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Proceso Canonizacion Edad Moderna - SODANO
Proceso Canonizacion Edad Moderna - SODANO
Proceso Canonizacion Edad Moderna - SODANO
de la edad moderna
The new canonization process of the modern age
Giulio Sodano
Dipartimento di Lettere e Beni culturali
Università degli Studi della Campania «Luigi Vanvitelli»
https://orcid.org/0000-0001-6928-8127
giulio.sodano@unicampania.it
Abstract: In the modern age became a complex and Resumen: La canonización en la edad moderna se
bureaucratic legal operation, for which time played a transforma en una operación jurídica compleja y
decisive role in preventing hasty decisions. A cause for burocratizada, en la cual el factor tiempo asume un
beatification and canonization included several pro- papel determinante para no tomar decisiones apresu-
cesses and was divided into two phases: the first was radas. Una causa de beatificación y de canonización
held in front of the tribunal of the Bishops, in the place comprendía varios procesos y se dividía en dos fases:
where the fame of holiness originated and spread, la primera se desarrollaba en los tribunales locales, en
while the second was the Pope’s responsibility and la localidad en que la fama de santidad había surgi-
took place in the Sacred Congregation of Rites. The do y desde la que se había difundido, mientras que la
«modern» novelties of the procedure that strongly segunda era competencia del pontífice y tenía lugar
influenced the contents of the process can be sum- en la Sagrada Congregación de Ritos. Las novedades
marized in two points: the coining of the formula of «modernas» de procedimiento que influyeron fuerte-
heroic virtues and the decrees of Urban viii concerning mente en los contenidos de los procesos son dos: la
non-worship. These innovations enabled mechanisms acuñación de la fórmula de las virtudes heroicas y los
to be put in place for the selection of models of holi- decretos de Urbano viii con el nacimiento del proceso
ness that best responded to the needs of the Church. sobre el no culto. Estos permitieron poner en marcha
un mecanismo para seleccionar los modelos de san-
tidad más adecuados a las necesidades de la Iglesia.
Keywords: canonization, holiness, process, heroic Palabras clave: canonización, santidad, proceso, vir-
virtues. tudes heroicas.
que todos, en cualquier adversidad, se dirigían a él antes que a otro santo, y lo lla-
maron y aún siguen llamándolo san Ciappelleto: y afirma que ha obrado muchos
milagros que Dios ha realizado a través de él».
La satírica representación de Boccaccio de una proclamación de la santidad
no era, en realidad, un evento fuera de lo común en el Europa medieval. Se llega-
ba a ser santo, sobre todo, a través de la difusión de la fama sanctitatis, que nacía
de un modo espontáneo entre los entusiastas devotos. De alguna manera, la si-
tuación de la muchedumbre que en la plaza de san Pedro en los funerales de Juan
Pablo ii ha pedido con grades voces «santo subito» se asemeja en gran medida al
procedimiento medieval basado en la fama pública antes que en el largo recorrido
jurídico propio de la edad moderna.
El nacimiento del proceso de canonización de la época de la reforma gre-
goriana hasta el umbral de los tiempos modernos ha sido magistralmente re-
construido por el poderoso trabajo de André Vauchez 1. El proceso medieval, sin
embargo, aun dando un prestigio mayor al santo que venía canonizado a través
de un acto pontificio, no era el único camino a través del cual se alcanzaba la
gloria de los altares, porque la vía episcopal quedaba siempre abierta como un
recorrido «alternativo», que no negaba el consecución de la bienaventuranza.
También, desde el punto de vista de la modalidad para el reconocimiento de la
santidad, el tardo medievo fue pluralista. Es cierto que ya Inocencio iii había con-
seguido la reserva pontificia sobre la canonización en el año 1200 con motivo de
la proclamación de santa Cunegunda 2, pero la tendencia a seguir confiando a los
obispos una amplia autoridad en materia de santidad continuaron siendo fuertes.
