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Eclesiologia 3

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Otra metáfora neotestamentaria que ilustra la unión vital que los creyentes comparten con

Cristo es la de la vid y los pámpanos (Jn. 15:1-11; cf. Ro. 11:17). Del mismo modo que una rama
depende por completo de la vid para su vida, su nutrición y su crecimiento, los creyentes
dependen por completo del Salvador como fuente de su vitalidad espiritual. Una rama que no
esté conectada a la vid no puede dar fruto. Apartados de su unión con Cristo, los creyentes
tampoco pueden producir fruto espiritual (Jn. 15:4-10). Los cristianos solo morando en Él
pueden manifestar frutos de arrepentimiento (Mt. 3:8), y el fruto del Espíritu (Gá. 5:22-24; Ef.
5:9).

La comunión íntima que la iglesia disfruta con Dios por medio de Cristo (Jn. 17:21; 1 Co. 1:9; 1
Jn. 1:3; 2:24) se simboliza, además, por la descripción neotestamentaria de la iglesia como
templo de Dios. En el Antiguo Testamento, el templo era la pieza central de la adoración de
Israel. Era el lugar al que se dirigía el pueblo de Dios para adorarlo con la mediación de un
sacerdote. Un velo separaba a las personas del Lugar Santísimo, en el que la presencia de Dios
se manifestaba (Éx. 26:31-35). Sin embargo, el Nuevo Testamento revela que los creyentes
mismos son el templo de Dios, y que cada cristiano tiene acceso a Él por medio de Cristo (He.
4:14-16; 10:19-23). Edificados sobre el fundamento del Señor Jesús (1 Co. 3:10-11; 1 P. 2:7), los
cristianos son descritos como piedras vivas que forman el templo de Dios (1 P. 2:4-8). También
se les representa como un reino de sacerdotes (1 P. 2:910; Ap. 1:6; 5:10). El apóstol Pablo usa
la imagen del templo para retratar a los creyentes, tanto de forma individual (1 Co. 6:19-20)
como corporativa (1 Co. 3:16-17; Ef. 2:21-22). Cristo es el constructor (Mt. 16:18); los
creyentes son el edificio (Ef. 2:20-22; cf. He. 3:3-6). La iglesia es, pues, un edificio espiritual (1
P. 2:5), la morada del Espíritu Santo (1 Co. 3:16-17; 2 Co. 6:16), el lugar donde se manifiesta la
gloria de Dios con mayor claridad en la tierra y el núcleo de la enseñanza espiritual y
corporativa de la adoración para los redimidos. A diferencia de los edificios hechos de piedra,
la iglesia es una construcción levantada con carne viva. Los creyentes son piedras vivas en el
templo de Dios, que le ofrecen sacrificios espirituales (cf. Ro. 12:1; He. 13:15-16).

4. Los propósitos de la iglesia

Cuando se la considera desde el punto de vista de la historia de la salvación, la iglesia existe


para exhibir la sabiduría y la misericordia de Dios en esta era (Ef. 3:10; cf. Ro. 9:23-24; 11:33; 1
Co. 1:20-31) mediante la proclamación del evangelio de Jesucristo por todo el mundo (Mt.
28:19-20; Hch. 1:8; 1 P. 2:9), de manera que los pecadores de todos los trasfondos étnicos (Ap.
5:910) puedan ser rescatados del dominio de las tinieblas, e introducidos en el reino de Dios
(Col. 1:12-13), y para que el Israel incrédulo pueda ser provocado a celos y al arrepentimiento
(Ro. 10:19; 11:11). Con vistas al futuro, el Nuevo Testamento también promete que la iglesia
reinará un día con Cristo en gloria (1 Co. 6:2; cf. 2 Ti. 2:11-13; Ap. 20:4-6).

Desde la perspectiva de cómo se relaciona la iglesia con sus miembros, su propósito podría
expresarse como sigue: la iglesia existe para glorificar a Dios (Ef. 1:5-6, 12-14; 3:20-21; 2 Ts.
1:12) mediante el servicio y la edificación activa de sus miembros en la fe (Ef. 4:12-16), la fiel
enseñanza de la Palabra (2 Ti. 2:15; 3:16-17) y la observancia regular de las ordenanzas (Lc.
22:19; Hch. 2:38-42), fomentando la comunión de manera proactiva entre los creyentes (Hch.
2:42-47; 1 Jn. 1:3) y comunicar con valentía la verdad del evangelio a los perdidos (Mt. 28:19-
20). Estos propósitos pueden resumirse bajo las cinco funciones básicas que debe cumplir la
iglesia:

4.1 Evangelizar a los perdidos


Una iglesia que busca con entusiasmo la gloria de Dios pondrá, de igual modo, un fuerte
énfasis en la evangelización, tanto local como por todo el mundo. Jesús mismo articula la
comisión evangelizadora de la iglesia en Mateo 28:18-20. Allí, les dio a sus seguidores las
instrucciones con estas palabras:

Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las
naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles
que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo.

