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Superliga Europea de Fútbol. A Quién Beneficia y A Quién Perjudica

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Superliga

Europea de Fútbol
¿A quién beneficia y a quién
perjudica?

Por

Xavier Dalmau


Estamos viviendo momentos de gran alarma en los países en los que el


fútbol es un artículo de primera necesidad, pudiendo observarse
confrontaciones violentas en pro y en contra del proyecto de crear una Súper
Liga, presentado por los doce clubes europeos más importantes. Todos los más
significativos se han incorporado a esta iniciativa, menos el Bayern Múnich y
el PSG que, por sus propias peculiaridades, no se han sumado. El primero por
ser propiedad, entre otros, de varias empresas multinacionales (Adidas, Audi,
Allianz…), las cuales, lo último que desean, es verse involucradas en
polémicas internacionales. Y el otro, PSG, porque es propiedad de un jeque
del petróleo, más interesado por su escalada en la élite social europea que por
su club. Y aunque después la mayor parte de equipos asociados a esta
propuesta, asustados por el ruido generado alrededor de la misma, han ido
retrocediendo en sus posiciones, es interesante analizar qué está sucediendo
con el fútbol.
La primera pregunta que deberíamos hacernos es por qué ha surgido esta
iniciativa. Existen varias razones para ello, estando su base en la legítima
preocupación por el futuro incierto del fútbol, de acuerdo a diversos síntomas
observados muy preocupantes como es la gran disminución de audiencia que
tiene entre menores de veinte años, y las grandes pérdidas económicas que
presenta el sector —sobre todo los clubs más grandes—, las cuales se han
visto incrementadas por la pandemia del Covid.
¿Cuáles son las causas de estos problemas?
Existen múltiples razones que intento resumir a continuación.
FIFA, UEFA y ligas nacionales están partiendo desde hace años de una
premisa falsa: a más competiciones y mayor número de participantes en ellas,
mayores audiencias y, por tanto, más dinero de las televisiones. Pero el
resultado no está siendo ese precisamente, pues con tantos equipos
participantes —muchos de ellos de muy escasa calidad— aburren a las
audiencias, las cuales terminan cambiando el fútbol por otros
entretenimientos.
También tiene influencia muy negativa en este sector los extraños repartos
de los derechos de televisión, donde los clubs grandes, indirectamente, están
subvencionando a los pequeños que cobran por encima de sus audiencias
reales, mientras que aquellos cobran por debajo, pues estos derechos los
negocia cada liga nacional en bloque con las televisiones —la UEFA los
pertenecientes a las competiciones europeas—, realizándose posteriormente
una distribución económica que no refleja las diferencias de interés que
despiertan unos y otros. La distribución de estos dineros funciona así: las
televisiones pagan unos totales por cada competición. Después la Liga, la
Premier, la Serie A italiana o la UEFA —cuando se trata de torneos europeos
— lo reparten entre los clubs, beneficiando proporcionalmente más a los
pequeños sin audiencias que a los grandes con mucha.
Obsérvese este ejemplo de lo que decimos. En la liga 2018-2019 el
Barcelona tenía un presupuesto de 900 millones de euros, y recibía por
derechos televisivos 166. El presupuesto del Real Madrid era de 760 millones,
ingresando por televisión 155. Indudablemente son los equipos españoles que
mayor interés despiertan entre los aficionados al fútbol e, indirectamente, tiran
también de la economía de los demás clubs. En el polo opuesto está el Huesca,
que teniendo un presupuesto de 39 millones recibió 44 por televisión, o el
Valladolid que con un presupuesto de 34 millones recogió por derechos
televisivos 47 millones.
Como antes comenté, otra de las razones es que ya hace tiempo se viene
observando que disminuye la audiencia del fútbol entre los menores de veinte
años. Este fenómeno puede nacer de varias causas. Una de ellas puede ser que
la juventud dispone de muchas más oferta de entretenimiento que hace unos
años; y otra es producto de la cantidad de partidos que se televisan, y que no
interesan lo más mínimo dada la escasa calidad de los futbolistas participantes.
Es evidente que, a mayor cantidad de equipos en las competiciones, más
jugadores hacen falta. Mientras más jugadores se necesitan, más hay que bajar
la exigencia de calidad de los mismos para completar las plantillas de los
clubs, y, por tanto, menos espectáculo futbolístico ofrecen.
