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Afrontamiento Resiliente de La Desaparición de Un Ser Querido
Afrontamiento Resiliente de La Desaparición de Un Ser Querido
Afrontamiento Resiliente de La Desaparición de Un Ser Querido
ISSN: 1576-9941
Resumen
El presente trabajo ofrece una reflexión técnica y detallada acerca del sufrimiento de las personas que
viven la desaparición de un ser querido. Valora con interés las aportaciones de los modelos del duelo a
la hora de comprender su dolor, pero, sin embargo, no considera adecuado un enfoque sustentado
exclusiva y/o prioritariamente en ellos. Los procesos de duelo no definen de forma mayoritaria el dolor
que identifica a las personas que sufren la desaparición de un ser querido. El desarrollo en España de la
Psicología de la Emergencia exige nuevas perspectivas de atención y, en el caso de las desapariciones,
no pretende que se aprenda a vivir sin un ser querido que ya nunca volverá, sino que se pueda aprender
a vivir buscándole. Se trata de un acontecimiento intensamente estresante y específico que merece una
atención propia y elaborada. La incertidumbre es el elemento básico del espectro emocional que se ha
de afrontar y, con frecuencia, se precisa configurar una “realidad probable”.
PALABRAS CLAVES: desaparecidos, incertidumbre, resiliencia, duelo ambiguo, psicología de la
emergencia.
Abstract
The present study offers a technical and detailed reflection about the suffering of people who live the
disappearance of a loved one. He values the contributions of the models of grief with interest when it
comes to understanding his pain but, nevertheless, he does not consider an exclusively sustained
approach and / or priority in them to be appropriate. Grief processes do not define the majority of the
pain that identifies people who suffer the disappearance of a loved one. The development in Spain of
Emergency Psychology requires new perspectives of attention and, in the case of disappearances, it
does not pretend to learn to live without a loved one who will never return, but who can learn to live
looking for him. It is an intensely stressful and specific event that deserves proper and elaborate
attention. Uncertainty is the basic element of the emotional spectrum that has to be faced and, often, it is
necessary to configure a "probable reality".
KEYWORDS: disappeared, uncertainty, resilience, ambiguous duel, psychology of emergency.
Introducción
Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad entienden como Personas Desaparecidas aquellas sobre la
que sus familiares, amigos y conocidos no tienen noticias. Esta amplia definición, permite que se
puedan denunciar las desapariciones desde el primer momento en que una persona sospeche de ello.
Sin embargo, es preciso distinguir dos clases de desapariciones: voluntarias e involuntarias:
- Detrás de las desapariciones voluntarias se encuentran situaciones diversas, entre otras,
cambio de domicilio en los que las personas afectadas no dejan noticias sobre su futuro
paradero, alejamientos voluntarios del entorno, fugas de menores o huidas de personas
sobre las que pesa alguna reclamación etc.
- Detrás de las desapariciones involuntarias, se encuentran otros dos grupos de
circunstancias: la desaparición Accidental o la desaparición Forzada, esto es, fundadas
en un entorno/ámbito delictivo, derivadas de la sustracción parental o los casos de
menores y personas discapacitadas que son expulsados del hogar.
Como señalan Cereceda y Tourís (2019) dentro de esta tipificación de Persona Desaparecida,
no se incluyen las siguientes modalidades: sustracción de recién nacidos, casos incluidos en la Ley de
Memoria Histórica o personas afectadas por una orden de búsqueda y captura a nivel nacional o
internacional.
En 2010 entró en funcionamiento en España un sistema único de registro para todas las
denuncias por desaparición (Sistema de Personas Desaparecidas y Restos Humanos: PDyRH).
Procedimiento que facilita la investigación y el análisis de estos hechos en nuestro país. En la
actualidad, se encuentran registradas un total de 176.063 denuncias, incluyendo algunas anteriores a
2010. Se trata de un sistema vivo que cada año recoge una media de 23.000 nuevas denuncias por
desaparición, de ellas, la inmensa mayoría concluyen con la localización de la persona y el cese de su
búsqueda.
El Centro Nacional de Desaparecidos revela que, a fecha de 31 de diciembre de 2017, el 98%
de todos los casos registrados en España fueron localizados y, a fecha 31 de diciembre de 2018, el
93%. Estos datos muestran la eficacia de los Cuerpos Policiales y del resto de entidades colaboradoras,
en su labor de búsqueda.
Cuando una persona desaparece sin motivo aparente, la realidad del hecho acontecido se
desconoce y, con frecuencia, sus familiares necesitan configurar una “realidad probable”. La
información profesional contrastada sobre otros casos resulta imprescindible y, en este sentido, el
informe anual sobre personas desaparecidas representa una gran ayuda.
Los modelos del duelo han guiado, tradicionalmente, la forma de entender el sufrimiento de
las personas que viven la desaparición de un ser querido (Acinas, 2012; Boss, 2014; Cordova, 2015,
entre otros). La psicología tradicional se ha basado en la atención clínica de las personas que, tras un
tiempo de sufrimiento, solicitan atención y en el caso de los familiares de personas desaparecidas, la
asistencia y el estudio de su dolor se ha centrado en aquellos que convivían con desapariciones muy
prolongadas o en las que se intuía el fallecimiento del desaparecido (víctimas de desaparición forzada,
soldados en el campo de batalla etc.).
En los últimos años, sin embargo, se viene apreciando un enorme desarrollo de la intervención
psicológica temprana desde organismos y asociaciones del ámbito de la emergencia. Desde la
Dirección General de Protección Civil (Vera y Puertas, 2009) se explica el papel del psicólogo en la
intervención inmediata tras catástrofes. Señalan que:
El papel del psicólogo en intervención inmediata en catástrofes es fundamentalmente preventivo. Puede
acompañar a los afectados y familiares para modular las consecuencias psicológicas del suceso, ayudándoles
a enfocar de forma adaptativa la espera, la incertidumbre, los trámites legales, el inicio del duelo si lo
hubiera y, en general, todos aquellos aspectos que habitualmente pueden generar confusión y embotamiento
psicológico en una situación psicológicamente extraordinaria.
Desde el Ministerio del Interior se han venido desarrollando iniciativas de importante calado
en relación con la problemática de las personas desaparecidas en España (CNDES 2018; CNDES
2019; Ministerio del Interior 2017). Siendo la aportación más reciente, la creación del Protocolo de
Actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad ante casos de Personas Desaparecidas (Cereceda y
Tourís, 2019).
En 2009 se presentó una herramienta de enorme interés policial para la localización de
personas desaparecidas, el Sistema: Personas Desaparecidas y Restos Humanos sin identificar
(PDyRH). Un sistema informático vivo, en el que se registra información tanto de las personas
desaparecidas como de los cadáveres y restos humanos sin identificar; datos que son cotejados
automáticamente para facilitar el trabajo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. El Sistema PDyRH,
además, ha permitido la elaboración del informe anual de Personas Desaparecidas.
