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La Oración Elemento Indispensable de La Vida Cristiana

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4° La Oración: elemento indispensable de la vida

espiritual1
La oración mental, una obra de un anónimo monje de Monte Athos escrita durante
el siglo pasado comienza diciendo esto: “Nuestro Señor Jesús Cristo dice en Su divino
y santo Evangelio, ´Aquel que cree en mí, de su interior correrán ríos de agua viva´.
Entonces, quien desee que esta agua viva del Espíritu Santo salga de su corazón como de
una fuente perpetua, que se esfuerce por adquirir en su corazón la oración que dice: Señor
Jesús Cristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi”2.

Esta oración que nace del corazón es llamada “oración de Jesús”, porque consiste
esencialmente en la invocación del nombre de Jesús, y también recibe el nombre de
“oración monologa”, porque puede ser resumida a una sola frase. Y, debido a que
esta frase hace recordar la oración del publicano de la conocida parábola 3, es
también llamada la “oración del publicano”.

Cristo es hombre perfecto y Dios perfecto. Invocar Su nombre es también invocar


el nombre de Dios. Por supuesto, Dios no está delimitado por ningún nombre. Su
revelación al mundo, y especialmente Su encarnación, es subrayada por nombres
que manifiestan Sus divinas energías. Además, si alguien, a nivel de la vida
terrenal, reitera con mucho gusto el nombre de una persona querida, cuánto más
natural es que lo haga a nivel de la vida espiritual invocando el nombre del Señor 4.
La invocación del nombre de Cristo se remonta al tiempo del mismo Señor. En los
santos Evangelios se dice que cuando el ciego de Jericó supo que Jesús iba a pasar
cerca de donde él estaba, comenzó a gritar: “Jesús, hijo de David, ten piedad de mí” 5.
Pero también Cristo mismo, volviendo a Su Padre celestial, instó a Sus discípulos a
pedir y a recibir en Su nombre: “Hasta ahora nada han pedido en Mi nombre; pidan y
recibirán, para que su gozo sea completo”6.

La invocación del nombre de Cristo es natural que existiera desde la era apostólica.
Pero no se sabe cuándo llegó a tener la forma que conocemos. Sin embargo,
tenemos menciones de su uso para mediados del siglo VI en su forma actual 7.

1
Es una traducción del artículo “Mental Prayer”, en Orthodox Spiritual Life, Mantzarides, Giorgios, Holy
Cross Orthodox Press, 1994, pp. 125-131.
2
Tesalónica 1979, p. 17 en Griego.
3
Lc 18:13.
4
Véase: Archimandrita Sofronio, Su Vida es mi vida, Tesalónica, Edición II, 1983, p. 152-4.
5
Lc 18:38, Mc 10:48.
6
Jn 16:24.
7
Ver Un monje de la Iglesia Oriental (Archimandrita Lev Gillet), La oración de Jesús, Crestwood, NY,
1987; B. Schultze “Untersuchungen ubre des Jesús-Gebet”, Orientalia Cristiana Periodica 18 (1952) 319-
43. Archimandrita Sofronio, idem., p. 133 etc. Kallistos Ware (Obispo de Diokleia), El poder del nombre, 2da
ed., Oxford 1986.
La práctica de la oración de Jesús comienza con la audible repetición de la frase
“Señor Jesús Cristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi”, que puede ser más larga o un
poco más abreviada.

La versión abreviada habitualmente ocurre cuando decimos “Señor Jesús, ten piedad
de mí” o “Señor Jesús”, mientras que se la alarga sumando la palabra “pecador” y así
suele quedar la oración como “Señor Jesús Cristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí,
pecador”. Habitualmente se piensa que abreviar la oración a unas pocas palabras se
debe al hecho de poder mantener la concentración y buscar un ininterrumpido
acercamiento a Dios.

La oración de Jesús, por medio de la constante repetición y con la gracia de Dios, se


transfiere paso a paso desde los labios del hombre hacia su mente. Entonces, deja
de ser repetida audiblemente y se realiza sólo con la mente. Este acto de orar
mentalmente no debe ser considerado como un acto intelectual, sino como la
extensión de la observación de los mandamientos de Dios y la sincronización de la
voluntad del hombre con la voluntad divina. La simple invocación del nombre de
Dios sin la simultánea observación de Sus mandamientos no tiene ningún valor, y
se transforma en una simple habladuría o blasfemia. Sin embargo, la invocación
consciente del nombre divino, que se relaciona con la observación de la voluntad
de Dios, hace que el hombre participe de las energías y gracia divinas.

