Este documento resume un libro escrito por Carla Giaudrone titulado "La degeneración del 900: modelos estético-sexuales de la cultura en el Uruguay del Novecientos". El libro analiza las obras y afinidades electivas de escritores uruguayos de fines del siglo XIX como Julio Herrera y Reissig y Delmira Agustini. A través de un enfoque queer, Giaudrone explora los tratamientos de la sexualidad, el género y el cuerpo en sus obras. El libro también examina cómo estas
0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos)
47 vistas5 páginas
Este documento resume un libro escrito por Carla Giaudrone titulado "La degeneración del 900: modelos estético-sexuales de la cultura en el Uruguay del Novecientos". El libro analiza las obras y afinidades electivas de escritores uruguayos de fines del siglo XIX como Julio Herrera y Reissig y Delmira Agustini. A través de un enfoque queer, Giaudrone explora los tratamientos de la sexualidad, el género y el cuerpo en sus obras. El libro también examina cómo estas
Este documento resume un libro escrito por Carla Giaudrone titulado "La degeneración del 900: modelos estético-sexuales de la cultura en el Uruguay del Novecientos". El libro analiza las obras y afinidades electivas de escritores uruguayos de fines del siglo XIX como Julio Herrera y Reissig y Delmira Agustini. A través de un enfoque queer, Giaudrone explora los tratamientos de la sexualidad, el género y el cuerpo en sus obras. El libro también examina cómo estas
Este documento resume un libro escrito por Carla Giaudrone titulado "La degeneración del 900: modelos estético-sexuales de la cultura en el Uruguay del Novecientos". El libro analiza las obras y afinidades electivas de escritores uruguayos de fines del siglo XIX como Julio Herrera y Reissig y Delmira Agustini. A través de un enfoque queer, Giaudrone explora los tratamientos de la sexualidad, el género y el cuerpo en sus obras. El libro también examina cómo estas
GIAUDRONE, CARLA. La degeneración del 900: modelos estético-sexuales de la
cultura en el Uruguay del Novecientos. Montevideo: Ediciones Trilce, 2005. 152 páginas.
Hablar de una generación literaria en términos de “degeneración” implica establecer
múltiples lecturas e interpretaciones. El término fue empleado a fines del siglo XIX por Max Nordau para hablar de la patología o aberración que significaban las nuevas tendencias artísticas del fin de siglo contrarias a la razón y a las buenas costumbres y su influencia perniciosa en la sociedad. En su denuncia, Nordau acusaba por igual al simbolismo francés y a los prerrafaelitas ingleses, a Ibsen, a Wagner y a Nietzsche, es decir, a todo lo que hoy permanece vivo de aquel fin de siglo. El término también fue empleado por el positivismo científico para referirse a la decadencia de la civilización en términos muchos más generales. Para otros actores sociales, socialistas y anarquistas, la degeneración fue también el resultado de la explotación del hombre y de la masificación de la pobreza en las grandes concentraciones urbanas. De esta forma se iniciaba una guerra de interpretaciones. El uso del término “degeneración” para el título de este libro permite evocar aquella batalla simbólica haciendo referencia al objeto del presente análisis: la generación del 900 montevideano. Una “generación” refiere a una comunidad intelectual. Por lo tanto es inevitable tener en cuenta el título del segundo tomo del Proceso Intelectual del Uruguay (1930) titulado precisamente “La generación del 900”. Allí, Alberto Zum Felde establecía y definía a un grupo de escritores también por la descripción de sus lugares de encuentro y de tertulia donde cultivaron y pusieron en debate y exposición su pensamiento y creación. Desde los encuentros en la Torre de los Panoramas a las reuniones en el café Polo Bamba, desde las conferencias anarquistas en el Centro Internacional de Estudios Sociales a las excursiones frecuentes a Buenos Aires, aquella descripción entusiasta de Zum Felde definía un clima y contribuia a la conformación y canonización de una historia intelectual de la que él también formó parte. El libro de Giaudrone toma en cuenta esta identificación generacional para analizar las afinidades electivas no tanto en la reconstrucción histórica de sus mutuas influencias sino en el mismo análisis de su literatura, en sus contrastes, en sus oposiciones, en sus matices, en sus aprendizajes y en sus enseñanzas mutuas. Por ejemplo, la presunta autoría compartida de los Nuevos charrúas entre Julio Herrera y Reissig y Roberto de las Carreras es el punto de partida para analizar el feminismo militante de los dos autores, su reivindicación violenta del placer femenino y del derecho de la mujer a tomar las decisiones sobre su cuerpo. Este análisis en particular continúa el prólogo de Giaudrone (junto a Nilo Berriel) a El Pudor y La Cachondez, aquellos borradores de Herrera y Reissig que ella misma transcribió y publicó, más de diez años atrás, en un esfuerzo fundamental para comprender la obra y la personalidad del modernista más notable del Río de la Plata. Asimismo, Giaudrone establece afinidades respecto al tratamiento grotesco del cuerpo entre Herrera y Reissig y Delmira Agustini desde varias y clarificadoras perspectivas. Las diferencias y semejanzas en el tratamiento de la tradición grecolatina entre Rodó y Nin Frías es una de las discusiones más interesantes en este erudito estudio literario de la sexualidad. En un largo y sostenido análisis, Giaudrone va dejando en evidencia, a la luz de la teoría queer, los escondites y las insinuaciones de ambos escritores frente a una sexualidad que pulsaba unas veces, que desplegaba otras todos sus velos narrativos, sus capas sucesivas de incertidumbre autoral, la disimulación o la calma exhibición de una sexualidad prohibida. La nueva lectura de Giaudrone llega lejos en el estudio de la obra de Nin Frías y quizás sea éste su aporte más amplio en el rescate de un autor desterrado del canon. Pero el valor del libro de