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Luminar

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SPAN Fie

LOZANO

Central COLECCION
Library LITERATURA
Orietta Lozano, nacida en Cali, en
1956.
Libros Publicados: Fuego Secre-
to {^98^ y, Memorias de los Espejos
(1984); El Vampiro Esperado (1986);
Poesía del Silencio (Antolog la 1991);
Alejandra Pizarnik (Antolog ia Poéti-
ca).
Premios: Premio Nacional de Poe-
sía "Eduardo Cote Lamus", 1986;.
Segundo puesto en el "Aurelio
Arturo", 1990. Mejor Verso Erótico
de Colombia, 1993, en el evento "La
poesía tiene la palabra".
Digitized by the Internet Archive
in 2017 with funding from
Kahie/Austin Foundation

https://archive.org/details/luminarOOIoza

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Luminar
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Orietta Lozano

Luminar

Colección Literatura
iciones Universidad del Valle
1994
Universidad del Valle
Rector: Jaime Galarza Sanclemente

© Centro Editorial
Universidad del Valle
Primera edición: 1994
Apartado Aéreo 25360
Cali, Colombia

ISBN: 958-9047-89-0

Editor responsable: Umberto Valverde.


Foto de la portada: Lucía Salazar
Impreso y hecho en Colombia en los talleres gráficos
de la Imprenta Central de la Universidad del Valle

Prohibida la reproducción total o parcial,


incluyendo las lecturas universitarias,
sin autorización escrita de la Universidad del Valle.
Al poeta:
Octavio Gamboa
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“Había momentos en los que saltaban las puertas de la historia, se
abrían las tumbas. Los muertos salían afuera, con sus dolores y sus
placeres, cuya suma da siempre el mismo resultado... yo sentía el
calor, como si el trilobites se agitara en mi mano. Podíamos
participar de su esperanza: La siempre desengañada esperanza,
heredada de generación en generación... A menudo no podía
distinguirse al amigo del enemigo... todos temían razón. Nos dimos
las manos: estaban vacías. Pero seguimos tendiéndolas porque
esta es la riqueza del mundo”.

ERNEST JUNGER: Eumesml

“... Pero aquí nadie soy. No tengo cara... buscaré un rostro... y lo


llevaré bajo mis ropas como un talismán...”

“... Esta es mi cara” dijo Rhoda..., “esta es mi cara pero me


replegaré detrás de Susan, para ocultarla, ya que yo no estoy aquí.
No tengo cara... Dicen sí, dicen no. Pero yo oscilo y cambio y en
menos de un segundo devengo transparente...”

VIRGINIA WOOLE

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Sobre la frente del cielo la luna se levantaba incongruente; las filas
de las casas y las sombras proyectadas por los árboles ofrecían un
paisaje cotidiano y casi íntimo que hacía refugiarse en un
sentimiento de recogimiento y placidez.
La luna era lúdica y deseable en ese brillo que le confería a la
bóveda celeste; los pájaros dibujaban en los árboles sus jaulas y sus
nidos y pulsaban sus cantos como si nada ocurriera, como si no
pasara nada. En el viento se tejíanlas conversaciones, los murmullos,
los dolores, los deseos y la soledad de sus habitantes... era un
bosque plateado, esplendoroso y metálico; su resplandor de acero
y plata atesoraba ávidamente palabras y silencios. Los jardines
ensimismados danzaban sobre sí mismos en presencia de las luces
de los cocuyos que alumbraban fugaz y repentinamente.
La ciudad brillaba en su tarde moribunda. De vez en cuando un
soplo rápido, ágil y fuerte del viento arrastraba tras de sí el mismo
soplo de la vida. Es entonces cuando en esa vibración los caballos
se encabritan y los templos rompen su silencio en el perfume de
una ceremonia, y el escarlata se riega en el espejo de ébano y los
espejos de la medianoche destruyen los reflejos de los extraviados;
y es entonces cuando algún habitante quiere perdurar en esa
vibración, en esa sensación, en ese letargo y abandono en el que
px)see los pensamientos siniestros e inocentes, pensamientos de

9
dicha y de desdicha y cree restallar asombrándose de su propia
demencia cuando alo lejos resuena el ruido de la última esperanza.
Las comizas, los aleros y los muros de las casas inmunes e
impasibles se hundían en su silencio drástico e inmutable; nunca
daban la alarma, nunca se perturbaban, parecían no recordar nada
y al mismo tiempo estar hechos sólo de recuerdos; al contrario de
las puertas o ventanas a las que le pertenece una vida y un movi-
miento como si hubieran heredado el ritual del abrirse y el cerrarse
de una caja de pandora que ha ofrendado sus sorpresas al horizonte
del olvido.
Parecía que nada ni nadie perturbaba la noche y la ciudad; pero la
sangre y la crueldad se derraman muchas veces en el silencio frío
de los cuchillos del secreto.

La noche era una mujer atareada seleccionando y guardando lo


más precioso de sus joyas, como el cazador furtivo y misterioso
que atisba sin que nadie logre ubicarse dentro de su alma...
Una carta estaría viajando a través de la distancia como un vampiro
hechizado persiguiendo la sangre de un cuerpo deseado... alguien
no dormía y aguardaba con los brazos abiertos para dejarse poseer
por esa fascinación y ese hechizo venido desde lejos.
Alguien pensaba en la delicia de la carne y el pecado extendiendo
sus miembros en la tentación y en la caída.
Alguien como una sombra sutil se inclinaba a la orilla del abismo.
La ciudad cerraba y abría sus plateados ojos de neón soñando en
un largo y solitario tiempo, en su continuidad inexorable, en el
levantamiento y en la caída, en el agotamiento de sus muros, en el
murmullo de las barcas que reman en busca de los muertos.
Esa ciudad misma siente una ardiente palpitación y procura ha-
blar... y desea inventar un lenguaje... hablar por sus poros y sus
agujeros, poblar sus grietas. Hablar por su pesado corazón de me-
tal, por sus fisuras y sus bordes... pero se resiste y opta por el si-
lencio y no explota... pero deja crecer indecible su lamento.
La ciudad en un intento de perder su rostro, cierra los ojos y se deja
caer en el lecho de piel de lobo de la noche.

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-¿Qué pasa? -se pregunta Odette, mirando a través de la ventana la
oscura calle donde el frío viento se batía como un hereje en la
tentación de hacer público su deseo.
-A veces reina el dolor y toda clase de fatigas, llevamos como una
tensa aparición nuestra propia muerte, pero también esperamos
con la fe del desesperado a que algo ocurra... a que ocurra lo
imposible.
Pero en la mitad de la línea, en la línea neutral, hay un pxírmanecer
quieto e indiferente como en suspensr^. Este es el tiempo que
atraviesa el desfiladero de los días como en el Juego de la ebriedad
y el viento.
La noche densa golpea en la infinitud de la melancolía, con un
sentimiento de placer se repliega en sí misma como queriendo
perder su razón precisa de ser.
Odette como en un sueño letárgico escucha la voz de la noche venir
desde la profundidad de los tiempos, desde antes de la primera luz,
y piensa en los días innumerables, en el advenimiento y devenir de
una felicidad que algunas veces ocurre como un milagro.
-“Su único deseo había consistido en huir hacia los bosques”.
-Odette piensa y al mismo tiempo escribe.

-“Pero el recuerdo de ese pequeño espejo de obsidiana le enternece


y a través de él, instalado en los bosques, observa a su pequeña Ada
caminar entre la muchedumbre a través de la ciudad”.
Odette siente la voz de la ciudad como un incesante bramido de
animal herido, como un rugido desesperado que brota de la misma
tierra, como un vapor maldito que devora al universo mismo... La
música se despierta en el agua y atrae a los animales extraviados
en su propia sed.
Odette permanece ensimismada, observando como desde el más
alto mástil, la liturgia que sueña la ciudad como invocando por el
advenimiento de un segundo paraíso.

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-“La música de los niños de la medianoche es el arco del cazador
y el cazador que se nutre con la esencia de la noche.
Ahora recuerdo una aldea y un tarot y un barco lejano en las
esp>esas aguas...
¿Cómo empezar una carta para alguien que mira el mar?
¿Cómo escribir una carta por alguien que mira el mar?
No hay nada por decir; el lenguaje aquí termina. Todo es epidérmico.
Quisiera poder escribir una carta pomológica, maldita, murmurante
como el agua, esotérica, suicida y peligrosa. Un poema que golpee
como una piedra; que rasgue el tejido del tiempo, que trame el
tiempo... Nada. Ahora lo siento. No soy capaz, no me siento capaz
de escribir. Desespero. Es más la intensa vibración en el silencio
que la vibración en la palabra. Quisiera describir el paisaje que se
inventa en mi interior, para que la carta deje de ser una simple
comunicación de puntos exteriores y llegue a seruna sola vibración
y una sola sangre.
No logro utilizar el lenguaje, termino por callar. Mejor hablar con
el sonido de las hojas secas, con la gota de agua que rueda
misteriosamente; con la palpitación de la sangre, con el choque de
los dientes... ‘Una rata aparece muerta en el zaguán de mi casa y
todo el zaguán en la rata’ ”.
Siempre tuya,
Rhoda.

13
Odctte había leído la carta ávidamente como un vampiro extasiado
en la sangre de una hermosa muchacha.
La carta no contaba nada, pero le permitía soñar y continuar. No
sabía por qué sentía esa maldita culpa, si ella siempre había tenido
una actitud libre, limpia y hasta con cierto grado de indiferencia
frente a toda clase de relaciones. Alguna vez había dicho que
indudablemente cada uno de nosotros era una vez el verdugo y otra
vez la víctima... nada nuevo por supuesto, pero ciertamente algún
día nos tocaba dar la lección del dolor, hacer que alguien aprenda
del dolor, hacer sentir el sufrimiento, hacer caer en la reflexión a
la hora del dolor más puro. Tentar en el odio y en 1 a ira, 1 a venganza
y el crimen.
Lo bueno de toda esta experiencia para Odette, era que contaba con
material disponible para continuar escribiendo su novela; ya que
ésta tenía esa característica romántica mezclada con la sangre, el
terrorismo, la crueldad y la violencia que atravesaba al país, que
atravesaba al mundo entero, que siempre en la historia de la
humanidad nos había atravesado como peligrosas flechas de
miseria y fuego.
Pero esencialmente su escritura era una historia de amor, un
intento de acercarse y convivir con la palabra. Y ahora releía y
rompía minuciosamente, casi con incontenible nostalgia todas las
hojas escritas. Nada le servía, nada valía la pena. Era mejor no
escribir y descansar en el sueño vivo de las cosas simples. Huir y
desaparecer. Huir con todo de una vez y para siempre. Volar con
todas las pequeñas ilusiones que también pesaban como grandes
piedras.
Dejar de amar, dar una orden y obedecerla. Devenir al mismo
tiempo verdugo y víctima. Guardián y prisionero y luego juntos
huir y desaparecer... Hacer el mapa, detallar el plan...
Huir, huir y desaparecer. Dar la orden y cumplirla.

- También recibiré carta de Horacio, lo sé -pensó Odette. La lluvia


comenzaba a caer fuertemente.

14
Tres golpes seguidos.
Una larde agradable, rojiza, con olor a tierra húmeda, a pozos, a
arco iris escondido. Tarde serpenteada de peces dibujados por las
gotas de la lluvia. Por la noche se asomaría ese astro amarillo,
lleno, solitario. Luna amplia, luna llena.
De nuevo tres golpes más. -De seguro es el correo. -Piensa Odette
dispuesta a atender el llamado.
-Esta tarde es una poesía oculta en lazos rojos y violetas, cKulta en
luces frías y pálidas... Una tarde para hacer sonreír a los poetas en
sus tumbas.
Odette guardó la carta que le había entregado el muchacho del
correo, vertió agua con hielo en un vaso azul y puso en él un ramo
de violetas que había permanecido todo el día sobre la mesa de
noche. Luego encendió un cigarrillo.

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-Odette, por quien he nacido. Te he cumplido la cita, te he
inventado porque al fin y al cabo no existes. Te he soñado en Lucía,
en Adalejandra, en Iriana, ix)rque sé que eres ellas y ellas son tu
espíritu y tu pensamiento, tu frivolidad y tu sensibilidad. Tienes los
cuatro nombres como los tiene el viento, los infinitos nombres de
las infinitas noches. Amas a Lot como amas a Rhoda, pero tu
verdadero deseo está en David y tu alma es abatida sobre esta
tierra... sólo recordando porque en el presente y estando frente a él
lo recuerdas y lo añoras, lo convocas y contemplas a la luz de la
lluvia resbalando, temblando y cayendo como tu deseo en el
silencio de la noche.
Ya no miras, no percibes ni siquiera el rincón impreciso donde se
adormece abandonada tu otra sombra... Nunca más sospechas de
tus palabras y tu silencio se profundiza cada vez más y mis...
Sólo lo invocas como yo te invoco, como yo te contemplo y te
adoro en el altar sagrado de tu cerebro y tu sexo, de tu carne y tu
escritura. Semejante a ti me reconozco para amarte y en la
diferencia me distancio también para amarte.
Cómo disponer de tu silencio, o tan sólo de tu angustia, mirarte
extasiada en la caricia que imploras, soñarte en el peligro de la
grieta y acogerte como a una hermana que no ve nada, que no
quiere ver nada.

17
Pero aún está tibio tu gesto, y tus labios sonríen esa última sonrisa
de pena para mí.
Me gusta grabar mi voz, me gusta oírla repetirse... volver a repetir
las palabras, no coordinar nada en ningún contexto y desligarme
de mí mismo a través de la escritura que es solamente una carta
infinita... esta carta para ti.
Estoy aquí y ahora destinado a cumplir con mi destino, me gusta
incluso dolerme de amor y de traición y luego guardar silencio.
Confirmar que no hay agujero para esconderme y hacerle frente a
mi rutina. Por eso me repito con mi voz y mi escritura y me dejo
oprimir y seducir.
Pienso en Lot, nuestro querido amigo, que no cesa nunca de
formular lo importante que es la forma... Nunca renunciará a
buscarla, nunca renunciará a sentirse perdido entre esos altos
edificios que lo ofuscan y provocan. La ciudad es su paraíso y su
cárcel. El acepta ligeramente sorprendido como si acabara de
despertar de una pesadilla, continuar su camino, matar su tiempo
lentamente, impasiblemente, sin detenerse a preguntar si es de día
o es de noche. Recuerdo muy bien, cómo tan sutilmente me
condujo a confesar mi secreto en ese gran silencio y en la bella
intimidad de su extraño espacio. Mi máquina literaria se fue
diluyendo, se fue fragmentando, se puso en orden y finalmente ya
no fue secretamente la corriente que produce el vuelo del pájaro en
la cercanía de la muerte.
... Muchos respiramos el aliento suave de ese rincón inalcanzable
y misterioso...,
tuyo,
Horacio.

David, quiso seguir probando, experimentando, intentando y


desesperando. El amor es un gran laboratorio y alguna vez él selló
el pacto: comprar y amar. El amor como un negocio sagrado, como
una estrategia, como un plan, como una alianza. Para Odette que

18
era fundamentalmente una escritora, esta relación era lo absurdo
y absoluto, lo verdadero. La divertía y la dejaba libre y plena.
-Ella, siempre viene a mí, como un pequeño y salvaje corderito, -
pensó sonriendo David.
Para él, ella era su mujer, era la escritura que nunca pudo contenerse
en él. Ella lo acompañaba en el bar, en la calle, en el teatro, en un
hotel, y sobre todo, en su apartamento; aunque Odette jamás
dispusiera de la llave de su cuarto de estudio, probaron que querían
amarse a través de la más cruda y profunda relación, de la más
secreta y pública alianza.
El pagaba y ella escribía, ella se dejaba pagar... él la amaba y ella
escribía y sólo lo amaba y también escribía. Ella se dejaba pagar
y amar para escribir. Unicamente escribir era su justificación, su
salvación. Se dejaba pagar para sonreírle en ese vacío donde se
dormía su sexo, en ese vacío donde se prolongaba su p)ensamiento.
Ella sólo sonreiría cuando él lo quisiera y ella sabía exactamente
en qué momento se quedaría callada tocando su desnudez hasta
dormirse, y entonces se poseerían en toda su dimensión, sin ojos
abiertos, sin palabras despiertas, sólo el susurro lento y pesado de
los que duermen profundamente.
Otras veces ella comenzaba a desnudar su cuerpo en una danza
delicada, adormilada, delirada y embriagada por la felicidad y el
deseo.
Era su más vital divertimiento, su realidad única. Aquí radicaba el
conocimiento de la verdad» su felicidad real y absoluta, todo lo
demás era mezquino.
Ella quería divertirse y divertirlo, trazar su plan, volverlo feliz y ser
feliz. El sabía donde le apretaba la sandalia y la miraba acercarse
pequeña como un sueño de lúdica obsesión, en su más sagrado
sueño; en su más amplia expresión política, porque su relación era
también política: aquí existía el pueblo reunido y al terminar la
danza, la dispersión del pueblo. Ella lo quería hacer gozar sin
ningún límite iniciando la búsqueda de lo desconocido, de lo que
no se puede conocer.

19
Su cuerpo húmedo se aquieta y lo deja danzar incansable,
inalcanzable, fragmentando su deseo, estallando su angustia. Lo
deja danzar sin gritar, sin gemir, sin inmutarse, sólo durmiéndose,
sumiéndose poco a poco en lo inevitable, en el sueño profundo y
él penetrando en ella como en la muerte. No mira nada, no ve nada,
sólo siente y se deja ir. Sin color, sin olor. Su deseo es inaudible,
imperceptible pero todtf lo llena, todo lo rebosa, lo reparte en su
rostro, en sus labios, en su sexo, en su respiración, en su escritura,
en su signo vital, hasta agotarse, desconocerse, ignorarse y
descubrirse en su única salvación: la muerte que lo hace pronunciar
un nombre: Odette, porque ella se ha alquilado, se ha vendido, ha
renunciado a su cuerpo, se ha dejado poseer, se ha olvidado y
abandonado a su espíritu y porque es en este olvido, en este
abandono, donde de verdad ella existe, cuando sólo es ella, cuando
reconoce su nombre, su cuerpo, su espíritu, cuando deviene mujer.
Se ha dejado ir en esa forma de amar, en ese vacío informe. Se
reconoce allí, en ese estertor, en esa posesión. Lo mira mirarla,
cierra los ojos y se deja dormir y se duerme... Amor como un
espasmo cerebral, una exaltación del cuerpo.

20
Es en esa niisma tarde lluviosa que Odetie relee una y otra vez esa
novela que la viene alimentando desde hace mucho tiempo, esa
escritura que ella teje día a día, luna tras luna, como una red
inmensa a donde van a parar los peces escogidos por ella. Red que
nunca se rebosa, ni siquiera se llena, parece que los peces se
¡X'rdieran apenas entran en la red. Palabras y peces, palabras como
peces ordenadas en torno a la escritura, palabras que ella ha
encontrado una y otra vez hasta perder su significado, hasta la
fascinación. Estar frente a la hoja de papel y contemplarla, convocar
a los espíritus, al espíritu de la palabra, insuflarle aliento, carne,
cuerpo. Y ellos entonces llegan y a veces nos redimen, a veces nos
succionan, nos beben. En cada palabra y su eco nos repetimos
hasta la desesperación, porque al fin y al cabo, esta vida surge y se
genera en la palabra.
Ella nombra la palabra hasta desvanecer su significado, o tal vez
quizá para encontrar el más aterrador; es cuando a veces nos vemos
sorprendidos por una palabra desconocida que siempre se repite.
Odette, enciende un cigarrillo y comienza a leer en voz alta:
“El viento como una leve caricia invade la amplia habitación que
se encuentra en completo desorden. Al fondo un closet de madera
color café, un tocador repleto de objetos para el uso personal, y
sobre un gran espejo la palabra no, escrita en grandes letras y con

21
un lápiz labial rojo intenso. Sobre la cama amplia hay tirado un
vestido y dos libros y una mujer semidesnuda frente a la ventana,
fija su mirada en un rincón que ella. Adalejandra, apenas reconoce.
No hay movimiento, una leve sonrisa atraviesa ese rostro lejano y
triste.
Reunidos y sin fusión los objetos son el otro rostro de esa mujer.
Ella entreabre sus labios para escuchar su voz que pesadamente
pronuncia frases incoherentes: “y esta vida que suscita en nosotras,
una serie de emociones antagónicas y opuestas”, “la vida entra en
conflicto con algo que no es la vida”, y “un señor que no existe me
hace señas y me invita a bailar bajo la lluvia”.
Quiere escucharse, sentir que está viva y perdida desde el fondo de
su tristeza. Soy una esquiza, con mi rostro lleno de pánico, este
lugar huele a manteca, a yerbas amargas, a alcohol y anfetaminas,
basura, la última pastilla de dormir me hace sentir lenta y lerda,
pero esta sensación es la que siempre he buscado, he sentido y he
deseado.
“Convertir en serio lo que a un hombre le parece insignificante y
en trivial lo que para un hombre es importante”... y só que me es
posible devenir mujer, planta, nínfula, un pájaro, un perro, cualquier
cosa, cualquier otra cosa... “y ¿por qué no llevar una vez mis mi
ropa de niña y levantar entre mis brazos la muñeca de perv'enidos
ojos que me hacía temblar?... Aquí están mis ojos y mis manos, mi
piel, mis huesos y sin embargo, siento a otra mujer gestándose en
mí, aterrándome, perturbándome. Soy esa otra mujer idéntica a
mi .
Odette hace una pausa y sigue leyendo en un tono suave:
“Adalejandra va y viene con su único estilo: su falta de estilo.
Nínftila de los sueños de otro pensamiento que arde bajo las
sombras del mito que la inventó, de la creación forjada a través del
tiempo. De su único acto de fe.

Ix)s pensamientos saltan como peces en el agua...


Jamás lograré tener ese otro mundo que me subyuga, sueño

22
imposible, pesadilla que agrieta las noches y hace del día un vacío
absoluto, un silencio con sonidos sórdidos y angustiosos.

