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Ilona Andrews - Kate Daniels 02 - La Magia Quema

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Ilona Andrews La magia quema

~1~
Ilona Andrews La magia quema
ILONA ANDREWS

LA MAGIA
QUEMA
2º Kate Daniels

~2~
Ilona Andrews La magia quema
Al añorado David Gemmell, quien me inspiró con sus libros. Conocerle
fue un sueño hecho realidad. Lamento profundamente su muerte.

~3~
Ilona Andrews La magia quema

Índice

ARGUMENTO.....................................................................5
Agradecimientos.............................................................6
I..........................................................................................7
II.......................................................................................21
III.....................................................................................30
IV.....................................................................................36
V......................................................................................46
VI.....................................................................................53
VII....................................................................................59
VIII..................................................................................64
IX.....................................................................................73
X.......................................................................................89
XI...................................................................................103
XII..................................................................................112
XIII.................................................................................126
XIV................................................................................137
XV..................................................................................143
XVI................................................................................148
XVII...............................................................................158
XVIII..............................................................................167
XIX.................................................................................178
XX..................................................................................183
XXI.................................................................................193
XXII...............................................................................214
XXIII..............................................................................225
XXIV..............................................................................236
XXV...............................................................................243
Epílogo..........................................................................257

~4~
Ilona Andrews La magia quema

ARGUMENTO

En Atlanta tanto los temperamentos como las


temperaturas están a punto de entrar en erupción…

Como mercenaria que se dedica a resolver las


complicaciones que deja la magia tras su paso, Kate
Daniels ha vivido en primera persona todo tipo de
problemas profesionales. Normalmente, las oleadas
de energía paranormal fluyen y se retiran de Atlanta
como la marea. Sin embargo, aproximadamente cada
siete años se produce una erupción, durante la cual
la magia recorre desbocada la ciudad. Y ahora Kate
deberá enfrentarse a problemas de escala divina.

Cuando Kate se dispone a recuperar una serie de


mapas propiedad de la Manada, el clan paramilitar
de cambiaformas de Atlanta, descubre rápidamente
que hay muchas más cosas en juego. Durante las
erupciones, dioses y diosas pueden manifestarse… y
luchar por el poder. Los mapas robados son solo el
principio de una guerra épica a gran escala entre dos
divinidades con ansias por renacer. Si Kate no es
capaz de evitar el cataclísmico enfrentamiento,
puede que la ciudad perezca en el proceso…

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Ilona Andrews La magia quema

Agradecimientos

Me siento en deuda con mucha gente:


Gracias a Anne Sowards, mi editora, por su sabiduría, sus consejos, y sobre todo
por su fe en mis capacidades. Recibiste un barullo y lo convertiste en un libro.
Gracias a Rachel Vater, mi agente, por su infatigable devoción a sus clientes. Eres
lo mejor que puede ocurrirle a la carrera de un escritor.
Gracias a Cam Duffy, asistente editorial y posiblemente la mujer más paciente que
he conocido nunca, por su ayuda con las correcciones y un millón de otras cosas. Te
debo un Martini de chocolate.
Gracias a Kristin del Rosario, maquetadora, por el increíble diseño interior y por
convertir el libro en una realidad.
Gracias a Judy Murello, diseñadora de cubierta, por la espectacular cubierta, y a
Chad Michael Ward, el artista, por la fantástica ilustración.
Gracias a Valerie Cortes, publicista de Ace, por promocionar incansablemente los
libros de la serie de Kate Daniels.
Gracias a todos los que han sufrido con gran generosidad los borradores por hacer
que este libro fuerza mucho mejor de lo que lo era al principio: Charlene Amsden,
Blanca Bradley, Jackie M., Jill Myles, Reece Notley, Lizane Palmer, May, S. K. S.
Perry, G. Jules Reynolds, Lys Rian, Melissa Sawmiller, Sonya Shannon, P. J.
Thompson, Heidi Tallentine y Amber Van Dick.
Finalmente, gracias a todos vosotros por leer la serie de Kate. Vuestros correos
electrónicos me ayudan a seguir adelante.

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Ilona Andrews La magia quema

El teléfono sonó en plena noche. La oleada mágica estaba plenamente activa, de


modo que no debería haber funcionado; sin embargo, lo hizo de un modo insistente,
como si el aparato se sintiera ultrajado de ser ignorado. Finalmente, alargué el brazo
y lo descolgué.
 ¿Síííímm?
 Despierta, Kate. — La voz suave y refinada al otro lado de la línea podría
hacer pensar en un hombre esbelto, elegante y atractivo; Jim no era nada de
todo eso. Al menos en su forma humana.
Me obligué a abrir los ojos el tiempo suficiente para comprobar la hora en el reloj
al otro lado de la habitación.
 Son las dos de la madrugada. Hay gente que duerme por la noche, ¿sabes?
 Tengo un trabajito —dijo Jim.
Me incorporé sobre la cama, completamente despejada. Un encargo era una buena
noticia; necesitaba dinero.
 Cincuenta, cincuenta.
 Setenta, treinta.
 Cincuenta, cincuenta.
 Sesenta y cinco. — Jim endureció la voz.
 Cincuenta.
Mi antiguo compañero en el Gremio guardó silencio mientras se lo pensaba.
 De acuerdo, cuarenta.
Colgué el aparato. El silencio se extendió por el dormitorio. Las cortinas no
estaban corridas y la luz de la luna se filtraba en la habitación a través de los barrotes
metálicos que protegían la ventana. La luz de la luna actuaba de catalizador, y el
metal de los barrotes fulguraba con una débil pátina azulada donde la plata de la
aleación interactuaba con el hechizo de protección. Más allá de los barrotes, Atlanta
dormía como una descomunal bestia legendaria, oscura y engañosamente apacible.

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Ilona Andrews La magia quema
Cuando la oleada mágica se desvaneciera, como ocurriría inevitablemente, la bestia
despertaría con una explosión de luz eléctrica y, muy probablemente, acompañada
por el estruendo de las armas de fuego.
Aunque el hechizo protector no serviría para detener una bala, resultaba efectivo
para mantener alejada la fauna mágica de mi dormitorio, y con eso me conformaba.
El teléfono volvió a sonar. Dejé que lo hiciera dos veces antes de contestar.
 De acuerdo — dijo Jim con el rastro de un gruñido en su voz — Cincuenta.
 ¿Dónde estás?
 En el aparcamiento que hay bajo tu ventana, Kate.
Llamaba desde una cabina, que tampoco debería funcionar. Alargué el brazo para
alcanzar mi ropa. Siempre la dejaba junto a la cama para ocasiones como aquella.
 ¿Qué es esta vez?
 Un pirómano chiflado.
Tres cuartos de hora más tarde avanzaba por un aparcamiento subterráneo
mientras maldecía a Jim por lo bajo. Con las luces inutilizadas por la magia, no podía
verme ni la mano delante de las narices.
Una bola de fuego se formó en las insondables profundidades del aparcamiento.
El formidable y violento remolino rojo y amarillo salió despedido en mi dirección
con un estruendo ensordecedor. Salté para refugiarme detrás de una columna de
cemento, el cuchillo listo en mi mano sudorosa. Una oleada de calor me envolvió
completamente. Durante un instante no pude respirar, y entonces la bola pasó de
largo y estalló contra la pared con una explosión de chispas.
Un tenue cacareo jubiloso emanó de las profundidades del aparcamiento. Eché un
vistazo desde detrás de la columna, pero solo vi oscuridad. ¿Dónde estaba la tec
cuando la necesitabas?
Delante de mí, en la siguiente columna, Jim levantó una mano y se tocó el pulgar
con los dedos varias veces, en una imitación de un pico abriéndose y cerrándose.
Negocia. Pretendía que hablara con un lunático que acababa de convertir en carne
humeante a cuatro personas. Ningún problema. Hablar es algo que no se me da mal.
 ¡Muy bien, Jeremy! — le grité ala noche — ¡Si me das la salamandra no tendré
que cortarte la cabeza!
Jim se llevó una mano a la cara y se agitó ligeramente. Imaginé que se estaría
riendo, pero no podía estar segura. A diferencia de él, yo no contaba con la ventaja
de la visión nocturna.
El cacareo de Jeremy alcanzó un crescendo histérico.
 ¡Zorra estúpida!
Jim se separó de la columna y se fundió con las sombras, rastreando la voz de
Jeremy. Su visión funcionaba mejor que la mía con poca luz, aunque él tampoco

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podía ver demasiado cuando la oscuridad era absoluta. No le quedaba más remedio
que cazar de oído, lo que significaba que debía conseguir que Jeremy no dejara de
hablar. Mientras Jim acechaba la melodiosa voz de Jeremy, este, a su vez, acechaba la
mía.
Nada de lo que preocuparse. Simplemente un pirómano homicida provisto de una
salamandra confinada en una esfera de cristal hechizado y dispuesto a prender fuego
a lo poco que quedaba de Atlanta. Lo más importante era lograr que no le ocurriera
nada a la esfera. Si se rompía, mi nombre se haría más famoso que la vaca de la
señora O'Leary.
 Maldita sea, Jeremy, vigila tu vocabulario. ¿Con todo lo que puedes llamarme
y solo se te ocurre eso? Dame la salamandra antes de que te hagas daño.
 ¡Chúpame la polla..., zorra!
Una tenue chispa brotó de repente por la izquierda. Permaneció suspendida en el
aire, iluminando tanto el escamoso contorno de la boca de la salamandra como las
manos de Jeremy, cuyos nudillos estaban tensos alrededor de la esfera. El cristal
hechizado se separó y escupió la chispa. El aire golpeó la diminuta fuente de energía
y la chispa estalló, formando una bola de fuego.
Oculté la cabeza tras la columna justo cuando el fuego colisionaba contra él
cemento detrás de mí. Las llamas me rodearon por ambos lados y el acre olor a
sulfuro me irritó la nariz.
 Esta ha pasado a más de un kilómetro. ¿Con tu otra salamandra también
disparas a ciegas, Jeremy?
 ¡Come mierda y muérete!
Jim ya debía de estar muy cerca. Salí de detrás de la columna.
 ¡Vamos, cabeza de chorlito! ¿No puedes hacer nada bien?
Vi llartas, salté hacia a un lado y caí al suelo rodando. El fuego me paso rugiendo
por encima como una bestia rabiosa. La empuñadura del cuchillo me abrasó los
dedos. El aire en mis pulmones se recalentó y empezaron a llorarme los ojos.
Presioné la cara contra el suelo de cemento, rezando para que no se calentara aún
más, y, de repente, todo terminó.
Toma esa. Me puse en pie de un salto y cargué en dirección a Jeremy. La
salamandra fulguró en el interior de la esfera. Capté un destello de la torcida sonrisa
de Jeremy por encima del cristal, un gesto que desapareció rápidamente cuando las
oscuras manos de Jim se cerraron alrededor de su cuello. El pirómano se quedó
lánguido como un muñeco de trapo y la esfera se deslizó de sus dedos sin fuerza...
Salté a por ella, la atrapé a escasos centímetros del suelo de cemento y me encontré
cara a cara con la salamandra. Sus ojos color rubí me observaron con curiosidad;
separó sus negros labios y una lengua larga y filamentosa se deslizó de su boca y

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lamió el cristal de la esfera justo donde se reflejaba mi nariz. Hola, yo también te
quiero.
Con cautela, me puse de rodillas y, a continuación, de pie. La presencia de la
salamandra se clavó en mi mente, incitándome a complacerla como un gatito que
arqueara el lomo para que se lo acariciaran. Tuve visiones de llamas y bolas de fuego.
Quememos algo... Hice descender mis muros mentales y la expulsé de mi mente.
Mejor que no.
Jim aflojó las manos alrededor del cuello de Jeremy, y este sé desplomó sobre el
suelo como una manta mojada. Sus ojos en blanco parecían fijos en el techo, y su
rostro flácido tenía la expresión de alguien a quien ha sorprendido la muerte. Ni
siquiera hacía falta comprobarle el pulso. Mierda. Adiós a la prima por captura.
 Dijiste que la recompensa por captura era más alta — murmuré. Jeremy era
más valioso vivo que muerto. Algo nos pagarían, pero acabábamos de tirar
por el desagüe una tercera parte del dinero.
 Y lo era. — Jim le dio la vuelta al cuerpo. Una delgada saeta metálica,
rematada por tres plumas negras, sobresalía de entre los omoplatos. Antes
incluso de que mi mente tuviera tiempo de digerir el significado de aquello,
me tiré al suelo boca abajo, protegiendo entre mis brazos la esfera con la
salamandra. Jim llegó al suelo antes que yo.
Ambos escudriñamos las sombras. Oscuridad y silencio.
Alguien había eliminado a nuestro objetivo con una ballesta. Lo que significaba
que también podría haber hecho lo propio con nosotros. Habíamos permanecido
junto al cuerpo al menos cuatro segundos, tiempo más que suficiente para disparar
dos proyectiles. Toqué a Jim y después me llevé la mano a la nariz. Jim negó con la
cabeza. Con todo aquel sulfuro en el aire, lo más probable es que no pudiera oler ni
una mofeta a medio metro. Me quedé inmóvil e intenté respirar silenciosamente. Lo
mejor que podíamos hacer era aguzar el oído.
Pasó un largo, viscoso y silencioso minuto. Muy lentamente, Jim se puso en
cuclillas y señaló hacia la izquierda con la cabeza. Pese a tener la vaga sensación de
que la puerta quedaba a la derecha, en aquella oscuridad y con alguien qué acechaba
armado con una ballesta, preferí confiar en los sentidos de Jim.
Jim agarró el cuerpo, se lo cargó al hombro y nos marchamos de allí con la cabeza
gacha, paso ligero, él por delante y yo, medio ciega en la penumbra, algo por detrás.
Las columnas de cemento desfilaron como un fogonazo, una, dos, tres, cuatro. La tec
llegó de repente y, antes de dar el siguiente paso, la magia se esfumó del mundo,
dejando paso a la maltrecha tecnología. Los fluorescentes del techo parpadearon y
cobraron vida con un zumbido, bañando el aparcamiento con un débil resplandor de
factura humana. El negro rectángulo de la salida se recortó a unos tres metros por
delante de nosotros. Jim se sumergió en él. Yo me proyecté hacia la izquierda y me

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oculté en la columna más cercana. La salamandra dejó de brillar y se quedó inmóvil,
adoptando el aspecto de un inofensivo lagarto negro. Aún tenía en la mano mi daga.
La dejé en el suelo y desenvainé a Asesina. De todos modos, las salamandras están
sobrevaloradas.
 Se ha largado — dijo Jim señalando hacia atrás desde el umbral de la puerta.
Me di la vuelta y vi que la pared de cemento se había derrumbado, dejando al
descubierto un estrecho pasaje que muy probablemente desembocaba en la calle. Jim
tenía razón. Si el ballestero hubiese querido eliminarnos, había dispuesto de mucho
tiempo para hacerlo.
 ¿Entonces derribó a nuestra presa y se largó?
 Eso parece.
 No lo entiendo.
Jim meneó la cabeza.
 Cuando estás tú siempre suceden cosas muy extrañas.
 Este era tu encargo, no el mío.
Una cascada de chispas se desplomó desde la parte superior de la puerta y un
letrero luminoso verde con la palabra EXIT volvió a la vida.
Jim se lo quedó mirando fijamente mientras sus facciones adoptaban una
inconfundible expresión felina, una mezcla de disgusto y fatalismo. Volvió a menear
la cabeza.
 ¡Me pido la saeta de la espalda!
 Toda tuya.
El busca de Jim emitió un pitido. Lo comprobó, y en su rostro apareció su habitual
expresión neutra.
 ¡No! ¡No me hagas esto! ¡Yo no puedo cargar con él!
 Asuntos de la manada — dijo antes de desaparecer por la puerta.
 ¡Jim!
Contuve a duras penas el impulso de lanzar algo al umbral vacío. Eso me pasaba
por trabajar con alguien que se debía al Consejo de la Manada. No es que Jim fuera
un mal tipo, pero para los cambiaformas los asuntos de la Manada siempre tenían
preferencia. En una escala del uno al diez, la Manada era un once y todo lo demás un
uno.
Contemplé en silencio el cuerpo inerte de Jeremy, tendido en el suelo como un
saco de patatas. Probablemente unos setenta kilos, peso muerto. De ningún modo iba
a poder cargar con él y la salamandra al mismo tiempo. Pero tampoco podía dejar allí
la salamandra; la magia podía regresar en cualquier momento y volver a encender al
pequeño lagarto. Además, puede que el francotirador siguiera al acecho, por lo que
debía largarme de allí cuanto antes, y rápido.

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Jeremy y la salamandra; los dos valían sus buenos cuatro de los grandes. Ya no
trabajaba mucho para el Gremio, y los encargos como aquel no se presentaban muy a
menudo. Incluso repartiéndome las ganancias con Jim, la recompensa cubriría dos
meses de mis dos hipotecas. La idea de dejar cuatro de los grandes en el suelo me
ponía físicamente enferma.
Miré a Jeremy y después a la salamandra. Decisiones, decisiones.
El empleado del gremio de mercenarios, un hombre bajito, elegante, de pelo
oscuro, miró fijamente la cabeza de Jeremy sobre el mostrador.
 ¿Y el resto?
 He tenido un pequeño problema logístico. El rostro del empleado se iluminó
con una amplia sonrisa.
 Jim te dejó tirada, ¿verdad? Entonces será un solo recibo de captura.
 Dos recibos. — Puede que Jim fuera un capullo, pero no podía dejarle sin su
recompensa. Tendría su recibo de captura, lo que le daba derecho a la mitad
de la recompensa.
 Kate, eres una pusilánime — dijo el empleado.
Me apoyé en el mostrador y le regalé mi mejor sonrisa de perturbada.
 ¿Te gustaría descubrir hasta qué punto?
 No, gracias. — El hombre dejó sobre el mostrador un grueso montón de
formularios — Rellena esto.
Por su grosor, calculé que tardaría más de una hora en terminar con el papeleo.
Aunque el Gremio tenía una normativa más bien relajada —al ser una organización
de mercenarios, su objetivo era el beneficio y poco más—, debía informarse
detalladamente a la policía de los casos de muerte. La ínfima relevancia de la vida de
Jeremy se reducía al precio por su cabeza y a un montón de espacios en blanco en un
trozo de papel.
Registré con ojo crítico el primer formulario.
 No tengo que rellenar el R20.
 Es verdad, ahora trabajas para la Orden. — El empleado retiró ocho páginas
de la parte superior del montón — Ya está. Tratamiento VIP para la señorita.
 Yupiii. — Cogí el montón de papeles del mostrador.
 Una pregunta, Kate.
Quería rellenar los formularios, irme a mi casa y echar una cabezada.
 Dispara.
El hombre metió una mano bajo el mostrador. El Gremio de Mercenarios ocupaba
el viejo Hotel Sheraton, situado en el límite del barrio de Buckhead, y el mostrador
había sido en su vida anterior la recepción del hotel. El empleado hizo aparecer una
botella de color marrón oscuro y un vaso corto.

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Ilona Andrews La magia quema
 Nada de eso. No pienso beber tu misterioso filtro de amor.
El hombre soltó una risotada.
 Es Hennessy. Del bueno. Te pagaré por la información.
 Gracias, pero no bebo. — O ya no. Aún tenía una botella de sangría Boone's
Farm en un armario de la cocina para momentos de emergencia, pero el licor
de alta graduación quedaba descartado — Dispara.
 ¿Qué tal es trabajar para la Orden?
 ¿Quieres cambiar de aires?
 No, aquí estoy bien. Pero tengo un sobrino que quiere ser caballero. — ¿Edad?
 Dieciséis.
Perfecto. A la Orden le gustaban jóvenes. Costaba menos lavarles el cerebro.
Acerqué una silla.
 Tomaré un vaso de agua. Me trajo el agua y di un sorbo.
 En líneas generales, la Orden hace lo mismo que nosotros: limpiar la basura
mágica. Pongamos que encuentras una arpía en el árbol de tu jardín después
de una oleada mágica. Primero llamas a la poli.
 Si eres estúpido. — El empleado sonrió con suficiencia.
Yo me encogí de hombros.
 La poli te dice que están muy ocupados tratando de evitar que un gusano
gigante se trague el edificio de los juzgados federales, te recomiendan que te
mantengas alejado de la arpía y te aseguran que acudirán en cuanto les sea
posible. Lo habitual. Entonces llamas al Gremio. ¿Por qué esperar cuando, por
trescientos pavos, un par de mercas atraparán a la arpía sin provocar ningún
escándalo e incluso le regalarán a tu hijo una preciosa pluma de su cola para
que se la ponga en el sombrero?
 Entendido.
 Supón que no tienes trescientos pavos. O supón que el trabajo es de código 12,
demasiado peliagudo para que intervenga el Gremio. Aún tienes una arpía en
el jardín y quieres deshacerte de ella. Entonces llamas a la Orden porque has
oído por ahí que tampoco cobran tanto. Te piden que vayas a su Capilla,
donde un amable caballero te atiende, comprueba tu estado financiero y te da
buenas noticias: solo te costará cincuenta pavos porque han determinado que
eso es lo máximo que puedes permitirte. Menuda suerte.
El empleado me observó detenidamente.
 ¿Dónde está el truco?
 El truco está en que te hacen firmar un documento: la petición a la Orden. Y en
ella aparece en grandes letras que autorizas a la Orden a eliminar cualquier
amenaza para la humanidad que pueda aparecer en relación con el caso.

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La Orden del Auxilio Misericordioso no podría haber elegido mejor nombre.
Ofrecía auxilio misericordioso, normalmente mediante el filo de la espada o el
agujero de una bala. El problema era que, a menudo, ofrecía más ayuda de la
solicitada.
 Pongamos que firmas la petición. Los caballeros se presentan en tu casa y
observan a la arpía. Al mismo tiempo, te das cuenta de que cada vez que ves
al maldito bicho, tu anciana tía con problemas de senilidad desaparece. Por
ejemplo, estás viendo a la pobre mujer y, de repente, se extiende la oleada
mágica por el mundo y tu tía se transforma en una arpía. Les dices a los
caballeros que quieres dar marcha atrás porque quieres a tu tía y, de todos
modos, tampoco hace daño a nadie sentada en ese árbol, pero los caballeros te
responden que el cinco por ciento de las arpías son portadoras de una
enfermedad mortal que transmiten con sus garras y que consideran a aquella
un peligro para la humanidad. Te pones furioso, les gritas, llamas a la poli,
pero la poli te dice que todo es legal, que no pueden hacer nada y que,
además, la Orden forma parte de los cuerpos de seguridad. Prometes encerrar
a tu tía. Intentas sobornarlos. Señalas a tus hijos y les cuentas lo mucho que
quieren a tu tía. Suplicas. Pero no sirve de nada. —Vacié el vaso de agua—.
Eso es trabajar para la Orden.
El empleado se sirvió un vasito de licor y lo vació de un trago.
 ¿Sucedió realmente?
 Sí.
 ¿Mataron a la anciana?
 Sí.
 Jesús.
 Si tu sobrino cree que puede hacer algo así, dile que solicite el ingreso en la
Academia. Tiene la edad perfecta. Requiere grandes aptitudes físicas y deberá
estudiar mucho, pero si tiene voluntad, seguro que lo consigue.
 ¿Cómo lo sabes?
Volví a coger el montón de papeles del mostrador.
 Cuando no era más que una cría, mi guardián me inscribió en la Academia. Él
era un caballero-místico.
 No jodas. ¿Cuánto tiempo estuviste?
 Dos años. Se me daba bien todo excepto el condicionamiento mental. Tengo
problemas con la autoridad. — Hice un gesto con la mano para restarle
importancia al asunto y me dirigí con mis papeles a una de las mesas sumidas
en la penumbra.
La verdad es que no se me daba bien; se me daba genial. Aprobé sin dificultad
todos los tests de poder. Obtuve el certificado de escudero nivel electrum. El
problema era que odiaba todo aquello. La Orden exigía dedicación absoluta, y yo ya

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Ilona Andrews La magia quema
tenía una causa: matar al hombre más poderoso del mundo, lo que deja poco espacio
para todo lo demás. Me largué y empecé a trabajar para el Gremio de Mercenarios y,
de paso, le rompí el corazón a Greg.
Greg había sido un gran guardián, fanático en su determinación de protegerme.
Para él, la Orden era una especie de refugio. Si mi objetivo descubriera mi existencia,
me mataría, y ni Greg ni yo disponíamos del poder necesario para impedírselo. O
aún no. De haber entrado en la Orden, todos los caballeros de la misma me hubiesen
protegido de la amenaza. Pero aquello no era suficiente, de modo que me alejé de la
Orden sin mirar atrás.
Y entonces Greg fue asesinado. Para encontrar a su asesino, recurrí a la Orden y
logré colarme en su investigación. Encontré al asesino y lo maté. Fue un asunto
truculento y desagradable, y acabó siendo bautizado como el caso del Acosador de
Red Point. Durante el mismo, mi informe académico salió a la luz y la Orden decidió
que me quería de vuelta. No se mostraron muy sutiles. Se sacaron un puesto de la
manga —una especie de enlace entre ellos y el Gremio de Mercenarios—, me
ofrecieron el despacho de Greg, sus expedientes, la autoridad para llevar casos
menores y un sueldo fijo. Lo acepté. En parte por el sentimiento de culpa: me había
alejado de Greg después de abandonar la Academia. Y en parte por sentido común:
tenía dos hipotecas que pagar, la casa de mi padre en Savannah y el apartamento de
Greg en Atlanta. Deshacerme de alguno de los dos hubiese sido como arrancarme un
órgano vital. Aunque los encargos del Gremio estaban bien pagados, mi territorio de
Savannah era muy reducido; como mucho, recibía un encargo cada seis meses. La
tentación de un sueldo fijo había sido demasiado atractiva.
Mi afiliación a la Orden no sería definitiva, pero mientras durara, la aprovecharía.
Aun así, me había visto obligada a pedir una demora en ambas hipotecas, y en
cuanto terminara de rellenar aquellos formularios, obtendría lo suficiente como para
cubrir uno o dos meses.
Después de escribir mi número de identificación merca en todas las hojas
imaginables, pasé a rellenar un cuestionario. Sí, había actuado en defensa propia. No,
no creía haber recurrido a una fuerza excesiva para reducir al sospechoso.
Sí, consideré que el sospechoso era una amenaza tanto para mí como para los
demás. Cuando llegué a la parte «rellene en el recuadro en blanco», necesitaba
palillos chinos para mantener los ojos abiertos. En la sección «describa las intenciones
del sospechoso según su opinión», escribí: «Pretendía quemar la ciudad entera
porque estaba como una regadera».
Cuando por fin crucé las puertas reforzadas de hierro del edificio del Gremio de
Mercenarios, el cielo tenía una débil tonalidad gris, aquel color tan especial que
anuncia el inminente amanecer. Por lo menos tenía la saeta que había matado a
Jeremy. Y, gracias al anticipo, era trescientos pavos más rica. El resto del dinero
tendría que esperar a que la poli aprobara la muerte. Antes de llegar al cruce, ya tenía

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el anticipo dividido en varios billetes. Aún era mío; si metía la mano en el bolsillo,
sentiría el tacto suave de cuatro billetes usados de cincuenta dólares y cinco de
veinte. Y, pese a todo, ya no lo era.
El gran misterio del Universo.
Dos horas más tarde entraba dando un traspié en la capilla de la Orden de Atlanta,
medio adormilada y equipada con un descomunal vaso de café, y la misteriosa saeta
envuelta en una servilleta de papel marrón a buen recaudo bajo el codo. La oficina
me recibió con su plétora de vivos colores: un largo pasillo forrado con una alfombra
gris, paredes grises y lámparas empotradas grises. Ajjh.
En cuanto puse un pie en el edificio, la magia regresó. Las luces eléctricas se
apagaron, y los tubos abotagados de las lámparas feéricas emitieron una sutil luz
azul cuando el aire cargado en su interior reaccionó con la magia.
Aquella era la tercera oleada en las últimas veinticuatro horas. En los dos últimos
días, la magia se había estado comportando de un modo inusualmente extraño.
Retrocedía y volvía a aparecer, como si le costara decidirse.
El débil eco de una antigua máquina de escribir, procedente del rincón de la
secretaria junto a la puerta del caballero-protector, rebotaba en las paredes de la
desierta oficina.
 Buenos días, Maxine.
 Buenos días, Kate — dijo la voz de Maxine dentro de mi cabeza — ¿Una mala
noche?
 Más o menos.
Abrí la puerta de mi oficina. La Capilla de Atlanta de la Orden hacía un gran
esfuerzo por pasar tan inadvertida como le era posible, pero el tamaño de mi
despacho era reducido incluso para sus estándares. Poco más que un cubículo, en él
solo había espacio para un escritorio, dos sillas, una hilera de archivadores y unas
cuantas estanterías. Las paredes estaban pintadas en otro tono radiante de la gama
del gris.
Me detuve en el umbral de la puerta, en mitad de un paso. Había heredado la
oficina de Greg, y ya habían pasado más de cuatro meses desde su muerte. Por
entonces tendría que haberlo superado, pero algunas mañanas, como la de hoy... me
costaba más de lo habitual entrar en ella. Mis recuerdos insistían en que, al cruzar
aquella puerta, me encontraría a Greg de pie con un libro en las manos, sus ojos
oscuros llenos de reproches pero jamás hirientes. Siempre dispuesto a ayudarme a
salir de cualquier embrollo en el que me hubiera metido. Pero ya no era así. Greg
estaba muerto. Primero mi madre, después mi padre, y ahora Greg. Todas las
personas a las que había querido habían muerto de forma violenta y con una buena
dosis de sufrimiento. Si permitía que todo aquel dolor se asentara, acabaría aullando
como un lobo de la Manada durante la luna llena.

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Cerré los ojos e intenté alejar de mí los recuerdos de aquella oficina, y los de Greg
con ella. Error. La imagen de Greg se hizo más viva.
Giré en redondo y recorrí el pasillo en dirección a la armería. Sí, soy una cobarde.
Demandadme si queréis.
Andrea estaba sentada en un banco, limpiando una pistola. Era bajita, resuelta y
tenía unas facciones que provocaban en la gente la necesidad de ponerse a la cola
para contarle su vida. Conocía los Estatutos de la Orden de la A a la B y podía recitar
de un tirón oscuras normativas que nadie más parecía saber. Sus aparatos de radio
nunca perdían cobertura, su escáner mágico nunca fallaba y si le llevabas un artilugio
estropeado, te lo devolvía al día siguiente en pleno funcionamiento y reluciente.
Andrea levantó su rubia cabeza y me saludó fugazmente con la mano. Me encogí
ligeramente de hombros sintiendo el peso tranquilizador de Asesina, mi espada, en su
funda a mi espalda y agité la mano a modo de respuesta. Comprendía su adicción al
metal. Después de la pequeña aventura que me había hecho aterrizar en aquel
trabajo, me costaba separarme de Asesina. Unos minutos sin mi espada y acababa con
los nervios a flor de piel.
Andrea advirtió que seguía mirándola.
 ¿Necesitas algo?
 Identificar al propietario de una saeta.
Hizo un gesto con los dedos de su mano izquierda.
 Déjame verla.
Lo hice. Andrea abrió la servilleta, cogió la saeta y silbó sorprendida.
 Muy bonita.
De color rojo sangre y rematada con tres plumas negras, la saeta debía de medir
unos sesenta centímetros de largo. Unas líneas negras de unos setenta milímetros de
ancho punteaban el asta justo antes de la punta: nueve marcas en total.
 El asta es de carbono. Imposible de doblar. Muy resistente y cara. Parece una
2216, diseñada para cazar piezas medianas, ciervos, algún que otro oso...
 Humanos. — Me recosté en la pared y tomé un sorbo de café.
 Sí, eso también. — Andrea asintió — Potencia, buena trayectoria sin sacrificio
importante de velocidad. Mortal para los humanos. Fíjate en la punta.
Pequeña, tres hojas, unos seis gramos de peso. Me recuerda mucho a la serie
Wasp Boss. Hay quien prefiere las puntas anchas mecánicas, pero con una
buena ballesta, la aceleración es tan repentina que las hojas se abren a medio
camino y la precisión se va por el garete. Si yo tuviera que elegir una buena
punta, elegiría esta. — Hizo girar la saeta entre sus dedos para que la luz que
entraba por la ventana incidiera en las hojas de la punta — Afilada a mano.
¿Dónde la encontraste?

~17~
Ilona Andrews La magia quema
Se lo conté.
Andrea frunció el ceño.
 El hecho de que no oyeras la descarga podría significar que era una ballesta
curva. Una ballesta compuesta «reverbera» al dispararse. ¿Puedo probarla? —
Y señaló con la cabeza una diana de papel con la forma de un hombre colgado
de la pared más alejada, recubierto por varias capas de corcho.
 Claro.
Se puso guantes para reducir al mínimo el residuo mágico, cogió una pequeña
ballesta del banco, la cargó, la levantó y disparó, demasiado rápido como para haber
apuntado. La saeta silbó por el aire y se clavó en el centro de la frente del hombre.
Diana. Y yo que era incapaz de darle a una vaca a diez metros con una pistola.
Las lámparas feéricas titilaron y se apagaron. En la pared, un polvoriento aplique
eléctrico cobró vida, brillando con una suave luz amarillenta. La oleada mágica se
había desvanecido y el mundo había vuelto a fluctuar de la magia a la tecnología.
Crucé una mirada con Andrea. Nadie podía predecir la duración de las fluctuaciones:
la magia iba y venía a su antojo. Sin embargo, las oleadas raramente persistían menos
de una hora. ¿Cuánto había durado aquella última? ¿Quince minutos?
 ¿Me lo parece solo a mí o está fluctuando más de lo normal?
 No, yo también me he dado cuenta. — Su expresión revelaba una cierta
inquietud — ¿Quieres que lo escanee en busca de magia?
 Si no es mucha molestia. — La magia tenía la incómoda tendencia a disiparse
con el paso del tiempo. Cuanto antes se escanearan las pruebas, mayores
posibilidades habría de conseguir un registro de poder.
 ¿Molestia? — Se inclinó hacia mí — Llevo dos meses en la recámara y me está
matando. Creo que me están empezando a salir telarañas en el cerebro. —
Andrea se llevó un dedo al párpado inferior del ojo derecho y tiró hacia abajo
— Compruébalo tú misma.
Solté una carcajada. Andrea había trabajado para una Capilla en algún lugar del
Oeste, donde tuvo ciertos problemas con una manada de lupos que asolaban las
granjas de ganado. Los lupos, cambiaformas caníbales y dementes que han perdido
la batalla interna con su humanidad, asesinan, violan y pasan de una atrocidad a la
siguiente hasta que alguien pone fin a su vida de sufrimiento.
Por desgracia, los lupos también eran extremadamente contagiosos. El caballero y
compañero de Andrea fue infectado, se convirtió en un lupo y acabó con una docena
de balas de Andrea en la cabeza. Había un límite a la capacidad de recuperación de
los cambiaformas, y Andrea era una experta tiradora. La trasladaron a Atlanta, y
pese a no tener ni rastro del virus Lycos en su sangre, ni a existir el más mínimo
riesgo de que le salieran garras y pelo por todo el cuerpo, Ted la mantuvo en un
seguro segundo plano.

~18~
Ilona Andrews La magia quema
Andrea llevó la saeta al escáner mágico, levantó la tapa de plástico, colocó el
proyectil en la bandeja cerámica, bajó el cubo e hizo girar la manivela. El cubo
descendió todavía más y el escáner-m empezó a girar.
 ¿Andrea?
 ¿Mmm?
 La tec está en pleno apogeo — dije, sintiéndome un poco estúpida.
Andrea hizo una mueca.
 Oh, mierda. Probablemente no consigamos nada. Aunque nunca se sabe. A
veces se obtienen registros mágicos residuales incluso en plena tec.
Observamos el cubo. Ambas sabíamos que era inútil. Para conseguir un buen
escáner-m durante la tec tendría que escanearse un objeto realmente saturado de
magia. Un fragmento de cuerpo, por ejemplo. El escáner-m analizaba los rastros de
magia residual dejados en un objeto por su propietario y los representaba en una
gama de colores: azul para los humanos, verde para los cambiaformas y púrpura
para los vampiros. El tono y la intensidad de los colores denotaban los distintos tipos
de magia, e interpretar correctamente un escáner-m era casi un arte en sí mismo. Los
rastros de magia en una saeta, la cual, probablemente, el propietario manejó muy
poco tiempo, deberían ser mínimos. Solo conocía a un hombre en la ciudad con un
escáner-m lo suficientemente potente como para registrar aquel tipo de magia
residual tan débil durante la tec. Se llamaba Saiman. El problema era que, si recurría
a él, tendría que pagarle con una pierna o un brazo.
La impresora empezó a traquetear. Andrea recogió la hoja y se dio la vuelta hacia
mí. Se había quedado pálida. Una ancha línea de color azul plateado cruzaba el papel
de un extremo a otro. Místico-humano. Por sí solo, aquello no estaba fuera de lo
normal. Cualquiera que extraía su poder de una deidad o de la religión quedaba
registrado como místico-humano: el Papa, los monjes Shaolin, incluso Greg, un
caballero-místico, habría quedado registrado en azul plateado. El problema era que
no tendríamos que haber obtenido ningún tipo de registro con la tec en pleno
apogeo.
 ¿Qué significa esto? ¿Que la magia residual es extremadamente intensa en esta
cosa?
Andrea negó con la cabeza.
 Últimamente, las oleadas mágicas han sido muy erráticas.
Cruzamos una mirada. Ambas sabíamos qué significaban las oleadas de fuego
graneado: una erupción. Y en aquel momento me apetecía tanto una erupción como
un tiro en la cabeza.
 Tienes un solicitante — dijo la voz de Maxine en mi cabeza.
Cogí mi escáner-m y me dirigí a mi oficina.

~19~
Ilona Andrews La magia quema

II

Aterricé en mi escritorio. Se acercaba una erupción. Si las oleadas mágicas eran las
oscilaciones habituales, una erupción era como un tsunami mágico. Empezaba con
una serie de fluctuaciones mágicas superficiales que se sucedían rápidamente pero
que nunca se retiraban del todo. Durante esas cortas oleadas, la magia no desaparecía
completamente, y regresaba cada vez con más fuerza hasta que finalmente lo
engullía todo, como una marea vertiginosa.
En teoría, hubo un tiempo en que la magia y la tecnología habían coexistido en
equilibrio. Como el péndulo de un reloj de pared que apenas se movía. Pero entonces
llegó la Edad del Hombre, y los hombres están hechos de progreso. Sobrecargaron el
mundo de magia, empujando el péndulo cada vez más hacia uno de sus extremos,
hasta que este se precipitó hacia el otro lado y empezó a oscilar, originando las
oleadas tec. Sin embargo, más adelante, la tecnología también acabó por saturar el
mundo, ayudada de nuevo por el molesto hombre, y el péndulo volvió a oscilar, esta
vez del lado de la magia. La anterior Oscilación desde la magia a la tecnología tuvo
lugar aproximadamente en los inicios de la Edad del Hierro. La actual Oscilación se
originó oficialmente hará unos treinta años. Empezó con una erupción, y con cada
nueva erupción, nuestro mundo sucumbía lentamente a la magia.
Durante una erupción suceden cosas realmente extrañas. Las mareas solo duran
dos o tres días, pero esos días son infernales. Por un instante deseé ser una simple
merca, para poder marcharme a casa y esperar a que pasara toda aquella locura.
Una mujer apareció en el umbral de la puerta: mi solicitante. Esbelta y elegante
como suelen serlo las personas altas y delgadas por naturaleza, no era simplemente
atractiva, era espectacular: hermosos ojos rasgados, piel perfecta, labios carnosos y
cabello negro azulado que le caía sobre los hombros en una cascada recta y lustrosa.
Llevaba un vestido negro ajustado. Con solo ver sus zapatos, empezaron a dolerme
las pantorrillas.
Y me resultaba familiar, aunque no podía recordar dónde la había visto antes.
 ¿Kate Daniels?
 Esa soy yo ¿Sí?
 Me llamo Myong Williams.

~20~
Ilona Andrews La magia quema
Nos dimos un extraño apretón de manos.
 Por favor, siéntese.
Se sentó en la silla de los clientes y cruzó una pierna esbelta sobre la otra con un
suspiro de tela.
 ¿A qué debo el placer?
La mujer dudó un instante, recolocando las piernas de forma inconsciente para
que tuvieran mejor aspecto.
 He venido a pedirle un favor.
 ¿De qué naturaleza?
 Personal.
Se quedó en silencio. Habíamos llegado a un punto muerto.
Y entonces lo recordé.
 Ya sé dónde la he visto antes. Usted es la... — amante, pareja, amorato — ...
otra de Curran. — Dios, ¿qué querría de mí la concubina del Señor de las
Bestias?
 Ya no estamos juntos — dijo Myong.
Su problema no tenía nada que ver con Curran. Bien. Genial. Fantástico. Cuanta
mayor fuera la distancia que me separase del Señor de las Bestias, mucho mejor para
todos los implicados. Habíamos trabajado juntos durante el caso del Acosador de
Red Point y casi nos habíamos matado el uno al otro.
Myong se removió en la silla, se ajustó el dobladillo del vestido con un fluido
movimiento de sus dedos y arrugó sus meticulosamente enceradas cejas.
 Usted y Maximillian...
La mención del nombre de Max me provocó cierta incomodidad. Creía que ya lo
había superado. Nos habíamos conocido durante la investigación de la muerte de
Greg. Era un hombre guapo, listo, ocasionalmente amable, y parecía muy interesado
en mí. Yo quería... no estaba segura de lo que había querido. Intimidad. Sexo.
Alguien a quien encontrar al llegar a casa. No terminó bien. De hecho, lo más
probable es que él me odiara.
 Max y yo tampoco estamos juntos.
Myong asintió.
 Estamos prometidos.
No acabé de pillarlo.
 ¿Quién?
 Maximillian Crest y yo. Estamos prometidos y queremos casarnos.
El mundo hizo un trombo mortal a mi alrededor.

~21~
Ilona Andrews La magia quema
 De acuerdo, dejemos esto claro. Tú y mi... —Ex novio no sería muy preciso
porque técnicamente nunca habíamos sido una pareja. Novio «en ciernes» era
directamente estúpido—. ¿Tú y Max sois pareja?
 Sí.
Extraño, por llamarlo de algún modo. No estaba celosa, pero hablar con ella me
hacía sentir incómoda, aunque no sabía exactamente por qué. Obligué a mis labios a
trazar una sonrisa y me recosté en la silla.
 Felicidades. ¿Qué deseas de mí?
Myong también parecía incómoda.
 Según la tradición, se debe pedir permiso a Curran.
 ¿Quieres decir que tiene que aprobar tu matrimonio con Crest? ¿Aunque tú y
él ya no sigáis juntos?
 Sí. Soy un miembro de la Manada.
Aquello explicaba algunas cosas. Curran dirigía la Manada con puño de hierro.
Todos los cambiaformas del Sudeste le llamaban señor. A menos que fuera un lupo,
en cuyo caso no tenía muchas posibilidades de llamarle nada porque, antes del abrir
el hocico, el Señor de las Bestias le habría arrancado de cuajo las cuerdas vocales.
Miré a Myong detenidamente y arqueé las cejas.
 ¿Zorro?
Myong suspiró.
 Todo el mundo piensa lo mismo. Me transformo en visón.
Traté de imaginar una mujer visón pero no lo conseguí. Aunque estaba segura de
que a Crest le resultaría muy atractivo.
 Aún no me has dicho qué haces aquí.
 Se lo pedí a Curran — dijo Myong.
 Y te dijo que no.
 No. No me dijo nada. Ya han pasado dos meses. — Myong se inclinó hacia
adelante, las manos entrelazadas — Mi alfa se niega a tratar el tema con
Curran. Esperaba que tú pudieras hacerlo por mí.
 ¿Yo?
 Tienes cierta influencia sobre él. Le salvaste la vida.
¿Quieres que le pregunte a tu ex novio/cambiaformas homicida, por el cual siento un miedo
irracional, si te dejaría casarte con mi ex novio «en ciernes»? Esto ha de ser una broma.
 Creo que sobreestimas la opinión que tiene de mí.
 Por favor. — Myong se mordió el labio. Los dedos de su mano izquierda
rodearon y retorcieron los de la derecha, revelando una pequeña cicatriz
lechosa e irregular en su muñeca. Era zurda. Ella misma se había cortado la
muñeca, probablemente con una hoja de plata; un gesto dramático y

~22~
Ilona Andrews La magia quema
completamente fútil. Era necesario un corte mucho más largo y profundo para
desangrar a un cambiaformas. Me estaba mirando, aparentemente ignorando
lo que hacían sus manos.
 Max dijo que lo entenderías.
Oh, Dios. Pero no ha venido él, ¿verdad?
La observé detenidamente. Parecía aturdida, como si alguien le hubiera hecho una
llave y aún no hubiese golpeado el suelo. Había vislumbrado exactamente la misma
expresión en su rostro hacía tres meses, justo después de que el Acosador de Red
Point llamara al Refugio de la Manada. Curran y yo por fin habíamos descubierto su
identidad, de modo que no estaba muy feliz que digamos. El Acosador sostuvo un
teléfono junto a la boca de una mujer para que Curran no se perdiera ni un solo
quejido mientras la torturaba hasta la muerte. La mujer era una de las antiguas
amantes de Curran. Durante toda la llamada yo había permanecido sentada, y
cuando regresaba a mi habitación intentando contener las lágrimas, vi a Myong a
través del resquicio de una puerta, los brazos alrededor del cuerpo, aquella misma
expresión de absoluta impotencia crispando su rostro.
Tras revivir aquel recuerdo, me invadió una extraña sensación. La sensación de
haber estado ciega ante lo que ocurría delante de mis narices, de estar asustada,
acosada y sola, pululando por una ciudad asediada, cometiendo un error tras otro
mientras a mi alrededor la gente seguía muriendo. Se me formó un nudo en la
garganta. El corazón me latía desbocado; tragué saliva, recordándome a mí misma
que todo había terminado. Por entonces, cuando me estaba ahogando, Crest me
había ofrecido un junco para respirar, y yo había estado a punto de arrastrarlo
conmigo al fondo. Merecía ser feliz. Sin mí.
 Se lo preguntaré — le dije.
Myong dejó escapar el aire.
 Gracias.
 No sé si podré convencer a Curran. Tu señor y yo tenemos tendencia a
cabrearnos mutuamente. — Y cada vez que nos encontrábamos, yo acababa
con algo roto. Las costillas, el tejado, el martillo.
No oyó la última parte.
 Sé que podrás. Muchísimas gracias. Te estamos muy agradecidos.
 Visitante — me alertó la voz de Maxine en mi mente.
Una figura escuálida y familiar apareció frente a la puerta de mi oficina. Medía
aproximadamente metro setenta, llevaba vaqueros y una camiseta ligera. Cabello
castaño, muy corto. Tenía un rostro fresco y bien definido, y unos ojos marrones
aterciopelados enmarcados por unas pestañas embarazosamente largas. Si no fuera
por la promesa de un mentón masculino excesivamente cuadrado, rozaría la
categoria de «guapo». La buena noticia era que si alguna vez tenía que abrirse paso

~23~
Ilona Andrews La magia quema
en una habitación llena de chicas adolescentes, solo tendría que pestañear y todas
caerían desmayadas.
No obstante, su atractivo y sus ojos ahumados podían conducir a engaño. Derek
era un asesino. Había sufrido más en sus dieciocho años de vida que mucha gente en
medio siglo, lo que había endurecido su carácter hasta convertirlo en el filo de una
navaja. No le había visto desde Red Point, cuando, gracias a mi bocaza, le había
empujado a una promesa de protección mediante un juramento de sangre. Hacía
tiempo que Curran le había liberado de su juramento, pero una promesa sellada con
sangre no desaparece así como así. Los efectos secundarios perduran. Aquella fue la
primera y última vez que me vi involucrada en la jerarquía de la Manada.
 Hola, Kate — dijo Derek gentilmente — ¿Myong? ¿Qué haces aquí?
Myong pegó un bote en la silla y se encogió sobre sí misma. Bajó los hombros,
como si se preparara para recibir un puñetazo, dejó caer la cabeza y dobló las
rodillas. Y mantuvo la vista fija en el suelo. De haber estado en forma animal, estoy
bastante segura de que se hubiera meado encima.
No cabía duda de quién estaba por encima de quién en la cadena de mando de la
Manada.
 No tienes que responderle — dije — La información revelada a un
representante de la Orden es considerada confidencial a menos que sea
requerida por un tribunal.
Myong continuó inmóvil, sin levantar la vista del suelo. Aquello era demasiado
para mí.
 Puedes irte — dije.
Myong huyó de la oficina. Un segundo después, la puerta que daba a las escaleras
se cerró tras ella. Supuse que no dejaría de correr hasta llegar a la calle. Confiaba en
que, con aquellos tacones, no se rompiera una pierna. Tardaría más de dos semanas
en curarse.
 ¿Puedo pasar? —preguntó Derek.
Señalé una de las dos sillas para los clientes.
 ¿Por qué te tiene tanto miedo?
Derek se sentó y se encogió de hombros.
 Solo puedo especular.
 Prueba.
 Ahora trabajo directamente para Curran. Probablemente teme que pueda irme
de la lengua, porque sé qué estaba haciendo aquí.
 ¿Y lo harías?
Volvió a encogerse de hombros.

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Ilona Andrews La magia quema
 Es un tema privado. A menos que empiece a conspirar contra la Manada, no
me interesa. De todos modos, venir aquí no fue idea suya. Es muy pasiva.
 ¿Cómo?
Derek asintió.
 Ese capullo le dijo que lo hiciera. Siempre he dicho que era un canalla.
 Tu opinión queda registrada. — Gracias, chico maravilla, por tu editorial sobre
mi novio «casi en ciernes». ¿Qué haría sin la brújula moral de un hombre-lobo
adolescente?
 ¿Por qué no ha venido él en persona? ¿No debería estar aquí diciendo: «Oye,
sé que lo nuestro no funcionó, pero necesito tu ayuda»? Tiene un ego tan
grande que envía a su prometida para que le suplique a su ex novia que le
solucione el tema de su boda. ¿No te parece cobarde?
Mucho.
 No haré más comentarios.
Derek se enderezó sobre la silla. Sus ojos fulguraron brevemente con una luz
amarillenta. Aquello no era normal.
Desenvainé a Asesina y recorrí la hoja con un dedo. El metal opaco, casi blanco de
la espada me mordió el dedo con dientes mágicos apenas perceptibles. Una erupción,
no cabía duda. Los cambiaformas tenían problemas para controlar sus emociones
durante las erupciones. Perfecto. ¿Tal vez Curran podía ser apartado de aquella
decisión debido a problemas emocionales? ¡Ja! ¿A quién quería engañar?
 Tienes buen aspecto — le dije a Derek.
 Gracias.
 Aunque nunca vienes a verme. ¿Tienes problemas?
 No. ¿Es segura esta habitación?
 Estás en una Capilla de la Orden. No podrías estar más seguro.
Alargó el brazo y cerró la puerta.
 Estoy aquí para solicitar una petición en nombre de la Manada.
No quiero trabajar con Curran, no quiero trabajar con Curran, no quiero trabajar con
Curran.
 Lo siento, creo que no lo he entendido bien. ¿Has dicho que la Manada quiere
mi ayuda?
 Sí. — Diminutas chispas bailaron en sus ojos — Alguien nos ha dado por el
culo y ni siquiera se ha molestado en besarnos primero.
 Qué mal gusto. ¿Y de quién estamos hablando?
 No estamos seguros — dijo Derek, precavido — Pero tienes su saeta sobre tu
escritorio.
Me incliné hacia adelante.

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Ilona Andrews La magia quema
 Sigue.
 Digamos simplemente que esta mañana uno de nuestros equipos fue atacado
por un hombre que utilizaba el mismo tipo de proyectiles. Ha robado algo que
nos pertenece y deseamos recuperarlo.
 Entendido. ¿Por qué yo? La última vez que lo comprobé, la Manada prefería
ocuparse de sus propios asuntos. Maldita sea, la mayor parte de las veces ni
siquiera reconocen que los tienen.
 Porque tienes ciertos contactos que nosotros no tenemos. — Derek se permitió
una tímida sonrisa — Y porque si empezamos a rastrear la ciudad en busca de
esta persona, ciertos grupos se preguntarán la razón y podría salir a la luz la
embarazosa información del robo. No queremos lavar nuestra ropa sucia en
público. La Orden siempre nos ha ayudado con la mayor discreción.
Genial. La batalla estaba perdida. Greg era el único miembro de la Orden que se
había ganado la confianza de la Manada. Ahora, dado que él estaba muerto y que yo
me había ganado el estatus de Amiga de la Manada, dicha confianza se extendía a mí
de un modo natural. La Orden deseaba tener controlada a la Manada, de eso no cabía
duda. Algo me decía que los caballeros verían aquella petición como una maravillosa
oportunidad para hacer exactamente eso.
 ¿Qué se llevó el ballestero?
Derek dudó.
 Derek, no pienso perseguir a no sé quién para recuperar no sé qué. ¿Qué se
llevó?
 Asaltó a un equipo de reconocimiento y se llevó los mapas.
Estuve a punto de silbar, pero mi padre ruso se habría levantado de la tumba y me
habría dado un cachete por hacerlo en el interior de un edificio. Los mapas de la
Manada, legendarios por su calidad, precisión, actualización, con todos los nuevos
barrios y las zonas de poder claramente delimitadas, todos los callejones registrados,
todos los lugares de interés señalados. Conocía por lo menos a una docena de
personas que hubieran dado su testículo izquierdo por disponer de cinco minutos
para fotocopiarlos.
 Los tiene bien puestos — dije.
 Sí, parecía un tío.
 ¿Descripción?
 Muy rápido.
 ¿Eso es todo? ¿Todo lo que tienes?
 Buen tirador.
Suspiré.
 ¿A quién disparó?
 A Jim.

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Ilona Andrews La magia quema
Oh, mierda.
 ¿Cómo está?
 Le disparó cuatro veces en menos de dos segundos. No está muy contento que
digamos. En algunos lugares incluso un poco tierno. Pero se pondrá bien.
Mi cerebro ordenó las piezas. Después de abatir a nuestro objetivo, Jim recibió una
llamada del equipo de reconocimiento. El ballestero siguió a Jim, lo atacó, inmovilizó
al equipo y se llevó los mapas.
El rostro de Derek mostraba toda la alegría que un hombre puede sentir al morder
una lima.
No era precisamente fácil seguirle la pista a mi antiguo compañero.
 Solo por curiosidad, ¿cuántos miembros suele tener un equipo de
reconocimiento?
 Cuatro. Cinco con Jim.
 ¿Y le dejasteis huir?
 Se desvaneció.
 Supongo que el olfato de los cambiaformas ya no es lo que era.
 No, Kate, no lo entiendes. Se desvaneció. Estaba ahí y de repente ya no estaba.
No pude evitarlo.
 ¿Cómo un ninja? ¿Desapareció en una nube de humo?
 Sí.
 Entonces, me pides que encuentre a un francotirador con una rapidez
sobrenatural que puede desaparecer sin dejar rastro, que recupere los mapas,
y que lo haga todo sin que nadie descubra qué me llevo entre manos y por
qué, ¿es eso?
 Exacto.
Suspiré.
 Iré a por el papeleo.

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III

Cuando no sabes qué hacer a continuación, lo mejor es volver al principio. No


tenía ningún nombre, ni descripción, ni ningún lugar donde empezar a buscar al
misterioso francotirador, por lo que concluí que el aparcamiento donde Jeremy había
intentado asarnos era la mejor opción. Dado que la magia insistía en fluctuar y no me
gustaba la idea de quedarme tirada, decidí coger un caballo de los establos de la
Orden, situados a una calle de allí.
Por desgracia, no era la única que me había dado cuenta de la esquizofrenia
mágica. Los establos estaban prácticamente vacíos, de modo que tuve que renunciar
a todas mis opciones habituales. Entré a pie y salí montada en una mula cobriza. Se
llamaba Ninny, medía unos quince palmos, y tras comprobar cómo hacía frente al
tráfico del centro de la ciudad sin la menor vacilación, no tuve más remedio que
descartar cualquier recelo que pudiera haber tenido sobre la necesidad de la cría de
muías.
El camino más corto hasta el aparcamiento bordeaba la Interestatal 85 a través del
centro de la ciudad. En otros tiempos, la vista desde la autopista debió de resultar
imponente. Actualmente, tanto el centro como sus aledaños estaban en ruinas,
prácticamente convertidos en una enorme montaña de escombros por las oleadas
mágicas. Retorcidos esqueletos de metal de lo que en otro tiempo fueron poderosos
rascacielos descollaban como blanquecinos huesos fósiles entre los cascotes. De vez
en cuando, un solitario superviviente carcomido pugnaba por seguir en pie, todas
sus plantas destruidas salvo las más altas. El cristal hecho añicos de miles de
ventanas fulguraba sobre los fragmentos de cemento.
Incapaz de retirar los escombros o indiferente ante su presencia, la ciudad seguía
creciendo a su alrededor. A lo largo de la autopista de doce carriles, habían aparecido
pequeñas paradas y casetas donde se vendía de todo, desde falsos huevos de
monstruo a ordenadores en miniatura de último modelo o armas de fuego de
precisión. Los ordenadores casi nunca funcionaban, ni siquiera cuando la tec estaba
en pleno apogeo, y los monstruos a veces terminaban por incubar.
Caballos, muías, camellos, insólitos vehículos, todos intentaban avanzar por la
misma carretera atestada, fundiéndose en una enorme y multicolor serpentina de
viajeros. Y yo me movía con ella, envuelta por el olor de los animales, asfixiándome

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Ilona Andrews La magia quema
con el humo de los motores y siendo asaltada por los vendedores, quienes intentaban
publicitar sus productos gritando más alto que el vecino.
 Pociones, pociones, tratamiento para la artritis...
 ¡.... la mejor! Las dos primeras gratis...
 ... purificador de agua. Ahorre cientos de dólares alano...
 ¡... cecina de ternera!
De ternera, claro.
Veinte minutos más tarde salimos de la autopista por una rampa de madera y
recorrimos con dificultad una serie de calles que formaban un distrito conocido como
el Warren.
Colindante con el parque Lakewood por uno de sus lados y con el cementerio
Southview por el otro, el Warren se extendía hasta el boulevard McDonough. Unas
décadas atrás, el distrito de Warren había formado parte del proyecto de
remodelación urbana del sur de la ciudad, mediante el cual se pretendía levantar en
él varios complejos de apartamentos robustos y de grandes dimensiones y nuevos
edificios de oficinas de dos y tres plantas.
Durante los años posteriores a la Oscilación, cuando la primera oleada mágica se
extendió por el mundo, el Warren se había ido haciendo cada vez más pobre,
inhóspito y segregado. Por razones que aún se desconocían, la magia mostraba un
apetito selectivo, convirtiendo algunos edificios en escombros y dejando otros
intactos. Avanzar ahora por aquel barrio era como abrirse paso por una zona de
guerra después de un bombardeo, con algunas casas convertidas en un montón de
escombros mientras la casa de al lado continuaba intacta.
El aparcamiento donde Jeremy había sucumbido estaba incrustado entre un banco
y una iglesia católica abandonada. Tres pisos de alto y lo mismo de ancho, cubierto
de hollín y sin techo, el edificio despuntaba entre sus vecinos como una cerilla
apagada. Desmonté y até a Ninny a una viga metálica que sobresalía del muro.
Nadie en su sano juicio osaría robar una mula con el emblema de la Orden marcado a
fuego en sus cuartos traseros. La Orden tenía la desagradable costumbre de etiquetar
con magia todas sus propiedades, y no había nada que la gente de la calle odiara más
que encontrarse a un par de caballeros llenos de una ira justificada frente a la puerta
de su casa.
En el interior del aparcamiento el aire olía a tiza, el familiar olor seco del cemento
convertido en polvo por la tenaz acción erosionadora de la magia. Bajé por las
escaleras hasta la planta inferior. Los niveles en espiral del aparcamiento se habían
derrumbado parcialmente, lo que permitía que la luz se filtrara hasta los niveles
inferiores con la intensidad suficiente como para diluir la oscuridad y convertirla en
una tenue penumbra. El tufo a sulfuro me produjo escozor en la nariz.
Encontré la enorme mancha negra en la pared y retrocedí desde allí hasta dar con
el cuerpo mutilado de Jeremy. Aquella mañana, el Escuadrón Gris no debía dar

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abasto con los cadáveres; a aquella hora, el cuerpo de Jeremy ya tendría que estar en
el depósito.
Recorrí el perímetro de la planta hasta encontrar el boquete en la pared que
habíamos visto la noche anterior. Metí la cabeza en él: oscuro y estrecho, con un olor
penetrante a arcilla húmeda. Todo parecía indicar que el ballestero había huido por
allí.
Desenvainé mi espada y me interné en el túnel.
Estar en el subsuelo nunca había formado parte de mi lista de prioridades. Estar
en el subsuelo a oscuras durante lo que me pareció una hora, con tierra cayéndome
sobre la cabeza, muros arañándome los hombros y, muy probablemente, un
francotirador esperando al otro lado compartía uno de los últimos puestos de esa
lista, inmediatamente después de recibir en la cara el vómito de un sapo gigante. Solo
me había enfrentado una vez a un sapo gigante, y las pesadillas todavía me
perseguían.
El túnel cambió de dirección. Al girar en el recodo, vi luz al fondo. Por fin. Me
quedé inmóvil, escuchando. Ningún chasquido metálico que indicara que alguien
había soltado un seguro. Ninguna voz.
Me acerqué a la luz y me quedé con la boca abierta. El suelo que tenía delante de
mí se abría en un colosal abismo. Como mínimo de un kilómetro de ancho y de unos
trescientos metros de profundidad, empezaba a un par de metros de mis pies y se
extendía a lo largo de unos dos kilómetros, desviándose hacia la izquierda, su
extremo más allá del recodo. En el fondo, montones de residuos metálicos formaban
pendientes junto a muros cortados a pico. Aquí y allá, racimos de gruesos espolones
metálicos sobresalían de la confusión general. Muy afilados y relucientes, se
curvaban hacia arriba como las garras de un colosal oso enterrado, elevándose hasta
una altura que superaba tres veces mi estatura. Por encima de este Gran Cañón en
miniatura, dos grandes pájaros semejantes a cigüeñas planeaban por las corrientes de
aire, dando vueltas alrededor del desfiladero como si estuvieran sujetos a un
invisible Calíope aéreo. ¿Dónde demonios estaba?
Abajo, en el fondo del abismo, se distinguía una enorme estructura metálica
desplomada sobre el amasijo de hierros. Desde aquel ángulo, parecía como si un
gigante goloso hubiera estrujado un hangar metálico por ambos lados para
comprobar si estaba relleno de nata. Si necesitaba un lugar donde ocultarme, sería en
aquel hangar.
Uno de los pájaros descendió en picado en mi dirección. Algo brillante se
desprendió de sus alas anaranjadas y cayó a peso, clavándose unos metros por
debajo de mí con un fuerte sonido metálico. Me abrí paso a través del amasijo de
tuberías oxidadas y retorcidas, y escalé hasta el lugar donde había caído. Una pluma.
Una pluma de pájaro perfecta, roja en la raíz y teñida de verde esmeralda en los
márgenes. Deslicé los dedos por el cañón y este produjo un sonido chirriante.

~30~
Ilona Andrews La magia quema
Maldita sea. Metal sólido, con la forma de un cuchillo y afilado como un bisturí. La
pluma de un pájaro del Estínfalo.
Extraje mi cuchillo de la funda colgada al cinto y desclavé la pluma con sumo
cuidado para evitar cortarme. Un pájaro salido directamente de la mitología griega.
Por lo menos no era una arpía. Deslicé el cuchillo en una presilla libre del cinto,
guardé la pluma en la funda e inicié el descenso de la pendiente. Las criaturas
mitológicas solían aparecer en grupo; si había un leshii ruso en el bosque, lo más
probable era que en la siguiente laguna uno se topara con un vodyanoi. Si había un
pájaro griego en el aire, era muy probable que de un momento a otro algún bicho
griego me saltara encima. Si persistía mi suerte, no sería un atractivo semidiós griego
buscando el amor de su vida, o al menos el amor de un par de horas. No, sería algo
asqueroso, como Cerbero o una Medusa de la Gorgona. Observé el hangar con recelo.
Por lo que sabía, aquel lugar podía estar atestado de criaturas con serpientes en lugar
de pelo.
A medio camino, el Universo me regaló una nueva oleada mágica. El aire trajo el
tufillo de un hedor acre y penetrante. A lo lejos, algo resonó como un mazo
golpeando un tambor con desconcertante regularidad: bum, bum, bum.
Cinco minutos más tarde, empapada en sudor y cubierta de manchas de óxido,
llegué al hangar. Unas débiles voces se filtraban a través de sus paredes metálicas.
No entendía ni una palabra, pero había alguien dentro.
Pegué la oreja a la pared exterior.
 ¿Y mi madre? — preguntó una voz fina y aguda. Una chica joven,
probablemente adolescente.
 He de abrirme. — Ligeramente más grave, masculina. La había oído en otra
parte.
 ¡Me lo prometiste!
 La magia se hincha, ¿vale? He de abrirme. Voces jóvenes. Un chico y una
chica, hablando en jerga callejera.
La única puerta accesible colgaba de los goznes y estaba abollada; lo más probable
era que chirriara si intentaba abrirla.
Le di una patada y entré.
A excepción de un montón enorme de cajas de madera rotas, el hangar estaba
vacío. El sol se filtraba a través de los agujeros en el techo. No tenía suelo; la abollada
estructura metálica descansaba sobre la compacta tierra. En el centro de esta, un
anillo perfecto formado por piedras blancas apenas visibles. Las piedras brillaban
débilmente, como si desearan ser invisibles o pasar desapercibidas.
Un hechizo ambiental. Uno muy bueno.
 ¿Hay alguien en casa?

