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Apuntes Bergson Husserl Escuela de Frankfurt
Apuntes Bergson Husserl Escuela de Frankfurt
Apuntes Bergson Husserl Escuela de Frankfurt
H. Bergson:
El espiritualismo de Bergson:
1
de la misma manera que la ciencia de la época, estáticamente, aunque como una
forma pura de la sensibilidad. Bergson considera que la duración es forma y contenido.
Metafísica de la duración:
2
bergsoniana más lograda de la memoria es la de la síntesis del pasado y el presente
en vista del futuro, una síntesis que no es de identificación sino de transición, pues se
trata de una prolongación del pasado en el presente que conserva cada una de sus
diferencias con vistas al futuro. Bergson explica el olvido diciendo que la atención a la
vida restringe el campo del pasado, que está virtualmente presente en su totalidad, a
aquello que interesa prácticamente. Si la atención a la vida estuviera exenta de todo
interés práctico, comprendería el pasado continuamente presente, no como conjunto
de instantes, sino como presente indiviso en continuo movimiento.
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ello, se nutre de memoria. Gracias a ello hay reconocimiento de lo percibido, aunque
este no sea teorético sino pragmático, es decir, orientado a desenvolverse mediante
acciones. El tiempo se mide por medio del movimiento, pero si esta medida es posible
es porque nosotros somos capaces de movernos. Cuando lo hacemos sentimos
movimientos musculares, pero también tenemos conciencia de los mismos. Los
movimientos duran, describen una trayectoria, como la percepción visual, y se dan en
un espacio.
La evolución creadora:
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Bergson es evolucionista pero su evolucionismo no es cientificista. La evolución
creadora es la obra de Bergson en la que se concentra esta problemática. Se trata de
un estudio sobre la vida, comprendida dinámicamente, como trabajada desde su
interior por el impulso vital de la conciencia, que ya apunta cuando la materia es
aprehendida en sus profundidades, fundamentalmente como duración, aunque
también se encuentra con las limitaciones que le impone la materia. El impulso vital
actúa como si una conciencia fuera inmanente a la vida, aunque estuviera como
adormecida en algunos seres vivos. Comprender esto requiere imaginar la vida
entrando en el mundo: primero como materia bruta, después en las acciones
puramente físicas que se repiten y cuya duración está distendida imposibilitando
cualquier creación. En este mundo de la necesidad irrumpe la vida con su movimiento
imprevisible y los seres son libres para elegir el tiempo gracias a la memoria; esta
rompe el determinismo de ese impulso vital y marca el surgimiento de la conciencia. A
diferencia de la materia bruta que sólo responde a causas mecánicas, la conciencia
humana toma de la materia lo que le resulta útil para sus acciones. La fuerza vital
anima, asimismo, la evolución creadora y es el peculiar modo de ser de un ente finito
frente a una materia ya dada que le opone resistencia y le exige un esfuerzo. No hay,
sin embargo, diferencia irreductible entre materia y espíritu. Bergson llega a referirse a
una génesis ideal de la materia, es decir, a una explicación de esta como detención
posible del impuso vital espiritual. Todos los seres organizados participan de él; la
materialidad es ese movimiento aunque inverso al del espíritu. La actualización de
este impulso depende de la confrontación con la materia para transformarla al mismo
tiempo que el impulso la transmuta.
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naturalismo de carácter espiritualista, ya que identifica el incesante proceso evolutivo
con la duración de la conciencia.
Bergson niega que la evolución sea una serie de adaptaciones a las circunstancias
como pretende el mecanicismo. Considera que el evolucionismo que le ha precedido
no logra dar cuenta de la formación de órganos complicados, como el ojo, que tienen
una función muy simple. El todo es de la misma naturaleza que el yo, es decir, está en
gestación. Bergson critica que las explicaciones mecanicistas consideran el futuro y el
pasado como calculables en función del presente, pretendiendo, así, que todo está
dado. Por la misma razón es rechazable el finalismo radical, que implica que las cosas
y los seres no hacen más que realizar un programa que ya ha sido trazado (se supone
que todo está dado, con lo cual el tiempo resulta inútil).
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conciencia ha tenido que renunciar a bienes preciosos como la intuición. Esta sigue la
dirección de la vida, mientras que la inteligencia va en sentido inverso, pues está
regulada por el movimiento de la materia. Una humanidad perfecta debería desarrollar
por completo ambas formas de actividad consciente, sin embargo, la conquista de la
materia lo impide, pues la conciencia debe adaptarse a los hábitos materiales.
El espíritu en el cuerpo:
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El universo puede entrar en el sistema de la ciencia, en el que cada imagen tiene un
valor absoluto pues se pone en relación con ella misma, o en el de la conciencia, en el
que todas las imágenes se regulan en relación con una imagen central de la que son
variaciones: mi cuerpo. Este es una imagen más que actúa como ellas: recibiendo y
proporcionando movimiento; lo que lo diferencia de las otras es que él es el único
medio para actuar sobre ellas; no sólo me suministra imágenes particulares, sino que
es centro de acción, un objeto destinado a mover otros y condición de la percepción.
Una imagen cualquiera influencia a las otras de un modo determinado, calculable
incluso. En cambio, el cuerpo decide entre varios pasos posibles que le son sugeridos
por la mayor o menor ventaja que puede sacar de las imágenes que le rodean. El
cuerpo proyecta la percepción como una imagen privilegiada, como posible acción en
el mundo exterior. La percepción se reduce a una selección de los caracteres de las
imágenes que interesan a las necesidades de la imagen denominada “cuerpo”.
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conserva en sí y, de este modo, lo recrea. Lo que ocurre es que el cerebro está
preparado para rechazar la casi totalidad del pasado inconsciente y conservar
únicamente en la conciencia lo que resulta útil para el presente. Nuestro pasado
permanece casi siempre escondido, porque es inhibido por las necesidades de la
acción presente. Sólo encontrará el modo de franquear el umbral de la conciencia en
todos los casos en los que nos desinteresemos de la acción eficaz.
El cuerpo propio es, como cualquier otro, materia. Lo que lo diferencia de los demás
es ese yo que lo habita y que desencadena sus movimientos voluntarios. El yo (el
alma, el espíritu) sólo es la convergencia de dichos movimientos. Pero el cuerpo no es
el yo. Está confinado en el espacio y lo único que lo lleva más allá de sí es la
conciencia. El dualismo sigue presente. Asocia el cuerpo con la materia y el espacio,
mientras que la conciencia está coaligada a la memoria y al tiempo verdadero.
Bergson continúa manteniendo la concepción del cuerpo-objeto animado por un
espíritu, que es, incluso, el que percibe. Si el cuerpo es acción, la memoria pura será
la conservación de todo el pasado por obra del espíritu y su intensificación en la
duración de la conciencia, que desborda la vida cerebral. Eso que desborda el cuerpo
por todos lados y que crea actos recreándose a sí mismo continuamente es el yo, el
alma, el espíritu. El alma espiritual se extiende mucho más allá del tiempo y del
espacio; a diferencia del cuerpo que permite movimientos mecánicos, el espíritu
posibilita movimientos libres. Alma, espíritu y yo no admiten distinción en Bergson, son
el más allá del cuerpo, poderes de creación.
Bergson acaba entendiendo la memoria de un modo dual. Por un lado, hay una
memoria útil para reconocer imágenes, una memoria que podríamos denominar
práctica, ya que se aplica de modo estereotipado a situaciones similares; su sede es el
sistema nervioso, en tanto órgano de la acción. Esta memoria produce lo que Bergson
denomina “recuerdos-imágenes”. Más que memoria, es una especie de hábito, porque
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es obra del esfuerzo y de la repetición. Ella es objeto de estudio para la psicología,
porque es voluntaria, orgánica y permite que nos adaptemos a la situación presente y
que nuestras acciones se prolonguen en reacciones más o menos apropiadas. Junto a
ella opera otra memoria, que puede designarse como “pura” por ser una manifestación
completamente espiritual y que da lugar a puros recuerdos. La memoria-hábito es la
que produce actualizaciones automáticas de las memorias pasadas en el presente
gracias al ejercicio y a la repetición. En cambio, la memoria que podríamos denominar
“recolectora” desde el presente se vuelve al pasado para explorarlo de modo
desinteresado. Esto implica que el pasado sobrevive de dos formas: 1) en los
mecanismos motores y 2) en los recuerdos independientes. Gracias a la memoria
práctica se conservan hábitos motores. A diferencia de él, el recuerdo involuntario no
tiene las características del hábito. Por ejemplo, la lectura de un poema que no
pretende memorizarlo de golpe, sino que va dejando huellas de su imagen. Si
involuntariamente algo queda fijado, lo hace como un acontecimiento vital: su esencia
radica en que remite a una fecha y no puede repetirse. Las lecturas ulteriores alterarán
su naturaleza original. Ambas memorias se conservan por la conciencia y no en el
cerebro. Aunque algunos recuerdos se hallen en ella de manera inconsciente todavía,
no excluyen su preservación en forma de virtualidades o potencialidades que se
actualizarán aunque sea parcialmente. Sólo la percepción actual es presente, todo lo
otro, incluso el cuerpo, es memoria, conciencia y duración. En el estado virtual es en lo
que consiste el recuerdo puro.
Memoria del cuerpo es la producida por este desde su presente, por el que pasan los
movimientos recibidos y reenviados. El cuerpo, en tanto punto de unión de las cosas
que actúan sobre mí y aquellas sobre las que actúo es la base de los fenómenos
sensoriomotores que se han organizado en hábitos. Mientras que la memoria corporal
es cuasi-instantánea, la memoria pura ha de ser filtrada por el cerebro para hacer
posible la acción. Esta última presenta a los mecanismos sensoriomotores todos los
recuerdos capaces de guiarla en su tarea y dirigir la reacción motora en el sentido
sugerido por la experiencia. Por su parte, los aparatos sensoriomotores suministran a
los recuerdos impotentes el medio de tomar cuerpo y hacerse presentes. Al cerebro le
corresponde ser guardián del pasado, en el sentido de que él inhibe o condiciona la
actualización de las virtualidades de la memoria. Lo hace a través de la influencia de la
memoria en la conciencia perceptiva. Esta hace un llamamiento al recuerdo de
percepciones previas cuando se encuentra en una situación que no es habitual. Todas
las memorias virtuales se actualizan, entonces, en la situación perceptiva presente.
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Para que el recuerdo reaparezca ante la conciencia, es necesario que descienda de la
memoria pura, al punto en el que se cumple la acción. La llamada a la que el recuerdo
responde parte, por tanto, del presente. Bergson no tematizó la memoria del pasado
como memoria involuntaria, porque su psicología de la acción se encaminaba al futuro
y sólo tenía en cuenta al pasado en la medida en que resultara útil para aquel. Esta
utilidad sólo puede ser mostrada por la memoria voluntaria.
No hay memoria sin pasado; este es impotente en sí, pero eficaz en el presente si
determinarlo completamente. Hay, por tanto, supervivencia en sí del pasado,
supervivencia integral del pasado de la que sólo sabemos en esos casos en los que la
conciencia se separa de la acción presente y relaja su estado de alerta, por ejemplo,
en el sueño o en la visión panorámica de los moribundos en la que desfilan todos los
acontecimientos olvidados de su historia en el mismo orden en el que se produjeron.
Sin embargo, estos son casos extremos del pasado en sí y del recuerdo puro. En
realidad, aquél sólo se nos da en imágenes-recuerdo; tiene una existencia virtual. La
percepción está llena de recuerdos-imagen que la completan interpretándola. Por su
parte, el recuerdo-imagen participa del recuerdo puro que comienza a materializarse
en él y de la percepción en la que tiende a encarnarse; finalmente, el recuerdo puro se
va plasmando en una imagen a medida que se actualiza. Sin embargo, la imagen pura
no me remite por sí misma al pasado (imaginar no es acordarse). Esto quiere decir
que la memoria pura no está contaminada con imágenes.
Entre ambas memorias no hay discontinuidad, ya que la vida es flujo entre una y otra.
Estos dos estados extremos, el de una memoria contemplativa que sólo aprehende
con su visión lo particular y el de otra memoria motora que imprime a su acción la
marca de la generalidad, no se aíslan y no se manifiestan plenamente más que en
casos excepcionales. En la vida normal, se penetran íntimamente, abandonando así,
una y otra, algo de su pureza originaria. La primera se traduce por el recuerdo de las
diferencias, la segunda por la percepción de los parecidos: en la confluencia de las
dos corrientes aparece la idea general.
Por otra parte, hay cosas que por esencia no pueden repetirse y eso es lo que nos da
la memoria que imagina, el recuerdo espontáneo. Es tan perfecto que el tiempo no
puede añadirle nada sin desnaturalizarlo. En cambio, el recuerdo aprendido se
convertirá en impersonal, saldrá del tiempo y se alejará de nuestra vida pasada. La
repetición es lo que convierte el primer tipo de recuerdo en el segundo; utiliza los
movimientos por los que el primero se continúa para organizarlos y crear un hábito en
el cuerpo. Bergson sigue siendo dualista al mantener exclusivamente la existencia de
estos dos tipos de recuerdos opuestos. La acción nace en el cerebro, pero impulsada
por la memoria. De ahí que sea precisa una actitud corporal apropiada para que el
recuerdo-imagen pueda insertarse en el presente. En virtud de la misma, esos
recuerdos devienen motores, pues prolongan una percepción actual y retoman
percepciones pasadas, no para repetirlas, sino para reconocerlas con vistas al futuro.
El acto concreto por el que reaprehendemos el pasado en el presente es el
reconocimiento. Reconocer un objeto usual consiste en saber servirse de él en nuevas
situaciones que pueden compartir rasgos con otras ya transitadas. El reconocimiento
es el acto concreto por el que aprehendemos el pasado en el presente. El
reconocimiento motor y el de los hábitos corporales registra en la situación actual las
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mismas necesidades que desencadenaron acciones pasadas y las realizan del mismo
modo. De esta manera el cuerpo le ofrece a la memoria pura el medio para
actualizarse y ganar efectividad en el presente. Esto es lo que hay que entender por
memoria corporal, junto a otra memoria puramente espiritual. La primera nos daría un
reconocimiento cuasi automático, mientras que la segunda produciría un
reconocimiento atento que exigiría esfuerzo, no tanto motriz como anímico y
atencional.
Intuición y filosofía:
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intuición no se opone a la inteligencia, sino que la necesita para comunicarse, para
transmitirse, para sumarse a las ideas. La teoría del conocimiento y la teoría de la vida
son inseparables una de otra.