Con el ejercicio perseverante de la oración “monologa”, la mente del cristiano se


concentra en el corazón. El corazón, según la expresión característica de San
Gregorio Palamás, constituye “el primer órgano intelectivo carnal”8. El cristiano
encuentra allí el sello de Cristo y el don del Santo Bautismo9.

Como San Juan de Sinaí (Clímaco) escribe, la invocación del nombre de Jesús
constituye el arma principal de los creyentes en su lucha contra el demonio:
“Atormenta a tus enemigos con el nombre de Jesús, porque no hay otra arma ni en el cielo
ni en la tierra”10. Con ésta oración el cristiano confiesa su fe y su esperanza en
Cristo, mientras confirma simultáneamente su amor y su dedicación. Con ella, en
fin, purifica su corazón, confronta las tentaciones y combate sus pasiones. Así la
oración de Jesús tiene un valor terapéutico y renovador. Cuando ésta oración
hecha raíces en el corazón, las pasiones son desarraigadas de él y el hombre
realmente alcanza la libertad. “Porque si sucede que la oración mental no habita en el
lugar de donde las pasiones salen, las mismas no se cortan”.11

El ejercicio de la “oración mental” es una labor espiritual delicada y no debe tener


lugar en forma irresponsable y sin guía. De acuerdo a la tradición ortodoxa, la
“oración mental”, es enseñada al monje o a los fieles por medio de sus padres
8
Triadas en defensa de los Santos Hesicastas 2.22.27, Erga 2, p. 402.
9
Ver Gregorio del Sinaí, Capítulos Acrósticos 113, PG 150.1277D.
10
La Santa Escala 21, PG 88, 945C.
11
La Sobria Contemplación, p. 35.
espirituales. En casos excepcionales, uno puede hacerlo por sí mismo invocando la
gracia de Dios. Lo que se presupone para ejercer la disciplina de esta oración es: la
humildad, el ayuno, la vigilia durante la noche, la aceptación de las penas, el
silencio (hesychia), y principalmente la observación de los mandamientos. Sin
embargo todo esto puede ser solo una lucha sin la gracia de Dios. Cuando la gracia
de Dios viene a nosotros, esta oración echa raíces en el mismo corazón y la
comunión con Dios se mantiene sin cesar. Más aún, sin la gracia del Espíritu Santo,
cada virtud humana permanece muerta y sin frutos.

”Porque solamente cuando (el Espíritu Santo) viene y habita en nosotros es que Él une
nuestras virtudes y deberes muertos –como miembros sin vida separados los unos de los
otros- por medio de tendones de poder espiritual. Él los une con el amor por Dios, y
entonces nos muestra jóvenes entre los ancianos y vivos entre los muertos; el alma no
puede vivir de otra manera”12.

Durante el tiempo del Imperio Bizantino, la práctica de la oración mental era


combinada por los monjes hesicastas con la adaptación de un método
psicosomático de concentración. De acuerdo a éste método, el monje debe sentarse
con su mentón apoyado en su pecho y su mirada dirigida hacia el ombligo,
repitiendo constantemente la oración de Jesús y combinándola con el ritmo de su
respiración.

Así, a la inspiración corresponde al “Señor Jesús Cristo (Hijo de Dios)”, mientras que
la expiración corresponde al “ten piedad de mí, pecador”. Al mismo tiempo, el monje
trata de despegar su mente de cualquier distracción y concentrarse en las palabras
de la oración, hasta que la existencia toda del hombre ore y viva la oración.

Barlaam de Calabria, enemigo de los monjes hesicastas, pensó que Nicéforo el


Atonita había introducido este método durante el siglo XIV. En oposición a éste, el
defensor de los hesicastas, San Gregorio Palamás, mantuvo la posición que
Nicéforo estaba continuando con una de las más antiguas tradiciones patrísticas 13.
Los textos más importantes en los que el método de la oración se describe son
Sobre la sobriedad y Guardando el corazón de Nicéforo el Atonita, y el Método de la
Santa Atención y la Oración, que fue atribuido a San Simeón el Nuevo Teólogo, pero
que es de hecho un texto del siglo XII 14. Cierto es que este método no es
precisamente un elemento constitutivo de la oración sino simplemente un medio
de concentración y la “uniforme introversión” de la mente15. Aquí, se debe señalar
que la absolutización de cualquier método puede fácilmente deformar la oración, y