Hila escribe desde entonces para ese único mundo que la mantiene
ebria, desolada, distanciada y para ese único mundo sobrevive C(m
y para su única causa: Desear. Su única obsesión: Desear... Todo
lo mueve el deseo. La piedra se aquieta porque su deseo es vigilar
infinitamente desde su quietud.
¿Adalejandra encontrará alguna vez a B..., sueño fascinante de la
luz dorada de la tarde de los bosques? Solitario hombre... Duerme
mientras los ángeles discuten sobre teología y rehacen los hechos
del día primero, la división de la luz y las tinieblas... Pero sé que
no estará, sé que lo tendré que esperar, sé que lo esperaré hasta que
el alba se asome con su antigua piel para confirmarme que llegó...,
que esos bosques negros y verdes son su más fiel refugio... su más
temible morada... No, no lo esperaré más, ni lo buscaré más, más...
más que otro día, más que ayer para sorprenderme y delirarme en
el desencuentro”.
David, escucha con una peculiar atención, sin hacer ningún
comentario y Odette continúa con su tono suave y calmado:
“En la galería de arte, mientras se agolpaban las personas y el
murmullo se le asemejaba a un pequeño temblor de tierra.
Adalejandra miraba las pinturas sin ningún interés, como muestras
inertes e inútiles.
Poco a poco la sala iba quedando vacía, B... no llegaba aún. A
Adalejandra le gustaba ese silencio que encontraba sagrado en
esos lugares. Se detuvo de repente, y con mucho cuidado, en un
cuadro que a ella se le antojaba extraño en esta época: Sobre un
lago de un color azul-café oscuro donde una mujer desnuda
sostiene en su mano izquierda tres salamandras y su mano derecha
señala con autoridad a otra mujer que guarda una salamandra en su
pecho, una luna pálida cae como una aureola en un nido de
salamandras que está junto a la mujer; en toda la pintura caen
salamandras, hay una lluvia de salamandras”.

23
-Extraño cuadro, debió salir de un sueño del pintor. Sórdido y
lúgubre, colores oscuros, desolados, ruinas de un sueño derruido
en una tela... Adalejandra ensimismada en este pensamiento,
buscaba a B.., lo esperaba, lo encontraba a través de los espejos, a
través de los cuadros, él se le ofrendaba y ella se inclinaba... pero
sabía muy bien que B... no concurría a estos sitios. B.., venido de
los bosques... de lo oscuro de los bosques... del silencio de los
bosques... Lo buscaba entre las luces y las sombras, en la ira y la
humildad, y en la misma infidelidad, porque alguna vez estando
Junto a él amó a otro hombre -no soy ninguna santa para desearte
solamente a ti, mi sagrado monstruo- pensó Adalejandra esa vez.
-Es la obsesión de una solitaria habitante de la noche la que se
diluye en mi interior y me deja plena de vértigo. Nunca te encontré
dispuesto, vacilé casi siempre para hacértelo saber... y alguna vez
te dije sobre el amor, como acariciando el agua; “no nos pertenece”.

Odette puso el paquete de hojas que había leído sobre el escritorio


y preguntó un poco ansiosa esperando la única respuesta que le
interesaba escuchar acerca de lo que ell a escribía. -¿Te gusta lo que
acabo de leer?- esperó una respuesta mientras encendía un cigarrillo
y se servía una cerveza.
David, la miraba en silencio. Sus respuestas eran parcas, herméticas,
casi ofensivo ese silencio suyo, tan peculiar.
-Sí me gusta- se limitó a contestar.
-He escrito mucho últimamente... aunque nunca me doy por
satisfecha. El último poema de Sarai, aparecerá en esta novela.
Ella me lo presta. Es una novela escrita por todos los que la quieran
escribir. Es un experimento, un mezclar, un plegar... A lo largo de
ella escriben, Silvia Plath, Virginia Woolf, Alejandra Pizarnik, y
hasta gente del cine, Godard por ejemplo. ¿Qué piensas?
-Eso está muy bien, si obtienes armom'a y eso la hace interesante...
A mí, por ejemplo, me gusta obtener armonía en todo lo que miro,
en todo lo que toco... Procuro hacerlo. Eso es todo... Me gusta lo
que escribes y como lo escribes.

24
¿Por qué escogiste como ¡personaje aun hombre que se retira a los
bosques? -pregunta casi distraído.
-Porque los bosques tienen el color de mi pasión, de un antiguo
llamado que debo responder... porque en el bosque está el silencioso
deseo de aprender el movimiento de la fe... Es la estación del
alimento eterno.
-Es difícil escibir, ¿verdad?
-Es difícil, sí, para mí es difícil escribir... La escritura es un
estallido que emana lujuria, dolor y serenidad al mismo tiempo.
Tcxla obra literaria es política desde el mismo instante de su
nacimiento, desde antes, incluso, de él. Toda verdadera obra lite-
raria, ya sea en su estrategia, en su trama, está tejiendo toda una
organización o un caos. Creo en la actitud del escritor frente a la
vida: La literatura como un modo de vida.
-Es cierto, pero precisamente esa actitud ¿no hace más dolorosa
la vida? ¿menos alegre?
-Es como si a través de la escritura transcurrieran los días mis a
prisa y menos densos... La única justificación al paso del tiempo.
No más que desatino y claridad... Claridad desde el infierno, desde
las cavernas y los agujeros, desde los abismos y los fondos.
David, guarda silencio.
-En la escritura desnudo también mi cuerpo, después de desnudar
mi alma, y regreso al mundo como simple polvo, como ínfima luz,
como insignificante llama.
Odette sabe, que David, no habla, no hablará más, no hará uso de
la palabra, de esas palabras que a ella le apresan y la liberan. El es
el otro lado de la orilla, su único medio es el silencio. El emprende
la acción callando. Desde el principio calla. Su acto no es solitario
pero es silencioso, por eso mismo ella sabe que sus monólogos le
devolverán el eco nuevamente y una vez más para nutrirse o
destruirse. Si él los percibe o los acoge, no lo sabe. Allí existe el
imsterio... más que todas las apariencias, reflejos y evidencias que
ella sí conoce.
La noche se ensimisma atravesando la plenitud de la dicha. Nada

25
sabemos y clamamos hacia una eternidad que nos sucumbe. Ella
al mundo regresando como una invitada que ha perdido su lugar...
donde desde lo más hondo, los fuegos arden y tienden sus llamas
a los dioses más viejos. Ella como una invitada que ha perdido su
lugar, que no reconoce su nombre ni quiere comprobar su identidad,
su tiempo y lo que en él se reconoce... Presiente que ya no tiene
lugar en este espacio... Nada se acomoda, nada la desgarra... ha de
ver la muerte muy de cerca... Ella como un animal revelando los
escombros de una historia... Las memorias que se cubren de
silencios que hablan y escuchan.

26
Esta tarde Lot jugaba con las ardientes piedras que se encontraban
a la orilla del río; no lejos de allí se divisaba un pequeño bosque de
bambú, donde en tiempos pasados se reum'an a beber, a leer
poemas, a escuchar música; Sarai contemplaba el agua azulada-
verdosa-oscura, que se sugería muy fría; un camino de hormigas
se abría paso, decididas como un pequeño ejército por debajo de
las piernas cruzadas de Lot; el aceitoso sol de la tarde miraba fija
e intensamente la tierra; Lot escogía las piedras más pequeñas y las
lanzaba con fuerza al río para escuchar y gozar del sonido, como
un golpe rápido y sordo; un chorro delgado de agua subía de
inmediato abriéndose en un pequeño centro, en un diminuto paraje
en la superficie del río, por donde había penetrado la piedra, para
luego calmarse y de nuevo el golpe y el abrirse del agua. Un pájaro
a quien se le conocía “el pájaro de la muerte” empezó a emitir su
singular canto desde un gran árbol, donde por más que Sarai y Lot
trataban de mirarlo, no pudieron divisarlo; sólo se escuchaba el
canto que según decían anunciaba que alguien iba a morir.
Las hojas resplandecían por la luz del sol que ya declinaba rojizo,
las naranjas verdosas y amarillas colgaban generosas y en
abundancia de los árboles; una canción del grupo “Codona”, “e/
bines del tren'\ se escuchaba y era como si la música también
colgara de aquellos árboles.

27
- Annie me contó hace poco un sueño -dijo Lot: “se encontraba en
los bosques fronterizos al Hades, aquel verde intenso que pisó
Eurídice y del cual la raptó el poder plutónico para hacer descender
la música. Annie llegaba a través de un río con un acompañante
quien remaba la balsa; hasta aquí llegaría con él... descendió, se
abrieron inmensas puertas y en el umbral resplandeciente apareció
Perséfone. Annie quiso abarcar en una mirada toda la delicia
voluptuosa que le producía la diosa. Allí se detem'a... después
tendría que continuar para seguir en este mundo, el mundo que ella
soñaba, pues la diosa le abrió las puertas y le puso una prueba,
Annie tendría que atravesar sola el corredor de las puertas infinitas.
Ella sabía cómo proceder, en cada cuarto donde llegaba abría
instintivamente la puerta precisa que daba al siguiente cuarto y así
hasta llegar a un último cuarto, ella sabía que era el último; en esta
habitación se encontraba un niño quien esta vez le señalaba la
puerta de salida, la cual abrió para extasiarse con la vista de un
bosque aún más esplendoroso que el bosque de Efebo. Flores;
muchísimas flores y las gotas de una lluvia dorada formaban una
inmensa cascada... el aire brillaba... era el bosque de la libertad”.
-Ah, se me olvidaba un dato muy interesante -continuó Lot- en
cada habitación por las que pasaba Annie, se encontraba un
anciano decrépito, fatigado, demasiado lánguido y harapiento que
permanecía desol adámente en una misma posición, sentado y con
la cabeza agachada; ellos no habían podido llegar sino hasta ese
cuarto, no habían podido seguir el flujo impecable que los arrastrara
al bosque. Annie veloz, pequeña Palas Atenea, convertida en
ciervo-gacela, búho-mariposa.

La noche anterior Horacio había estado bebiendo. A través de la


ventana escuchaba el sonido de los carros y en los carros del alba
se dejaba ir en su pensamiento cambiando sus lámparas nuevas por
otras viejas.
Quería tener la certeza de que esta vez no dejaría escapar su deseo
de conquistar su amor. Porque él no era ningún cobarde y a

28
sabiendas permilía que ese amor se le enredara como hiedra en el
pensamiento y en los huesos del pensamiento y en la sangre, pero
ante la impK^sibilidad, se mostraba tranquilo y completamente
solo, hacía de ese amor su secreto, su pasión, su acto de fe.

Horacio apaga el cigarrillo contra un cenicero y con movimientos


rápidos se dispone a salir de su apartamento antes de que cierren
el correo. -Afortunadamente hay un correo cerca- piensa distraído,
mientras introduce la carta en uno de los bolsillos de la chaqueta.

El siempre había vivido en la más completa ausencia familiar.


Alguna vez estuvo fuera del país una larga temporada, ahora
regresaba y de vez en cuando pintaba, lo que más le inquietaba era
poder leer, leer todo el tiempo, la lectura era su puente de contacto,
y la que a su vez lo llevaba a un estado de cautiverio y destierro
voluntario. Lleno de presentimientos, pensaba que el más mínimo
detalle que ocurriera, era parte de ese gran complot que era la vida.
Todo estaba premeditado, siempre planeado de antemano, no
existía nada gratuito, todo como una señal, todo debidamente
organizado. A veces decía cosas como:
- “Siempre hay que tener a la muerte como aliada”. Sus relaciones
más bien pocas, eran plenamente literarias, y la única forma de
sostener su relación con Odette era a través de la escritura; por eso
a pesar de que vivían en la misma ciudad se escribían con bastante
frecuencia.
-Ojalá esta vez me responda pronto -piensa Horacio. Me hace falta
leerla, su escritura me nutre, me da fuerza, me ayuda a construir y
a sentir que existe una meritocracia... y a la vez tensores abstractos
como en la constelación de sus pecas -pensó riendo.
Sus circunstancias personales se limitaba a observarlas simplemente
como testigos de su solitaria cotidianidad... Pasar por ese juego
como por entre un arco en llamas: sin quemarse.

Odette había leído esa tarde de lluvia, con alegría, la carta que

29
Horacio le había enviado. La había dejado varios días sobre la
mesa de noche, junto al ramo de violetas, sin siquiera abrirla. Era
parte de su ritual y le encantaba tenerla así algunos días, totalmente
sellada... algo así como un preámbulo para comenzar lo que ella
llamaba: “su pequeña máquina literaria”.
Esta vez le respondería, enviándole un fragmento largo de su
novela, pues estaba entusiasmada en su proyecto y llevaba varios
días escribiendo de una manera fluida y acelerada, un encuentro
propicio con la palabra. El hechizo que se produce cuando el jweta
hace uso de la palabra y la palabra se deja poseer en su más lúcida
forma, en su significado más certero.

“... Nuestras sombras se circunscriben en este oculto paraje del


cirolar. Ninguna señal de peligro.
Espejo de luna, papel de luna, espejo de tinta, necesito un cortafrío.
Detrás de su sueño entre dos luces había un jardín de cristal, detrás,
en tu sendero dejabas una cúpula dorada; sobre tu escritorio estaba
una carta de marear, una carta orden... Cerrabas en falso tu puerta
en plena lunación para encender los cirios en el refugio de tu
luminar, como un ritual caído en el desierto; te mueves en derredor
como una sombra circular, ofrendas sal para la herida... te encierras
como un perro y tejes solitario el advenimiento de una pasión, no
te he pedido nada, nunca te he pedido nada.
Necesito un cortafuego. Aquí el agua es perfume de unción, en tu
ebriedad pides y recibes la comunión. Entre parajes de luz crecen
los heliotropos; hay un desbordamiento del silencio, prodigas al
lenguaje de continuos silencios, del silencio justo; se levanta la
señal en la zona más oscura y más oscura es la sombra que se
proyecta de la torre; el líquido se desborda, se derrama; la
ambigüedad del lenguaje abismal.
Necesito un cuentagotas.
Decir un nombre, repetirlo, darle el movimiento hacia la muerte,
repetirlo desde siempre, para siempre, darle sentido en su repetición,
repetirlo hasta el sin sentido, hasta la sinrazón... morir de recordar.

30
recordarlo hasta morir, nombrarlo hasta su fin, desconectarlo del
comienzo... ¿Acaso no estaba ya en mí inscrito como una señal
primigenia tu nombre, la palabra clave? Verter el lenguaje,
derrannu-lo, vaciarlo, evitarlo, perderlo de vista”-. Todo esto
pensaba Sarai, mientras se disponía a salir.
Sarai tenía la edad de la raza antigua. Ese día caminaba de prisa
pero sin preocuparse de llegar. Desde su mirada indiferente
observaba los edificios y la gente y los puentes hermosos y
estrechos de esa avenida por la que tantas veces transitaba. -Todo
tan im|Xírsonal; esta ciudad como cualquiera otra, la he aceptado
como hubiera aceptado haber nacido en Marte, en .liipiter o en el
desierto. No me presiona ningún sentimiento de amor o desamor
hacia ella... tal vez un poco de costumbre... de afianzamiento.
Al fin y al cabo la ciudad de uno no es donde se haya nacido sino
donde uno escribe, donde está lo que se quiere, y aquí están casi
lodos mis amigos.
Me tomaré una cerveza con Lot y Annie, y luego iré por Rhoda,
leeré con ella a Kierkegaard... nada nuevo; el amor tiene olor al
misterio de un perfume de lejanas tierras... Ya no habrá fiesta
interminable, buscaré en mi bibliosfera y convocaré a los CvSpíritus
-pensaba Sarai, alegre como la lechera de la fábula.
Atraviesa el parque, cruza una calle estrecha y por fin llega a la
pequeña y escondida taberna, allí están Annie y Lot en esa tarde
húmeda y oscura, tan oscura y húmeda como sólo a ellos les gusta.
Lot, un p(X'o ebrio, le pide una cerveza a Sarai, Annie sigue el ritmo
de un poema...
”... Entre tanto fracaso,
ellas las diosas
se salvan infinitas”.
Lot lee el comienzo de un poema de su próximo libro que va a
publicar. -Desearía leerte algunos poemas con más tiempo y saber
tu opinión, -dice Lot dirigiéndose a Sarai.
Annie contempla sin ninguna curiosidad el paquete de hojas que
está sobre la mesa y descuidadamente empieza a leer:

31
sobre el oro de las dunas
y de las airadas lomas
se espesan sombras azuladas...
Mercenarios se ocuparon de mí
La hidráulica del zen blanco
en la única lejana
hay en torno a ella tal soledad
Así es la vida en la antigua casa de hielo^’.

-La poesía es un tejido luminoso con agujeros negros, es la fiebre


aminorada por la promesa del sueño feliz de una muerte- susurra
Sarai.
-El día menos pensado, nos arrojamos a ese abismo donde los
escorpiones délos espíritus nos esperan hambrientos y despiadados
para perdernos por siempre en él -dijo Lot.
-Realmente eso es la escritura, un abismo oscuro, sombrío y
sellado... con espíritus peligrosos cuidando de su templo sagrado
y maldito. A pesar de la destrucción revitaliza... arde en el agua, en
el viento y en la tierra como un fuego profano -continúa Sarai.
-Me caso- djee intempestivamente Annie, dejando a todos
sorprendidos y en silencio con esta disgresión; ella siempre que
hablaba era para cortar, fragmentar, detener, disolver, suspender,
con una sola frase desconectaba toda una elucubración. Lot, como
si no hubiera escuchado, sigue el compás de la música, luego,
reaccionando y fingiendo indiferencia, propone un brindis: ¡Eure-
ka! un motivo más para embriagarnos de actos tristes, de ciudades
rojas agobiadas y agobiantes, de muros adoloridos y extenuados.
Tristezas de calles y de templos, de casas y de bares. Tristeza
elevada a la más alta cima para hundirse en el más bajo fondo.
-No debiera entristecerte tanto la proximidad de mi nuevo estado
-responde quedamente Annie.
-No es eso, -casi inaudible dice Lot- sólo que siento una pequeña
pero tal vez necesaria pérdida, mi desprevenida muchacha; sólida
como el metal y etérea como un horizonte. Como el lúerro tienes

32
esa terquedad áspera y subyugante de un paisaje descuidado,
sr^litario y asimétrico. Huyes en diferentes direcciones, rompiendo
el cristal que demarca los límites.
Sólo te queda huir, huir, sólo huir... y tu matrimonio es otra cruel
huida, mi pequeña.

I.a música arrulla y encanta, seduce en la quietud de la ebric^dad...


Detener el presente y perder la memoria.
- ¿Otra cerveza? -pregunta Annie, dirigiéndose a Sarai.
- En otra ocasión, tengo el tiempo suficiente para recoger a Rhoda
en el aeropueno. Fue un rato muy feliz.

Sarai ya no siente esc terror que la hacía temblar, esa angustia que
la aproximaba a la creación en forma desesperante. Han quedado
lejos las flores oscuras de esas pasiones tristes. La alcoba silenciosa
por personajes extrañamente dolorosos, la tristeza impregnada en
su mirada y ese mundo agobiante que la dejaba exhausta hasta
sumirla en una especie de pesadilla horrorosa, l^onto editaría su
cuarto libro, pero éste ni la preocupaba, ni la entusiasmaba; era
como si negara la existencia de todo, y su esperanza radicara en
esta negación.

Un olor a heliotropo invadía el apartamento, Sarai a propósito


había rociado hasta la saciedad ese perfume, que ahora se mezclaba
con el olor de las velitas encendidas de incienso y las rosas rojas
en botones.
Sarai, plenamente cómoda sirve whisky para las dos, ella sabe muy
bien cómo lo toma Rhoda.
-¿Qué quieres escuchar?
-Un tenue blues, para comenzar la fiesta -responde Rhoda.
Sarai, coloca ''Iridian Sommer' de Duke Ellington.
Por estos días ha llovido mucho y me cuesta ir a la clase de
esculmra, acabamos muy de noche.
-Pero eso hace mejor tu vida, ¿no crees?

33
-Creo que sí -contesta Rhoda insegura- pero la angustia o el vacío
vuelven con frecuencia, demasiado vacío, eso es todo, l^esiento
cuando va a llegar; pero no es fácil saber cuándo se va, y menos
cuándo se irá a despedir para siempre. Ese vacío ya es parte de mí.
- Leer a Kierkegaard, sobre el caballero de la fe, me ha dado
disciplina y vigor, además me impulsa a escribir y cuando escribo,
esa realidad dura y fija la trasmuto en liviandad; tal vez una
liviandad caótica, pero todo el resto es literatura, y es allí donde
tengo poder, y las cosas que se me antojan importantes y
complicadas en la rutina pasan a ser leves, si n importancia, aunque
definitivamente sin proponérmelo, hago de nuevo un movimiento
al lado donde las cosas más ridiculas me desploman.
-¿Qué se puede hacer para permanecer en un estado del absurdo,
en una resignación concierne, deliberada, en esa paradoja donde
sabemos que obtendremos lo imposible?
-No lo sé, -dice Sarai pensativa- jugar a quien pierde, gana... Ese
acto de fe es un milagro como cuando se da el error y nos toca sin
consentimiento nuestro... pero también es una pasión y a fuer/a de
ella y en virtud de ella se erige el milagro.
-Abraham lo logró, así sencillamente, creo que sin proponérselo.
Su misma naturaleza le permitió recuperar a su Isaac, aun afilando
el cuchillo... ¡hay que afilar el cuchillo para recuperar a Isaac!
Rhoda se incorpora del asiento y sin disminuir ni aumentar la voz,
continúa: -A mí me pasa algo similar a lo que tú sientes, he
intentado siempre la multiplicidad de movimientos de máscaras y
rostros, de actos y reflejos, en cuanto al amor que es mi pasión,
pero no ocurre el milagro, porque desde mi orfandad de afectos
asisto a la orfandad de este sentimiento que se alberga en mí... Dejo
huérfana a mi propia vibración, experimento un delicioso placer
verlo cómo se desliza por mi carne, cómo toma posesión de mi
espíritu... Allí están dispuestos los sueños de miles de generaciones,
están todas las perversidades, todos los delitos, y ante todo, está la
inocencia; pero luego esa vibración se torna agresiva, repulsiva y
me hace maldecir mil veces ese nombre.

