Nature">
Nothing Special   »   [go: up one dir, main page]

Pascal, Pensamientos

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 303

Pensamientos - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Pensamientos

Pascal, Blaise

Pensamientos

Blaise Pascal

Sección I

1. DIFERENCIA ENTRE EL ESPÍRITU DE GEOMETRÍA Y EL


ESPÍRITU DE FINURA.

-En el primero, los principios son palpables, pero están alejados del uso

común; de suerte que cuesta trabajo volver la cabeza hacia este lado,
por
falta de hábito; pero por poco que se vuelva hacia él, se divisan de lleno

los principios; y sería menester tener un espíritu absolutamente falso

para razonar mal con principios que caen tan de su peso que es casi

imposible pasen inadvertidos.

Pero en el espíritu de finura, los principios son de uso común, y

están ante los ojos de todo el mundo. No es menester volver la cabeza


ni

hacerse violencia; basta tener buena vista, pero es menester tenerla


buena

de veras; porque los principios están tan desleídos y son tan


numerosos,

que es casi imposible que se nos escapen. Ahora bien: la omisión de un

principio lleva al error; por esto es menester poseer visión muy clara

para ver todos los principios, y luego espíritu preciso para no razonar

falsamente con principios conocidos.

Todos los geómetras serían, por tanto, finos si tuvieran buena vista,

porque no razonan falsamente sobre los principios que conocen; y los

espíritus finos serían geómetras si pudieran acomodar su visión a los

principios inusitados de la geometría.

Lo que hace, pues, que ciertos espíritus finos no sean geómetras es

el que no puedan en manera alguna volverse hacia los principios de la

geometría; pero lo que hace que los geómetras no sean finos es que no
ven

lo que tienen delante, y que acostumbrados a los principios perfilados y

globales de la geometría, y a no razonar sino después de haber visto


bien
y manejado sus principios, se pierden en las cosas de finura, en que los

principios no se dejan manejar de esta suerte. No se ven apenas, se

sienten más que se ven; cuesta infinitos trabajos hacerlos sentir a

quienes no los sienten por sí mismos; son cosas tan delicadas y


numerosas,

que es menester un sentido muy delicado y agudo para sentirlas, y


juzgar

derecha y justamente de acuerdo con este sentimiento, sin que las más
de

las veces sea posible demostrarlas por orden como en geometría,


porque no

es así como se poseen los principios de ella, y sería una faena infinita

el intentarlo. Es preciso ver súbitamente la cosa en un solo golpe de

vista, y no con un razonamiento progresivo, por lo menos en una cierta

medida. Y acontece raramente, por esto, que los geómetras sean finos y
que

los finos sean geómetras, debido a que los geómetras quieren tratar

geométricamente estas cosas finas, y resultan ridículos intentando

comenzar con definiciones siguiendo por los principios, cosa


improcedente

en esta suerte de razonamientos. No es que el espíritu no lo haga; sino

que lo hace tácitamente, naturalmente, y sin reglas, porque su expresión

excede a todos los hombres y su sentimiento no pertenece sino a pocos.

Por el contrario, a los espíritus finos habituados a juzgar de un

golpe de vista, les extraña tanto -que se les presenten proposiciones de


las que no entienden nada, y para penetrar en las cuales hay que pasar
por

definiciones y principios, tan estériles sin costumbre de ver en detalle-,

que se ven repelidos y sienten repugnancia.

Pero los espíritus falsos no son jamás ni finos ni geómetras.

Los geómetras que no son sino geómetras tienen, pues, el espíritu

recto, pero con tal que se les expliquen bien todas las cosas con

definiciones y principios; si no, son falsos e insoportables, porque no

son rectos más que apoyándose en principios bien esclarecidos.

Y los finos que no son sino finos no pueden tener la paciencia de

descender hasta los primeros principios de las cosas especulativas y de

imaginación, que jamás han visto en el mundo, y son absolutamente

inusitadas.

2. Diversas especies de sentido recto; unas, en cierto orden de

cosas, y no en los demás, en los cuales extravagan.

Unos deducen bien las consecuencias de unos pocos principios, y es

una rectitud de sentido.

Otros deducen bien las consecuencias de cosas en que hay muchos

principios.

Por ejemplo, los unos comprenden bien los efectos del agua, en lo

cual hay pocos principios; pero sus consecuencias son tan finas que
sólo
una extrema rectitud puede llegar hasta ellas.

Y aquéllos, quizá, no por eso solamente sean grandes geómetras,

porque la geometría comprende un gran número de principios, y un


espíritu

puede ser de tal índole que pueda penetrar perfectamente unos pocos

principios hasta el fondo, sin que fuera capaz de penetrar en modo


alguno

las cosas en que hubiera muchos principios.

Hay, pues, dos suertes de espíritu: uno que penetra viva y

profundamente las consecuencias de los principios, el espíritu de

precisión; otro, que comprende un gran número de principios sin

confundirlos, es el espíritu de geometría. El uno es fuerza y rectitud de

espíritu, el otro es amplitud de espíritu. Pero el uno puede darse

perfectamente sin el otro, pues el espíritu puede ser fuerte y angosto, y

puede ser también vasto y débil.

3. Los que están acostumbrados a juzgar según el sentimiento, no

entienden una palabra de las cosas de razonamiento, porque quieren

penetrar primeramente con un solo golpe de vista y no están habituados


a

inquirir los principios. Y los otros por el contrario, los que están

acostumbrados a razonar por principios, no entienden una palabra de


las
cosas de sentimiento, pues inquieren en ellas sus principios y son
capaces

de ver con una sola mirada.

6. Como se estropea el espíritu, así se estropea también el

sentimiento.

Se forman el espíritu y el sentimiento por las conversaciones. Se

estropean el espíritu y el sentimiento por las conversaciones. De esta

manera, las buenas o las malas lo forman o lo estropean. Es, pues, de

primera importancia saber escoger, para formarlo y no estropearlo; y no

puede hacerse esta elección si no se tiene ya formado y no estropeado.


Y

esto constituye un círculo; son bienaventurados los que salen de él.

14. Cuando un discurso natural pinta una pasión o un efecto, se

descubre dentro de sí mismo la verdad de lo que se escucha, la cual no


se

sabía que estuviera ahí, de suerte que nos sentimos inclinados a amar a

quien nos la hace sentir; porque no nos ha exhibido su haber, sino el

nuestro; y así este beneficio nos lo hace amable, aparte de que esta
comunidad de inteligencia que con ella tenemos inclina,
necesariamente,

nuestro corazón a amarla.

15. Elocuencia que persuade por dulzura, no por imperio; en tirano,

no en rey.

La elocuencia es un arte de decir las cosas de tal manera: 1º. Que

aquellos a quienes se habla puedan entenderlas sin trabajo y con


agrado.

2º. Que interesen en forma que el amor propio les lleve más bien a

reflexionar sobre ellas.

Consiste, pues, en una correspondencia que se trata de establecer

entre el espíritu y el corazón a quienes se habla, por un lado, y por

otro, los pensamientos y expresiones de que se sirve, lo cual supone


que

se ha estudiado perfectamente el corazón del hombre para conocer


todos sus

resortes y para encontrar después las justas proporciones del discurso

adecuado. Es menester colocarse en el lugar de los que han de


escucharnos

y ensayar en su propio corazón el giro que se da al discurso, para ver si

el uno está hecho para el otro, y si se está seguro de que el auditorio se

ha de ver como obligado a rendirse. Es preciso refugiarse lo más posible

en lo natural sencillo; no hacer grande lo que es pequeño, ni pequeño lo


que es grande. No basta que una cosa sea hermosa, hace falta que sea

adecuada al tema, que no haya en él nada de más ni nada de menos.

20. ORDEN. -¿Por qué me voy a empeñar en dividir mi moral en


cuatro

puntos mejor que en seis? ¿Por qué colocaré la virtud en cuatro, en dos,

en uno? ¿Por qué en «abstine et sustine» mejor que «seguir la


naturaleza»,

o «conducir sus asuntos particulares sin injusticia», como Platón o

cualquier otra cosa? Pero, diréis, se recapitula todo en una frase. Sí,

pero ésta es inútil si no se explica; y cuando se llega a explicarla, en

cuanto se abre este precepto que contiene a todos los demás, surgen
éstos

en la primera confusión que se quiere evitar. Así, pues, cuando todos

están encerrados en uno, están en él escondidos e inútiles, como en un

cofre, y jamás comparecen más que en su natural confusión. La


naturaleza

los ha establecido a todos sin encerrarlos a unos en otros.

22. No se diga que no he dicho nada nuevo: la disposición de las

materias es nueva; cuando se juega a la pelota, ambos jugadores


juegan con
la misma pelota, pero el uno la coloca mejor que el otro.

Tanto da que se diga que me he servido de palabras antiguas. Como


si

los mismos pensamientos no formaran, por una diferente disposición, el

cuerpo de un discurso distinto, al igual que las mismas palabras forman

distintos pensamientos por su diferente disposición.

23. Las palabras diversamente ordenadas constituyen diversos

sentidos, y los sentidos diversamente ordenados producen diferentes

efectos.

25. ELOCUENCIA. -Hace falta lo agradable y lo real; pero hace falta

que lo agradable esté a su vez preñado de verdad.

26. La elocuencia es una pintura del pensamiento; y por esto, los que

después de haber pintado añaden algo más, hacen un cuadro en lugar


de un

retrato.
27. MISCELÁNEA. LENGUAJE. -Los que hacen antítesis forzando
las

palabras son como los que hacen falsas ventanas por simetría: su
norma no

es hablar con precisión, sino hacer figuras precisas.

28. Simetría en lo que abarca una mirada, fundada en que no hay


razón

para hacerlo de otra manera; y fundada también en la imagen del


hombre, de

donde resulta que no se busca la simetría sino en anchura, no en altura


ni

en profundidad.

32. Hay un cierto modelo de agrado y de belleza que consiste en

cierta relación entre nuestra naturaleza, débil o fuerte, tal como ella

es, y la cosa que nos agrada.

Todo lo formado conforme a este modelo nos agrada: casas,


canciones,

discursos, versos, prosa, mujeres, pájaros, ríos, árboles, habitaciones,


vestidos, etc. Todo lo que no está hecho conforme a este modelo
desagrada

a los que tienen buen gusto.

Y así como hay una relación perfecta entre una canción una casa,

hechas según el buen modelo, porque se asemejan a este único


modelo,

aunque cada una según su género, así también hay una perfecta
relación

entre las cosas hechas según un mal modelo. No es que el mal modelo
sea

único, porque hay una infinidad de ellos; sino que cada mal soneto, por

ejemplo, cualquiera que sea el falso modelo según el cual se haya


hecho,

se asemeja perfectamente a una mujer vestida según este modelo.

Nada da a entender mejor lo ridículo que es un falso soneto que el

considerar su naturaleza y su modelo, e imaginarse inmediatamente una

mujer o una casa hechas según este modelo.

33. BELLEZA POÉTICA. -Al igual que se dice belleza poética,


debería

decirse también belleza geométrica y belleza medicinal; pero no se dice.

La razón es que se sabe cuál es el objeto de la geometría, que consiste


en

pruebas, y cuál es el objeto de la medicina, que consiste en la curación;


pero no se sabe en qué consiste el agrado, que es el objeto de la
poesía.

No se sabe lo que es este modelo natural que hay que imitar. Y a falta
de

este conocimiento, se han inventado algunos términos curiosos: «siglo


de

oro, maravilla de nuestros días, fatal», etc., y se llama a esta jerga

belleza poética.

Pero quien se imagine una mujer hecha según este modelo,


consistente

en decir simplezas con frases solemnes, verá una bella señorita llena de

espejos y cadenas, y se reirá de ella porque se sabe mejor en qué


consiste

el agrado de los versos. Pero los que no entienden de esto la admirarán


en

estos arreos; hay muchos pueblecitos en que se la tomaría por una


reina; y

por esto, a los sonetos hechos conforme a este modelo los llamamos
reinas

de pueblo.

37. Puesto que no se puede ser universal y saber todo lo que se


puede

saber acerca de todo, hay que saber poco de todo. Porque es mucho
más
hermoso saber algo de todo que saberlo todo de una cosa; esta

universalidad es la hermosa. Si se pudieran tener las dos, tanto mejor;

pero si hay que elegir, es menester elegir aquélla, y la gente lo sabe y

lo hace, porque la gente es con frecuencia buen juez.

43. Algunos autores, hablando de sus obras, dicen: «Mi libro, mi

comentario, mi historia», etc. Huelen a burgueses que tienen bienes


raíces

y siempre un «en mi casa» en la boca. Harían mejor diciendo: «Nuestro

libro, nuestro comentario, nuestra historia», etc. Visto que de ordinario

hay en ello más de cosecha ajena que propia.

45. Las lenguas son cifras en que las letras no se cambian por

letras, sino las palabras en palabras, de suerte que una lengua

desconocida es descifrable.

50. Un mismo sentido cambia según las palabras que lo expresen.


Los

sentidos reciben de las palabras su dignidad, en lugar de conferírsela.


Hay que buscar ejemplos...

Pensamientos

Pascal, Blaise
Pensamientos - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Pensamientos

Pascal, Blaise

Sección II

60. PRIMERA PARTE. -Miseria del hombre sin Dios.

SEGUNDA PARTE. -Felicidad del hombre con Dios.

De otra manera:

PRIMERA PARTE. -Que la naturaleza está corrompida. Por la


naturaleza

misma.

SEGUNDA PARTE. -Que hay un reparador. Por la Escritura.


61. ORDEN. -Hubiera acometido este discurso con un orden como el

siguiente: para mostrar la vanidad de toda clase de condiciones, mostrar

la vanidad de las vidas comunes, y después la vanidad de las vidas

filosóficas pirronianas, estoicas; pero no resultaría el orden. Sé algo de

esto y que pocas gentes lo entienden. Ninguna ciencia humana puede

respetarlo. Santo Tomás no lo ha respetado. La matemática lo respeta,


pero

es inútil en su profundidad.

62. PREFACIO DE LA PRIMERA PARTE. -Hablar de los que han


tratado del

conocimiento de sí mismo; de las divisiones de Charron, que deprimen y

aburren; de la confusión de Montaigne, el cual había notado ya el


defecto

de un método recto, y que para evitarlo brincaba de un tema a otro, que

buscaba el aire puro.

¡Estúpido su proyecto de pintarse a sí mismo!, y ello no de pasada y

contra sus máximas, desfallecimientos que pueden acontecer a


cualquiera,

sino por sus propias máximas y en virtud de un intento primero y

principal. Porque decir estupideces por azar y por debilidad es un mal

corriente; pero decirlas de intento es lo que no es soportable, y decir

alguna cosa como la siguiente...


65. Lo que Montaigne tiene de bueno no puede lograrse sino

difícilmente. Lo que tiene de malo, prescindiendo de las costumbres, se

entiende, pudo ser corregido en un momento si se le hubiera advertido


que

era demasiado embrollado y hablaba demasiado de sí mismo.

66. Hay que conocerse a sí mismo: aunque ello no sirviera para

encontrar la verdad, serviría por lo menos para arreglar su vida, y nada

más justo que esto.

67. VANIDAD DE LAS CIENCIAS. -La ciencia de las cosas exteriores


no

me consolará de la ignorancia de la moral en los momentos de aflicción;

pero la ciencia de las costumbres me consolará siempre de la ignorancia


de

las ciencias exteriores.


69. DOS INFINITOS, MEDIO. -Cuando se lee demasiado deprisa o

demasiado despacio, no se entiende nada.

72. DESPROPORCIÓN DEL HOMBRE. -He aquí dónde nos llevan


los

conocimientos naturales. Si no son verdaderos, no hay verdad en el


hombre;

si lo son, encuentra en ellos un gran motivo de humildad, al verse

obligado a rebajarse de una u otra manera. Y puesto que no puede


subsistir

sin creer en ellos, deseo que antes de entrar en mayores inquisiciones

acerca de la naturaleza, la considere alguna vez con seriedad y a sus

anchas, que se mire también a sí mismo, y viendo en qué proporción


está...

Contemple el hombre, pues, la naturaleza entera en su elevada y plena

majestad, aparte su vista de los objetos bajos que la circundan.


Contemple

esta resplandeciente luz colocada como una lámpara eterna para


alumbrar el

universo, que la Tierra le parezca como un punto rodeado por la vasta

órbita que este astro describe y que se asombre de que esta vasta
órbita

no es a su vez sino una fina punta respecto de la que abrazan los astros
que ruedan por el firmamento. Pero si nuestra vista se detiene aquí, que

la imaginación vaya más allá; antes se cansará ella de concebir que la

naturaleza de suministrar. Todo este mundo visible no es sino un rasgo

imperceptible en el amplio seno de la naturaleza. No hay idea ninguna


que

se aproxime a ella. Podemos dilatar cuanto queramos nuestras


concepciones

allende los espacios imaginables, no alumbraremos sino átomos, a


costa de

la realidad de las cosas. Es una esfera cuyo centro se halla por doquier
y

cuya circunferencia no se encuentra en ninguna parte. Finalmente, es la

más grande nota sensible de la omnipotencia divina el que nuestra

imaginación se pierda en este pensamiento.

Vuelto a sí mismo, considere el hombre lo que es él a costa de lo que

es; considérese perdido en este cantón apartado de la naturaleza; y


desde

esta célula en que se halla alojado, me refiero al universo, aprenda a

estimar la tierra, los reinos, las ciudades y a sí mismo en su justo

precio. ¿Qué es un hombre infinito?

Pero para presentarle otro prodigio igualmente sorprendente, que

busque dentro de lo que conoce las cosas más delicadas. Que un cirón
le

ofrezca en la pequeñez de su cuerpo partes incomparablemente


menores,

piernas con articulaciones, venas en sus piernas, sangre en sus venas,


humores en esta sangre, gotas en sus humores, vapores en estas
gotas; que,

dividiendo todavía estas últimas cosas, agote sus fuerzas en estas

concepciones y que el último objeto a que pueda llegar sea ahora el de

nuestro discurso; ¿pensará tal vez que es ésta la extrema pequeñez de


la

naturaleza? Voy a hacerle ver aquí dentro un nuevo abismo. Voy a


pintarle,

no solamente el universo visible, sino la inmensidad concebible de la

naturaleza, en el recinto de este compendio de átomos. Que vea en él


una

infinidad de universos, cada uno con su firmamento, sus planetas, su

tierra, en la misma proporción que en el mundo visible, en esta tierra,

animales, y finalmente cirones, en los cuales encontrara lo que han


dado

los anteriores; y al encontrar todavía en los otros la misma cosa sin fin

y sin reposo, que se pierda en estas maravillas, tan pasmosas en su

pequeñez como lo son las otras por su extensión; porque ¿quién no se

admirará de que nuestro cuerpo, que antes no era perceptible en el

universo, imperceptible en el seno del todo, sea ahora un coloso, un

mundo, o más bien un todo respecto de esa nada a que no se puede


llegar?

Quien se considere de esta suerte, se aterrará de sí mismo, y

considerándose sostenido en la masa que la naturaleza le ha otorgado,

entre estos dos abismos del infinito y de la nada, temblará ante la visión

de estas maravillas; y creo que su curiosidad se trocará en admiración y


estará más dispuesto a contemplarlas en silencio que a investigarlas
con

presunción.

Porque, finalmente, ¿qué es el hombre en la naturaleza? Una nada

frente al infinito, un todo frente a la nada, un medio entre nada y todo.

Infinitamente alejado de comprender los extremos, el fin de las cosas y


su

principio le están invenciblemente ocultos en un secreto impenetrable,

igualmente incapaz de ver la nada de donde ha sido sacado y el infinito


en

que se halla sumido.

¿Qué hará, pues, sino barruntar alguna apariencia del medio de las

cosas, en una eterna desesperación por no conocer ni su principio ni su

fin? Todas las cosas han salido de la nada y van llevadas hasta el

infinito. ¿Quién podrá seguir estas sorprendentes andanzas? El autor de

estas maravillas las comprende. Ningún otro puede hacerlo.

A falta de haber contemplado estos infinitos, los hombres se han

lanzado temerariamente a la investigación de la naturaleza, como si


fueran

proporcionados a ésta. Es extraño que hayan querido comprender los

principios de las cosas y llegar con ello hasta conocerlo todo, por una

presunción tan infinita como su objeto. Porque no hay duda ninguna que
no

se puede concebir este intento sin una presunción o sin una capacidad

infinita, como la naturaleza.


Cuando se sabe esto, se comprende que habiendo la naturaleza
grabado

su imagen y la de su autor en todas las cosas, casi todas ellas tengan

algo de su doble infinitud. Y vemos así que todas las ciencias son

infinitas por la extensión de sus investigaciones; porque ¿quién duda de

que la geometría, por ejemplo, tenga una infinidad de infinidades de

proposiciones que exponer?; son también infinitas en la multitud y

delicadeza de sus principios; porque ¿quién no ve que aquellos que se

presentan como últimos no se apoyan en sí mismos, y que, apoyados


sobre

otros, que tienen a su vez por apoyo a otros, no toleran jamás un


último?

Pero hacemos con los que aparecen últimos a la razón como con las
cosas

materiales, en las cuales llamamos punto invisible a aquel allende el


cual

nuestros sentidos no perciben nada, aunque divisible infinitamente y por

su naturaleza.

De estos dos infinitos de ciencias, el de lo grande es mucho más

sensible, y por esto es por lo que llego a poco menos que a pretender

conocer todas las cosas. «Voy a hablar de todo», decía Demócrito.

Pero la infinidad en pequeñez es mucho menos visible. Los filósofos

han pretendido, sin embargo, llegar a él, y es aquí donde todos han

topado. Es lo que ha dado lugar a estos títulos tan corrientes: «De los

principios de las cosas», «De los principios de la filosofía», y otros


semejantes, tan fastuosos en realidad, aunque menos en apariencia,
que es

este otro que hace saltar los ojos: «De omni scibili.»

Se cree, naturalmente, ser mucho más capaz de llegar al centro de


las

cosas que de abarcar su circunferencia; la extensión visible del mundo


nos

sobrepasa visiblemente; pero como somos nosotros los que


sobrepasamos las

cosas pequeñas, nos creemos más capaces de poseerlas, y, sin


embargo, no

hace falta menor capacidad para llegar hasta la nada que para llegar
hasta

el todo; y es menester tenerla infinita tanto para lo uno como para lo

otro, y me parece que quien hubiera comprendido los últimos principios


de

las cosas podría llegar también a conocer hasta el infinito. Lo uno

depende de lo otro, y lo uno conduce a lo otro. Estos extremos se tocan


y

se reúnen a fuerza de estar alejados, y se encuentran en Dios y


solamente

en Dios.

Reconozcamos, pues, nuestro alcance; somos algo y no somos todo;


lo

que tenemos de ser nos arrebata el conocimiento de los primeros


principios

que nacen de la nada; y lo poco que tenemos de ser nos oculta la visión

del infinito.
Nuestra inteligencia posee, en el orden de las cosas inteligibles, el

mismo rango que nuestro cuerpo en la extensión de la naturaleza.

Limitados en todos los sentidos, este estado que ocupa el medio


entre

los dos extremos se encuentra en todas nuestras potencias. Nuestros

sentidos no se dan cuenta de nada extremo: demasiado ruido,


ensordece;

demasiada luz, ofusca; demasiada distancia y demasiada proximidad,


impiden

la visión; demasiada longitud y demasiada brevedad en el discurso, lo

oscurecen; demasiada verdad, nos pasma (conozco quienes no pueden


entender

que si se resta de cero cuatro, queda cero); los primeros principios

tienen para nosotros demasiada evidencia, demasiado placer incómodo;

demasiadas consonancias son desagradables en música; y demasiados

beneficios irritan, queremos tener con que sobrepagar la deuda:


«Beneficia

eo usque laeta sunt dum videntur exsolvi posse; ubi multum antevenere
pro

gratio odium redditur.» No sentimos ni el calor extremo ni el frío

extremo. Las cualidades excesivas nos son enemigas y no sensibles; no


las

sentimos ya, las padecemos. Demasiada juventud y demasiada vejez


privan de

espíritu, las cosas extremas son para nosotros como si no fueran, y

nosotros tampoco somos respecto de ellas: nos escapan, o nosotros a


ellas.
He aquí nuestro verdadero estado; es lo que nos hace incapaces de

saber ciertamente y de ignorar absolutamente. Bogamos en un vasto


medio,

siempre inciertos y flotantes, empujados de un extremo a otro. Si damos

con un término a que pensamos vincularnos y en que pensamos


afianzarnos,

titubea y nos abandona; y si lo seguimos, se nos escapa de las manos,


se

desliza y nos huye con una fuga eterna. Nada se detiene por nosotros.
Es

el estado que nos es natural, y, sin embargo, el más contrario a nuestra

inclinación; ardemos en deseos de encontrar una sede firme y una


última

base constante para edificar sobre ella una torre que se alce hasta el

infinito, pero todos nuestros cimientos se quiebran y la tierra se abre

hasta los abismos.

No busquemos, pues, punto de seguridad y de firmeza. Nuestra


razón se

ve siempre decepcionada por la inconstancia de las apariencias; nada


puede

fijar lo finito entre los dos infinitos que lo envuelven y le huyen.

Una vez bien comprendido esto, creo que cada cual quedará
tranquilo

en el estado en que la naturaleza le ha colocado. Estando este medio


que

nos ha sido legado en herencia siempre distante de los extremos, ¿qué


importa que el hombre tenga un poco más de inteligencia de las cosas?
Si

la tiene, toma a aquéllas desde un poco más arriba. ¿No se halla


siempre

infinitamente alejado del término?; y la duración de nuestra vida, ¿no

está igualmente, infinitamente, alejada de la eternidad, aunque dure diez

años más?

Ante la visión de estos infinitos, todos los finitos son iguales; y

no veo por qué asentar su imaginación en uno más bien que en otro.
Nos

apena la sola comparación que establecemos entre nosotros y lo finito.

Si el hombre fuese lo primero que se estudiase a sí mismo, vería lo

incapaz que es de seguir adelante. ¿Cómo es posible que una parte


conozca

el todo? Pero aspirará tal vez a conocer por lo menos las partes con las

cuales guarda proporción. Pero las partes del mundo guardan entre sí
una

relación tal y una tal concatenación las unas con las otras, que creo

imposible conocer la una sin la otra y sin el todo.

El hombre, por ejemplo, tiene relación con todo lo que conoce.

Necesita lugar para contenerlo, tiempo para durar, movimiento para


vivir,

elementos para componerlo, calor y alimentos para nutrirlo, aire para

respirar; ve la luz, siente los cuerpos; finalmente, todo se alía con él.

Para conocer al hombre es preciso, pues, saber de dónde viene el que


tenga
necesidad de aire para subsistir; y para conocer el aire, saber por dónde

tiene éste relación con la vida del hombre, etc. La llama no subsiste sin

aire; por tanto, para conocer la una es preciso conocer al otro. Siendo,

pues, todas las cosas causadas y causantes, ayudadas y ayudantes,


mediatas

e inmediatas, y manteniéndose todas por un nexo natural e insensible


que

liga las más alejadas y las más diferentes, tengo por imposible conocer

las partes sin conocer el todo, así como conocer el todo sin conocer

particularmente más partes.

La eternidad de las cosas en sí mismo o en Dios tiene también que

pasmar a nuestra pequeña duración. La inmovilidad fija y constante de


la

naturaleza, la comparación con el cambio continuo que acontece en


nosotros

tiene que producir el mismo efecto.

Y lo que remata nuestra impotencia para conocer las cosas es que

ellas son simples en sí mismas, y nosotros estamos compuestos de dos

naturalezas opuestas y de distinto género: alma y cuerpo. Porque es

imposible que la parte que razona en nosotros no sea sino espiritual; y si

se pretendiera que fuéramos simplemente corporales, ello nos excluiría

mucho más del conocimiento de las cosas, puesto que nada hay tan

inconcebible como decir que la materia se conoce a sí misma; no es


posible

conocer cómo habría de conocerse a sí misma.


Y así, si somos simplemente materiales, no podemos conocer nada
en

manera alguna, y si estamos compuestos de espíritu y de materia, no

podemos conocer perfectamente las cosas simples, espirituales o

corporales.

De aquí viene el que casi todos los filósofos confundan las ideas de

las cosas, y hablen de las cosas corporales espiritualmente y de las

espirituales corporalmente. Porque dicen audazmente que los cuerpos

tienden a bajar, aspiran a su centro, huyen de su destrucción, temen el

vacío, que la naturaleza tiene inclinaciones, simpatías, antipatías, cosas

todas que no pertenecen más que a los espíritus. Y hablando de los

espíritus los consideran como en un lugar, y les atribuyen movimientos


de

un lugar a otro, cosas que no pertenecen sino a los cuerpos.

En lugar de recibir las ideas de estas cosas puras, las teñimos con

nuestras cualidades e impregnamos con nuestro ser compuesto todas


las

cosas simples que contemplamos.

¿Quién no creerá, viéndonos componer todas las cosas de


naturaleza y

de espíritu, que esta mezcla nos había de ser muy comprensible? Es,
sin

embargo, la cosa que se comprende menos. El hombre es para sí


mismo el más

prodigioso objeto de la naturaleza; porque no puede concebir lo que es


ser
cuerpo y menos todavía lo que es ser espíritu, y lo menos del mundo,
cómo

un cuerpo puede estar unido con un espíritu. Es éste el colmo de la

dificultad y, sin embargo, es su propio ser: «modus quo corporibus

adhaerent spiritus comprehendi ab hominibus non potest, et hoc tamen


homo

est».

Finalmente, para consumar la prueba de nuestra flaqueza, terminaré

con estas dos consideraciones...

76. Escribir contra los que profundizan en las ciencias: Descartes.

77. No puedo perdonar a Descartes; bien hubiera querido, en toda su

filosofía, poder prescindir de Dios; pero no ha podido evitar el hacerle

dar un papirotazo para poner el mundo en movimiento; después de esto,


no

le queda sino hacer de Dios.

78. Descartes, inútil e incierto.


79. DESCARTES. -Hay que decir en líneas generales: «Esto sucede
por

figura y movimiento», porque es verdad. Pero decir cuáles y componer


la

máquina es ridículo. Porque es inútil, incierto y penoso. Y aun cuando

fuera verdad, no creemos que toda la filosofía merezca una hora de

esfuerzo.

82. IMAGINACIÓN. -He aquí la parte que decepciona en el hombre,


esta

maestra de error y de falsedad, tanto más embustera cuanto que no lo


es

siempre; porque sería regla infalible de verdad si fuera infalible de

mentira. Pero siendo casi siempre falsa, no da señal ninguna de su

cualidad, marcando con un mismo carácter lo verdadero y lo falso.

No hablo de los locos, hablo de los más cuerdos; entre ellos es


donde

la imaginación tiene el gran don de persuadir a los hombres. Por mucho


que

la razón grite, no puede poner las cosas en su punto.

Esta potencia soberbia, enemiga de la razón, que se complace en


controlarla o en dominarla, para mostrar cuán poderosa es en todo, ha

establecido en el hombre una segunda naturaleza. Tiene sus


afortunados,

sus desgraciados, sus sanos, sus enfermos, sus ricos, sus pobres; hace
que

la razón crea, dude, niegue; suspende los sentidos, les hace sentir; tiene

sus locos y sus cuerdos; nada nos produce tanto despecho como ver
que

llena a sus huéspedes de una satisfacción mucho más plenaria y entera


que

la razón. Los hábiles por imaginación se complacen a sí mismos de


modo muy

diferente a como los prudentes pueden complacerse razonablemente.


Miran a

las gentes con imperio; disputan con audacia y confianza; los otros, con

temor y desconfianza; y esta alegría de semblante les otorga, con

frecuencia, una ventaja en la opinión de los que escuchan; de tal


manera

los prudentes imaginarios gozan de favor ante jueces de misma


naturaleza.

No puede volver cuerdos a los locos; pero les hace felices con envidia
de

la razón, que no puede hacer a sus amigos sino miserables,


cubriéndoles la

una de gloria, la otra de vergüenza.

¿Quién distribuye la reputación? ¿Quién confiere respeto y


veneración

a las personas, a las obras, a las leyes, a los grandes, sino esta
facultad imaginante? ¡Todas las riquezas de la tierra serían insuficientes

sin su consentimiento!

¿No diríais que este magistrado, cuya venerable ancianidad impone

respeto a todo un pueblo, se gobierna por una razón pura y sublime y


que

juzga de las cosas por su naturaleza sin detenerse en vanas


circunstancias

que no hieren sino la imaginación de los débiles? Vedle entrar en un

sermón cargado de un celo devoto, reforzando la solidez de su razón


con el

ardor de su caridad; helo aquí presto a escucharlo con un respeto

ejemplar. Pero que aparezca el predicador, que la naturaleza le haya


dado

una voz cascada y un semblante raro, que su barbero le haya afeitado


mal,

si el azar lo ha ensuciado por añadidura, por grandes que sean las

verdades que anuncie, me juego la pérdida de la gravedad de nuestro

senador.

El mayor filósofo del mundo, colocado en una plancha que sobresale

más de lo debido, si tiene bajo sí un precipicio, aunque su razón le

convenza de su seguridad, prevalecerá su imaginación. Muchos serían

incapaces hasta de soportar la idea sin palidecer ni sudar.

No voy a referir todos sus defectos.

¿Quién ignora que la vista de gatos, ratas, el pisar un carbón, etc.,

sacan de quicio a la razón? El tono de la voz impone a los más


prudentes,
y cambia la fuerza de un discurso y de un poema.

La afección o el odio cambian la faz de la justicia. Y un abogado

bien pagado de antemano, ¡cuánto más justa encuentra la causa que

defiende!; su gesto audaz, ¡cuánto mejor lo hace ante los jueces,

engañados por esta apariencia! ¡Graciosa razón que el viento maneja y


en

cualquier sentido!

Recordaré casi todas las acciones de los hombres que apenas


vacilan

sino por sus sacudidas. Porque la razón se ha visto obligada a ceder, y


el

más sensato acepta como principios suyos los que la imaginación de los

hombres ha introducido temerariamente en cada lugar.

Quien no quiera seguir más que a la razón sería un loco a juicio del

común de los hombres. Hay que juzgar a juicio de la mayoría de las


gentes.

Puesto que así le plugo, hay que trabajar todo el día y cansarse por

bienes reconocidamente imaginarios, y cuando el sueño nos ha


repuesto de

las fatigas de nuestra razón, hay que levantarse incontinenti,

sobresaltado, para echar a correr en pos del humo, y enjugar las

impresiones de esta señora del mundo. He aquí uno de los principios de

error, pero no es el único. El hombre ha hecho bien en aliar lo verdadero

con lo falso, aunque en esta paz la imaginación haya salido


ampliamente
aventajada; porque en la guerra es mucho más aventajada; jamás
supera la

razón a la imaginación, mientras que la imaginación con frecuencia

desmonta completamente a la razón.

Nuestros magistrados han conocido bien este misterio. Sus


vestiduras

rojas, sus armiños, con los que se disfrazan de gatos forrados, los

palacios en que juzgan, las flores de lis, todo este aparato augusto era

muy necesario; y si los médicos no tuviesen togas y mulas, y los


doctores

no tuviesen birretes cuadrados y amplias hopalandas, jamás hubieran

seducido al mundo, que no puede resistir a tan auténtica demostración.


Si

poseyeran la verdadera justicia, y si los médicos poseyeran el verdadero

arte de curar, no necesitarían fabricar birretes cuadrados; la majestad de

sus ciencias sería ya suficientemente venerable por sí misma. Pero a no

poseer sino ciencias imaginarias, hace falta que echen mano de estos

instrumentos que impresionan la imaginación para la que están hechos;


y

con ello, en efecto, se atraen el respeto. Los únicos que no se han

disfrazado de esta manera son las gentes de guerra, porque


efectivamente

su cometido es más esencial; se establecen por la fuerza y los demás


por

la astucia.

Por esto es por lo que nuestros reyes no han buscado estos


disfraces.
No se han enmascarado con vestiduras extraordinarias para parecer
tales;

se han hecho acompañar de guardias, de alabardas. Estas tropas


armadas,

que no tienen manos y fuerzas sino para ellos, las trompetas y los

tambores que les preceden, y estas legiones que les rodean, hacen
temblar

a los más firmes. No tienen solamente ropaje, tienen fuerza. Haría falta

tener una razón muy depurada para considerar como un hombre


cualquiera al

Gran Señor rodeado en su soberbio serrallo de cuarenta mil jenízaros.

No podemos ni tan siquiera ver un abogado con toga y birrete sin

formarnos una opinión favorable de su suficiencia.

La imaginación dispone de todo; fabrica la belleza, la justicia y la

felicidad, que es el todo en el mundo. Quisiera sinceramente ver el libro

italiano cuyo título es lo único que conozco y que por sí solo vale
muchos

libros: Della opinione, regina del mondo. Lo suscribo sin conocerlo, salvo

lo malo, si hubiere.

He aquí poco más o menos los efectos de esta engañosa facultad,


que

parece que nos ha sido expresamente otorgada para inducirnos a un


error

necesario. Tenemos también muchos otros principios de error.

Las impresiones antiguas no son las únicas capaces de engañarnos:


los
encantos de la novedad tienen el mismo poder. De aquí provienen todas
las

disputas de los hombres, que se reprochan, o de seguir sus falsas

impresiones de la infancia, o de correr temerariamente en pos de las

nuevas. ¿Quién se mantiene en el justo medio? Que comparezca y que


lo

demuestre. No hay principio alguno, por natural que pudiera ser, incluso

después de la infancia, que no se haga pasar por una falsa impresión,


sea

de la instrucción, sea de los sentidos.

«Porque -se nos dice- habéis creído desde la infancia que un cofre

está vacío cuando no vemos nada en él, habéis creído que es posible el

vacío. Es una ilusión de vuestros sentidos, fortalecida por la costumbre,

que es menester sea corregida por la ciencia.» Y los otros dicen: «Como
se

os ha dicho en la escuela que no hay vacío, se ha corrompido vuestro

sentido común, el cual lo comprendía muy claramente antes de esta


mala

impresión, que es menester corregir recurriendo a vuestra primera

naturaleza.» ¿Quién ha engañado, pues? ¿Los sentidos, o la


instrucción?

Tenemos otro principio de error: las enfermedades. Nos estropean el

juicio y el sentido; y si las grandes enfermedades lo alteran

sensiblemente, no tengo la menor duda de que las pequeñas producen


una

impresión proporcional a ellas.


Nuestro propio interés es también un maravilloso instrumento para

hacernos saltar los ojos agradablemente. No es lícito al más ecuánime

hombre del mundo ser juez en su propia causa; conozco algunos que,
para no

caer en este amor propio, han sido los más injustos a contrapelo: el
medio

seguro de perder una causa absolutamente justa es hacer que la


recomienden

sus parientes próximos.

La justicia y la verdad son dos puntas tan sutiles, que nuestros

instrumentos son demasiado embotados para tocar exactamente en


ellas. Si

lo logran, abollan la punta y se apoyan en torno de ella, más sobre lo

falso que sobre lo verdadero.

El hombre se halla, pues, tan felizmente constituido, que no tiene

ningún principio justo de verdad, pero muchos y excelentes de falsedad.

Veamos ahora cuántos... Pero la más grata causa de estos errores es la

guerra reinante entre los sentidos y la razón.

83. Hay que comenzar por aquí el capítulo de las potencias


engañosas.

El hombre no es sino un sujeto lleno de error, natural e indeleble, sin la

gracia. Nada le muestra la verdad. Todo le engaña; estos dos principios


de
verdades, la razón y los sentidos, aparte de que carece cada uno de
ellos

de sinceridad, se engañan recíprocamente el uno al otro. Los sentidos

engañan a la razón por falsas apariencias; y esta misma celada que


tienden

a la razón la reciben a su vez en ella; la razón toma su desquite. Las

pasiones del alma perturban los sentidos, produciéndoles impresiones

falsas. Mienten y se engañan a porfía.

Pero además de estos errores que se producen por accidente y por


la

falta de inteligencia con sus facultades heterogéneas...

91. SPONGIA SOLIS. -Cuando vemos que un efecto acontece


siempre de la

misma manera, deducimos una necesidad natural, como, por ejemplo,


que

mañana será de día, etcétera. Pero muchas veces la naturaleza nos

desmiente y no se sujeta a sus propias reglas.

92. ¿Qué son nuestros principios naturales sino nuestros principios

habituales? Y en los niños, ¿qué son sino los que han recibido del
hábito
de sus padres, como la caza en los animales?

Una costumbre diferente nos daría otros principios naturales: esto se

ve por experiencia; y si los hay imborrables, por el hábito, existen

también hábitos contra natura, que ni la naturaleza ni un segundo hábito

pueden borrar. Depende de la disposición.

