercomunicador que estaba en el pasillo para pedirle a
Pedro que fuera a apagar las velas.
CAPÍTULO 69
—Espera un segundo —dijo Samira, deteniéndolo frente a la
puerta de la habitación—. Deja que entre y después lo haces tú,
cuando yo te avise.
—¿Otra sorpresa? —preguntó, tomando las manos de Samira
que estaban en su pecho.
—Te lo dije, pero es la última, no quiero abrumarte con tantas
demostraciones de afecto, no sea que pienses que soy una novia
demasiado intensa y termines huyendo —dijo sonriente.
—Jamás podría pensar eso. —Le dio un beso en la frente y
otro en la punta de la nariz.
—Bueno, espera… Te avisaré cuando puedas entrar. —Se
volvió para abrir la puerta.
—Date prisa, porque ahora me mata la curiosidad —comentó
sonriente. Ella se volvió a verlo por encima del hombro.
—No te hagas grandes expectativas.
—Estoy seguro de que todo lo que pueda pasar tras esa puerta
superará cualquiera que tenga.
—No lo creo —soltó una risita traviesa, al tiempo que giraba el
pomo. Entró tratando de abrir mínimamente la puerta, luego la cerró.
Renato se quedó con la mirada en la madera, sonriente y con el
corazón latiendo deprisa. Luego se acomodó la polla dentro de los
pantalones porque estaba resultando bastante incómodo, pero por
loco que sonara, lo era de una manera agradable.
—¡Ya, puedes entrar!
No había transcurrido ni un minuto cuando escuchó la voz de
Samira, agarró una bocanada de aire y abrió de golpe. Ahí estaba
ella, en medio de la habitación iluminada apenas por la luz de
lámpara en la mesa de noche y el reflejo de la candela de una
pequeña vela.
Tenía en sus manos un pastel que era un poco más grande que
un cupcake.
—No puedes terminar el día de tu cumpleaños sin antes pedir
un deseo —le dijo, extendiendo sus manos para acercarle más el
pastelito de Red Velvet.
—No esperaba algo como esto… —Sonreía abiertamente.
—Imagino que esperabas verme con lencería sensual. —Ella
seguía sonriente.
A él le encantaba su franqueza. Con ella no había nunca
sonrisas fingidas ni artificio de ningún tipo, siempre hacía gala de
cada emoción, de cada expresión; eso demostraba un coraje que él
jamás tendría, y por ello la admiraba.
—¿Tan evidente fui? —comentó en medio de risas al tiempo
que avanzaba.
—No realmente, fue tu mirada lasciva la que te delató… Date
prisa que falta un minuto para medianoche.
Renato corrió para acortar la distancia. Fijó la mirada en la débil
flama.
«Deseo ser el hombre que esta mujer merece a su lado, uno
que la represente y que sepa dar la cara por ella siempre…», la miró
a sus hermosos ojos oliva en los que se reflejaba la llama y sopló.
De inmediato buscó la boca de Samira, ella correspondió con
toques de labios, pero le llevó una mano al pecho, apartándolo, al
tiempo que echaba la cabeza hacia atrás.
—Espera… espera —decía entre beso y beso—. Para que el
deseo se haga realidad, debes comer pastel, no solo se trata de
apagar la vela.
—Está bien, comeré el bendito pastel, pero con una condición.
—¿Cuál? —preguntó con tono de queja.
—Tenemos que compartirlo.
—No es que no quiera —gimió pesarosa—. Es que, si le doy,
aunque sea un bocado, corro el riesgo de que el vestido termine
reventándose —dijo sobándose la panza—. Y es alquilado.
Renato volvió a reír, adoraba su naturalidad.
—Eso tiene solución, quítatelo —la alentó.
—¿Y comer desnuda?
—No creo que tenga algo de malo. Ven, déjame ayudarte. —Le
quitó el pastel y lo dejó encima de la mesa de noche.
—Por aquí está el cierre —dijo levantando el brazo,
mostrándole el costado izquierdo.
—Sí, lo tengo… está muy ajustado —gruñó juguetonamente.
—Así debe ser.
—Es una lástima que tenga que quitártelo porque se te ve
hermoso, pero en este momento eres mi regalo y deseo
desenvolverlo.
Samira pensó que el día que se casaran podía usar algo como
eso, por supuesto, en blanco y con la cola más larga. Se imaginó
con una diadema muy llamativa de brillantes y un velo bordado.
—Gracias —dijo cuando sintió la prenda ceder. Se bajó la parte
de arriba, sacó las ceñidas mangas largas y luego bajó la falda, por
lo que quedó solo con las bragas, ya que el vestido no era
apropiado para llevar sujetador—. Uf, mucho mejor. —Se sentó al
borde del colchón para quitarse los zapatos y en cuanto estuvo
descalza, se arrimó más al centro de la cama, donde se sentó sobre
sus piernas cruzada—. Lo más justo es que también te desvistas,
así no estaré en desventaja.
—Tienes razón —dijo deshaciéndose rápidamente de la
chaqueta, mientras su mirada se centraba en los senos de ella, que
eran adornados por las pequeñas areolas rojizas y los pezones se
mostraban inhiestos; él se moría por llevárselos a la boca.
Al igual que ella se quedó solo con el bóxer, se subió en la
cama y se sentó enfrente en la misma posición. Admiró lo hermosa
que se veía con el cabello recogido, su cuello y rostro despejados,
con el par de rosas rojas en el apretado moño.
—Tu pastel de cumpleaños —le recordó con una sonrisita
coqueta.
—Oh sí, lo olvidaba… —Se volvió para cogerlo de la mesa de
noche—. ¿De qué es?
—Red velvet.
—¿Lo hiciste tú? —preguntó y la vio morderse el labio, para
después sonreír pícara.
—No, lo compré en el café de la Candelaria, dijiste que te había
gustado muchísimo.
—Bien, bien… sí, es muy bueno —dijo sonriente y bajó la
mirada al pastel con el betún de queso crema—. ¿Cómo vamos a
comerlo? —preguntó al darse cuenta de que no había cucharillas.
Samira soltó un jadeo de lamento al percatarse de que las
había olvidado, pero se la ingenió de inmediato.
—A mordidas, supongo. —Se alzó de hombros de manera
despreocupada.
—Está bien —dijo sonriente y le acercó a la boca el bizcocho.
—No. —Ella retrocedió al tiempo que negaba con la cabeza—.
El cumpleañero debe ser primero.
—Como órdenes.
—No es una orden —soltó una risita y buscó la mano libre de
Renato para entrelazar sus dedos—, es cuestión de cumplir con la
tradición.
—Por ti, solo por ti. —Se acercó, solo para rozar la punta de su
nariz contra la de ella—. Cumpliré con todas las tradiciones.
Samira le regaló una hermosa sonrisa y se apartó antes de que
él la tentara con su boca, porque estaba segura de que no podría
seguir conteniéndose.
—Que sea un buen mordisco —lo alentó cuando lo vio que se
acercaba el pastel a la boca.
Renato obedeció abriendo todo lo que pudo la boca y le dio un
gran bocado, mientras masticaba le acercó el pastel a Samira; ella
le sujetó con ambas manos la muñeca para poder controlar el
mordisco, no sin antes dedicarle una mirada traviesa.
—Está riquísimo, ¿cierto? —dijo Renato en cuanto tragó.
Ella, que todavía masticaba, asintió con vehemencia, y él se
quedó mirando la crema blanquecina que le había manchado la
punta de la nariz.
—Muy rico —confirmó asintiendo. Pudo notar cómo se le
dilataban las pupilas a Renato y ya no estaba riendo.
Él dejó lo poco que quedaba sobre la mesa de noche y se
acercó más a ella, con el dedo medio, retiró el betún y lo chupó.
Que Samira se sonrojara, solo hizo que a él le regresaran las
ganas con fuerzas, por lo que se fue directo por su boca,
seduciéndola con una lenta fricción de su lengua contra la de ella,
revelándole sin palabras lo suave pero profundamente que anhelaba
enterrarse en su coño.
El escalofrío le sacudió por completo el cuerpo a ella, anuló
cualquier pensamiento coherente, se aproximó más él, le encerró la
cara entre las manos, haciendo que el beso se convirtiera en una
necesidad primaria, como lo era respirar. Todo lo que ella deseaba
de él era justamente lo que le estaba dando, su amor, su cuerpo, su
alma.
Gimió dentro del beso al sentir los dedos de Renato,
escabullirse dentro de sus bragas, cada poro de su cuerpo se erizó
cuando las yemas rozaron con extrema delicadeza su monte de
Venus; él se apartó del beso, para mirarla a los ojos, pidiéndole
permiso para hurgar con sus dedos entre los pliegues. Ella asintió
temblorosa, se sujetó de sus hombros y le devolvió una mirada
jadeante.
—¡Dios! —jadeó, sin duda estaba muy sensible o el toque era
demasiado alucinante. Renato apenas empezaba y ya estaba
dispuesta a suplicar por más.
—¿Te gusta cómo se siente? —preguntó frotándole el clítoris.
Ella contuvo el aliento, apretando fuertemente los labios y dejó
caer la cabeza hacia atrás mientras se derretía ante su caricia.
—Sí… mucho, mucho, justo ahí, ahí… es increíble —jadeaba
con la respiración acelerada.
Renato sin dejar de tocarla buscó una mejor postura, por lo que
se arrodilló.
—Ponte más cómoda, amor… estira las piernas y déjalas
abiertas —le indicó.
Samira le hizo caso y levantó las caderas para sacar las
piernas y estirarlas, Renato la ayudó con la mano libre a separarlas
tanto como necesitaba, a la vez que ella apoyaba las manos en el
colchón.
Lloriqueó de placer cuando él hizo un poco más rápido el
movimiento circular sobre su clítoris y su pelvis se movía en busca
de más fricción.
La expresión de placer y los movimientos que ella estaba
haciendo le indicaban a Renato que estaba disfrutándolo; así que,
se esmeró por complacerla. Arrodillado entre sus piernas se acercó
y comenzó a besarle la cálida y suave piel del cuello con los labios
separados, mientras le introducía un par de dedos en la vagina. Al
instante, su canal se cerró sobre él como si intentara succionarle.
Ella movió temblorosamente la cabeza, gimiendo cuando él giró
los dedos y un hermoso rubor le cubrió el pecho y la cara. La
respiración se volvió jadeante cuando retomó las fricciones en el
clítoris con el pulgar y procedió a presionar ese punto sensible en su
interior.
—Oh, Dios… ¡Sí!… Por favor, así. —Lloriqueó Samira—. Sí,
sí… no puedo con esto… oh, sí, sí puedo…
Ella comenzó a palpitar en torno a sus dedos a punto de llegar
al clímax.
—Sí puedes, sé que puedes —la alentó Renato con la voz
agitada debido al esfuerzo que significaba mantener un buen ritmo
en las penetraciones de sus dedos.
Ella empezó a mover con intensidad las caderas, jadeando
contra su cuello.
Rento se inclinó y capturó uno de los pezones, lamiéndolo,
succionándolo, dándose un festín con el botón inhiesto, hasta que la
escuchó gritar al momento de alcanzar el éxtasis.
Él se separó de su protuberancia, pero no dejó de frotarle el
pequeño nudo de nervios durante todo el orgasmo, alargando el
clímax lo más que pudiera, antes de que se volviera doloroso.
En cuanto ella se empezó a relajar, retiró los dedos mojados y
fue cuando la impaciencia se apoderó de él, se bajó los calzoncillos
lo suficiente como para liberar la polla que de inmediato empuñó y
empezó a acariciar lentamente para lubricarla, mientras Samira
recobraba el aliento y lo miraba con las pupilas dilatadas.
—¿Quieres que te ayude? —preguntó sonriente, con la
confianza que la intimidad le había otorgado. Mientras le clavaba la
vista en el pene.
—Te dije que no pidieras permiso, eres mi dueña. —Se volvió a
mirarla a los ojos, pero ella tenía la vista puesta en cómo él se
masturbaba. Que lo viera de esa manera hacía que se calentara aún
más.
Samira se acercó y comenzó a besarle la mandíbula, rozándole
con los dedos desde el torso hasta los muslos. Luego se apoderó de
su erección y comenzó a frotarla como él le había enseñado que le
gustaba, mientras que con la otra terminaba de bajarle el bóxer por
la parte trasera.
Él profirió un largo gemido cuando un incontrolable placer le
recorrió de pies a cabeza y ella sonrió sintiéndose orgullosa y
poderosa.
Ambos tenían la mirada puesta en lo que Samira hacía; no
obstante, como si estuviesen perfectamente sincronizados, Renato
levantó la mirada para encontrársela sonrojada y mordisqueándose
los labios, tenía las pupilas nubladas por el deseo y brillaban entre
las largas pestañas que tanto le gustaban. A pesar de estar
tembloroso por el descontrol que ella despertaba al masturbarlo, le
llevó una mano al rostro, para acunarle la mejilla izquierda y con el
pulgar se permitió el placer de rozarle las pestañas.
—Hermosa, simplemente hermosa… —murmuró y se acercó a
besarla de nuevo.
Sin darse cuenta, ella ralentizó el movimiento de su mano en el
pene al dejarse llevar por ese beso apasionado, pero como con la
otra mano, le estaba acariciando los testículos suavemente, desató
un primitivo y oscuro deseo que le inundó la sangre a Renato,
porque lo que ella le estaba haciendo era un nuevo nivel de tortura y
placer que él estaba más que gustoso de recibir.
—Me estás matando gitanita… me estás matando
lentamente…
—Solo quiero hacerte feliz, guapo. —Sonrió con picardía y se
mordió el labio para contener el placer que le provocó esa sonrisa
ladina que él le entregó.
—Me has hecho adicto a ti… —Acercó su boca a la delicada y
caliente piel del cuello de Samira—. Necesito deshacerme de tus
bragas —murmuró su petición.
—Cuando estoy contigo se ven mejor en el suelo —respondió
sonriente, al tiempo que elevaba la pelvis, ya Renato le tenía las
manos puestas en las caderas, sujetándole los bordes de la prenda
—. Al igual que tu ropa interior. —Ella también lo ayudó con la
prenda que tenía en los muslos.
Rieron cuando ambos lanzaron las prendas al suelo y, una vez
desnudos, volvieron a besarse; Samira se aferró a los hombros de
Renato y se dejó vencer sobre el colchón, arrastrándolo con ella.
Él se apoyó sobre los antebrazos para no sofocarla con su
peso, mientras le acariciaba el cabello y la veneraba con sus
caricias; buscó una vez más su boca e introdujo su lengua,
obnubilado por las ganas de entrar en ella. Así que se movió
rápidamente hasta la mesita de noche, sacó un preservativo y se lo
colocó lo más rápido que pudo antes de volver a tumbarse encima
de ella. Utilizando una de sus rodillas le separó un poco más las
piernas y deslizó la polla entre los húmedos, pliegues al tiempo que
se le acostaba encima, cerró los ojos y dejó que las sensaciones de
sentirla lo inundaran.
Samira se quedó sin aliento, a la espera de que la penetrara,
pudo sentirlo cuando puso el glande en su pequeña abertura y
comenzó a empujar lentamente.
—Oh, Dios. —Ella se retorció contra él, con la respiración
entrecortada; se tensó y jadeó cuando lo sintió entrar unos
centímetros.
Renato la sostuvo por las caderas, inmovilizándola, marcando
él el ritmo de la penetración. Ella lo miraba indefensa ante el intenso
placer que la atravesaba, se mordió el labio al verle la expresión de
goce, el ceño fruncido, los labios separados, la vena en su frente
dilatada y el rostro sonrojado.
Ella gimió y friccionó su cuerpo contra el de Renato, aceptando
todo lo que él le daba, levantó la cabeza para besarlo.
El sabor del beso de Samira fue como una explosión que
incendió su piel. Cuando ella le rodeó el cuello con los brazos y las
caderas con las piernas, el imparable deseo hizo que se pusiera
más duro y que los testículos se le tensaran de una manera casi
imposible.
Ella se meció en contrapunto cuando él estableció una
candencia constante y profunda; completamente abrumadora. La
sostuvo de manera posesiva por las nalgas, mientras embestía con
velocidad endemoniada una y otra vez. Ni siquiera después de
correr respiraba de esa manera jadeante, sus pulmones palpitaban
por el esfuerzo; mientras su mirada estaba fija en su chica, quien
tenía las mejillas sonrojadas, su boca estaba roja e hinchada. La vio
pasarse la lengua por el labio inferior como estuviera saboreando
los besos compartidos; ese gesto hizo que su miembro se
endureciera un poco más y lo alentó a hacer más rápidas sus
acometidas.
—¿Estás bien? —preguntó en un murmullo, mientras seguía
empujando lento pero profundo.
—Mejor que nunca.
—¿Quieres que pare?
—No, por lo que más quieras, si lo haces te mato.
Renato no pudo contener la carcajada que solo ella le
provocaba y la besó delicadamente.
—Lo que más quiero es a ti, siempre serás tú mi mayor placer
—murmuró y le llevó la mano a la nuca, haciéndole subir la cabeza
para volver a devorarle la boca. Esos labios tan voluptuosos y
suaves, esa tímida lengua que acariciaba la suya antes de retirarse
—. ¿Te gustaría hacerlo de otra manera? —La excitación del
momento y la confianza que sentía por Samira, le dieron el valor
necesario para hacerle esa propuesta.
—En otra posición, querrás decir —murmuró robándose el
aliento caliente de él.
—Solo si tú quieres. —Se mordió el labio, mientras controlaba
el ritmo de sus penetraciones.
—Contigo quiero probarlo todo… —A pesar de que él le
sostenía la cabeza, estiró un poco más el cuello para morderle ese
labio sonrojado e hinchado que tanto la tentaba.
—Date vuelta —le pidió con una sonrisa, al tiempo que se
incorporaba para darle espacio.
Aunque Samira giró sobre su costado izquierdo, él le ayudó al
llevarle la mano a la cadera, cuando quedó bocabajo le acarició las
nalgas que lo volvían loco.
—¿Será de perrito? —Samira se volvió a mirarlo por encima del
hombro y le dedicó una sonrisa pícara.
—Para que no solo sepas nadar como uno. —La siguió en la
broma, sonriéndole también.
Del peinado poco quedaba y las rosas estaban prácticamente
sueltas en pétalos sobre la cama, aun así, para él era una mujer
muy hermosa, pero ahora que la veía desde atrás lo estaba
volviendo loco. Samira tenía el trasero firme y redondo; la larga línea
de la columna era visible bajo la piel perfecta y aterciopelada de la
delgada espalda; era poseedora de una diminuta cintura, sus
hombros eran perfilados y los omoplatos sobresalían, debido a su
delgada contextura. En pocas palabras, era perfecta… perfecta para
él.
En ese momento tuvo la certeza de que jamás había deseado a
otra como a ella, ni siquiera a Lara ni Desiré ni ninguna otra…
Extendió su caricia desde la nalga por la espalda, hasta rozarle
con las yemas de sus dedos la nuca.
—Eres preciosa, gitana. —La sujetó por las caderas—. Voy a
entrar, quiero que me digas lo que sientes, si sientes que te hago
daño, dímelo y paro.
—Está bien, sí… Ahora se siente bien —respondió, sintiendo el
suave glande, apenas posicionándose entre sus pliegues.
—Sí, se siente muy bien… —repitió él con la voz cada vez más
ronca, al tiempo que empujaba un poco más, abriéndose espacio en
la vagina.
Samira podía sentirlo estimulando cada nervio dentro de su
coño y supo con certeza que de esa manera iba a disfrutarlo más
intensamente.
Renato se retiró un poco, dejando el glande entre los pliegues
de la vulva, empapándose con sus jugos, con su mano lo guio hasta
el clítoris, estimulando el nudo de nervios y regresó a la abertura.
Mientras Samira le regalaba gemidos que claramente eran de placer
y tomó aire, para relajar los músculos de su pelvis y recibirlo en su
interior. Se contoneó contra él, sosteniendo el aliento, cuando lo
sintió hundirse más profundo.
—Esto… esto es increíble —gimió, dejó caer la cabeza,
pegando la barbilla al pecho. La curiosidad le ganaba y quería ver si
alcanzaba a mirar algo; pero no, solo podía sentir los testículos de
Renato apretados contra su vulva y los muslos de él contra la parte
posterior de los de ella.
Él se aferró con más ahínco a sus caderas y empezó a
embestirla con contundencia, eso hizo que ella perdiera el juicio y
entrara en un estado de placer absoluto, el deseo se arremolinó en
su vientre como un enorme nudo que la instigaba a moverse
agitadamente y a gemir de manera apremiante y urgente. Cada una
de las estocadas de Renato generaba una fricción que la privaba de
palabras y pensamientos coherentes.
Las pulsaciones que se generaban entre sus genitales
comenzaron a migrar y a extenderse por sus cuerpos, haciendo que
las piernas de ambos temblaran.
Nunca habían sentido nada parecido, contuvieron la respiración
y puntos negros bailaron en el borde de sus vistas.
La gitana comenzó a sentir que toda la sangre de su cuerpo
pareció volar hacia su sexo, calentándolo, quemándolo y
aumentando el placer. «Dios mío», consiguió pensar en medio de la
ola gigantesca de éxtasis a la que no podía hacerle frente.
Los gruñidos de Renato eran constantes, sus jadeos roncos y
largos, le estaba sujetando con tanta fuerza por las caderas que le
enterraba las uñas y estaba segura de que le saldrían hematomas,
pero en el instante eso no importaba.
—Voy a correrme, cariño… —dijo sin aliento.
—Yo también, ya casi… un poco más… Renato —suplicó,
sintiendo su vientre convulso.
Sintió sus empujes más profundos y contundentes, todo para
ella se volvió negro, mientras empuñaba con fuerza las sábanas. A
pesar de tener los ojos fuertemente cerrados y tener un zumbido
inundando sus oídos, pudo sentirlo derramarse caliente en el
preservativo; luego, ambos, casi sin poder respirar cedieron ante las
debilidades de sus extremidades.
Ella se venció en el colchón y él encima, mientras le repartía
besos en la espalda.
CAPÍTULO 70
En algún momento de la madrugada, luego de una ducha
compartida, Renato y Samira estaban acostados, desnudos,
mientras hablaban de cualquier cosa que se les ocurriera en el
momento.
—Por cierto, las fotos que me enviaste quedaron muy lindas.
Me gusta verte así —dijo ella, con la cabeza apoyada en el tibio
pecho de él—. ¿Puedo saber quiénes son? No pude reconocerlos a
todos.
—Por supuesto… —Estiró la mano y agarró el móvil de Samira
que estaba encima de la mesa de noche—. ¿Cuáles no conoces
aún?
Ella desbloqueó su teléfono y de inmediato buscó una de las
fotografías. Estas son tus tías Hera y Helena, ¿verdad? —Ella
todavía estaba impresionada con lo hermosas que eran esas
mujeres. Eran perfectas modelos.
—Helena y Hera. —La corrigió.
—Es que son idénticas, ¿cómo las identificas? —curioseó,
alzando su mirada a los ojos azules, que se veían especialmente
hermosos bajo la luz del velador—. Mis hermanitos es fácil
identificarlos porque son niño y niña.
—Sí, son casi iguales, pero sus personalidades son
completamente distintas… Hera es más vivaz, espontanea… Helena
es mucho más seria y controladora. De pequeño solía confundirlas y
las muy malvadas se divertían a mi costa —hablaba relajado, con un
destello de esos recuerdos infantiles presente en ese momento.
—¡Qué malas! —rio y frunció la nariz, luego volvió la mirada a
la pantalla—. ¿Y esta chica rubia?
—Es Ana, es como mi prima… Recuerdas que cuando te
quedaste en mi apartamento tuve que ir a un compromiso familiar,
era el cumpleaños de ella.
Samira se quedó observándola, sin duda, era tan perfecta
como las demás.
—¿Pero no es tu prima? —No podía evitar sentir un conato de
celos.
—No, es nieta de uno de los mejores amigos de mi abuelo y su
padre Thiago… —Lo señaló en la foto—, prácticamente se crio con
mi padre, por lo que él terminó siendo el padrino de Ana.
—Ah —afirmó, quería hacerle más preguntas sobre la rubia,
pero no quería parecer demasiado insistente sobre ella—. ¿Y este
señor?
Renato miró al hombre con algunos kilos de más que estaba al
lado izquierdo de su padre, y tragó grueso.
—Es Danilo —confesó.
—Tu amigo Danilo… ¿Es el mismo del que ya me hablaste?
—Así es, ese es. —Solo eso se limitó a decir. No estaba
preparado para revelarle a Samira lo que lo unía a ese hombre.
—No sé por qué pensé que era mucho más joven… —Recordó
la vez que lo escuchó hablando por teléfono con Danilo y mencionó
algo acerca de una consulta. Por lo que se lanzó de bruces—. ¿Es
médico?
Renato de inmediato se tensó y la respiración se le atascó en la
garganta, parpadeó varias veces, en busca de una respuesta que
darle que la dejara satisfecha. Cómo una mujer como ella podría
estar con una persona como él, que había vivido la mitad de su
existencia sintiéndose tan poca cosa, que había preferido echarse a
morir en una cama, antes que enfrentar sus temores. Ella que había
salido huyendo de su familia y de un matrimonio que la iba a
esclavizar a una vida que no quería, cargando como únicos recursos
un poco de comida que no le iba a durar más de un par de días,
unos pocos billetes y una muda de ropa vieja.
Ahora que miraba hacia atrás se avergonzaba de sí mismo, no
por sufrir depresión crónica y ansiedad social por tanto tiempo, no,
él ya comprendía que esas eran enfermedades tan crueles como
cualquier otra, además de que nadie estaba exento de padecerlas.
Lo que le daba vergüenza era que, a pesar de que había recibido
años de terapia, tomado medicamentos, y entendido la gravedad de
lo que le ocurría en su cabeza; aún seguía creyendo que nada de lo
que él era como persona, sería suficiente para ser totalmente
honesto con ella en ese momento y esperar que lo siguiera amando.
—¿Por qué lo dices? —Fue lo mejor que se le ocurrió como
medida de distracción, aunque sentía que su voz ronca lo había
delatado.
—No sé, es que tiene cara de médico… ¿No te parece? —rio,
intentando ocultar la vergüenza de haber metido la pata, casi se
delata, no quería que él pensara que ella andaba de fisgona
escuchando sus conversaciones privadas—. Olvídalo, siento que mi
intuición está fallando… —Prefirió pasar a otro integrante en la
reunión—. ¿Este es tu amigo Bruno?
—Es Manoel, Bruno es este. —Señaló al joven a su derecha.
Respiró profundo para relajarse al ver que ella fue quién dejó atrás
ese tema, sin saber lo complicado para él todo ese asunto; sabía
que tarde o temprano tendría que afrontarlo, por lo menos si
deseaba que su relación madura y duradera.
Ella siguió preguntando por los integrantes que no conocía en
la imagen, hasta que un largo bostezo interrumpió en su curiosidad.
—Creo que deberíamos dormir, ya casi amanece —le sugirió
Renato.
—Sí, tienes razón, aunque cuando estoy contigo no quiero
dormir, porque hacerlo me hace desperdiciar el poco tiempo que
tengo a tu lado.
Renato dejó el teléfono sobre la mesa de noche, luego la
reacomodó sobre su pecho, pero ella se apartó para acostarse de
medio lado, frente a él, quién se encargó de apartarle el cabello de
la cara, poniéndoselo detrás de la oreja; ya que, después de
ducharse, ella se deshizo de lo poco que le quedaba del moño.
Se quedó prendado de su mirada oliva y deseó congelar el
tiempo, hacer un nido entre esas sábanas y quedarse a vivir allí,
donde nada importaba más que el amor que estaban descubriendo
que sentían el uno por el otro.
Samira se acercó más a él, dejando que el calor de su cuerpo
la reconfortara y él le llevó una mano a la espalda y la pegó más
hacia su cuerpo, entonces ella alzó su pierna hasta dejarla encima
de la cadera de él y terminaron con las piernas entrelazadas.
—Me gusta dormir contigo, siento que descanso mejor si estás
a mi lado —confesó él.
Ella lo abrazó más fuerte, escondiendo el rostro en su cuello.
Se moría por pedirle que se quedara, quizá que pensara en la
posibilidad de un traslado, pero esa no era una decisión que se
pueda tomar a la ligera, y menos cuando se estaba bajo los efectos
de la serotonina, ya que esa felicidad que le hacía sentir la hormona
no era del todo real. El que ella hubiera tenido que sacrificarse
alejándose de su familia, no era razón suficiente para pedirle a él
que hiciera lo mismo. Además, ellos apenas estaban iniciando su
relación, no podía pretender que de la noche a la mañana ya
deberían mudarse juntos solo porque se amaran; era mejor vivir las
etapas poco a poco.
—Te amo —murmuró, cerrando los ojos.
—Te amo, gitana —respondió y en su voz ya se notaba la
somnolencia.
Eso fue lo último que se dijeron antes de quedarse
profundamente dormidos.
El lunes, Samira decidió despertar una hora antes de lo normal,
se había prometido intentar mejorar su estado físico con algunos
ejercicios, sabía que debía hacerlo por las mañanas, porque ya las
tardes las tenía comprometidas con sus clases de inglés, además,
había pausado las de español para poder asistir tres veces por
semana a un curso de Estrategia Empresarial, en la universidad
Católica, gracias a una beca que sortearon en su trabajo. Cuando se
lo contó a Renato, amó ver el brillo de genuino orgullo que iluminó
sus ojos. Solo eso quería en la vida, que alguien se alegrara de
verdad por sus logros, que le diera valor a esas cosas que a ella
tanto la emocionaban, no era que necesitara su aprobación, pero
reconocía que el camino se hacía mucho más fácil si alguien la
alentaba.
Aún era demasiado temprano para encontrarse con el mensaje
de buenos días de Renato, debía estar durmiendo todavía, así que
antes de que el cuerpo le pidiera quedarse un poco más de tiempo
en la cama, contó cinco segundos y se levantó. Fue a lavarse la
cara, ya había visto la noche anterior varios videos de ejercicios en
casa para principiantes, sabía que no necesitaba mucho espacio.
Se cambió el pijama por ropa deportiva, y se recogió el cabello,
en su teléfono buscó el par de videos que había elegido como
“favoritos” y repasó esa rutina. Por supuesto, ella no funcionaba si
antes no se tomaba una buena taza de café, por lo que mientras
miraba los videos, prendió la cafetera.
Una vez lista la bebida, lo endulzó de la manera que le gustaba
y bebió un par de sorbos.
—Bueno —suspiró preparándose para empezar con la rutina de
ejercicio—, no parece para nada difícil, solo espero que me ayude a
tener más resistencia. El vídeo duraba casi cuarenta minutos;
tiempo suficiente para ejercitarse.
Empezó con las sentadillas, justo como indicaba la mujer en el
video, cuidando de que las rodillas no pasaran la punta de sus pies.
Siguió atentamente cada movimiento; después de llevar más de
cinco minutos haciendo también otros ejercicios como levantar las
piernas hacia atrás y de manera lateral, ya no le parecía para nada
fácil, estaba sofocada con el corazón a punto de estallar, sudorosa y
los músculos adoloridos.
Estaba por rendirse, a punto de tirar la toalla, sin importar que
la instructora en el video le dijera una y otra vez: «Vamos, vamos,
que tú sí puedes, vamos por esas piernas lindas, tonificadas y
moldeadas…»
Decía que todo estaba en la mente, pero ella lo sentía en sus
larguiruchas y adoloridas piernas. Por más que quiso, no pudo
seguir más de veinticinco minutos. Jadeando por oxígeno y
entumida, adelantó el video hasta la parte de los abdominales.
Se tomó un par de minutos tirada en el suelo, con las manos
sobre el abdomen y la mirada en el techo, esperando recuperar el
aliento y encontrar el valor para seguir.
En medio de gruñidos, contraía el abdomen una y otra vez,
hasta que completó los cien que habían sugerido en el vídeo, se
sintió orgullosa de haber alcanzado la meta, aunque eso sí,
exhausta y temblorosa. El corazón le dio un vuelco de emoción al
escuchar la notificación del mensaje entrante, estaba segura de que
era Renato y se moría por saber cómo había amanecido y qué
nueva canción había agregado a la lista.
En medio de un jadeo levantó el torso y estaba demasiado
cansada como para ponerse en pie, por lo que gateó hasta donde
había dejado el móvil sobre el sofá. Con una gran sonrisa leyó ese
mensaje de «buenos días, dulce gitanita mía»
—Hola, buenos días, chico guapo… —Tragó grueso porque
tenía la garganta seca, pero por lo menos la voz no se le sentía tan
agitada—. Sí, ya estoy despierta para empezar otra larga semana
en la que debo esperar hasta que sea viernes para verte… —chilló
como niña mimada—. Ve a ducharte antes de que se te haga tarde.
Yo también lo haré… ojalá me diera tiempo para imaginar que me
acompañas bajo el agua, pero existen dos cosas por las que es
imposible; la primera, se me haría tarde; la segunda y más evidente;
los dos no cabemos en mi baño. —Se echó a reír ante esa gran
verdad—. Ahora voy a escuchar la canción. —Acompañó ese audio
con el sonido de un beso.
Renato tenía razón, debía darse prisa o se le haría tarde, se
levantó, agarró la taza de café que estaba en el suelo y de un trago
se tomó lo poco que le quedada, decidió dejarla sobre la encimera,
ya luego antes de irse la lavaría. Mientras esperaba a que el agua
se temperara, buscó en la lista de reproducción la nueva adición.
Me enamoré de ti, perdidamente
Y nuestros mundos son tan diferentes
Me enamoré de ti, qué le voy a hacer
Se pinta de colores toda mi alma
Con esa dulce luz de tu mirada
Y al verte sonreír, vuelvo a tener fe…
Samira sintió que la emoción se le extendió por las venas como
una droga potente y enloquecedora. La canción era hermosa y era
imposible no sentir que se identificaba mucho con la relación que
tenía con Renato.
En ese instante se sentía casi completamente feliz, y casi,
porque no tenía a Renato ahí con ella y porque estaba lejos de su
familia. Aunque no podía olvidarse que ahora conseguir su perdón le
costaría mucho más, una vez conocieran al hombre del que se
había enamorado. Pero por el momento, nadie le podía quitar el
deseo de soñar con Renato pidiéndole permiso a su padre para
poder casarse con ella y que este se lo diera, sin objeciones y una
gran sonrisa cordial en la cara.
Con su mirada perdida en su reflejo, soltó un suspiro profundo,
esperando expulsar esas penas que la aquejaban, porque le rompía
el corazón tener la certeza de que su padre jamás aceptaría a un
payo como yerno.
Solo cuando el espejo se empañó ante el vaho provocado por
el vapor de la ducha, fue que se dio cuenta de que estaba soñando
despierta y que debía darse prisa.
Se desnudó con rapidez y antes de meterse bajo regadera,
puso la canción a repetir. Volvió a escucharla con atención y
mientras se enjabonada, sintió las huellas de los apretones de
Renato en sus muslos, ahí estaban marcados sus dedos, unos
puntos entre rojizos y morados adornaban su piel, era un dolor
agradable. Sí, era doloroso cada vez que los tocaba, pero el
recuerdo que le traía era sublime.
Una vez lista, salió de su pieza con las llaves en una mano y el
vaso térmico del café en otra, se aseguró de cerrar muy bien, metió
las llaves en su cartera y fue a tocarle la puerta a Ramona.
Saber que ahora iría todos los días al trabajo en compañía de
su amiga, le hacía muy feliz; sobre todo, porque ella se merecía
tener un empleo estable también con mejores condiciones.
—Olé, que guapa te ves… —elogió Samira, en cuanto Ramona
le abrió la puerta.
—Gracias, solo espero que no sea demasiado… No sé cómo
debo ir vestida —dijo echándose un vistazo. Estaba nerviosa pero
también ansiosa por enfrentarse a ese gran cambio laboral.
Llevaba un traje de pantalón y chaqueta negra con una
camiseta básica blanca. Un collar que le daba algo de elegancia, el
cabello suelto y unos zapatos de tacón.
—Te ves genial, como toda una administradora de un buen
restaurante. Solo no vayas a ser tan perra como Maite —dijo con
tono suplicante, al tiempo que unía las manos en un claro gesto de
imploración, aunque la pillería titilaba en sus ojos.
Ramona se quedó boquiabierta en busca del insulto adecuado
para su amiga y así seguirle el juego, pero no lo consiguió.
—Jamás podría ser tan miserable como esa mujer. —Se le
aferró al brazo, instándola a caminar. No iba a llegar tarde su primer
día de trabajo—. Sabes, siento lástima por ella, pobrecita… imagino
que no es feliz, por eso busca pagar su infelicidad con los demás.
—Tienes razón. —La secundó Samira, mientras atravesaban el
jardín interno de la casona—. ¡Qué día tan esplendido! —exclamó
tras tomar una bocanada de aire. Le gustaba cuando el cielo
amanecía tan despejado y la temperatura tan agradable.
—Parece que amaneciste muy feliz y llena de energía —
manifestó Ramona, sonriéndole. Ella sabía que la causa de esa
dicha se debía al carioca, por mucho que se esforzara no podía
ocultar lo bien que se sentía cada lunes por la mañana, luego de
perderse con él los fines de semana.
—No debe parecerte, es que estoy muy feliz. No todo el mundo
tiene la dicha estar en el mismo trabajo con su mejor amiga —
hablaba mientras llevaban un buen ritmo en su caminata hacia la
estación del metro—. También creo que mi energía se debe a que
me levanté muy temprano para hacer ejercicios.
—Así que empezaste a ejercitarte. —Elevó una ceja, curiosa—.
¿Se puede saber el motivo?
—Quiero mejorar mi condición física, nunca está de más.
Además, siento que me está saliendo algo de panza…
—¡¿De qué panza hablas, mujer?! —Estalló en una carcajada
—. Ya quisiera yo tener tu abdomen… si estás que te lleva el viento.
—Sí, sé que soy demasiado flaca —masculló—. Pero mira mi
vientre, está algo abultado… ya empecé con cien abdominales.
—Bueno cariño, la solución para eso no es matarte haciendo
ejercicio, lo que debes hacer es reducir tu ingesta de azúcar.
—¡Ay no, Ramona! No me digas eso… puedo hacer mil
abdominales diarios, pero jamás dejaré los dulces. Sé que no podré
—chilló, porque conocía muy bien sus limitaciones.
—Entonces no te mortifiques por eso… Por muy cliché que
suene, te digo que quien te quiera, debe hacerlo por cómo eres. No
intentes cambiar por alguien… —aconsejó. Samira aún era muy
joven y no quería verla siendo manipulada por nadie.
—No lo hago por nadie —respondió, poniéndose a la defensiva
—. Lo estoy haciendo porque no me agradan mis piernas tan flacas
ni el vientre… Solo eso.
—Bueno, está bien… Te propondría que no inscribiéramos en
un gimnasio, pero sé que tienes poco tiempo.
—¡Es buena idea! Podríamos ir después de que termine mis
clases de inglés…
—¿A las ocho?… y perderme la telenovela, estás loca —rio
incrédula.
—Sí, tienes razón —se lamentó—. Ya encontraré el momento
justo. —No quiso decirle que quizá a las seis de la mañana era otra
hora factible, porque bien sabía que a Ramona no le gustaba
levantarse tan temprano. Así que, prefirió seguir haciéndolo como
esa mañana, sabía que si era constante obtendría buenos
resultados.
Lara le entregó la gabardina, bufanda y guantes al anfitrión del
restaurante White Rabbit, quien luego de pasarle las prendas al
hombre encargado del guardarropa, la guio hasta la mesa donde la
esperaba su hermano.
—Lo siento, es que a la esteticista se le hizo tarde —dijo al
tiempo que se sentaba.
—Es la tercera vez que lo hace, tendrás que buscar otro centro
en el que respeten tu tiempo —comentó Maxim. No estaba molesto
por la demora de su hermana, solo que sabía que esos pequeños
desfases en sus horarios traían consecuencias en sus rutinas.
—Es la mejor, tiene la agenda colmada, sobre todo en estos
días. —Lara era consciente que debido a la época del año en la que
el frío hacía estragos, muchas mujeres necesitaran hidratase la piel,
algo que no simplemente podían conseguir tomando varios litros de
agua al día—. ¿Has pedido algo? —curioseó y antes tomar la carta,
echó un vistazo hacia el Ministerio de Asuntos Exteriores que tenía
enfrente.
—Vino, del que te gusta.
—Gracias. —Le dedicó una genuina sonrisa y desistió de la
carta—. ¿A qué horas pasarás a buscar a Ximena? —preguntó por
la prometida de Maxim. A pesar de que se casarían en poco menos
de un año, ya estaban con los preparativos de la ceremonia.
—A las cinco… ¿Cómo te fue por la mañana? —Era necesario
estar informado del rendimiento de su hermana.
—Muy bien, tuve tres privados, uno con Raúl, otro con el viejo
James —su tonó se tiñó de aversión, al hablar del canadiense—. Y
un usuario nuevo.
—¿De dónde es? Espero que le hayas sacado información
para poder armar su perfil.
—Es de Panamá, cincuenta y dos años, profesor universitario.
Recién divorciado, con tres hijos. —Lara le comentaba todo lo que
recordaba de la conversación que tuvo con el hombre y sabía que
su hermano lo estaba memorizando para crear la ficha del usuario.
—Está en busca de atención. ¿Compró el número? —preguntó
por una de las opciones que ella tenía, para brindarles ciertos
beneficios extras a los usuarios.
—Sí.
—¿Le escribiste?
—Sí, y le envié una foto que me tomé en la ducha.
—¿Renato se conectó? Ayer dijo que lo haría. —Maxim, la
mayoría del tiempo era el encargado de enviar los mensajes a los
usuarios, antes de que su hermana empezara la trasmisión; no
descansaba hasta hacerles prometer que entrarían al portal a verla,
ya que, entre más espectadores, mejor era la posición que tendría
en el ranking de modelos.
—Sí, pero solo estuvo como diez minutos, dejó quince mil
tokens . Sigue con la excusa del trabajo. —Se mostró desanimada.
—Lara, estás perdiendo la oportunidad de tu vida, si de verdad
quieres dejar la webcam , tienes que insistir con él…
—¿Crees que no lo intento? Sabes que lo hago, Maxim… Ya
no sé qué decirle ni cómo mostrarme. Está perdiendo el interés y no
sé qué fue lo que hice mal… —hablaba con el temor de ser
rechazada atenazándole la autoestima. Aún no podía comprender
cómo un hombre que lo tenía todo no había sido capaz de lanzarse
encima de una mujer como ella. Él tenía el combo completo, un
físico atractivo, además de estar más que bien dotado, pero como si
eso no fuera suficiente, jamás en su puta vida tendría que
preocuparse por dinero, poseía lo suficiente como para que hasta
los nietos que tuviera pudiesen llevar una vida de derroche, sin tener
siquiera que trabajar un solo día de sus vidas. No podía perderlo…
no sin luchar.
Guardaron silencio mientras le servían el vino, en cuanto se
marchó el sumiller, Maxim tomó la mano de Lara y le regaló un
reconfortante apretón. Él sabía que ella estaba muy ilusionada con
el brasileño, quería ayudarla, aunque eso significara cortar con su
única fuente de ingresos.
—Tú no hiciste nada mal, de eso estoy seguro, lo más seguro
es que esté encaprichado con otra modelo… Así que no dejes de
insistir, ¿le dijiste que querías ir a Río para Navidad?