La Gran Comisión indica que la verdadera evangelización implica hacer discípulos (no
convencer meramente a los incrédulos a tomar decisiones). Cuando los pecadores responden
con fe salvadora al mensaje del evangelio, tienen que ser iniciados en la iglesia por medio del
bautismo y discipulados por la iglesia mediante una enseñanza sana. El patrón de hacer
discípulos fue establecido por Jesús mismo, quien buscó hacer discípulos durante su ministerio
terrenal (Mr. 1:16-22; 2:14; Jn. 8:31). Su ejemplo tiene que ser seguido por su pueblo. Los
verdaderos seguidores de Cristo se convierten en “pescadores de hombres” (Mt. 4:19), lo que
significa que quienes se convierten en sus discípulos son, ellos mismos, hacedores de
discípulos.

En la iglesia primitiva, los creyentes se caracterizaban por el entusiasmo al predicar el


evangelio y hacer discípulos (cf. Hch. 2:47; 14:21). Su celo hizo que sus enemigos tomaran
nota. Los líderes judíos hostiles les dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: “Habéis llenado a
Jerusalén de vuestra doctrina” (Hch. 5:28). Pablo y sus compañeros misioneros fueron
acusados, de manera similar, de trastornar el mundo entero (Hch. 17:6). Su valiente
declaración de salvación por medio de Jesucristo resonó por todo el mundo conocido (cf. Hch.
1:8; 19:10). La iglesia debería caracterizarse por ese mismo celo valeroso en todas las épocas.

4.2 Adorar y Exaltar a Dios

Dios es celoso de su gloria (Is. 48:9-11; cf. Is. 43:6-7; 49:3), por lo que el deseo de glorificarlo y
exaltarlo debería consumir del mismo modo a su pueblo (1 Co. 10:31; cf. 6:20). Por
consiguiente, una iglesia fiel debería centrarse en Dios y no en el hombre

Una de las principales formas en que la iglesia exalta a Dios es por medio de la adoración y la
alabanza. Cuando ella se reúne, la adoración debería ser la prioridad suprema (cf. Jn. 4:23-24).
La adoración consiste en atribuirle a Dios la honra que se le debe, declarar su gloria en
palabras de alabanza (p. ej., Sal. 29:2; 95:6; 99:5, 9; He. 12:28), y mediante actos de obediencia
(Ro. 12:1). La verdadera adoración incluye, necesariamente, la exaltación de Jesucristo a quien
el Padre ha exaltado al proporcionarle un nombre que es sobre todo nombre (Fil. 2:9; cf. Hch.
5:31). Cristo ha sido “hecho más sublime que los cielos” (He. 7:26). Los redimidos alabarán su
nombre por toda la eternidad (cf. Ap. 4:10; 5:12-13; 7:12; 14:7; 15:4). Mientras tanto, la iglesia
es la única esfera en la tierra donde se exalta el nombre de Cristo de forma verdadera y
genuina.

4.3 Discipular a los nuevos creyentes


El mandato de la gran comisión no solamente implica que la Iglesia debe evangelizar, sino
hacer discípulos así la Iglesia del primer siglo cumplió fielmente esta tarea como lo refiere el
libro de hechos, (Hechos 2:42,5:42 Mateo 28:19-20) a través del discipulado el creyente
profundiza su vida espiritual para con Dios.

4.4 Compañerismo con otros creyentes

La comunión es una función básica en la que Iglesia participa y se nutre de manera profunda
tanto en lo espiritual cómo en el compañerismo, por medio del compañerismo tenemos
comunión en la oración en las ordenanzas del señor como es el bautismo y la cena del señor y
al mismo tiempo en la proclamación del Evangelio a los incrédulos por medio del
compañerismo la Iglesia crea profundos lazos de comunión que a su vez permite que los
nuevos creyentes permanezcan en su nueva familia

4.5 Servir y Edificar a los creyentes

Amarse los unos a los otros (Ro. 12:10; 13:8; 1 Ts. 3:12; 4:9; 2 Ts. 1:3;1 P. 1:22; 4:8; 1 Jn. 3:11,
23; 4:7, 11-12; 2 Jn. 5).

Vivir en armonía unos con otros (Ro. 12:16; 15:5; cf. Gá. 5:26; 1 Ts. 5:13).

Amonestarse los unos a los otros (Ro. 15:14; Col. 3:16).

Preocuparse los unos por los otros (1 Co. 12:25).

Servirse los unos a los otros (Gá. 5:13; 1 P. 4:10).

Soportar los unos las cargas de los otros (Gá. 6:2).

Ser pacientes unos con otros (Ef. 4:2; Col. 3:13).

Ser amables unos con otros (Ef. 4:32).

Perdonarse los unos a los otros (Ef. 4:32; Col. 3:13).

Cantar alabanzas unos con otros (Ef. 5:19; Col. 3:16).

Alentarse unos a otros (1 Ts. 4:18; 5:11; He. 3:13; 10:25).