12
San Simeón el Nuevo Teólogo, Tratados Éticos 7, 327-332, J. Darrouzes, (ed.), Traités théologiques et
éthiques, “Sources Chrétiennes” 129, Paris 1967, p. 178.
13
Triadas en defensa de los Santos Hesicastas 1, 2, 12, Erga 2, p. 142.
14
Ver Hausherr, “La méthode d´oraison hésychaste”, Orientalia Cristiana 9,2 no. 36, Roma 1927, y “Note
sur l´inventeur de la méthode d´oraison hésychaste”, Orientalia Cristiana 20, no. 66, Rom 1930, pp. 179-82.
H. G. Beck, Kirche und theologische Literatur im Byzantinischen Reich, Munichen 1959, pp. 586 y 693.
15
Cf. Ps. Dionisio el Areopagita, Sobre los divinos nombres 4.9, PG 3, 705A.
también desfigurarla en una especie de “yoga cristiano” o una “meditación
trascendental”16.

El mejor, más simple y seguro “método”, se puede considerar la dedicación de un


tiempo fijo, después de concluir el trabajo de cada día, para su ejercicio.
Sin dudas, la “oración mental” es un “ejercicio para la piedad”17. El tiempo que se le
dedica tiene un gran valor. Es una inversión de la vida humana en su cuerpo
eterno.

Cuando este tiempo es suficiente, ayuda a que la oración se transforme en una


costumbre espiritual del cristiano y se relacione con su naturaleza. Pero, al mismo
tiempo, necesita del cristiano insistencia, atención y ejercicio.

Sin embargo, más allá de toda atención humana y ejercicio, la “oración mental” es
un don de Dios. San Gregorio Palamás observa que esta oración se hace posible al
hombre cuando acepta dentro de él el don de la oración. Este don es ofrecido por
Dios a aquellos que son constantes en la oración con humildad y disciplina. De esta
forma, el Espíritu de Dios mora y actúa sin cesar dentro de ellos: “Porque desde que
ellos se han convertido en partícipes de la gracia perpetuamente emocionante e incansable,
tienen la oración enraizada en sus almas y actúan sin cesar de acuerdo con aquel que dijo: ´
Duermo pero mi corazón se mantiene despierto”18.

Así, la oración ininterrumpida no constituye una actividad unilateral del hombre,


sino el fruto de su co-operación con la gracia del Espíritu Santo que lo visita y actúa
místicamente en él.

Cuando le preguntaron a un monje contemporáneo de Monte Athos sobre cómo es


posible para alguien trabajar o hablar y estar orando al mismo tiempo, él respondió
con naturalidad: “Si ahora, mientras nosotros estamos hablando, escuchara mi corazón, él
estaría diciendo, ´Señor Jesús Cristo, ten piedad de mi´. Por supuesto, no todos los monjes
llegan a este nivel. Muchos luchan y muchos son perezosos, pero existen aquellos que viven
constantemente en la oración. A pesar de la secularización que domina nuestro tiempo,
todavía existen algunos que mantienen incesantemente la comunicación con Dios”.
Para concluir, la oración mental no es solo para los monjes, sino también para
todos los fieles que viven en el mundo 19. De hecho, en los últimos años con la
difusión de los textos patrísticos y el regreso a las fuentes de la vida espiritual
ortodoxa, la oración mental se convirtió en más y más querida a los fieles que

16
Véase: Archimandrita Sofronio, Idem., p. 176.
17
1 Tim 4:7.
18
Triadas en defensa de los Santos Hesicastas, 2, 1, 31, Erga 2, 318 Citando el Canto de Salomón 5, 2.
19
En relación con el ejercicio de esta oración por parte de los fieles, San Gregorio Palamás decía: “ Todo
cuanto lleva el nombre cristiano debe ejercer la oración sin cesar, según el mandamiento apostólico ´orad
sin cesar´… no solo los monjes o aquellos que viven fuera del mundo, sino que también el hombre, la mujer,
los niños, los sabios y los idiotas, de modo que todos pongan sus fuerzas en ejercerla”. Filoteio de
Constantinopla, Elogio a San Gregorio Palamás, PG 151, 573CD.
viven en todo el mundo. El constante crecimiento de la comunicación entre los
fieles con los monjes de Monte Athos u otros contribuyó grandemente a esto. Estos
monjes como padres espirituales o consejeros influencian sus vidas espirituales y
las dirigen en la oración mental.

