Vinculos de Historia Sobre Música
Vinculos de Historia Sobre Música
Vinculos de Historia Sobre Música
com
Núm. 10 | Año 2021 | Universidad de Castilla - La Mancha
Fundador y director honorario
Juan Sisinio Pérez Garzón, Universidad de Castilla-La Mancha
Directora editorial
María José Lop Otín, Universidad de Castilla-La Mancha
Secretario editorial
Jesús Molero García, Universidad de Castilla-La Mancha
Consejo de Redacción
Juan Blánquez Pérez, Universidad Autónoma de Madrid
Laurent Callegarin, Casa de Velázquez
Juan M. Carretero Zamora, Universidad Complutense de Madrid
Ricardo Córdoba de la Llave, Universidad de Córdoba
Julio de la Cueva Merino, Universidad de Castilla-La Mancha, España
María Isabel del Val Valdivieso, Universidad de Valladolid
Francisco García González, Universidad de Castilla-La Mancha
Rosario García Huerta, Universidad de Castilla-La Mancha
Helen Graham, University of London
José Manuel López Torán, Universidad de Castilla-La Mancha
David Martín López, Universidad Castilla-La Mancha
Juan Carlos Oliva Mompeán, Universidad de Castilla-La Mancha
Teresa Maria Ortega, Universidad de Granada
Porfirio Sanz Camañes, Universidad de Castilla-La Mancha
Raquel Torres Jiménez, Universidad de Castilla-La Mancha
Consejo Asesor
David Abulafia, University of Cambridge
Alfonso Botti, Università di Modena e Reggio Emilia
Germán Delibes de Castro, Universidad de Valladolid
Margarita Díaz-Andreu, Universitat de Barcelona
Pilar Fernández Uriel, Universidad Nacional de Educación a Distancia
Ricardo Franch Benavent, Universidad de Valencia
Philippe Josserand, Université de Nantes
Kristian Kristiansen, University of Gothenburg
Michael Kunst, Deutches Archäologisches Institut
Elena Maza Zorrilla, Universidad de Valladolid
Pierre Moret, Université de Toulouse II-Le Mirail
María Encarnación Nicolás Marín, Universidad de Murcia
Fernanda Olival, Universidade de Évora
Mauricio Pastor Muñoz, Universidad de Granada
Paula Pinta Costa, Universidade do Porto
François-Joseph Ruggiu, Université Sorbonne Paris-IV
Irving A. A. Thompson, Royal Historical Society, London
Flocel Sabaté, Universitat de Lleida
Manuel Salinas de Frías, Universidad de Salamanca
Margarita Vallejo Girvés, Universidad de Alcalá de Henares
Francisco Villacorta Baños, Consejo Superior de Investigaciones Científicas
Bernard Vincent, EHESS. París
Fernando Wulff Alonso, Universidad de Málaga
Diseño de portada
Rafael Villena Espinosa, Universidad de Castilla-La Mancha
Portada
J M, After the party, 2006, flickr. CC BY-NC-SA 2.0
Índice
DOSIER MONOGRÁFICO 11
Escenarios sonoros del poder municipal en España durante la Edad Moderna: el caso
de Jerez de la Frontera
Sound scenarios of municipal power in Spain during the Modern Age: the case of Jerez de la
Frontera
por Juan Antonio Moreno Arana................................................................................................................ 90
MISCELÁNEA 107
Más allá del Báltico: la embajada del Almirante de Aragón (1597) y las problemáticas
del frente danubiano
Beyond the Baltic: the Admiral of Aragon’s embassy (1597) and the problems on the Danubian
front
por Miguel Conde Pazos............................................................................................................................ 169
La fisionomía del poder en la Castilla del siglo XVIII: poder jurisdiccional y poder
concejil en Ávila
Castile Crown 18th century territorial power physiognomy: Ávila’s jurisdiction’s and council’s
power
por Rodrigo Pousa Diéguez........................................................................................................................ 241
Los Sitios Reales durante el Trienio Liberal: la cesión de una parte del patrimonio real
a la nación
Royal Sites during the Liberal Triennial (1820-1823): the transfer of part of the royal heritage to
the nation
por Félix Labrador Arroyo. ....................................................................................................................... 298
RESEÑAS 445
Emilio MITRE, Morir en la Edad Media. Los hechos y los sentimientos, Madrid,
Ediciones Cátedra, 2019
por Raquel Torres Jiménez........................................................................................................................ 465
María Isabel DEL VAL VALDIVIESO, Juan Carlos MARTÍN CEA, David CARVAJAL DE
LA VEGA (eds.), Expresiones del poder en la Edad Media. Homenaje al profesor Juan
Antonio Bonachía Hernando. Valladolid, Ediciones Universidad de Valladolid, 2019
por Pablo Ortego Rico.............................................................................................................................. 468
Enrique MARTÍNEZ RUIZ, Susana GARCÍA RAMÍREZ y José María MORENO MARTÍN
(eds.), Fuimos los primeros. Magallanes, Elcano y la Vuelta al Mundo. Catálogo de la
Exposición del Museo Naval (Madrid, 20 de septiembre de 2019-19 de enero de 2020),
Madrid, Ministerio de Defensa, 2019
por Mario Alfonso Mola. ........................................................................................................................... 472
Raffaella SARTI, Anna BELLAVITIS y Manuela MARTINI (eds.), What is Work? Gender
at the Crossroads of Home, Family, and Business from the Early Modern Era to the
Present, New York/Oxford, Berghahn Books, 2018
por Victoria López Barahona. ..................................................................................................................... 478
Yoshimi ORII y María Jesús ZAMORA CALVO (eds.), Cruces y áncoras. La influencia
de Japón y España en un Siglo de Oro global, Madrid, Abada editores, 2020
por David Martín López. ............................................................................................................................ 481
Alfonso BOTTI, Con la Tercera España. Luigi Sturzo, la Iglesia y La Guerra Civil
Española, Madrid, Alianza Editorial, 2020
por Rafael Serrano García........................................................................................................................ 501
José Antonio CASTELLANOS LÓPEZ (ed.), Las crisis en la España del siglo XX.
Agentes, estructuras y conflictos en los procesos de cambio, Madrid, Sílex, 2020
por Diego Ruiz Panadero........................................................................................................................... 508
13
LA MÚSICA EN LA HISTORIA: ANÁLISIS Y PROPUESTAS. PRESENTACIÓN DEL DOSIER
Pero estas definiciones las hemos heredado de precedentes directos que nos
determinan. Nuestro universal vocablo “música” no procede sino del antiguo griego:
μουσική (mousikē), traducible literalmente como “el arte de las musas”, y que saltó después
al latín musica. La Musa latina era un canto, un poema; en plural eran las Musas las diosas
de la poesía; venían de las musas griegas μοῦσαι (mousai), divinidades inspiradoras de las
artes. Pero debe recordarse que, en realidad, en la antigua Grecia el concepto mousikē
englobaba un todo mucho más complejo que aunaba música, poesía y danza.
Partiendo de la tradición clásica, llegamos a definiciones paralelas de música que
pueden ser hoy más precisas y revelan el cambio de percepción en las diferentes épocas.
Música es también reconocidamente “el arte de organizar de modo sensible (¿y lógico?)
una combinación coherente de sonidos y silencios respetando principios melódicos,
armónicos y rítmicos fundamentales mediante complejos procesos psico-anímicos”. Pero
cabe incluir aún otros matices en la definición del concepto, puesto que su delimitación es
todavía hoy más compleja, incluso frente a lo que, en teoría, no sería música. Pueden surgir
experiencias artísticas sonoras, que algunos pueden considerar quizá fronterizas, y que
amplían el horizonte tradicional de las definiciones expresadas más arriba. Que la música
ha sido siempre un producto cultural con diferentes propósitos nadie lo duda, sin que éstos
puedan limitarse a (hacer) sentir experiencias estéticas, expresar o transmitir sentimientos
o emociones.
Echando mano de más precisiones de interés, nos cuenta por ejemplo una voz fiable
que, en efecto, la música siempre ha sido parte fundamental de la Educación (la paideia),
aunque la referida entrada en absoluto menciona la paideia griega (ateniense) clásica. Nos
recuerda sin embargo con acierto que “la música cumple una función de vital importancia
en el desarrollo cognitivo del ser humano. Colabora con el pensamiento lógico matemático,
la adquisición del lenguaje, el desarrollo psicomotriz, las relaciones interpersonales, el
aprendizaje de lenguas no nativas y a potenciar la inteligencia emocional... Por este motivo,
la música debe estar presente en cualquier plan educativo ministerial moderno y reconocida
como disciplina imprescindible dentro de la enseñanza obligatoria”. Esta última idea no
es nueva. Fue Platón (s. IV a.C.), especialmente en su famoso libro III de La República,
posiblemente en una redacción final al cabo de su larga vida y desarrollando argumentos ya
expresados en otros Diálogos, como por ejemplo en el Protágoras, quien puso el foco en la
trascendencia de la música como elemento clave en la educación del ciudadano, también
en directa relación con las matemáticas (“los números”). La música, aun siendo objeto de
controversia y debate, era para Platón —junto con la gimnasia— lo más importante; era la
prioridad número uno del Estado en la educación del ciudadano. Con ello, el gran filósofo no
hacía sino redefinir una idea tradicional sobre la importancia de la música que, en realidad,
los griegos clásicos habían heredado de sus antecesores de la Edad Oscura1.
Muchos siglos antes, también la música en el Antiguo Oriente había venido
desempeñando un papel muy importante en la vida cotidiana, sobre todo sacral y religiosa
en festividades oficiales anuales, pero también más profana en la vida de las gentes de a pie.
La música y el canto acompañaban a menudo banquetes. Templos y palacios, actividades
deportivas, entierros, desfiles militares, procesiones, bodas o cantares de trilla eran lugares
y ocasiones habituales en las que la música formaba parte de la vida. La música babilónica
más domesticada se basaba en la octava, y no en cinco notas, como la primera música
griega conocida. La variedad de instrumentos existente en la antigua Mesopotamia fue
también amplia. De instrumentos de cuerda tenemos constancia de: arpas, laúd, lira;
de percusión: timbal, tambor (a veces muy grande), címbalos o platillos, campanillas,
1 Cfr. W. Jaeger, Paideia: Los ideales de la cultura griega, Madrid, FCE, 1982, p. 10ss.
cascabeles, matracas, también, por supuesto, las palmas acompasadas; de viento: flautas,
cuernos, pitos; todos tenían una técnica especial de fabricación. Las representaciones más
antiguas de arpas se documentan por ejemplo en tablillas sumerias de cerca de 3100 a.C.
Nueve liras se hallaron en el famoso Cementerio Real de Ur (2600 a.C.), de las cuales
pudieron reconstruirse por completo dos. Aunque bastante posteriores, hay también claros
indicios de la actuación conjunta de instrumentos musicales. Cantores, hombres y mujeres,
se unían a músicos y músicas. Danzantes y bailarinas, también acróbatas, formaban parte
de este mundo musical insuficientemente conocido2. No puede dejar de mencionarse aquí
el famoso himno hurrita dedicado a la diosa Nikkal, de 1400 a.C. y descubierto en los
archivos de Ugarit (Ras Shamra, Siria), el cual ha podido reconstruirse en parte y “puede
escucharse” —si se busca adecuadamente— en versiones en internet (como hoy, mientras
sea funcional, en: https://www.classicfm.com/music-news/videos/oldest-song-melody/).
En este dosier no pueden contemplarse sino breves fragmentos, algunas interesantes
partituras de la música en la Historia. Egipto y Mesopotamia y sus larguísimas historias
musicales quedan al margen, como también —salvo una breve referencia— la música en
la antigua y dilatada civilización romana. Desgraciadamente, tampoco otros interesantes
periodos de las edades históricas urbi et orbe fuera del marco europeo y mediterráneo
pueden contemplarse. Conscientes de la enormidad de este importante objeto de estudio
y de las limitaciones que presenta, en este dosier nos atrevemos a ofrecer una sucinta
mirada, que intenta ser holística sobre la música en la historia, y que pone el foco sólo
en determinadas coyunturas históricas y sobre objetos de estudio que pivotan de lo más
general a lo más concreto. Tampoco se ha incluido la Era Contemporánea, de por sí tan
extensa e importante, sin duda la más productiva y la que más calidad ha proporcionado a
la historia con millones de artistas, gracias a su democratización sobre todo desde el siglo
XX. Como es bien sabido, es de tal calibre la cantidad y calidad de movimientos musicales
surgidos desde el siglo XIX en adelante, que quien suscribe esta presentación ha pensado
que éstos podrían —y quizá deberían— ser objeto de estudio en otro dosier monográfico.
Con sus análisis y propuestas, un selecto número de expertos y especialistas en
diferentes periodos históricos nos ayudan a contemplar, de modo puntual o de manera más
general, el papel que jugó la música en la historia.
Raquel Jiménez Pasalodos, Ana María Alarcón Jiménez, Neemías Santos da Rosa y
Margarita Díaz-Andreu asumen el siempre difícil reto de proponer un acercamiento a los
primeros sonidos musicales en la Prehistoria, desde el Paleolítico al Neolítico en Eurasia.
Junto al estudio de los principales hallazgos arqueológicos relacionados con la música,
el sonido y la acústica, estos autores proponen el análisis de una serie de estudios de
caso que permiten reflexionar sobre la importancia cultural de la musicalidad y sus posibles
usos y funciones en las primeras sociedades. Tradiciones musicales ya desarrolladas
en la Prehistoria se ponen de manifiesto a la luz del estudio tecnológico de numerosos
artefactos, que evidencian un avanzado conocimiento empírico del sonido y la fabricación
de instrumentos musicales muy efectivos. Su influencia en los periodos posteriores fue
innegable y decisiva.
Pedro Redondo Reyes y Francisco Javier Pérez Cartagena proponen un acercamiento
particular a la música en la antigua Grecia. Especialmente a partir del siglo V a.C., diversa
información documentada en diferentes tipos de fuentes permite alcanzar resultados
asombrosos, hasta el punto de poder apreciar cómo pudo sonar la antigua música griega
a la luz de algunas “partituras” conservadas. Partiendo de los precedentes orientales,
los autores ofrecen un recorrido que va desde el análisis de las fuentes, pasando por
2 Cfr. A. Nunn, Alltag im alten Orient, Mainz am Rhein, Philipp von Zabern, 2006, p. 95ss.
Margarita Díaz-Andreu
ICREA y Universidad de Barcelona
m.diaz-andreu@ub.edu
http://orcid.org/0000-0003-1043-2336
RESUMEN
En este artículo presentamos una breve introducción historiográfica y metodológica de la
arqueología musical y la arqueoacústica como subdisciplinas de la arqueología encargadas del
estudio de las evidencias materiales de las prácticas musicales del pasado remoto, y realizamos
1 Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación de la ERC Advanced Grant Artsoundscapes con
el título “The sound of special places: exploring rock art soundscapes and the sacred” (EC Grant Agreement
787842), cuya Investigadora Principal es Margarita Díaz-Andreu y, como tal, firma en última posición.
17
LOS SONIDOS DE LA PREHISTORIA: REFLEXIONES EN TORNO A LAS EVIDENCIAS...
un recorrido por los principales hallazgos arqueológicos relacionados con la música, el sonido y la
acústica de los espacios desde el Paleolítico al Neolítico en Eurasia. Además, proponemos una
serie de hallazgos como casos de estudio que van a permitir reflexionar en torno a la importancia
cultural de la musicalidad, y los posibles usos y funciones de la música en aquellas sociedades
cazadoras-recolectoras y de primeros agricultores.
ABSTRACT
In this paper, we present a brief historiographical and methodological introduction to music
archeology and archaeoacoustics, archaeological subdisciplines that study the material evidence of
musical practices in the distant past. Moreover, we briefly present some of the main archaeological
finds linked to music, sound and acoustics from the Paleolithic to the Neolithic periods in Eurasia.
Finally, we propose a series of discoveries as case studies that will allow us to reflect on the cultural
importance of musicality, and the possible uses and functions of music in those hunter-gatherer and
early farmer societies.
1. INTRODUCCIÓN
En los últimos años, la neurociencia, los estudios cognitivos y la psicología evolutiva
están aportando nuevos datos que muestran lo que la etnomusicología había propuesto
desde hacía décadas: la musicalidad es una capacidad exclusiva del ser humano, y el canto,
la danza y la construcción de instrumentos son fenómenos universales, ya que, aunque
estos elementos estén culturalmente definidos, todas las sociedades vivas conocidas tienen
comportamientos comparables que se pueden reconocer como musicales2. Líneas de
investigación relativamente recientes y eminentemente interdisciplinares como la arqueología
musical y la arqueoacústica están aportando un creciente número de pruebas sobre la
importancia del sonido en las culturas de la prehistoria y la antigüedad. En este artículo
proponemos una breve introducción historiográfica y metodológica a ambas subdisciplinas
y un escueto recorrido por los principales hallazgos arqueológicos sobre música, sonido y
acústica del espacio de las sociedades cazadoras-recolectoras y primeros agricultores de
Eurasia, que van a permitir reflexionar tanto en torno a la importancia cultural que estas
concedieron a la música y el sonido como componentes esenciales de su experiencia vital.
2 La noción de música empleada en este trabajo parte de una definición etic que engloba una serie de
comportamientos universales que pueden ser reconocidos en diversas culturas y comparables entre sí, aunque
el término como tal no exista entre algunos grupos humanos o presente marcadas diferencias (Gourlay,
1984; List, 1971 y 1984). Para una visión muy reciente de este campo se puede acceder a los vídeos de
una conferencia virtual coorganizada entre el Museo Arqueológico Nacional y el proyecto Artsoundscapes
celebrada el 18 de noviembre de 2020 sobre la “Arqueología de los espacios sonoros” realizada con motivo de
la Vitrina 0 del Museo Arqueológico Nacional. Ver http://www.man.es/man/actividades/congresos-y-reuniones/
congresos-anteriores/2020/20201118-paisajes-sonoros.html ).
3 A pesar del hallazgo temprano de un probable pabellón de carnyx en Deskford, Escocia, en 1816, no se
identificó como un posible fragmento del instrumento hasta 1959 (Piggott, 1959).
(Martí Oliver et al., 2001: 53; Dauvois, 2005: 225), fuesen utilizados a modo de flautas de
pan (Piette, 1874b). Este florecimiento de hallazgos arqueológicos, a los que hay que añadir
también los provenientes de la arqueología mediterránea y de Oriente Medio, propiciaron
que algunos autores comenzaran a dar nombre a la disciplina, primero en Francia, bajo la
denominación archéologie musicale (Daussoigne-Mehul, 1848; Arbaud, 1857) y, después
en Escandinavia en 1880, cuando el musicólogo Carl Erik Södling empleara el término
musikarkeologi, es decir, arqueología de la música, en su discurso ante la Sociedad
Anticuaria Sueca (Lund, 2010: 191).
En las primeras décadas del siglo pasado, el estudio de los instrumentos musicales
arqueológicos más antiguos se llevó a cabo a partir de metodologías e intereses teóricos
muy variados, procedentes de distintas disciplinas como la musicología comparada, la
arqueología, la filología y la historia antigua (Jiménez Pasalodos, 2020: 39-99). La buena
disposición teórica tanto de la arqueología postprocesual como de la etnomusicología
favorecieron el florecimiento, a finales de los 70, de investigaciones de temática
arqueológico-musical. Los primeros contactos internacionales fructificaron en una sesión
en la conferencia anual del International Council of Traditional Music (ICTM) que tuvo lugar
en Berkeley en 1977, dedicada a debatir sobre la necesidad de una colaboración entre
la etnomusicología y la arqueología (Lund, 2010 y comunicación personal). El encuentro
fraguó en la creación del primer grupo de estudio internacional4 dedicado a la arqueología
musical, el Study Group for Music Archaeology, reconocido en 1983 por el ICTM, la principal
organización académica que se ocupa del estudio de las músicas no occidentales y de
tradición oral. En las décadas de 1980 y 1990 aumentó significativamente el volumen de
producción académica, incremento en parte animado por dicho grupo de estudios gracias
a los congresos y publicaciones regulares. En estos años también se empieza advertir
un nuevo foco de interés más allá del de la cultura material musical: la relevancia de la
dimensión sonora en las culturas de la Prehistoria y de la Antigüedad. El surgimiento de
este nuevo campo de investigación estaba estrechamente vinculado al desarrollo de la
arqueología de los sentidos, atraída por las experiencias sensoriales de los seres humanos
del pasado (ver, por ejemplo, Classen et al., 1994; Cummings, 2002; Tilley, 1994), lo que
necesariamente incluía el sentido del oído. Los primeros estudios sobre la importancia
cultural de los parámetros acústicos fueron los publicados por Iégor Reznikoff tanto en
solitario (1987, entre otros) como junto a Michel Dauvois (1988), y planteaban una relación
directa entre el posicionamiento de algunos motivos de arte parietal paleolítico y puntos
especialmente resonantes en el interior de las cuevas. También destacan las propuestas de
Steve J. Waller en abrigos y cuevas decoradas europeas y norteamericanas, especialmente
las relacionadas con el eco (Waller, 1993a) y los llevados a cabo en monumentos megalíticos
británicos (entre otros, Watson, 2001; Watson y Keating, 1999). En los espacios exteriores
de la arqueología monumental, salvo unos estudios aislados (Fagg, 1957; Canac, 1967),
el interés por el sonido también se despertó a finales de los años noventa (Lubman, 1998;
Lubman y Kiser, 2001). Sin embargo, el término arqueoacústica no se popularizó hasta
2003, a partir de la conferencia organizada en ese año por Chris Scarre y Graeme Lawson
en el MacDonald Institute for Archaeology y publicada en 2006 (Scarre y Lawson, 2006).
Si bien este no es el lugar para desarrollar ampliamente los diversos métodos de
investigación de ambas subdisciplinas, parece ineludible indicar brevemente algunas de
las estrategias fundamentales. Por ejemplo, una de las aportaciones más influyentes para
4 Este grupo de estudio fue fundado por las arqueólogas Cajsa Lund, Ellen Hickmann y los conocidos
etnomusicólogos John Blacking y Mantle Hood, dato que revela el interés de la etnomusicología por las
culturas arqueológicas.
5 Algunas de las herramientas que desarrolló son, hoy por hoy, las que predominan en la investigación
arqueológica: la etnoarqueología y la arqueología experimental.
6 Algo que por otro lado no era tampoco extraño para los estudiosos del arte rupestre (por ejemplo, los
ecos excepcionales remarcados por Arco en el abrigo de arte rupestre de El Civil (1917: 4) o la audibilidad
extraordinaria como remarcó Ramón villas en Saltadora (comunicación personal).
7 Aunque algunos son ejemplares ciertamente funcionales, en ocasiones sería necesario revisar las huellas
de uso en el orificio en el que se inserta la cuerda. Además, parece que no todos los objetos identificados
como bramaderas tienen las proporciones necesarias para funcionar correctamente (Cuartero Monteagudo
et al., 2018).
8 Se ha propuesto que el cuerno de bóvido con hendiduras portado por una figura femenina del gravetiense
conocida como la “Venus” del abrigo de Laussel (Dordogne, Francia) pudo tratarse de un raspador (Huyge,
1981).
149; Jiménez Pasalodos y Rainio, 2020), podrían haber sido baquetas de tambores, debido
a su similitud con las baquetas del arco circumpolar. Más concluyente parece el empleo
musical de ciertos vasos de cerámica sin fondos o con orificios, interpretados como bases
de tambores, tanto en Europa, en el área de la Trichterbecher Culture (3400-2800 cal.
a.C.) (Wyatt, 2006 y 2010), como en China (Li, 2000: 148; Lawergren, 2006). Tampoco
existen pruebas indiscutibles de la existencia de instrumentos de cuerda. El cordófono
más sencillo (y probablemente más antiguo) parece derivar del arco, herramienta esencial
para la caza, pero las evidencias son débiles. Hay quien apunta que en la cueva con
pinturas magdalenienses de Les Trois Frères (Ariège, Francia), uno de los antropomorfos
representados con cuerpo y cabeza de bisonte estaría bailando y tocando un arco musical o
una flauta de nariz (ver Díaz-Andreu y Mattioli, 2019: 505). Sin embargo, esta lectura ha sido
puesta en duda porque es también probable que en realidad la figura esté en cuadrupedia y,
por lo tanto, se trate de una persona camuflada intentando cazar (Demouche et al., 1996).
Sea como fuere, existen iconografías de instrumentos de cuerda complejos y sofisticados
en Mesopotamia y el Levante del Mediterráneo a partir de la segunda mitad del IV milenio
a.C., lo que indica una larga tradición constructiva (Duchesne-Guillemin, 1981).
Entre todos los artefactos mencionados se encuentran sin duda algunos ejemplos
destacados, fuentes privilegiadas para reflexionar no sólo en torno a la musicalidad en la
Prehistoria, sino también al conocimiento acústico y técnico que implica la fabricación de
determinados artefactos productores de sonido. Además, a pesar de la distancia geográfica
y cronológica de los conjuntos principales y de los cientos de años que separan especímenes
en el mismo yacimiento, en ocasiones revelan una sorprendente similitud constructiva e
incluso musical (d’Errico y Lawson, 2003: 130). El conjunto de instrumentos más antiguo
hallado hasta la fecha y que más repercusión ha tenido en la arqueología general ha sido el
de las llamadas “flautas” paleolíticas encontradas en yacimientos europeos (figura 1): una
serie de tubos huecos de hueso de ave o de marfil que presentan orificios de digitación.
Incuestionables aerófonos de soplo, han sido interpretados mayoritariamente como flautas9,
a pesar de que el término hace referencia a una forma específica de producción de sonido
que implica la necesidad de un bisel, o bien construido en el propio instrumento, o bien
generado gracias a una determinada técnica performativa. Sin embargo, no han aparecido
tubos con perforaciones que presenten además un bisel construido. De hecho, la evidencia
más antigua de flautas con bisel es la del aerófono de Veyreau (figura 2b), datado en
el Calcolítico final (Aveyron, Francia), encontrado en una cueva sepulcral junto a restos
humanos, y fabricado a partir de cubito de buitre (Fages y Mourer-Chauvire, 1983). Esto
significa que, o bien los tubos de hueso perforados paleolíticos podrían haberse tocado
como flautas sin bisel (Conard, 2012: 16), de forma oblicua o longitudinal, lo que requiere
de una técnica de ejecución que habría conllevado una considerable inversión de tiempo
por parte de quien las tocara, o bien a algunos ejemplares se les agregasen lengüetas
simples o dobles fabricadas con caña o corteza, lo que les convertiría en aerófonos del
tipo clarinete u oboe, con un timbre y un volumen muy distinto al de las flautas (Lawson
y d’Errico, 2002: 122; Wyatt, 2012; Mazo et al., 2015) y, en este caso, más sencillos
de tocar. Esta última posibilidad supone, por tanto, una muy buena solución técnica al
problema de la relativa dificultad de ejecución en flautas sin bisel cuando éstas presentan
9 Aunque existen ejemplares de tubos de hueso que parecen presentar una apertura a modo de bisel, estos
nunca tienen orificios de digitación, con lo que habrían sido lo que comúnmente se conoce como silbatos.
García Benito considera que, aunque muchos de estos ejemplares sí que serían auténticos silbatos de hueso,
en algunos el supuesto bisel no es funcional. Sin embargo, sí que pudieron utilizarse como membranófonos
de tipo mirlitón (García Benito, 2013).
tubos de diámetro pequeño, y las posibilidades de conseguir sonidos a mucho volumen sin
demasiado esfuerzo pulmonar. Hay incluso quien sugiere que podrían haberse tocado a
modo de trompetas (d’Errico et al., 2003; Wyatt, 2012; Mazo et al., 2015).
Además de esta posible existencia de distintas soluciones para crear la onda
estacionaria en el interior del tubo a la que acabamos de referirnos, es importante remarcar
que la idea de que un orificio en un tubo acorta la longitud de la columna de aire vibrante
y, por tanto, modifica la altura de los sonidos y que, en consecuencia, una serie de orificios
permiten producir distintas frecuencias con un solo tubo, implica un conocimiento acústico
y tecnológico avanzado (como recuerdan también Lawson y d’Errico, 2002: 121 y d’Errico
et al., 2003: 47-48). A menudo se ha propuesto que ciertos tubos de hueso de distintas
longitudes, sin perforaciones ni biseles, hubiesen sido utilizados en conjuntos a modo de
flautas de Pan, tanto en el Paleolítico (Piette, 1874b), como en el Neolítico (Martí i Oliver,
2001), por su semejanza con instrumentos que existen en varias culturas (figura 2a). Esta
solución para producir varios tonos es sin duda más evidente, ya que la relación entre la
longitud del tubo y la altura de los sonidos es fácilmente observable. Sin embargo, algunos
intervalos, ornamentos o determinados efectos acústicos son prácticamente imposibles de
ejecutar, especialmente a cierta velocidad. Sin embargo, una flauta fabricada con un solo
tubo, pero con varios orificios de digitación, ofrece diferentes posibilidades musicales. No
obstante, además de idear un sistema que acorte el tubo al antojo del intérprete, el cual
puede controlar fácilmente esa variación de longitud clausurando agujeros con los dedos de
ambas manos, llegar a un diseño adecuado no es tan sencillo. Por ejemplo, si la perforación
que se realiza tiene el mismo diámetro del tubo, aunque el sonido producido equivale al
de un tubo abierto a esa distancia, es muy difícil de cerrar. Por otro lado, los agujeros
demasiado pequeños no afectan a la longitud de la columna de aire. Las perforaciones
de tamaño medio, sin embargo, son cómodas de taponar y conllevan reducciones
parciales de la longitud de la columna de aire, lo que las hace funcionalmente adecuadas.
En consecuencia, dada la complejidad de las flautas paleolíticas encontradas, estas no
pueden sino reflejar una tradición de instrumentos anteriores probablemente fabricados
con materiales blandos. A esto apunta también la explicación de la fabricación por rebajado
de los orificios en ejemplares con cronologías muy diversas, en lugar de por perforación
(Mazo et. al., 2015). Aunque hay quien defiende que esos rebajes facilitarían la adhesión
neumática de los dedos de los intérpretes, especialmente en manos muy castigadas
(Lawson y d’Errico, 2002: 123), es también posible que esta técnica de fabricación esté
derivada de la construcción de aerófonos en otros materiales para los que la perforación no
es adecuada (Mazo et al., 2015).
A partir del Neolítico se siguen construyendo aerófonos de hueso con múltiples
orificios de digitación (Clodoré-Tissot et al., 2009: 47-53), pero en algunas ocasiones hay
indicios de un desarrollo constructivo que buscaba aumentar las posibilidades musicales.
Este es el caso de las flautas provenientes de las tumbas neolíticas del yacimiento de Jiahu
(figura 2c), en la provincia china de Henan (7.000-5.800 a. C.), a veces acompañadas de
sonajeros de caparazón de tortuga (Zhang et al., 1999; Zhang y Jinghua, 2002; Zhang et al.,
2004). En total, se han recuperado unos treinta ejemplares fabricados en hueso de grulla
de coronilla roja, con entre tres y ocho orificios de digitación. Su distribución cronológica
permite suponer modificaciones en la organización de los orificios para proporcionar mayor
número de intervalos, así como una tendencia a la estandarización de las afinaciones y las
escalas, probablemente para que varios instrumentos tocasen a la vez (Zhang et al., 2004).
Pero la investigación y experimentación acústica no solo se refleja en estos artefactos.
Durante el Neolítico, en toda Eurasia se documentan instrumentos musicales de cerámica,
los primeros de una larga práctica que continúa en muchas culturas tradicionales del
continente, tanto de aerófonos (Luca, 2014: figura 13; Turcanu, 2018: 332; Pomberger et al.,
2018), como de otras categorías organológicas que podrían ser un reflejo de instrumentos
similares anteriores fabricados con materiales orgánicos, como sonajeros (Pavel et al.,
2013; Vitezović, 2017: 12; Turcano, 2018: 333) y trompas de cerámica, probablemente
inspiradas en trompas de cuerno natural (Coularou et al., 1981; Arnal, 1973: figura 43,
n. XXVI).
10 El hueso de oso perforado de Divje Babe interpretado como una posible flauta neandertal datada en el
Musteriense (Turk, 1997; Turk et al., 2020) ha sido puesto en duda en múltiples ocasiones ya que parece que
las perforaciones fueron realizadas por un carnívoro (d’Errico et al., 1998a y b; Cajus, 2015).
En las cuevas alemanas del Jura de Suabia son también varios los ejemplares en hueso
de ave auriñacienses: en Hohle Fels se halló un ejemplar de radio de buitre con al menos
cinco orificios (figura 1c), que apareció junto a una figura femenina de marfil (Conard et al.,
2009), lo que ha permitido sugerir que ambos elementos tuvieron un uso conjunto, quizá
ritual (Floss, 2015); en la de Vogelherd aparecieron dos fragmentos de flautas de hueso de
ave (Conard, 2007), y en Geisserklosterle, se encontraron dos flautas fabricadas con hueso
de cisne (Münzel et al., 2002; Conard et al., 2004) (figura 1a). Tanto los ejemplares de los
conjuntos de Isturitz como los del Jura de Suabia presentan varias líneas incisas que no
tienen ninguna explicación tecnológica, salvo en el caso de una serie de muescas en los
ejemplares de marfil para facilitar el pegado de sus dos secciones. Lawson y d’Errico han
propuesto que, ya que las líneas paralelas incisas longitudinalmente en algunos ejemplares
de Isturitz fueron realizadas con distintas herramientas, movimientos, espaciados, técnicas
y orientaciones, lo más probable es que se hicieran en distintos momentos. Por tanto,
proponen que, más que decoraciones o mensajes con información codificada, la realización
misma de los grabados pudo formar parte de la performance musical o ritual asociada con
el instrumento (2002: 128-129), e incluso aventuran que la incidencia de marcas en lugares
cercanos a los orificios de digitación pudo suponer algún tipo limitado de notación musical
(2002: 129-130). De hecho, ciertas incisiones en la superficie parecen estar relacionadas
con la distribución de los orificios en algunos ejemplares tanto de Isturitz como de las cuevas
del Jura de Suabia (Lawson y d’Errico, 2002: 124).
Los contextos arqueológicos también pueden servir para valorar los contextos
performativos. Por ejemplo, con la excepción de un ejemplar, los aerófonos de Isturitz
provienen de la llamada Grande Salle (Buisson, 1990 y 1994), un espacio con una acústica
remarcable, como se ha visto en otras cuevas paleolíticas francesas (Reznikoff, 2008). Es
sugestivo pensar que durante todo el Gravetiense y quizá en algún momento en el Solutrense
y Magdaleniense, grupos o individuos fueran a la cueva atraídos por la reverberación de ese
espacio, y su adecuación para la práctica musical. De hecho, parece que la cueva de Isturitz
fue un lugar de reunión temporal de comunidades del norte de la península ibérica y de los
Pirineos occidentales, que se congregaban en determinados momentos del año (Normand
et al., 2012: 178-179). Probablemente, la práctica musical tuvo un importante papel en la
socialización y el establecimiento de relaciones entre los grupos, quizás relacionada con
otros comportamientos de posible significado ritual (ver, por ejemplo, Garate et al., 2019).
En el caso de los aerófonos neolíticos de Jiahu (Zhang et al., 1999; Zhang y Xinghua,
2002; Xinghua, 2002; Zhang et al., 2004), el contexto funerario de los hallazgos también
ejemplifica la importancia social de la música, en este caso por su relación con el posible
estatus y especialización de los individuos que fueron enterrados con las flautas y los
sonajeros de caparazón de tortuga, además de otros elementos marcadores de estatus
(Zhang y Cui, 2013: 2002-204). Sus descubridores apuntan a la importancia del material
elegido para su construcción, tanto al hueso de grulla, con significados cosmológicos en
China (Zhang et al., 2004), y asociados con la flauta en mitos registrados a partir del primer
milenio d. C., como a las tortugas, ya que hay evidencias de su sacrificio ritual, lo que
respalda significados simbólicos específicos. Su utilización para fabricar sonajeros quizá
pueda incluso ser precursora de algunos ritos de adivinación utilizados en épocas posteriores
(Zhang y Cui, 2013: 207-208). La diferencia de estatus de los enterramientos de Jiahu no
parece coincidir con una estratificación social marcada, sino más bien con la especialización
de ciertos individuos. En la primera fase, unas pocas tumbas concentran un alto número
de artefactos sonoros, como es el caso de la tumba M344, un enterramiento masculino
sin cráneo, acompañado de ocho sonajeros de caparazón de tortuga y dos flautas. Los
investigadores apuntan a que pudiera tratarse de un especialista ritual o chamán (Zhang y
Cui, 2013: 208).
Fuente: H. Jensen, © Universidad de Tubinga (Conard, 2012: 15). b. Aerófono de marfil de Geißenklösterle.
Foto: J. Lipták, © Universidad de Tubinga (Conard, 2012: 15). c. Aerófono de radio de buitre de Hohle Fels
(Conard et al., 2009: fig. 1) d. Dos aerófonos de ulna de buitre de Isturiz unidos por Buisson: tubo superior
gravetiense nº 75252-A3 y tubo inferior auriñaciense final nº 83888 (a). Musée des Antiquités Nationales,
Saint Germain-en-Laye. Foto: F. d’Errico (Lawson y d’Errico, 2002: lám. II). e. Aerófono de ulna de buitre
de Isturitz. Tubo nº 86757 (a) unido por Buisson al tubo nº DB 5.1. Musée des Antiquités Nationales, Saint
Germain-en-Laye. Foto: F. d’Errico (Lawson y d’Errico, 2002: lám. III).
Fuente: Zhang et al., 1999: fig. 1).a. Tubos de hueso enteros de buitre de la Cova de l’Or reconstruidos
como una flauta de Pan (Martí Oliver et al, 2001: fig. 8). b. Flauta calcolítica de Veyreau (Fages y Mourer-
Chauviré, 1983: fig. 3). c. Algunas flautas neolíticas de Jiahu (de arriba abajo) M341:2, M341:1, M78:1,
M253:4, M282:20, M282:21
Estos ejemplos son una buena muestra de que las tradiciones musicales de las
primeras etapas de la Prehistoria euroasiática mostraban muchos de los conceptos y los
comportamientos culturales en torno a la música que existen en numerosas prácticas tanto
históricas como contemporáneas, y desvelan que probablemente fueron tan ricas, variadas y
complejas como las tradiciones vivas que ha estudiado la etnomusicología y la antropología
(ver, por ejemplo, Merriam, 1964; Blacking, 1973; Seeger, 1987; Feld, 1982; Nettl, 2005;
Levin y Süzükei, 2010; Lewis, 2013; Trehub et al., 2015). Canciones, melodías y danzas
seguramente acompañaron a las personas desde antes de su nacimiento, primero con las
músicas que escuchaban en el vientre materno y, después, con las nanas que cantaban
los hombres y mujeres encargados de cuidar a los recién nacidos. Además, las canciones
infantiles enseñarían a las niñas y a los niños su lugar en el mundo y les permitían fortalecer
sus vínculos sociales, y también beneficiarían su desarrollo cognitivo y emocional. A la
vez que aprendían su lengua natal y memorizaban el conocimiento cultural, los mitos y las
historias, se impregnarían de la estética musical de sus comunidades. A lo largo de su vida,
la música y la danza se utilizarían en diversos rituales en los que se fomentaría la cohesión
grupal e intergrupal, se mostraría la solidaridad, la empatía y la reciprocidad, a la vez que
se reforzaría la identidad cultural compartida. Esas ocasiones serían también propicias para
asegurar la reproducción sexual y social. La práctica musical estimularía entonces, como
hace ahora, los sentimientos de placer gracias a la segregación de dopamina (Salimpoor
et al., 2011), favoreciendo una resolución pacífica y efectiva de las tensiones sociales y de
los retos emocionales y angustias trascendentales a los que nos enfrentamos los seres
humanos. Igualmente, acaso en estos momentos de liminalidad algunos bailes y canciones
sirviesen para retar ritualmente normas sociales, permitiendo el desahogo emocional y la
aceptación social de formas diversas de ser persona. En algunas ocasiones, la música sería
también canalizadora de lo sagrado, quizás de la mano de especialistas rituales, facilitando
estados de trance o estimulando el sentimiento de trascendencia y de comunicación con
aquello que se escapaba de la realidad cotidiana y que permitía explicar el mundo de manera
satisfactoria, así como influir en él cuando era necesario, quizás para agradar a los espíritus
y propiciar una buena caza, o para evitar fenómenos meteorológicos adversos. O tal vez
para alejarlos y así impedir o curar enfermedades. Muchas veces constituiría sin embargo
un mero entretenimiento estético, que ayudaba a pasar las horas tediosas o propiciaba la
coordinación en arduas tareas colectivas.
4. CONCLUSIONES
Si bien los restos materiales de la musicalidad de los primeros grupos humanos
en Eurasia son solo un pálido reflejo de unas prácticas que incluirían cantos, danzas,
palmas, instrumentos fabricados con materiales orgánicos, representaciones de historias,
indumentarias, adornos, y otras estimulaciones sensoriales, son suficientes para afirmar que
las culturas paleolíticas y neolíticas euroasiáticas mostraron rasgos propios de tradiciones
musicales complejas y desarrolladas. El estudio tecnológico de los artefactos evidencia el
avanzado conocimiento empírico de distintos fenómenos físicos relacionados con el sonido,
así como una tradición técnica que permitió la producción de instrumentos musicales muy
efectivos, hasta el punto de que las principales categorías organológicas actuales estaban
ya representadas. Además, hay ciertos indicios que apuntan a una remarcable continuación
tecnológica y musical, que perduró durante varios milenios, y que abarcó áreas geográficas
alejadas, lo que lleva a reflexionar en torno a la significativa conservación cultural de
prácticas asociadas con la música. La considerable inversión de tiempo y recursos también
permite aventurar la importancia de la música en las sociedades prehistóricas, y, en muchas
ocasiones, puede revelar una relación entre música y significados simbólicos o prácticas
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pp. 147-153.
RESUMEN
Tradicionalmente, el estudio sobre la historia de la música en Occidente comenzaba en la
Edad Media, un período en el que la documentación escrita, iconográfica y organológica permitía
un conocimiento profundo de las características de su música, tanto profana como sacra. En los
últimos años, sin embargo, se ha producido en el ámbito de los estudios clásicos una relectura
atenta de las fuentes, especialmente griegas, favorecida por la aparición de material papiráceo, lo
que ha permitido avanzar en el conocimiento de la música en la Hélade, sobre todo a partir del siglo
V a. C.: contextos literarios (acompañaba a distintos géneros literarios como la tragedia o la épica),
cultuales, su apreciación filosófica y erudita, sus características técnicas y organológicas e incluso
cómo sonaba esta música gracias a la interpretación de las pocas “partituras” conservadas. Aunque
con la caída del Imperio Romano y el triunfo del cristianismo se produjo un colapso de las estructuras
y fenómenos culturales paganos, hoy disponemos de un conocimiento bastante aceptable de lo que
fue un elemento estético muy apreciado por los antiguos. Podemos, así, entender mejor los inicios
de la música medieval, sobre todo en Occidente.
ABSTRACT
The study of the history of Western music usually begins with the Middle Ages, a period in
which textual, iconographic and instrumental evidence had afforded in-depth knowledge of the
characteristics of its music, both sacred and profane. In recent years, however, in the field of classical
38
Pedro Redondo Reyes / Francisco Javier Pérez Cartagena
studies there has been closer re-reading of sources, Greek in particular, favoured by the discovery
of papyri. This has advanced our knowledge of ancient Greek music: literary contexts, rituals,
philosophical and scholarly appreciation, its instrumental characteristics and melodies from the few
preserved scores. After the fall of the Roman Empire and the triumph of Christianity, classical models
collapsed, but today we have reasonable knowledge of an aesthetic element that was particularly
appreciated by the ancients. Consequently, we can better understand the beginnings of medieval
music, especially in the West.
1. INTRODUCCIÓN
Hablar sobre la música de una sociedad o una cultura que pertenecen a un
pasado irrecuperable en registros sonoros parece poco menos que un ejercicio de mera
imaginación. Y, sin embargo, los avances combinados de la Arqueología y la Filología han
permitido recuperar y comprender en gran medida cuál era el papel de la música en las
culturas antiguas del Mediterráneo y el Próximo Oriente. El estudio de sus contextos y sus
protagonistas contribuye, incluso a veces con restos de antiguas melodías recuperadas, a
conocer las dinámicas propias de tales sociedades y el diferente rol que la música jugaba
en ellas respecto a nuestros días, pero también a contemplar su evolución y esbozar así
un panorama en el que nuestra música es un producto histórico que hunde sus raíces en
aquellos lejanos orígenes.
El interés por la música de la Antigüedad, pues, se desarrolló conjuntamente en dos
vías cuya colaboración se ha revelado eficaz: por un lado las evidencias arqueológicas,
que han permitido recuperar no sólo determinados instrumentos musicales, sino además
entender y reinterpretar las ocasiones y situaciones en que la música era determinante; por
otro, un gran caudal de fuentes, entre las que, junto con escritos de corte cultual, técnico
o poético se nos han transmitido fragmentos de lo que podríamos llamar, salvando las
distancias, “partituras”. Es de la cultura grecorromana donde tenemos la mayor cantidad
de información y en ella nos centraremos en las líneas siguientes, si bien no es poco lo
que conocemos de los aspectos musicales de pueblos como el egipcio o los que vivieron
en la antigua Mesopotamia. Nuestro trabajo, centrado en los aspectos más importantes de
la música griega, comenzará por la conexión que mantuvo la Hélade con estos pueblos
orientales para, a continuación, detenerse en dichos aspectos (aquellos que a nuestro juicio
marcan su especificidad del pensamiento y la práctica musical); concluirá con unas notas
sobre los elementos más destacables de la música en Roma, relacionada tanto con los
pueblos itálicos como después con Grecia.
estas culturas se desarrollaron en arcos temporales muy extensos: por ejemplo, el Egipto
faraónico cubre tres milenios y en el caso de Mesopotamia las culturas y sus lenguas (y, por
tanto, su poesía y sus tradiciones) se van sucediendo: sumerios, acadios, neoasirios, etc.
La Arqueología nos provee de escenas tanto religiosas como cortesanas donde
observamos, ya en las más antiguas, cantantes, flautistas y arpistas; en Egipto, desde el
Imperio Medio aparecen la lira, el laúd y la flauta doble y en época helenística diversos tipos
de arpa (Emerit, 2017: 50)1. La cultura egipcia interactuó con los pueblos limítrofes y los
investigadores han identificado, en lo que a la música respecta, innovaciones organológicas
que tienen su origen en Oriente Medio. Los egiptólogos y orientalistas han sido capaces,
así, de reconstruir los ámbitos en los que la música era central: la explicación mítica, el culto
y el ritual, los ambientes cortesanos, así como los textos literarios que, muy probablemente,
eran acompañados de música; y, en fin, la pura música de la vida íntima (Farmer 1966a, b).
En los últimos años se ha hecho evidente (sobre todo a partir del desciframiento en
los años 50 del s. XX del micénico) que los griegos de finales del II milenio a. C. y de
ese período llamado tradicionalmente “los siglos oscuros” tuvieron una estrecha relación
con Oriente (para la que Creta fue una vía privilegiada): una relación que fue comercial
pero también cultural, literaria y estilística. No se nos ha transmitido literatura de época
micénica (siglos XIV-XII a. C.), pero en los poemas de Homero y Hesíodo se ha querido ver
una influencia indudable de las tradiciones orientales, sobre todo mesopotámicas (West,
2003: 600 ss.): estos poemas tienen escenas paralelas con pasajes del Gilgamesh, el
Enuma-elish y otros, en un trasvase de repertorios que debieron de compartirse por los
pueblos asentados en la franja palestina, las costas egeas y el Creciente Fértil en torno
a los siglos VIII y VII a. C. Es difícil probarlo, pero probablemente existieron trasvases de
naturaleza oral entre tradiciones literarias que incluían patrones musicales y, desde luego,
la organología. En lo que a la música respecta, más allá de la influencia oriental sobre los
textos literarios arcaicos, se han encontrado paralelos entre el sistema musical griego y
el babilónico, que conocemos gracias a algunas tablillas (Lasserre, 1988)2. La música era
heptatónica y diatónica (algo que recuerda del sistema pitagórico del siglo VI a. C. con su
sistema basado en cuartas y quintas), con una nomenclatura fija para las cuerdas del arpa
(o de la lira) y con denominaciones propias para los intervalos de tercera, cuarta o quinta;
había veintiocho sonidos aptos para la música. El sistema es de época asiria y utilizado
desde el II milenio a. C., pero recuerda extraordinariamente a la lira heptatónica del poeta
griego Terpandro (siglo VII a. C.) y al sistema pitagórico más antiguo. Aquí es pertinente
recordar que en las tradiciones griegas más antiguas sobre el origen de la música la hacen
proceder de Oriente y Asia Menor3.
La música, entendida como un elemento vinculado a la poesía y con un desarrollo
técnico considerable ya en el I milenio a. C., es así un factor importante en el estudio de
las relaciones entre la Hélade y Oriente, relación que fructificó en la adopción del alfabeto,
en los estilos geometrizantes o en repertorios mítico-literarios compartidos. No obstante,
no debe olvidarse que a pesar de estos elementos comunes, las sociedades orientales
ubicaron la música en estructuras sociales netamente distintas de la griega (Ziegler 2011):
en la Hélade no existió jamás una casta de escribas o sacerdotes de la importancia de
4 En Hagel y Harrauer (2005) se contiene una grabación con la reconstrucción del recitado hexamétrico
acompañado de forminge; sobre la performance de los aedos puede leerse Danek y Hagel (2005).
5 Esta notación, basada en el alfabeto, fue utilizada por la mayoría de los teóricos posteriores y expuesta
sistemáticamente por Alipio (siglo IV d. C.).
6 Véase infra 3.5. La teoría musical empieza a ser sistematizada por autores mal transmitidos como Laso
de Hermíone o Damón (maestro de Platón) y tras el estudio más exhaustivo de la escuela pitagórica, el
platonismo y el Liceo los siglos finales de la Antigüedad se esforzarán por compendiar disciplinas como
las matemáticas, la gramática o la música. Una fuente para los primeros textos es Ps.Plut. De musica, con
noticias de los primeros innovadores musicales; la reunión de los textos de tipo literario y técnico se halla en
Barker (1984, 1989).
7 La tecnología ha ayudado en la restauración y análisis de los restos: véanse algunos resultados en Hagel
(2017) y Descamps y Pariselle (2017).
hay que contar también con unas sesenta “partituras”, más o menos fragmentarias, cuya
reinterpretación ha permitido oír, con discutida fidelidad, las melodías griegas (Pöhlmann y
West, 2001).
La combinación de todas estas fuentes lleva a la conclusión de que la presencia de la
música era más importante y decisiva de lo que la Historia y la Filología, hasta mediados
del siglo XX, habían sospechado. Es la única tékhnē que no ha dejado rastro físico, pero
la Musa daba cuerpo a todo fenómeno musical; obviar la importancia de la música en la
poesía, la tragedia o los mitos griegos es ya un grave error de perspectiva histórica8.
8 “Musa” es el origen del término mousikē en griego, pero se utilizaba también para todo el complejo musical
de canto, instrumentación, danza, etc.: cf. Paus., IV 33, 3.
9 Cf. Ateneo, Deipnosofistas, XIV 10.1 ss.; Calero Rodríguez (2017a).
10 García López, Pérez Cartagena y Redondo Reyes (2012: 64), Bélis (1999: 15). La educación musical
temprana no era privativa de Atenas: en la castrense Esparta, según Luciano (Salt. 10), se iba a la guerra al
son del aulós y “todo lo hacían en unión de las Musas”.
11 Aunque era un pensamiento común entre los griegos, los pitagóricos y otros pensadores y músicos
compararon las escalas o harmoníai al alma humana y, dado que tales escalas se asociaban a caracteres
(nobleza, desenfreno, etc.), el alma quedaba expuesta a ellos mediante la ejercitación adecuada o inadecuada
la “nueva música” que introdujeron los poetas del llamado Nuevo Ditirambo, un género en
el que los instrumentos (cítara y aulós) se desarrollaron técnicamente y donde se buscaron
nuevas formas de expresividad y de modulación que rompían el equilibrio tradicional entre
melodía y texto (West, 1992: 356-372)12.
Efectivamente, ya desde el pensamiento arcaico griego la música comportaba una
serie de afectos (en griego, pathē) derivados de la interna disposición de los sonidos en
los modos y escalas, así como de los caracteres asociados a los instrumentos (el aulós era
orgiástico, la lira era noble); como se ha dicho, en la poesía arcaica la música vehiculaba
el texto sin independencia de este: había plena correspondencia entre melodía y texto.
Desde el siglo V a. C. y en paralelo al desarrollo de la sofística (que rompía, por lo demás,
los límites dialécticos de la vieja sociedad) y la aparición de solistas e instrumentistas de
gran virtuosismo13, la música logra una nueva expresividad aumentando los registros (la
llamada polykhordía) y la modulación y liberándose de las constricciones del texto y la
responsión estrófica: exponentes de estas nuevas formas fueron Melanípides, Timoteo y
otros; en el drama, Eurípides (Csapo, 2004: 225 ss.). Este hecho reforzó por reacción la
doctrina del valor paidéutico (educativo) de la música a través del dominio de los caracteres
(como defendía ya Damón, el maestro de Platón), un pensamiento heredado de la vieja
sociedad donde primaban los valores aristocráticos (en Homero, en poetas como Teognis
o Píndaro); además, aumentó las posibilidades expresivas de la música (por ejemplo, en
los vasos griegos aparecen escenas de grandes ejecutantes: su estudiada gestualidad, su
impresionante instrumentación o sus ricos vestuarios) y desarrolló, en fin, los aspectos más
técnicos de la teoría musical, que, de manera paralela a la doctrina gramatical (compartiendo
su estructura y vocabulario), venía adquiriendo una mayor complejidad desde los tiempos
de Laso de Hermíone en el VI a. C. (Luque Moreno, 2006).
Los efectos que sobre el alma del individuo podía tener una música adecuada
(pues una noble ennoblecía el carácter, otra lánguida lo debilitaba, otra orgiástica lo
desenfrenaba)14 es un tema central en Platón, pero constituía una herencia del pensamiento
pitagórico del siglo anterior (que a la especulación numérica propia de esta escuela añadió
la experimentación con cuerdas e intervalos, así como la doctrina sobre los efectos de la
música) y en general de la tradición popular griega: el alma era una harmonía (un ajuste de
sonidos) que podía precipitar al individuo al vicio o inclinarlo a la nobleza y areté; por ello
había que legislar (según Platón) sobre qué tipo de música se permitía escuchar en la pólis.
No en vano, Platón, en el Timeo, había establecido como “alma del mundo”, formada por el
Demiurgo, una grandiosa estructura de intervalos musicales y otros elementos de la filosofía
presocrática (Moutsopoulos, 1989: 175 ss.). A pesar de estos movimientos de evolución y
reacción, la música nunca dejó de tener un prestigio intelectual y, a partir de su papel en
la paideía, se situó junto al estudio de la astronomía, la aritmética o la geometría (lo que
después se conocería como Quadrivium). Con la herencia de la investigación pitagórica en
numerología e intervalos, más la aportación del aristotelismo y otras escuelas, la mousikē
tékhnē se convirtió en un corpus de conocimientos de carácter eminentemente teórico (la
praxis musical iba por otro camino, muy pocas veces confluyente con aquel) de una inmensa
15 Cf. Platón, República, III, 398 d y Aristot., Política, VIII, 1341a 17-25.
16 Cf. Arist., APo I 13, 79a.
17 Boeth., Inst. mus., I 2. La distinción es coherente con la división entre el mundo supralunar o sublunar,
o macro y microcosmos. En cualquier caso, la Grecia antigua privilegió las actividades teoréticas sobre las
prácticas.
18 Plot., Enn. IV 4, 8 y 43 ss. (García López, Pérez Cartagena y Redondo Reyes, 2012: 252 ss.).
19 El aulós, en las fuentes, tenía ante todo un origen frigio, pero en el mito de Marsias es Atenea quien lo
inventa y lo rechaza; aparece, por lo demás, en la Ilíada en manos troyanas (X 13). Otros instrumentos menos
usados eran reconocidamente extranjeros, como las arpas (Aristox., fr. 97 Wehrli), la pandoura, de origen sirio
los hombres tan solo los perfeccionan y se atreven a desafiar a los dioses con ellos. Es
importante destacar que las Musas (hijas de la Memoria) son las responsables, para la
poética arcaica, de la palabra del poeta o aedo: Homero y Hesíodo, al comienzo de sus
poemas, invocan a la Musa para que hable por boca de ellos (y devienen así en theioi,
“divinos”, recuperando un pasado glorioso solo mediante esta inspiración). Es una de las
formas de producción poética griega, la del poeta inspirado o éntheos, que pronto alternaría
con la del poeta como “hacedor” o “trenzador” de versos, como se ve desde Píndaro y la
lírica arcaica. Las Musas son las patronas de las artes y las ciencias; la invocación adquiere
significado si se tiene en cuenta que los mitos eran transmitidos por poetas que musicaban
sus textos (en la épica, en la lírica, en el drama).
Por su parte, Apolo, hijo de Zeus, es el patrón de la música, pero también de la
adivinación y la medicina; el himno conocido como Himno homérico a Apolo, de época
arcaica, establece estas atribuciones y la música del dios infunde orden en el Olimpo,
induciendo a los demás dioses a danzar (Bundrick, 2005: 52). Uno de los episodios míticos
de este dios es su enfrentamiento con Marsias, un frigio (por tanto, un bárbaro) que reta
a Apolo en un acto de hýbris o insolencia, recibiendo su castigo. Este mito (que guarda la
estructura típica griega de mortales castigados en su soberbia por los dioses) pertenece
al grupo de las historias que, como la de Támiris (un tracio que desafió a las Musas) o
incluso la del cantor Orfeo, están relacionadas muy probablemente con la conciencia de un
influjo extranjero importante en el origen de la música griega, al menos en lo relativo a los
instrumentos20. Otros dioses importantes en el origen de la música son Hermes, inventor de
la lira (según el Himno homérico a Hermes) a partir del caparazón de una tortuga, y Atenea,
inventora del aulós21. Orfeo, de origen tracio, merece mención especial: mortal, hijo de una
Musa, fue un cantor legendario capaz de encantar a hombres y animales22, sobre cuya
figura se desarrollaron ritos mistéricos que rivalizaron con la religión de tipo olímpico.
Como se ha señalado, una de las vías de transmisión de estos mitos y leyendas
fueron los géneros literarios. Dos son los hechos decisivos para la relación histórica entre
música y literatura en Grecia: en primer lugar, en época arcaica y bien entrada la clásica,
la producción de lo que entenderíamos por literatura tuvo un carácter oral y su recepción,
por consiguiente, fue aural (solo con la difusión del alfabeto y sobre todo con los géneros
en prosa y las primeras ediciones la literatura es un fenómeno de escritura). En segundo
lugar, los géneros literarios contenían una cierta normatividad que, grosso modo, vinculaba
un determinado género a un dialecto, a un tipo de métrica y a un tipo de situación; por
tanto, estaba asociada a un tipo de música y su performance. El carácter oral suponía para
la música su transmisión a través de patrones rítmico-melódicos asociados al género y
repentizables, antes de que se desarrollara, probablemente en el siglo V a. C., un sistema
de notación musical basada en el alfabeto. En cuanto a las restricciones del género, no
disponemos de suficiente evidencia para la música (más allá de que el género implica una
instrumentación propia: para la épica, la forminge, para el ditirambo, el aulós, etc.), pero
basta mencionar los llamados nómoi, estilos musicales tanto vocales como instrumentales,
muy variados, que presumiblemente tenían un esquema fijo con rasgos propios capaces
de hacerlos reconocibles (de modo que cualquier intérprete sabría a qué atenerse para
ejecutar un tipo de nómos; West, 1992: 216-217).
Si en la actualidad la literatura viene dada por el texto (sin entrar en la cuestión del
teatro), en la antigua Grecia reunía tres aspectos: la palabra (léxis), la melodía (mélos) y la
danza (órkhēsis); los propios textos literarios se refieren a menudo a ellos. Así, por ejemplo,
la lírica adoptaba fundamentalmente dos formas: la monódica (ejecutada por un solista)
o la coral (donde un coro cantaba el texto y bailaba). Por tanto, los poetas —incluidos los
dramaturgos— no solo eran los autores del texto, sino que componían su música (de ahí que
fueran llamados melopoioí, “compositores de mélos”) y preparaban la coreografía. Ya desde
época helenística la producción literaria será escrita y desaparece la cultura basada en la
oralidad; las ediciones alejandrinas de los textos literarios, en los siglos III a. C. y siguientes,
se ocuparán sólo del texto: la música, transmitida bien mediante patrones formulares o
mnemotécnicos, bien más adelante con notación, no fue copiada y se ha perdido23.
Uno de los casos más interesantes es el del teatro griego (tanto tragedia como
comedia), género nuclear de la democracia ateniense, cuya representación aunaba los
tres aspectos mencionados. En los siglos V y IV a. C. incluía partes cantadas por el coro (a
semejanza de la lírica coral) y recitadas (por los actores), siempre con acompañamiento de
aulós y también de instrumentos cordados; con el tiempo, el coro perderá importancia en
la representación y aumentará el virtuosismo de los solistas profesionales (García López,
2000; Calero Rodríguez 2017b)24. Con la pérdida de la libertad política de las ciudades
griegas en época alejandrina y la consolidación de un canon literario que imitar (en el caso
del teatro incluía los grandes autores clásicos: Esquilo, Sófocles y Eurípides), la literatura
perdió la conexión con sus orígenes festivos y musicales, e incluso la relación directa con
su público: la lírica, desde época alejandrina, evolucionó a formas eruditas y puramente
textuales, la épica fue una imitación de Homero y, en el caso del teatro, se privilegió la
imitación de los autores de prestigio, exceptuando el caso de autores que, como Menandro
a finales del s. IV a. C., renovaron el género de la comedia. Esta es la evolución que
conduce a la literatura romana clásica (que nunca fue de carácter oral), basada en los
modelos griegos: así, Virgilio no concibe su Eneida para ser cantada y la épica de un
Lucano está muy alejada ya de la repentización de los aedos griegos de la época arcaica.
23 Por eso hay dudas acerca de la autoría de los fragmentos escénicos que se han conservado (por ejemplo,
el llamado “Papiro de Orestes”, fechado alrededor del 200 a. C., o el Papiro de Leiden inv. 510, con versos
musicados de la Ifigenia en Áulide de Eurípides; Pöhlmann y West, 2001: 12, 18).
24 Según Aristóteles (Política, 4, 1449a ss.), la tragedia tuvo su origen en los cantos del ditirambo (en honor
a Dioniso), mientras que la comedia derivaría de los cantos fálicos. El teatro griego se situaba en el marco de
las festividades llamadas Dionisias y Leneas, que incluían agones musicales (Taplin, 1999).
caso de la música se produjo tanto en la escuela pitagórica como en el seno del Liceo. Ya
en época imperial, con la mousikè tekhnē totalmente vinculada a la formación científica,
aparecieron compendios que recogían todo el saber anterior y lo sistematizaban con vistas
a su utilización en la escuela o a la educación de las clases altas. No es posible precisar con
exactitud el impacto que tales escritos tenían sobre los músicos prácticos.
Grosso modo el sistema musical griego no era temperado y estaba basado en
microintervalos (y en este aspecto, como en la atribución de caracteres a las escalas o
instrumentos, es semejante a la música india y árabe). Sus elementos se fueron conformando
principalmente a través de la práctica de la lira y la cítara, pues las notas de las escalas
reproducen, en sus nombres y posición, los de esos instrumentos (Hagel, 2010). La música
era básicamente melódica; en otras palabras, no había una verdadera armonía en términos
modernos (el instrumento se limitaba a doblar a escala la melodía, o simplemente la seguía
en homofonía; también —como el caso de los auloí— podía producir una suerte de nota
pedal). Los intervalos principales eran la cuarta (dià tessárōn), la quinta (dià pénte) y la
octava (dià pasôn); en la cuarta (el intervalo más importante, de 2 ½ tonos) se distinguían
“géneros” (génē), que imprimían carácter a la melodía: el género enarmónico (¼, ¼, dítono),
más antiguo y de más prestigio; el cromático (½, ½, 1½ tonos) y el diatónico (½, 1, 1)25. En
época arcaica, músicos como Terpandro llegaron hasta una escala heptatónica, pero con
el aumento de cuerdas en los cordados y el desarrollo de los auloí de la Nueva música los
registros aumentaron hasta las dos octavas. Una octava estaba conformada por dos cuartas
separadas por un tono y podía articularse en cualquiera de los tres géneros mencionados.
En una fase posterior, los teóricos distinguieron (por motivos de modulación) dos tipos de
escalas, la “perfecta mayor” y la perfecta menor” (cubrían, respectivamente, dos octavas y
una octava más cuarta). En la práctica real, la música era modal, es decir, existían modos
(denominados con los nombres étnicos griegos: dorio, frigio, lidio, etc.) llamados harmoníai,
cada una con un carácter o ēthos asociado; la modulación entre ellas estaba asegurada,
al no existir una altura tonal de referencia, al entenderse las notas funcionalmente y no por
su posición absoluta: cada nota recibía el nombre según su posición relativa en la escala
y no por su altura absoluta. La tesitura convencional era la de un barítono (los personajes
femeninos en el drama eran interpretados por hombres).
Lo que importa aquí es el hecho de que la formidable y difícil teoría musical (un
legado para Europa a través de romanos como Boecio o Casiodoro y recuperada en el
Renacimiento con V. Galilei, G. Zarlino y otros eruditos) es un reflejo de dos aspectos:
en primer lugar, el proceso que desde los pitagóricos y Platón llevó a una sistematización
completa en forma de manuales que habían perdido toda conexión con la práctica real y con
el marco filosófico; en segundo lugar, que es posible proyectar esta teoría a los fragmentos
musicales conservados. En efecto, ya nos hemos referido a las “partituras”: unos sesenta
pasajes en los más diversos soportes (epigráficos, papiráceos y otros) se han recuperado,
ofreciendo una muestra no sólo de los sonidos y melodías, sino de las funciones de la
música en la sociedad griega: himnos, música dramática, epitafios, peanes, ejercicios. En
estos fragmentos observamos algunos rasgos de la evolución musical: la microinterválica
tendió a dejar sitio a un diatonismo más claro ya en época clásica (Calero Rodríguez 2017c);
el grueso de los testimonios es música cultual, lo que es índice de la estrecha relación que
guardaba el rito con la música, un rasgo que heredará el cristianismo; y la mencionada
25 Esta es solo una de las clasificaciones aristoxénicas, pero había muchísimas más: el propio Aristóxeno
da un cromático de 1/3, 1/3, 15/6. La expresión de los intervalos en Grecia siempre fue mediante razones
matemáticas (extraídas de la experimentación con cuerdas): así, existían enarmónicos del tipo 5:4, 36:35 y
28:27, cromáticos del tipo 6:5, 15:14, 28:27 o diatónicos del tipo 9:8, 9:8, 256:243.
presencia de música para el drama de autores clásicos (como Eurípides), que entraña la
idea de que o bien la música de estos autores se transmitió más o menos inalterada, o
bien que sus obras fueron musicadas de nuevo (cuando la cultura oral languideció y estuvo
disponible un solvente sistema de notación musical). A pesar de la variedad de propósitos
de estos fragmentos, algunos estudiosos modernos sostienen que es posible identificar
una unidad de estilo y forma en todos ellos, no obstante el gran arco temporal que cubren
(D’Angour, 2018: 72). Pero todos ellos son de fecha relativamente reciente: merece la pena
recordar que, en el siglo VI d. C., el filósofo Olimpiodoro escribió que era imposible saber ya
nada de la música de los autores del pasado26.
fundación de Tito Livio28 (principios del siglo I d. C.) informa de que en Roma el teatro (los
llamados ludi scaenici) tuvo un origen vinculado al mundo sacro, donde significativamente
se mencionan unos ludiones, actores etruscos (Péché y Vendries, 2001: 15). Pero desde
ese momento hay que referirse a la influencia griega sobre la cultura latina cuando, al
expandirse el poder romano, este entró en contacto con los griegos del sur de Italia. El
repertorio teatral griego llega sustituyendo las formas y motivos vernáculos29, por lo que
en la escena romana hubo también música, sobre todo con la tibia (el aulós romano) y
prácticamente una nula presencia de coro (Comotti, 1991: 54). La expansión de la moda
griega llevó, por lo demás, a una reacción conservadora y la vida teatral romana, tras el
impulso de autores como Plauto o Terencio, giró en torno al divismo de comoedi o tragoedi
y a la aparición de nuevos géneros como el mimo o la pantomima, de carácter mimético-
satírico y para un solista.
El teatro romano y su evolución con la contaminatio de formas griegas es un exponente
de los procesos que se pueden observar en otros ámbitos de esta civilización (tanto literarios
como estéticos en general). Por ello, en segundo lugar, es pertinente señalar cómo, a nivel
teórico, los romanos siguieron fielmente la teoría griega de la música, tanto a nivel técnico
como en lo relativo a la posición de esta disciplina entre las artes y su valor moral. El
gran tratado de Varrón (116-28 a. C.), De musica, se ha perdido, pero jugó su papel en la
transmisión de la sistematización griega y actuó como un eslabón de autores determinantes
para la teoría medieval como Boecio, Casiodoro, Censorino y otros, quienes reinterpretan
la teoría griega para los siglos futuros. Como en el caso del oriente griego, el cristianismo
llegó para modificar de raíz el panorama, incorporando novedades de gran calado como el
coro y la salmodia solista en el culto. El Medievo, al menos en su acercamiento teórico a
la música, es herencia de la lectura latina (a menudo incorrecta o malinterpretada) de las
fuentes griegas, que no volverán a ser recuperadas en su esplendor hasta el Renacimiento.
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— (2017c), “The Dissapearance of the Enharmonic Genos in Ancient Greece”, Musicology
28 Tito Livio, VII 2, 2-10. La noticia de la instauración de los ludi scaenici de Livio se fecha en el 364 a. C.
29 El influjo se dio en la comedia a través de autores como Menandro, representados por compañías que
no se mantenían fieles completamente a los textos originales, y tampoco en la división entre partes cantadas
(cantica) y recitadas (diverbia) (Péché y Vendries, 2001: 20).
RESUMEN
La dicotomía “cuerpo/mente” es una antigua taxonomía tradicional utilizada por el patriarcado
para jerarquizar a los seres humanos. En el campo de la música, este emparejamiento se trasladó
a la división entre instrumentos de cuerdas e instrumentos de viento. La Edad Media lo resignificó a
través del iconograma de la Virgen con Niño rodeada por ángeles tañendo instrumentos musicales,
en su mayor parte de “música baja”. Hay razones de naturaleza bióloga, fisiológica, mítico-existencial,
simbólica, musical y antropológica que justifican esta división arbitraria aplicada a las capacidades
musicales de varones y mujeres. Tal vez su primera manifestación iconográfica se encuentra en una
portada decorada (siglo XIII) del monasterio de Santa María de Carracedo (León).
ABSTRACT
The “body/mind” dichotomy is an old traditional taxonomy employed by the patriarchy to prioritise
human beings. In the musical field, this pairing was transferred to the division between string and
wind instruments. The Middle Ages resignified this through the iconography of the Virgin Mary with
Child surrounded by angels playing musical instruments, mostly “low music” or soft music. There are
reasons of a biological, physiological, mythical-existential, symbolic, musical and anthropological
nature that justify this arbitrary division applied to the musical capacities of men and women. Its first
1 Presenté una primera versión de este texto (“Flesh, strings and feminine body in medieval musical
thought, with a back-ground of music angels”) en Performa ’11. Encontros de investigação em Performance,
Universidade de Aveiro (Portugal), 2011.
52
Josemi Lorenzo Arribas
iconographical manifestation can be perhaps be found in a decorated portico (13th century) of the
Monastery of Santa Maria de Carracedo, in Leon (Spain).
1. INTRODUCCIÓN
Este artículo analiza, a la luz de la Historia de las Mujeres, el iconograma Virgen con
ángeles músicos, llamado a tener larga vida en la tradición cristiana desde su aparición en
el siglo XIII, a fin de analizar hasta qué punto la práctica musical real influyó en su definición,
particularmente en el instrumentario puesto en manos de los seres alados. Además, se
propone una temprana representación hispana como precedente de las que habrán de
venir.
El Antiguo Testamento refleja la alegría en forma de sonido instrumental2, y los
Evangelios apócrifos la continúan. No encontró el mismo entusiasmo en el Nuevo
Testamento ni en la primera tratadística, pues los Padres de la iglesia fueron opuestos a
los instrumentos musicales por la asociación a lo pagano que conllevaban3. Las escenas
de danza fueron peyorativamente connotadas a partir de la bíblica danza de Salomé4.
Las danzarinas, “saltatrices in modum filiae Herodiadis”, responsables de ludos turpes,
quedaron bajo el incómodo marco de este antimodelo5. Por el contrario, Miriam y sus
compañeras (Mariae mulieres), otras danzantes judías que bailaron, en este caso en un
contexto positivo, apenas fueron representadas. La carencia de modelos de mujeres “con
voz cantante” en los textos neotestamentarios fue casi total, reducida al discreto canto del
Magnificat por parte de María (Lucas 1, 46-55) con ocasión de la visita a su prima Isabel,
que no tuvo traducción iconográfica. Las mujeres, en definitiva, no salieron bien paradas
por la ausencia de modelos.
El imaginario cristiano medieval de los primeros siglos reducirá la representación
plástica de la música a la escatología. Además de los Veinticuatro Ancianos del Apocalipsis
(y de algún ángel con olifante, para anunciar plagas), y del Rey David como músico (escena
repetida por la popularidad del salterio, pues se le hacía autor de los salmos), será el coro
de los ángeles que proclaman eternamente la gloria de Dios el resquicio iconográfico donde
la música tendrá presencia de pleno derecho. Ese coro se compone de ángeles cantores,
2 Entre los pasajes bíblicos en los que se encuentra este binomio: Job 21, 12; Jue. 11, 34; I Sam. 18, 6; II
Sam. 6, 5 y 15; I Crón. 15, 16-28; I Crón. 16, 5-6; I Crón. 25, 1-8; Neh. 12; I Mac. 4, 54; I Mac. 13, 51; Ecl. 2,
8; Eclo. 40, 20-1; Eclo. 40, 1; I Reyes 10, 12; Am. 6, 5; Sal. 68, 26; Is. 5, 12; Esd. 3, 10; Salmo 33, 2-3, Salmo
81, 3-4; Salmo 98, 5-6; Salmo 144, 9; Salmo 147, 7; Salmo 149, 3; Salmo 150, 3-5...
3 Los Hechos de Tomás sitúan dentro del templo a “virgines cum liris canentes, alii cum tibiis, alii cum
tympanis, alii cum vitulis atque turibulis” (cit. F. J. Basurco, El canto cristiano en la tradición primitiva, Madrid,
Ediciones Marova, 1966, pp. 143-144).
4 Generalmente uno o más juglares tañen para que la hija de Herodías baile, pero en la pintura gótica a
veces ella misma se representa tañendo, acompañando su propia danza.
5 Cita extraída de los Capitula (nº XVII) de Walter de Orleáns (ca. 858): “rusticis cantilenis caveant nec
saltatrices in modum filiae Herodiadis coram se turpes facere ludos permittant” (cit. en H. Waddell, The
Wandering Scholars, London, Constable, 7ª ed., 1966, p. 275).
pero también de instrumentistas6. De no haber sido por ellos no dispondríamos del inmenso
caudal de representaciones bajomedievales que disfrutamos.
El camino seguido por los emisarios alados hasta que se hicieron músicos no fue
rápido. La primera mención a ángeles que cantan se produce en el Evangelio del Pseudo
Mateo (siglo VI), cuando algunos pastores afirmaban haber visto ángeles “diciendo
himnos”7. También en los Apócrifos pasionistas hay una segunda mención en la escena de
la Resurrección de Cristo. Los ángeles al principio cantan (o “dicen”, recitan, ¿cantilan?),
no tañen. Desde el punto de vista doctrinal los ángeles músicos reaparecen en la segunda
mitad del siglo XII con la recepción de los textos de Dionisio Aeropagita y con un tratado
perdido de Ramón Llull8, y se codificará en el siglo siguiente a través de la Leyenda Dorada
del dominico Santiago de la Vorágine. A partir de entonces, tales músicos pasarán a la
iconografía, y los instrumentos musicales serán su símbolo parlante, pues son evidentes
las dificultades de representar el canto, la sola interpretación vocal, sin acudir al atributo
iconográfico del instrumento musical9.
No todos los instrumentos musicales estuvieron al alcance de todo el mundo, al menos
normativamente. Los mandatos culturales “generizaron” también la práctica instrumental,
consiguiendo asociar ciertos tipos de instrumentos a cada uno de los sexos. No es aleatoria,
por lo tanto, la práctica inexistencia de representaciones de mujeres reales, sin recurrir al
trasunto mitológico o trascendente, tañendo un cuerno o un orlo, por ejemplo. Así pues,
el uso que hicieron de ellos tuvo diferentes connotaciones, principalmente evaluables a
partir de la condición social de dichas mujeres. Las mujeres de clases altas emplearon la
música, y en concreto la habilidad instrumental, como un embellecimiento, mientras las de
las clases más desfavorecidas hicieron de esta cualidad una profesión.
Desde el nacimiento de la música instrumental como tal en Europa, desligada del uso
litúrgico, el instrumentario se dividió, en la práctica, en dos categorías bien definidas: los que
producían música alta y los que tañían música baja. La diferencia se establecía conjugando
los parámetros volumen y timbre de cada instrumento, más que por tesitura, pues coexistieron
en ambos grupos instrumentos agudos y graves. Los más ruidosos formaban parte de los
altos y viceversa10. La diferencia no se estableció únicamente basándose en cuestiones
sonoras, sino que también los teólogos participaron de la clasificación, contraponiendo la
música angelical a la demoníaca, trasponiendo en el trasunto escatológico el simbolismo del
nivel, o mistificando la significación musical con otras socioeconómicas, etcétera11. De este
6 Para el simbolismo instrumental en la Patrística: J. Gelineau, Canto y música en el culto cristiano, Madrid,
Juan Flors, editor, 1967, pp. 174 ss.
7 Evangelio del Pseudo-Mateo, XIII.6 (A. de Santos Otero (ed.), Los Evangelios apócrifos, Madrid, Biblioteca
de Autores Cristianos, 2005, p. 91), si bien en esta traducción se traduce como “cantando himnos”.
8 M. C. Rodríguez Suso, “The Nursing Madonna with Musical Angels in the Iconography”, Music in Art, 12/1
(1987), p. 17; M. D. Barral Rivadulla, “Ángeles y demonios, sus iconografías en el arte medieval”, Cuadernos
del CEMYR, 11 (2003), pp. 211-235.
9 J. Lorenzo Arribas, “La voz femenina, un tabú cultural. Mujeres, música y representaciones en el Románico”,
en Féminas: el protagonismo de la mujer en los siglos del románico. Aguilar de Campoo, Fundación Santa
María la Real, 2020. pp. 189-225.
10 R. Andrés, “Anotaciones para un prólogo”, [Prólogo a] Los luthiers españoles (de R. Pinto Comas).
Barcelona, 1988: p. 23; vid. E. A. Bowles, La pratique musicale au Moyen Age. Musical Performance in
the Late Middle Ages, Géneve, Minkoff & Lattès, 1983, pp. 43-99, para representaciones iconográficas de
instrumentos de música alta que, generalmente, estaban puestos al servicio heráldico para las grandes
ocasiones (coronaciones, fiestas, bodas, torneos...). Para instrumentario bajo, cuya ejecución se producía
muchas veces en espacios cerrados (cenas, danzas cortesanas, hagiografías...): Ibidem, pp. 101-145.
11 W. Salmen, “The Social Status of the Musician in the Middle Ages”, en W. Salmen (ed.), The Social Status
of the Professional Musician from the Middle Ages to the 19th Century, New York, Pendragon Press, 1983, p.
modo, los instrumentos altos, compuestos principalmente por lo que hoy denominaríamos
las familias de viento-metal, se consideraron más excelsos que los bajos12. Entre los
catalogados como música baja encontramos a los cordófonos, las flautas de pico y el
órgano13. En realidad, se actualizaba bajo nuevas nomenclaturas la vieja dicotomía griega14.
Lo que antes fue la polémica aulética-citarística queda ahora conceptuada como música
alta-música baja. Ya en la propia denominación opera una jerarquización, pues actúa la
universal simbología del nivel, según la cual, y por definición, lo alto es más importante que
lo bajo. Así, la música baja comienza en desventaja a la hora de la pugna simbólica. Aunque
la apariencia de muchas de las interpretaciones expuestas sea erudita, no debemos perder
de vista la idéntica consideración que realiza la llamada cultura popular, frecuentemente
origen último de la anterior, en continua interacción y contaminación, y, en ocasiones, de
imposible deslinde.
Esta simbología instrumental, que es mucho más extensa y compleja, la hemos
incrementado con una asociación iconográfico-conceptual que provocó o reforzó el
binomio al que nos venimos refiriendo. A mi entender, forma una de las constantes y de los
núcleos teóricos más potentes de la música occidental analizada desde una perspectiva
de género: la relación entre los instrumentos de música baja y las mujeres. Según coincide
la historiografía, la iconografía de los ángeles músicos nace hacia 1300, y desde Italia
el motivo se expande durante el Trecento15 hasta constituir un verdadero continuum de
significado, actualizado constantemente.
8; M. J. Kartomi, On Concepts and Classifications of Musical Instruments, Chicago and London, The University
of Chicago Press, 1990, p. 143.
12 Salmen, “The Social Status…”, pp. 8-12.
13 Pudiera parecer contradictorio que un instrumento como este perteneciera a la música baja, lo que se
comprende conociendo las dimensiones y posibilidades de los órganos medievales. Hasta la Plena Edad
Media se empleó el órgano portativo, instrumento transportable que no requería de ninguna otra persona
para accionar su único fuelle, pues sus pequeñas dimensiones permitían tocar el teclado con una mano y con
la otra insuflar el aire, mientras un correaje lo sujetaba al cuerpo. Aunque algún estudioso, sin explicar por
qué, lo sitúa entre los “altos instrumentos” (W. Salmen, “The Social Status…”, p. 13), su verdadero lugar se
encontraba entre los bajos, dada su cualidad tímbrica y su relativo volumen (E. Winternitz, Musical Instruments
and Their Symbolism in Western Art, New Haven and London, Yale University Press, 1979, p. 146; Andrés,
“Anotaciones…”, p. 22).
14 E. Fubini, La estética…, p. 42.
15 K. Meyer-Baer, Der chorische Gesang der Frauen mit besonderer Bezugnahme seiner Betätigung auf
geistlichem Gebeit, Leipzig, Breitkopf und Härtel, 1917) afirmaba que en el siglo XIII todavía no existían
ángeles músicos (cit. en Rodríguez Suso, “Un ejemplo de iconología musical…”, p. 14, nota 32). Vid. también
J. y G. Montagu, Minstrels and Angels Carvings of Musicians in Medieval English Churches, Berkeley, Fallen
Lean Press, 1998; F. Ghisi, “Angeli musicanti in una tavola attribuita al Giottino nel Museo del Bargello di
Firenze”, en F. Gallo (ed.), L’ars nova italiana del Trecento. Certaldo, Centro di Studi sull’Ars Nova italiana del
Trecento, 1968, p. 92, nota 1.
16 En mi tesis doctoral catalogué un total de 226 obras entre los siglos XIII y XVI, correspondientes
todas a representaciones iconográficas de María con ángeles músicos. La proporción de cordófonos (más
órganos) superaba la relación 7:1, sin incluir otros instrumentos de música baja, ni la música vocal, ni otras
consideraciones que harían mucho más abrumadora la proporción, cercana al noventa por ciento (J. Lorenzo
la Anunciación17. Pero en el inicio fue la “Virgen con Niño” la que apareció identificada
por la sonoridad musical. A finales del siglo XIV, María se presentará rodeada de ángeles
instrumentistas por doquier. No es Cristo, ni Dios Padre, sino una mujer, modelo y espejo de
todas las demás, quien se rodea de música. Este modelo pervivió muchos siglos después
sin apenas variaciones. (Figuras 1 y 2)
Figura 1. Virgen con ángeles músicos, de Pere Serra, tabla que formaba parte de un retablo
pintado hacia 1390 para la catedral de Tortosa (Tarragona). Los seis ángeles tañen instrumentos
propios de la “música baja”
Arribas, Las mujeres y la música en la Edad Media europea: relaciones y significados, Madrid, Universidad
Complutense, Tesis doctoral inédita, 2004, pp. 713-739 y 845-857).
17 J. Ballester i Gibert, “Retablos tardomedievales con ángeles músicos procedentes del antiguo Reino
de Aragón. Catálogo”, Revista de Musicología, 12/1 (1990), pp. 123-201; J. Ballester i Gibert, “Music in the
Sixteenth-Century Catalan Painting”, Music in Art (2006), pp. 132-142. C. Perpiñá García, “Los ángeles músicos.
Estudio de los tipos iconográficos de la narración evangélica”, Anales de Historia del Arte (vol. extraord.,
2011), pp. 397-411; C. Perpiñá García, “Los ángeles músicos en el tipo iconográfico de la Anunciación”,
en Emblemática trascendente: hermenéutica de la imagen, iconología del texto. Pamplona, Universidad de
Navarra, 2011, pp. 673-687; “Música angélica en la imagen mariana. Un discurso visual sobre la esperanza de
salvación”, Acta Artis. Estudis d’Art Modern, 1 (2013), pp. 29-49; J. M. Salvador González y C. Perpiñá García,
“Exaltata super choros angelorum: Musical Elements in the Iconography of the Coronation of the Virgin in the
Italian Trecento Painting”, Music in Art, 39/1-2 (2014), pp. 61-86. En Bizancio, los ángeles músicos en escenas
marianas no predatan a los occidentales (A. Gillette, “The Music of Angels in Byzantine and Post-Byzantine
Art”, Peregrinations. Journal of Medieval Art and Architecture, 6/4, (2018), pp. 26-78); A. Gillette, “Depicting the
Sound of Silence: Angels’ Music and Angelization in Medieval Sacred Art”, Imago Musicae, 27/28 (2014/2015),
pp. 95-125.
18 C. Sachs, Historia universal de los instrumentos musicales, Buenos Aires, Ediciones Centurión, 1947, pp.
43-44.
19 En ciertas zonas del Piamonte al órgano sexual femenino se le denomina guitarrita (M. Franco-Lao,
Música bruja. La mujer en la Música, Barcelona, Icaria, 1980, p. 34). Marius Schneider, en sus peculiares (y
desfasadas) teorías sexúa hasta las notas musicales y, según él, el sonido re sería masculino y el sonido la,
femenino (M. Schneider, El origen musical de los animales-símbolos en la mitología y la escultura antiguas,
Madrid, CSIC, 1946, p. 227), dice que las cuerdas “unidas a un instrumento de música con formas femeninas
expresan un factor erótico. Corrientemente el cuerpo del laúd se compara al de la mujer (tierra), aunque sea
claramente masculino su elemento principal, a saber, las cuerdas” (Ibidem, p. 129).
20 Figuras mitológicas femeninas remataron los clavijeros de las violas da gamba desde principios del
siglo XVII, o en la parte delantera del arpa irlandesa (B. Boydell, “Female Figures on Irish and European
Harps”, The Galpin Society Journal, 50, (1997), pp. 306ss). También se aducen motivaciones políticas al
representar a la Niké en el arpa irlandesa, instrumento nacional de este país, que simbolizaría el control de
Inglaterra sobre Irlanda. Encontramos en este país representaciones de mujeres tañendo arpas al menos
desde 1376 (A. Buckley, “Musical Instruments in Ireland from the Ninth to the Fourteen Centuries. A review
of the Organological Evidence”, en G. Gillen y H. White (eds.), Irish Musical Studies, vol. 1: ‘Musicology in
Ireland’, Dublin, Irish Academic Press, 1990, lám. XVII).
21 A pesar de la también clásica iconografía de Pitágoras descubriendo la afinación a través del monocordio,
instrumento que consta de una cuerda sobre un bastidor a partir de la cual el sabio griego va descubriendo
las proporciones entre los distintos intervalos musicales golpeando con pequeños martillos. Es una opinión
unánime el uso del monocordio como instrumento teórico únicamente.
otras teorías cuestionan también la necesaria potencia pulmonar para tañer instrumentos
de viento que precisen de una columna de aire potente para accionarlos. Las mujeres, en
cuanto sexo débil, fueron poco aptas para este tipo de exigencias.
25 A. Mudarra, Tres libros de música en cifras para vihuela. Sevilla, Juan de León, 1546, “Epístola la muy
magnífico señor don Luys Çapata”. La posición que se adopta al tañer los instrumentos de cuerda tienen un
carácter femenino (Schneider, El origen musical…, p. 129).
26 A. de Cabezón, Obras de Música para tecla, arpa y vihuela... recopiladas y puestas en cifra por Hernando
de Cabezón su hijo (Madrid 1578), vol. I. Higinio Anglés (ed.), Barcelona, CSIC, 1982, p. 21. De modo similar
se manifestaba Castiglione en 1528 (A. Pugh, Women in Music, Great Britain, Cambridge University Press,
1991, p. 7). Más tarde llegarán razones para justificar que las mujeres no tañan violoncelos por la indecorosa
visión de un instrumento entre las piernas abiertas, u otros prejuicios, vigentes hasta nuestros días.
27 Rodríguez Suso, “Un ejemplo de iconología musical…”, p. 28.
una vía que permitiera el acceso de ciertas mujeres a este instrumentario, más propio de
su función gregaria en la mentalidad patriarcal, ostentando los varones la exclusividad a
la hora de tañer instrumentos altos que individualizaban su línea melódica. Una vez que
los instrumentos polifónicos como las violas (de mano o arco) o el laúd se independizan y
adquieren un repertorio solista, la ejecución ya profesionalizada del instrumento quedó en
manos masculinas, repitiendo otra constante en la historia occidental: la prohibición a las
mujeres de ciertas prácticas que antes sí realizaban cuando estas se profesionalizan.
Figura 2. Maestro de Pottendorf. Virgen con Niño entre ángeles, con santa Dorotea y santa
Bárbara (ca. 1465)
Fuente: Procede posiblemente de la abadía de la Santa Cruz (Austria). Es uno de los centenares de
ejemplos de la Virgen rodeada de ángeles tañendo música baja, particularmente con cordófonos. Vendida
en Christie’s (Londres) en 2012 (fragmento), disponible en https://www.christies.com/lot/lot-the-master-of-
the-pottendorf-votive-panel-5584783/ [Consulta: 10-02-2021]
que los llevan en brazos se pasean frecuentemente meciéndolos con cantos infantiles, para
hacer que cierren sus párpados”28.
Las nanas, efectivamente, son canciones para dormir a las/os niñas/os pequeñas/
os, “suaves melodías cantadas, de trazo simple, de carácter íntimo y de fuerte inspiración
amorosa, expuestas individualmente casi siempre por la madre o la abuela”29, pero también
son el primer contacto de la criatura neonata con el universo musical que facilita la transición
del mundo informe de los sonidos/ruidos en general al universo ordenado y sistematizado
de reglas musicales donde se sedimenta una tradición secular que se inocula desde el
inconsciente colectivo al individual de cada nuevo miembro de la comunidad.
La presencia de la música baja tañida por ángeles en la escena de la Virgen con Niño
remite a este contexto de placidez sonora, sin estridencias, necesario para acometer los
primeros años de crianza. El Protoevangelio de Santiago sitúa a santa Ana componiendo
un cántico precisamente después de dar de mamar a la Virgen, con palabras exaltan la
lactancia: “Su madre la llevó al oratorio de su habitación y le dio el pecho. Entonces compuso
un himno al Señor Dios, diciendo: ‘Entonaré un cántico al Señor, mi Dios, porque me ha
visitado, ha apartado de mí el oprobio de mis enemigos y me ha dado un fruto santo, que
es único y múltiple a sus ojos. ¿Quién dará a los hijos de Rubén la noticia de que Ana está
amamantando? Oíd, oíd, todas las doce tribus de Israel: Ana está amamantando’”30.
33 J. Ballester i Gibert, “Els goigs marians i la iconografia musical”, Recerca musicológica, IX-X, (1989-1990),
p. 371.
34 Sobre los avatares arquitectónicos del monasterio: M. Gómez-Moreno, Catálogo monumental de la provincia de
León, Madrid, Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, 1925, pp. 406-415; A. M. Martínez Tejera, “Carracedo
del Monasterio”, en M.Á. García Guinea y J. M. Pérez González (dirs.), Enciclopedia del Románico en Castilla
y León. León. Aguilar de Campoo, Fundación Santa María la Real-Centro de Estudios del Románico, 2002,
pp. 269-287; S. Mora Alonso-Muñoyerro, “Un monasterio cisterciense en el Bierzo”, en Actas del Cuarto
Congreso Nacional de Historia de la Construcción, Madrid, Instituto Juan de Herrera, 2005, p. 787; M. Martínez
Monedero, Castilla y León y la primera zona monumental (1934-1975). La conservación monumental de
Luis Menéndez-Pidal, Salamanca, Junta de Castilla y León, 2011, pp. 178-179; S. Mora Alonso-Muñoyerro
y P. Fernández Cueto, “La piel de la cebolla. Superposición de sistemas constructivos en un monasterio
cisterciense”, en Actas del Octavo Congreso Nacional de Historia de la Construcción, Madrid, Instituto Juan
de Herrera, 2013, pp. 703-704.
Fuente: fotografía de Jaime Nuño González, a quien le agradezco la cesión para este artículo
35 En 1928 solo se había perdido la cabecita del ángel derecho, según vemos en una fotografía de M. Medina
(J. M. Luengo, “Una visita al Real monasterio y palacio de Carracedo”, ABC, (15 de enero) 1928, p. 17). El
resto de las pérdidas, las principales, acaecerían, por tanto, entre esta fecha y el inicio de las intervenciones
restauradoras.
36 Gómez-Moreno, Catálogo…, p. 413. ©CSIC, Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales, ATN/
GMO/a04440). Agradezco la colaboración a Rosa Villalón, Fernando Arce y Raquel Ibáñez (personal de este
centro) todas sus facilidades para la reproducción de esta imagen.
37 J. M. Quadrado, Recuerdos y bellezas de España. Asturias y León, Barcelona, Establecimiento tipográfico-
Editorial de Daniel Cortezo y Cª., 1855, p. 447.
38 A. Cáceres Prat, El Vierzo. Su descripción é historia, León, Ediciones leonesas, 1883, reed. facs. 1992,
p. 90.
39 Gómez-Moreno, Catálogo…, p. 413.
40 Luengo, “Una visita al Real monasterio”, p. 17.
41 Martínez Tejera, “Carracedo del Monasterio”, p. 279.
Las fuentes escriturísticas de donde se extrae el entorno narrativo de esta escena son
extracanónicas, pues de la muerte de María nada se dice en los escritos neotestamentarios.
Sí en los Evangelios apócrifos asuncionistas, como en el libro de san Juan Evangelista el
Teólogo (siglo IV), el de Juan, arzobispo de Tesalónica (ca. siglo IV) y en la más tardía
narración del Pseudo José de Arimatea.
El escultor, con más documentación que maña, conocía al menos parcialmente los
elementos fundamentales del relato y la tradición iconográfica occidental de este motivo, no
demasiado frecuente en tiempos románicos: María situada en una cama paralela a la parte
baja de la composición rodeada de los discípulos de Jesús (isocéfalos y con dos de ellos,
Pedro y Pablo, delimitando el lecho, pero sin individualizarse, como ocurre en Oriente), la
entrega del alma antropomorfa, la ausencia de mobiliario, y la presencia de ángeles.
La interpretación de la rosca de la arquivolta de Carracedo no ofrece duda, y representa
el cielo que rodea la escena terrenal. Según el relato apócrifo: “a la vez que el resplandor
empezó a retirarse, dio comienzo la asunción al cielo del alma de la bienaventurada virgen
María entre salmodias, himnos y los ecos del Cantar de los Cantares”42. Ese ubi celestial
es habitado por ángeles sorprendidos en plena ejecución instrumental conjunta, en lo que
debe ser una de las primeras apariciones de esta guisa desde las cohortes corales de los
Ancianos de los Beatos.
La antropomorfización del alma ascendente responde también a la letra del relato
apócrifo, si bien este recurso no era desconocido en la escultura funeraria románica en un
contexto relativamente cercano a Carracedo, como se ve en el magnífico sepulcro de una
dama desconocida que se halla en la iglesia zamorana de la Magdalena (ca. 1190), en su
día iglesia de la orden del Hospital. El alma de la difunta, también corporeizada, se muestra
envuelta en un paño que sostienen dos ángeles pero, al no tratarse de escena hierofánica,
sino de mujer terrenal, sin atisbo musical alguno. (Fig. 5)
Figura 5. Relieve del sepulcro femenino de la iglesia de La Magdalena, Zamora. Ascensión del alma
(representada de medio cuerpo) entre ángeles. Otros dos ángeles turiferarios flanquean la escena
42 Narración del Pseudo José de Arimatea, XII (Los Evangelios apócrifos…, p. 347).
No se nos escapa que la figura que sostiene el personaje coronado más que alma
parece Niño, por la presencia de cuerpo entero, por aparecer sin fajar, y por la mirada (hoy
también destruida) que le dirige a la Madre. No obstante, las manos en actitud de oración
serán características llamadas a perdurar en la representación de la ascensión del anima
en la escultura monumental leonesa de contextos funerarios43, y no son propias del Niño.
La identificación de la figura erguida y coronada, centro de la escena, es sin duda
femenina, como se aprecia en la imagen antes de la destrucción parcial de su faz, diferenciada
de las demás, y con visible melena. Ha de ser María, pues mantiene la misma actitud hacia
quien sostiene con la que sus homólogas góticas de talla se relacionaban con el Hijo. Pero,
a tenor de lo dispuesto en el relato apócrifo, esta figura debía ser la de Cristo, pues Éste le
dijo a la Madre: “cuando me vieres venir a tu encuentro en compañía de los ángeles y de los
arcángeles, de los santos, de las vírgenes y de mis discípulos, ten por cierto entonces que
ha llegado el momento en que tu alma va a ser separada del cuerpo y trasladada por mí al
cielo”. Efectivamente: “Llegado el domingo, y a la hora de tercia, bajó Cristo acompañado
de multitud de ángeles, de la misma manera que había descendido el Espíritu Santo sobre
los apóstoles en una nube, y recibió el alma de su madre querida. Y mientras los ángeles
entonaban el pasaje aquel del Cantar de los Cantares”44.
Se aleja la Dormición de Carracedo, pues, de convencionalismos importantes como la
representación del anima, la falta de cendal en que envolverla, o la ausencia del arcángel
Miguel (o una mano, en su defecto) que acuda a recogerla para transportarla al cielo. El
esquematismo de esta escena y su discreción formal puede explicar en parte estas faltas,
pero tampoco se puede asegurar que la pérdida de policromía que hubo de revestir la
escena no completase los detalles no labrados. En suma, la escena estaría en consonancia
con “la simplicidad estructural, la concisión narrativa y la austeridad eidética típicas de las
dormiciones occidentales”45. No cuadra, de ninguna manera, la ausencia de Cristo. Resta,
además, la duda, sobre la identidad del personaje yacente. Más que cabellos, parecen
almohadas en las que apoya la cabeza, o una almohada y un velo. Ningún atributo sexuado
parece identificarle. Si no es María, se hace difícil pensar en otro candidato. No se puede
descartar la intuición de Gómez-Moreno (Cristo yacente), pero ni vemos, como afirmó él,
sus llagas, ni tendría sentido el resto de la escena. Cristo no murió rodeado del Colegio
apostólico. Sería un unicum.