En 2017 se creó el Centro Nacional de Desaparecidos (CNDES) que se ha establecido como
órgano de gestión centralizada para la coordinación efectiva y permanente del sistema PDyRH.
También se presentó el primer informe sobre Personas Desaparecidas que ha vuelto a ser publicado
posteriormente cada año y cuya utilidad trasciende lo policial ayudando a comprender, a todos los
interesados, el fenómeno de las desapariciones en este país.
Sin embargo, el problema de las personas desaparecidas incumbe a muchos Organismos e
Instituciones, por ejemplo:
- La Secretaría de Estado de Telecomunicaciones y para la Sociedad de la Información,
asignó el número de teléfono 116000 el servicio de línea directa para casos de niños
desaparecidos que está gestionado por la Fundación ANAR (Ayuda a Niños y
Adolescentes en Riesgo). Como señala Díaz, (2014) se trata de un teléfono atendido por
profesionales (psicólogos, apoyados por abogados y trabajadores sociales), de carácter
gratuito, confidencial y que permite a los ciudadanos colaborar aportando aquellos datos
que consideren de interés para la investigación.
- Las Oficinas de Atención a Víctimas del Ministerio de Justicia, han abierto sus protocolos
al caso de las personas desaparecidas. Con carácter general, la asistencia a las víctimas la
realizan en cuatro fases: la acogida-orientación, la información, la intervención y el
seguimiento.
Son muchas las entidades públicas y privadas que colaboran en apoyo de la resolución de
casos de desaparecidos pero se hace necesario resaltar la labor de las asociaciones de ayuda más
representativas, como son entre otras, SOS Desaparecidos (Asociación de ayuda y difusión de casos de
personas desaparecidas), InterSOS (Asociación de Familiares de Personas desaparecidas sin causa
aparente), QSD Global (Fundación Europea por las personas desaparecidas), Fundación ANAR
(Fundación de Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo), AFADECOR (Asociación de Familiares y
Amigos de Desaparecidos de Córdoba), AFADES (Associació Families de Dessapareguts de
Barcelona), Nun Hago Elkartea (Asociación de familiares de víctimas de Desapariciones y Delitos
Violentos en el Extranjero) NON: Nork Daki Non (Asociación sobre personas Desaparecidas sin causa
aparente).
El estado del problema: Informe Personas Desaparecidas. España 2019 (Cereceda, Tourís y
Carrasco, 2019)
embargo, al finalizar el 2018 (informe 2019), son 117.311 las denuncias relacionadas con
ellos, el 92,23% (107.574) fueron resueltas.
- Del total de las denuncias actualmente activas (12.330), el 79% (9.737) corresponden a
menores de edad en el momento de la desaparición aunque, a fecha 31 diciembre de 2018
(informe 2019), seguían siendo menores de edad 6.534 (más del 53% del total de las
denuncias activas).
- Del total de denuncias activas sobre menores de edad (9.737), el 85% fueron interpuestas
en los últimos dos años (2017 y 2018) y el 52% (5.084) corresponden a menores fugados
de centros de acogida. Siendo, al parecer, frecuente la reincidencia y que dichos centros no
comuniquen su retorno a la policía para poder cancelar su búsqueda del registro de
PDyRH. El 95,79% de las denuncias activas de menores (edad actual) son de una
nacionalidad distinta a la española, siendo la más frecuente la marroquí (61%). Datos que
alertan sobre el creciente problema de los menores extranjeros no acompañados, en las
crisis migratorias internacionales (MENAS).
- Atendiendo a todas las edades, a fecha 31 de diciembre de 2018, un total de 225 denuncias
de alto riesgo confirmado permanecen activas. 20 de ellas, estaban relacionadas con
menores en el momento de su desaparición (12 de ellos seguían siendo menores al
finalizar el informe).
Tabla 2. Denuncias cesadas en el transcurso del año 2018 que corresponden a desapariciones de años
anteriores
DENUNCIAS Ant. 2010 2011 2012 1013 2014 2015 2016 2017
CESADAS 2010
Informe 2018 258 3.079 7.550 19.923 19.231 22.241 24.999 20.842 21.866
(a 31 diciembre de
2017)
Informe 2019 328 3.087 7.557 19.948 19.252 22.275 25.059 20.984 22.686
(a 31 diciembre de
2018)
Denuncias cesadas en 70 8 7 25 21 34 60 142 820
2018, de años anteriores.
Resulta preciso recordar que existen cadáveres sin identificar, de difícil filiación. Beltrán
(2016) refiere ahogamientos de personas en aguas marítimas que carecen de datos “ante morten”, ya
que su desaparición no es denunciada en nuestro país. Señala: “Se trata de un problema
transfronterizo, en donde las comunicaciones internacionales de carácter humanitario entre estados,
son vitales para canalizar una solución viable a las consecuencias del flujo de una inmigración ilegal”.
Desde la psicología se viene atendiendo desde el modelo del duelo, a las personas que sufren
la desaparición de un ser querido (Acinas, 2012; Boss, 2014; Camargo de Oliveira, Oliveira y
Vinicius, 2018; Cordova, 2015; Ortiz, Romero y Blum, 2017) y se ha encontrado un espacio propio en
el denominado: “duelo o pérdida ambigua”.
Los modelos del duelo se basan, fundamentalmente, en el estudio de personas que afrontan la
muerte de un ser querido. Personas que deben aprender a vivir sin alguien importante para ellas,
sabiendo que ya nunca volverá. Sin embargo el enfoque del duelo o pérdida ambigua permite
comprender y guiar el dolor de algunas personas que sufren la ausencia de un ser querido vivo o del
que se desconoce su situación.
Boss, (2014) recuerda dos tipos básicos de pérdida ambigua. En el primero, la persona añorada
se encuentra físicamente ausente pero presente psicológicamente para sus familiares, se desconoce si
su ser querido permanece con vida. Dentro de este grupo, cuando la ausencia es solo física, la autora
considera a los familiares de los militares desaparecidos en combate o de niños secuestrados, también
incluye algunos casos en los que los hijos sienten la pérdida de algún progenitor o progenitores tras el
divorcio o al ser adoptados. El segundo tipo de pérdida ambigua, muy distinto, es cuando no hay
ausencia física, la persona está viva y presente pero la ausencia psicológica es evidente. Se aprecia un
drástico cambio en la persona debido, entre otras circunstancias, a una enfermedad como el
Alzheimer, las drogas, enfermedades mentales crónicas, traumatismos craneoencefálicos graves o
estados de coma.
