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La Degeneracion Del 900 Modelos Estetico

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CUADERNOS AMERICANOS: NUEVA EPOCA

ISSN 0011-2356, Vol. 3, Nº. 121, 2007, págs. 219-221

GIAUDRONE, CARLA. La degeneración del 900: modelos estético-sexuales de la


cultura en el Uruguay del Novecientos. Montevideo: Ediciones Trilce, 2005. 152
páginas.

Hablar de una generación literaria en términos de “degeneración” implica establecer


múltiples lecturas e interpretaciones. El término fue empleado a fines del siglo XIX por
Max Nordau para hablar de la patología o aberración que significaban las nuevas
tendencias artísticas del fin de siglo contrarias a la razón y a las buenas costumbres y su
influencia perniciosa en la sociedad. En su denuncia, Nordau acusaba por igual al
simbolismo francés y a los prerrafaelitas ingleses, a Ibsen, a Wagner y a Nietzsche, es
decir, a todo lo que hoy permanece vivo de aquel fin de siglo. El término también fue
empleado por el positivismo científico para referirse a la decadencia de la civilización en
términos muchos más generales. Para otros actores sociales, socialistas y anarquistas, la
degeneración fue también el resultado de la explotación del hombre y de la masificación
de la pobreza en las grandes concentraciones urbanas. De esta forma se iniciaba una
guerra de interpretaciones. El uso del término “degeneración” para el título de este libro
permite evocar aquella batalla simbólica haciendo referencia al objeto del presente
análisis: la generación del 900 montevideano.
Una “generación” refiere a una comunidad intelectual. Por lo tanto es inevitable
tener en cuenta el título del segundo tomo del Proceso Intelectual del Uruguay (1930)
titulado precisamente “La generación del 900”. Allí, Alberto Zum Felde establecía y
definía a un grupo de escritores también por la descripción de sus lugares de encuentro y
de tertulia donde cultivaron y pusieron en debate y exposición su pensamiento y creación.
Desde los encuentros en la Torre de los Panoramas a las reuniones en el café Polo
Bamba, desde las conferencias anarquistas en el Centro Internacional de Estudios
Sociales a las excursiones frecuentes a Buenos Aires, aquella descripción entusiasta de
Zum Felde definía un clima y contribuia a la conformación y canonización de una
historia intelectual de la que él también formó parte.
El libro de Giaudrone toma en cuenta esta identificación generacional para
analizar las afinidades electivas no tanto en la reconstrucción histórica de sus mutuas
influencias sino en el mismo análisis de su literatura, en sus contrastes, en sus
oposiciones, en sus matices, en sus aprendizajes y en sus enseñanzas mutuas. Por
ejemplo, la presunta autoría compartida de los Nuevos charrúas entre Julio Herrera y
Reissig y Roberto de las Carreras es el punto de partida para analizar el feminismo
militante de los dos autores, su reivindicación violenta del placer femenino y del derecho
de la mujer a tomar las decisiones sobre su cuerpo. Este análisis en particular continúa el
prólogo de Giaudrone (junto a Nilo Berriel) a El Pudor y La Cachondez, aquellos
borradores de Herrera y Reissig que ella misma transcribió y publicó, más de diez años
atrás, en un esfuerzo fundamental para comprender la obra y la personalidad del
modernista más notable del Río de la Plata. Asimismo, Giaudrone establece afinidades
respecto al tratamiento grotesco del cuerpo entre Herrera y Reissig y Delmira Agustini
desde varias y clarificadoras perspectivas.
Las diferencias y semejanzas en el tratamiento de la tradición grecolatina entre
Rodó y Nin Frías es una de las discusiones más interesantes en este erudito estudio
literario de la sexualidad. En un largo y sostenido análisis, Giaudrone va dejando en
evidencia, a la luz de la teoría queer, los escondites y las insinuaciones de ambos
escritores frente a una sexualidad que pulsaba unas veces, que desplegaba otras todos sus
velos narrativos, sus capas sucesivas de incertidumbre autoral, la disimulación o la calma
exhibición de una sexualidad prohibida. La nueva lectura de Giaudrone llega lejos en el
estudio de la obra de Nin Frías y quizás sea éste su aporte más amplio en el rescate de un
autor desterrado del canon. Pero el valor del libro de Giaudrone es más amplio,
principalmente por una revisión o relectura de Nin Frías que lleva la teoría queer hasta
sus propios límites, es decir entendiendo lo queer como una manifestación contraria a
toda forma autoritaria de comprender la sexualidad humana.
Lo queer no se define exclusivamente por lo homosexual, lo gay, lo dyke, lo
andrógino, lo bisexual, sino que integra toda forma no aceptada de la sexualidad a un
universo de impostura y de resistencia al poder del hombre blanco y heterosexual que
actúa como tal. En última instancia se trata de una postura anti identitaria que afirma la
variedad infinita de la performance sexual así como del objeto de deseo. Lo queer
reivindica la libertad completa en la elección del objeto al mismo tiempo que afirma la
exposición, la performance y, en definitiva, el texto que surge en el camino hacia ese
