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Elefante Rudyard Kipling
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P or qué el e le fa n t e t iPen
Este autor, uno de los más importantes y queridos de Inglaterra, vivió por años
en India y escribió sobre ese país muchísimos libros que hicieron que lectores
de todo el mundo se interesaran por sus gentes, su religión y su cultura. Estos
Gihahoy presentamos a Mariana
Yaneth que
dos cuentos de Kipling los niños Garcés Córdoba han
colombianos,
MINISTRA DE EDUCACIÓN M I N I S T R A D E C U LT U R A
sido leídos por lectores del mundo entero. Seguramente los niños colombianos
también gozarán y se divertirán viendo cómo y por qué las cosas son como son.
¿No será, acaso, que el elefante tiene trompa y el leopardo manchas porque les
pasó lo que él cuenta que les pasó?
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E n t i e m p o s a n t i g u o s y muy distantes el elefante, mi querido
amigo, no tenía trompa. Sólo tenía una nariz negruzca y abultada, del
tamaño de una bota, que podía menear de un lado a otro, pero con la
que no podía agarrar las cosas. Pero hubo una vez un elefante... un joven
elefante —el hijo de otro elefante—, que tenía una curiosidad insaciable,
lo que significa que siempre estaba haciendo muchas preguntas. Este
joven elefante vivía en África y habría sido capaz de recorrer todo el
continente con su insaciable curiosidad.
En una ocasión le preguntó a su espigada tía, la señora avestruz,
por qué tenía plumas en la cola, y su espigada tía le dio un coscorrón con
su dura, durísima garra. Le preguntó a su elevada tía, la señora jirafa, por
qué tenía tantas manchas en la piel, y su elevada tía le dio un coscorrón
con su dura, durísima pezuña. ¡Y sin embargo el joven elefante no se
desanimaba y seguía lleno de su curiosidad insaciable! Le preguntó a su
voluminosa tía, la señora hipopótamo, por qué tenía los ojos rojos, y su
voluminosa tía le dio un coscorrón con su dura, durísima pata.
Le preguntó a su peludo tío, el mandril, por qué los melones tenían el
4 sabor que tenían, y su peludo tío le dio un coscorrón con su peluda,
peludísima zarpa. ¡Y sin embargo el joven elefante no se arredraba y
seguía lleno de su curiosidad insaciable!
Una bella mañana, en medio de la Procesión de los Equinoccios,
este joven y fisgón elefante hizo una nueva y muy buena pregunta que no
había hecho nunca antes. Preguntó:
—¿Qué come el cocodrilo?
En seguida todos dijeron “¡Chito!” en voz alta y aterrada, y a
continuación le dieron una tanda de coscorrones que duró mucho tiempo.
Pasado un rato, cuando se dio por terminada la zurra, el joven
elefante se encontró al pájaro Kolokolo sentado en una mata de
espino-de-espera-un poco, y le dijo:
—Mi padre me ha dado coscorrones, mi madre me ha dado
coscorrones, y todos mis tíos y tías me han dado coscorrones por mi
curiosidad insaciable, y sin embargo yo todavía quiero saber qué come
el cocodrilo.
El pájaro Kolokolo le respondió con un lúgubre graznido:
—Vete a las orillas del enorme, verde-grisáceo y revuelto río
Limpopo, el de las orillas en las que abunda el árbol de la fiebre,
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y lo descubrirás.
A la mañana siguiente, cuando ya no quedaba nada de los
equinoccios porque la procesión había procedido de acuerdo con lo
previsto, este joven elefante de inextinguible curiosidad cargó cincuenta
kilos de bananos, de los pequeños y rojizos, cincuenta kilos de caña de
azúcar, de la larga de color púrpura, y diecisiete melones, de los verdes y
crujientes, y dijo a todos sus queridos parientes:
—Adiós. Me voy al enorme, verde-grisáceo y revuelto río Limpopo,
el de las orillas en las que abunda el árbol de la fiebre, a descubrir lo que
come el cocodrilo.
Y todos le propinaron coscorrones a modo de amuleto de la suerte,
aunque el joven elefante les pedía de la manera más cortés que dejaran
de hacerlo.
Al punto se marchó, un poco acalorado, pero para nada asombrado,
comiendo los melones y tirando la corteza donde cayera, pues no podía
recogerla.
Caminó desde la población de Graham hasta Kimberley, desde
Kimberley hasta la región de Khama, y desde la región de Khama
continuó en dirección noreste, todo el tiempo comiendo melones, hasta
que por fin llegó a las orillas del enorme, verde-grisáceo y revuelto río
Limpopo, el de las orillas en las que abunda el árbol de la fiebre, tal
como lo había descrito el pájaro Kolokolo.