Las concomitancias del resto de elementos de la escena con los otros de la Dormición
y, añadimos, la inclusión de los ángeles tañendo violas de arco, instrumentario llamado
a acompañar a la Virgen pocas décadas después de labrarse esta portada, aconsejan
esta hipótesis, que también no sitúa ante la incómoda calificación de unicum, pero con
menos elementos discordantes que si se tratase de Cristo. Así, en la misma escena
María aparece muerta y portando su alma (por eso podrá tocarla sin cendal) pero con la
fusión y mistificación de dos escenas: la Dormición y la Virgen con Niño, en una suerte de
desdoblamiento iconográfico.
El gótico, por su parte, recogerá con profusión la Dormición, particularmente formando
parte de la escultura monumental catedralicia o grandes iglesias. De ellas destacamos la
incluida en el dintel de la portada sur del transepto de la seo de El Burgo de Osma (Soria),
catedral advocada a la Asunción de la Virgen. En esta portada, levantada hacia 1280, y
43 Así aparecen en los sepulcros de Miguel Domínguez (ca. 1335) y de Juan Martínez (ca. 1392) en la
catedral de León.
44 Narración del Pseudo José de Arimatea, II y XI-XII (Los Evangelios apócrifos…, pp. 344 y 347). Sobre
este motivo: S. González, José María, “Iconografía de La Dormición de la Virgen en los siglos X-XII. Análisis
a partir de sus fuentes legendarias”, Anales de Historia del Arte, 21 (2011), pp. 9-52.
45 S. González, “Iconografía de La Dormición”, p. 49.
de mayor calidad técnica que el tímpano carracetense, una de las cuatro arquivoltas que
la enmarcan contiene catorce músicos46. Es planteable la duda de si tales instrumentistas
ponían fondo sonoro a la ascensión del alma virginal (pero no son alados), o si formaban
conjunto con la (perdida) escena pintada del tímpano, dedicada al Juicio Final, y por tanto
fueran una parcial representación de los Veinticuatro Ancianos (Figura 6).
Figura 6. Dormición de la Virgen con el alma antropomorfa en forma de busto en actitud orante.
Dintel de la portada sur del transepto de la catedral de El Burgo de Osma (Soria)
46 Un análisis del origen y paralelos góticos de esta portada en J.-M. Martínez Frías, El gótico en Soria.
Arquitectura y escultura monumental, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1980, pp. 99-125.
47 Gómez-Moreno, Catálogo…, p. 413.
48 En un reciente artículo se demuestra el conocimiento de la escultura monumental románica francesa de
5. CONCLUSIONES
Sin los condicionantes impuestos por el sistema patriarcal, que impuso distintas
prácticas musicales en función del sexo, y asoció diferentes instrumentos musicales para
los varones y las mujeres de carne y hueso, la asociación Virgen con ángeles músicos
no habría llegado a materializarse de este modo. Por ello, la abundancia de instrumentos
propios de la música baja. La presencia en una escena mariana (sea la que fuere) de
cinco ángeles músicos tañendo violas de arco en el tímpano de Santa María de Carracedo
adelanta la cronología de este contexto iconográfico en varias décadas, según lo que
tradicionalmente mantenían los estudios de iconografía musical, no solo en el contexto
hispano, sino también en el europeo.
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catedral de León, con la imagen de la Virgen erguida con Niño, la Virgen Blanca (1275-1285), en el parteluz de
la portada central del pórtico occidental (A. Franco Mata, Escultura gótica en León y su provincia, Salamanca,
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RESUMEN
El presente artículo se centra en el estudio de los distintos períodos musicales que conforman
la Edad Moderna en Europa, teniendo en cuenta desde un punto de vista crítico el actual estado de
la cuestión en materia bibliográfica. Cada período es definido previamente según la problemática
cronológica y conforme a sus características técnicas, estéticas y estilísticas.
ABSTRACT
This article focuses on the study of the different musical periods that make up the Modern Age
in Europe, taking into account the current state of the art in the field of literature from a critical point
of view. Each period is defined according to the chronological problem and in accordance with its
technical, aesthetic and stylistic characteristics.
1. INTRODUCCIÓN
Para conocer el actual estado de la cuestión en torno a la música durante la Edad
Moderna, es preciso el análisis de la producción bibliográfica de carácter científico. Para
71
HISTORIA DE LA MÚSICA Y EDAD MODERNA: ESTADO DE LA CUESTIÓN
ello hemos dividido nuestro artículo en tres etapas claramente diferenciadas: el estilo
renacentista, el estilo barroco y el estilo clásico. Hemos renunciado expresamente, debido
a los límites habituales de un artículo de revista, a tener en cuenta la numerosa bibliografía
que ha generado el estudio de los compositores individuales, de los géneros vocales e
instrumentales, o de centros específicos como una capilla musical catedralicia o una corte
o institución concreta, pues de lo contrario se habrían excedido muy ampliamente los
límites antes citados. Por el contrario, sí se han tenido en consideración las aportaciones
consagradas al estudio global de cada período específico, tanto en forma de volúmenes
concretos como de obras pertenecientes a colecciones o series. Con carácter previo se ha
explicitado tanto la definición y problemática en la periodización como las características de
cada uno de los tres estilos musicales analizados.
2. EL RENACIMIENTO MUSICAL
2.1 Características generales
El término “Renaissance” aparece citado por primera vez por Jules Michelet en el 7º
volumen de su Histoire de France, publicado en 1855, refiriéndose la historia francesa del
siglo XVI. Sin embargo, el término acabará recibiendo su verdadera carta de naturaleza
gracias a Jacob Burckhardt en su obra Die Cultur der Renaissance in Italien (1860), la cual
finalmente definió las determinantes del Renacimiento hasta el día de hoy como un término
historiográfico que marca el paso de la Edad Media a la Edad Moderna y cuya impronta
cultural-histórica estaba garantizada sobre todo por las artes visuales. Burckhardt inspiró
directamente al musicólogo austriaco August Wilhelm Ambros, que aplicó el concepto a la
historia de la música, concretamente en su monumental Geschichte der Musik, publicada
entre 1862 y 1882 (Lütteken, 1997).
Fuente: Johann Wolfgang Goethe Universität in Frankfurt (Colección de Friedrich Nicolas Manskopf)
2.2 Estudios
El trabajo pionero de F. Blume (1968) es válido en calidad de introducción para el
estudio de este período, y en particular para comprender el concepto de “Renacimiento”
aplicado a la música. Para una descripción más detallada de las obras y compositores de
la época sobresale el libro clásico de Reese (1988), originalmente publicado bajo el título
de Music in the Renaissance en 1954: a pesar del tiempo transcurrido, el mayor mérito de
esta monografía reside en la importancia que el autor concede al análisis de los estilos,
relacionándolos con los acontecimientos históricos, la influencia de las grandes cortes y la
personalidad de las figuras más relevantes. El primer libro que planteó una nueva perspectiva
con respecto a Reese fue el volumen de Mayer Brown (1976): escrito por uno de los grandes
historiadores y conocedores de la música antigua, el texto de Brown proporciona una visión
del período 1420-1600 a través de las obras de una sucesión de compositores. A pesar de
las limitaciones de este enfoque tradicional, el interés de Brown por el contexto cultural, la
importancia del mecenazgo y las tradiciones no escritas contribuye decisivamente a que su
estudio brille especialmente en su visión del Renacimiento musical.
El volumen de la Storia della Musica de la Sociedad Italiana de Musicología dedicado
a esta época fue encargado a Claudio Gallico (1986) y fue publicado por primera vez en
su versión italiana de 1978 bajo el título de L’etá dell’Umanesimo e del Rinascimento. Se
consagra dicho libro al estudio de dos siglos cruciales de la cultura europea por los motivos
que aduce el autor: por una parte, se alcanza la madurez plena de la escritura polifónica
de los maestros borgoñones y franco-flamencos como Dufay, Ockeghem y Josquin; y por
otra, el refinado ambiente cultural de las cortes renacentistas italianas permite una nueva
“Cómo editar una chanson: la notación”; así, la presencia del ámbito paleográfico aproxima
la música renacentista de manera práctica al lector, de forma que su visión sobre ésta no
se limita a un aspecto meramente teórico sino que es un primer paso para el conocimiento
de la notación de aquella época, de la cual se estudian la forma de las notas y silencios,
los signos mensurales, las ligaduras, los ennegrecimientos, los puntillos, las claves, etc.,
y como colofón se nos propone la transcripción a notación moderna de una chanson de
Busnois, cuya partitura original se incluye asimismo en el libro. Las partes 2º, 3º y 4º fijan
su atención en tres generaciones de compositores entre 1420 y 1520 con una incidencia
en los géneros más representativos de este período: la misa, el motete, la canción profana
y la música instrumental, sin olvidar el papel que desempeñó el patrocinio musical durante
el siglo XV. No deja de sorprendernos el autor cuando en la segunda parte se incluye el
capítulo denominado “Cómo aprender de documentos de archivos: asientos de nóminas de
salarios y jornales e inventarios” y es que Atlas no puede olvidar su faceta pedagógica y
conoce a la perfección cuáles son los problemas usuales para un estudiante de musicología
a la hora de enfrentarse al reto de una investigación. Las partes 5º y 6º por su parte ocupan
desde 1520 hasta el final del siglo XVI y en los diferentes capítulos, Atlas, sin renunciar al
análisis de determinados géneros, estudia esta última fase del Renacimiento bajo los puntos
de vista de la religión, las relaciones entre música y texto, la teoría musical, la imprenta y, de
nuevo, los criterios geográficos. Sólo cabe citar una crítica a este, por otra parte, magnífico
manual: la escasa importancia que la escuela española representa para Atlas y buena
parte de la historiografía anglosajona. Siendo atinadas las palabras que dedica a Morales y
Victoria, se echa de menos a autores de primera fila como Lobo o Navarro, o bien un mayor
interés por Francisco Guerrero, a quien, en mi opinión, se dedica un espacio irrelevante. De
los vihuelistas no se cita a Fuenllana o Pisador, por citar otro ejemplo de “olvido”. A pesar de
ello, la obra de Atlas constituye una aportación de auténtica referencia y suma originalidad.
la conformación de la música moderna del Renacimiento. Un año más tarde, James Haar
(2006) editó una interesante colección de capítulos, inicialmente pensados para sustituir al
volumen 4º de la New Oxford History of Music (Abraham, 1968), pero finalmente se publicó
de forma independiente: dichos capítulos examinan la música por países y por géneros,
con capítulos adicionales sobre la teoría musical, la Reforma, la Contrarreforma, la música
instrumental y la imprenta musical. La colección se abre con excelentes capítulos sobre el
humanismo del Renacimiento, el concepto del Renacimiento y el concepto del Barroco. Una
de las más recientes aportaciones a esta época musical es el libro coordinado por Fenlon y
Wistreich (2019), perteneciente a la colección Cambridge History of Music. La original visión
de este volumen se aparta ciertamente de la tradicional metodología en la contemplación
del hecho sonoro porque considera la música como un fenómeno que los contemporáneos
de aquella época experimentan en su vida cotidiana, ya sea como músicos o como oyentes,
y como algo que acaeció en lugares concretos y en diferentes contextos intelectuales
e ideológicos, en lugar de una historia de géneros, países, autores y sus obras. Junto
con el libro de Atlas, se trata posiblemente de los dos estudios de referencia en torno al
Renacimiento musical y los dos manuales más consultados en las aulas de los actuales
conservatorios superiores y universidades.
Una de las más recientes aportaciones a esta época musical se debe a W. Fuhrmann
y E. Schmierer, quienes han dado a conocer Die Geschichte der Musik der Renaissance
(2016) en dos volúmenes, constituyendo una novedad editorial de indudable interés,
perteneciente a la magna colección Handbuch der Musik der Renaissance, concebida en
seis volúmenes. Por último, cabe citar el volumen correspondiente al Renacimiento de
la colección norteamericana Western Music in Context: A Norton History, a cargo de R.
Freedman (2018), en el que el autor trata de explicar las causas que contribuyeron a los
avances que posibilitaron el nacimiento de la música moderna en relación con las prácticas
sociales y culturales. Para ello, se tiene en consideración no sólo a los compositores e
intérpretes, sino también a quienes la promovían, financiaban o escuchaban o a quien la
conservaba y poseía, sin olvidar otros aspectos de gran interés como los propósitos sociales
y estéticos a los que servía. De lectura amena y ágil, y sin la erudición de las aportaciones
de Atlas y de Fenlon y Wistreich, los numerosos ejemplos e ilustraciones hacen de este
libro una excelente herramienta de introducción para adentrase en esta época de cambios
profundos en la sociedad europea.
Para el estudio de la música española renacentista, es necesario tener en cuenta
el volumen II de la Historia de la Música española de Alianza Música, a cargo del padre
S. Rubio (1983), uno de los musicólogos españoles más sobresalientes de la segunda
mitad del siglo XX. Sin embargo, es quizá uno de los volúmenes de la citada serie más
decepcionantes por las expectativas creadas y por la propia formación de Rubio, tratándose
en su caso de un gran especialista de la música española de aquella época, acreditada
gracias a sus extraordinarias aportaciones anteriores sobre el Siglo de Oro de la música
española (el siglo XVI). La no inclusión de notas a pie de página y las recomendaciones de
los editores en el sentido de que no primara en la redacción la terminología especializada
dieron como fruto un estudio no logrado del todo. Por otra parte, es de interés la lectura
del libro colectivo editado por E. Casares (1975), en el que colaboran investigadores como
López-Calo o el propio Rubio.
Las más reciente y más completa aportación a la música renacentista española se
debe a M. C. Gómez Muntané (2013), la cual se hizo cargo del ensayo inicial “El renacer del
repertorio lírico español”, y del capítulo 2º, “Del villancico sacro a la ensalada”, en los que
se incluye una actualización de la música en las principales cortes de la península ibérica,
los inventarios de libros de música y los instrumentos de cada una de ellas, los músicos
que trabajaban y los eventos sociales de la aristocracia que eran acompañados por música;
el estudio del repertorio lírico español de villancicos, romances y madrigales, y también de
las ensaladas, así como las fuentes donde se han conservado. Dedica asimismo la autora
un apartado a la Universidad de Salamanca y su cátedra de música. Javier Suárez-Pajares
se encarga del tercer ensayo, “La música instrumental: vihuelas, arpa y tecla” y hace un
primer recorrido por la música escrita para vihuelas y guitarras de Milán, Narváez, Mudarra,
Valderrábano, Pisador, Fuenllana y Daza, concluyendo con un exhaustivo análisis de los
tratados para arpa y teclado, y del repertorio para los mismos. Para Suárez-Pajares el
desarrollo de la imprenta musical y de la educación musical, incluida en las conductas y los
modales del cortesano son dos factores claves para entender el cambio de situación que
se produce en estos siglos. Los capítulos 4º y 5º tratan la música litúrgica mientras que el
cuarto ensayo “Música sacra: el esplendor de la tradición” hace referencia a la música sacra
y sus géneros dentro de un contexto sociocultural y corre a cargo del musicólogo Juan
Ruiz-Jiménez, el cual profundiza en la estructura musical de las instituciones eclesiásticas,
los géneros musicales en latín de la misa y los oficios, de la Semana Santa y los servicios
de difuntos, para terminar con el motete y los géneros relacionados con él. El apartado “El
contexto sociocultural de los creadores y su producción musical”, ofrece una mirada hacia
la vida de compositores tanto conocidos como desconocidos hasta ahora. Algunas de las
señas de identidad más claras de España que destaca Ruiz-Jiménez son la consolidación
del modelo estructural musical eclesiástico desarrollado a finales de la Edad Media y la
proliferación de los conjuntos instrumentales de ministriles en las capillas musicales. “El
impacto del Concilio de Trento”, título del capítulo quinto está a cargo del musicólogo
estadounidense Grayson Wagstaff, en reconocimiento a la aportación de los investigadores
anglosajones a la musicología española, sobre todo en el campo de los grandes polifonistas.
Aborda el repertorio de música litúrgica antes y después del Concilio de Trento de 1545, la
transición a la liturgia reformada de Morales a Guerrero y un apartado dedicado a Tomas Luis
de Victoria. Cristina Urchueguía, profesora de la universidad de Berna y una de las pocas
musicólogas españolas que aborda en sus trabajos el repertorio hispanoamericano de fecha
más temprana, ha desplegado aquí sus conocimientos bajo el título “La colonización musical
de Hispanoamérica”. Siguiendo con los criterios que se plantea la colección, destacan el
rigor del trabajo de investigación y la riqueza de la información, manteniéndose al final de
cada capítulo una bibliografía y una discografía recomendadas.
Figura 3. Paolo Farinatis: Reunión del Concilio de Trento en 1563 (2ª mitad del siglo XVI)
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/d/d3/Tridentinum.jpg
Tal como especifica Palisca (2001), uno de los primeros autores en emplear el término
barroco aplicado a la música fue Noel Antoine Pluche, quien en su obra Spectacle de la
nature (1746) diferenciaba claramente entre los partidarios de la música “cantante” y los
que abogaban por la “musique baroque”, caracterizada por la aspereza y la audacia de sus
sonidos. Este último significado es el que recogió Rousseau en su Dictionnaire de musique
(1768) cuando escribió que “música barroca es aquella en la que la armonía es confusa,
cargada de modulaciones y disonancias, la melodía áspera y poco natural, la entonación
difícil y el movimiento constreñido” (Fuente, 2007: 100). Evidentemente, no se puede estar
hoy día más en desacuerdo con tal afirmación, plena de prejuicios propios del pensamiento
ilustrado, si la tuviéramos que aplicar a la música de Cavalieri, Monteverdi, Schütz, Durón,
Vivaldi, Rameau, Händel o Bach.
3.2 Estudios
Una de las investigaciones pioneras en el empleo moderno del término “barroco”
aplicado a la música histórica entre 1600 y 1750 se debió al musicólogo alemán Curt Sachs
(1919). Uno de sus más destacados alumnos, Manfred Bukofzer (1986), publicó en 1947 el
primer gran estudio sistemático de aquella época y, pese al tiempo trascurrido, todavía resulta
útil en sus planteamientos al tratar la música de forma autónoma y en sus propios términos,
en vez de situarla en entornos históricos más amplios: por tal razón sigue constituyendo
una referencia en los estudios fundamentales de la música barroca, tanto por el contenido
en sí como por el enfoque y la sistematización de un material tan amplio y abundante como
el que presenta la música de este período. Modélicas han sido las diferencias estilísticas y
técnicas con las que contrapone el estilo renacentista y el barroco. Otro texto clásico, cuyo
autor es Claude Palisca (1983) y publicado por primera vez en inglés en 1968, aborda el
estudio del período desde una perspectiva diferente a la de Bukofzer: lejos de ser un manual
comprehensivo del periodo barroco, es más bien una especie de introducción concisa y de
carácter didáctico, en la que apenas se mencionan algunas figuras importantes. El énfasis
de este libro recae en los sistemas compositivos más significativos a través de ejemplos
musicales concretos, gracias a los cuales Palisca justifica su merecido prestigio como uno
de los grandes especialistas del barroco musical.
No puede olvidarse la contribución de la musicología española: en un manual
universitario, editado bajo la dirección de E. Casares (1977), se puede encontrar una síntesis
útil de los aspectos principales de la música barroca, tanto en términos generales como a
niveles más específicos (la música religiosa, la ópera o la música teatral en España): en él
han participado los más relevantes especialistas españoles sobre el barroco, entre los que
cabe destacar a J. López-Calo o A. Martín Moreno. Una aportación válida que nos permite
un enfoque global del siglo XVII es el volumen cuarto de la prestigiosa serie alemana
Neues Handbuch der Musikwissenschaft, a cargo de Werner Braun (1981). Dos obras que
forman parte de la serie Storia della Musica de la Sociedad Italiana de Musicología, son los
volúmenes correspondientes al siglo XVII (Bianconi, 1986) y primera mitad del XVIII (Basso,
1986): si bien ambos volúmenes adolecen de falta de ejemplos musicales como forma de
ilustrar las partes de carácter analítico, habría que destacar del primer libro la inclusión de
numerosos textos de tratadistas de la época, lo cual supone un instrumento de primer orden
para conocer las fuentes teóricas de la música del Seiscientos. Por su parte, la serie inglesa
Man and Music nos regaló con un volumen a cargo de Price (1989), el cual considera a
Monteverdi como fundador de la música moderna y por tal razón, su monografía se inicia
con el estudio de la música italiana para posteriormente cambiar el foco de atención hacia
otras regiones y países como Francia, Inglaterra, Austria o los estados alemanes, sin dejar
de considerar la música hispánica.
Como obra de consulta general sobre los aspectos de todo el período, merece citar la
editada por J. H. Baron y D. L. Heiple (1993). A la categoría de libro de consulta pertenece
asimismo el excelente compendio coordinado por J. A. Sadie (1990), en el que han
participado parte de los más relevantes especialistas en la materia, tales como M. Talbot,
P. Holman, A. Dunning o L. K. Stein, a quien se le encargó el capítulo relativo a la música
ibérica e hispanoamericana.
Un libro de gran interés que presenta una de las más renovadoras visiones sobre
los estudios del Barroco, es el ofrecido por Buelow (2004), uno de los más respetados
especialistas en la materia, si bien algo descompensado, debido al protagónico espacio
dedicado a la música alemana a causa de los intereses académicos del autor. El mayor
mérito de esta aportación reside en el énfasis puesto en ilustrar cada estilo musical con
más de 200 ejemplos musicales, algunos de ellos muy extensos Por otra parte, presenta
una novedosa cronología al dividir el libro en un barroco temprano (1600-1700) y un barroco
tardío (1700-1750), negando así la existencia de un barroco intermedio, decisión que puede
resultar cuestionable. La obra se completa con la inclusión de sendos capítulos dedicados
a la composición barroca en países del este de Europa y de América latina, ambos a cargo
de otros especialistas. También ofrece un interés inusitado, fiel reflejo de los excelentes
resultados que ha dado la musicología anglosajona en los últimos veinte años, el volumen
dedicado al siglo XVII, perteneciente a la serie Cambridge History of Music y editado por
Carter y Butt (2014), los cuales lideran un nutrido grupo de especialistas en la época.
Aunque no se aparta del sistema tradicional de la metodología analítica aplicada a las
obras musicales, incide en otros aspectos como el estudio de las instituciones que albergan
y fomentan la creación y la interpretación musicales, las políticas culturales de aquel tiempo
y las formas en las que la música se relacionaba con las artes, ciencias y creencias de la
época. Esta monografía mantiene el elevado nivel científico que toda la serie posee y que
hace de ella una de las colecciones más sobresalientes.
En otro orden de cosas, la traducción al español del libro de John W. Hill (2008),
perteneciente a la celebrada serie Norton Introduction to Music History, significó un antes
y después en la bibliografía de nuestro país dedicada al barroco musical. La obra de Hill
supone una de las aportaciones más brillantes de las últimas décadas: se trata de un
fascinante y completo análisis de la música de la época barroca, en el que el autor asume
el papel de historiador social, antropólogo cultural, musicólogo y narrador, para, con su
apasionante visión de las fuerzas culturales, sociales y políticas del momento, ofrecernos
un marco válido que nos permite valorar en su justa medida las innovaciones y cambios
que tuvieron lugar en la música occidental desde finales del siglo XVI hasta mediados del
XVIII en las culturas nacionales de la Europa occidental. Uno de los innegables méritos de
esta obra radica en el hecho de recurrir a los acontecimientos previos a 1600, necesario
para explicar los logros y transformaciones que ocurrieron en las primeras décadas del
siglo XVII. Hill aborda el estudio de la música barroca desde diferentes perspectivas:
historia social, antropología cultural histórica, teoría musical de la época, historia del estilo
musical y narrativa histórica. No puede dejar de tenerse en cuenta que las obras musicales
se enmarcan en una actividad social, tal cual es la producción musical, razón por la cual
la historia social desempeña un papel fundamental en la concepción de este libro. A su
vez, como productos culturales que son, las obras musicales pueden ser entendidas bajo
el prisma de la personificación de un valor cultural, de ahí que la antropología cultural
(centrada en dichos valores culturales y en sus expresiones mediante la escritura, las
artes, el pensamiento abstracto y otras formas de comportamiento simbólico) sea tenida en
consideración. Asimismo, la teoría musical y la historia de los estilos nos proporcionan los
medios necesarios para comprender la diversidad de las ideas musicales y su plasmación
correspondiente en los distintos estilos y variantes nacionales en la música del Barroco. Del
Sacro Imperio a los territorios de la América hispana, de la ópera al oratorio, de la cantata
a la sonata, de la teoría a las prácticas improvisatorias, Hill analiza los principales géneros,
formas y estilos que marcaron la evolución musical durante más de dos siglos, de la mano
de sus principales protagonistas: Purcell, Corelli, Vivaldi, Lully, Rameau, Händel, etc. hasta
llegar a la inmensa figura de Johann Sebastian Bach. El texto se completa con el análisis
en profundidad de ochenta ejemplos musicales, al que se suma una amplia bibliografía al
final de cada capítulo. Además, y a diferencia de lo que suele ser habitual en la musicología
anglosajona, el capítulo referido a la música española de la época es bastante completo.
Finaliza la obra con un útil glosario de figuras retórico-musicales. En definitiva, se trata de
una obra indispensable para cualquier estudioso que quiera acercarse o profundizar en el
mundo del barroco musical. Es necesario advertir que no se trata de una obra introductoria
(pese al título de la serie completa) pues presupone del estudiante y del lector en general
conocimientos amplios de técnica y terminología musicales.
El libro colectivo editado por Stauffer (2006) resulta de utilidad ya que, al tratarse los
distintos colaboradores de verdaderos especialistas en cada una de las materias tratadas,
supuso en su momento una actualización de gran valor. La más reciente monografía del
ámbito anglosajón se debe a la catedrática de Musicología de la Universidad de Princeton,
Wendy Heller, y se encuadra en la afamada colección de la editorial norteamericana
Norton Western Music in Context: A Norton History. Se trata de un meritorio volumen en
el que se supera la clásica historia basada en compositores, géneros o estilos, sino que,
gracias a una sugerente visión interdisciplinar se tiene en consideración aspectos como
el mecenazgo, la educación, los rituales civiles y religiosos, el teatro y la cultura visual
de la época o los conflictos religiosos y políticos, siempre contextualizados en el arte y
literatura contemporáneos. Todo ello permite a la autora enhebrar una visión de conjunto
de gran interés que ha sida alabada por la crítica especializada a causa de la novedad en
el tratamiento de las fuentes.
Para la música española del siglo XVII debe mencionarse en primer lugar el libro
de López-Calo (1983), obra de referencia para el estudio de aquella época: el autor, gran
conocedor de la música barroca de nuestro país gracias a su labor de catalogación de las
fuentes musicales catedralicias, presenta un compendio en el que ofrece su personal y
sugerente visión de esta época, estudiando cuestiones de gran interés, como la armonía y
el acompañamiento, las formas musicales, los instrumentos y la teoría. Se puede completar
la lectura de este libro con el artículo del mismo autor (1987) en torno a la evolución del estilo
barroco al clásico. Otro artículo cuya lectura es necesaria para una mejor comprensión de
la problemática del barroco en España son el artículo de Vega (1981) y el folleto de Querol
Querol (1982).
los primeros años del siglo XIX) hayamos asistido a una etapa tan prolífica y florida como
la que nos ocupa. Se ha debatido intensamente sobre el fin del Clasicismo: mientras unos
investigadores optan por el cambio de siglo (1800), otros se inclinan sin embargo por el
Tratado de Viena (1815) o la muerte de Beethoven (1827). En nuestra opinión, el comienzo
de la tercera etapa estilística de Beethoven en torno a 1816 marcaría el final de la época
clásica pues el estilo tardío del compositor germano anuncia varias de las características
que informarán el futuro estilo romántico. Un relevante y prestigioso autor como Blume
(1979) postula por su parte que, en realidad, existe una continuidad entre Clasicismo y
Romanticismo, debiendo ser considerados ambos como una unidad.
Un debate permanente se ha fraguado sobre la etapa de transición entre el Barroco y
el Clasicismo pleno: en concreto se discute si los estilos galante, sensible (“empfindsamer
Stil”) o “preclásico”, representan los últimos desarrollos del período barroco, suponen una
mera transición hacia el estilo clásico o son indicativos de un cambio estilístico musical
definitivo. Por otra parte, términos como “Rococó”, “Ilustración” o “Sturm und Drang” aluden
a aspectos artísticos, filosóficos o literarios que, aunque puedan ser empleados en la música,
carecen de una definición musical específica, tal como ha señalado Van Boer (2013).
Por último, definir toda la época clásica circunscrita exclusivamente a los principales
representantes de la Escuela de Viena, Joseph Haydn (1732-1809), Wolfgang Amadeus
Mozart (1756-1791) y Ludwig van Beethoven (1770-1827), no correspondería a la
veracidad histórica ya que no se tendría en consideración el alcance global de la música
del período clásico y la variedad de escuelas nacionales, por no mencionar los lugares y
compositores cuyas innovaciones musicales prepararon el camino para el surgimiento del
período romántico. Dicha jerarquización obligaría a una comparación un tanto subjetiva
entre los grandes genios y los denominados “Kleinmeister” (capaces e incluso excelentes
compositores que gozaron de gran reputación en su momento pero que hoy día han sido un
tanto olvidados y por ello están necesitados de una reevaluación de su producción musical).
El término “Clasicismo” proviene del término latino “classicus” (de primera clase) en
el sentido de un modelo de excelencia, etiqueta que está reservada apropiadamente para
obras de géneros suficientemente amplios en alcance y posibilidades de desarrollo como
para ser susceptibles de realización “clásica”, una condición que se cumple durante la
segunda mitad del siglo XVIII (Heartz, 2001). Por lo que se refiere a las características
principales del periodo clásico, podemos centrarlas en el papel cada vez más preponderante
y colorista de la orquestación, en consonancia con la creciente importancia del género de
la sinfonía y del concierto orquestales; la adopción de géneros que son considerados como
modelos de perfección e imitación (la sonata, el cuarteto, la sinfonía y el concierto); la
implantación de medios organizativos que se articulan en la forma sonata gracias al uso de
un equilibrado plan basado en la ordenación exposición-desarrollo-reexposición y el uso de
temas contrastantes, desarrollados en cada obra o movimiento; el empleo de elementos
dramáticos en la música (dinámicas que contrastan rápidamente, articulaciones, texturas
sutiles variadas, etc.); el uso de una armonía y modulación innovadoras; el desarrollo
idiomático tanto de las voces como de los instrumentos en términos de capacidad técnica y
expresividad; y la rápida expansión de una cultura y estilo musicales que gozaron de gran
predicamento y prestigio.
4.2 Estudios
Salvo el caso de R. Taruskin, autor de una monumental historia general de la música
(The Oxford History of Western Music) en cinco volúmenes, es prácticamente imposible
encontrar un caso semejante en el actual panorama historiográfico. Dado el elevado grado
de especialización al que se ha llegado, resulta inverosímil que un único autor pueda
abarcar una tarea titánica de esta naturaleza. Por tal razón, el volumen 2º de Taruskin
(2005b) de la citada historia general de la música ofrece cierto carácter superficial en lo que
respecta al tratamiento de los temas generales, si bien plantea una interesante reflexión
en la siempre problemática cuestión de la transición del Barroco al Clasicismo. Es por
tal razón que predominan las monografías parciales por períodos estilísticos a cargo de
autores únicos o bien obras colectivas, como es el caso de los estudios pioneros sobre el
Clasicismo musical protagonizados por Wellesz y Sternfeld (1973), Ratner (1979), Dalhaus
(1985), Rosen (1986) y Zaslaw (1991), que en su momento respectivo se apartaron de
otros trabajos de enfoque más tradicional, como los de Pauly (1974) y Pestelli (1986): la
total ausencia de ejemplos musicales en el último libro impide que pueda profundizarse en
el análisis musical de las técnicas compositivas, lo que lastra por completo las bondades
de dicha publicación. En concreto, la principal novedad planteada por Ratner (1979) se
basaba en el original planteamiento de la teoría de los tópicos musicales, entendiendo por
tal concepto los lugares comunes que se observan en las obras del estilo clásico y que
remiten intertextualmente a estilos, tipos o clases de músicas reconocibles (López-Cano,
2002: 13). También supuso una renovación sustancial del estudio del período clásico la
monografía de Rosen (1986): partiendo de géneros concretos, el autor plantea un estudio
comparativo entre las principales figuras (Haydn, Mozart y Beethoven) de la Escuela de
Viena, por lo que está ausente una valoración global al no tenerse en consideración otras
escuelas o vertientes nacionales. Por su parte, el libro del cual es editor Zaslaw (1991),
uno de los más brillantes exponentes de la investigación musicológica actual, pertenece
a la célebre serie inglesa Man and Music y presenta un carácter colectivo: centrado en la
actividad musical de las ciudades y países pioneros en la introducción del estilo clásico
(Italia, Viena, París, Salzburgo, Bohemia, Mannheim, Londres, Estocolmo, España y
Filadelfia), se consideran las músicas compuestas e interpretadas en términos del sistema
de gobierno y del patrocinio, así como de las características de cada obra, condicionadas
por el contexto cultural de la época.
Tres recientes aportaciones han significado una renovada visión sobre la era clásica
a cargo de autores como Downs (1998), Keefe (2009) y Rice (2019). Uno de los más
destacados estudios de carácter general sobre la música del período clásico es el de
Philip Downs (1998), perteneciente a la serie Norton Introduction to Music History: en este
manual se analiza la música surgida en torno a 1750 que se extendió hasta la segunda
década del siglo XIX. El autor opta por prescindir de los términos al uso (rococó o clasicismo
pleno) para caracterizar esta etapa, organizando su obra en períodos de corta duración,
analizando las condiciones sociales y la vida de cada compositor, así como la estética
imperante y un elemento nuevo que hace acto de aparición en esta época: las preferencias
y los gustos del público por un género concreto. Aborda asimismo Downs la organización de
las combinaciones y grupos orquestales (en un momento en que nace la orquesta moderna)
y los diversos estilos interpretativos. De consulta imprescindible es asimismo el excelente
volumen de la Cambridge History of Music correspondiente al periodo analizado, editado
por Simon P. Keefe (2009) y en la que participan 23 destacados especialistas en la materia
que asumen en sus respectivos capítulos el estudio de las escuelas nacionales del período
clásico de forma exhaustiva. El principal mérito de este trabajo reside en que no se limita
a estudiar la producción musical de los grandes genios, sino que se adentra también en
la exploración de repertorios, obras y tendencias musicales poco conocidas, y en lugar
de basarse en fenómenos temporales, periódicos y relacionados con el compositor, está
organizada por géneros. Por otra parte, los capítulos se agrupan según las distinciones de
música eclesiástica, música teatral y música para la sala de conciertos que condicionaron
tanto el pensamiento como la actividad y producción musicales en el siglo XVIII. El segundo
mérito de esta obra de consulta obligada estriba en su propuesta de visión de la música
del Setecientos en términos de culturas y prácticas musicales interactivas y mutuamente
estimulantes.
Por último, el libro de Rice (2019) se enmarca en la colección Western Music in
Context: A Norton History y constituye una excelente introducción a la temática analizada:
sin renunciar al estudio de las grandes personalidades del período, adopta el original
sistema de una gran gira musical por toda Europa con una breve excursión al continente
norteamericano, ampliando su estudio a figuras menos conocidas como Hiller, Philidor o Anna
Bon, y teniendo en cuenta no sólo las obras, sino también aspectos como el mecenazgo, el
público y los intérpretes, factores que incidieron en la evolución de la creación y del gusto
musicales durante el Siglo de las Luces; sin embargo, ignora algunos autores significativos
del XVIII, como el padre Antonio Soler o áreas importantes como Escandinavia.
Para la música española de este periodo es fundamental el manual de la Historia de la
Música referido al siglo XVIII, de Alianza Editorial, a cargo de Martín Moreno (1985), primer
intento serio de compilar la historia de la música dieciochesca en nuestro país: estructurado
en cuatro grandes apartados, (Música de Iglesia, Música de cámara, Música teatral y Música
teórica), Martín Moreno realiza una brillante exposición de las escuelas, estilos, formas,
polémicas musicales, que caracterizan la música española de aquella época, sin renunciar
a tener en cuenta la función social de la música y de los compositores españoles en el siglo
XVIII, lo cual explicaría la diversidad estilística que impera en la España del Setecientos.
A Martín Moreno (1976) se debe asimismo la principal investigación de la teoría musical
española, en la que el autor desgrana el pensamiento musical durante la época ilustrada
gracias al análisis de la obra teórico-musical de Feijoo y a la recopilación y respectivo
análisis de las principales fuentes primarias conservadas (tratados, opúsculos, folletos,
artículos, etc.), pertenecientes a los principales teóricos españoles del siglo XVIII; otorga el
autor especial relevancia a las diferentes polémicas que se suscitaron en aquella centuria.
Una aportación de gran interés a este tema es la debida a Boyd y Carreras (2000),
libro en el que se muestra la música española del siglo XVIII en consonancia con las últimas
tendencias historiográficas, como un periodo de cambio y modernización en el que la cultura
musical española se abrió a las distintas influencias europeas. Se trata de las actas de un
congreso celebrado en 1993 en el Centre for Eighteenth-Century Studies (Universidad de
Gales), que abarcan los distintos géneros de la música instrumental y vocal de la época,
ofreciendo la última investigación sobre temas tan diversos como la ópera, los instrumentos
musicales, la cantata de cámara o el villancico religioso, además de dos estudios sobre la
presencia de la música española en la América colonial.
5. CONCLUSIONES
Puede afirmarse sin ningún género de duda que la investigación de la música durante
la Edad Moderna ha atraído buena parte de la atención de los musicólogos, como ha podido
comprobarse en este artículo, siendo minoritaria la dedicación a los estudios medievales o
a la música contemporánea de los siglos XX y XXI.
Si bien una parte sustancial de las investigaciones musicales entre los siglos XVI
y XVIII siguen estando dedicados al estudio de la vida y obra musical de los principales
compositores o a centros específicos (cortes, catedrales, instituciones educativas, etc.),
se han prodigado asimismo trabajos más ambiciosos que abarcan una amplia panorámica
sobre períodos estilísticos completos: una parte de dichos trabajos se enmarcan en
la publicación de ambiciosas series (Norton Introduction to Music History, New Oxford
History of Music, Cambridge History of Music, Storia della Musica de la Sociedad Italiana
de Musicología o Historia de la música española de Alianza editorial) o bien se trata de
publicaciones individuales, de autor único o de carácter colectivo.
Sólo una mínima parte de todas estas publicaciones citadas en el presente trabajo se han
traducido a la lengua castellana, pese a los avances efectuados, gracias, fundamentalmente,
a la meritoria labor de la editorial Akal, que ha dado a conocer en los últimos veinte años
todos los volúmenes de las colecciones Norton Introduction to Music History y Western
Music in Context: A Norton History, ambas pertenecientes a la editorial Norton de Nueva
York. La tardía introducción de los estudios musicológicos en la universidad española a
partir de los años 80 del siglo pasado ha provocado esta carencia bibliográfica en torno
a la música histórica: en este sentido fue trascendental la actuación de Alianza editorial,
la cual fundó una serie emblemática (Alianza Música) en 1983, que comenzó a suplir las
enormes lagunas hasta entonces existentes, traduciendo obras clásicas de la musicología
internacional pues hasta los años 80 las escasas fuentes historiográficas disponibles en
castellano sobre cuestiones histórico-musicales sólo eran accesibles a través de editoriales
argentinas como Víctor Leru o Ricordi-Argentina. Hoy en día, sin embargo, el panorama
editorial español en materia musical ha mejorado sustancialmente pues, si bien el ritmo
de publicaciones de Alianza Música ha disminuido, otras editoriales como Taurus, Turner,
Alpuerto o la propia Akal han tomado el relevo (Capdepón, 2005).
BIBLIOGRAFÍA
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Press, https://www.oxfordbibliographies.com/view/document/obo-9780199757824/
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(Consulta: 9-10-2011).
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Musicología, vol. IV, pp. 237-268.
Wellesz, E. y Sternfeld, F. W. (1973), New Oxford History of Music. VII. The Age of
Enlightenment (1745-1790), Oxford, Oxford University Press.
Zaslaw, N. (ed.) (1989), Man and music. The Classical Era. From the 1740s to the end of the
18th century, Londres, Macmillan.
RESUMEN
En el marco temporal que transita entre fines de la Edad Media y a lo largo de la Edad Moderna
fructifica la progresiva integración de la música dentro de las prácticas sociales, ceremoniales y
festivas que ponen en escena la imagen de las oligarquías urbanas. Este trabajo estudia la evolución
de este fenómeno a partir de las completas fuentes documentales del Archivo Municipal de Jerez
de la Frontera.
ABSTRACT
In the time frame running between 1500 and 1800, there was increased integration of music
into different social practices and various ceremonial and festive scenarios in which the image of the
local oligarchies was staged. This work studies the evolution of this phenomenon on the basis of the
complete documentary sources of the Municipal Archives of Jerez de la Frontera
90
Juan Antonio Moreno Arana
1. INTRODUCCIÓN.
El trasvase de los códigos musicales del ceremonial áulico y eclesiástico al resto
de instituciones, fenómeno que experimenta su máximo alcance durante los siglos
modernos1, tiene en Jerez de la Frontera un caso particularmente interesante de estudio2;
su privilegiada situación geoestratégica, unida a su dilatado y copioso alfoz, la integran en
las redes comerciales de los emporios de Sevilla y Cádiz, elevando el tono social y cultural
de la ciudad jerezana con respecto a otros núcleos de la región3. En este contexto de
incesante fluir de dinero, personas e ideas tiene lugar una temprana adopción de lo sonoro
como engranaje de la Potestas y de la Auctoritas de la institución concejil jerezana. Unas
prácticas musicales en las que habría que valorar el efecto de la presencia extranjera, y en
especial la italiana, que se injerta en la oligarquía local desde fines de la Edad Media y de
la permanente cercanía espacial y de trato político y personal con la corte real de Enrique
IV o con casas nobiliarias como las de los Ribera o los Medina Sidonia como agentes
impulsores de la identidad nobiliaria a través de la música4.
Partiendo de estas coordenadas, las páginas que siguen pretenden, desde la base
las completas fuentes documentales del archivo capitular de Jerez, en coordinación con
fuentes narrativas de ciertos eventos ceremoniales o festivos, determinar, en primer lugar, la
naturaleza de la elección de distintas tipologías de músicos e instrumentos para el servicio
de este grupo dirigente jerezano a lo largo de la Edad Moderna. En un segundo punto, el
objetivo ha sido delimitar, desde este contexto, la sonorización de los distintos escenarios
del ceremonial urbano que protagoniza el gobierno municipal.
1 Los estudios que han prestado atención monográfica al papel de la música en la escenificación del poder
urbano en España han tenido un amplio recorrido historiográfico en las dos últimas décadas. En la bibliografía
final hacemos una selección de algunos de los estudios más representativos.
2 Un primer acercamiento en: J. A. Moreno Arana, “Música y poder municipal en Jerez de la Frontera. Siglos
XVI-XVII”, Historia, Instituciones y Documentos, 45, (2018), pp. 241-268.
3 H. Sancho de Sopranis y J. Lastra Terry, Historia de Jerez de la Frontera, tomo II, Jerez, 1965, pp. 51-69.
4 Con respecto a la música en la formación ética e intelectual nobiliaria en la Italia del Renacimiento véase,
por ejemplo: S. Lorenzetti, Musica e identità nobiliare nell’italia del Rinascimento Educazione, Mentalità,
Immaginario, Florencia, 2003. Sobre las “cortes musicales” españolas en el siglo XV: C. Bejarano Pellicer,
“De las alegrías medievales a las solemnidades barrocas: las raíces del paisaje sonoro festivo de la España
moderna en la crónica del condestable Miguel Lucas de Iranzo”, en Paisajes sensoriales, sonidos y silencios
de la Edad Media. Mar del Plata, Universidad Nacional de Mar del Plata, 2016, p. 247.
5 El reclutamiento de músicos municipales en: C. Bejarano Pellicer, El mercado de la música en la Sevilla del
Siglo de Oro, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2013, pp. 232-300; J. A. Moreno Arana, “Música...”, pp. 254-264.
6 C. Bejarano Pellicer, El mercado..., p. 224.
por la polifonía en el ceremonial público y que el aspecto heráldico de las trompetas estaba
dejándose a un plano más secundario en una sociedad cada vez menos militarizada y ya
imbuida en las coordenadas culturales del Renacimiento; que a los regidores les importaban
la solvencia polifónica de sus trompetas se demuestra con la petición que meses más
tarde, el trompeta Gaspar Sirgado haga para solicitar el aumento del sueldo de sus dos
compañeros, que tañían la voz de contrabajo y de tenor respectivamente17.
En estos años, el cabildo tiene a su servicio simultáneamente a ministriles y
trompetas (lo que deja fuera del debate una posible asimilación terminológica entre ambos
instrumentistas), tal y como disfrutaba el cabildo sevillano18. La variedad instrumental y de
repertorio que ofrecían los ministriles los convertirá en los músicos más demandados del
momento. Esto hará que cabildos seculares y catedralicios, o colegiales, como en el caso
jerezano, se pongan de acuerdo para cofinanciarlos19. Sin embargo, con un mercado laboral
musical al alza fue difícil para el cabildo de Jerez evitar la desbandada de sus ministriles20.
El afán por contar con el cualificado servicio musical que estos músicos ofrecían no será
satisfecho hasta que hacia 1576, en un momento de renovación de la imagen de la ciudad
promovida por los munícipes, se contrate a la copia de Juan de Saravia, que vendrá a
sustituir a la figura de los trompeteros. En efecto, a Saravia se le puede relacionar con el
homónimo ministril instalado en la Capilla Real de la Catedral de Granada en 1563, donde,
con varios miembros de la familia Flandes, formados al servicio del ducado de Medina
Sidonia, podría estar detrás de la compilación de las piezas que componen uno de los
contados libros de música para ministriles que han llegado a nuestros días21.
La copia municipal de ministriles se mantiene hasta el último tercio del siglo XVII. De
este modo, el último gran acontecimiento donde se emplean fueron las exequias de Felipe
IV y proclamación de Carlos II (1666)22.
2.1.2. Clarines.
La presencia de los ministriles en las solemnidades municipales jerezanas se
trunca durante el último tercio del siglo XVII, y más en concreto en 1689. En ese año, los
regidores toman la decisión de prescindir de ellos por su continuada falta de asistencia
por tener que atender a otros demandantes de sus servicios musicales23, especialmente
al cabildo eclesiástico de la iglesia colegial jerezana, con el que los regidores mantenían
una incesante pugna por la primacía en el ceremonial público24. Aparte de las ventajas
17 AHMJF, AC, tomo 17, fol. 367v.; J. A. Moreno Arana, “Música...”, pp. 249, 261.
18 C. Bejarano Pellicer, El mercado..., pp. 301-304.
19 J. A. Moreno Arana, “Música...”, p. 260. J. Ruiz Jiménez, “Ministriles y extravagantes en la celebración
religiosa”, en Políticas y prácticas musicales en el mundo de Felipe II: estudios sobre la música en España,
sus instituciones y sus territorios en la segunda mitad del siglo XVI, Madrid, 2004, pp. 207-208.
20 La copia de Diego López de Morales se descompone con la deserción a Sevilla del sacabuche Juan
Bautista (J. A. Moreno Arana, “Música...”, p. 255). Posteriormente, ambos se asientan en la catedral de Sevilla:
C. Bejarano Pellicer, Los Medina. Redes sociales y económicas en torno a una familia de músicos entre el
Renacimiento y el Barroco. Sevilla, Diputación, 2019, pp. 29-30.
21 J. A. Moreno Arana, Un episodio cultural de Jerez de la Frontera en el siglo XVI. Los libros del bachiller
Diego de Aguilocho, Madrid, Bubok, 2019, p. 12.
22 AHMJF, AC, tomo 68, fol. 208. AHMJF, Archivo Histórico Reservado (AHR), C. 3, N.15, fol. 39.
23 Por ejemplo, en el entierro del veinticuatro Bartolomé Dávila Núñez, en 1590, se paga cuatro ducados
“a la música de San Salvador que acompañó el cuerpo”: Archivo de Protocolos Notariales de Jerez de la
Frontera (en adelante: APNJF), oficio 15, año 1756, 18 de marzo, fol. 59. J. A. Moreno Arana, “Música...”, pp.
257-263, 265-266.
24 AHMJF, AC, tomo 78, fols. 221v-223.
Más presiso para su desencia tener dos clarines que le acompañen dentro y fuera para
las visitas27 y demás funciones a que suele asistir y por los açidentes de guerra que se pueden
mover a que son presisas, para el servicio de las milicias y a más siendo plaza de armas
destas fronteras.
Pero habrá que esperar hasta marzo de 1691 y febrero de 1692 para que los diputados
de fiestas espirituales y temporales formalicen el contrato con los clarineros. El salario
consistirá en cinco reales diarios, pagados de las rentas de las carnicerías, las mismas que
había sostenido los cuatrocientos ducados de sueldo anual de los cinco componentes de
la copia de ministriles municipales28. Los clarineros se obligaron a mantener a su costa un
caballo “en que montar para las funciones que se requieran”. Una exigencia que resultó
excesiva. Así, Fernando Sisne y Juan Bautista Veneciano reclamarán una ayuda de cien
reales anuales para cada uno para el arrendamiento de caballeriza y pajar29. Aunque el
cabildo aceptó la reclamación de sus clarineros, el gasto, pese a todo, seguía siendo
ventajoso para los caudales municipales con respecto a lo que les había supuesto el sueldo
de los ministriles.
La situación económica no siempre fue favorable a estos músicos. En noviembre de
1750, Antonio Schubert y Francisco Garrido, que decían llevar nueve años en este ejercicio,
solicitan una solución para “aliviar nuestras fatigas […] para poder servir con el esplendor
y lustre devido”. Como sus inmediatos antecesores, sus franquicias habían sido tener una
casa y taberna libres de todo derecho y contribuciones reales y un cornado (medio maravedí)
por cada libra de carne que se cortase en las carnicerías y casas tabernas. Sin embargo,
estas rentas eran precarias; pues en algunos meses apenas llegaban a rendir tres pesos.
Garrido, pese a estar, como su compañero, casado y con hijos, toma rumbo hacia tierras
americanas donde se le ofrecería mejores posibilidades laborales30. Otros fueron tentados
por cabildos de otras ciudades del entorno31, señal de la alta demanda que existía de
estos intérpretes. Aunque los caudales municipales financien el arrendamiento de sus
viviendas, la situación no mejorará; en 1786 el sueldo eran unos cortos cinco reales
diarios32, no ayudando las “gratificaciones” por la asistencia a determinados festejos o
ceremoniales públicos, como los juegos de alcancías en los tres días de Carnaval33 o las
honras fúnebres reales34.
33 En el carnaval de 1754 su asistencia es retribuida con 20 reales para cada uno. Apenas un 8% del gasto
total: AHMJF, AC, tomo 98, fols. 419-420.
34 AHMJF, Legajo 301, expediente 8958.
35 J. A. Moreno Arana, “Música...”, pp. 244-245; AHMJF, AHR, C. 16, N. 24.
36 AHMJF, AC, tomo 90, fol. 286v.
37 Oboe, flauta, clarinete y quizás también algún instrumento de cuerda.
38 A ello había que incluir los gastos de las exequias, que se ajustaba en 25.345 reales. AHMJF, AC, tomo
96, fols. 296-297, 470.
39 M. Díez Martínez, La música en Cádiz: la catedral y su proyección urbana, Cádiz, Universidad de Cádiz,
2004, p. 66.
40 AHMJF, AHR, C. 16, N. 25; AHMJF, AHR, C.16, N. 26.
provincial de milicias de Jerez se crea en 173441. En 1753, únicamente consta entre sus
filas el tambor mayor y ocho tambores42, por lo que la incorporación de los instrumentos de
viento, como el pífano y el clarinete, dentro de la infantería jerezana tuvo que ser posterior a
dicha fecha y debida a las ordenanzas reales publicadas en las décadas de 1750 y 176043.
La música militar no podía satisfacer, por sus propias limitaciones instrumentales
y de repertorio, todos los escenarios de los fastos públicos. En la visita del embajador
de Marruecos, El Gazzal44, en junio de 1766, se agasaja con dos corridas de toros en la
plaza mayor del Arenal acompañadas con una “opulenta orquesta de música que delante
de su balcón repetía conciertos45”. Las orquestas contratadas se compusieron tanto por
músicos de la propia ciudad, como traídos de los grandes centros musicales del entorno
más cercano, es decir, Sevilla y Cádiz, un refuerzo de efectivos musicales que fue bastante
habitual incluso en esas mismas capitales46 y subraya la preocupación por contar con
grandes efectivos musicales para esto eventos. De este modo, cincuenta y seis músicos,
“de la mayor destreza de Cádiz” y de Jerez, fueron los llamados para las celebraciones que
en 1784 se realizan por el nacimiento de los infantes gemelos y la Paz con Inglaterra47.
Más concreción tenemos de los músicos contratados para los actos de la visita de
Carlos IV y su familia a Jerez en 1796. En las cuentas de gastos formadas a raíz de la
estancia real se consignan las “dos capillas de Música que vinieron a esta ciudad”48. Se
relaciona, así, una “lista de los quarenta individuos que con la determinación de los señores
deveran asistir a las funciones en la ciudad de Xerez”: catorce violines (Jerónimo Rosquellas,
Francisco Rosquellas, Fernando Ferrandiere, Lorenzo Bruroni, Esteban Lepiani, José
Riguert, Salvador Camerino, Jácome Castañeto, Jácome Lepiani, Juan Salvo, Juan Ricer,
Joaquín Tomati, Victorio Tinareli, Juan Lunar); seis oboes y flautines (Carlos Climan, Antonio
Climan, Juan Climan, Pedro Capdevila, Antonio González, Juan Carbo); siete contrabajos
(Juan Castro, José Molina, Pascual Vega, “D. Francisco y D. [¿?]”, Juan Lavan, Clemente
Cleman); dos timbales (Tomás Abril y José Vega); dos violas (Isidro Laporta y José Lepiani);
cuatro trompas (Juan Peregrín, Antonio Capdevila, Andrés Capdevila y Joaquín Castro);
cinco clarines (Juan Lepiani, Rafael Castro, José Lepiani, Luis Moreno y Juan Gonela). Se
contabiliza un coste de 1.400 reales. No se puede precisar si todos ellos formaban esas dos
orquestas que citan las cuentas, ni si en esta lista estaban incluidos los “músicos de Sevilla”
que participaron en las funciones ecuestres49.
Esta interesante lista de músicos, aparte de señalar la procedencia italiana
y del Levante español de sus apellidos y de mostrar, una vez más, la endogamia que
caracterizaba al oficio de músico, así como de dar una exacta descripción de la composición
de estas orquestas, permite conocer el currículo de los músicos elegidos; violinistas como,
se entienda el contento que tenemos por el buen alumbramiento”61. Ya en el siglo XVIII, hay
que referir el caso de la visita de Carlos IV, donde se tomará como referencia lo actuado
en la visita de Felipe V y su familia a Jerez en 1729, así como una publicación referida a su
estancia sevillana62.
A continuación repasamos los escenarios ceremoniales en los que se van a poner en
práctica la representación del poder municipal jerezano a través de la música.
libreas a los atabales y ministriles”70. Con motivo de la conquista de la Mamora, en 1614, los
regidores organizan una “máscara e paseo por la ciudad en muestra de alegría llevando los
ministriles delante, y a cada caballero una hacha de cera con que se alumbre”71.
En 1789, la mascarada, ya como desfile de danzantes disfrazados, tan propias de
las celebraciones del Corpus, tendrá un papel principal en los festejos por la proclamación
de Carlos IV, con la evidente voluntad de identificar a ambas “Majestades”. Pero cabe
asimismo una interpretación asociada al ensamblaje de la idea sobre los supuestos orígenes
romanos de Jerez. Una idea que el cabildo, junto con sus publicistas, quiso imprimir a
esta celebración72. Este “cortejo triunfal” se compuso de “dose quadrillas de mascaras
compuestas de ciento y noventa y dos hombres” caracterizados de diferentes naciones,
etnias y épocas: “bailando cada cuadrilla sus diferentes danzas, mandadas todas por dos
maestros, uno vestido a la inglesa y otro a la francesa con sus bastones en la mano”73.
E leida e pregonada la dicha cedula real la ciudad por la horden con los alguaziles y
porteros del cavildo con sus rropas largas de armas colorados e sus masas de plata delante
y los ministriles e atabales se fue a la yglessia del señor sant salvador y apeados de sus
cavallos la ciudad entró dentro de la dicha ygleçia.
77 AHMJF, AC, tomo 36, fol. 941. Idénticas fueron las de Felipe IV y Carlos II: AHMJF, AC, tomo 41, fols.
132v-137v.; AC, tomo 58, fol. 208-224.
78 AHMJF, AHR, C. 3, N. 16, fol. 54.
79 AHMJF, AHR, C. 8, N. 15, pp. 45-46.
80 AHMJF, AC, año 1454, fol. 48v.
81 M. Romero Bejarano, Los orígenes de la Semana Santa de Jerez, Jerez, 2019, pp. 97-98.
82 AHMJF, AC, tomo 90, fol. 286v.; AHMJF, AC, tomo 98, fols. 155-158; AHMJF, AHR, C. 3, N. 91.
83 P. Fernández de Andrada, De la naturaleza del Caballo, Sevilla, 1580, fols. 51v, 74v y 138v.
84 J. Spínola y Torres, Descripción de la fiesta de cañas y toros celebradas en Jerez de la Frontera en 1630
con motivo del Nacimiento de príncipe D. Baltasar Carlos, Madrid, 1916, p. 19.
4. CONCLUSIONES
La ciudad de Jerez de la Frontera ha aportado al estudio de la musicología urbana una
serie de referencias para seguir acotando geográfica y temporalmente la fenomenología
referida a la simbiosis entre música y poder civil durante la Edad Moderna. El análisis de
los contextos de la solemnidad pública ha puesto de manifiesto que la música no sólo
interviene para dar autorización sonora a la potestad municipal, sino que también funciona
como pieza para una construcción ideal de la urbe y su gobierno. Esta idealización a través
de lo sonoro llega incluso a modelar espacios y edificios, tanto de forma efímera como
permanente98. El cambio de los trompetas por el conjunto de ministriles o el de éstos por el
de los clarines no se puede deslindar de esa política de idealización de la ciudad jerezana,
ni de los cambios mentales que tienen lugar en cada momento. Ni tampoco, lógicamente,
de la natural evolución de los instrumentos y de los gustos musicales. Sin embargo, pese a
que las formas puedan variar a lo largo de este amplio periodo, el ritual urbano y el fondo de
la intervención de la música en este permanecen invariables. Desde momentos medievales,
en Jerez se consolidan unos concretos espacios y ritos urbanos en los que la música o lo
sonoro tienen una ineludible participación ceremonial99. De este modo, la sonoridad militar
está íntimamente relacionada con los contextos celebrativos del poder civil y real desde
el Medievo. Propiciadora del sentimiento de exaltación patriótica, de identificación con el
régimen político y de cohesión social, la música militar, en especial en las solemnidades
de carácter áulico, adquiere un claro protagonismo, sobre todo con la formación de las
bandas de música militares a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII100. Acompañando
a los sones marciales y de tintes caballerescos, la música instrumental profana va a ir
progresivamente tomando nuevas complejidades en estos rituales festivos hasta culminar
en las grandes orquestas que inauguran una nueva sonoridad no menos efectiva para
“excitar los espíritus” del pueblo, tal y como denuncia el padre Feijoo con respecto a la
introducción del violín en las capillas catedralicias101. En este sentido, habría que valorar el
efecto emulador que pudo dar lugar en la región el fasto ceremonial y la brillantez musical
ligada con la corte sevillana de Felipe V102.
Aunque el cabildo jerezano no dedicó un presupuesto especialmente abultado para la
construcción y propaganda de la imagen de la ciudad, así como para forjar alianzas políticas
con otras instituciones o casas nobiliarias, a través de la música103, este mecenazgo musical
sí enriqueció de forma notable el paisaje sonoro y cultural de la ciudad. Y es que la fiesta, y
por extensión la música, por encima de ser una herramienta política, era un fin en sí misma.
Los propios capitulares, en relación al “buen alumbramiento” de la reina en 1566, lo dejaron
por escrito: “es justo que todos los vasallos de su magestad nos regocijemos corporal y
espiritualmente”104. Y así lo acordaron.
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98 I. Fenlon, “La Magnificencia como imagen civil: música y espacio ceremonial en Venecia a principios de la
Edad Moderna”, en Música y cultura urbana, Valencia, PUV, 2005, pp. 193-218. Baker, G., “La ciudad sonora:
Música, fiesta y urbanismo en el Cuzco colonial”, en La fiesta en la época colonial iberoamericana, Bolivia,
2008, Asociación Pro Arte y Cultura, pp. 49-71.
99 En este sentido: C. Bejarano Pellicer, “De las alegrías medievales...”, pp. 242-267; C. Bejarano Pellicer,
“El paisaje sonoro de la ciudad de Sevilla en las fiestas públicas de los siglos XVI y XVII”, en Paisajes sonoros
medievales. Mar del Plata. Universidad Nacional Mar del Plata. 2019, pp. 113-138.
100 M. J. de la Torre Medina, Música…, p. 104. B. Arredondo, Entre pitos…, capítulo 1.
101 M. Díez Martínez, La música en Cádiz..., p. 209.
102 M. Gembero-Ustárroz, “Importancia de la visita de Felipe V. El contexto musical andaluz durante la
estancia de la corte de Felipe V en Sevilla (1729-33)”, en Sevilla y Corte. Las artes y el Lustro real (1729-
1733), Madrid, Casa de Velázquez, 2010, pp. 305-306, 308-310.
103 Por ejemplo, con la Casa de Medina Sidonia: AHMJF, AC, tomo 45, fol. 677, AHMJF, AC, tomo 38, fol. 60.
104 AHMJF, AC, tomo 22, fol. 562.
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Julio C. Ruiz
Institut Català d’Arqueologia Clàssica. Tarragona
jcruiz@icac.cat
http://orcid.org/0000-0002-6562-9040
RESUMEN
En este artículo realizamos un estudio de los programas epigráficos de los edificios públicos
en Tarraco durante el periodo altoimperial, centrándonos en el soporte y concretamente en los
materiales lapídeos en que están realizadas las inscripciones. Nuestro objetivo es valorar el papel que
ejerció el mármol lunense como materia prima en contraposición a otras rocas ornamentales, tanto
de carácter local como importado. Como resultado, ponemos de manifiesto que este material sirve
como indicador socioeconómico, puesto que fue utilizado para la elaboración de las inscripciones
relacionadas con los individuos más privilegiados de los espacios y edificios públicos de mayor
importancia en la capital de la provincia Hispania citerior.
Palabras clave: epigrafía latina, mármol blanco, Luni-Carrara, foro, edificios de espectáculos
Topónimos: Tarraco (conventus Tarraconensis, Hispania citerior)
Periodo: periodo altoimperial romano
ABSTRACT
This article aims to study the epigraphic programs of public buildings in Tarraco during the Early
Roman period. It focuses on epigraphic support and, in particular, stones on which the inscriptions
are made. The goal is to assess the role that Luni-Carrara marble played as raw material as opposed
to other ornamental stones, both local and imported. As a result, this material is shown to have
served as a socio-economic indicator, since it was used for the elaboration of inscriptions associated
with the most privileged individuals in the most important public spaces and buildings in the capital
of the province Hispania citerior.
Key words: Latin Epigraphy, white marble, Luni-Carrara, forum, spectacle buildings
Toponyms: Tarraco (conventus Tarraconensis, Hispania citerior)
Period: Early Roman period
109
EL ROL DEL MÁRMOL EN LA CONFIGURACIÓN DEL PAISAJE EPIGRÁFICO DE TARRACO
1. INTRODUCCIÓN
En los últimos años venimos desarrollando una línea de investigación dedicada al uso
y difusión de rocas ornamentales y otras piedras, locales y foráneas, a través del estudio de
materiales arqueológicos procedentes de Tarraco (Gorostidi Pi y Ruiz, 2017a; Ruiz, 2017;
Ruiz, 2018; Ruiz, 2019a; Ruiz et alii, en prensa)1. Se trata de una línea de largo recorrido
por lo que a conjuntos epigráficos hispanorromanos se refiere, aunque en la actualidad la
caracterización sistemática de las materias primas utilizadas para la producción de soportes
epigráficos no es una práctica metodológica completamente consolidada. Queremos
destacar a este respecto los casos del travertino rojo de Mula en la región murciana (Soler
Huertas, 2005), los marmora de Lusitania (Andreu Pintado, 2012) y de Clunia (Rodríguez
Ceballos y Salido, 2014). De mayor interés resulta un trabajo recientemente publicado,
donde han sido recopilados los soportes hermaicos de Hispania, poniendo de manifiesto
el rol desempeñado por materiales lapídeos de origen hispanorromano (Galán Palomares,
2019). Por lo que respecta a Tarraco, además de nuestras contribuciones que ya hemos
mencionado anteriormente, mencionaremos entre otros el trabajo dedicado a la piedra de
Alcover como soporte epigráfico (Gorostidi Pi et alii, 2018).
1 Este artículo se ha realizado dentro del proyecto HAR2015-65319-P (MINECO/FEDER, UE). Se enmarca
asimismo en la realización de mi tesis doctoral (FPU2016/00675), a cuyos directores Joaquín Ruiz de Arbulo
y Diana Gorostidi agradezco su inestimable ayuda. Todas las imágenes de las inscripciones pertenecen al
archivo fotográfico del autor y han sido realizadas con el permiso de los museos correspondientes. Quiero
expresar mi agradecimiento por las facilidades concedidas a Sofía Mata, directora del Museo Diocesano
de Tarragona (MDT); Mònica Borrell (directora), Gemma Jové, Montserrat Perramon y Josep Anton Remolà
del Museu Nacional Arqueològic de Tarragona (MNAT); Lluís Balart (director), Jordi Parral y Cristòfor Salom
del Museu d’Història de Tarragona. Por último, también quiero agradecer a los evaluadores anónimos sus
comentarios y sugerencias, que han contribuido a enriquecer el contenido de este artículo.
Figura 1. MNAT, reg. T.TE.77. Dos fragmentos de una placa con inscripción honorífica dedicada a
Septimio Severo, procedente del teatro
Figura 3. MDT, n.º inv. 5387. Fragmento de placa con inscripción a un miembro de la dinastía
flavia, procedente del área del templo de Augusto
Figura 4. MDT, n.º inv. 242 A. Fragmento de placa con inscripción edilicia dedicada por un
miembro de la dinastía flavia, procedente del área del templo de Augusto
Así lo documentan las placas con inscripciones honoríficas, dos de ellas dedicadas
aparentemente a miembros indeterminados de la dinastía Flavia, que conservan restos del
nombre de Vespasiano (CIL II2/14, 895 y 896)2 (Figura 3). Una tercera placa monumental
fue recuperada durante las excavaciones en el área de la Catedral y contiene los restos
de la inscripción honorífica de un personaje ignoto que ostentó presuntamente el cargo
2 La primera de ellas salió a la luz en el interior del espacio que ocupó el temenos del templo de Augusto, en
tanto que la segunda apareció en el casco antiguo de la ciudad, asociada a otros materiales en claro contexto
secundario desplazados desde el área del mismo templo (Fortuny Mendo y Ruiz, en prensa).
de [curator te]mpli Di[vi Augusti], pudiendo fecharse en época flavia (Peña Jurado et alii,
2015). Contemporáneas son dos inscripciones monumentales edilicias, que corresponden
a epígrafes de grandes dimensiones, compuestas por varias lastras: la primera, procedente
del área del templo de Augusto, contiene parte de la titulatura de Tito o Domiciano seguida de
la presunta mención de una [aed]es en acusativo (CIL II2/14, 899) (Figura 4); la segunda, en
varios fragmentos, procede del circo (CIL II2/14, 898a-b, 900, 1913; Ruiz et al., en prensa), y
con seguridad mencionaba a Domiciano y probablemente un magistrado que ejerció, entre
otros, el cargo de flamen provincial (Gorostidi Pi y Ruiz, 2017b) (Figura 5). Esta última tiene
un paralelismo en el gran placado, también en mármol lunense, procedente del anfiteatro
(sobre este edificio: Macias i Solé et alii, 2014b; Mar Medina et alii, 2015: 213-237), que
responde a una praxis epigráfica similar (CIL II2/14, 1109; Alföldy, 2012b: 14-20) (Figura 6).
Contiene la mención in extenso del cargo del flamen provincial, lo que ha llevado a pensar
que el edificio de espectáculos fue financiado por, al menos, un sumo sacerdote de la
provincia. El edificio se ha datado en época trajaneo-adrianea por lo que se supone para el
epígrafe una datación similar.
Figura 6. MNAT, n.º inv. 45054. Lastra con mención del cargo de flamen provincial, procedente del
anfiteatro
3. CONSIDERACIONES FINALES
En definitiva, si el mármol lunense tuvo un rol fundamental en los programas
arquitectónicos y decorativos en las ciudades del Occidente romano, esta afirmación es
especialmente válida en una urbe que había de emular en el ámbito provincial la imagen
de Roma, como capital de la provincia más extensa de Hispania y del Imperio. Su elección
estuvo repleta de significado ideológico y propagandístico, como demuestra su empleo
claramente limitado a las inscripciones más relevantes de los lugares más representativos
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ABSTRACT
The main connotation accompanying María Fernández Coronel as a historical figure is to
have become Queen María de Molina’s personal governess. In face of numerous studies dedicated
to the medieval queen, however, her governess remains blurred and opaque in most of these
publications. A portion of historiography referred indirectly to this particular figure has spread some
uncertainty, due to the confusion with other women of her same lineage, with the same name and
surnames (Ambrosio de Morales, Jacobo de Castro, the monk Arturo…); and this has contributed
to the shortage or the absence of monographic works dedicated to the governess’ figure. We will
analyse some episodes of María de Molina’s reign in which María Fernández Coronel’s abilities
were notorious and we will contemplate scenes where the silence or the ability of being diplomatic
agent in front of the abuse of authority. In this way we will be able to state that queen and governess
represent a historical practice referred to the idea of pathway, relationship based on difference.
Key words: María de Molina, María Fernández Coronel, lineage, historiographical confusión
Toponyms: Castile
Period: Middle Ages.
RESUMEN
La principal connotación que ha acompañado a María Fernández Coronel como personaje
histórico ha sido la de figurar en los anales como el aya de la reina María de Molina. Frente a
los numerosos estudios dedicados a la soberana medieval, la figura de su aya permanece opaca
y olvidada en la mayoría de estas publicaciones. Gran parte de la historiografía que incorpora
referencias a la figura de María Fernández Coronel (Ambrosio de Morales, Jacobo de Castro,
el Monje Arturo…) ha contribuido con sus erróneos datos a que escaseen, o incluso no existan,
trabajos íntegros dedicados a esta figura histórica femenina. En el presente estudio analizaremos
121
THE RESCUE OF THE GENRE THROUGH HISTORIOGRAPHICAL CONFUSION...
algunos episodios del reinado de María de Molina en los que se destacaron las habilidades de
María Fernández Coronel. Cualidades como el silencio, o el constituirse en improvisado agente
diplomático, se destacarán frente al abuso de la autoridad. De esta forma se podrá concluir en que
reina y aya representan una práctica histórica basada en la idea de camino, en la idea de relación
basada en la diferencia.
Palabras clave: María de Molina, María Fernández Coronel, linaje, confusión historiográfica
Topónimo: Castilla
Período: Edad Media.
1 Fernán Ruiz de Biedma, whose wife and him were Infante Philip’s mistress and master, receives the
municipality of Mondéjar, in Amoguerra, from Sancho IV on 25 October 1284, a gift that was confirmed by
Ferdinand IV to the donees on 25 August 1296 (confirmation document published by Benavides (1860). Their
María Fernández Coronel, Queen María de Molina’s governess, got married very
young, at puberty, and was a bountiful mother, although few of her children would never
make it as far as adulthood (Layna, 2010: 68). A well-known descendant of her was also
her grand-daughter named María Alonso Coronel2, daughter of Fernán González Coronel
and Sancha Vázquez, who got married to Alonso Pérez de Guzmán, known as the “Good”
due to his heroic defence of Tarifa. She was popularly known as the “one of the charred
stick” since, according to tradition, feeling lustful desires in the absence of her husband,
cauterized her genitals with a burning ember (Serrano Ortega, 2006).
This onomastic coincidence that we have stated above has given rise throughout the
centuries to many cases of historiographic confusion. Representative is the one involving
Ambrosio de Morales, who asserts at the end of the 16th century that it was well known in
Guadalajara that some María Coronel, the one “who made the great feat of the charred stick,
is the one who founded in that city a hospital above the fountain, and is buried there at the
choir of the Nuns of the Royal Monastery of Santa Clara”. Ambrosio de Morales summarizes
the confusion between María Fernández Coronel, the governess, and the wife of Guzmán
the Good, her granddaughter, recounting by mistake that María Coronel, daughter of Alonso
Fernández Coronel, was the founder of the Clarisas monastery of Guadalajara and that she
is buried there (Morales, 1586).
Another historiographic confusion, as the one in which Friar Jacobo de Castro is
involved in the first half of the 18th century, are even more mistaken as, according to them,
María Fernández Coronel, the governess, was married to Juan de la Cerda, who was the
husband of her great-granddaughter:
A venerable religious woman left this convent to become Abbess of the Santa Clara
convent of Guadalajara, whose name, although unknown, is related to señor Gonçaga,
Uvadingo and Arturo; she was daughter of that distinguished heroine María Fernández Coronel,
born in Galicia, archbishopric of Santiago, wife of Juan de la Cerda (they say that mother and
daughter died and the grave is worshiped as both corpses are incorrupt) (Castro, 1722: 320).
On the other hand, in the Franciscan Martirologio by the monk Arturo, in the edition of
Paris of the year 1638 at the expense of Dionysus Moreau’s imprente, it is alluded with the
following Latin text to María Fernández Coronel’s figure:
Guadalajara, Castile, to Our Lady María Fernández Coronel, widow, founder of the
Monastery of Guadalajara: which, born of noble lineage, after the death of her husband, right
there took the habit of the Order of St. Clare and there stood out in piety, religiosity, virtue and
sanctity of life (Arturo, 1638: 286).
son, Alfonso Fernández de Biedma, succeeded his parents in the newly created estate of Mondéjar and was
a knight, with a certain fame, during Alfonso XI’s reign and, when the latter was a minor, was Chief Governor
of Seville (Moxó, 1974: 239-240).
2 María Alfonso Coronel, grand-daughter of María de Molina’s governess, gets married to Alonso Pérez
de Guzmán the Good in the city of Seville in 1268, a marriage meaning the relationship with the Guzmán’s
lineage and the first settlement of a Colonel in Seville. María Alfonso Coronel, who became a widow when
aged 42, protects her large fortune, looks after her family, and takes care of her foundation of San Isidoro
del Campo. Furthermore, she collaborates with Queen María de Molina when the latter tries to preserve the
peace in Andalusia while her grandson Alfonso XI is under age, participating in the meeting that the General
Brotherhood holds in Peñaflor on 23 April 1320, in which, among other resolutions, it is agreed to set out the
conditions to accept Infante Philip as the king’s tutor (Rodríguez Liáñez and Anasagasti Valderrama, 2004:
559-572).
In the index of this book, when María Fernández Coronel’s name is gathered again
under the epigraph of July the third, it is annotated the anecdote referred to the great-
granddaughter of our personage, María Fernández Coronel, who threw herself boiling liquid
to disfigure her face and to banish in this way the desires of Peter the Cruel. Again the
nominal confusion led the author to the identity of two prominent figures of the same lineage
separated by three generations. Curiously, the mistake is amended, so in the edition of the
same book belonging to the year 1653, in the index, it is suppressed the annotation referred
to the legend of the Sevillian María Fernández (Arturo, 1653).
It is, therefore, an onomastic and historiographic confusion that lasts up to the present
date in different areas of the academic knowledge, such as the area of the descriptions
recorded in archives3. And up to this point the confusion of names, which mainly refers, as
explained above, to two figures of her own lineage (Layna, 2010: 63).
We will provide below some complementary notes on the governess María Fernández
Coronel’s descendants. Another direct descendant was her daughter Teresa, who became
Abbess of the Clarisas convent founded by María Fernández Coronel in Guadalajara, and
who would have an active role in the governess’ last years, as analysed below. Likewise a
notable descendant was her grandson Alfonso Fernández Coronel, one of the most influential
advisers of Alfonso XI (Rodríguez Porto, 2006), married to Elvira Alfonso de Biedma4. The
daughters of this marriage, who were also great-granddaughters of María Fernández Coronel,
the governess, were the ones who claimed before Henry II the rights to the Torija Estate,
which would end up passing on to the Mendozas, as many other villages of la Alcarria, in
spite of which the Coronel lineage did not disappear from this region, remaining very settled
somewhere like Jadraque, very close to Hita. The key stone in the settlement of this lineage
in the Alcarria was, without a doubt, the figure of María Fernández Coronel, who had arrived
to the village of Guadalajara at that time as the governess of Infanta Isabella, daughter of
María de Molina. One of these daughters of Alfonso Fernández Coronel, Mayor, according
to the will granted in Buitrago on 12th of April 1407, stipulated to be buried in the Clarisas
convent of Guadalajara founded by her great-grandmother, María Fernández Coronel, the
governess, dressed up with the nun’s habit, also stating that a bust representing her corpse
shrouded in the habit should be put beside the epistle (Vieyra de Abreu, 1883).
Apart from the more or less legendary origins that make it depend directly on the
Roman emperors, as Barrantes points out in his Ilustraciones de la Casa de Niebla
(Barrantes Maldonado, 1998), it seems that the Coronels are a lineage of Galician origin,
3 In a document from the National Historical Archives (AHN), available at the Spanish Archives Website
(PARES), the following may be read: Privilege granted by Ferdinand IV of Castile, whereby it is confirmed,
in favour of María Fernández Coronel, Queen María de Molina’s governess, the allowance given by him of
rights, estate and justice of the village of Loranca on 10 January of that same year, and the acceptance and
tribute given by the council of Guadalajara to comply with said privilege. Nobility section in the AHN Fernández
Coronel, CP. 328, D. 18. Traces of green and red silk thread. Seal missing. On the closed and sealed envelope
“of María Fernández Coronel” with handwriting of that time. On the reverse: recovery. This could be the wife of
Alonso Pérez de Guzmán, known as Guzmán the Good. Good state of conservation. The confusion remains
in the 21st century by the technician in charge of the archive description.
4 Alfonso Fernández Coronel, married to Elvira Alfonso de Biedma, third Lady of Mondéjar, was Lord of
Burguillos, Capilla and Aguilar, becoming a nobleman in the beginning of Peter I’s reign. However, he would
soon lose the monarch’s favour, which would lead him to a dramatic end (López de Ayala, 1549). During
Alfonso XI’s reign, Alfonso Fernández Coronel had received from the monarch the small village of Torija,
in Hita, over which he established a new estate very close to this village, which was passed on, after his
unfortunate and tragic death, to the knight Íñigo López de Orozco, who enjoyed Peter I’s favour until he moved
to the trastamarista side, as a consequence of which he also had a dramatic end after the Battle of Nájera
(Moxó, Op. Cit.).
whose presence in Castile is evidenced by documents from the 12th century materialised in
D. Pedro Coronel, Castilian knight who, together with Enrique de Lorena, participates in the
reconquest of Portugal (Rodríguez Liáñez and Anasagasti Valderrama, 2004). Therefore, in
a first degree, it can be stated that this confusion of names has contributed to the shortage
or the absence of monographic works dedicated to the governess’ figure, for the benefit of
the greater attention paid to some of her female descendants.
5 Together with the figure of the governess was also the queen’s mistress, María Domínguez (Gaibrois de
Ballesteros, 2010: 23).
6 “the one referring to the masculine genealogy, inspired in the events granting power over the world and
control over other people’s lives, and which for us women is restrictive […] with men, where feelings show
aspects of the change of reality to clear up the identity confusion between history and power and, therefore, to
gather up, whilst staying away from the history reduced to power” (Minguzzi, 2001: 84).
7 “Se entendía que lo que tenía poder hacía historia y que las instancias del poder sostenían, a su vez, la
verdad histórica” (Rivera Garretas, 2005: 63).
Charles of Anjou, and other distinguished delegates who were going to settle their lawsuits
before Sancho of Castile. That political adventure went on for three weeks, in which Charles
and James II started to get along with each other behind Sancho IV’s back, and left the
Castilian coffers reduced, since we know that María Fernández Coronel “lent four thousand
maravedís to the king in Logroño, so that he could give them to Bernalt of Soria” (Gaibrois,
1967: 88-90).
In the year 1294 an Aragonese delegation arrived to Valladolid, headed by María
Fernández Coronel, governess of Infanta Isabella, for the purpose of calming down Sancho
given the rumours of negotiations between James II and Charles II of Anjou. James II had
chosen the loyal infanta’s mistress as ambassador with the clear intention to deceive the
Castilian monarchs, as he knew very well the esteem they felt for her8. This is the second
occasion in which a historical figure, in this case King James II, takes advantage of the
proximity of the governess and the monarchs for his own political interests. Mercedes
Gaibrois suggests that María Fernández Coronel, woman of a certain age and with
experience, should have not been deceived in respect of King James’ international politics.
However, she disguised, for discretion and compassion, before the ill king of Castile, only
trusting María de Molina who, in those circumstances, could not do anything either to keep
that shadow of Castilian-Aragonese union (Gaibrois, 1967: 100-101). Thus, all the break-up
procedure with Aragon remains between the queen and María Fernández Coronel to avoid
King Sancho’s suffering (Gaibrois, 1967: 102).
The fusion of the queen and her governess remains until the monarch’s last years.
María de Molina appoints as executors two friends of proven loyalty, colleagues of her in
the times of sorrow: María Fernández Coronel and Nuño Pérez de Monroy, her chancellor,
Archdeacon of Campos and Abbot of Santander (Larriba Baciero, 1995).
8 “For her part, it is very likely that María Fernández Coronel travelled to Castile ignoring that what the
Aragonese king really pretended was to leave Isabella and to marry Blanche of Naples, daughter of Charles
II” (Carmona Ruiz, 2005: 124-125).
When Sancho the Brave dies on the 25th of April 1295, María de Molina had to govern
the reign jointly with Infante Henry, as tutors of Ferdinand IV, aged eight. Those were times
of continuous riots, and therefore the queen was forced to travel her and there to calm things
down. In order to have more freedom of action, she decided to send her daughters Beatrice
and Isabella to Guadalajara and the governess María Fernández Coronel to look after them.
Since then, the three women stayed, with the exception of short intervals, for many years in
the village in those days of Guadalajara9. Beatrice would finally get married to King Alfonso
IV of Portugal. And we can state that the governess and Infanta Isabella lived mostly in
Guadalajara since 1296.
In 1309 Infanta Isabella accompanies Queen María de Molina, already sickly, travelling
with the court around Castilian cities and villages until she is 26 years old and gets married
to John, Duke of Brittany, in Burgos with great ceremony by the end of January 1311. The
newlyweds went to Limoges, did not have children and, once the duke had died, Infanta
Isabella, having died also María de Molina, lived her last days in Guadalajara, according
to chroniclers such as Núñez de Castro. Therefore, in the year 1309 Isabella had left in
Guadalajara her governess, already old and exhausted, who finally died that same year.
The wish to serve God and to benefit the neighbours who were in need of protection,
made María Fernández Coronel and Infanta Isabella found and supply women convents,
where the admitted women were freed from the misery and the attacks to their honour, whilst
giving example and worshiping the divinity with their devotion (Sánchez Ameijeiras, 2005).
The role of Infanta Isabella is performed encouraged by her governess María Fernández
Coronel’s attitude. The latter was the one who had the initiative to build a Clarisas nuns
convent, supplying the same sufficiently so that they could live without scarcity, and taking
into a new building those who lived precariously in the convent of la Cuesta de San Miguel,
which had been founded by Infanta Berenguela, daughter of Alfonso X (Layna, 2010: 65-67).
María Fernández Coronel bought some houses in the congregation of San Andrés,
right in the centre of the Jewish quarter of Guadalajara, from Sancha, widow of the Jewish
Yahuda, with farmyards, attached vegetable gardens and shops10. After the purchase in
the year 1299, they started the construction of a convent and a church, thus appearing the
Royal Convent of Santa Clara of Guadalajara. Other neighbours of Guadalajara also sold
or gave their lands in order to create a wide plot for this foundation, which would grow rich
and powerful throughout the Middle Ages. The nuns would move from the Cuesta de San
Miguel to the new location in 1307 (Herrera Casado, 1997; Larumbe and Román, 2004).
The house bought by María Fernández Coronel from Sancha cost 1800 maravedís and later
she would acquire another house owned by Sancha herself —widow for the second time
of the Jewish Samuel Camhy—, this one under the convent’s name (Cantera Burgos and
Carrete Parrondo, 1974).
In the following years, she continued to acquire properties for the convent, as recorded
in the list of assets left by her to the nuns when she granted her last will and testament, as
we will examine below. And although the ecclesiastical letters authorizing the founding of
the convent were granted in the name of Infanta Isabella, the truth is that the weight of the
task felt on María Fernández, as evidenced by the documentary language with expressions
such as María Fernández “builds” or “wants to build” the convent of Santa Clara, as stated
on documents signed by the infanta herself (Layna, 2010:67).
9 Layna refers that the Infantas’ bridge beside the tower of El Alamín remains as a memory of their stay
(Layna Serrano, 2010: 59).
10 This fact could also be seen as an expression of the “convert dissimulation”. Véase Pérez Zagorín, 1990.
11 Another daughter of María Fernández Coronel took vows in the Clarisas Convent of Toro.
12 Alonso from Aguilar favoured the convent with significant donations while he was alive (Layna Serrano,
2010: 63, 68, 70, 71 and 75).
beginning— to the accepted confusion perpetuated by the chroniclers of that time and the
subsequent historiographers.
5. AS EPILOGUE
The present work has intended, at a first instance, to clarify the “shadow” hunging
over this female historical character, with the aim of giving visibility to María Fernández
Coronel, Queen María de Molina’s governess, as a leading historical agent, thus rescuing
her from her role as supporting actress in the Hispanic Medieval world. In opposition to the
usual darkening thrown by male genealogical history, her role as historical agent remains
opaque due to the superposition of other female figures who make the clarification of her vital
history difficult from beginning to end —Queen María de Molina herself, her daughter Infanta
Isabella, in addition to the women of her lineage with the same name and surnames—,
hence leading to the confusion analysed between chroniclers and historiographers.
The historical episodes occurred during María de Molina’s reign, in which María
Fernández Coronel actively and discreetly participated, make the figure of the governess to
withdraw from the history-power pairing. It was not the authority that made her an agent and
creator of a historical language, but abilities such as the silence, the piety, the meditation,
feelings projected over the details of the reality in order to transform the latter. Therefore,
the historical itinerary drawn by María Fernández Coronel substantiates the relation based
on difference. We have tried to reconstruct her vital path in this work based on fragments,
evidencing how she and her acts determined the course of history as reflection of power.
Recalling Marirì Martinengo’s words, diving into the chiaroscuro of this historical creature
has allowed a more feminine way to “make history”, shifting from the great woman to the
common woman, putting aside the leading role in favour of a life’s story in which the creator
of the historical language ends up identifying and recognising herself.
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RESUMEN
En este trabajo queremos reconstruir el asedio que se dio en el castillo de Montizón
(Villamanrique, Ciudad Real) entre 1465 y 1467, usando una metodología que combina los estudios
arqueológicos y el análisis de las fuentes documentales. En este sentido, este texto se enmarca
en una corriente de investigación aún novedosa en España como es la denominada “arqueología
del combate”, vertiente de los estudios sobre la materialidad de la guerra que está mucho más
consolidada dentro de los ámbitos académicos anglosajones. Los hechos que aquí se analizan
se encuadran en la guerra que se produjo entre el infante Alfonso de Ávila y su tío Enrique IV a
raíz de la “Farsa de Ávila” de 1465, donde el monarca es depuesto a favor de su sobrino por una
facción muy importante de la nobleza de Castilla, en la que entró en juego, además, el control de la
orden de Santiago entre diversos linajes nobiliarios. Entre estas luchas por el poder destacó, por su
virulencia, el campo de operaciones que se dio a ambos lados de Sierra Morena y que enfrentó a
los Manrique, entre otros, con los Lucas de Iranzo, siendo la pugna por la encomienda y castillo de
Montizón uno de los puntos clave de estos hechos.
Palabras clave: Arqueología del Conflicto, Orden de Santiago, Lucas de Iranzo, linaje
Manrique, Enrique IV
Topónimos: Castillo de Montizón
Periodo: Siglo XV
132
David Gallego Valle
ABSTRACT
This work seeks to reconstruct the siege of the castle of Montizón (Villamanrique, Ciudad
Real) between 1465 and 1467, using a methodology that combines archaeological studies and the
analysis of documentary sources. In this sense, this text is part of a research trend that is still new in
Spain, the so-called “archaeology of combat”, a branch of studies on the materiality of warfare that is
far more established within Anglo-Saxon academic circles. The events analysed here are part of the
war between Prince Alfonso of Ávila and his uncle Henry IV following the “Farce of Ávila” of 1465,
when the monarch was deposed in favour of his nephew by a very important faction of the nobility
of Castile, in which the contest for control of the Order of Santiago between different noble lineages
also came into play. Amongst these struggles for power, the field of operations on both sides of the
Sierra Morena stands out for its virulence. The latter pitted the Manriques, amongst others, against
the Lucas of Iranzo, the struggle for the encomienda and castle of Montizón being one of the key
points of these events.
Key words: archaeology of conflict, Order of Santiago, Lucas de Iranzo, lineage Manrique,
Henry IV
Toponyms: Montizón Castle.
Period: 15th century.
1. INTRODUCCIÓN
En la primavera de 1465, un contingente armado bajo las órdenes de Pedro de
Manrique, hijo de Rodrigo Manrique, puso cerco al castillo de Montizón (Villamanrique,
Ciudad Real). Los acontecimientos, bien narrados en los Hechos del Condestable don
Miguel Lucas de Iranzo, se desarrollaron hasta 1467 con la capitulación de la fortaleza
que, a partir de ese momento, pasó a formar parte junto con el resto de la encomienda del
extenso señorío de los Manrique, situándose a su cabeza la figura del ilustre poeta Jorge
Manrique. Este hecho de armas, como veremos a continuación, no ha sido tratado hasta el
momento en un estudio monográfico y las referencias que tenemos sobre el mismo se han
enfocado, por los diversos autores que lo mencionan, desde la información que aportan las
fuentes documentales.
Analizando la producción bibliográfica en la que se cita este hecho de armas
encontramos las alusiones que realiza Mercado (1995b: 94-100) al estudiar los comendadores
de Montizón y Chiclana, donde se basa, entre otros, en los datos contenidos en la Hechos
del Condestable y en la Historia de la Genealogía de la Casa de Lara realizada por Salazar
y Castro. Menciones puntuales al asedio hacen también Cooper (1991: 64), Pretel (2011)
así como Madrid (1988), esta última al tratar la encomienda de Montizón y la figura de Jorge
Manrique. De gran interés es la visión de Martín (2010: 68-69) en la que, al analizar de una
forma crítica el texto de los Hechos del Condestable, aporta una perspectiva novedosa sobre
algunas de las decisiones militares que se dieron en el cerco y que el autor de la Crónica
pudo tergiversar por motivos laudatorios. Más recientemente, en estudios centrados en el
Campo de Montiel, se analiza brevemente este episodio en el trabajo de Fernández-Pacheco
y Moya (2015), aunque la referencia más extensa la encontramos en Rubio (2017: 83-86) al
hacer una síntesis sobre esta comarca en la Edad Media. Por otro lado, dentro de nuestro
trabajo de tesis (Gallego, 2020), hemos podido estudiar tanto el castillo de Montizón como
el resto de las fortificaciones del entorno, lo que nos ha permitido documentar, mediante
diversas herramientas arqueológicas, tanto el asedio como las operaciones satélites del
mismo.
2 Los trabajos en el campo de batalla de Aljubarrota, en los que hemos podido participar como investigadores
secundarios, están dirigidos por María Antonia Castro Amaral dentro de un Projecto de Investigação Plurianual
de Arqueología que realiza el Ministerio de Cultura de Portugal y la Fundaçao Batalha de Aljubarrota.
3 Estos trabajos comenzaron en 2018 y se enmarcan en el “Proyecto de Investigación Arqueología de
la batalla de Montiel: Excavación, prospección y estudio poliorcético. Montiel (Ciudad Real), dirigido por J.
Molero de la Universidad de Castilla-La Mancha, financiados por la Junta de Comunidades de Castilla-La
Mancha, en los que colabora el Ayuntamiento de Montiel y la Fundación Castillo de La Estrella de Montiel.
de las fuentes escritas con los diversos estudios arqueológicos para lo que se aportará,
además, un cuerpo cartográfico con los resultados
8 Año de 1227. Tumbo Menor de Castilla (ed. 2016: Lib. 1, 218-220, doc. 29). Desde el año 1227 la orden
de Santiago tenía establecido el montazgo en Santiago que, en un primer momento, se correspondía con el
castillo de Eznavexor y, desde la segunda mitad del siglo XIII, paso a la fortaleza de Santiago de Montizón.
9 Año de 1478. Archivo Histórico Nacional (AHN), Órdenes Militares (OO.MM), Libro 1063, Visita a los
como por la presencia de monopolios como eran, por ejemplo, la extracción de leña para
carbón en sus terrenos. Por sus tierras, en las que se extendían varias dehesas, algunas de
ellas muy próximas al castillo, cruzaba la cañada que, procedente, por el norte, de Torre de
Juan Abad y controlada por el torreón de la Higuera, cruzaba Sierra Morena por los pasos
hacia Santiesteban del Puerto y Torre Alver.
partidos de la Mancha, Ribera del Tajo, Campo de Montiel y Sierra de Segura. Chiclana de Segura, p. 277.
10 La documentación gráfica contenida en este trabajo es de elaboración propia con la ayuda, para la
realización de los estudios de SIG, del arqueólogo Andrés Ocaña Carretón.
11 Año de 1478. A.H.N., OO.MM., Libro 1063, Visita a los partidos de la Mancha, Ribera del Tajo, Campo de
iba adaptando a la topografía del terreno. Este antemuro o recinto exterior contaba con dos
puertas, la que comunicaba con el albacar y, en el costado oriental, un portillo citado como
de La Higuera que permitía la aguada y la salida hacia las huertas. En el costado norte,
el más accesible, existía un potente foso excavado en la roca, hoy en día parcialmente
colmatado, en el que se abría un portillo que ha dado lugar al acceso actual.
El cuerpo de la fortaleza propiamente dicho estaba articulado en torno a un patio
central, en el que existían todo un conjunto de estancias de servicio y almacenaje así como
una serie de aljibes para la recogida del agua de lluvia, uno de ellos de gran potencia y que
se conserva prácticamente intacto en la actualidad. Este espacio tenía dos puertas, la de
Hierro, que era el acceso principal a la fortaleza, ubicada en el frente oeste y, en el lado
contrario, se abría un portillo que permitía acceder a liza del antemuro. Finalmente, en el
frente meridional se situaba la Torre del Homenaje, separada por una barrera del resto del
patio, con dos plantas distribuidas en torno a un pequeño patio en el que existía un aljibe,
coronándose con una terraza defensiva.
Figura 2. Vista general (desde el noreste) del castillo de Montizón en la antesala de Sierra Morena
Tras analizar la morfología del castillo de Montizón, aunque haya sido de una forma
somera, vemos que se trataba de un punto fuerte difícil de tomar por un asalto directo.
En este sentido, se nos plantean dos cuestiones que nos parecen importantes: con qué
guarnición y víveres contaba en esos momentos y, por otro lado, saber si la fortaleza tenía
las suficientes armas para poder batir a los atacantes. El primero de estos interrogantes es
difícil de responder al no existir información y los diversos estudios con los que contamos
sobre las tropas acantonadas en los castillos de las órdenes militares (Ruiz, 2000; Rodríguez-
Picavea, 2008: 136) no han podido dar datos definitorios, en especial para estos momentos
tal convulsos (Palacios, 2018: 227-238; Rodríguez, 2019: 253-254). No obstante, desde
nuestro punto de vista, creemos que esta plaza al estar situada en una posición precaria,
rodeada de posesiones de los Manrique, debía haber sido reforzada con víveres y hombres
y contaría, a grandes rasgos, con una tropa lo suficientemente numerosa para poder llevar
a cabo una defensa efectiva del enclave, como así sucedió.
Sobre la segunda de las cuestiones sí que tenemos una información más excelsa
procedente de los libros de visita y del estudio arqueológico de la fortaleza. En este sentido,
en 147812, poco después de acabar el asedio, sabemos que el lugar contaba con armas de
fuego y ballestería, elementos que, probablemente, ya estaban presentes antes y durante
el cerco, en una realidad generalizada en el reino de Castilla (Castro y Mateos, 2018: 110-
112). Por otro lado tenemos datos procedentes del estudio estratigráfico de paramentos
de que el castillo no poseía a penas estructuras artilleras para su defensa, salvo algunas
troneras abiertas en el muro norte, hecho muy similar al que hemos identificado en los
recintos militares de esta Orden en el entorno. Será tras la conquista de la plaza y las
reformas que lleve a cabo Jorge Manrique13 cuando se dote al lugar de pequeñas cámaras
de tiro y un cubo en el frente oriental, destinado este último a batir el paso del vado situado
sobre el río Guadalén.
Analizado ya el panorama que encontraron las tropas rebeldes al inicio del cerco,
nos es de extrañar que Pedro Manrique, comandante de la hueste, fuera prudente en la
planificación de la expugnación. Esto no nos debe extrañar si tenemos en cuenta el duro
correctivo que había sufrido frente a las murallas de Alcaraz sólo unas semanas antes,
donde al intentar tomar por asalto el alcázar había perdido numerosos hombres, entre
ellos su hermano Diego (Pretel, 1978: 129-130). Los datos contenidos en la Crónica sobre
estos primeros momentos son prácticamente inexistentes, pero sabemos que los atacantes
comenzaron a levantar un castillo padrastro en las cercanías14, que estudiaremos en detalle
más adelante, al no claudicar rápidamente el enclave, desde el que podían controlar los
accesos y los movimientos de los defensores en el acceso occidental a la fortaleza. En este
punto fuerte dejaron un cuerpo de peones, así como pequeños retenes para el control de
lugares estratégicos como era el paso del río Guadalén y los caminos que comunicaban,
hacia el este, con Belmontejo y, al norte, con Torre de Juan Abad a través de la cañada de La
Vega. Junto con estas tropas se crearon, además, varios cuerpos de caballería que debían
impedir que llegaran suministros a los sitiados15, bloqueando por completo la plaza en una
práctica habitual del paradigma bélico medieval (García, 2019: 167-169; Suñé, 2013: 118),
hecho que será una de las pugnas fundamentales de este episodio y que será clave para
la caída de esta posición.
