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Reseña - Coatlicue - Fernandez - Letb

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Fernández, Justino. “Coatlicue.” En Coatlicue, El retablo de los Reyes, El Hombre.

México, Universidad Nacional Autónoma de México –


Reseña 4 de 4
Luz Elena Torrejón Burga

La diosa Coatlicue, la de la falda de serpientes, en su escultura mexica, encontrada en 1790,


junto a la Piedra del Sol, en la plaza del zócalo en la Ciudad de México, contiene dentro de
su iconografía numerosas significaciones. En 1959, el historiador de Arte, Justino
Fernández hace el recuento de esas significaciones, así como el análisis plástico de la
misma, planteándose sus alcances estéticos, distintos a los de los valores de la estética
europea, cuestionamientos que aún hoy, son vigentes. En la base de la escultura, mirando
hacia la tierra, y sólo pudiendo ser mirado por ésta, tenemos un bajorrelieve que representa
a Tláloc, en la misma posición en que encontramos a Tlaltecuhtli el Señor de la tierra,
orientando sus extremidades hacia los rumbos cósmicos, y portando en su vientre, un
rectángulo con un quincunce, signo de Venus. Son estas cuestiones las que presenta
Fernández, así como los signos que integran la imagen ritual e impactante de Coatlicue,
diosa de la tierra, cuyo nombre refiere su falda de serpientes, siendo toda ella, un paradigma
vinculado con la mujer, las serpientes-raíces, la tierra, la muerte, la fecundidad, el
sacrificio, y el agua.

Respecto de su análisis estético, plástico e iconográfico propiamente, Fernández empieza


diciendo que, en una primera impresión de conjunto hay que mirar a través de ella,
observando su geometría, las líneas, el perfil lo cual lleva a pensar que es un arte de alta
categoría. Fernández indica que Coatlicue encierra varias deidades, y su simbología es
amplia. En primer lugar describe su estructura simple, y lo hace formando una gran cruz de
tronco ancho, brazos cortos y cabeza proporcionada bicéfala, y el centro lo marca un
cráneo, tanto en la parte frontal como en la parte posterior. Este tronco se divide, además,
en cuatro zonas de abajo hacia arriba, marcadas por horizontales a distintos niveles. Uno de
estos es el de las piernas, otro, el de la falda de serpientes, otro el del tórax, y finalmente, el
de la masa bicéfala. Deduce que de su estructura total cruciforme se desprende la sensación
de aplomo, solidez, y sentido monumental.

Observa también que su perfil es de forma piramidal, formando un triángulo, que forma una
figura triangular. Para Fernández, estas estructuras en forma de cruz y pirámide son las que
brindan un carácter extraordinario de solidez, grandeza, aplomo; sin embargo afirma que
los perfiles laterales tienen un efecto dinámico, lo que le brindan las curvas que forman los
brazos doblados. La estrutura de cruz Brinda a la imagen una concepción del mundo y
dioses creadores, mientras que la estructura piramidal de perfil remite a los niveles
cósmicos ya que inicia en su base, asciende y termina en la parte superior en el ángulo
agudo de un triángulo isósceles.

En Coatlicue hay una referencia al cuerpo humano porque tiene pies, piernas, tórax, pecho,
espalda, brazos y cabeza, aunque aparezcan substituidos o compuestos por otros de carácter
simbólico. Tiene garras y uñas de águila. La falda está compuesta de serpientes, y a los
costados de ésta sobresalen largos manojos de plumas. Sobre la falda observa una faja con
chapetones circulares y fleco de plumas, del que penden cascabeles. El cinturón está
formado por dos serpientes preciosas. En la parte posterior entre sus piernas, vemos una
cabeza de serpiente o de Tortuga mostrando sus colmillos.

El anàlisis formal que reaiza Justino Fernández de esta obra no ha perdido vigencia,
muchos de sus elementos no han sido ni rebasado, ni cuestionado, antes bien, ha sido
retomado sistemáticamente desde entonces, en los estudios de Arte, trascendiendo tiempos
y fronteras. El método de análisis de Justino Fernández parte de la elección de una obra con
la que él mismo tiene una historia particular, pues es la obra que le impacta desde su
infancia, y efectivamente, como lo demuestra a lo largo de su trabajo, es síntesis de una
multiplicidad de conceptos y de deidades. Entonces, hace una descripción del conjunto
simple pero esencial, en la que encuentra los elementos estructurales basados en la
concepción indígena antigua del cosmos, con respecto a la organización plástica del
espacio, para después ir describiendo cada una de sus partes con respecto a la simbología y
al mito. Finalmente, algo insospechado, contrapone toda la teoría del fenómeno estético en
torno al Arte indígena antiguo que ha sistemáticamente desarrollado, a la de la filosofía
náhuatl de la flor y el canto, para finalmente, demostrarnos la simultánea fragilidad del
tiempo y del ser náhuatl-poeta y guerrero, que nos legó obras de Arte que dentro de su
trascendencia, revelan nuestra propia debilidad.

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