—Por supuesto —resopló—. Le he hecho la propuesta tres
veces, pero sale con tontos rodeos. —Un nudo de impotencia
sofocaba su garganta.
Él chasqueó los labios, mientras buscaba una solución
eficiente.
—La personalidad de Renato es complicada, lo más probable
es que no esté preparado para que su familia te conozca…
Hagamos una cosa, voy a hacerte un pasaje aéreo falso, se lo
muestras y le dices que ya lo tienes… Le explicas que no es
necesario que te lleve con su familia, que solo quieres verlo… Sin
ningún compromiso.
—Bueno, no perdemos nada con intentarlo. —Lara estuvo de
acuerdo con la idea de su hermano—. Pero si no acepta, desistiré.
Por mucho que quiera a Renato, no voy a rogarle… —Frunció los
labios—. No perderé mi tiempo en una causa perdida, prefiero poner
mis esperanzas en alguien más…
—Tú estás encaprichada con Medeiros, pero tienes mejores
opciones… Por ejemplo, está Robert —comentó, pero enseguida la
vio poner los ojos en blanco—. Sé que no te gusta porque pasa los
cincuenta, pero si lo que quieres es asegurar tu futuro, debes guiarte
más por el cerebro que por el corazón.
—Cómo si fuese tan fácil —masculló, rodando los ojos.
—Fácil no es, de eso estoy seguro; la otra opción es seguir en
la web hasta que te gradúes, consigas un trabajo y aprendas a
reducir gastos.
El gesto que hizo Lara, le dejó claro que jamás limitaría el estilo
de vida al que ya se había acostumbrado. Ella se daba gustos de
celebridad, gracias a las generosas propinas de sus admiradores y
lo mejor de todo era que no tenía que acostarse con ellos; a menos
que así lo decidiera.
CAPÍTULO 71
Renato se sintió totalmente acorralado y muy molesto al ver el
boleto aéreo que Lara le estaba mostrando. Desde que regresó de
ver a Samira se había propuesto evitar a la rusa hasta que no
supiera como romper con ella, no quería seguir engañando a
ninguna de las dos. Esa mañana cuando se conectó al portal ni
siquiera vio el número que ella había preparado, aguantó unos
minutos y se desconectó alegando que tenía que irse a la oficina
porque tenía varios compromisos que no podía eludir. Pero esa
tarde lo había forzado a atenderle la videollamada, alegando que no
le quitaría más de diez minutos, el problema fue que la noticia que le
dio lo dejó perplejo. Cuando ella le hizo varias veces la propuesta, él
no le dio respuesta, siempre cambió de tema, ahora reconocía que
ahí radicaba su error porque no cortó de raíz esa sugerencia. Por
eso, ahora ella había tomado la decisión de invertir en un pasaje,
creyendo que eso lo alegraría.
No la entendía, Lara sabía muy bien que estaría ocupado en
esas fechas; su familia suele monopolizar sus días al planificar
muchas actividades que él no puede rechazar o evadir. Era una
locura, y un abuso de su parte haber tomado esa decisión y ponerlo
en ese compromiso.
No sabía qué responderle, la sonrisa afable que tenía minutos
antes de que le mostrara el pasaje había desaparecido. Mientras
que ella esperaba algún gesto de efusividad, él estaba
tartamudeando en busca de una respuesta que no le hiciera daño,
pero que definitivamente lo zafara de esa visita.
—P-p-pero Lara, ya te había dicho que mis tíos vendrán, toda
mi familia estará aquí en Río y estaré muy ocupado… —trataba de
explicar una vez más y esperaba que el tono de su voz no delatara
su molestia.
—No tengo intención de agobiarte, te lo prometo… No tienes
que llevarme con tu familia si no lo deseas, también comprendo que
necesites pasar tiempo con ellos. No te exigiré que estés todo el día
conmigo. —Ya se había preparado para esa reacción de él, así que
bajó la cabeza y cuando volvió a mirar a la cámara tenía los ojos
llenos de lágrimas—. Pero si no quieres que vaya, solo dímelo,
cancelaré el boleto…
«Mierda, mierda», pensó Renato, frustrado.
—No es que no quiero que vengas, es que… Estaré muy
ocupado, ni siquiera podrás quedarte conmigo, lo siento, pero…
—Por eso no te preocupes, me quedaré en un hotel, ya hice la
reserva… pero también puedo cancelarla si decides que es mejor
que no vaya. —Se limpió rápidamente la lágrima que
estratégicamente había buscado derramar.
El peso de la culpa lo estaba aplastando, él debía haber
hablado con ella hace semanas, desde el mismo momento en que
se dio cuenta de que realmente no la quería, pero dejó que todo se
le escapara de las manos y ahora sí que le iba a hacer daño.
—No sé qué decirte Lara —dijo acongojado—. Es que no
quiero que, en una fecha tan importante, tengas que alejarte de tu
familia y que hagas un viaje tan largo para que pases la mayor parte
del tiempo sola.
—Quieres que no vaya, ¿cierto? —Se cubrió la boca con la
mano libre para ahogar un sollozo.
Eso le rompió el corazón, no quería lastimarla.
—No, no es eso… —Deseaba pensar en algo que le ayudara
en ese momento. Quizá Danilo podría ayudarle—. Déjame pensarlo,
¿sí? —Eso le daría tiempo para conversarlo con su terapeuta o para
que se le ocurriera un mejor plan—. Primero tengo que organizar mi
agenda.
—Está bien. —Sonrió y derramó más lágrimas que le sirvieran
para convencerlo—. Me conformo con poder verte, aunque sea una
vez, un par de horas… Te extraño tanto, caramelo.
Renato bajó la cabeza y se llevó una mano a la frente, se la
sobó intentando mitigar el comienzo del dolor de cabeza que ya
sentía.
—Solo cuídate, cariño… Hablamos luego, ahora tengo que
atender una reunión importante.
—Está bien, éxito en tu reunión… Besitos. —Dio un beso en las
yemas de los dedos y luego lo sopló a la pantalla.
Renato asintió y se apresuró para terminar la comunicación,
tenía un gran lío en la cabeza. No había usado la reunión como una
excusa para colgar la llamada, ciertamente la tenía, solo que, en un
par de horas. Estaba tan mortificado que sabía que ya no podría
concentrarse el resto del día hasta que no encontrara una solución a
su inminente problema.
Danilo siempre le había dicho que estaba para él las
veinticuatro horas del día. En el pasado, solo había recurrido a
molestarlo fuera de sus consultas, unas tres veces.
Como esa vez que sus compañeros de clases del primer
semestre en la universidad lo habían invitado a una fiesta; pero
considerando que unos de los ejercicios de su psicólogo había sido
hacer una terapia de choque en la que se expusiera a una de las
situaciones que más estrés le causaban; claro que lo que Danilo
quería, era que lo hiciera en un ambiente controlado donde él lo
pudiera ayudar o supervisar. Pero Renato quería creer que ya
estaba mejor, así que asistió a una de esas reuniones que le habían
hecho. Se esforzó muchísimo por integrarse, pero no había pasado
ni media cuando le entró tal ansiedad y agobio que se encerró en el
baño y no quería salir de ahí.
No quiso llamar a sus padres, a su hermano, ni mucho menos a
su abuelo, porque todos estaban muy ilusionados con la primera
salida de ese tipo que él hacía solo, no quería ni pensar en la
decepción que les causaría al tener que recurrir a ellos para sacarlo
de esa situación; eso empeoraba su ánimo al punto de que empezó
a llorar y por poco se vomitó encima.
Así que su único recurso fue acudir a Danilo, quien le atendió
enseguida y debido a lo desesperado que lo escuchó, le recomendó
que se acostara en el suelo, subiera los pies en el retrete y se
concentrara solamente en su respiración, que él iría a buscarlo.
Desde ese día, en que el terapeuta fue su salvador, le tomó
más confianza e hizo que se comprometiera más con el proceso.
Así que, ahora que se sentía entre la espada y la pared no
dudó en recurrir a él nuevamente, por lo que le envió un mensaje en
el que lo saludaba y le preguntaba si podía verlo lo más pronto
posible. Pensaba que llamarlo sin previo aviso era una falta de
respeto, considerando que, en ese momento, seguramente estaría
ocupado con algún paciente.
Quince minutos después recibía su llamada. No quiso explicarle
por teléfono cuál era el problema al que se estaba enfrentando, solo
le dijo que tenía que ver con Lara. Al escuchar lo ansioso que
sonaba su todo de voz, el terapeuta le dijo que podría atenderlo a
las siete de la noche.
A Renato le avergonzaba tener que ponerlo en semejante
compromiso, pero necesitaba encontrar una solución lo antes
posible.
Renato llamó a Drica para que le ayudara a ultimar los detalles
de la reunión que en poco tiempo debía liderar, necesitaba
enfocarse en tareas que lo mantuvieran entretenido, para así no
dejar que los pensamientos tóxicos infectaran su mente. No podía
deja que nada alterara sus obligaciones laborales, esa siempre
había sido su norma desde que aceptó el cargo en la empresa
familiar.
Ese martes Samira había tenido un día laboral extenuante, no
paró de ir de un lado para otro, llevando y trayendo documentos,
solicitando información a otros departamentos o cuidando que todos
los detalles estuvieran perfectos para las reuniones que su jefe
había programado, incluso Karen que habitualmente no se quejaba,
expresó estar agotada y con los pies adoloridos.
Lo que más lamentó fue no contar con el tiempo suficiente para
ir a la cafetería a ver cómo le estaba yendo a Ramona, ella sabía
que su amiga lo estaba haciendo bien, no en vano toda su vida
laboral la había desempeñado en esa área.
Esa tarde ya la tenía comprometida con sus excompañeros de
trabajo, con quienes se tomaría un café y por fin podría conocer al
bebé de Mailen que, al parecer, ya no iba a regresar al restaurante.
Cuando salieron del edificio, las esperaba la prima de Karen
con el hijo de su compañera. El niño en cuanto vio a su madre corrió
y se le lanzó a los brazos y sonreía en medio de los mimos
maternos.
—Hola Alonso, hoy estás muy guapo —saludó Samira,
tomándole una mano y mirando sus hermosos ojos castaños.
—Gracias —dijo con las mejillas arreboladas.
—Dale un besito a Sami —le pidió Karen, y el niño se acercó a
la mejilla que ella le ponía.
Tras el sonoro y tierno beso del niño, ella sonrió le dio uno en la
frente a él de vuelta, luego le ofreció los brazos para cargarlo y él sin
pensarlo mucho se fue con ella.
—Hola Joselyn, ¿cómo te va? —saludó a la prima de Karen, a
quien había visto muy a menudo, ya que casi siempre, era la
encargada de ir a buscar a Alonso en la guardería que quedaba a
pocas calles de ahí.
Ramona las alcanzó en ese instante, ya que por medio de un
mensaje le había avisado que ya había salido.
Samira se encargó de presentarla con su compañera de trabajo
y Joselyn, ya que hasta el momento no habían coincidido dentro de
la empresa.
—¿Les gustaría acompañarnos a tomarnos un café? Así
conocen a nuestros amigos.
Karen y Joselyn compartieron una mirada y asintieron. La
gitana las guio hasta el café de la esquina, donde ya debían estar
esperándolas, mientras seguía cargando al niño y hablaba con él.
Ella sentía un vínculo especial con los pequeños, porque
siempre estuvo rodeada de ellos. Incluso se involucró en la crianza
de sus hermanitos, lo que hacía que la nostalgia le atenazara el
corazón cada vez que los recordaba.
Ahí en el área externa del café estaban todos sus amigos del
horario matutino del restaurante. La recibieron entre besos y
abrazos, le agradó muchísimo ver a la señora Mercedes, ya que ella
casi siempre se excusaba de las reuniones porque debía cuidar de
sus nietos.
Hizo las presentaciones entre Karen, Joselyn y sus amigos. Sin
perder tiempo se ubicaron en los puestos, la agradable conexión fue
instantánea. Ellos no perdieron la oportunidad para felicitar a
Ramona por su nuevo puesto de trabajo.
Samira sentía que había creado una especie de familia con
ellos, se sentía en confianza y estimada; no necesitaba que llevaran
su misma sangre ni siquiera que pertenecieran a su misma etnia.
Ellos se habían ganado un lugar especial en su corazón, algo que
jamás habría ocurrido si se hubiera quedado encerrada dentro del
círculo estrictamente cerrado que era su comunidad. Deseaba que
algún día sus padres pudieran ver que la integración era vital para la
sociedad, no era justo que se privaran de conocer lo bonito de la
diversidad humana.
Renato salió del consultorio de Danilo con una idea clara de lo
que debía hacer, no tenía más opción que afrontar directamente el
problema, aunque para ello debería armarse de todo el valor que
poseía, pero era lo menos que Lara merecía, que le diera la cara y
enfrentara el momento con entereza.
Así que, dejaría que viniera a Río y hablaría sinceramente con
ella frente a frente. Tal como Danilo le planteó la escena, era la
mejor opción, solo esperaba no cagarla más. Tras un largo suspiro,
mientras esperaba que el tráfico avanzara, decidió llamarla para
informarle.
Ella le atendió de inmediato, debía dejarle bien clara las
condiciones que él debía establecer, porque si no, se iba a meter en
un buen lío.
—¡Hola, caramelo! —saludó con efusividad.
—Hola, cariño… ¿Estás ocupada? —preguntó, mientras
avanzaba en la interminable fila de autos que se extendía por la
avenida Armando Lombardi.
—Apenas estoy maquillándome para trasmitir… ¿Ya saliste del
trabajo? —curioseó, con el corazón desbocado, tuvo que dejar de
lado el pincel con el que se delineaba el párpado superior, porque la
expectativa la hacía temblar.
—Así es, voy camino a casa… Si es que algún día avanza el
tráfico —suspiró nuevamente y bajó un par de grados al aire
acondicionado de la SUV, estaba acalorado.
—¿Te conectarás? —Se moría por preguntarle si había tomado
una decisión con respecto a su viaje a Río, pero prefería no
presionarlo.
—La verdad, no lo creo. Estoy agotado, mañana tengo otra
reunión a primera hora…Ya sabes, se acerca cierre de año y se
debe tener listo todo antes para el cálculo del balance anual y el
estado de pérdidas y ganancias global del consorcio que se hace a
principio de año… Además, de que hay que salir de los grandes
compromisos si queremos tomarnos las dos semanas de
vacaciones.
—Entiendo, sí… Debes estar exhausto, me encantaría poder
darte un masaje y una mamada para relajarte —ofreció sonriente,
no era primera vez que hacía promesas de ese voltaje.
Renato sonrió, pero al darse cuenta de que ella ya no le
calentaba la sangre, confirmó lo que ya sabía. Solo quería recrear
esas escenas con la chica de ojos color oliva más bellos del mundo.
—Eso sería bueno. —Fue lo único que se le ocurrió decir para
salir del paso. Se sacudió los pensamientos y recordó por qué la
había llamado—. Tuve unos minutos libres luego de nuestra llamada
para pensar en tu visita… Quiero que vengas —soltó sin pensar
más y el gritó de júbilo de la rusa se esparció potente en el ambiente
—, pero…
—Todos los «peros» que quieras… —interrumpió ella, segura
de que esta vez sí tendría la oportunidad para convencerlo de hacer
oficial su relación—. Lo que importa es que volveremos a vernos.
—Así es, volveremos a vernos —comentó Renato, sin
contagiarse de la emoción de ella, todo lo contrario, tenía un nudo
en la garganta—. Pero los términos serán los mismos, no puedo
tenerte conmigo, sin embargo, me encargaré de alojarte en un buen
hotel, así que cancela la reserva que hiciste… Pero te advierto que
tampoco podremos vernos tanto como quisieras, como te he dije
varias veces, mis compromisos familiares son muy importantes e
ineludibles.
—Lo entiendo, caramelo. Por eso te dije que no pretendo ser
una molestia, solo quiero verte, aunque sea poco, también quiero
huir del frío infernal de esta época —hablaba sonriente y le hacía
señas a su hermano que estaba programando el equipo para la
trasmisión que tendría en breve. Él siempre dejaba todo listo para
que ella no tuviera que preocuparse por los temas técnicos. Sin
duda, Maxim estaba feliz por haber conseguido el objetivo.
—Sí, imagino que debe estar helado.
—No te imaginas, es terrible. Mi piel se reseca demasiado, las
calles se vuelven un caos.
—Es terrible… —hizo una pausa, mientras pensaba cómo
seguir con la conversación, pero tras varios segundo no tenía nada
—. Bueno, te dejo para que puedas seguir con tu maquillaje. Sé que
estarás deslumbrante.
—Como siempre, caramelo… Sé que estás muy cansado, pero
si deseas verme, estaré en el mismo lugar.
—Lo sé, sé que puedo acudir a ti siempre que lo necesite, por
esa razón eres especial. —No podía mentirse, porque Desire, había
sido su mejor refugio en tiempos difíciles. Que ahora estuviera
perdidamente enamorado de Samira, no le hacía olvidar lo mucho
que sentía que ella lo había ayudado—. Hablamos luego.
—Hasta pronto, caramelo. Descansa.
Renato terminó la llamada y resopló, al tiempo que se aflojaba
la corbata y tuvo que abrirse un par de botones de la camisa. La
necesidad alucinante de hablar con Samira lo estaba desesperando,
pero sabía que a esa hora ella debía estar con Ramona viendo la
serie turca, no podía interrumpir en esos momentos que eran solo
de ellas.
Pensar en eso le dio una idea y aprovechó el bendito
embotellamiento para buscar la dichosa serie de la que, su gitana le
hablaba tanto. La puso a reproducir en la pantalla en el salpicadero,
quizá eso le ayudaría a hacer entretenida la espera, porque el
audiolibro que había empezado la mañana anterior, hasta el
momento no le había atrapado.
Para Samira la semana entera había estado llena de dolor y
agotamiento, ya que se levantó todos los días a las cinco de la
mañana para seguir con sus entrenamientos. Aún no notaba
ninguna diferencia, eso la desmotivaba un poco, pero en cada video
que veía, todos los entrenadores concordaban en una sola cosa:
paciencia.
Incluso estaba haciendo el esfuerzo sobrehumano de reducir
las cantidades de azúcar que ingería, ya al café no le echaba tres
cucharadas sino dos y media, esperaba la próxima semana
conformarse con dos.
Pero lo peor fue tener pasar la noche anterior sin Renato, ya
que este la tuvo que llamar a última hora para aplazar su viaje para
la mañana del sábado porque al final de la tarde todo se le complicó
por culpa de una reunión de último minuto que solicitaron sus tías y
a la que él debía asistir sin quejarse. Aunque sí que se había
molestado porque ambos sentían que no les alcanzaría solamente
esas cuarenta y ocho horas que podrían verse para darse todos los
besos que se les habían acumulado.
Por eso, esa mañana de sábado se despertó más temprano de
lo usual con una sonrisa imborrable en la cara, quería prepararse
con tiempo y aprovechar de dejar la casa arreglada y organizada, ya
que no volvería sino hasta el domingo por la noche, luego de que él
ya estuviera en el aeropuerto para regresar a Río.
Limpió a fondo la cocina y el baño, cambió las sábanas de la
cama por unas limpias, se hizo el desayuno y estaba metiendo las
pastillas anticonceptivas, que religiosamente se tomaba todos los
días a las siete de la noche, en el pequeño neceser que se llevaría
para que no se le olvidaran, cuando alguien llamó a su puerta.
Estaba segurísima de que no era Renato, porque en la última
conversación que tuvieron la noche anterior, cuando él ya estaba en
el apartamento, le comentó que el vuelo más temprano que
consiguió fue a las diez de la mañana, lo que hacía que llegara a
Santiago después de almuerzo; había querido usar el avión privado
de la familia para no tener que depender de los horarios
comerciales, pero eso significaba informarle a su abuelo sus planes
y él insistía en que no quería tener que dar explicaciones a nadie de
momento. Ella tampoco se sentía cómoda con que él abusara de los
recursos familiares como ese, no quería que ellos creyeran que ella
era una interesada que estaba detrás de sus lujos.
Desde el momento en que se mudó ahí, consideró que era
necesario que a las puertas le pusieran la mirilla; así podrían
asegurarse de abrir a la persona correcta. A pesar de que lo había
dicho en un par de reuniones y de que tomaron en cuenta su
propuesta, no habían hecho nada. Así que, con cautela, abrió la
puerta, dejando una pequeña rendija, se asomó.
—¿Pasó algo? —preguntó aliviada, al tiempo que abría al ver
que era Ramona.
—Acaba de llamarme mi tía Drina —su voz temblaba en una
mezcla de nervios y emoción.
—¿Tu tía? ¿Pasó algo? —Samira la invitó a pasar con un
ademán, pero no pudo evitar ponerse nerviosa.
—Ay Gypsy , disculpa, no quiero interrumpir, estabas por
desayunar.
—No te preocupes, ¿quieres?
—No, no, tranquila, come tú, ya comí —dijo. Le avergonzaba
haber sido tan inoportuna.
—Después lo hago, ¿cuéntame qué pasó? ¿Por qué te llamó tu
tía? —interrogó, se sentía nerviosa por Ramona, sabía que deseaba
tanto como ella el perdón de su familia.
—Viene a Valparaíso, quiere verme, saber si estoy bien, por
supuesto, mis padres no lo saben… No sé, estoy preocupada, ¿será
que va a reprenderme?
—No lo creo, quizá sí quiere saber cómo estás… verte y darte
un abrazo. —Le tomó las manos y la miraba a los ojos tratando de
infundirle valor. Estaba feliz por la oportunidad que la vida le estaba
otorgando.
—Y si solo quiere reprocharme —su voz se ahogó debido al
miedo.
—No lo sabrás si no vas a verla… ¿Qué tan malo podría ser?
—hizo un mohín alentador—. Si lo que quiere es reprocharte,
simplemente te alejas y vuelves a Santiago, con esta hermana que
la vida te ha regalado.
—Está bien —resolló valor—. Entonces, iré… y que sea lo que
Dios quiera.
—¿A qué hora te irás? Así te acompaño a la terminal.
—Me voy ya…
—¿¡Ya!? —A Samira le fue imposible ocultar la sorpresa.
—Es que llega como a la una de la tarde a Valpo, y acordamos
vernos en la terminal, si todo sale bien, me quedaré con ella hoy y
mañana, sino me tendrás aquí por la mañana.
—Te prometo que aquí me tendrás, no me moveré de este
piso… ¡Ay, estoy tan feliz por ti! —chilló emocionada y la amarró en
un abrazo eufórico. Quería decirle que también soñaba con el
momento en que pudiera reencontrarse con su familia, pero no lo
haría porque ese momento de dicha era solo de Ramona.
—Bueno, me tengo que ir, iré a preparar un ligero equipaje…
¡No quiero llegar tarde! —Sacudió las manos y resopló, estaba
nerviosa y expectante.
—Deja que te ayude, y te acompaño a la terminal.
—No, no, de ninguna manera. Interrumpí tu comida, mejor
come, me iré en un taxi.
—Está bien. —Sabía que no tenía caso llevarle la contraria a su
amiga, ya que era igual de obstinada que ella—. Pero prométeme
que me mantendrás informada.
—Lo haré, te lo prometo. —Le acarició el pelo y se acercó para
darle un beso en la frente—. Cuídate mucho, y saluda a Renato de
mi parte, ya viene en camino, ¿verdad? —curioseó. Había dejado de
molestar a Samira con la evidente relación que mantenía con el
carioca, aunque eso implicara hacerle creer que se creía las tontas
mentiras que ella le decía.
—Sí, eso creo —masculló y le esquivó la mirada.
Ramona sonrió enternecida al ver cómo se sonrojaba, sabía
que temía ser juzgada. Solo esperaba que algún día, su hermosa
niña, hiciera polvo el peso que traía consigo la virginidad en su
cultura, que comprendiera que vivir plenamente la sexualidad no
debía ser considerado un acto de deshonra o de impureza, siempre
y cuando la practicara con responsabilidad.
Ella misma comprendió eso después de que su ex la
abandonara, por eso era que se había refugiado en Mateo, porque
no solo era un gran amigo, sino que con él aprendió que amar y
tener sexo era una decisión netamente personal; no le importaba ya
que su sociedad la viera como una rebelde, para ella el sexo solo
era un punto más en el reconocimiento de su cuerpo y la validación
de sus deseos.
—Ojalá venga para que así no estés sola este fin de semana…
Solo cuídate, te quiero Gypsy .
—Yo también, deseo de todo corazón que te vaya muy bien con
tu tía.
Se dieron un apretado abrazo que duró casi un minuto, luego
un par de besos en las mejillas y Ramona se marchó.
Samira tras salir del estado de ensoñación y esperanza en el que la
dejó su amiga, recordó que tenía hambre, así que metió la comida
en el microondas por un minuto y luego se dispuso a cenar.
CAPÍTULO 72
Samira sabía que ese llamado a la puerta era el momento que
más estuvo esperando en toda la semana, la expectativa la tenía
toda acelerada, pero tener la certeza de que Renato por fin había
llegado hacía que el tiempo se paralizara y que el corazón le diera
un vuelco.
Corrió a la entrada, pero antes de abrirle agarró una bocanada
de aire y no se preocupó por disimular la sonrisa de dicha que
llevaba tatuada. Solo un movimiento de su mano bastó para tenerlo
parado en frente, con una sonrisa discreta que le resultaba
totalmente irresistible.
—Bésame —suplicó de inmediato con el pecho agitado y las
hormonas revoloteando.
A Renato se le detuvo el corazón ante semejante petición tan
inesperada. Tuvo que recordarse que esperaban por ellos abajo, así
que se prometió que se controlaría, que solo le devoraría la boca, no
la tiraría en la cama ni le quitaría la ropa, no quería que ella pensara
que solo le interesaba su sexo.
«Mierda, ella me lo está poniendo realmente difícil», pensó,
cuando ella, de manera tentadora asomó la lengua entre sus labios
y se humedeció el inferior.
Avanzó un paso para apenas traspasar el dintel, la sostuvo por
los hombros con suavidad, respiró hondo y le encerró la cara entre
las manos, apoyando su frente en la de ella, al tiempo que con el pie
cerraba la puerta.
—Samira… —murmuró su nombre, saboreándolo, deleitándose
con cada letra; ella gimió en respuesta; por lo que no pudo seguir
conteniéndose y le cubrió los labios con los suyos, una presión
suave y un aliento compartido.
El beso fue casi un momento interminable que ninguno de los
dos quería interrumpir, él supo que podría estar así toda la noche,
saboreando sus labios, calmando la sed con su saliva, permitiéndole
a su lengua la delicia de acariciar la de Samira.
Pero ella quería más. Lo necesitaba y él lo sabía, por la forma
en que lo presionaba contra su cuerpo, en la intensidad con que se
aferraba a su espalda.
Amoldó su boca a la de ella y la obligó a separar los labios para
adueñarse de ellos. La gitana se aferró a sus hombros con
desesperación y se apretó más contra él, al tiempo que introducía la
lengua en su boca con un gemido. Aquel fervor desgarrado fue su
perdición. La abrazó y la estrechó con codicia.
Eso no tenía sentido, iba en contra de la promesa que se había
hecho segundos antes, pero ella era la peor de las tentaciones, era
la causante de todos sus delirios. Le enterró los dedos en el pelo
para inmovilizarla en la posición en que él la necesitaba.
Ella respiró entrecortadamente y se apartó, queriendo que
primara la razón, pero cuando él la miró con esos ojos azules que
brillaban con deseo, sintió cómo la excitación reptó por todo su
cuerpo y se alojó en su sexo.
—¿Renato?
—¿Sí? —jadeó, dejando su aliento caliente sobre los labios
mojados e hinchados de su chica.
—¿Puedes llamar a Ignacio y pedirle que se marche? Es que
necesito que nos quedemos esta noche en la casa —susurró,
sofocada.
Renato se separó un poco más y le miró toda la cara para
intentar adivinar si se refería a alguna propuesta erótica. Asintió con
una leve sonrisa que hizo que el hoyuelo en su mejilla izquierda se
profundizara más.
Sin duda, el lugar no era lo más cómodo del mundo, era
demasiado pequeño, pero bien que podría ingeniárselas para
aprovecharlo al máximo.
—Sí, pero tengo que ir a por mi equipaje —dijo sin ningún tipo
de objeción.
—Por favor —pidió, tirando de las solapas de la chaqueta para
volver a acercarlo a ella y le rozó suavemente los labios con los
suyos, lo que hizo que un delicioso escalofrío le recorriera la
espalda.
Renato aprovechó el roce de los labios de Samira para
presionar los suyos sobre los de ella y sin pensarlo, se aferró a
ambas nalgas, empujándola con contundencia contra su pelvis para
que fuese plenamente consciente de lo que había provocado, pero
se apartó antes de que se hiciera más evidente.
—Enseguida vuelvo —prometió.
—¿Quieres que vaya contigo?
—No hace falta, regresé en dos segundos —su voz denotaba la
urgencia que sentía, se acercó y volvió a darle otro beso, porque
esa boca enrojecida y voluptuosa no hacía más que tentarlo.
Samira le sonrió coqueta, luego se pasó la lengua por los labios
para saborear el beso y terminó mordiéndoselo.
Renato negó con la cabeza ante semejante provocación, al
tiempo que retrocedía los pocos pasos que lo llevaban a la salida.
Se volvió, abrió y salió casi corriendo. Ella no dejó que la puerta se
cerrara, la sostuvo por el pomo y asomó medio cuerpo por el pasillo,
lo vio bajando a prisa las escaleras.
—¡Enseguida vuelvo! —aseguró en voz alta, algo que
verdaderamente hacía muy poco.
—¡Aquí te espero! —respondió con una gran sonrisa, podía
sentir a las mariposas acariciándole con sus alas todo el cuerpo.
Pasó poco más de un minuto, cuando escuchó el sonido del
auto arrancando y casi enseguida lo vio aparecer en las escaleras.
La sonrisa de ambos se hizo más ancha y el deseo burbujeaba
ardiente en sus venas.
Él se acercó con largas zancadas, Samira retrocedió dentro del
apartamento y, una vez cerraron la puerta, se refugiaron en la
privacidad que el lugar les ofrecía. Renato le envolvió la cintura con
un brazo, al tiempo que dejaba caer el bolso en el suelo, se escuchó
el sonido amortiguado de algo de cristal contra el parqué,
probablemente había sido el frasco de perfume o alguno de los
productos que utilizaba para hidratarse la barba. No le prestó
atención, nada de eso era más importante que la mujer que tenía
enfrente.
Ella de inmediato lo recibió ávida, lo tomó por el cuello para
profundizar el beso y aunque estaba muy concentrada en su boca,
percibió sus intenciones, cuando cerró más el brazo en torno a su
cintura y la sujetó por el muslo derecho; sin perder tiempo, le ayudó,
buscando impulso en sus hombros.
Un instante después, Renato la alzó en brazos y ella se aferró
con sus largas y delgadas piernas a las caderas perfiladas,
interrumpiendo el beso apenas para que él pudiera orientarse y no
tropezar con cualquier cosa en ese pequeño sitió, la llevó a la cama
y la colocó en el colchón de una sola plaza.
Se acostó encima de ella, recargando parte de su peso en sus
antebrazos, casi la mitad de sus piernas quedaban por fuera; aun
así, la miró fijamente. Necesidad, lujuria y amor infinito, era lo que
veía reflejado en su cara.
Respiró profundo para tomárselo con calma, bajar un poco la
adrenalina que lo tenía tan acalorado y buscó remanso al acariciarle
los pómulos con los pulgares.
—¡Oh, Dios! ¡Cómo te he echado de menos!
Samira esbozó una leve sonrisa que dejaba en evidencia
cuanto le había gustado esa confesión.
—Yo también te eché mucho de menos. Muchísimo, mi chico
guapísimo. —Como tenía las piernas abiertas y flexionadas, con él
en medio, apretó los muslos contra sus caderas, le rodeó el cuello
con los brazos y alzó su boca hacia la masculina.
Renato no iba a esperar a que ella se le ofreciera dos veces; de
inmediato inclinó la cabeza y atrapó una vez más sus labios, con su
lengua la instó a que los separara, en cuanto obtuvo el permiso, se
hundió en la dulce boca, saboreando el adictivo sabor que poseía.
Una corriente eléctrica crepitó entre ellos.
Renato no iba a desperdiciar otro segundo, por lo que le
arrancó la camiseta y expuso ante sus ojos los delicados hombros,
los pequeños pechos aún cubiertos por el sujetador y su piel tan
suave. La besó en la mandíbula, en el cuello, mordisqueándole la
oreja mientras ella inclinaba la cabeza para darle mejor acceso.
La chica lo abrazó con fuerza al tiempo que gemía con
suavidad y buscaba un poco de consuelo al mover la pelvis y así
crear fricción entre su vulva ya húmeda, contra el pene que a cada
segundo se ponía más grande y duro.
—¿Estás bien?
—Sí —gimió ella con la respiración entrecortada—. No te
detengas —dijo con un tono casi mandón, apresándolo con brazos y
piernas.
Entonces Renato estuvo dispuesto a complacerla por lo que
cubrió cada centímetro de su cuerpo y la inmovilizó sobre la cama
mientras le daba un beso abrasador. Devoró su boca tras obligarla a
separar los labios, exigiéndole que le ofreciera todavía más.
Samira se entregó dulcemente y aceptó la ferocidad de su
deseo, algo que hizo que se incrementara la excitación de él. Le
rodeó la cintura con un brazo al tiempo que llevaba la otra mano al
broche del sujetador, la despojó de la prenda en pocos segundos y
lo arrojó al suelo.
Ella contuvo el aliento, mirándolo fijamente, con los pezones
inhiestos y la piel erizada.
Él entrelazó los dedos con los de ella y llevó las manos por
encima de la cabeza, mientras bajaba la mirada a los pechos que
palpitaban contra su torso.
—Voy a devorarlos, cariño.
—Hazlo, porque han extrañado mucho la humedad de tu saliva.
—Tenía la voz temblorosa, debido al alto grado de excitación. Se
arqueó hacia arriba ofreciéndoselos.
—Oh, sí… son tan hermosos —murmuró, deslizándose sobre
su delgado cuerpo sin soltarle las muñecas, hasta que su boca llegó
a uno de los pezones; duro, rosa oscuro. Inhaló profundamente el
aroma a flores silvestres, que le hacía pensar en libertad.
Pudo haber empezado con suaves besos o una delicada
lamida, dedicarle tiempo a la tersa piel de su pecho. Pero prefirió
abrir la boca sobre el pezón para succionarlo con ímpetu, lo
presionó entre la lengua y el paladar.
—Amor… —gimió Samira, sintiendo que su vientre se contraía,
la estática se le apoderaba de la cabeza y contuvo el aliento.
Renato pudo percibir en su voz agonía y placer. Eso solo lo
instó a repetir la travesía, rodeó el botón inhiesto con la punta de la
lengua, para luego serpentear sobre él, estimulándolo, hinchándolo.
Los lloriqueos de ella y la manera en que se retorcía bajo su cuerpo,
presa entre sus manos, le dejaba claro que lo disfrutaba, por lo que
se mudó al otro pezón, al que le dio el mismo tratamiento.
Emprendió un camino de besos en ascenso, por el pecho,
cuello, mandíbula, mejilla, hasta terminar en su boca, pero antes de
hacer el beso más profundo se permitió el placer de mirarla a los
ojos.
—¿Te gustó? —preguntó sobre sus labios, aunque ya sabía la
respuesta.
Ella asintió con una gran sonrisa y varios suspiros.
Se moría por desnudarla, así que sin dejar de besarla bajó con
caricias y apretones por los costados hasta llegar a la cintura. Tuvo
que incorporarse para poder desabotonar y bajar la cremallera del
pantalón azul marino, luego se los deslizó por los muslos y se los
sacó, agradecía que ella llevara puestas unas pantuflas.
Lanzó las prendas al suelo, sin apartar su mirada de las bragas
negras de encaje; con las yemas de los dedos, inició una caricia en
las rodillas y fue subiendo con lentitud, sintiendo cómo la piel se
erizaba a su paso, al llegar a las caderas, empuñó la delicada
prenda y se la quitó para que tuviera el mismo destino que el
pantalón. Se lamió los labios al ver el pubis depilado. La sujetó por
las corvas y haló al borde del colchón.
Samira soltó un grito de sorpresa que se convirtió en una risita
excitada. Renato puso ambas manos sobre las rodillas y le abrió las
piernas, haciéndose el espacio perfecto para poder arrodillarse en
medio de sus muslos.
—Eres hermosa, Sami… verdaderamente hermosa —dijo al
tener el primer vistazo de sus pliegues mojados, hinchados y
rosados—. ¿Me dejas probar? —Más que una petición era una
provocación.
—Sí… sí. —Ella levantó la cabeza para poder mirarlo mejor.
Él sonrió complacido y le separó los pliegues con los pulgares;
ella se estremeció y gimió en cuanto sintió el toque. Él descubrió el
clítoris, estaba hinchado y rojo. Se le hizo agua la boca, mientras se
fijaba en ese pequeño centro de nervios que lo enloquecía. No pudo
esperar ni un segundo más, se inclinó y le pasó lentamente la
lengua por los pliegues hasta llegar al punto más sensible que se
ocultaba entre ellos. Con un pequeño gruñido, empezó a lamerlo
mientras la mantenía abierta con los dedos.
Ella aguantó la respiración y llevó sus manos hasta su pelo al
tiempo que él recorría toda su intimidad de arriba abajo sin parar,
cada roce era enloquecedor.
A Renato le encantó darse cuenta de que ya la tenía al borde
del orgasmo pero alargar la espera era una tortura para los dos, por
eso sumergió su boca en esa dulce carne y comenzó a beber con
avidez, al tiempo que deslizaba los dedos en su sexo, indagando,
probando, buscando.
—¡Oh, Santo Dios! —gritó Samira, y elevó más la pelvis para
que no se moviera ni un milímetro de ese pequeño lugar que las
yemas de sus dedos habían encontrado.
Él se sintió como el pirata que por fin hallaba un gran tesoro,
por lo que comenzó a rozarlo sin dejar de succionar el clítoris.
Cada segundo que pasaba, la piel de ella estaba más roja y
sudorosa, su cuerpo más rígido y su respiración era más jadeante.
—Amor… Renato… Renato. —Parecía desesperada, al punto
del llanto.
—Lo estás disfrutando, sé que sí —dijo con una amplia y pícara
sonrisa.
Ella jadeó y asintió apretando los labios para contener los gritos
de placer.
—Mucho…estoy a punto de explotar… —Samira tragó saliva,
seguía aferrada a sus cabellos.
—Disfruta gitanita mía, solo disfruta…
—Te había echado mucho de menos.
—Estoy aquí para ti —dijo muy serio.
Samira se sentía completamente vulnerable ante él, pero no
dejaba de mecerse contra él, abandonándose al placer que le
estaba obsequiando.
—Renato, ah, sí…
Renato prosiguió con su tarea de conducirla al orgasmo, por lo
que volvió con la punta de su lengua sobre el clítoris, mientras que,
con el dedo índice y medio dentro de la vagina, justo en la pared
frontal pudo sentir un pequeño punto rugoso, que al presionarlo o
rozarlo, hacía que Samira se retorciera de placer.
Ella se tensó y él sintió que empezaba a palpitar en torno a sus
dedos. Eso era lo más parecido a estar en el paraíso.
—¡Santo Dios! Renato… Renato —jadeaba y resoplaba sin
aliento, mientras le apretaba con más fuerza.
La manera en que ella se aferraba a sus cabellos era casi
dolorosa, pero verla al punto del orgasmo merecía la pena todo ese
descontrol.
En tan sólo unos segundos, ella gritó palabras sin sentido y
comenzó a estremecerse sin control. Él insistió, alargando el clímax
todo lo que pudo.
Cuando ella se relajó, le soltó los cabellos y se venció sobre el
colchón con un largo suspiro, el pecho agitado y una sonrisa de
satisfacción absoluta. Entonces, Renato retiró los dedos, los tenía
empapados y algo entumecidos. Se levantó y empezó a desvestirse
a prisa, se puso el condón, que se había guardado en el bolsillo
trasero del pantalón antes de volver la segunda vez a la casa,
ansiaba que ya pasara ese primer mes de tomarse las pastillas para
poder clavarse en su interior sin ninguna barrera de por medio; se
acomodó entre sus piernas, le alzó una de las piernas y se la
sostuvo por el muslo, usando como barrera su antebrazo. Volvió a
besarle el rostro y cuello, para terminar, perdiéndose de nuevo en
esa boca tentadora.
Con su otra mano se apoderó de la otra pierna, abriéndola todo
lo que podía para él.
Dejó caer suaves besos en sus pechos, le succionó los
pezones. Ella se sujetaba a sus hombros.
—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida… Lo mejor,
Samira —musitó tembloroso, introduciéndose en ella. Estaba
mojada, resbaladiza y caliente.
Samira tenía la piel ruborizada y le clavaba las uñas en los
hombros mientras se arqueaba hacia él, contendiendo el aliento. Lo
sentía abrirse paso en su interior con lentitud.
Volvió a enterrarse lentamente, mientras le acariciaba las
caderas y le introducía la lengua en la boca, ahogándole los
gemidos. Luego le soltó los muslos, pero dirigió el agarre hacia las
nalgas, las cuales apretó y la alzó para enterrarse un poco más, lo
que hizo que sus testículos rozaran su delicada y mojada piel.
—Eres preciosa. Joder, tan preciosa —murmuró, mirando los
hermosos ojos olivas que brillaban con total fascinación.
—Te quiero —confirmó asintiendo con la cabeza y se arqueó
para estar más unida a él.
Renato le apartó algunos mechones de la cara, que se le
habían pegado debido al sudor y a la saliva de sus lamidas; capturó
una vez más la boca, al tiempo que entraba y salía de su interior con
rapidez y contundencia.
Ella empezó a agitarse una vez más, entonces él le tomó una
de las manos con la que se sujetaba de su bíceps y se la guio entre
sus cuerpos, hacia el monte de venus, buscó apoyo en sus codos
para darle espacio.
—Inténtalo, tócate… Sé que sabes cómo hacerlo —murmuró
ansioso y tembloroso.
—Yo… no, sí… —No tenía caso mentirle ni hacerse la puritana
—. Soñar contigo me llevó a experimentarlo, pensar en ti me hizo
perfeccionarlo.
—Eso es lo más excitante que he escuchado en mi vida… —
confesó ahogado por la lujuria y luego sonrió ampliamente.
—Quiero ver cómo lo haces, mientras seguiré hundiéndome en
ti…
Samira no dudó, deslizó los dedos entre sus pliegues y
comenzó a frotar ese pequeño lugar con lentos y medidos
movimientos. Entretanto, él la llenaba con profundos empujones que
estimulaban todos los sensibles rincones de su vagina. Con cada
estocada, se arqueaba hacia él, aceptándolo en lo más profundo. Le
rodeó las caderas con sus largas piernas y comenzó a moverse
agitadamente bajo su cuerpo, reclamando una absoluta liberación.
Un instante después, ella convulsionaba con un grito gutural
que hinchaba las venas de su cuello y frente; también un intenso
rubor le cubrió las mejillas. Lo abrazó con fuerza, apresándolo con
su sexo, que palpitaba en torno a él.