La inteligencia analiza, mientras que la intuición opera por simpatía, es decir, por
coincidencia con lo que lo intuido tiene de único. Mientras que el análisis no puede
llegar a lo Absoluto, la simpatía sí. Sin embargo, inteligencia e intuición comunican en
la experiencia. Además, todo conocimiento está compuesto de análisis, pero también
de intuición; el análisis permanece fuera de la cosa, adopta puntos de vista sobre ella,
la divide en partes y la traduce en símbolos. La intuición entra en la cosa. El análisis
depende del punto de vista en que nos situamos y de los símbolos por los que nos
expresamos. La intuición no se toma desde ningún punto de vista y no se apoya en
ningún símbolo. El análisis se detiene en lo relativo; la intuición, allá donde sea
posible, alcanza lo absoluto. El análisis es relativo y abstracto. Bergson reconoce que
el conocimiento metafísico es limitado, pero no relativo, sino absoluto. La síntesis
tendrá que reconstruir después las partes divididas analíticamente. Frente a ambas, la
intuición bergsoniana no adopta un punto de vista ni reconstruye lo fragmentado, sino
que penetra en las cosas, coincide inmediatamente con ellas mismas en el momento
en el que está haciendo su experiencia, como una sucesión de estados de la que cada
uno anuncia al que le sigue y contiene al que le precede. Puesto que piensa en
términos de conciencia pura y puede ser, no sólo intuición estética de individuales,
sino también investigación orientada a la vida en general, la intuición será el órgano de
la metafísica cuyo objeto apropiado es la vida espiritual. A diferencia de ella, la ciencia
encuentra su órgano en la inteligencia y su objeto apropiado en la materia inmóvil. En
definitiva, a la metafísica le compete la intuición del espíritu y a la ciencia el
conocimiento intelectual de la materia. Ahora bien, puesto que espíritu y materia no
están separados, metafísica y ciencia pueden colaborar una con otra.
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de enlazarlas, dilatarlas, porque son la vida misma, su lado espiritual. Para ello, tendrá
que dejar de ser mero análisis de los conceptos implícitos en las formas comunes del
lenguaje y centrarse en la existencia real. Esta sólo se da en la experiencia. La
experiencia de objetos es visión o percepción; la del espíritu, es la intuición. La primera
es típica de la ciencia, mientras que la última es la experiencia metafísica. Antes de
filosofar, vivimos y, por tanto, ignoramos todo lo que no tiene que ver con la acción.
Nuestro interés práctico define nuestro cerebro que, en sus elecciones, sólo acepta los
recuerdos que pueden ser útiles; mantiene los otros en el subsuelo de la conciencia.
La filosofía bergsoniana, tomando como método la intuición e instalada en la moviente
duración, nos permite superar la visión superficial y acceder a la profundidad.
De la existencia y la nada:
Una existencia sólo puede darse en una experiencia. Esta experiencia se llamará
visión o contacto, percepción exterior en general, si se trata de un objeto material;
tomará el nombre de intuición cuando se dirija al espíritu. Bergson habla de la
existencia cuyo fondo es la duración y la libre elección, precediendo así a los
pensadores existencialistas. Frente a esos pensadores que han buscado una solución
lógica a la eterna pregunta de por qué hay algo en lugar de nada, Bergson considera
que la existencia no es susceptible de una definición lógica, sino que hay que vivirla
desde la libre elección.
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el que suprime un objeto y llega a representarse en el mundo externo una nada
parcial. También puede figurarse la nada en su propio interior, interrumpiendo el curso
de su duración con el pensamiento, pero en ese mismo instante el yo se percibe a sí
mismo desde dentro, es decir, desaparece la nada. Sea de una manera o de la otra, la
conclusión a la que llegamos es que la nada sólo es una representación, no un
fenómeno; además es una representación llena (como lo son todas las
representaciones) de una situación o de un sentimiento.
Observa que a través de la historia encontramos sociedades cerradas, en las que las
actividades individuales forman parte de un todo y apenas son libres. Sin embargo, las
costumbres sociales son las que garantizan la vida social y la obligación moral. Estas
costumbres se consolidan en forma de hábitos. La vida social se nos aparece como un
sistema de hábitos más o menos fuertemente enraizados que responden a las
necesidades de la comunidad. Algunos de ellos son hábitos de mandato, pero la
mayor parte son hábitos de obediencia, ya sea a una persona que manda en virtud de
una delegación social, ya sea que de la misma sociedad, confusamente percibida o
sentida, emane un orden impersonal. Cada uno de estos hábitos de obedecer ejerce
una presión sobre nuestra voluntad. Aunque el hábito se adquiere con parecida
intensidad y regularidad que un instinto, difiere de este en que no nos determina
completamente a actuar, sino que deja margen para cierta elección y acomodación a
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las contingencias. Esta moral de obligaciones y costumbres convertidas en hábitos
resulta bastante conservadora e inmutable. En cambio, la sociedad abierta se rige por
una moral que prolonga el impulso vital y es dinámica. A estas dos morales diversas
corresponden dos tipos diferentes de religión.
Sólo la experiencia mística prueba la existencia de Dios. Dado que esta experiencia se
da en todos los grandes místicos, es el signo de una identidad de intuición, de un amor
divino y mundano. Los místicos son esos seres que tuvieron una visión clara y directa
de la vida interior. El rigor del método filosófico debe intentar reencontrar eso que ellos
ven directamente. Esta concepción, sin embargo, reduce al hombre a una
manifestación imperfecta de Dios cuya libertad es un simple reflejo de la
espontaneidad creadora del Universo.
Influjos bergsonianos:
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Para Bergson, la vida del espíritu es duración, no apertura del tiempo desde el
presente. Su concepción de la duración se aproxima a la conciencia interna del tiempo
en Husserl. La fenomenología reaccionará contra el abuso al que la psicología
espiritualista de Bergson había sometido a la intuición, a lo inmediato y a la duración.
Lo inmediato, en Bergson, esa experiencia de la duración carente de contenidos, pura
cualidad, se sigue del prejuicio clásico de que la materia es un conjunto de elementos
informes. Esta presuposición va ligada al dualismo entre lo cuantitativo (espacial) y lo
cualitativo (temporal) y a la subordinación del primero al segundo, así como a la
dicotomía correspondiente entre el intelecto y la intuición, y a la más general entre
mundo y conciencia.
Bergson aún es psicologista, pues considera que el mundo está compuesto por
hechos interiores y, aunque describe el ser o la conciencia en movimiento, lo hace en
tercera persona, como otro ente. Este realismo bergsoniano del espíritu identifica los
datos contenidos en la conciencia con los hechos psíquicos; lo vivido, lo percibido, etc.
son inmediatos, porque se oponen a lo pensado, pero sólo lo hacen como hechos que
se constatan. Bergson no alude al sujeto de esos datos inmediatos; incluso su yo
profundo, ese que se da a la conciencia reflexiva, es una cualidad pura, una
construcción, no un fenómeno que se ponga de manifiesto en lo que hacemos. La
interioridad bergsoniana no es el mundo vivido de la fenomenología. La intuición
bergsoniana de la pretendida realidad objetiva (ya sea externa o interna) es
experiencia directa que evita el análisis y el saber intelectual. Dicha intuición es
irracional, mientras que la fenomenología emprenderá una crítica de la razón
cientificista con objeto de afirmar la racionalidad universal como telos teórico-práctico
de toda la humanidad.
Husserl y el bergsonismo:
Ambos filósofos comparten un interés central por el tiempo y buscan su origen en una
temporalidad inobjetiva, es decir, que no reduzca el tiempo a un objeto similar a los
que están en el espacio, a una suma de instantes que ocupan un lugar. El tiempo no
es una realidad cuantificable, sino un flujo vivencial en el que el presente nos retrotrae
al pasado y anticipa el próximo sonido formando una unidad continua y no una
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yuxtaposición de puntos. Ambos saben que incluso las percepciones duran y se
enlazan, porque son actos y exigen esfuerzo, no meras reproducciones. Bergson
prioriza el pasado y la memoria del mismo, mientras que Husserl privilegia el presente
desde el que se producen retenciones y protenciones, y, con él, la percepción, que es
presentación originaria y no presentificación1 como el recuerdo o la imagen. Sin
embargo, ambos piensan que tanto la percepción como la memoria y la imagen son
experiencias vinculadas por la intuición. Al igual que Bergson, Husserl valora la
intuición e incluso considera que los conceptos lógicos tienen que tener su origen en
ella si quieren ser unidades válidas de pensamiento. La concibe como medio para
alcanzar las cosas mismas, el objetivo de la fenomenología.
Todo pensamiento, por abstracto que sea, para mostrar su coherencia, ha de hacerse
intuitivo, edificándose de un modo determinado sobre la intuición correspondiente. La
intuición husserliana no hace referencia únicamente a lo sensible, sino que se amplía
en lo categorial.
1
El concepto de representación que Husserl “elige” o define es el de acto objetivante, al cual
nos referimos bajo fenómeno intelectual. Este es un concepto mucho más general que el de
presentificación. Toda presentificación es una representación, pero no a la inversa. La
presentificación “es una 'presentación', pero, precisamente, la presentación de algo 'ausente': la
manera, diríamos, como lo no-presente se presenta (sin dejar de estar ausente). Lo presente,
literalmente, es lo presente en la percepción; lo no percibido, lo no presente, se 'presentifica' en
recuerdos, imágenes, fantasía... 'Presentificación' es el género de estas diferentes especies de
actos que 'presentan en ausencia'.”
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tal. En ningún caso pretende describir la esencia de los actos de la conciencia, sino
profundizar en la materia y en la vida. Por ello, la intuición bergsoniana no es de las
esencias, sino que ella misma es absoluta, ya que está en todas las cosas, no bajo
ellas y, por tanto, no es relativa a ninguna perspectiva; se trata de un movimiento que
supera a la subjetividad, ya que es aprehensión de la duración y no pura inmanencia
en la conciencia. La intuición bergsoniana es más un contacto directo de la conciencia
con la materia, mientras que el método intuitivo husserliano es el contacto originario de
la conciencia con la cosa.
2
El referirse a un objeto (el mentarlo, dirigirse a él, apuntar a él) es la propiedad esencial de
ciertas vivencias. En esa referencia consiste la intencionalidad. Esas vivencias se llaman por
ello “intencionales”. Al decir que esta referencia es una propiedad de las vivencias, se está ya
expresando una de las tesis que a Husserl más le interesa sostener: que la determinación del
objeto (y también su indeterminación relativa, etc.) es una característica intrínseca de la
vivencia. Dicho con palabras de Husserl: “En la esencia de la vivencia misma entra no sólo el
ser conciencia, sino también de qué lo es y en qué sentido preciso o impreciso lo es”. La
intención vacía es la mera intención, la mera mención (el puro referirse al objeto), es decir, la
intención que no tiene dado el objeto. Es, pues, la intención de un acto significativo (no
intuitivo). A las meras menciones vacías, o al pensar que sólo consiste en ellas, Husserl le da
también el nombre de pensamiento impropio o pensamiento simbólico; por su lado, el
pensamiento propio es el pensamiento intuitivo, el pensamiento que procede con intenciones
“cumplidas”. Dentro del pensamiento de Husserl, entendimiento y razón son conceptos
opuestos, pero esta oposición es solamente la que hay entre los actos de dar sentido, los actos
significativos, por un lado, y los actos intuitivos, por el otro. Entendimiento es otra palabra para
designar la esfera del sentido o del significado, y, más estrechamente, del sentido o del
significado que todavía está vacío de intuición, que todavía no está “cumplido”. En el
entendimiento, en los actos significativos, yace una intención, una mención. Esta mención,
mientras no sobreviene la intuición (de lo mentado), es vacía, carece de plenitud. Puede
decirse que en ese momento el acto no es todavía un acto racional, un acto de razón. Lo
racional, en sentido riguroso, es lo intuitivo: la razón es una “facultad” teleológica; es la
tendencia a llevar las menciones o intenciones (contenidas principalmente en juicios pero
también en todo otro tipo de actos) a la intuición, donde lo mismo que era mentado debe pasar
a ser dado. El entendimiento, entonces, posee la función de relacionar y unificar diferentes
tipos de actos, a través de la identificación del sentido. La razón posee, en cambio, la función
de aclarar e ilustrar dichos sentidos, y esta es nada menos la función de fundamentar o
legitimar los actos.
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intuición fundaba la posibilidad de la filosofía, ya fuera fenomenológica (Husserl), ya
metafísica positiva (Bergson). La intuición preparaba la reflexión filosófica en tanto
rompía con la actitud naturalista, que para Bergson es, ante todo, una vida práctica y
actuante. La intuición bergsoniana exige un esfuerzo considerable, para romper con
las ideas preconcebidas y los hábitos intelectuales, que la reconduzca a la experiencia
inmediata de la duración, que es la vida dinámica del espíritu. La percepción de la
duración concibe el mundo como conjunto de imágenes, es decir, ni como producto de
la conciencia ni como conjunto de cosas en sí, sino como apariencia, al igual que
ocurre con la reducción husserliana.
Se trata de una ciencia primera y fundamental para cualquier otra, pues tiene como
meta la elucidación de las estructuras del mundo de la vida en el que se asientan
todos los demás saberes y la vida misma en su decurso. Al tomar las cosas mismas
como objetivo, la fenomenología supera el dualismo entre el sujeto del conocimiento y
el objeto conocido, entre lo inmanente y lo trascendente. Establece el a priori de
correlación entre ambos como una estructura de la conciencia, como su propia
esencia que es ser conciencia intencional. La conciencia fenomenológica es
intencional o conciencia de. Es relación con aquello a lo que tiende, con el mundo. La
conciencia no es primero una sustancia que, más tarde, se ponga en relación con su
objeto, sino que su esencia es esa relación. Cuando la conciencia se dirige
intencionalmente hacia algo, no lo hace pasivamente, sino dotándolo de sentido y
valor para el yo, posicionándose. De este modo, la fenomenología no se limita a
describir fenómenos objetivados, sino que explicita el sentido de los mismos cuando
se convierten en tema de investigación. Todo acto intencional es una vivencia de la
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conciencia y, por tanto, está referido a algo (no se trata de una vivencia psicológica, de
un sentimiento).
Puesto que las vivencias lo son siempre de la conciencia (no son vivencias empíricas),
se caracterizan por la intencionalidad, a excepción de algunas que no son
intencionales, como los sentimientos sensibles (como el dolor físico). Como el dolor, el
placer no es una intención, sino que ambos son objetos de intenciones o contenidos
representantes. Husserl considera que el objeto hacia el que se dirige la
intencionalidad de la conciencia siempre es trascendente a la conciencia, mientras que
el objeto inmanente no puede ser intencional. A diferencia de Brentano, Husserl
distingue en los actos intencionales la cualidad o carácter que los convierte en actos
de determinado tipo (representativos, judicativos, etc.) de la materia o contenido del
acto, es decir, del momento en el que el acto se relaciona con el objeto.
