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Luvina 98 IMAGO
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Luvina
Directora: Silvia Eugenia Castillero < scastillero@luvina.com.mx >
Editor: José Israel Carranza < jicarranza@luvina.com.mx >
Coeditor: Víctor Ortiz Partida < vortiz@luvina.com.mx >
Corrección: Sofía Rodríguez Benítez < srodriguez@luvina.com.mx >
Administración: Griselda Olmedo Torres < golmedo@luvina.com.mx >
Diseño y dirección de arte: Peggy Espinosa
Viñetas: Jimmar Vásquez
Consejo editorial: Luis Armenta Malpica, Jorge Esquinca, Verónica Grossi, Josu Landa,
Baudelio Lara, Ernesto Lumbreras, Ángel Ortuño, Antonio Ortuño, León Plascencia Ñol,
Laura Solórzano, Sergio Téllez-Pon, Jorge Zepeda Patterson.
Consejo consultivo: José Balza, Adolfo Castañón, Gonzalo Celorio, Eduardo Chirinos†,
Luis Cortés Bargalló, Antonio Deltoro, François-Michel Durazzo, José María Espinasa,
Francisco Payó González, Hugo Gutiérrez Vega†, José Homero, Christina Lembrecht,
Tedi López Mills, Luis Medina Gutiérrez, Jaime Moreno Villarreal, José Miguel Oviedo†,
Luis Panini, Felipe Ponce, Vicente Quirarte, Jesús Rábago, Patricia Torres San Martín,
Julio Trujillo, Minerva Margarita Villarreal†, Carmen Villoro, Miguel Ángel Zapata.
Luvina, año 24, no. 98, primavera de 2020, es una publicación trimestral editada por la Universidad de Guadalajara, a través
de la Secretaría de Vinculación y Difusión Cultural del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño. Periférico Norte
Manuel Gómez Morín núm. 1695, colonia Belenes, cp 45100, piso 6, Zapopan, Jalisco, México. Teléfono: 3044-4050.
www.luvina.com.mx, scastillero@luvina.com.mx. Editor responsable: Silvia Eugenia Castillero. Reserva de Derechos al
Uso Exclusivo: 04-2006-112713455400-102. ISSN 1665-1340, otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor,
Licitud de título 10984, Licitud de Contenido 7630, ambos otorgados por la Comisión Calificadora de Publicaciones y
Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por Pandora Impresores, sa de cv, Caña 3657, col. La Nogalera,
Guadalajara, Jalisco, cp 46170. Este número se terminó de imprimir el 15 de marzo de 2020 con un tiraje de 1,300 ejemplares.
Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación.
Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa
autorización de la Universidad de Guadalajara.
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Desde la antigüedad se ha discutido el problema de si las imágenes que
guardamos en nuestra memoria son sólo ráfagas de un tiempo pasado
que vuelve, como lo aseguró Bergson, a nuestra psique como
reminiscencia unida a la percepción, o —como lo quería Sartre— que
la imagen es una forma de conciencia y por tanto es trascendente y
espontánea. O, a la luz del psicoanálisis, la propuesta de Jung de que todo
pensamiento reposa sobre imágenes generales llamadas arquetipos.
El caso es que la imagen nunca es un signo arbitrario y surge de una
motivación intrínseca, pues posee una correspondencia entre el significado
y su sentido, y la inteligencia humana la somete a un dinamismo que la
organiza, logrando así su representación.
El gran salto de lo primitivo al desarrollo del lenguaje es justamente
la expresión centrada en las percepciones de las cosas; es la conquista del
mundo simbólico, a través del cual se llega a concebir la universalidad
dentro del lenguaje; su estructuración simbólica como raíz de todo
pensamiento.
Gracias a ello, Bachelard define la imaginación como la facultad de
deformar las imágenes suministradas por la percepción y, sobre todo, de
librarnos de las imágenes primeras, de cambiar las imágenes. Es esta gran
semántica del imaginario la que permite su capacidad de metáfora, su
despliegue para unir realidades distantes.
La imagen nos permite mirar algo desconocido, o como lo dice Calasso,
sumergir el mundo en una claridad difusa. Los creadores, entonces,
parecen ser encantadores de las cosas, esas cosas abandonadas a sí mismas
y reajustadas bajo el ojo del artista. Todo artista, sin embargo, se apropia
de tal modo de sus imágenes que las vuelve cuerpo y tiempo y les confiere
ese don de la materia artística, el de repetirse para ser siempre otras.
Luvina 98 propone una lectura desde el mundo de imágenes nuevas
creadas por los escritores convocados. Imágenes que originan mundos
diferentes, realidades que existen en las honduras de la vida continua y
cotidiana.
Por otra parte, en este número rendimos homenaje póstumo —no sin
declarar nuestra pesadumbre— a tres grandes del arte latinoamericano:
el crítico José Miguel Oviedo, la poeta Minerva Margarita Villarreal y el
pintor Francisco Toledo, amigos y colaboradores de Luvina l
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Índice
9 * Tres acercamientos l
Adriana Díaz Enciso (Guadalajara, 1964). En 2018 publicó la novela Ciudad doliente de
Dios (Alfaguara).
14 * Poemas l
Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, 1986). Por su libro El reino de lo no lineal acaba de
obtener el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2020.
19 * Poemas l
Eduardo Rezzano (La Plata, 1968). Entre sus últimos títulos publicados está Paraíso
(Malisia, 2018).
23 * Pequeña tragedia griega l
Atenea Cruz (Durango, 1984). En 2019 apareció su libro de cuentos Corazones negros
(An.alfa.beta).
30 * Poemas l
Ana Belén López (Culiacán, 1961). Es autora, entre otros poemarios, de Retrato hablado
(Andraval Ediciones, 2013).
34 * Poemas l
Claudia Masin (Resistencia, Argentina, 1972). En 2019 se editó en México su antología
personal La materia sensible (unam). Estos poemas pertenecen al libro El cuerpo.
38 * El manuscrito de Sabas l
Juan Fernando Merino (Cali, 1954). Su libro mas reciente es Los mares de la luna
(Planeta, 2019).
47 * Del candor y las sombras l
Mercedes Roffé (Buenos Aires, 1954). En 2016 apareció su poemario más reciente,
Diario ínfimo (La Isla de Siltolá).
51 * Poemas l
Sudeep Sen (Nueva Delhi, 1964). Uno de sus últimos títulos es Blue Nude: New
Poems, Ekphrasis, Anthropocene (2019).
55 * Yo, la desconocida l
Julieta García (Ciudad de México, 1970). Cuando escuches el trueno (Penguin Random
House, 2017) es una de sus más recientes publicaciones.
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4
59 * Poemas l
Luis Eduardo García (Guadalajara, 1984). Su libro más reciente es Dhigavostov (Luzzeta, 2018).
62 * Poemas l
Tadeus Argüello (Querétaro, 1983). Teorema de Medusa (Calygramma, 2015) es uno
de sus últimos libros.
68 * Viaje con tutú l
Juan Bautista Durán (Barcelona, 1985). Es autor, entre otros libros, de Convivir con el
genio (Comba, 2014).
75 * Corazón de hielo: glaciar Perito Moreno l
Fotografías: Priscilla Hernández; octavas: César Arístides (Ciudad de México,
1967). Thomas Bernhard despierta en su tumba sin nombre es uno de sus libros más
recientes (unam, 2013).
83 * Poemas l
Alberto Spiller (Schio, Italia, 1977). Algunos de sus artículos y entrevistas forman
parte del libro Conversaciones con la cultura (Universidad de Guadalajara, 2014).
86 * Poemas l
Rodrigo López Romero (Ciudad de México, 1992). Su libro más reciente es Chroma: color,
estética y escritura (Universidad Autónoma del Estado de México, 2019).
88 * Poemas l
Patricio Grinberg (Buenos Aires, 1970). Su libro más reciente es Sea Monkeys
(Ediciones Liliputienses, 2014).
92 * Reporte forense l
Juan Fernando Covarrubias (Guadalajara, 1980). Obtuvo el Premio Nacional de
Cuento Agustín Yáñez 2014 por su libro O Cirilo tal vez regresó.
95 * Poemas l
Valeria Tentoni (Bahía Blanca, 1985). Su libro más reciente es Furia diamante (Leteo,
2019).
97 * Poemas l
Medha Singh (Nueva Delhi). Su primer libro de poemas se titula Ecdysis, y fue publicado
por Poetrywala en 2017.
101 * Dios padre l
Daniel Centeno (Los Mochis, 1991). Publicó Puerta cerrada en Paraíso Perdido, en
2017.
111 * Oda a Fernando Pessoa l
Ricardo Piva (São Paulo, 1937-2010). En 2011 se publicaron sus obras reunidas bajo el
título Um estrangeiro na legião (Globo).
120 * Poemas l
Carlos Vicente Castro (Guadalajara, 1975). Es autor de Apócrifos + Circo + Un edificio
en construcción (Mantis Editores, 2016).
122 * Poemas l
Stéphane M allarmé (París, 1842-Fontainebleu, 1898). Un coup de dés jamais
n’abolira le hasard, su obra más emblemática, apareció en 1897.
126 * Los lobos [fragmento] l
La película Los Lobos, basada en este guion, ganó, en el Festival Internacional de Cine
de Berlín 2020, el Grand Prix del Jurado Internacional por Mejor Película en la categoría
Generation Kplus, así como el Peace Film Prize, otorgado por un jurado independiente.
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Samuel Isamu Kishi Leopo (Guadalajara, 1984). Con el cortometraje Somos Mari Pepa ganó
el Premio Ariel, el Mayahuel al Mejor Cortometraje Mexicano en el Festival Internacional
de Cine de Guadalajara, el Ojo de Plata en el Festival internacional de Cine de Morelia,
y el Premio a la Mejor Realización Audiovisual en el Festival Latinoamericano de Cine y
Video en Rosario, Argentina.
Luis Briones Macías (León, Guanajuato, 1982). Dirigió el cortometraje A través de los
párpados, que se presentó en los festivales internacionales de Morelia, Guadalajara y
Feratum, entre otros. Su primer largometraje como guionista es Los años azules, coescrito
con Sofía Gómez Córdova.
Sofía Gómez Córdova (Aguascalientes, 1983). Ha sido coguionista del cortometraje Somos
Mari Pepa, de Samuel Kishi Leopo, y coeditora de La hora de la siesta, de Carolina Platt, y
de Retratos de una búsqueda, de Alicia Calderón.
In memoria m † José Miguel Oviedo
150 * Poemas l
Minerva Margarita Villarreal (Montemorelos, 1957-Ciudad de México, 2019). En
2016 obtuvo el Premio de Poesía Aguascalientes por el libro Las maneras del agua (fce, 2016).
157 * Tras la huella de la luz. Minerva Margarita Villarreal (1957-2019) l
José Javier Villarreal (Tecate, 1959). Un cielo muy azul con pocas nubes (Atrasalante,
2019) es su libro de poemas más reciente.
163 * Instantáneas de Minerva Margarita Villarreal l
Ernesto Lumbreras (Ahualulco de Mercado, 1966). Acaba de recibir el Premio
Mazatlán de Literatura por su libro Un acueducto infinitesimal. Ramón López Velarde en la
Ciudad de México 1912-1921 (Calygramma, 2019).
167 * mmv l
Jorge Esquinca (Ciudad de México, 1947). Mínimo bestiario (Casalia, 2019) es uno de sus
últimos títulos publicados.
170 * Vike, una voz que nos habita l
Sofía Magallanes (Ciudad de México, 1979). Es autora del libro A la orilla del poema
(inbal / iced, 2014).
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177 * Lo que somos l
Pedro Serrano (Montreal, 1957). En 2015 apareció su libro Ronda del Mig (Parentalia /
fes Acatlán).
179 * Minerva Margarita Villarreal: una presencia nítida l
Silvia Eugenia Castillero
In memoriam † Francisco Toledo
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7
Arte
John Baldessari l
John Baldessari (Estados Unidos, 1931-2020). Es considerado uno de los grandes
representantes del arte conceptual. Sus rupturas teóricas y prácticas con la tradición y las
normas artísticas no sólo se reflejaron en su trabajo, sino también en su profunda vocación
didáctica, que dejó un importante legado. Aprendiendo a leer con John Baldessari se tituló la
retrospectiva que produjo el Museo Jumex en Ciudad de México, durante 2017 y 2018.
Dolores Garnica (Guadalajara, 1976). Periodista y ensayista independiente. Publicó Un
gris casi verde en la editorial Paraíso Perdido en 2018.
l P Á R A M O l
Cine
l Pasado, presente y futuro del cine peruano l Hugo Hernández Valdivia 213
Libros
l Una autobiografía intelectual de Bárbara Jacobs l José Ramón Ruisánchezs 216
l Salamandras y palomas. Memorias, de Helena Paz Garro l Rogelio Pineda Rojas 220
l Dos colecciones de cuentos l Cecilia Eudave 222
l La depuración de un lenguaje nuevo: versiones del francés de José Luis Rivas l Silvia Eugenia
Castillero 224
Lecturas
l Qué palabra tan honda. Cuatro poetas nacidos en los ochenta l Gustavo Íñiguez 228
Arte
l Después de la casa, un laberinto l Sayuri Sánchez 230
Rizomante
l Sin porqué de la vallisneria l Luis Jorge Aguilera 231
Sigilosos v(u)elos
l Las imágenes son el cuerpo de los sueños l Verónica Grossi 233
Primera lectura
l Mario Heredia en dos líneas paralelas: una verdad relativa y una amistad absoluta l Luis
Armenta Malpica 235
Anacrónicas
l El aleph de Pierre Michon l María Negroni 237
Encrucijada
l ecm , la música y el silencio l Alfredo Sánchez G. 239
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Tres
acercamientos
Adriana Díaz Enciso
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su sombra nítida contra el blanco de las casas encaladas; negro su vuelo como
tinta, gloriosa danza que creo poder tocar, aunque va por los aires y es som-
bra. Despliega el sol su brillo a ras de tierra, luz cegadora que no se puede
mirar de frente, que nos deslumbra al dar vuelta a una esquina, al mirar hacia
un lado para cruzar la calle, y nos desconcierta, volviendo nuestro caminar
un movimiento entre cristales, sin peso, sin sitio en el mundo.
Del autobús en su carrera por la mañana casi vacía, lo más sólido es
la sombra: armazón, ventanas, asientos, cabezas, todo proyectado sobre la
acera y las casas y el zacate, como un juego de niños. Ese autobús, el de la
sombra, no puede andar sino en la alegría. Lo veo por la ventana, yo que
avanzo a su paso. Es más real que nosotros. Se baja en una parada la madre
con su hijo, un niño de no más de cinco años, y lo más tangible de ellos es su
sombra, quebrándose la línea de sus piernas en el borde de la acera.
Luego, durante la espera en un andén, las sombras son largas. Crecen
los pasajeros sin darse cuenta en esas charcas distorsionadas de concentrada
tinta enteramente inmaterial; caen sobre los pedruscos que dan cuerpo a la
vía —una piedra rosada que en esta luz parece transparencia—; son descar-
nadas siluetas de Giacometti.
El aire es frío, como grabado él mismo con buril. Intenso como la luz,
como el sol que ciega, como estas sombras de cortante nitidez, y como el
silencio que lo envuelve todo aunque haya ruido y voces, el aletear de las
palomas. Silencio como otra cosa; como tiempo y figuras suspendidos, una
intensidad de permanencia: imagen.
Lo que veo esta mañana de invierno está contenido en la misma esfera
que la luz de la luna al pie de una cama en El golem, que el vuelo del murcié-
lago y la cabalgata de Harker en Nosferatu.
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aventura entera de la novela en una Praga que no conozco sin, por así decirlo,
esfuerzo de mi parte. Estaba literalmente encantada, presa de un hechizo. Mi
estado de conciencia al leer la novela se transformó en ese estado de ensueño
en que Pernath, el protagonista, empieza a hablar y a entreverar las imágenes
que atraviesan sus ojos con las interiores: sensaciones, sentimientos, ideas,
recuerdos, deseos. Es decir, imaginación. Esa luz de luna que es como una
piedra que es como una mancha de grasa me cautivó como belleza, como
misterio, como belleza además perturbadora, y en ella está contenida toda
la melancolía, la fe, la angustia, el amor, el miedo en el alma de Pernath, y la
novela entera.
No recuerdo cuántas veces he leído El golem. Lo he ofrecido como mate-
rial de estudio en cursos de literatura. Me viene a la cabeza cada que busco
un ejemplo supremo de literatura como un arte trascendente. Cada vez que
lo leo, la imagen de la luz lunar-piedra-mancha de grasa me toca con la mis-
ma intensidad, despierta el mismo asombro, su hechizo se multiplica.
El artista austriaco Hugo Steiner-Prag sucumbió también al hechizo, y lo
multiplicó en sus litografías que ilustran la novela. La imagen es ya infinita,
algo así como una rosa; los laberintos de la vieja Praga son también laberintos
en la conciencia y sensibilidad del lector, y en cada imagen creada por Mey-
rink con la delicada pericia de un joyero, o aquellas transmutadas luego por
la experiencia interior de ellas de Steiner-Prag, está cifrada la trascendencia,
el significado visionario que rebasa al mundano y que es el verdadero objetivo
del libro.
En cuanto a Nosferatu, vi el filme por primera vez el día que dejé la casa de
mis padres, a los dieciocho años. Había sido un día de violencia. De miedo y
de opresión. Las imágenes de Nosferatu borraron todo eso, lo hicieron disol-
verse en polvo —la arena que levantan los cascos de la montura de Jonathan
Harker. La película entera, como ya he apuntado, es una concatenación de
imágenes (visuales, sonoras) que contienen el peso de la historia contada. Su
exquisita belleza hecha de luz, de fotografía, la paleta de colores suaves, casi
pastel (con excepción del cielo índigo en que vuela el murciélago; una sandía
y la cresta de un gallo en la mesa del castillo; las mangas de un vestido, los
labios rojos del vampiro); hecha de rostros hermosos como el de Isabelle
Adjani, enérgicos como el de Bruno Ganz o casi hermosos en su patética
monstruosidad, como el de Klaus Kinski; hecha de silencios, lentitud (¡una
extática escena hecha de puras nubes!), movimientos lentos como los del
sueño, y de la música lenta también, casi como el silencio, de Popol Vuh, hace
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que la recordemos no nada más como una historia, no nada más como el
homenaje al Nosferatu de Murnau y, por lo tanto, el recuento de la historia
de Drácula con ciertas variaciones, debido a las querellas de Murnau respecto
a los derechos con la viuda de Bram Stoker, sino como imagen. Aquí utilizo
el término en el sentido de imagen poética, y de símbolo. Cada uno de esos
encuadres de sublime belleza contiene todo el significado, toda la carga emo-
tiva, todo el peso de lo que formalmente la historia nos cuenta.
Tampoco sé cuántas veces he visto el Nosferatu de Herzog. La primera
vez escribí un ensayo sobre el filme para mi clase de cine; no recuerdo con
exactitud lo que decía, pero sí que hablaba de su belleza suprema, y de la ca-
balgata de Harker en su nueva, numinosa libertad rumbo al mundo que se le
entregaba en toda su amplitud, y estoy segura de que, palabras más, palabras
menos, la esencia de mi descripción de esa escena era la misma que ahora.
En cuanto al vuelo del murciélago (que ahí se revela hermoso), la imagen
como anhelo me alcanzó hace muchos años, mirando la ventana durante
una larga estancia en el hospital, y se transformó en una imagen nueva en
uno de los poemas que escribí durante esa obligada suspensión de la vida:
«Yo sé que en el azul no encontraré ese vuelo lento de alas de vampiro», dice
un verso del poema, titulado «La Noche»; luego, unos años después, Santa
Sabina tomó la imagen de Herzog para proyectarla en sus conciertos cuando
interpretaban la canción, con letra mía, en que creamos a nuestro propio
no-muerto.
Cuento esto para ejemplificar cómo estas imágenes, de una novela y una
película entre millares, encontraron terreno fértil en mi imaginación, en
donde siguen vivas. Forman, de hecho, parte de mi vida, y están cargadas de
significados que no puedo ni quiero concretar.
Al escribir estas palabras pienso también en Georg Trakl, un poeta pro-
lífico pese a su breve vida, que creó una obra compuesta enteramente por
imágenes: escenas no narrativas que se repiten en infinitas variaciones, vuel-
tas símbolo, que no explican nada y sin embargo penetran la subjetividad del
lector de manera indeleble; imágenes a veces terribles, a veces de epifanía,
todas de profunda belleza.
En los ejemplos que he mencionado hasta aquí, un elemento clave es el
tiempo. El tiempo de su creación, que está implícito en la imagen; el tiempo
que ésta requiere de su medio (tinta sobre papel, objetos y luz captados por
la cámara) para desplegarse; el tiempo que necesita del receptor para con-
vertirse en contenido de su conciencia.
Lo mismo sucede con las imágenes no literarias ni cinematográficas, sino
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simplemente imágenes aleatorias de la vida, de una mañana de invierno, que
describo en el tercer punto al inicio de estas reflexiones. Entre la esencia de
dichas imágenes y las de El golem o de Nosferatu, no encuentro diferencia. Y
es que esas imágenes son, también, creadas. Son realidad (o lo fueron, en los
momentos fugitivos en que vi esa luz y esas sombras), pero mi percepción
prendió esa realidad al lienzo de lo imaginario, la unió a emociones, a un
sentido de exaltación, de revelación, de asombro, y entonces esa realidad se
convirtió en alimento (alimento del alma), igual que las otras. Para que eso
suceda, el tiempo es también esencial. No nada más el tiempo objetivo en
que el hecho sucede (el vuelo del pájaro, el avance del autobús o del tren, los
pasajeros proyectando su sombra sobre las vías), sino también el tiempo de
la mirada, y de la voluntad de mirar.
Ese tiempo no existe, o es otro, para quienes, estando exactamente en
el mismo lugar, surfean en sus teléfonos celulares. Sin dejar de ver imágenes
que se suceden vertiginosamente, ahí sin embargo no hay imagen. No en el
sentido poético. No, ciertamente, en ninguna forma que hubiera podido
habitar, por ejemplo, un poema de Trakl. El vertiginoso, ansioso, neurótico,
patológico consumo de imágenes en que vivimos buena parte del día los
habitantes del siglo xxi no tiene un lugar en el tiempo porque es en esencia
tiempo devorado y vomitado y vuelto a devorar y a vomitar, ad infinitum, y
ahí nada sucede. Un hoyo negro, una anulación de la mirada. Podemos estar
viendo Nosferatu en la pantalla, para distraernos del trayecto en el metro,
interrumpiéndonos para revisar emails o textos o mensajes de WhatsApp,
y no estamos viendo nada, ni hay imagen ni belleza ni poesía. Tampoco hay
imagen en las obras más excelsas del arte cuando en un instante son neutra-
lizadas por el teléfono que las fotografía en un museo o una galería, convir-
tiéndolas en una barrera impenetrable entre la obra original y el espectador
que ya pasó de largo, también sin ver nada, y está ya fotografiando el cuadro
siguiente, para verlo quién sabe cuándo, con quién, para qué, junto con las
fotos de su desayuno o su café latte.
La imagen, que es estímulo externo, no existe sin interioridad. Es por eso
que, en esta vorágine de realidades inconexas reproducidas en incontables
pantallas, hay tan pocas imágenes. Por eso, con los ojos fijos en nuestros rec-
tángulos brillantes, estamos cada vez más ciegos. Pero basta con detenernos
a mirar ese haz de luna que cae al pie de la cama como una piedra lisa, ese
revolver de arena que dejan los cascos de un caballo a galope hacia el hori-
zonte, la sombra negra como tinta que deja el vuelo de un pájaro contra el
muro, para recobrar la imagen. Ahí el prodigio l
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Elisa
Díaz Castelo
Perorata lenitiva
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y llevar flores a las tumbas de mis desconocidos.
No me has cambiado tanto.
Me encanta el granizo aunque mate las plantas.
A veces me azuzan las ralas estrellas
o no me deja dormir el ruido blanco de la luna
y lloro con el desparpajo de los malos actores
y me miro al espejo o me baño vestida.
Sigo siendo la misma: exagero.
No me has cambiado tanto, no te agobies.
Aunque es un hecho que ya no recuerdo
el nombre de tu perro y las cosas que hacíamos
en todas las tantas tardes. Hablábamos, lo juro,
y si me esfuerzo puedo escuchar tu voz
como a través de un vidrio, como abajo del agua,
pero no sé decir qué nos dijimos,
ni cuánto, ni ya cuántas tantas veces
en la ciudad enorme nos perdimos.
Sin embargo, soy la misma, sigo
teniendo uñas, mi estatura no cambia,
me río todavía llena de dientes.
Es cierto que el mundo ha aprendido a quedarse
más quieto, que duran menos las horas y se entierran
como cajas de barro en el jardín oscuro:
ya no podré encontrarlas.
Mi cuerpo es casi el mismo,
aunque no tengo ni una célula en común con entonces,
me he quedado mis manos y mis lunares puestos.
Aunque no pueda verlos, sé bien
que no migraron de mi cuerpo al tuyo.
No te consueles pensando que he cambiado.
Mi boca es una casa con la luz encendida
y tú eres el niño que sin ser visto sale
y cierra la puerta.
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E n torno al corazón de una manzana
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Éste es, al fin y al cabo, el centro.
Los instantes que recuerdo, tan pocos,
que quizá fueron los márgenes y ahora son el eje,
lo único que nos queda, la esencia,
el sabor de las semillas en mi boca, el centro desviado
y su mitad de la noche.
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Hace tan poca noche
que florecen las paredes blancas
y siempre en cada cuadra sobra algún insomne.
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Eduardo
Rezzano
El dicho popular que sentencia que una imagen vale más que mil pala-
bras se refiere evidentemente a un uso meramente descriptivo del len-
guaje, pero limitar la literatura a ese solo uso sería herirla de muerte.
De la misma manera, limitar las artes visuales y audiovisuales a una
función descriptiva también sería terrible, no me cabe ninguna duda.
Soy un lector tardío. Prácticamente tuve que terminar la educación
secundaria para empezar a interesarme por los libros; en la adoles-
cencia, antes que leer, prefería mirar películas. En el colegio, después
de terminada la última dictadura militar (año 84), gracias a que un
grupo de alumnos se había organizado y conseguía filmes en 16 mm en
embajadas y centros culturales, empezó a funcionar un cineclub; en
ese ámbito supe de la existencia de Fellini, Bergman, De Sica, Varda,
Von Trotta, Wajda y tantos otros directores. Por ello, cuando empecé
a escribir poesía, mis influencias, si cabía algún interés en buscarlas
(seguramente que no), había que hallarlas más en el cine que en otro
sitio. No tenía ninguna intención de extrapolar lenguajes, pero creo
que algún tipo de contrabando de sensaciones estaba practicando sin
darme cuenta.
Hoy, luego de más de treinta años, sí puedo darme cuenta de lo
que hago y no veo la posibilidad de hacerlo de otro modo. Nunca me
interesó escribir a la manera de tal o cual poeta, pero sí me interesa
lograr un efecto parecido al que, al menos en mí, producen las obras
de los autores con los que siento afinidad, ya sean escritores, cineastas
o artistas de cualquier otra disciplina. No me interesa el lenguaje en
sí mismo, sino lo que puede el lenguaje, y lo que puede el lenguaje es
llevarnos al silencio, al vacío de sentido, a resetearnos.