El cerco se extendió a lo largo de prácticamente nueve meses sin que existieran
avances significativos, entrando, hasta noviembre de 1465, en un punto muerto. A esto
contribuyó la figura del alcaide del castillo, Gómez de Álvarez, junto a otros personajes
notables al servicio del Condestable, que durante esta etapa del asedio pudieron resistir
sin grandes problemas. En esta horquilla de tiempo debieron producirse combates y los
atacantes, aunque no se refiere a ello de forma explícita en el texto, intentaron ablandar las
murallas mediante fuego artillero. En este sentido, por el estudio poliorcético que hemos
llevado a cabo, sabemos que el único punto débil era el frente norte del antemuro y el
paño del cuerpo de la fortaleza en este costado, que quedaban a tiro posicionando piezas
artilleras sobre el cantil rocoso que se elevaba ligeramente al norte, en la zona donde
actualmente existe un conjunto de elementos agrícolas.
12 Año de 1478. A.H.N., OO.MM., Libro 1063, Visita a los partidos de la Mancha, Ribera del Tajo, Campo de
Montiel y Sierra de Segura. Castillo de Montizón, p. 274.
13 Año de 1468. A.H.N., OO.MM, Libro 1233, Visita a los partidos de la Mancha, Ribera del Tajo, Campo de
Montiel y Sierra de Segura. Castillo de Montizón, p. 24.
14 Hechos del Condestable..., (ed. 2009, p. 298)
15 Historia de la Casa de Lara..., (ed. 1697, p. 333)
Figura 4. Disposición del cerco en torno a Montizón con los lugares descritos en el texto
El uso de la artillería sobre los paños debió tener como consecuencia la destrucción
de parte del costado norte del antemuro, lo que motivó un proceso de reconstrucción que
hemos podido documentar estratigráficamente y que, claramente, se pueden asociar a la
reforma que hace del castillo Jorge Manrique a partir de 1467 debido a que se encontraba
“...mal reparado en algunos logares que se malparo quando el çerco del dicho castillo...”16.
Estos “parches” se elaboraron con una piedra menuda y están localizados, principalmente,
en la base del muro, lo que no nos debe extrañar, ya que, normalmente, la artillería atacante,
con la falta de acierto que solía tener aún en estos momentos (Castro y Mateo, 2018),
intentaba batir tanto la base como el remate de los muros con el fin de abrir brecha, en el
primer caso, y dejar sin un parapeto efectivo a los defensores, en el segundo.
Figura 5. Castillo de Montizón desde la meseta situada al norte de este, donde se pudieron situar
las piezas de artillería de los atacantes
16 Año de 1468. A.H.N., OO.MM, Libro 1233, Visita a los partidos de la Mancha, Ribera del Tajo, Campo de
Montiel y Sierra de Segura. Castillo de Montizón, p. 24.
17 Hechos del Condestable..., (ed. 2009, p. 297)
al estar controlados gran parte de los pasos de Sierra Morena por las tropas afines al
bando rebelde del infante Alfonso.
El análisis de la caminería medieval de la zona, sobre la que ya trabajamos (Gallego,
2015), nos permite saber que existían cinco accesos posibles18, de oeste a este, para poder
llevar el socorro hasta Montizón desde las posiciones de los Iranzo en Jaén: el Muradal,
Torre Alver, el camino de Cuenca a Granada, la vía que unía Montiel con Segura de la Sierra
y, finalmente, el acceso por el camino de Úbeda a Alicante en las proximidades de Alcaraz.
El primero, el puerto del Muradal, se encontraba en esos momentos bien controlado por las
tropas del maestre de Calatrava con el que, recientemente, se había firmado una tregua de
la que no se fiaban los Iranzo. El siguiente, el cruce por el puerto de Torre Alver, era el más
dificultoso de todos, tanto por la orografía como por la presencia de contingentes armados
pertenecientes al señor de Santiesteban del Puerto19, contrario al bando del Condestable.
Los tres últimos se encontraban en el corazón de las posesiones de los Manrique, lo que
hacía inviable su uso sin caer en un encuentro armado que, muy probablemente, habría
destruido a las tropas de los Iranzo.
El lugar elegido, finalmente, fue el paso de Torre Alver al que las tropas llegaron,
tras recorrer el camino desde Jaén, el veintinueve de octubre. El contingente formado para
la operación, que se llevó con gran secreto avanzando en jornadas nocturnas20, estaba al
mando del comendador Diego de Iranzo pero no se detalla el número total de combatientes.
Tradicionalmente, para atravesar Torre Alver, se solía cruzar la Sierra del Cambrón por su
costado oriental, por la cañada ganadera, pero en ésta se hallaban establecidas tropas
de los Manrique. Por este motivo, creemos que Diego de Iranzo prefirió usar un camino
secundario, más escarpado, que se conocía ya en el siglo XIII y que pudo servir para el
deslinde entre las órdenes de Santiago y Calatrava en 123921. Esta vía, cuyo trazado hemos
documentado mediante una serie de estudios de SIG22, pudimos comprobar cómo era apta
para las caballerías23 tras hacer la prospección de la zona. Su trazado discurre cercano a
las ruinas del castillo de Torre Alver hasta atravesar Sierra Morena por el paso occidental
de la Sierra del Cambrón, tras lo que se dirige hacia el cortijo de Navas de la Condesa, que
deja al oeste, para unirse al actual camino de Castellar de Santiago a Montizón, por donde
debieron llegar las tropas del Condestable hasta las proximidades de la fortaleza el día
uno de noviembre. A partir de aquí se entabló un combate, que sorprendió a los Manrique,
poniendo en fuga a sus tropas salvo las que se refugiaron en el castillo padrastro.
18 Corchado (1963: 9-40) en sus estudios ya clásicos, analizó de forma detallada el conjunto de pasos que
existían desde Andalucía hacia las provincias de Ciudad Real y Jaén. Sobre el mismo tema ha trabajado
Castillo (2001: 49-104), en especial para la vertiente sur de Sierra Morena
19 Historia Genealógica de la Casa de Lara..., (ed. 1697)
20 Hechos del Condestable..., (ed. 2009, p. 297-301)
21 Año de 1239. Doc. publ. Rivera Garretas (1985: 385, doc. 183)
22 Para el estudio de las diversas rutas ideales hemos utilizado el módulo de GRASS integrado en QGIS 3.4.
23 Dejando de lado los jinetes, creemos que las acémilas con su carga, que fueron las encargas de llevar
los pertrechos como era costumbre en tierras castellanas hasta ese momento (Ladero, 2010: 292), pudieron
pasar sin dificultad por esta zona.
Figura 6. Cálculo de la ruta ideal para conectar la vía al pie de Torre Alver con el castillo de
Montizón
Una vez que se reunieron las tropas del socorro y el contingente que defendía la
fortaleza, se describe en la Crónica lo que debió ser el principal hecho de armas de todo el
asedio, el asalto al castillo padrastro. El lugar, en los Hechos del Condestable, se nos cita
como había sido construido “…en un cerro que estaba çerca e bien junto con el dicho castillo,
de la otra parte de un río o arroyo que por allí pasaua…”24. Este recinto fortificado, hasta la
fecha, no había sido identificado en las diversas publicaciones que citamos anteriormente.
Por ello, con los datos de las fuentes escritas, comenzamos un estudio arqueológico que
tuvo dos fases. En primer lugar, nos centramos en consultar la cartografía histórica, así
como en analizar los diversos cerros que rodeaban el castillo realizando, en aquellos que
podían corresponderse con el enclave citado, un análisis LIDAR con el fin de documentar
posibles estructuras. En segundo lugar, llevamos a cabo la prospección arqueológica de
campo, tanto extensiva como intensiva, donde identificamos los puntos que reunían las
condiciones necesarias para poder ubicar la fortaleza de la Crónica: estar ubicado al otro
lado del río con respecto a Montizón, contar con un control visual importante, tanto sobre la
plaza asediada como sobre las vías de comunicación, y que tuviera unas defensas naturales
de cierta entidad.
Finalmente, pudimos documentar dos lugares que reunían las condiciones. En
el primero, en el cerro de Los Collados, ubicado en una elevación de 802 m, al sur de
Montizón, identificamos los restos de un poblamiento prehistórico de cierta entidad así como
materiales de cronología medieval. Estos últimos creemos que pueden estar asociados con
una pequeña atalaya relacionada con la defensa del castillo de Montizón pero que, durante
el asedio, estuvo en manos de los atacantes como punto de control del vado oriental del río
Guadalén. El segundo, el denominado como cerro de La Horca o del Árbol del Ahorcado,
está localizado al oeste de nuestra fortaleza, al otro lado del arroyo de Montizón, siendo una
posición defensiva de gran entidad donde documentamos vestigios de un recinto con hasta
tres fases cronológicas. La primera se correspondía con una gran ocupación prehistórica;
la segunda estaba asociada a una fortaleza de época andalusí; y la tercera la identificamos
con el castillo “padrastro” que nos citan las fuentes durante el asedio.
Figura 8. Vista desde Los Collados del castillo de Montizón y, a la izquierda, el cerro de La Horca
El cerro de La Horca presentaba, por tanto, una posición geoestratégica muy interesante
ya que su campo de visión controla tanto el castillo como los puntos de acceso hasta el
mismo, complementado por la atalaya de Los Collados, a la vez que, psicológicamente,
marcaba una posición preeminente a la vista de los asediados. La construcción de este
punto fuerte por parte de los Manrique aprovechó, por tanto, las ruinas de un edificio
islámico en el que se recreció el antemuro para levantar una cerca baja que rodeaba
por completo el espacio superior, salvo el costado septentrional donde existe un gran
acantilado formado por el paso del arroyo de Montizón. Por otro lado, el recinto principal,
que tiene un origen andalusí, describe una planta rectangular de aproximadamente 300 m²,
formada por muros de mampostería de cuarcita, lo que coincide con la descripción de la
Crónica, que alcanzan 1 m de anchura. La envergadura del edificio resultante posee una
superficie lo suficientemente amplia para albergar un contingente de tropas acantonadas
donde incluso existían una serie de “…casas que tenían dentro fechas…”25. Por otro lado, el
registro material apunta también a la hipótesis que planteamos ya que, en la superficie del
yacimiento, documentamos cerámicas de esta fase, especialmente algunas lozas, así como
una serie de elementos metálicos relacionados con las caballerías y numerosos clavos.
Volviendo al desarrollo de los hechos, de cara a expugnar esta posición, los Iranzo
prepararon un asalto en toda regla que debía tomar el enclave por varios frentes, exceptuando
la zona norte que era inviable por su topografía. Dentro del contingente que llevó a cabo el
ataque se nos cita la presencia de ballesteros con paveses y espingarderos, procedentes de
la hueste del propio castillo, así como peones y la caballería de la tropa del socorro, a la que
se mandó desmontar. El hecho de armas debió ser relativamente rápido y violento, pues se nos
narra que los defensores arrojaron muchas “…piedras e ballestas e muchas lanzas…”26, lo que
provocó un importante número de bajas entre los Iranzo aunque, finalmente, la fortaleza fue
tomada y el lugar saqueado obteniendo un suculento botín de prisioneros, armas, caballos
y ganado. Tras esto, aunque no se cita expresamente, el edificio debió ser desmochado, lo
que explicaría el nivel de arrasamiento que presenta en la actualidad.
Una vez finalizada la contienda, Montizón fue abastecido de pertrechos y nuevos
hombres, tras lo que el comendador Diego de Iranzo organizó el regreso a tierras de Jaén.
El trayecto de vuelta no fue fácil, ya que los Manrique y sus aliados sabían de lo ocurrido y
habían cerrado los pasos, entre ellos el utilizado anteriormente por Torre Alver. Finalmente,
en una cabalgada apresurada la hueste del Condestable cruzó hacia tierras andaluzas por
el puerto del Muradal, con cierta preocupación ante la posibilidad de que el maestre de
Calatrava rompiera las treguas y le atacara, algo que finalmente no sucedió y pudo llegar
hasta la ciudad de Jaén.
los saqueos, Pedro Manrique reaccionara y se produjera un hecho armado entre ambas
huestes, sabiendo de la superioridad numérica de los Iranzo en este momento. Para ello
Diego de Iranzo atacó el lugar de Belmontejo, que saquearon, de donde consiguió escapar
Pedro Manrique a la villa de Almedina hasta donde lo persiguieron, pero fueron detenidos
ante las murallas de la villa, que esa época aún tenían una cierta entidad (Gallego, 2016).
Tras completar estas acciones de depredación, las tropas de los Iranzo volvieron hacia
Jaén por el camino que habían traído días atrás desde Montizón. Su recorrido los llevó muy
cerca del lugar de Torrenueva, que atacaron y saquearon, ya que el enclave pertenecía a
la Encomienda Mayor de Castilla de la orden de Santiago, cuyo comendador era Gabriel
Manrique. De este hecho, al que también se refiere Rubio (2017), tenemos constancia
arqueológica a través de la prospección que realizamos en el entorno del santuario de
la Virgen de La Cabeza, solar primitivo donde se asentaba la población (Figura 12). El
material cerámico recuperado muestra cómo existe un importante hiato poblacional a partir
de fines de la Edad Media, lo que se correspondería con el abandono violento de este
asentamiento a favor del lugar actual del municipio, hecho que también se refiere en la
visitación de Torrenueva en 149429. A partir de aquí las tropas de los Iranzo se dirigieron al
Muradal donde sufrieron una pequeña emboscada por parte de una patrulla perteneciente
a los Manrique, que habían movilizado un pequeño ejército, aunque finalmente pudieron
regresar a Jaén30.
29 Año de 1494. A.H.N., O.O.M.M. Libro 1067, Visita a los partidos de la Mancha, Ribera del Tajo, Campo de
Montiel y Sierra de Segura. Torrenueva, p. 638.
30 Hechos del Condestable..., (ed. 2009, p. 320)
Bien es verdad que estas operaciones tuvieron un alcance limitado pues, en 1467, el
castillo volvió a ser bloqueado y los Manrique ocuparon, nuevamente, sus posiciones en
torno a la fortaleza. Es aquí donde comenzaron los contactos diplomáticos entre ambos
bandos de cara a poner fin a una situación que se empezaba a tornar desesperada para los
asediados. En este sentido, se llegó a un acuerdo entre Pedro Manrique y el alcaide Gómez
Álvarez para “...aplazar el castillo...”31. Esta fórmula, bien conocida en los usos de la guerra
medieval, consistía en que los defensores pudieran pedir un auxilio para que llegase una
fuerza armada en su rescate. Si en el plazo establecido esta hueste no se presentaba en la
plaza asediada, los defensores se comprometían a su rendición. Tras llegarle las noticias, el
Condestable mandó formar un importante ejército que se concentró en Baños de La Encina
para, posteriormente, cruzar por el puerto del Muradal siguiendo la ruta de 146632. Por su
parte, los Manrique comenzaron, siempre según la Crónica, a reunir una tropa de cierta
entidad que debía llegar hasta Montizón para presentar, si fuera necesario, batalla campal
a las tropas de los Iranzo, quizás en un acto de resarcimiento por la derrota de Olmedo del
año anterior.
Bien es verdad que esto último no se llegó a cumplir pues, finalmente, al retrasarse
el socorro el castillo se rindió y, tiempo después, encontramos a Jorge Manrique al frente
de la encomienda de Montizón tras rendir obediencia al nuevo maestre santiaguista, Juan
Pacheco. El insigne poeta estará al frente la misma hasta su muerte en 1478, momento en
que comenzará un nuevo litigio por su posesión entre Diego de Iranzo y su hijo Luis, pleito
que será arbitrado por Roma en 1494 a favor de los Manrique (Mercado, 1995b: 108).
4. CONCLUSIONES
A lo largo de este texto hemos querido reconstruir la materialidad del conflicto armado
que se produjo en torno a la lucha por el control del castillo de Montizón, en particular, y
de las posesiones de la orden de Santiago, en general, que se enmarcó en la guerra civil
castellana que se dio entre Enrique IV y el infante Alfonso, al que apoyaba gran parte de la
nobleza, por el control de la Corona entre 1465 y 1468. En este sentido, hemos comprobado
que combinando el análisis de las diversas fuentes documentales, tanto las crónicas como
los libros de visitación, con los trabajos arqueológicos, se pueden estudiar físicamente los
lugares citados, lo que permite hace una revisión crítica de la evolución de los hechos que,
en unas ocasiones, apoya la versión que hasta el momento se tenía y, en otras, nos permite
establecer nuevas hipótesis.
Durante este trabajo hemos aportado, gracias a las diversas herramientas arqueológicas
que hemos aplicado, importantes novedades sobre el cerco a la fortaleza y las operaciones
militares que se realizaron en torno al mismo. En primer lugar, las prospecciones a diversa
escala nos han permitido localizar una nueva fortaleza que se desconocía hasta el momento,
el cerro de La Horca, y que es uno de los pocos ejemplos de castillos padrastros de los
que se tienen evidencias físicas. En segundo lugar, los resultados del estudio estratigráfico
de paramentos nos han mostrado pruebas materiales de la destrucción que sufrieron los
muros de Montizón durante este conflicto, lo que llevó a Jorge Manrique, tras asumir la
encomienda, a realizar importantes trabajos de reconstrucción y de adaptación artillera de
sus defensas. En tercero, gracias a la aplicación de los SIG hemos identificado diversos
aspectos como el control que tenía el cerro de la Horca sobre Montizón o localizar los
itinerarios que siguieron los ejércitos durante las campañas llevadas a cabo para romper el
cerco destacando, entre estos, el paso desde Torre Alver a las Navas de La Condesa.
Los buenos resultados que, hasta el momento, nos está proporcionando la metodología
de trabajo que hemos desarrollado para el estudio de la materialidad de la guerra medieval,
que hemos aplicado tanto en Montiel como en Montizón y estamos comenzando a trabajar
en Uclés o Salvatierra, nos hace ser optimistas de cara al futuro. En este sentido, como
ya han mostrado otros equipos para periodos históricos muy diversos, la aplicación de
una forma generalizada de la denominada “arqueología del conflicto” para el estudio de la
guerra se está convirtiendo en una herramienta fundamental. Es más, para periodos como
la Edad Media, donde no siempre contamos con una información histórica detallada, el
análisis material de los hechos de armas nos permite aportar nuevas interpretaciones que,
en algunos casos, llevaran a hacer una revisión crítica de estos episodios bélicos.
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RESUMEN
Perteneciente a una de las más importantes casas del reino de Aragón –los condes de
Aranda–, el marqués de Almonacir es un personaje muy poco conocido y habitualmente confundido
con otros miembros de su estirpe. Hijo segundón, fue beneficiario de un título nobiliario por azares
del destino y llegó a ocupar el cargo de virrey.
Con este trabajo pretendemos aportar algunos datos sobre la biografía de este noble,
analizando sus orígenes familiares, su trayectoria política como virrey o sus redes intelectuales o
religiosas.
ABSTRACT
Member of one of the most important noble households of the Kingdom of Aragon –the Earls
of Aranda– the Marquis of Almonacir is a largely unknown figure who tends to be confused with other
members of his family. Although not the firstborn, by a quirk of fate he obtained a noble title and
became a Viceroy.
The aim of this paper is to provide some information about his biography, analysing his family
origins, his political career as Viceroy and his intellectual and religious networks
155
ANTONIO XIMÉNEZ DE URREA Y ENRÍQUEZ, I MARQUÉS DE ALMONACIR. APUNTES BIOGRÁFICOS
1. INTRODUCCIÓN
La biografía como género historiográfico ha tenido sus valedores y detractores
desde el inicio de los tiempos y, en consecuencia, ha experimentado periodos de auge
y momentos de crisis. Su resurgir en los últimos años no ha eliminado ese recelo, pero
sí ha permitido arrojar luz sobre individuos que han sido olvidados por los historiadores
con el paso del tiempo y que, con su estudio, podemos profundizar en el conocimiento de
una sociedad en un momento concreto. De igual modo, el método prosopográfico se ha
revelado extremadamente útil para estudiar las élites de poder, reconstruyendo sus redes
familiares y clientelares, vínculos personales en aspectos artísticos o religiosos y un largo
etcétera. Con estos datos, la biografía de un personaje se vuelve más compleja y rica y
permite extraer nuevas conclusiones que pueden servir notablemente al conocimiento de
una época concreta1.
Muchos son los grandes personajes sobre los que tenemos un profundo conocimiento
de su biografía. Nobles, políticos, artistas, científicos y un largo etcétera gozan de
monografías en las que se detallan todos y cada uno de los acontecimientos, por pequeños
que estos sean, que marcaron su existencia y la huella que han dejado en la historia.
Muchos, también, son aquellos que aún permanecen sin estudiar a pesar de haber jugado
un papel principal en campos como los antes mencionados.
El objetivo del presente trabajo es llevar a cabo un sucinto análisis de un personaje
concreto: Antonio Ximénez de Urrea y Enríquez, marqués de Almonacir y conde de Pavías,
primer titular de ambos. Para ello, emplearemos fuentes primarias procedentes de archivos y
bibliotecas las cuales, sin embargo, no han resultado suficientes en un primer acercamiento.
Trataremos, además, de complementarlas con fuentes impresas y aportaciones bibliográficas
recientes que nos permitirán enmarcar el objeto de estudio dentro de un contexto histórico
concreto. También emplearemos piezas literarias para tratar de comprender mejor la época
y la concepción que sus contemporáneos tenían de este personaje.
A través de la reconstrucción de su biografía podremos conocer el modo en que se
relacionaba con la sociedad en la que vivía, al tiempo que se pone en valor los lazos
sociales que desarrolló. Así, profundizar en el conocimiento de personajes como el que
aquí nos ocupa puede ayudarnos en un objeto de estudio mayor: entender las dinámicas
sobre el gobierno de un territorio como el reino de Cerdeña a lo largo un periodo de tiempo
concreto y establecer unas conclusiones sobre el perfil de sus virreyes o la visión que de
aquel tenían los gobernantes del momento.
1 El debate historiográfico sobre la biografía es enormemente amplio, por lo que nos remitimos al estudio
clásico de C. Seco Serrano, “La biografía como género historiográfico”, en Once ensayos sobre la Historia,
Madrid, Fundación Juan March, 1976, pp. 105-118. También a estudios más recientes como en dossier
coordinado por I. Burdiel “Los retos de la biografía”, Ayer, 93 (2014), o la obra coordinada I. Burdiel, R. Foster
(eds.), La historia biográfica en Europa. Nuevas perspectivas, Zaragoza, Institución Fernando el Católico,
2015. En relación a los estudios prosopográficos, vid. L. Stone, El pasado y el presente, México, Fondo de
Cultura Económica, 1986, pp. 61-94. E. Soria Mesa, J. J. Bravo Caro, J. M. Delgado Barrado, Las élites en la
época moderna: la Monarquía española, Córdoba, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Córdoba,
2009. J. Martínez Millán, “Los estudios sobre élites de poder y la Corte”, en Élites y poder en las monarquías
ibéricas. Del siglo XVII al primer liberalismo, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013, pp. 17-36. B. Yun Casalilla
(coord.), Las redes del imperio: élites sociales en la articulación de la Monarquía Hispánica, 1492-1714,
Madrid, Marcial Pons, 2009.
2 El árbol genealógico del marqués de Almonacir se conserva en Real Academia de la Historia, (RAH),
Salazar y Castro 9/296, fol. 199v. Habitualmente se le suele confundir con su sobrino, el V conde de Aranda,
por tener ambos el mismo nombre y primer apellido. L. Malo Barranco, Nobleza en femenino. Mujeres, poder
y cultura en la España moderna, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2018, p. 309.
3 J. Gascón Pérez, “El reino de Aragón a principios del siglo XVII”, en La monarquía de Felipe III, Madrid,
Polifemo, 2008, vol. 4, pp. 173-195 y 405-407. Sobre la participación de los miembros de la casa de Aranda
vid. J. Gascón Pérez, La rebelión aragonesa de 1591, tesis doctoral, Zaragoza, 2000, pp. 1120 y ss. Citamos,
así mismo, los estudios clásicos de G. Colás Latorre, J. A. Salas Ausens, Aragón en el siglo XVI, Zaragoza,
Prensas de la Universidad de Zaragoza, 1982; E. Solano, Poder monárquico y Estado pactista (1626-1652),
Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1987.
4 J. Gascón Pérez, Alzar banderas contra su rey. La rebelión aragonesa de 1591 contra Felipe II, Zaragoza,
Prensas Universitarias de Zaragoza, 2010, p. 474.
5 A. Ramos, Aparato para la corrección y adición de la obra que publicó en 1769 el doctor don José Berní y
Catalá, Málaga, Impresor de la dignidad Episcopal, 1777, p. 83.
6 L. Malo Barranco, Nobleza en femenino..., pp. 313 y ss.; J. Gascón Pérez, Alzar banderas..., p. 472.
Antonio Ximénez de Urrea y Enríquez fue nombrado por Felipe IV como virrey de
Cerdeña el 30 de enero de 1632, con un salario que consistía en tres mil ducados anuales
más otros tres mil de ayuda de costa, suponiendo un montante anual de seis mil ducados
anuales7. A diferencia de otros virreyes, no disponemos de información sobre su viaje o
su llegada al reino. También desconocemos si anteriormente había ocupado algún cargo
político o militar.
¿Qué situación se encontró Almonacir a su llegada a Cerdeña? Los años veinte del
Seiscientos en este reino comenzaron con el gobierno del barón de Benifayró, Juan Vivas
de Cañamás, quien había ejercido el cargo de embajador en Génova durante más de dos
décadas8. Su trienio en el reino insular se caracterizó por una tensa relación con diversos
sectores de la sociedad, condicionado por los propios intereses pecuniarios del valenciano,
que chocaron frontalmente con los derechos y prácticas locales9. Tras su inesperado
fallecimiento en Cagliari, Felipe IV nombró al marqués de Bayona para sustituirle.
El nuevo virrey tuvo que reconducir esta situación. Además, debió presidir dos
parlamentos del reino, marcados por las campañas bélicas que la monarquía protagonizó
en el contexto de la Guerra de los Treinta Años10. Bayona logró obtener unas condiciones
inmejorables para reconducir la malograda situación interna que dejó el virrey Vivas y
concluir unas sesiones de Cortes –1626 y 1631– que fuesen propicias a las oligarquías
locales, a las arcas del reino y a los objetivos políticos que se perseguían desde Madrid.
Sin embargo, igual que su predecesor, falleció inesperadamente el 15 de abril de 1631.
La interinidad fue ejercida por el obispo de Alguero, Gaspar Prieto, quien, además, debió
encargarse de la clausura del Parlamento que aún estaba abierto11.
diversas partidas de dinero del reino. El cometido resultó enormemente complicado tanto
por la complejidad de las operaciones llevadas a cabo para la recaudación como, sobre
todo, por la imprecisión documental relativa a las recaudaciones13.
Almonacir no sólo tuvo que tratar de resolver las dificultades antedichas, sino que
debió hacer frente a los problemas derivados de los asientos firmados, especialmente,
con comerciantes ligures en connivencia con algunos potentados sardos, para quienes el
control de la producción frumentaria del reino era fundamental a la hora de mantener sus
haciendas14. Una parte de la élite local no estaba de acuerdo con la política de asientos
llevada a cabo por la corona en el reino. Así, en 1633, la ciudad de Sassari envió una
embajada a Madrid, al frente de la cual situó a Alonso de Gualbes y Zúñiga –marqués de
Palmas y representante del estamento militar–, con el propósito de negociar varios asuntos,
entre los que destacaba el tema de los asientos y la reserva de los cargos del reino para
los naturales. En sus propias palabras, sin embargo, su propósito “no se hará ajustado a
mi deseo”. Con todo, subraya que buena parte de los logros que obtuvo fueron gracias al
regente Vico15.
Las levas de soldados continuaron durante sus años de gobierno, pues la guerra aún
no había terminado. Cerdeña debía volver a contribuir con hombres y dinero, que fueron
destinados a las campañas en la península italiana: nobles, prelados y otros potentados
volvieron a financiar la creación de un tercio de infantería del que una parte significativa
estaba formada por gentes de mal vivir tanto del campo como de los entornos urbanos, lo
que sirvió para paliar la delincuencia y atenuar la presión social de las capas más peligrosas.
Pablo de Castelví –marqués de Cea y procurador real de la Audiencia sarda– pagó, así
mismo, una importante suma para situarse a la cabeza de dicho tercio y poder integrar en
él a personas de su máxima confianza, como su propio hijo, Jorge de Castelví16.
Durante este primer trienio como virrey, Almonacir tuvo que desarrollar una política
de venta de cargos, oficios e incluso títulos nobiliarios auspiciada por las instrucciones
que el regente del Consejo de Aragón, Francisco de Vico, había llevado consigo al reino
de Cerdeña17. El objetivo último no era novedoso, pues las cantidades recaudadas
irían destinadas a pagos militares de los frentes de Italia y, sobre todo, de Cataluña. El
arrendamiento de las almadrabas del reino, el oficio de gobernador del Océano, el asiento
de las sacas de legumbres, el arrendamiento de la nieve de la ciudad de Cagliari o el
veguerato de Oristano fueron algunos de los cargos que se vendieron. Sin embargo, el
título de marqués de Soleminis fue de los más deseados. Tanto, que fue el propio regente
Vico quien lo adquirió18.
Durante los siguientes años, las obligaciones de Vico en el reino de Cerdeña comenzaron
a ser cuestionadas por otros ministros reales. Además, su parcialidad hacia los intereses
13 AHN, Consejos, lib. 2562, fols. 227r-234r, correspondientes a la instrucción del juez de corte.
14 F. Manconi Cerdeña. Un reino..., p. 383.
15 Archivo de Congreso de los Diputados (ACD), Archivo de Cerdeña, legajo (leg.) 15, documento (doc.) 244.
16 AHN, Consejos, lib. 2562, fols. 160r y ss. Una biografía de este personaje puede leerse en L. Gómez Orts,
J. Revilla Canora “Al servicio del rey en las cortes de Cagliari, Valencia y Madrid: Jorge de Castelví y Melchor
sisternes”, en Cagliari and Valencia during the Baroque Age. Essays on Art, History and Literature, Valencia,
Albatros, 2016, pp. 45-72.
17 AHN, Consejos, lib. 2562, 20 de julio de 1635. Sobre el regente vid. F. Manconi, “Un letrado sassarese al
servicio della Monarchia ispanica. Appunti per una biografia di Francesco Angel Vico y Artea”, en Sardegna,
Spagna e Mediterraneo, Roma, Carocci, 2004, pp. 291-333.
18 AHN, Consejos, leg. 18825, exp.18.
de personas e instituciones del norte del reino eran manifiestos, lo que provocó numerosas
quejas por parte de las élites cagliaritanas. Vico llegó a recibir acusaciones relacionadas
con la concesión de favores y títulos nobiliarios a cambio de notables sumas económicas y,
sobre todo, la de haber fomentado las diferencias existentes entre el norte y el sur –entre las
ciudades de Cagliari y Sassari– y sus elites con el objetivo último de mantener su posición y
preeminencia, además de fortalecer sus lazos clientelares19. Su suerte política cambió con
la caída de Olivares. Varios ministros sardos propusieron al nuevo valido, Luis de Haro, que
se jubilase a Vico para poder así nombrar un nuevo regente del reino20. Sin embargo, no se
llegó a llevar a cabo, pues el regente sardo falleció en Madrid en 164821.
y apenas llegó a él, año de 1632, cuerdamente mandó que se fortificasen todas las
ciudades y, plazas más importantes, que estaban sin defensa, reparándose y abasteciéndose
todas de pertrechos bélicos y de víveres, para que de esta suerte estuvieran preparadas para
cualquier invasión que intentaran los enemigos de la monarquía española22
La invasión francesa fue el principal acontecimiento al que tuvo que hacer frente el
marqués de Almonacir durante su gobierno en el reino de Cerdeña. El ataque se saldó de
manera favorable y el virrey pudo continuar con su actividad normal hasta que fue nombrado
el príncipe de Melfi en su lugar.
El nuevo virrey llegó al puerto de Cagliari con una escuadra formada por catorce galeras.
Realizó el tradicional recorrido hacia el Palacio Real en el que fue recibido por el virrey
interino, los representantes de la ciudad, los nobles y caballeros del reino y demás personas
ilustres a la par que se fueron desarrollando los festejos derivados de su nombramiento35.
Tras jurar su cargo en la catedral, Melfi continuó la estela iniciada por Almonacir: se ocupó
de aprovisionar las galeras, proveer plazas de capitanes y otros mandos militares y trató de
organizar el material de guerra existente en el reino, pues los ecos del ataque francés de
1637 aún resonaban en el imaginario sardo36.
35 J. Aleo, Storia cronológica del regno di Sardegna dal 1637 al 1672, F. Manconi (ed.), Nuoro, Iliso, 1998,
p. 95.
36 J. Mateu Ibars, Los virreyes de Cerdeña. Fuentes para su estudio, Padua, CEDAM, 1967, tomo II, pp. 41
y ss.
37 Archivo de la Corona de Aragón (ACA), Generalitat, correspondencia del virrey conde de Santa Coloma,
carta 544.
38 Ibídem, cartas 609 y 617.
39 Ibídem, carta 6855.
40 J. I. Gómez Zorraquino, Patronazgo y clientelismo. Instituciones y ministros reales en el Aragón de los
siglos XVI y XVII, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2016, pp. 369-371.
Con mucho alborozo doy a V. E. la enhorabuena del suceso de Salsas en que tanta
parte tengo del gusto que a V. E. habría causado como apasionada en verle fuera del cuidado
que traía consigo la dilación del sitio donde corría tantos riesgos la salud con lo riguroso del
tiempo. Lo que ahora querría es que V. E. tratase de retirarse al descanso de su casa para
olvidar las incomodidades tan dilatadas que ha padecido45
41 ACA, Generalitat, correspondencia del virrey conde de Santa Coloma, carta 2495.
42 Ibídem, carta 2670.
43 Ibídem, cartas 3202, 3203, 8123 y 8513.
44 Ibídem, cartas 2495, 6218 y 8123. F. M. de Melo, Historia de los movimientos, separación y guerra de
Cataluña, Lisboa, 1645 [http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/historia-de-los-movimientos-separacion-
y-guerra-de-cataluna-en-tiempo-de-felipe-iv--0/html/feee546c-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html#I_1_].
(Consulta: 19-3-2020). R. Camarero Pascual, La guerra de recuperación de Cataluña (1640-1652), Madrid,
Actas, 2015, pássim. D. Maffi, En defensa del Imperio. Los ejércitos de Felipe IV y la guerra por la hegemonía
europea (1635-1659), Madrid, Actas, 2014, pp. 61-76.
45 ACA, Generalitat, correspondencia del virrey conde de Santa Coloma, carta 8686.
46 Ibídem, cartas 455, 474, 2495, 3235, 3377, 3378, 3379, 6824, 6855, 7887, 8034, 8282, 8728 y 9325.
el 7 de junio de 1640 en la ciudad de Barcelona. A partir de ese momento sólo tenemos una
referencia del marqués de Almonacir. Fue receptor de una carta en la que se le informaba
sobre la inundación que sufrió la ciudad de Zaragoza el 18 de febrero de 1643, debido a las
lluvias y la fuerte crecida del Ebro. En ella se cuenta pormenorizadamente el avance de las
aguas, que llegaron a anegar la iglesia metropolitana. A pesar de ello, algunas zonas de la
ciudad no se vieron afectadas y, entre ellas, las casas del marqués de Almonacir47. Debido
a lo detallado de la descripción de los desastres causados por la avenida y el hecho de
informar sobre el estado en que se encontraba la casa del marqués, entendemos que este
no se encontraba en Zaragoza en aquel momento.
Los marqueses de Almonacir estaban perfectamente integrados en los círculos
intelectuales de la ciudad aragonesa. En primer lugar, su sobrina, la condesa de Aranda, fue
una ilustre escritora cuya temática principal, que no única, fue de modelo de comportamiento
de nobles48. Además, la familia Ximénez de Urrea gozaba de relaciones eruditas que
traspasaban los Pirineos y les permitieron estar al tanto de las novedades científicas que
allí se producían, de la mano de intelectuales como François Filhol, canónigo de Toulouse.
Es más, al marqués de Almonacir le fue dedicada la obra Diseño de la insigne y copiosa
biblioteca de Francisco Filhol, presbítero y hebdomadario en la santa iglesia metropolitana
del protomártir san Esteban, de la ciudad de Tolosa. En ella se presenta al marqués “no solo
como protector de las buenas letras sino como a varón estudioso”49.
De la misma forma, tanto los marqueses como algunos miembros de su casa
mantuvieron una estrecha relación con el erudito Vicencio Juan de Lastanosa, gracias a
quien pudieron conocer los gustos franceses en materia de jardinería –entre otras materias–,
lo que les llevó a seguir la moda del vecino reino hasta el punto de recurrir a jardineros galos
para embellecer sus casas50.
Este círculo intelectual se entremezclaba con la religiosidad de la familia. Así, su
cercanía a la orden del Carmelo se establecía a través de dos vías. La primera, el propio
confesor de la marquesa de Almonacir, fray Jerónimo de San José, quien fue, además,
escritor e historiador51. Subrayamos también la relación personal que mantenía doña Juana
47 Archivo Histórico de la Universidad de Sevilla (AHUS), A 112/043 (05) bis, Copia de carta escrita por don
Pablo de Eusa y Escarate al Excelentísimo señor marqués de Almonacir y conde de Pavías, en que le refiere
la venida e inundación del río Ebro y el daño que ha hecho a la ciudad de Zaragoza, 26 de febrero de 1643.
48 Luisa María de Padilla y Manrique de Acuña, cuñada del duque de Uceda. A. Egido, “La nobleza virtuosa
de la condesa de Aranda, doña Luisa de Padilla, amiga de Gracián”, Archivo de filología aragonesa, 54-55
(1998), pp. 9-41; M. Torremocha Hernández, “’Lagrimas de la nobleza’ o lágrimas por la nobleza. Luisa de
Padilla, condesa de Aranda, y su ‘reformación de nobles’”, en Campo y campesinos en la España Moderna.
Culturas políticas en el mundo hispánico, León, Fundación Española de Historia Moderna/Universidad de
León, 2012 vol. 2, pp. 2187-2198. M. L. Acquier, “Cultura nobiliaria, prestigio familiar y política. La producción
libresca de Luisa de Padilla y la grandeza de los Urrea: evaluación de una relación compleja (1617-1644)”,
Librosdelacorte.es, 6 (2013), pp. 174-181.
49 J. F. Andrés de Uztarroz, Diseño de la insigne y copiosa biblioteca de Francisco Filhol, presbítero y
hebdomadario en la santa iglesia metropolitana del protomártir san Esteban, de la ciudad de Tolosa, Huesca,
21 de marzo de 1644. Una copia se encuentra digitalizada en la Biblioteca Pública de Huesca, (BPH), B-100-
15728 [http://bibliotecavirtual.aragon.es/bva/i18n/consulta/registro.cmd?id=1576].
50 J. Pérez Magallón, Construyendo la modernidad: la cultura española en el tiempo de los novatores
(1675-1725), Madrid, CSIC, 2002, p. 306. Sobre el humanista y su tiempo vid. A. Egido y J. E. Laplana Gil
(eds.), Mecenazgo y Humanidades en tempos de Lastanosa. Homenaje a la memoria de Domingo Ynduráin,
Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2008.
51 Así aparece reflejado en el testamento de la marquesa de Almonacir, AHPZ, P/4-113-27. Sobre el confesor,
vid. J. Vicente Rodríguez, “Ezquerra de Rozas, Jerónimo”, en Diccionario Biográfico Español, on-line [http://
dbe.rah.es/biografias/15919/jeronimo-ezquerra-de-rozas] (Consulta: 19-3-2020).
Enríquez –condesa de Aranda y madre del marqués de Almonacir–, con la religiosa Feliciana
Eufrosina de San José. Precisamente será la condesa de Aranda una de sus más firmes
valedoras, pues no solamente le ayudó a entrar en religión, sino que fue la encargada de
sufragar su fiesta de toma de velo. Este vínculo establecido con doña Juana –fallecida
en 1599– se mantuvo también con sus hijos y nietos, especialmente con el marqués de
Almonacir y con sus sobrinas, las hijas de los condes de Sástago, cuya educación estuvo
a cargo del marqués52.
La última información de que disponemos sobre Almonacir es la referente a su
testamento, fechado el 19 de mayo de 1643, además de dos codicilos de 6 de mayo y de
19 de octubre de 1644. Unos días más tarde, el 24 de octubre de 1644 falleció en su casa
de Zaragoza, donde lo hallaron muerto en el suelo. Para llevar a cabo los procedimientos
pertinentes en este tipo de situaciones, acudió a casa del marqués el notario Miguel Juan
de Montaner junto con varios testigos: uno de los pajes del difunto –Jusepe de Collantes–
y un escribiente –Pedro Mateo de Escurpí–, además del religioso Francisco Ximénez de
Urrea, familia del fallecido, capellán de Felipe IV y cronista del reino de Aragón53. Todos ellos
reconocieron en acto público que el cadáver correspondía con la persona del marqués, “sin
espíritu de vida […] y no otro alguno puesto en lugar de aquel” 54. Al morir sin descendencia,
su hermana, la condesa de Sástago, se convirtió en la II marquesa de Almonacir55.
7. CONCLUSIÓN
Antonio Ximénez de Urrea y Enríquez, perteneciente a una importante casa nobiliaria
–Grandes de España desde 1640–, era un segundón a quien enviaron al reino insular con
el objetivo de llevar a cabo un gobierno continuista, apoyando los planes que desde Madrid
se orquestaban y, al mismo tiempo, integrando a unas elites deseosas de sentirse parte de
una monarquía poderosa.
Durante sus dos trienios como virrey, el marqués tuvo que hacer frente a importantes
problemas pecuniarios para ayudar al mantenimiento de la política exterior de Felipe IV.
Fue, sobre todo, el encargado de paliar la pésima situación en la que se encontraban los
bastiones, fortines, torres de vigilancia, castillos y plazas fuertes del reino. Así, trató de
pertrecharlas de la forma más conveniente con los escasos recursos de que disponía,
además de procurar crear y mejorar los efectivos militares presentes en el reino. Gracias
a sus esfuerzos en estos empeños, el reino de Cerdeña pudo hacer frente al poderoso
enemigo francés que desembarcó en sus costas y conquistó la ciudad de Oristano en el
contexto de la Guerra de los Treinta Años.
52 M. C. Marín Pina, “El escrito oculto, las redes y la construcción autorial de Feliciana de San José (Recreación
espiritual, 1645)”, en Autor en construcción. Sujeto e institución literaria en la modernidad hispánica (siglos
XVI-XIX), Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2019, pp. 153 y ss. En este trabajo se puede
encontrar un interesante gráfico sobre la red de relaciones de la religiosa. Sobre las prácticas devocionales
de los miembros de la familia Ximénez de Urrea vid. L. Malo Barranco, “Los espacios de religiosidad y la
devoción femenina en la nobleza moderna. El ejemplo de los linajes Aranda e Híjar”, Cuadernos de Historia
Moderna 42, 1 (2017), pp. 175-193. Sobre las relaciones entre la espiritualidad carmelita y la política vid.
J. Martínez Millán, “La ideología religiosa de la Monarquía Católica”, en La Corte de Felipe IV (1621-1665).
Reconfiguración de la Monarquía Católica, Madrid, Polifemo, 2017, T. III, Vol. 3, pp. 1536 y ss.
53 Una breve referencia biográfica se puede encontrar en J. Martínez Millán y J. E. Hortal Muñoz (dirs), La
corte de Felipe IV (1621-1665). Reconfiguración de la Monarquía católica, Madrid, Polifemo, 2015, T. II, p.
2156. Sobre los servicios prestados por este personaje vid. RAH, Salazar y Castro, H-25, fol. 215.
54 El testamento se conserva en AHPZ, P/4-113-26-1. Los codicilos, en AHPZ, P/4-113-26-2
55 A. Valladares de Sotomayor, Semanario erudito que comprehende varias obras inéditas, morales,
instructivas, políticas, históricas, satíricas y jocosas de nuestros mejores autores antiguos y modernos,
Madrid, 1790, T. XXXIII, p. 250.
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56 ACA, Generalitat, correspondencia del virrey conde de Santa Coloma, cartas 9182 y 9325.
— Alzar banderas contra su rey. La rebelión aragonesa de 1591 contra Felipe II, Zaragoza,
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RESUMEN
La embajada a Polonia del Almirante de Aragón de 1597 supuso un punto de inflexión en
las relaciones entre la Monarquía Hispana y la corona de Polonia-Lituania. La difícil elección de
Segismundo III como rey en 1587 no fue reconocida por Felipe II, quien durante años siguió apoyando
a su sobrino, el archiduque Maximiliano, en sus aspiraciones al trono polaco. Sin embargo, a partir
de 1596 y por influjo de la diplomacia papal, las dos cortes iniciaron un progresivo acercamiento, que
culminó con esta embajada. En este artículo describimos algunos aspectos de la misión, centrando
nuestra atención en la compleja situación interna de Polonia-Lituania y en una serie de cuestiones
en torno al frente danubiano que, olvidadas por la problemática báltica, no han despertado tanto la
atención de los historiadores.
ABSTRACT
The Admiral of Aragon’s embassy to Poland in 1597 was a turning point in the relationship
between the Hispanic Monarchy and the Polish-Lithuanian Commonwealth. The difficult election of
Sigismund III as king in 1587 was not recognized by Philip II, who for years continued to support his
nephew, Archduke Maximilian in his claims to the Polish throne. However, from 1596 onwards, there
was a gradual rapprochement that culminated in this embassy. This article describes some aspects
of the mission, focusing attention on the complex internal situation of Poland-Lithuania and on a
whole series of issues vis-à-vis the Danube front, which, overshadowed by the Baltic problem, have
not received so much attention from historians.
169
MÁS ALLÁ DEL BÁLTICO: LA EMBAJADA DEL ALMIRANTE DE ARAGÓN (1597)...
1. INTRODUCCIÓN
El 10 de febrero de 1597 hacía su entrada en Varsovia el Almirante de Aragón. El
español había realizado un largo periplo por Europa hasta llegar a aquella corte, a la que
acudió como embajador extraordinario con el objetivo de representar a Felipe II en el
bautizo de una de las hijas del rey de Polonia. Junto a él, un numeroso séquito compuesto
por setenta personas, el cual fue recibido con gran boato en la ciudad de Varsovia (Ochoa
Brun, 2000: 250; Przezdziecki, 1947: 240; Rodríguez Villa, 1899: 589-593). A pesar de que
su estancia en Polonia apenas se dilató un mes, su presencia en aquella corte tuvo un gran
impacto en la época. El último representante español en trasladarse a la zona había sido
don Guillén de San Clemente, quien en 1587 viajó desde Praga para apoyar la candidatura
del archiduque Ernesto en la tercera elección real. Una empresa que se saldó con un
rotundo fracaso, tras ser elegido Segismundo III Vasa (1566-1632) como monarca y caer
preso de los polacos otro de los archiduques en liza: Maximiliano (Conde, 2016: 95-114;
Urjasz-Raczko, 2014: 213-232). Desde entonces, las relaciones entre las cortes de Madrid
y Varsovia habían estado virtualmente rotas, dado que Felipe II había seguido apoyando las
pretensiones de su sobrino Maximiliano en Polonia, incluso cuando Rodolfo II, su hermano,
firmó un acuerdo con Segismundo III y el archiduque fue liberado. Por lo tanto, la visita del
Almirante marcó un importante paso en la reconciliación entre el rey de España y el Vasa.
Esto, sumado a los planes de actuación conjunta en el Báltico que entonces surgieron,
ha despertado el interés de los historiadores por la embajada1. La mayor parte de los autores
han incidido en las problemáticas del norte de Europa, y más concretamente en los proyectos
bálticos que se empezaron a conformar a raíz de la visita. Segismundo III era un monarca
católico, que heredó el trono sueco en 1592. Hablamos pues de un príncipe clave en el
norte de Europa, un espacio prioritario para Felipe II, donde trató de combatir a los ingleses
y holandeses tanto a nivel militar como comercial (Gómez-Centurión, 1988). Segismundo
también era un actor importante para el papado, que pretendía impulsar la Reforma Católica
en el noreste del continente (Garnstein, 1992). Ambos elementos se imbricaron entre sí, de
manera que la diplomacia papal jugó un papel relevante en la reconciliación y posterior
conformación de los planes hispano-polacos en la zona.
Menos interés ha suscitado el otro frente que concernía a Polonia-Lituania, el húngaro-
moldavo, donde en aquel momento transcurría una de las etapas decisivas de la Larga
Guerra de Hungría. Este conflicto había estallado en 1593 y en él estuvo fuertemente
implicado el papa Clemente VIII (1592-1605), quien envió dinero y tropas a la zona, al
mismo tiempo que trataba de concertar a los príncipes para crear una gran alianza anti-
otomana. Entre los socios prioritarios que buscó estaba el reino de Polonia-Lituania quien,
1 Además de la ya citada obra del conde Przezdziecki (en su versión original,1934), la embajada fue estudiada
por María Bogucka (1974: 175-185), quien utilizó fundamentalmente fuentes polacas, así como una relación
de la embajada conservada Archivo General de Simancas. También por Ryszard Skowron en varios de sus
trabajos (1997: 127-128; 2008: 50-54). La obra de A. Barwicka también hace mención al papel jugado por el
Almirante (2009: 303-307). Por la parte española, además del trabajo de Rodríguez Villa y el extenso anexo
a la traducción de Przezdziecki hecho por M. Gómez Campillo, se encuentran los volúmenes de M. Á. Ochoa
Brun (2000: 250).
por su situación geográfica y su potencial, podía jugar un papel clave en el conflicto. Sin
embargo, los polacos se resistieron a unirse a la Liga, ya fuera por su tradicional política
de buen entendimiento con el sultán, o por la desconfianza que causaba en Polonia la
expansión de la influencia de los Austrias por la zona (Barwicka, 2009: 297-307). En 1597,
la diplomacia papal realizó un nuevo intento, enviando para ello a Enrico Caetani como
legado a la dieta de Varsovia que se celebraba en febrero. Una misión que coincidió en el
tiempo con la visita del Almirante al reino.
La mayor parte de los trabajos han obviado o apenas se han interesado por esta
circunstancia y la posible implicación del Almirante en los asuntos del frente danubiano.
Una indiferencia que a priori estaría bien justificada. Al fin y al cabo, el propio embajador,
al dar cuenta de su misión, recordó como tenía orden expresa de Felipe II de no interferir
en la negociación (Rodríguez Villa, 1899: 518). Un imperativo regio que quedó más tarde
reflejado en la obra de Antonio Herrera y Tordesillas:
Que pues en la Corte de Polonia hallaría al legado, que yva al tratado de la Liga, no se
mezclasse en esso con autoridad suya, sino que lo dexase correr, procurando lo posible que
el Papa se enterasse, que no era conveniente por ser mayores los daños que podían proceder
della, que el provexo que a su Santidad le avia representado, y que no le dexaba de acudir
a este negocio por falta de voluntad, sino por las dificultades que traya consigo, que eran
insuperables. Y aviendo conferido y platicado mucho, se fue mostrando con el diverso tiempo,
lo que el Rey Catholico dezia, y que el negocio no era menos dificultoso que provechoso
(Herrera y Tordesillas, 1612: 680).
Sin embargo, la revisión de las fuentes y el uso de otros documentos inéditos del
Archivo Histórico Nacional, de la Bibliothèque Royale de Belgique y de la Real Academia
de la Historia, revelan que sí existió por parte del Almirante un interés temprano por las
problemáticas de dicho escenario, ya fuera como informador o como intermediario de otras
negociaciones. Cierto es que el embajador cumplió sus órdenes, y se abstuvo de actuar
de manera oficial en las conversaciones de Caetani —nosotros no tenemos constancia
de ello —. Pero sí jugó un papel activo, como después él mismo diría, “como persona
privada”. Nuestro objetivo en este trabajo es mostrar las distintas formas de su intervención,
así como los motivos que le llevaron a actuar, que tuvieron mucho que ver con el propio
carácter del embajador y la naturaleza de su misión en Centroeuropa; pero también con la
situación interna que se vivía en Polonia-Lituania y la compleja maraña de intereses que se
había creado, que en último término impidió una separación estricta entre los asuntos del
mar Báltico y el conflicto húngaro.
el hijo del duque de Alba y la hija del duque del Infantado. Una unión, según varios testigos,
patrocinada por el propio Almirante en contra de los deseos de Felipe II, que mandó arrestar
a los implicados. La reconciliación con el monarca no se produjo hasta unos años más tarde,
gracias al influjo en la corte de los jesuitas y su proyectado matrimonio con una hermana del
conde de Chinchón, que nunca se llegó a efectuar. A finales de 1595, Felipe II nombró a don
Francisco Mayordomo Mayor del archiduque Alberto, figura con la que a partir de entonces
estaría fuertemente vinculado. Con él viajó a los Países Bajos, haciéndose cargo de una
parte de las fuerzas militares. En julio de 1596 recibió la orden de viajar a Alemania para
tratar una serie de asuntos en nombre de Alberto2. Un viaje al que, por orden de Felipe II,
en noviembre se sumó como destino Varsovia, siendo nombrado embajador extraordinario
por el rey.
La situación en Polonia-Lituania en aquel momento era particularmente compleja,
tanto para las relaciones entre Madrid y el país eslavo, como por el propio estado interno
del reino. Diez años antes, en 1587, la nobleza, reunida para elegir a un nuevo monarca,
había quedado dividida en dos grandes grupos, entre los partidarios de Segismundo, el
candidato sueco, y los del archiduque Maximiliano. Una fractura que llevaba fraguándose
desde los últimos años del reinado de Esteban Báthory, a raíz del ascenso de Jan Zamoyski
(1542-1605). Este noble, proveniente de los estratos medios de su estamento, había
acumulado un gran poder en Polonia, hasta convertirse en la mano derecha del monarca.
En 1578 fue nombrado Gran Canciller, una posición que aprovechó para amasar una gran
fortuna y configurar una extensa clientela (Tygielski, 1990). Dicho ascenso fue contestado
por otros nobles, particularmente por los miembros de la poderosa familia Zborowski,
quienes se sintieron desplazados y a partir de 1584 buscaron la protección de la Casa de
Austria (Anusik, 2018: 287-326). Su principal apoyo dentro de esta familia fue el archiduque
Maximiliano quien, tras la muerte de Esteban en diciembre de 1586, se postuló al trono
polaco. Este fue proclamado rey por algunos de sus partidarios en agosto de 1587, lo que
llevó al archiduque a tratar de forzar su coronación avanzando con un pequeño ejército
hacia Cracovia. El resultado de aquella empresa ya lo hemos apuntado: Maximiliano fue
derrotado a las puertas de la urbe, siendo posteriormente capturado por las fuerzas de Jan
Zamoyski (Conde, 2016: 95-114; Urjasz-Raczko, 2014: 213-232).
Aquellos hechos marcaron la actitud de Felipe II hacia el reino polaco-lituano durante
los años siguientes. Para el Prudente, la derrota y posterior encierro del archiduque fueron
toda una afrenta para el prestigio de la Casa de Austria, el cual sufrió otro duro revés meses
después con el desastre de la Empresa de Inglaterra. El acuerdo alcanzado por Rodolfo II
con Zamoyski para obtener la liberación de Maximiliano —paz de Bytom-Będzin— tampoco
fue satisfactorio para Madrid, al considerar que dicha paz atentaba contra el prestigio de
la casa. Apenas unas semanas más tarde, don Guillén de San Clemente escribió a su
homólogo en Roma: “embio a V. M. las capitulaciones de Polonia en las quales no hallara
sola palabra que sea en nuestro favor y todo contra la reputación del Emperador”3. Según
dicho acuerdo, Maximiliano debía renunciar al trono polaco y sus hermanos, incluyendo el
emperador, no debían reconocerle como rey. Sin embargo, el archiduque, tras ser liberado,
se retractó de su renuncia, argumentando que había sido arrancada bajo coacción4. Pronto
encontró el apoyo de Felipe II, quien no reconoció a Segismundo III, a quien se refirió en
sus cartas simplemente como “el sueco”.
2 Memoria de las cosas de que ha de tratar el Almirante de Aragón..., en Colección de Documentos Inéditos
de la Historia de España (en adelante CODOIN), Vol. 41, pp. 433-440.
3 Archivo Histórico Nacional, Sección Santa Sede, leg. 17, fol. 95. San Clemente al conde de Olivares. s.f.
4 Archivo General de Simancas, sección Estado (en adelante, AGS, Est.), leg. 696, f. 67, Don Guillén de San
Clemente a Felipe II, Praga, 4-X-1589; AGS, Est., leg. 696, f. 77, San Clemente a Felipe II, Praga, 19-IX-1589.
La paz de Bytom-Będzin tampoco unió a los polacos. Segismundo III no había sido
el candidato preferido por Jan Zamoyski en un primer momento y este sólo le brindó su
apoyo en la elección para prevenir el ascenso de sus enemigos. A pesar de todo, el canciller
trató de mantener su posición privilegiada, como había ocurrido durante el gobierno de
Esteban. Pero Segismundo III no se mostró dispuesto a ser una marioneta: a diferencia del
transilvano, él sí que conocía el sistema y la lengua polaca, y se resistió a ceder un ápice
de poder (Tygielski, 2010: 239-257). Pronto estalló un conflicto entre el rey y el canciller, en
el que el monarca, cuya autoridad era limitada, buscó el apoyo de algunos de los enemigos
de Zamoyski, entre los que estaban varios de los antiguos partidarios de los Austrias en
Polonia. También realizó un acercamiento a una de las ramas de esta dinastía, la de Estiria,
que destacaba por su compromiso confesional. Un acercamiento que contó con el apoyo
de la diplomacia papal. En 1592, Segismundo se casó con Ana, hija del archiduque Carlos
de Estiria. De esta forma, el rey polaco inauguró una política exterior pro-austriaca que
mantendría durante las décadas siguientes. Pero esto no supuso la reconciliación con
Felipe II, a quien de hecho se dejó totalmente de lado de aquel matrimonio5. Fue Clemente
VIII quien durante este tiempo se erigió como principal aliado y valedor de Segismundo III
en la Europa católica. Gracias a él, el polaco salió de su aislamiento diplomático, al igual
que había ocurrido con Enrique IV en Francia. Más aún, con el estallido de la guerra de
Hungría, en 1593, uno de los cometidos de su diplomacia fue el de tratar de reconciliar a
toda la Casa de Austria con el Vasa, con el objetivo de unir a los polacos en la Santa Liga
(Barwicka, 2009: 297-307).
Fue precisamente el apoyo y las presiones de Clemente VIII, sumado a los intereses
en el Báltico, lo que finalmente llevaron a Felipe II a un acercamiento al Vasa. Tras el fracaso
de 1588 en Inglaterra, el monarca español sustituyó su política militar por una estrategia de
pactos, que tenía como objetivo último establecer un orden nuevo en occidente (Martínez
Millán y Carlos Morales, 1998: 257-260). Esto no le impidió intervenir de manera armada en
la última fase de las Guerras de Religión en Francia, teniendo tres frentes abiertos a lo largo
de la última década del siglo. El papa, en contra, deseaba pacificar la parte más occidental
del continente para que la cristiandad pudiera volcarse en la lucha contra los turcos en
Hungría. Sin embargo, los primeros intentos de su diplomacia en Madrid a este respecto
se saldaron con rotundos fracasos. En aquel momento, la corte española estaba dominada
por una serie de ministros del grupo castellano y el propio rey parecía poco dispuesto a
sacrificar sus intereses en causas tan remotas. No fue hasta 1596, y gracias al empeño
mostrado por Clemente VIII y las presiones ejercidas por María de Austria, cuando Felipe
II finalmente se avino a otorgar mayores ayudas para Rodolfo II y su aliado, Segismundo
Báthory, a quien se dio el Toisón de Oro (González Cuerva, 2007: 1447-1480). Del mismo
modo, el papa promovió la reconciliación con el rey de Polonia, si bien en este punto su
interés también estaba relacionado con el papel del monarca en el norte de Europa.
Como ya se ha indicado, Segismundo III heredó el trono de Suecia en 1592. Surgió
así la posibilidad de que se estableciera en el Báltico una gran potencia bajo el liderazgo de
un monarca católico, lo que hubiera abierto grandes posibilidades a la Monarquía Hispana,
siempre deseosa de combatir a los holandeses e ingleses en un espacio donde fundaban
gran parte de su riqueza. Pero también al papado, que veía en Segismundo a un monarca
comprometido con la fe, capaz de impulsar la catolización en el norte y el este del continente.
No obstante, la posición del rey era sumamente precaria en los dos tronos. En Polonia-
Lituania estaba enfrentado con el canciller Zamoyski y una parte de los nobles, y encontró
mucha resistencia cuando trató de partir a Estocolmo. Mientras, en Suecia estaba su tío
5 AGS, Est., leg. 698, f. 221, Guillén de San Clemente a Felipe II, Praga, 12-XI-1591
Carlos de Södermanland, quien explotó su fe católica y su simpatía por los jesuitas para
desacreditarlo (Pärnanen, 1912; Roberts, 1986: 338-393). El culmen de este conflicto llegó
en 1599, cuando Segismundo III fue destronado en Suecia, abriendo una guerra fratricida
que se extendió durante décadas (Frost, 2000; Oakley, 1992).
A lo largo de estos años jugó un papel importante el nuncio en Polonia, Germánico
Malaspina, quien trató de involucrar a la Monarquía Hispana en el conflicto de Suecia por
medio de los planes bálticos (Jarmiński, 2012: 177-183). Fueron estos proyectos, así como
las posibilidades que podía brindar la amistad del Vasa en el norte, los que finalmente
llevaron a Felipe II a enviar a un embajador. Para ello, se aprovechó el ofrecimiento hecho
por Segismundo III para que el Rey católico sacara de la pila bautismal a Catalina, su
hija recién nacida, recurriendo el monarca al Almirante de Aragón, quien por entonces se
encontraba en Alemania por orden de Alberto. Al poco de llegar a Varsovia, don Francisco
fue recibido por el rey y varios senadores, estableciéndose una junta para estudiar sus
asuntos6.
Zamoyski en la negociación, por lo que mandó a uno de sus secretarios, Bonifacio Vanozzi,
a tratar directamente con él7.
El papel de la diplomacia hispana en aquellos acontecimientos había sido más
bien discreto hasta aquel momento. Durante meses, don Guillén de San Clemente había
advertido en sus cartas cómo el emperador evitaba darle cualquier tipo de información
sobre sus conversaciones con los polacos. Esto no le había impedido saber lo difícil que
era llegar a un acuerdo, dadas las exorbitantes exigencias de estos últimos para entrar
en la Liga. En Praga también se temían los posibles vínculos de Zamoyski y el cardenal
Báthory —del que hablaremos más adelante— con los turcos8. Tampoco ayudó en nada
el poco empeño mostrado por Rodolfo II en la negociación, quien envió a sus emisarios a
Polonia muy tarde. En cualquier caso, las relaciones entre Varsovia y Praga no eran las más
idóneas en aquel momento. El acuerdo de Bytom-Będzin no había puesto fin a las disputas
y el archiduque Maximiliano, que durante esos años comandó el ejército en Hungría, seguía
reivindicando derechos sobre la corona polaca. Además, la diplomacia imperial estuvo
durante años tratando de implicar a los cosacos de Zaporozhia en la contienda (Vynar,
1975). Una injerencia sobre la soberanía polaca que sentó muy mal entre los nobles.
Es probable que estos impedimentos fueran las “dificultades” de las que Antonio de
Herrera y Tordesillas hacía mención en su crónica y que llevaron a Felipe II a no entrar en
la negociación. Además, los polacos tenían entre sus exigencias que la Monarquía Hispana
se incorporara a la Liga, una declaración explícita que podía comprometer en exceso al rey.
Pese a todo, el Almirante no pudo mantenerse ajeno a la cuestión húngara, la cual estuvo
presente en toda su misión. Don Francisco había partido a Alemania inicialmente para realizar
una negociación familiar en nombre de Alberto y su viaje incluyó varias entrevistas con sus
otros hermanos: el emperador Rodolfo II y los archiduques Matías y Maximiliano9. Estos
dos últimos habían dirigido sucesivamente las fuerzas austriacas en Hungría, saldándose
su intervención con sendos fracasos. El más pequeño de los dos, Maximiliano —titulado
“rey” en las cartas por sus pretensiones en Polonia—, había sufrido recientemente la derrota
más grave de la contienda, la de la batalla de Keresztes. Reunido con el Almirante en Viena,
Maximiliano le transmitió su versión de esta campaña, culpando a las relaciones de sucesos
de su reciente desprestigio. Más adelante, y ya de camino a Polonia, el Almirante abogó
por el envío de nuevas ayudas para Hungría, a ser posible en forma de soldados y no solo
de dinero10. Hay que señalar que don Francisco, al ser originalmente enviado de Alberto
y no estrictamente de Felipe II, disfrutó de una mayor autonomía respecto a la diplomacia
hispana, también en su embajada a Polonia. Como él mismo escribió, la comunicación
durante su misión no la hizo con Madrid, solo con el archiduque, por lo que pudo tener más
presentes sus intereses y los de sus otros hermanos11.
7 Real Academia de la Historia (en adelante RAH), K93, 193 y ss. Instrucciones dadas a Vanozzi, en su
primer viaje como legado al gran canciller…s.f.
8 AGS, Est., leg. 703, d. Guillen de San Clemente a Felipe II, Praga, 30-IV-1596.
9 Encontramos multitud de informaciones útiles sobre su viaje en un manuscrito de la Biblioteca Real
de Bruselas (en adelante BRB), como el listado de sus escalas, algunos gastos, o los cumpleaños de los
miembros de la familia real. BRB, Mss. 3353-61.
10 Copia de carta del Almirante mi señor a S. A., Olomouc, 9-I-1597, CODOIN 41, pp. 428-433.
11 “Porque yo no he escrito á España, y cuando lo haga, no trataré de negocios, remitiéndome en ellos á
lo que escribo y escribiré de aquí en adelante a Vuestra Alteza”: El Almirante de Aragón a Alberto., Cracovia,
25-I-1597, CODOIN, 41, pp. 441-444.
4. FUENTES DE INFORMACIÓN
Antes de su llegada a Varsovia, el embajador pasó por Cracovia, donde se instaló
durante unos días. Allí envió uno de sus primeros reportes a Alberto sobre el estado de la
negociación de la Liga, en los que se mostraba poco optimista, al considerar excesivas las
demandas polacas. En su opinión, la autoridad de Segismundo III era muy escasa frente a
una dieta dominada por un sinfín de opiniones, incluyendo las de los “herejes”. A su juicio,
los polacos se contentarían con mantener la paz con la Puerta, mejorar los acuerdos con
los moscovitas y mantener controlados a los tártaros12.
¿De dónde extrajo sus informaciones? ¿Cuáles fueron sus posibles fuentes sobre
el mundo polaco-lituano, amén de las noticias suministradas por la diplomacia hispana en
Praga? Lo cierto es que el Almirante pudo estar bien asesorado por las gentes con las que
se entrevistó, así como por algunas figuras de su séquito. En este sentido, cabe destacar
el recibimiento que le dieron en Cracovia dos cardenales: Jerzy Radziwiłł (1556-1600) y
Enrico Caetani (1550-1599). El primero era un destacado partidario de la Casa de Austria
en Polonia. Perteneciente a una de las familias más poderosas de Lituania, Jerzy se había
convertido al catolicismo durante su juventud, escalando posiciones dentro en la iglesia.
En 1579 viajó a España en un viaje de peregrinación junto a su hermano Stanisław y fue
nombrado cardenal cuatro años más tarde. Durante la mayor parte de su vida se mostró
como un partidario de Felipe II, tanto en Roma como en Polonia-Lituania. En 1587 apoyó a
Maximiliano en la elección, pero pronto se reconcilió con Segismundo III. De hecho, Jerzy
jugó un papel clave en el matrimonio de este rey con Ana de Austria. En 1591 fue nombrado
obispo de Cracovia, una de las sedes más ricas del reino. El lituano agasajó al Almirante a
su llegada a la antigua corte y le aconsejó que permaneciera allí hasta que se reuniera la
dieta en febrero, por lo que su comunicación a lo largo de esas semanas pudo ser fluida.
Más tarde envió a un caballero para que escoltara al embajador hasta Varsovia. En cuanto
a Enrico Caetani, este era un viejo conocido de la diplomacia hispana. Cardenal y Patriarca
de Alejandría desde 1585, en 1589 fue enviado a Francia, donde se convirtió en uno de los
más ardientes defensores de la Liga Católica. Una posición que favoreció a los intereses del
Rey católico, pero que le terminó enfrentando con el papa. Enrico contaba con estrechos
vínculos con el mundo hispano: su hermano, Camillo Caetani, era nuncio en Madrid y en
Roma se decía que debía el capelo a Felipe II (Borromeo, 1982: 176-200). El Almirante
compartió mesa al menos una vez con el cardenal en Cracovia. Allí tuvo la oportunidad de
conocer las pocas expectativas que este tenía de su misión13. El 14 febrero, Caetani se
entrevistó con el rey, el canciller, los mariscales de Polonia y Lituania y otros senadores.
Como las veces anteriores, los polacos exigieron dinero, la renuncia de Maximiliano de sus
derechos a la corona, así como otra serie de contrapartidas para unirse a la Liga que eran
inasumibles para Rodolfo II. Unas semanas más tarde, San Clemente escribiría:
Por otra parte, hay que tener en cuenta a algunos miembros del séquito que llevó
consigo don Francisco. Entre ellos destaca el jesuita Thomas Sailly (1553-1623), quien
12 Ibídem.
13 Ibídem.
14 AGS, Est., leg. 704, d. Guillen de San Clemente a Felipe II, Praga, 5-V-1597.
más tarde publicaría una relación de la embajada15. Este había formado parte de la misión
que acompañó a Antonio Possevino a la Europa oriental durante la década de 1580. En
1586 partió a Bruselas para transmitir un mensaje secreto en nombre de Esteban Báthory
para Alejandro Farnesio, quien le mantuvo consigo y lo nombró su confesor. De hecho, fue
Sailly quien asistió al gobernador en su lecho de muerte. Encargado de la misión castrense,
en 1596 regresó a Polonia como parte de la comitiva (Hortal Muñoz, 2004: 90-91). Su
conocimiento fue seguro útil para el Almirante, pues estaba familiarizado con la realidad
polaca, aunque dada la naturaleza descriptiva de su relación es difícil de concretar.
Otra información valiosa la encontramos en una breve relación de la embajada que se
conserva en la Biblioteca Nacional16. Está fue escrita por el jesuita Manuel de Céspedes,
persona sin aparentes vínculos con la realidad polaca. En su relato —en realidad una misiva
a un compañero— se centra en los aspectos formales de la embajada y no trata asuntos
políticos. Sí que aporta algunos detalles inéditos, como la descripción de un suceso que
aconteció de camino a Varsovia, en el que un integrante de la embajada asesinó a un mozo
polaco, por lo que después fue condenado. Dicha pena fue permitida por el Almirante,
quien ganó reputación entre los polacos por su rigor. El jesuita también reservó algunas
líneas para exponer a grandes rasgos el reino polaco-lituano: su riqueza, su ejército y su
sistema de gobierno. Su pobre impresión de la justicia polaca fue compartida más tarde
por el Almirante en su relación, utilizando ambos unos términos bastante parecidos para su
descripción (Bogucka, 1974). Céspedes también añadió un post scríptum al texto, en el que
enumeró los jesuitas españoles que sabía residían en Polonia. Estos eran los padres García
Alabiano, Alonso de Pisa, Diego Ortiz y Miguel Ortiz. De todos ellos, el que más interés nos
suscita es el primero de todos. Natural de Tarazona, García Alabiano (1549-1624) entró
en la Compañía en 1566, pasando a la Academia de Vilna en 1578. Sus lecciones sobre
teología pronto le granjearon un gran prestigio, así como el respeto de los reyes. Pero su
principal valedor fue el cardenal Jerzy Radziwiłł, de quien fue confesor. En 1592 se trasladó
a Cracovia, tras el nombramiento de este como obispo, por lo que debió estar presente
a la llegada del Almirante. Durante este tiempo parece que jugó un papel político activo,
tomando parte en los desencuentros entre Radziwiłł y el nuncio Malaspina. Tras la muerte
del lituano, regresó a Zaragoza, donde fue rector. En cuanto al resto, Alonso de Pisa (1528-
1598) era ya anciano y estaba en Lituania cuando don Francisco arribó a Varsovia. Natural
de Toledo, se dedicó a la medicina y la matemática, antes de centrarse en el estudio de la
teología y las lenguas. Diego y Miguel Ortiz (1564-1625; c. 1560-1638), por su parte, formó
parte del grupo de jesuitas que se instalaron en Transilvania antes de su expulsión en 1588,
por lo que pudieron estar familiarizados con las relaciones polaco-transilvanas (Cieślak,
2015: 79-98). Pero su nexo con el Almirante parece menos probable que el de Alabiano.
15 Brevis narratio legationis Excel.mi D. Francisci de Mendoza…, Bruselas, apud Rutgerum Velpium, 1598.
16 Biblioteca Nacional de Madrid (en adelante, BNM), Mss, 9372, fols. 57-62, De la jornada del Almirante de
Aragón, Praga, 30-III-1597.
554; Sanz Ayán, 2012: 213-248). Una imagen confeccionada en parte por la Compañía,
que distaba mucho de la realidad. Por supuesto, había un interés detrás: el regreso de
los jesuitas a Transilvania, tras su expulsión en 1588 por presión de los estados, se debió
a la protección de los Báthory, por lo que trataron de reforzar su posición en el territorio.
En Polonia-Lituania, en cambio, existía una imagen muy diferente del príncipe, como don
Francisco pudo comprobar.
El ascenso al trono polaco de Esteban Báthory en 1575 inauguró un periodo de
intensificación de las relaciones polaco-transilvanas. Durante esos años, los éxitos militares
en Moscovia granjearon al rey un gran prestigio internacional. Especial atención fue la
mostrada por el papado, que vio en Báthory a un príncipe capaz de expandir la influencia de
la iglesia en la zona, siendo un protector de los católicos y amigo de los jesuitas. Una imagen
que el propio monarca tendió a reforzar, al embarcarse en una serie de conversaciones
para crear una alianza anti-otomana. Esteban también trató de consolidar la posición de su
familia dentro de Polonia-Lituania. Nunca tuvo hijos, pero sí sobrinos, que le acompañaron
al reino para servir a sus planes políticos. Entre ellos cabe destacar a los hijos de su
hermano mayor: Baltasar Báthory (1555-1594) y Andrés Báthory (1563-1599). El primero
optó a la corona polaca, sin éxito; el segundo desarrolló su carrera en la iglesia, siendo
nombrado coadjutor del obispado de Warmia y cardenal en 1584. Por otra parte, estaba
Griselda Báthory (1569-1590), hija de otro de sus hermanos, quien en 1583 se casó con
Jan Zamoyski. Todos ellos parecían tener un destino brillante en Polonia-Lituania: los dos
hermanos debían perpetuar el poder político y eclesiástico de la familia y Griselda reforzar los
lazos de parentesco con el poderoso canciller. Pero Esteban murió demasiado pronto como
para asentar sus planes. La candidatura transilvana tuvo poco eco en la elección polaca de
1587 y la esposa de Zamoyski murió dos años más tarde. Durante los meses siguientes, los
hermanos parecieron centrar su atención en Transilvania, donde Baltasar heredó el dominio
de Fogaras. Allí gobernaba otro de sus primos, el ya mencionado Segismundo Báthory, un
joven inestable, que tenía como uno de sus principales consejeros al jesuita español Alonso
de Carrillo. Este instó al príncipe a que respondiera a los llamamientos de la diplomacia
papal y abandonara el vasallaje turco. Una decisión, adoptada a lo largo de 15594, a la que
se opusieron muchos nobles transilvanos, entre ellos Baltasar Báthory. En mayo, ante los
desórdenes que surgieron, pareció que este último se haría con el poder. Pero a lo largo del
verano la situación se tornó totalmente en su contra, siendo arrestado y ejecutado por orden
de Segismundo (Klaniszay, 1983: 31-58; Lukács, 1987: 4º-7º).
La muerte de Baltasar inauguró un cisma entre las diversas ramas de la familia Báthory.
Su hermano, el cardenal Andrés, se instaló en Polonia, donde encontró el apoyo de muchos
nobles, incluyendo el de Jan Zamoyski, quien como vimos tenía sus propios proyectos
en la región17. También escribió a Roma, pidiendo que se hiciera justicia por su hermano.
Clemente VIII inició una investigación, pero su mayor anhelo era consolidar el apoyo de
Transilvania en la guerra, por lo que sobre todo buscó la reconciliación entre los primos. No
fue fácil: el 28 de enero de 1595, Segismundo Báthory llegó a un acuerdo con Rodolfo II
por el que prácticamente excluía al resto de las ramas de la familia de cualquier pretensión
en Transilvania. El acuerdo situó a Segismundo bajo la órbita austriaca, tomando a una
archiduquesa como esposa. A partir de entonces, el enfrentamiento dentro de la familia
Báthory se convirtió en un elemento sumamente desestabilizador en las relaciones de la
región. La red de contactos de Andrés incluyó, además de algunos polacos, a los turcos
y los duques de Prusia, gracias a su posición como obispo de Warmia, que le brindó una
gran proyección en el Báltico. Más aún, a través de estos últimos, el cardenal también pudo
17 AGS, Est., leg. 702, San Clemente a Felipe II, Praga, 4-IX-1595.
contar con vínculos en Inglaterra. Una vez más observamos una interrelación estrecha de
los distintos frentes en guerra. Andrés también estuvo inmerso en las pugnas internas de
Polonia-Lituania. Su relación con Segismundo III no siempre fue buena, pero su mayor rival
fue el también cardenal Jerzy Radziwiłł, líder entre los partidarios de los Austria en el reino.
Ambos se disputaron el obispado de Cracovia y, tras la elección de Radziwiłł en 1591, el
transilvano denunció su nombramiento (Kruppa, 2014: 89-117).
La Biblioteca Real de Bruselas conserva algunos documentos referentes a la embajada.
Entre ellos, cabe destacar una relación del Almirante en la que trata esta problemática
transilvana desde una perspectiva polaca18. En ella habla de un Andrés deseoso de vengar
la muerte de su hermano, para lo cual no había dudado en buscar apoyos en Polonia y
Estambul. Aquello había llegado a oídos del papa, quien le había dado orden de que se
contuviera, siendo sus intrigas toda una amenaza para la estabilidad de la zona. En todo
caso, el manuscrito no es un alegato contra el cardenal. Todo lo contrario, en él se describe
a Segismundo Báthory como un potentado errático, falto de todo sentido político y bien
dispuesto a retirarse:
Esta imagen contrastaba con la percepción general que se tenía del príncipe en España,
que cambiaría progresivamente durante los meses siguientes a raíz del empeoramiento
de relaciones entre el transilvano y la corte del emperador. Detrás de este juicio crítico
del Almirante pudo influir también la compleja relación entre los distintos miembros de la
Compañía de Jesús en Transilvania, pues durante el periodo previo a su expulsión habían
sido comunes las desavenencias entre los miembros de origen polaco y los húngaros
(Crăciun, 2011: 75-93). Por otra parte, el interés del Almirante para obtener información
sobre Segismundo pudo deberse a una cuestión práctica: su viaje a la zona coincidió con
una de las visitas del transilvano a Praga, por lo que pudo querer informarse sobre él.
La reconciliación entre los Báthory llegaría dos años más tarde de la mano del nuncio
Germánico Malaspina. Este intervino en un acuerdo cuyo contenido profundo se desconoce,
que permitió a Andrés gobernar en Transilvania de manera efímera, sacando al territorio de
la órbita austriaca (Kruppa, 2004: 225-229).
6. LA EMBAJADA TÁRTARA
La batalla de Keresztes no sólo supuso el hundimiento de la posición de Segismundo
Báthory y el desprestigio de Maximiliano. También produjo otros cambios. En Praga llevó a
una profunda reorganización de los mandos de guerra. Para ello, el emperador escribió a
su hermano Alberto pidiendo capitanes con experiencia. Este respondió con una misiva que
incluía varios nombres, la cual circuló por Praga en febrero de 1597 (Bagi, 2019: 35-67).
Según Cabrera de Córdoba, fue Francisco de Mendoza quien, consultado por Rodolfo II
sobre la lista, recomendó a Jorge Basta como general (Cabrera de Córdoba, 1877: 276). Una
información que, a la luz de la coincidencia de fechas, resulta verosímil. Otro cambio tuvo
que ver con los tártaros de Crimea. Como ha señalado Evrim Türkçelik (2012: 207-219), la
18 BRB, Mss. 3353-61, fol.88, Artículo de una Relación que haze el Almirante de Aragón de las cosas de los
Reyes... Creemos, por la similitud del título, que se trata del mismo documento que se encuentra en la British
Library de Londres (Mss. 14010).
19 Ibídem
muerte de Murad III en enero de 1595 inició una mudanza en el palacio otomano. El nuevo
sultán, Mehmed III, quiso distanciarse del gobierno de su padre, sustituyendo a muchas de
las figuras que habían ostentado hasta entonces el poder. Surgió así una pugna entre la
corte —en la que destacaba la sultana madre Safiye—, los soldados y los antiguos visires.
En 1596, el sultán decidió marchar personalmente a la guerra en Hungría. Una campaña
que se saldó en octubre con la victoria de Keresztes. Poco después de esta y parece que,
como parte de la euforia del triunfo, fue nombrado gran visir Cigalazade Yusuf Sinan Pasha,
conocido en España como Cigala. Tradicionalmente, se ha considerado a este visir como el
responsable de una serie de cambios, entre ellos la sustitución del Kan de Crimea, Ğazi II
Giray (1554-1607). Este último debió su ascenso al trono al favor dispensado por Murad III,
por lo que pudo estar entre las figuras prescindibles para su hijo20. Es posible que también
influyera algún tipo de animosidad personal con Cigala, surgida durante las guerras con
Persia. Pero el motivo esgrimido entonces fue que, durante la última campaña, el Khan se
había negado a acudir en persona. A finales de 1596 fue sustituido por Fetih I Giray (1558-
1597), considerado más voluble. Los sucesos ocurridos a continuación son confusos. Ğazı
II inició una serie de consultas en busca de apoyos, tanto dentro como fuera del Imperio
otomano. Por otra parte, la permanencia de Cigala en el poder resultó ser efímera, pues la
sultana madre apenas tardó unas semanas en sustituirlo por una figura afín. Este hecho
precedió a la reposición de Ğazı I en el kanato, ya que además Fetih I Giray tampoco logró
consolidar su autoridad en Crimea (Kortepeter, 1972: 146-153; Türk, 2000: 47-56). Durante
este tiempo —febrero de 1597—, llegó una embajada tártara a Varsovia, que contactó con
el Almirante.
Las fuentes sobre este encuentro son escasas. Según un documento posterior de la
Real Academia de la Historia, don Francisco tuvo una entrevista con dos representantes
tártaros quienes, a cambio de 20.000 escudos y 5.000 arcabuces, ofrecieron el apoyo de
la horda y cinco plazas en Hungría21. Una información corroborada por Antonio de Herrera
en su obra. Por otra parte, el literato Antonio Valera hizo mención, a mediados del siglo
XIX, de un manuscrito en la Biblioteca Imperial de San Petersburgo llamado Relación del
Almirante de Aragón sobre su embajada a Polonia en 1596. De él destacó algunos aspectos
de la embajada: el envío de noticias sobre Moscovia y Transilvania, sus contactos con los
“cosacos del Boristenes”. También la entrevista que el Almirante mantuvo con los tártaros,
quienes, tras buscar ayuda entre los polacos —y ante el poco dinero que obtuvieron y su
discreto apoyo—, acudieron en secreto al Almirante. Según Valera, este les prometió un
subsidio del rey de España en caso de mover la guerra contra el Sultán. Una práctica, en
opinión del literato, que fue descubierta por los polacos, a quienes perteneció la relación
(Valera, 2000: carta del 10-VI-1857). Ninguno de estos documentos menciona a que Khan
respondía dicha embajada, aunque hay un detalle en la relación de Herrera que parece
apuntar a Ğazı II Giray:
Esa mención a los circasianos podría responder a los apoyos que tenía Fetih I Giray
dentro de este grupo, con cuyos líderes mantenía lazos familiares. En general, estos
20 Sobre la sorpresa que supuso su ascenso: AGS, Est., leg. 694, Avisos de Constantinopla, 1588.
21 RAH, 9-822, fol. 140, Servicios del Almirante de Aragón hechos a los reyes d. Felipe II y d. Felipe II desde
el año 1566.
Y dejaron de servir con los 100.000 caballos al turco en los años de 1597, 1598, y 1599
que su majestad cesárea se tuvo por muy servido22.
7. CONCLUSIÓN
El Almirante partió de Varsovia el 1 de marzo de 1597, tras haber mantenido una serie
de reuniones con los reyes y otras personalidades de la corte. También de disfrutar de
varios banquetes en su honor. Como presente, Segismundo III le dio unas pieles cibelinas,
cuatro piezas de plata y joyas para los caballeros de su séquito. El canciller Zamoyski,
por su parte, le regaló cuatro caballos polacos. Tardó 6 días en dejar Polonia, pasando
a continuación a Praga, donde se entrevistó con el emperador. En general, existe cierta
controversia sobre los resultados de su misión. Algunos autores han hecho énfasis en la
falta de acuerdos concretos. Otros apuntan al cambio de orientación dado por el rey de
Polonia como consecuencia de la embajada. Pocos meses después se produjo la visita
de Paweł Działyński a Inglaterra y Holanda en la que, para escándalo de los asistentes, el
polaco hizo una declaración favorable a Felipe II en nombre de su rey. Ese mismo año se
produjo un envío de grano de Polonia a España muy superior a lo normal (Bogucka, 1974;
Skowron, 2008: 53-55). De hecho, ya en su día don Guillén de San Clemente alabó la labor
del Almirante:
yo solo dire que ha sido de tanto provecho la venida del Almirante en Alemania y su
yda a Polonia que entrambos cabos con su prudencia y buen proceder en los negocios ha
honrado la nación Española y a los ministros de Vuestra Majestad y queda con tanto crédito
en Polonia quanto ningún estrangero que aya ydo en aquel Reyno en todo lo qual quedo
admirado alabando la justicia de España, porque consintió y aun instó, que conforme a las
leyes del reyno se juzgasse y executase la sentencia que se dio a un sobreestante de su
caballeriza, porque mató a un moço de caballos de un arcabuzazo, cosa de mucho ejemplo
en aquel Reyno, en el qual suele ser a vezes más rigurosa la pena que se da por matar a un
perro que por matar a un hombre23.
22 RAH, 9-822, fol. 140, Servicios del Almirante de Aragón hechos a los reyes d. Felipe II y d. Felipe II desde
el año 1566
23 AGS, Est., leg.707, Don Guillén de San Clemente a Felipe II, Praga, 5-V-1597.
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1668, Katowice, WUŚ, pp. 95-114.
RESUMEN
Se revisan en este texto las concesiones de villazgos en el siglo XVII en el reino de Murcia,
pues fueron muy pocos los del reinado de Felipe IV, como las del siglo XVIII. Pero se hace no desde
el punto de vista de la mera concesión como merced regia, sino desde la articulación discursiva
de los grupos que promovieron los villazgos y de los que se enfrentaron a ellos. De aquí el título
del artículo, pues los motivos alegados por los promotores no se redujeron a ficciones de libertad.
Se plantea además que la proliferación de villazgos fue paralela a una remodelación del espacio
regnícola en superintendencias fiscales o de rentas provinciales y nuevos corregimientos, que
entraron además en la almoneda de mercedes o concesiones característica de esta época.
ABSTRACT
This text reviews the concession of villazgos in the 17th century in the Kingdom of Murcia,
since there were very few during the reign of Felipe IV, like those of the 18th century. Not, however,
from the point of view of the mere concession as royal grace, but via discursive articulation of the
groups that promoted the villazgos and those who opposed them. Hence the title of the article, as the
motives alleged by advocates were not reduced to fictions of freedom. It is also suggested that the
185
FICCIONES DE LIBERTAD EN LA CASTILLA MODERNA. FISCALIDAD, PODER Y VILLAZGO...
proliferation of villazgos ran parallel to a remodeling of the reign’s space in fiscal superintendencies
or of provincial tax revenues and new administrative areas, which also entered in the graces or
concessions market characteristic of this era.
1 Un contexto global en A. Marcos Martín, “Enajenaciones por precio del patrimonio regio en los siglos XVI y
XVII. Balance historiográfico y perspectivas de análisis”, en R. López y D. González Lopo, (coords.), Balance
de la historiografía modernista, 1973-2001. Actas del VI Coloquio de Metodología Histórica Aplicada, Santiago
de Compostela, Xunta de Galicia, 2003, pp. 419-443; y F. Andújar Castillo, Necesidad y venalidad: España
e Indias, 1704-1711, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2008, y P. Ponce Leiva y F.
Andújar Castillo (eds.), Mérito, venalidad y corrupción en España y América, Valencia, Albatros, 2016.
2 E. Gallego Lázaro, “La reorganización de la comunidad de ciudad y tierra de Segovia durante la Edad
Moderna. Las ventas de lugares en el siglo XVII”, Studia Historica. Historia Moderna, 38/2, (2016), pp.
387-424; y S. Truchuelo García, “Villas y aldeas en el Antiguo Régimen: conflicto y consenso en el marco
local castellano”, Mundo Agrario, 14/27, (2013), http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.5951/
pr.5951.pdf (Consulta: 15-1-2020).
3 M. Á. Rodríguez Doménech y E. Rodríguez Espinosa, “El territorio de la Intendencia de La Mancha en el
Catastro de Ensenada. Antecedentes, configuración y evolución posterior”, Revista Catastro, 80, (2014), pp.
89-148, v. 96-7, y para el caso murciano, J. D. Muñoz Rodríguez, “El superintendente austriaco y el intendente
borbónico. La evolución de un modelo de gestión de los recursos fiscales en la Monarquía Hispánica”, Las
monarquías española y francesa (ss. XVI-XVII): ¿dos modelos políticos?, Madrid, Casa de Velázquez, 2010,
pp. 131-144.
4 Remitimos a los estudios contenidos en M. C. Saavedra (ed.), La decadencia de la monarquía hispánica
que, si bien cuenta con ritmos propios en el crecimiento económico, la ocupación del
territorio y el desarrollo político, las causas, medios y resultados de esta clase de litigios
pueden extrapolarse en términos relativos al conjunto castellano.
La riqueza de lecturas que pensamos posee el estudio de villazgos está condicionada
a la variedad de fuentes archivísticas que se utilicen. Las diferentes perspectivas que en
estos pleitos jurisdiccionales se plantean sólo pueden percibirse a partir de la información
que suministra la documentación generada en los diversos estratos administrativos que se
relacionaban con estos conflictos; es decir, no sólo los tribunales cortesanos, sino también
los propios ámbitos locales donde surgían estas reclamaciones. Es por esta razón por lo
que las fuentes empleadas han sido muy heterogéneas, abarcando desde los memoriales,
consultas y decretos de algunos consejos reales, conservados en el Archivo General de
Simancas y en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, así como las actas capitulares de
los concejos afectados o los poderes y procuraciones formalizados ante los escribanos y
contenidos en los archivos históricos provinciales.
en el siglo XVII. Viejas imágenes y nuevas aportaciones, Madrid, Biblioteca Nueva, 2016.
5 I. A. A. Thompson, “Patronato real e integración política en las ciudades castellanas bajo los Austrias”, en
J. I. Fortea Pérez (ed.), Imágenes de la diversidad. El mundo urbano en la Corona de Castilla (ss. XVI-XVIII),
Santander, Universidad de Cantabria, 1997, pp. 475-496.
6 I. A. A. Thompson, “Do ut des: la economía política del ‘servicio’ en la Castilla Moderna”, en A. Esteban
Estríngana (ed.), Servir al Rey en la Monarquía de los Austrias. Medios, fines y logros del servicio al soberano
en los siglos XVI y XVII, Madrid, Sílex, 2012, pp. 283-296. También J. J. Ruiz Ibáñez, “El final de un sueño
imperial: guerra y poder en Castilla tras 1635”, Studia historica. Historia Moderna, 41-1, (2019), pp. 259-288.
Dos ejemplos de estas consecuencias políticas para la población castellana en E. Soria Mesa, El cambio
inmóvil: transformaciones y permanencias en una élite de poder (Córdoba, ss. XVI-XIX), Córdoba, Ediciones
de La Posada, 2000; y J. D. Muñoz Rodríguez, Damus ut des. Los servicios de la ciudad de Murcia a la
Corona a finales del siglo XVII, Murcia, Real Academia Alfonso X el Sabio (AAXS), 2003.
7 J. I. Andrés Ucendo, La fiscalidad en Castilla en el siglo XVII: los servicios de millones, 1601-1700, Bilbao,
Universidad del País Vasco, 1999. Sobre la evolución de la representación en cortes castellanas existe una
abundante bibliografía; señalemos entre las últimas aportaciones, J. I. Fortea Pérez, Las Cortes de Castilla
y León bajo los Austrias. Una interpretación, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2008, que recoge trabajos
anteriores; y F. Lorenzana de la Puente, La representación política en el Antiguo Régimen: las Cortes de
cualquier otro instrumento contractual entre el soberano y una parte más o menos extensa
del cuerpo social. A este segundo supuesto, que en última instancia se fundamenta en la
capacidad legitimadora del monarca8, responden la figura del donativo, que a pesar de
surgir teóricamente en un ofrecimiento espontáneo y amoroso de los súbditos, su empleo
creció durante la segunda mitad del siglo XVII incluso en los territorios americanos9; las
diversas formas de enajenación del patrimonio regio —vasallos, tierras, rentas u oficios—;
y los cambios jurisdiccionales, como sucedía con la obtención de un privilegio de villazgo.
Estas vías implicaban una fiscalidad tolerada, cuando no abiertamente demandada, en
sociedades jerarquizadas en torno a la distinción/privilegio de sus miembros, conscientes
de la constante devaluación de su capital simbólico10.
Aunque la explotación del recurso de la venalidad como instrumento recaudador de
fondos para la hacienda real comenzó a adquirir unas considerables magnitudes desde
el siglo XVI, lógicamente en paralelo a los gastos que ocasionaba la política imperial, sus
cotas siguieron elevándose en las décadas posteriores —1630-1640 —, para mantenerse
aún muy elevadas en la centuria siguiente. Pese a que ya se dispone de significativos
estudios sobre importantes parcelas de esta España en almoneda para los siglos modernos
—señoríos11, títulos nobiliarios12, hábitos de órdenes militares13 u oficios municipales14—,
todavía hoy conocemos de forma irregular otros aspectos del mismo fenómeno de
enajenación del patrimonio regio, como es el caso de los privilegios de villazgo a aquellas
aldeas que pretendían segregarse de su cabeza de jurisdicción, ya fuese ésta otra villa o
una ciudad, a cambio de la satisfacción de un servicio monetario a la hacienda real. Es
cierto que en esta percepción general hay que hacer salvedad de la obra de Helen Nader,
15 Liberty in absolutist Spain: the Habsburg sale of towns, 1516-1700, Baltimore, Johns Hopkins University
Press, 1990.
16 A. Palomeque Torres, “El señorío de Valdepusa y la concesión de un privilegio de villazgo al lugar de
Navalmoral de Pusa en 1635”, Anuario de Historia del Derecho Español, XVII, (1946), pp. 140-228; A.
Domínguez Ortiz, “La ruina de la aldea castellana”, Revista Internacional de Sociología, 6, (1949), pp. 99-
124; A. Domínguez Ortiz, “Ventas y exenciones de lugares durante el reinado de Felipe IV”, Anuario de
Historia del Derecho Español, LXXXVII, (1964), pp. 163-208; J. Cano Valero, “Intentos frustrados de villazgo y
exención jurisdiccional del lugar de Villamalea en el siglo XVII”, Al-basit, 13, (1984), pp. 25-36; E. Soria Mesa,
“La ruptura del orden jurisdiccional en la Castilla de los Austrias. Una interpretación a la luz del poder local”,
Cuadernos del Seminario Floridablanca, 4, (2001), pp. 439-458; V. Montojo Montojo, “Las ciudades contra sus
aldeas. El estatuto de los lugares en el Reino de Murcia (ss. XV-XVIII)”, Murgetana, 106, (2002), pp. 17-35;
M. Á. Faya Díaz, “La venta de señoríos eclesiásticos de Castilla y León en el siglo XVI”, Boletín de la Real
Academia de la Historia, CC/II, (2003), pp. 101-132; A. Marcos Martín, “La justicia también se vende. Algunas
consideraciones sobre las ventas de jurisdicción en la Castilla de los siglos XVI y XVII”, en J.L. Castellano y M.L.
López-Guadalupe (coords.), Homenaje a don Antonio Domínguez Ortiz, Granada, Universidad de Granada,
2008, vol. 2, pp. 469-486, así como “Porque siendo Villa y teniendo jurisdicción por sí vendrá [Mazarrón] a
aumentarse y ser pueblo muy grande... Exenciones de lugares y concesiones de villazgos en Castilla en el
siglo XVI”, en J. J. Ruiz Ibáñez y M. Campillo Méndez (coords.): Felipe II y Almazarrón: la construcción local
de un Imperio global, Murcia, Universidad de Murcia, vol. 2, 2014, pp. 27-49; y J. E. Gelabert, “Señoras de
sí mismas. La constitución de villas en la España del Antiguo Régimen”, en Jarque Martínez, E. (coord.): El
concejo en la Edad Moderna: poder y gestión de un mundo en pequeño, Zaragoza, P.U.Z., 2016, pp. 15-42.
17 Esta demanda de oficios en F. J. Aranda Pérez, “Un reino de repúblicas: comunidades políticas ciudadano-
oligárquicas y su representación en la Castilla Moderna”, en M. Á. Faya Díaz (coord.), Las ciudades españolas
en la Edad Moderna: oligarquías urbanas y gobierno municipal, Oviedo, KRK, 2014, pp. 23-62; y M. López Díaz,
“Espacios y redes de sociabilidad de las oligarquías urbanas en la Galicia moderna: avances y propuestas de
estudio”, Obradoiro de Historia Moderna, 23, (2014), pp. 139-173.
18 H. Nader, Liberty in absolutist Spain..., pp. 119-129, donde se ofrece una aproximación cuantitativa.
19 M. T. Pérez Picazo y G. Lemeunier, El proceso de modernización de la región murciana (siglos XVI-XIX),
Murcia, Editora Regional, 1984, pp. 24-167.
20 H. Nader, Liberty in absolutist Spain..., p. 127. A esta percepción responde probablemente el escaso eco
que los villazgos tienen en el magnífico panorama general ofrecido en J.A. Sánchez Belén, La política fiscal
en Castilla durante el reinado de Carlos II, Madrid, Siglo XXI, 1996, pp. 311-314.
21 Ch. Storrs, The Resilience of the Spanish Monarchy 1665-1700, Oxford, Universidad, 2006 [ed. en
español, Madrid, 2013], y Espino López, A., Fronteras de las monarquía. Guerra y decadencia en tiempos de
Carlos II, Lleida, Milenio, 2019.