Para hacer frente al psicologismo, Husserl quiere demostrar la validez de una lógica
pura, al margen de toda facticidad, que fundará las normas de la lógica. Esta es, para
Husserl, la ciencia de las significaciones como tales. Cualquier intento de explicación
psicologista condena a la racionalidad al relativismo. El psicologismo introduce el
relativismo en el ámbito de la ciencia, ya que reduce la verdad a una cuestión de
hecho, incluidas las verdades lógicas y matemáticas, las cuales son así porque
estamos constituidos de este modo, pero, en otro supuesto, podrían ser otras
verdades completamente distintas. Husserl, por el contrario, piensa que la esfera de la
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lógica, la matemática y, en general, la concerniente a objetos ideales, no puede
reducirse a la facticidad de la constitución del cerebro humano; su verdad se da a un
sujeto y a través de sus vivencias, pero este no la crea ex nihilo; lo único que hace es
dar sentido a aquello que le adviene.
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esenciales, mientras que la esencia es necesaria. Su necesidad no es la de la lógica
formal, ni la de la generalidad empírica, sino la de una estructura a priori sin la que el
objeto no sería lo que es. La esencia es, por tanto, eso sin lo que el objeto no puede
ser ni ser pensado. La fenomenología se definirá como ciencia eidética de estas
esencias y afrontará la descripción de las mismas, la cual no se reduce a una
descripción inmediata (como sería el caso de la introspección), sino que exige abstraer
todos los rasgos que pueden variar imaginativamente y un acto de ideación hasta
llegar a lo invariante. Las esencias no son simples significaciones, sino estructuras de
las cosas mismas.
La vivencia mantiene en correlación al ego del cogito y al objeto del cogitatum; los dos
integran la cogitatio3. Tengo evidencia de ambos gracias al análisis fenomenológico, el
cual se centra en la consistencia de la vivencia contemplada eidéticamente; así, la
comprende como unidad de sentido en la que hay que distinguir los datos sensibles o
hyléticos4, el acto de la conciencia que los configura y dota de sentido (nóesis) y el
resultado que es una unidad de sentido (nóema) que remite a una realidad
trascendente. Todo ser fenomenológico posee una capa material (hylética, por ejemplo
el color verde que experimentamos) y otra noética. A la capa hylética pertenecen los
contenidos de la sensación, los cuales no aparecen, pero permiten que algo aparezca;
esos contenidos son ingredientes de la conciencia y, por ello, no se confunden con las
notas de las cosas que aparecen. Esta capa material será denominada por el
fenomenólogo “núcleo de sentido” o “núcleo noemático”. Por otro lado, lo que Husserl
había denominado cualidad será ahora la nóesis. Unida a la hylé, dará el aparecer de
algo a alguien. Hylé y nóesis se distinguen aproximadamente como la materia y la
forma y, como ellas, se implican mutuamente: la vivencia hylética es el sustrato de la
vivencia intencional que le da un sentido refiriéndola a un objeto del que la vivencia es
un modo de aparecer. La nóesis es acto donador de sentido5, pero no existe al margen
3
Por una vía semejante a la de Descartes, Husserl llega a afirmar la indubitabilidad de las
cogitationes, de las vivencias o actos de conciencia. Ellas son datos absolutos (absolutamente
ciertos), pues su darse es un darse inmanente. Este contrasta con el “darse” de los objetos a
los que se refieren dichas cogitationes, que no es un “darse” inmanente y no es, por ende,
aboluto (cuando dichos objetos no son a su vez precisamente cogitationes). En la percepción
de una casa, la casa (su existencia o su índole) puede ser o resultar dudosa, pero es indudable
la percepción misma (su existencia y su índole). Naturalmente, no es lo mismo el simple tener o
vivir una cogitatio (acto en el cual no nos percatamos explícitamente de su indubitabilidad, de
su ser absoluto) que el dirigirnos a ella en un nuevo acto de segundo nivel, reflexivo. Sólo en
este nuevo acto, que toma a la primera cogitatio como objeto, somos concientes de la
indubitabilidad de la existencia del primer acto, de la primera cogitatio. Sólo en este nuevo acto
la cogitatio “se da” de modo absoluto, indubitable. Pero Husserl sostiene, precisamente, que
este nuevo tipo de actos reflexivos son siempre posibles a priori: siempre es posible efectuar
una reflexión sobre una cogitatio, reflexión en la cual ésta se da de modo absoluto, indubitable.
Hay que destacar que este modo de darse absoluto, y por lo tanto este ser absoluto,
pertenecen solamente a la cogitatio reducida, es decir, a la vivencia de conciencia que ya no se
considera inserta en el mundo, que ya no se considera vivencia humana (esta última sería el
hecho psicológico).
4
Hay una diferencia entre lo hilético y lo noético, es la diferencia entre una capa material o
hilética y un capa noética en el „flujo de lo vivido“. La noesis es aquella fase en la corriente del
ser intencional que forma o conforma los materiales en experiencias intencionales, dando, por
así decirlo, sentido al flujo de lo vivido.
5
La conciencia es la esfera del sentido. Esta tesis se repite en diversas obras de Husserl. Todo
sentido (de los actos, de las palabras, de las obras, de las realidades) existe por obra de una
“dar sentido” por parte de la conciencia. La investigación de la intencionalidad, y en última
23
de la correlación con la hylé; ambas pertenecen realmente a la vivencia, a la esfera de
la inmanencia; en cambio, el nóema es trascendente a la conciencia, pues no forma
parte real de su composición; está en relación con ella, pero intencionalmente, no
realmente; por ser una donación evidente forma, eso sí, parte del campo
fenomenológico. Por eso la neutralización de la tesis de existencia a la que nos
conducirá la reducción dejará intacto el objeto como correlato noemático.
Husserl llega a la intencionalidad tras la epojé, que nos permite pasar de la actitud
natural a la fenomenológica o reflexiva. Practicar la epojé es transformar todo dato en
fenómeno para la conciencia. Ahora bien, la conciencia no es otra cosa que conciencia
de fenómenos. Estos son los modos de dación de las cosas mismas, las cuales no
son, por lo tanto, meras positividades. La fenomenología se presenta como una
descripción de las cosas mismas en su fenomenalidad. Posteriormente prevalece la
concepción de la fenomenología como ciencia descriptiva de esencias o ciencia
eidética de la conciencia.
24
la trasciende. Esta epojé no es la duda hiperbólica cartesiana que niega
provisionalmente la realidad para hallar su fundamento en el cogito y, después,
restaurar esa realidad; Husserl no la pone en duda, sino que suspende el juicio de
existencia sobre la misma para averiguar cómo es eso que existe para la conciencia,
cómo se manifiesta. El mundo sigue siendo como es, pero, tras la epojé, lo descubro
no sólo como algo que existe, sino como fenómeno de existencia. La epojé se aplica a
todo lo trascendente, incluida la actitud natural, es decir, la que nos da nuestra
inserción en el mundo y su aceptación como existente. Aunque suspenda dicha
actitud, continúo participando en ella en tanto sujeto empírico, pero no hago uso de
sus tesis. Hacemos epojé incluso del yo como existente hasta llegar a un yo puro que
efectúa la epojé y que se revela como necesario a diferencia de las cosas
contingentes. La epojé nos traslada a la actitud fenomenológica.
La fenomenología trascendental:
7
La evidencia es un modo o una forma de conciencia: la conciencia “que ve”, la conciencia que
tiene el objeto al que “se refiere” efectiva y adecuadamente dado. El objeto no se tiene, pues,
sólo mentado, sino también dado. Por ello son “sinónimos” los conceptos de evidencia y de
“darse” o “estar dado”, y ambos del concepto de intuición.
25
experiencia vivida de un objeto ideal, no empírico, a través de un acto. La verdad no
es sólo correlativa, sino idéntica a la posibilidad ideal del conocimiento. Por tanto, la
verdad no es un absoluto, sino un movimiento constante que incluye revisiones,
correcciones y superaciones.
26
Mientras que las cosas y la existencia son contingentes, el residuo de la epojé, el ego
que la realiza, es necesario. Este, a diferencia del ego cogito cartesiano, no es una
cosa o una sustancia más; no se da a sí mismo como se dan las cosas, sino que es la
raíz desde la que todo se da. Ahora bien, lo que queda tras la epojé no es ese ego
puro aislado, sino que este es aprehendido como referencia o polo de todas sus
vivencias. Estas serán las que estudie la fenomenología. La conciencia trascendental
aparece como residuo de la epojé, es decir, como una región que no resulta afectada
por la neutralización de la tesis de existencia.
27
fundamental para llegar a las cosas mismas, sin reducirlas ni a sus contenidos de
experiencia, ni a la simple identificación con la cosa que se sigue de toda suspensión
del juicio.
Las cosas mismas, reconducidas ahora al ego trascendental, son las vivencias, que
pueden descomponerse en: contenido de conciencia o nóema y acto de expresión de
dicho contenido o nóesis. Ahora, tras la reducción trascendental no sólo aparece lo
que se da a conocer a la conciencia esencialmente y como unidad de sentido, sino
también la unidad de la conciencia, configurada por la correlación entre nóesis y
nóema. Ambas no son realidades independientes, sino la correlación característica de
la conciencia intencional entre el acto de conciencia y el objeto; es decir, no hay nóesis
sin nóema y a la inversa; la primera es producida por el cogito y el segundo es su
cogitatio. Su unidad en la conciencia implica la de la vida como polo subjetivo de la
constitución del sentido y eso es el ego trascendental.
El análisis fenomenológico realizado por Husserl se ocupa del cuerpo en tanto clave
de la constitución de la naturaleza material; pone de manifiesto que la contextura de
28
las cosas materiales como aistheta (cosas percibidas), tal y como se encuentran ante
mí intuitivamente, son dependientes de la del sujeto que experiencia, están referidas a
su cuerpo y a su sensibilidad. Además, el cuerpo es necesario para percibir. El cuerpo
es medio de la percepción, no sólo por sus órganos que captan, sino por las funciones
elaboradas que desempeña como un todo y que no son meramente receptivas de lo
externo, sino incluso constructivas de proyectos que posibilitan alcanzar las cosas
mismas. Esto se debe, como en Bergson, a que el cuerpo propio es un centro, no sólo
de acción pragmáticamente entendida, sino de orientación espacio-temporal.
El cuerpo es nuestro aquí y ahora. Todo lo que aparece tiene una referencia de
orientación al cuerpo. Las coordenadas espaciales en las que se me presenta la cosa
son relativas a mi situación corporal. Además el cuerpo es el órgano de la percepción,
entendida no sólo como recepción de datos sensibles, sino también como actividad
motriz que implica la búsqueda de otros datos sensibles y la aprehensión sinestésica
de los mismos, la captación de su unidad, la constitución de esquemas y de los
fenómenos. El cuerpo propio es una cosa diferente de todas las otras, porque nunca
desaparece para mí, es decir, porque siempre es fenoménico y, no sólo como objeto
para la conciencia, sino también como vivencia de la misma y como sujeto perceptor.
Además de ocuparse de la función mediadora del cuerpo en todos los niveles del
conocimiento de sí, del mundo e incluso del otro, Husserl se interesa por la
constitución de la corporalidad y plantea la fundación corporal de la autoconciencia en
las localizaciones de las sensaciones táctiles en el cuerpo. Distingue la sensación
determinada por las cosas (p. e. la aspereza) de la que tiene lugar al mismo tiempo
que esta, pero que está localizada en el cuerpo propio y, por ello, no es un estado de
la cosa material, sino del propio cuerpo. En base a esta distinción, constata la
incapacidad de localizar sensaciones visuales en los órganos de visión; en cambio, el
cuerpo puede sentirse sintiendo, es decir, gracias a él las sensaciones táctiles pueden
localizarse en las partes del cuerpo que tocan algo. Esto implica que, a diferencia de la
distinción puramente visual de un objeto para un sujeto, el cuerpo actúa como sujeto-
objeto. Lo último se evidencia en las sensaciones dobles (p. e. la mano que toca a la
otra mano y que puede sentirse tocada y tocante).
Los actos perceptivos siempre son corporales, pero no constituyen el cuerpo como tal
para el sujeto corporal; el cuerpo es constituido intencionalmente en la relación refleja
que mantiene consigo mismo cuando percibe uno de sus órganos actuando. Esta
reflexividad intencional del cuerpo depende del doble aspecto del sentido del tacto
(puede tocar a la vez que se siente tocado). Esto es lo que quiere decir Husserl
cuando asegura que el cuerpo se constituye originariamente en la tactilidad y en todo
lo que se localiza en las sensaciones del tacto y se convierte en cuerpo vivido o
fenoménico para dichas sensaciones (táctiles, de dolor, etc.) y, en definitiva, por la
localización en él de las sensaciones como sensaciones. Husserl sabe que la
conciencia se halla en su cuerpo, no como si se tratara de una posesión de un sujeto
absoluto constituyente, sino como campo de ubicación de sensaciones. Las
ubiestesias son sensaciones en y sobre el cuerpo. En Ideas I, el cuerpo propio es el
medio específico de la conciencia para entrar en el mundo real, es decir, el
instrumento que le permite abandonar su inmanencia y participar en la trascendencia.
Gracias a él, la conciencia deja de ser absoluta y se convierte en la conciencia de
29
alguien, ya sea de un ser humano o animal. Además, sólo por el enlace de la
conciencia con el cuerpo en una unidad intuitivo-empírica natural es posible algo así
como una comprensión mutua entre los seres animados pertenecientes a un mundo, y
sólo por este medio puede cada sujeto cognoscente encontrarse con el mundo en su
plenitud, consigo mismo y con otros sujetos, y a la vez reconocer en él un mismo
mundo circundante, común a él y a todos los demás sujetos.
La intersubjetividad trascendental:
30
que lo rige. La reducción a la esfera de propiedad descubre que la vida psíquica de
ego incluye la experiencia actual y posible de lo que es el otro. Lo comprendo,
entonces, como un sujeto trascendental como yo. Para ello, he de constituirlo como
modificación intencional de mi yo primeramente objetivado, de mi mundo primordial,
comenzando por su cuerpo físico, el cual es experimentado por mí en mi mundo
primordial en el modo “allí”, como si mi cuerpo propio estuviera en su lugar. El sentido
de la experiencia del sí mismo se adquiere por la autopercepción del cuerpo propio,
esta permite que adquiramos también los fenómenos del mundo e interpretemos los
cuerpos externos.
La reducción a la esfera de propiedad del yo sólo era un método cuyo cometido era
demostrar que las vivencias propias remiten a los otros y son resultado de mi
conciencia intencional. El propio yo no sería fuente de intencionalidades sin los otros.
Por tanto, hay coexistencia de sujetos, pero trascendental y no meramente fáctica;
esto significa que hay existencia en común de seres donadores de sentido, unidos por
una finalidad trascendental y no meramente yuxtapuestos por azar. Ante todo, lo que
nos une es el afán de verdad, de conocimientos fundados, que son los que dan
sentido al ser, sin suplantarlo pero desde la convicción de que sólo puede ser lo
fenoménico y de que el sujeto ante lo que algo se manifiesta existe, es en sí
realmente, porque vive conscientemente su existencia.