93. Los padres temen que el amor natural de los hijos se borre.
¿Cuál

es, pues, esta naturaleza sujeta a ser borrada? La costumbre es una

segunda naturaleza que destruye la primera. Pero ¿qué es naturaleza?


¿Por

qué la costumbre no es natural? Tengo mucho miedo de que esta


naturaleza

no sea a su vez sino una primera costumbre, al igual que la costumbre


es

una segunda naturaleza.

94. La naturaleza del hombre es toda naturaleza, «omne animal».

No hay nada que no se convierta en natural; nada natural que no se

haga perder.
95. La memoria, la alegría, son sentimientos; y hasta las

proposiciones geométricas llegan a ser sentimientos, porque la razón


hace

que los sentimientos sean naturales, y los sentimientos naturales se

borran por la razón.

99. Hay una diferencia universal y esencial entre las acciones de la

voluntad y todas las demás.

Es uno de los principales órganos de crédito; no que ella forme el

crédito, sino porque las cosas son verdaderas o falsas según la faceta
por

donde se las mire. La voluntad que se complace en una más que en


otra,

aparta al espíritu de la visión de las cualidades de aquellas que no le

gusta ver; y así, el espíritu, que va a una con la voluntad, se detiene

para mirar la faceta que le gusta; y juzga de la realidad por lo que ve en

aquélla.

100. AMOR PROPIO. -La naturaleza del amor propio y de este «yo»
humano consiste en no amarse más que a sí mismo y en no
considerarse sino

a sí mismo. Pero ¿qué hacer? No puede evitar que este objeto que ama
esté

lleno de defectos y de miserias: quiere ser grande, y se ve pequeño;

quiere ser feliz, y se ve miserable; quiere ser perfecto, y se ve lleno de

imperfecciones; quiere ser objeto de amor y de la estima de los


hombres, y

ve que sus defectos no merecen sino su aversión y su desprecio. Esta

situación embarazosa en que se encuentra produce en él la más injusta


y

criminal pasión que es posible imaginar; porque concibe un odio mortal

contra esta verdad que le reprende y le convence de sus defectos.


Desearía

aniquilarla, y no pudiendo destruirla en sí mismo, la destruye, en la

medida de lo posible, en su conocimiento y en el de los otros; es decir,

se cuida escrupulosamente de cubrir sus defectos ante los demás y ante


mismo y no puede sufrir ni que se los hagan ver ni que se vean.

Es, sin duda alguna, un malestar lleno de defectos; pero es un mal

todavía mayor estar lleno de ellos y no quererlos reconocer, porque esto

es añadirles todavía el defecto de una ilusión involuntaria. No queremos

que los demás nos engañen; no encontramos justo que quieran ser
estimados

por nosotros en más de lo que merecen; tampoco es, pues, justo que les

engañemos y que queramos que nos estimen en más de lo que


merecemos.
Por esto, cuando no descubren sino imperfecciones y vicios que

efectivamente poseemos, es claro que no son injustos, porque no son


ellos

la causa de tales defectos; y nos hacen un bien, puesto que nos ayudan
a

liberarnos de un mal, que es la ignorancia de estas imperfecciones. No

debemos enfadarnos porque nos conozcan y nos desprecien: porque es


justo

que nos conozcan en lo que somos y que nos desprecien si somos

despreciables.

He aquí los sentimientos que nacerían de un corazón lleno de


equidad

y de justicia. ¿Qué habremos de decir, pues, del nuestro, viendo en él


una

disposición completamente contraria? Porque ¿no es verdad que


odiamos la

verdad y a los que nos la dicen y nos gusta que se equivoquen en favor

nuestro, y que queremos ser tenidos por distintos de lo que


efectivamente

somos?

He aquí una prueba de ello que me espanta. La religión católica nos

obliga a descubrir sus pecados indiferentemente a todo el mundo: tolera

que se esté escondido para todos los demás hombres; pero exceptúa
uno

solo, a quien ordena descubrir el fondo de su corazón y hacerse ver tal

como se es. No hay más que este único hombre en el mundo a quien
nos
ordene desilusionar, y le obliga a un secreto inviolable, que hace que

este conocimiento esté en él como si no estuviera. ¿Puede imaginarse


nada

más caritativo y más dulce? Y, sin embargo, la corrupción del hombre es

tal que todavía encuentra dureza en esta ley; y es una de las principales

razones que han hecho rebelarse contra la Iglesia a una gran parte de

Europa.

¡Qué injusto y poco razonable es el corazón del hombre, que


encuentra

malo que se le obligue a hacer con un hombre lo que en cierto modo


sería

justo que lo hiciera con todos! Porque ¿es justo que les engañemos?

Hay diferentes grados en esta aversión por la verdad; pero se puede

decir que en todos se encuentra en cierto grado, porque es inseparable


del

amor propio. Es esta mala delicadeza lo que obliga a los que se ven en
la

necesidad de reprender a los demás de buscar tantos rodeos y templar

tantas gaitas para evitar razonamientos. Tienen que disminuir nuestros

defectos, aparentar que los excusan, combinarlos con elogios y


testimonios

de afección y de estima... Y con todo ello, esta medicina no deja de ser

amarga para el amor propio. Toma de ella lo menos que puede, y


siempre con

disgusto, y muchas veces hasta con un secreto despecho contra los que
se

la presentan.
Sucede por esto que, si se tiene el menor interés en ser amado por

nosotros, se evita el hacernos un favor que se sabe nos es


desagradable;

se nos trata como queremos ser tratados; odiamos la verdad, y se nos la

oculta; queremos ser adulados, y se nos adula; nos gusta engañarnos, y


se

nos engaña.

Es lo que hace que cada grado de buena suerte que nos eleva en el

mundo nos aleje más de la verdad, porque se tiene más reparos de herir
a

aquellos cuya afección es más útil y cuya aversión es más peligrosa. Un

príncipe podrá ser la fábula de toda Europa, y será él el único que no la

conoce. No me sorprende: decir la verdad es útil para aquel a quien se

dice, pero desfavorable para aquellos que la dicen, porque se hacen


odiar.

Ahora bien: los que viven con los príncipes prefieren sus intereses

propios a los del príncipe a quien sirven; y por esto no se preocupan de

procurarle un beneficio perjudicándose a sí mismos.

Esta desgracia es sin duda mayor y más frecuente en las más


grandes

fortunas; pero las pequeñas no están exentas de ella, porque hay


siempre

un interés en hacerse amar de los hombres. Así, la vida humana no es


sino

una perpetua ilusión; no se hace sino entre engañarse y entre adularse.

Nadie habla de nosotros en presencia nuestra tal como habla en nuestra


ausencia. La unión existente entre los hombres no está fundada sino en

este mutuo engaño; y pocas amistades subsistirían si cada uno supiera


lo

que su amigo dice de él cuando él no está, aunque hable entonces

sinceramente y sin pasión.

El hombre no es, pues, sino disfraz, mentira e hipocresía, tanto en

sí mismo como respecto de los demás. No quiere que se le diga la


verdad,

evita el decirla a los demás; y todas estas disposiciones, tan apartadas

de la justicia y de la razón, tienen una raíz natural en su corazón.

110. El sentimiento de la falsedad de los placeres presentes y la

ignorancia de la vanidad de los placeres ausentes causan la


inconstancia.

112. INCONSTANCIA. -Las cosas tienen diversas cualidades, y el


alma

diversas inclinaciones; porque nada de lo que se ofrece al alma es


simple,

y el alma jamás se ofrece simple para nada. De aquí proviene el que se

llore y se ría de una misma cosa.


113. INCONSTANCIA Y EXTRAVAGANCIA. -No vivir más que de su
trabajo y

reinar sobre el más poderoso Estado del mundo son cosas muy
opuestas.

Están unidas en la persona del Gran Señor de los turcos.

115. DIVERSIDAD. -La teología es una ciencia, pero al propio tiempo

¡cuántas ciencias hay! Un hombre es un supuesto; pero si se le


anatomiza,

¿será la cabeza, el corazón, el estómago, las venas, cada vena, cada

porción de vena, la sangre, cada humor de la sangre?

Una ciudad, una campiña, de lejos, son una ciudad y una campiña;
pero

a medida que nos acercamos son casas, árboles, tejas, hojas, hierbas,

hormigas, patas de hormigas, hasta el infinito. Todo se encierra bajo el

nombre de campiña.

119. Se imita la naturaleza: una semilla arrojada en buena tierra,

produce; un principio arrojado en un buen espíritu, produce; los números


imitan al espacio, a pesar de ser de naturaleza tan diferente.

Todo está hecho y conducido por un mismo maestro: la raíz, las


ramas,

los frutos; los principios, las consecuencias.

121. La naturaleza recomienza siempre las mismas cosas, los años,


los

días, las horas; los espacios, igualmente, y los números están codo a

codo, los unos después de los otros. Así se produce una especie de

infinito y de eterno. No es que todo esto sea infinito y eterno, sino que

estos seres terminados se multiplican indefinidamente. Por esto no hay

nada que sea infinito, sino el número que las multiplica.

122. El tiempo cura los dolores y las querellas, porque se cambia, no

se es ya la misma persona. Ni el ofensor ni el ofendido son ya los


mismos.

Es como un pueblo que se hubiera irritado y se volviera a contemplar

después de dos generaciones. Son siempre franceses, pero no los


mismos.
124. No solamente miramos las cosas por lados distintos, sino con

otros ojos; no nos preocupa el encontrarlas parecidas.

127. Condición del hombre: inconstancia, aburrimiento, inquietud.

129. Nuestra naturaleza está en el movimiento; el reposo completo


es

la muerte.

131. ABURRIMIENTO. -Nada es tan insoportable para el hombre


como

estar en pleno reposo, sin pasiones, sin quehaceres, sin divertimiento,

sin aplicación. Siente entonces su nada, su abandono, su insuficiencia,


su

dependencia, su impotencia, su vacío. Inmediatamente surgirán del


fondo de

su alma el aburrimiento, la melancolía, la tristeza, la pena, el despecho,

la desesperación.
135. No nos agrada sino el combate, pero no la victoria: gusta ver

los combates de animales, pero no al vencedor ensañado sobre el


vencido;

¿qué es lo que se quería ver sino el fin de la victoria? Y en cuanto llega

se está harto de ella. Así en el juego, así en la investigación de la

verdad. Gusta ver en las disputas el combate de las opiniones; pero en

manera alguna contemplar la verdad encontrada; para contemplarla con


gusto

es preciso verla nacer de la disputa. Igualmente en las pasiones, se

experimenta placer en ver entrechocarse a dos contrarias; pero cuando


una

es dueña, ya no es sino brutalidad. No buscamos jamás las cosas, sino


la

búsqueda de las cosas. Así, en las comedias, las escenas contentas sin

miedos no valen nada, ni las extremas miserias sin esperanza, ni los

amores brutales, ni las ásperas severidades.

136. Pocas cosas nos consuelan, porque pocas cosas nos afligen.
139. DIVERTIMIENTO. -Cuando me he puesto a considerar algunas
veces

las diversas agitaciones de los hombres y los peligros y las penas a que

se exponen en la corte, en la guerra, de donde nacen tantas querellas,

pasiones, empresas audaces y con frecuencia malas, etc., he


descubierto

que toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: el no


saber

quedarse tranquilos en una habitación. Un hombre que tiene suficientes

medios de vida, si supiera estar en casa a gusto, no se marcharía para ir

al mar o sentarse en una plaza. No se compraría tan caro un puesto en


el

ejército si no fuera insoportable el no moverse de la ciudad; y no se

buscan las conversaciones y los divertimientos de los juegos sino


porque

no se puede permanecer en casa a gusto.

Pero al pensar más detenidamente y cuando después de haber


encontrado

la causa de todas nuestras desgracias he querido descubrir su razón,


me he

encontrado con que hay una muy efectiva, que consiste en la desgracia

natural de nuestra condición flaca y mortal, y tan miserable que nada

puede consolarnos cuando nos paramos a pensar en ella.

Cualquiera que sea la condición que nos imaginemos y reunidos


todos
los bienes que pudieran pertenecernos, la realeza es el más hermoso
puesto

del mundo, y sin embargo, imaginémosla acompañada de todas las

satisfacciones que pudieran corresponderle. Si no tiene divertimiento y


si

se le deja considerar y reflexionar acerca de lo que es, esta lánguida

felicidad no le sostendrá ya, caerá necesariamente en la visión de lo que

le amenaza, de las rebeliones que pueden acontecer, y finalmente, en la

muerte y en las enfermedades que son inevitables; de suerte que si no

tiene lo que se llama divertimiento, helo desgraciado, y más desgraciado

que el más ínfimo de sus subordinados que juega y se divierte.

De aquí viene el que sean tan buscados el juego y la conversación


con

las mujeres, la guerra, los grandes empleos. No es que efectivamente


se

sea feliz con ello, ni que se imagine que la verdadera felicidad consista

en tener el dinero que puede ganarse en el juego, o corriendo la liebre;

no lo querríamos si nos lo ofrecieran. Lo que se busca no es este uso

muelle y apacible y que nos permite pensar en nuestra desgraciada

condición, ni los peligros de la guerra, ni el trabajo de los empleos,

sino el ajetreo que nos impide pensar en ello y nos divierte.

Razones por las que se prefiere la caza a la presa.

De aquí viene que gusten tanto a los hombres el ruido y el jaleo; de

aquí viene el que la prisión sea un suplicio tan horrible; de aquí viene

que el placer de la soledad sea una cosa incomprensible. Y, finalmente,


el
mayor motivo de felicidad de la condición de los reyes es que se busca

incesantemente divertirlos y procurarles toda suerte de placeres.

El rey está rodeado de gentes que no piensan sino en divertir al rey

y le impiden pensar en él. Porque por muy rey que sea, es desgraciado
si

piensa en ello.

He aquí todo lo que los hombres han podido inventar para hacerse

felices. Y los que quieren pasar en esto por filósofos y creen que la

gente es muy poco razonable al pasar todo el día corriendo tras una

liebre, que no quisieran haber comprado, no conocen nuestra


naturaleza.

Esta liebre no nos ahorraría la visión de la muerte y de las miserias,

pero la caza -que nos aparta de aquélla- nos la ahorra.

El consejo que se daba a Pirro de tomarse de antemano el descanso


que

iba a buscar con tantas fatigas, tropezaba con muchas dificultades.

Decir a un hombre que viva tranquilo es decirle que viva feliz; es

aconsejarle tener una condición completamente feliz y que pudiese

contemplar a placer sin encontrar en ello motivo ninguno de aflicción. No

es, pues, entender la naturaleza.

Por esto los hombres que sienten naturalmente su condición no


evitan

nada tanto como el reposo; nada hay que dejen de hacer para buscar la

perturbación. No es que no tengan un instinto que les haga conocer la

verdadera felicidad. La vanidad, el placer de mostrarla a los demás.


Por esto no se sabe censurarlos debidamente; su falta no consiste en

que busquen el tumulto, si no lo buscaran más que como un


divertimiento;

lo malo es que lo buscan como si la posesión de los bienes buscados


fuera

a hacerles verdaderamente felices, en lo cual se tiene razón de acusar a

esta búsqueda de vanidad; de suerte que en todo ello, tanto los que

censuran como los censurados no entienden la verdadera naturaleza del

hombre.

Y por esto, cuando se les reprocha el que aquello que buscan con

tanto ardor no puede satisfacerles, si respondieran, como debieran


hacerlo

bien pensado, que no buscan con ello sino una ocupación violenta e

impetuosa que les desvía de pensar en sí mismos y que por esto se


proponen

un objeto atractivo que les encante y les atraiga con ardor, dejarían sin

réplica a sus adversarios. Pero no responden esto porque no se


conocen a

sí mismos. No saben que lo que buscan no es la presa, sino la caza.

La danza: hay que pensar dónde se van a colocar los pies.

El gentilhombre cree sinceramente que la caza es un gran placer y


un

placer real; pero el carnicero no es de esta opinión.

Se imaginan que si hubiesen obtenido este cargo reposarían con

placer, sin darse cuenta de la naturaleza insaciable de su codicia. Creen


buscar sinceramente el reposo, y en realidad no buscan sino la
agitación.

Tienen un secreto instinto que les lleva a buscar en el exterior el

divertimiento y la ocupación, instinto que procede del resentimiento de

sus continuas miserias; tienen otro secreto instinto, residuo de la

grandeza de nuestra primera naturaleza, que les hace conocer que la

felicidad no se halla efectivamente más que en el reposo y no en el

tumulto; y con estos dos instintos contrarios se forma en ellos un

proyecto confuso que se esconde de su vista en el fondo de sus almas y


les

lleva a tender al reposo por la agitación y a figurarse siempre que la

satisfacción de que carecen les vendrá si, superando ciertas


dificultades,

pueden abrirse por esta vía la puerta al reposo.

Así transcurre toda la vida. Se busca el reposo combatiendo algunos

obstáculos; y cuando se han superado, el reposo se hace insoportable;

porque o se piensa en las miserias que se tienen o en las que nos

amenazan. Y aunque nos viéramos bastante defendidos por todas


partes, el

aburrimiento, con su autoridad privada, no dejaría de brotar del fondo


del

corazón, donde tiene raíces naturales, y de llenar el espíritu con su

veneno.

Así, es el hombre tan desgraciado, que se aburriría sin causa


ninguna
de aburrimiento por el propio estado de su complexión; y es tan vano,
que

estando lleno de mil causas esenciales de aburrimiento, la menor cosa,

como un billar y una bola que empuja, bastan para divertirle.

Pero, me diréis, ¿qué se propone con todo esto? Gloriarse mañana

entre sus amigos de que ha jugado mejor que otro. Así, los otros sudan
en

sus despachos para mostrar a los sabios que han resuelto una cuestión
de

álgebra que no se hubiera podido encontrar hasta aquí; y tantos otros se

exponen a los últimos peligros para vanagloriarse después de una plaza


que

han tomado, y tan tontamente para mi gusto; y, finalmente, los otros se

matan para anotar todas estas cosas, no para ser más sensatos, sino

solamente para mostrar que las conocen, y éstos son los más tontos de
la

compañía, porque lo son con conocimiento, mientras que puede


pensarse de

los otros que no lo serían si poseyeran este conocimiento.

Un hombre pasa su vida sin aburrirse jugando todos los días un


poco.

Dadle todas las mañanas el dinero que puede ganar cada día, con la

condición de que no juegue: le haréis desgraciado. Se dirá tal vez que lo

que busca es la diversión del juego y no la ganancia. Hacedle, pues,


jugar

sin apostar; no se encenderá y se aburrirá. No es, pues, la simple

diversión lo que busca: una diversión lánguida y sin pasión le aburrirá.


Es menester que se encienda y se pille a sí mismo, imaginándose que
sería

feliz ganando lo que no quisiera que se le diera, a condición de no jugar,

con el fin de que se forme un motivo de pasión, y que con él excite su

deseo, su cólera, su temor, por el objeto que se ha formado, como los

niños se asustan de la cara que se han embadurnado.

¿De dónde viene que este hombre, que hace pocos meses perdió a
su

hijo único, y que, apesadumbrado por procesos y demandas, estuviera


esta

mañana tan emocionado, ahora ya no piense en ello? No os


sorprendáis: está

absorto en ver por dónde pasará este jabalí que los perros persiguen
con

tanto ardor desde hace seis horas. No necesita más. El hombre, por
muy

lleno de tristeza que esté, si se puede obtener de él que se embale en

algún divertimiento, helo feliz durante este tiempo; y el hombre, por

feliz que sea, si no está divertido y ocupado por alguna pasión o por

alguna diversión que impida desbordarse al aburrimiento, pronto estará

triste y desgraciado. Sin divertimiento no hay alegría, con el

divertimiento no hay tristeza. Y es también esto lo que constituye la

felicidad de las personas de gran condición; el que tienen un número de

personas que les divierten y poseen la capacidad de mantenerse en


este

estado.
Tened cuidado. ¿Qué otra cosa es ser superintendente, canciller,

primer presidente, sino hallarse en una condición en la que desde la

mañana se tiene un gran número de personas que vienen de todas


partes para

no dejarles una hora al día en que puedan pensar en sí mismos? Y


cuando

están en desgracia y se les envía a sus casas de campo, donde no


carecen

ni de bienes ni de criados para servirles en sus necesidades, no cesan


de

sentirse miserables y abandonados porque nadie les impide pensar en


mismos.

144. Me dediqué mucho tiempo al estudio de las ciencias abstractas;


y

la poca comunicación que se puede tener con ellas me disgustó.


Cuando

comencé el estudio del hombre, he visto que estas ciencias abstractas


no

son propias del hombre y que me desviaba de mi condición penetrando


en

ellas, más que los otros ignorándolas. He perdonado a los demás el

conocerlas tan poco. Pero creí encontrar, por lo menos, muchos


compañeros
en el estudio del hombre, pensando que es el verdadero estudio que le
es

apropiado. Me he equivocado; hay todavía menos gente que lo estudie


que la

geometría. Se busca lo demás, a falta de saber estudiar esto; pero ¿no


es

también verdad que no se halla aquí la ciencia que el hombre debe


tener, y

que es mejor para él ignorarse para ser feliz?

146. El hombre está visiblemente hecho para pensar; ello constituye

toda su dignidad y todo su mérito; todo su deber consiste en pensar


como

es debido. Ahora bien: el orden del pensamiento está en comenzar por


mismo, por su autor y por su fin.

Pero ¿en qué piensa el mundo? Jamás piensa en esto; sino en


bailar,

en tocar el laúd, en cantar, en hacer versos, correr la sortija, etc., en

luchar, en hacerse rey, sin pensar en qué es ser rey y qué es ser
hombre.

147. No nos contentamos con la vida que tenemos en nosotros y en


nuestro propio ser; queremos vivir, en la idea de los demás, una vida

imaginaria, y nos esforzamos por esto en parecerlo. Trabajamos

incesantemente en embellecer y conservar nuestro ser imaginario,

descuidamos el verdadero. Y si tenemos tranquilidad, o generosidad, o

fidelidad, nos apresuramos a hacerlo saber, con el fin de vincular estas

virtudes a nuestro otro ser, y estaríamos dispuestos a arrancárnoslas


para

unirlas al otro; preferiríamos ser poltrones con tal de adquirir la

reputación de ser valientes. ¡Gran signo de la nada de nuestro propio


ser

el no estar satisfecho del uno sin el otro, y de canjear con frecuencia el

uno por el otro! Porque quien no muriera por conservar su honor sería

infame.

162. Quien quiera conocer plenamente la vanidad del hombre no


tiene

más que considerar las causas y los efectos del amor. Su causa es «un
no

sé qué» (Corneille), y sus efectos son terribles. Este «no sé qué», tan

poquita cosa que apenas es perceptible, conmueve toda la tierra, los

príncipes, las armas, el mundo entero.

La nariz de Cleopatra, si hubiese sido más corta, hubiera cambiado

toda la faz de la tierra.


171. MISERIA. -La única cosa que nos consuela de nuestras
miserias es

el divertimiento, y, sin embargo, es la más grande de nuestras miserias.

Porque es lo que nos impide principalmente pensar en nosotros, y lo


que

nos hace perdernos insensiblemente. Sin ello nos veríamos aburridos, y

este aburrimiento nos impulsaría a buscar un medio más sólido de salir


de

él. Pero el divertimiento nos divierte y nos hace llegar insensiblemente a

la muerte.

172. No nos limitamos jamás al tiempo presente. Anticipamos el

porvenir, como demasiado lento en venir, como para apresurar su curso;


o

recordamos el presente para detenerlo como demasiado pronto, tan

imprudente que erramos en los tiempos que no son nuestros, y no


pensamos

en el único que nos pertenece; y tan vanos, que pensamos en los que
ya no

son nada, y dejamos escapar sin reflexión al único que subsiste. Es que
de
ordinario el presente nos lastima. Lo ocultamos de nuestra vista, porque

nos aflige, y si nos es agradable, nos pesa el verlo escapar. Tratamos


de

sostenerlo para el porvenir, y pensamos en disponer las cosas que no


están

en poder nuestro, para un tiempo a que no estamos seguros de llegar.

Examine cada cual sus pensamientos, y los encontrará


completamente

ocupados en el pasado y en el porvenir. Apenas pensamos en el


presente; y

si pensamos en él, no es sino para pedirle luz para disponer del


porvenir.

El presente jamás es nuestro fin: el pasado y el presente son nuestros

medios, sólo el porvenir es nuestro fin. Así, jamás viviremos, sino

esperamos vivir; y disponiéndonos siempre a ser felices, es inevitable


que

no lo seamos jamás.

175. Nos conocemos tan poco, que muchos creen que van a morir
cuando

se sienten bien; y muchos creen que se sienten bien cuando se hallan

próximos a morir, al no sentir cercana la fiebre o el absceso a punto de

formarse.
Pensamientos

Pascal, Blaise
Pensamientos - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Pensamientos

Pascal, Blaise

Sección III

185. La conducta de Dios, que dispone todo con dulzura, consiste en

implantar la religión en el espíritu por razones, y en el corazón por la

gracia. Pero querer implantarla en el espíritu y en el corazón por la

fuerza y con amenazas no es implantar la religión, sino el terror,

«terrorem potius quam religionem».

187. ORDEN. -Los hombres sienten desprecio por la religión; la


odian,

y tienen miedo de que sea verdadera. Para curar esto, hay que empezar
por

mostrar que la religión no es contraria a la razón; que es venerable;

producir respeto para ella; hacerla después amable; hacer desear a los
buenos que sea verdadera; y mostrar finalmente que es verdadera.

Venerable, porque ha conocido perfectamente al hombre; amable,


porque

le promete el verdadero bien.

194. Que aprendan por lo menos cuál es la religión que combaten,

antes que a combatirla. Si esta religión se vanagloriara de tener una

visión clara de Dios, y de poseerla al descubierto y sin velo, sería

combatirla decir que no se ve nada en el mundo que la muestre con esta

evidencia. Pero puesto que dice, por el contrario, que los hombres se

hallan en tinieblas y en alejamiento de Dios, el cual está oculto a su

conocimiento, que éste es el nombre que se da a sí mismo en las

Escrituras: «Deus absconditus»; y, finalmente, puesto que trabaja

igualmente por establecer estas dos cosas: que Dios ha establecido


notas

visibles en la Iglesia para darse a conocer a aquellos que lo buscan

sinceramente; y que las ha encubierto, sin embargo, de tal suerte, que


no

podrá ser percibido sino por aquellos que le buscan de todo corazón,
¿qué

provecho podrán sacar, cuando en medio de la negligencia que


profesan para

la búsqueda de la verdad vociferan diciendo que no hay nada que se la


muestre, puesto que esta oscuridad en que se encuentran y que objetan
a la

Iglesia, no hace sino establecer una de las cosas que ella sostiene, sin

afectar para nada, a la otra, y establece su doctrina, lejos de

arruinarla?

Para combatirla sería menester que proclamaran haber realizado


todos

los esfuerzos para buscarla en todas partes, incluso en lo que la Iglesia

les propone para informarse de ella, y que no han hallado satisfacción

ninguna. Si hablaran de esta suerte, combatirían verdaderamente una


de sus

pretensiones. Pero confío mostrar aquí que no hay persona razonable


que

pueda hablar de esta suerte, y me atrevo incluso a decir que jamás ha

habido quien lo haya hecho. Demasiado conocida es la manera como


obran los

que proceden con este espíritu. Creen haber realizado grandes


esfuerzos

para instruirse, cuando han dedicado algunas horas a la lectura de algún

libro de la Escritura, y cuando han interrogado a algún eclesiástico

acerca de las verdades de la fe. Después de esto se las dan de haber

buscado sin éxito en los libros y entre los hombres. Pero, en verdad, yo

les diré lo que he dicho muchas veces: que esta negligencia no es

tolerable. No se trata aquí del ligero interés por una persona extraña que

justificara esta manera de proceder; se trata de nosotros mismos y de

nuestro todo.
La inmortalidad del alma es una cosa que nos importa tanto, que nos

toca tan profundamente, que es menester haber perdido todo


sentimiento

para quedar indiferente ante lo que sea de ella. Todas nuestras


acciones y

nuestros pensamientos habrán de emprender caminos tan diferentes,


según

que haya bienes eternos que esperar o no, que es imposible dar un
paso con

sentido y juicio si no es regulándolo por la visión de este punto, que ha

de ser nuestro último objeto.

Así, nuestro primer interés y nuestro primer deber consiste en

ponernos de acuerdo sobre este punto, del que depende toda nuestra

conducta. Por esto, de entre los que no están persuadidos de ello,


pongo

una extrema diferencia entre aquellos que trabajan con todas sus
fuerzas

para instruirse en ella y aquellos que viven sin esforzarse y sin pensar

en ello.

No puedo sentir más que compasión para aquellos que gimen

sinceramente en esta duda, que la consideran como la última de sus

desgracias, y que, no escatimando nada para salir de ella hacen de esta

investigación la principal y más seria de sus ocupaciones.

Pero aquellos que pasan su vida sin pensar en este último fin de la

vida, y que, por la sencilla razón de que no encuentran en sí mismos


luces
que les persuadan de ello, descuidan el ir a buscarlas en otra parte, y no

examinan a fondo si esta opinión es de esas que el pueblo recibe por


una

simplicidad crédula, o de aquellas que, aunque oscuras en sí mismas,

poseen, sin embargo, un fundamento muy sólido e inquebrantable, a


éstos

les considero de una manera completamente diferente.

Esa negligencia en un asunto en que se trata de ellos mismos, de su

eternidad, de su todo, me irrita más que me enternece; me asombra y


me

espanta, es para mí algo monstruoso. No digo esto por celo piadoso de


una

devoción espiritual. Entiendo, por el contrario, que hay que abrigar este

sentimiento por un principio de interés humano y por un interés de amor

propio: basta ver para esto lo que ven las personas menos esclarecidas.

No hace falta tener un alma muy elevada para comprender que no


hay

aquí satisfacción verdadera y sólida, que todos nuestros placeres no son

sino vanidad, que nuestros males son infinitos, y que, finalmente, la

muerte, que nos amenaza a cada instante, ha de colocarnos


infaliblemente

dentro de pocos años en la horrible necesidad de ser eternamente o

aniquilados o desgraciados.

Nada hay más real ni más terrible que esto. Podemos bravuconear

cuanto queramos: he ahí el fin que espera a la vida más hermosa del
mundo.
Reflexiónese sobre ello y dígase inmediatamente si no es indubitable
que

no hay nada de bueno en esta vida, sino en la esperanza de otra, que


no se

es feliz sino en la medida en que se acerca uno a ella, y que así como
no

habrá ya desgracias para quienes abrigaban una entera seguridad en la

eternidad, así tampoco habrá felicidad para quienes no tuviesen luz

ninguna acerca de ella.

Es verdad, pues, que es un gran mal hallarse en esta duda; pero es

por lo menos un deber indispensable el buscar, cuando se está en ella;


y

por esto, aquel que duda y no busca es, a la vez, sumamente


desgraciado y

sumamente injusto; si con esto queda tan tranquilo y satisfecho que


haga

profesión de ello, y que, finalmente, se vanaglorie de ello, y que incluso

haga de este estado objeto de su vanidad, no tengo palabras para


calificar

a tan extravagante criatura.

¿De dónde ha podido sacar estos sentimientos? ¿Qué motivo de


goce

encuentra en no esperar más que miserias sin recurso? ¿Qué motivo de

vanidad en verse envuelto en oscuridades impenetrables, y cómo es


posible

que este razonamiento acontezca en un hombre razonable?


«No sé quién me ha traído al mundo, ni qué es el mundo, ni qué soy
yo

mismo; me hallo en una terrible ignorancia de todo; no sé lo que es mi

cuerpo, qué mis sentidos, qué mi alma, ni qué esa misma parte del yo
que

piensa lo que digo, que reflexiona sobre todo y sobre sí misma, y no se

conoce a sí misma mejor que al resto. Veo estos terribles espacios del

universo que me envuelven, y me veo afectado a un rincón de esta


vasta

extensión, sin que sepa por qué estoy colocado en este lugar más bien
que

en otro, ni por qué este breve lapso que me ha sido dado para vivir, me
ha

sido asignado más bien en este punto que en otro de la eternidad que
me ha

precedido y de toda la que me sigue. No veo por ninguna parte sino

infinidades, que me envuelven como un átomo y como una sombra que


no dura

sino un instante para no volver. Lo único que conozco es que pronto voy
a

morir, pero lo que más ignoro es esta misma muerte que no soy capaz
de

evitar.

»Como no sé de dónde vengo, tampoco sé adónde voy; y sé


solamente que

al salir de este mundo caigo para siempre jamás o en la nada o en las

manos de un Dios irritado, sin saber cuál de estas dos condiciones me


será
eternamente dada por herencia. He aquí mi estado, lleno de flaqueza y
de

incertidumbre. Y de todo ello concluyo, pues, que debo pasar todos los

días de mi vida sin pensar en averiguar lo que me va a acontecer. Quizá

pudiera encontrar algún esclarecimiento en mis dudas; pero no me


quiero

tomar la pena de ello ni dar un paso para buscarlo y después, tratando


con

desprecio a quienes trabajen en esta faena, voy a marchar, sin previsión


y

sin temor, a embarcarme en un acontecimiento tan grande, y a dejarme

conducir muellemente hacia la muerte, en la incertidumbre de la


eternidad

de mi condición futura.»

¿Quién desearía tener como amigo a un hombre que discurriera de


esta

manera? ¿Quién lo elegiría de entre los demás para comunicarle sus

asuntos? ¿Quién recurriría a él en sus aflicciones? Y, finalmente, ¿a qué

empleo en la vida podría destinársele?

En realidad, es una gloria para la religión tener por enemigos a

hombres tan insensatos; y su oposición le es tan poco perjudicial, que

sirve, por el contrario, para el establecimiento de sus verdades. Porque

la fe cristiana casi se reduce a establecer estas dos cosas: la corrupción

de la naturaleza y la redención de Jesucristo. Ahora bien: yo afirmo que

si no sirven para mostrar la verdad de la redención por la santidad de


sus
costumbres, sirven por lo menos admirablemente para mostrar la
corrupción

de la naturaleza por sentimientos tan desnaturalizados.

Nada es tan importante para el hombre como su estado, nada tan

temible para él como la eternidad; y por esto no es natural que haya

hombres indiferentes a la pérdida de su ser y al peligro de una eternidad

de miserias. Son completamente distintos respecto de todas las demás

cosas: temen hasta las más ligeras, las prevén, las sienten; y este
mismo

hombre que pasa tantos días y tantas noches rabiando y desesperado


por la

pérdida de un puesto o por una ofensa imaginaria a su honor, es el


mismo

que sin inquietud y sin emoción sabe que va a perderlo todo con la
muerte.

Es monstruoso ver en un mismo corazón y al mismo tiempo esta


sensibilidad

por las menores cosas y esta extraña insensibilidad por las más
grandes.

Es un encantamiento incomprensible y un embotamiento sobrenatural,


que

denota la fuerza omnipotente que lo produce.

Es menester que exista una extraña inversión en la naturaleza del

hombre para gloriarse de hallarse en este estado, en el cual parece

increíble que haya una sola persona que pueda existir. Sin embargo, la

experiencia me ha hecho ver un número tan grande de ellas, que sería


sorprendente que no supiéramos que la mayoría se desfiguran y no son
así

efectivamente; son gentes que han oído decir que los buenos modales
del

mundo consisten en hacerse así el desbocado. Es lo que llaman haber

sacudido el yugo, y lo que tratan de imitar. Pero no sería difícil darles

a entender cómo se equivocan buscando la estima por este camino. No


es el

medio de adquirirla ni tan siquiera entre las personas de mundo que


juzgan

sanamente de las cosas y que saben que el único camino para triunfar
es

aparecer honrado, fiel, juicioso y capaz de servir útilmente al amigo,

porque a los hombres no les gusta, naturalmente, sino lo que puede


serles

útil. Ahora bien: ¿qué provecho hay para nosotros en oír decir a un
hombre

que ha sacudido el yugo, que no cree que hay un Dios que vela sobre
sus

acciones, que se considera como un señor único de su conducta, y que


no

piensa en dar cuentas sino a sí mismo? ¿Cree que nos ha movido con
ello a

tener en lo sucesivo confianza en él, y a esperar de él consuelos,

consejos y socorros en todas las necesidades de la vida? ¿Pretende

habernos regocijado al decirnos que nuestra alma no es sino un poco de

viento y de humo, y decirlo todavía con un tono de voz orgulloso y


contento? ¿Acaso es cosa que pueda decirse alegremente? ¿No es, por
el

contrario, cosa para dicha tristemente, como la cosa más triste del
mundo?

Si pensaran seriamente en ello, verían que es cosa tan mal

considerada, tan contraria al buen sentido, tan opuesta a la honradez, y

tan alejada en toda forma de este buen porte que tanto buscan, que
serían

más bien capaces de rectificar que de corromper a los que sintieran la

menor inclinación de seguirles. Y, efectivamente, hacedles dar cuenta


de

sus sentimientos y de las razones que tienen para juzgar de la religión;

os dirán cosas tan flojas y bajas, que os persuadirán de lo contrario. Es

lo que un día les decía muy a propósito una persona: «Si continuáis

discurriendo de esta manera -les decía-, verdaderamente me


convertiréis.»

Y tenía razón.

Por esto, los que no hacen sino fingir estos sentimientos serían muy

desgraciados si tuvieran que forjar su naturaleza para hacerse los más

impertinentes de los hombres. Si están molestos en el fondo de su


corazón

por no tener más luz, que no lo disimulen: esta declaración no tiene


nada

de vergonzoso. La única vergüenza es carecer de ella. Nada acusa más


la

extrema flaqueza de espíritu que el no reconocer la desgracia de un


hombre
sin Dios; nada indica más claramente una mala disposición de corazón
que

el no desear la verdad de las promesas eternas; nada más cobarde que


hacer

bravatas contra Dios. Dejen, pues, estas impiedades para los que son lo

bastante mal nacidos para ser verdaderamente capaces de ellos; sean


por lo

menos personas honradas si no pueden ser cristianas, y reconozcan

finalmente que no hay más que dos clases de personas que puedan
llamarse

sensatas: o los que sirven a Dios de todo corazón, porque le conocen, o

los que le buscan de todo corazón porque no le conocen.

Pero por lo que hace a los que viven sin conocerle y sin buscarle, se

juzgan a sí mismos tan poco dignos de preocuparse de sí mismos como


dignos

de ser objeto de preocupación para los demás; y es menester tener toda


la

caridad de la religión que ellos desprecian para no despreciarlos hasta

abandonarlos en su locura. Pero, puesto que esta religión nos obliga a

considerarlos siempre, mientras estén en esta vida, como capaces de la

gracia que puede iluminarles, y a creer que en poco tiempo pueden


hallarse

más llenos de fe que lo estamos nosotros, y que nosotros podemos, por


el

contrario, caer en la obcecación en que ellos se encuentran, hay que


hacer

por ellos lo que quisiéramos que se hiciera por nosotros si estuviéramos


en su lugar, y moverles a tener piedad de sí mismos y a dar por lo
menos

algunos pasos para que prueben a ver si encuentran luz. Que concedan
a

esta lectura algunas de esas horas que tan inútilmente emplean fuera de

ella: cualquiera que sea la versión que aporten a ella, tal vez

encontrarán algo, y por lo menos no perderán mucho; pero aquellos que

aporten una perfecta sinceridad y un verdadero deseo de encontrar la

verdad, espero que encontrarán satisfacción, y que quedarán


convencidos de

las pruebas de una religión tan divina, que he reunido aquí, y en las que

he seguido sobre poco más o menos este orden...

195. Antes de entrar en las pruebas de la religión cristiana,

encuentro necesario representar la injusticia de los hombres que viven


en

la indiferencia de buscar la verdad de una cosa que les es tan


importante

y que les toca tan de cerca.

De todos sus desvaríos es, sin duda, el que les convence más de

locura y obcecación y en el que es más fácil confundirles por los


dictados

del sentido común y por los sentimientos de la naturaleza.

Porque es indudable que el tiempo de esta vida no es más que un


instante, que el estado de muerte es eterno, de cualquier naturaleza que

pueda ser, y que por esto todas nuestras acciones y todos nuestros

pensamientos tendrán que emprender rutas tan diferentes, según el


estado

de esta eternidad, que es imposible dar un paso con sentido y juicio si


no

es regulándolo por la verdad de este punto, que debe ser nuestro último

objeto.

Nada hay más visible que esto y que en su virtud, según los

principios de la razón, la conducta de los hombres será completamente

insensata, si no emprenden un camino distinto.

Júzguese por esto de quienes viven sin pensar en este último fin de

la vida, que se dejan llevar de sus inclinaciones y de sus placeres sin

reflexión y sin inquietud, y, como si pudieran aniquilar la eternidad

apartando de ella su pensamiento, no piensan sino en hacerse felices


en

este solo instante.