~31~
Ilona Andrews La magia quema
Un chaval salió de detrás de las cajas con una rata muerta en la mano colgando de
la cola. Era bajito, enclenque e iba muy sucio. Ropa harapienta remendada más de
una vez cubriendo un cuerpo adolescente extremadamente delgado. Cabello moreno
señalando en todas direcciones, como las púas de un erizo histérico. Levantó la mano
derecha mientras se toqueteaba un collar de cáñamo lleno de nudos del que colgaban
una docena de huesos, plumas y cuentas. Tenía unos hombros huesudos, unos
brazos delgados; pese a todo, sus ojos me observaban desafiantes. Tardé menos de
un segundo en recordar aquella mirada.
 Red — dije — Me alegra encontrarte aquí.
Cuando me reconoció, sus ojos le traicionaron. Bajó la mano.
 No pasa nada — gritó — La conozco.
Una cabeza mugrienta asomó por encima de la torre de cajas y una niña escuálida
apareció frente a mí. Diez años, tal vez once, su aspecto de niño abandonado era más
el resultado de una alimentación deficiente que de una constitución menuda. Una
vaporosa mata de cabello mugriento enmarcaba un rostro estrecho, haciendo que las
profundas ojeras alrededor de sus ojos parecieran aún más profundas. Parecía teñida
de un escepticismo más propio de un adulto, aunque aún no se había rendido. La
vida no la había tratado bien, y ahora se dedicaba a morder la mano y después
comprobar si le ofrecía algo de comer. Apretaba con fuerza un cuchillo largo y su
mirada me dijo que no dudaría un instante en utilizarlo.
 ¿Quién eres? — me preguntó.
 Es una merca — respondió Red.
Entonces metió una mano bajo la camiseta y extrajo un fajo de papeles sujetos por
una cuerda. Rebuscó en el fajo con sus sucios dedos y depositó un pequeño
rectángulo en la palma de mi mano. Mi tarjeta, manchada con las espirales marrones
de una huella dactilar. La huella era la mía; la sangre pertenecía a Derek, mi hombre
lobo y chico maravilla.
Derek y yo intentábamos regresar a casa después de un enfrentamiento que no
había acabado del todo bien. Por desgracia, Derek se había roto ambas piernas y el
Lyc-V, el virus al que debían su existencia los cambiaformas, decidió desconectar a
Derek para iniciar las reparaciones. Cuando conocí a Red, estaba intentando cargar a
mi compañero de fatigas inconsciente y sangrante sobre mi caballo. Red y su
pequeña banda de chamanes me ayudaron, y después le entregué a Red mi tarjeta
junto a mi promesa de ayuda siempre que la necesitara.
 Dijiste que me ayudarías. Me lo debes.
Aunque aquel no era el mejor de los momentos, normalmente no es tarea nuestra
elegir cuándo devolver los favores.
 Es cierto.
 Cuida de Julie. — Se volvió a la niña — No te separes de ella, ¿vale?

~32~
Ilona Andrews La magia quema
Red salió corriendo hacia la puerta y desapareció por ella. Le seguí y le vi escalar
la pendiente como si llevara una manada de lobos pegada a los talones.

~33~
Ilona Andrews La magia quema

IV

 ¡Cabrón! — gritó la niña — ¡Te odio!


 ¿Alguna idea de por qué tenía tanta prisa?
 ¡No! — La niña se sentó con las piernas cruzadas sobre las cajas, su rostro, una
máscara de la aflicción más absoluta. De acuerdo.
 Supongo que tú eres Julie.
 Muy lista. ¿Lo has adivinado tú sola?
Dejé escapar el aire. Para mi alivio, al menos había renunciado a la jerga callejera.
 Solo porque mi novio crea que eres todo eso, no significa que vaya a
escucharte. ¿Cómo vas a protegerme? Ni siquiera tienes un arma.
 No la necesito. — Un sutil destello metálico en las cajas atrajo mi atención. Me
aproximé al montón — ¿Alguna idea de por qué he de protegerte?
 ¡No!
Eché un vistazo por el hueco que quedaba entre dos cajas. Una saeta rota, clavada
profundamente en una tabla. Asta de color rojo sangre. No tenía base, pero hubiera
apostado algo a que había tenido tres plumas negras. Mi ballestero había estado allí y
había dejado su tarjeta de visita.
 ¿Qué estás haciendo? — preguntó Julie.
 He salido de caza.
 ¿Y qué cazas?
Me acerqué tranquilamente hasta el círculo de piedras, me agaché y alargué la
mano hacia la piedra más próxima. Mis dedos resbalaron por su pulida superficie.
Quienquiera que hubiera dispuesto el conjuro, tenía un gran interés por que nadie
encontrara su escondrijo. Sin embargo, el problema con los conjuros era que a veces
no se limitaban a ocultar, sino que también contenían. Y un conjuro de aquel calibre
podía contener algo realmente asqueroso.
 ¿Dónde estamos?
 ¿Eres retrasada o algo así?
La miré fijamente un segundo.
 He entrado por un túnel desde el Warren. No conozco este lugar.

~34~
Ilona Andrews La magia quema
 Se llama la Brecha del Panal. Antes era el Parque Southside. Se alimenta de
metal. Atrae todo el hierro de los alrededores: Blair Village, Gilbert Heights,
Plunket Town. Aspira el metal de todas las fábricas, de la planta de la Ford,
los coches del desguace de Joshua... El Panal está justo encima de nosotros.
¿No lo hueles?
El Panal. De entre todas las puertas del infierno, tenía que toparme con el Panal.
 ¿Qué haces aquí? — pregunté.
La niña hizo un mohín con la nariz.
 No tengo que decírtelo.
 Como quieras.
Extraje a Asesina de su funda.
 Guau. — Julie reptó por encima de las cajas y se apoyó en su estómago para
tener una mejor perspectiva.
Posé una mano en la hoja de Asesina. La magia me mordió la piel, pellizcándome
la carne con miles de agujas diminutas. Cargué la hoja con un poco de mi magia,
apunté a la piedra con la punta de la espada y empujé. A unos cinco centímetros de
la piedra, una fuerza contuvo la punta de Asesina. Delgados zarcillos de un vapor
blanquecino se rizaron alrededor de la espada y el acero mágico empezó a transpirar.
Contribuí con un poco más de mi poder. Asesina avanzó otro milímetro y se detuvo.
 Estoy buscando a mi madre — dijo Julie — El viernes no volvió a casa. Es una
bruja. De un aquelarre.
Probablemente uno de aficionadas. Las hijas de las brujas profesionales tenían más
carne en los huesos y mejor ropa. No, lo más probable es que, fuera un aquelarre
amateur. Mujeres pobres negándose a sí mismas con visiones de poder y de una vida
mejor.
 ¿Cómo se llama el aquelarre?
 Las Hermanas del Cuervo.
Definitivamente, uno amateur. Ninguna bruja legítima bautizaría su aquelarre con
un nombre tan genérico. La mitología estaba llena de cuervos. Todo el mundo que se
dedicaba a la magia se aseguraba de no dejarse nunca ni un punto ni una coma.
Mejor cuanto más específico.
 Se reunían aquí — añadió Julie.
 ¿Justo aquí? — Nutrí a la espada con un poco más de mi poder. No se
desbordó.
 Sí.
 ¿Le preguntaste a las otras brujas dónde podría estar?
 Me hubiera encantado hacerlo, pero no volvió ninguna.
Hice una pausa.

~35~
Ilona Andrews La magia quema
 ¿Ninguna?
 Ninguna.
Aquello no tenía buena pinta. Un aquelarre entero no desaparecía así como así.
 Voy a romper el conjuro. Si aparece algo desagradable, corre. No hables con él,
ni siquiera le mires. Solo corre. ¿Entendido?
 Vale. — El tono de Julie indicaba claramente que tenía que estar loca por hacer
caso a una mujer idiota que ni siquiera tenía un arma.
Aseguré ambos pies en la tierra y empujé, apoyando todo mi peso en la
empuñadura. La hoja se sacudió bajo la presión. Era como intentar empujar una
pelota de béisbol contra una pared de goma densa, pero si dotaba de más poder a la
espada, me quedaría vacía y no podría defenderme de un potencial ataque mágico.
Me empezó a sudar la frente. Oh, al diablo.
Proyecté mi poder a través de la espada. Con un ligero susurro, Asesina atravesó la
barrera invisible. El acero golpeó la piedra con un fuerte sonido metálico y la piedra
blanca se deslizó un milímetro de su posición.
Una sacudida recorrió el círculo. Las piedras empezaron a palpitar. Me puse en
pie de un salto. Una luz muy brillante surcó el aire sobre el círculo agrietado, una
blanquecina aurora boreal enloquecida por las fuerzas contenidas en el conjuro que
se sacudían y desataban. El resplandor destelló y fluyó sobre el suelo como un
torrente de luz pura. El conjuro estalló. La onda expansiva mágica hizo que todo el
edificio se sacudiera, atrapándome en un vertiginoso torbellino. Me castañetearon los
dientes y me temblaron las rodillas. Apreté con fuerza la empuñadura de Asesina
para evitar que resbalara de mis temblorosos dedos. Julie empezó a gritar.
Demasiado poder...
Del acero de Asesina manaba un líquido infernal que se evaporaba antes de llegar
al suelo. También yo sentí su presencia, una nube fétida que mancillaba el edificio: la
magia de los no-muertos. La suficiente como para hacer vomitar a cualquiera. Me
volví hacia el círculo. Un orificio oscuro se abría en el interior del anillo de piedras.
Me incliné sobre el borde para echar un vistazo, intentando no respirar el hedor a
carne putrefacta que emanaba de la tierra húmeda. Profundo.
Tanto que parecía no tener fondo.
Las paredes del pozo eran lisas y regulares, salpicadas de raíces amputadas
limpiamente en el borde. El agujero apestaba a tierra húmeda y a cuerpos en
descomposición. Cogí una de las piedras y pasé el dedo gordo por su lisa superficie.
Redondeada y pálida, como un guijarro del lecho de un río.
Ninguna marca, ni glifo, ni ningún signo de conjuro. Solo un anillo de piedras que
habían dejado de ocultar un pozo sin fondo en la tierra. Las Hermanas debían de
haber dejado entrar algo en el mundo, algo oscuro y diabólico que las había
reclamado para sí.

~36~
Ilona Andrews La magia quema
Julie respiró hondo. Alrededor del agujero distinguí una corona de gotas oscuras.
Con un débil zumbido, una' mosca se posó en la más próxima, seguida de cerca por
otra. Sangre. Imposible determinar cuánta había; la tierra había absorbido la mayor
parte. Mientras contemplaba el círculo de sangre, descubrí unas marcas en el suelo,
tres pequeños y toscos agujeros de forma cuadrada en la tierra. Los conecté en mi
mente y obtuve un triángulo equilátero con el foso en el centro. ¿Tres báculos
dispuestos en un triángulo para convocar algo? Y si era eso, ¿dónde estaban los
báculos?
El montón de cajas más allá del orificio empezó a vibrar, como si fuera a venirse
abajo con Julie encima. Con un débil temblor mágico, un esqueleto se materializó
bajo la niña, clavado a las cajas por cuatro saetas.
 Inquietante — dijo Julie.
No cabía duda. Para empezar, el esqueleto tenía demasiadas costillas, aunque solo
había cinco pares unidas al esternón. Además, no tenía ni el más mínimo rastro de
tejido alrededor de los huesos amarillentos. Puestos a especular, habría jurado que
aquel cuerpo había pasado uno o dos años a la intemperie. Me acerqué para
examinar los brazos. Concavidades óseas planas. Pese a no ser una experta, supuse
que aquella cosa podía doblar los codos hacia atrás. Aunque, probablemente,
también habría podido dislocarle las caderas de una sola patada.
 ¿Tu madre mencionó alguna vez algo de esto?
 No.
Las saetas que anclaban el esqueleto eran rojas con plumas negras. Una le
atravesaba la cuenca ocular, dos las costillas del costado izquierdo, donde habría
estado el corazón de haber sido humano, y la última entre las piernas. Una precisión
encomiable. Para asegurarse de que una aberración humanoide no escape, lo mejor
siempre es inmovilizarla por los huevos.
Cogí una caja del montón, la dejé frente al esqueleto y me subí a ella para disponer
de una mejor perspectiva. Menos vértebras cervicales que encajaban de un modo
normal, lo que debía permitir una mayor flexibilidad del cuello, pero también una
mayor fragilidad. No tenía incisivos, ni tampoco caninos. En su lugar, lo único que vi
fueron tres hileras de dientes, largos, cónicos, afilados, ideales para perforar algo que
se debatiera y mantenerlo en la boca.
La caja cedió bruscamente con un fuerte crujido. Caí con la gracia de un saco de
patatas, agarrándome al esqueleto en mi caída. Mis dedos resbalaron por el hueso y
arrancaron una saeta. Aterricé de culo sobre un montón de fragmentos, la saeta en
una mano y los dedos recubiertos de un polvo blanquecino.
Apareció un agujero en el costado izquierdo del esqueleto, entre la tercera y la
cuarta costilla. Durante un segundo no pasó nada, y entonces empezó a dilatarse, a
fundirse y, de repente, todo el esqueleto implosionó en una nube de polvo. El

~37~
Ilona Andrews La magia quema
contorno de la nube persistió burlonamente en el aire un instante antes de disolverse
con la brisa. — ¡Mierda!
Adiós a tus pruebas. Perfecto, Katie, realmente perfecto.
 ¿Debía ocurrir esto? — preguntó Julie.
 No — gruñí.
Unos aplausos entusiastas estallaron a mi espalda. Me puse en pie de un salto y vi
a un hombre apoyado en la pared. Llevaba una chaqueta de piel que se parecía
bastante a una armadura de piel. El amenazador extremo de una ballesta sobresalía
por encima de su hombro izquierdo.
¿Qué tal, señor Ballestero?
 ¡Qué clase! — dijo el hombre sin dejar de aplaudir — ¡Y una caída muy
elegante!
 Julie — dije sin levantar la voz — no te muevas.
 No te preocupes — dijo el ballestero — Nunca haría daño a la clase baja. A
menos que no me quedara otro remedio. O si estuviera realmente hambriento
y no encontrara nada más que llevarme a la boca. Aunque ella es tan
delgada. .. Me pasaría el día sacándome huesecitos de entre los dientes. No
merece la pena.
No pude decidir si estaba bromeando.
 ¿Quieres algo?
 Solo he venido a comprobar quién se llevaba mis saetas. ¿Y qué me encuentro?
Un ratón. —Le guiñó un ojo a Julie — Y una mujer.
Dijo «mujer» como yo hubiese dicho «Mmmmm, delicioso chocolate» tras
despertarme con el estómago vacío y encontrar una chocolatina en la nevera. Hice
oscilar la espada y retrocedí ligeramente para que la boca del pozo me quedara a la
derecha. Si caía allí dentro, tardaría un buen rato en volver a salir.
El hombre se acercó. Era alto, al menos metro noventa, quizá noventa y cinco.
Ancho de hombros. Piernas largas enfundadas en pantalones negros. El cabello,
negro, le caía en una maraña sobre los hombros. Daba la impresión de que se lo había
cortado él mismo con un cuchillo y después se había atado una tira de piel alrededor
de la frente para mantenerlo en su sitio. Me fijé en su rostro. El cabrón era muy
guapo. Mandíbula definida, pómulos cincelados, labios carnosos. Sus ojos eran
negros, llameantes. El tipo de ojos que aparecen en los sueños de las mujeres y que
suelen traer problemas en el lecho conyugal.
Me miró con una sonrisa felina.
 ¿Te gusta lo que ves, palomita?
 No — No había tenido sexo desde hacía dieciocho meses. Tuve que hacer un
esfuerzo para controlar mi sobrecarga hormonal.

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Ilona Andrews La magia quema
Un buen afeitado, un buen corte de pelo, una mirada menos severa y tendría que
quitarse a las mujeres de encima con la ballesta. Su aspecto indicaba una tendencia a
merodear por lugares oscuros donde habitan criaturas salvajes que huyen en cuanto
huelen su presencia. Cualquier mujer con dos dedos de frente tendría su cuchillo a
mano y cruzaría la calle en cuanto le viera.
 No te preocupes. No te haré daño — prometió mientras se movía a mi
alrededor.
 No estoy preocupada. — Empezando también a caminar en círculo.
 Deberías estarlo.
 Primero dices que no me preocupe, ahora que sí. Decídete de una vez.
Gotas de agua resbalaban por su chaqueta. Por la luz que se filtraba a través de los
agujeros en el techo, el cielo parecía despejado. Ni pizca de humedad en el aire.
Supuse que la información de Derek era correcta. Que aquel tipo podía
teletransportarse. ¿Cómo podría evitar que desapareciera?
El hombre extendió los brazos. Tampoco me gustaba la forma en que se movía,
ligero de pies.
 ¿Y esa cinta tan mona en la cabeza?
 ¿Esto? — preguntó moviendo el extremo con un dedo.
 Sí. Rambo dice que le devuelvas su pañuelo.
 ¿Ese Rambo es amigo tuyo?
 ¿Quién es Rambo? — preguntó Julie.
Si una referencia cultural se ha perdido, ¿tiene algún sentido recurrir a ella si
nadie más la entiende? Nunca había conseguido ver la película entera — la magia
siempre interfería — pero había leído el libro. Tal vez cuando la erupción pasara y la
tec reafirmara su dominio durante unas cuantas semanas, desenterrara el minidisc y
viera la maldita película de principio a fin.
El ballestero dio un paso al frente y yo le apunté con Asesina.
 Ni un paso más.
Dio otro pasito.
 Lo siento, se me ha ido el pie — Otro paso — Lo siento, no puedo mantenerlos
quietos.
 El próximo será el último.
Se meció hacia adelante y estuve a punto de embestir.
 Ah, ah, ah. —Meneó la cabeza en un gesto de fingida decepción — No me he
movido, ¿ves?
Julie rió por lo bajo.
El hombre levantó una mano en un gesto tranquilizador.

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Ilona Andrews La magia quema
 Tienes que relajarte, palomita. Como ratoncito. Confías en mí, ¿verdad,
ratoncito?
 ¡No!
 Ahhhh, qué decepción. No le caigo bien a nadie.
Supe que se movería una fracción de segundo antes de que lo hiciera. Sus ojos le
traicionaron. Embistió, falló y acabó con la punta de Asesina en la espalda.
 Muévete y te corto el hígado por la mitad.
Se dio la vuelta y mi espada rozó algo metálico. Cota de mallas bajo la chaqueta.
Mierda. Unos dedos de acero me inmovilizaron la mano con la que sujetaba la
espada. Volvió a girarse y me clavó los rígidos dedos de su mano derecha bajo el
esternón. Di un respingo para aminorar el impacto —me dolió igualmente—, le
agarré la muñeca derecha y tiré de él. Durante un segundo, todo su peso descansó en
su pierna izquierda; con una patada eliminé su último apoyo. Cayó al suelo y me
arrastró con él, sujetándome aún con fuerza la mano de la espada. En cuanto golpeé
contra el suelo, solté a Asesina. Mi mano se deslizó entre sus dedos y rodé por el
suelo.
Medio suspiro después ambos volvíamos a estar en pie.
 Bonita espada — dijo él, haciendo girar a Asesina hasta que un rayo de sol
incidió en ella. La luz bailó sobre la hoja opaca y desapareció en la cota de
mallas negra que ahora era visible bajo su chaqueta — ¿Por qué no tiene
guarda?
 No la necesito.
 ¿Es buena?
Le di una patada a una tira de piel que le había cortado de la chaqueta.
 Compruébalo tú mismo.
Cuando se llevó una mano a la cota de mallas para comprobar su estado, solté la
pierna, dirigida directamente a su yugular. Me cogió el pie con un gruñido, me tiró al
suelo y me inmovilizó con la rodilla en el cuello. Me había tendido una trampa y yo
había caído en ella. La luz se difuminaba. Apenas podía respirar.
 Golpeas como una mula. — Hizo una mueca y aumentó la presión de la
rodilla. No me llegaba suficiente aire a los pulmones. Me sujetaba con fuerza
la mano derecha, pero no así la izquierda. La doblé, y la fría superficie de la
aguja de plata se deslizó hasta la palma desde la muñequera de piel — Pero
llevo en esto mucho más tiempo... — Le clavé la aguja en el muslo.
Su músculo se contrajo, soltó un gruñido y se separó de mí. Lo aproveche para
ponerme en pie de un salto y propinarle un puntapié en la cara que alcanzó su
objetivo con fuerza. Quedó tendido de espaldas, manándole sangre por la nariz. Salté
sobre él, deslicé una pierna bajo su brazo y se lo doblé hacia atrás con la otra pierna
en una llave clásica de inmovilización del hombro. Soltó un gemido. Lo único que

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Ilona Andrews La magia quema
debía hacer para dislocarle el brazo era entrelazar mis piernas; y aún tenía las manos
libres.
Le bajé la cremallera de la chaqueta en busca de los mapas.
 Cremallera equivocada — dijo entre jadeos — Inténtalo más abajo.
 En tus sueños. — Metí la mano en el bolsillo interior y extraje un paquete de
plástico. Los mapas — El robo es un delito. Gracias por devolverle a la
Manada sus propiedades. Tu cooperación se tendrá en cuenta.
Me miró fijamente a los ojos, sonrió y desapareció.
Me puse en pie de un salto. Una saeta roja se clavó en la tierra entre mis pies en
pleno salto. Me enderecé muy lentamente.
Le vi a unos metros de mí, apuntándome con la ballesta. Estaba cargada. La punta
de la saeta afilada a mano me miraba fijamente, No podría esquivarla desde unos tres
metros de distancia. Ni siquiera en el mejor de mis días.
 Pon las manos donde pueda verlas — me ordenó. Le mostré las palmas; con
una mano aún sujetaba con fuerza los mapas de la Manada.
 ¡Has hecho trampa! — La indignada voz de Julie me llegó desde arriba —
¡Déjala en paz!
El ballestero ya no parecía tener la nariz rota. Ni tampoco había rastro de sangre.
Genial. No solo podía teletransportarse, sino que también se regeneraba durante el
proceso. Si empezaba a escupir fuego, estábamos acabadas.
Sin mover la ballesta, se llevó una mano a la pantorrilla y se extrajo la aguja.
 Eso ha dolido.
 Te lo mereces — gritó Julie.
 Supongo que vas con ella.
Julie enarcó las cejas en un típico gesto adolescente.
 Uuuhhhhhh.
 No me obligues a subir ahí. —Su voz vibró como el acero y Julie se ocultó
detrás de las cajas.
 Déjala en paz — le dije.
 ¿Celosa? ¿Me quieres para ti sola? — Levantó ligeramente la ballesta — Date
la vuelta.
Le di la espalda, esperando la mordedura de la punta de acero entre los omóplatos
de un momento a otro.
 Muy bonito — dijo — Vuelve a girarte.
Cuando lo hice, vi que tenía el ceño fruncido.
 No sé si me gusta más la vista trasera o la delantera.
 ¿Qué te parece la vista de mi espada entre tus ojos?

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Ilona Andrews La magia quema
 ¿Qué tal la mía, palomita?
Su mirada lasciva no dejaba lugar a dudas sobre lo que entendía él por «espada».
 Date otra vez la vuelta. Bien, buena chica.
Le oí aproximarse. Eso es, acércate más. Estoy indefensa. Con las manos levantadas y
todo eso.
 No hagas tonterías — me advirtió muy cerca de la oreja — O la próxima vez
que aparezca, clavaré a tu amiguita a esas cajas.
Apreté los dientes y me quedé inmóvil.
 Has destruido mi conjuro. Estoy decepcionado; esas zorras son difíciles de
controlar y ahora tendré que volver a hacerlo. Debería clavarte una saeta en el
cuello. — Sus dedos recorrieron mi nuca, y un escalofrío me bajó por la
espalda — Pero soy un tipo generoso. En lugar de eso, te daré un consejo: coge
a la cría y marchaos a casa. Incluso dejaré que les devuelvas los mapas a los
peludos. Has luchado bien por ellos. No vuelvas a inmiscuirte en mis asuntos.
Esta no es tu lucha, te queda muy grande.
 ¿Qué lucha? ¿Contra quién? ¿Quién eres tú?
 Bran. El héroe.
 ¿El héroe? Vaya, sabes que la humildad es una virtud.
 Y también la paciencia. Con un poco de suerte y paciencia, puede que seas la
última chica con la que me acueste antes de largarme de la ciudad.
Y entonces me apretó el culo con una mano. Me di la vuelta como un torbellino
con la intención de soltarle un puñetazo en la nariz. El hangar estaba vacío, solo
perturbado por un sutil rastro de niebla. Persistió un instante antes de disiparse
rápidamente con la brisa.
Luché contra la necesidad imperiosa de golpear algo.
Julie me observaba desde detrás de las cajas.
 Se ha evaporado.
 Sí.
 Le gustas. Te ha tocado el culo.
 La próxima vez que le vea, le cortaré la mano. Veremos si vuelve a crecerle.
Miré hacia donde había estado el esqueleto. Las saetas habían desaparecido.
¿Cómo demonios lo había hecho?
Todas mis bonitas pruebas se habían ido al garete. Ni siquiera podía escanear la
escena para determinar qué tipo de magia se había utilizado. En retrospectiva, todo
aquello no había ido muy bien. No tenía ni la menor idea de lo que estaba
ocurriendo, y acababa de mantener una conversación con el tipo que podía aclarar
todas mis dudas y no había sacado nada en claro. Salvo que tenía un culo bonito.

~42~
Ilona Andrews La magia quema
La autoestima sana nunca viene mal. Si no me quedara ni eso, ahora mismo estaría
golpeando mi estúpida cabeza con la primera superficie dura a mi alcance.
 ¿Te marchas? — preguntó Julie desde las cajas.
Por Dios, no. Nada que incluyera varias mujeres desaparecidas, un pozo sin fondo
rodeado de sangre y un esqueleto inhumano podía acabar siendo algo positivo. Y el
señor Tocón parecía muy interesado en mantenerme tan alejada como fuera posible.
Me pregunté por qué.
 ¿Quieres encontrar a tu madre?
 Sí.
 ¿Quieres que te ayude?
 Claro.
 ¿Sabes cómo se llama la bruja que dirige el aquelarre?
 Esmeralda.
Esmeralda. Madre mía.
 ¿Dónde vive?
 En el Panal.
Aquello no hacía más que mejorar.
 Baja de ahí. Vamos a hacerle una visita.

~43~
Ilona Andrews La magia quema

Escalamos juntas el everest de metal retorcido, yo por delante y Julie unos pasos
por detrás. Respiraba entrecortadamente, con jadeos irregulares. Muy poca comida.
Julie no parecía mucho más fuerte que un mosquito. De hecho, si uno de los grandes
la picaba, lo más probable es que cayera desplomada. Pese a todo, no se quejaba.
En mitad de la pendiente, se rindió finalmente.
 ¿Cuánto queda?
 No te pares.
 ¡Solo quiero saber cuánto queda!
 No me obligues a girar el volante, cielo.
 ¿Qué diablos significa eso? — Murmuró algo más entre jadeos pero continuó
escalando.
El borde de la Brecha cada vez estaba más cerca. El rítmico bum, bum, bum se hizo
más audible. Debía de ser algún tipo de radiofaro. Trepé sobre la estrecha cornisa y
alargué un brazo en dirección a Julie.
 Dame la mano.
Julie extendió un brazo que parecía más un palillo. La agarré por la muñeca y la
alcé por encima de los restos dentados de una nevera hasta posarla en la cornisa
junto a mí. Pesaba menos que nada.
 Nos tomaremos un descanso.
 No puedo seguir.
 Claro que puedes. Pero el Panal no es un lugar muy acogedor. Seguro que ya
saben que estamos aquí y han preparado un comité de bienvenida.
 ¡Vaya! ¡Menuda fiesta nos espera! — exclamó sentándose en el suelo de tierra.
Je. Me senté a su lado.
 No eres de por aquí, ¿verdad?
Julie meneó con la cabeza.
 No. De la calle White.
La calle White debía su nombre a la nevada del año 14, cuando la nieve perduró
sobre el asfalto durante tres años y medio. Cuando una calle es capaz de mantener

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Ilona Andrews La magia quema
siete centímetros de nieve pese a que la temperatura supera los treinta grados
centígrados, sabes que atesora una magia considerable. Todos aquellos que podían
trasladarse a otro lugar, lo hicieron.
 ¿Cuántos años tienes?
 Trece. Solo tengo dos menos que Red.
Habría puesto la mano en el fuego a que no pasaba de los once.
 ¿Y tu madre? ¿Qué aspecto tiene?
 Tiene treinta y cinco y se parece mucho a mí, aunque más mayor. En casa
tengo una foto.
 ¿Qué sabes del aquelarre? ¿A quién adoran? ¿Qué tipo de rituales hacen?
Julie se encogió de hombros. Frente a nosotras, el cañón se extendía en la distancia,
erizado de púas y acero oxidado. Delgados zarcillos de niebla se adherían a la
abrupta pendiente. Un rugido profundo y peligroso rebotaba en las paredes,
demasiado lejano para representar una verdadera amenaza. Los pájaros del Estínfalo
respondieron con sus chillidos.
 ¿Sabías que los pájaros son de metal? — dijo Julie. Asentí.
 Son griegos. ¿Sabes quién era Hércules?
 Sí. El hombre más fuerte del mundo.
 De joven tuvo que superar doce pruebas...
 ¿Por qué?
 La esposa de su padre le hizo enloquecer. Mató a toda su familia y tuvo que
reparar su error sirviendo a un rey. El rey solo pensaba en matarlo, de modo
que no dejaba de imaginar nuevos retos para Hércules. En definitiva, los
pájaros del Estínfalo fueron uno de esos retos. Debía ahuyentarlos de cierto
lago. Sus plumas son como flechas y se dice que sus picos pueden atravesar la
armadura más resistente.
Julie me miró fijamente.
 ¿Cómo lo consiguió?
 Los dioses le regalaron una especie de badajo que hacía mucho ruido. Se
envolvió en la piel de un león invulnerable e hizo ruido hasta que los pájaros
huyeron.
 ¿Por qué en esas historias los dioses siempre acaban salvándote el culo?
Me puse en pie.
 Siempre ayuda que tu padre sea el rey de los dioses. Vamos. Hemos de seguir
subiendo y me temo que tu padre no es un dios, ¿me equivoco?
 Mi padre está muerto — dijo Julie.
 Lo siento. El mío también. A escalar, joven saltamontes, tu kung fu lo necesita.
Julie hizo frente a un barril abollado.
 Eres muy extraña.

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Ilona Andrews La magia quema
No sabes hasta qué punto.
A cuatro metros del borde de la brecha sentí la presencia del Panal. Por encima de
nosotras, la magia se retorcía y fluía, burbujeando en un caótico frenesí; su
intensidad alcanzaba niveles próximos a la combustión. El campo mágico me detectó
y se derramó por el borde de la brecha, enviando en mi dirección corrientes que se
asemejaban a lazos invisibles. Me lamieron y retrocedieron. Eso es. Cada uno en su
sitio.
La magia esperó, como si estuviera dotada de conciencia. En la parte superior,
donde no dejaba de borbotear, provocaría una resonancia considerable, y eso nunca
era una buena noticia. Aunque el Panal no podía tocarme, no le caía bien, de modo
que no dejaría de intentarlo. Cuanto antes saliera de allí, mucho mejor para todos.
Trepé por encima de un calentador de agua, abollado y aplastado como una lata
de aluminio, y subí hasta el borde del precipicio. Ante mí, las abotagadas caravanas,
retorcidas y repletas de extraños bultos metálicos, colgaban unas de otras. Algunas
habían formado colmenas de unas tres caravanas de alto, y un par de ellas parecían
idénticas, como dos células atrapadas en mitad de la mitosis. Otras estaban
simplemente amontonadas unas sobre otras, colgando en ángulos precarios aunque
aparentemente estables. Largas cuerdas de ropa recorrían el espacio entre las
caravanas y prendas recién lavadas se agitaban con la brisa.
Subí a Julie, que hizo una mueca cuando la magia chocó contra su cuerpo. Las
corrientes la rodearon... y se calmaron. Era como si, de repente, ya no estuviera allí.
Una niña muy interesante.
 ¿Habías estado aquí antes?
Julie negó con la cabeza.
 No a esta profundidad.
 Pisa donde yo pise. No te acerques a las paredes. Sobre todo si ves que se
difuminan.
Avanzamos entre el laberinto de caravanas. Hace mucho tiempo, el Panal era un
camping para jubilados denominado Senderos Felices o algo por el estilo. Estaba
ubicado justo al lado del Club de Golf Mills, muy cerca de la avenida Jonesboro. Al
principio sobrevivió bastante bien a las oleadas mágicas, y cuando el barrio de casas
baratas situado más al este se vino abajo y desapareció del mapa, un lento pero
continuo goteo de refugiados sin hogar se fue instalando en el camping. Levantaban
tiendas en los cuidados jardines, se aseaban en la piscina comunitaria y cocinaban en
las parrillas al aire libre. La poli evacuaba a los ilegales, pero otros ocupaban su
lugar.
Entonces, una noche en qué la magia golpeó con una fuerza fuera de lo común, las
casas prefabricadas se combaron. Algunas se expandieron como burbujas de cristal,
otras se retorcieron, y otras más se fundieron entre sí formando colmenas. No

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Ilona Andrews La magia quema
obstante, la mayoría se seccionaron o ganaron algún apéndice, y cuando el polvo se
asentó, la quinta parte de los habitantes había desaparecido más allá de las paredes.
Hacia el Exterior. Nadie podía imaginar qué era el Exterior, pero era evidente que no
pertenecía a aquel mundo. Los jubilados huyeron, pero los refugiados no tenían
adonde ir. Se instalaron en las caravanas abandonadas y se quedaron allí. De vez en
cuando alguien desaparecía, a medida que cada nueva oleada mágica combaba un
poco más el Panal. Un sitio muy divertido en el que vivir, siempre y cuando te
gustaran ese tipo de emociones.
 ¿Cómo sabremos dónde vive Esmeralda? — resopló Julie a mi espalda — Solo
sé que vive en el Panal.
 ¿Oyes esa pulsación? El Panal está cambiando continuamente, de modo que
necesitan un radiofaro para orientarse. Probablemente esté situado en la
entrada, que tendría que estar vigilada por alguien. Iremos hasta allí y
preguntaremos educadamente dónde vive Esmeralda.
 ¿Y por qué crees que te lo dirán?
 Porque les pagaré.
 Ah.
Y porque, si no me lo decían, les mostraría mi identificación de la Orden y mi
espada y me aseguraría de que no me ignoraran.
No me hacía mucha gracia entrar en el Panal con una niña, pero teniendo en
cuenta el vecindario, estaba más segura conmigo que sin mí. Me pregunté cómo
habría llegado allí abajo...
 ¿Cómo bajaste hasta la Brecha?
 A pie desde el Warren. Hay un sendero. — Una pequeña luz se apagó en sus
ojos — Pero seguro que ahora no podría encontrarlo. De modo que si me
obligas a volver sola, acabaré merodeando por ahí sin agua ni comida.
¿Por qué yo?
La calle giró ligeramente, y ante nosotras aparecieron unas puertas de tela
metálica abiertas de par en par. Justo frente a estas, un hombre enfundado en unos
vaqueros descoloridos y un chaleco de piel sobre el pecho desnudo estaba sentado
sobre un bidón de gasolina volcado. De sus labios colgaba un cigarrillo apagado. A
su derecha, un viejo camión militar con la parte trasera apuntando hacia la puerta.
Pese a las manchas de óxido y las abolladuras, las ruedas y la lona que cubría el
remolque parecían en buen estado. La lona probablemente ocultaba algún tipo de
equipo pesado, un cañón Gatling o una pequeña pieza de asedio.
Al otro lado del hombre descansaba un enorme tanque rectangular. Algas de color
verde pálido manchaban las paredes de cristal, oscureciendo el agua turbia en su
interior. Una larga tubería metálica conectaba el tanque con los retorcidos restos de
una caravana.

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El hombre sobre el barril me apuntó con una ballesta, que se parecía mucho a las
antiguas arbalestas flamencas de flancos planos. La punta brillaba con el tono gris
azulado típico del acero y no con el más brillante, casi blanco, del aluminio de peor
calidad, lo que significaba que el peso neto de la saeta podía alcanzar los noventa
kilos. Podía alcanzarme desde setenta metros y quería asegurarse de que yo lo sabía.
Bum. Bum.
Una arbalesta era una buena arma, aunque un poco lenta de recargar.
El hombre me miró de arriba abajo.
 ¿Quieres algo? — El cigarrillo siguió adherido al labio superior, moviéndose
con él mientras hablaba.
 Soy una agente de la Orden. Estoy investigando la desaparición de una serie
de brujas que pertenecían al aquelarre de las Hermanas del Cuervo. Parece ser
que la bruja que dirigía el aquelarre vivía en el Panal.
 ¿Y esa quién es? — preguntó señalando a Julie, quien se había quedado detrás
de mí.
 La hija de una bruja del aquelarre de Esmeralda. Su madre ha desaparecido.
Tú no sabrás algo de todo esto, ¿verdad?
 No. ¿Tienes alguna identificación?
Extraje el documento de la Orden de la billetera de piel que siempre llevaba
colgada al cuello. El hombre me indicó que me acercara. Lo hice y le entregué la
identificación. Le dio la vuelta. El pequeño rectángulo plateado en la esquina inferior
derecha de la tarjeta relució con un rayo de sol extraviado.
 ¿Es plata de verdad? — preguntó el hombre. El cigarrillo trazó un complicado
dibujo en el aire.
 Sí. — La plata toleraba los conjuros mejor que la mayoría de los metales.
El hombre me dirigió una rápida mirada y frotó la plata a través del revestimiento
plástico.
 ¿Cuánto vale?
Allá vamos.
 Esa no es la pregunta adecuada.
 ¿Ah, no?
 No. Deberías preguntarte si tu vida vale más que una cuarta parte de esa plata
hechizada.
El hombre volvió a echarle un vistazo superficial a la tarjeta.
 Tienes aires de grandeza.
Con un movimiento, rápido, llevé mi mano hasta su cara. El hombre se echó hacia
atrás y yo le devolví el cigarrillo.
 Esto te matará.

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Ilona Andrews La magia quema
Volvió a colocarse el cigarrillo en la boca y me devolvió la identificación.
 Me llamo Custer.
 Kate Daniels.
La lona que cubría el remolque del camión se deslizó, y bajo esta apareció una
esbelta mujer latina juntó a una pequeña balista. Con la forma de una ballesta
gigante, la balista era pequeña pero muy precisa y de un poder extraordinario.
Disparada a quemarropa, podía atravesar sin dificultad la puerta de un vehículo. La
mujer latina me dirigió una mirada severa. Sus ojos hablaban de una vida en que
todo rastro de dulzura ha sido arrancado a martillazos.
Le sostuve la mirada. Hacen falta dos para aquel tipo de juegos.
 Pagaré por la información.
 Cien.
Le pasé dos billetes de cincuenta a Custer. Adiós, factura telefónica.
 Caravana veintitrés — dijo la mujer — La amarilla. A la izquierda y después,
cuando el camino se bifurca, a la derecha.
 Si he llevarme algo, extenderé un recibo.
 Esto es entre tú y ella. No queremos involucrarnos con la Orden.
Le ofrecí otro billete de veinte.
 ¿Sabéis algo de Esmeralda?
La mujer asintió.
 Tenía hambre de poder y le gustaba asustar a la gente. Oí que intentó entrar
en uno de los antiguos aquelarres, pero llamó demasiado la atención e intentó
hacerse con el poder, de modo que la echaron. Desde entonces no ha hecho
más que amenazar con «devolvérsela». Lo último que sé es que fundó su
propio aquelarre. No sé cómo se las apañó para hacerlo... no era muy popular
que digamos.
La mujer cogió el dinero y volvió a extender la lona.
Custer me lanzó una bola de cable telefónico.
 Úsalo. Por aquí las cosas no dejan de cambiar. No hacen más que venir
especialistas de la Universidad de Georgia para estudiar el «fenómeno».
Entran pero no vuelven a salir. —Sus ojos se iluminaron con una luz irónica—.
A veces les oímos gritar desde las paredes. Intentando regresar desde el
Exterior.
 ¿Habéis intentado encontrarlos?
 Esa no es la pregunta adecuada — el rostro de Custer se iluminó con una
sonrisa satisfecha. El cigarrillo llevó a cabo una pirueta — La pregunta es qué
aspecto tienen cuando los encontramos.
Oh, Dios. Le devolví el cable.

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 No, gracias. Podría oír ese maldito ruido incluso muerta. ¿De dónde sale?
Custer se acercó al tanque y golpeó el cristal con los nudillos. Una sombra oscura
se agitó en el agua tenebrosa. Algo golpeó la pared posterior con un ruido sordo y
una cabeza enorme, ancha como un plato, se pegó al cristal. Con manchas negras y
viscosa como la piel de un sapo, aquella cosa frotó la nariz en las algas. Unos
diminutos ojos negros parecían mirar sin ver más allá de mí.
La cabeza se abrió por la mitad, revelando una enorme boca blanca. Los pliegues
de los costados de la cabeza temblaron y un sonido grave hizo vibrar todo el Panal.
¡Bum! La criatura restregó una vez más la nariz por el cristal y giró sobre sí misma a
una velocidad imposible. Vislumbré un pie con garras, una larga cola musculosa, y
después desapareció en un remolino de agua.
Una salamandra japonesa. Una muy grande, como mínimo tan alta como Julie.
 Un Chillón — dijo Custer, y con un displicente gesto de la mano me indicó
que siguiera adelante.

~50~
Ilona Andrews La magia quema

VI

El tortuoso sendero nos condujo al corazón del panal, al laberinto de caravanas


retorcidas. Al pasar junto a estas, sentí las miradas de la gente detrás de las ventanas.
Nadie salió para saludarnos. A nadie le interesaba descubrir qué me llevaba entre
manos. Tenía la sensación de que si me detenía a preguntar una dirección, no
obtendría respuesta. Si alguien quería dispararnos desde detrás de una de aquellas
deformes ventanas de espejos, no habría podido hacer mucho por evitarlo. Julie
también parecía sentir algo similar. Avanzaba en silencio, pegada a mis talones,
lanzando miradas precavidas a las caravanas.
Frente a nosotras, el sendero desembocaba en una torre altísima rodeada de
cascotes y residuos. La torre en sí, una monstruosidad contorsionada compuesta de
basura y piezas metálicas, se elevaba unos ciento veinte metros por encima del suelo.
Cerca de la cima, su diámetro se estrechaba un metro y medio aproximadamente
antes de volver a abrirse abruptamente formando una plataforma prácticamente
cuadrada. Mientras la observaba con la boca abierta, dos animales peludos del
tamaño de un gato pero con largas colas de chinchilla y hocicos de musaraña
treparon por los escombros y desaparecieron en un escondrijo.
Reanudé la marcha mientras seguía dándole vueltas al orificio en el suelo en el
lugar de reunión de las Hermanas. El pozo me inquietaba. De hecho, lo haría
cualquier boquete sin fondo en la tierra, sobre todo con una erupción en ciernes.
Temía que algo pudiera haber salido de aquel agujero, y había muchas
probabilidades de que no fuera precisamente amigable.
Las Hermanas del Cuervo habían incumplido la primera regla de la brujería: no
hagas chapuzas. O lo haces bien o no lo haces. Antes de lanzar un conjuro, una ha de
estar preparada para asumir las consecuencias.
Si se hubiesen dedicado a venerar a la Diosa, una personificación de la naturaleza,
una especie de versátil amalgama de deidades femeninas benignas muy popular
entre los cultos, no les habría sucedido nada malo. La Diosa, como el Dios de los
cristianos, era todo amor y misericordia. Sin embargo, habían venerado al cuervo, lo
que indicaba algo oscuro y muy específico. Y cuanto más específico fuera el dios,
menor capacidad de maniobra para los adoradores. Era la diferencia entre decirle a

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Ilona Andrews La magia quema
un niño «No hagas nada mientras yo no esté» y «Como toques este jarrón, te
castigaré durante tres días».
Hasta que no identificara al cuervo, tendría que avanzar a ciegas. Por desgracia,
todas las culturas, desde los vikingos hasta los apaches, tenían un córvido en su
mitología. Los cuervos crean o engullen el mundo, entregan mensajes a un puñado
de dioses, actúan como profetas, gastan bromas y, si son chinos, viven en el sol y
tienen tres patas. Nada en el lugar de reunión señalaba hacia un mito en concreto. Ni
siquiera Bran; ningún acento, ninguna peculiaridad reveladora en su ropa. Nada.
Necesitaba una pista de las gordas. Una nota misteriosa aclarándolo todo. Una
deidad apareciendo de repente y explicándomelo. Joder, incluso recibiría con los
brazos abiertos a una irritante anciana con una capacidad innata para resolver
misterios.
De hecho, me detuve y esperé un segundo a ver si caía a mis pies una pista del
cielo. El Universo me negó el favor.
La caravana veintitrés estaba a unos veinte metros a la izquierda de la torre, en el
primer nivel de un conglomerado formado por tres caravanas. Pese a que la mujer la
había descrito, con gran generosidad, como «amarilla», el color de la caravana más
bien recordaba al del orín turbio de hacía dos semanas. También olía a orín, aunque
no podía precisar si el hedor procedía de la misma caravana o de las montañas de
escombros que rodeaban el conglomerado.
Una serie de runas trazadas en negro y marrón recorría uno de los costados de la
caravana. Al observarlas más de cerca, vi que el marrón era irregular y desvaído.
Sangre. Me pregunté qué pobre desgraciado habría tenido que morir para satisfacer
los gustos decorativos de Esmeralda.
Un porche metálico oxidado, que en otra vida debía de haber sido una rejilla de
alcantarilla, daba paso a la puerta. La rejilla se combó bajo mi peso pero aguantó.
 Espera un momento. ¿Y eso? — Julie señaló las runas.
 ¿Qué les pasa?
 ¿No son mágicas? Mamá me dijo que Esmeralda tenía un conjuro en su
caravana que cortaba los dedos como el cristal.
Suspiré.
 Es un fragmento de una balada, de la última página del Codex Runicus, un
antiguo documento legal nórdico. Es muy famoso. Dice: «Anoche soñé con
sedas y suaves pieles». Confía en mí, si hubiera un conjuro en esta caravana, el
Panal ya la hubiera engullido.
Examiné la cerradura. Nada complicado, aunque nunca se me había dado bien
forzarlas.

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Ilona Andrews La magia quema
Sonido de pasos. Dirigiéndose hacia nosotras, tres pares. Y algo más. Algo que
provocaba ondas a través del volátil tejido de la magia del Panal. Julie también lo
sintió y corrió a mi lado en el porche.
Los pasos estaban cada vez más cerca. Me di la vuelta lentamente. Tres hombres se
aproximaban a la caravana. El primero, fornido y ancho de hombros; los otros dos,
algo más esbeltos. El más alto de los esbeltos llevaba una larga cadena enrollada en
un brazo. El otro extremo de la cadena se perdía en el espacio que quedaba entre dos
caravanas. Los tres tenían un aspecto convenientemente amenazador. El que portaba
la cadena se quedó un poco rezagado, esquivó un remolino mágico y tiró de los
eslabones metálicos.
El equipo local de extorsión. Fuertes. Tres contra uno, además de lo que hubiera al
final de esa cadena. Sabían adonde me dirigía, sabían que tenía dinero y sabían para
quién trabajaba; de no ser así, no habría necesidad de intimidar de aquel modo a una
mujer sola.
Gracias, Custer. Esta no la olvidaré.
 Larry, Moe y Curly, ¿verdad?
 Cierra el pico, zorra — dijo el más delgado de los tres.
 Venga, venga — dijo el corpulento con una sonrisa — Comportémonos
civilizadamente. Yo me llamo Bryce. Ese de allí es Mory, y mi colega de la
cadena se llama Jeremiah. Solo hemos venido para asegurarnos de que
pagues. O el bicho se pondrá furioso. Y nadie quiere que ocurra eso.
 Apartad de en medio — dije — Ya he pagado por la información.
 Según mi punto de vista, no has pagado lo suficiente. Dejémoslo en dos
cincuenta: otros cien por la entrada y un poco más por la molestia de venir
hasta aquí. — Bryce apoyó una mano en la porra que llevaba metida en el
cinturón — No nos lo pongas difícil. No querrás que le ocurra nada a la niña,
¿verdad?
Julie se escondió detrás de mí.
Bryce sonrió como un pitbull antes de una pelea.
 Cuanto más nos cueste, más aumentará la factura. Será mejor que te lo pienses
bien.
La cadena se agitó. Un estremecedor crujido metálico salió de detrás de las
caravanas. Jeremiah se inclinó hacia atrás y le dio un tirón a la cadena. La respuesta
fue un gruñido ronco. La cadena se tensó y los pies de Jeremiah se deslizaron
ligeramente por el suelo.
A juzgar por la mirada de Bryce, no se marcharían hasta que alguien hubiese
derramado su sangre. De todos modos, debía intentarlo.

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 Os creéis muy duros — dije, bajando del porche — Y eso es algo que respeto.
Pero yo me dedico a esto. Tengo mucha experiencia. No conseguiréis ni un
centavo.
 Esto — dijo el más corpulento mientras pisaba con fuerza el suelo para que no
me cupiera ninguna duda — es nuestro puto territorio. Sigue moviendo tu
boca de zorra y tendré que meterte algo en ella para que te calles.
La cadena se aflojó y se desplomó con un traqueteo metálico. Algo muy grande se
acercó a nosotras. Una pata terminada en una garra mayor que mi cabeza asomó por
detrás de la caravana, seguida de un hombro grotesco y musculoso. Tras emerger
otra pata, un perro se hizo visible ante nosotras. Debía de medir más de un metro
entre los hombros. Los músculos le sobresalían de los cuartos traseros y en el
descomunal pecho, tan ancho que las caderas parecían desproporcionadamente
estrechas en comparación. La cuadrada cabeza descansaba directamente sobre los
hombros, como si no tuviera cuello.
El perro empezó a avanzar al trote, acompañado de un débil tintineo metálico,
como el ruido de monedas sueltas en un bolsillo. De su mentón descollaban unas
largas púas gris azuladas. Otra ristra de púas corrían a lo largo de su lomo hasta la
cola, como una cresta.
El perro se detuvo y me miró con unos intensos ojos de color aguamarina. El odio
tembló en los surcos de su plano hocico. El monstruo abrió la boca y me mostró sus
dientes, largos, irregulares y relucientes. Se tensó, separó las patas e hinchó el pecho.
Sus púas restallaron con un chasquido de hierro. Por todo su cuerpo aparecieron
agujas metálicas, como un gran collar de púas.
No existe nada más intimidante que un erizo metálico extragrande.
Bryce y Mory se retiraron a los flancos, dejándole el campo despejado a Jeremiah y
su mascota. Mory quedaba fuera de mi alcance, pero Bryce estaba solo a unos dos
metros y medio de mí. Aunque habían hecho aquello antes, su planificación tenía un
pequeño punto flaco: me separaban diez metros del perro y, además, la cadena
frenaría su avance.
El animalillo levantó la cabeza y rugió.
 El dinero, puta — dijo Jeremiah.
 No.
Jeremiah desenrolló la cadena de su brazo y la dejó caer. Los eslabones golpearon
la tierra con un ruido sordo.
El perro embistió en mi dirección.
Me moví, desenvainando a Asesina en el proceso. Golpeé con la empuñadura a
Bryce en el cuello mientras le bloqueaba la pierna izquierda con mi pierna derecha.
Tropezó. Antes de que llegara al suelo, giré sobre mí misma, cogiendo la pluma
metálica con dos dedos y extrayéndola de la funda del cuchillo. Tardé una fracción

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Ilona Andrews La magia quema
de segundo, con la magia del Panal arremolinándose a nuestro alrededor, no podía
permitirme ni el más ligero corte, y alcancé al perro en mitad de su salto. Le clavé la
punta de la pluma en su asqueroso ojo berilo, lo esquivé y le solté un puntapié a
Jeremiah en el estómago. Este intentó abalanzarse sobre mí, pero me coloqué detrás
de él y apoyé el filo de Asesina en su garganta.
Todo se detuvo.
El perro dejó escapar un prolongado y sorprendido gemido y se desmoronó con el
sonido de monedas lanzadas al aire. Bryce se retorció en el suelo, arañando la tierra,
intentando volver a respirar. Mory me observaba con la boca abierta. Jeremiah tragó
saliva, el filo de Asesina raspando ligeramente su nuez de Adán. En el porche de la
caravana, Julie se había quedado petrificada, el rostro flácido como una máscara de
goma derretida.
 ¿Qué coño? — dijo Mory, desconcertado — ¿Qué coño ha pasado?
 Que me habéis obligado matar a un perro sin ningún motivo.
Una gota de sudor resbaló por el pelo oscuro de Jeremiah y se perdió en su cuello
sin afeitar. Un cambio de ángulo de dos milímetros, y la espada hechizada cubriría la
distancia entre él y sus alas. Estaba muy cabreado y mantener la mano estable me
estaba costando más de lo habitual.
 Aunque ya había pagado la cuota, vosotros, capullos codiciosos, habéis
decidido que debía hacerlo otra vez. Y, además, habéis amenazado a mi niña.
¿Qué coño os pasa? ¿No sois humanos o es que este lugar os ha arrebatado
toda la decencia? — dije con voz grave, casi un rugido. Sabía que estaba
perdiendo el tiempo.
Por fin, Bryce logró tomar aire y dejó escapar un gemido.
 Has matado a mi perro — dijo Jeremiah con evidente incredulidad — Has
matado a mi pequeño. Madre mía. Has matado a mi perro.
Aquello había terminado. Aparté la espada de su cuello. Jeremiah cayó de rodillas
sobre la tierra. Tenía el rostro crispado. Se llevó las manos a los ojos. Pasé junto a él y
me acerqué al perro muerto, que estaba tumbado formando una reluciente maraña
metálica, las enormes garras inmóviles, el ojo sangrando profusamente. Qué
desperdicio.
Bryce se puso de rodillas y, después, en pie, precariamente.
Extraje un trozo de gasa del bolsillo y limpié la hoja de Asesina.
 Voy a entrar en esa caravana para poder encontrar a la madre de esa niña y a
Esmeralda, o como quiera que se llame. Mientras lo hago, podéis ir a buscar
ayuda. A cuantos consideréis necesarios para hacer el trabajo, y después
volved para la revancha. No me moveré de aquí. Pero la próxima vez
seccionaré carne humana, no de perro. Y lo disfrutaré. De hecho, me haréis un
favor.

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Bryce dio un paso atrás.
Miré a Julie.
 Vamos.
Julie corrió delante de mí hasta la puerta. Subí la escalera metálica y le solté una
patada a la cerradura. El marco crujió con un sonido seco y la puerta se abrió.
Julie se escabulló en el interior. La seguí, penetrando en la lúgubre casa de la bruja.

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Ilona Andrews La magia quema

VII

El lugar apestaba a limones y a calcetines viejos. Julie se tapó la nariz.


 ¿A qué huele?
 A extracto de valeriana. — Señalé la mancha oscura en la pared. Fragmentos
de vidrio tachonaban el suelo; parecía como si Esmeralda hubiese estampado
el vial contra la pared — Nuestra bruja tenía problemas de insomnio.
Angosta hasta el punto de producir claustrofobia, la caravana estaba sumida en la
penumbra. Unas telas carmesí hechas jirones cubrían las ventanas. Julie cogió un
matamoscas de la estrecha repisa que separaba la minúscula cocina del resto de la
caravana y lo utilizó para descorrer las cortinas. Chica lista. Quién sabe qué
demonios podía haber pegado a aquellas cortinas.
A la luz de la tarde, el interior de la caravana resultaba aún más descorazonador.
Una nevera destartalada ocupaba casi todo el espacio de la cocina. La abrí. Tiempo
atrás había comprado un objeto parecido a un huevo perpetuamente congelado; el
vendedor lo había llamado huevo de duendecillo del hielo. Nunca había visto un
duendecillo del hielo, aunque, según algunos rumores, en Canadá los había a
montones. El huevo me costó una buena pasta, pero lo colgué en un rincón de mi
nevera y mantenía la comida parcialmente congelada durante las oleadas mágicas.
Esmeralda había recurrido a un método más barato de «refrigeración»: trozos de
hielo encantado que el Departamento de Aguas y Alcantarillas vendía por un módico
precio, y que tardaba cuatro veces más en derretirse que el hielo normal. El problema
del hielo encantado era que terminaba por deshacerse, y eso era precisamente lo que
había ocurrido allí, y hacía bastante tiempo, por cierto, chorreando sobre un pollo
negro descabezado ritualmente que ocupaba la repisa central. El vomitivo hedor
dulzón de la descomposición me abofeteó el rostro.
Me sobrevino una arcada y cerré la nevera de un portazo para evitar vomitar
sobre el pollo. Cortar cabezas de pollo cuando veneras a un pájaro requiere una
buena dosis de valor. O eso o Esmeralda era una diletante oportunista que también
probaba otros tipos de magia.
En la cocina no encontré ninguna pista, de modo que me dirigí al otro extremo de
la caravana. A mi izquierda, un pequeño e inmaculado dormitorio: la cama estaba

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Ilona Andrews La magia quema
hecha y no vi ni rastro de ropa en el suelo. A continuación, un lavabo igualmente
intachable, y más allá, lo que debía de haber sido una sala de estar.
El Panal la había expandido, dilatando el techo y ensanchando las paredes. El
mugriento suelo de linóleo terminaba en el pasillo. El suelo de la habitación era de
tierra, y formaba una pendiente que culminaba en el centro, donde descansaba un
caldero de hierro. La curva del suelo y el techo abombado hacían que la habitación
pareciera casi esférica.
Más allá del caldero, junto a la pared más alejada, distinguí un arcón de mimbre y
una mesa de camping. La mesa estaba manchada de sangre.
Detrás de mí, Julie pasó el peso del cuerpo de un pie al otro.
Aunque la magia envolvía el caldero con un nudo tenso y potente, no detecté la
presencia de ningún conjuro protector. Di un paso sobre el suelo de tierra. La
habitación vibró ligeramente pero no sufrió ningún cambio.
Me acerqué al caldero y levanté la tapa. El repugnante hedor de la grasa quemada
y el caldo rancio me saturó las fosas nasales.
 ¡Ajjjjj! — dijo Julie dando un paso atrás.
Me lloraron los ojos. Se me revolvió el estómago y noté un sabor amargo en la
garganta. Tragué para obligarlo a bajar, cogí un cucharón de hierro del asa del
caldero y revolví el vomitivo brebaje. Huesos de pollo con algunas hebras de carne
putrefacta colgando aún de ellos. Nada humano. Gracias a Dios por los pequeños
favores.
La oleada mágica se desvaneció. La tecnología recuperó el control, deshaciendo el
nudo mágico que envolvía el caldero.
Volví a colocar la tapa en su sitio y me acerqué al altar. Unas cuantas plumas
negras estaban pegadas a la sangre. Sobre la mesa, un cuchillo largo y curvo, afilado
como una navaja, con runas negras en la empuñadura grabadas a fuego. Las piezas
encajaron en mi mente. Ahora el pollo de la nevera adquiría un nuevo significado.
Julie rompió el silencio.
 ¿Es sangre humana?
 De pollo.
 ¿Hizo vudú o algo así?
 El vudú no es la única religión que utiliza pollos. En Europa existe una
tradición muy antigua de adivinación a través de las entrañas de los pájaros.
El rostro de Julie estaba carente de expresión.
 Decapitas a un pollo, lo abres por la mitad e intentas predecir el futuro en
función de la posición de las vísceras. Y a veces — añadí levantando con el
cuchillo una cuerda ensangrentada que colgaba de la parte posterior del altar,
no los matas antes.

~58~
Ilona Andrews La magia quema
 Eso es enfermizo. ¿Qué tipo de gente haría eso?
 Druidas.
Julie parpadeó.
 Pero los druidas son buena gente.
 La Orden de los Druidas es buena gente. Pero no siempre lo han sido. ¿Alguna
vez has visto a una chica druida?
Julie negó con la cabeza.
 Son todos tíos.
 Entonces, ¿por qué Esmeralda se dedicaba a hacer rituales druídicos?
Julie me miró fijamente.
 No lo sé.
 Ni yo tampoco.
Tenía la intuición de que Esmeralda lo había hecho porque alguien la había
obligado. La desconcertante premonición que me había provocado un escalofrío en el
borde del pozo regresó con toda su fuerza. Cuantas más cosas descubría, menos me
gustaba todo aquello.
Me arrodillé junto al arcón de mimbre y lo abrí, esperando encontrar más
truculentos restos de pollo. Pero, en lugar de eso, encontré libros. El Diccionario de
mitología celta de MacKillop, Mitos y leyendas de la antigua Irlanda de McLean, Despierta
al celta interior de Hechicero Sumara y Mabinoghen. Tres libros sobre rituales celtas y
uno sobre el rey Arturo.
Le entregué a Julie Despierta al celta. De los cuatro, era el más fácil de leer y tenía
unas ilustraciones muy bonitas. Yo me quedé con Mitos y leyendas, confiando en que
Esmeralda hubiera subrayado los pasajes importantes. Abrí el libro por el índice
alfabético y encontré una página con tres huellas de sangre sobre todas las emes.
Esmeralda había sumergido las manos en sangre de pollo y no se las había lavado
antes de coger los libros. ¿Se consideraba a sí misma una ungida? Estudié las
entradas junto a las huellas: Mongan, Mongfind, More, Morrigan... Mierda. Busqué
en el volumen artículos que empezaran con la letra m. Por favor, que no sea
Morrigan, por favor, que no sea Morrigan... Una gran huella ensangrentada sobre el
capítulo a doble página de Morrigan.
¿Por qué yo?
Tuve que reprimir el impulso de lanzar el libro contra la pared. Esmeralda había
encontrado a una gran diosa a la que venerar.
 Bestoloch.
 ¿Qué significa eso? —preguntó Julie.
 «Imbécil» en ruso. Según parece, la congregación de tu madre adoraba a
Morrigan. No es una diosa benévola precisamente.

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Ilona Andrews La magia quema
Julie me mostró algo de su libro.
 ¿Qué le ocurre?
Era la ilustración de un hombre gigante blandiendo una enorme espada. Tenía el
cuerpo lleno de bultos irregulares, y los monstruosos músculos que le descollaban de
un hombro amenazaban con engullirle toda la cabeza. Las rodillas y los pies estaban
retorcidos hacia atrás, sus brazos colosales le llegaban hasta el suelo, tenía la boca
abierta y su ojo izquierdo fuera de su órbita. Un resplandor, representado con cortos
trazos del lápiz, brotaba de su cabeza.
 Ese es Cu Chulainn. El mayor héroe de toda Irlanda. En la batalla, cuando se
ponía realmente furioso, perdía los estribos y adoptaba ese aspecto. Son
conocidos como espasmos de combate.
 ¿Por qué le brilla la cabeza?
 Parece ser que, durante los espasmos, le aumentaba la temperatura corporal y
después de la batalla la gente tenía que echarle cubos de agua encima para
enfriarlo. En cierta historia, se metió en un caldero lleno de agua y lo rompió...
Observé detenidamente el caldero en el centro de la habitación.
Julie me tiró de la manga.
 ¿Qué pasa?
 Un segundo. — Me aproximé al caldero y agarré las asas de hierro.
 Pesa demasiado — dijo Julie.
Gruñí, lo levanté y lo moví del sitio. La tapa se deslizó ligeramente, derramando
en el suelo caldo pútrido, afortunadamente no sobre mis zapatos.
Bajo el caldero apareció la boca de un pequeño pozo. Estrecho, lo suficientemente
grande como para dar cabida a un pequeño animal, tal vez un perro del tamaño de
un sabueso. Los bordes eran lisos, la circunferencia perfectamente circular, como si la
hubiesen esculpido con un cuchillo. Miré al interior y solo vi oscuridad. Un olor
mezcla de tierra y al hedor empalagoso de la podredumbre se elevó desde las
tinieblas.
Déjà vu.
Julie cogió un puñado de tierra del suelo y se encaminó al pozo. Le agarré la
mano.
 Quiero saber qué profundidad tiene.
 No, no quieres saberlo.
Julie dejó caer la tierra con un resoplido. Obviamente, bajé algunos escalones en su
medidor de la gente guay.
Tres pequeñas huellas punteaban los lados del pozo formando un triángulo
equilátero. Las marcas que habían dejado las patas del caldero. Como las marcas que

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había visto en el lugar de reunión del aquelarre. Al gran pozo de la Brecha le faltaba
su caldero. Y, por su circunferencia, debía de ser uno de los grandes.

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VIII

Bryce y compañía decidieron no presentarse a su cita para la revancha, de modo


que salimos del Panal sin problemas, acarreando los libros de Esmeralda.
Sabiamente, Custer había elegido esfumarse. Desde la caravana veintitrés hasta la
puerta de tela metálica, no nos cruzamos con ningún otro ser vivo.
Tardamos casi una hora en rodear el Panal y salir al Warren, donde Ninny me
esperaba pacientemente junto a un montoncito de mierda de mula. Subí a Julie a la
silla. Aunque la calle White estaba solo a quince minutos de allí, Julie parecía molida.
 ¿Adónde vamos? — preguntó.
 A casa. ¿Cuál es tu dirección?
Julie apretó los labios y fijó la vista más allá de las orejas de Ninny.
 ¿Julie?
 No hay nadie en casa — dijo — Mamá se ha ido. Ella es lo único que tengo.
Madre mía. ¿Podía dejar a una cría sin madre, hambrienta, cansada y sucia en
mitad de la calle? Veamos...
 Pasaremos por tu casa y veremos si tu madre ha regresado. Si no, esta noche
puedes quedarte conmigo.
Mamá no estaba en casa. Era una casa diminuta, incrustada en una esquina de una
estrecha parcela que nacía en la calle White. La casa era vieja, pero estaba limpia,
salvo por el fregadero, lleno de platos sin fregar. Originalmente, debió de ser un
apartamento con dos dormitorios, pero alguien, tenía la sospecha que la propia
madre de Julie, había hecho instalar una partición de madera que segregaba una
parte del salón y lo convertía en una tercera y reducida habitación. En dicha
habitación había una vieja máquina de coser, un par de archivadores y una mesa
pequeña. Sobre la mesa descansaba un vestido a medio hacer, azul cielo, de la talla
de Julie. Acaricié la tela con la punta de los dedos. Al margen de los errores que la
madre de Julie pudiera haber cometido, era evidente que quería mucho a su hija.
Julie me trajo una fotografía de su dormitorio: una mujer de aspecto cansado y
cabello rubio y liso me devolvió la mirada con unos ojos marrones, iguales que los de

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Ilona Andrews La magia quema
su hija. Era muy pálida, y parecía una mujer enfermiza, exhausta, unos diez años
mayor de los treinta y cinco que su hija aseguraba que tenía.
Le pedí a Julie que me ayudara a fregar los cacharros. Debajo de los platos
encontré una botella de Wild Irish Rose, etiqueta blanca, que desprendía un intenso
olor a alcohol. También era famoso por producir en el bebedor salvajes ataques de
ira.
 ¿Tu madre te ha gritado o pegado alguna vez cuando bebe?
Julie me miró airada.
 ¡Mi mamá es muy buena!
Tiré la botella a la basura.
Dos horas más tarde dejábamos a Ninny en el establo de la Orden. La magia, tras
estar contenida unas cuantas horas, volvió a martillear Atlanta con ráfagas cortas. La
tarde dio paso a la noche. Estaba agotada y hambrienta. Nos dirigimos al norte a
través de la maraña de calles, hacia el pequeño apartamento que había pertenecido a
Greg y que ahora era mi casa cuando estaba en la ciudad.
Subí la estrecha escalera hasta el tercer piso con Julie detrás de mí. La magia había
regresado, de modo que el conjuro protector me aferró la mano con un destello
azulado cuando toqué la puerta y la abrí. Invité a entrar a Julie, pasé el cerrojo y me
deshice de los zapatos.
Julie deambuló por el apartamento.
 Esto está muy bien. Y hay barrotes en las ventanas.
 Impiden que entren los malos. — La falta de sueño finalmente me pasó
factura. Estaba tan cansada, casi muerta — Quítate los zapatos.
Lo hizo. Rebusqué en el armario y finalmente encontré una vieja caja con mi ropa
que Greg guardaba desde que me había quedado con él tras la muerte de mi padre.
A los quince años era bastante más alta y ancha que Julie a sus trece, pero serviría.
Le lancé unos pantalones de chándal y una camiseta.
 Dúchate.
 Yo no me ducho.
 ¿Y tampoco comes? Si no hay ducha, no hay comida.
Julie prolongó el labio inferior.
 Eres un coñazo, ¿lo sabías?
Me crucé de brazos.
 Mi casa, mis normas. Si no te gustan, ahí tienes la puerta.
 ¡Vale! — Y se encaminó hacia la puerta del lavabo.
Hasta nunca.