Renato empezó a sentir un placer increíble que lo hizo
elevarse. La tensión alcanzó su cumbre de tal manera que no podía
respirar, ni escuchar, ni pensar. Solo la sentía a ella, a su Samira, su
gitana… Entonces, eyaculó y estalló en una supernova que estuvo a
punto de noquearlo. Se le llenaron los ojos de lágrimas y notó un
nudo en la garganta. La abrazó, aferrándose a ella con todas sus
fuerzas y escondió el rostro en su cuello.
CAPÍTULO 73
Se encontraban abrazados y con las piernas entrelazadas, más
unidos que de costumbre, debido al reducido espacio de la cama.
De vez en cuando compartían un beso y se recorrían el cuerpo con
caricias, mientras se dedicaban miradas dulces.
Renato la estrechó más entre sus brazos y dejó que un suspiro
saliera de lo más profundo de su pecho; Samira sonrió con deleite y
se entregó a las ganas de acariciarle con la yema del dedo medio el
tabique, adoró ver cómo él parpadeó lentamente.
—¿Quieres agua, té, alguna bebida refrescante? —Faltaban
pocos días para que iniciara el verano, pero ya el calor empezaba a
sentirse, ambos tenían la piel algo pegajosa por el esfuerzo que
habían hecho.
—Agua, pero deja que la busque para ambos. —Renato dejó
de abrazarla y se incorporó.
—Está bien. —Aprovechó que Renato se levantó y disfrutó la
vista de su espalda y culo.
Tomó la camiseta de Renato y se la puso, se peinó los cabellos
con los dedos y se lo recogió en lo alto, usando algunos de los
mechones para sujetarlo. De verdad que estaba acalorada, por lo
que alzó un poco la persiana y abrió la ventana, para que no
pudieran ver hacia adentro, también prendió el ventilador portátil que
tenía para que circulara el aire.
—Gracias amor —dijo con una sonrisa, recibiendo el vaso de
agua que Renato le ofreció. Casi se lo bebió de un trago y jadeó—.
Estoy acalorada —siguió con su gesto encantador.
—¿Quieres más?
—No, así está bien… Déjame acercar esto para que nos
refresquemos.
Renato le pidió el vaso con un gesto, lo llevó a la cocina y lo
dejó en la encimera, volvió para ponerse los bóxer, los cuales
habían quedado arremolinado con los pantalones.
Se sentaron al borde del colchón con el ventilador frente a sus
caras. Renato miraba cómo el viento movía algunos mechones que
quedaron por fuera de ese improvisado peinado. Recordó la primera
vez que la vio, con el pañuelo en la cabeza que tenía una hilera de
pequeñas monedas cayendo sobre su frente, lo que hacía que sus
grandes y hechiceros ojos verdes fueran todo un espectáculo,
además de sus labios rojos y brillantes como cereza. En ese
instante cayó en la cuenta de que le pareció tan fascinante que le
robó totalmente la atención y por eso no se percató de que le estaba
sacando la billetera.
—¿Por qué sonríes? —le preguntó ella, imitando el gesto.
—Estaba recordando el día que nos conocimos…
—Cuando arruiné la tapicería de tu lujosa SUV.
—No. Cuando te vi por primera vez… Ahora sé por qué no me
di cuenta de que me estabas robando.
—Sabes que me avergüenzo hasta la médula, cada vez que
hablamos de ese instante. —Las mejillas se le encendieron y le
esquivó la mirada—. Pero ¿me puedes decir de qué te has dado
cuenta? —le picó la curiosidad.
—Que por culpa de lo hermosa que eres fue que no me di
cuenta de lo que hacías… Creo que la impotencia que sentí
después nubló esa primera impresión.
Samira volvió a sonreír de oreja a oreja y se encogió de
hombros.
—También me pareciste muy guapo, demasiado… Luego, pude
rectificarlo al verte en las fotografías de tus documentos.
—Por favor, en esas fotografías tenía como diecinueve años —
bufó—, era tan delgado como un vermicelli.
Samira se carcajeó y no se contuvo el impulso de tomarlo por el
cuello, acercarlo y estrellar su boca contra la de él, empezó a darle
un beso tras otro, sonoros contactos de labios, a los que Renato
apenas podía corresponder.
—Pues, muy vermicelli y todo lo que quieras, pero a mí me
parecías guapísimo en esas fotos —confesó sonriente.
—Bueno, gracias…
—Por cierto, aun no te he dicho cuál era la razón por la que
quería que te quedaras.
—¿No era por lo que acabamos de hacer?
—¡No! Bueno, no fue precisamente porque estuviera
demasiado desesperada por tener sexo —resoplo, porque ni ella se
creyó esa mentira—. ¡Demonios! Sí, moría por ti… pero te pedí que
te quedaras fue por otra cosa, algo que me tiene muy feliz… —Se
arrimó más dentro del colchón, subió las piernas y las cruzó en
posición de meditación Birmana.
Él volvió medio cuerpo y subió una pierna en el colchón para
poner toda su atención en ella.
—Cuéntame —pidió.
—Es por Ramona, anoche vino a verme porque una tía, llegaba
por la madrugada a Valparaíso y se comunicó con ella para
reunirse… —Samira parloteaba animada con los ojos titilantes de
dicha—. Estaba demasiado nerviosa, pero también muy feliz, es la
primera vez que verá a alguien de su familia en mucho tiempo… ¿Si
te conté que le dieron la espalda porque se escapó con un gitano de
otra comunidad? —Le preguntó.
—Sí, lo recuerdo, que sus padres no lo querían porque ambas
familias tenían ciertas diferencias. —Se lo había dicho en una de las
tantas conversaciones que solían extenderse hasta la madrugada.
—Así es, cuando terminó la relación, fue a buscar el perdón,
pero no se lo dieron, lo intentó por semanas, pero ni siquiera la
dejaron entrar a la casa, sin importar que pasara día y noche
sentada en la acera de enfrente… Imagino lo doloroso que fue para
ella. —Se mostraba tan apasionada hablando de lo sucedido que se
empuñaba la camiseta a la altura del pecho.
Renato sintió que un nudo se le formaba en la garganta, porque
tenía muy presente la amenaza que Vadoma le había hecho, temía
que, llegado el día, Samira tuviera que renunciar a la relación de
ellos en pro de volver al seno familiar.
—Ojalá que puedan limar asperezas.
—En realidad, dudo que pueda hacerlo con toda su familia,
pero que lo haga con su tía es un gran avance… Ella tiene miedo de
que la haya citado para reprocharle por su deshonra, sé que eso la
destruiría; así que el prometí que si las cosas no salían como
anhela, que tomé el primer autobús de regreso, que yo la estaré
esperando aquí…
—Ahora entiendo por qué no quisiste que nos fuéramos.
—No te obligaré, si quieres ir a la casa de tu abuelo, puedes
hacerlo y nos mantendremos en contacto. Sé que no estás
acostumbrado a dormir en una cama tan pequeña ni a soportar altas
temperaturas. Yo lo entiendo.
Renato le tomó una de las manos, se la acunó entre las de él,
mientras le regalaba una tierna caricia con el pulgar en los nudillos y
la miraba a los ojos.
—Me quedaré aquí contigo —confesó, elevando una de sus
comisuras—, nada ni nadie podría alejarme de ti.
—Podemos hacer que sea divertido. —Estaba segura de que
Renato estaba escuchando los desbocados latidos de su pobre
corazón.
—Ese el plan. —Elevó una ceja.
—Bueno, primero voy a ducharme rápido. —Volvió a sujetarlo
por el cuello y le dio un beso—. Te invitaría a que lo hiciéramos
juntos, pero estoy completamente segura de que los dos no
cabremos.
—No te preocupes, ve. —Ahora fue él quien la retuvo con una
mano a la nuca para corresponder al beso.
—No tardo nada —prometió y corrió al baño.
Renato paseó su mirada por el lugar, deteniéndose en cada
detalle, ahí estaba su esencia plasmada. Se levantó, solo tuvo que
dar tres pasos para llegar al pequeño librero que estaba en un
rincón. En él tenía los libros que él le había obsequiado, otros tantos
que le había prestado de la biblioteca de su abuelo, algunos que
indudablemente ella había comprado, además de cuadernos y un
envase con marcadores, lápices y bolígrafos. Todo muy ordenado y
limpio.
Sabía que no era respetuoso revisar las cosas de las demás
personas, pero sintió la imperiosa necesidad de hojear uno de los
cuadernos, más que por el contenido quería hacerlo para ver la letra
de Samira, abrió una de las libretas, tenía anotaciones en inglés con
una caligrafía bastante nítida y redondeada, estaba claro que eran
de sus clases. Sonrió orgulloso de comprobar que verdaderamente
se había comprometido en aprender el idioma.
Decidió dejarlo en el mismo lugar antes de que ella regresara,
pero se quedó ahí, leyendo los lomos de los libros.
—Listo, espero no haberme demorado —dijo ella vistiendo un
camisón rosado de algodón que tenía un unicornio estampado en
frente.
—Has tardado el tiempo justo —comentó al volverse—. ¿Puedo
refrescarme también? —solicitó.
—Sí, claro… ¿tienes algún pijama en la maleta? Puedo
buscarlo por ti. —se ofreció.
—No, pero tengo un par de bóxer… —Recordó haberlos
metido.
—Enseguida lo busco. —Se fue a donde estaba el maletín en el
suelo de la cocina y Renato se dirigió al baño.
Samira tocó la puerta para anunciarse.
—Puedes pasar —dijo él, que todavía estaba bajo la regadera.
Ella sonrió al verlo casi encogido tras la mampara de cristal,
que por supuesto tuvo que reponer luego de que la rompiera con la
caída. Gracias al cielo, Julio César tenía un amigo que trabaja en
Sodimac y le encontró buen descuento, además de obsequiarle la
instalación.
—Aquí tienes lo que necesitas, también te he traído una toalla
limpia.
—Gracias —le dijo mientras se enjabonaba el pecho.
—Te dejo para que tengas privacidad. —Le echaba vistazos de
reojo.
—Está bien, ya casi termino.
Ella asintió y salió del baño, caminó a la cama, agitó las
sábanas para que se airearan, pero decidió cambiarlas porque
tenían algunos manchones de humedad.
Cuando Renato salió, ya Samira estaba tendiendo unas
limpias, por lo que corrió a ayudarle. No era una actividad que
hiciera a diario, pero no era algo que necesitara demasiada
destreza.
—No hay nada más placentero que acotarse en una ropa de
cama aseada —suspiró ella, en cuanto se tumbó en la cama.
—¿Estás segura? —preguntó, acostándose a su lado, le llevó
una mano a la cadera y la hizo volver hacia él, consiguiendo que
quedaran frente a frente, tan cerca que las narices se rozaban y los
alientos se mezclaban.
—¡Demonios! —Cerró los ojos—. Me retracto, no hay nada más
placentero que tener sexo contigo.
—Es bueno saber que en el peldaño más alto de nuestros
placeres nos tenemos a nosotros —dijo con una dulce sonrisa,
aunque su mano traviesa, se movió de la cadera a la nalga,
apretándola con ganas.
—Tú ocupas el peldaño más alto de todas las cosas buenas —
gimió, lo tentó con darle un beso, pero no lo hizo, retrocedió
sonriente.
—Eres única, ¿lo sabías? —Se acercó y le dio un beso en la
frente, luego ascendió con su caricia por la espalda.
—Siempre —musitó ella.
—¿Cómo van tus clases de inglés? —preguntó apartándole el
cabello de la cara y le puso el mechón tras la oreja.
— Very good —respondió y levantó sus pulgares. Él le siguió la
conversación y enseguida estaban hablando en inglés, cuando ella
dudaba un poco él le ayudaba. Se mostró sorprendido al ver lo
mucho que ella había avanzado en tan poco tiempo.
—Sin duda, tienes talento para los idiomas, se te hace fácil
aprenderlos.
—Más que talento es persistencia o quizá soy algo obsesiva.
—Eso sí lo tengo claro —rio, rodeándola con sus brazos y
empezó a repartirle besos juguetones por la mejilla y cuello.
Samira reía y se retorcía en los brazos de Renato, porque le
hacía cosquillas con su barba. Tras algunos minutos de travesuras,
ella estiró la mano para alcanzar el interruptor que estaba sobre el
cabecero de la cama y apagar la luz.
El lugar hubiese quedado completamente a oscuras de no ser
por el débil resplandor que provenía de la luz del pasillo y que se
colaba por la rendija de la persiana.
—Buenas noches, payo —musitó sintiendo los labios de él
sobre su frente y acurrucada contra su pecho caliente.
—Buenas noches, gitana —murmuró y le dio un beso de la
coronilla y luego le dio otro en la frente, otro más en la punta de la
nariz y finalizó buscando su boca.
Samira correspondió con ternura, aunque sentía que la sangre
volvía a calentársele y el beso que suponían, sería de buenas
noches, los llevó a tener sexo una vez más.
Las ganas de orinar hicieron que ella se despertara antes que
Renato, siendo lo más cautelosa posible, salió de la cama, agarró su
camisón del suelo y se lo puso de caminó al baño.
Como no quería hacer ruido para dejar que Renato descansara,
decidió no ducharse todavía, solo satisfizo su necesidad, aseó sus
partes íntimas utilizando varias toallas húmedas, se cepilló los
dientes, se lavó la cara y se puso unas bragas limpias.
Había dormido poco, pero en ese momento no tenía sueño.
Fue a la cocina y buscó para preparar el desayuno. Sacó de la
nevera algunas fresas, arándanos, kiwi, moras, frambuesas, una
manzana y un limón.
Tras lavar muy bien las frutas se dispuso a picarlas para hacer
una ensalada, mientras pensaba si preparaba unos panqueques o
tostaría pan. La idea se le nubló cuando sintió unos cálidos labios
besarle el cuello y unos fuertes brazos rodearle la cintura; su sonrisa
fue automática.
—Buenos días, gitana —murmuró Renato, contra la delicada
piel de su cuello, aún tenía la voz ronca.
—Buenos días, payo —musitó sonriente, mientras picaba una
fresa a la mitad.
Renato le dio un beso en la mejilla, al tiempo que estiraba la
mano y puso su móvil en la encimera. Dejando que la canción que
había elegido para ese día iniciara. Sabía que a ella le gustaría.
Regálame tu risa
Enséñame a soñar
Con solo una caricia
Me pierdo en este mar…
Ella soltó un suspiro, no solo por la letra de la canción, sino
porque Renato le dejaba un recorrido de besos en el cuello y le llevó
una mano al seno izquierdo.
—¿Qué haces? —preguntó ahogada y detuvo la tarea porque
empezó a temblar y temió cortarse.
—Solo te estoy dando los buenos días —respondió, sin dejar
de acariciarle con lentitud el pecho.
Poco a poco, deslizó la mano desde la protuberancia de su
pecho, y la bajó uno de los muslos, por debajo del camisón, luego
ascendió con su caricia, alzando la tela de algodón.
Le rozó el vientre con las yemas de los dedos y los introdujo
bajo el elástico de las bragas. Gimió al sentir la suave piel de monte
de Venus depilado.
Regálame tu estrella
La que ilumina esta noche
Llena de paz y de armonía
Y te entregaré mi vida…
Quería volver a sentirlo contra su lengua, lamerlo hasta
conseguir que ella se aferrara a las sábanas y gritara su nombre,
justo como lo había hecho la noche anterior, por lo que no perdió
tiempo para tomarla en brazos y llevársela a la cama.
Tiempo después Samira se revolvió y levantó la cabeza de su
pecho, pero él afianzó su brazo.
—Eres un niño muy travieso. —Su voz sonaba algo ronca
producto del placer compartido minutos atrás, pero trató de controlar
sus ganas de repetir lo que habían hecho; se giró y le puso las
manos en el pecho—. Necesitamos alimentarnos, ¿quieres
ayudarme con el desayuno? —Le dio un beso en la mandíbula
mientras seguía acariciándole el torso con la yema de los dedos.
—Está bien, pero recuerdas que soy un inútil con los utensilios
filosos. —Ese comentario hizo que los dos soltaran una risa ligera al
recordar la primera vez que él se ofreció en ayudarla a cocinar en
São Conrado.
—Tranquilo, tú ocúpate de organizar un poco la cama y luego
me ayudas a poner la mesa. —Se había sentado para poner
distancia porque ella sabía que, si se quedaba un minuto más, no
podría resistir la tentación—. Yo voy a asearme rápidamente para
revisar que la ensalada de fruta que dejé a medias no se haya
dañado por tu culpa.
—¿Solo mi culpa? —risueño y con ganas de volver a tumbarla
sobre el colchón, levantó una mano y le colocó el pelo detrás de la
oreja.
—Claro, solo tuya, no me dejaste ni siquiera meter las cosas
dentro de la nevera nuevamente. Me tomaste a traición, por la
espalda —hablaba intentando mantener el semblante serio, pero la
comisura de su boca empezó a curvarse hacia arriba—. Está bien,
fue culpa de los dos, pero es que tú eres un bribón.
Se paró y se fue al baño corriendo antes de que él la volviera a
tentar; Renato acostado boca abajo la vio marchar y suspiró feliz.
Eso era lo que deseaba todas las mañanas de su vida, ahora
entendía el porqué de que su padre era como era con su mamá,
siempre idolatrándola y cuidándola como si fuera su mayor tesoro.
Siempre que se planteaba la posibilidad de introducir a Lara a su
vida ocurrían dos escenarios en su mente, por un lado, su mente
plagaba de imágenes cargadas de lujuria, fantasías y morbo; por el
otro, solo veía escenas de terror al pensar en presentársela a sus
familiares, amigos o en reuniones a las que tuvieran que ir juntos.
Sabía que todos querrían saber cómo se habían conocido y por más
que él sabía que ella era una mujer formidable, que tuvo que recurrir
a esa profesión porque no le quedó otra salida para ayudar a sus
padres, no se veía con la fortaleza para hacerle frente a todas las
críticas que recibiría.
Quizás, inconscientemente, fue eso lo que hizo que no se
atreviera antes a dar el paso de conocerla en persona, siempre ha
sido un cobarde -todos sus años de vida lo evidencian- y miedo le
daba que alguien hubiera podido reconocerla, seguramente los
paparazis que siempre estaban detrás de ellos se encargarían de
destapar la verdad. Sacudió la cabeza, alejó esos nefastos
pensamientos y se enfocó en el presente, pero, sobre todo, en el
nuevo futuro que se abría ante él. A Samira la adorarían, de eso no
cabía duda.
En su mente ya podía ver cómo su madre, tías y abuelas la
integrarían en todas las reuniones, la llamarían para ir de compras o
contarle esos cuentos familiares que siempre lo abochornaban. Su
padre en cambio la vería y sonreiría cada vez que fuera ella la que
contara una de sus locas anécdotas, es que hasta podía imaginar
cómo Keops y Ramsés vivirían pegados a sus faldas cada vez que
fueran de visita a la casa de sus padres.
Sí, todos la harían sentir como una más de los Garnett. Le
parecía increíble darse cuenta de que jamás se había planteado
seriamente cómo se veía él en el futuro junto a una pareja, siempre
pensó que eso no era posible, que nadie sería capaz de amarlo,
pero Samira le estaba demostrando que eso no era cierto, ella lo
veía a él de verdad.
CAPÍTULO 74
—¿Te provoca panqueques o tostadas? —La gitana lo
sorprendió, no la escuchó salir del baño, ya estaba vestida con un
conjunto de algodón color crema y con estampado floral—. ¡Hey!
¿Me estás escuchando?
Se acercó y se sentó a su lado en la cama, él no había
cambiado su posición, pero soltó una almohada que había estado
abrazando hasta el momento, la tomó por la cintura y la sorprendió
haciéndola girar y caer de espalda sobre el colchón, luego la cubrió
con su cuerpo de tal manera que no podría pasar ni la brisa a través
de ellos.
—¿Te dije ya lo mucho que te adoro? —preguntó a la vez que
le daba un beso en la punta de la nariz.
—Creo que hoy no —contestó irradiando alegría.
—Bueno, señorita, sepa que la adoro y que me tiene
embrujado, que pierdo la cordura cada vez que te tengo cerca.
—O sea que yo te vuelvo loco… Mmm… no sé si eso sea
bueno —dijo con el mohín gracioso que a él tanto le encantaba.
—Es maravilloso, eso tenlo por seguro… —Paseaba la mirada
por todo su rostro, intentando grabar en su memoria cada detalle,
por minúsculo que fuera. Ansiaba poder recrearla en su mente
cuando no estaban juntos y ella le acariciaba el perfil con las yemas
de los dedos de la mano derecha, mientras que la izquierda la tenía
puesta en uno de sus hombros. Siempre que lo tenía cerca se le
cortaba la respiración, daba igual si estuviera enfadada o alegre,
verlo conseguía acelerarle el corazón.
—Estabas perdido en tus pensamientos, ¿cierto? ¿Algo te
preocupa?
—Nada, nada me preocupa en este momento… —Le dio un
beso ligero en los labios y volvió a verla a la cara—. Solo pensaba
en ti, en mi familia, en cómo será nuestra vida en el futuro…
Eso sí que la tomó por sorpresa. Obviamente ella ansiaba tener
una conversación como esa con él, pero no pensaba que él sería el
que tocaría el tema primero. Ella abrió tanto los ojos que él pensó
que se le saldrían de las cuencas, así que no pudo hacer otra cosa
que echarse a reír.
—Quita esa cara de susto, no es que esté planeando nuestra
boda ni nada por el estilo, tenemos muchas cosas que resolver
primero. —Le dio dos besos más, uno en la frente y otro en una de
las mejillas. Solo pensaba en cómo sería un día típico de nosotros,
como por ejemplo ir a visitar y almorzar con mis padres un domingo
cualquiera.
Ella no pudo disimular lo mucho que esa visión le agradó, pero
no podía dejar llevarse por las fantasías, porque si no luego no
sabría cómo podría volver a la realidad.
—Me encantaría que pudiéramos tener esos planes en nuestro
día, pero aún falta mucho para que yo pueda volver a Río. —Él notó
de inmediato que se afligía, sabía que era por su propia familia y
todo lo que significaría volver a casa—. Ve a ducharte, mientras
termino el desayuno.
—Gitanita, recuerda que juntos somos más fuertes… —
Tácitamente le estaba diciendo que no la iba a dejar sola en la
batalla que se avecinaban.
—Lo sé payo, lo sé…
—Me baño y te ayudo con este desastre, ¿te parece?
—Perfecto, mira que me gusta todo bien ordenado. —El tono
de voz fue casi una orden, pero en la cara se le había dibujado una
sonrisa.
—Está bien, señorita mandona —gruñó divertido y le estampó
un sonoro beso en los labios.
Samira meneó la cabeza mientras sonreía. Se levantaron y ella
se fue hasta el área de la cocina y retomó la tarea que había dejado
a medias.
—Espera, ¿puedes repetir la canción? —pidió parpadeando
con coquetería.
—Por supuesto —concedió con una sonrisa encantadora y se
hizo del móvil para volver a reproducir el tema y lo dejó en la
encimera cerca de ella—. Disfrútalo —deseó y le dio un beso en la
mejilla.
—Lo haré. —Volvió a concentrarse en picar las fresas para la
ensalada.
Renato se fue al baño y ella lo siguió con la mirada, en cuanto
entró, regresó la mirada a la fruta, pero antes de que pudiera tomar
el cuchillo, sonaron unas notificaciones de llegada de mensajes
nuevo. Como la pantalla aún estaba encendida y desbloqueada, se
fijó en quién le estaba escribiendo.
Lara.
Al ver su nombre su corazón casi que se detuvo, sentía que
alguien le había arrojado un balde de agua fría encima. Quiso
ignorarlo, confiar en Renato, pero no pudo. Sus celos fueron mucho
más poderosos que la razón y abrió el mensaje, no le importó lo que
él pudiera pensar de su acción.
Lo primero que hizo fue detallar la imagen que acompañaba el
texto que le había enviado. Era una fotografía en la que salía tan
rubia como el sol, con un vestido blanco, ceñido a su espectacular y
curvilíneo cuerpo, con un escote que apenas si le cubría los
pezones. Luego, un dolor sordo le recorrió el cuerpo, no sabía si era
por saber que ella jamás tendría ese cuerpo, por mucho que se
matara haciendo ejercicios todas las mañanas, o fue por las
palabras que leyó después: «Hola caramelo, pensé en no mostrarte
lo que usaría para cuando pasemos juntos el fin de año, pero estoy
ansiosa… Ya quiero que llegue el día para que puedas quitármelo.
¿Lo prefieres en blanco o rojo?». De inmediato llegó otra
instantánea en la que vestía el mismo modelo, pero en color
escarlata. Samira sintió que se mareaba, el aire escapó de sus
pulmones, justo como si hubiese recibido un puñetazo en la boca
del estómago. Parpadeó varias veces para ver si había leído mal, si
era que aún no entendía bien lo que leía en inglés, pero lo releyó y
no había dudas.
Renato y Lara pasarían juntos fin de año.
Se sintió estúpida y molesta, algo en ella se rompió tanto que
solo quería sentarse en una esquina a llorar y no parar nunca. Todo
a su alrededor se nubló, estaba segura de que no podría retener por
mucho tiempo el llanto, porque ya el pecho le dolía como nunca. Se
tapó la boca para retener el sollozo, mientras siguió leyendo los
mensajes más antiguos y cada uno era como un nuevo puñal que se
le clavaba en el corazón.
Se estaba dando cuenta de que ellos habían mantenido
contacto todo este tiempo, seguían siendo cariñosos mutuamente,
no había indicio alguno de que hubieran tenido una discusión que
los llevara a terminar la relación. Dos lagrimones resbalaron por sus
mejillas y se los limpió rápidamente con el dorso de la mano. Soltó
el móvil como si fuese un fierro ardiente, dejándolo caer sobre la
encimera, en cuanto vio una fotografía en la que Lara aparecía
desnuda, sentada en una de las sillas de un comedor de mesa
redonda, con las piernas abiertas. En una mano sostenía un tazón
de cereales y en la otra la cuchara que quedó a medio camino de su
boca. Renato le respondió que se veía perfecta.
Tuvo que sostenerse la cabeza con ambas manos porque
parecía que iba a estallarle, mientras todo lo que le decía su abuela
sobre los payos, hacía un doloroso eco. «Son unos encantadores de
serpientes» «Jamás confíes en esos hombres» «Ellos solo buscan
robar tu virtud y después te abandonan…» «Ellos jamás se
comprometen»
Inhaló profundamente y resopló, sus labios estaban
temblorosos, la nuca se le cubrió de un sudor frío, el estómago
empezó a dolerle, seguido de unas terribles náuseas. Sorbió
fuertemente; como un gesto de valor se inclinó sobre el teléfono,
volvió a mirar en la pantalla los mensajes que habían compartido.
Su pobre corazón se pulverizó al ver la foto del boleto, ella llegaría
el veintitrés de diciembre a Río, él le había pedido que se lo enviara
para poder hacerle la reserva en el hotel; eso fue como otra
puñalada en el pecho.
Sabía que Renato no tardaría en el baño; si duda, había sido
un abuso de su parte revisar el mensaje, pero de no haberlo hecho,
seguiría haciendo el papel de estúpida. En un momento de lucidez
decidió que lo mejor era que él no se diera cuenta de lo que había
hecho, de lo que se había enterado, por lo que marcó la
conversación como no leída. Dejó el móvil en el mismo lugar, se
limpió la cara y siguió preparando la ensalada.
Su cabeza era un hervidero, no sabía lo que haría, de momento
no quería enfrentarlo, eso sería humillarse más de lo que ya lo había
hecho. Ella que lo amaba tanto, que lo idolatraba. No merecía tanto
engaño, no era justo que jugara de esa forma con sus sentimientos,
la imagen perfecta que tenía de él, se estaba desmoronando y lo
peor era que era ella quién se estaba muriendo por eso.
—¡Maldición! —jadeó cuando se cortó. De inmediato se apretó
el dedo índice, abrió el grifo y lo metió bajo el agua para limpiar la
herida. Casi no tenía control sobre sus manos que no paraban de
temblar, escuchó que el agua de la ducha dejó de caer por lo que se
apresuró a secarse el dedo, presionó fuerte para detener la
hemorragia, pero no dejaba de brotar, por lo que improvisó con la
servilleta una venda.
No iba a dejarse dominar por sus emociones, debía recurrir al
poquito de orgullo que le quedaba, no le iba a dar el gusto de que la
viera destrozada. En cuanto lo vio salir del baño, bajó la cabeza
intentando ocultar el rostro, fingiendo estar concentrada en echar en
la taza de cristal los arándanos.
—¿Quieres que ponga la canción otra vez? —preguntó,
sujetándola por la cadera y le dio un beso en el hombro.
Samira se tensó, quiso volverse, pedirle explicaciones, pero no
pudo, solo negó con la cabeza y tragó grueso para aclarar la voz.
—¿Puedes terminar con esto? Me gustaría arreglarme por si
Ramona llega en cualquier momento. —Logró que su voz no la
delatara.
—Sí claro… ¿Qué otra cosa puedo hacer?
—Tostar pan, solo aplícale un poco de mantequilla a la sartén y
dejas los panes por treinta segundos o hasta que doren.
—Entendido, creo que puedo con eso —sonrió y le dio un beso
en la mejilla.
Samira se apartó casi de inmediato, pero fingió una sonrisa
siempre cuidando de no darle la cara, se giró y fue hasta el clóset,
escogió algunas piezas sin preocuparse mucho por si se veían bien
juntas y se encerró en el baño. Se cubrió el rostro con ambas
manos, conteniendo con todas sus fuerzas el llanto. Sabía que no
podía ponerse a llorar porque desde afuera la podía escuchar.
Se olvidó que hacía minutos se había bañado y abrió la llave de
la ducha, a la espera de que el agua se temperara, se desvistió y se
metió, dejó por fin que las fuerzas flaquearan, por lo que se sentó en
el suelo y liberó su dolor con un llanto que ahogaba con su mano.
No quería verlo ni escucharlo, deseaba tener la valentía
necesaria para gritarle y echarlo de su vida, pero no era capaz.
Prefería reprimir sus emociones y encontrar la manera de mostrarse
lo más entera posible, que no se diera cuenta de que acababan de
quitarle las ganas de volver a reír en la vida.
Supuso que había pasado mucho tiempo cuando Renato llamó
a la puerta. Por lo que se levantó y se volvió de espaldas a la
puerta, aplicó champú en la mano y luego se frotó la cabeza.
—Amor, ¿está todo bien? ¿No te habías aseado ya? —
preguntó Renato, asomando medio cuerpo.
—Sí, sí… Decidí lavarme el cabello, el calor me estaba
volviendo loca, esto me llevará algo de tiempo, desayuna tú primero.
— Improvisó, pero su voz vibraba, al igual que toda ella lo hacía.
—Prefiero esperar para que lo hagamos juntos.
Samira apretó los labios conteniendo otro sollozo lo que hizo
que su pecho doliera más.
—Está bien. —Se tragó un nudo de lágrimas y asintió con la
intención de parecer convincente. Había dejado las manos inmóviles
enterradas entre sus cabellos espumosos—. No tardaré —prometió,
aunque no estaba segura si lo iba a cumplir.
—No te preocupes, tómate tu tiempo —dijo y se marchó.
Cuando escuchó que la puerta se cerró, apretó fuertemente los
labios para retener un nuevo sollozo. Deseó de verdad poder
tomarse su tiempo, estaba dispuesta a quedarse ahí por lo que le
restaba de vida, con tal de no salir a enfrentarlo, pero los minutos
parecieron segundos, debía salir antes de que él empezara a
sospechar.
Frente al espejo se desenredó su larga cabellera, aún no sabía
cómo haría para ocultar las huellas del llanto, porque tenía los
párpados hinchados y los ojos rojos. Chasqueó los labios, al pensar
que encontraría alguna excusa. Salió del baño ya con la ropa puesta
y un violento torrente de emociones la oprimió por dentro en cuanto
lo vio sentado, ya con la mesa puesta. Enseguida rehuyó de su
mirada al bajar la cabeza y caminó hasta el clóset para ganar algo
de tiempo.
No quería que siguiera en su casa, en su santuario, pero no
tenía escapatoria, se le ocurrió la idea perfecta para que alguien la
sacara de ahí, así que disimuladamente fue hasta el alfeizar de la
ventana y agarró su móvil y rápidamente le escribió a su amigo:
«Hola Julio, necesito un gran favor de tu parte. Puedes llamarme en
quince minutos y hacer como que vamos a vernos para almorzar
juntos, que se te presentó una emergencia y que necesitas verme.
Después te explico».
Luego de enviar el mensaje se guardó el móvil en uno de los
bolsillos trasero de los vaqueros. Luego se aplicó desodorante y
colonia. Su cabello estaba aún mojado por lo que se lo dejó suelto.
Resopló varias veces y luego agarró una bocanada de aire,
salió de detrás del mueble y sonrió.
—Se ve todo muy bien, gracias por esperar —dijo en cuanto
llegó a la mesa, su mirada se fue directa al móvil de Renato que lo
tenía junto al plato en el que se había servido las tostadas y huevos
revueltos.
—Espero que lo disfrutes… —dijo sonriente, pero el gesto se le
congeló en cuanto vio a Samira a los ojos y se alarmó—. ¿Pasa
algo? ¿Te sientes bien?
—No, no pasa nada, todo está muy bien… —siguió fingiendo la
sonrisa, aunque sus ojos reflejaran el dolor del engaño.
—Pero, tus ojos, parece como… ¿Has llorado?
—¿Qué? ¡No! —bufó, al tiempo que se sentaba, quería parecer
relajada—. Me entró champú en los ojos; además, he dormido muy
poco, el calor es tan abrumador; es más… —Se levantó, tratando de
ganar tiempo y valor—. Traeré el ventilador —dijo en su camino
hacia donde estaba el aparato.
Renato se quedó perplejo con esa explicación; no estaba muy
seguro de creerle. Se preguntó si debía insistir, pero no quería
parecer demasiado impertinente.
Samira regresó, conectó el ventilador sobre la encimera de la
cocina, no tan cerca como para que enfriara aún más el desayuno,
pero sí lo suficiente como para que la corriente de aire los
refrescara.
—Mucho mejor —gimió, como si realmente el viento pudiera
hacerla sentir bien. Ella volvió a la pequeña mesa, de apenas dos
puestos, se sacó el móvil y lo puso al lado de su plato, se quedó
mirando los alimentos, no creía que pudiera pasar ni un solo
bocado.
—¿Segura de que estás bien? —volvió a preguntarle al ver que
no se acercaba a la comida y llevó su mano para apretar la de ella.
Samira no podía creer cómo un toque que hace un rato atrás
podía provocarle serenidad, ahora solo le causara repulsión, por lo
que reaccionó y sacó la mano de debajo y retrocedió hasta adherir
la espalda a la silla.
—Claro que estoy bien. —Para que a él no le pareciera tan
extraño que no quería que la tocara, se llevó la mano para meterse
el cabello tras la oreja y luego tomó una tostada—. Estoy
hambrienta —dijo con la mirada en el plato.
—Buen provecho —deseó él, esforzándose a dejar de mirarla y
empezó a untar crema de almendras a la tostada.
—Gracias, igualmente. —Se obligó a darle un mordisco a ver si
con eso lograba pasar el remolino de lágrimas que la estaba
torturando.
—¿Te gustó? —preguntó Renato, desesperado por mantener
una conversación con ella.
Estaba sintiéndola algo distante o quizá era su imaginación
haciendo de las suyas, recordó el consejo de Danilo, no debía
asumir de entrada que ella lo rechazaba, ni que se había dado
cuenta de que era un idiota. Intentó mantener la calma y a no sacar
conclusiones apresuradas.
Samira levantó la mirada, encarándolo por pocos segundos.
—Sí, te han quedado perfectas. —Su sonrisa fue bastante
desvaída a pesar de que se esforzó por mostrarse enérgica.
—Me alegra que te guste… —Bebió de su café, luego comió un
poco de huevos y le dio otro mordisco a la tostada. Después de casi
un minuto, ella seguía callada, eso era muy extraño.
«Quizá solo está cansada, es tu culpa por ser un insaciable de
su cuerpo», pensó, observándola, tratando de comprender esa
actitud tan taciturna en ella. «¿Será que su familia tendrá algún
problema?», se preguntó, porque recordó haberla visto así, solo las
veces que tenía malas noticias. Carraspeó en un intento por llamar
su atención.
Ella necesitaba confirmar lo que ya sabía, ver hasta donde
llegaría su descaro, ver si tenía los cojones para mentirle en la cara,
así que le sonrió intentando mostrarse tranquila.
—¿Tendrás vacaciones por Navidad?
—Sí, un par de semanas, igual que tú.
—¿Vendrás?
—No lo sé, pero lo intentaré… Mi familia llegará el veintidós y
me exigirán que comparta con ellos, aunque sepan que yo no suelo
ser muy participativo en esos eventos.
«Sí, te haré creer que me trago tus mentiras», pensó Samira
entornando los párpados, aunque mantenía una tenue sonrisa.
—Entiendo… —calló unos pocos segundos y bajó la mirada al
plato—, pero si pudieras venir el día después de Noche Buena… Sé
que tienes a tu familia y todos esos compromisos, pero si me visitas,
aunque sea por unas horas, harás que esas fechas no sean tan
difíciles para mí. —Solo ahora que esas palabras salían de su boca
se daba cuenta de cómo la soledad entraba a su vida. Sin duda, no
iban a ser días fáciles ni felices. Se mordió el interior de la mejilla
izquierda para no llorar y bajó la mirada.
Renato estiró la mano nuevamente y tomó su mano. Ella en
medio de su estado de vulnerabilidad permitió que lo hiciera, se
aventuró a mirarlo a los ojos a pesar de que los de ella estaban
llenos de lágrimas.
—Te prometo que haré lo posible por venir —prometió. Solo
entonces empezaba a comprender su actitud. Aunque ella le
aseguró que no había llorado y le dijo que todo estaba bien, lo cierto
era que no era así; saber que se acercaban esas fechas en las que
lo primordial era la unión familiar y que ella estaría lejos de los
suyos, la tenía melancólica.
La vibración del teléfono móvil de Samira interrumpió lo que él
le iba a decir, quería tirar por la borda todos sus compromisos y
prometerle que pasaría esos días con ella, aunque eso significara
que su familia armara todo un lío por su decisión o dejar botada a
Lara en Río, su prioridad era esa gitana, verla reír nuevamente.
Ella quería creer en sus palabras; no obstante, tenía muy
presente los mensajes que Lara y él habían intercambiado, cada
palabra cariñosa con la que se dirigía a ella supo que solían hacerse
videollamadas todos los días. No quería hacerse una idea de todo lo
que pasaba entre ellos cada vez que se comunicaban, dada la
intensidad de las fotografías que Lara le mandaba.
Ahora caía en la cuenta de que era imposible que la primera
experiencia sexual de Renato hubiese sido verdaderamente con
ella, porque ese nivel de complicidad que tenía con la rusa solo era
posible entre quienes se conocían muy íntimamente.
Ambos miraron la pantalla en la que se anunciaba la llamada
de Julio César; de inmediato, Samira se soltó del agarre para
atender el teléfono.
—Disculpa, tengo que contestar
—No tienes que disculparte —suspiró y se hizo de la taza de
café.
Samira le dio una discreta sonrisa y atendió la llamada. Su
amigo no tenía idea de lo agradecida que estaba con él por
secundarla en eso.
—Hola.
—Hola, cariño, ¿estás bien? ¿Qué sucede? —El peruano
estaba bastante desconcertado por el mensaje de su amiga.
—Sí, muy bien, ¿y tú? —preguntó, solo por seguir la
conversación mientras pensaba cómo mantenerla sin levantar
sospechas en Renato.
—Bien, si quieres que vamos a comer, no tengo problemas, mi
día está libre…estaba planeando ir al cine, ¿quieres acompañarme?
—Me encantaría, pero… —Volvió la mirada a Renato, quien la
observaba por encima del borde de la taza—. No sé si pueda… —
Solo esperaba que Julio le siguiera el juego—. ¿Te importaría si voy
con Renato?
—Pasa algo con él, ¿cierto? —intuyó todo en el acto—.
Necesitas sacártelo de encima, ¿qué se supone que te diga? No
sé… —chilló, se sentía entre la espada y la pared. ¿Qué se suponía
que debía hacer en una situación como esa?—. ¿Quieres que vaya
a por ti?
Samira le hizo algunas señas a Renato, preguntándole si la
acompañaría. Él en contra de sus verdaderos deseos, asintió.
—No, nosotros llegamos allá. Yo me encargó de comprar las
entradas.
—Entonces sí es cierto lo del cine.
—Sí, por supuesto. —Le dedicó una sonrisa a Renato—.
Bueno, nos vemos luego.
—Si puedes enviarme un mensaje explicándome la situación, te
lo agradecería, no quiero meter la pata.
—Sí, lo haré… —Se quedó con el gracias al borde de los
labios.
—Está bien, lo espero, te quiero gitanilla.
Una vez que terminó la llamada, Samira inhaló profundamente
preparándose para trazar todo un plan en el que no tuviera que
estar a solas con Renato. Sabía que debía explicarle sobre esa
conversación que a todas luces lo había confundido.
—Julio acaba de tener una discusión muy seria con su pareja y
está mal, no quiere estar solo y me dijo que Daniela está trabajando,
pensaba que yo estaba sola y quería que lo acompañara a
distraerse, por eso le prometí que no lo dejaría solo, por lo que
acordamos ir a almorzar y luego al cine —dijo todo de un tiró,
seguramente se estaba comportando muy infantilmente, una mujer
madura de verdad enfrentaría la situación y lo encararía, pero en
ese momento no se sentía con la entereza necesaria para
escucharle decir que nunca la amó, que solo quería usarla—. Le
pregunté si podrías acompañarnos y me dijo que sí, pero no tienes
que ir si no quieres.
—Está bien, puedo acompañarlos, es tu amigo, se supone que
deben mostrarse apoyo en buenos y malos momentos. —Renato no
sabía cómo sentirse al respecto, pero comprendía que Samira tenía
una vida más allá de él.
CAPITULO 75
Samira no pudo darle a Julio una explicación lógica de lo que
estaba pasando, porque él no estaba al tanto de la relación que ella
tenía con Renato, a ojos de todos, solo eran amigos. Así que, en los
pocos minutos que pudieron tener a solas, no hizo más de
inventarse una historia que ni ella misma se creía.
Renato se esforzó por ser participativo en las conversaciones y
trataba de conocer mejor al chico, sin embargo, se lamentaba tener
que pasar el día desempeñando el papel de ser solo amigo de
Samira, sobre todo teniendo en cuenta que solo contaban con los
fines de semana para pasar tiempo juntos.
Lo que solo iba a ser un almuerzo y una función de cine,
terminó extendiéndose hasta la cena, intentó hacerle algunos gestos
a su chica para que entendiera que él también quería un poco de su
atención, pero ella parecía no caer en la cuenta, lo que lo tenía un
tanto molesto.
Casi a las nueve de la noche llegaron al apartamento de ella,
pero en poco más de dos horas saldría su vuelo de regreso, por lo
que tenía el tiempo limitado. Sin embargo, en cuanto cerraron la
puerta, él la sujetó por la cintura y la pegó a su cuerpo,
sorprendiéndola con un beso necesitado, pasional, un beso con el
que pensaba reponer todos los que no había podido darle durante el
día.
A Samira las rodillas le temblaron y el aliento se le quedó
atorado en el pecho, sin darse cuenta o quizá sin voluntad, empezó
a corresponderle con la misma efusividad que él mostraba, a la vez
que le apretaba una nalga, para acercarla lo más posible a su pelvis.
