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Tema 1 Del Bachillerato en Teología. Interpretación de La Sagrada Escritura.
Tema 1 Del Bachillerato en Teología. Interpretación de La Sagrada Escritura.
Tema 1 Del Bachillerato en Teología. Interpretación de La Sagrada Escritura.
CURSO: 5º
TEMA 1: Interpretación de la Sagrada Escritura
TEMA 1: INTERPRETACIÓN DE
LA SAGRADA ESCRITURA.
0. INTRODUCCIÓN.
4. CONCLUSIÓN.
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ALUMNO: Ernesto Gómez Juanatey
SÍNTESIS TEOLÓGICA
CURSO: 5º
TEMA 1: Interpretación de la Sagrada Escritura
TEMA 1: INTERPRETACIÓN DE
LA SAGRADA ESCRITURA.
0. INTRODUCCIÓN.
Puesto que, como enseña San Jerónimo, desconocer la Escritura es
desconocer a Cristo, la Sagrada Escritura ocupa un papel fundamental en la Iglesia,
así como en los estudios teológicos. Toda disciplina teológica debe tener una
fundamentación bíblica. Además, sin descuidar el carácter doctrinal y la enseñanza
que contienen los libros bíblicos, la Escritura inspirada, más que un compendio de
verdades dogmáticas o un libro que recoge la doctrina cristiana, es Palabra de Dios,
a través de la cual Él mismo se revela y comunica al hombre. La Escritura, junto con
la Tradición de la Iglesia, son las dos fuentes de la divina Revelación. La naturaleza
teándrica, divina y humana, de la Escritura nos exige un acercamiento y estudio
particular del texto sagrado, siendo necesario recurrir a unos métodos determinados
de interpretación. El estudio de este tema nos permite, además, descubrir la
importancia capital de la Escritura en la vida y misión de la Iglesia.
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«La Iglesia los tiene (los libros de la Sagrada Escritura) por sagrados y canónicos, no porque
compuestos por sola industria humana, hayan sido luego aprobados por ella; ni solamente porque
contengan la revelación sin error; sino porque escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a
Dios por autor, y como tales han sido entregados a la misma Iglesia.» (DzH 3006).
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«Fue Él mismo (el Espíritu Santo) quien, por sobrenatural virtud, de tal modo les
asistió (a los autores humanos) mientras escribían, que rectamente habían de concebir
en su mente, y fielmente habían de querer consignar y aptamente con infalible verdad
expresar todo aquello y sólo aquello que Él mismo les mandara: en otro caso, no
sería Él, autor de toda la Escritura Sagrada» (DzH 3293).
Más recientemente, Benedicto XV en Spiritus Paraclitus (1920) expone como
común doctrina católica lo que San Jerónimo había enseñado sobre la inspiración,
partiendo de la concepción de la inspiración como dar luz al entendimiento, moción
a la voluntad y asistencia a las facultades operativas. Afirma, además, que Dios es
causa principal del texto sagrado, y que ejerce un influjo especial en el hagiógrafo2.
Finalmente, el Concilio Vaticano II, en la Constitución Dogmática Dei
Verbum (1965) retoma el concepto de la inspiración de la Sagrada Escritura en el n.
11:
«Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada
Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo. La Santa Madre Iglesia, según
la fe apostólica, tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo
Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo,
tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia. Pero en la
redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias
facultades y medios, de forma que obrando Él en ellos y por ellos, escribieron, como
verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería.»
El Concilio continúa la línea del magisterio precedente en lo relativo a la
inspiración bíblica. Ésta ha de comprenderse dentro del conjunto de la Revelación;
de este modo, Dios es verdadero autor de la Sagrada Escritura. Por primera vez un
Concilio afirma que los autores bíblicos gozaban de plena posesión de sus facultades
y son también verdaderos autores. La Biblia es, en definitiva, Palabra de Dios en
lenguaje humano, en analogía con el misterio de la Encarnación del Verbo. Así, el
documento conciliar introduce también, como veremos, la cuestión de cómo hay que
interpretar la Sagrada Escritura (cf. DV 12).
A la luz de la misma Sagrada Escritura y del magisterio eclesial, ¿de qué modo
podemos explicar desde la razón la cuestión de la inspiración y la cooperación del
hombre con Dios en la composición de los escritos bíblicos? Los Padres hablaron de
Dios como causa fundamental y de los autores humanos como causa instrumental; en
efecto, el magisterio de la Iglesia, sobre todo la Spiritus Paraclitus de Benedicto XV
y la Divino Afflante Spiritus de Pío XII, nos enseña que Dios-Autor habla en la
Sagrada Escritura a través de hombres, empleando la categoría de instrumento3.