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Ilona Andrews La magia quema
Apreté los dientes, confiando en no haberlo dicho en voz alta, y me dirigí a la
cocina. Me lavé las manos con jabón en el fregadero y registré la nevera en busca de
víveres. Lo único que encontré fue un cuenco grande lleno de guisado campestre frío.
Yo me lo hubiera comido así; de todos modos, las mazorcas de maíz y las gambas
estaban más buenas frías, y tenía tanta hambre que mi estómago no protestaría
mucho al recibir las patatas y salchichas también frías. Julie, por otro lado, puede que
lo quisiera caliente, preferiblemente con mantequilla.
¿Calentar o no calentar? Esa es la cuestión.
El sonido del agua cayendo me anunció el inicio de la ducha. Julie había decidido
quedarse. Puse una gran cazuela llena de agua sobre el fogón. Aunque la magia
afectaba a una gran variedad de objetos cotidianos, por suerte, el gas natural
continuaba fluyendo. Si terminaba por fallar, tenía una pequeña cocina de camping y
una jarra de queroseno sobre la nevera.
Estaba terminando de retirar todas las gambas cuando una niña extremadamente
delgada y con aspecto de ángel apareció en mi cocina. Tenía un cabello sedoso y
color caramelo, y unos ojos marrones enmarcados por un rostro anguloso. Tardé más
de un minuto en reconocerla, y cuando finalmente lo hice, me doblé sobre mí misma
y empecé a reír.
 ¿Qué pasa? — El pequeño elfo parecía desconcertado.
 Estás muy limpia.
Julie se subió los pantalones del chándal antes de que le cayeran por detrás.
 Tengo hambre. Teníamos un trato.
 Vigila el agua por mí. Cuando hierva, incorpóralo todo menos las gambas. No
te las comas, están más buenas calientes, y no dejes que el agua desborde y
apague el gas. Voy a darme una ducha.
Cogí un puñado de ropa limpia y me metí en el cuarto de baño.
No hay nada como una buena ducha caliente después de un día de trabajo. Bueno,
puede que una ducha caliente seguida de sexo caliente, pero mis recuerdos al
respecto empezaban a estar bastante borrosos.
Tardé más de lo habitual en eliminar toda la suciedad de mi pelo, y cuando
finalmente volví a la cocina, el agua estaba hirviendo. Pesqué una mazorca de maíz
con unas pinzas gigantes. Humeante. Perfecto. Añadí las gambas, dejé que volviera a
hervir unos quince segundos, apagué el gas y lo volqué todo en la escurridera.
La magia se desvaneció. Arriba, abajo, arriba, abajo. Decídete de una vez.
 ¿Alguna vez has comido cocido campestre?
Julie negó con la cabeza.
Puse el colador en el centro de la mesa y le añadí sal y una barra de mantequilla al
lado.

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Ilona Andrews La magia quema
 Gambas, salchichas, mazorcas de maíz y patatas. Pruébalo. Las salchichas son
de carne de pavo y ciervo. Vi cómo las preparaban. No llevan perro ni rata ni
nada por el estilo.
Julie cogió un trozo de salchicha y la atacó como si una manada de lobos intentara
arrebatársela.
 ¡Ezto eztá muy bueno! — exclamó con la boca llena.
Cuando apenas terminaba mi primera mazorca, un golpe en la puerta la hizo
resonar. Miré por la mirilla. Red.
Abrí la puerta y Red me devolvió la mirada con los ojos entornados.
 ¿Comida?
Kate Daniels, peligrosa espadachina y salvadora de los huérfanos famélicos.
 Adelante. Lávate las manos.
Julie salió de la cocina como una exhalación y le rodeó con sus brazos. Red se
enderezó y deslizó un brazo alrededor de su cintura.
Julie apoyó la cabeza en su hombro con expresión distraída. La desaparición de su
madre debía de haber sido una experiencia muy dura, pero perder a Red acabaría
con ella.
 ¡Te he echado de menos! — le dijo en voz baja.
 Sí — dijo él, imperturbable — Yo también.
Veinte minutos después tenía dos niños saciados y un cuenco vacío. Lo que
significa que al día siguiente tendría que cocinar algo. Ajj.
 Hablemos. — Clavé a Red a la silla con mi mirada. Cuando la ocasión lo
requería, podía hacer que la gente perdiera la razón. Por desgracia, la mayoría
de mis oponentes no solían desmayarse y caer al suelo con mi mirada, pero
Red era muy joven y no era la primera vez que lo intimidaban. Se quedó
petrificado. No me gustaba intimidar a golfillos callejeros adolescentes, pero
estaba convencida de que se vendría abajo enseguida si lo hacía bien.
 Cuéntame todo lo que sepas del aquelarre.
 No sé nada.
 Llevaste a Julie a su lugar de reunión. ¿Cómo sabías dónde estaba?
 No me he chivado, te lo juro. — Julie palideció. Red no desvió la mirada.
 Cómo he encontrado este sitio. Cogí un poco de pelo de su madre de un
cepillo que había en su casa. Hice un conjuro, derramé un poco de sangre y
dejé que me señalara el camino.
La madre de Julie tenía que estar viva cuando llevó a cabo el hechizo. Los conjuros
chamanísticos están vinculados a la vida; detectar un cadáver requiere un ritual
mucho más complicado y un poder del que, probablemente, Red no disponía. O aún
no.

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Ilona Andrews La magia quema
 Fuiste allí solo antes. — Era una suposición, pero vi la confirmación en sus
ojos — ¿Qué viste?
Empezaron a temblarle los dedos. Se giró ligeramente a la derecha, ocultándome
ese lado de su rostro.
 Déjame verte el cuello por el otro lado. Red tragó saliva. — Ahora.
Se dio la vuelta. Tres cortes profundos le recorrían el cuello desde el lóbulo de la
oreja hasta el cuello de sus harapos. Una fina línea de pus amarillento se acumulaba
bajo los bordes hinchados e irritados de las heridas.
No tenía buena pinta. Alargué el brazo y le toqué la cabeza. Red se apartó.
 No te muevas, cabeza de chorlito.
Tenía fiebre. Abrí la nevera y extraje un tarro de Rmd3 del estante central. Los ojos
de Red viajaron hasta la pasta marrón y de nuevo a mí.
 ¿Qué es eso? — preguntó Julie.
 Rmd3. Más conocido como Remedio.
 Es esa cosa que llevan los miembros de la Nación. No lo quiero. — Red se
removió en la silla.
Le miré a la cara y vi el gesto inconfundible del mentón adolescente. Ni rastro de
vida inteligente al otro lado. Me volví hacia Julie.
 Es un tratamiento de hierbas para la infección que supura en su cuello. Esta es
la variedad del Pacífico Sur, la mejor que hay. Puede curar la necrosis que
contagian los no-muertos y un montón más de infecciones muy desagradables.
—Dejé el tarro encima de la mesa. Raíz de kava real, hoja de pino de Geebung
y otra media docena de ingredientes. Caro pero efectivo.
 No lo necesito — dijo Red.
 Los chamanes que caen redondos en mitad de la calle por culpa de la fiebre no
suelen vivir para contarlo.
 Hazlo, Red. — Julie empujó el tarro hacia él. Red lo observó como si fuera una
serpiente, alargó el brazo y se aplicó un poco en el cuello. En cuanto la pasta
tocó sus heridas, hizo un gesto de dolor.
 ¿Quién te ha clavado las zarpas?
 Criaturas — dijo — Extrañas. No me sentía bien. Muy poderosas.
Pronunció aquella palabra con respeto, casi con una reverencia rayana en la
nostalgia. Del mismo modo en que un alcohólico pediría su veneno favorito después
de una temporada sin probar un trago, saboreando cada letra en el paladar.
 El anhelo de poder es algo muy peligroso — dije.
Red me enseñó los dientes. Una luz salvaje casi imperceptible bailó en sus pupilas.
 Dices eso porque tú ya lo tienes. La gente que tiene poder no quiere que los
demás también lo tengan.

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Ilona Andrews La magia quema
Julie le tiró de la manga.
 Pero tú tienes poder. Eres un chamán.
Red se giró súbitamente.
 ¿Y de qué me sirve? Las bandas siguen arrancándome los dientes y
robándome la comida. ¿De qué me sirve si no puedo hacer que meen sangre al
día siguiente? La próxima vez me matarán y todo habrá terminado. Quiero
auténtico poder. Fuerza. Para que nadie vuelva a joderme.
 Puedo darte el mío — dijo Julie con una voz apenas audible.
 Aún no — dijo él — Deja que crezca.
¿Qué demonios estaba pasando entre aquellos dos? El modo en que se miraban me
ponía los pelos de punta.
 Háblame de las criaturas que te atacaron.
 Eran muy rápidas y tenían el pelo largo. El pelo me atrapó como si estuviera
vivo. Le tenían miedo al ballestero.
 Háblame del caldero.
Red se contorsionó como si hubiera recibido una descarga eléctrica, se levantó de
un salto de la silla y salió corriendo hacia la puerta. Julie era la que estaba más cerca
de esta, de modo que llegó un cuarto de segundo antes que yo a la escalera. Se lanzó
por ellas como una exhalación y yo me obligué a detenerme.
No eran más que unos críos.
La vida los había golpeado sin misericordia y casi los había convertido en salvajes.
No tenían donde refugiarse, no confiaban en nadie salvo en ellos mismos, y de
ninguna de las maneras iba a bajar a la calle para darle una paliza a Red y arrancarle
la verdad. Ya habían sufrido bastante. Si volvían, volvían. Mientras tanto, ya
encontraría el modo de descubrirlo por mi cuenta.
Regresé a la cocina y me comí un trozo de salchicha de mi plato. A través de la
ventana, vi a Red y a Julie en la calle. Estaban muy juntos, el oscuro cabello de él
pegado al rubio de ella. Mientras los observaba, golpeó la tec. La lámpara eléctrica
resucitó en el comedor, bañando el apartamento con una agradable luz matizada.
Abajo, en la calle, el único farol que aún funcionaba se encendió e iluminó a los dos
chicos. Se movieron hacia la izquierda, fuera de su alcance. Los rostros del nuevo
mundo: un chamán callejero y su novia. Hambrientos, feroces, mágicos.
Siguieron hablando mientras yo me terminaba mi cena y el agua. Finalmente, Red
sacó algo de un bolsillo y se lo puso a Julie alrededor del cuello. Un conjuro,
probablemente.
Julie le abrazó mientras él se limitaba a permanecer donde estaba, muy rígido. Tal
vez no deseaba parecer débil en público. Sentí una repentina inquietud. ¿Por qué el
mero hecho de observarlos me provocaba un mal presentimiento?

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Ilona Andrews La magia quema
Algo semejante a imaginarme a mí con Max Crest.
Si Greg no hubiera muerto, no le habría prestado a Max la más mínima atención.
La muerte de Greg me había afectado más de lo que imaginaba; me sentía sola,
asustada y deseaba desesperadamente alguien cerca que me consolara y me ofreciera
su calor. Alguien en quien apoyarme. Max había aparecido en el lugar equivocado y
en el momento equivocado. Nuestra relación había estado condenada desde el
principio porque se basaba en el dolor, y al contrario que el amor, llega un día en que
el dolor desaparece. Ahora que el tiempo había surtido su efecto, no sentía ningún
tipo de celos hacia Myong, ni tampoco sentía añoranza alguna por Max. No le echaba
de menos. Y, pese a todo, cada vez que pensaba en él, sentía una extraña y
desagradable sensación, aunque no exactamente culpa, sino algo muy parecido a la
vergüenza.
Uff. Tenía ganas de cogerlo todo, hacer una pelota, meterla en una caja y tirarla al
muelle. Si no tuviera que volver a ver a Max Crest nunca más, estaría perfectamente
feliz. Pero ahora tenía que concertar su matrimonio. ¿Cómo demonios me metía en
aquellos embolados?
Hablando de la boda. Probé el teléfono, vi que había línea y marqué el número
que me había dado Derek.
 Oficina sudeste — respondió una voz femenina.
O el número estaba equivocado o el chico maravilla había prosperado mucho.
 Con Derek, por favor.
Se oyó un chasquido y la voz de Derek apareció al otro lado de la línea.
 ¿Diga?
 ¿Tienes secretaria?
Una carcajada.
 No, era Mila. Filtra todas las llamadas. ¿Qué puedo hacer por ti?
 Tengo el paquete.
 ¡Asombroso! — Una pausa antes de continuar en un tono mucho más
contenido — ¿Cuándo puedo recogerlo?
 Me pasaré yo mañana.
 ¿Le has dado duro?
¡Ja! Derek seguía allí, bajo el enchapado del señor Lobo Importante de la Manada.
 Más o menos. Tenías razón, desaparece. Y, en el proceso, también se regenera.
Julie regresó al apartamento. De su cuello colgaba un pequeño monisto: un collar
de monedas y diminutas cuentas de metal. Se detuvo en el pasillo a evaluar la
situación, decidió que yo no estaba a punto de estallar, volvió a sentarse en su silla y
comprobó si quedaba algo en el cuenco. Solo patatas. Cogió un buen puñado y las
devoró, lamiéndose los dedos.

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Ilona Andrews La magia quema
 He de pedirte un favor. — Le acerqué a Julie la mantequilla y la sal.
 Dispara — dijo Derek.
Julie me observaba con recelo, probablemente tratando de decidir si se acercaba
alguna complicación.
 Necesito una audiencia con su Majestad peluda. — No puedo creer que esté
diciendo esto.
 No puedo creer que digas eso, después del cabr... de los gritos que soltaste
cuando te invité a la Reunión de Primavera. Creo recordar algo parecido a «no
quiero volver a ver a ese capullo arrogante» y «por encima de mi cadáver».
 La Reunión de Primavera es opcional. —Tras trabajar con la Manada en el
caso del Acosador de Red Point, me habían otorgado el estatus de Amiga de la
Manada, lo que, aparentemente, también incluía el honor de ser invitada a
todas sus ceremonias. Dios, si transgredía los límites de su territorio, los
cambiaformas solo dudarían un par de segundos antes de convertirme en
sushi Kate.
 ¿Myong? — La voz de Derek se tiñó con un ligero tono de reproche.
 Derek, ¿sí o no?
 Sí, por supuesto — dijo tranquilamente — Te llamaré para informarte de la
hora y el lugar.
Nos despedimos con sendos gruñidos y colgué.
 ¿Quién era? — preguntó Julie.
 Mi compañero hombre lobo adolescente. Le conocerás mañana.
 ¿Conoces a gente de la Manada?
 Sí. En el tocador hay un cepillo de dientes nuevo...
 ¿Qué es un tocador?
 El mueble del cuarto de baño con un lavabo y una cajonera. Donde están los
cepillos — Puso cara de aburrimiento — ¿Tengo que hacerlo?
 ¿Tú qué crees?

~69~
Ilona Andrews La magia quema

IX

Le cedí mi cama a Julie, le di mi manta y desplegué en el suelo un viejo saco de


dormir. La magia había vuelto a reclamar la ciudad. Ya había atenuado las lámparas
feéricas, y la única luz del apartamento procedía del exterior: un resplandor plateado
que era una mezcla de la luz de la luna nueva y la débil refulgencia de los barrotes de
las ventanas bajo el efecto de la magia del conjuro protector.
El aullido de un lobo desde algún lugar distante. Siempre distinguía el aullido de
los lobos del de los perros callejeros: el de los lobos me provocaba escalofríos en la
espalda. Pensé en Curran. Lo más inquietante del asunto era que sentía una cierta
curiosidad por el hecho de verlo al día siguiente.
¿Qué demonios me pasaba? Debían de ser las hormonas. Un problema puramente
biológico. Tenía una sobrecarga de hormonas que me nublaban el juicio y que me
hacían tener extravagantes nociones sobre maníacos homicidas de ojos grises...
 Puedo dormir en el suelo — se ofreció Julie con voz adormilada.
Me encogí de hombros.
 Gracias, pero estoy acostumbrada. De niña, mi padre me obligaba a dormir en
el suelo. No quería que tuviera problemas de espalda, como mi madre. — Abrí
la cremallera del saco y lo extendí todo lo que pude. Los conjuros y barrotes
convertían el apartamento en una pequeña fortaleza, pero nunca se sabía.
Alguien podía teletransportarse y llenarme el cuerpo de saetas mientras
intentaba liberar las piernas del saco.
 ¿Es buena?
 ¿Quién?
 Tu madre.
Me detuve con la manta afgana en las manos. Sentí como si un pequeño cuchillo se
me hubiera clavado en mitad del pecho.
 No lo sé. Murió cuando era muy pequeña. Pero supongo que sí, mi padre la
quería mucho.
 Entonces, ¿tanto tu padre como tu madre están muertos? ¿No tienes más
familia?

~70~
Ilona Andrews La magia quema
 No.
 Como yo — dijo en voz baja.
Pobrecilla. Me acerqué a la cama y me senté en una esquina.
 Yo sé que mi madre está muerta porque mi padre vio cómo moría, y sé que mi
padre está muerto porque estaba allí cuando le enterramos en una colina
detrás de mi casa. Me gusta visitar su tumba siempre que puedo. Pero no
sabemos nada sobre tu madre. No he visto su cuerpo en ningún lado. ¿Lo has
visto tú?
Julie meneó la cabeza y enterró la cara en el cojín.
 Bien, a eso me refería. Si no hay cuerpo, no hay evidencia de que esté muerta.
Puede que ese idiota de Bran la teletransportara a la otra punta de la ciudad y
ahora esté de regreso. Puede que ya haya llegado a casa. Tendremos que
seguir buscándola.
Julie hizo un ruidito muy parecido al ronroneo de un gatito.
¿Y ahora qué hago?
La cogí entre mis brazos, con manta, cojín y todo lo demás, y la abracé. Ella se
sorbió la nariz.
 Seguramente, la Nación la habrá convertido en vampiro.
Le acaricié el cabello.
 No, Julie. La Nación no va por ahí raptando a mujeres y convirtiéndolas en
vampiros. Es ilegal. Si empezaran a hacerlo, la poli y el ejército los
exterminaría en un abrir y cerrar de ojos. Deben dar cuentas de cada uno de
los vampiros que poseen, y solo les interesa determinada gente. No te
preocupes, tu madre no es un vampiro.
 ¿Y si lo es?
Entonces haré una visita al Casino y me encargaré de que paguen su error.
 No lo es. Si quieres, puedo llamar mañana a la Nación y comprobarlo.
 ¿Y si te mienten?
Madre mía, aquella niña tenía una obsesión compulsiva con los vampiros.
—Mira, debes recordar que los vampiros no tienen voluntad, que son como las
cucarachas. Son simples vehículos para los Señores de los Muertos. Si alguna vez ves
a un chupasangre y no está convirtiendo en puré todo lo que tiene cerca, es que un
humano está cabalgando su mente. Y ese humano tiene familia, y seguramente
también hijos, pequeños y adorables Señores de los Muertos.
Julie se secó las lágrimas e intentó sonreír.
 La Nación tiene cientos de vampiros. No necesitan secuestrar a nadie. De
hecho, tienen una lista de candidatos que mide varios kilómetros.

~71~
Ilona Andrews La magia quema
 ¿Por qué alguien querría convertirse en vampiro?
 Por dinero. Digamos que tienes una enfermedad incurable. El vampirismo lo
provoca una infección bacteriana que transforma hasta tal punto el cuerpo de
la víctima que muchas de esas enfermedades se convierten en irrelevantes
para el organismo vampírico. En otras palabras, no importa si tienes cáncer de
colon; de todas formas, tu colon se encogerá hasta convertirse en un cáñamo
tras el primer mes de no-muerte. Así que haces una petición para convertirte
en vampiro. Si te seleccionan, te ofrecerán un contrato según el cual autorizas
a la Nación a que te infecte con el Vampirus immortuus. Básicamente,
permites que la Nación te mate y que después utilice tu cuerpo. Y, a cambio, la
Nación paga un sueldo a tus beneficiarios. Mucha gente pobre cree que es un
buen modo de dejar algo de dinero a sus familiares después de su muerte. El
proceso de conversión dura una semana y requiere un montón de papeleo;
cuando culmina, la Nación debe comunicarlo a la Comisión Estatal de No-
muertos. Transformar a una persona contra su voluntad es ilegal, y no se
arriesgarían a acabar en prisión solo por un vampiro. Escucha, ¿por qué no me
hablas de tu madre? Puede que me ayude a encontrarla.
Julie se abrazó con fuerza al cojín.
 Es muy buena. A veces me lee libros. Pero la bebida le da sueño y dejo que
descanse. Entonces salgo por ahí. No es una alcohólica ni nada de eso.
Simplemente echa de menos a papá. Solo bebe los fines de semana, cuando no
ha de trabajar.
 ¿Dónde trabaja?
 En el Gremio de Carpinteros. Antes era cocinera, pero cerraron el local. Ahora
es una oficiala. Dice que cuando se convierta en carpintera, ganará mucho
dinero. También decía lo mismo del aquelarre y ahora ha desaparecido.
Siempre está pensando en el dinero. Hace mucho tiempo que somos pobres.
Desde que papá murió.
Trazó un pequeño círculo con la mano sobre el cojín: el círculo de la vida. Algo
que solían hacer los chamanes al hablar de los muertos. Se le habían pegado las
manías de Red.
 Cuando papá estaba vivo, solía llevarnos a la costa. A Hilton Head. Es muy
bonito. Íbamos a nadar y el agua estaba caliente. Mi padre también era
carpintero. Le cayó encima una pieza de un andamio. Lo hizo trizas. No quedó
nada.
A veces, por mucho que insistieras en levantarte, la vida seguía golpeándote en los
dientes.
 Con el tiempo el dolor se va haciendo más llevadero — le dije — Nunca deja
de doler, pero mejora.

~72~
Ilona Andrews La magia quema
 Todo el mundo me dice lo mismo. — Julie no me miró — Debo de tener mala
suerte o algo así.
Una de las peores cosas que puede pasarle a un niño es perder a un padre.
Cuando murió el mío, fue como si todo mi mundo se desmoronara. Como la muerte
de un dios. Una parte de mí se negaba a creerlo. Deseaba desesperadamente que las
cosas volvieran a ser como antes. Hubiera dado cualquier cosa por pasar otro día con
mi padre. Y había estado muy enfadada con Greg porque era incapaz de solucionarlo
todo con un simple gesto de su mano. Entonces, poco a poco fui adaptándome a la
nueva situación: mi padre se había ido. Para siempre. No regresaría nunca. Ni toda la
magia del mundo podía arreglarlo. Y justo cuando pensaba que el dolor se había
adormecido, mi mente me traicionaba y me traía a mi padre de vuelta en mis sueños.
A veces no me daba cuenta de que estaba muerto hasta que despertaba, y era como
recibir un puñetazo en el estómago. Y otras veces sabía que estaba soñando y me
despertaba llorando.
Aun así, en aquel tiempo aún tenía a Greg. Greg, que sacrificó su vida para
protegerme. Para cuidar de mí. No tuve que vivir en la calle. No tuve que
preocuparme por el dinero.
Julie y su madre no habían tenido tanta suerte. Los carpinteros cualificados
estaban muy bien pagados, ya que la madera no se veía afectada por la magia. La
muerte del padre de Julie debió de destruir sus vidas. Las había hecho caer, y desde
entonces habían seguido deslizándose hacia abajo. Hubiese sido más fácil continuar
pendiente abajo hasta chocar contra los bajíos. Abracé a Julie con fuerza. Por el modo
en que se había levantado y había empezado a escalar, su madre debía de quererla
con locura. Había prosperado en el Gremio de Carpinteros, lo que, dada la gran
competencia que existía, no debía de haber resultado nada fácil. Se había convertido
en oficiala, que era un paso considerable desde el puesto de aprendiz. Intentaba con
todas sus fuerzas mantener a su hija alejada de la calle.
 Aún no me has dicho cómo se llama tu madre.
 Jessica — dijo Julie — Jessica Olsen.
Aguanta, Jessica. Te encontraré. Mientras tanto, cuidaré de tu hija. No le ocurrirá
nada malo a Julie.
Como si presintiera lo que estaba pensando, Julie se pegó aún más a mí. Nos
quedamos así durante un buen rato, abrazadas en la cálida noche.
 Háblame del aquelarre. ¿Hacía mucho que tu madre estaba en él?
 No, un par de meses. Me dijo que estaban adorando a una gran diosa y que
dentro de poco seríamos ricas.
Suspiré. Cuando encontrara a Esmeralda, ella y yo tendríamos una larga
conversación.
 Nadie se hace rico venerando a una divinidad. Y mucho menos a Morrigan.

~73~
Ilona Andrews La magia quema
 ¿Qué clase de diosa es?
 Celta. De la antigua Irlanda. Existen unas cuantas versiones de ella, de modo
que lo que te contaré puede variar un poco con la realidad. Morrigan son tres
diosas en una. Se transforma en función de sus necesidades. Algo así como
cambiarse de uniforme. Se denomina aspectos de una divinidad. A veces es la
diosa de la fertilidad y prosperidad y entonces se llama Annan. Sospecho que
ese es el aspecto al que tu madre veneraba. Annan también guía a los muertos
a su lugar de descanso en el Otro Mundo, el lugar donde los celtas creían que
moraban los muertos. El segundo aspecto es Macha, protectora de la realeza,
el gobierno y los caballos. El tercero es Badb, el gran cuervo guerrero. — Me
detuve. Con su madre en paradero desconocido, no me pareció buena idea
mencionar que Badb bebía la sangre de los caídos y se deleitaba con la
matanza.
 He olvidado cómo se llamaba el primer aspecto. — Su voz adquirió la
densidad propia de la somnolencia. Excelente. Julie necesitaba dormir, y yo
también.
 No importa. Todos los aspectos son Morrigan.
 ¿Contra quién combatía?
 Contra los fomoireos. Los dioses siempre tienen a alguien contra quien
combatir. Los dioses griegos se enfrentaron a los Titanes, los vikingos a los
gigantes de hielo y los irlandeses a los fomoireos, demonios del mar. Morrigan
pateó a unos cuantos en el trasero y los fomoireos acabaron refugiándose en el
mar. —Mis conocimientos de mitología celta estaban un poco oxidados.
Tendría que desempolvar algún libro en cuanto tuviera algo de tiempo. Nadie
era capaz de recordar todos los pesos pesados mitológicos, de modo que el
truco no estaba en saberlo todo, sino en saber lo suficiente como para suponer
dónde encontrar el resto.
 ¿Por qué no puedes hacerte rico venerándola? — Julie bostezó.
 Porque Morrigan no otorga deseos. Su especialidad son los tratos. Lo que
significa que siempre desea algo a cambio. — Solo los idiotas hacían tratos con
deidades.
Julie cerró los ojos. Bien. Duerme, Julie.
 ¿Kate?
 ¿Mmm?
 ¿Cómo murió tu madre?
Abrí la boca para mentir. La respuesta era automática: oculta tu sangre, tu magia y
la verdad sobre tus orígenes. No obstante, por alguna razón que no podía precisar,
en aquella ocasión la mentira se negó a abandonar mis labios. Deseaba contarle la
verdadera historia. O al menos una parte de ella. Nunca hablaba de ello, y ahora las
palabras me escocían en la lengua.

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Ilona Andrews La magia quema
¿Qué puede pasar? Era solo una niña. Sería como una especie de cuento para que
le sobreviniera el sueño. Por la mañana lo habría olvidado todo.
 Yo solo tenía unas cuantas semanas. Mis padres estaban huyendo. Un hombre
los perseguía. Un hombre muy poderoso y perverso. Mi madre sabía que mi
padre era más fuerte que ella. Que ella nos estaba retrasando.
Me tembló ligeramente la voz. No imaginaba que me costaría tanto pronunciar
aquellas palabras.
 De modo que mi madre me entregó a mi padre y le pidió que corriera. Ella se
encargaría de entretener al hombre malo tanto tiempo como pudiera. Mi padre
no quería abandonarla pero comprendió que era el único modo de salvarme.
Cuando el hombre malo atrapó a mi madre, se enfrentaron. Mi madre le clavó
un cuchillo en el ojo, pero él era muy poderoso y ella no pudo matarlo. Así es
cómo murió mi madre.
Arropé a Julie con la manta.
 Es una historia muy triste.
 Sí. — Y no acaba ahí, ni mucho menos.
Julie le dio una palmadita a la manta afgana sobre mi regazo.
 ¿La hiciste tú?
 Sí.
 Es bonita. ¿Puedo usarla?
La cubrí con ella. Julie se deshizo de la manta y se tapó con la afgana, como un
ratoncito en su nido.
 Es muy suave — dijo antes de quedarse dormida.
Una voz resonó en el apartamento, pura como una campana de cristal, dulce como
la miel, suave como el terciopelo.
 Niña... Quiero niña.
Abrí los ojos. La magia estaba activa, haciendo que los barrotes de las ventanas
relucieran con una etérea luz azulada. Vi a Julie deslizándose por el pasillo, una
figura fantasmal y silenciosa en la oscuridad del apartamento sumido en la noche.
 Niña... — La voz procedía del exterior.
Mis dedos encontraron la rugosa empuñadura de Asesina. La empuñé, me puse en
pie y la seguí.
 Necesito niña... Niña... Quiero niña...
Al otro lado de la ventana de la cocina, una figura pálida flotaba a escasos
centímetros del cristal y del conjuro de protección. Una mujer, con un rostro
delicado, casi élfico, y un cuerpo de escándalo. Miraba hacia el interior de mi casa

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Ilona Andrews La magia quema
con ojos color lavanda. Su piel resplandecía con una débil luz plateada. Un imposible
pelo grueso y largo manaba de su cabeza y se retorcía como si fuesen tentáculos.
 Niiiiña — cantó la criatura, extendiendo los brazos hacia la ventana —
Necesito... ¿dónde, dónde?
Hola. ¿Qué clase de bestia neurótica eres?
Encontré a Julie acuclillada sobre la mesa de la cocina, junto a una cortina
arrugada. Había conseguido abrir el pasador de la ventana y ahora estaba intentando
levantar el mecanismo que aseguraba la rejilla de hierro.
Solté a Asesina y cogí a Julie por la cintura. La niña se agarró a los barrotes.
La criatura siseó. Separó las mandíbulas con una flexibilidad de reptil y exhibió
varias hileras de dientes afilados en una boca negra. Un mechón de cabello dirigido a
la niña fustigó el cristal. El conjuro reaccionó con una airada pulsación carmesí. La
criatura retrocedió dolorida.
Tiré de Julie.
 Julie, vamos.
La niña gruñó algo sin sentido y se lanzó hacia delante con furia. Clavé los pies en
el suelo y tiré con más fuerza, poniendo en ello toda mi energía y peso. Los dedos de
Julie resbalaron y estuve a punto de caer al suelo. Y entonces empezó a soltar patadas
y a debatirse como un gato en el agua. La arrastré hasta el cuarto de baño, la metí en
la bañera y cerré la puerta de golpe por dentro. Con un gemido, Julie se abalanzó
sobre mí, clavándome las uñas en el brazo. La agarré por la nuca, la obligué a volver
a la bañera y abrí el grifo. Julie se retorció bajo mi mano, escupiendo y mordiéndome.
La coloqué bajo el chorro de agua y la contuve unos segundos.
Poco a poco, las convulsiones se desvanecieron. Gimoteó débilmente y se quedó
quieta.
Cerré el grifo. Julie soltó un largo suspiro sollozante. Lentamente, la tensión
abandonó sus músculos.
 Estoy bien — dijo entre jadeos — Estoy bien.
La saqué de la ducha y le puse una toalla en la cabeza. Tembló y se cubrió el
cuerpo con ella.
Abrí la puerta y eché un vistazo al pasillo. La cosa de ojos color lavanda se
mantenía inmóvil en el aire, la vista fija en la puerta. En cuanto me vio, volvió a
sisear.
 Niña... Ven... Quiero...
Julie se sentó en el suelo de azulejos, encajando su cuerpo en el reducido espacio
entre la bañera y el inodoro, sus piernas de palillo sobresaliendo por encima.
 Estaba en mi cabeza. Y quiere volver a entrar.

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Ilona Andrews La magia quema
 Intenta bloquearla. Estamos a salvo detrás del conjuro protector.
 ¿Y si cae la magia? — Julie abrió mucho los ojos, aterrorizada.
 Entonces le cortaré la cabeza. — Más fácil de decir que de hacer. Ese pelo me
aferraría como una soga. Era muy complicado cortar pelo a menos que
estuviera tenso.
 ¿Niña?
 ¡Cierra la puta boca!
¿Por qué Julie? ¿Por qué ahora? ¿Aquella cosa era su madre? ¿El aquelarre la había
convertido en aquella criatura?
 Julie, ¿se parece esa cosa a tu madre?
Negó con la cabeza, se rodeó las rodillas con los brazos y empezó a balancearse.
Con el poco espacio de que disponía solo podía moverse unos cuantos centímetros.
 Gris. Gris violáceo, turbio, viscoso, voluble, asqueroso.
 ¿Cómo?
 Gris como el esqueleto. Asqueroso...
 Julie, ¿qué es de color gris? Me miró con ojos angustiados.
 Su magia. Su magia es gris. Oh, Dios mío.
 ¿De qué color es la magia de los hombres lobo?
 Verde.
Julie era una sensitiva. Un escáner-m humano, alguien capaz de ver la magia.
Alguien excepcional y muy valioso. Y había estado conmigo todo aquel tiempo.
Había intuido algo mágico en ella, pero entre perros metálicos y novios infectados no
había tenido tiempo de preguntárselo.
 Esa cosa, ¿es gris y violeta? ¿Has dicho violáceo? ¿Cómo un vampiro?
 Más débil. Violeta pálido.
El violeta era el color de los no-muertos. Si aquella criatura estaba muerta de algún
modo, aquello significaba que no tenía conciencia. Alguien tenía que controlarla, del
mismo modo en que los Señores de los Muertos controlaban a los vampiros.
 Julie, tienes que salir. No puedo protegerte mientras sigas abrazada al
inodoro. Levanta
 Entrará. Me matará. No quiero morir.
 Morirás si te quedas aquí. — Alargué una mano — Vamos.
Se sorbió la nariz.
 ¡Vamos, Julie! Demuéstrale a esa zorra que tienes lo que hay que tener.
Se mordió el labio y me cogió de la mano. Tiré de ella.
 Tengo miedo.
 Utilízalo. Te mantendrá alerta. ¿Por qué no te succionó la magia en el Panal?
Tardó un segundo en procesar la pregunta.

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Ilona Andrews La magia quema
 Me fundí con ella. Le hice creer que éramos lo mismo.
 Fúndete conmigo, entonces. — Imitar un tipo de magia distinto camuflaría la
mente de Julie, obligando a la criatura a concentrarse en el objeto mágico. Era
algo así como ocultar una tenue fuente de luz con un resplandor más potente.
Aquella cosa no podría localizar su mente si era incapaz de sentirla.
Julie negó con la cabeza.
 No puedo. Ya lo he intentado. Tu magia es demasiado extraña.
Mierda. Otro efecto secundario de mi complicada herencia. Si no tenía suficiente
ya con tener que quemar los vendajes ensangrentados para evitar que pudieran
identificarme, ahora ni siquiera podía proteger a una niña indefensa. ¿Qué podía
utilizar para que Julie pudiera fundirse? La colección de Greg disponía de media
docena de artilugios mágicos, pero nada que exudara la suficiente magia para
ocultarla. Asesina.
 No te muevas de aquí.
Corrí hasta la cocina, cogí a Asesina de encima de la mesa y regresé al baño como
una exhalación. Julie estaba pálida. Le puse a Asesina entre las manos y le grité:
 ¡Fúndete!
Vi la comprensión reflejada en sus ojos y sentí cómo la magia se extendía por la
hoja. Julie empezó a respirar entrecortadamente.
El campo mágico experimentó un cambio apenas perceptible. Julie respiró hondo.
 Vale — dijo — Vale.
La criatura chilló, frustrada.
Atraje a Julie hacia mí. Estaba preparada para enfrentarme al peligro físico, pero
permitir que Julie se convirtiera en un zombi dañaría las cosas más allá de todo
límite. Mientras pudiéramos mantener a aquella zorra fuera de su mente, tendríamos
una opción. Con expresión decidida, Julie sostuvo la espada con ambas manos y se
concentró en la hoja.
La guie hasta la puerta.
 Vamos.
Salimos del cuarto de baño. La criatura centró sus ojos color lavanda en Julie.
Lamió el conjuro protector, se quemó la lengua en la barrera carmesí y retrocedió.
Comprobé el teléfono. Muerto. ¿Por qué yo?
 Niiiña. Quiero, quiero, necesito...
 ¿Estás bien?
Julie asintió.

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Ilona Andrews La magia quema
La magia se vino abajo. Tomé a Asesina de las manos de Julie y volví a comprobar
el teléfono. Seguía muerto. Joder. El cabello de la criatura se desplomó inerte a ambos
lados de la cabeza y tuvo que agarrarse a los barrotes para no caer. ¡Sí! Asfixíate en la
tec, bestia inmunda. Adiós al pelo de tentáculos.
La criatura afianzó las piernas en la pared exterior y tiró con fuerza. Los barrotes
cedieron con un prolongado chirrido torturado.
Julie salió corriendo hacia el dormitorio. Aquel no era el mejor momento para
ocultarse. Primera regla de un buen guardaespaldas: saber en todo momento dónde
está tu «protegido».
La criatura volvió a tirar con fuerza. Los barrotes se partieron.
Entré en la cocina. Primero me encargaría de mi nuevo objeto decorativo en la
ventana y después desenterraría a Julie de debajo de la cama.
Julie reapareció con un cuchillo en la mano. Le temblaban los dedos, lo que daba
un nuevo significado a la expresión baile del guerrero. Se colocó detrás de mí y se
mordió el labio.
No se llevarían a aquella niña. Hoy no. Ni nunca. ¡Bum!
Algo golpeó la puerta con un ruido sordo. Julie pegó un bote.
 Tranquila. La puerta es sólida. Aguantará. — Al menos unos cuantos minutos.
Me adentré en la cocina y aparté una silla de en medio para disponer de
espacio para moverme.
En la ventana, la criatura saboreó el aire con su lengua, como una serpiente, e
introdujo la cabeza por el hueco. ¡Bum!
Salté sobre la mesa y le corté la cabeza con un clásico movimiento de verdugo.
La cabeza golpeó la mesa con un ruido sordo y rodó hasta el suelo. El cuerpo
quedó petrificado y atascado entre los barrotes. Una secreción rojiza manó a lentos
borbotones del muñón del cuello y un penetrante hedor aceitoso a pescado podrido
se extendió por la cocina.
Recogí la cabeza del suelo por la maraña de pelo y le clavé la punta de Asesina en
la mejilla izquierda. La carne se combó ligeramente y se licuó en contacto con la
magia de la espada. Nada tan obvio como lo que la hoja le haría a un vampiro, pero,
aun así, la criatura reaccionaba ante la magia de Asesina. De la hoja se elevaron unos
delgados zarcillos de humo. Julie tenía razón. Definitivamente un no-muerto, aunque
no tanto como un vampiro. Puede que aquella cosa estuviese casi no-muerta. ¿Se
podía estar casi no-muerto?
¡Bum!
La puerta se hizo trizas, vomitando trozos de madera sobre la alfombra del pasillo.
Agaché la cabeza, cogí a Julie del hombro y la empujé hacia la izquierda para
protegerla detrás de la pared.

~79~
Ilona Andrews La magia quema
El último trozo de madera se desgajó del marco de la puerta. Una criatura idéntica
a la que acababa de seccionarle la cabeza entró en el apartamento, medio oculta por
un cabello que le caía hasta los tobillos.
La magia regresó con fuerza, arrinconando a la tecnología. El conjuro de
protección volvió a activarse, dos segundos detrás del monstruo. La vida era injusta.
Un pálido fulgor plateado le recorrió todo el cabello. Lustrosos mechones se
agitaron y se extendieron a su alrededor...
Agarré con fuerza la empuñadura de Asesina.
Espirales de pelo salieron proyectadas hacia delante, atrapando la puerta del baño.
El cabello se retiró lentamente, revelando una carne que centelleaba como un faro. Su
piel irradiaba un débil resplandor, escurridizo pero hipnótico, como la luz de una
ciénaga, como el reflejo de una sirena bajo las olas. La criatura extendió los brazos. El
resplandor descendió por sus piernas y se extendió con la tenue y fantasmal
apariencia de una cola de pez.
 ¿Niña? — flotó su voz — ¿Niña?
 ¡No hay niña! Lárgate de mi casa, zorra desequilibrada.
La criatura se inclinó hacia delante, sus brazos preparados para un abrazo, sus
ojos color lavanda saturados de un frío fuego amatista. Delgada, flexible... Hubiera
apostado diez a uno a que había extraído las saetas de Bran del esqueleto de una de
sus hermanas.
Un sucio reguero de líquido empapó la mesa bajo mis pies. Eché un vistazo al
cuerpo detrás de mí. Solo quedaba un charco. Nunca había visto nada parecido.
Sabía de lo que era capaz mi espada y que convertía la sangre vampírica en papilla,
pero no tan rápido.
La criatura extendió las manos. Unas garras curvas brotaron de sus nudillos entre
una secreción carmesí. Unas garras que podían producir cortes largos y profundos,
como los que Red tenía en el cuello. Aunque en su caso debió de recibir simples
rasguños, ya que, a juzgar por el tamaño de aquellas garras, la criatura podría
arrancarme el corazón de un solo zarpazo. El pelo agarraba, las garras despedazaban
y las hileras de afilados dientes terminaban el trabajo. Una criatura muy completa.
Avanzó lentamente, tomándose su tiempo. ¿Por qué no? Estaba acorralada. No
tenía a donde huir, salvo por una caída de tres pisos. Di un paso atrás y golpeé con la
cadera la pared junto a la nevera.
Varios mechones de pelo salieron despedidos hacia delante como una fusta y me
rodearon el muslo. Los seccioné con un movimiento rápido de la muñeca, cogí el
queroseno que había sobre la nevera y la rocié con él.
La criatura siseó. Solté la espada y junté las manos. El pelo me rodeó el cuerpo y
tiró de mí, más allá de la mesa y a través de la cocina, atrayéndome cada vez más a
sus garras. La criatura no reparó en las cerillas hasta que el tufillo a sulfuro anunció

~80~
Ilona Andrews La magia quema
el fuego inminente. El pelo restalló despavorido, fustigándome en espirales
apabullantes. Dejé caer la cerilla llameante en la confusa maraña.
Prendió inmediatamente. El fuego brotó con un resplandor anaranjado y furioso.
Me liberé de su abrazo.
La criatura soltó un chillido y se sacudió en su infierno particular. Algo reventó
con el seco siseo de la manteca derritiéndose sobre el fuego. Cayó hacia atrás,
golpeándose contra la puerta del baño y astillando la madera, y se abalanzó sobre un
espejo que había en mitad del pasillo. Se golpeó contra él una y otra vez, rasgando el
cristal en trocitos cada vez más pequeños, hasta que finalmente se desgajaron del
marco.
Volví a coger a Asesina. Quédate un momento quieta y acabaré con tu sufrimiento.
El fuego eructó una nube de humo, y el rancio hedor de la grasa quemada saturó
el aire del apartamento. Me sobrevino una arcada. La raíz del pelo ardió hasta
convertirse en ceniza, y las motas grises llovieron sobre la alfombra y se
arremolinaron a mi alrededor, atrapadas en la corriente de aire. La criatura se
convulsionó como una bengala lunática a punto de estallar.
Julie salió corriendo de la cocina, cuchillo en mano, y se zambulló en las llamas,
enterrando la hoja en el estómago de la criatura. Completamente ajeno, el monstruo
se sacudió dominado por una oleada de espasmos. Julie continuó dando puñaladas,
moviendo los brazos con furia, trinchando el cuerpo en llamas. En sus ojos ya no
quedaba ni rastro de contención.
La cogí por los hombros y tiré de ella, alejándola del fuego.
 ¡Ya está!
Julie respiraba agitadamente, cogiendo aire en abruptas bocanadas.
La criatura se golpeó una última vez contra la pared. Su espalda se partió como
una rama seca. Regueros de un líquido gris manaban bajo la cascara carbonizada de
su cuerpo. El charco se extendió y empezó a encogerse. Abrí un cajón, cogí un frasco
de laboratorio y recogí un poco de líquido. Tapé el frasco con un corcho; estaba lleno
en una tercera parte, con restos de ceniza flotando. Probablemente más contaminado
que las alcantarillas de la ciudad. Aquel no era mi mejor día.
Dejé mis pruebas contaminadas junto a la espada sobre la mesa y me volví a Julie.
 Déjame ver las manos. ¿En qué estabas pensando?
Sabía exactamente en qué estaba pensando: tú o yo. Pese a que aquella criatura la
había aterrorizado, no había huido, no se había ocultado. Había tomado la decisión
consciente de hacerle frente. Aquello era bueno. Salvo que el hecho de que Julie se
enfrentara a un monstruo con semejante poder era como intentar detener a un
dóberman con un matamoscas.

~81~
Ilona Andrews La magia quema
Julie tenía los dedos irritados, aunque lo más probable es que fueran quemaduras
superficiales. Podría haber sido mucho peor.
 Hay un tubo de pomada A&D en la nevera. Ponte un poco en los dedos...
La magia parpadeó: inactiva un segundo y activa al siguiente. Eché una ojeada al
umbral para comprobar que no entrara nada por él. Una figura alta estaba inmóvil al
otro lado. Esbelto, ligeramente encorvado, vestido con un fino hábito blanco. Una
amplia capucha le cubría el rostro y le llegaba casi hasta el pecho. Como un cadáver
enfundado en lino blanco, preparado para el entierro.
Una voz masculina emanó bajo la capucha, fría, chirriante, seca como el sonido de
conchas aplastadas por un pie de grandes dimensiones.
 Entrégame a la niña, humana.
Había matado a los títeres y el titiritero había decidido hacer acto de presencia.
Todo un detalle. Le indiqué a Julie que se pegara a la pared más alejada, fuera de su
alcance visual.
 ¿Qué me ofreces a cambio?
 La vida.
 ¿Podré acceder a la libertad condicional?
Aquello lo confundió, pero solo un instante.
 Entrégame a la niña.
 De modo que la vida, ¿eh? No es muy buena oferta. ¿No deberías añadir al
menos algo de riquezas y unos cuantos hombres atractivos?
 Dame la niña — exigió la voz susurrante — No eres nada, humana. No
representas ninguna amenaza. Mis alguaciles te arrancarán la carne de los
huesos.
Vaya, después de todo, las damas melenudas tenían un nombre. Apreté los
dientes.
 Entonces, ¿por qué pierdes el tiempo parloteando? Quítate esa capucha y
empecemos.
Se inclinó hacia atrás y levantó los brazos. Una serie de bultos le recorrieron el
hábito por la parte interior, trazando espirales sobre su pecho y deslizándose a lo
largo de sus brazos. Una brisa fantasmal agitó el hábito. La tela se separó y, bajo esta,
divisé una abominación en forma de rostro: un estrecho hocico del color de viejos
moratones con colmillos asomando, dos enormes ojos redondos, muertos, fríos y
extraños como los ojos de un calamar, y sobre estos, en mitad de la frente, una
protuberancia blanda y de color verde pálido que palpitaba como un grotesco
corazón. Dos vetas idénticas de un color grisáceo le supuraban de la protuberancia,
esculpiendo regueros secos entre los ojos.

~82~
Ilona Andrews La magia quema
Una maraña verdosa emergió como una ráfaga de las mangas del hábito y se
separó formando tentáculos que se cerraron sobre la puerta, elevando al
Encapuchado del suelo. Quedó suspendido en una red tentacular. La protuberancia
latió más deprisa. Su susurro inundó el apartamento, tan potente que hizo
estremecer toda mi piel.
 Ayuuudaaaa...
La magia brotó de todo su cuerpo como un cañonazo. El conjuro que protegía la
puerta se desgarró como si estuviera hecho de papel y el cañonazo me golpeó y se
perdió más allá de la puerta de la cocina. Si la magia hubiera tenido materia, habría
echado abajo las paredes. Conmocionada por el impacto, mi mente tardó un segundo
en comprender que el conjuro ya no protegía la puerta ni la ventana a mi espalda.
Una espiral de pelo negro me rodeó la cintura y me arrastró con una fuerza
descomunal hasta golpear contra los barrotes. La ventana rota me detuvo. Un
penetrante dolor me recorrió la espalda. Grité.
Otro mechón negro se enroscó en mi brazo. Julie estaba inmóvil, los ojos muy
abiertos, aterrorizados. El pelo tiraba de mí cada vez con más fuerza, constriñéndome
el pecho. No podía mover ni un solo músculo. Una cinta de hierro me estaba
aplastando los pulmones. Me desmayaría y se llevarían a Julie.
 Mata... — dijo el Encapuchado con voz áspera. Unos dientes se clavaron en mi
hombro y me soltaron. El alguacil emitió un chillido. Se había quemado con
mi sangre.
Era una no-muerta. Pilótala como a un vampiro. Intenté alcanzar su mente pero
me estrellé contra el muro defensivo del Encapuchado. Impenetrable.
El pelo aumentó la presión. Me estaba quedando sin opciones.
El dolor se extendió por toda mi espalda. Con un gran esfuerzo, pronuncié una
sola palabra:
 Amehe. — Obedece.
La palabra de poder brotó de mi interior con un ramalazo agónico, como si me
hubieran arrancado de cuajo las vísceras. El muro que salvaguardaba la mente del
alguacil estalló en mil pedazos. El Encapuchado aulló desde su red de tentáculos.
El foso que era la mente del alguacil se abría ante mí. Lo cogí con una mano y lo
estrujé. El nudo de pelo redujo la presión. Aún me sujetaba, pero al menos ya era
capaz de respirar con normalidad.
Miré a través de los ojos del alguacil y de los míos. Gracias a la extraña doble
perspectiva, vi a Julie en el suelo hecha un ovillo. El Encapuchado me miró. Sentí su
presencia acechando en los recovecos de la mente del alguacil. Rebosaba odio, no
solo por quién era sino también por lo que era. Estaba furioso y a duras penas podía
contener su ira, una criatura terrible y maligna que deseaba el fin de la humanidad.

~83~
Ilona Andrews La magia quema
Noté cómo fluía la repugnancia a través de mí, una reacción xenófoba instintiva, tan
fuerte que amenazaba con engullir todo pensamiento racional.
Le ordené que me soltara. El pelo se retiró lentamente, receloso. Ni siquiera con
una palabra de poder sería capaz de controlar por mucho tiempo al alguacil. En
cuanto desfalleciera, el Encapuchado recuperaría el control.
Me hice a un lado y empujé al alguacil hasta que hubo atravesado los barrotes y la
ventana.
Observa esto, hijo de puta.
Obedeciendo a mi orden silenciosa, el alguacil se lanzó contra la pared de cabeza.
Golpea. El yeso se desmoronó, dejando al descubierto el ladrillo.
Golpea. Apareció una mancha roja.
Golpea. El cráneo crujió como un huevo al romperse.
 No te llevarás a mi niña, ¿me oyes?
El alguacil retrocedió para embestir la pared por última vez; una sustancia roja y
gris le borboteaba en la cabeza. Dejé de sentir la presencia del Encapuchado. Un
segundo después, puse a la criatura en movimiento y yo también me retiré, antes de
que su mente agonizante me arrastrara con ella.
Golpea.
Un torrente de líquido asqueroso bañó la pared.
Noté una quemazón en la espalda, como si me hubieran echado en la herida cristal
molido. La habitación se tambaleó ligeramente. Apreté los dientes y levanté la
espada.
El Encapuchado me esperaba en el umbral. Nada se interponía entre nosotros. No
nos separaba ningún muro mágico.
Sonreí lentamente, mostrándole los dientes.
 Tres menos. Solo quedas tú. Adelante.
Los tentáculos se contrajeron, haciendo más densa la red. Me incliné un poco hacia
delante, ligera sobre mis pies, preparada para atacar.
Los tentáculos se separaron, se replegaron de nuevo bajo las mangas y la parte
baja de la túnica, y el Encapuchado desapareció, como arrastrado desde el umbral de
la puerta por una racha súbita de aire.
Miré hacia abajo justo a tiempo de ver cómo las piernas de Julie desaparecían bajo
la mesa.

~84~
Ilona Andrews La magia quema

Me agaché bajo la mesa y casi me desmayo. Me daba vueltas la cabeza. Círculos


violetas bailaban frente a mis ojos, negándome la visión de la casa, y sentía un dolor
muy intenso en la espalda. Nada bueno.
 Julie, hemos de salir de aquí.
Julie golpeó la pared con la espalda.
 Eres como ellos. Como la Nación.
 No. Soy completamente distinta. — Exactamente como ellos. Soy tan parecida
que, si lo supieras, saldrías corriendo sin mirar atrás — Hemos de irnos, Julie.
No podemos quedarnos aquí. Puede que haya más cosas de esas ahí fuera, y
no tenemos ni puerta ni conjuro protector en la ventana. Hemos de largarnos.
Julie negó con la cabeza.
El dolor me partió la espalda por la mitad; los ojos se me llenaron de lágrimas. No
recordaba la última vez que había sentido un dolor semejante. Me obligué a hablar
en voz baja.
 Julie, sigo siendo la misma. Te juro que haré todo lo que pueda para
mantenerte a salvo. Pero ahora hemos de correr, antes de que esa cosa vuelva
con refuerzos. Vamos, cielo. Sal de ahí, por favor.
Tragó saliva y me cogió la mano.
 Esa es mi chica. Vamos.
 ¿Qué clase de magia era esa?
 Prohibida. No puedes contarle a nadie que la he utilizado, porque si no,
tendremos problemas. — Eran palabras primigenias. No era suficiente con
conocerlas; uno debía poseerlas, y no había segundas oportunidades: o las
dominabas o morías en el intento. Los magos más avanzados tenían una o dos.
Yo tenía seis y no quería explicarle la razón. Eran un arma que esgrimía como
último recurso.
 Tu espalda...
 Lo sé.

~85~
Ilona Andrews La magia quema
Solo había un lugar cercano que ofreciera mayor protección que mi apartamento:
la Orden. Bajo ella estaba la cripta. Sus conjuros protectores eran impenetrables, y su
puerta blindada resistiría incluso el fuego concentrado de un howitzer.
Comprobé el teléfono. Seguía sin línea. No podíamos pedir una patrulla de
escolta.
El edificio de la Orden quedaba a unos quince minutos a pie desde mi
apartamento. Veinte con la niña a remolque. Chupado. Podía hacerlo. Solo necesitaba
algo para calmar el dolor. Solo un poco. Y después estaría bien.
Había un botiquín de regeneración en el cuarto de baño. Di un paso en dirección a
la puerta. Una llameante descarga me subió por la columna vertebral y estalló con un
dolor sordo e intenso en la nuca. Me rasgó los huesos, me retorció los tendones y me
hizo caer de rodillas. Golpeé el suelo con fuerza, clavé a Asesina en la madera y me
apoyé en ella, luchando por no desmoronarme. Tenía a una niña a la que proteger.
La habitación se desenfocó. De las paredes brotó una especie de pelusa, como una
serie de oleadas que amenazaban con engullirme. Sentí el olor de mi propia sangre.
Julie me agarró el brazo y sollozó.
 Levanta. ¡Vamos! ¡No te mueras! ¡No mueras!
 No te preocupes — dije en un susurro — Se me pasará.
La magia abandonó el mundo. La tec llegó con una llamarada, trayendo consigo
una nueva ráfaga de dolor.
Debía proteger la puerta. Era lo único que podía hacer.
Estaba a la deriva, agarrándome con uñas y dientes para impedir que la niebla de
la conciencia me engullera, y entonces sentí la presencia de alguien aproximándose.
Intenté darle un sablazo pero fallé.
 Estás hecha un asco — dijo la voz de Curran.
Rescatada por el Señor de las Bestias. Menuda ironía.
 ¿Se pondrá bien? —preguntó la voz de Julie.
 Sí — dijo Curran. Noté cómo me elevaba del suelo en sus brazos — Se pondrá
bien. Ven conmigo. Estás a salvo.
La cama era increíblemente cómoda. Durante un largo y proverbial instante me
limité a descansar, medio sepultada en el lujo de unas sedosas sábanas. Aunque el
dolor había retrocedido, seguía allí, acechando en la nuca, adormecido tras la sedante
calidez de la impecable medimagia. Estaba viva. Aquella sencilla constatación me
hizo enormemente feliz. Al hundir la cabeza en la almohada, distinguí una forma
plateada sobre las sábanas. Alargué la mano y toqué la hoja de Asesina.
 ¿Despierta, mi encantadora dama? — dijo una voz familiar. Doolittle. El
autoproclamado médico de todo ser salvaje y de los miembros de la Manada.
Estaba sentado en una butaca junto a una lámpara de pie y tenía un viejo libro

~86~
Ilona Andrews La magia quema
de bolsillo con las esquinas dobladas sobre el regazo. No había cambiado un
ápice: la misma piel negra azulada, el mismo cabello gris y la misma tímida
sonrisa. Durante la investigación del Acosador de Red Point me había tratado
un par de veces; no había mejor medimago en Atlanta. Me abracé al cojín.
 Nos encontramos de nuevo, doctor.
 En efecto.
 ¿Y la niña que estaba conmigo?
 En el piso de abajo, con Derek. Debo decir que está encantada con su
compañía.
Derek, el de los increíbles ojos marrones y sonrisa arrebatadora. Pobre Red, no
tenía ninguna posibilidad.
 ¿Qué me ha pasado? — No le insulté preguntándole sobre mi ropa
ensangrentada. Sabía que se habría encargado de quemarla.
 Te envenenaron. Cada vez que nos vemos pones a prueba mis habilidades.
 Lo siento. Gracias por salvarme.
Negó con la cabeza.
 No fui yo. Te salvó la oleada mágica. La magia profunda intensifica todos los
conjuros. Incluidos los de este humilde medimago.
Unas garras de hielo me recorrieron la columna vertebral.
 ¿Tan cerca he estado?
Asintió.
Había estado a punto de morir. No era la primera vez que me ocurría, pero sí
mientras estaba con una niña que dependía de mí. Buen trabajo, Kate. El resto de la
clase de cara a la pared. Por idiota.
En cuanto pudiera ponerme en pie, encontraría un lugar seguro para Julie. La
imagen de aquellas largas garras atravesándola me resultaba insoportable.
 ¿Dónde estoy?
 En la oficina sudeste de la Manada. Consideramos la posibilidad de llevarte a
la Fortaleza, pero enseguida vimos que no llegarías con vida.
Estábamos teniendo la misma conversación que hacía diez meses, casi palabra por
palabra. La única diferencia era que, la otra vez, había derruido un rascacielos
desmenuzado sobre mí misma y un grupo de vampiros.
Sonreí de oreja a oreja.
 ¿Cómo llegué aquí?
 Te trajo Su Majestad. — Doolittle me devolvió la sonrisa. Aquella parte
también era igual.
 ¿Esta vez ha acabado chamuscado o partido en dos.

~87~
Ilona Andrews La magia quema
 Ninguna de las dos cosas — dijo la voz de Curran. De haber estado en pie,
habría pegado un bote. Estaba en el centro de la habitación. A su espalda, una
mujer joven llevaba una bandeja con cuatro cuencos — Aunque está bastante
cabreado por el hecho de que le despertaran de la siesta y tuviera que ir a
rescatar a una pirada que siempre se mete en camisas de once varas.
Doolittle se puso en pie precipitadamente, hizo una inclinación de cabeza y se
marchó. Curran señaló la mesa a los pies de la cama y la mujer dejó la bandeja
encima y también se marchó. La puerta se cerró suavemente, dejándome a solas con
el Señor de las Bestias.
Qué maravilla. Me hubiera gustado poder evitar aquello, pero si debía
encontrarme con él, quería estar en plenas facultades, ya que Curran era un hijo de
puta retorcido a quien le encantaba verme sufrir. Y en lugar de eso, había acabado
indefensa, en una cama propiedad de la Manada y después de haber sido rescatada
por él. Deseé fundirme con las sábanas. Tal vez si fingía estar dormida, se marcharía.
Curran me examinó detenidamente.
 Estás hecha una mierda.
 Gracias. Hago lo que puedo. — Él, por el contrario, estaba estupendo. Un par
de centímetros más alto que yo, ancho de hombros y con un cuerpo musculoso
que era visible incluso a través de la camiseta, Curran se movía con una gracia
natural propia de las personas muy fuertes y naturalmente rápidas.
Transmitía una sensación de poder interior, de violencia contenida que, al ser
liberada, podía llegar a explotar con una terrible intensidad. La última vez que
le había visto, llevaba el cabello rubio tan corto que impedía agarrárselo en el
transcurso de una pelea; en cambio, hoy lo llevaba más largo, e incluso en
algunas partes empezaba a ondularse. Nunca hubiera sospechado que lo tenía
ondulado.
Curran cogió uno de los cuencos, lo observó durante un segundo, como si
estuviera evaluando una cuestión de gran importancia, se acercó con el cuenco en la
mano y me lo ofreció. El aroma que desprendía era sublime. Comprendí de repente
que estaba desfallecida. Me incorporé y acepté el cuenco con ambas manos. Tuve que
mover los dedos rápidamente a su alrededor. Ardía como la lava derretida.
 Idiota. — Curran dejó el cuenco sobre la manta frente a mí y me dio una
cuchara.
Hay momentos en la vida en que nada sienta mejor que un buen cuenco caliente
de sopa de pollo.
 Gracias. Por la sopa y por salvarme el culo de nuevo.
 De nada.
 ¿Tienes los mapas? Estaban en...
 En el tocador. Come y calla.

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Ilona Andrews La magia quema
Curran cogió la silla de Doolittle, la acercó a la cama y se sentó en ella. Si extendía
la pierna, podría tocarle con la punta de los dedos. Demasiado cerca para estar
cómoda. Acerqué un poco más a Asesina.
Curran me observó comer. Sentado relajadamente casi parecía alguien normal: un
hombre algo mayor que yo, bastante atractivo. Salvo por los ojos. Los ojos siempre le
traicionaban. Eran ojos de Alfa, de asesino sin escrúpulos y protector para quien la
vida de un miembro de la Manada lo significaba todo y la vida de un extraño, nada.
En aquel momento no utilizaba su mirada asesina; simplemente me observaba. Pero
no me engañaba. Sabía que con un simple pestañeo aquellos ojos relucirían con una
letal luz dorada. Había visto lo que ocurría cuando lo hacían.
Curran estaba al mando de más de quinientos cambia-formas. Medio millar de
almas atrapadas entre su forma de bestia y la humana, cada uno de ellos un asesino
sediento de sangre. Lobos, hienas, ratas, gatos, osos, solo les unían dos cosas: el deseo
de seguir conservando su lado humano y la lealtad a la Manada. Y Curran era la
Manada. Todos ellos veneraban el suelo que pisaba.
 De modo que ese es tu secreto — dijo el Señor de las Bestias.
Me quedé paralizada con la cuchara a medio camino de la boca. Ya estaba. Había
descubierto lo que era y ahora se dedicaba a jugar conmigo.
 ¿Estás bien? — preguntó — Te has quedado un poco pálida.
Dentro de poco dejaría de lado la charada y me haría pedazos. Si tenía suerte. —
¿Qué secreto?
 El de conseguir que te calles — dijo — Solo he de pegarte hasta dejarte medio
muerta, después te traigo sopa de pollo y... — levantó las manos —... bendito
silencio.
Seguí comiendo sopa. Ja, ja. Muy gracioso.
 ¿A qué creías que me refería?
 No lo sé — murmuré — Los caminos del Señor de las Bestias son inescrutables
para una humilde merca como yo.
 ¿Humilde?
Por lo menos continuaba tratándome como si aún siguiera en pie, lista para
defenderme, en lugar de estar atrapada en una cama, comiendo sopa de pollo.
Hablando de sopa... Dejé el cuenco a un lado y me quedé mirando la bandeja con
ansia. Quería más. La medimagia provocaba que el cuerpo consumiera nutrientes a
gran velocidad, y me moría de hambre.
Curran me alcanzó otro cuenco de la bandeja. Lo acepté. Sus dedos rozaron los
míos y tardó un instante en apartarlos. Le miré a los ojos y vi diminutas chispas
doradas bailando en el fondo gris. Separó los labios, mostrando una estrecha hilera
de dientes.

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Ilona Andrews La magia quema
Agarré el cuenco con ambas manos y me alejé de él tanto como pude. La sombra
de una sonrisa le curvó la comisura de los labios. Me encontraba divertida. Aquella
no era precisamente la reacción que esperaba en tanto representante de la Orden.
 ¿Por qué me salvaste?
Se encogió de hombros.
 Cogí el teléfono y una cría gritó histéricamente que estabas muriendo y que
estaba sola y que los no-muertos se acercaban. Pensé que sería una forma
interesante de acabar la tarde.
Chorradas. Fue por Julie. Los cambiaformas sufrían una altísima mortalidad
infantil. La mitad de sus hijos nacían muertos, y una cuarta parte de los que
sobrevivían, se convertían en lupos durante la pubertad. Como todos los
cambiaformas, para Curran los niños eran un bien muy preciado, y además odiaba a
los vampiros. Probablemente pensara que podía matar dos pájaros de un tiro: salvar
a Julie y metérsela doblada a la Nación.
Fruncí el ceño.
 ¿Cómo sabía Julie adonde tenía que llamar? —Supongo que apretó el botón de
rellamada. Chica lista.
 Vas a contarme en qué andas metida.
Pese a no ser una pregunta, me la tomé como tal.
 No.
 ¿No?
 No.
Se cruzó de brazos y sus abultados bíceps descollaron. Aún recordaba
perfectamente aquellos bíceps duros como el acero flexionándose al levantarme del
suelo por el cuello.
 ¿Sabes lo que me gusta de ti? Que no tienes el menor sentido común. Te
sientas en mi casa, apenas puedes sostener la cuchara y me dices que «no». Si
pudieras, le tirarías del bigote a la propia Muerte.
De hecho, la Muerte no me quedaba tan lejos. Solo tenía que extender la pierna
para tocarla.
 Te lo preguntaré otra vez. ¿Qué estabas haciendo?
Era un combate sin sentido. Julie no tenía ninguna posibilidad contra Derek. Le
contaría todo lo que sabía, y después Derek informaría a Curran. Sin embargo, no iba
a permitir que Curran se saliera con la suya intimidándome.
 Ya veo. Recupero los mapas que la Manada se dejó robar delante de sus
narices y a cambio me traes aquí contra mi voluntad, me interrogas y me
amenazas con dolor físico. Estoy segura de que a la Orden le encantará
descubrir que la Manada ha secuestrado a uno de sus representantes.