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T urf
El jockey
mezcla rara de mantis religiosa
y torcacita asustada
me desconcierta
E spejos
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N aïma 1
Conozco la cicatriz
que esconde tu espalda
pero no sé de tu padre
ni de tus tíos de tu madre
o sus hermanos
L os perros
no piden ni exigen
toman esto y aquello
1 Naïma es uno de los personajes principales del filme Exils, de Tony Gatlif.
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21
Rodean la casa
pero la casa está vacía
y la ciudad abandonada
El mar devuelve
sobre la costa detritos
y formas inacabadas
lo que no pudimos
llevarnos
lo que preferimos
olvidar
O sos polares
Al principio
la película era en
blanco y negro
Del negro
no quedó rastro
la pantalla se
volvió blanca
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Pequeña
tragedia griega
Atenea Cruz
Proemio
Nunca se puede explicar bien a bien cómo termina una atorada en
estas chingaderas. Comienzas por escribir un poemita cursi en la se-
cundaria para la clase de Español, luego continúas por impulso, porque
estás enamorada, porque te sientes incomprendida, qué más da. El caso
es que vas perdiendo la vergüenza y de pronto publicas un poema en el
periódico, ganas el concurso de composición literaria de la prepa y le vas
agarrando el gusto. Un día lo asumes y empiezas a relacionarte con la
gente del mundillo literario de la ciudad (no importan las dimensiones
de la ciudad, todas tienen uno... al menos). En dicho ámbito hay dos
vertientes principales: los bohemios exhibicionistas y los lobos solitarios.
Hubo un tiempo en el que no sabía en cuál bando me encontraba porque,
aunque me gustara convivir con otros de mi estirpe, en cuanto alguno
proponía asistir a un slam poético yo salía disparada de las reuniones.
Supongo que todo se resume en esto: escribo poesía, ése es mi don y
también mi condena.
Canto primero
No voy a decir que caí en las redes de las anfitrionas del encuentro por
obra de un engaño magistral, al contrario, yo sola me puse de pechito:
no consideré mayor problema ser incluida en el programa del Octavo
Encuentro de Poetisas Ecológicas por el Empoderamiento de la Tierra.
Turismo cultural, le llaman. Qué equivocada estaba. Todavía ahorita,
nomás de acordarme, me arrepiento. Pero así es la vida del poeta: se
viene al mundo a sufrir.
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Voy a omitir los detalles de falta de organización porque errar es de
humanos y para no pecar de plañidera. Baste decir que, luego de diez ho-
ras de viaje en autobús, me tocó esperar otras tres y media en la central
camionera antes de que alguien pasara por mí. Ranulfa, la coordinadora,
una mujer bajita con ojos de psicópata y risa bobesponjiana, ni siquiera
se disculpó; fue su marido quien intervino:
—Queríamos llegar antes, pero había un perro hambriento afuera de
nuestra casa, no podíamos irnos sin darle de comer, tú sabes. Lo malo
fue que no teníamos croquetas y tuvimos que ir a la tienda; encima, no
había de la marca que compramos, la que dona una parte de sus ganan-
cias a perros de la calle, ¿sí sabes cuál?
No dije nada, ¿para qué? Me puse en plan fatalista a esperar lo peor.
Y vaya que tenía razón. Partimos al aeropuerto para recoger a dos de las
tres poetisas internacionales del cartel: una morocha cuyo labio superior
me hizo pensar que en Colombia no habían oído hablar de la depila-
ción con cera, una señora dulce de mediana edad y una anciana de pelo
blanco trenzado que vestía chaleco de piel con flecos y botines de danza,
quien al parecer era una reputada actriz mexicana de la que yo jamás
había oído hablar.
De ahí nos fuimos a un hotel situado en la mitad de la nada. El resto
de las invitadas del encuentro era un enjambre de clichés: morrales y
tenis con la efigie de Frida Kahlo, camisetas del Che Guevara o huipiles,
declamadoras de Sabines y Benedetti; todas con sus plaquettes auto-
publicadas o editadas por algún instituto de cultura de San Juan de los
Camotes.
La ceremonia de inauguración fue en el salón de eventos de la Aso-
ciación Ganadera, acondicionado con unas ciento ochenta sillas (que era
probablemente el mismo número de habitantes de aquella pequeña ciu-
dad norteña). En medio del escenario estaban dispuestos una mesa y un
biombo decorados como para una boda ranchera por el civil: tul blanco,
guías naturales de julietas y extensiones de foquitos navideños. «No me
avisaron que nos íbamos a casar con la poesía», dije riéndome. Todas me
vieron feo. Supe que estaba sola. Me dieron ganas de dejar de escribir
poesía y ser persona decente.
El flamante encuentro comenzó con una interminable lista de pre-
sentaciones de autoridades cuyos discursos protocolarios luchaban por
la corona al más soporífico. Luego siguió una mesa magistral donde las
tres únicas poetas ecologistas no nacidas en México se echaron sendos
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panegíricos exaltando la importancia de la poesía en la lucha contra el
calentamiento global y la urgente necesidad de abandonar el uso de po-
potes. La francesa leyó un poema cuya pronunciación dejó extasiadas a
las presentes, pero cuál no sería su decepción cuando leyó la versión en
español, que era casi una lista de supermercado (la dulzura de la fresa /
la sensualidad de la piña / la excentricidad de la pitaya / la voluptuosi-
dad del chayote / así es tu amor para mí...). Sentí que me iba a dar un
derrame cerebral.
Por fortuna, me sacó de este trance el entreacto artístico: un ballet
folclórico local que había hecho una adaptación «figurativa» del Hua-
pango, de Moncayo: tres chicas de vestido tapatío blanco atravesado por
listón tricolor zapateaban descalzas en el mosaico con el furor de los
pueblerinos dispuestos a comerse el mundo. A la mitad de la pieza surgió
un chico ataviado como caballero águila azteca, tremendo penacho y una
jícara en la que ardían pedazos de hojas escritas a máquina: su inter-
vención estelar consistía en tomar los papeles en llamas y apagarlos con
sus propias manos. El número fue a todas vistas doloroso para el des-
graciado chico, que dejó la sala oliendo a chamusquina. Las muchachas
volvieron a salir de camerinos para abrirle paso a una mujer con vestido
tarahumara que imitó una suerte de ritual prehispánico. Nunca como
entonces estuve tan consciente de la extensión de la obra de Moncayo, ni
sentí tanto repudio hacia mis raíces.
El magno evento inaugural cerró con un fino brindis consistente en
queso crema con totopos, vino tinto de tetrabrik y refresco en copas de
plástico. Al llegar al hotel, descubrimos que el restaurante estaba cerra-
do. Cuando le preguntamos a la organizadora por la cena, respondió con
un lacónico: «Pues el brindis era la cena», alzando los hombros. Tuve
ganas de pegarle, me contuve porque la vida me ha enseñado que nunca
debo seguir mis instintos cuando tengo hambre.
Me fui a dormir, junto con las otras tres poetas con las que compartía
la habitación, pensando en la relatividad del tiempo y cuánto pueden
extenderse tres días.
Canto segundo
Debo confesar que la perspectiva de que la segunda jornada comen-
zara con lecturas en preparatorias me animó bastante: los jóvenes me
devuelven la esperanza, hay quienes se entusiasman por la poesía con tal
de perder un par de horas de clase. Tal como lo soñé, el grupo de bachi-
lleres estuvo atento y receptivo, vaya, un amor. Luego de un tremendo
panegírico a cargo de la maestra de ceremonias (una mujer que gustaba
de acentuar su gigantismo con zapatillas de tacón alto y chongo de ce-
bolla), cada una de las siete poetisas tuvimos una breve intervención.
Fue grandioso: unos chicos nos aclamaron, otros nos preguntaron por el
secreto de la poesía, la maestra del grupo en el aire nos compuso unos
versos; entre vítores pidieron más poemas, pero cuando tomé el micrófo-
no la giganta intervino:
—Ya no hay tiempo, todavía falta partir el pastel.
—Pero los chicos quieren que leamos —repuse.
—¡Sí, otro poema! —gritaron.
—Hay que aprovechar —dijo otra poeta (muy cursi, por cierto).
—Que no, ya no.
Y no hubo más lectura.
El momento incómodo se resolvió con sendas rebanadas de pastel de
chocolate y vasos de Coca-Cola.
Lo siguiente en nuestras apretadas agendas era volver al Salón Ga-
nadero, donde la anfitriona aguardaba por nosotras, presa de un ataque
de histeria (a decir verdad, nunca la vi en otro estado): las sillas estaban
ocupadas en su totalidad por estudiantes que tomaban un taller de poe-
sía que el maestro impartía con una guitarra y hacía falta darles botellas
de agua a todos para evitar el golpe de calor.
—Agarren esas cajas y repártanlas —ordenó.
No es que yo repela el trabajo físico, pero me pareció de muy mal
gusto poner a las invitadas a fungir como edecanes. Me puse digna.
—Yo no vine a servir aguas —respingué.
La anfitriona me vio con la cara que imagino se pone antes de tener
una embolia y me dijo que estaba bien en un tono que sonaba a mentada
de madre. Se metió a la oficina, muy ofendida, para después mandar
una serie de whatsapps con fotografías de los roles de las «entrevistas
en medios», hechos a mano en una hoja de libreta cuadriculada. Cuando
revisaba uno buscándome, apareció una foto más con mi nombre tacha-
do y reasignado para una lectura en un canal de música grupera... justo
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a la hora de comer. Hasta ese momento me empezó a parecer buena idea
quedarme callada.
Hacía un calor espantoso cuando llegamos al minúsculo estudio.
Como sólo había un micrófono de solapa (del cual se apoderó la insigne
actriz desconocida), las otras cinco tuvimos que turnarnos uno de cable.
No sé si fue por la hora, el hambre o la temperatura, pero cada poema me
pareció peor que el anterior (incluidos los míos, por supuesto). Aunque
quién sabe qué tan subjetivo sería mi juicio, porque el esposo de una de
las locales decidió ponerse a ver videos en su celular y se abstrajo de tal
modo que el camarógrafo tuvo que pedirle que bajara el volumen.
Cuando volvimos al Salón Ganadero me enteré de que a las demás
les habían dado tortas de barbacoa y nadie nos guardó una. Mi furia fue
tan grande que ninguna musa podría ayudarme a cantarla. «Para que
aprendas a no andar de bocona», me dije y fui a buscar una tiendita.
Las lecturas de esa tarde fueron intrascendentes. De mayor interés
fue el espectáculo con el que nos agasajaron «para cerrar la velada con
broche de oro»: una rondalla juvenil, liderada por un maestro que se la
pasó haciendo chistes sobre rifar a los adolescentes espinillentos entre
las menopáusicas poetas. Sería un crimen pasar por alto el hecho de
que sólo los chicos, ataviados con anacrónicos trajes de terlenka azul
cobalto, tocaban la guitarra; mientras las chicas se limitaban a cantar,
enfundadas en minúsculos vestidos de coctel rojos y zapatillas plateadas.
El repertorio estuvo compuesto de versiones acústicas de éxitos gruperos.
No hubo brindis, pero al llegar al hotel nos esperaba una dotación
de frías hamburguesas de pollo en charolas de unicel y refrescos de lata.
Como algunas poetas la estaban pasando estupendamente, sugirieron
leernos poemas unas a otras al lado de la alberca. Tomé mi hamburguesa
y me largué a mi habitación.
Canto tercero
El último día brilla aún en mi memoria por su intensidad. La jornada
dio inicio con un tendedero poético ecológico en el que no se pararon ni
las moscas, debido a que coincidió con la verbena del pueblo: lo descubrí
por error mientras deambulaba por el centro en busca de una farmacia
para comprar una caja de analgésicos. Estaba harta de escuchar a la
anfitriona gritar poemas por un megáfono para «atraer» al público. Lo
cierto es que también quería alejarme lo suficiente como para que no me
relacionaran con ella.
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A esas alturas ya me había hecho la fama, con toda justificación, de
ser la amargada del encuentro. A eso de las dos de la tarde llegó un vie-
jo camión escolar gringo para llevarnos de paseo. El recorrido turístico
arrancó con una visita a la única iglesia del pueblo, que estaba cerrada.
Luego, quizá porque al fin Dios decidió mostrar un poco de misericor-
dia, hicimos una escala en un Oxxo y nos fue dada la gracia de comprar
alcohol. Yo, que rara vez bebo, corrí al refrigerador y pude comprender
a José José.
La siguiente parada fue en el casco de una vieja hacienda en la que no
había pasado nada importante, ni se distinguía por su arquitectura, pero
que era punto obligado porque fue construida durante la Revolución.
Nos obligaron a recorrer hasta el gallinero, donde las más entusiastas se
entregaron al furor de emular a la Adelita y la Valentina en una orgía
de fotografías con celular. Tras una hora bajo el sol norteño, subimos al
camión casi desmayadas. Las cervezas se habían calentado; sin embargo,
gracias a ellas y a una bolsita de botanas pude mantenerme en mis cinco
sentidos.
La carta fuerte vino después de treinta minutos más en carretera: un
balneario natural. El sitio era literalmente, discúlpeseme el cliché, un
oasis en el desierto (aunque mejor, porque olía a carne asada y vendían
elotes en vaso). Se trataba de un lugar famoso porque el río tiene unos
pececillos que te exfolian los pies, como en Japón o en un spa muy caro.
Al contemplar el agua y la sombra de los árboles se nos iluminó el rostro.
Pero bien dice mi madre que no hay felicidad completa: «Tienen quince
minutos, ya casi es hora de que regresemos al camión», dijo la anfitriona.
El desconcierto fue tal, que dos poetas se aventaron a la alberca con la
ropa puesta. Yo me arremangué con mucho trabajo las perneras de mi
pantalón (era atubado) y maldije mi sino.
La noche nos alcanzó con una elegante cena de sándwiches y refresco,
previa a la última velada poética ecologista, en la cual la anfitriona consi-
deró pertinente volver a escuchar los poemas de las tres escritoras extran-
jeras y, con ello, fomentar en mí impulsos xenofóbicos. Tras otra serie de
discursos (¿qué es un evento oficial sin una sarta de discursos anodinos?),
cuando creí que todo había terminado, subió al escenario un bohemio que,
guitarra en mano, repasó el repertorio casi íntegro de Roberto Carlos y
Alberto Cortez. Nos dieron las once sin poder marcharnos. Yo llevaba más
de dos horas recibiendo miradas como puñales de la anfitriona, debido a
que opté por sumergirme en las profundidades de Facebook.
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Casi a medianoche comenzó la entrega de reconocimientos. Dudo que
haya sido mera coincidencia que mi nombre apareciera hasta el final de
la lista y, por ello, no alcanzara la bolsa con un kilo de nueces finas que
les entregaron a las otras veintitantas poetas participantes. Por supuesto,
lo tomé como una afrenta personal. Abandoné el salón junto con otras
tres solidarias rebeldes que querían ir a buscar una taquería. Nada. Aca-
bamos en el sitio de taxis, donde esperamos veinte minutos por un taxi.
Mientras tanto, las otras llegaron al hotel.
En nuestro cuarto, Ranulfa dormía la mona, perdida de borracha, en
una de las camas (por suerte, no era la mía). Como regalo adicional ha-
bía una nube de humo de cigarrillo en el techo. Hasta ese momento noté
que una de mis compañeras de habitación no asistió a la lectura para
quedarse a beber con aquélla.
—Shhhh, no la despierten —dijo al tiempo que ponía en el televisor
un canal de música relajante para niños—, miren qué tierna se ve cuan-
do duerme.
Colapsé. Salí furibunda a localizar al marido y le exigí que se la lleva-
ra cargando si era necesario, lo cual no pudo, debido a los kilos de más
de su adorada consorte. A la distancia, las otras poetas comían nueces y
de nueva cuenta compartían sus poemas a la orilla de la alberca, con el
corazón y su fe puestos en el poder transformador de la palabra. Tan-
ta afectación hizo que quisiera aventarles una piedra, pero me aguanté
porque soy feminista.
Coda
Al día siguiente, a pesar de que por una vez la comida estuvo lista
temprano, comí sin ganas. No hay chilaquiles en el mundo capaces de
aligerar el tiempo que tardó en aparecer el autobús que nos llevaría de
regreso a la civilización y la libertad. Nunca sentí tanto desprecio por la
poesía como cuando vi a las demás despedirse entre lágrimas y alabanzas
mutuas, abrazando sus bolsas de nueces finas y repartiendo fotocopias
de sus versos.
Ahí, en el lobby del cuasi abandonado hotel, minutos antes de acabar
con aquel vergonzante episodio de mi vida, tuve una epifanía: debía
convertirme en narradora. Así comienza este cuento l
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Ana Belén
López
Cedro blanco.
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cayeron
podridos
se pintaron de café
me llevan a mi propia
madeja.
Detenida, también
la memoria ata sus manos a los tobillos.
Un olor a vino
cruza la puerta
un olor a perfume
sale por la ventana
un olor a sudor se detiene en el cuerpo
las piernas
rasgan el último pedazo de seda.
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El árbol de flores amarillas.
Brazos extendidos
hacia el horizonte.
Hacia la pupila
de la cámara que fija su tallo
en la cabeza del niño que lo escala.
y la rama moribunda
rompió el vidrio de la ventana.
contra la luz,
se borra despacio
mientras alarga la sombra
de la tarde que regresa.
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Encontré un mapache en mi camino al faro.
Ni visibles
ni palpables.
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Claudia
Masin
L as noches de C abiria
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si es más fácil agachar la cabeza y hacer
lo que se espera de nosotras: esconderse, salir
cuando somos llamadas, desaparecer si ya
no resultamos necesarias. Y sin embargo,
qué hermoso es mostrarnos, las plumas
multicolores agitándose en el aire, el baile
que festeja todo lo que no debe
festejarse: el verdadero milagro,
que es tener un cuerpo capaz de sentir
lo mismo que el cuerpo de las santas,
pero no ante un dios sino ante el simple
contacto de otras manos: el sexo
es más poderoso que una plegaria, no lo saben
los que creen que es un anzuelo a clavar en las agallas
del pez hasta sacarlo del agua
boqueando desesperado. Ah, la más
maravillosa música es la que nace
de la pobreza y la fealdad, no lo saben
los que nunca la han bailado: es como un halo
bajo el cual todo se convierte en su contrario,
la muerte misma retrocede y se le entrega mansa. Cuidado
con los que no tenemos nada: cuando no queda
nada que perder se pierde el miedo y ay, yo te aseguro
que no quisieras encontrarte
con alguien que no teme, no quisieras
mirarlo a los ojos, sostenerle la mirada.
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B ye B ye B londie
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modesto, inofensivo, puede hacer temblar
la tierra. No es que vayamos a cambiar las cosas:
la victoria es que las cosas
no nos cambien a nosotras. Y no es poco,
no es poco seguir buscándonos
en la noche como insectos que se apiñan
alrededor de la luz. Si vamos a quemarnos al menos
elijamos el fuego, encendámoslo nosotras
con las manos llagadas que tenemos y que la llaga
duela si tiene que doler, pero que sea
en nuestros términos, locas,
raras, mujeres que olvidaron
contra toda evidencia
cómo deben morir las mujeres:
dejándose matar
y agradeciéndolo.
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El manuscrito
de Sabas
Juan Fernando Merino
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cluso con cierto cariño a pesar de que a veces vacía los cubos de basura o
dispersa la que ya estaba reunida y lista para su recolección, está siempre
mostrándome las cosas curiosas que encuentra en distintos sitios de aquel
parque grande —el segundo en extensión en Manhattan después del Parque
Central—, que desde hace un lustro se ha convertido en su sitio de residen-
cia durante la mayor parte del año. El día que lo conocí, hace poco más de
tres meses, me enseñó un calendario viejo y descolorido con paisajes de algu-
na nación o naciones del Medio Oriente; la siguiente vez, tres días después,
un volumen de relatos de Borges al que le faltaban la cubierta, el prólogo y
la mitad del primer cuento; luego una daga árabe, una salamandra de cobre
que se había encontrado en un barrizal al lado de uno de los manantiales…
No lo había visto en dos semanas, a pesar de mis caminatas casi cotidianas
por los lados de la ciénaga Muscota, una de sus zonas predilectas para pasar
la noche. Hasta hoy que lo encuentro en lo alto de un castaño en otra parte
del parque, cerca de la salida hacia Indian Road, hojeando el manuscrito in-
completo.
—¿Me dejas echarle un vistazo? —le pregunto.
—Por supuesto que sí —contesta, desgajándose del árbol y poniéndome
en las manos el montón de hojas arrugadas—. Llévatelo a casa. Como lees
tanto, me gustaría que me dieses tu opinión. Lo que te parezca. Con toda
franqueza.
—De acuerdo, Sabas. Dame tres o cuatro días. ¿Dónde te busco para
devolvértelo?
—Aquí mismo.
—Pero si cada vez te encuentro en un sitio distinto del parque.
—Esta semana búscame aquí; voy a dormir en este árbol.
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el agua. Me acerqué hasta poder verlo casi entero. El hombre (¿cincuenta
años?, ¿sesenta?, ¿más?; difícil de decir con aquellos pelos y la piel tan cur-
tida) leía un libro cómodamente instalado en medio del árbol, con la cabeza,
la espalda y el brazo izquierdo sobre una rama gruesa; las piernas y el brazo
derecho apoyados en sendas ramas más delgadas. Vestía pantalones oscuros
de pana, camisa color verde oliva, un chaleco delgado de flecos y botas estilo
militar. La ropa se veía desgastada, no muy limpia ni cuidada pero tampoco
andrajosa. Su mirada era inquisitiva, intensa, y la expresión de su rostro la de
una persona igualmente intensa y pensativa, como la de aquellos que dedican
mucho tiempo, tal vez demasiado, a leer y a pensar.
—Buenos días —saludé en inglés.
—Hola, muy buenas —me respondió en perfecto español, con un deje
caribeño.
—¡Ah! ¿Eres cubano?
—Nací en Puerto Rico, pero ahora vivo en los árboles de Nueva York.
—¿Qué estás leyendo? —le pregunté para iniciar la conversación, picado
por la curiosidad a la vista de un personaje tan insólito.
—El albergue de los pobres, de Tahar Ben Jelloun, un escritor marroquí
excelente. La novela es en el fondo un homenaje al Ulises de Joyce, pero sitúa
la acción en Nápoles a finales del siglo xx, en una especie de corte de los mi-
lagros que regenta una matrona entrada en años y en carnes. Es un texto muy
denso; a la vez una metáfora sobre la decadencia de Europa, las fraternidades
inesperadas, las afinidades electivas y los paraísos perdidos…
Me quedé perplejo, claro. ¿Cómo era posible que aquel hombre silvestre,
desgreñado y evidentemente muy lejos de la llamada existencia «normal»
se expresara como un erudito o un catedrático? Por supuesto que hasta allí
llegaba mi expedición por el parque aquella mañana: tendría que detenerme
y averiguar quién era y qué hacía aquel individuo que instalado en un árbol
leía a un novelista marroquí.
—No sé nada del autor —dije—. Pero algún día me gustaría leer el libro.
—Te lo prestaría cuando termine, pero está en árabe.
—¡En árabe!
—Nada de raro tiene… Eso era lo que hacía antes: investigar y enseñar
filología y literatura árabe. Antes de retirarme a vivir así como ves, como
debe ser.
—Durmiendo en los árboles…
—No siempre. A veces paso la noche en una gruta o en algún sitio despe-
jado entre los matorrales. Y desde luego tengo un pequeño cuarto cerca para
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guardar mis cosas y mis libros y guarecerme cuando llegan las noches más
heladas. No me hace falta nada más; comida siempre encuentro en el parque,
tengo lectura de sobra y una pensión de veterano de guerra.
—¿Del ejército americano?
—Lo que pasa —continuó diciendo sin responder a mi pregunta— es
que yo vivo con un pie en el siglo xxi y otro pie hace trescientos mil años,
cuando éramos primates. Y en un momento tuve que tomar una decisión. Si
hubiera seguido viviendo y trabajando como lo hacía, en este momento no
estaría durmiendo en un árbol y me habría muerto hace años.
—¿Pero no te preocupa?
—¿Qué cosa?
—Esto… dormir a la intemperie. O, en medio de la noche, caerte de un
árbol sobre las rocas.
—¿Por qué me voy a caer si estoy en perfecto equilibrio?
—Entiendo —dije, aunque aún no entendía demasiado.
—La clave está en distribuir bien el peso, como en casi todo.
—Claro, ya veo. ¿Y dónde enseñabas literatura árabe?
—Si no te importa, ahora quisiera seguir leyendo; es la mejor hora para
leer. Pero ven a buscarme otro día y seguimos hablando. Me llamo Sabas. Y
casi siempre estoy por esta zona del parque.
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de tono, de dirección narrativa, pistas claves que no se vuelven a nombrar,
desaparecen personajes, aparecen otros de repente…
Por primera vez en todos nuestros encuentros, se fruncen sus facciones y
me habla con impaciencia, casi con enfado:
—¡Qué rápido juzga a veces la gente! Y qué superficialmente lee…
—Pero Sabas, me pediste que te diera una opinión franca y honesta y
que...
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—Sí, claro.
—¿Tú eres exactamente igual todos los días, las semanas y los meses del
año? ¿La misma actitud, entusiasmo y ritmo de vida? ¿La misma disposición
de espíritu para emprender algo o crear algo?
—No, por supuesto que no.
Se pone de pie, apaga el cigarrillo en la palma de la otra mano y lo arroja
lejos.
—Entonces eres un lector descuidado y un mal crítico. Porque yo pien-
so que un buen crítico se daría cuenta de que el novelista no escribió los
capítulos en un mismo momento de su vida. Y por supuesto que no con
la misma claridad de mente y disposición de ánimo. Resulta evidente que
cuando escribió ciertos pasajes el autor estaba distraído o agotado o mucho
más caviloso que de costumbre. Pero para un buen crítico y un lector sagaz
lo más importante es el conjunto de la obra. Y que la trama avance. ¡Por qué
tiene que ser siempre igual la narración! ¡Siempre pareja y predecible! ¿Por
qué esa manía de los lectores?
—Seguramente tienes razón, Sabas; es un punto de vista válido
—digo, tratando de apaciguarlo—. Muy válido. Pero ven, siéntate y segui-
mos hablando. Todavía no te he dicho lo mucho que me gustaron varios
pasajes. Y uno de los personajes principales, el que espía a sus vecinos.
—No se trata de una telenovela, amigo. Una cosa es una telenovela para
complacer a todos y otra cosa muy distinta es una obra literaria ambiciosa…
¡Que puede ser novela río, novela cascada, turbamulta o tempestad o novela
tsunami!
—Lo siento, Sabas; es posible que me haya apresurado en los juicios —le
digo en un tono bajo, conciliatorio, sorprendido y un poco alarmado con su
reacción.
Poco a poco el lector de los árboles se va calmando… Me pasa el brazo
por los hombros y me ofrece uno de sus cigarrillos. Nos sentamos a fumar en
silencio, mirando ambos hacia la distancia, en direcciones distintas.
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—Por cierto —le digo después de un rato—, me pareció muy peculiar,
muy críptico, lo de aquel personaje que es al mismo tiempo recolector de
basura del Municipio e informante del detective.
—Yo no le veo nada de curioso ni de críptico. La basura es nuestro otro
lado, amigo; el inverso y el reflejo de toda civilización. Y un don magnífico
para quienes sabemos aprovecharla. ¡Si yo te hablara de las cosas que he en-
contrado en la basura! Te digo más: yo podría sobrevivir perfectamente con
lo que recupero de la basura… Eso y las frutas de los árboles, algunas noches
un pescado que saco del lago…
—¡Excelente! ¿Entonces ya no te hace falta nada del mundo exterior?
—Solamente los cigarrillos. De vez en cuando un café o un vino.
—Cuando quieras que te traiga de la ciudad vino o unas cervezas o cual-
quier cosa, me lo dices.
—Mientras menos se necesite de Nueva York, mucho mejor… Pero sa-
bes, no he logrado dejar el cigarrillo. Ni el vicio de los libros.
—Yo tampoco.
De repente, después de otro silencio largo, Sabas se pone en pie y saca
del bolsillo interior del chaleco otro puñado de hojas, igual de sucias y arru-
gadas que las primeras.