Pero de inmediato la rabia volvió a hacer acto de presencia, no en
vano se le había ido acumulando a lo largo del día. Así que se armó
de todo el orgullo que poseía para hacer lo que debía hacer.
Le llevó las manos al pecho y se apartó del beso.
Se te hará tarde. Odió que su respiración estuviese
agitada, porque eso la mostraba débil y excitada.
Podemos hacerlo rápido propuso él, llevándole las manos
al cuello para acercarla de nuevo.
No, no… Se pasó las manos por la cabeza y le esquivaba
la mirada, pensando en la mejor forma de evadirl o . Necesito
cepillarme los dientes, comí muchos dulces.
Aunque Renato la miró con el ceño fruncido, evidentemente
consternado, ella retrocedió un paso, liberándose.
Samira… resopló. Ya estaba cansado de la actitud tan
distante de ell a . ¿Puedes decirme qué sucede? ¿Qué fue lo
que hice mal? ¿Por qué de repente ya no quieres ni que te toque?
interpeló con la mirada turbada y casi conteniendo la respiració
n . Estás distante y no te atrevas a negarlo…
No pasa nada —lo interrumpió—, todo está bien, solo quiero
lavarme los dientes… ¿es malo eso? Dejó salir algo de la rabia
contenida, mantuvo el tono de voz, pero no la contundencia al
hablar. Pasó a su lado y entró al baño.
Él dio un par de pasos, apoyó los codos en la encimera y se
sostuvo la cabeza con las manos, tuvo que apretar fuertemente los
párpados porque no entendía nada y no tenía ni puta idea de cómo
manejar la situación. Eso lo frustraba todavía más, pensó que lo
mejor sería agarrar sus cosas e irse antes de que todo se
complicara. Así lo hizo, fue a por su maleta que estaba junto al
clóset.
A ella le temblaban las manos y tenía las mejillas tan calientes
que se habían enrojecido al igual que sus orejas. Después de casi
un minuto, no había conseguido hacer nada más que apretar los
bordes del lavabo hasta que los dedos empezaron a dolerle y los
nudillos se le pusieron blancos.
Sin contenerse más, soltó los bordes de porcelana y salió del
baño, solo para encontrarse a Renato con maleta en mano, lo que
hizo que ya no pudiera controlar ni medir lo que decía.
—¿Sabes qué? Sí, me pasa algo. Tengo tantas dudas con
respecto a lo nuestro que no me siento cómoda. Siento que no me
tomas en serio… ¿Tú me amas? ¿Lo haces de verdad? —Lo
acorraló en el angosto pasillo entre la cocina y el baño, él se quedó
inmóvil, como si no hubiese comprendido sus preguntas—. Quiero
saber si lo que tenemos, si esto que estamos haciendo es serio para
ti… Si en algún momento seré lo suficientemente importante como
para elegir estar conmigo, para siempre… ¿Tú me amas? —Fue
más contundente con su pregunta.
—Si no te amara, no estaría aquí —declaró—. Si no te amara,
no vendría cada fin de semana, sin importar si mi cuerpo me exige
descanso, porque te amo más allá de mi capacidad física. —Su
mirada atormentada demostraba el miedo que se estaba
apoderando de cada uno de sus nervios. Odiaba no saber cómo
debía reaccionar ante esas acusaciones.
—El punto no es que me ames ahora, el punto es por cuánto
tiempo, no quiero presionarte, no es mi intención, pero me estoy
jugando demasiado… y quiero tener todo claro, quiero saber si
mereces la pena.
Renato pudo darse cuenta de que ella estaba molesta, pero ya
para ese momento él también lo estaba. ¿Ella se estaba jugando
demasiado? ¿Acaso él no? ¿Acaso ella creía que él no temía todos
los días que ella pudiera preferir a su familia antes que a él? Que
fácilmente pudiera preferir el perdón de los suyos antes que todo el
amor que él podía darle.
—No lo sé Samira, quizá termine arruinándolo, tal vez no puedo
darte todo lo que esperas, lo más probables es que yo no sea la
apuesta correcta… —Se encogió de hombros y negó con la cabeza
—, hay cosas en mí que… —su voz estaba rota, no sabía si era
debido a la molestia que le causaba ese ataque repentino de ella o
al dolor de darse cuenta de que Samira al parecer no había llegado
a conocerlo en absoluto.
—¿Qué cosas? —interrogó y se le derramaron varias lágrimas,
porque él le estaba confirmando que no la amaba lo suficiente para
comprometerse con ella, que prefería a la rubia voluptuosa, porque
si no, ¿que lo detenía?
Ahora entendía que desde el principio esa relación tuvo fecha
de caducidad, que él solo la veía como un entretenimiento temporal,
alguien en quien desfogar las ganas mientras la rusa estuviera lejos.
—Solo cosas, cosas que no están bien y probablemente antes
no te molestaban, pero ahora sí… —estalló, en medio de esa
discusión sinsentido.
Samira apretó fuertemente los párpados, conteniendo las
lágrimas y se le salió una risilla por lo absurdo que era todo eso, por
lo tonta y enojada que se sentía, apretó los puños al punto de que
los nudillos se le pusieron blancos. Solo a él se le ocurría la brillante
idea de culparla.
Se relamió los labios y se tragó el obstinado sollozo que pujaba
por salir. Abrió los ojos, mientras negaba con la cabeza, se moría
por escupirle en la cara que se dejara de tantas patrañas, quería
gritarle la verdadera razón de que ella estuviera así, eso que le daba
vida a todas sus inseguridades con respecto a la relación, pero no
iba a presionarlo para que confesara algo que solo terminaría
hiriéndola más. Estaba segura de que si escuchaba de los labios de
Renato que a quien amaba de verdad era a Lara, se moriría en el
acto.
Sabes qué chasqueó los labio s . Será mejor que te
vayas o perderás el vuelo pidió haciendo un ademán hacia la
puerta.
¡El vuelo me importa un carajo! Por favor, Samira… no
hagas esto suplicó, sintiendo que se le hacía difícil respirar.
¿Hacer qué ? Alzó la voz casi a punto de grito.
Comportarte de esta manera…
En ese momento el teléfono de él empezó a vibrar con una
llamada entrante de Ignacio, quien había acordado pasar por él para
llevarlo al aeropuerto. Por supuesto, ella pudo ver el nombre del
chofer en la pantalla.
Por favor, vete pidió, cerrando los ojos. Resultaba que
ahora la culpa era suya. Que fácil resultaba todo para él, cada
palabra que decía, y que ocultaba, no hacía más que lastimarla. El
nudo en su garganta se apretaba al grado de impedirle hablar.
Samira, hablemos… Intentó tomarla de la mano, pero ella
la apartó.
Ella caminó a la puerta y la abrió.
Ahora no es un buen momento, mejor vete de una vez…
susurró y se cubrió la boca para contener el llanto.
Renato intentó recuperar el aliento para intentar solucionar algo
que no tenía del todo claro.
¿Qué es lo que quieres, Samira? Solo dime qué necesitas
para que arreglemos esto. La miraba suplicante con los ojos
rebosantes de lágrimas. Trataba de mantener la compostura para no
agobiarla, pero tenía la sensación de haberse quedado atrapado en
una habitación con todos sus demonios.
En este momento quiero que te vayas repitió, empezaba
a sentirse bastante decepcionada, porque se daba cuenta de que en
todo ese tiempo no había logrado conocerlo de verdad, si no,
entonces no se explicaba cómo era posible que fuera tan caradura.
Está bien, lo haré, pero solo porque tú me lo estás
pidiendo… Te llamaré en cuanto llegue a Río, espero que para
entonces estés más calmada y podamos hablar de verdad. Se
acercó a ella, le llevó una mano a la nuca y aunque se resistió,
consiguió darle un beso en la frent e . Te quiero… espero que tú
también lo hagas o… Tragó grueso el nudo de lágrimas y las
ganas de decirle que, si ella no lo quería, estaría perdido.
En cuanto él salió, Samira cerró la puerta y recargó la frente
contra esta, apretó fuertemente los labios y contuvo la respiración
para no echarse a llorar enseguida, no quería que él escuchara
desde el pasillo cuán lastimada estaba.
Sin embargo, solo pudo soportar pocos segundos, era tanto el
dolor que el llanto que soltó no la estaba dejando ni respirar y
terminó cayendo de rodillas, mientras se apretaba el pecho con
ambas manos, las que luego se llevó a la cara para ahogar el sonido
de su alma rota.
Renato bajaba las escaleras cuando varias lágrimas
empezaron a salir pero se las limpió rápidamente. No quería
marcharse sin antes solucionar las cosas, pero ella no le dejó
ninguna alternativa. ¿Qué debía decir o hacer? Estaba
desorientado y aterrado.
Ignacio lo esperaba junto a la SUV y al verlo aparecer, se
acercó para ayudarle con la maleta.
Buenas noches, joven saludó, abriéndole primero la
puerta para que subiera, luego llevaría el equipaje al maletero.
Buenas noches, Ignacio. Gracias por venir dijo Renato,
tratando de ocultarle el rostro al chofer.
Antes de partir, miró una vez más a la casona y en cuanto el
auto arrancó, ancló la mirada en el móvil, con unas ganas casi
irrefrenables de escribirle a Samira, pero no tenía idea de qué
decirle. Solo cerró los ojos, esperando poder despertar cuanto antes
de esa pesadilla.
Ya sentado en la butaca del avión, seguía sin poder
desprenderse de la agonía que le había dejado la discusión. Aunque
ella lo hubiese echado de su hogar y sentía que ya no lo quería ver
más, él no podía permitirlo, por lo que antes de que el avión
despegara, decidió enviarle un mensaje: «Solo quiero que sepas
que ya estoy en el avión. No entiendo qué nos pasó, tenemos que
hablar por favor. En cuanto llegue a Río te haré una videollamada».
Tras dudar con cada palabra, consiguió dale al botón de enviar,
no estaba seguro de cómo ella se lo tomaría o si acababa de cavar
su tumba, pero antes de que activara la opción de modo avión
recibió una respuesta de ella: «Buen viaje».
Así de impersonal fue ese mensaje que le oprimió el corazón.
Sentía que las emociones lo estaban desbordando, sentía que todo
el castillo de sueños se le estaba derrumbando encima. Ahora más
que nunca se sentía solo, la tristeza se estaba adueñando de cada
uno de sus poros, quería llorar como si fuera un niño pequeño.
Sin embargo, una débil llama de esperanza se mantenía viva,
porque pudo haberlo ignorado y eso hubiese sido mucho peor.
Durante el vuelo, no hizo más que crear mentalmente mil y un
escenarios en los que Samira no quería verlo más, todas por su
culpa, porque había descubierto que no era suficientemente bueno
en nada, que era aburrido, un inútil de mierda, alguien tan fracasado
que seguramente ni siquiera había conseguido satisfacerla
sexualmente nunca.
Como un eco lejano escuchaba la voz de Danilo que le pedía
que se calmara, que respirara profundo, que debía enfocar su mente
en las cosas positivas que tenía. Pero nada de eso lo ayudaba en
ese momento, él solo quería estar de regreso en los brazos de
Samira y rogarle que no lo dejara, que le diera otra oportunidad, que
buscaría la manera de ser mejor para ella…
En cuanto el avión tocó la pista del Galeão, lo primero que hizo
fue quitarle el modo avión, sabía que era muy pronto para
comunicarse con ella, pero ya no aguantaba más, quería usar la
excusa de informarle que ya había llegado para que supiera que
estaba muy interesado en conversar, pero lo primero que recibió fue
un mensaje que le envió hacía más de cuatro horas: «Será mejor
que dejemos la videollamada para otro día. Estoy cansada, me iré a
dormir temprano».
A Renato lo impactó la sensación de que lo había botado ya a
la basura, que con ese mensaje le estaba dejando claro que ya no le
interesaba mantener la relación con él. La angustia que sintió en ese
momento le atenazó el pecho. Casi sin poder controlarse ni pensar
lo que estaba haciendo le escribió: «Lo siento, Samira. Sé que hice
algo mal, pero no sé qué fue… Entiendo que estés agotada y
necesites dormir, pero puedes llamarme temprano, por favor, por
favor, no me dejes, hablemos, por favor. Te quiero, de verdad lo
hago. Perdón si hice algo mal… Necesito que hablemos. Prometo
que no te molestaré si no quieres… Pero, por favor, hablemos…».
Se detuvo de enviar el mensaje solo porque la auxiliar de vuelo
le indicó que ya podía bajar. Él le dedicó una mirada de
desconcierto, pero cuando ella le repitió que debía abandonar la
nave, fue que asintió y se desabrochó el cinturón.
Disculpe. Se levantó, tomó la maleta del compartimiento
superior y bajó, caminó raudo, aunque algo extraviado, entró en el
primer baño que encontró de camino a migración.
Había varios hombres, unos lavándose las manos y otros
orinando, él pasó a uno de los cubículos, dejó caer la maleta y se
adhirió a la fría pared de metal, tuvo que sostenerse la cabeza con
las manos.
Respiraba profundo, tratando de recuperarse, pero las
sensaciones de rechazo, de miedo y dolor lo estaban asfixiando.
Agarraba bocanadas de aire, pero estaba seguro de que ni todo el
oxígeno del planeta sería suficiente para conseguir que sus
pulmones se expandieran y contrajeran con normalidad. No podía
llorar, era como si el llanto se le hubiese atascado en la garganta y
eso era lo que lo estaba poniendo en ese estado.
Se dejó caer sentado en el suelo, apoyó los codos sobre sus
rodillas y seguía sosteniéndose la cabeza porque temía que le fuese
a estallar.
Después de largos minutos en los que consiguió aplacar un
poco el ataque de pánico, encontró un resquicio de valor para salir
de ahí, necesitaba refugiarse en su casa lo antes posible.
Al taxista le dio la dirección de su apartamento, necesitaba
estar solo, no quería que nadie lo viera en ese estado y empezaran
a interrogarlo sin parar. En todo el camino no hizo otra cosa que
mirar el móvil a ver si ella había visto los mensajes, esperando que
le respondiera, pero no había caso, ella seguramente ya estaría
dormida.
En cuanto estuvo en el apartamento, se fue directamente al
baño y se metió debajo de la ducha con todo y ropa, al sentir que las
gotas que le caían fue que pudo dejarse ir y botar todo el dolor que
lo estaba matando lentamente, lloró y lloró sin parar, hasta que ya
no le quedaron más lágrimas, salió, se quitó la ropa que dejó tirada,
luego se fue a la cama, pero por más que estaba agotado, no hacía
más que mirar una y otra vez los mensajes que le había enviado a
Samira, luego empezó a torturarse mirando las pocas fotos que
tenía de ellos juntos.
Su cerebro no le daba tregua, necesitaba apagarlo por unas horas o
no podría tener la conversación coherente que necesitaba, cuando
ella leyera los mensajes que le había enviado; de repente recordó
los ansiolíticos que tenía en el vestidor y se paró para ir a por ellos.
Tomó un poco más de la dosis recomendada y volvió a la cama, no
se dio cuenta cuando le hicieron efectos, solo sabía que su último
recuerdo lúcido fue que no quería vivir si Samira lo abandonaba.
CAPÍTULO 76
Tras varias horas de llanto, tenía los párpados hinchados, la
nariz congestionada y un dolor de cabeza que la obligó a tomarse
un par de calmantes, los que le ayudaron a dormirse, pero fue un
sueño intranquilo plagado de pesadillas en la que ella veía cómo
Renato besaba apasionadamente a la rusa.
Despertó con la alarma, programada para hacer ejercicios, pero
se sentía cansada física y emocionalmente como para dedicar su
poca energía a eso.
El agua la despertó por completo, lo que trajo de nuevo el dolor
en el pecho debido a la agonía de haber terminado su relación con
Renato. La verdad era que no estaba preparada para sacarlo de su
vida, no quería, pero debía hacerlo, por amor propio, por respeto a
esos sueños bonitos que quería hacer realidad junto a él, porque lo
que él le estaba ofreciendo no era siquiera ser su segunda opción,
no, directamente solo le ofrecía disfrutar un par de fines de semanas
más y ya, porque después del veintitrés de diciembre estaría solo
con Lara, con ella y toda su familia. Un plan en el que ella ya no
tenía cabida.
No pudo evitar soltar una risa amarga al recordar sus palabras
en el que le prometía hacer todo lo posible para pasar con ella un
rato uno de esos días… El dolor no dejaba de crecer ante esa
realidad.
A pesar de todo lo que había llorado el día anterior y de que
creyó en algún momento quedarse sin lágrimas, otra vez las
lágrimas volvían a hacer acto de presencia. Se regañó por ser tan
patética y prácticamente se obligó a parar, no tenía tiempo para
echarse a morir, en unas horas debía ir al trabajo y no podía
presentarse en semejante estado.
Salió de la ducha, se puso unas bragas limpias y buscó el móvil
donde lo había tirado en la cama.
En cuanto lo tuvo entre sus manos, respiró profundo, el corazón
le empezó a latir con prisa y se sintió algo mareada, por lo que se
sentó al borde del colchón, al tiempo que activaba el internet en su
teléfono. Esperaba que él no fuera tan cruel como para agregar una
nueva canción esa mañana, aunque en el fondo sabía que sí lo
deseaba, aunque eso al final la rompiera aún más.
Así que, casi conteniendo el aliento, esperó la llegada de la
notificación de algún hermoso tema que le erizara la piel; en cambio,
recibió fue una lluvia de mensajes que no paró como en un minuto
entero.
Entró a leerlos de inmediato, pero no estaba preparada
emocionalmente para lo que decía cada mensaje. El estómago
empezó a dolerle igual que el corazón, el páncreas y cada uno de
sus órganos, todo en ella dolía, ni siquiera era consciente de que
estaba llorando nuevamente.
Podía sentir la desesperación de Renato, tanto que empezó a
creer que era genuina. Él le estaba suplicando que hablaran, pero
ella tenía mucho miedo de confirmar que había sido solo un
pasatiempo al que había alimentado a punta de mentiras.
Estaba confundida, no sabía qué hacer, si darle una
oportunidad para que se explicara o cortar cualquier vínculo y
resistir hasta que la herida dejara de supurar dolor y cicatrizara.
Tuvo que desplomarse en la cama porque se sentía muy débil, abrió
los párpados y se enfocó en las pequeñas grietas en el techo
mientras maldecía todo lo que le estaba pasando, sobre todo a su
mente que no dejaba de recordar las imágenes de Lara desnuda.
Ella siempre había sido segura de sí misma, se creía guapa a
pesar de su delgadez y sus grandes orejas, sabía que podía ser
coqueta con tan solo una sonrisa o una mirada, creía que, si se lo
proponía, manejaría muy bien el poder de la seducción, pero haber
visto ese espectáculo de mujer como Dios la trajo al mundo, la hizo
sentir poca cosa. Que poco podía durar la autoestima alta, cuando
la competencia era tan injusta.
Se llevó la mano a sus pechos prácticamente planos mientras
sentía un molesto malestar en su estómago, no podía definir si era
hambre o eran esos celos terribles que se la estaban carcomiendo
desde adentro.
Volvió a mirar los mensajes, de verdad, le gustaría poder
decirle lo que había hecho mal, pero solo la pondría en evidencia, lo
que seguramente empeoraría la situación ya que él se enojaría.
No, él debe saber ya que hizo… A menos que sea un
caradura sin consciencia, que crea que jugar con las dos está bien
masculló, sintiendo que las brasas de la rabia volvían a
encenderse. Se levantó para prepararse un café, necesitaba aclarar
su mente antes de hacer algo de lo que pudiera arrepentirse
después.
Mientras esperaba que el café se colara, releyó una vez más
todos los mensajes de Renato, ya casi los memorizaba y no podía
negar que le estrujaban el corazón.
Chasqueó los labios, no tenía caso seguir con la incertidumbre:
«Está bien, hablemos…». Sabía que Renato le haría una
videollamada y ella era un desastre en ese momento, su rostro
evidenciaba la mala noche que había tenido y no quería que eso
sirviera para que se diera cuenta de lo rota que se sentía; además,
no podía arriesgarse a que sus emociones la sobrepasaran porque
en unos minutos tenía que ir a trabajar. Ella no podía permitirse el
lujo de quedarse en cama llorando un mal de amor. Así que, esa
conversación debía esperar, aunque la agonía fuera a devorársela
durante todo el día.
Él no se encontraba en línea, suponía que debía estar
durmiendo o quizá duchándose, así que escribió rápidamente un
segundo mensaje: «Pero lo haremos en la noche, ahora tengo que ir
al trabajo». Una parte de ella quería que Renato respetara su
petición de esperar hasta la noche, pero otra parte, quizá la más
poderosa, anhelaba que él no hiciera caso y la llamara de inmediato,
por eso no podía desviar la mirada de la pantalla y tenía el corazón
acelerado, impidiéndole casi respirar. Tragó grueso y dejó el móvil
sobre la encimera para servirse café.
Brincó del susto cuando el móvil repicó, pero la breve emoción
que la invadió de súbito se disipó rápidamente al darse cuenta de
que era Ramona.
Hola Gypsy … Buenos días
El tono de tono de voz era alegre, lo que le hizo suponer a
Samira que todo había terminado de salir muy bien con su tía. Ya
que el día anterior por la tarde, cuando estuvo reunida con Julio
Cesar y Renato, le había escrito diciéndole que aún estaba con su
tía y que había sido una muy buena idea enfrentarse al miedo que le
suponía hablar con alguien de su familia. Acordaron que en cuanto
llegara, le contaría mejor cómo había sido la experiencia.
Hola Roma… la llamó por ese diminutivo que usab a .
¿Cómo estás? ¿Vienes en camino? Hasta ese momento caía la
en cuenta de que Ramona debía ir a trabajar y no sabía si le daría
tiempo.
Estoy en casa, llegué por la madrugada.
¿Por qué no me avisaste? reprochó, aunque pensándolo
bien, no hubiese sido buena idea que su amiga la hubiera visto en el
estado en el que estuvo anoche.
No iba a despertarte, además, también necesitaba dormir
por lo menos unas cuatro horas, porque en el autobús venía un
bebé que no dejó descansar a nadie, seguramente, el pobre tendría
cólicos dijo con pesar.
Bueno, por lo menos llegaste con tiempo… ¿Irás al trabajo?
Por supuesto, ya voy a ducharme o se me hará tarde. Nos
vemos en un rato.
Está bien, yo también empezaré a vestirme… Hablamos
luego, quiero que me cuentes detalladamente cómo te fue. Le
alegraba muchísimo que Ramona estuviera más cerca de
reconciliarse con sus padres. Esperaba que su tía sirviera de
intermediaria.
Claro que lo haré.
En cuanto colgaron, Samira se endulzó el café, mientras se lo
tomaba, recordó que no tenía nada listo para llevarse de almuerzo.
Se preparó un sándwich y se lo comió a grandes bocados, más que
por apatito, lo hizo para reponer fuerzas.
Se quedó esperando algún tipo de comunicación de parte de
Renato o por lo menos la canción del día, pero no hubo ningún tipo
de señal de parte de él; la desilusión fue arrolladora.
Una vez lista, se aseguró de dejar todo apagado y cerrar bien la
puerta. Ya Ramona la esperaba al final del pasillo frente a su puerta
cuando salió, así que se obligó a guardar el móvil en la cartera,
deseando poder olvidarse del aparato, pero sabía que esa era una
tarea difícil de alcanzar.
Ramona no pudo ocultar la expresión de sorpresa, a pesar de
que no hizo ningún comentario, era evidente que se había dado
cuenta de que a pesar de todo el maquillaje que usó, las huellas de
tantas horas de llanto seguían siendo visibles.
Pasé una noche terrible, creo que me voy a enfermar, tuve
una alergia espantosa. Mintió descaradamente, pero ya a esas
alturas no tenía otra salida.
Si quieres, yo tengo antialérgico.
Ya me tomé uno, tranquila, solo debo esperar que vuelva a
hacer efecto… Se le enganchó en un brazo, instándola a camina
r . Cuéntame todo lo que te dijo tu tía, ¿cómo estás tus padres?
curioseó mientras se dirigían a las escaleras.
Ramona aprovechó todo el camino, para contarle todos los
detalles sobre su reencuentro, ella estaba muy animada e ilusionada
porque ahora tenía la esperanza de poder limar las asperezas por lo
menos con su madre y una de sus cinco hermanas.
A pesar de que Samira le prestaba atención, también estaba
atenta, esperando que su móvil vibrara con alguna llamada o por lo
menos un mísero mensaje.
Justo entrando al edificio sintió que le llegaba esa ansiada
notificación, así que casi con desesperación buscó el teléfono, pero
su decepción fue mayor al ver que era el infaltable mensaje de
Adonay deseándole que tuviera un buen día.
¡Buenos días! Liam saludó enérgico, lo que hizo que
Sophia diera un respingo en su silla, por estar de espaldas a él.
Ella se volvió a mirarlo por encima del hombro, él la abrazó por
la espalda, dándole un beso en la mejilla. La adoraba, no había otra
forma de definir lo que sentía por esa mujer, que lo había criado
como a un hijo más.
¡Me asustaste! Ella lo reprendió sin quitar la dulce sonrisa
en ningún momento y luego le dio un pellizco en el antebrazo.
¡Ay! Piensas despellejarme se quejó y le echó un vistazo
a su abuelo que lo miraba sonrient e . Ya veo cómo es que te
controla. Le dio otro beso a su abuela y fue a saludar al patriarca.
Me parece que estoy frente a un milagro dijo irónicamente
Reinhard.
Por supuesto, ¿acaso no soy el mejor ejemplo de la obra
más perfecta de Dios? dijo socarrón. Le dio un beso en la mejilla
a su abuelo y se ubicó en una de las sillas del comedor con vistas al
jardín.
No estoy de acuerdo en eso intervino Sophi a . El
mejor ejemplo lo tienes a tu lado, quizá te favoreció un poco llevar
sus genes señaló a Reinhard, que le sonreía.
Está bien. Alzó las manos a modo de redenció n . Lo
acepto, solo porque aún llevas la venda del amor… Por cierto,
¿dónde está mi hermano? No me digas que sigue durmiendo.
Está en São Conrado respondió Reinhard. Bien sabía que
Renato había llegado por la madrugada de Santiago, pero guardaba
firmemente el secreto de esas escapadas de su niet o . ¿Aún no
me has dicho que te ha traído aquí? Fue directo, no era que no le
agradaba que su nieto mayor lo visitara, solo que lo conocía
bastante bien y sabía que solo lo hacía cuando necesitaba algo o
cuando era obligado por algún compromiso familiar—. ¿No me digas
que es por la noticia del matrimonio de Elizabeth?
Es que, necesito ir el fin de semana a Aspen, podrías
prestarme… ¡Espera! dijo cayendo en la cuenta de lo que su
abuelo acababa de decirle. Se mostró exacerbad o . ¿Cómo que
Elizabeth se casa? ¿Acaso es una broma? Buscó rápidamente la
mirada de Sophia, que en ese momento veía ceñuda a su marido.
Reinhard supo que cometió una imprudencia, ya que apenas se
había enterado la noche anterior, al escuchar la conversación que
Sophia tuvo con Rachell.
No, no lo es. Alexandre le pidió matrimonio el sábado
explicó Sophia con tono hosco. Conocía a Liam y sabía que
buscaría la manera de inmiscuirse en un asunto que no le
correspondía.
¿Y le dijo que sí? ¿Acaso está loca? protestó sonrojado
por la súbita molestia. Esa noticia debió ser muy fuerte para su tío
Samuel.
Por supuesto que le dijo que sí, no necesita estar loca para
querer comprometerse con la persona que ama…
Tonterías buf ó . No está enamorada nada, y el tipo
ese, mucho menos… ¿Cuánto es que llevan juntos? ¿Tres, cuatro
meses? ¡Qué mierda! exclamó incrédulo.
Bueno, Liam… Esa decisión es de ellos, debemos
respetarla, no vamos a entrometernos en algo que es solo es de dos
comentó Reinhard, esperando que su nieto dejara de ser tan
visceral.
Claro que debemos intervenir, porque está involucrada una
de los nuestros. Lo mejor que podemos hacer es alejarla de ese
hombre que solo la está manipulando… Abuela, debes hablar con
ella, a ti te escucha, de alguna manera tienes que hacer que
Elizabeth abra los ojos, que se dé cuenta de que ese hombre no le
conviene, si tanto quiere casarse que lo haga con Bruno, que casi
es de la familia y ha estado toda la vida enamorado de ella, es un
buen hombre… lo conocemos, en cambio de ese tipo no sabemos
nada hablaba envalentonado, con la vena de la frente latiendo
visible.
Reinhard lo miraba con curiosidad.
No haremos nada, solo respetar su decisión. ¿Cómo se te
ocurre pensar que tienes el derecho de decidir por ella quien es
mejor o peor partido? Elizabeth es autónoma, tiene la edad y
capacidad mental necesaria para decidir por sí misma lo que le
conviene o no, lo que quiere o no… lo reprendió Sophi a . Y
dejemos este tema hasta aquí.
Sí, mejor empecemos con el desayuno… dijo Reinhard
haciéndole un gesto a una de las mujeres asistente al servicio que
estaba cerc a . Mejor dime, ¿qué harás en Aspen?
Ir con unos amigos el fin de semana.
Sabes que no tengo inconvenientes con que vayas y te
quedes allá todo el tiempo que desees, pero el viernes tienes un
compromiso muy importante. ¡Por el amor de Dios, no vayas a
desaparecer como lo hiciste con la prueba!
No lo haré, te lo prometo abuelo… Me iré el viernes por la
noche.
¿Y pasarás otra Navidad con tus amigos y no con la familia?
reprochó Sophia.
Ya sabes cómo es abuela, da lo mismo, no me interesa…
Me asfixia ese tipo de reuniones, no es que no quiera compartir con
la familia, puedo hacerlo, justo como estoy haciendo ahora…
Estás aquí ahora, solo porque necesitas que tu abuelo te
preste la casa para hacer tus fiestas…
Abuela, no seas injusta…
¿Injusta yo? Se llevó una mano al mecho y soltó una risa
de incredulidad.
Ya, déjalo, amor… medió Reinhard, no tenía caso hacerlo
entrar en razón, Liam lo que necesitaba era darse un golpe de
realidad en la vida, entender que no todo lo importante ni de valor
tiene precio—. Puedes ir a la casa, pero tienes terminantemente
prohibido tocar mi colección de licores.
Gracias abuelo, te doy mi palabra de que no tocaré ni una
sola botella. Le tomó una mano y le dio un beso en el dorso,
donde ya su piel tenía algunas pecas producto de la vejez.
Sophia le dedicó una mirada aprehensiva a su marido. A ella no
le gustaba que consintiera tanto a Liam, porque sentía que estaba
perdiendo la perspectiva real de la vida.
Y una condición más dijo Reinhard, comprendiendo esa
mirada de su muje r . Tendrás que pasar año nuevo aquí con la
familia. Así que si tienes algún plan, cancélalo.
Por supuesto, aquí estaré, ni un solo plan con nadie más
prometió, mirándolo a los ojo s . Es más, vendré a verte todos los
días, desde el martes hasta que nos demos el abrazo de año nuevo.
Reinhard le dio un voto de confianza a su nieto, después de
todo, si no cumplía su promesa no obtendría nada más de él.
Mientras desayunaban, Liam volvió a preguntar por Renato,
quiso saber cómo lo habían visto las últimas semanas, ya que él lo
había notado algo descentrado, además de que seguía pareciéndole
muy extraña la actitud que tuvo el día de su cumpleaños, sobre todo
cuando pidió que se tomaran una fotografía grupal. Él presentía que
algo estaba pasando y le molestaba no estar enterado, lo que
menos deseaba era que volviera a caer en una crisis depresiva; les
recordó que no era bueno que se aislara si estaba pasando por una.
Es posible que para la mayoría de las personas Liam fuera un
díscolo que solo estaba pendiente de divertirse o de salir con sus
amigos, pero nada estaba más lejos de la realidad, su preocupación
principal era ver que a uno de los suyos le pasara algo y él no
pudiera ayudarlo a tiempo. Por eso es por lo que le enfurecía
recordar lo mucho que sufrió en su adolescencia por culpa de la
zorra que se burló de él.
Antes de despedirse le pidió a su abuelo que llamara para que
acondicionaran la casa en Aspen, que no lo olvidara, luego le dio un
beso en la mejilla, otro beso a Sophia y se marchó.
Ese día no tenía que ir a Vale do Paraíba, donde quedaba la
compañía de su padre y donde él estaba a la cabeza del
departamento de Coordinaciones y Pruebas de Vuelo. Tenía varias
reuniones programadas en Río, pero no empezarían sino hasta
dentro de un par de horas. Así que mientras conducía decidió
aprovechar ese tiempo en algo productivo y le marcó a Renato para
ver si almorzaban juntos.
Sintió un súbito vacío en el estómago cuando la llamada se le
fue al buzón de voz, porque él jamás apagaba el teléfono o dejaba
que se le descargara, le gustaba estar siempre accesible para la
familia.
Volvió a marcarle, pero una vez más se fue al buzón. Como ya
en ese momento se encontraba cerca de São Conrado, no se lo
pensó dos veces para acercarse.
Antes de llegar le marcó un par de veces más, siempre con el
mismo resultado, lo que provocó que le creciera la angustia.
No le fue fácil convencer a Roger para que lo dejara pasar, ya
que Renato tenía terminantemente prohibido que lo dejaran entrar
sin que él diera su consentimiento previamente. Liam le preguntó al
empleado de seguridad si ya su hermano había salido esa mañana
y este le confirmó que su vehículo seguía estacionado en su puesto,
al escucharlo le ordenó que lo llamara al citófono, pasaron los
segundos y seguía sin contestar, al ver que la situación se estaba
saliendo de control, pidió nuevamente que le permitieran pasar y en
esa ocasión el recepcionista no se opuso.
Todos en su familia sabían que la clave de acceso que Renato
había establecido era el cumpleaños de su mamá, aunque fingían
desconocerlo. Al parecer, no se había marchado en taxi ni con
alguien que lo hubiera pasado a buscar, porque el aire
acondicionado seguía encendido, pero le llamó la atención al entrar
encontrarse con una maleta pequeña junto al sofá de la sala de
estar, avanzó y no consiguió otra cosa fuera de lo normal.
Siguió por el pasillo y fue directo a la habitación de Renato,
abrió la puerta y se encontró con la habitación en penumbras. Al
parecer, seguía dormido, algo verdaderamente extraño en su
hermano, ya que era de las personas más puntuales que conocía y
comprometida con su trabajo.
Renato, Renatinho repitió en su camino hacia la cama.
Estaba envuelto entre las sábanas, acostado bocabajo, por lo
que lo sacudió ligerament e . Despierta. Siguió tocándole la
espalda, al tiempo que con el control remoto mandaba a abrir las
persianas.
Renato farfulló, removiéndose entre las sábanas, todavía
renuente a despertar.
Oye, despierta… ¿Acaso hoy no vas al trabajo? preguntó,
tirando de las sábanas.
Qué… ¿qué haces aquí? Seguía más dormido que
despierto—. Se supone que Roger no debe dejarte entrar haló las
sábanas para cubrirse.
A medida que salía de la bruma del sueño, recordó lo que
había pasado la noche anterior y no quería que su hermano lo viera
en ese estado.
Tuvo que dejarme entrar, ya que no atendías el teléfono…
¿Estás bien? Estaba genuinamente preocupado.
Sí, ¿por qué no iba a estarlo? Se sentó dándole la
espalda a Liam y salió del lado contrario de la cama.
No sé, quizá porque siempre contestas y, a esta hora ya
deberías estar de camino al trabajo. Lo siguió con la mirada,
llevaba puesto solo el pantalón del pijama y se dirigía al baño.
Cambié mis horarios de los lunes, entro a mediodía. ¿Tú que
haces en Río?
Tengo algunas reuniones. Se levantó para seguirl o .
Así que hoy tenía unas horas libres en la mañana. Suspiró
notando como se aliviaba la presión del pecho, pero cuando se dio
cuenta, ya Renato le había cerrado la puerta del baño en la cara.
Lo primero que hizo al encerrarse fue verse en el espejo para
cerciorarse de que su cara no demostrara los signos innegables del
dolor que lo acompañaba desde la noche anterior, cuando corroboró
que no estaba tan mal como suponía que lo estaría, continuó con su
aseo personal. Se cepilló los dientes y se lavó la cara, abrió la
puerta mientras se secaba el rostro y se tropezó con Liam que
seguía en el mismo lugar que lo había dejado, pero con los brazos
cruzados en el pecho.
¿Ya sabes lo de Elizabeth? preguntó, retrocediendo un
paso ante la mirada ceñuda de Renato, sabía que odiaba que
invadieran su espacio vital.
¿Qué pasó ahora con ella? masculló esquivándolo y
caminando directamente al vestidor a por una camiseta. Vio el
frasco de pastillas que había dejado ahí descuidadamente y con
rapidez lo guardó en unos de los cajones donde guardaba los
calcetines.
Se va a casar con el tipo ese, ahora sí se volvió loca.
Renato no pudo evitar sentirse sorprendido ante la noticia,
jamás pensó que la relación de su prima con Alexandre fuese tan
seria. En cuanto se puso la camiseta, regresó a la habitación, buscó
su móvil y lo puso a cargar, porque necesitaba saber si Samira
había respondido sus mensajes; se daba cuenta de que su hermano
lo seguía como si fuese su sombra.
Me parece una decisión demasiado apresurada, pero no soy
quien para inmiscuirme en algo que solo les concierne a ellos
comentó, al tiempo que se le aceleraba el corazón al darse cuenta
de que tenía un par de mensaje de su gitanita.
Creo que ahora sí le dará un infarto a tío Sam… Estará muy
decepcionado confesó Liam. Observando a su hermano que se
sentaba al borde del colchón, con la atención puesta en el móvil.
No veo por qué Elizabeth tenga que actuar en consecuencia
de lo que su padre quiere para ella. Quiero a tío Sam, pero la
mayoría del tiempo es demasiado intransigente.
Solo quiere lo mejor para ellos.
Lo mismo que nuestros padres hicieron contigo, ellos
decidieron lo que consideraban mejor para ti… ¿Lo fue? preguntó
levantando la cabeza para mirar a Liam.
No lo sé. Se alzó de hombro s . Quizá no hubiese
podido adaptarme a las exigencias que se requiere para ser un
oficial de la fuerza aérea… Me siento bien con la flexibilidad que me
ofrece mi trabajo, además, hago lo que me gusta… Después de
todo.
Entiendo masculló Renato, fingiendo que creía esa
patética excusa. Quería leer los mensajes, pero no frente a su
hermano, pero sabía que no le quedaba otra opción porque al
parecer no iba a sacárselo de encima en los próximos minutos, así
que abrió la conversación y leyó.
A pesar de que quería sonreír porque ella había aceptado
hablar con él esa noche, se obligó a mantener la compostura, no
quería que, en un arranque de imprudencia, Liam le arrebatara el
móvil y le invadiera su privacidad.
De inmediato empezó a redactar una respuesta.
Lo primero que hizo fue pedirle disculpas por el bombardeo que
le hizo la noche anterior, imaginó que debió sentirse muy abrumada,
pero ya no podía hacer nada al respecto, porque era evidente que
había leído todo lo que le envió.
Le deseó un buen día y le dijo que esperaba con ansias verla,
aunque fuera por ese medio tan impersonal.
¿Tienes algún compromiso en la hora del almuerzo?
No, creo que no.
¿Podemos comer juntos?
Esa propuesta hizo que Renato levantara la mirada del
teléfono.
¿Qué sucede? Esa petición le extrañó, se daba cuenta de
que algo le estaba pasando. Desde que tenía uso de razón, su
hermano siempre fue independiente, seguro de sí mismo, divertido,
ingenioso, aunque también tenía enormes defectos como su
machismo, su egocentrismo y quizá también algo de soberbia y una
reiterada falta de responsabilidad. Pero lo que veía en esos
momentos en sus ojos le hablaba de tormento emocional y no le
gustó ni un poquito.
Nada, como ya te dije, estaré todo el día en Río.
Está bien, nos veremos a la hora del almuerzo, dejo que
escojas el lugar.
Está bien, entonces me marcho ya, porque en menos de una
hora tengo el primer compromiso del día. Me alegra ver que estés
bien Se acercó y le dio un beso en la mejilla.
Nos vemos luego dijo viendo cómo su hermano se
marchaba.
CAPÍTULO 77
No había sido el mejor día para Samira, el dolor de cabeza le
estaba causando tanta presión que sentía nauseas. Pero lo peor era
el dolor en su corazón que no había mermado ni un poco desde que
descubrió lo que ocultaba Renato. Para mayor desgracia, ese día le
llamaron varias veces la atención en su trabajo, porque no lograba
concentrarse, además de que se le olvidó preparar el tema que
vería en la clase del curso de Estrategia Empresarial, por lo que no
entendía nada de lo que estaban explicando y empeoraba su
situación. Odiaba sentirse así, no podía permitir que sus problemas
personales afectaran su vida profesional.
Por fin había llegado el momento de la videollamada y estaba
totalmente nerviosa, aún no había decidido si encararlo y confesarle
que había descubierto sus mentiras o esperar a ver hasta dónde
sería capaz de llegar. Pero lo que la tenía toda ansiosa era que lo
extrañaba más que nunca, no podía negarlo y es que, no sabía
cómo borrar el amor que sentía por él de la noche a la mañana, y
eso es lo que más rabia le daba consigo misma, que sabía que él se
había burlado de sus sentimientos desde el principio; aun así,
deseaba verlo, escuchar su voz y desearía no haber visto nunca el
teléfono de Renato y seguir en la ignorancia, así por lo menos
podría estar con él y seguir siendo feliz.
Por su parte, Renato apenas consiguió aguantarse las ganas
de llamarla o enviarle algún mensaje durante el día, sabía que debía
darle tiempo, no forzar las cosas, pero había resultado muy difícil.
En cuanto terminó su rutina de ejercicios, se obligó a ir al
gimnasio para drenar las energías acumuladas, necesitaba estar
sereno y centrado, no se duchó, solo agarró su maletín del casillero
y se fue a casa, contaba los minutos para comunicarse con Samira.
Apenas llegó, saludó a su abuelo rápidamente y subió raudo a
su habitación, lanzó todo lo que llevaba en las manos sobre la
cama, se quitó el jersey, quedando solo con la camiseta blanca que
aún estaba húmeda por el sudor y le marcó de inmediato, ya no
podía esperar más. Caminó al balcón, sin darse cuenta de que se
estaba mesando el cabello; en el acto respiró profundo, llamándose
a la calma y trató en lo posible evitar acercar la mano a su cabeza.
Después de tres repiques, la vio aparecer en la pantalla y el
corazón le dio un vuelco, sintió tanta emoción en ese segundo,
como cuando la vio corriendo hacia él el día que viajó desde Punta
Cana solo para comprobar que sí la amaba.
Eran tantas las cosas que ansiaba decirle que no sabía por
dónde comenzar, los nervios lo habían dejado en blanco.
Hola, ¿cómo estás? Tres estúpidas palabras fueron las
que pudo modular, al tiempo que se reacomodaba en el asiento, al
subir una pierna y apoyar el talón en el borde, dejando que el
antebrazo descasara sobre su rodilla para así darle estabilidad al
móvil que mantenía en la mano.
