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Ruth Wodak y Michael Meyer Fichas Métodos de Análisis Crítico Del Discurso
Ruth Wodak y Michael Meyer Fichas Métodos de Análisis Crítico Del Discurso
Ruth Wodak y Michael Meyer Fichas Métodos de Análisis Crítico Del Discurso
Serie CLA-DE-MA
La disciplina del aná lisis del discurso está mostrando su validez y eficacia
en á mbitos cada vez má s diversos, pero aú n faltaba una introducció n
realmente clara y asequible a sus mé todos, su alcance v sus corrientes
principales.
Esta obra ofrece un resumen del tras fondo histó rico del aná lisis crítico del
discurso y proporciona una visió n de conjunto de las diversas acorrías y
mé todos asociados con este enfoque sociolingü ístico. Ademá s define con
precisió n las aportaciones de los principales teó ricos de este campo, las
diferencias en sus enfoques v los mé todos específicos de cada uno.
F,1 examen comparativo de los aspectos acentuadlas por las diversas
orientaciones permite tanto a investigadores que trabajan en este campo
como a estudiosos que quieren introducirse en él una evaluació n de cuá l de
las metodologías de otras resulta má s adecuada para su ámbito particular tic
indagació n.
Este libro no requiere conocimientos previos del aná lisis crítico del
discurso. los numerosos ejemplos ofrecen al lector la oportunidad de hacer
ejercicios prá cticos para familiarizarse con los planteamientos v
procedimientos de esta disciplina. Esta obra se convertirá en lectura
obligatoria para estudiantes v profesionales en los campos de la lingü ística,
la socio logia y la psicología social.
MÉTODOS DE ANÁLISIS
CRÍTICO DEL DISCURSO
Ruth Wodak
Michael Meyer
compiladores
Traducción de
Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar
Impreso en España
Printed in Spain
Índice
AGRADECIMIENTOS......................................................................................................... H
COLABORADORES.................................................................................................................... 13
i*
6. El aná lisis crítico del discurso como mé todo para la investigació n en ciencias
sociales
Norman Fairclougb................................................................................................... 179
Ubicació n teoré tica del ACD: el discurso como un momento
de las prá cticas sociales............................................................................................ 180 El
marco analítico del ACD...............................................................................184
Ejemplo: las representaciones del cambio en la «economía
global»............................................................................................................................. 187
Enfoque sobre un problema social que tiene un aspecto semió - tico 190
Identificar los obstá culos para poder abordarlos..........191 ¿«Necesita» en cierto
sentido ser problemá tico el orden social
(la red de prá cticas)?.................................................................................................. 197
Identificar las posibles maneras de superar los obstá culos . . . . 198
Reflexionar críticamente sobre el aná lisis.........................................................200
Para seguir leyendo............................................................................................. 201
7. Acció n y texto: para una comprensió n conjunta del lugar del texto
en la (inter)acció n social, el aná lisis mediato del discurso y el
problema de la acció n social
Ron Scollon..................................................................................................................... 205
El aná lisis crítico del discurso y el aná lisis mediato del discurso 207
Neocapitalismo, neoliberalismo y una taza de café : una acció n
mediata....................................................................................................................... 210 La
acció n mediata................................................................................................ 214
El escenario de la acció n....................................................................................215 Los
instrumentos de mediació n....................................................................216
La prá ctica y los instrumentos de mediació n.....................................217
Los nexos de la prá ctica.....................................................................................219
La comunidad de prá ctica...........................................................................220
Objetivos y estrategias del método.......................................................................222
La acció n mediata en los escenarios de la acció n: el enfoque
central................................................................................................................................ 234
La acció n............................................................................................................ 236
La prá ctica.............................................................................................................. 245
Los instrumentos de mediació n.....................................................................249
Los nexos de la prá ctica.....................................................................................258
La comunidad de prá ctica...........................................................................260 Los
supuestos metodoló gicos..........................................................................262
Á reas predilectas de aplicació n y restricciones pertinentes ... 264
Para seguir leyendo........................................................................................ 264
Notas........................................................................................................................... 265
Este libro no podría haberse escrito sin la ayuda de mucha gente. Deseamos expresarles
nuestra gratitud a todos ellos.
En particular, apreciamos la discusió n y el trabajo realizados con los
estudiantes que participaron en nuestro seminario sobre aná lisis crítico
del discurso (ACD), seminario organizado en el Departamento de
Lingü ística de la Universidad de Viena durante el verano de 1999. Este
grupo de trabajo constituyó un importante estímulo para nuestro plan de
publicar un libro sobre el ACD.
Apreciamos la colaboració n mantenida con los autores de las
contribuciones a este libro: Siegfried Jä ger, Teun A. van Dijk, Norman Fair-
clough, y Ron Scollon. No só lo escribieron artículos realmente muy
interesantes, sino que los entregaron (casi) a tiempo, y aceptaron nuestras
críticas y comentarios con comprensió n y paciencia.
Bryan Jenner ha sido indispensable por su contribució n, ya que nos
ayudó a dar una forma aceptable a nuestro mal estructurado inglé s
aprendido. Michael Carmichaeí y Lauren McAllister, de la editorial Sage,
han sido unos editores que nos han respaldado mucho y que han contribuido
positivamente al resultado final.
11
12
Colaboradores
13
Los términos lingüística crítica (LC) y análisis crítico del discurso (ACD) se utilizan
con frecuencia de manera intercambiable. De hecho, en los ú l-
17
timos tiempos, parece que se prefiere el té rmino ACD, usá ndose para denotar la
teoría que antes se identificaba con la denominació n LC. El ACD
estudia «el lenguaje como prá ctica social» (Fairclough y Wodak, 1997), y
considera que el contexto de uso del lenguaje es crucial (Wodak, 2000c;
Benke, 2000). Ademá s, el ACD se interesa de modo particular por la
relació n
De modo má s específico, el té rmino ACD se utiliza hoy
entre el lenguaje y el poder.
en día para hacer referencia al enfoque que, desde la lingü ística crítica, hacen los
acadé micos que consideran que la amplia unidad del texto discursivo es la unidad
bá sica de la comunicació n. Esta investigació n tiene
en cuenta, de modo muy concreto, los discursos institucionales, políticos,
de
gé nero y mediá ticos (en el má s amplio sentido) que dan testimonio de la
o.
existencia de unas má s o menos abiertas relaciones de lucha y
El pá rrafo citado má s arriba de Teun van Dijk, que he utilizado como
epígrafe, resume algunos de los objetivos y metas de la LC y el ACD, en
particular aquellos que señ alan la interdependencia entre los intereses de
la investigació n y los compromisos políticos, interdependencia que este
autor analiza mediante lo que é l llama ciencia crítica, expresió n en la que
la exclusiva noció n que tiene Van Dijk de la voz «crítica», tal como la utiliza
en su afirmació n programá tica, destaca el consuetudinario sentido del
talante
«crítico que la academia encarna». Con este espíritu «crítico» quisiera
proporcionar una visió n de conjunto de algunos de los principios teó ricos
fundamentales de la LC y el ACD, 2 así como algunas breves descripciones
de las má s destacadas escuelas que han aparecido tanto en la LC como en
la ACD. De hecho, el cará cter heterogé neo de los enfoques metodoló gicos y
teó ricos presentes en este campo de la lingü ística tendería a confirmar el
argumento de Van Dijk, que sostiene que el ACD y la LC «son, como mucho,
una perspectiva comú n sobre el quehacer propio de la lingü ística, la
semió tica o el aná lisis del discurso» (Van Dijk, 1993, pá g. 131).
Esta perspectiva comú n guarda relació n con el término «crítico» que, en
la obra de algunos «lingü istas críticos», podría remontarse a la influencia de
la Escuela de Francfort o a la de Jü rgen Habermas (Thompson, 1988, pá gs.
71 y sigs.; Fay, 1987, pá g. 203; Anthoníssen, 2001). En nuestros días, sin
embargo, se usa de modo convencional en un sentido má s amplío para
denotar, como argumenta Krings, el vínculo prá ctico que une «el
compromiso social y político» con «una construcció n socioló gicamente
informada de la sociedad» (Krings et al,, 1973, pá g.
808),
18
!
24
Fairclough (1989) expone las teorías sociales que sustentan el ACD y,
como ocurre en algunas de las primeras obras de crítica lingü ística, analiza
una variedad de ejemplos textuales para ilustrar el á rea, sus objetivos y sus
métodos de aná lisis. Má s tarde, Fairclough (1992,1995) y Chou- liariki y
Fairclough (1999) explican y elaboran algunos avances producidos en el
ACD, mostrando no só lo có mo se ha desarrollado el marco analítico para
investigar el lenguaje en relació n con el poder y la ideología, sino también
por qué resulta ú til el ACD en el descubrimiento de la naturaleza discursiva
de gran parte de los cambios sociales y culturales contemporá neos. En
particular, se examina con todo detalle el lenguaje de los medios de
comunicació n de masas, medios que se consideran una de las sedes del
poder, de la pugna política y uno de los á mbitos en los que el lenguaje es en
apariencia transparente. Las instituciones mediá ticas pretenden a menudo
que son neutrales debido a que constituyen un espacio para el discurso
pú blico, a que reflejan desinteresadamente los estados de cosas y a que no
ocultan las percepciones ni los argumentos de quienes son noticia. Fairclough
muestra el cará cter falaz de estas asunciones, e ilustra el papel mediador y
constructor de los medios con una diversidad de ejemplos.
Los primeros trabajos de lingü ística textual y aná lisis del discurso de Van
Dijk (1977, 1981) muestran ya el interé s que siente por los textos y los
discursos comprendidos como unidades bá sicas y como prá cticas sociales. Al
igual que otros teó ricos de la lingü ística crítica, Van Dijk busca los orígenes
del interé s lingü ístico en unidades de lenguaje mayores que las
proposiciones, así como en la dependencia que tienen los significados
respecto del texto y el contexto. Van Dijk y Kintsch (1983) han estudiado la
relevancia del discurso para el estudio del procesamiento del lenguaje. Han
desarrollado un modelo cognitivo de la comprensió n del discurso en los
individuos, y lo han hecho evolucionar gradualmente hasta convertirlo en
varios modelos cognítívos que explican la construcció n del significado en el
plano societal. En la obra Hand- book of Discourse Analysis (Manual del
análisis del discurso) (1985), Van Dijk recoge el trabajo de distintos estudiosos
para quienes el lenguaje y el modo en que é ste opera en el discurso es, de
diversos modos, el objeto de investigació n fundamental, o un instrumento
con el que investigar otros fenó menos sociales. Esta obra es en cierto modo
una relació n del «estado de la cuestió n» de la lingü ística crítica a mediados
de los añ os ochenta, y condujo posteriormente a un nuevo manual (1997). En
este tiempo han adquirido relieve nuevas cuestiones que pasaré a discutir
má s adelante.
26
28
se comprende de modos muy distintos: unos se adhieren a la escuela de
Francfort, otros a una noció n de crítica literaria y aú n otros a las nociones
planteadas por Marx (vé ase má s arriba Reisigl y Wodak, 2001, para una
visió n panorá mica). Fundamentalmente, la noció n de «crítica» ha de
entenderse como el resultado de tomar cierta distancia respecto de los datos,
enmarcar é stos en lo social, adoptar explícitamente una postura política y
centrarse en la autocrítica, como corresponde a un estudioso que investiga.
Para todos los que se ocupan con el ACD, la aplicació n de los resultados es
importante, ya sea en seminarios prá cticos para maestros, mé dicos o trabajadores
sociales, ya en textos escritos que expongan una opinió n experta o que sirvan para
diseñ ar libros escolares. Esto, desde luego, apunta al parecer de Horkheimer que he
citado como epígrafe al principio de este artículo.
Max Horkheimer, director en 1930 del Instituto de Investigació n Social
en Francfort, concibió el papel del teó rico como un papel relacionado con la
articulació n y la contribució n al desarrollo de una conciencia de clase latente.
Las tareas de la teoría crítica consistían en ayudar a «recordar» un pasado
que corría el peligro de ser olvidado, en luchar en favor de la emancipació n,
en elucidar las razones para esa lucha y en definir la naturaleza del propio
pensamiento crítico. Se consideraba que la relació n entre la teoría y la prá ctica
era de cará cter diná mico: no existe ningú n sistema invariable que fije el modo
en que la teoría habrá de guiar las acciones humanas.
Horkheimer creía que ningú n mé todo concreto de investigació n podía
producir resultados ú ltimos y fiables sobre cualquier objeto de investigació n
dado, y que adoptar un ú nico enfoque para una cuestió n dada era arriesgarse
a caer en una imagen distorsionada. Sugirió que la adopció n de varios
mé todos de investigació n permitiría que é stos se completasen
mutuamente.
Aunque reconocía el valor del trabajo empírico, Horkheimer destacaba que
no podía sustituir al aná lisis
teó rico.
La referencia a la contribució n realizada por la teoría crítica a la
comprensió n del ACD, junto con la referencia a las nociones de «crítica» e
«ideología», son importantes (vé ase Anthonissen, 2001, para una amplia
discusió n sobre este asunto).6 Thompson (1990) aborda los conceptos de
ideología y cultura, así como las relaciones existentes entre estos conceptos y
determinados aspectos de la comunicació n de masas. Thompson señ ala
que el concepto de ideología apareció por primera vez en Francia a finales
del siglo xvill, con lo que ha venido utilizá ndose por espacio de unos dos 1
30
comprensió n del modo en que opera el lenguaje en, por ejemplo, la
constitució n y la transmisió n de conocimiento, en la organizació n de las
instituciones sociales o en el ejercicio del poder..
Una importante perspectiva en el ACD es la que sostiene que es muy
raro
que un texto sea obra de una persona cualquiera. En los textos, las diferencias
discursivas se negocian. Está n regidas por diferencias de poder que se
encuentran, a su vez, parcialmente codificadas en el discurso y
determinadas
por é l y por la variedad discursiva. Por consiguiente, los textos son con
frecuencia arenas de combate que muestran las huellas de los discursos y
de
las ideologías encontradas que contendieron y pugnaron por el predominio.
Una característica definitoria del ACD es su preocupació n por el poder
como
condició n capital de la vida social, así como sus esfuerzos por desarrollar una
teoría del lenguaje que incorpore esta dimensió n como una de sus premisas
fundamentales. El ACD no só lo atiende a la noció n relacionada con las luchas
por el poder y el control, sino que tambié n presta una detallada atenció n a
la
intcrtextualidad y a la recontextualizació n de los discursos que
compiten.
El poder tiene afinidad con las relaciones de diferencia, y sobre todo con
los efectos de las diferencias en las estructuras La constante unidad
sociales.
del lenguaje y de otros asuntos sociales garantiza que el lenguaje se halle
entrelazado con el poder social de un buen nú mero de maneras: el lenguaje
clasifica el poder, expresa poder, está involucrado allí donde existe un
desafío al poder o una contienda para conseguirlo. El poder no deriva del
lenguaje, pero el lenguaje puede utilizarse para plantear desafíos al poder,
para subvertirlo, para alterar las distribuciones de poder a corto y a largo
plazo. El lenguaje constituye un medio finamente articulado para las
diferencias de poder existentes en las estructuras sociales jerá rquicas. Son
muy pocas las formas lingü ísticas que no se hayan visto, en uno u otro
momento, obligadas a ponerse al servicio de la expresió n del poder
mediante
un proceso de metá fora sintá ctica o textual. El ACD se interesa por los modos
en que se utilizan las formas lingü ísticas en diversas expresiones y
manipulaciones del poder. El poder no só lo viene señ alado por las formas
gramaticales existentes en el interior de un texto, sino tambié n por el
control que puede ejercer una per-
sona sobre una situació n social mediante el tipo de texto. Con frecuencia el
poder se ejerce o se ve sometido a desafío en exacta correspondencia con
los tipos de texto que asociamos a las ocasiones sociales dadas. 1
Las formas en que algunas de las investigaciones del ACD se
encuentran directa e indirectamente relacionadas con la investigació n
producida en la tradició n de la teoría crítica resultan particularmente
evidentes, cuando consideramos los conceptos centrales con los que
operan las diversas á reas, así como los fenó menos sociales en los que
concentran su atenció n. De esto encontramos ejemplos pertinentes en los
enfoques a cuestiones como las siguientes:
• Qué es conocimiento.
* Có mo se construye el discurso en las instituciones sociales y có mo é ste
es a su vez constructor de ellas.
• De qué modo opera la ideología en las instituciones sociales.
* Có mo obtiene y conserva la gente el poder en el interior de una
comunidad dada.
A lo largo de los añ os han sido varias las cuestiones que, habiéndose revelado
importantes en la agenda de la investigació n, no han conseguido recibir
aú n una adecuada formulació n. Quisié ramos mencionar unas cuantas
que
Por supuesto, esta lista podría hacerse má s extensa. Los enfoques que
presentamos en este libro contribuirá n a clarificar algunos de los
problemas que aú n es preciso resolver, y nos proporcionará n algunas
respuestas a los muchos interrogantes que surgen al analizar el discurso.
Notas
1. Este breve resumen está basado en largas y dilatadas discusiones con mis
amigos, colegas y colaboradores en la investigación, además de con los estudiantes.
Me gustaría mencionar y expresar mi gratitud a Rudi De Cilüa, Martin Reísigl,
Gerrraud Benke, Gilbert Weiss, Bemd Matouschek y Richard Mitren, con los que he
trabajado durante años. Además, han sido muchas las ideas que se han desarrollado en
el trabajo realizado con mis alumnos. Quiero expresar mi agradecimiento a Usama
Suleiman, Alexander Pollak y Christine Anthonissen por sus amplias intuiciones y
sus elaboraciones, así como por sus clarividentes comentarios y críticas. Por último,
quisiera agradecer a mi
grupo de iguales, sobre el que he escrito, así como a los otros muchos colegas que no
he podido mencionar aquí.
2. Los términos LC y ACD fueron acuñados de forma independiente el uno del otro,
y puede que algunos de quienes trabajan, bien en la LC, bien en el ACD, tengan
discrepancias respecto de algunos puntos clave. En la mayoría de los casos, puede
decirse que todos aquellos cuyo trabajo sea susceptible de inscribirse en cualquiera
de las dos categorías ocupan el mismo espacio «paradigmático». En todo caso, en
esta contribución, ambos términos y sus derivados, como las expresiones «lingüistas
críticos» o «analistas críticos del discurso», se utilizarán de forma intercambiable.