34
-Como Adelle H., tanto amó a su militar, que cuando sale a
buscarlo y él pasa junto a ella y tropiezan, ella no lo reconoce; ha
interiorizado tanto ese amor que el militar realmente ya no le
importa... En fin, ¿cuántos whiskys están girando en nuestras
cabezas?
-Tres, seis, veinte, ¿cien?... yo me tomaría toda la ¡xoducción del
mundo para seguir borracha. Cuánta felicidad -ríe Rhoda- qué
bello es el crepúsculo.
Luego en un tono serio dice: -dentro de dos días tengo que regresar.
-¿Tan pronto? -responde Sarai -E>sto sí que me da mucha tristeza;
bueno, pero ¿U menos alcanzarás a estar en la fiesta que va a dar
Annie, despidiendo su soltería... Y nos leerás el tarot, bruja
hermosa -termina en tono divertido.
RJioda siempre mantenía el tarot con ella, como su amuleto, como
su objeto de pcxler.
-¿Nos reuniremos los de siempre?
-Sí; de nuevo todos.
-Los amigos me dan velocidad, son como una visión, me encantará
verlos de nuevo a todos reunidos.
-¿Otro whisky?
-Otro -dice Rhoda.
-Bueno de nuevo aquí y de nuevo volveré a esperar tus llamadas...
No para hablar del final, ni de la muerte, sino para confirmar que
no pasa nada... que nuestras vidas transcurren como en una larga
novela; como en la novela que está escribiendo Odette, y en la cual
todos nosotros somos sus personajes.
-¿Alguna vez nos encontraremos como personajes de su novela
únicamente?
-El agua rebosa el vaso, como la felicidad que emerge de un
pequeño acto: pequeño y magnífico; necesario para la total
armonía... Sí, nos llamaremos como siempre -dice Sarai divertida-
eludiendo la pregunta de Rhoda.
^Cuando nos miremos al espejo, tú me verás y yo te veré.
-Te encuentro más bella que nunca, dice con alegría Sarai.
-Tú también estás más bella.

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Peligrosamente felices, las dos descorren sutilmente el velo que ha
cubierto el amor, y con un delicado movimiento apagan las
lámparas. Les basta unos momentos para apresar la eternidad y
ebrias se aman plácidamente, sin límites y ebrias no saben de
despedidas, ni de ausencias... han incurrido en el milagro de la
felicidad... como en la plenitud del éxtasis.

36
- ¿Qué estamos celebrando? Pregunta Sarai divertida y sonriente.
- Nuestro último encuentro -responde Rhoda mirándola fi jamente.
-Vamos a otra taberna ¿si? -inclinándose hacia Sarai en un gesto
tierno y delicado.

Sin hacer mucho caso de la petición de Rhoda, Sarai pide otra


botella de aguardiente.
-Vamos a beber toda la noche ¿no es verdad?

Rhoda se sirve otra copa más y camina hasta la barra para pedir un
disco en especial, luego vuelve a sentarse al lado de Sarai, decidida
a seguir bebiendo toda la noche, después de todo, en dos días
regresaría a su ciudad y no sabría cuándo volvería a encontrarse
con Sarai... era una justificación y un motivo más para abrir ese
camino alcohólico; y sintió el alcohol en su cerebro como un
retorcijón y un escalofrío y sintió inundar todo su cuerpo de una
intensidad desconocida.
-Qué estúpida, me he provocado a mí misma la desdicha, de nuevo
estoy amando, -cogió la botella y sirvió un trago para Sarai y otro
para ella.

-¿Bailas conmigo? escuchó una voz que se dirigía a Sarai quien ya

37
se encontraba descalza, después vio sus pies libres danzar sobre el
piso, girando delicadamente, su falda se alzaba más y más, Sarai
bailaba y gozaba sin importarle ninguna mirada recordando lo que
alguna vez habían compartido con nostalgia.

Sarai guarda silencio, y deja traer a su memoria la casa del barco,


el piano, las audiciones de Jazz, los poemas, los perfumes y la ropa
interior con las que ambas se vestían, los amores y aquella vez de
la dolorosa y placentera trilogía: las dos amando a un mismo
hombre, las dos amándose, las dos expiando su dicha real e
imaginaria. Esos recuerdos y el alcohol producen una especie de
ácido en su estómago.
El bar estaba lleno, había mucha gente conocida, pintores, escritores,
cineastas, teatreros; parejas de enamorados; la música bastante
dura impedía hablar en voz baja... cosa que a las dos no parecía
importarles para nada decir a gritos sus secretos y recuerdos.

-¿Mañana sí tendrás ánimos de ir a la reunión en casa de Annie?


-Así me sienta muy mal, estoy segura de que iré, -Responde Rhoda
con tono firme y decidido.

Sarai vuelve a dejarse invitar a bailar, Rhoda se niega a esta danza


y contempla los pies ágiles de Sarai moverse descalzos y sensuales.
Rhoda se sirve otro trago, se lo toma de un solo movimiento,
vuelve y sirve otro y observa a su alrededor con una mirada
perdida; parecería que no pudiera ver más allá de la botella... pero
está completamente lúcida en su profunda ebriedad. Súbitamente
se para encima del asiento y luego se sienta sobre la mesa y
empieza a hablar, más que ebria, más que triste, más que milenaria:
-amigos, he aquí a una mujer con demasiada libertad e inocencia,
planeando juegos imposibles, nombrando lo innombrado, tejiendo
alas de pájaro veloz, de pájaro solitario, cuevas para los sueños de
topo y mítica serpiente, ella con alados instantes de pequeñas
glorias danza y silva, tiembla, cruje, aúlla, grita, se desliza, se

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disuelve, se desprende, se agita, gruñe, ruge, no siente su peso, no
posee peso: liviandad absoluta, y alguien la mira, la contempla, le
habla, la toca, la invita a bailar y baila con ella y ella sale
sr>rprendida, de ese gesto demente y enfermizo, extraño, porque la
querían desnuda, ida, abandonada, los ojos cerrados, el cuerpo
quieto, las piernas abiertas como unas tijeras frías y abiertas,
vulnerable, sumisa, sometida, reposada y temblorosa, como una
muñeca a la que se ha guardado y cuidado durante siglos para luego
en un instante destruirla. La querían como una dulce oveja, una
más entre el rebaño, escuálida y febril, perdida y dispuesta a la
operación; tendida en la mesa de disección (quién sabe que hay p(^r
dentro) contemplando absorta y callada los instrumentos, las
manos como dos pinzas afiladas, los guantes, la balanza, el
péndulo, los separadores, el bisturí, las pinzas de disección, las
pinzas con garra, las pinzas del tejido para que la inquen, la claven,
la aseguren, la abran, la cierren, la peguen, la fijen... consumible...
desechable...
Esta escena ya ha quedado gravada en la memoria, se ha guardado
en el registro inmemorial de la raza humana, se ha inscrito como
todo, porque trxlo ha sido escrito en las tablas de arcilla, en los
papiros, en el pergamino, en el libro de cuarenta hojas, en el libro
de memoria, en el libro ritual, pero no ha habido libertad de
conciencia, ni libertad de cultos, ni libertad de imprenta, ni libertad
de prensa, ni siquiera nos adherimos a la nada de la libertad...
Aún no me he encontrado con mi igual, con mi terrible semejante,
quiero partir de cero, sin historia, sin antepasados, sin filiaciones,
sin premeditaciones; de repente como surgida de un salto, o de un
golpe, de un girar, de un espasmo, de un estertor, de un exceso de
mis sensaciones.

Esto es una ceremonia sagrada y pagana, nos preparamos para la


libación y la liturgia. Rhoda, coge la botella y bebe de ella con
sensualidad, carnalidad, con el discreto encanto de la indecencia
y de la indiferencia, bebe ardiente, ardorosa, lasciva y febril, con

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el calor de todos los abismos, de todos los infiernos y todos los
paraísos, bebe con salvajismo, barbarie y decadencia, como un
gitano, como un beduino; bebe ligera como si tuviera el frío de un
glaciar, el frío de los témpanos, de las escarchas, de la nieve y las
heladas; su voz es pastosa, pero sus ojos brillan con el brillo de la
conciencia lúcida y febril.

-He fraternizado con los arcanos, con la'noche, con los caínes, con
las infieles; Dios ordena a un profeta amar a una mujer adúltera;
con las cloacas y las ratas, con lo oblicuo, lo confuso, lo oscuro, con
el esplendor de la inocencia, con los espejos, los cuchillos y las
flechas de obsidiana, con las incestuosas hijas de Lot. Creo en Dios
como en un santo ladrón, como en las prostitutas, porque todas son
santas, Santa Elena, Santa María, Santa Lucía, Santa Catalina,
Santa Gertrudis, Santa Juliana, Dios está en todas partes, en esta
taberna, en este licor, en esta danza que bailamos. Dios baila con-
migo esta noche y yo me enamoro de él... todos hacemos parte de
esta horda, todos somos parte de esta salvaje civilización. Veo a
Dios en la copa y en la piedra, en la hostia y en el arco, en la flecha
y el dolor. Yo me embriago con la oración y con la magia, con el
sueño y el delicioso escándalo déla amada civilización. ¡ Oh padre!
; oh hijo! ¡ oh borrachera! me siento con cadenas, con espr^sas y con
grillos; enemigos yo os conjuro a que mueran todos y que no quede
ninguno; ¡oh flores benditas! flor de la trinidad, flor de la sal, flor
de muerto, flores cordiales, rosa de Jericó, rosa de azafrán, flores
negras que producen aromas y mágicos perfumes; trasladen mi
espíritu como un pájaro a las montañas y a los montes. Me tomo
tres tragos como imitación de esos tres clavos, ¡gloria al Padre! me
acerco a esta botella como me acerco a la pila de agua bendita,
¡gloria al Hijo! ¡Oh Padre! ¡oh Hijo! ¡oh Espíritu Santo! ¿quién
mira por el ojo de una aguja? -Rhoda queda en silencio... silenciosa
y pálida con la botella vacía, Sarai la toma de la mano y la ayuda
a ponerse de pie... no hay oposición, no hay voluntad, ella ebria,
hermosa y pálida, la han succionado, la han bebido, la han dejado
inerme e invadida y se deja llevar dócilmente, fácilmente...

40
I Alces febriles que musitan todo el presente, pasado y futuro en este
aliora. en este bar, fiebre y calor de los cerebros sorprendidos de su
propia demencia. H1 mundo se quiere abrir por completo a un
orgasmo, ni trivial ni turbulento... tal vez inútil, con una esencial
sorpresa en el regreso del silencio primordial... sin articular
palabra para no despertar del dulce estupor... para detenerse en el
umbral de la ansiada vanidad de esta escandalosa civilización,
para liquidar el verbo y la luz y continuar en esa nostalgia de lo
innombrado. Esencial encuentro, dándonos su carcajada feroz en
plena cara... presentimiento, agotamiento, borrachera estridente,
bt^rrachera de agua y de metal... hora de dormir. Ven mxhe,
tiéndeme tu espalda, tu vientre duro y flexible, ofréceme tu vestido
oscuro de infinito, tus dientes que rechinan y prometen un final
breve y feliz, tu lengua que absorbe y dispersa tu vaga oquedad que
es imposible recorrer... ven noche y acariciante leve y suavemente.
Tan leve y suave como si realmente no existieras.

41
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Se habían reunido en el apartamento de Annie; los vasos de whisky
y las cervezas rebosaban y el cigarrillo en las bocas y en las manos
trazaba círculos, espirales y líneas en el vapor de humo de la
atmósfera, la música a veces sobresalía entre las voces y las risas
de los invitados.
Ix)t, permanecía en silencio, mirando detenidamente cómo Annie
y Rhoda conversaban animadamente. Odette abstraída por
completo, bebía whisky; David, permanecía en el balcón con una
cerveza en la mano; Sarai hacía el papel de anfitriona mientras
convencía a Horacio de que se quedara más tiempo.
Preguntas y respuestas sobre las estaciones, los vientos y las flores,
el amor y la literatura. Digresiones y monólogos; todo iba
consumiéndose en una feroz carrera.

I^^t, pensando en Annie y en el motivo de la fiesta, propuso un


brindis: hablar sobre la felicidad.
-Que empiece Horacio -dijo Rhoda-
- t\ecisamente es aquí, en este sitio, donde la felicidad revela un
alto índice de densidad visible aunque incierta, comentó con cierta
seriedad Sarai.
-Muy bien, pero que hable Horacio ahora -señaló de nuevo Rhoda
quien tenía muchas ganas de escucharlo.

43
“La felicidad siempre se ha numerado como en las cantidades
abstractas. Todo es medible... La felicidad es forma. Podremos
hallar valores, mas no unidades.
La felicidad tiene densidad líquida, su procedencia llega en un
grito. Contiene el recipiente y su rebosamiento. Contiene 1 a espera
y el asombro. Eurekay latinajade Arquímedes. Como el hipogrifo,
dura y alada. Es la gota que contiene la lluvia. La puerta abierta al
dulce laberinto. Fluye y se diluye como el agua en las manos. Es
el grito y el volumen, es decir, el estallido. La mirada se detiene en
el éxtasis, que sería como el hábito de un cuerpo místico”.
Luego de un silencio bastante largo, y mientras escuchan "'Saudade
Do Brasir de Elis Regina, con una dulce sonrisa Annie interrumpe
para decir: -Pasó un ángel. -Con todo lo anterior, ¿hemos senti-
do nosotros felicidad? ¿es un estallido o un movimiento lineal?
-Pegunta Rhoda.
-De la boca sale una respiración, de los ojos una mirada, del sexo
un estremecimiento y la felicidad ¿de dónde sale? o ¿cómo entra?
¿por qué agujero se nos filtra? -Pregunta casi al mismo tiempo
Sarai.
-La felicidad, dijo Lot con cierta sonrisa de burla, llega cuando se
va un dolor de muela, la felicidad entra en uno cuando un
insignificante acto que no esperábamos nos alivia. Uno cae en la
felicidad como cae en un pecado; algo nos tienta porque sabemos
que nos va a producir felicidad. Ella se filtra por la rendija menos
indicada, porque por esa misma rendija y en el menor de los
tiempos, se nos mengua, se nos diluye, desaparece.
Aveces queremos falsificar el modelo, pero inevitable, sucumbimos
ante el dolor, porque en ese movimiento, entre el resplandor de la
ilusión y la sombra que ella proyecta, hay aún más sombra.
La felicidad dura lo que un suave estertor en un sueño liviano; es
decir, ella es un estallido, es una explosión; de todas formas no hay
salvación posible, pues como dice Eliot: “El mundo termina de
esta manera: no con una explosión sino con un lamento”.
-En esta música que escuchamos, como en el sonido de las velas

44
enccnclitlas -enipie/a a hablar calmadamente Odette- como en los
sueños perdidos, es allí precisamente en ese rincón donde no nos
detenemos. En el fondo de un pasillo, en la historia de un viejo que
cuenta lunas en vez de días, en el crimen que ha propiciado la
libertad; sabiendo que no hay animal elegido, pero que lo vamos
a cazar, es en ese rincón que permanece ella, la felicidad, simple
y majestuosa, inocente y tímida, y nosotros suficientes tontos, no
vemos dónde radica su valor: en la esplendidez de la simpleza, en
la sospecha del peligro, en la legitimidad de su comp(^rtamiento,
fK^rque ella tiene un movimiento propio y verdadero y no necesita
apoyo fuera de ella para existir. Tratamos tcxlo el tiempo de
inventarnos grandes cosas, de planear la gran fiesta, y la felicidad
está allí, arrastrándose con su vientre celestial, pí^rque ella no
necesita imposiciones, ella es un simple testigo, ni juez, ni
condenado, permanece transparente, por eso vivimos inclinados
ante ella y nos desplomamos ante su serenidad, cuando no ptxlemos
seducirla, como si ella tratara de seducir o ser seducida. Nosotros
perdemos la fuerza, inútilmente rugimos y ella ni ruge ni murmura.
Somos demasiado pesados para pretender montaren su alado lomo
y emprender el vuelo; ni siquiera somos capaces de apearnos
voluntariamente, su misma inocencia nos jala y nos tira. No
podemos mirarla a la cara fija y largamente, porque nos quema.
Ella es la zarza ardiente.

David observa con su mal imperturbable a Odette, sonríe con una


sonrisa de complicidad, allí siente que la ama, allí de veras la ama.
Le acaricia el pelo y teje con su silencio un amor que los liga, una
red que los proteja cuando él decida dar el salto.
-Cuánta felicidad esta noche- interrumpe de nuevo Annie.
-Petrifiquemos estos momentos en la memoria y bebamos no
como hombres sedientos, sino como hombres que han saturado su
sed -comenta Rhoda.
Annie en un impulso ya premeditado, abraza fuertemente a Lot y
casi imperceptibles, ellos dos se pierden en una de las habitaciones
en pos de una palabra. En la rendija menos indicada.

45
Sarai se sirve otro whisky, cierra los ojos, y tira tres monedas para
consultarle al “I Ching” sobre cual de los dos títulos que tiene en
mente, le conviene a su novela: Luminar oAnnie de los acantilados.
Odette y David, se han marchado; Rhoda acomoda suavemente su
cabeza sobre los muslos de Horacio y se queda dormida... y
plenamente se duerme...

46
B...
Por qué no vienes maldito amor. Por qué no llamas... si yo te espero
más que al perdón de Dios. Por qué no vienes si yo soy tu mujercita
con el nombre al revés y al derecho; soy tu animal innombrable, tu
angustiado divertimiento, tu nínfula danzando alrededor de tu
maniático, de tu loco, de tu borracho sueño. Soy tu ángel caído, tu
primera Eva, tu virgen loca. Si p>erdimos tantas veces y caímos
deliciosamente sobre la superficie y en el fondo con el movimiento
que da vértigo y da náuseas.
Mi bestia herida, yo estoy más herida, estoy derruyéndome como
una antigua torre, estoy construyéndome como la más hermosa.
Estoy maldita, amarga y dulce. Me he decidido por ti, por tu
sombra de besüa que me roza dulcemente. Déjame enferma en el
éxtasis de la fiebre. Dios invade mi espíritu, tú eres Dios, yo tu
pervertido secreto. Reconócete en mi talismán, en mi sortilegio, en
mi obsesión.
Amor mío, por qué no llamas, me estoy deshaciendo como hielo
en el desierto, me estoy quemando en el jardín que arde; estoy
infernal, déjame santa, santifícame en tu maldito altar.
Por qué no vienes abominable espejismo; te estoy llamando veloz,
te llamo lenta, soy de raza infernal, nómada que ahora tan solo te
p)ersigue.

47
Te estoy odiando mi amado venado, desesperado centinela, mi
inocente solitario. Difícil jinete que hurgas profundo en este
abismo que no tiene fin ni tiene fondo. Me desbordo, empaco mi
carne, empaco mi verbo, miro sólo a quien deseo ver, pcTO te cubre
no sé qué terrible sombra... Yo me nutro con tu insomnio.
Este amor está enfermo, quiere dormir. Ya lo he intentado.
Estamos en países extraños, en opuestas orillas y me he envenenado
como una esquiza. Me he desintegrado llena de pánico y dulce
ansiedad. Tú eres un niño enfermo que contienes mi última pastilla
de salvación, estoy lerda amor y no te encuentro, estoy perdida y
te busco entre las murallas de mis sueños. Tú eres un humo casi
etéreo, yo estoy demente y borracha.
Mira cómo floto fingiendo que me extasío en tu carne, escucho
música y me visto con tu traje, soy un hombre y me hago otra vez
el amor. Me cierro como un triste caracol. Ahora me odio y me
repugno; soy una judía haciendo el amor con un fascista; soy una
virgen poseída por demonios. Estoy estallando, estoy vacía, me
arrastro... repto... ¿Dónde estás pajarraco enfermo? ¿a quién
detestas? ¿a quién deseas...? Lleva tus manos a la boca, a los ojos
y perdámonos una vez más de nuevo...
Ven y entra en mi carne, entra en mi espíritu, quédate en mi verbo.
Eres nú estremecimiento místico, mi profano acto. Eres un paria,
un proscrito buscando la tierra prometida, el oásis del exilio.
Guíame ángel infernal... Toma nús llaves. Sé también callar y
hablar a los espejos, descreer de mi nombre y del vacío de mi
nombre.
Llámame, yo sé ir... Amame, yo sé estar... Te pertenezco, estoy
perdida.
Tuya, eternamente.

Odette acabó de releer la carta que había escrito para continuar su


exquisito juego. Se la entregaría a Rhoda para que ella a su vez la
envíe por correo a Betelgeuse; ya que Rhoda vivía en otra ciudad.

48
para Bctelgeuse sería mis misterioso y confuso el juego, éste es el
vínculo más secreto que une a Rhoda con Odette, Rhcxla como la
bella mensajera que no conoce el destinatario, y Betelgeuse, cuyo
verdadero nombre jamás pronuncian ni Rhoda ni Odette,
sospecharía de que ella fuera la autora del ya frecuente envío de
esas cartas... hasta que Odette algún día decida confesárselo. Entre
Rhoda y Odette lo habían bautizado con este nombre después de
una carta, donde Rhoda la saludaba con un “Santé, Bctelgeuse” y
le anotaba, que Betelgeuse era la estrella mis brillante en la
constelación de Orión, o px)r lo menos de primera magnitud, pero
según los astrónomos era variable, y tenía la luz rojiza de vei nte mil
S(Mes.
Era un tono casi íntimo que ella escogía cuando escribía estas
cartas solamente para él...
- ¿Le gustaría esta carta a Betelgeuse?...

Rhoda aú n ebria de tri steza y whi sky, de despedidas y de ausencias,


imaginaba sus venas abiertas goteando sangre lentamente,
débilmente, casi con un placer que la extasiaba. Sangre escarlata,
verde como la savia de los bosques, oscura y roja.
Antes vivía de un secreto inviolable e inviolado... ahora sólo la
muerte detenida en su presente eternidad.
El unicornio soñado con su dulce cuerno. El bosque susurrando el
canto de un Dios indiferente, los ojos cerrados, ausentes, invocando
la lluvia, para que ese Dios goteara en las calles y sobre las casas
y en los cuartos de las casas y sobre ella y su pensamiento. Pero no
llovía sobre sus ojos, ni su boca, ni su lengua seca que mitigaba ese
pequeño vicio, esa delirante lluvia del perderse, esa misteriosa
visión a la que se les llama amor.
El cuarto como hierro herrumbrado, tenía el olor de la delgada
llu vi a que tanto invocaba; la esi)era 1 arga, incontrol able e i ntolerable
era la única causa que al fin de cuentas la mantenía viva.
Aquí está el presente y la eternidad, la espera y la ausencia que
confirma esta vida.