Al menos hasta el siglo xvi y sobre todo hasta los decretos urbanianos, de los que
hablaré, en el occidente católico persistió una pluralidad grande de grados de san-
tidad, dependiendo de la autoridad que atribuía el título: los beatos reconocidos
por los obispos a los cuáles venía prevalentemente atribuido un culto local; los
santos canonizados por el papa; los beatos (realmente pocos) proclamados como
tal por el pontífice, a los cuales se les otorgaba también un culto local.
La novedad de la santidad en la edad moderna estuvo en hecho de que el pa-
pado asumió el monopolio absoluto de la «selección» de los santos a través de un
renovado procedimiento procesual. Ha sido dicho que la santidad es la dimensión
1 André Vauchez, La santità nel Medioevo, ed. it., Bologna, 1989 (2009). Se recuerda que la prime-
ra canonización históricamente documentada es la del obispo de Augsburgo, Udalrico en el 993.
Cfr. ivi. pp. 33-34.
2 Véase a este propósito Stephan Kuttner, La réserve papale du droit de canonisation, en Revue
historique de droit français et étranger, xviii (1938), pp. 172-228.
3 Giuseppe Galasso, L’altra Europa. Per un’antropologia storica del Mezzogiorno d’Italia, Milano,
1982, pp. 79-82.
4 Giuseppe Dalla Torre, Processo canonico (processo di beatificazione e canonizzazione), en Enciclope-
dia del diritto, Milano, 1987, p. 943.
5 Jean Delumeau, La sainteté catolique, in Histoire des saints et de la sainteté chrétienne, vol. viii, Paris,
1987, pp. 25-35, p. 27; Jean Delumeau, Rassurer et protéger. Le sentiment de sécurité dans l’Occident
d’autrefois, Paris, 1989, p. 183. Veáse también, Simon Ditchfield, How not to be a Counter-refor-
mation saint: the attempted canonization of Pope Gregory x, 1622-1645, en Papers of the British School
at Rome, lx (1992), p. 379; Jean Michael Sallmann, Santi barocchi: modelli di santità, pratiche
devozionali e comportamenti religiosi nel Regno di Napoli dal 1540 al 1750, Lecce, 1996, p. 123 y ss.
6 Gabriella Zarri, Le sante vive. Profezie di corte e devozione femminile tra ’400 e ’500, Torino, 1990.
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fundido la convicción de que el culto a las reliquias y a los santos, por su carácter
próximo a la superstición, podía ser dejado al pueblo ignorante, mientras que las
élites podían prescindir de él. También aquí, a medida que se fueron afirmando las
líneas más rigoristas, la aproximación intelectual de la élite a la vida devocional fue
vista con sospecha, mientras que se reafirmaba con fuerza el contenido único de las
prácticas de la vida religiosa, a la cuales todos necesariamente debían participar 7.
En el Concilio de Trento, el argumento de la santidad fue tratado de modo
muy sumario en la sesión xxv, entre el 2 y el 4 de diciembre de 1563. Aquella
sesión, como es bien conocido, construyó una verdadera muralla frente a las tesis
de los reformadores protestantes, reafirmando con fuerza, contra toda tendencia
iconoclasta, la validez del recurso a las imágenes devotas y a la intercesión de los
santos 8. Fue, por tanto, afirmado de un modo solemne que Cristo era el único re-
dentor y salvador de la humanidad, pero también se reafirmó que, como enseñaba
la tradición, la invocación de los santos era una cosa buena y útil, en la medida en
que estos habían sido considerados como intercesores. Pablo Sarpi en su Historia
del Concilio tridentino, narra cómo justo después de la aprobación de la doctrina de
las ánimas del purgatorio, se pasó a ordenar «a los obispos y a todos los que tienen
la misión de enseñar, la obligación de instruir al pueblo sobre la intercesión y la
invocación a los santos, el honor tributado a las reliquias y el legítimo uso de las
imágenes según la antigua doctrina de la Iglesia, con el consenso de los padres y de
los decretos conciliares; enseñando que los santos rezaban por los hombres y que es
útil invocarles y recurrir a sus oraciones y a su ayuda». Por todo esto, caían bajo la
condena de la Iglesia todas las proposiciones protestantes que había negado el culto
a los santos. Sobre las imágenes, algunos pasajes insistían con más fuerza sobre los
aspectos disciplinares, invocando, al menos, la necesidad de consultar a la más alta
autoridad: «sea quitada toda superstición en la invocación de los santos, veneración
de las reliquias y uso de las imágenes [...] que en ninguna iglesia o en otro lugar hay
ninguna imagen inusual si no está aprobada por el obispo, ni sean admitidos nuevos
milagros o recibidas nuevas reliquias». En casos particulares de «dificultades gra-
ves» no sea decretada cosa alguna nueva o extraordinaria en la iglesia sin el parecer
del papa» 9. Aun acreditando un papel relevante a los obispos en la gestión de las
reliquias y de las imágenes, en Trento se insistía sobre la importancia del parecer
del papa al menos en lo que respecta a las cosas «nuevas» o «inusuales».
