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Todos Mis Monstruos 2

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¿Q Thomas Brezina Ilustraciones de Pablo Tambuscio

la
Max se ha encontrado un misterioso perrito.
Decide llevárselo a casa y cuidar de él. Pero sus nuevos vecinos,
aparentemente encantadores, son en realidad una familia horrible
que no está dispuesta a que haya animales en la comunidad de vecinos.
Pero ese no será el único problema de Max. El supuesto dueño del perro
quiere recuperarlo para maltratarlo en un espectáculo teatral.

Por si fuera poco, Max no puede contar


con los monstruos porque... ¡han desaparecido!
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88
12

la familia
horrible
Mombo Momia
Draculín
Edad
3.667 años. Antepasado célebre
Peculiaridades El conde Drácula (era tío suyo).
Puede echar el mal de ojo Edad
y causar desgracias. Le mordió un vampiro en 1666.
Por eso siempre lleva gafas Peculiaridades
de sol. No le afecta la luz diurna
Le disgusta porque se unta una crema protectora
Las polillas, porque (igual que cuando nos damos crema para el sol).
agujerean sus vendajes. Le disgusta
Le gusta El ketchup.
Los trapos, Le gusta
pero solo para cortarlos Todo lo que sea rojo, y sobre todo… bueno, ya sabéis.
en tiras y envolverse
en ellos.

Edad
5.790 años.
Peculiaridades
Tiene tres cabezas que siempre
andan peleándose.
Le disgusta
La comida para gatos.
Le gusta
Las latas de comida para perros. Zerbi
El Cancerbero
Amadeo Licántropo
Edad
Hace 356 años le mordió un licántropo y se convirtió en uno de ellos.
Peculiaridades
Come siempre escalope con ketchup.
Le disgusta
Los cazadores que disparan balas de plata y los dentistas
Le gusta
La música rock y las motos de gran cilindrada.

Edad
44 años.
Peculiaridades
Callos en los dedos pequeños.
Le disgusta
Los zapatos estrechos.
Le gusta
Las pantuflas de peluche.

Piecete
Dirección editorial: Elsa Aguiar
Coordinación editorial: Gabriel Brandariz
Coordinación gráfica: Lara Peces
Diseño de cubierta: Fletcher Estrategias Creativas, S.L.
Traducción: José Antonio Santiago-Tagle
Ilustraciones: Pablo Tambuscio

Título original: “Alle meine Monster Familie fürchterlich”


Publicado por primera vez por Bertelsmann Verlag GmbH, München, 1995

© Ediciones
Bertelsmann Verlag GmbH, München, 1995
© Impresores,
 SM, 2013
2
Urbanización Prado del Espino
28660 Boadilla del Monte (Madrid)
www.grupo-sm.com

Atención al Cliente
Tel.: 902 121 323
Fax: 902 241 222
e-mail: clientes@grupo-sm.com

Cualquier forma de reproducción, distribución,


comunicación pública o transformación de esta obra
solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares,
salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO
(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)
si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
¡Maldición!
Precisamente ahora que Max
tanto necesita a sus amigos monstruos,
no están en el viejo tren fantasma.
Y solo ellos pueden liberar
a su amigo Drácula.
De pronto, Max oye un ric-rac.
El chico se sobrecoge, asustado.
Acto seguido, se abre la tapa
de un ataúd...
¡Hola! Soy Max Müller.

Tengo diez años y me gusta montar en monopatín.


Hasta ahora he llevado una vida bastante aburrida.
En el colegio, a veces se burlan de mí y me llaman miedica.
Y la verdad es que, antes, hasta yo mismo me creía
que era cobarde. Pero un día aposté con mi hermana mayor
a que me atrevía a entrar solo en el viejo tren fantasma
de la feria. Es una atracción que lleva años cerrada
y nunca nadie ha sospechado que tras sus verdes muros
se esconde un gran misterio. Yo lo descubrí.
En el tren fantasma se esconden... ¡los últimos MONSTRUOS!

Esos MONSTRUOS son hoy mis mejores amigos.