Por otro lado, otro gran lastre del fútbol es el disparatado sistema de
compra y venta de jugadores que lastran las economías de los clubs, mientras
que enriquecen a un buen número de espabilados.
Es indudable que el Covid no ha sido el detonante de esta crisis, pero si ha
acelerado el proceso de la misma porque los club grandes, en estos tiempos de
pandemia, están perdiendo entre 200 y 300 millones al año, mientras los
pequeños, al depender básicamente de sus ingresos televisivos se consiguen
mantener, incluso a veces obteniendo pequeños beneficios, a pesar de no tener
casi audiencias. Es decir, no les va mal a los que no interesan al público, y no
se pueden mantener los que sí interesan.
Evidentemente el futbol no puede seguir así. Con estos números no tiene
futuro, pues si los grandes dejan de serlo y de atraer audiencias, el resto de
clubs medios y pequeños desaparecerán para convertirse en algo de exclusivo
interés local.
Pero ¿quién es responsable de que se haya llegado a esto?
Todos los intervinientes en el fútbol, porque cada uno de ellos tiene
intereses propios y no siempre positivos para el sector. Por ejemplo, la UEFA,
las federaciones y las ligas nacionales que, para expandir su poder a través del
control que ejercen con el reparto de los derechos de televisión, han ido
potenciando docenas de equipos subsidiados a costa de los que
verdaderamente interesan al público, y no paran de crear competiciones sin
interés para la gente, con el único objetivo de aumentar teóricamente sus
ingresos, pero sólo consiguiendo con ello cansar a los públicos.
También son responsables los propios equipos grandes —y muchos de los
pequeños— que firman contratos a futbolistas por honorarios que en realidad
no pueden costear con sus ingresos. Dándose el caso de que el fútbol es, de los
grandes deportes mundiales, el único que paga muchas veces a sus deportistas
por encima de las posibilidades reales de los propios clubs y de su capacidad
de convocatoria. Esto lo suelen hacer muchos dirigentes irresponsables por
razones de prestigio personal, aún a costa del futuro de su club.
Aficionados y medios de comunicación también tienen responsabilidad
pues, demasiadas veces, les da igual el futuro económico del club de su
localidad. Unos y otros sólo quieren espectáculo, al precio que sea, en forma
de fichajes, despidos, polémicas, etc.
En definitiva, estamos ante un sector económico cuya gestión, a lo largo
del tiempo, les ha ido conduciendo a una profunda crisis.
¿Qué proponen los Doce grandes?
Seguir participando sus equipos en las ligas locales, cuyos partidos se
jugarían los fines de semana, y crear una Súper Liga entre los clubs más
importante de Europa (es decir, del mundo) que se jugaría entre semana.
Es evidente la racionalidad de este proyecto de cara a intentar salvar a los
equipos más grandes. Por ejemplo, la audiencia de un Barcelona-Malmo de
Suecia es ridícula, como sucede en todos los primeros tramos de la Champions
League, así como también con la mayor parte de partidos de las ligas
nacionales. En cambio, la expectación de un Barcelona-City es enorme. Lo
que propone crear el grupo de los Doce —aunque han gestionado su
presentación bastante mal— es que cada semana exista fútbol de este nivel,
con partidos entre los grandes equipos. Obviamente los aficionados de esos
clubs, y los seguidores del fútbol en todo el mundo, estarían encantados.
Entonces, ¿por qué se han declarado violentamente en contra de este
proyecto la UEFA, federaciones, muchos clubs de fútbol, gran parte de
jugadores, muchos medios de comunicación y muchas aficiones?
Veamos cada caso, pues cada cual tiene sus propios intereses en el asunto.
La UEFA se opone agresivamente porque se convertiría en irrelevante, al
perder los grandes ingresos televisivos que supone la participación en sus
torneos de los grandes equipos que atraen las audiencias, los cuales
abandonarían sus competiciones europeas clásicas de Champions League y
UEFA, para intervenir en la creada por ellos mismos.
Las federaciones nacionales de fútbol, y las asociaciones de clubs, porque
ese nuevo torneo se convertiría en el más importante del mundo, y ellas no
tendrían nada que ver en el mismo al escapar a su control, y prevén, con razón,
que tendría el efecto secundario de una minusvaloración de las ligas
nacionales.
Los clubs pequeños porque las altas audiencias de los partidos inter
semanales entre los grandes disminuiría aún más el interés por sus propios
partidos, y, por tanto, terminarían perdiendo gran parte de sus ingresos por