3. La literatura sobre el ACD y la LC es muy amplia. Por consiguiente, sólo puedo
brindar aquí un resumen muy breve, y por tanto, demasiado simple (véase Fairclough
y Wodak, 1997; Reisigl y Wodak, 2001; Anthonissen, 2001, y Blommaert y Bulcaen,
2000, para panorámicas extensas y detalladas).
33
35
para aquellos grupos que padecen alguna discriminación social. Si observamos las
contribuciones al ACD reunidas en este libro, se hace evidente que en algunas ocasiones se
traspasa la línea divisoria entre la investigación científica -que necesariamente ha de ser
inteligible- y la argumentación política. En cualquier caso, y con respecto al objeto de
investigación, es un hecho que el ACD sigue un enfoque diferente y crítico frente a los
problemas, ya que se esfuerza por hacer explícitas las relaciones de poder que con
frecuencia
se hallan ocultas, y por consiguiente, se afana en extraer resultados que tengan alguna
relevancia práctica.
ir
37
1
habla de forma y textura en el plano textual, y Wodak de formas de
realizació n lingü ística.
En cuanto a los métodos y los procedimientos utilizados para los
análisis de los discursos, el ACD considera, por regla general, que su
procedimiento es un proceso hermené utico, aunque esta característica no
sea completamente evidente en la posició n que adoptan algunos autores.
Comparada con las explicaciones (causales) de las ciencias naturales, la
hermené utica puede comprenderse como un mé todo para aprehender y
producir relaciones significativas.El círculo hermené utico -que implica
el significado de una parte só lo que
puede entenderse en el contexto del
conjunto, aunque esto, a su vez, no resulta accesible sino a travé s de sus
partes integrantes- señ ala el problema de la
inteligibilidad de la
interpretació n hermenéutica. Por consiguiente, la interpretació n
hermenéutica en particular requiere urgentemente una detallada
documentació n. De hecho, muchos de los estudios basados en el ACD no
logran revelar de forma completamente transparente los elementos
específicos del proceso de interpretació n hermené utica.3 Si fuera preciso
realizar una tosca distinció n entre los mé todos de aná lisis que «despliegan
el texto» y los que «reducen el texto», entonces el ACD, debido a que se
concentra en propiedades formales muy claras y en la compresió n
asociada de los textos durante el aná lisis, puede caracterizarse como un
mé todo que
«reduce el texto». Estas constataciones está n en desacuerdo con el
impulso principalmente hermené utico de la mayoría de los enfoques del
ACD.
Otra característica del ACD es su vocació n interdisciplinar y su
descripció n del objeto de investigació n desde perspectivas muy diferentes.
También es característico del ACD que mantenga una continua retroali-
mentació n entre el aná lisis y la recogida de datos. Si lo comparamos con
otros métodos lingü ísticos de análisis de el ACD parece hallarse má s
textos, pese a que
estas interfaces no se encuentren bien definidas en todas partes.
La crítica del ACD proviene del aná lisis conversacional -la «otra cara»
del debate que sostienen el aná lisis conversacional {Schegloff, 1998) y el
ACD-. Schegloff argumenta que el ACD, pese a tener objetivos e intereses
distintos a los de la construcció n local de la interacció n, debe tratar con
seriedad su material: «Si, no obstante, sostiene que las cuestiones
relacionadas con el poder, la dominació n y cosas similares guardan
relació n con el material discursivo, debería realizar una inter-
pretació n seria de ese material». Esto significa que al menos debería ser compatible
con lo que, de forma demostrable, resulta relevante para la conducta de quienes
participan en una interacció n. Ú nicamente cuando categorías como el género de
los participantes adquiere relevancia -por ejemplo, mediante una 38
39
El ACD, en cada una de sus diversas formas, se concibe a sí mismo como una
disciplina fuertemente anclada en la teoría. ¿A qué teorías se refieren los diferentes
mé todos ? Aquí encontramos una amplia variedad de teorías que van desde las
perspectivas microsocioló gicas (Ron Scollon) a las teorías sobre la sociedad y el
poder pertenecientes a la tradició n de Michel Foucault (Siegfried Jä ger, Norman
Fairclough, Ruth Wodak), las teorías del conocimiento social (Teun van Dijk) y la
gramá tica, incluyendo también los conceptos concretos que se han tomado
prestados de tradiciones teoréticas má s amplias. A modo de primer paso, esta
secció n se propone sistematizar todas estas influencias teó ricas diferentes.
Un segundo paso guarda relació n con el problema de có mo volver operativos
los conceptos teoréticos. La cuestió n principal en este caso es poner en claro el modo
en que los distintos mé todos del ACD consiguen convertir sus afirmaciones
teoré ticas en instrumentos y mé todos de aná lisis. En particular, el é nfasis recae
en la mediació n entre las grandes teorías, tal como se aplican a la sociedad en
general, y los ejemplos concretos de interacció n social, que para el ACD son el
Enaná
punto focal del lo lisis.
que a la metodología concierne, estamos aquí ante varias
perspectivas inscritas en el ACD: ademá s de las que pueden describirse
primariamente como variantes de la hermené utica, es posible encontrar
perspectivas interpretativas con é nfasis diversos, y entre ellas hallar incluso
procedimientos cuantitativos.
En la investigació n social empírica, es posible establecer una distinció n entre los
mé todos de extracció n y los de evaluació n, es decir, entre las formas de obtenció n
de datos (ya sea en el laboratorio o mediante el trabajo de campo) y los
procedimientos que han sido desarrollados
para
I el aná lisis de los datos recogidos. Los procedimientos metodoló gicos para la
recogida de datos organizan la observació n, mientras que los mé todos de
evaluació n regulan la transformació n de los datos en informació n y la ulterior
restricció n de las oportunidades abiertas a la inferencia y a la interpretació
Lan.
distinció n entre estas dos tareas de recogida de datos y de aná lisis no significa
necesariamente que existan dos fases independientes: el ACD se considera pró ximo
a la tradició n de la Teoría Fundamental (Glaser y Strauss, 1967), en la que la
recogida de datos no es una fase que deba encontrarse terminada antes de que
comience el aná lisis, sino que puede constituir un proceso permanentemente
operativo.
(^Operacionalizadó rT^
t^''~Lrterpretació ti^^
Procedimientos e instrumentos
Selecció n de
informaci ó
n
Discurso/Texto í
41
Fundamentos teóricos y objetivos
43
define el discurso como acontecimiento comunicativo, e incluye en é l la
interacció n
conversacional, el texto escrito y tambié n los gestos asociados, la mímica, la
disposició n tipográ fica, las imá genes y cualquier otra dimensió n «semió tica» o
multimedia del significado. Van Dijk se apoya en unos entablillados de la teoría
sociocognitiva, y comprende la lingü ística en su amplio sentido «estructural y
funcional». Van Dijk argumenta que el ACD debería basarse en una juiciosa teoría
del contexto. Y, supuesto esto, Van Dijk sostiene que la teoría de las
representaciones sociales desempeñ a un papel
principal.
Los actores sociales implicados en el discurso no usan exclusivamente sus
experiencias y estrategias individuales; se apoyan fundamentalmente en marcos
colectivos de percepció n a los que llamamos representaciones sociales. Estas
percepciones socialmente compartidas constituyen el vínculo entre el sistema social
y el sistema cognitivo individual, y ademá s proceden a la traducció n, a la
homogeneizació n y a la coordinació n de las exigencias externas con la experiencia
subjetiva. Esta asunció n no es nueva. Ya en la primera mitad del siglo XIX, É mile
Dü rkheim (1933, por ejemplo) señ alaba el significado de las ideas colectivas que
ayudan a las sociedades a tomar conciencia y a reificar las normas Serge
sociales.
r
45
los discursos y los textos. Pese a que el enfoque histó rico del discurso es deudor de la
teoría crítica, la teoría social general desempeñ a una parte despreciable si
comparamos su papel con el del modelo discursivo mencionado má s arriba y con el
del aná lisis histó rico: el contexto se comprende principalmente en forma histó rica. En
este sentido, Wodak concuerda con el severo diagnó stico emitido por Mouzelis (1995)
sobre la investigació n social. Wodak sigue con coherencia sus
recomendaciones: no agotarse en laberintos teoré ticos, no invertir excesivas
energías en la operacionalizació n de las «grandes teorías» no operacionalizables,
sino desarrollar má s bien herramientas conceptuales que resulten relevantes
para
El enfoque histó rico del discurso encuentra su
problemas sociales específicos.
punto focal en el campo de la política, á mbito en el que intenta desarrollar
marcos conceptuales para el discurso político. Wodak trata de hacer encajar las
teorías lingü ísticas en su modelo de discurso, y en el ejemplo presentado má s
abajo hace extenso uso de la teoría de la argumentació n (lista de topoi). Esto no
significa necesariamente que los conceptos que resultan de la teoría de la
argumentació n se adapten bien a otras cuestiones deWodak investigació
parecen. fuertemente
comprometida con un enfoque pragmá tico.
Pese a que no lo manifieste de forma explícita, Norman Fairclough adopta una
postura que coincide con una específica teoría de rango medio, debido a que se
centra en el conflicto social considerado desde la tradició n marxista y a que trata
de detectar sus manifestaciones lingü ísticas en los discursos, en particular los
elementos de dominació n, diferencia y Segú n Fairclough, toda prá ctica
resistencia.
social tiene un componente semió tico. La actividad productiva, los medios de
producció n, las relaciones sociales, las identidades sociales, los valores culturales,
la conciencia y la semiosis son elementos de prá ctica social dialé cticamente
relacionados. Fairclough concibe el ACD como el aná lisis de las relaciones
dialé cticas entre la semiosis (incluyendo el lenguaje) y otros elementos de las
prá cticas sociales, Estos aspectos semió tícos de la prá ctica social son
responsables
de la constitució n de variedades discursivas y de m
1. La acció n mediata.
2. El escenario de la acció n.
3. Los instrumentos de mediació n. 4. Las prá cticas.
5. Los nexos de la práctica.
6. La comunidad de práctica.
47
ser «atrapadas» en la acción que debe analizarse. De lo que se trata es, en un sentido
muy real, de una cuestión relacionada con la estructuración de las actividades
de investigación para lograr que éstas se encuentren en el lugar adecuado en el
la
momento preciso (Ron Scollon, pág. 152).
SO
el texto y el discurso (por ejemplo, el aná lisis de contenidos, la Teoría
Fundamental, el aná lisis conversacional; véase Titscher et al2000), el ACD se apoya
en gran medida en categorías lingü ísticas. Esto no significa que los temas y los
contenidos no desempeñ en papel alguno, sino que las operacionalizaciones
fundamentales dependen de conceptos lingü ísticos,
como los actores, el modo, el tiempo, la argumentació n, etcé tera. No
obstante, no es posible proporcionar una lista definitiva de los dispositivos
lingü ísticos que resultan relevantes para el ACD, ya que su selecció n
depende principalmente de las cuestiones de investigació n
concretas.
Siegfried Jä ger distingue en primer lugar un ciclo de aná lisis
estructural
má s orientado al contenido, y, en segundo lugar, un ciclo de aná lisis fino
má s
orientado al lenguaje. En la realizació n del aná lisis estructural es necesario
proceder a una caracterizació n de los medios y los temas generales. Y en la
Algunos ejemplos de instrumentos
realizació n del aná lisis fino, Jä ger se centra en el contexto, la superficie
lingü ísticos son el cará cter figurativo, el vocabulario y los tipos de
argumentació n. Jä ger tiene en cuenta tanto los aspectos cualitativos como los
cuantitativos de estas características, y por lo tanto, analiza lo siguiente:
Por regla general, Teun van Dijk argumenta que «El aná lisis discursivo
completo de un gran corptts de textos o conversaciones», como a menudo
recogemos para una investigació n de ACD, «es por consiguiente algo
totalmente fuera de lugar» (Van Dijk, pá g. 99). Si el punto
• El énfasis y la
•entonación.
El orden de las palabras.
• El estilo lé xico.
• La coherencia.
• Las iniciativas semá nticas locales, como las
rectificaciones.
• La elecció n del tema.
• Los actos de habla.
• La organizació n esquemá tica.
• Las figuras retó ricas.
• Las estructuras sintá cticas.
• Las estructuras preposicionales.
• Los turnos de palabra.
• Las objeciones.
• Los titubeos.
1. El aná lisis de las macroestructuras semá nticas: esto es, de los temas y de
las macroproposiciones.
2. El aná lisis de los significados locales, lugares en los que las muchas formas
de significado tá cito o indirecto, como las implicaciones, las
presuposiciones,
las alusiones, las ambigü edades, las omisiones y las polarizaciones resultan ÍÉ-
especialmente interesantes.
3. El aná lisis de las estructuras formales «sutiles»: aquí es donde se analizan
la
mayoría de los marcadores lingü ísticos mencionados.
4. El análisis de las formas o formatos del discurso global y local.
5. El análisis de las específicas realizaciones lingü ísticas, por ejemplo, las
hipérboles, las litotes, etcétera.
6. El aná lisis del contexto.
2 Los agentes.
• El tiempo.
Para, finalmente, proceder al aná lisis de la interdiscursividad, que trata de
comparar las vetas dominante y resistente del discurso.
El objetivo de los apartados anteriores era exponer un breve perfil de los
procedimientos centrales que se aplican en los diferentes enfoques del
ACD. Para terminar, debe señ alarse que, a pesar de que no existe una
metodología coherente del ACD, muchas de las características son
comunes a la mayoría de los enfoques del ACD: en primer lugar, se
concentran en los problemas y no en elementos lingü ísticos específicos.
una capacitació n lingü ística para seleccionar los aspectos que resultan
No obstante, es obligatorio poseer
relevantes para los objetivos específicos de la investigació n. En segundo
lugar, tanto la teoría como la metodología son eclé cticas: ambas van unidas
tanto como resulte ú til para la comprensió n de los problemas sociales que
se someten a investigació n.
• En lo que hace a su trasfondo teoré tico, el ACD actú a de manera eclé ctica
en muchos aspectos; se toca toda la gama que se abarca desde las teorías
fundamentales a las teorías lingü ísticas, aunque el enfoque de cada autor
destaque distintos planos.
• No existe un canon aceptado para la recogida de datos.
• La operacionalizació n y el aná lisis se orienta hacia los problemas e
implica una capacitació n lingü ística.
Observaciones preliminares
Para un aná lisis crítico del discurso (ACD) basado en la teoría del discurso
de Michel Foucault resultan capitales cuestiones como las
siguientes:
La noción de discurso
Por ejemplo, uno debe liberarse del sujeto constitutivo, del sujeto mismo,
para llegar a un análisis histórico que sea capaz de elucidar la constitución del
sujeto en el contexto histórico. Esto es precisamente lo que yo llamaría
genealogía, 0 lo que es lo mismo, una forma de historia que nos informa de la
constitución del saber, de los discursos, de los campos de objetos, etcétera, sin
tener que relacionarlo todo con un sujeto que trascienda el campo de los
acontecimientos y lo ocupe con su hueca identidad a lo largo de la historia
(Foucault, 1978, pág. 32).
Lo que estoy pugnando por establecer con esta terminología [a saber, con
el dispositivo, S. J,] es en primer lugar un conjunto decisivamente heterogéneo
que abarca los discursos, instituciones, instituciones arquitectónicas, decisiones
regladas, leyes, medidas administrativas, afirmaciones científicas, enseñanzas
filosóficas, morales o filantrópicas, en resumen, lo que se dice y lo que no se
dice. Y con esto basta por lo que a los elementos del dispositivo se refiere. El
propio dispositivo es la red que puede tejerse entre estos elementos (Foucault,
1978, págs. 119 y sigs.).
Lo que quiero indicar con esto es que toda realidad significativa existe para
nosotros por el hecho de que la hagamos significativa,10 o por el hecho de que
nuestros antepasados o nuestros vecinos le hayan asignado algú n significado
que todavía resulta importante para nosotros. Sucede lo mismo que con el rey
Midas y su oro: todo lo que tocaba se convertía en oro. De manera similar, todo
aquello a lo que asignamos un significado es real para nosotros de una cierta
manera debido a que existe un cuá ndo y un có mo para el significado que
presenta a nuestros ojos.
[Foucault, S. JJ no deja claro cómo se traza y cómo se salva la línea divisoria entre
las prácticas discursivas y no discursivas, y sigue estando poco claro si debe
trazarse o no. Creo que en cierto modo Foucault se metió en un callejón sin salida
al concebir la formación del orden de la historia en su teoría, primero como el
orden del conocimiento (epistemes), y más tarde como el orden del habla
(discurso), en vez de empezar con un orden que se encuentre dividido en los
diferentes registros de comportamiento de las personas, por ejemplo, su habla
y su acción (!), aunque también sus puntos de vista, sus hábitos físicos,
sus relaciones eróticas, sus técnicas, sus decisiones económicas y políticas, sus
formas de expresión artística y religiosa, y otras muchas cosas. No se entiende
por qué habría de eximirse a un área como ésta de la funcionalidad que
Foucault desarrolló unilateralmente sobre la base del habla (Waldenfels, 1991,
pág. 291).
Ademá s, Waldenfels observa que Foucault rebasó incluso esos límites
en diversos puntos, y añ ade:
Planos discursivos.
Los respectivos hilos discursivos operan en varios planos discursivos
(ciencia, o ciencias, política, medios de comunicació n, educació n, vida
cotidiana, vida empresarial, administració n, etcé tera). Estos planos
discursivos tambié n pueden denominarse ubicaciones societales, desde
las que se produce el «habla». Tambié n puede observarse que estos
planos discursivos percuten unos en otros, guardan relació n unos con
otros, se utilizan unos a otros, etcé tera. De este modo, por ejemplo, es
posible incluir los fragmentos discursivos del discurso especial de la
ciencia o difícil discurso político en los planos mediá ticos. Ademá s,
tambié n podemos observar que los medios de comunicació n pueden
incluir el discurso cotidiano, prepararlo, centrarlo, y tambié n (y
particularmente) -a través de la prensa amarilla de grandes tiradas al estilo
del Bild (Alemania), o del Kro- nenzeitung (Austria)- darle un enfoque
sensacionalista y «empingorotarlo» al modo populista. De este modo,
dicho sea de paso, los medios de comunicació n regulan el pensamiento
cotidiano y ejercen una considerable influencia en la política orientable y
orientada. Consideremos, por ejemplo, la imagen de Jó rg Haider, que, sin
el tipo de reportajes mediá ticos que normalizan el populismo de
derechas, difícilmente habría tenido é xito.