En Die Krisis, Husserl reconocerá la existencia histórica de la humanidad como tal que
comienza con la relación social recíproca y cobra significado trascendental con la
reducción que saca a la luz la solidaridad intencional, la cual se sigue del a priori de la
inseparabilidad de la conciencia de sí y de la conciencia del otro. La empatía no es,
para Husserl, mero contagio simpatético, sino una interpretación cognitiva; es el modo
originario de acercarnos al otro en la coparticipación y en la convivencia. Husserl no
acepta la concepción material de la empatía porque piensa que la predisposición
humana a la asociación tiene siempre un sólido fundamento intelectual. Si la empatía
es un modo de penetrar en el ánimo del otro, comporta una mediación intencional que
31
hace posible el acto de comunicar las autoconciencias. Gracias a esa empatía
experimento la auto-temporalidad del otro como la mía, así como de la coexistencia de
mi presente trascendental. La temporalidad del otro y la mía se entrecruzan con otras
que perviven en la cultura. La apresentación del otro en mí trae una donación de
significados con los que me confronto y lo mismo ocurre con la temporalidad. Sin
embargo, la empatía, por sí sola, es incompleta, porque no aclara cómo los otros se
convierten en yos trascendentales en mi propia vida trascendental. Será necesaria una
reducción específica a la esfera originaria de ego para comprender el verdadero
sentido de la intersubjetividad trascendental como trascendencia (alteridad) en la
inmanencia (esfera de propiedad), es decir, para probar que llevo a los otros en mí. Se
trata de una doble reducción que descubre una intersubjetividad en el yo en la forma
de una coexistencia entre el yo empatizante y el yo empatizado, que me permite
pensar que yo mismo puedo ser otro para ese otro que también es un yo. Husserl
define la reducción intersubjetiva como reducción trascendental en la representación
empática de la subjetividad ajena; la representación es un acto de la conciencia actual
cuyo término es otra conciencia (sea la propia conciencia pasada o futura, sea la
conciencia del otro).
Así pues, las mónadas forman un todo que es el resultado de la teleología husserliana
que implica el compromiso ético de articular a las personas en comunidades y a estas
en estados o personalidades de orden superior. Estas personas sociales no son la
simple suma de las individuales; ciertamente, son indisociables de estas, pero se
fusionan con ellas sin confundirse. Las personas no son sólo seres individuales, sino
unidades personales, en su calidad de miembros de una comunidad humana. En toda
comunidad, el individuo es un representante y funcionario de la voluntad común. La
32
socialidad es originaria: el sujeto siempre vive en relación con el otro y, gracias a esta
relación, es capaz de autoafirmarse. No puedo estar presente en el mundo como
persona sino por esta socialidad originaria; en otras palabras, la individualidad
personal presupone la inter-individualidad originaria. Así pues, en sentido riguroso, la
mónada será el sujeto que se constituya bajo el horizonte del otro. Desde esta
concepción de persona se comprende la definición husserliana de la sociedad como
una “asociación de hombres, relacionados recíprocamente en intercambio que obran
racionalmente y obrando lo razonable realizan lo superior, lo mejor posible”.
33
El valor de la colectividad no consiste en sumar voluntades, sino en compartir valores
fundados en el trabajo teórico-práctico de los individuos. Su valía está en relación con
la de la comunidad concreta y los modos de vida de esta han de poseer significación
axiológica y concretarse en normas que establezcan las condiciones de posibilidad de
una colectividad valiosa y que incluye el valor relativo de los individuos; en otros
términos, estos valdrán lo que valga su comunidad. Cuando se ha desarrollado el
espíritu ético común, gana fuerza el telos de la colectividad y los funcionarios reciben
autoridad de la comunidad así constituida, porque representan a la filosofía, a esa
actividad creadora de valores ideales objetivos necesarios para la constitución de una
comunidad racional, para la revalorización del ser humano que los gesta y para la
filosofía misma, entendida como depósito objetivo del saber teórico-práctico de una
comunidad dirigía a fines y valores.
Husserl describe las estructuras del mundo de la vida y se pregunta por el sentido
(entendido como significado y como finalidad hacia la que se encamina la
investigación), por las operaciones constitutivas del mismo. Al fenomenólogo le
interesa el mundo, pero no entendido empíricamente, sino fundamentalmente por su
sentido, el mundo como correlato de operaciones sintéticamente enlazadas. La ciencia
del mundo de la vida que ahora Husserl se propone es la de la subjetividad o de la
vida trascendental. No tiene nada que ver con las ciencias objetivas, pues es una
ciencia del modo universal de la pre-donación del mundo, una ciencia de los
34
fundamentos últimos del sentido. Una vez que se ha tomado conciencia de la
necesidad de esta nueva ciencia del mundo de la vida, es preciso hacer epojé del
mundo natural, porque sólo tras ella alcanzamos el mundo de la vida que vale para
todos nosotros pre-científicamente. Después, estaremos en disposición de abordarlo
reflexivamente. El mundo es correlato de la subjetividad que le confiere su sentido
ontológico y, gracias al cual, es. El fenomenólogo ha reducido, por tanto, el mundo al
fenómeno trascendental “mundo” y, por tanto, a su correlato inseparable, la
subjetividad trascendental. La primera tarea de la nueva ciencia de este mundo, en
tanto disciplina de la fenomenología trascendental, será investigar cómo cobra sentido
el a priori objetivo del mundo, cómo se desarrolla la vida trascendental y su actividad
constituyente sobre el a priori de esa subjetividad.
Frente a la actitud ingenua que adoptamos en la vida diaria, la actitud reflexiva ante la
Lebenswelt se convierte en el verdadero trascendental, o sea, en el fundamento del
sentido olvidado por la ciencia objetivista. La reconducción de la primera actitud a la
segunda implica un paso de la vida en el mundo a la vida que experiencia dicho
mundo. Esta filosofía trascendental no es la de la conciencia aislada, no es la del yo
desinteresado del mundo al que pertenece; no suspende el interés de la subjetividad
personal, sino que ha convertido el interés reflexivo en su manera de ser, en su hábito
de orientación hacia objetivos valiosos para ella y, al mismo tiempo, para todas las
otras subjetividades, es decir, válidos universalmente. Por ello, Husserl proclama el
significado existencial de la epojé, en el sentido de que provoca una transformación
personal, semejante a la conversión religiosa, pero que, a diferencia de ella, es la
mayor evolución existencial posible para la humanidad como tal. Esto es así porque, al
realizar la epojé, el mundo de la vida deja de ser exterioridad recíproca de mundos
particulares y deviene fenómeno comunitario total. Nos liberamos del ser ya dado del
mundo y nos ponemos en el camino de la donación de sentido del mismo. Desde cada
mundo particular se apunta, así, al mundo común, entendido como convergencia
unitaria de los mundos plurales, como mundo objetivo con respecto al cual todos los
otros guardan relación. El fenómeno del mundo de la vida no es particular, sino
comunitario.
35
historia y otra, la que incumbe a Husserl, la historia del sentido de dicha marcha. De la
multiplicidad de hechos inconexos recopilados no se extrae sin más la unidad, sino
que hay que reflexionar sobre ellos e integrarlos en las sedimentaciones que tienen
lugar en el curso de la historia y que constituirán un mundo cultural o una tradición
digna de reactivarse. La dinámica de esta sedimentación es la de una configuración de
sentido en la reciprocidad y esto es justamente lo que Husserl entiende por la historia
intencional que somos: el movimiento vivo de la solidaridad y de la implicación mutua
de la formación de sentido es, justamente, la historia. La subjetividad trascendental no
sucumbe al relativismo, porque es necesaria para todas las conformaciones históricas.
Actúa como a priori histórico concreto que determina a todo ente en su ser esencial de
tradición y de actividad de transmisión. Estas últimas no son contingentes, sino
componentes del ser de la humanidad y de su mundo cultural. Dicho a priori hace
posible la historia comprehensiva. La interpretación fenomenológica de la historia
desemboca en un análisis intencional de la cultura, de la Lebenswelt y su relación con
los mundos particulares.
Husserl distingue entre la filosofía como factum histórico y la filosofía como una tarea
infinita, siendo la primera un intento, más o menos logrado, de hacer realidad a la
última. Es preciso ejercer la crítica filosófica para alcanzar la racionalidad y evitar sus
extravíos y contingencias y, por eso, es necesario tener siempre a la vista el telos de la
universalidad y la infinitud, como caracteres esenciales de la razón y de la actitud
filosófica. La racionalidad no debe ser entendida como privilegio de algunos individuos,
sino como la raíz misma del ser humano. En tanto que el filósofo tiene como tarea la
responsabilidad por esa racionalidad que ha heredado, es un funcionario de la
humanidad, ya que trabaja por ella y en su nombre. La filosofía se convierte en el
fundamento racional de una vida comunitaria auténticamente humana, es decir, de una
vida que lucha por alcanzar metas comunes, racionales. De ahí que el filósofo sea el
funcionario de la humanidad, porque está en función de la sociedad de su época y se
ocupa de los temas fundamentales para todos los seres humanos, para la
humanización de los mismos. La humanización está en función del telos de la
racionalidad, porque es su búsqueda la que permite al ser humano descubrir su
responsabilidad por su propio ser.
La razón incluye historicidad, mientras que el ego trascendental no. La razón está, por
tanto, en devenir, se despliega sin cesar haciendo que la humanidad progrese en su
ser y viva de acuerdo con la racionalidad que va descubriendo, de un modo
responsable, de manera que su voluntad y su saber caminen conjuntamente, que la
evidencia de uno mismo se vaya esclareciendo de acuerdo con el telos de la razón.
Esto implica que la evidencia no viene simplemente dada, sino que se va adquiriendo
a condición de que la voluntad se dirija a ella, buscando cada vez más compresión y
auto-comprensión, como corresponde a la esencia de la razón. La responsabilidad
exige renovación, es decir, recreación de la razón desde exigencias éticas. Nuestra
historia no es, según Husserl, contingente, sino ese desarrollo del telos del ser
humano y, por ello, abrirnos a los otros no implica desprendernos de lo que nos
caracteriza, sino contribuir juntos a una tarea común: la de la vida responsable y
vigilante que está dispuesta siempre a dejarse guiar por la razón, es decir, por normas
universales pensadas por ella misma y no impuestas desde otras instancias. Así pues,
36
la responsabilidad está ligada a la autonomía del ser humano, a su mayoría de edad
para hacer uso de su racionalidad.
Todo conocimiento tiene como suelo un mundo, es decir, una base de creencia
universal, aunque pasiva, en el ser. Esto es, según Husserl, la creencia originaria. La
vuelta a las cosas mismas puede interpretarse ahora como retorno a esta pasividad
pre-dada. Así se alcanza una conciencia simplemente creyente que es el medio en el
que todo ente, como objeto de experiencia, es pre-dado para nosotros. Toda praxis
presupone este terreno universal de la creencia en el mundo como totalidad de la que
nunca se duda y que no ha sido adquirida por la actividad judicativa, sino que es
presupuesta por cualquier juicio, el cual, por tanto, derivaría de ella.
37
génesis: activa o referida a la producción egóica de objetos y la síntesis pasiva, que
también da lugar a articulaciones de significados, aunque estos no resulten de la
actividad de ego. Este es afectado no sólo en su pasividad primaria por los datos
sensibles, sino también por una pasividad secundaria creada por la sedimentación de
sus propias acciones, por sus hábitos, que se asocian con la acción actual.
38
la percepción de una pluralidad de individuos es, pues, una unidad sobre la base de la
forma temporal que enlaza. Sobre la base de estar juntos en el tiempo, los objetos
individuales perceptibles tienen su posición en el espacio unos respecto a otros.
Teniendo en cuenta que toda formación de ego revela ya una génesis y que el sentido
de cualquier realidad es inseparable de las síntesis temporales pasivas, todo lo
constituido, es decir, dotado de sentido, remitirá en su génesis a esta pasividad.
Husserl reconoce la función de esta, pero también su principal peligro: que los
contenidos queden fijados únicamente de modo pasivo, sin conciencia crítica ni
reactivación; en este caso, ya no habría donación de sentido, sino ocultamiento y
hasta imposición autoritaria del mismo.
39
que lo sea en el modo de la presentación confirmativa, e intuición9 a todo acto
plenificado en general, siendo entonces su correlato intencional el objeto, que es uno.
El contenido de una intuición es análogo al del objeto que presenta, pero no es un
contenido psíquico, sino la intencionalidad de la conciencia hacia el objeto mentado.
9
Intuición designa una especie (o un género) de vivencias intencionales, que se caracterizan
por tener dado el objeto al que se refieren. Se distinguen así de las significaciones, o actos
significativos, que tienen al objeto sólo mentado. Son especies de intuiciones la percepción, la
fantasía, la imaginación, el recuerdo. Todas estas especies de intuición tienen, como tales, al
objeto dado. Pero el objeto está dado en ellas de diferentes maneras: en la percepción el
objeto está dado “en persona”, “él mismo”, mientras que no ocurre lo mismo en la fantasía (en
la que está dado el objeto “fantaseado”) o en la imaginación (donde está dado el objeto “en
imagen”), etc. Sólo las percepciones constituyen el concepto de experiencia y sólo ellas sirven
de base para configurar el concepto de conocimiento (o el de evidencia). Pero aun dentro de
las percepciones mismas, en las cuales el objeto está dado “en persona”, “él mismo”, hay
distinciones que corresponden al modo de darse: hay un darse inmanente, absoluto, y hay un
darse trascendente, relativo. Así pues, para los fines de una crítica del conocimiento y, en
última instancia, de una fenomenología, sólo son aprovechables las percepciones que ofrecen
datos absolutos.
40
del objeto cobran sentido cuando es percibido, la percepción es donadora del mismo y,
de algún modo, implica interpretación, aunque sea a un nivel elemental. El contenido
de una intuición sensible, en cambio, es una sensación carente de significado, debido
a que no toma lo que siente como signo de algo. En la percepción los objetos están
dados como realmente existentes de manera objetiva, porque no sólo son perceptibles
para mí, sino también para otros; de ahí que la conciencia perceptiva sea referencial;
sin embargo, la referencia alcanza objetividad porque implica una mención y una
significación. Posteriormente, Husserl se irá distanciando del sentido estrecho de la
percepción y verá necesario referirse a actos categoriales10 para ampliar los conceptos
de percepción e intuición.