49
Mis ojos no volverán a humedecerse, mis manos comienzan a
temblar, mi deseo está despierto, pero es duro y hermético, está
agotado de sed, y su calor es imposible. Permanece inmóvil y
sereno. Ahora me voy de nuevo... pero no presiento mi regreso, y
mi círculo será ampliado por gentes que no hablan de felicidad.
Al comienzo era volver; volver a empezar, eso ha tenido un sitio
y no sé si lo tendrá una vez más de nuevo; una vez más de nuevo.
Espacio abierto para el humor divino, los dioses se mueren locos
de la risa y la seriedad tiene la intención de una gnosis; el cuerpo
es un campo de tiro donde se disponen asimétricamente los afectos
en una animosidad abismal y seductora.
Gotas de lluvia bailan en una densa armonía en los átomos del
espíritu, la transparencia de la roca como el espejo, dispersa el
blanco, el fuego de una tierra que se abre en un viento vertiginoso
y frío, que señala la frecuencia absurda y salvaje de esta rueda que
mana y se desangra... Como caen los murciélagos en una estepa
poblada de caballos. Todo como una eclosión, seducción del
huésped al anfitrión. Yo inmóvil me desangro en una hermosa
hemorragia cerebral. Bella ciudad metalúrgica, refugio que
abandono como una triste exiliada.
Ahora definitivamente me ausento y me desboco en esa ausencia...
El impulso llega y me ausento... Sólo que no presiento de nuevo el
regresar.

50
Del diario de Annie:

He perdido sangre, he perdido toda mi sangre... me he desangrado


hasta perderme en una especie de letargo, en un largo desmayo; al
desp)ertar brotaba de mi cuerpx) un líquido blancuzco-verdoso-
viscoso; necesitaba una luz tenue... no propiamente la del sol... me
sentía más del lado de las sombras... necesitaba agua, mucha agua,
pedía agua a gritos... gritos sordos, gritos silenciosos... poseía
hojas que giraban y se estremecían... mi raíz se deba a beber así
misma... ahora casi no pienso, sólo siento y me estremezco...
sensaciones, intensidades... brotan hojas sobre mí y otras tantas se
marchitan y se caen, es como un cambio de piel... un cambio de
temperatura, un cambio de forma.... como una leprosa, como una
llagada en la que resplandece una piel nueva y limpia. Un insecto
pasea sobre una de mis hojas y sorbe algo de mí que todavía
desconozco; no extraño mi forma anterior, ni mis huesos, ni mis
carnes... puedo cantar como las madrágoras, soy una flor desnuda,
soy una flor del viento, carezco de cáliz y corola, carezco de
estambres, pero también soy una flor compuesta... con ovarios
como perlas que ofrecen néctares a los guijarros y a la noche; la
noche es más placentera ahora que cuando tenía un complicado
cerebro, como una bisagra que chillaba y chillaba y unos nervios

51
que discernían el bien del mal, ahora mis zonas sensitivas las
reservo para adherirme al silencio y al peligro de la libertad; mis
ramas ahora se extienden sin ser cómplices de nada ni de nadie y
soportan todo el calor y todo el frío; siento como si me araran cien
bueyes y me pastaran cien caballos.
Guardo silencio todo el tiempo y todo el tiempo mis pequeñas
hojas como ojos vigilantes inventan formas anómalas, toda clase
de mezclas de animales: hormigas con trompas de elefantes,
cerdos con cuerpos de serpientes, ballenas con cabeza de leones,
perros cubiertos con escamas, ciervos con colmillos y garras;
cuando mi tallo tiembla pulsa una música y los animales imagina-
rios entonan cantos de sirenas. Permanezco con un sabor amargo
como el de un olvidado sufrimiento, otras veces me miro a través
de los espejos o me creo un espejismo; el instante encendido de
delirios es la aurora, que como una dulce mirada la veo venir
guardada entre secretos... casi no duermo, realmente no duermo
nunca... siempre hay un magnífico insomnio, siempre es demasiado
temprano o demasiado tarde, mis hojas, mis flores, mis tallos y mis
ramas se sienten sobrecogidos por esos silencios inigualables... ne
recobrado la libertad de la ausencia, he deshecho mi rostro. Tengo
todo el tiempo para recordar línea por línea los libros que he leído:
“El que conozca las fuerzas de la naturaleza y la substancia de los
espíritus, debe hacer milagros. Este es el delirio de todos los sabios
y el deseo que te devora: ¡confiéselo!” Fragmento de:
de San Antonio.
“¡Qué mundo podrido!, ¡qué mundo podrido! -exclamó de pronto
Eleonor- y lo peor de todo soy yo. ¿Por qué seré mujer? ¿por qué
no seré un estúpido?: A este lado del paraíso.
“Se trata de llegar a los verdaderos extremos y eso es lo que
suscitamos: ascenciones, iluminaciones, privaciones y
desbordamiento, sensaciones de libertad, de seguridad de sí mismo,
de ligereza, de poder y de triunfo, tales que nuestro hombre llegue
a dudar de sus propios sentidos...”: Doktor Faustiis.

52
Cuando llueve siento mi raíz temblar y querer salirse de su espacio,
experimento un profundo placer cuando los descuidados insectos
caen en mi terreno y me veo atrapándolos, chupándolos con la
sensualidad de una esponja de mar. Mi respiración es tan libre y
profunda como si respirara una multitud entera inhalando y
exhalando al mismo tiempo y a igual ritmo... máquinas resoplando,
musitando insaciables... ahora vislumbro los colores; sólo deseo
contemplar todo a través del tono sepia... me sorprendo mucho
más que antes... me asombra escuchar una desgarrada risa, una voz
putrefacta, una sutil sombra, y esos rostros... rostros que ahora
descifro gracias al silencio. Me pregunto si seguiré pareciéndome
a ellos; quiero perder Uxla filiación, todo lazo con lo humano,
realmente esta ausencia es como un decreto divino; aún danzo
suave e íntimamente sobre mí misma, me cargo con el fuego de la
luna y el murmullo de los vientos... los hombres no me conmueven,
ni me conmueven sus gritos... he desairado las solemnidades del
orden de los órganos... no quiero que los hombres reparen en mí;
cuando alguien lo hace, finjo ser una red rota, deteriorada y
abandonada, un inocente zapato, una desgastada soga, un papxil
sucio, un insignificante caracol pisoteado, o finjo ser un sueño
inútil soñado por ellos, o finjo que he cesado de sentir, que estoy
muerta. Estoy libre, me he unido, me he volcado y desgarrado en
otros cuerjx)s, en otras cosas, espíritu absoluto, ya no tiendo a lo
extremado o a la exageración, me he vuelto un fantasma: he
cambiado de costumbre, me he liberado de mi condición habitual;
desequilibrio repentino, irresistible armonía; habito la naturaleza
de un más allá o de un más acá, de los dioses y demonios. Yo mujer,
soy una planta... Ahora la mujer tiene sensaciones de una planta,
ahora la planta tiene el deseo, la curiosidad y el delirio de una
mujer. Ni temores, ni tristezas se me clavan como escalofriantes
cuchillos. Mis sentidos se relacionan con el mundo exterior en la
simpleza de una cordialidad... miro como una espectadora
extraviada, imperturbable a los huéspedes de esta tierra ajena... no
hay promesas, ni compromisos, ni ofrecimientos, ni huéspedes, ni

53
anfitriones... esta tierra siempre ha estado enferma, ha padecido de
una larga y sombría enfermedad y lo más enfermizo es su máximo
deseo de permanecer en ella. Vieja manía de adquirir a favor de la
evolución: desorden, deshonestidad, crímenes, desvarío, esclavitud;
en resumen: basura... pero también existe un camino... un camino
con corazón. A veces espero un leve ademán de aquiescencia que
refleje toda la tonalidad del delirio que sobrelleva a la disonancia;
en vez de hablar, adivinar, oler, palpar; el mundo del augurio, de
la señal, del presagio; un brote, un destello, un chispazo... la
libertad del juego; consumirse con la conciencia en la sutil ilusión
y el resplandor... yo, ahora planta, he llegado al conocimiento y he
renunciado a él, a toda mi formación e información de hombre, de
cristiano, de burgués, de pueblo, de ateo, de masa, de artista. Ni
gestos heredados, ni aprendidos, ni prestados, sólo intento poblar
mi obsesión, la desnudez de mi pensamiento; soy una quimera, soy
una elemental cosa, lo no-humano. Me apropio, me reflejo en la
nada, me alucino, no me inmuto, me muto, soy un perro de la
jauría, soy un salvaje de la horda, soy un nómada del desierto y de
la estepa, soy la tierra y el arado, soy Ruth detrás de los segadores
recogiendo las espigas, soy la espiga, soy Baltassar visionario, soy
la visión de Baltassar, soy el cáliz de la consolación, el cáliz de la
alianza, el cáliz de la hartura, soy la abeja que se alimenta de la flor,
soy la flor que se ofrece, sin importarme de qué lado me inclino,
ni derecha, ni izquierda, ni norte ni sur... me inclino hacia un sauce
o hacia un río, me inclino hacia la sangre o hacia el fuego, hacia la
fuga o la belleza.
Soy la jauría, soy la horda, la estepa y el desierto; que trepen por
mi cuerpo lagartijas, que avancen por mi cuerpo nómadas, que
crezcan en mi cuerpo los cactus y las flores de los cactus, que se
revuelque en mi cuerpo la tempestad de la arena. La casa se me
vuelve un río, el río se convierte en piedra y allí crezco, me mezclo,
me contengo, me dilato, me contraigo, me desvío... necesito agua,
necesito un río, soy planta de agua, soy una alga, soy un monstruo
marino, aleteo, me delizo, corro, fluyo... soy el agua que contiene

54
el río... soy el río. Me expreso como la velocidad de un navio...
como la corriente que arrastra un pez, tengo frío en mi cerebro,
tengo fiebre... soy artificial e insaciable... tengo el furor simple del
sueño de una máquina... me vuelvo Andrómeda, me vuelvo
Venus, salgo de las aguas, soy el agua, soy el río silencioso con el
alma y el deseo por dentro y por fuera.

55
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“Las luces de neón vencían las calles y los edificios. Un pájaro
nocturno gorjeaba quedamente...
En el jardín las flores parecían más generosas y serenas, la
atmósfera de un color ocre azulado destilaba un olor a bosque de
metal milenario. El silbido del sereno aullaba agudamente, con un
espacio de tiempo preciso y regular.
-Esta vez he llegado taciturno más que nunca de los bosques. Acá
en la ciudad no sucede nada. En cambio en los perdidos bosques
la noche tiembla y se precipita apacible y lejana; las piedras en su
posición mística vigilan cálidas a las estrellas que como lámparas
lustrosas reinan bajo este cielo misterioso y terrible.
De los bosques vengo, porque he llegado a ellos a recobrar el
silencio experimentado y sabio. He huido de la guerra, del cruel
brillo de las luces, de la luminosa rueda donde en las catedrales
flotan los ángeles caídos, donde el espacio se inflama y la ciudad
con su pecho de metal ciega y desatina al hombre. La luz me ha
quemado como el candente hierro y las voces se me apagan en la
sangre como chillidos de animal herido. No he tenido ni ascención
ni descenso, sin crecientes ni menguantes he llegado a mis treinta
y tres años. He buscado el alimento de la soledad y el silencio de
los murmullos que deja el viento cuando golpea el vacío de la
medianoche... soy un solitario que contempla su despertar y en mi
soledad intento encontrar la libertad absoluta...” piensa él.
-Piensa ella: -Ebria he permanecido en silencio esperando el fuego
nocturno, el fuego de la medianoche, de la noche, de la noche
entera... he permanecido escribiendo las palabras que canta el
viento en la hora del dolor más puro que la humanidad no puede
mitigar. Escribo en el alba y en el ocaso del día.
-Continúa él: -ha caído de nuevo la noche y de nuevo he regresado
a mi casa... percibo señales maravillosas... hay un viento filoso y
perturbador. El bosque adquiere extrañas formas y el frío congela
la piel de este espectro que de día resplandece... Ella, Adalejandra,
tiene su casa en la ciudad y se mira en un espejo y escribe una
novela... Me ha dejado y la he dejado. Ella contiene y comprende
la luz alegre de esa vida y yo oscuro, me ilumino sintiendo que los
hombres sólo son fibras y puntos luminosos de este vasto universo.
Adalejandra, tú eres mi ángel asesino, la hermosa y cruel criatura
que me aguarda en ese espacio profundo y cerrado. Acompáñame
mientras te dibujo y te desdibujo como la mandrágora más bella
que habita en estos bosques. Yo te amo, pero prefiero otro abrigo
y otro viento... Refugiado, exilado, contemplo el crepúsculo y me
adhiero con más vehemencia a la fuerza de la ensoñación.

-Ninguna intención tan legendaria y tan actual como la del amor


pensando el amor; territorio que no pertenece tan solo a la
circulación del sentimiento, más bien el camino inverso, reflexión
múltiple y serena que se deriva de la visión y la meditación...
extraña sensación que se sumerge en las profundidades de ese
abismo misterioso, para emerger en el destello mágico que da el
amor utilizando el amor... reinventar la pasión, divagar entre el
sueño y la ensoñación, crear el movimiento preciso donde el flujo
mismo del amor crea su propio plan, desde el cual se carga y se
descarga numénicamente. El amor es un movimiento pervertido,
delirante reflexión, es la fijeza que traslada, la señal que se agita en
el silencio, toca y confunde... habla y desvela.
Mantener el amor como una virtualidad real-imposible, como el
punto más lejano... tan próximo como lejano... -pensaba idamente
ella.

58
- ¿Qué máscara usaré cuando emerga de nuevo la luz del día? -se
pregunta absorto B...
Postdata: Tenemos que llegar... Dáme velocidad, mi querido
amigo Horacio,
Siempre tuya.

De nuevo, todo adquiría significado a partir de aquella carta, de


ella y de su escritura; pensaba Horacio deteniéndose de nuevo en
la carta que no llevaba ninguna firma, pero que sabía perfectamente
de quién procedía... Era el estilo de Odette, era por finia respuesta
a la carta que le había enviado hacía algunos meses. Era un
fragmento de la novela de Odette, que Horacio devoraba página
por pági na. ani mándola siempre a terminarla y t ainbién a publicarla,
pues él creía plenamente en su escritura.

59
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Odette, nunca había publicado un libro, ella sentía que su escritura
le pertenecía como el más simple y vital de los secretos, como la
más certera y sutil heiramienta, y elegía quién o quiénes podían ser
testigos y aliados de ese secreto. Había que descreer de su propia
obra, para que el territorio de acción y creación fuera más impreciso
y más etéreos sus límites y por lo tanto, la obra creada mis confusa,
más intensa, más alta y misteriosa. Por el contrario, cuando se cree
en la obra y se personaliza, cuando confiamos en ella, se nos limita
el territorio, ya no hay espacios de libertad. La finalidad entonces
deja de ser la escritura misma; hay una postura, una pretensión. A
la escritura no hay que afirmarla ni negarla; simplemente sostener
una alianza con ella, dejarla fluir como la necesaria cantidad de
aire que necesita la carne y el espíritu para poder sobrevivir. Es el
mismo cuerpx) que respira libertad. El cuerpo libre.
-Definitivamente no me engendran alegrías los montajes
publicitarios, los homenajes, ni las invitaciones a ensanchar esta
maquinaria de consumo por donde también se mueve el arte.
¿Indiferencia? ¿vacío? ¿incredulidad? No lo sé, pero presiento que
la escritura me hace ir fluidamente, dolorosamente, en el tren que
escogí para mi secreto itinerario. Tanto espectáculo derrumba el
carácter sagrado que debe tener la literatura.
Algunos escritores escapan de la categoría literaria para entrar en

61
la categoría de la santidad, y a otros la imposibilidad de escribir los
convierte en artífices del espectáculo. Creo como Kafka: “ante la
imposibilidad de escribir: escribir”. El diálogo permanente consigo
mismo. Retener a la escritura escribiendo. A esa escritura le ofre-
cemos nuestra sangre y ella no nos redime. Nos convoca y la con-
vocamos y al final de todo y después de todo, ella quizá nos salve.
Odette quedó en silencio esperando que David como siempre
respondiera con silencio, pero para sorpresa de ella, esta vez
empieza a hablar con mucha facilidad.
-He aquí lo nodal del asunto: para nosotros todo comienza. En este
pequeño diálogo acerca de la literatura, se puede resumir todo lo
que en nuestro tiempo aún se puede pensar, sentir, hacer, crear...
Tardía rehabilitación de los clandestinos y las academias. Desde
hace un tiempo intuyo donde aprieta el zapato, que resulta aún
factible y que es a todas luces absurdo, fuego factuo, puro
espejismo... pero no veo, ni percibo quien sepa la hora que marca
el reloj del universo.
Odette jugando con su estilógrafo casi murmura.
-Ante todo me siento un artista, una escritora, y como tal trato de
ser consecuente conmigo misma... yo soy nús ideas y mi escritura...
no me he comprometido con nadie... trato de jugar limpio,
oscuramente transparente... no me considero un mero apéndice de
la cibernética, tampoco un muro de contención, ni un pozo dejado
allí por la lluvia, ni una torre sólida. Y como dice Alejandra
Pizarnik: “nunca reflexioné sobre mis circunstancias personales:
familia, trabajo, dinero. Me limité a asumirlos como a testimonios
opuestos a la atmósfera de magia y ensueño de mi memoria”.
-Eso está muy bien -comenta David- pero sobre el amor ¿qué
piensas?- le pregunta como si él mismo no creyera en su pregunta.
-Creo que definitivamente acabarás tu vida buscando el amor.
-Juego a ser Iriana, Adalejandra, sola hasta pervertirme en la
soledad. Pero ante todo, mon amour, sobre toda realidad y toda
ficción y todo juego, te amo a ti - Termina Odette en un inicio del
juego de la seducción.

62
-H1 cielo está gris -comenta David- así como nos gusta... tú y yo
tenemos una cita, tal vez bastante larga, es muy posible, no lo
sabemos aún...
No tardaría en llegar el ocaso y con el ocaso la seducción, el ardor
de la lujuria. Se escucha a Ravi Shankar, y Alí Akbar Hhan, In
Concert 1972. Obedeciendo a un impulso, Odette se levanta y
abandona el sillón, dirigiéndose a la habitación. David, se torna
silencioso. Ella trata de definir lo que hay en su mente, pero allí hay
un gran vacío, vacío sin tiempo, sin edad, sin color... Odette sen-
tada sobre la amplitud de la cama, en una pxisición dulce y
provocativa piensa: -ésta noche te poseeré como lo haría con
Betelgeuse, esta noche serás él. Me comportaré como si él me
poseyera... sentiré el cuerpo de él, su sudor, su voz, tú inventarás
el quejido de él, cuando la pasión te haga gozar de puro placer.
Sabré como es su boca adíenla dicha, antes de tenerlo. Betelgeuse,
tómame, Betelgeuse ,prodígame de caricias, Betelgeuse,
sedúceme... Mírame, estoy aquí ante ti, mírame desde la primera
carta... Sé que también quieres saber cómo hace mi boca cuando
esté llena de ti... Betelgeuse, consúmeme en la noche propicia y
elegida. Tenemos una cita.
-Odette, dijo David, te amo. A pesar de que mi secreto y mi
voluntad descreen del amor. Amar es tan imposible, tan cambiable...
No, yo no te amo, a veces te poseo y me dejo poseer, y en ese
movimiento se me va la vida... No existe nada más que tu cuerpo,
p)ero está también tu alma y entre tu cuerpo y tu alma se trasluce tu
pasión y allí en ese momento puedo detener la muerte... El amor
es detener la muerte... Yo te amo como a la aliada de mi soledad,
como a la mujer que fragmenta mi verdad, pero también podría
prescindir de ti en el momento en que lo sugieras.
Odette escuchaba en silencio, distanciada... Ella también lo amaba
a su manera, por encima de su escritura, por encima de su deseo de
soledad... más allá de ella y su espíritu... pero estaba también como
un animal que le desgarraba ese nombre de esa estrella... esa
obsesión por obtener el calor de veinte mil soles... -Betelgeuse,

63
también te amo- pensaba deliberadamente Odette.
Intencional mente trató de levantarse de la cama en un provocativo
gesto; David tomó en sus manos la pierna de ella que se percibía
suave a través de la delgada media y su boca ya rozaba el comienzo
de sus muslos, allí donde los labios se humedecen y se abren para
dejarse invadir, or todo el goce y la libertad que ofrece este goce.
-Betelgeuse, poséeme, tócame... haz que quede consumado este
amor... Betelgeuse... siento los veinte mil soles quemándome la
piel... Betelgeuse, mírame. -Casi gritaba Odette en su pensamiento.

Ese mediodía tibio, Odette y David, caminando por una calle


estrecha y silenciosa escucharon algo así, como el ángelus... Son
los pájaros que se lamentan rodeados de flores resecas.
Un caballito de mar colgaba en la garganta de ella como único
adorno que se balanceaba al ritmo de su paso...
-Son los buitres despedazando un animal- dice Odette apoyando su
cabeza en el hombro de él.
David bromeaba con esa impasibilidad que tanto le caracteriza-
ba. -Aquí no pasa nada, dejar todo en calma. Todo terriblemente
organizado... la trampa y la traición tejiendo su urdimbre... el plan
que descansa en el peligroso filo, la incierta ruta dibujada en el
mapa. Así aguardé hasta mis treinta y tres años, impasible hasta
que el sol se hundió en el horizonte; y nada ha ocurrido; realmente
no ha habido ni crecientes ni menguantes. Tú y yo ahora no
tenemos la respuesta, ni siquiera la pregunta exacta. Todo es una
gran broma, he sentido la sangre y la carne de muchas razas:
mongoles, negros, nómadas de la estepa y el desierto, pueblos
virtuales aún no realizados se dibujan en mis poros, migraciones
enteras, éxtasis en templos secretos como cúpulas oxigenadas en
el polo. La ciudad compuesta se despliega ante mí, con todas sus
posibilidades humanas. -David se abstrajo por un momento; la luz
rasgada el aire por entre el sonido de la hierba y de los carros que
pasaban velozmente.
Odette, absorta seguía escuchando con mucho cuidado el monólogo

64
que David había empezado... Tenía que absorberlo, al i mentarse de
él, pues su silencio era otra cosa.
-Momentos del eterno presente continuo, en el que el espacio es
simplemente una línea recta vestida de todos los tiempos posibles.
Allí nacieron los santos y los asesinos, y también los hombres
pusieron nombre a las estrellas, a todos los astros; sí; el tiemple es
un elemento verdaderamente importante, nos lo dicen precisamente
los cementerios: el tiempo es perceptible por el final... un fugaz
instante puede recorrer todos los caminos... trxlos los tiempos y sin
embargo... mi salida avanza y las estrellas despuntan. Supe de
escritor que en vez de meses hablaba de lunas, me da por pensar
que lo que él queríe ra significar la sequedad telúrica del tiempo en
el amarillo desierto del astro.
David dejó de hablar. Odette sentía haberse acercado demasiado
a esos instantes en donde ambos sentían fiotar los pensamientos de
una música inaudible.