7 Adriano Prosperi, Intellettuali e Chiesa all’inizio dell’età moderna, en Corrado Vivanti (ed.), An-
nali della Storia d’Italia, vol. iv, Intellettuali e Potere, Torino, 1981, pp. 159-252.
8 Idem, Il Concilio di Trento: una introduzione storica, Torino, Einaudi, 2001, p. 87.
9 Paolo Sarpi, Istoria del concilio tridentino, ed. Sansoni, Firenze, 1966, vol. ii, pp. 1028-1029.
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Sixto v con la constitución Immensa aeterni Dei del 22 de enero de 1588 fun-
dó la Sagrada Congregación de Ritos, que nacía en el ámbito del nuevo reajuste
perseguido por el papado en una visión mucho más centralizadora del gobierno
de la Iglesia, que habría alcanzo el máximo esfuerzo en los años del pontificado
de Clemente viii (1592-1606) 12. Cinco cardenales debían ocuparse de los ritos
que tenían lugar con ocasión de la santa Misa, de los oficios divinos, de revisar
los libros litúrgicos y los oficios para el santo patrón, como también de las ca-
nonizaciones de los santos y de sus fiestas. Caía dentro de las competencias de
la Congregación resolver las controversias relativas al ceremonial pontificio con
ocasión de las visitas de embajadores o de otros huéspedes de consideración en
la Santa Sede.
Con la Congregación de Ritos nació un organismo centralizado romano,
entre cuyas características destacaba la lentitud como signo de prudencia en la
toma de decisiones. En esta Congregación se formó un personal cualificado en la
selección de los santos. La canonización, se convirtió, sobre todo en el siglo xvii,
en una operación jurídica más compleja y burocratizada, donde el factor tiempo
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19 Cfr. Giuseppe Dalla Torre, Santità ed economia processuale. L’esperienza giuridica da Urbano viii
a Benedetto xiv, en Gabriela Zarri (ed.), Finzione e santità tra Medioevo ed Età moderna, Torino,
1991, pp. 246-248.
había difundido, mientras que la segunda era competencia del pontífice y tenía
lugar en la Sagrada Congregación de Ritos 20. Al ordinario le tocaba desarrollar
el importante proceso informativo super fama sanctitatis, martyrii et miraculorum
y la investigación sobre los escritos de los siervos de Dios 21. Con los decretos
urbanianos se introdujo el proceso super non cultu.