Así, los fieles encuentran el camino para llevar a cabo el mandato del apóstol Pablo
de “Orad sin cesar”20, un mandato no dado solo a los monjes o a alguna categoría
especial de fieles sino a todos los cristianos.

SAN SIMEÓN DE TESALÓNICA: SOBRE LA SANTA ORACIÓN21


LO QUE LA SANTA ORACIÓN ES

Esta sagrada oración, la invocación a nuestro Salvador diciendo “Señor Jesús Cristo,
Hijo de Dios, ten piedad de mi”, es oración, bendición y confesión de fe. Ella es fruto
del Espíritu Santo, la que otorga los dones divinos, la que purifica el corazón, la
que ahuyenta a los demonios y hace habitar a Jesús Cristo, la fuente de los
pensamientos y las reflexiones espirituales. Ella es el perdón de los pecados, una
enfermería para el cuerpo, la que dispensa la iluminación divina, la fuente de la
misericordia de Dios, la que recompensa a quien vive en la humildad con
revelaciones e iniciaciones divinas, y la única salvación. Porque incluso la
salvación lleva en sí misma el nombre de nuestro Dios que es el único nombre que
se invoca sobre nosotros, el de Jesús el Cristo, el Hijo de Dios; y en ningún otro hay
salvación, como lo dice el Apóstol (Hech 4:12).

Y así, ésta es oración, porque en ella pedimos la divina misericordia; y bendición,


porque nos entregamos a Cristo por sus intercesiones; y confesión, porque Pedro
fue bendecido cuando confesó esto; y un fruto del Espíritu, porque “nadie puede
decir Jesús es el Cristo sino en el Espíritu Santo” (I Cor 12:3). Ella es quien otorga los
divinos dones porque, como Cristo le dijo a Pedro, “por esto te entregaré las llaves del
Reino de los cielos” (Mt 16:19). Ella es la purificación del corazón porque vemos a
Dios que llama y limpia a aquellos que lo ven. Ella expulsa a los demonios porque
en el nombre de Jesús Cristo todos los demonios fueron y son expulsados. Ella es el
lugar en el que habita Cristo porque en nuestro recuerdo de él, Cristo está en
nosotros y por medio de nuestro recuerdo Él habita en nosotros, llenándonos con
bondad, porque “Recordé”, dice, “al Señor y me llené de bondad” (Sal 76:4 versión de
los LXX).
Ella es la fuente de los pensamientos y de las reflexiones espirituales porque Cristo
es el tesoro de toda sabiduría y el conocimiento que Él concede a aquellos en
quienes Él habita. Ella es la redención de nuestros pecados desde que se dijo “lo
que desates en la tierra será desatado en los cielos” (Mt 16:19). Ella es la enfermería de
las almas y de los cuerpos porque “en el nombre de Jesús Cristo, levántate y anda”
(Hech 3:6); y “Eneas, Jesús Cristo te sana” (Hech 9:34). Ella dispensa la iluminación
20
I Tes 5:17.
21
Capítulo 96, PG 155.544D-48C San Simeón el Nuevo Teólogo en oración
divina porque Cristo es la verdadera luz y Él transmite su esplendor y gracia a
aquellos que lo invocan. “Que el esplendor del Señor nuestro Dios esté sobre vosotros”
(Sal 89:17 versión de los LXX), y “quien me siga tendrá la luz de la vida” (Jn 8:12).

Ella es la fuente de la divina misericordia porque pedimos la misericordia y el


Señor es misericordioso y tiene compasión de todos los que Lo invocan; Él se
acerca rápidamente a aquellos que Lo invocan. Ella distribuye revelaciones y la
divina iniciación a los humildes porque fue entregada a los pescadores, a Pedro,
como una revelación del Padre en los cielos. De la misma manera Pablo fue llevado
en Cristo y escuchó revelaciones, y Cristo siempre lo hace así. Ella es la única
salvación porque nuestra salvación no reside en nadie más, dice el Apóstol (Hech
4:42), y “este Cristo es el Salvador del mundo” (Jn 4:42). Por lo tanto, estará hasta el
último día en el que, “toda lengua confesará” y proclamará “que Cristo es el Señor para
Gloria de Dios el Padre” (Fil 2:11).