Husserl distingue los objetos sensibles de los categoriales; estos sólo se dan en la
percepción, en actos fundados en otros y en actos sensibles. La percepción es
fundadora en relación con todos los otros actos, pero por sí sola no puede dar
cumplimiento a los actos categoriales, de ahí que Husserl introduzca la intuición
categorial, que no se opone a la sensible, sino que nos da lo categorial antes de
cualquier operación intelectual. La intuición husserliana no se reduce a una
descripción inmediata (como sería el caso de la introspección), sino que exige
abstracción de todos los rasgos que pueden variar imaginativamente, e ideación hasta
llegar a lo invariante. Lo categorial del intuir reside en la fundación de los actos en
otros más básicos hasta tomar conciencia de una objetividad que descansaba en la
anterior. En cambio, en la percepción estrictamente considerada, la unidad de la cosa
misma no se constituye mediante un acto superior fundado en las percepciones
particulares; del mismo modo, la continuidad de esta percepción es una fusión de
actos parciales, no otro acto fundado en ellos. Frente a ella, la intuición categorial
emplea la abstracción ideatoria, por consiguiente no es un acto inmediato. Su
resultado son actos en los que aparecen objetividades categoriales, actos por los que
se presenta a la conciencia lo universal. Si hay percepción de lo universal no es de
modo espontáneo y sin mediaciones, sino después de una cierta hermenéutica
fundada, eso sí, en actos intuitivos sensibles.
10
Es categoría el concepto que forma parte de un axioma, de un principio, es decir, de una
verdad esencial de máxima generalidad, aplicable a todo objeto (si se trata de una verdad
formal) o a todo objeto de una región (si se trata de una verdad con contenido material). Pero
debe advertirse que, al parecer, Husserl prefiere utilizar este término (categoría) para
conceptos formales, y que sólo con cierta reticencia lo aplica a conceptos materiales
(esenciales).
41
escorzos indubitables de la donación del objeto; son vivenciadas de manera idéntica;
lo que varía es la concordancia con ulteriores apariciones.
Husserl se dio cuenta de que la epojé era excesiva y no ofrecía explicación del
aparecer; por eso recurre a la reducción a la conciencia. La epojé no reinterpretaba ni
negaba la realidad, sino que desechaba su interpretación natural. Ahora se trata de
fundar el sentido de la realidad reconduciéndolo a su fuente, a la conciencia. La
percepción queda, entonces, reducida a una cogitatio, con determinados ingredientes
perceptivos. La percepción es conciencia de una y la misma cosa, en virtud de la
fusión, fundada en la esencia de aquellas aprehensiones, en una unidad de
aprehensión, y también en virtud de la posibilidad, fundada en la esencia de diversas
unidades de estas, de síntesis de identificación. En todo acto de la conciencia, la
percepción sintetiza y, por eso, percibimos unidades. Todas las unidades reales en
sentido estricto son unidades de sentido, presuponen una conciencia que, ya como
conciencia perceptiva, da sentido, pero que ella misma no existe por obra de un dar
sentido.
11
la esencia singular, el contenido, es aquello que se mantiene idéntico en vivencias
cualitativamente distintas (fantasía, percepción, recuerdo) que poseen “el mismo” objeto. Este
“aquello que” no se identifica con el objeto mismo; es una entidad ideal y de ahí que Husserl la
llame “esencia”. Pero no es un universal respecto de ninguna extensión de objetos individuales,
y de ahí que se le llame “singular”.
42
ingredientes de la vivencia perceptiva, inmanentes a ella (los datos materiales
sensibles o el momento hylético, y el acto de la conciencia o momento noético) y 2) los
momentos no reales, sino meramente mentados, de la vivencia (estos son los
concernientes al nóema, el cual no es ingrediente de la vivencia, sino su correlato
intencional). La capa que da sentido a lo sensible en la misma percepción es
designada por Husserl como aprehensión, interpretación, apercepción, intención,
carácter de acto y finalmente nóesis. La nóesis configura los datos hyléticos,
dotándolos de sentido; el resultado es el nóema. Todo esto se refiere a eso que
permite distinguir los contenidos de la vivencia de la mera sensación, el carácter del
acto que la anima y hace que percibamos algo determinado y no nos limitemos a
recibir un conjunto de sensaciones. Tras la reducción, la percepción se convierte en
una vivencia fenomenológica pura que da lo percibido, ahora denominado nóema. Una
de las vivencias implicadas en la percepción es la reflexión o modificación intencional
de lo vivido por la que este deviene objeto intencional de una percepción, es decir, lo
vivido se convierte en objeto de otra vivencia: la vivencia de la reflexión.
43
kantiana se sostiene la idea de la cosa misma como esa que se corresponde con el
progreso ilimitado de las donaciones y percepciones de la cosa y esa idea regula
teleológicamente el curso de nuestra percepción. De un modo menos ideal, Husserl
añade que la percepción adecuada tiene el máximo de extensión, de vivacidad y de
realidad como aprehensión del objeto mismo pleno y total. Esta percepción adecuada
es el todo del cumplimiento. El cumplimiento de un acto es la vivencia de identidad
entre el objeto intuido y el pensado. Este se producirá en la percepción en la que se
lleva a cabo la adecuación entre lo objetivo 12 y lo mentado. Dicha adecuación es un
caso límite, porque la percepción nunca podrá alcanzar el máximo de extensión,
riqueza, vivacidad y contenido de la realidad.
12
Para Husserl, hay que distinguir siempre entre el acto (cualquier tipo de acto, pero en
particular un acto de conocimiento) y el objeto al que el acto se refiere, el objeto al que el acto
se dirige o que el acto mienta. Sólo hay una identificación parcial entre el acto y el objeto
cuando el objeto es él mismo un acto, cuando el objeto pertenece a la misma corriente de
conciencia que el acto que se refiere a él. Pero en cualquier otro caso, la distinción es radical:
el objeto no es parte del acto, no se halla contenido en el acto, ni siquiera cuando se habla de
objeto de conocimiento o de objeto intencional. Ni siquiera, pues, cuando se ha hecho la
reducción fenomenológica, y por lo tanto cuando no tiene ya sentido, o al menos no tiene ya
ningún propósito científico, hablar de un objeto fuera de la relación intencional, fuera de su
relación con una conciencia posible, ni siquiera en este caso es el objeto un ingrediente de la
conciencia, sino, precisamente, su objeto.
13
Los actos de la esfera “teórica” de la conciencia o actos objetivantes se dividen en primer
lugar en actos significativos (o actos de dar sentido) y actos intuitivos. Estos últimos, las
intuiciones, se dividen a su vez en varias especies, de acuerdo con la manera o el modo como
dan el objeto o, mejor dicho, como se les da el objeto. La percepción se caracteriza, entre las
intuiciones, por tener el objeto dado en persona; se encuentra ante el acto el objeto mismo, no
una representación de él (como en el recuerdo), no una imagen de él (como en la imaginación),
no un cuasiobjeto (como en la fantasía). Por ello, precisamente, la percepción pone existencia,
esto es, contiene la “creencia” en la existencia del objeto. Y por ello, también, la percepción es,
en rigor, el único acto que puede legitimar los juicios o las afirmaciones —el único acto en que
en última instancia puede legítimamente apoyarse la ciencia, en general. Un objeto temporal (y
a partir de ahí, el tiempo mismo como objeto) sólo puede darse en una percepción. Pero
Husserl admite percepciones de objetos que en cierto sentido pueden llamarse intemporales
(las esencias, las ideas).
44
del objeto, a pesar de sus apariciones perspectivas. La percepción es experiencia
perceptiva inseparable del sentido, es decir, de alguna forma de dirección hacia una
identidad. La percepción es un proceso de toma de conciencia que fija el sentido. No
es una captación puntual, sino que progresa mientras se llenan las intenciones
anticipadoras vacías y se mantiene la unidad del objeto como sustrato de sus
variaciones. Lo perceptivo se constituye según los modos de la presentación
perceptiva, los cuales dan lugar a la unidad del objeto en el seno de un esquema de
duración temporal. Gracias a este, las vivencias perceptivas se correlacionan con la
serie temporal de sus apariciones. Gracias a esa percepción temporal, accedo a la
conciencia interna del tiempo, o sea, a la percepción de la estructura temporal de lo
dado en la percepción.
En Lecciones sobre la conciencia interna del tiempo, Husserl investiga los actos
simples que subyacen al conocimiento de orden superior, ante todo, los actos
perceptivos; los estudia desde el punto de vista de la temporalidad. Muestra cómo
presente, pasado y futuro se constituyen gracias a la percepción, a las retenciones y a
las protenciones. La percepción sigue siendo presentación originaria, pero dinámica,
en tanto que constantemente hace surgir el ahora. La captación del decurso de las
vivencias y la percepción de la conciencia del tiempo se da simultáneamente, porque
las vivencias duran, son unidades de la conciencia interna, la cual es conciencia
perceptiva. Percibir es la conciencia del tiempo constituyente con sus fases de
retenciones y protenciones fluyentes.
45
objetos individuales no es el tiempo subjetivo de las vivencias de la percepción, sino el
tiempo objetivo. Gracias a él, la percepción, en tanto conciencia posicional de los
objetos como existentes para mí, los comprenderá también como co-existentes
objetivamente, es decir, para la intersubjetividad.
La escuela de Frankfurt:
46
El Instituto pone en cuestión la escisión entre la filosofía y la ciencia social,
precisamente por su influencia marxista y porque considera que la filosofía debe ser,
ante todo, praxis, mientras que la teoría debe ser crítica incluso de sí misma e incluso
de la filosofía como supuesto de la crítica social. La sociología es concebida como
descripción del presente y se vincula necesariamente con la filosofía. Esta es
universal, no por pretender sobrevolar la totalidad con su luz y su mirada descriptiva
de espectadora desinteresada, sino justamente por su crítica de lo dado. Aquella sólo
se ocupa de condicionalidades, de determinaciones particulares de la situación; por
eso no se interesa por la verdad. La filosofía, al ser universal, no puede evitar afrontar
la verdad. Por eso, la Teoría Crítica corrige a la sociología con la filosofía. Esto no
significa que llegue a la conclusión de que la verdad sea relativa a las diferentes
situaciones, pero tampoco que sea absoluta. La verdad surge históricamente de la
constante crítica de las verdades parciales. Es más, tras el triunfo de la razón
instrumental, carece de sentido hablar de “verdad”, porque ya no se puede jugar
racionalmente la realidad social.
Desde sus primeras andaduras, el Instituto mantuvo una vinculación crítica con el
marxismo clásico; lo tomó como punto de partida y como una ayuda para el análisis y
la crítica de las relaciones socioculturales; lo introdujo en la Universidad. Poco a poco
se fue distanciando del marxismo ortodoxo. Abandonó la confianza marxista en un
sujeto colectivo y la mitología del proletariado liberador. La lúcida crítica de
Horkheimer de las desventuras de la razón de la modernidad no será óbice para que el
autor siga confiando en su reconstrucción y persiguiendo la verdad desde la
conciencia de su historicidad y de nuestra finitud. De esta visión se desprende la
crítica de la metafísica que identifica al sujeto y al objeto y también el ataque a los
intentos de independizar la historia convirtiéndola en una sustancia unitaria. A
Horkheimer no le atraía ni la filosofía de la vida ni el existencialismo; los consideraba
irracionalistas y todavía pensaba que el verdadero conocimiento era el que
proporcionaban las ciencias especializadas. Adorno estableció como fundamento de
su filosofía la dialéctica negativa o la concepción de que lo que es no debería ser.
Subraya la diferencia entre ser y deber ser. Adorno pensaba que la conciencia
verdadera no era idéntica a los intereses políticos del proletariado del momento,
porque había dejado de ser sujeto ontológico. El sujeto y la historia no tenían por qué
coincidir, como pretendía Marx. Así se explica la falta de identidad entre el
reconocimiento y la conformación de las condiciones sociales de producción, entre
filosofía reflexiva de la situación y la infraestructura económica. Frente a ello, antes de
sugerir alternativas posibles, será preciso poner en práctica una dialéctica negativa, es
decir, crítica y negadora del orden establecido. La dialéctica unida a la negatividad
radical no se concreta en ningún proyecto planificado; se reduce al constante rechazo
de lo positivo que reprime otras posibilidades. A diferencia del positivismo que
sacraliza lo que es y reduce a ello la aplicación, la crítica es lo que va orientando la
práctica. Dicha crítica o es caótica, sino que está dirigida a alcanzar una sociedad
47
racional que sólo puede definirse negativamente, por el momento, y que se basa en el
deseo de introducir la razón en la historia.
48
teóricos y construidos artificialmente empleando el método deductivo; privilegia la
ciencia natural y las matemáticas como modelos de unidad del saber cuantitativo y
experimentalmente testado. A los frankfurtianos esto les parece una mera proyección
del ideal burgués del capitalismo armonioso unificado por leyes tan calculables y
abstractas como las de la oferte y la demanda. La teoría que deriva de este contexto
es mecanicista. Se sigue de la fragmentación de las ciencias que reproducen
inconscientemente la división social del trabajo y, en suma, la dominación social. Así,
dicha teoría tradicional se transforma en ideología, la cual se reproduce en el sistema
educativo y se afianza en la socialización primaria (familia) y, sobre todo, en la
secundaria (escuela). En cambio, la teoría crítica es antideterminista; contextualiza
históricamente las ideas enraizándolas en los procesos sociales y materiales. La teoría
se define a partir de la praxis. Esta es concebida, a su vez, en los términos del
materialismo histórico, como opuesta a la teoría tradicional idealizante de raíces
platónicas que se autodetermina por su sola verdad y por su lógica interna, al margen
de su génesis histórica.
49
Frente al materialismo craso, el de la Teoría crítica se preocupa por la felicidad del
hombre, la cual únicamente se logra modificando las relaciones materiales de su
existencia; esta transformación requiere un análisis de la economía política, pero
también una filosofía como correctivo de la historia. No rechaza la ciencia, pero
primero aspira a liberarla de la dominación existente, a evaluar su contribución al
progreso continuo de la humanidad, así como su pretensión de servir a priori como
modelo de toda teoría. La Teoría crítica no la toma como tal, porque lo que la ciencia y
la técnica hayan de ser depende de los hombres. Los defensores de la Teoría crítica
creen que la historia debe seguir confiándose a la razón y abogan por una sociedad
racional a la vez que desenmascaran lo irracional de la realidad fáctica. Ahora bien, en
contra del racionalismo hegeliano, no sacrifican lo particular en aras de lo universal;
las facultades racionales deben armonizar con la naturaleza sensual y sensible. Esta
nueva teoría defiende una razón histórica y una dialéctica inconclusa entre teoría y
praxis, de modo que ni esta es una derivación de aquella, ni la teoría queda
subordinada a la praxis.
50
críticamente aprehendidas. Horkheimer denuncia la pretensión del positivismo y del
pragmatismo de erigirse en panacea universal cuando encubren una metafísica que
conduce a la aceptación pasiva de lo que es. La sociedad industrial acaba
transformando todos los medios en fines, de modo que ya no se distinguen. La razón
subjetiva se torna, entonces, instrumental. Horkheimer se concentrará en la
recuperación de la primera sin olvidar al individuo y al proyecto social emancipador.