Los modelos de duelo y, por supuesto, el enfoque de la pérdida ambigua son una importante
referencia para aquellos psicólogos que atienden a las personas que sufre por la prolongada
desaparición de un ser querido. Sin embargo, no sirven como perspectiva general para comprender a la
mayoría de las personas que se ven obligadas a vivir unas circunstancias tan duras y exigentes.
Algunas de las personas que sufren la desaparición de un ser querido, se sienten incómodas e
incomprendidas cuando se les habla de “pérdida” y/o “duelo”; sienten que perder es no haber sabido
custodiar o proteger y que calificar la ausencia de su ser querido así, trasmite un reproche o anticipa un
desenlace fatal de la persona buscada. Hay quien señala: “yo no perdí a mi hijo, me lo robaron” y
quien manifiesta que aceptar la existencia de un duelo, es aceptar la pérdida definitiva de la persona
buscada. Se rebelan contra la asistencia psicológica que se expresa en estos términos. Se trata de un
sentir claramente expresado por el impulsor de la Fundación Europea por las Personas Desaparecidas:
QSD Global, constituida en 2015:
Con el debido respeto a los expertos en psicología, no termina de convencerme ese concepto porque el
duelo –ambiguo o no- es el principio de la etapa de aceptación de una pérdida definitiva. En cambio,
mientras la desaparición no se resuelve prevalece una situación de no duelo. Algo parecido a una
ecuación emocional que no es ambigua sino inequívoca y más bien rotunda: mientras no hay evidencia
de muerte, hay esperanza de vida” (Lobatón, 2018, p. 29).
Desde la psicología social, comunitaria y de emergencias se está apostando por una mayor
presencia de psicólogos en el tejido social. Profesionales proactivos que colaboran desde múltiples
ámbitos, humanizando los espacios de dolor y procurando preservar los recursos personales de las
personas que sufren, esto es, potenciando su resiliencia.
Puelles (2017, 2018 y 2019) propone un encuadre más amplio (ver Figura 1). Presenta un
enfoque de la ayuda a las personas que sufren por la desaparición de un ser querido, desde la
perspectiva del Afrontamiento Resiliente. Considera que los modelos del duelo son útiles solo ante
circunstancias concretas y que no representan el sentir mayoritario. Señala que la construcción de la
resiliencia en estas familias y amigos debe ser atendida desde el inicio, en la emergencia, durante la
búsqueda y tras la localización de la persona desaparecida. La atención que se debe prestar a los
familiares de los desaparecidos, se debe acomodar a las diferentes fases en que se establece su “lucha”
y partir del reconocimiento de la naturaleza extremadamente estresante del hecho que acontece.
El modelo de afrontamiento de la desaparición de un ser querido debe basarse en el estudio de
personas que afrontan la desaparición de un ser querido. Personas que deben aprender a vivir buscando
a alguien importante para ellas, con la incertidumbre de no saber la situación de esta persona ni lo que
el futuro deparará.
Es preciso comprender que no es lo mismo perder a alguien que, esa persona, desaparezca.
Tampoco es lo mismo la desaparición de un ser querido que su muerte. Ambos tienen un aspecto
nuclear común que precisa ser trabajado: “la ausencia” pero, ausencia, no es lo mismo que pérdida,
duelo o muerte.
Cuando muere un ser querido, el proceso de duelo ayuda a aceptar que, se haga lo que se haga,
esa persona no volverá jamás. El psicólogo que acompaña al sobreviviente debe procurar que aprenda
a vivir para siempre sin la persona querida. La realidad de la desaparición es otra, tras la inquietante
ausencia, hay muchas cosas que hacer (denunciar, gestionar adecuadamente los elementos de prueba,
contactar con familiares y amigos, colaborar en su búsqueda, etc.) y se debe procurar que los
sentimientos de dolor no interfieran en la búsqueda. Mientras la persona no aparece, con frecuencia,
viven buscándola y gestionando la incertidumbre de no saber su situación real o lo que el futuro
deparará.
El psicólogo que acompaña al familiar de un desaparecido no debe crearle falsas esperanzas ni
fomentar soluciones irreales pero, mientras necesiten mantener su búsqueda, debe servir de ayuda para
que aprendan a vivir buscando. Por otra parte, aunque un familiar desfallezca en su acción de
búsqueda, la policía continúa trabajando. El sistema PDyRH seguirá cotejando datos de aquellas
personas localizadas en situaciones diversas y las denuncias de desaparecidos. En 2018 se localizaron
personas cuyas denuncias por desaparición eran antiguas. Cesaron 70 denuncias por desaparición de
fechas anteriores a 2010 y 1.117 fechadas entre 2010 y 2017 (Tabla 2).
funcionalidad debe dirigirse en dos direcciones: la salud del afectado y la búsqueda del
desaparecido.
- En el proceso de búsqueda la traumatización es constante, tanto por la información que
llega como por lo que la mente imagina sin tener ninguna prueba. Se mantiene de forma
prolongada la incertidumbre y un dolor insidioso que promueve la necesidad de clausura.
Aparece nueva información que genera esperanza pero que, con frecuencia, acaba
decepcionando. El apoyo del entorno es un factor fundamental en la construcción de la
resiliencia pero, por desgracia, en ocasiones surgen personas deshonestas que pueden
dañar y abusar del sufriente. Es fundamental mantener la funcionalidad para conservar la
salud, la capacidad de seguir buscando al ser querido, el cariño/cuidado del resto de la
familia y los recursos económicos de los que se depende.
- La localización del ser querido, vivo o muerto, da inicio a un proceso de duelo
propiamente dicho y/o conlleva una exigencia de readaptación del grupo familiar. En
ocasiones el estado del cuerpo hallado o la averiguación final de las causas de la
desaparición resulta traumático y el mantenimiento de la funcionalidad conlleva la
incorporación adecuada de lo acontecido a la historia personal y familiar.
En los primeros momentos de la desaparición de un ser querido no hay lugar para el duelo, la
mejor intervención psicológica se centra en ayudar a manejar el estado de estrés agudo en el que se
encuentran sus familiares y amigos. Son muchas las situaciones que se experimentan y que generan un
correlato emocional difícil de gestionar. Con frecuencia, en esta fase, es importante considerar el
estado de sobresalto-alarma (miedo), las vivencias ominosas, la percepción de apoyo y/o reproches
respecto al entorno y los sentimientos de culpa y/o vergüenza que se pueden generan.
A) Sobresalto-alarma
El estado de alarma que la situación provoca, genera en las personas un estado de elevada
activación. Activación que, en parte, es necesaria y positiva ya que facilita energía para establecer y
guiar la búsqueda. Es fundamental acudir a denunciar en cuanto se toma conciencia de la desaparición.
La presencia de sentimientos de ira, bloqueo y/o miedo también pueden ser entendidos como
parte del correlato emocional que las situaciones de sobresalto y alarma generan. El peligro es objetivo
y el daño que puede conllevar el acontecimiento, de gran importancia.