Sin embargo, esta eternidad subsiste, y la muerte que ha de iniciarla

y que les amenaza en todo momento ha de colocarles infaliblemente


dentro

de poco tiempo en la horrible necesidad de ser eternamente o


aniquilados o

desgraciados, sin que sepan cuál de estas dos eternidades les está

preparada para siempre.

He aquí una duda de terribles consecuencias. Se hallan en el peligro

de la eternidad de miserias; y, como si la cosa no valiera la pena,


descuidan, a propósito de ella, examinar si es una de estas opiniones
que

el pueblo recibe con facilidad demasiado crédula, o de aquellas que, por

ser oscuras en sí mismas, tienen un fundamento muy sólido aunque

escondido. Y así no saben si hay verdad o falsedad en una cosa ni si


hay

fuerza o flaqueza en las pruebas. Las tienen delante de los ojos; se

niegan a mirarlas, y en esta ignorancia toman el partido de hacer todo lo

necesario para caer en esta desgracia, en el caso de que exista, de

aguardar a la muerte para probar si existe, y de hallarse, sin embargo,

sumamente satisfechos en este estado, de hacer profesión de él y de

vanagloriarse en él. ¿Puede pensarse seriamente en la importancia de


este

negocio sin tener horror de una conducta tan extravagante?

Este reposo en esta ignorancia es cosa monstruosa, cuya


extravagancia

y estupidez hay que hacer sentir a los que pasan su vida en ella,

representándosela a ellos mismos, para confundirles con la visión de su

locura. Porque he aquí cómo razonan los hombres cuando dicen vivir en
esta

ignorancia de lo que son y sin buscar esclarecimientos. «No sé», dicen...

224. ¡Cómo odio estas tonterías de no creer en la Eucaristía,

etc.!... Si el Evangelio es verdad, si Jesucristo es Dios, ¿qué dificultad


hay en ello?

225. El ateísmo denota un espíritu fuerte, pero solamente hasta

cierto punto.

226. Los impíos, que hacen profesión de seguir la razón, deben estar

extrañamente fuertes en razón. ¿Qué dicen, pues? «¿No vemos -dicen-


morir

y vivir a los animales y a los turcos como a los cristianos? Tienen sus

ceremonias, sus profetas, sus doctores, sus santos, sus religiosos,


como

nosotros», etc. (¿Es esto contrario a la Escritura? ¿No dice ella todo

esto?)

Si no os preocupáis más de saber la verdad, esto es bastante para

quedaros en paz. Pero si deseáis con todo vuestro corazón conocerla,


no es

bastante; mirad los detalles. Bastaría para una cuestión de filosofía;

pero aquí se juega todo. Y, sin embargo, después de una ligera reflexión

de esta índole irá a divertirse, etc. Infórmese de si esta misma religión

no da razón de esta oscuridad; tal vez ella nos la enseñe.


229. He aquí lo que veo y lo que me perturba. Miro a todas partes y

en todas no veo sino oscuridad. La naturaleza no me ofrece nada que


no sea

materia de duda y de inquietud. Si no viera en ella nada que denotara


una

divinidad, me determinaría por la negativa; si viera por doquier señales

de un Creador, descansaría en paz en la fe. Pero como veo demasiado


para

negar y demasiado poco para estar seguro, me encuentro en un estado

lamentable y en el cual he deseado cien veces que si un Dios la


sostiene,

lo señale sin equívoco, y que si las señales que de ello da son


engañosas,

las suprima completamente; que la naturaleza diga todo o nada, a fin de

que yo vea el partido que debo seguir. Mientras que en el estado en que
me

encuentro, ignorando lo que soy y lo que debo hacer, no conozco ni mi

condición ni mi deber. Mi corazón tiende todo entero a conocer dónde


está

el verdadero bien para seguirlo; nada me sería tan caro para la


eternidad.

Envidio a los que veo en la fe viviendo con tanta negligencia, y que

usan tan mal de un don del que me parece que yo haría un uso tan
distinto.
233. INFINITO. NADA. -Nuestra alma está arrojada en el cuerpo, en
el

cual encuentra número, tiempo, dimensiones. Razona sobre ello y llama


a

esto naturaleza, necesidad, y no puede creer otra cosa.

La unidad unida al infinito no lo acrecienta en nada, no más que un

pie a una medida infinita. Lo finito se aniquila en presencia de lo

infinito y se convierte en pura nada. Así, nuestro espíritu ante Dios;

así, nuestra justicia ante la justicia divina. No hay desproporción tan

grande entre nuestra justicia y la de Dios, entre la unidad y el infinito.

La justicia de Dios tiene que ser tan enorme como su misericordia.

Ahora bien: la justicia respecto de los réprobos es menos enorme y


debe

chocar menos que la misericordia respecto de los elegidos.

Conocemos que hay un infinito e ignoramos su naturaleza. Como


sabemos

que es falso que los números sean finitos, por tanto es verdad que hay
un

infinito en número. Pero no sabemos lo que es: es falso que sea par, es

falso que sea impar; porque añadiéndole la unidad no cambia de


naturaleza;

sin embargo, es un número, y todo número es par o impar (es verdad


que

esto se refiere a todo número finito). Así puede perfectamente ser


conocido que hay un Dios sin saber lo que es.

¿No hay una verdad sustancial, viendo tantas cosas que no son la

verdad misma?

Conocemos, pues, la existencia y la naturaleza de lo finito, porque

somos finitos y extensos como él. Conocemos la existencia del infinito e

ignoramos su naturaleza, porque tiene extensión como nosotros, pero


no

fronteras como nosotros. Pero no conocemos la existencia ni la


naturaleza

de Dios, porque no tiene ni extensión ni límite.

Pero conocemos su existencia por la fe; por la gloria conoceremos su

naturaleza. Ahora bien: he mostrado ya que se puede conocer


perfectamente

la existencia de una cosa sin conocer su naturaleza.

Hablemos ahora según la luz natural.

Si hay un Dios, es infinitamente incomprensible, puesto que no

teniendo ni partes ni límites, no tiene proporción ninguna con nosotros;

somos, pues, incapaces de conocer ni lo que es ni si es. Esto supuesto,

¿quién intentará resolver esta cuestión? No nosotros, que no somos

proporcionados a Él.

¿Quién acusará, pues, a los cristianos de no poder dar razón de su

creencia, ellos que profesan una religión de la que no pueden dar


razón?

Exponiéndola al mundo, declaran que es una estupidez, stultitiam; ¡y os

quejáis luego de que no la prueben! Si la probaran, no tendrían


palabras:
careciendo de pruebas es como no carecen de sentido.

-Sí; pero aunque esto excuse a los que la ofrecen, y les ponga al

abrigo de la censura de producirla sin razón, esto no excusa a los que la

reciben.

-Examinemos, pues, este punto y digamos: «Dios, o es, o no es.»

¿Hacia qué lado nos inclinaremos? La razón no puede determinarlo: hay


un

caos infinito que nos separa. En la extremidad de esta distancia infinita

se está jugando un juego en el que saldrá cara o cruz. ¿Qué os


apostáis?

Por razón no podéis hacer ni lo uno ni lo otro; por razón no podéis

impedir ninguno de los dos. No recriminéis, pues, de falsedad a los que

han elegido, porque no sabéis nada.

-No; pero les recriminaré de haber hecho, no esta lección, sino una

elección; porque, aunque el que se decida por la cruz y el otro hayan

cometido igual falta, ambos están en falta: lo justo es no apostar.

-Sí; pero hay que apostar; esto no es voluntario; estáis embarcados.

¿Por cuál os decidiréis, pues? Veamos. Puesto que hay que elegir,
veamos

que es lo que nos interesa menos. Tenéis dos cosas que perder: la
verdad y

el bien, y dos cosas que comprometer: vuestra razón y vuestra voluntad,

vuestro conocimiento y vuestra felicidad; y vuestra naturaleza tiene dos

cosas de que huir: el error y la miseria. Vuestra razón no queda más

herida al elegir lo uno que lo otro, puesto que, necesariamente, hay que
elegir. He aquí un punto resuelto. Pero ¿vuestra felicidad? Pesemos la

ganancia y la pérdida, tomando como cruz que Dios existe. Estimemos


estos

dos casos: si ganáis, ganáis todo; si perdéis, no perdéis nada. Optad,

pues, porque exista sin vacilar.

-Esto es admirable. Sí, hay que comprometer; pero tal vez


comprometo

demasiado.

-Veamos. Puesto que hay el mismo riesgo de ganancia y de pérdida,


si

no tuvierais sino que ganar dos vidas por una, podríais todavía

comprometer algo; pero si hubiera tres que ganar, haría falta jugar

(puesto que estáis en la necesidad de jugar), y seríais imprudentes si,

estando forzados a jugar, no aventurarais vuestra vida para ganar tres


en

un juego en que hay igual azar de pérdida o de ganancia. Pero hay una

eternidad de vida y de felicidad. Y siendo así, aun cuando hubiera una

infinidad de casualidades, de las cuales una sola pudiera ser la vuestra,

tendríais todavía razón en comprometer una para tener dos, y obraríais

insensatamente si, obligados a jugar, rehusarais jugar una vida contra

tres en un juego en el que, entre infinitas casualidades, hay para

vosotros una, si hay una infinidad de vida infinitamente feliz que ganar.

Y aquí hay una infinidad de vida feliz que ganar, un azar de ganancia

contra un número finito de azares de pérdida, y lo que hagáis es finito.

Esto decide toda la partida: dondequiera intervenga el infinito, y en que


no haya infinidad de posibilidades de pérdida contra la de ganancia, no

hay vacilación posible. Hay que darlo todo. Y por esto, cuando se está

obligado a jugar, hay que renunciar a la razón para conservar la vida,

antes que arriesgarla por la ganancia infinita, tan presta a llegar como

la pérdida de la nada. Porque de nada sirve decir que es incierto si se va

a ganar, y que es cierto que se juega, y que la infinita distancia

existente entre la «certidumbre» de lo que se expone y la


«incertidumbre»

de lo que se va a ganar, iguala el bien finito, que se expone ciertamente,

con el infinito, que es incierto. Esto no es así. Todo jugador aventura

con certidumbre para ganar con incertidumbre; y, sin embargo, aventura

ciertamente lo finito para ganar inciertamente lo finito, sin pecar contra

la razón. No hay infinidad de distancia entre esta certeza de lo que se

expone y la incertidumbre de la ganancia; esto es falso. Hay, es verdad,

infinidad entre la incertidumbre de ganar y la certidumbre de perder;


pero

la incertidumbre de ganar es proporcional a la certidumbre de lo que se

arriesga, según la proporción de los azares de ganancia y de pérdida. Y


de

aquí viene que, si hay igual azar de un lado que de otro, hay que jugar la

partida igual contra igual; y entonces la certidumbre de lo que se expone

es igual a la incertidumbre de la ganancia: tan lejos está de ser

infinitamente distancia. Y así, nuestra proposición tiene una fuerza

infinita cuando hay que aventurar lo finito en un juego en que hay


iguales
posibilidades de ganancia que de pérdida y en que se puede ganar el

infinito. Esto es demostrativo; y si los hombres son capaces de alguna

verdad, ésta es una.

-Lo confieso, lo reconozco. Pero ¿no hay posibilidad de ver la trama

del juego?

-Sí, la Escritura y el resto, etc.

-Sí; pero tengo las manos atadas y la boca enmudecida; se me


fuerza a

apostar, no se me deja en libertad; no se me deja, y estoy hecho de tal

manera, que no puedo creer. ¿Qué queréis que haga?

-Es verdad. Pero daos cuenta, por lo menos, de vuestra incapacidad


de

creer, puesto que la razón os conduce a ello y que, sin embargo, no


podéis

creer. Trabajad, pues, no en convenceros aumentando las pruebas de


Dios,

sino disminuyendo vuestras pasiones. Queréis llegar a la fe y no


conocéis

el camino; queréis curaros de la infidelidad y solicitáis el remedio:

aprended de quienes han estado atados como vosotros y que ahora


ponen en

juego todo lo que tienen; son gentes que conocen este camino que

quisierais seguir, y que están curadas de un mal de que queréis curaros.

Seguid la manera como han comenzado; haciéndolo todo como si


creyeran,

tomando agua bendita, haciendo decir misas, etc. Naturalmente, hasta


esto
os hará creer y os embrutecerá.

-Pero esto es lo que temo.

-¿Y por qué? ¿Qué vais a perder? Pero, para mostraros que esto es

conducente, considerar que esto disminuirá las pasiones, que son


vuestros

grandes obstáculos.

FIN DE ESTE DISCURSO. -¿Qué mal os va a sobrevenir al tomar


este

partido? Seréis fiel, honrado, humilde, agradecido, bienhechor, amigo

sincero y verdadero. Es verdad que no estaréis entre placeres


apestados,

entre gloria, entre delicias; pero ¿no tendréis otras? Os digo que con

ello ganaréis esta vida; y que cada paso que deis por este camino veréis

tanta certidumbre de ganancia y que es tan nada lo que arriesgáis, que

reconoceréis finalmente que habéis apostado por una cosa cierta,


infinita,

por la cual no habéis dado nada.

-¡Oh!, este discurso me transporta, me arrebata, etc.

-Si este discurso os agrada y os parece sólido, sabed que lo hace un

hombre que se prosternó de rodillas antes y después de él, para rogar a

este ser infinito y sin partes, al cual somete todo lo suyo, que someta

también lo vuestro para vuestro propio bien y para la gloria suya; y que
de esta manera la fuerza concuerde con esta bajeza.

234. Si no debiera hacer nada sino por lo cierto, no debiera hacerse

nada por la religión, porque no es cierta. Pero ¡cuántas cosas no se


hacen

por lo incierto: los viajes en el mar, las batallas!... Digo, pues, que no

podría hacerse nada por nada, porque nada es cierto; y que hay más

certidumbre en la religión que de que veremos el día de mañana: porque


no

es seguro que veamos el mañana, pero es seguramente posible que no


lo

veamos. No puede decirse lo mismo de la religión. No es cierto que sea;

pero ¿quién se atreverá a decir que es ciertamente posible que no sea?

Ahora bien: el trabajar para mañana, y por lo incierto, es obrar

razonablemente; porque hay que trabajar por lo incierto, en virtud de las

reglas del juego que están demostradas.

San Agustín ha visto que se trabaja por lo incierto en el mar, en las

batallas, etc.; pero no ha visto las reglas del juego, que demuestran que

debe hacerse así. Montaigne ha visto que un espíritu manco ofende, y


que

la costumbre lo puede todo; pero no ha visto la razón de este efecto.

Todas estas personas han visto los efectos, pero no han visto las

causas; son, respecto de quienes han descubierto las causas como


aquellos
que no tienen sino ojos respecto de quienes tienen espíritu; porque los

efectos son como sensibles, y las causas son visibles solamente para el

espíritu. Y aunque estos efectos se vean por el espíritu, este espíritu

es, respecto del espíritu que ve las causas, lo que los sentidos

corporales respecto del espíritu.

242. PREFACIO DE LA SEGUNDA PARTE. -Hablar de los que han


tratado de

esta materia.

Admiro con qué audacia estas personas intentan hablar de Dios.

Dirigiendo sus razonamientos a los impíos, su primer capítulo es probar


la

divinidad por las obras de la naturaleza. No me sorprendería de su


empresa

si dirigieran sus razonamientos a los fieles, porque es cierto que los que

tienen la fe viva en el corazón, ven inmediatamente que todo cuanto es


no

es sino obra del Dios a quien adoran. Pero aquellos en quienes esta luz
se

ha extinguido, y en los cuales se intenta hacerla revivir, estas personas

destituidas de fe y de gracia, que buscan con todas sus luces todo lo


que

en la naturaleza pueda llevarles a este conocimiento, no encontrándose


en
oscuridad y tinieblas; decir a estas personas que no tienen más que ver
la

menor de las cosas que les rodea y que verán a Dios manifiestamente, y

darles, por toda prueba de tema tan magno e importante, el curso de la

Luna y de los planetas, y pretender haber terminado su demostración


con

semejante razonamiento, es darle a pensar que las pruebas de nuestra

religión son muy flojas; y veo por razón y por experiencia que nada hay

más apto para hacer brotar el desprecio de aquéllas.

No es ésta la manera como la Escritura, que conoce mejor las cosas


de

Dios, habla de ellas. Dice, por el contrario, que Dios es un Dios

escondido; y que desde la corrupción de la naturaleza les ha dejado en


una

ceguera de que no podrán salir sino por Jesucristo, fuera del cual no

existe comunicación ninguna con Dios: «nemo novit Patrem, nisi Filius,
et

cui voluerit Filius revelare».

Es lo que la Escritura da a entender cuando dice en tantos pasajes

que los que buscan a Dios lo encuentran.

No es de esta luz de la que se dice: «como el día en pleno


mediodía».

No se dice que los que buscan el día en pleno mediodía, o el agua en el

mar, los encontrarán; y por esto es menester que la evidencia de Dios


no

sea tal en la naturaleza. Por esto nos dice en otro pasaje: «vere tu es
Deus absconditus».

243. Es cosa admirable el que ningún autor canónico se haya servido

jamás de la naturaleza para probar a Dios. Todos tienden a hacer creer


en

Él. David, Salomón, etc., jamás dijeron: «No hay vacío, luego hay un

Dios.» Hacía falta que fuesen más hábiles que los más hábiles que han

venido después, y que todos se sirven de la naturaleza. Es cosa ésta


digna

de consideración.

245. Hay tres medios de creer: la razón, la costumbre, la

inspiración. La religión cristiana, única que tiene la razón, no admite

como verdaderos hijos suyos a quienes creen sin inspiración; no es que

excluya la razón y la costumbre, al contrario; pero hay que abrir su

espíritu a las pruebas, confirmarse en ellas por la costumbre, ofrecerse

por las humillaciones a las inspiraciones, únicas que pueden producir el

verdadero y saludable efecto: «ne evacuetor crux Christi».


248. CARTA QUE INDICA LA UTILIDAD DE LAS PRUEBAS POR LA
MÁQUINA. -La

fe es diferente de la prueba: la una es humana, la otra es un don de


Dios.

«Justus ex fide vivit»: de esta fe que Dios mismo deposita en su


corazón,

cuyo instrumento es muchas veces la prueba «fides ex auditu»; pero


esta fe

está en el corazón y hace decir, no «scio», sino «credo».

250. Hace falta que lo exterior se una a lo interior para obtener

algo de Dios; es decir, hay que ponerse de rodillas, rezar con los labios,

etc., a fin de que el hombre orgulloso que no ha querido someterse a


Dios

esté ahora sometido a la criatura. Esperar el socorro del exterior es ser

supersticioso; no querer unirlo a lo interior es ser soberbio.

251. Las demás religiones, como las paganas, son más populares
porque

existen en el exterior; pero no son para las gentes hábiles. Una religión

puramente intelectual sería más adecuada para los hábiles, pero no

serviría para el pueblo. La religión cristiana es la única adecuada para


todos, por ser una mezcla de exterior e interior. Eleva al pueblo a lo

interior y rebaja a los soberbios a lo exterior; no es perfecta sin ambas

cosas, porque hace falta que el pueblo entienda el espíritu de la letra y

que los hábiles sometan su espíritu a la letra.

252. Pero hay que desengañarse: tenemos tanto de autómata como


de

espíritu; y de aquí viene que el instrumento por el cual se produce la

persuasión no sea únicamente la demostración. ¡Qué pocas cosas


demostradas

hay! Las pruebas no convencen más que al espíritu. La costumbre hace


que

nuestras pruebas sean las más fuertes y las más creídas; inclina al

autómata que arrastra al espíritu sin pensar en ello. ¿Quién ha


demostrado

que mañana amanecerá y que no moriremos? ¿Y hay, sin embargo,


nada más

creído? ¿Es, pues, la costumbre la que nos persuade de ello; es ella la

que produce tantos cristianos, ella la que hace turcos, paganos,

oficiales, soldados? (En los cristianos hay, además, sobre los turcos, la

fe recibida del bautismo.) Finalmente, hay que recurrir a ella cuando el

espíritu ha visto una vez dónde está la verdad, a fin de abrevar en ella,

y asirnos a esta creencia, que nos escapa en todo momento; porque es


demasiado trabajo tener siempre presentes sus pruebas. Hay que
adquirir

una creencia más fácil, la del hábito, que sin violencia, sin arte, sin

argumento, nos hace creer en las cosas, inclina todas nuestras


potencias

hacia esta creencia, de suerte que nuestra alma caiga en ella

naturalmente. Cuando no se cree sino por la fuerza de la convicción y el

autómata está inclinado a creer lo contrario, no es bastante. Hay que

hacer creer, pues, a nuestras dos piezas: al espíritu, por las razones,

que basta con haber visto una vez en su vida, y al autómata, por la

costumbre, no permitiéndole que se incline hacia lo contrario. «Inclina

cor meum, Deus.»

La razón actúa con lentitud, y con tantos miramientos, apoyada sobre

tantos principios, que es preciso tener siempre presentes, que se


embota o

se pierde en todo instante, si no tiene siempre presentes todos sus

principios. El sentimiento no actúa así: actúa instantáneamente, y está

siempre presto a actuar. Hay que colocar, pues, nuestra fe en el

sentimiento; de otro modo, será siempre vacilante.

256. Hay pocos cristianos verdaderos, incluso para la fe. Hay


muchos

que creen, pero por superstición; hay muchos que no creen, pero por
libertinaje; pocos que están entre los dos.

257. No hay más que tres clases de personas: unas que sirven a
Dios,

habiéndole encontrado; otras que trabajan en buscarle, sin haberlo

encontrado; otras que viven sin buscarle ni haberle encontrado. Los

primeros son sensatos y felices; los últimos, locos y desgraciados; los

del medio, desgraciados y sensatos.

Se ocultan en la multitud e invocan en su ayuda al número. Tumulto.

LA AUTORIDAD. -Tan lejos se está de que el haber oído decir una


cosa

sea regla de conducta, que no debéis creer nada sin colocaros


previamente

en un estado como si no lo hubierais oído antes.

Quien os debe hacer creer es el consentimiento de vosotros con

vosotros mismos, y la voz constante de vuestra razón.

¡Creerla es tan importante! Cien contradicciones serían verdaderas.

Si la antigüedad fuera la regla de la creencia, los antiguos

¿carecieron entonces de regla? Sin el consentimiento general,


¿entonces no
habría regla si todos los hombres perecieran?

Falsa humildad, orgullo.

Levantad el telón. Todo en vano; si hay que creer, o negar o dudar.

¿Careceremos, pues, de regla? Pensamos de los animales que hacen


bien lo

que hacen. ¿No habrá una regla para juzgar hombres?

Negar, creer y dudar bien son al hombre lo que el correr al caballo.

Castigo de los que pecan, error.

261. Los que no aman la verdad pretextan para negarla la multitud de

los que la niegan. Y así su error no procede sino de que no aman la


verdad

o la caridad; y así carecen de excusa.

262. Superstición y concupiscencia. Escrúpulos, malos deseos.


Temor

malo: temor, no el que procede de que se cree en Dios, sino de que se


duda

de si es o no. El buen temor proviene de la fe, el falso proviene de la

duda. El buen temor, unido a la esperanza, porque nace de la fe y


porque
se espera en el Dios en quien se cree; el malo, unido a la
desesperación,

porque se teme al Dios en quien no se tiene fe. Los unos temen


perderlo,

los otros encontrarlo.

263. «Un milagro, se nos dice, fortalecería mi creencia.» Esto se

dice cuando se ha visto. Razones que, vistas de lejos, parecen limitar

nuestra vista, pero que cuando se ha llegado, se empieza a ver todavía


más

allá. Nada detiene la volubilidad de nuestro espíritu. No hay, se dice,

regla que no tenga excepciones ni verdad tan general que no falle por

algún aspecto. Basta que no sea absolutamente universal; para darnos

motivo de aplicar la excepción al caso presente y decir: «Esto no es

siempre verdad; luego hay casos en que esto no acontece.» Ya no


queda sino

mostrar que éste es uno de ellos; faena para la que se es muy torpe o
muy

desgraciado si no se encuentra alguna claridad.

264. No nos aburrimos de comer y dormir todos los días, porque el


hambre y el sueño renacen; sin ello, nos aburriríamos. Así, sin el
hambre

de cosas espirituales, se aburre uno de ellas. Hambre de justicia: octava

bienaventuranza.

267. El último paso de la razón es reconocer que hay una infinidad


de

cosas que la superan; es flaca si no llega hasta conocer esto.

Si las cosas naturales sobrepasan a la razón, ¿qué será de las

sobrenaturales?

268. SUMISIÓN. -Hay que saber dudar donde es necesario, aseverar

donde es necesario, sometiéndose donde es necesario. Quien no lo


hace no

escucha la fuerza de la razón. Los hay que pecan contra estos


principios,

o bien aseverándolo todo como demostrativo, por no entender de

demostraciones; o bien dudando de todo, por no saber dónde hay que

someterse; o bien sometiéndose a todo, por no saber dónde hay que


juzgar.
269. Sumisión es uso de la razón, en lo que consiste el verdadero

cristianismo.

273. Si se somete todo a la razón, nuestra religión no tendrá nada de

misteriosa y de sobrenatural. Si se tropieza contra los principios de la

razón, nuestra religión será absurda y ridícula.

277. El corazón tiene razones que la razón no conoce. Se sabe esto


en

mil cosas. Yo digo que el corazón ama naturalmente el ser universal, y


se

ama naturalmente a sí mismo, en la medida que se entrega; se


endurece

contra el uno o contra el otro a su antojo. Habéis rechazado lo uno y

conservado lo otro, ¿es que os amáis por razón?

278. Es el corazón quien siente a Dios, y no la razón. Esto es lo que

es la fe: Dios sensible al corazón, no a la razón.


279. La fe es un don de Dios; no penséis que decimos que es un don
de

razonamiento. Las otras religiones no dicen esto de su fe; para llegar a

ellas, no daban sino el razonamiento, que, sin embargo, no conduce a


ella.

282. Conocemos la verdad, no solamente por la razón, sino también


por

el corazón; de esta segunda manera es como conocemos los primeros

principios, y es inútil que el razonamiento, que no tiene parte en ello,

trate de combatirlos. Los pirronianos, que no tienen sino este objeto,

trabajan inútilmente. Sabemos que no soñamos; cualquiera que sea la

impotencia en que nos encontremos para probarlo por razón, esta

importancia no implica sino la flaqueza de nuestra razón, y no la

incertidumbre de todos nuestros conocimientos, como pretenden ellos.

Porque el conocimiento de los principios primeros, tales como el que


hay

espacio, movimiento, números, es tan firme o más que el que nos


confieren

todos nuestros razonamientos. Y es menester que la razón se apoye


sobre
estos conocimientos del corazón y del instinto, y que fundamente en
ellos

todo su discurso. (El corazón siente que hay tres dimensiones en el

espacio, y que los números son infinitos; y la razón demuestra después


que

no hay dos números cuadrados tales que el uno sea el doble del otro.
Los

principios se sienten, las proposiciones se concluyen; y el todo con

certeza, aunque por vías diferentes.) Y es tan inútil y ridículo que la

razón pida al corazón pruebas de sus primeros principios, para poder

asentir a ellos, como lo sería que el corazón pidiera a la razón un

sentimiento de todas las proposiciones que demuestra, para querer

recibirlas.

Esta impotencia no debe servir, pues, sino para humillar a la razón,

que quisiera juzgar de todo, pero no para combatir nuestra certeza como
si

no hubiese más que la razón capaz de instruirnos. ¡Pluguiera a Dios, por

el contrario, que jamás tuviéramos necesidad de ella y que


conociésemos

todas las cosas por instinto y por sentimientos! Pero la naturaleza nos
ha

negado este bien; por el contrario, no nos ha dado sino muy pocos

conocimientos de esta suerte; todos los demás no pueden adquirirse


sino

por razonamiento.

Y por esto, aquellos a quien Dios ha dado la religión por sentimiento


del corazón, son muy felices y están muy legítimamente persuadidos.
Pero a

quienes no la tienen no podemos dársela sino por razonamiento,


esperando

que Dios se la dé por sentimiento de corazón, sin lo cual la fe no será

sino humana e inútil para la salvación.

283. EL ORDEN. CONTRA LA OBJECIÓN DE QUE LA ESCRITURA


NO TIENE ORDEN.

-El corazón tiene su orden; el espíritu tiene el suyo, que es por

principio y demostración; el corazón tiene otro. No se prueba que se


debe

ser amado exponiendo con orden las causas del amor: sería ridículo.

Jesucristo, San Pablo, tienen el orden de la caridad, no del

espíritu; porque querían encender, no instruir. Lo mismo San Agustín.


Este

orden consiste principalmente en la digresión sobre cada punto que se

relaciona con el fin, para mostrarlo siempre.

285. La religión está proporcionada a toda suerte de espíritus. Los

primeros se detienen en su simple establecimiento; y esta religión es tal

que su simple establecimiento es suficiente para probar su verdad. Los


otros llegan hasta los apóstoles. Los más instruidos van hasta el
comienzo

del mundo. Los ángeles la ven todavía mejor, y desde más lejos.

286. Los que creen sin haber leído los Testamentos es porque tienen

una disposición interior completamente santa, y porque concuerda con


ella

lo que oyen decir de nuestra religión. Sienten que un Dios les ha hecho;

no quieren amar sino a Dios; no quieren odiar sino a sí mismos. Sienten

que no tienen en sí mismos la fuerza para ello; que son incapaces de

llegar a Dios, y que si Dios no viene a ellos, no pueden tener

comunicación ninguna con Él. Oyen decir en nuestra religión que no hay
que

amar sino a Dios y odiarse a sí mismo; pero que, estando todos


corrompidos

y siendo incapaces de Dios, Dios se ha hecho hombre para unirse a


todos.

No hace falta más que persuadir a hombres que tienen esta disposición
en

el corazón y que tienen este conocimiento de su deber y de su


incapacidad.
287. Los cristianos que vemos sin conocimiento de las profecías y de

las pruebas no dejan de juzgar de éstas tan exactamente como quienes

poseen este conocimiento. Juzgan de ellas por el corazón, como los


otros

juzgan por el espíritu. Es Dios mismo quien les inclina a creer; y por

esto están muy eficazmente persuadidos.

Concedo que uno de estos cristianos que creen sin pruebas no


tendrá

tal vez que convencer a un infiel, que dirá otro tanto de sí mismo. Pero

quienes conocen las pruebas de la religión probarán sin dificultad que

este fiel está verdaderamente inspirado por Dios, aunque no pueda


probarlo

por sí mismo.

Porque como Dios ha dicho en sus profecías (que son


indudablemente

profecías), que en el reino de Jesucristo difundiría su espíritu sobre las

naciones, y que los hijos, las hijas y los niños de la Iglesia

profetizarían, no hay duda ninguna de que el espíritu de Dios está sobre

aquéllas y no sobre los otros.

288. En lugar de quejaros de que Dios se ha escondido, dadle


gracias

de que se haya descubierto tanto; y le daréis gracias también de que no


se
haya descubierto a los soberbios sabios, indignos de conocer un Dios
tan

santo.

Dos clases de personas conocen: las que tienen el corazón


humillado y

aman lo bajo, cualquiera que sea el grado de espíritu que tengan, alto o

bajo; o las que tienen bastante espíritu para ver la verdad por grande
que

sea la oposición a ella.

289. PRUEBA. -1º. La religión cristiana, por su establecimiento,

establecida por sí misma tan fuertemente, tan suavemente, a pesar de


ser

tan contraria a la naturaleza. 2º. La santidad, la elevación y la humildad

de un alma cristiana. 3º. Las maravillas de la sagrada Escritura. 4º.

Jesucristo en particular. 5º. Los apóstoles en particular. 6º. Moisés y

los profetas en particular. 7º. El pueblo judío. 8º. Las profecías. 9º. La

perpetuidad; ninguna religión tiene perpetuidad. 10º. La doctrina, que da

razón de todo. 11º. La santidad de esta ley. 12º. Por la conducta del

mundo.

Es indudable, después de esto, que no hay que negarse,


considerando

lo que es la vida y esta religión, a seguir la inclinación de seguirla, si

brota en nuestro corazón; es seguro que no hay lugar para burlarse de


quienes la siguen.

Pensamientos

Pascal, Blaise
Pensamientos - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Pensamientos

Pascal, Blaise

Sección IV

294. ... ¿Sobre qué se fundará la economía del mundo que quiere

gobernar? ¿Será sobre el capricho de cada particular? ¡Qué confusión!

¿Será sobre la justicia? La ignora.

Con toda seguridad, si la hubiese conocido, no hubiera establecido

esta máxima, la más general de todas las que corren entre los hombres:
que

cada uno siga las costumbres de su país; el brillo de la verdadera


equidad

habría subyugado a todos los pueblos, y los legisladores no habrían


tomado

como modelo, en lugar de esta justicia constante, las fantasías y los

caprichos de los persas y de los alemanes. La veríamos implantada por

todos los Estados del mundo y en todos los tiempos, en lugar de


contemplar
que nada hay justo o injusto que no cambie de cualidad cambiando de
clima.

Tres grados de elevación hacia el polo echan por tierra toda la

jurisprudencia; un meridiano decide de la verdad; a los pocos años de


ser

poseídas, las leyes fundamentales cambian; el derecho tiene sus


épocas; la

entrada de Saturno en Leo nos indica el origen de tal crimen. ¡Valiente

justicia la que está limitada por un río! Verdad aquende el Pirineo, error

allende.

Conceden que la justicia no se halla en estas costumbres, sino que

reside en las leyes naturales conocidas en todo el país. Seguramente lo

sostendrían tercamente, si la temeridad del azar, que ha sembrado las

leyes humanas, hubiese encontrado por lo menos una que fuera


universal;

pero la broma es tal que el capricho de los hombres le ha diversificado

tanto que no hay ninguna que lo sea.

El latrocinio, el incesto, el asesinato de hijos y de padres, todo ha

sido reconocido entre las acciones virtuosas. ¿Puede haber nada más

gracioso que el que un hombre tenga derecho de matarme porque viva


allende

el vado y su príncipe esté querellado con el mío, aunque yo no lo esté


con

él?

Hay sin duda leyes naturales; pero esta espléndida razón corrompida
lo ha corrompido todo: «nihil amplius nostrum est; quod nostrum
dicimus,

artis est. Ex senatus consultis et plebliscitis crimina exercentur. Ut

olim vitiis, sic nunc legibus laboramus».

A causa de esta confusión sucede que el uno dice que la esencia de


la

justicia es la autoridad del legislador; el otro, la comodidad del

soberano; el otro, la costumbre presente, y es lo más seguro: nada es

justo en sí según la sola razón; todo vacila con el tiempo. La costumbre

constituye toda la equidad, sin más razón que la de ser recibida; es el

fundamento místico de su autoridad. Quien la refiere a su principio, la

aniquila. Nada tan falso como estas leyes que rectifican las faltas; quien

obedece a ellas porque son justas, obedece a la justicia que imagina,


pero

no a la esencia de la ley: está toda ella reconcentrada en sí; es la ley y

nada más. Quien quiera examinar su motivo, lo encontrará tan débil y

ligero que, si no está acostumbrado a contemplar los prodigios de la

imaginación humana, admirará el que un siglo le haya otorgado tanta


pompa

y reverencia. El arte de atacar, derrocar los Estados, consiste en

conmover las costumbres establecidas, sondando hasta su fuente, para


hacer

ver su falta de autoridad y de justicia. Es menester, se dice, recurrir a

las leyes fundamentales y primitivas del Estado, que una costumbre


injusta

ha abolido. Es un juego seguro para perderlo todo; nada será justo con
esta balanza. Sin embargo, el pueblo presta fácilmente oídos a estos

discursos. Sacude el yugo desde que lo reconocen; y los grandes se

aprovechan de su ruina, y de la de estos curiosos examinadores de

costumbres recibidas. Por esto es por lo que el más prudente de los

legisladores decía que, para bien de los hombres, hay a menudo que

deslumbrarles con trampa; y otro, buen político: «cum veritatem qua

liberetur ignoret, expedit quod fallatur». Hay que evitar que sienta la

verdad de la usurpación; se introdujo antaño sin razón, pero ahora ha

llegado a ser razonable; es menester hacerla considerar como auténtica,

eterna, y ocultar el comienzo, si se quiere que no acabe pronto.

303. La fuerza es la reina del mundo, y no la opinión. Pero la

opinión es la que usa de la fuerza. Es la fuerza quien hace la opinión. La

molicie es hermosa, según nuestra opinión. ¿Por qué? Porque quien


quiera

bailar sobre la cuerda se quedará solo; yo haré hasta una cábala más

fuerte, gentes que dirán que esto no es decente.

304. Las cuerdas que vinculan el respeto de los unos hacia los otros

son, en general, cuerdas de necesidad; porque tiene que haberlas de


diferentes grados, porque todos los hombres quieren dominar, y no
todos,

pero sí algunos lo pueden.

Imaginemos, pues, que los veamos comenzando a formarse. Sin


duda hay

quienes se batirán hasta que la parte más fuerte oprima a la más débil, y

hasta que, finalmente, haya un partido dominante. Pero una vez


determinado

esto, entonces los maestros, que no quieren que la guerra continúe,

ordenan que la fuerza que está entre sus manos se traspase a su gusto:
los

unos la remiten a elección de los pueblos; los otros, a la sucesión de

nacimiento, etc.

Y es aquí en donde la imaginación empieza a desempeñar su papel.

Hasta aquí domina la fuerza: aquí es la fuerza la que por la imaginación

se adscribe a un cierto partido: en Francia, los gentileshombres; en

Suiza, los plebeyos, etc.

Estas cuerdas que anudan, pues, el respeto a tal o cual en

particular, son cuerdas de imaginación.

307. El canciller es grave y va revestido de ornamentos porque su

puesto es falso; y no el rey: tiene fuerza, le basta con imaginar. Los

jueces, médicos, etc., no tienen más que imaginación.


308. La costumbre de ver a los reyes acompañados de guardias, de

tambores, de oficiales, y de todo el aparato montado para llevar al

respeto y al terror, hace que sus semblantes, cuando se hallan a veces

solos y sin este acompañamiento, impriman en sus sujetos el respeto y


el

terror, porque no se separa en el pensamiento sus personas y su


séquito,

que de ordinario se ven juntos. Y el mundo, que ignora que este efecto

procede de esta costumbre, cree que procede de una fuerza natural; de


aquí

vienen estas palabras: «Su rostro va sellado con el carácter de la

divinidad», etcétera.

311. El imperio fundado sobre la opinión y la imaginación reina

durante algún tiempo, y este imperio es dulce y voluntario; el de la

fuerza reina siempre. Así, la opinión es como la reina del mundo, pero la

fuerza es su tirana.
313. OPINIONES SANAS DEL PUEBLO. -El mayor de los males son
las

guerras civiles. Son seguras si se quieren recompensar los méritos,


porque

todos dirán que merecen. El mal que hay que temer de un estúpido que

sucede por derecho de nacimiento no es ni tan grande ni tan seguro.

319. ¡Qué bien se hace en distinguir a los hombres por el exterior

más que por las cualidades interiores! ¿Quién de nosotros dos pasará

primero? ¿Quién cederá el puesto al otro? Pero yo soy tan hábil como
él;

tendremos que combatir por esto. Hay cuatro lacayos y yo no tengo más
que

uno: esto es visible; no hay más que contar, soy yo quien tengo que
ceder

y soy un estúpido si lo discuto. Henos en paz por este procedimiento; lo

cual es el mayor de los bienes.

320. Las cosas más insensatas del mundo llegan a ser las más

razonables a causa del desarrollo de los hombres. ¿Qué menos


razonable que

elegir, para gobernar un Estado, al primer hijo de una reina? Para


gobernar un navío no se elige al pasajero procedente de la mejor casa.

Esta ley sería ridícula e injusta; pero como lo es y lo será siempre,

llega a ser razonable y justa, porque ¿a quién se elegirá como más

virtuoso y como más hábil? Henos aquí inmediatamente llegados a las


manos,

pues cada cual pretende ser éste el más virtuoso y éste el más hábil.

Vinculemos, pues, esta cualidad a algo incontrovertible. Es el


primogénito

del rey; esto es claro y no hay discusión. La razón no puede obrar mejor,

porque la guerra civil es el mayor de los males.

323. ¿Qué es el «yo»? Un hombre se pone a la ventana para ver los

transeúntes; si yo paso por allí, ¿puedo decir que se puso a la ventana

para verme? No; porque no piensa particularmente en mí; pero el que


ama a

alguien a causa de su belleza, ¿le ama? No: porque la viruela, que


matará

la belleza sin matar a la persona, hará que ya no le ame.

Y si se me ama por mi juicio, por mi memoria, ¿se me ama «a mí»?


No;

porque puedo perder estas cualidades sin perderme a mí mismo.