22 Archivo Municipal de Murcia (AMM), legajo (leg.) 1.021.
23 Alicante consiguió la reversión de Muchamiel (villa en 1628-1653), San Juan y Benimagrell (universidad
en 1593-1614; fracasó de nuevo San Juan en 1645): M. Díez Sánchez, La hacienda municipal de Alicante en
la segunda mitad del siglo XVII, Alicante, Institución Juan Gil-Albert, 1999, p. 90, nota 123.
24 Archivo General de Simancas (AGS), Cámara de Castilla (CC), leg. 2.068: Madrid, 6.8.1690: memorial
de Cehegín al rey.
25 J. J. Ruiz Ibáñez, Las dos caras de Jano. Monarquía, ciudad e individuo. Murcia, 1588-1648, Murcia,
Universidad de Murcia, 1995, pp. 60 y 297-298; y S. Molina Puche, Poder y familia. Las élites locales del
corregimiento Chinchilla-Villena en el siglo del Barroco, Murcia, Universidad, 2007, pp. 21-40.
Fuente: Archivo General de Simancas, Consejo de Hacienda, Expedientes de ventas de villazgos. Carlos I:
Villarrodrigo, Genave, La Gineta y Torres de Albánchez (1551-1554). Felipe II: Abarán, Blanca, Ojós, Ricote,
Villanueva de Segura, Alguazas (1581), Mazarrón (1565) y Alpera (1566). Felipe IV: Fortuna (1628). Carlos
II: Huércal Overa (1668), Fuensanta (1671), Nerpio (1688), Bullas (1689), Santiago de la Espada (1691) y
Fuente Álamo (1700). Carlos IV: Totana (1795) y Águilas (1798).
Este número tan significativo de villazgos durante el reinado de Carlos II viene dado
obviamente por las necesidades hacendísticas del soberano, pero también hunde sus
raíces en fenómenos sociales de origen exclusivamente regional y local. La coyuntura
económica de las últimas décadas del siglo XVII constituyen en el reino de Murcia un
momento de recuperación de los años más críticos de la centuria, lo que permitió no sólo
a los poderosos locales fundar extensos mayorazgos, sino también, en la escala micro
que suponían las aldeas, invertir en la independencia de sus lugares26. Si en unos casos
el mayorazgo constituía un capital simbólico que permitía alcanzar a una familia nuevos
privilegios demandados por la sociedad castellana –hábitos, encomiendas, títulos u oficios–,
en los otros casos el villazgo podía dar comienzo a carreras basadas en el ejercicio de
regidurías y el desempeño de todo tipo de servicios a los monarcas. Siendo los medios y los
fines similares en ambos supuestos, las diferencias venían dadas por el diferente grado de
desarrollo de unas dinámicas sociales que se hallaban interiorizadas entre los castellanos
del Barroco.
No obstante, la lucha por la emancipación de las aldeas no solía ser nada fácil27. La
resistencia de las ciudades y villas cabeceras ante los órganos sinodales encargados de
estos procesos era frecuente, porque la desmembración de parte de sus términos implicaba
la disminución de habitantes, rentas y, en general, recursos económicos. Es por esta razón
por la que algunos de estos villazgos tendrían corta vida ante las presiones de sus poderosos
vecinos, y algunos otros tuvieron que pleitear durante años hasta ver confirmado su carácter
26 El contexto de esta coyuntura en J. D. Muñoz Rodríguez, La séptima corona. El Reino de Murcia y la
construcción de la lealtad castellana en la Guerra de Sucesión (1680-1725), Murcia, Universidad de Murcia,
2014, cap. 1.
27 Ese fue el caso de Linares con respecto a Baeza: H. Nader, Liberty in absolutist Spain..., pp. 130-154.
de “villa de sí y sobre sí”; mas, en casi todos los casos, los intérpretes de estas poblaciones
rurales, las oligarquías que se estaban conformando, percibieron que para hacer realidad
sus alegatos libertadores en una corte cada vez más compleja habrían de disponer de
influyentes valedores que compensasen la férrea oposición de las villas o ciudades de las
que pretendían eximirse28. Así lo entendieron los vecinos de Nerpio, uno de los villazgos que
a continuación trataremos; en el memorial presentado a la Cámara de Castilla se adjunta
una carta de don Ginés Pérez de Meca, presidente del consejo de Hacienda y miembro
destacado de la élite de la ciudad de Lorca, dirigida a don Juan Terán y Monjaraz, secretario
del registro general de mercedes, en la que le expresaba su patrocinio a la pretensión
de estos vecinos29. Aunque no es muy usual encontrar evidencias tan incontestables de
estas relaciones políticas informales, lo cierto era que el éxito de cualquier demanda ante
los tribunales cortesanos no prosperaba con rapidez si no mediaban estos factores de
mercedes entre los círculos del poder.
28 J. J. Ruiz Ibáñez y J.D. Muñoz Rodríguez, “Sirviendo a la Corte en la aldea, sirviendo a la aldea en la
Corte: Veteranos, agentes y medios de relación en el siglo XVII castellano”, en Espacios de poder: cortes,
ciudades y villas, Vol. 2, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, 2002, pp. 227-247.
29 AGS, CC, 1.511: Madrid, 14.6.1688: la población de Nerpio; la carta lleva fecha de 11 de junio y la
escritura de villazgo de 28 de junio de ese mismo año.
30 J. A. Sánchez Belén, “La Junta de Alivios de 1669 y las primeras reformas”, Espacio, Tiempo y Forma,
4/4, (1989), pp. 639-668, cfr. 664.
31 Algunos ejemplos en: I. A. A. Thompson, “Conflictos políticos en las ciudades castellanas en el siglo XVII”,
en J. I. Fortea Pérez, y J. E. Gelabert González (coords.), Ciudades en conflicto: (siglos XVI-XVIII), Santander,
Universidad de Cantabria, 2008, pp. 37-56; y J. D. Muñoz Rodríguez, “¿Divide ut regnes?: Representación
e integración del Reino en la Corona de Castilla (1665-1700)” en J. Sobrequés y otros (coords.), Actes del
53 Congrés de la Comissió Internacional per a l´estudi de la Història de les Institucions representatives i
parlamentàries, vol. I, Barcelona, Partament de Catalunya, 2005, pp. 257-263.
32 J. I. Andrés Ucendo y R. Lanza García, “Estructura y evolución de los ingresos de la Real Hacienda de
Castilla en el siglo XVII”, Studia histórica. Historia Moderna, 30, (2008), pp. 147-190.
33 AMM, leg. 3.760: Madrid, 3.7.1700: carta de don Antonio Belvís del Castillo a la Ciudad de Murcia.
más, al que sólo pudo detener la contraprestación de otra fuente de financiación alternativa,
fuera la concesión del privilegio de no exención o el derecho de tanteo.
La situación administrativa de las aldeas implicaba un problema polémico y virulento en
el conjunto del reino y, sobre todo, en ciudades como Murcia y Lorca o en villas como Cehegín
y Yeste, que tuvieron varios lugares dependientes con deseos de separarse, aunque, en
general, se dejó sentir en otros muchos territorios castellanos. Las poblaciones cabeceras
rehusaron reconocer más entidad a sus aldeas que la de lugares, a las que solían llamar
cortijos o calles y en donde nombraban alcaldes o diputados con carácter ejecutivo, pero
sin ninguna función judicial34. Al mismo tiempo, trataron de minimizar su entidad eclesiástica
con el fin de que no sirviese como justificación de una posible emancipación posterior. En el
caso de Fuente Álamo se llegó, incluso, a que el concejo de la capital negara su dezmatorio,
que sólo afectaba a la parte de Lorca, y su alcabalatorio, que aunaba las tres jurisdicciones
de quienes dependía35.
Las resistencias de las poblaciones cabeceras no paraban ahí. Concedida la jurisdicción
a Fortuna (1628) y a Fuente Álamo (1700), Murcia hizo todo lo posible para recuperar la
justicia criminal y dejarles sólo la civil, con la excusa de que los nuevos villazgos, como
los señoríos del reinado de Felipe IV, eran refugios de malhechores por su cercanía con
la frontera del reino de Valencia, justificación –el hecho fronterizo– que también había
empleado Fuenterrabía con Irún para evitar su segregación36.
34 L. Buendía Porras y J. D. Muñoz Rodríguez, “Nuevos poderes para nuevos espacios. Los diputados de
la marina murciana en la vertebración política del territorio (ss.XVII-XVIII)”, Murgetana, 107, 2002, pp. 73-91.
35 Archivo del Cabildo Catedralicio de Murcia (ACM), caja G 15, nn. 486 y 501.
36 S. Truchuelo García, “Irún y Hondarribia: una controvertida historia de discrepancias y consensos”, Boletín
de Estudios del Bidasoa, 29, (2017), pp. 83-102.
37 Para el periodo bajomedieval, J. F. Jiménez Alcázar, Huércal y Overa: de enclaves nazaríes a villas
cristianas (1244-1571), Huércal-Overa, Ayuntamiento, 1996.
38 V. Montojo Montojo y F. Maestre de San Juan-Pelegrín, “Las relaciones comerciales entre el Reino de
Granada y el Reino de Murcia en la Edad Moderna”, en M. Barrios Aguilera y Á. Galán Sánchez (coords.),
La historia del reino de Granada a debate: viejos y nuevos temas, perspectivas de estudio, Madrid, Editorial
Actas, 2004, pp. 281-303; y del primero, “Los comerciantes de Alicante y Cartagena en la Guerra de Sucesión”,
Estudis, 34, (2008) pp. 219-239. También: R.M. Girón Pascual, Las Indias de Génova. Mercaderes genoveses
en el reino de Granada durante la Edad Moderna (ss. XVI-XVIII), Granada, Universidad de Granada, Tesis
doctoral, 2013.
las Cortes de 1625-1630 para obtener ingresos económicos con los que sufragar los gastos
de la Monarquía39.
La venta de Huércal-Overa se hizo en régimen de factoría, es decir, el beneficio se
aplicaba para pagar a uno o varios asentistas que habían prestado grandes sumas de
dinero a la Corona para atender gastos perentorios ocasionados por las guerras de Portugal
y de Devolución entre 1665 y 1668. Aunque estaba estipulado el precio por el consejo de
Hacienda en 6.200 ducados la legua de territorio, además de la media anata de la merced40,
la enajenación de esta aldea se efectuó por error en 5.600 ducados la legua, cantidad que
el propio órgano hacendístico trató de solventar posteriormente. No obstante, los vecinos
pagaron finalmente más de lo estipulado en un principio, puesto que tuvieron que hacer
frente al censo pedido sobre los bienes de propios –su codiciada zona de pastos– para
satisfacer el capital principal.
Tampoco fue sencillo el amojonamiento de la nueva villa, ya que la propia ciudad de
Lorca denunció la violencia con la que se realizó y la parcialidad con la que actuó el juez de
comisión enviado por la Cámara de Castilla: le acusaba de no respetar los deslindes que
se hacían desde finales del siglo XVI, al permitir las demandas de los representantes de la
nueva villa y perjudicando hasta en tres cuartos de legua el término lorquino41.
Para los vecinos de Huércal-Overa, su villazgo y la compra de los oficios concejiles
provocó un alto endeudamiento de la hacienda local, de manera que el nuevo ayuntamiento
todavía debía a mediados del siglo XVIII una gran suma de dinero por el acceso a su
ansiada libertad municipal42.
39 AGS, DGT, Inventario 24, leg. 464, f. 97: Cédula confirmando su exención de jurisdicción y término y en
el nombramiento de diferentes oficios (1668).
40 A. Domínguez Ortiz, Instituciones y sociedad en la España de los Austrias, Madrid, Ariel, 1985, p. 60.
41 Archivo Municipal de Lorca (AML), Ac.Cap. 11.7.1668.
42 AGS, DGT, Inventario 24, leg. 475, f. 320: Madrid, 31.3.1817: Copia de la cédula de S.M. confirmándole
su jurisdicción y derecho de nombrar oficios q le pertenece perpetuo por juro de heredad.
43 AGS, CC, leg. 1.983-7: Madrid, 6.7.1671: memorial de los vecinos de Fuensanta al rey. Apenas veinte
años después su población había aumentado en más de veinte vecinos (casi un 50% más): AGS, GA, 2.934:
Relaciones del vecindario de la Corona de Castilla para el servicio militar del año 1693.
44 S. Molina Puche, Poder y familia..., p. 25; y para el ámbito fiscal, I. de la Rosa Ferrer, “La Superintendencia
General de las Rentas Reales del Marquesado de Villena en el siglo XVII. Análisis institucional” en La
investigación y las fuentes documentales de los archivos, Guadalajara, ANABAD Castilla-La Mancha, 1996,
pp. 685-709.
45 AGS, CC, leg. 1.983-7: San Clemente, 20.9.1671: poder de los vecinos de Fuensanta.
46 AGS, CC, leg. 1.983-7: Madrid, 22.10.1671: memorial de Juan de las Casas.
47 La referencia en AGS, Registro General del Sello (RGS), VI (1688): Madrid, 28-VI-1688: merced a la
población de Nerpio de eximirla. Existe una copia del villazgo en AMM, 2.016.
48 M. Rodríguez Llopis, “El privilegio de villazgo de Nerpio y su segregación de Yeste”, Información
Cultural Albacete, 87, 1995, pp. 3-14; y M. Rodríguez Llopis y J. M. Martínez Carrión, “Las transformaciones
demográficas de la población rural. Yeste en los siglos XIV al XX”, Áreas. Revista de Ciencias Sociales, 3-4
(1983), pp. 13-54.
49 AGS, CC, leg. 1.511: Madrid, 28.6.1688: despacho de concesión del villazgo.
50 AGS, RGS, VI (1688): Madrid, 28-VI-1688: merced a la población de Nerpio.
51 Por ejemplo, Pedro Alfaro, vecino de Nerpio, arrendó el ejido concejil de arriba de Mazarrón, mediante
obligación de pago de 600 reales a Ginés Muñoz de Paredes: Archivo Histórico Provincial de Murcia (AHPM),
Notarías (Not.) 6.767/38, 19.9.1682.
52 C. J. Garrido García y F. Bravo Palomares, “Estudio sociodemográfico de una población de la Sierra de
Segura en el siglo XVI: El Hornillo o Puebla de Santiago (Santiago de la Espada)”, Boletín del Instituto de
Estudios Giennenses, 218 (2018), pp. 89-116.
53 M. Rodríguez Llopis y J. M. Martínez Carrión, “Las transformaciones..., esp. pp. 26-27.
54 Si bien no hemos encontrado ninguna documentación de archivo que acredite este villazgo, esta fecha
viene avalada en J. de la Cruz Martínez, Memorias sobre el partido judicial de Segura de la Sierra, Baeza,
Imprenta de F. Moreno, 1842, p. 118; y P. Madoz, Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y
sus posesiones de Ultramar, tomo XIII. Madrid, Imprenta del Diccionario, 1849, p. 828.
55 AGS, Escribanía Mayor de Rentas, Mercedes y Privilegios, legajo 268, n. 7. No fue el único caso de
devolución de señorío, puesto que también le ocurrió a los regidores don Juan Bienvengud de Lizana con
Hoya Morena, y a don Juan González de Sepúlveda con Roldán: V. Montojo Montojo, “Señorío y remodelación
jurisdiccional y económica en el reino de Murcia: los señoríos de Hoya Morena y Cúllar-Baza (siglo XVII)”,
Señorío y Feudalismo en la Península Ibérica (siglos XII-XIX), Zaragoza, Institución Fernando el Católico,
1993, pp. 457-473.
56 AGS, GA, 2.934: Relaciones del vecindario de la Corona de Castilla para el servicio militar del año 1693:
en ese momento Cehegín contaba con 1107 vecinos frente a los 193 de Bullas.
57 AGS, CC, leg. 2.068: Bullas, 18.8.1690: poder de Bullas al procurador de los reales consejos Antonio
Pineda.
58 F. J. Hidalgo García, Miscelánea Histórica de Cehegín, Cehegín, Ayuntamiento de Cehegín, 2013, pp.
155-165.
59 AGS, CC (procesos y expedientes), leg. 1.983 (folio 7), y 2.056.
60 AGS, CC, leg. 1528: Murcia, 28.5.1692: informe del alcalde mayor de Murcia, don Jerónimo Navarro,
sobre sus actuaciones para amojonar de nuevo la villa de Bullas.
61 AGS, CC, leg. 2.068: Bullas, 24.6.1690: copia del villazgo de Bullas (Madrid, 19.12.1689). Estas razones
también son tratadas por J. González Castaño, F. Caballero Escribano y M. Muñoz Clares, La villa de Bullas
(siglos XVII-XIX): Estudio histórico y socioeconómico, Murcia, AAXS, 1991.
62 J. A. Sánchez Belén y A. Alcaraz Hernández, “Oligarquía municipal e impuestos: La asonada del campo
de Cartagena de 1683”, Espacio, Tiempo y Forma, 4/4, (1991), pp. 163-202.
63 AHPM, Not. 8.060/69: Cehegín, 22.8.1685, lo que también coincide con el contenido de AGS, CC, leg.
2068: Madrid, 20.9.1690: memorial de la villa de Cehegín. Entre los cehegineros que vivían en Bullas se
encontraba don Cristóbal Piñero: AHPM, Not. 9.073/1: Bullas, 20.4.1664: testamento. Sólo se conserva este
protocolo notarial de Bullas, que contiene los testamentos de 1664-1685, pues perteneció al distrito notarial
de Mula y su archivo fue incendiado en la Guerra Civil.
64 AHPM, Not., 9.073/5: Bullas, 6.5.1664: Juan Fernández declaró las deudas que tuvo por la venta de vino,
y señaló que su hacienda en Bullas constaba de “una casa de cuatro cuerpos altos y bajos y el uno de ellos
sirve de bodega, en la cual tengo noventa arrobas de vasos de tener vino, algo más o menos, y en dicha
partida doce peonadas de viña”.
65 AHPM, Not., 9.073/95: Bullas, 2.12.1680: testamento.
66 AHPM, Not., 9.073/107: Bullas, 21.11.1681: testamento de Juana Martínez Corbalán, viuda de Antón
Amor Abril.
67 R. Ortega Merino, Fuente Álamo: Apuntes históricos, Murcia, ed. propia, 1947, p. 9; y Archivo Diocesano
de Murcia (ADM), legajo 8, n. 10.
68 En 1665 hubo oposición por parte de algunos moradores de la zona de Cartagena contra los de Lorca y
algunos otros de Cartagena, que querían ascender a villa: AHPM, Not. 5.436/329 y 345. AMM, caja 27, n. 28:
Real Provisión de 10 de noviembre de 1667, de la reina Mariana de Austria.
69 AGS, GA, leg. 2934: Relaciones del vecindario de la Corona de Castilla para el servicio militar del año
1693.
70 AMC, Ac.Cap. 1696-1701, 19-5-1696, f. 29-30 y AMM, Ac.Cap. 27.4.1696.
71 Archivo de la Real Chancillería de Granada (ARChG), cabina 303, legajo 486, n. 1, 1604; y AMC, Ac.Cap.
1633‑1635, 9, 10 y 11.2.1635, fols. 524r‑529v.
72 AMM, Ac.Cap. 4-10-1637; y AMC, Ac.Cap. 21.1.1673. Sobre la defensa de la costa murciana en este
periodo finisecular, J. D. Muñoz Rodríguez, “Torres sin defensa, defensa sin torres. Las fortificaciones en el
resguardo de la costa murciana a finales del siglo XVII”, en Actas V Jornadas sobre fortificaciones, piratería y
corsarismo en el Mediterráneo, Murcia, Aforca-Ayuntamiento de Cartagena, 2006, pp. 133-151.
73 Archivo Municipal de Fuente Álamo, “Copia del poder notarial conferido a Gregorio Reyllo Hernández a
los efectos de obtener la creación de villa, eximiendo a Fuente Álamo de las jurisdicciones de Murcia, Lorca y
Cartagena”, año 1695, ante Luis de Guevara, escribano de Mula. En 8.11.1695 Alonso Gálvez, alcalde ordinario
de Fuente Álamo de Cartagena, ordenó a Pedro Martínez, escribano de Fuente Álamo, que protocolizara el
poder en sus registros, dando traslados, y en el mismo día Gregorio Reillo lo sustituyó en Matías de Moya.
74 J. D. Muñoz Rodríguez, La Séptima…, pp. 64 y 217.
75 AML, Ac.Cap. 25.9, 13, 20, 30.11.1694, 12.3, 2.4, 4.6.1695, 25.4, 1, 19, 22.5 (Concordia), 18, 19, 26.8,
10.11.1696. Otras declaraciones en AML, Ac.Cap. 11.12.1694 (cartas de Murcia y Cartagena), 8.1.1695
(búsqueda de papeles en el archivo), 22.3.1695 (ayuda al oficial para escribir la probanza del pleito).
76 AMM, Ac.Cap. 1697, Cabildo Ordinario (CO) de 20.8.1697: carta del regidor de Cartagena don Juan
Lorenzo Rato.
77 AHPM, Fondo Exento de Hacienda, libro 4.016, n. 451, fs. 390-417, traslado escrituras de 8.7.1696.
78 En un testimonio de la constitución del Ayuntamiento de Fuente Álamo en 1812 (ARChG, sala 321,
legajo 4.320, n. 7) se dice que se estima su población según su demarcación de que antiguamente estuvo en
posesión.
79 Sobre la oposición del Ayuntamiento de Murcia al villazgo de Fuente Álamo: AMM, legajos 2.757 (1694)
y 3.670, n. 9 (1697-1700).
80 Real Provisión de 27.1.1701: AMM, caja 27, n. 28. AHPM, Not. 1.724, 6.1 y 31.5.1701, s.f.
81 AMM, leg. 1.021, 1.10.1701 y 3.6.1702.
Año vecinos/
Nuevos villazgos Municipios anteriores separación Coste Moneda año
mrs.x
Fuensanta La Roda 1671 7.500 vecº. 45 (1671)
mrs.x
Nerpio Yeste 1688 7.500 vecº. 150 (1688)
mrs.x
Bullas Cehegín 1689/1692 7.500 vecº. 167 (1689)
Santiago de
Espada Segura de la Sierra 1691 s.d. s.d. 242 (1691)
Fuente: AGS, DGT, Inventario 24, leg. 464, f. 97 (1668): cédula confirmando la exención de Huércal-Overa;
CC, 1.983-7: Madrid, 6.7.1671: memorial de los vecinos de Fuensanta al rey; RGS, VI (1688): Madrid, 28-
VI-1688: merced a la población de Nerpio de eximirla; CC, 2.068: Bullas, 24.6.1690: copia del villazgo de
Bullas; y AMM, caja 27, n. 28: Real Provisión de 27.1.1701.
5. Conclusiones
Acercarnos a la historia de los villazgos no supone necesariamente encerrarnos en
un mundo historiográfico local. Por el contrario, como hemos pretendido sostener a lo largo
de estas páginas, los villazgos murcianos del reinado de Carlos II permiten analizar las
dinámicas políticas que se daban en la sociedad castellana desde la perspectiva de este
mundo en pequeño. No implica asumir por completo el relato emancipador de las nuevas
autoridades municipales, ni los discursos contrarios producidos por las ciudades o villas
cabeceras legítimamente quejosas por las pérdidas de rentas, sino mostrar el funcionamiento
82 J. D. Muñoz Rodríguez, La Séptima..., p. 275. Extrañamente volvería a ocupar el gobierno del lugar
en 1709, protagonizando abusos en la cobranza de impuestos contra vecinos, que determinaría su cese
definitivo: AMM, AC 1709, CO 28.5 y 15.7.1709; y AHPM, Not. 2.796: Murcia, 1.6.1709: poder de Francisco
Jiménez y Onofre García, vecinos en el lugar de El Estrecho, al procurador Antonio Fernández de Rueda.
83 V. Montojo Montojo, “Rasgos de la estructura familiar en Fuente Álamo (Murcia) a mediados del XVIII”, en
F. Chacón Jiménez y Ll. Ferrer (eds.), Familia, casa y trabajo. Historia de la Familia: Una nueva perspectiva
sobre la sociedad europea, Murcia, Universidad de Murcia, 1997, pp. 658-663.
de las relaciones entre la Corona y los grupos de poder local, sus expectativas, medios y
resultados. Relaciones que, por otro lado, estaban enmarcadas en un ámbito de negociación
en el que ambas partes perseguían un beneficio particular, y en las que los intereses más
inmediatos a los vecinos no constituían un fin primordial.
El déficit crónico de la hacienda de Carlos II pudo ser paliado con la venta de toda clase
de bienes y nombramiento reales, además de la creciente colaboración de los recursos
locales en la defensa de las fronteras. En ambos casos, la Corona salió ganando pues
obtuvo una más estrecha integración de la periferia en las necesidades de la Monarquía,
consiguió que se percibiese más presente su autoridad y, no menos importante, contribuyó
a dar estabilidad al sistema de dominación encabezado por el soberano. Todos los actores
políticos estaban inmersos en el objetivo común de la conservación de la Monarquía, puesto
que la resistencia frente a tantos problemas que se presentaban al viejo conglomerado
hispánico, además de ser un fin que continuamente se proclamaba, ofrecía a numerosos
individuos oportunidades de hacer realidad procesos de movilidad social.
La obtención del villazgo en estas seis localidades murcianas es un buen ejemplo de
todo esto que apuntamos. La Corona extraía un beneficio económico directo por la sanción
de estos procesos; legitimaba las pretensiones de unas nuevas élites que habían acumulado
suficiente patrimonio para pensar en otros estadios más elevados de reconocimiento social;
y, a cambio de controlar los recursos locales, se mostrarían dispuestas a colaborar con un
soberano que había sido el padre de su república con todo tipo de servicios monetarios
o personales que se les demandasen. A falta de fuerzas profesionales, la contribución de
los vecinos alcanzaba mayor valor para la defensa de la Monarquía, ya no sólo en los
habituales socorros de la costa y Orán, sino en el conflicto bélico que estallaría en los
años siguientes. La guerra de Sucesión transformaría este reino en una de las fronteras
de guerra más activas, ya que su posición estratégica se revalorizaría al convertirse en el
antemural de los reinos andaluces y, sobre todo, pondría a prueba el amor de sus súbditos
al monarca borbónico.
En consecuencia, la realidad era mucho más compleja que la presentada por esos
discursos libertadores que anunciaban el comienzo de una demanda de villazgo ante
los tribunales cortesanos; y el camino hasta situar el rollo que simbolizase la autonomía
jurisdiccional lleno de dificultades hasta conseguir la aprobación real. Sin negar los abusos
a los que se sometían a las aldeas, los intereses que surgían eran múltiples y cruzados;
tanto que a muchos castellanos del siglo XVII probablemente les sonasen a ficciones de
libertad estas ansias que algunos vecinos mostraban por emanciparse.
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de Estudios del Bidasoa, 29, (2017), pp. 83-102.
RESUMEN
Aunque, lamentablemente, no son muchos los datos disponibles en los memoriales del
Catastro de Ensenada para la evaluación de la altura de las estancias de los interiores domésticos
en las casas burgalesas del Setecientos, estas páginas nos acercan al análisis de dicha magnitud,
en la medida de lo posible. El interrogante esencial deviene de la consideración de cuántos metros
–“varas” en el XVIII– separaban los suelos de los techos en las habitaciones de las viviendas y el
cómo se adaptaba la talla de los burgaleses a tal contraste constructivo.
ABSTRAT
Unfortunately, there is not much data available in Enseñada catastral records in relation to
the height of the rooms of the domestic interiors of houses in 18th-century Burgos. These pages,
however, attempt to bring us closer to the analysis of these dimensions. The key question arises
from consideration of how many metres - “varas” in the Spanish 18th century - separated the floors
from the ceilings of the rooms of the dwellings and how the Burgos citizens’ height related to such
building parameters.
207
LA ALTURA DE LAS ESTANCIAS EN EL SIGLO XVIII EN BURGOS
1 Véanse, entre otras propuestas, F. García González, “Las dimensiones de la convivencia. Ciudades y
hogares en España, siglos XVIII-XIX”, Revista de Historiografía, 16, (2012), pp. 24-43 e “Imágenes de la
decadencia en la España interior: Casas y hogares en las ciudades de Toledo y Alcaraz a finales del Antiguo
Régimen”, en C. J. Fernández Cortizo (ed.), El mundo urbano en el siglo de la Ilustración, Vol. I, Santiago
de Compostela, Xunta de Galicia, 2009, pp. 127-142, C. Hernández López, Calles y casas en el Campo
de Montiel. Hogares y espacio doméstico en las tierras de El Bonillo en el siglo XVIII, Albacete, Instituto de
Estudios Albacetenses, 2007, La casa en La Mancha oriental. Arquitectura, familia y sociedad rural (1650-
1850), Madrid, Sílex Ediciones, 2013 y “La casa en La Mancha Oriental a finales del Antiguo Régimen”,
Cuadernos de Historia Moderna, 38, (2013), pp. 93-119, B. Blasco Esquivias (dir.), La casa. Evolución del
espacio doméstico en España, Vol. 1, Edad Moderna, Madrid, Ediciones El Viso, 2006 y F. Sanz de la Higuera,
“Familia, hogar y vivienda en Burgos a mediados del siglo XVIII. Entre cuatro paredes, compartiendo armarios,
camas, mesas y manteles”, Investigaciones Históricas, 22, (2002), pp. 165-211.
2 F. Sanz de la Higuera, “Estrechez y pequeñez de las dimensiones de la vivienda humilde en el Burgos del
Setecientos”, Investigaciones Históricas (en fase de evaluación).
3 Como se va a desentrañar en breve, en las próximas páginas, en los memoriales de algunos hogares
burgaleses del Setecientos se nos ofrecen las medidas del largo, ancho y alto de varias habitaciones
principales, secundarias, alcobas y cocinas de los interiores domésticos de Burgos en 1751.
4 De igual manera, aunque no siempre de forma simultánea, disponemos de las dimensiones de establos,
hornos, caballerizas, pajares, trojes, tinadas, obradores, baños de curtidor, camarillas u obradores, espacios
productivos, profesionales, insertos en los inmuebles de sus arrendatarios.
5 Véanse, por ejemplo, C. Camarero Bullón, “Averiguarlo todo de todos: El Catastro de Ensenada”, Estudios
Geográficos, 248-249 (2002), pp. 493-532 y “La lucha contra la falsedad de las declaraciones en el Catastro
de Ensenada (1750-1756)”, CT: Catastro, 37 (1999), pp. 7-33 o C. Calvo Alonso, “El Catastro de Ensenada
como fuente para el estudio de las fuerzas productivas locales a mediados del siglo XVIII”, en C. Martínez
Shaw (ed.), Historia moderna, historia en construcción. Sociedad, Política e Instituciones, Vol. II, Lleida,
Editorial Milenio, 1999, pp. 413-425.
6 Citados sin un ánimo de exhaustividad ni la pretensión de elaborar un estado de la cuestión, que, a todas
luces, resulta imprescindible.
7 B. Blasco Esquivias (dir.), La casa. Evolución del espacio doméstico en España, Vol. 1. y “Vivir y convivir.
Familia y espacio doméstico en la Edad Moderna”, en M. Birriel Salcedo (ed.), La(s) casa(s) en la Edad
Moderna, Zaragoza, Institución “Fernando el Católico”, Diputación Provincial de Zaragoza, 2017, pp. 65-92.
8 F. García González, “Las dimensiones de la convivencia. Ciudades y hogares en España, siglos XVIII-
XIX”, Revista de Historiografía, 16, (2012), pp. 24-43 e “Imágenes de la decadencia en la España interior:
Casas y hogares en las ciudades de Toledo y Alcaraz a finales del Antiguo Régimen”, en C. J. Fernández
Cortizo (ed.), El mundo urbano en el siglo de la Ilustración, Vol. I, Santiago de Compostela, Xunta de Galicia,
2009, pp. 127-142.
9 M. A. Hernández Bermejo, La familia extremeña en los tiempos modernos, Badajoz, Diputación Provincial
de Badajoz, 1990, en especial, pp. 235-256.
10 R. Maruri Villanueva, La burguesía mercantil santanderina, 1700-1850. (Cambio social y de mentalidad),
Santander, Universidad de Cantabria, 1990, en especial, pp. 988-140.
11 C. Hernández López, Calles y casas en el Campo de Montiel. Hogares y espacio doméstico en las tierras
de El Bonillo en el siglo XVIII, Albacete, Instituto de Estudios Albacetenses, 2007, La casa en La Mancha
oriental. Arquitectura, familia y sociedad rural (1650-1850), Madrid, Sílex Ediciones, 2013 y “La casa en La
Mancha Oriental a finales del Antiguo Régimen”, Cuadernos de Historia Moderna, 38, (2013), pp. 93-119.
12 M. B. Villar García, “Propuesta para un estudio de la vivienda en el siglo XVIII. Fuentes y metodología”,
en Historia Moderna, Actas de las II Jornadas de Metodología y Didáctica de la Historia, Cáceres, Universidad
de Extremadura, 1973, pp. 473-483 y “El estudio de la vivienda en el siglo XVIII. Una propuesta de método”,
Baetica, 6, (1983), pp. 307-315.
13 J. M. Reina Mendoza, La vivienda en la Málaga de la segunda mitad del siglo XVIII, Málaga, Diputación
Provincial de Málaga, 1986.
14 N. González Heras, “La vivienda doméstica española del siglo XVIII según los relatos de los viajeros
británicos”, Tiempos Modernos, 21, (2010), pp. 1-30, “Aspectos de la vida cotidiana en la vivienda proto-
burguesa madrileña del siglo XVIII”, en E. Serrano (coord.), De la tierra al cielo. Líneas recientes en historia
moderna, Zaragoza, Institución “Fernando el Católico”, Diputación Provincial de Zaragoza, 2013, pp. 1.055-
1.066, “Vivienda e interiores domésticos en el Madrid ilustrado”, en M. García Fernández (coord.), Cultura
material y vida cotidiana: escenarios, Madrid, Sílex Ediciones, 2013, pp. 151-166 o “La convivencia entre
propietarios, inquilinos y huéspedes en las casas de Madrid (1740-1808)”, Tiempos Modernos, 32, (2016), pp.
386-397.
15 P. Andueza Unanua, La arquitectura señorial de Pamplona en el siglo XVIII. Familias, urbanismo y ciudad,
Pamplona, Gobierno de Navarra, 2004 o “La arquitectura señorial de Navarra y el espacio doméstico durante
el Antiguo Régimen”, en R. Fernández Gracia y M. C. García Gainza (coords.), Cuadernos de la Cátedra de
Patrimonio y Arte Navarro, Casas señoriales y palacios de Navarra, 4, (2009), pp. 219-263.
16 L. S. Iglesias Rouco, Arquitectura y urbanismo de Burgos bajo el Reformismo ilustrado (1747-1813),
Burgos, Caja de Ahorros Municipal de Burgos, 1978, en especial, pp. 85-110.
17 F. Sanz de la Higuera, “Familia, hogar y vivienda en Burgos a mediados del siglo XVIII. Entre cuatro
paredes, compartiendo armarios, camas, mesas y manteles”, Investigaciones Históricas, 22, (2002), pp. 165-
europea, véanse Jurgens y Couperie18, Zeller19, Bardet20, Cailleux y Lardin21, Quenedey 22,
Bernardi y Mignon 23, Sarti 24 o Pribetich Aznar 25. Empero, sobre la estatura de los
europeos y los españoles en el Setecientos disponemos de múltiples propuestas.
Descuellan, entre otros, los análisis de Martínez- Carrión 26, Martínez-Carrión y Puche
Gil 27, Cámara Hueso 28, Cámara Hueso y García-Román 29, García Montero 30, Cámara y
García Román 31, Floud 32, Steckel 33, Heyberger 34 o Komlos 35. Otro aspecto importante
211 y “Estrechez y pequeñez de las dimensiones de la vivienda humilde en el Burgos del Setecientos”,
Investigaciones Históricas (en fase de evaluación).
18 M. Jurgens y P. Couperie, “Le logement à Paris aux XVIe et XVIIe siècles: Una source, les inventaires
après décès”, Annales, Economies, Sociétés, Civilizations, 17/3, (1962), pp. 488-500.
19 O. Zeller, “L’espace et la familla à Lyon aux XVIe et XVIIe siècles”, Revue d’Histoire Moderne et
Contemporaine, 30, (1983), pp. 587-615.
20 J. P. Bardet, “La maison rouennaise aux XVIIe et XVIIIe siècles. Economie et comportaments”, en P.
Chaunu (dir.), Le bâtiment. Enquête d’histoire économique et sociale, XIVe-XIXe siècles, I, Maisons rurales et
urbaines dans la France traditionnelle, Paris, École practique des Hautes Études, 1971, pp. 315-383.
21 Ph. Cailleux y Ph. Lardin, “Les mesures dans les bâtiments en Normandie à la fin du Moyen Âge”, Histoire
& Mesure, 3-4, (2001), pp. 245-260.
22 R. Quenedey, “Les anciennes mesures de longueur de Rouen”, Bulletin philosofique et historique du
Comité des Travaux Historiques et Scientifiques, 1, (1922), pp. 301-334.
23 Ph. Bernardi y J-M. Mignon, “Évaluations et mesure des bâtiments. L’exemple de la Provence médiévale”,
Histoire & Mesure, 3-4, (2001), pp. 309-343.
24 R. Sarti, Vivir en familia. Casa, comida y vestido en la Europa Moderna, Barcelona, Crítica, 2002, en
especial, pp. 19-60.
25 C. Pribetich Aznar, “La formulation des surfaces des bâtiments et des superficies des terrains aux XIVe-
XVIe siècles dans le sud-est de la France”, Histoire & Mesure, 3-4, (2001), pp. 353-372.
26 De sus muchas, y excelentes, propuestas, véanse, en especial, por lo tocante al siglo XVIII, J. M.
Martínez-Carrión, “La talla de los europeos, 1700-2000: ciclos, crecimiento y desigualdad”, Investigaciones
de Historia Económica, 8, (2012), pp. 176-187 y “El bienestar de los españoles: una historia antropométrica
en perspectiva comparada”, en Sociologías y economía, Libro homenaje al profesor Juan Monreal, Murcia,
Editum, 2014, pp. 351-367.
27 J. M. Martínez-Carrión y J. Puche-Gil, “La evolución de la estatura en Francia y en España, 1770-
2000. Balance historiográfico y nuevas evidencias”, Dynamis, 31, (2011), pp. 429-452 y “La estatura de los
españoles en el espejo francés. Una historia antropométrica comparada”, AEHE, DT-0912 (2009), pp. 1-40.
28 A. D. Cámara Hueso, “Fuentes antropométricas en España: problemas metodológicos para los siglos
XVIII y XIX”, Historia Agraria, 38, (2006), pp. 115-128.
29 A. D. Cámara Hueso y J. García-Román, “Ciclos largos de nivel de vida biológico en España (1750-1950):
propuesta metodológica y evidencias locales”, Investigaciones de Historia Económica, 17 (2020), pp. 95-118.
30 H. García Montero, Estatura y niveles de vida en la España interior, 1765-1840, Madrid, Universidad
Complutense de Madrid, 2014.
31 A. D. Cámara Hueso y J. García Román, “Ciclos largos de nivel de vida biológico en España (1750-1950):
propuesta metodológica y evidencias locales”, Investigaciones de Historia Económica, 1, (2020), pp. 95-118.
32 R. Floud, “The Heights of Europeans since 1750: A New Source for European Economic History”, en J.
Komlos (ed.), Stature, Living standars, and economic development. Essaya in Anthropometric History, Chicago,
Chicago University Press, 1994, pp. 9-24 y “Wirtschafliche und Soziale Einflusse auf der Korhergrossen von
Eurohaern seit 1750”, Jahrbuch für Wirtschaftsgeschichte, 2, (1985), pp. 93-118.
33 R. Steckel, “Heights and Health in the United Status, 1710-1950”, en J. Komlos (ed.), Stature, Living
standars, and economic development. Essaya in Anthropometric History, Chicago, University Chicago Press,
1994, pp. 153-172.
34 L. Heyberger, La révolution des corps. Décroissance et croissance staturale des habitants des villes et des
campagnes en France, 1780-1940, Strasbourg y Belfort, Presses Universitaires de Strasbourg y Université de
technologie Belfort-Montbéliard, 2005.
35 J. Komlos, Nutrition and economic development in the eighteenth-century Habsburg monarchy. An
anthropometric history, Princeton, Princeton University Press, 1989, “On the biological standart of living of
eighteenth-century Americans: taller, richer, healthier”, Research in Economic History, 20, (2001), pp. 223-
248, “Stature and nutrition in the Habsburg monarchy: the standart of living and economic development in the
18th century”, American Historical Review, 90, (1985), pp. 114-161 e “Histoire anthropométrique de la France
de l’ancien régimen”, Histoire, économie et société, 22/4, (2003), pp. 519-526.
36 En este sentido, véanse, por ejemplo, las propuestas de S. Gómez Navarro, “El franciscanismo cordobés
en el Catastro de Ensenada: bases económicas. Patrimonio inmobiliario urbano. Aportación a su conocimiento”,
en M. Peláez del Rosal, El franciscanismo en Andalucía, Córdoba, Cajasur, 2000, pp. 275-286 y A. Garrido
Flores, La casa en la Córdoba moderna. Una historia social de lo cultural, Córdoba, Universidad de Córdoba,
2017.
37 Real Decreto del 10 de octubre de 1749. Archivo Histórico Nacional. Consejos. Libro 1510, fols. 403-427.
Véase C. Camarero Bullón, “La lucha contra la falsedad de las declaraciones en el Catastro de Ensenada
(1750-1756)”, CT: Catastro, 37, (1999), pp. 7-33.
reflexión, e hilvanar un modelo expositivo, sobre dicha problemática. Por mucho que nos
duela, e intentemos obviarla, era real, existía. Es imprescindible, a mi entender, considerarla,
computarla y esgrimirla –reconstruirla, al fin y al cabo–. Incluso con el atrevimiento de
extender sus propuestas, a la manera econométrica, a la totalidad de los paradigmas
edificatorios urbanos.
SERVICIO
251 4 1’6 1.493 765 251 1 0’4 1.493 700
PÚBLICO
TOTAL CIUDAD 1.749 40 2’3 1.496 689 2.137 92 4’3 1.496 2.168
(3) Útil o alcance/año en reales de vellón de la categoría socio-profesional con constancia de estancias
Fuente documental: ADPB. CME. RP. Burgos. Seglares y eclesiásticos. Libros 344-349.
38 En primera instancia por lo tocante a la altura de las estancias habitadas –en un artículo diferente, en el
futuro, se evaluará la altura de otros espacios anexos–.
39 Se trata de los hogares que se mantienen con los quehaceres en la sanidad –médicos, cirujanos,
boticarios, farmacéuticos, barberos–, los obligados para la logística de los alimentos y productos esenciales
–carne, pescado, nieve, carbón–, los titulares de mesones y posadas, los caleseros y alquiladores de mulas,
los libreros, etcétera.
SERVICIOS
4 3’3 1 25 2’8
PÚBLICOS
TOTAL
40 3’1 12 30 2’3 8 20 2’8
CIUDAD
Nº % METROS Nº % METROS
HILANDERAS 100
SERVICIOS
2 50 3’2 1 25 4’1 100
PÚBLICOS
TOTAL
13 32’5 3’4 7 17’5 4’3 100
CIUDAD
Fuente documental: ADPB. CME.- RP. Burgos. Seglares y eclesiásticos. Libros 344-349.
Las anotaciones aprehendidas para las hilanderas y pobres de solemnidad nos ofrecen
un promedio de 2’4 metros de altura en sus estancias –el 80 % de ellas por debajo de 2’50
metros– con 2’3 metros de promedio –y el 20 % restante con estancias de 2’51 a 3 metros
de altura, con un promedio de 2’9 metros–. Lo habitual era que las hilanderas ocuparan o los
entresuelos o los cuartos más altos o los desvanes de los edificios. Josefa Gutiérrez era una
hilandera y rentista, viuda, 2‘1 metros de alto40. Francisco Navarro vivía en un cuarto de 2’1
metros de alto –y 21’7 m2 de suelos habitables41– en Santa Águeda –pagaba de alquiler 50
reales/año–. Era pobre de solemnidad42 –trabajaba dos meses al año–, pechero, analfabeto,
de 68 años. Obtenía anualmente 200 reales de vellón por sus quehaceres profesionales
40 Archivo de la Diputación Provincial de Burgos. Catastro del Marqués de la Ensenada. Respuestas
Particulares –en lo sucesivo ADPB. CME. RP–. Seglares. Burgos (10 de abril de 1751). Libro 345, fol. 424.
41 Téngase en cuenta, para la totalidad de los ejemplos citados en estas páginas, F. Sanz de la Higuera,
“Familia, hogar y vivienda en Burgos a mediados del siglo XVIII. Entre cuatro paredes, compartiendo armarios,
camas, mesas y manteles”, Investigaciones Históricas, 22, (2002), pp. 165-211.
42 Véase, entre otras propuestas de interés, F. Sánchez Escobar, “Las declaraciones de pobreza como fuente
histórica”, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 51, (2011), pp. 157-179 y P. Carasa Soto, Pauperismo
y revolución burguesa: (Burgos, 1750-1900), Valladolid, Universidad de Valladolid, 1987 y “Cambios en la
tipología del pauperismo en la crisis del Antiguo Régimen”, Investigaciones Históricas, Época Moderna y
Contemporánea, 7, (1987), pp. 131-150.
y de mendicidad, con el que mantenía un hogar (2b)243 sin estructura familiar44. Domingo
Vivar sabía leer y escribir y, en su memorial, describió las dos estancias y la caballeriza en
que albergaba un hogar extendido (4c)3. De 70 años, era pechero y pobre de solemnidad
–60 reales/año de útil, hecho el desembolso del alquiler anual, 40 reales–. Un “quarto”, de
18’6 m2, tenía 2’5 metros de alto y una segunda estancia, de 8’3 m2, 2’9 metros de alto45. La
tónica general era, como relata María Lorenza Fernández Mioño, que los “quartos [fueran]
muy pequeños (…) que se siguen por uno todos”46.
Los jornaleros describieron estancias en las que la altura, en un 44’4 %, estaba entre
3 y 4 metros –de promedio 3’5 metros–. Un 22’2 %, respectivamente, tenían tanto las
estancias por debajo de 2’5 metros –de promedio 2’4 metros– cuanto las estancias por
encima de los 4 metros –4’3 metros de promedio–. Con un 11’1 %, a la postre, las estancias
de 2’5 a 3 metros –con 2’9 metros de promedio–. La tendencia habitacional de los jornaleros
venía definida por su alojamiento en cuartos-casa de escasas dimensiones, ubicadas en los
entresuelos o en las plantas intermedias o en las más altas de los edificios. En general, se
ubicaban en calles y barrios periféricos –fuera de la muralla– y de muy escasa economía.
Manuel Páramo, por ejemplo, era un jornalero de 60 años, pechero, analfabeto, que, por 66
reales/año de alquiler, acogía su hogar múltiple (5b)6 en dos cuartos en la calle La Calera.
Él y su hermano, también jornalero, reunían un útil anual ligeramente por encima de los 400
reales. Un primer cuarto, de 12 m2, tenía de alto 3’7 metros y, en su seno, se localizaba una
alcoba de 9’3 m2. El otro cuarto, de 12 m2, tenía 2’9 metros de altura47. Vitores Pérez era un
humilde jornalero –su nivel de renta no superaba los 250 reales/año– de 50 años, pechero,
analfabeto, casado y padre de cuatro hijos –hogar sencillo (3b)6–, albergados, en la calle
La Calera, en un cuarto de 37.8 m2 –la estancia tenía 3’7 metros de alto–. En su interior se
anota una alcoba de 8’4 m2 48.
En la calle Alta, o Tenebregosa, se ubicaba la vivienda de Lorenzo García –jornalero,
pechero, analfabeto, de 35 años–, y su hermano Vitorio –jornalero, pechero, analfabeto, de
42 años–. Ambos cohabitaban, por un alquiler de 50 reales/año (que devengaban a partir de
los 450 reales que obtenían de sus quehaceres profesionales) en un hogar múltiple (5d)8
dentro de dos estancias conjuntas de 47 m2 – una de las cuales tenía 23’5 m2 y 4’2 metros
de alto–49.
Los labradores y hortelanos se encajaban en estancias que, mayoritariamente –
sucede en el 57’1 %– tenían entre 2’5 y 3 metros de alto –con un promedio de 2’9 metros–.
Así, por ejemplo, Tomás Iglesias, en Cortes, era un labrador y panadero de 39 años,
pechero y analfabeto, que recogía a su familia –un hogar nuclear (3b)5– en una casa que
43 Véanse, entre otras muchas opciones, para todas las referencias a las estructuras y dimensiones de los
hogares de estas páginas, los análisis de F. García González, La Sierra de Alcaraz en el siglo XVIII. Población,
familia y estructura agraria, Albacete, Diputación de Albacete, 1998, en especial su Segunda Parte, Capítulo
II, “La caracterización del hogar en la comarca de Alcaraz”, pp. 207-247 y R. Torres Sánchez, “Estructura
familiar y grupo doméstico en la España del s. XVIII”, Cuadernos de Investigación Histórica, 13, (1990), pp.
189-215. Aplíquese a todos los ejemplos citados en estas páginas.
44 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (15 de abril de 1751). Libro 344, fols. 977-978.
45 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (15 de abril de 1751). Libro 344, fol. 730.
46 Hidalga, 50 años, hilandera, analfabeta, 256 reales/año de útil y hogar sin estructura familiar (2b)2. ADPB.
CME. RP. Seglares. Burgos (16 de abril de 1751). Libro 346, fol. 274.
47 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (15 de abril de 1751). Libro 346, fol. 24 y Burgos (16 de abril de 1751).
Libro 347, fols. 324-325.
48 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (13 de abril de 1751). Libro 347, fols. 524-525.
49 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (13 de abril de 1751). Libro 345, fol. 1.009 (Lorenzo) y Burgos (11 de
abril de 1751). Libro 347, fol. 540 (Vitorio).
tenía 39’9 m2 de suelos y 2’8 metros de alto50. El caso de Tomás de La Rad es modélico.
Este labrador, residente en el también periférico barrio de Villagonzalo de Arenas, era un
pechero y analfabeto de 58 años que albergaba a su hogar, un nuclear (3b)4, en la mitad
de una casa, por la que pagaba anualmente, junto con varias tierras, 36 fanegas de pan
–396 reales/año–. En el piso bajo, una cocina de 13’8 m2 para la cual, lamentablemente
no disponemos del alto. En el primer piso, un cuarto de 24’8 m2 y 2’9 metros de altura. En
el segundo piso, otra cocina, de 2’9 metros de alto (49’6 m2) y, a la postre, otro “quarto a
tejabana” –probablemente en el desván– de 24’8 m2 y 2’9 metros de alto51.
El 28’6 % de las estancias de los labradores aprehendidos –Tabla 2– tenían entre 3
y 4 metros de alto. Isabel Hernando, labradora –250 reales/año de útil–, 56 años, pechera,
analfabeta y viuda –hogar nuclear (3d)2–, vivía en Cortes en una casa, de su propiedad,
que tenía 3’3 metros de altura52. El 14’3 % restante corresponde a estancias con un alto
superior a 4 metros. Martín Hernáiz era un labrador de 80 años, pechero, analfabeto, que
acogía a su hogar –un múltiple (5b)5– en un cuarto de 4’98 metros de altura y 10’9 m2 de
espacio para la corresidencia. Padre e hijo ganaban anualmente 658 ½ reales. Pagaban 85
reales/año del alquiler. Solicitó que se dijera que disponía de “Una Cama de Ropa en que
dormimos mi mujer y yo, sin otros bienes”53.
Los artesanos encajaban sus hogares en estancias de muy distinto calibre. Proverbial
resultaría el ejemplo del maestro sastre Miguel Rivera si a la descripción del inmueble en
que vivía, y ocupaba al completo, le hubiera añadido el alto de sus plantas y estancias. El
edificio, en la calle La Paloma, de 9’13 metros de alto, “tiene ttres quartos, los que tienen
de ancho y largo quatro a zinco baras, y esttos están uno sobre ottro”. De esta forma,
cada estancia tenía 11 m2 y 2.28 metros de alto. No es de extrañar, dado que el 40 % de
las estancias recopiladas para artesanos –Tabla 2– se encontraban por debajo de los 2’5
metros de alto –con un promedio de 2’2 metros–.
La casa, ocupada al 100 %, por el maestro cordonero Antonio Alonso de Hoyos nos
ofrece algunas pautas paradigmáticas. Como sabía leer y escribir, este pechero de 26 años
indicó que de los “seis quartos” a que tenía acceso –264 reales/año de alquiler– el más
grande era de 16’2 m2 y 2’5 metros de alto. Vivía en la calle La Paloma y ganaba, en bruto,
1.650 reales/año, que se quedaban, tras el pago del arrendamiento, en 1.386 reales. Con
ello mantenía un hogar extendido (4c)554.
En segundo término, las estancias con la altura disponible para los artesanos –Tabla
2– tenían de 3 a 4 metros en el 33’3 % de los casos. El maestro cordonero José Martínez
–pechero, alfabetizado, de 50 años y al cargo de un hogar nuclear (3b)5– disponía, en
Trascorrales, de “un cuarto delantero” de 11’3 m2 con 3’36 metros de altura y “un cuarto
trasero muy obscuro” con las mismas dimensiones. Además había “una bodega obscura”
de 28’2 m2 –de la que no se ofrece el alto–55.
En tercer lugar, el 20 % de los artesanos implicados residían en estancias con una
altura superior a los 4 metros. Lucas Amurrio –72 años, alfabetizado y pechero–, por
ejemplo, tenía arrendado, en la calle La Paloma, un cuarto de 11 m2 y 4’15 metros de alto,
en el que alojaba un hogar múltiple (5d)4, por la corresidencia con su hermana Jacinta,
50 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (14 de abril de 1751). Libro 347, fols. 506-507.
51 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (13 de abril de 1751). Libro 347, fols. 503-505.
52 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (16 de abril de 1751). Libro 345, fols. 204-205.
53 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (15 de abril de 1751). Libro 344, fol. 109 y Libro 346, fol. 100.
54 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (15 de abril de 1751). Libro 344, fol. 146.
55 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (20 de abril de 1751). Libro 345, fols. 515-516.
viuda. Pagaba el alquiler, 83 reales/año, con los 709 reales que ganaba en sus empleos de
oficial de sastre y tasador municipal56.
El oficial de cabestrero Franco Ojeda, en San Esteban57, y el maestro herrero Manuel
Olabarrieta, en la paupérrima calle Cantarranillas58, compartían vivir en una casa, de un
único suelo, “sin quarto bajo”, con 4’15 metros de alto –el inmueble, ofrecía 37’9 m2 de suelos
habitables–. En último término, un modesto 6’7 % de los artesanos ocupaba estancias con
un alto de entre 2’5 y 3 metros.
Fuente documental: AHPB. Concejil. Múltiples Legajos y AMB. Histórica. Múltiples Legajos.
Las cartas de examen que se realizaban a los oficiales artesanos para la obtención de
la maestría59 posibilitan, entre 1728 y 1800, el acceso a la “estatura” de dichos individuos –
Figura I–. Aunque en ninguna de ellas se define qué equivalencia tenía la “Cortta estatura”,
la “Mediana estatura”, la “estatura buena” y el “Altto de estatura”, y en muy pocas ocasiones
se expresan las varas o pies o pulgadas que medía cada uno de ellos, me atrevo a establecer
que la estatura corta, pequeña o baja supone hablar de personas por debajo de los 5
pies (1’4 metros), los medianos tendrían entre 1’5 y 1’6 metros, los individuos con buena
estatura medían alrededor de dos varas (de 1’6 a 1’7 metros) y, a la postre, los oficiales con
el examen de maestro superado que gozaban de una estatura alta, elevada o “Bastante”
superan, con holgura, las 2 varas (por encima de 1’7 metros)60.
56 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (16 de abril de 1751). Libro 345, fol. 955 (Lucas) y Burgos (15 de abril
de 1751). Libro 345, fol. 242 (Jacinta).
57 De extracción noble, 50 años, alfabetizado, hogar nuclear (3b)3, 20.4 m2 de suelos habitables, 137 ½
reales/año de alquiler y 600 reales brutos de salario. ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (15 de abril de 1751).
Libro 344, fols. 839-841.
58 36 años, analfabeto, pechero, hogar extenso (4c)7, 77 reales/año de alquiler y 1.700 reales brutos de
ingresos. ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (18 de abril de 1751). Libro 346, fol. 548.
59 F. Sanz de la Higuera, “Procesos de reclutamiento gremial en el Burgos del Setecientos”, Boletín de la
Institución Fernán González, 258, (2019), pp. 87-110.
60 Las cartas de examen la encontramos en, por una parte, Archivo Histórico Provincial de Burgos (AHPB).
Concejil. Legajos 71-85 (1728-1778) y, por otra, en Archivo Municipal de Burgos (AMB). Histórica. Legajo
C-83/3 (1779-1780), C-80/11 (1781-1786) e HI-4397 (1790-1800). Lamentablemente, no he hallado (aún)
documentación que nos aporte las medidas corporales de la población para mediados del siglo XVIII.
61 Véanse los análisis de H. García Montero, “The Nutricional Status of Manufacturing Workers and
Craftsmen in Central Spain in the Eighteenth Century”, Revista de Historia Industrial, 64, (2016), pp. 51-75 y
“La desigualdad en el estado nutricional en la España interior a finales del siglo XVIII”, Nutrición hospitalaria,
Extra 5, (2018), pp. 26-30.
62 ADPB. CME. RP. Burgos (14 de abril de 1751). Libro 345, folio 1.010 y Burgos (12 de abril de 1751). Libro
345, fol. 687 (Juan).
63 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos, 13 de abril de 1751). Libro 347, fols. 518-519.
64 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (15 de abril de 1751). Libro 344, fols. 768-769.
65 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (15 de abril de 1751). Libro 344, fols. 702-703.
reales que obtenía al año salían los 66 ½ reales con los que pagaba el alquiler de un
cuarto y una caballeriza. La estancia tenía 89’5 m2 de suelos habitables –y 2’9 metros de
alto cada piso–66.
Un similar aserto se puede esgrimir67 para el cuarto-casa ocupado por el soldado del
Regimiento de Inválidos de Cataluña68 Amaro Álvarez y su cuñado, en Santa Águeda. El
cuarto de Amaro tenía 12’4 m2 y el de Jerónimo 34’9 m2. El edificio en que se enclavaban
ambas estancias tenía, de alto, 14’6 metros que, divididos en seis plantas, suponen entre
2’4 metros de alto69.
3. A MODO DE CONCLUSIÓN
La escasez de la muestra disponible para calibrar la altura de las estancias en el
Burgos del siglo XVIII –recuerden que hemos hallado únicamente las medidas, y el alto,
de las estancias habitables en un 2’3 % de los memoriales redactados en la elaboración
del Catastro de Ensenada y un 4’3 % en lo tocante a otros espacios construidos, más de
carácter productivo y profesional– puede predisponernos a rechazar, por erróneo, cualquier
análisis sobre dicha problemática. A mi juicio, no obstante, y siempre con las oportunas
cautelas, es una herramienta que nos acerca, en la medida de lo posible, a la búsqueda
de respuestas sobre un parámetro significativo de la existencia cotidiana de los burgaleses
de mediados del siglo XVIII. En esencia, se cuantifica un interrogante inquietante: ¿Cuánto
espacio existía entre las cabezas de los vecinos y habitantes del entramado urbano y los
techos de las estancias, habitadas y productivas, en que se albergaban?
En la práctica, estas páginas pretenden incitar a la comunidad de investigadores en
historia moderna y, en especial, a los especialistas en el Setecientos y en el tratamiento
del Catastro del Marqués de la Ensenada, para que efectúen los correspondientes análisis
en las demás localidades castellanas y españolas. Las medidas del alto de las estancias
y los porcentajes del peso relativo en el contraste entre las diferentes categorías socio-
profesionales, y en su propio seno, propongo sean asumidas como un posible paradigma
extrapolable a la totalidad de los hogares de la ciudad pre-industrial. Soy consciente de que
este planteamiento puede generar agrias discrepancias en algunos, ¿muchos?, ¿todos?,
los investigadores modernistas.
Lamentablemente, en las decenas de escrituras de obras redactadas en la ciudad de
Burgos para el siglo XVIII no se ha hallado, en ninguna de ellas, la altura de las estancias
a reparar, reedificar o construir de nuevo. Se enfatizaba, como sucedió igualmente en el
Catastro, el ancho y el largo de los edificios, o incluso de muchas estancias. Sin embargo,
el alto, que era un patrón constructivo inevitable y real, se ignoró de manera universal. Por
fortuna, en un surtido elenco de declaraciones, sus titulares, por su propia mano, cuando
sabían leer y escribir, o por encargo –eran analfabetos–, nos regalaron con tales parámetros
de altura, anchura y longitud.
66 ADPB. CME. RP. Seglares. Burgos (15 de abril de 1751). Libro 344, fol. 423.
67 Queda pendiente, para próximos análisis, un seguimiento pormenorizado de cada uno de los edificios de
la ciudad y la realización de un cálculo aproximativo de la altura de cada planta en función del alto de cada
inmueble y los metros de alto que, en este parámetro, se ofrecen en el Catastro de Burgos.
68 F. Sanz de la Higuera, “Alojamiento de tropas en Burgos a mediados del siglo XVIII. Cuarteles, alquileres
y hospitales para el Regimiento de Inválidos de Cataluña (1748-1753)”, en Milicia y Sociedad ilustrada en
España y América (1750-1850), Sevilla, Cátedra General Castaños, Vol. I, 2003, pp. 335-360.
69 Amaro Álvarez era analfabeto y pechero. Jerónimo Varona era mozo de servicio, analfabeto y pechero.
Entre ambos ingresaban al año, de útil, 962 reales y con ellos mantenían un hogar múltiple (5d)6. ADPB.
CME. RP. Seglares. Burgos (12 de abril de 1751). Libro 344, fol. 53 (Amaro) y Burgos (14 de abril de 1751).
Libro 345, fol. 50 (Jerónimo).
Desde una perspectiva global, es posible aseverar, con la debida cautela, que las
categorías socio-profesionales con menor nivel de rentas, y de fortuna, se alojaban en
viviendas y ocupaban estancias con menor altura que las habitadas por las categorías
socio-profesionales con una calidad de vida mayor. Sus estancias no sólo estaban más
preñadas de enseres, en muchas ocasiones de lujo, sino que, además, tenían una altura
mayor y sus paredes se revestían de más cuadros, imágenes, países, cortinas, tapices y
tapicerías, reposteros, etcétera. La pequeñez en el alto de las estancias ahogaba tanto
como la pobreza y el trabajo extenuante. Las dimensiones de las viviendas de los menos
afortunados eran más reducidas en los metros cuadrados de suelos disponibles y, al mismo
tiempo en altura, para los más sufridos –encajados en el hacinamiento, el analfabetismo, la
carestía hambrienta, la bajura de los techos, etcétera–. Los más afortunados disfrutaban de
grandes espacios para la intimidad –sin hacinamiento ni estrechez–, de notables grados de
confort e incluso de una significativa exhuberancia en su cultura material –la cultura de las
apariencias tenía sus exigencias–. Al ser más altos, en estatura, disponían de techos más
altos, en construcción.
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RESUMEN
Tomando como fuente primordial los protocolos notariales y los inventarios de bienes, el
objetivo fundamental es analizar, mediante una metodología cuantitativa y cualitativa, los patrimonios
y las permanencias y los cambios en la cultura material, condiciones de vida y apariencias de las
familias campesinas de las localidades periféricas castellanas, Miranda de Ebro y su jurisdicción
tratando de averiguar las continuidades y la llegada de novedades en los interiores domésticos y
en las apariencias externas, a finales del Antiguo régimen, y también las analogías y diferencias
con los campesinos del interior castellano leonés. ¿Al ser poblaciones más próximas a Europa y en
zonas de transición, la llegada de la modernidad fue más temprana que en las familias del interior?
La principal conclusión es que las familias de la zona norte castellana presentarán en el periodo
analizado rasgos distintivos respecto al campesinado de las zonas del interior castellano leonés.
ABSTRACT
The main objective of this research, which uses public notary documents as the main source,
is analysis of personal assets by employing quantitative and qualitative methodology. We have
224
Juan Manuel Bartolomé Bartolomé
focused on both the changes and the ongoing behavior in the material culture, living conditions and
appearance of the peasant families of the outlying localities of Castile such as Miranda de Ebro
and its jurisdiction. On the one hand, we have studied the arrival of novelties in both interiors and
exteriors at the end of the Ancient Regime, and on the other, the similarities and differences vis-à-vis
the peasants who lived in the interior of Castile.
Our working hypothesis is that, among the population in these peripheral zones, closer to
Europe, the arrival of modernity was earlier than in the families living in the interior. The main
conclusion is that the families of northern Castile presented distinctive features in comparison with
the peasantry of the interior areas of Castile and León.
1. INTRODUCCIÓN
El temor al cambio, el fuerte peso de la tradición, la influencia de la opinión del entorno
familiar y de la comunidad, y los mensajes moralistas, principalmente de los párrocos y los
sermones misionales, frenaban las posibilidades de cambio de las comunidades rurales
castellanas en el Antiguo Régimen. En este sentido, cabe recordar que algunos campesinos
a pesar de tener medios económicos para poder permitírselo no quisieran destacar con
excesos: “ni se les ocurría”2. Ante la persuasión de las novedades las galas tenían que
acomodarse a la posición familiar y no provocar el desprecio popular en intentar parecer lo
que no se era3.
No obstante, avanzado el siglo XVIII y en la primera mitad del XIX se introdujeron
novedades en las condiciones de vida, interiores domésticos y apariencias externas:
vestir y adornar el cuerpo de las familias campesinas castellanas, rompiendo la imagen
historiográfica tradicional de un campesinado homogéneo e inmerso en la tradición4. En
estas zonas del interior castellano se apreciará, en definitiva, la llegada de elementos
2 R. Maruri Villanueva, “La historia social del consumo en la España moderna: un estado de la cuestión”,
Studis, 42, (2016), pp. 267-304.
3 “Porque, al fin, por más que la mona se vista de seda, mona se queda”, J. F. Isla, Historia del famoso
predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes (edición de Rodríguez Cepeda, t. II, cap. IX, 1995, p.852.
4 J. M. Bartolomé Bartolomé, “Condiciones de vida y privacidad cotidiana del campesinado leonés de Tierra
de Campos: La comarca de Sahagún en el siglo XVIII”, en F. Núñez Roldán (coord.), Ocio y vida cotidiana
en el mundo hispánico moderno, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2007, pp. 403- 416; R. M. Dávila Corona y
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Fundación Española de Historia Moderna, León, 2012, p. 1446; M. J. Pérez Álvarez y L. Rubio Pérez, “Familia
y comunidad rural. Modelos agrarios, colectivismo social y comportamientos familiares en la provincia de León
durante la Edad Moderna”, Studia Histórica, 36, (2014), pp. 177-2012. Para un balance sobre los estudios del
campesinado véase L. Rubio Pérez, “Campo, campesinos y cuestión rural en Castilla la Vieja y en el Reino de
León durante la Edad Moderna. Estado de la cuestión, claves y valoraciones de conjunto”, Studia Histórica,
29, (2007), pp. 131-177.
5 Dentro del proceso de “civilización” de costumbres ver: N. Elias, El proceso de la civilización. Investigaciones
sociogenéticas y psicognéticas, México, 1987.
6 J. Mª. Imízcoz Beunza, “Una modernidad diferencial. Cambio y resistencias al cambio en las tierras vascas,
1700-1833”, Historia Social, 89, (2017), pp. 79-102; o “Costumbres en tensión. El proceso de la civilización
en las tierras vascas, de las costumbres compartidas a la fractura de la comunidad (1700-1833)”, en J. M.
Imízcoz Beunza, M. García Fernández y J. Esteban Ochoa. (coords.), Procesos de civilización: cultura de
élites, culturas populares. Una historia de contrastes y tensiones (siglos XVI–XIX), Bilbao, Universidad del
País Vasco, 2019.
7 J. Cruz Valenciano, El surgimiento de la cultura burguesa. Personas, hogares y ciudades en la España del
siglo XIX, Madrid, Siglo XXI, 2014.
8 Agradezco al responsable del Archivo Municipal de Miranda de Ebro, Carlos Diez Javiz, su amabilidad y su
disposición a la hora de facilitarnos la consulta de la documentación.
9 Existe información bibliográfica sobre esta cuestión en el trabajo de A. Eiras Roel, “Tipología documental
de los protocolos gallegos”, en La Historia social de Galicia en sus fuentes de protocolos, Santiago de
Compostela, pp. 28-29. También: B. Yun Casalilla, “Inventarios post-mortem, consumo y niveles de vida del
campesinado del Antiguo Régimen (Problemas metodológicos a la luz de la investigación internacional)”, en
VII Congreso de Historia Agraria, Salamanca, 1997, pp. 46-53.
10 J. De Vries, La revolución industriosa. Consumo y economía doméstica desde 1650 hasta el presente,
Barcelona, 2009, p. 158.
11 Censo de Floridablanca 1787. Tomo III. Comunidades Autónomas de la Submeseta Norte, INE, 2 vols.,
NIPO web: 729-16-002-2.
12 Así, en Miranda de Ebro se hace referencia a un monte común de 200 fanegas; Catastro del Marqués de
la Ensenada. Respuestas Generales. Portal de Archivos Españoles en Red (Pares).
13 En el año 1634 se hace referencia en un documento municipal, relacionado con los impuestos, que al
ser Miranda “el último lugar y puerto seco de Castilla se paga y se ha pagado la sisa del vino, aceite y carne
que pasa por ella para las provincias de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya”; Archivo Histórico Municipal de Miranda
de Ebro (AHMME), Legajo 155, doc. 5. En el siglo XVIII el control sobre las mercancías recaerá en la Real
Aduana de Orduña.
14 En el año 1611 de visitan las tiendas y los mercaderes que acuden a las ferias de Miranda y ya aparecen
“piezas de algodón”, calzones de Vitoria, hilo blanco de Francia y “varas de Ruán”; id., Legajo 97, doc. 8.
superior a las medias de la zona en la segunda mitad del siglo XVIII y primera del XIX, y
con escasas deudas, tan sólo 2.090 reales15. Entre los mismos destacan las tierras que
explota, principalmente de cereal –42 fanegas16, las cuales parece llevar a renta, siendo
propiedad del conde de Corzana, por las que paga 110 fanegas anuales– y una copiosa
cabaña ganadera conformada por dos bueyes, tres machos, treinta ovejas y dos cerdos.
El inventario informa de una casa y un establo, que suponemos anexo a la misma, que
también servía de pajar. Lo más relevante es que podemos reconstruir las dependencias
de la casa: portal, cocina y dos cuartos, uno junto a la panera y el otro de “arriba que sirve
de sala”. De estos espacios domésticos el más importante es la cocina, al igual que en
el resto de la mayoría del campesinado castellano y leonés. Era el lugar preferencial, a
veces casi único, destinado no sólo para comer sino también para habitar y descansar
(dormir junto al fuego)17. Así, en su cocina, además de los útiles propios para cocinar –
trébedes, almireces, cazos, asadores, etcétera– hay dos camas, en una de las cuales, en
madera de haya, fallecería. En definitiva, toda la vida familiar, incluyendo los actos más
íntimos, y la presencia de animales domésticos, se desarrollaron en ese reducido espacio,
sorprendiendo a los viajeros extranjeros18.
Si nos fijamos en los inventarios postmortem no tasados, en total 14, observamos que
el resto del campesinado también dispondrán de explotaciones agrarias, que parecen en
general propias, muy dignas e incluso superiores a los restantes campesinos leoneses y
castellanos, con una media de 26 fanegas de cereal19 y ocho fanegas de viñedo.20 Animales
de tiro, bueyes y machos, con medias también por encima21, y sobresalientes rebaños
lanares22.
Las diferencias en las condiciones y estilo de vida23 vendrán dadas más por las
cantidades de piezas y por la calidad de las mismas que por la llegada de novedades,
tanto en los objetos como en sus materias primas de elaboración, al igual que sucedía
en el mundo rural próximo castellano-leonés. Del mismo modo, a mayor nivel de riqueza
patrimonial más cantidad y calidad de los objetos de consumo, pero de los básicos, no de
los más lujosos y ostentosos: ni en la decoración de las estancias, ni en la cubertería de oro
y plata de la casa o las joyas y alhajas de adorno personal. Así, son frecuentes en la ropa de
vestir masculina los calzones, camisas, coletos, jubones, ropillas, anguarinas o las capas,
confeccionados generalmente con tejidos de lana muy rústicos: bayeta o sayal. En las
prendas femeninas abundan los jubones, camisas, mantillas, justillos, enaguas, delantales,
sayas, capillos, mantos y almillas, siendo las más codiciadas las de paño bien negro o
pardo, aunque también hay algún jubón de droguete de colores y tocadores bordados24.
La ropa que cubría las camas constaba de lenzuelos, jergones, mantas, sábanas, etc., de
lienzo generalmente casero y de lana para las mantas. La ropa de casa –manteles, paños,
servilletas– también estaba presente, pero con predominio de los más humildes: de terliz,
“de grano de cebada” o “manteles ordinarios de granillo”. Entre las piezas del mobiliario
doméstico, junto a las abundantes camas, presentes no sólo en la cocina sino también en
los cuartos que se utilizan como salas, hay mesas, bancos con o sin respaldo, alguna silla,
bufetes, arcones y, sobre todo arcas, destinadas a guardar ropa u objetos personales y
productos agrarios25. El nogal es el material preferido para la elaboración de estos muebles.
En los útiles de la cocina sobresalen las calderas, junto con los cazos, sartenes, trébedes,
almireces y también, en menor cuantía, parrillas para asar los alimentos26. Los objetos
de oro o plata y cubertería, y principalmente los de adorno personal, son muy escasos;
únicamente en el inventario de la viuda Brígida Marrón se hace referencia a tres cucharas
y una taza de plata y un broche de plata27. Finalmente, lo objetos decorativos se limitan
a estampas religiosas, tan comunes y conocidas en todas las familias, y ocasionalmente
a alguna cortina de “grano de cebada” para la alcoba28 o a dos cuadros de “la pintura de
Sevilla”29.
No obstante, en este panorama enmarcado en las tendencias ya conocidas para el
campesinado del interior castellano, destaca como rasgo distintivo para esta zona norte de
frontera y más próxima a las influencias europeas, la presencia de novedades reflejadas
23 Los apartados de la riqueza mobiliaria que hemos agrupado metodológicamente para su estudio son
los siguientes: decoración de la casa (objetos religiosos), mobiliario doméstico, útiles de cocina (donde se
incluyen los del menaje de la mesa como la vajilla y la cristalería), ropa de vestir, la del hogar, libros y objetos
de oro y plata (alhajas o joyas).
24 Un tocador bordado y franja de seda negra entre la ropa personal de Brígida Marrón, viuda y vecina de
Cellórigo, cuyo inventario se realiza en 1725; AHMME, Legajo 511.
25 El mencionado campesino, Pedro Frías, tiene en el ya señalado “cuarto de arriba que sirve de sala: tres
camas, un bufete de nogal y nada menos que ocho arcas, todas de nogal y en algunas se especifica que son
de “echar trigo”;.AHMME, S/C
26 Como ejemplo, en Miguel de Salazar, vecino de Villaseca, en 1731, fecha del inventario post-mortem, hay
unas “parrillas de fierro medianas” AHMME, S/C. Aunque hay que tener en cuenta que la carne de cerdo era
la más extendida entre el consumo de los campesinos. H. Sobrado Correa, H., “Algunas notas acerca de la
vida cotidiana del campesinado gallego en la Edad Moderna”, Revista Portuguesa de História, XLVII, (2016),
p.144. R. Sarti, Vida en familia. Casa, comida y vestido en la Europa moderna, Barcelona, 2002, p. 219
27 Ibídem.
28 Inventario de Brígida Marrón; AHMME, S/C.
29 Inventario de Miguel de Salazar; AHMME, S/C.
sobre todo en la ropa personal. Así, en cuatro inventarios se observa la llegada de las
nuevas fibras textiles: el algodón30 y las nuevas prendas de la moda francesa: casaca,
chupa y calzón31 junto a paños bordados, sobrepelliz y un gorguerillo de ruán.
Fuente: A.H.M.M.E., 21 Inventarios de bienes. Entre paréntesis la muestra de inventarios con los bienes
tasados.
En la estructura de sus patrimonios hay un claro predominio de los bienes raíces, casas
y sobre todo tierras, y semovientes, lo cual es lógico al tratarse de economías campesinas.
De este modo, las casas, corrales y pajares suponen un 14’9 % de la riqueza35, las tierras el
25’9 % y el ganado el 9’5 %. A nivel comparativo, constituyen porcentajes inferiores a los del
campesinado leonés de la comarca de Sahagún de Tierra de Campos36, lo cual determina
la mayor valoración de los bienes mobiliarios, que se acercan casi a la mitad de toda la
riqueza patrimonial, con el 44’7 %.
REALES % REALES %
Es cierto que las medias de los bienes mobiliarios son más elevadas en estas familias
campesinas norteñas, promediando 6.031 reales, que entre los campesinos leones e incluso
superan a los más pudientes de la Vega del Esla que no llegarán a los 5.000 reales37. Ello
es debido al fuerte peso que tienen las partidas relacionadas con las cantidades de dinero
que les adeudaban, un 31’5 %, y a las elevadas existencias que hay en sus paneras, arcas
y cubas, de grano y vino de sus cosechas, productos agrarios que son tasados con cifras
que suponen el 23’7 % de la riqueza mobiliaria. Sin embargo, los bienes conectados con
las condiciones y estilo de vida descienden a un 23’7 % y, lo que es más clarificador, sus
medias son de tan sólo 1.429 reales.
35 La alta participación de las casas es debido a la presencia de una casa mesón de un campesino, José
de Salazar, vecino de Berguenda, tasado en 18.643 reales, si exceptuamos este caso los porcentajes de las
casas descienden casi a la mitad; AHMME.
36 23’4 % para las viviendas, 31’6 % para las tierras y 17’3 % para la ganadería. J. M. Bartolomé Bartolomé,
“Condiciones de vida y privacidad cotidiana …”, pp. 403-416
37 En Sahagún 2.707 reales y en el Bierzo Bajo tan sólo 1.008 reales. Ibidem.
Cuadro 4. Condiciones de vida del campesinado de Miranda de Ebro y su jurisdicción (en reales y
porcentajes sobre el valor del stock de bienes inventariados)
Son valores medios superiores a los de Sahagún, con 839 reales, y los más bajos de El
Bierzo, 744 reales, y más distantes a los vallisoletanos, unos 2.995 reales para la segunda
mitad del siglo XVIII. No obstante, las diferencias no son tan fuertes como ocurría con la
valoración de todo el patrimonio, lo cual indica, por una parte, la gran relevancia que tenían
en la estructura patrimonial de las familias campesinas, como hemos analizado, los bienes
raíces, semovientes y en menor medida algunos mobiliarios; y, por otra, conectado con lo
anterior, que a pesar de tener una riqueza patrimonial elevada los campesinos castellanos
leoneses no trataban de buscar el rasgo distintivo en la posesión simbólica de objetos
de adorno de gran valor tanto doméstico como personal (joyas–alhajas que son los que
presentaban una mayor tasación)38.
Si este es el punto de partida, ¿hay realmente diferencias en las condiciones de
vida de estas familias campesinas? Y en caso afirmativo, ¿dónde se aprecian mejor tales
elementos distintivos?
Falta información sobre el interior de sus casas, pero sí podemos intuir que, al igual
que ocurre con los campesinos castellanos de la localidad vallisoletana de Cigales y los de
La Mancha, se tiende a una especialización de las mismas a partir de la segunda mitad del
siglo XVIII, con tareas domésticas desarrolladas en lugares específicos39. De este modo,
en el inventario de 1755 de Diego López de la Torre y su esposa, vecinos de Comunión, los
cuales poseen un patrimonio elevado de 56.773 reales, ya se menciona una “sala nueva”
y otra “sala vieja”. El mobiliario y la decoración de las mismas presentan modificaciones
muy significativas: muebles y objetos decorativos relacionados con los nuevos gustos
burgueses, tales como sillas de baqueta, cuadros “fábrica de Aragón” y un espejo pequeño
con su marco40. Además, se aprecia como también disminuyen las piezas del mobiliario y
desaparecen las camas, lo cual muestra una simplificación de las funciones, dando más
importancia a las de relación social y conservando todavía la de guarda de objetos, pero de
mayor valor: cucharas y alhajas de plata41. Junto a la sala nueva es sobre todo en la ropa
personal donde volvemos a encontrar las nuevas prendas de la moda llegada desde Francia
a comienzos del siglo XVIII42. Así, aunque parte de la ropa personal no es ni inventariada ni
tasada debido a que se dieron a familiares, el valor de su tasación ascendió a 636 reales,
cantidad muy próxima al mobiliario de la casa y sólo muy distante de la ropa de la cama, que
es abundante pero sin cambios. Y en la vestimenta masculina hay corbatas, un sombrero
y dos vestidos: con las respectivas casacas, chupas y calzones “de paño negro usado”43.
38 Al igual que habíamos observado en el resto del campesinado castellano leonés, sorprende la escasa
presencia de piezas de cubertería y alhajas de uso personal en las familias campesinas analizadas, la media
es de sólo 60 reales. Podemos recordar que en la de la localidad vallisoletana con altos niveles patrimoniales,
las medias en la segunda mitad del siglo XVIII no superan ni tan siquiera los 5 reales. En la comarca de
Sahagún la media baja a los 2’5 reales. En cambio, en la zona de la Bañeza-Astorga los valores medios se
sitúan entre 151 y 184 reales.
39 En el entorno de Cigales a mediados del siglo XVIII se aprecia una mayor distribución y diferenciación
de las dependencias. Mª A. Sobaler Seco, “Algunas reflexiones sobre los interiores domésticos del entorno
rural vallisoletano en el siglo XVIII” (texto inédito. Avance ofrecido en el Congreso Internacional Familias e
Individuos: Patrones de Modernidad y Cambio Social (Siglos XVII-XIX), Murcia, 2013). C. Hernández López,
“Cultura material y especialización…”, p. 27.
40 AHMME, S/C
41 En concreto, se inventarían en la sala nueva seis cucharas de plata, un barquillo, una campanilla con su
cadenilla, unas hebillas, un coralito con su cabo de plata, medallitas, dos relicarios, un cascabel, dos crucifijos
y dos limpiadientes. Todo valorado en 317 reales; ibidem.
42 A. Giorgi, “La difusión del vestido francés”, en Ciudadanos y familias. Individuos y práctica sociocultural
hispana (siglos XVII-XIX), Valladolid, 2104, pp. 235-245
43 Valorados en 142 reales; AHMME,S/C
Ahora bien, como se apreciaba con los campesinos del interior de Castilla, esta mayor
tendencia hacia el consumo de nuevas modas no está tan relacionada con la riqueza
patrimonial. De este modo, hay familias campesinas, como ejemplifica el vecino de Arminón
José de Mana, quien a pesar de tener un nivel patrimonial que estaría dentro de la media,
14.898 reales, cuando se realiza su inventario, en la fecha ya avanzada del 1772, sólo
sobresaldrá por la abundante ropa de cama, 949 reales, y en cambio, exceptuando una
chocolatera y un asador, no se aprecia ninguna innovación, ni tampoco ningún objeto
tendente al lujo. Su ropa destinada a cubrir el cuerpo es muy tradicional y únicamente
tendrá una valoración de 136 reales44. En el caso contrario, encontramos familias de
muy escasos patrimonios, pero ya con innovaciones en los interiores domésticos o las
apariencias externas. Tenemos varios ejemplos, pero se pueden sintetizar en Pedro de
Gamarra, vecino de Miranda de Ebro, que tiene un patrimonio de 6.898 reales y en sus
estancias aparece la importante novedad de un armario45, sillas de cocina, un espejo con su
marco, dos candeleros de bronce y un vestido del difunto de lana tasado en 100 reales46. En
1772, el inventario de José de la Plaza, vecino de Estavillo, carece de tasación, pero, con
escasos bienes raíces, en cambio cuenta con un ropero personal donde junto a las piezas
tradicionales destacan: un sombrero, unos calzones, dos chupas e incluso un chaleco con
sus botones47. Y finalmente, en casa de la viuda Catalina Barrio, vecina de Puente la Rada,
con un patrimonio muy reducido, 2.119 reales, de los cuales las deudas rondan los 253
reales, predominan claramente los bienes mobiliarios, pero donde sobresale la ropa de
cama, con 524 reales de valoración, seguida por los útiles cocina, y en el que hallamos
cinco cuadros valorados en 43 reales y ropa personal masculina con prendas de moda: dos
chupas y tres calzones48.
44 Ibídem.
45 De pino tasado en 22 reales. D. Roche se refiere al armario como una pieza clave del mobiliario del
pueblo de París en el siglo XVIII. D. Roche, Le peuple de Paris, Paris, Aubier Montaigne, 1981, pp. 149-150.
46 Y también cuatro camisas de hombre valoradas en 44 reales. AHMME, S/C
47 Idem.
48 Las chupas y dos calzones de paño de Tarazona; ibidem.
49 Con patrimonios que llegan a los 24.928 reales y otros que no superan los 2.000 reales. AHMME,S/C
50 Un incremento del 539’7 % que superaría con creces la media inflacionista de 238’6 %. No obstante,
estarían en las medias de los campesinos de la comarca de Sahagún y por debajo de los modestos o
autosuficientes de la Vega Baja del Esla, que representan el 30 % en el siglo XVIII; J. M. Pérez García,
“Estructuras sociales y élites excedentarias en el contexto de una sociedad rural leonesa a finales del Antiguo
Régimen”, en Un modelo social leonés…, p. 129.
51 R. M. Dávila Corona y J..M: Bartolomé Bartolomé, “Condiciones de vida y pautas de consumo…”, p. 85.
52 Un ejemplo claro es el del campesinado berciano de la primera mitad del siglo XIX, el cual sacrificará su
pobre nivel de vida con el objetivo de conseguir unos mayores bienes de producción. J.M. Bartolomé Bartolomé,
La hegemonía de una nueva burguesía en El Bierzo (1800-1850). Las transformaciones económicas y sociales
durante la crisis del Antiguo Régimen, León, Universidad, 2000, p. 147. En cambio, esta realidad no se aprecia
en la Vega Baja del Esla, donde los bienes muebles resisten bien la aceleración de los precios; J.M. Pérez
García, “Evolución de los niveles de vida…”, pp. 167-169.
treinta del siglo XIX. Y lo hacen a pesar de esos descensos tan claros en las riquezas de
sus patrimonios y de forma independiente al nivel de los mismos. Además, las novedades
burguesas aparecerán en el mobiliario y también en las piezas decorativas de las estancias,
pero, principalmente y casi de forma exclusiva, en las apariencias externas y en la vestimenta
de sus cuerpos de cara a la comunidad.
Así, en la familia campesina que cuenta con un patrimonio más elevado, muy por
encima de la media, 24.928 reales –se trata de José Varona y su mujer Josefa de Cuéllar,
vecinos de Pancorbo, cuyo inventario se realizó en 1835–, los bienes que muestran sus
condiciones y estilo de vida también superan con creces la media del periodo, 4.304 reales;
sin embargo, predomina la ropa de cama y de casa, valoradas en 2.209, es decir la mitad de
dichos bienes, con ajuares muy tradicionales, donde sólo figura como novedad una colcha
de percal53. Es cierto, que la presencia de cubiertos de plata y de libros proporcionan la
imagen de un modelo vital más cultivado54. Pero no se aprecian muchas innovaciones ni en
los muebles de la casa –únicamente mesas y sillas– ni en los elementos decorativos –dos
espejos–, ni en las piezas de plata –todas ellas de cubertería–,concentrándose más, en
cambio, en las ropas del difunto: junto a la tradicional capa de paño negro55, tres chaquetas,
tres pantalones y tres chalecos. Las dos primeras prendas de paño pardo o negro y en
cambio los chalecos de seda morada o de “mahón con forro de bombay”56. Vestimenta
externa corporal que a pesar de su poca valoración, sólo 234 reales, está llena de novedades
de tendencia burguesa.
Ahora bien, esta tendencia hacia una modernización en la demanda y consumo de
artículos de moda no es exclusiva de los mayores patrimonios, tal como lo demuestra el
comportamiento de la viuda Balbina Rosales, vecina también de Pancorbo, en 183457. Su
riqueza patrimonial es de únicamente 1.904 reales, poseyendo sólo un cerdo y útiles de
labranza y el resto son bienes mobiliarios conectados con otra simbología de sus condiciones
de vida. Entre las piezas del mobiliario, junto con las abundantes arcas, hay mesas, sillas
y un armario pequeño, en los útiles de cocina, una chocolatera y parillas, pero siendo de
nuevo en la indumentaria tanto masculina como femenina, que es la que tiene la mayor
valoración con 633 reales, donde se concentren las innovaciones: pantalones y chaquetas
de mahón, chalecos blancos de pana y cotonía, camisas de hombre nuevas, zapatos
nuevos; un vestido de mujer, sayas de percal, pañuelos de seda y percal, uno de ellos
encarnado58. En definitiva, prendas modernas elaboradas con fibras también novedosas.
6. CONCLUSIONES
A lo largo del periodo analizado las condiciones de vida de las familias campesinas de
la zona norte castellana, de las localidades de frontera de Miranda de Ebro y su jurisdicción,
presentarán rasgos distintivos respecto al campesinado de las zonas del interior castellano
y leonés.
En primer lugar, será diferente la dinámica de los niveles de sus patrimonios globales.
Así, a lo largo del siglo XVIII y particularmente en la segunda mitad, ya con datos cuantitativos,
podemos hablar de patrimonios solventes y próximos a los campesinos más pudientes de
León. La sorpresa provendrá de los datos de la primera mitad del siglo XIX, donde se
observa un descenso significativo de los mismos, sin la clara recuperación generalizada
del resto de las economías campesinas a partir de los años treinta del nuevo siglo. Este
empobrecimiento se traduce como es lógico en sus condiciones y estilos de vida, con un
descenso de sus valores medios, aunque en menor medida que en las riquezas globales
patrimoniales.
En segundo lugar, como es natural en la estructura de los patrimonios, son los bienes
raíces, casas y sobre todo tierras, y semovientes, los predominantes. Sin embargo, los demás
bienes mobiliarios, principalmente los productos agrarios de la despensa y las deudas a
favor conectadas con las actividades agrarias, también tendrán un comportamiento distinto,
que vendrá dado por su mayor valor comparativo en la segunda mitad del siglo XVIII y
su menor peso en la primera del XIX. Lo cual es un nuevo síntoma del empobrecimiento
de las economías campesinas de la zona norte, a partir de los años treinta del siglo XIX.
Indudablemente, sus consecuencias serán una caída de las medias de los enseres u objetos
que conforman las condiciones y estilo de vida, pero no tan intensas.
Finalmente, al margen de sus niveles de riqueza patrimonial y de las trayectorias
cuantitativas descritas, lo cierto es que se produjeron interesantes cambios en los hábitos
vitales de las familias campesinas de Miranda de Miranda de Ebro y su jurisdicción, los
cuales son de más temprana aparición que en la zona de Valladolid o de León. De este
modo, durante el siglo XVIII, sobre todo desde los años cincuenta, asistimos a una mayor
especialización de los espacios domésticos: la llegada de salas nuevas a las casas, nuevos
muebles y objetos decorativos: armarios, espejos, etc., y principalmente las novedades en
la vestimenta personal, más en la ropa masculina, de influencia francesa, tan de moda en
España según avanza el Setecientos a partir de la influencia de la Corte.
Y a partir de los años treinta del siglo XIX las innovaciones también serán más claras
en la ropa personal, tanto masculina como femenina, de acuerdo con las nuevas modas
burguesas y con prendas elaboradas ya con las nuevas fibras textiles: el algodón y sus
variedades. Y lo que es más importante, este consumo de nuevos objetos y atuendos
tampoco guarda una relación directa, tal como sucedía con los campesinos de Valladolid o
León, con la mayor o menor riqueza patrimonial. El mimetismo no estaba reservado a los
más pudientes59. Su presencia en los interiores domésticos de las familias campesinas o
en sus roperos está al margen de (o no siempre coinciden con) sus medios económicos, lo
cual vuelve a reafirmar el carácter complejo de sus demandas, aunque sean circunscritas
a comunidades campesinas.
BIBLIOGRAFÍA
Bartolomé Bartolomé, J. M., “Condiciones de vida y privacidad cotidiana del campesinado
leonés de Tierra de Campos: La comarca de Sahagún en el siglo XVIII”, en F. Núñez
Roldán (coord.), Ocio y vida cotidiana en el mundo hispánico moderno, Sevilla,
Universidad de Sevilla, 2007, pp. 403-416.
— Prácticas hereditarias y transmisión de la propiedad en Tierra Campos leonesa: la
comarca de Sahagún en el siglo XVIII”, Revista de Demografía Histórica, XX-1, (2002),
pp. 179-212.
59 D. Roche, La cultura material a través de la historia de la indumentaria, In: Historiografía francesa: corrientes
temáticas y metodológicas recientes [en línea]. Mexico: Centro de estudios mexicanos y centroamericanos,
2000. http://books.openedition.org/cemca/626.
RESUMEN
El territorio de los estados modernos europeos se articulaba en su base en torno a dos
instituciones básicas jurisdicción y concejos. El presente trabajo pretende ofrecer una visión integral
de esta articulación para el reino de Castilla. A través del Catastro de Ensenad y los censos de
Aranda y Floridablanca se proporciona una radiografía general de su entramado administrativo,
jurisdiccionalización, señorialización y el fenómeno municipal.
ABSTRACT
The territory of early modern states territory was articulated around two basic institutions:
jurisdiction and council. This work aims to offer an integrated view of the Kingdom of Castile kingdom,
focused on the province of Avila, to observe internal differences and compare Castile with the other
kingdoms. The Ensenada land registry and Aranda´s and Floridablanca´s censuses provide a general
picture of their administrative framework, jurisdictions, manors and the municipal phenomenon.
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LA FISIONOMÍA DEL PODER EN LA CASTILLA DEL SIGLO XVIII: PODER JURISDICCIONAL...
1. INTRODUCCIÓN
La administración del territorio se organizó en los estados de Europa occidental en
torno a dos instituciones o formas de poder estrechamente vinculadas la una a la otra:
la jurisdicción y el concejo. El presente trabajo pretende ofrecer una visión global de la
administración local del Antiguo Régimen, como resultado de la acción y pugna de ambos
poderes sobre el territorio. El marco territorial será el del reino de Castilla concentrándonos
en la provincia de Ávila. Los primeros intentos de obtener una infografía general se
remontan al propio siglo XVIII1, y hasta ahora han cristalizado en varios trabajos regionales
(Anes, 1989; Río, 1990; Armas, Ibáñez y Gómez, 1996; Lemeunier, 1998), pero aún no
disponemos de una valoración general para el conjunto de la Corona, ni de jurisdicciones,
ni de concejos. Esta incógnita perdura también en otros estados europeos, en Francia
han cifrado los juzgados entre 30.000 y 80.000 (Mauclair, 2001: 138), y lo mismo sucede
en Inglaterra debido a la exención de la common law peas tanto de los núcleos urbanos
(Patterson, 1999: 138), como de las jurisdicciones eclesiásticas y señoriales (Montgomery,
2004: 155-169 y Outwite, 2007).
La tarea se antoja hoy más abarcable gracias a la digitalización de una fuente única
para este fin: el Catastro de Ensenada. Para evitar vacíos y calibrar las dimensiones de cada
entidad territorial los datos del Catastro se han cruzado con los de los Censos de Aranda2
y Floridablanca3. Aun así, el volumen de jurisdicciones y concejos obliga a acometerla
por entidades, se ha elegido el marco de los antiguos reinos históricos, como primer eje
vertebrador, y el provincial como segundo (Garrigós, 1982). El Catastro permite, a través
de las Respuestas Generales, conocer además de la titularidad de la jurisdicción de cada
población, quiénes eran los oficiales de justicia y regimiento al cargo —aunque la cifra
de estos últimos no sea fiable— y en algunos casos a quienes tocaba su nombramiento;
proporcionando una visión de conjunto del mapa jurisdiccional abulense y los concejos
rurales y urbanos enmarcados en él, a través de las comparecencias como de las preguntas
2, 28 y 32. Y es la única fuente que proporciona tales datos para todo el espacio de la Corona
—con excepción de Vizcaya y las Canarias— (Camarero, 2002); no pudiendo emplearse el
propio vecindario por los defectos que presenta (Camarero, Domínguez y Campos, 1991).
2. LAS JURISDICCIONES
Una jurisdicción es un espacio sobre el que un propietario tiene el derecho a administrar
justicia y con él toda una serie de prerrogativas, en la Edad Moderna, subordinadas a dicha
potestad. El derecho a impartir justicia era en origen un derecho privativo del monarca
así lo manifiestan El Fuero de Castilla y Las Partidas. Sin embargo, la enajenación de
esta jurisdicción fue una constante, tanto por dádiva de los propios monarcas como por
la enajenación que de ella hicieron distintos agentes. Así, nobles, monasterios y concejos
acapararon el derecho a administrar justicia sobre sus vasallos.
1 Nomenclátor o diccionario de las ciudades, villas, lugares, aldeas, granjas, cotos redondos, cortijos y
despoblados de España y sus islas adyacentes: con expresión de la provincia, partido y término a que
pertenecen y la clase de justicias que hay en ellas, Madrid, Imprenta Real, 1779.
2 Presenta las siguientes carencias: Almendral, Buenaventura, Cebolla, Benitos, Bohonal, Bravos, Caleruela,
Herreruela, Hoyo Quesero, Martilherrero, Pasarilla, Ralegios, San Bartolomé de Corneja, Torralba, Solo Hoyo
Quesero revestían cierta entidad. Y los datos de Cebolla pueden considerarse incluidos en Trabancos. Otros
deben su ausencia a su despoblamiento: caso de Pasarilla, Raliegos y Torralba. Censo de Aranda (ed. 2016).
3 Almarza, Botalhorno, Casas de Chicapierna, Cebolla, Codorniz, Grajos, Grandes, Tejados Congosto y
Casas del Puerto, Guareña y Villadey. Algunas carencias se explican por la despoblación de los núcleos:
caso de Botalhorno, Pasarilla. Los datos de Guareña podrían estar integrados con los de Muñez, como los de
Pascual Grande en Crespos, Cebolla en Trabancos, Grajos en San Martín y Rinconada en Muñico. Censo de
Floridablanca (ed. 1999).
4 P. Brillon (1727), Dictionnaire des arrêts ou jurisprudence universelle des parlemens de France et autres
tribunaux, Paris, 968.
5 Ejemplos de ello los encontramos en Santiago, Zaragoza, etc.
qualquier fuero que vos querades, e aquellos que poblaren que sean vuestros vasallos”6.
Estas donaciones son las que plantean más dudas en torno su jurisdiccionalidad, cuestión
planteada por Hilda Grasotti (1967: 134-135), en comparación con otro privilegio cercano
en lo temporal y lo territorial el de San Adrián concedido al mismo linaje.