televisión.
También se oponen cientos de jugadores, pues, directamente, ven peligrar
su trabajo si disminuyen para muchos clubs los ingresos televisivos.
Los medios de comunicación deportivos locales porque, según menguara
la relevancia de los equipos de su ciudad, ellos se volverían más irrelevantes
aún, y posiblemente también, como muchos jugadores, perderían sus empleos.
Los aficionados porque vislumbran que pueden ver casi desaparecer a sus
equipos si no están entre la élite de los importantes, y también porque están
manipulados y muy mal informados.
Por estas razones, esencialmente, todos ellos han reaccionado
agresivamente contra el proyecto de la Súper Liga. Aunque, como siempre
sucede, cada cual intenta disfrazar sus motivos reales en base a supuestos
éticos o morales —solidaridad, cultura, tradición, unión, etc.—, principios con
los que siempre se pretenden esconder los intereses de cada uno, intentando
ocultar que, salvo el aficionado, para todos los demás su oposición nace sólo
de la defensa de sus intereses particulares. Por cierto, nada románticos.
Igual está sucediendo con los Doce grandes. Están actuando en defensa de
sus propios intereses para evitar verse empequeñecidos como clubs por sus
problemas económicos, lo que, probablemente, también terminaría acabando
con el resto de equipos, pues las grandes ligas, si esos doce equipos dejarán de
ser lo que son actualmente, tampoco subsistirán. A casi nadie interesa el
Levante-Éibar, pero sí un gran Barcelona contra un gran Real Madrid.
¿Cuál es la solución?
Lo primero que conviene señalar es que esto es una pura lucha por la
supervivencia para el fútbol tal como lo conocemos, que necesitará soluciones
serias y consensuadas entre muchos, pero que nunca conseguirá satisfacer
todos los intereses creados durante varios decenios, pues varios de estos son,
precisamente, buena parte de los problemas.
En realidad, la complejidad de las soluciones vienen derivadas
fundamentalmente de vicios que habitan dentro del mundo del fútbol,
producto de muchos intereses particulares, normalmente ajenos al propio
deporte, como los representados por las federaciones y UEFA, los cuales
controlan las competiciones, y no están dispuestos, sin derramar sangre, a que
les arrebaten los privilegios que les da ese poder.
La fórmula propuesta por los Doce es, básicamente, el mismo sistema
exitoso de las grandes ligas deportivas de USA, como la NBA o la NFL. Pero
esto en Europa —que es en realidad quien manda por razones económicas en
el futbol mundial— es difícil de implementar pues existen antiguas estructuras
de poder que no están dispuestas a permitirlo.
Es por ello que, para que el fútbol pueda tener un futuro, deberá, de
manera pactada, ir buscando rápidamente fórmulas que permitan la
permanencia de los pequeños y la viabilidad de los grandes clubs, pues unos
no pueden subsistir sin los otros.
Pero algunas medidas ya se conoce perfectamente que son imprescindibles
de tomar por más dolorosas que sean. Una de ellas es disminuir el número de
equipos participantes en las competiciones —tanto nacionales como
internacionales—, porque con ello aumentará la calidad media de los
profesionales, y disminuirá el número de partidos aburridos, así como las
lesiones de los jugadores. Así mismo, ir, poco a poco, eliminando el sistema
de compra y venta de jugadores, con tantos comisionistas e intermediarios por
medio, que lastran las economías de los clubs, para acercar el fútbol a los
métodos menos costosos de traspasos que utiliza, por ejemplo, la NBA.
También, pausadamente, caminar hacia la igualdad de las masas salariales de
los equipos, lo que aumentaría la competitividad de los torneos y con ello el
interés del público, al evitar que siempre ganen los mismos.
Existen diversas posibilidades de rápidas y positivas mejoras, como las
aquí indicadas. Pero el mayor problema para poderlas llevar a cabo está en
varios de los intervinientes —sobre todo dirigentes de las federaciones
nacionales, asociaciones de clubs, y UEFA—, porque muchos de ellos no
están preocupados por el futuro del fútbol, sino por el suyo, pues suelen tener
como objetivo fundamental conservar sus despachos privilegiados que les
permiten mantener sus negocietes, y que piensan igual que aquel individuo a
quien un día preguntaron: “¿Sabe usted cuando se acabará el mundo?” A lo
que respondió sin titubear: “Sí, cuando yo me muera”.

Xavier Dalmau
Barcelona, abril 2021

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