¿Dónde está,

pues, este «yo», si no está ni en el cuerpo ni en el alma? ¿Y cómo amar


el
cuerpo o el alma sino por estas cualidades, que no son lo que constituye

el yo, puesto que son perecederas? Porque ¿se amaría la sustancia del
alma

de una persona abstractamente, cualesquiera fuesen las cualidades que

tuviera? Esto no puede ser, y sería injusto. No se ama, pues, jamás a

nadie, sino solamente a las cualidades.

No burlarse, pues, de los que se hacen honrar con cargas y puestos

oficiales, porque no se ama a nadie sino por cualidades prestadas.

324. El pueblo tiene opiniones muy sanas, por ejemplo:

1º. Haber elegido el divertimiento y la caza más bien que la poesía.

Los sabios a medias se burlan de ello y triunfan demostrando con ello la

locura de la gente; pero, por una razón en la que ellos mismos no

penetran, la gente tiene razón.

2º. Haber distinguido a los hombres por el exterior, como por la

nobleza o el bien. El mundo triunfa también mostrando lo insensato que


es

esto; pero esto es perfectamente razonable (los caníbales se ríen de un

niño rey).

3º. Sentirse ofendidos por haber recibido una bofetada o desear tanto

la gloria. Pero ésta es perfectamente deseable, a causa de los demás

bienes esenciales unidos a ella; y un hombre que ha recibido una


bofetada
sin guardar resentimiento, recibe un monte de injurias y de obligaciones

que se le echan en cara.

4º. Trabajar por lo incierto; navegar en el mar; pasar por encima de

una tabla.

325. Montaigne se ha equivocado: la costumbre no debe ser seguida

sino porque es costumbre, y no porque sea razonable o justa; pero el

pueblo la sigue por la sencilla razón de que la cree justa. Si no, no la

seguiría, aunque fuera costumbre; porque no se quiere estar sujeto más


que

a la razón o a la justicia. Sin ello, la costumbre pasaría por tiranía;

pero el imperio de la razón y de la justicia no es menos tirano que el de

la delectación: son los principios naturales del hombre.

Sería, pues, bueno que se obedezca a las leyes y a las costumbres

porque son leyes; que se sepa que ninguna hay que introducir como

verdadera y justa, que nada sabemos de esto, y que, por lo tanto, hay
que

seguir únicamente las leyes recibidas: por este procedimiento no se

abandonarán nunca. Pero el pueblo no es susceptible de esta doctrina;


y

así como cree que la verdad puede encontrarse y que se halla en las
leyes

y en las costumbres, las cree y considera su antigüedad como una


prueba de
su verdad (y no ve su sola autoridad sin verdad). Así, las obedece; pero

está sometido a rebelarse en cuanto se le muestre que no valen nada; lo

cual puede hacerse ver de todas, considerándolas desde un cierto lado.

326. INJUSTICIA. -Es peligroso decir al pueblo que las leyes no son

justas porque no obedece a ellas, sino porque las cree justas. Por esto

hay que decir al mismo tiempo que hay que obedecerlas porque son
leyes,

como hay que obedecer a los superiores no porque son justos, sino
porque

son superiores. Con ello se previene toda sedición, si puede hacerse

entender esto, que es propiamente la definición de la justicia.

327. El mundo juzga bien de las cosas porque se halla en la

ignorancia natural, que es la verdadera sede del hombre. Las ciencias

tienen dos extremos que se tocan. El primero es la pura ignorancia


natural

en que se encuentran todos los hombres al nacer. El otro, aquel a que

llegan las almas grandes que, habiendo recorrido todo lo que los
hombres

pueden saber, encuentran que no saben nada, y se encuentran en esa


misma
ignorancia de donde partieron; pero es una docta ignorancia que se
conoce

a sí misma. Aquellos que han salido de la ignorancia natural y no han

podido llegar a la otra, tienen cierto barniz de esta ciencia suficiente y

se hacen los entendidos. Perturban el mundo y juzgan mal de todo. El

pueblo y los hábiles componen el tren del mundo; aquéllos lo desprecian


y

son despreciados. Juzgan mal de todo y el mundo juzga bien de ellos.

328. RAZÓN DE LOS EFECTOS. -Rotación continua del pro y del


contra.

Hemos mostrado, pues, que el hombre es vano, por la estima en que

tiene cosas que no son esenciales; y hemos destruido todas estas

opiniones. Hemos mostrado después que todas estas opiniones son


muy sanas,

y que así, siendo muy fundadas todas estas vanidades, el pueblo no es


tan

vano como se dice; con lo cual hemos destruido la opinión que destruía
la

del pueblo.

Pero ahora hay que destruir esta última proposición, y mostrar que

continúa siempre siendo verdad que el pueblo es vano, aunque sus


opiniones

sean sanas; porque no siente la verdad de ellas donde se halla, y


colocándola donde no se halla, sus opiniones son siempre sumamente
falsas

y sumamente malsanas.

331. Uno no se imagina a Platón y a Aristóteles sino con sus grandes

togas de pedantes. Eran gentes honradas, como todas las demás, que
reían

con sus amigos; y cuando se divirtieron en hacer sus Leyes y su


Política,

lo hicieron bromeando; es la parte menos filosófica y más seria de su

vida; la más filosófica consistía en vivir sencilla y tranquilamente. Si

escribieron de política, fue como para arreglar un hospital de locos; y si

aparentaron hablar de ello como de una gran cosa, es que sabían que
los

locos a quienes se dirigían pensaban ser reyes y emperadores.


Entraban en

sus principios para moderar su locura lo mejor que se podía.

335. RAZÓN DE LOS EFECTOS. -Es verdad, por consiguiente, el


decir que

todo el mundo está sumido en ilusión: porque aunque las opiniones del
pueblo sean sanas, no lo son en su cabeza, porque piensa que la
verdad es

o no es. La verdad está, efectivamente, en sus opiniones, pero no hasta


el

punto que ellos imaginan. Así, es verdad que hay que honrar a los

gentileshombres, pero no porque el nacimiento sea una ventaja


decisiva.

337. RAZÓN DE LOS EFECTOS. -Gradación. El pueblo honra a las


personas

de alta prosapia. Los medio hábiles las desprecian, diciendo que el

nacimiento no es una cualidad de la persona, sino del azar. Los hábiles

las honran, no por el pensamiento del pueblo, sino con segunda


intención.

Los devotos que tienen más celo que ciencia las desprecian a pesar de
esta

consideración que les hace ser honrados por los hábiles, porque juzgan
de

ello por una nueva luz que su piedad les otorga. Pero los cristianos

perfectos les honran por una luz superior. Así se ve que las opiniones se

suceden del pro al contra, según la luz que se tenga.


338. Los verdaderos cristianos obedecen, sin embargo, a las locuras;

no que respeten las locuras, sino la orden de Dios, que, para castigo de

los hombres, les ha sometido a estas locuras: «omnis creatura subjecta


est

vanitatem. Liberabilitur». Así explica Santo Tomás el pasaje de Santiago

sobre la preferencia de los ricos, que si no lo hacen con la vista puesta

en Dios, salen del orden de la religión.

Pensamientos

Pascal, Blaise
Pensamientos - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Pensamientos

Pascal, Blaise

Sección V

340. La máquina de aritmética produce efectos más próximos al

pensamiento que todo lo que hacen los animales; pero no hace nada
que

pueda hacer decir que tiene voluntad como los animales.

342. Si un animal hiciera por espíritu lo que hace por instinto, y si

hablara por espíritu lo que habla por instinto, para la caza y para

advertir a sus camaradas que se ha encontrado o perdido la presa,


hablaría

también por cosas por las que tiene más afecto, como para decir: «Roed

esta cuerda que me hace daño, y a la que no puedo llegar.»


344. Instinto y razón, nota de dos naturalezas.

346. El pensamiento constituye la grandeza del hombre.

347. El hombre no es más que una caña, la más débil de la


naturaleza,

pero es una caña pensante. No hace falta que el universo entero se


arme

para aplastarlo: un vapor, una gota de agua bastan para matarlo. Pero
aun

cuando el universo le aplastara, el hombre sería todavía más noble que


lo

que le mata, porque sabe que muere y lo que el universo tiene de


ventaja

sobre él; el universo no sabe nada de esto.

Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento. Por aquí

hemos de levantarnos, y no por el espacio y la duración que no


podemos

llenar. Trabajemos, pues, en pensar bien: he aquí el principio de la

moral.
348. CAÑA PENSANTE. -No es en el espacio donde debo buscar mi

dignidad, sino en el arreglo de mi pensamiento. No poseería más


aunque

poseyera tierras: por el espacio, el universo me comprende y me devora

como un punto; por el pensamiento, yo lo comprendo.

352. Lo que puede la virtud del hombre no debe medirse por sus

esfuerzos, sino por su estado ordinario.

354. La naturaleza del hombre no consiste siempre en ir; tiene sus

idas y venidas.

La fiebre tiene sus escalofríos y sus ardores; y el frío muestra la

magnitud del ardor de la fiebre tan bien como el calor mismo.

Las invenciones de los hombres, de siglo en siglo, proceden de esta

misma suerte. La bondad y la malicia del mundo en general, lo mismo:

«plerumque gratae principibus vices».


358. El hombre no es ni ángel ni bestia, y nuestra desgracia quiere

que quien pretende hacer de ángel haga de bestia.

359. No nos sostenemos en la virtud por nuestra propia fuerza, sino

por el contrapeso de dos vicios opuestos, como permanecemos de pie


entre

dos vientos contrarios: suprimid uno de estos vicios; caeremos en el


otro.

366. El espíritu de este soberano juez del mundo no es tan

independiente que no esté expuesto a ser perturbado por la primera

algazara que se produzca a su alrededor. No hace falta el ruido del


cañón

para imposibilitar sus pensamientos: basta el ruido de una veleta o de


una

polea. No os asombréis si no discurre bien ahora: una mosca zumba en


sus

oídos: basta esto para hacerle incapaz de buen consejo. Si queréis que

pueda encontrar la verdad, expulsad a este animal que mantiene en


jaque a
su razón y obnubila esta poderosa inteligencia que gobierna las
ciudades y

los reinos. ¡Mirad qué gracioso dios! «¡Oh ridicolosissimo eroe!»

367. El poder de las moscas: ganan batallas, impiden que nuestra


alma

obre, comen nuestro cuerpo.

374. Lo que más me asombra es ver que no todo el mundo está


asombrado

de su flaqueza. Se obra con seriedad y cada uno sigue su condición, no

porque sea bueno, en efecto, seguirla, puesto que ésa es la moda, sino

como si cada uno supiera ciertamente dónde está la razón y la justicia.

Uno se ve decepcionado en todo momento; y por una humildad chistosa


se

cree que es culpa suya y no del arte de cuya posesión se hace

constantemente alarde. Pero es bueno que haya muchas de estas


gentes en el

mundo que no sean pirronianas, para gloria del pirronismo, a fin de

mostrar que el hombre es muy capaz de las más extravagantes


opiniones,

puesto que es capaz de creer que se halla, por el contrario, en la


sabiduría natural.

Nada fortifica más el pirronismo sino el que haya quienes no sean

pirronianos: si todos lo fueran, no tendrían razón.

375. He pasado mucho tiempo de mi vida creyendo que había una

justicia; y no me equivocaba; porque hay una, según Dios nos lo ha


querido

revelar. Pero yo no lo tomaba así, y me equivocaba en esto; porque


creía

que nuestra justicia era esencialmente justa, y que yo tenía con qué

conocerla y juzgar de ella. Pero me he encontrado tantas veces falto de

juicio recto, que he llegado finalmente a desconfiar de mí, y después de

los demás. He visto que todos los países y hombres son mudables; y
así,

después de muchos cambios de juicio, concernientes a la verdadera

justicia, he reconocido que nuestra naturaleza no era sino un continuo

cambio, y desde entonces no he cambiado; y si cambiara, confirmaría


mi

opinión.

El pirroniano Argesilao, que se hace dogmático.


384. Contradicción es un mal indicio de verdad: muchas cosas
ciertas

se ven contradichas; muchas falsas pasan sin contradicción. Ni la

contradicción es signo de falsedad, ni la incontradicción es signo de

verdad.

385. PIRRONISMO. -Cada cosa es aquí verdadera en parte y falsa


en

parte. La verdad esencial no es así: es toda pureza y toda verdad. Esta

mezcla la deshonra y la aniquila. Nada es puramente verdadero; y así,


nada

es verdadero, entendiéndolo como puramente verdadero. Se dirá que es

verdad que el homicidio es malo; sí, porque conocemos bien lo malo y lo

falso. Pero ¿qué se dirá que sea bueno? ¿La castidad? Digo que no,
porque

el mundo acabaría. ¿El matrimonio? No: la continencia vale más. ¿No


matar?

No, porque los desórdenes serían horribles, y los malos matarían a


todos

los buenos. ¿Matar? No, porque esto destruye la naturaleza. No


tenemos ni

verdad ni bien sino en parte, y mezclado con mal y falsedad.


386. Si soñáramos todas las noches con la misma cosa, nos
afectaría

tanto como los objetos que vemos todos los días. Y si un artesano

estuviera seguro de soñar todas las noches, durante doce horas, que es

rey, creo que sería casi tan feliz como un rey que soñara durante todas

las noches, durante doce horas, que es artesano.

Si soñáramos todas las noches que somos perseguidos por


enemigos y

agitados por estos penosos fantasmas, y si pasáramos todos los días


con

diversas ocupaciones, como cuando se hace un viaje, se sufriría tanto


como

si esto fuera verdadero y se tendría tanto miedo a dormir como el que se

tiene a despertar cuando se teme estar, efectivamente, en semejantes

desgracias. Y, en efecto, produciría esto poco más o menos los mismos

males que la realidad.

Pero como los sueños son todos diferentes, y como uno mismo se

diversifica, lo que se ve en ellos afecta mucho menos que lo que se ve

durante la vigilia a causa de la continuidad, la cual no es, sin embargo,

tan continua e igual que tampoco cambie, sino menos bruscamente,


sino

raras veces, como cuando se viaja; y entonces se dice: «Me parece que

sueño»; porque la vida es un sueño un poco menos inconstante.


392. CONTRA EL PIRRONISMO. -... Es, pues, una cosa extraña que
no

puedan definirse estas cosas sin oscurecerlas; hablamos de ellas con

completa seguridad. Suponemos que todos las conciben de la misma


manera;

pero lo suponemos muy gratuitamente, porque no tenemos prueba


ninguna de

ello. Veo perfectamente que se aplican estas palabras en iguales

ocasiones, y que cada vez que dos hombres ven que un cuerpo cambia
de

sitio expresan ambos la visión de este mismo objeto con la misma


palabra,

diciendo, el uno y el otro, que se ha movido; y de esta conformidad de

aplicación se deduce una ingente conjetura relativa a una conformidad


de

ideas; pero esto no es absolutamente convincente, por una última

convicción, aunque haya mucho que apostar por la afirmativa, puesto


que se

sabe que con frecuencia se deducen las mismas consecuencias de

suposiciones diferentes.

Esto basta por lo menos para embrollar la materia, no que esto

extinga absolutamente la claridad natural que nos cerciora de estas


cosas;

los académicos habrían apostado; pero la reblandece, y hace vacilar a


los
dogmáticos con gloria de la cábala pirrónica, que consiste en esta
ambigua

ambigüedad, y en una cierta oscuridad dudosa, cuya claridad no puede

disipar completamente nuestras dudas, y cuyas tinieblas todas no


pueden

expulsar nuestras luces naturales.

395. INSTINTO. RAZÓN. -Tenemos una incapacidad de probar,


invencible

para todo dogmatismo. Tenemos una idea de la verdad, invencible para


todo

pirronismo.

399. No se es miserable sin sentimiento: una casa arruinada no lo es.

Nada hay miserable sino el hombre. «Ego vir videns.»

408. El mal es fácil, hay una infinidad de males; el bien, casi

único. Pero cierto género de mal es tan difícil de encontrar como eso
que
se llama el bien; muchas veces se hace pasar por bien de esta especie
a

este mal particular. Hace falta incluso una grandeza de alma

extraordinaria para llegar a él, igual que para llegar al bien.

412. Guerra intestina del hombre contra la razón y las pasiones.

Si no hubiese más que la razón sin pasiones...

Si no hubiese más que pasiones sin razón...

Pero habiendo lo uno y lo otro, no se puede estar sin guerra, porque

no se puede tener la paz con lo uno sin guerra con lo otro: así, el
hombre

está siempre dividido y es contrario de sí mismo.

413. Esta guerra interior de la razón contra las pasiones ha hecho

que los que han querido tener paz se hayan dividido en dos sectas.
Unos

han querido renunciar a las pasiones y llegar a ser dioses; otros han

querido renunciar a la razón y hacerse animales brutos. (Des Barreaux.)

Pero no lo han podido ni los unos ni los otros; y permanece siempre la

razón que acusa la bajeza y la injusticia de las pasiones y que altera el


reposo de los que se abandonan a ellas; y las pasiones están siempre
vivas

en quienes quieren renunciar a ellas.

415. La naturaleza del hombre se considera de dos maneras: una,


según

su fin, y entonces es grande e incomparable; otra según su multitud,


como

se juzga de la naturaleza del caballo y del perro, por la multitud,

viéndoles correr, «et animum arcendi»; y entonces el hombre es abyecto


y

vil. He aquí las dos vías que hacen juzgar de él diversamente y que
hacen

disputar tanto a los filósofos.

Porque el uno niega la suposición del otro; el uno dice: «No he

nacido para este fin; porque todas sus acciones le repugnan»; el otro

dice: «Se aleja de su fin cuando realiza estas acciones bajas.»

418. Es peligroso el hacer ver demasiado al hombre, cuán semejante


es

a los animales sin mostrarle su grandeza. Es también peligroso hacerle


ver
demasiado su grandeza sin su bajeza. Es más peligroso todavía dejarle
que

ignore lo uno y lo otro. Pero es muy provechoso representarle lo uno y lo

otro.

Es preciso que el hombre no crea que es igual a los animales ni a los

ángeles, y que no ignore ni lo uno ni lo otro, sino que sepa lo uno y lo

otro.

423. CONTRARIEDADES. DESPUÉS DE HABER MOSTRADO LA


BAJEZA Y LA

GRANDEZA DEL HOMBRE. -Estímese ahora el hombre en su


verdadero valor.

Ámese, porque hay en él una naturaleza capaz de bien; pero que no por
esto

ame las bajezas que hay en ella. Despréciese, porque esta capacidad
está

vacía; pero que no por esto desprecie esta capacidad natural. Ódiese,

ámese: hay en él la capacidad de conocer la verdad y de ser feliz; pero


no

hay verdad, o constante o satisfactoria.

Desearía, pues, llevar al hombre a desear encontrarla; a estar presto

y desprendido de pasiones, para seguirla donde la encuentre, sabiendo


cómo

se oscurece su conocimiento por las pasiones; desearía que odiara en



mismo la concupiscencia que le determina por sí misma, a fin de que no
la

ciegue para hacer la elección, y que no le detenga cuando haya elegido.

424. Todas estas contrariedades, que parecían ser lo que más me

alejaban del conocimiento de la religión, son las que me han conducido


más

pronto a la verdadera.

Pensamientos

Pascal, Blaise
Pensamientos - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Pensamientos

Pascal, Blaise

Sección VI

425. SEGUNDA PARTE. QUE EL HOMBRE SIN FE NO PUEDE


CONOCER EL

VERDADERO BIEN NI LA JUSTICIA. -Todos los hombres buscan ser


felices; esto

no tiene excepción; por diferentes que sean los medios empleados,


tienden

todos a este fin. Lo que hace que unos vayan a la guerra y los otros no

vayan, es este mismo deseo que hay en los dos, acompañado de


diferentes

puntos de vista. La voluntad jamás da el menor paso sino para este fin.
Es

el motivo de todas las acciones de todos los hombres, incluso de


aquellos

que van a perderse.

Y, sin embargo, después de tantos años, nadie, jamás, ha llegado sin


la fe a este punto al que todos se dirigen continuamente. Todos se

lamentan: príncipes, súbditos; nobles, plebeyos; viejos, jóvenes; fuertes,

débiles; sabios, ignorantes; sanos, enfermos; en todos los países, en

todos los tiempos, en todas las edades y en toda condición.

Una experiencia tan larga, tan continua y tan uniforme debería

convencernos de nuestra incapacidad de llegar al bien por nuestras

fuerzas, pero el ejemplo nos enseña poco. Jamás es tan perfectamente

semejante que no haya alguna delicada diferencia; y ella nos hace


concebir

la esperanza de que nuestra expectativa no se verá decepcionada en


esta

ocasión como en la otra. Y así como el presente no nos satisface jamás,


la

experiencia nos seduce, y de desgracia en desgracia nos lleva hasta la

muerte, que es su colmo eterno.

¿Qué es, pues, lo que proclama esta avidez y esta impotencia, sino
el

que ha habido antaño en el hombre una verdadera felicidad, de la que


no le

queda ahora sino la señal y la huella vacía y que trata inútilmente de

rellenar con todo lo que le rodea, buscando en las cosas ausentes el

socorro que no obtiene en las presentes, pero que son, sin embargo,

también incapaces, porque la sima infinita no puede llenarse más que


por

un objeto infinito e inmutable, es decir, por Dios mismo?

Sólo Él es su verdadero bien; y desde que lo ha abandonado es cosa


extraña que no haya nada en la naturaleza que haya sido capaz de
ocupar su

puesto: astros, cielo, tierra, elementos, plantas, berzas, puerros,

animales, insectos, terneras, serpientes, fiebres, peste, guerra, hambre,

vicios, adulterio, incesto. Y desde que ha perdido el verdadero bien, todo

puede parecerle igualmente tal, hasta su propia destrucción, aunque tan

contraria a Dios, a la razón y a la naturaleza a la vez.

Los unos lo buscan en la autoridad, los otros en la curiosidad y en

las ciencias, los otros en las voluptuosidades. Otros, que se han


acercado

efectivamente más a él, han considerado que es necesario que el bien

universal, que todos los hombres desean, no esté en ninguna de las


cosas

particulares que no pueden ser poseídas sino por uno solo, y que,
estando

distribuidas, afligen más a su posesor, por la falta de la parte de que

carece, que lo que contentan, por el goce de la que le aportan. Han

comprendido que el verdadero bien deber ser tal que todos puedan
poseerlo

a la vez, sin disminución y sin envidia, y que nadie pueda perderlo


contra

su voluntad. Y su razón es que, siendo este deseo natural al hombre,

puesto que está necesariamente en todos, y no puede no tenerlo,


concluyen

de ello...
430. A PORT-ROYAL. (COMIENZO DESPUÉS DE HABER
EXPLICADO LA

INCOMPRENSIBILIDAD.) -Las grandezas y las miserias del hombre son


de tal

manera visibles, que es absolutamente preciso que la verdadera religión

nos enseñe que hay cierto gran principio de grandeza en el hombre, y


que

hay un gran principio de miseria. Hace falta, pues, que nos dé razón de

estas sorprendentes contrariedades.

Para hacer al hombre feliz hace falta que le muestre que hay un
Dios;

que hay que amarle; que nuestra verdadera felicidad consiste en estar
en

Él, y nuestro único mal es estar separados de Él; que reconozca que

estamos llenos de tinieblas que nos impiden conocerlo y amarlo; y que

obligándonos así nuestros deberes a amar a Dios, y desviándonos de Él

nuestras concupiscencias, estamos llenos de injusticia. Es preciso que

ella nos dé razón de estas oposiciones que oponemos a Dios y a


nuestro

propio bien. Es menester que nos enseñe los remedios para estas

impotencias y los medios de obtener estos remedios. Examínense sobre


este

punto todas las religiones del mundo y véase si hay alguna, fuera de la

cristiana, que satisfaga a él.


¿Serán los filósofos los que nos propongan por todo bien los bienes

que están en nosotros? ¿Está aquí el verdadero bien? ¿Dónde han


encontrado

el remedio a nuestros males? ¿Excusará la presunción del hombre el


haberlo

hecho igual a Dios? Los que nos han igualado con los animales, y los

mahometanos que nos han dado los placeres de la tierra por todo el
bien,

incluso en la eternidad, ¿han aportado algún remedio a nuestras

concupiscencias? ¿Qué religión nos enseñará, pues, a curar el orgullo y


la

concupiscencia? ¿Qué religión, finalmente, nos enseñará nuestro bien,

nuestros deberes, las flaquezas que nos separan de ellas, las causas de

estas flaquezas, los remedios que pueden curarlas y el medio de


obtener

estos remedios?

Ninguna de las demás religiones del mundo lo ha podido. Veamos lo


que

hará la sabiduría de Dios.

«No esperéis, dice, ni verdad ni consolación de los hombres. Yo soy

quien os ha formado y la única que puede enseñaros quién sois. Pero


no os

encontráis ahora en el estado en que yo os he formado. Yo he creado al

hombre santo, inocente, perfecto, le he llenado de luz y de inteligencia;

le he comunicado mi gloria y mis maravillas. El ojo del hombre veía

entonces la majestad de Dios. No estaba entonces en las tinieblas que


le
ciegan, ni en la mortalidad, ni en las miserias que le afligen. Pero no ha

podido sostener tanta gloria sin caer en la presunción. Ha querido


hacerse

centro de sí mismo e independiente de mi ayuda. Se ha sustraído a mi

dominación; e igualándose a mí por el deseo de encontrar su felicidad


en

sí mismo, le he abandonado a sí mismo; y rebelando a las criaturas que


le

estaban sometidas, las he convertido en enemigas suyas: de suerte que


hoy

el hombre se ha hecho semejante a los animales, se halla en tal

alejamiento de mí, que apenas le queda una confusa luz de su autor:


¡hasta

tal punto se han extinguido o alterado todos sus conocimientos! Los

sentidos, independientes de la razón, y con frecuencia dueños de la


razón,

le han arrastrado a la búsqueda de los placeres. Todas las criaturas, o le

afligen, o le tientan y dominan sobre él, lo que constituye una


dominación

más terrible y más imperiosa.

»He aquí el estado en que se hallan hoy los hombres. Les queda
cierto

instinto impotente de felicidad de su primera naturaleza y están sumidos

en las miserias de su ceguera y de su concupiscencia, que han


convertido

en su segunda naturaleza.

»Con este principio que yo os descubro podéis reconocer la causa de


tantas contrariedades que han asombrado a todos los hombres, y que
les han

dividido en tan diversos sentires. Observad ahora todos los movimientos


de

grandeza y de gloria, que el padecimiento de tantas miserias no ha


podido

ahogar, y ved si su causa no debe verse en otra naturaleza.»

A PORT-ROYAL, PARA MAÑANA. (PROSOPOPEYA.) -En vano, ¡oh


hombres!,

buscáis en vosotros mismos el remedio a vuestras miserias. Todas


vuestras

luces no os pueden llevar sino a conocer que no es en vosotros mismos

donde encontraréis la verdad ni el bien. Los filósofos os lo han


prometido

y no han podido cumplirlo. No saben ni cuál es vuestro verdadero bien ni

cuál es vuestro verdadero estado. ¿Cómo hubieran podido dar remedios


para

vuestros males, ellos, que ni tan siquiera los han conocido? Vuestras

principales enfermedades son el orgullo, que os arrebata de Dios, y la

concupiscencia, que os ata a la tierra; no han hecho otra cosa sino

entretener, cuando menos, una de estas enfermedades. Si os han dado


a Dios

por objeto, no ha sido sino para ejercitar vuestra soberbia: os han hecho

pensar que erais semejantes a Él y conformes con Él por vuestra


naturaleza. Y quienes han visto la vanidad de esta pretensión os han

arrojado en otro precipicio, dándoos a entender que vuestra naturaleza


era

semejante a la de los animales, y os han llevado a buscar vuestro bien


en

las concupiscencias, que son lo propio de los animales. No es éste el

medio de curaros de vuestras injusticias, que estos sabios no han

conocido. Sólo yo puedo haceros entender que estáis a...

Adán, Jesucristo.

Si se os une a Dios, es por gracia, no por naturaleza. Si se os

rebaja, es por penitencia, no por naturaleza.

Así, esta doble capacidad...

No os halláis en el estado de vuestra creación.

Estando ya patentes estos dos estados, es imposible que no los

reconozcáis. Seguid vuestros movimientos, observaos a vosotros


mismos, y

ved si no encontráis los caracteres vivientes de estas dos naturalezas.

¿Existirían tantas contradicciones en un sujeto simple?

Incomprensible. Nada de lo que es incomprensible deja por eso de


ser.

El número infinito, un espacio infinito, igual al finito.

Increíble que Dios se una a nosotros. Esta consideración no se

obtiene sino por la visión de nuestra bajeza. Pero si la tenéis muy

sincera, seguidla tan lejos como yo, y reconoced que estamos, en


efecto,

tan abajo, que somos por nosotros mismos incapaces de conocer si su


misericordia no puede hacernos capaces de Él. Porque yo quisiera
saber de

dónde viene este animal que se reconoce tan flaco, tiene derecho a
medir

la misericordia de Dios y ponerle los límites que su fantasía le sugiere.

Sabe tan poco lo que es Dios, que no sabe lo que es él mismo: ¡y

completamente trastornado ante la visión de su propio estado, osa decir

que Dios no puede hacerle capaz de su comunicación! Pero yo quisiera

preguntarle si Dios pide de él otra cosa sino que conociéndole le ame, y

por qué cree que Dios no puede hacerse cognoscible y amable para él,

puesto que es naturalmente capaz de amor y de conocimiento. No hay


duda de

que, por lo menos, conoce que existe, y que ama algo. Por tanto, si ve

algo en las tinieblas en que se halla, y si encuentra algún objeto de amor

entre las cosas de la tierra, ¿por qué, si Dios le da algunos rayos de su

esencia, no será capaz de conocerle y de amarle a la manera que le


plazca

comunicarse a nosotros? Hay, pues, sin duda, una insoportable


presunción

en esta clase de razonamientos, aunque parezcan fundados en una


aparente

humildad, que no es ni sincera ni razonable si no nos hace confesar


que,

no sabiendo por nosotros mismos quiénes somos, no podemos


aprenderlo sino

de Dios.

No quiero decir que sometáis vuestra creencia a mí sin razón, y no


pretendo someteros con tiranía. No pretendo tampoco daros razón de
todo, y

para poner de acuerdo estas contrariedades, pretendo haceros ver

claramente, por pruebas convincentes, señales divinas de mí que os

convenzan de quién soy y me concedan autoridad por maravillas y


pruebas

que no podréis rechazar; y que después creáis sin... las cosas que yo os

enseño, aunque no encontrarais motivo ninguno para rechazarlas, sino


el

que no podáis conocer por vosotros mismos si son o no son.

Dios ha querido rescatar a los hombres y patentizar la salvación a

quienes la buscan. Pero los hombres se han hecho tan indignos de ello,
que

es justo que Dios rechace a algunos, a causa de su endurecimiento, lo


que

concede a los otros por una misericordia que no les es debida. Si


hubiese

querido superar la obstinación de los más endurecidos, no hubiera


podido,

descubriéndose tan manifiestamente a ellos, que no hubieran podido


dudar

de la verdad de su esencia; como aparecerá en el último día, con tal

brillo de rayos y una tal revolución de la naturaleza, que los muertos

resucitarán y los más ciegos le verán.

No es de esta manera como ha querido aparecer en su advenimiento


de
dulzura; porque hay tantos hombres que se hacen indignos de su
clemencia,

ha querido dejarles en la privación de un bien que no quieren. No era,

pues, justo que apareciese de una manera manifiestamente divina y

absolutamente capaz de convencer a todos los hombres; pero tampoco


era

justo que viniera de una manera tan escondida que no pudiera ser

reconocido por quienes le buscaran sencillamente. Ha querido hacerse

perfectamente cognoscible para éstos; y así, queriendo aparecer al

descubierto a quienes le buscan de todo su corazón, y escondido a


todos

los que le huyen de todo su corazón, tempera su conocimiento, de


suerte

que ha dado señales visibles de sí a los que le buscan, y no a los que


no

le buscan. Tiene luz bastante para los que no desean sino verle, y

oscuridad bastante para quienes tienen una disposición contraria.

432. El pirronismo es la verdad; porque, después de todo, los

hombres, antes de Jesucristo, no sabían dónde estaban ni si eran


grandes o

pequeños. Y los que han dicho lo uno o lo otro, no sabían una palabra y

adivinaban sin razón y por azar: incluso erraban siempre al excluir lo


uno
o lo otro.

«Quod ergo ignorantes, quaeritis, religio anuntiat vobis.»

433. DESPUÉS DE HABER ENTENDIDO TODA LA NATURALEZA


DEL HOMBRE. -Para

que una religión sea verdadera hace falta que haya conocido nuestra

naturaleza. Debe haber conocido la grandeza y la pequeñez, y la razón


de

la una y de la otra. ¿Quién sino la cristiana la ha conocido?

434. Las principales fuerzas de los pirronianos -dejo de lado las

menores- son: que no poseemos certidumbre ninguna de la verdad de


estos

principios, fuera de la fe y de la revelación, sino en que los sentimos

naturalmente en nosotros; ahora bien: este sentimiento natural no es


una

prueba convincente de su verdad, puesto que no teniendo certeza, fuera


de

la fe, de si el hombre está creado por un Dios bueno, por un demonio


malo,

o a la aventura, se halla en duda de si estos principios nos están dados


como verdaderos, o como falsos, o como inciertos, según nuestro
origen.

Además que nadie tenga seguridad, fuera de la fe, de si está despierto o

duerme, visto que durante el sueño se cree estar despierto con la misma

firmeza que despierto; se creen ver espacios, figuras, movimientos; se

siente transcurrir el tiempo, se le mide, y, finalmente, se obra igual que

despierto; de suerte que, como la mitad de la vida se pasa durmiendo,


un

estado en que por propia confesión, a pesar de lo que pueda


parecernos, no

tenemos idea ninguna de lo verdadero, siendo entonces ilusiones todos

nuestros sentimientos, ¿quién sabe si esta otra mitad de la vida en que

creemos velar no es otro sueño algo diferente del primero, del que nos

despertamos cuando creemos dormir?

¿Y quién duda de que, si se soñara en compañía, y por casualidad


los

sueños concordaran, cosa bastante ordinaria, y que se velara en


soledad,

no se creerían las cosas invertidas? Finalmente, como muchas veces se

sueña que se sueña, amontonando un sueño sobre otro, la vida misma


no es

sino un sueño, sobre el cual se acumulan los otros y del que nos

despertamos con la muerte, y durante la cual tenemos tan poco los

principios de la verdad y del bien como durante el sueño natural; no

siendo tal vez estos diferentes pensamientos los que nos agitan sino

ilusiones semejantes al fluir del tiempo y a las vanas fantasías de


nuestros sueños.

He aquí las principales fuerzas de uno y otro lado.

Dejo aparte las menores, como los discursos de los pirronianos


contra

la costumbre, la educación, las costumbres de un país, y demás cosas

parecidas, las cuales, a pesar de que arrastran a la mayoría de los

hombres corrientes, que no dogmatizan sino con estos vanos


fundamentos,

caen por tierra ante el menor soplo de los pirronianos. Basta con ver sus

libros, si no se está convencido; muy pronto se llegará a estarlo; tal vez

demasiado pronto.

Me detengo en el único fuerte de los dogmáticos, a saber, que

hablando de buena fe y sinceramente, no puede dudarse de los


principios

naturales.

A lo cual oponen los pirronianos en una sola palabra la incertidumbre

de nuestro origen, que encierra también la de nuestra naturaleza; a lo

cual los dogmáticos están todavía por responder desde que el mundo
existe.

He aquí la guerra abierta entre los hombres, en la cual es preciso

que cada uno tome partido, y se adscriba necesariamente al


dogmatismo o al

pirronismo; porque quien intente permanecer neutral será pirroniano por

excelencia. Esta neutralidad es la esencia de la cábala: quien no está

contra ellos está excelentemente por ellos (en lo cual aparece su

ventaja). No están por ellos mismos; son neutros, indiferentes, están


suspensos ante todo, sin exceptuarse a sí mismos.

¿Qué hará, pues, el hombre en este estado? ¿Dudará de todo?


¿Dudará

de si vela, si se le pincha, si se le quema? ¿Dudará de si duda?


¿Dudará

de si es? No se puede llegar hasta aquí; y establezco el hecho de que

nunca ha habido, efectivamente, ningún perfecto pirroniano. La


naturaleza

sostiene a la razón impotente, y le impide extravagar hasta ese punto.

¿Dirá, pues, por el contrario, que posee ciertamente la verdad, él,

que a poco que se le apure no puede mostrar título ninguno de verdad y


se

ve obligado a abandonar la presa?

¿Qué quimera es, pues, el hombre? ¡Qué novedad, qué monstruo,


qué

caos, qué sujeto de contradicción, qué prodigio! Juez de todas las


cosas,

imbécil gusano, depositario de la verdad, cloaca de incertidumbre y de

error, gloria y excrecencia del universo.

¿Quién desenredará este lío? La naturaleza confunde a los


pirrónicos,

y la razón confunde a los dogmáticos. ¿Qué será, pues, de vosotros,

hombres que buscáis cuál es vuestra verdadera condición por vuestra


razón

natural? No podéis huir de una de estas sectas ni subsistir en ninguna.

Reconoced, pues, soberbios, qué paradoja sois para vosotros


mismos.
Humillaos, razón impotente; callad, naturaleza imbécil: sabed que el

hombre supera infinitamente al hombre y escuchad de vuestro maestro

vuestra verdadera condición, que ignoráis. Escuchad a Dios.

Porque, en fin, si el hombre jamás hubiese estado corrompido,


gozaría

de su inocencia, de la verdad y felicidad con seguridad. Y si el hombre

jamás hubiese estado más que corrompido, no tendría idea ninguna de


la

verdad ni de la beatitud. Pero, desgraciados de nosotros, y más que si


no

tuviésemos grandeza ninguna en nuestra condición, tenemos una idea


de la

felicidad, y no podemos llegar a ella; sentimos una imagen de la verdad


y

no poseemos sino la mentira; incapaces de ignorar absolutamente y de

saber, ciertamente. ¡Tan manifiesto es que hemos estado en un grado


de

perfección del que desgraciadamente hemos caído!

Cosa sorprendente, sin embargo, que el misterio más alejado de

nuestro conocimiento, el de la transmisión del pecado, sea una cosa sin


la

cual no podemos tener conocimiento ninguno de nosotros mismos.


Porque no

hay duda de que nada choca más a nuestra razón que decir que el
pecado del

primer hombre haya hecho culpables a los que, estando tan alejados de
esta
fuente, parecen incapaces de participar de ella. Esta corriente, no

solamente nos parece imposible, sino hasta sumamente injusta; porque


¿qué

hay de más contrario a las reglas de nuestra miserable justicia que

condenar eternamente a un niño incapaz de voluntad por un pecado en


que

parece haber tenido tan poca parte y que fue cometido seis mil años
antes

de que viera el ser? Ciertamente, nada nos repele más fuertemente que
esta

doctrina; y, sin embargo, sin este misterio, el más incomprensible de

todos, somos incomprensibles a nosotros mismos. El nudo de nuestra

condición se anuda en este abismo; de suerte que el hombre es más

inconcebible sin este misterio que lo que este misterio es inconcebible

para el hombre.

De donde parece que Dios, queriendo hacernos ininteligible a


nosotros

mismos la dificultad de nuestro ser, ha escondido su nudo tan en alto, o,

por mejor decir, tan abajo, que seríamos incapaces de llegar a él; de

suerte que no es con las soberbias agitaciones de nuestra razón, sino


con

la simple sumisión de la razón, con lo que verdaderamente podemos

conocernos.

Estos fundamentos sólidamente establecidos sobre la autoridad

inviolable de la religión nos hacen conocer que hay dos verdades de fe


igualmente constantes: una, que el hombre, en el estado de la creación
o

en el de la gracia, está levantado por encima de toda la naturaleza,


hecho

como semejante a Dios y participando de su divinidad; la otra, que en el

estado de corrupción y de pecado, es un ser caído de este estado y


hecho

semejante a los animales.

Estas dos proposiciones son igualmente firmes y ciertas. La escritura

nos lo declara manifiestamente cuando dice en algunos lugares:


«Deliciae

meae esse cum filiis hominum. Effundam spiritum meum super omnen
carnem.

Dii estis», etcétera, y dice en otros lugares: «Omnis caro foedum. Homo

assimilatus est jumentus insipientibus, et similis factu est illis. Dixi

in corde meo de filiis hominum» (Eclesiastés, II).

Por donde se ve claramente que el hombre por la gracia está hecho

como semejante a Dios y partícipe de su divinidad, y que sin la gracia es

como semejante a los brutos.

435. Sin estos divinos conocimientos, ¿qué hubieran podido hacer


los

hombres, sino elevarse en el sentimiento interior que les queda de su


pasada grandeza o hundirse ante la visión de su presente flaqueza?
Porque

no viendo la verdad entera, no han podido llegar a una perfecta virtud.