Es preciso que sepas y comprendas, mi querido amigo, que hasta
esa misma semana, día, hora y minuto, este joven elefante de inagotable
curiosidad no había visto jamás un cocodrilo y no sabía qué aspecto
tenía. Todo se debía a su inabarcable curiosidad.
Lo primero que encontró fue una serpiente pitón bicolor que estaba
enroscada en una roca.
—Perdone —dijo el joven elefante de la manera más cortés
6 posible—, ¿pero de casualidad ha visto un animal llamado cocodrilo por
estos sitios tan revueltos?
—¿Que si he visto un cocodrilo? —preguntó la serpiente pitón
bicolor con voz terriblemente burlona—. ¡Quién sabe cuál será tu próxima
pregunta!
—Perdone —dijo el joven elefante — ¿pero sería tan amable de
decirme qué es lo que come el cocodrilo?
Entonces la serpiente pitón bicolor se desenroscó muy de prisa de
la roca y le dio un coscorrón al elefante joven con su cola escamosa y
oscilante.
—Esto me parece muy curioso —dijo el elefante joven—, porque mi
padre y mi madre, mi tío y mi tía, por no mencionar a mi otra tía, la señora
hipopótamo, ni a mi otro tío, el señor mandril, todos me han zurrado por
mi curiosidad insaciable... y supongo que aquí ocurre lo mismo.
De modo que se despidió muy cortésmente de la serpiente pitón
bicolor, la ayudó a enroscarse de nuevo en la roca y prosiguió su camino,
un poco acalorado, pero para nada asombrado, comiendo los melones y
tirando la corteza donde cayera, pues no podía recogerla, hasta que pisó
lo que creyó que era un tronco en la mismísima orilla del enorme, verde-
grisáceo y revuelto río Limpopo, el de las orillas en las que abunda el
árbol de la fiebre.
Pero en realidad era el cocodrilo, mi querido amigo, y el cocodrilo
guiñó un ojo... ¡así!
—Perdone —preguntó el joven elefante con la mayor cortesía—,
¿pero de casualidad ha visto un cocodrilo por estos sitios tan revueltos?
Entonces el cocodrilo guiñó el otro ojo y levantó del barro la mitad
de la cola, y el joven elefante retrocedió un paso con la mayor cortesía
porque no quería que lo zurraran otra vez.
—Acércate, pequeño —dijo el cocodrilo—. ¿Por qué preguntas esas
cosas?
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—Perdone —dijo el joven elefante con la mayor cortesía —, pero
me han dado coscorrones mi padre y mi madre, mi tío y mi tía, por no
mencionar a mi espigada tía, la señora avestruz, ni a mi elevada tía, la
señora jirafa, que es capaz de cocear como nadie, ni a mi voluminosa tía,
la señora hipopótamo, ni a mi peludo tío mandril; y también la serpiente
pitón bicolor con la cola escamosa y oscilante, orilla arriba del río, muy
cerca de aquí, que zurra más fuerte que ninguno, así que, si no es motivo
de molestia para usted, no quiero que me zurren más.
—Acércate, pequeño —dijo el cocodrilo—, porque yo soy el cocodrilo.
Y entonces derramó lágrimas de cocodrilo para demostrar que lo
que decía era la pura verdad.
El joven elefante se quedó sin aliento, jadeó, cayó de rodillas a la
orilla del río y dijo:
—Usted es precisamente a quien he estado buscando todos estos
días. ¿Sería tan amable de decirme qué come?
—Acércate, pequeño —dijo el cocodrilo—, y te lo diré en un susurro.
El joven elefante inclinó la cabeza aproximándola a las
colmilludas y almizcleñas fauces del cocodrilo, y este lo atrapó
por la nariz que hasta esa misma semana, día, hora y minuto no
había sido más grande que una bota, aunque bastante más útil.
—Creo —dijo el cocodrilo, y lo dijo apretando los dientes de
tal manera que sonó como “crrreeo” —que hoy voy a empezar la
comida con una porción de elefante joven.
Al escuchar estas palabras, el joven elefante se molestó
mucho y, hablando por la nariz, dijo:
—¡Sultami! ¡Mestá dolindo micho!
En aquel momento la serpiente pitón bicolor bajó
arrastrándose hasta la orilla del río y dijo:
—Mi joven amigo, si ahora mismo, de inmediato y al
instante, no tiras con todas tus fuerzas, es mi opinión que un
conocido reciente tuyo, protegido por un sobretodo de cuero
a cuadros grandes (se refería al cocodrilo) te arrastrará hasta
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la límpida corriente que a lo lejos se vislumbra antes de que
puedas decir esta boca es mía.