El inicio del proceso estaba determinado por el hecho de que un postula-
dor, apoyado por un grupo de devotos, pedía al obispo abrir una investigación
sobre la base de las noticias difundidas sobre la fama de santidad y de milagros
de un siervo o de una sierva de Dios difunta. No hay que olvidar que el proceso
de canonización era un procedimiento «a favor» del candidato, con el objeto de
presentar las pruebas de su santidad. El proceso empezaba, por lo tanto, con un
cuestionario y una lista de testigos presentados al postulador 22. Los testigos su-
frían luego un contrainterrogatorio en base a las interrogationes formuladas por el
abogado fiscal de la curia diocesana, figura más tarde sustituida por el promotor
20 Se recuerda que la beatificación es un acto del pontífice que permite tributar un culto público a un
siervo de Dios exclusivamente en un lugar determinado, ya sea en una familia religiosas o en una
región. La canonización, sin embargo, es la sentencia definitiva de un pontífice que declara que
un siervo de Dios goza de la gloria eterna y ordena que se le tribute un culto público. Cfr. Raul
Naz, Causes de Beatification et de Canonisation, en Dictionnaire de droit Canon, Paris, 1942, vol. iii,
p. 10.
21 He dicho que los procesos del Ordinario suponen una fuente importante para la historia de la
santidad, aunque jurídicamente se trate de un proceso llevado por una autoridad inferior respecto
a la apostólica. La investigación instruida por la autoridad episcopal era generalmente abierta
poco después de la muerte del siervo de Dios, de tal modo que se podía recoger un mayor número
de testimonios de visu, cosa que, por motivos obvios, con el pasar de los años, resultaba más difícil.
A los procesos ordinarios super fama participaban, por otra parte, muchos más testigos de cuanto
lo hacían en el proceso apostólico. Aun cuando la investigación llevada a cabo por la autoridad
ordinaria tuviera formalmente una finalidad limitada en el conjunto de la causa de canonización,
porque se desarrollaba en un estadio preliminar a la verdadera y propia instrucción de la causa,
que era la del proceso apostólico, sin embargo, era más rica en testimonios e informaciones relati-
vas a los siervos de Dios. El carácter subalterno de los procesos ordinarios, se coloca, por lo tanto,
más en el ámbito formal y jurídico que en el de su valor como fuente histórica. Para todo esto,
véase Giulio Sodano, Modelli e selezione del santo moderno. Periferia napoletana e centro romano,
Napoli, 2002.
22 Para dar una mayor garantía de independencia del proceso respecto a la iniciativa del postulado,
Inocencio xi en 1675 introdujo los testigos ex-officio. Cfr. Giovanni Low, Canonizzazione, en
Enciclopedia cattolica, vol. iii, Firenze, 1949, p. 595. Debían ser al menos dos y eran convocados
por el promotor de la fe o por el presidente del tribunal. Cfr. Naz, Causes, cit., col. 19. Aunque
su función era la de garantizar la veracidad de los hechos, la impresión que se saca de la lectura de
los procesos de canonización es que su nombramiento era más formal que sustancial. De hecho,
parece evidente que los nombres de los testigos ex-officio eran facilitados frecuentemente por el
procurador de la causa al postulador. A menudo, eran conocidos del canonizable. Sobre este par-
ticular, véase Sodano, Modelli e selezione, cit., p. 52.
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de la fe. Los tiempos largos que imponía la causa, así como los costes exorbitados
tanto en la periferia como en la curia romana 23, requerían esfuerzos enormes que
difícilmente podían ser soportados por grupos de laicos que con dificultad podían
constituirse, de un modo duradero y autónomo, para un proyecto que habría
implicado a varias generaciones. Por esto, la gran mayoría de causas estaban im-
pulsadas por instituciones, como las órdenes religiosas.
Como en la época medieval, después de los procesos llevados a cabo por
la autoridad episcopal, la causa proseguía «in periferia», pero dependiente de
la autoridad pontificia. La fase «al centro», es decir, interna a la Sagrada Con-
gregación de Ritos se iniciaba después del desarrollo de los procesos instruidos
por la autoridad episcopal, con la Signatio Commissionis introductioni causae. Una
vez introducida la causa en la Congregación de los Ritos, Roma nombraba nue-
vos jueces locales con litterae remissoriales y la redacción de las interrogationes por
parte del promotor generalis fidei. Tenía lugar, pues, el inicio del doble proceso
apostólico, del cual el primero se ocupaba de la fama sanctitatis y el segundo de
las virtudes y los milagros in specie 24. La parte apostólica del proceso con los inte-
rrogatorios de los testigos locales en realidad era muy parecida a la precedente.