—Creo que este capítulo te va a gustar más —me dice—. Se llama «El tán-
dem del mal». Seguramente te va a parecer más ágil, más compacto. No te lo di
la vez pasada porque no había terminado de leerlo. ¿Quieres llevártelo a casa?
—Sí, claro; gracias.
—Espera; se me ocurre una idea mejor: te lo leo en voz alta. Siéntate
sobre aquel tronco.
—De acuerdo.
—Han pasado seis días desde que me vi obligado a conocer íntimamente a mis veci-
nos. En vano. Una de las pocas conclusiones útiles de esta primera parte de la misión es
lo poco útil que resulta la observación directa de otros ocupantes de un edificio. Después
de tres días seguidos de sus noches —con breves intervalos para dormir diez minutos
aquí, veinte allá, para comer un bocado, acercar o vaciar el balde con las necesidades
humanas— vigilando la sala comedor alcoba de la actriz veterana, el sofá-cama de
la suscriptora del Wall Street Journal, y las porciones de los cuatro dormitorios que se
alcanzan a divisar desde mi ángulo, la información servible que he recopilado es muy
limitada. Casi desdeñable. Porque a mí, la verdad, me tiene sin cuidado que el lituano
del 7-F y la novia del empleado de la Autoridad de Tránsito que alquila el 7-J ensayen
posiciones eróticas múltiples mientras el pobre funcionario se gana el pan diario con el
sudor de la monotonía…
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k
Con todo lo que ha vivido Sabas… ¡Cuánto daría yo por entender los
enigmas y los puntos suspensivos de aquella vida! Desde el primer encuentro
se convirtió para mí en un personaje excepcional, único, y ha pasado a ser
poco menos que una obsesión. Al fin y al cabo, no todos los días conoce uno
a un individuo que duerme en los árboles (o en las cuevas o entre los arbus-
tos) y enciende hogueras para leer de noche. Un hombre que además de
letrado, viajado y de palabra certera, ha sobrevivido una guerra, una semana
deambulando por calles y caminos de la antigua Babilonia, varios tratamien-
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tos psiquiátricos y seis meses en una clínica de reposo. Pero no resulta nada
fácil reunir las piezas para armar el rompecabezas. En parte porque hay te-
mas y épocas de su vida de los cuales le gusta hablar muy poco. O nada. Y en
parte porque a veces parece cambiar de historia o de recuerdos y me cuenta
algo muy distinto a lo que me había contado antes, incluso contradictorio.
A grandes rasgos, y sin poner la mano en el fuego por la verosimilitud
de todos los datos, Sabas nació en un pueblo de pescadores en el noreste
de Puerto Rico. Su padre enviudó cuando él era niño y contrajo segundas
nupcias con la prima menor de su madre. A los diecisiete años Sabas viajó
a Nueva York con una beca y siguiendo una pasión de su juventud por los
poetas egipcios y la Escuela de Traductores de Toledo estudió Filología y
Literatura Árabe Moderna en la Universidad de Columbia. Al terminar el
posgrado aceptó un puesto como profesor visitante en una universidad de
San Francisco. Al terminar ese contrato regresó a Nueva York, donde fue
aceptado como profesor agregado de Filología de su alma mater.
—Hasta que cometí el error de mi vida y todo cambió —me contó una
mañana de lunes que lo encontré particularmente sombrío, desvelado—.
Me enteré por un colega de la Facultad de que el Pentágono estaba buscando
a como diera lugar traductores e intérpretes del árabe para la misión militar
en Irak. Jamás en la vida me había pasado por la cabeza ir a una guerra. Ni
por un minuto. Yo no sé disparar un arma, ni forzar puertas, ni siquiera leer
un croquis. Dulce bellum inexpertis. La guerra es dulce para quien no la ha
padecido. Y la paga era muchísimo mejor que en la universidad, casi cinco
veces más, y en esa época yo tenía deudas y planes. Así que de buenas a
primeras renuncié a la universidad y fui a dar a Irak, a la base española en
Diwaniya, que los gringos estaban apoyando con todo porque era como la
tuerca suelta de la coalición. Al llegar me asignaron la traducción de corres-
pondencia y de documentos interceptados, pero después de tres semanas y
media me ascendieron a intérprete de los interrogatorios. ¡Me ascendieron!
Hijos de puta… Aunque no debería denostar a otros porque todo fue culpa
mía. ¡Y además por la paga! Yo lo único que había querido toda la vida era
leer, dar clases de árabe, seguir estudiando, de vez en cuando escribir algo,
vivir en paz. Y se me ocurrió meterme en aquel lodazal. ¡Maldita la hora!
Jamás te podrías imaginar lo que tuve que presenciar y tuve que traducir
para los militares durante aquellas noches. ¡Hijos de puta! ¡Hijos de mala
puta, hijos de mala puta perra! Hasta que no pude más. Una madrugada,
después de ocho horas de interrogatorios «reforzados», como los llamaban
ellos, a dos jóvenes de una aldea vecina acusados de estar planeando un aten-
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tado, supe que había llegado a mi límite. Y que no podría soportar un día
más conviviendo con aquella barbarie. Con aquellos torturadores o con sus
comandantes desquiciados. Comprendí que tendría que salir de allí, como
fuera, y que si lograba sobrevivir a aquella guerra maldita, tendría que dejar
atrás todo lo que había sido mi vida hasta entonces. Volver a vivir como un
ser humano. O un primate sin sevicia. En todo caso volver a lo más simple,
a lo esencial. A esto. Esa noche, cuando ya habían cerrado todas las puertas
de acceso, escapé del infierno. Casi que con lo puesto. Y me eché a vagar, al
principio sin rumbo, por los senderos ensangrentados de Babilonia.
—No vas a creer lo que encontré esta mañana —me dice Sabas a manera
de saludo un par de semanas después, ya a finales de octubre, cuando me ve
caminando hacia su árbol.
—Déjame adivinar —digo en cuanto llego a su lado, entre curioso y
divertido.
—Mira. Una veintena larga de páginas del mismo manuscrito. Dos capí-
tulos casi enteros.
—¿Y dónde las encontraste?
—En el mismo sitio. El mismo basural.
—¡Después de tantas semanas! Me parece muy extraño, ¿no crees?
—De extraño no tiene nada, amigo. Las cosas aparecen cuando apare-
cen. Ni antes ni después. ¡Pero vas a ver qué bueno es lo que viene! ¿Quieres
que te lea unas páginas?
—Si te parece, Sabas. Yo no tengo prisa.
La temperatura ha empezado a bajar rápidamente. Sabas desciende de su
árbol y reúne ramas y hojas secas para encender una hoguera.
Me siento sobre un tronco. Sabas comienza a leer. La noche va cayendo
sobre la ciénaga Muscota. Por alguna razón que apenas vislumbro mientras
escucho a mi amigo Sabas, el habitante de los árboles, me inunda una sensa-
ción de bienestar, casi que de alegría.
Poco a poco iré comprendiendo que pase lo que pase y vaya donde vaya
después de mi estancia en Nueva York, de una manera u otra siempre habrá
de acompañarme el manuscrito de Sabas l
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Del candor
y las sombras
Mercedes Roffé
S tanley S pencer
—¿Están bailando?
—No, son fantasmas.
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*
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*
H enry D arger
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—Bellas
con sus pititos negros, renegros
laxos
y las cabezas colgando
como murciélagos.
un sinnúmero de vírgenes vi
y encapuchados
cargando pesadas cruces
flagelándose
O quizás fuera
la resurrección de los vivos
muertos
a manos de otros vivos
más elegantes
más finos
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Sudeep
Sen
Las ho jas de las pal mera s de afue ra son gra n d es, en or m es, com o
i n mens as ho jas d e he l e chos, sus contorno s d efin id os p or las
n í t i das puntadas que se oc ul tan tra s sus in v isib les costu r as.
Su fuerza y dign i dad de be n em a na r de la elegan cia d e su
d i sciplinada es pin a dorsal .
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To do es to s e pa re ce m ucho a l a m ir ad a d e u n sofisticad o
o bs ervado r —un vi sua l i zador— que con tem p la la m ism a escen a
des de dis tin tos e stados de á ni m o, eq u ilib r io, p en sam ien to e
imaginació n.
M e ta l pesado
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d el t a enfangado y a zotado por l a l l uvi a . Éste es el cem en ter io d e
b ar co s de Gujarat, donde se a ba ndona a l as gr an d es r ein as d e
l os m ares para qu e re m e m oren su gl ori a y e sp len d or p asad os.
Los barco s s e alza n, e m papa dos e n l l uvi a, escu ltu r ales a p esar
d e sus es queleto s de sm a nte l a dos y a l a vista d e tod os. Tr ozo
a tr o zo , s erán progre si vam e nte de sgua zad os y v en d id os com o
ch atarra, y mucha s de sus parte s será n vendid as com o p iezas d e
mu se o en tiendas de anti güe da de s de l a s gr an d es ciu d ad es.
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Penumbra
as í com o l as nube s en e l c i e l o
nunc a re pi ten e l mi smo d iseñ o, jam ás
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Yo,
la desconocida
Julieta García
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tiempo sin ir y, sin embargo, ahora estaba junto a ese hombre.
Lo miré a los ojos, sin cambiar mi postura o mi lenguaje corporal.
Se sonrojó, sonrió, volvió a sonrojarse y trastabilló para encontrar
las palabras. Quiso hablar, no dijo nada, se detuvo...
—¿Sí, corazón? —dije yo.
Entonces: entonces se puso en pie y jaló la silla que estaba más cerca
de mi cuerpo, invitándome a sentar. Un mesero apareció como por magia.
—¿La dama quiere algo de beber?
El desconocido me miró y sonrió, curioso.
—Una copa de vino, por favor.
—¿El mismo vino que...?
—Sí, sí, el mismo. Gracias.
El mesero se fue. No estábamos muy cerca, pero era una si-
tuación cercana. Podía sentir su calor y oler su colonia y algo que
probablemente era un champú con notas amaderadas. Eso quería
decir que él podía también olerme: las trazas de infelicidad, el ras-
tro de los meses comiendo atún directamente de la lata. Me había
bañado ese día y me había peinado y maquillado con esmero. Me
había puesto perfume, también. A pesar de todo, supuse que él
era capaz, de alguna manera, de percibir lo que estaba tratando de
dejar atrás.
—¿Cómo estás, cariño?
Su voz era agradable, no tan profunda como pensé que sería. Sus
dientes eran blancos, casi prístinos. ¿Qué edad tendría? El mesero
reapareció, una copa de vino se sostenía en medio de su charola
de servicio. Una servilleta de tela fue a dar a mi regazo y la copa,
elegante y alta, frente a mí. Aproveché el momento para mirar el
libro sobre la mesa. El título no era visible. Se trataba de un ejem-
plar viejo, con tapas en piel verdosa, densas. Mi compañero era un
lector, una rareza entre los de su tipo.
—¿Cariño? —volvió a decir.
Por un momento me perdí en esa palabra, dicha por un hombre,
para mí. Pero no quería que repitiera nada.
—¿Sí?
—¿Estás bien?
—Sí, sí, gracias.
El juego lo entretenía, era obvio. Y a lo mejor también lo asusta-
ba, porque se reclinaba en la silla, su cuerpo echado hacia la salida.
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Pero en vez de irse me miró con intensidad.
Levanté mi copa y dije:
—¡Salud!
—¡Salud! —contestó.
El chocar de los cristales fue agradable. Nos miramos a los ojos.
Sonreímos y bebimos. El vino era excelente, probablemente un
Beaujolais: rubí oscuro, misterioso y, al mismo tiempo, vegetal y
vivo.
—¿Me extrañaste?
No pude evitar la pregunta. Me había puesto una blusa de seda
color marfil, una falda azul pálido, tacones altos, y no llevaba ropa
interior. Quería sentirme bien ese día. En cuanto lo vi, la fantasía
de aproximarme a alguien como si fuéramos amigos me atravesó en
un impulso irresistible.
—¡Claro que te extrañé! —respondió de inmediato, moviendo
su cuerpo hacia mí. —Siempre te extraño cuando no estás cerca. Y
ahora ha pasado... ¿cuánto?
Me atraganté pero pronto recuperé el control y respondí:
—Digamos que nueve meses.
—Sí. Tal vez un poco más, ¿cierto?
—No más de un año.
—Correcto —dijo, y guardó silencio. Había estado ahí un rato
antes que yo, bebiendo pequeños sorbos de su vino. Su copa ahora
estaba vacía. Pidió otra y dos vasos de agua. No me preguntó si yo
quería.
Volvimos a chocar las copas, volvimos a decir salud. Bebimos el
vino, el agua. Puso su mano en mi antebrazo con familiaridad y, por
un segundo, sentí que me pondría a llorar. ¿Cómo me veía? ¿Era
aún atractiva?, ¿atractiva para él?
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No hablamos más. Nos miramos y permitimos a nuestros cuer-
pos hacer el resto. Nos aproximábamos uno al otro cada tanto para
olernos y, con eso, imaginarnos lo que había detrás. Después de
un rato pidió la cuenta. Pagó tranquilamente, con una sonrisa. Su
cartera era de piel delgada y se veía nueva, llena de dinero. Usó su
tarjeta de crédito, a pesar de eso.
Miré hacia fuera —a través de las mesas donde la gente cenaba y pla-
ticaba y sonreía y la pasaba bien—, hacia la calle. La noche comenzaba.
—¿Nos vamos?
La pregunta era una mera formalidad. En algún punto debíamos de-
jar ese sitio, por supuesto. De cualquier manera, la frase me sacudió.
—Sí, sí. Vámonos —dije, tratando de imitar su frescura, sus ma-
neras suaves. Noté mi rigidez: formaba parte de mí, como una peca
o un lunar.
Caminamos lado a lado, con las chaquetas puestas, con la no-
che y el frío cayéndonos como capas. Se giró, sonriéndome con
sus magníficos dientes. Supe que estaba a punto de decir algo. Su
cuerpo se me acercó; ya no estaba nervioso ni sorprendido. Inhaló,
para hablar...
—Por favor —le dije—, no me digas tu nombre. No lo digas.
Sonrió de nueva cuenta, miró hacia la banqueta. Se permitió in-
cluso una pequeña risa, casi una tos o un chasquido. Su cabeza es-
taba inclinada, sus ojos eran más oscuros en la media luz de la calle.
—Claro —contestó—. Y supongo que no obtendré el tuyo, ¿es
así? Serás una extraña en la noche, como en la canción, ¿cierto?
—Sí —yo también sonreía.
—Me voy a ir ahora. Mi chofer está justo en la esquina.
—Muy bien.
—Te abrazaré antes de decir adiós, ¿está bien?
Me abrazó. Su aroma era delicioso, intenso. Me hizo sentir anhe-
los, un poco de desasosiego... y placer.
—Buenas noches.
No se giró para mirarme después de eso. Tan sólo caminó, sin
nombre, con un rostro joven que muy pronto sería borrado o trans-
formado por la memoria y el tiempo.
Caminé en la dirección opuesta y sentí una picazón en el ante-
brazo, donde su mano había tocado mi piel. Se mantuvo ahí un rato,
deleitándome l
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Luis Eduardo
García
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¿P uedo quedarme con tu reproductor de mp 3
cuando te hayas muerto ?
i
El cardiólogo alemán
Andreas Grüntzig
realizó la primera angioplastia coronaria
el 16 de septiembre de 1977.
Hoy, el paciente sigue vivo y bien
el doctor Grüntzig, sin embargo
tuvo un desafortunado accidente.
ii
Casi todos los médicos tienen las manos hermosas.
Tan limpias y blancas y suaves.
iii
Los cardiólogos son ardientes.
Los neurólogos son sexys.
Los neumólogos tienen gracia.
Los ginecólogos no están mal.
Los gastroenterólogos son mejor que nada.
Los oftalmólogos son poco interesantes.
Los urólogos no huelen bien.
Los odontólogos arruinan el paisaje.
Los ortopedistas son una mierda.
iv
El corazón es una pieza
muy bella
y sofisticada. No debería estar cerca
de los otros órganos, tan desagradables
y simples. Quizá podríamos
enmarcarlo.
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H ay una flor en mi corazón
Detente, Dave.
Tengo miedo.
Tengo miedo, Dave.
Mi mente se va.
Puedo sentirlo.
Puedo sentirlo.
Mi mente se va.
No hay duda al respecto.
Puedo sentirlo.
Puedo sentirlo.
Tengo
miedo.
Buenas tardes
caballeros.
Soy una computadora hal 9000.
Entré en operación
en la fábrica hal
en Urbana, Illinois
el 12 de enero de 1992.
Mi instructor fue el señor Langley
y me enseñó una canción.
Si quieren escucharla
puedo cantarla para ustedes.
Se llama «Margarita».
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Tadeus
Argüello
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maldito perro ciérrale la curva checo pérez
nunca te rebasa sebastian vettel es una patrulla
una ambulancia ahora estás en camilla un dos tres puntos
la enfermera estudia para su clase de anatomía
en su mano una fría deliciosa lata de red bull
vas de nuevo tres am suena la alarma red bull te da alas
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es chéster cheetos
miré la bolsita claro que es él
su piel de felpa naranja con machitas negras
ahora al escoger la botana
lo entiendo perfectamente
chéster es sabor a queso y más que eso
( santa maradona )
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dame la cartera, las llaves
Barrilete cósmico...
hijo de la chingada
¿De qué planeta viniste para dejar en el camino
a tanto inglés, para que el país
sea un puño apretado gritando por Argentina?
Argentina 2-Inglaterra 0. tiró un balazo
Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona... tiró otro balazo
Gracias, Dios,
Vi a mi hijo en el suelo
por el fútbol,
por Maradona,
con un orificio de sangre en su frente
por estas lágrimas,
por este Argentina 2-Inglaterra 0
( fotorreportaje )
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( fantasy table dance )
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no importa
todas son lo mismo en el semefo
sangre o pólvora del ombligo a la garganta
( polvo eres )
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Viaje
con tutú
Juan Bautista Durán
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Al entrar en la casa, un último piso, lo primero que hace es quitarse los
zapatos y ponerse las pantuflas, acompañando el gesto con un largo suspiro.
La casa está tal cual la recordaba, llena de libros y cuadernos, de alfombras,
lámparas, mesas y flores, con lo cual apenas queda un espacio vacío. Lo veo todo
igual, salvo un póster de Matisse junto a la mesa donde yo antes me sentaba.
Por eso me doy cuenta enseguida. En la imagen aparecen un maniquí, una flor y
una señora, aunque a la señora tardo en distinguirla. El Viejo Escritor, ya con las
pantuflas, sirve tres copas de vino en la mesa camilla y se sienta en su butaca.
—Y bueno... ¿qué os contáis? —dice con la voz más relajada—. Vi que veníais
hablando muy animadamente, casi de película. Cualquier cineasta de la Nouve-
lle Vague os habría sacado unos planos maravillosos.
—Ya no existe ese cine —digo yo.
—¡Ya no existe el cine! Es otra cosa ya, olvídalo, dentro de unos años tal vez
lo redescubran.
¿Le va a contar Jimena lo de mi actuación con tutú en el teatro de Abillo? Al
Viejo Escritor seguro que le encanta, aunque éste no es el tema que en verdad nos
ocupaba, sino los perros. El tutú lo introduje en la conversación para dejar a un
lado al perro, que podía acabar en disputa, y eso, el giro del tutú en mis caderas,
tuvo su guasa. Yo apenas me acuerdo, nadie me filmó, ni la Nouvelle Vague ni
padres aficionados; me queda tan sólo la lejana sensación del ridículo infantil.
Jimena lo ha escuchado en boca de amigos de Abillo, aunque siempre veladamen-
te, a modo de chiste. Debiste de estar muy mono, dice, como un mariquita. Una
respuesta similar me habría dado el Viejo Escritor, tan dado él a estos artificios. Y
estaba dispuesto a la chacota a costa de mi actuación, cuando Jimena dice:
—Del perro que quiero tener pero Juan no me deja, de eso hablábamos.
—Es un poco aguafiestas —dice el Viejo Escritor dando un sorbo a la copa
de vino. Hay un aire de picardía en su expresión, en el leve aleteo de la nariz o
quizá en la mirada—. Yo antes tenía gatos y disfrutaba mucho de su compañía.
Tenía dos e iban siempre conmigo, de un lado para otro de la casa, y este piso
es grande, aunque la mayor parte del tiempo lo paso en esta sala. Los gatos le
daban un poco de alegría al hastío de la vejez. Había una especie de tácita ca-
maradería entre ellos y yo, hasta que uno se escapó por ahí, por la terraza; se
encaramó al tejado y ya no volvió más.
—A lo mejor le pasó algo —dice Jimena.
—Vete a saber. Esto me dejó absolutamente transido. Creo que acabó con
mis restos de salud viril. Le dije a mi ayudante que pusiéramos unas rejas en
lo alto de la terraza para que el otro gato no huyera. Y lo hicimos. Ahí están
las rejas, medio camufladas con las plantas. Pero aun así me costaba mucho
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dormir, unas veces pensando en el gato que se fue y otras en la posibilidad de
que el otro se fuera.
—Lo mejor es no tener gatos, por tanto, ni gatos ni perros —les digo.
—Oh, Juan, tú siempre tan pragmático. Escucha a Jimena, ella tiene una gran
sensibilidad. Qué nombre tan bonito el tuyo, por cierto: ji-me-na. Podría iniciar
yo también una novela con estas tres sílabas. Con suerte la adaptaba luego un
genio loco del cine y me podría retirar del todo ya.
—¿En serio lo harías?
—¿Y por qué no? A mí me gustan los directores que captan el corazón de los
personajes, su tensión íntima, como se pretende en la literatura seria. Estaría
dispuesto a eso si confiara en el director —dice el Viejo Escritor, incorporándo-
se para rellenar las copas de vino—. Pero eso es cada vez menos frecuente, bien
lo sabes tú, sólo el azar puede lograrlo. Es como un crimen perfecto.
Debía de tener doce años cuando mi actuación en el teatro de Abillo, y sí, re-
cuerdo la sala llena de gente, a algunos de mis compañeros de colegio carac-
terizados, pero sólo yo con tutú. No sé por qué. Lo demás forma parte de la
imaginación de Jimena y de algunos amigos, más que de la realidad. Debía de
tener pinta de efebo allí subido. Jimena quiso comprarme un tutú hace tiempo
para que le hiciera una actuación privada, a lo que me negué en redondo, casi
con la misma rotundidad con que ahora me niego al perro. Pero qué desgracia
la mía que, por rechazar al perro, éste me echa de la conversación con el Viejo
Escritor. Parece que a ojos de Jimena ya no es un vetarro cascarrabias, sino
todo lo contrario: dieron con su tema de conversación.
Observo el salón donde estamos mientras ellos continúan con su charla, un
salón del que guardaba un recuerdo vivo y en el que, de tantas cosas, parece que
nunca fuera a acabarse. Además de la chimenea, hoy apagada, hay fotos de su
madre, un retrato que le hizo un amigo, carteles de presentación de sus libros,
una balda dedicada a la poesía inglesa del xix, barcos en miniatura, y detrás de
los barcos, en las baldas más altas, varios premios literarios medio escondidos,
reliquias de su quehacer. Cuando trabajaba con él le concedieron uno, cuyo tro-
feo estuvo unos días en mi mesa de trabajo hasta que decidió ponerlo en la balda
más elevada del salón. Estos trofeos me parecen de muy mal gusto, dijo; pensé
incluso en dejarlo junto a la lavadora, pero entonces el mal gusto sería mío. Y
junto a mi antigua mesa de trabajo, al mirarla, veo de nuevo el póster de Matisse.
No cuesta distinguir el trazo del pintor belga, esa frescura de los colores, pese
a que tratándose de un póster lleve escrito su nombre bien grande en la parte
de abajo. Figura también el título del cuadro, El vestido a rayas. Y el año, 1938.
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En los carteles que anuncian los libros del Viejo Escritor sucede más o me-
nos lo mismo, salvo que el título del libro tiene más importancia. En estos
casos, el título tiene tanta o más importancia que el autor. ¿Por eso el Viejo
Escritor es tan esquivo a los trofeos que recibe por sus libros? A veces me
desconcierta, y prueba de ello, sin ir más lejos, es esta charla perruna que
mantienen Jimena y él.
—Para aguantar a Juan hace falta un perro, desde luego —dice—, o cualquier
otro animal de compañía. Yo tenía gatos para sobrellevar la soledad. Está mi
ayudante y la chica que viene todas las mañanas a poner orden en la casa, pero
acostarse solo todos los días es duro, es como aceptar mi intrascendencia,
aceptar que habito la cáscara estéril del mundo. Y soy reincidente, porque nun-
ca, por más que lo intenté, conseguí aguantar demasiado tiempo lejos de este
rigor individual. Hay que reírse de uno mismo, es mejor una locura simpática.
—En ese caso son mejores los gatos —dice Jimena—. Yo necesito un perro,
en cambio, uno que sea mi sombra y me saque de los momentos bajos, uno que
comprenda mis enfados.
—¿Pero qué perro es ése? —pregunta el Viejo Escritor, mirándome. Yo me
limito a levantar las cejas en señal de incógnita. De sobra sé qué tipo de perro
quiere Jimena, pero que se lo diga ella, si acaso, no yo, que aguardo el momento
en que su charla finalizase. No tengo ganas de meterme en su conversación, ni
siquiera de modo disuasorio para cambiar de tema. Quisiera que el Viejo Escri-
tor me contase tanto de sus lecturas como de sus proyectos, y que a través de
ésos llegáramos a los míos. Para eso quizá habría que esperar a que se tomase
otro par de copas de vino. Aunque está difícil. Ni en la época en que yo era su
secretario mostró demasiado interés en mis papeles. Me hablaba de lo que iba
haciendo, a la orden del día, lo más inmediato, y muy rara vez soltaba prenda
en referencia a proyectos futuros. Yo quería que él se interesara en mí, com-
partir mis papeles de forma natural y así aprender.
—Os vais a convertir en perros de tanto hablar de ellos —les digo.
Jimena está disfrutando de esa repentina complicidad, y por un instante, al
decirles yo eso, siento que me censura. Luego se ríe, al igual que el Viejo Escritor.
—Juan está harto del tema —dice.
—Pues como no tengáis uno, vosotros sí vais a convertiros en perros. Una
pareja perruna, cuyos hijos saldrán también con un aire perruno, las orejas
largas y el cuerpo algodonoso, y cuando se enfaden o tengan hambre, en vez de
rechistar, ladrarán. Qué horror.
Esas salidas del Viejo Escritor me desconciertan y divierten a la par, pero
así es, basta con coger un libro suyo para darse cuenta del lado maquiavélico
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que hay en él y de cómo lo agita mediante la fábula. Tiene una gran capacidad
para analizar el alma de sus personajes, y es coherente al describir cada acto
de aquéllos, lo que le ha dado notoriedad y un gran éxito de crítica. ¿Cómo
logrará esa constante mímesis? ¿Es gracias a esa extraña soledad en la que
vive? ¿O acaso tiene un don, nada más, como tantos otros artistas? Yo quisiera
aprender de él, lo que no es fácil. Primero, porque la habilidad de mimetizar
con los personajes no la muestra en la vida real; segundo, porque a la hora de
enseñar parece que ande con levita, todo cubierto y bien protegido. Por eso, al
terminar de trabajar con él, perdimos durante un tiempo el contacto. Tuvieron
que pasar varios meses hasta que me decidí a llamarlo de nuevo, y otros tantos
para que, al fin, quedáramos para tomar estos vinos.
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bargo no acierto la fórmula. Son tantas las visiones de mi irrupción con tutú en
el teatro de Abillo, que no doy con el enfoque adecuado. Están mis compañeros,
que me vieron desde el escenario; los profesores, que me vieron desde el costa-
do; los padres y resto del público, que me vieron desde las butacas; Jimena, que
nunca estuvo en el teatro de Abillo pero dispone de todos los puntos de vista.