Pero están expuestos a un gran peligro.
Y es que Karla Kätscher y su ayudante, Adonis Chorlito,
están intentando cazarlos porque quieren montar
un circo de monstruos. Huyendo de ellos, mis amigos
se refugiaron en el tren fantasma, pero un día descubrimos
que iban a demolerlo. Pudimos impedirlo a tiempo,
y decidimos ganar el dinero necesario para comprar
el tren fantasma. También fundé una pequeña agencia
llamada Compañía de Alquiler de Monstruos.
Así que los monstruos y yo estamos a disposición
de aquellos que nos necesiten. Desde que los conocí,
no tengo tiempo para aburrirme.
Aquí tenéis nuestra nueva y espeluznante aventura.
¡Se os pondrá la carne de gallina! ¡Os lo garantizo!





























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Una decisión errónea


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¿Mudanza
desde el tren fantasma?

Eran poco más de las tres de la mañana


cuando una fantasmagórica caravana
partió del viejo tren fantasma de la feria.

A la cabeza iba Boris Tembleque,


el monstruo de Frankenstein,
con un cazamariposas en la mano.
Le seguía Amadeo Licántropo,
que no dejaba de hacer un ruido
parecido a «puchi, puchi, puchi».

Detrás de ambos trotaba Lucila,


que cambiaba de color como un camaleón
y cuyo manjar preferido eran los picaportes.

13
Lucila blandía con gran alegría una mohosa pantufla rosa
de peluche mientras gritaba:

–¡Mira, mira, mira! ¡Anda, mira, mira, mira!

El vampiro Draculín intentaba escrutar la oscuridad,


y Frankesteinete, el hermano pequeño del doctor
Frankenstein, consultaba un plano de la ciudad.

–Aquí hay unas trescientas veintinueve calles


y avenidas. Si nos damos prisa –calculó–,
en siete noches habremos explorado
todo ese recorrido.
Nesina, la hija del monstruo del lago Ness,
preguntó confusa:

–Eso son dos semanas... Este..., ¿o una nada más?

–Hasta entonces, bien puedes ir a parar bajo las ruedas


de un camión y quedar más aplanado que una sartén
–murmuró Mombo Momia, que acababa de salir
del tren fantasma. Mombo no solo echaba el mal de ojo,
también le gustaba ver desgracias y catástrofes.

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–¡Cierra el pico, tragapolillas! –silbó, enfadada,
la voz de la cabeza 1 de Zerbi, el infernal cancerbero.

–¡Seguro que un perro confunde a ese imbécil


con un hueso que va botando y se lo come!
–gruñó la cabeza 2.

–¡Mira que si se pierde en una carnicería


y lo venden allí como pata de ternera!
–dijo, entre risitas, la cabeza 3.

–¡A mí no me parece nada divertido!


–exclamó, enfadada, Nesina–.
Pero tal vez deberíamos contarle a Max
lo que ha pasado.
–¡No! –gritaron a coro los demás monstruos.

–Se enfadaría muchísimo con nosotros.


Esta vez debemos sacarnos solitos
las castañas del fuego –dijo Frankesteinete.

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Sorpresas heladas

Max Müller permanecía ajeno a todo aquello.


Esa noche dormía con especial placidez soñando
con el nuevo monopatín que quería por su cumpleaños.
Cada día, de camino al colegio, lo contemplaba
en el escaparate de una tienda de deportes
y se moría por atravesar el parque
como una centella sobre él.

El monopatín era amarillo chillón y en sus anchas


ruedas azules brillaban piececitas metálicas.
Pero lo más molón era que, en vez de una plancha rígida,
constaba de dos partes unidas entre sí por una barra.
Era lo más nuevo importado de Norteamérica.

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Max avanzaba a toda velocidad por la calle.
Saltó hábilmente sobre un perro mientras el monopatín
pasaba como una flecha por entre las piernas del animal.
Y de nuevo volvió a aterrizar sobre él con elegancia.
Luego, trazando una curva imposible, dio la vuelta entera
a un banco del parque donde estaban sentadas
las chicas de su clase. Pero de pronto estas gritaron:

–¡Max, pequeñín, mueve el esqueleto


y levántate de la cama!

Max no daba crédito a sus oídos.


¿Por qué las chicas no le mostraban su admiración?