Por ello, es preciso emplear la dialéctica y recuperar la fuerza reflexiva y
emancipadora de la razón.
Horkheimer y Adorno sometieron la razón subjetiva a una implacable crítica desde una
razón objetiva que peligraba. El primero apelará a la razón autónoma; el segundo, a la
dialéctica negativa. En Dialéctica de la Ilustración critican el triunfo del neopositivismo
en las ciencias sociales norteamericanas. Este modo de pensar apegado a los datos,
que hace de ellos las causas últimas, sin darse cuenta de que no son las cosas
mismas, convierte el culto a los hechos en tabú universal y adora lo cuantitativo. El ser
humano positivizado sólo guarda una relación de dominio con la naturaleza; su única
máxima es la autoconservación, pero cuanto más se realiza esta en la división
burguesa del trabajo, más se autoaliena el individuo. El progresivo dominio de la
naturaleza es fruto del ascetismo que impele a producir para el mercado e ignora al
individuo; la igualdad formal que la Modernidad le reconoce es ficticia, pues prescinde
de las diferencias.
51
Adorno y Horkheimer no sólo critican con virulencia al positivismo y a las filosofías que
se han olvidado de filosofar verdadera y críticamente, sino que articulan la revisión del
marco categorial del materialismo histórico que se había emprendido desde Lukács.
Con él, descubren esa ley de la progresiva cosificación que acontece en la historia y
que da cuenta del fracaso de la razón ilustrada y del consiguiente triunfo de la razón
subjetiva que, al absolutizarse, desencadena la irracionalidad. Observan que la
cosificación del ser humano se extiende, tanto en las sociedades capitalistas como en
las socialistas; esto les conduce a plantear la hipótesis de que su causa o reside tanto
en la economía del capital como en la razón instrumental desarrollada desde la
Ilustración. La razón ilustrada se ha convertido en su opuesto y ya no emancipa, sino
que persigue la adaptación. La reificación de la conciencia fue el precio a la progresiva
liberación de la necesidad material; la emancipación sólo puede concebirse en esta
situación como ruptura radical con la racionalidad dominante.
52
liberación de la minoría de edad y de los miedos de los hombres. La dimensión
instrumental o estratégica de la razón termina identificándose con la razón misma y
anulando todo otra dimensión que pudiera tener cabida en ella.
Formación fenomenológica:
53
juicio la concepción cientificista del marxismo. El marxismo no es un cientificismo
abstracto, sino ciencia, en el sentido fenomenológico de ese saber teórico-práctico e
histórico del mundo de la vida que va evolucionando con él. El descubrimiento
heideggeriano de la historia abre el camino para ello, pero habrá que aplicarle el
método marxista de la dialéctica. Marcuse se interesa por el “sentido” del lugar
histórico del marxismo fundándolo en el modo de ser del Dasein humano en tanto
histórico. A diferencia de Heidegger, que cifra la esencia del mismo en preguntarse por
el ser, Marcuse la sustituye por la de la acción radical del mismo, por la revolución.
Sólo puede ser planteada la pregunta por la acción radical allí donde la acción es
comprendida como la realización decisiva de la esencia humana y, al mismo tiempo,
precisamente donde esa realización aparece como imposibilidad fáctica, es decir, en
una situación revolucionaria. La acción radical culmina en la transformación radical de
la situación social; da lugar a una nueva realidad histórica que posibilita una nueva
existencia más humana. Así es como Marcuse fundamenta ontológicamente la acción
revolucionaria, la convierte en una condición de posibilidad constitutiva de nuestro ser
histórico. Toda acción es transformadora, como decía Marx, pero, según Marcuse, no
toda acción transforma la existencia humana; sólo lo logra la acción radical, la praxis
revolucionaria.
54
existencia fáctica se ha convertido en inhumana, no basta la interpretación de la
misma; sólo la revolución total será capaz de hacer coincidir la esencia del ser humano
con una existencia radicalmente distinta. Marcuse insiste en que la filosofía concreta
ha de volverse histórica y pública, así como teórico-práctica.
Marcuse entiende por “teoría” la que se extrae del pensamiento de Marx, y por “praxis”
la práctica transformadora del mundo. Defenderá la dialéctica entre ambas. La filosofía
debe restringirse al ámbito de la historicidad y del acontecer. También la
fenomenología ha de volver a él; su interés por el conocimiento será legítimo si
recupera ese suelo.
55
hace del trabajo una categoría esencialmente histórica, necesaria para su desarrollo,
por lo que podemos decir que el trabajo es el acontecer del ser humano. La ontología
de este afirmada en el trabajo, a diferencia de la ontología heideggeriana, tiene una
relación muy diversa con la historia: al trabajar, el hombre pasa a formar parte de una
situación histórica concreta, se enfrenta con su presente, asume su pasado, labra su
futuro. La dimensión temporal de la praxis laboral inscribe al hombre en la comunidad
histórica del momento y lo constituye en acontecer con-otros, en-otros y para-otros.
Esta es la condición ontológica de posibilidad de la división del trabajo. Gracias a la
historicidad hegeliana, Marcuse descubrirá la abstracción e inautenticidad de las
categorías de Heidegger.
Marcuse piensa que las contradicciones internas del capitalismo perduran, aunque se
manifiestan de modo diferente a la época de Marx; sin embargo, también arrojan
ciertas posibilidades de liberación. Así, la saturación del mercado y la necesidad de
acumulación creciente obligan al capitalismo a producir artículos de lujo que van más
allá de las necesidades vitales, destinadas a una élite, sin que se reduzca la pobreza
de otros sectores. Por otro lado, gracias a la tecnología, el tiempo de trabajo necesario
se acorta, pero no se reduce la cantidad total de trabajo dependiente, debido a que se
le crean al individuo nuevas necesidades de ocio, etc. con el pretexto de que estimulan
su libertad. En general, el capitalismo se contradice porque produce necesidades que
no puede satisfacer, sobre todo la eliminación del trabajo explotado como medio de
vida. El aparato técnico de producción y distribución, lejos de haber facilitado la
liberación, tiende a hacerse totalitario en tanto que determina las ocupaciones
socialmente necesarias y las necesidades individuales. De este modo difumina la
oposición entre existencia privada y pública, entre necesidades individuales y sociales
y así se convierte en totalitario.
56
racionalidad tecnológica. Marcuse, a diferencia de Marx, piensa que la socialización de
los medios técnicos no altera por sí sola la racionalidad tecnológica. Los productos
acaban adoctrinando a su productor, y lo hacen generando falsas necesidades y
satisfaciéndolas hasta tal punto que esta satisfacción termina equiparándose con la
libertad. Los cambios productivos han contribuido a la transformación de la clase
trabajadora y al debilitamiento de su posición negadora, hasta transformar la
dominación en administración, porque frente a lo objetivado (los hombres-cosas) se
hace cada vez menos necesaria la tiranía violenta. La esclavitud continúa, porque
persiste la objetivación de los seres humanos, ahora sublimada, es decir, desviada de
sus objetivos iniciales y aceptada por los individuos como necesaria para gozar de
más bienes de consumo. Existir como objeto es la meta de la unidimensionalidad, de
la inmanencia absoluta y de la paralela eliminación de toda trascendencia. La
unidimensionalidad triunfa cuando la conciencia se identifica tanto con el orden
existente que iguala el deber ser con el ser.
Nos hallamos ante una sociedad tecnológica y unidimensional, cuyo único interés es el
poder sobre la naturaleza interna y externa y su preocupación esencial la de fabricar
consumidores, alienar al ser humano, reducir su libertad sin que lo advierta, usando
los efectos anestésicos del confort. El sujeto ha quedado reducido a mero objeto de
dominio debido al papel jugado por la racionalidad de la técnica en las sociedades de
consumo. Esta se orienta a objetos reproducibles, consumibles, que pasan a formar
parte de la personalidad del hombre cuantitativo, cuyo objetivo es la posesión del
mayor número posible de bienes. El hombre unidimensional es un homo consumens a
causa de esa sociedad que se agota en la creación y satisfacción de falsas
necesidades; es un ser preocupado por tener y no por ser, un individuo que ha
olvidado la dimensión cualitativa de los hechos y rehúye su propia liberación, porque
considera que la autonomía y la reflexión son peligros. Se trata de un hombre imitativo,
introyectivo, es decir, que transforma lo exterior en algo interior a su yo y sólo lleva
dentro el puro exterior de sí mismo. Como el resto de los miembros de la Escuela de
Frankfurt, pensaba que la teoría y la práctica estaban ligadas; insistía en la
importancia de los efectos de la superestructura sobre las estructuras: el capitalismo
tardío ha transformado la relación entre base y superestructura institucionalizando e
internalizando su ideología incorporándola al comportamiento cotidiano.
57
comporta es el crecimiento de la agresividad consecuente a la reducción de la libido.
Hasta los instintos de los individuos han sido controlados creando en ellos una
segunda naturaleza que no aspira a la superación de lo establecido.
La racionalidad formal no sólo impide la reflexión sobre los intereses sociales que
determinan la aplicación de las técnicas, sino que se reduce a relaciones de posible
control técnico. Esto no significa únicamente que la producción y el uso de la
tecnología obedezcan a una razón política externa, sino también que la ciencia misma
reproduce esa racionalidad tecnológica y su a priori de dominio. Frente a esta
situación, Marcuse concluirá que la emancipación humana exige una ruptura radical
con esa racionalidad impuesta que conduce al pensamiento unidimensional;
reivindicará una razón gratificante o libidinal; opuesta a esa razón opresora que ha
domeñado hasta nuestras pulsiones. Es imprescindible la emancipación para subvertir
las estructuras morales y sociales, pero también las estructuras psíquicas de los
58
individuos. Está convencido de que la emancipación no se logra sin filosofía. La razón
filosófica ejerce la negación histórica y su verdad se determina por el grado de
pacificación que logra, pero este objetivo sólo será factible en una sociedad regida por
una razón post-tecnológica.
59
técnico-político para aumentar la productividad y la eficacia del sistema y evitar toda
forma de trascendencia. El socialismo de la URSS ha convertido al proletariado en su
beneficiario; sin embargo, aún es el agente determinante del cambio. Esta
transformación cualitativa implicaría la transición a la segunda fase del socialismo,
presupondría la actividad de un proletariado con conciencia de clase, pero este no
existe. El Estado sigue siendo un universal; la Razón es la racionalidad del conjunto: el
crecimiento del aparato productivo. La armonía entre intereses individuales y
generales ha sucumbido. Paralelamente, la ideología ha quedado desprovista de todo
significado crítico; ha detenido su marcha y, por tanto, ha excluido la necesidad de una
revolución cualitativa.
60
misma, porque el idealismo convierte la razón y la libertad en tareas individuales que
no tienen en cuenta las diferencias en las condiciones materiales de vida; por el
contrario, Marcuse piensa que estas no son lo opuesto de aquella: la libertad no
contradice la necesidad, sino que la exige como presupuesto.
61
nueva racionalidad que nos propone exige politización; hasta la psicología es política
porque la psique es un fragmento de lo social; lo universal, a su vez, es cada vez más
la política, en tanto que la sociedad ha sucumbido al poder y se ha mimetizado con él.
Es cierto que la lucha por la existencia necesita modificar los instintos represivamente
por la escasez para la gratificación integral de las necesidades instintivas, pero
también que la organización represiva de los instintos se debe a factores exógenos, es
decir, históricos y no naturales, por tanto, modificables. La identificación freudiana de
civilización con represión es fruto de una determinada organización histórica de la
existencia humana.
62
embargo, denuncia la parcialidad e irracionalidad de lo que se hace pasar por razón y
recuerda que es protección (no destrucción), enriquecimiento y embellecimiento de la
vida.
El arte es, en Marcuse, una cierta manera de preservar la utopía que la razón
dominante abandona y, por ello, actúa como idea reguladora para la transformación
del mundo. Es preciso reafirmar al individuo, lograr que gane independencia mental y
una panorámica de un mundo mejor. Marcuse es consciente de que el arte siempre ha
defendido ambos objetivos. El arte es una forma de lograr la emancipación de la
subjetividad, que es también emancipación de la mera sensualidad. Una nueva
sensualidad es el requisito previo de esta supremacía del sujeto frente a la cosificación
de todas las dimensiones existenciales. Esta nueva sensibilidad nos conducirá a una
nueva relación entre el hombre y la naturaleza en sus dos niveles: la naturaleza
humana y la exterior. Ello se debe a que la receptividad de la experiencia estética nos
hace ver las cosas por sí mismas y no como medios para la dominación. El término
“estético” aspira a preservar la verdad de los sentidos y a reconciliar, en la realidad de
la libertad, las facultades denominadas inferiores y superiores del hombre: la
sensualidad y el intelecto, el placer y la razón. El arte tiene una autonomía relativa, ya
que también es un reflejo de lo que hay, aunque tiene la posibilidad de mostrarlo de
manera crítica y desrealizadora. El arte constituye mundos utópicos y, al mismo
tiempo, depende miméticamente de lo existente. Esto es lo que le impide cambiar el
mundo; ahora bien, puede contribuir a transformar la conciencia de seres capaces de
hacerlo; puede favorecer el surgimiento de la necesidad de libertad en los individuos,
requisito indispensable para la revolución. El arte no libera manteniendo su autonomía
absoluta, sino tomando conciencia de que su materia y sus contenidos son una
herencia social que han de ser conformados en vista de unos fines más humanos. El
arte como la trascendencia consciente de la existencia alienada, como la negación de
lo que es. Este distanciamiento artístico de la realidad forma parte de la esencia del
arte, pero ha de ir acompañado de un criticismo consciente y de la expresión del
cambio, para no reducirse a la simple mirada del genio. Para que el arte tome
conciencia de estos poderes transformadores de su forma estética hay que
resublimarla, es decir, negar la desublimación represiva de la que ha sido objeto para
devolverle su carácter opuesto al orden dominante.
63
irracionalidad reinantes. La imaginación visualiza la reconciliación del individuo con la
totalidad, de la felicidad con la razón. Aunque esta armonía haya sido convertida en
una utopía por el principio de realidad establecido, la fantasía insiste en que puede y
debe llegar a ser real y, en efecto, las verdades de la imaginación toman forma en el
universo subjetivo-objetivo del arte y en su promesa futura de gratificación. LA
imaginación se niega a aceptar el orden fáctico, es el Gran Rechazo: la protesta contra
la represión innecesaria y la defensa de posibilidades reales de liberación que han
sido relegadas a la utopía por el principio del rendimiento.