objeto: cualquiera el objeto y cualquiera el camino. El abordaje queer a esta literatura
descentra o desarticula la relación heterosexual-masculino, homosexual-afeminado e
incluso queer-homosexual.
El empleo de la teoría queer es perfectamente adecuado entonces, porque permite
comprender lo que nunca terminaba de entenderse, o que a lo sumo se entendía apenas
como un gran chiste o como una gran locura, es decir el feminismo militante de dos
escritores hombres heterosexuales como Roberto de las Carreras o Julio Herrera y
Reissig, o la misma performance afeminada de De Las Carreras para reivindicar el
derecho al placer femenino y obtener él su propio placer. También se puede entender,
desde esta perspectiva, la defensa de Nin Frías por una homosexualidad “masculina”, es
decir, como el cultivo de una homosexualidad viril inspirada en los diálogos platónicos
del amor masculino y en las actualizaciones de la estética sexual victoriana por un lado,
por otro de nociones tan alejadas aparentemente de lo queer como la figura del hidalgo
español.
El estudio de Giaudrone amplía el espectro de vertientes culturales que
confluyeron en la formación de un carácter nacional de fin de siglo que abrevó de
modelos franceses, ingleses, españoles y grecolatinos estableciendo una articulación
“económica” entre la identidad nacional, la identidad continental y la identidad sexual. El
análisis revela el juego permanente de apropiaciones y desplazamientos de estos
escritores hacia la formación de un modelo de latinidad que incorporaba el libre ejercicio
de la sexualidad. Las costumbres sociales del período fueron, para estos autores, campo
de batalla: experimentar las formas posibles de la literatura y las posibilidades de la
sexualidad. La escritura quedaba librada entonces a las múltiples sintaxis del deseo
trascendiendo gramáticas, rimas, géneros y convenciones autorales en un proceso de
socavamiento persistente que anticipaba e inauguraba las vanguardias estéticas
posteriores, entendidas como destrucción de toda forma autoritaria de interpretar la
literatura y el arte. Los escritores del 900 uruguayo fueron vanguardia de la vanguardia.
¿Qué significa la muerte prematura o la locura de los escritores de esta generación
montevideana? ¿Cómo influye este dato con respecto a la lectura que hacemos de su
obra? En general se habla de ellos como lavando una imagen. Herrera y Reissig se hacía
el drogadicto, en realidad no era adicto a la morfina y estaba posando para la foto de la
revista Caras y Caretas. Florencio Sanchez (no es analizado pero pertenece a la
generación) no era tan anarquista y ante la evidencia flagrante se llega a decir que fue un
pecado de juventud, cosas de muchacho, cuando Florencio Sánchez sólo alcanzó a ser
muchacho en momentos en que el anarquismo inventaba el terrorismo. A Rodó se lo
considera, como mucho, un tímido incurable, pero no se sabe mucho más de una
personalidad oscura, mucho menos refractaria que la luz diáfana de sus enseñanzas
morales. Delmira era una mujer imposible, una eterna insatisfecha. De las Carreras se
hizo el loco hasta que se volvió loco y por eso siempre fue un poeta menor. Todo esto se
ha dicho.
Si algunos de ellos simuló estar más loco o más drogado de lo que estaba, eso ya
no importa. Pero murieron jóvenes. ¿Esto debe interpretarse como una victoria de un
medio disciplinador sobre la liberación de las costumbres y sobre la renovación literaria?
Si ellos murieron por esta razón, ¿debemos pensar que su obra, en todo su alcance
político, contribuyó a avanzar en la conquista de los derechos individuales frente a la
acción paternal y protectora del Estado? ¿Se puede decir que la tolerancia intelectual del
momento permitió hacer de la literatura una arena donde combatir lo que reprimía
eficazmente en otros frentes? ¿La extrema libertad y la violencia de esta literatura está
vinculada con una represión de las costumbres sociales que se puede considerar
igualmente violenta? Estas preguntas quedan planteadas en el libro de Giaudrone.
Por último, se debe destacar el valor y la oportunidad del tema elegido así como la
valentía y la amplitud del enfoque, porque pone en escena no sólo a una generación sino
también al contexto social donde se desarrolló el cual, hasta hoy, se creía superado o
resuelto y que actualmente no está ni superado ni resuelto. Hoy vuelve a ponerse en
cuestión, aquí y en todas partes, asuntos como la separación de la iglesia del estado, el
derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo o la estigmatización y el desprecio
hacia la homosexualidad. Así, hoy se afirma y se celebra el advenimiento de la
posmodernidad dejando de lado todo lo que ella tiene de modernidad, es decir de todo
aquello que los escritores analizados por Giaudrone tuvieron como centro y obsesión de
una obra mucho más crítica y comprometida de lo que se pretende ver. Estos escritores
vieron en el control del deseo y en la represión de sus manifestaciones la mayor
aberración, la mayor monstruosidad, la mayor atrofia, la mayor degeneración del espíritu
del hombre. El libro de Giaudrone es una contribución de enorme valor, también en este
sentido.

Leandro Delgado

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