Es así como se expresan siempre las serpientes pitón
bicolor.
Entonces el joven elefante se sentó sobre sus pequeños
cuartos traseros y tiró y tiró y tiró, y su nariz empezó a estirarse.
El cocodrilo se revolcó en el agua volviéndola toda cremosa con
los grandes aletazos de su cola, y también tiró, y tiró, y tiró.
La nariz del joven elefante seguía estirándose
y el joven elefante extendió sus cuatro pequeñas patas
y tiró, y tiró, y tiró, y su nariz siguió estirándose; por su
parte el cocodrilo apaleaba la cola sobre el agua como si
fuera un remo, y tiró y tiró y tiró, y a cada tirón que daba
la nariz del joven elefante se alargaba más y más...
¡y le dolía como mil demonios!
En un momento, el joven elefante notó que las
patas se le resbalaban, y, hablando por la nariz, que
ahora medía como metro y medio, dijo:
—¡Esti es mmmasiado pra mí!
La serpiente pitón bicolor se acercó desde la orilla,
se enroscó con un nudo doble alrededor de las patas
traseras del joven elefante y le dijo:
—Temerario e inexperto viajero, a partir de este
10 momento nos dedicaremos seriamente a un poco
de alta tensión; porque si dejamos de hacerlo, mi
certera percepción es que aquel buque de guerra
autopropulsado con la cubierta superior acorazada
(con esto, mi querido amigo, se refería al cocodrilo)
echará a perder de manera permanente tu futura carrera.
Es así como se expresan siempre las serpientes
pitón bicolor.
De manera que la serpiente tiró, y el joven elefante
tiró y el cocodrilo tiró, pero el joven elefante y la
serpiente pitón bicolor tiraron más fuerte y al final el
cocodrilo debió soltar la nariz del joven elefante con
un ¡plaf! que se pudo oír por todo el Limpopo, corriente
arriba y corriente abajo.
El joven elefante cayó sentado de la manera
más dura y repentina, pero mientras lo hacía tuvo
el cuidado de darle las gracias a la serpiente pitón
bicolor, y en seguida prestó atención a su pobre nariz
estirada, envolviéndola en hojas de plátano frescas y
poniéndola a enfriar en el enorme, verde-grisáceo
y revuelto río Limpopo.
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—¿Para qué estás haciendo eso? —le preguntó la
serpiente pitón bicolor.
—Perdone —respondió el joven elefante —,
pero mi nariz está notoriamente deformada y estoy
esperando a que encoja.
—Pues entonces vas a tener que esperar mucho
tiempo —dijo la serpiente pitón bicolor—. Hay quienes
no se dan cuenta de lo que les conviene.
El joven elefante se quedó sentado en aquel sitio
durante tres días a la espera de que se le encogiera
la nariz. Pero no se acortó ni un milímetro y, además,
le hacía bizquear. Porque tienes que comprender, mi
querido amigo, que el cocodrilo, a fuerza de tirar, se la
había convertido en una verdadera y auténtica trompa,
igual a la que tienen los elefantes de la actualidad.
Al final del tercer día apareció
una mosca y lo picó en el hombro,
pero antes de pensar en lo que estaba
haciendo, el joven elefante levantó la
trompa y con el extremo le asestó un
golpe letal al insecto.
—¡Ventaja número uno! —dijo la
serpiente pitón bicolor—. No podrías
haber hecho eso con una simple y
abreviada nariz. Ahora trata de comer
unos bocados.
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Antes de pensar en lo
que estaba haciendo, el joven
elefante extendió la trompa y
cogió un abundante manojo de
hierba, lo limpió sacudiéndolo
contra las patas delanteras y se
lo introdujo en la boca.
—¡Ventaja número dos! —
dijo la serpiente pitón bicolor—.
No podrías haber hecho eso con
una simple y abreviada nariz.
¿Pero no te parece que el sol
calienta mucho en este sitio?
—Sí que calienta —dijo el joven
elefante, y antes de pensar en lo que
estaba haciendo con la trompa se
aprovisionó de una porción de barro
de las orillas del enorme, verde-
grisáceo y revuelto río Limpopo y se
lo encasquetó en el testuz donde se
convirtió en una refrescante y untuosa
gorra de barro que le chorreaba por
detrás de las orejas.
—¡Ventaja número tres! —dijo la
serpiente pitón bicolor—. No podrías
haber hecho eso con una simple y
abreviada nariz. Y ahora dime, ¿qué te
parecería que te zurraran otra vez?
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