Otros señoríos cuyos orígenes se remontan al siglo XIII son los de Villatoro y Villanueva
de Gómez. Aparecen en esta centuria bajo el señorío del obispo de Ávila, don Sancho, y
el obispo de Sigüenza, Gonzalo Gómez, respectivamente —don Sancho era del mismo
linaje que los señores de Cardiel y Navamorcuende—, y también vinculado a la actividad
repobladora. En este caso su traspaso de unos titulares a otros por compraventa dificulta
legitimar o no la jurisdiccionalización de estos dominios (Moxó, 1981: 423-429; Moreno,
1992: 93; Martínez, 1983: 605).
Otros dos entes territoriales ya configurados en época de Alfonso VI serían Oropesa
y Valdecorneja-Piedrahita. En este caso se trata de dos señoríos realengos, aquellos
territorios que los monarcas concedían a miembros de la familia real. Si bien ello les permitió
adquirir en origen una entidad territorial separada, facilitando su señorialización posterior,
a diferencia de otros señoríos queda claro que se trataba más de una dotación que de una
donación perpetua.
Este punto plantea otro debate en torno a la perpetuidad de las donaciones reales,
que ya se ha planteado para otros territorios, por cuanto las confirmaciones de reinado
en reinado se antojaban necesarias7, y abundan también testimonios de los monarcas
disponiendo libremente de tierras donadas previamente, requisándolos y entregándolos
a nuevos titulares (Franco, 2012: 13-50; Suárez, 1966). ¿Dependió la permanencia
de los territorios de las relaciones del monarca con los señores y de su capacidad para
despojarlos? ¿o se aplicó el principio de posesión inmemorial empleando el despojo solo
como una desamortización forzosa? Fuere como fuere de iure, en la práctica, el señorío
de Oropesa y Valdecorneja fue temporal, de Juan Núñez de Lara retornan a realengo con
Pedro I (Moreno, 1992: 108).
A Alfonso X se atribuye la señorialización de Velada, llamada antes Atayuela, en 1271
entregada a su escribano, que después la ciudad de Ávila entregaría a su hermano, juez
por el rey en la ciudad (Franco, 1990: 34). Ello manifiesta un comportamiento de la capital
de la tierra, como sucedía en Segovia, en este periodo, muy superior al de mero centro
administrativo, donde el concejo no disponía de autoridad solo sobre sí mismo, sino que
su dominio se extendía sobre toda la comunidad, causa que justificaría el germen de sus
propios concejos rurales. Otra muestra de este poder es la concesión por la ciudad del
territorio de San Adrián en 1283 a Blas Blázquez, juez real (Monsalvo, 1998: 316).
La segregación de Villafranca de la Sierra —Villafranca de Corneja— de la tierra de Ávila,
hecha en 1256, también se debe a Alfonso X (Reviejo, 2013: 318): “pora sí y pora quantos del
vienieren que lo aian libre y quito, pora dar, pora vender, pora enagenar, pora poblar”. Y, sin
embargo, su sucesor necesitará una carta de confirmación (Luis, 2013: 127-28).
Pero fue la dinastía Trastámara la responsable de las mayores enajenaciones (Grasotti,
1983; Valdeón, 1968). A Enrique II se debe la señorialización definitiva de Oropesa y
Valdecorneja, en 1366 (Franco, 1985: 299-314) y el cambio de señorío de Navas, Villafranca
de la Sierra y Navalperal (Martín, 1997; Franco, 2007); Navas, Navalperal y Val de Maqueda
6 Moxó atribuye a estos textos el empleo de figuras arcaicas el traspaso únicamente de solariego, sin
embargo, las prerrogativas colonizadoras exceden el ámbito poblacional al permitirle dar fuero. (Moxó, 1973:
43).
7 Véanse las confirmaciones de Villafranca de la Sierra de 1260 y 1313, la de Valdecorneja a Núñez de Lara,
entre otras. Reviejo, 2013: 313; Tellería, 2001: 227-232.
serán entregados a Gonzalo González Dávila en 1372 (Barrios, 1983: 144; Moreno, 1992:
114), cuyo señorío se vería incrementado según Franco Silva por la usurpación de términos
adyacentes (Monsalvo, 1998: 301).
Pero las principales señorializaciones se deben a Enrique III: Adrada, Arenas
Candeleda, Castillo de Bayuela, Puebla de Santiago de Arañuelo Colmenar de Ferrerías
y Candeleda —cuyos privilegios van acompañados de iniciativas repobladoras— (Mitre,
1968: 37-42). En 1393, Enrique III donaría Cespedosa y Puentecongosto (Mitre, 1968: 110-
111); y Candeleda a Ruy López Dávalos. Botalhorno parece proceder de la donación de
Enrique III (Martínez, 2002: 197-206).
Con Juan II y Enrique IV se producen varios cambios de titularidad por despojo y
reconcesión: Candeleda es confiscada en 1422 y donada a Pedro López Estúñiga (Moreno,
1992: 113 y Moxó 1973: 95-96); Adrada y Colmenar de las Ferrerías —Mombeltrán— serán
entregadas en 1465 a Beltrán de la Cueva; mientras que en el caso de Arenas y Castillo de
Bayuelas permanecieron en manos de doña Juana Pimentel y con su matrimonio pasaron a
la casa de Saldaña (Moreno, 1992: 112). Las donaciones enriqueñas a Beltrán de la Cueva
no dieron como fruto un único estado señorial, sino que este las repartió y constituyó un
segundo mayorazgo para su hijo Antonio Cueva Mendoza, con La Adrada como eje, para el
que Felipe II creó el consiguiente marquesado en 1570 (Gonzalo, 1994: 177-192).
A la dinastía Trastámara se debe la constitución del señorío de Mancera, en el siglo
XV, cuando se documenta a su primer señor el IV hijo del I duque de Alba (Monsalvo,
1998: 304); Olmedilla con Enrique IV, y de Serranos Torre y Pascualcobo concedidos al
obispo Lope Barrientos (Martínez, 1994), por Juan II (Gómez, 2000: 80-81). Este mismo rey
confirmaría la fundación del mayorazgo en torno a Collado Contreras (Guio y Guio, 2007:
44). Igual de tardía es la señorialización de Fuentes del Año y Canales figuran, cuyo primer
señor ubicamos en el siglo XVI, de la oligarquía local de Arévalo (Montalvo, 1928: 32 y 282;
Ávila, 2003: 100).
Las desmembraciones eclesiásticas afectaron a pocas poblaciones y no dieron origen
a nuevas jurisdicciones (Gil, 1986). Felipe II vendería San Bartolomé de Corneja y Vadillo
de la Sierra, del señorío arzobispal, y Cisla y Flores de Ávila de origen desconocido por no
encontrarse en las relaciones de bienes desmembrados (Salazar, 1688: 65).
Sin embargo, la venta de despoblados de Felipe III y Felipe IV de diversos lugares
de la tierra de Ávila —no sin oposición de esta— sí multiplicaron la división del territorio
dando origen a las jurisdicciones de Almarza, Pancaliente, Pasarilla del Berrocal, Vadillo
de la Nava o El Guijo. Almarza y Pasarilla se integraban en los estados del Marqués de
Almarza y el marqués de Campollano respectivamente, ambos títulos adquiridos a Carlos
II (Carriazo, 2013). Pero sería Felipe IV el que incrementaría en 19 las jurisdicciones
abulenses durante su reinado. Este monarca vendería Adanero, Bercimuelle, Cardeñosa,
Herradón, Fontiveros, Mancera de Arriba, Navalperal, Pozanco, San Bartolomé de
Pinares, Santa Cruz de Pinares, Santo Domingo de Posadas, Tiemblo, Vega de Santa
María y Vita. Los compradores de Cardeñosa, Mancera, Fontiveros, obtendrían después
sus respectivos títulos de marquesado, y el de Adanero su condado. Los compradores
de Bercimuelle y Vita siguieron la misma estrategia, aunque los marquesados hicieran
referencia a otras propiedades. Los marqueses de Navamorcuende ampliaron sus dominios
comprando Almendral y Buenaventura; los duques de Peñaranda con Bóveda de Río Almar
y Cantaracillo y los señores Adrada, ampliaron sus dominios con la compra de Sotillos,
Iglesuela y Piedralavés (Lorenzo e Izquierdo, 2001). En el caso del Guijo consiguió tornó a
la Corona, pero le sirvió para erigirse en villa y desgajarse de la tierra de Ávila.
También intentaron la venta de muchos otros sin éxito: Blasco Jimeno, Cantiveros,
Duruelo, Gallegos de Sobrinos, Gamonal, Lomoviejo, Mirueña, Sobrinos, Ojos Albos y
Barraco, Algunos concejos consiguieron adquirir la jurisdicción sobre sí: Mingorría, Vadillo
Sierra y el Guijo, y probablemente Diego Álvaro. El Tiemblo intentó ganar la puja por su
jurisdicción, pero fracasó, y otros lugares adquiridos por señores tantearon su recompra
con el nuevo señor, caso de Almendral y Buenaventura, aunque sin éxito, sí lo tuvo Diego
Martínez (Lorenzo e Izquiedo, 2001: 216-219).
Hospitales - 0’23 - - - - -
Consejos 0’38 - - - - - -
Habitantes
Hospitales - 916 - - - - -
Consejos 347 - - - - - -
8 En Valladolid solo se incluyen los datos de la parte castellana; las cifras de Soria no deben considerarse
por las deficiencias del C. de Aranda (Pousa, 2020).
1769 1787
Hab. % Hab. %
El principal señorío será el del ducado de Albuquerque, las donaciones del linaje
Trastámara lo habían convertido en uno de los principales señores de vasallos desde el siglo
XV (Franco, 2015: 83-110), con más de 22.900 vasallos el estado de la casa de Albuquerque
competía con casas como Frías, Villena o el Infantado y estados episcopales como el de
Santiago. En 1757 los estados de la casa aumentaban con la agregación del condado de
Siruela con 2.773 vasallos en Cervera de Pisuerga (Palencia), 905 en Castrejón (Toro) y en
Burgos 8.501 repartidos en 23 villas.
1769 1787
Duque de Albuquerque 7.170 7’86 7.933 7’56
Conde de Oropesa 6.913 7’57 7.447 7’10
Duque de Peñaranda 5.838 6’40 6.593 6’28
Marqués de Adrada 4.693 5’14 4.593 4’38
Marqués de Las Navas 3.830 4’20 4.187 3’99
Marqués de Navamorcuende 1.529* 1’67 2.295 2’19
Marqués de Astorga 2.109 2’31 2.292 2’18
Obispo de Ávila 2.075 2’27 2.450 2’33
Duque de Alba 1.742 1’91 1.728 1’65
Marqués de Fuente El Sol 958 1’05 1.460 1’39
Marqués de Malpica 939 1’02 1.228 1’17
Conde de Adanero 805 0’88 790 0’75
Marqués de Villasierra 723 0’79 792 0’75
Marqués de Almarza/Flores 678 0’74 626 0’60
Marqués de Cardeñosa 559 0’61 759 0’72
Marqués de Almodóvar 503 0’55 638 0’60
Francisco Tapia 475 0’52 631 0’60
Marqués de Fontiveros 415 0’45 555 0’53
Conde de Amayuelas 306* 0’34 468 0’45
Conde de Polentinos 408 0’45 406 0’39
Francisco Godiñez 379 0’42 381 0’36
Juan Dávila 370 0’41 387 0’37
Consejo de Cruzada 347 0’38 469 0’45
Marqués de Loriana 319 0’35 317 0’30
José Ucedo 305 0’33 288 0’27
Marqués de Tejada 271 0’30 338 0’32
María Suárez Lugo (Cáceres) 190 0’21 212 0’20
Julio Rascón (Salamanca) 130 0’14 143 0’14
Félix Basanta 127 0’14 144 0’14
Santa Clara 78 0’09 80 0’07
Conde de Ibangordo 50 0’05 53 0’05
Total 45.234 49’57 50.683 48’30
1769 1787
Hab. % Hab. %
Mingorría 1.009 1’10 975 0’93
Vadillo 518 0’57 598 0’57
Martínez 325 0’36 252 0’24
Diego Álvaro 226 0’25 314 0’30
El Guijo 193 0’21 237 0’23
Total 2.271 2’49 2.376 2’26
3. LOS CONCEJOS
El otro poder en torno al que se estructuró la administración territorial castellana fue
el municipal: rural y urbano. Su capacidad legislativa en materia económica y fiscal jugó
un papel esencial e hizo de sus cargos un objeto deseado en la construcción de las redes
de intereses locales; constituyéndose en peldaño para el ascenso social, y manifestación
honorífica.
Jurisdicción y concejo no constituyeron poderes aislados. El concejo funcionaba como
engarce entre el poder desde arriba y el pueblo y a su vez necesitaba de la superioridad
en la que residía la jurisdicción, para investirse de autoridad institucional, tocando a esta la
investidura de los oficiales concejiles. Por ello, y pese a la pugna de las comunidades para
elegir a sus propias justicias y gobernantes y la patrimonialización de oficios concejiles, su
nombramiento permaneció como una prerrogativa de la superioridad, ya fuera la Corona o
un señor jurisdiccional.
El reinado de Alfonso XI ha sido visto como el eje a partir del cual los concejos
castellanos en sus diversas formas abiertas avanzan hacia la que será su forma común
en toda la Corona de Castilla, el regimiento cerrado con una planta más o menos compleja
según los casos, con oficiales separados para cada función —jurisdiccional, gubernativa y
sindical—, o por el contrario recayendo estas en el mismo individuo en el caso de concejos
rurales modestos. Aunque esto no implicó la desaparición de las asambleas abiertas.
En el caso de Ávila como en Segovia, estos concejos rurales germinarán dentro de la
antigua organización medieval de villa y tierra, que fue perdiendo funcionalidad ya desde la
Baja Edad Media. El control que las capitales de las tierras ejercían sobre las poblaciones
rurales (Martín, 1995: 161) las relegaba a un papel esencialmente fiscal supeditado
(Monsalvo, 1990). De modo que la capital realizaba el reparto entre sus sexmos, y estos
13 AGS, CE, RG, lib. 59, fol. 412 y lib. 58, fol. 1.
a su vez procedían al reparto entre pueblos. El crecimiento de estos núcleos rurales llevó
a estos a la constitución de sus propios órganos de gobierno réplica de los urbanos —con
sus justicias pedáneos, uno o dos regidores e incluso sus propios síndicos—. Llegado el
XVIII además de los urbanos encontramos 186 concejos rurales, la mayoría en las antiguas
tierras de Ávila, 116, y Arévalo, 52.
14 Otros ejemplos: Sigüenza, Molina o San Esteban (Martínez Llorente, 1990: 442 y 445).
15 El 13 de agosto de 1518 se expide una de las últimas cédulas de nombramiento (Merino, 1926: 140).
16 AGS, CE, RG, lib. 1, fols. 67ss.
4. CONCLUSIONES
La Corona de Castilla presentó un grado de parcelación jurisdiccional intermedio,
alejado del reino de León o del de Galicia, y con profundas diferencias regionales, acuciadas
entre la Extremadura castellana y la zona centro-norte. Esto se debió a la sujeción del
sistema de villa y tierra de muchas poblaciones que evitó su consolidación como villas y
jurisdicciones independientes.
Sin embargo, el volumen de vasallos señoriales superaba a los de realengo con mayor
diferencia que en el norte. En el proceso de señorialización extremeño pueden distinguirse
3 etapas: 1ª) entre el reinado de Alfonso VI y Pedro I; 2ª) Trastámara y 3ª) Habsburgo.
La Trastámara supuso una mayor pérdida en territorios y vasallos, mientras la Habsburgo
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RESUMEN
Tradicionalmente se ha concedido un papel subordinado a la mujer en las capitulaciones
matrimoniales, documento básico en la regulación del régimen económico de la familia. Sin
embargo, no eran raras las ocasiones en que la mujer alcanzaba protagonismo. El examen de
varios centenares de capitulaciones del Alto Aragón nos ha permitido sacar a la luz esa realidad.
Son muchos los casos en que sus progenitores u otros familiares la eligen como heredera, no
siendo óbice la existencia de hermanos varones. Protagonismo también en las capitulaciones
pactadas mediante la figura del agermanamiento, en el que la mujer aportaba la herencia y el varón
la dote. Finalmente, protagonismo gracias a la viudedad foral, a la que se podía renunciar y que en
ocasiones era sustituida por el “año de manto”, figura semejante al any de plor catalán y valenciano.
1 El presente trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación HAR 2016-75899P del
ministerio de Economía y Competitividad y del grupo de investigación de referencia H01_17R del Gobierno
de Aragón.
261
LA VISIBILIDAD DE LA MUJER A TRAVÉS LAS CAPITULACIONES MATRIMONIALES...
ABSTRACT
Traditionally, a subordinate role has been assigned to women in pre-nuptial agreements, a
basic document in the regulation of a family’s economy. However, it was not unusual for women
to play a leading role. This was due to the predominance in the Alto Aragón region of the “unique
heir” law. Examination of several hundred pre-nuptial agreements in the Alto Aragón region has
revealed that reality. There are many cases in which her parents or other relatives chose a daughter
as heiress, in spite of the existence of male siblings. This female protagonism can also be seen in
as well in agreements negotiated in accordance with the system of “agermanamiento”, in which the
woman contributed the inheritance and the man the dowry. Finally, women achieved a leading role
thanks to foral widowhood (Aragonese law), which was sometimes substituted in the Alto Aragon
region by the “año de manto” (year of mourning), a similar concept to the any de plor in the Catalonia
and Valencia regions.
1. INTRODUCCIÓN
A través del análisis de varios centenares de capitulaciones matrimoniales se
pretende estudiar la presencia y protagonismo de la mujer a la hora de formar una familia.
Tradicionalmente se le ha concedido un papel subordinado, pero el caso altoaragonés
presenta ciertas especificidades a tener en cuenta. En primer lugar, una común a todo
el territorio aragonés, la legislación que aseguraba a las contrayentes la posesión de los
bienes aportados al enlace y los obtenidos posteriormente por herencia y el derecho al
usufructo del patrimonio familiar al quedar viuda. En segundo lugar, el peculiar sistema de
transmisión de bienes de padres a hijos en el Altoaragón, que, a diferencia del resto del
territorio aragonés, estaba basado en el heredero único, pero con total libertad de los padres
para escoger entre su prole, no siendo excepcional que la elección recayera en una hija.
En ese sentido, son varios los elementos que dotan al sistema de transmisión de bienes
del Altoaragón de cierta especificidad comparados con los que se han conocido para otros
ámbitos, tanto de zonas llanas aragonesas donde predomina el reparto igualitario, como de
áreas montañosas como pudieran ser la vecinas regiones del otro lado de los Pirineos y las
aledañas comarcas del norte de Cataluña y Navarra.
Como en todas partes, las vías usuales de cambio de bienes de unas manos a otras
eran la compraventa o la transmisión del patrimonio a través de los testamentos o de los
contratos matrimoniales. Durante el Antiguo Régimen, todo ello contaba en los distintos
territorios hispanos con algún tipo de norma legal que en general seguiría vigente hasta la
promulgación del Código Civil en 1889.
En el reino de Castilla el marco legal de la trasmisión de la propiedad de padres
a hijos, regulado por las Leyes de Toro, se mantendría prácticamente sin cambios. La
herencia se dividía en cinco partes, cuatro de ellas a distribuir obligatoriamente entre los
hijos y nietos. De éstas, había que repartir dos tercios a partes iguales entre hijos e hijas,
pudiendo mejorar a cualquiera de ellos con el otro tercio; el quinto restante era de libre
disposición del testador, para emplearlo como quisiera. En las Partidas se estipulaba que
no se pudiera acumular el quinto y el tercio en la misma persona, pero las leyes de Toro
abrieron la posibilidad a hacerlo (Gacto, 1984: 54).
En la Corona de Aragón y en Navarra, en cambio, a grandes rasgos se reconocía la
posibilidad de dejar la herencia en una sola persona, aunque había notables diferencias en
los distintos territorios. En Cataluña, como heredero “se elige al hijo varón primogénito y
sólo a la hija primogénita —pubilla— cuando no hay varones” (Ferrer Alós, 2006: 73). Había
sin embargo que reservar parte de los bienes para repartir igualitariamente entre todos los
hijos, la legítima, que desde las Cortes de 1585 quedó fijada en un cuarto.
En Valencia se daba entera libertad a los padres para optar por el reparto hereditario o
igualitario: “Por lo pare o la mare liberament deixar sos bens a sos fills, instituintlos en parts
yguals o desiguals, havent pagar los deutes” (Tarazona, 1580: 263). El amplio margen de
maniobra que otorgaban los fueros se tradujo en la práctica en un predominio del sistema
igualitario. Los fueros permitían la división igualitaria del patrimonio, al menos entre los
hijos varones, pero las estrategias familiares tendían a revertir el fenómeno, procurando
mantener la herencia de la tierra lo menos dividida posible. Las hijas solían quedar excluidas
de la herencia de bienes raíces compensadas con la dote, forma de exclusión femenina,
pero a la vez aporte decisivo en el momento de formación de la nueva empresa familiar
(Furio, 1998: 31-33). Con la publicación de los decretos de Nueva Planta, que supusieron
la supresión de la legislación valenciana, la transmisión de bienes de padres a hijos pasó a
regularse como en el reino de Castilla.
Al igual que en Valencia, los fueros aragoneses permitían a los padres repartir los
bienes entre los hijos con entera libertad. Podían dejar los bienes en un solo descendiente,
hombre o mujer, o hacer un reparto igualitario con la única limitación de dejar una legítima,
que en este caso era meramente simbólica: cinco sueldos en dinero y otros cinco en tierras
comunes. En el reino de Navarra regían las mismas normas que en Aragón.
Pero bajo el paraguas legal de cada territorio se daban profundas diferencias debidas a
múltiples factores como la pervivencia de privilegios forales, caso en el reino de Castilla, de
Vizcaya o Guipúzcoa, donde con ligeras variantes, frente al reparto igualitario consagrado
en las Partidas y en las leyes de Toro, el padre podía elegir como heredero a cualquiera
de sus hijos e hijas, o caso asimismo de Galicia donde la costumbre distorsionaba lo
previsto en la legislación mediante procedimientos como la donación intervivos o mandas
testamentarias por vía de ventaja (Fernández Cortizo, 2002: 278 y ss.). En realidad, en el
territorio hispano, al igual que en el resto del continente europeo, la ley dejaba siempre
resquicios más o menos amplios para que las costumbres locales pudieran perdurar o para
que la obviaran situaciones familiares particulares.
No era este el caso de Aragón y Navarra, donde la ley, que consagraba la libertad en
materia de herencia, permitía que coexistieran un reparto de bienes igualitario entre los
hijos con otro de heredero único.
Varios eran los momentos en que podía hacerse la transmisión de la propiedad de
padres a hijos. Según la costumbre del lugar o familiar había que esperar al momento de
cumplirse las disposiciones testamentarias o, caso de no haberlas habido, al fallecimiento
de aquéllos. Otras veces las donaciones eran intervivos, normalmente, aunque no siempre,
en el momento del matrimonio de cada uno de los hijos. En este último caso la transmisión
se regulaba a través de las capitulaciones matrimoniales.
Mujeres 31’8 25 3
Mujeres 1 1 5’7
3. MUJER HEREDERA
Aunque se ve una clara preferencia por el varón a la hora de escoger heredero, en el
Altoaragón no puede pasarse por alto la existencia de otras alternativas, hecho constatado
asimismo en Navarra, el País Vasco y al otro lado de los Pirineos centrales y occidentales,
donde no era raro que la mujer fuera la beneficiaria de la herencia familiar, caso del País
Vasco francés, donde regía el derecho de primogenitura por el cual heredaba el mayor
independientemente de su sexo (Lafourcade, 1999: 168-169). Las razones para que la
mujer recibiera el patrimonio podían ser muchas y en el caso del Altoaragón no diferían
mucho de las encontradas para los hidalgos guipuzcoanos:
2 Porcentajes obtenidos a partir de Ramiro Moya y Salas Auséns, 2013, pp. 37 y 38.
3 Archivo Histórico de la Provincia de Huesca (AHPH), Pedro del Campo, 1599, fol. 282.
4 AHPH, Miguel de Mur, 1588, fol. 18.
5 AHPH, Pedro del Campo, 1599, fol. 91 v.
requisitos con los que Diego cedía sus bienes a su hermana y así se estipulaba que “en
casso que Dios nuestro señor quisiera usar de su acostumbrada misericordia con el dicho
Diego Ximénez de bolvelle la vista corporal”, le tendrían que entregar en dos plazos la
cantidad de 1400 sueldos jaqueses. La última clausula establecía que, si Susana moría sin
descendencia, Diego recuperaría su parte de la herencia paterna6.
Circunstancias distintas podían estar detrás de las herencias a mujeres provenientes
de otros familiares como tíos o abuelos. Como en los casos anteriores, la herencia quedaba
supeditada al cumplimiento de ciertas cláusulas, como la habitual de reservarse señores
mayores usufructuarios de por vida, caso de Felipe Calvo y Ana Ferrer, tíos de Orosia
Calvo7. Mucho más detalladas las exigencias de los hermanos Pedro y Miguel de Abos,
ambos solteros, para dejar sus bienes a su sobrina Isabel de Abos: alojarles en la casa,
entregar anualmente a Pedro durante toda su vida un cahiz y medio de trigo limpio, un
nietro de vino bueno y un nietro de vinada8, que debían conservar en sus toneles hasta que
los quisiera vender, darle un asno de pelo pardo de cuatro años, manteniéndolo a su costa,
entregarle una ballesta y un cofre que guardaba en la casa y dar entrada en el domicilio a su
hermano, Miguel9. Si el donante era el abuelo las condiciones de la herencia solían incluir
la de mantenerse como señores mayores y usufructuarios de la hacienda, pero sin poder
enajenar ni empeñar nada salvo caso de necesidad. Ejemplo de ello la capitulación firmada
entre Juan Montaner y María de Gallifo, ambos de la localidad de Aniés. La herencia a
María procedía de su abuelo Miguel, con la reserva antes dicha. En este caso la posible
enajenación de patrimonio por parte del abuelo debía contar con el visto bueno del vicario y
del baile del pueblo. Había otras condiciones, entre ellas la de tener en casa a Rafael, hijo
de Miguel, con obligación “de alimentarlo sano y enfermo, médico y medecina, trabajando
el dicho en utilidad de la casa” y, si se casaba, dotarle según la calidad de la casa10.
Pero lo más frecuente era que la donación a la hija procediera de los padres o de
uno de ellos, si el otro ya había muerto, y también aquí las circunstancias podían diferir.
En principio pocas novedades aparecían en la capitulación pactada entre María, hija del
primer matrimonio de Pedro Escalona, habitantes en Chisagüés aldea de Bielsa, y Miguel
Piniés, vecino de Espierba, también aldea belsetana. María aportaba la hacienda paterna
y Miguel mercaderías y ganado por valor de 3400 sueldos. El padre, casado en segundas
nupcias con Eugenia Falceto, se reservaba ser señor mayor y usufructuario de la hacienda
de por vida y, si fallecía antes que su segunda esposa, el usufructo quedaría para ella,
también con la consideración de señora mayor, pero previendo que “no queriéndolo ser, le
hagan todos buen tratamiento en consideración de haber sido su mujer, si quisiera vivir en
la casa con los contrayentes”. Pedro Escalona se reservaba además 1400 sueldos para ir
entregándolos a razón de 200 sueldos anuales a un hijo varón de su segundo matrimonio,
Pedro Jerónimo, a quien tendrían “obligación de sustentarle asta edad de quinze años,
trabajando él lo que pudiere en dicha casa y a beneficio della”. También obligaba a la
pareja a alimentar a Cecilia y Águeda, hermanas de Pedro Jerónimo, y a dotarlas cuando
se casaran según las posibilidades de la casa y la costumbre del lugar. Si Pedro Escalona
ya había fallecido, la cuantía de las dotes debía fijarla el consejo familiar, integrado por
dos deudos de la parte paterna y otros dos de la materna. La capitulación incluía asimismo
varias cláusulas en previsión de que los contrayentes murieran dejando hijos menores de
edad que no pudieran sacar adelante la hacienda sin riesgo de menoscabo. En ese caso,
dos deudos de cada parte, con el propio Pedro Escalona, si todavía viviera, debían disponer
lo que mejor les pareciera para la conservación de la casa “aunque sea pribando a los hijos
o hijas de la universal herencia de dichos bienes”11.
Había capitulaciones en las que las condiciones se imponían, no a la hija heredera,
sino al yerno, como ocurrió en la capitulación entre Bartolomé Mur, de Salas Altas, y
Juana Argelo, de Ola. Él aportaba los 1000 sueldos, ella la hacienda de sus progenitores
que, según el uso, se reservaban ser señores mayores y usufructuarios de por vida. Las
exigencias para el yerno eran la de dar 200 sueldos a un hermano de Juana, mantener en
la casa a una hermana y dotarla de acuerdo al poder de la casa y pagar las honras fúnebres
de los suegros. Se añadía en la capitulación que, si uno de los donantes fallecía y el otro
volvía a contraer matrimonio, tenía que salir de la casa12.
Características distintas respecto de las capitulaciones son aquellas, en las que
aun habiendo hijos varones, la herencia pasa no al primogénito sino a otros miembros de
familia —padres, hermanos o hermanas, sobrinos o incluso al consejo familiar— como
heredero fideicomisario a condición de, llegado el momento, designar nuevo heredero
preferentemente mujeres. Son muchos los ejemplos en esta línea. Sirva la capitulación
pactada en 1705 entre Juan Francisco Orduña y Miguela Martínez, ambos vecinos del
pueblecito de Lorbes, próximo a Jaca. Él aportaba 3000 sueldos que le entregarían un
hermano y un tío, clérigo. A ella, su hermano Pedro Alexos, soltero, le daba la hacienda,
reservándose el señorío mayor, pero sin poder enajenar nada. Juan Francisco y Miguela
quedaban obligados a alimentarle, calzarle, vestirle y darle las medicinas que precisara, así
como pagar sus exequias. A cambio, Pedro Alexos se comprometía a trabajar para la casa,
obligación que también se extendía a una hermana menor, Ana, a la que deberían dotar o,
caso de morir soltera, “hacer por su alma”. Tenían que vivir juntos y, si el hermano salía a
servir en otra casa, no podía llevarse nada. Juan Francisco y María en cambio tenían que
hacerse cargo de todas las deudas que tenía la hacienda familiar en aquel momento13. En
este caso parecen haber sido las dificultades económicas el motivo por el que el hermano
cedió el patrimonio de la casa a su hermana y al futuro cuñado.
Lo que pudiera parecer una serie de casos particulares tiene un fondo común: la
búsqueda de la pervivencia de la casa, evitando su fragmentación en el momento de la
transmisión de bienes de padres a hijos. La respuesta lógica era la de la concentración
de los bienes raíces en un heredero, pero a la vez dejando a los donantes total libertad a
la hora de elegir al beneficiario que, en no pocas ocasiones, aun habiendo varones, sería
una mujer. En la amplia casuística que se da en el Altoaragón en la elección de la mujer
como heredera sin duda tienen que ver distintos factores. De un lado la total libertad de los
padres en el momento de transmitir el patrimonio, reconocida en el fuero “De testamentis
civium et aliorum hominum Aragonum” aprobado en las Cortes de Alagón del año 1307, de
alcance limitado en esta fecha a los nobles pero extendido a todos los súbditos aragoneses
en las cortes de Daroca celebradas cuatro años más tarde (Savall y Penen, 1866: 242)14 y
de otro el aludido principio “standum est chartae” —estar a la carta, estar a lo pactado—,
que permitía introducir cualquier tipo de cláusula en los contratos entre particulares, en
este caso en las capitulaciones matrimoniales, sin atender a lo que establecieran los fueros
(Moreu, 2009). Esta amplia libertad permitió la coexistencia de dos modelos diferentes de
transmisión generacional de bienes: el reparto igualitario, que normalmente se contemplaba
en los testamentos y que se daba en preferentemente desde la ribera del Ebro hacia el
sur de Aragón y el de heredero único dominante en el Alto Aragón. El principio “standum
est chartae”, daba carta blanca a los particulares para introducir cualquier cláusula en los
contratos entre particulares o, caso de las capitulaciones matrimoniales, entre las familias de
los contrayentes, que aprovechaban este tipo de acuerdo. Una lo hacía con la pretensión de
salvaguardar la continuidad de la casa con los bienes raíces; la otra, cuya aportación solía
ser una dote en dinero, incluyendo en el documento todo tipo de cautelas para asegurar su
recuperación en caso fallecimiento de la persona dotada, pero sin que hubiera limitación
alguna ni para la disposición de los bienes, ni para la elección de quien fuera a disfrutarlos.
Era la costumbre la que marcaba el camino a seguir, todo en aras del objetivo buscado, la
perduración de la casa.
4. LA MUJER Y EL AGERMANAMIENTO
Pero esa continuidad sólo quedaba asegurada si se disponía de mano de obra para
sacarla adelante. El futuro marido, que aportaba una dote en dinero, debería hacerse cargo
de la explotación lo que le daba cierta posición de fuerza a la hora de pactar las condiciones
de la capitulación. En estos casos lo habitual era acordar un régimen de bienes, característico
del Altoaragón y distinto de la capitulación a hermandad recogida en los fueros, pactada
con gran frecuencia en la capital aragonesa, donde durante los siglos XVI y XVII iba a
ser el modelo preferido de regulación de los bienes conyugales, al punto de alcanzar un
porcentaje del 55’7% (Ramiro Moya y Salas Auséns 2013: 47). La hermandad foral consistía
básicamente en la puesta en común de todos los bienes aportados por los contrayentes y
de los gananciales generados durante el tiempo de vida conyugal. A su finalización, todo
debía repartirse a partes iguales entre el supérstite y los herederos del fallecido “desde la
ceniza hasta la escoba”. El agermanamiento altoaragonés también contemplaba la puesta
en común de los bienes aportados por cada contrayente al matrimonio. La diferencia con la
hermandad foral estribaba en que en el momento de disolución del mismo por fallecimiento
de uno de los dos cónyuges, “el que sobrevive se hace dueño absoluto de los bienes que
poseyeron en común durante el matrimonio, lo mismo que de los que fueron de pertenencia
de cada uno” (Costa, 1991: 232). De un total de 341 capitulaciones firmadas ante los notarios
de la localidad altoaragonesa de Loporzano que ofrecen datos sobre el régimen de bienes
hay 66 casos de agermanamiento (Salas Auséns, 2015: 248).
Al igual que en el caso de la hermandad foral, el agermanamiento solía ser la opción
de sociedad conyugal elegida por aquellas parejas de escasos y parecidos recursos, pero
en algunas zonas del Altoaragón también se daba cuando los padres de la novia, mayores
o con hijos de corta edad, en ambos casos sin capacidad para gestionar el patrimonio, le
dejaban la casa con sus campos y el novio aportaba, aparte de una dote en dinero, justo lo
que más precisaba la familia de ésta, fuerza de trabajo. Esta situación daba lugar a lo que
podríamos denominar hermandad conyugal o “agermanamiento en diferido”, cláusula por la
que el pacto de hermandad no entraba en vigor en el momento del matrimonio, sino que se
demoraba durante un tiempo que podía prolongarse hasta diez años. Era una de las salidas
a situaciones en las que el patrimonio aportado por la familia de la novia era muy superior
a la dote con que acudía el varón, por lo general un segundón. Para la familia o para la
novia el agermanamiento suponía la posibilidad de asegurarse su supervivencia y para el
futuro esposo, la oportunidad de acceder a los bienes raíces que su condición de segundón
le había denegado. Pero al mismo tiempo había que evitar que cualquier imprevisto que
llevara a un fallecimiento temprano de la novia, pudiera poner el patrimonio de la casa en
manos de un recién llegado. El agermanamiento en diferido daba tiempo a la presencia de
hijos, limitando el riesgo de que pudiera producirse esa situación.
La capitulación pactada entre Bernat de Mur, de Salas Altas, y la familia de Juana
Argeló, de Ola, es un buen ejemplo: Mur aportaba 1000 sueldos y los padres de Juana, con
la reserva habitual de quedarse como señores mayores hasta el fin de sus días, le daban
la herencia. Tras varias cláusulas, unas habituales en este tipo de contratos –alimentar y
dotar a Pedro y Martina, hermanos de la novia, siempre que trabajaran en provecho de
la casa-, otras infrecuentes —vetar el matrimonio de los padres de la novia en caso de
que uno de ellos quedara viudo, lo que retardaría la plena posesión de la hacienda a la
pareja—, se acordaba “que dentro de diez años, tubiendo hijos y no tubiendo hijos entre
agermanamiento”15. En caso de que uno de los novios falleciera antes que el pacto entrara
en vigor, quedaba nulo el acuerdo y el supérstite y los herederos del fallecido retirarían lo
que había aportado cada parte.
En la capitulación pactada entre Juan Pradel y Petronila Bernués, soltera, ambos de
la localidad de Lupiñen, el agermanamiento se haría efectivo cinco años después de la
fecha del matrimonio, pero la condición para que se validara nada tenía que ver con las
habituales. En esta ocasión sólo sería efectivo y siempre y cuando el novio cumpliera con
el compromiso de edificar una casa en el solar donado por un hermano de Petronila:
Ittem es pactado y concordado entre las dichas partes que el dicho Juan Pradel haya de
edificar dentro tiempo de cinco años del presente día … en el patio que está tratado le ha de
dar dicho Juan Bernués … una casa habitable y si dentro de dicho tiempo no la edificare, es
pactado que los dicho Juan Pradel y Catalina Bernués de aquel día en adelante que fenecidos
serán los cinco años dentro los quales se ha de edificar la casa se hayan de hermanar y hacer
hermandad, assí de los bienes que de presente tienen y trahen como los que de aquí adelante
tendrán16.
Un matiz distinto tenía el agermanamiento pactado entre María Bembay, viuda, con
el francés Juan de Sot. Él llevaba sus bienes y ella los que le había dejado en herencia
su marido, de quien tenía un hijo. El problema en el caso de Juan de Sot y María Bembay
radicaba en los posibles derechos que pudiera tener Juan Panart, hijo del primer matrimonio
de María. Dado que la casa en que iban a vivir la había heredado su madre de su primer
marido con la condición de cuidar de su hijo, los futuros contrayentes se comprometieron a
proporcionarle lo necesario hasta que cumpliera 12 años de edad y a darle en tres tandas
anuales la suma de 500 sueldos, a cambio de que renunciara a favor de ellos a los bienes
paternos17.
En este tipo de pactos matrimoniales en que la mujer aportaba la hacienda, lo habitual
era que durante los años en que el matrimonio no estaba todavía agermanado el marido
recibiera una renta cuya cantidad variaba de unos casos a otros. En el agermanamiento
entre Tomasa Cortillas, de Arbaniés y Úrbez Bentué, de La Almunia del Romeral, pactado
para iniciarse a los tres años de la boda, la cantidad establecida fue de 180 sueldos anuales
“en reconocimiento de sus trabajos”18. Cantidades distintas pero nunca superiores a los 250
sueldos anuales se pactaban en otras capitulaciones en las que el régimen de bienes era
el agermanamiento. Podríamos decir que durante ese tiempo el marido no pasaba de ser
un asalariado, eso sí, con la responsabilidad de sacar adelante con su trabajo la hacienda
de su esposa.
5. LA VIUDEDAD FORAL
Uno de los elementos claves de la capitulación que concernía especialmente a la
mujer se refería a la viudedad, con notables diferencias en lo estipulado en los distintos
territorios peninsulares (Pimoulier, 2006; Birriel, 2008; Rey Castelao y Rial García, 2008;
Rodríguez Alemán, 2008; Bouzada, 1997; Fauve-Chamoux, 1998). En Cataluña y en
Valencia la viuda recuperaba la dote aportada al matrimonio y el creix o escrech, donación
del marido propter nuptias, y los herederos tenían que mantenerla durante un año —el
any de plor— que en todo caso se prolongaba hasta que había recuperado toda la dote y
durante el cual debía mantener su viudez (Guillot, 2001: 271-278; Birriel 200: 17-18). En
Castilla, se preveía la restitución de la dote y de las arras en caso de no tener hijos, pero,
si los había, tan sólo podía disponer de una cuarta parte de las mismas, quedando las
otras tres partes para sus descendientes. Además, las Partidas reconocieron a la viuda un
específico derecho sucesorio, la llamada cuarta marital de la que podía beneficiarse la viuda
pobre que no tuviera bienes dotales, arales ni propios con los que subsistir (Gacto, 1984:
54). Esta diversidad de situaciones la encontramos también en otros ámbitos europeos
caso de Francia, donde el código civil de Luis XIV no pudo acabar con los centenares de
costumbres consuetudinarias en materia de herencia, muchas de ellas afectando a la mujer
(Dousset, 2009) o Italia (Giulodori, 2008).
En Aragón y Navarra los fueros contemplaban el derecho del viudo a usufructuar los
bienes del cónyuge fallecido, incluso de aquéllos que éste hubiera enajenado en vida sin el
consentimiento del superviviente (Nausia, 2013). El derecho al usufructo tan sólo se perdía
ante el cese de la viudedad por unas segundas nupcias o, en el caso de las viudas, si
llevaban una vida deshonesta. La viudedad se seguía manteniendo si él cónyuge supérstite
profesaba en alguna orden religiosa (Savall y Penen, 1866: 231). La viuda aragonesa en
principio quedaba en una condición más favorable que la de otros territorios peninsulares.
La norma amparaba al cónyuge superviviente, con independencia de su sexo, pero en la
práctica favorecía más a la mujer, tanto en lo tocante al valor de los bienes usufructuados,
como al número de posibles beneficiados. Generalmente el valor de los bienes aportados
por el novio al matrimonio, como heredero del patrimonio familiar, superaba a los de la
novia y además, al incluir tierras de labor, podía generar una renta anual. Por otra parte,
al acceder la mujer al matrimonio a una edad más temprana, contraer segundas nupcias
en menor proporción que los varones y tener una mayor esperanza de vida eran más
las viudas que los viudos. Así lo confirman los datos del censo de Floridablanca: en 544
localidades de los corregimiento de Jaca, Huesca, Barbastro y Benabarre, el 60 % de los
6293 viudos eran mujeres (Salas Auséns, 2012: 1262), proporción mucho mayor que la
observada en el resto del territorio aragonés (Jarque Martínez y Salas Auséns, 2020: 201).
Pero las hipotéticas ventajas no siempre eran tenidas en cuenta y con gran frecuencia en
las capitulaciones matrimoniales altoaragonesas los contrayentes renunciaban de manera
explícita a la viudedad foral. Las fórmulas para ello eran varias. En ocasiones, simplemente se
expresaba la renuncia a los fueros de Aragón —“el qual matrimonio no es fecho según fuero
sino segunt pacto e condiciones siguientes…”, se especificaba en el contrato matrimonial
firmado en Belsierre en 1525 entre Martín de Baguest y Antonia Sasse19. Distinta era la
fórmula empleada un siglo más tarde en los capítulos pactados en la Pardina, un barrio
de Castejón de Sobrarbe, entre Domingo Barbastro e Isabel Sánchez: “an sido hechos y
pactados los presentes capitoles matrimoniales con intervención de parientes y amigos
de las dos partes no a fuero de Aragón ni costumbre de Cataluña, sino con los pactos y
condiciones siguientes”20. La fórmula usada en el Valle de Tena aludía a la costumbre del
lugar, repitiendo en la mayoría de los contratos el siguiente texto: “se entiendan y ayan de
entender al uso y costumbre de la presente Valle de Tena y conforme sus estatutos y no
al fuero de Aragón, al qual renuncian dichas partes por pacto especial”21. Y ya en el siglo
XVIII, haciendo prevalecer como en tantas ocasiones el principio del standum est chartae
sobre cualquier norma legal, nos encontramos con una nueva fórmula en la que, con las
mismas consecuencias que las anteriores, aparecía explícita la mención a Castilla. Es la
que aparece en la capitulación firmada en el lugar de Senés de la comarca de Sobrarbe en
el matrimonio ya consumado entre Pedro Gistau y María Beguería: “la qual capitulación no
es fecha según fueros de Aragón ni leyes de Castilla ni otros reynos, sino con los pactos,
vínculos y condiciones infrascriptos y siguientes...”22.
Independientemente de las fórmulas empleadas, lo que nos interesa es ver cuántas
capitulaciones se pactaban según los fueros de Aragón y cuantas al margen de los mismos,
con renuncia de la viudedad foral, así como las condiciones para suplirla. A diferencia de
lo que se estaba practicando en la capital aragonesa donde los contratos matrimoniales
acordes con los fueros sobrepasaban el 90 %, en el Altoaragón los porcentajes eran mucho
más bajos —el 25 % en Jaca y la Jacetania, el 6’2 % en el valle de Tena, el 3’4 % en el Alto
Gállego, el 9’7 % en el Somontano oscense y el 11’7 % en el Somontano barbastrense (Ramiro
y Salas Auséns, 2013: 47). Entre las 105 capitulaciones de la comarca de Sobrarbe tan solo
una decena se pactaron de acuerdo con los fueros de Aragón, tres de ellas a hermandad
y de las otras siete en que se reconocía expresamente el derecho a la viudedad foral, una
estaba fechada en 1554 y las otras seis eran de principios del siglo XIX. En las demás se
hacía constar la renuncia a los fueros pero en parte de ellas con excepción expresa de la
viudedad, cuyo disfrute se reconocía al supérstite. La renuncia a la viudedad, muy frecuente
en el siglo XVI, fue decayendo en las centurias siguientes. Entre las 105 capitulaciones del
Somontano oscense publicadas por Gómez de Valenzuela hay 8 renuncias a la viudedad
foral en el siglo XVI, 8 en el XVII y 2 en el XVIII. En cambio, la viudedad no era reconocida
en ninguna ocasión en el siglo XVI, 14 veces en las capitulaciones del siglo XVII y 27 en las
del XVIII. Una tendencia similar se observa en Sobrarbe: en el XVI, 2 reconocimientos de
viudedad foral y 9 renuncias a la misma, en la centuria siguiente, 14 y 26, respectivamente
y, en el XVIII, 26 y 3. A notar que ya desde el XVII comienza a utilizarse la renuncia parcial
a los fueros: “Se renuncian las ventajas forales el uno al otro viceversa, excepto dono
gracioso y derecho de viudedad”.
¿En qué situación quedaba la viuda que había renunciado a la viudedad? La casuística
aquí también es muy variada: había quienes quedaban como señoras mayores de por vida,
normalmente con la salvedad de que debían permanecer como viudas honradas y trabajar
para el bien de la casa. Perdían esa condición si volvían a casarse, pero recuperaban la
dote en los mismos plazos en que había sido entregada y, en su caso, el escrech o aumento
de dote. Podía también darse el caso de que en la capitulación se hubiera previsto que
la viuda pudiera casarse sin salir de la casa. Esta alternativa solía contemplarse cuando
había hijos pequeños incapaces de trabajar las tierras. Pero este extremo debía constar
explícitamente en el documento.
En el supuesto de que los suegros hubieran muerto, también encontramos distintas
variantes. Una de ellas es la intervención de un consejo familiar. Fue lo previsto en la
capitulación de Pedro Gistau, heredero de sus difuntos padres, vecino de Senés, localidad
del Sobrarbe, y María Beguería, de San Juan de Gistau. Pactaban que si él moría antes
con hijos menores de edad e incapazes de poder regir y gobernar los dichos bienes de
calidad que aquellos se hubieren de disminuir y perder, en tal casso es pactado y acordado
que la dicha contrayente se pueda volver a casar en la cassa y bienes desta dotación ... a
conocimiento de dos deudos de cada parte23.
En otras capitulaciones era el marido quien, por si fallecía antes que su esposa, le
abría la posibilidad de volver a casarse sin abandonar la casa. Así se pactaba en el contrato
entre José de Rins y María de Mur y Heredia, ambos infanzones, del lugar de Gistaín:
Casarse en casa era la posibilidad que se daba también a Teresa Cornel, del lugar
de Anciles, que el día previo a la capitulación había contraído matrimonio con Antonio de
Mur, vecino de Serveto. En esta ocasión la posibilidad del casamiento en casa quedaba
condicionada a que a la muerte de Antonio quedaran hijos huérfanos. La novedad respecto
a otros pactos estribaba en que a Teresa se le ofrecían tres posibilidades. La primera que
“con el permiso y aprobación de dos deudos de los más propinquos de cada una de dichas
partes pueda dicha contrayente casar en casa del contrayente”. Otra alternativa era casarse
fuera de la casa. En ese caso podría recuperar la dote en los mismos plazos que la había
entregado una vez transcurrido el año de luto. Pero si quería permanecer viuda quedaría
como señora mayor y usufructuaria con las condiciones normales: ser viuda honesta y
emplear el usufructo, “en compañía, utilidad y beneficio del heredero de dicha casa y demás
familia”26.
Entre las capitulaciones pactadas al margen de los fueros las había realizadas según
la costumbre de Cataluña, expresión explicitada abiertamente o deducida a partir de los
propios términos del pacto. Aparte de la figura del heredero, con preferencia del varón sobre
la mujer y entre aquellos del primogénito sobre sus hermanos, y de la cuantía establecida
como legítima para los desheredados, la diferencia más significativa en la norma catalana
era la situación en que quedaban las viudas, que tras el any de plor debían abandonar la
casa, recuperando su dote, en contraste con el usufructo universal a que los fueros daban
derecho a viudos y viudas aragonesas (Mikes, 2017: 183-184).
No son muchas las capitulaciones en que se reconoce expresamente que se han
pactado según la costumbre catalana, tan sólo dos entre las 105 de Sobrarbe o seis entre
las 112 de la Jacetania. Pero en cambio, en alguna de las comarcas, caso del Somontano
oscense, son frecuentes los pactos en que, sin mencionar al principado catalán, se recoge
la cláusula del año de manto, idéntica al any de plor. El año de manto se contemplaba en
191 de las 341 capitulaciones realizadas entre 1578 y 1634 por los notarios de la localidad
de Loporzano, en que se hacía referencia a la situación en que quedaba la viuda (Salas
Auséns, 2015: 248). Y un comportamiento similar venimos comprobando en un nuevo lote
de capitulaciones de fines del XVI y principios del XVII de las localidades de Bolea y Pertusa,
ambas en la comarca de Hoya de Huesca, en fase de estudio.
Una vez más aparecen en ellas variantes del año de manto. Una era la de dejar elegir
a los herederos mantener en casa a la viuda un año o sacarla, proporcionándole alimentos
durante ese tiempo, posibilidad contemplada en la capitulación de Jaime Pérez de Olivan,
infanzón, e Isabel de Luro, viuda. Uno de los ítems decía:
en caso de disolución del presente matrimonio por muerte del dicho Jayme Pérez de
Olibán, sobreviviéndole la dicha Isabel de Luro, su esposa futura, que en tal caso los herederos
del dicho Jayme Pérez de Olibán hayan y sean tenidos y obligados de tener y mantener en
su casa a la dicha Isabel de Luro, sana y enferma, dándole de comer, beber, vestir y calcar, y
médicos y medicinas y todo lo necesario por tiempo de un anyo del día de la muerte del dicho
Jayme Olibán en adelante contadero, o si no que le hayan de dar para su sustento del dicho
anyo tres cahizes de trigo bueno y mercader, dos nietros de vino bueno de buen sabor y color
y cinquenta sueldos dineros jaqueses y que esté en opción y voluntad de los dichos herederos
de tener y mantener o darle el sobredicho sustento por el sobredicho tiempo de un anyo27.
que en tal caso lo herederos del dicho Pedro de Ayala o Miguel de Ayala, mayor, hayan
de tener y mantener en su casa a la dicha Agostina Salvador sana y enferma, dándole de
comer, beber, vestir y calzar, médico y medicinas y todo lo necesario y esto por tiempo de dos
anyos del día de la muerte del dicho Pedro de Ayala en adelante contaderos y esto si la dicha
Agostina quisiere vivir y habitar en companya dellos y si no que le hayan de dar en cada un
año por el tiempo de los dichos dos anyos seys cahizes de trigo, quatro nietros de vino y cient
sueldos dineros jaqueses en cada un año”28.
6. CONCLUSIONES
A través de los varios centenares de capitulaciones matrimoniales del Alto Aragón
trabajadas, se ha podido claramente percibir el importante papel de la mujer en los sistemas
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RESUMEN
Los Pardo-Tavera, mariscales de Castilla en la Edad Moderna, compraron a la Corona dos
antiguas encomiendas militares a mediados del siglo XVI que se convirtieron en señoríos estables,
caso de Paracuellos de Jarama y Malagón, este último convertido en marquesado en 1599.
Más tarde, los señores de Paracuellos y marqueses de Malagón entroncaron, a partir del siglo
XVII, con otras casas nobiliarias peninsulares, pasando sus archivos a incorporarse sucesivamente,
primero en el siglo XVIII, al de los duques de Santisteban del Puerto y, definitivamente en 1818, al
de los duques de Medinaceli.
El objetivo de este artículo es dar a conocer el archivo de los señores de Paracuellos, desde
su formación hasta nuestros días, tratando de sus escrituras, de su organización documental y su
disposición actual, para facilitar el camino a futuras investigaciones sobre estos fondos.
Para ello, metodológicamente, no solo hemos trabajado en el fondo documental conservado
en el Archivo Ducal de Medinaceli aquí objeto de estudio, revisando sus inventarios y analizando las
marcas dorsales de cada pieza documental, sino también en la documentación de referencia que
se conserva en otros archivos.
ABSTRACT
The Pardo-Tavera family, marshals of Castile during the Modern Age, purchased two military
encomiendas in the middle of the 16th century and transformed these into long-term lordships. One
of these lordships involved Paracuellos de Jarama y Malagón, which became a marchisate in 1599.
Subsequently, from the 17th century onwards, the Lords of Paracuellos and Marquises of
278
Antonio Sánchez González
Malagón established family relations with other noble houses in Spain, as a result of which their
archives passed into the hands of the Dukes of Santisteban del Puerto during the 18th century and,
later, in 1818, into the hands of the Dukes of Medinaceli.
This paper aims to make known the archives of the Lords of Paracuellos, from their creation
to the present day. We will provide detailed analysis of the documents contained and will also cast
some light upon how they are currently organised and arranged, with a view to facilitating future
studies of these documents. In terms of the methodology used, we have not only worked on the
documentary collection kept in the Medinaceli Ducal Archives —the object of this study— reviewing
their inventories and analyzing the reverse of each documentary item, but have also analysed the
reference documentation preserved in other archives.
1. INTRODUCCIÓN
El señorío de Paracuellos de Jarama, entre Madrid y Alcalá de Henares, tras la
conquista del territorio por Alfonso VI a fines del siglo XI pasó a formar parte del reino de
Castilla bajo jurisdicción, primero, del arzobispo de Toledo. Un siglo después, con Alfonso
VIII, tras un efímero período como señorío laico, se convirtió en encomienda de la orden
de Santiago a fines del siglo XII y así permanecerá hasta mediados el siglo XVI, cuando
las mesas maestrales pasaron a la jurisdicción real y Carlos I la vende en 1542 al mariscal
de Castilla Arias Pardo de Saavedra, pasando a esta familia como señorío laico de orden
regular. Poco después, en 1548, el propio señor de Paracuellos compra a la Corona la
encomienda calatrava de Malagón, en tierras manchegas, un señorío que se convierte en
1599 en marquesado por merced del rey Felipe III.
Los señores de Paracuellos, marqueses de Malagón y mariscales de Castilla de la
Casa Pardo-Tavera, por sucesivas alianzas matrimoniales, entroncaron a principios del
siglo XVII con otras casas nobiliarias como la de los Ulloa, condes de Villalonso, y luego
con la de Saavedra, condes de Castellar. E incluso, todas juntas, ya en el siglo XVIII se iban
a agregar a la Casa de Santisteban del Puerto, con la que llegó el señorío de Paracuellos
de Jarama a la Casa de Medinaceli, a punto ya de extinguirse los señoríos jurisdiccionales.
Como consecuencia de todas esas alianzas, el archivo patrimonial de los señores de
Paracuellos de Jarama, mariscales de Castilla, integrado con escrituras que desde el siglo
XI estaban en el convento de Uclés de la orden de Santiago y creado en el siglo XVI en la
propia villa madrileña de la cuenca media del Jarama, dentro de la casa-palacio que allí
tuvieron los Pardo-Tavera marqueses de Malagón, se transfirió a Madrid en el siglo XVIII para
incorporarse, primero, al de Santisteban del Puerto en el palacio que estos tenían en la Plaza
de San Pedro y, con él en 1818, al Archivo General de la Casa Ducal de Medinaceli en el
majestuoso palacio que estos poseían en el Paseo del Prado. En tales unidades archivísticas
superiores se acabó de organizar el fondo señorial de Paracuellos, como el del marquesado
de Malagón, bajo los parámetros establecidos por estos nobles en sus archivos.
Nuestro objetivo aquí no es otro que difundir los contenidos de este archivo señorial
paracuellense, además de perfilar su sistema de organización documental durante los siglos
XVIII y XIX, así como trazar la evolución secular del fondo archivístico desde su etapa de
encomienda de la orden de Santiago y, fundamentalmente, a partir de mediados del siglo
1 Archivo Ducal de Medinaceli (en adelante ADM), Privilegios Rodados, nº 1. Véase Sánchez, 2012: 397-
399. Fue editado antes por González, 1960: II, 384-386 (doc. 230) y por Romero Tallafigo et al., 2003: 112-113
(doc. 10). Ya era conocido por García del Arroyo, [1946]: 73 (doc. 76).
2 En 1178 y 1179, suscribe Ferrán Martínez de Hita con su primo Armengol de Urgel sendas escrituras de
convenio y concordia, respectivamente, sobre la heredad de Paracuellos. Real Academia de la Historia (RAH)
Colección Salazar y Castro (Col SyC), leg. B, carp. 10, nº 50 y fol. 40v.
3 ADM, Privilegios Rodados, nº 5 (Procedencia: ADM, Paracuellos, 1-2). Véase Sánchez, 2012: 146-147
(doc. 646). En 1190, según el Tumbo antiguo de Castilla, libro II, carta 15, Ferrán Martínez de Hita y su esposa
Urraca donan Paracuellos a la Orden (RAH, Col SyC, leg. B, carp. 10, fol. 41). Véanse los trabajos de Segura,
1982 y Urquiaga, 2000.
4 RAH, Col SyC, leg. M, carp. 8, fols. 22-23.
5 Archivo Histórico Nacional (AHN), Ordenes Militares, Uclés, leg. 328, núm.13 y carp. 260, nº 9. RAH, Col
SyC, leg. M, carp. 8, fol. 43. Véase Rivera, 1985: 401 (doc. nº 193).
[...] vendemos a vos Arias Pardo, mariscal de Castilla, para vos y vuestros herederos y
sucesores después de vos, y para quien vos quisiéredes o por bien tuviéredes… título o cau-
sa para siempre jamás de la villa de Paracuellos, con su fortaleza y con todos sus términos
y dependencias, montes, prados, pastos, dehesas, abrevaderos, aguas estantes, corrientes
y manantes, y con todos sus vasallos, jurisdicción civil y criminal, mero y mixto imperio [...]9.
El mediador que actuó en la operación fue el único tío paterno de Arias Pardo de
Saavedra, Juan Pardo Tavera, arzobispo de Toledo y cardenal primado de España, quien
además cedía al mariscal para la adquisición de aquella extinta encomienda la cantidad de
19.703.829 maravedís, es decir, casi la mitad del montante de la compraventa10.
No fue esta la única donación que el cardenal hacía a “nuestro sobrino, que se a
criado en nuestra cassa e tenemos en lugar de hijo”, único hijo varón de su hermano mayor
Diego de Deza, pues desde décadas atrás le venía haciendo importantes legados de casas,
heredades y cortijos en el reino de Sevilla, de los que progresivamente se fue desprendiendo
el prelado.
Así, la primera escritura de donación a favor de su sobrino ya la había otorgado Juan
Pardo Tavera en Sevilla el 8 de octubre de 151711, siendo obispo de Ciudad Rodrigo y
residente en la ciudad hispalense, aún en vida de su único hermano12, y afectó a diversos
bienes rústicos en Constantina (heredad de Majalimar, donadío de las Santeras…) y parte
de los que poseía en el lugar de Villanueva del Río (donadíos de la Vega y Antona Pérez,
etc.)13. La segunda escritura había sido suscrita en Valladolid el 16 de marzo de 1524,
siendo Tavera obispo de Osma, y se trató de un conjunto de bienes que poseía en término
de Utrera (donadíos de Pardales, Zarracatinejos y otros), más los que tenía en Valencina
del Hoyo o del Alcor (tierras de La Lampa) y parte de los de Villanueva del Río14. Y aún
hubo una tercera escritura de donación, dada en Medina del Campo el 1 de julio de 1532
siendo ya Juan Tavera arzobispo de Santiago de Compostela, donándole los bienes que
tenía en Las Cabezas de San Juan (donadío de La Palmilla) y algunas rentas en la ciudad
de Sevilla15.
Pero, además, Arias Pardo había recibido en su momento la correspondiente herencia
de sus progenitores. Así, en 1517, a la muerte de su padre Diego Pardo de Deza, heredó
los bienes que le correspondieron. Este, en su testamento, mejoró a su único hijo varón
legítimo en el tercio de todos sus bienes:
[...] quiero y es mi voluntad que pueda aver y aya el dicho tercio y remanente del quinto
de todos mis bienes en toda mi heredad, que yo he e tengo en Valencina del Alcor, lugar del
Axarafe de Sevilla, en que hay casas y molinos de moler aceituna e olivares y casas de coge-
deras, y con todo a la dicha heredad anexo y perteneciente [...]16.
9 Ibídem. Moxó reproduce el dispositivo en las pp. 343-345 del mismo trabajo.
10 Véase ADM, Malagón, 6-12, documento extractado por Campo, 1997: 740-746.
11 ADM, Partido de Sevilla, 1-1.
12 Podría ya encontrarse enfermo Diego de Deza, padre de Arias Pardo, pues había testado en Sevilla el
pasado 5 de septiembre (ADM, Partido de Sevilla, 2-58) y falleció poco después dentro del mismo año de
1517.
13 Un desglose de los bienes del obispo Tavera en el reino de Sevilla, con el pormenor de los muchos de
ellos donados sucesivamente a Arias Pardo, en Sánchez (en prensa).
14 ADM, Partido de Sevilla, 1-2.
15 ADM, Partido de Sevilla, 3-52. En la referencia a esta donación, es donde el cardenal llama a Arias Pardo
«nuestro sobrino, que se a criado en nuestra cassa e tenemos en lugar de hijo» (ADM, Partido de Sevilla, 1-4).
16 ADM, Partido de Sevilla, 2–58.
También recibió Arias Pardo en 1526 diversos bienes a la muerte de su madre María
de Saavedra, la mayor de las hijas del mariscal de Castilla Gonzalo de Saavedra, que vivía
por entonces17. Salazar y Mendoza (1603: 389), se refería a esta herencia, en palabras
más bien hiperbólicas, refiriendo que “succedió en una casa muy rica”. También su tía
materna Juana de Saavedra hizo una cesión de su legítima herencia paterna y materna en
su sobrino Arias Pardo con fecha 20 de agosto de 153218. Un año antes falleció su abuelo
materno, Gonzalo de Saavedra, de quien recibió la mariscalía de Castilla y el cargo de
alcalde mayor de la ciudad de Sevilla además de otros bienes.
Sin embargo, no cabe la menor duda de que la mayor parte del patrimonio de Arias
Pardo le llegó al mariscal de su tío el cardenal Tavera.
17 Por un inventario de bienes mandado a realizar por el propio Arias Pardo a fines de 1548 de toda su
hacienda en la ciudad de Sevilla y su tierra, al que luego aludiremos, conocemos todo su patrimonio por
entonces (ADM, Partido de Sevilla, 5–28).
18 ADM, Partido de Sevilla, 10-49.
19 ADM, Malagón, 1-21, AHN, Órdenes (Consejo), leg. 4401 y Archivo Histórico de la Nobleza (AHNOB),
Frías, caja 1487 nº 1. Véase Campo, 2000.
20 ADM, Partido de Sevilla, 1-13 y 5-17.
21 ADM, Partido de Sevilla, 5-17 (Sevilla, 16 agosto 1559). En la autorización solicitada al rey para la venta
de dichas casas, que se tasa en 40.000 ducados, se incluye también la heredad de Valencina del Alcor.
22 Esta vendida por entonces a Diego Caballero, mercader y funcionario de la Casa de Contratación. Véase
Otte, 2003: 331.
pierde Arias Pardo el oficio de la alcaldía de Sevilla, que había heredado de su abuelo materno
Gonzalo de Saavedra, siendo compensado por Carlos I con 10.000 ducados (Franco, 2001:
270)23. Con el mismo fin de saldar su deuda sobre Malagón, al año siguiente, el 27 de octubre
de 1549, Arias Pardo vende a Alonso Pesguer un juro de 40.000 maravedís anuales sobre el
almojarifazgo mayor de Sevilla y otras rentas de la ciudad24. También por entonces estipula
el mariscal la venta a Diego González de Medina de un juro de 50.000 maravedís sobre las
alcabalas de las carnicerías de Sevilla25, rentas que Arias Pardo ya había comprometido para
entregarlas a la Corona como parte del pago aplazado (Campo, 1997: 115).
Arias Pardo tomó así posesión, como señorío pleno, de una antigua encomienda
situada en pleno Campo de Calatrava que no había resultado nada barata, sino todo lo
contrario. Aspiraría a ser señor de vasallos y lo había conseguido. Fue lo que siempre había
perseguido la línea de los primeros mariscales de la Casa de Saavedra.
Evidentemente para entonces, a mediados del siglo XVI, el estado de Malagón y sus
señoríos agregados tenían más que perfilados sus límites territoriales. El dominio principal
quedaba emplazado en la zona septentrional de la actual provincia de Ciudad Real lindando
con la de Toledo. Los montes toledanos le daban así la linde norte; por el este, confinaba
el estado con los términos de Villarrubia de los Ojos, Daimiel y Torralba de Calatrava; por
el sur, esta misma población y la de Piedrabuena, junto con el señorío agregado de Fernán
Caballero; y por el oeste, servían de límites los términos de Retuerta del Bullaque y Alcoba
de los Montes. Por la parte más occidental, el estado de Malagón incluía el lugar de Porzuna,
que atravesaba el río Bullaque y la cañada real toledana; le seguía la capital, Malagón, cuyo
término quedaba cruzado por las aguas del Bañuelos; más al norte quedaba el lugar de
Los Cortijos; y, por el este, Fuente el Fresno, como dominio más oriental26. En conjunto, la
extensión superficial del marquesado se aproximaba a los 891’95 kilómetros cuadrados.
Fuera quedaban los dos señoríos agregados: el de Fernán Caballero, que lindaba con
la parte meridional del estado principal (103’55 kilómetros cuadrados) y, obviamente, el que
aquí venimos tratando de Paracuellos (con 43´87 kilómetros cuadrados).
Era ya momento de garantizar la sucesión de los nuevos bienes adquiridos en el
mayorazgo familiar (Paracuellos y Malagón, especialmente), lo que hizo el mariscal el 26 de
julio de 155727, imponiendo el apellido Pardo-Tavera y armas correspondientes al heredero
(en recuerdo de su tío, el cardenal), un mayorazgo que confirmará después en su último
testamento.
Previamente, en Toledo, el 11 de junio de 1560 le otorga el rey Felipe II –a petición
del propio Arias Pardo– real provisión facultando a su mariscal de Castilla para subrogar
los bienes que poseía en el reino de Sevilla por donación y vínculo de su tío D. Juan Pardo
Tavera, desde cuando este era obispo de Ciudad Rodrigo y de Osma, a la vez que para
ampliar el mayorazgo incluyendo las villas de Malagón y Porzuna28.
No sólo estas, sino también Paracuellos de Jarama con sus posesiones anejas, fueron
incluidas finalmente en el citado mayorazgo que ratificó Arias Pardo el 9 de enero de 1561,
al tiempo de ordenar su testamento29. Cinco días después fallecía en Toledo.
El beneficiario de esta rica herencia, por la línea de primogenitura que imponía este
mayorazgo regular, sería el primogénito –llamado como el cardenal, Juan Pardo Tavera– de
los cinco hijos habidos del segundo matrimonio del mariscal con Luisa de la Cerda, hija del
segundo duque de Medinaceli Juan de la Cerda. Sin embargo, Juan Pardo Tavera (1550–
1571), II Señor de Paracuellos, Malagón y Fernán Caballero, no pudo disfrutar mucho
tiempo de este mayorazgo pues apenas vivió 21 años, siendo su madre quien se ocupara
de administrar los bienes (Sánchez, 2016: 211).
Muerto el joven Juan Pardo, soltero y sin descendencia, el 22 de octubre de 1571,
otra hija de Arias Pardo y de Luisa de la Cerda, llamada Guiomar Pardo Tavera (†1622),
sucede en el mayorazgo también en edad juvenil. Tres años después de esta herencia, la
señora de Malagón y Paracuellos contraía nupcias con Juan de Zúñiga Requesens, señor
de Martorell, un matrimonio que se truncaba al poco tiempo por muerte de éste; y en 1578
casaba de nuevo la joven Guiomar con Juan Enríquez de Guzmán y Toledo, hijo de los
condes de Alba de Liste. A estos, el 16 de febrero de 1599, el recién entronizado monarca
Felipe III les concedió conjuntamente –a él con nombre de Juan Pardo, precisamente por
imperativo del mayorazgo– el título de primeros Marqueses de Malagón30, elevándose de
esta forma a rango de marquesado el antiguo dominio calatravo.
26 Una profundización de la evolución histórica de estos lugares y de sus aspectos geográficos en Corchado,
1982 y 1984.
27 ADM, Malagón, 6-9. Véase también ADM, Paracuellos, 7-60.
28 ADM, Partido de Sevilla, 1- 2.
29 ADM, Malagón, 6-11.
30 ADM, Archivo Histórico, 272-34 (antigua caja 2 nº 34-R).
31 Véase ADM, Malagón, 10-28: Capítulos matrimoniales para el enlace. Madrid, 17 abril 1606.
32 Véase ADM, Medinaceli-Desvinculación, 287-19.
33 ADM, Castellar, 5-15.
34 ADM, Castellar, 5-16: Capítulos matrimoniales para este enlace (6 de noviembre 1632).
35 ADM, Castellar, 5-25.
36 Un estudio muy completo de esta casa nobiliaria en Sánchez, 2015.
37 Véase Sánchez, 2017: 331.
38 Este palacio hoy alberga la Casa de Niños Picón, centro educativo perteneciente a la Comunidad de
Madrid, que conserva el patio del siglo XVI.
histórico castillo de la villa que había sido adaptado a casa-palacio por Arias Pardo y Luisa
de la Cerda en el tercer cuarto del siglo XVI tras la adquisición de la extinta encomienda
(Melero, 2005: 60-61). Sabemos incluso que el nuevo titular del señorío hubo de reclamar al
Sacro Convento de Calatrava la entrega de los documentos originales del anterior período
calatravo39 y lo mismo debió hacer al Convento de Uclés para con la documentación de
Paracuellos.
Además, los marqueses de Malagón y señores de Paracuellos poseían en Sevilla el
archivo patrimonial originario de los antiguos mariscales de Castilla de la Casa de Saavedra
que los Pardo-Tavera conservaron para administrar las posesiones de la zona, que también
se nutría del fondo documental legado a la familia en las primeras décadas del siglo XVI, el
por entonces canónigo, chantre y provisor del cabildo catedralicio hispalense, además de
vicario general de aquel arzobispado, D. Juan Pardo Tavera, que formó parte del originario
archivo personal del futuro cardenal primado.
En estas tres sedes (Paracuellos, Malagón y Sevilla) permanecieron los fondos de
estos nobles hasta bien entrado el siglo XVIII. Eran, por tanto, tiempos en los que los
archivos señoriales se mantenían cercanos a los estados administrados.
39 ADM, Malagón, 2-2. En el documento se expresa que “[...] se le han de entregar originalmente todas
las escrituras, bulas, provisiones, privilegios, visitaciones, amojonamientos y otras qualesquier escrituras
que estuvieren en el dicho Archivo tocante a la dicha villa, sus terminos e jurisdiccion [...] para en guarda y
conservacion de su derecho[...]”. De ahí que la documentación del Archivo que nos ocupa arranque del año
1180, prueba evidente de que las escrituras fueron entregadas a los nuevos señores.
40 El archivo de este condado castellanoleonés radicaba entonces en la ciudad de Toro.
41 La documentación del condado de Castellar, también de los Saavedra, se emplazaba desde el siglo XV
en el castillo-fortaleza de esta villa gaditana próxima a Gibraltar.
42 Sobre esta casa-palacio, consúltese ADM, Santisteban, 28-12 a 30. Véase Sánchez, 2015: 109-112.
43 Véase todo el proceso de concentración archivística de los diversos fondos en Sánchez, 2015: 103-108.
El primer conjunto documental que tomó rumbo hasta la capital del reino fue el del
estado principal de Santisteban del Puerto y los de sus señoríos próximos y agregados
de Solera, Espelúy e Ibros, desde tierras jienenses, lo que resulta del todo lógico. Estos
fondos formarían, por tanto, el embrión o núcleo forjador del Archivo General de la Casa
(Sánchez, 2015: 104). Los restantes integrantes se irían agrupando paulatinamente al
depósito archivístico e incluso algunos de ellos se resistirían a llegar por el momento.
A continuación, los siguientes fondos que llegan a Madrid fueron precisamente los de
los estados de Ana Catalina de la Cueva Arias de Saavedra, la esposa del conde Manuel
de Benavides, entre ellos los de Paracuellos, el marquesado de Malagón y la contaduría
sevillana de los bienes de los mariscales, que ya se encuentran en la capital del reino, junto
al de Santisteban, al iniciarse la tercera década del mismo siglo XVIII44.
Más adelante, a raíz de la unión de las Casas de Santisteban del Puerto y Medinaceli,
se propiciaría la ulterior integración de ambos archivos generales en un depósito único.
Habría que esperar, no obstante, a que pasara la convulsa etapa de la Guerra de la
Independencia española para que el heredero de ambas casas, Luis Joaquín Fernández
de Córdoba y Benavides, ordenara en 1818 la transferencia del archivo de Santisteban a la
sede del Archivo Ducal de Medinaceli, ubicado en el majestuoso palacio que estos tenían
en el madrileño Paseo del Prado.
Y, en adelante, la documentación que aquí tratamos ya no abandonaría el Archivo
Ducal de Medinaceli, tanto en Madrid (1818-1961) como después en la “Casa de Pilatos”
de Sevilla (1961-1995) y, por último, en Toledo –desde 1995–, dentro del Palacio Tavera
(antiguo Hospital de San Juan Bautista), donde hoy permanece.
El estado de Malagón se compone de siete papeleras ó cajones […], dos ocupa el partido
de Paracuellos como caueza de esta Casa; otros dos ocupa el partido de Malagón; otros dos
ocupa el partido de dicha ciudad de Seuilla por hauer en ella vienes [sic] pertenecientes a
Castellar y Malagón; y el otro ocupa el partido de Toledo46.
Esta mención al fondo de Paracuellos viene a confirmarnos que este archivo señorial,
como el marquesal de Malagón, ya habían llegado –juntos o por separado con esos
otros fondos de sus dominios– a la Casa Grande madrileña de los Santisteban en esos
años. Había, pues, una sección Paracuellos, otra Malagón y otra Sevilla (entre las 17 que
componían por entonces el Archivo Ducal de Santisteban, una para cada uno de los estados
47 Pronto reducidas a 15 por agrupación de dos parejas de secciones homogéneas. Una de ellas fue,
precisamente, la integración en la sección Malagón, de los papeles de la administración en Toledo de los
Pardo-Tavera.
48 ADM, Santisteban, 39-2, exp. 2. Unas generalidades sobre los contenidos de los archivos nobiliarios en
Lafuente, 2010: 38-73.
49 También hizo, obviamente, otro para la sección del marquesado de Malagón.
50 Esto repercutió en que, aún en nuestros días, resulte complejo a veces localizar un determinado documento
dentro del fondo.
51 Ese mismo año el Archivo Ducal de Santisteban quedó reglamentado por las Instrucciones dadas desde
Aranjuez por Antonio de Benavides, VII marqués de Malagón, señor de Paracuellos, II duque de Santisteban
y otros tantos títulos.
52 Este archivero, en realidad, aportó muy poco (Sánchez, 2015: 131-133).
53 ADM, Santisteban, 39-2, exps. 5 y 7.
54 Igual ocurrió con la de Malagón. Véase Sánchez, 2015: 133-139.
55 Más datos en Sánchez, 2015: 149-160.
56 Arana fue un leal servidor de la Casa pues defendió los archivos y todo el patrimonio ducal como si fuera
suyo durante los difíciles años de la guerra de la Independencia (véase Sánchez, 2015: 152-167).
57 El Archivo Ducal de Medinaceli, en su conjunto, estaba entonces integrado en 42 secciones, con 3.864
legajos, 502 libros y 37 documentos sueltos, que se custodiaban en las 460 papeleras del depósito.
Tabla 2. Disposición del fondo del marquesado de Malagón y otros bienes de la Casa en el
Archivo Ducal de Medinaceli (1886)
Nº Nº DOCS. Nº
SIGNATURA SERIES
LEGAJOS SUELTOS LIBROS
Papelera 1ª Poderes 1
Idem Inventarios 1
Papelera 2ª Papeles referentes á este estado
(Leg. 1 á 9, 11 á 13, 19 y 20) 14
Papelera 3ª Idem (Leg. 10, 14 á 18 y 21 á 25) 11
Papelera 4ª Reconocimientos de censos en 8
Fiñana
Idem Escrituras de censos en Fiñana 3
Idem Apeo, deslinde, tasación, etc. 1
Papelera 5ª —vacía —
Papelera 6ª Papeles pertenecientes á
Paracuellos (Leg. 1º á 19) 19
Papelera 7ª Fiñana: Hospital de San Juan
Bautista de Toledo (Leg. 1º á 6º) 6
Papelera 8ª Fiñana: Idem (Leg. 7º) 1
Papelera 9ª —vacía —
Papelera 10 Papeles pertenecientes á Sevilla
(Leg. 1º á 6º, 8º á 14 y uno sin 14
numeración)
Papelera 11 Idem (Leg. 7, 15 á 17, 19 á 25 y
uno sin numerar) 12
Papelera 12 Escrituras de reconocimiento de
censos, autos, etc. de Valencina 1
Idem Idem de Villanueva del Río 1
Idem Idem de Utrera 1
Para entonces ya estaba vigente en el archivo ducal el nuevo ciclo archivístico que
nosotros denominamos de la “Desvinculación señorial”58, hoy mantenido en el depósito.
58 Se trata del período que arranca con la abolición de los mayorazgos y de los señoríos jurisdiccionales,
que coincide con la entrada del régimen político del liberalismo en España, en el que la nobleza sufre una
gran transformación que afectó también a sus archivos (véase Sánchez, 2017). En ese contexto, la sección
Paracuellos quedó oculta dentro de la sección Medinaceli–Desvinculación, integrada en los legajos 180 a
186, hasta que procedimos el darle carácter independiente que hoy tiene durante nuestra etapa de director
1. GESTIÓN DE LA DOCUMENTACIÓN
1.1. Apuntamientos: informes de los archiveros sobre diversas materias concernientes al señorío
2. DESCENDENCIA Y SUCESIÓN
2.1. Fundaciones y agregaciones de mayorazgos
3. PATRIMONIO
3.1. Títulos de dominio y jurisdicción
3.2. Apeos del término
3.3. Pastos
3.4. Tierras y dehesas (Belvis de Jarama, Valdemartibáñez, Majuelos de Rinconada, Jarama,
El Barco de Villanueva, Sotocastaños, Saceda, Palomarejo, Retama, Tabla del Río, Madrevie-
ja, etc.)
3.5. Heredades (El Burrillo, Viñuelas, Cobeña…)
3.6. Tierras baldías
3.7. Molinos y otros bienes
3.8. Casas, tierras, olivares, viñas
3.9. Regalías señoriales
3.10. Tomas de posesión
4. PATRONATOS, CAPELLANÍAS, CURATOS Y PROVISIONES ECLESIÁSTICAS
4.1. Iglesia parroquial de Paracuellos
4.2. Convento franciscano de San Luis
4.3. Patronazgo de la provincia de San José, de la orden franciscana
4.4. Hospital de Paracuellos
5. OFICIOS Y DIGNIDADES
5.1. Nombramientos de oficiales del señorío
6. CONTABILIDAD
6.1. Cuentas y relaciones de rentas
6.2. Diezmos
6.3. Alcabalas y tercias
6.4. Censos
6.5. Martiniegas, mostrencos, portazgos, pecho de San Miguel y Rentillas
6.6. Penas de cámara
7. VARIOS
7.1. “Papeles inútiles”: ejecutorias, etc.
5. CONCLUSIONES
El antiguo fondo documental del señorío paracuellense se compone de varios
centenares de diplomas, custodiados hoy en su mayor parte en los 7 legajos referidos
del Archivo Ducal, más algunas piezas sueltas o pequeñas series distribuidas en otras
secciones del mismo depósito ‒también de estados señoriales con los que los Pardo-Tavera
tuvieron relación parental‒ como las de Santisteban, Villalonso y Castellar, además de en la
miscelánea denominada Archivo Histórico y en las facticias Privilegios rodados y Mapas y
Planos. Obviamente, el complemento natural de este fondo de Paracuellos se encuentra en
la sección Malagón del mismo archivo.
A fines del siglo XIX y en los comienzos del XX, con el citado archivero Paz y Mélia,
pasaron a formar parte de dicha miscelánea histórica alguna correspondencia real y
particular de varios señores de Paracuellos y marqueses de Malagón, junto a un grupo
de reales cédulas y provisiones de concesión de mercedes y otros privilegios, además de
abundante correspondencia de valija diplomática de algunos señores, condes y duques59,
aparte otra correspondencia y documentación sobre funciones gubernativas desempeñadas
por algunos de estos nobles en Italia, Perú, etc. durante la Edad Moderna60. Parte de esta
documentación ya ha sido dada a conocer, pero solo en aspectos muy parciales61, estando
pendiente una obra de conjunto de este señorío madrileño.
De la documentación paracuellense, el Archivo de la Casa Ducal de Medinaceli conserva
como instrumento de descripción útil aquel antiguo inventario de Terán denominado Libro
del Partido de Paracuellos, que sustituyó al anterior de Brochero, ambos del siglo XVIII,
refrendo de cuando se organizó la mayor parte de la documentación del señorío, junto
con las fichas catalográficas realizadas por Paz y Mélia a fines del siglo XIX que aún se
conservan. El propio sistema orgánico que se estableció en este fondo ‒como en el resto del
archivo‒ con la documentación, pieza a pieza, descrita en las carpetillas o “guardas” de cada
documento, realizada por los distintos archiveros, ayuda a la identificación y conocimiento
del contenido de toda la documentación del señorío.
Sirva, además, de contribución al conocimiento de este antiguo fondo la guía que in-
cluimos nosotros aquí (tabla 4), con descripción de sus series, las fechas extremas y la sig-
natura de localización de los documentos, como aportación para quien necesite la consulta
de esta documentación madrileña que forma parte del Archivo General de la Fundación
Casa Ducal de Medinaceli.
59 De los condes Manuel y Antonio de Benavides, I duque y II duque de Santisteban del Puerto,
respectivamente. Véase ADM, Archivo Histórico, leg. 80 nos. 49-74.
60 ADM, Archivo Histórico, leg 74, ramos 10 a 15, y leg. 75, ramos 1 a 40, más leg. 80, ramo 24, docs. 1 a 28.
61 Por ejemplo, del conde que fue virrey del Perú y otros ya referidos.
Nº Docs. y
Nº Legs
Expdtes,
- Heredades:
1338-1792 “ 3 52-56
o El Burrillo, Viñuelas, Cobeña, Madrid, Vallecas y “ 4 1-34
Móstoles. “ 5 1-18
“ 6 56
1516-1558 “ 5 19-30
o Molino del Quemado
1570-1819 “
o Convento franciscano de San Luis de Paracuellos y patronazgo 7 41-52
de la Provincia de San José de la misma orden ….. 1619-1761 “
7 53-57
- Tierras baldías
1557-1561 PARACUELLOS
7 60 (4 docs.)
- Fundaciones y agregaciones de mayorazgos
Siglo XIX “
- Apuntamientos: Informes elaborados por los archiveros sobre 7 65
diversas materias relacionadas con el partido de Paracuellos
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RESUMEN
El triunfo del pronunciamiento del coronel Riego en Cabezas de San Juan supuso cambios en
el patrimonio real. Los liberales lo consideraban un anacronismo que debía de ser abolido, siendo
la nación la nueva titular de sus derechos y bienes y la que señalaría los espacios destinados o
reservados al monarca y a su familia necesarios para el decoro y desempeño de sus funciones,
de acuerdo con lo dispuesto en la Constitución de 1812. Además, en un contexto de necesidad
de la hacienda nacional estos espacios, una vez nacionalizados generarían una importante fuente
de ingresos. En este trabajo, a través de documentación primaria, fundamentalmente del Archivo
General de Palacio, analizaremos el proceso de cesión por parte de la corona de una serie de
bienes y espacios reales a la nación, —nada despreciables— las consideraciones que este proceso
generó entre los liberales y los cambios que está cesión produjo en la gestión del patrimonio real.
Sin embargo, el fin del Trienio impidió que se consolidase una línea de actuación concreta sobre el
real patrimonio
Palabras clave: Trienio liberal, Fernando VII, reales sitios, patrimonio real, patrimonio nacional.
Topónimos: España.
Período: 1820-1823.
* Este trabajo se inscribe dentro de las actuaciones de los proyectos ‘Madrid, Sociedad y Patrimonio: pasado
y turismo cultural” (H2019/HUM-5989) del Programa de actividades de I+D entre grupos de investigación
de la CAM en Ciencias Sociales y Humanidades 2019, cofinanciado por el Fondo Social Europeo y “Las
raíces materiales e inmateriales del conservacionismo ambiental de la Península Ibérica (siglos XV-XIX)”
(SUSTINERE), acción financiada por la Comunidad de Madrid en el marco del Convenio Plurianual con la
Universidad Rey Juan Carlos en la línea de actuación 1, Programa de “Estímulo a la investigación de jóvenes
doctores”
298
Félix Labrador Arroyo
ABSTRACT
The triumph of Colonel Riego’s pronunciamiento in Cabezas de San Juan resulted in changes
in royal heritage. The liberals regarded the latter as an anachronism that needed to be abolished:
the nation was now the new owner of its rights and assets. In accordance with what had been
established in the Constitution of 1812, it was the nation that had to determine the space reserved for
the king and his family, to ensure decorum and the discharge of their duties. Moreover, in the context
of the necessities of the national treasury, these spaces, once nationalised, would constitute an
important source of income. This article, through primary sources mainly from the “Archivo Nacional
de Palacio”, analyses the process of transfer of a significant series of assets and royal spaces from
the Crown to the nation, the debate this generated among the liberals and the consequences this
cession had for the management of royal heritage. Nevertheless, the end of the Trienio impeded the
consolidation of a concrete line of action vis-à-vis royal heritage.
Key words: Trienio liberal, Fernando VII, Royal Sites, Royal Heritage, National Heritage.
Toponyms: Spain.
Period: 1820-1823.
1. INTRODUCCIÓN
Algunos de los diferentes decretos aprobados por las Cortes gaditanas entre 1811 y
1813, así como la Constitución de 1812, trataban de redefinir el papel de los bienes de la
Corona atendiendo a los ideales constitucionales y al nuevo modelo de Estado, donde la
soberanía recaía en la Nación1. De este modo, por ejemplo, en la Constitución se estableció
la separación entre la Corona y el Estado y la limitación del patrimonio real, al reconocer
la existencia de unos bienes vinculados a la institución monárquica, pero de los que el
soberano no podía disponer libremente2 y, poco después, en el Decreto de 11 de octubre
de 1813, se reconocía que “en España no se conocía patrimonio privado del rey, y esta
declaración sería opuesta al sistema constitucional, según el cual, las Cortes debían de
señalar su dotación y los palacios propios para su recreo”3.
En 1814, Fernando VII declaraba nulos los actos emanados en Cádiz, así como la
propia Constitución, reafirmando el carácter privado del patrimonio real4. Sin embargo, las
ideas liberales volvieron a imponerse tras el éxito del pronunciamiento de Rafael de Riego,
el primero de enero de 1820, en Cabezas de San Juan. Para los liberales el patrimonio
real era algo anacrónico, que debía de ser abolido, al ser la nación la nueva titular de sus
derechos. Al mismo tiempo, se convertía en una importante fuente de recursos para la
hacienda5. Ahora bien, se reconocía que se tenía que destinar o reservar al monarca y a
1 E. García Monerris y C. García Monerris, Las cosas del rey. Historia política de una desavenencia (1808-
1874), Madrid, Akal, 2015, p. 12. En este trabajo no analizaremos el patrimonio real en la Corona de Aragón
magistralmente estudiado en esta obra.
2 M. Artola y R. Flaquer Montequi, La Constitución de 1812, Madrid, Iustel, 2008, p. 107.
3 Véase, C. García Monerris y E. García Monerris, “La nación y su dominio: el lugar de la corona”, en Historia
Constitucional.Revista electrónica, 5, (2004), p. 187 y F. Cos-Gayón, Historia jurídica del Patrimonio Real,
Madrid, Imprenta de Enrique de la Riva, 1881, p. 142.
4 Sobre este proceso véase F. Labrador Arroyo, “’Naturaleza y esencia de los artículos productivos’. La
situación del patrimonio real entre 1814-1820”, Tiempos Modernos. Revista Electrónica de Historia Moderna,
39.2, (2019), pp. 488-512 y E. García Monerris y C. García Monerris, “Las cosas del rey”, en Las cosas del
rey..., pp. 51-60.
5 Para un contexto general, véanse los clásicos, pero todavía vigentes estudios de J. Fontana, Hacienda y
Estado en la crisis del antiguo régimen español: 1820-1833, Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1973, M.
Artola, La Hacienda del siglo XIX, progresistas y moderados, Madrid, Alianza Universidad, 1986, F. Comín,
Las cuentas de la hacienda preliberal en España (1800- 1855), Madrid, Servicio de Estudios del Banco de
España, 1990.
6 E. García Monerris y C. García Monerris, “Monarquía y patrimonio en tiempos de revolución en
España”, Diacronie [En línea], 16.4 (2013), pp. 2-3. Puesto en línea el 1 diciembre 2013, consultado el 30 abril
2019. URL: http://journals.openedition.org/diacronie/855; DOI : 10.4000/diacronie.855
7 B. E. Buldain Jaca, “El poder en 1820: la Junta Provisional y el Gobierno”, Espacio, Tiempo y Forma. Serie
V. Historia Contemporánea, 1, (1988), p. 21.
8 Archivo General de Palacio (en adelante AGP), Reinados, Fernando VII, caja 330, exp. 15.
9 Ibíd, exp. 16. Esta situación se confirmó por orden de 24 de septiembre de 1820. A.M. Moral Roncal, El
enemigo en Palacio: afrancesados, liberales y carlistas en la Real Casa y Patrimonio (1814-1843), Alcalá de
Henares, Universidad de Alcalá, 2005, pp. 77-87 y D. del M. Sánchez González, “El tránsito de la casa de
Fernando VII a la de Isabel II: la Junta de Gobierno de la Casa Real y Patrimonio (1815-1840)”, en Corte y
Monarquía en España, Madrid, UNED, 2003, pp. 29-66.
10 AGP, Administración General (en adelante AG), leg. 359.
11 E. García Monerris y C. García Monerris, Las cosas del rey..., p. 70.
12 L. López Rodó, El Patrimonio Nacional, Madrid, CSIC, 1954, p. 181. Gaceta de Madrid, de 9 de mayo de
1820, núm. 61, p. 391. Disponible en: https://www.boe.es/buscar/gazeta.php (Consultado el 14-7-2019)
13 Colección de los decretos y órdenes que han expedido las Cortes Generales y Extraordinarias desde su
instalación en 24 de septiembre de 1810 hasta igual fecha de 1811, Cádiz, Imprenta real, 1811, pp. 193-196.
Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/coleccion-de-los-decretos-y-ordenes-que-han-
expedido-las-cortes-generales-y-extraordinarias-desde-su-instalacion-en-24-de-septiembre-de-1810-hast-
a-igual-fecha-de-1811--0/html/0027b5e4-82b2-11df-acc7-002185ce6064_128.html (consultado el 6-8-2019).
14 Propiedades de San Fernando, AGP, AG, leg. 359.
15 La información fue, posteriormente, remitida desde la mayordomía mayor al Ministerio de la Hacienda
encabezado por José Canga Argüelles. Al mismo tiempo, y en sentido contrario, comenzaron a llegar
reclamaciones por parte de municipios próximos a los lugares del real patrimonio, solicitando derechos o
reclamando aprovechamientos, como ocurrió, por ejemplo, con Colmenar de Oreja y Ontígola respecto al
Heredamiento de Aranjuez. A. Ortiz Córdoba, Aranjuez, sitio, pueblo. Aranjuez, 1750-1841, Aranjuez, Doce
Calles, 1992, p. 292.
16 Gaceta de Madrid, 9 de mayo 1820, pp. 521-522.
17 Informe, AGP, AG, leg. 864.
18 M. Artola y R. Flaquer Montequi, La Constitución de 1812..., p. 107.
19 Gaceta de Madrid, 9 de mayo 1820, pp. 521-522.
sería la encargada de dirigir esta cesión. (Es oportuno señalar que mientras se realizaban
estos documentos las Cortes permanecieron cerradas y no se abrieron hasta el 13 de julio).
Además, sería la Tesorería General de la Real Casa la encargada del pago de los
salarios y de los gastos de las posesiones y dependencias que quedarían en manos
reales, así como el desembolso de las viudedades, pensiones y orfandades. Mientras
que la hacienda nacional se haría cargo de los salarios y gastos producidos en los bienes
patrimoniales cedidos a la Nación; debiendo entenderse todo esto sin perjuicio de lo que
resolviesen las Cortes y los documentos que se presentasen en defensa de los derechos
reales. Asimismo, se recogía que los individuos que pasasen a depender ahora de la nación
cesarían en su contribución en el Monte Pío de la Casa Real, así como en los beneficios
que disfrutaban20.
Por ello, poco después, por orden de 5 de agosto de 1820, se solicitaba a cada uno
de los reales sitios una razón individual y clasificada de los gastos, sueldos y pensiones de
los oficiales que quedarían bajo el patrimonio real y de aquellos que pasarían a depender
de la nación. Como cabía esperar, este punto generó algunas dudas, sobre todo, en los
primeros momentos. Así, por ejemplo, el comisionado de la Junta Nacional del Crédito
Público escribió, el 20 de octubre, al contador interino de San Ildefonso que él sólo había
recibido orden para satisfacer los sueldos mensuales desde el día en que tomó posesión
de los jefes y guardas encargados de la custodia de los pinares y matas de San Ildefonso,
Pirón y Riofrío, al mando de don Juan de Abril, pero que no tenía noticia del pago de
las demás obligaciones anejas a sus destinos, emolumentos que antes gozaban, ni a las
viudedades, pensiones y orfandades. Casi un mes más tarde, el 30 de noviembre de 1820,
la Contaduría General de la Real Casa recordaba al mayordomo mayor, en relación con
el pago de las nóminas de los distintos oficios de San Ildefonso, que era la Nación la
encargada del desembolso de los salarios de los oficiales de los bienes que se habían
cedido, por mucho que los interesados acudiesen a él21.
El 28 de abril de 1820, Fernando VII solicitaba al mayordomo mayor que se dispusiese
a formar la relación de los bienes que se separarían del real patrimonio. Para ello, el
conde de Miranda volvería a reclamar información a los administradores de los lugares,
principalmente, en relación con las propiedades, derechos y bienes22. Las respuestas no
tardaron en llegar. Así, por ejemplo, el 8 de mayo, Pedro Antonio Sobrado, administrador de
San Fernando, señalaba que todos los edificios del real sitio eran de propiedad real. El 16
de mayo, Manuel López Cabaña remitía a palacio la relación de todas las casas que tenía
el monarca en San Ildefonso y, ese mismo día, lo hacía Horacio Pérez desde El Pardo. Un
día más tarde, el conserje de San Lorenzo de El Escorial expedía la relación de las casas
de oficios y demás edificios que pertenecían en exclusiva al monarca y, más tarde, el 30 de
marzo de 1821, remitía la información acerca de la Dehesa de los Guadalupes23. El 24 de
mayo de 1820 se enviaron a palacio, por parte de Ignacio Pérez, la relación de fechas en que
se adquirieron las tierras y bienes del real sitio de San Fernando y el administrador interino
de El Pardo expedía la relación de las cargas, títulos y derechos que tenía el monarca sobre
La Moraleja24.
Con la información, el conde de Miranda realizó una primera relación de bienes del
real patrimonio que serían cedidos a la Nación. La relación fue enviada a través de Agustín
Argüelles, el 30 de mayo, al nuevo gobierno. Esta relación de bienes se convirtió en real
decreto el mismo día25. En él se aprobó la configuración de una comisión cuyos miembros
serían nombrados por la mayordomía mayor y la secretaría de Hacienda y se indicaba que
ante cualquier duda se tendría que consultar al mayordomo, el cual se pondría de acuerdo
con el secretario de Hacienda para su resolución. De este modo, de nuevo, quedaba claro
que el control del proceso estaría en manos de palacio y no de las Cortes26.
Tras la apertura de las Cortes ordinarias, el 13 de julio, se procedió a debatir el decreto
de cesión y bienes presentado por el secretario de Hacienda27. A pesar del parecer positivo
que algunos liberales manifestaron días antes acerca del documento presentado, hubo un
intenso debate acerca de la cesión de bienes. Así, el 21 de mayo, Canga Argüelles escribía:
reconozcan estos [el pueblo] el decidido ardor del rey en anticiparse a llevar por su
parte a efecto las disposiciones del acta constitucional que libremente ha jurado; su noble
desprendimiento, y el afán con que procura aumentar los fondos destinados al pago de los
acreedores del Estado, cuya suerte le interesa altamente, y para cuyo alivio no dejará de
acordar cuantas providencias pendan de su augusta autoridad, sin perjuicio de lo que las
cortes acordasen en la materia, en uso de las facultades que les concede el art. 214 de la
Constitución28.
Por su parte, Francisco Martínez Marina manifestaba su duda, ya que entendía que
debían de ser las Cortes las que señalasen al monarca las posesiones que debía conservar.
En la misma línea se manifestó Zapata, al señalar que la cesión no podía producirse al ser
las Cortes las que debía de indicar las posesiones reales, por lo que “a nadie es permitido
separarse un paso de su letra y su rigurosa observancia debe afianzar la sagrada libertad
por la cual hemos hecho tantos sacrificios”29. Por el contrario, Martínez de la Rosa, en aras
de la necesidad perentoria de la hacienda nacional, veía con buenos ojos no entrar en
cuestiones constitucionales sobre la cesión y ser más pragmáticos30 y el conde de Toreno
señalaba que “la comisión ha visto que se hacen reservas que tal vez no convienen con lo
que prescribe la Constitución; pero que le ha parecido que no había inconveniente alguno
en que se admitiese por ahora la cesión”31.
Con todo, el Decreto tras su discusión y conocimiento fue aprobado el 7 de agosto.
Dos días más tarde se reconocía al monarca el derecho a ceder sus bienes, pero no a
su reserva, que correspondía a las Cortes, lo que brindaba a la Corona una condición de
propietario32, pasando la lista de fincas cedidas a la Junta Nacional del Crédito Público para
su enajenación y venta.