Es importante mantener la funcionalidad para colaborar eficazmente y aportar datos que
ayuden en la localización. Es necesario, por tanto, organizar algunos espacios de descanso; lugares
seguros y limitados a los más íntimos donde la persona que sufre pueda dedicarse a sí misma.
Si el ser querido es localizado pronto y en buen estado, los familiares no necesitaran trabajar
un duelo y sí gestionar numerosas ansiedades o miedos adquiridos. Precisaran que se les oriente en vía
de una correcta readaptación del sistema socio-familiar. Se trata, por ejemplo, de evitar que un
adolescente repita su fuga o que la angustia vivida por padres/hijos, se convierta en un cuadro de
“ansiedad generalizada” o de “ansiedad de separación”.
B) Experiencia Ominosa
aquellos iniciales, cotidianos, no traumáticos (por ejemplo: la silla vacía, la puerta entreabierta) que
quedaron asociados a la experiencia ominosa (a esa sensación de que algo malo va a suceder). Es
importante que estos elementos, incluso cuando la desaparición fuese breve y finalice con una
localización en buen estado (sin daños ni lesiones) no repercutan en el funcionamiento posterior, esto
es, que no generen comportamientos desadaptativos como, por ejemplo: fobias, crisis de ansiedad u
obsesiones, cuando son reencontrados en los escenarios naturales de la vida cotidiana.
Cuando los familiares no pueden localizar por sí mismos a su ser querido acuden a otros
solicitando ayuda. La percepción de implicación y colaboración que obtienen del entorno es
fundamental desde el primer momento y determinará de forma importante su capacidad de resistencia
y resiliencia.
Se acudirá a amigos del desaparecido, vecinos, familiares, policías, teléfonos de emergencias o
asociaciones, entre otros. Necesitando, lógicamente, que se entienda lo importante y prioritario de su
dolor.
Como recuerda Payá (2010), John Bowlby en su Teoría de la vinculación explicó que los
niños con frecuencia y de manera natural reaccionan ante la separación de sus madres con una intensa
respuesta emocional de protesta. Esta respuesta de protesta, ha sido considerada una reacción
adaptativa que cumple una función positiva en sus vidas y favorece la restauración del vínculo, esto es,
la recuperación de sus madres.
Bajo el prisma de esta reacción natural, ante la separación de un ser querido de importancia
singular, es fácil entender que, en ocasiones, las personas que viven la desaparición de un ser querido
además de mostrar ansiedad y tristeza, pueden reaccionan con un elevado nivel de exigencia y protesta
hacia los que les rodean. Las reacciones de los familiares pueden debatirse entre la gratitud, la protesta
y la súplica e incluso pueden alternar cada una de esas formas en distintos momentos.
Cuando se percibe que las personas del entorno (incluidos los profesionales) se implican en el
problema y ponen en la búsqueda del desaparecido todas las herramientas de las que se dispone, se
potencia la confianza en el ser humano. Se siente la bondad, la colaboración, la pertenencia a un grupo
humano, se generan emociones que suavizan, en cierta manera, la angustia y que parecen poseer
alguna capacidad sanadora. Sin embargo, cuando la revisión de la respuesta del entorno no es tan
positiva o se realiza una revisión muy exigente del comportamiento de los demás, suelen aparecer
reproches y un irritante estado de soledad e impotencia.
El apoyo social no se debe calcular por la magnitud de personas que acuden a ayudar a los
sufrientes sino por la calidad de esta respuesta. Una multitud descoordinada, ansiosa y vulnerable al
contagio emocional resultará perjudicial, provocando un efecto inverso al amortiguamiento del dolor.
La ayuda debe ser auténtica, ordenada y apropiada a las necesidades del caso.
En marzo de 2019 la Fundación Europea por las Personas Desaparecidas QSD Global, otorgó
el premio a la Mejor Labor de Voluntariado, Acción Social y Protección Civil a la iniciativa
denominada: Marea de Buena Gente, reconociendo el esfuerzo y cariño de todas las personas que
colaboraron en la dura búsqueda del niño Gabriel, de casi 8 años, que duró doce días en Las
Hortichuelas de Nijar (Almería) en el año 2018. La prensa se hizo eco del agradecimiento de los
padres de Gabriel a todos los que colaboraron y, concretamente, de cómo su madre resignificó la
historia del drama acontecido, en un estandarte de valores positivos y señalaba, por ejemplo: “Gabriel
fue capaz de hacer comunidad, de sacar lo mejor de cada uno y capitanear una marea de buena gente”.
D) Vergüenza y culpa
Ante la desaparición de un ser querido, muchos reproches pueden ser dirigidos contra uno
mismo (“autoreproches”). Se tratan de duras quejas que albergan pensamientos del tipo: “no supe
cuidarle” o “no debería necesitar la ayuda de otros para que mi hijo estuviese a mi lado”. Son
pensamientos que, con frecuencia, entremezclan emociones de culpa y/o vergüenza. Como recoge
Camargo de Oliveira et al. (2018):
En el caso de desaparición de un niño o adolescente, las crisis vivenciadas pueden desorganizar todo el
sistema familiar. Además, la autoestima de los padres está ligada a los roles socialmente ejercidos y,
ante la desaparición de un hijo, ellos son blancos de mayor vulnerabilidad a comentarios y juicios de
cuño moral” (p. 61).
Lazarus (2000) explica que cuando una persona siente que ha fracasado en intervenir de
acuerdo con un yo ideal, la emoción que se siente se denomina “Vergüenza” y cuando se trasgrede un
imperativo moral “Culpa”. Los familiares de desaparecidos pueden sentir que no han cumplido con su
deber de cuidado que no han sabido ser un buen hermano, madre, padre o hija.
En la vergüenza se transgrede la propia moral, mientras que en la culpa se transgreden los
valores de otros que gozan de respeto, esto es, se siente que se defrauda a los otros. Pérez-Sales,
(2006) trata de clarificar los conceptos y sugiere que en la Culpa, la sensación de angustia está
“referida a la realización de actos evaluados posteriormente como rechazables” entre estos actos
incluye los actos mentales (pensamientos, intenciones y fantasías) e incluye la ausencia de respuesta.
Sin embargo, en la Vergüenza, la sensación de angustia surge de “la percepción de proyectar una
imagen que está en disonancia con lo que la persona considera que constituye el núcleo identitario que
desea de sí”.
La culpa y la vergüenza son emociones negativas que surgen de la transgresión de un
compromiso moral, ya sea consigo mismo (vergüenza) o con los otros (culpa) y que muchas veces se
ven obligadas a convivir.
A raíz de una trasgresión moral pueden presentarse diferentes autoreproches y cada uno de
ellos evocar una u otra emoción. No es raro que esto suceda en el caso de los familiares de los
desaparecidos.