Los unos por considerar a la naturaleza como incorrupta, los otros como

irreparable, no han podido evitar el orgullo o la pereza, que son las dos

fuentes de todos los vicios, puesto que, si no, no pueden más que

abandonarse por cobardía o erguirse por orgullo. Porque si conocían la

excelencia del hombre, ignoraban la corrupción; de suerte que evitaban

ciertamente la pereza, pero se perdían en la soberbia; y si reconocían la

flaqueza de la naturaleza, ignoraban su dignidad: de suerte que podían

evitar la vanidad, pero precipitándose en la desesperación. De aquí


vienen

las diversas sectas de los estoicos y de los epicúreos, de los dogmáticos

y de los académicos, etc.

Sólo la religión cristiana ha podido curar estos dos vicios, no

expulsando el uno por el otro, por la sabiduría de la tierra, sino

expulsando el uno y el otro por la simplicidad del Evangelio. Porque

enseña a los justos, que eleva hasta la participación de la divinidad

misma, que en este sublime estado llevan todavía la fuente de toda la

corrupción, que durante toda la vida les hace aptos al error, a la

miseria, a la muerte, al pecado; y predica a los impíos que son capaces


de

la gracia de su Redentor. Así, haciendo temblar a los que justifica, y

consolando a los que condena, tempera con tanta exactitud el temor con
la
esperanza, por esta doble capacidad, común a todos, de la gracia y del

pecado, que rebaja infinitamente más que lo puede hacer la sola razón,

pero sin desesperación; y eleva infinitamente el orgullo de la naturaleza,

pero sin hinchazón: haciendo ver con ello que, siendo la única que está

exenta de error y de vicio, sólo a ella incumbe instruir y corregir a los

hombres.

¿Quién puede negarse, pues, a creer y a adorar estas luces

celestiales? Pues ¿no es más claro que el día que sentimos en nosotros

mismos caracteres indelebles de excelencia? ¿Y no es igualmente


verdadero

que experimentamos en todo momento los efectos de nuestra


deplorable

condición? ¿Qué es, pues, lo que proclama este caos y esta confusión

monstruosa, sino la verdad de estos dos estados, con una voz tan
potente

que es imposible resistir?

442. La verdadera naturaleza del hombre, su verdadero bien, la

verdadera virtud y la verdadera religión son cosas cuyo conocimiento es

inseparable.
445. El pecado original es locura para los hombres, pero se le

presenta como tal. Por consiguiente, no debéis reprocharme la falta de

razón de esa doctrina, puesto que yo la presento como siendo sin razón.

Pero esta locura es más sabia que toda la sabiduría de los hombres,

«sapientius est hominibus». Porque sin esto, ¿qué se dirá que es el

hombre? Todo su estado depende de este punto imperceptible. ¿Y


cómo se

apercibió de él por su razón, puesto que es una cosa contra la razón, y

que su razón, lejos de inventarla por sus vías, se aleja de ellas cuando

se le presenta?

455. El «yo» es odioso: -Vos, Milton, lo encubrís, pero no por esto

lo elimináis; sois, pues, siempre odioso. -No, porque al proceder, como

procedemos, cortésmente con todo el mundo, no hay motivo para


odiarnos.

-Esto sería verdad si en el «yo» no se odiara más que el disgusto que


nos

produce. Pero si lo odio porque es injusto, porque se erige en centro de

todo, lo odiaré siempre.

En una palabra, el «yo» tiene dos cualidades: es injusto en sí, por

hacerse centro de todo; es incómodo para los demás, porque quiere

someterlos; porque cada «yo» es el enemigo y quisiera ser el tirano de

todos los demás. Vos elimináis la incomodidad, pero no la injusticia; y


así no lo hacéis amable a quienes odian su injusticia: no lo hacéis
amable

sino para los injustos que no encuentran en él su enemigo, y


permanecéis

así injusto y no podéis agradar sino a los injustos.

458. Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, o

concupiscencia de los ojos, o bien orgullo de la vida: «libido sentiendi,

libido sciendi, libido dominandi». ¡Desgraciada la tierra de maldición que

estos tres ríos de fuego abrasan más que riegan! Bienaventurados los
que

estando sobre estos ríos no sumergidos, no arrastrados, sino inmóviles,

sino firmes; no de pie, sino sentados en un asiento bajo y seguro del


que

no se levantan antes de la luz, sino después de haber reposado en paz,

tienden la mano a quien tiene que levantarles para mantenerles en pie y

firmes en los porches de la santa Jerusalén, donde el orgullo no podrá


ya

combatirles y derribarles; y que, sin embargo, lloran, ¡no de ver que

pasan todas las cosas perecederas que los torrentes arrastran, sino al

recuerdo de su querida patria, de la Jerusalén celestial, de la que se

acuerdan sin cesar en la longitud de su destierro!


460. «Concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos,

orgullo», etc. Hay tres órdenes de cosas: la carne, el espíritu, la

voluntad. Los carnales son los ricos, los reyes: tienen por objeto el

cuerpo. Los curiosos y los doctos tienen por objeto el espíritu. Los

sabios tienen por objeto la justicia.

Dios debe reinar sobre todo y todo debe referirse a él. En las cosas

de la carne reina propiamente la concupiscencia; en las espirituales,

propiamente la curiosidad; en la sabiduría, propiamente el orgullo. No es

que no se pueda gloriarse de los bienes o de los conocimientos, pero no


es

lugar del orgullo; porque, concediendo a un hombre que es docto, no se

dejará de convencerle que se equivoca siendo soberbio. El lugar propio


de

la soberbia es la sabiduría: porque no se puede conceder a un hombre


que

se ha hecho sabio y se equivoca al gloriarse; porque esto es de justicia.

Así, sólo Dios da la sabiduría; y es por lo cual «qui gloriatur, in Domino

glorietur».

461. Las tres concupiscencias han constituido tres sectas, y los

filósofos no han hecho sino seguir a una de las tres concupiscencias.


463. (CONTRA LOS FILÓSOFOS QUE TIENEN A DIOS SIN
JESUCRISTO.)

FILÓSOFOS. -Creen que sólo Dios es digno de ser amado y de ser

admirado y han deseado ser amados y admirados por los hombres; no


conocen

su corrupción. Si se sienten llenos de sentimientos para amarle y


adorarle

y si encuentran en ello su principal goce, si se estiman como buenos, en

hora buena. Pero si se encuentran repugnantes, si no tienen más

inclinación que la de quererse colocar en la estima de los hombres, y


que

por toda perfección lo único que hacen es que, sin forzar a los hombres,

les hagan encontrar la felicidad y amarles, diré que esta percepción es

horrible. ¡Cómo! Han conocido a Dios y no han deseado únicamente que


los

hombres le amaran, sino que los hombres se detuvieran en ellos; han

querido ser el objeto de la felicidad voluntaria de los hombres.


464. FILÓSOFOS. -Estamos llenos de cosas que nos arrojan al
exterior.

Nuestro instinto nos hace sentir que hay que buscar nuestra felicidad

fuera de nosotros. Nuestras pasiones nos empujan hacia fuera, incluso


si

no se ofrecieran objetos para excitarlas. Los objetos de fuera nos tientan

por sí mismos y nos llaman, aun cuando no pensemos en ellos. Y así los

filósofos podrán decir: «Recogeos en vosotros mismos, ahí encontraréis

vuestro bien.» No se les cree; y los que creen en ellos son los más
vacíos

y los más estúpidos.

468. Ninguna otra religión ha propuesto odiarse. Ninguna otra

religión puede agradar, pues, a quienes se odian y buscan un ser

verdaderamente amable. Y éstos, aunque jamás hubieran oído hablar


de la

religión de un Dios humillado, la abrazarían incontinenti.

470. «Si hubiera visto un milagro, dicen, me convertiría.» ¿Cómo

aseguran que harían lo que ignoran? Se imaginan que esta conversión

consiste en una adoración que se hace de Dios como un comercio y una


conversión tal como ellos se la figuran. La conversión verdadera
consiste

en aniquilarse ante este Ser universal al que tantas veces se ha irritado

y que legítimamente puede perderos en todo instante; en reconocer que


no

se puede nada sin Él y que no se ha merecido de Él sino la desgracia.

Consiste en conocer que hay una invencible oposición entre Dios y

nosotros, y que sin un mediador no puede haber comercio con él.

475. Si los pies y las manos tuvieran una voluntad particular, jamás

estarían en orden, sino sometiendo esta voluntad particular a la voluntad

primera que gobierna al cuerpo entero. Fuera de ello están en desorden


y

en desgracia; pero al no querer sino el bien del cuerpo realizan su


propio

bien.

477. Es falso que seamos dignos de que los demás nos amen; es
injusto

que lo queramos. Si naciéramos razonables e indiferentes y


conociéndonos a

nosotros y a los demás, no imprimiríamos esta inclinación a nuestra


voluntad. Nacemos, sin embargo, con ella; nacemos, pues, injustos,
porque

todo tiende a sí. Esto va contra todo orden: hay que tender a lo general;

y la inclinación hacia sí mismo es el comienzo de todo desorden, en

guerra, en política, en economía, en el cuerpo particular del hombre. La

voluntad está, pues, depravada.

Si los miembros de las comunidades naturales y civiles tienden al

bien del cuerpo, las comunidades mismas deben tender a otro cuerpo
más

general del cual son miembros. Hay que tender, pues, a lo general.

Nacemos, pues, injustos y depravados.

479. Si hay un Dios, no hay que amarle sino a Él, y no a las

criaturas pasajeras. El razonamiento de los impíos en la «Sabiduría» no

está fundado sino en que no hay Dios. «Esto supuesto, dicen, gocemos,

pues, de las criaturas.» Es el peor de los casos. Pero si hubiese un Dios

a quien amar, no hubieran concluido esto, sino más bien lo contrario. Y


es

la conclusión de los sabios: «Hay un Dios: no gocemos, pues, de las

criaturas.»

Por consiguiente, todo lo que nos incita a apegarnos a las criaturas

es malo, porque esto nos impide servir a Dios, si le conocemos, o


buscarle
si le ignoramos. Ahora bien: estamos llenos de concupiscencia; por
tanto,

estamos llenos de mal; por tanto, debemos odiarnos a nosotros mismos


ya

todo lo que nos incita a otros vínculos distintos del solo Dios.

481. Los ejemplos de las muertes generosas de lacedemonios y de


otros

no nos conmueven. Porque ¿qué es lo que esto nos trae? Pero el


ejemplo de

la muerte de los mártires nos conmueve; porque son «nuestros


miembros».

Tenemos un vínculo común con ellos: su resolución puede formar la


nuestra;

no solamente por el ejemplo, sino porque tal vez ha merecido la nuestra.

Nada de esto existe en los ejemplos de los paganos: no tenemos


conexión

con ellos, como tampoco se hace uno rico por ver que lo es un extraño,

sino al ver que lo son su padre o su marido.

483. Ser miembro es no tener vida, ser y movimiento más que por el

espíritu del cuerpo y para el cuerpo.


El miembro separado, al no ver ya el cuerpo a que pertenece, no
tiene

sino un ser perecedero y moribundo. Sin embargo, cree ser un todo, y


no

viendo cuerpo de que dependa, cree no depender sino de sí, y quiere

hacerse a su vez centro y cuerpo. Pero no teniendo en sí principio de

vida, no hace sino perderse, y se asombra de la incertidumbre de su ser,

sintiendo ciertamente que no es cuerpo, y no viendo, sin embargo, que


sea

miembro de un cuerpo. Finalmente, cuando llega a conocerse, está


como

vuelto al hogar, y no se ama ya sino por el cuerpo. Lamenta sus desvíos

pasados.

Por su naturaleza no podría amar otra cosa sino para sí mismo y


para

someterla, porque cada cosa se ama más que todo. Pero amando al
cuerpo se

ama a sí mismo, porque no tiene ser sino en él, por él y para él: «qui

adhaeret Deo unus spiritus est».

El cuerpo ama a la mano; la mano, si tuviera una voluntad, debiera

amarse de la misma manera que ama el alma. Todo amor que va más
allá es

injusto.

«Adhaerens Deo unus spiritus est.» Uno se ama a sí mismo, porque


se

es miembro de Jesucristo. Se ama a Jesucristo porque es el cuerpo de


que
se es miembro. Todo es uno: el uno está en el otro, como las tres

Personas.

491. La verdadera religión debe tener como nota obligar a amar a su

Dios. Esto es muy justo, y sin embargo, ninguna lo ha ordenado; la


nuestra

lo ha hecho. Tiene que haber conocido también la concupiscencia y la

impotencia; la nuestra lo ha hecho. Debe haber traído remedios para


ellas;

uno es la oración. Ninguna religión ha pedido a Dios amarle y seguirle.

497. CONTRA LOS QUE CONFIANDO EN LA MISERICORDIA DE


DIOS PERMANECEN

EN ABANDONO, SIN HACER BUENAS OBRAS. -Como las dos fuentes


de nuestros

pecados son el orgullo y la pereza, Dios nos ha descubierto dos


cualidades

en Él para curarlas: su misericordia y su justicia. Lo propio de la

justicia es derribar el orgullo, por santas que sean las obras, «et non

intres in judicium», etc.; y lo propio de la misericordia es combatir la

pereza exhortando a las buenas obras, según este pasaje: «La


misericordia
de Dios invita a la penitencia», y este otro de los ninivitas: «Hagamos

penitencia, para ver si por ventura se apiadará de nosotros.» Y así tan

lejos está la misericordia de autorizar el relajamiento, que, por el

contrario, es la cualidad que le combate formalmente; de suerte que, en

lugar de decir: «Si no hubiese misericordia en Dios, haría falta realizar

toda clase de esfuerzos por la virtud», hay que decir, por el contrario,

que porque hay misericordia en Dios, hay que realizar toda suerte de

esfuerzos.

498. Es verdad que es penoso entrar en la piedad. Pero esta pena no

procede de la piedad que comienza a existir en nosotros, sino de la

impiedad que todavía queda. Si nuestros sentidos no se opusieran a la

penitencia, y si nuestra corrupción no se opusiera a la pureza de Dios,


no

habría en esto nada penoso para nosotros. No sufrimos sino en la


medida en

que el vicio, que nos es natural, resiste a la gracia sobrenatural;

nuestro corazón se siente desgarrado entre esfuerzos contrarios; pero

sería muy injusto achacar esta violencia a Dios, que nos atrae, en lugar

de atribuirla al mundo, que nos repele. Es como un niño a quien su


madre

arranca de los brazos de los ladrones, que debe amar en la pena que
padece
la violencia amorosa y legítima de aquella que le procura libertad, y no

detestar sino la violencia impetuosa y tiránica de los que le retienen

injustamente. La guerra más cruel que Dios puede hacer a los hombres
en

esta vida es dejarles sin esta guerra que ha venido a traer. «He venido a

traer la guerra», dice; y para instruirle en esta guerra: «He venido a

traer el hierro y el fuego.» Antes de él el mundo vivía en esta falsa paz.

499. OBRAS EXTERIORES. -Nada hay tan peligroso como lo que


agrada a

Dios y a los hombres; porque los estados que agradan a Dios y a los

hombres tienen una cosa que agrada a Dios y otra que agrada a los
hombres;

como la grandeza de Santa Teresa: lo que agrada a Dios es su profunda

humildad en sus revelaciones; lo que agrada a los hombres son sus


luces. Y

así se matan por imitar sus discursos, creyendo que imitan su estado; y
no

por amar lo que Dios ama, y por colocarse en el estado que Dios ama.

Vale más no ayunar y ser por ello humillado, que ayunar y


complacerse

en ello. Fariseo, publicano.

¿De qué me serviría acordarme de ello, si esto puede igualmente


servirme y perjudicarme, y si todo depende de la bendición de Dios, que
no

la da sino a las cosas hechas por él, y según sus reglas y en sus
caminos,

siendo así la manera tan importante como la cosa, y tal vez más

importante, puesto que Dios puede del mal sacar el bien, y sin Dios se

saca del bien el mal?

502. Abrahán no tomó nada para sí, sino solamente para sus

servidores; así, el justo no toma nada para sí del mundo, ni de los

aplausos del mundo; sino solamente para sus pasiones, de las que se
sirve

como señor, diciendo a una: vete y ven. «Sub te erit appetitus tuo.» Sus

pasiones, dominadas así, son sus virtudes: la avaricia, la envidia, la

cólera, Dios mismo se las atribuye, y son tan virtudes como la


clemencia,

la piedad, la constancia, que son también pasiones. Hay que servirse de

ellas como de esclavos, y dejándoles su alimento, impedir que el alma


se

nutra de ellas; porque cuando las pasiones son dueñas, son vicios, y

entonces dan al alma su alimento, y el alma se nutre de ellas y se

envenena con ellas.


519. Juan, VIII: Multi crediderunt in eum. Dicebat ergo Jesús: «Si

manseritis... vere mei discipulis eritis, et veritas liberabit vos.»

Responderunt: «Semen Abrahae sumus, et nemini servimus unquam.»


Hay mucha

diferencia entre los discípulos y los «verdaderos» discípulos. Se les

reconoce diciéndoles que la verdad les hará libres: porque si responden

que son libres y que en ellos está el salir de la esclavitud del diablo,

son ciertamente discípulos, pero no verdaderos discípulos.

520. La ley no ha destruido la naturaleza; pero la ha instruido; la

gracia no ha destruido la ley; pero hace cumplirla. La fe recibida en el

bautismo es la fuente de toda la vida de los cristianos y de los

conversos.

521. La gracia estará siempre en el mundo -y también la naturaleza-,

de suerte que, en cierta manera, es natural. Y así habrá siempre

pelagianos, y siempre católicos, y siempre combate; porque el primer

nacimiento produce a los unos, y la gracia del segundo nacimiento


produce

a los otros.
523. Toda la fe consiste en Jesucristo y en Adán; y toda la moral, en

la concupiscencia y en la gracia.

525. Los filósofos no prescribían sentimientos proporcionados a los

dos estados.

Inspiraban movimiento de grandeza pura, y no es el estado del


hombre.

Inspiraban movimientos de bajeza pura, y no es el estado del


hombre.

Hacen falta movimientos de bajeza, no de naturaleza, sino de

penitencia; no para permanecer en ellos, sino para marchar hacia la

grandeza. Hacen falta movimientos de grandeza, no de méritos, sino de

gracia, y después de haber pasado por la bajeza.

527. El conocimiento de Dios sin el de su miseria hace el orgullo. El

conocimiento de su miseria sin el de Dios constituye el punto medio,

porque encontramos en Él a Dios y a nuestra miseria.


534. No hay más que dos clases de hombres: los unos justos, y que
se

creen pecadores; los otros pecadores, que se creen justos.

537. El cristianismo es extraño. Ordena al hombre reconocer que es

vil y hasta abominable, y le ordena querer ser semejante a Dios. Sin tal

contrapeso, esta elevación le haría horriblemente vano, o este

rebajamiento le haría terriblemente abyecto.

539. ¿Qué diferencia hay entre un soldado y un cartujo en cuanto a


la

obediencia? Porque son igualmente obedientes y dependientes y en

ejercicios igualmente penosos. Pero el soldado espera siempre llegar a


ser

señor, y no llega a serlo jamás, porque hasta los capitanes y príncipes

son siempre esclavos y dependientes; pero lo espera siempre, y trabaja


por

lograrlo; mientras que el cartujo hace voto de no ser nunca más que

dependiente. Así, no difieren en la esclavitud perpetua, que ambos


poseen
siempre, sino en la esperanza, que el uno tiene siempre y el otro jamás.

543. PREFACIO. -Las pruebas metafísicas de Dios están alejadas


del

razonamiento de los hombres y son tan embrolladas que impresionan


poco. Y

aun cuando ello sirviera para algunos, no serviría sino en el instante de

la demostración, pero una hora después tienen miedo de haberse


equivocado.

«Quod curiositate cognoverunt superbia amiserunt.»

Es lo que produce el conocimiento de Dios que se obtiene sin

Jesucristo, que consiste en comunicar sin mediador con el Dios que se


ha

conocido sin mediador. Al paso que los que han conocido a Dios por

mediador, conocen su miseria.

545. Jesucristo no hace más que enseñar a los hombres que se


amen a

sí mismos, que eran esclavos, ciegos, enfermos, desgraciados y


pecadores;

que hacía falta que Él les liberara, iluminara, beatificara y curara; que

esto se realizaría odiándose a sí mismos, y siguiéndole por la miseria y


la muerte en la cruz.

547. No conocemos a Dios sino por Jesucristo. Sin este mediador


queda

suprimida toda comunicación con Dios; por Jesucristo conocemos a


Dios.

Todos los que han pretendido conocer a Dios y probarle sin Jesucristo
no

tenían sino pruebas incapaces. Pero para probar a Jesucristo tenemos


las

profecías, que son pruebas sólidas y palpables. Y estas profecías, como


se

han cumplido y se ha comprobado que eran verdaderas por lo que ha

sucedido, denotan la certidumbre de estas verdades y al mismo tiempo


la

prueba de la divinidad de Jesucristo. En Él y por Él conocemos, pues, a

Dios. Fuera de Él y sin la Escritura, sin el pecado original, sin mediador

necesario, prometido y llegado, no se puede probar absolutamente a


Dios,

ni enseñar buena doctrina ni buena moral. Pero por Jesucristo y en

Jesucristo se prueba a Dios, y se enseña la moral y la doctrina.

Jesucristo es, pues, el verdadero Dios de los hombres.

Pero conocemos al mismo tiempo nuestra miseria porque este Dios


no es

otra cosa que el reparador de nuestra miseria. Así, no podemos conocer


bien a Dios sino conociendo nuestras iniquidades. Por esto los que han

conocido a Dios sin conocer su miseria no le han glorificado, sino que


con

ello se han glorificado. «Quia..., non cognovit per sapientiam..., placuit

Deo per stultitiam praedicationis salvos facerem.»

548. No solamente no conocemos a Dios sino por Jesucristo, sino


que

tampoco nos conocemos a nosotros mismos sino por Jesucristo. No


conocemos

la vida, la muerte, sino por Jesucristo. Fuera de Jesucristo, no sabemos

lo que es ni nuestra vida, ni nuestra muerte, ni Dios, ni nosotros mismos.

Así, sin la Escritura, que no tiene por objeto más que Jesucristo, no

conocemos nada y no vemos nada más que oscuridad y confusión en la

naturaleza de Dios y en la propia naturaleza.

553. MISTERIO DE JESÚS. -Jesús sufre en su pasión los tormentos


que

le infligen los hombres; pero en la agonía sufre los tormentos que se da


a

sí mismo: «turbare semetipsum». Es un suplicio de una mano no


humana, sino
omnipotente, porque hay que ser omnipotente para soportarlo.

Jesús busca algún consuelo por lo menos en esos tres amigos, los
más

queridos, y duermen; les ruega que se sostengan un poco con él, y le


dejan

con una completa negligencia, y tan poca compasión, que no fue capaz
de

impedirles dormir ni un solo momento. Y así, Jesús quedó solo,


abandonado

a la cólera de Dios.

Jesús está en la tierra solo, sin nadie, no solamente que sienta y

comparta su pena, pero ni tan siquiera que la conozca: sólo el cielo y Él

tienen este conocimiento.

Jesús está en un jardín, no de delicias como el primer Adán, en que

se perdió todo el género humano, sino en un jardín de suplicio, donde se

salvó Él y todo el género humano.

Sufre esta pena y este abandono en el horror de la noche.

Se me figura que Jesús no se ha quejado más que esta única vez;


pero

entonces se quejó como si no hubiera podido contener su excesivo


dolor:

«Mi alma está triste hasta la muerte.»

Jesús busca compañía y alivio por parte de los hombres. Creo que
esto

es algo único en toda su vida. Pero no lo encuentra, porque sus


discípulos

duermen.
Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo: no hay que dormir

durante este tiempo.

En medio de este abandono universal y de sus amigos elegidos para

velar con Él, Jesús, al encontrarles dormidos, se enfada a causa del

peligro a que se exponen, no Él, sino ellos mismos, y les amonesta


acerca

de su salvación propia y de su bien con una ternura cordial por ellos

durante su ingratitud, y les advierte que el espíritu está pronto, y la

carne es flaca.

Jesús, al encontrarles todavía durmiendo, sin que ni su consideración

ni la de ellos les hayan contenido, tiene la bondad de no despertarles, y

les deja en su reposo.

Jesús ora en plena incertidumbre acerca de la voluntad del Padre, y

teme la muerte; pero, al conocerla, se adelanta a ofrecerse a ella:

«eamus. Processit» (Juan).

Jesús ha rogado a los hombres y no fue escuchado.

Mientras sus discípulos dormían, Jesús ha operado su salvación. La


ha

operado a cada uno de los justos mientras dormían, y en la nada antes


de

su nacimiento, y en los pecados después de su nacimiento.

No ruega sino una sola vez que el cáliz pase, y todavía con sumisión,

y dos veces que venga si hace falta.

Jesús apesadumbrado.

Jesús, viendo a todos sus amigos dormidos, y a todos sus enemigos


vigilando, se entrega por entero a su Padre.

Jesús no ve en Judas su enemistad, sino la orden de Dios, que es a

quien ama; y lo confiesa, puesto que le llama amigo.

Jesús se arranca desgarradoramente de sus discípulos para entrar


en

la agonía; hay que arrancarse de los más próximos y de los más íntimos

para imitarle.

Puesto que Jesús está en la agonía y en medio de los más grandes

sufrimientos, oremos más largamente.

Imploramos la misericordia de Dios, no para que nos deje en paz en

nuestros vicios, sino para que nos libere de ellos.

Si Dios nos diese por su propia mano maestros, ¡oh, cómo habría
que

obedecerles de todo corazón! La necesidad y los acontecimientos lo son

infaliblemente.

«-Consuélate, tú no me buscarías si no te hubieras encontrado

conmigo.

»Yo pensaba en ti en mi agonía, he derramado por ti tales gotas de

sangre.

»Es tentarme a mí más que probarte a ti el pensar si tú harías bien

tal o cual cosa ausente: yo la haré en ti cuando llegue.

»Déjate conducir por mis reglas; mira cómo he conducido a la Virgen


y

a los santos que me han dejado obrar en ellos.

»Al Padre le complace todo lo que yo hago.


»¿Pretendes que ello me cueste siempre sangre de mi humanidad
sin que

tú des lágrimas?

»Tu conversión es cosa mía; no temas, y ruega con confianza como


por

mí.

»Yo te estoy presente con mi palabra en la Escritura, por mi espíritu

en la Iglesia, y por las inspiraciones, por mi poder en los sacerdotes,

por mi oración en los fieles.

»Los médicos no te curarán, porque, por fin, morirás; pero soy yo

quien cura y hace que el cuerpo sea inmortal.

»Sufre las cadenas y la esclavitud corporales; yo no te libero

actualmente sino de la espiritual.

»Te soy más amigo que tal o cual; porque he hecho por ti más que

ellos y no te aguantarían lo que yo te he aguantado, y no morirían por ti

en el tiempo de tus infidelidades y crueldades, como yo lo he hecho y

estoy dispuesto a hacerlo en mis elegidos y en la Sagrada Eucaristía.

»Si conocieras tus pecados, te descorazonarías.

»-Me descorazonaré, pues, Señor, porque creo en su malicia por

vuestra palabra.

»-No, porque yo, que te lo he enseñado, puedo curarte de ellos, y el

que te lo diga es señal de que te lo quiere curar. A medida que los

espíes, los conocerás y te será dicho: «Mira los pecados que te son

remitidos.» Haz, pues, penitencia por tus pecados ocultos y por la oculta

malicia de los que tú conoces.


»-Señor, os doy todo.

»-Yo te amo más ardientemente que lo que tú has amado tus


mancillas,

«ut immundus pro luto».

»Sea la gloria para mí, y no para ti, gusano y tierra.

»Interroga a tu director cuando mis propias palabras sean para ti

ocasión de mal o de vanidad y curiosidad.»

Veo mi abismo de orgullo, de curiosidad, de concupiscencia. No


guardo

relación ninguna con Dios ni con Jesucristo justo. Pero ha sido hecho

pecado por mí; todas vuestras plagas han caído sobre él. Es más
abominable

que yo, y lejos de aborrecerle, se considera honrado con que vaya a él y

le ayude.

Pero se ha curado a sí mismo, y con mayor razón me curará.

Hay que añadir mis llagas a las suyas, y unirme a él, y me salvará

salvándose. Pero no hay que añadir nuevas plagas en el futuro.

«Eritis sicut dii scientes bonum et malum.» Todo el mundo hace de

Dios al juzgar: «esto es bueno o malo»; y afligiéndose o alegrándose

demasiado de las cosas que suceden.

Hacer las cosas pequeñas como si fueran grandes, a causa de la

majestad de Jesucristo, que las hace en nosotros, y que vive nuestra


vida;

y las grandes como si fueran pequeñas y fáciles, a causa de su

omnipotencia.
554. Me parece que Jesucristo, después de su resurrección, no se
deja

tocar más que las llagas: «Noli me tangere.» Es preciso no unirnos sino
a

sus sufrimientos.

Se nos ha dado en comunión como mortal en la Cena, como


resucitado a

los discípulos de Emaús, como subido al cielo a toda la Iglesia.

Pensamientos

Pascal, Blaise
Pensamientos - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Pensamientos

Pascal, Blaise

Sección VIII

589. QUE LA RELIGIÓN CRISTIANA NO ES ÚNICA. -Tan lejos se


está de que

sea ésta una razón que haga creer que no es la verdadera, que, por el

contrario, es lo que hace ver que lo es.

590. Para las religiones hay que ser sincero: verdaderos paganos,

verdaderos judíos, verdaderos cristianos.

592. FALSEDAD DE LAS DEMÁS RELIGIONES. -No tienen testigos,


éstos los
tienen. Dios desafía a las demás religiones a que produzcan tales
señales:

Isaías, XLIII, 9; XLIV, 8.

593. HISTORIA DE CHINA. -No creo más historias que aquellas


cuyos

testigos se dejarían estrangular.

(¿Quién es más creíble de los dos: Moisés, o China?)

No se trata de ver esto en líneas generales. Os digo que hay aquí

para obcecar y para iluminar.

Con esta sola frase echo por tierra todos vuestros razonamientos.

«Pero China oscurece», decís; y yo respondo: «China oscurece, pero


hay una

claridad que encontrar; buscadla.»

Así, todo lo que decís viene en pro de lo uno, y nada contra lo otro.

Así, esto sirve y no perjudica.

Es menester, pues, ver esto en detalle; hay que colocar las cartas

sobre el tapete.

598. No quiero que se juzgue de Mahoma por lo que hay en él de


oscuro
y que puede hacerse pasar por un sentido misterioso, sino por lo que
hay

de claro, por su paraíso y por lo demás. Es en esto en lo que es ridículo,

y por esto es por lo que no es justo tomar sus oscuridades por misterios,

dado que sus claridades son ridículas. No acontece lo mismo con la

Escritura. Admito que haya oscuridades tan extravagantes como las de

Mahoma; pero hay claridades admirables y profecías manifiestas y

realizadas. El juego no es, pues, igual. No hay que confundir ni igualar

las cosas que no se asemejan más que en la oscuridad y no por la


claridad

única que merece el que se reverencien las oscuridades.

599. DIFERENCIA ENTRE JESUCRISTO Y MAHOMA. -Mahoma no


predice;

Jesucristo predice. Mahoma matando; Jesucristo haciendo matar a los


suyos.

Mahoma prohibiendo leer; los apóstoles ordenando leer. Finalmente,


son

cosas tan contrarias, que si Mahoma ha elegido el camino de triunfar

humanamente, Jesucristo ha tomado el de perecer humanamente. Y


que, en

lugar de concluir que, puesto que Mahoma ha triunfado, Jesucristo pudo

también haber triunfado, es menester decir que, puesto que Mahoma ha

triunfado, Jesucristo tenía que perecer.


601. FUNDAMENTO DE NUESTRA FE. -La religión pagana carece
hoy de

fundamentos. Se dice que antaño los tuvo, por los oráculos que
hablaron.

Pero ¿cuáles son los libros que nos lo aseguran? ¿Son tan dignos de fe
por

la virtud de sus autores? ¿Están conservados con tanto cuidado que


podamos

estar seguros de que no se hallan corrompidos?

La religión mahometana tiene por fundamento el Corán y Mahoma.


Pero

este profeta, que debía ser la última esperanza del mundo, ¿ha sido

predicho? ¿Y qué notas tiene que no las tuviera también cualquier


hombre

que quisiera llamarse profeta? ¿Qué milagros dice haber hecho? ¿Qué

misterios ha enseñado, según su tradición misma? ¿Qué moral y qué

felicidad?

La religión judía debe ser considerada diferentemente en la tradición

de los libros santos y en la tradición del pueblo. La moral y la felicidad

de aquélla son ridículas en la tradición del pueblo, pero es admirable en

la de sus santos (y en toda religión acontece lo propio, porque la

cristiana es muy diferente en los libros santos y en los casuistas). Su

fundamento es admirable: es el más antiguo libro del mundo y el más


auténtico; y mientras Mahoma, para que subsista el suyo, ha prohibido
su

lectura, Moisés, para hacer subsistir el suyo, ha ordenado que todo el

mundo lo lea.

Nuestra religión es tan divina, que cualquiera otra religión divina

no tiene de divina más que el fundamento.

602. ORDEN. -Ver lo que hay de claro y de indudable en todo el


estado

de los judíos.

La religión judía es totalmente divina en su autoridad, en su

duración, en su perpetuidad, en su moral, en su doctrina, en sus efectos.

607. Quien juzgue de la religión de los judíos por los groseros, la

conocerá mal. Es visible en los libros santos y en la tradición de los

profetas que han dado bien claramente a entender que no interpretaban


la

ley a la letra. Así, nuestra religión es divina en el Evangelio, en los

apóstoles y en la tradición, pero es ridícula en quienes la tratan mal.

El Mesías, según los judíos carnales, tiene que ser un gran príncipe

temporal. Jesucristo, según los cristianos carnales, ha venido a


dispensarnos de amar a Dios, y a darnos sacramentos que lo hagan
todo sin

nosotros. Ni lo uno ni lo otro son la religión cristiana ni la judía. Los

verdaderos judíos y los verdaderos cristianos han esperado siempre en


un

Mesías que les hará amar a Dios, y por este amor triunfar de sus
enemigos.

608. Los judíos carnales son el término medio entre los cristianos y

los paganos. Los paganos no conocen a Dios, y no aman sino la tierra.


Los

judíos conocen el verdadero Dios, y no aman sino la tierra. Los


cristianos

conocen el verdadero Dios, y no aman la tierra. Los judíos y los paganos

aman los mismos bienes. Los judíos y los cristianos conocen el mismo
Dios.

Los judíos eran de dos clases: los unos no tenían sino afecciones
paganas;

los otros tenían afecciones cristianas.

610. PARA MOSTRAR QUE LOS VERDADEROS JUDÍOS Y LOS


VERDADEROS
CRISTIANOS NO TIENEN SINO UNA MISMA RELIGIÓN. -La religión
de los judíos

parecería consistir esencialmente en la paternidad de Abrahán, en la

circuncisión, en los sacrificios, en las ceremonias, en el arca, en el

templo, en Jerusalén; finalmente, en la ley y en la alianza de Moisés.

Yo digo que no consistía en ninguna de estas cosas, sino solamente


en

el amor de Dios y que Dios reprobaba todas las demás cosas.

Que Dios no aceptaba la posteridad de Abrahán.

Que los judíos serán castigados por Dios como los extranjeros, si le

ofenden. Deuteronomio, VIII, 19: «Si olvidáis a Dios y seguís a los


dioses

extranjeros, os predigo que pereceréis de la misma manera que las


naciones

que Dios ha exterminado delante de vosotros.»

Que los extranjeros serán recibidos por Dios como los judíos, si le

aman. Isaías, LVI, 3: «Que no diga el extranjero: «El Señor no me

recibirá.» Los extranjeros que se vinculen a Dios será para servirle y

amarle; yo les llevaré a mi montaña santa, y recibiré de ellos

sacrificios, porque mi casa es casa de oración.»

Que los verdaderos judíos no atribuían su mérito a Abrahán, sino a

Dios. Isaías, LXII, 16: «Vos sois verdaderamente nuestro padre, y


Abrahán

no nos ha conocido, e Israel no ha tenido conocimiento de nosotros;


sino

que sois vos quien es nuestro padre y nuestro redentor.»


Moisés mismo les dijo que Dios no haría acepción de personas.

Deuteronomio, X, 17: «Dios -dice- no hace acepción ni de las personas


ni

de los sacrificios.»

El sábado no era más que un signo (Ex., XXXI, 13), y en memoria de


la

salida de Egipto (Deut., V, 15). Por consiguiente, no es necesario,


puesto

que hay que olvidar a Egipto.

La circuncisión no era más que un signo (Gén., XVII, 11). Y de aquí

viene el que estando en el desierto no fueran circuncidados, porque no

podían confundirse con los otros pueblos. Y que, después que


Jesucristo ha

venido ya, no es necesario.

Que está ordenada la circuncisión del corazón. Deuteronomio, X, 16,


y

Jeremías, IV, 4: «Circuncidad el corazón; arrancad las superfluidades de

vuestro corazón y no os endurezcáis más; porque vuestro Dios es un


Dios

grande, poderoso y terrible, que no tiene acepción de personas.»

Que Dios dice que la realizará algún día. Deuteronomio, XXX, 6:


«Dios

te circuncidará el corazón a ti y a tus hijos, a fin de que le ames de

todo corazón.»

Que los incircuncisos de corazón serán juzgados (Jer., IX, 26).

Porque Dios juzgará a los pueblos incircuncisos y a todo el pueblo de


Israel porque es «incircunciso de corazón».

Que el exterior no sirve de nada sin el interior. Joel, II, 13:

«Sindite corda vestra», etc. Isaías, LVIII, 3, 4, etc.

El amor de Dios se recomienda en todo el Deuteronomio.


Deuteronomio,

XXX, 19: «Tomo como testigo al cielo y a la tierra que he puesto ante

vosotros la muerte y la vida a fin de que elijáis la vida, y de que améis

a Dios y de que le obedezcáis; porque es Dios quien es vuestra vida.»

Que los judíos, por falta de este amor, serán reprobados por sus

crímenes, y elegidos los paganos en su lugar (Os., I, 10). Deuteronomio,

XXXII, 20: «Me ocultaré de ellos ante la visión de sus últimos crímenes,

porque es una nación mala e infiel. Me han provocado a cólera por las

cosas que no son de los dioses; y yo las provocaré a envidia por un


pueblo

que no es mi pueblo y por una nación sin ciencia ni inteligencia.» Isaías,

LXV, 1.

Que los bienes temporales son falsos, y que el verdadero bien

consiste en estar unido a Dios (Salmo CXLIII, 15).

Que sus fiestas desagradan a Dios. (Amós, V, 21.)

Que los sacrificios de los judíos desagradan a Dios (Isaías, LXVI,

1-3; I, 11. Jer., IV, 20; David, «Miserere»). Hasta de parte de los

buenos, «exspectavi» (Salmo XLIX, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14).

Que no los ha establecido sino para su dureza (Miqueas

admirablemente; VI, I R., XV, 22; Os., VI, 6).

Que los sacrificios de los paganos serán recibidos por Dios y que
Dios retirará su voluntad de los sacrificios de los judíos (Malaq., I,

11).

Que Dios hará una nueva alianza con el Mesías, y que la antigua
será

abandonada (Jer., XXXI, 31).

«Mandata non bona» (Ezeq.).

Que las cosas antiguas serán olvidadas (Is., LIII, 18, 19; LXV, 17,

18).

Que no se acordarán más del arca (Jer., III, 15, 16).

Que será rechazado el templo (Jer., VII, 12, 13, 14).

Que serán rechazados los sacrificios y otros sacrificios puros

establecidos (Malaq., I, 11).

Que el orden de los sacrificios de Aarón será reprobado y se

introducirá por el Mesías el orden de Melquisedec (Salmo «Dixit


Dominus»).

Que este orden de sacrificios será eterno (Salmo «Dixit Dominus»).

Que Jerusalén será reprobada y Roma admitida (Salmo «Dixit


Dominus»).

Que será reprobado el nombre de los judíos y dado un nuevo nombre

(Is., LXV, 15).

Que este último nombre será mejor que el de judíos, eterno (Is., LVI,

5).

Que los judíos deberán quedarse sin profeta (Amós), sin rey, sin

príncipes, sin sacrificio, sin ídolo.

Que los judíos subsistirán, sin embargo, siempre como un pueblo


(Jer., XXXI, 36).