El decreto de 9 de agosto indicaba, en el primer punto, que la Junta Nacional del
Crédito Público era la que debía de proceder a la venta en subasta, conforme a las leyes,
25 Decreto de 30 de mayo, AGP, Reinados, Fernando VII, caja 330, exp. 1; E. García Monerris y C.
García Monerris, Las cosas del rey..., p. 66.
26 Informe, AGP, Reinados, Fernando VII, caja 2, exp. 2.
27 Relación de bienes, AGP, AG, leg. 359.
28 Carta, AGP, Reinados, Fernando VII, caja 2, exp. 2.
29 Diario de las actas y discusiones de las Cortes. Legislatura de los años 1820 y 1821, Madrid, Imprenta
especial de las Cortes, 1820, tomo II, pp. 178-179.
30 E. García Monerris y C. García Monerris, Las cosas del rey..., p. 67.
31 Diario de las actas y discusiones de las Cortes..., p. 178.
32 F. Cos-Gayón, Historia jurídica del Patrimonio Real, Madrid, Imprenta de Enrique de la Riva, 1881, p. 159.
de todos los bienes que le fueron asignados por los decretos y reglamentos de 1813, 1815 y
1818, así como los de la extinguida Inquisición y los del decreto que separaba el patrimonio
real de 30 de mayo de 1820 y los que las Cortes separasen en uso de la facultad que le
confería el artículo 214 de la Constitución33.
En segundo lugar, recogía que para el pago de los bienes y fincas que se vendían
serían admitidos los vales reales, recibos de intereses de estos, escrituras de capitales
y cualquier especie de créditos por todo su valor con tal de que estuviesen liquidados y
reconocidos; es decir, toda la deuda anterior y posterior al 18 de marzo de 1808; la cual,
por el apartado quinto de la orden, debían de quemar. En el tercer punto se indicaba que no
se admitirían cantidades en metálico, ni se reconocerían censos consignativos redimibles
sobre la tercera parte del valor de las fincas por la tasación de que hablaba el artículo
24 del Decreto de las Cortes de 13 de septiembre de 1813 —que se revocaba—. En el
cuarto punto del decreto se recogía que los bienes comprados no se podían vincular ni
pasarlos a manos muertas. En sexto lugar se señalaba que dicho anuncio se realizaría
con la suficiente anticipación para que se pudiesen hacer todas las reclamaciones. Por su
parte, en el punto octavo, se refería que la Junta presentaría a las Cortes mensualmente
un estado por provincias de las ventas y, en el punto décimo y último, se reconocía que
se revocaban todos los decretos, órdenes e instrucciones anteriores en la parte que no
estuviesen conformes con la orden34.
En aplicación del decreto, por ejemplo, el 24 de agosto de 1820, Juan Sánchez
Godínez comunicaba al conde de Miranda que el secretario del Despacho de Hacienda le
había informado que la Junta Nacional del Crédito Público había nombrado para la toma de
posesión de los terrenos y demás efectos cedidos por el monarca en beneficio de la deuda
pública a don Miguel Baguer para los sitios de Aranjuez, Acequia del Jarama, San Fernando,
el Pardo y San Lorenzo; para el sitio de San Ildefonso a sus comisionados en Segovia; para
Valladolid a don Luis Francisco de Luis y para Granada a don Francisco Escobar, a quienes
se les dieron las órdenes convenientes por la citada Junta del Crédito Público.
Estos serían los encargados de llevar a buen puerto la nacionalización de estos bienes
producida por la cesión “graciosa” de un soberano que iba por la senda constitucional35. En
la misma carta, le indicaba que al tener los comisionados mucho trabajo en sus capitales
sería posible que no pudiesen acudir personalmente, por lo que delegarían sus facultades
en personas de toda confianza. Además, señalaba a Miranda que a la toma de posesión le
acompañaría un agrimensor, para que al reconocer los terrenos y fijar los hitos o señales
viese el medio o modo de distribuir en suertes o pequeñas porciones el conjunto con el fin
de facilitar el mayor número de compradores, conforme a los deseos de las Cortes —lo
que también respondía a cuestiones de los administradores de los sitios, aunque como
veremos por otras razones. Finalmente, le indicaba que, tras tomar posesión, en unión con
el perito que nombrase el procurador síndico general del municipio donde se hallase la
finca, se realizaría la tasación de dichas posesiones, cuyos valores reunidos formarían el
“total precio de la alhaja o posesión cedida”36.
Este proceso de nacionalización de parte del real patrimonio, como ocurrió décadas
antes, vino acompañado por nuevos decretos que recuperaban la venta de bienes
eclesiásticos o comunales para hacer frente a la deuda pública. Así, el 29 de junio de 1821,
33 Véase, P. Toboso Sánchez, “La Junta de Crédito Público en el Trienio Liberal”, Revista de Estudios
Políticos, 93 (1996), pp. 403-404. Decreto de 9 de agosto, AGP, AG, leg. 359.
34 Decreto, ibídem.
35 E. García Monerris y C. García Monerris, Las cosas del rey..., p. 71.
36 Memoria, AGP, AG, leg. 359.
por ejemplo, se restablecía la venta de baldíos y bienes propios, recuperando así, el decreto
de 4 de enero de 181337, el primero de septiembre daba comienzo la venta de bienes de
la Compañía de Jesús y el día 3 de dicho mes aparecía el decreto que reglamentaba el
proceso de las fincas consignadas en el Crédito Público. Un mes más tarde, el primero de
octubre de 1821, se procedería a la venta de bienes de órdenes religiosas38.
37 F. Tomás y Valiente, El marco político de la desamortización en España, Barcelona, Ariel, 1972, pp. 12-37
y 68.
38 R. Herr, “El significado de la desamortización en España”, Moneda y Crédito, 131, (1974), pp. 57-94 y
Brines Blasco, J. “Deuda y desamortización durante el Trienio Liberal”, Moneda y Crédito, 124, (1973), pp.
51-67.
39 F. Díez Moreno, “La evolución constitucional del patrimonio nacional”, Reales Sitios, núm. extra 1, (1989),
p. 19.
40 Memoria, AGP, AG, leg. 359.
41 El 11 de julio se hacía entrega a los comisionados en la provincia de Madrid y de Toledo por la Junta de
Crédito Público, don Miguel Baguer y don Francisco Pérez, de la real acequia del Jarama. Memoria, AGP, AG,
leg. 359 y Reinados, Fernando VII, caja 2, exp. 2.
42 Petición de información. AGP, AG, leg. 359.
43 P. Toboso Sánchez, “La Junta del Crédito Público...”, p. 410.
Tabla 1. Valor de los bienes que se cedían a la nación y suma de los gastos de Aranjuez
Por su parte, de acuerdo con el inventario de bienes remitido a las Cortes (véase tabla
2), Fernando VII se reservaba el palacio de El Pardo, todos sus jardines, la Casa del Príncipe,
monte y Quinta del duque del Arco y la Zarzuela, con las casas de oficio y aposento y las
necesarias para los empleados. Se procedía a ceder a la Nación los puestos públicos de la
abacería, mercería, aguardientería, mesón y bodega, venta de sal, casa donde se pesaba
el grano, tahona, escuelas, el hospital con seis camas y todo lo necesario, el matadero y la
taberna, así como el jardincillo que fue del infante don Gabriel y que estaba destinado a la
construcción de un cementerio, además del monte titulado de la Moraleja, con sus edificios.
El total de bienes cedidos según la tasación realizada por Lorenzo Gómez, el 14 de agosto
de 1820, sumaba casi 1.700.000 reales de vellón, los cuales tenían 80.000 reales de cargas
en concepto de salarios, viudedades y reparos44.
La persona encargada por parte de la Junta Nacional del Crédito Público para tomar
posesión de estos bienes cedidos fue don José Trigo de Marta; si bien, el 6 de octubre de
1821 el contador de El Pardo indicaba que todavía no se había realizado la enajenación y
que solo el Ayuntamiento de El Pardo se había hecho cargo de los puestos públicos y casa
de abasto.
Tabla 2. Valor de los bienes que se cedían a la nación y suma de los gastos en El Pardo
Tasación (reales
de vellón)
El monte de la Moraleja 1.198.950
Palacio de la Moraleja 433.362
PUESTOS PÚBLICOS EN EL PARDO
Abacería 3.750
Mercería 2.295
Aguardentería 9.020
Mesón y bodegón 5.200
Venta de sal 420
Medición de granos 400
Taberna 9.000
Tahona 5.200
Hospital -
Matadero -
Escuelas -
4 almacenes -
IMPOSICIONES
Cuarto en cada libra de carne 9.952
Imposición de un cuarto en el cuarto del vino que tenía la 9.000
taberna
Imposición de los edificios correspondientes para estos 9.000
abastos
TOTAL 1.695.549
CARGAS DEL MONTE DE LA MORALEJA
1 sobreguarda y 3 guardas 13.855
CULTO PÚBLICO
La capilla del real sitio tenía a su cargo la cura de almas
y era la parroquia del mismo lugar. Para su dotación
consignó el monarca una pensión de 3.823 reales y 18
mrs sobre el sello de la cera de Castilla, que cesó por el
nuevo sistema, y otra de 22.000 reales sobre la mitra de
Palencia
1 primer capellán, 1 capellán auxiliar, 1 presbítero 21.245
sacristán, 1 ayuda del sacristán y 1 monaguillo
HOSPITAL
Correspondiendo este edificio al crédito público deberá de
ser de su cuenta el pago de los empleados o sujetarse a
las decisiones generales adoptadas o que se adopten en
el asunto. Los empleados y sus sueldos eran
1 administrador del hospital, 1 practicante, 1 mozo, 1 73.891
enfermera, 1 enfermera jubilada
1 médico, 1 cirujano, botica 23.100
EDUCACIÓN PÚBLICA
Don José Lucio García, maestro de primeras letras 5.475
Doña Teresa González, maestra de niñas 2.190
La facultad de medicina y cirugía debían de ser de libre
elección del pueblo y pagarse de sus fondos. Si fuesen
elegidos por el Ayuntamiento éste les debería de pagar,
correspondiendo al monarca lo que sea por la asistencia
que hagan a sus criados. Los sueldos de los actuales
eran:
Daralcalde 4 94 2 19 74.437 y 9
Idem 1 12 2 2 10.738 y 25
Baezuela 777 6 16
Total 2588 5 27
45 Compras, AGP, Administración Patrimonial (en adelante AP), San Fernando, caja 10.138, exp. 1. Memoria
de Baezuela, AGP, AG, leg. 359. Aparece en una relación de 3 de octubre de 1820 hecha por Patricio del Oto.
El 5 de septiembre de 1820 tomó posesión Miguel Baguer.
46 Petición de información, AGP, AG, leg. 35.
posesión de las tierras cedidas. Poco después, el 5 de octubre, don Bernardino de Temes y
don Antonio Barata, en nombre de la Junta Nacional, solicitaron a la mayordomía mayor los
títulos de propiedad de todos los bienes concedidos a la nación para evitar problemas a los
futuros compradores (parece que la transmisión de información por parte de la mayordomía
y de los oficiales de los sitios a la comisión de Crédito no fue fluida).
En San Ildefonso, por su parte, se reservaba para el rey el palacio y jardines, así
como las casas de oficio y aposento y las necesarias para los empleados, además de los
palacios de Valsaín y de Riofrío, pasándose a la Junta Nacional del Crédito Público todo lo
demás, con inclusión de los pinares y puestos públicos47. En la cesión entraban las fincas
reales denominadas el Parque y el Bosquecillo, la cual tenía una casa, denominada “de
la Hierba” y un cercado para el ganado, así como, la Mata de la Sauca, diferentes matas
robledales que se compraron a las Comunidades de Ciudad y Tierra de Segovia y su Junta
de Linajes, por escritura de 4 de octubre de 1771, la huerta del Hospital y la huerta del
Venado, la Dehesa de la Nava del Rincón, acotada y vedada por real orden de 9 de agosto
de 1778, cuyos pastos de verano disfrutaba el ganado trashumante de la cabaña que fue
del infante don Carlos; el cerro de Matabueyes, que fue cercado de pared en seco en
virtud de la real orden de 11 de octubre de 1806; además del huerto de Valsaín y el monte
de Riofrío, que fue comprado por reales órdenes de 24 de marzo de 1740 y 19 de julio de
1751 al marqués de Paredes. Asimismo, la Nación recibió cinco tierras de pan que tenía
en arriendo Benito Fernández en el lugar nombrado la Lastra o Bote de la Encina Alta, la
Dehesa de Aldeanueva con una casa de esquileo y la Mata de Pirón, comprada en 1761 a
las Comunidades de Ciudad y Tierra de Segovia y su Junta de Linajes, así como el pinar de
la villa de Coca, que fue incorporado al real patrimonio el 25 de julio de 180448.
En virtud de los espacios y bienes cedidos a la Junta Nacional, el 8 de agosto de 1820,
el contador interino del sitio, don Juan Sánchez Godínez, realizó nuevas listas aclaratorias
en donde recogía los empleados y demás obligaciones que pasaban a cargo de la nación
y los que debían quedar en los palacios, jardines y demás casas a cargo del presupuesto
del rey. De acuerdo con la misma, la nación debía de hacerse cargo de 470.361 reales de
vellón y 58 maravedíes y medio por el pago de los salarios de los oficiales, mientras que la
Tesorería de la Real Casa tendría que seguir abonando en salarios y pensiones 405.301
reales y 8 maravedíes49.
Asimismo, en la misma relación, Juan Sánchez Godínez indicaba el coste de las
pensiones, viudedades, orfandades y jubilaciones que había en San Ildefonso y que las
percibían en virtud de reales órdenes por la Tesorería de la Real Casa; si bien, en adelante,
en muchos casos debían de pasar a la Nación50. Así, la hacienda del rey debía de hacer
frente, anualmente, al pago de 99.213 reales de vellón y 8 maravedíes y medio, mientras
que la hacienda estatal debía de asumir 65.148 reales y 25 maravedíes, sobre todo, por las
pensiones a viudas y huérfanos de los guardas de los pinares.
Hasta el 29 de agosto de 1820 el administrador del sitio no recibió del mayordomo
mayor la orden para proceder a la entrega de los citados bienes a la comisión del Crédito
Público. Por ello, el 31 de agosto, el contador don Juan Sánchez Godínez y don Pedro
López de Orozco y Orozco, guarda mayor de los reales bosques, así como los comisionados
principales del Crédito Público en la provincia de Segovia, don Juan de Mata y Torre y Manuel
Fernández, escribano del real sitio, comenzaron a formalizar el proceso de cesión, tomando
posesión los dos últimos de las fincas reales denominadas el Parque y el Bosquecillo, que
fueron cercadas por la Corona en virtud de reales órdenes de 28 de noviembre de 1728,
de 29 de septiembre de 1734, de 31 de mayo de 1769 y de 8 de diciembre de 178451. Un
día más tarde, por señalar otro ejemplo, la comisión tomaba posesión de la Mata de la
Sauca, acotada y vedada en virtud de la real orden de 29 de febrero de 1756, así como de
la huerta del Hospital de San Fernando, que pertenecía al rey por compra que hizo al duque
de Arión52.
Como ocurría en otros reales sitios, el proceso de cesión a los miembros de la comisión
de la Junta de Crédito Público no fue fácil. Los oficiales reales trataron de dilatar el proceso,
reclamando a palacio más información, planteando dudas sobre la ejecución de las órdenes.
El contador interino del sitio ponía trabas a la cesión, requiriendo, por ejemplo, a la comisión
la presencia del agrimensor, tal y como se desprende de una carta de don Ramón Calvo,
consultor de la real casa, al mayordomo mayor, de 15 de septiembre, en donde le indicaba
que le escribiese para que no se opusiese y que no diese “margen con ellas a que se crea
que el ánimo del Rey y de V.E. es poner trabas a la cesión después de aprobada por las
Cortes; y acaso sería conveniente trasladarlo al Sr. secretario el Despacho de Hacienda
para que se convenciese del recto modo con que V.E. procede”53. En el caso de los pinares
de Valsaín y Riofrío, por señalar otro ejemplo, el contador solicitó a la comisión que se
mantuviesen el guarda mayor y varios dependientes en su guarda y conservación, ya que,
dada la extensión y dificultad del terreno, se esperaba que se tardase mucho en tasarlo.
Otro elemento importante, como ya ocurrió con San Fernando, es que el ministerio de
Hacienda solicitaba a palacio la remisión de todos los títulos de propiedad de los lugares
cedidos para evitar a los futuros compradores problemas y juicios. En este sentido, Canga
Argüelles, el 26 de noviembre, escribía al mayordomo mayor para reclamarle los títulos y
derechos que había sobre los bienes cedidos de Valsaín, Riofrío y San Ildefonso, para así
evitar que el ayuntamiento y procuradores de la ciudad de Segovia reclamasen derechos
que no tenían54. Parece que los requerimientos desde Hacienda no surtían los resultados
esperados, a pesar de que don Ramón de Carranza, escribano de la extinguida Junta
Patrimonial, fue encargado de remitir desde palacio los títulos de propiedad de todos los
bienes cedidos a la nación y de tratar estas cuestiones con la persona propuesta por parte
de la Junta Nacional que fue don Joaquín Cidiel Fernández, oficial de la contaduría principal
de la citada Junta55.
Cuando el duque de Montemar, don Antonio Ponce de León y Dávila, que ocupó
el lugar del conde de Miranda, como mayordomo mayor del rey por decreto de 18 de
noviembre de 182056, indicaba el 6 de diciembre que ya se había procedido a la posesión
por parte de la comisión del Crédito Público de las tierras y bienes cedidos, el ministerio
se quejaba, todavía, de la falta de títulos y documentos de propiedad57. En este sentido,
el 20 de septiembre de 1821, Juan Sánchez Godínez enviaba al mayordomo mayor una
serie de títulos58.
59 Memoria, ibíd. Asimismo, A. Madruga Real, “El Escorial a debate. Informes, discusiones y propuestas en
las Cortes del siglo XIX”, Anales de Historia del Arte, 11, (2001), pp. 294-295.
60 Diario de las actas y discusiones de las Cortes..., p. 176.
61 Memoria, AGP, Reinados, Fernando VII, caja 2, exp. 2; F. Díez Moreno, “La evolución constitucional...”,
pp. 19-20.
62 Informe, AGP, Reinados, Fernando VII, caja 276, exp. 9.
63 Gaceta de Madrid..., núm. 104, p. 508.
64 Memoria, AGP, AG, leg. 359.
manifestaba en sus escritos que, a pesar de no tener mucho valor económico, estos lugares
sí tenían interés para el decoro y defensa del reino, por lo que debían permanecer en el
patrimonio real. Como advirtió el conde de Miranda años antes, el 31 de mayo de 1820, al
ministro de Hacienda, estos bienes que el monarca había cedido “por su naturaleza vincular,
solo le correspondía el usufructo; porque nadie de otro modo se prepara a defender los
derechos que tiene en lo que voluntariamente ha cedido”65.
65 T. Cortina, Memoria que con motivo del dictamen de la comisión del Congreso de Sres. Diputados sobre
Abolición del Real Patrimonio en la Antigua Corona de Aragón presenta al Excmo. Sr. Tutor de S.M. la Reina
Doña Isabel II el consultor general de la Real Casa, Madrid, Aguado. Impresor de Cámara de S.M., 1842, p.
56.
66 J. Canga Argüelles, Memoria sobre el crédito público que presenta á los Córtes ordinarias de 1820 Don
José Canga-Argüelles, Secretario de Estado, y del Depache universal de Hacienda de España y Ultramar,
Madrid, Imprenta García, 1820, pp. 47-52. Disponible en: http://mdz-nbn-resolving.de/urn:nbn:de:bvb:12-
bsb10362485-2 (Consultado el 4 de enero de 2020)
67 Diario de las Sesiones de las Cortes, ACD, 13 de julio de 1820, apéndice al número 9, vol. 3, p. 89.
Disponible en https://app.congreso.es/est_sesiones/ (Consultado el 20 de noviembre de 2019).
68 Ibídem, pp. 79-122; E. García Monerris y C. García Monerris, La bolsa del rey..., p. 71.
69 P. Toboso Sánchez, “La Junta de Crédito Público..., p. 402.
70 J. Canga Argüelles, Memoria sobre el crédito...
71 Informe, AGP, AP, Aranjuez, caja 14.299.
72 Memoria, AGP, AG, leg. 359.
de primera instancia de Alcalá de Henares, los Sotos de Piul, Palancar y del Arenal, que
pertenecían al Escorial, por 1.780.584 reales y 17 maravedíes y, el 20 de agosto de 1822,
se procedió a la venta del monte de la Moraleja73. Con todo, algunos diputados no estaban
contentos con la celeridad en el proceso. Así, a comienzos de marzo de 1822, se solicitó la
formación de una nueva comisión que tratase sobre la enajenación del patrimonio real. Se
demandaba, de nuevo, que fuesen las Cortes las que sancionasen los espacios reservados
al monarca y no la Corona74.
La cesión de una parte significativa del real patrimonio también tendría consecuencias
en la gestión y conservación del que quedaba reservado para el monarca. Así, por ejemplo,
por orden de 6 de junio de 1820 la Compañía de Guardabosques, a su pesar, dejaría
de depender del monarca y pasaría al Cuerpo General del Ejército, bajo el control del
ministerio de la Guerra75. También se llevarían a cabo reformas en la mayordomía mayor,
gestora, en última instancia del patrimonio. Esta misión recayó en el IV duque de Montemar,
mayordomo mayor desde el 18 de noviembre de 1820 en lugar del conde de Miranda,
hombre de la máxima confianza de Fernando VII76, que fue defenestrado por los liberales
en el proceso de depuración de los principales cargos de la casa, a pesar de que, desde
el 11 de marzo, se había manifestado por adaptar la administración de la casa a la nueva
legalidad constitucional77.
Montemar tras tomar posesión de su nuevo cargo intentó realizar un reglamento para
el gobierno de las posesiones reales y de palacio. En este sentido, el 20 de junio de 1821,
escribía al monarca indicándole, entre otras cuestiones, que no había encontrado unas
instrucciones o reglamento particular para el gobierno y administración del patrimonio real
y que era muy importante hacer uno debido a la situación económica78.
Justificaba, así, ante Fernando VII, la necesidad de dicho reglamento, no sólo para
el decoro de la figura real y su familia, sino para hacer frente a las necesidades de las
“4.500 familias que entre criados, viudas y huérfanos lo reciben de las Augustas Manos de
V.M., objetos todos caros a su magnánimo y beneficio Corazón”79. Por lo que era necesario
realizar una instrucción general para todos los administradores de los reales sitios en donde
se indicasen sus respectivas atribuciones, cargos y responsabilidades, dotaciones, número
de dependientes, seguridades en el manejo de caudales, efectos, etc., más aún, en este
periodo de cambios.
Para ello, solicitó al contador, veedor, tesorero, conserjes y administradores de los
reales sitios toda la información de sus respectivos ramos y de sus cargas, además de las
propuestas de reformas y reducción del gasto que tenían o que se les hubiesen hecho. De
acuerdo con los principios que prometió al jurar su cargo: orden, claridad y economía, se
73 Informe, AGP, Reinados. Fernando VII, caja 16, exp. 16.
74 A.M. Moral Roncal, “La real casa y patrimonio en el reinado de Fernando VII (1814-1833)”, en R. Sánchez
y D. San Narciso (coords.), La cuestión de palacio. Corte y cortesanos en la España contemporánea, Granada,
Comares, 2018, p. 179.
75 E. Martínez Ruiz y M. de P. Pi Corrales, Protección y seguridad en los Sitios Reales desde la Ilustración
al liberalismo, Alicante, Universidad de Alicante, 2010, pp. 228 y 230.
76 Servicios, AGP, Personal, caja 686, exp. 3.
77 A. M. Moral Roncal, El enemigo en Palacio..., p. 83 y, del mismo autor, “Del rey abajo, ninguno’: la
depuración política de la real casa y patrimonio durante la crisis del Antiguo Régimen (1814-1835)”, Historia
Contemporánea, 29, (2005), pp. 905-906.
78 Memoria, AGP, Reinados. Fernando VII, caja 355, exp. 14.
79 Ibídem. Para otros reglamentos véase, D. del M. Sánchez González, “El tránsito de la casa de Fernando
VII...”, pp. 29-50.
proponía “apoyar el desempeño del gran cargo y gobierno que V.M. se ha dignado confiar a
mis débiles fuerzas”80. En este reglamento aspiraba además a que el real patrimonio fuese
menos gravoso y fomentase su utilidad y producción81, ya fuese variando el sistema interior
de labores, por medio de jornaleros, a medidas para cesar o extinguir los oficiales y cargos
actuales, así como mediante el desarrollo, según procediese, de plantíos de arbolado o
cultivo de vegetales, granos o cría de ganados y aves para proveer los reales oficios y
reales caballerizas82. Era importante poner en valor económicamente el real patrimonio,
puesto que, salvo Aranjuez, San Fernando y la Acequia del Jarama, que daban beneficios,
desde mayo de 1814 hasta finales de enero de 1821 los reales sitios habían producido
un gravamen de más de 18 millones de reales a la hacienda en concepto de sueldos,
pensiones y gastos de todas clases, a pesar de ser espacios muy productivos83.
En este contexto, el primero de marzo de 1822, se autorizó una visita de las posesiones
reales que estaban reservadas al monarca y su familia, con el objeto de obtener por parte
de la mayordomía mayor datos oportunos sobre la entidad, extensión y calidad de todos los
bienes, los títulos de propiedad y posesión, su procedencia y todo lo que fuese indispensable
para arreglar económicamente la administración de los mismos bienes y poder formar así
un índice de ellos para proceder a identificar su extensión84. El resultado del trabajo del
duque de Montemar, desde noviembre de 1820, fue la aprobación de un nuevo reglamento
de 6 de junio de 182285. En él, la contaduría y la tesorería tendrían un mayor control sobre
los reales sitios al tener que supervisar los aprovechamientos y contratos de arrendamiento
que en cada uno de ellos había, apuntar las quejas que se recibían e informar semanal y
mensualmente al mayordomo mayor del estado de los caudales y de lo disponible en la caja86.
El encargado de implementar el reglamento fue don José de Silva Waldstein, marqués de
Santa Cruz, que sustituyó el 11 de julio de 1822 al duque de Montemar, apartado de la corte
por su elevada edad87. Tampoco permaneció mucho tiempo al frente de la mayordomía
el marqués de Santa Cruz, que fue impuesto por los constitucionalistas, ya que, el 20 de
julio de 1823, el consejo de Regencia volvió a nombrar al conde de Miranda, persona de la
entera confianza del soberano, para gestionar los cambios88.
5. CONCLUSIONES
Los años del Trienio supusieron un importante cambio en relación con la posesión y
gestión del real patrimonio. Fernando VII anticipándose seguramente a las peticiones de
los liberales capitaneó la cesión de parte de su real patrimonio a la Nación, lo que sin duda
le beneficiaría, a pesar de que los bienes y posesiones enajenados fueron importantes. La
jugada real supuso enfrentamientos entre los diputados de Cortes, muchos de los cuales
80 Memoria, AGP, Reinados. Fernando VII, caja 355, exp. 14.
81 La necesidad de recursos, dada la escasez de caudales, manifestaba el valor de un patrimonio tan
importante. Situación de la tesorería, ibíd, caja 331, exp. 18.
82 Memoria, ibídem, caja 355, exp. 14.
83 Situación económica, ibídem, exp. 8.
84 Autorización, ibídem.
85 Reglamento, ibíd, caja 219, exp. 10 y A.M. Moral Roncal, “Reformismo y tradición en la corte española
bajo el reinado de Fernando VII”, Aportes, 41, (1999), pp. 42-44.
86 A. M. Moral Roncal, “La real casa y patrimonio en el reinado...”, p. 159.
87 Expediente, AGP, Personal, caja 16.585, exp. 6.
88 Si bien, hasta octubre ejerció como interino el conde de la Puebla. Expediente, AGP. Personal, caja 686,
exp. 3 y Memoria, Reinados, Fernando VII, caja 334, exp. 14. Así como, A.M. Moral Roncal, “Del rey abajo,
ninguno’...”, p. 908.
89 Un ejemplo de estos debates en E. García Monerris y C. García Monerris, Las cosas del rey..., pp. 74-79,
80-83.
90 Relación, AGP, AG, leg. 403.
91 F. Cos-Gayón, Historia jurídica del Patrimonio Real..., pp. 160-161 y AGP, AG, leg. 359. Informe, ibídem,
leg. 1283, exp. 15. Algunos ejemplos, Juan Ranero y Benito Picabea por la compra de unos terrenos en San
Fernando. Ibídem, leg. 865.
92 M. Merlos Romero, “El patrimonio inmueble de Aranjuez. Su evolución en el siglo XIX”, Espacio, Tiempo
y Forma. Historia del Arte, 8, (1995), p. 281.
93 M. Friera Álvarez, La desamortización de la propiedad de la tierra en el tránsito del Antiguo Régimen al
Liberalismo (La desamortización de Carlos IV), Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias,
2007, pp. 249-250.
94 Decreto, AGP, Reinados, Fernando VII, caja 334, exp. 12.
95 Ibídem.
96 Memoria, ibídem, caja 335, exp. 29.
criminal, en primera instancia, de los temas de la real casa y patrimonio, coexistiendo con
los juzgados97.
El restablecimiento de la Junta Suprema se realizaba de acuerdo con lo dispuesto
por el monarca en sus reales decretos de 22 de mayo de 1814 y 9 de agosto de 1815
para la separación del gobierno e intereses de su real casa de los demás del estado98 y
lo que prescribía la ordenanza expedida al efecto el 8 de marzo de 1817. Esta Junta de
Apelaciones tendría también competencias en el real patrimonio de la Corona de Aragón99
en donde volvería a ocupar sus puestos los bailes generales de Valencia, Barcelona y Palma
de Mallorca, tras la depuración de sus oficiales llevadas a cabo por las Juntas Provinciales,
teniendo que devolver los intendentes respectivos los papeles y efectos que les fueron
entregados. Además, se indicaba que la Albufera y Valencia volvían a poder de los infantes
Carlos María Isidro y Francisco de Paula Antonio en los términos de la reforma comunicada
a la mayordomía mayor por la secretaría de Estado, el 25 de mayo de 1819. Asimismo,
pasaría, de nuevo, a conocimiento de la mayordomía mayor el real valle de Alcudia, entrando
sus productos en la tesorería de palacio, por cuenta de la real consignación, conforme a lo
determinado por orden real de 28 de julio de 1815100.
La Junta Suprema Patrimonial estaría compuesta ahora por solo tres ministros togados:
don Bernardo Riega, del Consejo y Cámara de Castilla, el conde de Torre Múzquiz, del
Consejo de Indias y don José Caballero, que lo era de Hacienda, actuando como asesor
general don Francisco Xavier101. El puesto de asesor general fue ocupado por Francisco
Xavier, excepto para los sitios del Buen Retiro, Casa de Campo, la Florida y El Pardo,
que competían a don Bernardo Riega, según lo dispuesto en los artículos 9 y 10 de las
instrucciones publicadas por la Junta de Gobierno y de la Suprema de Apelaciones de la
real casa y patrimonio de 1817. La vuelta al sistema anterior a marzo de 1820 también
acarreó cambios en el personal. El fin del Trienio trajo consigo un proceso de depuración
que comenzaría, en el caso de los oficiales de los reales sitios, el 24 de julio de 1823,
cuando Fernando VII solicitó la relación de los criados que habían participado en las milicias
voluntarias locales, decretando su separación definitiva del servicio el 14 de octubre de
dicho año102.
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98 Decretos, AGP. Reinados, Fernando VII, caja 379, exps. 20 y 21.
99 J. L. Sancho, La arquitectura de los Sitios Reales. Catálogo histórico de los palacios, jardines y patronatos
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100 Decretos, AGP. Reinados, Fernando VII, caja 379, exps. 20 y 21.
101 Competencias, ibídem, AG, leg. 696.
102 El 6 de agosto de 1823 llegaban las noticias de Aranjuez, el 12 de agosto de los oficiales de Madrid y de
la Florida, entre otros. Listados, AGP, Reinados, Fernando VII, caja 334, exps. 11 y 14. Asimismo, A.M. Moral
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RESUMEN
La prensa militar proporciona gran cantidad de información acerca de la situación del instituto
armado de un país en un periodo concreto. Su interés radica en que son escritos por militares
y para militares, permitiendo al lector conocer cuáles eran los temas que más preocupaban a
los soldados del momento. Este trabajo pretende analizar unos periódicos concretos, ligados a
la figura del capitán Eduardo Perrotte, quien los bautizó como El Grito del Ejército y La España
Militar, publicados en un periodo determinado (la Regencia de Espartero, tras finalizar la Primera
Guerra Carlista), buscando conocer la manera en que una parte del ejército se veía a sí misma y
lo plasmaba por escrito para que todos lo leyesen, en un contexto de posguerra civil, en la que las
tropas no se sentían cómodas con ciertas medidas del gobierno (muy criticado en estos periódicos)
y con el tratamiento que recibían por parte de una sociedad a la que habían defendido, derramando
su sangre, entre 1833 y 1840.
322
Diego Cameno Mayo
1. INTRODUCCIÓN
En el año 1840 concluía la primera de una serie de guerras civiles que lastrarían
gravemente a nuestro país durante un siglo. Esta, más conocida como Primera Guerra
Carlista, dejaba a los militares en un papel protagonista al iniciarse la década de los
40 del siglo XIX. No en vano, el general que más fama y prestigio había obtenido en la
campaña, don Baldomero Espartero, accedería pronto a un puesto tan elevado como la
Regencia del país. La preponderancia militar y la inauguración de una época gobernada
por el progresismo, más permisivo con ciertas libertades, como la de prensa, invitaban a
los militares a fundar periódicos que expresasen sus ideas y opiniones, defendiesen sus
posturas o difundiesen tanto entre la población como entre los propios soldados, las labores
y tareas que realizaban los ejércitos. Ciertamente esto fue así, ya que entre 1841 y 1843 se
publicaron hasta una docena de medios militares, la mayoría de ellos –como es el caso de
los que aquí se estudian– de corta vida.
No obstante, el periodo iniciado en mayo de 1841 pasó rápidamente de la ilusión y
la esperanza de cambio a la desunión y el fracaso. Los progresistas, que sobre el papel
eran los partidarios de Espartero, pronto se dividieron y, en el otro extremo, la oposición
de los moderados no daría tregua en ningún momento. A Espartero se le acumularon los
problemas desde el comienzo: la formación de un gabinete con apoyos suficientes para
poder gobernar o la tutela de las princesas Isabel y Luisa Fernanda fueron los primeros
quebraderos de cabeza para el duque de la Victoria1. Sus enemigos tampoco tardaron
mucho en minar la posición del Regente y su gobierno. En octubre de 1841 aprovecharon
la división en el seno del ejército e iniciaron una sublevación con el apoyo de generales
de la talla de Leopoldo O’Donnell, Manuel Gutiérrez de la Concha, Ramón María Narváez
o Diego de León. El objetivo era secuestrar a Isabel y restaurar a María Cristina como
regente. La conspiración fracasó y los generales capturados (entre ellos el propio Diego de
León) fueron fusilados, un acontecimiento que dividió más al ejército y restó muchos apoyos
(incluidos militares) al “déspota” Espartero2. Su popularidad, aunque aún se mantenía en
cotas elevadas, empezaba a decrecer. El otoño de 1842 fue más complicado: en octubre
se revisó la ley de prensa, un acontecimiento directamente relacionado con el tema de este
trabajo y que será tratado más adelante, y en noviembre tuvo lugar el tan célebre como
lamentado bombardeo de Barcelona. Cuando Espartero regresó a Madrid de la Ciudad
Condal, el entusiasmo popular que le había acompañado desde años anteriores parecía
haber desaparecido. Cada vez más aislado, el Regente tuvo que soportar la división de
los progresistas, los ataques de sus enemigos, que ya contaban con importantes sectores
del ejército, y la oposición de casi toda la prensa3. Así se llegó a junio de 1843, cuando los
generales Juan Prim y Lorenzo Milans del Bosch iniciaron un levantamiento militar que, tras
1 Véase A. Shubert, Espartero, el Pacificador, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2018, pp. 251-257.
2 Ibídem, pp. 268.
3 En París, sus enemigos crearon la Orden Militar Española, con importantes oficiales del ejército en sus
filas. Según Shubert, estos se hicieron con la dirección del periódico El Archivo Militar, que emplearon para
continuar su hostigamiento a Espartero. Ibídem, p. 289.
por 1978, afirmando que se trataba de “uno de los temas inexplorados que mayor
importancia reviste” 7.
Ya en el siglo XXI, la prensa militar ha sido tratada, aunque siempre como algo
complementario, en diversos trabajos de temática militar. Pablo González-Pola de la Granja
apenas dedica cuatro páginas a este tema, mientras que Enrique Silvela Díaz-Criado
basa su análisis en una tesis doctoral que dedica más espacio a este tema: el trabajo de
Fernando Pinto Cebrián8. Este último realiza un breve análisis de la prensa militar española
publicada a lo largo del Ochocientos, dividiendo las publicaciones por su temática y, dentro
de esta, siguiendo un esquema cronológico. Pinto comienza por las revistas y periódicos
de tipo político, desde 1808 (con la invasión francesa) hasta final de siglo. Tras el análisis
de las obras políticas se centrará en aquellas de carácter profesional como los memoriales.
Este autor, siguiendo las tesis de Payne y de José Luis Herrero, también considera que los
periódicos sirvieron como “tribunas ideológicas” de las facciones internas del ejército y, más
aún, fomentaron la intervención en política de los militares9. La prensa militar podía dividirse
en tres ámbitos: recopilaciones y colecciones legislativas, periódicos político-militares y
prensa técnica. El problema que tenían estas últimas es que, si bien buscaban acercar
temas complejos a todas las clases militares, en realidad no llegaban más que a un público
bastante reducido y, generalmente, especializado.
No obstante, la prensa objeto de análisis en este artículo pertenece al segundo de
los tres ámbitos. Comienza a publicarse bajo el mandato del general Baldomero Espartero
cuando, según Pinto Cebrián, “se multiplica la prensa castrense que, considerándose
portavoz del colectivo militar, cobra marcado carácter político, sin perder su función
formativa”10. Precisamente, El Grito del Ejército de Eduardo Perrotte será citado como
ejemplo de este tipo de prensa.
Un aspecto que citan la mayoría de trabajos que tratan las publicaciones militares es
el del número de periódicos que se pusieron en circulación. Payne habla de no menos de
34 publicaciones; el especialista en prensa decimonónica, Antonio Checa Godoy afirma,
con Aguilar Olivencia como referencia que, durante el Sexenio Democrático (1868-1874),
“apogeo de la prensa militar”, había 52 periódicos militares en circulación11. Según lo
publicado por este mismo autor,12 parece que la cifra que ofrece Pinto Cebrián –siguiendo
a Barado– sea una de las más plausibles. Este autor afirma que, entre 1812 y 1888 se
publicaron 114 periódicos de temática militar, aunque algunos, como los que van a ser
analizados, no gozasen de una larga andadura13. Tanto El Grito del Ejército como La España
7 F. Fernández Bastarreche, El Ejército español en el siglo XIX, Madrid, Siglo XXI, 1978, p. 23.
8 P. González-Pola de la Granja, La configuración de la mentalidad militar contemporánea y el movimiento
intelectual castrense. El siglo crítico 1800-1900, tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense, 2002, pp.
76-80; E. Silvela Díaz-Criado, El proceso de profesionalización del Ejército en España: El Cuerpo de Estado
Mayor, 1810-1932, tesis doctoral, Madrid, Universidad Nacional de Educación a Distancia, Instituto Universitario
General Gutiérrez Mellado, 2015, pp. 355-356; F. Pinto Cebrián, Ejército e historia. El pensamiento profesional
militar español a través de la literatura castrense decimonónica, tesis doctoral, Universidad de Valladolid,
2011, pp. 167-177.
9 F. Pinto Cebrián, Ejército e historia..., p. 167.
10 Ibídem, p. 169.
11 A. Checa Godoy, El ejercicio de la libertad. La prensa española en el Sexenio Revolucionario (1868-1874),
Madrid, Biblioteca Nueva, 2006, p. 80.
12 A. Checa Godoy, Censo de la prensa española en los inicios del Régimen Liberal (abril 1833-julio 1843)
y relación de periodistas y fuentes, Sevilla, Padilla, 2018; A. Checa Godoy, Censo de la prensa española
editada durante el reinado de Isabel II (1843-1868), Sevilla, Padilla, 2018.
13 Pinto Cebrián, Ejército e historia..., p. 167.
Militar serán dos de las publicaciones más importantes de este periodo. Su postura política,
cada vez más en contra de la gestión de los gobiernos esparteristas, provocará el fin de
estos medios, acompañando a otros como El Archivo Militar, muy similar a estos y con los
que competirán (y entrarán en alguna polémica), aunque compartiesen el mismo final: la
desaparición.
14 Autor de un opúsculo titulado de igual forma que el medio periodístico: el Grito del Ejército, Madrid,
Imprenta de Cruz González, 1841. En ella ya denunciaba el poco reconocimiento que se daba al ejército
tras haber sido el adalid de la libertad de la patria en tantas ocasiones. Posteriormente trabajó en medios de
relevancia como La Revista Militar.
15 Aunque encontraremos otros notables como Rafael Primo de Rivera, Corsini será de los más activos.
Este militar nacido en París en 1791 y fallecido en Madrid en 1878 se dedicó profusamente a la literatura,
siendo autor de obras de temática no exclusivamente militar. Dentro de los escritos sobre las armas, destacó
como colaborador en diferentes medios hasta figurar como único redactor del medio El Estandarte (1845)
en el que abordaba cuestiones técnicas, administrativas, legislativas e históricas sobre el ejército, siempre
persiguiendo un fin didáctico. Véase P. Gutiérrez de Quijano, Biografía de don Luis Corsini y Fontaine, Madrid,
Gráfica Universal, 1933.
16 Aunque previamente se habían publicado dos cuadernos titulados de la misma manera. Estos están
fechados en marzo y abril de 1841 y ya dejan ver la dirección que tomará el nuevo medio: el ejército, héroe
y querido en la guerra, era olvidado en la paz, obligado a vivir en la miseria, a recortar en él. En la guerra
todo el mundo le quería pero después de cumplida su misión todos le relegaban a un segundo plano. Aunque
denote cierto victimismo, El Grito del Ejército no dejará nunca de denunciar esa situación y hará repetidos
llamamientos para cambiarla, remarcando las virtudes de los soldados y su papel fundamental en la sociedad.
haciendo el gobierno en materia militar porque no se ponían remedios serios. Todo esto
no era óbice para que no se aplaudiesen medidas que consideraban acertadas como la
revisión de las ordenanzas del ejército, aunque pedían que se tuviese en cuenta a oficiales,
subalternos y hasta sargentos jóvenes, porque a ellos también les afectaba la cuestión y su
voz era igual de importante que la de los viejos veteranos23.
Tampoco dejarán pasar la ocasión de escribir a las Cortes por si estas querían la
opinión de los militares. En un texto sobre la importancia del ejército y la necesidad de
que fuese permanente, recopilaban sus principales posiciones en cuanto a la institución
armada: se quejaban del inmovilismo que primaba en la legislación militar y pedían reformas,
protestaban por la desconsideración e incomprensión en que vivían, por el uso arbitrario que
los partidos políticos hacían de la institución armada, por lo mal gestionado que estaba el
–exagerado– presupuesto de Guerra y por las penosas condiciones de vida que sufrían día
a día, mientras se sostenía una oficialidad sobredimensionada hasta el extremo. Este texto
decía que para la defensa de la Patria, para su mantenimiento, fortaleza, independencia y
libertad hacía falta que hombres renunciasen a una vida plácida, al dinero, a la familia y se
sometiesen al riesgo de la guerra, de la muerte. Esta abnegación merecía algo a cambio:
el país debía cuidar bien a sus militares. Esto no sucedía y gran parte de culpa la tenía el
gobierno. Todos los ámbitos del país avanzaban, se reformaban, mejoraban,
mientras nosotros, pobres militares, seguimos rejentados [sic] por las Ordenanzas de
Carlos III, torturados por el beneplácito y la arbitrariedad, saqueados por el nepotismo, y
clamando en vano por la legalidad, la publicidad y la supremacía del talento y del verdadero
mérito sobre la bajeza y la adulación.
Las tropas también tenían derechos y para conocerlos había que vivir en la institución,
no en ese ejército “de fajas y de bordados que solo conoce de la milicia el polvo de las
paradas”, sino el ejército de a pie, el que sufría los rigores de la vida militar. La milicia
era instrumento de los partidos, siempre maltratada, sin muestras de gratitud, mirada
con indiferencia, incomprendida y calumniada. No pedían privilegios sino derechos. Los
políticos solo hablaban del exagerado presupuesto del ejército y era verdad, pero era
necesario acabar con los abusos, ver dónde se iba ese dinero y ponerle freno. Porque ese
presupuesto se malgastaba, no iba donde debía y el pueblo miraba mal al ejército porque
era una pesada carga para ellos, cuando el despilfarro no era culpa de los militares. El
ejército era la primera piedra para la regeneración de la Patria y aunque había corrupción
en otras partes, aquí era más sangrante, preocupante e importante.
Había 100.000 hombres y 630 generales, entre 50 ó 60 regimientos y unos 800
coroneles, esto no podía sostenerse de ninguna manera. Ese número excesivo causaba
muchos males al ejército y a la sociedad, malgastando recursos. El soldado y el oficial
vivían miserablemente, pasaban hambre, tenían que mendigar y eso no se podía tolerar24.
No obstante, estas críticas no le saldrían gratis a Perrotte (y no sólo a él), como dejó
patente la circular del ministro de la Guerra, Evaristo San Miguel, en la que buscaba limitar,
19-08-1841, p. 2. DSSC, Congreso de los Diputados, núm. 53, 27-05-1841, p. 972 y núm. 54, 28-05-1841,
pp. 991-992.
23 El Grito del Ejército, 17 de julio de 1841, pp. 10-15.
24 El Grito del Ejército, 15 de noviembre de 1841, pp. 201-207. La segunda y tercera parte de este artículo,
en el que incidían en más reformas, como acabar con el desmesurado presupuesto para Guerra, nueva
legislación militar acorde a los tiempos y que dejase clara la política de ascensos evitando así la macrocefalia
del ejército, podía leerse en las entregas sucesivas: 01 de diciembre de 1841 y 20 de diciembre de 1841.
25 Lo cierto es que la orden venía de más arriba; era el propio Regente el que mandaba a los inspectores
y directores de las armas que prohibiesen a sus subordinados publicar textos o periódicos en los que se
criticara o censurara al Gobierno y, además, ordenaba que se vigilase a aquellos sujetos que se dedicaban
a publicar ese tipo de escritos. El texto se refería los oficiales que afirmaban «defender los intereses del
mismo ejército» cuando en realidad no eran más que críticas al Gobierno que podían ser usadas por sus
enemigos para “escitar [sic] rivalidades”, con el peligro que eso suponía para el orden. Espartero reconocía
que los españoles podían expresar y publicar sus ideas pero los militares no podían emplear ese derecho
para fomentar la insubordinación e indisciplina. Orden del 6 de agosto de 1841. Archivo Militar: Colección de
las leyes, reales decretos, órdenes, reglamentos, circulares y resoluciones generales espedidas [sic] por el
Ministerio de la Guerra, 1841, pp. 189-190.
26 El Grito del Ejército, 17 de julio de 1841, pp. 8-18. Perrotte no fue el único que vio su carrera afectada
por esta discusión con el Ministro, su colega de profesión, Antonio Vallecillo, responsable de El Archivo
Militar, también sufrió las consecuencias de criticar al gobierno en la prensa. Véase El Archivo Militar. Sección
Política, 13 de septiembre de 1841, p. 4 y 7 de septiembre de 1841, pp. 1-4, y El Grito del Ejército, 17 de julio
de 1841, pp. 28-32.
27 Las entregas del 15 de septiembre y del 1 de octubre de 1841 aparecerían monopolizadas por el asunto
San Miguel. A las acusaciones de subvertir el compañerismo, sembrando discordias y queriendo enfrentar
al ejército entre sí y contra el gobierno, este medio se defendía asegurando que su misión era defender los
intereses del ejército y no a atacar al gobierno.
28 El Grito del Ejército, 01 de octubre de 1841, pp. 102-105.
del militar, ahora otras carreras no militares, como policías o empleados de oficinas, se
habían apropiado de él. Desde este medio se pedía que no se confundiese al militar con los
otros, porque las charreteras del uniforme militar se compraban con sangre, no con dinero.
Además, que chiquillos que no sabían mandar las mostrasen con ostentación hacía un flaco
favor al ejército. Por tanto, la antigüedad no debía contar desde los 12 años ni se debía ser
oficial a los 16, la edad debía situarse en 18 años y se tenía que haber demostrado valía
para el empleo29.
El victimismo seguía en “Una historia y un cuento” que, elocuentemente, empezaba de
la siguiente manera: “Pobre ejército! Vas á tener la misma suerte que una magnífica guitarra
mía que cayó el otro día en garras del mico de mi vecina”. En él se hablaba de la posible
supresión del ejército vistas las medidas que se estaban adoptando sobre licenciamiento
de tropa30.
pero esta no era vista con buenos ojos por parte de las autoridades (justo todo lo contrario
de lo que debería hacer un hombre inteligente, que sería cuidar la prensa militar igual
que la civil). Como se ha visto, el anterior medio de Perrotte tan solo duró unos meses (y
publicó dieciséis números), acosado por coerciones y rodeado de hostilidad; por eso llegaba
esta nueva publicación, como un “fénix que sale de sus cenizas”, con una declaración de
principios similar a la de medios como El Archivo Militar: defender al ejército de cualquiera
que fuese en su contra y respetar y fomentar la disciplina31.
Este primer número ya dejaba patente ese sentimiento de aislamiento de los militares
respecto al resto de la sociedad y protestaba por la escasez de los sueldos de los soldados.
Tan solo un número después, ya criticaban al gobierno por no acabar con el exceso de
oficiales generales del ejército español32. Un ejemplo más de que tan solo cambiaba el
nombre de la publicación.
El mérito, que si bien había aparecido como telón de fondo en algún artículo del
anterior medio, era ahora el protagonista de un texto firmado por Luis Corsini. Este oficial
decía que el favor había existido siempre y que siempre se había adelantado al mérito. Uno
estaba en las antípodas del otro. Exponía cómo eran contrapuestos en todo, incluso en
la forma de comportarse los hombres que habían alcanzado su posición gracias al mérito
en contraposición al que lo había logrado por el favor33. Junto al mérito, otro de los pilares
fundamentales para estos militares era el honor. Baste citar como ejemplo la manera en que
reaccionaron ante un artículo de El Castellano. En él, se protestaba por la obligación del
pueblo de dar alojamiento a las tropas (y, ya de paso, La España Militar pedía al gobierno
que solucionase ese problema cuanto antes). El Castellano decía que tropa y soldados
entraban en las casas y acababan con toda provisión, incluso se sobrepasaban con las
mujeres, inutilizaban muebles... “RARO”34 era el militar que se ajustaba a lo que mandaba la
probidad y la honradez. La España Militar calificaba esas palabras de sandeces y mentiras
inventadas sin prueba alguna. Se mostraban indignados con este artículo, y no era para
menos, puesto que habían puesto en duda el honor y la disciplina del ejército, pintándole
como aves de rapiña: “¿Si querrá este señor asimilarnos á [sic] la hez de los presidiarios?”.
Hasta ellos reconocían la dureza de su artículo pero la justificaban porque habían atacado
lo más sagrado del ejército y lo habían hecho de forma vil, basándose en calumnias y
noticias falsas que no podían probarse. Este artículo es una buena muestra de la reacción
que tenían los militares cuando se les acusaba de faltar al honor y a la disciplina35.
Otra cuestión que seguía preocupando a este medio era la política de ascensos. En
un artículo titulado “Anomalías” criticaban duramente, por ser lesivo para el ejército, que
se recompensase a los oficiales con empleos en Armas que le eran ajenas. Así, un capitán
de Ingenieros podía ser recompensado con el empleo de comandante de Infantería. Esto
lo calificaban de “espantosa anomalía” y de “cosa tan ridícula”. Un ingeniero no podía ser
comandante de Infantería, ya que este debía ser “infante desde la suela de sus botas hasta
el pompón de su morrión”. El oficial de Ingenieros tenía estudios superiores al de Infantería,
estaba mucho más especializado pero no podía mandar un Arma que no conocía, no tenía
la instrucción ni las dotes para ejercer ese puesto, para mandar ni siquiera una compañía,
“dotes que, si bien mirados con desprecio por el oficial facultativo desde la alta esfera de
Como se puede observar, las críticas al gobierno no desaparecían, más aún, arreciaban,
motivo que puede explicar por qué el 7 de abril de 1843 La España Militar se publicase por
última vez.
4. CONCLUSIONES
Cualquier militar o civil que se aproximase a este tipo de prensa, se llevaría una
imagen muy negativa sobre la situación que atravesaba el ejército español a comienzos
de la década de 1840. Tanto estos medios como otros de la misma temática (y también
redactados por militares) transmitían esa sensación. Sí es cierto que entre ellos surgían
polémicas y desavenencias que, incluso, llegaban hasta las descalificaciones al no compartir
ciertas visiones. Quizá una de las más importantes se produjo en relación al uniforme militar,
mostrando, además, lo relevantes que eran para ellos las prendas militares, algo que ya ha
quedado patente más arriba40.
No obstante, esto no impidió que coincidiesen en muchos puntos, especialmente
aquellos que no hablaban muy bien acerca de la gestión de los políticos en materia militar.
Es evidente que se trata de medios que no eran partidarios del gobierno y podemos pensar
que exageraban o deformaban la realidad para alcanzar sus objetivos. Sin embargo, hay
puntos comunes que sí parecen ajustarse al día a día de ejército decimonónico español.
El elevado presupuesto de Guerra que, además estaba mal gestionado, aumentando el
descrédito de la institución militar; las leyes de reemplazo y reclutamiento que también
contribuían a esa mala imagen del ejército entre los ciudadanos; la profusión de ascensos
y condecoraciones que llevaban, por un lado, al desprestigio de estas últimas y, por otro,
a la macrocefalia de un ejército cuyo número de oficiales, jefes y generales sobrepasaba,
con mucho, los índices recomendados; el escaso sueldo que recibían no solo los soldados
sino incluso algunos oficiales; la arbitrariedad y la continua interferencia de los partidos
políticos; la necesidad de reformas ya que, por citar un ejemplo, aún continuaban vigentes
las Ordenanzas de Carlos III, promulgadas en el año 1768. A la luz de ciertos estudios
historiográficos, todas estas denuncias estaban justificadas y mostraban realmente la
situación de los militares del momento, aunque exagerasen para obtener mayor atención y
conseguir su objetivo41.
Lo que sí queda claro es que, verdad o no, exageración o realidad, ciertos militares
se encontraban muy descontentos con el tratamiento hacia su profesión, su ánimo y moral
estaban bajos, se sentían relegados, olvidados, incomprendidos por el resto de la sociedad
que no les recompensaba por el enorme sacrificio que acaban de hacer. Su profesión, último
refugio del honor, su misión como defensores de la nación, de su libertad e independencia,
no eran comprendidas por el ciudadano (y político) español. Sufrían la desconsideración de
una sociedad civil que veía todo aquello relacionado con la milicia como algo peyorativo.
Pese a todo, medios como este no cejaron en su empeño y se esforzaron por mejorar
la instrucción de sus lectores, no mirando tanto al extranjero como otros medios, pero sí
intentando enseñar y educar de forma amena a su público militar. Su misión era doble, en
40 Véase nota 24. Como ejemplos de polémicas, además de la del uniforme se pueden citar: La España
Militar, 01de mayo 1842, pp. 170-172; 15 de julio de 1842, pp. 269-276; 01 de octubre de 1842, pp. 294-296;
01 de noviembre de 1842, pp. 343-346.
41 F. Fernández Bastarreche, El Ejército español..., declaraba que los oficiales (especialmente los
subalternos) debían vivir a duras penas con el salario que les correspondía. (p. 82 y p. 96). El presupuesto
también es analizado por este autor: pp. 75-80, al igual que las necesidades de reforma que nunca llegaban
(pp. 80-81) o la macrocefalia: (p. 36), lugar común en la historiografía junto a la intervención en política o la
pésima situación en que se encontraba el ejército español decimonónico, véase G. Cardona, El problema
militar en España, Madrid, Historia 16, 1990.
primer lugar porque tenían los medios para expresar la voz de muchos, para denunciar su
penosa situación, por lo que no dejarían de señalar los errores que se estaban cometiendo
con su profesión y buscar sus soluciones y, en segundo lugar, trataron de mejorar el nivel de
instrucción de los soldados y oficiales, mostrándoles a ellos y al resto de la sociedad que el
ejército se componía de hombres instruidos, honrados y valientes, que no dudaban en dar su
vida por su país, por lo que no merecían indiferencia o desprecio sino respeto y admiración
de quien actúa como pilar fundamental que mantenía en pie la nación compartida por todos.
FUENTES
Gaceta, núm. 2498, 19/08/1841.
Diario de Sesiones del Congreso, Congreso de los Diputados, núm. 53, 27/05/1841.
Diario de Sesiones del Congreso, Congreso de los Diputados, núm. 54, 28/05/1841.
Diario de Sesiones del Congreso, Congreso de los Diputados, núm. 141, 17/08/1841, pp.
3174-3176.
FUENTES HEMEROGRÁFICAS
El Archivo de los Militares, Madrid, Biblioteca Nacional de España, 28 de junio de 1843.
El Archivo del Ejército, Madrid, Biblioteca Nacional de España, 4 de junio de 1843-17 de
junio de 1843.
El Archivo Militar, Madrid, Biblioteca Nacional de España, 1 de abril de 1841-26 de agosto
de 1841 y 6 de abril de 1842-22 de abril de 1843.
Archivo Militar: Colección de las leyes, reales decretos, órdenes, reglamentos, circulares y
resoluciones generales espedidas [sic] por el Ministerio de la Guerra, Madrid, Biblioteca
Nacional de España, 1 de enero de 1839-31 de diciembre de 1846.
El Archivo Militar. Sección Militar, Madrid, Biblioteca Nacional de España, 2 de septiembre
de 1841-31 de marzo de 1842.
El Archivo Militar. Sección Política, Madrid, Biblioteca Nacional de España, 7 de septiembre
de 1841-29 de marzo de 1842.
El Estandarte, Madrid, Biblioteca Nacional de España, 1845.
El Grito del Ejército, Madrid, Hemeroteca Municipal de Madrid, marzo de 1841-20 de
diciembre de 1841.
La España Militar, Madrid, Biblioteca Nacional de España, 1 de febrero de 1842- 7 de abril
de 1843.
BIBLIOGRAFÍA
Aguilar Olivencia, M., “Historia del periodismo español. Escasas fuentes de investigación al
tratar de periodismo militar”, Ejército, (1980).
— “Los orígenes de la prensa militar española”, Reconquista, 339, (1978), pp. 58-59.
— “Prensa de las clases pasivas en las Fuerzas Armadas”, Tierra, Mar y Aire, 118, (1979),
pp. 25-26.
— “Prensa de otros tiempos: Almanaque del Guardia Civil”, Vida Benemérita, 8, (1979),
pp. 31-33.
— “Ese gran desconocido en España (I). El periodismo militar”, Diario 16, (1979).
— “Ese gran desconocido en España (y II). El periodismo militar”, Diario 16, (1979).
Cardona, G., El problema militar en España, Madrid, Historia 16, 1990.
Checa Godoy, A., Censo de la prensa española editada durante el reinado de Isabel II
(1843-1868), Sevilla, Padilla, 2018.
— Censo de la prensa española en los inicios del Régimen Liberal (abril 1833-julio 1843)
y relación de periodistas y fuentes, Sevilla, Padilla, 2018.
RESUMEN
El presente trabajo analiza las diferencias sociales en la mortalidad, poniendo en relación el
desarrollo económico y las condiciones de vida de la población a partir del estudio de un caso: Vera,
una localidad del sudeste español. La mayor parte de los datos se han extraído de censos de población
y libros de defunciones parroquiales. La relación entre las tasas de mortalidad estandarizadas de
cada uno de los grupos socioeconómicos ha sido el principal indicador utilizado para observar las
diferencias en las condiciones de vida entre categorías ocupacionales. Los resultados muestran una
progresiva reducción de la desigualdad social ante la muerte entre la población adulta desde el año
1860, momento en el que comienza nuestro análisis, hasta los años 30 del siglo XX. Este proceso
de convergencia se trunca dramáticamente en los años de la posguerra. El comportamiento de la
mortalidad desagregado por categorías socioeconómicas parece estar en línea con la evolución de
los factores nutricionales y los relacionados con los avances higiénicos y en la salud pública.
1 Este trabajo ha sido financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, a través del
proyecto PGC2018-097817-B-C32
336
Víctor A. Luque de Haro / Andrés Sánchez Picón
ABSTRACT
This work analyses social inequality in relation to the demographic living conditions of the
population, examining the relationship between economic development and mortality based on a
case study: Vera, a town in southeast Spain. Most of the data was taken from censuses, population
registers and parish burial records. The relationship between the standardized mortality rates of each
socioeconomic group was the main indicator used to observe the differences in living conditions
between occupational categories. The results show a progressive reduction of social inequality in
mortality among adults between 1860 and the 1930s. This process of convergence is truncated
dramatically in the postwar years. The behaviour of mortality disaggregated by socioeconomic
categories seems to be in line with the evolution of nutritional factors and those related to hygienic
advances and public health.
1. INTRODUCCIÓN
El estudio de la evolución del nivel de vida ha sido una sido una constante en el
ámbito de la historia económica desde su nacimiento como disciplina y un elemento de
notable interés para la historia social. Los trabajos sobre el nivel de vida en España a partir
de los niveles de mortalidad durante los siglos XIX y XX suelen incluir argumentaciones
sobre diferencias sociales. Esto se evidencia en los relacionados con la urban penalty2,
en los que se centran en el análisis de las diferencias regionales en la mortalidad3 y en
aquellos cuyo objeto son las diferencias por barrios dentro de las ciudades4. Sin embargo,
la manera en la que la mayoría de los estudios en España han tratado o recogido los
datos5, ha conllevado unos resultados que, sin perjuicio de su utilidad para el análisis de
las tendencias del conjunto de la población, no permiten el cálculo de las diferencias entre
categorías socioeconómicas dentro de esas unidades territoriales (Bengtsson, 2004).
Este trabajo tiene como objetivo el análisis del impacto diferencial sobre los niveles de
mortalidad que tuvieron el desarrollo económico y las distintas transformaciones producidas
entre 1850 y 1950, en la ciudad andaluza de Vera, una localidad del sudeste español. La
principal novedad respecto a otras aportaciones reside en la introducción de la diferenciación
por grupos socioeconómicos.
La elección de los años objeto de estudio obedece a que durante ese periodo
se produjeron en España las principales transformaciones demográficas, del patrón
epidemiológico y en materia de atención sanitaria (Pérez Moreda, Reher y Sanz Gimeno,
2015; Robles González, García Benavides y Bernabeu-Mestre, 1996). Esta perspectiva de
2 Para una mayor profundización en el fenómeno de la penalización urbana en España ver Escudero y
Nicolau (2014); García Gómez (2016); Reher (2001); Revuelta Eugercios y Ramiro-Fariñas (2016).
3 Ver Domínguez y Guijarro (2000) y Sánchez Aguilera (1996). Sí que encontramos algunos estudios que
analizan las desigualdades socioeconómicas en la actualidad a partir de los niveles educativos. Sin embargo,
son relativamente escasos y centran su análisis en las últimas décadas del siglo XX o la primera del XXI
(Reques et al., 2015).
4 Ver Kesztenbaum y Rosenthal (2016) y Recaño y Esteve (2006).
5 En numerosas ocasiones los vaciados no han sido completos sino parciales.
largo plazo permite analizar la evolución de la mortalidad para cada colectivo y el impacto
diferencial que los cambios institucionales, económicos, políticos y sociales tuvieron sobre
ellos. Además, posibilita la distinción entre los cambios de tendencia y aquellos que son
coyunturales, ya que, como consecuencia de la transición demográfica y epidemiológica,
la mortalidad y la recurrencia de epidemias disminuyó notablemente durante el periodo
analizado (Livi Bacci, 1990).
La elección de la ciudad o municipio como dimensión territorial nos permite analizar,
de forma más adecuada que las regiones administrativas o históricas, las diferencias y
similitudes que se produjeron en la transición de la mortalidad en España y su impacto sobre
la evolución de los indicadores del bienestar en los diferentes modelos productivos (Parejo,
2006). En el ámbito geográfico local se identifica con mayor precisión el comportamiento
de los determinantes de la mortalidad sobre los diferentes grupos socioeconómicos y, por
tanto, el impacto diferencial de estos sobre las condiciones de vida (Bengtsson et al., 2004).
Además, la necesidad de contabilizar individualmente el número de vecinos pertenecientes
a cada categoría ocupacional para analizar las desigualdades sociales ha sido otro de los
factores que nos ha influido en la elección de esta dimensión territorial.
Nuestro conocimiento sobre el comportamiento de las desigualdades sociales en
mortalidad a largo plazo se basa, principalmente, en la historiografía británica, debido al
papel protagonista que ha ocupado Inglaterra en el estudio de los niveles de bienestar y
las condiciones de vida de la población a partir de la Revolución Industrial. No obstante,
se debe advertir que las singularidades del desarrollo económico experimentado por dicho
territorio no son extrapolables al resto de países (Bengtsson y Van Poppel, 2011). Por esta
razón, el avance en el estudio sobre la evolución del nivel de vida a nivel histórico en los
distintos países pasa por la realización de estudios de caso en los mismos.
En relación con la evolución en el largo plazo de las diferencias socioeconómicas
en la mortalidad, en el ámbito académico se plantean dos hipótesis principales: la teoría
de la constancia y la hipótesis de la divergencia-convergencia. Tradicionalmente se ha
tendido a pensar que las desigualdades en la mortalidad por clases sociales habían existido
siempre. Así, Marmot (2004: 150) afirma que “la salud y la longevidad están íntimamente
relacionadas con la posición en la jerarquía social” y que “cuanto menor es el estatus,
mayor es el riesgo de enfermedad y muerte y, consecuentemente, menor la esperanza de
vida”. Link y Phelan (1995, 1996, 2002) afirman que esa desigualdad ha existido en todo
tiempo y lugar y defienden que las diferencias por clases sociales incluyen recursos como
educación, dinero, poder y prestigio, entre otros factores, que a su vez permiten reducir
riesgos de contraer enfermedades y minimizar sus consecuencias una vez contraídas. Estos
recursos pueden ser usados de forma diferente en distintas situaciones y son capaces de
proporcionar una ventaja incluso cuando el perfil de los factores de riesgo ha ido cambiando
continuamente. Esta interpretación, conocida como Teoría de la causa fundamental, ha sido
combinada con elementos de la teoría de la transición demográfica y de la epidemiológica
para explicar el desarrollo de la desigualdad en causas de mortalidad específicas (Clouston
et al., 2016). De acuerdo con estos autores, los niveles de desigualdad pasan por distintas
fases conforme avanza el conocimiento médico sobre la enfermedad en cuestión.
La otra hipótesis se denomina “divergencia-convergencia” (Bengtsson y Van Poppel,
2011). Antonovsky (1967) sostiene que en un principio las diferencias de mortalidad eran
reducidas puesto que la facilidad de contagio de las enfermedades y su alta virulencia, debida
a la ausencia de tratamientos adecuados, hacía que la mortalidad no estuviera ligada a un
componente social como el nivel de nutrición. En una segunda fase (desde el siglo XVIII
a la segunda mitad del XIX) aparece una brecha en los niveles de mortalidad entre clases
sociales como consecuencia de un comportamiento dual: una mejora notable del nivel de
vida entre las clases más acomodadas y un estancamiento o incluso empeoramiento en
las condiciones de vida de las clases bajas con el surgimiento de la figura del proletariado
en las grandes ciudades. Finalmente, en una tercera fase, que se desarrolla a partir de la
segunda mitad del siglo XIX, las diferencias vuelven a reducirse. Sin embargo, Antonovsky
(1967) alerta de la posibilidad de que estas desigualdades vuelvan a ampliarse como
consecuencia de las mejoras médicas y de la consolidación de las enfermedades crónicas
como principal causa de defunción en las sociedades más desarrolladas.
En los últimos años nos encontramos con diversos estudios internacionales que abordan
la cuestión de las diferencias en la mortalidad por categorías socioprofesionales en distintos
países y momentos, con resultados poco coincidentes. Algunos confirman la hipótesis de la
convergencia (Schumacher y Oris, 2011) y otros muestran una suerte de alternancia entre
periodos de convergencia y divergencia (Breschi, Fornasin, Manfredini, Mazzoni, y Pozzi,
2011; Haines, 2001). Un tercer grupo encuentra que las diferencias en mortalidad no fueron
observables hasta finales del siglo XIX o principios del siglo XX (Schenk y Van Poppel,
2011; Edvinsson y Broström, 2017). El incremento de las diferencias sociales en mortalidad
durante el siglo XX ha llevado a algunos autores a renombrar la hipótesis como hipótesis de
la divergencia-convergencia-divergencia (Bengtsson y Van Poppel, 2011). Los resultados
de estos trabajos muestran que las diferencias no han sido similares siempre y en todo
lugar, sino que dependen de las singularidades de las distintas economías, sus procesos de
desarrollo, el estado de la ciencia médica y del patrón epidemiológico predominante.
6 Al contrario que en la mayoría de los municipios, en la localidad de Vera, se encuentran los libros censales
completos, un registro sistemático de los fallecidos durante el periodo estudiado y, además, la mayoría de los
libros de defunciones y los censos incluyen tanto la edad como la ocupación de los individuos.
para analizar la ubicación idónea de una nueva sucursal en la región norte de la provincia:
“La producción agrícola es la más importante, pues, además de producir cereales bastantes
para su consumo, tiene otros frutos de los que hace objeto de grandes exportaciones, como
son: la naranja, los higos, las almendras y algarrobas y la uva de embarque”.
Durante el periodo que analizamos (1850-1950) la población media del municipio es
de unos 7015 habitantes. El máximo poblacional documentado se alcanza en 1877 con
8.796 residentes mientras que el mínimo se documenta en el censo de 1950, con 4.700
habitantes.
7 Ver Pujadas Mora, Romero Marín, y Villar Garruta (2014) y Van Leeuwen, Maas y Miles (2002).
8 HISCLASS es una clasificación histórica creada con el propósito de hacer comparaciones entre diferentes
países y en diferentes periodos. Clasifica las ocupaciones en clases sociales intentando reflejar condiciones
de vida y posibilidades similares en los distintos grupos y diferentes entre ellos. Ver Van Leeuwen y Maas,
(2011).
Categoría HISCLASS
14’9 17’9 14’7 16’2 18’2 19’9 4308
media-alta
Categoría HISCLASS baja 42’1 32’9 32’8 31’8 2’,7 27’1 8399
Sin ocupación HISCLASS 43’0 49’2 52’5 52’1 52’2 53’0 12904
Fuente: Elaboración propia a partir de los libros censales. Datos en % excepto en la fila y columna “Total” en
la que se muestran valores absolutos.
del total de la categoría). En las categorías clasificadas como clase baja, sobresale la figura
del jornalero (5.830) dentro de la categoría 12, que incluye a los trabajadores del campo no
cualificados. De una importancia relativa menor, aunque también considerable, destacan
las ocupaciones de arriero (99), labrador (693) y sirvientas y criadas (364) pertenecientes a
las categorías 9, 10 y 11 respectivamente9.
En este trabajo hemos optado por el uso de distintos indicadores que nos permitieran
abordar una perspectiva de largo plazo, sin acudir al laborioso proceso de la reconstrucción
familiar mediante la utilización de la vinculación nominativa de individuos o record linkage10
(Reher, 2000: 32). A continuación, describiremos brevemente las opciones metodológicas
que se nos presentaban, las ventajas y desventajas de cada una de ellas, así como la
bibliografía consultada.
En primer lugar, se planteó la posibilidad de acercarnos a la posible existencia de
sobremortalidad entre estratos sociales a partir de la edad media de fallecimiento, debido
a la facilidad de su cálculo. Este indicador ha sido usado en diferentes estudios (Clark,
2008; Kesztenbaum y Rosenthal, 2016). Sin embargo, presenta una evidente limitación, al
no contemplar la forma en que se distribuye la población por edades en cada una de las
categorías socioeconómicas. Otro indicador que descartamos fue el de la esperanza de
vida al nacimiento para cada una de las categorías socioeconómicas. Lo hemos realizado
para la población en su conjunto (gráfico 2), a partir del método de la tabla de vida actuarial
abreviada (Vázquez et al., 2003). No obstante, el tamaño de la población no nos ha permitido
descender entre categorías socioeconómicas y ofrecer unos resultados suficientemente
robustos.
También se barajó la opción de utilizar el índice de Gini para el cálculo de la desigualdad
en la salud, en sintonía con numerosos trabajos (Llorca, Prieto Salceda y Delgado-Rodríguez,
2000; Pérez de Perceval Verde, Martínez-Carrión y Martínez-Soto, 2016). Este indicador
presenta varias ventajas: en primer lugar, incluye a todos los individuos en el cálculo y no solo
aquellos para los que contamos con ocupación; y, en segundo lugar, elimina los problemas
asociados con la distribución ocupacional, en la medida en que no diferencia entre clases
sociales (Llorca et al., 2000). Sin embargo, esta última característica lleva aparejada un
inconveniente puesto que no permite capturar las desigualdades en la mortalidad entre
las mismas (Wagstaff, Paci, y van Doorslaer, 1991). En cualquier caso, finalmente hemos
creído conveniente calcular los valores de este indicador en los distintos subperiodos,
puesto que refleja con nitidez uno de los rasgos más característicos de la superación del
Índice de sobremortalidad =
11 Sobre la estandarización con el método de la población tipo ver Livi Bacci (1993: 99-103)
Fuentes: Vera: elaboración propia a partir de los censos, padrones y los libros de defunciones parroquiales;
Almería y Andalucía: Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía (2004); España: para los años 1858
a 1870 Nadal (1984). Desde 1878 en adelante Nicolau (2005). TBM no estandarizadas en ‰.
Fuente: Vera: elaboración propia a partir de los libros censales y los registros parroquiales; España y
Andalucía 1860: Muñoz Pradas (2005); España, Almería y Andalucía 1900-1930: Dopico y Reher (1998);
Andalucía 1940-1950: Calot (1999); España 1940-1950: Goerlich Gisbert y Pinilla Pallejà (2006).
Los valores de Vera son bastante similares a los del conjunto de España. Sin
embargo, son algo superiores a los de Almería y Andalucía, en la mayoría de los periodos,
especialmente desde 1900 a 1930. Esto es coherente con los diferenciales en la mortalidad
entre las capitales de provincias y el resto de municipios de las mismas, observados por
Dopico y Reher (1998). Ya que las referencias de Almería, Andalucía y España incluyen todos
los datos de las capitales, presentan esperanzas de vida menores que los correspondientes
a las zonas rurales de esas mismas unidades territoriales. La menor esperanza de vida
que muestran los datos de Almería, en relación con Vera, corrobora la sobremortalidad
urbana constatada por numerosos estudios (García Gómez, 2016). Esta circunstancia se
va reduciendo a nivel nacional, a partir de 1930, especialmente en lo que a salud infantil se
refiere (Pérez Moreda et al., 2015: 211-248).
El principal razonamiento para explicar estas diferencias en la mortalidad entre las
capitales de provincia y el resto de población ha sido la existencia de penalización urbana
o urban penalty. Este término describe la sobremortalidad urbana durante la revolución
industrial observada en numerosas ciudades y se ha relacionado con factores como el
medio ambiente, el hacinamiento, las migraciones, así como con ciertos estilos de vida
que solían darse en las urbes (Szreter y Mooney, 1998; Reher, 2001; Breschi et al., 2011;
Escudero y Nicolau, 2014; Escudero et al., 2015). Sin embargo, en los últimos años
algunos estudios han señalado que parte de la sobremortalidad urbana puede deberse a
imprecisiones en los registros y al efecto composición o selección. Es decir, que podría
estar provocado por una mayor presencia en las ciudades de determinados subgrupos
como enfermos, presidiarios, huérfanos o personas dependientes con tasas de mortalidad
normalmente superiores al resto de población (Pujadas Mora, 2009: 196-198; Revuelta
Eugercios y Ramiro-Fariñas, 2016).
Como comentamos en el apartado metodológico, el Índice de Gini no permite
responder a las preguntas acerca de las diferencias entre clases sociales. Esto se debe a
que mide la mayor o menor dispersión o concentración de los valores. Sin embargo, hemos
decido incluirlo puesto que, al computar para su estimación al conjunto de los fallecidos
(Wagstaff et al., 1991), nos permite observar uno de los rasgos principales de la transición
demográfica: la reducción de la mortalidad infantil12.
Los cálculos muestran una reducción de su valor desde el primer subperiodo (1858-
1861) hasta el penúltimo (1939-1942). Entre este año y el último subperiodo de la serie el
valor del indicador aumenta ligeramente. Observamos cómo el mayor ritmo de reducción
de la desigualdad se dio entre 1900 y 1940. Esta disminución en los valores del indicador
que se produce entre finales del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX refleja la notable
reducción de la mortalidad infantil y juvenil que se produjo en este periodo y la consecuente
concentración de la mortalidad en las edades adultas13. El ligero repunte que se produce
en la década de los 50 podría ser reflejo del mayor ritmo de mejora en los niveles de
supervivencia experimentado por las clases más aventajadas en relación con la clase baja
descrito en el siguiente apartado.
5. LA DESIGUALDAD EN LA MORTALIDAD
En la tabla 2 mostramos la comparación entre las tasas de mortalidad estandarizadas
de la categoría que hemos definido como clase media-alta y las de la clase baja. Igualmente
se incluyen las diferencias de mortalidad entre géneros, desagregados por tramos de edad.
12 El Índice de Gini puede tomar valores que van de 0 a 1. Un valor cercano a 1 implicaría grandes
diferencias en la edad de fallecimiento entre individuos. Un valor del indicador igual a 0 indicaría que todas
las personas fallecen exactamente con la misma edad.
13 Precisamente, durante esta fecha se produjeron los mayores avances en la reducción de la mortalidad
infantil pasando la probabilidad de muerte de fallecer durante los primeros 10 años de vida (10q0) de suponer
un 477’1 ‰ en 1900 a un 116’7 ‰ en 1951. Nuestros resultados muestran una evolución de la mortalidad
infantil en línea con los resultados mostrados por Ramiro-Fariñas y Sanz Gimeno (2000) para varias regiones
de España Central durante este mismo periodo.
Clase Media Alta (HISCLASS 1-7)* 15’6 12’9 18’3 16’1 17’3 7’2
Clase Baja (HISCLASS 8-12)* 29’4 22’6 27’3 16’6 30’1 16’7
Ratio Baja / Media Alta (%) 188’0 175’5 149’8 103’5 173’9 231’3
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos de los censos y los libros de defunciones parroquiales. Los
periodos señalados con una “†” incluyen años de crisis de mortalidad: fiebre tifoidea en el 1908-1912 y la
posguerra en el periodo 1939-1943. El símbolo “*” significa que la tasa está estandarizada a partir de la
distribución de la población española en 1900.
151-174). Aunque también podría venir provocado por un posible subregistro de defunciones
masculinas consecuencia del desplazamiento de los varones al frente y del fallecimiento de
un porcentaje de ellos fuera de la ciudad.
En ambos sexos, el valor máximo en las tasas se produce en el periodo 1858-
1861. Sin embargo, el segundo valor más alto difiere según el género. En los varones
se encuentra en los años de la posguerra (1939-1942) mientras que, para las mujeres,
ocurre durante el episodio de fiebre tifoidea que experimentó la ciudad de Vera durante
el año 1911. El comportamiento diferencial es coherente con las conclusiones de Goldin
y Lleras-Muney (2018), en las que se sostiene que las enfermedades infecciosas tuvieron
una mayor incidencia en la mortalidad femenina. Ambos sexos experimentan las menores
tasas durante el último subperiodo estudiado 1947-1953. Este menor nivel de mortalidad
es reflejo de la caída tendencial propia de la transición demográfica en un momento en el
que España está cerca de completar su paso a un régimen demográfico moderno (Pérez
Moreda et al., 2015).
La tendencia en la evolución de las tasas de mortalidad del conjunto de categorías
ocupacionales refleja lógicamente la reducción que, a nivel agregado, hemos observamos
en el gráfico 1. Sin embargo, en la tabla 2 advertimos que la caída se produce a un ritmo
diferente entre las distintas categorías socioeconómicas. Al analizar dicha tabla es importante
tener presente que, en los subperiodos 1908-12 y 1939-42, el repunte en los valores de
mortalidad viene explicado fundamentalmente por la epidemia de fiebre tifoidea de 1911,
en el primer caso y por la sobremortalidad asociada a las condiciones de posguerra, en el
segundo.
Fuente: Elaboración propia a partir de los distintos censos y libros de defunciones parroquiales
anteriormente referenciados.
En la tabla 2 hemos representado con cursiva aquellos valores desagregados por clases
sociales para los que, debido a la mayor prevalencia de subregistro de las ocupaciones en
los libros de defunciones, debemos ser especialmente cautelosos. El subregistro en los
registros entre 1898-1902 (23’9 %) es significativamente superior al promedio de los cuatro
subperiodos siguientes (3’9 %). Además, la subinscripción de oficios en ese censo es la
menor de todas. La coincidencia de ambas circunstancias es la principal explicación a los
llamativamente reducidos niveles de mortalidad de ambas categorías socioeconómicas. Si
tomamos como hipótesis que el subregistro tiene la misma intensidad en términos relativos
en una clase social que en otra, los resultados de la ratio de desigualdad serían válidos.
Sin embargo, se podría justificar que el subregistro pudiese estar sesgado hacia una clase
social o hacia la otra, razón por la cual advertimos de la cautela con la que se deben
interpretar dichos resultados.
Otros factores que pueden haber influido en los niveles de desigualdad social podrían
estar relacionados con la forma en que hemos tratado los datos, puesto que no hemos
considerado categoría de análisis la clase social de la familia sino la ocupación de la persona.
En este sentido, la probable existencia de mayores niveles de mortalidad infantil entre las
clases bajas podría provocar una reducción de los niveles de desigualdad en la mortalidad
adulta derivadas de un efecto selección durante las edades pre-adultas. Tampoco puede
obviarse el efecto selectivo que podría haberse producido en aquellas ocupaciones que
requieren de mayor esfuerzo físico como los jornaleros. En este caso, la selección vendría
explicada porque las probabilidades de desempeñar un trabajo con los requerimientos
físicos elevados serían mayores para personas que tuvieran una buena condición física.
Así, es probable que no se hayan tenido en cuenta algunos de los individuos de las
clases bajas que estuvieran enfermos o en peores condiciones físicas, al no figurar como
jornaleros ni en los libros censales ni en los parroquiales. Por el contrario, en el otro grupo
de la población, el hecho de no tener unas condiciones de salud adecuadas no impediría
que la persona figurase como propietario o estudiante (Jaadla, Puur y Rahu, 2017: 18;
Livi Bacci, 1993: 184-191).
Otro factor que podría introducir un sesgo serían las elevadas tasas de emigración
temporal existentes en el municipio de Vera, según se desprende de los registros de
pasaportes del XIX. En los estudios realizados, se registran en los años 1849-1854
promedios anuales de expedición de entre 700 y 1.000 pasaportes, en su mayor parte
gratuitos, sugiriendo el bajo nivel de renta de los solicitantes. Estas cifras suponen un
elevado porcentaje (superior al 15 %) de la población censada y equivalente a más de
una tercera parte de la población jornalera (Sánchez Picón, 1988). Ello significa que
la mortalidad producida durante el periodo de emigración en dicha franja de edad no
constaría en los libros de defunciones parroquiales de Vera, al haber fallecido en otros
lugares, a pesar de estar incluidos en el censo (Revuelta Eugercios y Ramiro-Fariñas,
2016). En todo caso, esta hipótesis exige estudiar la distribución en edad y profesión de
los emigrantes temporales.
6. CONCLUSIONES
Nuestros resultados muestran una clara asociación, en el territorio estudiado y
durante la mayoría de los subperiodos analizados, entre la probabilidad de muerte y el
contexto sociolaboral. En relación con la evolución de las diferencias de mortalidad por
categorías socioeconómicas, se ha observado una progresiva reducción de la desigualdad
de fallecimiento desde el año 1858 hasta los años 30 del siglo XX, progresión que se
trunca dramáticamente en los años de la posguerra. El comportamiento de la mortalidad
desagregado por categorías socioeconómicas parece estar en línea con la evolución de los
factores nutricionales y los relacionados con los avances higiénicos y en la salud pública.
Realizando una lectura de nuestros resultados a partir de las principales visiones sobre
la evolución de la desigualdad social en la mortalidad, podemos concluir que no coinciden
con la hipótesis de la constancia puesto que no en todos los subperiodos hemos constatado
niveles de mortalidad significativamente superiores de la clase baja. Sin embargo, tampoco
encajan exactamente con el modelo propuesto por Antonovsky (1967) debido a las notables
diferencias observadas en las primeras fases de la transición demográfica.
La comparación de nuestros resultados con los obtenidos por otros estudios invita a
profundizar en el análisis de las posibles causas que han provocado datos tan dispares en
los distintos países y modelos de desarrollo. Nuestros resultados parecen estar más en la
línea de los mostrados en estudios sobre economías mediterráneas. Este hecho podría
estar relacionado, en parte, con las diferencias salariales que muestra Allen (2001) en
relación con el mínimo de subsistencia en la primera fase de la transición demográfica.
Sin embargo, la metodología utilizada no nos ha permitido aislar el impacto de los distintos
determinantes de la mortalidad en cada momento, como los asociados a las diferencias de
comportamiento, a la distribución geográfica de los domicilios y sus características, a las
dietas o a los salarios. Por otro lado, al tratarse de un estudio transversal, las diferencias en
las tasas de mortalidad por tramos de edad pueden estar asociadas tanto a un efecto edad
o como a un efecto generación, siendo imposible precisar con exactitud la importancia de
cada uno.
Por último, advertimos que los resultados presentados deben acogerse con precaución,
al estar circunscritos a una ciudad y unas circunstancias particulares. En este sentido, sería
interesante ampliar el número de ciudades objeto de estudio para constatar, entre otras
cosas, las diferencias en la mortalidad que han surgido durante el desarrollo de la transición
demográfica en distintas regiones y modelos productivos. No obstante, creemos que el
análisis que se hace a partir del tratamiento sistemático de los fallecidos a lo largo de un
siglo aporta nuevas evidencias para el caso español que se sitúan en la línea de algunos de
los recientes debates que, desde diferentes perspectivas, se han planteado sobre el estudio
histórico de la desigualdad.
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ABSTRACT
In the process of educating modern Romanian elites, especially after the Unification of the
Romanian Principalities (1859), two young Romanian students journeyed to faraway Spain. Their
names were Andrei Vizanti and Ștefan Vârgolici, selected as scholars from the state of Romania, in
the autumn of 1864, to study at the Central University (Madrid, Spain), for a period of four years. Of
the two, only Andrei Vizanti remained in the Spanish capital, while Ștefan Vârgolici, after a short stay
in Madrid (in 1865), left for Paris. After three years of study (1865-1868), in June 1868, Andrei Vizanti
obtained the title of Graduate of the Faculty of Philosophy and Letters at the Central University,
becoming the only Romanian graduate of a Spanish university until the second half of the 20th
century.
RESUMEN
En el proceso de formación de las élites rumanas modernas, especialmente después de la
Unificación de los Principados Rumanos (1859), dos de los jóvenes estudiantes rumanos llegaron
a la lejana España. Es el caso de Andrei Vizanti y Ştefan Vârgolici, quienes fueron seleccionados
como académicos del estado rumano en el otoño de 1864 para estudiar en la Universidad Central
(Madrid, España), por un período de cuatro años. De estos, sólo Andrei Vizanti permaneció en la
capital española, mientras que Ştefan Vârgolici, después de una breve parada en Madrid (en 1865),
partió para París. Después de tres años de estudio (1865-1868), en junio de 1868, Andrei Vizanti
obtuvo el título de Licenciado en La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, sendo
el único graduado de una universidad española hasta la segunda mitad del siglo XX.
357
ON THE ROADS OF SPAIN: ANDREI VIZANTI, THE FIRST ROMANIAN STUDENT IN MADRID (1865-1868)
Palabras clave: Andrei Vizanti, estudiante rumano, Universidad Central, relaciones rumano-
españolas.
Topónimos: España, Rumanía.
Período: 1865-1868
1. INTRODUCTION
Establishing universities in Romanian (Iași-1860, Bucharest-1864) did not implicitly
mean the fact that these could ensure the education of the Romanian intellectual elite1.
Under these circumstances, the foreign universities, especially those in Western Europe,
continued even in this era to have, for a long period of time, a monopoly of the education of
the autochthonous elite2. Thus, a major role in the process of the education of the Romanian
intellectuals in the second half of the XIX century and even in the first half of the XX century,
especially in the universities of France, Germany and Austria, was followed in the second
plan by those in Belgium, Switzerland, Italy and Hungary, some of them studying in Spain,
Greece or England3. In this context of the education of process of the modern Romanian
elites, especially after the Unification of the Romanian Principalities (1859), two of the young
studious Romanian men arrived in the faraway Spain, one of the studying there4.
Although few details are known about the intention of the Romanian authorities to
send scholars to Spain, all clues clearly lead to the pro-Latin vision of Vasile Alexandrescu
Urechia (1834-1901) who had directly known Spain in his youth (1857), he had been married
to a Spanish woman (Francisca Josephine Dominique de Plano), he had made several trips
to this country (1860-1861, 1867-1868), and had, after the death of his wife, kept in 1858
close ties to the Spanish intellectuals (Alfredo Adolfo Camus, Emilio Castelar). Certainly,
these personal items, invoked by some of the contemporaries themselves, had a decisive
1 L. Năstasă, Itinerarii spre lumea savantă. Tineri români din spațiul românesc la studii în străinătate (1864-
1944), Editura Limes, Cluj Napoca, 2006, pp. 66, 70.
2 Idem, “Rolul universităţilor occidentale în modernizarea şi europenizarea elitelor româneşti (1860-1918)”, in
Xenopoliana, VI, nr. 1-2, Iaşi, 1998, pp. 169-170.
3 Idem, Itinerarii spre lumea savantă..., pp. 91-92; Idem, “Rolul universităţilor occidentale..., p.172; I. Oncescu,
România în politica orientală a Franței (1866-1878), Second Edition, revised and enlarged, Editura Cetatea
de Scaun Târgoviște, 2010, p. 273 (In this hierarchy of foreign universities, where the Romanian elite was
educated, France was on the first place, being the main source for Romanian bachelors and doctors in the
second half of the XIX century and the first half of the XX century).
4 D. Berindei, “Spania în viziunea lui Mihail Kogălniceanu şi V. A. Urechia” in vol. Modernitate şi trezire
naţională. Cultura naţională modernă. Studii şi eseuri, Editura Fundaţiei PRO, Bucureşti, 2003, pp. 230-231.
Briefly, on the Spanish case (Hispanic Attempts) see L. Năstasă, Itinerarii spre lumea savantă..., pp. 315-
317. In the context of the ensemble of the history of the relationships between Romania and Spain, the direct
contacts and convergences between the two countries had a great importance. But, in the first half of the
XIX century, few Romanian travellers who passed through the territories of Europe from various reasons
(economical and political, the desire to educate themselves and to learn abroad, the contact with other cultures
and traditions) arrived in the Hispanic Peninsula. Thus, in 1846-1847, Spain would be directly acknowledged
by historian Mihail Kogălniceanu (1817-1891) and ten years later, in 1857, by historian Vasile Alexandrescu
Urechia who later made several visits in this country. Between the years 1865-1868, after obtaining a grant from
University of Iași (1864) through the support of his mentor, V. A. Urechia, Andrei Vizanti studied in the capital
of Spain within the Faculty of Philosophy and Letters of the Central University - today Complutense University
of Madrid (I. Oncescu, “Cunoaștere și descoperire: Spania în viziunea lui Mihail Kogălniceanu (1846-1847)”,
in Ș. Ștefănescu, C. Neagoe (eds.), Cultură, Istorie și Societate, VI, Editura Ars Docendi, București, 2017, pp.
327- 329).
role in sending young men to study in Spain but, besides this, professor Vasile Alexandrescu
Urechia had correctly noticed the necessity of having good knowledge of Spanish language
and literature in the Romanian academic environment. Under these circumstances, starting
with 1859, when he became director of the Ministry of Public Instruction in Moldova, V. A.
Urechia has campaigned for sending Romanian students to study abroad, especially in neo-
Latin countries. Until 1864, no Romanian student had been sent to study in Spain, so there
was no precedent in this respect. Perhaps the distance between the two countries was a
factor, in addition to not knowing the Spanish education system, the lack of such initiatives.
Thus, in the autumn of the year 1864, two of the students of Iași University, Andrei Vizanti
and Ștefan Vârgolici were selected as scholars of Romania to study in the Central University
(Madrid, Spain), for a period of four years. Out of the two, only Andrei Vizanti would become
a bachelor of the Faculty of Philosophy and Letters, after three years of study in the capital
of Spain (1865-1868) while Ștefan Vârgolici, after a short stay in Madrid (in 1865), he went
to Paris, where he continued his studies5.
5 L. Rados, “Studenți și profesori ai Universității din Iași la studii în străinătate (deceniul șapte al secolului
XIX) (I)”, in Historia Universitatis Iassiensis, I, 2010, Editura Universității Alexandru Ioan Cuza, Iași, 2010, pp.
90-92; D.V. Andronache, ,,Contribuția lui Andrei Vizanti la dezvoltarea relațiilor culturale româno-spaniole”, in
S. L. Damean, M. Cârstea, M. Damean, L. Dindirică (coords.), Permanențele Istoriei. Profesorului Corneliu
Mihai Lungu la 70 de ani, Editura Cetatea de Scaun, Târgoviște, 2013, p. 208; L. Năstasă, Itinerarii spre
lumea savantă...,pp. 315-316. See especially for Andrei Vizanti’s years of study in Madrid (1865-1868), Archivo
Histórico Nacional, Madrid (henceforth AHN, Madrid), Universidades, Legajos 6887/1 (Seccción Filosofia
y Letras, Expediente Vizanti Basilio Andrés, page not numbered); Universidades, 6896, exp. 1 y 2, pages
not numbered; F. J. Juez y Galvez, “El primer alumno rumano de la Central (1865-1868). ‘Acercando así la
Romanía á la civilización de las demás naciones latinas’”, in Revista de Filología Románica, 2003, nr. 20, pp.
123-134; D. V. Andronache, op. cit., pp. 208-221. The Spanish names of the two Romanians as they appear in
the archives are: Andrés A. Vizanti y Basilio și Esteban I. Vargolicin (AHN, Madrid, Universidades, 6887/1; F.
J. Juez y Galvez, op. cit., p. 125).
Senate. Other functions held by Andrei Vizanti until April 1899 when he emigrated to the
United States following a scandal related to the embezzlement of funds were: President of the
Romanian Society for the Teaching of the Romanian People, Iași Branch (1891), Chairman of
the Theatrical committee, Iași (1896). He published several brochures, among which the most
important one was dedicated to the Metropolitan of Moldova, Veniamin Costache (1881)6.
6 Dicționarul literaturii române. De la origini până la 1900, Editura Academiei, București, 1979, pp. 906-907;
D. A. Rosetti, Dicționarul contimporanilor, First edition, Editura Lito-Tipografiei Populara, București, 1897, p.
194; M. Bucur, Istoriografia literară românească. De la origini până la G. Călinescu, Editura Minerva, București,
1973, pp. 86-88; Bibliografia românească modernă (1831-1918), vol. IV, (R-Z), general coordination G. Ștrempel,
bibliographical coordination L. Angheluță, Editura Academiei Române, București, 1996, pp. 769-770.
7 L. Năstasă, Itinerarii spre lumea savantă..., p. 70; L. Rados, op. cit., p. 37; N. Iorga, O școală nouă istorică.
Conferințe ținute la “Liga Culturală”, București, 1936, p. 33 (The great Romanian historian showed that in
1936, in the context of the education of the Romanian elite abroad, especially for the years 60-70 of the XIX
century, that “before, the important people were educated in school abroad. The school from abroad were
much better than the schools from our country, being founded on the work of many free generations”).
8 L. Năstasă, op. cit., p. 74.
space to the West of Europe was clearly established by the Iași historian, Leonidas Rados,
who stated in one of his studies that
for the entire modern period, travelling abroad, especially for educational purpose, so
that at return one could put your his abilities in the service of community, thus becoming a
useful citizen for your country, was one of the episodes which, besides the projection in the
ideological space, could radically form the destiny of a young man, building a bright career and
sending him straight in the social hierarchy9.
Travelling abroad, especially for studies, became “almost a title of glory and fashion”,
and the Romanian newspapers had extensively presented these study journeys abroad in
the middle of the XIX century, both at the departure of the students, during their internship,
but also on their return (even if the studies were completed or not by a bachelor or doctoral
degree)10.
However, the journey always fulfilled a strong function of legitimating the status of a
cultivated man, a member of the elite. It was about acquiring references and intellectual,
cultural and para-cultural experience of the developed West, either in the form of diplomas,
memories, stories or salon relationships11.
Thus, when returning from studies abroad, the young people in this category, especially
those who came with a diploma, often occupied positions in Romanian education or positions
in the state12. In general, the purpose of sending young people to study abroad, selected
by those who conducted the destiny of Romanian education, was to cover some fields,
didactic and social, which contributed directly to the modernisation and good functioning of
Romania13.
The Romanian scholars abroad (especially those with state funds) were obliged to
follow the courses of the chosen institution diligently, to periodically transmit information
reports during the studies, and to return to the country to present the diploma obtained in
order to show that the resources spent were not wasted or made in vain. The purpose of
sending them to study abroad was that they could be used as teachers, which made them
interested and motivated to obtain a bachelor or doctoral degree that would allow them to
enter an elitist and well-paid body14. We mention here that one of the features of the XIX
century foreign training courses was their itinerary. Thus, a Romanian student could start his
studies in a particular institution and could complete them in another (even in the same city)
9 L. Rados, op. cit., p. 37 (The historian from Iași correctly invoking other historiographical opinions showed
that study journeys abroad were made from the areas that had a lack under the report of instruction and
progress towards the western Europe, this also being valid foe the south-east of Europe and especially for the
Romanian space).
10 L. Năstasă, op. cit., p. 86; L. Rados, op. cit., p. 37 (Except the journeys made to obtain a university diploma
and which usually involved undergoing an academic stage, for a longer period of time, there have also been
shorter study journeys for a semester or more, without aiming to obtain a diploma. L. Năstasă, op. cit., p. 87).
11 Ibidem, pp. 86-87.
12 L. Rados, op. cit., p. 37; L. Năstasă, op.cit., pp. 72, 73, 74.
13 L. Rados, op. cit., p. 42.
14 Ibidem, pp. 43-44, 51, 53, 64 (After the competition through which they obtains the scholar, they had to
sign a declaration before they left the country to sign a return order through which they took upon themselves
to works as state employees in the specialisation they for a period of time that was twice as long than the one
they spent studying).
being able to go between university centres in the same area (country) or between university
centres in Europe. The grants offered by the Romanian state, especially those from the
1860s, were based on this principle: the scholar was even obliged to change two schools in
general, one of them being the University of Paris15.