Este es el signo de nuestra fe desde que somos llamados cristianos, y el testimonio


de que venimos de Dios. “Porque cada espíritu que confiesa que el Señor Jesús Cristo ha
venido en la carne es de Dios” como dice y lo hemos dicho antes, y quien no lo
confiesa no procede de Dios (I Jn 4:3). Esto pertenece al Anticristo quien no
confiesa a Jesús Cristo.

Por lo tanto es necesario que todos los fieles sin cesar confiesen este Nombre, tanto
para proclamar la fe y el amor por nuestro Señor Jesús Cristo, de quien nadie debe
separarnos nunca, por la gracia que viene de su nombre, para el perdón, la
remisión y la sanidad, para la bendición, la iluminación y por sobre todo para la
salvación.

Porque en éste santo Nombre los apóstoles obraron maravillas y enseñaron y el


Santo Evangelista dice: “Estas cosas les he escrito para que crean que Jesús es el Cristo, el
Hijo de Dios”
(Jn 20:31) -¡aquí está la fe!- “y para que creyendo tengan vida en su nombre” (Jn 20:31) –
¡y aquí está la salvación y la vida!

Reglas de una vida piadosa


Acostúmbrate a levantarte temprano y en un horario específico. Apenas te
despiertes, eleva tus pensamientos a Dios, persígnate y agradécele el paso de la
noche y sus misericordias hacia ti. Pídele que Él dirija tus pensamientos, deseos y
sentidos, para que todo lo que digas y hagas sea de su agrado.
Mientras te vistas recuerda que estás ante la presencia de Dios y del Ángel
Guardián. Pídele a nuestro Señor Jesús Cristo que te vista con el ropaje de la
salvación.

Después de higienizarte reza por la mañana arrodillándote, concentrándote y


humildemente, como corresponde ante la mirada del Todopoderoso. Pídele tener
fe, esperanza y amor y además fuerza para recibir serenamente, lo que te traerá el
nuevo día con sus complicaciones. Pídele que bendiga tus sacrificios y que te
ayude a realizar tu tarea, eludiendo el pecado.

Si puedes lee algo de la Biblia, especialmente del Nuevo Testamento o los Salmos.
Lee con el deseo de recibir la iluminación espiritual inclinando tu corazón hacia la
humildad. Lee un poco, después medita, luego sigue leyendo, atendiendo a lo que
Dios le inculca a tu corazón.

Esfuérzate aunque sea un cuarto de hora para meditar sobre las verdades de la fe y
sobre lo que has leído de provechoso para tu alma.
Siempre agradece a Dios el no haber perecido en los pecados, y que El se preocupa
por ti y siempre te lleva hacia el Reino de los cielos.
Predisponte cada mañana de tal manera como si recién te hubieses decidido a ser
cristiano y vivir según los mandamientos de Dios.
Comenzando tus tareas procura realizar todo para Gloria de Dios.
No inicies ningún trabajo sin oración, porque lo que realizamos sin oración termina
siendo innecesario o perjudicial. Son ciertas las palabras de Dios: "Sin Mi no puedes
hacer nada."
Trata de parecerte al Salvador quien se esforzó, ayudando a José‚ y a su purísima
Madre.
Todos tus esfuerzos hazlos con bondad en el alma esperanzado la ayuda de Dios.
Es bueno repetir constantemente la oración: "Señor Jesús Cristo, Hijo de Dios, ten
piedad de mi pecador."
Si tus esfuerzos se realizan con éxito, agradécele a Dios, y si no son satisfactorios,
entrégate a la voluntad de Dios, pues él piensa en nosotros y encamina todo hacia
lo mejor.
Todo lo difícil tómalo, para el perdón de los pecados con espíritu de obediencia y
mansedumbre.
Reza antes de comer, para que Dios bendiga la comida y la bebida y después de
comer agradécele y ruega no perder los bienes espirituales. Es bueno levantarse de
la mesa sin haberse saciado totalmente. Los miércoles y viernes ayuna siguiendo el
ejemplo de los primero cristianos.
No seas avaro teniendo comida y ropa, se feliz con eso pareciéndote a Jesús Cristo
que se humilló por nosotros.
Trata de ser agradable a Dios en todo, para que tu conciencia no te haga padecer
remordimientos. Minuciosamente controla tus pensamientos, sentimientos y los
movimientos de tu corazón recordando que Dios te observa en todo lugar
Elude hasta los pecados menores, para no caer en los más grandes. Cualquier
pensamiento especialmente el impuro, que te aleja de Dios inmediatamente
expúlsalo de tu corazón, como a una chispa de fuego que cae sobre tu vestimenta.
Si no quieres que los malos pensamientos te acosen, recibe con tranquilidad la
humillación de la gente.
No hables en exceso, recordando que por cada palabra daremos explicaciones a
Dios. Mejor es escuchar que hablar, ya que con las palabras es fácil caer en el
pecado. No seas curioso en las novedades pues, ellas distraen el espíritu. No
juzgues a nadie y piensa que tú eres el peor. Quien juzga a alguien se carga con sus
pecados. Mejor reza por el pecador para que Dios por sus sendas lo enderece.
Si alguien no te hace caso contigo, no entres en discusión con el, pero si su actitud
perjudica a otros, entonces toma las medidas necesarias, porque el bien común es
más importante que el bien personal.