613. PERPETUIDAD. -Siempre ha existido sobre la tierra esa religión

que consiste en creer que el hombre ha caído de un estado de gloria y


de

comunicación con Dios, a un estado de tristeza, de penitencia y de

alejamiento de Dios, pero que después de esta vida nos veremos

restablecidos por un Mesías que debía venir. Todas las cosas han
pasado y

ha subsistido ésta por la cual son todas las cosas.

En la primera edad del mundo, los hombres se vieron arrastrados a

toda suerte de desórdenes, y había, sin embargo, santos, como Enoch,


Lamec

y otros, que esperaban con paciencia al Cristo prometido desde el


comienzo

del mundo. Noé vio la malicia de los hombres en su más alto grado;
mereció

salvar el mundo en su persona por la esperanza del Mesías en quien él


fue

figura. Abrahán estuvo rodeado de idólatras cuando Dios le hizo conocer


el

misterio del Mesías, que saludó de lejos. En tiempos de Isaac y de


Jacob,

la abominación estaba extendida sobre toda la tierra; pero estos santos

vivían en la fe; y Jacob, moribundo y bendiciendo a sus hijos, exclama,


por un transporte que le hace interrumpir su discurso: «Espero, Dios
mío,

el Salvador que me habéis prometido»: «Salutare tuum exspectabo,


Domine.»

Los egipcios estaban infectados de idolatría y de magia; el pueblo

mismo de Dios se vio arrastrado por sus ejemplos; pero, sin embargo,

Moisés y otros creían en aquel a quien no veían, y le adoraban

considerando los dones eternos que les preparaba.

Los griegos y los latinos después hicieron reinar a falsas deidades;

los poetas fabricaron cien diversas teologías; los filósofos se separaron

en mil sectas diferentes; y, sin embargo, había siempre en el corazón de

Judá hombres elegidos que predecían el advenimiento de este Mesías,


que

sólo ellos conocían.

Llegó finalmente en la consumación de los tiempos; y después, se


han

visto nacer tantos cismas y herejías, el derrumbamiento de tantos


Estados,

tantos cambios en todas las cosas, y esta Iglesia que adora a Aquel que
ha

sido siempre adorado, ha subsistido sin interrupción. Y lo admirable, lo

incomparable y completamente divino es que esta religión, que ha


durado

siempre, ha sido siempre combatida. Mil veces estuvo en vísperas de


una

destrucción universal; y cuantas veces se ha hallado en este estado,


Dios
la ha levantado por impulsos extraordinarios de su poder. Esto es lo

asombroso, y el que se haya mantenido sin doblegarse ni plegarse a la

voluntad de los tiranos. Porque no es extraño que un Estado subsista,

porque se hace a veces que sus leyes cedan a la necesidad.

617. PERPETUIDAD. -Considérese que desde el comienzo del


mundo la

expectativa o la adoración del Mesías subsiste sin interrupción; que se

encuentran hombres que han dicho que Dios les había revelado que
había de

nacer un Redentor que salvaría a su pueblo; que Abrahán vino después

diciendo que había tenido una revelación de que nacería de él por un


hijo

que iba a tener; que Jacob declaró que de sus doce hijos nacería de
Judá;

que Moisés y los profetas vinieron después a declarar el tiempo y la

manera de su venida; que dijeron que la ley que tenían no era sino para

esperar la del Mesías; que, hasta que llegara ésta, aquélla será
perpetua,

pero que la otra duraría eternamente; y que así su ley, o la del Mesías,

de la cual era promesa, estaría siempre sobre la tierra; que, en efecto,

ha durado siempre; que finalmente vino Jesucristo, con todas las

circunstancias predichas. Esto es admirable.


618. Esto es efectivo. Mientras todos los filósofos se separan en

sectas diferentes, resulta que hay en un rincón del mundo gentes que
son

las más antiguas del mundo, que declaran que todo el mundo está en el

error, que Dios les ha revelado la verdad, que ésta existirá siempre
sobre

la tierra. En efecto, todas las demás sectas cesan, pero ésta dura
siempre

y desde hace cuatro mil años.

Declaran que saben por sus antepasados que el hombre es un ser

despojado de la comunicación con Dios, en un completo alejamiento de


Dios,

pero a quien Dios ha prometido rescatar; que esta doctrina existe


siempre

sobre la tierra; que su ley tiene un doble sentido; que durante mil

seiscientos años han tenido gentes que han creído como profetas, que
han

predicho el tiempo y la manera; que cuatrocientos años después han


estado

esparcidos por todas partes, porque Jesucristo tenía que ser anunciado
por

todas partes; que Jesucristo vino a la manera y en el tiempo predichos;

que después los judíos se han dispersado por todas partes, en


maldición,

pero subsistiendo, sin embargo.


619. Veo la religión cristiana fundada sobre una religión precedente,

y he aquí lo que encuentro de efectivo.

No hablo aquí de los milagros de Moisés, de Jesucristo y de los

Apóstoles, porque no parecen a primera vista convincentes, y porque no

pretendo aquí sino poner en evidencia todos los fundamentos de esta

religión cristiana que son indudables, y que no pueden ser puestos en


duda

absolutamente por nadie. Es cierto que vemos en muchos parajes del


mundo,

un pueblo especial, separado de todos los demás pueblos del mundo,


que se

llama el pueblo judío.

Veo, pues, una gran copia de religiones en muchos lugares del


mundo y

en todos los tiempos. Pero no tienen ni la moral que puede agradarme,


ni

pruebas que puedan detenerme. Y así yo hubiera rechazado igualmente


la

religión de Mahoma, y la de China, y la de los antiguos romanos, y la de

los egipcios, por la sencilla razón de que como ninguna tiene más notas
de

verdad que otra, ni nada que me determine necesariamente, la razón no

puede inclinarse hacia una con preferencia a las otras.


Pero, considerando así esta inconstante y abigarrada variedad de

costumbres y creencias en los diversos tiempos, he encontrado, sin

embargo, en un rincón del mundo un pueblo especial, separado de


todos los

demás pueblos de la tierra, el más antiguo de todos y cuyas historias

preceden de varios siglos a las más antiguas que poseemos. Encuentro,

pues, este pueblo grande y numeroso, salido de un solo hombre, que


adora a

un solo Dios, y que se conduce por una ley que dice haber recibido de
su

mano. Sostienen que han sido los únicos en el mundo a los que Dios ha

revelado sus misterios; que todos los hombres están corrompidos y en

desgracia de Dios; que están todos abandonados a sus opiniones, y a


su

propio espíritu; y que de aquí proceden los extraños descarríos y los

cambios continuos que acontecen entre ellos en religión y en


costumbres;

en lugar de permanecer inconmovibles en su conducta; pero que Dios


no

dejará eternamente a los demás pueblos en estas tinieblas; que vendrá


un

liberador para todos; que están en el mundo para anunciarlo a los


hombres;

que han sido formados expresamente para ser los precursores y los
heraldos

de este gran acontecimiento, y para llamar a todos los pueblos a unirse


a
ellos en la expectativa de este liberador.

El encuentro con este pueblo me asombra y me parece digno de

atención. Me paro a considerar esta ley que alardean haber recibido de

Dios, y la encuentro admirable. Es la primera de todas, y de tal suerte,

que incluso antes de que la palabra «ley» fuera usual entre los griegos,

hacía cerca de mil años que la habían recibido y observado sin

interrupción. Así encuentro extraño que la primera ley del mundo resulte

ser también la más perfecta, de suerte que los más grandes legisladores

han sacado las suyas de aquélla, según parece ser para la ley de las
Doce

Tablas de Atenas, que fue después tomada por los romanos como sería
fácil

mostrarlo si Josefo y otros no hubieran tratado suficientemente esta

materia.

620. VENTAJAS DEL PUEBLO JUDÍO. -En esta búsqueda el pueblo


judío

llama primeramente mi atención por la cantidad de cosas admirables y

singulares que aparecen en él.

Veo en primer lugar que es un pueblo compuesto todo él de


hermanos; y

mientras todos los demás pueblos se hallan constituidos por la reunión


de

una infinidad de familias, éste, aunque tan extrañamente abundante, ha


salido todo él de un solo hombre; y siendo así todos de una misma
carne, y

miembros los unos de los otros, componen un poderoso Estado, de una


sola

familia. Esto es único.

Esta familia o este pueblo es el más antiguo de que tienen

conocimiento los hombres: lo cual me parece que reclama una


veneración

particular, principalmente en la investigación que llevamos a cabo;


porque

si Dios se ha comunicado en todo tiempo a los hombres, es a éstos a

quienes habrá que recurrir para conocer esta tradición.

Este pueblo no es considerable tan sólo por su antigüedad; pero es

también singular en su duración, que ha continuado siempre desde su


origen

hasta ahora; porque mientras los pueblos de Italia y de Grecia, de

Lacedemonia, de Atenas, de Roma, y los demás que han venido tanto


tiempo

después, han perecido hace tanto, éstos subsisten todavía, y, a pesar


de

las empresas de tantos poderosos reyes que han tratado cien veces de

hacerles perecer, como atestiguan sus historiadores, y como es fácil

juzgar por el orden natural de las cosas, durante tan largo espacio de

años, sin embargo, se han conservado siempre (y esta conservación ha


sido

predicha); y extendiéndose desde los primeros tiempos hasta los


últimos,
su historia encierra en su duración la de todas nuestras historias (a las

que precede en mucho).

La ley por la que este pueblo se gobierna es un conjunto la más

antigua ley del mundo, la más perfecta, y la única que haya sido
guardada

siempre sin interrupción en un Estado. Es lo que Josefo muestra

admirablemente contra Apión y Filón el Judío, en diversos lugares, en


los

que hace ver que esta ley es tan antigua que el nombre mismo de «ley»
no

fue conocido por los más antiguos sino mil años después; de suerte que

Homero, que escribió la historia de tantos Estados, jamás se sirvió de él.

Y es fácil juzgar de su perfección por una simple lectura, por la que se

ve que ha provisto a todo con tanta sabiduría, tanta equidad, tanto

juicio, que los más antiguos legisladores griegos y romanos, habiendo

tenido alguna luz, tomaron de ella sus principales leyes; lo que se ve en

las que llaman de las Doce Tablas y por las demás pruebas que Josefo

alega. Pero esta ley es, al mismo tiempo, la más severa y la más
rigurosa

de todas por lo que respecta al culto de su religión, imponiendo a este

pueblo, para retenerle en su deber, mil observaciones particulares y

penosas bajo pena de muerte. De suerte que es cosa muy sorprendente


el que

haya sido conservada siempre tan constantemente durante tantos siglos


por
un pueblo rebelde e impaciente como éste, mientras todos los demás
Estados

han cambiado de tiempo en tiempo sus leyes, a pesar de ser mucho


más

fáciles.

El libro que contiene esta ley, la primera de todas, es, a su vez, el

más antiguo libro del mundo, mientras que los de Homero, Hesiodo y los

demás datan de seiscientos o setecientos años después.

637. PROFECÍAS. -El cetro no quedó interrumpido por la cautividad


de

Babilonia, a causa de que el retorno estaba prometido y predicho.

638. PRUEBAS DE JESUCRISTO. -No es haber estado cautivo el


haberlo

estado con la seguridad de que se será liberado en setenta años. Pero

ahora lo son sin esperanza alguna.

Dios les prometió que, aunque los dispersara hacia los confines del

mundo, sin embargo, si permanecían fieles a su ley, los reuniría. Son


muy

fieles a ella y permanecen oprimidos.


639. Cuando Nabucodonosor se llevó consigo al pueblo, de miedo de
que

se creyera que el cetro fue arrebatado a Judá, le fue dicho a aquel


pueblo

de antemano que estaría poco tiempo así, y que volvería a


restablecerse.

Estuvieron siempre consolados por los profetas: sus reyes continuaron.

Pero la segunda destrucción es sin promesa de restablecimiento, sin

profetas, sin reyes, sin consolación, sin esperanza, porque se les quitó

el cetro para siempre.

640. Es cosa sorprendente y digna de una extraña atención ver a


este

pueblo judío subsistir después de tantos años, y verlo siempre


miserable:

porque es necesario para la prueba de Jesucristo el que subsista para

probarlo, y el que sea miserable, puesto que lo ha crucificado; y aunque

sean cosas contrarias el ser miserable y el subsistir, subsiste, sin

embargo, siempre, a pesar de su miseria.


641. Es visiblemente un pueblo hecho expresamente para servir de

testigos al Mesías (Is., XLIII, 9; XLIV, 8). Lleva los libros y los ama, y

no los entiende. Y todo ello está predicho: que los juicios de Dios les

están confiados, pero como un libro sellado.

Pensamientos

Pascal, Blaise
Pensamientos - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Pensamientos

Pascal, Blaise

Sección IX

643. Isaías, LI: El mar Rojo imagen de la redención. «Ut sicatis quod

filius hominis habet potestatem remittendi peccata, tibi dico: surge.»

Dios, queriendo hacer ver que podía formar un pueblo santo de una
santidad

invisible y llenarlo de gloria eterna, ha hecho cosas visibles. Como la

naturaleza es una imagen de la gracia, ha hecho en los bienes de la

naturaleza lo que debía hacer en los de la gracia, a fin de que se juzgue

que puede hacer lo invisible, puesto que hace lo visible.

Salvó así a este pueblo del diluvio; hizo nacer a Abrahán, lo rescató

de sus enemigos y lo dejó en calma.

El objeto de Dios no era salvar del diluvio y hacer nacer todo un

pueblo de Abrahán para no introducirlo sino en una tierra fértil.

Y la gracia misma no es sino la figura de la gloria, porque no es un


fin último. Ha estado prefigurada en la ley, y prefigura a su vez a la

gloria: es figura de ella y principio o causa suya.

La vida ordinaria de los hombres es semejante a la de los santos.

Buscan todos su satisfacción, que no difiere más que por el objeto en


que

la colocan, llamando enemigos suyos a quienes les estorban. Dios ha

mostrado, pues, el poder que tiene de dar bienes invisibles por aquel
que

ha mostrado tener sobre los visibles.

644. FIGURAS. -Dios, queriendo formar un pueblo Santo, que había


de

separar de todas las demás naciones, al que había de librar de sus

enemigos, instalarlo en un paraje reposado, prometió hacerlo y predijo


por

sus profetas el tiempo y la manera de su advenimiento. Y, sin embargo,

para afianzar la esperanza de sus elegidos, les hizo ver su imagen en

todos los tiempos, sin destituirlos jamás de pruebas seguras de su poder


y

de su voluntad de salvarlos. Porque, en la creación del hombre, Adán


era

el testigo y el depositario de la promesa del Salvador, que debía nacer


de

mujer, hallándose todavía los hombres tan próximos a la creación, que


no
podían haber olvidado ni su creación ni su caída. Cuando aquellos que

habían visto a Adán no estaban ya en el mundo, Dios envió a Noé, y lo

salvó, e inundó toda la tierra, por un milagro que denotaba

suficientemente que tenía poder para salvar al mundo, y voluntad de

hacerlo y de hacer nacer de semilla de mujer a Aquel que había


prometido.

Este milagro bastaba para afianzar la esperanza de los hombres.

Cuando el recuerdo del diluvio estaba todavía fresco entre los

hombres, todavía en vida de Noé, Dios hizo promesas a Abrahán, y


cuando

vivía aún Sem, Dios envió a Moisés, etc.

648. Dos errores: 1º. Tomarlo todo literalmente. 2º. Tomarlo todo

espiritualmente.

650. Hay figuras claras y demostrativas, pero hay otras que parecen

un poco traídas por los pelos, y que no demuestran sino a aquellos que
ya

están persuadidos. Éstas son parecidas a las apocalípticas, pero la

diferencia está en que no hay ninguna indudable; de tal modo que no


hay
injusticia mayor que la que cometen al mostrar que las suyas están tan

bien fundadas como algunas de las nuestras; porque no tienen pruebas

demostrativas como algunas de las nuestras. La partida no es, pues,


igual.

Es menester no igualar y confundir estas cosas, por el hecho de que se

parezcan por un cabo, siendo tan diferentes por el otro; son las

claridades, cuando son divinas, las que merecen el que se reverencien


las

oscuridades.

(Es como entre aquellos que usan cierto lenguaje oscuro: quienes no

lo comprendieran, no verían en todo sino insensateces.)

658. Las figuras del Evangelio, para el estado del alma enferma, son

cuerpos enfermos; pero como un cuerpo no puede estar lo bastante


enfermo

para expresarlo bien, han hecho falta varios. Hay así el sordo, el mudo,

el ciego, el paralítico, Lázaro muerto, los posesos. Todo esto junto se

encuentra en el alma enferma.

659. FIGURAS. -Para mostrar que el Antiguo Testamento no es sino


figurativo, y que los profetas con los bienes temporales daban a
entender

otros bienes:

Primeramente, es que esto sería indigno de Dios.

En segundo lugar, que sus discursos expresan muy claramente la

promesa de los bienes temporales, y que dice, sin embargo, que sus

discursos son oscuros, y que su discurso no será entendido. Por donde


se

echa de ver que este secreto sentido no era el que expresaban al

descubierto, y que, por consiguiente, entendían hablar de otros

sacrificios, de otro liberador, etc. Y dicen que no se entendería esto

hasta el fin de los tiempos (Jer., XXX).

La tercera prueba es que sus discursos son contrarios y se


destruyen,

de suerte que si se piensa que si por las palabras ley y sacrificio no hay

otra cosa sino los de Moisés, hay contradicción manifiesta, y de bulto.

Entendían, pues, otra cosa, contradiciéndose a veces en un mismo


capítulo.

Ahora bien: para entender el sentido de un autor...

660. La concupiscencia ha llegado a sernos natural, y ha constituido

nuestra segunda naturaleza. Hay así dos naturalezas en nosotros: una

buena, otra mala. ¿Dónde está Dios? Donde no estáis vosotros, y el


reino
de Dios está en vosotros. Rabinos.

662. Los judíos carnales no entendían ni la grandeza ni el

rebajamiento del Mesías predicho en sus profecías. Le desconocieron


su

grandeza predicha, como cuando dice que el Mesías será señor de


David,

aunque sea hijo suyo, y que precedió a Abrahán, a quien vio; no lo

creyeron tan grande que fuese eterno, y lo desconocieron igualmente en


su

rebajamiento y en su muerte: «El Mesías -decían- permanece


eternamente, y

éste dice que morirá.» No le creían, pues, ni mortal ni eterno: no

buscaban en Él sino una grandeza carnal.

663. FIGURATIVO. -Nada es tan semejante a la caridad como la


codicia;

nada tan contrario a ella. Así, los judíos, llenos de bienes que halagaban

su codicia, eran muy conformes y muy contrarios a los cristianos. Y por

este medio tenían las dos cualidades que fue menester que tuvieran: la
de
ser muy conformes al Mesías para prefigurarlo, y muy contrarios a Él
para

no ser testigos sospechosos.

668. Nadie se aleja sino alejándose de la caridad.

Nuestras oraciones y nuestras virtudes son abominables ante Dios si

no son las oraciones y las virtudes de Jesucristo. Y nuestros pecados

jamás serán objeto de misericordia, sino de la justicia de Dios, si no son

de Jesucristo. Ha adoptado nuestros pecados y nos ha admitido a su

alianza; porque las virtudes le son propias, y los pecados extraños; y las

virtudes nos son extrañas y nuestros pecados nos son propios.

Cambiemos la regla que hemos tomado hasta aquí para juzgar de lo


que

es bueno. Teníamos como regla nuestra voluntad; tomemos ahora la


voluntad

de Dios: todo lo que quiere es bueno y justo para nosotros; todo lo que
no

quiere, malo.

Todo lo que Dios no quiere está prohibido. Los pecados están

prohibidos por la declaración general que Dios ha hecho de que no los

quiere. Las demás cosas que ha dejado sin prohibición general, y que
por

esta razón se llaman permitidas, no son, sin embargo, siempre


permitidas.
Porque cuando Dios aleja de nosotros alguna de ellas, y por este hecho,

que es una manifestación de la voluntad de Dios, parece que Dios no


quiere

que tengamos una cosa, ésta nos está prohibida entonces, como un
pecado,

puesto que la voluntad de Dios, es que no tengamos una más que otra.
La

única diferencia entre estas dos cosas está en que es seguro que Dios

jamás querrá el pecado, mientras que no lo es que jamás querrá lo otro.

Pero, en tanto que Dios no la quiere, debemos mirarla como un pecado;


en

tanto que la ausencia de la voluntad de Dios, única que es toda la


bondad

y toda la justicia, la hace injusta y mala.

670. FIGURAS. -Los judíos envejecieron con estos pensamientos

terrestres de que Dios amaba a su padre Abrahán, a su carne y a lo que


de

ella salía; que para esto los multiplicó y distinguió de todos los demás

pueblos, sin permitir que se mezclasen con ellos; que cuando


languidecían

en Egipto les sacó de allí con todos estos grandes signos en su favor;
que

les nutrió con el maná en el desierto; que les condujo a una tierra

sumamente fértil, que les dio reyes y un templo bien construido para
ofrendarle animales, siendo purificados por medio de la efusión de su

sangre, y que, finalmente, tenía que enviarles el Mesías para hacerles

dueños de todo el mundo, y predijo el tiempo de su advenimiento.

Como el mundo envejeció con estos errores carnales, Jesucristo vino

en el momento predicho, pero no con la pompa esperada; y de esta


suerte no

pensaron que fuera Él. Después de su muerte, San Pablo vino a


enseñar a

los hombres que todas estas cosas habían acontecido en figura, que el

reino de Dios no consistía en la carne, sino en el espíritu; que los

enemigos de los hombres no eran los babilonios, sino las pasiones; que

Dios no se complacía en templos construidos con la mano, sino en un

corazón puro y humillado; que la circuncisión del cuerpo era inútil, pero

que la que hacía falta era la del corazón; que Moisés no les había dado
el

pan del cielo, etc.

Pero Dios, no queriendo descubrir estas cosas a este pueblo, indigno

de ello, y queriendo, sin embargo, predecirlas a fin de que fueran

creídas, predijo su tiempo claramente, y las expresó a veces


claramente,

pero abundantemente, en figuras, a fin de que los que se complacían en


las

cosas figurantes se detuvieran en ellas, y que los que se complacían en

las figuradas las viesen en aquéllas.

Todo lo que no va a la caridad es figura.

El único objeto de la Escritura es la caridad.


Todo lo que no va al fin único es figura suya. Porque, como no hay

más que un fin, todo lo que no va a él con palabras propias es figurado.

Dios diversifica así este único precepto de caridad, para satisfacer

nuestra curiosidad que busca la diversidad, por esta diversidad que nos

lleva siempre a nuestro único necesario. Porque una sola cosa es

necesaria, y nos gusta la diversidad; y Dios satisface lo uno y lo otro

por medio de estas diversidades que conducen a lo único necesario.

Los judíos gustaban tanto de las cosas figurantes, y las esperaron

tanto, que no reconocieron la realidad cuando llegó en el tiempo y en la

manera predichos.

Los rabinos toman como figuras las mamas de la Esposa, y todo lo


que

no expresa el único fin que tienen, los bienes temporales.

Y los cristianos toman hasta la Eucaristía misma por figura de la

gloria a la que tienden.

673. «Fac secundum exemplar quod tibo ostensum est in monte.»

La religión de los judíos estuvo, pues, formada conforme a la

semejanza de la verdad del Mesías; y la verdad del Mesías fue


reconocida

por la religión de los judíos, que era figura suya.

En los judíos, la verdad no estaba sino figurada; en el cielo está al

descubierto.
En la Iglesia está cubierta, y se reconoce por relación a la figura.

La figura ha sido construida sobre la verdad, y la verdad ha sido

reconocida sobre la figura.

San Pablo mismo dice que habrá gentes que prohibirán los
casamientos,

y él mismo habla de ello a los corintios, de una manera que es una

ratonera. Porque si un profeta hubiera dicho una cosa y San Pablo


hubiera

dicho después otra, se le habría acusado.

675. ... Y, sin embargo, este Testamento, hecho para cegar e


iluminar

a los otros, denotaba, en aquellos mismos que cegaba, la verdad que


debía

ser conocida de los demás. Porque los bienes visibles que recibían de
Dios

eran tan grandes y tan divinos, que parecía, en efecto, ser capaz de
darle

los invisibles, y ser un Mesías.

Porque la naturaleza es una imagen de la gracia y los milagros

visibles son imágenes de los invisibles. «Ut sciatis... tibi dico: surge.»

Isaías dijo que la redención será como el paso del mar Rojo. Dios

mostró, pues, en la salida de Egipto, del mar, en la derrota de los reyes,


en el maná, en toda la genealogía de Abrahán, que era capaz de salvar,
de

hacer descender el pan del cielo, etc.; de suerte que el pueblo enemigo
es

la figura y la representación del Mesías mismo que ellos ignoran, etc.

Nos han enseñado finalmente que todas estas cosas no eran sino

figuras, y lo que es ser «verdaderamente libre», «verdaderamente

israelita», «verdadera circuncisión», «verdadero pan del cielo».

En estas promesas, cada cual encuentra lo que tiene en el fondo de


su

corazón, los bienes temporales, o los bienes espirituales, Dios o las

criaturas; mas con la diferencia de que quienes buscan a las criaturas


las

encuentran, pero con muchas contradicciones, con la prohibición de

amarlas, con la orden de no adorar sino a Dios, y de no amar nada sino


a

Él; lo que es lo mismo, y que, finalmente, el Mesías no ha venido para

ellos; mientras que los que buscan a Dios lo encuentran y sin

contradicción ninguna, con el mandato de no amar nada sino a Él, y que


ha

venido el Mesías en el momento predicho para darles los bienes que

imploran.

Los judíos tenían asimiladas profecías que veían realizarse; y la

doctrina de su ley era no adorar ni amar sino a un solo Dios; era también

perpetua. Tenía así todas las notas de la verdadera religión; y lo era.

Pero hay que distinguir la doctrina de los judíos y la doctrina de la ley


de los judíos. Ahora bien: la doctrina de los judíos no era verdadera,

aunque tuvo milagros, profecías y perpetuidad, porque carecía de este


otro

punto: de no adorar y de no amar sino a Dios.

678. FIGURAS. -Un retrato nos trae ausencia y presencia, placer y

desagrado. La realidad excluye ausencia y desagrado.

Para saber si la ley y los sacrificios son realidad o figura, hay que

ver si los profetas, al hablar de estas cosas, detuvieron en ellas su

mirada y su pensamiento, en tal forma que no hubieran visto sino esta

antigua alianza, o bien si vieron en ella algo tan distinto de que fueron

pintura; porque en un retrato se ve la cosa figurada. Para eso basta con

examinar lo que dicen.

Cuando dicen que será eterna, ¿se refieren a la alianza, de la que

dicen que será cambiada; y lo mismo respecto de los sacrificios, etc.?

La cifra tiene dos sentidos cuando se sorprende una carta importante

en la que se encuentra un sentido claro y en la que se dice, sin


embargo,

que su sentido está velado u oscurecido, que está escondido, de suerte


que

se verá esta carta sin verla y se entenderá sin entenderla; ¿qué


deberemos

pensar sino que es una cifra de doble sentido, y tanto más si se


encuentran en ella contrariedades manifiestas en el sentido literal? Los

profetas han dicho claramente que Dios amaría siempre a Israel, y que
la

ley sería eterna, y han dicho que no se entendería su sentido, y que éste

estaba velado.

Cuánto no deberemos estimar, pues, a los que nos descifran la cifra


y

nos enseñan a conocer el sentido escondido, y, principalmente, cuando


los

principios en que se apoyan son absolutamente principales y claros. Es


lo

que hicieron Jesucristo y los apóstoles. Han levantado el sello, han roto

el velo y han descubierto el espíritu. Nos han enseñado con ello que los

enemigos del hombre son sus pasiones; que el Redentor sería


espiritual, y

su reino espiritual; que tendría dos advenimientos: uno de miseria para

rebajar al hombre soberbio, otro de gloria para exaltar al hombre

humillado; que Jesucristo sería Dios y hombre.

679. FIGURAS. -Jesucristo les abrió el espíritu para entender las

Escrituras.

He aquí dos grandes aperturas: 1º. Todas las cosas les acontecieron

en figura: «vere israelitae, vere liberi», verdadero pan del cielo. 2º. Un

Dios humillado hasta la cruz: ha hecho falta que Cristo haya sufrido para
entrar en su gloria: «Que vencería a la muerte por su muerte.»

684. CONTRADICCIÓN. -No puede hacerse una buena fisonomía


sino

reuniendo todas nuestras contrariedades, y no basta conseguir una


sucesión

de cualidades concordantes sin concordar a los contrarios. Para


entender

el sentido de un autor, es preciso poner de acuerdo todos los pasajes

contrarios.

Así, para entender la Escritura, hay que descubrir un sentido en el

cual concuerden todos los pasajes contrarios. No basta con tener uno
que

convenga a varios pasajes concordantes, sino que hace falta uno que
ponga

de acuerdo incluso a los pasajes contrarios.

Todo autor tiene un sentido con el que concuerdan todos los pasajes

contrarios o, si no, es que no tiene sentido ninguno. No puede decirse

esto de la Escritura y de los profetas; tenían, seguramente, demasiado

buen sentido. Es menester encontrar, pues, uno que ponga de acuerdo


a

todas las contrariedades. El verdadero sentido no es, pues, el de los

judíos; pero en Jesucristo concuerdan todas las contradicciones.

Los judíos serían incapaces de poner de acuerdo la cesación de la


realeza y del principado, predichas por Oseas, con la profecía de Jacob.

Si se toman la ley, los sacrificios y el reino por realidades, no se

pueden poner de acuerdo todos los pasajes. Por tanto, es necesario que
no

sean sino figuras. Incluso no pueden ponerse de acuerdo los pasajes de


un

mismo autor, ni de un mismo libro, ni a veces de un mismo capítulo, lo


que

indica suficientemente cuál era el sentido del autor; como cuando


Ezequiel

(cap. XX) dice que se vivirá en los mandamientos de Dios y que no se

vivirá en ellos.

687. FIGURAS. -Cuando la palabra de Dios, que es verdadera, es

literalmente falsa, ¿es verdadera espiritualmente? «Sede a dextris


meis»,

esto es falso literalmente, luego es verdad espiritualmente.

En estas expresiones se habla de Dios a la manera de los hombres;


y

esto no significa otra cosa sino que la intención que los hombres tienen
a

hacer sentar a su derecha la tendrá también Dios; es, pues, una nota de
la

intención de Dios, no de su manera de ejecutarla.


Así, cuando dice: «Dios ha aceptado el aroma de vuestros perfumes,
y

os dará en recompensa una tierra fértil»; es decir, la misma intención


que

tendría un hombre que, al recibir complacido vuestros perfumes, os


diera

en recompensa una tierra fértil, la tendrá también Dios para con


vosotros,

porque habéis tenido para Él la misma intención que tiene un hombre

respecto de aquel que le da perfumes. Así, «iratus est», «Dios celoso»,

etc. Porque, siendo inexpresables las cosas de Dios, no pueden ser


dichas

de otras maneras, y la Iglesia usa todavía las mismas locuciones: «quia

confortavit seras», etc.

No es lícito atribuir a la Escritura sentidos que ella misma no nos

ha revelado poseer. Así, decir que el mem cerrado de Isaías significa


600

es cosa que no está revelada. Pudo haber dicho que los tsade finales y
los

he deficientes significarían misterios. No es, pues, lícito decirlo, y

menos todavía decir que es a modo de piedra filosofal. Nosotros


decimos,

en cambio, que el sentido literal no es el verdadero, porque los profetas

mismos lo han dicho.


692. Hay quienes ven perfectamente que no hay más enemigo del
hombre

que la concupiscencia que le desvía de Dios, y no Dios; ni más bien que

Dios, y no una tierra fértil. Los que creen que el bien del hombre se

halla en la carne, y el mal en lo que le desvía de los placeres de los

sentidos, que se embriaguen con ellos y que mueran en ellos. Pero los
que

buscan a Dios con todo su corazón, los que no tienen más desplacer
que

verse privados de su vista, que no tienen más deseo sino poseerle, ni


más

enemigos que los que le desvían de Él; que se afligen al verse


dominados y

desviados por tales enemigos, consuélense; yo les anuncio una feliz


nueva:

hay para ellos un liberador, yo se lo haré ver, les mostraré que hay un

Dios para ellos; no les mostraré a los demás. Haré ver que fue
prometido

un Mesías que libraría de los enemigos; y que vino uno para librar de las

iniquidades, pero no de los enemigos.

Cuando David predice que el Mesías liberará a su pueblo de sus

enemigos, puede creerse carnalmente que será de los egipcios, y


entonces

yo no puedo mostrar que la profecía se haya cumplido. Pero puede


pensarse

también que será de las iniquidades, porque, en verdad, los egipcios no

son enemigos, pero las iniquidades lo son. Esta palabra «enemigo» es,
pues, equívoca. Pero si dijera en otros sitios, como de hecho lo dice,
que

se liberará a su pueblo de sus pecados, así como Isaías y los demás,

desaparece el equívoco, y queda reducido el doble sentido de los


enemigos

al de las simples iniquidades. Porque si en el espíritu existen pecados,

pudo perfectamente denominarlos enemigos; pero si pensara en los


enemigos,

no podía designarlos con iniquidades.

Ahora bien: Moisés, David e Isaías usaban los mismos términos.


¿Quién

dirá, pues, que no tenían un mismo sentido, y que el sentido de David,


que

manifiestamente se refiere a las iniquidades cuando habla de enemigos,


no

sea el mismo que el de Moisés al hablar de enemigos?

Daniel (cap. IX) ruega por la liberación del pueblo de la cautividad

de sus enemigos, pero pensaba en los pecados, y para mostrarlo dice


que

Gabriel vino a decirle que había sido escuchado, y que no había que

esperar más de setenta semanas, después de las cuales el pueblo sería

librado de la iniquidad, el pecado terminaría, y el liberador, el santo de

los santos, traería la justicia «eterna», no la legal, sino la eterna.

Pensamientos
Pascal, Blaise
Pensamientos - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Pensamientos

Pascal, Blaise

Sección X

693. Al ver la obcecación y la miseria del hombre, al contemplar al

universo entero enmudecido y al hombre sin luz, abandonado a sí


mismo, y

como descarriado en este rincón del universo, sin saber quién le ha

colocado en él, qué es lo que ha venido a hacer, lo que será de él


cuando

muera, incapaz de todo conocimiento, me espanto como un hombre a


quien se

hubiese transportado dormido a una isla desierta y espantosa, y se

despertara sin conocer dónde está, y sin remedio de salir de allí. Y me

admiro cómo no se cae en la desesperación por un estado tan


miserable. Veo

junto a mí otras personas de naturaleza semejante: les pregunto si están

mejor informadas que yo, y me dicen que no; y para colmo, estos
miserables
descarriados, mirando en torno de sí, y viendo algunos objetos
agradables,

se han entregado y pegado a ellos. Por lo que a mí hace, no he podido

apegarme a ellos, y considerando que, según todas las apariencias, hay

algo distinto de lo que veo, he inquirido si este Dios no habrá dejado

alguna señal de mí mismo.

Veo varias religiones contrarias, y, sin embargo, todas falsas menos

una. Todas pretenden ser creídas por su propia autoridad y amenazan a


los

incrédulos. Por tanto, no creo en ellas sobre este punto. Todas pueden

decir esto, todo el mundo puede llamarse profeta. Pero veo la cristiana

donde se encuentran profecías, y esto es lo que no todo el mundo


puede

hacer.

698. No se entienden las profecías sino cuando se ve que las cosas

han sucedido: así, las pruebas del retiro, y de la discreción, del

silencio, etc., no se prueban sino para aquellos que las conocen y creen

en ellas.

José, tan interior en una ley completamente exterior.

Las penitencias exteriores disponen a la interior, como las

humillaciones a la humildad. Así las...


702. Celo del pueblo judío por su ley, y principalmente desde que ya

no hay profetas.

703. Mientras hubo profetas que mantuvieron la ley, el pueblo fue

negligente; pero desde que ya no hay profetas ha sucedido el celo.

706. La mayor de las pruebas de Jesucristo son las profecías. Es

también aquello de que Dios más ha provisto; porque el suceso que las
ha

realizado es un milagro subsistente desde el nacimiento de la Iglesia

hasta el final. Así, Dios suscitó profetas durante mil seiscientos años; y

durante cuatrocientos años después dispersó todas estas profecías, con

todos los judíos que las llevaban a todos los lugares del mundo. He aquí

cuál fue la preparación al nacimiento de Jesucristo, cuyo Evangelio,

habiendo de ser creído por todo el mundo, hizo falta, no solamente que

hubiera profecías que hicieran creer en él, sino también que estas

profecías estuvieran por todo el mundo, para hacer que todo el mundo lo

abrazara.
707. Pero no fue suficiente que hubiera profecías; hacía falta que

estuvieran distribuidas por todos los lugares, y conservadas en todos los

tiempos. Y a fin de que no se tomara este concierto como un efecto del

azar, hacía falta que ello fuera predicho.

Es mucho más glorioso para el Mesías que ellos (los judíos) sean

espectadores y hasta instrumentos de su gloria aparte de la que Dios les

había reservado.

710. PROFECÍAS. -Si un solo hombre hubiera compuesto un libro de

predicciones de Jesucristo, acerca del tiempo y de la manera, y si

Jesucristo hubiera venido conforme con estas profecías, ello tendría una

fuerza infinita.

Pero hay aquí mucho más: una sucesión de hombres durante cuatro
mil

años que, constantemente y sin variación, vienen, los unos después de


los

otros, prediciendo este mismo advenimiento. Es todo un pueblo quien lo

anuncia, y que subsiste desde hace cuatro mil años, para dar testimonio

corporal de sus seguridades acerca de ello, y de las que no pueden ser


separados, cualesquiera que sean las amenazas y persecuciones de
que se

les haga objeto. Esto es mucho más considerable.

711. PREDICCIONES DE COSAS PARTICULARES. - Eran


extranjeros en Egipto

sin propiedad alguna, ni en este país, ni en otro alguno. No había allí la

menor apariencia ni de la realeza que existió durante tanto tiempo

después, ni de aquel consejo soberano de los setenta jueces que


llamaron

al Sanedrín, que, habiendo sido instituidos por Moisés, duró hasta los

tiempos de Jesucristo; todas estas cosas se hallaban lo más alejadas de


su

estado presente, cuando al morir Jacob y bendecir a sus doce hijos les

declara que serán poseedores de una gran tierra, y predice


particularmente

a la familia de Judá que los reyes que algún día habrían de gobernarles

serían de su raza, y que todos sus hermanos serían súbditos suyos, y


que

hasta el Mesías, que había de ser la expectación de las naciones,


nacería

de él, y que la realeza no sería ya arrebatada a Judá, ni el gobernante ni

el legislador a sus descendientes, hasta que el Mesías esperado viniera


en

su familia.
Este mismo Jacob, disponiendo de esta tierra futura como si hubiera

sido dueño de ella, dio a José una parcela más que a los otros: «Os doy

-dijo- una parte más que a vuestros hermanos.» Y bendiciendo a sus


dos

hijos, Efraín y Manasés, que José le había presentado, el primogénito

Manasés a su derecha y el joven Efraín a su izquierda, abre sus brazos


en

cruz, y posando su mano derecha sobre la cabeza de Efraín, y la


izquierda

sobre Manasés, les bendice de esta suerte; y al darle a entender José


que

prefiere al más joven, le responde con una firmeza admirable: «Ya lo sé,

hijo mío, ya lo sé; pero Efraín crecerá mucho más que Manasés.» Lo
cual

resultó ser efectivamente tan verdadero después, que, siendo él solo


casi

tan abundante como dos ramas enteras que componían todo un reino,
fueron

ordinariamente designadas con el solo nombre de Efraín.

Este mismo José, al morir, recomienda a sus hijos que se lleven sus

huesos consigo cuando vayan a esta tierra, en la que no estuvieron sino

doscientos años después.

Moisés, que escribió todo esto tanto tiempo antes de que hubiera

acontecido, hizo él mismo el reparto de esta tierra para cada familia,

como si hubiera sido dueño de ella, y declara, finalmente, que Dios


había

de suscitar de su nación y de su raza un profeta de quien había sido


figura, y les predice exactamente todo lo que habrá de acontecerles en
la

tierra en que iban a entrar después de su muerte, las victorias que Dios

les concederá, su ingratitud para con Dios, los castigos que recibirán, y

el resto de sus aventuras. Les da los árbitros que realizarán el reparto,

les prescribe la forma toda de gobierno político que habrán de observar,

las ciudades de refugio que construirán, y...

712. Las profecías mezcladas con cosas particulares, y con las del

Mesías, a fin de que las profecías del Mesías no carecieran de pruebas,


y

de que las profecías particulares no carecieran de fruto.

713. CAUTIVIDAD DE LOS JUDÍOS SIN RETORNO. -Jeremías, XI,


11: «Haré

caer sobre Judá males de que no podrán ser liberados.»

