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Ética y Educación Religiosa
Ética y Educación Religiosa
Ética y Educación Religiosa
LECTURA 1
Desde el punto de vista religioso, el siglo XVI en Europa es un período que podríamos
calificar de "conflictivo", en el que se rompe definitivamente la unidad de la Cristiandad
occidental. Desde 1517, año en el que el monje alemán Martín Lutero (1483-1546) clava
sus famosísimas 95 tesis sobre las indulgencias en la puerta de la iglesia del castillo de
Wittenberg, se inicia un movimiento de profunda renovación religiosa que se conoce con
el nombre de Reforma y que influye decisivamente en el devenir histórico del Viejo
Continente. En pocos años, la Reforma se asienta con fuerza en el norte y centro de
Europa a base de denunciar la corrupción de costumbres y la perversión doctrinal en las
que había caído desde hacía tiempo la Iglesia de Roma. El mensaje antipapal y contrario
a los excesos de riqueza y lujo eclesiástico de los Reformadores se propaga, gracias a
la imprenta, como un reguero de pólvora y cala tanto entre las clases populares como
adineradas de aquellos países, haciendo converger en la protesta otras reclamaciones
de orden político y social. Tanto es así, que a mediados de siglo las diferencias en todos
los órdenes entre "protestantes" y católicos son de tal magnitud que se presumen ya
irreconciliables.
Es difícil resumir en pocas palabras la nueva visión que del cristianismo ofreció la
Reforma a ojos de los habitantes de Europa de esa época. Quizás lo que más ahondaba
en la ruptura con la "vieja religión" es la demoledora crítica que sus líderes más
prestigiosos hicieron de la Iglesia católica, en el sentido de entidad jerárquica y
ceremonial volcada en los intereses mundanos y alejada de la misión espiritual que le
confería su razón de ser. Para los Reformadores, la iglesia es el cuerpo místico de
Jesucristo, la comunidad de los creyentes ("comunión de los santos"), y bajo ningún
concepto una estructura piramidal atemorizadora sustentada no tanto en los
mandamientos divinos como en la obediencia al papa romano, a quien los reformadores
acusan de ser el Anticristo instalado fraudulentamente en el templo del Señor. Allí donde
la Reforma triunfa, el peso de la Iglesia católica decrece, y en estas circunstancias serán
los políticos (reyes, príncipes, señores territoriales, etc.) quienes tomen las riendas de los
asuntos eclesiásticos. En Inglaterra, por ejemplo, Enrique VIII dirige e impulsa el cisma
anglicano y el propio rey se declara a la cabeza de la Iglesia nacional recién creada en
1534.
En los países católicos, en cambio, la Iglesia reafirma su papel de mediadora entre Dios
y su pueblo afirmando que fuera de la Iglesia de Roma no hay salvación. El papa es el
vicario de Dios en la tierra. El Concilio de Trento (1545-47 y 1561-1563) se encargará
de imponer muchas verdades incuestionables, con el objetivo de recuperar el terreno
perdido: se inicia con ello la Reforma católica o Contrarreforma. La Compañía de Jesús,
fundada por san Ignacio de Loyola en 1534 y aprobada por la Iglesia de Roma en 1540,
será la punta de lanza de esta recuperación católica. Su lealtad al papa y la estricta
disciplina de sus miembros hizo de los jesuitas una orden particularmente idónea para
esta misión cuyo objetivo será la "reconquista" de Europa para el bando católico.
LECTURA 2
La cuestión religiosa en la Revolución Francesa tuvo dos aspectos uno ideológico y otra
socioeconómico, estrechamente unidos.
La cuestión religiosa en la Revolución Francesa tuvo dos aspectos uno ideológico y otra
socioeconómico, estrechamente unidos. La Ilustración siempre había abogado por una
profunda reforma de la Iglesia para evitar su poder en la cultura, la educación y las
mentalidades, y para ponerla al servicio del Estado, aspecto con el que coincidía, en
parte, con la tradicional política de la Corona francesa (galicanismo).
Pero esa reforma tenía que ver, además, con la nacionalización de los bienes del clero,
algo más novedoso y vinculado ya claramente con los revolucionarios. A cambio, el
Estado debería sostener a la Iglesia. La nacionalización de los bienes debía conducir a
la venta de estos para aliviar la profunda crisis financiera del Estado, heredada del
Antiguo Régimen. Esas ventas, por lo demás, afianzarían el poder de la burguesía, con
evidente hambre de tierra. Esta dimensión económica y social, puesta en marcha en la
Asamblea Constituyente, fue seguida en el resto de los países católicos cuando
emprendieron sus respectivas Revoluciones liberales, como en muchos Estados italianos
o en España con las desamortizaciones. Los revolucionarios también decretaron la
abolición del diezmo, la base fiscal fundamental de la Iglesia.
El 12 de julio de 1790 se aprobó la Constitución Civil del Clero, por la que los eclesiásticos
se convertían en funcionarios del Estado francés, al quedar encuadrados en una
administración parecida a la civil. Cada departamento tendría un obispo. Por encima se
crearon diez metrópolis eclesiásticas como sedes para los arzobispos. Todos los
sacerdotes, obispos y arzobispos serían elegidos como se hacía con los funcionarios y
debían prestar un juramento de fidelidad a la Nación, la Ley y el Rey.
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