2
«Dios, con su gracia, aporta a la mente del escritor luz para proponer a los hombres la
verdad en nombre de Dios; mueve, además, su voluntad y le impele a escribir; finalmente, le asiste
de manera especial y continua hasta que acaba el libro.» (DzH 3651).
3
«Los teólogos católicos, siguiendo la doctrina de los Santos Padres, y principalmente del
Angélico y Común Doctor, han explorado y propuesto la naturaleza y los efectos de la inspiración
bíblica mejor y más perfectamente que como solía hacerse en los siglos pretéritos. Porque, partiendo
del principio de que el escritor sagrado al componer el libro es órgano o instrumento del Espíritu
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Santo, con la circunstancia de ser vivo y dotado de razón, rectamente observan que él, bajo el influjo
de la divina moción, de tal manera usa de sus facultades y fuerza, que fácilmente puedan todos colegir
del libro nacido de su acción ‘la índole propia de cada uno y, por decirlo así, sus singulares caracteres
y trazos’ (Cf. Benedicto XV, Spiritus Paraclitus)», Pío XII, Divino Afflante Spiritus 21.
4
Toda la Biblia es Palabra de Dios, aunque debemos distinguir dos sentidos: materialmente
(por estar consignado por escrito en un libro bíblico) lo es todo cuanto está escrito en la Sagrada
Escritura), y formalmente (por razón de la materia) es Palabra de Dios todo lo que ha sido revelado
por Él, bien directamente, bien a través de los que hablan movidos por Él, y todo lo que el hagiógrafo
afirma o hace suyo.
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«Los escritores sagrados o, más exactamente, ‘el Espíritu de Dios que por medio de ellos
hablaba, no quiso enseñar a los hombres esas cosas (es decir, la íntima constitución de las cosas
sensibles), como quiera que para nada habían de aprovechar a su salvación’[S. Agustín, De Genesi
ad litteram II 9, n. 20]; por lo cual, más bien que seguir directamente la investigación de la naturaleza,
describen o tratan a veces las cosas mismas o por cierto modo de metáfora o como solía hacerlo el
lenguaje común de su tiempo, y aún ahora acostumbra, en muchas materias de la vida diaria, aún
entre los mismos hombres más impuestos en la ciencia. Ahora bien, como el lenguaje vulgar expresa
primera y propiamente lo que cae bajo los sentidos, no de distinta manera el escritor sagrado (y lo
notó también el doctor Angélico), ‘ha seguido aquello que sensiblemente aparece’ [Sto. Tomás de
Aquino, Summa theologiae I, q. 70, a. 1 ad 3], o sea, lo que Dios mismo, al hablar a los hombres,
expresó de manera humana para ser entendido por ellos.» (DzH 3288).
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«Es un axioma de sana filosofía que los sentidos no se engañan en la percepción de esas
cosas que constituyen el objeto propio de su conocimiento.» (DzH 3652).
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etc. Por su parte, los textos que componen el Nuevo Testamento se redactaron
originalmente en griego koiné y en sus distintas variedades dialectales; no obstante,
si bien no hay un texto original que lo atestigüe, existe la posibilidad de que el
Evangelio según San Mateo fuera escrito en arameo por la cantidad de influencias de
esta lengua.
b) Sentidos de la Sagrada Escritura.
La exégesis bíblica moderna se ha visto enriquecida con las nuevas técnicas
hermenéuticas y científicas procedentes del campo de la filosofía y la literatura, si
bien ya la exégesis antigua examinaba todo texto bíblico según diferentes niveles de
sentido. El análisis más básico distinguía entre un sentido literal y un sentido
espiritual. Los exegetas han ido desarrollando este sentido literal en direcciones o
dimensiones diferentes.
A finales del siglo XIII el fraile dominico Agustín de Dacia propone lo
siguiente: Littera gesta docet, quid credas allegoria, moralis quid agas, quo tendas
anagogía. Según este dicho medieval, existen cuatro sentidos de la Escritura. Ésta
tiene, en primer lugar, un sentido literal, que es aquel que enseña los acontecimientos,
lo que ha sucedido. Tras el sentido literal de los textos se encuentra un sentido
espiritual, el cual se lleva a cabo en tres direcciones, que siguen el orden: alegoría,
tropología y anagogía. El sentido alegórico enseña lo que hay que creer; el sentido
moral o tropológico lo que hay que hacer para que nuestro obrar sea justo; el
anagógico, aquello hacia lo que hay que tender, es decir, los bienes eternos del cielo.