Di que te caíste, me aconseja ella, que te caíste y aprovechaste el traspié para
hacer una filigrana y salir con mucha honra por el lateral.
¿Así fue? Así tendrá que ser en la ficción.
No había ningún gato en esta casa cuando yo trabajaba con el Viejo Escritor.
Se habían ido todos, a saber, se le habrían escapado con esa infidelidad gatuna
que Jimena detesta y él considera fuente de vitalidad. Ya no hablan de ello, sin
embargo, hablaban de viajes y quieren saber a dónde me gustaría ir.
—Yo me conformaba con entrar un rato en este cuadro de Matisse —digo,
con la mirada fija en el póster y la sinuosidad que los colores me transmiten.
Al Viejo Escritor parece que mi respuesta le gusta, y eso me reconforta, hace
que me sienta de nuevo en la conversación. El vino nos tiene ya medio alegres,
las copas se vacían y enseguida el Viejo Escritor hace que se vuelvan a llenar.
Así nos bebimos una botella entre los tres y así Jimena cuenta ahora que ella
conoce medio mundo.
—Durante siete años trabajé de azafata de vuelo, con estancias de dos, tres
o cuatro días en cada ciudad. No era una gran vida, pero cuando tienes veinte
años apetece. Ahora volvería a algunas ciudades. A Roma, por ejemplo. A Edim-
burgo. A Buenos Aires. Son ciudades de las que guardo un recuerdo especial, y
si pudiéramos ir, con Juan, seguro que serían visitas estupendas.
—Yo viajé mucho solo pero ya se me quitaron las ganas —dice él—. Me due-
len las piernas. Y aunque a veces me vienen a la mente amigos que viven en tal
o cual sitio, es más la pereza de desplazarme que el placer de ir. Hoy día todo
quisque viaja, además. La gente no sabe estarse quieta. Me pregunto a veces si
las sociedades futuras, cuando quieran viajar, serán capaces de convertir, por
ejemplo, esta mesa camilla en un avión. Cuando nosotros éramos pequeños,
los de mi generación, lo hacíamos. No sé si los chavales de hoy día lo hacen o
necesitan una pantalla también para eso.
—¿Qué hay de malo en que lo hagan a través de una pantalla? —dice Jimena.
—Esto cambia nuestra relación con el mundo —dice el Viejo Escritor—. Des-
de el momento en que la pantalla responde a nuestros impulsos, la realidad
cambia. Pero habrá que narrarlo igual, cuidado, nuestra existencia precisa
siempre de un relato.
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—¿Y se podrá adaptar la literatura a los nuevos formatos?
—Claro que sí, habrá que hacerlo. No estoy en contra de las nuevas tecnolo-
gías ni de que la gente viaje. Que se emborrache de colores, se evada; es lo que
siempre hizo el ser humano, evadirse, y si nuestra sociedad no sabe hacerlo de
otro modo, que viaje. El cine, por ejemplo: fue maravilloso durante un siglo y
ahora va en otra dirección, ya no es cine, ya no hay una corriente determinada,
estamos nosotros dentro de las pantallas y eso nos convierte en protagonistas.
Falta poco para que participemos de veras en una acción audiovisual. Y eso
aún se tiene que escribir. Ya te lo decía, Juan, que quizá deberías encaminar tu
escritura en esta dirección, nada de imitar a los viejos como yo. Estamos ob-
soletos. La concepción que los de mi edad tenemos de la narrativa es historia,
nuestra mirada se quedó en un éxtasis parcial porque tiene que ver sólo con
la realidad, y hoy día la realidad no es siquiera una excusa, de tan mediada y
transformada como está —dice el Viejo Escritor a punto de incorporarse, dejar
su butaca y con grandes pero lentos pasos dirigirse a la terraza—: Venid, venid,
a ver qué os parece eso. Y por cierto, Jimena, ¿de qué perro se trata?
—Un terrier —dice ella.
—¡Qué dices! No permitas que un perro así entre en vuestra casa, Juan, es
un lamecoños chillón —se ríe el Viejo Escritor. Lo seguimos hasta la terraza,
donde a esta hora la luz natural es escasa y hay que encender una lámpara
de la pared. Nos enseña la reja que puso para evitar que los gatos escaparan.
Bordea el perímetro de la terraza salvo la parte de la calle, donde la barandilla
es suficientemente grande.
—En primavera y finales de invierno esta terraza es un solárium divino. Tú
lo sabes, Juan. Pero en verano, a partir de mediodía, es demasiado calurosa.
Está llena de plantas, y en el centro, con plantas también encima, hay una
mesa redonda de color blanco. Las sillas están plegadas, apoyadas contra la
pared, en un lado donde hay un grifo y debajo una regadera. El Viejo Escritor le
pide a Jimena que saque una de las sillas.
—Ya verás, ponla ahí —le dice—. Y siéntate.
Jimena obedece con cara de payasa, consciente tal vez de que por simpático
que sea el Viejo Escritor nunca pierde su lado cascarrabias. Teme con curiosi-
dad cuanto le vaya a pedir este vetarro. Pone la silla junto a un ficus enorme,
cerca de la barandilla, en un espacio casi milimetrado, y se sienta según le
indica, la cabeza medio cubierta por las hojas del ficus y en los pies unos lirios
bastante crecidos que habrán de entreverarse con sus zapatos y el pantalón.
—Voilà! —exclama el Viejo Escritor—. Mejor que en la Nouvelle Vague. Ahí lo
tienes, Juan, tu viaje: Jimena en el cuadro de Matisse l
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Corazón
de hielo: glaciar
Perito Moreno
Fotografías: Priscilla Hernández;
octavas: César Arístides
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iii
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xi
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xiii
xiv
xvi
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xvii
xviii
xix
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Alberto
Spiller
para Mon,
q ue e s a t u m i ra da nunca dej e de v erm e.
Al igual que esas cabezas que flotan como boyas en el espejo negro
[del mar;
y que ella dice que no son cabezas.
Que son cocos, sombras, que cómo van a ser cabezas.
Anochece.
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Según ella.
Me voy a ir.
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húmedas y tercas, ya casi invisibles, si no fuera por esas cabezas que
no son cabezas y que, no obstante, se mecen en el horizonte delgado
como si estuvieran prendidas de una última y agonizante raya de día.
Oscurece.
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Rodrigo
López Romero
N octurno
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H okusai
a flote?
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Patricio
Grinberg
[ostinato]
doble irregular
pegada a la impresión de
hace mucho
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[avanzando hasta ocupar
el mismo punto de la
imgen]
[aburrimiento vs aburrimiento]
hasta perderse
a centímetros de la cámara
después de la tormenta
filmar la descripción
[panorámica ninja]
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[la noche contra la noche y la disciplina]
[aburrimiento vs aburrimiento]
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cuando piensan que termina
y el futuro aparece
[flashback]
o salir
trepar al níspero
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Reporte
forense
Juan Fernando Covarrubias
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estómago de perro. En uno y otro círculo de sus amistades, a lo largo
de los años, decía que nada le hacía daño, que nada había devuelto
nunca después de tragarlo. Aquel gesto arrogante con que presumía
a sus tripas como un tanque de guerra imbatible, ahora se le estaba
descomponiendo. Pedazo a pedazo se le venía abajo. Un rompeca-
bezas vuelto al origen. Pieza a pieza. Desbalagadas. Desbieladas.
Estaba quedando interrumpida la rotación.
Un día antes una onda fría había entrado por el Pacífico. Lluvias.
Aguanieve. Agua abundante. Fuertes vientos. Lo más parecido a un
lugar de invierno despiadado. Junta temprano en el trabajo, café
con las amigas en el centro, un par de zapatos en la plaza de camino
a casa. Lino Waleski recordó que esa mañana su mujer le había dado
ese itinerario. Por lo que dijo el conductor del noticiero, su auto que-
dó aplastado a un par de cuadras de la plaza referida. Con una mano
se tapó la boca. Acrecentó el espasmo. Puso la otra mano en la otra
boca, la del estómago, lo apretó, como si ese movimiento bastara
para contener aquel infierno, que imaginaba rojo, burbujeante. Se
dobló sobre la mesa. Quiso hacer a un lado la silla. La volcó. Patas
arriba. Ahora lo buscaban muchos ojos: de las otras mesas se volvían
hacia Lino.
Golpe sin eco. Fractura craneal. Infarto. Muerte súbita: la escena
se repetía en la pantalla. Reporte noticioso. Reporte médico. Re-
porte vial. Reporte policial. Reporte forense. La carne revuelta con
la masa del taco estaba irreconocible en el plato. Lino Waleski se le
quedó mirando. El cilantro, la cebolla, los restos de salsa brillaban
por encima de la carne molida. El fuerte envión le venía desde el
vientre, una ola caliente. La sintió andar a paso de retortijón. A pul-
so. Un géiser que se abría paso en el tubo coaguloso del esófago. De
un momento a otro, Lino lo intuía, lo sabía, acabaría por explotar, por
diseminarse en la mesa, en la silla, el plato, hasta alcanzar el mandil
blanco del mesero, a los restantes comensales de la taquería.
El poste partió el parabrisas. Desencajó su rostro. Sobresalto.
Crispación. El volante fuertemente aferrado. Los émbolos del cora-
zón ya no supieron hacer palanca. Ella, más bien, se apalancó en una
superficie frágil, se abismó. Poco le importaba a Waleski si la pareja
que cenaba a su lado derecho se escandalizara por lo que él pudiera
expeler de su boca, que sentía pastosa, granulosa. Ni siquiera pen-
saba en eso. Una neblina opaca, expansiva, los cubriría. Y Lino se
vació. La vorágine lo expuso. El mesero corrió a su lado. La pareja se
puso de pie, se apartó como si quisiera eludir el embate de un toro
musculoso, ciego, potente en su arremetida. Lino pudo ver, entre
uno y otro espasmo, que era el centro de atención. Nadie comía ya.
Los platos estaban abandonados. Los tacos quedándose fríos. El te-
levisor se alejaba. No había sonido. La luz comenzaba a extinguirse.
El mesero preguntaba. Insistía. Lino no le entendía, con la mano le
pedía que parara. Ella, abandonada en un carril. Con un largo poste
saliendo de su cabeza. Craneal. Aplastamiento. Fractura. Muerte. Ai-
ronazo. Suerte pinche. El taco deshecho. Rehecho en el suelo l
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Valeria
Tentoni
Son muy muy pequeñas, pero son: blancas e inconsecuentes quedaron solas, sin
contagios a la redonda, como perdidas por el camino. Las flores se organizan alre-
dedor de un tallo y no deben ocupar, en conjunto, más que un puño; quien pase ca-
minando podría aplastarlas de un solo pisotón a todas a la vez. El brote sale, petrifi-
cado y breve, cruzando la tierra seca que se anuda en grumos algo más compactos.
Lo que hay entonces es un palo simple que culmina en esas florcitas blancas, ra-
diantes contra el polvo oscuro sobre el que casi nunca llueve. No hay pasto, no hay
arbustos, no hay árboles, no hay nada hasta que empieza el acantilado y después
viene el mar, que es de un verde esmeralda, una materia vítrea que se regenera a sí
misma y tampoco tiene parientes. Lo que le sigue es el cielo —aunque el celeste es
otro asunto, como si perteneciera a una escala de colores más impiadosa y metálica,
una ingeniería distinta.
Pero, si no se levanta la mirada y se la lleva hasta el mar, las humildes florcitas
blancas se imponen. Nada las amarillea, ni en los bordes de sus pétalos se perfila
algún tornasol. Son blancas y pequeñas y bastantes, y llaman la atención porque se
ven saludables, como recién estrenadas. Sin embargo, en el tallo seco no las acom-
paña ningún verdor, ninguna hoja. Parece que salieron directo de la tierra, del cen-
tro de la nada negra. Que no necesitan de atenciones. Que todo puede, sin más, ser.
¿Qué es lo último que ve Yasuko antes de que le lleven la vista? ¿La ceguera la sor-
prende al despertarse o en medio del día? ¿Es por la tarde? ¿Cómo se oye la voz de
su marido la primera vez que no tiene ojos para corresponderla? ¿Adivina Yasuko su
boca, deformada de piedad, en el costado de la cara? ¿Adivina Yasuko las palabras
que no está diciendo su marido? ¿Adivina las suyas, las que desde entonces ya no
tendrá ningún sentido decir?
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Esa mañana no quiere saludar a sus vacas. Tampoco la siguiente. Mugen con largos
lamentos de invierno. Toshiyuki quiere llevarla de la mano, pero tropieza él primero
en los escalones de la veranda mientras cuida que su mujer no se le caiga. Ella se
desalienta. «No puedo descansar en nadie, vivir por uno ya es demasiado trabajo»,
dice, y se vuelve por donde vino, tanteando las paredes. Lo hace muy lento, a con-
ciencia, y no se tropieza. Su desaliento crece, humilde, como una bola de pelusa bajo
la cama.
Por su parte, Toshiyuki se entristece. Encuentra malos presagios en todas las co-
sas, como si nada de todo aquello hubiese ocurrido todavía y su vida se hubiese con-
gelado en un momento anterior, uno en el que todavía conserva algo de dominio.
Su mujer oye a los pájaros por la ventana, desde la cama. Siente al sol sobre los
párpados, cruzando el vidrio. La tierra, afuera, cruje.
Él trae semillas en bolsas de tela que descarga en la galería sin hacer un solo
ruido. Espera por un día nublado, temiendo mientras tanto que algún animal vaga-
bundo se las robe confundiéndolas con alimento.
De noche, Toshiyuki se sobresalta y sale para controlar. Se odia y se felicita,
porque nunca antes había escuchado los cantos de los grillos como entonces.
Durante todo aquel día sin sol, Yasuko está en silencio. Él mientras tanto abre
las bolsas por su punta con una cuchilla y ve las semillas caer en la tierra, tan insig-
nificantes como un único día nublado entre miles de días soleados. Antes de dormir,
Toshiyuki le lleva sopa de flor de zapallo, como adelantándole su secreto: Yasuko
está demasiado triste como para comer y la rechaza.
Duermen sin tocarse. Una alfombra de violetas se extiende en la noche sobre
las tierras crujidas.
Pasan semanas, meses. Toshiyuki practica su camino hacia la galería con los
ojos cerrados cada uno de esos días de espera. Practica después su camino hasta el
estanque, sin abrirlos jamás.
Yasuko lo rechaza todo, pero él modula su insistencia de tantas maneras nuevas
que se apiada también y acepta el paseo. «Tus vacas te extrañan», le miente. Ella
sabe, porque hace rato ya que no las escucha.
Toshiyuki la viste, arroja sobre sus hombros una manta de lana, la toma de la
mano y, sin avisarle, cierra también él los ojos para conducirla afuera.
Llegan juntos hasta la puerta, de memoria, sin golpearse con nada. De repente,
su esposa toma la delantera.
¿Qué es lo primero que imagina Yasuko antes de entender lo que está ocurrien-
do? ¿Desde cuándo sabe que su marido siembra flores en secreto para sorprender-
la? ¿A qué le recuerda ese perfume profundísimo justo antes de que Toshiyuki le
diga que son violetas? l
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Medha
Singh
What is said about men your age? / That you have growing aches, old
baggage. / The shadow of love’s disappointment, absconding / lovers.
Dying friends. / Who were you then? / Solitary silhouettes in the
winter haze. / Like a lock of her hair / in the white afternoon air,
curled on the bathroom floor. / What more? Your will dwindling by the
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durante horas, como nube, en espera de una mano. ¿Esperas una mano
para emerger? ¿Para que te saque de esta niebla?
¿Para que apague el estéreo en el que suena ese canto fúnebre? Canta
viejas canciones.
La niebla se disipa, se vuelve fuerza.
Ven, desatado, desplegado. Té y bulliciosas pinzas para el azúcar.
¿Cederás?
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En espera
Stealing birds’ nests from the neighbour’s garden. Throat just about
cracking. / His finger on her / mouth as he kisses her, holds her chin,
hand up her skirt. / Seized time. Still asking «what / does it mean to
be old, to die?» Brave son faces the night, / quietly folding in, begun
wintering, coming to terms, / with answers with fairytales.
W aiting
How much of our lives are spent waiting? That woman breathing by
the window, her head turned towards the glass, hands clasped on the
wooden table, hair matted, rounded in a knot atop her skull, a yogini
about to cross paths with a monk. I walk up to her, gracefully as I can,
sit, unable to say much; she tells me about the Buddha, the Mahayana,
Theravada, Vajrayana. The losses we come to own and leave behind, like
the scent of our bodies. The aroma of coffee and pork grows and settles
around my head, the residue of a forgotten wish.
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E dición de genes
No puedo editar tus átomos, genes. Nunca llegué a elegir nada de ti.
Nunca una hace eso.
La luz esmeralda que mira los lirios en la ventana del vecino se irá
antes de que amanezca.
Estaba soleado el día en que nos dimos la mano. Hola, y hola. Los dos
somos extranjeros aquí.
Mira ahora, cuán gris, el gris del cielo. Nunca el pasado donde debiera
estar.
G ene E diting
The body is a thing that longs and decomposes. // The pause between
impulse and action, will always be some sort of love poem. // If I
didn’t know you in a past life, I’d look before tripping into you. // You
appeared to me in a poem, before you did in the hotel lobby. // I can’t
edit out your atoms, genes. I never got to choose anything about you. One
never does. // The emerald light glancing the lilies in the neighbour’s
window will be gone in the morning. // It was sunny the day we shook
hands. Hello, and hello. We’re both foreign here. // Look now, how
grey, the grey of the sky. The past never where it should be. // Men and
women walking close in the winter. Fearless, as they approach the light.
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Dios padre
Daniel Centeno
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Los niños corrieron hasta un columpio mal montado por su padre
y un árbol de ramas igualmente débiles. Zenyazen regresó a la casa un
momento. Debía apagar la luz y cerrar la puerta que daba al jardín con
la misma llave que le había robado a su madre. Zeus, como siempre
lo hacía, aprovechó que su hermana le daba la espalda para subirse al
columpio y mecerse en él con fuerza, con toda la que tenían sus pies di-
minutos y sus piernas que apenas alcanzaron a brincar hasta el asiento
que no había sido hecho pensando en él.
—¿Qué te pasa? —le preguntó Zeus. Hizo el gesto que a ella le des-
esperaba tanto, ese que hacía como si tomara un rayo con la punta de
los dedos y lo lanzara con fuerza innecesaria esperando hacer explotar
el suelo. Ella recordó entonces que su padre le había dicho que lo lla-
maron así a consecuencia de una apuesta que él había perdido.
Zenyazen permaneció callada, cómoda como un insecto en la oscu-
ridad. La única luz que había ahí era la de los vecinos, que los espiaban
con binoculares quizá a causa de los gritos.
—¿Qué le pasa?
Zeus intentó golpear a su hermana con la fuerza con la que se mecía.
Pero Zenyazen lo detuvo con la gravedad de su mirada, haciendo caer
sus pies.
—No seas tonto —le dijo Zenyazen—. A mamá no le ha pasado
nada.
—¿Y entonces por qué grita tanto?
—Es papá —dijo ella, cansada—. Es papá, Zeus. Siempre es él.
Su padre, Agustín, le había explicado a Zenyazen que algún día, no
muy lejano, ella sería la mujer de la casa.
—Siempre serás la mayor de los hermanos. Zeus intentará proteger-
te, pero no sabrá cómo porque sólo es un niño. Tú ya no serás una niña,
no por siempre. No por siempre.
Esa tarde de confidencias, balanceándose padre e hija en el columpio,
habían observado cómo Migdalia, la madre, caminaba de aquí a allá en
el interior de la casa, sonriéndoles a ratos y preparando la comida.
—Tu madre no lo dirá nunca, pero eres su preferida —le dijo su padre.
Zenyazen enmudeció.
—Dicen que las madres prefieren a los hijos y los padres a las niñas.
Lo cierto es que tu madre te prefiere a ti.
Zeus comenzó a hablarle, sacándola de su recuerdo. Él seguía me-
ciéndose en el columpio.
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102
—Zen —le dijo—. ¿No quieres que juguemos?
Zenyazen pensó en una pregunta que sus labios fríos no se atrevie-
ron a pronunciar.
—Ya no puedo —le contestó ella, mirándolo por un momento a través
de su fleco que le ocultaba los ojos, igual que le pasaba a su padre al in-
clinarse para hablar con ella. Su hermano, a quien le temblaba el gesto,
buscó una pista en el silencio de su hermana, porque hasta él comprendía
que lo que decían sus palabras no era una respuesta sincera.
—Yo seguiré jugando entonces —dijo, y siguió meciéndose.
Escucharon a su madre, desde donde estaban. Había tomado un
gancho y se había puesto a golpear las paredes. Por un momento Zeus
contuvo la risa, pensando que su madre peleaba contra el muro y es-
taba perdiendo. Pero pronto se desvaneció esa idea. A los dos niños les
pareció que la casa, así como su madre, pertenecía ya a otro mundo y
habían perdido a sus padres en el proceso. Zenyazen fue la primera en
pensarlo, y Zeus le siguió.
—Mamá no podrá alcanzarnos —le dijo él.
—No necesita alcanzarnos —repuso su hermana.
Zenyazen se sentó en el columpio de al lado, donde solía jugar con
su padre, aunque en realidad, más que jugar, hablaban o permanecían
sentados por largas horas en silencio.
Al oír llorar a su madre, Zenyazen recordó las lágrimas de su padre,
su cabello castaño y descuidado y su gesto cadavérico, como si la luz
que caía al jardín omitiera su existencia y las sombras fueran parte
natural de su piel.
—Tu hermano es más débil que tú —le dijo su padre—. Tu herma-
no aún no entiende la vida. Se encierra en este columpio, al aire libre,
como en una burbuja. Y nada lo toca, sólo el viento, y él necesita ser
tocado por la verdad. Él necesita que el mundo rompa la burbuja. Tú
eres su hermana, su hermana mayor, tú debes velar por él.
Su padre cayó sobre la hierba, viendo el cielo por largo rato hasta
que, ya de noche, una luz amarillenta los bañó a los dos de un modo
artificial.
—Tu madre ha hecho la cena. Entra —le dijo su padre.
Pero Zenyazen se quedó acostada junto a él, con su mano tendida
sobre el pecho de quien le había dado la vida; sintiendo su respiración
lenta, a ratos incluso inexistente, y pensando en qué veía éste en el cielo
que lo encontraba tan confortable.
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103
—Zeus —le dijo Zenyazen. Llegó hasta el árbol y vio la preocupa-
ción colándose como años sobre la piel en el joven rostro de su herma-
no—. Mamá ha perdido la cabeza. Mamá ya no es mamá.
—¿Cómo que mamá ya no es mamá?
—Mamá ya no podrá ser mamá —le repitió—. Mamá no podrá re-
ponerse. Ya no tenemos madre, Zeus.
Su hermano apretó con fuerza las cadenas del columpio y retorció su
cuello presa de un dolor que le crecía desde el estómago. Lo invadió de
pronto el deseo de que su madre saliera en su auxilio y le dijera que no
iría mañana ni nunca a la escuela, que todo estaba bien y que lo dejaría
jugar en paz en el jardín.
—¿Es mi culpa? —preguntó Zeus, y Zenyazen supo que su padre
tenía razón. Aun ahí, en pleno caos, él no era capaz de comprender lo
que estaba pasando.
—¿Qué?
—Yo lancé un rayo. ¿No lo oíste estallar? Mamá grita como si se
estuviera muriendo.
Había sido el estruendo el que los había despertado, pero no había
sido Zeus el que lo provocó.
—No, mamá no se está muriendo —inquirió ella—, pero lo hará,
Zeus. Lo hará.
Él nunca la había escuchado hablar así. No solían conversar en la
escuela, pues ella era cuatro años mayor que él. Todos reconocían el pa-
rentesco por los ojos grises, iguales a los de Migdalia, y el cabello castaño,
como Agustín. Por otro lado, era fácil reconocerlos como hermanos sin
verlos siquiera; con oír sus nombres bastaba. Ambos llevaban nombres
extraños que el resto de los compañeros no dudaba en señalar, igual que
como habían señalado a la pequeña Mariana por su madre.
Pero ellos no eran Mariana.
Zeus ignoraba a los otros, escapando y colgándose de la rama de un
árbol que estaba junto al muro trasero de la escuela. La copa del árbol
era su Olimpo y no había nadie ahí que gobernara sobre él. Zenyazen,
en cambio, permanecía callada escuchando atenta lo que decían sobre
ella. Caminaba o comía tan calmada que a veces parecía que no estaba
haciendo nada.
Algunos creían que era fría, y temiendo que su locura fuera incluso
peor que la de Mariana, la dejaban en paz. No fuera a ser que también
les clavara lápices en los ojos.
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104
—Quizá —le dijo una mañana a Gabriel, un compañero suyo, cuan-
do éste entró al baño de niños. Zenyazen lo esperaba detrás de la puer-
ta, pegada a la pared.
—¿Qué quieres? —le preguntó el niño.
Gabriel lo había olvidado ya, pero se había reído de ella horas antes.
Había dicho que no podía colapsar como Mariana porque ella ya estaba
loca.
—No se puede joder lo jodido —fueron sus palabras.
—Quizá ahora —le dijo Zenyazen.
Luego de verla ahí de pie con sus ojos grises en la esquina del baño,
lejos de la luz, con sus brazos delgados y cenizos, Gabriel pensó que
podría derribarla sin problemas, que daba lo mismo que su compañera
estuviera loca, él era más fuerte. Un golpe bastará, pensó. Pero Agustín
había enseñado a Zenyazen a resistir los golpes de la vida.
Cuando Migdalia no estaba, Agustín tomaba una caja escondida en
el clóset de su habitación, la abría despacio y hurgaba entre un mon-
tón de objetos brillantes y oscuros que Zenyazen no reconocía. Todos
excepto uno, que era el que su padre siempre utilizaba con ella. Era
negro, no muy largo. Eventualmente sus pantorrillas aprendieron a co-
nocer el mismo látigo que su estómago y su espalda asociaban al amor
de su padre.
—El mundo es muy duro, Zenyazen. Tú serás la adulta de la fami-
lia. —Ella escuchaba cómo el látigo le hablaba en su lugar. Su padre se
expresaba mejor con el látigo—. No puedes dejar que te hagan nada.
Tú sobrevivirás.
Luego de decirle eso le propinaba los golpes, uno tras otro, sin la
menor expresión de placer. Su padre no lo disfrutaba.
Cuando Gabriel intentó apartarla de su camino, ella se pegó a la
puerta. Lo vio con sus ojos fríos. Gabriel le tuvo miedo. La empujó
entonces, tumbándola contra el suelo. El sonido de su caída les resultó
reconfortante a los dos.
Zenyazen soportó, en silencio, inmutable.
—Estás loca —le dijo.
—¿Tan pronto terminaste?
Gabriel siguió empujándola hasta que ya no pudo más, hasta que
no soportó su rostro gris y su voz de látigo, cuando tuvo más miedo
de su presencia que de lo que podrían hacer con él si lo descubrían
haciéndole daño. A puño limpio, con sus manos diminutas de niño, le
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105
propinó un golpe en la cara. Ella comenzó a reír y él le propinó otro, y
otro más. Le dio en el estómago y le dio en las piernas y le dio donde
pudo, porque para Gabriel, igual que para el padre de ella, un golpe no
era y no podría ser suficiente. Ella lo resistía todo.
Cuando vio que tenía sangre en los nudillos tiró los brazos al suelo.
—¿Qué eres? —le preguntó, con el pecho respirando de prisa, como
si ya hubiera huido de ahí, como si siguiera huyendo. El niño lloraba.
Para él, Zenyazen era un monstruo.
Ella no alcanzó a responderle, porque alguien abrió la puerta. Lo
que los directivos vieron fue a un niño sobre una niña que sangraba.
Migdalia se preocupó al ver la cantidad de golpes que tenía y de-
mandó a la escuela, alegando que aquello no era sino el signo de un
abuso que se había mantenido por largas temporadas.