Es necesario recordar que, como señala Rime (2011) “la experiencia emocional viene
acompañada, de forma casi indiscutible en la persona que la ha vivido, de una propensión a traducir en
palabras esta experiencia y a compartirla socialmente”. Sin embargo, la emoción de vergüenza
conlleva un freno en la compartición. Cuando una persona se decepciona a sí misma, no desea darlo a
conocer y es muy importante que el psicólogo no fuerce esta expresión.
La intervención psicológica respecto a los sentimientos de vergüenza o culpa, en estos
primeros momentos de la desaparición, debe limitarse a no fomentarlas y a no forzar con una
innecesaria indagación. Se trata de evitar comentarios tipo: “no tenían que haberle dado permiso para
ir a ese sitio” o “tendrían que tener a su padre en una residencia” Es importante empatizar cuando
algún familiar o amigo se exprese culposo o avergonzado pero no es adecuado explorar la presencia de
estas emociones, si ellos no las ofrecen.
Pérez-Sales, (2006) aconseja:
No tocar la culpa si no se tienen garantías de que puede haber un trabajo sistemático y en condiciones
adecuadas y que es posible una mejoría. Es preferible la abstención terapéutica al riesgo de actualizar
una culpa que estaba distanciada (p. 286).
Los primeros momentos de la desaparición tienen un impacto agudo donde todo lo que
acontece es inesperado y las reacciones emocionales son, con frecuencia, confusas, invisibles y/o
abruptas. Se aprecia a una persona que sufre a su manera, de forma lábil y cambiante. En momentos
puede mostrarse serena y capaz de encajar una dura información y en otros momentos llorar, gritar y
desgarrarse sin que los demás pudiesen haber previsto esta reacción. La Tabla 3, ofrece algunas pautas
A) El Duelo
También puede iniciarse el duelo cuando las circunstancias de la desaparición llevan a creer
que este, no puede haber sobrevivido. En estos casos se habla de un “duelo anticipado” una sensación
de pérdida definitiva del ser querido basada en criterios de riesgo/supervivencia, en datos estadísticos
o en la confianza en la experiencia de expertos. Estos pensamientos, facilitaran la asimilación emotiva
antes de encontrar el cadáver o a pesar de no encontrarlo. Estas circunstancias pueden ser vividas, por
ejemplo, por los familiares de pescadores o marinos cuyos barcos naufragan en condiciones difíciles.
El entorno es conocedor del riego que el mar conlleva, saben lo que aconteció en otros casos similares
y lo difícil que es, a veces, recuperar un cuerpo en estas circunstancias.
Fulton y Fulton (1971) señalan que el duelo anticipado tiene algunos aspectos positivos.
Permite integrar la realidad de la pérdida gradualmente, resolver asuntos inacabados con un ser
querido que se va a perder, comenzar a cambiar esquemas sobre la vida y la propia identidad o hacer
planes de futuro. Desde esta premisa, debemos entender que cuando el familiar de una persona
desaparecida cree que su ser querido ya no puede estar vivo, inicia un proceso gradual de dura
aceptación que le facilitará cerrar algunas discrepancias que casi todas las personas, de forma
cotidiana, mantienen con los suyos. La asimilación de la “pérdida probable”, permitirá organizar
recursos, familia y numerosos asuntos importantes con una previsión más estable.
Cuando la desaparición es muy prolongada y la persona desaparecida sigue físicamente
ausente pero presente psicológicamente para sus familiares, se habla de “duelo ambiguo” y, en
ocasiones, a pesar de no localizarse el cuerpo, se dictamina su “fallecimiento legal”. Si existen
dificultades por parte de uno mismo o del entorno para aceptar (“validar”) el nuevo rumbo que los
familiares deben tomar, se habla de “duelo desautorizado”.
Mejía y Ortega (2018) se refieren al duelo de los familiares de personas desaparecidas como
“duelos especiales”, señalan:
la mayoría de los familiares de personas desaparecidas elaboran duelos especiales porque la liberación
de afectos con relación a la víctima no ocurre, se instaura un pensamiento circular de matices obsesivos
que mantienen anclados los afectos en el ser querido donde el sufrimiento que creen puede haber
experimentado su familiar no les permite experimentar placer en la vida, además de que tampoco
pueden poner sus afectos en otras personas o proyectos (p: 146-7).
Robles y Medina, (2008) explican algunos aspectos patológicos de la elaboración del duelo.
Concretamente, cómo algunas de estas manifestaciones evolucionan:
“a) En los primeros momentos tras el impacto de la pérdida, pueden surgir reacciones emocionales
anormalmente intensas como crisis de pánico o reacciones de agotamiento. La tristeza, la pena o la
culpa pueden llevar a una depresión o a excesiva agitación. Por otra parte también pueden aparecer
ansiedades de persecución (sentimientos de ser perseguido, necesidad de perseguir…).
b) En los periodos posteriores, la manifestación psicopatológica más frecuente que surge de las
dificultades de elaborar el duelo es la depresión. Pero también pueden aparecer otras alteraciones
psicopatológicas como ansiedad, fobias, conductas de evitación, fenómenos obsesivos, reacciones
paranoides (sintiéndose perseguido o perseguidor), trastornos disociativos y de conversión,
somatización, abuso de drogas y alteraciones del carácter” (p.118/9).
Álvarez (2015) advierte del riesgo de que los duelos por desaparición puedan convertirse en
duelos patológicos y complicados.
B) La Experiencia Traumática
Normalmente se entiende por acontecimiento traumático a aquellos que implican una amenaza
contra la vida, la integridad física o un encuentro personal con la violencia y la muerte (Herman,
2004). El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5; Asociación Americana
de Psiquiatría, 2013), señala, entre este tipo de acontecimientos, “la exposición a la muerte, lesión
grave o violencia sexual, ya sea real o amenaza”. No recoge de forma literal la problemática de los
familiares de los desaparecidos.
En algunos casos, la violencia y por lo tanto la experiencia traumática, puede estar presente
desde el inicio del proceso como sucede en muchas desapariciones forzadas. Ortiz, Romero y Blum,
(2017) relatan la experiencia en México de Verónica y sus hijos que presenciaron la irrupción de un
grupo armado que sustrajo violentamente a su marido y cómo desde entonces los niños temían que la
situación se repitiese y desapareciesen su madre o ellos.
En España este tipo de violencia no es frecuente pero, en cualquier caso, casi todos los
familiares de los desaparecidos experimentan un intenso miedo, un sentimiento de indefensión, una
pérdida de control y amenaza en su forma de vida y creencias muy semejantes a las experimentadas
por aquellas personas expuestas a otros tipos de traumas. En este sentido, sus emociones y vivencias
cumplen con lo que Andreasen (1985) señaló como el denominador común del trauma psicológico.