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Ilona Andrews La magia quema
Curran asintió, pensativo.
 De acuerdo. ¿Y quién se lo contará?
Mmm... Buena pregunta. Podía matarme allí mismo y nadie encontraría mi cuerpo
jamás. La Orden no se molestaría en investigarlo; lo archivarían como un caso más de
locura relacionada con las oleadas mágicas.
 Entonces, supongo que tendré que patearte el culo para escapar de aquí. —
Dejando de lado todo el decoro, me bebí de un trago la sopa que quedaba en el
cuenco. Probablemente no debería haber dicho eso.
 En tus sueños.
 Tenemos una revancha pendiente. Puede que te gane. — Probablemente
tampoco debería haber dicho eso — ¿El baño?
Curran señaló dos puertas que quedaban a su izquierda. Aparté las sábanas.
Realmente necesitaba ir al lavabo. La pregunta era: ¿las piernas me sostendrían?
Curran sonrió.
 ¿Qué te parece tan gracioso?
 Tus bragas tienen un lazo — dijo.
Bajé la vista. Llevaba puesta una camiseta de tirantes, que no era mía, y mis
braguitas azules con una delgada puntilla en la parte superior y un diminuto lazo
blanco. ¿Por qué demonios no había comprobado lo que llevaba puesto antes de
apartar las sábanas?
 ¿Tienes algún problema con los lazos?
 Ninguno. — Ahora reía abiertamente — Pero esperaba más bien alambre de
espino. O una de esas cadenas de acero.
Capullo.
 Tengo la suficiente confianza en mí misma para llevar braguitas con lazos.
Además, son muy cómodas y suaves.
 No me cabe ninguna duda — dijo casi con un ronroneo.
Tragué saliva. De acuerdo, o volvía a acostarme y me tapaba con la sábana o antes
iba al baño rápidamente y volvía a la cama. Dado que no me apetecía mearme
encima, decidí que el baño era la única opción.
 ¿Supongo que no me ofrecerás un poco de privacidad?
 Ni hablar — contestó.
Intenté bajar de la cama. Todo parecía bajo control hasta que apoyé el peso de mi
cuerpo en las piernas, momento que la habitación aprovechó para inclinarse hacia un
lado. Curran me cogió. Cuando sus brazos me rodearon la espalda, sentí un
escalofrío eléctrico subiéndome por la columna. Oh, no.
 ¿Te ayudo, campeona?

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Ilona Andrews La magia quema
 No, gracias. — Me separé de él. Curran me sostuvo un instante para hacerme
saber que podía dominarme contra mi voluntad sin esfuerzo aparente, y
después me soltó. Apreté los dientes. Disfruta mientras puedas. No tardaré
mucho en recuperarme.
Me alejé de él, manteniendo con éxito la posición vertical, y me dirigí haciendo
eses a la puerta más próxima.
 Eso es el armario — dijo Curran.
¿Por qué yo?
Modifiqué ligeramente el curso, llegué hasta la puerta del baño, entré en él y dejé
escapar el aire. Demasiado pequeño para moverse en él cómodamente.
 ¿Estás bien? — preguntó — ¿Necesitas que te coja la mano o algo así?
Aseguré la puerta con el pestillo y le oí reír. Capullo.
Encontré un albornoz blanco en el baño, lo que me permitió salir de él con parte
de mi dignidad intacta. Curran enarcó las cejas al ver el albornoz pero no hizo
ningún comentario.
Volví a la cama tambaleándome, me acomodé en ella y abracé a Asesina. Mientras
estaba en el baño, alguien se había llevado la sopa. Aún quedaba un poco en el
último cuenco.
Miré por la ventana y vi que estaba oscuro.
 ¿Qué hora es?
 Aún no ha amanecido. Has dormido unas seis horas. — Me miró con dureza—
¿Qué quieres?
 ¿Perdón? — dije, parpadeando.
Habló lentamente, pronunciando las palabras con cuidado, como si fuera
retrasada, o sorda.
 ¿Qué quieres a cambio de los mapas?
Sentí un impulso casi irrefrenable de soltarle un puñetazo en plena cara.
 Un miembro de la Manada me pidió ayuda. Si te digo quién es, ¿me prometes
que no lo castigarás?
 No puedo prometer algo así. No sé qué vas a decirme. Pero debes decírmelo
de todos modos. Has despertado mi curiosidad y no me gusta estar
desinformado.
 ¿Y provocar uno de tus torbellinos sangrientos?
 Me he cansado de oír tu voz.
Los huesos se desplazaron bajo su piel. La nariz se ensanchó, las mandíbulas
aumentaron de tamaño, el labio superior se separó, haciendo visibles unos dientes
enormes. Estaba contemplando el rostro de una pesadilla, una horrible mezcla entre

~92~
Ilona Andrews La magia quema
humano y león. Siempre y cuando algo que pesaba más de doscientos cincuenta kilos
en su forma animal pudiera considerarse un león. Sus ojos nunca cambiaban. El resto
de él, el cuerpo, los brazos, las piernas, incluso el pelo y la piel continuaban siendo
humanos. Los cambia-formas podían adoptar tres apariencias: bestia, humana e
intermedia. Podían transformarse en cualquiera de estas tres cosas, pero siempre
cambiaban completamente de forma. La mayoría de ellos debían realizar un gran
esfuerzo para mantener la forma intermedia, y conseguir hablar se consideraba un
gran logro. Solo Curran era capaz de hacer aquello: transfigurar una parte de su
cuerpo mientras mantenía el resto en otra forma.
Normalmente, no tenía ningún problema con el rostro de Curran en su forma
intermedia; estaba bien proporcionado y era uniforme, muchos cambiaformas
padecían el síndrome «mis mandíbulas son demasiado grandes y no acaban de
encajar», pero me había habituado al pelo gris que lo recubría. Contemplar su rostro
en forma intermedia y con piel humana resultaba vomitivo.
Curran se dio cuenta de mis esfuerzos por contener las arcadas.
 ¿Qué pasa ahora?
Moví la mano alrededor de mi cara.
 Pelo.
 ¿Cómo?
 Tu cara no tiene pelo.
Curran se tocó el mentón. Y con ese simple gesto, se desvaneció todo rastro de la
bestia. Se sentó frente a mí completamente humano.
Curran se masajeó la mandíbula.
La bestia se hacía más fuerte durante una erupción. La irritación le había hecho
perder ligeramente el control.
 ¿Problemas técnicos? —le pregunté, y me arrepentí de inmediato. Acusar a un
enfermo del control de falta de control no era una idea muy inteligente.
 No deberías provocarme — dijo en voz muy grave. De repente, parecía
ligeramente hambriento — Nunca se sabe qué puedo llegar a hacer cuando
pierdo el control.
Mayday, Mayday.
 Me estremezco con solo pensarlo.
 Suelo tener ese efecto en las mujeres.
¡Ja!
 ¿Y eso ocurre antes o después de que se meen encima y te enseñen sus
peludos ombligos?
Curran se inclinó hacia delante.

~93~
Ilona Andrews La magia quema
 Me largo. Última oportunidad.
 Myong vino a verme.
 Ah — dijo — Eso.
Los músculos de su mandíbula se tensaron. Permanecimos en un incómodo
silencio unos minutos. Esperé hasta que no pude soportarlo más.
 Myong — dije amablemente.
 ¿Sabes con quién quiere casarse?
Con mi «ex-novio en ciernes», a quien acusé de secuestro, torturas sexuales y
canibalismo.
 Sí.
 ¿Y te parece bien?
 Sí.
 Chorradas — dijo él.
 Tal vez no me parezca tan bien como me gustaría. Pero no quiero
interponerme entre ellos. — Ver a Myong... de acuerdo, me había dolido. No
debería haberme importado que Crest pensara que ella era mejor que yo, pero
lo cierto es que me incomodaba un poco. No cabía duda de que era más
guapa, más elegante y más refinada. Pero también era una... una mosquita
muerta. El tipo de mujer que, cuando le pides que te prepare un té, vuelve de
la cocina para decirte que el agua está hirviendo y que confía en que te
enfrentes a la emergencia mientras espera recatadamente a tu lado.
 Creo que he sido bastante razonable en este tema — dijo Curran.
 ¿Y qué te hace pensar eso?
 Siguen respirando, ¿no?
Tal vez seguía amándola y no podía soportar el hecho de perderla. O tal vez fuera
una simple cuestión de ego: un alfa orgulloso abandonado por una mujer hermosa
que le sustituye por un humano normal, un endeble que solo mereció el desprecio de
todos los cambiaformas que le conocieron. Me hubiera gustado encontrar el modo de
hacerlo más fácil para él y para mí. Pero el único modo de hacerlo era dejar que
fueran libres.
 Por favor, deja que se vayan.
Curran se puso en pie.
 Hablaremos de esto más tarde.
 Curran...
 ¿Qué?
 Te sentirás mejor si sueltas amarras.
 ¿Por qué piensas que me siento mal? — Estuvo a punto de añadir algo más,
pero cambió de idea y salió de la habitación.

~94~
Ilona Andrews La magia quema
Me sentí muy sola sentada en la cama. La última vez que me había sentido así fue
tras descubrir que Greg había sido asesinado.
Me desabroché el albornoz y me tumbé. La expedición hasta el baño y la
conversación subsiguiente me habían dejado agotada. Quería que Curran les dejara
casarse para poder poner punto final a todo aquello.
Algo se movió al otro lado de la ventana. Levanté la cabeza. Nada. Solo una visión
rectangular del cielo, apenas iluminado por el cercano amanecer. Estaba en el
segundo o tercer piso. No había árboles cerca. Apoyé de nuevo la cabeza en el cojín.
Maravilloso. Ahora empezaba a alucinar.
Pam-pam-pam.
¿Un alguacil? Imposible, esas cosas no llamaban a la puerta. Me levanté de la cama
y me acerqué a la ventana. No tenía barrotes. Ni alarma. Supuse que si puedes oler
una gota de sangre en cinco litros de agua, las alarmas no tienen mucho sentido. Y
solo a un lunático se le ocurriría colarse en una casa llena de monstruos. Me di la
vuelta.
Pam-pam-pam.
Muy bien, juguemos. El pestillo de la ventana era antiguo: pesado y metálico.
Necesitaría ambas manos para abrirlo. Dejé a Asesina en el alféizar.
Más allá del cristal, una calle desierta sumida en la penumbra. Abrí el pestillo y
levanté la ventana. Debajo de mí había una cornisa, poco más que una hilera de
ladrillos con fines ornamentales que sobresalía del muro.
Bran apareció de la nada, de pie sobre la repisa. Me cogió las manos entre las
suyas, inmovilizándomelas contra el alféizar.
 Hola, palomita — dijo con una sonrisa — Vaya por donde: tú no tienes tu
precioso cuchillo y yo tengo tus manos. ¿Qué vas a hacer?
Le golpeé en la nariz con la cabeza.
 ¡Auu! — Perdió el equilibrio y me soltó. Agitó las manos en el aire y le cogí
por la chaqueta antes de que cayera como un peso muerto. Con la mano rocé
un sobre de plástico que me resultó muy familiar. Increíble.
Tiré de él para meterlo en la habitación y, al mismo tiempo, le arrebaté el sobre
con los mapas de la cintura de sus pantalones de piel. El esfuerzo estuvo a punto de
hacerme caer de rodillas. Luché por mantenerme en pie con un gemido.
 ¿Has vuelto a robar los mapas? ¿Tantas ganas tienes de morir?
Bran expulsó un poco de sangre por la nariz.
 No puedo creerlo. Me has roto la nariz dos veces en un día. Esta me la
pagarás. — Se puso en pie de un salto y se abalanzó sobre mí.

~95~
Ilona Andrews La magia quema
Y se detuvo cuando la hoja de Asesina entró en contacto con su pecho. Pese a estar
débil, seguía siendo rápida.
 ¿Quién eres? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Quién es el Encapuchado? ¿Por qué
quiere a Julie? ¿Y dónde está la madre de Julie?
 ¿Ya está? — Se secó el manchurrón de sangre del labio con el dorso de la
mano.
 Sí. No. ¿Por qué es importante el caldero? ¿Dónde está ahora? ¿Qué tiene que
ver con Morrigan? ¿Adónde vas cuando desapareces? ¿Y por qué insistes en
robar los mapas? Vale, eso es todo.
Bran se apoyó ligeramente en Asesina.
 Ahora lo entiendo. Solo te interesa mi mente. ¿Quién es el Encapuchado?
 ¿Toga blanca? ¿Tentáculos?
Sus ojos se iluminaron.
 Haremos una cosa. Deja los mapas sobre la cama. Contamos hasta tres y a ver
quién los coge primero. Si ganas tú, te digo quién es. Si gano yo, me quedo
contigo.
 ¿Conmigo?
 Bonito lazo, por cierto.
Bajé la mirada. Como no podía ser de otro modo, tenía el albornoz abierto. Ahora
todo el mundo sabía que tenía unas braguitas con lazo.
Me abroché el albornoz.
 ¿Cuánto tiempo te quedas conmigo? ¿Para siempre?
Me dirigió una mirada valorativa.
 No te ofendas, pero tampoco es para tanto. Hay más peces en el mar. Con una
noche será suficiente.
Debía reconocer su talento; no es tan sencillo halagar e insultar a una mujer con
una sola frase.
 ¿No desaparecerás para coger los mapas?
Levantó las manos.
 Sin trucos.
 Jura en nombre de Morrigan que cumplirás con tu parte si gano.
Era un órdago. Esperé su reacción y tuve suerte: dudó un instante. Para él, el
nombre de Morrigan no podía pronunciarse alegremente, lo que significaba que muy
probablemente era la diosa de su cliente.
 Juro por Morrigan que mantendré mi palabra. — Pronunció Morrigan de un
modo muy extraño, de modo que aquella debía de ser la forma correcta de
referirse a ella.

~96~
Ilona Andrews La magia quema
Dejé a Asesina sobre la cama sin apartar los ojos de él ni un instante y coloqué los
mapas sobre las sábanas.
 Atrás tres pasos.
Retrocedimos al mismo tiempo: él hacia el centro de la habitación y yo hacia la
pared junto a la silla.
 A la de tres. Uno — dijo él, inclinándose como un corredor — Dos.
Y se abalanzó sobre los mapas. Levanté la silla del suelo y le golpeé con ella. Lo
derribé. Volví a golpearle para asegurarme de que no se movía de donde estaba, salté
sobre él y le arrebaté los mapas.
 He ganado.
Ahora, si la habitación dejara de dar vueltas, todo sería perfecto.
Bran emitió un gemido y un torrente de obscenidades salió de su boca.
 Tu problema es que me has subestimado por el hecho de ser una mujer. — Le
di un puntapié— ¿Cómo se llama el Encapuchado?
 Bolgor el Pastor, de los Fomoire. — Y desapareció en un torbellino de niebla.
Mis piernas cedieron y caí redonda sobre la cama. ¿Fomoire? Fomoireos. Los
viejos adversarios de Morrigan. Ahora el olor a pescado adquiría un nuevo
significado: era evidente que un demonio marino apestaría a pescado. Fruncí el ceño.
Bran servía a Morrigan y Morrigan y los fomoireos se odiaban mutuamente. Tenía
sentido. Pero ¿qué quería ese Pastor de Julie?
La puerta se abrió de golpe y Derek entró en la habitación como una exhalación,
seguido de dos hembras cambiaformas.
Sostuve en alto los mapas.
 Aquí están. Dos veces en un día. Me debes una.
Derek cogió los mapas de mis manos y los olfateó mientras las dos mujeres
comprobaban la ventana.
 Ha huido — dijo la más joven.
El rostro de Derek se crispó de furia.
 Le encontraré. Nadie nos hace eso dos veces.
 ¿Qué ocurre? — Curran apareció en la habitación.
Derek empalideció. Necesitaría más que valor para explicar semejante fallo en la
seguridad.
Bran reapareció en el centro de un sacacorchos de vapor, me abrió el albornoz con
una sacudida, dejando mis hombros al descubierto, y me besó. Intenté darle un
rodillazo, pero él lo esperaba y me bloqueó con una pierna. Comprendió que su
lengua nunca conseguiría entrar en mi boca y me soltó.

~97~
Ilona Andrews La magia quema
 Serás mía — prometió.
Curran saltó sobre él, pero solo logró atrapar zarcillos de niebla.
Me limpié la boca con el dorso de la mano.
 ¿Te ha hecho daño? — preguntó Curran.
Si mis ojos hubieran despedido rayos, le habría dejado frito allí mismo.
 Depende de cómo definas daño. Por cierto, ¿qué clase de circo diriges aquí?
Curran soltó un gruñido.
 Muy impresionante — le dije — Pero no puede oírte.
Me abroché el albornoz de nuevo, me tumbé en la cama y me tapé con las sábanas.
Ya había pasado suficiente vergüenza para una sola noche.

~98~
Ilona Andrews La magia quema

XI

Desperté porque alguien me estaba observando. Abrí los ojos y vi el rostro de Julie
a un centímetro del mío. Nos miramos fijamente durante un buen rato.
 ¿No vas a morir? — me preguntó en voz baja.
 Ahora mismo no. — Naturalmente, decir algo como aquello solía provocar un
fallecimiento repentino. Me preparé para morir aplastada por un meteorito
descarriado.
 Me alegro — dijo con un tono de voz que sugería de todo menos felicidad.
Subió a la cama y se acurrucó en un rincón, rodeándose las rodillas con los brazos.
 Siempre tengo miedo. Lo tenía cuando mamá se iba a trabajar. — Apoyó la
cabeza en las manos — Y también cuando Red se marcha.
 No debe de ser fácil vivir así.
 No puedo evitarlo.
No sabía qué decir. Los niños no suelen entender la muerte. Se sienten inmortales,
seguros. Julie la entendía perfectamente, como lo haría un adulto, y no sabía cómo
enfrentarse a ella. Y yo no sabía cómo ayudarla.
 Hay una cosa que le dijiste a Red que me gustaría que me explicaras. — Si
encontraba el modo adecuado de plantearlo — Le dijiste que estabas dispuesta
a darle lo que tenías. ¿A qué te referías?
Julie se encogió de hombros.
 Al sexo. Si nos acostamos, Red conoce un ritual mediante el cual obtendría mis
poderes.
Me quedé mirándola sin poder articular palabra. Había tantas cosas que estaban
mal en aquella frase que mi cerebro experimentó un cortocircuito momentáneo.
 Yo no los necesito. Tampoco es para tanto. Puedo ver los colores de la magia,
¿y qué? Si se lo doy, él será más fuerte y podrá protegernos a los dos. Ya lo
hubiera hecho, pero él prefiere esperar. Dice que si lo hacemos cuando haya
dejado de crecer, obtendrá más poder.
 Julie, ¿confías en él?

~99~
Ilona Andrews La magia quema
La pregunta la cogió por sorpresa.
 Sí.
Respiré hondo.
 No existe ningún conjuro que transfiera el poder de una persona a otra.
 Pero...
 Déjame terminar. — Me senté e hice todo lo que pude para adoptar un tono de
voz neutro — Existe un hechizo de brujería que permite reproducir el poder
de alguien durante cierto tiempo. Sí, tiene que ver con el sexo, y sí, puedes
hacerlo de tal modo que la otra persona piense que ya no dispone de aquellos
poderes, aunque en realidad no es así. Tu poder es lo que tú eres. Está en tu
sangre, en tus huesos; en todas las células de tu cuerpo. Por eso la gente
quema los vendajes, porque su magia perdura en su sangre incluso después
de abandonar el cuerpo. — Por eso si alguna vez alguien encuentra un vendaje
con mi sangre, tendría que matarle.
Julie abrió mucho la boca.
 Déjame contarte algo sobre el conjuro. Se llama cerrojo reflector. ¿Sabes algo
de sexo?
Durante un segundo, Julie dudó entre demostrarme que no me enteraba de nada y
alardear de sus conocimientos del mundo adulto. Ganó la necesidad de
impresionarme.
 Claro. El hombre mete su cosa...
 Su pene.
 ... su pene dentro de la mujer.
 ¿Y qué ocurre al final?
 El orgasmo.
 ¿Y qué produce el orgasmo en el hombre? — Kate Daniels, especialista en
educación sexual. Que alguien me mate, por favor.
 ¿Mmmm...?
 El esperma. La eyaculación.
 Así es cómo te quedas preñada. — Julie asintió.
 Ahora, ¿recuerdas que la sangre tiene magia? Bien, pues el esperma también la
tiene. Es la semilla del hombre y es muy potente. Contiene muchísima magia.
Así es cómo funciona el conjuro cerrojo reflector: la bruja, la mujer, hace el
amor con el hombre. Su semilla está ahora en su cuerpo y puede permanecer
allí con vida unos cinco días. Mientras la semilla esté viva, la mujer puede
utilizarla para imitar los poderes del hombre. Puede que no sean tan
poderosos, pero si lo ha hecho todo bien, serán suyos. Y también, mientras ella
y el hombre están haciendo el amor, ella puede lanzar hechizos que
adormecen al hombre y lo debilitan. Él se siente muy cansado. Puede hacer

~100~
Ilona Andrews La magia quema
magia, pero no siente sus poderes. Cuando el hechizo se desvanece, vuelve a
ser el de siempre.
Me había encontrado un par de veces con el conjuro cerrojo reflector, y en ambas
ocasiones las víctimas habían matado a las brujas responsables del mismo. Era un
conjuro sucio, utilizado casi siempre por motivos equivocados.
 ¿Entiendes ahora por qué solo funciona cuando lo realiza una mujer? Sus
fluidos no entran en el cuerpo del hombre en la cantidad suficiente como para
que el conjuro funcione a la inversa.
Observé cómo mis palabras surtían efecto. Me hubiera gustado poder dejarlo ahí.
 Alguien, seguramente una bruja, le habló a Red del conjuro. Es un conjuro
muy peligroso, Julie. Hay muchas cosas que pueden ir mal. Red sabe lo
suficiente de magia para comprender que es peligroso, y si se tomara su
tiempo para reflexionar sobre ello detenidamente, comprendería que solo
puede funcionar en una dirección. Pero anhela tanto el poder que ni siquiera
se lo ha planteado. Ha pasado por alto esa posibilidad.
Julie sospechó adonde quería ir a parar.
 ¡Red me quiere!
 Pero hay algo que quiere todavía más: el poder. ¿Qué clase de novio pretende
arrebatarte tu propio poder? ¿Utilizarte de ese modo? El sexo es... — Busqué la
palabra desesperadamente — Es algo muy íntimo. Algo muy tierno, o debería
serlo, maldita sea. Deberías hacerlo porque quieres hacer feliz a la otra
persona y a ti misma.
Julie contenía las lágrimas.
 ¡Si le doy mi poder, él será feliz y yo también!
Me alegré de que Red estuviera oculto en algún lugar muy lejos de allí, ya que si
hubiera podido ponerle las manos encima en aquel momento, le habría retorcido su
pequeño pescuezo.
 Eres una sensitiva. Una entre diez mil. Tú y tu madre siempre estáis pensando
en el dinero, ¿verdad? Julie, con un poco de adiestramiento, dentro de dos
años podrías ganar tres o cuatro veces lo que gano yo. La gente te traerá el
dinero en camiones. Te pagarán para ir a la escuela, solo para que puedas
decirles de qué color es la magia de algo. Pero aunque tuvieras el poder más
inútil del mundo, aunque solo pudieras imitar el sonido de un pedo con un
chasquido de los dedos, te diría lo mismo. No deberías renunciar a lo que eres
para hacer feliz a otra persona.
 ¡Yo decido lo que me hace feliz! — Bajó de la cama de un salto y salió
corriendo.
 Si te hace sentir mal es que probablemente no esté bien.

~101~
Ilona Andrews La magia quema
Dio un portazo. Bueno, había resuelto aquel tema con mi habitual tacto,
diplomacia y desarrollado sentido de la oportunidad. Me puse en pie, me vestí y me
dispuse a encontrar algo que llevarme a la boca.
Los cambiaformas jóvenes no disponen de mucho tiempo para encontrarse a sí
mismos. Cuando la pubertad llama a la puerta, solo tienen dos opciones: o se
convierten en lupos o aceptan el Código.
Convertirse en lupo significa abandonar todo control para dejarse llevar
ciegamente por el infierno hormonal en que se convierte su cuerpo. Los lupos se
alimentan de carne humana. Se recrean con el dolor y la perversión sádica, pasando
de una elaborada tortura a la siguiente, hasta que un arma de fuego, una espada u
otras garras ponen fin a su enfermedad, o hasta que el Lyc-V los consume por dentro.
Los lupos mueren jóvenes y no dejan un bonito cadáver.
Seguir el Código significa controlar todos tus movimientos. La Gente Libre del
Código desea seguir siendo humana y, para mantener bajo control a la bestia, llegan
a realizar sacrificios extraordinarios. El Código implica un estricto condicionamiento
mental, disciplina, responsabilidad, jerarquía y obediencia. Casi todas las cosas que
normalmente me sacan de quicio.
Los individuos que superan esta encrucijada alcanzan un estado de características
muy similares. Conocen sus límites. Evitan fumar, los olores penetrantes, el alcohol y
las especias porque todo eso adormece sus sentidos. En raras ocasiones se dejan
llevar por el exceso.
Salvo en lo relativo a la comida. Los cambiaformas comen como cerdos. Y yo hice
todo lo posible por no ser menos. Estaba hambrienta y no sabía cuándo se me
presentaría la oportunidad de volver a hacerlo.
Estaba sola en la cocina; salvo por los estándares más relajados, hacía bastantes
horas que había pasado la hora del desayuno. Acababa de meterme en la boca el
primer bocado cuando Derek llegó y se sentó delante de mí. Tenía en la mano una
lata metálica de café pasada de moda y unas grandes tijeras. Extrajo una larga aguja
de hierro de la lata y un poco de alambre y cortó la lata en una tira de unos dos
centímetros de largo. Le observé mientras doblaba la aguja hasta que esta adquirió
una suave forma en zigzag. A continuación, modeló la tira metálica como si fuera
barro formando un canuto que después atravesó con la aguja.
No estaba mal ser un hombre lobo.
 ¿Tenéis una copia del Almanaque por aquí?
Derek se levantó y me trajo un ejemplar de El Almanaque de las criaturas místicas.
 Gracias.
Le eché un vistazo rápido mientras comía una tira de beicon. Nada de Bolgor el
Pastor. Ninguna mención de los alguaciles. Comprobé la entrada de Morrigan.
Ninguna mención del ballestero. Aunque, por supuesto, si la hubiera, lo sabría; había

~102~
Ilona Andrews La magia quema
leído varias veces el Almanaque de principio a fin. Raras veces acertaba con los
detalles, pero era una buena guía para las criaturas deliciosamente mágicas.
Poco después de empezar con mi segundo plato, Julie entró en la cocina y se sentó
a mi lado.
Derek añadió más tiras metálicas a la aguja, las apretó con fuerza y las aseguró con
más alambre.
 Derek, si un chico pretendiera arrebatarle su poder a una chica acostándose
con ella, ¿cómo reaccionarías?
 Le rompería algo. La pierna. Puede que el brazo. — Apretó el alambre con
fuerza — Probablemente no lo mataría, a menos que no se bajara del burro.
 ¿Y si la chica quisiera entregarle sus poderes al chico? — pregunté.
 Lo consideraría una estupidez. — Se encogió de hombros — ¿Se puede hacer?
 No.
 Bien por ella. Puede que se lo piense mejor y encuentre a otro chico. — Abrió
la mano y le regaló a Julie una rosa de metal — Para ti. Kate, si has acabado de
comer, Curran quiere verte. Está en el tejado.
Le seguí escaleras arriba hasta el tercer piso, donde una escalera de mano exterior
terminaba en un tramo cuadrado de cielo. Subí por ella y salí al tejado del edificio.
El tejado estaba lleno de variadas máquinas de levantar pesos. Curran estaba
tendido en una banqueta enorme con una estructura reforzada de acero, levantando
una barra llena de pesos por encima de él y haciéndola descender hasta su pecho con
un movimiento lento y controlado. No cayó en la trampa de dejar «descansar» la
barra en su pecho.
Me acerqué a él. La barra era más gruesa que mi muñeca. Debía de estar hecha a
medida. Intenté contar los discos de peso a ambos extremos. Una barra de pesos
normal pesaba unos veinte kilos, y los discos normales también podían alcanzar los
veinte kilos. Sin embargo, aquellos no parecían normales.
Me quedé a su lado, observando cómo subía y bajaba la barra. Curran llevaba
puesta una vieja y deteriorada camiseta, lo que me permitía ver el movimiento de sus
músculos bajo la tela.
 ¿Cuánto peso levantas?
 Trescientos veinte.
De acuerdo. Me apartaré un poco y confiaré en que no recuerdes mi promesa de
patearte el culo. Curran sonrió.
 ¿Quieres sujetarme la barra?
 No, gracias. ¿Qué tal si me limito a gritarte mensajes de ánimo? — Respiré
hondo y solté — ¡Sin dolor no hay recompensa! ¡El dolor solo es debilidad
fluyendo de tu cuerpo! ¡Vamos! ¡Empuja! ¡Empuja! ¡Haz que ese peso sea tu
puta!

~103~
Ilona Andrews La magia quema
Curran empezó a reírse. La barra se detuvo peligrosamente cerca de su pecho
mientras él se partía de risa. Di un paso al frente y sujeté la barra, lo que me dejaba
en una situación increíblemente comprometedora, ya que su cabeza quedó muy cerca
de mis muslos y de la zona inmediatamente superior. Sin embargo, no me apetecía
explicar ante una Manada rabiosa por qué era la responsable de que el Señor de las
Bestias hubiese acabado con el pecho aplastado por una barra de pesos.
Apliqué toda la fuerza con la espalda. No tenía ninguna posibilidad de levantarla
si él no me ayudaba empujando desde abajo.
La barra empezó a subir muy lentamente.
 Curran, deja los jueguecitos y levántala.
Miré hacia abajo y vi que me estaba mirando fijamente. Con una sonrisa en el
rostro. Al parecer, verme resoplar y hacer un gran esfuerzo le resultaba
tremendamente gracioso.
Levantó la barra y la posó en las perchas gemelas a ambos lados de la banqueta.
Resistí el impulso de una retirada precipitada para poner unos cuantos metros
entre ambos. Curran se incorporó, se quitó la camiseta y se secó con ella el sudor del
pecho. Lentamente. Mostrándome los músculos.
Me di la vuelta y contemplé el horizonte. Si me veía babeando, mi estilo quedaría
seriamente tocado. Además, si se exhibía un poco más, lo más probable es que me
desmayara. O que saltara del edificio.
Necesitaba relajarme. Si no, mis hormonas se declararían en huelga y
cortocircuitarían mi sentido común.
Curran se acercó hasta donde estaba. Ante nosotros, la ciudad medio derruida
forcejeaba ante la inminente erupción. A lo lejos, cáscaras de rascacielos se hundían
en el suelo. Entre ellos y nosotros, un retorcido laberinto de calles con dispersas
motas verdes allí donde la naturaleza había reclamado las ruinas para sí.
Tal vez estaba imaginando cosas. Tal vez solo se estaba secando el sudor porque le
molestaba, no porque se estuviera exhibiendo ante mí. Volvía a sobredimensionar
mis encantos.
 ¿Qué piensas hacer con la niña? — me preguntó.
 La llevaré a la Orden. Bajo el edificio hay una cripta. Tiene una puerta de acero
de sesenta centímetros de grosor, y está protegida por un conjuro que ni una
división de magos al completo de la Unidad de Defensa Sobrenatural del
Ejército podría romper. Ahora mismo es el lugar más seguro de la ciudad.
La Orden debía de tener otras instalaciones, pero mi graduación no era lo
suficientemente alta como para conocer su paradero ni su función. Tampoco sabría
nada de la cripta si Ted no hubiera estado tan seguro de que podía mantenerlo en
secreto. Si pones una puerta con la inscripción «SOLO Personal Autorizado» y a mí

~104~
Ilona Andrews La magia quema
en el mismo edificio, tarde o temprano intentaré forzarla para descubrir por qué es
tan especial.
 Puedes dejarla aquí — dijo Curran — Nosotros cuidaremos de ella.
 Gracias por la oferta. Te lo agradezco, de verdad. Pero hay cosas que la
persiguen. En la cripta estará a salvo y, además, no quiero ser responsable de
ninguna muerte.
Curran suspiró.
 Te das cuenta de que acabas de insultarme, ¿verdad?
 ¿Por qué?
 Tus palabras sugieren que no puedo protegerla, ni a ella ni a los míos.
Le miré a los ojos.
 No era esa mi intención.
 Discúlpate y lo dejaré estar.
Me agarré con fuerza a la baranda de hierro que tenía delante. Coger la barra de
pesos y darle una paliza al Señor de las Bestias no sería la mejor solución
diplomática.
 Lo siento. Su majestad. — Ya estaba hecho. Era una persona civilizada. Casi
me atraganto.
 Disculpas aceptadas.
 ¿Alguna cosa más? — Su Graciosa Arrogancia.
 No. — Levantó del suelo una enorme pesa y empezó a trabajar sus bíceps con
ella.
Me volví para marcharme pero me detuve. Curran estaba de buen humor.
Relajado. No se había puesto como una furia. Aquel era un momento inmejorable.
 Myong...
Un gruñido ronco reverberó en su garganta.
 He dicho que más tarde.
 Técnicamente, ahora era más tarde. Creo que ella le quiere mucho.
Esta vez sí que gruñó.
 ¡Te estás pasando de la raya! Déjalo estar.
 Es muy pasiva y te tiene mucho miedo. Recurrir a mí fue una gran
demostración de coraje por su parte.
Curran lanzó la pesa. Voló por el aire y golpeó el suelo con un ruido sordo,
dejando una marca en el cemento. Se inclinó sobre mí, los ojos llameantes.
 Si dejo que se vaya, necesitaré una sustituta. ¿Quieres presentarte voluntaria
para el trabajo?

~105~
Ilona Andrews La magia quema
Su mirada indicaba que no aceptaría un no por respuesta. Desenvainé a Asesina y
me alejé del borde del tejado.
 ¿Y convertirme en la novia número veintitrés a punto de ser abandonada por
la novia número veinticuatro porque tiene unos pechos ligeramente más
grandes? Creo que no.
Curran continuó acercándose.
 ¿En serio?
 Sí. Atraes a todas esas mujeres hermosas, haces que se sienten dependientes
de ti y luego les das una patada. Bueno, pues por una vez una mujer te ha
dejado antes, y tu enorme ego se niega a aceptarlo. Y pensar que creía que
podríamos hablar como adultos razonables. Si fuéramos las últimas dos
personas sobre la faz de la Tierra, me trasladaría a una isla para no tener que
verte nunca más. — Había llegado casi a la trampilla donde empezaba la
escalera de mano.
Curran se detuvo de repente y se cruzó de brazos.
 Ya veremos.
 No hay nada que ver. Gracias por el rescate y la comida. Voy a buscar a mi
niña y nos largamos de aquí. — Salté sobre la escalera, me deslicé por ella y
corrí por el pasillo. Curran no me siguió.
Entre el segundo y el primer piso comprendí las implicaciones de lo que acababa
de hacer. Le había dicho al alfa de todos los cambiaformas que me metería en su
cama cuando las ranas criaran pelo. No solo había dicho adiós a cualquier futura
colaboración con la Manada, sino que también le había desafiado. Otra vez. Me
detuve y golpeé varias veces la cabeza contra la pared. Mantén la boca cerrada,
estúpida.
Derek apareció a los pies de la escalera.
 ¿Tan mal ha ido?
 No quieres saberlo.
 Supongo que te marchas.
Dejé de golpear la pared para mirarle.
 ¿Te importa si te acompaño?
 ¿Por qué?
 Quiero atrapar al ladrón — dijo con semblante adusto — Tiene una fijación
contigo.
¿Un hombre lobo que puede dejarme atrás, que puede modelar el metal y hacer
rosas con él, y que puede proteger a Julie en caso de peligro y salir disparado como
un cohete imposible de atrapar por criaturas de dientes afilados? Déjame pensar...
 Claro. Encantada de tenerte a bordo.

~106~
Ilona Andrews La magia quema

XII

Milagrosamente, el teléfono que había en el pasillo de la oficina de los


cambiaformas funcionaba. Por muchas ganas que tuviera de salir de allí, no quería
arriesgarme a hacerlo a pie. Maxine descolgó al primer tono.
 Capilla de Atlanta de la Orden. ¿En qué puedo ayudarle?
 Maxine, soy yo. ¿Puedo hablar con Ted?
 Ha salido.
 ¿Que ha salido? Pero si Ted nunca sale. ¿Adónde ha ido?
 Un recado.
Mierda.
 ¿Y Mauro?
 También ha salido. Casi todos los caballeros han salido.
¿Qué demonios...?
 ¿Queda alguien?
 Andrea.
Oh, Dios.
 ¿Puedo hablar con ella, por favor?
Se produjo un chasquido y, a continuación, la voz de Andrea dijo:
 Hola, Kate.
Hola, Andrea, sé que te mordió un lupo pero ¿podrías venir a recogernos, a mí y a mi
hombre lobo adolescente, a las instalaciones de los cambiaformas? Respiré hondo. Esperaba
que no sufriera de estrés postraumático.
 Odio pedirte esto, de verdad, pero no me queda alternativa. Tengo que
escoltar a una niña hasta la Orden para ocultarla en la cripta. Necesito tres
caballos.
 Ningún problema. ¿Dónde estás?
 En la Oficina Sudeste de la Manada. — Me encogí ligeramente mientras
hablaba — Podemos encontrarnos en la esquina de Griffin y la avenida
Atlanta. Nos acompaña un cambiaformas.

~107~
Ilona Andrews La magia quema
No se perdió nada.
 Tranquila. Nos vemos allí.
Recogí a Julie, de nuevo armada con mi cuchillo, y nos marchamos, con Derek en
la retaguardia.
 ¿Adónde vamos? — preguntó Julie mientras nos dirigíamos a la calle Griffin.
 Al edificio de la Orden.
A nuestro alrededor, la ciudad se despojaba de los últimos restos de la noche
bañada por la magia. La tecnología había regresado a primera hora, pero las oleadas
mágicas habían fluido y retrocedido toda la noche.
 ¿Y qué haremos en la Orden? — preguntó Julie.
 El edificio está muy bien protegido. Te dejaré allí con Andrea. Es una chica
muy agradable.
 ¡No! ¡Quiero quedarme contigo!
La miré con dureza.
 Julie, esto no es una democracia.
 ¡No!
Reanudé la marcha.
 Tengo que salir y encontrar a tu madre. Porque quieres que la encuentre,
¿verdad?
 Quiero ir contigo.
En la esquina de Griffin y la avenida Atlanta, una muchedumbre se agolpaba
alrededor de una grúa que bloqueaba el tráfico. Una niña flacucha, de pelo moreno y
con los gráciles movimientos de un carterista deambulaba por los límites de la
concurrencia. Cuando hizo ademán de acercarse a nosotros, Julie extrajo su daga y le
dirigió una mirada asesina. La niña dio media vuelta y se esfumó.
La grúa emitió un gemido. El cable se tensó y una colosal cola de pez se elevó por
encima de la multitud, seguida por un cuerpo en forma de serpentín y recubierto de
escamas turquesas mayores que mi cabeza. Las escamas parecían húmedas; brillaban
bajo el sol de la mañana. Había algo en aquel pez que me resultaba familiar... No
podía recordar dónde había visto antes un pez de tres pisos de altura. No parecía
algo precisamente fácil de olvidar.
 ¿Qué es eso?
Un hombre calvo de mediana edad con una insignia de camionero en el chaleco de
piel se volvió hacia mí.
 El Pez del Mercado de Pescado.
 ¿La escultura de bronce frente al Mercado de Pescado?
 Ya no es de bronce.
 ¿Cómo ha llegado hasta aquí desde Buckhead?

~108~
Ilona Andrews La magia quema
 Había un río — dijo una mujer a mi izquierda — Lo vi desde la ventana.
 El suelo está seco — señaló el camionero.
 Te digo que he visto un río. Se podía ver a través de las olas. Como si estuviera
hecho de fantasmas. Jamás había visto algo parecido.
El camionero escupió sobre la tierra.
 Bueno, pues veremos cosas peores antes de que termine la erupción.
Nos quedamos en un lado, a cierta distancia de la multitud, y observamos cómo se
llevaban al pez.
 No puedes dejarme — declaró Julie.
Teniendo en cuenta nuestra conversación anterior, había supuesto que
aprovecharía la menor excusa para librarse de mí.
 Quiero que recuerdes lo que ocurrió cuando aparecieron los alguaciles.
Julie palideció.
 Están ahí fuera. Te quieren por algo y no cejarán en su empeño. Ponte en el
lugar de tu madre. ¿Dejarías que tu hija acompañara a una pirada mientras
sale a cazar alguaciles o preferirías que la dejara en un lugar seguro?
Su semblante perdió toda expresividad.
 Tú no eres mi madre. No puedes darme órdenes — dijo finalmente, aunque su
tono indicaba el final de la discusión.
 Soy tu madre sustituía — le dije.
 Más bien eres una tía loca a quien solo llaman cuando alguien necesita que lo
saquen de la cárcel — dijo Derek.
Le señalé con un dedo. Su rostro se iluminó con una sonrisa.
 Julie, hasta que encuentre a tu madre, yo soy la responsable de tu seguridad.
Ella te quiere y es una buena persona. Merece que la encontremos y que te
mantengamos a salvo. Si la encuentro pero te ocurre algo a ti, no me lo
perdonaría. — Y aunque no pueda encontrar a tu madre, ella querría que estuvieras
a salvo.
Andrea apareció al otro lado de la intersección, a lomos de una montura castrada a
la que le seguían tres caballos más.
Hubiera preferido cabalgar directamente hasta la orden, pero el tráfico era muy
intenso. La ciudad era consciente de que la magia profunda llegaría muy pronto, y
mientras durara la tec, la aprovecharían al máximo. Tuvimos que avanzar al trote.
Andrea cabalgaba a la cabeza, Julie detrás de ella, agarrada con fuerza a las
riendas, y Derek y yo cerrábamos la comitiva. Quería que Andrea y Derek pasaran el
menor tiempo posible juntos. Cuando tu pareja se transforma en un lupo e intenta
convertir tu estómago en un buffet come-lo-que-puedas mientras sigues respirando,

~109~
Ilona Andrews La magia quema
es probable que desarrolles una ligera aversión por los cambiaformas. ¿Por qué
tentar al destino?
 En realidad es alguien muy paciente — dijo Derek, colocando su montura en
paralelo.
 ¿Quién?
 Curran.
Asentí.
 Es paciente mientras todo el mundo baile a su son.
 Eso no es cierto. Nunca le has visto cuando no está bajo presión.
 Teniendo en cuenta que es el Señor de las Bestias, imagino que eso no ocurrirá
muy a menudo. — Suspiré — No pretendía ofenderlo. He escogido mal el
momento. Estaba hasta las cejas de adrenalina después de levantar pesas, lo
que lo convertía en alguien más agresivo de lo normal. No era el momento
adecuado para sacar el tema. Eso es todo. — Eso y que era incapaz de
controlar mi lengua cuando él estaba cerca. Conseguía sacarme de quicio.
 También es por la erupción — añadió Derek — Hace que sea más difícil
controlarse.
 Mira, si quieres, puedo intentar limar asperezas, si vuelvo a tener otra
oportunidad. — ¡Ja! Mejor no hacerme muchas ilusiones. Después de aquello,
probablemente me consideraran persona non grata en la Manada durante el
resto de mi vida.
No volví a respirar con normalidad hasta que desmontamos en el aparcamiento de
la Orden.
Abrí la puerta y le indiqué a Julie que entrara.
 ¿Segundo piso. Mi oficina es la primera puerta a la izquierda. Debería estar
abierta. — Julie no perdió el tiempo.
Mientras llevábamos los caballos al establo, puse al día a Andrea sobre el
problema de la desaparición de la madre de Julie, los alguaciles y el Encapuchado,
alias Bolgor el Pastor. Pese a que Derek se quedó haciendo guardia en la puerta del
establo, estaba convencida de que lo había oído todo. El oído de los hombres lobo
está mucho más desarrollado que el humano, y el suyo era especialmente
excepcional.
 Fomoireos — dijo Andrea — ¿Hacia dónde se dirige el mundo?
 Tres cosas: ¿qué están haciendo aquí? ¿Por qué quieren a Julie? ¿Y qué le ha
sucedido a su madre?
Andrea negó con la cabeza.
 No tengo ni idea. Aunque tampoco es mi especialidad. Lo mío son las armas,
arreglar cosas, y también se me da bastante bien la teoría de la resonancia

~110~
Ilona Andrews La magia quema
post-Oleada. Pregúntame algo sobre folklore y me quedaré igual. — Sonrió —
Pero mantendré a tu niña a salvo.
 Siento cargarte con este marrón.
Miró a Derek.
 Ojalá todo el mundo dejara de tratarme como si necesitara vivir entre
algodones. Es algo que ha de hacerse y lo haré. De todos modos he de
quedarme en la Capilla; según la normativa, durante una erupción siempre
tiene que haber un caballero presente. Protegeré a tu niña.
Dudé un instante. Si alguien podía ayudarme en aquella situación, esa era Andrea.
Era un caballero modélico y conocía todas las normas escritas de la institución.
 ¿Qué ocurre? — preguntó como si me hubiera leído el pensamiento.
 ¿Debería hacer una petición formal de asilo?
Andrea frunció el ceño.
 ¿Te preocupa la cláusula de Peligro para la Humanidad?
 Sí.
Lo bueno de la petición de asilo era que todos los caballeros de la Orden
protegerían a Julie de cualquier amenaza, siempre y cuando permaneciera en su
custodia. Sin embargo, al firmar la petición, Julie quedaría bajo el resguardo de la
Orden, lo que significaba que se vería afectada por la cláusula de peligro inminente.
Si Julie representaba un peligro inminente para la humanidad, los caballeros tenían
la obligación de eliminarla. La Orden no era muy dada a deshacerse de niñas, pero
sabía que, al menos para Ted, la seguridad de muchos estaba por encima de la vida
de unos pocos. No tenía la menor idea de por qué los alguaciles y el Pastor
perseguían a Julie. Puede que Julie fuera un niño profetizado por los fomoireos cuyo
destino era destruir el mundo. Cosas más extrañas se habían visto. No quería
encontrar a Julie con la garganta seccionada. Estaba segura de que su muerte sería
rápida y compasiva, pero aquello no me servía de consuelo.
Andrea sonrió.
 La buena noticia es que no tienes que presentar ninguna petición. Julie es
huérfana, y no tiene parientes conocidos. Según la disposición décimo
séptima, puedes asumir su protección temporal puesto que, legalmente, ella
no puede firmar contratos. Rellena el impreso 240-m y la niña pasará a estar
bajo tutela a ojos de la Orden. Durante una erupción, todas las familias del
personal de la Orden pueden buscar refugio legalmente en la Capilla más
próxima sin quedar sujetos a la cláusula de peligro inminente. A menos que
ataque a alguien, no tienen autorización para eliminarla.
 No sé si firmará algo así. Aún cree que su madre está viva. Y yo también. — O
eso espero — Podría llegar a ciertas conclusiones desagradables.

~111~
Ilona Andrews La magia quema
 No hace falta que lo firme. Eso es lo mejor; lo único que necesitas es el
testimonio de otro caballero que asegure que actúas en su mejor interés. —
Andrea sonrió de oreja a oreja — Y, por suerte, aquí estoy yo.
 Gracias — dije sinceramente.
 De nada. Estaba muy aburrida; necesitaba un poco de diversión. Si llega la
magia, nos esconderemos en la cripta, y si los alguaciles se presentan mientras
la tec sigue activa, utilizaré sus cabezas para hacer prácticas de tiro.
La puerta se abrió de golpe y Julie corrió directamente a los brazos de Derek, que
la levantó del suelo.
 ¿Qué pasa? ¡Habla!
Con un gran esfuerzo, Julie pronunció una sola palabra:
 ¡Vampiro!
Me esperaba en mi despacho, una pesadilla sin pelo, escuálida, recubierta de
músculos de alambre y oculta bajo piel humana. Estaba desnudo, era muy feo y
llevaba muerto tres o cuatro décadas. Alguien le había embadurnado la piel con
cantidades industriales de protección solar violeta. Por alguna razón, el mejunje no se
había disuelto sino que se había secado formando una especie de pasta, como si la
criatura hubiera reventado una enorme burbuja de chicle de uva sobre sí mismo.
 No puede ser.
El vampiro desencajó su mandíbula y la voz de Ghastek reverberó en la oficina:
 Un placer verte de nuevo, como siempre.
Tenía que ser Ghastek. Me pregunté si Nataraja, el líder de la facción de la Nación
en la ciudad, le habría encargado a él específicamente la tarea o si Ghastek actuaba
por iniciativa propia.
Andrea entró en la oficina. Y, de repente, tenía un arma en cada mano apuntando
al rostro del vampiro.
 Encantadoras armas de fuego — dijo Ghastek.
 SIG-Sauer P226 — dijo Andrea — Muévete y te quedas ciego.
 ¿De verdad crees que puedes superar los reflejos de un vampiro? — Ghastek
utilizó un tono ligero. No la estaba retando; simplemente sentía curiosidad.
Una tímida sonrisa asomó en la comisura de los labios de Andrea.
 ¿Quieres averiguarlo?
Negué con la cabeza.
 Puedo volarle la cabeza antes de que acabes tu pirueta. Créeme, me gano la
vida con esto.

~112~
Ilona Andrews La magia quema
Tomé nota mental de nunca enfrentarme a Andrea en un duelo directo.
Demasiado arriesgado. Aunque yo era rápida, no podía competir con sus armas, y mi
espada tardaba mucho más en salir de su vaina que un revólver de su funda.
 Afortunadamente para todos, no hemos de luchar — dije mientras miraba a
Andrea con una sonrisa. Andrea asintió y sus armas desaparecieron.
 Estaré en el pasillo.
 Gracias.
Salió de la oficina y yo me senté en mi silla.
 Baja de la mesa. El vampiro continuó donde estaba.
 Ghastek, o lo mueves tú o lo hago yo. En mi oficina no tolero la mala
educación.
El no-muerto se escabulló de encima de la mesa.
 No pretendía insultarte.
 Bien, entonces no lo tomaré como tal. ¿Qué quieres?
 ¿Cómo te encuentras? ¿Algún hueso roto? ¿Alguna herida abierta?
 No. ¿A qué viene esta repentina preocupación por mi salud?
 ¿Ningún mareo extraño? ¿Un ligero pinchazo en el pecho y el cuello? Se
parece bastante a cuando vuelve a circular la sangre por una extremidad
después de quedarse dormida, aunque en este caso el proceso es interno.
Me crucé de brazos.
 ¿Alguna razón en particular para describir la fase inicial del contagio por el
patógeno homortuus?.
El vampiro se acercó un poco más.
 Solo puede haber una.
 No me estoy convirtiendo en un vampiro, Ghastek. — Era físicamente
imposible. Mi sangre masticaba la bacteria del vampirismo para desayunar y
después exigía el postre. Para mí no había vampirismo. Ni cambiaformismo.
El vampiro dio otro paso cauteloso en mi dirección.
 ¿Podría verte el iris, por favor?
 Ya te lo he dicho, no estoy infectada. No me han mordido.
 Por favor.
Me incliné hacia adelante. El vampiro se irguió sobre sus piernas y puso su cabeza
al nivel de la mía. Nos miramos a los ojos, el cuerpo y yo. Nos separaban escasos
centímetros, casi nos rozábamos. Me fijé en sus ojos, azules en otro tiempo pero
ahora rojos como consecuencia de los capilares dilatados por el flujo de una sangre
saturada por el patógeno vampírico. En sus profundidades distinguí el ansia, un
hambre terrible y corrosiva que jamás podía ser satisfecha. Si el control al que lo tenía

~113~
Ilona Andrews La magia quema
sometido Ghastek cedía lo más mínimo, la abominación se abalanzaría sobre mí,
clavándome sus colmillos en busca de sangre caliente.
O al menos lo intentaría. Y entonces acabaría con él. Le aplastaría su asqueroso
cerebro de mosquito. Me haría sentir bien. Me alegraría el día.
Me hubiera gustado matarlos a todos. Me hubiera gustado ir subiendo por la
cadena alimenticia de la Nación hasta llegar a Roland, su líder legendario. Había
algunas cosas que debía aclarar con él. Pero la conversación tendría que esperar a
que aumentaran mis poderes, ya que ahora mismo podía borrarme de la faz de la
Tierra con un simple movimiento de sus cejas.
El vampiro volvió a ponerse a cuatro patas.
 ¿Satisfecho?
 Sí.
 Pareces decepcionado. ¿Te atrae la idea de navegarme tras mi no-muerte?
El rostro del vampiro se contrajo en una pobre imitación de la sonrisa de Ghastek
en su sala acorazada en las profundidades del Casino.
 Kate, el comentario es de muy mal gusto. Aunque serías un espécimen
magnífico. Estás en perfectas condiciones físicas, bien proporcionada. Esta
misma mañana he repasado el montón de solicitudes y la mitad de los
candidatos sufren de malnutrición, mientras que la otra mitad no tienen las
proporciones adecuadas.
Ghastek en toda su gloria. Ojo clínico.
Suspiré. ¿Existía alguna posibilidad de que fuera al grano y me explicara la razón
de su visita de aquella mañana?
El tiempo corría en mi contra y tenía que salir cuanto antes en busca de la madre
de Julie.
 Mi agenda está un poco apretada esta mañana. Te agradecería que pasáramos
cuanto antes a los negocios.
 Nuestra patrulla avistó anoche a un no-muerto poco habitual — dijo Ghastek
— Cabello prensil, garras, con un rastro mágico muy interesante.
De modo que garras, ¿eh? Repasé mentalmente el enfrentamiento. Las garras solo
hicieron acto de presencia cuando el alguacil estaba a punto de asestar el golpe
definitivo. Dos alguaciles atacaron mi apartamento con pocos minutos de diferencia,
pero el tercero no apareció hasta mucho más tarde. Algo o alguien le entretuvo. Me
atacó por la espalda aprovechando la oscuridad.
 ¿Y cuánto tiempo tardó ese extraño no-muerto en eliminar a tu patrulla?
Sí Ghastek estaba sorprendido, no lo demostró.
 Unos diez segundos.
 Es un poco triste, ¿no crees?

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Ilona Andrews La magia quema
 Era un vampiro joven. Hacía poco que lo teníamos.
Excusas, excusas.
 Sigo sin entender qué relación tiene todo eso conmigo.
 Rastreamos la señal mágica hasta tu apartamento. Por lo que pude ver a través
de la ventana, se encuentra en un estado lamentable. Aunque parece ser que
tienes una nueva puerta. ¿Supongo que la anterior fue destruida?
 De un modo ciertamente dramático.
El vampiro se detuvo. Allá vamos.
 A la Nación le interesa hacerse con el espécimen.
No me digas. Ghastek era, sin lugar a dudas, el mejor Señor de los Muertos de la
ciudad. Disponía de los mejores oficiales y vampiros. La cara de Ghastek, después de
derrochar unos cuantos de esos chupasangres de incalculable valor para capturar a
un alguacil que al morir se convertía en lodo, no tendría precio.
 Tu sonrisa me resulta molesta — observó Ghastek.
Continué sonriendo.
 No puedo evitarlo.
 Dado que el incidente tuvo lugar en tu apartamento, a la Nación le gustaría
contar con tu colaboración. ¿Qué sabes, Kate?
 Más bien poco — le advertí.
 Compártelo conmigo.
La Nación deseaba realmente un alguacil. Tal vez pilotar viejos vampiros ya no
era suficiente.
 ¿Qué conseguiré a cambio?
 Una compensación económica.
El día que aceptara dinero de la Nación sería el día en que dejaría de ser humana.
 No me interesa. ¿Alguna otra oferta?
El vampiro me miró fijamente, la boca flácida mientras Ghastek consideraba otras
opciones. Cogí unos cuantos impresos de mi escritorio, los metí en la boca del
vampiro y tiré hacia arriba cogiéndolos por los márgenes.
 ¿Se puede saber qué haces? —preguntó Ghastek.
 Se me ha roto el perforador.
 No tienes ningún respeto por los muertos.
Suspiré mientras examinaba los irregulares desgarrones en el papel.
 Es un defecto muy personal. ¿Has pensado en algo o aceptas sugerencias?
 Te deberé un favor — dijo Ghastek — Ahora o en el futuro, según te
convenga, llevaré a cabo una tarea de tu elección, siempre y cuando no
provoque un daño directo a mí mismo o mi personal.

~115~
Ilona Andrews La magia quema
Reflexioné un instante. Era una oferta tentadora. En manos de un Señor de los
Muertos experimentado, un vampiro era un arma sin parangón, y Ghastek no era
simplemente experimentado, también tenía talento. Un favor suyo siempre me
resultaría útil. E incluso si conseguía echarle el guante a un alguacil, le sometería al
procedimiento habitual para determinar el alcance de sus poderes. En cuanto sufriera
una herida grave, se convertiría en lodo. ¿Cuál era el inconveniente?
 ¿Maxine?
 ¿Sí, querida?
 Ghastek me ha prometido un favor a cambio de mi colaboración. ¿Existe algún
impreso para poner por escrito el acuerdo?
 Sí.
 Vas a hacerme firmar un contrato?
 Sí.
El vampiro emitió una serie de sonidos estrangulados. Comprendí que estaba
intentando reproducir la risa de Ghastek.
Derek entró lentamente en la oficina y se apoyó en la pared con los brazos
cruzados.
 Veo que tu socio sigue vivo — dijo Ghastek mientras leía la letra pequeña —
Formidable.
 Es muy resistente.
El hecho de que la firma de Ghastek fuera exactamente igual que cuando firmaba
algo en persona decía tanto de su control como su habilidad para trepar por una
pared o rasgar con sus garras. No podía evitarlo, admiraba su nivel de competencia.
Y, pese a todo, seguía poniéndome los pelos de punta.
 Soy todo oídos — dijo en cuanto Maxine se llevó los documentos a su
escritorio.
 Hace dos días un aquelarre de brujas aficionadas desapareció de su lugar de
reunión, en la parte inferior de la brecha del Panal. Visité el lugar por otros
motivos y descubrí un pozo sin fondo y un montón de magia nigromántica
residual. Y mucha sangre. Ningún cuerpo.
 Sigue.
 Me llevé a la hija de una de las brujas.
 La niña que entró en tu oficina hace unos minutos — dijo — No pretendía
asustarla.
 Sí. — No me apetecía explicarle que Julie tenía fobia a los vampiros y que,
dado que la magia no estaba activa, no podía detectar el rastro de poder
vampírico — Me pidió ayuda. He extendido sobre ella la protección de la
Orden. — De modo que deja de plantearte ciertas cosas — Llevé a la niña a mi
apartamento y por la noche nos atacaron.
 ¿Cuántos eran?

~116~
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 Tres, sin contar al navegante.
El vampiro se quedó rígido.
 ¿Había un navegante?
 Sí.
 ¿Humano?
 No exactamente.
Le describí a Bolgor el Pastor, centrándome en sus tentáculos, y a los alguaciles,
deteniéndome más de la cuenta en su cabello, sus garras y la mugre tóxica de las
mismas. Le hablé de la teoría del demonio marino, aunque sin mencionar cómo
obtuve la información. Podría haber dejado que descubriera por sí mismo sus
peculiares hábitos de deceso, pero un trato era un trato, de modo que me extendí
sobre la cuestión de derretirse y convertirse en lodo. Pasé por alto el tema de haber
estado a punto de morir, resumiéndolo con un «Me clavaron algo en la espalda, tras
lo cual eliminé al alguacil y llamé a mi socio, quien me recogió y me llevó a un
medimago». Lo que se acercaba bastante a la verdad. Por el momento, nadie conocía
mi capacidad para pilotar vampiros, y era vital para mi seguridad que las cosas
continuaran de ese modo.
El vampiro pasó a modo estatua mientras Ghastek procesaba la información. La
Nación se regodeaba por el hecho de disponer del monopolio de todas las cosas
relacionadas con la nigromancia. La idea de un navegante independiente campando
a sus anchas por la ciudad, aunque fuera un demonio, debía de escocer a Ghastek.
 El apodo es interesante. Podría hacer referencia a su habilidad para navegar.
Tamborileé con la uñas sobre la mesa del escritorio.
 Te recomiendo encarecidamente que renuncies a perseguir a los alguaciles. Se
convierten en mugre en cuanto reciben una herida grave.
 Eso es de lo más desafortunado, pero me gustaría comprobarlo por mí mismo.
¿Algo te hace sospechar que el Pastor seguirá buscando a la niña? — preguntó
Ghastek. Quería saber si los alguaciles eran las Hermanas del Cuervo,
convertidas en no-muertos por algún extraño poder que habían liberado. Yo
también me lo había preguntado.
 La niña está en la cripta. Si lo hace, no se saldrá con la suya.
 ¿Qué planes tienes?
 Ir a ver a un experto que puede ayudarme a resolver este entresijo.
Comprendo el deseo de los fomoireos por aniquilar a Morrigan, pero
desconozco cómo llegaron a la ciudad, por qué quieren a la niña o por qué
eligieron ese aquelarre y no otro. Sé que el aquelarre veneraba a Morrigan,
pero la bruja superior también realizaba sacrificios druídicos en su caravana.
Hay algo que no encaja.
 ¿Por qué no haces una visita a la Orden de los Druidas? — preguntó Derek.
Ghastek movió al vampiro unos centímetros.

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 No, Kate tiene razón. Los druidas llevan generaciones intentando alejarse de
su herencia. En cuanto oigan la palabra «sacrificio», se negarán a colaborar. La
pesadilla de un relaciones públicas. No, es mejor que recurra a alguien
independiente.
Me puse en pie.
 Y cuanto antes le vea, mejor. Como siempre dices, ha sido un placer.
 Te acompaño.
 Perdón, creo que no te he oído bien.
El vampiro extendió los brazos. Las garras amarillentas añadieron unos siete
centímetros a sus largos dedos.
 Teniendo en cuenta el valor de mi oferta, no he recibido suficiente a cambio.
Ambos hemos firmado el contrato, Kate. Y este rezaba: «revelar toda la
información pertinente sobre la criatura en cuestión». Lo que me has ofrecido
hasta ahora no puede considerarse en absoluto pertinente.
¿Por qué acabo siempre metida en estos berenjenales?
Derek se separó de la pared, la mandíbula tensa. Me situé entre él y el vampiro.
 De acuerdo. Acompáñame si quieres. Pero debes saber que no existe garantía
alguna de que no nos topemos con otro alguacil.
 Oh, yo más bien diría que es muy probable que ocurra. Te has cargado a tres
de sus no-muertos. No conozco a ningún Señor de los Muertos qué no quisiera
devolverte la jugada.
Antes de marcharnos, hice salir al hombre lobo y al vampiro de mi oficina para
poder cambiarme de ropa. Desde hacía años tenía la costumbre de dejar ropa en
lugares estratégicos, y en mi oficina tenía un buen surtido de ropa y material. Las
sudaderas ajustadas eran cómodas y todo eso, pero después de mi encuentro con las
garras del alguacil quería algo un poco más grueso. Me puse unos pantalones sueltos
de color marrón y una camiseta blanca de licra. Compuesta de una microfibra de
secado rápido, eliminaba la humedad del cuerpo, de modo que me mantendría seca
en todo momento pese a las altas temperaturas. Los SWAT siempre llevaban una de
estas camisetas sin costuras debajo del traje blindado. Añadí un chaleco de piel,
afianzando las correas para que no me impidieran moverme con libertad, y un par de
botas de combate: piel negra en la puntera y los talones, malla de nylon negra a los
lados. Tan ligeras que casi podría jugarse al tenis con ellas.
Hice un giro completo y le solté una patada a mi sombra en la pared. Ajusté las
correas del chaleco para adaptarlas mejor a mi cuerpo y deslicé la vaina de Asesina
por los anillos dispuestos para tal efecto en la parte trasera del chaleco.
A continuación, cogí el desvencijado ejemplar de Crónica de artimañas de la
estantería, busqué el hechizo del cerrojo reflector, coloqué un lápiz a modo de punto
de página y me apresuré por las escaleras de cemento que descendían hasta la cripta.

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Ilona Andrews La magia quema
Ocultas tras una puerta de acero de treinta centímetros de grosor había cinco salas
donde se guardaba de todo, desde armas a libros u objetos de poder menor, el
inventario que los Caballeros de la Orden consideraban básico tener siempre a mano.
La habitación más grande disponía de un lavabo, una nevera, sacos de dormir e
incluso un baño de pequeñas dimensiones.
Andrea ya estaba allí, recargando armas y disponiéndolas sobre una mesa. Julie se
quedó inmóvil cuando me vio llegar. Pensaba que ya habíamos superado aquella
fase. Hice un esfuerzo por sonreír.
 ¿Adaptándote?
 Andrea tiene cecina y allí hay pizza. — Su voz desfalleció. Cualquier crío se
sentiría emocionado por la pizza. Dios, las cosas no iban precisamente rodadas
entre las dos.
 Siento que estés enfadada conmigo. Te he traído un libro.
Dejé Crónica de artimañas sobre la mesa. Julie no dijo nada. Oh, a la mierda.
Me olvidé del silencio que se había instalado entre nosotras y le di un abrazo.
 Volveré pronto, ¿de acuerdo? Quédate aquí. Andrea es genial. Con ella estarás
a salvo. — Parecía estar a punto de llorar — Quién sabe, puede que vuelva con
tu madre. — Si seguía haciendo promesas como aquella, iría al infierno.
Directa, sin etapas intermedias.
 ¿De verdad?
 Eso espero — le dije — Llevo mi espada y mi cinturón. — Toqué el cinturón,
donde llevaba media docena de estuches con hierbas y agujas de plata en su
interior.
 ¡El cinturón de Batman! — dijo Julie.
 Exacto, Bárbara. Protege la cueva mientras estoy fuera.
Julie se quitó el collar que llevaba al cuello.
 Ten. No te lo regalo. Solo te lo presto un rato. Devuélvemelo, ¿de acuerdo?
 De acuerdo. — Deslicé el collar en un bolsillo del chaleco.
Intercambié un asentimiento de cabeza con Andrea y me marché.