Hemos de prestar atenció n tambié n al hecho de que los planos del
discurso individual se encuentran tan íntimamente entretejidos que
incluso los medios de comunicació n que son célebres por su papel puntero,
por ejemplo, asumen informació n y contenidos de cualquier tipo que ya
han sido desarrollados en otros medios. Esto contribuye a justificar que
hablemos de la existencia de discursos mediá ticos, ya que, en su
conjunto, aunque de manera específica en el caso de los medios
dominantes en la sociedad, pueden considerarse esencialmente
uniformes. En cualquier caso, esto no anula la posibilidad de que varias
posturas discursivas puedan ejercer distintos grados de impacto, desde
el impacto fuerte al dé bil.
Postura discursiva.
La categoría de la postura discursiva, que se refiere a la específica
ubicació n ideoló gica de una persona o de un medio, demuestra ser muy
ú til, Margret Jä ger define como sigue la categoría de la postura
discursiva:
Mé todo
Procesar el material
Observaciones preliminares.
Lo que sigue proporciona una especie de guía analítica para procesar el
material. Esta guía está enfocada a los particulares problemas que implica el
aná lisis mediá tico. El procesamiento del material constituye a un tiempo
la base y el meollo del ulterior aná lisis del discurso. Debe realizarse con
extremo cuidado y, en el caso de los proyectos de mayor envergadura en
los que participen varios colaboradores, ha de realizarse en el mismo
orden por todos los que intervengan en é l, y sin actuar de manera
esquemá tica. Esto se debe a que el aná lisis sinó ptico (aná lisis
comparativo de conclusió n) que sigue a las investigaciones individuales
del correspondiente perió dico o revista de un determinado añ o descansa
en la capacidad de alinear unos junto a otros, y de forma sistemática, los
resultados. Mientras se procesa el material, pueden o deben incorporarse
ideas y enfoques de interpretació n siempre que surjan. No obstante,
deben señ alarse de forma especial estos pá rrafos interpretativos
añ adidos, mediante la utilizació n, por ejemplo, de subrayados o de tipos
en itá lica.
La siguiente lista proporciona una visió n de conjunto de los pasos
analíticos que han de llevarse a cabo, exponiendo asimismo el instrumental
(caja de herramientas) que ha de utilizarse.
Guía analítica para procesar el material. La siguiente lista incluye una
sugerencia para el procedimiento analítico:
1. Procesado del material para el aná lisis de la estructura, por
ejemplo, de la totalidad del hilo discursivo seleccionado en un
perió dico o revista.
1.1. Caracterización general del periódico: ubicación política,
número de lectores, tirada, etcétera.
1.2. Visión de conjunto de, por ejemplo, el medio en cuestión
mediante el examen de todo un año del tema seleccionado.
1.2.1. Lista de los artículos estudiados que resultan
relevantes para el tema con las correspondientes
especificaciones de los datos bibliográ ficos:
breve reseñ a del tema; particularidades del
tipo de texto periodístico, posibles
peculiaridades; en el caso de semanarios o
revistas, particularidades de la secció n en la
que aparece el artículo, etcé tera.
1.2.2. Resumen del tema que aborda o que informa el
perió dico o la revista; evaluació n cualitativa;
sorprendente ausencia de determinados temas
que hayan sido abordados en otros añ os por la
publicació n investigada; presentació n, fecha y
frecuencia de determinados temas con la
intenció n de conectarlos con posibles
acontecimientos discursivos.
1.2.3. Asignació n de temas específicos a á reas
temá ticas (relacionadas con el hilo discursivo
biopolítico, por ejemplo) de los siguientes
subtemas: «enfermedad/salud», «naci-
miento/muerte», «muerte/moribundo»,
«dieta», «economía», «bioé tica/concepto de lo
que es humano», así como a los posibles
enmarañ amientos de los hilos discursivos (por
ejemplo: «economía», «fascismo», «é tica/
moral», etcé tera).
1.3. Resumen de 1.1. y 1.2.: determinación de la postura discursiva
del periódico o de la revista en relación con el tema en cuestión.
2. Procesado del material de la muestra de aná lisis fino de los
fragmentos discursivos de un artículo o de una serie de artículos,
etcétera; artículo (o artículos) que será (o será n) tan característicos de
la postura discursiva del perió dico como resulte posible.
2.1. Marco institucional- «contexto».
2.1.1. Justificació n de la selecció n del (de los)
artículo(s) (ca- racterístico(s)).
2.1.2. Autor (funció n y significació n que tiene para el
perió dico, á reas de informació n especiales que
cubre, etcé tera).
2.1.3. Motivo del artículo.
2.1.4. ¿En qué secció n del perió dico o de la revista aparece el
artículo?
2.2. «Superficie» textual.
2.2.1. Diseñ o grá fico, incluyendo imá genes y grá ficos.
2.2.2. Titulares, encabezamientos, entradillas.
2.2.3. Estructura del artículo en unidades de sentido.
2.2.4. Temas que aborda el artículo (fragmentos
discursivos), (otros temas abordados de soslayo,
superposiciones).
2.3. Medios retóricos.
2.3.1. Tipo y forma de la argumentació n, estrategias
argumentativas.
2.3.2. Ló gica y composició n.
2.3.3. Implicaciones e insinuaciones.
2.3.4. Simbolismo colectivo o «figuratividad», simbolismo,
uso de metá foras, etcétera, tanto en el lenguaje utilizado
como en los contextos grá ficos (estadísticas,
fotografías, imá genes, caricaturas, etcé tera).
2.3.5. Giros idiomá ticos, dichos populares, estereotipos.
2.3.6. Vocabulario y estilo.
2.3.7. Actores (personas, estructura pronominal).
2.3.8. Referencias: a la(s) ciencia(s), particularidades de las
fuentes de conocimiento, etcé tera.
2.4. Afirmaciones ideológicas basadas en el contenido.
2.4.1. ¿Qué noció n subyacente de, por ejemplo, el ser
humano, puede hallarse en el artículo, o transmite el
artículo?
2.4.2. ¿Qué tipo de comprensió n subyacente de, por ejemplo
la sociedad, puede hallarse en el artículo, o transmite
el artículo?
2.4.3. ¿Qué tipo de comprensió n subyacente de, por ejemplo
la tecnología, puede hallarse en el artículo, o transmite
el artículo?
2.4.4. ¿Cuá l es la perspectiva de futuro que establece el
artículo?
2.5. Otras cuestiones llamativas,
2.6. Resumen: localización del artículo en el hilo discursivo (véase 1.3.
más arriba); el *argumento», esto es la afirmación principal de todo el
artículo; su «mensaje» general.
2.7. Para concluir: interpretación de la totalidad del büo discursivo
investigado con referencia al material procesado que se ha utilizado
(estructura y análisis fino(s)).
Materializaciones
FIGURA 3.1. Dispositivos.
Í.
del dispositivo a investigar: por ejemplo, a las «zonas en blanco» del discurso,
a las importantes manifestaciones que contiene, etcé tera).
1. La reconstrucció n del conocimiento que subyace a las prá cticas no
discursivas.
2. La reconstrucció n de las prá cticas no discursivas que han conducido i: a
las manifestaciones y a las materializaciones, así como al conocimiento
que ellas contienen.
3. La reconstrucció n del conocimiento, que de hecho se plasma
siempre textos, también incluye en todos los casos la forma en que
emerge el conocimiento, es decir, la forma en que se presenta, ya sea
que dicho cono- imiento salga a la luz abiertamente, ya ocurra que
disfrace -bajo el á talo de las implicaciones- la forma de su
revestimiento argumentativo, etcétera.
4. En este punto deberíamos recordar una vez más que el término
coocimiento se utiliza aquí en un sentido muy amplio y que, por
confuiente, no debe en modo alguno considerarse como idéntico a
«recotiniento». Por ú ltimo, debe recordarse asimismo que el término
conocimiento también hace referencia a sentimientos, afectos,
etcétera. En otras abras, alude a todos los aspectos de la conciencia
humana.
Notas
Trasfondo teorético1
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FIGURA 4.2. Relaciones interdiscursivas e intertextuales entre discursos, temas
discursivos, variedades discursivas y textos.
El programa de investigació n
En este capítulo, me gustaría centrarme en el estudio de los discursos
discriminatorios. No obstante, quisiera subrayar en primer té rmino las
características má s importantes de nuestro enfoque histó rico del discurso
dentro del marco del ACD:
110
112
reunidos, así como una reconsideració n crítica del pasado nacional so-
cialista de Austria, de las frecuentemente contradictorias narrativas de la
historia austríaca y de algunos mitos convenientemente relacionados,
como el que sostiene que «Austria fue la primera víctima de la política
dictatorial nazi y de su expansionismo territorial».
El enfoque histó rico del discurso ha recibido ulterior elaboració n en un
cierto nú mero de estudios má s recientes, por ejemplo en un estudio sobre
la discriminació n racista dirigida contra los inmigrantes procedentes de
Rumania, o en un estudio sobre el discurso relacionado con la nació n y la
identidad nacional en Austria (Matouschek et al., 1995; Wodak et al., 1998,
1999). Este ú ltimo estudio se ocupaba del aná lisis de las relaciones entre la
construcció n discursiva de la uniformidad nacional y la construcció n
discursiva de la diferencia conducente a la exclusió n política y social de
concretos grupos marginados. Estas cuestiones fueron investigadas en una
serie de estudios casuísticos sobre la identidad y la nació n austríaca.
Tomando como punto de partida varios enfoques científicos vigentes,
hemos desarrollado un mé todo de descripció n y de aná lisis que tiene
aplicaciones que van má s allá de la producció n discursiva de una identidad
nacional en los concretos ejemplos austríacos estudiados. Nuestras
averiguaciones sugieren que los discursos sobre las naciones y las
identidades nacionales descansan al menos en cuatro tipos de macro
estrategias discursivas: estrategias constructivas (que se proponen la
construcció n de las identidades nacionales), estrategias de preservació n o
justificació n (que se proponen la conservació n y la reproducció n de las
identidades nacionales o de las narrativas de identidad), estrategias de
transformació n (que se proponen el cambio de las identidades nacionales),
y estrategias de destrucció n (que se proponen el desmantelamíento de las
identidades nacionales). En funció n del contexto -es decir, en funció n del
á mbito o el campo social en el que tengan lugar los «acontecimientos
discursivos» relacionados con el tema que es objeto de investigació n-, se
trae al primer plano uno u otro de los aspectos vinculados a estas
estrategias.
En cada uno de los cuatro estudios realizados en el contexto austríaco, las
afirmaciones discriminatorias, racistas y antisemitas, ademá s de las
chovinistas, se producían a veces de forma simultá nea, en especial en las
conversaciones cotidianas (que, en el caso del primer estudio habían sido
grabadas magnetofó nicamente en las calles). En situaciones má s oficiales, los
estereotipos nacionalistas, racistas y antisemitas se produjeron de forma má s
vaga, en su mayor parte como alusiones y evocaciones implícitas
113
desencadenadas por el uso del vocabulario que era característico del periodo
histó rico correspondiente al nacionalsocialismo. De este modo, en todos
estos estudios, fue posible seguir la génesis y la transformació n de los
argumentos, así como la recontextualizació n realizada en distintos y
relevantes espacios pú blicos como consecuencia de los intereses sociales
de los participantes y de sus relaciones de poder (véase Muntigl ef al., 2000;
Reisigl y Wodak, 2001). Todos estos estudios permiten ahora tratar de
elaborar explicaciones más vastas de la específica aplicació n de los
discursos de identidad y diferencia.
Categorías de análisis
1. Desde el punto de vista lingü ístico, ¿de qué modo se nombra a las
personas y de qué modo se hace referencia a ellas?
114
115
116
117
de personas) recibe el nombre o es designado (como) X, la acció n, la cosa o
la persona (o grupo de personas) posee o debería poseer las cualidades, los
rasgos o los atributos contenidos en el significado (literal) de X. Este topos se
utiliza, por ejemplo, si los trabajadores inmigrados a Austria o a Alemania
reciben el eufemístico nombre de Gastarbeiter («trabajadores invitados»).
Este término implica que, debido al hecho de que «só lo está n invitados»,
regresará n o deberá n regresar a los países de los que vinieron.
El topos de peligro o topos de amenaza se basa en los siguientes
condicionales: si una acció n o una decisió n política implica concretas
consecuencias peligrosas o amenazantes, no debemos emprenderla ni
realizarla. O, dicho de otro modo, si existen peligros y amenazas concretos,
debemos hacer algo que los contrarreste. Existen muchos subtipos de este
esquema argumental. Aquí só lo mencionamos uno de ellos, a saber, el del
topos de la amenaza de racismo, que opera como sigue: si entran en el país
demasiados inmigrantes o refugiados, la població n nativa no será capaz de
hacer frente a la situació n y se volverá hostil a los extranjeros. Este
esquema argumental puede conducir a una inversió n de las posiciones de
la víctima y el victimario, ya que, de este modo, la responsabilidad de los
prejuicios que actú an en su contra recae sobre las propias víctimas.
El topos del humanitarismo puede explicarse mediante el siguiente
condicional: si una acció n o una decisió n política es (o no) compatible con los
derechos humanos o con las convicciones y los valores humanitarios,
debemos realizarla o tomarla (o no hacerlo). Este topos puede emplearse
en toda situació n en la que se presenten argumentos contra el trato
desigual y la discriminació n, así como en favor del reconocimiento de las
diferencias relacionadas con la «raza», la etnia, la religió n, el gé nero u otra
particularidad.
El anterior es un topos estrechamente relacionado con el topos de la
justicia, que se basa en el principio y en la exigencia de «iguales derechos
para todos». En tanto que proposició n condicional significa que sí las
personas, las acciones o las situaciones son iguales en determinados aspectos
concretos, deben recibir el mismo trato o ser objeto de la misma
consideració n. Por ejemplo, en todo lo relacionado con la seguridad social,
los trabajadores deben recibir un trato igual, es decir, un trato independiente
de su origen, ya que realizan las mismas aportaciones econó micas a la
seguridad social.
Un tercer esquema argumentativo íntimamente relacionado con los dos topoi
que acabamos de mencionar es el topos de la responsabilidad. Su
118
significado puede resumirse mediante la siguiente fó rmula condicional:
dado que un Estado o un grupo de personas es responsable de la aparició n
de problemas específicos, dicho Estado o grupo de personas debe actuar para
hallar soluciones a esos problemas. Pese a que este topos se usa muy a
menudo para argumentar en contra de la discriminació n o a favor de la
«compensació n» o las «reparaciones» derivadas de la comisió n de un crimen
(por ejemplo, un crimen nazi), tambié n puede favorecer el fin opuesto, por
ejemplo, en aquellos casos en que se hace responsable del desempleo a un
gobierno y se le exige que reduzca la cuota de inmigrantes debido a que se
considera erró neamente que ellos son la causa del paro.
El topos de la carga o el lastrado debe considerarse un topos
específicamente causal (un topos de consecuencia), y puede reducirse al
siguiente condicional: si una persona, una institució n o un país se encuentran
lastrados por problemas específicos, deberemos actuar para disminuir esas
cargas. En este contexto, es posible topar con la expresió n metafó rica das Boot
ist voll («el barco está lleno o abarrotado»), cuando de lo que se trata es de
legitimar las restricciones a la inmigració n.
El topos de la economía puede caracterizarse por la siguiente regla
conclusiva: si una situació n o acció n concreta cuesta demasiado dinero o
provoca una pé rdida de ingresos, deberemos realizar acciones que
disminuyan los costes o contribuyan a evitar la pérdida. Este topos, que es un
topos específicamente causal {topos de consecuencia), se parece al topos de la
carga o lastrado. Fue implícitamente utilizado por el ex gobernador de la
Alta Austria, que argumentó en contra del asentamiento de los refugiados
rumanos en la comunidad de Franking: «En este caso, hemos de tratar con
personas cuyo origen resulta posible identificar de forma explícita con só lo
una mirada, por lo que tememos que se produzcan pé rdidas en el contexto
del turismo».5 En este ejemplo, el topos de la economía se centra en las
consecuencias socioeconó micas supuestamente negativas.
El topos de la realidad es má s bien un esquema argumentativo
tautoló gico, y puede explicarse del siguiente modo: debido a que la
realidad es como es, hay que realizar una acció n específica o adoptar una
decisió n concreta. Un ejemplo general sería éste: las realidades sociales,
econó micas y políticas han cambiado y la Ley de asilo ha dejado de resultar
adecuada. Por consiguiente, tambié n la ley debe cambiarse.
El topos de los nú meros puede subsumirse en esta regla conclusiva: si los
nú meros avalan un determinado topos, deberá realizarse, o no realizarse, una
acció n concreta. Este topos puede volverse falaz si se lo relaciona
119
incorrectamente con supuestas mayorías que no hayan sido verificadas empíricamente.
El significado del topos de la legalidad o topos del derecho puede
condensarse en la siguiente clá usula condicional: si una ley, u otra norma
codificada, prescribe o prohíbe una específica acció n politicoadministrati-
va, la acció n deberá realizarse o no realizarse. La utilizació n de este topos
queda institucionalizada en las variedades discursivas politicoadminis-
trativas como las denegaciones de las solicitudes de permisos de
residencia (vé ase van Leeuwen y Wodak, 1999).
El topos de la historia puede describirse de la siguiente forma: dado que
la historia nos enseñ a que las acciones concretas tienen consecuencias
concretas, deberemos realizar, o no realizar, una determinada acció n en una
determinada situació n (supuestamente) comparable con el ejemplo histó rico
al que hayamos hecho referencia. Un concreto subtipo de este esquema
argumentativo es el ciceroniano topos de la historia magis- tra vita, de la
«historia como maestra de la vida», o fuente de lecciones (véase Wodak et ai,
1998, págs. 205-207).