Y abriendo los ojos de golpe, vio el rostro


de su hermana mayor, que sonreía socarronamente.
–¡Y a continuación, el tiempo! –anunció Dola
como una presentadora de noticias–. Hoy predominará
el sol, pero hay que contar también con algunos chubascos.

Y vertió un vaso de agua fría en la adormilada cara


del chaval. Max se levantó catapultado pegando un grito
y Dola emprendió la huida, corrió hasta meterse
en el cuarto de baño y cerró con un portazo.
Pero antes de que pudiera girar la llave,
Max se había lanzado contra la puerta
y tiraba hacia abajo del picaporte.

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Dola, por su parte, se apoyó con todas sus fuerzas
contra la puerta. Pero Max no cedió. Esta vez no quiso
llevar las de perder. La víbora de Dola iba finalmente
a pagar sus canalladas.

Con los puños apretados, volvió a lanzarse contra la puerta,


que era justo lo que Dola esperaba. Esta la abrió,
rápida como el rayo, y Max, que no pudo frenar,
se zambulló de tal modo en la fría y colmada bañera,
que la desbordó. Dola se retorcía de la risa.

–¡Espera, que ya me las pagarás! –masculló Max


según salía de la bañera resoplando.

Dola se apresuró a desaparecer en su habitación


al oír los pasos de su padre. Este salía del dormitorio,
desgreñado y sin afeitar, para ducharse.
Al ver el agua vertida en el cuarto de baño,
se enfadó y le levantó la voz a Max:

–¿Ya has vuelto a hacer de las tuyas?


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Y Dola, apareciendo por la puerta a sus espaldas,
dijo con una voz de lo más inocente:

–Max se ha propuesto hacer una valentonada cada día


porque quiere probarme que no es un cobardica.
Hoy se ha metido de cabeza en el agua fría de la bañera.
Una idea descabellada.

El señor Müller sacudió la cabeza


con un gesto de desaprobación.

–¿Cuándo sentarás por fin la cabeza, Max?


¿Qué bobadas son esas? Ahora mismo vas a por el cubo
y el trapo de fregar y recoges el agua del suelo.
¡Llámame cuando hayas terminado!

–¡Pero..., pero...! –balbuceó Max.

–¡Sin rechistar! ¡Si sigues así, olvídate de lo que pediste


para tu cumpleaños! –dijo, severo, su padre.

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Max se consumía de rabia. Era para reventar.
¿Por qué sus padres siempre creían a Dola?
¿Solo por tener unos años más que él?
¿Por qué siempre le echaban las culpas a él?

Mientras recogía el agua, pensó con rabia:


«Cómo me gustaría largarme. Y bien lejos.
Adonde no pudieran encontrarme papá y mamá.
Que se preocuparan mucho por mí y que les salieran
canas del disgusto. A lo mejor se daban cuenta entonces
de lo estupendo que soy y se arrepentían
de no haberse portado mejor conmigo».
–¡Hermanito, deberías dedicarte a la limpieza!
¡Se te da de maravilla! –dijo Dola para atormentarlo
mientras le veía trabajar, cruzada de brazos.
El chico le lanzó el trapo de fregar, que chorreaba,
pero Dola se agachó a tiempo y el trapo se estrelló
en la cara de la señora Müller, que precisamente
iba a ver por dónde andaban los niños.

–¡Dos semanas castigado a lavar los platos!


–dijo severamente su madre mientras agarraba
una toalla para secarse la cara.

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Max ni siquiera trató de defenderse:
de todos modos, su madre no le creería.
Así pues, tomó la decisión de largarse en secreto
para esconderse con sus amigos,
los monstruos del tren fantasma verde.

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¿pero dónde están?

Tras el desayuno, en el que todos estuvieron muy callados,


Max se retiró a su habitación. Dijo que para hacer
sus deberes, pero en realidad metió unas cuantas cosas
en su mochila: unos vaqueros, varias camisetas
de manga corta, un jersey, dos gorras, todos sus chicles,
una linterna y el contenido de su hucha.
No tenía mucho dinero, solo veinte euros,
pero de momento bastarían. Después,
seguro que sus amigos le prestarían algo,
pues al fin y al cabo con su ayuda habían ganado
un montón de dinero con el que algún día
podrían comprar el tren fantasma.

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