~119~
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XIII

Avanzamos por las calles de Buckhead a buen ritmo. Pocas cosas resultan más
extrañas que un vampiro obligado a correr por el suelo. Pese a hacer mucho tiempo
que había dejado de ser bípedo, aún estaba demasiado dislocado para alcanzar una
buena velocidad a cuatro patas; trotaba a brincos, saltando y corriendo, a veces
pegándose mucho al suelo y, otras, saltando demasiado alto. Su trote era
completamente silencioso; ni un rasguño de las garras en el asfalto; ni el más mínimo
jadeo. Los vampiros eran criaturas de la noche, de la oscuridad, apartadas del
mundo, asesinos sigilosos y letales. Bajo el sol de primera hora de la tarde,
plenamente visible desde las elegantes mansiones sofocadas por la vegetación,
parecía grotesco, irreal, una pesadilla hecha realidad.
Mientras observaba al vampiro no pude evitar pensar en Julie, en su expresión de
abandono al despedirnos. No obstante, para hacer algún progreso primero debía
entender qué estaba ocurriendo, y para eso necesitaba a Saiman. Con un poco de
suerte, me ofrecería la suficiente información como para aclarar aquella enredada
confusión, y después podría regresar y comprobar cómo se encontraba Julie. Estaba
protegida por varios conjuros. En la cripta. Nada podía ir mal.
Siempre había algo que iba mal.
Pero mientras no saliera de la cripta, estaría a salvo. Nada podía obligarla a salir
de allí. A no ser que se declarara fuego. ¿Había algo inflamable allí abajo?
Me detuve. Aquel camino llevaba directo a la locura.
El vampiro cruzó la calle frente a nosotros por cuarta vez. Los caballos de la Orden
habían sido adiestrados para trabajar con todo tipo de criaturas, pero por mucho que
amaestraras a un caballo, seguía siendo un caballo. No se encontraban cómodos cerca
del vampiro. No corcoveaban, pero, al detenerse, piafaban y se removían más de la
cuenta.
 Creo que lo está haciendo a propósito — gruñó Derek en voz baja.
 Lo sé. Odia los caballos — le dije — Les tiene alergia.
El vampiro color violeta trotó por la acera derecha de la calle y, de un salto, se
aferró a un poste telefónico. El no-muerto trepó con una agilidad de lagartija hasta

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Ilona Andrews La magia quema
unos cuatro metros del suelo, se orientó y volvió a saltar al suelo como quien no
quiere la cosa para reanudar su extraño trote. En circunstancias normales, una
nevada a mediados de junio era mucho más probable que la eventualidad de que la
Nación permitiera a uno de sus chupasangres deambular a plena luz del día. Su piel
tendía a llenarse de ampollas bajo la radiación solar. A menos, por supuesto, que
estuviera embadurnado con una capa de unos cinco milímetros de protector solar
violeta. De todos modos, me pregunté qué le empujaba a correr semejante riesgo.
 Ghastek, ¿qué le ocurre al Casino durante una erupción?
Tardó unos segundos en contestar.
 Que cierra sus puertas. Se encierra a todos los vampiros en sus instalaciones.
Se avisa a todo el personal y se les pone en alerta máxima. El edificio queda
bloqueado y se restringe toda comunicación que no sea de emergencia con el
mundo exterior.
Si la erupción amplificaba el alcance de la magia, los vampiros también
experimentarían un aumento de su poder. ¿Cuántos nigromantes harían falta para
controlarlos? No estaba segura de querer saberlo. Tampoco quería estar cerca cuando
las cadenas de acero que los sujetaban empezaran a romperse.
Ghastek se colocó junto a mi yegua y esta alzó la cabeza.
 ¿Cuánto queda? — preguntó Derek.
 La paciencia es una virtud — señaló Ghastek.
 Y sermonear a un hombre lobo sobre la paciencia es poco prudente. —
Aquella era la primera vez que Derek se dignaba dirigirse a Ghastek
directamente, y la expresión de su rostro demostraba claramente que se sentía
sucio por tener que caer tan bajo.
 Si en alguna ocasión me veo en la tesitura de tener que hablar con un animal,
tendré en cuenta tu consejo.
 ¿Habéis acabado?
 Desde luego — dijo Ghastek.
 No hay nada que acabar. — Derek se encogió de hombros.
Suspiré.
 ¿Te molesta nuestra pequeña disputa? — El vampiro saltó hacia arriba el
tiempo suficiente como para mirarme directamente a los ojos.
 No. Me molesta mi destreza para acabar en situaciones como esta. Tengo un
talento especial. — Me volví hacia Derek — El experto vive en Champion
Heights. Casi hemos llegado.
 ¿El viejo Lenox Pointe?
 Sí.
 Debe de ganarse muy bien la vida — dijo Derek.
 No lo sabes bien. — Tendría que vaciar mi cuenta corriente para pagar aquella
información.

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Ilona Andrews La magia quema
A la magia no le gustaban los rascacielos. No le gustaba nada nuevo y
tecnológicamente complicado y punto, pero odiaba los edificios altos en especial.
Desde la Oscilación, los rascacielos de Atlanta se habían estremecido, desmenuzado
y desmoronado, como titanes exhaustos sobre pies de barro.
Entre aquel nuevo paisaje desolado, Champion Heights despuntaba como un
pulgar alzado. Sus diecisiete plantas se elevaban sobre Buckhead gracias al dinero de
sus propietarios y a un complicado conjuro en el que nadie había depositado muchas
esperanzas. Sin embargo, el conjuro seguía funcionando a las mil maravillas: el
rascacielos continuaba dominando un paisaje de edificios decrépitos. Estaba envuelto
por una tenue calina, pasando continuamente del edificio de ladrillo y cristal a una
alta aguja de granito a medida que la compleja red de conjuros trabajaba sin
descanso para mantener la ilusión que permitía su existencia. El coste de un
apartamento en Champion Heights alcanzaba cifras astronómicas.
La magia volvió a golpear el mundo con tal intensidad que el corazón me dio un
vuelco. Derek apretó los dientes. Su rostro se tensó, los músculos de sus antebrazos
sobresalieron y sus ojos se tiñeron de amarillo.
Se me erizó el vello de los brazos. El fuego abrasador de su mirada me dejó sin
habla, y supe que estaba a punto de transformarse.
 ¿Estás bien?
Le temblaban los labios. El fuego de sus ojos se extinguió, dejando paso al tenue
marrón habitual.
 Sí — dijo — Me ha cogido por sorpresa.
El vampiro continuó trotando, ajeno a todo.
 Ghastek, ¿estás bien?
Miró a Derek con una sonrisa.
 Mejor que nunca. Al contrario que los miembros de la Manada, la Nación no
tolera ni la más mínima pérdida de control.
Un destello dorado iluminó momentáneamente los ojos de Derek.
 Cuando pierda el control, serás el primero en enterarte.
 Una idea perturbadora.
Doblamos la esquina. Un peñasco de granito rodeado de arbustos perfectamente
cuidados nos dio la bienvenida. El peñasco, totalmente vertical, se elevaba ante
nosotros hasta rozar el cielo con su cresta erosionada por los elementos y cubierta de
restos de nieve. Una bandada de pájaros levantó el vuelo desde la parte más alta; el
sol de la tarde fulguró en sus espaldas y alas. Dieron una vuelta completa al edificio
antes de desaparecer por el horizonte.
 Guau — dijo Derek — Creía que tendría el aspecto de una roca, no que sería
una roca.

~122~
Ilona Andrews La magia quema
 Nuestro compañero peludo vuelve a olvidar que nos encontramos en el
preámbulo de una erupción — dijo Ghastek.
 Si no paráis de una vez, os enviaré de vuelta a casa.
La erupción había convertido a Champion Heights en un peñasco de granito. Y
eso que aún no había alcanzado su punto álgido. Solo estábamos presenciando el
prólogo de lo que se avecinaba.
Desmontamos, atamos los caballos a la baranda y subimos los escalones de
cemento hasta donde solía estar la entrada. Sólida roca. Ni la más mínima grieta.
La magia volvió a desvanecerse.
 Ventana — dijo Ghastek.
A unos tres pisos del suelo, un panel de cristal reflejaba los últimos rayos del sol.
El chupasangre se encogió como un gato y saltó sobre el muro, adhiriéndose al
escarpado acantilado como lo haría una mosca. Se dio la vuelta, quedó colgado boca
abajo y me ofreció una mano.
 Subiré sola, gracias.
 Perderemos mucho tiempo.
 No pasa nada.
Hacía mucho tiempo desde la última vez que había hecho escalada. Cuando
alcancé la ventana, Derek y el chupa-sangre llevaban más de un minuto
esperándome. Ghastek apartó al vampiro para hacerme sitio.
 Nos retrasas. No es eficiente.
 Ahórrate el discursito — dije, malhumorada.
Derek golpeó la ventana con los nudillos, no obtuvo respuesta, y destrozó el cristal
con el puño. El panel de la ventana estalló hacia el apartamento. Uno detrás del otro,
nos deslizamos por el hueco sin hacer comentario alguno sobre la ilegalidad del
procedimiento.
Subimos hasta el decimoquinto piso, momento que aproveché para recuperar el
aliento mientras encontraba la puerta que buscaba.
 ¿Qué tipo de persona es este experto? —preguntó Derek.
 Inteligente, metódico. Un poco lúgubre. Saiman disfruta con las
conversaciones eruditas. Es como Ghastek... — Pero más atractivo — Es como
Ghastek pero, en lugar de pilotar vampiros, le gustan los libros y los debates a
altas horas de la noche sobre las virtudes del folklore mongol.
 Maravilloso. — Derek puso los ojos en blanco.
Hice un gesto con la cabeza en dirección al vampiro.
 Seguramente os llevaréis bien.

~123~
Ilona Andrews La magia quema
La magia volvió a envolvernos. Esta vez Derek estaba preparado; su rostro no
reflejó ningún cambio. Ghastek, por otro lado, se quedó inmóvil en mitad de un salto.
Desenvainé a Asesina. Derek retrocedió, haciéndose sitio por si necesitaba saltar. Si
el vampiro se descontrolaba, estaríamos metidos en un buen lío.
 ¿Ghastek? — murmuré.
 Un segundo — dijo con voz apagada.
 ¿Estás perdiéndolo?
 ¿Qué?
El vampiro cayó al suelo, observándome con ojos inyectados en sangre.
 ¿Qué te ha hecho llegar a esa conclusión?
 Te has quedado inmóvil.
 Para tu información, un aprendiz acaba de traerme un café y solo me he
quemado la lengua.
Derek hizo una mueca de asco.
 ¿Entramos o no? — preguntó Ghastek.
Deslicé la hoja de Asesina por la ranura del dispositivo eléctrico que aseguraba la
puerta. Como muchas otras cosas en Champion Heights, el dispositivo funcionaba
con magia pese a que su aspecto inducía a pensar que lo hacía mediante la
tecnología.
 ¿Algo más que debamos saber? — preguntó Derek.
 No le miréis fijamente si decide hacer lo que hace. Le gusta exhibirse. — El
mero recuerdo hizo que me mareara.
 ¿Y qué hace exactamente? — preguntó Derek.
 Cambia de aspecto. Hasta donde sé, solo puede adoptar forma humana, pero
dentro de esa limitación, puede transformarse casi en cualquier cosa.
 ¿Es peligroso?
Su tono de voz tenía un tinte ligeramente desquiciado. El juramento de sangre
haciendo de las suyas de nuevo.
 Le conocí a través del Gremio, cuando era una merca. Trabajo de
guardaespaldas. Le salvé la vida y, desde entonces, me hace descuento.
Básicamente, me sigue la corriente e intenta llevarme a la cama. Es inofensivo.
Apoyé la mano en la hoja de Asesina, la alimenté con una pequeña parte de mi
poder y empujé la puerta con los dedos.
Al otro lado de la puerta se extendía el apartamento de Saiman: un telón de fondo
ultramoderno con elementos de acero y lujosos almohadones de un tono
monocromático casi estéril.
 ¿Saiman? — llamé avanzando por la alfombra blanca.

~124~
Ilona Andrews La magia quema
No hubo respuesta. Noté una ráfaga de aire helado. La enorme ventana que iba
desde el suelo hasta el techo tenía uno de sus dos paneles abiertos. Al otro lado, una
cornisa cubierta de nieve y de apenas un metro veinte de ancho giraba en torno al
edificio. Asomé la cabeza por la ventana. La cornisa subía en espiral hasta el tejado.
Un rastro de huellas en la nieve indicaba el camino.
 Parece que ha decidido dar un paseo sobre la nieve. Descalzo. — Volví a meter
la cabeza en el apartamento. — Iré primero — dijo Derek.
Antes de poder decir nada, salió a la cornisa y empezó a subir. Maldita sea. Le
seguí. Detrás de mí, el vampiro empezó a escalar el acantilado. Las cornisas y los
senderos no parecían ir con Ghastek.
El viento me golpeó con fuerza. Los pies me resbalaron y me pegué a la fachada
del edificio. Introduje la mano entre la nieve y descubrí que, bajo esta, la cornisa
estaba congelada. Lo que había imaginado.
La ciudad se extendía diminuta a los pies del edificio; desde aquella altura, casi
parecía en orden. Entre yo y aquella ciudad ordenada, una caída de vértigo. Tragué
saliva. Podía hacer muchas cosas, pero estaba bastante segura de que una de ellas no
era desplegar las alas y echar a volar. Justo después de la muerte de mi padre, Greg
me había llevado a la casa de su ex mujer en las Smoky Mountains. Era la última vez
que recordaba haber estado a tanta altura. Aquello era completamente distinto. De
hecho, comparado con gatear por una cornisa congelada de metro veinte de ancho,
estar sentada en la cima de una montaña con los pies colgando de un precipicio me
resultaba casi confortable.
Me alcanzó otra ráfaga de viento. Apreté los dientes y me separé de la pared.
Sigue adelante, gallina. Un pie después del otro. Mientras no pensara en la caída. Ni
mirara hacia abajo... Madre mía, qué altura.
El suelo me reclamaba. Casi sentía ganas de saltar. ¿Cómo demonios podía vivir la
gente en un rascacielos?
Por encima de mí se oyó la risa de una mujer, seguida por un gruñido
amenazador. Mierda, Derek. Dejé de mirar hacia abajo y empecé a subir la cornisa.
Puedo hacerlo. Solo he de seguir avanzando.
La cornisa me llevó a medio camino alrededor del edificio. Un enorme y
pintoresco iceberg me bloqueaba la vista desde aquel lado. Más risas arrastradas por
la brisa. Algo estaba ocurriendo allí arriba. ¿Qué le había pasado por la cabeza a
Saiman para salir a pasear descalzo por la nieve? ¿Y por qué había nieve en la parte
alta del edificio? Estábamos en pleno junio, por el amor de Dios.
Escalé los últimos metros que me separaban de la cumbre. Mis pies encontraron el
sólido tejado debajo de la capa de nieve. Por fin.

~125~
Ilona Andrews La magia quema
Bordeé el iceberg y vi a Derek. Estaba rígido, las manos extendidas, el labio
superior arrugado en un gruñido preventivo, haciendo un gran esfuerzo por no tocar
a una rubia que tenía las manos apoyadas en sus hombros.
La mujer estaba desnuda. Era bajita, con una melena que le llegaba hasta el culo y
unas proporciones que rozaban la obscenidad: trasero redondo, muslos apretados,
grandes pechos rematados por unos pezones rosados. Teniendo en cuenta el tamaño
de su cintura, era un milagro que no se doblara por la mitad bajo el peso de los senos.
Su piel desprendía un extraño resplandor, como si el sol la iluminara desde dentro.
Allí estaba, desnuda, impúdica, dorada. Sexo sobre la nieve. Miró a Derek con sus
enormes ojos y ronroneó.
 Juega conmigo, gatito.
Derek tenía los ojos completamente amarillos.
Más allá de él, el vampiro de Ghastek apareció por encima de la cornisa, pero no
hizo ademán alguno de intervenir.
Cogí un puñado de nieve, hice una bola y se la lancé a la rubia. Le alcancé en
plena cabeza, y la bola se desintegró.
 ¡Saiman! ¡Aléjate de él!
La rubia giró la cabeza.
 Kate...
Su cuerpo se retorció con una fluidez sobrenatural. La carne de mujer se derritió
como la cera, readaptándose para modelar un armazón musculoso. Corrió hacia mí
sobre la nieve mientras aumentaba de tamaño, retorciéndose, moldeando,
endureciéndose, demasiado rápido para seguir cada una de las fases, y entonces un
hombre me rodeó el pecho con un brazo y tiró de mí.
Era alto, perfectamente proporcionado y con los músculos de una estatua romana.
La misma radiación que había iluminado la piel de la rubia encendía su piel desde el
interior. El cabello, de un rojo intenso moteado de rubio, le caía hasta la cintura
completamente liso. Su rostro era anguloso, masculino, y su sonrisa era lo
suficientemente mordaz como para provocar una hemorragia. Se inclinó sobre mí y
le vi los ojos. Eran de color naranja. Un naranja intenso, luminoso, con vetas verde
pálido que recordaban a los cristales de hielo que se forman en las ventanas durante
una helada.
No parecían humanos.
 Kate... —repitió, acercándome más a él. Me sacaba por lo menos quince
centímetros. Los copos de nieve bailaban a nuestro alrededor. El aliento le olía
a miel — Me alegro tanto de que hayas venido. Estaba tan mortalmente
aburrido.
Era eso. La erupción le había hecho enloquecer.

~126~
Ilona Andrews La magia quema
Intenté liberarme de su brazo, pero Saiman me retuvo fácilmente. Nunca hubiera
imaginado que aquellos brazos pudieran tener semejante fuerza. Si me debatía
demasiado, Derek se pondría hecho una furia. Una mujer luchando con un hombre
desnudo que probablemente le superaba en cuarenta kilos solía despertar en los
espectadores sus instintos protectores, incluso si no estaban atados por un juramento
de sangre.
 Derek, por favor, vuelve al apartamento y espérame junto a la ventana.
Derek no movió ni un músculo.
 ¿Celoso? — se burló Saiman.
Aparté la mirada de aquellos ojos el tiempo suficiente para mirar fijamente a
Derek.
 Por favor, vete.
Lentamente, como si despertara de un sueño, Derek dio media vuelta y abandonó
el tejado.
 ¿Y el vampiro? — preguntó Saiman.
 Ignórame — dijo Ghastek — Considérame una mosca en la pared.
Capullo.
Saiman me acarició el pelo y noté cómo mi cola de caballo se deshacía sola. Un
instante después, el cabello me caía sobre el rostro.
 ¿Qué te ha pasado? — le pregunté.
Saiman sonrió abiertamente.
 La magia profunda revolotea en mis huesos. ¿No la sientes?
La sentía. No había dejado de palpitar en mi interior como un vino peleón desde el
inicio de aquella oleada mágica. El poder se retorcía y enroscaba dentro de mí,
anhelando ser liberado. Hasta el momento había logrado contenerlo, y no estaba
dispuesta a soltar ahora las riendas.
 ¿Sabes bailar? — preguntó Saiman.
 Sí.
 ¡Baila conmigo, Kate!
Y empezamos a girar y dar vueltas sobre la nieve, levantando centelleantes copos
de nieve con los pies. La nieve se negaba a posarse de nuevo, y siguió nuestros
movimientos como un liviano sudario. Fue un baile salvaje, primitivo y rápido. Lo
único que pude hacer fue seguir sus pasos.
 Necesito información — grité en un momento estratégico.
Saiman me agarró por la cintura, me levantó como si pesara menos que nada y dio
un giro completo.

~127~
Ilona Andrews La magia quema
 Pregunta.
 Un poco complicado a este ritmo.
Volvió a posarme en el suelo y me aferró en la clásica posición de baile, un brazo
alrededor de mi talle y los dedos de una mano entrelazados.
 Entonces bailaremos algo más lento. Rodéame con tus brazos.
 No creo que sea una buena idea.
Volvimos a movernos suavemente sobre la nieve.
 Me persiguen unas criaturas. — Lo que no era exactamente cierto, pero,
teniendo en cuenta las circunstancias, la brevedad era una virtud — Se hacen
llamar alguaciles. Son no-muertos. Pueden agarrarte con su cabello e
inmovilizarte como si fuera un lazo.
 No los conozco.
 Están pilotados por una criatura muy alta que lleva un hábito blanco, como un
monje. Tiene tentáculos. Su nombre es Bolgor el Pastor. Al parecer es un
fomoireo.
 Tampoco le conozco a él.
Maldita sea, Saiman.
 ¿Qué puede querer un demonio marino en nuestro mundo?
 Lo que todos queremos: vida. — Saiman acercó aún más su cara a la mía, sus
labios muy cerca de mi mejilla. Sus ojos me atraparon, y supe que si seguía
mirándolos fijamente, olvidaría el motivo que me había llevado hasta allí.
 El Pastor persigue a una niña. ¿Puedes averiguar por qué lo hace?
 Podría, pero hay demasiada magia. No puedo concentrarme. Prefiero seguir
bailando. ¡Es un momento mágico, Kate! La hora de los dioses.
Me pasó por la cabeza la idea de ofrecerle dinero. No obstante, Saiman siempre
me hacía descuento, porque le había salvado la vida y porque me encontraba
divertida. En circunstancias normales, no sentía un gran interés por el dinero, y
ahora estaba demasiado fuera de sí.
 Morrigan está involucrada de algún modo. Y también un caldero — dije.
Saiman tenía su cara peligrosamente cerca de la mía.
 Los celtas son muy dados a los calderos. El caldero del conocimiento. El
caldero del renacimiento. — Su aliento me rozó la mejilla. También tenía las
manos muy calientes, pese a que, por lógica, tendrían que haber estado
congeladas.
 ¿El caldero del renacimiento?
 Un portal al Otro Mundo.
Saiman intentó que me recostara en su brazo. Me resistí y convirtió el movimiento
en un giro.

~128~
Ilona Andrews La magia quema
 Cuéntame más cosas.
 Deberías preguntárselo a las brujas. Ellas lo saben. Pero no lo hagas ahora.
Espera a que la magia profunda disminuya.
 ¿Por qué?
 Porque si te marchas, volveré a estar aburrido.
Oh, mierda.
 Cuéntame más cosas de las brujas. ¿En qué aquelarre debería preguntar?
 En todos.
Deslizó una mano por mi hombro. Retrocedí, pero ya era demasiado tarde; me
tenía agarrada por los hombros, abrazándome con fuerza. Noté su enorme erección
en mi vientre. Genial, sencillamente genial.
 ¿Cómo quieres que pregunte en todos los aquelarres? Hay centenares solo en
esta ciudad.
 Muy sencillo. — Su aliento de miel me acarició todo el cuerpo — Pregúntale al
Oráculo de las Brujas.
 ¿Las brujas tienen un oráculo? — El baile se había convertido en un mero
deslizamiento de pies. Retrocedí lentamente, conduciéndole hasta la cornisa.
 Está en el parque Centennial — dijo en voz baja — Hay tres, y hablan en
nombre de todos los aquelarres. He oído que tienen un problema que no
pueden solucionar.
 Entonces será mejor que me vaya.
Saiman meneó la cabeza.
 Pero entonces me quedaré solo.
 He de irme.
 Nunca te quedas. — Giró la cabeza y me besó los dedos — Quédate. Nos lo
pasaremos bien.
Noté cómo el hielo crecía a nuestro alrededor. Si continuaba a aquel ritmo, en
cuestión de minutos quedaríamos atrapados en un iglú.
 ¿Por qué crece el hielo?
 Está celoso. ¡De un vampiro! —Empezó a reír, inclinando la cabeza hacia atrás,
como si fuera lo más gracioso del mundo.
Me deshice de sus manos con un golpe repentino y salté del tejado.
Aterricé en cuclillas sobre la cornisa y los pies me resbalaron. Golpeé el hielo con
la espalda y me deslicé cornisa abajo. Clavé los talones en la nieve mientras intentaba
agarrarme a la pared para detenerme, pero las manos me resbalaron en la piedra.
Continué deslizándome incapaz de frenar la caída.
Vislumbré el final de la cornisa a pocos metros delante de mí.

~129~
Ilona Andrews La magia quema
Extraje el cuchillo de su funda y lo clavé en la cornisa. El impulso hizo que me
deslizara un poco más y entonces me detuve en seco, las piernas colgando por el
precipicio. Con cuidado, doblé los brazos y trepé de vuelta a la cornisa, intentando
con todas mis fuerzas no pensar en el abismo insondable que se abría a mis pies.
Derek me agarró de un hombro, tiró de mí y me posó limpiamente sobre la
alfombra del apartamento.
 Un experto, ¿eh? —gruñó.
 Sí. Es la última vez que vengo. — Mi cerebro finalmente comprendió que no
iba a caer desde quince pisos de altura y acabar hecha papilla en la acera. Me
puse en pie con dificultad — Te debo una.
Derek se encogió de hombros.
 Lo hubieras conseguido sola. Solo te he facilitado un poco las cosas.
El vampiro se unió a nosotros junto a los caballos.
 Bailas muy bien — dijo Ghastek.
 Ni una palabra. No quiero oír ni una puñetera palabra.

~130~
Ilona Andrews La magia quema

XIV

 Entonces, ese tal Saiman, ¿se siente atraído por ti? —preguntó Derek.
 Ahora mismo, Saiman se siente atraído por cualquier cosa, incluido tú, según
me ha parecido ver. Está borracho de magia y aburrido. — Terminé de
recogerme el pelo y dirigí mi montura por la calle Marietta, en dirección al
espeso bosque en que se habían convertido las ocho hectáreas del parque
Centennial. No me apetecía seguir con aquella conversación.
La magia se desvaneció. Volvería a activarse dentro de un minuto,
aproximadamente: las oleadas habían estado fluyendo y refluyendo sin parar, cortas
e intensas.
 Me ha dado la sensación de que eras su objetivo número uno — dijo Ghastek.
Gilipollas.
 No importa quién estuviera en ese tejado. Habría cambiado de aspecto hasta
dar con la forma perfecta.
 En más de un sentido. — El vampiro volvió a cruzar por delante de los
caballos.
 Gracias por tu comentario. Aunque tampoco vi que hicieras nada para ayudar.
 Me pareció que lo tenías todo bajo control. — Ghastek puso a su vampiro al
trote por delante de nosotros. Ante cualquier enfrentamiento lo mejor es huir.
Mi estrategia favorita.
 Verás — dijo Derek — lo único que digo es que tendríamos que haber
dispuesto de toda la información relevante antes de entrar allí.
 No disponía de toda la información relevante. Si hubiera sabido que estaba en
el tejado, bailando sobre la nieve, no habría subido.
 No puedo ayudarte ni protegerte... — dijo Derek.
Me volví sobre la silla de montar.
 Derek, no te he pedido que me protejas. No te he pedido que me acompañes.
De haber sabido que te dedicarías a imitar a Curran, me lo habría pensado dos
veces antes de dejar que vinieras.
Derek guardó silencio.

~131~
Ilona Andrews La magia quema
Delante de nosotros, el vampiro giró a la izquierda por Centennial Drive.
Me había pasado de la raya. Detuve a mi caballo. Derek hizo lo mismo.
 ¿A quién quieres que imite? — preguntó en voz baja.
No tenía respuesta para aquello.
 ¿O pretendes darme un sermón para que sea yo mismo? ¿Quién quieres que
sea, Kate? ¿El hijo de un lupo y un asesino que no pudo evitar que sus
hermanas fueran violadas y que su propio padre se las comiera vivas? ¿Por
qué querría ser alguien así?
Me incliné hacia atrás sobre la silla, deseando poder exhalar todo el peso que se
había acumulado en mis hombros.
 Lo siento. No tenía ningún derecho.
Permaneció inmóvil durante casi un minuto y después asintió con la cabeza. El
vampiro se detuvo en mitad de la calle, esperándonos.
 No tendría que haberme puesto así — dijo — Es algo que me pasa de vez en
cuando.
 No pasa nada. — Arreé a mi montura. Sabía por qué le pasaba aquello. Le
había visto doblar su ropa meticulosamente. Su afeitado era rasurado, el corte
de pelo perfecto, las uñas limpias y recortadas. Hubiese apostado algo a que
en su cuarto no había nada fuera de lugar. Cuando conoces el caos de niño,
tiendes a imponer el orden sobre el mundo cuando te conviertes en un adulto.
Por desgracia, el mundo se niega a colaborar, de modo que te limitas a intentar
controlarte a ti mismo, tu hábitat y tus amigos.
 Es solo que estoy preocupada por muchas cosas — dije.
 ¿Julie? — probó.
 Sí.
Deseé poder llamar a la Orden para comprobar cómo estaban, pero no tenía la
menor idea de dónde podría encontrar una línea telefónica activa, aunque con la
preerupción mágica, lo más probable era que de todos modos el teléfono no
funcionara. Andrea me había prometido quedarse a su lado. Pese a la prohibición
que recaía sobre ella, Andrea era capaz de darle a una ardilla en el ojo desde el otro
lado de la calle.
 Para ti es muy duro, ¿verdad? — observó Derek — Confiar en otras personas,
quiero decir.
Por un momento pensé que también había desarrollado la habilidad telepática.
 ¿Por qué lo dices?
 Cuando has dicho que estabas preocupada por Julie has puesto la misma cara
que si hubieras tenido un ataque de hemorroides. O un...

~132~
Ilona Andrews La magia quema
 Derek, no puedes decirle cosas como esa a una mujer. Sigue así y seguirás solo
toda la vida.
 No cambies de tema. Andrea es genial. Y huele muy bien. Estará bien.
Aparentemente, debía olfatear a la gente para evaluar su competencia.
 ¿Cómo lo sabes?
Se encogió de hombros.
 Debes confiar en ella.
Teniendo en cuenta que los dos hombres que más había querido y admirado se
pasaron todos mis años de formación repitiéndome que solo podía depender de mí
misma, confiar en los demás era algo mucho más fácil de decir que de hacer. Estaba
preocupada por Julie y también por la madre de Julie. Desde que había conseguido el
puesto de enlace con la Orden, había hecho todo lo posible por pasar mucho tiempo
en la oficina del caballero-cuestor, ya que yo no sabía prácticamente nada de los
procedimientos de una investigación y él, ex-detective de la Oficina de Investigación
de Georgia, lo sabía prácticamente todo. Mientras estuve con él aprendí algunas
cosas de vital importancia, y ahora sabía, por ejemplo, que las primeras veinticuatro
horas de una investigación son cruciales. Cuanto más tiempo pasa, más fría se vuelve
la pista. En un caso de desaparición, las posibilidades de encontrar a la persona en
cuestión disminuían cada hora.
Las primeras veinticuatro horas ya habían pasado. Y las primeras cuarenta y ocho
me saludaban desde la ventanilla de un tren llamado «tu trabajo apesta». Ningún
procedimiento habitual podía aplicarse a aquel caso: peinar el vecindario, interrogar
a los testigos, intentar determinar quién podía beneficiarse de su desaparición. Nada
de todo aquello servía en aquel caso. Todos los testigos habían desaparecido con ella.
No tenía la menor pista de dónde podía estar la madre de Julie. Deseé que hubiera
regresado a su casa. Había dejado una nota en la mesa de la cocina donde le
explicaba que tenía a Julie, que estaba a salvo y que se pusiera en contacto con la
Orden. Mientras no apareciera, lo único que podía hacer era estirar del hilo de la
única pista que tenía, el caldero y Morrigan, y esperar que no hubiera un tigre
devorador de mujeres al otro extremo.
En Centennial Drive giramos a la derecha tras los pasos del vampiro. Un sólido
muro de vegetación se elevaba a nuestra izquierda, bloqueándonos la vista. Antes de
la Oscilación, era un parque abierto y aireado, una gran explanada fragmentada por
senderos y árboles cuidadosamente dispuestos en zonas específicas. Desde el
mirador de Belvedere se podía contemplar toda la extensión del parque, desde el
Jardín de Infancia a la Fuente de los Anillos.
Actualmente, el parque pertenecía a los aquelarres de la ciudad. Las brujas habían
plantado árboles que crecían rápidamente, y una impenetrable barrera de vegetación
ocultaba los misterios del parque a los ojos curiosos y las manos dudosas. El parque

~133~
Ilona Andrews La magia quema
también había aumentado de tamaño. Ahora era mucho más extenso al haber
engullido varias manzanas de casas anteriormente ocupadas por edificios de oficinas.
Lo único que podía ver era un muro de vegetación. Supuse que debía de haber
cuadriplicado su tamaño.
El hecho de que tantos aquelarres distintos se hubieran unido para adquirir un
parque no dejaba de sorprenderme. Si eras alguien que pilotaba vampiros,
pertenecías a la Nación, y si no lo hacías, estos rápidamente te hacían una oferta
económicamente muy persuasiva para conseguir que te unieras a ellos. Si eras un
merca, pertenecías al Gremio, ya que estos se hacían cargo del 50 por ciento de tu
dentista, del 30 por ciento de tu seguro médico y tenías acceso a la representación
legal del Gremio. Pero si eras una bruja, pertenecías a un aquelarre, los cuales solían
estar compuestos por unos trece miembros como máximo. Las brujas no tenían otra
jerarquía fuera de sus aquelarres. Siempre me había preguntado que tenían en
común los distintos aquelarres. Ahora lo sabía: el Oráculo.
Era una buena noticia que Saiman hubiese estado borracho de magia. Solo Dios
sabe cuánto me habría costado aquella información en circunstancias normales.
Aunque, evidentemente, en circunstancias normales no habría ocurrido nada de todo
aquello.
La ciudad dotaba al parque de cierta seguridad, aunque tampoco demasiada. Al
otro lado de la calle, en una zona donde se habían retirado los escombros, se
levantaba un nuevo edificio de madera que mostraba, orgulloso, un cartel de Yard
Bird. Bajo las grandes letras rojas, se anunciaba: «¡Pollo frito! ¡Alitas!». Y más abajo:
«Nada de rata».
El aire estaba impregnado del olor a pollo frito y se me hizo la boca agua. Lo
bueno del pollo es que es muy difícil de hacer pasar carne de perro por una alita.
Mmmm, pollo. Gracias al trabajo de Doolittle, aún tenía el metabolismo de un colibrí
con el mono. El aroma del pollo frito me tentaba irremediablemente. Después de ver
a las brujas. En cuanto saliéramos del parque Centennial, lloviera o nevara, me
comería unas cuantas alitas.
Los carpinteros que trabajaban en el nuevo edificio parecían haber tenido la
misma idea. Estaban sentados en el exterior, ante pequeñas mesas de madera,
devorando alitas de pollo y contemplando cómo el sol de la tarde achicharraba las
calles. Trabajadores y artesanos atravesaban el parque Centennial en ambas
direcciones, pero todos ellos lo hacían a través de los senderos pavimentados, lejos
de la vegetación. Los vendedores ambulantes gritaban a voz en cuello sus
mercancías. Un poco más adelante, en la intersección, un vendedor de fetiches bajito
y de mediana edad bailaba alrededor de su carreta, agitando coloristas cordeles y
cuerdas hechizadas.
Un letrero en la calle anunciaba que habíamos llegado al bulevar Andrew Young.
A juzgar por la ubicación del letrero, el bulevar dividía el sector sur del parque,

~134~
Ilona Andrews La magia quema
probable mente atravesando la plaza Centennial. Salvo que el bulevar brillaba por su
ausencia. La vegetación crecía salvajemente, en constante insurrección con todo lo
artificial. El sendero estaba abovedado por frondosas ramas, y los brotes alfombraban
el suelo de cemento. Los rosales se extendían en marañas tachonadas de púas,
envolviendo los mirtos y los arbustos de hoja perenne y convirtiéndolos en una masa
sólida que amenazaba con arañar la más ínfima superficie de piel sin protección.
Necesitaría una sierra eléctrica para atravesarlo. Un machete no serviría. Y, además,
tampoco tenía un machete.
Brujas: uno. Kate y compañía: cero.
 Parece ser que no podemos atravesar el bulevar — dije.
 Si te hubieras tomado la molestia de consultarlo, te lo habría dicho. — El
vampiro me dedicó una espantosa tentativa de sonrisa que hubiera hecho que
una persona normal pidiera hora al psicólogo.
Tenía razón. El Casino se levantaba sobre el solar de lo que en otro tiempo había
sido el Centro Mundial de Congresos. Si no fuera por los árboles de quince metros de
alto que bloqueaban la vista, el cielo estaría brillando con sus minaretes plateados. La
Nación y las brujas eran prácticamente vecinos. Dios, seguramente se prestaban tazas
de azúcar.
 Hay una entrada más adelante. — El vampiro se escabulló en dirección norte,
hacia la calle Baker. El sol escogió aquel preciso instante para asomar tras una
pequeña nube, bañando el mundo de una luz dorada y haciendo relucir la
arrugada piel del vampiro de violeta.
 Hay algo tan inquietante en todo esto — susurré.
Derek me contestó con un gruñido.
Avancé con dificultad a lo largo del muro de vegetación. El aire olía a flores y los
pájaros gorjeaban.
La vegetación se hizo cada vez más espesa. Un estrecho sendero que se desviaba
hacia la izquierda se abría paso por entre la maleza, como un túnel tenebroso que se
adentrara en el corazón del bosque.
Derek levantó la cabeza y olfateó el aire como acostumbran a hacer los
cambiaformas.
 Agua.
Hice un esfuerzo por recordar la disposición del parque. La calle Baker no
quedaba muy lejos de allí.
 Deben de ser los Jardines Acuáticos.
El túnel nos reclamaba como unas fauces completamente abiertas. El vampiro de
Ghastek se acercó un poco más. Derek y yo desmontamos y atamos nuestras

~135~
Ilona Andrews La magia quema
monturas a un rododendro retorcido. Eché un vistazo al interior del túnel. No hay
mejor momento que el presente.
 ¿Alguna sugerencia sobre cómo afrontar esto? — le pregunté al vampiro.
 En absoluto — dijo Ghastek.
Suspiré y me adentré en el túnel.

~136~
Ilona Andrews La magia quema

XV

Había recorrido los primeros tres metros del sendero cuando la magia golpeó,
sacudiéndome como una descarga de escopeta. El aire salió de mis pulmones con un
jadeo estremecido, el corazón se me contrajo como estrujado por un puño de acero y
me doblé sobre mí misma con los brazos alrededor del pecho. El dolor me abandonó
en una embriagadora ráfaga de poder que se extendió por mis arterias, venas, vasos
sanguíneos y capilares, hasta que todo mi cuerpo hormigueó de magia. El regocijo
me reclamó y me elevó del suelo, como si de repente me hubieran salido dos alas de
la espalda.
A mi alrededor y entre la maleza, las flores se abrieron, relucientes estrellas
blancas y púrpuras. Las ramas se agitaron, las parras se deslizaron solas. Una
amalgama de esencias saturó el aire: dulce y melosa, como la reminiscencia de una
rosa.
Derek avanzó silenciosa, sigilosamente entre la vegetación, como si sus pies fueran
de terciopelo, y me miró con ojos lobunos en un rostro humano. Contuve un
escalofrío involuntario.
El vampiro estaba acuclillado a un lado del sendero, arrimado a la vegetación. No
dejaba de temblar, con la cabeza pegada al pecho.
El chupasangre levantó la cabeza. Sus ojos ardían con un rojo intenso. Abrió la
boca pero ningún sonido salió por esta. Me mostró sus colmillos, dos agujas
amarillentas y afiladas. Le mostré mi espada. Yo solo tengo un diente, pero es mucho más
largo que el tuyo y convertirá en pus la apestosa carne de tus huesos.
 No hay necesidad de alarmarse — dijo Ghastek — Es muy dócil.
El vampiro se escabulló por el sendero, arqueó la espalda y frotó su cuerpo contra
mi pierna.
Tuve que hacer un esfuerzo inhumano para no retroceder.
 La próxima vez que hagas eso, le corto la cabeza.
 Siempre me ha fascinado tu aversión por la no-muerte. ¿Qué es lo que te
molesta tanto de ella?

~137~
Ilona Andrews La magia quema
 Un vampiro es un cadáver andante. Rezuma no-muerte y provoca arcadas
entre los vivos, no tiene mente y, abandonado a sus propios instintos,
aniquilará todo aquello que se le ponga por delante. Y entonces se devorará a
sí mismo. ¿Aún no entiendes por qué no me gustan, Ghastek?
Y, por encima de todo, Roland era el responsable de su existencia. Eran su
creación.
 Sus beneficios superan con creces sus escasas deficiencias —dijo Ghastek.
Moví mi espada.
 En ese caso, ve tú primero. Aprovechemos parte de esos beneficios.
Ghastek se puso a la cabeza y le seguimos por el sendero, en fila india; un
vampiro, un hombre conteniendo a su bestia a duras penas y yo en la retaguardia.
La vegetación era tan espesa que prácticamente tuve que avanzar de cuclillas. Me
moví con presteza, con las ramitas adhiriéndose a mi pelo, y finalmente salimos a un
claro.
Unos pinos enormes se elevaban rectos y serenos, como mástiles de un colosal
barco subterráneo. Sus ramas se enlazaban sobre nosotros, filtrando la luz,
amordazando el sol y produciendo una agradable penumbra verdosa. El suelo era
una alfombra elaboraba pacientemente tras décadas de otoños; esponjosas agujas de
pino cedían débilmente bajo mi peso. Un dulce murmullo de agua que se derramaba
sobre un salto de agua de factura humana emanaba de algún punto a mi izquierda.
El vampiro saltó sobre el pino más próximo y quedó colgado boca abajo, su
cuerpo casi perpendicular al tronco del árbol.
 A las dos en punto — susurró Derek.
Más allá de los pinos distinguí un claro bañado por el sol y dividido limpiamente
por varias hileras de hierbas. Entre nosotros y el claro había una mujer.
De constitución fuerte, sólida y gruesa, aunque ni un solo michelín. Un sencillo
vestido negro colgaba de sus hombros, el dobladillo rozando suavemente el suelo.
Sus gruesos brazos eran del mismo color que el manto de agujas de pino. Una
deteriorada máscara de hierro ocultaba sus facciones, un rostro redondo y estilizado
del que irradiaban mechones de pelo rubio como si fuese la corona solar. Aunque,
tras observarlos con detenimiento, no se parecían mucho a los rayos solares. Los
rayos solares no tenían escamas y bocas con colmillos.
Una máscara de Medusa Gorgona. Mi suposición sobre Medusas en la brecha del
Panal quedaba confirmada. Yo y mi bocaza. La próxima vez imaginaría un almacén
lleno de conejitos suaves y sedosos.
 Soy una representante de la Orden — dije — Estoy investigando la
desaparición de las Hermanas del Cuervo. Este es mi socio. — Señalé a Derek

~138~
Ilona Andrews La magia quema
con la cabeza — Y ese mí otro socio. — Hice lo propio con el vampiro —
Solicito hablar con el Oráculo.
La mujer no dijo nada. El tiempo pasó lentamente, como agujas de pino cayendo
sobre el suelo, una tras otra. En la antigua Grecia, la Medusa Gorgona podía
convertir a un hombre en piedra con una sola mirada. A mi izquierda tenía un gran
pino. Si hacía ademán de quitarse la máscara, intentaría ocultarme tras él. Perseo,
quien finalmente le cortó la cabeza a la Gorgona, tenía un espejo en forma de escudo.
Yo no tenía nada. La hoja de Asesina era opaca, de modo que de poco me serviría
para aquel trance.
La mujer dio media vuelta y se alejó bajo el sol. La seguí.
El sendero adoquinado de piedras viró a izquierda y derecha en una sutil curva. El
vestido negro de la bruja barría las piedras a su paso. La máscara continuaba por la
parte trasera de su cabeza, como un extraño casco de motociclista, de modo que lo
único que pude distinguir fue una estrecha línea de piel oscura justo sobre la nuca.
Un amplio jardín de hierbas se extendía ante nosotros a ambos lados del sendero;
las flores y plantas estaban separadas por hileras, bordeadas por un denso seto que
se levantaba a lo lejos. Albahaca, aquilea, menta, adormideras de un rojo intenso,
aciano amarillo, tréboles rizados, sombrillas blancas de la baya del saúco... Las brujas
no debían abandonar sus propiedades para ir en busca de hierbas medicinales. La
mayoría de las congregaciones utilizaban las mismas plantas en sus rituales. Muy
conveniente cuando las hierbas crecen justo al lado del lugar de reunión.
Según creía recordar, en aquel lugar tendría que haber una gran extensión de
césped, pero, aparte del huerto de hierbas, los rosales y los enormes cornejos y robles
se mezclaban con el musgo negro. Los árboles parecían demasiado viejos para haber
crecido de un modo natural. No podía precisar el motivo por el cual sabía que allí
había habido una extensión abierta, pero la recordaba. Y también las fuentes.
Innumerables chorros de agua que emergían del suelo.
Y una mujer. Una mujer muy alta que reía sin parar. Su rostro era un borrón
confuso en mi memoria. Derek arrugó la nariz. Le miré detenidamente.
 Animal — dijo — Extraño.
 ¿De qué tipo?
 No estoy seguro.
Los árboles dieron paso a una colina situada en el centro de un claro bastante
extenso. Más que una colina era un kurgan que se elevaba limpiamente por encima
de las hierbas, como el sombrero de una seta gigantesca. El kuzdu y la hierba
recubrían la colina con un manto verde, pero en la cima asomaban rocas: un suave y
pulido mármol gris oscuro, tachonado con volutas de malaquita y moteado de oro.
Si yo dispusiera de una cúpula de mármol como aquella, dudo mucho que hubiera
dejado que la maleza la invadiera de aquel modo.

~139~
Ilona Andrews La magia quema
La imitadora de la Gorgona rodeó la colina y se detuvo. Nosotros también nos
detuvimos. Ghastek envió al vampiro a la cumbre de la colina, donde se sentó sobre
el kudzu como un demonio demacrado.
Derek estornudó.
 Salud.
Volvió a estornudar, cogió la cantimplora que llevaba al cinto y se lavó los
agujeros de la nariz.
Nuestra guía esperó, y nosotros con ella. Una suave brisa agitó las ramas de los
árboles. Los pájaros iniciaron sus cantos. El sol, sorprendido por nuestra presencia,
hizo todo lo posible por abrasarnos.
El vampiro dio un salto en el aire y aterrizó tres metros detrás de nosotros. Derek
emitió un gruñido y volvió a estornudar.
Un temblor hizo sacudir el suelo. Retrocedí.
La tierra cubierta de hierba se separó en pesados bloques. La colina se sacudió y
empezó a alzarse cada vez más sobre nosotros. Una colosal cabeza marrón emergió
de entre el kudzu; la carne colgaba de ella en pliegues arrugados. Dos ojos me
miraron fijamente, negros y relucientes como dos trozos gigantes de antracita.
Una tortuga.
Hice un examen rápido: ni rastro de magia. Ni del característico olor de hierbas
quemadas asociado a las ilusiones. Aquello era una tortuga real.
La curva de la boca monumental se ensanchó. Las mandíbulas se separaron y unas
fauces negras quedaron abiertas sobre nuestras cabezas. Me preparé para una oleada
de aliento de tortuga, pero ningún olor discernible emanó de su boca. La madre de
todas las tortugas descansó el mentón sobre la hierba y permaneció en aquella
posición.
De acuerdo, ahora lo he visto todo.
Nuestra guía inclinó la cabeza y señaló la tortuga.
 ¿Ahí dentro?
La mujer asintió.
 Está viva.
Otro asentimiento.
 No. — Derek volvió a estornudar.
 Debo decir que esto es un poco irregular. — La voz de Ghastek vibraba de
emoción. Es fácil mostrarse increíblemente emocionado al investigar algo
cuando no corres el riesgo de acabar siendo engullido.
Miré al vampiro.

~140~
Ilona Andrews La magia quema
 ¿Cuánto tiempo necesitas para abrirla por la mitad si amenaza con comernos?
 El caparazón es bastante grueso. Tendríamos que salir por el cuello. Si aparta
la cabeza, tendremos que excavar a través de un montón de carne.
 En otras palabras, si nos come, estamos jodidos.
 Burdo pero acertado.
Me volví hacia nuestra guía.
 ¿Nos acompañarás?
Negó con la cabeza.
Bonito plan. Hazte con unos crédulos desconocidos, paséalos un poco y dalos de
comer a la tortuga gigante. La tortuga queda satisfecha, los desconocidos
desaparecen y todo el mundo es feliz.
 Derek, ¿hueles algo?
Dio un paso al frente, respiró hondo y se dobló sobre sí mismo con un ataque de
estornudos. Mi hombre lobo era alérgico a las tortugas. ¿Por qué yo?
 ¿Algo agrio? ¿Aliento animal?
Derek negó con la cabeza.
 Agua. Y flores.
Apunté con la espada a nuestra guía.
 Si nos come, la mato. Y después a ti.
La guía volvió a asentir. No dio ningún paso atrás ni huyó horrorizada. Tal vez no
era lo suficientemente amenazadora. Tal vez debiera procurarme unos cuernos o
unos colmillos.
 Entraré yo. Vosotros dos podéis esperarme aquí fuera. Agaché la cabeza y me
interné en la boca de la tortuga.

~141~
Ilona Andrews La magia quema

XVI

La lengua cedió ligeramente bajo mis pies. Aquello era muy parecido a caminar
sobre una esponja saturada. Delante de mí, una negrura más profunda indicaba la
abertura de la garganta. Agaché la cabeza para superar el paladar y seguí adelante.
Detrás de mí, Derek estornudó.
 ¿Al final has decidido acompañarme?
Estornudo.
 No podía perdérmelo.
La garganta descendía casi imperceptiblemente, y el suelo estaba inundado de un
líquido turbio. Del techo de la garganta-túnel colgaban unos largos filamentos con
aspecto de algas de los que chorreaba aún más líquido. Afortunadamente, no era
ácido. Su olor no era muy distinto al del agua de un estanque, con un sutil rastro a
pescado. Con el cuchillo arrojadizo en una mano, me estiré todo lo que pude e
introduje la hoja en el agua. Ni la más mínima decoloración. Toqué la hoja húmeda.
El dedo no se derritió. Perfecto.
Metí ambos pies en el agua, resbalé y caí de culo. ¿Por qué a mí?
El vampiro se escabulló por mi lado, echándome un vistazo por encima del
hombro.
 Como siempre, la imagen de la elegancia personificada.
 Cierra el pico.
Tenía las botas llenas de saliva de tortuga. El vampiro dio un paso al frente y
desapareció bajo el agua.
Me puse en pie con dificultad.
La cabeza del vampiro reapareció.
 Por aquí es un poco profundo — advirtió Ghastek.
¡Ja! Se lo tenía bien merecido.
El agua me llegaba a la altura de la cintura. Avancé por el oscuro túnel con el débil
chapoteo del vampiro como única guía. Derek dejó de estornudar.

~142~
Ilona Andrews La magia quema
El túnel se desviaba hacia un lado. Chapoteé un poco más y me detuve.
Estaba en una charca poco profunda, rodeada por un denso manto de nenúfares.
Azucenas de color crema relucían sobre la superficie del agua.
Frente a mí se levantaba una cúpula colosal. En la parte superior, el caparazón era
casi transparente, y una tenue luz se filtraba a través de él, realzando los riscos
translúcidos de su interior. Las paredes se oscurecían gradualmente: cristalinas en la
cima, verdes gracias al reflejo de las hierbas y el kudzu que encofraban el caparazón
desde el exterior y, finalmente, de un negro profundo y verde marmóreo en la parte
inferior. Las paredes estaban divididas en grandes rectángulos tallados a mano, cada
uno con su propio glifo y un nombre grabado en oro. La disposición me resultaba
profundamente familiar, pero tan inesperada que tardé unos segundos en
reconocerla.
Me encontraba en una cripta.
Un débil ruido hizo que me volviera. La charca terminaba unos cuantos metros
por delante de mí, y más allá, en la amplia extensión del interior de la tortuga, justo
donde la luz se difuminaba, distinguí una plataforma rectangular. Y sobre esta, tres
mujeres.
La mujer de la derecha podría haber representado perfectamente el papel central
en un retrato familiar de cinco generaciones: marchita, demacrada, frágil. Debía de
rondar los setenta y tantos. Su delgado cabello le envolvía la cabeza como una nube
de algodón de la mejor calidad. La seda negra de su vestido largo solo servía para
acentuar su edad avanzada. No obstante, sus ojos se clavaron en mí con una
inteligencia afilada y depredadora. Estaba completamente erecta, aposentada en una
pesada silla que más parecía un trono que un mueble ordinario. Como un
velocirráptor adulto, viejo pero preparado para atacar ante el primer rastro de
sangre.
La mujer junto a ella era poco mayor que Julie. Estaba reclinada en un pequeño
sofá de estilo romano. La seda negra fluía a su alrededor en pliegues y curvas; de
hecho, daba la sensación de haber tal cantidad de seda que la tela parecía amenazar
con engullirla. Cetrina, casi translúcida en contraste con la negrura del vestido, tenía
la cabeza apoyada en un brazo. Unos pómulos prominentes. Un cuello apenas más
grueso que mi brazo. Sin embargo, su rubio cabello resbalaba de su cabeza en dos
trenzas idénticas, gruesas y aparatosas.
La tercera mujer estaba sentada en una mecedora, tejiendo una prenda que no
supe identificar con un hilo color chocolate. Por su constitución, parecía haber
engullido toda la carne de la que carecían las otras dos mujeres. Gorda, saludable,
con el pelo moreno recogido en una trenza, observaba la prenda con una media
sonrisa condescendiente.

~143~
Ilona Andrews La magia quema
Doncella, madre y bruja. Un clásico. ¿Doble, doble labor y problemas 1?
Levanté la vista hasta un enorme fresco que cubría media pared. Una mujer alta
descollaba sobre la plataforma, representada con sencillez pero con un estilo preciso,
del tipo que emplearía un joven artista aventajado. De su cuerpo brotaban tres
brazos: uno sostenía un cuchillo, otro una antorcha y el tercero un cáliz con una
serpiente enroscada en él. A su izquierda había un gato negro y un sapo. A la
derecha, una llave y una escoba.
Delante de la mujer descansaba un caldero de grandes dimensiones, situado en la
intersección de tres caminos. En las paredes, perros negros corrían en ambas
direcciones, todos ellos encarados hacia el caldero.
El Oráculo veneraba a Hécate, la Reina de la Noche, la Madre de todas las Brujas.
Aunque conocida por su nombre griego, la diosa era mucho más antigua. Su
devoción se remontaba a más de dos milenios atrás, y hundía sus raíces en las tierras
folklóricamente fértiles de Asia y Turquía. Los griegos sentían por ella un respeto
demasiado reverencial como para ignorar su antiguo linaje y su poder de seducción.
La convirtieron en el único Titán al que Zeus permitió entrar en su panteón, en parte
porque se enamoró de ella. Era la diosa de la elección, de la victoria y la derrota, del
conocimiento mágico y medicinal, la guardiana de la frontera entre lo espiritual y lo
mundano, y la intercesora de todos los crímenes cometidos contra las mujeres y los
niños.
Subestimar su Oráculo hubiese sido un acto extremadamente imprudente.
Noté la presencia de Derek a mi espalda, alerta. El vampiro había salido del agua
y se encontraba acurrucado en la orilla. Hice una reverencia.
La bruja se dirigió a mí:
 Acércate.
Crucé el agua lentamente. Mis pies encontraron unos escalones de piedra y avancé
por tierra firme.
 Más cerca — dijo la bruja.
Di un paso más y percibí el borde de un hechizo esperando a ser activado. Me
detuve. Derek hizo lo mismo, pero el vampiro continuó avanzando, ajeno al peligro.
La bruja nos señaló con una mano, los dedos rígidos como garras. Unas líneas de
tiza se deslizaron desde debajo de las piedras como arrastradas por un viento
errante, y me encontré encerrada en un círculo de glifos. Más allá, el vampiro había
caído en la misma trampa. Derek gruñó; no me hizo falta mirar para saber que
también había sido capturado.
La bruja sonrió con satisfacción.

1
Referencia a Macbeth, de Shakespeare. (N. del T.)

~144~
Ilona Andrews La magia quema
Tanteé el hechizo. Potente pero frágil. ¿Debía permanecer en el interior del círculo
en una muestra de respeto o debía liberarme? Quedarme dentro sería mucho más
educado. Liberarme sería interpretado como una provocación, pero ¿accederían a
llegar a un acuerdo conmigo si podían inmovilizarme de aquel modo?
 Soltadme. — La voz de Ghastek rebotó por toda la cúpula — He venido aquí
con buena voluntad.
La bruja movió la mano a la derecha. El círculo se deslizó, arrastrando con él al
vampiro atrapado en su interior y estampándolo contra la pared con un ruido sordo.
Los ojos de la bruja brillaron con una luz vanidosa. Bueno, asunto zanjado.
 Esto es un ultraje. — El vampiro se puso en pie de un salto.
 Silencio, abominación.
El círculo se deslizó hacia la izquierda. Ghastek intentó correr anticipando la
dirección, pero la tiza le puso una zancadilla y le arrastró sobre las piedras. La bruja
se lo estaba pasando en grande. No estaba recitando, de modo que tenía que ser un
hechizo preexistente. Si al menos hubiese podido rastrear el tipo de magia que estaba
empleando, podría haber descubierto hacia dónde debía mirar en busca del hechizo,
pero atrapada entre glifos, no podía captar nada más allá del círculo.
Derek decidió sentarse con las piernas cruzadas y esperar el desenlace.
Deslicé una mano bajo el cinturón, extraje el corcho de un tubo de plástico y lancé
una pizca de polvo sobre el hechizo. El ajenjo, el aliso y el serbal, molidos hasta
obtener un polvo fino, y las virutas metálicas revolotearon hasta el suelo formando
una fina nube, las diminutas partículas de hierro brillando al entrar en contacto con
la luz. Las líneas de tiza se desdibujaron. Salí del círculo e hice una reverencia.
La bruja me mostró los dientes y extendió ambas manos hacia mí, estrujando el
aire entre sus puños nudosos.
Una ola de tiza apareció de debajo de las piedras y se ciñó a mi alrededor. Un
triple anillo. También de tierra. Ni el hierro ni la madera funcionarían. Se
desvanecerían.
 ¡Adelante, rómpelo! ¡Atrévete! — La bruja se inclinó hacia delante con
expresión triunfante.
Levanté mi espada y arremetí contra el anillo, acumulando toda la magia a mi
alcance y alimentando a Asesina con ella. La espada hechizada empezó a transpirar y
un humo en forma de telaraña se deslizó por el metal. La magia oprimió la hoja.
La primera hilera de glifos se desplomó.
Unas gruesas gotas de sudor me resbalaron por la frente.
La segunda hilera de glifos se tambaleó. Las manos me temblaban por la presión.
Me incliné hacia delante, canalizando más poder a través de la hoja.
El segundo círculo se partió y estuve a punto de caer de bruces al suelo.

~145~
Ilona Andrews La magia quema
La bruja se puso en pie como un resorte, agitando las manos en el aire. La tiza
volvió a acumularse a mis pies. Tres nuevos anillos. Mierda.
Podía usar una palabra de poder para liberarme, pero aquello significaría anunciar
a Ghastek que disponía de una. El círculo no afectaba a su oído, solo a sus sentidos
mágicos.
Bajé la espada y, colocándome de espaldas al vampiro, me hice un corte en el dedo
índice, del que manó una diminuta gota de sangre. Me agaché y tracé una línea que
atravesaba los cuatro anillos. El hechizo se hizo añicos como si estuviera hecho de
cristal.
La bruja retrocedió.
Di un paso al frente, hice otra reverencia y me quedé inclinada. Por el rabillo del
ojo, vi cómo la bruja levantaba una mano tras un instante de duda. Percibí renuencia
en sus ojos. No estaba segura de poder contenerme.
Me había encerrado tres veces, y las tres había logrado liberarme. El tres era un
número sagrado para las brujas. No deseaba mostrarle a Ghastek más aspectos de mi
poder.
Los dedos de la bruja se encresparon.
 María, por favor... — habló la doncella. Aunque su voz era débil e insegura,
resonó por toda la cúpula.
La bruja bajó la mano con una mueca de desprecio.
 Te perdono porque ella me lo pide. Por ahora.
Me enderecé y guardé a Asesina en su vaina.
 Te conozco. — La madre me miró detenidamente mientras sus manos seguían
moviendo las agujas con un débil chasquido — La hija de Voron. ¿Po russki to
gorovish?
Pasé al ruso.
 Sí, sé hablar ruso.
La bruja chasqueó la lengua.
 Tienes acento. No lo hablas muy a menudo, ¿verdad?
 No tengo a nadie con quien practicar.
 ¿Y de quién es la culpa?
No había ninguna buena respuesta para aquello, de modo que retomé el inglés.
 Estoy aquí para recabar cierta información.
 Pregunta — dijo la doncella.
Solo tenía una oportunidad.

~146~
Ilona Andrews La magia quema
 Hace dos días desapareció un aquelarre de brujas aficionadas conocido por el
nombre de las Hermanas del Cuervo. Una de las brujas, Jessica Olsen, tiene
una hija, Julie. Julie solo tiene trece años. No tiene a nadie más. Su madre es
todo su mundo.
No dijeron nada. Continué:
 Sé que Morrigan está implicada. Sé que hay un hoyo sin fondo en el lugar de
reunión de las Hermanas y uno más pequeño en la caravana de la bruja
Esmeralda. Sé que Esmeralda tenía unas ansias de poder incontrolables y que
llevaba a cabo antiguos rituales druídicos, aunque desconozco el motivo.
Ahora los fomoireos deambulan a sus anchas por la ciudad, dirigidos por
Bolgor el Pastor. Quieren a Julie. Es solo una niña y, aunque su madre
pertenecía al aquelarre, sigue siendo una bruja, como vosotras. Por favor,
ayudadme a entender qué está ocurriendo. Ayudadme a atar los cabos sueltos.
Contuve el aliento. O bien accedían a tratar conmigo o me enviaban por donde
había venido. Cuando los aquelarres decían que no, era definitivo.
La madre-bruja frunció los labios.
 Morrigan — dijo con cierta repugnancia, como si se refiriera a un vecino que
no limpia sus ventanas — Siempre lleva un sabueso con ella.
 ¿Un perro?
 No. Un hombre. Un canalla. Un ladrón y un bellaco. Chasqueé los dedos.
 ¿Alto, moreno, armado con una ballesta, que desaparece entre la niebla y no
puede mantener las manos quietas?
La madre asintió con una sonrisa en los labios.
 Sí.
 Le he visto.
Su sonrisa se hizo más amplia.
 Lo imaginaba.
Cuando desees impresionar a alguien con tu intelecto, limítate a lo obvio.
Brillante. Sencillamente brillante.
La voz de la doncella me susurró íntimamente, como si me hablara al oído en
lugar de estar reclinada en su sofá a más de cuatro metros de distancia:
 A cambio de la información, exigimos una recompensa...
La bruja echó el cuerpo hacia atrás y extendió completamente los brazos. La magia
llameó a su alrededor como si hubiese desplegado unas enormes alas negras.
El suelo se sacudió. Un largo surco agrietó las baldosas entre mi posición y la de
Derek, y el aire se colmó de un olor almizcleño. Un brillante líquido rosa se extendió
por el suelo, alejándose de mí en dirección a Derek y al vampiro.

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Ilona Andrews La magia quema
Derek se arrancó la ropa. Su espalda se arqueó y la piel de su pecho se desgarró.
Durante una décima de segundo, distinguí huesos desplazándose y moldeándose
como si estuviesen hechos de cera derretida, para quedar rápidamente cubiertos por
músculos y un pelaje que brotó en espesos manojos. Un hombre lobo apareció en el
interior del círculo de poder. Dos metros de altura, garras lo suficientemente grandes
como para rodear con ellas mi cabeza y colmillos que podrían partirme el cráneo
como si fuese un huevo. Medio hombre, medio bestia, una pesadilla perfecta. Un
cambiaformas en su forma de guerrero.
No recordaba haber desenvainado a Asesina, pero la tenía en la mano.
 No sufrirán ningún daño — aseguró la mustia voz de la doncella.
La oleada roja rozó el conjuro de Derek. Este levantó sus mandíbulas deformes y
sus colmillos mordieron el aire. Un aullido espeluznante y prolongado surgió de sus
labios, un lamento desesperado, el canto de la caza y la persecución, la lengua
empapada de sangre caliente. El corazón me dio un vuelco. Apreté la empuñadura
de Asesina con fuerza.
 Si le haces daño, te mato. — Aquella maldita bruja no podría detenerme.
 Ningún daño — prometió la doncella.
El fluido rojo rodeó el conjuro y salió despedido hacia el techo, confinando al
hechizo y a Derek en una columna de líquido sinuoso. Maldita sea.
En cuestión de segundos, otra columna confinó también al vampiro.
 Ahora no pueden vernos ni oírnos — dijo la doncella.
 ¿Qué recompensa?
 El sabueso... — La doncella se removió ligeramente entre las capas de ropa.
 Tráenos su sangre — dijo la bruja.
 ...y todas tus preguntas... — añadió la madre.
 ... serán contestadas. — La doncella asintió.
Un coro de brujas. Adorable.
 ¿Por qué necesitáis su sangre?
La bruja hizo un gesto de desprecio.
 No importa.
 Me importa a mí.
 ¡Entonces no tendrás nada!
Mierda. Hice otra reverencia.
 Gracias por recibirme. Soltad a mis socios y nos marcharemos.
 ¿Por qué te interesa? — preguntó la madre.
 Porque no pienso entregar la sangre de alguien con un poder como el suyo sin
saber para qué se utilizará. — Hasta donde sabía, podían usarla para

~148~
Ilona Andrews La magia quema
embrujarle o para extender una plaga por toda la ciudad. Sabía que no me
mentirían. En aquel nuevo mundo de magia y tec, la reputación lo era todo.
 ¿Es tu última palabra? — preguntó la madre.
Aquello estaba mal. Ni siquiera por Julie y su madre. Había cosas que no podían
hacerse por mucho que desearas algo a cambio.
 Sí.
 ¡Entonces, márchate! — bramó la bruja. Me di la vuelta.
 Espera. — La voz de la doncella tiró de mí con su magia. Me volví.
La arpía la miró fijamente.
 ¡No!
 Sí — susurró la doncella — No hay otro modo.
Se levantó del sofá y se quitó el cabello. Estaba completamente calva. Las capas de
tela se deslizaron por su cuerpo hasta quedar desnuda, salvo por la ropa interior.
Se tambaleó por el esfuerzo y, por un segundo, creí que se desplomaría.
Podría haberse tocado el xilofón en sus costillas. No tenía pechos. Las rodillas
descollaban sin proporción alguna, demasiado grandes comparadas con sus piernas
de palillo. Una conglomeración de asquerosos bultos deformes sobresalía de su
cadera izquierda, creando una grotesca y hueca bolsa de carne.
Levantó el mentón y la magia fluyó a través de ella. Su voz saturó la cúpula,
invadió mis oídos y penetró en mi mente.
 Somos el Oráculo. Servimos a los aquelarres. Recurren a nosotras en busca de
poder, sabiduría y profecías. Mantenemos la paz. Los mantenemos a salvo.
Observa las paredes y verás nuestros cuerpos en ellas, enterrados, seguros en
el útero de la tortuga. Del mismo modo en que nos convertimos en polvo,
renacemos en carne, puesto que cuando una de nosotras Tres muere, una niña
nace para ocupar su lugar.
Sus ojos llameantes me atravesaron. Por encima de ella, se erigían las tres Hécates,
negras sobre el muro gris.
 Somos el cuchillo, la destreza y la antorcha que destierra la oscuridad.
La bruja era el cuchillo, el conocimiento tenía que ser la madre y la antorcha estaba
de pie frente a mí. La antorcha que destierra la oscuridad... Ella era quien poseía el
don profetice
 Predije que vendría alguien. No sabía quién era, pero predije su llegada.
La doncella respiró hondo.
 Me estoy muriendo. Mi cuerpo está lleno de tumores, y ni la magia ni la
medicina pueden ya hacer nada. No tengo miedo a morir. Cuando me llegue
el momento, en el lapso de tres años otra bruja oracular nacerá para ocupar mi

~149~
Ilona Andrews La magia quema
lugar. Sin embargo, necesitará varios años para madurar su poder. Yo estoy
muy enferma y María es demasiado vieja.
Durante varios años el Oráculo podría quedar reducido a un solo miembro. Y
podía permanecer de ese modo durante una década, hasta que las siguientes brujas
se revelaran. Miré a la madre en busca de confirmación. Se había llevado una mano a
los labios mientras observaba a la doncella. Tenía el rostro contraído por la aflicción.
 No pretendemos someter a la naturaleza. No podemos revertir la edad de
María. Pero existe una cura para mi dolencia. — La doncella se balanceó —
Una poción. Mi última oportunidad. La sangre del sabueso de Morrigan lo
cura todo. ¿Quieres salvar a una niña? Esta es tu oportunidad de hacerlo.
Sálvame a mí. Tráeme la sangre y te diré todo lo que quieras saber.
La doncella volvió a desplomarse en su sofá. La madre se puso de pie y cubrió el
frágil cuerpo de la doncella con la toga. La seda negra, antes suntuosa, adquirió
ahora el aura tétrica de una mortaja.
 ¿Cuánta sangre? — pregunté.
La madre se enderezó, introdujo una mano bajo la manga de su vestido y extrajo
un tubo de plástico.
 Con esto será suficiente. Presiona aquí y tira hacia arriba. La aguja saldrá sola.
En cuanto derrames sangre, la aguja se replegará. Vuelve a taparlo y tráenos el
tubo de vuelta. — Suspiró — Deberás hacerlo en la niebla. En el refugio de
Morrigan. Allí la sangre es mucho más potente.
Y otra cosa: la sangre no puede conseguirse a cambio de dinero ni de favores.
Debe entregarse libremente o perderá su magia.
En el nombre de todo lo sagrado, ¿cómo iba a conseguir hacer algo así?
Me acerqué a la plataforma y cogí el tubo de sus manos.
 ¿Cómo puedo entrar en la niebla?
La madre extendió un brazo para coger la prenda a medio tejer.
 Ortiga y pelo de Sabueso, entretejidos. Sabes cómo hacer una invocación,
¿verdad?
 Sí. — ¿De dónde sacaría el pelo?
 Mejor para ti — dijo — Ahora vete. Sienna necesita descansar.
Me di la vuelta y vi cómo se vaciaban las columnas color carmesí, revelando tras
ellas al vampiro y al monstruo que era mi compañero de fatigas. Los círculos del
hechizo trepidaron y se desvanecieron, y Derek avanzó hacia mí sobre sus cuatro
patas, los ojos llameando con un fuego amarillo.