El topos de la cultura se basa en el siguiente esquema argumentativo:
dado que la cultura de un grupo concreto o un pueblo es como es, surgen
problemas específicos en situaciones específicas. Este topos ha sido utilizado
por Jorg Haíder, el antiguo dirigente del Partido de la Libertad, quien lo
combinaba con el topos del peligro al decir, en un alegato, que «El mayor
dañ o que uno puede hacer a un pueblo es poner en peligro, por
negligencia, la identidad, la herencia cultural y las oportunidades de sus
jó venes. Por esa razó n hemos presentado la propuesta “Austria primero”.
Con el fin de
garantizar el derecho de los austríacos a una patria».6
El ú ltimo topos que hemos de mencionar en esta secció n, el topos del
abuso, profusamente utilizado en la campañ a en favor de la propuesta,
puede explicarse mediante la siguiente regla conclusiva: si un derecho o
una oferta de ayuda es abusivo, el derecho deberá cambiarse, o tendrá que
cancelarse la ayuda, o deberá n adoptarse medidas contra el abuso. Los
políticos de derechas recurren a este topos cuando argumentan en favor
de
una restricció n del asilo político basada en un supuesto abuso de la ley de
asilo. El topos del abuso se emplea tambié n cuando los políticos que son
hostiles a los extranjeros solicitan un cambio en la ley que regula la seguridad
social, realizando el intento de fundamentar esta solicitud en la acusació n
de que los extranjeros explotan el sistema del bienestar o el sistema de la
seguridad social del Estado en el que está n trabajando o en el
120
que han trabajado. El punto 10 de la propuesta «Austria primero» y varios pá rrafos
de su explicació n se basan en este topos.
121
década, ha obtenido réditos electorales, prá cticamente siempre, sembrando
incertidumbre e irracionales ansiedades xenó fobas, que, por diferentes
razones, eran y son bien recibidas, cuando no entusiá sticamente adoptadas,
por un considerable nú mero de votantes. Desde el 4 de febrero de 2000, el
FPÓ es parte integrante del gobierno austríaco, y ha formado coalició n con
el conservador OVP. Este desarrollo de los acontecimientos generó una
importante agitació n a escala internacional y nacional, y ha sido causa de
sanciones por parte de los otros 14 Estados miembros de la Unió n Europea
(véase Wodak, 2000a, b para má s detalles).
Para aplicar nuestro modelo teó rico de cuatro planos y tratar de
explicar el éxito del FPÓ en las elecciones del 3 de octubre de 1999 es
preciso recurrir a varias teorías de rango medio, De este modo podemos
interpretar textos específicos generados por el FPÓ , así como el debate
pú blico sobre los esló ganes, el programa del FPÓ y el programa de la
coalició n del nuevo gobierno (formado por el FPÓ y el Ó VP a partir del 4 de
febrero de 2000). Esto incluye teorías sobre el populismo, teorías sobre
có mo contemporizar con el pasado nazi de Austria, teorías sobre la
transició n del Estado de bienestar social a las economías neoliberales, y,
por ú ltimo, teorías sobre el auge del racismo en la era de la globalizació n.
Debido a cuestiones de espacio, y debido tambié n al enfoque metodoló gico
de este capítulo, me limitaré a resumir los resultados de este tipo de
enfoque teoré tico en el siguiente diagrama (vé ase la figura 4.4.),
remitiendo al lector a Wodak (2000b), que ejemplifica nuestro programa
de investigació n en el ACD con un enfoque sobre construcció n teó rica e
interdisciplina- riedad relacionado con las cuestiones que plantea aquí la
investigació n (y basado en la
etnografía, el trabajo de equipo y una amplia investigació n en la literatura,
así como en el aná lisis de textos).
La aplicació n del modelo discursivo: el segundo paso -una vez
proporcionada la informació n relativa al trasfondo histó rico que resulta
necesario para entender el objeto sometido a investigació n y definido en
su extensió n por los temas del propio texto, así como por el debate pú blico
sobre la propuesta y las alusiones que ese debate genera- consiste en tratar
de aplicar el modelo discursivo que hemos presentado má s arriba al
específico discurso populista austríaco de 1993. En este modelo, los
subtemas que marcan los discursos pú blicos se recopilan por medio de las
exploraciones etnográ ficas y de los análisis de las mú ltiples variedades
discursivas (medios de comunicació n, consignas, programas de partido,
etcé tera, vé ase Reisigl y Wodak, 2001, capítulo 4, para má s detalles).
122
Tema 1:Tema Tema 9:5; Tema 2:Tema 6: Tema 3:Tema 7: Tema 4: Tema $;'V
123
124
I'
Desarrollo Publicidad,
Procedimiento Formació n de la
de una opinió n comercializac Administració n y Administració n
y político de opinió n pú blica y
informada en el ió n y propaganda ejecució n política ejecució n política
legislació n autopresentació n
interior del partido políticas
Variedades discursivas
126
en los cuales el Partido de la Libertad de Austria (FPÓ ) solicita un
incremento de los poderes ejecutivos (punto 4), la creació n de la base
legal que permita la posibilidad de una expulsió n inmediata y la
imposició n de vetos a la residencia para los delincuentes extranjeros
(vé ase má s abajo). Podemos plantear la hipó tesis de que el informe
ministerial se refiere a estos dos temas y señ ala que estas peticiones ya
se encuentran satisfechas por la política oficial del gobierno austríaco.
Por ú ltimo, podemos asumir que puede existir una explícita relació n
intertextual o interdiscursiva entre el tema del informe que habla de la
«delincuencia extranjera» y el discurso sobre la propuesta «Austria
primero» (tal como indica la flecha que va desde la pequeñ a elipse que
simboliza el tema de la «delincuencia extranjera» a la gran elipse que
indica el conjunto del discurso sobre la propuesta del FPO). Esto se
aplicaría si, por ejemplo, el informe nos dijera que en el debate pú blico
sobre la propuesta se habían reproducido muchos de los prejuicios sobre
una «delincuencia extranjera» supuestamente elevada, y que esos
prejuicios se ven refutados por las estadísticas de delincuencia
contenidas en el informe (vé ase Rei- sigl y Wodak, 2000, para má s
detalles).
128
Un Estado sometido a la primacía del derecho no puede aceptar este tipo de condic
Estos pasos se dan varias veces, realizando siempre idas y venidas entre
el texto, la etnografía, las teorías y el aná lisis. Y lo que es má s importante, las
decisiones que constantemente es preciso tomar y se toman, han de
exponerse explícitamente y han de justificarse. La mediació n entre las teorías
y el aná lisis empírico, entre lo social y el texto, nunca se llevará totalmente a
la prá ctica. Existe un desfase, y siempre es necesario utilizar dispositivos
hermenéuticos e interpretativos para salvar ese desfase.
Notas
En favor de la diversidad
En este capítulo formulo principios y establezco directrices prá cticas para
realizar un análisis crítico del discurso (ACD). No obstante, esto no
significa que ofrezca un «mé todo Van Dijk» plenamente desarrollado para
realizar el ACD. No dispongo de tal mé todo. Y tampoco encabezo ni
represento a ningú n «enfoque», «escuela» u otra de esas sectas acadé micas
que tan atractivas parecen a muchos acadé micos. Estoy en contra de los
cultos a la personalidad. No quiero que ningú n colega ni estudiante me
«siga»; una forma de obsequiosidad académica que encuentro
incompatible con una actitud crítica.
Ademá s, en mis muchos añ os de experiencia como editor de varias
revistas internacionales, he observado que las colaboraciones que imitan y
siguen a algú n gran maestro son rara vez originales. Sin ser ecléctico, el
buen
saber, y en especial el buen ACD, debe integrar los mejores esfuerzos de
muchas personas, famosas o no, procedentes de distintas disciplinas,
países, culturas y orientaciones investigadoras. En otras palabras, el ACD
debería ser esencialmente diverso y multidisciplinar.
i 43
¿Qué es el ACD?
que es el aná lisis del discurso. Por ejemplo, en mis anteriores trabajos sobre
el racismo (Van Dijk, 1984, 1987,1991, 1993), y en mi actual investigació n sobre
la ideología (Van Dijk, 1998), he mostrado que estos fenó menos son a un
tiempo sociales y cognitivos. No es preciso decir, no obstante, que los
complejos problemas del «mundo real» que aborda el ACD tambié n requieren
un enfoque histó rico, cultural, socioeconó mico, filosó fico, ló gico o
neurolò gico, en funció n de qué es lo que se quiere saber (véanse por ejemplo
los distintos enfoques que se exponen en Van Dijk, 1997).
No son precisos grandes argumentos para afirmar que, dada la
naturaleza fundamentalmente verbal del discurso, un explícito ACD
requerirá tambié n una só lida base «lingü ística», entendiendo el término
«lingü ística» en un amplio sentido «estructural y funcional». En otras palabras,
sea cual sea el resto de las dimensiones del discurso que aborde el ACD, é ste,
en tanto forma específica y prá ctica del aná lisis del discurso, siempre
necesita explicar al menos, como es obvio, algunas de las detalladas
estructuras, estrategias y funciones del texto y la conversació n, lo que incluye
las formas -gramaticales, pragmá ticas, de interacció n, estilísticas, retó ricas,
semió ticas, narrativas o similares- de la organizació n verbal y paraverbal de
los acontecimientos comunicativos.
Habiendo destacado la necesidad de un ACD amplio, diverso,
multidisciplinar y orientado a los problemas, limito mis propios esfuerzos al
á mbito definido por el triá ngulo discurso-cognició n-sociedad. Dado que esto
es simplemente una etiqueta ú til, y por consiguiente, susceptible de sufrir
una mala interpretació n reduccionista, debe subrayarse ademá s que,
aquí,
«discurso» se utiliza en el amplio sentido de «acontecimiento comunicativo»,
lo que incluye la interacció n conversacional, los textos escritos y tambié n los
gestos asociados, el diseñ o de portada, la disposició n tipográ fica, las
imá genes y cualquier otra dimensió n o significació n «semió tica» o
multimedia. De manera similar, aquí «cog- nició n» implica tanto la cognició n
personal como la cognició n social, las creencias y los objetivos, así como las
valoraciones y las emociones, junto con cualquier otra estructura,
representació n o proceso
«mental» o «memorístico» que haya intervenido en el discurso y en la
interacció n. Y por ú ltimo, la voz «sociedad» se entiende de forma que incluya
tamo las microestructuras locales de las interacciones cara a cara detectadas
como las estructuras má s globales, societales y políticas que se definen de
forma diversa en términos de grupos, de relaciones de grupo (como las de
dominació n y desigualdad), de movimientos, de instituciones, de orga- *
nizaciones, de procesos sociales o de sistemas políticos, junto con otras
propiedades má s abstractas de las sociedades y de las culturas.
De una forma má s o menos informal, podemos considerar que la unió n
de las dimensiones cognitiva y social del triá ngulo define el contexto
relevante (local y global) del discurso. De hecho, los objetivos sociopo-
líticos y orientados a los problemas del ACD requieren específicamente
una sofisticada teorizació n de las intrincadas relaciones texto-contexto.
Un simple aná lisis de textos y conversaciones unido a algú n estudio cog-
nitivo o social no nos sirve. Veremos que un adecuado aná lisis del
discurso requiere simultá neamente un detallado aná lisis cognitivo y
social, y viceversa, y que só lo la integració n de estas explicaciones puede
lograr una adecuació n descriptiva, explicativa y, sobre todo, crítica en el
estudio de los problemas sociales.
Debe subrayarse que el ACD, así como el aná lisis del discurso en
general, no es un «mé todo» que pueda simplemente aplicarse al estudio
de los problemas sociales. Los estudios discursivos son una disciplina
transversal provista de muchas subdisciplinas y á reas, cada una de ellas
posee sus propias teorías, instrumentos descriptivos o métodos de
investigació n. El ACD no nos brinda un enfoque ya hecho que nos indique
có mo hacer el aná lisis social, sino que subraya que para cada estudio debe
procederse al completo aná lisis teoré tico de una cuestió n social, de forma
que seamos capaces de seleccionar qué discurso y qué estructuras
sociales hemos de analizar y relacionar. Ademá s de esto, los mé todos de
investigació n concretos dependen de las propiedades del contexto de la
investigació n erudita: objetivos, participantes, instalaciones y usuarios, lo
que incluye tambié n sus creencias e intereses.
¿Qué estructuras discursivas debemos analizar?
Aunque hemos argumentado que una teoría del texto y el contexto resulta
crucial, especialmente en el ACD, hemos de hacer algunas breves
observaciones sobre las estructuras discursivas per se. Dé cadas de
especializaron en esta á rea han «descubierto» muchos cientos, si no miles, de
unidades, niveles, dimensiones, iniciativas, estrategias, tipos de actos y
dispositivos relevantes, ademá s de otras estructuras del discurso. Po- demos
tener niveles y estructuras paraverbales, visuales, fonoló gicos, sintá cticos,
semá nticos, estilísticos, retó ricos, pragmá ticos e interactivos. Esto significa que
en cualquier sentido prá ctico no existe nada parecido a un aná lisis del discurso
«completo»: un aná lisis «pleno» de un breve pá rrafo
150
podría durar meses y llenar cientos de pá ginas. El aná lisis discursivo
completo de un gran corpus de textos o conversaciones es por consiguiente
algo totalmente fuera de lugar.
Por este motivo, tambié n en el ACD es preciso optar y seleccionar para un
aná lisis má s pormenorizado aquellas estructuras que sean relevantes para el
estudio de una cuestió n social. Esto exige al menos algunas ideas informales
sobre los vínculos entre el texto y el contexto, ideas que nos indiquen qué
propiedades del discurso pueden variar en funció n de qué estructuras
sociales. De este modo, si queremos estudiar -como sería característico en el
ACD- las formas en que algunos hablantes o escritores ejercen el poder en su
discurso o por medio de él, lo ú nico sensato es estudiar aquellas propiedades
que puedan variar en funció n del poder social. Así, el é nfasis y la entonació n,
el orden de las palabras, el estilo lé xico, la coherencia, las iniciativas
semá nticas locales (como las rectificaciones), la elecció n de temas, los actos
de habla, la organizació n esquemá tica, las figuras retó ricas y la mayoría de
las formas de interacció n son, en principio, susceptibles de ser controladas
por el hablante, y por consiguiente, resultan irrelevantes para un estudio del
poder social.
Sin embargo, incluso entre aquellas esti ucturas discursivas que varíen
en funció n del contexto, y, por consiguiente, puedan resultar relevantes en
un estudio crítico del discurso, hay algunas que son marginalmente
relevantes, mientras que otras lo son de modo mucho má s significativo,
dependiendo, desde luego, del tipo de cuestiones que uno decída investigar.
Por ejemplo, un perfectamente legítimo e interesante estudio de la
conversació n informal o institucional entre los hombres y las mujeres puede
decidir examinar qué papel
desempeñ a en el predominio interactivo la entonació n o el volumen de voz
masculino, incluyendo los gritos y otras formas de intimidació n.
No obstante, si tenemos interés en un estudio crítico del papel del discurso
en la reproducció n del sexismo o el machismo en la sociedad, es
característico que no nos limitemos a estudiarlas bastante específicas
estructuras de la entonació n y el volumen, y lo má s probable será que
comencemos, por un lado, con un estudio del control de la interacció n, y
Conciudadanos estadounidenses:
152
productivo, comerciando con los productos de su esfuerzo en un mercado
libre y llegando tan lejos como le permita su talento.
Sin embargo, durante el pasado siglo, esta libertad se ha visto
atacada, y una de las más conspicuas manifestaciones de este
ataque ha sido la de las leyes contra la concentració n de
compañ ías. Con el pretexto de «proteger al pú blico», estas leyes
han permitido que los competidores envidiosos y los funcionarios
ávidos de poder saliesen airosos en su ataque contra los hombres
de negocios que hubieran cometido el delito de tener éxito. Esto
ha conducido al feo espectá culo de ver có mo se ha venido tildando
a los genios creativos del mundo empresarial -a los hombres que
han hecho grande a este país- de tiranos opresores, seres cuyos
duramente levantados imperios empresariales han de ser
reducidos a escombros y quedar sujetos al control de los
administradores del gobierno.
El actual pleito entablado por el Ministerio de Justicia contra
Microsoft es el ú ltimo ejemplo de esta tendencia. Su fundamento es
la envidia por la capacidad productiva de Microsoft y su fundador,
Bill Gates. El resultado de este pleito, caso de tener éxito, será el
de privar al señ or Gates de su derecho a controlar su propia
compañ ía, así como privar a la compañ ía de la propiedad y el
control sobre sus propios productos.
El argumento del Ministerio de Justicia -y de hecho todo el
armazó n de las leyes contra lo concentració n de compañ ías- se basa
en la noció n extrañ amente invertida de que las acciones
productivas de los individuos en el mercado libre pueden ser;, de
algú n modo, constitutivas de «coerció n», mientras que las
acciones coercitivas de los administradores del gobierno pueden,
de algú n modo, garantizar la «libertad».
Lo cierto es que el ú nico tipo de «monopolio» que puede
constituirse en un mercado libre es el que se basa en ofrecer mejores
productos a má s bajo precio, ya que, en un mercado libre, incluso
los monopolios han de obedecer a la ley de la oferta y la demanda.
Los monopolios perjudiciales son el resultado no de la actividad
del mercado libre, sino de las directrices, subsidios y privilegios
establecidos por el gobierno, que bloquean la entrada de
competidores. Ninguna empresa puede poner fuera de la ley a sus
competidores, só lo el gobierno puede hacerlo,
Nosotros sostenemos que Microsoft tiene derecho a lo que es
suyo; que, por consiguiente, está autorizado a sacar sus
propiedades al mercado -incluyendo Windows 95 e Internet
Explorer en cualquier combinació n que elija, sin necesidad de
ningú n permiso y con absoluto derecho. Nosotros sostenemos
que recortar este derecho es cercenar el derecho de cualquier
154
156
MI. Las leyes contra la concentració n de compañ ías amenazan
la libertad de empresa.