FIGURAS. -Isaías, V, 2: «El Señor tuvo una viña de la que esperó


uvas
y no produjo sino agraz. Por tanto, la haré desaparecer y la destruiré; la

tierra no producirá en ella más que espinas, y prohibiré al cielo que

llueva sobre ella. La viña del Señor es la casa de Israel, y los hombres

de Judá son su deleitable germen. Esperé que realizaran acciones de

justicia, y no producen sino iniquidades.»

Isaías, VIII: «Santificad al Señor con temor y temblor; no temáis

sino a Él, y será para vosotros santificación; pero será piedra de

escándalo y de choque para las dos casas de Israel. Será emboscada y


ruina

para el pueblo de Jerusalén; y en gran número de entre ellos chocarán

contra esta piedra, caerán sobre ella y se romperán, y caerán en esta

emboscada y perecerán en ella. Velad mis palabras y cubrid mi ley para


mis

discípulos.

»Aguardaré, pues, paciente al Señor que se vela y se esconde en la

casa de Jacob.»

Isaías, XIX: «Confundíos y sorprendeos, pueblo de Israel; vacilad,

tropezad y embriagaos, pero no con una embriaguez de vino; tropezad,


pero

no por embriaguez, porque Dios os ha preparado el espíritu de

embotamiento: os velará los ojos, obcecará a vuestros príncipes y a

vuestros profetas que tienen visiones.» Daniel, XII: «Los malos no lo

entenderán, pero los que estén bien instruidos lo entenderán.» Oseas,

último capítulo, último versículo, después de muchas bendiciones


temporales, dice: «¿Dónde está el sabio? Y entenderá estas cosas»,
etc. Y

las visiones de todos los profetas estarán ante vuestra mirada como un

libro sellado, tal que si se entrega a un hombre sabio, y que pueda

leerlo, responderá: no puedo leerlo, porque está sellado, y cuando se lo

entregue a aquellos que no saben leer, dirán: no conozco las letras.

Y el Señor me ha dicho: porque este pueblo me honra con los labios,

pero su corazón está muy lejos de mí (he aquí la razón y la causa;


porque

si adoraran a Dios de corazón, entenderían las profecías), y no me han

servido más que por caminos humanos: por esta razón añadiré a todo lo

demás el acarrear sobre este pueblo una sorprendente maravilla y un

prodigio grande y terrible; a saber: que la sabiduría de sus sabios

perecerá y su inteligencia quedará oscurecida.

PROFECÍAS. PRUEBAS DE DIVINIDAD. -Isaías, XLI: «Si sois


dioses,

acercaos, anunciadnos las cosas futuras, e inclinaremos nuestro


corazón

ante vuestras palabras. Enseñadnos las cosas que fueron al comienzo y

profetizadnos las que han de suceder.

»Por ello sabremos que sois dioses. Hacedlo bien o mal, si lo podéis.

Veamos, pues, y razonemos juntos. Pero no sois nada, no sois sino


abominación, etc. ¿Quién de entre vosotros nos instruye (por autores

contemporáneos) de las cosas sucedidas desde los comienzos y los


orígenes,

a fin de que le digamos: vos sois el justo? No hay nadie que nos lo diga

ni que prediga el porvenir.»

Isaías, XLII: «Yo, que soy el Señor, no comunico mi gloria a otros.

Soy yo quien ha hecho predecir las cosas que han acontecido, y que
predigo

aun las que van a suceder. Cantad un cántico nuevo a Dios por toda la

tierra.

»Traed aquí a este pueblo que tiene ojos y no ve, que tiene oídos y

es sordo. Reúnanse todas las naciones. ¿Quién de entre ellas -y de sus

dioses- os instruirá acerca de las cosas pasadas y futuras? Aduzcan sus

testigos para justificación suya; o, si no, que me escuchen y confiesen

que la verdad está aquí.

»Vosotros sois mis testigos, dice el Señor; vosotros y mi servidor

que he elegido, a fin de que me conozcáis y de que me creáis que soy


yo

quien soy.

»He predicho, he salvado, he realizado por mí mismo estas


maravillas

ante vuestros ojos; vosotros sois los testigos de mi divinidad, dice el

Señor.

»Soy yo quien por amor vuestro he roto las fuerzas de los babilonios;

soy yo quien os ha santificado y quien os ha creado.


»Soy yo quien os hizo pasar por medio de las aguas y del mar y de
los

torrentes, y quien sumergió y destruyó para siempre jamás a los


poderosos

enemigos que os opusieron resistencia.

»Pero dejad la memoria de estos antiguos beneficios, y no dirijáis ya

los ojos hacia las cosas pasadas.

»He aquí que preparo cosas nuevas que van a aparecer muy pronto,
y

las conoceréis vosotros: haré los desiertos habitables y deliciosos.

»Yo me he formado este pueblo, lo he establecido para anunciar mis

alabanzas, etc.

»Pero por mí mismo borraré vuestros pecados y olvidaré vuestros

crímenes: porque, en cuanto a vosotros, repasad con la memoria


vuestras

ingratitudes, para ver si tenéis con qué justificaros. Vuestro primer

padre pecó, y vuestros doctores todos han sido prevaricadores.»

Isaías, XLIV: «Yo soy el primero y el último, dice el Señor; quien

quiera igualarse conmigo, que cuente el orden de las cosas desde que
he

formado los primeros pueblos, y que anuncie las cosas que han de
suceder.

No temáis nada; ¿es que no os he dado a entender todas estas cosas?

Vosotros sois mis testigos.»


PREDICCIÓN DE CIRO. -Isaías, XLIV, 4: «A causa de Jacob, a
quien he

elegido, te he llamado por tu nombre.»

Isaías, XLV, 21: «Venid y discutamos juntos: ¿Quién es el que ha

hecho entender las cosas desde el comienzo? ¿Quién ha predicho las


cosas

desde entonces? ¿No soy yo el Señor?»

Isaías, XLVI: «Recapitulad los primeros siglos, y reconoced que no

hay nada semejante a mí, que anuncio desde el comienzo las cosas que
han

de suceder al fin, diciendo el origen del mundo. Mis decretos subsistirán,

y todas mis voluntades se realizarán.»

Isaías, XLVII: «Las primeras cosas acontecieron tal como habían


sido

predichas y he aquí que ahora predigo nuevas cosas y os las anuncio


antes

de que hayan sucedido.»

Isaías, XLVIII, 3: «Yo hice predecir las primeras, y las he realizado

después; y han sucedido a la manera como yo dije, porque sé que sois

duros, que vuestro espíritu es rebelde y vuestra frente impúdica; por


esto

he querido anunciarlas antes de que advengan, a fin de que no podáis


decir

que fue la obra de vuestros dioses y el efecto de sus órdenes.

»¿Veis que ha sucedido lo que he predicho y no lo contrario? Ahora


yo
os anuncio cosas nuevas, que conservo en mi poder, y que no habéis
visto

todavía. Sólo ahora las preparo y no desde hace tiempo: os las he

mantenido escondidas de miedo a que os vanagloriarais de haberlas


previsto

por vosotros mismos.

»Porque no tenéis conocimiento ninguno de ellas y nadie os ha


hablado

de ellas y vuestros oídos nada han oído de ellas; porque yo os conozco


y

sé que estáis llenos de prevaricación, os he dado el nombre de

prevaricadores desde los primeros tiempos de vuestro origen.»

REPROBACIÓN DE LOS JUDÍOS Y CONVERSIÓN DE LOS


GENTILES. -Isaías, XLV:

«Me han buscado quienes no me consultaban. Me han encontrado los


que no me

buscaban; yo he dicho: ¡Heme aquí!, ¡heme aquí!, al pueblo que no


invocaba

mi nombre.

»Yo he tenido tendidas mis manos durante todo el día al pueblo

incrédulo que sigue sus deseos y que anda en malos caminos, a este
pueblo

que me provoca sin cesar por los crímenes que comete en mi presencia,
y
que ha llegado a sacrificar a los ídolos, etc.

»Serán disipados como humo en el día de mi furor, etc.

»Reuniré las iniquidades vuestras y las de vuestros padres y os

pagaré a todos según vuestras obras.

»El Señor dice así: Por amor a mis servidores, no perderé a todo

Israel, sino que me reservaré a algunos, como se reserva un grano que

queda en un racimo, del que se dice: no lo arranquéis, porque es


bendición

y esperanza de fruto.

»Así tomaré de Jacob y de Judá, para poseerlas, mis montañas, que


mis

elegidos y mis servidores tenían en herencia, y mis campiñas fértiles y

admirablemente abundantes; pero exterminaré todas las demás, porque


habéis

olvidado a vuestro Dios para servir a dioses extranjeros. Yo os he


llamado

y no habéis respondido; he hablado y no habéis oído y habéis elegido


las

cosas que yo prohibí.

»Por esto es por lo que el Señor dice estas cosas: He aquí que mis

servidores serán hartos y que vosotros languideceréis de hambre; mis

servidores estarán en alegría y vosotros en confusión, mis servidores

cantarán cánticos de abundancia de alegría de su corazón, y vosotros

lanzaréis gritos y aullidos en la aflicción de vuestro espíritu.

»Y dejaréis a mis elegidos vuestro nombre en abominación. El Señor


os
exterminará y llamará a sus servidores con un nombre distinto, en el
cual

aquel que sea bendito en la tierra será también bendito en Dios, etc.,

porque los primeros dolores han sido dejados en olvido.

»Porque he aquí: yo creo nuevos cielos y una nueva tierra, y las

cosas pasadas ya no existirán en la memoria ni vendrán más al


pensamiento.

»Pero vosotros os alegraréis por siempre jamás en las cosas nuevas

que yo creo, porque yo creo Jerusalén, que no es otra cosa sino alegría,
y

su pueblo regocijo.

»Y me complaceré en Jerusalén y en mi pueblo, y no se oirán más

gritos ni llanto.

»Yo lo escucharé antes de que pida; le oiré apenas comience a


hablar.

El lobo y el cordero pacerán juntos, el león y el buey comerán la misma

paja; la serpiente no comerá más que polvo, y no se cometerán ya ni

homicidios ni violencias en toda mi santa montaña.»

Isaías, LXVI, 3: «El señor dice lo siguiente: sed justos y rectos,

porque mi salvación está cercana y mi justicia va a ser revelada.

»Bienaventurado el que hace estas cosas y observa mi sábado, y


guarda

sus manos de la comisión de todo mal.

»Y que los extranjeros que se adhieran a mí no digan: Dios me

separará de su pueblo. Porque el Señor dice lo siguiente: A todo el que

guardare mi sábado y lo eligiere el cumplir mis voluntades y guardare mi


alianza, le haré lugar en mi casa, y le daré un nombre mejor que aquel
que

he dado a mis propios hijos: será un nombre eterno que no perecerá


jamás.»

Isaías, LIX, 9: «Por nuestros crímenes es por lo que la justicia se

ha alejado de nosotros. Esperamos la luz, y no encontramos sino


tinieblas;

hemos esperado la claridad, y andamos en la oscuridad; hemos palpado


la

muralla como ciegos, y hemos tropezado en pleno mediodía como si


fuera en

medio de una noche, y como muertos en lugares tenebrosos.

»Rugiremos todos como osos y gemiremos como palomas; hemos


esperado

la justicia, y no llega; hemos esperado la salvación, y se aleja de

nosotros.»

Isaías, LXVI, 18: «Pero yo visitaré sus obras y sus pensamientos

cuando venga para reunirlos con todas las naciones y pueblos, y verán
mi

gloria.

»Y les impondré un signo, y de entre los que se hayan salvado


enviaré

algunos a las naciones de África, de Lidia, de Italia y de Grecia, y a los

pueblos que no han oído hablar de mí, y que no han visto mi gloria. Y os

traerán a vuestros hermanos.»


REPROBACIÓN DEL TEMPLO. -Jeremías, VII: «Id a Siló, donde
había

establecido mi nombre al principio, y ved lo que hice allí a causa de los

pecados de mi pueblo. Y ahora, dice el Señor, puesto que habéis


cometido

los mismos crímenes, haré con este templo en que se invoca mi


nombre, y en

el que os confiáis, y que yo mismo he dado a vuestros sacerdotes, lo


mismo

que he hecho de Siló. (Porque lo he rechazado, y me he construido un

templo en otra parte.)

»Y os arrojaré lejos de mí, de la misma manera que he arrojado a

vuestros hermanos los hijos de Efraín. (Rechazados sin vuelta.) No


oréis,

pues, ya por este pueblo.»

Jeremías, VII, 22: «¿Para qué os sirve añadir sacrificios a los

sacrificios? Cuando saqué a vuestros padres de Egipto no les hablé de

sacrificios y de holocaustos, no les di ninguna orden concerniente a

ellos, y el precepto que les he dado fue de esta suerte: sed obedientes y

fieles a mis mandamientos y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi

pueblo. (Solamente después que hubieron sacrificado al becerro de oro


hice

que se me ofrecieran sacrificios, para orientar hacia el bien una mala

costumbre.)»

Jeremías, VII, 4: «No confiéis en las palabras de mentira de los que


os dicen: el templo del Señor, el templo del Señor, del templo del Señor

son.»

722. Daniel, II: «Ninguno de vuestros adivinos y de vuestros sabios

puede descubrir el misterio que pedís. Y hay un Dios en el cielo que lo

puede, y que os ha revelado en vuestro sueño las cosas que han de

acontecer en los últimos tiempos. (Era preciso que este sueño le llegara

bien al corazón.)

»No es por mi propia ciencia por lo que he tenido conocimiento de

este secreto, sino por la revelación de este mismo Dios que me lo ha

descubierto para hacerla manifiesta en presencia vuestra.

»Vuestro sueño era, pues, como sigue: Habéis visto una estatua

grande, alta y terrible, que se erguía ante vos. Su cabeza era de oro; el

pecho y los brazos eran de plata; el vientre y los muslos eran de latón;

las piernas eran de hierro, pero los pies eran de una mezcla de hierro y

de tierra (arcilla). La estabais contemplando de esta suerte, hasta que la

piedra tallada sin manos chocó contra la estatua por los pies mezclados
de

hierro y de tierra y los aplastó.

»Y entonces quedaron reducidos a polvo, y el hierro, y la tierra, y

el latón, y la plata, y el oro se disiparon en el aire; pero esta piedra

que chocó con la estatua creció hasta convertirse en una gran montaña
y
llenó toda la tierra. He aquí cuál ha sido vuestro sueño, y ahora voy a

daros su interpretación.

»Vos que sois el más grande de los reyes, y a quien Dios ha dado un

poder tan vasto que sois temido por todos los pueblos, estáis
representado

por la cabeza de oro de la estatua que habéis visto. Pero otro imperio

sucederá al vuestro que no será tan poderoso; y después vendrá otro de

latón que se extenderá por todo el mundo.

»Pero el cuarto será fuerte como el hierro; y así como el hierro

rompe y perfora todas las cosas, así también este imperio romperá y lo

aplastará todo.

»Y lo que habéis visto, los pies y las extremidades de los pies

compuestas en parte de tierra y en parte de hierro, denota que este

imperio será dividido y tendrá en parte la solidez del hierro y en parte

la fragilidad de la tierra.

»Pero así como el hierro no puede aliarse sólidamente con la tierra,

así tampoco los que están representados por el hierro y por la tierra

podrán establecer entre sí una alianza durable, aunque se unan por

matrimonio.

»Y en el tiempo de estos monarcas, Dios suscitará un reino que


jamás

será destruido ni transportado jamás a otro pueblo. Disipará y terminará

con todos estos imperios, pero él subsistirá eternamente, según lo que


os

ha sido revelado en esta piedra, la cual, no estando tallada con manos,


cayó de la montaña y quebró el hierro, la tierra, la plata y el oro. He

aquí lo que Dios os ha descubierto de las cosas que han de suceder en


la

serie de los tiempos. Este sueño es verdadero y su interpretación es fiel.

»Entonces Nabucodonosor se prosternó con el rostro contra la


tierra»,

etc.

Daniel, VIII, 8: «Habiendo visto David el combate entre el jabalí y

el macho cabrío que le venció, que dominó sobre la tierra, del cual,

habiendo caído el cuerno principal, surgieron otros cuatro hacia los

cuatro vientos del cielo; de uno de los cuales salió un pequeño cuerno
que

se agrandó hacia el Mediodía, hacia el Oriente y hacia la tierra de

Israel, y se elevó contra el ejército del cielo, derrotó las estrellas,

las pisoteó, y, finalmente, derribó al príncipe, e hizo cesar el

sacrificio perpetuo y puso en desolación al santuario.

»He aquí lo que vio Daniel. Pidió una explicación de ello, y una voz

gritó de esta suerte: «Gabriel, hazle entender la visión que ha tenido», y

Gabriel le dijo:

»El jabalí que habéis visto es el rey de los medos y de los persas, y

el macho cabrío es el rey de los griegos, y el gran cuerno que tenía


entre

sus ojos es el primer rey de esta monarquía.

»Y el que este cuerno, una vez roto, haya sido reemplazado por otros

cuatro, es que cuatro reyes de esta nación le sucederán, pero no con el


mismo poder.

»Ahora bien: al declinar de estos reinos, habiendo crecido las

iniquidades, se alzará un rey insolente y fuerte, pero con un poder de

prestado, por el cual todas las cosas sucederán a su antojo; y podrá en

desolación al pueblo santo, y obteniendo éxitos en sus empresas, con


un

espíritu doble y engañoso, matará a muchos, y se levantará finalmente

contra el príncipe de los príncipes, pero perecerá desgraciadamente, y,

sin embargo, no por una mano violenta.»

Daniel, IX, 20: «Como rogara a Dios de todo corazón y, confesando


mi

pecado, y el de todo mi pueblo, me hallara prosternado ante mi Dios, he

aquí que Gabriel, a quien desde el principio había visto yo en visión,

vino a mí y me tocó a la hora del sacrificio de la tarde, y dándome

inteligencia me dijo: «Daniel, he venido para abriros el conocimiento de

las cosas. Desde el comienzo de vuestras oraciones he venido para

descubriros lo que deseáis, porque sois el hombre de deseos;


escuchad,

pues, la palabra y entrad en la inteligencia de la visión. Sesenta


semanas

han sido prescritas y determinadas sobre vuestro pueblo y sobre vuestra

santa ciudad para expiar los crímenes, poner fin a los pecados, abolir la

iniquidad, y para introducir la justicia eterna, para realizar las

visiones y las profecías y para ungir el santo de los santos. (Después de

lo cual este pueblo no será ya vuestro pueblo, ni esta ciudad la ciudad


santa. El tiempo de cólera habrá pasado, los años de gracia vendrán
para

siempre jamás.)

»Sabed, pues, y entended. Desde que salga la palabra para


restablecer

y reedificar Jerusalén, hasta el príncipe Mesías, habrá siete semanas y

sesenta y dos semanas. (Los hebreos tenían costumbre de dividir los

números y poner primero el menor. Estas siete y sesenta y dos hacen


en

realidad sesenta y nueve: de las setenta quedará, pues, 1a


septuagésima,

es decir, los siete últimos años de que va a hablar en seguida.)

»Después que la plaza y los muros hayan sido edificados en un


tiempo

de inquietud y de aflicción, y después de estas sesenta y dos semanas


(que

habrán seguido a las siete primeras. Cristo será, pues, muerto después
de

sesenta y nueve semanas; es decir, en la última), el Cristo será muerto,


y

vendrá un príncipe, que destruirá la ciudad y el santuario, y lo inundará

todo; el fin de esta guerra consumará la desolación.

»Y una semana (que es la septuagésima que falta), establecerá la

alianza con muchos; y ya en la mitad de la semana (es decir, los últimos

tres años y medio) abolirá el sacrificio y la hostia, y hará

sorprendentemente la extensión de la abominación, que se extenderá y

durará sobre aquellos mismos que se asombren de ella hasta la


consumación.»

Daniel, XI, 3: «El ángel dijo a Daniel: Habrá aún (después de Ciro,

bajo el cual acontece esto todavía) tres reyes de Persia (Cambises,

Esmerdis, Darío), y el cuarto que vendrá después (Jerjes) será más

poderoso en riqueza y en fuerza y alzará todos sus pueblos contra los

griegos.

»Pero surgirá un rey poderoso (Alejandro), cuyo imperio tendrá una

extensión extrema, y que logrará éxitos en todas sus empresas según


sus

deseos. Pero cuando se establezca su monarquía, perecerá y será


dividida

en cuatro partes hacia los cuatro vientos del cielo (como se dijo antes,

VI, 6; VIII, 8), pero no a personas de su raza; y sus sucesores no le

igualarán en poder, porque hasta su reino será dispersado a otros

distintos de ellos (estos cuatro principales sucesores).

»Y aquel de sus sucesores que reinará hacia el Mediodía (Egipto,

Tolomeo, hijo de Lago) se hará poderoso, pero otro le sobrepasará y su

estado será un gran estado (Seleuco, rey de Siria. Apiano dice que es el

más poderoso de los sucesores de Alejandro).

»Y en el transcurso de los años se aliarán; y la hija del rey del

Mediodía (Berenice, hija de Tolomeo Filadelfo, hijo del otro Tolomeo)

vendrá al rey de Aquilón (a Antioco Teos, rey de Siria y de Asia, sobrino

de Seleuco Lágida) para establecer la paz entre estos príncipes.

»Pero ni ella ni sus descendientes tendrán una larga autoridad;

porque ella y los que la habían enviado, y sus hijos y sus amigos serán
entregados a la muerte (Berenice y sus hijos fueron asesinados por
Seleuco

Calínico).

»Pero se levantará un brote de sus raíces (Tolomeo Evergetes


nacerá

del mismo padre que Berenice), que vendrá con un poderoso ejército a
las

tierras del rey del Aquilón, donde lo someterá todo a sí y transportará a

Egipto sus dioses, sus príncipes, su oro, su plata y todos sus más

preciosos despojos (si por razones domésticas no hubiera sido llamado


a

Egipto, habría despojado completamente a Seleuco, dice Justino); y


haber

algunos años sin que el rey de Aquilón pueda nada contra él.

»Y así volverá a su reino; pero los hijos del otro, irritados,

reunirán grandes fuerzas (Seleuco Cerauno, Antioco Magno). Y su


ejército

vendrá y lo desolará todo. Pero el rey del Mediodía, irritado, formará

también un gran cuerpo de ejército, y librará batalla (Tolomeo Filopátor

contra Antioco Magno, en Rafia), y vencerá; y sus tropas se harán

insolentes, y su corazón se hinchará (este Tolomeo profanó el templo:

Josefo), vencerá a millares de hombres, pero su victoria no será firme.

Porque el rey de Aquilón (Antioco Magno) volverá con fuerzas todavía

mayores que las de la primera vez, y entonces un gran número de


enemigos

se levantará también contra el rey del Mediodía (reinando el joven


Tolomeo
Epífanes) y hasta hombres apóstatas, violentos, de tu pueblo, se alzarán
a

fin de que las visiones se cumplan y perecerán (los que habían


abandonado

su religión para agradar a Evergetes cuando envió sus tropas a


Escopas,

porque Antioco reconquistará Escopas y les vencerá). Y el rey del


Aquilón

destruirá los muros, y tomará las ciudades mejor fortificadas, y la fuerza

entera del Mediodía no podrá resistirle, y todo cederá a su voluntad; se

detendrá en la tierra de Israel, que cederá ante él. Y así pensará en

hacerse dueño de todo el imperio de Egipto (despreciando la juventud


de

Epífanes, dice Justino). Y para esto se aliará con él y le dará su hija

(Cleopatra), para que traicione a su marido; respecto de lo cual dice

Apiano que, desconfiando de poder hacerse dueño de Egipto por la


fuerza, a

causa de la protección de los romanos, quiso atentar por fineza. Querrá

corromperla, pero no podrá seguir sus intenciones; y entonces se


lanzará a

otros designios y pensará en hacerse dueño de algunas islas (es decir,

lugares marítimos) y conquistará algunas (como dice Apiano).

»Pero un gran jefe se opondrá a sus conquistas (Escipión el Africano,

que detuvo los progresos de Antioco Magno porque ofendía a los


romanos en

la persona de sus aliados) y detendrá la vergüenza que había de

sobrevenirle. Volverá así a su reino y perecerá en él (fue muerto por los


suyos) y no será más.

»Y el que le sucederá (Seleuco Filopátor, o Sóter, hijo de Antioco

Magno) será un tirano, que afligirá con impuestos la gloria del reino (que

es el pueblo); pero al poco tiempo morirá, mas no por sedición ni por

guerra. Y le sucederá en su lugar un hombre despreciable e indigno de


los

honores de la realeza, que se introducirá en ella sagazmente y con

caricias. Todos los ejércitos se doblegarán ante él, los vencerá, y hasta

al príncipe con quien había hecho alianza porque, habiendo renovado la

alianza con él, le engañará, y viniendo con pocas tropas a sus


provincias

tranquilas y sin miedo, tomará las mejores plazas y hará más de lo que

jamás hicieron sus padres, y asolándolo todo por doquier formará


grandes

designios durante su tiempo.»

726. PROFECÍAS. -En Egipto, Pug. p. 659, Talmud: «Es tradición


entre

nosotros que, cuando llegue el Mesías, la casa de Dios, destinada a

dispensar su palabra, estará llena de basura y de impurezas, y que la

sabiduría de los escribas estará corrompida y putrefacta. Los que teman

pecar se verán reprobados por el pueblo y tratados de locos e


insensatos.»

Isaías, XLIX: «Escuchad, pueblos lejanos, y vosotros, habitantes de


las islas del mar: El Señor me llamó por mi nombre desde el vientre de
mi

madre, y me protege con la sombra de su mano, y ha puesto mis


palabras

como una espada aguda, y me ha dicho: tú eres mi servidor; por ti haré

aparecer mi gloria. Y yo dije: Señor, ¿he trabajado en vano? ¿Es que he

consumido inútilmente toda mi fuerza? Juzgadlo vos, Señor; mi trabajo


está

ante vos. Entonces, el Señor, que me formó Él mismo desde el vientre


de mi

madre para ser todo para Él, a fin de atraer a Jacob y a Israel, me dijo:

tú serás glorioso en mi presencia y yo mismo seré tu fuerza; es poco


que

tú conviertas a las tribus de Jacob; yo te he suscitado para ser la luz de

los gentiles y para ser mi salvación hasta las extremidades de la tierra.

Éstas son las cosas que el Señor dijo a aquel que humilló su alma, que
fue

desprecio y abominación para los gentiles, y que se ha sometido a los

poderosos de la tierra. Los príncipes y los reyes te adorarán, porque el

Señor que te ha elegido es fiel.

»El Señor me dijo todavía: Te he escuchado en los días de salvación


y

de misericordia, y te he establecido para ser la alianza del pueblo, y

ponerte en posesión de las naciones más abandonadas; a fin que digas


a los

que se hallan en cadenas: salid en libertad; y a los que están en las

tinieblas: venid a la luz y poseed tierras abundantes y fértiles. Y no se


verán ya más trabajados ni por el hambre ni por la sed ni por el ardor del

sol, porque aquel que tuvo compasión de aquéllos será su conductor:


les

conducirá a las fuentes vivas de las aguas y allanará ante ellos las

montañas. He aquí que los pueblos vendrán de todas partes: de Oriente,


de

Occidente, del Aquilón y del Mediodía. Que el cielo dé con ello gloria a

Dios; que la tierra se regocije porque plugo al Señor consolar a su


pueblo

y tendrá finalmente piedad de los pobres que esperan en Él.

»Y, sin embargo, Sión osó decir: El Señor me ha abandonado y no


tiene

ya recuerdo de mí. ¿Puede una madre dejar en olvido a su niño y puede

perder la ternura hacia aquel que ha llevado en su seno? Pero, aunque

fuera capaz de ello, yo, sin embargo, no te olvidaré jamás. Sión: yo te

llevo siempre entre mis manos y tus murallas están siempre ante mis
ojos.

Los que han de restablecerse concurren, y tus destructores serán


alejados,

levanta los ojos de todas partes, y considera toda esta multitud que se
ha

reunido para venir a ti. Yo juro que todos estos pueblos te serán dados

como un ornamento de que estarás para siempre jamás revestida: tus

desiertos y tus soldados y todas las tierras que ahora están desoladas

serán demasiado angostas para el gran número de tus habitantes, y los

niños que te nazcan en los años de tu esterilidad te dirán: el sitio es


demasiado pequeño, ensancha las fronteras y haznos sitio para habitar.

Entonces dirás tú en ti mismo: ¿Quién es el que me ha dado esta


abundancia

de hijos, yo que no concebía ya, que era estéril, transportada y cautiva?

¿Y quién es el que me los ha alimentado a mí, que estaba abandonada


sin

socorro? ¿De dónde han venido, pues, todos éstos? Y el Señor te dirá:
He

aquí que he hecho aparecer mi poder sobre los gentiles y he levantado


mi

estandarte sobre los pueblos, te traerán niños en sus brazos y en sus

senos, los reyes y las reinas serán tus nodrizas, te adorarán con el

rostro contra la tierra y besarán el polvo de tus pies; y tú conocerás que

yo soy el Señor y que los que esperan en mí jamás serán confundidos;

porque ¿quién puede arrebatar la presa al que es fuerte y poderoso?


Pero,

incluso aunque se la pudiera arrebatar, nada podrá impedir que yo salve


a

tus hijos, y que no pierda a tus enemigos, y todo el mundo reconocerá


que

yo soy el Señor tu salvador y el poderoso redentor de Jacob.

»El señor dijo estas cosas: ¿Cuál es ese libelo del divorcio según el

cual he repudiado a la Sinagoga? ¿Y por qué la he abandonado entre


las

manos de vuestros enemigos? ¿Y no es por sus impiedades y por sus


crímenes

por lo que la he repudiado?


»Porque he venido, y nadie me ha recibido; he llamado, y nadie me
ha

escuchado. ¿Es que mi brazo se ha acortado y que ya no tengo el poder


de

salvar?

»Por esto es por lo que haré aparecer las señales de mi cólera;

cubriré los cielos con tinieblas y los esconderé con velos.

»El Señor me ha dado una lengua bien instruida, a fin de que sepa

consolar con mis palabras a aquel que está en la tristeza. Me ha hecho

atento a sus discursos y le he escuchado como a un maestro.

»El Señor me ha revelado sus voluntades y no he sido rebelde a


ellas.

»He ofrecido mi cuerpo a los golpes y mis carrillos a los ultrajes;

he abandonado mi rostro a las ignominias y a los escupitajos; pero el

Señor me ha sostenido y por esto no he sido confundido.

»El que me justifica está conmigo. ¿Quién osará acusarme? ¿Quién


se

levantará para disputar contra mí y para acusarme de pecado, siendo


Dios

mismo mi protector?

»Todos los hombres pasarán y serán consumidos por el tiempo; los


que

temen a Dios escuchen, pues, las palabras de su servidor: quien


languidece

en las tinieblas ponga su confianza en el Señor. Pero, por lo que hace a

vosotros, no hacéis sino abrasar la cólera de Dios sobre vosotros,


andáis
sobre brasas y entre las llamas que vosotros mismos habéis encendido.
Es

mi mano quien ha hecho venir estos males sobre vosotros; pereceréis


en los

dolores.

»Escuchadme a mí, vosotros que seguís la justicia y que buscáis al

Señor. Mirad a la piedra de que habéis sido tallados y a la cisterna de

que habéis sido extraídos. Mirad a Abrahán, vuestro padre, y a Sara,


que

os ha concebido. Ved cómo estaba solo y sin hijos cuando le llamé, y le


di

una posteridad tan abundante; ved cuántas bendiciones he repartido


sobre

Sión y con cuántas gracias y consolaciones le he colmado.

»Considerad, pueblo mío, todas estas cosas, y haceos atentos a mis

planes, porque una ley saldrá de mí y un juicio que será la luz de los

gentiles.»

Amós, XIII: «Habiendo hecho una enumeración de los pecados de


Israel,

el profeta dice que Dios juró vengarse de ellos.»

Dice así: «En este día, dice el Señor, haré que el sol se ponga al

mediodía y cubriré la tierra con tinieblas en el día de luz; cambiaré

vuestras fiestas solemnes en lloros, y todos vuestros cánticos en llanto.

»Os veréis todos en tristeza y en sufrimiento, y pondré a esta nación

en una desolación parecida a la de la muerte de un hijo único; y estos

últimos tiempos serán de amargura. Porque he aquí que los días vienen,
dice el Señor, en que enviaré sobre esta tierra el hambre, no el hambre
y

la sed de pan y de agua, sino el hambre y la sed de oír las palabras de

parte del Señor. Irán errantes de un mar hasta el otro, y marcharán


desde

el Aquilón hasta el Oriente; se revolverán por todas partes buscando


quien

les anuncie la palabra del Señor, y no lo encontrarán.

»Y sus vírgenes y sus jóvenes perecerán con esta sed, ellos, que

siguieron a los ídolos de Samaria, que juraron por el dios adorado en


Dan

y que siguieron el culto de Bersabé, caerán y no se levantarán jamás de


su

caída.»

Amós, III, 2: «De entre todas las naciones de la tierra no he

reconocido sino a vosotros para ser mi pueblo.»

Daniel, XII, 7: «Habiendo descrito toda la extensión del reino del

Mesías, dice: «Todas estas cosas se cumplirán cuando se cumpla la

dispersión del pueblo de Israel.»

Ageo, II, 4: «Vosotros, que al comparar esta segunda casa con la

gloria de la primera, la despreciáis, animaos, dice el Señor; a vos,

Zorobabel, y a vos, Jesús, gran sacerdote, y a vosotros, a todo el pueblo

de la tierra, y no ceséis de trabajar en ello. Porque yo estoy con

vosotros, dice el Señor de los ejércitos; porque subsiste la promesa que

hice cuando os saqué de Egipto; mi espíritu está en medio de vosotros.


No
perdáis la esperanza, porque el Señor de los ejércitos dice así: todavía

un poco de tiempo y conmoveré el cielo y la tierra, y el mar y la tierra

firme (manera de hablar para indicar un cambio grande y extraordinario);


y

conmoveré a todas las naciones. Entonces vendrá el deseado por todos


los

gentiles, y llenaré esta casa de gloria, dice el Señor.

»El oro y la plata son míos, dice el Señor (es decir, no es con esto

con lo que quiero ser honrado; como se dice en otro sitio: todos los

animales del campo son míos; ¿de qué sirve ofrecérmelos en


sacrificio?);

la gloria de este nuevo templo será mucho mayor que la gloria del
primero,

dice el Señor de los ejércitos, y yo estableceré mi casa en este lugar,

dice el Señor.

»En Horeb, en el día en que os reunisteis, y que dijisteis: Que el

Señor no nos hable Él mismo, y que no veamos más este fuego, de


miedo de

que muramos. Y el Señor me dijo: Su oración es justa; yo les suscitaré


un

profeta tal como vosotros, de en medio de vuestros hermanos, en cuya


boca

colocaré mis palabras; y él les dirá todas las cosas que yo le hubiese

ordenado; y sucederá que quienquiera que desobedezca las palabras


que

llevará en mi nombre será juzgado por mí mismo.»

Génesis, XLIX: «Vos, Judá, seréis alabado por vuestros hermanos, y


vencedor de vuestros enemigos; los hijos de vuestro padre os adorarán.

Judá, estáis acostado como un león y como una leona que se


despertará.

»No será arrebatado el cetro a Judá, ni el legislador de entre sus

pies, hasta que venga Silo; y las naciones se agruparán junto a él para

obedecerle.»

729. PREDICCIONES. -Está predicho que, en el tiempo del Mesías,

vendría Éste a establecer una alianza nueva, que haría olvidar la salida

de Egipto (Jer., XXIII, 5; Is., XLIII, 16); que colocaría su ley, no en el

exterior, sino en los corazones; que colocaría su temor, que no había

existido sino en el exterior, en medio del corazón. ¿Quién no verá la ley

cristiana en esto?

730. ... Que entonces la ideología sería derrocada; que este Mesías

derribaría todos los ídolos y haría que los hombres entraran en el culto

del verdadero Dios.

Que serían derribados los templos de los ídolos, y que entre todas

las naciones y en todos los lugares del mundo le sería ofrecida una
hostia

pura, y no animales.
Que sería rey de los judíos y de los gentiles. Y he aquí este rey de

los judíos y de los gentiles oprimido por los unos y por los otros, que

conspiran para su muerte, dominador de los unos y de los otros, y

destruyendo tanto el culto de Moisés en Jerusalén, que era su centro,


del

cual hizo su primera iglesia, como el culto de los ídolos en Roma, que
era

su centro, y del que hizo su principal iglesia.

732. ... Que entonces no se enseñará ya a su prójimo diciendo: He

aquí al Señor, «porque Dios se hará sentir a todos».

VUESTROS HIJOS PROFETIZARÁN. -«Pondré mi espíritu y mi


temor en

vuestro corazón.»

Todo esto es lo mismo. Profetizar es hablar de Dios, no por pruebas

de fuera, sino por sentimiento interior «e inmediato».

Pensamientos

Pascal, Blaise
Pensamientos - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Pensamientos

Pascal, Blaise

Sección XI

737. ... Por lo cual rehúso todas las demás religiones. Con ello

encuentro la respuesta a todas las objeciones. Es justo que un Dios tan

puro no se descubra sino a aquellos cuyo corazón está purificado. Por

esto, esta religión me es amable; y la encuentro suficientemente

autorizada por una moral tan divina; pero yo encuentro algo más.

Encuentro, efectivamente, que desde que la memoria de los hombres

dura hay un pueblo que subsiste con antigüedad mayor a la de otro


ninguno;

que se anuncia constantemente a los hombres que se hallan en una

corrupción universal, pero que vendrá un reparador; un pueblo entero lo

predice antes de su venida, un pueblo entero lo adora después de su

venida; que no es un hombre quien lo dice, sino una infinidad de


hombres,
y un pueblo entero que profetiza expresamente durante cuatro mil años.
Sus

libros dispersados duran cuatrocientos años.

Cuanto más los examino, más verdades encuentro en ellos; y lo que


ha

precedido y lo que ha seguido; finalmente, sin ídolos ni reyes, y esta

Sinagoga predicha y esos miserables que la siguen, y que al ser


nuestros

enemigos son admirables testigos de la verdad de estas profecías en


que se

hallan predichas su miseria y su misma obcecación.

Encuentro este encadenamiento, esta religión, completamente divina


en

su autoridad, en su duración, en su perpetuidad, en su moral, en su

conducta, en su doctrina, en sus efectos; las tinieblas de los judíos,

espantosas y predichas: «eris palpans in meridie. Dabitur liber scienti

litteras, et dicet»: «Non possum legere»; hallándose todavía el cetro en

manos del primer usurpador extranjero, el ruido de la venida de

Jesucristo.

Tiendo así los brazos a mi «Libertador», que, habiendo estado

predicho durante cuatro mil años, vino a sufrir y a morir por mí sobre la

tierra en los tiempos y en todas las circunstancias que fueron predichas;

y por su gracia, aguardo la muerte en paz, con la esperanza de estarle

eternamente unido; vivo, sin embargo, con alegría, sea en los bienes
que
le place concederme, sea en los males que me envía para mi bien, y
que me

ha enseñado a sufrir con su ejemplo.

739. Los profetas han predicho y no han sido predichos; los santos

han sido después predichos y no predicentes. Jesucristo, predicho y

predicente.

740. Jesucristo, a quien los dos Testamentos miran: el Antiguo, con

su expectación; el Nuevo, como su modelo; ambos, como su centro.

745. Los que tienen dificultades para creer buscan un motivo en el

hecho de que los judíos no creen. «Si esto fuera tan claro -se dice-, ¿por

qué no creen?» Y casi quisieran que creyesen, para no verse detenidos


por

el ejemplo de su negación. Pero esta negación misma es el fundamento


de

nuestra creencia. Nos encontraríamos mucho menos dispuestos si


fueran de
los nuestros. Tendríamos entonces un pretexto mucho más amplio. Es

admirable el haber hecho a los judíos grandes aficionados a las cosas

predichas y grandes enemigos de su realización.

746. Los judíos estaban acostumbrados a los grandes y brillantes

milagros, y así, habiendo tenido las grandes intervenciones del mar Rojo
y

de la tierra de Canaán como un compendio de las grandes cosas de su

Mesías, esperaban otras aún más brillantes, de las cuales las de Moisés
no

eran sino muestras.

751. ¿Qué dicen los profetas de Jesucristo? ¿Que será


evidentemente

Dios? No; sino que es un Dios verdaderamente escondido; que será

desconocido; que no se pensará que es Él; que será una piedra de


choque

contra la que chocarán muchos, etc. No se nos eche en cara, pues, la


falta

de claridad, puesto que hacemos profesión de ella.

Pero, se dice, hay oscuridades. Y sin ello no se hubiera tropezado

con Jesucristo, y es uno de los designios formales de los profetas:


«excaeca»...