Samira estaba sentada en el pequeño sofá, mostrando visibles
marcas de cansancio, lo que le dio algo de esperanza, por muy mal
que sonara, seguramente no había podido dormir bien y eso
significaba que ella también se encontraba afectada por lo que
estaban viviendo.
Bien respondió, se sentía incómoda, estaba tan tensa que
le dolía la espalda, pero no podía negar que sentía ganas de
suplicarle que la eligiera a ella, que se olvidara de la rusa. Tenía que
buscar la manera de que en su rostro no se reflejara lo mucho que
lo echaba de menos, por eso prefirió ser algo distante en su trato—.
¿Y tú? ¿Cómo fue tu día?
No muy bien, lo admito… Tragó grues o . No puedo
estar bien después de cómo quedaron las cosas entre nosotros.
Sabía que esa era su oportunidad de oro y debía aprovecharl a .
No debí venirme sin que antes arregláramos lo que no sé cómo se
rompió. No podemos estar así Sami…
Hiciste lo correcto, era lo que quería en ese momento.
¿Y ahora? ¿Sigues sin quererme a tu lado? El pecho
estaba a punto de estallarle, porque esa respuesta marcaría el
futuro de su relación.
Ahora no lo sé suspir ó . Estoy tratando de analizar
todo lo que nos dijimos. Esquivó la mirada de la pantalla y
parpadeó rápido, porque sentía que los ojos empezaban a llenársele
de lágrimas.
No debemos tomar en cuenta las cosas que solo
expresamos en el momento en que estábamos alterados… Aquí lo
importante es que no queremos, porque tú me quieres, ¿verdad?
Samira soltó una risita de incredulidad, una lágrima traicionera
salió rodando por su mejilla y se la limpió rápidamente, no era el
momento de mostrarse frágil, no cuando ya bastante daño le había
hecho.
Te quiero. Se volvió a mirarl o . Más de lo que debería
masculló resentida.
Yo no sé si podría amarte más de lo que ya lo hago…
porque lo que siento por ti ha superado cualquier límite que yo
conociera, en este momento lo eres todo para mí, Samira… No
sabía cuál era el problema de ella, por qué cambió tan
repentinamente, todo estaba bien y al segundo siguiente… ella
dudaba de él y de su amor por ella. Daría lo que fuera por
comprenderla, pero sentía que las palabras nunca eran las correctas
o que todo lo que le decía le molestaba. No quería que siguieran
discutiendo, pero se sentía como un ciego al que le quitaran el
bastón blanco.
Cuesta creer que así sea dijo con voz ronca y tuvo que
limpiarse otra lágrima.
¿No sé qué es lo que te hace dudar? Porque te he
demostrado de todas las formas posibles que eres importante para
mí. ¿No es suficiente todo lo que he hecho por ti?
¡Claro! Soltó otra risa irónica, cargada de un dolor profund
o . Solo eso te faltaba, estamparme en la cara todo lo que has
hecho por mí…
No, no, no… para Samira, detente… no malinterpretes lo
que acabo de decir. Abandonó su estado casi relajado en el que
estaba sentado, debido al terror que le reptó por la columna vertebra
l . No me refiero a eso que estás pensando…
Renato, yo creo que es mejor que no sigamos hablando…
Lo intentamos, vale… intentamos ser más que amigos y no
funcionó…
¿Cómo que no funcionó? Renato sentía que el aliento se
le atoraba en el pecho y le estaba costando respira r . ¿Cómo
que no funcionó? Pero si estábamos bien Samira, bien…
Estábamos felices, éramos el uno para el otro, ¿qué cambió? ¿Qué
hice para que ahora no quieras estar conmigo? hablaba casi
atropellando las palabras y el pecho agitado, mientras caminaba de
un lado al otro en el balcón.
Quizá solo nos estábamos engañando a nosotros mismos,
porque yo también pensé que lo que sentíamos era real, que esto
que teníamos era único y nuestro, que juntos podríamos contra
cualquier adversidad, que podía ser para siempre, pero no…
Soltó un suspiro tembloroso. Ya no se preocupaba por limpiarse las
lágrima s . Sé que no.
Te equivocas… Yo también quiero que lo nuestro sea para
siempre, sí es posible, nosotros lo haremos posible… Yo te quiero,
Samira, me costó tanto aceptarlo, darme cuenta, no me puedes
decir ahora que no funciona, que no somos buenos cuando estamos
juntos. Se llevó la mano a la cara en un gesto de desesperación,
pero de inmediato se descubrió los ojos cuando la escuchó solloza
r . Por favor, cariño… Sami. No nos hagas esto suplicó, porque
veía en ella la resolución de acabar con todo y él no tenía idea de
cómo hacerla cambiar de opinión.
Las palabras de él la herían, atacaban como puñaladas
certeras en su corazón. A él le había costado aceptarla, claro, cómo
iba a fijarse en una humilde gitana con muy poca educación,
teniendo a una modelo rusa despampanante, que seguramente
tuviera títulos universitarios tan rimbombantes como los de él.
¿Quieres que te creas? ¿Verdad? Pruébalo… —Supuso que
era el momento de ponerlo a prueba, para que demostrara si todo lo
que le decía era cierto, si realmente la quería o si solo la veía como
un pasatiempo al que le estaba cobrando toda la ayuda que le había
brindado.
Haré lo que sea para que no tengas dudas, lo haré
prometió Renato con un tono casi desesperado.
¿Puedes venir antes de que termine el año? Sé… sé que
tienes compromiso con tu familia y lo menos que quiero es parecer
caprichosa, pero me gustaría saber si estoy entre tus prioridades.
Lo estás, no tengas dudas sobre eso… Iré, te prometo que
iré, ni siquiera tenías que pedírmelo, porque haré lo posible por
verte, nunca podría pasar tanto tiempo sin ti confesó con la voz
rota.
Esa promesa hizo que un destello de esperanza avivara en el
corazón de Samira. Si él iba a verla, significaría que estaría
haciendo a un lado a Lara y demostrando que a quién amaba era a
ella, aunque no fuese una diosa rubia. Si lo hacía, podría enfrentarlo
cara a cara para decirle que había leído los mensajes que se
enviaron.
Está bien. Suspiró profundamente, no se sentía bien,
odiaba tener que poner a prueba una relación que debería estar
fundamentada en el amor y la confianza, quizá Renato al final la
escogiera a ella, pero la grieta ya se había producido, aunque
consiguiera cicatrizar la herida que hoy tenía en el corazón, ya no
volvería a estar puro y limpio, siempre habría una marca que le
recordaría que el amor podía doler mucho, muchísim o . Te
estaré esperando murmuró
No estaba llorando profusamente, pero tampoco las lágrimas
dejaban de caer, Samira sentía que ya no tenía control sobre ellas,
por eso solo se limpiaba unas pocas y las otras las dejaba rodar por
su mejilla.
Ya no llores, gitana… No lo hagas, por favor. Te quiero.
Yo también y por eso me duele todo.
Ni siquiera se reconocía, porque ella era una persona fuerte,
pero también era la primera vez que se había enamorado. Hasta
hacía poco en sus planes no estaba el amor, ahora lo era casi todo y
eso la tenía aterrorizada.
—Tengo que descansar, ya es tarde… —Debía poner en orden
sus pensamientos, era mejor despedirse y esperar que el sueño se
llevara sus peores temores y los dejara bien lejos.
—Hablemos un poco más, ¿sí? Me haces mucha falta gitanita,
no sé por qué siento que no se ha arreglado nada. —Renato se
mostró renuente, quería asegurarse de que ella no iba a cambiar de
opinión y lo botaría como a un perro en cualquier momento.
—Yo también a ti, pero tranquilo, estamos en vía de solventar
las cosas, solo que hoy he pasado todo el día con un dolor de
cabeza espantoso.
No le quedó otra opción que aceptar despedirse de ella, pero le
pidió que por favor le avisara de inmediato si el dolor empeoraba y
que le escribiera en lo que se despertara.
La relación no había mejorado en las siguientes dos semanas,
tampoco ayudó que Renato y Samira no pudieron verse. El primero
fue porque ella tuvo que asistir, junto con Nancy y Karen, a un
programa de Desarrollo de Liderazgo para Mujeres Empoderadas
en la ciudad de Concepción desde el jueves hasta el sábado;
cuando ella se lo comentó ambos estuvieron de acuerdo en que no
valía la pena que él viajara a visitarla si solo podrían estar juntos
menos de veinticuatro horas, además de que ella estaría totalmente
agotada después de asistir a un curso intensivo sobre
autoaceptación, autogestión y desarrollo personal enfocado en
mejorar la capacidad de liderar, negociar e influenciar con impacto
sin importar los desafíos que enfrentan las mujeres en las diferentes
áreas de su carrera profesional.
Ella se emocionó mucho cuando le llegó la notificación de
asistencia, ya que sentía que era lo que necesitaba para centrarse y
mantener la mente ocupada en algo de provecho. Pero también
porque seguía sintiéndose tensa y dolida, lo que menos deseaba
era tenerlo en frente y dejar que su corazón tomara el control de la
situación. Ella no quería ser de esas mujeres que por amor eran
capaz de soportar infidelidades, golpes o vejaciones de ningún tipo.
Lo que no se esperaba era entrar a su casa con el equipaje en
mano y encontrar que la esperaba un jardín de rosas invadiendo
cada espacio de su hogar.
Renato se había valido de una mentira piadosa para pedirle a
Ramona que lo ayudara con esa tarea, ya que necesitaba que
alguien le diera acceso durante el día a los de la floristería a hacer
entrega. Esa mañana había despertado con una necesidad
imperiosa de ver a su gitanita, odiaba cada segundo que estaban sin
verse, así que quiso tener un gesto romántico con ella de alguna
manera, mucho le costó llamar a Ignacio para pedirle que le
recomendara una tienda de flores que fuera de confianza y que
trabajara los sábados con pedidos de última hora, pero si algo había
descubierto era que por esa mujer era capaz de enfrentarse a todos
sus demonios.
Luego le escribió a la mejor amiga de su chica, porque le daba
vergüenza llamarla o mandarle una nota de voz pidiéndole el favor:
«Hola Ramona, ¿cómo estás? Disculpa si te estoy molestando, pero
tengo que recurrir a ti porque no tengo otra alternativa, de verdad
que me da vergüenza contigo, pero esta semana hice una apuesta
con Samira y la perdí… Como penitencia ella me exigió que le
regalara un jardín… Creo que sé cómo pagar mi deuda, pero
necesito que me ayudes con algo. Te prometo que no haré nada
malo».
No pasaron ni quince minutos cuando recibió su respuesta
diciéndole que podía contar con ella para lo que necesitara. Él le
contó lo que haría y Ramona no pudo evitar emocionarse, sabía que
eso no era ninguna apuesta, porque había visto de primera mano lo
decaída que había estado su amiga toda la semana, seguramente él
intentaba limar alguna aspereza que hubieran tenido.
Samira se quedó sin palabras, no entendía lo que estaba
viendo, su habitación estaba totalmente repleta de flores, apenas
tenía espacio para entrar y dar un par de pasos, pero no le
importaba, nunca nadie había hecho algo tan bonito por ella, pero lo
más maravilloso fue cuando se fijó que algunos tenían un sobre. Los
agarró todos, sacó las tarjetas y leyó la declaración de amor más
bonita que había leído nunca. En cada una había una frase del
poema de Gustavo Adolfo Bécquer:
«Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la Tierra
Como un débil cristal.
¡Todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor »
Esa noche se hicieron una videollamada que duró hasta bien
entrada la madrugada, Samira sentía que estaban dando los pasos
correctos para la reconciliación definitiva. Ella le contó todo lo que
aprendió esos días que estuvo en el curso y Renato estaba feliz de
verla animada, ahora ya no le importaba el bochorno que pasó
durante el día al tener que contactar a las personas que estuvieron
involucradas en ese detalle, todo valía la pena al verla reír de
verdad otra vez.
La alegría duró solo tres días, ya que el martes fue él quien
tuvo que decirle que no podría viajar el viernes a verla, ya que sus
tías le solicitaron a todos los directivos y altos ejecutivos reunirse
ese fin de semana para revisar las próximas estrategias que
presentarían a la junta después de las vacaciones navideñas. Iban a
irse a un retiro empresarial a las afueras de Río y no podía negarse
a ir, ya que como nieto del fundador de la compañía debía poner el
ejemplo. A Samira no le gustó la noticia, pero comprendía que ese
mes todos los altos mandos estaban estresados porque debían
reportar todo lo que se hizo durante el año y las proyecciones para
los años siguientes. Su mismo jefe estaba en una situación parecida
y las tenía locas a Karen y a ella.
Pero una semana después, las cosas realmente se complicaron
aún más para Renato, ya que el jueves se despertó con la noticia de
que Liam había vuelto a desaparecer, pero esta vez dejando tras de
sí un gran daño colateral.
Cuando almorzaron juntos semanas atrás, él lo había notado
extraño, estaba muy reflexivo y algo meditabundo, ahora entendía
que la actitud se debía a una situación complicada y seria que le
estaba pasando, le daba rabia que no hubiera confiado en él para
contárselo y así buscar alguna manera de minimizar o evitar el
desastre que se le vino encima a su familia.
Ahora, todos estaban intentando saber dónde demonios se
había metido, porque no se había ido a Aspen como le dijo a su
abuelo. Tenía el teléfono apagado y su chip de identificación estaba
desactivado.
Su padre estaba al punto del colapso porque todas las
consecuencias de lo que Liam había hecho, cayó sobre sus
hombros y no sabía qué hacer al respecto; además su madre estaba
con un ataque de nervios casi incontrolable, así que Renato tuvo
que ir hasta la casa de ellos, para intentar calmarla.
Mientras iba de camino decidió llamar a Samira para ponerla al
tanto de lo que estaba ocurriendo, pero ella pareció no creerle del
todo, cómo si él se inventara historias tan inverosímiles todo el
tiempo. Esa actitud lo molestó, porque jamás le había dado ningún
motivo para que desconfiara de su palabra.
El viernes en la mañana llegó su tío Thor con su familia, así que
mientras él se iba con los quintillizos a la casa de su papá, su tía
Megan se fue a hacerle compañía a su madre, lo que le sirvió de
excusa para tener con quién dejarla para que a él le diera tiempo de
ir a buscar a Lara al aeropuerto.
Lamentablemente llegó una hora retrasado, ella lo disculpó sin
problema, porque lo único que le importaba era que ya estaba con él
y que ahora no perdería la oportunidad para conseguir su objetivo.
Renato por su parte estaba casi que haciendo malabares para evitar
que ella lo besara, lo que menos deseaba era engañar a Samira,
aunque la mayor traición estaba a su lado caminando al
estacionamiento donde dejó aparcada la SUV.
En cuanto llegaron al hotel donde ella se hospedaría esos días,
hicieron el registro, pero evitó a toda costa acompañarla a la
habitación, prácticamente la dejó tirada en el lobby, apelando a su
comprensión por la situación que estaba atravesando su familia,
pero antes de irse le prometió que esa noche la llevaría a cenar,
aunque para eso tuviera que hacer un milagro, ya que no sabía si
tendría tiempo entre las responsabilidades que se le estaban
retrasando en la oficina y el asunto de Liam; no quería retrasar más
la conversación que tenían pendiente, aunque aún no tuviera el
valor para decirle que ya no podían seguir con la relación.
Ese viernes fue el último día de trabajo para Samira, tendría
dos semanas de vacaciones, pero antes de tener esos días de
descanso, la empresa organizó una cena de despedida para todos
los empleados. Ella no estaba en absoluto entusiasmada con dicho
evento, porque no podía sacarse de la cabeza el hecho de que
estaba segura de que Lara ya debería haber llegado a Río, ya que
recordaba claramente la fotografía del pasaje aéreo que mostraba
que arribaría a las dos de la tarde. Pensaba que Renato había
buscado la manera de salir de ese compromiso, ya que él le
prometió ir a visitarla esos días, pero en cambio, se desapareció. El
último mensaje que le envió fue antes del mediodía, en el que le
decía que su tía se quedaría con su madre unas horas y que así él
podría ir a la oficina a firmar unos documentos, pero desde entonces
no había vuelto a escribirle nada, lo que rompía la costumbre a la
que se habían habituado.
Fue Ramona quien insistió para que fueran a la cena, ya que
ella había alegado que se sentía cansada. Su amiga argumentó que
ese sería el último día y que después podría dormir todo lo que
quisiera, que al día siguiente podría levantarse tarde si así lo quería.
Después de todo, para Navidad solo tenían planeado reunirse con
los amigos que no tenían a sus familiares cerca para celebrar esa
fecha tan especial.
Aunque los celos y la incertidumbre se la estaban comiendo
viva, no deseaba aguarle la fiesta a su amiga que sí que estaba
entusiasmada, por lo que terminó cediendo a su petición; aprovechó
para volver a usar el vestido rojo que había comprado para su
cumpleaños y que solo Renato había visto, pero verse con él puesto
hizo que los recuerdos de ese viaje a San Pedro le hicieran
derramar lágrimas cargadas de una terrible nostalgia, pero se las
limpió rápidamente porque lo que menos deseaba era que Ramona
se diera cuenta de que algo le pasaba y empezara a hacerle
preguntas inoportunas. Así que se vio una última vez en el espejo,
revisó que no se había arruinado el maquillaje y fue a encontrarse
con Ramona que ya debía estar lista para partir al lujoso restaurante
de un hotel que habían reservado entero para los trabajadores de
Cooper Mining.
Por lo menos unos trecientos empleados estaban reunidos en
mesas que conformaban grupos de seis personas. La velada la
iniciaron los jefes de departamentos con sus discursos de
agradecimientos hacia sus empleados por el desempeño de un año
más de trabajo.
Samira se esforzaba por poner atención a lo que ellos decían,
pero estaba más concentrada en ver la pantalla de su móvil
esperando recibir la notificación de un estúpido mensaje que no
terminaba de llegar. Ya se estaba poniendo de los nervios, con cada
minuto que Renato pasaba sin escribirle o llamarla, más creativa se
ponía su imaginación inventando diversos escenarios en los que él y
Lara eran los protagonistas
La rabia le estaba envenenando la sangre, porque sentía que
se había vuelto a burlar de ella, no cabía duda de que ella era la
mujer más idiota de esa sala, las lágrimas estaban amenazando con
desbordarse en cualquier momento. De no ser porque su jefe
acababa de terminar con su intervención, invitándolos a todos a
otorgarse un eufórico aplauso por las labores desempeñadas, se
habría puesto a llorar sin importarle que la vieran hacer el ridículo.
Una vez finalizada las emotivas palabras de los directivos, los
invitaron a divertirse e hizo acto de presencia el grupo que animaría
la velada. Ella aprovechó la distracción de las personas que la
acompañaban en su mesa para mirar una vez más la pantalla de su
teléfono, pero seguía sin aparecer conectado y sin llamarla.
Un mesero se acercó ofreciendo algunos entremeses y otro con
bebidas alcohólicas.
No, gracias. Sonrió con amabilidad al hombre que le
preguntó si deseaba otra cosa, los celos le tenían la garganta
cerrada. Ella volvió a negarse y desvió su atención al grupo musical,
aunque su mente seguía en otro lugar, por eso no escuchó que la
llamaban.
Samira, Samira…
Una voz masculina y un toque en el hombro la hicieron
espabilarse.
Sí, disculpa… Lo siento, Ricardo, estaba concentrada en la
música, ¿qué me decías? Se excusó con una falsa sonrisa.
Te preguntaba si te gustaría bailar repitió con una discreta
sonrisa que iluminaba sus ojos cafés.
Eh… Estaba tan aturdida que tuvo que asimilar mejor esa
propuesta que le hacía uno de los chicos del departamento de
informática y que varias veces le había ayudado con algunos
problemas tecnológico s . Bueno, pero primero tengo que ir al
baño, ¿te parece la próxima canción? dijo al tiempo que agarraba
su cartera y le regalaba una sonrisa cordial.
Está bien. Sonrió y el pecho se le infló esperanzad o .
La próxima canción, está bien. Asintió y le dio espació para que
ella fuera al baño.
Samira afirmó con la cabeza y se levantó con la intención de
escaparse, buscaría a Ramona y le diría que no se sentía bien, no le
pediría que se fuera con ella, pero para que estuviera tranquila, le
aseguraría que tomaría un taxi. Por lo pronto, fue primero al baño.
Sentada en el inodoro, mientras orinaba no hacía más que ver
la pantalla de manera casi obsesiva, ya eran las nueve y quince de
la noche, más de diez horas sin dar señales de vida. Ella no había
querido escribirle esperando que él tuviera la iniciativa, pero luego
de pensarlo por varios minutos, decidió que lo mejor era dejar de
perder el tiempo para irse cuanto antes a su hogar donde no tendría
que fingir su estado de ánimo. Se pondría un pijama y se metería en
la cama a llorar.
Pero mientras se lavaba las manos con la mirada ausente en el
espejo, tomó la decisión de ser ella quien lo llamara, no quería darle
más largas a la situación, capaz habían dado con el paradero de su
hermano y estarían intentando hablar con él, salir de la duda era
mejor que seguir con la desconfianza, por lo que retiró las manos de
debajo del chorro de agua, se hizo de un par de servilletas y se secó
con energía, dejó los pedazos de papel apelotonados sobre la
encimera de mármol blanco y se hizo del móvil nuevamente.
Sin pensarlo más le marcó y contuvo el aliento durante, uno,
dos, tres, cuatro repiques en los que sus latidos no hicieron más que
acelerarse. La llamada se terminó yendo al buzón de voz y ella
agarró una bocanada de aire intentando aplacar la desilusión que le
sobrevino.
Volvió a intentarlo, pero cuando siguió sin contestar, resopló
llena de decepción.
Estuvo a punto de echarse a llorar y tirar el teléfono contra el
suelo, de no ser porque en ese instante entró un grupo de chicas.
Respiró a prisa para calmarse y con manos temblorosas guardó el
aparato en su cartera.
Gypsy , ¿te sientes bien? preguntó Ramona, quien había
entrado junto a las mujeres.
Sí, sí… hablaba, tratando de esquivarle la mirada porque
sabía que, si la veía a los ojos, se daría cuenta de su sufrimient o
. Solo me duele un poco la panza, creo que el almuerzo me cayó
mal.
Su amiga le llevó las manos a las mejillas tanteándoselas con
cuidado y las bajó al cuello.
Parece que sí, estás sudando frío. Esperemos que solo sea
una indigestión y no que estés enferma.
«¿Tener el corazón hecho añicos no contará como enfermedad
mortal?, se preguntó Samira a sí misma.
Creo que solo necesito descansar, ya se me pasará. La
voz le vibró, las ganas de llorar le estaban ganando la partida.
Entonces vamos a casa dijo acariciándole los pómulos
con los pulgares.
No, no tienes que venir conmigo, quédate a disfrutar de la
fiesta, yo me iré en un taxi.
Estás loca si crees que te dejaré ir sola, nos vamos juntas.
De verdad, Ramona, no tienes que dejar la fiesta por mí.
Este día te hacía mucha ilusión.
Ya habrá otras celebraciones…
Samira miró de soslayo al espejo donde una de las chicas, que
pertenecía al departamento de contabilidad y con la que apenas
había tenido un par de encuentros en el ascensor hizo una mueca
nada agradable.
No, no habrá otras, creo que me estoy sintiendo mejor.
No podía permitirse arruinarle la noche, ya suficiente tenía con
sentirse miserable como para también arrastrar a su amiga por ese
camin o . Volveré a la mesa y tomaré un poco de agua. Quizá
solo necesito eso.
Pero si te sientes mal. Le puso un mechón de pelo detrás
de la oreja.
Prometo que te avisaré si empeora. —Le sujetó las manos y
la miró a los ojos para que confiara en su palabra.
Está bien.
—¿No ibas a orinar? preguntó.
Indira, quien hizo aquel mal disimulado gesto de impaciencia
pasó junto a ellas para salir del baño. Dejando a sus compañeras,
una se lavaba las manos mientras parloteaba con otra que se
retocaba el maquillaje. Hablaban de chicos, por supuesto.
Sí, sí. No tardo nada. Le plantó un beso en la mejilla.
Tranquila, te espero en el pasillo. Le regaló una sonrisa
de genuina confianza y cariño.
Abrió la puerta y caminó hasta el futón negro que estaba frente
a una pared pintada de un intenso fucsia. Sin duda, las fotografías
ahí debían quedar hermosas, pero no estaba de ánimo para
apreciar ese tipo de cosas, no cuando Renato directamente había
pasado de ella. Se preguntó si a Lara también la hacía llegar al
orgasmo tan solo con su lengua moviéndose entre sus piernas, si
tenían semejante grado de intimidad como para poner su boca en
un lugar tan íntimo. Probablemente habían hecho cosas más osadas
aún si se guiaba por la fotografía que ella le envió tan explícita.
«Maldita», pensó, pero enseguida de arrepintió, porque ella no
era así, no podía insultar a alguien que no había hecho nada para
lastimarla. El único culpable era Renato por jugar con las dos.
Enseguida buscó el teléfono para volver a marcarle, esperaba
que esta vez sí le contestara, porque quería gritarle que estaba
enterada de todo, no iba a esperar hasta tenerlo en frente para
desenmascararlo.
—Listo, vamos.
Samira resolló y tuvo que aguardar para confrontarlo. Devolvió
una vez más el móvil a la cartera y siguió a su amiga hasta la mesa.
Estaba tan dolida, tan furiosa, tan resentida que necesitaba drenar
de alguna manera todas esas emociones nocivas que le estaban
estrangulando el alma, así que cuando vio a un mesonero pasar, no
pidió agua, sino que se hizo de una copa de champán.
Era primera vez que la probaba, el líquido rosado, fue dulce y
refrescante en cuanto invadió su paladar, luego dejó un ligero
amargor en sus papilas.
—¿Segura de que prefieres eso y no agua? —preguntó
Ramona con cautela, que creía entender lo que le estaba pasando.
—Sí —confirmó con el ceño ligeramente fruncido—, quizá me
ayude a hacer mejor digestión… Es buena, ¿quieres probar? —
preguntó ofreciéndole de su copa.
—Ya la he probado, es rica… Mejor pido una para mí —
aprovechó el mesero que se acercaba y le hizo un ademán—.
Gracias —dijo con una amplia sonrisa al hombre que le acercó la
bandeja y luego ofreció su copa a Samira para hacer un brindis—.
Porque el champán te ayude a hacer buena digestión y puedas
disfrutar a lo grande de esta noche… No dejes que nada ni nadie te
perturben, Gypsy , recuerda lo valiosa que eres… Solo vive —le
pidió.
Ella ya había nadado en esas aguas del mal de amor, las
conocía a la perfección. Podía ver en Samira, lo mal que ella estuvo
cuando experimentó en carne viva el dolor del desengaño, un
corazón roto es difícil de ocultar por mucho que uno lo intente. Solo
rogaba para que no siguiera tragándose sola su dolor y confiara en
que ella podría abrazarla en ese camino tan tortuoso.
—Tienes razón, Ramona… Sí, tienes razón. —A pesar de lo
terriblemente mal que se sentía, estaba decidida a no seguir
sufriendo. No, ella no podía quedarse lamiéndose las heridas,
mientras Renato hacía guarradas con Lara, le dio otro largo trago a
la bebida para tragarse también las lágrimas que no quería dejar
escapar.
Vio a Ricardo acercarse, estaba a unos cuantos metros, lo que
le dio tiempo de beber lo poquito que le quedaba de champán,
resoplar y levantarse.
—Listo, ahora podemos bailar —le dijo con una sonrisa que
más que de felicidad, era de resentimiento. No contra el pobre chico
de ojos cafés y el rostro salpicado de pecas, sino contra ese que
traicionó sus sentimientos.
Ramona también aceptó la invitación de bailar con uno de los
hombres de seguridad interna, era un canadiense que media casi
los dos metros, delgado y ligeramente desgarbado, pero con un
buen sentido del humor.
CAPÍTULO 78
Si algo no podía negar Renato, ni nadie, era que Lara sin dudas
era una mujer extraordinariamente hermosa, casi fuera de este
mundo. En cuanto apareció en la recepción del hotel con un vestido
rojo que se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel, lo impactó,
bueno, a él y a todos los que estaban presentes en el lugar. Era
como un sol que cautivaba las miradas de todos, sin excepción.
Se suponía que un hombre de su estatus debía sentirse
dichoso por despertar la envidia en los hombres que vieron cuando
ella le dio un beso que no pudo esquivar, pero nada se alejaba más
de la realidad, porque de repente entendió que no le interesaba lo
que opinaran lo demás, ya no quería causar ese efecto, solo
deseaba ser feliz junto a la mujer que amaba sin esperar la
aprobación externa. Samira le daba paz y solo eso necesitaba para
ser feliz.
Se apresuró a salir de ahí, alejarse de las miradas que lo
alteraban, pero no contó con que ese sería el inicio de una noche
infernal, ya que Lara no dejaba de ser el foco donde fuera.
Ella no paraba de parlotear, hablaba de lo enamorada que
estaba del clima cálido y de lo poco que había visto de Rio hasta el
momento, le comentó que su habitación tenía unas vistas preciosas
a la playa de Copacabana; él la escuchaba atentamente, aunque su
cabeza era un hervidero de pensamientos que no le permitían
sentirse tranquilo.
La llamada que le hizo a su padre rato antes de llegar al hotel,
lo dejó preocupado porque lo notó muy estresado, temía que todo
ese lío pudiera hacerle daño a su salud. También pensaba en los
mensajes constantes que su mamá no dejaba de enviarle;
anteriormente, esa situación hubiera podido agobiarlo, pero ahora
era capaz de comprender que su miedo era real y válido, ya que el
dolor que ella siente desde que pasó lo de Miranda, no se ha ido
tantos años después. Una madre jamás consigue recuperarse del
todo después de perder a su hijo, sin importar que este ni siquiera
hubiera nacido, esa niña siempre será una parte imprescindible de
la familia, es una cicatriz que nunca dejará de escocer.
Renato necesitaba que su hermano apareciera sano y a salvo,
y no por sus padres o por el desastre que había generado, sino
porque sin importar que ellos discutieran la mayor parte del tiempo,
él lo amaba y daría su vida por Liam; quería ayudarlo, entenderlo y
apoyarlo más que nunca.
Deseaba irse a su casa lo antes posible, quitarse esa ropa y
llamar a su chica, sentía que la necesitaba más que nunca. Ahora
se daba cuenta de que dejar que Lara viniera a Río había sido un
error garrafal, debió ser un hombre de verdad y cortar todos los
vínculos con ella mucho antes; no quería ni pensar lo que podría
ocurrir si Samira se llegaba a enterar de lo que estaba haciendo en
ese momento, y no que pretendiera llevársela a la cama ni mucho
menos, sino porque todo podría ser malinterpretado.
No dejaba de buscar el momento y las palabras adecuadas
para decirle lo que le estaba pasando. Las manos no dejaban de
sudarle y sentía que no tenía el estómago para comer nada, porque
se percató de que ese no era el mejor lugar para sincerarse, ya que
no sabía cómo ella reaccionaría.
Tampoco era que Lara se lo estuviera poniendo muy fácil, ya
que no dejaba de hablar con doble sentido, sabía que solo lo estaba
haciendo para provocarlo, después de todo era uno de sus tantos
juegos íntimos. El problema era que él ya no disfrutaba de esas
insinuaciones, no se sentía cómodo y le resultaba hasta
embarazoso estando en un lugar con público, pero no quería
lastimarla, por eso se esforzaba en demostrar que no estaba de los
nervios.
Cuando trajeron las cartas, ella le pidió a él que le recomendara
algo de la gastronomía brasileña; eso le ayudó a desviar la
conversación por otros derroteros.
Le recomendó un couve , que normalmente se servía con la
feijoada , pero que era tan versátil que lo ofrecían con cualquier
plato o como en ese caso, como una entrada.
Se trataba de una mezcla de col silvestre, col rizada y acelga,
ajo, aderezada con sal marina y aceite de oliva. Era algo que ella
aprobaría, debido al bajo contenido calórico, bien sabía que era muy
estricta con eso.
Estaban en medio de la entrada que acompañaron con una
copa de Côtes Du Rhône, cuando el teléfono de Renato empezó a
vibrar. Ya le había dicho a Lara previamente que lo disculpara, pero
debía estar pendiente del móvil por si surgían noticias de Liam. Así
que lo buscó en el bolsillo interno de su chaqueta azul marino, pero
cuando se fijó quién aparecía en la pantalla, no pudo hacer otra
cosa que tragar grueso. Por más que le gustaría atenderle la
llamada a Samira, no podía hacerlo frente a su acompañante.
Lara dejó de hablar y lo miró desconcertada, porque era
evidente que había palidecido, él tragó grueso una segunda vez
intentando decidir qué podía hacer.
¿Pasa algo malo? ¿Es de tu hermano? preguntó ella en
un tono circunspecto, al tiempo que tomaba la copa de vino.
Renato negó con la cabeza porque sentía la boca tan seca que
era incapaz de emitir sonido alguno. Solo pudo silenciar la llamada y
devolver el móvil al bolsillo, bajó la mirada y cerró los ojos unos
segundos como un gesto de lamento.
Inhaló profundamente y tomó la copa para pasar el mal trago
con el vino. Cuando por fin levantó la mirada, vio que la rusa estaba
a la espera de una respuesta, pero él no estaba preparado para dar
ninguna.
¿Te gusta? preguntó devolviendo la atención de ella a la
comida, fue lo único que se le ocurrió para cambiar el tema.
Sí, está muy rico… Aunque me parece que es mucha la
cantidad, considerando que se trata de la entrada.
En Brasil no escatiman con las cantidades, solemos
servirnos bastante, aunque siempre termines dejando algo en el
plato explicó y su tensión aumentó cuando sintió el móvil vibrar
una vez más. Quería mirarlo, pero seguramente era Samira otra
vez.
Aprovechó que vio que Lara había dejado los cubiertos encima
del plato y se excusó.
Lara, disculpa, pero tengo que ir un momento al baño.
Aprovechó el tiempo de espera a la llegada del plato principal,
mientras dejaba la servilleta en la mes a . Regreso enseguida.
Está bien, espero por ti. Lo tranquilizó con una sonrisa
meliflua.
Renato caminó raudo, pero mucho antes de llegar a los
servicios sacó el móvil. Confirmó sus sospechas al ver la llamada
perdida de su chica, chasqueó la lengua y se frotó la frente con
preocupación.
Empujó la puerta y entró, agradeciendo encontrar el lugar
vacío, de inmediato le marcó, esperó una respuesta, pero ella no
contestó, lo intentó una vez más. Sentía como si en su estómago
tuviese una roca que se hacía más grande con cada tono que no le
atendía.
Le había prometido a Lara que no tardaría, por lo que desistió
de seguir con sus intentos por comunicarse, supuso que debió
ocuparse, porque estaba al tanto de que esa noche era la fiesta de
su trabajo y ella le había dicho que asistiría.
Por el momento le dejaría un mensaje de voz.
Hola, amor, disculpa que no respondí tus llamadas, estaba
cenando con el abuelo, ya sabes lo de la regla en la que no
permiten los móviles en la mesa… En su voz se notaba la
turbación que sentía, estaba seguro de que ella se daría cuenta de
que estaba mintiéndole, por lo que desechó ese mensaje antes de
enviarlo y prefirió escribirlo.
Aprovechó su estadía en el baño para lavarse las manos y
dejar que el agua, que se escurría entre sus dedos, lo calmara.
Debía afrontar un momento difícil, lo sabía, solo rogaba para que
Lara no le pusiera las cosas mucho más difíciles de lo que ya lo
eran.
Llegó a la mesa con una sonrisa discreta y ella le correspondió
con una un poco más entusiasmada, a la vez que estiraba la mano y
tomaba la de él. Renato aceptó y se la apretó por el cariño que le
tenía.
Sé que debes estar muy ocupado comentó Lara con la
mirada brillante cargada de ilusió n ; sin embargo, estuve
averiguando por internet algunos sitios que me gustaría conocer.
Claro, cuando tú puedas llevarme…
Renato se le quedó viendo sin creer lo que ella le decía, no
paraba de hablar de sitios turísticos a los que le gustaría que la
llevara, nombró al Cristo Redentor, Pan de Azúcar y otros más,
como si él tuviera tiempo para hacer de guía, ¿acaso se le olvidaba
que su familia estaba en medio de una crisis? Ese acto tan
desconsiderado de ella lo molestó; esas eran las cosas que le
hacían confirmar que ellos no tenían futuro juntos, nunca podría
estar con una mujer tan frívola que era capaz de menospreciar las
cosas que para él eran importantes.
La dejó hablar hasta que ya no pudo soportarlo más.
—Lara, mañana es noche buena, te dije que mi agenda en una
época navideña normal es complicada, que no suelo tener tiempo
para otra cosa que no sea mi familia, pero ahora, justo en este
momento todo es peor, no sé si tenga tiempo para hacer todo lo que
quieres hacer. —Vio que sus palabras la afligieron, ella bajó la
cabeza, él estiró una de sus manos y buscó la de ella—. Disculpa,
no quise ser tan brusco al decirte las cosas, es solo que estoy bajo
mucha presión en este momento.
—Discúlpame, tienes toda la razón, soy una idiota… Es que
tenerte en frente me nubla y pierdo cualquier tipo de prudencia.
—Tranquila, te entiendo, hagamos algo, voy a tratar de
escaparme un par de horas mañana y visitamos algunos de esos
sitios que te interesan y almorzamos juntos, pero en serio, no puedo
comprometerme para nada más, no hasta que todo se calme.
—Gracias caramelo, te adoro, eres lo mejor que me ha pasado
en la vida. —Se levantó sin que Renato lo previera, lo abrazó y le
dio un beso, que fue solo un toque en los labios porque él echó la
cabeza para atrás y le susurró que por favor no hiciera esas cosas
en ese lugar.
Las cosas se le estaban escapando de las manos, pero no
tenía alternativa. No quería desilusionar a la mujer que veía como a
una buena amiga, aunque se conocieran íntimamente, eso hacía
que de alguna manera engañara a Samira.
Sí, por supuesto dijo sonriente y volvió a su asiento.
A ella le ilusionaba que él la llevara a la cena familiar, pero se
daba cuenta de que Renato estaba muy estresado y sentía que era
mejor no seguir presionándolo.
Renato suponía que para cuando compartieran ese almuerzo al
día siguiente, ya Lara tendría conocimiento de la existencia de
Samira y de lo que la gitana significaba para él. Además de que le
tendría que contar también que planeaba viajar el veintiséis por la
noche a Chile para estar con ella, aunque fuera solo por un solo día,
no podía soportar más las ganas de abrazarla.
Lara siguió contándole sobre todo lo que había investigado
para ese viaje, él le contó de otros lugares que consideraba mucho
más atrayentes que los que solían salir en cualquier sitio electrónico.
Le agradaba mucho ver que esta vez no estaba tan estricta con
la alimentación, ni tan pendiente de su apariencia como cuando se
encontraron en República Dominicana. Aunque, pasó del postre.
Casi a medianoche encontró la manera de pedirle que se
fueran; mientras esperaban que el aparcacoches les trajera la SUV,
Lara suspiró largamente y él se volvió a mirarla con una sonrisa
discreta.
Es tan reconfortante no estar temblando de frío. ¡Adoro este
clima! Sin duda, podría quedarme a vivir aquí hablaba colgada
del brazo de Renato, aunque él tuviera las manos en los bolsillos del
pantalón blanco.
Esa noche, cuando lo vio en la recepción del hotel, le pareció
que se veía demasiado apuesto, con ese atuendo de camisa
celeste, chaqueta azul y pantalón blanco, colores que solo hacían
resaltar sus ojos.
Sí, solemos tener buen clima dijo avanzando un paso
hacia el borde de la acera, porque ya se acercaba el vehículo.
Imaginaba que Lara esperaba que la llevara de paseo, pero él no
podía hacerlo, ya mucho se había ausentado de su casa y
necesitaba hablar con Samira lo antes posible. En lo que se montó
en la SUV se sacó el teléfono, ya que lo tenía que poner a cargar
porque estaba por quedarse sin batería.
De camino al hotel, la rusa admiraba la ciudad y le preguntaba
sobre ciertos lugares por los que pasaban.
¿Esa es una favela? preguntó cuándo vio, con bastante
curiosidad, las montañas con luces desperdigadas por todos lados.
Sí, esa es la más grande, se llama Rocinha… De
inmediato vino a su mente el recuerdo del día que estuvo ahí en
medio de una lluvia de bala, un escalofrío le recorrió la columna,
pero consideró que no era la mejor anécdota para contarle.
Dicen que son muy peligrosas, ¿en serio lo son? Se giró
un poco en el asiento, para quedar más de frente a él.
Es una pregunta difícil de responder, porque para le gente
que vive ahí, no lo es… o eso creo; sin embargo, para quien no
conoce, es mejor que no entre comentó, echándole un vistazo y
se obligó a no mirarle el escote.
¿Y vives lejos de aquí? Indagó, tenía ganas de tocarle la
pierna y hacer más frontal su juego de seducción, pero no quería
volver a cagarla como lo había hecho en República Dominicana.
La casa de mi abuelo está relativamente lejos, se encuentra
en la reserva. Pero mi apartamento está cerca… en São Conrado.
Si te asomas al balcón de tu habitación, queda junto al Morro Dois
Irmãos, esa montaña que tiene los picos casi iguales.
Entonces está muy cerca, quizá pueda escaparme por la
madrugada a visitarte. Usó un tono bastante sugerente, pero
enseguida rio para mostrarse relajada.
Renato no le dio respuesta, sino que se hizo el loco y siguió
con la mirada puesta en el camino. Luego de eso, se instaló un
silencio que a Lara le incomodaba, pero no sabía qué decir. No era
fácil, mantener una conversación con alguien que evidentemente no
quería hablar.
Si quieres puedes poner música le propuso,
desbloqueando su móvil para que escogiera algo de alguna de sus
listas.
Ella le sonrió pícara y luego se mordió el labio en un estudiado
gesto de provocación. Tomó el aparato que él le ofreció y buscó una
canción bastante sugerente de las que conocía un amplio repertorio,
luego lo apoyó en el panel cerca de la palanca de cambio y se
desabrochó el cinturón de seguridad.
Insane, inside the danger gets me high empezó a cantar y
se aventuró a llevarle la mano a Renato al hombro, lo sintió tensarse
y sonrió pícarament e . Can’t help myself got secrets I can’t tell…
Bajó con su caricias por el pecho de él, tenía el corazón
acelerado y la piel caliente, podía sentirla aun a través de la tela de
la camisa celest e . I love the smell of gasolina… I light the match
to taste the heat Siguió provocativa, esta vez acercándose más a
él.
Lara. Se le escapó una media sonrisa debido a los
nervios, aunque se aferraba con ambas manos el volante, movió el
brazo para que alejara la mano de su pecho y desistiera de seguir
bajando con la carici a . ¿Qué haces? preguntó, tratando de
mantener el control y la mirada en el camino.
I’ve always liked to play with fire. Play with fire… Ella le
sonrió coqueta y siguió bajando con su mano, pero cómo el brazo
de él significaba tener una barrera, probó pasarlo mejor por debajo
para llegar directamente a la hebilla del cinturón y para
desabrochárselo—. I’ve always liked to play with fire…
Lara, espera… Estoy conduciendo dijo y se le escapó un
jadeo cuando sintió la mano de ella colarse entre su ropa interior.