~150~
Ilona Andrews La magia quema

XVII

 Vergonzoso —siseó el vampiro.


 ¿Qué querías que hiciera? — Volví a Centennial Drive, me deshice de las
ramitas que habían quedado pegadas a mi pelo y crucé la calle en dirección al
establecimiento de pollo frito. Normalmente, me mantengo alejada del pollo
frito, pero aquel no era un día normal. Había bailado sobre la nieve, me habría
arrastrado por el interior de una tortuga, me habían contenido en un círculo
de glifos. Hoy me merecía unas alitas de pollo, maldita sea.
El vampiro me siguió. Los clientes del establecimiento le miraron con recelo pero
no se movieron. Habitantes de la Atlántida tenían un pase, pero un no-muerto que
caminara, eso ya era otro cantar.
Y entonces vieron a Derek. Varias sillas arañaron el suelo cuando algunos clientes
le dejaron paso.
 Derek, ¿quieres pollo?
El cruce entre el hombre-perro del Dr. Moreau y el perro de los Baskerville asintió.
 ¡Oye! — Un fornido obrero me señaló con un muslo de pollo desde una mesa
cercana — Oye, ¿qué coño pasa? ¡No puedo comer con esos dos aquí!
Le regalé mi mirada asesina.
 Entonces, supongo que ya no necesitarás la comida. El hombre enmudeció.
Deslicé un billete de veinte dólares por el mostrador y recogí el cambio y una cesta
de alitas de pollo. Estaba cansada de sentirme agotada y hambrienta. Al menos por el
momento podía sentirme feliz y saciada de pollo. Me encaminé hacia los caballos,
atados junto al túnel. Comeríamos durante el camino de regreso.
Dejé caer unas cuantas alitas en la garra de Derek. Se introdujo una en la boca y
escupió los huesos limpios.
El vampiro me miró con el ceño fruncido.
 ¡Ni una sola protesta, Kate! Ni una. Te has limitado a quedarte allí plantada.
Tenía la esperanza de conseguir algún tipo de cooperación.

~151~
Ilona Andrews La magia quema
Sentí un impulso casi irrefrenable de contestarle de mala gana. Lo reprimí.
Aquello era un desacuerdo estrictamente profesional.
 Ghastek, corrígeme si me equivoco, pero el contrato que firmamos
especificaba que debía revelarte toda la información relativa a los alguaciles,
cosa que he hecho.
 Kate...
 ¿Puedo acabar, por favor?
El rostro del vampiro se estiró a causa de la confusión. Vaya, tendría que ser
amable con él más a menudo.
 Sí.
La magia desapareció tan repentinamente que el corazón me dio un vuelco.
Recuperé el aliento y continué.
 Llegaste a la conclusión de que la información no era suficientemente
relevante y me pediste permiso para acompañarme con el único objetivo de
descubrir más cosas sobre los alguaciles. Decidiste interpretar el contrato de
ese modo, pero no es eso lo que pone en él. Ambos sabemos que,
técnicamente, no tienes donde agarrarte.
 Siento diferir...
 Acepté tu presencia porque creí que era una petición justa, no porque
estuviera obligada por el acuerdo. Nada me obliga a ayudarte. Además,
recuerda que el acuerdo no especifica en ningún momento que tú o cualquier
otro representante de la Nación pueda formar parte de la investigación de la
Orden sobre la desaparición de Jessica Olsen. Hasta el momento, has hecho
todo lo que estaba en tu mano para dificultar la investigación al intentar
sabotear mi reunión con las brujas. En tanto representante de la Orden, es mi
deber advertirte que no serán tolerados futuros intentos de entorpecer las
actividades de la Orden. Dicho esto, dado que también soy una representante
del Gremio de Mercenarios, si requieres la protección de las brujas, estoy
segura de que podemos llegar a un acuerdo razonable con un anticipo sobre
mis honorarios. Aunque me desagrada el trabajo de guardaespaldas, dado que
eres un viejo conocido, haré una excepción.
El vampiro me miró con una expresión de absoluta confusión.
 ¿Quién eres? —dijo finalmente Ghastek— ¿Y qué has hecho con Kate?
 Soy la persona cuyo trabajo es resolver disputas entre la Orden y el Gremio.
Dispongo de mucho tiempo libre, tiempo que dedico a leer el Reglamento de
la Orden y el Manual del Gremio. ¿Preferirías que volviera a mi modo normal
de conversación?
 Creo que sí.
 Has subestimado a las brujas, has hablado más de la cuenta y has recibido un
cachete. No me vengas ahora llorando.

~152~
Ilona Andrews La magia quema
Cogí una alita de pollo. Comida. Por fin. Derek emitió un gruñido. Un aviso grave,
profundo, amenazador, de una violencia apenas contenida.
Me di la vuelta. Derek estaba tenso, la amplia espalda encorvada, toda su atención
fija en el muro de vegetación que rodeaba el parque Centennial. Se le erizó el pelo del
lomo, sus labios negros se replegaron y entre ellos aparecieron unos enormes
colmillos blancos. Volvió a gruñir. Se me erizó el vello de la nuca.
Dejé la cesta de alitas en el bordillo de la acera y me llevé una mano por encima
del hombro en busca de Asesina. Mis dedos rozaron la piel de la empuñadura. Como
encajarle la mano a un viejo amigo.
El vampiro se pegó cuanto pudo al suelo.
Examiné los árboles. De las enormes raíces a las copas, grabada contra el naranja
chillón y el dorado de la puesta de sol, la densa masa arbórea parecía impenetrable.
El primer alguacil apareció por encima de las copas de los árboles, su piel
translúcida bañada de rojo, su cabello llameando como dos enormes alas negras, listo
para estrangular.
Hoy no habría ningún estrangulamiento. La tec estaba activa.
Su gemelo le siguió de cerca. Y otro, y otro más. Cinco. Seis, más... ¿Cuántos
podría pilotar a la vez el Pastor?
Cuando ataqué, aún estaban en el aire. El primer alguacil arremetió contra mí
agitando las piernas, los brazos completamente extendidos, planeando como si no
necesitara apoyar los pies en el suelo.
 ¡Mío!
El vampiro le hizo un placaje, se lo llevó por delante y saltó sobre su espalda. Las
garras con forma de hoz se clavaron en el cuello pálido del alguacil. El vampiro le
arrancó la cabeza con un solo movimiento brusco y violento.
 ¡Son venenosos! — le grité a Derek antes de abalanzarme sobre el segundo
alguacil. Intentó alcanzarme con su pelo, pero disponía de espacio para
maniobrar. Eludí la masa negra y lancé un tajo hacia abajo y en diagonal,
donde supuse que encontraría piel bajo el pelo. Asesina se detuvo y seccionó
carne. Fue un tajo perfecto; toda la extensión de la hoja asomó por el otro lado.
La cabeza del alguacil cayó hacia a un lado, solo sujeta al muñón del cuello
por una delgada tira de piel y carne. La criatura se desplomó.
A mi izquierda, Derek penetró en la espalda del tercer alguacil con su garra
colosal y le arrancó de cuajo la columna vertebral con un solo tirón brutal.
El vampiro cruzó el descampado a la carrera y decapitó a otro alguacil.
Continué corriendo. El siguiente alguacil me atacó de frente. Volví a embestir con
mi espada, un movimiento en diagonal similar al anterior, pero en esta ocasión desde
la izquierda. El alguacil eludió la cuchillada, pero giré sobre mí misma y arremetí

~153~
Ilona Andrews La magia quema
contra él por el costado. Asesina hendió la carne. Una sangre grisácea salió
pulverizada en una fina neblina. El demonio tropezó y cayó al suelo antes de que
otro alguacil se abalanzara sobre mí. Sus garras arañaron el resistente chaleco de piel
que me protegía el pecho, atravesándolo. Un muro de pelo me bloqueó la vista. Me
acerqué más a ella, justo a la altura de sus dientes. El hedor a tripas de pescado me
revolvió el estómago.
La criatura había esperado que me apartara de ella, de modo que la sorpresa la
pilló desprevenida. Protegida por su pelo, la envolví entre mis brazos como una
amante y le clavé la espada en la tierna carne bajo el mentón. Cayó hacia atrás. A mi
izquierda, Derek levantó su ensangrentado hocico de la espalda destrozada del
quinto alguacil.
 ¡No lo muerdas! — Capullo. El lobo perfecto: no es feliz hasta que no se
mancha los dientes con sangre envenenada.
El vampiro tenía acorralado contra los árboles al último alguacil.
 No sé si te has dado cuenta, pero no se licúan.
El alguacil soltó un bufido. Unas uñas afiladas aparecieron de entre sus nudillos.
 Cuando la magia está activa, se derriten como la malvada bruja del oeste.
El vampiro se aproximó al alguacil con un movimiento fluido.
 Tendré que creerte.
¿Por qué no lo mataba?
Un temblor recorrió el costado del chupasangre y se quedó pegado al suelo. El
alguacil, petrificado, volvió a soltar un bufido. Sus largas piernas se convulsionaron.
No. No era posible...
 Has perdido la cabeza.
 Solo estamos a un kilómetro del Casino. Dentro de mis límites. — La voz de
Ghastek sonaba distante, como si hablara desde el interior de un barril. El
alguacil y el vampiro temblaron al unísono.
 ¡No puedes pilotarlos a ambos!
 Vamos a comprobarlo.
No, no comprobaremos nada. Me acerqué al alguacil con la espada preparada.
La criatura se balanceó sobre sus pies y le soltó un zarpazo al vampiro. Líneas
escarlata crecieron en el pecho del vampiro y se sellaron rápidamente.
 Me alegro tanto de que hayas decidido participar — dijo la voz de Ghastek
desde la garganta del vampiro.
 Oye, ¿podrías vigilar a esas cosas?
Me volví. Los clientes, tras huir a las primeras de cambio, habían regresado para
disfrutar del espectáculo.

~154~
Ilona Andrews La magia quema
 ¡Lárguense! — bramé.
No me hicieron caso. Capullos inocentes.
La boca del alguacil se abrió de par en par y la voz del Pastor brotó de sus
profundidades, seca y sibilante, llena de ecos de hojas muertas aplastadas bajo unas
botas.
 Ríndete, humano.
 Bolgor el Pastor, ¿supongo? — El vampiro se enderezó.
El alguacil se sacudió con un espasmo. Cayó de rodillas, los hombros agitándose.
El Pastor dijo con voz áspera:
—No puedes detenernos. La puerta del Otro Mundo está abierta. El Gran Cuervo
lidera las huestes. ¡Mira en la oscuridad, humana, y verás la muerte cabalgando hacia
ti!
 Bonito discurso. Casi shakesperiano. — El vampiro de Ghastek se proyectó
hacia delante y el alguacil reprodujo su movimiento.
La magia nos envolvió, convirtiendo de inmediato los cuerpos desparramados por
el suelo en papilla.
La masa negra de pelo del alguacil chasqueó en el aire como un látigo. Unas
gruesas cuerdas envolvieron al vampiro, estrujándole el cuello. El chupasangre no
hizo ademán alguno por resistirse. Estaba casi encima de ellos.
El charco a mi izquierda se encogió, evaporándose a una velocidad sobrenatural.
Sin embargo, antes de desaparecer completamente, vi cómo se convulsionaba y sentí
cómo el suelo temblaba bajo mis pies.
Se produjo un ruido sordo a mi derecha. Una vieja carreta de madera se tambaleó
en la intersección norte y volcó con estrépito sobre uno de sus costados, provocando
una nube de astillas. Una corpulenta figura emergió de entre los restos del cacharro:
dos metros y medio de alto, verde, avanzando pesadamente sobre unas piernas
colosales, su cabeza rematada por un casco con cuernos. Su torso estaba ceñido por
una cota de mallas que debía de pesar al menos unos cincuenta kilos. Sus hombros
hubieran hecho llorar al mismísimo André el Gigante. Una larga cola carnosa le
colgaba por debajo de la cota de mallas, agitándose mientras corría.
 ¡Arrodíllate ante a Ugad, el Martillo del Gran Cuervo! —siseó triunfante el
Pastor.
Conque Ugad el Martillo, ¿eh?
 Tienes aires de grandeza. Creo que con Bubba hubiera bastado.
El juggernaut avanzó hacia nosotros. Los espectadores se dispersaron como
ratones asustados. Sorprendido por el repentino silencio, el vendedor de fetiches
abrió la boca ante la proximidad del monstruo. Rebuscó entre sus hechizos y le lanzó
al gigante un pequeño círculo hecho de cinta. Ugad no le prestó la más mínima

~155~
Ilona Andrews La magia quema
atención. Con el muslo izquierdo se llevó por delante la carreta, la cual giró sobre sí
misma hasta detenerse junto a la acera. Resplandecientes conjuros se derramaron
sobre el asfalto en un galimatías marrón anaranjado.
El monstruo ganó velocidad. Atónita, me di cuenta de que no llevaba casco. Los
cuernos eran suyos, y brotaban de un cráneo repleto de sinuosos tatuajes.
Detrás de mí, el vampiro siseó. Me volví para echarle una ojeada. El alguacil había
retrocedido, dejando al vampiro solo, sentado sobre el asfalto. Unos ojos color rubí
me devolvieron la mirada, hambrientos, desbocados, desatados, ansiosos. Ningún
navegante pilotaba su mente.
 ¡Ghastek!
No hubo respuesta. Ghastek le había perdido.
El vampiro se acuclilló, como un resorte a punto de soltarse, y saltó sobre mí, las
garras preparadas para seccionar mi carne...
Un cuerpo greñudo chocó contra el vampiro en pleno salto. Con un gruñido,
Derek derribó al chupasangre, y este le clavó los colmillos en el hombro.
Ugad siguió avanzando amenazadoramente en mi dirección. Lo esquivé y, de una
sola tajada, le seccioné el tendón de la parte posterior de la rodilla. El tajo tendría que
haberlo derribado, pero, en lugar de eso, el coloso giró sobre sí mismo. Una cola
descomunal se deslizó peligrosa mente a ras de suelo, y la protuberancia carnosa que
la remataba silbó como un garrote cortando el aire a gran velocidad. Salté hacia un
lado y le rajé la cola. El monstruo gimió y soltó un brazo. Lo vi venir, pero atrapada
entre su cola y su mano, no tenía adonde huir.
El golpe me levantó del suelo. Volé unos cuantos metros, aterricé sobre mi
hombro, dolorosamente, y me deslicé sobre el asfalto. El impacto me dejó la espalda
entumecida.
Me puse en pie de un salto y rodé sobre mí misma justo cuando la cola pasó
silbando sobre mi cabeza. Un pie enorme buscó mi cuerpo y sacudió el asfalto donde
segundos antes había estado mi cabeza. Ugad bramó, frustrado, y las venas de su
cuello se dilataron. Tantos puntos donde poder seccionar. Solo necesitaba que fuera
un poco más bajo para poder llegar a su cuello.
Otro pisotón que eludí saltando hacia atrás.
Ugad corrió hacia mí. No me moví de donde estaba. Lo que sea necesario para
alcanzar mi objetivo. Una mano del tamaño de una pala de grúa se cerró a mi
alrededor, inmovilizándome el brazo a la espalda y levantándome del suelo, directa a
los ojos porcinos de Ugad. Los huesos me crujieron a modo de protesta.
El rostro del monstruo apareció frente a mí. Sus apagados ojos se encendieron con
un cruel regocijo bajo la maraña de tatuajes que poblaban su frente. Los tatuajes...

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Ilona Andrews La magia quema
Las líneas irregulares que recorrían su cuero cabelludo súbitamente adquirieron
sentido, fluyendo hasta componer una palabra de poder. Sentí una punzada de dolor
en la base del cráneo, y el mundo se nubló con un estallido feroz y brillante. No
podía respirar. No podía gritar. No apreciaba nada. Atrapada en un tifón de dolor,
me dejé acunar por la palabra. Tenía que hacerla mía o me freiría la mente. Tenía que
pronunciarla.
Un nudo me bloqueó la garganta. La voz se negó a obedecerme. El dolor me
recorrió en espasmos todo el cuerpo, como diminutas agujas clavándose en cada una
de mis células. El dolor aumentó y grité la palabra para escapar de él.
 ¡Osanda!
Fue muy doloroso.
Me estoy muriendo.
La realidad me golpeó con una claridad cristalina. Las rodillas del monstruo
golpearon el asfalto. Fragmentos blancos de huesos rotos atravesaron los músculos
seccionados. Ugad gimió, un grito saturado de desconcierto y dolor.
Arrodíllate. La palabra le ordenó al objetivo que se arrodillara. Había esperado
algo más parecido a «come mierda y muérete».
Ugad me estrujó, agitándome con la fuerza que aún le quedaba. Comparado con el
dolor de la palabra de poder, el torno de acero de sus dedos resultaba casi agradable.
Pese a todo, aquel no era el mejor momento para las comparaciones. Mata ahora,
compara después.
Me cambié a Asesina de mano y deslicé su hoja por el cuello de Ugad, abriéndole
una segunda boca, roja y húmeda, bajo su mentón de la que empezó a manar
rápidamente una sangre gris carmesí. Las fauces del monstruo se abrieron por última
vez y dejaron escapar un grito silencioso. Me soltó y cayó de bruces, licuándose en
cuanto su cuerpo rozó el suelo. Un fluido grasoso me empapó de pies a cabeza, y los
labios me ardieron al entrar en contacto con una magia que no me era propia.
Escupí e intenté limpiarme el rostro de aquella mugre lo suficiente como para
poder abrir los ojos; sin embargo, el líquido no dejaba de empaparme la cara. Saboreé
en mis labios la sangre activada por mi magia. Estaba sangrando por la nariz.
Mierda. Busqué desesperadamente la gasa; de no encontrarla, tendría que prender
fuego a toda la escena para ocultar mi magia. Extraje la gasa a ciegas del bolsillo y me
limpié la cara con ella. Y, por fin, pude abrir los ojos.
El chupasangre estaba desparramado en el suelo, el pecho una maraña de costillas
rotas, las suaves vísceras que habían compuesto su corazón extendidas entre él y
Derek, quien también yacía en el suelo, inmóvil.
El alguacil aterrizó sobre el cuerpo inerte de Derek. Su cabello se enrolló alrededor
de su cuello. Nos separaban al menos doce metros. No llegaría a tiempo.

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Ilona Andrews La magia quema
La voz del Pastor brotó de la boca del alguacil.
 Ríndete o morirá.
Solté la gasa y llevé una mano a la empuñadura de la daga arrojadiza que colgaba
de mi cinturón.
 ¡Morirá! — siseó el Pastor.
Lancé la daga. La hoja penetró en la cabeza del alguacil, haciéndole saltar un ojo
como si fuera una uva madura. El impacto la proyectó hacia atrás y empecé a
lanzarle los dientes de tiburón, uno detrás del otro. Las cortas puntas triangulares le
perforaron la garganta y las mejillas. Echó la cabeza hacia atrás, me miró fijamente
con la inquietante cuenca ocular vacía, y se deshizo en un charco de agua.
Corrí hacia donde estaba Derek y apoyé la cabeza en su pecho. Latidos. Fuertes,
sólidos latidos.
Tenía la cabeza completamente empapada con la sangre del vampiro. No había
forma de saber dónde estaba herido.
 ¡Derek! ¡Derek! — Dios, seas quien seas, haré cualquier cosa, pero, por favor,
no dejes que muera.
Sus párpados se agitaron. Una boca monstruosa se abrió. Se enderezó lentamente.
 ¿Dónde te duele? — A punto estuve de abofetearme a mí misma. Solo los
cambiaformas más experimentados podían hablar en la forma intermedia.
Derek no era uno de ellos.
 En todooooo. — La voz salió fragmentada pero reconocible.
 ¿En todo el cuerpo?
Derek asintió.
 ¿Estás bien?
Volvió a asentir.
Sentí unas ganas casi irrefrenables de llorar de alivio. El pecho me pesaba como si
estuviera relleno de plomo.
 Puedes hablar en forma intermedia.
 Síííí. Paacticando.
 Has estado practicando. Me alegro. — Reí un poco — Me alegro tanto.
Derek sonrió. De sus torcidos colmillos colgaba carne de vampiro mezclada con su
saliva. Estuve a punto de devolver el almuerzo.
 Vamos, chico listo, en cuanto esto se llene de miembros de la Nación, no podré
largarme nunca.

~158~
Ilona Andrews La magia quema
Encontré la gasa, recogí los caballos y nos alejamos calle abajo justo cuando el
primer rastro de magia nigromántica anunciaba la llegada de los vampiros
rastreadores.

~159~
Ilona Andrews La magia quema

XVIII

Derek se ladeaba a la izquierda y su caballo se negaba a llevarlo. No podía


culparlo. A mí tampoco me habría hecho mucha gracia llevar encima su culo
diabólico, manchado de sangre de no-muerto y que apestaba a lobo.
Tres manzanas más allá le requisé una calesa desvencijada a una anciana. Bueno,
puede que requisar sea demasiado fuerte; le mostré mi identificación y le prometí
más dinero del que tenía. Tomando en cuenta que aún llevaba la espada
desenfundada y que una gruesa capa de sangre seca me recubría el pelo y el rostro, la
mujer decidió que discutir no la beneficiaría en absoluto. De hecho, me dijo que si no
le hacía daño podía quedarme con la calesa.
Le dije que enviara la factura a la Orden, subí a Derek a la calesa, enganché los
caballos a ésta y, montada en el gran caballo picazo, puse rumbo al edificio de la
Orden.
Cinco minutos después, Derek se quedó dormido. Se le desgarró la piel, se
estremeció de pies a cabeza y en su lugar apareció un lobo gris. Mantener la forma de
bestia requería una gran concentración. Cuando un cambiaformas perdía la
consciencia, su cuerpo adoptaba rápidamente o bien la forma humana o bien la
animal. Supuse que con la erupción cada vez más próxima, la forma animal
consumiría menos energía. Y ese era precisamente el problema de los cambiaformas.
Eran psicótica, fanáticamente leales a la Manada, y necesitaban comer o dormir cada
vez que realizaban un gran esfuerzo.
Aunque si yo acabara de matar a un vampiro maduro sin control, también
necesitaría una siesta. Había matado a un vampiro. Él solo. Sin ayuda, sin magia,
solo con sus garras y una asombrosa determinación. Absolutamente increíble.
Llevaba en la calesa al próximo alfa de la Manada. Confiaba en que se acordara de mí
cuando ascendiera a las ligas mayores.
El sol se consumió en su propio resplandor. La magia volvió a golpear con fuerza.
No dejó ni rastro y, aun así, la ciudad sabía que estaba allí, agazapada en la noche
como un depredador hambriento, lista para abalanzarse sobre su presa.
Me estallaba la cabeza. Las costillas protestaban cada vez que cogía aire. Pese a
todo, no parecía tener nada roto. Di gracias al Universo por los pequeños favores.

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Ilona Andrews La magia quema
Poco a poco, mi cerebro fue reactivándose, al principio lentamente, como un
molino oxidado, y después ganando velocidad, intentando arrojar algo de luz a las
palabras del Pastor. Había dicho algo acerca del Gran Cuervo que lideraba las
huestes. Una hueste de alguaciles podía causar daños considerables. Me negué a
seguir especulando sobre las implicaciones de aquella imagen mental.
De modo que una hueste de alguaciles lideradas por el Gran Cuervo. El Gran
Cuervo podía ser Morrigan, aunque Bran había convertido a un alguacil en un
puercoespín, y Bran servía a Morrigan. Solo un hombre preocupado por ofender a su
diosa hubiera titubeado como él lo había hecho antes de jurar algo en su nombre.
Por tanto, Bran y Morrigan por un lado, y los fomoireos y el Gran Cuervo por el
otro. Hasta el momento no nos habíamos movido ni un centímetro de la mitología
celta. No recordaba a ningún otro Gran Cuervo en la mitología irlandesa aparte de
Morrigan. Esmeralda tenía todos aquellos libros en su caravana... tal vez en alguno
de ellos se mencionara al Gran Cuervo.
Solo perdería quince minutos en hacer una incursión en mi apartamento. Derek
respiraba con normalidad, no estaba sangrando y no parecía estar sufriendo. Quería
comprobar cómo estaba Julie, pero quince minutos tampoco cambiarían mucho las
cosas.
¿Por qué me habían atacado los fomoireos? Aquella era la pregunta de los sesenta
y cuatro mil dólares. Primero habían atacado a Red, o al menos eso era lo que él
afirmaba. Después habían atacado a Julie. Y ahora me atacaban a mí. ¿Por qué? ¿Qué
les había hecho arriesgarse a una confrontación directa con un vampiro y un hombre
lobo, por no hablar de alguien que ya había convertido a tres alguaciles en charcos
apestosos?¿La venganza? El Pastor no parecía encajar en el patrón del tipo impetuoso
y vengativo hasta las últimas consecuencias, sino más bien en el del enemigo con
hielo en las venas.
Repasé mentalmente la cronología de los acontecimientos para tratar de encontrar
algún tipo de conexión. En primer lugar, Red fue sorprendido por los alguaciles y
estos le dejaron unos rasguños en el cuello como recuerdo. Después, él y Julie fueron
hasta el lugar de reunión de las Hermanas en busca de la madre de esta. Desde allí,
me llevé a Julie a mi apartamento. Red nos siguió y le entregó a Julie el abalorio. Los
alguaciles atacaron a Julie. Entonces dejé a Julie en la cripta y los alguaciles me
atacaron a mí.
La última parte no tenía sentido. Podía entender el ataque a Julie y a mí en mi
apartamento. En ese caso, las posibilidades de éxito estaban de parte del Pastor.
¿Pero atacarme cuando estaba en compañía de un vampiro y un hombre lobo? ¿Y a
campo abierto? Era casi como si estuviera desesperado.
¿Y cómo me había encontrado? No habían podido seguir mi rastro. Las calles de
Atlanta están demasiado contaminadas como para dejar un buen rastro. Tampoco me

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Ilona Andrews La magia quema
habían seguido visualmente. Para ello, tendrían que haber estado muy cerca, y Derek
los habría olido.
El único modo de seguirme era mediante la magia.
Red había dicho que el pelo de los alguaciles aferraba como un lazo. El pelo solo
estaba activo durante la oleada mágica. Entonces, los alguaciles atacaron mi
apartamento, también durante una oleada mágica. Y, finalmente, me habían atrapado
justo cuando la oleada mágica se había desvanecido. Era como si existiera un rastro
mágico invisible que envolviera a Red, a Julie y después a mí, un rastro que los
alguaciles seguían como perros de presa.
Red, Julie y yo. ¿Existía un patrón? ¿Qué podía conectarnos a los tres? Tal vez Red
se había contaminado con algún tipo de extraña magia residual. Julie había estado en
contacto con Red, y yo con Julie, de modo que la contaminación podría haberse
transferido. Pero normalmente la magia residual no sobrevivía a la tecnología, y la
magia había estado oscilando alocadamente.
Tal vez me estaba equivocando de perspectiva. Puede que los alguaciles
estuvieran persiguiendo algo específico. Algo que produjera un rastro de poder
específico. Algo que solo se activara durante las oleadas mágicas, una baliza como
Chillón. Algo que hubiera pasado de Red a Julie y de Julie a mí. ¿Pero qué?
El abalorio. Red se lo dio a Julie, y Julie me lo dio a mí.
Me quité el collar y lo examiné, mirando de vez en cuando la calle por la que
avanzábamos. Un cordel sencillo hecho a partir de dos cordones de zapatos sucios.
De este colgaban al menos dos docenas de monedas. Veamos, un medio dólar de
Kennedy, un cuarto de dólar, una moneda de veinte pesos, un cuarto de Georgia,
guau, una rareza, una ficha de carrusel con un pequeño caballo grabado en ella, una
moneda china con un agujero cuadrado en el centro. ¿Cómo habría conseguido
aquella pieza? Un CD en miniatura del tamaño de un dólar con la inscripción Axe
Grinder III. ¿Un videojuego? Un disco desigual con una presilla en el centro para
pasar el cordel. Una moneda de la República de Pilipinas. ¿Filipinas? Un pequeño
amuleto triangular con una presilla en la parte superior y una inscripción jeroglífica.
Una moneda redonda demasiado gastada para determinar su origen. Un amuleto
cuadrado de bronce con una runa. Un níquel de Jefferson...
Una de aquellas piezas era especial. ¿Pero cuál? En teoría, tendría que ser una de
las más antiguas. Aunque, con mi suerte, puede que el Pastor fuera un numismático
chiflado que se muriera por conseguir un ejemplar de veinticinco centavos de
Kennedy. Tal vez pudiera tenderle una trampa con el cambio que llevaba en el
bolsillo. Aquí, Pastor, aquí, mira, tengo un dólar de Susan B. Anthony, sé que lo
quieres.
Guardé el abalorio. Podía seguir observándolo toda la noche intentado descubrir
cuál era el imán de los alguaciles o podía preguntarle a Julie, el extraordinario
escáner-m humano, cuál le resultaba extraño. Siempre y cuando no me equivocara.

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Ilona Andrews La magia quema
No detecté ningún conjuro protector en el abalorio. Tal vez Red había encontrado
algo que pertenecía al Pastor, un conjuro, una baratija mágica. Aunque lo más
probable es que lo robara y lo ocultara en el abalorio. Por desgracia, el objeto emitía
magia, de modo que su portador se convertía en un imán para los alguaciles. Si tenía
razón, Red se había dado cuenta de que le perseguían y le había dado el abalorio a
Julie sabiendo que los alguaciles irían a por ella. No se lo había dado para protegerla,
sino para desviar su atención y ofrecerles un nuevo objetivo. Pese a que solo era un
crío, demostraba tener muy mala leche.
Cuando me detuve frente al edificio donde se encontraba mi apartamento, estaba
tan cabreada que le hubiera retorcido el pescuezo de tenerlo cerca. Red era un
problema. Julie le amaba más allá de toda lógica, y él se aprovechaba de ello para
utilizarla como mejor le convenía. Até las riendas a uno de los postes instalados
precisamente para aquel propósito. Aquel chico tenía un grave problema, y yo
entendía los motivos: había crecido en la calle, solo, hambriento, intimidado,
abandonado. Sin embargo, había conocido a otros chicos de la calle como él que se
habían convertido en gente con un código moral decente. Tenía la sensación de que
el código moral de Red era más bien reducido: a Red solo le interesaba Red.
Subí corriendo los tres tramos de escaleras hasta mi apartamento y me encontré
con la sólida puerta cerrada. No tenía llaves.
Bajé corriendo hasta el primer piso, donde vivía el administrador de la finca.
 ¿Señor Patel?
El señor Patel era el mejor administrador que había tenido nunca... y también el
más lento. Moreno como un nogal, con ojos adormilados y de pesados párpados, se
movía con una pomposa ociosidad, como si considerara indigno acelerar el ritmo. Si
le exhortaba a que se diera prisa, solo conseguiría que su ritmo adquiriera la lentitud
de la melaza congelada. Tardó casi cinco minutos en encontrar la llave, tras lo cual
procedió a subir las escaleras con venerable decoro. Cuando, finalmente, logró abrir
la puerta y depositó la llave correcta en la palma de mi mano, yo ya estaba bailando
en el rellano, incapaz de contener por más tiempo la frustración.
Entré en mi apartamento como una exhalación, cogí los libros de Esmeralda y
corrí escaleras abajo tras cerrar de un portazo, dejando atrás a un sorprendido señor
Patel.
La puerta de la cripta estaba abierta de par en par.
Una única bombilla iluminaba el umbral circular, y la puerta reflejaba la luz
procedente del estrecho hueco de la escalera, como una enorme moneda metálica.
Tendría que haber estado perfectamente cerrada.
Con Asesina en la mano, bajé los peldaños sumidos en la penumbra de uno en uno.
En el exterior había olido a acónito, la planta utilizada para hacer perder el rastro a

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Ilona Andrews La magia quema
los cambiaformas. Alguien sabía que Derek estaba conmigo. Siempre y cuando todo
aquello fuera por mí, claro.
Derek dormía plácidamente en el rellano. Quería subirlo a mi oficina, pero estaba
muy cansada y Derek no había desatendido precisamente su alimentación. Debía de
pesar cerca de los setenta kilos en forma de lobo. Me rendí a medio camino.
Encontré dos gotas de sangre en el siguiente escalón. Otra brillaba un par de
escalones más adelante. Reconocí el olor de la pólvora. Andrea había disparado su
arma. La bala solo debió de rozarle, porque de no ser así, también habría un cuerpo y
no únicamente gotitas de sangre. Andrea nunca fallaba.
Acabé de bajar las escaleras a paso ligero y me detuve con la espalda pegada a la
pared. Un extraño aliento ronco resonaba en la cripta, como una sierra roma rozando
la madera.
Me incliné hacia delante y eché un vistazo a través del umbral de la puerta.
Un cuerpo destrozado estaba acurrucado sobre una maraña de ropa. Deformado o
maltrecho, formaba una masa grotesca de costillas desparejadas, un mosaico de carne
cruda, roja y marrón. Otro resuello ronco rebotó en las paredes de la cripta,
perdiéndose en los rincones. Ni rastro de Julie.
Mientras observaba la escena, el cuerpo giró la cabeza. Distinguí un embrollo de
pelo rubio y un solo ojo azul, el otro oculto por un faldón de carne.
Andrea.
Recorrí la distancia que me separaba de ella de un solo salto. Los pegotes sucios
sobre sus miembros no era mugre, sino pelo. Un pelo corto y marrón, con manchas
dispersas en la piel.
Tenía el pecho deforme; demasiado plano. La piel de su estómago terminaba
abruptamente, no cortada ni seccionada, simplemente como si no hubiera suficiente
para finalizar el trabajo. Las espirales de sus intestinos relucían a través de la
abertura. Su pierna izquierda estaba rematada por una zarpa, mientras que la
derecha era demasiado larga y se curvaba hacia atrás. Las mandíbulas descollaban
desparejadas, los labios demasiado cortos, los colmillos clavándose en sus mejillas.
Madre mía. Después de todo, Andrea no se había librado del Lyc-V.
Su ojo izquierdo me enfocó; el iris era de color azul cielo. Un prolongado gorjeo
salió de su garganta.
 Ayuuuuuda.
Aquello me superó. Jamás había visto a un cambiaformas atrapado entre dos
formas.
Tenía que encontrar a alguien que pudiera ayudarla. Doolittle. Pero el doctor
estaba en la Fortaleza de la Manada. Tardaría horas en llegar allí. Su piel tenía un

~164~
Ilona Andrews La magia quema
tono gris cetrino, lo que indicaba que el cuerpo del cambiaformas estaba
consumiendo todas sus reservas. Puede que a Andrea no le quedara mucho tiempo.
Un momento. Doolittle era leal a Curran, lo que significaba que le comunicaría su
existencia sin dudarlo. Y entonces la Manada la pondría a prueba para demostrar que
no era un lupo y después debería enfrentarse a Curran. No puedes ser leal a Curran
y a la Orden al mismo tiempo. En cuanto se descubriera su estatus de cambiaformas,
sería expulsada de la Orden. Andrea vivía y respiraba para la Orden. Aquello sería lo
mismo que dejarla morir.
Pero si no hacía nada, también acabaría muriendo.
Doolittle quedaba descartado. Y también Derek.
¿Adónde podía llevarla?
Un temblor se extendió por sus extremidades. Su pie derecho se alargó. Los
huesos descollaron con agónica lentitud. Andrea gimió. Su voz transmitía tanto dolor
que el corazón empezó a latirme con fuerza. Su estómago se contrajo, sus nalgas se
tensaron, la convulsión disminuyó y volvió a desplomarse en el suelo.
Un característico olor acre se extendió por la habitación. No era la primera vez que
lo olía. Era el olor de las hienas.
La Fortaleza era el centro de reunión de todos los cambiaformas, pero cada clan
tenía su propio lugar de reunión, del mismo modo que cada clan tenía su propio par
de alfas. Las hienas debían de tener su propia guarida. No eran tan numerosos como
los lobos o las ratas, pero había los suficientes miembros como para formar su propia
manada. Conocía a su líder, una anciana que se hacía llamar Tía B, y hubiese
preferido enfrentarme a una manada de lobos que enemistarme con ella. Llevaba el
pelo recogido en un moño y siempre te miraba con una dulce sonrisa en el rostro;
hubiese apostado todo lo que tenía a que no perdería aquella sonrisa mientras se
comía mi hígado con sus colmillos. Las hienas y los leones no se llevaban muy bien.
Curran lo sabía, y por eso les otorgaba una mayor autonomía, para que resolvieran
ellos mismos sus problemas.
Debía llevar a Andrea con Tía B. Era una zorra inquietante, pero prefería discutir
con ella que con Curran.
Me incliné sobre Andrea.
 Voy a llevarte con la manada de hienas.
Abrió mucho el único ojo visible y después se estremeció con un gemido.
 No. No puedo.
 No discutas. No tenemos otra opción.
Deslicé los brazos bajo su cuerpo y su linfa me humedeció las manos. Percibí el
penetrante tufo de la orina. Probablemente pesara unos sesenta kilos. Apreté los
dientes y tiré de ella. Sus brazos deformados se agarraron a mí.

~165~
Ilona Andrews La magia quema
Dios, pesaba mucho.
Me encaminé a la puerta de la cripta.
De niña, mi padre me había hecho correr maratones con una mochila llena de
piedras a la espalda. Por entonces, lo único que me hacía seguir adelante era saber
que llegaría un momento en que el dolor cesaría. Y ahora volví a repetirme aquello
en voz baja mientras subía la escalera. El dolor estaba bien. El dolor cesaría. Cada
minuto que perdiera, Andrea se acercaba un paso más a la muerte.
La descargué en la calesa.
 ¿Julie? — susurré.
 El chico. El chamán. Se la llevó. — Su voz se ahogó en un gorjeo.
Maldita sea, Red. Al menos, sin el abalorio, los alguaciles no podrían encontrarla.
Espérame. Mantente a salvo.
Regresé al interior del edificio y subí los escalones de dos en dos. Derek seguía
dormido. Lo zarandeé.
 ¡Despierta!
Derek intentó morderme, pero solo consiguió arañarme la mano con sus colmillos.
Se puso de cuatro patas inmediatamente, lloriqueando avergonzado.
 No te preocupes. Necesito tu ayuda.
Me siguió pero se detuvo en mitad de la escalera, el pelo del lomo erizado, la
espalda doblada, gruñendo y gimiendo.
 Derek, por favor. Sé que huele raro, pero necesito tu olfato. Ahora. Por favor.
Conseguí que acabara de bajar las escaleras. Dio un amplio rodeo a la calesa y me
miró.
 ¿Puedes seguir el rastro de Julie?
Pegó el hocico al suelo y apartó la cabeza bruscamente. Retrocedió, volvió a rodear
la calesa dos veces, cada una de ellas trazando un círculo más amplio, olfateó el
suelo, volvió a retroceder y empezó a lloriquear.
Demasiado acónito. Red cubría bien su rastro.
Un gemido apagado surgió de la calesa. Julie tendría que esperar, porque Andrea
no podía. Por lo menos aún tenía el abalorio. Si no me equivocaba, los alguaciles me
perseguirían a mí y no a Julie. Los estaría esperando. Con el cabreo que llevaba
encima, los esperaba con los brazos abiertos.
 Cambio de planes. Llévame con las hienas. No tenemos mucho tiempo. Date
prisa, por favor.
Derek salió al trote calle abajo. Salté al pescante de la calesa y le seguí. A un ritmo
que me obligó a contener el impulso de apretar los dientes, pero le seguí.

~166~
Ilona Andrews La magia quema
Algo no terminaba de funcionar en Atlanta. La magia palpitó en mis huesos
mientras hacía avanzar la calesa a través de las calles sitiadas por los escombros tan
rápido como me permitía el caballo picazo. Extrañas criaturas recorrían el cielo
nocturno, formas oscuras bloqueaban las estrellas, planeando silenciosamente.
Tuvimos que detenernos dos veces: la primera para evitar a una patrulla de
vampiros, cuatro chupasangres en formación de diamante, y la segunda para dejar
paso a un oso fantasma translúcido. La cabeza del oso estaba rematada por dos
cuernos. Observó la calesa con ojos afligidos, mientras de su espalda manaba una
cascada de fuego transparente, y poco después reanudó la marcha en la dirección
opuesta.
Un río fantasma de aguas negras como el alquitrán discurría paralelo a la calle. Me
mantuve a una distancia prudencial. Las cosas que aúllan y gritan en la noche
guardaban silencio. Escuchando. Esperando. Si se pudiera grabar y reproducir el
pulso de la calle, solo se oiría una frase: «La erupción se acerca, la erupción se acerca,
la erupción se acerca...».
Las convulsiones de Andrea eran ahora más continuas, sucediéndose cada quince
minutos. Sabía cuando le sobrevenía una, porque dejaba escapar un pequeño grito
ahogado que me provocaba un escalofrío.
Finalmente, dejamos atrás la ciudad y avanzamos por la carretera que atravesaba
la zona industrial en ruinas y que desembocaba en la autopista devorada por la
maleza. La noche se hizo más profunda, el cielo oscuro perforado por la luz de las
estrellas colgadas a una altura imposible. Los colores se apagaron; las sombras se
oscurecieron; los árboles, tan mundanos y alegres durante el día, se retorcían como
monstruos nudosos agazapados en espera de su presa. Aquel era el camino que
llevaba a la Fortaleza, el lugar donde la Manada se reunía en momentos de
dificultad.
Pasamos frente a una gasolinera abandonada, sin puertas y con las ventanas rotas.
Pequeñas criaturas demacradas se arrastraban por los alféizares y se movían
sigilosamente junto al umbral de la puerta. De un amarillo enfermizo, como el pus
infectado en una herida, nos observaron con ojos relucientes y extendieron sus garras
hacia nosotros, como si pretendieran desgarrarnos a distancia.
Derek avanzaba por la carretera con el trote característico de los lobos, una forma
de caminar que parecía devorar los kilómetros sin esfuerzo aparente. Alcanzamos la
línea de árboles. Unos macizos robles ciñeron el camino, prolongando sus copas
hasta entrelazar las ramas más altas. Derek se detuvo, levantó la cabeza al cielo
estrellado y empezó a aullar. Su aullido flotó en el aire nocturno, parsimonioso,
inquietante, lleno de pesar, turbador. Anunciaba nuestra llegada. Esperó un rato,
movió las orejas y reanudó el trote a través de la carretera invadida por la maleza y
bajo la mortaja de los árboles. Le seguí.

~167~
Ilona Andrews La magia quema
La calesa crujió, los cascos del caballo golpearon el suelo con regularidad,
acompasadamente.
Una risa espeluznante resonó en la noche. Un sonido chirriante y trastornado,
como el de una cuerda de guitarra a punto de partirse. Aparecieron unas formas
ágiles entre los arbustos a ambos lados del camino. Corrían erectas, siluetas grises en
la penumbra, demasiado altas y rápidas para ser humanas.
Una de ellas saltó sobre la calesa y aterrizó a mi lado. Unos ojos carmesí brillaron
en la oscuridad como dos ascuas extraviadas. Un hombre hiena en forma intermedia
no es precisamente un espectáculo muy agradable de presenciar.
 Hola, preciosa — dijo arrastrando las palabras en su boca monstruosa.
Por delante, tres hienas, dos en forma intermedia y otra en forma humana,
rodearon a Derek mientras reían y aullaban completamente extasiadas.
El macho saltó sobre mí. Lo esquivé, lo inmovilicé con una llave y le agarré por el
cuello, presionando en la artería.
 No quiero jueguecitos. Llévame ante Tía B — le dije con la boca pegada en su
oreja redondeada.
Me apretó el brazo con sus manos que casi eran garras.
 Mmm, me gusta el dolor. Un poco más. Malditas hienas.
Derek intentó morder a una de las hembras.
 Debes aprender modales. — La hiena humana desenrolló un látigo —
Adelante, déjame amaestrarte, lobito.
Mierda. Empujé al macho hacia la izquierda hasta que quedó cara a cara con
Andrea. Un débil grito escapó de sus labios y se quedó completamente pálido.
 ¡Se está muriendo! — exprimí las palabras con los dientes.
El hombre hiena se deshizo de mí y gritó:
 ¡Abre el camino!
La hembra humana se llevó el puño a la cadera.
 Si no cuidas tus...
 ¡Necesita a Madre ahora! — gruñó el macho, y la hembra se echó para atrás.
Entonces me miró con ojos relucientes — ¡Conduce!
Avancé entre las hienas, las cuales se colocaron a ambos lados, impidiéndole el
paso a Derek.
 El lobo no puede pasar. Es la ley — dijo el hombre hiena con voz adusta.
 No le sucederá nada. — Puse tanta energía en mi voz como me fue posible.
 Nada.

~168~
Ilona Andrews La magia quema
Las hienas siguieron a la calesa. Espoleado por el olor, el caballo picazo ganó
velocidad. Cada vez íbamos más deprisa, y la calesa empezó a crujir y a rebotar con
cada bache del camino. Los árboles se abrieron, dando paso a un claro sobre el que se
levantaba una casa tipo rancho de gran tamaño. Tiré de las riendas y a punto estuve
de perder ambos brazos. Incapaz de detener la marcha, el caballo rodeó la casa como
una estampida y finalmente se detuvo. El macho saltó sobre la hierba, cogió a Andrea
en brazos y corrió hacia el porche de la casa.
La luz del porche se encendió y Tía B abrió la puerta. De mediana edad y robusta,
con el pelo canoso recogido en un moño, tenía el aspecto de una anciana que se
dedica a hacer galletas, no el de alguien que dirige una carnada de pervertidos con
una fuerte inclinación por la risa histérica y el sexo salvaje.
Le dirigió una rápida mirada a Andrea y levantó la cabeza.
 Éntrala. ¡Tú también!
Corrí al interior de la casa detrás del macho. Una hembra en forma humana nos
siguió. O al menos parecía una hembra. Tía B rastreó la noche y cerró la puerta tras
ella.
El macho recorrió el pasillo y entró en un enorme cuarto de baño. Una colosal
bañera en la que debían de caber cómodamente de seis a ocho personas estaba
empotrada sobre una plataforma de mármol. El suelo del baño estaba lleno de
juguetes sexuales y fruta. El macho corrió hasta la bañera y se metió en ella,
manteniendo el cuerpo de Andrea por encima de la superficie del agua.
La Tía B tiró de un artilugio de cuero y metal que sobresalía del mármol y se sentó
en el borde de la bañera.
 ¿Quién más lo sabe?
 Había un lobo con ella — dijo la hembra.
 ¿Quién es?
 Derek — dije.
La Tía B asintió.
 Bien. El chico irá directo a Curran. A él puedo convencerlo. Es una suerte que
el Oso no esté en la ciudad. Mientras ningún miembro de la vieja guardia lo
descubra, no tendremos problemas.
¿Por qué demonios estaba tan contenta? Curran era tan razonable como un
elefante desequilibrado.
Se inclinó sobre Andrea.
 Niña estúpida. ¿Sabes lo que eres?
Andrea asintió. El esfuerzo hizo que su cuerpo deformado se crispara.
 Eso facilita las cosas. Desnúdala.

~169~
Ilona Andrews La magia quema
La hembra entró en la bañera y la despojó de los restos de tela que aún colgaban
de la carne de Andrea. Se me revolvió el estómago y noté un regusto amargo en la
garganta.
 Si vas a vomitar, sal fuera. — La Tía B asintió mirando a Andrea — Voy a
guiarte hasta tu forma natural. Tienes el rostro cetrino. Sabes lo que eso
significa, de modo que, si deseas seguir viviendo, concéntrate. Primero el
pecho. Visualiza un par de alas que crecen en tu espalda. Unas alas muy
grandes. Despliégalas, cielo. Despliégalas todo lo que puedas.
La caja torácica de Andrea empezó a contraerse. Sus hombros se redujeron,
dilatándole el pecho... Eché a correr y salí de la casa.

~170~
Ilona Andrews La magia quema

XIX

Me senté en el porche. La puerta se abrió de golpe y una hiena hembra se sentó a


mi lado. O puede que fuera un macho. Era difícil de saber con las hienas: eran una
especie extrañamente andrógina. En la naturaleza, las hembras eran las dominantes.
La jerarquía era la siguiente: hembras, cachorros y, en último lugar, los machos.
Teniendo en cuenta que las hienas hembra con manchas alcanzaban un mayor
tamaño que los machos y que poseían un clítoris que podía rivalizar con el pene
masculino, y con el que además conseguían erecciones, la jerarquía no resultaba tan
descabellada.
Aquella hiena en particular no era muy alta y tenía el pelo azul como un
puercoespín. Se dio cuenta de que estaba observando su peinado.
 ¿Te gusta mi estilo? Te diré quién me lo hizo. Aunque, claro, a ti no te sentará
tan bien como a mí. — Me guiñó un ojo.
 Estoy segura. Dime, ¿cuánto te han cobrado por instalarte un fogón en la
cabeza?
La hiena se rio a carcajadas y me pasó un sandwich.
 Molas. Ten, te he traído papeo.
Olisqueé el sándwich.
 ¿De qué es? ¿De testículos de tigre machacados?
 Salami. Comételo. Está bueno y lo necesitas.
No creía que pudiera tragarlo, pero en cuanto di el primer mordisco, supe que
querría otro.
 ¿Cómo está? — pregunté entre dos bocados.
 Mejorando. — La mujer hiena levantó las cejas y asintió — Es una bouda de
las fuertes.
 ¿Buda?
 Bouda. Mujer hiena. Aunque si quieres ponerte en plan técnico, tu amiga es...
— Se detuvo — Si quieres ponerte en plan técnico, este no es el mejor lugar
para decírtelo. Llámanos boudas. Ese es el término adecuado. — La bouda se
sorbió la nariz — Visitas. Me encanta tener invitados para comer.

~171~
Ilona Andrews La magia quema
Un hombre que conocía bien apareció entre los árboles, moviéndose con
determinación. Metro noventa, con la piel del color del café molido, su actitud
transmitía la necesidad de golpear a alguien. Un largo abrigo negro de piel ocultaba
la mayor parte de su cuerpo, pero lo poco que mostraba de su pecho bajo una
camiseta negra sugería un montón de músculo. El aire arrogante con el que se movía
lo convertía en alguien peligroso. A plena de luz del día y en una calle atestada,
cuando se aproximaba el gentío solía representar una excelente recreación del mar
Rojo ante Moisés.
Se detuvo a pocos metros del porche.
 Vaya, ¿a quién tenemos aquí? El mismísimo jefe de inteligencia frente a
nuestra humilde morada. — La bouda sonrió, aunque no era una sonrisa
amigable.
 Hola, Jim — dije.
Jim no me miró.
 El hombre quiere saber qué está ocurriendo. Y la quiere a ella en la Fortaleza.
Ahora.
 ¿Ahora hablas de ti mismo en tercera persona? — dijo la bouda con la misma
sonrisa. Jim levantó el mentón.
 Curran quiere información. No me obligues a entrar en la casa sin ser invitado.
Los ojos de la bouda relucieron con una luz carmesí. Dejó escapar un nervioso
cacareo histérico y se inclinó hacia delante mostrando sus dientes. Su rostro se crispó
con una mueca ansiosa.
 ¡Inténtalo, gato! Quebranta la ley. Pon a prueba las mandíbulas de la hija de
Kuri si te atreves. Reiré con ganas cuando oiga crujir tus huesos bajo mis
dientes.
Dio una dentellada y se lamió les labios. El rostro de Jim se arrugó con un gruñido
silencioso. Dos hienas aparecieron por detrás de la casa y le rodearon como
tiburones, chasqueando y gruñendo.
Me puse en pie y miré a Jim fijamente.
 Dame un minuto. Como favor personal.
Su expresión no reveló nada. Lenta, deliberadamente, Jim retrocedió dos pasos y
esperó.
En el interior del baño, Andrea estaba sentada sobre el mármol, apenas visible tras
una hembra y Tía B. El bouda macho le recorrió con los dedos la masa húmeda de su
pelo rubio, como si buscara algo.
 He de irme...
Los boudas se apartaron y pude ver a Andrea. Tenía el cuerpo cubierto por una
corta capa de pelo, su piel moteada con manchas negras uniformes. Aparte del de

~172~
Ilona Andrews La magia quema
Curran, jamás había visto un cuerpo tan proporcionado en forma de bestia. La única
imperfección eran los brazos: demasiado largos, casi hasta las rodillas. Tardé un
segundo en darme cuenta de que tenía pechos. Pechos humanos. En forma
intermedia, la mayoría de las cambiaformas tenían o bien unos pechos diminutos o
bien una ristra.
Me miró fijamente. Sus ojos azules y su frente eran humanos. Su hocico oscuro y
sus mandíbulas eran de hiena. La transición resultaba fluida, lo que hacía que el
efecto fuera al mismo tiempo repugnante y extrañamente armónico.
 Lo tengo. — El macho aprehendió algo entre las uñas. La Tía B rodeó la cabeza
de Andrea con sus brazos. — Hazlo.
El macho arrancó un objeto oscuro del cráneo de Andrea y unas cuantas gotas de
sangre salieron despedidas. Andrea gimió débilmente. La Tía B la soltó, y el macho
se inclinó y le lamió el cuello a Andrea suavemente.
 Creo que Rafael está enamorado. — La bouda hembra sonrió.
Andrea se presionó la cabeza con una toalla y me miró.
 ¿Kate? ¿Adónde vas?
Su voz sonó sorprendentemente sosegada, sin atisbo de cambio.
 Curran quiere hablar conmigo. Ha enviado a Jim. Será mejor que vaya.
Andrea respiró hondo.
 Soy una medio bestia.
Por el modo en que lo dijo, la expresión debía de tener un significado profundo
que me pasó completamente por alto. Mi rostro debió de traicionarme, ya que la Tía
B juntó sus manos sobre el regazo.
 ¿Te acuerdas de Corwin?
 El gato hombre. Murió protegiendo a Derek. — El Lyc-V era un virus muy
democrático. Infectaba tanto a humanos como a animales, y robaba
fragmentos del ADN de la víctima que a veces insertaba en el código genético
de un animal. En raras ocasiones el resultado era una medio bestia, un animal
que podía transformarse en humano. La inmensa mayoría eran unos idiotas y
morían rápidamente, pero algunos, como Corwin, aprendían a hablar y se
convertían en individuos capaces. La Tía B asintió.
 Corwin era una buena persona. Venía mucho por aquí.
 Le gustaba jugar — añadió la hembra bouda.
 Vaya si le gustaba. Pero estaba vacío. No tenía ningún peligro. — La Tía B me
miró.
 No es de extrañar; los medio bestias son estériles — dije por no estar callada.
El rostro de la Tía B se estiró ligeramente.
 No siempre.

~173~
Ilona Andrews La magia quema
 Ah.
 De vez en cuando, muy de vez en cuando, pueden tener hijos.
 Ah.
Andrea suspiró.
 Y a veces los hijos sobreviven.
 ¿Eres la hija de una hiena? — solté sin pensarlo.
Todo el mundo sonrió.
 Sí — dijo Andrea — Soy medio bestia. Mi padre era una hiena.
Ahora todo tenía sentido. No se contagió con el Lyc-V cuando fue atacada; había
nacido con él.
 ¿Ted lo sabe?
 Puede que lo sospeche — dijo Andrea — Pero no tiene pruebas.
Me encogí de hombros.
 No le diré nada. ¿Qué pasó con Julie?
 ¿Eso es todo? — interrumpió la hiena hembra — ¿No te importa que sea la hija
de un animal?
 No. ¿Por qué debería importarme? ¿Qué pasó con Julie?
Los boudas miraron a Tía B y esta me miró a mí.
 Según el código, primero somos humanos. Nacemos como humanos y
morimos como humanos. Esa es la forma natural, la forma dominante.
Debemos reafirmarla y supeditarla a la forma de bestia, ya que ese es el modo
natural.
 Las medio bestias nacen siendo bestias — dijo Andrea en voz baja — De eso se
deriva que la bestia es nuestra forma natural, pero al crecer, perdemos la
capacidad de adoptar la forma de bestia porque somos híbridos. Por tanto, soy
un animal que ha nacido tullido. De un modo no natural.
Por el amor de Dios.
 Andrea, eres mi amiga. Y eso no es algo que me sobre precisamente. No me
interesa lo más mínimo cómo naciste, qué aspecto tienes ni lo que la gente
espera de ti. Cuando necesitaba ayuda, me ayudaste. Eso es lo único que me
interesa. Ahora, por favor, ¿puedes contarme qué le sucedió a mi niña?
Andrea movió la nariz frenéticamente. Se vio sorprendida por una risa nerviosa
pero logró controlarla.
 Un chico vagabundo vino a la cripta.
 Red.
 Sí. Julie me dijo que era su novio. Estaba cubierto de sangre y se desplomó al
otro lado de la puerta. Julie se puso histérica. Abrí la puerta y el chico me tiró
algo a la cara, una especie de polvo. — Andrea frunció el cejo y me mostró los

~174~
Ilona Andrews La magia quema
dientes — Llevaba un amuleto chamánico en el cráneo para evitar
transformarme durante la erupción. Normalmente no tengo problemas, pero
la magia me golpeó con demasiada fuerza. Hiciera lo que hiciese... — Levantó
las manos — Interfirió con el amuleto. Empecé a transformarme pero no pude
terminar. Cogió a Julie y se la llevó.
Red me estaba poniendo muy, pero que muy cabreada.
 Tu espada está humeando — dijo la hiena hembra.
 Lo hace de vez en cuando — dije con voz neutra.
Aquel mierdecilla. ¿Qué demonios pretendía? ¿Y dónde podía empezar a
buscarle? Atlanta estaba llena de agujeros donde podían ocultarse dos chicos de la
calle. Diez millones a uno a que los alguaciles los encontraban antes que yo.
La Tía B se inclinó hacia delante.
 Según la tradición, deben matarse todos los medio bestias al nacer. Si alguno
de los cambiaformas más veteranos descubre que está aquí, tendré una turba
delante de mi casa.
La hiena macho se lamió los labios.
 Podría ser divertido.
Tía B extendió un brazo y le soltó un cachete en la nuca distraídamente.
 Auu.
 ¿Ese de ahí afuera es un gato de Curran?
 Sí.
 Ya habrá olido a Andrea y pasará el parte. Tendrás que decirle algo a Curran.
Es mejor no mentir.
 Lo tendré en cuenta — dije antes de marcharme.

~175~
Ilona Andrews La magia quema

XX

A Curran el pelo le caía hasta los hombros. Largo, rubio, lujuriosamente ondulado,
enmarcaba su rostro como una crin. Estaba sentado en una habitación de la Fortaleza
de la Manada, leyendo un maltrecho libro de bolsillo bajo el cono de luz de una
pequeña lámpara. No levantó la cabeza cuando Jim me hizo entrar en la habitación y
cerró la puerta.
Solos el Señor de las Bestias y yo. Y la noche, derramándose en la habitación a
través de una ventana completamente abierta.
Jim no me había dirigido la palabra en el trayecto hasta allí. Me movía sobre
terreno resbaladizo.
 ¿Qué te pasa en el pelo?
Curran apartó la mirada del libro y sonrió.
 Me crece durante las erupciones. No puedo evitarlo.
Nos miramos fijamente el uno al otro.
 Estoy esperando el chiste sobre Fabio — dijo él.
La fatiga se aposentó con una lenta oleada. Cuando abrí la boca, mi voz sonó
apagada, despojada de toda inflexión.
 He llevado a una medio bestia a la casa de los boudas. Es mi amiga. Si vas a
matarla, primero tendrás que eliminarme a mí.
Curran cerró los ojos, se los cubrió con una mano y se frotó la cara. Me senté en
una silla y permanecí en silencio, dejando que se enfrentara a su dolor.
 ¿Por qué yo? — dijo finalmente — ¿Te has propuesto algún tipo de misión
para joderme la vida?
 Hago todo lo que puedo por evitarte.
 Pues estás haciendo un trabajo de mierda.
 De verdad, no es mi intención causar problemas.
 Tú no causas problemas. Un vampiro sin piloto causa problemas. Tú provocas
catástrofes.
Adelante, restriégamelo por la cara.

~176~
Ilona Andrews La magia quema
 Mira, después de esto, te prometo que haré todo lo posible por no volver a
cruzarme en tu camino. ¿Vas a matar a mi amiga?
Curran suspiró.
 No. Nunca he matado a una medio bestia, y no voy a empezar a hacerlo ahora.
Es una costumbre antigua y elitista. Cuando Corwin nos encontró, logré
imponer mi visión, pero hubo mucha oposición, y hacerlo sin provocar daños
irreparables fue un proceso agotador y arduo. Si tu amiga desea unirse a la
Manada, supongo que tendré que desenterrar el tema.
La espada en la vaina evitaba que mi espalda se doblara completamente, y
deseaba por encima de todo dejarme caer hacia delante o recostarme hacia atrás. Me
dolían hasta las vértebras. Me bajé la cremallera de la chaqueta de piel, me la quité
con un movimiento brusco, desaté la vaina y la dejé a mi lado.
 Quiere ocultarse. Es un miembro de la Orden. — Aunque, de todos modos,
Curran ya debía de haberlo supuesto — La ayudaré a encubrirse. En cuanto
encuentre a Julie.
 ¿Has perdido a la niña?
 Sí.
 ¿Cómo?
Me incliné hacia delante.
 Su novio chamán se la arrebató a mi amiga. Le hizo algo y ella empezó a
transformarse, aunque no pudo terminar.
 Sigue.
 La encontré, la subí a una calesa y la llevé a casa de las hienas.
Me dirigió una mirada extraña.
 ¿La llevaste desde la Orden hasta allí en plena magia profunda?
 Sí. No nos fue del todo mal, salvo por unas extrañas criaturas en la gasolinera.
Curran reflexionó un instante.
 ¿Cuánto tiempo hace de eso?
 Unas horas.
 ¿Derek no pudo seguir el rastro de Julie? — Una débil traza de decepción tiñó
su voz. Negué con la cabeza.
 El chamán utilizó demasiado acónito. La encontraré. Aunque aún no sé cómo.
 Si puedo ayudarte en algo, lo haré. No te emociones. No lo hago por ti, sino
por la niña. Si no fuera por ella y la erupción, echaría tu estúpido culo por la
ventana.
 ¿Qué tiene que ver la erupción con todo esto?
 No quiero que me acusen de perder el control. Cuando te eche por la ventana,
quiero que no haya duda de que el acto es deliberado.
Vaya, estaba cabreado.

~177~
Ilona Andrews La magia quema
El apagado escenario adquirió un nuevo sentido: una habitación neutra, luz
indirecta, un libro. La magia profunda alimentaba a su bestia interior, y él debía
realizar un esfuerzo monumental para contenerla. Con la erupción tan próxima,
Curran era un barril de pólvora con una mecha muy corta. Debía tener cuidado de no
encender aquella mecha. Salvo por Andrea, nadie fuera de la Manada sabía que
estaba allí. Podía matarme allí mismo y nadie encontraría nunca mi cuerpo.
Compartimos un prolongado silencio. La magia floreció, colmándome de una
energía aturdidora. De nuevo las oleadas cortas. En un instante retrocederían,
dejándome completamente exhausta.
Me invadió el sentimiento de culpa. Curran podía controlarse en mi presencia,
pero, aparentemente, yo no podía hacer lo mismo en la suya.
 Curran, el otro día, en el tejado... Verás, a veces me fallan los frenos.
Curran se inclinó hacia delante, súbitamente animado.
 ¿Eso es una disculpa?
 Sí. Dije cosas que no debería haber dicho. Y ahora me arrepiento.
 ¿Significa eso que te arrodillas delante de mí?
 No. Todo lo que dije lo pensaba. Solo me arrepiento de no haberlo expresado
en términos menos ofensivos.
Le miré fijamente y vi cómo se asomaba el león. No se transformó; su rostro
continuó siendo totalmente humano, pero había algo incómodamente felino en su
forma de sentarse, completamente centrado en mí, como si estuviera a punto de
abalanzarse. Acosándome sin mover un solo músculo. El impulso primigenio de
quedarse inmóvil me agarrotó las extremidades. Permanecí sentada, incapaz de
apartar la mirada.
Una sonrisa lenta, perezosa y carnívora torció los labios de Curran.
 No solo te acostarás conmigo. Me lo pedirás «por favor».
Le miré fijamente, horrorizada.
Su sonrisa se amplió.
 Dirás «por favor» y, cuando acabemos, «gracias».
Y entonces empezó a reír con un cacareo nervioso.
 Te has vuelto loco. Todo ese peróxido de tu pelo finalmente se te ha metido en
el cerebro, Ricitos de Oro.
 ¿Asustada?
Aterrorizada.
 ¿De ti? No. Si sacas las uñas, yo sacaré mi espada, aunque ya me he enfrentado
a ti en tu forma humana. — Tuve que hacer un gran esfuerzo para encogerme
de hombros — No eres tan impresionante.