We did not mention by chance Vasile Alexandrescu Urechia’s connections with Spain
(especially) and with the other neo-Latin states (in general). Urechia, “probably the most
restless Romanian creator of forms and institutions” was the one who initiated a programme
which had at its centre the idea of fraternising with the Latin world in order to reach the
freedom, national unity and progress objectives. It appears that this programme came to
life while V. A. Urechia was in Paris between the years 1853-185716. It is a fact that in 1858,
on September 25, the Romanian historian published in Madrid in La Discusión, no. 795, an
article named Introduction to the History of Romanians in which he supported the unity of
the Latin world17.
The program was implemented by V. A. Urechia when he returned to Moldova in Iași
and after he became the director of the Ministry of Public Instruction in 1859. Thus, in 1860,
after the Unification of the Romanian Principalities, he presented his ideas in a speech held
in Iasi at the end of the school year. On this occasion, V. A. Urechia emphasized the idea of
the “juniors’” (young men) study journeys abroad, especially in neo-Latin countries (referring
to the universities of France, Italy and even Spain “which represented an instruction terrain
that was completely unknown to the Romanians”)18.
Thus, in this context, since 1860, starting with September, through the efforts of V.
A. Urechia and with the help of Mihail Kogălniceanu (who was the ad-interim Minister of
Public Instruction in Moldova and president of the Council of Ministers) began sending to
studies in Italy, at the University of Turin, the first five Romanian scholars19. Regarding the
issue of sending the Romania young men to study in Spain, only later in the year 1864, on
September 25, Andrei Vizanti and Stefan Vârgolici were selected as scholars in letters and
sent to Madrid, at the end of the year20.
19 Ibidem, p. 83. Although united in 1859 under one state (called United Principalities of Moldavia and
Wallachia) by the double election of Alexandru Ioan Cuza, Moldavia and Wallachia had (according to the
provisions of the Paris Convention in Paris in August 1858) until the year 1862 (when the ruler completed the
institutional and administrative unification), two governments, two Assemblies and two capitals (S. L. Damean,
I. Oncescu, O istorie a Românilor de la Tudor Vladimirescu la Marea Unire (1821-1918), Editura Cetatea de
Scaun, Târgoviște, 2015, p. 130.
20 L. Rados, “Studenți și profesori ai Universității din Iași la studii în străinătate (deceniul șapte al secolului
XIX) (II)”, in Historia Universitatis Iassiensis, II, 2011, Editura Univeristății Alexandru Ioan Cuza, Iași, 2010, p.
15.
21 Idem, op. cit., I, pp. 49-51 (Leonidas Rados investigates, among other things, his study of students and
university professors from Iaşi studying abroad in the seventh decade of the XIX century (I-2010, II-2011)
and the case of Andrei Vizanti who was a scholar of the Romanian state as a student in Madrid and then a
professor at Iași University. He quite rightly appreciates, on the basis of his studies, that, as we have seen,
there is a great deal of inaccuracies in Romanian historiography regarding academic training and especially
the beginning of Andrei Vizanti’s teaching career. In order to avoid these inaccuracies, according to Leonidas
Rados, more attention should be paid to the corroboration of internal and external sources, we believe we
are right and with whom we fully agree. In this context, especially for Andrei Vizanti’s studies in Spain (which
are the subject of our study), in the Central University, the Faculty of Philosophy and Letters (1865-1868)
corroborating the documentary sources at the National Historical Archive of Madrid, Spain, and what has been
published in Spanish historiography with documentary sources in the archives in Romania and what has been
published in Romanian historiography so far can lead to a better knowledge of the academic years of education
and of the activity carried out by Andrei Vizanti as a student in Madrid and to elimination of these inaccuracies).
Certain historiographical sources show that Andrei Vizanti began his studies in Madrid in 1866 or that he was a
student in Madrid between 1860-1865 (L. Năstasă, Itinerarii spre lumea savantă..., p. 315; Dicționarul literaturii
române. De la origini până la 1900..., p. 906; M. Popa, Spania descoperită de români, Editura Dacia, Cluj
Napoca, 2007, p. 7), fact invalidated by the unedited documents in the Romanian and Spanish archives (L.
Rados, op. cit., p. 50-51; F. J. Juez y Galvez, op.cit., p. 124-125; AHN, Madrid, Universidades, 6887/1). Also in
the case of Ștefan Vârgolici, there are some inaccuracies regarding some aspects, being stated that just like
Vizanti, he allegedly studied in Madrid between the years 1860-1865 (E. Denize, „Călători români în Spania
secolului al XIX-lea”, in Tribuna, serie nouă, an II, nr. 28, 1-15 noiembrie 2003, p. 8). Regarding his studies
in Spain it is clear at present that he, as stated by the documentary and historiographical sources, arrived in
Madrid together with Andrei Vizanti in 1865 and, it seems that they did not accommodate very well in the capital
of Spain and left for Paris (before starting the studies and with the approval of the Romanian authorities), the
scholar being, according to some opinions, as the one of Vizanti, awarded/shared for a study in Madrid but also
in Paris (AHN, Madrid, Universidades, 6887/1; L. Rados, op. cit., pp. 50-51; F. J. Juez y Galvez also notices in
the study dedicated to Andrei Vizanti as a student of the Central University, published in Spain in the year 2003,
that, after one mention, only Andrei Vizanti still appears in the documents kept at AHN, Madrid but implies
the fact that Ștefan Vârgolici could not continue here the studies and left Spain due to economical reasons
Practically, at the beginning of 1865 the two scholars of Romania were in the capital of
Spain as it can be noticed from the Romanian school statistics and from their correspondence
with the Romanian authorities22.
In March 1865, Vizanti and Vârgolici were received by the general director of the Ministry
of Public Instruction in Spain to whom they presented their recommendation letters from the
Minister of Public Instruction n Romanian, and he assured the two Romanian scholars that
they would receive all his support23.
It was raised the following question, why did the two future Romanian students in
Spain need support? Firstly, it in order to enrol in the Central University it was necessary
to validate their baccalaureate exam (fact which constituted a problem not only for the
Romanian students sent to Paris but also to other European university centres) or the
approval to enrol in a university and taking the baccalaureate exam before obtaining the
approval. Many times the Romanian students abroad could not validate their baccalaureate
exam and they had to retake the exam after private lessons or after attending the same time
their university studies together with their secondary studies especially that in that period
the baccalaureate exam was taken at the university24. As it can be easily noticed from Andrei
Vizanti’ school documents but also from other documents (correspondence) in the file at the
National Historic Archive in Madrid, both he and his colleague had their secondary studies
in Moldavia validated/recognised through royal order (March 1865) and they were allowed
to enrol in the Faculty of Philosophy and Letters within the Central University, but he, for
two years, attended in parallel with the bachelor studies several subjects necessary for the
baccalaureate exam which he took in 186725.
(financial difficulties) of the young Romanian state, formed in the year 1859. The Spanish researcher notices
that although he left from Madrid, Ștefan Vârgolici later distinguished himself as one of the first Romanian
Hispanics with a meritorious activity in this sense (F.J. Juez y Galvez, op.cit., p. 125). The great Romanian
historian Nicolae Iorga, too, who had as teachers when he was young Andrei Vizanti and Ștefan G. Vârgolici,
in Iași, showed that these studied in Madrid as V.A. Urechia. Thus, he mentioned in one of his conferences
in 1936, that “Vizanti had learned in Madrid as Urechia (...) Ștefan Vârgolici also learned in Madrid but also
in Paris (...) being in the same generation with Andrei Vizanti.” He described Andrei Vizanti as a big man,
strong, dark haired, with a deep voice who, whenever he took an exam, “rolled a pair of blood-shot eyes” (N.
Iorga, op.cit., p. 35). As I have previously mentioned, among these, only Andrei Vizanti had studied in Madrid.
V.A. Urechia had visited Spain repeatedly and maintained relationships with the Spanish intellectuals, but he
had studied in Madrid, but in Paris (1853-1857), and Ștefan Vârgolici only accompanied Vizanti in Madrid as
scholar, in 1865, but after a while he left Spain and continued his studies in France and Germany.
22 L. Rados, op. cit., pp. 50-51; 68-69. F. J. Juez y Galvez showed based on the documentary sources
published in his study that the first mentions about the Romanian students in Madrid appeared on March 10
1865 (F. J. Juez y Galvez, op. cit., pp. 124-125). Generally, the young Romanian men who left to study abroad
knew each other from Romania, they had been colleagues as it was the case of Vizanti and Vârgolici who lived
together during their time in Madrid (until the latter left for Paris) in the same house - L. Rados, “Studenți și
profesori ai Universității din Iași la studii în străinătate (deceniul șapte al secolului XIX) (II)”, pp. 15, 16.
23 Ibidem, pp. 14, 24 (In the case of many Romanian students sent to study abroad, in order to obtain
the support of the local, political or university authorities, they had official letters of recommendation from
Romanian so that they could accommodated themselves faster and without incidents. Ibidem, p. 13).
24 Ibidem, p. 23-24.
25 AHN, Madrid, Universidades, 6887/ 1; F. J. Juez y Galvez, op.cit., pp. 125-128; D. V. Andronache, op.
cit., pp. 208-209; 214-215, 217. In the royal order issued on March 10 1865 and transmitted to the director of
the Ministry of Public Instruction and to the Rector of the Central University, they are communicated that Mr.
Andrei Vizanti and Stefan Vârgolici from the Danubian Principalities were scholars of the Moldo-Wallachian
government and they had arrived in Madrid to study at the Faculty of Philosophy and Letters with the objective
of broadcasting in their country their knowledge on the Spanish Literature , “thus bringing Romanian closer
to the civilisation of other Latin people”. Regarding the validation of the baccalaureate of the two Romanians
in order to enrol in the classes of the Faculty of Philosophy and Letters, their secondary studies graduation
As the future Romanian students in Madrid communicated to Bucharest in the first part
of the year 1865, about the fact “that the university course” in Spain took five years: two for
the baccalaureate exam, two for he bachelor degree and for the doctorate26.
But, before enrolling in the Faculty of Philosophy and Letters, the two Romanian
scholars had made, after acknowledging the study conditions in Spain, in April 1865, a
request towards the Romanian school authorities to move from Madrid to Paris being
especially worried that they could not finish their studies in the four years of grant27.
In this context and maybe because of this reason, Ștefan Vârgolici28 left the capital of
Spain (after their request to leave for Paris was approved in May of the same year). Still, in
June 1865, Andrei Vizanti gave up his request, probably also as a result of his discussion
with his mentor V.A. Urechia, he stayed in Madrid to study especially that he had prepared
for the exams and paid the study fees for the first year29.
Thus, in September 1865 only Andrei Vizanti enrolled as a student of the Faculty
of Philosophy and Letters in Madrid. His application form had been personally made on
September 27 1865 and forwarded to the Rector of the Central University in Madrid being
approved on September 28 of the same year by the vice-rector of the institution30.
diplomas were recognised and they could enrol in the University, but if they wanted to use their bachelor
degree on the territory of Spain they were obliged to revalidated their baccalaureate exam (AHN, Madrid,
Universidades, 6887/1; F. J. Juez y Galvez, op.cit., pp. 124-125; D. V. Andronache, op.cit., p. 208). There
is no knowledge of the details or motivations for which Andrei Vizanti also followed the required secondary
education (for the baccalaureate exam) at Central University in parallel with the bachelor’s degree in the
years 1865-1867. He may have been forced to attend them to follow the exact steps of the Spanish university
education, or he may have done it on his own initiative, although, as shown by the royal order, he was clearly
saying that he was obliged to attend high school studies or to revalidate his baccalaureate only if was to be
used as a bachelor’s degree in Spanish territory.
26 L. Rados, op. cit. p. 24.
27 Ibidem, pp. 30-31 (Vizanti and Vârgolici invoked the fact that in order to obtain the doctorate in Madrid they
would have needed a period of five years, as it was stated by the Spanish education system and this period
only allowed them to obtain their bachelor degree –the grant was awarded for four years– one fir the study of
Spanish language and three for study).
28 Ștefan G. Vârgolici (October 13 1843 - July 20 1897) —literary critic, translator, professor. He was born in
Moldavia, in Borlești (Târgu-Neamț) on October 13 1843. He studied at the Central Gymnasium in Iași where
he was colleague with Andrei Vizanti. Later, in 1863-1864, Ștefan G. Vârgolici would be colleague with the
same Andrei Vizanti at the University of Iași and together with him they would obtain the grant to study abroad
in Madrid – the autumn of the year 1864). He did not studied in the capital of Spain, in Madrid, but in Paris
and Berlin, but until the end of his life he promoted in Romanian the Spanish culture, being one of those who
made the Spanish floklore known in Romania and he was also the first translator in Romania of Cervantes’
work, Don Quijote de la Macha (published in the magazine Convorbiri Literare in several parts in the period
1881-1891). He also published several articles of literary criticism, in the same magazine, regarding the work
of Miguel de Cervantes, Lope de Vega and Calderon de la Barca. Ștefan G. Vârgolici can be considered the
pioneer of the Romania hispanism. After completing his studies in France and Germany, in the year 1875, he
came back in Romania and until the end of his life (1897) he was a professor at the University of Iași, being the
tenure teacher of the department of French language and literature, department which he transformed in the
department of the history of modern literature. Besides his didactical activity, he also had an intense activity
as a publicist, literary critic and translator. Active member of Junimea Society (1871), he collaborated with the
magazine Convorbiri Literare even since its establishment (1867) publishing in its pages, for almost 25 years,
translations, literary criticism articles and poems. He rightly can be considered the pioneer of the Romanian
hispanism (Dicționarul literaturii române. De la origini până la 1900..., pp. 897-898; D. A. Rosetti, op. cit. p. 192;
L. Rados, op. cit. p. 33; E. Denize, Imaginea Spaniei în cultura românească până la primul război mondial,
Editura Silex, Bucureşti, 1996, pp. 133; 144-146).
29 L. Rados, op. cit. p. 31.
30 AHN, Madrid, Universidades, 6887/1; F. J. Juez y Galvez, op.cit., pp. 125-126; L. Rados, op. cit. pp. 33-
34; D. V. Andronache, op. cit., p. 209.
31 AHN, Madrid, Universidades, 6887/1, (E 797) Andrei Vizanti took 14 exams during his study years in
Madrid –1865-1868 (for baccalaureate and bachelor degree). In his first year of study 1865/1866, Andrei
Vizanti obtained remarkable results: the score exceptional (sobresalientes) –at the Spanish literature and
Greek Novelists exams and the score good (buenos) in Geography and Universal History. In the year 1866
Andrei Vizanti (on August 27) obtains the approval from the general director of the Ministry of Public Instruction,
Severo Catalina (after the Romanian student filled an application) and the Rector of the Central University
(August 28) to attend at the same time the classes of Classical Greek and Latin Literature and Metaphysics
in the school year 1866/1867 so that he could take his baccalaureate exam. On September 26, 1866 Andrei
Vizanti (who now appears with his second name - Andrés Vizanti y Basilio) filled just like he did last year
an application to enrol in the school year 1866/1867 choosing to study Latin Literature, Greek Literature,
Psychology and Logic (for the baccalaureate exam) and the History of Spain and Arabic (for the bachelor
degree). On June 3, 1867 Andrei Vizanti made a request towards the Rector of the University of Madrid to take
his baccalaureate exam. In June 1867, Andrei Vizanti also took his bachelor degree exams (in 1866/1867)
but also the ones necessary for his baccalaureate exam, obtaining the score good (buenos) in Psychology
and Logic, the score very good (notable) for the History of Spain, and in Latin Literature, Greek Literature he
obtained the score exceptional (sobresalientes). After the Romanian student was examined by a committee
lead by Alfredo Camus on June 22, 1867 he was admitted and obtained his baccalaureate diploma which he
would receive on October 30 the same year. In his last year of study at the Faculty of Philosophy and Letters
of the Central University, 1867/1868, Andrei Vizanti enrolled on September 30, 1867 in the Metaphysics and
Ethics, Spanish Literature, History of Spain and Arabic classes, subjects that at the end of the year in 1868, he
obtained the score exceptional (sobresalientes). Also see in this sense, F. J. Juez y Galvez, op.cit., pp. 126-
128; D. V. Andronache, op. cit., pp. 214-215, 217.
32 In the school year 1866/1867, in June 1867 (June 4) Andrei Vizanti enrolled in a competition for a prise
in Greek Literature, and as a result of his examination on June 10 of the same year he obtained the score
exceptional (sobresalientes) from the examination committee and he would receive the First prize, fact that
also became known in Romania (he received the medal in October 1867). During the school year 1867/1868,
in June 1868, Andrei Vizanti would win a new prise in Arabic (L. Rados, op. cit. pp. 28-29; F.J. Juez y Galvez,
op.cit., p. 128, 129; D. V. Andronache, op. cit., p. 215).
33 L. Rados, op. cit. pp. 33-34; E. Denize, op. cit., pp. 85, 92, 94; L. Năstasă, op.cit., p. 316; See for a part of
the articles published by Andrei Vizanti in the year 1866 and 1867, in La Enseñanza especially, La Enseñanza.
Revista General de Instrucción Pública, Archivos y Bibliotecas (director Juan Uña), Año II, Madrid, 25 de
Agosto de 1866, num. 22, pp. 345-349; Año III, Madrid, 25 Setiembre, 1867, num. 48, pp. 375-377; Año III,
Madrid, 10 Noviembre, 1867, num. 51, pp. 41-43; Año III, Madrid, 25 Noviembre, 1867, num. 52, pp. 58-60. For
the articles published by Andrei Vizanti in the Romanian and Spanish journalism, their subject and contents,
during the study in Madrid (1865-1868) also see D. V. Andronache, op. cit., pp. 209-213; 215-217, 217.
As a sign of the validation of his activity in April 1868, Andrei Vizanti would be received
in Spain in Academia Madritense at the recommendation of Juan Uña (the director of the
newspaper La Enseñanza), at a distance of only three months after his mentor V. A. Urechia
had been included as member in the same academy, fact that could not be —Leonidas
Rados’ opinion— just a simple coincidence34.
In June of the year 1868, Andrei Vizanti would obtain the title of bachelor of Faculty of
Philosophy and Letters within the University of Madrid, after on June 8 he was examined
by a committee35. The next day, on June 9, 1868, Andrei Vizanti requested a document
from the Rector of the Central University a document, an academic record through which
hec an prove that he took and passed the bachelor of Arts degree examination, document
that was to be sent to the Romanian authorities to obtain the money to pay the 208 scuzi
necessary to receive the title36. The investiture in the Andrei Vizanti’s degree of bachelor
of arts of the Faculty of Philosophy and Letters took place on July 31, 1868, but he started
many debates in the academic world but also in the Spanish newspapers regarding the oath
of the Romanian student. Finally, although he had to make a political and religious oath,
according to the Spanish legislation, it was admitted (through royal order) because he was
a foreigner to make only the religious one at this graduation ceremony37. On the occasion
of this investiture, Andrei Vizanti gave a speech named Breve noticia sobre la historia de la
Rumanía (Short presentation regarding the History of Romania/ Short presentation on the
history of Romania) which was published in Madrid under the form of a brochure38.
Andrei Vizanti’s work, which has 85 pages is divided into three parts: Dacia and its
conquest by the Emperor Traian (pp.10-26), The Romanian nation, its development and
the vicissitudes until the beginning of the current century (pp. 26-55), The regeneration and
reconstruction of Romania (pp. 56-77), preceded by a geographical description (pp. 7-9)
having in the end the Conclusions (pp. 78-81) and General Note (pp.83-85). In the General
Note of the work, Vizanti debated the etymology of the word Wallach and he explained the
use of the terms Rumanos and Rumania39.
34 L. Rados, op. cit. p. 45; Bibliografia românească modernă (1831-1918), vol. IV, (R-Z)..., p. 796 (The speech
given by Andrei Vizanti at the inauguration of his Romanian literature course at the Faculty of Letters within the
University of Iași (published in 1869), also contains “Despre recepțiunea d-lui A. Vizanti la Academia Matritense
după extractul ședinței din 29 aprilie 1868/ About the reception of Mr. A. Vizanti at Matritense Academy after the
extract of the meeting on April 29 1868.”). It is interesting the fact that in the autumn of 1867 and the beginning of
1868, V. A. Urechia was once again in Spain (after he visited Paris) and he definitely met his protégé, Andrei
Vizanti (E. Denize, “Călători români în Spania secolului al XIX-lea” in Tribuna…., p. 9; M. Popa, op. cit., p. 8).
35 AHN, Madrid, Universidades, 6887/1; F. J. Juez y Galvez, op.cit., p. 129; L. Rados, op. cit. p. 45.
36 AHN, Madrid, Universidades, 6887/1; F. J. Juez y Galvez, op.cit., pp.129-130; D.V. Andronache, op. cit.,
p. 217.
37 F. J. Juez y Galvez, op.cit., pp. 131-132; D. V. Andronache, op. cit., pp. 217-218.
38 AHN, Madrid, Universidades, 6887/1 (work published in the brochure, Universidad Central, Facultad de
Filosofía y Letras, Breve noticia sobre la Historia de la Rumanía. Discurso leído por Don A. Vizanti en el
solemne acto de recibir la investidura de licenciado en la Facultad de Filosofía y Letras, Madrid, Imprenta y
estereotipia de M. Rivadeneyra, 1868); F. J. Juez y Galvez, op.cit., pp. 132-133; D. V. Andronache, op. cit., pp.
217-219. The manuscript of Andrei Vizanti’s work (mss.1536, p. I, IV, pp. 1-64) who noted on the first page,
the title page (I), besides the technical details and the title that was previously mentioned, a motto Veritas
Justicia but also the date of June 15 1868 (which also appears on page 60 together with the name of Andrei
Vizanti and Madrid) can be read at the National Library of Spain in digital form (http://bdh rd.bne.es/viewer.
vm?id=0000120755&page=1).
39 AHN, Madrid, Universidades, 6887/1; M. Popa, op. cit., pp. 7- 9; F. J. Juez y Galvez, op.cit., pp. 133-134;
D. V. Andronache, op. cit., p. 219.
It appears that in September 1868, Andrei Vizanti was still in Madrid and he did not
leave Romania40. As I have shown, after returning in Romania he obtained a position
as a professor at the University of Iași at the department of Literature and the history of
the Romanians in the school year 1868/1869, even occupying his mentor’s place V. A.
Urechia, university where he also had the position of dean (at the Faculty of Letters) later
being named member of the Romanian Academy. His career would end thirty years later
in the middle of a scandal emerged from a matter of public funds embezzlement which
lead to his emigration in the United States of America (1899), and no one knew anything
about him ever since41.
6. CONCLUSIONS
The universities in France, Germany and Austria, followed in the second plan, by the
ones in Belgium, Switzerland, Italy and Hungary had a major role in the education of the
Romanian intellectuals from the second half of the XIXth century and even from the first half
of the XXth century, some of them also studying in Spain, Greece and England.
Vasile Alexandrescu Urechia militated for the Romanian students to go abroad, especially
in the Neo-Latin countries (France, Italy, Spain). Regarding Spain and the intention for the
Romanian scholars to study here, he stated, in 1860, that this country was totally unknown
to Romanians in terms of instruction/education, noting at the same time, the necessity of
existence in the Romanian academic environment of some experts proficient in Spanish
language and literature. In this context, a few years later, on September 25, 1864, two
students of the University of Iasi, Andrei Vizanti and Ștefan Vârgolici, obtained a scholarship
for the field of letters divided between Madrid and Paris. At the beginning of 1865, the two
scholars of Romania were in the capital of Spain, but, after a while, in June 1865, Stefan
Vârgolici left Madrid and continued his studies in Paris and then in Berlin. Although he has
not studied in Spain, he can be considered the initiator of Romanian Hispanism.
Although he had also been tempted to leave for Paris, probably at the advice of his
mentor, Vasile Alexandrescu Urechia, in September 1865, Andrei Vizanti became a student
of the Faculty of Philosophy and Letters at the Central University and remained here for
three years. During the years of studies (1865-1868), he was a meritorious student and
obtained special results in some exams (especially in parallel he also passed the exams for
the validation of the baccalaureate), while also carrying out an intense publishing activity,
writing a series of articles for the press in Romania, but also for the one in Spain. Thus, he
sent in Romania correspondence for Buletinul Instrucțiunii Publice (The Newsletter of Public
Instruction), Convorbiri Literare (Literary Talks), Românul (The Romanian), making public a
series of information regarding the Spanish literature, the Spanish education system, the
organisation of the National Museum and Library in Madrid and in Spain he published in the
gazette La Reforma and in La Enseñanza, where he offered the Spanish readers information
about the history of Romanians.
In June 1868, Andrei Vizanti was to become a graduate of the Faculty of Philosophy
and Letters of the Central University, and on July 31 the same year the investiture ceremony
took place, but this act provoked more discussions in the academic world as well as in
the Spanish press, especially regarding the Romanian student’s taking of the oath. Finally,
although Vizanti had to take a political and religious oath, according to Spanish law, he
was admitted (by royal order), because he was a foreigner, to take only the religious one.
On this occasion of the investiture, Andrei Vizanti gave a speech entitled Breve noticia
sobre la historia de la Rumanía (Short presentation regarding the history of Romania/ Short
information about the history of Romania), speech published in Madrid as a brochure (1868).
After his return to Romania (September-October 1868), Andrei Vizanti obtained, with
the support of his mentor, Vasile Alexandrescu Urechia, a position of substitute (temporary)
professor at the University of Iași for the department of Romanian language, literature and
history, starting with the academic year 1868-1869, a position that he will have for almost
30 years. Some of the contemporaries appreciated, that the choice of Madrid and Spain as
a study destination for the Romanian scholars in the second half of the XIXth century, was a
whim of Vasile Alexandrescu Urechia, explained by his affinity with the Hispanic culture, but
the sending of Andrei Vizanti to study in Madrid and the contact with the Spanish academic
environment meant, besides his academic, personal formation, a way of mutual knowledge
between Romania and Spain.
To conclude, the presence of the Romanian students in Spain in the second half of
the XIXth century was a singular one, constituting an exception of the period, Andrei Vizanti
being the only graduate of a Spanish university until the second half of the XXth century.
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RESUMEN
El presente texto analiza el incremento experimentado por las representaciones erótico-
pornográficas durante la Segunda República al hilo de las particularidades contextuales de apertura
que tuvieron lugar entonces. La hipótesis de trabajo sitúa el esplendor de la sicalipsis española
en este periodo favorecido por un escenario político permisivo que aumentó la edición de dichas
publicaciones. A partir de la prensa y la literatura de la época se examina en primer lugar el paisaje
cultural español atendiendo, específicamente, al desarrollo de la sexología como expresión del
interés suscitado por el binomio sexo/sexualidad. A continuación, se estudiará el surgimiento y
desarrollo de la noción pornografía discurriendo por su complejidad terminológica para, finalmente,
indagar en todo el espectro de representaciones pornográficas que entonces comprendían la
fotografía, el cine, la novela sicalíptica, las revistas licenciosas y el teatro.
ABSTRACT
This essay analyses the increase in erotic-pornographic representations during the Spanish
Second Republic. The working hypothesis situates the apogee of Spanish pornography during these
years, favoured by a political scenario that allowed for the proliferation of publications of this nature.
There is examination of the development of sexology as an expression of the interest aroused by
the sex / sexuality binomial. There is also analysis of the development of the notion of pornography
and, finally, investigation of the entire spectrum of pornographic representations which, at that time,
included photography, cinema, erotic novels, licentious magazines and theatre.
371
NOVELAS, CUPLÉS, POSTALES Y CINE: UNA APROXIMACIÓN A LAS REPRESENTACIONES...
1. INTRODUCCIÓN
Reflexionar sobre la sexualidad humana implica adentrarnos tanto en la función
reproductora como en la cuestión erótica; su estudio se sitúa, en consecuencia, entre
el ámbito médico, biológico y cultural ofreciendo enormes posibilidades analíticas. En la
actualidad, la bibliografía desde estos y otros espacios ofrece un panorama historiográfico
cada vez más completo que permite entender la complejidad de la sexualidad humana a
través de una perspectiva, hasta no hace demasiado, desconocida1. Pero no siempre ha sido
así; su estudio se ha visto ensombrecido por cuestiones religiosas, morales o, puramente,
tendenciosas, que según el periodo histórico condicionaron los avances teóricos en esta
materia.
Desde finales del siglo XIX, los comportamientos humanos en la alcoba cobraron
un interés inusitado, de modo que los discursos médicos y divulgativos sobre el aborto, el
control de la natalidad, la supuesta patología homosexual, o las diferencias entre sexualidad
femenina y masculina fueron cuestiones ampliamente debatidas2. Paralelamente a estos
discursos teóricos, se había ido experimentando también una difusión sin precedentes
de las imágenes cuyo contenido giraba en torno al sexo, dando lugar al nacimiento del
concepto pornografía3. Como explica Bernard Arcand, pese a que el siglo XIX es descrito
como un período de censura donde reina el puritanismo burgués, en realidad, se produce
en occidente una enorme expansión de la producción pornográfica que marcará el principio
de su consumo masivo y universal4. Con estos precedentes, el siglo XX se revela como
un periodo de auge de la sexualidad5 a nivel científico, pedagógico y, al mismo tiempo, la
representación gráfica o artística del sexo inicia su comercialización como objeto de deseo
y fuente de excitación.
El presente ensayo analiza el incremento experimentado por las representaciones
erótico-pornográficas durante la Segunda República al hilo de las particularidades
contextuales de apertura que presentó este periodo. La hipótesis de trabajo sitúa el esplendor
de la sicalipsis española en este periodo al verse favorecida por un escenario político —
6 “La Revista Estudios publica en 1933 un breve pero substancioso artículo, con el significativo título ‘La
Marcha triunfal del sexo’ en el que su autor, Llaucadé, hace un análisis del fenómeno un nuevo: la irresistible
ascensión de las obras científicas y pedagógicas sobre temática sexual en el mercado editorial”, en E. Amezúa,
“Los hijos de don Santiago. Paseo por el casco histórico de la sexología”, Revista Española de Sexología,
59-60, (1993), p. 89.
7 “Gobernada hasta el advenimiento de la república por autócratas que comerciaban con la ignorancia del
pueblo, [España] ha despertado y se ha encontrado, entre mil problemas a resolver, el de la sexualidad”, en A.
Peratoner, Los órganos genitales y el amor en las religiones, citado por J. L. Guereña, Detrás de la cortina...,
p. 93.
8 “Barcelona sería la pionera fundando en 1918 la primera Liga contra la pública inmoralidad. Tras el golpe de
estado de Primo de Rivera aumentaría la creación de este tipo de agrupaciones en varias ciudades españolas
como Valencia, Alicante o Valladolid”, en C. Guillén, El Patronato de Protección a la Mujer: prostitución,
moralidad e intervención estatal durante el franquismo, tesis doctoral dirigida por Carmen González y Encarna
Nicolás, Universidad de Murcia, 2018, p. 155.
9 “Su principal función fue la vigilancia y tutela de menores para cuyo fin se establecieron 52 delegaciones,
una en cada capital de provincia”, Ibídem, p. 69.
10 “Real Orden de 27 de marzo de 1930” en, Gaceta de Madrid, 28-III-1930.
11 R. Álvarez, “El Instituto de Medicina Social, primeros intentos de institucionalizar la eugenesia”, Asclepio:
Revista de historia de la medicina y de la ciencia, 40, (1988), pp. 343-358.
12 R. Huertas y E. Novella, “Sexo y modernidad en la España de la Segunda República. Los discursos de la
ciencia”, Arbor Ciencia, Pensamiento y Cultura, 764, (2013), p. 2.
13 A. Aguado, “Entre lo público y lo privado: sufragio y divorcio en la Segunda República”, Ayer, 60, (2005),
p. 107.
14 J. Daza, “La ley de divorcio de 1932. Presupuestos ideológicos y significación política”, Alternativas.
Cuadernos de Trabajo Social, 1, (1992), p. 163-175.
15 J. M. Garat, “En Cataluña existe ya el aborto legal”, Mundo Gráfico, 1332, (1937), p. 5-6; J. Sobreques i
Callico, “Cataluña tuvo durante la República la ley del aborto más progresista de Europa” El País (13- II-1983).
16 Sobre el control del cuerpo femenino como manifestación de las relaciones de poder entre hombres y
mujeres durante el primer tercio del siglo XX véase, M. Llona, “Los otros cuerpos disciplinados. Relaciones de
género y estrategias de autocontrol del cuerpo femenino (primer tercio del siglo XX)”, ARENAL, 14, (2007),
pp. 79-108.
17 E. Amezúa, “La línea política de la reforma sexual. Memoria histórica y planes de futuro”, Anuario de
Sexología, 8, (2004), p. 158.
18 F. Vázquez y A. Moreno, Sexo y Razón. Una genealogía de la moral sexual en España (XVI-XX), Madrid,
Akal, 1997, p. 136.
19 E. Noguera y L. Huerta (coord.), Libro de las Primeras Jornadas Eugenésicas Españolas: Programa.
Ponencias. Genética, eugenesia y pedagogía sexual, Madrid, Javier Morata, 1934; M. Nash, “Aproximación al
movimiento eugénico español: el Primer Curso Eugénico Español y la aportación del Dr. Sebastian Recassens”,
Gimbernat, Revista Catalana d’Història de la Medicina i de la Ciencia, 4, (1985).
20 M. A. Barrachine, “Maternidad, feminidad, sexualidad. Algunos aspectos de las Primeras Jornadas
Eugénicas Españolas (Madrid, 1928-Madrid, 1933)”, Hispania, 218, (2004), pp. 1003-1026.
21 G. Marañón, Tres ensayos sobre la vida sexual, Madrid, Biblioteca Nueva, 1926.
22 R. Castejón, “Marañón y la identidad sexual: biología, sexualidad y género en la España de la década de
1920”, Arbor Ciencia, Pensamiento y Cultura, 759, (2003).
Sería, empero, una mujer que no llegó a cumplir los veinte años, la que nos legó los
textos más vanguardistas de la época: Hildegart Rodríguez23. La importancia sociológica y
política de la joven quedó sin embargo relegada por la prensa sensacionalista a la luz de
los tristes acontecimientos que terminaron con su vida. La prematura muerte de Hildegart
a manos de su propia madre fue un suceso que conmocionó a la sociedad española y que
yuguló la espectacular trayectoria de una joven prodigio contribuyendo a que sus éxitos
intelectuales palidecieran ante el macabro crimen parricida24. En su trayectoria —tan fugaz
como abrumadora25— defendió medidas a favor del abolicionismo y la despenalización
del adulterio; divulgó, además, ideas eugenésicas y neomaltusianas, promoviendo una
procreación consciente y un nuevo tipo de relaciones amorosas y sexuales alejadas de la
ortodoxia moral imperante. En definitiva, su discurso pretendía despojar a la sexualidad
de influencias represivas y sexistas, siendo una activa defensora de la instrucción sexual
desde la escuela26.
Pese al esfuerzo y la preocupación pedagógica27 no se pudo incluir en las escuelas
la asignatura de educación sexual28; con todo, la sexualidad fue un fértil terreno de estudio
donde confluyó el interés de posturas freudianas29, eugenésicas y anarquistas30, que
a veces de manera conjunta y otras separadas, contribuyeron a la “marcha triunfal del
sexo”. El auge editorial de publicaciones científico-pedagógicas sobre sexología puso de
manifiesto tanto la necesidad de replantear a nivel discursivo la sexualidad humana, como
la demanda de una población que reclamaba conocer y aprender sobre sexo. En este
sentido, surgió un importante número de publicaciones divulgativas entre las que destacan
las siguientes colecciones31: La pequeña enciclopedia de educación sexual (1932), La
biblioteca de educación sexual de Antonio de Velilla (1932-1933), Temas sexuales. Biblioteca
de divulgación sexual, Ángel M. de Lucenay (1932-1937) y Cultura sexual (1936-1937).
La abrumadora cantidad de este tipo de publicaciones —solo la colección de Lucenay
contaba con sesenta volúmenes— constituyó un aporte fundamental a la hora de “extraer
la sexualidad del claustrofóbico recinto del confesionario”32 y acercarlo a una población
marcada por la desinformación.
23 Véase, L. Vicente, “Republicanismo, Anarquismo y Revolución Sexual: El magma de ideas en que nació
Hildegart Rodríguez”, Libre pensamiento, 82, (2015), pp. 52-59.
24 J. Rámila, “Hildegart Rodríguez: La historia que conmocionó a la II República Española” Quadernos de
criminología, 18, (2012), pp. 8-19.
25 Algunos de sus títulos más importantes en lo referente a sexualidad fueron: El problema eugénico.
Punto de vista de una mujer moderna, Madrid, Gráfica Socialista, 1930; La limitación de la prole: un deber
del proletariado consciente, Madrid, Gráfica Socialista, 1930; Sexo y amor; La revolución sexual, Valencia,
Cuadernos de Cultura 41, 1931; El problema sexual tratado por una mujer española, Madrid, Javier Morata,
1931; Educación sexual, Madrid, Gráfica Socialista, Madrid 1931; Malthusismo y Neomalthusismo. El control
de la natalidad, Madrid, Javier Morata, 1932.
26 R. Huertas y E. Novella, “Sexo y modernidad...”.
27 C. Diego, “La educación sexual en la escuela primaria: intento frustrado de los eugenistas”, Cuestiones
de género: de la igualdad y la diferencia, 9, (2014), pp. 158-181.
28 J. B. Seoane, “Escuela, higiene y sexualidad infantil” en, J. Mainer, Pensar críticamente la educación
escolar: perspectivas y controversias, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 2008, p. 247.
29 M. del Cura González y R Huertas García-Alejo, “Medicina y sexualidad infantil en la España de los años
treinta. La aportación del psicoanálisis a la pedagogía sexual”, Hispania, 218, (2004), pp. 987-100.
30 R. Cleminson, Anarquismo y sexualidad en España, 1900-1939, Universidad de Cádiz, Cádiz, 2008; E.
Masjuan, La ecología humana en el anarquismo ibérico: urbanismo «orgánico» o ecológico, neomaltusianismo
y naturismo social, Barcelona, Icaria, 2000; F. J. Navarro, El paraíso de la razón. La revista Estudios 1928-
1937 y el mundo cultural anarquista, Valencia, Institución Alfonso el Magnánimo, 1997.
31 J. L. Guereña, Detrás de la cortina..., pp. 92-103.
32 M. Zubiarre, Culturas del erotismo..., p. 81.
La literatura de divulgación sexual no cesó una vez terminada la Guerra Civil aunque
dio otro giro en cuanto a su contenido y sus bases morales. Si la eugenesia se había
utilizado durante la Segunda República desde los preceptos más modernos defendidos
por Francis Galton, durante el franquismo se utilizó como instrumento represor del bando
republicano33. El principal referente a ese respecto lo encontramos en la figura de Antonio
Vallejo Nájera, que supo promocionar una personal visión de la eugenesia al reconciliar las
doctrinas alemanas de la higiene racial con los preceptos de la moral católica34. Junto a
López Ibor35, las aportaciones de Vallejo Nájera sobre sexualidad serían las que detentarían
el pensamiento hegemónico durante el régimen, recuperando la tradicional asociación
entre sexualidad y reproducción, condenando —y criminalizando36— la homosexualidad
y negando el instinto sexual femenino37. La modernidad sexual a la que se había aspirado
durante la República se disipó dentro de este desolador panorama, en el que solo la obra
de Serrano Vicens38 figura como notable excepción.
En cualquier caso, la instauración de un régimen democrático en 1931 marcó el inicio
de un periodo de profundas reformas políticas que se extendieron al terreno social, dando
paso a un periodo en la historia de la sexualidad española que incluye los avances teóricos
desde la medicina, la psiquiatría o la pedagogía y también, la representación explícita del
sexo como medio de excitación39. Al igual que el resto de Europa, la España del primer
tercio del siglo XX escribe copiosamente sobre sexo y acompaña la letra impresa con una
rica iconografía visual y artística40. El nacimiento de la noción “pornografía” es un invento
moderno y occidental cuya expansión, como veremos a continuación, está íntimamente
vinculada a al desarrollo de la fotografía.
inabarcable. Ahora bien, la pregunta se nos antoja obligada, ¿se deben considerar todas
estas representaciones como pornográficas? La respuesta, sin duda, no puede contestarse
desde una posición simple o absoluta y quedará indiscutiblemente condicionada por el
contexto histórico y las éticas morales de cada periodo. La categorización de lo pornográfico
ha generado enormes problemas al intentar si quiera aproximarse a una definición unívoca y
concreta, tanto que todavía hoy es difícil adentrarse en sus intrincados vaivenes conceptuales
y desligarla de otras expresiones. De hecho, los términos pornografía, erotismo y arte
aparecen generalmente diluidos en un mismo espacio, separados por límites tan débiles
como imaginarios, especialmente a finales del siglo XIX, cuando los primeros daguerrotipos
franceses mostraban formas y encuadres prestados de la pintura. Así comienzan a desfilar
por los gabinetes fotográficos salomés, cleopatras, majas, odaliscas y virginales afroditas42.
Al mismo tiempo, El origen del mundo de Coubert, El pecado de Henrich Lossow
o, más recientemente, La lección de guitarra de Balthus, son buenos ejemplos de que
arte, pornografía y erotismo son términos intercambiables, de modo que la pornografía
puede ser artística o el arte puede representar escenas pornográficas. Asumiendo como
evidente esta afirmación, el debate más intenso se ubica en la distinción entre lo erótico y
lo pornográfico. La línea divisoria que separa ambas expresiones ha constituido siempre
un tamiz poroso, una frontera constantemente cambiante, donde la primera marca el límite
cultural de lo permitido sexualmente, mientras que la otra representa la cara oscura de esa
misma realidad, conformando una dualidad tan simple como maniquea. El concepto erótico
implicaría así una estética artística de lo sexual; al tiempo que la pornografía quedaría ligada
a una naturaleza negativa cuyo estigma se ubica siempre en un plano subjetivo. De esta
forma, la relación de la pornografía con la obscenidad responde al hecho de que la primera
representa todo aquello que no encaja en las normas, valores y creencias que trata de
imponer el paradigma sexual tradicional43. La mayor parte de los estudios sobre pornografía
coinciden en situar el nacimiento de esta connotación peyorativa a finales del siglo XIX
cuando, gracias al perfeccionamiento de algunas técnicas de reproducción gráficas, las
capas más pobres de la población tuvieron acceso a este tipo de material. Pero, sin duda,
fue la fotografía la que funcionó como verdadero catalizador de su circulación masiva,
contribuyendo a la definitiva democratización de las imágenes de contenido sexual entre
todos los estratos sociales. En el momento en que las élites dejan de tener un acceso
exclusivo44 a las representaciones sexuales explícitas, este tipo de publicaciones son
condenadas porque se asume en ellas un carácter potencialmente subversivo, vinculado a
los bajos fondos, al delito e incluso a lo patológico; rasgos con los que todavía hoy estaría
estrechamente vinculada.
Así pues, la expansión y condena de las imágenes pornográficas discurrieron por
caminos paralelos. Las representaciones sexuales explícitas se vieron condicionadas por
códigos religiosos, morales y, desde aquel momento, también legislativos45, quedando
42 C. Figari, “Placeres a la carta: consumo de pornografía y constitución de géneros”, La ventana. Revista
de estudios de género, 3, (2008), p.179.
43 M. Rodríguez, Prácticas postporno en el Estado español..., p. 34.
44 Un buen ejemplo es el museo secreto de Nápoles abierto en 1817. Como recuerda Preciado “Según
decreto real, sólo los hombres aristócratas –ni las mujeres ni los niños, ni las clases populares– podían
acceder a ese espacio. El Museo Secreto opera una segregación política de la mirada en términos de género,
de clase y de edad”, en P. B. Preciado, “Museo, basura urbana y pornografía”, Zehar: revista de Arteleku-ko
aldizkaria, 64, (2008), p. 40.
45 “... es verosímil que sólo a partir del XIX estas representaciones hayan comenzado a ser juzgadas como
licenciosas o inmorales. En EE.UU la primera ley antiobscenidad viene de 1842 y en Gran Bretaña de 1868”,
en J. Guimón, “Pornografía y...”, p. 5.
46 M. Foucault, Historia de la sexualidad..., p. 47.
47 B. Arcand: El jaguar y el oso hormiguero..., p. 31.
48 P. B. Preciado, “Museo, basura urbana y...”, p.46.
49 M. Lucenay, La pornografía, Madrid, Editorial Fénix, 1933, p. 32.
559-588.
52 M. Zubiarre, Culturas del erotismo...
53 “Avalancha de publicaciones con carácter erótico, pícaro, libertino, o sicalíptico, que había ido creciendo de
manera escandalosa (...) hasta la orden de persecución de las mismas por parte del gobierno de la dictadura
de Primo de Rivera”, en E. Amezúa, Los hijos de don Santiago..., p. 89.
54 “Salvemos la juventud”, en Avalancha, La, Pamplona (24- IV-1927), 770, p. 1.
55 Ibídem, p. 2.
56 L. Litvak, Antología de la novela corta erótica española de entreguerras, 1918-1936, Madrid, Taurus, 1994.
57 E. Amezúa, Los hijos de don Santiago..., p.30. A este respecto véase la obra de reciente publicación
sobre la biografía de Sanxo Farrerons, editor de novelas eróticas a principios del siglo XX: J. L. Guereña, El
sardinista pornógrafo, Ed. Renacimiento, 2019.
58 “...no sabemos prácticamente nada de este personaje” en J. L. Guereña, Detrás de la cortina..., p. 466 y
ss.
59 J. Blas, “La novela corta erótica española: noticia bibliográfica”, en Los territorios literarios de la historia
del placer: I Coloquio de Erótica Hispana, (1996), p. 17.
60 J. L. Guereña, Detrás de la cortina..., “Apéndice publicaciones Antonio Astiazarain: cronología comparada
(1933-1934)”, pp. 476-478.
Los diez senos en libertad de estas cinco muchachitas (...) son diez senos desafiando
valientemente todo un pasado lleno de tradiciones y de triples enaguas; son diez puntitas breves
pinchando en la panza hueca de una moral convencional, y son diez senos en lucha abierta contra
la hipocresía, contra los sostenes y contra la belleza con truco. Son también diez senos como diez
banderas de 1932 y como diez altavoces de la civilización real y republicana de la España de hoy69.
70 E. Ricci, “La ola verde en la prensa y en los espectáculos en la II República”, en J. M. Desvois (coord.),
Prensa, impresos, lectura en el mundo hispánico contemporáneo, Université Michel de Montaigne Bordeaux,
2005, p. 310.
71 Fragmento de uno de los cuplés de la revista musical La pipa de oro de Enrique Parada y Joaquín
Jiménez en, Guión. Revista de espectáculos (mayo de 1932), número 6.
Ha llegado a nuestro conocimiento que en el Cinema Puerta se dio anoche una función
para hombres solos, luego de la ordinaria (...) en la que se rodó una película de lo más inmoral
y obscena. Sabemos que hubo bastante gente y varios menores de edad. Este desvergonzado
comercio de la pornografía se repetirá esta noche por su feliz resultado económico81.
Más allá del cine, el teatro o la literatura, si la pornografía tuvo un medio de difusión por
excelencia durante la República, ese fue la postal, que consiguió transformar el sexo en un
72 “La censura fue radicalmente anticomunista. Ni Octubre, ni El acorazado Potemkin se pudieron proyectar
legalmente, ni en público, ni en privado a cargo de una agrupación.” en, M. Paz y J. Montero, “Las películas
censuradas durante la Segunda República. Valores y temores de la sociedad republicana española (1931-
1936)”, Estudios sobre el Mensaje Periodístico, 369, (2010), p. 369.
73 Ibídem, p. 386.
74 Los inicios del cine erótico español se remontan a los años veinte y están estrechamente vinculados a
la figura de Alfonso XIII. Recientemente la Generalidad Valenciana ha restaurado tres cortometrajes de la
colección del monarca encargados por el conde de Romanones a los hermanos Baños, cuyos títulos son:
El confesor, El ministro y Consultorio de señoras. Véase, J. Roglan, La Barcelona erótica, Barcelona, Angle,
2003, p. 130.
75 Ocasionalmente se debía pronunciar una contraseña para tener acceso a la sesión: “Al entrar en el local
abonaron el importe de la localidad, pronunciando la consigna que debía franquearles la entrada, y que era:
‘Pellicer 32’”, en “Cine pornográfico”, en La Vanguardia (22-V-1932), p. 7.
76 “Eroticón, film checo de vanguardia no apto para señorita, primera película checa y una de las primeras
del mundo del cine erótico”, en ABC Madrid (14-II-1932), p. 52.
77 “La policía tuvo noticias de que en un «meublé» de la calle de Lérida se proyectaban películas pornográficas,
cobrándose tres pesetas por espectador para poder asistir a la proyección” en “Cine pornográfico”, en La
Vanguardia (22-V-1932), p. 7.
78 J. L. Guereña, “El burdel como espacio de sociabilidad”, Hispania, 214, (2003), p. 551-570.
79 M. Lucenay, La pornografía..., p. 68 y ss.
80 Ibídem, p. 68.
81 La Verdad de Murcia (1-V-1932), p. 7.
producto de consumo portátil. La mayor parte de los desnudos fotográficos que circularon
por España en los inicios del siglo XX fueron obra de especialistas europeos, cuyas
fotografías se vendían como postales en quioscos y soportales82. En España resultaba
difícil encontrar modelos para este tipo de imágenes pues, según Lucenay “ni las prostitutas
se avienen a las ofertas más beneficiosas, a no ser con el rostro cubierto”83. Por lo general,
las fotografías se obtenían de manera que, mediante el retoque, se sustituía la cabeza de
las modelos originales por otras de conocidas actrices de la farándula patria:
[el] Sr. Martínez Campos, practicó ayer un registro en una casa de la calle de Chinchilla,
en la que encontró una copiosa colección de tarjetas postales totalmente reñidas con la moral
y las buenas costumbres. [...] Este registro ha sido motivado por una denuncia presentada ante
el Juzgado de guardia por dos conocidas artistas que actúan en uno de los teatros de Madrid
de género chico. Fundamentaban ambas la denuncia en que desde hace algún tiempo venían
circulando por Madrid unas tarjetas postales pornográficas en las cuales figuraban sus rostros
recortados indudablemente de fotografías legítimas y superpuestos en la reproducción. [...] El
Juzgado se incautó de un baúl lleno de postales, fotografías y una cámara fotográfica84.
De todos los géneros sicalípticos serían las postales eróticas las que revolucionarían
la pornografía al consolidar la comercialización y distribución masiva del sexo como
experiencia visual. Aunque, en general, las postales eróticas eran un producto callejero y
asequible85, no faltaron los anuncios velados en las revistas licenciosas que, bajo los títulos
de “escenas curiosas”, “fotos secretas de París” o “comercio privado”86, ofrecían el envío
discreto de estos materiales para satisfacer cualquier tipo de demanda:
5. A MODO DE CONCLUSIÓN
Que la pornografía interesase en todas sus vertientes —literaria, visual o artística—
no deja de ser una respuesta social subversiva al dogma moral imperante aquellos años. El
advenimiento de la Segunda República prometía traer consigo renovados aires de cambio
que, en el ámbito sexual, prescindirían de las restricciones impuestas por el gobierno de la
dictadura de Primo de Rivera. Nada más lejos de la realidad, pues solo dos meses después
de la proclamación del nuevo gobierno republicano, la postura frente a la pornografía siguió
la línea marcada por la dictadura:
[el Sr. Companys] dio cuenta de que la Policía había dado una batida por los quioscos
de periódicos, recogiendo una gran cantidad de publicaciones pornográficas. En este asunto
está dispuesto a proceder con la mayor energía, clausurando aquellos quioscos que reincidan
en la venta de esas publicaciones. Respecto a los cafés-concerts, en los que algunas artistas
dan, por imposición de los dueños, exhibiciones inmorales, el gobernador ha impuesto multas
de 50 y 75 pesetas a varios de aquéllos, y también procederá con energía para poner coto a
estas extralimitaciones89.
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— “Los hijos de don Santiago. Paseo por el casco histórico de la sexología”, Revista
Española de Sexología, 59-60, (1993).
RESUMEN
Este artículo estudia el impacto que durante la Transición tuvo el terrorismo en el centro-
derecha del País Vasco. Tiene en cuenta el acoso de ETA a UCD y las formas que adoptó la
propagación del terror, entre ellas las derivadas de los silencios sociales y de los apoyos que obtuvo.
En las postrimerías del franquismo, la presión terrorista hizo que disminuyese la presencia pública
de este ámbito ideológico, gestando así deficiencias en el pluralismo político vasco. En este proceso
influyeron algunos conceptos: la relativización del terrorismo, entendido como una parte más del
juego político, y la idea generalizada de que el principal medio para reducirlo era la adopción de
medidas autonomistas, lo que incrementó su influencia en el proceso de descentralización. Al
aislamiento del centro político contribuyeron planteamientos de los grupos antifranquistas, para los
que los avances democráticos y autonómicos eran logros arrancados, no metas compartidas.
ABSTRACT
This article studies the impact of terrorism on the Basque Country’s centre-right during
the Transition. ETA’s persecution of UCD is taken into account, as well as the different forms of
propagation of terror, such as those related to social silences and support for this strategy. In the
final years of Francoism, terrorist pressure led to reduced public presence in this ideological sphere.
This resulted in shortcomings in Basque political pluralism. A number of concepts influenced this
process: the relativization of terrorism, understood as another element of the political game, and the
390
Manuel Montero
generalized idea that the main means of reducing it was the adoption of autonomist measures, which
increased their influence in the process of decentralization. The isolation of the political centre was
heightened by the proposals of anti-Francoist groups, for whom democratic and autonomic progress
were achieved by force, not shared objectives.
1. INTRODUCCIÓN
En la Transición a la democracia fue crucial el acoso del terrorismo. ETA alcanzó
aquellos años su mayor actividad criminal, condicionando la vida del País Vasco a la salida
de la dictadura franquista. Atacó a las fuerzas de seguridad y a amplios sectores sociales,
en particular al centro-derecha, que sufrieron con intensidad el acoso del terror.
Esta situación tuvo notables efectos sociales y políticos. Condicionó la descentralización
autonómica, objeto de las exigencias del terrorismo y de sus grupos afines. La autonomía
vasca quedó asociada también al combate contra el terrorismo.
El impacto del terror en el centro-derecha resultó decisivo en el desenvolvimiento
local de la Transición. Propició su retraimiento político, así como su aislamiento, debido a
los comportamientos desencadenó la acción de ETA. Influyeron también las posiciones que
adoptaron grupos que se distanciaban del terror pero que no advirtieron algunos efectos
que producía en la democracia.
La alta conflictividad vasca desde los últimos años del franquismo “tiene su máxima
expresión en la existencia de un grupo terrorista, ETA [...] y se manifiesta también en la
falta de consenso entre las principales fuerzas políticas y sociales sobre el encaje territorial
de Euskadi (o su separación) en el conjunto de España”1. Este artículo tendrá en cuenta
también las actitudes que adoptaron distintos componentes de la política vasca. El marco,
condicionado por ETA, gestó un ambiente convulso que explica las anomalías del País
Vasco durante la Transición.
Esta investigación tiene como punto de partida el análisis de la prensa del periodo,
particularmente la del País Vasco. Esta fuente permite sobre todo reconstruir el ambiente
social que rodeó a los atentados, una cuestión crucial para entender el concreto impacto del
terrorismo. Así mismo, se tienen en cuenta las posiciones de los distintos partidos políticos
y la bibliografía referida al fenómeno ETA, que ha crecido notablemente los últimos años.
1 F. J. Merino Pacheco, La izquierda radical ante ETA. ¿El último espejismo revolucionario de Occidente?,
Bilbao, Bakeaz, 2011, p. 49.
2 Declaraciones de Jaime Mayor Oreja, secretario general de UCD en Guipúzcoa, a la agencia EFE,
“Asesinado un simpatizante de UCD”, La Gaceta del Norte, 13 de mayo de 1980.
3 P. Elías, Ramón Baglietto Martínez, Euskal Ikasketetarako. Fundación Popular de Estudios Vascos, www.
fpev.es
4 “ETA (m) reivindica el atentado”, El Diario Vasco, 14 de mayo de 1980.
5 “El Ayuntamiento de Azcoitia condena”, El Diario Vasco, 14 de mayo de 1980.
6 “También Herri Batasuna condena a ETA militar”, Diario 16, 15 de mayo de 1986.
7 “Condena de Garaikoetxea tras atentado”, El Diario Vasco, 15 de abril de 1980.
8 “Importante llamamiento del consejero de Interior a todos los habitantes del País Vasco”, La Gaceta del
Norte, 14 de mayo de 1980.
9 “Ya son cinco los miembros de UCD asesinados por ETA”, ABC, 1 de noviembre de 1980. El artículo
mencionaba además dos secuestros y un intento de secuestro sobre diputados de UCD.
10 La Gaceta del Norte, 11 de noviembre de 1978.
11 “El PNV, contra los 15 puntos de Martín Villa”, El Correo, 11 de noviembre de 1978.
12 “¡Basta de sangre!”, El Diario Vasco, 12 de noviembre de 1980. El artículo cita una pastoral de los obispos
de Bilbao y San Sebastián publicada el día anterior.
13 L. Silva, M. Sánchez y G. Araluce, Sangre, sudor y paz. La guardia civil contra ETA, Barcelona, Península,
2017, p. 95.
14 E. Baz, Los niños de Lemóniz, Barcelona, Espasa, 2019.
15 G. Angulo, La persecución de ETA a la derecha vasca. Amenazas, exilio, extorsión y asesinatos, Córdoba,
Almazara, 2018, p. 11.
16 L. Castells, “La transición en el País Vasco (1975-1980)”, en J. P. Fusi y J. A. Pérez, Euskadi 1960-2011,
Madrid, Biblioteca Nueva, 2017, p. 84.
17 “Anoche: asesinado un concejal en Irún”, La Gaceta del Norte, 17 de diciembre de 1977.
18 “Según su esposa”, El Diario Vasco, 18 de diciembre de 1977.
19 F. Domínguez Iribarren, “La financiación del terrorismo en la democracia” en J. Ugarte Gastaminza
(coord.), La bolsa y la vida. La extorsión y la violencia de ETA contra el mundo empresarial, Madrid, La Esfera
de los Libros, 2017.
20 “Mensaje de la familia Ybarra a la opinión pública”, El Diario Vasco, 15 de junio de 1977.
21 Gregorio Morán, Testamento vasco, Madrid, Espasa Calpe, 1988.
22 Entrevista de Casimiro García Abadillo en El Mundo, 28 de abril de 2004.
23 G. Morán, Los españoles que dejaron de serlo. Cómo y por qué Euskadi se ha convertido en la gran
herida histórica de España, Barcelona, Planeta 1983, p. 332.
24 “Escrita hace un año”, ABC, 9 de octubre de 1977. La misiva protestaba por la legalización de la ikurriña.
En sus años postreros se debilitó la estructura del franquismo en el País Vasco: la élite
empresarial se desentendía de la problemática local; el tradicionalismo, que perdió fuerza
tras identificarse con el régimen, había envejecido, mientras las nuevas generaciones
de ascendencia carlista evolucionaron hacia el nacionalismo; desde los años sesenta la
Iglesia vasca se había desplazado hacia el nacionalismo, mostrando su comprensión de
las posiciones radicales o participando de ellas; los funcionarios que representaban la
presencia del Estado marcharon u optaron por el silencio.
De ahí las dificultades del centrismo en el País Vasco durante la transición. La UCD,
un partido en la que medianos y altos funcionarios tuvieron peso notable, apenas pudo
arraigar. “La UCD nunca tuvo en Euskadi el predicamento que conoció en otras regiones
españolas entre 1977 y 1982. En Euskadi fue sobre todo un partido alavés”25. En Vizcaya y
Álava tuvo una débil estructura, sin posiciones comunes: el foralismo alavés contrastó con
la apuesta estatutaria de los dirigentes vizcaínos.
La formación de la UCD en Guipúzcoa refleja bien estas dificultades. En las elecciones de
junio de 1977 no logró presentar candidatura en esta provincia. Sí concurrió al Senado Jaime
Mayor Oreja, por Demócratas Independientes Vascos —de orientación democristiana—,
que obtuvo algo menos del 5 % de los votos. De una familia con tradición política, los
años anteriores (1975-1976) había sido secretario de juventudes de la Asociación Católica
de Propagandistas y era sobrino de Marcelino Oreja, Ministro de Exteriores. Presidió la
UCD guipuzcoana al constituirse el 15 de octubre de 1977. La formaban personalidades
locales con actividades políticas los años anteriores, sin relevancia provincial salvo su
líder. Se presentaba26 como una opción reformista, respetuosa con algunos criterios que se
imponían en la sociedad vasca: autonomismo, cultura vasca e integración de Navarra, junto
a la condena de la violencia.
En la historia de la UCD guipuzcoana tales matices ideológicos fueron irrelevantes.
Lo expresó Jaime Mayor, cuando contaba la formación del partido: “dos años después,
solo quedábamos vivos mi tío y yo”. “ETA fue matando a todos los demás, uno a uno”. Fue
una parte decisiva de esta historia. Contribuyó a que el centro y la derecha tuviesen una
precaria existencia en el País Vasco de la Transición, pese a su peso notable peso histórico.
En la sociedad vasca el pluralismo era cojo. Su principal deficiencia —la inacción de
la derecha y la escasa presencia del centro— constituía fruto de la presión violenta. “No ha
cambiado nada. Aunque la amnistía fuera total, seguiremos practicando la lucha armada en
tanto no se consiga la alternativa KAS y, más adelante, hasta que no se consiga un Estado
socialista e independiente”27: el primer comunicado de ETA tras las elecciones democráticas
presagiaba que el terrorismo iba a seguir y que afectaría a la Transición. Se confirmaba la
idea de que “ETA parte del supuesto del que el pueblo vasco será libre […] cuando obtenga
su propio Estado, y en ese nuevo Estado-nación vasca se implante el socialismo”28.
Augusto Unceta Barrenechea era hijo del fundador de la fábrica de armas Astra, Unceta y Cía.
25 J. M. Portillo Valdés, Entre tiros e historia. La constitución de la autonomía vasca (1976-1979), Barcelona,
Galaxia Gutenberg, 2018, p. 19.
26 “Ayer se presentó la UCD de Guipúzcoa”, El País, 16 de octubre de 1977. “Se ha construido de abajo
a arriba; pretende ser una opción mayoritaria junto al PNV y al PSOE, es autonomista, es un partido joven,
condena la violencia con la máxima energía, […], desea promover la cultura vasca, considera gravísima la
situación de la economía guipuzcoana y, finalmente, se compromete a estrechar los lazos con las demás
provincias vascas, de modo que se llegue a una UCD vasca, en la que Guipúzcoa vería con buenos ojos la
integración de Navarra, aunque en el total respeto a su propia decisión”
27 “El logro del Estatuto de Gernika”, Deia, 9 de febrero de 2020.
28 P. Ibarra Güell, La evolución estratégica de ETA, San Sebastián, Kriselu, 1987, p. 12.
29 A. Rivera Blanco, “La construcción del “nosotros” vasco y su influencia en la violencia terrorista”, en A.
Rivera y E. Mateo (eds.), Verdaderos creyentes. Pensamiento sectario, radicalización y violencia, Madrid, La
Catarata, 2018, p. 55.
30 “Información nacional”, ABC, 9 de octubre de 1977. “Solamente sirve a los intereses de quienes desean
desestabilizar el proceso político del país”.
31 “Indignación de los partidos”, ABC, 9 de octubre de 1977. El comunicado especificaba “la decidida
voluntad de apoyar al Gobierno en su responsabilidad de poner fin a estos actos, incompatibles con el orden
democrático”.
32 M. Jiménez Ramos y J. Marrodán Ciordia, Heridos y olvidados. Los supervivientes del terrorismo en
España, Madrid, La Esfera de los Libros, 2019, p. 47.
33 Euzko Alderdi Jeltzalea. Partido Nacionalista Vasco, Planteamientos político, socioeconómico y cultural,
40 “UCD-G pide posicionamientos personales ante la violencia”, El Diario Vasco, 3 de noviembre de 1978.
41 “El PSE-PSOE ante la espiral de violencia de ETA”, El Diario Vasco, 4 de noviembre de 1978.
42 “Martín Villa acusa a la Consejería de Interior”, El Diario Vasco, 19 de noviembre de 1978.
43 “El presidente del PNV valora positivamente el proyecto socialista para la pacificación”, El País, 20 de
octubre de 1979.
44 “Ataques al Centro y a Alianza Popular en el País Vasco”, El País, 7 de junio de 1977.
45 J. M. López de Juan Abad, La autonomía vasca. Crónica del comienzo. El Consejo General Vasco, San
Sebastián, Txertoa, 2011, p. 57.
47 “Violencia: nueva reunión el lunes en Bilbao”, El Diario Vasco, 7 de febrero de 1978.
48 “PNV pide a UCD que no participe”, La Gaceta del Norte, 26 de octubre de 1978. “La convocatoria, además
de expresar su propósito de erradicar la violencia, denuncia asimismo la responsabilidad del Gobierno por
su sistemática negativa a adoptar soluciones políticas que contribuyan a acabar con el problema de la lucha
armada”.
7. CONCLUSIÓN
En el País Vasco de la Transición la presión terrorista condicionó la capacidad política
de UCD, el partido que presidía los cambios, por su enorme impacto directo y porque actuó
como catalizador de actitudes que retardaron el reconocimiento del pluralismo como un
valor esencial de la democracia, concepto que no llegó a extenderse por todo el espectro
político vasco.
La acción terrorista de ETA provocó la retracción política del centro-derecha e impidió
que la UCD tuviese una implantación social en el País Vasco que se correspondiese con
su verosímil peso electoral. El acoso del terror imposibilitó el funcionamiento de la UCD
guipuzcoana, objeto sistemático de atentados mortales.
Algunas de las circunstancias agudizaron el impacto que tenían por sí mismas las
actividades terroristas. Alcanzaron particular importancia los mecanismos que generó el
terror, tanto los silencios sociales sobre los crímenes como la inacción ante los atentados.
Se derivaban del miedo, de la aquiescencia o de la asunción de criterios por los que el
asesinato o la amenaza constituían asuntos ajenos, de responsabilidades diversas, en las
que el Gobierno y las autoridades tenían particular responsabilidad, igual o mayor que los
terroristas. No era propiamente neutralidad sino asunción de comportamientos inducidos
por la organización terrorista y su entorno.
El impacto del terrorismo significó también que se propagaran los mecanismos que
aislaban socialmente al señalado por ETA o el “algo habrá hecho” que estigmatizaba a
la víctima y que resultó fatal en el caso de la UCD, por estigmatizar a todo un ámbito
político. Implicó a su vez un derrumbamiento ético de la sociedad vasca, agravado por el
distanciamiento moral al que procedieron algunos partidos y dirigentes eclesiásticos.
La amenaza terrorista dio virulencia a las actitudes de partidos antifranquistas que,
discrepando de ETA, asumieron algunos conceptos provenientes de este ámbito o de los
grupos antisistema, tales como la idea de que existía una lucha entre la violencia revolucionaria
y la institucional. El nacionalismo moderado, por otra parte, mostraba comprensión respecto
a la lucha armada, aunque discrepaba de ella, dándole alguna legitimidad en un esquema
que entendía como enemigos a los no insertos en su concepto de pueblo vasco. Socialistas
y nacionalistas asistieron con cierta indiferencia al acoso que sufría la derecha y la UCD, sin
caer en la cuenta de que formaban parte del pluralismo vasco que era necesario sostener
a la hora de construir la democracia.
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RESUMEN
Este texto pretende reflexionar sobre la presencia de la Monarquía en las aperturas de las
legislaturas parlamentarias de las últimas décadas en la España democrática (1979-2020), a fin de
demostrar que, lejos de ser una novedad reciente, parte sustancial de la escenificación del actual
rito tiene su origen en el franquismo. Además, el artículo aspira a evidenciar la incidencia que tienen
los medios de comunicación en el desarrollo de una ceremonia condicionada por su exposición
pública y que se ha ido transformando hasta convertirse, a día de hoy, en un acto cuya puesta
en escena no solo magnifican los monárquicos —empezando por el propio rey— sino incluso los
propios detractores de la institución. Ello también ayuda a propiciar una dimensión más politizada
de la Corona, colocándola en el centro del debate político como la institución central del sistema
constitucional español.
1 Me gustaría agradecer a Javier Moreno Luzón su amabilidad y predisposición, así como los provechosos
consejos recibidos después de leer una primera versión de este texto. También quisiera dar las gracias a John
Rogister, Joseba Agirreazkuenaga, Joaquim Verde y a todos los que amablemente ofrecieron enriquecedoras
observaciones a una versión anterior del texto, que fue presentada en el 71 congreso de la ICHRPI en Andorra
con el título “The Current Spanish State Opening of Parliament’s ceremony (1979-2016)”. Este trabajo forma
parte de una investigación postdoctoral vinculada a una ayuda Juan de la Cierva — Formación del Ministerio
de Ciencia, Innovación y Universidades y al proyecto “La nación en escena: símbolos, conmemoraciones y
exposiciones, entre España y América Latina (1890-2010)”, HAR2016- 75002-P, dirigido por Marcela García
Sebastiani y Javier Moreno Luzón
406
Oriol Luján
ABSTRACT
This text considers the Spanish Monarchy’s place within the current democratic system via
analysis of the State Opening of Parliament ceremony in recent decades (1979-2020). The aim is to
demonstrate that part of the staging of the present-day ceremony has its origins in Francoism and is
anything but a novelty. The text also seeks to reveal the mass media’s impact upon the act. Subjected
to public exhibition, the ceremony has been transformed into an act in which both monarchists -
starting with the king himself - and critics of the institution have seen their profile raised. Moreover,
the organisation of the ritual has also propitiated a more politicised dimension of the Crown, placing
it at the centre of the political debate as the central institution of the Spanish constitutional system.
1. INTRODUCCIÓN
La Monarquía es una forma de Estado que en muchos lugares del mundo ha sabido
sobreponerse a los cambios históricos y adaptarse a las nuevas circunstancias. Fue capaz
de sobrevivir al fin del Antiguo Régimen, aceptando la posición progresivamente sometida
al parlamento que conllevó la llegada del liberalismo. Y así ha sabido mantenerse incluso
en democracia, a pesar de ser una institución que, en la mayoría de las ocasiones, ni
siquiera ha sido elegida por sufragio.
Muchas de las actuales monarquías parlamentarias sitúan a la Corona como una
institución representativa a nivel simbólico y apenas dispuesta de poder real. Y si es cierto que
algunas de ellas, como la británica, la noruega, la española o la luxemburguesa conservan
competencias ejecutivas, la realidad es que o bien no las ejercen o bien lo hacen a modo
de mero refrendo de aquello estipulado con anterioridad por los respectivos Gobiernos. En
contraposición a lo que sucedía en épocas pasadas, los monarcas actuales no toman parte
de las decisiones políticas, y según reflexiona Javier Moreno Luzón, esta pérdida de poder
efectivo ha contribuido a que las Casas Reales hayan sobrevivido hasta nuestros días2. Es
pues en el ámbito representativo y ceremonial donde la Corona encuentra, amén de su lugar
dentro de las democracias parlamentarias, la vía para seguir afianzando y manteniendo sus
vínculos con la ciudadanía y con las instituciones políticas. Para ello resulta fundamental la
participación en este tipo de actos públicos de gente, que permiten a la Monarquía seguir
presentándose a sí misma como una institución más del sistema democrático y cercana al
pueblo.
En la España actual, como sucede en el Reino Unido, en Suecia o en otras latitudes,
a la inauguración de la legislatura parlamentaria se le sigue atribuyendo la cualidad de
entroncar directamente a la Corona con la voluntad de los ciudadanos, lo que contribuye a
identificar a la Monarquía con las cámaras parlamentarias, a diferencia de lo que sucede
con los jefes de Estado de ciertos países republicanos. Esta vertiente escénica está, en
efecto, mucho menos cultivada en repúblicas parlamentarias como por ejemplo Francia
o Italia, países, ambos, en los que la sesión inaugural de la legislatura no cuenta con la
participación del jefe del Estado, que es el presidente del Estado, y que por lo tanto desagrega
a la institución del poder de las cámaras parlamentarias. Por lo que respecta a Italia, el
reglamento de la cámara de diputados, en su artículo 2.1, establece que la apertura de cada
2 J. Moreno Luzón, “La monarquía malherida”, Ayer, 100, (2015), pp. 251-264.
nueva legislatura estará presidida, de entre los miembros electos, por el vicepresidente de
mayor edad de la legislatura anterior o, en su defecto, por el representante electo de mayor
edad, y que será este quien ofrezca un breve discurso inaugural3. De una forma similar
discurre la apertura de la Asamblea Nacional francesa, cuyo reglamento, en su artículo
primero, también contempla que sea el diputado de mayor edad el que conduzca la primera
sesión y que sus funciones, como en el caso italiano, se limiten a tramitar la elección del
presidente de la cámara baja y a la posibilidad de pronunciar unas breves palabras previas
al inicio del curso político4.
El presente artículo tiene como pretensión analizar todos estos pormenores durante el
período democrático español para reflexionar sobre el lugar que ha ocupado y que ocupa en
el desarrollo de los mismos la Monarquía. Más concretamente, y como ya se ha dicho con
anterioridad, el objetivo es demostrar que el actual ceremonial de apertura de la legislatura
parlamentaria se asienta fundamentalmente en la liturgia operada durante el franquismo
y no tanto en prerrogativas actuales ni en antecedentes liberales. Y que, por supuesto,
tampoco supone una novedad acaecida en democracia. A su vez, el texto también aspira
a poner de relieve cómo los medios de comunicación han moldeado la intervención de los
actores implicados. Para todo ello, en primer lugar, se reflexionará sobre las aproximaciones
historiográficas a este tipo de ceremoniales. A continuación, se analizará la configuración
del rito: primero, el desfile previo y, en segundo lugar, el discurso del rey.
más recientemente, Felipe VI han cuidado esta dimensión escénica mediante continuadas
visitas y giras por España y por el extranjero, procurando siempre transmitir una imagen
de Monarquía moderna y funcional8. Así han propiciado oportunidades de presentarse
públicamente, entre las que se cuentan las que son objeto de este estudio: las sesiones
inaugurales de la legislatura, ocasiones para que la notoriedad pública de los reyes quede
asociada a las instituciones parlamentarias y que ya en el siglo XIX fueron ampliamente
utilizadas por los monarcas españoles de la época para vincularse al nuevo sistema político
liberal que se empezaba a consolidar9. La Monarquía tuvo entonces que someterse a
un proceso de renovación y los ceremoniales de apertura de Cortes revelan, al menos a
nivel simbólico, esta evolución. Como indica Shirin M. Rai, los rituales delimitan mediante
sus inclusiones y exclusiones la tradición y la modernidad, reproduciendo el poder de las
instituciones implicadas10. Es decir, que el estudio de sus escenificaciones y de sus cambios
a lo largo del tiempo permite acercarse a nuevas formas de entender el poder político, su
naturaleza y su configuración.
Si bien en el caso particular de la historiografía española, y gracias a las aportaciones
metodológicas de la historia cultural y de la historia del arte, se han producido en los últimos
tiempos avances significativos respecto al estudio de la Monarquía11 y de otros actos de
cariz más popular o cívico12, el análisis de las festividades y de los ceremoniales —no ya en
un sentido amplio, en el que no reviste novedad alguna, dado que cuenta con una relevante
tradición13, sino en lo concerniente a su relación con las instituciones parlamentarias— no
ha resultado demasiado socorrido, por más que recientemente se hayan elaborado algunos
estudios reveladores y que tienden a destacar la capacidad de estos actos festivos para
reproducir y transformar el poder institucional14. En general, el estudio de las celebraciones
de la Monarquía contemporánea y de sus vinculaciones con ceremoniales parlamentarios
ha tomado como punto de referencia la reflexión que hace David Cannadine acerca de la
Corona británica, aunque obviamente existan también otros precedentes inspiradores15.
Más allá del exitoso término de la invención de la tradición, su ya clásica aportación incide
en la creación y evolución del ritual a partir de la adaptación de viejas tradiciones y nuevas
invenciones16. Además de evidenciar la contribución de la perspectiva cultural al análisis de
la historia política, su conclusión más trascendente consiste en haber señalado que fue la
adaptación de antiguas prácticas en un nuevo contexto y con una publicidad distinta lo que
permitió consolidarlas en costumbres modernas.
Sin duda, el pueblo tuvo un papel significativo en la aceptación de la Monarquía
como institución liberal y aún hoy mantiene un destacado rol en la aprobación de la misma.
Deliberar exclusivamente sobre ello no es el objetivo de este trabajo, aunque sí se tendrá
en cuenta la dimensión popular al reflexionar sobre estos procesos. Así lo sugieren las
últimas aportaciones científicas acerca del lugar que ocupa la Corona en las democracias
actuales, y que inciden en cómo se ha transformado para pasar a ser un componente
más de la sociedad de consumo, filtrado por la influencia y por el poder de los medios de
comunicación. En otras palabras, el entendimiento actual de la Monarquía está circunscrito
al impacto del fenómeno mediático17, hasta el punto de producirse un consumo monárquico
como producto cultural. Y es precisamente esa faceta mediática lo que da sentido a su
supervivencia en los tiempos actuales18.
Con el objetivo de examinar el papel de la Monarquía española en el ceremonial que
inaugura la legislatura parlamentaria, este texto analizará el ritual a lo largo de las últimas
décadas. En primer lugar, se prestará atención a los momentos previos y a lo que acontece
en los aledaños del Congreso de los Diputados, particularmente el desfile. A continuación,
se atenderá al desarrollo del acto en el interior del hemiciclo, a la recepción del rey y a
su discurso. En todos estos momentos se apreciará cómo ha evolucionado la liturgia en
relación a su aparición y a su consolidación a principios del siglo XIX y hasta el franquismo,
mediante una comparativa que permitirá calibrar mejor su transformación a lo largo de la
historia contemporánea española.
Para lograr los objetivos, se analizarán los discursos aparecidos en los Diarios de
Sesiones del Congreso de los Diputados, así como las crónicas escritas de los periódicos
y en la prensa de la época. Dada la consideración de la dimensión simbólica y escénica,
el texto también examinará las retransmisiones televisadas de estos eventos (los más
recientes disponibles en www.youtube.com) y las fuentes iconográficas que muestran la
evolución ritual y de indumentaria.
nueva realidad liberal. A semejanza de las tradicionales comitivas reales, se instauró, por
ejemplo, un desfile público compuesto únicamente por miembros de la familia real y de la
Corte y que servía de antesala a la ceremonia. Si las instituciones parlamentarias mantenían
su espacio de poder y así lo simbolizaban, sin ir más lejos, con la entrega al monarca del
discurso de apertura que este debía pronunciar, la Corona también supo conservar una
efectiva y significativa autoridad en el naciente régimen. Lo hacía mediante iniciativas como
la del desfile, con las que conseguía no solo presentarse a sí misma y a algunos de sus
renovados ceremoniales como elementos propios del liberalismo19 sino también como una
institución inextricable del parlamentarismo y de sus rituales.
Las aperturas de Cortes, además, así como otros ceremoniales similares, sirvieron
a la Corona en su constante búsqueda de la aclamación popular, y si bien lo hacía desde
una posición pasiva, la concurrencia del pueblo resultaba siempre necesaria para legitimar
el lugar que la realeza ocupaba en el régimen parlamentario liberal. Vinculación popular
en busca de legitimidad que sería, por cierto, la que propiciase que ya en democracia se
recuperara el acto adecuándolo a la nueva realidad política.
En la actualidad, la Corona ya no es sujeto titular de poder político como lo era en
el régimen de la soberanía compartida de las Constituciones de 1845 y 1876. Es cierto
que sigue conservando competencias políticas, pero su ejecución es mero simbolismo. El
monarca puede convocar y disolver las Cortes según el artículo 62.b de la Constitución de
1978. Sin embargo, ya no lo hace a su merced como en el siglo XIX, sino que profesa esa
capacidad de acuerdo con las directrices del Gobierno, que es quien ostenta en realidad
—mediante el jefe del Ejecutivo— la capacidad de convocar elecciones. Lo mismo ocurre
con la mayoría de Monarquías parlamentarias europeas. Por ejemplo, en el Reino Unido
todo proyecto de ley tiene que ser aprobado por la reina, además de por ambas cámaras
parlamentarias, para convertirse en ley. Como nos recuerdan Robert Rogers y Rhordri
Walters, esta prerrogativa se mantiene únicamente a nivel simbólico, dado que la reina no
tiene posibilidad política alguna de rechazar un proyecto de ley20. Y cuando algún monarca
ha osado hacerlo, como lo hiciese el Gran Duque Henry de Luxemburgo al negarse a
firmar y sancionar una ley sobre la eutanasia, el parlamento del país votó al unísono para
modificar la Constitución y limitar así su capacidad ejecutiva, de manera que desde 2008
las leyes ya no requieren de su beneplácito para salir adelante21.
El monarca, pues, ya no representa una institución central del poder político, sino
más bien una institución simbólica. Trasladado al ritual de inauguración de la legislatura
parlamentaria, si a lo largo del siglo XIX uno de los actos más destacados acostumbraba
a ser el desfile real previo, en la actualidad, y a falta de cortesanos22, lo que protagoniza
el rey antes de entrar al Congreso de los Diputados se parece más a un paseo que
discurre íntegramente por las inmediaciones del hemiciclo. El cambio es significativo. En
los ceremoniales de apertura de 2016 y 2020, por ejemplo, Felipe VI, la reina y sus dos
hijas llegaron en coche hasta el inicio de la Carrera de San Jerónimo —precedidos, eso
sí, de la Guardia Real montada a caballo—, donde fueron recibidos por el presidente del
Gobierno antes de trasladarse a pie hasta la entrada y ser atendidos por las autoridades
parlamentarias después de que el rey pasara revista a un batallón de honores formado por
miembros del Ejército y de la Guardia Civil.
19 O. Luján, “Escenificaciones de poder en el ceremonial de las aperturas de Cortes españolas del siglo
XIX”, Hispania: Revista Española de Historia, 79-261, (2019), pp. 99-126.
20 R. Rogers y R. Walters, How Parliament Works, London, Pearson, 1987, p. 40.
21 https://www.theguardian.com/world/2008/dec/12/luxembourg-monarchy (Consultado: 11-03-2020).
22 T. Burns Marañón, La Monarquía necesaria: Pasado, presente y futuro de la Corona en España, Barcelona,
Planeta, 2007, pp. 17-18.
Si se compara con los fastuosos ceremoniales del siglo XIX, podría parecer que
el monarca hubiese optado por reducir su protagonismo de acuerdo a un simbólico
sometimiento al poder encarnado por las instituciones parlamentarias, depositarias de la
soberanía nacional. Actitud que le acercaría al ceremonial sueco, que desde la década de
1970 ha hecho una apuesta por la sobriedad al disminuir la exhibición de joyas y ostentosos
atuendos, aunque no hayan desaparecido del todo23 y a pesar de que se mantiene un
paseo en carruaje para asistir al acto protocolario24. Y le alejaría, en cambio, del modelo de
apertura de otras Monarquías parlamentarias, como la británica, que sigue manteniendo el
desfile y una pomposidad monárquica más que considerable: sirva de ejemplo el traslado
de la corona imperial británica al palacio de Westminster y el desplazamiento de la reina
Isabel II en una carroza majestuosa decorada en oro25.
Significativamente alejados, por tanto, de sus orígenes decimonónicos, todos estos
preliminares no han variado sustancialmente desde 197926, pero la novedad de sus usos
no hay que situarla tampoco en el periodo propiamente democrático, sino más bien en
el ceremonial de apertura de las Cortes franquistas, que a su vez tuvo continuidad en la
sesión inaugural del 22 de julio de 1977. Aunque retomado a la par que la democracia, una
vez aprobada la Constitución y celebradas unas elecciones completamente libres, lo cierto
es que el acto inaugural de las legislaturas hasta la fecha sigue manteniendo un vínculo
ineludible con el rito en época franquista. Para empezar, convertir el pomposo desfile de
antaño en algo más parecido a un sencillo paseo no es acaso un cambio que resulte más
deudor de la voluntad de celebrar un acto más austero que el que solía darse en tiempos
de Isabel II o de Alfonso XIII que del influjo de la herencia del ritual franquista. Recordemos
que por lo que respecta al dictador, este llegaba también a las inmediaciones del Congreso
de los Diputados en coche cerrado, como ahora lo hace el rey, abandonando igualmente el
vehículo entre la calle de Cedaceros y la Carrera de San Jerónimo27. Las similitudes llegan
a tal punto que incluso el automóvil usado por ambos jefes del Estado sigue siendo el
mismo, un Rolls-Royce Phantom IV adquirido por el dictador en 1952 y cuyo valor asciende
a los 650.000 euros, uno de los vehículos oficiales más caros del mundo28 y cuyo uso está
lejos de evocar precisamente austeridad.
En segundo lugar, los miembros del Gobierno y de la mesa de las Cortes recibían
al dictador a las puertas del Congreso, a semejanza de lo acostumbrado recientemente.
También la actual escenificación militar del ceremonial encuentra sus raíces en la apertura
de las Cortes franquistas. Si a lo largo del siglo XIX y principios del XX las inauguraciones
del curso político contaron, como ahora, con la presencia de tropas de la Guardia Real, e
incluso con otros regimientos a principios del siglo pasado, su participación se circunscribía
fundamentalmente en la comitiva durante el desfile29. En cambio, es con la llegada del
franquismo con la que toma mayor relevancia la participación de las Fuerzas Armadas,
entendidas ya no como un mero adorno, sino como actores destacados. Vestido con
uniforme de capitán general, como generalísimo de las Fuerzas Armadas, Franco solía
pasar revista a compañías del Ejército antes de entrar a las Cortes y mientras una banda
interpretaba el himno nacional. Usos y costumbres, uniforme de capitán general inclusive,
que se heredaron, intactas, en los primeros años del actual formato30. El rey Juan Carlos
I participó por primera vez en la que fue la apertura de la décima legislatura de las Cortes
franquistas en noviembre de 1971, y lo hizo vestido con uniforme de general de brigada
del Ejército de tierra —huelga decir que el uniforme de capitán general estaba reservado
al dictador, como generalísimo de las Fuerzas Armadas31—. Y en la apertura de las Cortes
Constituyentes de 1977, Juan Carlos I, ya como jefe del Estado, decidió presentarse
igualmente ataviado con el uniforme de capitán general, tal y como lo había hecho hasta
entonces Franco32.
Sin embargo, y acaso debido al foco mediático al que está sometido y que analiza
hasta el más mínimo detalle, el monarca ha ido adaptando su indumentaria a la realidad
del siglo XXI. Así lo demuestra el hecho de que Juan Carlos I vistiese uniforme de gala de
capitán general hasta la tercera legislatura de la democracia (en 1986)33, pero que a partir
de entonces cambiase su atuendo por un traje, a semejanza del que suelen vestir la mayoría
de los políticos. De hecho, y dejando de lado la ceremonia de su coronación, en los últimos
años el propio Felipe VI ha restringido el uso del uniforme militar a actos castrenses o de
simbología marcadamente militar, como es el día de la Hispanidad. También lo hacen otras
casas reales: Harald I de Noruega ante la guardia del rey o los príncipes William y Harry del
Reino Unido representando a los regimientos militares de los que forman parte. Símbolo
de estatus social, el uniforme ofrece una imagen de autoridad y poder, y en el caso de los
militares refleja el rango y, por extensión, exhibe posición social34. El mismo rey consorte de
Isabel II —Francisco de Asís— ya había vestido así a mediados del siglo XIX haciendo uso
de sus ropajes como elemento de distinción.
En la actualidad, la utilización del uniforme militar por parte del monarca español está
íntimamente ligada a la competencia como “el mando supremo de las Fuerzas Armadas”
que le atribuye el artículo 62.h de la Constitución española de 1978. Y en cuanto a ese
cambio de vestimenta recién mencionado, que el uniforme militar haya dado paso al traje
de gala podría pensarse que no atiende únicamente a una voluntad de desvincularse de la
visión impositiva que en general se tiene de las armas, o al hecho de pretender aparecer
ante la opinión pública como un civil más, sino, y por encima de todo, a la necesidad de
distanciarse en la medida de lo posible de la escenificación franquista, a pesar de mantener
vigente el pase de revista a las tropas.
pensar que hoy en día ya no importa tanto el público que se congrega en los alrededores
del Congreso como la transmisión en directo de la apertura que realiza la televisión. De
hecho, se sigue confiriendo a la ciudadanía un papel de mero espectador, papel que a lo
largo de toda la historia contemporánea solo fue distinto en los inicios y finales del Sexenio
Democrático (1868-74), cuando se intentó dar cierto protagonismo al pueblo mediante la
promoción de desfiles de voluntarios.
La Casa Real tiene muy en cuenta esa exposición mediática a la hora de coordinar
una puesta en escena que, ante el constante análisis que se realiza de cualquiera
de las actividades públicas de la institución, parece calculada al milímetro para dicha
retransmisión. El coche de los reyes suele llegar poco después de que conecte la televisión,
y una vez salen sus majestades del vehículo se mantienen en todo momento pendientes
de las cámaras, subordinando sus movimientos al seguimiento periodístico que se hace
de ellos. Dicho ánimo casi coreográfico pone de acuerdo tanto a los partidarios como a
los detractores de la Monarquía, y tampoco es casual que los miembros de los partidos
políticos considerados republicanos no se levanten o no aplaudan la entrada de los reyes
en el hemiciclo. Y si bien es cierto que la mayoría de los representantes políticos siguen
poniéndose en pie para recibir al rey, más allá de dicho reconocimiento a la institución,
hoy día ya no es el monarca quien les indica a los parlamentarios cuándo deben volver a
sentarse. De hecho, en los últimos años algunos representantes políticos, en particular de
Podemos y de partidos nacionalistas e independentistas, o se han ausentado de toda la
sesión —como ERC y Bildu en 2016, y los mismos, junto a JxCat, BNG y CUP en 2020—,
o del desfile previo —PNV en 2016—, o del desfile y de la salutación —Unidos Podemos y
Compromís en 2016—, o se han mantenido sentados sin aplaudir la entrada del monarca
como muestra de rechazo —tal como hizo la bancada del PNV en 202035. Consideraciones
al hilo de las cuales cabría destacar también cómo la reciente entrada de Podemos en el
primer Gobierno de coalición de la democracia, junto al PSOE, ha dado lugar a la extraña
situación acaecida durante la inauguración de 2020, en la que los ministros del partido
liderado por Pablo Iglesias aplaudieron al rey mientras que el resto de parlamentarios de la
misma formación se abstenían de hacerlo.
Parece apropiado recordar que la desaprobación de la Monarquía por parte de los
partidos independentistas y nacionalistas no es nueva, pues ya en 1979 la minoría catalana
—integrada por representantes de CIU y ERC— y PNV no aplaudieron a Juan Carlos I en
su entrada al hemiciclo36. No quiere decir esto, sin embargo, que las relaciones entre los
conservadores catalanes y el monarca hayan sido siempre de abierta hostilidad. Sin ir más
lejos, después del golpe de estado del 23-F de 1981, la Generalitat de Cataluña encabezada
por Jordi Pujol rindió homenaje al Ejército y a la Corona, calificándolo de alto honor, en
motivo de la celebración de la semana de las Fuerzas Armadas en Barcelona37. A decir
verdad, la presencia del monarca en las inauguraciones de las legislaturas parlamentarias
no se había cuestionado nunca. E incluso en 2014, en pleno Procés, el entonces presidente
de la Generalitat, Artur Mas, asistió a la proclamación de Felipe VI como rey, si bien forzado
por su compañero de partido Duran i Lleida38.
35 En la apertura de Cortes de noviembre de 2016 mostraron su aprobación al Rey, con aplausos, diputados
y senadores del Grupo Parlamentario Popular, del Grupo Parlamentario Socialista, del Grupo Parlamentario
Ciudadanos y algunos del Grupo Parlamentario Mixto. Vean Diario de Sesiones de las Cortes Generales: XII
legislatura, núm. 1, 17 de noviembre de 2016, p. 1-7.
36 “Los Reyes, en las Cortes”, La Vanguardia, 10 de mayo de 1979, p. 8.
37 J. F. Fuentes, Con el rey y contra el rey: Los socialistas y la Monarquía. De la Restauración canovista a la
abdicación de Juan Carlos I (1879-2014), Madrid, La Esfera de los libros, 2016, p. 302.
38 A. Fernández, “Duran Lleida doblega a Artur Mas para que asista a la proclamación del Rey Felipe VI”,
último término era el propio rey quien ponía un gabinete u otro, de modo que también la
Corona, al menos a ojos de la ciudadanía, era corresponsable y susceptible de ser juzgada
moralmente por sus acciones, como así lo demuestra la revolución de 1868. Y por el otro,
que abrir las Cortes con un discurso de partido politizaba la Corona asociándola con la
formación política que lideraba el poder en ese momento. Dos aspectos que, precisamente,
no se quisieron reproducir en una democracia como la actual.
En 1979 tuvo lugar un debate acerca de si el rey tenía que intervenir en la inauguración
de la legislatura o si, por el contrario, debía permanecer en silencio. Dado que el artículo
56 de la Constitución de 1978 establece la inviolabilidad del monarca, se llegó a plantear
incluso si sus palabras, en caso de ser pronunciadas, tenían que ser refrendadas por el
presidente del Gobierno de acuerdo con el artículo 64 de la Carta Magna. La UCD, entonces
en el Ejecutivo, era partidaria de evitar una autorización explícita, pues entendía que no era
necesaria si la intervención se limitaba a una salutación y no entraba en cuestiones de
gabinete44. Se querían separar así las palabras del rey de cualquier tipo de observación
política, a diferencia del papel que habían desempeñado sus antecesores, desde Fernando
VII hasta Alfonso XIII, o incluso el mismo dictador, quien utilizaba la ocasión ceremonial
como un instrumento cualquiera de propaganda política. Sirva de ejemplo el siguiente
fragmento de la apertura de 1952:
Si discurrimos sobre la etapa de la vida del Mundo que hemos superado, y recordamos
las conjuras y asechanzas que contra nuestra Nación se movieron, y contemplamos la obra
legislativa realizada en estos mismos años, podemos apreciar mejor la eficacia de un sistema
que, dando a la Nación seguridad y fortaleza, le ha permitido continuar su obra legislativa
serenamente, sin aquellas claudicaciones a que en otros tiempos conducían a la Nación a las
especulaciones de los partidos sobre las dificultades de la Patria45.
47 Diario de Sesiones de las Cortes Generales: X legislatura, núm. 1, 27 de diciembre de 2011, p. 3-4.
48 “El PCE denuncia que el Rey trate de imponer medidas contra los trabajadores”, Europa Press, 14 de
febrero de 2010, https://m.europapress.es/nacional/noticia-pce-denuncia-rey-trate-imponer-medidas-contra-
trabajadores-20100214171409.html (Consulta: 10-03-2020).
49 G. Morán, Adolfo Suárez. Ambición y destino, Barcelona, Debate, 2009.
50 J. F. Fuentes, Con el rey y contra el rey..., p. 279.
51 “Los Reyes, en las Cortes”, La Vanguardia, 10 de mayo de 1979, p. 8.
52 J. F. Fuentes, Con el rey y contra el rey..., pp. 279-281.
53 L. C. Hernando, El PSOE y la monarquía. De la posguerra a la transición, Madrid, Eneida, 2013.
54 “Los Reyes, en las Cortes”, La Vanguardia, 10 de mayo de 1979, p. 8.
55 J. F. Fuentes, Con el rey y contra el rey..., p. 307.
previa, y se concedió un espacio adecuado para amplificar la dimensión política del rey
mediante su intervención en el hemiciclo. En ese contexto, las referencias a las relaciones
internacionales, en particular con Europa e Iberoamérica, la situación económica o la lucha
contra el terrorismo han sido algunos de los principales y constantes elementos que se han
ido repitiendo año tras año en su discurso. Aunque las palabras del rey en sus intervenciones
no han implicado nunca un sostenimiento o rechazo de la actuación del Gobierno entrante,
sí que han mantenido un cariz político innegable, vinculado de hecho a sus obligaciones
constitucionales, pues según el artículo 56.1 de la Constitución al rey le corresponde “la
más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales”. Asimismo, el
planteamiento de guardar y hacer guardar la Constitución es una idea que también se repite
con asiduidad, ya en 197956 o ya en 2004, cuando el monarca indicó:
Esta es además una ocasión que deseo aprovechar para reafirmar, junto con la Reina y
el Príncipe de Asturias, el firme compromiso de entrega a España y a todos los españoles que
anima a la Corona, con lealtad a la Constitución y a los valores y principios que consagra57.
No debe resultar extraño que así sea, teniendo en cuenta que la Constitución de 1978,
en su artículo 61.1, estipula que el rey “prestará juramento de desempeñar fielmente sus
funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de
los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas”.
Lo mismo ha sucedido en tanto que símbolo de la “unidad y permanencia” del Estado,
que de acuerdo con el artículo 56.1 “arbitra y modera el funcionamiento regular de las
instituciones”. Por eso se refirió Juan Carlos I en repetidas ocasiones a la amenaza terrorista
de ETA y apeló a “la unidad en la defensa de los valores democráticos que compartimos
para que desaparezca de nuestra convivencia la violencia terrorista58”. Más recientemente,
ha sido el independentismo catalán el que ha alertado a Felipe VI del peligro que supone
para la unidad del Estado. En 2016 insistió en “el respeto y observancia de la ley y de las
decisiones de los tribunales” como “garantía esencial de la democracia” y reclamó diálogo
dentro del respeto a la ley:
España no puede negarse a sí misma tal y como es; no puede renunciar a su propio
ser y no puede, en fin, renunciar al patrimonio común construido por todos y desde el que
debemos seguir edificando un futuro compartido59.
56 Diario de Sesiones de las Cortes Generales: I legislatura, núm. 1., 9 de mayo de 1979, p. 177-179.
57 Diario de Sesiones de las Cortes Generales: VIII legislatura, núm. 1., 22 de abril de 2004, p. 3.
58 Diario de Sesiones de las Cortes Generales: VII legislatura, núm. 1, 3 de mayo de 2000, p. 4-5.
59 Diario de Sesiones de las Cortes Generales: XII legislatura, núm. 1, 17 de noviembre de 2016, p. 4-7.
60 “Un discurso político”, El País, 18 de noviembre de 2016, https://elpais.com/elpais/2016/11/17/
opinion/1479408670_461154.html (Consulta: 10-03-2020).
61 J. Canal, La monarquía en el siglo XXI, Madrid, Turner, 2019, p. 79.
bloqueo en agosto de 2019, sin Gobierno constituido ni presidente elegido por el parlamento
después de transcurridos más de tres meses desde las elecciones generales, Felipe VI instó
a los partidos, aunque sin efectividad alguna, a ponerse de acuerdo como mejor solución
“antes de ir a otras elecciones”62.