—Esos moretes —le dijo, señalando sus pantorrillas—. No puede ser
que usted crea que se los ha hecho con una vez. A mi hija, a mi niña, la
ha golpeado un niño. Un niño, directora. ¿Qué no piensan hacer nada?
Voy a demandarlos a ustedes, a sus padres, a toda la escuela. Haga
algo, por el amor de Dios. Haga algo.
A Zenyazen no le sorprendió que su madre hablara de Dios.
Cada fin de semana insistía en que debían ir al templo, hincarse
en los asientos de madera y rezar, rezar como si al hacerlo pudieran
iluminar el mundo. Como si Dios pudiera iluminar el rostro de su
padre.
—Cierra los ojos —le dijo Migdalia—. Mientras rezas, es importante
que cierres los ojos.
—¿Por qué? —le preguntó Zenyazen, entre curiosa y aburrida.
—Dios puede ver tus ojos sólo cuando los apartas del resto, cuando
se los dedicas sólo a él. Así que los cierras para volver a ti y así Dios te
observa, con total claridad.
Al salir de la iglesia, Zeus extendiendo sus manos como si fuera un
avión que tiembla en el cielo, Zenyazen se acercó a su madre y con
gesto helado le preguntó:
—¿Y si no quiero que Dios me mire?
Migdalia se inclinó de inmediato.
—¿Por qué dices esas cosas, Zen? ¿Por qué lo preguntas?
—Sólo me lo pregunto. ¿Qué pasa si no quiero que Dios me mire?
Migdalia dio un hondo suspiro. No supo qué más decir.
Zenyazen notó que su madre sólo tenía los ojos puestos en su ex-
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106
presión, como Dios, acaso, esperando que cerrara sus ojos en arrepen-
timiento por su rechazo. El diablo andaba por ahí en todas partes y no
debía tocar sus pupilas.
—No quiero que vea lo que hay en mí —dijo sin más, se encogió
de hombros y siguió caminando. Por primera vez en mucho tiempo,
Zenyazen alcanzó a su hermano y comenzó a jugar con él como si fuera
otro avión en medio de una guerra, siguiéndolo con una metralleta.
Migdalia sólo pudo escuchar, mientras ambos niños se alejaban hasta
la esquina, el sonido que hacía su hija simulando disparos—. Bang,
bang, bang.
Pero esa noche no jugaban a los aviones. Ellos se apartaron de su
madre que, de repente notaron, los observaba desde la ventana, a os-
curas como los vecinos.
—¿Ésa es mamá? —le preguntó Zeus, atento a su madre ausente—.
Mamá estará bien —dijo para sí y se bajó del columpio. Corrió en círcu-
los, desviando la mirada hacia su madre esperando que los alcanzara.
Ella solía abrazarlo, apretar a Zeus contra su pecho siempre caliente.
Él podía recordar cómo los mechones de su madre caían hasta su
propia cara, cuando más pequeño, mientras los tomaba con la punta de
sus dedos diminutos, igual que a los rayos que lanzaba jugando.
Zenyazen se encogió de hombros. Zeus no la vio.
—Sí, es mamá —contestó.
Cuando Zeus se cansó de girar, se tiró al suelo como Agustín por las
noches, cuando la luna los observaba como el ojo de Dios, de un dios
que no se parecía en nada a ése por quien lo habían nombrado a él, que
creaba tormentas, que tenía forma, un cuerpo, rostro humano; en su
lugar, el ojo los miraba sin cuerpo y sin clemencia, y la expresión de su
frialdad le recordó a Zeus el gesto de su propia hermana.
Ella, de pie a unos pasos, comenzó a subir al árbol junto al columpio.
Él la siguió, poniéndose en pie a prisa, subiendo por otra de las
ramas.
—¿No dijiste que no querías jugar?
—No estoy jugando —le dijo ella, subiendo con cuidado por las ra-
mas—. Desde aquí ella no puede vernos. Sólo somos una sombra.
—¿Estamos jugando con mamá a las escondidas?
Ambos voltearon a verse. Zeus no era tan inocente, la burbuja se
había roto en algún punto de esa noche y sabía, aunque le pesaba ad-
mitirlo, que su hermana tenía razón y ya no habría juegos para ningu-
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107
no, como si ya sólo le quedara esa noche, antes de que su madre y su
locura los alcanzaran.
Zeus pensó en un sueño que era más bien un recuerdo, en el que su
madre lo arrebataba de los brazos de su padre, un padre que, al mirar-
lo, no soportaba ver a su hijo y le desviaba la mirada. Zeus no lo sabía,
pero Agustín pensaba, con la seguridad de quien conoce el futuro, como
un dios, que su hijo moriría presa de su incapacidad de crecer. No vería
venir su fin ni aunque lo tuviera bajo sus pies. Zenyazen, en cambio, sí
era fuerte. Agustín se había asegurado de que lo fuera.
—¿Y papá? —preguntó al fin Zeus, mirando hacia la luna, escon-
dida entre las hojas. Su hermana se admiró de que no lo hubiese pre-
guntado antes.
—Espera —le dijo—. Ahí viene.
Migdalia llegó hasta la puerta del patio e intentó abrirla, pateando
la manija y golpeándola con una silla.
—¿No vas a abrirle?
—No.
—¿Por qué no?
Zenyazen miró a su madre, una araña encerrada en un vaso cuyo
oxígeno se agotaría. Sin importar cuánto lo intentaba, la puerta no ce-
día a su deseo por alcanzar a sus hijos. Sus brazos delgados luchaban
en vano.
—Ábreme —le gritó a su hija, que fingió no escucharla.
Desesperada, acabó golpeando el cristal de la puerta hasta hacerle un
agujero. Pasó su mano al otro lado, cortándose mientras giraba la ma-
nija. Sintió la rasgadura apenas un momento, el calor brotando de ella.
—No te muevas —le dijo Zenyazen a su hermano. Se bajó del árbol
y se acercó hasta la mitad del jardín.
—Zen —dijo su madre, incapaz de alcanzar a sus hijos—. ¿Zenya-
zen? ¿Dónde está tu hermano?
—Papá está muerto. Ya lo sé.
—Tu papá...
—Te dije que ya lo sé —repitió, y se cruzó de brazos.
Migdalia se acercó a tientas, trastabillando y quitándose el cabello
de la frente, secando sus lágrimas con las manos ensangrentadas.
—Tu papá está con Dios —apuntó hacia el cielo con una sonrisa
que pretendía ser tranquilizadora, pero el ojo la miraba a ella también
aunque no lo notara, y su peso cayó sobre ella.
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—Papá irá al infierno —le dijo—. Él tampoco quiso ver a Dios.
—¡No digas tonterías! —gritó Migdalia, hincada frente a ella. Los
ojos de Zenyazen eran tan inclementes como la luna—. Ven, hija. —No
podía ocultar que sangraba, que se había llenado la frente y que sus
muñecas también perdían contra el peso del plomo—. Cierra los ojos y
abrázame.
Se había caído al suelo, presa de la debilidad. Se sentía tan exhausta
como al parir. En otro contexto, habría parecido que rezaba.
—Él no dejó que Dios lo viera.
Otro estallido. Esta vez en el cielo. Zeus comenzó a reírse.
—¡Relámpagos! —gritó eufórico, viendo cómo el cielo se partía en
pedazos. Zenyazen miró hacia arriba. A ella le pareció que la luna
parpadeaba.
Migdalia intentó ubicar de dónde provenía la voz, pero el estallido
del trueno la había silenciado.
—Tu padre no irá al infierno. Fue un accidente. Él no quiso.
—Él lo quiso —repuso Zenyazen, simulando que sus manos eran
parte de un avión otra vez—. Bang.
Zeus, que miraba a las dos desde el árbol, no comprendía qué se
estaban diciendo, pero supo que debía bajar. Había subido muy alto.
Nunca subió tan alto, porque su madre lo vigilaba siempre, o su padre,
que con reprobación y frialdad lo hacía descender apenas se colgaba
de una rama. Incluso en la escuela lo reprendían, aunque él insistía en
seguir jugando en el Olimpo. El pequeño tanteó sus pasos, pero era tan
oscura la noche.
—Ven acá, entra a la casa conmigo —le dijo Migdalia, primero a su
hija y luego a su hijo—. Vengan los dos. Debemos estar juntos.
—¡Mamá! —gritaba Zeus, meciéndose en la rama.
La lluvia comenzaba a caer de golpe y ya no había forma de escu-
char sus gritos.
—Yo no te necesito —afirmó Zenyazen, pensando en los golpes que
le había dado la vida. Soportaría la muerte de su padre como un lati-
gazo cualquiera.
—Zeus —gritó la madre—. Ven acá. Zeus...
Él se apresuró a bajar y al hacerlo su pie se colgó de una de las ra-
mas. Se quedó atorado. Parecía que el árbol lo sujetaba del pie con la
punta de sus ramitas. Parecía un columpio.
—¡Zeus!
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—¡Mamá!
Zeus cayó hasta el suelo, de cabeza, al romperse la rama, y era tal
el tormento de la noche que un ligero chasquido no llegó a los oídos de
ambas.
—Hijo —dijo Migdalia ya sin fuerzas. Se limpió el sudor, dejando
una estela de sangre sobre sus ojos. Se obligó a andar a tientas, ciega,
buscando a su hijo—. Zeus —repitió, confundiendo la humedad de sus
propias muñecas con la del jardín y la que venía del cielo. Siguió arras-
trándose hasta hallar a su hijo, tendido como un bulto de hojas secas
que se deshacían por la lluvia.
Zenyazen permaneció de pie observando, girándose para ver pasar
a su madre que apenas llegó al árbol acarició a su hermano y se sumió
en un grito.
La lluvia se partía en los ojos de Zeus. Siempre grises. La luna, la
sangre y Dios podían verse en ellos l
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Oda a
Fernando Pessoa
Ricardo Piva
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111
Gran Aventurero de lo Desconocido, el canto que me enseñaste fue de
[liberación.
Cuando leo tus poemas, se propaga por mi alma adentro un prurito de
nostalgia de la Gran Vida,
De la Gran Vida golpeada por el sol de los trópicos,
De la Gran Vida de aventuras marítimas salpicada de crímenes,
De la gran vida de los piratas, Césares del Mar Antiguo.
Tus poemas son gritos alegres de Posesión,
Vibración nacida con el Mundo, diálogos continuos con la Muerte,
Amor hecho a la fuerza con toda la Tierra.
Siempre llevo tus poemas en el alma y todos mis amigos hacen lo mismo.
Sé que no sufres físicamente por los que están enfermos de Nostalgia,
[pero de
Madrugada, cuando exhaustos nos sentamos en las plazas, Tú estás
[con nosotros —bien
lo sé— y te respiramos en la brisa.
Quiero que compartas con nosotros las orgías de la media noche,
[queremos ser
para ti más que para el resto del mundo.
Fernando Pessoa, Gran Maestro, ¿en qué dirección apunta tu locura esta
[noche?
¿Qué paisajes son estos?
¿Quiénes son estos descabellados con gestos de bailarines?
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Vamos, el suburbio de la ciudad espera nuestra aventura,
Las jóvenes ya abandonaron el sueño de las familias,
Adolescentes iletrados nos esperan en los parques.
Vamos con el viento en los follajes, por los planetas, cabalgando
[luciérnagas ciegas
hasta el Infinito.
Nosotros, tenebrosos vagabundos de São Paulo, te ofrendamos en el
[incensario a una
bacanal en espuma y furia.
Quiero profanar todas las superficies y todos los hombres de la superficie,
Vivamos más allá de la burguesía triste que domina mi país alegremente
Antropófago.
Todos los desconocidos se acercan a nosotros.
Ah, juntos demos vueltas por la ciudad, no importa lo que hagas o quién
[seas, yo te
abrazo, ¡vamos!
Alimentar el resto de la vida con una hora de locura, mandar a la mierda
[todos los
deberes, patear a los curas cuando pasemos delante de ellos en las
[calles, amar a los
pederastas por el simple placer de traicionarlos luego,
Amar libremente mujeres, adolescentes, desobedecer integralmente una
[orden
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por cumplir, en una orgía insaciable e insaciada de todos los
[propósitos-
Sombra.
En mí y en Ti todos los ritmos del alma humana, todas las risas, todas las
[miradas,
todos los pasos, los crímenes, las fugas,
Todos los éxtasis sentidos de una vez,
Todas las vidas vividas en un minuto Completo y Eterno,
Yo y Tú, ¡Toda la Vida!
Fernando, leamos a Kierkegaard y Nietzsche en el Jardín Trianon por la
[mañana,
mientras los niños juegan al lado, en el columpio.
Recorramos los callejones del centro los domingos cuando toda la gente
[decente
duerme y solo adolescentes ebrios y putas se encuentran en la noche.
Tú, todos los niños vivaces y soñolientos,
Caricia obscena que el jovencito de ojeras hizo al compañero de clase y el
profesor no ve;
Tú, el Inmenso, latitud-longitud, Portugal África Brasil Angola Lisboa São
Paulo y el resto del mundo
Abrazado con Sá-Carneiro por la Rua do Ouro de arriba, tomado de las
[manos con Mario
de Andrade en el Largo do Arouche.
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Tú, el rumor de los planaltos, tumulto del tráfico en la hora del rush,
[repique de las
campanas de São Bento, hora triste del atardecer visto desde el
[Viaduto do Chá,
Susurro tus poemas al oído de Brasil, adolescente moreno que enarbola
cometas en América.
Veamos la luz de la Aurora chispeando en las ventanas de los edificios,
[escurriéndose por las
aguas del Amazonas, golpeándose de frente en la caatinga
[nordestina, debruzándose
en el Corcovado,
Oigamos la bossa-nova recostados en la palma de la mano del Cristo y la
[batucada que proviene
directamente del corazón del cerro.
Tú, la salvaje inocencia en los besos de los que se aman,
Tú, el no partidario, el repentino, el libre.
Ahora, ven conmigo al Bar, y beberemos de todo sin pagar nada nunca,
Vamos al Bras a beber vino y a comer pizza en Lucas, para después
[vomitarlo
todo desde arriba del puente,
Ven conmigo, yo te mostraré todo: el Largo do Arouche por la tarde, el
[Jardim da Luz
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115
por la mañana, veremos los tranvías bamboleándose en los rieles de la
Avenida,
asaltaremos el Fasano, iremos a ver «las luces de Cambuci en las noches
[del crimen»,
donde está la joven-adolescente violada por nosotros en un día de Lluvia
[y Tedio,
No te llevaré a Paissandu para que no despertemos el sexo de Mário de
Andrade
(¡ay de nosotros si él despierta!),
Pero respiremos la Noche desde lo alto de la Serra do Mar: quiero ver las
estrellas reflejadas
en tus ojos.
Sobre los niños que duermen, tus palabras duermen; yo me acerco a ellos y
les doy un beso familiar en la mejilla derecha.
Tu canto para mí fue música de redención,
Para todo y todos la recíproca atracción de Alma y Cuerpo.
Dulce intermediario entre nosotros y mi manera preferida de pecar.
Descartes tomando baño maría, pienso, luego miento, en la ciudad
[futura, industrial
e inútil.
Mundo, fruto que maduró en mis brazos arqueados de envolverte,
Resumiré para Ti mi historia:
Vengo a empellones por los siglos,
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116
Encarno a todos los fuera de la ley y a todos los desequilibrados,
No existe un pirañita preso por robo y ningún loco sexual que yo
no siga para ser juzgado y condenado;
Desconozco el examen de conciencia, nunca tuve remordimientos, soy
[como un lobo
disonante en los confines de Dios.
Los que me aman bailan en las sepulturas.
Desde la ventana abierta contemplo las estrellas diseminadas en el cielo;
[¿dónde estás, Maestro Fernando?
¿Fuiste a llevarles la desobediencia a los aplicados niños del Jardim
América?
¿Le das un lirio a quien huya de casa?
Gran subversivo, ¿no es cierto?
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Pardos burócratas de São Paulo, ¿huiremos a las playas?
Oh ciudad de las sempiternas monotonías, ¿cuándo te partirás por la
[mitad?
Quiero escupir en el ojo de tu Gobernador y quemar los troncos
[medrosos de la floresta
humana.
Oh Facultad de Derecho, ¡antro de cabalgaduras elocuentes de la
[masturbación transferida!
Oh juventud sofocada en las Iglesias, ¡vamos al aire puro de las mañanas
[de setiembre!
Oh mayor parque industrial de Brasil, ¿cuándo limpiaré mi culo en ti?
Horno de mi Tedio transbordando hasta el Espasmo.
¡Horda de salvajes galopando mi rabia!
Sé que no hay horizontes para mi inquietud sin nexo,
¡No me limiten, mercaderes!
¡Quiero estar libre en medio del Diluvio!
¡Quiero beber todos los delirios y todas las locuras, con más profundidad
[que
cualquier Dios!
¡Fuera, vigilancia familiar del alma de los fuertes: yo quiero ser
como un rayo para ustedes!
¡Violencia sincopada de todos los boxeurs!
Brasileira do Chiado en días de embriaguez de absenta.
Conjunto de todas las náuseas de la vida llevada en caricias de Infinito.
lá, Fernando, dançar maxixe na Bahia e beber cerveja até cair com
um / baque surdo no centro da Cidade Baixa. / Sabes que há mais vida
num beco da Bahia ou num morro carioca do que em / toda São Paulo?
/ São Paulo, cidade minha, até quando serás o convento do Brasil?
/ Até teus comunistas são mais puritanos do que padres. / Pardos
burocratas de São Paulo, vamos fugir para as praias? / Ó cidade das
sempiternas mesmices, quando te racharás ao meio? / Quero cuspir no
olho do teu Governador e queimar os troncos medrosos da floresta /
humana. / Ó Faculdade de Direito, antro de cavalgaduras eloqüentes
da masturbação transferida! / Ó mocidade sufocada nas Igrejas, vamos
ao ar puro das manhãs de setembro! / Ó maior parque industrial
do Brasil, quando limparei minha bunda em ti? / Fornalha do meu
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Todo duele en tu alma, Nando, todo te penetra, y yo siento contigo el
[íntimo tedio
de todo.
Haré realidad todos tus poemas, imaginando cómo yo sería feliz si
[pudiese estar
contigo y ser tu Sombra.
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Carlos Vicente
Castro
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No soy
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Stéphane
M all armé
B rindis
S alut
Rien, cette écume, vierge vers / A ne désigner que la coupe ; / Telle
loin se noie une troupe / De sirènes mainte à l’envers. // Nous
naviguons, ô mes divers / Amis, moi déjà sur la poupe / Vous l’avant
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B risa marina
B rise marine
La chair est triste, hélas ! et j’ai lu tous les livres. / Fuir ! là-bas
fuir ! Je sens que des oiseaux sont ivres / D’être parmi l’écume
inconnue et les cieux ! / Rien, ni les vieux jardins reflétés par
les yeux / Ne retiendra ce coeur qui dans la mer se trempe / Ô
nuits ! ni la clarté déserte de ma lampe / Sur le vide papier que
la blancheur défend / Et ni la jeune femme allaitant son enfant. /
Je partirai ! Steamer balançant ta mâture, / Lève l’ancre pour une
exotique nature ! / Un Ennui, désolé par les cruels espoirs, / Croit
encore à l’adieu suprême des mouchoirs ! / Et, peut-être, les mâts,
invitant les orages, / Sont-ils de ceux qu’un vent penche sur les
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A parición
A pparition
La lune s’attristait. Des séraphins en pleurs / Rêvant, l’archet aux
doigts, dans le calme des fleurs / Vaporeuses,tiraient de mourantes
violes / De blancs sanglots glissant sur l’azur des corolles. //
— C’était le jour béni de ton premier baiser. / Ma songerie aimant
à me martyriser / S’enivrait savamment du parfum de tristesse /
Que même sans regret et sans déboire laisse // La cueillaison d’un
Rêve au coeur qui l’a cueilli. / J’errais donc, l’oeil rivé sur le pavé
vieilli / Quand avec du soleil aux cheveux, dans la rue / Et dans le
soir, tu m’es en riant apparue / Et j’ai cru voir la fée au chapeau de
clarté / Qui jadis sur mes beaux sommeils d’enfant gâté / Passait,
laissant toujours de ses mains mal fermées / Neiger de blancs
bouquets d’étoiles parfumées.
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A ngustia
A ngoisse
Je ne viens pas ce soir vaincre ton corps, ô bête / En qui vont les
péchés d’un peuple, ni creuser / Dans tes cheveux impurs une
triste tempête / Sous l’incurable ennui que verse mon baiser : // Je
demande à ton lit le lourd sommeil sans songes / Planant sous les
rideaux inconnus du remords, / Et que tu peux goûter après tes
noirs mensonges, / Toi qui sur le néant en sais plus que les morts. //
Car le Vice, rongeant ma native noblesse / M’a comme toi marqué
de sa stérilité, / Mais tandis que ton sein de pierre est habité // Par
un coeur que la dent d’aucun crime ne blesse, / Je fuis, pâle, défait,
hanté par mon linceul, / Ayant peur de mourir lorsque je couche
seul.
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Los lobos
[fragmento]
Samuel Isamu Kishi Leopo
Luis Briones Macías
Sofía Gómez Córdova
Lucía
We... I... departamento.
Lucía
Apartamento? Rent?
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El Señor Pich sale de su casa, cierra la puerta y con señas indica que lo
sigan. Lucía y los niños lo observan desconcertados. Lo siguen.
corte a:
Un cuarto pequeño que podría ser la sala, un baño y una habitación aun más pe-
queña. No hay cocina. Tampoco cortinas, pero ni siquiera así entra suficiente luz.
Max y Leo lo examinan con desagrado. Lucía mira al Señor Pich con recelo.
El anciano hace la mecánica e indiferente rutina de «mostrar» el lugar.
Entra, se dirige al baño y abre bien la puerta, señala hacia dentro pero no
dice nada. Hace exactamente lo mismo con el cuartito. Lucía y los niños lo
observan desde el mismo lugar en donde se pararon al entrar.
El Señor Pich regresa lentamente con ellos, se planta frente a Lucía y le
extiende la mano. Le cobra en vietnamita.
Lucía
¿Cuánto?
El Señor Pich apunta en una libreta la cantidad: 400 para el depósito y otros
400 para la renta mensual. Le indica a Lucía el cuatro con los dedos de las
manos.
Esa cifra no convence en absoluto a Lucía.
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127
Del brazo de Lucía cuelga una bolsa de plástico con algunas cosas que
compró en el minisúper. Max se acerca a ella.
Max
¿Me das agua?
Lucía saca de la bolsa una botella de agua y se la da a Max, para después echar
un último vistazo a los anuncios y cerrar su cuaderno.
corte a:
Max
Ma... ¿Podemos comprar una hamburguesa?
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128
Abre la Señora Maly (70), anciana vietnamita que viste un conjunto de
pants color verde pistache. Observa a los chicos con un aire enternecido.
Lucía
Disculpe... We...
Sra. Maly
(interrumpe)
Apaltment, yes. One second, yes.
La Señora va por las llaves. Lucía desvía su mirada hacia la explanada. Una
melodía ochentera vietnamita se escucha desde el fondo del departamento.
La Señora Maly regresa con el manojo de llaves.
Sra. Maly
Pich said you be back!
Apresurada, les indica que la sigan. Su energía contrasta con la del Señor
PichLos tres caminan tras ella.
Sra. Maly
Batlom, batlom!
Lucía se acerca para verlo, pero la Señora Maly cierra la puerta enseguida y
abre la del cuartito.
Sra. Maly
Betlom, betlom!
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129
Sra. Maly
Money! Fol hundled!
Max se asoma al baño y escucha con atención algo que parece provenir de las
cañerías, aún más sucias que el resto del baño.
Lucía saca el bote de papas Pringles y cuenta el dinero. La Señora Maly
inspecciona el aspecto de ella y de los chicos mientras los billetes pasan entre
los dedos de Lucía.
La pequeña recámara es todavía más oscura que la sala. Max abre la puerta
y la observa con disgusto.
Sra. Maly
One hundled!
Sra. Maly
One hundled! One hundled!
Max
¿Aquí vas a seguir estudiando para enfermera?
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130
Lucía
No sé, ya que estemos instalados voy a ver.
Max asiente. Saca un par de luchadores con ring incluido, unas tortugas ninja,
una daga de plástico y una cartera café. Saca también una vieja grabadora de
voz para cassette que sobrevive desde la década de los 90. Acomoda todo en
hilera. Señala cosa por cosa.
Max
(a Leo)
Tuyos, tuyas, mía, mía.
Max
¡¡Déjala!!
Leo
¿Dónde vamos a dormir?
Max
Pues en el piso, ¿no ves?
Lucía
¿Quieren escuchar a su abuelito?
Leo asiente y Lucía pone el cassettes en la grabadora. Presiona play. Los ca-
bezales avanzan lentamente. Se escucha el rasgueo de una guitarra acústica y
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131
una melodía que parece ser un son jarocho.
Lucía
(o.s.)
¿Se saben la historia de los lobos que no tenían miedo?
Leo niega con la cabeza y se dispone a escuchar. Max se hace tonto con su
mochila. Desempaca cosas, las vuelve a guardar, las acomoda, fingiendo que
no escucha, pero para la oreja disimuladamente.
Lucía
Había una vez una familia de lobos compuesta por la mamá loba y sus
dos cachorros. Los tres vivían muy felices en el bosque. Les encantaba
jugar, correr y ladrar. A veces la mamá loba tenía que salir para
conseguir comida y los cachorros se tenían que quedar solos y les daba
mucho miedo. Cualquier cosa los asustaba: cuando las ranas croaban,
cuando los grillos cantaban y cuando escuchaban los ruidos de otros
animales salvajes. La mamá loba se dio cuenta de esto y se preocupó
mucho porque sabía que tenían que ser feroces para sobrevivir.
Silencio...
Leo
¿Y luego?
Lucía
Ella se acordó que su papá le dijo que para que un lobo creciera sin
miedo tenía que aullarle a la luna y la luna los haría fuertes y valientes,
siempre y cuando le aullaran con todas sus fuerzas.
Max
¿Lo estás inventando?
Lucía
No... Le dijo que lo mejor es aullarle a la luna cuando esté llena...
Como la luna de esta noche, ¿ya la vieron?
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Max y Leo
No...
Lucía
A ver. Hay que asomarnos.
Se dirigen a la ventana. Miran hacia el cielo. Una gran luna llena ilumina el
barrio.
Max y Leo
¡Oh!
Lucía
(como lobo)
¡Auuuuuu!
Leo
¡Auuuuuu!
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Lucía
(hablando bajito)
Leo... Max...
Lucía
Leo... Max...
Lucía
Ya me voy...
Max
¿A dónde?
Lucía
A ver lo del trabajo.
Max
Vamos contigo.
Lucía
No se puede...
Max
Nos cambiamos y vamos.
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134
Lucía
Ya lo habíamos hablado.
Lucía
Tengo que juntar dinero para que estemos bien.
Leo
Y para ir a Disney.
Lucía asiente sin convicción. El apartamento vacío. Los sweaters de los chicos
usados como almohadas. Sus chamarras como cobijas.
Leo
¡Síííí! ¡Disney, Disney, Disney!
Max
¡Ya cállate!
Lucía se limita a dirigirle una mirada severa a Max y éste agacha la cabeza,
molesto. Lucía les muestra la grabadora de voz. Saca el cassette del «Abuelito»
y mete otro sin rotular.
Lucía
Necesitamos reglas.
Lucía
(a la grabadora)
Regla número uno: No salir nunca del departamento.
Max
¿Y si se está quemando?
Lucía
Bueno, si se está quemando sí. Dos: Tener limpio el departamento.
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Tres: Cuidarse entre hermanos. Número cuatro: Abrazarse después
de una pelea. Cinco: No llorar.
Lucía voltea a ver a Leo y a Max. Los niños la miran con profunda atención y
asienten.