~178~
Ilona Andrews La magia quema
Salvó la distancia entre ambos de un solo salto. Apenas tuve tiempo de ponerme
de pie. Unos dedos de acero se me clavaron en la muñeca izquierda. Su brazo
izquierdo me rodeó la cintura. Intenté deshacerme de él, pero no podía oponerme a
sus músculos, los cuales me atraían hacia él como si fuéramos a bailar un tango.
 ¡ Curran! ¡ Suéltame...!
Reconocí la posición de su cadera pero no pude hacer nada por evitarlo. Me
proyectó hacia delante y me giró en una clásica llave de cadera. Un movimiento de
manual. Di una voltereta en el aire, guiada por sus manos, y caí de espaldas en el
suelo. El aire abandonó mis pulmones con un jadeo silencioso. Auu.
 ¿Aún no estás impresionada? — preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.
Estaba jugando. No era una pelea formal. Podría haberme lanzado contra el suelo
con la fuerza suficiente como para partirme la columna en dos. En lugar de eso, me
había sostenido todo el tiempo, para asegurarse de que caía correctamente.
Se inclinó un poco más sobre mí.
 Una peligrosa merca inmovilizada con una sencilla llave. Si estuviera en tu
lugar, estaría como un tomate.
Respiré entrecortadamente, intentando llevar a mis pulmones un poco de aire.
 Podría matarte ahora mismo. No me costaría mucho. Creo que incluso siento
vergüenza ajena. Por lo menos haz un poco de magia o algo así.
Como desees. Cogí aire y escupí mi nueva palabra de poder.
 Osanda. — Arrodíllese, Su Majestad.
Curran gruñó como un hombre que intenta levantar un aplastante peso que acaba
de caer sobre sus hombros. Su rostro se contorsionó por el esfuerzo. Ja, ja. Él no era el
único que recibía un empujoncito gracias a la erupción.
Me puse en pie lentamente. Curran permaneció donde estaba, los músculos de las
piernas tensando el pantalón de chándal. No se arrodilló. Le acababa de golpear con
una palabra de poder en mitad de una maldita erupción y no funcionaba. Cuando
recuperara el control, seguramente me mataría.
En mi cabeza saltaron todo tipo de alarmas. Mi sentido común gritó: «Sal de la
habitación, estúpida». Pero, en lugar de eso, me acerqué a él y le susurré al oído:
 ¿Aún no estás impresionado?
Juntó mucho las cejas mientras una mueca reclamaba su rostro. Se tensó, y todos
los músculos de su duro cuerpo temblaron por el esfuerzo. Se enderezó con un
suspiro gutural.
Resistí el impulso de un rápido repliegue hacia el fondo de la habitación mientras
desenfundaba a Asesina. Tenía tantas ganas de golpear con ella que incluso sentía un

~179~
Ilona Andrews La magia quema
picor en la palma de la mano. Pero las reglas del juego estaban claras: nada de uñas
ni de sables. En cuanto desenvainara la espada, firmaría mi sentencia de muerte.
Curran enderezó los hombros.
 ¿Continuamos?
 Encantada.
Avanzó hacia mí. Esperé, ligera de pies, lista para saltar hacia un lado. Curran era
más fuerte que una pareja de bueyes e intentaría forcejear. Si lograba atraparme, todo
habría terminado. Si todo lo demás fallaba, siempre me quedaba la ventana. Un salto
de doce metros era un pequeño precio a pagar por librarme de él.
Curran intentó agarrarme. Le esquivé girando sobre mí misma y le golpeé la
rodilla desde un lado. Fue una buena patada, sólida; había puesto todo mi peso en la
pierna y habría partido la rodilla de un ser humano normal.
 Muy bonito — dijo Curran. Me agarró del brazo y me proyectó hasta el otro
extremo de la habitación como quien no quiere la cosa. Volé durante un
segundo, caí, rodé por el suelo y, cuando me puse en pie de un salto, tenía el
petulante rostro de Curran a escasos centímetros del mío — Es divertido jugar
contigo. Eres como un ratoncito.
 ¿Ratoncito?
 Siempre me han gustado los ratones de juguete. — Sonrió — A veces están
rellenos de nébeda. Es una buena recompensa.
 Yo no estoy rellena de nébeda.
 Comprobémoslo.
Cuadró los hombros y se abalanzó sobre mí. Houston, tenemos un problema. A
juzgar por su mirada, una patada en pleno rostro no lo detendría.
 Puedo detenerte con una simple palabra — dije.
Me rodeó con sus brazos y experimenté de cerca lo que debe de sentir una nuez
antes de que el cascanueces la despedace.
 Adelante — dijo.
 Boda.
Sus ojos perdieron toda la jovialidad. Me soltó y, de repente, el juego había
terminado.
 Nunca te rindes, ¿verdad?
 No.
La magia volvió a retirarse. Un dolor sordo se instaló en mi espalda; debía de
haber golpeado el suelo con más fuerza de la que creía. El dolor se extendió hasta los
bíceps. Gracias por el abrazo, Su Majestad. Me apoyé en la pared.
 ¿Por qué estás tan obsesionada con esa boda?

~180~
Ilona Andrews La magia quema
Me froté la frente en un intento por deshacerme de la fatiga y de aquella
conversación.
 ¿De verdad quieres saberlo?
 Sí. ¿Qué es? ¿Culpa, venganza, amor, qué?
Tragué saliva.
 Vivo sola.
 ¿Y qué significa eso?
 Tú tienes a la Manada. Vives rodeado de gente que haría cualquier cosa por el
mero placer de tu compañía. Mis padres están muertos y no tengo más familia.
Ni amigos. Salvo Jim, aunque él es más un compañero de trabajo que un
amigo. No tengo amante. Ni siquiera puedo tener una mascota, ya que apenas
estoy en casa y se moriría de hambre. Cuando vuelvo a casa, ensangrentada,
sucia y exhausta, el apartamento está oscuro y vacío. Nadie enciende la luz del
porche por mí. Nadie me abraza y me dice: «Hola, me alegro de que lo
consiguieras. Me alegro de que estés bien. Estaba preocupado». A nadie le
interesa si estoy viva o muerta. Nadie me prepara café, nadie me abraza antes
de quedarme dormida, nadie me trae medicinas cuando estoy enferma. Estoy
sola.
Me encogí de hombros e intenté mantener un tono de voz indiferente:
 Y la mayor parte del tiempo me gusta estar sola. Sin embargo, cuando pienso
en el futuro, no veo ni familia ni marido ni hijos. Ni el calor del hogar. Solo me
veo a mí misma, más mayor y con más arrugas. Dentro de quince años seguiré
arrastrando mi cuerpo apaleado y ensangrentado hasta mi oscuro
apartamento y me lameré sola las heridas. Yo no puedo tener ni amor ni
familia, pero Crest y Myong tienen su oportunidad. Y no quiero entrometerme
en su camino.
Miré a Curran a los ojos y vi algo en ellos. ¿Comprensión? ¿Compasión? No estaba
segura. Fuera lo que fuese, solo duró unos segundos, tras lo cual apareció su máscara
habitual y volví a enfrentarme al rostro impenetrable del alfa.
Aparté la mirada. Había omitido muchas cosas. Entre ellas, la parte que explicaba
por qué estar conmigo representaba un gran peligro debido a que mi sangre me
convertía en un objetivo. Hacer el amor conmigo significaba compartir parte de mi
magia. Estar con una persona normal hubiese sido egoísta, ya que, si me
encontraban, no sería capaz de protegerle. Dios, si ocurría eso, ni siquiera podría
protegerme a mí misma.
Estar con una persona poderosa me hubiese convertido en una estúpida, ya que en
cuanto descubrieran qué era, me matarían o me utilizarían para sus propios
intereses. Recordaba claramente el momento en que me di cuenta de aquello. Él se
llamaba Derin y era un mago. Yo tenía diecisiete años y lo único que deseaba era
meterme en la cama de alguien. Y su cama no estaba nada mal. Con los años

~181~
Ilona Andrews La magia quema
comprendí que Derin tampoco era para tanto, pero para ser mi primera vez, podría
haber sido mucho peor.
Y entonces Greg hizo lo que se espera de todo buen guardián: se sentó conmigo y
me explicó con mucho tacto por qué no podía volver a ver a Derin nunca más. Lo
mejor que podía hacer era refugiarme por un tiempo en otra ciudad. Oculta tu
sangre. Gana tiempo hasta ser lo suficientemente fuerte. No confíes en nadie. Pese a
que ya era consciente de todo eso, hasta entonces no había comprendido todas las
implicaciones. Mi guardián me había abierto los ojos. Y le odié tanto por ello que
acepté entrar en la Orden para alejarme de él.
La magia nos rodeó con una intensidad casi tóxica. El pelo de Curran se removió y
creció medio milímetro.
Sabía perfectamente qué me atraía hacia él: si luchábamos, de verdad, no como un
simple juego, no estaba segura de poder vencerle. No, borrad eso, estaba muy segura
de no poder vencerle. Me mataría sin ni siquiera pestañear. Curran me daba miedo, y
cuanto más asustada estaba, más suelta tenía la lengua.
 Tu turno — le dije.
 ¿Qué?
 Tu turno. Ya te he dicho por qué quiero que estén juntos. Ahora te toca a ti
decirme por qué crees que no deberían estarlo. Celos, orgullo, amor, todas
ellas buenas razones para un egocéntrico como tú. Adelante, elige una.
Curran suspiró.
 Ella es débil y él un capullo egoísta. La utilizará. Ella está cometiendo un error.
No esperaba aquello.
 Pero tiene derecho a cometerlo.
 Lo sé. Estoy esperando a que lo reconozca.
Agité la cabeza.
 Curran, le suplicó a la ex novia de su prometido que intercediera en su
nombre. Si está dispuesta a humillarse de ese modo, hará cualquier cosa por
Crest. No parece el tipo de persona que pueda enfrentarse a la presión. Si
continúas posponiendo la decisión, la arrastrarás otra vez al suicidio.
 ¿Viste las cicatrices?
Asentí.
 La gente debe tomar sus propias decisiones, aunque creamos que se
equivocan. Si no, nunca podrán ser libres.
Alguien llamó tímidamente a la puerta.
 Adelante — dijo Curran.
Un hombre joven asomó la cabeza por la puerta.

~182~
Ilona Andrews La magia quema
 Ha despertado.
Curran se puso en pie.
 Tienes que ver una cosa.
En aquel caso, gracias a Dios no era una frase hecha.
Mientras seguíamos al cambiaformas por el pasillo, Curran me preguntó en voz
baja:
 ¿Qué tal los brazos? ¿Doloridos?
 No — mentí — ¿Qué tal la rodilla?
Unos cuantos pasos después, decidí dejar de lado mis miedos.
 No lo decías en serio todo aquello del gracias y el por favor, ¿verdad?
 Completamente en serio. — Sus ojos se iluminaron de repente y añadió —
Cariño.
No.
 Deberías verte la cara — dijo con una carcajada.
 No me llames así.
 ¿Prefieres «cielo»? ¿O «pastelito»? — Me guiñó un ojo. Apreté los dientes.
Bajamos las escaleras en espiral que conducían al patio inferior de la Fortaleza. La
Fortaleza de la Manada parecía no decidirse entre si quería ser un castillo o una
prisión del siglo XXI. Su torre principal se elevaba, amenazante, adusta, como un
enorme edificio cuadrado, utilitario hasta el punto de resultar rudimentario. Jim me
había contado en una ocasión que la construyeron con muy poca tecnología y
tardaron casi diez años. Lo más probable es que tardaran incluso más. La Fortaleza
tenía varios niveles bajo tierra.
Un sólido muro de piedra circundaba la torre principal, creando una especie de
apéndice en el claro. Era la primera vez que estaba en el patio, un lugar espacioso y
casi vacío.
Unas cuantas máquinas de ejercicios en la pared más alejada. Un gran cobertizo
para guardar material. Una torre de agua. A mi derecha, un grupo de cambiaformas
frente a un tanque lleno de líquido. La última vez que había visto un tanque como
aquel, contenía una solución de color verde oscuro tratada mágicamente por
Doolittle y Curran flotaba desnudo en su interior.
Aquel tanque contenía agua y en su interior había una jaula para lupos: barrotes
gruesos como mi muñeca, revestidos de plata. Algo oscuro se movía dentro de la
caja. Los cambiaformas se desplazaban de un lado a otro. Entre ellos había tres
monstruosidades de casi dos metros quince en forma de bestia cuyas cabezas
greñudas bloqueaban la vista.
 ¿Qué es eso? — dije dirigiéndome a la jaula.

~183~
Ilona Andrews La magia quema
 Ya verás — dijo Curran petulante, como un gato que acaba de robar la nata y
cree que se saldrá con la suya.
Mientras cruzábamos el patio, una forma oscura ocultó las estrellas. La oscura
silueta de un cuerpo colosal rematado por unas enormes alas membranosas surcó en
silencio el cielo por encima de nuestras cabezas y se perdió por detrás de la línea de
árboles.
No podía ser. Incluso durante una erupción, la probabilidad de una criatura como
aquella era demasiado minúscula para tenerla en cuenta.
Los cambiaformas se apartaron ante la llegada de Curran. Un cuerpo reluciente y
familiar se removió en el interior de la jaula. Un alguacil.
 ¿Cómo...?
Curran se encogió de hombros.
 Siguió tu rastro hasta aquí después de que te marcharas. Tuvimos una
pequeña discusión y le arranqué los brazos. Como vimos que no estaba
muerta, la encerramos en una jaula para lupos y la sumergimos ahí.
El alguacil flotaba en el agua con los ojos muy abiertos. Unas diminutas branquias
se agitaban en su cuello. Tenía los dos brazos y parecían perfectamente funcionales.
Se había regenerado.
Su pelo rodeó los barrotes pero se soltó inmediatamente.
 No le gusta la plata. — Jim apareció entre el grupo como por arte de magia.
Curran asintió.
 La jaula para lupos fue una buena idea. A mí no se me habría ocurrido nunca.
Buen trabajo.
La próxima vez que consiguiera un trabajo extra del Gremio, invertiría el dinero
en instalar unos barrotes como aquellos en mi apartamento. Los actuales barrotes en
principio contenían un porcentaje decente de plata, aunque aparentemente no el
suficiente como para mantener alejadas a aquellas criaturas.
Extraje el abalorio del bolsillo del chaleco. El alguacil soltó una dentellada, sus ojos
color lavanda fijos en el collar.
 Quieres esto, ¿verdad? — Moví el abalorio a la izquierda. El alguacil lo siguió
con la mirada.
Desanudé uno de los numerosos nudos, liberé la primera moneda y la lancé sobre
la hierba, a unos cuantos metros de allí. El alguacil continuó concentrado en el collar.
Repetí la operación con la segunda moneda. Idéntica reacción.
 ¿Hay una más especial que las otras? — preguntó Curran.
 Sí. El problema es que no sé cuál es. Tercera moneda. Cuarta.
 ¡Hola, colegas!

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Ilona Andrews La magia quema
Habría reconocido aquella voz en cualquier sitio. Me di la vuelta. Bran estaba de
pie sobre el muro, a unos veinte metros de distancia, apuntándonos con la ballesta.
 Menuda fiesta, y yo sin invitación.
 Bajadlo de ahí — dijo Curran en voz baja. Dos cambiaformas en forma de
bestia se separaron del grupo y avanzaron en dirección al muro. Bran sonrió
abiertamente.
 Así que tú eres el gran hombre, ¿eh? Pensaba que eras más alto.
 Lo suficiente para partirte el cuello — dijo Curran. Su rostro pasó al modo
«Curran cabreado»: sobrio y tan expresivo como una losa de granito — Baja
del muro y daremos un paseo.
 No, gracias. — Los ojos de Bran viajaron del abalorio en mi mano a los
cambiaformas que me rodeaban. Quería el abalorio con todas sus fuerzas, pero
las probabilidades estaban en su contra.
Se encogió de hombros y entonces vio al alguacil.
 Vaya, ¿qué tenemos ahí? Dejadme que os eche una mano.
Disparó la ballesta y dos saetas atravesaron el cráneo del alguacil, introduciéndose
de un modo preciso por los ojos. El alguacil se disolvió en el agua del tanque.
La puerta de la torre se abrió de golpe y un grupo de cambiaformas atravesó el
patio. Alguien gritó:
 ¡Tiene los mapas!
 ¡Me largo! — Bran nos saludó con el sobre de los mapas en la mano — Gracias.
Desapareció en un torbellino de niebla. Curran rugió.

~185~
Ilona Andrews La magia quema

XXI

Cuando un león ruge a tu lado, al principio crees que es un trueno. El primer


sonido es tan profundo, tan aterrador, que te resulta imposible relacionarlo con una
criatura viva. Sientes la onda expansiva en todos los nervios del cuerpo y te quedas
paralizado. Todo pensamiento, toda razón abandona tu mente y te deja como lo que
eres: una criatura patética e indefensa sin garras, colmillos ni voz.
El estruendo cesa y crees que ha pasado el peligro, pero el rugido vuelve a
envolverte como una tos horrible, una, dos veces, gana velocidad y finalmente se
arremolina, imparable, ensordecedor. Reprimes el impulso de cerrar los ojos. Giras la
cabeza con un esfuerzo que consume hasta la última migaja de tu control.
Ves a un monstruo de dos metros quince de altura. Tiene una cabeza y un cuello
de león. Es peludo y gris. Unas franjas oscuras cruzan sus colosales miembros como
marcas de latigazos. Sus garras pueden despedazarte con un simple roce. Sus ojos te
abrasan con un fuego dorado.
Hace temblar el suelo con su rugido. Percibes el olor acre de la orina mientras los
monstruos menores se encogen. Te tapas los oídos para no quedarte sordo.
Finalmente, el rugido de Curran cesó. Gracias a Dios. Me pasó por la cabeza
sugerir que Bran ya no le oía y que, de hacerlo, lo más probable era que no se
arrastrara ante él acongojado de terror, pero decidí que no era el momento más
adecuado para comentarios sutiles. El rostro del león palpitó y se transformó en la
quimera que tan bien conocía: la forma intermedia de Curran, mitad león, mitad
hombre. Su voz retumbó por el patio.
 Registrad la Fortaleza. Descubrid cómo ha entrado y si se ha llevado algo más.
Los cambiaformas se dispersaron rápidamente, todos excepto Jim.
Necesitaba encontrar a Bran. Quedaba poco tiempo, la erupción se acercaba
peligrosamente y quería encontrar a Julie y a su madre antes de que esta alcanzara su
punto álgido. Sin embargo, no podría entrar en la niebla con el abalorio en mi poder.
Los Sabuesos de Morrigan iban tras él. Y no podía marcharme sin él porque los
fomoireos también lo querían. Acudirían a su llamada.
¿Qué debía hacer?

~186~
Ilona Andrews La magia quema
Jim miró a Curran.
 Tenemos un cebo. Le gusta Kate. Vendrá a por ella.
Cabrón. Siempre aprovechaba la menor oportunidad para joderme. ¿Por qué coño
me sorprendía? Miré a Curran. Se lo estaba pensando; casi podía ver cómo
funcionaba su cerebro bajo aquella crin.
 No me hagas esto. He de encontrar a Julie. No puedo quedarme aquí
esperando que ese capullo aparezca de la nada.
Jim alargó una mano en mi dirección.
 Aparta eso o te la corto —Ni siquiera me digné a mirarlo — Me conoces. Sabes
que lo haré.
 No necesitamos ayuda de nadie — dijo Curran. Jim bajó el brazo.
Respiré hondo. Veía una solución a todo aquel embrollo, pero el tipo de solución
que solo elegiría un loco o alguien completamente desesperado. Era algo
increíblemente perspicaz o increíblemente estúpido.
Sostuve en alto el abalorio.
 El ballestero quiere esto. Me fijé en cómo lo miraba. Confío en que la Manada
lo protegerá hasta el momento en que lo necesite. —Lo dejé en la palma en
forma de garra de Curran — Confío en ti para mantenerlo a salvo. Desconozco
el motivo, pero es algo muy valioso. Vendrán a por él tanto el ballestero como
los alguaciles. No puedo arriesgarme a perderlo. ¿Prometes protegerlo?
Era un gesto definitivo de fe. Todo el mundo sabía que Bran había superado tres
veces la seguridad de la Manada. El hecho de poner en manos de Curran el abalorio
significaría más para él que cualquier tipo de venganza. Acababa de convertir el caso
en algo personal. Si aceptaba, Curran lo protegería con su propia vida.
Los ojos dorados se clavaron en los míos.
 Tienes mi palabra — dijo.
 Eso es lo único que necesito.
Era libre de hacer lo que debía hacer. Podía mantener a Bran ocupado, siempre y
cuando lo encontrara, y ningún alguacil era rival para Curran.
 Pasaré por casa de los boudas a comprobar cómo se encuentra mi amiga y
después saldré en busca de Julie.
 Enviaré a un grupo para que te escolte hasta el territorio de las hienas.
 Sé cómo llegar.
Curran meneó la cabeza.
 No discutas conmigo. Ahora no.
Dos minutos más tarde, cabalgaba hacia la casa de los boudas acompañada de
cuatro hombres lobo de gesto severo que se detuvieron en la frontera invisible. Como

~187~
Ilona Andrews La magia quema
me explicó uno de ellos amablemente, todos los clanes de cambiaformas deseaban
mantener la privacidad en su propio lugar de reunión. Y la privacidad era algo que
otro clan no transgrediría sin esperar represalias.
La misma bouda que había prometido sonreír mientras le partía los huesos a Jim
me esperaba en el porche. Me observó mientras desmontaba y extraía los libros de
Esmeralda de la calesa que aún seguía abandonada junto a la casa.
 Has vuelto — dijo — He vigilado a tu amiguita mientras no estabas. Está muy
buena. ¿Sabes si le gustan las chicas?
 No tengo la menor idea.
 ¿Y qué le mola? ¿Los dulces, la música? ¿Cuál es su debilidad?
 Las armas.
 ¿Armas?
 Sí.
La bouda frunció el ceño.
 No sé nada de armas. Esto no va ser a nada fácil. Mierda. No sé si merece la
pena.
La bouda me hizo pensar de nuevo en Curran.
 Los tíos son unos capullos — dije. Ella asintió.
 Las mujeres tampoco son mucho mejores. Unas zorras quejicas, la mayoría. —
Se detuvo un momento a reflexionar — Los hombres pueden ser divertidos. Te
recomiendo a Rafael. Es el más paciente que tenemos, de ahí que tenga más
suerte que los otros. Aunque creo que por el momento tu amiguita tiene toda
su atención.
Encontré a Andrea y a la Tía B en la cocina, sentadas a una pequeña mesa,
bebiendo té. La imagen de Andrea llevándose la taza de té hasta su hocico de hiena
me resultó cómica. Cerré la boca e intenté contener la risa. Tenían que ser los nervios.
Si pedía galletas, no podría contenerme.
Andrea me vio y se enderezó sobre la silla.
 ¿Cómo ha ido?
 ¿El qué?
La Tía B suspiró.
 Quiere saber si Curran vendrá a matarla.
 Ah, no. No tiene ninguna intención de matarte. Créeme, ahora mismo eres el
menor de sus problemas.
Andrea dejó escapar el aire.
 Por favor, dime que hay café.
La Tía B hizo una mueca.

~188~
Ilona Andrews La magia quema
 Ya están muy excitados. Si les dejo tomar café, se darían de cabeza contra la
pared. Tenemos té de hierbas.
Dejé los libros sobre la mesa.
 Tienes muy mala pinta. Deberías dormir un poco. — Andrea dejó una taza
humeante delante de mí.
Necesitaba encontrar a Julie, a su madre, convencer a un sociópata de que donara
sangre para el bien de la humanidad y enfrentarme a una atrocidad con tentáculos y
sotana y a sus sirenas feroces. Necesitaba un café.
Un bouda macho entró en la cocina con aire despreocupado. Vestía unos
pantalones negros de piel y un chaleco también de piel sobre un pecho cincelado. Su
belleza no tenía nada de convencional; todo lo contrario: su nariz era demasiado
larga y la cara demasiado estrecha, pero tenía unos ojos de un azul intenso y un
cabello negro y reluciente, y sabía cómo sacar el mejor provecho a sus virtudes. Solo
con mirarlo, el instinto femenino te decía que tenía que ser muy bueno en la cama, y
cuando te miraba él, solo podías pensar en sexo.
Miró fijamente a Andrea con una extraña nostalgia en sus ojos, reparó en mi
presencia y me ofreció la mano.
 Siento mucho... el altercado en la calesa. Solo estaba jugando. Me llamo Rafael.
 El que disfruta con el dolor. — Hice ademán de estrechar su mano pero él me
la giró y me besó en los dedos, chamuscándome con una mirada que era puro
fuego.
Recuperé mi mano.
 Eso me ha despertado de golpe.
Rafael trazó una sonrisa perfecta.
 ¿Tanto hace?
Por alguna razón desconocida, no dudé en responder:
 Dos años. Y te agradecería que moderaras esa sonrisa. Se me están aflojando
las rodillas.
Rafael dio un paso atrás. Su rostro adoptó la misma expresión de Doolittle cuando
le aseguraba que me encontraba bien.
 ¿Dos años? Eso es mucho tiempo. Si quieres, podemos solucionarlo. Después
de dos años es prácticamente terapéutico.
 No, gracias. Curran también me ha ofrecido su ayuda en esa cuestión, y dado
que rechacé su oferta, no querría provocar más fricciones entre vosotros dos.
— Lo último que necesitaba ahora era colocar a Curran y a las hienas en
trayectoria de colisión.

~189~
Ilona Andrews La magia quema
Rafael retrocedió con las manos en alto, colocándose estratégicamente detrás de
Andrea.
 No pretendía ofenderte.
 Y no lo has hecho.
 ¿Va Curran en serio? — preguntó la Tía B.
Quería saber si a partir de ahora tendría que moverse con pies de plomo en mi
presencia. Por una vez, me alegré de poder decepcionarla.
 No, simplemente se comporta como un capullo. Parece ser que cada vez que
me llama «cariño» es como si me metieran un atizador al rojo vivo por el culo.
Se lo pasa en grande. — Me bebí el té.
Las Tía B me miró con una mueca extraña.
 ¿Sabes — dijo mientras removía su té — que la forma más rápida de sacártelo
de encima es acostarte con él? Y decirle que le quieres. Preferiblemente en la
cama.
Sonreí y estuve a punto de escupir el té por la nariz.
 Saldría corriendo como si le ardiera el rabo.
Rafael apoyó las manos en los hombros de Andrea.
 Aún estás un poco tensa. — Sus dedos empezaron a masajear suavemente sus
músculos.
 ¿Lo harás? — Tía B me miró por encima de la taza de té.
 No mientras viva. Un momento, retiro eso. Mejor «ni muerta».
 ¿Te ha invitado a comer, querida? ¿Regalos, flores, lo habitual?
Tuve que dejar la taza sobre la mesa porque la mano me temblaba
incontroladamente. Cuando dejé de reír, dije:
 ¿Curran? No es precisamente el señor Atenciones. Me pasó un cuenco con
sopa, eso es todo lo que ha hecho por mí.
 ¿Te alimentó? — Rafael dejó de masajear los hombros de Andrea.
 ¿Cómo ocurrió? — Tía B me miraba fijamente — Sé muy precisa, es
importante.
 No me alimentó literalmente. Estaba herida y me pasó un cuenco de sopa de
pollo. De hecho, creo que fueron dos o tres cuencos. Y me llamó estúpida.
 ¿Los aceptaste? — preguntó Tía B.
 Sí. Estaba muerta de hambre. ¿Por qué me miráis de ese modo?
 ¡Por el amor de Dios! — Andrea dejó su taza sobre la mesa, derramando un
poco de té — El Señor de las Bestias te ha dado sopa. Piensa en eso un
segundo.
Rafael tosió. La Tía B se inclinó hacia delante.
 ¿Había alguien más en la habitación?

~190~
Ilona Andrews La magia quema
 No. Hizo salir a todo el mundo.
Rafael asintió.
 Al menos todavía no lo ha hecho público.
 Y puede que no lo haga nunca — dijo Andrea — Pondría en peligro su
posición en el seno de la Orden.
La expresión de Tía B era adusta.
 No saldrá de esta habitación. ¿Me oyes, Rafael? Nada de chismorreos ni
conversaciones de alcoba. No queremos problemas con Curran.
 Si no me lo explicáis ahora mismo, estrangularé a alguien. — Aunque puede
que a Rafael le gustara...
 La comida tiene un significado especial — dijo Tía B.
Asentí.
 La comida condiciona la jerarquía. Nadie come antes que el alfa, a menos que
se dé permiso en ese sentido, y ningún alfa come en presencia de Curran hasta
que este da el primer bocado.
 Hay más cosas — dijo la Tía B — Los animales expresan el amor a través de la
comida. Cuando un gato te quiere, dejará ratones muertos frente a tu puerta,
porque eres un cazador pésimo y él desea ocuparse de ti. Cuando a un chico
cambiaformas le gusta una chica, le lleva comida, y si ella le corresponde,
puede invitarlo a comer. Cuando Curran quiere demostrar su interés por una
mujer, la invita a comer.
 En público — añadió Rafael — los padres cambiaformas siempre ponen el
primer bocado en el plato de sus mujeres e hijos. Lo que indica que si alguien
desea desafiar a la mujer o al hijo, primero tendrá que desafiar al macho.
 Si reunieras a todas las chicas de Curran, podrías montar un desfile — dijo Tía
B — Sin embargo, nunca le he visto poner comida en las manos de una mujer.
Es un hombre muy reservado, de modo que debe de haberlo hecho en un
momento íntimo, pero me habría enterado. En la Fortaleza, algo así no puede
mantenerse en secreto. ¿Lo entiendes ahora? Es una señal de un interés muy
serio, querida.
 ¡Pero yo no sabía lo que significaba!
La Tía B frunció el ceño.
 Eso no importa. A partir de ahora debes tener mucho cuidado. Cuando
Curran quiere algo, no se distrae. Lo persigue y no se detiene hasta que
consigue su objetivo, sin importar las consecuencias. Esa tenacidad es lo que le
convierte en un alfa.
 Me estás asustando.
 Puede que eso sea un poco exagerado. No obstante, si estuviera en tu lugar,
estaría ciertamente preocupada.

~191~
Ilona Andrews La magia quema
Deseé estar en mi casa, donde podría recurrir a la botella de sangría. Sin duda
aquello podía catalogarse como una emergencia grave.
Como si me hubiese leído el pensamiento, Tía B se puso de pie, sacó una pequeña
botella de la despensa y me sirvió un chupito. Lo vacié de un trago, dejando que el
tequila me quemara la garganta al bajar.
 ¿Mejor?
 Un poco. — Curran me había arrastrado a la bebida. Por lo menos aún no
contemplaba el suicidio.
Acerqué el deteriorado ejemplar de mitos y leyendas y busqué el índice alfabético.
Si iba a encontrarme con Bran, mejor ir preparada. Necesitaba otra perspectiva sobre
la cuestión. Por desgracia, mi cerebro insistía en reproducir una y otra vez la imagen
de Curran ofreciéndome sopa.
Rafael arrugó la nariz.
 Tus libros huelen a pollo.
 No son míos.
 Si vas a ir en busca de Julie, te acompañaré. — Andrea se deshizo de las manos
de Rafael con un brusco movimiento de hombros — Es mi responsabilidad.
Negué con la cabeza.
 No, es mía. Ahora mismo no puedo hacer nada por ella. Pero puedo encontrar
al ballestero. — Les expliqué todo lo relativo al aquelarre, los libros de
Esmeralda, los alguaciles y la sangre de Bran, aunque en este último caso no
precisé para qué la quería — Cuando nos atacaron los alguaciles, el Pastor
mencionó al Gran Cuervo. Veamos...
Deslicé el dedo a lo largo del índice. Ninguna mención al Gran Cuervo. Montones
de fomoireos pero nada de Bolgor o el Pastor. ¿Qué más? Algo tenía que conectarlos
a todos. Veamos, ¿qué tenía? El Sabueso de Morrigan, una ballesta, aquelarres, un
caldero perdido...
Encontré la entrada para caldero: «Caldero de la Abundancia, ver Dagda». Dagda
fue el amante de Morrigan durante un tiempo. «Caldero del Renacimiento, ver
Branwen». Busqué la página en cuestión. «Te entregaré un caldero con la propiedad
de que si uno de tus hombres muere hoy, tras ser depositado en el caldero, mañana
estará tan bien como en su mejor momento, salvo que no podrá hablar».
 ¿Has encontrado algo? — preguntó Rafael.
 Aún no.
Aquello era interesante. Los alguaciles estaban parcialmente no-muertos... Tal vez
habían salido de algún modo del caldero del renacimiento. Regresé al índice.
«Caldero de la Sabiduría, ver Nacimiento de Taliesin». Cualquiera con nociones
básicas de mitología celta conocía a Taliesin, el gran bardo de la antigua Irlanda, el

~192~
Ilona Andrews La magia quema
druida que sucedió a Merlín. Pese a conocer el mito tan bien como cualquiera,
busqué la página para asegurarme. Bla, bla, bla, la diosa Ceridwen, bla, bla, bla...
Si hubiese sido un perro, me habría mordido.
 ¿Qué? — se interesó Andrea.
Giré el libro y le mostré la ilustración.
 El nacimiento de Taliesin. La diosa Ceridwen tuvo un hijo increíblemente feo.
Sintió compasión por él y vertió una poción de sabiduría en un enorme
caldero para que al menos fuera sabio. Un joven sirviente removió la poción y
la probó accidentalmente, robando para sí el don de la sabiduría. Ceridwen le
persiguió. El chico se convirtió en un grano de trigo pero Ceridwen se
convirtió en una gallina, se lo tragó y parió a Taliesin, el mayor poeta, bardo y
druida de su tiempo.
Andrea frunció el ceño.
 Sí, ya veo que el chico renació gracias al caldero, ¿y qué?
 El nombre del hijo feo de la diosa. Morfrán: del gaélico mawr, «grande», y bran,
«cuervo» El Gran Cuervo.
 ¿Ese es el tipo? — preguntó Rafael — ¿El que dirige a los fomoireos?
 Eso parece. Y, además, también es un cuervo, como Morrigan. Nombres muy
parecidos más brujas inexpertas igual a...
 Desastre — ofreció Rafael.
Las Hermanas del Cuervo. Un nombre terrible para un aquelarre.
Andrea meneó la cabeza.
 No es posible que esas Hermanas fueran tan ignorantes. Hechizos torpes, lo
entiendo... pero ¿cagarla hasta el punto de adorar a la deidad equivocada?
Morfran y Morrigan ni siquiera son del mismo género.
 Puede que empezaran adorando a Morrigan y que se desviaran lo suficiente
para dar cabida también a Morfran. Tal vez Morfran se las apañó para llegar a
un acuerdo con Esmeralda. Ella ansiaba poder y él se lo ofreció. Taliesin, el
medio hermano de Morfran, fue el druida del rey Arturo tras la muerte de
Merlín. Por tanto, es probable que Morfran también fuera un druida. ¿Quién
más podría haberle enseñado a Esmeralda los ritos druídicos?
Andrea se inclinó sobre la mesa.
 De acuerdo, ¿pero con qué propósito? ¿Por qué meterse en tantos problemas?
 No lo sé. ¿Qué querrías si fueras un dios? Rellené la taza de Tía B y después la
mía.
 Vida — dijo Rafael.
 ¿Perdón?
 Querría vivir. Lo único que hacen es mirar desde donde sea que residen, pero
nunca tienen la posibilidad de participar. De sentirse protagonistas.

~193~
Ilona Andrews La magia quema
 Las cosas no funcionan así — dijo Andrea — Según la teoría post-Oleada, una
auténtica deidad no puede manifestarse en nuestro mundo.
 Cada día aparecen noticias sobre deidades — dijo Rafael, quien volvía a
masajearle los hombros.
Andrea negó con la cabeza.
 Eso no son auténticas deidades. Son construcciones de magos, hombres de
paja salidos de su imaginación. Básicamente, magia moldeada para adquirir
una forma determinada. No tienen consciencia de sí mismos.
Mi cerebro tenía dificultades para asimilar la existencia real de deidades. Conocía
la teoría tan bien como cualquiera: la magia disponía del potencial necesario para
conferir pensamiento y voluntad a la sustancia. La fe era tanto pensamiento como
voluntad, y la oración servía de mecanismo para fundirlos y catalizar la magia,
definida como una especie de conjuro verbal que concreta la voluntad del que lo
lleva a cabo. En la práctica, significaba que si mucha gente tenía una idea lo
suficientemente clara de su deidad y le rezaba con intensidad, la magia podía
condescender y traerla al plano de la existencia. El Dios cristiano o la «diosa» del
neo-wicanismo probablemente nunca adoptarían una forma definida, ya que las
creencias de sus fieles eran demasiado variadas y su poder demasiado difuso,
excesivamente abarcador. No obstante, algo tan específico como Thor o Pan en teoría
podía cobrar vida.
Mantuve aquel «en teoría» como un escudo para defenderme de la idea de
Morrigan y Morfrán. Había pocas cosas más aterradoras que un dios cobrando vida.
Entre una deidad y sus fieles no existe el concepto de la piedad. Ni tampoco los
secretos o los errores subsanables. Solo existían las promesas cumplidas o
incumplidas, los pecados cometidos o imaginados y las emociones descarnadas.
Amor, miedo, reverencia. ¿Cuántos de nosotros estamos preparados para que
juzguen nuestras vidas? ¿Qué ocurriría si nos declarasen deficientes?
La voz de Andrea se coló en mis pensamientos.
 En primer lugar, todo el mundo imagina a su deidad en un contexto mágico.
Es decir, ¿qué fiel imaginaría a Zeus dando un paseo por la calle con un rayo
bajo el brazo? Para manifestarse en la Tierra, haría falta una voluntad
independiente por parte de la deidad. Y eso es un obstáculo de los gordos. En
segundo lugar, las deidades dependen de la fe de sus congregaciones como los
vehículos dependen de la gasolina. En el momento en que la magia retrocede,
el flujo de la fe se queda sin gasolina. Sin magia no hay poder. Quién sabe qué
le sucedería a un dios. Pueden hibernar, pueden morir, pueden ser expulsados
de la existencia. ..
En mi cabeza, la voz de Saiman dijo: «Es la hora de la magia. La hora de los
dioses».

~194~
Ilona Andrews La magia quema
 La magia no es lo suficientemente fuerte, y las oleadas son demasiado
frecuentes como para permitir la aparición de una deidad…
 A menos que lo haya hecho durante una erupción —dije.
Andrea abrió la boca y volvió a cerrarla de golpe.
 Durante una erupción, cuando la magia está en pleno apogeo durante horas,
una deidad podría manifestarse y regresar a su escondrijo antes de que
golpeara la tec. La Tía B dejó la taza en la mesa.
 Si tienes razón, no podemos esperar nada bueno. Se supone que los dioses no
deben mezclarse en nuestros asuntos. Para bien o para mal, llevamos las cosas
a nuestra manera.
Miré a Andrea.
 Hace un par de minutos has dicho algo muy interesante. Eso del chico que
renació gracias al caldero. De algún modo, una manifestación es un
renacimiento. ¿Y si el caldero es la ruta que ha utilizado Morrigan para colarse
en nuestro mundo? En el lugar de reunión de las Hermanas del Cuervo faltaba
un caldero. Vi las marcas de las patas y eran enormes. Me parece que ni
siquiera Curran podría levantarlo. ¿Quién se molestaría en trasladar un
caldero gigante si no fuera realmente importante?
Andrea suspiró.
 Supongo que tiene sentido.
 Esta teoría tiene un pequeño problema. No tengo la menor idea de cómo
encaja en ella el abalorio del Pastor y Red. Todo el mundo lo quiere, pero
nadie me ha explicado el motivo.
 ¿Dónde está ahora? — preguntó Tía B.
 Lo dejé en manos de Curran. Me prometió protegerlo con su vida. — Me puse
en pie — Voy a mantener una conversación con el ballestero de Morrigan.
Andrea, ¿podrías cuidar de mis cosas mientras salto y bailo un rato?
Andrea se levantó arrastrando la silla con un chirrido.
 No tienes ni que preguntarlo.
 ¿Por qué no se lo preguntas directamente al ballestero? — dijo Rafael.
Sonreí.
 Porque es un ladrón y un embustero. El Oráculo de las Brujas es neutral y me
dirá la verdad.
La casa de los boudas tenía en la parte trasera un campo amplio y muy agradable.
En el centro del campo se levantaba un enorme y viejo roble cuyas ramas se
extendían de tal modo que prácticamente rozaban el suelo y proyectaban una amplia
sombra bajo las estrellas. Perfecto.

~195~
Ilona Andrews La magia quema
 No es muy complicado. — Me dirigí hacia el árbol con un cuenco de cerámica
y un jarro lleno de agua — He de hacer una danza un poco extraña. Si todo
sale bien, desapareceré.
 ¿Qué significa que desaparecerás? — Andrea me siguió, y Rafael siguió a
Andrea.
 Me introduciré en la niebla. El llamamiento es un hechizo muy antiguo. Las
brujas lo utilizan para encontrar a sus familiares. Normalmente se realiza en
los bosques. La bruja baila y su magia atrae al animal más compatible. Existen
diversas variantes del hechizo. Algunas se realizan para atraer a un hombre,
aunque, según mi experiencia, nada bueno puede esperarse de eso. Otras
transportan al ejecutor hasta una persona en concreto. Pero no funciona con
una persona normal. De ser así, le pediría que me llevara hasta Julie, pero Bran
está tan saturado de magia que debería ser capaz de atraerme hasta él.
Me quité el chaleco de piel y lo dejé junto el roble. A continuación, desaté la vaina
de Asesina y se la entregué a Andrea. Las botas y los calcetines siguieron idéntico
camino que el chaleco. Técnicamente, la danza funcionaba mejor si se hacía sin ropa,
pero no me apetecía caer desnuda en los brazos del Sabueso de Morrigan. Estoy
segura de que a él le hubiera encantado.
Me quedé de pie, con los talones rozando la hierba húmeda y resbaladiza, y
respiré hondo. Sabía cómo hacer un llamamiento. Alguien me había enseñado hacía
mucho tiempo, tanto que ni siquiera recordaba quién había sido ni cuándo lo había
hecho, y además había presenciado otros dos. El problema era que nunca lo había
intentado.
Andrea se sentó sobre la hierba. Rafael hizo lo propio a su lado.
Vertí agua en el cuenco, me quité el cinturón y rocié las hierbas en polvo que
guardaba en los compartimentos: helecho hembra y cenizas para la clarividencia, un
pellizco de ajenjo para evitar las interferencias de criaturas curiosas. Un poco de
roble para la referencia masculina. Había molido el roble precipitadamente, de modo
que en la superficie del agua flotaron algunos trocitos de hoja.
No había traído mi molinillo, pero hacía unas semanas había topado con un buen
ejemplar de fresno europeo que desfiguré rápidamente, extraje pequeños fragmentos
del tronco y los guardé en uno de los compartimentos del cinturón. El fresno europeo
era una de las mejores maderas para contener los conjuros. Arrojé al agua una de las
esquirlas de madera y susurré el hechizo.
El molinillo improvisado se sacudió. Tembló como una boya cuando un pez
mordisquea el cebo, y empezó a girar sobre sí mismo, primero lentamente, y después
ganando velocidad.
 ¿Para qué sirve eso?

~196~
Ilona Andrews La magia quema
 Para conectar las hierbas a la magia. — Desenfundé la daga arrojadiza y se la
entregué a Andrea — Si algo va mal, tira la daga sobre el cuenco. Por favor, no
intentes volcarlo ni sacar el molinillo.
 ¿Cómo sabré que algo va mal?
 Porque empezaré a gritar.
Me saqué la muñequera que llevaba en el brazo izquierdo. Adiós a mis agujas de
plata. La otra daga arrojadiza, los tres dientes de tiburón, el kit-r...
 Vas un poco cargada, ¿no? — Rafael levantó las cejas.
Me encogí de hombros.
 Eso es todo.
Avancé hasta colocarme bajo la sombra del roble. Salvo por la camiseta y los
pantalones, me había despojado de todo lo demás: cinturón, espada, cuchillo. Solo
llevaba el tubo para recoger la sangre y el cuadrado tejido con cabello y ortiga.
Visualicé un amplio círculo bajo la sombra del roble y dejé caer el tejido en el centro.
Regresé al límite del círculo imaginario y empecé a bailar.
Paso a paso, di una vuelta completa al círculo con el cuerpo inclinado. A mitad de
la segunda vuelta, una tirante cuerda mágica brotó del pequeño cuadrado tejido y
me agarró firmemente. Me recorrió todo el cuerpo, de la cabeza a los pies, y se
dividió en corrientes menores donde mi piel estaba en contacto con el suelo, como si
me hubiera convertido en un árbol. Me guió y tiró de mí.
A través de una neblina, vi cómo los boudas avanzaban entre las sombras y se
congregaban a mi alrededor, atraídos hacia mí como polillas a la luz. Me observaron
con ojos llameantes mientras se movían suavemente con la música silenciosa de mi
danza. Y entonces la oí: una melodía distante y sencilla. Crecía cada segundo,
desgarradora, triste pero salvaje, pura pero imperfecta. Me atrapó y se abrió camino
hasta mi pecho, colmando mi corazón con lo que mi padre ruso denominaba toska,
una añoranza tan intensa y dolorosa que producía un malestar físico. Me aflojó las
rodillas, minó mi voluntad hasta dejar solo la melancolía; hizo que echara de menos
algo, y aunque no estaba segura de qué era exactamente, sabía que la echaba de
menos con todas mis fuerzas y que no podría volver a respirar sin ella.
Bailé y bailé y bailé. Los boudas hechizados desaparecieron. La niebla se
arremolinó a mi alrededor. Un perro negro trotó junto a mí y penetró en las tinieblas.
La niebla se disipó lentamente. A través de la blancura, distinguí un tenue
resplandor amarillento que me reclamaba.
Mis pies pisaron hierba húmeda y rocas. Oí el débil crujido de la madera ardiendo
en un fuego. Un humo espeso y salado me envolvió.
Unos cuantos pasos más y llegué a la orilla de un lago que se extendía brillante,
negro, plácido bajo la luz de las estrellas, como una moneda sumergida en alquitrán.

~197~
Ilona Andrews La magia quema
Un pequeño fuego crepitaba en un foso de piedras junto al agua. Sobre el fuego había
un espetón donde se asaba la carcasa de un animal pequeño, tal vez un conejo.
Me di la vuelta. A mi espalda se extendía un bosque profundo, oscuro e irregular.
La niebla se arrastraba hacia el bosque, como succionada por los árboles.
El ataque fue tan repentino que reaccioné instintivamente. Bran se abalanzó sobre
mí desde la derecha, le esquivé y aproveché su impulso para derribarlo. Había
practicado aquel movimiento tantas veces que no me di cuenta de que lo había
realizado hasta que le vi volar por los aires y aterrizar en el lago con una salpicadura.
Se dio la vuelta en el agua y me sonrió. Maldita sea, el cabrón era muy atractivo.
Me di cuenta de que estaba medio desnudo. Tenía el pecho cubierto de tatuajes
azules. Cuando Dios diseñó aquel pecho, lo hizo para tentar a las mujeres.
 Esta vez no llevas espada.
Me encogí de hombros.
 No, pero tú tampoco puedes desaparecer.
 No me hace falta. — Salió del lago, con su cabello negro chorreando agua, y
volvió a correr hacia mí.
Esquivé sus manos, le golpeé en la rodilla y me alejé ligera de pies. Él me lanzó
una rápida patada que me apartó el pelo de la mejilla. Me moví a su alrededor y le
solté un codazo en el costado.
Bran me alcanzó con un rápido puñetazo. Lo recibí en el hombro, me hizo daño y
con una patada a la altura de los tobillos le hice perder el equilibrio y cayó al suelo.
Volvió a ponerse en pie de un salto y se alejó de mí, retozando como un cachorro.
Castígalo, haz que se mueva y se agote.
 Esta no es forma de tratar a un amante.
 No estoy aquí para acostarme contigo.
 ¿Entonces para qué tanto esfuerzo?
 Necesito un poco de tu sangre para salvar a una niña.
Bran flexionó el brazo derecho y las venas descollaron.
 ¿Un poco de esta sangre?
 Sí.
Sonrió de oreja a oreja.
 Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo.
 Nada de acuerdos. Para que funcione, la sangre debe entregarse
voluntariamente.
 Mantenme caliente esta noche y puede que por la mañana me sienta generoso.
Negué con la cabeza.
 Nada de acuerdos.

~198~
Ilona Andrews La magia quema
Bran levantó la cabeza y se quedó mirando el cielo.
 ¿De verdad no te acostarás conmigo?
 No.
Reflexionó un instante sobre aquello.
 ¿Estás pensando en violarme? ¿Tan desesperado estás?
Bran irguió la cabeza y se apartó el cabello de los ojos.
 Jamás he forzado a una mujer. No me hace falta. Hacen cola para estar
conmigo.
Vaya.
 Me alegra descubrir que eres todo un caballero.
 ¿Por qué tendría que darte mi sangre? ¿Qué obtendría a cambio?
 Nada. Excepto saber que has hecho algo bueno por alguien. Me dijiste que
eras un héroe. Haz algo heroico.
Bran se acercó al fuego y se sentó frente a él.
 Estás pensando en el héroe cristiano, palomita. Pero yo no soy cristiano.
Una fría brisa alborotó la superficie del lago. Me rodeé el cuerpo con los brazos.
Quería preguntarle por Julie y por otras cosas, pero no podía confiar en su palabra.
Consigue la sangre y lárgate.
 Solo por curiosidad, ¿qué ves en mí para llamarme palomita?
 Apuesto a que en la cama arrullas. — Sus ojos negros llamearon con el reflejo
del fuego — Siéntate a mi lado.
 ¿Tendrás las manos quietas?
 No prometo nada.
¿Qué otra cosa podía hacer? Me acerqué y me senté a su lado, disfrutando del
calor del fuego.
Bran se echó para atrás y apoyó la cabeza en el brazo doblado por el codo. Tenía
los músculos de un experto en artes marciales o de un soldado acostumbrado a
correr: tensos y resistentes. Y su olor... olía a hombre, ese olor que a veces
desprenden los hombres jóvenes en forma y que es una mezcla de sudor, vestuario y
sol.
En la distancia, un búho ululó, y el sonido rebotó sobre las oscuras aguas del lago.
 ¿Qué es este lugar?
 El refugio de Morrigan. Su hogar.
 ¿Ella está aquí?
Bran asintió.
 Aunque ahora mismo no está observando. Ahora duerme.

~199~
Ilona Andrews La magia quema
 ¿Alguna vez baja a la Tierra?
 ¿Por qué no quieres acostarte conmigo? ¿Tienes miedo de tu novio, de ese tal
Rambo?
 Rambo es un personaje de una historia. No es alguien real. No has contestado
a mi pregunta.
Me rodeó con un brazo.
 Bésame y prometo responder a todas tus preguntas.
Me deshice de su brazo.
 Creo que no. Sería adentrarme en terreno resbaladizo. — Me dio un palmetazo
en el brazo.
 Ahhhh, entonces lo deseas.
 Tal vez un poco.
Bran sonrió.
 Pero sigo sin querer acostarme contigo.
 ¿Por qué no?
Pensé en Saiman bailando sobre la nieve.
 Tengo un amigo que puede cambiar de aspecto. Piensa en alguien y se
transforma inmediatamente. Me ha invitado muchas veces a meterme en su
cama.
Bran frunció el ceño.
 ¿Puede transformarse en una chica?
 Sí.
 Me gustaría presenciarlo.
Aunque vivan en la niebla, los hombres siguen siendo hombres.
Bran se puso en pie, retiró la carcasa del fuego y clavó el espetón en la tierra. Un
cuchillo relució en la noche y me ofreció una pata medio chamuscada.
 Ten. Será mejor que comas algo mientras me cuentas tu historia. No quiero
parecer poco hospitalario.
 Gracias. — Arranqué un poco de carne de la pata y la mastiqué. Regusto
dulce. Conejo.
 Dime, ¿cuál es tu problema? ¿Te reservas para el matrimonio?
Solté una risotada.
 Un poco tarde para eso.
 Entonces ¿por qué no le das una alegría a tu amigo? Por lo que has dicho,
parece que se esfuerza mucho. ¿Cuánto tiempo lleva detrás de ti?
 Un año, más o menos. No deja de cambiar de cuerpo, como si fueran disfraces,
pero por mucho que lo intente, siempre sé que es él.

~200~
Ilona Andrews La magia quema
 No te gusta lo suficiente, ¿verdad?
Me encogí de hombros.
 No hace nada por mí. A veces me sorprende con algo que, de no ser él, podría
haber sido divertido. Pero al final siempre recuerdo que él no está interesado
en mí. Si me mostrara encantada, dejaría de gustarle; si estuviera al borde del
suicidio, no le importaría lo más mínimo. Preferiría acostarme con una
muñeca hinchable. Solo está interesado en mí porque le dije que no la primera
vez.
 ¿No ocurre lo mismo con todos los hombres?
 Sí, pero con él todo se reduce a mi cuerpo. Los hombres normales a veces
también buscan compañía.
Bran negó con la cabeza.
 No. Las mujeres buscan compañía. Los hombres solo buscan sexo.
Sonreí.
 Si es así, ¿por qué me has invitado a sentarme a tu lado?
 Supongo que esperaba poder convencerte para que cambiaras de idea.
 No lo conseguirás.
 Ya veremos.
 ¿Cuándo fue la última vez que comiste así con otra persona?
Se encogió de hombros.
 No lo recuerdo.
 Entonces, ¿siempre comes solo?
 ¿Por qué te interesa? — Su voz adquirió un tono hostil.
 Por nada, solo era curiosidad.
Bran atizó el fuego con un palo largo.
Me terminé la comida y me tumbé de espaldas, moviendo los pies frente al fuego.
Había sido un día muy largo. Había perdido a Julie y aún no tenía la menor idea de
dónde podía estar su madre. Al menos Andrea seguía viva.
Me di cuenta de que Bran me estaba observando. Nuestras miradas se encontraron
e inclinó la cabeza para besarme. Llevé una mano a sus labios.
 No quiero rechazarte por tercera vez. Créeme, si cambio de idea, serás el
primero en saberlo.
Se puso en pie, cogió una rama y empezó a desmenuzarla y a alimentar el fuego
con las pequeñas astillas.
 No te entiendo. Siempre se me ha dado muy bien esto. Las mujeres. Y ahora...
Pareces una persona muy decidida.
Fruncí el ceño.

~201~
Ilona Andrews La magia quema
 A mí no me lo parece.
 Pues lo eres. Actualmente la mayoría de las mujeres lo son. Tiempo atrás, si
una mujer se sentaba a tu lado, como tú lo estás ahora, se sobreentendía que la
mujer debía tumbarse para el hombre. ¿Qué sentido tiene si no? Las mujeres
de hoy en día son descaradas. Decididas. Se sientan a tu lado con sus ropas
ajustadas pero se niegan a acostarse contigo. Quieren hablar. ¿Qué sentido
tiene hablar?
Me incorporé y me rodeé las rodillas con los brazos.
 Bran, no sientes nada por mí, ¿verdad? Como yo no siento nada por mi amigo.
Bran me miró fijamente.
 ¿Qué te hace pensar eso?
 Es una intuición. Tengo la sensación de que quieres quitarme las bragas
porque soy una mujer y porque no sabes qué más hacer conmigo. No crees
que sea para tanto.
Bran suspiró y me miró. Me miró de verdad.
 No — dijo — No siento nada. No me malinterpretes, tienes un cuerpo precioso
y todo eso. No desaprovecharía la oportunidad si te abrieras de piernas, pero
he de reconocer que me he acostado con mejores.
Asentí.
 Eso creía.
 ¿Qué me ha delatado?
 El beso.
Se echó para atrás.
 ¡Pero si beso como un loco!
 Era el beso de un hombre frustrado con el orgullo ofendido. No había fuego.
— Le pasé otra ramita — Habla conmigo. Finge que soy un viajero que se ha
detenido para calentarse junto a tu fuego. Apuesto a que no recibes muchas
visitas. ¿Vives siempre en la niebla?
 Salgo para jugar durante las erupciones. — Abarcó el lago y el bosque con un
amplio movimiento de su mano — Pesco, cazo. Nunca me faltan piezas. Es
una buena vida.
 ¿Entonces no entras en el mundo real a menos que haya una erupción?
 Así es.
 Pero las erupciones solo se producen cada siete años aproximadamente.
¿Mientras tanto estás aquí, solo, sin la compañía de nadie?
Bran silbó y una forma peluda apareció de entre las sombras para sentarse a sus
pies. Un enorme perro negro.
 Te presento a Got Conri.

~202~
Ilona Andrews La magia quema
El perro se puso patas arriba, invitando a Bran a que le rascara la barriga. Bran le
complació.
 Cuando me aburro, duermo. A veces lo hago durante años, hasta que él me
despierta.
Le ofrecí al perro mi hueso. Lo cogió de mis manos lentamente y se acomodó a mis
pies para mordisquearlo. Y yo que creía que estaba sola. Al menos podía salir y
hablar con otras personas.
 Puede que lleves tiempo aquí, pero no tienes ningún acento.
 El Don del Habla. Uno de los tres regalos que me hizo ella. El Don del Habla:
puedo hablar cualquier lengua que desee. El Don de la Salud: las heridas se
me curan más rápido. Y el Don de la Puntería: acierto donde apunto. El cuarto
don lo tengo desde mi nacimiento.
 ¿Y en qué consiste?
 Admite que fue el mejor beso que te han dado nunca y te lo diré.
 Lo siento, se me ocurren un par de besos mejores.
O al menos uno...
 Entonces ¿por qué tendría que perder el tiempo contigo?
Agité la cabeza. No era una persona real. Solo era la sombra de una, sin recuerdos
ni ataduras, nada salvo el impulso sexual, una buena puntería y unos ojos increíbles.
 ¿De dónde eres?
Se encogió de hombros.
 No lo recuerdo.
 De acuerdo, ¿de cuándo eres? ¿Cuánto tiempo hace que estás aquí?
 No lo recuerdo.
Miré las estrellas. Esta misión estaba condenada al fracaso desde el principio. ¿A
quién quería engañar?
 Blathin — dijo — Se llamaba Blathin.
Me cogió una mano y tiró de mí, invitándome a que me pusiera en pie.
 ¡Ven! Te mostraré algo.
Corrimos por la orilla del lago y entre los árboles. Un poco más adelante, una
cabaña se levantaba entre la maleza, conectada al lago por un largo muelle. Bran me
llevó al interior de la cabaña.
El fuego crepitaba en el hogar. A la derecha vi una sencilla cama pegada a la
pared; a la izquierda, una hilera de arcones. Multitud de tallas decoraban las paredes:
un árbol, runas, guerreros. Muchos, muchísimos guerreros contorsionados por el
fervor de la batalla, tallados con exquisita precisión. Bajo ellos, sobre una mesa, había
un pergamino en el que aparecía un hombre con un largo báculo y enfundado en la

~203~
Ilona Andrews La magia quema
sotana de un monje. Estaba sentado sobre una roca. A su lado, las sirenas jugaban
entre las olas. El Pastor...
Bran me cogió de la mano, me llevó hasta un arcón y abrió la pesada tapa. Una
sábana blanca cubría el contenido. La apartó de un tirón. El arcón estaba lleno de
cabezas humanas.
 ¡Oh, Dios mío!
Bran cogió una cabeza momificada por el cuero cabelludo y me la lanzó. —Son
todas mías.
Aquella era la peor versión posible de «ven a mi apartamento y te enseñaré mis
grabados» que había vivido nunca.
Bran abrió otro arcón. Vi un casco de la Primera Guerra Mundial estilo Kaiser
junto a un casco de motorista decorado con unas llamas rojas. ¿Qué edad debía de
tener exactamente Bran?
El tercer arcón contenía espadas. Un yatagán turco, una katana, un sable de oficial
de marina con la inscripción Semper Fi grabada en inglés antiguo...
 ¡Eso no es nada! — Devolvió la cabeza disecada al arcón, me agarró la mano y
me arrastró hacia la puerta trasera. La abrió de una patada y salimos al porche.
Detrás de la casa se alzaba un poste de calaveras. Más alto que yo, blanqueado por
los elementos y erizado de lanzas ensartadas en el hueso.
 ¡Lo ves! — Movió los brazos en un gesto de triunfo — ¡Aún tengo más! ¡No
hay nadie que tenga tantas! ¡Mi padre se cagaría encima si viera esto!
No me cabía duda.
 Soy un gran guerrero. Un héroe. Cada uno de esos es un enemigo doblegado.
— Su rostro relucía de orgullo — Tú también eres un guerrero. Lo entiendes,
¿verdad?
Tantas vidas... La pila de calaveras se elevaba por encima de mí.
 ¿Cuántos años tienes? — susurré.
Saltó por encima de la valla, cogió una calavera de la pila y la puso delante de mí.
 Esta es la primera.
La calavera estaba rematada por un casco romano. Me senté. Demasiadas cosas
que asimilar. Se acercó y se sentó a mi lado. Observamos juntos la pila de calaveras.
Bran bajó la cabeza. Le apoyé la mano en el hombro.
 ¿Qué ocurre?
 Nadie lo sabrá jamás. Tú eres la única que ha visto esto. Nadie sabrá jamás lo
que he conseguido. Cuando finalmente muera, la única que me recordará, que
recordará todo esto, será Morrigan.

~204~
Ilona Andrews La magia quema
 Ella no es muy sentimental, ¿verdad? — probé.
Bran negó con la cabeza.
 Hicimos un trato estúpido. Yo salvé su pájaro y ella me pidió que eligiera mi
recompensa.
 ¿Y qué pediste?
 Otros habrían pedido una larga vida, hijos fuertes. Yo pedí ser un héroe. Tener
siempre bebida en abundancia, combates en abundancia y mujeres en
abundancia.
Las calaveras nos miraban con sus cuencas vacías en un silencio espeluznante.
 Si hubieras pedido hijos fuertes, tarde o temprano los habría convencido para
que te mataran — dije — No podías ganar.
 Un pequeño consuelo.
 Sí.
Toqué el casco romano. El metal estaba frío como el hielo.
 Cuando vivieron ellos no había magia en el mundo.
 Estaba agonizando — dijo él — Solo quedaba un pequeño rastro. Dormí
durante buena parte de su muerte. Cuando desperté y caí a través de la niebla,
el mundo estaba en llamas.
La primera erupción... Había muerto tanta gente durante aquella primera semana.
 La niña, a quien tú llamas Ratoncito... Estoy intentando protegerla y encontrar
a su madre. Las brujas me dijeron que me ayudarían, pero su Oráculo necesita
tu sangre para curar a una de ellas. Sería un gran gesto si la ayudaras a
sobrevivir. Significa mucho para mucha gente.
Bran cogió la calavera de mis manos y se la llevó a la cara, ojos frente a cuencas
vacías, dientes contra dientes.
 ¿Por qué tendría que hacerlo?
 El Oráculo de las Brujas pervive a través del tiempo, sus miembros renacen
una y otra vez. Si les entregaras tu sangre, los aquelarres mantendrían vivo tu
recuerdo. Para siempre. Conseguirías perdurar. Te convertirías en un héroe
para toda la eternidad.
Bran me miró; sus ojos, dos pozos sin fondo.
 No te costaría nada. Y lo significaría todo.

~205~
Ilona Andrews La magia quema

XXII

La niebla se desvaneció y Bran y yo aparecimos en el suelo de piedra de la cúpula


del Oráculo. La teletransportación estaba sobrevalorada. De acuerdo, te llevaba de un
lugar a otro rápidamente, pero estar colgada ingrávida en mitad de la niebla me dejó
una sensación desagradable parecida al vértigo. Además, para ser tele-transportada,
tuve que sujetarme con fuerza a Bran, y este parecía tener problemas para mantener
las manos quietas.
La cúpula estaba iluminada por antorchas y lámparas feéricas. Aunque no
esperaba encontrar a nadie a aquellas horas de la noche, las tres brujas del Oráculo
esperaban en la plataforma, alertas y despiertas. Cuando nos materializamos en
mitad de la sala, ni siquiera pestañearon. Aparentemente, nos estaban esperando.
A la izquierda del Oráculo había cuatro brujas más, dos de una edad aproximada
a la mía y dos mayores. Algunas tenían también los vistosos tatuajes que Bran lucía
en su pecho. ¿Brujas de aquelarres dedicados a Morrigan? Bran se inclinó y
estornudó.
 Odio esta puta tortuga. — Irguió la cabeza y sonrió al grupo al otro lado —
Señoras.
Las dos brujas más jóvenes pasaron de la sorpresa al flirteo en un abrir y cerrar de
ojos.
Me aproximé a la plataforma y le entregué el tubo con la sangre aún caliente a la
madre-bruja. Esta lo aceptó.
 Entrega su sangre libremente — dije — No espera nada a cambio. Aunque
espero que perdure el recuerdo de su ofrenda.
El Oráculo se puso en pie. Las tres brujas hicieron una reverencia al unísono.
 ¿Lo ves? — Bran levantó el dedo gordo hacia las tres mujeres — Así es cómo
una mujer debería tratar a un hombre. La próxima vez que nos veamos, quiero
que hagas lo mismo.
 Antes se congelará el infierno — le dije.
Las brujas volvieron a acomodarse en sus asientos.

~206~
Ilona Andrews La magia quema
 Teníamos un trato — dije.
La bruja me miró con intensidad.
 Un trato con seres de tu ralea no significa nada.
 Puede que me equivoque, pero tengo la sensación de que no te caigo bien — le
dije.
Sus dedos se doblaron como garras sobre los brazos de la butaca.
 María — susurró la más joven de las tres — No es necesaria la violencia. El
Oráculo siempre cumple con su palabra.
 Podría haberla engatusado.
Entonces señaló a las cuatro brujas que permanecían de pie a un lado.
 Ellas hablan en nombre de los aquelarres de Morrigan más antiguos. Están
aquí en calidad de testigos. Dime lo que deseas saber y te abriré los ojos.
 Esto es lo que sospecho: Esmeralda quería poder y creó un aquelarre, pero
carecía de preparación y conocimientos. Es probable que el aquelarre
empezara adorando a Morrigan, pero por una contingencia o
intencionadamente, Esmeralda permitió que Morfran participara en sus ritos y
que se hiciera con el control.
Las siete brujas me miraban fijamente. La atmósfera en la cúpula se hizo más
tensa. Continué.
 Sospecho que Morrigan tiene la habilidad de manifestarse durante las
erupciones, cuando la magia se encuentra en su punto álgido. Y lo hace
mediante un caldero mágico. Morfran también anhelaba la vida y, o bien
enseñó a Esmeralda a reproducir el caldero o bien la espoleó a robar el caldero
que había estado a buen recaudo en manos de los legítimos aquelarres de
Morrigan.
O acababa de dar en el clavo o las representantes de Morrigan sufrieron un ataque
simultáneo de estreñimiento, ya que las cuatro se sonrojaron y sus rostros se
crisparon.
 Creo que Morfran no se lleva muy bien con los fomoireos, aunque desconozco
el motivo. Necesito saber qué sucedió después de que el rito fuera consumado,
qué le sucedió a la madre de Julie y qué significado tiene el abalorio que
llevaba Red, el pequeño chamán.
 ¿Dónde está el abalorio? — Bran regresó a la vida súbitamente.
 No pienso decírtelo.
Extendió los brazos.
 ¿Por qué no? ¡Soy el bueno aquí!
 No estoy segura de eso. Es una cuestión de confianza. Hasta que alguien me
explique qué está ocurriendo, el abalorio se queda donde está.