Es lo único que tienes que hacer, yo me encargaré del resto
murmuró con la voz teñida de excitación, mientras movía su
mano que se había apoderado del pene caliente de Renato—.
Quiero cumplir mi promesa de darte la mejor mamada de tu vida…
Mira cómo te excita la idea, esta polla se está preparando para mí…
Lara, nos vamos a meter en problemas… Hay tráfico.
Sentía que el pecho iba a estallarle, su cuerpo lo estaba
traicionando.
No si no pierdes el control, seré cuidadosa… dijo y se
pasó la lengua por los labios.
No, no… Cerró los ojos cuando ella se le fue sobre la
pelvis y sintió el tibio aliento sobre su glande, fue entonces que
buscó orillarse y detener la SU V . ¡Lara! Dije que no… La
sujetó por los hombros, retirándola.
Quería cumplir tu fantasía, dijiste que te gustaría que hiciera
esto… reprochó al tiempo que se apartaba el cabello de la cara,
estaba sonrojada no sabía si era por la vergüenza de ser rechazada
o por rabia.
Sí, lo dije… hace mucho tiempo… La voz le vibraba y con
manos temblorosas devolvía su pene dentro de la ropa interio r ,
pero ya no, las cosas han cambiado.
¿En qué han cambiado? interrogó, subiéndose con rabia
uno de los tiros del vestido que se le había bajad o . Porque no
he hecho más que intentar complacerte alzó la voz, ya no podía
seguir más, ya no se trataba de su maldita timidez.
Lo sé, lo sé, Lara… Sé que intentas que las cosas entre
nosotros funcionen, pero esto ya no funciona para mí…
Chasqueó la lengua, luego inspiró hond o . Tengo algo que
decirte. Cerró los ojos lamentándose.
Lara estaba en tensión, perpleja, imaginando lo que Renato
estaba por decirle. Veía que la posibilidad de tener una vida normal
junto a un hombre que verdaderamente le gustaba se hacía polvo.
Dilo lo alentó con la voz rota, no tenía caso dilatar esa
tortura.
Hay alguien más, una chica… estoy enamorado de ella
dijo y sentía que apenas se quitaba un peso de encima, cuando la
culpa lo impactó como un camión. Al ver que Lara soltó un jadeo
más que de sorpresa, era de incredulidad.
¿Desde cuándo? interrogó, echándose un poco más
hacia atrás, para poner distancia.
Eso no importa… Odio tener que lastimarte, de verdad que
lo odio. Las manos seguían temblándole y le costaba respirar, no
estaba siendo fácil, pero no había marcha atrás.
No, no odias una mierda. Se le escapó un sollozo seguido
de varias lágrimas que se limpió con rabi a . ¿Por qué no me lo
dijiste? ¿Por qué dejaste que viniera a hacer el ridículo? Llevó su
mano para golpearlo, pero se detuvo a medio camino y se echó a
llora r . Pensé que estabas enamorado de mí.
Yo también lo pensé respondió, se había sobresaltado
cuando ella amenazó con pegarle, aunque se lo tenía ganado, temió
que la situación se tornara violent a . Pensé que estaba
enamorado de ti, pero no era más que una ilusión, una fantasía…
En serio, me hubiese gustado que lo nuestro funcionara, pero
desafortunadamente no fue así, me enamoré de alguien más…
¿Una fantasía? Sollozó mientras asentía, sintiéndose
verdaderamente herid a . Claro, solo soy la puta que no merece
más allá de tus sucias fantasías…
No, no es así, Lara… eres extraordinaria, no tienes idea de
todo lo que te debo, de lo agradecido que estoy contigo… Muchas
veces has sido mi tabla de salvación… Trataba de explicarle,
pero ella solo negaba con la cabeza y se cubría el rostro con ambas
manos, mientras su cuerpo se sacudía por el llanto.
Estoy cansada, ¡estoy tan cansada de ser juzgada!
Sabes perfectamente que no te juzgo.
Dices que no lo haces, pero en el fondo es así… No puedes
amarme no porque tengas a otra, no lo haces porque no soy el tipo
de mujer que quieres presentarle a tu familia, no soy…
Lara, no es así… Para mí eres hermosa, perfecta… De
verdad, quiero que seas feliz y lamento muchísimo que no pueda
ser conmigo.
¡Hipócrita! Rugió y tiró de la manilla de la puert a . Vete
a la mierda dijo bajando del vehículo.
Lara, espera… espera le suplicó mientras se quitaba con
urgencia el cinturón de seguridad.
Ella caminaba enérgica por la acera, sabía que estaba cerca
del hotel pero no sabía qué tanto; aun así avanzaba, mientras se
limpiaba las lágrimas que no podía controlar, le dolía el pecho y toda
ella temblaba.
Lara, por favor, regresa al auto, no puedes quedarte aquí, no
es seguro dijo siguiéndola.
Solo déjame, Renato… Vete… vete. Caminó más rápido
porque no quería que la alcanzara. Sabía que varias personas los
estaban mirando y que más de un auto le pitó, un hombre sacó la
cabeza por la ventana de su auto y le gritó algo en portugués que
estaba segura debía ser un piropo con connotación sexual.
Espera le pidió agitado, alcanzándola y la sujetó por el
braz o . Hablemos, ¿sí?
No tenemos nada de qué hablar. Se giró para encararlo al
tiempo que se soltaba del agarr e . ¿Qué más quieres decir? Que
solo fui tu momento de entretención, tu desahogo sexual… ¡Lo sé, lo
sé! Eso lo tengo claro, lo tuve claro desde el principio… Lo que me
jode, lo que, verdaderamente, me jode es que me llenaras de
mentiras cuando ni siquiera tenías que hacerlo… No tenías que
hacerlo, con lo que pagabas era suficiente para obtener lo que
querías le hablaba casi a punto de grito, por lo que la gente se
estaba enterando, aunque quizá la mayoría no comprendía inglés.
Renato estaba sonrojado, se sentía avergonzado y culpable
solo quería que ella se calmara, pero odiaba que todos a su
alrededor estuvieran viendo una discusión que solo le importaba a
ellos dos, a la vez que se exponía a muchos peligros. Entendía su
molestia, era lo que había temido todo ese tiempo.
Vamos, ven… Ya deja de decir esas cosas… Aunque no lo
creas, todo lo que te dije en su momento era verdad, creí amarte…
Volvió sujetarla por el brazo para llevarla consigo a la SUV.
No me toques. Se zafó violentament e . Déjame.
Él intentó agarrarla una vez más y la molestia la encegueció al
punto de que le soltó una bofetada. Renato se quedó aturdido con
los ojos cristalizados y los murmullos de los transeúntes se dejaron
escuchar.
Está bien, te dejo clamó él, levantando las manos en
señal de redención, con la mejilla ardida y conteniendo las lágrimas.
Solo vete, ¡vete! le dijo Lara, señalando hacia el vehículo
y con las lágrimas corriendo copiosas por sus mejillas.
Está bien, lo haré… Por favor, solo ve al hotel, no es seguro
que estés sola por aquí… Está a dos calles suplicó en un susurro
Lara no dijo nada más, solo se giró y siguió con su camino.
Renato se quedó mirándola, asegurándose de que siguiera
hacia el hotel. Tenía el corazón acelerado, le dolía el estómago y se
sentía mareado. Tuvo que llevarse las manos a la cabeza porque
sentía que iba a estallarle. Todo había sido peor de lo que había
imaginado, para emporar la situación, empezó a llover. Fue
entonces que decidió volver a su vehículo.
Encendió el motor y tratando de mantener una distancia
prudente la siguió, solo para escoltarla hasta el hotel, una vez que la
vio entrar, se sintió un tanto más tranquilo. Se quedó estacionado en
frente y descansó la cabeza contra el volante, mientras liberaba un
pesado suspiro.
Sin duda, ese había sido uno de los episodios más intensos
que había experimentado en su vida. No estaba seguro si podría
quitarse fácilmente esa desazón que anidaba en su pecho, ese
sentimiento de culpa que lo estaba torturando. Todo lo había
manejado muy mal, ella tenía razón en todo lo que le dijo, sin querer
la había humillado, debió ser honesto y decirle lo que le estaba
pasando con Samira. Sentía que las ganas de llorar lo estaban
asfixiando.
Se fue a su apartamento porque estaba más cerca, ahí se
estaba quedando su prim o Matthew. En la casa de su abuelo era
difícil estar, ya que los quintillizos solían levantarse temprano con
una algarabía que despertaba a todo mundo.
Agradeció no toparse con su primo, porque no estaba de ánimo
de hablar con nadie. Se fue directo a su habitación, se desplomó en
la cama donde se hundió al tiempo que suspiraba su lamento.
Ya casi era la una de la mañana, suponía que Samira debía
estar durmiendo, aunque existía la posibilidad de que siguiera
despierta si decidió quedarse hasta el final de la fiesta de la
compañía.
Lo mejor para salir de dudas era llamarla, nada perdía con
hacerle saber que a esa hora la extrañaba. Deseaba poder escuchar
su voz para que le diera un poco de calma.
CAPÍTULO 79
Samira deseaba con todas sus fuerzas no tener que estar
brindándole un espectáculo tan decadente a su amiga, pero no
podía detener el vómito, era como si no pudiera tener control sobre
su cuerpo. Maldijo el momento en que llevada por la rabia y los
celos decidió tomar esa copa de champán, a la que le siguieron
unas seis más. Por eso ahora estaba en el baño del cuarto de ella
sudando frío, mareada y aferrada a los bordes de porcelana del
inodoro, expulsando hasta la bilis, mientras que la pobre Ramona le
sostenía el cabello para que no terminara llenándolo de los
entremeses mal digeridos y también le acariciaba la espalda en un
gesto de consuelo.
Lo siento jadeó con la garganta ardid a . Disculpa,
Ramona… Otra arcada hizo que expulsara un poco más de
líquido, juraba que en cualquier momento vería su pobre estómago
en las turbias aguas del inodor o . ¡Qué vergüenza!
No te preocupes, es normal, no estás acostumbrada a beber
alcohol.
Nunca más lo haré. Se dejó caer sentada en el suelo,
porque ya tenía las rodillas adolorid a . Esto es horrible
confesó en un hilo de voz, otra arcada la hizo volverse al retrete,
pero no fue tan rápida y terminó salpicando por fuera.
Trata de respirar por la nariz, deja que salga, no trates de
retenerlo le aconsejaba Ramona. Se sentía culpable, porque
debió detenerla, no dejar que tomara tanto alcohol.
Uy, esto huele horrible chilló con la voz rot a . Lo
limpiaré. Se sentía débil. Estiró la mano y agarró papel higiénico,
el suficiente para poder secar las salpicaduras.
Deja eso así, no te preocupes.
Por favor, no le vayas a decir nada a mi abuela, si se entera,
estará muy decepcionada, ya he metido la pata demasiado, metí la
pata, Ramona sollozó, borracha y arrepentida de haber dejado
que sus sentimientos la dominaran y nublaran su razón.
Tranquila cariño dijo con una tierna sonrisa, mientras le
limpiaba las lágrima s . Tú abuela no tiene por qué enterarse de
todo lo que haces, hay decisiones que solo te competen a ti,
secretos que son solo tuyos, y eso está bien… está bien.
Samira empezó a llorar más fuerte y ella la abrazó, cerró los
ojos lamentando la situación por la que estaba pasado su amiga,
bien sabía cuánto dolía.
Te voy a ensuciar de vómito bramó en medio del llanto.
No importa. Sonrió enternecida y la meció en el abraz
o . No importa, Gypsy.
Estoy fatal física y emocionalmente. Se alejó del abrazo,
sintiendo que la cabeza se le caería.
Lo sé dijo acunándole las mejillas y mirándola a los ojos,
la pobre tenía todo el maquillaje chorreado; sin duda, su estado era
lamentabl e . Pero adivina qué… Voy a prepárate café y un caldo
de huevo. Con los pulgares le retiraba las lágrima s . Te
aseguro que eso te ayudará a sentirte mejor.
En realidad, no quiero comer nada, no sea que vuelva a
vomitar.
Eso te ayudará a asentar el estómago y que se te pase la
borrachera. Le sonri ó . Te lo digo por experiencia, mientras yo
te preparo eso, quiero que te duches por un largo rato y vayas
bajando la temperatura, porque el agua fría te aliviará.
Bueno, si tú lo dices…
Lo hará… Ven, déjame ayudarte. Ramona se levantó y
permitió que Samira se apoyara en ella para ponerse en pie.
Ella al ver lo asqueroso que estaba el inodoro, pulsó el botón
para que se fuera todo el vómito.
Gracias Ramona. Estoy tan avergonzada le expresó
sintiendo que las mejillas se le calentaban, pero había devuelto
tanto el contenido de su estómago que estaba pálida.
Ya deja de preocuparte, ¿crees que puedas desvestirte
sola?
Creo que sí puedo. —Intentó bajarse el cierre del vestido,
pero le estaba costando muchísimo.
Te ayudaré con eso. La hizo girar y le bajó el cierre.
Gracias.
Bueno, te dejo para que te duches.
Samira asintió y empezó a bajarse el vestido.
Ramona salió y cerró la puerta del baño para que su amiga
tuviera privacidad. Vio sobre la encimera de la cocina las carteras de
ambas, los móviles y las llaves, además de las sandalias en el
suelo, las que se quitaron en cuanto entraron a la pieza.
Justo se acuclilló para recoger el calzado cuando escuchó el
sonido de la vibración sobre la encimera, se levantó para
encontrarse con que era una llamada entrante de Renato.
Samira no estaba en condiciones para atenderle, no quería que
él intensificara lo mal que ya se encontraba. No sabía qué era lo que
había pasado entre ellos, pero estaba segura de que no había sido
nada bueno; así que, se hizo del móvil, rechazó la llamada y antes
de meterlo en el fondo de la cartera de su amiga, se fijó en que tenía
una notificación del buzón de voz.
Tomó todo lo demás y lo metió en el armario junto al sofá. No
iba a permitir que el carioca siguiera afectándola y menos en el
estado en el que ella estaba, no se aprovecharía de la vulnerabilidad
de su amiga.
Regresó y puso a preparar café, lo dejó bastante cargado,
sabía que iba a ser difícil que Samira se lo tomara si no tenía
azúcar, pero debía hacerlo si quería empezar a sentirse mejor.
La chica salió casi cuarenta minutos después, traía puesto un
albornoz rosado y el cabello mojado, sin duda, tenía un mejor
semblante, aunque en su mirada se notaba que seguía
avergonzada.
¿Menos mareada? preguntó Ramona, sirviéndole del
humeante caldo de huevo.
Sí, me siento un poco mejor. A pesar de que le ardía la
garganta, le sonrió.
Esto te hará sentirte muchísimo mejor le aseguró,
dejando el tazón en la mesa con apenas dos silla s . Ven,
siéntate. Observó cómo los ojos de Samira estaban enrojecidos,
tenía los párpados hinchados, estaba tan pálida que la piel le lucía
casi transparente, se le podían ver las venas azuladas en la frente y
sus pecas normalmente café, habían adquirido un tono amarillento.
Gracias dijo ocupando una silla, mientras admiraba en la
sopa, los trozos de papa y el huevo, salpicados por el intenso verde
del cilantr o . ¿Y tú no vas a tomar?
Yo estoy bien, tolero mejor el alcohol… Se acercó y le dio
un beso en la coronill a . Anda, tomate eso, mientras preparo la
cama, esta noche te quedarás aquí conmigo.
No quiero molestar Ramona, en serio, puedo ir a mi pieza.
Estás loca si crees que te dejaré sola esta noche, recuerda
que le hice una promesa a tu abuela.
Lo sé musitó, devolviendo la mirada a la sopa,
concentrada en cómo hundía la cuchara en un trozo de pap a .
Jamás volveré a tomar ni una sola copa.
No digas eso rio pellizcándole una mejill a . Tomar un
trago ocasional no está mal, el problema es que seguro esta fue tu
primera vez y no supiste parar a tiempo, es normal que te sientas
fatal… tomate todo eso, ¿sí? Le echó un vistazo, no le veía
muchas ganas a Samira de querer comer. No le gustaba verla tan
apagada, sobre todo, porque ella era poseedora de una chispa
increíble.
Está bien, lo haré asintió haciendo una mueca parecida a
una sonrisa.
A pesar de que todavía tenía el estómago bastante sensible,
estaba algo mareada y con su corazón en pedazos, la primera
cucharada fue como un bálsamo que le calentó el alma; no pensó
para tomar otro poco, eso sí, con cautela, no fuera que por comer
tan rápido terminara vomitando de nuevo.
A los pocos minutos Ramona se sentó en la silla frente a ella,
supervisando que se comiera todo.
Te ha quedado muy bueno. Elogió cuando ya estaba casi
terminando.
Gracias. Pensaba darte un café bien cargado, pero no es la
mejor opción para que puedas descansar, lo mejor será que
duermas y seguro que despertarás completamente recuperada.
No quiso decirle que lo más probable era que amanecería con un
dolor de cabeza de los mil demonios y una acidez incendiaria.
Sí, me gustaría dormir por los próximos dos o tres días
comentó, aunque en realidad le encantaría poder quedarse dormida
y despertar ya cuando no sintiera nada por Renato. Sería ideal si
pudiera tomarse algo que lo borrara de su memoria, deseó que esa
sopa que acababa de tomarse tuviera ese poder.
Sí que debes sentirte muy borracha. Sonrió Ramona, se
levantó y fue a por un vaso de agu a . Necesitas tomar mucha
agua, es importante que te mantengas hidratada.
No sé si sea prudente, no vaya a hacer que termine
orinándome en la cama, ya suficiente tienes con el desastre que te
he dejado en el baño.
Eso no importa, ya tendrás tu oportunidad para socorrerme
de la misma manera, para eso somos amigas.
Sí, lo somos, sabes que cuentas conmigo para lo que sea.
Gracias, Ramona, por ser mi amiga, por ser casi una hermana
mayor… Ay, siempre soñé con tener una, ¿lo sabías? —Suspiró su
lamento y aceptó el vaso de agua.
Bueno, el destino nos ha unido, un poco tarde, pero aquí
estamos.
En medio de la conversación y de a pequeños sorbos, Samira
se bebió medio vaso de agua, luego se fue al baño a asearse los
dientes, con un cepillo que ella tenía ahí, ya que casi siempre
cenaban juntas mientras veían televisión.
Ramona le tocó la puerta.
Adelante dijo luego se escupir el enjuague bucal.
Aquí tienes. Le ofreció un camisón de dormir.
Gracias.
En cuando se quedó sola de nuevo, se lo vistió rápidamente y
se fue a la cama auxiliar que solía ocupar cuando se quedaba ahí.
Agradeció estar frente al ventilador, para que el cabello se le secara
más rápido, se quedó sentada, mientras se agitaba un poco los
mechones esperando que el viento calara mejor.
¿Dejaste grabando el capítulo de hoy? preguntó. Estaba
agotada y seguía algo mareada, pero aunque sus párpados le
ardían, no quería dormirse con el cabello mojado para no resfriarse.
Por supuesto. ¿Quieres verlo?
Sí, me muero por saber que pasa, creo que ahora sí va a
descubrir que fue el hermano quien lo traicionó.
Tras una hora de ver el episodio de la serie turca, el cabello ya
lo tenía un poco más seco y ya el agotamiento le había absorbido
toda la energía, así que le deseó buenas noches a Ramona y
rápidamente se rindió.
Renato sentía que apenas se había quedado dormido cuando
escuchó que le tocaban a la puerta, lo que hizo que un serio dolor
de cabeza le estallara. Había pasado una noche de mierda, porque
Samira ni Lara, contestaron a sus llamadas ni mensajes, la
preocupación no lo dejó conciliar el sueño, pasó la noche rodando
de un lado al otro de la cama y revisando cada dos minutos su
teléfono.
Adelante dijo sin fuerzas para siquiera levantarse. Sabía
que era su primo.
Buenos días, Renatinho, disculpa, no pensé que estarías
durmiendo todavía comentó en cuanto entró, vestía una bermuda
celeste y una camiseta gris.
No te preocupes, ya estaba por levantarme. Apoyó los
codos en el colchón para levantar el torso, aunque sentía que la
cabeza le pesaba tonelada s . ¿Necesitas algo?
No, no… solo iré a correr, pensé que te animarías, pero no
te preocupes, descansa… Imagino que llegaste tarde, porque no te
escuché.
Sí, un poco nada más. Se pasó una mano por los ojos
para aclarar la vista y quitarse esa sensación terrosa que se había
apoderado de sus párpado s . Si esperas a que me duche, te
acompaño. En realidad quería seguir durmiendo pero debía ser
hospitalario con su familia que estaba ahí de vacaciones.
Bien, entonces preparé avena para antes de entrenar.
Perfecto. Suspiró al tiempo que apartaba las sábanas y
en ese momento las persianas empezaron a subir, permitiéndole
tener una mejor visión de su primo rubio, musculoso y alto, era casi
un clon del padre.
Matthew que ni siquiera había pasado del dintel, cerró la puerta
y se fue a la cocina a preparar el desayuno. Algo que tuvo que
aprender a hacer, desde el momento en que decidió independizarse,
aunque la mayoría del tiempo la asistente de servicio, ya le dejaba
todo preparado.
Renato buscó en el cajón de la mesa de noche un par de
calmantes y los pasó con un largo trago de agua de la botella que
siempre mantenía junto a la cama. Necesitaba saber de Samira, era
extraño que no le contestara, no quería pensar que algo malo le
hubiera pasado, pero si no le respondía pronto, iba a tener que
molestar a Ramona en breve.
Sabía que Lara estaba en el hotel o por lo menos ahí la dejó la
noche anterior, suponía que no iba a responderle en un buen
tiempo, por lo menos mientras siguiera molesta con él, creyó que lo
mejor sería darle su espacio, esperar un tiempo y luego intentar
disculparse una vez más, porque realmente no quería que lo odiara,
le tenía infinito cariño y deseaba que siguieran siendo amigos.
Le marcó una vez más a su chica, pero ahora directamente se
iba al buzón de voz, imaginaba que tenía el teléfono apagado. Aún
era temprano, pero prefirió enviarle un mensaje a la amiga de su
gitanita para que pudiera leerlo en cuanto se despertara: «Hola
Ramona, espero que te encuentres bien. Disculpa que te escriba tan
temprano, de verdad, mi intención no es molestarte. Solo quiero
saber si Samira está bien, sabes si llegó bien a casa. Sé que ayer
tuvieron la fiesta del trabajo, pero no sé si ella fue. Estoy algo
preocupado porque no me atiende el teléfono y no sé nada de ella
desde ayer en la mañana».
Así lo envió, no quería darle explicaciones porque bien sabía
que Samira no le había querido contar lo que ellos tenían. No quiso
dejar el móvil cargando ahí, prefirió llevárselo y ponerlo a cargar en
el baño, necesitaba estar atento en todo momento por si recibía
alguna respuesta de las chicas.
Cuando salió del apartamento en compañía de Matthew, aún
seguía sin respuesta, esperaba que pasar un rato con su primo le
ayudara a dirigir su atención a cualquier otra cosa que no fueran sus
preocupaciones.
Al momento que Samira volvió a tener consciencia deseó con
todas sus fuerzas poder dormirse de nuevo para no sentir que todo
el cuerpo le dolía, que tenía la cabeza a punto de explotar y que su
garganta sufría los estragos de todo lo que había vomitado, y para
empeorar la situación, su nariz estaba congestionada como si se
hubiese resfriado.
En medio de un jadeo de dolor se llevó las manos a la cabeza y
apretó fuertemente los párpados, al tiempo que respiraba profundo.
Sabía que debía levantarse, pero no tenía energías para hacerlo.
Cuando abrió los ojos, no vio a Ramona en su cama y al no
escucharla en la cocina o baño, no pudo seguir acostada.
Recogió las sábanas las dobló y luego se hizo de las
almohadas las que dejó sobre el colchón, para luego deslizar dentro
la cama auxiliar. Apagó el ventilador y fue a ver dónde estaba su
amiga.
Una vez entró al baño hubiese preferido no mirarse al espejo,
porque parecía una muerta viviente, su cara estaba muy pálida,
tenía ojeras demasiado pronunciadas y su cabello era un desastre,
jamás había tenido tanto frizz que era como si tuviera un casco.
Se lavó la cara con agua fría para ver si eso le ayudaba a que
su semblante se viera menos decadente. Seguía preguntándose
dónde estaba Ramona, odiaba tener que causarle molestias. Sobre
todo un día como ese.
Justo salía del baño cuando la puerta de la casa se abrió y
entró su amiga con un par de bolsas.
Hola, bella durmiente saludó con una gran sonrisa.
Buenos días… Fue corriendo a ayudarl a . Nos sabía
que tenías que salir temprano. Me hubieses llamado.
¿Tan temprano? Si es más de mediodía…
¡Mediodía! Se alarmó Samira, abriendo los ojos ante la
sorpres a . No puedes ser, seguro que mi abuela me ha estado
llamado dejó las bolsas en la encimera y corrió a buscar su
cartera, al no verla sobre el sofá se llevó las manos a la cabeza que
le latía dolorosamente.
La dejé en el armario junto al sofá avisó Ramona, que
empezaba a sacar los ingredientes de la comida que les tocaba
llevar esa noche a la reunión con sus amigos la cual habían
llamado: «Las Pascuas de los solitarios»
Te juro que por un momento pensé que la había perdido.
Exhaló al tiempo que abría el armario. Sacó la cartera y enseguida
buscó el móvi l . ¡Ay no! Se lamentó al darse cuenta de que
estaba descargad o . ¿Puedo ponerlo a cargar?
Sabes que no tienes que pedir permiso.
Samira sacó el cargador y lo conectó en la toma de corrientes
que estaba en el rincón, ahí donde estaba el pequeño árbol de
Pascua con el que Ramona le daba un poco de ambiente navideño
a su pieza.
Lo dejaré un minuto. Sabía que lo mejor era desviar la
atención de su móvil si no quería que su angustia incrementara, por
lo que fue a ayudar con los preparativo s . Habíamos quedado en
que las dos iríamos a comprar los de las galletas y el pan.
Necesitabas descansar… Aquí tienes, bebe de esto porque
imagino que debes sentirte fatal. Le entregó una botella de un
suero de rehidratación oral.
¡Sí! ¿Cómo lo sabes? chilló, destapando la botella.
Ya he pasado por eso varias veces dijo sonriente.
Imagino que ayer hice el ridículo, seguro que te avergoncé…
Es que hay cosas que no recuerdo.
Tranquila, no hiciste ni dijiste nada fuera de lugar. Lo que sí
debemos es empezar con esto… o no lo tendremos listo a tiempo.
Samira dio un largo trago a la bebida porque tenía la garganta
seca.
Sí claro, empecemos, pero dame un minuto para ver si mi
abuela me llamó.
Ve, ve… La alentó con un ademán.
Cuando Samira encendió el móvil se dio cuenta de que en
realidad faltaban quince minutos para la una de la tarde. Le mortificó
la idea de que hubiese perdido la oportunidad de hablar con
Vadoma, solo porque estaba dormida recuperándose de su casi
coma etílico.
Las notificaciones empezaron a llegarle, un par de mensajes de
Adonay, varios del grupo de sus amigos, en los que estaban
ultimando los detalles de la cena, un mensaje en el buzón de voz,
pero fueron las llamadas perdidas y el mensaje de Renato lo que
hizo que su estómago diera un vuelto y un nudo se le instalara en la
garganta.
Lo más sensato sería no revisarlo, ignorarlo como lo había
hecho él porque estaba demasiado ocupado con Lara como para
responderle a ella cuando lo llamó, pero cuando se trataba de
Renato no tenía fuerza de voluntad. «Seguramente ese mensaje en
el buzón también será de él, pondrá miles de excusas o mentiras
para lavarse la culpa», pensó recordando lo impotente que se sintió
la noche anterior, el enojo volvió a crepitar reavivando las llamas,
claro que escucharía sus mentiras y luego se las lanzaría a la cara,
no iba a esperar más para decirle que ella sabía muy bien con quién
había pasado la noche. Sin embargo, una llamada entrante hizo que
no pudiera revisar nada más, ya que era desde un número con
extensión de Rio.
Hola mi estrella…
No había nada más reconfortante para ella que escuchar la voz
de su persona favorita en todo el mundo. Solo su abuela podía
levantarle el ánimo en ese momento, en el que el dolor, la nostalgia
y la tristeza se habían apoderado de su espíritu. Sin darse cuenta
terminó la comunicación entre risas y lágrimas, pero recordando lo
valiosa que era. Solo por eso decidió que lo mejor era no arruinar su
día, y el de sus amigos, era mejor olvidarse del teléfono lo que le
quedaba de día, no quería escuchar ni leer los mensajes de Renato,
ya mucho daño le había hecho el día anterior; eso lo dejaría para
después, en otro momento en el que la cabeza no le doliera tanto,
quizá para cuando pudiera encararlo y pedirle las explicaciones que
se merecía. No quería seguir sacando conjeturas sin escuchar a
viva voz, qué tenía él para decir, aunque eso significara confesarle
que sabía sobre su relación con Lara.
Así que, revisó los mensajes de Adonay y le respondió con un
animado mensaje de voz, preguntándole que tenía planeado a hacer
para ese día.
Ella aprovechó para ir a donde estaba Ramona, le tomó varias
fotos a los ingredientes y le dijo lo que prepararían para la cena de
esa noche con sus amigos.
Por petición de Samira, su amiga también intervino en el
mensaje de voz y le envió saludos. Ella poco lo conocía, de hecho,
esa era la primera vez que intercambiaban saludos; no obstante,
sabía que Adonay tenía conocimiento de todo lo que había hecho
por ella.
Luego volvió a poner a cargar el móvil y se puso a preparar el
pan dulce que tanto le encantaba con frutas confitadas, los piñones,
las nueces y las pasas.
CAPÍTULO 80
Samira estaba reunida con sus amigos en la terraza del edificio
donde vivía Daniela y Carlos, habían acordado que fuera ahí la
celebración de Noche Buena, porque era el más espacioso y con
unas vistas hermosas de la ciudad.
Del salón de eventos les prestaron un par de mesas y quince
sillas, Daniela subió su amplificador de sonido y entre todos hicieron
una recolecta de dinero, no solo para comprar los ingredientes de
las comidas, sino que también dejaron un porcentaje para decorar y
que el ambiente navideño se notara.
¡Guao! ¡Qué hermosa te ves! dijo Julio Cesar al llegar y
ver a Samira con un vestido blanco veraniego, con un escote en
forma de v y de finos tiros, era muchísimo más corto que el tipo de
atuendo que ella usaba comúnmente, ya que le llegaba a la altura
del muslo. El look lo completó con una coleta alta y unas sandalias
de corcho que la hacían lucir altísima.
Gracias. Quiso decirle que ese vestido se lo había
regalado la prima de Renato, pero se había prometido que esa
noche Renato no tendría cabida en sus pensamientos, no quería
que le amargara ni un solo segundo de la reunión—. ¿Sí te gusta?
Te ves preciosísima y con esas sandalias, casi llegas al
cielo… Por favor, mira a este simple mortal, diosa. Juntó sus
manos a modo de súplica y con un gran gesto dramático.
¿Adivina qué? Alzó la ceja pícar a . Eres mi mortal
favorito sonrió al tiempo que lo abrazaba.
Como me encantaría ser hetero para tener una oportunidad
contigo… Ah, no… cierto, ni siquiera así me tomarías en cuenta, el
carioca no tiene competencia, lo comprendo. Puso los ojos en
blanco y llevó sus manos sobre los hombros de Samir a . Es tan
apuesto, tan elegante, tan…
Tan nada… Tú eres más encantador. Y esta camisa burdeos
se te ve extraordinaria.
Lo suficiente como para que aceptes bailar conmigo.
Bailaremos toda la noche dijo sonrient e . Ven, vamos
a llevar esto, que ya Daniela está algo estresada…
Daniela y su carácter de mierda que tanto amo. Rio Julio,
quien traía un par de botellas de cola de mono. Él mismo preparó la
bebida, que era un coctel hecho con aguardiente, leche, café,
azúcar, canela y clavo de olor.
Samira lo condujo a la mesa donde la venezolana estaba
organizando todo lo de la cena junto a Ramona, ya que
recientemente habían terminado de poner la mesa junto a Eduardo.
Carlos era el encargado de mantener el ambiente animado con
música, por lo que le hizo conocer varios grupos musicales
venezolanos, incluyendo la gaita maracucha, según él, muy
escuchada en esas épocas en todo el país.
Esa tarde, mientras los panes de pascuas se horneaban,
Ramona le comentó que cuando estaba haciendo las compras en el
mercado, recibió un mensaje de Renato en el que se mostraba
preocupado porque no sabía nada de ella desde el día anterior. De
inmediato Samira le preguntó si le había contado que estaba
durmiendo la cogorza de la noche anterior y su amiga le aclaró que
jamás le haría una cosa como esa, así que le mostró el mensaje que
le había respondido diciendo que todo estaba bien, que
seguramente ella no le estaba prestando atención a su teléfono
porque se estaban ocupando de los preparativos para la cena de
esa noche.
Casi que le brincó encima, la abrazó y le dio muchos besos en
la mejilla comprobando que su labial no le dejara marcas a su
amiga, no porque le hubiera mentido a Renato para protegerla a
ella, sino porque le estaba demostrando que podía confiar en ella
plenamente. Su tribu la hacía sentir segura, protegida y querida.
Decidió que le enviaría un sencillo mensaje para que no
siguiera molestando a sus amigos, pero buscaría la manera de
mantenerse fuerte y luego, cuando ya estuviera a solas en su pieza,
escucharía y leería con calma todo lo que él le había enviado. Así
que escribió rápidamente: «Hola Renato, ¡Feliz Navidad! Espero que
las cosas en tu familia estén mejor, disculpa que no me he
comunicado contigo, pero he estado muy ocupada hoy. Hablamos
después, te aviso cuando esté en casa, adiós», leyó todo una
segunda vez para verificar que no se notara lo mal que se sentía y
se lo envió.
Movió la cabeza para sacudirse la depresión y se concentró en
las personas que sí la valoraban, volvió a activar la opción de vibrar,
guardó el móvil en la cartera y se ofreció para ayudar con lo que
faltaba.
Yo creo que ya es hora de que empecemos con la cena
dijo Daniel a . ¿Ya están puestos los platos?
Sí, ya la mesa está puesta respondió Samir a . Iré a
decirles a todos que ya vamos a cenar y vengo para ayudarles a
servir.
Por favor, cariño. Daniela hizo un puchero, más que estar
ansiosa porque todo saliera bien, la tenía estresada el calor. No
había querido prender los ventiladores para que los pavos no se
enfriaran tan pronto.
Samira se fue rauda y una vez que todos pasaron a la mesa,
regresó con Daniela, Miriam y Julio Cesar que también se ofreció
para ayudarles a servir, mientras que Rafael y Eduardo se
encargaron de las bebidas.
Hola Samira.
Ella reconoció la voz a sus espaldas y el recipiente de cristal en
el que llevaba la ensalada rusa de papa y mayonesa casi se le
escapó de las manos, pero lo apretó bien fuerte, fingió una sonrisa y
se giró en total tensión.
H-h-hola Ricardo, que bueno verte… no, no… Buscó
desesperada a Ramona, la vio desde la mesa haciéndole algunas
señas, por más que quiso no pudo entenderl a . Bienvenido, ya
estamos por empezar la cena, pasa, siéntate.
Gracias, sí… Se acercó para saludarla, Samira tuvo que
inclinarse un poco para recibir el beso en la mejill a , también me
alegra verte de nuevo, te ves muy linda.
Gracias. Sonrió algo incómoda.
¿Llevas eso a la mesa? preguntó observando el envase
con ensalada.
Así es. Plegó los labios en una sonrisa discreta.
Puedo llevarla.
Ah, bueno… gracias. Se la tendió, en otras circunstancias
habría dicho que ella podría llevarla, pero necesitaba volver a la
mesa donde estaba Ramona junto a Daniela, para que le explicara
qué hacía Ricardo ah í . Eres muy amable.
Con gusto dijo sonriente.
En cuanto él siguió hasta la mesa llevando la encomienda,
Samira se volvió hacia sus amigas y casi corrió.
Tú lo invitaste le susurró Ramona en cuanto llegó a la
mesa.
¿Yo? preguntó, tocándose el pecho con el dedo índice y
mirándola con incredulidad.
Así es, anoche lo hiciste…
Ay chilló Samir a . ¿Te pregunté si había hecho algo y
me dijiste que no? La cara se le puso tan roja como el pintalabios
que usaba.
No, no lo hiciste, no creo que invitar a un amigo a la cena
navideña sea hacer el ridículo… Creo que le gustas.
¡Por supuesto que le gusto! exclamó casi ahogada. No
era tonta, eso podía notarlo, Ricardo lo hacía demasiado evident
e . Pero él a mí no… Sí, es atractivo, inteligente, educado… pero
no es mi tipo, no quiero que se haga falsas ilusiones, debiste
detenerme antes de que le hiciera la invitación o haberme advertido
esta mañana para prepararme psicológicamente.
Si se lo propusiste sin más, no lo vi venir… Te lo juro dijo
Ramona con una sonrisa totalmente relajad a . No tiene nada de
malo, disfruta de su compañía…
Pero yo estoy… Iba a decirle que tenía un noviazgo con
Renato, pero no estaba muy segura de que eso aún se mantuviera,
además que tampoco le lanzaría una bomba como esa en la cara
cuando habían tantos testigo s . Ay Ramona, bien sabes que no
tiempo para esas tonterías…
Ay niña, pero ni que te estuvieran diciendo que te casaras,
disfruta ahora que estás en la edad para eso, sobre todo ahora que
estás de vacaciones intervino Daniel a . Por lo pronto solo
debes disfrutar de la cena con tus amigos y ya, no te sientas
comprometida, solo pásala bien y listo. Relájate, vive… Olvida por
un momento tus responsabilidades y sé una joven de diecinueve
años… No tiene nada de malo emborracharse y tener una noche
loca le sugirió sagaz.
No es algo que pueda hacer solo porque me lo dices… Lo
que Daniela no sabía era que estaba enamorada hasta el tuétano de
alguien más y que no tenía diecinueve años, nadie salvo Ramona
sabía que tuvo que falsificar su fecha de nacimiento para llegar a
Chile, quizás algún día le contaría ese secreto.
Solo no te sientas mal por entablar una amistad más allá de
la laboral con Ricardo aconsejó Ramon a . Tal vez te lleves
una sorpresa y sea un chico bastante agradable, no te cierres a la
oportunidad de conocerlo mejor.
Bien, intentaré conocerlo mejor, pero le seré muy clara y le
diré que no quiero ninguna relación amorosa con nadie.
Nena, solo ofrécele tu amistad si así te sientes cómoda y
deja que todo fluya… dijo Daniela, codeando de manera cómplice
a Ramona.
Samira resopló, no podía con la actitud tan cómplice de ellas
que se morían por lanzarla a los brazos de Ricardo.
Llevaré esto comentó haciéndose de una de las bandejas
en la que reposaba un lomo de cerdo nogado.
Minutos después todos estaban en la mesa, por supuesto a
Ricardo lo ubicaron al lado de ella, después de todo, era su invitado.
Trató de integrar todo lo posible a Ricardo en las diversas
conversaciones, se estaba divirtiendo y compartías chistes y bromas
con todos, pero no podía evitar pensar de vez en cuando en Renato,
ella había deseado que él la acompañara ese día, sin importar si los
dos estaban en Santiago, con la familia de él o solos… Pero en
cambio él seguramente estaría enredado entre las piernas de la
rusa.
Daniela había prohibido el uso del teléfono durante la cena,
pero una vez que terminaron de comer, todos se hicieron algunas
fotografías con sus móviles y se las enviaron a sus familiares a los
que luego llamaron para desearle buenos deseos esa noche. Ella
por más que esperó, no recibió ninguna llamada o mensaje de
nadie.
Sabía que su abuela no podría llamarla, Adonay ya lo había
hecho esa tarde, a Renato le dijo que no podría hablar sino hasta
ella estuviera en su casa, pero ya casi era medianoche y ni siquiera
le había escrito ni un mensaje, nada la había preparado para sentir
tanta decepción y dolor junto.
Ramona haciendo señas como loca llamó su atención, por lo
que se disculpó con Ricardo y fue a donde estaba su amiga, con
teléfono en mano.
¡Hola, Samira! dijeron al unísono Romina y Víctor,
quienes estaban en una videollamad a . ¡Feliz Navidad!
¡Feliz Navidad! Qué bueno verlos chilló emocionada al ver
a los gitanos con copa de champán en mano y gorros navideños. Se
les notaba bastante alegres.
¿Cómo lo están pasando? preguntó Romina.
Ramona de inmediato le dio vuelta a la cámara para mostrarle
el ambiente.
¡Con amigos! gritó emocionada, mientras le extendía la
mano a Mateo quien se acercó y aprovechó para hacer las
presentaciones.
Esperamos que las próximas fiestas las celebren con
nosotros, recuerden que prometieron venir a la madre patria.
Por supuesto, está en nuestros planes, ¿cierto Samira?
Sí, sí… estamos ansiosas con ese plan.
Pueden venir cuando quieran, chiquillas. Saben que aquí
son bienvenidas invitó Víctor.
No lo digas muy alto que me voy esta misma semana
bromeó Samira.
Cuando quieras, Sami… Vente mañana mismo, que aquí te
estaremos esperando con los brazos abiertos y una cama caliente,
porque el frío está intenso.
Imagino, creo que mejor dejamos esa visita para primavera o
verano, porque ya el frío aquí ha estado a punto de matarme. Rio
con ganas.
Romina y Víctor también rieron.
Lo bueno es que el apartamento tiene un buen sistema de
calefacción… Y pues, si te abrigas bien, no pasa nada comentó
Romina.
Vale, lo pensaré, quizá para el próximo año. Tal vez, un
invierno más aquí, me prepare para el de allá.
Siguieron conversando por unos cuantos minutos, hasta que
los españoles se despidieron para atender a las personas que los
acompañaban y Samira volvió con Ricardo, quien estaba muy cerca
de la pared de cristal, disfrutando de las vistas. Sin duda, Santiago
de noche lucía hermoso, aunque si hubiera menos contaminación se
apreciaría mucho mejor.
Rafael se acercó a ofrecerles un trago, pero ella se negó, sabía
que esas bebidas dulces eran demasiado traicionera y apenas se
estaba reponiendo de la borrachera de la noche anterior.
Ricardo le contaba de su vida, ya sabía que tenía dos
hermanas menores que él y una madre que dependían de él,
además de dos perros y un gato. Se había graduado de ingeniero
en sistemas e informática hacía tres años, luego hizo un master y
constantemente hacía cursos que lo mantuvieran actualizado en su
área, ya que debía ser muy bueno para poder seguir en una
compañía como en la que trabajaban ellos.
Él en cambio, no sabía nada de la cultura gitana, ella le contaba
muy poco, no fuera que mal interpretara a su gente como solían
hacerlo casi todos. Tan solo llevaban pocos minutos hablando
cuando sintió vibrar el móvil en su mano, al fijarse en la pantalla, el
corazón le dio un vuelco al ver que era Renato quien la llamaba.
Deseaba con todas sus fuerzas que no tuviera ese efecto en
ella, que no la descontrolara al punto de robarle total atención y
terminara tartamudeando la respuesta que le estaba dando a
Ricardo.