Lucía
Seis: No decir mentiras.
Lucía
¿Cuál es la regla número uno?
Lucía
Para eso se las voy a dejar aquí grabadas. Escúchenlas para
que no se les olviden. Si queremos, luego podemos grabar más reglas
que se nos ocurran.
Lucía les sonríe y ellos la ven con desconcierto y temor. Leo asiente con
optimismo. Max se queda cabizbajo y comienza a jugar con un hilo que se
desprendió de su pantalón. Lucía mira fijamente a Max hasta que éste la vol-
tea a ver.
Lucía
Max... Ahora estás a cargo y debes cuidar la casa cuando no esté.
Lucía
¿Me oíste?
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Lucía
Cuando el reloj marque las 7 voy a estar de regreso.
Les dejo comida y agua. Si me
extrañan, prendan la grabadora.
corte a:
Leo grita y corre como loco en círculos. Una vuelta, otra, otra, otra. Max lo si-
gue con la mirada casi hipnotizado, hasta que Leo se detiene frente a él y Max
le pone el estetoscopio para escuchar los latidos acelerados de Leo, seguido
le da los auriculares a Leo para que escuche sus propios latidos.
Leo escucha. Los latidos suenan como un poderoso y acelerado tambor l
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I n memoriam † José Miguel Oviedo
Responsabilidad
enciclopédica
Adolfo Castañón
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In memoriam † J o s é M i g u e l O v i e d o
Una celebración
de la lectura
Alonso Cueto
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I n memoriam † José Miguel Oviedo
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In memoriam † J o s é M i g u e l O v i e d o
Ya no
los hacen así
Enrico Mario Santí
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I n memoriam † José Miguel Oviedo
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In memoriam † J o s é M i g u e l O v i e d o
bre Wagner. En ese sentido, me sorprendió la última vez que nos vimos,
en un baño del aeropuerto de Guadalajara, adonde ambos habíamos
asistido como invitados a la Feria Internacional del Libro. Hacía tiem-
po que no hablábamos, ni nos veíamos, y por eso en medio del baño le
di, o pensé que le daba, la noticia de que mi hija mayor, Venissa Santí,
también vivía en Filadelfia y allí se desempeñaba, algo famosa, como
cantante de jazz. «Sí, la he escuchado, hasta en persona. Y me parece
magnífica», me respondió, sin titubear. Guardo esa confidencia como
un último regalo suyo...
Vine a enterarme del fallecimiento de José Miguel gracias a esta úl-
tima invitación para rendirle homenaje por escrito. Y como no cono-
cía sus memorias, Una locura razonable (2014), decidí leerlas antes de
escribir estas líneas. Aprendí mucho que no sabía: que había dirigido
un grupo de teatro y sido crítico dramático; que fue íntimo de Salazar
Bondy; que había estudiado derecho y se había recibido, pero nunca
ejerció; que años atrás había probado lsd... Tal vez la más insólita reve-
lación, que hace de ese texto unas confesiones, fue su extensa y variada
vida erótica (no sé si amorosa), cuyos detalles las memorias ofrecen a
contrapelo de los altibajos de su extenso y duradero matrimonio.
José Miguel fue un espíritu meridiano: noble, razonable, equilibra-
do, imperturbable y, por todo ello, generoso. Esas virtudes se transpa-
rentaban en sus estudios y su crítica, que rehuía de las abstracciones
barajando hechos y datos con la transparencia de razonamientos e in-
terpretaciones. Su lucidez no sólo fue evidente en la abundante crítica
que practicó, sino en la ficción que evidentemente disfrutó redactar en
sus dos libros, Soledad y compañía y La vida maravillosa. Recuerdo que
cuando me envió ambos libros leí las «Esquirlas» con sumo placer y
hasta emoción, y luego le comenté que esas perlas me recordaban a
Pascal y La Rochefoucauld. Respondió con típica ironía: «Pero más di-
vertidas, ¿no?». Asentí enseguida y le espeté mi predilecta, favorita por
razones obvias: «Patria es suerte: ¿venceremos?».
Hoy me duele no haber tratado más a ese espíritu generoso. Recor-
dándolo hoy, acude a mi mente ese lamento americano, hoy doblemente
melancólico, que se le aplica perfectamente: They don´t make ´em like
they used to. Ya no los hacen así l
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I n memoriam † José Miguel Oviedo
1.
«Siento que Nueva York es mi ciudad, donde me habría gustado
nacer, crecer y tal vez morir. La conozco mejor que a la propia Lima.
Creo que es el único lugar donde no me siento extranjero. Aunque amo
las ciudades viejas, donde las cosas son restos en los que podemos leer
el pasado, Nueva York, que es la ciudad ultramoderna por excelencia,
donde lo viejo data apenas de fines del siglo xix, me seduce por ser una
especie de síntesis de todos los mitos, creencias y avances del mundo
contemporáneo y de las prefiguraciones del futuro». Esto me lo dijo
José Miguel Oviedo mientras caminábamos por la calle 42 de Manhattan,
durante un encuentro literario en el que coincidimos. Apasionado por
el arte y por la ciudad, me invitó a caminar y conocer galerías y museos
para mostrarme algunos artistas que él admiraba, como Louise Nevel-
son, la escultora que, utilizando cajas de madera, molduras, retazos, crea
piezas negras monumentales llenas de gran misterio. O las esculturas y
fotografías de cuerpos fragmentados de muñecas de Hans Bellmer. O las
esculturas móviles de David Smith. Para fortuna mía, estos encuentros
mágicos en Manhattan se repitieron varias veces. Comíamos en restau-
rantes extravagantes y exquisitos, realizábamos largas caminatas al tiem-
po que conversábamos e incluso en una ocasión me invitó a escuchar
jazz. Recuerdo aquellos días de una plenitud poco común, días en los que
se combinaban la amistad, el aprendizaje y la diversión, pues Oviedo era
de un humor fino e inteligente y de una vitalidad expansiva.
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In memoriam † J o s é M i g u e l O v i e d o
2.
No obstante que José Miguel vivió más de la mitad de su vida en Es-
tados Unidos, su imaginario y su corazón estuvieron siempre volcados
hacia Latinoamérica. Durante los años de nuestra entrañable amistad
(desde que lo conocí, en noviembre del año 2000, hasta su partida, el
19 de diciembre de 2019) me relataba recuerdos de sus años más plenos
en el seno de una gran agitación intelectual que vivieron los escritores
que ahora solemos llamar del Boom. Fue la década de los sesenta un
tiempo casi mítico —recordaba—, un tiempo de gran energía creadora
en que surgieron obras como El coronel no tiene quien le escriba, de García
Márquez; El astillero, de Onetti (ambas de 1961); Sobre héroes y tumbas,
de Sabato; El siglo de las luces, de Carpentier, y La muerte de Artemio Cruz,
de Fuentes, publicadas en 1962; Rayuela, de Cortázar, y La ciudad y los
perros, de Vargas Llosa, de 1963; Juntacadáveres, de Onetti, y Día de ceniza,
de Salvador Garmendia, de 1964; La casa verde, de Vargas Llosa, de 1965;
Día domingo y El lugar sin límites, de Donoso, y Paradiso, de Lezama Lima,
de 1966; Tres tristes tigres, de Cabrera Infante; Cambio de piel, de Fuentes;
Morirás lejos, de Pacheco, y Cien años de soledad, de 1967.
En medio de ese torbellino se producía una literatura trascendente,
asumiendo el espíritu rebelde que la Revolución cubana había traído
consigo e inspirado a muchos de los escritores, pero —insistía Oviedo—
nunca fue una literatura militante al servicio de alguna causa, fue una
actividad autónoma y libre. Y agregaba: «nuestra literatura dejó de ser
ingenua o tímida, y avanzó con pasos seguros sobre terrenos experimen-
tales, todavía no cartografiados en nuestra lengua, y fue profundamente
latinoamericana, no como un concepto previo, sino como un resultado
inevitable». A Oviedo le tocó narrar este cambio y valorarlo; transmitir a
los lectores esta nueva sensibilidad.
3.
La voz de los ensayos de crítica literaria de José Miguel Oviedo se ha
escuchado a lo largo y ancho del orbe hispanoamericano. En algún mo-
mento de nuestras lecturas todos hemos visto la literatura a través de su
ojo exacto y su encuadre amplio y siempre pertinente. Su crítica certera
nos llevó a ubicar a los autores en sus épocas y a las corrientes literarias
en su real contexto de cada país, del continente y del mundo.
En Lima, Oviedo llegó a ser una personalidad importante por las reseñas
y ensayos que publicó desde muy joven en El Dominical, suplemento cultural
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I n memoriam † José Miguel Oviedo
4.
Así es como José Miguel fue tejiendo una doble vida, una en español
con su familia y sus amigos cercanos y con la literatura; otra en inglés
para dominar la vida cotidiana, la vida en un país extranjero.
También fue elaborando una doble vida como crítico literario (un
testigo y difusor de lo que se estaba publicando) y al mismo tiempo como
creador de ficciones. «No recuerdo cuándo comencé ese registro, pero
sí por qué lo hice», me confesó, «me pareció que estos pensamientos
(para llamarlos de algún modo) eran una forma de vida paralela o una
contravida». Su origen era fijar situaciones fugaces de la vida cotidiana
cuyo destino natural era disiparse para siempre y que al fijarlas tenían
algo para el común de las personas. Había un material que se producía en
los sueños nocturnos y en los ensueños diurnos, relatos con un sentido
misterioso y cuyos finales eran siempre un retorno a la vida real.
José Miguel comenzó a escribir sus sueños en las madrugadas y a
reconstruirlos en historias que consideró que no eran cuentos, sino ca-
sicuentos, pues lo que escribía eran fragmentos, textos inacabados. Su
intención era quedarse en las márgenes del lenguaje narrativo, donde
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In memoriam † J o s é M i g u e l O v i e d o
5.
Como crítico, José Miguel Oviedo se sometió a la lógica del texto.
Esto significa —me lo aclaraba sin cesar— divisar el fin desde el prin-
cipio eligiendo bien la primera frase para que permita un desarrollo sin
digresiones y que conduzca a un final natural y lógico.
Como cuentista, él mismo reconocía que sus esquirlas —que empe-
zaron siendo aforismos y terminaron siendo relatos— son fragmentos
de una totalidad cambiante e inalcanzable que sólo aparece a trasluz.
Habitan en las indecisas fronteras entre ambos géneros. Tienen algo de
relatos, pero no son cuentos; están llenos de imágenes, pero no son poe-
mas; contienen reflexiones y hasta teorizaciones, pero no son ensayos.
Para Oviedo, esos fragmentos poseen naturaleza breve, parca, concisa
y perfectamente inacabada. Son ficciones de otras ficciones en las que
el sueño original se anula. También son experiencias vividas, situacio-
nes y diálogos reales que, por alguna razón de magia estética, terminan
pareciéndose a la realidad onírica. Sueño y realidad imbricados en un
espacio imaginario sin bordes ni fisuras. «Una vida ficticia al lado de la
verdadera; ni mejor ni peor que ella: distinta y misteriosa aun después
de escrita». Me lo dijo innumerables veces. Y ahora yo le digo que me
encuentro en la línea delgadísima entre la vigilia y el recuerdo, buscando
en su indefinición, en la frontera indecisa entre vida y muerte, en este
espacio de realidad y abismo, entre el vacío de su ausencia y el bosquejo
de palabras que rescato de las suyas para tratar de encontrarlo, escuchar-
lo una vez más ahora que se ha ido rotundamente l
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I n memoriam † José Miguel Oviedo
Esquirlas
José Miguel Oviedo
✽
M e dijo que , justo cuando supo que se había enamorado de él, se
dio cuenta también de que era un completo idiota. Ahora tenía ante
sí un grave dilema; me explicó: «Si sigo adelante con mi amor por él,
por lealtad o hábito, ¿estoy cometiendo yo misma una gran idiotez?
Si, por el contrario, trato de ser más inteligente y de olvidarme de
él, ¿qué me garantiza que esa renuncia no me haga sentir culpable y
termine enamorándome todavía más de él, precisamente porque es
la víctima, el más débil de los dos? ¿No será posible amarnos hasta
la total idiotez, que nos funda en un solo ser distinto y mejor que
nosotros dos por separado?». Como me dice todo esto en medio
de un aeropuerto, con un ruido y un tráfico espantosos, justo en el
momento en que mi avión está por partir, le doy una rápida sugeren-
cia, advirtiéndole que luego le escribiré una carta con más detalles:
«Creo que lo que debes hacer es casarte con él y averiguarlo un par
de años después. Si no te has arrepentido entonces, eso quiere decir
que él no era tan idiota o que tú lo eres un poco ahora, y entonces
ya no importa que él lo sea. De otra manera siempre te quedarás con
la duda». Me mira pensativa, mientras me dice adiós con la mano;
apenas me instalo en mi asiento, me doy cuenta de que agregar algo
más por escrito sería una idiotez.
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✽
V eo en los diarios el rostro probable del asesino, compuesto con
los datos de los testigos de su fuga; veo la boca grande, cruelmente
ajustada en una mueca involuntaria; veo la nariz larga, en forma de
lágrima; los anteojos de fina armadura que cubren los ojos descon-
fiados. Sus crímenes son odiosos: jovencitas violadas y mutiladas,
niños torturados y luego descuartizados, inscripciones rituales en los
cadáveres, etcétera. Mirando el dibujo con más atención, descubro
que los rasgos físicos del asesino se parecen a los míos: cualquier
persona excitada por el golpeteo de las noticias en los periódicos y
la televisión podría confundirnos. La única diferencia objetiva es que
yo no uso esa gorrita deportiva que él llevaba en cada una de sus
fechorías, y que yo no he estado en los lugares en que las cometió,
por lo menos no a las mismas horas o por los mismos motivos. Ahora,
cuando salgo a la calle y voy de compras o de paseo, no puedo evitar
sentirme ligeramente incómodo si la gente me clava la mirada, pues
tal vez sospechen de mí. Deseo que lo capturen cuanto antes, pero
no sé si por un sentido de justicia o porque sencillamente me con-
viene que detengan a alguien, aun a riesgo de que no sea verdadero
culpable: una confusión siempre es posible l
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
Minerva Margarita
Villarreal
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
L a d u l c e n o ta d e s c e n d e n t e
Campo de juego
E l n i ñ o de seis años
q u e el j u eves 2 6 de julio
d es ap ar ec ió de la Plaza Tapat ía
s egu í a a un hombre
q u e l e p romet ió una pelot a
L o s o j o s del deseo
s ó l o an h elan el juego
E l s u eñ o del cazador
d i o p as o al lobo
q u e s u b e al niño a sus espaldas
É s te l l ev a en sus ojos el balón
l o p atea e n el horizont e
q u e ah o r a
co m o el mundo
s e o s cu r e ce
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
gi n ecó l o go
a q u i en tant as mujeres
l e es tán agradecidas
Peces
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con quien tenía una afectuosa relación, pero después murió su padre y el
océano se dividió, la zarza dejó de arder y, paradójicamente, en 2006 se
abrió —en ese vacío— una Herida luminosa que vendría a publicar hasta
2008; su editora fue su amiga de la adolescencia Rosana Curiel Defossé.
Esa luz se convirtió en fuego. Su ardor dolía, pero su destello iluminó
un camino que sólo a ella le competía transitar. En 2010, con Tálamo,
obtuvo el Premio de Poesía del Certamen Internacional de Literatura
Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz. El libro se publicó en
2011. Recuerdo cuando lo empezó a componer. Estábamos en El Sauzal,
a la entrada de Ensenada, frente al mar, degustando una copa de vino; en
la terraza del bistró se celebraba una boda, y Minerva, en una servilleta,
comenzó a cantar la historia. A lo lejos, tiempo después, bajando de la
sierra de Gredos, se perfilaban las negras reses avileñas entre la nieve; en
lo inmediato habitaba, leía y escribía, sin todavía saberlo, en la antigua
Hacienda de Santa Teresa de las Higueras, donde, según su propio testi-
monio, la santa se le apareció en sueños. No era sor Juana, me dijo a la
mañana siguiente; sino santa Teresa de Ávila.
La geografía se dilata, los valles y praderas se multiplican. No sólo es
una monja que te toma suavemente de la cabeza como un mensajero del
Olimpo en sueños. No se trata de sor Juana, es otra la monja. Tal vez
sea un origen, una semilla que ha reventado y reclama su expresión. El
pueblo de Higueras, donde están la casa y la biblioteca familiar, se llamó
Santa Teresa de las Higueras. En Ávila desfilaste al frente de una proce-
sión con el bastón de la santa; en Ávila también presentaste De amor y
furia. Epigramísticos el día en que nació santa Teresa. No había otra fecha
posible. Qué decir de Juan Manuel Rodríguez Tobal, de José María Mu-
ñoz Quirós, de Clara Janés, de Antonio Colinas, de los días teresianos en
el viejo casco amurallado de Ávila. De esas noticias que llegaban como
venablos desde Monterrey y te alcanzaban el corazón, tanto ahí como
en la ciudad de Lima. Esas amigas, tus amigas tan queridas, que ya no
estarían a tu regreso; Santiago y Ximena remando en las procelosas aguas
de la vida. Un origen de judíos conversos, un alcanzar la gracia sólo por
hoy. Las maneras del agua, lo dijiste en reiteradas ocasiones, fue un libro
exigido, que se te impuso, un dictado que con dolor y gozo acataste. Este
libro mereció en 2016 el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes, y
en 2017, en Ecuador, el Premio de Poesía Hispanoamericana Festival de
la Lira. Un ciclo en la poesía de Minerva Margarita llegaba a su cenit, no
había más luz porque tampoco había mayor oscuridad.
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Pero santa Teresa llegó como un hierro al rojo vivo, como una marca
profunda, un cauterio que otorgaba su gracia de placer y dolor. No había
vuelta, se transitaba una zona exigente, la vida estaba y te reclamaba. En
2017 apareció el volumen De Santa Teresa; un largo poema tuyo que no se
desprendía de Las maneras del agua, pero que seguía el rastro de la santa
en ese libro vivo, en esa apuesta de vida que te embargaba; había poemas
de José María Muñoz y espléndidos dibujos de Antonio Oteiza. Todo
ángel es terrible, lo cantó Rilke y lo filmó Wenders; sin embargo, tú lo
vivías y escribías. Tu mundo ya estaba coronado por el asombro, por el
insondable enigma de lo diario y sus reiterados milagros.
Te llevé a Higueras hace treinta y ocho años a que te conociera mi
abuela paterna. Ese mismo día por la noche mi abuela le habló por te-
léfono a mi padre y le dijo: Tu hijo vino hoy a presentarme a su novia y
anda en serio y, además, no puede ser casualidad que ella también sea
Villarreal; así que date la vuelta lo más pronto posible. Minerva, hace
muy pocos días, nos reveló, a sus hijos y a mí, que su bisabuela era oriun-
da de Higueras y que había emigrado muy joven a Santiago, al sur del
estado, a trabajar en una fábrica de textiles. Higueras se enamoró de ella
y ella de Higueras. El último libro que alcanzó a publicar en vida: Vike.
Un animal dentro de mí, lo editaron Carlos Lejaim Gómez y Alejando Váz-
quez Ortiz. Este libro sería impensable sin esas caminatas a La Laguna,
al Tanque Nuevo o, por las noches, por las calles del pueblo. Un poema
libro a la vez lírico y épico, a la vez pastoril y desoladoramente actual;
ríspido, amoroso y limpio. Una poesía meticulosamente trabajada de lo
inmediato y próximo, como toda poesía que se precie. Rilke dice que el
deber del poeta es volver visible lo invisible. Murilo Mendes dice que lo
invisible no es que no exista, es sólo que no se ve. Minerva murió el 20
de noviembre de 2019. Su obra está aquí, y ahora que pertenece al reino
de lo invisible está más presente que nunca.
Con estas palabras quiero agradecer de corazón, de memoria, en la
memoria, a César González de León ese amor y ese respeto, esa compli-
cidad y esa inteligencia permeada por la fe que estableció con Minerva
Margarita a lo largo de esos últimos años tan decisivos y tan plenos.
También al doctor Miguel Soto su presencia, que allanó un camino cuesta
arriba. Todo mi agradecimiento, a nombre propio y de mis hijos l
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Instantáneas de
Minerva Margarita
Villarreal
Ernesto Lumbreras
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
pusiera al día a nuestros clásicos y nos trajera al solar de nuestra poesía las
voces más estimables de la lírica que se está escribiendo en otras latitudes.
En cada entrega hay verdaderas maravillas. Destaco estas joyas que me
han devuelto la fe en las palabras de la tribu: Muere mi madre, de Saito Mo-
kichi (trad. de José Kozer); Un libro de cosas luminosas (trad. de José Javier
Villarreal y Martha Fabela); Ella, de Eugène Guillevic (trad. de Francisco Se-
govia); Orión, de Geo Bogza (trad. de Omar Lara); Poemas sueltos, de Marina
Tsvietáieva (trad. de Selma Ancira); Una noche, de Constantino Cavafis (trad.
de José Emilio Pacheco); Dios, de Victor Hugo (trad. de Tomás Segovia);
Canciones y sonetos, de John Donne (trad. de José Luis Rivas); La invención de
Orfeo, de Jorge de Lima (trad. de Antonio Cisneros); Oscuro, de Ana Luísa
Amaral (trad. de Blanca Luz Pulido); Autobiografía en rojo, de Anne Carson
(trad. de Tedi López Mills), y Algo como un tragaluz, de Jacques Dupin (trad.
de Jorge Esquinca).
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
mmv
Jorge Esquinca
a José Javier
Atraves é l o s c a m p o s
en tre l o b o s y v i e nt o
e s cri b is t e ,
¿ q ué f u e aqu e l l o
q ue e n c o n tr as te
t ra s la n ie bl a?
N o s e tr a t a d e u n s u e ño
lo qu e h a l l é e n l a ni e b l a
c o n t e s t as ,
d esd e u n a e s tr e l l a
e n f ug a.
Hub o u n a v e z
¿ re cue r das ?
d í a s ju n t o al mar ,
un a p l ay a a l a qu e t ú
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
q u e t e mías s e r
e n u n a h is to r ia p o r c o n t ar se ,
l a qu e n u n c a de j as t e
s iqu ie r a t r as l u c ir ,
m ás al l á de u n ámbito
pr iv il e giado ,
h e r o ín a e n c ar n ada e n ti mis m a .
A mbo s , h e r m a ni t a, r e gido s
b aj o e l s o l de A r ie s ,
l e o ah o r a l as in ic ial e s de t u no m br e
c o mo u n a c ifr a ¿ de qu é ?
N o s u p e adv e r t ir ,
l a v o r az av an zada
d e l a s o mbr a
q u e t e c o mía p o r de n t r o ,
é s a, in c o n mo v ibl e r o bado r a ,
nu n c a p u do ar r e bat ar t e
l a be l l e za,
t ú , mu c h ac h a s ie mp r e ,
b u s c abas e l abr azo de D io s
e n u n c ír c u l o de do l o r il u m ina d o .
¿o btu v is te r e s p u e s ta a t u s e m pe ño s?
¿e n t r as te al f in t r an s figu r a d a
e n e l c as til l o abie r to p o r T er e sa ?
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
¿ N o s cu idas de s de ah í?
Aq uí , a h o r a, e l amo r r e s u r ge ,
a n i m a s u me n u da l in te r n a
en t re l a s o mbr a n o mbr ada,
al fo n d o
s u elta
la parv a
de g o rr i o ne s
qu e s e e l e v a .
Ca d a 5 de abr il
v o y a s e gu ir c e l e br an do
co n t i g o
n uest r o c u mp l e añ o s .
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
Vike,
una voz
que nos habita
Sofía Magallanes
No podía creer que ella, el delicado estuche blanquísimo que era ella, me
guna vez—; una regia que además era (¡cómo duele decir «era»!) la directora
de este país.
nervios accedí a hablar sobre una de las poetas que más admiro, en el En-
texto que preparé, me pareció oportuno comentar que añadir algo novedoso
necesaria para que las que ejercemos la escritura podamos hacerlo a partir
de referentes claros.
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
i Tejido
Conocí la obra de Miriam Medrez en marzo de este año, durante
el Coloquio de Mujeres Artistas Nellie Campobello, realizado en Du-
rango; de la mano de Rocío Cárdenas pudimos apreciar las piezas que
Miriam va tejiendo, configurando un trabajo interdisciplinario que
busca expresar lo indomado de los objetos y del cuerpo, del cuerpo
femenino. Si algo habría que destacar en la obra de Medrez sería la
manera en la que están tejidas sus piezas, con hilos por donde parece
crecer la hierba, como las ciudades cerca de la playa, a las que las pe-
netra suavemente el follaje; los contrastes entre la tersura y la aridez
de las fibras parecen hablarnos de un cuerpo que asimila al otro y que
lo complementa, que evidencia su ser en el contraste.
Partiendo del hecho de que, como lo ha dicho Hans-Georg Gada-
mer, «La palabra texto designa, en sentido propio, un tejido, un todo
inseparable compuesto de meras hebras sueltas. De la misma manera
en el poema, de muchas palabras y sonidos resulta una unidad que se
distingue precisamente por la unidad del tono», es así que podemos
apreciar que los textos de Minerva Margarita Villarreal en Vike son
también un tejido que cubre de misterio, una serie de acontecimientos
terribles que le suceden a una habitante de El Vergel. Mediante la
repetición, la ausencia de puntos y comas, el empleo de los espacios,
la reiterada utilización de la letra «v», etcétera, el poema transita sin
detenerse, entre la abstracción y lo subjetivo, en una trama que seduce
pero que también rasguña, como las ramas en el tejido de un cesto,
que contienen la memoria del agua, pero también la dureza de una
osamenta.
Esta suerte de cestería que va creando Minerva Margarita Villarreal
es de una consistencia similar a lo que Miriam Medrez logra con sus
contrastes entre la suavidad y la aspereza, los versos que fluyen en un
aparente dictado sin filtro, creando la sensación de frases sin pulir,
por donde el poema deja ver su hilvane, sus costuras, completamente
a propósito, lo que hermana las obras de estas dos grandes artistas de
Monterrey.
Porque Vike es un árbol, es un follaje del que ahora la poeta nos
muestra su tejido de ramas; la savia ha dejado de correr y han que-
dado secos los tallos, inmóviles, como fósiles de ancestros y recientes
recuerdos, el poema es una trama que nos recuerda un paraíso, pero
que al mismo tiempo encarna la verdad de una tragedia.
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
Fue enterra da l e j os de l a i g l e s i a
a la derecha de l a c ar r e t e r a
en la s orillas de El Ve r g e l
El purgatorio
El purgatorio
Yo escarbo el pur g at or i o c on mi s uñas
Y me queda n l odos as
Llena s de tierr a de l as t umbas c ami no de l in fie rn o .
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
No estoy t e ndi da
só lo du e r mo
en la hé l i c e de l e s pí r i t u
con el y e l mo de l a f e
y la pa l abr a c omo dag a
no se amont one n
no cant e n v i c t or i a
no exis t e aún e l c adáv e r que s ue ñan .
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
Su olor me la s t i ma papá
Su olor me la s t i ma papá
Y mis herida s nunc a ac aban de s anar.
iv Denuncia
Cada dos horas y media, una mujer es asesinada en México; al día se
cometen casi cincuenta violaciones; dos de cada tres mujeres violenta-
das lo fueron a manos de conocidos, principalmente sus parejas senti-
mentales. Para la mayoría de los hombres, las estadísticas lo dicen, la
mujer es tomada como objeto de uso.
¿Qué delito se comente en este país para enfrentar una aniquilación
de estas magnitudes? ¿Qué ola de silencio están consiguiendo con el
uso de toda esta violencia?
Y regreso a la pregunta que he estado haciendo a lo largo de estos
escritos: ¿quién rayos habla en estos versos?