65
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Ese atardecer Odette se despojó de toda su vestidura y se cubrió
con un velo lila claro; posó al lado de la fotografía de Marilyn
Monroe, posó tendida sobre el amplio sofá, en el suelo, sobre la
cama, el escritorio, ajustándose el corsé, abrochándose el liguero,
descubiertos sus senos, cubriéndose los senos con las manos,
cubierta con el velo de la cintura hacia abajo y los senos floreciendo
delante de la luz del flash, posó con la cabeza tirada hacia atrás, con
su boca desprovista de sonrisa, con el cabello recogido, con el
cabello libre, con las manos cruzadas, con una flor en las manos,
posó totalmente desnuda, con su sombra proyectada en las paredes
de la habitación. Posó como una ciudad cosmopolita, como una
ciudad deshabitada, posó como un desierto, como un agujero.
David recogió el velo del suelo y la cubrió de nuevo con él, se
agachó y casi tan suavemente que Odette no supo si era el filo de
un leve viento o eran sus manos, acarició su vientre, bajó hasta sus
muslos y sus piernas, volvió y subió y rozó delicadamente el vello
de su sexo, su espalda, luego su boca húmeda y ansiosa; los dos
cuerpos temblando; temblando las manos y los dedos, temblando
los latidos de la sangre, cada vez más y más rápido, los cuerpos
sobre el suelo eran uno solo; David pensaba en él como en una gran
espina entrando, rasgando y haciendo sangrar los muslos de
Odette y él bebiendo su sangre, y él bebiendo su sudor y buscando

67
insaciable su alma, David pensaba en él como un gran perro
despedazando su presa, devorando su carne; se veía como un
sacerdote ante el cuerpo de Odette oficiando la santa eucaristía, se
veía como un pagano, como un bacante clamando con el grito al
filo de su boca, como un cristiano profesando, evocando y adorando,
como un ateo irreverente frente a Dios. El reloj rodó por el suelo
sin detenerse, la cámara fotográfica siguió registrando los
movimientos, el espejo siguió reflejando los cuerpos, David
miraba el espejo donde el cuerpo de Odette se percibía
cuidadosamente desnudo, totalmente desnudo. -¿Dónde está tu
sexo, dónde tu lengua, dónde tus ojos? Yo cabalgo sobre tu cuerpo
gozoso y moribundo, estoy inscribiendo mi consigna y mi señal en
el tiempo y el tejido de tu piel, estoy contemplando tu fuego y tus
restos, estoy sospechando de tu crueldad, descubriendo tus
perversiones. Aquí, tú tendida sobre el suelo, yo te doy golpes con
las pal abras, te doy golpes con las caricias y las miradas, te injurio,
acreciento tus latidos, te miro secretamente con todas las miradas
de todos los hombres; eres mi puta, mi amiga y mi hermana, mi
enfermiza necesidad, mi ninfa y mi ninfómana, mi animal vicioso
que yo enjaulo y liberto y en esa libertad tendemos los hilos como
un puente voluptuoso para poseernos... entre el misterio de tu
máquina de escribir y el de mi silencio, enü'e el misterio del velo
y el color lila, entre el agua y el ardor del fuego, los poemas, los
libros, el cenicero, las valijas y la tinta. En estos cuerpos donde el
deseo se inscribe para hacernos cosas que no nos decimos, susurros,
olores, jadeos... entonces vuelvo y te abrazo porque de tanto
abrazarte mis manos están libres. Esta desesperada tarde no me
alcanza para penetrarte toda, Odette, penetrarte toda. Escribe,
termina aquí tu obra, en este encuentro, en este extravío, en esta
eclosión, en este peligroso y dulce estupx)r.
David devenía un gran pájaro picoteando los senos y el vientre, los
labios y el sexo, el cerebro y su pensamiento; deliciosos
pensamientos de gula y lujuria, lúdicos movimientos de lujuria y
deleite. Ni ética ni moral, ni bien ni mal, ni verdad ni mentira. Te

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injurio y te santifico, danie tu carne para devorarla como un perro
que contiene a todos los perros; tú eres mi niña a quien pervierto;
mi Lolita que se acuesta conmigo como la dulce niña terrible todas
las tardes a hacernos cosas que no decimos, yo te perturbo, te
trastorno, te dejo plena e insaciable para que me busques como a
tu más sagrado y necesario vicio.
Tú eres la máquina que me desgarra y yo tu máquina deseante, tu
palabra obscena me eclipsa, soy un eunuco y custodio tu sexo, soy
la gran boca que lo devora, soy el mamut que te provoca esa
humedad con olor a santuario, a sal y a peces, a agua salada, a todas
las mujeres diluidas en brumas y temblores, soy el coloso por
donde escala tu hambre y tu sed, soy el voyerista que te observa a
través de la celosía; déjame espiarte a través de la cerradura. Tu
mirada tiene el color del espectro solar, tu sexo el color del iris, tu
color es verde, yo te quiero verde con la intensidad de todos los
colores, con el gris de lo sombrío. Llenas mi recipiente y rebasas
mis bordes; mis deseos desembocan en tu cloaca sagrada, en tu
agujero luminoso, evangelizo tu cuerpo ateo y habito en tu colonia
que me puebla de milagros.
Yo el sucio, tú la loca; come con tus manos sucias mis chocolatinas
abstractas, eres la evidencia entre toda negación.
David deslizó su lengua despacio y suave, suave y firme por el
cuerpo de ella y penetró en ella como en aguas insondables, sintió
su cuerpo y su peso, su tiempo y su vuelo, penetrar en ese punto fijo
que se mueve, en ese ruido silencioso, en esa emanación. El estaba
viendo el misterio y ensoñaba y ella resplandecía atrapada en esa
sensación aniquiladora, luchando para salir ilesa, luchando para
no morir, luchando para perpetuar la agonía de la pasión y el
espejismo... ellos libres haciael resplandor que endurece y quiebra,
con la nostalgia de lo innombrado, de lo que aún no existe.

69
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Esa misma tarde al aparecer el ocaso, Odette escribía otra carta
para Betelgeuse:

Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero. Te


quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero. Te
quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero. Te
quiero, te quiero, te quiero. Veintiún veces lo escribo; dos más uno:
tres; tres veces siete, siete veces tres; siete como la palabra griega
septentrión, siete veces como los siete pecados capitales, siete
veces como las siete vidas de los gatos, infinitas veces como la
forma de la lagartija cuando se toca la cabeza con la cola... simple
como el simple deseo de dormir, poblado de almas y de espíritus,
reducido a la materia, debidamente abstracto; mi amor es apócrifo
y tan verdadero como el aire, tan pleno de luz que sólo proyecta
sombra. El alma de este amor nace de la observación y la
contemplación de su propia naturaleza... se me refleja en el agua,
en los sueños, en el instante anterior a la luz y después de ella, y en
la intensidad de la vida y de su muerte. En su forma primitiva él es
promiscuo, y en su más profunda forma adquiere el lenguaje
liberado y el sentido mágico y cifrado.

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Es una serpiente blanca copulando consigo misma, es un cordero
en desequilibrio repentino, es un alado y lascivo monstruo, es la
santa perversidad, es la impúdica inocencia, él se presenta para
ocultarse, él mismo se provoca, se desgarra y se libera, se abandona
a un vértigo magnífico y terrible. El mismo se impulsa, se depura
y se transforma. Su categoría temporal la muta en una categoría
eterna... él cubre un infinito, es un tabú, el deseo y la fascinación;
temible y raptante, babeante; es la religión deformada y prodigiosa.
Siete veces como las lunas de las siete noches, tres veces como la
trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo. El pan, el cuchillo y la boca:
el pan que se ofrenda al cuchillo y se ofrece a la boca, el cuchillo
aliado de la boca, la boca lasciva y adversaria. El se mueve en la
contradicción, carece de coherencia, ni audible ni decible, él es
confuso, se vierte sobre sí mismo, se repliega y crea un vínculo
mágico, un pacto sagrado, un movimiento de fe y de deseo, deseo
y horror por la aberrante bestia irresistible y oscura, y luego se
toma claro y transparente, con sentido común, hurga en las
heridas, él me induce y me lienta, me invierte el orden, se refleja
en mis aguas como un vertiginoso cuerpo que se desgarra en otros
cuerpos, vuelve y confunde; él es confuso. Tres veces como el
nacimiento, la espera y la consumación. Va adelante de los
tiempos, a veces cae, muere y resucita y se me sienta a la diestra
y a la izquierda. El asiste a la fiesta de todos los santos, como asiste
a la fiesta pagana de los muertos. Siete veces como las siete
iglesias, sus siete estrellas y sus siete espíritus... Todos los días
devienen días del amor...
Siempre tuya.

Alguien desconocido a través de su ventana se preguntaría: ¿qué


clase de loca está diciendo los poemas de Rimbaud en voz alta a
esta hora de la noche, bajo la lluvia? Era Sarai, quien caminaba
lenta, disfrutando plenamente de la lluvia y hablando en voz
bastante fuerte sin importarle otra cosa que su febril estado de

72
ansiedad, que su irresistible impulso de afirmarse o destruirse era
un estado de provocación y abandono al mismo tiempo, desde
dondeconvcKabaaRimbaud: -amigo, ángel imposible, adolescente
terrible, déjate oír en esta noche, déjame unir mis manos con tus
voces, yo te invoco desde esta callecita húmeda donde la nostalgia
me recorre como sombras venidas de mundos lejanos, yo te invoco
desde esta oscuridad donde no aparecen cocodrilos, ni borrachos,
ni mendigos, ni prostitutas, ni mutilados. Soy de raza maldita, soy
de raza infernal, dame tu ímpetu, tu última oración de ateo
arrepentido, tu última petición, tu deseo incontenible por el que
viviste tan solo cuando desesperabas de destruirlo, apaciguarlo y
apagarlo para de nuevo aferrarte a él como un náufrago a la única
y última balsa sobre el mar... He decidido creer en Dios antes de
pensar que mi último aliento se pierda entre esta grandiosa
inmensidad, he aprendido a no adherirme a nada sal vo a la libertad
y a veces hurgo en las heridas, las provoco incluso; me elevo a una
sensación de vértigo y abandono, de permanente insomnio, en un
arrebato repentino de jugar a ser niña y me imagino a Dios
comiendo pasteles gigantes como un dulce viejo glotón y divertido,
embriagándose con vinos y mirando de soslayo a las muchachas...
cada vez que necesito un favor que se me antoja imposible, acudo
a él como pidiéndole un pedacito de su gran pastel, así no me será
negada la petición... el juego de la ilusión y de la fe... Cuando te leí
por primera vez, dos garras me arañaron la cara y cerré los ojos y
me sentí tan milenaria y tan fría; experimenté el silencio del
instante antes de que apareciera la luz del verbo. Ahora que esta
lluvia está cayendo. Dios debe estar calentándose y comiendo con
más ganas que nunca uno de esos pasteles gigantes... lo veo reírse
y masticar con gula y lujuria.

Horacio hacía rato la estaba esperando, se encontraba inquieto


pues era ya muy tarde y Sarai no aparecía, permanecía en el balcón
tratando de vislumbrar el cielo gris oscuro y siguiendo con sus
manos el ruido de un helicóptero que rondaba misterioso sobre los

73
techos délas casas. -Quiero fundirme con esa máquina, mezcl arme
con sus alas, adherirme a sus timones y al aire que lo arrastra y él
arrastra, girar en sus hélices, ser la ventanilla donde posa la mirada
el pasajero, una fuerte voluntad me arrastra a querer volar, a volar
y ser ese aparato y sentir todas y cada una de sus partes, de ese
engranaje, de ese movimiento, de esa composición, una fuerte
necesidad me impulsa hacia ese cielo desconocido donde las
agujas señalan y avisan sobre el tiempo, Tos vientos, las tempestades,
la temperatura de los animales y las piedras, el de las anémonas que
buscan en la luz el alimento para su propio esplendor.
El viento movía las hojas de los árboles en una danza suave y lenta,
la noche iba acrecentando su oscuridad para olvidarlo todo entre
un sueño de sombras, de luces y de humo; Horacio estaba
ensimismado en sus pensamientos, con la noche y el helicóptero,
cuando percibió a Sarai que se encontraba totalmente mojada por
la lluvia...

“... El único adorno era un ramillete de lirios.


Una vez le oí decir:
Dios no puede estar sin mí
(como los místicos del silencio)
El azar y el capricho se inician
en el reino de las moléculas
Inventemos... olvidemos...
Cuerpos a tierra
La única frente al espejo
no tiene doble...”

-¿Qué te parece lo que logramos escribir?- pregunta Sarai satisfecha


del poema que acababa de leerle a Horacio.
- Muy bien... son bellos encuentros. Somos ayudados, multiplicados.
Todos estos nombres que hemos reunido en este píXíma son un
cuchillo telúrico que hace que cortemos amarras y nos sumerjamos
en el delirio.

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-Nos niutamos, somos monstruos, ángeles, cangrejos.
-Soy ciertamente Sarai jugando a ser Sarai, Judía, negra, obrera,
infiel, en todo caso una mujer que va mis allá del lugar asignado.
Ver la diferencia y ser capaz decamullarse, devenir todo el mundo
y mirar impasible el espectáculo.
-Es cierto, para escribir tenemos que olvidar nuestro rostro...
inventar el rostro de todo un pueblo.
-Sigamos escribiendo de esta forma; representa para mí una gran
felicidad... hasta llego a divertirme. Hay mucha fuerza interior. Se
deshacen barreras cuando somos capaces de escribir con la escritura
de todos; cuando pensamos que toda la literatura que se ha escrito
es solamente un sencillo poema... afilado, pulido p(')r muchos a
través del tiempo.
-Nosotros agregamos algo: confusión. Buscamos más bien lo que
las personas ya no poseen a fuerza de normalidad. En el acto de
escribir se busca al verdadero hombre. Al que perdió el rostro.
-Sabes Horacio, te voy a confesar algo -dice intempestivamente
Sarai, rompiendo el hilo de la conversación- quisiera besar en estos
precisos momentos largamente a Lot; su boca siempre me pervierte,
me lleva a tener pensamientos lujuriosos, peligrosos.
Horacio extrañado, suelta espontáneo una franca carcajada pero
guarda silencio.
-¿Me das fuego?- Le pide Sarai, sacándolo de su momentánea
abstracción.
-Sí, sí, claro -contesta Horacio encendiéndole el cigarrillo en un
gesto muy cortés.
-Volviendo al tema -continúa Horacio- tal vez escribimos para
encontrar a los dioses... la rueda eterna de la piedad. Santurronería.
No creo en eso de ver a los dioses.... pues los dioses no aparecen,
ya están en nosotros.
-Las mujeres que escribimos somos capaces de devenir mujeres...
así escribimos... no necesitamos escribir para encontrar nada.
-No es una pretensión, es tan sólo una necesidad que arrastra muros
y barreras... se maquina toda una estrategia.

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-A veces también el miedo es un gran impulso -interfiere Sarai.
-Sí, el lenguaje es un viento renovador... no necesita anclas que lo
fijen y le señalen un determinado sitio.
- Como decía antes, la mujer escribe como mujer llegando a
devenir mujer... pero también puede ser una ballena, un ciclón, el
agua, la niebla... tener todos los rostros, tener todos los climas...
Horacio le extiende otro poema a Sarai, para que lo lea en voz alta.

“El filo de una vena es el torrente más fuerte;


mi carta se desangra en este día sin comienzo.
En el fondo de este sello oscuro
lanzo mi grito jubiloso.
Este ramo de plumas atraviesa el cráneo
de la luna.
Recibo la palabra desde su oráculo:
-¿Dónde está el poeta? No es un juego, es una salida.
Pacto escrito en el desierto blanco”.
Al poema lo habían titulado Lci injuria.

Odette:
Nada estalla, nada se apacigua... todo sigue intacto, con su habitual
organización, religioso ordenamiento. Henos aquí, reunidos en
este infinito corredor del tiempo, hemos vivido doblemente, por
jugada doble... múltiples rostros nos han circundado, múltiples
gestos hemos creado... Durante muchos instantes hemos confirmado
la ruina de un mundo que se retrotrae a sí mismo. Alrededor de
objetos derruidos, tonos apagados, vientos melancólicos, hemos
bebido el líquido del caos sobre la superficie de una tierra putrefacta.
Intentamos construir la maniobra que creimos certera para impulsar
la fuerza interior que queda en nosotros, para deteriorar y provocar
a este mundo que sucumbe, que se sumerge en un hito doloroso,
que se abandona a sí mismo, que se dilata y se contrae en un clima
demoledor... malabares en el vacío... Odette, tú nos has suscitado,
nos has resucitado, hemos reído y hemos llorado, así de elemental.

76
así de grande. Nos has glorificado, nos has hecho inútiles, nos has
vaciado y acariciado en tus páginas... pero estamos presentes en
esas páginas reales, peligrosas y filosas, rodeados del mal del
dolor...
Tr>dos noscnros haciendo esc camino con corazón del que tanto
hablábamos... Annie casada y con un bebé asustado por una lucha
amarilla y gorda... Rhoda, ausente, silenciosa, rodeada de gentes
que no hablan de felicidad. Sarai escribiendo, esperando el
reconocimiento y la gloria, en lo que supuestamente no cree. Lot,
como el elefante solitario, incomunicado amando aún y sobre
todas las cosas a su Annie, a quien persigue a través de la
muchedumbre, y David sin saber aún si verdaderamente existe...
si ese silencio es su prxstura más perfecta... él como un testigo mudo
de nuestros actos. Tal vez quisimos inventarlo de esa manera. Y
nosotros, tú y yo, hablándonos ávidamente a través de una carta
cada muchas lunas... cartas sin fechas y muchas veces sin siquiera
una firma...
Todos hemos caído y nos hemos levantado... todos de nuevo
hemos caído... Caínes... inocentes y perdidos... A un paso la
trampa, el abismo que quiere tu caída... yo no deseo nada,
afortunadamente no deseo nada. A veces pretendo entusiasmarme
y creer que creo.
Doblo tu carta suavemente como quien trata de defender la
felicidad hasta del más delicado viento.
Tuyo siempre,
Horacio.

Postdata: La velocidad está en nosotros.


- Sí, todos los amigos, todos nosotros nos hemos metido cada uno
en una cúpula oscura, dorada, estriada, lisa; no lo sé. -Odette
encendió un cigarrillo y melancólica se dispuso a releer la carta.
Esta vez la había abierto casi que inmediatamente... sin demora,
sin su acostumbrado ritual.

77
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En el lugar de Lot, donde acostumbraba pasar horas y horas, días
y días, sin salir siquiera a la puerta, en su refugio que guardaba
celosamente de sus amigos. En ese espacio reservado que sólo
Odette conocía y compartía algunas veces, como muchas veces lo
hiciera clandestina Annie.
En ese lugar donde construían ciudades doradas, hermafroditas,
centauros y tritones, ninfas y sirenas, doncellas y demonios,
relatos fantásticos, y oscuros diálogos, allí la soledad los protegía
como un techo celestial de silencios largos como luminosas dagas.
Allí Lot soñaba en el altar construido para Annie. -Annie de las
flores oscuras, Annie de las velas encendidas, Annie de los mares
y los peces, Annie del vino y la ebriedad, Annie de las bestias
informes, Annie de lo terrible y del misterio... Annie ¿dóndeestás?
Annie ¿a quién revelas tu secreto? ¿A quién ofrendas tu holocausto?
Annie de las catacumbas y los fondos y los agujeros, Annie de los
ciclos y ciclones, Annie de los lagartos y los pasillos subterráneos
y de las alcantarillas, de los puentes y las revelaciones, de la
idolatría y del sueño. Annie de la tristeza ¿dónde estás? Annie
violada y violentada por ángeles ocultos de las noches y las luces
de las noches, Annie délas tinieblas y délas visiones... Annie hasta
pulverizarme... Annie de los acantilados.
Mi pequeña Annie desolada y quebrantada, mírame tendido y

79
quebrantado, mira mi confusa metamorfosis... mi insomnio y mi
temblor...
-¿En qué piensas? -le pregunta Odette, un ptx'o inquieta, casi
segura de estar interrumpiendo un valioso pensamiento en espacios
que no le pertenecían.
-En nada, no pasa nada. Lo mismo de siempre- contesta escéptico
Lot, quien se vuelve otra vez sobre sí mismo.
-¿No quieres que esté hoy aquí?
-Sí, claro que sí quiero, pero si no te molesta prefiero no hablar.
-Estábien, me quedaré como si estuviera al lado de un brujo que
necesita la certidumbre del silencio y la atmósfera del místico.
-El riguroso aprendizaje de lo solitario es un juego creador,
purificador... la revelación de la máscara oculta... lo que deseo
ahora es intocable, ilegible, inaudible... es como tratar de descifrar
lo que ni siquiera se ha nombrado.
-El amor es una guerra.