Disculpa, tengo que contestar le dijo otorgándole un ligero
apretón en el antebrazo, a la vez que sentía como el corazón se le
desbocaba.
Está bien, no te preocupes dijo sonriente y la mirada se le
fue enseguida al toque de Samira, percibiendo eso como un avance
entre ellos.
Ella caminó al extremo más solitario de la terraza, al tiempo que
le contestaba.
¡Hola, amor! ¿Cómo estás?
Samira escuchó a Renato susurrar, al instante pensó que
estaba evitando que se dieran cuenta de que hablaba con ella.
Hola, bien, muy bien… Ya sabes, celebrando con mis
amigos.
Me alegra saber que estás en buena compañía, así no te
sientes nostálgica por no compartir con tu familia. Imagino que debe
ser difícil para ti.
Un poco, pero ya me iré acostumbrando a desprenderme un
poco más de esos lazos filiales. Ser más independiente… Y tú,
¿estás con tu familia? ¿Apareció Liam? preguntó, con la mirada
puesta en las uñas de sus pies pintadas de rojo, como casi siempre
las llevaba.
Sí, esta mañana; al parecer, llamó a mi mamá para decirle
que está bien, no dio mucha información de su paradero, pero por lo
menos consiguió que ella se quedara mucho más tranquila. —
Suspiró brevemente, necesitaba escucharla—. Estamos en casa de
mi abuelo, pero en un rato iremos a la de su mejor amigo Marlon
Ribeiro, es una tradición, ya te he contado que somos tan cercanos,
que son como nuestra familia extendida. Siempre aprovechamos
estas fechas para reunirnos con esos a los que tenemos pocas
oportunidades de ver durante año.
Comprendo masculló Samira, sintiendo que cada palabra
que decía era una mentira, fingir que estaba tranquila le estaba
provocando un dolor en el pecho—. Sé que es muy importante
compartir con los seres queridos… Sobre todo si los ves poco.
Te confieso que me abruma todo esto de tener que
conversar con tantas personas al mismo tiempo, me aturde un poco
las grandes reuniones. Siempre que podía, se iba abriendo un
poco más ante ella, muchas veces ocurría sin siquiera darse cuenta.
Apenas había logrado escaparse unos minutos a la terraza, podía
escuchar la algarabía que tenían formada los quintillizos, que
gracias a que habían dormido una siesta por la tarde, todavía tenían
las energías por las nube s . Prefiero los momentos que paso
contigo, te extraño y haré lo posible para viajar el veintiséis por la
noche, para que pasemos juntos todo el veintisiete, me gustaría
quedarme más tiempo, pero al día siguiente tendré que estar de
vuelta en Río, ya que llegará mi tío Samuel con su familia.
Renato, no quiero ponerte en un compromiso… Contuvo
el aliento, estaba a nada de echarse a llorar una vez más y no
podía, no iba a hacer una escena frente a sus amigos—. No tienes
que venir…
Pero quiero ir, necesito verte, te echó de menos. —No sabía
si eran ideas suyas, pero la sentía distante.
Yo también musitó. No podía negar la verdad, aunque le
doliera o pareciera que estaba mendigando su cariño, pero lo
echaba tantísimo de menos que sentía un dolor físico en ese
momento que por fin lo estaba escuchando hablar—. Pero tú lo
dijiste hace semana, estas son fechas muy comprometidas para ti,
tu gente te necesita, sobre todo esos miembros de tu familia a la
que ves pocas veces al año, a mí me has visto bastante seguido en
los últimos meses. No quiero ser un obstáculo que prive a todos de
compartir contigo, no quiero ser una molestia.
Samira, cielo, tú no eres molestia, jamás lo serás.
Lo entiendo… Bueno, tengo que dejarte mintió, porque
estaba segura de que se le rompería la voz y no quería que él se
diera cuenta lo mucho que estaba sufriendo por su culp a . Me
necesitan para que ayude a servir el postre…
¿Hablamos luego? Prometiste que me llamarías cuando
llegaras a tu casa.
Tal vez, sino llego muy cansada… Tengo que irme dijo
con urgencia y se tapó la boca con la mano porque un sollozo
estaba a punto de traicionarl a . Te quiero.
Yo también, cariño… y te extraño confesó, le rompió el
corazón sentirla algo trastocada, supuso que estaba nostálgica.
Samira terminó la llamada, sabía que debía volver con Ricardo,
pero no pudo hacerlo, corrió a los baños y ahí drenó un poco su
inmenso dolor.
CAPÍTULO 81
La noche anterior, a pesar de que lo pasó muy bien con sus
amigos, no pudo quitarse de encima la pena que se había adueñado
de su vida. Cuando consiguió calmarse, poco pudo hacer por
arreglar el desastre que tenía en la cara, así que cuando salió del
baño tuvo que alegar que sentía mucha pena por no estar con su
familia esa noche, y si bien era cierto que los echaba de menos más
que nunca, sobre todo a su abuela, su dolor se debía a que no sabía
qué hacer con lo que sentía por Renato.
Lo peor era que le creía, cuando lo escuchaba decirle que la
amaba, que la extrañaba, que desearía estar con ella, sentía que
era cierto, por eso era que no sabía qué pensar acerca de la
relación entre Renato y Lara.
Con la mirada en el techo sobre su cama, volvió a suspirar, se
giró para agarrar su teléfono del alfeizar, se fijó que apenas eran las
ocho de la mañana; se exasperó, dejó el aparato sobre el colchón y
se frotó la cara con las manos. Casi no había dormido desde que
llegó a su casa, por más que se había obligado a hacerlo y por
mucho que siguiera en la cama, no iba a volver a dormirse, no
después de que se despertó por culpa de las pesadillas que no
dejaban de atormentarlas, no hacía sino ver a la rusa en cualquier
posición sexual inimaginable con Renato.
Respiró profundamente y decidió levantarse para hacer algo de
aseo que la ayudara a relajarse.
Puso a hacer el café y se fue al baño a asearse, luego de
cepillarse los dientes y cambiarse el pijama por algo cómodo, se
sirvió una taza de su elixir favorito y fue a por su móvil; quizá era
masoquismo de su parte, pero no dejaba de buscar la canción
nueva que agregaba Renato a su lista de reproducción, era casi una
compulsión.
Cuando se sentó en el sofá, decidió que era mejor darle prisa al
mal paso, por lo que leyó los textos que él le había enviado entre el
viernes y sábado. Era una cadena continua de palabras llenas de
amor, tristeza y preocupación que le hacían pensar que todo lo que
decía era verdad; Samira creía que nadie que no sintiera lo que él
decía que sentía por ella, podría escribir los casi cuarenta mensajes
que le envió.
Se estaba volviendo loca, no sabía si dejarse llevar por el
corazón o por su cerebro que le decía que debía quererse un
poquito más y no andar mendigando el cariño de ese payo.
Se fijó que también tenía la notificación del buzón de voz,
imaginó que fue una de las tantas veces que Renato la llamó, eso la
ilusionó, no sabía por qué, pero le pareció que era romántico, así
que no perdió tiempo y marcó su clave para escucharlo.
Al principio no entendió muy bien lo que sonaba, había una
canción de fondo, pero no se escuchaba más nada, hasta que
Renato habló: «¿Qué haces?», luego oyó la voz de una mujer
siguiendo la letra de la canción, pero se notaba mucho más cerca: «
I’ve always liked to play with fire. Play with fire… I’ve always liked to
play with fire…» ; en ese momento la cara de Samira se le
desencajó al comprender que era la voz de Lara, lo que confirmó
con lo siguiente que dijo él: «Lara, espera… Estoy conduciendo», el
corazón de la gitana se le aceleró, estaba escuchando algo que
seguramente no debería haberle llegado, pero en lugar de eliminarlo
y no someterse a esa tortura siguió pegada al aparato: «Es lo único
que tienes que hacer, yo me encargaré del resto. Quiero cumplir mi
promesa de darte la mejor mamada de tu vida… Mira cómo te excita
la idea, esta polla se está preparando para mí…». Casi soltó el
teléfono en ese momento, pero necesitaba escucharlo todo, saber lo
desgraciado y miserable que podía ser el hombre al que le confió su
vida: «Lara, nos vamos a meter en problemas… Hay tráfico». Luego
sonó un pito y la voz de la grabadora preguntando si quería volver a
escuchar, borrar o guardar la basura que acababa de romperle el
corazón en millones de pedazos, tan pequeños que sería imposible
volverlos a unirlos.
Y como ella era masoquista, lo escuchó varias veces hasta que
el teléfono le notificó que se estaba quedando sin batería, solo en
ese momento dejó el móvil encima de la mesita que tenía en frente y
se puso a llorar como nunca lo había hecho, quería morirse, el alma
se le partió en dos, todo el cuerpo le dolía, no podía parar de gritar
de absoluta agonía, tanto que tuvo que agarrar uno de los cojines y
se lo llevó a la boca porque no podía parar.
En algún momento se hizo un ovillo sobre el sofá sin dejar de
llorar y ahí se quedó por horas, horas interminables en las que no
hacía otra cosa que recordar todo lo que ellos habían vivido.
Nada le parecía real, solo ese dolor y sufrimiento que era puro
y arrollador. No podía moverse ni dormir ni pensar en otra cosa que
no fuera Renato y Lara en plena felación. Aquello se repetía una y
otra vez, como un fotograma infinito. Lloró tanto que por un
momento pensó que ningún ser humano podría derramar tantas
lágrimas, tenía los ojos hinchados y la garganta en carne viva, pero
aun así el dolor era interminable.
No supo cuánto tiempo pasó, pero escuchó que tocaban la
puerta, la voz que la llamaba era la de Ramona.
—¿ Gypsy ? —Se notaba algo preocupada— ¿ Gypsy , estás
ahí? Sofía me dijo que te escuchó gritar y llorar —hablaba bajito, no
quería que los otros vecinos se enteraran de nada—, me estoy
preocupando Sami, voy a buscar la llave para entrar.
Samira escuchó cómo su amiga se alejaba, pero no tenía
fuerzas para pararse ni para responder.
A los pocos minutos sintió que abrían su puerta y encendían la
luz de la casa, en cuánto su amiga la vio en ese estado corrió hasta
ella y se acuclilló a su lado.
—¿Qué pasó? Sami, ¿qué tienes? —Le tocó la frente y le rozó
los hombros, intentaba hacer que reaccionara, pero Samira solo
seguía llorando como en una perpetua letanía—. ¡Hey Gypsy !
Respóndeme… ¿Te pasó algo? ¿Le pasó algo a alguien de tu
familia?
Le retiró los mechones de cabello que se le habían pegado a la
cara y le acunó el rostro para que la viera a los ojos y conseguir que
reaccionara.
—Re… Re… —Tomó aire y se dio cuenta lo mucho que le ardía
la garganta.
—¿Le pasó algo a Renato? —Ramona no dejaba de acariciarle
el rostro y de limpiarle el rastro que dejaban las lágrimas que
seguían rodando.
—Él… él… él… —Era incapaz de articular una palabra
completa, sentía que si lo decía en voz alta, el dolor la mataría.
— Gypsy , dime, cuéntame… ¿Le pasó algo?
—Él me mintió… —Solo eso pudo decir antes de volver a
ponerse a llorar sin parar y lanzarse a los brazos de su mejor amiga
que no la soltó en ningún momento, la abrazó y meció como si
Samira fuera una pequeña niña frágil que necesitaba ser cuidada.
—Tranquila cariño, llora todo lo que tengas que llorar, el amor
es maravilloso cuando es correspondido, pero también puede ser la
peor de las desgracias. Llora… solo llora…
Así se quedaron hasta que Ramona consiguió levantarla y la
llevó a la cama, la arropó y fue rápidamente hasta su habitación a
buscar un pijama y algunas cosas necesarias para quedarse a pasar
la noche con su amiga, no pensaba dejarla sola bajo ninguna
circunstancia.
Cuando regresó, se cambió, buscó un vaso de agua y se lo
llevó a Samira para que se pudiera tomar un analgésico porque
sabía que lo iba a necesitar, la ayudó a sentarse y luego volvió a
arroparla cuando se recostó nuevamente. Odiaba verla en ese
estado, porque la conocía muy bien, sabía lo fuerte, luchadora y
bondadosa que era, pero nadie es inmune a la decepción amorosa.
Después se preparó la cama auxiliar, fue hasta la entrada
apagó la luz y se acostó, aunque extendió el brazo y le siguió
limpiando las lágrimas que no dejaba de soltar su amiga. Así se
quedaron en silencio hasta que la vio cerrar los ojos y escuchó que
su respiración se hacía más pausada, solo en ese momento se
permitió dormirse.
La luz del alba la sorprendió, no supo en qué momento se
quedó rendida, lo único que tenía claro es que por segunda vez se
despertó con un terrible dolor de cabeza. Le costó una barbaridad
girarse en la cama, cuando lo hizo se fijó en que Ramona estaba
aún dormida, en ese momento fue consciente de la magnitud de sus
errores. Ya no podía seguir ocultándole a su amiga lo que le estaba
pasando, sobre todo, porque necesitaba sacarse de dentro un poco
la pena que la estaba matando lentamente. Agarró una bocanada de
aire, retuvo el aliento y se sentó en la cama, lo mejor era que se
papara y preparara un poco de café que la ayudara a enfrentarse a
todo lo que estaba por venir una vez abriera la caja de Pandora.
Descalza caminó hasta la cocina, preparó la cafetera y la
encendió, como no sabía qué otra cosa hacer en ese momento, ya
que no quería despertar a su amiga, se quedó parada viendo como
el brebaje empezaba a caer del filtro.
Pararon unos minutos cuando sintió movimientos a su espalda,
no se volteó a verla, sentía mucha vergüenza.
—Hola Sami, ¿cómo amaneces? —Ramona se estiró en la
cama y se sentó, a la vez que se refregaba los ojos con las manos.
—Con mucho dolor de cabeza, estoy preparando café, ¿te
apetece? ¿Quieres otra cosa?
—Eso estará de maravilla a esta hora, por cierto, ¿qué hora
es?
—Creo que son cerca de las ocho de la mañana. —Samira
seguía sin darle la cara, sacó las tazas, el azucarero y trató de hacer
tiempo ordenando algunos enceres que habían en el escurridor de
platos.
—¡Qué temprano es! —Se levantó de la cama y se estiró una
vez más. Luego se agachó y empezó a ordenar las camas.
—Tranquila, si quieres ve a cepillarte, yo me encargo de hacer
eso —le sugirió con la intención de ganar un poco más de tiempo.
—Tranquila, ordeno todo esto rapidito y te ayudo a preparar el
desayuno. Hoy tenemos libertad para remolonear todo el día si así
lo queremos, estaba pensando que si quieres, podemos invitar a
Dani y a Julio a tomarnos un café y comernos unos ricos dulces.
—¿No vas a verte con Mateo hoy? —preguntó a la vez que se
giraba para encararla, porque le extrañó que su amiga no lo
mencionara. No quería que ella cambiara sus planes por su culpa.
—No, ayer nos vimos y nos despedimos porque él se va a
pasar unos días a Valparaíso con su familia, así que no tengo nada
más qué hacer que vivir del ocio contigo. —Le guiñó un ojo y le
sonrió pícaramente. Notaba lo incómoda que se encontraba Samira,
no quería forzarla haciéndole preguntas incómodas, era mejor darle
un poco de espacio, pero buscaría la manera de que ella
exteriorizara su pena, tragársela sola no le haría ningún bien—.
Bueno, cuéntame, ¿Qué hacemos para desayunar?
En la tarde Ramona le escribió a Daniela y le pidió que se
juntaran, no quiso entrar en muchos detalles, pero le dijo que su
gitanilla los necesitaba a los tres, que había mal de amores. Ella le
dijo que le avisaría a Julio César y que las pasarían buscando en
una hora sin falta.
Mientras tanto, Samira no hacía más que deambular como un
fantasma por toda la casa, intentó ocupar su mente en otra cosa,
pero nada la distraía, ni siquiera limpiar. Ramona se fue a su
habitación para darse un baño y arreglarse, porque dijo que andar
en pijama todo el día la hacía sentir enferma, luego de veinte
minutos le tocó la puerta nuevamente y con mucho entusiasmo le
dijo que ya tenían plan para la tarde, que las pasarían a buscar para
dar un paseo y disfrutar del verano que tanta falta les hacía. Ella
quiso zafarse del plan, no se encontraba con ánimos para nada y no
quería ser aguafiestas, pero Ramona no se lo permitió, la obligó a
ducharse, vestirse y hasta maquillarse; casi sin darse cuenta pasó
un rato antes de que Julio las llamara, diciéndoles que ya se
encontraban en el portón de la casona.
No era sino pasado mediodía y ellos llegaron al restaurante
Casaluz, pidieron mesa en la terraza y se ubicaron en la esquina
debajo de los frondosos árboles. Todo era muy lindo y fresco, pero
nada de lo que Samira veía ese día le llamaba la atención, se sentía
insensibilizada ante las cosas hermosas. Tomaron las cartas, ella no
quería pedir nada, pero sabía que la obligarían a comer algo, y ya
sabía por experiencia propia, la fuerza que ellos tenían, no quería
que armaran un escándalo -que sabía muy bien que eran capaces
de hacer-, así que se pidió una ensalada veraniega y un té frío.
Los tres parloteaban sin cesar, no paraban de comentar lo lindo
que estaba el día, ella por el contrario quería que pasara rápido,
porque era uno de los peores días de su vida. Solo pensaba en qué
hacer, en pocas horas Renato iría a verla y no quería tenerlo cerca,
deseaba que no apareciera nunca más en su vida, pero no
conseguía armarse de valor para enfrentarse a él y decirle lo mucho
que lo estaba odiando, sabía que en lo que abriera la boca, se
desmoronaría y por más que él ya la había humillado muchísimo, no
quería que le quedaran pruebas de lo mucho que lo había hecho.
De repente sintió que la mano de Julio se posaba sobre la
suya, llamándole la atención, fue en ese momento que se dio cuenta
de que estaba hablándole.
—¡Hey cariño! Sabes que estamos aquí para ti, ¿verdad? Te
daremos todo el tiempo que necesites, pero no olvides que sin
importar lo que haya pasado, nunca te vamos a juzgar, te
apoyaremos y haremos todo lo que necesites y esté en nuestras
manos para que el dolor que sientes en este momento sea más
llevadero.
Escucharlo hablar, sentir la ligera presión con la que le
apretaba la mano y ver cómo la miraba hizo que las lágrimas
volvieran a salirse de su caudal, no sabía qué responder, pero se dio
cuenta de que necesitaba sacar su pena, necesitaba hablar y fue así
cómo empezó a relatarle la que consideraba la historia más bonita
de amor del mundo, esa que le mostró todo lo bueno y maravilloso
que se podía sentir por otra persona, le habló de los días que ellos
vivieron juntos en el apartamento de él, de lo que hizo para que ella
pudiera llegar al que creía era su destino, luego les contó sobre todo
lo que hizo para evitar seguir enamorándose como una tonta, ya que
sabía que él tenía novia.
Sintió algo de vergüenza y tuvo que bajar la mirada hasta sus
manos para contarles por encima lo que pasó el día que él llegó por
sorpresa luego de estar en Punta Cana; se restregó la cara con
ambas manos y tarde se dio cuenta de que había sido un error
porque seguramente se había terminado de arruinar lo poco que
quedaba de su maquillaje, pero se sentía que estaba más roja que
nunca, y así siguió hasta que llegó al peor momentos de todos,
cuando les confesó a ellos lo que descubrió en el teléfono de él.
A lo lejos escuchó cómo Daniela maldecía, Julio César le tomó
la mano de nuevo y no se la soltó en ningún momento y Ramona se
acercó más a ella, pasándole un brazo por encima de los hombros.
De cierta manera, sentir el apoyo incondicional que le estaban
brindando la ayudó a respirar un poco mejor, sentía que le habían
abierto una ventana por la que podía entrar el oxígeno que tanto le
faltaba.
Sin darse cuenta, pasó casi una hora y ella le estaba hablando
del mensaje que la terminó de romper, ese que nunca conseguiría
olvidar del todo a pesar de que pasaran años, ese en el que
escuchaba cómo ella directamente decía lo que le iba a hacer a su
entrepierna y él no la rechazaba, solo temía por ser descubiertos.
Cuando acabó respiró profundo y se quedó callada, no tenía
energías para seguir hablando.
Luego de un par de minutos, en los que ninguno emitió sonido
alguno, se dio cuenta de que tenía la garganta reseca, cuando
carraspeó un poco vio que el vaso que contenía su té aguado se lo
acercaban, cuando subió un poco la mirada, se fijó en que Daniela
le regalaba una dulce sonrisa y la instaba a que se refrescara un
poco.
La mesonera que los había atendido se acercó para preguntar
si necesitaban algo más y fue Julio César el que le pidió que trajeran
una porción enorme de cualquier dulce que tuviera la mayor
cantidad de chocolate que vendieran en ese local, además de que
pidió que también le repusieran las bebidas porque el verano estaba
arreciando con fuerza ese día.
Al quedarse solos de nuevo, volvió a envolverlos el silencio, los
tres querían hacerla sentir mejor, pero ninguno se atrevía a ser el
primero en hablar porque notaban lo frágil y sensible que ella se
encontraba; sin embargo, al cabo de unos minutos, Ramona fue
quien tomó la palabra; de cierta manera se sentía responsable por
Samira, ya que a ella le habían encomendado su cuidado, además,
la animaba a dejarse llevar por lo que se veía a leguas que ellos
sentía, en ningún momento se le ocurrió que Renato la estuviera
engañando al fingir unos sentimientos que ahora se daba cuenta
que realmente no sentía.
Tranquila Gypsy, tranquila. Ramona carraspeó para
llamar su atención—. Pasará, sé que hoy te duele muchísimo,
posiblemente piensas que nunca podrás dejar de sentir un dolor tan
inmenso… pero pasará… La apartó un poco y la instó a que la
viera a la car a . Todos en esta mesa hemos tenido, al menos,
una experiencia parecida, nos ha dolido el alma, nos ha costado lo
nuestro superar ese duelo, pero también hemos levantado la cabeza
y seguido adelante. Sé que en este momento te sientes mal y tienes
todo el derecho de insultarlo, de blasfemar, de romper los recuerdos,
haz todo lo que necesites hacer para sentirte mejor, pero nunca
olvides que no estás sola, que cuentas con nuestro apoyo y que
pase lo que pase, aquí estaremos siempre para ti.
—Sí Sami, si quieres, yo puedo golpear a ese patán en cuanto
ponga un pie en nuestro territorio, mira que hijo de su grandísima
mierda. —Daniela sentía una necesidad visceral de exteriorizar toda
la rabia que sentía en ese momento por ese hombre, que le hizo
algo tan bajo a su amiga—. Él no sabe lo que es enfrentarse a la ira
de una venezolana, es que si lo veo se lo corto y se la hago tragar…
Basura…
—¡Eh, eh! Calma tigresa, mira que la sola mención de cercenar
miembros hace que se me baje hasta la tensión. —Julio intentó
calmar a su amiga porque sabía bien que nada de eso podría
ayudar a Samira en ese momento—. Sami… Cariño… ¿Qué
necesitas ahorita? ¿Cómo podemos ayudarte?
En ese momento solo una cosa le vino a la cabeza y así lo
soltó.
—Re… Renato viene hoy y yo no lo quiero ver…
—Pues, no lo veas, dile que no venga —dijo Daniela—, mejor
déjalo que venga y yo lo recibo…
—Mujer, deja esos instintos criminales aparcados de momento,
sí —comentó Julio, retomando la palabra—, no lo quieres ver, pero
¿ya lo enfrentaste? ¿Le dijiste que ya sabes todo?
Ella solo bajó la mirada nuevamente hasta la comida que no
había ni tocado y negó con la cabeza.
—¿Por qué no lo encaras? —preguntó Ramona que le estaba
poniendo un mechón de cabello tras la oreja para verle mejor la
cara.
—Es… es que si hablo ahorita no voy a poder retener las ganas
de echarme a morir y no quiero que vea el estado en que me dejó
su traición… Solo necesito mi espacio…
—Entiendo, ¿quieres que yo le pida que no venga? —Ese
comentario de Ramona hizo que Samira levantara rápidamente la
cabeza.
—No, no, no… No quiero que nadie esté dando la cara por mí,
yo lo enfrentaré, solo necesito unos días para reponerme un poco,
para llorar lo que me haga falta, pero cuando me vea de nuevo
quiero estar fuerte otra vez.
—Tengo una idea —dijo Daniela.
—Si hay sangre o desaparición de algún cadáver, mejor no nos
las cuentes, por favor —sugirió Julio haciendo que Ramona y
Daniela se echaran a reír y que Samira levantara una de sus
comisuras; lo que significaba un progreso.
—Idiota, no. Lo que estaba pensando es que le puedes escribir
y pedirle que no venga, que nos inventamos un plan de última hora
y nos vamos todos de vacaciones a Valpo. Que estaremos allá
hasta el día de año nuevo, así garantizas que no vendrá. ¿No dijiste
que su familia tiene muchos compromisos esta semana y que esa
era la excusa que usó para no venir antes? Pues hay que valerse de
eso en tu favor…
—Claro, la venezolana tiene razón —expuso Ramona que
interrumpió a Daniela—, di que como Mateo se está quedando allá,
nos ofreció alojamiento y que todos te insistimos para que no te
quedaras sola en Santiago.
—Sí, como él no sabe que ya nosotros estamos enterados de
todo. —Julio tomó un sorbo rápido de la limonada que le quedaba,
ya que vio que la mesonera traía la orden extra que él pidió—. No va
a poner en duda que hayamos insistido hasta conseguir
convencerte. Es más, no perdamos más tiempo, saca el móvil,
debes que escribirle ya.
Samira no estaba del todo convencida, pero esa era una mejor
idea, que la de esperar a que le tocara la puerta de su casa y
echarse a llorar del otro lado.
Julio tomó el teléfono y empezó a teclear un mensaje
rápidamente, pero antes de enviarlo lo leyó en voz alta para todos
los presentes en esa mesa, Ramona le sugirió un par de cambios y
al final la dueña del aparato dio su aprobación y enviaron el
mensaje, sabía que él la llamaría o le escribiría para entender por
qué ese cambio de planes, así que ella le pidió que le escribiera que
se estaba quedando sin batería y andaba afanada, que luego
hablaría y lo apagaron.
Después de eso siguieron hablando, pero cambiaron el tema,
se notaba que todos buscaban darle un respiro y ella se los
agradecía enormemente. En ese momento los quiso más que nunca
y se prometió que estaría siempre para ellos, porque eran su nueva
familia.
CAPÍTULO 82
Los días pasaron y no se volvieron más fáciles para Renato,
estaba cansado de las reuniones familiares y los distintos eventos a
los que tenían que acudir; se sentía agobiado, sobre todo, porque
seguía sin ver a Samira.
Una parte de él seguía sin comprender por qué ella prefirió irse
a la playa con sus amigos, en lugar de quedarse a pasar juntos,
aunque fuera un solo día como él le había prometido que haría, pero
luego pensaba que cualquier plan era más divertido que pasar
tiempo con él, por eso seguramente no se lo pensó dos veces; y la
comprendía, porque era verdad. Además, cada día la sentía más
distante, poco le respondía los mensajes y nunca le atendía las
llamadas, siempre alegaba que estaba ocupada en la playa o
ayudando con algo en el lugar donde se estaba quedando, pero él
no le creía del todo, algo le decía que todo lo que hacía era la
antesala para algo peor, que un día despertaría y le diría que no la
molestara más, que ya estaba cansada de él.
Solo esperaba que llegara pronto el tres de enero para así
correr directo a sus brazos y decirle lo mucho que le ha hecho falta;
quizá fuera una tontería, pero sentía que ella evitaba decirle que
también lo extrañaba. Seguramente eran solo ideas suyas, Danilo
muchas veces le había dicho que no podía seguir especulando
sobre las emociones o sentimientos que otras personas tenían hacia
él y él trataba con ahínco no pensar lo peor, pero en ese momento le
costaba mucho no hacerlo, la extrañaba un montón y eso lo
debilitaba.
Lo único que lo hacía sentirse más tranquilo era saber que Lara
había regresado sana y a salva a Moscú, claro que no fue porque
ella se lo dijera, ya que ni siquiera se despidió, más bien lo bloqueó
por todas partes; se enteró gracias al perfil secundario que tenía
para cuando deseaba mantener el anonimato, ya que le llegó una
notificación el martes pasado en el que avisaba que se había
conectado para hacer una presentación. Admitía que le dolía que
ella tomara esa actitud, aunque no la culpaba, porque lo limitaba
para darle alguna posible explicación en el futuro próximo.
Por lo menos, las cosas con su hermano Liam ya se habían
asentado un poco, si bien su padre y abuelo seguían muy furiosos
con él, ya su madre no andaba llorando angustiada por todas partes.
Convivir con Matt lo ayudó a mantenerse entretenido, ya que de
cierta manera se sentía obligado a compartir con él. Una de esas
tardes en las que su primo le pidió permiso para poner algo de
música en la casa mientras estaban conversando sobre los últimos
acontecimientos familiares a los que habían asistido, él meditó la
idea de pedirle consejos sobre su situación sentimental, pero luego
se dio cuenta de que quizás él no fuese el más adecuado para tener
una conversación seria sobre ese tema, ya que él era un mujeriego
empedernido, se valía de su profesión de DJ para follarse a la chica
que le pareciera más atractiva.
Entre un evento y otro por fin llegó el día de fin del año. No
sabía si sentirse aliviado o eufórico, le causaba pesar saber que su
familia pronto se volvería a desperdigar por el mundo para retomar
cada uno sus respectivas ocupaciones, pero es que él también
necesitaba volver a su propia rutina en la que podía escaparse y
viajar cada fin de semana para estar cerca de la chica que amaba.
Esa noche, antes de salir del apartamento para reunirse con su
familia, aprovechó que Mathew seguía arreglándose y le hizo una
llamada a Samira. Ella había regresado ese día a su casa y sabía
que era el mejor momento para localizarla antes de que volviera a
salir, ya que al parecer iba a recibir el Año Nuevo en casa de
Daniela.
Ella le atendió y parecía algo azorada. Ya era habitual que no
se mostrara tan emocionada, prefería pensar que se debía al tiempo
que llevaban separados, pero una voz en su interior no se cansaba
de repetirle que se debía a que ya no lo soportaba, que se había
aburrido de él, capaz había conocido a alguien más con el que se lo
estaba pasando mejor. Sacudió la cabeza y antes de que colgaran
le repitió cuanto la quería y le pidió que no se ocupara a
medianoche, porque quería estar con ella en ese momento, así
fuese a través de una pantalla. Ella titubeó, pero al final aceptó, y
eso hizo que se le esparciera un calor agradable por el pecho.
Terminó la llamada justo cuando escuchó a Matt tocándole la
puerta de la habitación; entonces, sintiéndose un poco más ligero,
se marcharon al punto de encuentro.
Ya en la casa de su abuelo, Renato supo que la noche estaría
cargada de tensión, cuando vio a Elizabeth en compañía de su
prometido y los padres e hija de él, hablando alegremente. Justo
cuando Hera sacaba a relucir el tema del compromiso, sus tíos
Samuel y Rachell entraban a la sala y lo escucharon todo.
Hasta donde él tenía entendido, su tío todavía no estaba al
tanto del compromiso; así que esperaba que esa noche se lo tomara
de la mejor manera posible o se avecinaría una gran tormenta,
frente a los futuros suegros de su prima.
Pero Renato se fijó en que los ojos de Samuel se clavaban
directamente en la mano donde el anillo adornaba el dedo anular de
su hija. Todos aguantaron la respiración hasta que Elizabeth habló.
—Seguimos sin fecha. La fijaremos después del carnaval.
—En realidad, nos ha sorprendido mucho una decisión tan
apresurada —comentó la madre de Alexandre en un tono que a
Renato le pareció algo mordaz.
—En eso estoy de acuerdo —dijo Rachell.
—Para unirnos en matrimonio solo nos hace falta amarnos, y de
eso tenemos suficiente —alegó Elizabeth.
Él admiró esa determinación en su prima. Ella siempre había sido
muy segura, no solo de sí misma, sino de cada decisión que
tomaba.
—Muchas veces eso no es suficiente. Para formar una familia
más que amor se necesita respeto, compresión y estabilidad —
intervino Samuel y todos se volvieron a verlo.
—Elizabeth tiene mi respeto, mi comprensión y estoy dispuesto a
dar mi vida por ofrecerle estabilidad —dijo Alexandre, enfrentando a
su futuro suegro.
Renato podía jurar que hasta había notado cómo se le hinchaba
el pecho mientras hablaba.
—Creo que es un tema un tanto anticuado e inútil el que estamos
tratando —comentó Helena, quien era menos sutil—. No veo
diferencia entre estar casados y estar viviendo juntos. Les están
dando demasiada importancia al matrimonio… Hoy día se puede
anular cualquier compromiso en quince días, no estamos en el siglo
veinte, cuando divorciarse era un escándalo y algo inaceptable por
la sociedad… —hablaba, ganándose las miradas de los presentes,
más de una no muy conforme, pero al parecer, eso a ella no le
importaba—. Si ellos quieren casarse porque creen que eso
reforzará su amor, que lo hagan, igual, el día que dejen de quererse
con buscarse un abogado será suficiente.
Elizabeth le dedicó una mirada de agradecimiento a su tía
dejando en evidencia el apoyo que se mostraban.
—Estoy de acuerdo con mi pequeña —comunicó Reinhard.
Su tío Samuel lo miró como si este se hubiese convertido en el
peor de los traidores, pero rápidamente recuperó el aplomo, solo
quienes conocían de verdad a su tío podrían darse cuenta de cuanto
le había afectado que el patriarca de la familia no lo apoyara.
—¡Ay sí! ¡Se van a casar! —Celebró Violet emocionada—.
¿Podré participar de la ceremonia? —preguntó con la mirada
brillante.
—Claro, ratona —dijo Elizabeth sonriente y más relajada. Y la
niña empezó a aplaudir.
—¡Qué vivan los novios!
Los quintillizos, que imitaban todo lo que su primita hacía,
también empezaron a aplaudir; y Jonas, el nieto de Alexandre, al ver
que todos los niños lo hacían, se unió, provocando que algunos de
los adultos rieran, mientras que otros mantenían el ceño ligeramente
fruncido.
—Bueno, deberíamos hacer un brindis —propuso su tío Thor,
quien siempre se tomaba las cosas más relajadamente.
—Es buena idea —comentó Reinhard.
Sophia le hizo una seña a una de las mujeres del servicio, que
esa noche llevaban su uniforme de gala, para que se acercara a
ella.
—Trae champán. —Le pidió en un susurro.
La mujer asintió y se fue en busca del pedido que le hacía la
señora de la casa. En pocos minutos varios empleados desfilaron
por el salón con bandeja en mano, repartiendo copas de la
espumosa y deliciosa bebida, acorde para la celebración.
Reinhard se puso de pie y tras él lo hicieron todos los miembros,
algunos a regañadientes, pero no tuvieron opción, debían
comportarse y por educación seguir con lo que para ellos era un
absurdo.
—Por Alexandre y Elizabeth —anunció su abuelo—. Porque el
amor perdure a través de los años, así como el de sus padres, que
son el más vivo ejemplo de compresión, tolerancia, respeto y amor;
y que en el momento que lo deseen, sean bendecidos con el fruto
del amor… Por el compromiso que han adquirido. Por ustedes. —
Levantó su copa y todos lo hicieron.
Elizabeth ni siquiera probó de su copa, solo se giró hacia
Alexandre, se puso de putillas y se le colgó del cuello, para darle un
beso que dejaba ver su emoción.
Samuel solo centró su mirada en las puntas de sus zapatos para
no tener que ver eso, pero pocos segundos después, se dio media
vuelta y se marchó, dejando en su camino la copa intacta sobre una
de las mesas, siendo el centro de atención de los que con sonrisas
brindaban por la pronta unión.
—Permiso —dijo Ian y se fue tras él.
Sabía que su padre haría lo posible por hacerle entender a su tío
que estaba bien si su hija deseaba formar una familia, aunque fuese
muy joven para hacerlo.
—Disculpen a mi marido, todavía no se hace a la idea de que su
niña vaya a casarse —comentó Rachell, forzando una sonrisa—.
Solo necesita unos minutos a solas.
—Comprendo, yo no quiero ni pensar cuando llegue algún chico
a enamorar a mi pequeñita —dijo Guilherme, el padre de Alexandre,
dirigiendo su mirada hacia Luana, que, aunque era su nieta, la había
criado como a una hija—. En cambio, que uno de mis hijos vaya a
casarse lo veo como un milagro. —Ante su comentario muchos
rieron—. Ya era hora.
—Sí que lo era. —Sonrió Thais.
Renato hizo una mueca que no se acercó en absoluto a la
sonrisa, cuando todas las miradas se dirigieron a él. Sabía que su
madre se sentía identificada con ese señor, porque ella también
tenía dos varones; y hasta la fecha, ninguno le había dado la
seguridad de una relación seria.
Al terminar la cena, los más jóvenes estaban ansiosos por
abandonar la casa e irse a Copacabana al Reveillon, excepto él,
pero no tenía más opción que dejarse llevar por la corriente.
Las niñeras estaban luchando por llevar a los quintillizos a dormir,
por fin descansarían un poco de tanta perorata infantil que lo
aturdía. Exhaló aliviado y buscó apartarse de la reunión familiar, por
lo que fue a sentarse en uno de los escalones de las escaleras que
daban al ala oeste de la casa y buscó el móvil para escribirle un
mensaje a Samira. Sin embargo, su preciada tranquilidad duró poco,
porque casi enseguida se le sumaron Matt y Oscar, con el mensaje
a medio escribir, tuvo que devolver el teléfono al bolsillo de su
pantalón blanco.
Tanto Matthew como él se dieron cuenta de las constantes
miradas que su primo Oscar le dedicaba a la hija de Alexandre, que
en ese momento se encontraba acariciando tiernamente los rizos a
su hijo dormido en sus brazos.
Es bonita, ¿cierto? —dijo Matt con pillería codeando a Oscar.
—¿Qué? ¿Quién? —Se hizo el desentendido, pero el sonrojo
que se apoderó de él lo dejó en evidencia.
—No te hagas, es evidente que la hijastra de Elizabeth te gusta
—comentó Renato con un tono apacible.
—¿A mí? —Bufó, tratando de quitarle importancia, pero tenía el
corazón latiéndole a mil por hora—. No, en absoluto, sí es bonita,
pero Melissa es más linda y es mi novia.
—Bueno, si a ti no te interesa —habló Mathew fijando la mirada
en la jovencita—. A mí sí, seguro que lo tendré muy fácil;
evidentemente, ya no es virgen… Cuando ya han probado lo bueno,
es suficiente con que le digas unas cuantas cosas al oído para
llevártelas a la cama.
A Renato no le gustó en absoluto ese comentario, pero prefirió
reservarse su opinión.
—Matt, desvía tus intenciones a otro lado. —Rugió en un
murmullo Oscar—. Su padre es mi amigo… —Le recordó,
sintiéndose repentinamente muy molesto con su primo.
—Y es una fiera, si se entera de que te metes con su niña podría
desmayarte de un solo golpe —habló Renato—. Lo vi en una roda y
es bastante violento, si quieres seguir manteniendo bonita esa
cara… —dijo en un tono más divertido acariciándole la mejilla—,
será mejor que ni la mires.
—¿Y qué piensa cuidar? Además, no tiene porqué enterarse.
—Se enteraría porque yo se lo diría —aseguró Oscar con el ceño
fruncido—. Ella será parte de nuestra familia y tienes que respetarla.
—¡Estás celoso! —Rio Matt golpeándole un hombro—. Te gusta y
no puedes ocultarlo… No te sientas mal porque te gusten dos chicas
al mismo tiempo, yo en este momento tengo cuatro novias, y a todas
las quiero por igual.
Renato y Oscar rieron mientras negaban con la cabeza;
definitivamente, Matt no tenía remedio.
En ese momento sus tíos Samuel y Rachell los llamaron para
que se fueran con ellos a Copacabana donde irían a despedir el
año.
Ahí, con tanta gente alrededor se le hacía imposible comunicarse
con Samira, sobre todo si tenía los ojos de Matt encima.
Unas calles antes de llegar a la avenida Atlántica ya todo era un
caos, por lo que tuvieron que dejar los autos y seguir a pie hasta
donde se estaba haciendo la celebración a la orilla de la playa.
El ambiente que se respiraba era de fiesta, de pura energía
positiva; no se podía esperar menos cuando se reunían más de
cuatro millones de personas locales y turistas en su mayoría
vistiendo de blanco, como ya era tradición.
Todo el mundo cantaba y bailaba, no faltaba el que se atravesaba
a dar un abrazo, algunos más sobrios que otros, pero todos con la
felicidad impregnada en el rostro. Renato odiaba estar entre
desconocidos que sin pedir ni permiso lo abrazaran o besaran, esas
aglomeraciones lo alteraban totalmente, pero no tenía más opciones
que cumplir con su familia, acompañarlos a dónde quisieran, le
faltaba valor para imponerse y decir que no quería estar ahí.
Samuel y Rachell los dejaron del otro lado de la calle, porque
ellos se irían al hotel Copacabana Palace, donde tenían como
costumbre recibir el año nuevo en una suite. A los tres chicos les
tocó esperar a que Elizabeth, Alexandre, Luana, Hera y Helena se
reunieran con ellos para dirigirse cerca del Reveillon, donde se
llevaría a cabo la quema de fuegos artificiales que esperaban
colocados en balsas a unos metros de la costa y brindarían un
espectáculo maravilloso de luz y color. Pocas celebraciones de Año
Nuevo en el mundo podrían compararse con esa.
Entre más se acercaban a la multitud, más le agobiaba a Renato,
pero veía tanto entusiasmo en sus acompañantes que no deseaba
ser aguafiestas.
Decidieron quedarse cerca de un quiosco de bebidas, así se le
haría más fácil refrescarse; aun así, estaba en medio de la multitud
que apenas dejaba espacio para respirar.
Todos los demás estaban muy cómodos, bailando, siguiendo el
coro del cantante que estaba a varios metros en una tarima
animando el evento. Alexandre y Elizabeth no paraban de besarse,
al punto de que ya le tenían en estómago revuelto. Oscar había
encontrado el valor para acercarse a Luana, Matt ya había ligado
con una chica, Hera y Helena no paraban de parlotear, mientras él
estaba sudando y rascándose el cuello.
Justo sacó su teléfono para terminar de escribir el mensaje y
enviárselo a Samira cuando Hera lo abordó, por lo que rápidamente
devolvió el móvil al bolsillo.
Ven Renato, vamos a bailar… pidió con una amplia sonrisa
y tomándolo por la mano.
Sabes que no bailo, no me gusta refunfuñó mirando a la
multitud.
Solo esta canción y ya, porque sabemos que sabes bailar,
solo que no te gusta…
Y que no me guste, debe ser suficiente razón para que
respetes mi decisión comentó, sintiendo ya el cuello pegajoso por
el sudor.
Solo una, compláceme, por favor, sobrino querido… o le
pediré a alguno de los tipos que están ahí. Señaló a un grupo de
cinco hombres que no tenían el mejor de los aspectos.
Está bien. Cedió con una exhalación.