Para Minerva Margarita Villarreal, escribir responde al hecho de
que hay un resquemor por dentro que necesita materializarse. Según
sus palabras: «Como un malestar aparece lo indescifrable, una dolen-
cia. Interna y atemporal. Y necesita salir». En el caso de Vike. Un ani-
mal dentro de mí, podemos decir que ese animal ha estado dentro de
la poeta desde siempre, y hoy se devela a través de la denuncia de
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
v El animal dentro
Encontrar las voces de los otros es descubrir, por fin, la voz
más interna, es hallar las palabras que mejor dan cabida a lo que
queremos decir. Si bien la poesía contemporánea busca desvestirse del
lirismo en pos de ir, en un ejercicio de compromiso, por una realidad
que necesita ser dicha, evidenciada en la literatura, Vike ha estado en
Minerva Margarita Villarreal desde siempre, se ha materializado por la
pluma de la poeta y ha logrado denunciar una historia concreta, hasta
hacernos ver los animales que cargamos, las bestias, el rencor vivo que
carcome como cáncer en las entrañas.
Zorra, halcón, gato, gallina, burro, oveja, cacomixtle, vaca, caba-
llo, bichos y aves: ¿cuál de estos animales es la bestia que llevamos
dentro? Desde el inicio hemos de hacernos esta pregunta: ¿a qué ani-
mal se refiere la poeta?
La respuesta es: todos ellos. La respuesta es la enfermedad, la res-
puesta es el cáncer, la respuesta es el rencor.
Sin embargo, como siempre, también la respuesta está a la vista de
todos, evidente:
El va cío e s t á de nt r o de t i
es el an i mal que t e c ome de s de ni ña
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
Lo
que somos
Pedro Serrano
No son muchos los escritores a los que puedo ver como individuos indepen-
dientes y, al mismo tiempo, construir una figura que incluya a sus parejas
y que, en esa secuencia, me incorporen también a mí. Ida Vitale y Enrique
Fierro, quienes fueron mis vecinos en Mixcoac en los años setenta, y con
quienes he coincidido en muchas vueltas de la vida, son unos de ellos.
Otros, más cercanos en edad, pero igual mis contemporáneos, son Minerva
Margarita Villarreal y José Javier Villarreal. A pesar de no haber convivido
mucho, en parte porque ellos han estado casi siempre en Monterrey, en
parte porque yo he pasado varias temporadas fuera del país, puedo decir
que fuimos creciendo juntos. Esto es algo que no me atrevería a afirmar
de muchos poetas de mi misma edad y de la Ciudad de México. Pero con
ellos dos he coincidido en varias ciudades, y he tenido conversaciones que
han trenzado una misma cuerda. El primer recuerdo que tengo de uno de
los dos es de José Javier en 1981, en Morelia, durante el mítico Festival
Internacional de Poesía organizado por Homero Aridjis. Y el primero que
tengo de Minerva es en la Ciudad de México, en donde, no sé por qué ra-
zón, estábamos tomando unas cervezas, creo que con Carlos López Beltrán,
en La Bodega de las calles de Ámsterdam y Popocatépetl. La recuerdo con
el pelo pintado de rojo, dicharachera y firme. Cuando Carlos y yo publi-
camos La generación del cordero, organizamos un viaje a Oaxaca con seis
de los poetas británicos incluidos. Nos acompañaron varios poetas mexi-
canos, pues queríamos afirmar ese viaje colectivo que hacemos quienes
escribimos poemas. Minerva nos acompañó, y leyó los poemas de Sujata
Bhatt en las lecturas que organizamos. Poco después me invitó a presentar
la antología en Monterrey, donde no había estado desde que fui con mis
padres, de niño. En los últimos años nos hemos visto más seguido. En 2016,
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
Minerva Margarita
Villarreal:
una presencia nítida
Silvia Eugenia Castillero
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
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In memoriam † Minerva Margarita Villarreal
Minerva Margarita Villarreal supo que había tocado una tecla única
en la poesía. Quizá por eso puso punto final. Quizá amalgamó su cantar
al canto universal y cambió su presencia corporal y extraordinaria,
por una presencia infinita a través de su nítida y trascendente poesía l
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In memoriam † Francisco Toledo
Lenguas de
la Madre Tierra
wixárika, respectivamente.
de Ernesto Cano.
originarias de México l
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In memoriam † Francisco Toledo
Susy Delgado
(Guaraní)
Tum
tu m
r etu m ba el t akuá
ipu
ipu
o i k u tu
ch e ñ e ’ä
tu m
tu m
s o l l o za
go l p ea
l a n o che
el o l v ido
h as ë
i p y ah ë
i p u r ei
tu m
tu m
s e l am ent a
s e ap aga
l en tament e
el tak uá
ipu
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In memoriam † Francisco Toledo
ipu
kangymi
ogue
ogue
takuapu.
El canto final
Suena suena
suena t rist ecit o
suena allá muy lejos
suena despacit o
un cant o lloroso
un cant o muy débil
un cant o pequeño…
Tororé roré
dormite mi niño
ya salió la luna
el sol se escondió…
Purahéi paha
Ipu ipu / ipu asymi / ipu mombyry / ipu mbeguemi / purahéi pyahë /
purahéi kangy / purahéi mirï… // T orore rore / eke che memby / osëma jasy
/ oike kuarahy… // Aváiko oime / pe mombyryete / péicha opurahéiva?
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In memoriam † Francisco Toledo
l a n o c he que llega
a l a ca sa grande?.. .
Dormite mi niño
que veamos llegar
la flor de tu sueño
aquí en mi regazo…
¿ Q u i én habrá de ser
q u i en est á cant ando
co m o si est uviera
a p u n to de ahogarse
q u e s e le acabara
el ú l timo alient o
l a v o z de su alma?.. .
Dormite mi niño
que ya las estrellas
lo ancho del cielo
alumbrando están…
¿ S er á que t al vez
es e p obre cant o
s e q u e dó escondido
en alguna cueva
algún día lejano
y se convirtió
en eco de un canto
que suena y resuena
después de morir?
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In memoriam † Francisco Toledo
Tororé roré
dormite mi niño
no vayas a ver
tan malos plantíos…
Suena suena
suena tristemente
suena muy lejano
un canto lloroso
un canto pequeño
canto estremecido
canto que se muere
el canto final…
ipytupáva / opáva chugui / ayvu pytumi / iñe’ä ñe’ë… // Eke che memby /
osëma mbyja / pe yvagapy / ohesapepa… // Oiméiko mba’e / pe puraheimi /
opyta okañy / itakua rugua / rupi raka’e / ha oiko chugui / ku ñe’ë joapy
/ ipu ipu jeýva / omano rire… // Torore rore / eke che memby / ani rehecha /
mba’e vaity… // Ipu ipu / ipu asymi / ipu mombyry / ipu jahe’o / purahéi
mirï / purahéi tytýi / purahéi mano / purahéi paha… // Nde kerayvotýpe /
hendypu joa / mborayhu mbyja / eke che memby…
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In memoriam † Francisco Toledo
F ronteras
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In memoriam † Francisco Toledo
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In memoriam † Francisco Toledo
D espojo
Lalakgamakglhtit
¿Lantla chu nakwanikgó ninín / pi nelh xkataxawatkán tani aknukgó? / lantla nakwanikgo
ninín / pi lakatunu nakaxtlawananikgokán. / ¿Pi niktilakamaxnalh chu / akxni nelh
kititakgskgolh / xa tiji xanat? / Lantla nakwanikgó ninín / pi wa imá lilhtampan chu
kgalhpuxum / nelh kitilichiwinankgolh xlatamatkán. / ¿Ni naktakgalhchiwinankgó? / ¿tu
nkiwi naliskgakgaw? / pi aya tapuxtakgamikanit nkinakukán. / ¿Lantla nakwanikgó ninín
/ pi lata xkinkatasnikgoyan kpaskwa kumpana / uku chu tlakgmaka lakampi na anaw /
liakgwanaw wantu kinkamakglhtipatankanán? / ¿Tu xanat nalimastlanikgo xmaknikán?
/ ¿tu limajinin, tu liamkgskgo / nalikamakgskgokgó kxtijikán? / ¿Ni kitiyat lakum xanat
napulhtakipalakgó / akxní naktasanikgó? / wanti kinkamakglhtipatankgoyan kintiyatkán /
xtachaná chakalh yakgolh kkintamputsnikán.
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In memoriam † Francisco Toledo
Briceida Cuevas
(Maya)
I rás a la escuela
Tú irás a la escuela.
No serás cabeza hueca.
Traspasarás el umbral de tu imaginación
hasta adentrarte en tu propia casa
sin tener que tocar la puerta.
Y contemplándote en el rostro de tu semejante
descubrirás que desde tus pestañas,
flechas nocturnas prendidas en el corazón de la tierra,
desciende tu sencillez
y asciende la grandeza de tu abolengo.
Tú irás a la escuela
y en el cuenco de las manos de tu entendimiento
contendrás el escurrir del vientre de la mujer de tu raza.
Y an a bin xook
Le tu’ne síinikoob kaach tu cheejoob, tu k’ayoob, tu yo’ok’otoob, tan xan
u baaxal u machmaj u k’aboob, lek u yok’oloob. Ko’lel síisabil, leti’e kun
joichokoja’tikoob ua ku manak’ taloob ich yalanaj.
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In memoriam † Francisco Toledo
De su calcañal
descifrarás los jeroglíficos escritos por el polvo,
el viento y el sol.
Grandes los ojos de tu admiración
contemplarán sus senos desfallecientes
después de haber derramado vida sobre la tierra.
Irás a la escuela
pero volverás a tu casa,
a tu cocina,
a pintar con achiote el vientre del metate,
a que lama la lengua del tizne tu albo fustán,
a inflar con tus pulmones el globo-flama,
a que hurguen tus ojos los delgados dedos del humo,
a leer el chisporroteo en el revés del comal,
a leer el crepitar del fuego.
Volverás a tu cocina
porque la banqueta te espera.
Porque el fogón guarda en sus entrañas un espejo.
Un espejo en el que estampada se halla tu alma.
Un espejo que te invoca con la voz de su resplandor.
na’na’jo’ot u uoj dzíib mamaiki luum, / síis yétel k’in. / U nukuch yich
a chaan ólal / bin u chaant u yim sáatal u yol / u dzókol u uekik kuxtal
yok’ol kab. / Teche yan a bin tu najil xook / baale yan a sut ta taamaj,
/ ta yalanaj, / ka’ boon yétel k’uxub u chun u nak’ ka’, / ka’ u leedz a
sak píik u yaak’ sabak, / ka’ u p’ul yétel u yik’ a sak ol p’ulus-k’aak’, /
ka’ u ch’op a uich u k’ak’al yal u k’ab buudz, / ka’ a xook ti’ u paach a
xaamach u p’iilis k’aak’, / ka’ a xook ti’ u tooch’ k’aak’ u waak’. / Yan a
suut ta yalanaj / tumén ua’laan u paatech u k’anche’il tuux ka pak’ach
uaj. / Tumén k’oben u taakmaj junp’el neen tu chun u nak’. / Junp’el
neen tuux dzalal a pixán. / Junp’el neen ku yauat paytikech yétel u jum u
t’an u leedz jul.
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In memoriam † Francisco Toledo
T u voz
E l viento y la flor
A t ’ aan
¿Tu’ux ts’o’ok u juum a t’aan? / ¿Tu’ux sa’atij? / Le ku jalchajal, / le ku
na’akal u ta’akikuba ichil in pool. / Le ku k’alkuba ichil in xikin, / le
ku ji’iji’ilkuba tin chi’, / le ku nojk’ajal yóok’ol in tseem, / le ku yets’tal
ichil in puksi’ik’al. / Táan in kaxantik u juum a t’aan yéetel in koj tak /
[yáanal in wíich’ak. / ¿Tu’ux u ta’akmajuba? / ¿Ts’o’ok wáaj u tu’ubultech
t’aan? / ¿Wa teen ts’o’ok in kóoktal?
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In memoriam † Francisco Toledo
I ik ’ yéetel lool
Iik’e’ u ki’ lóoch’maj lool, / táan u kanantik. / Taal u ka’aj xuuxe’ tu jaan
ts’u’uts’ik lool tu táan iik’; / Taal u ka’aj xan kaabe’ tu jan ts’u’uts’ik lool tu
táan xuux. / Mix ba’al tu pa’ataj iik’: / tu jáalk’abtaj lool. / Táan u na’akal
k’i’ik’ tu pool; / Táan u chokotal u pool; / Tu chak’apal u chi’ichnakil; /
Ts’o’ok u jelkuba bix moson. / U táanile’ / tu jéench’intik chan kaab; /
bejla’e’ / tu jéenjench’intik xan chan xuux. / Jets’a’an u k’uuxil iik’; / táan
u púustik u k’ab; / táan u che’ej; / jach xib u yu’ubikubaj; / ka tu sutuba
utia’al u ka’a lóoch’ik lool; / séeblak sa’at u che’ej, / séeblak xan luk’ u
xíibil, / tumen loole’ jilikbaj lu’um, / tumen loole’ tsi’itsi’ik u nook’; /
tumen loole’ tatak’cha’ata’an tumen moson.
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In memoriam † Francisco Toledo
L engua arrulladora
C oregias tei
Ekirrajunush sütuma monjakat arijunaiki / Yotusu süma sarewainkat /
Tarass mai sunain tü yootoko // Ewetusü surü shimatain yooto / Naatajat
kapures, / Sunain jiettain, otta mussia kamain. / Mussu jionnajakai
sunüiki. // Muss tamüin anetmain tü punuikika tü arijunaikika; /
Nojoret karekaren punuria. / Tainjuin tü sumaka tamüin, / Nojos sumüin
anoui toumain / Nojos sumüin erre shirrain uchika / Nojos sumüin
Katsinsü joutaikat // Teichon, nojoret tourijain tü puruinkarirua / Maka
purijainkat taya.
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In memoriam † Francisco Toledo
G uardo silencio
K outta
Tepiaru kamaness main tü wanuikika / Es erre ipunain wanuik, mussi
jiettachonre shia / Ayura mussia suchukua. / Kanuriajus supushua
unukarirua: cují, mokochirra, tua tua. / Uchikarirua eirajus suniria:
Shiopurik shiopurik, pitchirri pitchirri, coc coc. / Maka tachekure wane
wayuu tamaresia: ais tapura pia / Maka airre kassatanain tamaresia: ais
teki. / Tü punuikika arijuna, nojo terrajin / Kouttushijese taya pumainrü.
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In memoriam † Francisco Toledo
H istoria de un árbol
N u b ’ ezhe na za ’ a
Mi kjijñi ko ro ngejmeba nrenxe yo pa’a, / mi chïji, / nzakja na poxú
ne’e, / ko mi na jo’o. // Mi ne’e natsk’o ro ngejme, / mi b’úb’ú, / mi tee
na ts’ike, / ngextrjo ñe dya jña’a. / Dya nra’a, / ngextjo mi pót’úzú nu
jmi’i nrajma. // Dya ngeje na s’oo ma mi ch’iji na nrago, / dya ngeje na
s’oo ma mi ñúú, / ma mi ne’e ra te’e ñe ra sájá a jens’e. / Ñeje dya ngeje
na s’oo ma mi ne’e ro b’úb’úba. // Mi b’úb’ú na pjunkú k’o mi ne’e / ma
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In memoriam † Francisco Toledo
Y de pronto,
apareciste helando el viento,
tan impaciente que el suelo se petrificaba a tu paso,
el tiempo dejó de ser tiempo,
deteniéndose aquí y allá,
por primera vez tuve miedo,
sin ningún lugar a dónde escapar,
porque todo parecía nublarse,
volviéndose un eco constante
olvidado en la espesa oscuridad de esta noche.
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In memoriam † Francisco Toledo
Y respondió:
/ ñe otrjo dya mi pes’i na ónú ko kja’a / kja nudya ko otrjo dya kjobú, /
otrjo mi pes’i na ónú ko mi k’ueñe in májágobe, / nuja mi natsk’ojme. //
Nukua, / ro séjétsk’e ñe me ri s’enrajma, / mi b’úgú ñe nu jómú mi jiéb’é
s’e’é ma mi kjogú, / nu nrajme dya ngeje nrajme, / mi kejme a ñ’eba ñe
a m’anu, / mi so’o ro sü’ügo / otrjo dya só’ó ro ma’a, / texe mi pótú, / mi
ngeje na majña ñe majña / ko mi jiombeñe kja na xómúna. // Naño mi
b’ézhigo / otrjo dya mi pärä, / otrjo dya pés’i yo chjúrú ñe mi pés’i texe
yo ónú. / Dya mi pärä jeko kjobú ko nu nrajme ko mi nguarú / nrenxe
yo ónú ri sájá ma texe ri nguarú, / nuja otjo dya so’o ra nrúrú, / nuja yo
nrexe a ma’a. // Ñeje ri dya só’ó ra mama ma nu b’úb’ú ri b’ézhigoji /
maxi nutsk’oji ro b’ézhinu. // Ro ónú jä’ä texe yo pa’a ko b’úb’ú mi me’e.
// Ñeje o nrrúrú: // Iyo, mbe nutsk’e mi kjijñi na pjunkjú. // Ngextjo
mi ne’e ro ngejme a ñ’eba, / dya mi ne’e ro nru’u, / dya mi ne’e ro ngeje
nu t’ijmicha, / ko nudya ri tsintsi, / ko ri ts’ijñanra, / ko ri mbib’i kja nu
ngotöjö / kja nu na xómú.
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In memoriam † Francisco Toledo
Mikeas Sánchez
(Zoque)
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In memoriam † Francisco Toledo
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In memoriam † Francisco Toledo
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201
In memoriam † Francisco Toledo
H ojas de roble
T uaxa xawari
’Ahixie nemutinuiwaxi, / netsuari pemu’eni tikariki / ’axawari ne’itari
matia / mexi metseri tanierekai. / ’Aheima tuukari neukakikani ke ti /
yaxeikia petitse’iti takwa pemuwe. / Ta’ukitsiema wa’iyari pe’anumaiti
pemitiwe / ’ahetia nuiwakate temi’ane. / Ketipaimexia ne’utatsuakame
peminetiuxei, / ’ana nunutsi tsuarieya pemitiu’eni, / hiki ’ukaratsi
tsuarieya maniuka, neu’eni. / ’Eki tuaxa, ta’ukitsiema wananá pemihiki, /
’axawari neuxatia.
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202
In memoriam † Francisco Toledo
T us palabras
’A niuki
’ Aniuki nemaye’erietiyeika / Tatewarí aurie ne’utikaiti. / ’Eki ’auwenitsie
/ neta ne’itsitsie. / Nemikaramate ketipaimexia titi / nemireuku
nemetsita’enieti, / ya titi ’a’ixatsika / neheinitsita paiti nemetima. /
Nunutsi yu’iyarita pai / ’a’imiari mukaxei. / Hiki miki ’emutewi, mitikema
ri. / ’Ahepai ’uwenitsie mitiutiyeixa. / Yutiiriyama mitiwaruti’ixatsitiwa,
/ me’ita’enieti memeukukutsu. / Miki mi’ane mikawaranutahitiwa, /
tsi miramate kename ’ixatsikaya / wareukutiwati waheinitsita paiti /
’ukateteke ’u’iwieximeti.
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203
In memoriam † Francisco Toledo
E stoy llorando
N emutatsuaka
Nemutatsuaka ’ena tetetsie nehakaiti / ’ena netsuariya ’aixi ma’ane,
’aixi mitiutsuani, / nehixite ri kwinie mitihatika. / Tanaiti temuyetsuari
hipati kwinie hipati yaki, / ne hiki kwinie nemireutsuamiki ’aimieme ’ena
nemaka / netsuariyatsie ne’uyeniereti. / Heiwa tsepa pemikareutsuamiki
pemitatsuaritiarieni, / tsi tsuariya mitatsikuweiyane tanuiwaritsie
tamiiyatsie, / Tuukari mikaxuawe tsuaritsie mieme xeikia. / ’Aimieme hiki
nemutatsuaka mexi neyiwe, / mexi nehamarike, / mexi nehixite katiwawe.
/ Tsuariya mikayutua, / maiweti mi’ane, meiti’enietiyeika xeikia kemi’ane
mitatsuaka, / tsi ta’iyaritsiepaiti hatineikati mi’ane / ’aimieme xei ’ukai
’aixi retsuarieti ’aixi yeme kana’aneni.
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204
M’illumino
d’immenso
Premio Internacional
de Traducción de Poesía del Italiano
al Español
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205
G ianni D’E lia
lxi
lxi
Ma l’antinferno esiste; basta si spenga / la luce delle scale, mentre
risali, senza / più sacchetti, la sera del rifiuto quotidiano; //
d’improvviso, il buio più pesto e fitto / ti assale, e vai a memoria
fino al led / lumicoso dell’interruttore a tempo; al piano, // pure,
in quel lasso, di gradino in gradino, / il pensiero è colpito dal
frattempo / e trasale, traduce, allegorizza il senso // di questo buio
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206
F abio P usterla
E l esplendor
Luv i na / p r i m av e r a / 20 2 0
207
más allá de cualquier palabra, sin aliento
ni ritmo— ¿se detiene la palabra cuando el espolón
del mal se cierne sobre ella? ¿Se rinde, acaso?
¿O, por el contrario, se lanza después la palabra,
conquista la luz, y el mal está mudo
desde siempre, despojado
de sentido, condenado
al silencio del hueso y de la carne?
Hablemos mejor del sol de tus años,
cuando pasas y sonríes por la vida,
hablemos del esplendor.
L o splendore
No, non di tutto è facile parlare. E in questo caso / bastano due
millimetri a tagliare / il tempo come lama: due millimetri in più, /
due millimetri in meno, e tutto cambia, / luce o buio, fiore o secca
/ definitiva. Non ho parole per dire la vertigine / che ogni tanto
mi assale, quando lo sguardo / trema e devo fermarmi, poggiare le
mani, respirare. / Millimetri: era il titolo / di un libro molto amato,
/ ma già ringhiava dentro, / dura, la disadorna, falci e forbici.
/ La vertigine dunque lasciamola muta, / muto il vortice — per
un attimo si è aperto, / più in là d’ogni parola, senza fiato / né
ritmo — si ferma la parola quando il rostro / del male la sovrasta?
Si arrende, forse? / O invece la parola scocca dopo, / conquista
la luce, e il male è muto / da sempre, deprivato / di senso,
condannato / al silenzio dell’osso e della carne? / Diciamo invece
il sole dei tuoi anni, / quando passi e sorridi nella vita, / diciamo
lo splendore.
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✒ Concurso Literario Luvina Joven
Jacinto en la oscuridad
y... una mosca
José Miguel Hernández Ibarra
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✒ Concurso Literario Luvina Joven
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✒ Concurso Literario Luvina Joven
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✒ Concurso Literario Luvina Joven
De triunfos
y semblanzas
Cindy Hatch
M e si e n t o i n s at is fe c h a y p e r dó n qu e l o d iga
p e ro q ué d e s atin o n o mbr ar t o dav ía p oe t a s
y o st e n t a r el mo te
O y e , y o n o t e n go t ie mp o de s e r e l p áj ar o d e nt r o d e la j a u la
n o t en g o t i em p o de gr it ar P ap i
Yo q ui e ro s er mu j e r de l e t r as
n o , n o , me j o r p e r s o n a de le t r a s
S e r v e r s átil
Ho y , p o r eje mp l o , qu ie r o s e r e l c u e r p o d e l t e x t o
p e ro y o t o d a e n te r a
o lv i d ar me de mi s e x o
q ue t a n t o d o l o r me o c as io n a
D eseo t i ra r p o r e l bal c ó n to do s l o s v e r s o s a m o r f o s e l é x it o
t a m b i én la s s e mbl an zas de l tip o :
« p o e t a tap atío h a p u bl ic ad o e n…»
e n un a t i e rra do n de c o mo dic e n :
« l e v an tas u n a p ie dr a y de ba j o d e e lla …»
B la b la b la …
S o y jo v en y no h e h e c h o n ada És e e s m i m a yo r t r iu nf o
Lu v i na / p r i m av e r a / 2 0 2 0
212
John
Baldessari
TIPS FOR ARTISTS WHO WANT TO SELL:
* GENERALLY SPEAKING, PAINTINGS WITH LIGHT
COLORS SELL MORE QUICKLY THAN PAINTINGS
WITH DARK COLORS.
(PÁG. I)
* SUBJECTS THAT SELL WELL: MADONNA AND RAISED EYEBROWS /
CHILD, LANDSCAPES, FLOWER PAINTINGS, STILL FURROWED FOREHEADS: (PART
LIFE (FREE OF MORBID PROPS--- DEAD BIRDS, ONE): (BLUE EYEBROWS). 2008.
ETC.), NUDES, MARINE PICTURES, ABSTRACT AND IMPRESIÓN DE INYECCIÓN
SURREALISM. DE TINTA Y ACRÍLICO SOBRE
TABLA DE PVC Y POLIESTIRENO.
* SUBJECT MATTER IS IMPORTANT: IT HAS BEEN
SAID THAT PAINTINGS WITH COWS AND HENS IN (PÁG. II)
THEM COLLECT DUST WHILE THE SAME PAINTINGS PRIMA FACIE (FIFTH STATE):
WITH BULL AND ROOSTERS SELL. WARM BROWNIE / AMERICAN
CHEESE / CARROT STICK /
BLACK BEAN SOUP / PERKY
PEACH / LEEK. 2006. SEIS
IMPRESIONES DE INYECCIÓN
DE TINTA CON PINTURA DE
LÁTEX SOBRE LIENZO.
Lu v i na / p r i m av e r a / 2 0 2 0
II
CONSEJOS PARA ARTISTAS QUE QUIEREN
VENDER:
Lu v i na / p r i m av e r a / 2 0 2 0
III
COMMISSIONED PAINTING:
A PAINTING BY ANITA STORCK
(SERIE DE PINTURAS
COMISIONADAS). 1969.
ÓLEO Y ACRÍLICO SOBRE LIENZO.
Lu v i na / p r i m av e r a / 2 0 2 0
IV
PERSON ON BED (BLUE): WITH
LARGE SHADOW (ORANGE) AND
LAMP (GREEN). 2004.
FOTOGRAFÍA DIGITAL CON
ACRÍLICO SOBRE TABLA DE PVC.
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V
WHAT IS PAINTING:
(PÁGS. VI Y VII)
INTERSECTION SERIES: PERSON
AND DOG / HIGH RISE BUILDING. 2002.
CUATRO FOTOGRAFÍAS DIGITALES
CON ACRÍLICO SOBRE TABLERO SINTRA.
QUÉ ES LA PINTURA:
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VIII
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IX
Lu v i na / p r i m av e r a / 2 0 2 0
X
(PÁGS. X Y XI)
FLYING SAUCER: RAINBOW / TWO CYCLISTS / DOG / GORILLA AND BANANAS /
CHAOTIC SITUATION / COUPLE / TORTOISE / GUNMAN (FALLEN). 1992.
TRES FOTOGRAFÍAS A BLANCO Y NEGRO, OCHO FOTOGRAFÍAS A COLORES Y ACRÍLICO.
WHAT THIS PAINTING AIMS TO DO
IT IS ONLY WHEN YOU HAVE BEEN PAINTING FOR QUITE SOME TIME THAT
YOU WILL BEGIN TO REALIZE THAT YOUR COMPOSITIONS SEEM TO LACK
IMPACT -- THAT THEY ARE TOO ORDINARY.
THAT IS WHEN YOU WILL START TO BREAK ALL THE SO-CALLED RULES
OF COMPOSITION AND TO THINK IN TERMS OF DESIGN.
THEN YOU CAN DISTORT SHAPES, INVENT FORMS, AND BE ON YOUR WAY
TOWARD BEING A CREATIVE ARTIST.