Por lo general, se escuchaban a los testigos del precedente proceso ordinario, si
estaban vivos, con el añadido de alguno nuevo que deponía, sobre todo, sobre la
persistencia de la fama sanctitatis. Con la conclusión de las dos encuestas apos-
tólicas, terminaban los interrogatorios de los testigos y la fase «periférica» de la
causa y se ponía en marcha la larga y compleja fase curial. La Congregación de
los Ritos, después de haber despejado las dudas relativas a la validez jurídica de
los procesos apostólicos, iniciaba el procedimiento relativo al reconocimiento de
las virtudes en grado heroico, que, a partir de los decretos de Urbano viii, podía
desarrollarse 50 años después de la muerte del siervo de Dios 25.
En muchos aspectos, como hemos visto, el proceso moderno tenía bastantes
puntos en común con el tardo medieval, como el partir de la doble fase episcopal
y apostólica. Sin embargo, las novedades procesuales de la edad moderna fueron
notables. A parte de la complejidad de las fases procesuales, las novedades «mo-
dernas», a mi juicio, que influyeron fuertemente los contenidos del proceso son
23 Sobre los costes de una causa de canonización se puede consultar, a título de ejemplo, el caso
estudiado por Marcella Campanelli, Monasteri di provincia (Capua secoli xvi-xix), Milano, 2012,
pp. 174-177.
24 No siempre el proceso apostólico era doble, porque, si se juzgaba oportuno, no se desarrollaba
el sub fama sanctitatis in genere y se pasaba directamente a la investigación sobre las virtudes y los
milagros in specie. Cfr. Naz, Causes de Beatification, cit., p. 27.
25 Fabiano Veraja, La beatificazione. Storia problemi prospettive, Città del Vaticano, 1983, pp. 71-79.
sobre todo dos: la introducción de la fórmula de las virtudes heroicas y los decre-
tos urbanianos con el nacimiento del proceso sobre el no culto.
26 Véase I codici autografi dei processi cosentino e turonese per la canonizzazione di S. Francesco di Paola
(1512-1513), Roma, 1964. Se han celebrado numerosos congresos con ocasión del iv centenario
de la muerte del santo. Para el reino de Nápoles, véase Francesco Senatore (ed.), S. Francesco di
Paola e l’Ordine dei Minimi nel Regno di Napoli (secoli xv-xvii), Napoli, 2008.
27 Cfr. Romeo De Maio, Riforme e miti nella Chiesa del Cinquecento, Napoli, 1973, p. 257. Véase
también, Alberto Royo Mejía, Evolución histórica de la prueba de heroicidad de las virtudes en las
causas de los Santos en los siglos anteriores a Benedicto xiv, en Archivo Teológico Granadino, lvi (1993),
pp. 25-61. Queda dicho que André Vauchez se ha opuesto al origen renacentista y contrarrefor-
mista, reivindicando su origen en el siglo xiii. Vauchez, La santità, cit., p. 535. El término, como
advierte el estudioso francés, está ciertamente presente en los procesos de Catalina de Siena y de
Pedro de Luxemburgo, pero su aparición esporádica y episódica no se puede parangonar con el
uso masivo de la época de la contrarreforma, amén del gran desarrollo que los tratadistas hicieron
sobre las virtudes heroicas y que tuvo su ápice con la obra de Próspero Lambertini. Sobre esto,
véase Sodano, Modelli e selezione, cit., pp. 26-34.
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28 Sobre la santidad fingida, reenvio al volumen de Zarri (ed.), Finzione e santità, cit.
29 Giulio Sodano, Prudenza e santità nell’età moderna, en Cesare Mozzarelli y Chiara Contini-
sio (eds.). Repubblica e virtù. Pensiero politico e Monarchia cattolica fra xvi e xvii secolo, Roma, 1995,
pp. 151-176.