Hera que sabía que él no era el mejor bailarín, pero solo por falta
de práctica, fue quien lo guio en el pagode ; sin embargo, unos
cuantos pasos después Renato dejó la renuencia de lado e hizo las
cosas más fáciles para su tía.
No pudo enviarle antes del conteo un mensaje a Samira, durante
la cuenta regresiva mucho menos, ya que estaba ahí con sus
familiares a la espera del inicio de un nuevo año.
Después de los abrazos que recibió y dio con algo de resistencia,
los mejores deseos casi gritados en los oídos, debido a la euforia
generalizada, fue que pudo escabullirse con la excusa de que
necesitaba un poco de aire; al llegar al otro lado de la calle, buscó
su móvil para llamar a Samira, como se lo había prometido y le
marcó, pero luego de repicar varias veces, la llamada se fue al
buzón de voz.
Intentó nuevamente y pasó lo mismo, siguió marcando sin parar,
obteniendo siempre el mismo resultado, ella no le atendía.
¡Mierda! exclamó al tiempo que se mesaba el cabello con
desesperación, si seguía en ese plan, pronto se quedaría calv o .
No puede ser, atiende gitanita, atiende… Resopló desesperad
o . Mierda, mierda, mierda…
Le envió un mensaje pidiéndole que le respondiera, que deseaba
darle el feliz año nuevo, se fijó en que estaba conectada, se quedó
esperando a que viera su mensaje y le respondiera, pero a los
pocos segundos se desconectó. Se llevó las manos a la cabeza,
porque no sabía qué pensar, bien podría deberse a un error, pero
presentía que Samira no le estaba atendiendo las llamadas
intencionalmente. Volvió a marcarle una vez más, pero en esta
oportunidad la llamada se fue directamente al buzón de voz, en ese
momento no le quedaron dudas, ella no quería hablar con él.
CAPÍTULO 83
Samira con las lágrimas desbordadas y el pecho adolorido
apagó su teléfono y lo tiró sobre la cama, ya no podía soportar más
vivir en esa mentira, él no iba a cejar en su empeño por buscarla,
por arruinarle la vida; era un mentiroso patológico, no podía creer
que siguiera insistiendo tanto en su engaño, en su farsa. Ella no
dejaba de preguntarse si acaso a él no le importaba el daño que le
estaba haciendo con todo eso. Su abuela, su familia, todos en su
comunidad tenían razón, los payos eran unos desgraciado que
disfrutaban haciéndole daño a las gitanas estúpidas como ella.
El dolor acumulado y tóxico que sentía en ese momento fue el
que la llevó a tomar una decisión bastante radical e impulsiva, pero
a su vez, que creía era la más sensata. Necesitaba ser fuerte,
porque lo que estaba a punto de hacer no tendría vuelta atrás. Así
que para no arrepentirse, aprovechó que a su correo electrónico
había llegado una extraordinaria oferta de Año Nuevo, para marcar
una verdadera línea de separación entre ella y Renato. Sin perder
tiempo, se levantó de la cama donde llevaba una hora sentada,
después de llegar de la celebración, que al igual que en Navidad, lo
había pasado con sus amigos. Ellos le habían insistido para que se
quedara, que no debía quedarse encerrada en la habitación sola,
pero ella alegó que se sentía muy cansada y que le estaba iniciando
un ligero dolor de cabeza. Claramente se dieron cuenta de que solo
quería llorar su pena en soledad, por eso la dejaron marchar
tranquila.
Fue hasta la cocina, sacó de debajo de la encimera las
maletas, las abrió y dejó en el piso, para empezar a meter su ropa,
sabía que tenía un par de días para dejar todo listo, pero necesitaba
mantener su mente ocupada en algo que la ayudara a parar de
llorar. No era mucho lo que tenía que empacar, igual, las pocas
cosas que había ido adquiriendo para darle calor de hogar a su
vivienda, se las podría dejar a Ramona o a Daniela, sabía que
ninguna de las dos se negaría a cuidar de sus enseres.
Por más que quiso dormir, el sueño la rehuía, así que siguió
seleccionando lo que para ella tenía más valor y que a su
consideración debía llevar a su próximo destino. Con un par de
maletas había llegado y con un par de maletas se iría.
El reloj en la MacBook marcaba las nueve de la mañana
cuando empezó a redactar su carta de renuncia para enviársela a
Nancy, a pesar de que le ardían los párpados, siguió con su plan.
Justo pulsó el botón de enviar cuando la ventana de mensajería
instantánea se abrió y sonaba una videollamada entrante de
Renato, un sabor agridulce se apoderó, no solo de su paladar sino
que lo sintió recorrer todo su esófago hasta convertirse en acidez en
su estómago.
No podía creer que estar enamorada y con el corazón roto la
hiciera sentir tan enferma.
Rechazó la llamada y antes de que entrara otra llamada o
mensajes que la hicieran cambiar de opinión, apagó también la
computadora. Sabía que no le extrañaría si no la veía conectada,
después de todo, a esa hora debería estar durmiendo.
En un intento por deshacerse del dolor que le oprimía el pecho,
se fue al baño y al mirarse al espejo, se desconoció, no solo tenía
cara hinchada y sonrojada dándole el aspecto de un tomate, sino
que también tenía el maquillaje corrido.
Buscó en el mueble del lavabo unas motas de algodón y
desmaquillante para quitarse ese desastre de colores chorreados,
mientras seguía llorando, no podía creer que pudiera seguir
llorando, pensó estar mejor, había pasado días en que la
desconexión la ayudó a centrarse, a trazar un plan de acción para
los siguientes meses, iba a esperar a que Renato fuera en enero a
visitarla para cortar con él y echarle en cara todo lo que sabía. Pero
toda la calma se la había llevado el descaro que ese hombre poseía.
No podía creer que fuera tan cruel, ella marcó la distancia, para
que él entendiera que ya no deseaba seguir siendo su marioneta,
ese trapito sucio que usaba para desfogarse, pero él seguía
insistiendo en ese juego macabro que seguramente ni siquiera se
había dado cuenta que ya se le había desbaratado.
Se recogió el cabello y se puso un gorro de baño, se desvistió y
entró a la ducha, donde se quedó bajo el agua tibia por bastante
tiempo.
Salió solo con una bata de baño y se fue a la cama, se obligaría
a descansar, desconectar el cerebro o terminaría en el hospital, de
eso estaba segura.
Le tomó más de una hora conseguir quedarse dormida, pero
solo fue para tener nuevamente sueños bastante desagradables, no
supo por cuanto tiempo durmió, pero despertó sudada, con el pecho
agitado y un terrible dolor de cabeza.
En cuanto abrió los ojos reparó en la decisión que tomó de
marcharse, alejarse lo más posible de Renato, no iba a permitir que
él le siguiera arruinando la vida. Debía reencausar su vida, buscar la
manera, por sus propios medios, de volver a enfocarse únicamente
en su meta de convertirse en una profesional, regresar junto a su
familia e intentar volver a ser feliz. Ella tenía muy clara sus
prioridades y sufrir por un hombre, no era una ellas.
Encendió el teléfono, pero lo dejó en modo avión para que no le
llegaran ni los mensajes ni las llamadas perdidas que seguramente
Renato le había hecho a lo largo de la noche. Miró la hora en su
teléfono, ya eran las dos de la tarde, había dormido por lo menos
cuatro horas, pero se sentía igual o más agotada que antes de
quedarse dormida, pero debía levantarse y ponerse a empacar lo
que le faltaba, era mejor no seguir perdiendo el tiempo, porque
apenas tenía un par de días para dejar todo en orden.
Llevaba poco más de una hora, recogiendo algunos utensilios
de cocina y guardándolos en las cajas donde habían llegado,
cuando un toque en la puerta la sobresaltó, de inmediato el corazón
se le instaló en la garganta latiéndole tan deprisa que podía sentirlo
hasta en sus sienes.
Gypsy .
Escuchar la voz de Ramona le hizo sentir rápidamente alivio y
se llevó la mano al pecho en un gesto de consuelo. Recordó
entonces que habían quedado en ir a comer algo en Bellavista. Al
echar un rápido vistazo al desorden de cajas que tenía regadas en
la casa, fue que se dio cuenta de que seguramente su amiga
pondría el grito en el cielo.
¡Hey , hey…! ¿qué sucede? Ramona se sorprendió ante
lo que estaba viendo a su alrededor. Samira al instante se le
llenaron los ojos de lágrimas una vez má s . Mi niña, ¿qué pasó?
preguntó, amarrándola en un abrazo de oso.
Samira se dejó hacer y sin poder contenerse más se echó a
llorar. Mientras Ramona le acariciaba la espalda y la parte posterior
de la cabeza. Un par de minutos le llevó calmarse un poco e invitarla
a pasar, porque se había quedado justo bajo el quicio de la puerta.
¿Qué significa todo esto? interrogó nuevamente la gitana
mientras sus ojos marrones observaban las cajas y maletas a medio
llenar.
Me voy a España, ya hablé con Romina y Víctor, me
quedaré con ellos mientras encuentro algún trabajo… comentó,
sorbiendo por la nariz.
Espera, Samira… No estoy entendiendo nada. Sus ojos
muy abiertos y sus mejillas arreboladas demostraban su turbación.
Ya no puedo seguir aquí, sé… un chillido cargado de
llanto la interrumpi ó . Sé que me has ayudado mucho, pero no
puedo quedarme en Chile, necesito irme…
Es tu padre, ¿te consiguió? ¿Sabes que estás aquí? La
sujetó firmemente por los hombros, anclándola con la mirada, pero
ella negaba con la cabeza—. Samira, no me digas que esto es por
Renato. ¿Vendrá a buscarte? ¿Quieres seguir evitándolo? Porque
puedo llevarte a otro lugar, esconderte por un tiempo.
No puedo vivir escondiéndome, él puede aparecerse en
cualquier momento donde quiera que esté, Ramona necesito poner
una distancia real, necesito saber que puedo caminar por la calle
tranquila sabiendo que no me lo toparé. Se restregó la cara con
ambas manos, dejándola más roja de lo que ya la tení a . Soy
débil… Lo amo tanto que sé que con cualquier cosa que me diga
volverá a embaucarme y yo me quiero más a mí, Ramona, no puedo
permitir que él me siga haciendo tanto daño.
Te entiendo Gypsy , pero me parece una locura lo que
pretendes hacer. Ella la consolaba, no podía creer que Samira
decidiera tomar una decisión tan drástic a . Solo tienes que
encararlo, echarle la verdad a la cara, decirle que no eres una idiota
de la que él se puede seguir burlando, si sigue insistiendo hasta
podemos ir a la policía a denunciarlo y si es necesario, poner una
orden de alejamiento, lo que sea, con tal de evitar que te tengas que
ir Sami…
La llevó consigo al sofá de la salita y se sentó a su lado y se
dedicó a apartarle los mechones que se le habían pegado a la cara,
también le limpiaba las lágrimas, le dolía tanto verla así, porque su
amiga era una chica que no merecía sufrir de esa manera.
Sé que en este momento te sientes mal, pero no tienes que
marcharte, aquí tienes buenas oportunidades, no puedes dejar el
trabajo así como así, ya está tan cerca de la fecha de inscripción del
instituto técnico, no es justo que tengas que sacrificar todo eso
porque él sea un maldito. Intentaba de la mejor manera hacerla
entrar en razón
Es… es un trabajo que conseguí gracias a él… No quiero
deberle nada. Sollozó y se limpió un hilillo de mocos y lágrimas
que le bajó por la nariz.
Mi niña. Ramona la abrazó con fuerza, mientras se
tragaba las lágrimas, la mecía en medio de su consuel o . No
quiero que te vayas, pero si crees que esa es la mejor decisión, que
es lo que necesitas para sanar, lo respeto, me quedo tranquila
porque sé que Romina y Víctor te cuidarán, estarás segura con
ellos.
Puedo pedirte un favor. Samira también la estrechó con
fuerza, porque sin duda la echaría muchísimo de menos.
Claro, cariño.
No puedo llevarme todo, podrías guardar mis cosas, sé que
no tienes mucho espacio…
Tranquila, ya resolveremos eso… Cuando necesites,
empezamos a organizar todo para llevarlo a mi pieza…
Tendría que ser hoy, me voy mañana por la noche.
No, no… ¿por qué tan rápido? preguntó desorientada y
se apartó del abrazo para buscar una vez más la mirada de su
amiga.
Porque Renato vendrá y no quiero verlo, sé que si lo veo
terminaré echando por tierra el poco de orgullo que me queda… Te
suplico que, si te escribe o te busca, no le digas nada de mí, dile
que no sabes nada…
Ni que me torturen diré nada, de mi boca no saldrá ni «mu».
Le dio su palabra, su fidelidad estaba con Samira y nadie má s
, pero debes buscar la manera de hacerle saber que ya no estarás
aquí, sino quieres decirle los motivos de por qué te marchas, por lo
menos no lo dejes a la deriva, dile que ya no quieres nada más con
él y que no te busque. Si es lo que deseas… Sabemos que es un
loco mentiroso, pero al menos debería darse por entendido.
Lo haré, tampoco quiero que venga a molestarte.
Bueno exhaló y se frotó las manos en los muslos, luego
aplaudi ó . Tenemos que ponernos manos a la obra, porque
tienes poco tiempo para arreglar todo… ¿Ya hablaste con la señora
Agustina? preguntó al tiempo que se levantaba y miró a otro lado
para ocultarle a Samira, las lágrimas que se asomaban a sus ojos,
por supuesto que le dolía mucho su partida, pero sabía que, en ese
tipo de situaciones, alejarse era la mejor opción. Solo la distancia, el
tiempo y cortar todo tipo de contacto con esa persona era la única
manera de sanar el alma y reencontrase a una misma.
Le escribí a su hijo, me respondió que lamentaba que tenga
que marcharme, pero no tiene problema con eso y me deseó suerte.
Le dije que te dejaré para que le pagues el mes completo, pero me
dijo que no hacía falta, ya que solo estaré un par de días… —Agarró
una bocanada de aire y se levant ó . También le envié el correo
de renuncia a Nancy, aún no lo ve, supongo que por ser el primer
día del año no quiere saber nada de trabajo. Se acuclilló para
agarrar los libros de su pequeño estant e . Solo me llevaré dos,
los demás me los guardas como si se tratara de un tesoro le
pidió, acariciando la portada de uno de los libros de romance con
final feliz que Renato le había regalado, no pudo evitar pensar que
quizá esa fue parte de su estrategia para engañarla como la tonta
que era.
Decidió que se llevaría dos de los que ella misma se había
comprado, preferiría no llevarse nada que le recordara a él, pero
había cosas que le había obsequiado que tendría que llevárselas
obligatoriamente, sobre todo los abrigos porque debía ir
preparándose psicológicamente para enfrentarse una vez más a un
crudo invierno.
Lo haré, prometo que los cuidaré con el alma, ¿tienes otra
caja? preguntó al ver que aparentemente no había donde guardar
más cosas.
No, tengo que ir a comprar y no sé si encuentre algún lugar
abierto.
Yo tengo dos en la pieza, voy a buscarlas.
Gracias.
Ramona salió rauda, Samira siguió apilando los libros y su
mirada se fue al móvil en la cama, se moría por activarlo, pero no
podía dejar que siguiera haciéndole daño con sus palabras bonitas,
cualquier cosa que le dijera podría socavar los cimientos de su
decisión y ya no había espacio para arrepentimientos.
Ramona regresó con cuatro cajas.
Justo salía de mi pieza cuando me topé con Sofía, le
pregunté si por casualidad tenía cajas y me dio estas dos dijo al
tiempo que empezaba a guardar libro s . Por supuesto, no le dije
que te marchas, eso debes hacerlo tú.
Sí, esta noche en la cena lo haré. Ya habían planeado
todos los de la residencia reunirse en el patio central de la gran
casona.
Pocas horas les tomó terminar de empacar todo y llevarlo a la
pieza de Ramona. Samira se quedó justo con lo que necesitaría el
día que aún permanecería ahí, incluso, había preparado la ropa más
abrigadora para viajar. De vez en cuando se le escapaba un suspiro
nostálgico, se hubiese puesto a llorar de no ser porque Ramona le
pidió que fueran a comer algo.
Mientras caminaban por la calle, ella estuvo segura de que
extrañaría muchísimo Santiago, se había acostumbrado a la ciudad,
le gustaba su gente, su comida y sus sitios.
De regreso a la pieza se duchó y empezó a sentirse
verdaderamente agotada, haber dormido tan pocas horas le estaba
pasando factura, pero antes decidió arriesgarse y activó el internet
en su teléfono, no podía seguir comportándose como una cobarde,
lo mejor era enfrentar el momento.
Enseguida su teléfono empezó a vibrar con las notificaciones
entrantes, cada una de ellas hacía que su corazón diera un vuelco,
al darse cuenta en el visor de que se trataban de Renato, las manos
le temblaban y la garganta se le secó.
Apenas vio el primer mensaje en el que le pedía disculpas,
puso los ojos en blanco, porque era lo mismo de siempre. No le dio
tiempo de leer el segundo mensaje cuando una videollamada
entrante la interrumpió. Sabía que debía responderle, mostrarse
serena y no echarse a llorar de la rabia que le daba que la creyera
tan estúpida.
Respiró profundamente y exhaló lentamente, esperando que
los latidos se ralentizaran y las manos dejaran de temblarle tanto.
Hola saludó casi ahogada cuando por fin le contestó, no
se sentía con el valor necesario para mirarlo de frente, así que
desviaba sus ojos a varios puntos en su pieza, sobre todo a sus
maletas que estaban junto al clóset.
Hola, cariño, estaba muy preocupado porque no estabas en
línea… ¡Feliz año nuevo! Intentó ser efusivo, pero falló
notablemente, solo tenía una sonrisa nerviosa.
Disculpa, payo… Es que me dormí muy tarde, cuando
desperté el teléfono se descargó casi enseguida, lo dejé cargando y
salí con Ramona a comer, llegué hace unos minutos. Si él era
bueno fabricando mentiras, ella también podía serl o . ¡Feliz año
nuevo! dijo con una falsa sonrisa, mientras luchaba con la acidez
en su estómago. —Anoche me hiciste muchísima falta, estoy seguro
de que habrías disfrutado mucho la exhibición en el Reveillon.
No importaba qué le dijera Renato, no la haría cambiar de
parecer, ya la decisión de marcharse estaba tomada, aunque le
doliera el alma.
Ayer accedí a acompañar a mis primos y tías, pero fue
bastante incómodo confesó, porque con ella siempre había
podido ser sincer o . Y tú, ¿cómo lo pasaste? preguntó
admirándola, deseaba tanto poder besarla, percibir su aroma a
flores silvestres.
Ah, muy bien… ya sabes, con mis amigos, estuvimos hasta
muy tarde, apenas he dormido pocas horas. Por cierto, ya Ramona
no debe tardar en tocarme la puerta, tenemos la cena aquí en la
casa.
Cierto, sí, me contaste… Imagino que estás ocupada, ¿te
parece si hablamos más tarde? propuso, hubiese preferido poder
conversar más tiempo con ella, pero no quería parecer controlador.
Sí, me parece bien. Sonrió con tristeza. Se molestaba
consigo misma, porque él seguía pareciéndole tan hermoso, tan
perfecto.
Está bien, te extraño, no veo la hora da que volvamos a
estar juntos.
También te echo de menos.
Te quiero gitana dijo con un tono bastante íntimo.
Yo también, payo, jamás lo dudes… Esa era su
despedida, por lo menos, la más persona l . Estás en mi corazón
y mis pensamientos, incluso más de lo que deberías.
Tú también estás en mí, en todo momento. Nos vemos en un
rato.
Samira gimió al tiempo que asentía con la cabeza, confirmando
que estaba de acuerdo. En cuanto terminó la llamada agarró una
bocanada de aire porque había estado conteniendo el aliento y una
vez más se echó a llorar. Le gustaría demasiado terminar seca y no
tener que seguir derramando lágrimas por Renato.
CAPÍTULO 84
En medio de un fuerte abrazo y muchas lágrimas Samira se
despidió de Ramona, Julio César, Daniela y Mateo, quienes la
acompañaron al aeropuerto, aunque solo los tres primeros eran los
únicos que conocían la verdadera razón de su partida, para el resto,
se trataba de una emergencia familiar y que esperaba pronto volver;
pero ella bien sabía que no sería así.
Avísame en cuanto llegues, Romina me dijo que me
mantendrá al tanto, pero no estaré tranquila hasta que no seas tú
quien me asegure que has llegado bien pidió, limpiando con sus
pulgares las lágrimas que corrían libremente por las mejillas de
Samira.
Te prometo que te llamaré. También limpió las lágrimas de
Ramona y luego se volvió a Daniela.
Ay, chama, voy a extrañarte muchísimo. La risa de la
venezolana se convirtió en llanto y abrazó con fuerza a la viajer a
. No te olvides de nosotros.
Jamás podría olvidarme de mi nueva familia, los extrañaré a
todos muchísimo, prometo que seguiremos en contacto y que algún
día, nos volveremos a ver. Nunca podría dejar atrás del todo a
estas personas que le abrieron su corazón y que siempre estuvieron
para ella. Dejó de abrazar a Daniela para irse a los brazos de Mate
o . Gracias por todo, por ser tan bueno conmigo, cuida mucho de
Ramona.
Lo haré, ve tranquila, que esa gitana queda en buenas
manos dijo Mateo, frotándole la espalda en un gesto fraternal.
Julio César estaba de espalda a ella, seguía muy molesto por
esa decisión apresurada, no quería perder a la gitanilla que tanto
había llegado a querer. Samira se le acercó y con tristeza lo abrazó,
al principio él no le correspondió, pero pasado un par de segundos,
sí que lo hizo y con fuerza, pensando en todos esos que no le
podría dar en el futuro.
—Gitanilla, gitanilla, que falta me harás gitanilla… —El chico no
pudo retener por mucho tiempo las lágrimas, le dolía tener que
separarse de la chica que consideraba casi una hermana, pero
sabía que ella tenía que extender sus alas y buscar la paz que se le
había diluido entre los dedos. Sin soltar el abrazo le habló al oído—.
Prométeme que te cuidarás, que aprenderás a reír de nuevo, que no
dejarás que la tristeza y las penas de amor te marchiten.
—Te lo prometo Julio —contestó ella, en medio de un mar de
lágrimas—, prometo que volveré a ser esa chica fuerte que ustedes
conocieron y que se está lamiendo las heridas en este momento.
—Así me gusta mi niña, nosotros te echaremos mucho de
menos y siempre estaremos aquí para lo que necesites, no nos
olvides. —Él quizás era el que más claro tenía que quizá nunca más
volverían a verse, porque había personas que solo llegaban para
enseñar cosas que de otro modo no podría aprender, pero que
luego debían seguir su camino. Solo rezaba para que el destino le
permitiera volverla a ver, aunque fuese para comprobar que había
vuelto a ser la misma chica risueña que conoció, pero mucho más
fuerte y siempre valiente.
—Nunca lo haré, siempre seremos esa familia que nos dio la
vida. Los quiero mucho.
Por más que quisiera quedarse un poco más, no pudo hacerlo,
le dio un último abrazo a cada uno y se marchó, en medio de
sollozos que intentaba contener con una mano en la boca, mientras
que con la otra tiraba de la maleta de mano.
En medio de lágrimas pasó migración y luego se fue a un baño
para intentar calmarse un poco, estando ahí, recibió un mensaje de
Ramona que le recordaba que debía hablar con Renato.
Sabía que tenía que hacerlo, pero no sabía cómo empezar ese
mensaje y debía hacerlo antes de abordar al avión; así que,
disponía de poco más de una hora para dar ese último paso.
Tras varios minutos de dejar que el chorro de agua impactara
en la parte interna de sus muñecas, porque no sabía dónde había
leído que esa era la manera más eficiente para serenarse, salió del
baño y se fue a la sala de espera. Ahí empezó a escribir la
despedida, aunque primero decidió dar de baja su cuenta de correo;
después de todo no tenía cosas importantes ahí.
Con redes sociales no tuvo problemas porque no contaba con
ninguna, siempre tuvo miedo de que su familia diera con ella por esa
vía. Estaba segura de que sus padres no se pondrían a buscarla en
redes sociales, pero sus cuñadas sí. Así que eliminar sus redes fue
lo primero que hizo cuando escapó de su casa.
Ahora, le tocaba hacer lo mismo con Renato, debía eliminar
cualquier pista que lo pudiera conducir a su paradero. Aunque con el
poder que tenía su familia, sabía que, si quería, él podría hacer todo
lo posible para hallarla, así se ocultara debajo de una piedra, pero
esperaba que entendiera que ya no lo quería en su vida.
Habían pautado una video llamada para esa noche a las nueve,
lo que él no sabía era que para ese momento ya ella llevaría una
hora de vuelo.
Escribía y escribía, pero terminaba borrando, porque no sabía
qué decirle, escupió en varias oportunidades las verdaderas razones
de por qué había tomado la decisión de marcharse, pero terminaba
desistiendo, no tenía sentido seguir humillándose ante él.
Renato.
De alguna manera, estas palabras serán como mi carta de
despedida, sé que es bastante informal hacerlo así, pero no
he encontrado otra forma.
Solo quiero agradecerte por todo lo que hiciste por mí, no
quiero que pienses que soy una malagradecida, sé que sin tu
ayuda jamás habría llegado tan lejos, pero ha llegado la hora
de que continúe sola mi camino. Necesito crecer y velar por
mí misma.
Gracias por ser mi primer amor, el primer hombre en mi vida,
mi mejor amigo y por creer en mí. Eso es lo único que
empaqué en mi maleta, los más bellos recuerdos que deseo
atesorar eternamente. Lo malo, las mentiras, el dolor, preferí
dejarlos encerrados en una caja que se quedó en ese cuarto
que tuve que dejar atrás, porque era una carga muy pesada
que me terminaría envenenando el alma.
Te amo con toda mi alma, pero eso ha hecho que olvide como
era amarme a mí misma; soy muy joven para que alguien se
convierta en el centro de mi mundo; así que me voy lejos,
para seguir conociendo todo lo que llevo por dentro y volver a
sentir paz.
Nunca podré olvidar el hombre que fuiste conmigo, ese que
me veía a los ojos sin ocultarse, lo demás, ya no importa.
Quiero que seas feliz y estés tranquilo.
Adiós, payo.
Leyó y releyó el mensaje mientras le temblaba la barbilla y la
vista se le nublaba por las lágrimas.
Cuando empezaron a llamar para abordar, se acomodó el
abrigo en el antebrazo, se levantó y tiró de su maleta, siguió la fila
hasta donde estaba el personal de la aerolínea, mostró el código de
su pasaje y se dirigió hacia el túnel de embarque.
Sentía que cada paso que daba era una decisión equivocada,
pero ciertamente para ella era la única opción. Quería desaparecer y
no mirar atrás, irse a donde pudiera deshacerse de todo el dolor que
le dejó amar a alguien que al parecer nunca le correspondió. Quería
olvidar esa pena que anidaba en su corazón y que la estaba
asfixiando, porque no sabe en qué momento todo se torció.
En cuanto subió a la aeronave, buscó su asiento; solo
entonces, le envió el mensaje a Renato, se quedó con la mirada fija
en la pantalla y una vez que se aseguró de que él había visto el
mensaje, desactivó la línea y apagó el teléfono. Más lágrimas se
derramaron, volvió la cara hacia la ventanilla al tiempo que se
limpiaba las mejillas con el dorso de la mano.
Si no se iba ahora, creería una vez más sus mentiras, y al final
se terminaría convirtiendo en una triste versión de ella misma. Solo
se conformó con mirar la noche y empezó a recordar todos esos
momentos cuando estuvo con él, cada una de las decisiones que
ambos tomaron y que no lamentaba en absoluto, todo lo que sintió
estando a su lado, ya que hasta cierto punto fue maravilloso… La
hizo volar; pero como no podía retroceder el tiempo, lo mejor sería
alejarse, ahora que todavía estaba a tiempo de rescatarse, de lo
contrario, era seguro que pondría en riesgo las cosas que sí eran
importantes en su vida.
Los reflectores de la cancha de fútbol de la mansión Garnett,
estaban encendidos, ya que varios miembros de la familia
disputaban un partido. En cuanto Ian pitó el entretiempo, todos
corrieron fuera del césped en busca de toallas para secarse el
copioso sudor y bebidas refrescantes, a pesar de que era una noche
particularmente calurosa, no dejaron para después el juego.
Renato prefirió una lata de soda Bang, Star Blast. Estaba tan
agitado que el pecho le dolía, los hilos de sudor bajaban por sus
sienes y apenas conseguía respirar, cuando vio en la banca la
pantalla de su teléfono iluminarse debido a la notificación entrante
de un mensaje de Samira.
Ignorarlo no era una opción, por lo que de inmediato lo agarró,
mientras abría el mensaje, se secaba la nuca con la toalla y una
sonrisa tonta lo delataba; no obstante, en cuanto leyó la primera
línea la sonrisa se le congeló y se quedó paralizado. Una subida de
adrenalina le recorrió el cuerpo, por lo que se sintió como si por
dentro estuviera girando a un millón de kilómetros por hora, mientras
por fuera permanecía inmóvil. El vapor lo rodeaba como si fuera
niebla y le impedía razonar, mientras en su cabeza no había más
que un griterío de pensamientos opuestos.
«Mierda, mierda… ¿Esto qué significa? ¿Qué es esto,
Samira?»
Agarraba bocanadas de aire porque el oxígeno no le estaba
llegando a los pulmones e intentaba contener unas emociones que
estaban a punto de explotar.
Estaba paralizado por la incertidumbre, oía cómo su propia voz
resonaba en su interior, dándole consejos a gritos, insistiendo:
«Cálmate, todo tiene una explicación, seguro todo es un error, no te
dejes llevar por el miedo, no puedes creer esta mentira», a pesar de
que sus dedos estaban temblorosos, consiguió marcarle una
llamada que de inmediato se fue al buzón. Eso hizo que toda su
situación empeorara, el corazón se le instaló en la garganta.
Sabía que tenía que reaccionar, pero no podía moverse a pesar
de que internamente se gritaba que se pusiera en marcha.
Renato, Renatinho… Escuchó la voz de Elizabeth lejana y
casi como un eco, que le apretara el hombro, lo hizo salir de la
bruma en la que se encontraba.
¿Qué? preguntó y apenas consiguió que sus palabras
brotaran ahogadas.
¿Estás bien? Se preocupó por él porque lo notó bastante
pálido, imaginó que el calor le había bajado la tensión, tenía la tela
de la camiseta húmeda por el sudor y estaba frío.
Sí, sí… Sumido en una mezcla de emociones, agarró su
billeter a . Tengo que irme le comunicó a su prima. Se marchó
sin dar ninguna explicación a nadie, lo que hizo que todos se
quedaran perplejos y confundidos.
¡Renato! Escuchó que su padre le llamaba, pero no se
detuv o . ¿Qué sucedió? preguntó llegando hasta Elizabeth.
No lo sé, solo dijo que tenía que irse respondió ella, tan
aturdida como los demás.
Renato corrió impulsado por un súbito golpe de adrenalina,
llegó al salón que antecedía a la cochera, tomó las llaves de la
bandeja dorada que estaba sobre la mesa junto a la puerta, llegó a
la SUV y subió.
No sabía lo que estaba haciendo, no sabía a dónde iría, aun
así, encendió el motor y salió de la cochera. Apenas atravesaba el
portón de la salida cuando su teléfono vibró con una llamada
entrante, el sonido hizo que sus latidos ya acelerados se
intensificaran, pero toda esperanza murió de golpe al ver que era su
padre. Sabía que, si no le contestaba, probablemente lo rastrearía y
lo seguiría, era mejor tranquilizarlo por teléfono a tener que
enfrentarlo personalmente, por lo que apretó fuertemente el volante
en busca de un poco de control, inhaló profundamente y atendió.
Renato, ¿qué pasó? ¿Por qué te has ido de esa manera?
Estoy bien, papá. Fue lo único que se le ocurrió decir en
el momento—. Solo ha surgido un inconveniente, es algo importante
que debo atender ahora habló mientras se enrumbaba por el
camino serpenteante que lo sacaba de la reserva a una velocidad
más alta de la que solía conduci r . Disculpa que no me
despedí…
No es solo que no te despediste, te has marchado a mitad
del partido dijo con tono escéptico, no podía creer en que todo
estaba bien por la manera en que se marchó.
Lo sé, puedes disculparme con los demás. Había olvidado
que tenía un compromiso muy importante, luego te explicó.
Está bien, Renato, no tienes que darme explicaciones de
todo lo que haces, pero si necesitas que te ayude en algo… Le
ofreció, dejando que el estado de alerta menguara, quizá solo se
trataba de algún compromiso con Samira. Algo que definitivamente
su hijo no iba a contarle.
Lo sé, hablamos luego, papá.
Cuídate le pidió y terminó la llamada.
Renato aprovechó para volver a marcarle a Samira, esta vez no
se fue al buzón de mensajes, sino que le apareció fuera de servicio,
lo que hizo que empezara a respirar entrecortadamente, sus manos
sudaban frío, era consciente de que apretaba cada vez más el
volante y se sintió mareado «solo se le descargó, eso fue lo que
pasó» se dijo, intentando convencerse a sí mismo, aunque en el
fondo sabía la verdad y estaba aterrado.
Se sintió débil como si lo que lo mantenía vivo se le escapara
como la sangre que brotaba de una herida; decidió que la mejor
opción era orillarse antes de terminar accidentado. Estaba a medio
camino, en una calle solitaria y oscura, franqueada por la selva
tropical. Tan solo contaba con la iluminación de los faros de la SUV.
Tomó el teléfono y volvió a mirar el mensaje de Samira; no
podía ser verdad, ella no lo había abandonado. A medida que
asimilaba la situación le crecía una gana incontenible de vomitar, por
lo que abrió la puerta, bajó y expulsó todo el contenido de su
estómago con fuerza.
Doblado y con las manos apoyadas en las rodillas respiró
nuevamente una vez que las arcadas pararon, se limpió la boca con
el dorso de la mano y levantó la cabeza. A medida que pasaba la
impresión inicial, el dolor hacía acto de presencia, inundando su
cerebro de una imagen cada vez más clara: Samira lo había
abandonado y lo hacía a través de un puto mensaje.
Ella decidió dejarlo, decidió todo: el cuándo, el cómo… pero se
olvidó decirle el por qué. Cerró los ojos y tuvo la impresión de estar
a punto de echarse a gritar, pero abrió la boca por completo y no
profirió ningún sonido.
Abrió los ojos, sentía rabia, tanta rabia que era incluso más
devastadora que la tristeza. Se mordió el labio inferior y sintió que
se le agolpaban las lágrimas en los ojos. Creía que iba a estallarle la
cabeza y se echó a llorar, de su boca se escapó un sollozo, después
otro hasta que todo su cuerpo terminó estremeciéndose de
desesperación.
No supo cuánto tiempo estuvo llorando, si fueron minutos u
horas, solo sintió que se le relajaban los músculos.
«Relájate, aspira y espira despacio» se animó limpiándose las
lágrimas con los nudillos al tiempo que resoplaba. «Cierra los ojos y
haz acopio de tus fuerzas, escucha los latidos de tu corazón» se
alentaba, intentando serenarse con esos ejercicios que Danilo le
había compartido.
¿Por qué, Samira? Esa pregunta sin respuesta era la que
le generaba más ansiedad, el no saber qué pudo haber hecho para
evitar este destino, era la peor de las torturas. Luchó contra el sabor
amargo de la bilis que le subió nuevamente a la boca. Tuvo una
nueva arcada, pero no expulsó nada. Entonces se volvió hacia el
auto y cogió la botella de agua que siempre llevaba en el portavasos
y fue cuando se dio cuenta de cuanto le temblaban las manos, ya
que cuando intentar desenroscar la tapa, la tarea se le estaba
haciendo complicada; una vez que lo consiguió y le dio un sorbo, se
enjuagó la boca y escupió.
Pensó que quizá solo estaba molesta o se trataba de una
broma de muy mal gusto. Le había enviado ese mensaje como un
castigo por no haber estado con ella en esas fechas que tan sola se
sentía, se lo había dicho, que esas fechas serían difíciles para ella
que estaba lejos de su familia. Probablemente, estaría en su
apartamento, esperando a que él llegara… Pero solo estaba a
pocas horas de ir a verla, no tenía caso que se marchara justo
cuando él estaba por llegar.
Buscó el teléfono y volvió a marcarle, seguía fuera de servicio;
enseguida una nueva ráfaga de dolor lo abatió de nuevo y lo hizo
pensar en la posibilidad de que estuviese equivocado.
Samira se había marchado, quién sabe a dónde y lo había
abandonado, justo cuando más la amaba y necesitaba. No sabía
cómo iba a enfrentarse a eso, no iba a sobreponerse nunca.
Le dio otro pequeño sorbo al agua y esta vez sí se la bebió. Un
auto se acercaba, las luces irrumpieron en la densa oscuridad
donde solo era acompañado por sus terribles emociones y el sonido
de algunos animales, el cambio de luces lo encandiló, eso el hizo
pensar que quizá se trataba de alguno de sus familiares; de ser así,
no podía permitir que lo vieran en ese estado, ¿cómo le explicaría
que estaba a punto de colapsar por culpa del amor? Lo que hizo que
su respiración se hiciera errática, una vez más; sin embargo, el auto
pasó de largo.
No debía seguir ahí, estaba demasiado expuesto a cualquier
peligro, agarró una bocanada de aire y subió a la SUV, cerró la
puerta, encendió el motor y puso el aire acondicionado al máximo
porque podía sentir las pequeñas gotitas de sudor frío formársele en
la frente.
No tenía muy claro lo que debía hacer, su vuelo no salía sino
hasta las seis de la mañana, para eso faltaban más de ocho horas y
estaba seguro de que la ansiedad no le daría tregua; así que lo
mejor era llegar al apartamento, ducharse e intentar encontrar un
vuelo antes.
Aprovechó para poner a cargar el móvil lo que le restaba de
camino, intentó dejar la mente en blanco, pero los pensamientos y
los miedos no dejaban de inmiscuirse en ella. Se dio cuenta de que
no sabía cuánto tiempo había pasado desde que recibió la peor
noticia de la vida, era como si ese mensaje de Samira de algún
modo hubiera eliminado su capacidad para razonar o pensar con
coherencia.
Conducía por inercia y cuando se dio cuenta, ya estaba
entrando a la propiedad, condujo hasta el ascensor y mientras
subía, apoyó la frente contra el volante, se quedó así,
concentrándose en su respiración, por un par de minutos más luego
de que había llegado al último piso.
Tomó su móvil y bajó de la SUV, se fue directo al baño, aunque
quiso ducharse por un largo rato, sus impulsos no se lo permitieron;
así qué no duró más de diez minutos, se vistió con unos vaqueros y
una camisa blanca. Su maleta ya estaba preparada, Rosa se había
encargado de eso.
Se sentó al borde del colchón y antes de revisar el horario de
vuelo más próximo, decidió intentar una vez más, pero seguía
teniendo el mismo resultado que lo tenía sumergido en una terrible
agonía. Su estado de zozobra era demasiado intenso, no podía
esperar para salir de dudas, por lo que le marcó a Ramona, ella era
la única que podía darle algo de sentido a lo que estaba ocurriendo.
Cuando la gitana vio la llamada entrante de Renato se planteó
seriamente la idea de no contestarle, pero según lo que Samira le
había dicho, él viajaría por la mañana; estaba casi segura de que,
para ese momento, ya su amiga le había confesado que se había
marchado.
Súbitamente empezó a temer que todo eso afectara su trabajo,
porque lo consiguió gracias a él y no sabía si tomaría represalias en
su contra debido a la forma en que terminaron las cosas entre ellos;
no obstante, su lealtad estaba con Samira y si tenía que empezar a
buscar otro trabajo, sin duda lo haría.
Decidió atenderle y así evitar a tener que contestar sus
preguntas personalmente, suponía que era más fácil no tener que
mirarle a la cara cuando le confirmara eso por lo que la estaba
llamando. Tragó grueso como preludio a su saludo.
Hola, buenas noches, Renato. El corazón se le atoró en la
garganta y se sentó en el sofá, recién llegaba del aeropuerto.
Hola, buenas noches, Ramona. Espero no molestar, ¿cómo
estás? Ahora que hablaba por primera vez en un rato, se daba
cuenta de lo ronca que tenía la voz, por lo que se aclaró la garganta.
Bien, gracias… ¿En qué puedo ayudarte? dijo fijando la
mirada en el cuadro de dos caballos que tenía junto a la entrada. No
quería sonar tan apática, pero estaba fallando en el intento, nunca
olvidaría lo mal que estaba su amiga ni que él era la razón por la
que ella se había ido.
¿Sabes si Samira está en su apartamento? Es que estoy
intentando comunicarme con ella y no responde… Recibí un
mensaje… Casi se ahogó con los latido s . Un mensaje algo
preocupante. —¿Preocupante? Que eufemismo—. De verdad,
preferiría no incomodarte, pero…
Ella no está en su pieza. No iba a andarse con rodeos,
solo quería salir rápido de esa situació n . Se marchó…
¿Se marchó? preguntó y su corazón se saltó un latido
ante la confirmación de lo que más temía.
Sí, se fue… Creo que del país.
¿Del país? ¿No te dijo a dónde? ¿Regresó a Brasil? ¿Por
qué haría algo así? No podía parar de soltar todas sus
interrogantes, sentía que una vez más la boca se le secaba y se le
revolvía el estómago. Movió la cabeza en un gesto negativo.
No me dijo nada, solo sé que se marchó, vino a despedirse,
no pude hacer nada para evitarlo, a pesar de que me pareció una
pésima idea, sobre todo, porque no sé a qué se debe que tomara
una decisión tan radical. Estaba segura de que él sí que podía
asumirlo, pero no sería ella quién entraría en una discusión con él,
se lo había prometido a su amiga.
¿Y se llevó todo? ¿Sus cosas? La incertidumbre se
presentaba como un rayo de esperanza, se aferraba a eso para no
derrumbarse.
Lo poco que pudo guardar en un par de maletas, el resto lo
dejó a mi cuidado, dejó una caja con libros que son tuyos… dijo que
le pertenecían a tu abuelo…
Es…es… es extraña la manera en que se fue, no entiendo,
yo iba para allá por la mañana… ¿Estás segura de que se fue del
país? ¿No estará con una de sus amigas del trabajo?
Se marchó, Renato uso un tono determinante, porque al
parecer no creía en su palabra.
Sí, lo entiendo. Tragó grueso las lágrimas que le subieron
a la gargant a . Disculpa que te moleste, pero… igual tengo que
viajar mañana, ¿te molestaría si paso por tu casa?
No tengo problemas, puedes pasar, así puedes confirmar
que te digo la verdad masculló.
Está bien, disculpa. No hacía más que pedir perdón por
su comportamient o . Hasta luego.
Adiós, descansa.
Igual, gracias. Renato terminó la llamada.
«No puedo respirar», pensó, sintiendo cómo si le estuvieran
arrancando los pulmones del pecho y el pánico lo cubría todo.
Se dejó caer en la cama, luchando por respirar, los sollozos
volvieron a apoderarse de su cuerpo y se echó a llorar sin tapujos.
[1]
palabra gitana que significa: todo lo bueno, placer, libertad.
[2]
Menge: Diablo o Demonio en romaní- kaló.
[3]
Paruñí: Significa abuela en caló
Cambia mi suerte una vez más
III de Cambia mi suerte
Perozo, Lily
(nov 2021)