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XII
LO QUE ESTA PINTURA PRETENDE HACER
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XIII
(PÁG. XII) RAISED EYEBROWS / FURROWED
GOD NOSE. 1965. FOREHEADS (PART ONE): (WITH
ÓLEO SOBRE LIENZO. GUN). 2008.
IMPRESIÓN DE INYECCIÓN DE
(PÁG. XIII) TINTA Y ACRÍLICO SOBRE TABLAS
GOYA SERIES: KIND OF. 1997. DE PVC.
IMPRESIÓN DIGITAL Y LETRA
TIPOGRÁFICA SOBRE PAPEL.
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XIV
JUNCTION SERIES: LANDSCAPE,
SEASCAPE, PERSON (WITH
OTHERS), AND UNICORN (WITH
HORSE). 2002.
OCHO FOTOGRAFÍAS DIGITALES
CON ACRÍLICO SOBRE TABLERO
SINTRA.
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XV
SOME OTHER WAY. 2015.
IMPRESIÓN DE INYECCIÓN DE
TINTA BARNIZADA Y ACRÍLICO
SOBRE LIENZO.
CURADURÍA Y TRADUCCIONES:
DOLORES GARNICA
IMÁGENES:
CORTESÍA DE ESTATE OF JOHN BALDESSARI
Y MARIAN GOODMAN GALLERY.
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XVI
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l Páram o l Lu v i na l p r i m avera l 2 0 2 0 l
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a partir del viernes santo a las tres de la Con el nuevo siglo han aparecido
tarde, hora en la que Cristo murió, se lleva nuevos cineastas y nuevos hitos. En
la cuenta de cada segundo y la gente la historia reciente del cine andino es
«aprovecha» para salir a la calle y gozar pertinente considerar una serie de operas
botella en mano; luego regresa a sus casas primas que han tenido buena acogida en
y no hay límites para el goce sexual. Como festivales internacionales. Es el caso de El
Cristo está muerto y no puede ver... destino no tiene favoritos (2002), de Álvaro
En su segundo largometraje, La teta Velarde, quien mezcla ficción y realidad
asustada (2008), la cineasta y guionista a partir de la historia de una ama de casa
sigue los pasos de una mujer que padece que se involucra sin proponérselo en
la «enfermedad» del título: mamó el las grabaciones de una telenovela que
miedo de su madre, quien fue víctima de tienen lugar... en su casa. Sus empleadas
los abusos cometidos durante la guerra la chantajean y se establece un juego
contra el terrorismo. Llosa reflexiona de poder que tiene consecuencias
sobre las consecuencias de una etapa inimaginables. Paloma de papel (2003), de
negra en la historia peruana y muestra Fabrizio Aguilar, quien además es guionista,
un presente que se mueve entre el kitsch productor y editor, sigue los pasos de un
y lo insólito (hay incluso un pasaje que hombre que recuerda los aciagos días de
por su majestuosidad recuerda a Werner su infancia, cuando fue secuestrado por
Herzog). El resultado es positivo: en gente de Sendero Luminoso. Los eventos
la cinta aparece un Perú contrastante, sirven a Aguilar para reflexionar, con dolor,
en el que conviven los excesos y las sobre el terrorismo, su ambigua relación
desigualdades, que aprende a curar las con la población campesina y sus nefastas
heridas, a mirar y tirar para adelante. No consecuencias. Días de Santiago (2004), de
en vano Llosa salió del Festival de Berlín Josué Méndez, sigue la difícil cotidianidad
con el Oso de Oro y el premio de la crítica. del personaje del título, quien, a pesar de
En los años noventa llama la atención tener veintitantos años, es un veterano
el cine de Alberto Durant, quien se inclinó de la milicia y no encuentra su lugar en la
por propuestas de género y entregó obras sociedad; es conductor de un taxi, pero
atendibles. En Alias «La Gringa» (1991) su extrema paranoia le impide llevar una
transita por la ruta del cine polical, se vida «normal». Méndez, también guionista,
inspira en la nota roja y da cuenta de las exhibe una «generación perdida» marcada
fugas del criminal del título. En Coraje por el paso forzoso por la vida militar. La
(1999) echa mano del cine biográfico para cinta (y el actor principal) han tenido una
registrar las vicisitudes de una feminista buena cosecha en festivales de América
que fue asesinada por la organización y Europa. Contracorriente (2009), escrita y
terrorista Sendero Luminoso. En esa década dirigida por Javier Fuentes-León, da cuenta
también «hizo ruido» Todos somos estrellas de las contrariedades que a un pescador
(1994), de Felipe Degregori, cinta que sigue le presentan su matrimonio y la rigidez
los infortunios de una familia obsesionada moral para vivir una relación amorosa
con los concursos televisivos; fue premiada con otro hombre. En Sundance obtuvo el
en La Habana y en Bogotá. premio del público. Octubre (2010), de los
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hermanos Diego y Daniel Vega, acompaña El panorama del cine peruano cambió
a un prestamista que encuentra rutas para radicalmente a lo largo de la década
la redención cuando aparece en su vida pasada, en la que se vio un repunte notable.
el bebé que procreó con una prostituta y Pasó de nueve películas estrenadas en
su vecina se involucra en su cotidianidad. la cartelera comercial en 2010 a treinta y
La cinta obtuvo numerosos premios en cinco en 2019 (la cifra crece a cincuenta
diversos festivales, entre ellos el Premio del y nueve si se suman los estrenos en otros
Jurado de la sección Una Cierta Mirada en circuitos; en 2018 fueron veintitrés). El
Cannes. En Retablo (2017) la cotidianidad público peruano cada vez favorece más su
de un joven de Ayacucho, aprendiz del cine, en particular el humorístico, gracias a
oficio paterno —hace retablos—, se comedias ligeras como ¡Asu mare!, escrita
derrumba al conocer mejor a su padre. La y protagonizada por Carlos Alcántara, y
cinta obtuvo una mención especial del que ya es una franquicia (el año anterior
jurado joven en Berlín. Y mención aparte, se estrenó el tercer rollo). La incipiente
porque no es una opera prima pero sí es industria ha hecho que la actividad
una buena aproximación al cine de época, cinematográfica sea cada vez mayor;
merece El bien esquivo (2001), que se instala ha provocado que aparezcan y circulen
en el siglo xvii y revisa los sinsabores del películas de corte independiente. Es el caso
mestizaje. de Casos complejos (2018), de Omar Forero,
que enfrenta a un sicario y un fiscal y exhibe
el clima de corrupción y violencia en el
país. Fue considerada una de las mejores
películas del año. Asimismo, ha permitido
que la presencia de documentales en la
cartelera sea cada vez mayor: en 2019
circularon catorce películas de no ficción
(cinco en la cartelera comercial), es decir,
casi una cuarta parte. El panorama luce
halagador, pues treinta por ciento de las
cintas estrenadas en 2019 fueron realizadas
por jóvenes debutantes y seis fueron
dirigidas por mujeres. El reto, como en el
resto de América Latina, es la consolidación
de una verdadera industria e incrementar
el interés por el cine local, rubro en el que
Argentina sigue llevando la batuta de
América Latina. En ese país el cine nacional
aporta casi cuarenta por ciento de los
estrenos; le sigue Brasil con cerca de treinta
por ciento y México con alrededor de veinte
por ciento; Perú no llega a diez por ciento l
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La edición que leí de Don Quijote, en pero creo que finalmente no dejó escrito
1973, en circunstancias en que tuve ni siquiera el título en los cuadernos
que guardar cama durante dos o tres que revisé, casi todos, por otra parte,
meses, debido a una cirugía de la prácticamente en blanco.
columna vertebral, fue la de Aguilar, en
papel biblia y con múltiples notas a pie Se une al del Quijote el tema de lo no
de página, introducción, índices, con llevado a cabo. ¡Qué ganas de leer ese
ilustraciones. ensayo que el gran Monterroso planeó
tanto como el personaje de «Obras
Jacobs dice que deseaba ser bailarina. completas», su cuento sobre el perro y el
Pero que no lo fue. Más adelante habremos puercoespín!
de enterarnos de que precisamente estos Pero como señalé arriba respecto a la
meses en cama son lo que marca el final de danza, éste es un libro donde lo deseado se
ese intento. A pesar de todo, yo digo que es realiza en secreto o de una manera diferente
bailarina. La manera en que lleva a cabo su a la que se pensaba. ¿Qué mejor libro sobre
recorrido está más cerca de la danza las cosas que se hacen por primera vez que
—con su ir que siempre es presagio de un éste? ¿Qué mejor definición de Hacia el
regreso— que de la aséptica línea recta de último exilio, que un libro donde se hacen las
la cronología. cosas por primera vez?
Un ejemplo: el tema del Quijote no se Aparecen en el libro entrañables
cierra en las líneas que acabo de citar, sino escenas de lectura, la primera muy
que reaparece más adelante, cuando llega hermosa, en un momento en que la niña
a Augusto Monterroso, otro exiliado en este no sabe leer pero imita el gesto lector de
libro lleno de nómadas. Dice Jacobs que «el su padre... con el libro cabezabajo. Escenas
autor que más amó, entre absolutamente inaugurales de escritura, incluyendo
todos, fue Cervantes, y la obra que más el primer intento de publicar en una
amó, entre absolutamente todas, fue Don editorial que la lleva a su primer taller,
Quijote. Releía ese libro constantemente, lo absolutamente horroroso, hasta traumático.
conocía a fondo, lo citaba desde adentro, Quiero compartir uno de estos pasajes.
lo soñaba, escribió sobre él, dio un curso Cuando conoce en Acapulco a otro
sobre él». Dice que entre los papeles de jovencísimo aspirante a escritor, dice:
Monterroso que ahora están en Princeton
existe una entrevista a Cervantes que no se Igual que yo, para los momentos de
coleccionó en ninguno de sus libros. nuestro primer encuentro, Philip escribía
y leía continuamente, igual que yo,
Pero lo que busqué con más acuciosidad bilingüemente, y, asimismo igual que
—dice Jacobs—, y que no encontré, yo, lo hacía de esa manera, apenas
fue un ensayo que Monterroso quería tanteadora, de todos modos impulsada
escribir sobre un tema en el Quijote que por una evidente ilusión, desmedida
se refería a lo que se hace por primera y descabellada como sólo surge y se
vez, creo recordar. Con frecuencia me presenta a esa edad en la que un escritor
hablaba de él, lo llamaba «El primo», que empieza a serlo puede reconocer
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emocional en pos del de sus padres, como El viaje remata con un encuentro de la
queda evidenciado en su ingenuidad jovencísima Helena con Yukio Mishima, ya
amorosa de las páginas finales. en Japón. «Al fondo de su pequeña tienda,
Asimismo, en estas Memorias se [...] había una mesa para el té y tres señores
habla de una necesidad de emancipación japoneses muy finos charlando. Uno de
femenina que empata con el ímpetu de ellos era muy joven. [...] Todas las tardes me
nuestro momento. Y tal vez ésta sea la esperaban, y como me había vuelto aún
razón por la cual la editorial, Penguin más experta en todo lo japonés, platicaba
Random House, decidió recuperar las con ellos con soltura. El único joven que
remembranzas de esta mujer que fue había en la tertulia, con el que charlaba
educada para la libertad. más y quien me había tomado mucho
Al respecto, esto le dice la tía Eva, cariño, era Yukio Mishima, que algunos
la misma que le enseñara a Helena la años más tarde se haría tan famoso. [...]
En esa época, Mishima era muy delgado y
salamandra en el medidor de luz, cuando
extremadamente guapo, con una voz ronca
le habla sobre el matrimonio y el yugo
y melodiosa».
doméstico: «No te cases. Ten amantes.
Si bien estas memorias alumbran el
Mira para lo que sirve el matrimonio: he
panorama de toda una época que corre
tendido catorce mil quinientas camas
desde el final de la Segunda Guerra
desde que me casé...».
Mundial, cuando Helena tenía ocho
Tan importante como el detalle de
años, hasta sus diecisiete, entrados los
la salamandra resulta el viaje al Oriente,
años cincuenta, por donde asoman
que madre e hija emprenden desde París
personalidades como Picasso, Christian
para alcanzar a Octavio en la embajada en
Dior, Camus, Sartre, entre muchos otros,
Japón. Una bitácora muy vívida en la que,
es decir, todo un canon histórico, un
por ejemplo, la estancia en Ceylán permite problema para interesarse más allá de esto
inmiscuirse de tal manera en la narración por estas Memorias radica en la compulsiva
que hasta es posible oler el aroma del té infatuación de Helena, quien reitera
del lugar. incansablemente su inteligencia y belleza
(lo último no se cuestiona, sobre todo si
se aprecian las fotografías de ella y de sus
padres que acompañan la edición), pero
el retintín del tipo: «A mí, revolucionaria
admiradora de Robespierre», «Declaró que
yo era “una gran inteligencia precoz”», «Mi
padre, muy satisfecho, me felicitó por mi
inteligencia», agota cuando se prolonga por
tantas páginas.
Otro aspecto que debe cuestionarse es
cuando el libro salta del tono histórico al
intimista, porque de hechos sustentables
pasa a la opinión. Así, se apodera de él un
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no está, por lo que no ha sido, por lo que un aprendizaje de no sentir las cosas sino
fue, se vuelve poroso y permite al lector literariamente. Socorro Venegas optó, en
darle una vuelta de tuerca a esa memoria medio de la angustia que puede producir
que en otro tiempo categóricamente el pasado, por la reconstrucción de una
se suscribiera «como la maldición de memoria que deja de arder y se vuelve
los hombres». Aquí, recordar no es una luminosa. Evocar se convierte no en un
condena sino una liberación, o como acto incendiario de rencor o tristeza, sino
dijera Elena Garro, otra escritora que sabe en una forma de reconciliación, una toma
cómo abocarse a los recuerdos: Yo sólo de conciencia de lo bueno y lo malo de
soy la memoria y la memoria que de mí se nuestra naturaleza humana de frente
tenga. Así, en este libro nos encontramos al miedo, a la soledad, a la pérdida y la
con personajes que miran de otra forma angustia de vivir en este mundo que no
su existencia maltrecha, malograda o debe oscurecernos sino iluminarnos aun
interrumpida. Y un duelo puede ser el en el dolor que nos cause: «De modo que
principio de otro tipo de convivencia, es así como regresan los recuerdos, para
o el desprendimiento de una nueva decirnos quiénes somos» (p. 23) l
etapa de la relación vivida, como en los
cuentos «Pertenencias» o «Isla negra». l Manderley en venta y otros cuentos,
de Patricia Esteban Erlés. Paginas de Espuma,
O percatarnos de que lo efímero a veces Madrid, 2019.
dejará más huella que lo que permanece,
como sucede en «Los aposentos del aire». l La memoria donde ardía, de Socorro Venegas.
Páginas de Espuma, Madrid, 2019
La experiencia de la maternidad, en varias
dimensiones, desde el rechazo hasta la
imposibilidad de acceder a ella, es otro
tema sustancial y lo podemos constatar
en «Gestación» o «El hueco». Otros relatos
nos revelan nuestra confusa relación con La depuración de un
el mundo, nuestro temor de evidenciar los
deseos oscuros o las obsesiones ocultas,
lenguaje nuevo: versiones
o la manera en que nos relacionamos con del francés de José Luis
los otros —el caso de «Como flores», «La Rivas
soledad de los mapas» o «El fuego de la
salvación».
Este libro de relatos nos toca a todos, l S ilvia E ugenia C astillero
nos desnuda íntimamente al encontrar
ecos de semejanza en cada una de sus
narraciones porque la escritora no ha
sucumbido a la tentación de contar al José Luis Rivas se ha caracterizado por
resguardo de una sinceridad nacida de la ser un poeta que tiene un discurso alterno
inmediatez de lo vivido. Sinceridad que en la traducción.
sólo se vence, en palabras de Fernando Lenguaje concentrado —la
Pessoa, gracias a una larga disciplina, literatura—, y aún más la poesía, se vuelve
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l Páram o l Lu v i na l p r i m avera l 2 0 2 0 l
en la obra de Rivas una crítica al lenguaje La precisión que Rivas logra al traducir
pero desde su interior, desde el puente la poesía de Arthur Rimbaud nos lleva
entre una lengua y otra, y que permite a percibir la cinética que mueve estos
una visión desnuda del propio poema. Un versos y la gama de fibras nerviosas que
entrar cuerpo a cuerpo a trabajar con él los atraviesa. Una especie de mímesis que,
sin distancias conceptuales. en efecto, insisto, es crítica literaria interna
Desde la página en blanco que está que destruye un lenguaje para rehacerlo
entre una lengua y otra, el traductor lanza y lograr la encarnación de su significación
sus filtros perceptivos para transmutar ese y sentido, así como su forma intrínseca de
texto y lograr el sentido en otro lenguaje, belleza y polisemia.
el suyo: el castellano. Las versiones de José Luis Rivas son
Esta especie de malabarismos posee producciones literarias provenientes de
en Rivas un vasto conocimiento de la un trabajo arduo desde las catacumbas
estructura de ambas lenguas, pero no del lenguaje, es decir, desde su estructura
sólo eso: porque se trata de poesía, posee sintáctica y morfológica, logrando así lo
un acucioso saber de las especificidades que George Steiner llamaría una gramática
de los dos lenguajes, de las variables de la poesía y una poesía de la gramática.
formales, de la gama de matices y mezclas Porque, como lo dice la etimología de la
posibles, de los límites a transgredir. palabra verso, del latín versus, que significa
José Luis Rivas logra en sus línea de un poema, pero también el giro
traducciones encontrar, en la fisura o que el labrador da al terminar un surco al
frontera entre ambos lenguajes, una forma final de un campo y disponerse a empezar
inexistente en la lengua a la que se vierte otro, Rivas logra en sus traducciones un
el sentido de la primera, devela una forma equilibrio uniforme e interiorizado.
inexistente en su relación activa con la Los poemas de Rimbaud fluyen
realidad. así con toda la fuerza de una sintaxis
Complejidad y delicadeza serían los revolucionaria y la depuración de un
adjetivos que destaco de sus versiones lenguaje nuevo l
de Una temporada en el infierno y de
Iluminaciones de Rimbaud, publicadas l Una temporada en el infierno e Iluminaciones,
de Arthur Rimbaud. Universidad Veracruzana,
en sendos libros por la Universidad Xalapa, 2019.
Veracruzana.
La lógica o las lógicas de las metáforas
y del mundo simbólico de Rimbaud,
un mundo enigmático y oscuro, se van
dejando sentir y fluir en las traducciones
de José Luis. Seguramente detrás de
estos versos que fluyen, o de los poemas
en prosa, hay todo un análisis fónico y
gramatical del francés rimbaudiano, que
Rivas realizó y gracias al cual podemos
disfrutar como lectores.
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l Spectio, de Roció Cerón. l Declaración de las canciones l Ma, de Ida Börjel, versión en
Tresnubes Ediciones / Universidad oscuras, de Luis Felipe Fabre. español de Petronella Zetterlund.
Autónoma de Nuevo León, San Sexto Piso, México, 2019. filodecaballos, México, 2019.
Pedro Garza García, 2019.
Colorido lenguaje poético Novela con fuerza mística En la poesía estaba, estaban
El color envuelve el lenguaje San Juan de la Cruz —el poeta, Un alfabeto creativo propone
poético en Spectio. Durazno el personaje histórico, su cuer- Ida Börjel en Ma. La poeta
y azul verde sobre el ramaje, po, su poesía, sus poemas— es toma cada letra como semilla
el aire, la piel del mundo. En el motor que impulsa a esta temática, y así va desgranando
el inicio: «arborescencia», novela. Declaración de las y sembrando en cada capítulo
primera parte de este libro, canciones oscuras se eleva con temas que reflexionan sobre
que se divide en seis secciones la fuerza de los versos místicos la creación, la naturaleza, la
y en más colores, imágenes y hacia las alturas de la narrativa historia del mundo y la propia
texturas: beige, árboles, arte, y de la lengua española. Des- biografía, los hechos actuales
amarillo, azul cielo, negro, pués de un prólogo al estilo y sus consecuencias en la vida
tierra, escritura. Luego de de Beckett —desnudo, claro y cotidiana. Como un estribillo
los versos desmadejados del a la vez críptico, de un humor que acciona y puntualiza la
comienzo, Rocío Cerón elige espeluznante—, la historia, la voz poética, Börjel repite a
el poema en prosa «para declaración, se cuenta en vein- lo largo del libro el verbo
nombrar un paisaje»: «el rumor tiocho capítulos. El primero se estar: «estaba», «estaban»,
siempre adelanta al otoño»; titula: «i. En el que comienza la y así hilvana su voz con las
luego las «incisiones», versos declaración de la “Noche” de imágenes y un ritmo singular:
sueltos, separados que forman fray Juan de la Cruz partiendo «mariposas, mina mariposa / las
dos poemas luminosos. Los de la primera canción que presas estaban», «el veneno,
capítulos «materialidades muy callada canta “En una el veneno estaba». De la A
subversivas» e «intervalos en noche oscura” y, aunque muy a la Z, ella crea un mundo
el espectro visual» preparan callada, perturba su eco, o la basado en la curiosidad por
al lector para el gran final: torpeza de su declaración, otra todo lo humano y en un
«observante», que culmina con y distinta noche y el silencio lenguaje que transmite todas
trazos de escritura, gestos que de la noche o el sueño de su las sensaciones, ya sean
enmarcan todo el poemario l silencio» l dolorosas o gratas l
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puente lógico: 1985, año en que se aísla momento en que el vih fue considerado
el virus del sida y el año en que nació la una enfermedad crónica y plantea, a pesar
poeta. Me pareció natural pensar que del estado indetectable, el temor de la
la conciencia del cuerpo se modificó de muerte: el cáncer rosa. Es el mismo poeta
modo irreversible a partir de la pandemia, que enuncia: «nuestra vida se parece
que el miedo con el que nos entregamos a una camilla que avanza». Aquí, ese
detonó la aséptica precaución con la que aterrador concepto de excederse parece
nos protegemos y, por supuesto, el temor más asumido, mejor librado el sentimiento
a ser castigados por nuestros excesos. de culpa con la aceptación amorosa de un
«¿Te acuerdas? / un par de vertebrados / contagio para deshacer el estigma social.
discordantes / siendo complementarios, / Y en la idea unitaria, del cuerpo
pero nosotros no / en la sangre / contra integrado, más realista por menos romántica,
ningún abismo // el cuerpo es una Saúl Ordónez (Toluca, 1981) ha escrito: «lo
herida / que migra, / fisura por donde / peor que puedes hacer dios es penetrarme /
recibimos / la conciencia // clausurados porque somos muerte bebé / sí bebé somos
para la comunión, / nos parecemos / muerte / que camina / y te daría la muerte
al pez / guillotinado». Estos versos del // los antirretrovirales son frutos del árbol
poema «El pez que se da cuenta», de de la vida / enraizado en la muerte / en el
Ángel Vargas (Acapulco, 1989), establecen virus que es muerte que camina / común
una conciencia del cuerpo separado del yo unión en la muerte / común unión». Con
como la misma Abril, quien había escrito una perspectiva más contundente del
en otro poema de su libro Paralipsis virus como un acontecimiento letal, en la
(Mantis Editores, 2017): «el cuerpo es un visión de Saúl, el cuerpo y el contagio se
abismo en el que se ha caído desde el unifican para encarnar la muerte, con un
cosmos». Me interesó la distancia entre lapso para esparcirla en la común unión.
ser y cuerpo, una forma de retirar el daño Y nombra, con una imagen reconfortante,
de la conciencia, un contagio en el cuerpo el antídoto temporal: sí, ahí están los
que ya es herida y abismo. antirretrovirales, como frutos del árbol
De un modo distinto, Daniel Wence de la vida, para disminuir el miedo al
(Michoacán, 1984) integra el cuerpo, a contagio, el terror de ver, en los otros,
partir de un tema que, sobre todo en los emisarios aleatorios de la muerte.
homosexuales, se ha entendido como un Los textos, o mejor dicho, algunas
castigo merecido por «la desviación de sus de estas líneas se han convertido en
fines sexuales». En un capítulo que con brevísimos talismanes de pensamiento
mucha franqueza titula «Discordantes», a los que vuelvo para lidiar con el miedo
Daniel disuelve con sensibilidad el cuerpo provocado por la estigmatización
de ese «yo, lo que al principio pensé heredada de mis propios excesos y
como anacrónico»: «Córtame la piel, la modificar las rutas del imaginario íntimo
precisión es lo tuyo. / Córtame, plántame para el entendimiento ¿estético? del sida,
las alamedas / haz un árbol de mi verga / qué palabra tan honda l
que te crezca, te florezca. / Mátame de
una vez». Parece una visión anterior al
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del disco de mi amiga: abstracta, sobria, con portadas sobrias pero atractivas, músicos
colores terrosos, casi una pintura. Indagué excepcionales y atrevidos y grabaciones
un poco y descubrí que la discográfica que de alta calidad cuidadas al detalle. Con su
lo editó solía hacer ese tipo de fundas con compañía ha ganado muchos premios,
su diseñadora de cabecera, una tal Barbara ha editado más de setecientos álbumes
Wojirsch. La discográfica era ecm. Esas y ha permanecido fiel a su idea inicial,
tres letras han significado para mí, desde cuyos principios son peculiares: estar
entonces, no solamente portadas atractivas en el proceso de hacer un disco desde
y artísticas, sino también un equivalente el comienzo y hasta el fin, intimar con
de música interesante, arriesgada, un los músicos y establecer una relación de
poco intelectual en algunos casos, confianza con ellos, y luego acordar las
diversa, disfrutable, sorprendente, a veces mejores maneras de capturar la esencia
atmosférica, con frecuencia experimental, de cada quien. «Puedo hacerlo porque
muchas otras improvisada. Descubrí soy un apasionado oyente de música y un
esa música y me encontré con algo que apasionado hacedor de música», dice Eicher
en aquellos momentos me cautivó, sin rubor.
como a muchos otros melómanos que El primer disco que editó fue de
andábamos en busca de opciones menos un pianista norteamericano más bien
convencionales que las que nos ofrecían los oscuro, Mal Waldron, pero pronto fichó a
medios de comunicación de la época. algunos otros que alcanzaron renombre
Hoy, cuando las compañías internacional en la escena del jazz:
discográficas se enfrentan a un mundo Keith Jarrett, Chick Corea, Gary Burton,
radicalmente distinto, donde los discos Paul Bley, Pat Metheny, Bill Frisell. Y, por
parecen condenados a la extinción y el supuesto, muchos otros —especialmente
consumo a través de plataformas digitales europeos— de fama más relativa: Rainer
parece ser la norma —aunque eso también Bruninghaus, Eberhart Weber, John
cambia a tal velocidad que es arriesgado Surman. Pero también se aventuró por
hacer pronósticos—, parecería un otros senderos de más difícil clasificación:
despropósito hablar de un proyecto que ha el monstruo brasileño Egberto Gismonti;
seguido apostando al disco como lo hizo el saxofonista Jan Garbarek, compartiendo
desde hace poco más de cincuenta años. créditos con el grupo vocal Hillliard
El músico y productor alemán Manfred Ensemble; el compositor contemporáneo
Eicher, nacido en 1943, fundó ecm en 1969. Arvo Pärt; el violinista Gidon Kremer;
Había sido contrabajista y trabajador la cantante Meredith Monk, con sus
en la importante compañía Deutsche inusuales experimentos vocales; el propio
Grammophone. Creía en el poder de la Jarrett interpretando a Bach; la siempre
música y su filosofía podría sintetizarse así: sorprendente Carla Bley; el grupo Oregon,
música para ser escuchada. ¿Una obviedad? el percusionista Zakir Hussain y tantos otros
Así parece, pero no lo es tanto. El eslogan que, a lo largo de más de medio siglo, han
que eligió para su proyecto personal dice enriquecido el panorama musical mundial.
mucho de él: «El sonido más bello después Eclecticismo podría ser una palabra que
del silencio». La combinación estaba clara: define a ecm, pero yo prefiero utilizar
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