Cuando un ser querido no aparece, los familiares van considerando cada vez con más fuerza y
temor la posibilidad de no volver a verle. Además, en ocasiones, la investigación revela aspectos de la
desaparición de contenido traumático (por ejemplo, que fue atado o herido) Los familiares pueden
tener que afrontar la idea de su muerte, de una violencia ejercida sobre él, asumir que desconocían
aspectos importantes de su vida y otras muchas cuestiones difíciles de asimilar.
Baum y Davidson (1985) señalaron diversas características en los sucesos que se configuran
como traumático, esto es, capaces de favorecer el trauma. Los sucesos traumáticos suelen comenzar
súbita e inesperadamente, la persona que los vive no está preparada para afrontarlos, el suceso debe
suponer una amenaza para la vida, conllevar violencia, pérdida y exposición a experiencias grotescas e
inusuales.
En las desapariciones se dan muchas de estas características: acontecen de manera súbita,
nadie está preparado para afrontarlas, suponen una clara amenaza para el familiar que lo busca y existe
la posibilidad real de no volver a encontrarlo, con frecuencia, también se aprecia una amenaza para la
vida del desaparecido (real o imaginada). En ocasiones, se detectan indicios de violencia y otras veces
el hecho de que la persona no vuelva, hace pensar que alguien o algo lo impiden mediante la fuerza.
La desaparición supone una clara e involuntaria ausencia (“pérdida”) que define la figura del hecho
que se denuncia y todo lo que acontece, desde que se toma conciencia de desaparición, está repleto de
experiencias grotescas e inusuales. Las desapariciones que presentan estas características, deben ser
consideradas experiencias traumáticas y, desde estos modelos, ser atendidas por los psicólogos.
Lonneke et al. (2016) proponen una terapia cognitiva conductual con elementos de atención
plena (ocho sesiones de 45 minutos) para atender la incertidumbre de los familiares de personas que
llevan desaparecidas, al menos, tres meses. Piensan que podría servir también para evitar la
instauración de cuadros psicopatológicos.
Camargo de Oliveira et al. (2018) utilizan una entrevista semi-estructurada de pérdida
ambigua, basada en las clasificaciones teóricas de Boss (1999) y en la experiencia de Oliveira (2008,
2012) para el análisis de la experiencia de pérdida ambigua por un hijo adolescente desaparecido.
Establecen cinco categorías a la hora de valorar las narraciones y el dolor de la persona que sufre:
1. Conflicto de pensamientos y/o sentimientos (ambivalencia) ante la desaparición.
2. Dificultades en predecir resultados sobre la desaparición.
3. Duda sobre su identidad, su papel o relación con el adolescente, la familia y los órganos
de protección.
4. Culpa o sentimiento de incompetencia.
5. Ansiedad sobre el futuro.
Desde un marco teórico más amplio, se comprende la tensión generada por la incertidumbre
en base al constructo denominado: “necesidad de clausura cognitiva”. Se considera que las personas
tienen necesidad de cerrar los temas que atraen su interés, adoptando algunas conclusiones. Esta
necesidad de cierre, permite dar por finalizada la búsqueda de información y la contrastación de
diferentes alternativas, decantándose por una conclusión útil que permita establecer juicios y opiniones
sobre aquello con lo que se convive. Una necesidad práctica para adoptar futuras decisiones.
Derivadas de la necesidad de clausura cognitiva, las personas presentan dos tendencias
generales respecto a la información que les rodea y que procesan (Kruglanski, 2000). Por un lado, se
aprecia una urgencia inicial en la captación de información ante situaciones nuevas o especiales y, por
otro, hay una permanencia de aquellas ideas que se van construyendo como hipótesis. Es como si
todas las posibilidades quedasen congeladas en la mente sin poder eliminar ninguna hasta concluir con
una: “la verdadera”.
Tendencias cognitivas que también se establecen entre las personas que viven la desaparición
de un ser querido:
- La urgencia de información inicial que sienten los familiares del desaparecido puede
mostrarles excesivamente demandantes y exigentes, abocarles a consultar fuentes de
información engañosas (brujos, timadores, etc.) y generarles dificultades en el proceso de
valoración de la información. Puede costarles distinguir los datos importantes que les permiten
acceder a hipótesis realistas acerca de la desaparición, de aquellos otros detalles secundarios,
descriptivos que no sirven para guiar la investigación. Puede resultarles difícil calibrar (dar un
valor jerarquizado) a la información que poseen y sentir la necesidad de trasmitir algunos
detalles sin importancia de manera prioritaria, por ejemplo, una madre repetía a quien le
preguntaba por lo sucedido que, su hijo “desayunó, antes de ir al colegio, esas galletas de
animales que le gustan mucho y luego: desapareció”. Indicaba el contenido del desayuno de su
hijo constantemente (galletas de animales) con una intensidad afectiva propia de quien ofrece
y trasmite un dato de importancia singular.
- El mantenimiento de un número ilimitado de hipótesis en la mente de la persona que no
encuentra a su ser querido, genera una enorme tensión ideativa que no finaliza hasta el cierre
del caso o hasta que eligen una explicación que les sirve de: “verdad”.
Los psicólogos que estudian los procesos perceptivos, también han considerado esta necesidad
de cierre (“Ley del cierre o de la completud”). Ellos señalan que el cerebro humano organiza los
distintos elementos percibidos constituyendo una totalidad. Así, por ejemplo, un dibujo, una foto,
aquello percibido, deja de ser un grupo de manchas de colores y se reconoce como algo con
significado para el observador: una persona, un objeto etc. Gracias a las distintas tendencias
perceptivas y cognitivas (Leyes de la Gestalt) los seres humanos consiguen dar significado a aquellos
estímulos y situaciones que le rodean, aunque a veces sean inexactos. Conocer la existencia de estos
fenómenos es fundamental a la hora de considerar los testimonios de aquellas personas que colaboran
con la policía para la resolución de la desaparición.
Desde la psicología de la Gestalt, se explica la incomodidad que suponen las figuras que no
están acabadas. En el espectador surge la tendencia a completar, con su imaginación, aquellos
elementos que faltan para dar significado a la imagen. Podemos observar esta tendencia en numerosas
situaciones cotidianas, por ejemplo, cuando una persona se lanza a terminar una frase que otro ya ha
empezado.
La incertidumbre y la falta de información que la desaparición de un ser querido conlleva,
suponen un importante factor de riesgo para el establecimiento de rumores. Rumores que pueden calar
hondo en la convicción de los familiares y que ofrecen coherencia y cierre de lo acontecido,
permitiendo aliviar la tensión que provoca lo inacabado, integrar la historia de la desaparición en su
historia personal de vida y, si no olvidar, recordar de forma más racional lo sufrido.