M2. Los hombres de negocios de éxito son representados
como tiranos. M3. El pleito contra Microsoft es un ejemplo de
esta tendencia.
M4. El gobierno no debe limitar la libertad de mercado.
M5. Microsoft tiene derecho a hacer lo que quiera con sus
productos.
Mó . No se debe castigar a los innovadores.
M7. Solicitamos que los argumentos contra Microsoft
sean desestimados.
Significados locales
1S7
Ahora ya tenemos una primera impresió n de algunas de las
directrices prá cticas de base teoré tica que pueden utilizarse para decidir
qué estructuras discursivas debemos estudiar entre los muchos cientos
existentes. Por supuesto, esto só lo es un ejemplo. La cuestió n es que esta
elecció n se halla doblemente vinculada al contexto: en primer lugar, por
nuestros propios objetivos (acadé micos), nuestros problemas de
investigació n y las expectativas de nuestros lectores, así como por la
relevancia social de nuestro proyecto de investigació n; y en segundo lugar,
por la relevancia de las específicas estructuras discursivas estudiadas en
su propio contexto, como los objetivos y las creencias del hablante o de los
destinatarios, los papeles sociales, las posiciones y las relaciones entre los
participantes, las limitaciones institucionales, etcé tera.
m
El estudio global y local del significado y la forma del discurso que
hemos ilustrado brevemente aquí arriba podría ser mucho má s sofisticado
y detallado, y só lo la limitació n de espacio me impide explayarme en este
capítulo. No obstante, la relevancia de un estudio de este tipo (tambié n) en
los proyectos de investigació n del ACD debería haber quedado ya clara, en
especial como parte de una explicació n sistemá tica de có mo representa el
discurso ideoló gico al «nosotros» enfrentado al «ellos». De este modo, los
hablantes o los escritores pueden destacar nuestras buenas cosas
tematizando los significados positivos, utilizando elementos lé xicos
positivos en las autodescripciones, proporcionando muchos detalles sobre
las buenas acciones, y pocos detalles sobre las malas acciones, valié ndose
de hipé rboles y de metá foras positivas, dejando meramente implícitas las
propiedades negativas propias, o restando importancia a la propia
actuació n como agente de actos negativos mediante la utilizació n de
oraciones pasivas o nominalizaciones. Como veremos má s adelante, estos
aspectos formales y de significado del discurso dominante no só lo
expresan y ejercen el poder, sino que se adaptan a la construcció n de los
modelos mentales y las representaciones deseados, esto es, se proponen
influir, manipular o controlar la mente.
Cognició n social
Discurso y sociedad
Observaciones finales
Esta permanente vinculació n de abajo arriba y de arriba abajo del discurso
y la interacció n con las estructuras societales es lo que constituye una de las
características má s representativas del ACD. De este modo, el
aná lisis del discurso es, simultá neamente, un aná lisis cognitivo, social y
político, aunque se centra sobre todo en el papel que desempeñ an los
discursos, tanto en el plano local como en el global, tanto en la sociedad
como en sus estructuras.
Las relaciones relevantes actú an en los dos sentidos. Las estructuras
societales -como los grupos y las instituciones-, al igual que las relaciones
generales -como el poder-, o del mismo modo que los actos societales
globales -como la legislació n y la educació n-, definen las constricciones
generales que se ejercen sobre las acciones locales y el discurso. Estas
constricciones pueden ser má s o menos fuertes, y van de las normas y las
obligaciones estrictas (por ejemplo, las formuladas en el derecho, que
especifican los actos de los jueces o de los miembros del Parlamento) a las
normas má s flexibles o «suaves», como las de las reglas de cortesía. Ademá s,
las constricciones pueden afectar a propiedades del discurso tan diversas
como las de las iniciativas de interacció n, las de quién controla los turnos
de palabra o quié n abre una sesió n, las de los actos de habla, las de la
elecció n de temas, las de la coherencia locai, las del estilo léxico o las de
las figuras retó ricas. Y a la inversa, estas estructuras discursivas pueden
interpretarse (o contar) como acciones que encarnan -o son elementos de—
actos societales o políticos de tan amplia condició n global como las
políticas de inmigració n
o las reformas educativas.
Es precisamente en estos vínculos donde hallamos el punto crucial de
un aná lisis crítico del discurso. La mera observació n y aná lisis de la
desigualdad social con elevados niveles de abstracció n es un ejercicio propio
de las ciencias sociales, y el simple estudio de la gramá tica discursiva, la
semá ntica, los actos de habla o las iniciativas conversacionales es una
tarea general que corresponde a los lingü istas, así como a los analistas del
discurso y de la conversació n. Los aná lisis de los discursos sociales y
políticos está n específicamente enfocados hacia la detallada explicació n de
la relació n entre ambas cuestiones, una explicació n que sigue las pautas
que hemos esquematizado má s arriba.
Como hemos visto en el aná lisis parcial de nuestro ejemplo, los objetivos
específicos de la investigació n mediante el ACD, como la preocupació n
central por la forma en que el discurso se halla implicado en la
reproducció n de la dominació n, son los que, en ú ltimo té rmino,
proporcionan la dimensió n crítica crucial de esta dimensió n sociopolítica.
Esto tambié n significa que el ACD requiere una ética explícita. La
dominació n que se define como abuso de poder presupone una definició n
de la noció n de abuso, por ejemplo en té rminos de la violació n de normas
y de derechos humanos y sociales. Estas definiciones é ticas se formulan en
el macronivel de los grupos, los movimientos, las instituciones y los
estados-nació n, a menudo en relació n con sus miembros. El ACD se
interesa de forma específica en las dimensiones discursivas de estos
abusos, y por consiguiente, debe expresar con detalle las condiciones en
que se producen las violaciones discursivas de los derechos humanos, que
tienen lugar, por ejemplo, cuando los perió dicos publican relatos sesgados
sobre las minorías, cuando los gestores se involucran en, o toleran,
actividades sexistas en sus empresas u organizaciones, o cuando los
legisladores promulgan políticas neoliberales que hacen que el rico sea
má s rico y el pobre má s pobre.
Caldas-Coulthard, C., y Coulthard, M., (comps.), 19%, Texts and Practices: Rea- dings
in Critical Discourse Analysis, Londres, Routledge.
É sta es probablemente la primera recopilació n de trabajos que se publicó bajo la
rú brica del ACD. Contiene buenos estudios escritos por destacados académicos de
muchos países (incluyendo a los que se encuentran fuera de Europa o de América
del Norte), y que abordan, en diferentes contextos, tanto el discurso escrito como el
hablado.
Fowler, R.; Hodge, B,; Kress, G., y Trew, T., 1979, Language and Control, Londres,
Routledge and Kegan Paul.
É ste es eí libro que difundió el trabajo realizado en la lingü ística crítica y en el ACD,
Se lo considera un clá sico, junto con la obra de Tony Trew sobre los aspectos
sintá cticos de la descripció n negativa de los miembros no pertenecientes al propio
grupo (oraciones activas frente a oraciones pasivas, etcétera).
Van Dijk, T. A., 1993, Elite Discourse and Racism, Londres, Sage. [Trad. cast.: Élite,
discurso y racismo, Barcelona, Gedisa, 2003.]
Esta obra resume gran parte del trabajo que hice sobre el discurso y el racismo
durante la dé cada anterior a la de la publicació n. Eran trabajos, por ejemplo, sobre
los medios de comunicació n y los libros de texto, y a esto se añ aden los resultados de
nuevas investigaciones sobre los debates parlamentarios, el discurso académico y el
discurso corporativo, llegando a la conclusió n de que la má s influyente (y la má s
negada) forma de racismo es la de las élites.
Van Dijk, T. A., 1998, Ideology, Londres, Sage. [Trad. casi.: Ideología, Barcelona,
Gedisa, 1999.J
Es la primera entrega de un largo proyecto sobre la ideología y el discurso en el
que se perfila el marco fundamental de una nueva teoría multidisciplinar de la
ideología, una teoría relacionada con la cognició n, la sociedad y el discurso. Se
ponen ejemplos de ideologías racistas. Este libro también sienta las bases del
componente ideoló gico de una teoría del ACD.
Wodak, R., (comp.), 1989, Language, Power and Ideology. Studies in Pohtical Discoime,
Amsterdam, Benjamins.
186
en relació n dialó gica con otras teorías y mé todos sociales, una teoría o un
mé todo que debería entablar con esas otras teorías y mé todos una
relació n
«transdisciplinar» antes que simplemente interdisciplinar, lo que significa
que los particulares compromisos recíprocos sobre determinados aspectos
del proceso social pueden hacer surgir desarrollos de la teoría y del
mé todo que desplacen los límites existentes entre las diferentes teorías y
mé todos (Fairclough, 2000a). Dicho de otra manera, todos deberíamos
estar abiertos a las ló gicas teoréticas de los demá s, abiertos a su
«interiorizació n» (Harvey, 1966): de este modo será posible transformar las
relaciones que existen entre ellas.
Describiré en primer lugar la posició n teorética de esta versió n del ACD.
En segundo lugar, describiré el marco analítico -«el método»- y el punto de
vista crítico. Por ú ltimo, ilustraré lo anterior poniéndolo en relació n con una
cuestió n concreta inscrita en el amplio objeto de investigació n del lenguaje
en el nuevo capitalismo, la cuestió n de las representaciones del cambio en la
«economía global».
• Actividad productiva.
• Medios de producció n.
• Relaciones sociales.
• Identidades sociales.
• Valores culturales.
• Conciencia.
• Semiosis.
188
prá cticas. Ademá s, actores sociales diferentes representará n las prá cticas
de manera diferente en funció n de su posició n en el seno de la prá ctica. La
representació n es_un proceso de construcció n social de prá cticas,
incluyendo la autoconstrucció n reflexiva -las representaciones participan en
los procesos y en las prá cticas sociales y los configuran-. En tercer lugar, la
semiosis interviene en las «realizaciones» de las particulares posiciones
existentes en el seno de las prá cticas sociales. Las identidades de las personas
que operan en determinadas posiciones en una prá ctica só lo se hallan
parcialmente especificadas por la prá ctica misma. Las personas que
difieren por su clase social, por su género, por su nacionalidad, por su
pertenencia é tnica o cultural, por su experiencia de la vida generan
diferentes
«realizaciones» de una posició n concreta.
La semiosis como parte de la actividad social constituye las variedades
discursivas. Las variedades discursivas son diversas maneras de actuar, de
producir la vida social, en modo semió tico. Algunos ejemplos son los
siguientes: la conversació n cotidiana, las reuniones en distintos tipos de
organizaciones, las entrevistas políticas o de otro tipo y las recensiones de
libros. La semiosis en la representació n y en la autorrepre- sentació n de
las prá cticas sociales constituye los discursos. Los discursos son diferentes
representaciones de la vida social cuya posició n se halla intrínsecamente
determinada; los actores sociales de distinta posició n «ven» y representan la
vida social de maneras distintas, con discursos diferentes. Por ejemplo, las
vidas de los pobres y de los desfavorecidos se representan medíante
discursos diferentes en las prá cticas sociales del gobierno, de la política, de
la medicina y de las ciencias sociales, y por medio de distintos discursos en
el á mbito de cada una de estas prá cticas, discursos que corresponden a las
diferentes posiciones de los actores sociales. La semiosis en la realizació n
de los puestos constituye los estilos.
Por ejemplo, los mé dicos, los profesores o los minisaos del gobierno no
tienen simplemente unos estilos semió ticos que sean una funció n de sus
posiciones en la prá ctica; cada posició n se realiza por medio de estilos
diferentes que dependen de aspectos de la identidad que superan la
construcció n de las posiciones en esas prá cticas. Los estilos son formas de
ser, identidades, en su aspecto semió tico.
Las prá cticas sociales construidas de un modo concreto en forma de
redes constituyen un orden social -por ejemplo, el actual orden emergente
neoliberal y global del nuevo capitalismo, o, en un plano má s local, el
orden social de la educació n en una sociedad particular y en una é poca
concreta-. El aspecto semió tico de un orden social es lo que podemos
llamar un orden del discurso. El orden del discurso es la manera en que las
diferentes variedades discursivas y los diferentes tipos de discurso son
ubicados juntos en la red. Un orden del discurso es una estructuració n
social de la diferencia semió tica -un particular ordenamiento social de las
relaciones entre las diferentes formas de generar significado, es decir, de
producir discursos y variedades discursivas diferentes-. Un aspecto de
este orden es el dominio: algunas de las formas de generar significado son
dominantes o mayoritarias en un particular orden del discurso; otras son
marginales, o de oposició n, o
«alternativas». Por ejemplo, tal vez exista una forma dominante de
verificar una consulta entre mé dico y paciente en Gran Bretañ a, pero
tambié n existen varias formas diferentes que podrían adoptarse o
desarrollarse en mayor o
menor grado por oposició n a la forma dominante. Probablemente, la forma
dominante sigue manteniendo la distancia social entre los médicos y los
pacientes, y la autoridad del médico en cuanto a la forma en que se desarrolla
la interacció n; sin embargo, existen otras formas que son má s
«democrá ticas», formas en las que los mé dicos restan importancia a su
autoridad. El concepto político de «hegemonía» puede emplearse de forma
provechosa para analizar los ó rdenes del discurso (Fairclough, 1992;
Forgacs, 1988; Laclau y Mouffe, 1985) -una particular estructuració n social
de la diferencia semió tica puede llegar a ser hegemó nica, convirtié ndose
en parte del sentido comú n legitimador que sustenta las relaciones de
dominació n, pero la hegemonía siempre será contrarrestada, en mayor o
menor medida, mediante la lucha por la hegemonía-. Un orden del discurso
no es un sistema cerrado o rígido, sino má s bien un sistema abierto que
queda expuesto al peligro como consecuencia de lo que sucede en las
interacciones efectivas.
El aná lisis crítico del discurso, como he señ alado antes, oscila entre un
enfoque centrado en la estructura y un enfoque centrado en la acció n -
entre un enfoque centrado en los cambios de la estructuració n social de la
diversidad semió tica (ó rdenes del discurso) y un enfoque centrado en la
productiva labor semió tica' que se desarrolla en determinados textos e
interacciones- En ambas perspectivas, una de las preocupaciones principales
se centra en cambiar las articulaciones entre las variedades discursivas,
los discursos y los estilos -la cambiante estructuració n social entre sus
relaciones (una estructuració n que alcanza una relativa estabilidad y
permanencia en los ó rdenes del discurso) y el sostenido operar de sus
relaciones en los textos y en las interacciones-. El té rmino
«interdiscursividad» se reserva para esto ú ltimo: la «interdiscursividad»
de un texto es una parte de su intertextualidad, una cuestió n vinculada por
un lado a las variedades discursivas, a los discursos y a los estilos a los que
recurre, y por otro, a có mo opera con ellos en las articulaciones particulares.
190
El marco analítico del ACD
192
educació n). Sin embargo, tambié n guardan en parte relació n con las
formas que dominan o influyen en la interacció n, con las formas de utilizar
el lenguaje en la interacció n. Esto significa que necesitamos analizar las
interacciones. (El término «interacció n» se utiliza en un sentido amplio:
una conversació n es una forma de interacció n, pero tambié n lo es, por
ejemplo, un artículo periodístico, pese a que los «interactuantes» se
encuentren alejados en el espacio y en el tiempo. Los textos escritos, así
como, por ejemplo, los discursos transmitidos por la televisió n o por el
correo
electró nico son interacciones en este sentido amplio.)
El aná lisis interaccional presenta dos aspectos. En primer lugar tenemos
el aná lisis interdiscursivo: ¿có mo pueden los tipos concretos de interacció n
articular las diferentes variedades discursivas, los diferentes tipos de
discurso y los distintos estilos? Aquí la asunció n consiste en que una
interacció n (o un texto) es característicamente híbrido si lo expresamos en
términos de variedades discursivas, discursos y estilos -parte del aná lisis
consiste en destejer la particular mezcla que es característica de los tipos de
interacció n concretos-. El segundo aspecto tiene que ver con la lingü ística y
con otras formas de aná lisis semiotico (por ejemplo, el aná lisis de imá genes
visuales). Debo decir algunas cosas acerca del aná lisis lingü ístico.
Un problema al que se enfrentan las personas que no son especialistas
en lingü ística es que existen muchos aspectos diferentes del lenguaje de una
interacció n que pueden ser relevantes para el aná lisis crítico. No obstante,
existen listas de control de las características lingü ísticas a las que suele
resultar particularmente interesante prestar atenció n al realizar los
aná lisis críticos (por ejemplo, Fairclough, 1992: capítulo 8; Fowler et al,,
1979: capítulo 10). Esta versió n del ACD se basa en una concreta teoría
lingü ística, la lingü ística sistè mica funcional (Halliday, 1994), que tiene la
virtud de ser
«funcional» -es decir, de entender y analizar un lenguaje como algo
configurado (incluso en su gramá tica) por las funciones sociales a las que
ha terminado sirviendo-. Esto hace que resulte relativamente fá cil
entender có mo las categorías del aná lisis social conectan con las categorías
del aná lisis lingü ístico (vé ase Chouliaraki y Fairclough, 1999: capítulo 8,
para una valoració n y una crítica de este tipo de aná lisis lingü ístico).
El paso 3 del aná lisis, que se ocupa de si el orden social «necesita» los
problemas, es una forma indirecta de relacionar el «ser» con «el deber ser».
SÍ podemos establecer medíante la crítica que el orden social genera
intrínsecamente un abanico de problemas de gran calado, y que los
«necesita» para sustentarse, habremos contribuido a fundamentar la ló gica
de un cambio social radical. La cuestió n de la ideología tambié n surge
aquí: el discurso es ideoló gico en la medida en que contribuye a mantener
unas particulares relaciones de poder y de dominació n.
El paso 4 del aná lisis se desplaza de la crítica negativa a la positiva -la
identificació n de las hasta ahora no realizadas posibilidades, o de las
posibilidades no completamente realizadas, favorables a un cambio del
orden de las cosas-. Esta cuestió n podría consistir en mostrar las
contradicciones, o las lagunas, o los fallos, existentes en la dominació n en
el orden social (por ejemplo, las contradicciones existentes en los tipos de
interacció n dominantes), o podría consistir en mostrar la diferencia y la
resistencia.