Giaudrone es más amplio, principalmente por una revisión o relectura de Nin Frías que lleva la teoría queer hasta sus propios límites, es decir entendiendo lo queer como una manifestación contraria a toda forma autoritaria de comprender la sexualidad humana. Lo queer no se define exclusivamente por lo homosexual, lo gay, lo dyke, lo andrógino, lo bisexual, sino que integra toda forma no aceptada de la sexualidad a un universo de impostura y de resistencia al poder del hombre blanco y heterosexual que actúa como tal. En última instancia se trata de una postura anti identitaria que afirma la variedad infinita de la performance sexual así como del objeto de deseo. Lo queer reivindica la libertad completa en la elección del objeto al mismo tiempo que afirma la exposición, la performance y, en definitiva, el texto que surge en el camino hacia ese objeto: cualquiera el objeto y cualquiera el camino. El abordaje queer a esta literatura descentra o desarticula la relación heterosexual-masculino, homosexual-afeminado e incluso queer-homosexual. El empleo de la teoría queer es perfectamente adecuado entonces, porque permite comprender lo que nunca terminaba de entenderse, o que a lo sumo se entendía apenas como un gran chiste o como una gran locura, es decir el feminismo militante de dos escritores hombres heterosexuales como Roberto de las Carreras o Julio Herrera y Reissig, o la misma performance afeminada de De Las Carreras para reivindicar el derecho al placer femenino y obtener él su propio placer. También se puede entender, desde esta perspectiva, la defensa de Nin Frías por una homosexualidad “masculina”, es decir, como el cultivo de una homosexualidad viril inspirada en los diálogos platónicos del amor masculino y en las actualizaciones de la estética sexual victoriana por un lado, por otro de nociones tan alejadas aparentemente de lo queer como la figura del hidalgo español. El estudio de Giaudrone amplía el espectro de vertientes culturales que confluyeron en la formación de un carácter nacional de fin de siglo que abrevó de modelos franceses, ingleses, españoles y grecolatinos estableciendo una articulación “económica” entre la identidad nacional, la identidad continental y la identidad sexual. El análisis revela el juego permanente de apropiaciones y desplazamientos de estos escritores hacia la formación de un modelo de latinidad que incorporaba el libre ejercicio de la sexualidad. Las costumbres sociales del período fueron, para estos autores, campo de batalla: experimentar las formas posibles de la literatura y las posibilidades de la sexualidad. La escritura quedaba librada entonces a las múltiples sintaxis del deseo trascendiendo gramáticas, rimas, géneros y convenciones autorales en un proceso de socavamiento persistente que anticipaba e inauguraba las vanguardias estéticas posteriores, entendidas como destrucción de toda forma autoritaria de interpretar la literatura y el arte. Los escritores del 900 uruguayo fueron vanguardia de la vanguardia. ¿Qué significa la muerte prematura o la locura de los escritores de esta generación montevideana? ¿Cómo influye este dato con respecto a la lectura que hacemos de su obra? En general se habla de ellos como lavando una imagen. Herrera y Reissig se hacía el drogadicto, en realidad no era adicto a la morfina y estaba posando para la foto de la revista Caras y Caretas. Florencio Sanchez (no es analizado pero pertenece a la generación) no era tan anarquista y ante la evidencia flagrante se llega a decir que fue un pecado de juventud, cosas de muchacho, cuando Florencio Sánchez sólo alcanzó a ser muchacho en momentos en que el anarquismo inventaba el terrorismo. A Rodó se lo considera, como mucho, un tímido incurable, pero no se sabe mucho más de una personalidad oscura, mucho menos refractaria que la luz diáfana de sus enseñanzas morales. Delmira era una mujer imposible, una eterna insatisfecha. De las Carreras se hizo el loco hasta que se volvió loco y por eso siempre fue un poeta menor. Todo esto se ha dicho. Si algunos de ellos simuló estar más loco o más drogado de lo que estaba, eso ya no importa. Pero murieron jóvenes. ¿Esto debe interpretarse como una victoria de un medio disciplinador sobre la liberación de las costumbres y sobre la renovación literaria? Si ellos murieron por esta razón, ¿debemos pensar que su obra, en todo su alcance político, contribuyó a avanzar en la conquista de los derechos individuales frente a la acción paternal y protectora del Estado? ¿Se puede decir que la tolerancia intelectual del momento permitió hacer de la literatura una arena donde combatir lo que reprimía eficazmente en otros frentes? ¿La extrema libertad y la violencia de esta literatura está vinculada con una represión de las costumbres sociales que se puede considerar igualmente violenta? Estas preguntas quedan planteadas en el libro de Giaudrone. Por último, se debe destacar el valor y la oportunidad del tema elegido así como la valentía y la amplitud del enfoque, porque pone en escena no sólo a una generación sino también al contexto social donde se desarrolló el cual, hasta hoy, se creía superado o resuelto y que actualmente no está ni superado ni resuelto. Hoy vuelve a ponerse en cuestión, aquí y en todas partes, asuntos como la separación de la iglesia del estado, el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo o la estigmatización y el desprecio hacia la homosexualidad. Así, hoy se afirma y se celebra el advenimiento de la posmodernidad dejando de lado todo lo que ella tiene de modernidad, es decir de todo aquello que los escritores analizados por Giaudrone tuvieron como centro y obsesión de una obra mucho más crítica y comprometida de lo que se pretende ver. Estos escritores vieron en el control del deseo y en la represión de sus manifestaciones la mayor aberración, la mayor monstruosidad, la mayor atrofia, la mayor degeneración del espíritu del hombre. El libro de Giaudrone es una contribución de enorme valor, también en este sentido.