Tal vez la vertiente más política del rey apareció en el discurso pronunciado el 3 de
octubre de 2017, dos días después de la celebración del referéndum de independencia en
Cataluña. Aunque no se trate de una intervención formulada en el contexto del ceremonial
de inauguración de la legislatura parlamentaria resulta oportuno incorporarla aquí para
ilustrar la capacidad de intervención de la Corona en el espacio político y de alejarse del
modelo simbólico que había imaginado la UCD durante la transición. He aquí un fragmento
de las contundentes palabras de Felipe VI el 3 de octubre de 2017:
62 A. M., “El Rey se pronuncia y pide a los partidos “una solución antes de ir a elecciones”, El Confidencial,
4 de agosto de 2019, https://www.elconfidencial.com/espana/2019-08-04/rey-felipe-vi-bloqueo-politico-evitar-
elecciones_2161515/ (Consulta: 10-03-2020).
63 El mensaje íntegro en: https://elpais.com/politica/2017/10/03/actualidad/1507058161_929296.html
(Consulta: 10-03-2020).
64 Cuyo contenido establece: “1. Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la
Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de
España, el Gobierno, previo requerimiento al presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no
ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias
para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado
interés general. 2. Para la ejecución de las medidas previstas en el apartado anterior, el Gobierno podrá dar
instrucciones a todas las autoridades de las Comunidades Autónomas”.
por el entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy65, poniendo en evidencia que
la iniciativa procedía de la propia Casa Real y granjeándose tanto elogios como críticas
por parte de las fuerzas políticas, estas últimas especialmente abundantes en Cataluña y
procedentes tanto de políticos independentistas como de representantes de Podemos y del
PSC, reprochándole no hacer mención de la palabra diálogo, como sí había hecho en el
discurso inaugural de la legislatura de 201666.
6. CONCLUSIÓN
El balance es, en conclusión, ambivalente. Por un lado, la Corona se ha ido adaptando
a los tiempos actuales, en consonancia con un régimen democrático: ha eliminado los
símbolos de cariz más impositivo, como el uniforme militar, procurando a su vez alejarse de
la liturgia franquista y adaptándose a un ceremonial de formas y maneras menos pomposas.
El acto, sin embargo, conserva todavía ciertas reminiscencias de la apertura de las Cortes
franquistas, como por ejemplo la llegada de los reyes en el Rolls-Royce que utilizaba Franco
o la presencia de la dimensión militar. Cabe recordar, además, que más que priorizar la
sobriedad, la escenificación de un desfile más corto atiende a la mera herencia del formato
usado durante la dictadura.
Por otro lado, el discurso del monarca ha tomado un cariz político en sus intervenciones
parlamentarias, en particular en lo referente a las cuestiones relacionadas con la
representación internacional o con la unidad del Estado, tal y como la Constitución de 1978
le encarga salvaguardar. Tal vez por ello, además de por la suerte de vacío político del
que están provistas las palabras del presidente del parlamento, de un carácter más bien
protocolario, se conceda espacio político al mensaje del rey, evocando así al arraigado papel
que sus antecesores han tenido tradicionalmente en el sistema parlamentario español. En
semejante estado de las cosas, la Corona no solo no ha eludido las amenazas que se
ciernen sobre la unidad del Estado, sino que ha decidido intervenir con decisión, reforzando
así su dimensión política y haciendo un uso instrumental de los medios de comunicación
para transmitir sus mensajes.
El futuro esclarecerá hacia donde derivan todos estos pormenores, si son coyunturales
o si se acaban convirtiendo en generalidad, y en qué medida favorecerán o desgastarán a
la Monarquía parlamentaria española. Sin demasiado ánimo de especular, el diagnóstico
parece evidente: si desde sus inicios el sistema parlamentario español concedió a la Corona
amplias prerrogativas, situándola como base del mismo, y, a pesar de la pérdida de poder
efectivo, el actual sistema constitucional sigue situándola como árbitro simbólico aunque
central, es decir como una institución asociada al régimen constitucional de 1978, resulta
difícil imaginar, pues, una oposición a la Monarquía que no pase, inexcusablemente, por
la misma oposición al régimen. Lo que no resulta óbice para que el apoyo social al rey
pueda verse, de una forma u otra, mermado en función de su comportamiento —como ya
le sucediera a Juan Carlos I durante los últimos años de reinado— o que la exposición a la
sociedad mediatizada pueda resultar tan favorable como perjudicial.
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RESUMEN
En 2018 se cumplió el 150 aniversario de la publicación Descripción con planos de la
llamada Cueva de Atapuerca. Este es el primer libro de carácter científico sobre la Sierra
de Atapuerca. Desde entonces, varios yacimientos de este territorio burgalés comenzaron
a formar parte de los inventarios arqueológicos de nuestro país. Sin embargo, hubo
que esperar hasta 1978 para que un joven equipo de arqueólogos, biólogos y geólogos
comenzaran a trabajar de forma sistemática en estos yacimientos. Desde entonces, 1.500
personas, entre estudiantes, profesores e investigadores, han participado, verano tras
verano, en las diferentes campañas de excavación. Hasta la actualidad se ha intervenido
1 Este trabajo se enmarca dentro de los proyectos de investigación CGL2012- 38434-C03-02, CGL2015-
65387-C3-3-P, y PGC2018-093925-B-C31. Las excavaciones de los yacimientos de la Sierra de Atapuerca
son financiadas por la Junta de Castilla y León y la Fundación Atapuerca.
425
LOS YACIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS DE LA SIERRA DE ATAPUERCA
ABSTRACT
2018 marked the 150th anniversary of the publication of Descripción con planos
de la llamada Cueva de Atapuerca. This was the first scientific book about the Sierra de
Atapuerca. Since then, several sites in this territory located in Burgos began to form part
of the archaeological inventories of Spain. However, it was not until that 1978 that a young
team of archaeologists, biologists and geologists began working on these sites in systematic
fashion. 1,500 people, including students, teachers and researchers, have participated
summer after summer in the different excavation campaigns. To date, 15 sites have been
explored, allowing for study of the evolution of human groups in Western Europe since over
a million years ago. This fieldwork has materialized in a thousand scientific publications
that have placed the Atapuerca Research Team at the forefront of worldwide studies on
human evolution. Knowledge of the evolution of these investigations allows us to analyse
the development of archeology in relation to our origins in Spain.
y naturalistas como Casiano del Prado, Juan Vilanova y Piera, o los hermanos Siret. De esta
forma, los estudios sobre nuestro pasado tomaron los enfoques teóricos y metodológicos
propios de las disciplinas de las Ciencias Naturales (Ayarzagüena, 1993: 404-409).
En este contexto de predominio de las Ciencias Naturales debemos situar la publicación
Descripción con planos de la llamada Cueva de Atapuerca de los ingenieros de minas Pedro
Sampayo y Mariano Zuaznavar. Este trabajo de 1868 es uno de los trabajos más antiguos
que sobre cavidades se ha realizado en España. Destaca por la interesante descripción
topográfica que realiza sobre dicha cavidad, la cual se complementa con una serie de
planos, proyecciones e ilustraciones que gozan de una gran fidelidad lo que proporciona
una imagen bastante completa de esta cueva (Ortega y Martín, 2018: 42). Este trabajo no
destacó desde un punto de vista arqueológico, aunque recogió la noticia del hallazgo por
parte de Felipe de Ariño y Ramón Inclán de toda una serie de restos arqueológicos y fósiles
en el yacimiento de Cueva Ciega en 1863.
La publicación de Sampayo y Zuaznavar motivó que, en 1870 Laureano Pérez Arcas,
director del Museo de Ciencias Naturales, organizara una visita a Cueva Ciega para verificar
la antigüedad de los restos humanos localizados años antes en este yacimiento. Pérez
Arcas realizó una pequeña cata en la entrada de la cavidad donde junto a varios restos
cerámicos localizó nuevos fragmentos de cráneos (Pérez Arcas, 1886: 173).
La gran difusión que alcanzó el libro de Sampayo y Zuaznavar, así como la pequeña
intervención arqueológica llevada a cabo por Pérez Arcas, motivó que, tanto el yacimiento
de Cueva Ciega como el de la Cueva de Atapuerca, pasaran a formar parte de los principales
trabajos de síntesis que sobre yacimientos prehistóricos se realizaron en España a finales
del siglo XIX (Cuveiro Piñol, 1891: 109-110; Puig y Larraz, 1896: 72.72).
Atapuerca realizaron los prehistoriadores Jesús Carballo García, Saturio González, Henri
Breuil y Hugo Obermaier en 1910 y 1912, respectivamente. Sus trabajos se centraron en
la Cueva de Atapuerca, si bien es cierto que esta cavidad se corresponde con el complejo
kárstico Cueva Mayor-Cueva de El Silo que tiene una extensión de casi 4 km y en el que
hay numerosos yacimientos.
Carballo y Saturio documentaron la presencia de restos arqueológicos en tres
yacimientos: El Portalón de Cueva Mayor, Cueva de El Silo y el Salón del Coro. Pero,
sin duda, el hallazgo más notorio fue una posible cabeza de caballo de origen paleolítico
situada en la entrada de Cueva Mayor (Carballo, 1910: 472). De esta manera, la Cueva
de Atapuerca se posicionó dentro del debate sobre el desarrollo del arte rupestre en la
Península Ibérica, formando parte a partir de esos momentos de todos los listados de
cuevas con arte rupestre (Mortillet, 1911: 60-61).
En 1912 el Abate Henri Breuil y Hugo Obermaier, acompañados también por el monje
silense Saturio González, visitaron la Cueva de Atapuerca. Además de la supuesta cabeza
paleolítica, Breuil y Obermaier localizaron otros elementos de arte rupestre en otros puntos
del complejo kárstico. Entre las conclusiones de su trabajo, identificaron la cabeza que
anteriormente Carballo había reconocido como un caballo, como de un oso, y atribuyeron
la autoría de su descubrimiento a Hermilio Alcalde del Río (Breuil y Obermaier, 1913: 1-16).
Este hecho desencadenó a lo largo de los sucesivos años una controversia entre Breuil y
Carballo por establecerse la autoría del descubrimiento.
Respecto a la autenticidad paleolítica de dicha pintura, esta se ha encontrado
cuestionada desde su publicación. Por su parte, Breuil nunca cuestionó la autenticidad
prehistórica de la representación, aunque sí mostró inicialmente dudas sobre la especie del
animal representado, atribuyéndolo a un oso. Años más tarde, el geólogo Royo y Gómez
negó la autenticidad de dicha representación indicando que se trata de una pintura actual
(Royo y Gómez, 1926: 64). Sin embargo, la autoridad mundial que representaba Breuil
motivó que ningún otro investigador se planteara dudas sobre la autenticidad de dicha
pintura a lo largo del siglo XX. De esta manera, la cabeza pintada en la Cueva de Atapuerca
pasó a formar parte de todos los manuales que recogían los yacimientos que contenían arte
rupestre del Paleolítico superior en la Península Ibérica (Ortega y Martín, 2012: 217).
Esta situación cambió con la llegada del siglo XXI, cuando un nuevo trabajo volvió a
cuestionar la cronología de la mencionada representación en base a un análisis historiográfico,
contextual y gráfico. El estudio concluyó que la figura se corresponde con un équido pintado
a principios del siglo XX (García et alii 2001: 153, 157, 166). Lejos de quedar zanjado el
tema, un reciente trabajo basado en la aplicación de un estudio fotográfico combinado con
el análisis de muestras de pigmentos mediante microscopía Raman, ha abierto nuevas
posibilidades de estudio. La microespectroscopía detectó micropartículas de hematites y
de carbón amorfo, lo que posibilitó la datación por radiocarbono de una muestra (AMS 14C)
que dio como resultado que la pintura se realizó en un momento indeterminado de la Edad
Media o Moderna. Sin embargo, los autores exponen la posibilidad de que el pigmento
pueda estar alterado o contaminado por la vegetación circundante o por la manipulación
de la pintura en los procesos de estudio y calco directo (Fernández Moreno et alii, 2019:
73-92).
En 1962 varios miembros de este grupo, bajo la dirección del anticuario, y posterior
Delegado Provincial de Excavaciones Arqueológicas desde 1966 hasta 1979, José Luis
Uribarri, recogieron restos fósiles de los rellenos de la Trinchera del Ferrocarril y los llevaron
al Museo de Burgos. Un año más tarde Basilio Osaba, director de dicho museo, en compañía
de Uribarri y miembros del GEE, realizaron varias catas localizando en el yacimiento que se
denominó Trinchera, y que hoy conocemos como Complejo Galería, un bifaz (Osaba, 1965:
481). De esta forma, los depósitos de la Trinchera del Ferrocarril comenzaron a formar
parte de los inventarios de los yacimientos paleolíticos burgaleses. Esto motivó que
Francisco Jordá Cerdá, mostrara su interés por los yacimientos llevando a cabo, entre
1964 y 1966, una serie de intervenciones tanto en la Trinchera como en El Portalón de
la Cueva de Atapuerca.
Jordá, con la colaboración del paleontólogo Josep Fernández de Villalta, documentó
una ocupación del Paleolítico inferior atribuida al achelense en el yacimiento de Trinchera
y ocupaciones de Prehistoria reciente en El Portalón. En 1966, Narcís Sánchez, miembro
del equipo del Instituto Paleontológico de Sabadell, dirigido por Miquel Crusafont, fue
sorprendido mientras realizaba un muestreo en el yacimiento de Trinchera sin el permiso
correspondiente. Este hecho motivó el enfado y malestar de Jordá y del GEE. En 1968,
Uribarri y otros miembros del GEE descubrieron a medio kilómetro de la Trinchera el
primer yacimiento de Paleolítico medio al aire libre de esta zona asignándolo de forma
genérica al musteriense. Este periodo estuvo protagonizado por la participación del GEE,
quienes además de realizar una pequeña cata en el yacimiento de El Mirador en 1970,
descubrieron, en noviembre de 1972, el yacimiento de la Galería del Sílex (Ortega y
Martín, 2012: 227-231).
El descubrimiento de la Galería Sílex, un yacimiento con arte rupestre y materiales
arqueológicos desde el Neolítico hasta la Edad del Bronce, desencadenó que Juan María
Apellániz, profesor de la Universidad de Deusto, comenzara un proyecto de investigación
que, desde 1973 hasta 1983, le llevó a trabajar en este yacimiento como en El Portalón.
El trabajo de Apellániz hay que situarlo en el estudio de su modelo interpretativo entre la
dicotomía existente entre las poblaciones de agricultores y pastores de las cavernas y las
de los grupos aire libre (Mínguez, 2004).
Ese mismo verano de 1972 un equipo norteamericano encabezado por Geoffrey A.
Clark y Lawrence G. Strauss inició un proyecto de prospecciones en la Meseta Norte. Este
fue el primer proyecto de prospección sistemática realizado en nuestro país y que pretendía
localizar los yacimientos pleistocenos y post-glaciares para establecer una secuencia
cronocultural de la región (Navazo, 2002: 20). Para lograr este objetivo desarrolló parte de
su estudio tanto en la Sierra de Atapuerca como en su espacio circundante. Así por ejemplo,
realizó a un sondeo arqueológico en El Portalón de Cueva Mayor, donde documentó una
secuencia arqueológica con fases culturales desde el Neolítico hasta la romanización,
aunque no llegó alcanzar la base de la cueva. En este mismo proyecto de investigación se
van a documentar dos de los yacimientos situados en la trinchera del ferrocarril. En concreto,
G. A. Clark va a denominarlos como Localidad 1 y Localidad 2, correspondiéndose con los
actuales yacimientos de Gran Dolina y Galería, respectivamente (Clark, 1979: 87-136).
Figura 3. Geofrey Clark durante su trabajo de campo en 1972. Vista general del equipo de Juan María
Apellániz, al fondo a la derecha, en 1974. Este equipo trabajo en El Portalón entre 1973 y 1983
Figura 4. Primer fósil preneandertal localizado por Trino Torres en 1976. AT-1 fue descubierta en
el yacimiento de la Sima de los Huesos y se corresponde con una mandíbula de hace más de
430.000 años.
Edad Media (Verges et alii, 2016; Carretero, et alii 2008). Desde 1999, toda una serie de
prospecciones arqueológicas en el entorno de la Sierra de Atapuerca, han permitido
conocer cómo han explotado este territorio tanto las sociedades de cazadores-
recolectores neandertales (Navazo et alii, 2017), como las primeras sociedades
productoras (Marcos, 2014).
La información sobre los neandertales se está completando con la excavación de
los yacimientos al aire libre de Hundidero, Hotel California, Fuente Mudarra y La Paredeja
(Navazo y Carbonell, 2014; Santamaría et alii, 2021), así como los yacimientos en cueva de
la Galería de las Estatuas y Cueva Fantasma, donde incluso se han recuperado una falange
y un fragmento de cráneo humano, respectivamente (Pablos et alii, 2019). La secuencia se
completa con la excavación y estudio del yacimiento al aire libre del Valle de las Orquídeas
y de los niveles inferiores de la Cueva de El Mirador y de El Portalón donde tenemos restos
de los grupos de cazadores y recolectores de Homo sapiens que ocuparon este territorio en
el Paleolítico superior (Mosquera et alii, 2007; Carbonell et alii,2014).
Los trabajos en los yacimientos de la Trinchera y en la SH han continuado. De esta
manera en Gran Dolina se ha avanzado sustancialmente en la excavación del nivel TD10,
donde se ha podido saber qué hace 350.000 años los preneandertales realizaron cacerías
comunales de bisontes (Rodríguez-Hidalgo et alii, 2017); se han recuperado más fósiles
humanos canibalizados en el nivel TD6 (Carbonell et alii, 2010) y se han datado sus niveles
inferiores con cronologías superiores al millón de años. A partir del 2002 se reabrió el
Complejo Galería con la excavación en la Covacha de los Zarpazos y con parte de la
sección del yacimiento de Galería que se había abandonado en 1995. La ampliación de
la excavación en el yacimiento de la Sima del Elefante permitió descubrir en 2007 nuevos
fósiles humanos. Estos restos clasificados como Homo sp. tienen una antigüedad de más
de 1.200.000 años y son los fósiles humanos más antiguos descubiertos en cueva en
Europa occidental (Carbonell et alii, 2008). La excavación en la Sima de los Huesos ha
permitido recuperar miles de nuevos restos humanos, cuyo estudio ha desembocado en
trabajos sobre cráneos, pelvis, columna vertebral, extremidades y patologías de los más de
29 preneandertales que allí se han localizado (Bemúdez de Castro et alii, 2020).
El EIA no ha permanecido al margen de la renovación metodológica aplicada tanto
al trabajo de campo como a las diferentes líneas de investigación. Fue un equipo pionero
en aplicar sistemas de recogida de datos mediante el empleo de PDA (Canals y Guerra,
2011). Así mismo, los fósiles humanos de la SH sirvieron para aplicar los primeros estudios
positivos sobre ADN mitocondrial y nuclear sobre poblaciones de más de 400.000 años
(Meyers et alii, 2014; Meyers et alii, 2016). Mientras que los dientes de Homo antecessor
se están utilizando para el desarrollo de estudios proteínicos (Welker et alii, 2020). Del
mismo modo, nuevos sistemas de datación con cosmogénicos ESR aplicados sobre dientes
humanos y luminiscencia se han utilizado para datar los niveles más antiguos de la Sima
del Elefante, Gran Dolina y SH, respectivamente (Carbonell et alli, 2008; Duval et alii, 2018;
Demuro et alii, 2019). La aplicación de sistema de escaneo y prospecciones geofísicas están
permitiendo modelar y conocer la existencia y morfología de cuevas inaccesibles (Martínez-
Fernández et alii, 2020; Bermejo et alii, 2020;). Mientras que la aplicación de escáneres y
de la microscopia computarizada de rayos X se está utilizando para ver las secciones del
interior de dientes y herramientas de piedra sin necesidad de romperlas (Martinón-Torres
et alii, 2007; García-Medrano et alii, 2020). Junto a esto novedosos trabajos sobre gasto
bioenergético (Vidal Cardoso et alii, 2017), biomecánica (Patiño et alii, 2017) y la aplicación
de nuevas tecnológicas para explorar la relación mano-cerebro (Bruner et alii, 2019; Fedato
et alii, 2020) hacen que el EIA siga situándose en la vanguardia de las investigaciones
sobre Evolución Humana a nivel mundial.
Figura 6. Esquema conceptual con dos modelos de desarrollo (concéntrico y bombeo) elaborado
por Eudald Carbonell en el año 2002. En ambos casos la interrelación entre investigación y
divulgación es la clave para comprender el desarrollo del Proyecto Atapuerca
9. CONCLUSIÓN
En el año 2000, los yacimientos de la Sierra de a Atapuerca pasaron a formar parte de
la lista de bienes integrantes del Patrimonio Mundial de la UNESCO. La singularidad para
el estudio de la evolución humana en Europa de los hallazgos arqueopaleontológicos de
este enclave, situado 15 km al este de la ciudad de Burgos, fue la principal característica
que motivó dicha declaración. No debemos olvidar que el mero hecho de descubrir fósiles
y restos arqueológicos no garantiza per se la consecución de este galardón. La declaración
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447
La estructura es muy didáctica. Los apartados se inician con portadillas, con numerosas
ilustraciones muy cuidadas, conceptuales, de coloridos atrayentes y muy elaborados por
Mabel Esteban García y diseño-coordinación editorial de Alberto Labarga Bocos. Está muy
bien obtenida la relación del aparato gráfico del libro con el contenido, como forma de
reflexión sobre los temas abordados.
Formalmente, la obra se presenta en 21 apartados, con títulos y subtítulos de los
mismos muy originales y atractivos, que son desarrollados cada uno de ellos, de profunda
forma sintética en dos páginas. Se resaltan en cada apartado frases destacadas, como
reflexión para el lector. Así van presentando grandes ideas de la evolución humana,
desarrollando el proceso de hominización en paralelo a una noción de humanización, como
adquisiciones fundamentales que nos hacen humanos.
En el primero de estos apartados titulado La humanidad y su evolución, aportan ya las
interacciones con el entorno de las sociedades prehistóricas, así como las emergencias de
los grupos humanos del Pleistoceno vinculadas a estas sociedades cazadoras-recolectoras,
como hacer herramientas, hablar, el fuego, enterrar a los muertos.
Van así presentando grandes temas, como el ADN de la vida, la simbiosis y la comunidad,
selección natural, especies y diversidad, los utensilios, ocupación de los continentes, el
fuego, el lenguaje, el ritual funerario, origen del arte, pastores y agricultores, el comercio, la
escritura, la filosofía, la ciencia, la revolución industrial, la tecnología, mundos exteriores, la
consciencia de especia, la transhumanidad y humanidad hasta aquí hemos llegado.
Hay un hilo conductor en los autores al desarrollar los temas, intentar responder a la
pregunta ¿qué significa ser humano?, como reflexión de hacerse humanos en un marco
social y económico, como proceso de humanización.
La obra presenta así un auténtico aluvión de ideas de profundo contenido, pero que son
explicadas de forma muy sencilla, comprensibles para un público joven y adulto interesado
por estos temas, donde se van indicando aspectos como “cooperación para sobrevivir”,
“asociación”, el valor del “apoyo mutuo” y las “relaciones recíprocas”. Al considerar la
selección natural, la valoran como la supervivencia del mejor adaptado, no del más fuerte.
Es muy clara la explicación de la evolución humana como desarrollo abierto, donde se
van presentando las diferentes especies que habitaron el planeta en el Pleistoceno, como
proceso en marcha, donde la hominización no ha terminado; finalizando el apartado con
una pregunta de calado ¿Cuántas especies habrá en el futuro humano o posthumano?
Explican las salidas de África de los grupos humanos, analizando el valor de la
socialización de la tecnología como respuesta a la capacidad de vivir en lugares inhóspitos.
Y en ese sentido exponen la analogía de lanzar naves al espacio como garantía de
supervivencia futura para nuestra especie.
También resaltan la importancia del fuego como factor de socialización, y como
gran adquisición humana. Al igual que el lenguaje, el reconocimiento de la muerte y el
origen del arte. Aquí los autores, grandes conocedores de los debates actuales en los
estudios prehistóricos, exponen la noción del arte como comunicación y la hipótesis que
haya manifestaciones de pinturas y grabados realizadas por poblaciones preneandertales
y neandertales.
Valoran los grandes cambios en el modo de producción de las sociedades de la
Prehistoria Reciente, en un marco social, al reflexionar sobre la desigualdad humana a
partir del Neolítico.
Los procesos de cambio, distribución y comercio son analizados, presentándolos
como precedentes de la globalización. Al incidir en la escritura, profundizan también en la
noción de las manifestaciones gráficas de las sociedades cazadoras-recolectoras, como
precedentes de la misma.
450
La elección de este enclave desde al menos el siglo IX a. C. queda documentada
por estructuras de habitación circulares y rectangulares, numerosos hogares y, sobre
todo, por tipos cerámicos significativos. La presencia de cerámicas pintadas postcocción,
tipo Carambolo, de retícula bruñida, a la almagra, incisas o grafitadas es indicativa de los
contactos exógenos que mantuvo esta zona de la Meseta sur. Como valoran los autores,
la mayor parte de los materiales hacen volver los ojos hacia el valle del Guadalquivir, pero
sin olvidar que algunas de las cerámicas bícromas o las grafitadas, aunque escasas, hacen
mirar hacia La Meseta, el valle del Ebro e incluso la Francia meridional.
Otra de las características que subrayamos es que, sin deparar los espectaculares
hallazgos de otras zonas, este sector ha proporcionado información sobre aspectos
siempre menos atendidos por la investigación, como son los espacios específicamente
dedicados a las actividades económicas. En este caso están representados por estructuras
de almacenamiento y numerosos materiales relacionados con la trasformación de alimentos
o de otras materias, por ejemplo, los molinos rotatorios, las fusayolas o determinados
recipientes cerámicos. Es novedosa la identificación de un almacén para grano de planta
rectangular de más de 400m2, con compartimentaciones interiores y dos plantas, horno y
vasijas tipo dolia, cuya reconstrucción indica que se trata de un edificio singular.
Directamente vinculado con lo anterior, creemos que una de las vertientes más
destacadas de esta investigación ha sido la atención prestada a las nuevas metodologías,
realizándose diferentes análisis arqueométricos que han proporcionado datos valiosos,
complementarios de los meramente arqueológicos, aunque echamos en falta un apartado
específico en vez de su mención en la valoración final. Las dataciones radiocarbónicas
se consideran ya casi imprescindibles para fijar con mayor precisión la secuencia de los
hechos, pero los estudios carpológicos, antracológicos o sobre cerámicas son realmente
necesarios si se quiere hablar sobre actividades económicas sin caer en la habitual rutina.
Los resultados obtenidos en este proyecto sobre la fauna y las especies vegetales
conservadas en el registro han permitido a los autores la reconstrucción del paisaje
circundante, del aprovechamiento de determinados recursos, del cultivo de numerosas
especies, de la cabaña animal o la trasformación de ciertos alimentos con mayor solvencia
de la habitual y apartándose de la mera especulación. A ello también han contribuido las
analíticas realizadas sobre cerámicas, con especial interés el análisis de contenidos ya
que ofrece información no solo económica, sino también de carácter social y ritual. Por su
parte, el análisis mineralógico de estas piezas ha permitido en muchos casos averiguar si
su fabricación fue local o foránea y ello reviste un gran interés a la hora de hablar sobre
contactos, influencias y vías por las que pudieron realizarse.
En el apartado de los aspectos formales, hay que decir que la presentación del libro
está muy cuidada, completada con un buen aparato gráfico integrado por tablas, gráficos,
planimetrías, reconstrucciones y sobre todo dibujos coloreados de las piezas cerámicas,
que resaltan sus características más distintivas. Las fotografías de distintos momentos de
la excavación muestran un riguroso trabajo de campo, aunque podían ser más abundantes
e incluso mostrar algún detalle de la actividad de campo y laboratorio realizada por alguno
de los sucesivos equipos de trabajo, importantes en este proyecto.
Si puede considerarse una crítica final, diríamos que echamos en falta una mayor
amplitud en los capítulos introductorios, es decir, en la explicación de la metodología aplicada
durante el largo trabajo de campo o en cómo se gestó este proyecto docente-investigador
de tan fructíferos resultados. También nos gustarían más detalles e interpretaciones sobre
alguno de los aspectos reseñados, por ejemplo, el tema de los contactos del núcleo de
Alarcos con otras regiones peninsulares en los diferentes períodos documentados y las
posibles rutas seguidas, pero ello quizás hubiera ampliado demasiado este volumen,
453
El segundo capítulo lleva por título Tarteso: historia de dos ciudades. En él se aborda la
problemática, tantas veces debatida, de la existencia de la ciudad de Tarteso, referenciada
en las fuentes antiguas y caracterizada por su gran riqueza. Aunque los autores se
preguntan si todavía tiene sentido referirse a la existencia de una ciudad que las fuentes
etnohistóricas denominan Tarteso, plantean una doble posibilidad a la localización de esta
urbe. Por un lado, el Guadalquivir, cuya propuesta es la actual Sevilla, y, por otro lado, en
las proximidades de los ríos Tinto y Odiel, en coincidencia con el solar que la actual ciudad
de Huelva ocupa. En este sentido, las hipótesis planteadas se sustentan en trabajos muy
antiguos, realizados entre los años 70 y 80 del pasado siglo, por lo que se echa en falta la
actualización de los resultados arqueológicos obtenidos en los últimos años, principalmente
para el ejemplo que defiende la ubicación de la ciudad bajo la Spal fenicia.
El tercer capítulo aborda La Economía Tartesia a partir del estudio de la ganadería, la
agricultura, la minería y el comercio. La ganadería se concibe como la actividad económica
principal, dentro de la cual se destaca la ganadería bovina, tanto por sus connotaciones
alimenticias como simbólicas y religiosas. Así mismo, se analiza la actividad agrícola, acerca
de la cual se presenta un breve resumen sobre los diferentes tipos de terrenos aptos para
su desarrollo en torno a las cuencas fluviales, así como las especies vegetales cultivadas.
La tercera actividad esencial que recoge el trabajo es la minería, a la que se alude a través
de las referencias presentes en las fuentes clásicas. Aunque no se recoge una lectura
arqueológica de los yacimientos vinculados a la explotación de las riquezas mineras tanto
del Guadalquivir y la zona de Huelva, como de las tierras del interior a las que se recurre
por su riqueza en oro y estaño, el capítulo si recoge dentro de su epígrafe final un conjunto
de hipótesis acerca de los términos o condiciones, así como de los agentes, que velarían
por las transacciones comerciales entre fenicios e indígenas.
La sociedad de los Tartesios es el tema tratado en el cuarto capítulo del volumen. De
nuevo, el argumento de los autores para la caracterización social de Tarteso se sostiene
sobre los datos aportados por las fuentes clásicas, concretamente a través del “mito de
Habis” y su representación en las estelas de guerrero. Según el modelo defendido en este
volumen, la sociedad tartésica estaría basada en el parentesco y en grupos de linaje, donde
la figura de la mujer tiene un papel preponderante al defenderse la posible existencia de una
descendencia matrilineal. Dentro del modelo social descrito, se dedica parte del capítulo a
la definición de dos figuras sociales, los pastores de bóvidos y la aristocracia guerrera.
Sobre el papel de este último grupo, se hace alusión a la existencia de rituales iniciáticos,
la importancia de la disciplina y la panoplia del guerrero, representada en las estelas y los
depósitos de armas, pues estas son las únicas evidencias que la arqueología ha podido
ofrecer hasta el momento sobre la existencia de la figura del guerrero en Tarteso.
Tras la economía y la sociedad, el capítulo quinto se centra en El sistema político de
los tartesios, caracterizado como un modelo jerarquizado y centralizado, identificado con
un sistema de Jefaturas. A pesar de las dificultades para caracterizar el sistema político
de Tarteso, dificultades a las que los autores aluden de forma reiterada, se analizan otros
sistemas, para lo cual se retoman ideas propuestas por autores de la década de los 70 del
pasado siglo. Nos referimos al modelo de Monarquía, retratada en las fuentes clásicas o el
modelo de Estado, para lo cual se analizan posibles similitudes entre Tarteso y culturas de
Europa y el Próximo Oriente.
El libro se cierra con un sexto capítulo dedicado a La Religión de los Tartesios. Como
en anteriores epígrafes, se recurre a las representaciones aparecidas en las estelas de
guerrero para inferir algunos aspectos del imaginario religioso de esta civilización, así como
a la localización de los depósitos votivos para definir los espacios sagrados, pues el culto a
los dioses durante la etapa del Bronce Final que se aborda en este volumen es casi invisible
456
que tuvieron las mujeres como benefactoras de la arquitectura en los diferentes territorios
del Imperio romano de occidente. No obstante, no solo se enumeran y desarrollan las
diferentes participaciones femeninas, sino que profundizan aún más, analizando motivos,
estudiando cada caso, y las posibles estrategias que las llevaron a ocupar esos espacios
públicos.
El primer capítulo ha sido concebido como una introducción sobre lo que se va a
abordar a lo largo del libro. De tal forma, que se explican las diversas líneas de trabajo que
han seguido, las cuestiones y los conceptos que se irán utilizando, así como, el enfoque
planteado, ya que la mayoría de los estudios han abordado el evergetismo femenino desde
una mirada masculina, lo que resultaba erróneo debido a las diferencias sustanciales entre
los modos de vida de ambos géneros. Por ello, se plantea la necesidad de acuñar términos
apropiados para llevarlo a cabo, como es el caso de “matronazgo” (pp. 8-14).
Lo comentado en el anterior apartado se pone en relación con lo que será el segundo
capítulo de la obra, en el que se analiza la estructuración social y de género en la época
romana, y cómo esto se encontraba plasmado en las urbes, las cuales se conceptualizaron
como espacios masculinos, donde las mujeres “eran excluidas de manera formal del mundo
político-institucional” (p. 24). Así, en estas páginas se describen los mecanismos y estrategias
que pudieron utilizar las mujeres para poder ocupar espacios que no les correspondían,
pero sin llegar a romper de manera formal el concepto de feminidad de la época.
Las mujeres romanas no fueron las primeras en realizar matronazgos en sus ciudades,
sino que desde el siglo IV a. C. hasta el periodo helenístico las élites femeninas griegas
realizaban mecenazgos cívicos. Por ello, en el tercer capítulo se ahonda en la diversidad de
benefactoras que se dio durante este periodo, en donde el lector puede encontrar nombres de
mujeres como Artemisia, perteneciente a la dinastía Hecatomnida, impulsora del Mausoleo
de Halicarnaso, o la reina Apolonisa, quien se identificaba a sí misma como basilissa, y que
reformó el santuario de Deméter en Pérgamo. De este modo, las élites femeninas romanas
pudieron emular a sus contemporáneas griegas en el modo de conseguir visibilización y
poder en sus comunidades, lo que posibilita trazar hilos de memoria y genealogías históricas
de benefactoras más allá de la sociedad romana.
Los siguientes cuatro capítulos abordan el análisis del matronazgo romano. Cada
apartado se centra en explicar las diferentes tipologías de edificación en las que han
perdurado vestigios sobre la munificencia femenina. Así, el cuarto capítulo versa sobre
la arquitectura foral y de prestigio; el quinto sobre la arquitectura del agua; el sexto sobre
las construcciones de carácter religioso; el séptimo se centra en los múltiples lugares que
fueron destinados para realizar actividades de cultura y de ocio; y el último en los edificios
destinados al equipamiento y las comunicaciones. En estos apartados se puede apreciar
la diversidad de temáticas arquitectónicas en las que mujeres de distinta clase social
invirtieron su dinero, ya fuese de forma independiente o como cobenefactoras. Además,
a lo largo de estas páginas no solo se puede evidenciar esta presencia femenina en el
evergetismo, sino que las autoras analizan de manera pormenorizada diferentes temáticas
como quiénes fueron estas mujeres, qué pudo motivarlas a llevar a cabo estas obras, qué
buscaban conseguir con ello, etc.
Es evidente que los grados de participación difirieron en base a una serie de variables
(cronológicas, geográficas, sociales, etcétera), lo que explica los diversos grados de
participación que fueron llevados a cabo por estas. Así, se pueden aún en la actualidad
apreciar obras monumentales financiadas por una sola mujer, como el Teatro de Calama
por Annia Aelia Restituta (pp. 253-254) construcción ex novo, u otras más modestas como
la edificación de una cocina en el templo de Jupiter en Sulmo por Allia Sat[---] (p. 189). Hubo
otros casos, que debido a la envergadura de la edificación no se podía asumir el coste
en solitario, así aparecerán como cobenefactoras junto a sus maridos o a otros varones.
459
luz de los más recientes avances de investigación”. En lo posible, como podemos constatar
claramente en su lectura, el volumen trata de integrar estudios sobre economía romana
que logran abarcar la casi totalidad de las provincias castellanomanchegas, empezando
por Ciudad Real y Albacete e incluyendo también Cuenca —con protagonismo especial
del importantísimo yacimiento romano de Segóbriga— y Guadalajara. El planteamiento
de estudios específicos por territorio que presenta el libro no se ciñe al horizonte actual
“provincial”, en rigor contemporáneo, porque es esta una perspectiva únicamente válida para
nuestra actual percepción del territorio castellanomanchego. Contempla adecuadamente,
como es lógico, la visión histórica, más realista y original para el mundo romano peninsular
de las dos antiguas mesetas que, de manera más o menos aproximada, constituyeron lo
que hoy corresponde a la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha, a saber: la meseta
superior y la meseta meridional, cuyas interrelaciones económicas reciben un proporcionado
tratamiento. Aunque predominan los estudios eminentemente arqueológicos basados en
trabajos de campo, esta línea de investigación en la Castilla-La Mancha romana se ve
complementada con estudios de corte más filológico, directamente basados en fuentes
clásicas, entre los que se encuentran especialmente los trabajos de Carrasco Serrano,
Sánchez-Lafuente y Julio Mangas. Con todo, referencias a la documentación epigráfica
latina no faltan, en general, en la mayoría de los capítulos y en sus abundantes y explícitas
notas a pie de página. Es por ello, que, sin duda, los lectores y estudiosos especialmente
familiarizados con la Hispania romana, así como el/la especialista, encontrarán en este
volumen un ejemplar de enorme calidad que reproduce, a nuestro juicio de manera fiel,
la ortodoxia y el rigor de los estudios clásicos en España. Con toda lógica, son sobre todo
los estudios de monedas y cerámica que contiene el libro los que más cultivan el método
cliométrico, es decir la reciente tendencia en historia económica que aplica las técnicas del
análisis estadístico y econométrico a los datos y hechos históricos. El volumen incluye en la
práctica totalidad de sus capítulos numerosas figuras e ilustraciones (planos, fotografías de
objetos arqueológicos y de campo, mapas, manuscritos y tablas de catalogación, cuadros
y gráficos estadísticos, dibujo arqueológico y figuras de reconstrucción ideal), así como un
apabullante repertorio bibliográfico de alta especialización. Ello, además de reflejar el rigor
de la investigación con que se aborda cada una de sus contribuciones, sirve como extenso
y actualizado compendio de estudios de referencia. Los trabajos siguen, como es lógico,
diferentes metodologías y enfoques particulares que responden a la formación plural y a las
distintas orientaciones y especialidades individuales de los distintos investigadores. Es por
esta razón que, solo de manera imprecisa y hasta cierto punto relativa, el lector podrá quizá
percibir, a través del conjunto de la obra, la posibilidad de reconstruir (o al menos intuir
de fondo) una estructura social correlativa al objeto de estudio, así como algunas líneas
maestras de un cierto desarrollo económico a lo largo del tiempo estudiado. Para expertos
y especialistas, este libro ofrece así una competente contribución científica que permite
ampliar el horizonte de la historia económica del pasado romano en Castilla-La Mancha.
Supera importantes dificultades en el análisis de fuentes de información —complejas y
muy retiradas en el tiempo—, y propone una perspectiva interdisciplinar para abordar la
interpretación de la compleja historia económica de esta parte de Hispania que comenzó
su paulatino proceso de romanización a partir del siglo II a. C. La tarea no es sencilla.
Conscientes de ello, los autores intentan comprender cuáles fueron las bases fundamentales
de la estructura económica romana en Castilla-La Mancha, y se apoyan para ello en el
análisis de un considerable volumen de material original de información que pertenece o
se refiere, más o menos directamente, al patrimonio histórico de Castilla-La Mancha. No se
trata de un libro que pueda entenderse propiamente como texto historiográfico de historia
económica del mundo romano. No es esa su pretensión ni tampoco creemos que sea ese su
462
este sentido, dejando de lado las figuras sobre obras artísticas que ilustran el trabajo, hay
que destacar el trabajo cartográfico que aporta el libro es de un gran detalle y se convierte
en fundamental para poder comprender los complejos movimientos de las campañas
cidianas y los variados contextos geográficos en que dieron. El texto en sí se divide en ocho
capítulos, que trataremos a continuación, seguidos de un anexo que nos ha parecido muy
conveniente como es el de las fuentes para el estudio de la figura del Cid, completándose
con la propia bibliografía y un detallado índice analítico.
El primer capítulo sirve de introducción y marco histórico a toda la obra. En el mismo
el autor realiza un amplio repaso por el panorama político del siglo XI, adentrándose en
la presentación de las cortes europeas y su relación con las peninsulares, tratando estas
últimas de forma individual y detallada. A partir de ahí se centra en el análisis del mundo
islámico, en especial en la configuración de las distintas taifas tras la desintegración del
Califato Omeya, intentando adentrarse en el complejo panorama territorial que se extiende
por todo al-Ándalus. En este sentido, de especial interés es el conocimiento que aporta el
profesor Porinas sobre la vida en la frontera, con la presencia de unos contingentes sociales
claramente adaptados a este marco geopolítico. Este epígrafe se completa, como no podría
ser de otra manera por la trayectoria del autor, con un breve estudio del paradigma bélico
de este momento, tratando las diversas formas de hacer la guerra y las novedades que se
producen en este momento, en especial con la paulatina hegemonía de la caballería en los
campos de batalla.
Los siguientes tres capítulos del libro, muy relacionados entre sí, podrían haber
formado un bloque propio dentro de la obra. A lo largo de los mismos Porrinas se adentra
en el análisis de la figura de Rodrigo Díaz, partiendo del intricando origen del personaje y
su relación con la nobleza leonesa de la época. A partir de ahí, el autor hila magistralmente
los sucesos históricos en los que discurre la vida de El Cid, con una especial atención al
marco político donde los diversos reinos cristianos pugnan entre sí por una hegemonía que
les permita hacer valer sus derechos sobre las distintas taifas. En este contexto, en especial
con la subida al trono de Alfonso VI, se estudian las difíciles relaciones entre el Campeador
y el monarca, ambos con importantes intereses en el tablero político peninsular. Es muy
interesante, en este último aspecto, el magistral estudio que se hace de la figura del rey,
aunque sea de forma transversal, dejando entrever su mente preclara para entender la
política del momento.
A partir del capítulo cinco, iniciado con el segundo destierro de El Cid, el volumen se
centra en el estudio del personaje como un señor independiente que interrelaciona con
los distintos poderes, tanto islámicos como cristianos, encaminándose ya de forma clara
a la creación de un señorío propio, poniendo sus miras en la taifa de Valencia. A partir de
este momento, Porrinas estudia de forma detallada el proceso que inicia Rodrigo hacia
la configuración de un ejército personal como base para la dominación del territorio y la
creación, muy interesante, de un sistema de bases fortificadas en torno a la ciudad del Turia
y que les servirán para crear su red tributaria. En este marco, especialmente a partir de
1090, hace su aparición definitiva el poder almorávide en la Península Ibérica tras una serie
de campañas en años anteriores, cuyo concurso, a partir de este momento en el escenario
político, marcarán el devenir de los distintos reinos.
Los epígrafes seis y siete están dedicados a analizar los esfuerzos de Rodrigo
Díaz y sus mesnadas en la conquista de Valencia, así como la posterior consolidación
del señorío tras la toma de este reino musulmán. Dentro de la primera cuestión, el autor
hace un acertado análisis de los movimientos que hizo El Campeador, tanto diplomáticos
como de militares, con el fin de ir afianzando sus bases y dejar el camino expedito para
iniciar el asalto final a la ciudad. No obstante, como bien discierne el profesor Porrinas, este
465
Algunas claves son necesarias para la comprensión del contenido. Una de ellas es el
dato imprescindible de que, en el Occidente medieval, hablamos de una muerte cristianizada,
cuyo eje central es la propia muerte y la resurrección de Jesucristo. A partir de esta última,
la inmortalidad del alma y la resurrección final de la carne son otros postulados básicos en
el discurso teológico de las postrimerías, junto con la existencia del juicio y una disyuntiva
entre salvación o condenación a la que se unirá el purgatorio. La posibilidad de acortar las
penas purificadoras del purgatorio desde la tierra con su remisión anticipada (indulgencias)
y otras acciones, y la consiguiente configuración de la Iglesia como “comunidad de vivos
y muertos”, son otras nociones esenciales. Pues bien, a la construcción y el desarrollo
medieval de este cuerpo de ideas dedica Emilio Mitre una buena parte de su libro. En el
orden metodológico, otra clave es su preferencia por los aspectos ideológicos más que los
mentales, dado que los discursos sobre la muerte fueron elaborados por las élites. Por el
contrario, no se aprecia en la obra el énfasis, adoptado por el autor en otros trabajos, en la
necesidad de cuestionar cierto dualismo tradicionalmente admitido acerca de las actitudes
colectivas medievales ante la muerte: grosso modo, la contraposición entre, de un lado,
una visión resignada y esperanzada (la “muerte domesticada” de Philippe Ariès) dominante
hasta el siglo XIII, y de otro lado, el predominio del miedo y la desesperación detectados a
partir de la Peste Negra de 1348.
Los catorce capítulos del libro, en los que desfilan nombres propios de reyes,
aristócratas, monjes, poetas, cronistas y teólogos, se estructuran en cuatro partes. La primera
trata la construcción de un discurso para la muerte. Desde la atención historiográfica hacia
el tema, avanza hacia cuestiones como las danzas macabras con su carácter igualador
de la sociedad, el topos del ubi sunt y la centralidad del carácter redentor de la Pasión de
Jesucristo. Otro capítulo, el de la relación que las edades sociales tenían con la muerte,
en especial la infancia y la vejez con sus riesgos, estudia las percepciones medievales al
respecto combinadas con las realidades demográficas. No podía faltar un capítulo, el IV,
dedicado a las asechanzas de la peste, el hambre y la guerra. El siguiente se centra en
la idea de la muerte como castigo a causa del pecado, su sistematización teológica y su
recepción popular apreciable en el arte y la literatura. El capítulo VI estudia el modelo de
muerte emanado de miembros de las élites tales como santos, reyes y aristócratas; un
modelo con implicaciones políticas, puesto que los monarcas se ven mitificados por su
“buena muerte” y por los ritos, la memoria y la fama y por eventuales atribuciones mesiánicas.
Esta teología política configura un discurso que equilibra el horror y la incertidumbre de la
muerte, al igual que lo hacen otras metáforas cristianas (capítulo VII): la vida terrena como
exilio y peregrinación purificadores (el homo viator en tránsito a su patria definitiva, el cielo),
el contemptus mundi o desprecio del mundo y la oposición alma-cuerpo.
La segunda parte, encarando la muerte primera (la extinción física), aborda en los
capítulos VIII y IX los rituales sociales y litúrgicos, desde la agonía a la inhumación pasando
por los últimos sacramentos, la presencia de clérigos y familiares, la mortaja, el cortejo fúnebre
y la liturgia funeraria. Especial atención merecen los testamentos (“autotanatografías”, p.
137) como actos preparatorios de la muerte, tan utilizados como fuente para estudiar la
muerte y la piedad medievales. Otros aspectos, como las percepciones sobre la sanación,
las artes bene moriendi y la rotunda creencia de que la muerte no supone el final, sino la
gran aurora de la resurrección de los cuerpos, dan paso a la consideración de los lugares
de enterramiento: se analiza su iconografía, su jerarquización y la “monumentalización de
la muerte” (Julia Pavón) en forma de panteones familiares y dinásticos.
La tercera parte, alejándose de la muerte propia en el Medievo, es una de la más
originales de la obra. Sistematiza en los capítulos X, XI y XII los tipos de “mala muerte”
corporal, antesala de la condenación o “muerte segunda”. Así, trata de la muerte imprevista
468
corte y sus formas de implantación a nivel local, a partir del análisis de la trayectoria del
canciller de Alfonso XI Juan Estébanez de Castellanos, mientras que Gamero Igea estudia
la permeabilidad del sistema cortesano a partir del análisis de las relaciones entre la corte
de Fernando el Católico y la ciudad de Burgos. Por su parte, del Val Valdivieso explicita la
concordancia entre la política ibérica de los Reyes Católicos y una concepción del poder
regio centralizadora e intervencionista que buscaba asentar una hegemonía dinástica. Tres
trabajos se refieren al papel de la guerra en las dinámicas políticas y de legitimación: García
Fitz plantea la posibilidad de que la monarquía castellana proyectase a fines del siglo XIII
crear un cuerpo permanente de ballesteros repartido por el reino; F. Hidalgo destaca las
bases de la “revolución militar” asentadas durante el reinado de los Reyes Católicos; y D.
Baloup expone el papel de la guerra en el debate sobre la capacidad y límites de Isabel I
para gobernar presentado en la Crónica incompleta.
El estudio de la nobleza y del poder señorial se aborda en siete estudios. Álvarez
Borge analiza los cambios en las relaciones entre señores y campesinos que introdujo la
inestabilidad política en la frontera del Ebro durante la primera mitad del siglo XIV. Muñoz
Gómez demuestra las estrategias seguidas por el infante don Fernando para reafirmar su
posición hegemónica en La Bureba a inicios del siglo XV. La canalización institucional de
las relaciones señoriales es estudiada por García Fernández al analizar el papel de las
Juntas de Saraube de la Tierra de Ayala en las relaciones entre señores y vasallos. Los
recursos culturales también contribuyeron a legitimar la posición nobiliaria, como pone de
manifiesto Martín Cea al estudiar los banquetes celebrados por Miguel Lucas de Iranzo en
los que proyectaba una imagen de buen gobierno. El uso de recursos culturales también
encuentra eco en el trabajo de S. Ohara sobre la introducción del culto jacobeo en Nueva
España. Finalmente, se abordan las iniciativas de las mujeres nobles en dos ámbitos: el de
la justicia, a partir del uso del laudo arbitral, según se observa en Aragón a fines del siglo
XIII (García Herrero); y el del mecenazgo artístico, evidenciado en la figura de Mencía de
Mendoza durante el reinado de Carlos V (Álvarez Juarranz).
La segunda sección se dedica a las relaciones entre Iglesia y sociedad. En estos trabajos
se analizan aspectos conceptuales, como la aportación de San Agustín a la formulación del
concepto de libertad humana (Martínez Moro), sin olvidar elementos cultuales y litúrgicos.
Es el caso del culto a las reliquias, analizado a partir de las actas de los concilios hispanos
de los siglos IV-VII (A. Guiance); de la crítica sobre la historicidad de episodios como el
de los doscientos mártires de Cardeña (Ruiz Asencio); de la imagen simbólica de Santo
Domingo de Guzmán (Baquero Martín); o del teatro medieval, como creación asociada a la
liturgia (Gavilán Domínguez).
Se abordan igualmente cuestiones relativas a la administración y la vida eclesiástica,
tanto en lo que se refiere a la organización diocesana y sus instrumentos de control social,
ejemplificados a partir del caso de la ribera del Duero burgalesa (Peribáñez Otero), como
en lo relativo a la optimización de la gestión administrativa de los bienes episcopales y
capitulares mediante cartularios como el Tumbo Legionense (Navarro Baena). Del mismo
modo, se plantean los mecanismos arbitrados para eludir el control disciplinario, tal y
como ponen de manifiesto los cauces seguidos por las monjas castellanas para mantener
relaciones sexuales y franquear los límites de la separación entre sexos (Ortega Baún).
Los vínculos entre los poderes real y nobiliario, y las instituciones eclesiásticas, se
abordan en cinco estudios que examinan el empleo de emociones políticas como el metus
regius en conflictos que afectaron a clérigos de la corte real, como el arcediano palentino
Gerardo a fines del siglo XII (Ayala Martínez); los beneficios económicos obtenidos por los
monasterios femeninos del Císter en el repartimiento de Sevilla (Cavero Domínguez); o
los nexos entre linajes e instituciones eclesiásticas, evidenciados en el uso del patronato
472
España. Al mismo tiempo, aprovechan estos necesarios preliminares para informar sobre
los diversos espacios de la exposición y llamar la atención sobre algunas de las novedades
más destacadas, como el modelo más plausible de la nao Victoria, la correspondencia
original mantenida entre Carlos V y Juan Sebastián Elcano tras el regreso del marino o los
dos cuadros de Elías Salaverría consagrados a la llegada de los 18 supervivientes a Sevilla,
que se estudian detalladamente para fijar con precisión su filiación.
Siguiendo el orden lógico propuesto por los editores del catálogo, el artículo de
Susana García Ramírez ofrece una cumplida razón de los tripulantes de la expedición de
la Especiería. Con una gran precisión divide a los embarcados en las distintas categorías
de pilotos, maestres marineros (unidos a los habituales ayudantes, grumetes y pajes) y la
nutrida serie de los demás oficios que se dieron cita a bordo. Especial atención dedica al
número de los expedicionarios, pues las cifras varían según las fuentes, aunque el total se
puede fijar en torno a 237-239 con algunos de más o alguno de menos, como se discute
detalladamente en el texto.
José María Moreno Martín se ocupa de los mapas, tanto de los que fueron necesarios
para iniciar la singladura como de los que se realizaron tras el regreso de Elcano. Particular
importancia concede a Nuño García de Toreno, el cartógrafo que preparó las 23 cartas de
marear que se embarcaron en 1519 y el mismo que publicó los mapas confeccionados a la
vuelta, firmando el primero de ellos en Valladolid, en 1522.
María del Carmen López Calderón nos habla con pleno conocimiento de causa de
los avances que se dieron en la navegación oceánica antes y después de la expedición de
la Especiería. Así, resalta el papel de la Casa de la Contratación de Sevilla, señalando la
coincidencia de la partida de las naves de la armada de Magallanes-Elcano con la publicación
del famoso “Arte de navegar” de Martín Fernández Enciso. Un análisis minucioso de las
cartas y los instrumentos náuticos en poder de los expedicionarios le permite concluir que
la armada empleó la tecnología más avanzada de la época, pero que ésta era todavía
insuficiente para arrostrar con garantías la navegación por aguas desconocidas.
Enrique Martínez Ruiz dedica su ensayo al valor de las especias, el objetivo fundamental
de las navegaciones portuguesas y españolas a las Molucas. En efecto, el comercio de las
especias se había visto profundamente comprometido por la toma de Constantinopla por
los turcos otomanos, que impidieron así la llegada por la tradicional vía veneciana de los
preciados productos, usados en la gastronomía, la terapéutica la cosmética e incluso la
liturgia en el caso del incienso. La vía oceánica emprendida por los pueblos ibéricos para
alcanzar los centros productores se ofreció como la única solución.
Miguel Luque Talaván coloca al Océano Pacífico (ese “mar de islas”) como sujeto
de su contribución, ceñida específicamente a las regiones alcanzadas por los españoles.
De esa forma, nos habla de la cultura de los habitantes de las Marianas (consumidores
de cocos, taros y pescado, avezados constructores de edificaciones y con idioma propio
que los españoles llamaron chamorro), de las distintas regiones de las Filipinas (Luzón,
Visayas, Palawán y Mindanao) y de las Molucas, un mundo ya islamizado a la llegada
de los ibéricos, que pudieron tomar contacto con los soberanos de los reinos de Ternate,
Tidore, Gilolo (Halmahera) y Bachián (Bacan).
Francisco Mellén Blanco, el gran especialista en el armamento de las poblaciones del
área, nos vuelve a ilustrar con sus detalladas descripciones (acompañadas de imágenes
ilustrativas) de las armas (ofensivas y defensivas) utilizadas por los españoles, los
micronesios, los filipinos y los habitantes del conjunto de Borneo, Célebes (Sulawesi) y las
Molucas.
Mariano Cuesta Domingo se sitúa en el ámbito de la diplomacia y la política, fundamental
para comprender los hechos acaecidos entre la llegada de los españoles a las Molucas y
475
sostenga), y en la Convención de 1881 definió a Ecuador como “una comunidad con sentido
de tradición y raíces históricas”. Este presidente quiso “poner orden” en Ecuador a través
de un elemento esencial que había definido claramente las relaciones jerárquicas desde
los tiempos coloniales, el catolicismo. García Moreno, aunque mediante un esfuerzo de
pragamatismo trató de incorporar a sectores subalternos como los indígenas y las mujeres,
hizo de Ecuador la ‘nación católica’ que tenía a la “raza blanca indoeuropea” como su espejo
cultural. Si para los europeos la religión católica ha tenido históricamente un componente
de atraso con respecto a los valores modernos y seculares (un ejemplo son los países de
tradición católica y por ende menos desarrollados del sur versus los países protestantes
y mas modernos del norte de Europa), en América Latina el catolicismo trajo el imaginario
de la modernidad. Este fue el contexto en el que García Moreno acuñó el concepto de
“modernidad católica”.
¿Cómo cambia esta comunidad imaginada entre la salida de García Moreno del poder
(lo que supone el fin de la etapa conservadora) y la llegada del liberal Eloy Alfaro? Goetschel
pone el foco en como el liberalismo ecuatoriano trata de incorporar la comunidad indígena
al Estado a través de la redención. El indio y la hacienda como símbolos del atraso. Si
los valores dominantes del Garcianismo fueron la moral y el orden, durante el liberalismo
la moral católica fue sustituida por el culto al trabajo. Si el panóptico tenía como objeto
“confinar al delincuente en un espacio cerrado, dejando atrás su presencia bochornosa
en las calles”, la cárcel, tal como la conocemos en el actual siglo XXI, sería (siguiendo a
Foucault) el elemento clave para entender la modernidad. La Revolución Liberal consagró
el encierro y el aislamiento del preso con respecto al resto de la sociedad y, a su vez,
acercándose a la pedagogía como instrumento de modernización, empezó a poner atención
en la rehabilitación del preso. Tanto en la época conservadora como en la liberal, el potencial
enemigo del estado se retrataba en los carteles de fugitivos que colgaba la policía en los
muros. Estos carteles reflejando el sentido común del ecuatoriano medio, retratando a la
mayoría de potenciales delincuentes con rasgos indígenas.
Si asumimos que entre historiadores y demás científicos sociales hay consenso en
retratar el atraso económico de las comunidades indígenas como el gran conflicto sin resolver
de América Latina, este libro nos invita a entender la entrada de Ecuador en la modernidad
desde un conflicto permanente con el legado de la colonia. La autora conecta además estos
comienzos de la modernización del Estado con la dominación masculina “incorporada a la
vida de los individuos como hábitus o sentido común, que violenta las relaciones cotidianas
de manera brutal”. La conformación del Estado moderno ecuatoriano implicó la eliminación
de diversas tribus amazónicas. En este sentido, la “civilización del castigo” se entiende como
un tipo de ‘modernidad periférica’, basada en la “reproducción civilizada de la exclusión”.
Esta exclusión es también de género atendiendo a como el gobierno conservador de García
Moreno consolida la autoridad del pater familias a través del Estado. Aunque durante la
etapa liberal la educación laica facilitó que se abriesen nuevos espacios de poder para las
mujeres, en la esfera privada la dominación del hombre sobre la mujer no hizo mas que
consolidarse. Recurriendo a la noción de Norbert Elias de “proceso civilizatorio”, Goetschel
analiza la historia moderna de Ecuador a través de la biopolítica y, por ende, del control de
los cuerpos. Las costumbres y los comportamientos de los ecuatorianos durante la segunda
mitad del siglo XIX y comienzos del XX estuvieron marcados por este “proceso civilizatorio”
en el que todo empezaba y acababa en una modernidad soñada y traída del otro lado del
Atlántico.
“Moral y Orden” es parte de una historiografía latinoamericana que pone en el centro
de su análisis la vida cotidiana. Si en Europa historiadores como Tony Judt o Timothy
Snyder trataron de describir grandes conflictos (como las dos guerras mundiales del siglo
Nicolás Buckley
Universidad Metropolitana del Ecuador
nbuckley@umet.edu.ec
https://orcid.org/0000-0002-2230-6129
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de tareas —cuestión abordada desde distintas ópticas en los diez capítulos—; porque, en
su opinión, es fundamental para entender las razones de lo que consideran la actual crisis
del trabajo. El problema es que esta consideración se sustenta en una bibliografía del “fin
del trabajo” (Méda, Gortz), cuyas hipótesis han resultado desmentidas por la realidad de las
últimas décadas. Basta echar una mirada a los más recientes informes de la OIT, la ONU y
el Banco Mundial, para comprobarlo. Lo único que está en crisis son los derechos sociales
asociados al trabajo.
El profundo conocimiento de las editoras sobre el trabajo en los siglos modernos sale
a la luz en el examen de la participación femenina en las actividades (re)productivas tanto
en el campo como en la ciudad, donde los gremios fueron la principal forma de organización
social del trabajo. No obstante, la afirmación de que durante los siglos XVII y XVIII los
gremios se abrieron a las mujeres sólo se puede aplicar a los casos de algunas ciudades
de Francia y el norte de Italia, pero no es generalizable a todas las regiones europeas. El
análisis del trabajo en la Edad Moderna enlaza los procesos posteriores en los que aparecen
definidos los distintos aspectos del trabajo como “productivo”, “improductivo”, “reproductivo”
y la consideración de las tareas domésticas como “no-trabajo”.
El pormenorizado análisis de la trayectoria del trabajo en la larga duración, que
raramente encontramos compendiada en una sola obra, carece, sin embargo, de un anclaje
en los cambios materiales y las relaciones laborales que impuso el desarrollo capitalista. Las
editoras analizan el discurso de los economistas políticos, sus hipótesis y marcos teóricos,
pero no en qué medida y a través de qué mecanismos tuvieron plasmación en el mundo
del trabajo y su división por sexo; porque no fue sólo que el trabajo “se concibiera” como
mercancía, sino que realmente tomó esa forma en la relación salarial.
La primera parte de la obra contiene tres artículos que tratan sobre los retos que
planteó el feminismo, desde los años 60, a la concepción del trabajo doméstico como un
no-trabajo. En el marco del mundo anglófono, la estadounidense Nancy Folbre expone
los debates teóricos en torno a la consideración del trabajo doméstico como productivo o
improductivo, el tratamiento en los censos del trabajo doméstico no pagado y el esfuerzo
político por tratar el trabajo de cuidados sin alusión al sexo (gender neutral).
Centrado en el ámbito italiano, el artículo de Alessandra Pescarolo gira en torno al
concepto económico de trabajo reproductivo con objeto de comprobar si su separación
del trabajo productivo es útil para dar “valor” al trabajo doméstico. La autora incurre, sin
embargo, en lo que en nuestra modesta opinión es el error metodológico de considerar el
trabajo —la “perspectiva del trabajo” — como un hecho ahistório, al desligarlo del modo de
producción en el que tiene lugar. Por otro lado, la tendencia a atribuir a Karl Marx opiniones
que no expresa en sus obras —y de las que no se da cita— está especialmente presente
en los capítulos de Pescarolo y Folbre.
La primera parte la cierra Alessandra Gissi, quien afina mucho más el análisis del
trabajo doméstico en Italia desde el período fascista hasta la actualidad, pasando por el
movimiento del “salario para el ama de casa”, que abrió un debate a nivel internacional en
la década de los 70.
La parte II del volumen, centrada en las fuentes, la abre el artículo de Cristina Borderías.
Aquí estamos ante un exhaustivo análisis de los censos nacionales de población de la
segunda mitad del XIX y primera del XX en Cataluña, para sacar a la luz lo que hay más allá
de las cifras y cómo se construyó la idea del varón ganador del pan. Borderías demuestra
cómo el análisis sistemático de los censos revela que la idea del declive de la participación
laboral femenina en la segunda mitad del XIX carece de una sólida base estadística.
Igualmente incisivo es el capítulo de Raffaella Sarti, en el que analiza las nociones
conflictivas de trabajo, la construcción estadística del ama de casa (no trabajadora), la
481
los europeos allí en aspectos tan dispares como el económico, el espiritual y el social. Maria
Grazia Petrucci señala cómo las relaciones comerciales se fueron tensando entre finales
del siglo XVI y principios del XVII, especialmente con el puerto de Manila, y la limitación de
la llegada de navíos extranjeros a Nagasaki a partir de 1611. Esa decisión se encontraba
dentro del contexto de los edictos de expulsión de los cristianos y un empeoramiento de
las relaciones comerciales en los años siguientes. Sobre este momento de persecución
hace hincapié Yoshimi Orii, que analiza los relatos que hubo en torno a los mártires de
1622 y el planteamiento sobre cómo se debía actuar llegado ese momento: si luchar por
la vida actuando en contra de la fe católica o, por el contrario, mantener las convicciones
religiosas, a pesar de que ellas les condujeran a la muerte. Es interesante señalar cómo
esta autora hace diversas similitudes entre los mártires japoneses y los jesuitas perseguidos
en Inglaterra a lo largo del XVI.
Los siguientes capítulos tendrían cómo nexo en común el análisis de las divergencias
que hubo en Japón entre los jesuitas y los franciscanos, que rivalizaron en sus misiones
evangelizadoras. Renata Cabral se centra en los métodos que llevaron a cabo ambas
órdenes, especialmente a partir de que los franciscanos se beneficiaran del permiso
de Hideyoshi para que residieran en Japón. El conflicto entre religiosos provendría del
monopolio jesuita auspiciado por Gregorio XIII desde 1585. Por otra parte, Hélène Vu Thanh
plantea el debate que hubo entre ambas órdenes en torno al concepto de pobreza: frente
a la actividad económica jesuita en, por ejemplo, el comercio de la seda, los franciscanos
presentaban un modelo de pobreza tradicional, cercano al ideal de virtud y la mendicidad.
Es importante la atención a estas dos formas de entender el voto de pobreza porque estaba
íntimamente relacionada con los modos y medios en los que desarrollaron la evangelización
presentada anteriormente. Entre ambos capítulos, nos encontramos con el de Giuseppe
Marino en torno a la figura del jesuita Gil de Mata y la presentación de dos cartas inéditas
que nos hablan de la situación a finales de la década de 1580.
Un segundo bloque del libro estaría compuesto por una serie de capítulos enfocados
al análisis cultural de la evangelización a través de una serie de obras que trataron de
establecer puentes entre Oriente y Occidente a nivel espiritual, conceptual e idiomático.
Así, Masayuki Toyoshima presenta las gramáticas que surgieron a principios del siglo
XVII para “entender y ser entendidos, comprender aquello que les decían, saber rebatir y
mostrar educación en sus discursos”. Es un trabajo centrado en el análisis del Arte de João
Rodrigues (1604), la comparación con las gramáticas de Nebrija (1495) y Álvares (1575),
el influjo que tuvo en Japón y las limitaciones en su adaptación a la lengua nipona. Por otra
parte, Malgorzata Sobczyk se centra en la traducción de obras al japonés, especialmente
el Tratado de la oración y la meditación, y cómo estas sirvieron para implantar conceptos
occidentales para facilitar la evangelización. Este es un aspecto clave a la hora de acercarse
a la labor misionera en Japón porque a través de ellas trataron de facilitar la comprensión
del dogma católico, pero no estuvieron exentas de malinterpretaciones o una concepción
errónea de lo que se quería transmitir. En tercer lugar, el capítulo de Emi Kishimoto trata
del primer diccionario japonés-latín que surgió en 1595, al que siguieron otros traducidos
al español y portugués, que fueron una importante herramienta en el apostolado nipón. En
este sentido, el gran aporte que hace Kishimoto al analizar estos diccionarios es señalar la
metodología de trabajo y los problemas de interpretación asociados al paso intermedio por el
español o el portugués para traducir del latín al japonés. Junto a estos capítulos lingüísticos,
habría un cuarto, firmado por Cristina Osswald, en el que se presenta la influencia de los
jesuitas en el arte namban y las artes globales durante el llamado “siglo kirishitan” (1549-
1639). Por ser algo más visual, este tema puede ser aquel en el que se puedan observar
con más claridad las relaciones y el influjo entre Oriente y Occidente que sobrevuelan a lo
largo de la obra.
484
que en dicho proceso iba a tener la experiencia de los puertos del norte. De ahí que preste
atención a los antecedentes de la normativa sobre la conservación y el control de los puertos,
para después describir las características de las Capitanías. También señala la mayoritaria
ocupación del cargo por oficiales aventajados de la armada, además de considerar que las
Capitanías habrían contribuido a impulsar el proceso de centralización naval consagrado en
las ordenanzas generales de la real armada de 1793 y apoyado en la normativa desarrollada
previamente en puertos como Luarca o Santander.
Este esfuerzo por desarrollar una legislación sobre instituciones portuarias más eficaz
nos sitúa ante una problemática que fue preocupación fundamental de las autoridades
borbónicas: garantizar la difusión de la normativa y las disposiciones oficiales. Una cuestión
que es abordada por A. Pérez Sancho en su trabajo sobre el método de veredas en Galicia
durante los siglos XVIII y XIX. Así, el autor vincula la importancia alcanzada por el sistema
de veredas al reformismo de la segunda mitad del siglo. En dicha línea, sitúa las iniciativas
sobre veredas en el contexto de las reformas municipales y reconoce que las pretensiones
racionalizadoras de la monarquía chocaban con la lentitud y el excesivo gasto de las
veredas, de ahí los intentos de limitar su uso y reorganizarlo. En la segunda parte del
texto se analiza el funcionamiento del sistema de veredas en Galicia, prestando atención al
proceso de circulación de las órdenes, las autoridades involucradas en el mismo, el coste
de las veredas y las características de los verederos. Otros aspectos inherentes a este
sistema de comunicación, como la ralentización de la información, inducen a una reflexión
sobre los condicionamientos que imponían a la gobernabilidad del territorio. De hecho, la
propia incapacidad monárquica para reformar el método de veredas vendría a poner de
manifiesto las dificultades existentes para ejercer el poder sobre un espacio concreto.
Una realidad a la que también alude T. Mantecón en su trabajo, analizando el
papel jugado por algunos oficiales reales en la gestión de las redes de contrabando de
moneda y metales preciosos. Su identificación como individuos de obligaciones y lealtades
contrapuestas incide en las dificultades monárquicas para garantizar el cumplimiento de la
legislación. Para demostrarlo, el autor aborda la realidad de las ciudades portuarias durante
el reinado de Felipe III recurriendo a diversos procesos entablados contra mercaderes
de Cartagena, Sevilla y su entorno. Dichos ejemplos le permiten reconstruir las redes y
agrupaciones de intereses que relacionaban a mercaderes y transportistas con los agentes
de la corona. Esta evidencia le lleva a concluir que los oficiales reales eran necesarios para
sostener la actividad ilegal, como también lo eran para intentar controlarla, una paradoja
que permite al autor ahondar en dos ideas: la existencia de unos límites muy difusos entre
comercio legal e ilegal y la necesidad de aplicar el concepto de corrupción atendiendo a los
diferentes contextos y espacios objeto de análisis.
Esta dificultad para trazar una línea definida entre la legalidad y transgresión en el
ámbito comercial conecta este trabajo con el de J. Ribeiro sobre el corso gallego en el norte
de Portugal a inicios del siglo XIX. Aun tratándose de actividades y cronologías diferentes,
ambas comparten una misma evidencia: la colaboración necesaria para que la actividad se
realice. En el caso de los corsarios gallegos que actuaron en el norte de Portugal entre 1805-
1807, el autor documenta la complicidad de las poblaciones portuguesas, que prolongaban
así el tradicional contrabando. En este caso iba a tratarse de un corsarismo desarrollado
en el contexto de la guerra entre Gran Bretaña y Francia, una actividad que se habría visto
facilitada por la acogida que los corsarios gallegos encontraban en los puertos del norte de
Portugal, así como por la actuación del vicecónsul de Gran Bretaña en Viana, Richard Allen,
sospechoso de participar en el negocio corsario.
Los perjuicios provocados por el corsarismo en el comercio de Oporto relacionan esta
aportación con el segundo gran bloque de contenidos del libro: el referido a los tráficos y
488
El siglo XVIII y los hogares encabezados por mujeres son el escenario privilegiado
de los capítulos referidos a España. Así, los trabajos de Hortensio Sobrado Correa, María
José Pérez Álvarez y Patricia Suárez Álvarez muestran diversas facetas de la soledad en el
mundo rural del siglo XVIII de Galicia, León y Asturias respectivamente, donde las mujeres
eran las más expuestas a encontrarse solas y eran asimismo particularmente activas,
desempeñando tareas variadas y esenciales al funcionamiento de la sociedad.
Pérez Álvarez realiza un cuidadoso análisis del mundo agrario de León, donde observa
la situación de este sector y detecta solteras al frente de hogares que, pese a la hostilidad y
prejuicios propios de una sociedad patriarcal que pretendía controlarlas, asumían el control
y tenían incluso capacidad para actuar judicialmente.
En Asturias, Suárez Álvarez muestra como la frecuente ausencia del marido (a veces
definitiva), podía sumir la esposa en una situación vulnerable, cuando no de pobreza que la
inducirían a buscarse la vida en actividades como la elaboración de pan o de textiles.
Sobrado Correa destaca a su vez los casos registrados esencialmente en el litoral
gallego de las “viudas de vivos”, esposas de pescadores -ausentes la mayor parte del
tiempo- que asumían responsabilidades y decisiones que en la práctica desafiaban las
normas oficiales de género. Estas “viudas de vivos”, muy presentes en las zonas litorales,
son igualmente uno de los aspectos abordados en el capítulo de Francisco Fajardo Spínola,
que se interesa por las esposas y viudas de los emigrantes canarios a América entre fines
del siglo XVII y primeras décadas del siglo XIX. Estos emigrantes, que marchaban a probar
suerte, podían muy bien ausentarse por largos periodos o directamente desaparecer sin
dejar rastros. Fajardo Spíndola ve en estas mujeres básicamente víctimas que sufrían por
la soledad, el desvalimiento y la pobreza a la que con mucha dificultad podrían escapar tras
la muerte de sus esposos. Este panorama es equivalente al que presenta Jesús Manuel
González Beltrán, para la Andalucía siglo XVIII, donde el puerto de Santa María de Cádiz fue
testigo de frecuentes casos de marginación y pobreza originados, —igual que en Canarias,
Galicia o Asturias— por la partida del marido en búsqueda de nuevas oportunidades.
La esposa, condicionada por la costumbre y condiciones jurídicas imperantes veía sus
oportunidades laborales limitadas a tareas domésticas escasamente remuneradas, lo que
solía conducir a situaciones muy precarias. Cuando no había hijos que pudieran acompañar
y ayudar a solventar la situación, la solución pasaba por la solidaridad de vecinos y amigos.
En lo que respecta al mundo rural extremeño, Juan Pablo Blanco Carrasco describe
una realidad que contrasta con las anteriores, ya que las viudas (igual que las solteras) no
padecían necesariamente una “vida estrecha” o pobre. Las viudas solían volver a casarse
si eran jóvenes o vivían con algún hijo si eran mayores. En cualquier caso, no solo eran
relativamente pocos los hogares unipersonales en Extremadura, si no que familia y vecinos
estaban muy presentes acompañando y brindado apoyo solidario.
El capítulo de Francisco José Alfaro Pérez sobre Aragón, completa el panorama
correspondiente a la España del siglo XVIII. Se trata de un trabajo minucioso, muy elaborado
que, a partir de fuentes cualitativas y cuantitativas, procura reconstruir y rendir cuenta de un
mundo complejo que va más allá de la cuestión de si vivir en soledad es o no voluntario, y
observa la eventual incidencia de las crisis en este tipo de hogares.
La evolución de los hogares unipersonales en las últimas décadas en España es
el centro de interés de Cristina López Villanueva e Isabel Pujadas Rubiès que para eso
adoptan una perspectiva comparativa urbana-rural y se basan en censos de población para
explorar los motivos que subyacen en la tendencia al incremento de ese tipo de hogares
registrada en los últimos años.
Francisco García González cierra esta primera parte con un pormenorizado análisis
de los estereotipos ligados a la soledad que se desprenden de las fuentes literarias de los
Claudia Contente
Universitat Pompeu Fabra
claudia.contente@upf.edu
http://orcid.org/0000-0001-6424-0108
491
fenómenos de tal complejidad en la larga duración y en un espacio geopolítico cambiante
y rico en matices. Un aspecto que, junto con la aportación de fuentes de muy distintos
archivos y bibliotecas, tanto nacionales como extranjeros, hace que esta obra ofrezca un
aporte de resultados cuantitativos y, sobre todo, desde una perspectiva cualitativa que
pone de manifiesto los elementos de desobediencia, resistencia o incluso violencia a lo
establecido en ámbitos muy diferentes.
Como se ha señalado, el hilo conductor de esta obra colectiva es la idea de resistencia
frente a la autoridad en el mundo y en las culturas urbanas. Un proceso de conformación del
orden que tiene en esos dos conceptos antitéticos su máxima expresión, como reflejo de las
relaciones cotidianas de la urbanidad. Es por ello que este trabajo ofrece, sin lugar a dudas,
una visión “comparada y transfronteriza”, cumpliendo el objetivo marcado por los editores en
el que también se consigue analizar los mecanismos por los que las sociedades buscaron
definir elementos de equilibrio con los que fraguar una convivencia, es decir, con los que
recomponer los equilibrios rotos por la resistencia. Aunque, obviamente, sería reduccionista
restringir a esa lucha el análisis aportado por la obra, pues en ella se presentan con acierto
y profusión, y de manera amplia e integradora, otros conceptos como comunidad o nación;
gobernanza, culturas y modelos de encuentro; frontera y porosidad; ciudad, orden y
conflicto; violencia, policía y justicia; tensiones e intercambios interculturales. Una dicotomía
constante entre el pacto y el alzamiento frente al orden preestablecido. Entre confrontación
y negociación. Pero también ofrece una visión institucional, colectiva e individual, pues
muestran cómo aquellos colectivos tradicionalmente apartados del poder podían, a través
de violencias y resistencias variadas, convertirse en agentes históricos de primer nivel.
Incluso, se llega a tratar el asunto de la licitud de la resistencia –con casos como los motines
del pan en Milán o los delitos de lesa majestad- a través de la visión ofrecida por la literatura
político-jurídica en la colaboración de Angela De Benedictis.
Sin embargo, quizás el mayor acento se haya puesto en la idea de frontera y en
las relaciones y el contacto cultural, político y social entre diferentes civilizaciones; y todo
ello desde múltiples perspectivas temáticas y geoestratégicas. De esta manera, autores
como David Martín Marcos utiliza su estudio para conocer las prácticas de contrabando
en la frontera hispano-portuguesa durante la Guerra de la Restauración, lo que ayuda
a comprender ciertas dinámicas, tales como las estrategias de resistencia frente a las
vigilancias fronterizas, que no se enmarcaron en el enfrentamiento Portugal-Monarquía
Hispánica. Marina Fernández Flórez se acerca, en cambio, a los límites de la Europa
católica, al Mediterráneo occidental y a los contactos existentes con el Magreb, donde se
daba un cruce de barreras religiosas gracias a la cercanía del islam y al retorno de los
renegados y los cautivos. Otras aportaciones, como las de Marina Torres Trimállez y Anna
Busquets Alemany, llevan al lector a la comprensión de la interacción entre europeos y
asiáticos en China y Filipinas, con posturas que van desde el estudio de la acomodación
franciscana a la realidad china en una visión alternativa al etnocentrismo imperante en la
expansión europea de los siglos modernos en el primer caso, hasta la labor que realizaron
los dominicos como intermediarios de lo que se vino a conocer como una diplomacia
cultural, en el segundo. Además, otros colaboradores centran sus investigaciones en el
mundo americano. Así pues, Jorge Díaz Ceballos analiza la capacidad negociadora de la
Monarquía Hispánica para reconducir a los esclavos sublevados en el istmo de Panamá y
la creación de espacios urbanos que permitiesen una integración duradera. Por su parte,
Susana Elsa Aguirre pone el foco en la resistencia indígena que se vivió en la Ciudad de
Buenos Aires durante el periodo tardocolonial y Baptiste Bonnefoy en las revueltas urbanas
que se produjeron en algunos puertos españoles del Caribe a finales de la Edad Moderna,
en lo que se podría comprender como un elemento previo a las revoluciones atlánticas.
495
que quedan perfectamente probadas gracias a la nutrida documentación sobre la que el
autor ha construido la obra y perfectamente hilvanadas en las correspondientes páginas.
A su regreso a la península, el futuro marqués de Comillas se embarca en nuevos
proyectos que le llevan a expandir su ya consolidada posición dentro del ámbito empresarial
(capítulos 4, 5, 6 y 7). Una de las aventuras más lucrosas fue la creación de una naviera
con la que poco a poco iría cosechando importantes nichos de mercado. De entre las
distintas actividades que llevaba a cabo esta compañía, el transporte de correo y de tropas
hacia las colonias de ultramar fueron las más sustanciosas, ya que el Estado se sirvió de
los vapores de la empresa de Antonio López para hacer llevar la correspondencia a sus
territorios del otro lado de Atlántico y para desplazar soldados y oficiales que defendieran
los intereses ante los eventuales conflictos que se desataron en las Antillas en la década
de 1860. Este acuerdo marcó un punto de inflexión en la evolución del futuro marqués tanto
para su actividad como hombre de negocios como para la conformación de su posterior
fortuna. Esta catapulta le valió para abrazar otros tantos proyectos en el sector financiero
o ferroviario, así como a granjearse el favor de los gobiernos venideros y de la influyente
burguesía catalana. Su cada vez más destacada posición culminó con la concesión por
parte de Alfonso XII del título de marqués de Comillas en 1877 en “recompensa de los
servicios que la compañía ha prestado al país y de lo mucho que ha hecho y hace para
resucitar la grandeza comercial de España” (p. 221) y con el otorgamiento de la grandeza
de España en 1881.
Nuevos proyectos empresariales siguieron salpicando la actividad económica de
Antonio López y no cesaron sus empeños de consolidar su presencia en sectores de lo
más variopintos incluso hasta los días previos a su muerte en 1883 (capítulos 8, 9 y 10).
Su repentino e inesperado fallecimiento tuvo impacto en la prensa del momento y los años
posteriores fueron testigos de la erección de distintos monumentos dedicados a su figura.
Comillas, en la medida en que se trató de su ciudad natal, fue una de las localidades que
quisieron contar con una estatua del ilustre personaje, al igual que Barcelona, lugar donde
se asentó tras su llegada de Cuba y donde residió durante largas temporadas. De las
distintas iniciativas, esta última fue la más significativa de todas y a la que más atención se
dedica en las últimas páginas. Así, de una manera audaz el autor consigue llevar al lector
al mismo punto de partida desde donde arrancaba el recorrido por la trayectoria de Antonio
López y López en las primeras páginas de la obra.
Como bien se recoge en distintos momentos del volumen, los datos disponibles
sobre determinadas cuestiones no resultan siempre suficientes para poder corroborar la
información que se proporciona y ese nulo rastro documental deriva en breves lapsos de
tiempo en los que seguir la pista de Antonio López resulta una tarea imposible. El hecho
de no contar con un archivo personal sin duda dificulta el acercamiento a la vida del sujeto,
sin embargo, las hipótesis que se plantean, sólidamente fundamentadas, dan cuenta de
una meditada y concienzuda investigación desarrollada durante años que demuestra un
profundo conocimiento del personaje y de su manera de proceder. En este sentido, la
solvencia que acredita el autor en la búsqueda de información a través de distintos archivos,
soportes y medios españoles y cubanos es digna de reseñar.
Al margen del innegable rigor con el que se presentan los distintos episodios, otro
elemento que requiere atención es el material complementario que se proporciona en
la obra, tanto los distintos documentos recogidos en los apéndices como la cronología
construida con los principales hitos de la trayectoria vital y familiar de Antonio López. El
primero de los recursos permite al lector acceder de manera directa a testamentos, al
resumen del inventario post mortem de bienes del marqués y a otros tantos documentos
de semejantes características que terminan por completar la información proporcionada a
498
Esta nueva perspectiva cronológica se sustenta en otra de las grandes líneas que
definen lo novedoso de esta aportación: la ampliación del espacio geográfico. El texto
rompe con el tradicional eurocentrismo occidental historiográfico, dominado por las escuelas
británica y francesa. Para ello, aborda de manera preferente los hechos desarrollados en
el este y el centro de Europa. Un espacio, generalmente omitido, donde la violencia fue
más intensa, severa y profunda, iniciada por la quiebra de los grandes imperios (Romanov
y Turco-Otomano) y continuada hasta los últimos años del siglo pasado. A través de un
dinámico entramado de escenarios y cronologías, el texto consigue romper con ideas
reduccionistas que aparecen casi como aliteraciones automáticas en la mayoría de los
estudios históricos. Del mismo modo, deja atrás la contemplación habitual de la historia
marcada por los límites nacionales, ya que, como afirma en el capítulo quinto, la violencia
no atiende a fronteras.
El concepto de guerra total es un pilar fundamental para el análisis de la violencia
indómita, desplegada a partir de las quiebras en los sistemas de poder y que supera, por
tanto, la idea de terror localizado en el frente, para colocar a la población civil en el centro
de los objetivos militares. Esta percepción del conflicto aborda necesariamente una mirada
amplia y compleja que permite una visión más global. En el libro se definen diversas formas
de violencia para categorizar la experiencia europea: la violencia colonial —formadora en
los mecanismos de aniquilación—, la limpieza étnica, el genocidio, la violencia armada o
conflicto bélico y la violencia sexual.
Para lograr esta nueva perspectiva, Julián Casanova recorre lo que denomina
carreteras secundarias de la Historia, que permiten contemplar realidades y matices que
suelen quedar ocultas en la autopista que sería la historiografía francobritánica tradicional.
En el libro se intenta construir una historia con minúsculas que vislumbra una imagen global
de la violencia del siglo XX. Todas aquellas expresiones de la brutalidad se presentan como
derivados de la actuación de agentes motivadores como son el nacionalismo étnico o racista,
el militarismo, el totalitarismo en sus diversas formas y las crisis políticas, económicas y
sociales. En el ensayo, se supera la contabilización de las víctimas o la comparación entre
masacres, para avanzar hacia un enfoque más profundo, que no deja de lado la importancia
de los actores protagonistas y de las decisiones individuales, pero que tampoco olvida a los
agentes subalternos, a las masas o a los grupos marginados. Así, busca y consigue ir más
allá de una narración de procesos y estructuras, para acercarse a la experiencia de mujeres
y hombres de carne y hueso.
Sin duda, uno de los hilos conductores más novedosos y relevantes es el de la
afirmación de la violencia sexual como una forma abyecta de la violencia indómita, cuya
comprensión es fundamental para el conocimiento del pasado europeo. El autor dedica
un capítulo completo a analizar la dinámica de las agresiones contra las mujeres, que
no son percibidas ya como un elemento adjunto a otros procesos violentos, sino como
instrumentos explícitos para la imposición del dominio y el terror que fueron utilizados de
manera sistemática. El impacto de las violaciones masivas de las mujeres bosnias durante
la década de 1990 motivó la mirada retrospectiva de los historiadores, que descubrieron un
nivel de la violencia hasta entonces inexplorado. Así pues, se despertó el interés por releer
el pasado prestando atención a las agresiones cometidas por el Ejército Rojo, la violencia
contra las mujeres en la Francia colaboracionista o las experiencias en las guerras civiles
irlandesa y española. Este nuevo prisma, con ya cierto recorrido en las investigaciones
realizadas desde la Historia de Género, se proyecta no solo como un camino necesario para
los historiadores, sino como un tema de tratamiento obligatorio en los planes de estudios
no universitarios.
501
española y la derecha católica, precisamente por sus resistencias declaradas a aceptar el
nuevo régimen cuya realidad y la de la propia España tuvo ocasión de conocer directamente
merced a un viaje realizado en el verano de 1934. Poco tiempo después sucedería la
huelga general de octubre y los hechos revolucionarios de Asturias que a punto estuvieron
de acabar con la vida de Mendizábal quien, pese a ello, supo sacar consecuencias que
situaban la responsabilidad de dichos sucesos mucho más en los ambientes conservadores
y en el integrismo eclesiástico por no haber impulsado el crecimiento de las corrientes del
catolicismo social. Valoración con la que sintonizaba plenamente Sturzo el cual, marcaría
aún más distancias posteriormente tanto con la CEDA como con la propia Iglesia exhortando
a sus amigos españoles a no ligar los asuntos políticos a la suerte de esta última.
Con esos antecedentes, el desencadenamiento de la Guerra Civil acrecentó aún más
en el sacerdote italiano su interés e implicación en los asuntos españoles. Desde su exilio
en Londres, y aún reprobando la violencia y sinrazón de ambas partes, no por ello justificaba
la mayoritaria toma de posición de la Iglesia española a favor de los sublevados aún cuando
eso no significa que a Sturzo no le pareciera un error de primer orden el que el gobierno
de Madrid no tomara públicamente distancias y adoptara medidas eficaces respecto de
la violencia anticlerical desatada en la zona republicana tras el comienzo de la guerra.
Desgraciadamente el Vaticano, pese a proyectar inicialmente un pronunciamiento pontificio
pidiendo el cese de las hostilidades, tomó partido pronto por el bando rebelde, dando su
bendición a quienes habían asumido la tarea de “defender y restaurar los derechos de Dios
y de la religión”.
El pontífice se alejaba, pues, de la posición pacificadora y mediadora que a juicio
de Sturzo debería de haber adoptado la Iglesia. También rechazaría tempranamente la
consideración de la guerra como cruzada, pero no ahorraba críticas tampoco al gobierno de
la República por no haber hecho nada por diferenciar el problema religioso del político-militar
de los sublevados... En este punto el sacerdote siciliano parecía criticar implícitamente el
silencio de Pío XI al evocar los llamamientos a la paz y al cese de hostilidades hechos por
Benedicto XV ante los horrores de la Gran Guerra. Unos planteamientos, los de Sturzo que
reflejarían una “equidad moral jansenista”, según un importante intelectual italiano de la
época e interlocutor suyo, Gaetano Salvemini.
En un contexto internacional, el de comienzos de 1937 en el que la Santa Sede,
influida por los informes de Gomá, se estaba inclinando claramente hacia el lado de
Franco (pese a que en un plano más general, Pío XI parecía cada vez más consciente y
alarmado de la amenaza que suponía no solo el comunismo, sino también el nazismo y
su aliado fascista) pero en el que diversos medios influyentes del catolicismo democrático
europeo no suscribían los planteamientos vaticanos, fueron cristalizando algunas iniciativas
diplomáticas, formación de comités para la paz en España, llamamientos de intelectuales
católicos en orden a impulsar un armisticio, seguido de una mediación internacional. Aquí
se inscribiría la implicación de Sturzo en la puesta en marcha de los comités por la paz
civil y religiosa en España ya que tanto él como otros católicos estimaban que el fin de las
hostilidades debería de venir acompañado no solo de la instauración de una paz civil, sino
de una pacificación religiosa que en el pensamiento del italiano resultaba indisociable de su
aspiración a separar a la Iglesia de la solidaridad con los insurgentes.
Se logró así poner en pie, en París, a finales de abril de 1937 el Comité pour la paix
civile en Espagne, coincidiendo prácticamente con el bombardeo por la Legión Cóndor de
la población vasca de Guernica sobre cuya autoría Sturzo no tuvo dudas, en tanto que la
Santa Sede, pese a estar bien informada a través del canónigo Alberto Onaindía y del propio
gobierno vasco optó por suscribir la versión de Gomá y de los franquistas. Pues bien, a la
creación del comité citado seguiría la de otros comités nacionales, un proceso complicado
505
crítico. A partir de ese suceso se repasan otros episodios, como el crimen de Cuenca, que
no fue tal —conocido entre el gran público gracias a la estremecedora película de Pilar Miró,
censurada en el posfranquismo— y se recorre la gestación jurídica de esta práctica desde
los años treinta del siglo XIX hasta la Segunda República, que devino en “un tiempo de
oportunidades para la protesta anticarcelaria desde fuera de las prisiones” (p. 82) y en cuyo
inicio Victoria Kent planteó un “reformismo esperanzador” que apenas duró un “suspiro”.
“Tanto la guerra como la posguerra fueron testigos de una intensa violencia política
que conmocionó a ambas retaguardias” (p. 85). La rotundidad de la frase en la primera
página del capítulo 3 (“Violencia masiva y tortura en la guerra civil”) sirve de frontispicio a
la investigación de Daniel Oviedo, quien subraya el vacío historiográfico sobre la cuestión,
a pesar de la frecuencia de la tortura y del interés que ha suscitado otro tipo de violencia.
El autor analiza estrategias, víctimas y victimarios en los dos bandos contendientes. El
carácter sádico y deshumanizador de los maltratos y humillaciones practicados es bien
patente en algunos detalles narrados que no dejan de resultar escalofriantes, aunque los
hayamos leído en otros textos o situaciones. En el caso los rebeldes, la continuidad en el
personal torturador nos enlaza directamente con la larga dictadura de Franco. Llegados a
la mitad del volumen, el lector habrá podido descubir fácilmente que una de sus virtudes
es la unidad del texto, con capítulos bien hilvanados y que demuestran la coherencia en
la línea de investigación del equipo, muy lejos de otros libros colectivos excesivamente
heterogéneos.
El cuarto capítulo (“La máquina represiva: la tortura en el franquismo”, César Lorenzo)
es el más extenso de todos, algo perfectamente comprensible ya que “durante la dictadura
franquista esta práctica no solo permaneció enquistada, sino que se llevó a extremos nunca
conocidos en cuanto a extensión e intensidad” (p. 131). El infierno se inicia en el “año cero”,
como llama el autor a 1936, y casi de la mano de los instructores nazis en pleno conflicto.
Desde entonces la tortura no solo persigue el fin de la confesión o de la delación, también
fue una “tortura vengativa” sobre la que se construyó el edificio de la violencia política
del franquismo. Lorenzo traba un relato pormenorizado, plagado de casos concretos, con
nombres y apellidos, que humaniza la investigación, a la vez que la hace más desgarradora.
Por otra parte, en sus páginas queda meridianamente claro que el franquismo no fue una
estructura pétrea, sino un régimen sujeto a evolución, como la sociedad sobre la que ejerció
el control. Sus claves quedan fijadas en la conclusión del trabajo en donde se apunta a la
tortura como norma y a la comisaría como espacio privilegiado de la crueldad institucional,
dentro de un sistema que la amparaba y le proporcionaba impunidad.
El fin de la dictadura no supuso el final del uso de la tortura, como queda evidenciado
en el último capítulo, firmado por Eduardo Parra (“La práctica de la tortura en la transición
y la democracia”). Parece fuera de toda duda su existencia y, por eso, el autor no pretende
demostrarlo, sino más bien responder al interrogante de si estamos ante el resultado de
desmanes singulares, incontrolados, o frente a una acción sistemática que se ha desplegado
hasta fechas muy recientes (¿Y que se sigue ejerciendo en 2021?, es casi la respuesta
que el lector se formulará). En esta ocasión, el discurso se torna incluso cuantitativo a
partir de abundantes gráficas que demuestran el seguimiento de las prácticas torturadoras
en la España democrática. Además, se enriquece con el estudio de un nuevo espacio de
malos tratos, los Centros de Internamientos de Extranjeros, de suerte tal que podemos
volver a sentirnos incómodos con la realidad presente que se nos muestra. La prensa,
singularmente El País, la legislación y los informes de la Coordinadora para la Prevención
de la Tortura sustentan esta parte de la investigación sobre la que Parra ya había publicado
otros interesantes trabajos. El contexto es particularmente complejo, porque la lucha
antiterrorista puede empañarlo todo y remover nuestras emociones, pero la conclusión es
508
crecimiento de la cultura civil en contraposición a la cultura católica, con una constante pugna
por el control de la ritualidad en el ámbito público y privado. A continuación, Ángel Ramón
del Valle Calzado retrocede al siglo XIX para explicar de manera sucinta pero precisa cómo
la crisis agraria, en conjunción con importantes acontecimientos como la reforma liberal o
las desamortizaciones, contribuyó al cambio productivo de la actual Castilla-La Mancha.
Demuestra así que las crisis, en este caso de la agricultura cerealística, pueden suponer
un cambio de peso en la actividad económica de una región y marcar su evolución futura.
El siguiente capítulo corre a cargo de Ángel Luis López Villaverde y Eduardo
Higueras Castañeda. Desde una visión que mezcla el estudio de las culturas políticas y
el nacionalcatolicismo, elaboran un sugestivo texto centrado en los retos afrontados por
la Iglesia católica frente a la modernización de la sociedad. Aparece así la evolución del
catolicismo social, la adaptación de la Iglesia a los nuevos tiempos y el reaccionarismo de
esta frente a la ola “laicizadora” en España, subrayando con ello una productiva línea de
investigación. Por otro lado, María Soledad Campos explora un área con cierto recorrido
como es el del colonialismo español en el norte de África entre 1909 y 1956. Se adentra así
en los problemas derivados de mantener una política imperialista en Marruecos y resalta
las consecuencias del malgasto de recursos en una empresa que provocó numerosas crisis
en la política española.
El quinto apartado corresponde a Lucía Prieto Borrego y Encarnación Barranquero
Texeira. Las autoras introducen muy apropiadamente el sujeto “mujeres” como elemento
de estudio en el primer franquismo y realizan una interesante imbricación entre estas,
la demografía y la moralidad impuesta por el régimen. Además, logran mostrar cómo se
construyó un determinado prototipo de feminidad en relación con la crisis económica de
posguerra y las necesidades de la dictadura. Inmediatamente después, Rafael Villena
Espinosa incorpora al debate una significativa cuestión como es el la del grado de
restauración monumental tras la crisis autárquica. Sin entrar a valorar el acierto de las
reformas acometidas, el autor confirma un progresivo aumento de las ayudas inherentemente
unidas a fines propagandísticos y, más adelante, económicos. Con todo, el texto ayuda a
completar, desde una perspectiva regional, el parcial desconocimiento existente sobre las
restauraciones de posguerra.
Los tres capítulos siguientes engloban una misma dimensión, pero haciendo uso de
enfoques variados que enriquecen el tema: las crisis económicas y las medidas público-
privadas para tratar de controlar su impacto. Miguel R. Pardo Pardo atiende, por un lado, a
las transformaciones socioeconómicas y los desequilibrios causados por la desagrarización
iniciada en los años sesenta mediante un análisis que contrapone el interior y el levante
peninsular. Joaquín Azagra Ros y Marcia Sánchez Mosquera, por otra parte, plantean un
novedoso estudio interregional para mostrar las notables diferencias en cuanto al impacto
de la crisis económica de 2007 y el crecimiento económico posterior a 2013. Antonio Laguna
Plater, por último, aborda la crisis del sector periodístico español durante y tras la I Guerra
Mundial y establece paralelismos entre esas contrariedades y las experimentadas por el
mismo sector a partir de 2008, dando lugar a sugerentes reflexiones sobre el papel del
Estado como garante del sector privado.
El último bloque está compuesto por cuatro capítulos cuya temática se halla enfocada
en las crisis políticas vividas desde el último tercio del siglo XX hasta la actualidad. En
primer lugar, Ferrán Archilés y Vega Rodríguez-Flores indagan en los debates que giraron
en torno al concepto —y proyecto— de nación española durante la Transición. Para ello
analizan cómo la izquierda se adaptó al contexto mediante la interpretación de una idea de
España alejada del nacionalismo franquista. Continuando en este eje cronológico, Damián
A. González Madrid y Manuel Ortiz Heras presentan un artículo de gran atractivo sobre el