Por ú ltimo, el paso 5 es el paso en el que el aná lisis se vuelve
reflexivamente sobre sí mismo y se pregunta, por ejemplo, hasta qué
punto es eficaz como crítica, si contribuye o no -o si puede contribuir o no-
a la emancipació n social, o si se halla o no comprometido con su propia
posició n en lo referente a las prá cticas académicas que tan interrelacionadas
se hallan hoy en día con el mercado y el Estado.
El ejemplo que he elegido para ilustrar este enfoque del ACD es el de las
representaciones del cambio en la «economía global». El significado de esas
representaciones para la ciencia social crítica surge dentro del má s amplio
á mbito de investigació n al que antes aludía: el del lenguaje en el nuevo
capitalismo. Por consiguiente, empezaré enmarcando lo primero en el
interior de lo segundo.
El nuevo capitalismo puede considerarse como una reelaboració n de
la red de las prá cticas sociales. Segú n Jessop (2000), implica tanto
una
«reestructuració n» como una «nueva escala». Hay que establecer unas
nuevas relaciones estructurales entre los diversos á mbitos de la vida social
- entre las redes de las prá cticas, o segú n la terminología de Bourdieu (por
ejemplo, 1979), entre sus diversos «campos»-. En particular, existe una
reestructuració n de las relaciones entre los campos econó micos y no
econó micos, lo cual implica una extensa colonizació n de lo segundo por lo
primero. La reorganizació n segú n una nueva escala es una cuestió n
relacionada con el establecimiento de nuevas relaciones entre las
diferentes
escalas de la vida social (y entre las redes de las prá cticas sociales en las
diferentes escalas): entre la escala global, la regional, la nacional y la local.
Desde este punto de vista, el fenó meno al que nos referimos de forma
general con el nombre de «globalizació n» no consiste simplemente en que
nos hayamos desplazado de una escala fundamentalmente nacional a una
194
escala fundamentalmente global de la organizació n y de los procesos
econó micos: la globalizació n posee una dilatada historia, y lo que implica
es má s bien una serie de nuevas relaciones entre escalas.
El lenguaje y la semiosis poseen una considerable importancia en la
reestructuració n del capitalismo y en su reorganizació n en torno a nueva
escala. Por ejemplo, la totalidad del concepto de «economía basada en el
conocimiento», una economía en la que el conocimiento y la informació n
adquieren un nuevo y decisivo significado, implica una economía basada
en el discurso: el conocimiento se produce, circula y es consumido como
los discursos -unos discursos que adquieren cará cter operacio- nal en tanto
que nuevas formas de actuar y de interactuar (incluyendo las nuevas
variedades discursivas), y que se inculcan como nuevas formas de ser o
nuevas identidades (incluyendo los nuevos estilos)-. Un ejemplo sería el
conocimiento de las nuevas formas de dirigir las organizaciones. La
reestructuració n y la asignació n de una nueva escala al capitalismo es en
parte un proceso semió tico -el de la reestructuració n y la asignació n de
una nueva escala a los ó rdenes del discurso, lo que implica unas nuevas
relaciones estructurales y escalares entre las variedades discursivas, los
discursos y los estilos.
El lenguaje también es importante en la génesis de esta reestructuració n
y de esta asignació n de una nueva escala al capitalismo. El té rmino
«neoliberalismo» puede comprenderse como algo referido a un proyecto
político encaminado a eliminar los obstá culos (como, por ejemplo, los
Estados con só lidos programas de bienestar) que se oponen al pleno
desarrollo del nuevo capitalismo (Bourdieu, 1988). Tal como señ alara
Bour- dieu, los discursos neoliberales constituyen una parte significativa
de los recursos que se despliegan en la procura del proyecto neoliberal.
Aquí es donde entra en juego mi ejemplo: un aspecto particularmente
importante del discurso neoliberal es el de las representaciones del cambio
en la «economía global», cambios que son generalizados en las sociedades
con temporá neas: las representaciones del cambio econó mico como algo
inevitable e irresistible, y su representació n como algo con lo que
simplemente tenemos que aprender a vivir y a lo que hemos de
adaptamos.
El nuevo capitalismo, por consiguiente, es una concreta red de
prá cticas que encuentra parte de su peculiaridad en la forma en que figura
en é l el lenguaje -es decir, en sus variedades discursivas, en sus discursos y
en sus estilos-. Podemos distinguir tres intereses analíticos
interrelacionados: la dominació n, la diferencia y la resistencia.
En primer lugar, debemos identificar qué variedades discursivas,
discursos y estilos son los dominantes. Los ejemplos serían las variedades
discursivas que regulan la acció n y la interacció n en las organizaciones
(por ejemplo, el tipo de lenguaje que se utiliza en el «trabajo en equipo»,
en las
«consultas», en las «asociaciones» o en las «valoraciones»); los discursos
econó micos neoliberales (incluyendo las representaciones del cambio) que
se difunden internacionalmente y que son impuestos por organizaciones
como el Fondo Monetario Internacional o la Organizació n Mundial del
Comercio (que incluyen palabras clave y expresiones como «mercado libre»,
«transparencia», «flexibilidad», «calidad»); y los estilos de las personas clave
del nuevo orden -empresarios, gerentes, dirigentes políticos, etcé tera-.
Tambié n hemos de considerar có mo difunden a escala internacional (es
decir, có mo reciben la asignació n de una nueva escala) estas variedades
discursivas, estos discursos y estos estilos, y también có mo se diseminan por
las á reas de la vida social (es decir, debemos considerar có mo quedan
reestructurados, por ejemplo: có mo «fluctú an» el discurso y la variedad
discursiva correspondientes a la «negociació n», por así decirlo, entre los
círculos de la actividad econó mica, política, militar y familiar).
En segundo lugar, hemos de considerar el abanico de la diferencia, o de
la diversidad, en las variedades discursivas, en los discursos y en los
estilos
-así como la estructuració n y la reestructuració n social de esa diferencia- Una
cuestió n es el acceso: ¿quié n tiene y quié n no tiene acceso a las formas
dominantes? Otra es la relació n entre las formas dominantes y las formas no
dominantes -có mo se ven afectadas otras variedades discursivas, otros
discursos y otros estilos por la imposició n de las nuevas formas dominantes-
Por ejemplo, el discurso político general converge por lo comú n en torno
al discurso neoliberal -¿qué ha ocurrido, por ejemplo, con los discursos
políticos radicales y socialistas?-. ¿Có mo han sido puestos al margen?
¿Có mo siguen mantenié ndoos
se? Un error que debe evitarse es el de suponer que las formas dominantes son las
ú nicas que existen.
Esto nos lleva ahora al tercer punto de interés: la resistencia. Las
variedades discursivas, los discursos y los estilos dominantes está n
colonizando nuevos á mbitos -por ejemplo los tipos, los discursos y los estilos
de la gestió n empresarial está n colonizando rá pidamente á mbitos del gobierno
y del sector pú blico como la educació n, y se desplazan rá pidamente entre las
distintas escalas-. Sin embargo, la colonizació n nunca es un proceso sencillo:
en muchos casos las nuevas formas se asimilan a las formas antiguas,
combiná ndose con ellas. Existe un proceso de apropiació n de estas formas que
puede conducir a varios resultados -a la asimilació n aquiescente, a las formas
de resistencia tá citas o a las de cará cter má s abierto (como sucede, por ejemplo,
cuando la gente «reproduce el discurso» de una forma conscientemente
estratégica, pero sin aceptarlo), o, de hecho, a la bú squeda de alternativas
coherentes.
Como ya he dicho antes, el tipo de representaciones de cambio en la
economía global que me interesa es el tipo que se difunde de manera
generalizada -es posible encontrarlo en medios econó micos, políticos y
educativos, así como en otros tipos de textos-. En otro trabajo (Fair- clough, de
pró xima publicació n), he mostrado esquemá ticamente có mo se desplazan esas
representaciones del cambio entre estos diferentes tipos de discurso. También
he mostrado (Faircough, 2000b) que constituyen una característica
sobresaliente del discurso de la «tercera vía» que se utiliza en el lenguaje
político del nuevo laborismo britá nico. El primer texto que examinaré ha sido
seleccionado má s bien por su condició n de ejemplo típico -aunque podría ser
completado por otros muchos, y en un estudio má s completo lo estaría-. Se
trata del pró logo escrito por el primer ministro britá nico, Tony Blair, al libro
blanco sobre la competi- tividad redactado en 1998 por el Ministerio de
Comercio e Industria (DTI, 1998). Este texto aparece reproducido en el
Apéndice 1. Seguiré el marco analítico de cinco puntos presentado
anteriormente.
Para esta parte del aná lisis, nos tenemos que salir del texto y utilizar fuentes académicas y no
académicas para dar sentido a su contexto social. Uno de los
sentidos que informa la esencia de los principales problemas sociales
contemporá neos emana de una amplia perspectiva sobre el orden social -véase
la deliberació n anterior sobre el lenguaje en el nuevo capitalismo-. Me centraré
en lo que considero un problema social puesto de manifiesto en este texto,
problema que se puede resumir en la célebre afirmació n de Margaret Thatcher:
«No hay alternativa» {afirmació n a la que, desde que fuera pronunciada, se
alude casi siempre con el acró nimo «TINA»3 ). El capitalismo global en su
forma neoliberal está casi siempre construido como un elemento externo,
imposible de modificar e incuestionable -como un simple «dato vital» al que
debemos responder-. En este caso, el problema social estriba en que las formas
alternativas y factibles con que organizar las relaciones econó micas
internacionales que podrían no tener los efectos perjudiciales de la forma
vigente {por ejemplo, el de incrementar la separació n entre los ricos y los
pobres dentro de los Estados y entre ellos) quedan excluidas de la agenda
política por estas representaciones.
Empezaré con la red de prá cticas en cuyo seno se localizan textos como é ste.
El texto proviene de un libro blanco, que es el documento britá nico en el que
se expresan las medidas políticas del gobierno -es decir, se localiza en una
prá ctica situada en el interior de la red de prá cticas que es constitutiva del
gobierno-. No obstante, los gobiernos nacionales se hallan cada vez má s
imbricados en redes de prá cticas má s amplias que no só lo incluyen a otros
gobiernos, sino tambié n a instancias intergubernamentales, a organismos
internacionales respaldados por los gobiernos (como la Unió n Europea, el
Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional), a redes empresariales,
etcé tera. Segú n Castells (1998), los gobiernos operan cada vez má s como
«nodos» dentro de una red transnacional basada en un complejo formado
por los á mbitos empresarial y gubernamental, un complejo cuyas
principales
«funciones» van dirigidas a la creació n de las condiciones (es decir, de las
estructuras financieras, fiscales, legales, de «capital humano», etcé tera) que
3 Formado con las iniciales inglesas de esa afirmació n («There Is No Alternative»). (N.
delT.)
permitan una exitosa competencia en la «nueva economía global» -que
simplemente se acepta
198
como algo dado-. Debido a que la prá ctica concreta de la que aquí nos
ocupamos se halla encerrada en el interior de esta poderosa red, existe un
obstá culo sustancial que se opone a que abordemos el problema.
Expresada en los términos que marca el segundo aspecto de los
obstá culos que se oponen a que el problema sea abordado -esto es, la relació n
de esa semiosis con otros elementos presentes en el interior de la red i de
prá cticas-, la semiosis desempeñ a, como ya he dicho anteriormente, ■ un papel
crucial en la imposició n, la extensió n y la legitimació n de la | «nueva economía
global». Bourdieu (1998) subrayó la importancia del l^ol que desempeñ a el
«discurso de poder», rol que es un elemento significativo del abanico de
recursos desplegado por quienes tienen interé s en extender y en consolidar
el nuevo orden neoliberal. Esto significa que en modo alguno podemos
prescindir alegremente de estas representaciones de la nueva economía y
del cambio econó mico. Tambié n hemos de referirnos aquí a los cambios en
el gobierno y en la «gobernació n» -es decir, a los factores que el nuevo
laborismo identifica con la «modernizació n» del gobierno-, cambios que
incluyen un doble movimiento de dispersió n o de devolució n de la
gobernació n, y un fortalecimiento del centro en ciertos aspectos, en especial
en lo referente a la coordinació n de las diferentes ramas del gobierno, y en
lo relacionado con «la percepció n tecnocrá tica». La «percepció n
tecnocrá tica» es en parte lo que hoy en día se denomina de forma
generalizada «giro», y añ ade una prima de prestigio al lenguaje del gobierno
y al esmerado control de ese lenguaje. Por lo tanto, y en diferentes planos, la
relació n de la semiosis con otros elementos de la red de prá cticas constituye
un formidable obstá culo que se opone a que abordemos el problema.
El tercer aspecto de los obstá culos que se oponen a que abordemos el
problema nos lleva al discurso, a la semiosis per se, tanto en té rminos
estructurales (el orden del discurso) como en té rminos de interacció n.
Una de las cosas que hacen que el problema en cuestió n resulte difícil de
abordar es la recontextualizació n (Bernstein, 1990; Chouliaraki y Fair-
clough, 1999). Algunas de las representaciones de la «nueva economía
global» y del cambio econó mico que resultan muy similares al ejemplo se
encuentran, como he dicho, difusamente presentes en el discurso
econó mico, político, mediá tico, educativo, etcé tera, y esto tanto en Gran
Bretañ a como en el plano internacional. Esas representaciones «fluyen» a
travé s de la red transnacional compuesta por los á mbitos empresarial y
200
tercer pá rrafo aparece el inanimado «este nuevo mundo» como agente de
«reta». Por el contrario, cuando se trata de dar respuestas nacionales a estos
implacables e impersonales procesos de cambio mundial, los agentes
sociales está n absolutamente presentes -las empresas, el gobierno, el
Departamento de Comercio e Industria (DCI), y, sobre todo, «nosotros».
Volviendo al tiempo real, así como al tiempo y al modo verbal, el cambio
mundial aparece representado en un presente ahistó rico, como de hecho
sucede también con tos procesos de respuesta nacionales. Esto se realiza, en lo
referente a la modalidad, mediante la categó rica afirmació n, esgrimida con
autoridad, de simples obviedades (por ejemplo, «El mundo moderno se ve
barrido por el cambio» -como todos sabemos-. De hecho, todas y cada una de
las cinco afirmaciones del primer pá rrafo son obviedades). La ú nica referencia
histó rica al pasado es la relativa al antiguo (de hecho «viejo») sistema descrito
en el cuarto pá rrafo («La vieja intervenció n estatal ni funcionaba ni podía
funcionar»). Existe un movimiento que va del «ser» al «deber ser». El «deber
ser» se halla implícito en los pá rrafos segundo y tercero: «nuestro é xito
depende de lo bien que explotemos nuestros bienes má s preciados», lo que
implica que debemos explotarlos. «Este nuevo mundo reta a las empresas a
que sean innovadoras y creativas», reta igualmente al «gobierno a crear» y a
poner en prá ctica una nueva política industrial, e implica tambié n que las
empresas y el gobierno deben hacer este tipo de cosas. Desde el quinto pá rrafo
en adelante, el «deber ser» se muestra de forma explícita y recurrente -el verbo
auxiliar «deber» (promover, invertir, competir, hacer) aparece en seis
ocasiones-. El á mbito del «ser» es el cambio mundial; el á mbito del «deber ser»
es el de las respuestas nacionales al cambio mundial: se construye
textualmente una línea divisoria entre la economía y la política, entre los
hechos y los valores, una línea que excluye a los primeros de la esfera de los
segundos -lo que contrasta con la tradició n so- cialdemó crata de la que ha
surgido el nuevo laborismo-. A diferencia de lo que sucede con los procesos
econó micos, los procesos políticos sí que tienen agentes sociales responsables:
el agente en los procedimientos modalizados con el verbo auxiliar «deber» es
en cinco casos «nosotros», y en un caso «el gobierno». En resumen, el cambio
mundial es un proceso presente que carece de historia al que «nosotros»
debemos responder. Ademá s, el proceso del cambio mundial se halla
implícitamente representado como un proceso indiferente al lugar en el que
ocurra (en otros textos esto puede hacerse de forma explícita, mediante
expresiones como ésta: «miremos donde miremos en el mundo
contemporá neo») -no existen
expresiones de lugar en el primer pá rrafo ni en el tercer pá rrafo.
La sintaxis es paratá ctica, tanto en las relaciones entre las
proposiciones como en las relaciones entre las oraciones de las
proposiciones. Considérense por ejemplo los dos primeros pá rrafos. El
primer pá rrafo consiste en tres proposiciones relacionadas de forma
paratá ctica (el segundo y el tercero también tienen clá usulas internamente
relacionadas de forma paralá ctica) que enumeran las pruebas del cambio
mundial. Lo mismo ocurre con el segundo pá rrafo, aunque las proposiciones
está n aquí relacionadas por su tema (de ahí los temas pronominales anafó ricos
de las proposiciones segunda y tercera); la segunda contiene oraciones unidas
de forma paratá ctica. Obsé rvese que la secuencia de estas proposiciones no
es significativa -la secuencia es intercambiable (con alguna reorganizació n
de poca importancia de las palabras en el caso del segundo pá rrafo debido a
la aná fora) sin que se produzca ningú n efecto determinante sobre el
significado-. De hecho, lo que se incluye o se excluye de esta lista de pruebas
es un tanto arbitrario, por ejemplo, la segunda proposició n del primer
pá rrafo podría haber sido también como sigue: «Enormes cantidades de
dinero se mueven por el mundo en una fracció n de segundo, y hasta el gato
que tenemos en casa, Socks, tiene su propio portal en Internet». La segunda
proposició n resulta fantasiosa ú nicamente porque Blair no tiene un gato
que se llame Socks. De hecho, este gato estaba incluido en una lista muy
parecida publicada en un libro escrito por el ex presidente estadounidense
Bill Clinton. Lo que desde el punto de vista retó rico resulta significativo es la
incesante acumulació n de pruebas de dicho cambio -lo que Clarke y
Newman, 1998, llaman «la cascada del cambio»-, una acumulació n que
establece firmemente que la nueva economía es un simple hecho con el que
debemos vivir y al que debemos responder.