Con un firme movimiento Lot va hasta un mueble grande de


madera como una especie de biblioteca y saca con cuidado una
caja donde guarda una p)equeña cantidad de yerba... luego un
flotar... un cálido estremecimiento...
-Yo sé que tu deseo es adorar a Annie -comenta Odette- adorarla
en su ausencia es tu única posibilidad... provocar esa energía y
hacerla estallar libremente porque ella no te ve, ella no te escucha.
En definitiva, porque ella no está presente es que tú permaneces
libre en ese amor, es lo que siempre quisiste, tal vez por esa misma
razón ella se aleja. Por ese deseo absurdo, esa absoluta necesidad
de amarla de esa forma. Tú la miras como a una huérfana y te
mueres también de orfandad.
-Sí, puede que tengas razón. Me extasío en este silencio de üniebla,
en ese sueño caliginoso, aquí la amo y la poseo por completo, luego
está la vía alcohólica a mi disposición, está la ciudad rígida y
también existe un lenguaje... allí afirmo la continuidad de mi ser.
Aquí en este recinto sólo es ella, casi sagrado para ella, aquí nunca

SO
oirá mujer se quejó ele amor o de dolor... aquí su voz, su olor, su
perfume... ella no es mi derrota, es mi causa, mi única causa.

Odeite no responde... observa distraída todo cuanto la rcKlea,


parece hundirse dulcemente en una muerte súbita... lodo flota y
gira, da vueltas como una rueda loca y desajustada, finalmente un
poco aturdida va hasta la mesa y se sirve más vino.
-Nosotros les eregimos un altar y nos complacemos en adorarles
en secreto... ellos nos cogen pK>r sorpresa, hermosos y seguros. No
pudimos fascinarlos a nuestro antojo. Kstuvimos enseñados mucho
tiemfK^ a ser amados y el amor nos vino como un paquete vacío y
extraviado, como una explosión absurda en nuestro cerebro,
aumentó nuestro desorden y nuestra vigilia... pero finalmente
supimos utilizar este vasto sentimiento y doblegarlo y doblegarnos
a él voluntariamente, placenteramente, peligrosamente.
-Colocar el cerebro en cero grado, congelarlo, distanciarlo, colcK'arlo
en el estómago, en los pies, estrujarlo, disponerlo a la ensoñación
y esperar a que algo pase, o esperar a que nada pase y en esa espera
hacer uso de nuestro impulso... hacer el preparativo y realizar la
fiesta.

Odette sentía que algo en ella se iba diluyendo... no sabía si


avanzaba o retrocedía y de nuevo se sirvió más vino, y con voz
queda dijo:
-Comencemos la ceremonia, te ayudaré a adorar a tu Annie... no
lo harás tu solo... no llevarás sólo tú el yugo y el peso.
Ambos sonríen cálidamente, ella enciende las velas y riega un
perfume seco y suave, y mientras escuchan un canto entrecortado
coge unas flores secas y rojas y en un movimiento ritual las deshoja
sobre la fotografía de Annie iluminada como una santa.

-Estoy feliz, le decía Odette a Rhoda por teléfono. -Por fin


Betelgeuse sabe quién es la dama de las cartas, lo he llamado, nos
hemos visto y luego en la taberna le dije: cierra los ojos, y en una
servilleta dibujé la contraseña que va dibujada en todas las cartas
que le enviamos; la delgada raya que representa al mar, un medio

81
círculo, sugiriendo el sol, dos líneas semejando un ave... Cuando
abrió los ojos y vio el dibujo, su sorpresa no pudo haber sido más
grande, pero para mi felicidad vi mucha satisfacción y alegría en
su rostro.

Esa tarde, Betelgeuse la había recogido en la Biblioteca, todavía no


sabía que Odette era la que le enviaba esos escritos que tanto le
sorprendían y que ya los extrañaba y necesitaba, la invitó a una
taberna fuera de la ciudad donde había mucha neblina, el paisaje
preferido de ella; allí Odette le había revelado su otra identidad, le
había descubierto el juego. Desde que lo conoció empezó a en-
viarle cartas, tarjetas, papeles azules con lunas y mares, papeles
que él recibía en su oficina; nunca se apresuró a descubrir la autora
de esos escritos, se limitaba a recibirlos, leerlos y guardarlos. Las
primeras citas fueron algo tímidas y serenas, la relación no se dio
con una explosión, p)ero el fuego iba creciendo día a día, general-
mente se veían de noche, ahora disfrutaban de verse cada quince
días, cada ocho días, cada mes y a veces pasaban hasta dos meses
sin verse ni llamarse... bastante irregular el itinerario que se habían
impuesto, o mejor, que les había impuesto las circunstancias,
aunque necesitaban verse cada noche. Betelgeuse era casado y
tenía un hijo; Odette, llevaba una bella y estable relación con
David y ninguno de los dos estaba dispuesto a revelar el secreto.
La fuerza que los inmanaba era extrañamente poderosa, allí pre-
dominaba la risa, jugaban y reían, leían y reían, hablaban y reían,
se amaban y reían. Ellos sabían, que “el que ríe sabe”, Odette a
veces se preguntaba la razón que la hacía necesitar tanto de Be-
telgeuse, era extremadamente familiar, cosa que Odette rehuía
casi con pánico... era todo lo contrario a lo que ella hubiera desea-
do, pero era él, exactamente él a quien ella deseaba.
Im dos extremos, como en el bastón zen de dos puntas... Ella lo
deseaba y él la deseaba y a cada llamado respondía, ella lo deseaba
y obedecía siempre a su impulso y lo llamaba y el se dejaba llamar
y venía a ella, siempre acudía a la cita... desde esa primera vez él
siempre acudiría a las citas.

82
Rhocla:
AiKKhe bebí hasta el amanecer,
hasta cuando me dio por beber agua
sólo agua,
como si se tratara de mi salvación.
Te estrecho la mano y acaricio tus cabellos.
Un beso en tus ojos bellos.
Odette.

Betelgeuse:
“La atmósfera color ocre azulada
destila un profundo olor a
azufre
porque ella ha llegado a él
y sólo le ha bastaas
un leve temblor de luz
como encontrando su alimento.
... Entonces todas ellas, se levantan
encienden la estufa
y ofrecen la cena
entre ajos y perlas”.

83
Rhoda leía entretenida una y otra vez las dos hojas enviadas por
Odette. En una hoja estaba escrito un saludo fraternal dirigido a
ella, y en la otra hoja había un poema para Betelgeuse, quien ya
conocía el juego, pero este conocimiento no impedía seguir
jugando. A Rhoda le correspondía hacer la contraseña y enviarlo
a su verdadero destinatario... Juego bello, extraño y obsesivo. Ella,
la mensajera del amor esperando un mensaje de amor destinado
solamente para ella...
Parecería que le sobraran siglos, caminos, pensamientos... pero el
camino se le estrechaba cada vez más hasta llegar a veces a un
punto cerrado, único, igual... ¿un advenimiento, una nueva
estrategia? La lluvia seguía deslizándose de manera igual por el
cristal de la ventana y en su escritorio reposaban los poemas de
Odette y el último libro de Sarai... Einalmenle titulado Luminar.
Ella siente algo así como una pequeña nostalgia.
-Yo, Rhoda, podría cambiar totalmente ese libro, hacerlo más feliz
por ejemplo, pero parece que el dolor que siempre nos ha
conmovido, domina. La vida es a final de cuentas como un
recuerdo de dolor.
Rhoda tenía las cartas del tarot sobre la mesa, tendidas y organizadas
según la voluntad del azar.
-(Rey de espada y caballero de espada), es él- se alegró Rhoda. (El
mundo, la luna, la emperatriz, el sumo sacerdote).
Definitivamente hoy me cobija la rueda de la fortuna, felicidad.
(Dos de espada, tres de espada), aquí están sobre mis ojos los
poemas de Odette y el libro de Sarai.
Y él, ¿cuándo me llamará? ¿qué hacer para que camine la
distancia?... Es tan corta y es tan fácil. (Siete de copas, cinco de
bastos, diez de oros, diez de copas...).
-Sellada y silenciosa... sin moverme, sin hablar, sin reírme, lívida
y hermética, los labios en silencio.
Tócame... no me hables, no me nombres... no pronuncies palabra
alguna. Sin hablar, sin moverme, sin reírme. Callada y silenciosa.

84
liquidas señales... tócame donde quieras, tócame como quieras,
como un resplandor de piedra, pero no me hables, no en voz alta.
Péiname dulcemente, cálidamente...
(H1 loco, el diablo, dos de bastos).
Duerme si quieres profundamente entre mis muslos, sobre mi
mirada ensombrecida, pero no me hables... silenciosa y distraída,
profundamente silenciosa, con mi lenguaje tímido y delgado, con
mi sexo entre despierto y dormido, árido y húmedo. Callada me
dejo ir donde quieras llevarme, me dejo tocar donde quieras
tocarme, me dejo poseer como quieras pt^seerme... profundamente,
libremente con mis párpados cerrados, con mis pensamientos
entreabiertos. Mírame pero no me hables... Desierto blanco, desierto
oscuro, niebla murmurante... Danzaré para ti, desnuda con el
estremecimiento del silencio, con el jadeo de la respiración.
Mírame abrir los brazos y extasiarme, acariciar tus mares y tus
olas, perderme en el ardor; derrumbarme en el círculo de la
oscuridad más profunda. Acariciar mi rostro, mis muslos y mis
piernas, acariciar tu sueño y tu fatiga, noche de luna furtiva, im-
perio de luces, noche profana. Quítame el velo que cubre mi rostro
y descubre otro rostro, y detrás de ese rostro otros más. Toca con
tus dedos mis labios entreabiertos, penetra tus voces entre mi
penumbra entreabierta, hasta que la sangre golpee muy duro mi
cerebro... hasta que estalle mi cerebro... Roca eterna, roca dura,
hasta desgarrarme y morir de no gritar... deliraré en el desierto, en
el agua y en el fuego, alrededor de los muros y las hendiduras.
Escenario de pájaros y lagartos, arena del desierto, desierto de
soledad, soledad de lluvias y de espejos... Deliraré entre tu cuerpo
y despertaré solitaria entre tu sombra.
Te llamo tres veces en voz alta todos los días encerrada en mi
cuarto, tú estarás en tu casa de piedra y de hielo, en el bar con tus
amigos, en el bosque de milenarios sueños, no lo sé. Si llega mi voz
y escuchas mi mensaje tampoco lo sé, pero sí lo creo; me salva la
fe. Escribo tu nombre con lápiz rojo y con tu nombre escrito doy
orden al viento, al día, a las casas, a la basura, a los árboles, a las

85
calles, a la lógica del universo, a los errores de la tierra, de que tú
serás mío, de que lograré seducirte, de que tu indiferencia no me
desplomará.
Mi voz es la llamada del tritón seduciendo a Agnes... Erijo un caos
y me acomodo en él, elijo la oscuridad y el silencio para poder
sobrevivir.

¿Qué día es hoy? No lo sé, pero sé que me llamará... me llamará de


nuevo para revitalizar mi movimiento. -Rhoda tenía en su mesita
de noche, la veladora de la santa muerte, un cuchillo nuevo, miel
y canela la necesaria, un cenicero, todo preparado tal y como se lo
había dicho aquella mujer-bruja que ella frecuentaba. Rlioda
estaba dispuesta a todo, amor y magia, magia y liturgia, oración y
seducción, todo estaría dispuesto para ese hombre, amor y
hechicería, polvo de uñas en luna muerta para enamorar, velación
para desesperar, oración para encadenar. Demónicamente angelical,
ella, la pequeña centinela, observaba y guardaba con celo su se-
creto y su obsesión; asumía la dignidad del mis alto sacerdote y
ofrecía el culto como lo ofrece una santera. Forzar a que se realicen
los deseos a costa de tentar las cosas de la naturaleza. -Creo en ti,
como en la resurrección de la carne. Todo es necesario y válido en
esta guerra. Esto es un laboratorio clandestino donde entro a
experimentar impecablemente, a probar, angustiarme,
sobresaltarme y tratar de retener este hallazgo con nombre de
felicidad.

En la pequeña terraza, había un telescopio, un asiento, una mesa


pequeña de madera, unos binóculos; sobre la mesa, rodajas de pan
y de cebolla, atún y vino. Rhoda pensaba en los magos de
Babilonia, en los astrónomos de Egipto y miraba con mucho
cuidado la carta celeste: longitud: 76° 31 ’ 42”, latitud: 3° 27’ 26”
N; luna llena, equinoccio de primavera, el sol en el primer punto
de Aries, el día y la noche, la luz y la sombra durarían exactamente
el mismo tiempo.

86
K1 cielo profundo y lejano, con azules y grises, con Venus, Marte
y Saturno muy brillante; Plutón en movimiento retrógrado hacia el
oeste. Cautivante danza de los satélites galileanos, lluvia de
meteoros.
Rhoda buscaba ansiosa en el cielo y en la carta celeste, unía puntos
/

y daba formas y formaba figuras: Júpiter, los Gemelos, el Can


mayor, el Can menor, Cetus o la Ballena o el Monstruo Marino, I a
Cruz del Sur, El Cisne, El Dragón, la Hidra o Serpiente Marina,
Orión y Betelgeuse o el Hombro del Gigante con su luz rojiza, la
Cabellera de Berenice y aquí evocaba la leyenda egipcia de un
hermoso esplendor como su luz... donde la desesperada Berenice
por la ausencia de su esposo ofrenda su larga y brillante cabellera
a los dioses para que se lo devuelvan sano y salvo... los dioses
conmovidos peu la ofrenda deciden poner su cabellera en el
firmamento y con ella una tenue estrellita de sutil resplandor:
diadema que ciñe la hermosa cabellera... también formaba en el
mapa y divisaba al Centauro con Rigil Kent, la Pierna del Centauro;
a Cassiopea con Schedar y Pechp, y Caph, la Palma de la Mano;
a Capricornio con el Giedi, la Cabra; a Escorpión con Antares,
rival de Aries. Ella misma en ese momento era un escorpión
peligroso pero como una delicada yegua parada sobre sus dos patas
derrumbaba de la roca y destruía a la lagartija gris, a la serpiente
y ascendía como el águila veloz hacia lo más alto y lo más solo...
hasta rozar aquellas luces de esas estrellas que tanto le perturbaban...
Rhoda totalmente extraviada y ensimismada le pareció escuchar
unos pasos muy suaves y vaporosos como si alguien anduviera
descalzo sobre el aire; luego parpadeó ante un leve destello y
reconoció a Annie como a un fantasma, dejando un rastro como
venido de mundos extraños...
-Annie, eres tú, ¿qué haces aquí? ¿cuándo llegaste?
Annie vestía una túnica de un velo blanco y ü^ansparente, su
cabellera larga y suelta brillaba con una luz oscura y traía sus pies
descalzos.
-¿Qué extraño, ¿cómo entraste? Pareces salida de un mágico

87
hechizo, venida de un mundo innombrado -pregunta Rhoda aún
sin recuperarse de la sorpresa.
-Tenía que venir a despedirme, mi oficio ahora es decir adiós
-responde Annie con una vocecita diminuta y dulce.
Toda la terraza matem'a el resplandor del polvo del oro y del acero,
el silencio era sobrecogido por un inmenso e imperceptible
murmullo como el de una multitud susurrando un secreto necesario
para su salvación.
-Annie, ¿de verdad eres tú, o eres una aparición? -Pregunta Rhoda
como con una risita crispada de asombro e incerlidumbre pero ella
creía de verdad en lo que estaba sucediendo.

-Sí, soy yo, no podía irme sin verte antes, estoy huyendo,
haciéndome más etérea, más fiebre y espíritu, más ausente, más
huida, estoy ahuyentándome, saltando hacia atrás, hacia el instante
que precedió a mi devenir; despojándome de este cuerpo y estas
carnes... ¿dónde estaré luego...? No sé nada... siento tener diez
años o siento siglos, empiezo a ver el cielo rojo de luz y la tierra
oscura y con mucha lealtad y transparencia veo las estrellas que tú
intentas reconocer; puedo pasar en medio de las rocas y las piedras
sin faltarme el aliento, puedo pisar los escorpiones con mis pies
descalzos sin hacerme ningún daño, siento el desierto, el mar, los
bosques, el polo norte y el polo sur al mismo tiempo, siento todas
las temperaturas y de todas ellas la más tenue, la más armónica,
siento el letargo magm'fico que me ha liberado de mi condición
habitual... traté de modificar lo que es un orden inmutable con mi
ausencia, pero ya ves, como una mujer que nostalgia su vértigo
mortal en mis últimos suspiros... en mis últimos deseos quise verte
y he venido hasta aquí sin sandalias, sin máscaras, sin adornos; mi
espíritu se inflama y aún arrastro conmigo un perfume de flores del
jardín de la tierra, todavía no puedo quitarme el olor a esta tierra,
a sus animales, a sus alimentos, a sus hombres y mujeres... pero va
haciendo efecto en mí esa luz vertiginosa como una tea milenaria
aún brillante y encendida.

88
atmósfera se crispa, un viento sopla como si pasara por entre un
peñasco; la terraza parece un acantilado y sus objetos son icebergs.
Parece un espacio encerrado en los cuatro costados por un fuego
con leves ondulaciones; la mesa está llena de golondrinas; el piso,
un desierto que se extiende y forma muros que se elevan y terminan
en vapores azulados que se esfuman hacia lo alto del cielo donde
la cola de la Serpiente, la boca del Pez, la Pierna del Centauro,
danzan y serpentean. Por medio de los muros gotea un agua tibia
y densa, un soplo de aire también tibio aumenta y disminuye como
en luminosas y pequeñas oleadas, los muros se encienden e ilu-
minan con resplandores tenues y grisáceos; se apodera del espacio
la pesadez y liviandad del sueño donde parecen flotar lotos y
nenúfares de flores blancas y amarillas; un olor salado, un olor a
vino sube y baja por los muros y la mesa, por el cabello de Rhoda,
y la túnica de Annie.
A través del piso parece que desfilaran niños llevando en las manos
cirios con pequeñas llamas, sombras de dromedarios y de ciervos
y de gigantescos lirios, coronas de olivo, alas de ángeles y
pequeños pájaros con un irresistible canto... la densidad de la
noche arroja el perfume de sus animales, de sus aguas, de sus
fuegos, de su frenesí y de su fiebre...
-Cuando vuelva a un nuevo nacimiento -continúa Annie para
interrumpir esos instantes de ensueño y de silencio- quiero nacer
simple como la mujer del campo, que ama su trabajo de horas fijas
sin mirar que la arena del reloj del tiempo se escurre vertiginosa e
irremediablemente. Comenzar el día bajando al río por agua con
el odre sobre mis hombros, encender la leña y hornear el pan,
recoger las flores frescas, moldear el barro para mi casa y mis
utensilios, pulir mis herramientas y mis armas, cantar una dulce
canción mientras tejo la canasta y las esteras sobre el silencioso
lenguaje de una piedra, escuchar voces que me llaman entre las
piedras de los ríos, observar el movimiento quieto y fijo de una
salamandra como abrazando el techo, luego extender los brazos
para aferrarme a la tierra con sus filudos picos, sus blandas alas, sus

89
voluptuosas garras, sus inciertas escamas, sus horribles demonios,
sus viejos ermitaños, sus ascetas y anacoretas, sus árboles del bien
y el mal, sus Judas, sus Caínes, su Sodoma y Gomorra, las aguas
estancadas y las aguas que purifican, sus hombres desequilibrados
y sus santos, y luego por la noche deslizarme por los subterráneos
castillos de la imaginación cuando se enturbien las fuentes y los
ángeles vistan pieles de lobo; ver el águila luminosa sobre el lomo
del “señor que dice y no hace”, mirar impasible sobre dos grandes
alas el mundo como si estuviera a la orilla de un esplendoroso
despeñadero y no asombrarme de los que están manchados de
sangre y vino, de los peligrosos, de los que padecen la lepra del
dolor y la infelicidad, de los que cimentan su futuro del barro y el
silencio, de los que dormitan en compañía de las bestias
innombradas, de los que respiran el aliento de la tierra en eclosión
sin perturbarse, de los inocentes que escupen sobre el piadoso
temblor de un sueño, de los despojados, de los que ladran como
perros celestiales, de los que están del lado de los solitarios y la
desolación, de los desgarrados y escuchar como cantan su música
los seres de la noche, luego apearme y volver de nuevo con la luz
del día a recoger agua con el odre sobre mis hombros para
experimentar las mismas cosas sutiles, la sensación de desapego
en el reafirmarse o destruirse... El tiempo es un abismo.
La noche parece agitar antorchas con rayos de fuego y poseer
bóvedas luminosas empujadas por ráfagas de viento y niebla. Y en
esa noche de ébano y oro relinchan los caballos blancos y
encabritados y Annie sutilmente se hace y se deshace, se mezcla
y se disuelve...
-Es una visión, un magnífico sueño, una esplendorosa realidad...
sí, una realidad única y total, absoluta porque es venida y liberada
de la línea más fantástica del sueño, Annie se nos está yendo...
Annie está renaciendo...
Rhoda fijó su mirada en la luminosa cabellera de Berenice; ya no
escuchaba nada, sabía del silencio de la piedra que se despertaba
en los vientos, pero ella no escuchaba nada, ni el ruido del vaivén

90
de las puertas que permanecían abiertas, ni el ruido de los minúsculos
insectos, ni la alteración de sus latidos, ni la voz, ni los pasos de
Annie; había quedado lívida y sola...

-Algo inexplicable me espanta y me atrae, me vacía, ya no intento


huir, estoy en la huida, el viento se extiende como un largo
corredor que lo contienen columnas macizas.
Annie ven a verme algunas veces, yo floreceré como los lotos y las
lilas, practicaré el encanto de las oraciones y sUvSurraré himnos y
alabanzas cuando presienta tu llegada. Mi carne se crispa, mis
pupilas se dilatan como en su última dilatación, mi sombra se
esparce y se fija para señalar el sitio de su celda. Mi vientre siente
el dolor de un parto, reconozco ese dolor aunque no he parido más
que sueños, pero es el dolor de todas las mu jeres, es tu dolor Annie,
de todas las Berenices, de todas las Cleopatras, de todas las
Beatrices, de todas las Helenas... no puedo contenerme más en este
cuerpo, estoy pariendo un centauro, un tritón, una sirena, una
bestia... quiero tener un pico, una trompa, una cola, pezuñas, garras
y pinzas, caparazón y tentáculos... Annie se está muriendo...