30 Cfr. Low, Canonizzazione, cit., p. 596.
31 Se hace referencia al proceso de Jeremías de Valaquia donde el padre capuchino Severino hizo
una referencia explícita, muy probablemente el primero en Nápoles, sobre las virtudes heroicas
del lego capuchino. Cfr. Sodano, Modelli e selezione, cit., p. 50.
32 Ibid., pp. 26-34.
33 Cfr. Antoine De Bonhomme, Heroicité des vertus, en Dictionnaire de spiritualité ascétique et mys-
tique, vol 7, col. 337-343, Paris, 1969.
34 Sobre todos estos ejemplos, véase Sodano, Modelli e selezione, cit., pp. 237-265.
35 Sobre la figura de Próspero Lambertini se remite a Mario Rosa, Riformatori e ribelli nel ’700 ita-
liano, Bari, 1969 p. 52 e ss. Véase también, Idem, Settecento religioso. Politica della Ragione e religione
del cuore, Venezia, 1999.
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36 Para la congregación preparatoria y para la general se escribían otras positiones con el título de
nova positio para la primera, y novissima para la última.
37 Cfr. Veraja, La beatificazione, cit., p.74.
38 Cfr. Giovanni Papa, Una complessa causa di beatificazione: il beato Paolo Burali d’Arezzo, Roma,1978,
pp. 81-83.
39 Cfr. ibid., p. 84.
leccionaban» a los siervos de Dios candidatos a los altares. Por poner un ejemplo,
en el curso del siglo xviii fue a través de las animadversiones que se bloquearon
propuestas de santidad de sabor fuertemente místico que, casi contemporáneas
al proceso a los quietistas, no estaban en sintonía con el modelo ascético que se
imponía con fuerza 40.
Todo esto, sin embargo, no significaba que la investigación estuviese exclu-
sivamente dirigida a la comprobación de las virtudes. En los procesos de cano-
nización napolitanos, que fueron verdaderamente numerosos en el curso de la
edad moderna, los procesos en la periferia tal como estaban organizados por los
procuradores de la causa preveían que los religiosos, más dotados culturalmente,
depusieran sobre las virtudes, mientras que los laicos eran convocados esencial-
mente para testimoniar sobre los sucesos milagrosos 41. Es muy probable que esta
situación estuviera muy difundida entre las diócesis, desarrollando un verdadero
y propio método de conducción de las causas de canonización.
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lugares públicos de oración 45. Se ha afirmado que la idea del proceso sub non cultu
marca la cesura entre la edad medieval y la moderna desde el punto de vista de la
historia de la santidad, porque desde este momento el culto a un santo podía na-
cer sólo después de la aprobación de la jerarquía eclesiástica. La introducción de
la praxis de que se pudiera discutir sobre las virtudes heroicas solo cincuenta años
después de la muerte del siervo de Dios 46, así como la reducción de las reuniones
anuales de la congregación de 15 a 3 47 provocó una ralentización considerable
de los trabajos, como una prueba de que el factor tiempo era una de las mejores
garantías para una decisión ponderada en materia de santidad.
Como hemos tenido ocasión de decir desde el principio, la reserva del pon-
tífice tiene un origen medieval, porque ya desde esa época se veía necesario, para
atribuir el título de santo, el beneplácito del pontífice. Sin embargo, es verdad
que, al lado de esta santidad romana, seguía existiendo una santidad local, con
el culto de los beatos. Con los decretos urbanianos, la congregación proponía al
pontífice la Signatura commissionis introductionis causae, después de haber compro-
bado la fama de santidad, la ausencia de errores en sus escritos y la ausencia de
un culto indebido, sobre la base de los procesos desarrollados por la autoridad
diocesana. Este procedimiento representó el instrumento técnico-jurídico que
hizo posible la definitiva afirmación jurídico-institucional de la Sagrada Congre-
gación de Ritos, con la expropiación a la autoridad episcopal de los poderes juris-
diccionales sobre la causa de los santos 48. Desde este punto de vista, la edad post
tridentina marca un verdadero cambio, porque cesó la existencia de esta santidad
menor local, para dar vida a una única santidad, reconocida exclusivamente por
las máximas jerarquías romanas. En este hecho, se puede reconocer el fin de la
vox populi, vox Dei, a favor de una exclusiva voz oficial proveniente de Roma, que
veía en determinados personajes unas características que los hacían dignos de ser
elevados a los altares y, sobre todo, de proponerlos a la admiración e imitación
por parte de los fieles de toda la catolicidad. Es evidente que las canonizaciones