En resumen, en este texto el cambio aparece representado con
autoridad como una serie de listados de manifestaciones conocidas (y de
obviedades) acaecidas en el presente, indiferentes a los lugares en que se
producen, cuyo agente social aparece borrado, y a las que nosotros
debemos responder de ciertas formas. Todas estas características juntas
construyen la nueva economía como un simple hecho para el que no existe
alternativa.
Permítanme que vuelva a la interdiscursividad. La interdiscursividad es
una recontextualizació n del tipo de lenguaje econó mico desarrollista que
aparece en los textos de organizaciones como el Banco Mundial, y significa
que los textos se insertan en un contexto diferente, y por consiguiente,
aparecen combinados con un tipo de lenguaje distinto, es decir, con un
lenguaje político y gubernamental. Esto se manifiesta en varias características
del texto. Por ejemplo, el texto pertenece a una particular rama
gubernamental, la del pró logo de un (primer) ministro a un documento
oficial, lo que no só lo nos permite anticipar el encabezamiento, la firma final
y la fotografía del primer ministro, sino tambié n la organizació n retó rica del
texto en su conjunto. Se trata de un texto político que ha sido
fundamentalmente concebido para presentar un argumento persuasivo,
mientras que un texto del Banco Mundial estaría orientado principalmente
al análisis (vé ase Fairclough, de pró xima aparició n, para un ejemplo
concreto) - lo que no excluye una intenció n persuasiva de cará cter má s
encubierto-. El texto de Blair incluye rasgos familiares de la retó rica política -
está mucho má s orientado hacia el «deber ser» que hacia el «ser», hacia la
prescripció n y la exhortació n a la acció n; el agente de estas acciones
proyectadas es principalmente el pronombre de la primera persona del
plural, «nosotros», cuya referencia oscila característicamente entre un
«nosotros el gobierno» de cará cter excluyeme («nosotros también debemos
invertir en las posibilidades britá nicas cuando las compañ ías por sí solas no
pueden») y un «nosotros los britá nicos» de cará cter incluyente («nosotros
debemos competir con mayor eficacia»), pese a que la exacta referencia del
«nosotros» incluyeme sea típicamente ambigua-. Existe un cierto nú mero de
antítesis que establecen claros y llamativos contrastes («nuevos
competidores pero tambié n nuevas grandes oportunidades», «una visió n a
largo plazo en un mundo de presiones a corto plazo», «competir [...] en los
mercados fuertes actuales [...] prosperar en los mercados del futuro»).
«Pero» es una de las conjunciones paratá cticas predilectas, se utiliza como
encabezamiento de la proposició n en los pá rrafos tercero, cuarto y quinto, y,
de nuevo, establece antítesis. El texto comienza y termina con proposiciones
cortas, efectistas y metafó ricas que funcionarían bien como estribillos («El
mundo moderno se ve barrido por el cambio»,
«Nosotros debemos hacer que el futuro sea favorable a Gran Bretañ a»). El
vocabulario del proceso incluye palabras que resaltan la voluntad y la energía
que habrá n de poner los agentes en las acciones proyectadas («construir»,
«crear», «promover», «forjar», «fomentar», «aprovechar»), y lo mismo
hacen las palabras que representan estados afectivos («preparados
para»,
«comprometidos con»).
El texto es un llamamiento a la acció n colectiva, incluyente y comprometida.
La recontextualizacíó n implica este cará cter híbrido, esta mezcla de
diferentes discursos -en este caso el discurso del desarrollo econó mico y el
discurso político-. La recontextualizacíó n implica una transformació n -las
representaciones de la nueva economía no son idé nticas en un informe del
Banco Mundial que en un pró logo político-; sus inflexiones está n moduladas
por el discurso que se está recontextualizando. Por ejemplo, en el primer
pá rrafo del texto de Blair, la representació n del cambio se descompone en tres
cortas proposiciones que incorporan las características de la retó rica política a
la que me he referido (la efectista metá fora de la primera proposició n, la
antítesis contenida en la tercera) y que proporcionan una base atrevida,
categó rica y efectista sobre la que asentar la persuasiva retó rica política del
texto. Un material aná logo procedente de un informe del Banco Mundial
sería probablemente má s completo y elaborado (vé ase Fairclough, de
pró xima aparició n, para una comparació n real). La recontextualizacíó n
implica una transformació n que se adecú e al nuevo contexto y a su
discurso.
El análisis interaccional muestra de qué modo se construye
textualmente el «nuevo orden econó mico» como hecho vital ineludible. Si los
textos con este tipo de construcciones son, como he sugerido, muy comunes
y colonizan varios tipos de discursos, si han sido, ademá s, «domesticados*
por efecto de una recontextualizació n producida en el marco de diferentes
tipos de discurso y de diferentes variedades discursivas, podemos apreciar
que el «efecto de goteo» de estas representaciones en muchos textos e
interacciones constituye tambié n un obstá culo que se opone a que
abordemos el problema.
¿Có mo puede contribuir un aná lisis como é ste a abordar problemas como el
que ha centrado mi trabajo? ¿Có mo podemos, por ejemplo, relacionar los
trabajos acadé micos con las campañ as contra el neoliberalis- mo, o, má s
concretamente, con algunos aspectos de los esfuerzos que la Organizació n
Mundial del Comercio destina a ampliar «el libre mercado»? La vida
académica está organizada como una red de prá cticas diferente, de hecho está
organizada como un mercado distinto, y es improbable que la investigació n
crítica que se realiza dentro de sus confines tenga mucho efecto. Podría
tener algú n é xito: las personas que dedican parte de su tiempo a la
enseñ anza
superior pueden «trasladar» ideas y enfoques a otras partes de sus vidas.
Sin embargo, creo que debemos seguir reconsiderando las siguientes
cuestiones: có mo investigamos, có mo y dó nde publicamos y có mo escribimos.
En lo que hace a có mo investigamos, lo que he dicho má s arriba sobre las
representaciones de la nueva economía no está directamente relacionado
con los activistas que hacen campañ a sobre cuestiones como la del «libre
mercado» -así que, ¿por qué no trabajar con esos activistas en el diseñ o y en
la realizació n de investigaciones, vinculá ndolas, por ejemplo, con las
campañ as que las personas discapacitadas realizan a propó sito de la
reforma asistencial?-. Respecto a la cuestió n de có mo y dó nde publicamos,
diré lo siguiente: ¿por qué no tratar de publicar folletos, artículos en
perió dicos y revistas, libros divul- gativos, o textos en la red? Y en lo
referente a có mo escribimos: ¿es posible desarrollar formas de escribir que
sean accesibles a mucha gente sin caer en la superficialidad? (Para un
intento de escribir un libro dívulga- tivo sobre el lenguaje utilizado por el
nuevo laborismo, vé ase Fairclough, 2000bien, y vé ase tambié n el Daily
Telegraph del 2 de marzo de 2000 para un artículo de fondo sobre el
mismo tema).
Fairclough, N., 1992, Discourse and Social Change. Cambridge, Polity Press.
APÉNDICE 2
212
otras útíleá sugerencias; y a Suzanne Wong Scollon por treinta años de continuas discusiones
sobre metodología.
dicen los medios de comunicació n pú blicos sobre el SIDA y el VIH, o
sobre el consumo de drogas, y la realidad de las acciones y las
identidades de los actores sociales implicados en una prá ctica de sexo de
riesgo o de consumo de drogas. Este vacío hace que estos discursos sobre
la salud pú blica sean en gran parte irrelevantes en lo que a producir
cambios efectivos en el comportamiento se refiere.
El aná lisis mediato del discurso (AMD) comparte los objetivos del
ACD, pero traza unas estrategias con las que reformular el objeto de
estudio y pasar, de un enfoque sobre los discursos vinculados a los
asuntos sociales, a un enfoque sobre las acciones sociales mediante las
cuales producen los actores sociales las historias y los há bitos de sus
vidas cotidianas, un giro que se justifica por el hecho de que é sta es la
base sobre la que se produce y se reproduce la sociedad. Es decir, el AMD
se centra má s en la acció n social que en el discurso o en el lenguaje. Esto
no significa que el AMD no tenga interé s en el discurso. Al contrario, el
AMD considera que una de sus principales tareas consiste en explicar y
en comprender de qué modo se halla implicada (o no) la generalidad de los
discursos de nuestra vida social en las acciones sociales que en cada instante
realizan los actores sociales en su actividad de tiempo real.
Ademá s del trabajo de Jones sobre los discursos pú blicos relacionados
con el SIDA y el VIH, o con el consumo de drogas en Hong Kong y China, como
hemos mencionado anteriormente, los proyectos en este programa de AMD
han investigado las formas en la que los estudiantes universitarios de Hong
Kong han hecho suyos, en sus vidas cotidianas, los mú ltiples discursos
pú blicos de cambio sociopolítico, como el de la soberanía política sobre Hong
Kong, transferida de Gran Bretañ a a Chi- na (Jones et al, 1997; R. Scollon, 1999a;
R. Scollon et al., 1999a; Scollon
y Scollon 1997; Yung, 1997), el de los efectos de la crisis de los misiles
taiwaneses en la estructura social de un grupo de amigos que ejercen juntos
en Hong Kong (S. Scollon, 1996, 1998, 1999, 2000a, c, d), el de los discursos
pú blicos sobre el paro en la Unió n Europea y sobre la formació n a largo
plazo de la juventud desempleada en un centro de formació n de Bélgica
(de Saint-Georges, 2000b), el de la redacció n de los trabajos del comité de
una gran organizació n de caridad y acogida de Hong Kong que acomete su
reestruturació n en una época de cambio sociopolítico (Bos'wood, 2000), y
el de las tensiones dialécticas surgidas entre las identidades personales,
regionales, nacionales y europeas durante la actual época, caracterizada
por la europeizació n postsoviética (de Saint-Georges y Noris, 1999).1
5 El escenario de la acció n.
Faiorclough y Wodak, 1997; R. Scollon, 2000a, c). El principal problema del
AMD consiste en examinar y en elucidar teoré ticamente los a menudo
indirectos y siempre complejos vínculos que existen entre el discurso y la
acció n. Ni suponemos que la acció n social pueda «leer» los discursos que
tal vez la acompañ en, ni que cualquier acció n social vaya a dar lugar a un
discurso previsible. Es decir, y por una parte, el AMD adopta la posició n
de que no podemos coger la transcripció n de una conversació n, de un
artículo periodístico, de un anuncio publicitario o de un reclamo
televisivo, y determinar alguna «lectura» obvia o directa de las acciones
sociales que han conducido a su producció n, y por otra parte, tambié n
adopta la posició n de que, al analizar cualquier acció n social concreta, no
podemos realizar ninguna asunció n directa respecto a cuá l será la
«lectura» que pueda efectuar cualquier ulterior acció n social.
El AMD se organiza en torno a seis conceptos principales: 6 2
6 La acció n mediata.
3. Los instrumentos de mediació n.
4. La prá ctica y los instrumentos de mediació n.
5. Los nexos de la prá ctica.
6. La comunidad de prá ctica.
La acció n mediata
1. LA ACCIÓN MEDIATA
Una acció n mediata se define como una acció n social realizada con, o gracias a,
mediació n (es decir, sin los instrumentos semió ticas y materiales que permite
El escenario de la acción
4. LA PRÁ CTICA
Scollon y Scollon (de pró xima aparició n)- tratando de elaborar cuatro tipos
principales de datos;
Se puede utilizar una amplia variedad de «encuestas» con tal de que nos asegure
Utilizamos varias técnicas para dirigir estas encuestas (Yung, 1996, 1997;
R. Scollon, 1998a). Empezar con una encuesta general y relativamente vaga
que abarque a grandes grupos de població n redujo el campo. Planteamos
preguntas como: «¿Qué medios de comunicació n lee, escucha o ve usted
con regularidad?». Continuamos con estudios sobre los
diarios y los perió dicos que leía un subconjunto de esta població n. Se pidió
a los participantes que, durante un periodo de una semana, registrasen por
escrito todos los medios de comunicació n que usasen, los momentos del
día en que lo hacían, en qué lugares lo hacían y quié n les acompañ aba en el
momento de hacerlo. Despué s, trabajamos con grupos diana y les hicimos
repasar tanto los resultados de la encuesta como los ejemplos de los
medios
de comunicació n que habían elegido con el fin de observar con detalle
có mo hablaban de los ejemplos concretos. El resultado neto de esas
encuestas nos permite tener una idea bastante clara de có mo eligen los
participantes entre los diversos medios de comunicació n, y constituye
ademá s un buen comienzo para saber qué cuestiones les interesan.
Los escenarios de las encuestas está n diseñ ados para reducir el á mbito
de la investigació n a unos cuantos lugares o escenarios sobresalientes,
unos lugares o escenarios en los que tienen lugar las acciones en las que
estamos interesados: hablar sobre «las noticias», comprar bienes de
consumo de marca, utilizarlas nuevas tecnologías de la comunicació n y cosas
por el estilo. Resulta imposible seguir a los participantes a todas partes en
sus vidas diarias, y por consiguiente es esencial desarrollar simplemente
un polo de motivació n en algunos de los lugares má s frecuentados o má s
importantes en los que se producen las acciones sociales de interé s. De
este modo descubrimos, por ejemplo, que nuestros estudiantes
universitarios de Hong Kong pasaban la mayor parte de su tiempo en uno
de estos cuatro sitios:
m
detallado de las prá cticas y de los instrumentos de mediació n, sino que,
simplemente, debemos identificar las principales acciones que tienen
lugar en un escenario concreto. Si, por ejemplo, hemos decidido que
nuestro interé s se centra en el neocapitalismo y que queremos abordar su
examen mediante el estudio del consumo de productos de distribució n
masiva que realizan los consumidores, y si, dentro de este campo,
queremos estudiar el hecho de tomar una taza de café en una cadena
internacional como Starbucks, entonces nosotros nos situaríamos
etnográ ficamente con el fin de aislar las acciones concretas que he señ alado
má s arriba: entrar, hacer cola, pedir, recibir nuestra consumició n, elegir
un sitio para sentarse, y demá s.
Los grupos diana se emplean con frecuencia en esta fase del aná lisis,
aunque el uso del té rmino «grupo diana» quizá no sea del todo correcto
(Jones et al., 1997; Yung, 2000). El objetivo de estos grupos en este caso no es
registrar las reacciones del usuario ante productos de consumo
específicos o ante asuntos pú blicos como con frecuencia ocurre en estudios
de mercado
o en sondeos de opinió n. En esta fase, los grupos tienen una doble razó n
de ser. En primer lugar, el investigador quiere saber hasta qué punto la
identificació n de escenarios, medios de comunicació n y acciones
específicos resulta fiable y vá lida para los miembros del grupo que se está
sometiendo a estudio, y en segundo lugar, el investigador quiere
comprender qué importancia o qué relevancia tienen las categorías que se
han identificado para la població n que se está estudiando.
Para poner un ejemplo de nuestra investigació n de Hong Kong, lo que
allí está bamos estudiando era la transferencia de soberanía política de
manos britá nicas a manos chinas en julio de 1997 (R. Scollon, 1997).
Identificamos una amplia variedad de símbolos semió ticos de este cambio
político, desde etiquetas con botones que tocaban el himno nacional chino a
diseñ os nuevos para las monedas y los buzones de correos, unos diseñ os
que sustituían las imá genes de la reina de Inglaterra por otras nuevas. Sin
embargo, en los grupos diana compuestos por estudiantes descubrimos que
entre los objetos má s notables (y sus correspondientes imá genes) se
encontraba el recién construido puente de Tsing Yí. De forma directa, este
puente no tenía nada que ver con el cambio político (desde nuestro punto
de vista), y habíamos estimado que las banderas, las imá genes de las
monedas y otros símbolos manifiestamente políticos tenían una
relevancia mucho mayor que la del puente. En esta fase, los
Una vez que hemos identificado el hecho de tomar una taza de café y de
mantener una conversació n con un amigo como la acció n mediata en la
que estamos interesados, deberíamos plantear las siguientes preguntas:
1. ¿Cuá l es la acció n?
2. ¿Qué secuencia o secuencias de acciones mediatas resultan
relevantes?
3. ¿Cuá l es el «embudo del compromiso»?
4. ¿Qué discursos narrativos y de anticipació n proporcionan una
estructura metadiscursiva o reflexiva?
Seleccionar un producco de
consumo Adquirir una taza de café
Entrar en un café Pedir Pagar
Abrir Permitir Localizar Hacer Elegir Pedir una Tender Recibir
una que una cola cola de un consumició n el las
alguien
puerta menú dinero vueltas
pase
do elegir tomar esa taza de café , pero el tipo exacto de café que vaya a
pedir, el lugar en el que habré de sentarme, y todo lo demá s, sigue siendo
una cuestió n abierta. De hecho, en ese momento aú n podría decidir que
quiero irme a otra parte -quizá porque está demasiado Heno-, y así, en
cierto sentido, «se anula» la acció n de entrar. Del mismo modo, cuando
estoy de pie en la cola tal vez esté examinando la lista de opciones que detalla
el cartel que se encuentra sobre el mostrador, pero en este punto aú n no
me he comprometido a optar por ningú n tipo, cantidad o concreto estilo
de café . Sin embargo, una vez que ya he pedido (y que aú n no he pagado),
es mucho menos probable que diga: «No, no quiero una jarra de batido de
café ; prefiero un capuchino». Y despué s de haber pagado una jarra de
batido de café resulta altamente improbable que cambie de consumició n.
Y cuando llega mi jarra de batido de café y me toca recogerla, si decido que
prefiero tomar un capuchino, creo que se entendería que lo má s
apropiado es que vuelva a la cola si quiero «revocar» mis anteriores
acciones. Y, de hecho, no
estaría revocá ndolas, sino iniciando una nueva secuencia. £sto es lo que
tratamos de captar con la idea del «embudo del compromiso». Algunas
acciones se hallan situadas en una jerarquía de significado que opera de
forma un tanto independiente respecto de las otras estructuras del
significado. Es decir, no só lo existe una secuencia de acciones mediatas,
sino que algunas de estas secuencias se «anulan» con mayor facilidad que
otras. Por consiguiente, desde el punto de vista metodoló gico, la tercera
tarea que debe realizarse al analizar las acciones mediatas consiste en llegar a
entender el significado, o la importancia, de la ubicació n de las acciones en
una secuencia. Entrar, hacer cola y pedir son, en este sentido, acciones
preparatorias para el acto de pagar el café. Dicho de otro modo, la definició n
del acto de pagar una taza de café (una acció n perteneciente a un plano
superior) está má s determinada por el momento del pago que por los
actos preliminares de pedir y de hacer cola.