Marcuse habla de “El fin de la utopía”, porque existe ya la posibilidad real de una
transformación en el ámbito material que conduzca a nuevas formas de vida. La utopía
que ha finalizado es aquella que se presuponía imposible. Existe, en cambio, un
concepto histórico de utopía. Una utopía que, aunque históricamente no se haya
realizado, puede encontrar en el futuro un lugar en el tiempo. Marcuse cree en la
existencia de factores objetivos (posibilidades brindadas por la ciencia y la técnica) y
subjetivos (rebelión de la nueva sensibilidad) que permiten ya la realización de la
utopía. Los conceptos tienen que dejar de orientarse por la realidad y hacerlo por la
posibilidad. Marcuse atribuye a esta una preeminencia casi ontológica respecto de
aquella, preeminencia paralela a la prioridad que otorga a la sociedad futura. El
proyecto utópico marcusiano no es arbitrario, sino que debe probar ser más racional
que la realidad establecida, debe ofrecer garantías de mejorar la civilización y pacificar
la existencia.
64
al poder de traducción del lenguaje ordinario, en definitiva, a la concepción
gadameriana del lenguaje como Medium en el que se produce el acuerdo sobre la
cosa misma. Sin embargo, piensa que la traducción no es el caso normal de
interpretación. Habermas, a diferencia de Wittgenstein, piensa que las reglas
gramaticales implican, junto con su aplicación posible, la necesidad de una
interpretación. Por eso, valora la hermenéutica gadameriana.
Sin embargo, se enfrenta al papel que la tradición y los prejuicios heredados juegan en
ella. Para Habermas, la tradición es el terreno de la ideología, de la comunicación
distorsionada por un interés, y ejerce una acción represiva. La conciencia
hermenéutica se revela insuficiente en los casos de comunicación sistemáticamente
distorsionada en los que la ideología (falsa conciencia) y la incomprensión se instalan
represivamente. Habermas habla de “pseudocomunicación” o de “comunicación
sistemáticamente distorsionada” por oposición a la simple incomprensión; esta se
puede superar dialogando e intercambiando razones, mientras que aquella es una
deformación del lenguaje de tipo ideológico motivada por factores de poder que
rompen la comunicación y, por lo tanto, no podría resolverse simplemente
retrocediendo a una esfera de pertenencia, como pretende la hermenéutica de la
apropiación, sino que exigiría una meta-hermenéutica, una crítica de las ideologías
que instituyera las premisas de un acuerdo posible bajo condiciones ideales de
comunicación. Gracias al establecimiento de las mismas, la hermenéutica sería capaz
de diferenciar el consenso fáctico y las condiciones normativas o consenso
contrafáctico inherente a la competencia comunicativa de los hablantes que les
permite distinguir el acuerdo válido del que no lo es. Gadamer no ha hecho esta
distinción, pues renuncia a dar criterios y normas para interpretar (ya que cualquier
norma está sometida a la historicidad y no puede universalizarse).
65
la competencia comunicativa. Habermas la ejemplifica en el lenguaje del inconsciente,
de su simbolismo articulado como un lenguaje privado que requiere un ejercicio de
análisis para hacerlo participable. Como ya había observado Ricoeur, se necesita una
comprensión explicativa metódica para denunciar la falsa conciencia del individuo
(psicoanálisis) o de la sociedad (ideología crítica). La disolución de ambos tipos de
ideología requiere procedimientos explicativos y no sólo comprensivos, ya que el
sentido sólo se comprende si se analiza y explica el origen del sinsentido. Para ello, se
necesita un aparato teórico cuyos conceptos centrales no pueden ser derivados ni de
la experiencia dialógica en el marco del lenguaje ordinario, ni de la exégesis textual.
Se decanta por el psicoanálisis, porque capta y explica la realidad para lograr así la
emancipación del paciente. Recurre al psicoanálisis para estudiar la dependencia del
significado de coacciones ocultas que están más allá del lenguaje ordinario. Una vez
depurado de su cientificismo, el psicoanálisis, junto con la crítica de la
pseudoconciencia social, ejemplifica lo que Habermas llama “hermenéutica profunda”
o “meta-hermenéutica”. Esta no necesita recurrir a la exigencia hermenéutica de
universalidad, porque su meta es afrontar las deformaciones de la competencia
comunicativa y, por tanto, de la interpretación.
66
Ilustración emancipadora. Este último pretende encontrar los universales normativos
invariables de la vida práctica gracias a la reflexión crítica sobre las limitaciones de la
tradición de la cual la razón nunca es completamente esclava, aunque esas normas no
se puedan verificar.
Habermas estudia los mecanismos sociales por los que el lenguaje es internalizado
como una estructura que dejará las marcas de la socialización del sujeto en todas sus
acciones. El lenguaje natural remite, asimismo, a las expresiones corporales, a la
praxis. La interacción comunicativa será, por tanto, expresiva y normativa a la vez,
porque lenguaje y acción se interpenetran. Habermas se adhiere a la ontologización
de la comprensión por la hermenéutica filosófica de Heidegger y Gadamer, porque la
comprensión es la condición de la sociedad misma, en tanto su reproducción y sus
producciones están siempre mediadas por la interpretación y la comunicación. La
teoría de Habermas se constituye esencialmente como crítica y quiere discernir bajo
los discursos de las ciencias sociales pretendidamente desinteresados sus intereses
ocultos, desvelando así todas las formas de dependencia que hipotequen la
autonomía de tales ciencias. Habermas distingue tres tipos de compresión: la
lingüística, la comprensión mutua y la comprensión hermenéutica. Los problemas de
comunicación proceden sustancialmente de un mal ajuste de las dos primeras que se
plasma en la comunicación distorsionada y que hacen necesaria la tercera forma de
comprensión. El estudio de la sociedad no debe reducirse, sin embargo, a una labor
de hermeneutas. Adopta la comprensión, pero la coloca en el marco de una teoría de
la acción orientada al entendimiento. Así es como reconcilia el conocimiento teórico
con su raíz preteórica en el mundo de la vida. Se refiere a una comprensión
67
reconstructiva, es decir, a una explicitación del significado de las estructuras profundas
subyacentes al análisis.
Los encuentros entre Gadamer y Habermas sirvieron para matizar sus teorías y dieron
sus frutos. Animado por Habermas, Gadamer analizó el potencial crítico de su
hermenéutica; se dio cuenta de que era posible una apropiación más reflexiva de la
tradición haciéndole preguntas críticas. A raíz de este intercambio, aumentó su interés
por la praxis y reconsideró el lugar de la crítica en la razón hermenéutica. Habermas,
por su parte, adoptó la hermenéutica como saber reflexivo-crítico y comprendió las
limitaciones históricas del mismo. Habermas valora el rechazo de Gadamer de la
unidad de la ciencia que propugna el positivismo, porque reduce toda forma de
conocimiento al modelo de las ciencias naturales. Gadamer toma las ciencias
humanas como punto de referencia inicial; Habermas recurre a las ciencias sociales.
Aquellas son por naturaleza ciencias de la tradición, mientras que estas son
constitutivamente críticas y se rigen por el interés emancipativo o por la autorreflexión
para disolver las constricciones. Habermas se niega a describir cómo ha de ser una
forma de vida reconciliada o cómo la comunidad ideal puede hacerse realidad; no
quiere fabricar utopías ni anticipaciones; sólo nos habla de las condiciones formales
necesarias para guiar racionalmente nuestra vida. La crítica de la ideología no
privilegia lo que es, sino la conciencia crítica; por ello, apunta al futuro en el que sea
posible la emancipación, mientras que la hermenéutica se dirige al pasado, mostrando
los condicionamientos histórico-sociales a los que estamos sujetos. Ambas son
necesarias para actuar en el presente, pues sin pasado el hombre se dejaría llevar por
las ilusiones de futuro y, sin futuro, se encerraría en sí mismo y se desarraigaría de su
presente.
68
consideraba urgente la restauración del sujeto racional de la ciencia y la instauración
de una racionalidad teórico-práctica que permitiera rehabilitar la filosofía como
autorreflexión de la humanidad y, con ella, de la sociedad y la política responsable. La
racionalidad por la que Husserl aboga es la que reconoce sus raíces en el mundo de la
vida. Habermas considera que la racionalidad característica de este suelo mundano
vital es la comunicativa con un alcance ético que ya había sido puesto de relieve por el
fenomenólogo; con Habermas, su sujeto ya no es la conciencia singular, sino la
intersubjetividad. El mundo de la vida es un todo que no puede fragmentarse, anterior
a la ciencia y compartido por todos; es irreducible a un interés cognoscitivo concreto.
Actúa como un horizonte en el que la intersubjetividad configura sus interacciones y,
por tanto, se ejerce la vida social.
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proveernos de nuevos saberes alternativos a la filosofía que, ahora, es su mediadora.
Habermas interpreta el mundo de la vida fenomenológico como mundo dela vida
cotidiana. Habermas interpreta el mundo de la vida como un marco de pre-
concepciones y hasta de pre-comprensiones y tradiciones, en el sentido de la
hermenéutica filosófica. Es un mundo en el que no ejecutamos la actitud reflexiva, sino
la epojé de la epojé, es decir, la suspensión de cualquier cuestionamiento del saber
con el que nos desenvolvemos en él. Este mundo es, como en Husserl, intersubjetivo
y, por ende, constituyente del sentido de todos los objetos. Sin embargo, según
Habermas alberga también el mundo interno de lo que no aparece en el mundo
objetivo ni tiene validez en el mundo social, de lo que no se fenomenaliza o manifiesta
públicamente. Este mundo interior es el de las vivencias y se reconoce por estar
expresado en primera persona. Valora que Husserl haya tenido en cuenta este saber
atemático, pero realiza una distinción dentro del mismo: una cosa es el saber pre-
reflexivo que acompaña a los procesos de entendimiento y otra es el saber co-
tematizado en los actos de habla; en este último, la oración de contenido proposicional
porta el saber temático; la oración expresa una pretensión de validez, no ya como
saber, sino términos realizativos, o sea, ejecutando una acción mediante un acto
ilocucionario. Para hacer disponible el significado cotematizado de dicho acto, ha de
ser transformado en una descripción del acto de habla.
70
pre-conceptos se asientan en abstracciones. Para evitar estas abstracciones,
Habermas pone en contacto la filosofía del mundo de la vida con las ciencias, porque
piensa que debe hacer un ejercicio de humildad y, antes de criticarlas, aprender de
ellas. Es un defensor de las ciencias sociales y saluda la apropiación del mundo de la
vida llevada a cabo por las mismas, pero cree que la filosofía también debe participar
en él activamente. Esto es lo que echa en falta en Heidegger, lo que explica que la
analítica del Dasein se haya limitado a ser una teoría y que la historicidad se abstraiga
de las situaciones históricas concretas. Asimismo, su ser-con no llegó a comprender la
intersubjetividad y su socialidad; de ahí que no haya en su pensamiento lugar para la
ética. La historia concreta sólo era para Heidegger un acontecer óntico y el contexto
de la vida social el medio de la inautenticidad; esto explica su posterior deriva.
Habermas ha mostrado que esta razón está implícita en las principales instituciones de
la democracia liberal. Los estándares de esta razón se originan en las
materializaciones histórico-culturales que tienen lugar en el lenguaje. Frente al
contextualismo, que afirma que, por esta causa, toda forma social de comportamiento
71
depende de nuestro lenguaje, de nuestra forma de vida particular, que la verdad es
relativa y que la objetividad deriva de la intersubjetividad lingüística, Habermas
presupone una comunidad ideal de comunicación y se preocupa por un concepto de
racionalidad unitario. La manera peculiar que tiene Habermas de diferenciar el deber
ser del ser es afirmar la verdad contrafáctica de la comunidad ideal de comunicación
como modelo hacia el que deben tender todos los consensos fácticos. Es preciso
algún principio que desenmascare las deformaciones comunicativas. Habermas,
siguiendo a Apel, asegura que la comprensión hermenéutica se convertirá en certeza
crítica de la verdad si incorpora un principio regulativo crítico para llegar a un
entendimiento universal en el marco de una comunidad de interpretación ilimitada y
exenta de dominio. Esta anticipación normativa es un a priori que expresa la
suposición de un interés común y un reconocimiento general de todos los implicados.
Se trata de una hipótesis práctica, un ideal que suponemos real cuando hablamos.
Autoriza la crítica y la resistencia ante lo dado, ya que nos permite distinguir lo vigente
de lo legítimamente válido. Esta medida es necesaria porque la razón comunicativa
que rige en la vida en común ha sido reprimida o colonizada por la razón técnica
imperante.
A diferencia de Marcuse, que vincula ese uso nocivo de la técnica con la forma de
dominación establecida y que, por consiguiente, no cree que esto tenga que ser
siempre así, Habermas está convencido de que es ineliminable en razón del
intercambio necesario entre el ser humano y la naturaleza. Lo ideológico de la ciencia
radica en su enmascaramiento de las diferencias entre acción instrumental e
interacción. Este fenómeno de la ocultación de sus diferencias ni es puramente
histórico ni desaparecerá cuando sucumba el capitalismo. El verdadero problema es la
universalización de la razón técnica, la pérdida de un concepto de razón más amplio,
72
la reducción de la praxis y la techne y la extensión de la acción racional con respecto a
fines a todas las esferas de decisión. Habermas no descarta la razón técnica, pero
quiere situarla en el marco de una teoría más comprensiva de la racionalidad. Para
ello, divide el concepto marxista de “actividad humana sensible” en trabajo o acción
racional con respecto a fines e interacción social o acción comunicativa. La acción
racional-teleológica es el trabajo por el que utilizamos unos medios para alcanzar unas
metas. Puede ser instrumental, que sigue reglas técnicas de acción basadas en el
saber empírico, o estratégica, que sigue reglas técnicas de acción racional y valora el
influjo de las decisiones de un contrincante racional. La acción comunicativa es
interacción simbólicamente mediada, basada en el acuerdo, en la persecución de
metas comunes y acordes con planes y definiciones colectivas de la situación.
La acción racional se rige por las reglas técnicas y tiene como meta alcanzar
determinados fines empleando los medios adecuados; su sanción es su éxito o
fracaso; el aprendizaje de sus reglas nos transmite habilidades útiles para resolver
problemas. En cambio, la acción comunicativa sigue normas consensuadas, se funda
en la intersubjetividad del entendimiento y la siguen sanciones pactadas. La acción
comunicativa es la que tiene lugar en el ámbito de la razón práctica, el cual no sólo
debe regularse coercitivamente, sino también de modo discursivo. Habermas, como
Marcuse, considera que asistimos al final de una utopía, pero sólo para alumbrar otras
nuevas. La que ha concluido es la de la sociedad del trabajo, la del socialismo utópico.
Reconoce, no obstante, que el Estado social todavía sigue nutriéndose de ella. Este
ha pacificado la lucha de clases. La nueva política del intervencionismo estatal exige
una despolitización de la población, porque al quedar excluida de las cuestiones
prácticas la opinión pública no tiene ya razón de ser. La restauración de la
comunicación es exigida por los grupos sociales y pasa a formar parte de la utopía
habermasiana.
