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Maldiciones Intergeneracionales
Maldiciones Intergeneracionales
Maldiciones Intergeneracionales
Para ello se realizan unos ritos que implican asumir “nuevos conceptos
como: transferencia, influencia, maldición intergeneracional, herencia
ancestral, pegajosidad, sanación del árbol genealógico, etc.”.
Esta teoría, según el sacerdote mexicano, “apareció por primera vez entre
los protestantes por inspiración pagana. Un misionero protestante,
Kenneth McAll, es quien dio el impulso a la práctica de ‘sanar’ el árbol
genealógico hasta convertirlo en un movimiento”.
Por eso, el sacerdote afirma que “a partir del análisis de los textos de la
Sagrada Escritura podemos concluir que la ‘doctrina’ del llamado ‘pecado
ancestral’ y la llamada ‘oración de sanación del árbol genealógico’ no tiene
fundamento en la Revelación sobrenatural”.
El padre Alcántara reitera que “si por pecados ancestrales se entienden los
pecados de los antepasados que se transfieren a la actual generación, éstos
no existen, pues el único pecado que puede transmitirse por vía de la
generación es el pecado original”.
En los últimos tiempos hemos oído hablar mucho sobre las llamadas “maldiciones
ancestrales”, “ataduras intergeneracionales” y otros nombres similares. Según
esta doctrina, el hombre además de heredar el pecado original de Adán, hereda a
la vez las tendencias pecaminosas de sus antepasados. Es decir, si al abuelo de
una persona le gustaba el trago y las apuestas, es probable que a usted también
le guste el trago y los juegos de azar. Sería entonces consecuencia lógica de todo
este razonar, que la sangre de Cristo fue derramada por los pecados de cada
persona, pero que ha de darse un paso adicional para quitar la trasgresión que
hayan heredado de sus antecesores, lo que conduce a la necesidad de algún
elaborado procedimiento que involucraría una investigación y confesión
(usualmente abierta) de los pecados propios y de sus antecesores hasta donde
fueran conocidos y la realización de algún oficio de oración y liberación u
exorcismo para clausurar el efecto de esas supuestas maldiciones.
La enseñanza milenaria de la Iglesia señala que una vez que un niño alcanza el
uso de razón (entre los 7 u 8 años), cada niño es nueva creación y poseen
además un estado inmaculado. Si este niño recién bautizado muere antes de
hacer uso de razón, irá directamente al Cielo, por su estado inmaculado.
En otras palabras, una persona en estas circunstancias no puede hacer uso del
bautismo y de la confesión, ya que no puede huir de esas maldiciones. Y eso no
es doctrina católica.
El doctor angélico, Santo Tomás de Aquino también plantea esta cuestión: “Mas,
si uno lo considera atentamente, (verá) que es imposible que se transmitan por
generación algunos pecados de los antepasados próximos o también del primer
padre, exceptuado el pecado primero.” (Summa Theologiae, I-IIae, q81, a2)
En este punto, el lector se preguntará como esto puede ser posible, si lo oyó en el
grupo de oración y por lo tanto debe ser verdad. Sepa el amable lector que si las
maldiciones generacionales fueran verdaderas, la iglesia las hubiera enseñado
siempre. Pero ese no es el caso. También podrán argumentar que el Espíritu
Santo sigue inspirando a la Iglesia y por lo tanto ha revelado esta doctrina nueva.
Eso no es nada más que falta de fe. Se demoró el Espíritu Santo en revelarnos
sobre las maldiciones generacionales durante dos mil años? Esto por supuesto no
es doctrina católica. Todo lo que debemos saber lo recibimos mediante la
revelación pública que no es otra cosa que las enseñanzas de los apóstoles. Y los
apóstoles, ni el mismo Jesucristo enseñaron tal cosa. Esta revelación pública se
terminó con la muerte del último apóstol, San Juan, el discípulo amado del Señor.
El Catecismo nos enseña que no hay doctrinas nuevas, ya que “no hay que
esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro
Señor Jesucristo" (CIC, 66).
Pero el lector se sentirá inquieto y podrá argumentar que hay sacerdotes que se
dedican a promover esta doctrina y que inclusive han escrito libros sobre el tema.
Muchos alegando haber escuchado esto de “boca de los demonios” en los
exorcismos. A ellos, no les queda de otra más que obedecer a lo que la Iglesia ha
enseñado sobre la materia, teniendo por guía a los padres y doctores de todos los
siglos. San Ignacio de Loyola, en el libro de los Ejercicios Espirituales dice lo
siguiente en sus reglas para sentir con la Iglesia:
Para entender este texto describiré dos escenarios que ilustran bien estas
consecuencias.
En una medida menor, otro texto que es usado para enseñar las maldiciones
generacionales se encuentra en Proverbios:
Un antiguo error
El hecho de culpar a otros por nuestras desgracias es algo tan antiguo como
el relato de la creación. No asumir la responsabilidad individual es
precisamente lo que hizo Adán al culpar a Eva cuando fue confrontado por
Dios. Y eso es también lo que hizo Eva al culpar a la serpiente, cuando ella fue
confrontada por su creador (Gn. 3). Pero en el tiempo cuándo los judíos
fueron deportados a Babilonia, esta misma actitud floreció en la forma de un
conocido refrán:
Los padres comen las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la
dentera (Ez. 18:2).
“Vivo Yo,” declara el Señor Dios, “que no volverán a usar más este proverbio
en Israel. Todas las almas son Mías; tanto el alma del padre como el alma del
hijo Mías son. El alma que peque, ésa morirá (Ez. 18:3-4).
Aquí una vez más Dios corrige la fatalista noción de que los hijos serán
víctimas de una sentencia irreversible por culpa de los padres.
Esta idea también es asumida por los discípulos en el Evangelio de Juan. Ellos
le preguntaron a Jesús si la ceguera de un hombre era el resultado del
pecado de un antepasado. A la inquietud de los discípulos, él les respondió:
“Ni éste pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se
manifiesten en él. (Jn. 9:3).
Una vez más, esta excesiva (y hasta enfermiza) inclinación de interpretar las
desgracias de las personas como una consecuencia de los pecados de un
antepasado es confrontada por Jesús, quien les dice que esta ceguera solo
sirve para glorificar a Dios.
Pero entonces, ¿qué hacer si en la vida diaria parece que somos inclinados a
practicar los mismos pecados de nuestros antepasados? ¿Cómo librarnos de
esa influencia?