Pero más recientemente, la exégesis histórico-crítica tiende a adoptar la tesis
de la unidad de sentido. Es por ello que, en la actualidad, y a la luz de las ciencias de
la filosofía y el lenguaje, se postulan tres niveles de sentido distintos para la
interpretación de la Sagrada Escritura:
Sentido literal: Sentido literal: Se refiere al sentido preciso de los textos tal y
como han salido de la mano de los hagiógrafos, que no solamente es legítimo sino
indispensable7. Es aquel que ha sido expresado directamente por los autores humanos
inspirados. Siendo el fruto de la inspiración, este sentido es también querido por Dios,
autor principal. No obstante, hay que tomar precaución frente a una lectura
fundamentalista, derivada de una interpretación literalista del texto bíblico. Para
discernir este sentido es preciso analizar el texto bíblico en su contexto histórico y
literario, en particular, mediante la técnica de los géneros literarios.
Sentido espiritual:
El acontecimiento pascual, es decir, la pasión, muerte y resurrección de Jesús,
ha establecido un contexto histórico radicalmente nuevo, que ilumina los textos
antiguos y provoca una ampliación de su sentido. Se habla, por tanto, de sentido
espiritual, cuando los textos bíblicos son leídos a la luz de la Pascua del Señor y bajo
7
Santo Tomás de Aquino afirmaba su importancia fundamental en la S. Th. I, q. 1, a. 10, ad
1.
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Se suele decir que este sentido no pertenece a la misma Escritura sino a las realidades que
ésta expresa: Adán es figura o tipo de Cristo, el diluvio figura del bautismo, o el maná de la Eucaristía.
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El texto que se ha tomado como referencia para este apartado es el documento La
interpretación de la Biblia en la Iglesia de la Pontificia Comisión Bíblica (1993).
10
El relato de Gn 1, 1-2, 4 pertenecería a la tradición sacerdotal, más tardía y elaborada,
mientras que Gn 2, 5-25 formaría parte de la fuente yahvista, mucho más primitiva.
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Ya en el Concilio de Hipona (393) se opta por el canon largo del Antiguo y Nuevo
Testamento. Los Concilios III (397) y IV (419) de Cartago aceptan también el canon largo. El
Concilio de Florencia (1442) confirma el Decreto Gelasiano, en el que el papa Gelasio I recogía la
recensión larga. El dato más significativo lo aporta el Concilio de Trento (1546), donde se apunta la
necesidad de aceptar todos los libros con todas sus partes. Al declarar el canon completo de la
Sagrada Escritura como dogma de fe zanjó esta cuestión, frente al rechazo de algunos libros por parte
del movimiento protestante.
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Son aquellos libros que, no formando parte de la Biblia hebrea, han entrado en el canon
católico en un segundo momento. Su carácter inspirado ha sido puesto en duda en algunos momentos,
particularmente en la Reforma protestante. Ésta los denomina apócrifos, mientras que, para los libros
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4. CONCLUSIÓN
De toda esta aproximación al estudio de la Sagrada Escritura podemos extraer
tres conclusiones.
Centralidad de la Escritura inspirada en la vida de la Iglesia: En primer lugar,
la exégesis bíblica cumple una tarea indispensable en la vida de la Iglesia. No se
puede prescindir de ella en la celebración del culto cristiano, en la formación
intelectual o en cualquier actividad u obra de apostolado de la Iglesia. La Sagrada
Escritura está en anagogía con el misterio de la Encarnación del Verbo en cuanto que
es Palabra de Dios en lenguaje humano (cf. DV 13). Para comprenderla, es necesario
emplear las técnicas del saber humano. Por ello, un sincero respeto por la Escritura
inspirada exige llevar a cabo todos los esfuerzos posibles para comprender en
profundidad el sentido del texto.
Necesidad de los métodos de interpretación: Una segunda conclusión,
derivada de la naturaleza de los textos bíblicos, es la importancia de los métodos de
interpretación, tanto diacrónicos como sincrónicos; en particular, del método
histórico-crítico. El contenido de la Revelación divina se enraíza en la historia de un
pueblo concreto; por eso, hay que conocer los condicionamientos históricos para una
mejor comprensión de los escritos bíblicos. Junto a los métodos diacrónicos, los
acercamientos sincrónicos ofrecen una contribución muy útil.
Independencia de los estudios bíblicos como disciplina teológica: Finalmente,
la Iglesia debe mantener la identidad de disciplina teológica para los estudios bíblicos,
cuyo objetivo es la profundización en la fe de los creyentes en Cristo. Ninguno de los
métodos de investigación empleados en el estudio de la Escritura debe ser un fin en
sí mismo, sino un medio que permita una transmisión más auténtica del contenido de
las Sagradas Escrituras. A todo ello debe dirigir la Iglesia sus esfuerzos, en unión con
la renovación de otras disciplinas teológicas y con el empeño pastoral de actualizar e
inculturar la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia y del mundo.
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