Los propios investigadores policiales son conscientes de la vulnerabilidad que atraviesan estas
personas. Domenech, J. (2014), por ejemplo, señala que “también hay que sumar el aprovechamiento
sin escrúpulos que algunas personas pueden hacer a los familiares (falsos médiums o detectives,
personas que ofrecen información o que simplemente se aprovechan de la situación)”.
Se han considerado algunas circunstancias que favorecen la presión conclusiva, por ejemplo,
la presión temporal, el ruido, la fatiga, la intoxicación etílica o el aburrimiento. Aspectos, todos ellos,
que también pueden presionar a los familiares de las personas desaparecidas. Cuanto más tiempo lleve
el caso abierto, más rumores o falsas pistas se hayan generado, más cansado estén los familiares, más
procesos administrativos “papeleos” monótonos y aburridos se establezcan, más necesidad tendrán
estos familiares de adoptar una explicación personal a lo ocurrido. El consumo de alcohol u otras
drogas también puede afectar, facilitando la conformidad con cualquier hipótesis, aunque esta
provenga de fuentes deshonestas.
Con la desaparición de un ser querido se inicia un camino difícil, siempre duro, incluso
cuando el final sea favorable. Con frecuencia abundan momentos intensos y opuestos de esperanza–
desesperanza, un ciclo emocional que se activa cuando aparece una nueva pista, por ejemplo, un
testigo que podría haber identificado a la persona desaparecida. Sin embargo, muchas de esas
informaciones evolucionan negativamente, son falsas pistas y la decepción multiplica el dolor previo.
Es difícil gestionar estos picos de esperanza/desesperanza.
La personalidad, los valores y el estilo de vida de aquellos que sufren la desaparición de un ser
querido, va a determinar de manera importante su forma de reaccionar y afrontar este duro proceso.
Sin embargo, no resulta extraño que muchos establezcan íntimas promesas consigo mismo o con Dios.
Algo parecido a lo que Kübler-Ross, en 1969, describió como “fase de negociación” cuando estudiaba
enfermos terminales.
El sufriente cree que puede cambiar el destino temido mediante una promesa a sí mismo o a
una divinidad y tratar de modificar aspectos de su vida implicados en dicha promesa (Kübler-Ross,
2011). Si los resultados no son los esperados, aumenta la sensación de indefensión, la falta de control
y, a veces, se ocasiona una crisis en su fe.
Para las personas que sufren la desaparición de un ser querido es importante mantener la
esperanza y, aunque no se debe falsear la información, tampoco se debe quitar la ilusión que sustenta
la esperanza de estas familias. Hasta que el caso no se resuelva, muchas cosas pueden ser posibles
aunque unas hipótesis sean más probables que otras.
Los resultados del trabajo de Camargo de Oliveira et al., (2018) en base a la entrevista
realizada a una madre de un adolescente desaparecido en Brasil, sugería que los efectos negativos de
E) La Culpa
Es difícil expresar los sentimientos de culpa, las personas evitan hablar de ello. Se puede sentir
culpa por cuestiones diversas y, en numerosas ocasiones, por asuntos de apariencia irracional. A pesar
de no hallar responsabilidad o lógica en los hechos que evocan culpa, estos pueden generar una gran
fijación emotiva que no disminuye cuando se refutan.
La culpa, como ya se dijo, puede establecerse desde el momento en que se toma conciencia de
la desaparición pero, si el ser querido aparece de inmediato se resolverá más fácilmente. Sin embargo,
en el proceso de búsqueda la culpa puede emerger en todos y por casi todo.
La desaparición tiende a simbolizar un dramático fracaso en el cuidado del ser querido y
muestra mayor gravedad cuando se trata de un menor desaparecido. Se asocia la culpa a no haber
sabido proteger, a no haber hecho o dicho las cosas positivas que se sentían, a discusiones, exigencias
o castigos, a ratos no compartidos pero también al cansancio en la búsqueda, a momento de descanso o
desconexión. Todo puede producir dolor y culpa. Incluso sentirse mejor, capaz de dormir, comer,
sonreír… puede hacer que se sientan culpables, en la creencia errónea de que cuando no duele
intensamente, se está olvidando a la persona desaparecida.
Es necesario asumir que la culpa puede tener un carácter absurdo aunque no por ello se reduce
dolor. La culpa es así, algo caprichosa. Al igual que la vida conlleva un elemento azaroso que no se
puede controlar, no existe una explicación lógica y trascendente para todo. Es importante comprender
que mejorar, comer e incluso permitirse una sonrisa, pueden ser gestos de afecto y unión con la
persona desaparecida. Es necesario mantener cierto estado de salud para prolongar la búsqueda y
poder ayudar cuando hace falta.
Las personas que expresan su culpa, deben hacerlo a su ritmo y manera. Con frecuencia, los
otros, reaccionan contra argumentando una y otra vez los motivos de culpa pero, eso, casi nunca la
resuelve. Resulta difícil armonizar la escucha y comprensión empática de la culpa con las respuestas
(comentarios, consejos o actitudes) que surgen tras ella.
Es importante reconocer la oportunidad que brindan algunos comentarios, por ejemplo, la
reiteración del relato: “desayunó, antes de ir al colegio, esas galletas de animales que le gustan mucho
y luego: desapareció”. Las características del desayuno pueden resultar inútiles en la investigación
policial, pero son fundamentales en el apoyo psicológico. El episodio narrado, confirma la existencia
de un cuidado materno, sin saberlo, muestra la necesidad de recordar y demostrar su amor; cuidaba a
su hijo, le compraba sus galletas preferidas incluso aquel horrible día. Hay que saber detectar, en las
narraciones del sufriente, comportamientos afectivos que sirvan para proteger su confianza, fuerza y
autoestima.
El tema de la culpa, es enormemente complejo. Además de gestionar la propia, las personas
necesitan situar la “culpa-responsabilidad” de manera justa. Cuando el proceso de búsqueda y
averiguación de causas (culpables) permanece abierto, los seres queridos no pueden evitar establecer
hipótesis que incorporan presuntos culpables. Puede resultar difícil relacionarse con espontaneidad y
cariño con un vecino o un hermano al que la policía interroga de forma comprometida. Se necesita
saber quién hizo qué, entre otras cosas, para sentir que se mantienen leales al ser querido desaparecido
y no se comparte afecto con aquellos que le hicieron daño. Sin embargo, también se necesita mantener
una justa reciprocidad con aquellos que tanto están ayudando. Es difícil e importante no equivocarse
en unos momentos en los que a ratos todos parecen muy buenos y, a ratos, todos pueden parecer
culpables.