91
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Annie se encontraba en su amplio domiilorio, tendida sobre su
cama; nadie había con ella, sólo un espejo, una reproducción de
Paúl Klee, una postal en tonos sepia, un libro de Emily Dickinson,
una antología de poetas franceses. Esa mañana pensaba y pensaba
y rumiaba un viejo pxínsamiento como un elefante pesado y soli-
tario; navegaba desesperadamente en él, desde mucho tiempo
atrls, y si no le daba un fin navegaría en él ahora y para siempre.
Recordó un poema que había releído el día anterior:

“Mi risa vuela alto


más alto que los capelos de los cardenales
más alto que la esperanza
mis pechos sonríen cuando el sol brilla
a pesar de mis vestidos, a pesar de mi marido
soy feliz siendo tan fea
porque los buitres me aman
y Dios también”.

Como en un claro estallido reconoció que estaba sola, que siempre


había estado sola; y casi perturbada tomó conciencia de su soledad;
encogió su cuerpo como un ovillo y ella misma se abrazó; quiso
que la acariciaran mil cuerpos, que le susurraran y la subyugaran

93
mil bocas, que la provocaran, que la injuriaran, recordó a Justine
de Sade, injuriada, provocada, violentada y se sintió Justine
apresada por esas bestias del deseo, sacrilegas y se dejó llevar
como en una especie de arrobamiento hacia la posesión de la carne
y la perturbación del espíritu; desde ella misma, con ella misma,
por ella misma, y para ella misma. Luego, inmediata e
intempestivamente un llanto convulsivo y entrecortado la condujo
al paroxismo de su sexualidad y de su dolor... si esto no era soledad,
solitude, saudade pura, entonces qué era la soledad; en cualquier
idioma, en cualquier lengua significaba lo mismo... no importaba,
era la soledad, por eso mismo se levantó de su cama casi de un salto
y fue hasta su escritorio, y escribió en su diario lo que ella nunca
pom'a de manifiesto en otra forma. ¿Quién escribe un diario? El
que se siente más solo es quien escribe un diario. Hablaría con Lot,
hablaría con su esposo, dejaría que su hijo viviera con el padre,
dejaría al padre, dejaría a Lot; pero ya no retardaría su suicidio
diferido... esta idea que la había contradictoriamente ayudado a
vivir, alguna vez ella sabría silenciar sus voces... “Cuando tres son
uno, peligro sin tacha”, ventura, nada que no sea irremediable...
pero este peligro la aceleraba, la embrujaba, ella sabía muy bien
que habían muchas razones también para continuar... pero elegía
las razones que la llevaban a querer suprimirse, a negarse esa
infinita melancolía que le acrecentaba su sórdido y lúgubre deseo,
no podía contener su estallido como otras veces lo había hecho,
como siempre lo hacía... hoy miraba la cocina como un horno
crematorio, hoy pensaba en el gas como el oxígeno necesario para
su sal vación, hoy pensaba en sus pastillas de dormir como el maná
que la alimentaría eternamente; hoy no más, ya nunca más. Su
esposo era cebo, era grasa, era un cerdo con una manzana sagrada
entre su boca -me he masturbado con tu manzana y se ha podrido
entre mi sexo, estoy pariendo una pesadilla, un atroz estupor, soy
bastarda, desnaturalizada, busco rutas desoladas, estoy perdida...
y tú Lot, vuelves con todos los niños crueles y terribles que tienes
en tu sangre y dices glorioso: “ya estoy de vuelta”- lo lamento, tú

94
licncs la misma trivialidad que mi compañero, sólo que un poco
mis oscura; me he masturhado con tu aliento alcohólico y no me
ha propiciado ninguna gloria; vacío, vacío puro.
Annie le sube el volumen al megatófono que tocaba Joven so-
litario -Dadme una línea verdadera para leer, dadme un trago
fuerte, dadme mi última pesadilla para dormir-.
Annie se contemplaba en el espejo de su tocador... sus labios se
movían pronunciando palabras en silencio: -me pt^ndré hermosa
para la fiesta solitaria-, leyó lo que había escrito en su diario:

“Llora mujercita con el tiempo de éter y de espuma


que tienes aún para llorar
como una carcajada de plateados hilos
que se aferran al muro de la piedad.
Llorar significa soñar con las escamas de la piel
por un desfiladero alto y peligroso
como cuando eras la dulce mujercita
de todos los hombres-centauro-palidez de lobo
que aullaban desbordados y acudían presurosos
a tu señal, a tu encuentro, a tu cita
tu beso se deslizaba como lluvia de silencios
graznido sórdido en el pabellón del viento...
Sonríe con el sigilo sacrilego
como cuando el clérigo levanta su desviación en la hostia
... Todavía no eres la mujercita mirando quedamente
las huellas de lo abstracto
todavía no eres el ángel toda deseo, toda carne
mordiéndote las uñas de durazno
todavía no eres la virgen en tentación
con la suave ondulación de una balanza
todavía no eres la niña con el dulce cuchillo
suavemente, ingenuamente metido hasta el cuello...
ya no flotas en las aguas
ya no flotas en las aguas”

95
-Azul o rosa, no vale la pena discernir colores, todo está carente de
propósitos, un poco de esfuerzo y lo intentamos de nuevo, solo que
no deseo intentarlo... me abriría un poco más la herida y hoy estoy
dispuesta a cerrarla o abrirla del todo; dar el último bostezo sobre
tu cara sin pensarlo dos veces; el horror de mi aburrimiento no
tiene límites... odio discretamente a mi familia, heredé de ellos ese
punto de bastedad y de coraje; me siento como una niña despro-
vista de inocencia y de Juegos y utüizo la palabra como una
bofetada para escribirla en mi diario. He leído cuatro veces Los
niños de las cruzadas, he leído diez veces: Los niños terribles, he
visto cinco veces la película Sin aliento, he leído el vuelo de los
pájaros, el vuelo de los vientos, he leído las líneas de mis manos
que ahora se encuentran húmedas... con los trazos de la vida
entrecortada...
Tímidamente me he prometido un solo instante para recordar
como en un sermón celestial las palabras y los juegos, el cuento de
la cadena y la guirnalda y las chocolatinas devoradas por mi lengua
de niña lenta e inevitablemente.
Ahora las chocolatinas tienen metafísica y los juegos el dolor de
lo real. Ahora escribo mi nombre en el diario: Annie; me gusta mi
nombre Annie... como Ana, lo mismo da al derecho que al revés.
Ahora recuerdo también las palabras de Rupert Brooke: “A este
lado del paraíso... poco consuelo da el saber”.
Llevaba horas enteras observando cómo el humo del cigarrillo que
fumaba se adhería con tanta hondura sobre la superficie del es-
critorio, cómo se interiorizaba en ella. Otra vez quería llamarlo,
px)rque siempre en lo más oculto de ella lo había esperado, día
arriba, día abajo lo aguardaba, lo pensaba. Lo amaba con aversión,
con ternura. Porque en el fondo, ella quería ser como él, como su
Lot, porque al fin de cuentas era suyo y ella le pertenecía a él, más
de él que del hombre con quien compartía su vida, más de él que
de su hijo, y de esa casa y del jardín de esa casa... Su Lot con
nombre religioso, su Lot místico y extraño, su Lot borracho, su Lot
viviendo en la miseria, donde ella no podría vivir. Su Lot que ahora
amaba y ahora odiaba.

96
Terrible concatenación de actos. Acto tras acto y entre ellos como
cantad viento en cada estación... remolino de fuego... remolino de
agua...
-Ahora con el cuchillo entre mis manos como si me dispusiera a
sacrificar a mi hijo único y amado... veo a través de los cristales un
afuera dorado y bullicioso. Ahora que me dispongo a preparar la
cena como una exquisita mujer entre la exquisita hoguera que
sacrificó a su único hijo, no quiero que llegue él, mi compañero
voluptuoso, porque la cena tendrá la sangre de un pensamiento
doloroso, pc^rque el polvo de la harina es el polvo de mi historia,
pxuque el líquido pegajoso que brota de la carne, es el líquido de
mi sexo provocado p<.>r el dulce fuego de la espera, porque el agua
que hierve en la estufa es mi sangre que se prepara para ser ofrecida
en holocausto.

Con el cuchillo entre mis manos soy el cordero que se oculta para
evitar el sacrificio. La doncella no quiere ser breve en esta vida.
Soy tan poco exigente que he preferido esta vida donde los jarrones
brindan flores pálidas y fáciles y las migajas de los comensales,
como las carnes de Jezabel, los perros las devoran, entonces un
dolor acumulado me sobresalta y me condena... Tomo el cuchillo
para partir la carne, es la sangre de mi hijo la que se riega, la cocina
es el monte Moría, la estufa es la hoguera... pero yo no soy
Abraham, yo no tengo fe... aparto el cuchillo de mis manos, lo dejo
caer entre la hoguera... lo veo ponerse púrpura y negro, luego lo
veo arder y solitario pnxlir clemencia... yo solo observo... El olor
y el humo del cuchillo sacrificado me propician la sonrisa del buen
perdedor. Hay más cuchillos esparcidos sobre este monte,
felizmente afilados con paciencia, hay mis víctimas que esperan:
está la carne del cerdo y el pescado, están los ajos, la cebolla y el
aceite, está el lenguaje inentendible de mi hijo, el sudor frío del
esposo, están las manzanas y los vinos... la hoguera sigue encendida
esperando al elegido, no puede ser cualquiera porque no estaría
bien visto a los ojos de este Dios... Tengo la imposibilidad de un

97
ciego... como a Tobías, el excremento me ha cegado... No sé elegir
porque he sido la elegida... aún soy capaz de blasfemar sin testigo
presente en mi blasfemia... reo de muerte, se escucha entre mis
dientes... yo misma dispongo del castigo... yo me anuncio mi
destino... Yo Annie como Abraham, feliz afilo mi cuchillo, yo
como Judit vestida con mis mejores galas corto la cabeza del
pescado, yo como Esther alguna vez oculté mi identidad... Yo
idolatro pero le temo a la expiación... •

Annie lo había intentado ya algunas veces; lo intentaría de nuevo


una vez más, una vez más. Recordaba a Silvia Plath y a Ann
Sexton, ellas ya lo habían hecho, lo habían podido hacer y habían
salido ilesas y victoriosas, con la muerte cubriéndolo todo, con la
muerte impregnándolo todo... Fue hasta el gabinete, tem'ael rostro
sudoroso, pálido, estaba despeinada; se pasó las manos por la
cabeza tratando de arreglarse el pelo, estaba hermosa, hizo un ges-
to, algo así como una risa o una mueca de mucha incertidumbre,
bajó la mirada hacia el vaso con agua, volvió a mirarse al espxíjo,
alcanzó el frasco con las pastillas, se vació varias en la mano y una
aúna las fue ingiriendo lentamente, las últimas pastillas le producían
una especie de vómito, pero se esforzaba porque su cuerpo las
retuviera, como si retuviera la sangre de su amado hijo; el éxtasis
y el placer perdidos.

98
Lot había recibido la noticia de la muerte de Annie, de la voz de
David pues Odeite no había querido dársela personalmente,
detestaba ser portadora de malas noticias y esta noticia anunciaba
otra muerte, otra manera de morir más cruel y despiadada.

-Annie de naturaleza melancólica, Annie has muerto a través de un


mórbido y dulce suicidio... Annie estás dormida, duermes tan
profundamente que en tu sangre ha cesado el movimiento...
duermes tan profundo que tu pensamiento divaga y se apodera de
todo este universo que me asedia. El jardín que cultivamos eran
ruinas. Desolada esperma de una vela que se encendía en las
noches de furtivas fugas- Lot lúcidamente ebrio piensa en voz alta,
con voz inentendible.
-Vamos a Jugar a la ronda -dice Sarai, tratando con dulce fuerza de
interrumpir un dolor, de interrumpir a Lot, todos se encontraban
borrachos en la acera, frente a la taberna, donde siempre se
reum'an; era madrugada y ya la habían cerrado, pero seguían con
el deseo de continuar bebiendo... Esa noche se habían reunido para
estar más cerca de Annie; para estar con Annie.
Horacio le pasaba la botella a Lot y Lot a Odette y Odette a David
y David a Sarai y Sarai de nuevo a Horacio. Lot miraba enajenado.
Como siempre le atraían mucho más los impulsos del corazón...

99
que llegar a esas regiones rígidas donde mediante la razón se
alteran los caminos de la vida y se dispuso a marcharse, había un
suave dolor delicadamente oculto en su rostro. -¿A quién amaría
Annie? sus sentimientos se precipitaban en un gran vacío y allí
bullían y allí desaparecían, o precisamente en virtud de ese vacío,
¿era verdaderamente íntima y casi misteriosa su forma de amar?
Lot ya nunca lo sabna, pero lo presentía, el amor fue el motivo de
su elección por la muerte, la devoción, la incorporación a lo
sombrío, a lo solitario, a las duras rocas del abismo. Aún respiraba
el perfume de las olorosas flores que esa tarde había regado en el
eterno jardín de su tumba. ¿A quién engañaba la luz de la luna
sobre el azul del cielo? ¿para quién esa luz? El estaría ciego de
ahora en adelante. ¿A quién engañaba el sonido del pájaro, del
reptil, de los caballos? El estaría sordo de aquí en adelante. ¿A
quién engañaba la lucidez extraña y cotidiana de los días? El
estaría borracho de aquí en adelante; sólo reconocería la dorada
miel de su perfume. Magia y belleza, había bebido como un
magmTico veneno el filtro eterno del amor.

100
El alma de este país perdido entre el horror y lo sombrío de la
violencia hacía que la gente inhalara y exhalara horror y fastidio...
Sarai esta vez era la víctima y el héroe, la procesada y la desolada...
¿culpable de qué? ¿de su pensamiento, de su visión del mundo?...
Sarai arrasada y arrastrada hacia las puertas de esa cárcel que la
miraba muda, ciega y sorda... Sarai escribiendo sobre la sangre
derramada, sobre los desaparecidos, los N.N.... Los condenados...
Sarai desolada escribiendo... Todo parece indicar que es culpable,
el hecho de ser una escritora la compromete más, es la prueba más
contundente, su modo de vida ha sido sospechoso una vez que hizo
la elección.
La noticia salió en los diarios, en la televisión, ella misma se
entregó, no tem'a nada que temer pues nada debía, esto era lo justo
pero solamente era un pensamiento y Justamente el de ella, la
realidad era otra: Juzgada y condenada, ahora Sarai es otra pri sionera
política más, la violencia lo ha impregnado todo.

Odette, esa tarde había sacado de la biblioteca Heliópolis de


Junger, Ada o el ardor de Navokov, una antología de px)etas in-
gleses y un libro de ensayos de Rafael Gutiérrez Girardot, le había
comprado rosas, uvas pasas, fresas, pero era cruel sentirla así.
Sarai, hace algunos días ebria y libre, nada parecía confabularse
conü-a ella.

101
Mis deseos y mis razones me obligan a creer fielmente en ella, y
ella sabrá responder no por lo que la acusan sino por lo que piensa,
por la profundidad de este conflicto, por lo que cree, por su
convicción, por sus ideas, por los dictados de su conciencia... Sarai
no ha sido desaparecida, ni está muerta, pero en otras palabras ha
sido condenada al destierro -piensa Odette sintiéndose muy inquieta.

Odette llegó hasta una puerta grande de rejas grises, entregó su


documento en la portería y con sorpresa por la facilidad, atravesó
el umbral, y llegó hasta el lugar donde se encontraba Sarai, se
abrazaron largamente, le entregó las frutas y los libros, y una
sonrisa amplia de alegría se dibujó en el rostro de las dos mujeres.
Ambas se sentaron, Sarai estaba un poco pálida, el pelo lo llevaba
recogido hacia atrás y le resaltaban unos pendientes blancos y
largos.
-Aquí está el tiempo que se empeña en obtener una historia, el
siniestro archivo de la historia y cada historia repta; es un pájaro
engañoso. Aquí la música parece descender como un demonio
ebrio, y el reloj del tiempo oscila entre la pérdida y la ovación; han
de volver los pueblos andando lo desandado, y se ha de pronunciar
de nuevo las palabras que cierran y abren este inmenso caos-.
Odette, le tem'a la mano entre la suya, como queriendo darle su
misma libertad, le sonreía con una sonrisa firme y serena, de todas
maneras en una cárcel le quedaba a Sarai todo el tiempo para leer
y escribir, cosas para las cuales ella vivía... pero estas cuatro pare-
des, ¿acaso lo eran todo?
-Día a día, la textura sórdida va extendiendo su materia alucinada
y dura, día a día lo impenetrable se acrecienta... la pesadilla se le-
vanta como una guerra entre dos bestias. Silencioso centro donde
lo perdido se esconde aún con más sigilo, espiral que repta y nunca
se detiene-. Sarai hablaba con una voz tan suave y baja, sólo como
para que la escuchara su amiga, -esto lo he escrito en estas noches.
-Simulación del movimiento como en ondas largas y livianas, la
cámara de tortura y el testigo que hace ürampa, la cámara secreta
que inventa un testimonio.

102
Odetie la escuchaba detenidaniente, pero guardaba silencio.
Observaba el pequeño jardín interior, los corredores, las celdas,
todo, hasta donde su vista le alcanzaba, era la primera vez que
visitaba una cárcel y realmente se la imaginaba peor, lógicamente
ella lo veía así, porque cuando lo quisiera saldría pcu la misma
puerta px^r donde había entrado, otra cosa era el sentir de vSarai, para
ella debía ser como si una gran bestia la embistiera a cada instante
y a cada instante la pateara.

Sara] siguió como diciendo de memoria lo que había evScrito; por


momentos parecía desespxírada, aunque su voz sonaba en calma:
“como un acto de fe, el tiempo impasible se desangra y entre tanto
espejo y laberinto, entre la luz que se proyecta, el universo tienta
la conciencia, los nacimientos se inclinan sin edad, pxírdidos como
la edad de los muertos. Hace casi un mes no escribo en máquina
y es un mes donde han transcurrido milenios de lunas; Dios ha
descuidado mi jardín, no encuentro el camino hacia la Vía Láctea.
Nunca es tarde para recoger la cosecha. Nada, ni la imagen de Dios
sobre la tierra, ni tierra prometida, ni el impulso de guerra en el
guerrero.

Odette pronunció la palabra bellísimo, para expresar su sentir


frente al poema, como con cierta sorpresa, mirándola con
delicadeza; de vez en cuando bajaba la mirada y la clavaba un
instante sobre el suelo, pxíro no decía nada más, era mejor que Sarai
expulsara los espíritus que la poseían.

Nada, ni la voz que llama desde su agujero, ni la tijera que se


desliza px>r el hilo imperceptible del crepúsculo, ni la cuchilla que
corta eternamente el infinito y la garganta de los que creen y
quieren ver reflejados sus rostros en la sangre. Nada, ni las voces
que resuenan en la nada. Nadie recogiendo la cosecha, ni el arma
despedazando el corazón de la víctima elegida, ni los pasos de
culpa que surgen del vacío, ni la corriente que provoca la descarga

103
de Dios sobre el cerebro, ni la orden de exilio permanente, ni la
libre puerta para la huidiza piel de los anfibios, ni el rito del crimen
lavándose las manos en las aguas de la noche, ni el día primero de
la luz extinguiéndose en la luz. Entonces resurge la conciencia, la
historia que derrama sangre, la historia dibujada por el barro.
Yo soy Caín, el que vuelve para hacerse hombre, yo soy el hombre,
el que ataca con traición, el que ataca sin piedad. Sarai la mira
fijamente y le entrega un papel con un poema, que Odette lee en
voz baja como una despedida:

“En cada dedo estallaron motines


Eórmulas para la fabricación de bombas y panfletos.
Nievan planes y los tejados son de humo y el baile
comenzó. El lavandero negro de Rimbaud atento al
zumbido temporal de la tierra.
Llegan extranjeros de párpados hinchados
en cajones fluviales, atravesando el Pacífico
Campo de distribución 23, lección 1; montaña
pálida y palpitante,
esponjas, bandas arrastradas por motores
caballos, hombres y perros.
-La mirada altiva en la cocina de los titanes”.

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Ahora sin Annie, y Sarai impregnada del frío de una cárcel, el
horror le descendía visceral mente para confundirla y horrorizarla
más.
Odette no había hecho más que fumar y fumar; aprovechó ese
momento de espera y melancolía y empezó a escribir, a continuar
su necesaria novela, un diálogo entre sus dos px^rsonajes, porque
en su novela sólo habían dos p>ersonas. Adalejandra y Betelgeuse...
Betelgeusecomoun animal solitario del bosque: águila y topo; Be-
telgeuse tan amado por ella misma como por Adalejandra. En su
novela, Odette dibuja un mapa, le hace caminos y trazos misterio-
sos y sobre esos trazos repite, renace y forma zonas de silencios,
de cifrados cantos y funestos presentimientos... Empezar por cons-
truir un escenario con una solitaria cuyo deseo es el de ofrendar su
muerte... Ella, Adalejandra, devorándose en su obsesión por ha-
blar con voz de animal en peligro de cacería... imaginando el amor
como una presencia que la desangra y la delira. Todo superpuesto,
subyugando y enervando, teniendo y sumergiendo en un vértigo
profundo... Odette hace que Adalejandra se retire solitaria y mire
impasible a su alrededor como una sonámbula; la mantiene ebria
y desolada, tan ebria y desolada como ella, que utiliza un lenguaje
peligroso como una torre elevada donde los fascinados pí)r el
silencio y los espacios cifrados se arrojan con la libertad del que
sabe.

