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La Resurrección de Jesus - Felix Palazzi

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"La Resurrección y la Justicia. ¿Qué significa creer en la resurrección hoy?

"
(Por Félix Palazzi @FelixPalazzi )
¿Qué significa creer en la resurrección hoy? Se puede entender a la resurrección como un
acontecimiento del todo particular que tuvo lugar hace un par de siglos atrás y en una persona
concreta, Jesús de Nazaret. Indudablemente estamos ante un acontecimiento que marcó,
definitivamente, el nacimiento de una nueva fe, el cristianismo. El cristiano común posiblemente no
tenga muchas nociones teológicas que le permitan comprender la magnitud de aquel momento
central para su fe. Tampoco el teólogo profesional deja de asombrarse ni agota las implicaciones
que tiene la fe en la resurrección. Aún así, seamos conscientes o no de las múltiples preguntas que
puedan surgir, una multitud se reúne en torno a este acontecimiento pascual que nos abre un nuevo
tiempo y nos llena de esperanza.
Referirnos a la resurrección ignorando nuestro entorno presente, es hacerla una palabra vacía de
todo contenido real. La teología no está para formular grandes frases huecas o elaborados
pensamientos que no hagan referencia a la realidad. Al contrario, nace de la fe para mover y
despertar nuestras corazones con la esperanza en una vida mejor. ¿Cómo hablar de resurrección
ante realidades como la muerte, la injusticia y la opresión? Asistir a una homilía el día de Pascua
que no haga referencia a nuestra situación actual es favorecer posturas evasivas que dejan a un
gran número de cristianos desorientados frente a la realidad. No olvidemos lo que la Iglesia primitiva
entendió y recordó a sus seguidores: “ustedes lo crucificaron y le dieron muerte por medio de gente
sin ley. Pero Dios, liberándolo de los rigores de la muerte lo resucitó” (Hch 2,23-24).
Nos recuerda el apóstol Pablo: “si Cristo no está resucitado, vana es nuestra predicación, y vana es
nuestra fe” (1 Cor 15,14). La simple evocación de estas palabras antepone la trascendencia y la
centralidad del mensaje de la resurrección, ubicándola en lo más intimo del sentido de la oferta
cristiana. Es bueno advertir que toda reflexión sobre la resurrección es siempre limitada, así como la
confusión que existe en algunos cristianos en creer que la resurrección consiste, única y
fundamentalmente, en la revivificación del cuerpo de Jesús, como si Jesús luego de ser asesinado
en la cruz volviese simplemente a las mismas condiciones de su vida anterior. La resurrección
implica un amplio espectro de la fe. En esta ocasión queremos optar, en razón de las circunstancias
que nos rodean, por entender que ella es un acto de justicia de parte de Dios frente a la vida de
Jesús, y ante los que lo torturaron y asesinaron.
La nueva vida que le otorga el Padre a su Hijo al resucitarlo asume los signos de la injusticia que
padeció: “pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado” (Jn 20,29).
El crucificado es ahora el resucitado. No ha resucitado su causa o su recuerdo, sino a la persona de
Jesús. Así, su vida se manifiesta ahora como plena, total y definitiva. Esta plenitud no olvida a la
vida terrena que tuvo. Él lleva los signos de la cruz. Sin embargo, su justicia no consiste en
condenar, castigar u olvidar. Su justicia radica en recrear la vida y otorgarle su forma definitiva en su
gloria. Los asesinos de Jesús, y de tantos otros, son ineficaces frente a la oferta infinita de bondad y
vida del Padre. Dios no deja caer en el olvido la vida de nadie: “Yo nunca me olvidaré de ti” (Is
49,15b).
La resurrección se convierte en esperanza para todos. La injusticia padecida tiene un tiempo
limitado. No cabe la resignación ni la sumisión. Tantos se preguntan: ¿qué pasa con Dios? ¿hasta
cuándo tanta violencia, injusticia y muerte de inocentes? Si Cristo no hubiese resucitado entonces
seríamos “como esos que no tienen esperanza” (1Tes 4,13), “los más desgraciados de los
hombres” (1Cor 15,19). Es la resurrección de Cristo la que nos permite tener una esperanza
distinta. Y en Su resurrección, comprenderemos la nuestra, pero siempre en ella y desde ella, la
que el Padre hizo en su Hijo, Jesús de Nazaret.
La resurrección no es una simple continuidad o perfeccionamiento de las condiciones actuales que
vivimos. Al contrario, Dios nos hará justicia como ha hecho con Jesús, otorgándonos la plenitud de
la vida y compartiendo su gloria, así como rechazando a todos los victimarios. La esperanza
cristiana se basa en el poder de Dios contra toda injusticia que produce víctimas y contra toda
dinámica de muerte y exclusión. La fe cristiana consiste en vivir, discernir y celebrar,
constantemente, el misterio pascual: pequeñas muertes seguidas por el inicio de la resurrección.
La esperanza no ignora la realidad de la cruz, pues no es efímera ni evade la dureza de la realidad.
No es una esperanza desencarnada. Cristianamente, es una esperanza contra toda esperanza,
como afirma Pablo. Cuando se nos anuncia que Jesús ha resucitado y, en él, nosotros resucitamos,
se nos está anticipando, en el presente, nuestra realidad futura, el triunfo de la vida sobre la muerte,
donde los verdugos y opresores ya no tienen la última palabra. Proclamar que el “Señor ha
realmente resucitado” (Lc 24,34) es vivir en la esperanza cierta de que la injusticia no triunfará. Que
es posible vivir de otro modo. Vivir humanamente en una historia donde la lógica del mal y la
violencia no sean la dominante. Hemos sido liberados por su resurrección para nunca más volver a
ser esclavos ni fomentar la esclavitud.
“La confianza en la resurrección permite comprender que la comunión entre los creyentes no se
interrumpe con la muerte. Con sencillez de corazón podemos pedir a los que amamos y nos han
precedido en la vida eterna: reza por mi, reza conmigo. Durante la vida en la tierra su oración nos
ha sostenido. Después de la muerte ¿cómo podríamos dejar de apoyarnos en su oración?”
(Hermano Roger). Esperar mi resurrección es imposible sin esperar y participar en la resurrección
de los demás, porque se trata de un acontecimiento absolutamente gratuito de parte de Dios.
No habrá ninguna acción nuestra que pueda ser tan meritoria del don tan inestimable de la
resurrección. Nuestros méritos sólo son una pequeña respuesta al don del amor sin límites que es
Dios. Creer en la resurrección es creer en el destino común que compartimos como seres humanos.
Es celebrar la comunión, la unidad del género humano en su origen y en su destino. No se trata,
pues, de una teoría elaborada sobre el destino de un alma separada de su cuerpo luego de la
muerte. Nunca la tradición cristiana ha considerado el destino individual desligándolo del colectivo.
Ello quiere decir, más allá de toda discusión teológica reservada a los expertos, que existe un
vínculo que la muerte no puede acabar. Este vínculo es el amor.
Creer en la resurrección es creer realmente en la eternidad del amor. Cuando aprendemos el duro
ejercicio de construirnos en y desde el amor, nos damos cuenta lo implicados que estamos los unos
con los otros. Amar se hace alma y se hace cuerpo. Ningún espacio que sea realmente humano
puede estar ausente de esta realidad que es el amor en una vida recreada. El vínculo del amor no
desaparece con la muerte. Resucitar es ser llevados, y dejarnos llevar, definitiva y plenamente en y
desde el amor sin límites que es Dios.
Félix Palazzi von Büren

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