debían sustentarse en criterios universalmente válidos. Esto quería decir que, a
partir de este momento, la santidad tiene un valor universal y poco tenía que
49 El Promotor de la fe fue instituido por Urbano viii con el breve del 11 de enero de 1631. Cfr.
Papa, Una complessa causa, cit., p. 50. Precedentemente, su papel lo hacía el procurador general
del fisco. Véase, también, Royo Mejía, Evolución histórica, cit., p. 56.
50 Marina Caffiero, Santità, politica, e sistemi di potere, en Sofia Boesch Gajano (ed.), Santità,
culti, agiografia. Temi e prospettive, Roma, 1997, p. 368.
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que les quedaban en materias de santidad. Fue este uno de los tantos modos a
través de los cuales Roma se opuso a los numerosos movimientos tendentes a
afirmar la autonomía de las iglesias locales de la autoridad pontificia, que entre
el siglo xvii y xviii, gracias sobre todo al jansenismo y al galicanismo, se hacían
sentir con fuerza 51.
Al lado de estas funciones internas en la Iglesia, había otra de gran relieve:
el trabajo desarrollado por la Sagrada Congregación de Ritos filtraba, a través
de los modelos heroicos de virtud, los comportamientos morales. Los promoto-
res de la fe, en su actividad, estaban particularmente atentos a verificar la «me-
dida» de los grados de virtud ejercitadas por los canonizables. Con la completa
afirmación del sistema de la heroicidad de virtudes este método de investigación
mutó profundamente. Los promotores de la fe cambiaron la perspectiva y se di-
rigieron sobre todo a individuar más propiamente los «errores» cometidos por
los siervos de Dios en su actuar 52. Pero en esta investigación de los errores de los
comportamientos en el banco de los acusados, más allá de los canonizables, eran
juzgados todos aquellos que en las «periferias» sostenían que estos comporta-
mientos debían ser considerados como virtuosos. Se determinaba, por lo tanto,
una sustancial devaluación de todas las interpretaciones y lecturas de la santidad
desarrolladas en la periferia, ya fuere por parte de las órdenes religiosas como
por parte de los laicos. Todo lo que era considerado un signo de santidad en la
periferia venía nuevamente interpretado desde Roma hasta darle un significado
en ocasiones opuesto. La actitud prevalente de los promotores de la fe fue de
rebajamiento de las certificaciones sobre la santidad, pero también de las inter-
pretaciones de los comportamientos virtuosos de los siervos de Dios por parte
de los testimonios locales y de los procuradores de las causas, una devaluación,
por lo tanto, de todas las interpretaciones periféricas de los hechos de fe y de la
capacidad de poder distinguir una verdadera acción virtuosa de una aparente.
La periferia era juzgada como incapaz de discernir una acción virtuosa de una
errónea. Esta capacidad debía pertenecer, en cambio, únicamente a Roma. El
centro de la catolicidad se erguía como juez único de los «comportamientos vir-
tuosos» de la santidad y, a través de ellos, de los comportamientos de los fieles
en general.
51 Claudio Donati, La Chiesa di Roma tra Antico Regime e riforme settecentesche, en Giorgio Chit-
tolini y Giovanni Miccoli (eds.), Annali della Storia d’Italia, vol. Ix, La Chiesa e il potere politico,
a cura di Torino,1986, p. 747.
52 Sodano, Modelli e selezione, cit., pp. 237-265.
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