Es importante gestionar los tiempos para la adscripción de responsabilidad y, por tanto, para la
definitiva “reasignación de afectos”. Es necesario comprender que se debe posponer el rechazo
definitivo hasta que no se confirme la culpabilidad y los hechos que realmente acontecieron. La
persona desaparecida y querida, seguro podrá perdonar un error de confianza en quien no la merecía,
cuando aún no se conocía la verdad. Es difícil aprender a esperar la confirmación de las autoridades
para redistribuir el afecto.
Los intervinientes policiales o sanitarios, entre otros, también deben saber cuidarse,
especialmente cuando la búsqueda es larga e infructuosa; “una sobreimplicación en el caso puede
llevar a asumir su resolución como un reto personal, de manera que ante la ausencia de progresos en la
investigación, pueden surgir pensamientos de impotencia e inutilidad” (Álvarez, 2018, p. 14).
El estudio de Sundqvist, Ghazinour y Padyab, (2017) acerca de 380 trabajadores sociales y
714 policías suecos que intervenían en casos de menores extranjeros no acompañados (MENAS) que
debían ser repatriados desde Suecia, resalta la importancia, a la hora de evitar perturbaciones
psicológicas en estos trabajadores, de una buena formación, experiencia y correcta definición de
funciones (“Claridad de Rol”).
La respuesta del entorno puede variar con el paso del tiempo. Cuando la desaparición es
prolongada, muchas personas no pueden ayudar con la misma intensidad y se reconoce con especial
agradecimiento a aquellos que consiguen encontrar una manera de continuar sus vidas y permanecer
en la ayuda.
La presión de cierre se hace más intensa y aumenta el riesgo de sufrir engaños/estafas por
parte de personas deshonestas. También es importante establecer mecanismos de protección frente a
individuos que gustan de amedrentar, asustar y humillar a personas vulnerables, con especial atención
a las llamadas telefónicas y redes sociales.
Con frecuencia, las personas comparten un sentimiento de justicia natural en el que se
entiende que cuando algo importante y grave sucede, todo lo demás puede pasar a un segundo plano.
De alguna manera parece justo que, ante aquello que ha ocurrido, el mundo debe pararse y las
personas pueden dedicarse solo a lo importante: buscar al ser querido o esperarle en el domicilio por si
vuelve. Sin embargo, esto no es así, las facturas siguen llegando, hay que tener prevista la comida, la
ropa que se necesita usar, llevar el coche a revisión, presentar la declaración de la renta y un sinfín de
cuestiones cotidianas que sobrecargan a un grupo familiar que se encuentra especialmente vulnerable.
Es fundamental establecer un afrontamiento en ambos sentidos: por un lado, colaborando en la
búsqueda del ser querido y, por el otro, preservando aquellos recursos que se poseen, esto es, la salud,
el trabajo (recursos económicos) o el cariño y cuidado de los seres queridos.
El proceso de búsqueda, la colaboración con la investigación policial, así como las actuaciones
judiciales que se desarrollan, suelen resultar muy exigentes y agotadoras para los familiares. Puede
resultar difícil entender muchas de las preguntas y actuaciones que se originan, por ejemplo, resulta
especialmente duro que se registren sus pertenencias (su teléfono, ordenador, fotografías, etc.) o que se
interrogue con mayor o menor insistencia a familiares, amigos y conocidos. A veces las preguntas
policiales son entendidas como sugerencias. Cuando un policía pregunta si la persona desaparecida
tenía alguna amistad inadecuada, por ejemplo, el familiar puede entender que no se ha comprendido
cómo era su hija y que se le está valorando erróneamente. Sin embargo, es importante que los
familiares entiendan que las preguntas son preguntas y todas son necesarias, tanto para conocer lo que
hacía y cómo era, como para descartar lo que no hacía ni era. Es importante que la policía conozca
bien a la persona que se busca y comprenda los riesgos a los que estuvo expuesta.
Para la familia, hasta lo más necesario puede resultar difícil. Puede resultar difícil comer, por
ejemplo, y hay que comer sin hambre. Hay que fomentar el autocuidado, pensar que si aparece la
persona buscada, esta necesitará a sus seres queridos lo más sanos posibles y con la mayoría de sus
recursos preservados.
En muchas ocasiones, además, la persona desaparecida tiene un patrimonio que no puede
quedar desatendido y la familia debe solicitar a un juez que le declare ausente, fallecido o que se
adopten medidas provisionales para proteger esos bienes y derechos. Prieto, (2019) expone con gran
claridad las medidas que se pueden adoptar mientras dura la desaparición y que la “reaparición” del
desaparecido supone la recuperación del patrimonio en el estado en que se encuentre. Con las medidas
provisionales “se nombra un defensor únicamente para aquellos actos o asuntos que no admitan retraso
sin perjuicios graves”, con la declaración de ausencia “se nombra un representante que administre su
patrimonio” y con la declaración de fallecimiento “se abre la sucesión hereditaria”. La declaración de
fallecido procede en tres situaciones:
1. Trascurridos diez años desde las últimas noticias del ausente o de su desaparición.
2. Pasados cinco años, si el desaparecido hubiese cumplido setenta y cinco.
3. Cumplido un año, si la desaparición coincide con un hecho de riesgo inminente de muerte
por causa de violencia contra la vida. El plazo es de tres meses si se trata de un siniestro.
Con la desaparición de un ser querido, todos han sufrido y, probablemente, no les quede
demasiada energía para afrontar retos muy exigentes. Es necesario seguir recuperándose para poder
proveerse de la paciencia necesaria para la readaptación.
Si el desaparecido ha sido objeto de violencia física, psicológica o sexual, la situación es más
sensible y, probablemente, se requiera de una atención especializada (médico y/o psicológica) tanto
para la víctima como para sus familiares. Casos muy particulares de sufrimiento es el de aquellas
personas que han permanecido integrados en sectas durante su desaparición o el de las “víctimas de
Trata”. Jiménez (1997) señala que las personas sometidas a periodos de intensa y prolongada
persuasión coercitiva, pueden sufrir sintomatología de aspecto psicótico y carácter disociativo. Salami,
Gordon, Coverdale y Niguyen, (2018), recomiendan el uso de enfoques terapéuticos cognitivos en el
tratamiento de las personas víctimas de Trata, considerándolos adecuado también para la atención de
diversos problemas concurrentes “como el uso de sustancias, la psicosis, la disociación y otros
trastornos del estado de ánimo y la ansiedad”.
Cuando el desaparecido no ha sido encontrado con vida, sino cadáver, la situación es dura. Se
trata del final de toda esperanza, de todo esfuerzo por encontrarlo. Ya no tienen sentido las búsquedas
online, pegar carteles con su foto, preguntar a unos y otros, hay que aceptar “tirar la toalla” e iniciar el
verdadero proceso de duelo, la adaptación a una vida en la que la persona querida ya nunca estará
presente.
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