757. Está predicho el tiempo del primer advenimiento; el tiempo del

segundo no lo está, porque el primero debía ser callado; el segundo


debe

ser brillante y de tal manera manifiesto, que sus mismos enemigos


habrán

de reconocerlo. Pero como no debía venir sino oscuramente y


solamente para

ser conocido de los que sondearan las Escrituras...

758. Para hacer el Mesías cognoscible a los buenos e incognoscible


a

los malos, Dios lo ha predicho de esta suerte. Si la manera del Mesías

hubiera sido predicha claramente, no habría habido oscuridad, ni tan

siquiera para los malos. Si el tiempo hubiera estado predicho


oscuramente,

habría habido oscuridad hasta para los buenos; porque la bondad de su

corazón no les hubiera hecho entender, por ejemplo, que el mem


cerrado

significa seiscientos años. Pero el tiempo ha sido predicho claramente, y

la manera en figuras.
Gracias a este medio, los malos, tomando los bienes prometidos por

materiales, se descarrían a pesar del tiempo predicho claramente, y los

buenos no se descarrían. Porque la inteligencia de los bienes


prometidos

depende del corazón, que llama «bien» a aquello que ama; pero la

inteligencia del tiempo prometido no depende del corazón. Y así, la

predicción clara del tiempo y oscura de los bienes no decepciona sino a

los malos.

760. Los judíos le rechazan, pero no todos: los santos le reciben, y

no los carnales. Y no solamente no va esto contra su gloria, sino que es

el rasgo último que la completa. Como la razón que para ello tienen, y la

única que se encuentra en todos sus escritos, en el Talmud y en los

rabinos, no es sino que Jesucristo no ha dominado a las naciones con


mano

armada, «gladium tuum potentissime». (¿Es esto todo lo que tienen que

decir? Jesucristo fue muerto, dicen; ha sucumbido; no ha dominado a


los

paganos por su fuerza; no nos ha dado sus despojos; no da riquezas.


¿Es

esto todo lo que tienen que decir? Porque es esto lo que me lo hace

amable. No quisiera aquel que ellos se figuran), es visible que su vida es

lo único que les ha impedido recibirle; y por esta negación son testigos
sin reproche, y, lo que es más, cumplen con ellos las profecías.

Por medio del hecho de que el pueblo no le ha recibido, ha sucedido

la maravilla siguiente: las profecías son los únicos milagros subsistentes

que se pueden hacer, pero están sometidas a contradicción.

765. FUENTE DE CONTRARIEDADES. -Un Dios humillado y hasta


la muerte

en la cruz; un Mesías triunfante de la muerte por su muerte. Dos

naturalezas en Jesucristo, dos advenimientos, dos estados de la


naturaleza

y del hombre.

766. FIGURAS. -Salvador, padre, sacrificador, hostia, alimento, rey,

sabio, legislador, afligido, pobre, debiendo producir un pueblo que Él

mismo tenía que conducir y alimentar e introducir en su tierra...

JESUCRISTO. OFICIOS. -Tenía que producir por sí solo un gran


pueblo

elegido santo y selecto; conducirlo, nutrirlo, introducirlo en el lugar de


reposo y de santidad; hacerlo santo para Dios; hacer de él el templo de

Dios, y reconciliarlo con Dios, salvarlo de la cólera de Dios, librarlo de

la servidumbre del pecado, que reina visiblemente en el hombre; dar


leyes

a este pueblo, grabar estas leyes en su corazón; ofrecerse a Dios por

ellos, sacrificarse por ellos, ser una hostia sin mancha, y ser Él mismo

sacrificador, habiendo de ofrecerse a Sí mismo su cuerpo y su sangre, y

ofrecer, sin embargo, pan y vino a Dios...

«Ingrediens mundum.»

«Piedra sobre piedra.»

Lo que ha precedido y lo que ha seguido. Todos los judíos

subsistentes y vagabundos.

772. SANTIDAD. «EFFUNDAM SPIRITUM MEUM». -Todos los


pueblos estaban

en la infidelidad y en la concupiscencia, toda la tierra ardió en caridad;

los príncipes abandonan sus grandezas, las vírgenes sufren el martirio.

¿De dónde viene esta fuerza? Es que el Mesías ha llegado; he aquí el

efecto y las señales de su venida.


775. Hay herejía en explicar siempre el omnes como «todos», y
herejía

en no explicarlo algunas veces como «todos». «Bibite ex hoc omnes»:


los

hugonotes, herejes, al explicarlo como «todos». «In quo omnes

peccaverunt»: los hugonotes, herejes, al exceptuar los hijos de los

fieles. Hay que seguir, pues, a los padres y a la tradición para saber

cuándo, pues, hay que temer herejía de una y otra parte.

777. LOS EFECTOS, «IN COMMUNI ET IN PARTICULARI». -Los


semipelagianos

yerran al decir de «in communi» lo que no es verdad sino «in


particulari»;

y los calvinistas diciendo «in particulari» lo que es verdad «in communi»

(según me parece).

780. Jesucristo jamás condenó sin oír. A Judas: «Amice, ad qui

venisti?» Lo mismo a aquel que no tenía la vestidura nupcial.


781. Las figuras de la totalidad de la redención, tales como la de

que el sol alumbra a todos, no denotan sino una tonalidad; pero las

figuras de las exclusiones, como las de los judíos elegidos con exclusión

de los gentiles, denotan la exclusión.

«Jesucristo, redentor de todos.» Sí, porque ha ofrecido, como un

hombre que ha rescatado a todos los que quieran venir a Él. Los que
mueran

en el camino es por desdicha suya; pero, en cuanto a Él, les ofreció

redención. Esto es válido en este ejemplo, en que el que rescata y el


que

impide morir son dos, pero no en Jesucristo, que hace lo uno y lo otro.

No, porque Jesucristo, en calidad de redentor, no es tal vez dueño de

todo; y así, en lo que de Él depende, es redentor de todos.

Cuando se dice que Jesucristo no ha muerto por todos, abusáis de


un

vicio de los hombres que se aplican inmediatamente esta excepción, lo


cual

es favorecer la desesperación; en lugar de desviarles de ella para

favorecer la esperanza. Porque se acostumbra así a las virtudes


interiores

con estos hábitos interiores.

783. ... Entonces Jesucristo vino a decir a los hombres que no tienen
más enemigos que ellos mismos, que son sus pasiones las que los
separan de

Dios, que viene a destruirlas y a darles gracia, a fin de hacer de todos

ellos una Iglesia santa, que viene a recoger en esta Iglesia, a los

paganos y a los judíos, que viene a destruir los ídolos de los unos y las

supersticiones de los otros. A esto se oponen todos los hombres, no

solamente por la oposición natural de la concupiscencia, sino que, por

encima de todos, los reyes de la tierra se unen para abolir a esta

religión naciente, según había sido predicho. (Profecía: «Quare


fremuerunt

dentes..., reges terrae, adversus Cristum».)

Todo cuanto hay de grande en la tierra se une: los intelectuales, los

sabios, los reyes. Los unos escriben, los otros condenan, los otros
matan.

Y, no obstante todas estas oposiciones, estas gentes simples y sin


fuerza

resisten a todas estas potencias y someten incluso a estos reyes, a


estos

intelectuales, a estos sabios, y arrancan la idolatría de toda la tierra.

Y todo esto acontece por la fuerza que lo había predicho.

784. Jesucristo no ha querido el testimonio de los demonios ni de los

que no tenían vocación, sino de Dios y de Juan Bautista


786. Jesucristo es una oscuridad (según lo que el mundo llama

oscuridad) tal, que los historiadores, que no escriben sino las cosas

importantes de los Estados, apenas se han dado cuenta de ello.

789. Como Jesucristo permaneció desconocido entre los hombres,


así

también su verdad permanece desconocida entre las opiniones


comunes, sin

diferencia en el exterior. Así la Eucaristía entre el pan común.

792. ¿Qué hombre tuvo jamás más brillo? El pueblo judío entero lo

predijo antes de su advenimiento. El pueblo gentil le adora después de


su

advenimiento. Los dos pueblos, gentil y judío, le consideran como centro

suyo.

Y sin embargo, ¿qué hombre ha gozado jamás menos de este brillo?


De

treinta y tres años, vivió treinta sin aparecer. Durante tres años pasa

por un impostor; los sacerdotes y los principales lo rechazan; sus


amigos
y sus más próximos le desprecian. Finalmente, muere entregado por
uno de

los suyos, renegado por el otro y abandonado por todos.

¿Qué parte tiene, pues, Él en este brillo? Jamás hubo hombre de


tanto

brillo, jamás uno con más ignominia. Todo este brillo no ha servido sino

para nosotros, para hacérnoslo recognoscible; y no guardó nada de Él


para

sí.

793. La distancia infinita entre los cuerpos y los espíritus figura

la distancia infinitamente más finita de los espíritus y la caridad,

porque es sobrenatural.

Todo el brillo de las grandezas no tiene lustre para las gentes que

se hallan en las investigaciones del espíritu.

La grandeza de las gentes de espíritu es invisible para los reyes,

para los ricos, para los capitanes, para todos estos grandes de la carne.

La grandeza de la sabiduría, que es nula si no es de Dios, es

invisible para los carnales y para las gentes de espíritu. Son tres

órdenes que difieren en género.

Los grandes genios tienen su imperio, su brillo, su grandeza, su

victoria, su lustre, y no tienen necesidad ninguna de las grandezas

carnales, con las que no tienen ninguna relación. Los ven, no los ojos,
sino los espíritus, y es bastante.

Los santos tienen su imperio, su brillo, su victoria, su lustre, y no

tienen necesidad ninguna de las grandezas carnales o espirituales, con


las

que no tienen ninguna relación, porque ni quitan ni ponen. Los ven Dios
y

los ángeles, y no los cuerpos ni los espíritus curiosos: Dios les basta.

Arquímedes, sin brillo, gozaría de idéntica veneración. No dio

batallas para los ojos, pero suministró sus invenciones a todos los

espíritus. ¡Oh, cómo brilló ante los espíritus!

Jesucristo, sin bienes y sin producción ninguna con aspecto de

ciencia, está en su orden de santidad, no ha dado invención ninguna, no


ha

reinado; pero ha sido humilde, paciente, santo, santo para Dios, terrible

para los demonios, sin pecado alguno. ¡Oh, con qué gran pompa y
prodigiosa

magnificencia ha venido para los ojos del corazón que ven la sabiduría!

Hubiera sido inútil para Arquímedes hacer de príncipe en sus libros

de geometría, aunque lo hubiera sido.

Hubiera sido inútil a Nuestro Señor Jesucristo venir en rey, para

brillar en su reino de santidad; pero vino perfectamente con el brillo de

su orden.

Es perfectamente ridículo escandalizarse de la bajeza de Jesucristo,

como si esta bajeza fuera del mismo orden que la magnitud que venía a

hacer desaparecer. Considérese esta grandeza en su vida, en su


pasión, en
su oscuridad, en su muerte, en la elección de los suyos, en su
abandono,

en su secreta resurrección, y en el resto, y se la descubrirá tan grande

que no habrá motivo de escandalizarse por una bajeza que no existe.

Pero hay gentes que no pueden admirar sino las grandezas carnales,

como si no existieran las espirituales; y otras que no admiran sino las

espirituales, como si no existieran otras infinitamente más elevadas en


la

sabiduría.

Todos los cuerpos, el firmamento, las estrellas, la tierra y sus

ríos, no valen lo que el menor de los espíritus; porque éste conoce todo

aquello y se conoce a sí mismo, y los cuerpos, nada.

Todos los cuerpos juntos, y todos los espíritus juntos, y todas sus

producciones no valen lo que el menor movimiento de caridad; esto es


de un

orden infinitamente más elevado.

Con todos los cuerpos juntos no se puede lograr hacer un pequeño

pensamiento: es imposible y de otro orden. Con todos los cuerpos y los

espíritus no es posible obtener un movimiento de verdadera caridad; es

imposible, y de otro orden, sobrenatural.

795. Si Jesucristo no hubiese venido sino para santificar, toda la

Escritura y todas las cosas tenderían a ello, y sería bien fácil convencer
a los infieles. Si Jesucristo no hubiese venido sino para cegar, toda su

conducta sería confusa, y no tendríamos ningún modo de convencer a


los

infieles. Pero como vino «in sanctificationem et in scandalum», como


dice

Isaías, no podemos convencer a los infieles, y ellos tampoco pueden

convencernos, pero, por lo mismo, les convencemos, porque decimos


que no

hay convicción en toda su conducta ni por una parte ni por la otra.

797. PRUEBAS DE JESUCRISTO. -Jesucristo ha dicho las cosas


grandes

tan simplemente, que parece que no las ha pensado, y, sin embargo,


con

tanta claridad, que se ve perfectamente lo que pensaba de ellas. Esta

claridad unida a esta ingenuidad es admirable.

798. El estilo del Evangelio es admirable en tantas maneras, y entre

otras al no tener jamás invectiva ninguna contra los verdugos y los

enemigos de Jesucristo. Porque no hay ninguna de los historiadores


contra

Judas, Pilato, ni ninguno de los judíos.


Si esta modestia de los historiadores evangélicos hubiese sido

afectada, así como tantos otros rasgos de un carácter tan hermoso, y si


no

la hubiesen aceptado sino para hacerla notoria, si no hubiesen osado

notarlo por sí mismos, no habrían dejado de buscar amigos que


hubiesen

hecho estas observaciones en favor suyo. Pero como han obrado de


esta

suerte, sin aceptación, y por un movimiento absolutamente


desinteresado,

no han hecho que nadie lo haga observar; y creo que muchas de estas
cosas

no han sido observadas hasta aquí, y esto es lo que testimonia la


frialdad

con que la cosa fue hecha.

800. ¿Quién ha enseñado a los evangelistas las cualidades de un


alma

perfectamente heroica para pintarla tan perfectamente en Jesucristo?


¿Por

qué le hacen débil en su agonía? ¿No saben pintar una muerte


constante?

Sí, porque el mismo San Lucas pinta la de San Esteban más fuerte que
la de

Jesucristo.
Le hacen, pues, capaz de miedo, antes de que haya llegado la

necesidad de morir, y después lleno de fortaleza.

Pero cuando lo hacen tan turbado es cuando se turba a sí mismo; y

cuando los hombres le turban es absolutamente entero.

Pensamientos

Pascal, Blaise
Pensamientos - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Pensamientos

Pascal, Blaise

Sección XII

803. COMIENZO. -Los milagros disciernen la doctrina, y la doctrina

discierne los milagros.

Los hay verdaderos y falsos; de otro modo serían inútiles. Ahora

bien: no son inútiles, y son, por el contrario, fundamento. Ahora bien: es

menester que la regla que nos dé sea tal que no destruya la prueba de
la

verdad que dan los verdaderos milagros, la cual es el fin principal de

éstos.

Moisés dio dos: que la predicción no sucede (Deut., XVIII), y que no

lleven a la idolatría (Deut., XIII); y Jesucristo una.

Si la doctrina regula los milagros, los milagros son inútiles para la

doctrina.

Si los milagros regulan...


OBJECIÓN A LA REGLA. -El discernimiento de los tiempos. Otra
regla

durante Moisés, otra regla en el presente.

804. MILAGRO. -Es un efecto que excede a la fuerza natural de los

medios que se emplean para producirlo; y no-milagro es un efecto que


no

excede a la fuerza natural de los medios empleados. Así, los que curan
por

una invocación al diablo no realizan un milagro; porque no excede esto


a

la fuerza natural del diablo. Pero...

806. Los milagros y la verdad son necesarios, porque hay que

convencer al hombre entero, en cuerpo y en alma.


808. Jesucristo ha verificado que era el Mesías, jamás verificando

sus doctrinas sobre la Escritura y las profecías, y siempre por sus

milagros.

Prueba que remite los pecados por un milagro.

No os regocijéis por vuestros milagros, dice Jesucristo, sino porque

vuestros nombres están escritos en los cielos.

Si no creen a Moisés, tampoco creerán a un resucitado.

Nicodemo reconoce, por sus milagros, que su doctrina es de Dios:

«Scimus quia venisti a Deo magister nemo enim potest haec signa
facere

quae tu facis nisi Deus fuerit cum eo.» No juzga de los milagros por la

doctrina, sino de la doctrina por los milagros.

Los judíos tenían una doctrina de Dios, como tenemos nosotros una
de

Jesucristo y confirmada por milagros; y prohibición de creer a todos los

fautores de milagros, y además orden de recurrir al gran sacerdote, y de

atenerse a él.

Y así todas las razones que tenemos para negarnos a creer en los

fautores de milagros las tenían ellos respecto de sus profetas.

Y, sin embargo, eran muy culpables de negar a los profetas a causa


de

sus milagros, y a Jesucristo; y no habrían sido culpables si no hubieran

visto los milagros, «nisi fecissem...; peccatum non haberent». Por tanto,

toda la creencia está basada en los milagros.

La profecía no se llama milagro: así, San Juan habla del primer


milagro en Caná, y después lo que Jesucristo dice a la samaritana, que

descubre toda su vida escondida, y después cura al hijo de un sargento,


y

San Juan llama a esto «el segundo signo».

811. No se hubiera pecado no creyendo en Jesucristo sin los


milagros.

812. Yo no sería cristiano sin los milagros, dice San Agustín.

818. Habiendo considerado de dónde procede el que haya tantos


falsos

milagros, falsas revelaciones, sortilegios, etc., me pareció que la

verdadera causa está en que los hay verdaderos; porque no sería


posible

que hubiese tantos falsos milagros si no los hubiera verdaderos, ni


tantas

falsas revelaciones si no las hubiera verdaderas, ni tantas falsas

religiones si no hubiera una verdadera. Porque si jamás hubiera existido


nada de esto, es como imposible que los hombres se lo hubiesen
imaginado,

y más imposible todavía que tantos otros los hubiesen creído. Pero
como ha

habido muy grandes cosas verdaderas, y que han sido creídas por
grandes

hombres, esta impresión ha sido causa de que casi todo el mundo se


haya

hecho capaz de creer también en las falsas, y así, en lugar de concluir

que no hay verdaderos milagros, puesto que hay tantos falsos, hay que

decir, por el contrario, que hay verdaderos milagros porque hay tantos

falsos y que no hay milagros falsos sino por la razón de que hay

verdaderos, y que no hay análogamente falsas religiones sino porque


hay

una verdadera. La objeción a esto: que los salvajes tienen una religión;

pero es que han oído hablar de la verdadera, según parece por la cruz
de

San Andrés, el diluvio, la circuncisión, etc. Esto proviene de que el

espíritu del hombre, encontrándose plegado por este lado por la verdad,
se

hace susceptible por ello de todas las falsedades de ésta...

820. Si el diablo favoreciera la doctrina que le destruye, resultaría

dividido, como decía Jesucristo. Si Dios favoreciera la doctrina que


destruye la Iglesia, resultaría dividido: «omne regnum divisum». Porque

Jesucristo obraba contra el diablo y destruía su imperio sobre los

corazones, cuya figura es el exorcismo, para establecer el reino de Dios.

Y así añade: «in digito Dei..., regnum Dei ad vos».

821. Hay mucha diferencia entre tentar e inducir a error. Dios

tienta, pero no induce a error. Tentar es procurar las ocasiones en que,

sin imponer necesidad, se haría una cierta cosa si no se amara a Dios.

Inducir a error es colocar al hombre en la necesidad de concluir y seguir

una falsedad.

823. Si no hubiese falsos milagros, habría certeza. Si no hubiese

regla para discernirlos, los milagros serían inútiles, no habría razón

para creer.

829. Jesucristo dice que las Escrituras dan testimonio de él, pero no

muestra en que, ni los profetas podían probar a Jesucristo durante su

vida; y así no se habría sido culpable de no creer en Él antes de su


muerte, si los milagros no hubiesen bastado sin la doctrina. Ahora bien:

los que no creían en Él mientras vivía eran pecadores, como Él mismo

decía, y sin excusa. Por tanto, hacía falta que tuvieran una
demostración,

a la que resistieron. Ahora bien: no tenían la nuestra, sino solamente los

milagros; por tanto, bastan cuando la doctrina no es contraria, y se debe

creer en ellos.

Juan VII, 40. DISCUSIÓN ENTRE LOS JUDÍOS, COMO ENTRE


LOS CRISTIANOS

DE HOY. -Los unos creían en Jesucristo; los otros no creían en Él, a


causa

de las profecías que decían que había de nacer en Belén. Debieron


atender

tanto más a ello si no hubiera sido así. Porque, siendo convincentes sus

milagros, debían estar bien seguros de estas presuntas contradicciones

entre su doctrina y la Escritura, y esta oscuridad no les excusaba, pero

les cegaba. Así, los que se niegan a creer en los milagros de hoy, por
una

presunta contradicción quimérica, no tienen excusa.

Al pueblo que creía en Él por sus milagros le decían los fariseos:

«Ese pueblo maldito que no sabe la ley, ¿pero hay algún príncipe o
algún
fariseo que haya creído en Él? Porque sabemos que ningún profeta sale
de

Galilea.» Nicodemo respondió: «¿Es que nuestra ley juzga de un


hombre

antes de haberle oído, y sobre todo a un hombre tal que hace


milagros?»

830. Las profecías eran equívocas: hoy ya no lo son.

832. Los milagros no son ya necesarios, porque ya los tenemos.


Pero

cuando no se escucha ya la tradición, cuando ya no se propone sino al

papa, cuando se le ha sorprendido, habiendo excluido así la verdadera

fuente de la verdad, que es la tradición, y cuando se ha amonestado al

papa, que es su depositario y la verdad ya no tiene libertad de aparecer,

entonces los hombres no hablan ya de la verdad, la verdad misma debe

hablar a los hombres. Es lo que aconteció en tiempo de Arrio (milagros

bajo Diocleciano y bajo Arrio).


835. En el Antiguo Testamento, cuando se os separe de Dios. En el

Nuevo, cuando se os separe de Jesucristo. He aquí señaladas las


ocasiones

de exclusión en la fe de los milagros. No hay que dar otras exclusiones.

¿Se sigue de aquí que debieron haber excluido todos los profetas
que

les fueron enviados? No. Hubieran pecado no excluyendo a los que


negaban a

Dios, y hubieran pecado excluyendo a los que no negaban a Dios.

Por tanto, cuando se ve un milagro es menester, ante todo, o bien

someterse, o bien tener extraños indicios de lo contrario. Hay que ver si

niega a Dios, o a Jesucristo, o a la Iglesia.

836. Hay mucha diferencia entre no estar por Jesucristo y decirlo, o

no estar por Jesucristo y aparentar estarlo. Los unos pueden hacer

milagros, pero no los otros; porque es claro que los unos están contra la

verdad, no los otros; así los milagros son más claros.

838. Jesucristo ha realizado milagros, y los apóstoles después, y los

primeros santos en gran número; porque no estando todavía cumplidas


las
profecías, y cumpliéndose por ellos, nada daba testimonio sino los

milagros. Estaba predicho que el Mesías convertiría a las naciones.


¿Cómo

se cumplió esta profecía sin la conversión de las naciones? ¿Y cómo las

naciones se habrían convertido al Mesías no viendo este último efecto


de

las profecías que lo prueban? Por tanto, antes de que hubiera muerto,

resucitado y convertido a las naciones, no estaba todo cumplido; y así

hicieron falta milagros durante todo este tiempo. Ahora ya no hacen falta

más contra los judíos, porque las profecías realizadas son un milagro

subsistente.

839. «Si no creéis en mí, creed por lo menos en los milagros.»


Remite

a ello como al argumento más fuerte.

Se había dicho a los judíos, así como a los cristianos, que no

creyeran siempre en los profetas; pero, sin embargo, los fariseos y los

escribas hacen ostentación de los milagros, y tratan de mostrar que son

falsos o están hechos por el diablo; siendo necesario que se convenzan,


si

reconocieran que son de Dios.

Hoy no tenemos necesidad de hacer este discernimiento. Sin


embargo,

es muy fácil de hacer: los que no niegan ni a Dios ni a Jesucristo no


hacen milagros que no sean seguros. «Nemo facit virtutem in nomine
meum,

et cito possit de me male loqui.» Pero nosotros no tenemos necesidad


de

hacer este discernimiento. He aquí una reliquia sagrada. He aquí una

espina de la corona del Salvador del mundo, sobre quien el príncipe de

este mundo no tiene poder, que hace milagros por el propio poder de
esta

sangre vertida por nosotros. He aquí que Dios mismo elige esta casa
para

hacer brillar en ella su poder.

No son hombres quienes hacen estos milagros por una virtud

desconocida y dudosa que nos obliga a un difícil discernimiento. Es Dios

mismo; es el instrumento de la Pasión de su Hijo único, que, estando en

muchos sitios eligió éste, y hace venir de todas partes a los hombres
para

recibir de Él estos alivios milagrosos en sus enfermedades.

La Iglesia tiene tres clases de enemigos: los judíos, que jamás han

estado en su cuerpo; los herejes, que se retiraron de él, y los malos

cristianos, que la desgarran por dentro. Estas tres clases de diferentes

adversarios la combaten de ordinario diversamente. Pero aquí la


combaten

de una misma manera. Como todos están sin milagros, y la Iglesia ha


tenido

siempre milagros contra ellos, han tenido todos el mismo interés en

eludirlos, y se han servido todos de esta defección: que no hay que


juzgar
de la doctrina por los milagros, sino de los milagros por la doctrina.

Había dos partidos entre los que escuchaban a Jesucristo: los unos, que

seguían su doctrina por sus milagros; los otros, que decían... Había dos

partidos en tiempo de Calvino...

841. Los milagros disciernen las cosas dudosas: los pueblos judío y

pagano; judío y cristiano; católico y hereje; calumniados y


calumniadores;

las dos cruces.

Pero para los herejes los milagros serían inútiles; porque la

Iglesia, autorizada por los milagros que han preocupado la creencia, nos

dice que no tienen la verdadera fe. No hay duda que no están en ella,

puesto que los primeros milagros de la Iglesia excluyen la fe en los

suyos. Hay así milagro contra milagro, y primeros y más grandes del
lado

de la Iglesia.

Estas vírgenes, asombradas de lo que se dice, de que se hallan en


vía

de la perdición; que sus confesores las lleven a Ginebra; que les


sugieran

que Jesucristo no está en la Eucaristía ni a la diestra del Padre; ellas

saben que todo esto es falso y se ofrecen a Dios en este estado: «Vide
si
via iniquitatis in me est.» ¿Qué pasa con esto? De este lugar, que se
dice

ser el templo del diablo, hace Dios su templo. Se dice que hay que sacar
a

los niños de aquí: Dios les cura en él. Se dice que es el arsenal del

infierno: Dios hace de él el santuario de sus gracias. Se les amenaza, en

fin, con todos los furores y todas las venganzas del cielo; y Dios les

colma de favores. Haría falta haber perdido el sentido para concluir de

ello que están en el camino de la perdición.

(Se tienen, sin duda,las mismas notas que San Atanasio.)

843. No está aquí sino el reino de la verdad, y ésta yerra

desconocida entre los hombres. Dios la ha cubierto con un velo que


hace

que no se dé a conocer a quienes no escuchen su voz. Queda lugar


abierto

para la blasfemia, y hasta acerca de verdades del Evangelio, se


publican

las contrarias, y se oscurecen las cuestiones de suerte que el pueblo no

puede discernir. Y se pregunta: «¿Qué tenéis para haceros creer más


que

las demás? ¿Qué signos producís? No tenéis sino palabras, y nosotros

también. Si tuvierais milagros, bueno.» Esto es una verdad, la de que la

doctrina tiene que ser sostenida por los milagros, de la cual se abusa
para blasfemar contra la doctrina. Y si llegan los milagros, se dice que

los milagros no bastan sin la doctrina; y es otra verdad de la que se

abusa para blasfemar contra los milagros.

Jesucristo curó al ciego de nacimiento y realizó numerosos milagros

en sábado. Con lo cual ofuscaba a los fariseos, que decían que había
de

juzgar por los milagros de la doctrina.

«Nosotros tenemos a Moisés: pero éste no sabemos de dónde es.»


Lo

admirable es que no sabéis de dónde es; y, sin embargo, realiza tales

milagros.

Jesucristo no hablaba ni contra Dios ni contra Moisés.

El Anticristo y los falsos profetas, predichos por uno y otro

Testamento, hablarán claramente contra Dios y contra Jesucristo. Que


no

está escondido... que si fuese enemigo encubierto, Dios no permitiría


que

hiciera milagros abiertamente.

Jamás en una disputa pública en que los dos partidos se dicen de

Dios, de Jesucristo, de la Iglesia, están los milagros del lado de los

falsos cristianos, y el otro lado sin milagros.

«Tiene el diablo» (Juan, X, 21). Y los otros decían: «¿Puede el

diablo abrir los ojos de los ciegos?»

Las pruebas que Jesucristo y los Apóstoles sacan de la Escritura no

son demostrativas; porque dicen solamente que Moisés ha dicho que


vendría
un profeta, pero no prueban con ello que sea éste, y ésta es la cuestión.

Estos pasajes no sirven sino para mostrar que no se es contrario a la

Escritura, y que no hay en ello repugnancia, pero no que haya


conformidad.

Ahora bien: esto basta, exclusión de repugnancia con milagros.

Hay un deber recíproco entre Dios y los hombres, para hacer y para

dar. «Venite. Quid debui?» «Acusadme», dice Dios en Isaías.

Dios tiene que cumplir sus promesas, etc.

Los hombres deben a Dios el recibir la religión que les envía. Dios

debe a los hombres el no inducirles a error. Ahora bien: serían inducidos

a error si los fautores de milagros anunciaran una doctrina que no

apareció visiblemente falsa para las luces del sentido común, y si un

mayor fautor de milagros no hubiese advertido ya que no se les crea.

Así, si hubiera división en la Iglesia, y los arrianos, por ejemplo,

que decían fundarse en la Escritura como los católicos, hubiesen


realizado

milagros y no los católicos, se habría estado inducido a error.

Porque, como un hombre que nos anuncia los secretos de Dios no es

digno de ser creído por su autoridad privada, y por esto los impíos
dudan

de él, así también a un hombre que, como señal de la comunicación que

tiene con Dios, resucita a los muertos, predice el porvenir, transporta

los mares, cura los enfermos, no hay impío que no se le rinda, y la

incredulidad de Faraón y de los fariseos es el efecto de un


endurecimiento
sobrenatural.

Cuando se ven, pues, de un lado los milagros de la doctrina juntos y

sin sospechas, no hay dificultad. Pero cuando se ven los milagros y la

doctrina sospechosa de un mismo lado, entonces hay que ver quién es


más

claro. Jesucristo era sospechoso.

Barjesús cegado. La fuerza de Dios supera a la de sus enemigos.

Los exorcistas judíos derrotados por los diablos, diciendo: «Conozco

a Jesús y a Pablo, pero vosotros, ¿quiénes sois?»

Los milagros son para la doctrina, y no la doctrina para los

milagros.

Si los milagros son verdaderos, ¿podrán servir de prueba para

cualquier doctrina? No, porque esto no sucederá. «Si Angelus...»

Regla: Hay que juzgar de la doctrina y de los milagros por la

doctrina. Todo esto es verdad, pero no se contradice.

Porque hay que distinguir los tiempos.

¡Qué duchos sois en conocer las reglas generales, pensando con ello

sembrar el desasosiego y hacerlo todo inútil! No se os dejará, padre: la

verdad es una y firme.

Es imposible, por deber de Dios, que un hombre, ocultando su mala

doctrina y aparentando una buena, y diciéndose conforme con Dios y


con la

Iglesia, haga milagros para deslizar insensiblemente una doctrina falsa y

sutil: esto no puede ser.


Y menos todavía que Dios, que conoce los corazones, haga milagros
a

favor de semejante hombre.

859. La historia del ciego de nacimiento.

¿Qué dice San Pablo?¿Alude constantemente a las profecías? No,


pero a

su milagro. ¿Qué dice Jesucristo? ¿Alude a las profecías? No: su


muerte no

las había cumplido; sino que dice: «si non facissem». Creed en las
obras.

Dos fundamentos sobrenaturales de nuestra religión sobrenatural:


uno

visible, otro invisible. Milagros con la gracia, milagros sin la gracia.

La Sinagoga, que ha sido tratada con amor como figura de la Iglesia;

próxima a sucumbir, cuando estaba bien con Dios; y así figura.

Los milagros prueban el poder que Dios tiene sobre los corazones

mediante el poder que ejerce sobre los cuerpos.

Jamás ha aprobado la Iglesia un milagro entre los herejes.

Los milagros, apoyo de la religión, han discernido a los judíos, a

los cristianos, a los santos, a los inocentes, a los verdaderos creyentes.

Un milagro entre los cismáticos no es cosa tan temible; porque el

cisma, que es más visible que el milagro, denota visiblemente su error.

Pero cuando no hay cisma y el error se disputa, el milagro discierne.


«Si non fecissem quae alius non fecit.» -Estos desgraciados que nos

han obligado a hablar de los milagros.

Abrahán, Gedeón: confirmar la fe con milagros.

Judit. Finalmente, Dios habla en las últimas opresiones.

Si el enfriamiento de la caridad deja a la Iglesia casi sin

verdaderos adoradores, los milagros los suscitarán. Es uno de los


últimos

efectos de la gracia...

Cuando el milagro engaña la expectación de aquellos en cuya


presencia

sucede, y cuando hay desproporción entre el estado de su fe y el

instrumento del milagro, entonces debe inducirles a cambiar. Pero

vosotros, de otra manera. Habría igual razón en decir que si la


Eucaristía

resucitara a un muerto, haría falta hacerse calvinista mejor que seguir

siendo católico. Pero cuando corona la expectación, y aquellos que han

esperado que Dios bendeciría los remedios se ven curados sin


remedios...

IMPÍOS. -Jamás ha habido signo por parte del diablo, sin un signo
más

fuerte por parte de Dios, por lo menos sin que hubiese estado predicho
que

esto aconteciera.
Pensamientos

Pascal, Blaise
Pensamientos - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Pensamientos

Pascal, Blaise

Sección XIII

851. La historia de la Iglesia debe ser propiamente llamada la

historia de la verdad.

858. Da gusto hallarse en un navío azotado por la tempestad, cuando

se está seguro de que no va a perecer. Las persecuciones que minan a


la

Iglesia son de esta naturaleza.

860. Además de tantas notas de piedad, tienen todavía la


persecución,
que es la mejor de las notas de la piedad.

861. Magnífica situación de la Iglesia, cuando no está sostenida sino

por Dios.

862. La Iglesia se ha visto combatida siempre por errores contrarios,

pero quizá nunca a un mismo tiempo como en el presente. Y si bien


sufre

más, a causa de la multiplicidad de errores, recibe de ellos el beneficio

de que se destruyen mutuamente.

Se queja de los dos, pero mucho más de los calvinistas, a causa del

cisma.

Es cierto que muchos de los dos contrarios se han engañado: hay


que

desengañarlos.

La fe abraza varias verdades que parecen contradecirse. «Tiempo de

reir, de llorar, etc. Responde. Ne respondeas.»

La fuente de ello está en la unión de dos naturalezas en Jesucristo;

y también los dos mundos: la creación de un nuevo cielo y una nueva

tierra; nueva vida, nueva muerte; todas las cosas, duplicadas y


conservando los mismos nombres; y finalmente, los dos hombres que
existen

en los justos porque son los dos mundos y un miembro e imagen de

Jesucristo. (Y así les convienen todos los nombres de justos, pecadores;

muerto, vivo; vivo, muerto; elegido, réprobo, etcétera.)

Hay, pues, un gran número de verdades de fe y de moral que


parecen

repugnantes y que subsisten todas en un orden admirable. La fuente de

todas las herejías es la exclusión de alguna de estas verdades; y la

fuente de todas las objeciones que nos hacen los herejes es la


ignorancia

de algunas de nuestras verdades. Y sucede de ordinario que, no


pudiendo

concebir la relación de dos verdades opuestas y creyendo que la


concesión

de una encierra la exclusión de la otra, se apegan a la una, excluyen la

otra y piensan de nosotros lo contrario. Ahora bien: la exclusión es la

causa de su herejía; y la ignorancia de que nosotros admitimos también


la

otra causa sus objeciones.

Primer ejemplo: Jesucristo es Dios y hombre. Los arrianos, no

pudiendo aliar estas cosas, que creen incompatibles, dicen que es


hombre:

en esto son católicos. Pero niegan que sea Dios: en esto son herejes.

Pretenden que nosotros negamos su humanidad: en esto son


ignorantes.

Segundo ejemplo: Sobre el tema del sacramento de la Eucaristía:


nosotros creemos que cambiándose la sustancia del pan, y

transustancialmente, en la del cuerpo de Nuestro Señor, Jesucristo está

realmente presente en ella. He aquí una de las verdades. Otra es que


este

sacramento es también una figura de la cruz y de la gloria y una

conmemoración de ambos. He aquí la fe católica, que comprende estas


dos

verdades que parecen opuestas.

La herejía de hoy, no concibiendo que este sacramento contenga a la

vez la presencia de Jesucristo y su figura y que sea sacrificio y

conmemoración de sacrificio, cree que no se puede admitir una de estas

verdades sin excluir la otra por esta razón. Se agarran a este único

punto, a saber, que este sacramento es figurativo; y en esto no son

herejes. Piensan que nosotros excluimos esta verdad; de aquí procede


el

que nos hagan tantas objeciones sobre los pasajes de los Padres que lo

dicen. Niegan finalmente la presencia; y son en esto herejes.

Tercero: Las indulgencias.

Por esto, el camino más corto para evitar las herejías es instruirse

de todas las verdades; y el medio más seguro de refutarlas es


declararlas

todas. Porque ¿qué dirán los herejes?

Para saber si un sentimiento es de un Padre...


864. La verdad está tan obnubilada en este tiempo y la mentira tan

sentada que, a menos de amar la verdad, ya no es posible conocerla.

868. Lo que nos echa a perder al comparar lo que sucedió en otro

tiempo a la Iglesia con lo que se ve ahora en ella es que ordinariamente

se considera a San Atanasio, Santa Teresa y los demás como


coronados de

gloria y... como dioses. Ahora que el tiempo ha aclarado las cosas,
éstas

se ven así. Pero en el tiempo en que se les perseguía, este gran santo
era

un hombre que se llamaba Atanasio, y Santa Teresa, una joven. «Elías


era

un hombre como nosotros y sujeto a las mismas pasiones que


nosotros», dice

Santiago, para desengañar a los cristianos de esta falsa idea que nos
hace

repudiar el efecto de los santos como desproporcionado a nuestro


estado.

«Eran santos -decimos-; no son como nosotros.» Pero ¿qué acontecía

entonces? San Atanasio era un hombre llamado Atanasio, acusado de


varios

crímenes, condenado en tal o cual concilio por tal o cual crimen; todos

los obispos consentían en ello y finalmente el papa. ¿Qué se dice a los


que se resisten, que turban la paz, que producen cisma, etc.?

Celo, luz. Cuatro clases de personas; celo sin ciencia; ciencia sin

celo; ni ciencia ni celo; celo y ciencia. Los tres primeros le condenan y

los últimos le absuelven, y son excomulgados por la Iglesia, y, sin

embargo, salvan la Iglesia.

879. INJUSTICIA. -La jurisdicción no se confiere para el

juridiciente, sino para el justiciado. Es peligroso decirlo al pueblo:

pero el pueblo tiene demasiada fe en vosotros; esto no le perjudicará, y

puede serviros. Por tanto, hay que publicarlo. «Pasce oves meas, non

tuas.» Me debéis pasto.

880. Gusta la seguridad. Gusta que el papa sea infalible en la fe y

que los doctores graves lo sean en las costumbres, a fin de tener sus

seguridades.

881. La Iglesia enseña y Dios inspira, y lo uno y lo otro

infaliblemente. La operación de la Iglesia no sirve sino para preparar a


la gracia o a la condenación. Lo que hace basta para condenar, no para

inspirar.

886. HEREJES. -Ezequiel: Todos los paganos hablan mal de Israel y

también el profeta: tan lejos estaban los israelitas de tener derecho a

decirlo: «habláis como los paganos», que su gran fuerte consiste en


decir

que los paganos hablan como él.

906. Las condiciones más cómodas para vivir según el mundo son
las

más difíciles para vivir según Dios; y, por el contrario, nada es tan

difícil según el mundo como la vida religiosa; nada es más fácil que

vivirla según Dios. Nada más fácil que estar en un gran cargo y en
grandes

bienes, según el mundo; nada más difícil que vivir en él, según Dios, y

sin participar ni tener gusto en aquél.


923. No es absolución sola lo que remite los pecados en el
sacramento

de la Penitencia, sino la contrición, que no es verdadera si no busca el

sacramento.

Pensamientos

Pascal, Blaise

También podría gustarte