Estimularse unos a otros al amor y a las buenas obras (He. 10:24; cf. 1 Ti. 6:17-18).

Orar unos por otros (Stg. 5:16).

Ser humildes unos con otros (1 P. 5:5).

El contexto bíblico de estos mandamientos indica que su intención es, principalmente, la de


regir la relación de los creyentes con los demás cristianos en el seno de la iglesia. Al poner
estas directrices en práctica, el pueblo de Dios cumple el segundo Gran Mandamiento, amar al
prójimo como a uno mismo (Mr. 12:31; cf. Jn. 13:34; 15:12), y de ese modo edificar el cuerpo
de Cristo (cf. Ro. 14:19; 15:2) y ejemplificar el amor de Cristo ante un mundo que observa (Jn.
13:35). Esto hace visible y verificable la transformación del evangelio, de manera que el
mensaje demuestra ser tan poderoso como pretende.

5. Autoridad espiritual en la iglesia

Dado que el Nuevo Testamento enseña que Jesucristo es la Cabeza de la iglesia (Ef. 1:22; 4:15;
5:23; Col. 1:18; 2:19; cf. 1 Co. 11:3), habiéndole concedido el Padre su señorío soberano (Mt.
11:27; Jn. 3:35; 5:22; Hch. 2:36; Fil. 2:9-11), Él es la autoridad suprema de la iglesia; como Jesús
les dijo a sus discípulos cuando los comisionó: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la
tierra” (Mt. 28:18).

Una y otra vez, el Señor Jesús exhibió autoridad divina durante su ministerio terrenal.
Demostró su poder soberano sobre los demonios (Mt. 8:32; 12:22),

la enfermedad (Mt. 4:23-24), el pecado (Mt. 9:6)

y la muerte (Mr. 5:41-42; Jn. 11:43-44), exhibiendo su poder sobre la muerte especialmente en
su crucifixión y su resurrección (Jn. 10:18).

Al haber ascendido a la diestra del Padre, Cristo —quien creó y sustenta todas las cosas que
existen (Jn. 1:1-4; Col. 1:16-17; He. 1:3

para derrotar a Satanás y sus ejércitos (Ap. 19:20; 20:10)

y para destruir a la muerte para siempre (1 Co. 15:25-26). Un día, toda la creación reconocerá
la supremacía de Jesucristo, incluso aquellos que en la actualidad lo rechazan” (Fil. 2:9-11).

La sumisión al señorío soberano de Cristo no es opcional para los creyentes, sino que su
llamamiento más elevado y su obligación suprema consisten en someterse con gozo a sus
mandamientos (p. ej., Jn. 14:15, 21, 23; 15:10; 1 Jn. 5:3; 2 Jn. 6). Ese sometimiento se expresa
tanto de forma individual como corporativa. Los pensamientos, las actitudes, las palabras y los
actos de cada creyente deberían conformarse a la voluntad de Cristo, tal como está delineado
en las Escrituras (Ro. 12:1-2; 1 P. 1:14-15). Lo mismo debería ser verdad en todo lo que sucede
en la reunión corporativa de la iglesia, cuando la congregación se somete a la palabra de Cristo
(cf. Col. 3:16).

Como Cabeza de la iglesia, el Señor Jesús no solo es su autoridad suprema, sino también la
fuente de su salvación. Él es “el autor y consumador de la fe” (He. 12:2), por medio de su
muerte compró “para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tit. 2:14). Cristo es la
piedra angular sobre la que se fundamenta la iglesia (1 P. 2:4-8). Esta fue establecida por Él
(Mt. 16:18) y está edificada sobre el testimonio apostólico de la verdad sobre Él (Ef. 2:20). Así,
el apóstol Pablo escribe: “Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual
es Jesucristo” (1 Co. 3:11).

5.1 Líderes con dones

El reinado absoluto de Cristo como Cabeza de la iglesia se administra por medio de líderes
piadosos que Él ha provisto para liderar a su pueblo (1 Ts. 5:12-13; He. 13:7, 17). En Efesios
4:11, Pablo afirma, respecto al Cristo ascendido, que puso a “apóstoles, profetas, evangelistas,
pastores y maestros” (cf. 1 Co. 12:28). Dos de los grupos perfilados en este versículo estaban
limitados al comienzo de la historia de la iglesia, a saber, los apóstoles y los profetas, cuyo
ministerio jugaba un papel fundamental único en el establecimiento de la misma. Pablo ya
mencionó este punto con anterioridad, en Efesios, cuando explicó que los creyentes forman
parte de la familia de Dios, y que han sido “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y
profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Ef. 2:20). Al identificar a los
apóstoles y los profetas con la etapa del establecimiento del fundamento de la iglesia. Pablo
indicó que aquellos cargos estaban limitados a las primeras fases de la historia de la iglesia. El
cimiento de un edificio se pone una vez, al principio de la construcción. Así también, la era de
los

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