105
Hila trasmuta su literatura en realidad y 1 a vi ve perdida y evanescente
para el resto que también es literatura. Ella p>ervierte la palabra y
hace que Adalejandra arremeta, se distancie y aniquile su propio
cuerpo, deshaga su rostro e invente formas que atestigüen su
antigua, única y eterna ceremonia: su fiesta oscura y solitaria, su
fiesta verdadera. Ella, Odette, advierte y utiliza la palabra, aunque
a través de ella se vea a sí misma .como una loca, como una
llagada... Ella le ofrece a Adalejandra la rebeldía, el juego de estar
enamorada, el juego de decir, hacer y sentir como mujer... ella
fabrica en su novela un laboratorio con sus deseos mutilados, con
cuerpo delirante, con sus pensamientos extraviados. Ella hace que
Adalejandra se fuge, se mezcle sin afuera y sin adentro. Inventa un
cuerpo deseado, provoca la náusea y calma su sed con repulsión y
asco como quien retiene el dolor para sobrevivir.
Odette se siente vencida por el lenguaje y se pierde en su delirante
extensión creando agujeros negros y negros sortilegios para recrear
el último e interminable poema: su muerte que le habla de su
cuerpo y de la ausencia del cuerpo amado.
Ella se introduce voluntariamente el cuchillo dentro de la herida y
vuela hacia lo terrible y fragmentado y descubre la carta desconocida
que le revelan sus voces, sus metamorfosis, sus obsesivos sueños,
sueños de destrucción y reconstrucción, pK)rque el arte es un hijo
maldito y desesperado, una paria, uno que hace y deshace la figura
y apariencia de este mundo, como solo los poetas y los santos; uno
que juega a quien pierde gana... Odette mira intensamente sin
mirar con fijeza los múltiples caminos que ha trazado su escritura.
Esos instantes de sombra y de silencio donde el tiempo se da prisa
para mirar sin conjeturas la palabra que se riega en el camino... El
corazón tiene la palpitación acelerada e inmóvil de la muerte... la
fisura se contrae, la herida permanece abierta y el suicidio es un
intento de permanecer siempre en las tinieblas luminosas de lo
eterno y lo infinito, en el frío gratificante y la estación generosa
más allá del tiempo y el espacio...
El amor es el muro que Adalejandra escala con desesperación, el

106
lenguaje es el muro que Odelle escala igualmente, tejiendo una
telaraña oscura y pegajosa como un barco negro abandonado en
medio del desierto. Odette inventa salidas, la salida que le permite
entrar en su música infernal, en su esfera de aullidos y sonidos que
la persiguen, que la iluminan. Su escritura es un derrame, una
hemorragia de sangre, y desde esa necesidad de escribir surge la
necesidad de libertad.

-“Ahora me reafirmo, pero sé que luego como un clown salto en


esta rayuela sin atinar mi sitio... Recojo pedazos de luna, p>edazos
de bosque, alas y escamas, pieles y garras y siento como si
atravesara el vértigo.
-¿Qué buscas Adalejandra?
-Una bola de cristal en altamar.
-Para qué?
-Para saber si el mar está en duermevel a o si duerme profu ndamente,
si en él se sumergen las estrellas, si en él los guerreros beben la sal
del agua en sus plateados cascos.
-¿Qué buscas Adalejandra?
-La luz que rasga el canto de los vientos cuando cantan para
encontrar a los dioses; la luz que irrumpe baja y cálida en el país
de los bosques que ahora atraviesa mi amado Betelgeuse.
-¿Qué buscas Adalejandra?
-Busco la mirada de Betelgeuse que perdida no atina a detenerse
en mi pupila. La peregrinación en mi cuerpo cuando retorna él.
-¿Qué buscas Adalejandra?
-Busco a Adalejandra que sonámbula busca a Betelgeuse; me
busco a mí misma, dispersa y etérea como los recuerdos que tengo
de mí misma.
-¿Quién es Betelgeuse?
-Esta piedra que estrecho como si fuera el viento, pxíro no es el
viento, es la raíz que sueña bajo la tierra, es el sonido que escucho
como si escuchara a Dios, pero no existe ningún sonido, es la carne
silenciosa en medio del deseo, es la provocación de la lujuria y el

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impulso hacia la cruel y dulce posesión; no es la lujuria, es el
cuerpo dormido que inútil intento despertar, es lo que siempre
guardo conmigo y que nunca poseeré. Desheredada, ha perdido
toda significación el amor. He sido duramente tocada en lo más
delirante de mi ebriedad. No sé ir más allá... Juego puro, simulacro.
Los muros no me detienen, me acongojan, arco de fuego que arde
en mi penumbra. Lentamente recorro mi sueño que se configura
aleatoriamente en mi habitación: ‘Camino por el medio de un
bosque... claridad de luna bañando el contorno, lluvia de luz que
gotea sobre el verde intenso, diviso una hoguera, las llamas
resplandecen en las siluetas de los que alrededor de ella se
encuentran. Fijo mi mirada en el fuego que va formando una
ciudad con columnas, almenares, terrazas de cobre y oro... Alrededor
de la ciudad-fuego, observo al indio, sé que es él, que está allí. Hay
cuatro o cinco personas, dos están de pie, los otros sentados con las
piernas dobladas, todos son indios, todos ríen. En esa sutil algarabía,
broma dichosa, nadie habla... no es necesario; generoso silencio.
Allí está Juan Matus, y estoy segura, que debe ser alguno de los dos
que están de pie... trato de mirarlo de frente, nos miramos y
sonreismos, sonreímos y nos reímos... el fuego nos separa del resto
del mundo, brillan más los cuerpos a través de él, todos visten de
blanco, miradas y risas, proximidad de una intensidad irradiante...
Estoy en camino, estoy en camino, noche del nagual’.
Adalejandra pronunciaba todas estas palabras frente al espejo...
algo así como un impulso súbito y absurdo; hablar sin detenerse
frente a ese espejo donde se mezclaban su imagen, su reflejo y sus
voces.
-Huelo a perfume y sudor, he comido carne y he bebido demasiado
vino. Me detendré en el rojizo color de la noche y aquí aguardaré
avanzando como un cangrejo o mutando como una oruga; nadie
suavizará la muerte... aguardaré con el fiel silencio. Como el
pájaro más solo que viaja hacia lo solo. Tu vendrás alguna noche,
la luna divisará un jinete que deja atrás el país de los bosques y
surgirá en el fondo de mí, de nuevo el deseo que necesitará

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pronunciar un grito, un aullido, un graznar... todo metálico y frío
aire azulado, y tú lejano, nuevamente encontrado y de nuevo
perdido.
Adalejandra en una súbita reflexión, se apartó del espejo y se
sumió en un silencio largo”.
Odette, leyó en silencio lo que había escrito y dejó de escribir,
parecía feliz; sacó una cerveza de la nevera y encendió un cigarrillo,
marcó un número telefónico, habló largo rato con Horacio, a quien
invitó a venir a su apartamento.
-Quiero un final feliz para mi novela, o más bien, que no parezca
un final, -comenta Odette.
-Me parece bien, habría que leerlo, dijo Horacio, colocando su
cerveza sobre la mesa, pxíro repito, deberías decidirte a publicarla.
He seguido tu novela con ojos de tigre agudizado y creo que
deberías darla a conocer.
-Mi abuela no toleraba los consejos -dijo Odette con una sonrisa
burlona.
-El ministro de cultura no soporta una tarde literaria, respondió
Horacio, también sonriendo.
-¿Por qué no colocas un poco de música?
-Cuando se vive en función de la literatura, los sentimientos se
subliman, dice Horacio, encendiendo el magnetófono y colocando
la canción Going to Chicago, -se es capaz de estar dormido y velar
el sueño, llevar el teatro al límite, teatro de la crueldad y la
desesperación. Impasible; pero el lenguaje mismo es el límite y
hay que sobrevolarlo.
-A veces estoy sentada pensando en la siguiente frase para la
novela, y de pronto cojo las tijeras que permanecen en el primer
cajón de mi escritorio, y me dan muchas ganas de raparme el pelo,
pero luego desecho la idea, aunque temo que llegue una vez que ya
no pueda contenerme y termine rapada o cortada, así me pasa en
la escritura, siento perder sangre, siento que me succionan, que me
beben, me siento inerme, inerte e invadida y al mismo tiempo
sobrevivo ]X)r ella, por la escritura.

109
-Acuérdate -dice Horacio- que el miedo es una de las fuerzas más
grandes en la vida de un guerrero, hay que tratar de que el miedo
no se convierta en una barrera... más bien en un impulso... una
pulsión.
-¿Sabes que en mi novela no pasa nada? Siempre me pregunto
¿qué está pasando? Porque allí dejo hablar a los vientos, a las
nubes, a la luz del día, la oscuridad del bosque, la luz lunar, los
manantiales subterráneos, a la mujer enamorada, al hombre
solitario; son continuos afectos, pura intensidad, inmovilidad.
Aunque todos los días siento al mundo, también todos los días
deseo huirlo, como una espiral inacabable.
-Sí; uno en esta novela se pregunta: “que está pasando?” El
misterio es hacer que ascienda o que descienda... precipitar o
elevar. Se pueden ocupar muchas páginas hablando solo del deseo
de ahogar en música a la mitad del mundo, se pueden ocupar mil
hojas en la descripción de una tempestad en alta mar, miles de
hojas descifrando los pensamientos de un pederasta mirando a
través de una ventana; lo importante es la intensidad del movimiento,
emerger o sumergir; alto vuelo, o profundo abismo y agujero; es
el estilo, el modo de cifrar, descifrar o iluminar- Odette, continúa
en silencio, dispuesta a escuchar el monólogo de Horacio.
-En tu novela, tratas de establecer un presente continuo, sin
determinar espacios concretos que se alimentan de palabras
pasadas, palabras de siempre, figuras continuas, figuras futuras.
Que se conecten un afuera histórico o ahistórico, eso poco im-
porta, lo cósmico del acontecimiento, el amor, la risa, la soledad,
el dolor, la misma palabra, domina y se impone sobre la escena
familiar y doméstica, y no es que estos acontecimientos dejen de
pasar por la intimidad de las personas, es que precisamente se
exteriorizan, se desbordan y producen un afuera con la escritura,
como en los poemas de Sarai, se trata de mantener la experiencia
poética dentro y fuera del texto.
En tu novela no hay la diacrom'a de un nudo, ni la sincrom'a y el
conflicto de una intriga, existen múltiples movimientos a través de

lio
una quietud; idea y acción como en una inmovilidad nómada.
Odetie, coloca otra cinta que contiene una selección de Jazz
interpretada por mujeres vocalistas.

-Ascensos y descensos -continúa Horacio- fluxión y fuga,


aproximación y alejamiento... movimientos continuos e
imperceptibles. El verbo es contemplación y es pasión, pero tiene
un movimiento lo suficientemente veloz como para ser captado
por nuestra mirada, entonces conectamos el oído y el pensamiento
resplandece, como si en ese soplo se nos revelara la idea, es cuando
el movimiento se produce; intuición y elección, elección e intento,
intención e inserto. Insuflarle aliento a la palabra; hacer que en esa
solitaria extensión del desierto nos abracen sus dos astros. En tu
novela están los comienzos de todos los devenires, devenir niña,
devenir brujo, devenir mujer, devenir animal.
-¿Acaso, todo no es un maravilloso juego del deseo y seducción?
Se ama la belleza aunque nazca del caos. Escribir es mi causa.
Desde que me levanto hasta que me acuesto, es el devenir de mi
rutina, en todo lo que miro, en todo lo que escucho, en lo que toco,
en lo que me roza, en lo que hablo, en lo que me hablan, trato de
buscar, de encontrar, recoger y seleccionar ideas, robar y retener
lo que siento que me sirve para mi escritura, como un reciclaje, mi
diario acontecer lo provoca y es provocado por todo aquello que
va a desembocar a mi escritura -dice Odette. Horacio, hace otra
pausa y bebe con mucha sed otra cerveza, luego hablan de lo caro
que está el vino y la leche, y los libros; del hijo de Annie, de los
desaparecidos ... ¿y el botín de esta guerra fría y sucia?... No
nombran a Sarai, sólo la sienten; libros, música, uvas pasas,
ciruelas, fresas, flores, todo, todo lo bello para ella, menos la
libertad... pero la libertad está dentro de ella, obligándola a mirar
de frente con mucha intensidad.

Odette sigue ese flujo de líneas, esa línea de fuga y la palabra surge
intempestiva como el agua cuando se destapa un agujero. Conjuros,

111
invocaciones, lo demónico y lo angélico... entramado de
marionetas... La armonía del espíritu acompañada del peso de lo
terrible. Extraño escalofrío que produce al cántaro vacío, cifras
que se inscriben sobre la piel de las tinieblas, la vida misma:
espasmódica y eterna, tan cercana, tan lejana, levemente
encontrada... no vivida a fondo, terrible en sus abismos de infinita
repetición...
“Annie, vuela hasta aquí; recuerdo tu música ensangrentada
paseándose por los corredores como un insecto moribundo. Annie,
vuela aquí. ¿A quién tengo que invocar, a quién le pido de nuevo
tu presencia? Son ángeles encorvados los que toman tu forma en
el Jardín; tu bebiste sobria la copa que contenía la cicuta. Te miro
en la noche del incesante insomnio. Tu lanzas el dardo que arde
entre la alianza de los siglos.
Sarai, tu voz líquida como el agua se riega libre, torrente arriba,
torrente abajo, tú te levantas como se levanta una tribu en búsqueda
del agua, como se levanta una horda en búsqueda del fuego, tú
tienes el secreto de todos, tú sientes el secreto cósmico, tú revelas
y arrastras... la más dulce entre las mujeres monta una máquina y
sella un oculto pacto; traición y desaliento, seducción y vértigo.
Lot, son los borrachos los que sientan el dolor en sus rodillas...
Déjame reposar en ellas. Eres la luna y eres el mercenario, eres la
guerra y el botín de guerra... Inconmensurable sigues la ruta de las
cigarras... tenemos un secreto, todo el mundo sabe que se tiene un
secreto, todo el mundo goza con esta insinuación. Tú me has
señalado el lugar; no me has desposado, ni me has penetrado, pxíro
tu voz ha llegado precisa al ojo telúrico del que habla Juan Matus
y poseemos todas las mujeres... Tú no corres a apagar el fuego, tú
lo provocas y estallas en un borbotón de risa, aunque el dolor
recorra tu rostro como un aletazo solitario y certero”.
Odette, escribe como desesperada, escribe altamente sobria
atravesando los impulsos primarios, el vértigo, el flujo y el acecho,
enredada en los hilos de la muerte, escribe; como amamantando la
noche escribe. Con ella está la temblorosa lámpara, el barro del

112
cual están hechos los recuerdos y los sueños. -Líbrame señor del
peligroso íncubo, la yegua de la noche, la puerta de marfil, del
laberinto y la tijera, de umbrales y desfiladeros; déjame encontrar
estos caminos y saberlos caminar y saberlos dominar con
impecabilidad y desapego.
Odette mezclaba y preparaba esta mezcla, primero el lenguaje
mismo, los misterios, los secretos, los afectos, todos estos materiales
en una sola vasija, todo con el mismo fuego... la larga preparación
continuaba en ese laboratorio déla alqui mia y de la escritura, la voz
del apacible ángel le revela la voz de la salvaje horda y como líneas
flotantes, las entrecruza, las entreteje, les imprime velocidad, les
fabrica confusión, las puebla de intensidades, produce un destello,
y el cuerpo aterrado palpa lo más profundo de las cosas y lo más
profundo está allí tan inmensamente próximo.
- “Rhoda, piel de corderito, vampiro y hechicera, liebre sagaz y
adormilada, pájaro desconectado... le descubres tus senos a la luna
cada noche y te ríes de ese juego terrible e inocente... invocas a la
luna muerta y le ofreces gotas de tu saliva, de tu sangre y tu sudor;
tu carácter ermitaño en tu cuerpo de hermosa peregrina, lo cuidas
y preservas como a un mito. Tus flores rugen y blasfeman, en tu
vientre se posan salamandras, y sus voces son el gruñir, el ladrar
y los chillidos de un enorme perro, mientras sueñas con las flores
azuladas de los heliotropos y se impregna tu piel del olor a azufre
del viento de esas otras regiones donde persistes en llegar. Tu
jardín no está iluminado y esas frías vibraciones y esas visiones y
el ácido de tu fiebre y esa antigua aristocracia y esa hermosa
multitud que se asoma en tu mirada hace de ti como un espíritu de
cuerpos... tus párpados se vuelven cada vez más pesados y te
sentimos como envuelta en una niebla. Extraes tus recuerdos de
muchas épocas y espacios; tu ceremonia es pura, tu sacrificio
propicio. Sumida en tu tiempo acelerado, no sabemos si estás
roñando o cerciorándote de esta realidad.
Horacio, como un viejo cóndor sobrevolando las mil leguas de
fuego; he aquí el apacible y cruel niño, naciendo del sueño

113
apocalíptico de un reptil. Nadie supo de ti como Tiresias. Sueño
abierto por donde introduce sus deseos en sus noches de metálico
sonido. Tú guardas silencio pero imprimes con fuerza tus afectos,
fabricando desviaciones, desbordamientos. Haces vibrarla palabra
convulsivamente, guardas la belleza y coleccionas cada sorpresa,
como esa tarde que óQSCubúsiQ Ada o el ardor y SQ cubrió tu noche
de v.a.a.v.a.a.r.
David, Dios es mi amante, tu también eres mi amante. Giré en
espiral hasta encontrar tu nombre, un nombre de aparente
movimiento, sin significación alguna, significando lo que nunca
se desci fra... ¿Qué quieres poseer, qué quieres destruir, qué espacios
quieres habitar? Tu pupila parpadea, te escapas por el túnel más
oscuro pero temes enormemente a la oscuridad y sé que buscas en
mi escritura raíces que se trasmuten en la luz para tu guía... pero
te niegas a ti mismo el gesto que refleja tu propio rostro en el
espejo...
Tu sueño no tuvo boca, pero escuché su grito.
David, como en el poema de Keats:

“... Se ha dicho, querido George, y como verdad lo sostengo,


(porque caballerosamente Spencer se lo dijo a Libertas)
que cuando un poeta está en tal trance, ve en el aire
blancos corceles piafando y dando cabriolas...
y lo que nosotros, ignorantemente llamamos franjas de luz,
es la ligera obertura de su ancho portal.
Veo la alondra bajando hacia su nido
y las gaviotas de anchas alas que nunca reposan;
porque cuando no extiende libres sus plumas
su pecho danza en el inquieto mar,
ahora dirijo mi vista hacia el Oeste
que en este momento está bañado por los rayos del sol:
¿Por qué volverse hacia el Oeste? ¡Fue para decir adiós!
¡fue para besar mi mano, querido George,
y soplar el beso hacia ti!...

114
Para besar mi mano, y soplar el beso hacia ti... todos los días, todos
los días, mi amado... David.
Altares y piedras, ficciones efímeras... Hora de plenitud... ¿Qué
haría sin el camino hacia tu casa?
-Aquí están lodos mis amigos, ellos me dan velocidad... y yo,
Odette, ¿a nombre de qué escribo?

115
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Rhoda había visto desprenderse un lucero y allí tendida sobre la
arena gris, donde de vez en cuando los cocuyos, ofrecían de sus
cuerpos un dulce y pequeño resplandor, pidió un deseo mientras
esa raya delgada verde-azul que advertía un horizonte, se iba
oscureciendo y escapando cada vez más de su mirada. La noche
entonces se posó una vez más sobre el cuerpo brillante y desnudo
del mar; gota infinita de agua donde destellan cristales de luz y
sobre esa luz se reflejan las aves nocturnas que surgen en el
firmamento cruzando veloces la ya decidida ruta.
-Desde aquí, desde este mar, le escribiré a Odette, quien también
mira el mar, el mar de la escritura, del recuerdo, el mar de la ciudad.
Una carta como un puente sólido y con cuerpo. Pero ¿cómo
describirle la señal alegre del caracol y del cangrejo, y el ardor que
me produce el frío de los vientos al atravesar las ondas que se
elevan y deprimen, reverberan y configuran formas, figuras amorfas
y aleatorias? y que termino pareciéndome a un iceberg, solitaria y
fría y silenciosa, adivinando pequeñas luces cósmicas que destellan
en la mirada de la noche. Pero para qué entender, para qué intentar
siquiera entender...
Un graznido la hizo retornar y volvió su mirada ai libro doblado
boca abajo sobre la arena -ahora leo a Hofmannsthal y he subrayado
la siguiente frase: “una rata aparece muerta en el zaguán de mi casa

117
y todo el zaguán es la rata”. Cómo decirle a Odette de esta neblina
que se me brinda como un insondable paisaje... Hago un rodeo,
cierro los ojos y dejo que se precipiten como dementes las
palabras.
Rhoda casi nunca acostumbraba escribir cartas, era la imposibil idad
de comunicarse, pero esta vez sintió el impulso limpio de hacerlo,
aunque su carta no contara nada... De qué manera nombrar lo que
no se puede comunicar... Ella a quien sólo su sombra la delata en
el mundo de los vivos, se preguntaba cómo comenzar una carta,
ante la mirada impasible e inconmesurable de estas aguas.

118
Este libro se terminó de imprimir en los
talleres gráficos de la Universidad del
Valle, en el mes de enero de 1994. El
texto fue levantado en tipos Times 11
puntos, respectivamente; con un
interlineado 11/14.

Orietta Lozano
Luminar
ISBN: 958-9047-89-0
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Siete Ensayos de Interpretación
de la Realidad Peruana
José Carlos Mariátegui
Pensamiento Axiológico
Risieri Frondizi
Cuando la esaitura no es ofidal ni establecida, traza
lineas de fuga que no son ni metafóricas ni simbólicas,
lineas torbellinosas en las que forzosamente somos em-
barcados al inmiscuimos, al leerlas: nos arrastra en una
deriva que nos compromete con ellas. La letra forma un
plano, cuerpo sin órganos.
Una escritura así, una escritura molecular, advenimiento
y devenir, se encuentra obligatoriamente con minorías.
Hay un devenir mujer en la esaitura que nos confunde
con esaibir como mujer. Eso, muy pocas mujeres lo
togran, ya que por lo general están acostumbradas a
escribir como mujeres, en fundón del porvenir de la mujer
o de su prehistoria.
Orietta Lozano se prohibe hablar “como una mujer” para
captar en su escritura “la otra cosa" de un devenir. Devenir
sol, devenir molécula de alcohol, devenir vampiro, devenir
otra raza, devenir niña.
Esaitura de resistencia, novela trinchera, que escapa al
“control de las palabras” como dice Burroughs, imprimiérv
doie una nueva vebddad, trayéndonos una nueva canti-
nela. Linea curva, ritornelo extraído de las palabras mis-
mas que se abren y empiezan a brotar, a proliferar, a
contagiar: libro-cuerpo, libroagendamiento, libro molecular,
novela Rizoma que traza nuevas direccbnes y nuevas
dimensiones.

Gerardo Ramírez

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