Desde luego, este embudo del compromiso debe entenderse ubicado
en el marco de un concepto diná mico de la acció n social, y no inserto en
una noció n meramente discursiva. Pese a que he expuesto el orden en que
yo realizo la acció n, este orden es reversible (aunque provocando, quizá ,
cierta irritació n), mientras la persona encargada de preparar el café no
haya iniciado de hecho el proceso de preparar la consumició n, ya la
hayamos pagado o no. Para invertir la acció n de preparar una taza de café ,
se necesitaría algo má s que el discurso. Lograrlo implicaría el desperdicio
de materiales, y por consiguiente, es en cierta medida probable que la
reversibilidad de algunas acciones y la irreversibilidad de otras vaya unida
al mundo material.
Por ú ltimo, el embudo del compromiso puede ser tenido en cuenta en
algunas secuencias de acciones mediatas muy largas. Al vestirme para
iniciar la actividad diaria, bien pudiera suceder que comprobase mi billetero
con el fin de asegurarme de que tengo el dinero a mano para pagar una
taza de café en el transcurso del día. Es incluso má s probable que no
compruebe si tengo la cantidad específica que habré de necesitar para pagar
una taza de café , sino que verifique si tengo una cantidad mayor de la
necesaria para esto, ya que así, si andando el día me encontrara con un
amigo, tenga la libertad de invitarle a tomar un café juntos. Es decir, las
acciones iniciales podrían ser de cará cter extremadamente general. Se
podría concebir esto como la determinació n de empezar el día definiendo
un conjunto de acciones relacionadas con cierta forma de vestir o con
cierta forma de acicalarse, decisiones que, en ese momento, podrían no
encaminarse en
absoluto a satisfacer las necesidades de ningú n particular embudo del
compromiso, sino estar má s bien concebidas para disponer de la má xima
libertad de elecció n en la acció n en funció n de có mo se anticipa que será el
día.
La prá ctica
¿ Cuáles son las prácticas que se entrecruzan para generar este escenario de
la acción? Desde un punto de vista general, y para todos aquellos que
realizan actividades sociales juntos -es decir, que está n «con» alguien al
realizar prá cticas de compra de consumo, y otras cosas por el estilo, tal como
señ ala Goffman (1963,1971)-, el hecho de tomar una taza de café es una
intersecció n de prá cticas conversacionales (de iniciació n de la charla, de
concesió n de turnos de palabra, de control de los temas, de secuencias de
objeciones), de prá cticas relacionadas con comer y beber (esto es, con hablar
o no con la boca llena, con hablar y beber de forma alternativa, con beber a
base de sorbos lentos, con tragar rá pidamente), de prá cticas vinculadas al
hecho de estar en espacios sociales de cará cter pú blico (que determinan
conductas como la de no prestar atenció n por educació n, la de una
proximidad ecoló gica, etcé tera). El plano má s elemental, digamos el de
pagar el café, es una intersecció n de prá cticas -como las de manejar el dinero,
contarlo o trabar contacto visual-, a la que se unen las prá cticas
discursivas propias de las interacciones vinculadas a una relació n de
servicio (como el hecho de dar las «gracias» o no), de dar o no propina y
otras cosas similares.
El AMD adopta la posició n de que resulta má s ú til metodoló gica y
analíticamente abrazar esta noció n estricta de la prá ctica que hablar de
forma vaga de «prá cticas conversacionales» o de «prá cticas de consumo», ya
que, por un lado, estas categorías de cará cter má s bien general resultan en
ú ltimo té rmino difíciles de especificar, y lo que es peor, tienden a generar,
por otro, un aná lisis objetivista. Desde luego, no existen supuestos a priori
- ni respecto a cuá ntas prá cticas son relevantes para el aná lisis de un
escenario de la acció n cualquiera, ni respecto a qué prá cticas lo son-. Esto
debe de surgir del trabajo del analista, así como de los puntos de vísta de
los participantes, mediante una triangulació n de los tipos de datos
realizada segú n las directrices que he señ alado anteriormente. Es
probable, por
ejemplo, que los participantes se pronuncien con extrema vaguedad
respecto a cuá les son las prá cticas implicadas en el acto de pagar una taza
de café, y tal vez no sean capaces de exponer nada que supere la complejidad
de acciones como «pedir» y «pagar». No obstante, el analista debería ser
capaz de hacer explícitos, como hemos hecho aquí, elementos como las
actitudes posturales, el contacto visual, el acto de manejar dinero y de
tenderlo a otra persona, etcé tera.
He dicho anteriormente que el lugar del texto -del discurso, ya sea hablado
o escrito- en el AMD es el de un instrumento de mediació n utilizado por los
participantes para realizar una acció n social. También he dicho que estos
instrumentos de mediació n pueden incluir una amplia
gama de objetos físicos y de herramientas semió ticas, desde la taza en la que
se sirve nuestro café hasta el lenguaje que utilizamos para efectuar el pedido.
De este modo, y en ú ltimo término, las siguientes cinco preguntas
consiguen
acercarse al má ximo a los materiales má s habitualmente analizados en el
ACD: los textos.
¿ Qué vínculos entre las prácticas son los que constituyen el nexo de la práctica
f La primera vez que entré en una de las cafeterías especializadas confié
en algunas de las diversas prá cticas que entraban en mis há bitos para
adquirir una taza de café y tener una conversació n. Ahora ya he adquirido
muchos objetos. He hecho cola, leído menú es y tomado decisiones. He
tenido conversaciones en sitios pú blicos y, tras terminar, he depositado en su
lugar los objetos en los restaurantes de comida rá pida. En este sentido,
todas las prá cticas en las que confié me resultan familiares, ya que se
hallan insertas en un relato, algunos de los cuales tienen ya muchos añ os. Sin
embargo, esos há bitos son específicos de la organizació n de la secuencia de
acciones y de los vínculos existentes entre ellas, todo lo cual hace que el
hecho de tomar una taza de café en una de estas cafeterías constituya un
nexo ú nico o una constelació n de prá cticas. Es probable que cometa
errores, probablemente no en cualquiera de estas prá cticas, sino en hacer
que los vínculos y las secuencias funcionen sin sobresaltos.
Una vez que uno ha tomado en varias ocasiones una taza de café , estos
vínculos y secuencias empiezan a funcionar con mayor facilidad -hasta el
punto de que el camarero empieza a «reconocerme» como un cliente
habitual-. En esta fase parece ú til presentar la idea del «nexo de la
prá ctica». Este nexo es el funcionamiento regular y sin sobresaltos del
conjunto de vínculos y secuencias entre las prá cticas que otra persona
puede reconocer en el vago sentido de «estar haciendo lo correcto». Con
frecuencia es difícil lograr que los participantes de un nexo de la prá ctica
expongan explícitamente este reconocimiento. El problema metodoló gico
consiste en determinar exactamente cuá les son los vínculos entre las
prá cticas y las secuencias de las cadenas de las acciones mediatas que dan
lugar a este reconocimiento, por parte de quienes participan en la prá ctica.
Esto representa un problema porque, como he dicho, virtualmente todas
las prá cticas pueden ser reconocidas como elementos que operan de
forma
entrecruzada en una muy amplia gama de acciones y escenarios de la acció n.
Lo que resulta ú nico es la constelació n, no ninguna de las prá cticas
específicas a partir de las cuales se constituye esa constelació n o nexo.
¿Hasta qué punto existe una distinción útil entre el nexo de la práctica de
un grupo, de una situación o de una variedad discursiva? En el AMD, el
concepto de nexo de la prá ctica depende de que éste se encuentre vagamente
definido. Lo que estamos tratando de captar es el nivel má s bajo en el que
existe regularidad en los vínculos entre las prá cticas y las secuencias de
las acciones. Las prá cticas «residen» en el há bito de las personas. Se
emprenden acciones cuando las prá cticas particulares se hallan vinculadas
a escenarios de la acció n en tiempo real. Un nexo de la prá ctica consiste en
la aparició n regular de estas acciones y estos vínculos de las prá cticas.
Podríamos decir que el nexo de la prá ctica es al grupo social lo que el
há bito es a la persona. Es decir, el nexo de la prá ctica es la producció n en
gran medida inconsciente de acciones y acontecimientos reconocibles
como «las mismas» o similares acciones y acontecimientos. Dado que las
prá cticas residen en el há bito, un nexo de la prá ctica es en realidad un
conjunto de vínculos que se establecen entre las personas a travé s de los
vínculos de sus prá c
ticas. De este modo, el nexo de la prá ctica podría concebirse como
un grupo social en formació n.
De manera similar, no obstante, podríamos concebir los nexos de las
prá cticas de un modo un tanto má s objetivo, esto es, como variedades
discursivas en estado naciente, o como situaciones en ese mismo estado.
Es decir, podríamos centrarnos en el cará cter reconocible del tipo de acció n:
por ejemplo, tomar una taza de café en una cafetería especializada, y no
centrarnos de modo especial en las personas que participan en esa acció n.
Tambié n podríamos centrarnos en la situació n, lo que, en té rminos
generales, constituiría un enfoque organizado en torno a los instrumentos
de mediació n. Aquí radicaría el origen del significado que subyace al hecho
de que alguien diga: «Ah, parece que aquí podremos tomar una jarra de
batido de café », al ver una cafetería mientras se visita una ciudad en la que
no ha estado antes. Es decir, se ha reconocido una constelació n de diseñ os,
disposiciones, espacios y demá s que «se parecen» a situaciones y a
espacios en los que, en el pasado, se ha observado que se desarrollan
acciones similares.
La cuestió n metodoló gica se centra aquí en llegar a entender hasta qué
punto los vínculos entre las prá cticas y las secuencias de las acciones
mediatas resultan reconocibles como grupos definitorios, como
variedades discursivas o como situaciones para quienes participan en la
acció n. En la medida en que sean reconocibles, bien pudiera suceder que
esas personas estuvieran recorriendo la senda que les llevaría a definirse
como comunidades de prá ctica, o como variedades discursivas y
situaciones que ya resultan má s familiares en la literatura.
La comunidad de práctica
¿ Cuáles son las identidades (tanto internas como externas) que se generan
como consecuencia de la pertenencia a una comunidad de práctica? Puede que
una acció n mediata sea adoptada o no en el seno de una comunidad de
prá ctica. De este modo, el hecho de si una acció n mediata cualquiera que
estemos estudiando ha sido o no producida por los actores sociales como
una acció n perteneciente a la prá ctica de una comunidad nos remite a una
cuestió n empírica que debe resolverse metodoló gicamente. ¿Está
actuando el camarero de la cafetería como un empleado o está actuando como
un actor social que no toma partido? Sus deberes pueden incluir que se
haga cargo de los pedidos, que cobre la consumició n y que transmita el
pedido a la persona que prepara el café . Resulta concebible que estas
acciones han de tener lugar en el interior de una determinada estructura
formal, lo que, por consiguiente, ha de generar una identidad en el interior
de dicha estructura. Al mismo tiempo, no obstante, el camarero podría
reconocer a un amigo o a un familiar, y, tal vez, introducir una cierta gama
de añ adiduras en las acciones propias de los empleados que le sitú en, bien
dentro de otras comunidades de prá ctica, bien, simplemente, en otro nexo
de la prá ctica.
En este sentido, pagué recientemente una taza de café en una
cafetería de San Diego donde lo acció n transcurrió más o menos
como sigue:
El programa teoré tico del AMD, así como la metodología que hemos
adoptado para elaborar este programa, se basan en varios supuestos me- m
todoló gícos que hemos elaborado en los apartados anteriores. Estos supuestos son
los siguientes:
Para nuestros propó sitos, por tanto, debería estar ya claro que los
textos que se utilizan en las acciones mediatas son significativos, pero con
frecuencia no son ni siquiera centrales en la gé nesis de una acció n mediata
por parte de los actores sociales. Esto suscita la cuestió n de si el AMD debería
o no recibir el nombre de aná lisis del discurso. Argumentaré que sí por dos
razones. En primer lugar, el AMD en modo alguno elimina el interé s en los
textos o en el lenguaje, ú nicamente sitú a estos textos en un marco de
complejas interacciones con otros instrumentos de mediació n. Un AMD sería
incompleto si no tuviera en cuenta el lenguaje utilizado en las acciones
mediatas, y sería igualmente incompleto si no tuviera en cuenta el resto de
los instrumentos de mediació n que está n relacionados con la acció n
mediata que sometemos a estudio. En segundo lugar, el AMD entiende el
significado de la palabra «discursos» en su sentido má s amplio (Gee, 1999;
Gee et al., 1996; Fairclough y Wodak, 1997), es decir, en el de sistemas
completos que contienen la posibilidad de generar significados, ya recurran o
no al lenguaje. De este modo, el AMD consideraría que un discurso como el
de la regulació n del trá fico urbano es un discurso que presenta interé s,
pese a que un gran nú mero de ejemplos de este discurso aparezca
expuesto en forma de líneas pintadas sobre la superficie de las calzadas, en
forma de señ ales luminosas de distintos colores ubicadas en los cruces y en
forma de esquemas cromá ticos para definir las conductas autorizadas o
prohibidas.
Á reas predilectas de aplicació n y restricciones pertinentes
Espero que, con lo que ya he escrito, haya quedado claro de qué modo
construye estrategias el AMD con el fin de apreciar cuestiones sociales de
orden general en las acciones comunes de nuestras vidas diarias. El hecho
de trabajar inscrito en este marco analítico y en esta metodología permite
al investigador hallar un lugar en el que estas cuestiones y discursos
sociales aparezcan fundados en las acciones de nuestra vida. Esto significa,
desde luego, que el AMD es mucho má s adecuado para ciertos tipos de
datos o campos de aplicació n que para otros. El AMD es mucho má s
sensible al aná lisis de la intersecció n de las prá cticas cotidianas comunes
de los actores sociales y a los discursos pú blicos de base temá tica general.
De hecho, si hemos tratado de construir esta posició n teorética y
metodoló gica es para abordar estas amplías cuestiones pú blicas en la vida
cotidiana. Es decir, el AMD es relativamente ú til para llegar a entender
có mo encarnan en las acciones ordinarias de los actores sociales las
cuestiones de orden social y pú blico de nuestra sociedad. Al mismo
tiempo, por supuesto, debemos ser cautelosos en cuanto a extraer grandes
conclusiones sobre las formaciones sociales de cará cter general como las
instituciones, las organizaciones, las naciones y las culturas. El trabajo
interdisciplinar con estudiosos que se especializan en el aná lisis de textos,
instituciones, organizaciones y culturas no só lo es bienvenido en el AMD,
sino necesario.
Bourdieu, P., 1990, The Logic of Practice, Stanford, California, Stanford University
Press. [Trad, cast.: El sentido práctico, Madrid, Taurus, 1991.]
Gee, J. P., 1999, An Introduction to Discourse Analysis: Theory and Method, Londres,
Routledge.
La expresión de Gee, «Discurso con “D” mayúscula» está empezando a usarse de forma
generalizada para designar lo que otros autores como Fairclough han denominado
orden del discurso o formación discursiva. Este libro es una introducción muy útil y
fácil de leer al estudio del discurso como cuestión ideológica.
Scollon, R., 1998b, Mediated Discourse as Social Interaction: A Study of News Discourse,
Nueva York, Longman.
En este libro, el primer esbozo de un análisis mediato del discurso se realizó
utilizando datos obtenidos de llamadas telefónicas, instantáneas fotográficas y
noticias radiadas como ejemplos analíticos. La tesis central consiste en que $i el
discurso está mediado por textos, las principales interacciones sociales son aquellas
que se generan entre, por un lado, los productores del texto y, por otro, los lectores o
los telespectadores.
Scollon, R,, 2001, Mediated Discourse: The Nexus of Pradice, Londres, Routledge.
Wertsch, J. V., 1998, Mind as Action, Nueva York, Oxford University Press. [Trad. cast.:
La mente en acción, Buenos Aires, Aique, 1999.]
Wertsch expone aquí los argumentos principales de su teoría neovygotskiana de la
acción mediata. El análisis mediato del discurso utiliza y amplía este paradigma
psicológico para incluir el análisis del discurso.
Notas
1. Estos proyectos han sido todos realizados en el marco del AMD. Por
supuesto, otros proyectos comparten en muchos aspectos esta agenda de
investigación. El editor me Ha hecho notar la obra de Muntigl et al., 2000a, b -un
estudio de los discursos laborales en Estados Unidos- como ejemplo de trabajo que,
siendo etnográfico en sus grandes líneas, presta también atención pormenorizada al
análisis del discurso.
2. Además de las obras citadas en el texto de este capítulo, el AMD está
siendo desarrollado por Boswood, 2000; Johnston, 2000; Jones, 1999,2000; Norris, 2000;
Randolph, 2000; S. Scollon, 1996, 1998, 1999, 2000a, b, c; Scollon y Sco- llon, 2000; y
Yung, 1997,2000.
3. En este aspecto, el AMD posee muchas cosas en común con el interés
que tiene
Goffman en la interacción social estudiada, sin mostrar especial predilección por la conversación
como tal (1981), pese a que el AMD se aleje de Goffman al mostrar igualmente un fuerte interés
no sólo en la interacción social, sino también en los espacios físicos y en los textos utilizados en
la realización de acciones sociales.
4. El concepto de escenario de la acción es muy similar a la situación
social de Goffman por cuanto se centra en experiencias vividas en tiempo real, pero se
aleja de este concepto por cnanto está basado en una teoría de la práctica y deja abierto
el análisis propiamente dicho de la situación que deba derivarse de un análisis de las
prácticas y de las acciones realizadas.
5. El concepto de instrumentos de mediación hunde sus raíces en la
psicología vygotskiana (Vygotsky, 1978), como de hecho explica la obra de Wertsch
(1991,1998).
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lingüística sistèmica
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