Según predomine uno u otro modelo de relación entre la esfera técnica con la ético-
comunicativa, Habermas establece tres tipos de sociedades e interacciones entre
sujetos: tradicionales (divididas en clases, desiguales y legitimadas por la religión),
modernas (la esfera de la razón técnica es la que legitima la división social) y
sociedades capitalistas avanzadas (la política se convierte en tecnocracia, es decir, se
despolitiza la técnica y se tecnifica la política; la función de la sociedad se reduce a
servir al sistema técnico-económico). En el capitalismo tardío el sistema económico ha
sido despojado de su autonomía funcional respecto del Estado y sus crisis han perdido
su carácter espontáneo. Se detectan cuatro posibles tipos de crisis; las dos primeras
son sistémicas, mientras que las otras dos son crisis de identidad: 1) económicas (ya
no se resuelven con la revolución, sino con la intervención del estado), 2) de
racionalidad (el estado capitalista tiene que lograr objetivos contradictorios como el
apoyo al capital y la atención a las necesidades generales de la población y esto no
produce un equilibrio satisfactorio), 3) de legitimación (no siempre se consigue el
aumento creciente del nivel de vida y entonces la población le retira su legitimación al
sistema; el gobierno reduce participación y la población se contenta a cambio de
prestaciones), 4) de motivación (la población se orienta a los ideales de la esfera
comunicativa; no le resulta suficiente el consumo, sino que quiere una vida más
humana y eso no lo da el estado; esta crisis se plasma en la contradicción entre el
mundo de la vida cotidiana de la comunicación y el sistema económico-político; en el
73
capitalismo avanzado este es el dominante, pero los grupos surgidos de la esfera
comunicativa (ecologistas, feministas, etc.) pueden rebelarse). En el sistema
capitalista la crisis es permanente, pero es manipulada administrativamente; sin
embargo, algunas parcelas se resisten.
Marx pensaba que el desarrollo de las fuerzas productivas traería consigo el de las
relaciones humanas, pero esto no ha sido así y los individuos siguen siendo átomos
instrumentalizados. El tiempo ha demostrado que el saber técnico como tal no es
emancipatorio. No basta con transformar la naturaleza mediante el trabajo, sino que
también es preciso crear conocimiento y sentido. Cuando este escasea, los individuos
se afanan por lograr cada vez más mercancías. Habermas se pregunta cómo restaurar
una legitimidad sin coacciones. Sólo un salto en el aprendizaje comunicativo, en el
acuerdo que recoja los intereses comunes, permitirá otorgar legitimidad a la fuerza
normativa de las instituciones e incluso superar las patologías sociales. El
neoliberalismo, en el que la sociedad está separada del estado e integrada por el
mercado, no es la única alternativa; existe también un postmarxismo. Este se plasma e
u imperialismo difuso, pero aquel desvincula la globalización del estado y hasta de la
política a cambio de la presión de las leyes que se imponen por su sólo carácter
procedimental. La atomización y despolitización es tal que ya no se persigue ni la
asociación ni la formación de la identidad ciudadana. A pesar de ello, Habermas la
considera imprescindible. Habermas encuentra esta alternativa en la pragmática
universal, puesto que puede desenmascarar las situaciones de dominio y reconstruir
las bases de validez del habla.
Conocimiento e interés:
Cada uno de estos intereses afecta a los sistemas sociales y productivos, a la tradición
y al intercambio lingüístico y a la formación de la identidad, respectivamente. De ellos
surgen distintas formas de saber: información, técnica, tradición y análisis consciente o
reflexión. Mediante este análisis, Habermas quiere rehabilitar una noción de razón
comprensiva; por eso, frente a la teoría tradicional, define estos intereses
74
cognoscitivos como estrategias generales de conocimiento que guían los diferentes
tipos de investigación de las diversas ciencias. Representan las orientaciones
fundamentales para alcanzar objetivos. Podría decirse que son rasgos estructurales de
la humanidad, pero no son completamente trascendentales y a priori, pues están
relacionados con las condiciones fácticas (la historia, la naturaleza, la cultura, etc.). De
ahí que Habermas diga que son cuasi-trascendentales. Gracias a ellos, pretende
solucionar el problema de las condiciones a priori del conocimiento posible sin
necesidad de recurrir a la conciencia trascendental. Todo saber objetivante está
precedido por una relación de pertenencia sobre la cual nunca podemos reflexionar
enteramente. La precomprensión es una condición ontológica constitutiva e
insuperable que excluye la posibilidad de una reflexión total. Sin embargo, esa
reflexión crítica es necesaria. La distanciación permite una hermenéutica de la
sospecha.
La relación viviente que redefine los objetivos de las ciencias se establecerá gracias a
la autorreflexión de cada ciencia sobre sus fundamentos y, a la vez, sobre su relación
con la realidad social. Sólo esta autorreflexión saca a la luz las prácticas escondidas
de la teoría. Aborda la teoría del conocimiento volviendo al punto de partida que fue
abandonado por la ciencia, a la reflexión entendida de manera histórica. Emprenderá,
por este motivo, una crítica del positivismo que aplica el método hipotético-deductivo a
todas las ciencias, como si fuera el único. Además, se cree neutro y expulsa los
valores y normas de la discusión racional; defiende una política basada únicamente en
la eficiencia de los medios. Frente a esta filosofía, Habermas defenderá que el
conocimiento no está libre de valores, que la validez de las teorías científicas no puede
separarse del interés por la dominación de la naturaleza, e intentará conjugar la
reflexión con la racionalidad práctica, ambas abandonadas por la filosofía positivista.
75
lenguaje y la dominación. Nos aseguramos de estas estructuras por la autorreflexión
del conocimiento que comienza con una teoría de la ciencia trascendental que toma
conciencia de su contexto objetivo. La conexión entre conocimiento e interés sólo se
da de modo concluyente si las ciencias autorreflexionan críticamente. La implicación
fundamental de esta conexión es que la organización de las relaciones sociales ha de
reformularse según el principio de que el valor de toda forma con consecuencias
políticas ha de depender de un consenso surgido de la comunicación sin violencia. La
metodología de las ciencias empíricas no es suficiente para ello, ya que se funda en
un interés técnico de conocimiento que excluye los otros intereses.
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objetivante frente al conocimiento. Por eso Habermas lo sustituye por la
intersubjetividad. Al plantear un cambio del paradigma cognoscitivo de la racionalidad
al paradigma comunicativo, Habermas da un giro al esquema de la racionalidad con
arreglo a fines, sujeto-objeto, a otro que tiende a poner en relación a los sujetos entre
sí. Es preciso abandonar ese paradigma en el que la conciencia se representa a los
objetos y que se forma en el enfrentamiento activo con ellos. Habermas propone
sustituir ese paradigma de la conciencia por el del entendimiento intersubjetivo. En él,
es fundamental la actitud realizativa de los participantes en una interacción en la que
coordinan sus planes de acción. Formarse en esa actitud implica aprender a adoptar
las perspectivas de primera, segunda y tercera persona. La intersubjetividad así
generada, lingüísticamente, cobra primacía frente al yo trascendental y frente al ego
empírico. El entendimiento es el fin de la acción comunicativa, la cual, a diferencia de
la acción teleológica, pretende que el oyente entienda lo dicho y lo acepte como válido.
La pragmática universal se propone reconstruir las bases universales de validez del
habla para poder desenmascarar las situaciones de dominio. Dicha base se establece
en la racionalidad comunicativa. Una afirmación es racional cuando el hablante
satisface la meta ilocucionaria de entenderse con otros.
Mediante los actos locucionarios, el hablante dice algo; mediante los ilocucionarios
realiza una acción al decir algo, teje relaciones interpersonales; con los
perlocucionarios trata de producir un efecto sobre el oyente. Este último uso resulta de
insertar acciones lingüísticas que persiguen metas ilocucionarias en el contexto de
acciones en busca del éxito. Las acciones lingüísticas pueden utilizarse también
estratégicamente, pero sólo tienen significado verdadero para las acciones
comunicativas. A diferencia de la acción teleológica, la comunicativa tiene como fin el
entendimiento, es decir, pretende que el oyente comprenda lo dicho y lo acepte como
válido. Se trata hasta aquí de un acto puramente formal. Ahora bien, la acción
comunicativa está regulada por normas y presupone relaciones entre un actor y al
menos dos mundos. El sentido del mundo objetivo se aclara por referencia a la
existencia de estados de cosas, mientras que el del mundo social se clarifica por
referencia a la vigencia de las normas que se han establecido socialmente.
77
extraer de esta competencia universal un conjunto de normas explícitas. Para que la
reflexión se convierta en reconstrucción racional de las reglas generativas o de los
esquemas cognitivos, es preciso que el paradigma del lenguaje sustituya al del
pensamiento trascendental. Cuando la acción comunicativa se convierte en praxis de
la argumentación, los participantes tienen como objetivo convencerse y aprender entre
sí. Las opiniones son examinadas ahora según su validez y no sólo como opiniones
pertenecientes al mundo de la vida. Lo que en la teoría del conocimiento
habermasiana era dos ámbitos objetuales, en la pragmática formal se convierte en dos
sistemas de referencia o contextos gramaticales puramente formales que hay que
suponer siempre que nos encontramos algo en el mundo: 1) como objeto posible
acerca del cual, en actitud objetivadora enunciamos hechos y 2) como posible relación
interpersonal y norma, para la que en actitud performativa pretendemos obligatoriedad.
Aunque los discursos que tratan de nuestras relaciones en el mundo de la vida no
sean susceptibles de verdad, porque no denotan objetos, podemos juzgarlos por su
rectitud.
Austin sabía que cuando decimos algo, hacemos algo; este “hacer” es la fuerza
ilocucionaria de la enunciación. Habermas la concreta considerando que el núcleo de
todas esas cosas que los hablantes hacen con sus declaraciones es situar la corriente
de símbolos en un sistema de pretensiones válidas. Cuando un hablante persigue la
comprensión de su acto comunicativo desde dar cuenta de tres racionalidades o
pretensiones de validez: verdad, legitimidad normativa y autenticidad. Sólo si el
hablante es capaz de convencer a sus oyentes de que sus pretensiones son válidas,
se desarrolla un acuerdo motivado racionalmente. Desde esta perspectiva de la acción
comunicativa, las enunciaciones pueden ser racionales o irracionales, porque plantean
pretensiones de validez criticables. Así pues, decir algo es realizar una acción
orientada al entendimiento, que se logra debido a que en los juegos del lenguaje se da
un consenso entre los interlocutores: el oyente supone que el hablante puede justificar
su acción. Habermas no ignora que puede hacerse un uso estratégico del lenguaje,
pero ese uso vive parasitariamente del uso normal de él, porque sólo puede funcionar
si al menos una de las partes supone, aunque sea falsamente, que el lenguaje está
siendo empleado con vistas a entenderse.
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dimensiones del conocimiento, del habla y de la acción. Habermas las clasifica en: 1)
competencia cognitiva (dominio de normas de las operaciones lógico-formales), 2)
competencia hablante (dominio de normas lingüísticas para producir situaciones de
posible comprensión) y 3) competencia interactiva (dominio de normas para formar
parte en formas de interacción cada vez más complejas). Habermas distingue tres
funciones principales de los actos de hala según sean 1) constatativos (con
pretensiones de verdad), 2) regulativos (con pretensiones de legitimidad o corrección
normativa) o 3) expresivos (con pretensiones de sinceridad o veracidad). El modelo
comunicativo habermasiano de la acción se interesa por el punto de vista pragmático,
es decir, por la perspectiva de los hablantes que, al usar oraciones para lograr su
entendimiento, se relacionan con el mundo de un modo reflexivo o mediato.
Para que la acción comunicativa supere las distorsiones empíricas, es necesario que
los interlocutores compartan un trasfondo de experiencias, a partir del cual dan
sentido. Este trasfondo es el mundo de la vida husserliano; para Habermas, este es
plural y en cada uno se encuentran los objetos de estudio de las ciencias sociales. El
mundo de la vida reúne todas las producciones humanas, los plexos de la cultura, las
interacciones comunicativas y sociales, las instituciones y los actos de habla. Las
diferencias culturales de cada uno de los mundos de la vida pueden reunirse gracias a
que en todos ellos sus componentes interactúan y se comunican. Ahora bien,
Habermas diagnostica que esta combinación no se lleva a la práctica. En las
sociedades post-industriales, el mercado determina preferencias que deberían ser
acordadas comunicativamente, mientras que elementos que tendrían que abordarse
políticamente (p. e. la formación de la opinión pública) se resuelven burocráticamente.
Esta situación tiene una gran trascendencia, porque la acción comunicativa es la base
de nuestras relaciones, el origen de la verdad, de la intersubjetividad y de la
racionalidad interactiva y práctica.
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consecuencias fácticas para la acción. Esas ideas universales deben ser decididas
argumentando, porque en ellas está la clave de la validez de nuestros juicios y
normas.
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Ética del discurso y pensamiento postmetafísico:
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imperialista, sino que reconoce la intersubjetividad, al otro y su compromiso.
Asimismo, le recuerda al derecho que debe hacer gala de la racionalidad
procedimental de la que goza la ética discursiva, de la interacción comunicativa y de la
elaboración de argumentos, para conseguir ser autónomo y no quedar hipotecado al
sistema. El sistema jurídico no está legitimado desde el principio, sino que debe ganar
su autonomía, y ha de hacerlo razonando y argumentando como la ética discursiva.
Esto significa que ambos dependen de la formación imparcial del juicio y la voluntad.
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contexto local, toda forma de vida concreta, justamente por tratarse únicamente de
pretensiones, pero se entablan y reconocen tácticamente aquí y ahora. Esto implica
cierta mediación entre validez universal y prácticas cotidianas ligadas al contexto. Así
pues, la racionalidad comunicativa anticipa, contrafácticamente y sin ninguna garantía,
un ideal de sociedad sin constricciones, pero, ante todo, tiene un alcance práctico en
tanto criterio no instrumental de la racionalización social e incluso del conocimiento: el
uso del saber será racional cuando se preste a una deliberación intersubjetiva cuyo
único criterio sea el del mejor argumento.
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interactivo. Así es como Habermas trasciende el viejo problema del aislamiento del
sujeto del objeto de conocimiento que la fenomenología había concebido como
intencionalidad. Supo distinguir el progreso técnico de la emancipación humana, la
razón técnica de la práctica comunicativa, las ciencias naturales de las humanas-
sociales. De este modo aminoró los efectos del cientificismo y del objetivismo que nos
había legado la Modernidad. Su interés por la intersubjetividad, por la interacción
mediada lingüísticamente, es lo que le separa tanto de los primeros teóricos de la
Escuela, como de los de la muerte del sujeto. Sin embargo, no la ha definido, como
tampoco el consenso.
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