Nunca discutas ni te justifiques, se humilde, silencioso y pacífico, toma todo con


paciencia como nuestro Señor Jesús Cristo. El no te asignará una cruz superior a
tus fuerzas y te ayudará a llevarla.

Pídele a Dios la gracia de realizar sus santísimos mandamientos lo mejor posible, a


pesar de que te parezcan difíciles. Habiendo realizado algo bueno no esperes
recompensa si no tentaciones, porque es durante las tentaciones cuando se pone a
prueba el amor a Dios. No pienses en lograr una virtud sin sufrir pena. En las
tentaciones no te desalientes y dirigiéndote a Dios reza con oraciones breves
"Señor, ayúdame...ilumíneme...no me dejes...ampárame" El Señor permite las
tentaciones y al mismo tiempo da fuerzas para vencerlas.

Pídele a Dios que elimine de ti todo lo que alimenta el amor propio, aunque para ti
sea amargo. Evita ser frío, dubitativo, suspicaz, falso, competidor, abatido... Debes
ser franco y sencillo en el trato con el prójimo. Con humildad recibe las órdenes de
otros a pesar de que tú seas más inteligente y tengas mayor experiencia.
Lo que no deseas para ti, no se lo hagas a otro, y haz a otros lo que quieres para ti.
Se amable con quien te visita, se humilde y juicioso, y cuando las circunstancias lo
requieran, se ciego y sordo.

En los momentos de debilidad no te olvides de rezar y hacer buenas obras. Todo lo


que hagas en nombre de Jesús Cristo, por más pequeño que sea, se transforma en
bondadoso.
Si quieres tener paz, entrégate a Dios. No tendrás paz espiritual hasta que no te
tranquilices en Dios y queriéndolo a él únicamente.
De tanto en tanto retírate en soledad como hacia Jesús Cristo - para concentrarte en
la oración y elevar los pensamientos hacia Dios. Medita sobre el amor infinito de
Jesús Cristo, de sus sufrimientos y muerte, de su resurrección, de su segunda
venida y del Juicio Final...

Asiste a la Iglesia frecuentemente. Confiésate y comulga, con los santísimos


misterios. Así estarás con Dios lo cual es un bien grandísimo. En la confesión
arrepiéntete sinceramente de todos tus pecados pues el pecado que no se confiesa
conduce a la muerte
Los domingos conságralos a la caridad y a la misericordia: visita a un enfermo,
consuela al que sufre. Quien ayuda a otra persona a volver a Dios recibirá una gran
recompensa en este y en el siglo venidero. Aconseja a tus amigos, que lean
literatura religiosa y que participen en reuniones sobre temas espirituales.

Que el Señor Jesús Cristo sea tu maestro en todo. Constantemente dirige tus
pensamientos a Dios y pregúntale cómo hubiera procedido él.
Antes de dormir reza sincera y fervientemente y medita sobre los pecados
cometidos durante ese día. Debes arrepentirte con dolor en el corazón y lágrimas
en los ojos para no repetir los mismos pecados. Cuando te acuestas, persígnate,
besa la cruz y encomiéndate a Dios, tu Buen Pastor, pensando que tal vez esa
noche deberás presentarte ante Él.

Acuérdate del amor de Dios hacia ti y ámalo con todo tu corazón, alma y
pensamiento.
Si te comportas como lo indican estas reglas piadosas, alcanzaras la vida
bienaventurada en el reino de la luz eterna.
Que la gracia de nuestro Señor Jesús Cristo este contigo. Amén.

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