~207~
Ilona Andrews La magia quema
 Yo te lo explicaré. — La bruja sentada en el centro se inclinó hacia delante.
Sobre ella, el mural se transformó. Las líneas negras avanzaron lentamente. La
silueta de Hécate se atenuó y el caldero ante ella se solidificó.
 Hace dos generaciones, al principio de la Oscilación, Morrigan puso en manos
de sus aquelarres un caldero mágico.
 Pues han hecho un gran trabajo protegiéndolo — dijo Bran.
La madre-bruja lo clavó al suelo con su mirada.
 Silencio.
 No lo sabíamos — dijo una de las brujas de Morrigan — No habla con
nosotras desde la última erupción.
La bruja en el centro la silenció con un movimiento de su mano.
 El caldero es su puerta de entrada a nuestro mundo. Su magia solo se
manifiesta durante una erupción. Morfrán quería el caldero para poder
experimentar también la vida. Llegó a un acuerdo con los enemigos de
Morrigan, los fomoireos, demonios marinos. A cambio de su colaboración, él
los liberaría del Otro Mundo a través del caldero. No son dioses. Necesitan
muy poca magia para existir allí. Y se convertirán en sus primeros fieles
cuando lleguen a este mundo.
 Pero he matado al menos a diez. ¿Cuántos pasaron?
 No los mataste — dijo Bran — No mueren a menos que tengan clavada en su
cuerpo una de mis saetas. Mientras el caldero los alimente con la magia de la
erupción, continuarán regresando a la vida. Cuanto más cerca están del
caldero, más difícil resulta eliminarlos.
Genial. Fantástico.
 ¿No podrías habérmelo dicho antes?
 Es una cuestión de confianza — dijo Bran imitando mi voz. Sentí unas ganas
irrefrenables de cruzarle la cara.
 De acuerdo, pero ¿cómo se hicieron con el caldero los fomoireos?
La bruja suspiró y juntó sus manos sobre el regazo.
 A lo largo de los siglos, los Sabuesos de Morrigan han protegido el caldero.
Solo ellos tienen poder sobre él.
En las paredes, los sabuesos levantaron la cabeza en un aullido silencioso.
Hombres como Bran arrancados de su humanidad mediante un trato nefasto.
 Los aquelarres de Morrigan pensaron que el caldero estaba a salvo porque
solo un sabueso podría moverlo de su lugar de reunión. Sin embargo,
desconocían que hace años uno de los Sabuesos de Morrigan se separó del
resto.
En la pared de la izquierda, el dibujo de un sabueso se alargó hasta convertirse en
un hombre.

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Ilona Andrews La magia quema
 Abandonó a Morrigan por una mujer, y los términos de su acuerdo obligaron
a Morrigan a dejar que tanto él como su progenie vivieran.
Las cosas encajaron en mi mente.
 Red. Ese pequeño bastardo es un descendiente del sabueso que se separó del
resto.
La bruja asintió.
 Eso significa que puede mover el caldero. ¿Lo robó él?
Por sus expresiones, las cuatro brujas de Morrigan parecían querer estar en
cualquier otro lugar menos en aquel.
 Vi las marcas que dejaron las patas. Es enorme. Los brazos de Red son de este
tamaño. — Me toqué el dedo índice con el pulgar — ¿Cómo demonios iba a
transportarlo? ¿Y cómo puede ser que no os dierais cuenta de que había
desaparecido?
 Estábamos tan acostumbradas a verlo siempre allí que tardamos un tiempo en
comprender que ya no estaba — dijo una de las brujas.
 Se puede reducir de tamaño — dijo Bran — Hacerlo tan pequeño como para
metértelo en el bolsillo.
 O en un abalorio. Oh, mierda. Un momento, antes has dicho que el caldero
mantiene con vida a los fomoireos; por tanto, han de tenerlo ellos. ¿Qué hay en
el abalorio?
Bran se encogió de hombros.
 La tapadera. El chico robó el caldero para la bruja, pero interrumpí la fiesta
justo cuando terminaban el rito y aparecía el primer fomoireo. Mientras estaba
ocupado haciéndome el héroe, el chico se largó con la tapadera.
 ¿Para qué sirve la tapadera?
 Para controlar el caldero.
Resistí el impulso de cogerlo por los hombros y zarandearlo para arrancarle toda
la historia de golpe.
 ¿Cómo?
 Si colocas la tapadera de una determinada manera es el caldero de la
abundancia. Si la colocas de otra es un portal al mundo de los muertos.
Después de que lo atravesara el primer grupo de fomoireos, cerré el caldero,
convirtiéndolo en el caldero de la abundancia. Aún sigue manteniéndolos con
vida, pero a menos que consigan recuperar la tapadera, no podrán volver a
abrir el portal para la llegada de Morfran.
 ¿Qué ocurriría si Morfran aparece en lugar de Morrigan?
Bran hizo una mueca.

~209~
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 Es un trato muy sencillo, mujer. Morfran obtiene la vida y el caldero. Los
fomoireos, la vida y la libertad. Si aparece Morfran, soltará a su horda de
demonios marinos en tu ciudad. Y estos desean vengarse del Hombre. Utiliza
la imaginación para descubrir qué ocurrirá después.
Miré al Oráculo.
 ¿Está diciendo la verdad?
La más joven de las tres brujas asintió.
 Sí.
 Una última cosa. ¿Por qué insistes en robar los mapas?
Bran suspiró.
 El caldero debe instalarse en el cruce de tres caminos. Los fomoireos no
pueden reducirlo de tamaño, de modo que debían trasladarlo físicamente a
otro lugar. El problema es que existen muchas localizaciones donde se cruzan
tres caminos. El caldero de la abundancia no brilla con la magia como lo hace
el del renacimiento, por lo que es muy difícil de localizar. Me he estado
teletransportando a todos los cruces de caminos próximos al foso para intentar
encontrarlo.
Aquello tenía sentido.
 De acuerdo. La Manada tiene la tapadera — le dije.
Sonrió abiertamente.
 Bien, no será muy difícil recuperarla.
Delgadas lenguas de niebla se arremolinaron en sus pies y se disiparon
rápidamente. Bran continuaba en el mismo sitio.
 Sigues aquí.
 ¡Lo sé! — Se balanceó hacia delante. La niebla se abombó y desapareció. Lo
intentó de nuevo pero volvió a ocurrir lo mismo — Algo no funciona. ¡Tú! —
Bran señaló a la bruja más joven del Oráculo — ¡Encuentra al Pastor!
Una tímida sonrisa iluminó el rostro de la bruja más joven, destacando su
fragilidad. Al principio creí que se estaba riendo ante la absurdidad de la orden de
Bran, pero entonces se le pusieron los ojos vidriosos, centró su atención en un punto
detrás de nosotros, en un horizonte que solo ella podía distinguir, y comprendí que
utilizar su don la llenaba de alegría. Se inclinó hacia delante, enfocó la vista en algo
concreto, su sonrisa se hizo cada más amplia, y entonces empezó a reír. La música de
su voz llenó la cúpula, exuberante y dulce.
 Lo he encontrado.
La cúpula se sacudió, se levantaron columnas de vapor y la pared del fondo se
desvaneció, dejando paso a la luz de la mañana. Bajo un cielo encapotado, la niebla

~210~
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se disipó alrededor de unas familiares púas de acero que se elevaban desde un suelo
repleto de desperdicios metálicos. Un pájaro del Estínfalo estaba posado sobre una
confusa pila de vías de tren, aplastadas y retorcidas entre sí, como si un gigante
hubiera intentado hacer un nudo de pescador con ellas. La Brecha del Panal.
La niebla se desvaneció y vi a Bolgor el Pastor subido a un montón de barriles
oxidados. Una suave brisa agitaba la tela de su hábito de monje. Una corpulenta
silueta con una cruz en la mano se elevaba detrás de él, aún envuelta en la niebla.
Ugad, completamente regenerado. Qué bien, tendría que volver a matarlo.
Una forma alta avanzó a través de la niebla. Los restos metálicos crujieron y
protestaron bajo su peso, y un monstruo apareció en el claro. Alto, ancho de
hombros, dotado de unos músculos de acero y recubierto de un pelaje gris
interrumpido por rayas de un gris más oscuro.
Curran.
¿Qué demonios estaba ocurriendo allí?
 Tú primero — dijo. Pese a que podría rodearme la cabeza con sus mandíbulas
y a que sus colmillos eran más largos que mis dedos, su dicción era perfecta.
Detrás del Pastor, Ugad dejó caer el crucifijo con un golpe sordo. Distinguí un
cuerpo pequeño y delgado sujeto a un poste; tenía las piernas atadas y los brazos
extendidos en un madero horizontal. Julie. Oh, Dios.
Cogí a Bran de la ropa y lo atraje hacia mí.
 ¡Llévame allí ahora mismo!
 ¡No puedo! — gritó él.
El corazón amenazó con salírseme del pecho. Asesina empezó a humear. Julie tenía
los ojos cerrados, y estaba tan pálida que puede que ya estuviera muerta.
Hubiera dado mi brazo izquierdo por estar a su lado.
Curran alzó un brazo y una colección de amuletos y monedas quedó suspendida
de su garra.
Bran soltó un alarido.
 ¿Qué hace? ¡Detente, hijo de puta! ¡No!
 La niña a cambio del collar. Como acordamos — dijo Curran.
El susurro del Pastor me erizó el vello de la nuca.
 No deberías haber venido solo, bestia.
Varios alguaciles aparecieron de debajo de la chatarra metálica y se abalanzaron
sobre Curran mientras peleaban entre sí. En un abrir y cerrar de ojos, el Señor de las
Bestias desapareció bajo una montaña de cuerpos retorcidos.

~211~
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Apreté los puños mientras esperaba que se liberara. Lucha, Curran. Resiste. En
cualquier momento los cuerpos saldrían despedidos y Curran quedaría libre de la
pila de carne. En cualquier momento... Noté el cuello tenso, como ceñido por un
garrote. Los alguaciles emitieron un chillido.
 ¡No, no, no! ¡Maldita sea, hijo de puta, haz algo! — Bran disparó su ballesta
hacia la visión. La saeta distorsionó la imagen y se clavó en el muro.
Un jaguar saltó sobre el Pastor y lo derribó. Nadie le vio aparecer. No produjo
ningún rugido, ni el más mínimo sonido. Unos colmillos descomunales relucieron y
la cabeza del Pastor se descolgó sobre su pecho desde el cuello partido. Jim se detuvo
un breve instante para deleitarse con su presa y, a continuación, se abalanzó sobre
Ugad.
Cuatro bestias surgieron de la niebla y clavaron sus dientes en las piernas de
Ugad. Un lobo dejó escapar un corto gruñido.
Unas manos enormes brotaron de entre los cuerpos de los alguaciles y Curran
emergió entre ellos. Unas profundas incisiones carmesí recorrían su pelaje. Ahora
entendía el plan: Curran esperaba la puñalada por la espalda y había decidido llevar
el peso del asalto para ganar tiempo y que el resto de los cambiaformas pudieran
liberar a Julie.
Los alguaciles volvieron a lanzarse sobre él. Curran cogió a uno, lo partió por la
mitad y lanzó los convulsionantes restos al suelo. El cuerpo del alguacil se licuó. El
charco de sus secreciones se enroscó y empezó a elevarse como un sacacorchos,
solidificándose y dando forma a un nuevo alguacil.
 ¿Por qué no mueren?
 El caldero está demasiado cerca — dijo Bran entre dientes.
No podían ganar aquella batalla. Lo mejor que podían hacer era salir de allí cuanto
antes.
Curran arremetió contra otro alguacil y le estrujó la cabeza como si fuera un
huevo. También se licuó y volvió a recuperar su forma original en cuestión de
segundos.
 ¡Deja de matarlos, imbécil! ¡Mutílalos! ¡Mutílalos, hijo de puta! — gritó Bran.
Diez metros más allá, Ugad arremetió y giró sobre sí mismo, barriendo con sus
enormes puños a los cambiaformas que lo acosaban. Estos se lanzaron a sus pies,
empujándolo hacia las agujas metálicas. Ugad volvió a girar. Su enorme cola llena de
púas osciló como un garrote y golpeó un cuerpo greñudo. El cambiaformas voló
unos cuantos metros por el aire y se desplomó sobre el esqueleto de un coche
abollado. La bestia cayó al suelo, inconsciente.
Ugad saltó. Como si se tratara de una pesadilla, vi cómo su pie colosal pisoteaba el
cuerpo boca abajo de la bestia y oí el crujido de huesos rotos. La sangre salió
despedida. El monstruo se dio la vuelta, dejando tras de sí un cuerpo humano

~212~
Ilona Andrews La magia quema
desnudo y destrozado. Distinguí un cabello azul eléctrico salpicado de
manchurrones carmesí. Apreté los puños. No podía hacer nada. No podía detenerlo.
Solo podía observar, impotente.
El jaguar saltó sobre la cabeza de Ugad. El gigante golpeó la cruz en su intento por
deshacerse de la nueva amenaza. La cruz se tambaleó sobre la base y se desplomó
con Julie colgando de ella como una muñeca de trapo, amenazando con aplastarla
contra el suelo. Una forma menuda, del color de la arena, saltó hacia delante y
sostuvo la cruz a escasos centímetros del hierro retorcido. Andrea desató a Julie del
poste.
Un látigo de tentáculos verdes la golpeó, desgajándole carne y piel de su muslo. El
músculo, rojo y húmedo, brilló a través de la herida. El Pastor silbó entre dientes.
Volvía a estar completo, los harapos restallando alrededor de su delgado cuerpo.
Andrea echó a correr pero los tentáculos la alcanzaron. Soltó un grito y yo hice una
mueca de dolor. Andrea siguió adelante.
Un paso. Dos. Cayó al suelo.
Mientras se arrastraba para alejarse de él, se agarró con una mano a la tierra y con
la otra tiró de Julie.
Los tentáculos siguieron azotándola, una y otra vez. Andrea se hizo un ovillo,
intentando proteger a Julie con su cuerpo.
Los lobos se olvidaron de Ugad y corrieron hacia el Pastor. Los tentáculos se
sacudieron como cintas verdes seguidos de gritos de dolor.
En un intento por deshacerse del jaguar, Ugad se golpeó a sí mismo en los
cuernos. El enorme gato se sujetó con fuerza, utilizando sus garras como cuñas. Una
sangre licuada bañó la colosal frente de Ugad. Jim enterró aún más sus uñas hasta
clavárselas en los ojos. El gigante embistió enloquecido, aplastando el hierro bajo sus
pies, directo al bosque de púas metálicas.
Jim saltó hacia arriba.
El enorme cuerpo del monstruo se ensartó en una púa.
Jim aterrizó en una posición extraña, resbaló y se deslizó por una lámina de metal
ondulado. Su pelaje dejó un rastro rojo a su paso. Intentó incorporarse, pero sus pies
continuaron resbalando bajo su cuerpo.
De la espalda de Ugad emergía un fragmento metálico bañado en sangre. El
monstruo se enderezó y se desclavó de la púa. Se dio la vuelta, ajeno al boquete que
se abría en mitad de su pecho, avanzó pesadamente hasta el cuerpo acurrucado de
Andrea y le soltó una patada. El impacto proyectó a Andrea unos metros por los
aires, hasta chocar con estrépito contra un montón de residuos. Ugad recogió a Julie
del suelo con una extraña expresión atontada en su desagradable rostro... y se
encontró con la dura mirada de Curran.

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Poco a poco, luchando por cada centímetro, sangrando por diversas heridas, el
Señor de las Bestias había conseguido llegar hasta él. Curran insertó su garra en el
boquete que se abría en el torso de Ugad y volvió a sacarla con una masa
sanguinolenta entre sus dedos.
A la derecha, el Pastor extendió los brazos. Sus ropas se rasgaron, revelando un
cuerpo delgado y desmañado. Los tentáculos se arremolinaron sobre sus hombros y
salieron proyectados hacia delante para aferrarse a las púas metálicas. Los tentáculos
se contrajeron y el Pastor pasó por encima de los lobos para clavar sus garras en la
espalda de Curran. Los alguaciles se movieron al unísono, se abalanzaron sobre
Curran y le inmovilizaron las extremidades, exponiendo el collar que llevaba ceñido
alrededor del brazo. Los ojos de hielo del Pastor relucieron con un hambre insaciable.
Su boca se desgajó y unos dientes serrados se cerraron sobre el brazo de Curran y el
abalorio. Las monedas salieron despedidas en todas direcciones cuando la cuerda se
rompió bajo los dientes del Pastor.
Curran gritó, y yo grité con él.
 ¡Idiota! — Bran se golpeó la cabeza con la palma de la mano.
Los tentáculos se replegaron. Un agujero sangriento apareció en el brazo de
Curran. El Pastor retrocedió hacia el hangar. Tres alguaciles le siguieron en bandada,
arrebatando a Julie de los brazos de Ugad, mientras el resto de los alguaciles seguían
agarrados a los pies de Curran. El gigante miró a Curran con expresión ausente, se
dio la vuelta y corrió también en dirección al hangar, derramando sangre a su paso.
Los lobos cayeron sobre los alguaciles. Curran se sacudió como un perro al salir
del agua.
Ugad atravesó con el puño el delgado muro metálico y el boquete abierto que
había vislumbrado junto a la pila de cajas.
 ¡No! — Bran se quedó con la boca abierta.
Ugad se abalanzó contra las cajas de cabeza. Saltaron fragmentos por todos lados,
y tras las cajas apareció un caldero metálico más alto que yo. Bran maldijo por lo
bajo, mordiendo las palabras como un perro rabioso.
La magia llegó en una oleada gigantesca y asfixiante. Las brujas se pusieron de
rodillas. La visión flaqueó y la cúpula se sacudió.
 La erupción... —susurró el Oráculo más joven — Está aquí.
La magia me golpeó con fuerza, y mi cuerpo bebió de ella, más y más y más. Esta
vez no sentí vértigo. Ni hubo ninguna pausa. Solo poder; un poder puro que manaba
de mi interior ininterrumpidamente.
El Pastor se inclinó sobre el caldero. Su cuerpo se dobló por la mitad y de su boca
manó a borbotones un líquido que contenía una chispa reluciente. La chispa entró en

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contacto con el caldero y se expandió hasta formar una enorme tapadera. Debía de
habérsela tragado cuando mordió el abalorio.
Curran estaba prácticamente a su altura. Detrás de él había dejado un rastro de
cuerpos de alguaciles despedazados.
Ugad asió la tapadera y se enderezó. Sus gruesos brazos se hincharon. Con un
gruñido gutural, levantó la tapadera y abrió la puerta del Otro Mundo.
Como una nube de tormenta con una mente consciente, una mancha de oscuridad
cobró forma sobre el caldero. En el interior de aquella sombra apareció una
oscuridad aún más profunda, insinuando una silueta humanoide, colosal y deforme.
Dos manos brotaron de las tinieblas como agradeciendo una ovación. Unos pies
enfundados en unas botas negras se solidificaron sobre el borde del caldero. Unos
gruesos antebrazos emergieron a la luz, sus potentes músculos entrecruzados por
relucientes franjas de tejido en proceso de cicatrización y salpicados de verrugas. La
oscuridad se replegó como una mascota complaciente, revelando primero un pecho
recubierto por una cota de mallas negra, y a continuación, un rostro pálido.
Tenía una nariz prominente, demasiado larga y plana, como la parte inferior del
cráneo de un caballo o un pico formidable, envuelta por una fina capa de piel y
rematada por una afilada punta en forma de cuerno. Bajo la nariz, una mandíbula
colosal soportaba dos hileras de dientes desproporcionados. Uno de los incisivos
sobresalía como el colmillo de un jabalí, apenas rozando la mejilla izquierda. Sus
ojos, pequeños y blancos, se asentaban en unas cuentas de Neanderthal. Entre los
ojos, el cartílago atravesaba la piel formando un puente delgado y afilado que
desaparecía en una frente carnosa.
Era como si los cráneos de un caballo y de un humano se hubieran combinado,
dando lugar a una mezcla horripilante. Un rostro humano se extendía sobre
semejante combinación, sin la carne y la piel necesarias para cubrir completamente el
hueso. Aquella cosa no podía ser humana.
A su espalda, la oscuridad se deslizó y adoptó forma, solidificándose en un largo
cabello negro y en una multitud de plumas de cuervo que ondearon como un manto
detrás de él.
Morfran.
Levantó una mano y pronunció una sola palabra.
Una burbuja gris cobró vida entre sus dedos y empezó a expandirse. Le engulló la
mano, y después la cabeza y los pies. Instintivamente, supe que no quería que
aquella burbuja tocara a Curran.
El Señor de las Bestias dudó un instante.
 ¡Corre, Curran! — grité pese a saber que no podía oírme.
La burbuja engulló el caldero. El corazón me dio un vuelco.

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 ¡Corre!
Curran dio media vuelta y echó a correr, recogiendo el cuerpo de Jim al pasar por
su lado.
 ¡Andrea! — grité, pero no podía oírme. La burbuja ocultó al Pastor y la visión
se desvaneció.

~216~
Ilona Andrews La magia quema

XXIII

Tres horas más tarde, Bran y yo llegábamos a la fortaleza de la Manada. Las brujas
nos habían prestado los caballos, y los habíamos cabalgado hasta dejarlos
empapados en sudor. Bran estaba furioso. Maldijo a Curran por haber perdido la
tapadera. Maldijo a Morrigan por negarle la niebla como castigo por su fracaso.
Maldijo a los fomoireos por su nombre, recurriendo cada vez a palabras más
ofensivas, hasta que las maldiciones dejaron de tener sentido. Yo guardé silencio
todo el tiempo.
Tras media hora de improperios, Bran bajó la voz y, finalmente, también se quedó
callado.
 La burbuja gris que vimos era un hechizo protector — dijo poco después —
Los fomoireos solo pueden salir del caldero de uno en uno. Morfran está
ganando tiempo para reunir a su ejército.
 ¿Podemos romper el hechizo? — pregunté. Bran negó con la cabeza. — No
podría hacerlo ni el mismísimo Cú Chulainn. Dentro de unas quince horas la
burbuja caerá y la ciudad se teñirá de sangre. Estamos cabalgando por el Otro
Mundo porque todos — hizo un gesto con la mano para englobar las casas a
ambos lados de la calle —... todos están muertos. Viajamos a través de la
ciudad de los muertos. Y todo porque el muy hijo de puta intentaba salvar a
una niña mendiga.
Era mi niña mendiga. Yo también me hubiera enfrentado a una horda de
demonios para salvarla.
Las puertas de la Fortaleza de la Manada se abrieron al acercarnos a ellas. Un
grupo de cambiaformas nos esperaban en el patio interior. Busqué con los ojos la
figura familiar.
Por favor. Por favor, que esté aquí.
Y entonces le vi, la melena derramándose por su espalda. No le había reconocido
inmediatamente porque no tenía el pelo rubio sino gris, el gris de su pelaje en su
forma de bestia.
Bran saltó del caballo y avanzó por el patio con el rostro crispado.

~217~
Ilona Andrews La magia quema
 ¡Tú! ¡Hijo de puta! Oh, mierda.
 Curran, no le mates. Es el Sabueso de Morrigan. ¡Le necesitamos para manejar
el caldero!
Bajé del caballo de un salto y seguí a Bran.
Los cambiaformas nos dejaron avanzar, pero el Señor de las Bestias no se movió
del sitio.
 ¡Se la has entregado! ¿A cambio de qué? ¡De una niña de la calle! ¡A nadie le
importa si vive o muere! Has matado a cientos de personas por ella. ¿Por qué?
Curran tenía los ojos dorados.
 No tengo que darte ninguna explicación. — Curran levantó una mano y lo
apartó de en medio. Bran retrocedió un par de pasos.
Y le cogí antes de que cayera al suelo.
 Déjalo estar. Saldrás malparado.
Bran se soltó y corrió hacia Curran. Curran gruñó, le cogió por el brazo y lo lanzó
al otro extremo del patio.
El Sabueso de Morrigan se puso en pie de un salto. Un rugido inhumano,
espeluznante salió de su garganta y me golpeó las orejas como un puño hecho de
aire.
La carne de Bran se desbordó. Los músculos se hincharon hasta adoptar una
proporción obscena, las venas se inflaron como cuerdas, los tendones formaron
nódulos del tamaño de bolas de billar. Su cuerpo aumentó de tamaño,
expandiéndose en todas direcciones, los codos y las rodillas quedaron sepultados por
la masa muscular en expansión. Con la flexibilidad propia de alguien sin huesos, su
cuerpo se contorsionó hacia atrás, fluyó, se fundió y, finalmente, emergió una
aberración asimétrica. Diversos bultos se deslizaron bajo su torso, como pequeños
vehículos colisionando bajo su piel. Su ojo izquierdo descolló; el derecho, se hundió
en la cuenca; la piel de la cara se contrajo, dejando al descubierto los dientes y una
boca enorme, cavernosa. La saliva manaba de sus labios irregulares. Su único ojo
visible giró en el interior de la cuenca.
La fiebre de la batalla, por supuesto. El cuarto don, en este caso uno con el que
había nacido. Bran era un guerrero nato, como Cú Chulainn. Tendría que haberme
dado cuenta antes.
 ¡Juguemos, hombrecito! — Bran arremetió contra Curran.
El Señor de las Bestias logró esquivarlo y descargó el puño en su estómago
deforme. Bran le agarró por la muñeca y lo lanzó contra el muro como si fuera un
gatito.

~218~
Ilona Andrews La magia quema
Curran giró en el aire y se proyectó, impulsándose con las piernas en el muro. Un
hombre inició el salto, pero lo que golpeó a Bran fue una pesadilla inducida por el
hachís que era una mezcla de león y humano.
La bestia derribó a Bran. Curran soltó un rugido, sus ojos dorados relucientes de
ira. Sus colosales y prehistóricas mandíbulas se abrieron completamente y unos
colmillos de siete centímetros estuvieron a punto de arrancar de cuajo la nariz de
Bran. El Señor de las Bestias estaba cabreado.
Bran se deshizo de Curran con un movimiento de sus enormes piernas y se puso
en pie de un salto.
 ¡Adelante, princesa! Muéstrame qué puedes hacer.
Curran volvió a arremeter contra él. Bran intentó alcanzarle con una mano
carnosa, falló y recibió el tajo de una garra afilada a la altura de las costillas que le
rebanó como una pera. Las heridas sangraron un instante y se cerraron solas.
La gente se dispersó. Bran levantó por encima de su cabeza la jaula que hasta hacía
poco había retenido al alguacil y la descargó sobre Curran. El Rey de la Manada la
detuvo. La herida de su brazo, que ya llevaba tiempo sin la venda, empezó a sangrar.
Unos músculos gigantescos descollaron en la espalda de Curran, le arrancó la jaula
de las manos a Bran y la lanzó a un lado.
 Tampoco es para tanto — gruñó, sus ojos anegados en oro.
Se enzarzaron en una lucha salvaje de golpes y patadas. Bran consiguió alcanzar a
Curran y este salió despedido por el patio. El Señor de las Bestias se recompuso,
levantó a Bran del suelo y lo estampó contra un cobertizo de madera que había junto
al muro. Este cedió y Bran desapareció en una explosión de astillas. Curran corrió
tras él. Un instante después, otra sección del muro se hizo añicos, sembrando el suelo
de fragmentos de piedra, y el retorcido cuerpo de Bran reapareció en el patio. Pese a
sangrar de una docena de sitios distintos, no parecía darse cuenta de ello.
 ¿Eso es todo lo que puedes hacer? — Al no obtener respuesta, introdujo la
cabeza en el boquete del muro.
El golpe lo proyectó hasta el otro extremo del patio. Cuando pasó por mi lado,
tuve que saltar para evitar que me aplastara. Se estrelló contra la jaula de cabeza y
rebotó.
Curran apareció por el orificio en el muro. Su aspecto era infernal: medio león,
medio humano, la melena gris ondeando alrededor de su cabeza, los ojos llameantes,
la saliva resbalando de sus enormes colmillos. Su rugido hizo vibrar el aire.
Bran se puso en pie rápidamente y cargó. Curran contuvo su embestida, se deslizó
unos metros hacia atrás y logró detener su impulso. Ambos mantuvieron la presión,
los brazos entrelazados, los músculos en tensión, los dientes al aire.

~219~
Ilona Andrews La magia quema
Me di la vuelta. Teniendo en cuenta que estaban ocupados, podría matar a uno de
los dos con relativa facilidad, pero, aparte de eso, no había fuerza en la naturaleza
capaz de detenerlos. Podía quedarme ronca gritando, pero hasta que uno de los dos
desfalleciera, no repararían en mi presencia. Continuarían aporreándose
mutuamente hasta la extenuación. A ninguno de los dos parecían molestarle mucho
las heridas.
Sí Jim y Andrea seguían con vida, los habrían llevado a la enfermería.
Cuando no sabes muy bien adonde te diriges, lo mejor es dejarse llevar por el
instinto. Aquel era un buen lema, y tras diez minutos de estrujarme la cabeza y
recorrer el laberinto de escaleras y pasillos de la Fortaleza, llegué hasta la puerta de
la enfermería. Solo tardé un minuto en encontrar la habitación que estaba buscando.
La habitación estaba en tinieblas; todas las luces estaban apagadas salvo una
pequeña lámpara feérica que desprendía una tenue luz azulada, más parecida a una
luz de emergencia que a otra cosa. Su débil resplandor trazaba la silueta de un
cuerpo que me resultaba familiar, una forma atrapada en la encrucijada entre un
humano y una hiena.
Me quedé en el umbral, incapaz de moverme.
 Puedo olerte, ¿sabes? — dijo Andrea — Tengo tu espada.
Andrea levantó a Asesina, aún en su vaina. Me acerqué para sentarme en el borde
de la cama y cogí la espada.
 ¿Ni siquiera me das las gracias?
 Gracias — dije — ¿Cómo te encuentras?
 Perdí a Julie. La tenía y la dejé escapar.
 Ya lo vi. Hiciste todo lo que pudiste.
 Lo viste. ¿Cómo?
 Las brujas nos mostraron, a Bran y a mí, una visión de la lucha.
Andrea suspiró.
 Si hubiera tenido mis armas... no habrían funcionado. Madre mía, la misión
fue un completo desastre.
 ¿Saldrás de esta?
Andrea volvió a suspirar.
 ¿Estás preocupada por mí? No deberías estarlo. Soy una medio bestia. Me
curo rápido. La erupción está en pleno apogeo, y el médico me ha tratado con
su magia. Mañana estaré en pie.
 ¿Y Jim?
 ¿Quién es Jim?
 El jaguar.
 Graves heridas musculares — dijo Andrea — Tiene todos los ligamentos
destrozados. Está en la otra habitación.

~220~
Ilona Andrews La magia quema
Me sentía fatal. Si me quedaba más tiempo, empezaría a gritar.
Andrea me miró desde las sábanas.
 Era un buen plan. Curran crea una distracción, los mantiene ocupados siendo
el foco de atención y nosotros nos llevamos a la niña. El problema es que
aquellas zorras se negaban a morir y fallamos.
 Lo intentasteis. Que era más de lo que había hecho yo.
 Kate, sé en qué estás pensando. Crees que si hubieras vigilado mejor a Julie,
no se habría fugado con Red y no estaríamos en esta situación.
¿Qué?
 No. Para nada.
 Solo quiero que sepas algo: cuando la bajé de aquella cruz, le llamaba a él. Ni
tú ni nadie puede romper lo que sea que los une.
 Andrea, no te culpo. No culpo a nadie. — Excepto a mí misma — Saliste ahí
afuera e intentaste rescatarla pese a que todo estaba en tu contra y casi lo
consigues, mientras que yo me dedicaba a jugar con Bran en la niebla.
Me puse en pie.
 Voy a ver a Jim y después me las apañaré para enviar a alguien a la Orden.
Los teléfonos no funcionan.
Andrea levantó la cabeza del cojín. Tenía los ojos muy abiertos.
 ¿Por qué?
Tras quedarse sin imprecaciones, Bran había aceptado contarme unas cuantas
cosas.
 Según Bran, la burbuja gris que creó Morfran es una especie de antiguo
hechizo protector. Morfran intenta ganar tiempo mientras utiliza el caldero
para reunir a los demonios marinos en la burbuja. Cuando estalle, se
derramarán sobre el Panal y después sobre el Warren. Necesitamos a los
caballeros y al UDPE2.
Su rostro se transformó.
 No vendrá nadie, Kate. Todo el mundo se ha ido. Incluso Maxine.
 ¿Y adonde cono han ido?
 Hay una emergencia — dijo en voz baja — Todos los caballeros y las Unidades
de Defensa Paranormal del Ejército han sido requeridos para hacerle frente.
 Andrea, en menos de doce horas, Atlanta estará atestada de demonios.
Matarán, se alimentarán y liberarán a más demonios. ¿Qué emergencia puede
ser más importante que esto.

2
Unidades de Defensa Paranormal del Ejército. (N. del T.)

~221~
Ilona Andrews La magia quema
Andrea dudó unos segundos.
 No debería decírtelo. Hay un hombre. Su nombre es Roland...
Golpeé la pared con el puño.
 ¿Qué está haciendo ahora? ¿Construyendo otra de sus torres? Se desmoronará,
como las otras. ¿O es que le ha vuelto a crecer el ojo y da una fiesta para
celebrarlo?
Andrea cerró el hocico lentamente.
 ¿Kate? ¿Cómo sabes todo eso?
Mierda.
 Ni siquiera yo tengo el rango suficiente para saber lo del ojo y las torres. Solo
me lo dijeron porque era el único caballero de guardia en la Orden. Tú ni
siquiera eres un caballero. ¿Cómo sabes todo eso?
¿Cómo lo arreglo? Tengo que matarla. Espera un momento, no puedo matarla. Es
mi amiga.
 ¿Tienes intención de ir a la oficina de Ted en cuanto pase la erupción y
contarle que eres una medio bestia?
Andrea se estremeció.
 No. Me echaría inmediatamente. Y la Orden es toda mi vida.
Asentí.
 Tú tienes tus secretos y yo tengo los míos. Yo no he dicho nada de Roland y tú
no has oído nada. — Le ofrecí mi mano — ¿De acuerdo?
Dudó solo un instante. Sus dedos rodearon los míos y su fuerza me sorprendió y
tranquilizó al mismo tiempo.
 Y tampoco soy una medio bestia. Trato hecho.
Encontré a Jim en la siguiente habitación. Estaba sentado en la cama, la espalda
apoyada en una almohada, afilando un cuchillo corto y delgado con una piedra de
afilar.
 Me debes una. — Me enseñó los dientes en un gesto desagradable — Tenías a
una colega medio bestia y no me lo dijiste. Me has hecho quedar como un
estúpido, como si no supiera hacer mi trabajo.
Me acerqué a él y me senté en el borde de la sábana.
 Saca tu culo de mi cama.
Suspiré.
 ¿Cómo tienes las piernas?

~222~
Ilona Andrews La magia quema
 Doc dice que mañana ya podré levantarme. — Me señaló con el cuchillo — No
cambies el puto tema.
La misma herida tardaría unas dos semanas en curarse durante una oleada mágica
normal.
 ¿Recuerdas cuando enviaste a una rata exploradora a mi apartamento para
que me espiara mientras estaba con Crest? — El explorador que había oído
toda la conversación que había mantenido con Crest.
 ¿Qué le pasa?
 Estamos empatados.
Jim movió la cabeza y continuó afilando el cuchillo.
 ¿Sigues ahí? — preguntó al cabo de unos segundos.
 Ya me marcho. — Me puse en pie — Jim... ¿por qué fuiste?
Me miró con ojos de acero.
 Le prometió a la niña que estaría a salvo. El alfa mantiene su palabra y la
Manada es fiel a su alfa. Así funcionan las cosas.
Volvió a concentrarse en su cuchillo, poniendo fin a la conversación.
Necesitaba encontrar un lavabo para echarme un poco de agua en la cara. Vi una
pequeña habitación a mi izquierda que me resultó prometedora. Entré en ella, pero
no había lavamanos, lavabo ni mueble alguno. Solo un tramo recto que desembocaba
en un balcón cuadrado conectado a algo con una escalera exterior que giraba hacia la
izquierda.
Inmediatamente después de cerrar la puerta a mi espalda, esta volvió a abrirse de
golpe, topando con la pared. Curran apareció en el umbral. Volvía a ser humano,
aunque solo en su forma exterior. Tenía el rostro empapado en sudor. Sus manos
agarraban el pomo de la puerta como si aún fuesen garras. Sus ojos dorados
fulguraban con un deseo salvaje. Gruñó con el rostro arrugado y pasó por mi lado
como una exhalación. Salió al balcón, se apoyó en la barandilla de piedra con ambas
manos y se quedó mirando fijamente hacia abajo.
De acuerdo.
Le seguí y me recliné sobre la barandilla a su lado. Una escalera subía hasta un
parapeto que conectaba la Fortaleza con una torre a medio construir situada más a la
izquierda. Cuando finalmente terminaran el edificio, tendrían que cambiarle el
nombre. «Fortaleza» se quedaba corto. Aquel lugar estaba suplicando un nombre
más apropiado, algo así como Bastión Mortal de la Superioridad de los
Cambiaformas. Probablemente acompañado de un gran letrero para reforzar la idea,
por si acaso algún idiota no pillaba la indirecta. La Manada al Resto del Mundo: No
os acerquéis. ¡No sois bienvenidos!
Y Curran recorrería acechante la parte superior del muro.

~223~
Ilona Andrews La magia quema
 ¿Quién ha ganado? — Sabía qué me respondería a aquello.
 Yo.
 ¿Cómo?
 Lo he lanzado a la torre de agua más pequeña. No le gusta el agua. Se ha
encogido.
Debajo de nosotros, los árboles se mecían con la brisa de la mañana.
 ¿Ahora es tu turno? ¿Tú también quieres decirme lo idiota que soy? — La
violencia de su voz me produjo escalofríos.
 Espera un segundo, primero comprobaré que no haya torres de agua cerca...
Recorrió con los dedos la barandilla de piedra. Si lo hubiera hecho con las garras,
habría dejado surcos en la piedra.
 Dejas esa maldita cosa en mis manos y voy yo y la pierdo. Ahora no tengo
collar, ni niña, dos hombres menos y otros tres en la enfermería. Hay un
hechizo protector sobre la Brecha del Panal y mis exploradores me informan
de que está plagado de monstruos. Una actuación impresionante. Adelante, no
te cortes.
 Yo hubiera intercambiado el collar por Julie sin pensármelo dos veces.
Curran me miró fijamente. Dentro de poco estaría con la espalda pegada a la
pared y sus colmillos a un centímetro de la carótida. Me olfateó, sus ojos aún
anegados de fuego dorado. Su voz era como una tormenta contenida.
 Sabiendo todo lo que sé ahora, volvería a hacer lo mismo.
 Yo también. Suéltame.
Me soltó y dio un paso atrás.
 Si no puedes salvar a una niña, ¿de qué sirve todo lo demás? — le dije — Julie
merece el esfuerzo, y no quiero comprar mi seguridad a cambio de su sangre.
Antes preferiría morir.
Me apoyé en el muro.
 Tendría que haber comprendido antes lo que estaba pasando. Mejor aún,
tendría que haberla dejado en tus manos. Ese mierdecilla de Red no podría
habérsela llevado de la Fortaleza. Estoy harta de ir un día por detrás y de no
tener un duro.
Nuestros ojos se encontraron y permanecimos un buen rato en silencio, unidos en
nuestra desgracia. Por lo menos él me entendía y yo le entendía a él.
 Menudo par estamos hechos — dijo Curran.
 Sí.
En el patio, una pequeña figura salió a rastras de las ruinas de la torre del agua. Lo
señalé con un gesto de la cabeza.

~224~
Ilona Andrews La magia quema
 Él también la ha cagado. Bran se teletransportó a todos lados como un imbécil
en busca del caldero cuando estaba delante de sus narices, bajo la pila de cajas.
El primer lugar donde tendría que haber mirado. Un tipo con tentáculos y su
carnada de sirenas zombis nos ha pasado la mano por la cara a todos.
Curran se encogió de hombros; unos hombros colosales.
 Nunca hay nada sencillo. A veces me gustaría que algo fuera limpio y fácil.
Pero no, nunca hay decisiones cómodas. Me limito a elegir lo que me resulta
menos duro.
Los dos sabíamos que se culpaba incluso por el rasguño más superficial que
recibía la gente a su cargo.
El sol despuntó por encima de los árboles tiñendo el mundo con sus tenues rayos.
Pese a todo, protegidos por la escalera, Curran y yo seguimos en la fresca sombra
azulada. Curran se separó de la piedra.
 Supongo que esa burbuja gris de la Brecha estallará dentro de poco, ¿no?
 Parece ser que dentro de unas quince horas. Si podemos confiar en Bran.
 De modo que alrededor de las siete de esta tarde. El ladrón...
 Bran.
 Me importa una mierda cómo se llame. Dijiste que podía cerrar el caldero.
¿Qué conseguiremos con eso?
 ¿Qué sabes de lo que está ocurriendo?
 Todo lo que le contaste a Andrea.
Asentí.
 El caldero es propiedad de Morrigan. Morfran, el tío feo, se lo robó para poder
renacer a través de él. La criatura con tentáculos, los alguaciles y el gigante,
todos sirven a Morfran. Son la avanzadilla de los fomoireos, los demonios
marinos que ahora están saliendo en masa del caldero. Cerrando el caldero
impediremos que renazcan más demonios. Y los que ya están aquí serán
mortales. Morrigan recuperará la propiedad del caldero y pondremos fin a la
reunión campestre de Morfran y sus felices fomoireos.
Curran reflexionó unos instantes.
 Los habitantes del Panal están trasladando sus caravanas para impedir que los
demonios rebasen los muros del Panal. A los demonios solo les queda un
paso: por el sudoeste, a través del fondo de la Brecha. La Manada bloqueará la
Brecha. Llevaremos el peso de la lucha. Jim asegura que existe un túnel desde
la Brecha al Warren.
 Lo conozco.
 Ese idiota y un pequeño grupo de mi gente pueden recorrer el túnel y llegar a
la Brecha cuando nosotros tengamos concentrados allí a los demonios.
Aparecerán por su retaguardia. Con un poco de suerte, los fomoireos no

~225~
Ilona Andrews La magia quema
repararán en su presencia. ¿Crees que podrá mantener la boca cerrada hasta
llegar al caldero?
 No lo sé. No te ha impresionado mucho su fiebre de la batalla, ¿verdad?
Curran hizo una mueca.
 Es repugnante. Una falta de control intolerable. No hay belleza ni simetría. El
ojo le colgaba hasta la mejilla como si fuera un moco. No, no estoy
impresionado.
 Puedo intentar ser su tapadera hasta alcanzar el caldero. — El juego de
palabras era ingenioso, pero Curran no estaba por la labor.
 No.
 ¿No qué?
 No, tú no irás con él.
Me crucé de brazos.
 ¿Y quién lo ha decidido?
Curran adoptó su expresión «Yo soy el alfa y se hará lo que yo diga».
 Yo.
 Tú no puedes decidir eso. No estoy bajo tu autoridad.
 Sí lo estás. Sin ti, la lucha seguirá adelante; sin mi presencia y la de mi
manada, aquí se acaba todo. Yo dirijo la fuerza decisiva, por tanto, yo estoy al
mando. Tú y tu ejército de un miembro podéis poneros bajo mi autoridad o
podéis salir a dar un paseo.
 No crees que pueda hacerlo, es eso, ¿verdad?
 No. Quiero tenerte donde pueda verte.
 ¿Por qué?
El labio le tembló como si estuviera a punto de soltar un gruñido. Su rostro se
relajó a medida que recuperaba el control.
 Porque lo quiero así — dijo recurriendo al tono de voz lenta, relajada que
suele utilizarse con los niños ruidosos y los enfermos mentales ingratos.
Aquello me sacó de mis casillas. Sentí un impulso casi incontrolable de
golpearle.
 Solo por curiosidad, ¿cómo piensas evitar que vaya con Bran?
 Te ataré, te amordazaré y haré que tres cambiaformas se sienten encima de ti
durante la batalla.
Estaba a punto de decirle que no se atrevería a hacerlo, pero entonces vi en su
mirada que sí lo haría. No me saldría con la mía. Esta vez no. Era un buen momento
para un cambio de estrategia.
 Muy bien. Me portaré bien, pero con una condición. Quiero quince segundos
antes de que empiece el espectáculo. Solo yo entre los fomoireos y tu gente.
 ¿Por qué?

~226~
Ilona Andrews La magia quema
Porque tenía una idea estúpida. Quería hacer algo con lo que conseguiría que mi
padre y Greg se revolvieran en sus tumbas. No tenía nada que perder. De todos
modos, lo más probable es que muriéramos todos.
No le contesté. Me limité a mirarlo fijamente a los ojos. O confiaba en mí o no lo
hacía.
 De acuerdo — dijo Curran.

~227~
Ilona Andrews La magia quema

XXIV

La manada tenía unas espadas de mierda. Comprensible: no las necesitaban para


nada. Examiné una a una todas las que había en la armería, pero no encontré nada
decente. Quería una segunda espada y Curran me había dicho que podía coger una
prestada.
Estaban algo mejor surtidos en el departamento de armaduras. Encontré una
túnica de piel tachonada de diamantes de acero en lugares estratégicos. Era negra, de
mi talla y tenía cordones para ajustaría al cuerpo. Necesitaría ayuda para ponérmela
y quitármela. Nunca antes había estado en una batalla a campo abierto, pero había
sobrevivido a algunas peleas salvajes y a un par de disturbios. Sabía por experiencia
que en el fragor de la batalla me desharía sin darme cuenta de la armadura para
mejorar la libertad de movimientos. Lo había hecho antes. Necesitaba una armadura
que no pudiera quitarme fácilmente. Cualquier cosa con velero quedaba descartada.
Estaba a punto de rendirme cuando la vi: una espada de un solo filo, de unos
cincuenta centímetros de largo, un poco más ancha que Asesina pero, en líneas
generales, muy parecida a esta. Perfectamente equilibrada, estrechándose en la
punta, aquella espada había sido forjada a partir de una sola pieza de acero, con
sencillos paneles de madera para la empuñadura. Era simple, sin adornos, funcional,
no una réplica medieval, sino un arma moderna sin tonterías.
La hice oscilar un par de veces para habituarme a su peso.
 Dos espadas — dijo Bran desde el umbral de la puerta.
La fiebre de la batalla había dejado su ropa hecha trizas. Con los restos de la
camiseta y los pantalones había improvisado una falda escocesa que dejaba al
descubierto los mejores pectorales que había visto el mundo. Una lástima que aquella
falda me trajera a la memoria al asesino de Greg. Él también llevaba una antes de
morir.
 ¿Puedes blandir dos espadas?
Desenvainé a Asesina y embestí con ella, realizando la clásica figura del ocho
alrededor de su cuerpo, y le bloqueé el brazo con la hoja de la espada más corta
cuando intentó contraatacar.

~228~
Ilona Andrews La magia quema
 Vaya, has fallado — dijo.
 ¿Querías algo?
 He pensado que, como mañana es posible que muramos, querrías retozar
conmigo en el heno.
 Yo puede que muera. Tú te regenerarás.
Bran negó con la cabeza.
 No soy inmortal, palomita. Si recibo las suficientes heridas en poco tiempo
morderé el polvo como todos vosotros.
Me separé de él y me dirigí hacia la puerta. La falda escocesa cayó al suelo.
 ¡He tardado una hora en ponérmela! —La recogió del suelo y la falda
improvisada se deshizo entre sus manos. La había cortado por tres sitios
distintos con Asesina.
Salí al pasillo y estuve a punto de chocar con Curran, quien llegaba acompañado
de tres cambiaformas. Bran me siguió en toda su gloriosa desnudez.
 Oye, ¿eso significa que no habrá sexo?
Curran se quedó blanco como el papel. Lo eludí y seguí caminando.
Bran me persiguió, moviéndose alrededor del grupo de cambiaformas.
 Apartaos de en medio. ¿No veis que intento hablar con una mujer?
Cometí el error de mirar hacia atrás justo en el momento en que Curran extendía
el brazo para coger por el cuello al Sabueso de Morrigan cuando este pasó por su
lado. Con un esfuerzo que debió de costarle un año de su vida, Curran cerró los
dedos hasta formar un puño y bajó la mano.
Me reí entre dientes y continué avanzando. El Universo le había demostrado a
Curran que se equivocaba; existía alguien que lo exasperaba más que yo.
Bran me atrapó en las escaleras.
 ¿Adónde vas?
 Al balcón. Necesito aire fresco. — Y puede que echar una cabezada. Aunque
ya se me había pasado el sueño. La magia zumbaba en mi interior, deseando
que la liberara. ¿Así serían las cosas cuando la tec desapareciera
definitivamente? No estaba segura de poder controlar todo aquel poder sin
refinar. Debía contenerlo continuamente, como si cabalgara un caballo
desbocado al galope y las riendas no dejaran de resbalar entre mis dedos.
Bran se colocó a mi lado, completamente indiferente al hecho de no llevar nada de
ropa. Entré en la primera habitación que vi, cogí unos pantalones de chándal de una
cajonera, en todas las habitaciones de la Fortaleza había ropa de repuesto para uso de
los cambiaformas y se los di.
 ¿No puedes controlarte? — dijo mientras se los ponía.

~229~
Ilona Andrews La magia quema
 Se acabó — murmuré, tomé prestada la manta y el cojín y salí de la habitación.
Bran me siguió hasta el balcón, donde me hice una cama improvisada en el hueco
de la puerta y me acurruqué en ella. Aunque la piedra me protegía del sol, lo veía
todo: el cielo velado por los rayos del sol y por unas nubes deshilachadas, el
reluciente verdor de los árboles meciéndose en la brisa, los muros de piedra, aún
lisos y cálidos. La brisa me trajo el aroma dulzón de las flores y el sutil olor de los
lobos. Me dejé empapar por todo.
Bran subió a la barandilla de piedra.
 Una niña esquelética criada en la calle. Una humana desechable. Irás a la
guerra por ella.
 Hay guerras que se han iniciado por peores motivos.
Me miró fijamente.
 No lo entiendo.
¿Cómo le explicas el concepto de humanidad a alguien que no dispone de ningún
marco de referencia?
 Tiene que ver con el bien y el mal. Cada uno debe decidir cómo quiere
definirlos. Para mí, el mal significa perseguir un fin sin tener en cuenta los
medios.
Bran agitó la cabeza.
 A veces vale la pena un mal menor para evitar uno mayor.
 ¿Cómo decides qué es un «mal menor»? Digamos, por ejemplo, que obtienes
la seguridad de muchos a cambio de la vida de una niña. Esa niña lo significa
todo para sus padres. Les destrozarías la vida. No podrías hacerles ningún
mal mayor. ¿Por qué sería eso un mal «menor»?
 Porque ahora morirán muchos más estúpidos como vosotros.
 Los estúpidos como nosotros luchamos porque decidimos hacerlo. Yo lucho
para salvar a Julie y para matar a tantos de esos cabrones como pueda.
Entraron en mi casa, intentaron matarme y crucificaron a mi niña. Quiero
castigarlos. Quiero que el castigo sea tan violento y despiadado que el
siguiente que ocupe su lugar se orine encima solo con pensar en enfrentarse a
mí.
Asesina empezó a humear en su vaina. Percibía mi ira. En circunstancias normales,
debería alimentarla para evitar que su hoja se tornara débil y quebradiza, pero con la
magia fluyendo con semejante fuerza, la espada resistiría toda la batalla y seguiría
reluciendo al terminar.
Señalé el patio.

~230~
Ilona Andrews La magia quema
 Los cambiaformas luchan para detener una amenaza y para vengar a sus
compañeros caídos. Luchan para proteger a sus hijos, ya que, sin ellos, no hay
futuro. ¿Por qué luchas tú?
Bran se alborotó su salvaje mata de pelo.
 Yo no tengo futuro. Lucho porque hice un trato con Morrigan. Sin la niebla,
envejecería y moriría.
 ¿Y envejecer sería tan malo? ¿No quieres tener una vida? ¿Una de verdad?
Bran hizo una mueca de desprecio.
 Si hubiese querido una vida de verdad, no habría pedido ser un héroe.
Cuando me llegue la hora, quiero morir en el campo de batalla, con la espada
en la mano, arrancándoles la vida a mis enemigos. Así es cómo debería morir
un hombre.
Suspiré.
 Mi padre sirvió como caudillo de un hombre de poder inigualable. Ese
hombre llamó a mi padre «Voron», que significa Cuervo, porque la muerte le
seguía. Voron nunca había sido derrotado con una espada en la mano. De
haber aceptado continuar siendo su caudillo y dirigir el ejército que aquel
hombre había reunido y adiestrado, ahora el mundo sería un lugar muy
distinto.
 ¿Quieres decirme algo con ese cuento?
 Lo dejó todo por mí. — Y, además, lo hizo por una niña que ni siquiera era de
su propia sangre.
 Entonces tu padre era un estúpido. Ahora entiendo por qué tú también lo eres.
Cerré los ojos.
 No se puede razonar contigo. Déjame dormir. Le oí bajar de la barandilla y
posarse a mi lado.
Me clavó el dedo en el hombro.
 Estoy intentando entenderlo.
Abrí los ojos. Explicar mi código moral no era precisamente uno de mis fuertes.
 Imagina que te persigue un grupo de lobos. Estás corriendo por un bosque, no
hay ningún asentamiento cerca y encuentras a un niño pequeño en el suelo.
¿Salvas al niño o se lo dejas a los lobos?
Vi la duda reflejada en sus ojos oscuros.
 Dejaría al pequeño bastardo — dijo, un poco demasiado alto — Retrasaría a
los lobos.
 Has dudado.
Levantó una mano pero yo negué con la cabeza.

~231~
Ilona Andrews La magia quema
 Lo he visto. Has dudado un instante. Te lo has pensado un segundo. La misma
fuerza que provoca esa duda es la que nos hace luchar a nosotros. Ahora
déjame en paz.
Me acurruqué sobre la manta y cerré los ojos. El viento me acarició la cara y me
sumergí en un sueño profundo.
Derek me despertó un par de horas más tarde. Levanté la vista al cielo. El sol
estaba en lo alto; poco más de mediodía.
No quería morir.
La expresión de Derek era sombría.
 Jim tiene algo para ti.
Me llevó hasta el primer piso y sostuvo la puerta abierta de una pequeña
habitación. Jim estaba sentado en una silla, comprobando el filo de su cuchillo con el
dedo gordo. Frente a él, en el suelo, estaba Red. Estaba muy sucio. Tenía el ojo
izquierdo hinchado y amoratado. Una larga cadena metálica incrustada en la pared
terminaba en una argolla alrededor de su cuello. Que Dios te ampare si ofendes a la
Manada; no necesitan ninguna unidad con perros para dar contigo.
Me crucé de brazos y le miré fijamente. Solo tenía quince años. No le excusaba de
la traición perpetrada contra Julie, pero le excluía de todas las cosas que le hubiera
hecho en las mismas circunstancias.
Red entrecerró su ojo bueno.
 Si vas a pegarme, hazlo de una vez.
Me apoyé en la pared. Al primer indicio de mi movimiento, se cubrió la cabeza
con los brazos.
 ¿Por qué no me contaste lo del abalorio?
 Porque me lo habrías robado. — Apretó los dientes — Era mío. ¡Mi poder! Mi
oportunidad.
 ¿Sabes lo que le ha ocurrido a Julie?
 Lo sabe.
 ¿Te sientes responsable de algún modo? — le pregunté.
Se escabulló para alejarse lo más posible de mí.
 ¿Qué coño quieres que diga? ¿Se supone que tengo que hacerme el inocente y
llorar y pedirte perdón? He cuidado de Julie. La he vigilado durante dos años.
Me lo debe, ¿vale? Me pusieron las garras en la garganta. ¡Justo aquí! — Se
llevó sus dedos mugrientos al cuello — Me dijeron que se la entregara o
moriría. Y se la entregué. Cualquiera de vosotros, capullos, habríais hecho lo
mismo. Si vas a quedarte ahí mirándome fijamente, que te den por el culo.
Y escupió en el suelo.

~232~
Ilona Andrews La magia quema
 Si no te preocupa lo más mínimo, ¿por qué me pediste que la protegiera?
 Porque es una inversión, zorra estúpida.
No era una persona; era una bola de odio. Podíamos pegarle, negarle la comida,
sermonearle, pero ningún castigo o enseñanza le haría darse cuenta de que estaba
equivocado. Era un caso perdido.
 ¿Qué vais a hacer con él? —le pregunté a Jim.
Este se encogió de hombros.
 Le daré una espada y lo llevaré al campo de batalla. Allí podrá demostrar lo
valiente que es.
 Nos apuñalará por la espalda.
 Haré que varios hombres le vigilen de cerca. Si lo hemos encontrado una vez,
podemos encontrarlo de nuevo. Si ataca a alguien, lo despellejaré vivo.
Lentamente. — Jim miró a Red con una sonrisa en el rostro. La mayoría de la
gente solo veía aquella sonrisa una sola vez, justo antes de morir. La sonrisa
tuvo el efecto deseado: Red se encogió y se quedó tan pálido que incluso pude
ver a través de la capa de suciedad que recubría su piel.
 ¿Alguna objeción? — me preguntó Jim.
 Haz lo que debas hacer.
En el patio rugían los motores propulsados por agua hechizada de dos enormes
autocares. El problema de los vehículos propulsados por la magia es que son muy
lentos, cincuenta, sesenta kilómetros por hora a lo sumo, y lo suficientemente
ruidosos como para despertar a los muertos y que estos avisen a la poli. Iba a
dirigirme al campo de batalla en autocar. El Universo tenía un sentido del humor de
lo más mordaz.
Reparé en la presencia de una familiar figura esbelta. Myong. Y al lado de esta,
Crest. Tenía buen aspecto: los mismos ojos oscuros, la misma ropa, inmaculado de la
cabeza a los pies. Seguía siendo un hombre muy atractivo, con cabello castaño rojizo
y ojos afables. Le miré y no sentí nada. La punzada de remordimientos había
desaparecido. Era libre.
 Curran los ha dejado marchar. Ha liberado a Myong de todos sus deberes para
con la Manada. La ha dispensado de participar en la batalla. — Derek arrugó
el labio — Yo la hubiera obligado a luchar. Y después, si se ha comportado con
valentía, la hubiera liberado.
Crest abrió la puerta de un estrecho vehículo gris y Myong subió a él.
 Ahí va la pareja feliz, exentos de participar en la venganza y de salvar al
mundo. ¿No te molesta?
 Derek, durante la vida hay que aprender a desprenderse de ciertas cosas.
Dimos la vuelta a uno de los autocares y una oleada de magia vampírica me
golpeó con fuerza. Ocho vampiros estaban sentados como estatuas frente a un Jeep.

~233~
Ilona Andrews La magia quema
Curran hablaba animadamente con el noveno vampiro. Fue el primero en reparar en
mi presencia.
 Kate — dijo la voz de Ghastek — tu habilidad para continuar viva no deja de
sorprenderme.
 ¿Qué haces aquí? Mejor dicho, ¿qué haces aquí en lugar de estar encerrado
bajo llave en el Casino?}
 Elemental, querida. He venido a saldar una deuda. Y, además, la Nación desea
observar todo el potencial de los vampiros durante una erupción en un
ambiente donde puedan infligir un daño ilimitado. Pero sobre todo estoy aquí
para saldar una deuda con el Pastor. Considero las represalias una causa de lo
más justa.
Miré a Curran a la cara y comprendí inmediatamente quién iba a acompañar a
Bran a través del túnel.

~234~
Ilona Andrews La magia quema

XXV

La burbuja cubría toda la brecha, sólida, translúcida, recubierta de grietas finas


como cabellos, y en su interior los rostros monstruosos de cientos de criaturas.
Hocicos aplastados, pesados labios chorreantes, los fomoireos esperaban hombro con
hombro, apiñados como pastillas de regaliz.
Habíamos ido en autocar hasta el Panal y habíamos recorrido a pie un sendero que
llevaba hasta el fondo de la Brecha. Curran había traído a un centenar de
cambiaformas, todos voluntarios. Con aquella fuerza podría contener la Brecha el
tiempo suficiente para que Bran pudiera cerrar el caldero. Si no lo conseguían, más
cambiaformas no cambiarían mucho las cosas. Curran no quería poner en peligro la
vida de más de los suyos. Aun así, yo hubiera reclutado a unos cuantos más; pero
nadie me había consultado.
El sendero nos llevó por el borde de la Brecha del Panal. Vi las caravanas
hinchadas y amontonadas rodeando el margen de la Brecha, justo donde bordeaba el
Panal. Más allá de las caravanas esperaban los habitantes del Panal, armados con
porras, hachas y espadas. Antes de que el sendero nos llevara hacia el este, conté
cuatro hombres con perros, conteniendo sus cargas metálicas con cadenas del grosor
de un brazo, y dos balistas detrás de estos. Si los demonios lograban superar la
barricada de desechos y la cuesta tachonada de púas, no tardarían mucho en
lamentarlo.
Los cambiaformas habían despejado el suelo de la Brecha para crear una zona
practicable. Todos los residuos afilados habían sido apilados junto a la burbuja para
retardar el avance de los fomoireos.
Descendimos por la Brecha. La Manada se colocó en posición a unos cien metros
de la burbuja, dejando el espacio suficiente entre uno y otro para poder moverse con
comodidad. Un grupo de mujeres pasó por mi lado con paso decidido; a la cabeza
iba una bruja que conocía: una de las brujas que lideraban uno de los aquelarres de
Morrigan. Todas ellas vestían cuero y cota de mallas, iban armadas con ballestas y
espadas, y se habían pintado la cara de azul. Con un semblante de adusta
determinación, se abrieron paso en dirección a Curran. Tras intercambiar unas
cuantas palabras con él, las brujas escalaron el muro y se situaron en la parte superior
de la montaña de desechos.

~235~
Ilona Andrews La magia quema
Era mi turno. Me acerqué a Curran.
 Quince segundos.
Los ojos del Señor de las Bestias relucieron.
 Lo recuerdo. Procura que no te maten.
 Sobreviviré solo para poder matarte.
 Entonces, nos veremos por la mañana.
Me alejé de él. Detrás de mí, Derek me observaba con una amplia sonrisa pintada
en el rostro.
 ¿Vas a cuidar de mí también durante la batalla?
Asintió y la sonrisa se hizo aún más amplia. Maravilloso.
De la parte superior de la burbuja surgió un fragmento de un color gris pálido que
se asemejaba bastante al hielo sucio. Con un silbido espeluznante, se sumergió y
atravesó la parte inferior de la Brecha, perforando los oxidados residuos. El
fragmento siseó y se consumió, evaporándose rápidamente. El silencio se extendió
por el campo de batalla. Los cambiaformas se removieron expectantes.
La voz de Curran viajó sobre nuestras cabezas.
 Tenemos un trabajo que hacer. ¡Hoy es el día en que vengamos a los nuestros!
Han violado nuestra tierra. Han torturado a una niña. Han matado a nuestros
camaradas. ¡Nadie ataca a la Manada!
 ¡Nadie! — respondió un coro desigual.
Curran señaló la burbuja.
 No son hombres. No hay carne humana en sus huesos.
¿Qué pretendía con aquello?
 Lo que ocurra aquí, aquí se quedará. Hoy olvidad el Código. Hoy podéis
perder el control.
Los cambiaformas vivían por el Código. Seguían sus normas con una disciplina
fanática. Obedecer, actuar y responder por tus acciones. Siempre diligentemente.
Siempre manteniendo el control. Curran les había prometido lo que nunca podían
permitirse. Uno a uno, los ojos de todos ellos empezaron a brillar con una luz
ambarina, y después color rojo sangre.
 ¡Recordad que vuestro deber no es morir por la Manada! Vuestro deber es que
los demás mueran por la suya. ¡Matamos juntos!
 ¡Matamos! — respondieron al unísono.
 ¡Vencemos!
 ¡Vencemos!
 ¡Y volvemos a casa!
 ¡Volvemos a casa!

~236~
Ilona Andrews La magia quema
 ¡Matamos! ¡Vencemos! ¡Y volvemos a casa!
 ¡Matamos, vencemos y volvemos a casa! ¡Matamos, vencemos y volvemos a
casa!
Recitaron la proclama una y otra vez, sus voces fundiéndose en una avalancha
unificada de sonido.
Otra porción de la cúpula se derrumbó sobre la hierba. Como si fueran uno, los
cambiaformas se deshicieron de sus ropas. A mi alrededor, la gente aferraba sus
armas con fuerza. Olía a sudor y a metal recalentado por el sol.
Con el rugido atronador del hielo desgajándose, la cúpula gris se partió por la
mitad, dejando al descubierto el mar de fomoireos. Se deslizaron unos pasos hacia
delante en completo silencio, una masa caótica de manchas verdes, turquesa y
naranja, monstruosa como una vieja pintura del infierno.
 ¡Transformaos! —rugió Curran.
El pelaje recorrió las filas de los cambiaformas como el fuego consumiendo una
mecha. Bestias y monstruos encogieron sus hombros y dieron dentelladas al aire.
Curran soltó un gruñido y se elevó por encima de sus tropas, una pesadilla de casi
dos metros y medio de altura.
Morfran apareció por detrás de la horda de fomoireos, subido a un pequeño
montículo de desechos. Alzó por encima de su cabeza una descomunal hacha de
doble filo.
Los fomoireos bramaron.
Un centenar de rugidos respondieron a la provocación desde otras tantas
gargantas recubiertas de pelo: los lobos gruñeron y aullaron, los chacales chillaron,
las hienas rieron, los gatos bufaron, las ratas rechinaron, todos al unísono, y por
encima de ellos, irrefrenable y aplastante, el rugido de un león.
Los fomoireos vacilaron, indecisos.
Morfran volvió a levantar su hacha. Parecía tener una única señal que le servía
para todo y que consistía en agujerear el cielo.
La primera fila de la horda empezó a avanzar, al principio lentamente, caminando
con dificultad, y después cada vez más deprisa. Nos separaba la distancia
aproximada de un campo de fútbol, un terreno sembrado de desperdicios. El suelo se
sacudió con el golpeteo rítmico de cientos de pies.
 ¡Aguantad! — rugió Curran.
A nuestra espalda se elevó un canto grave de voces femeninas. La magia se movió
y se transformó, obediente ante el poder que emanaba de aquellas voces. El suelo
tembló como un tambor que es golpeado desde el interior. Del suelo frente a la
avanzadilla de fomoireos emergieron multitud de parras que se movieron

~237~
Ilona Andrews La magia quema
sigilosamente y se enrollaron en los pies de estos, haciéndolos tropezar,
inmovilizándolos. Los demonios se detuvieron para liberarse.
Una bruja emitió un chillido, y unos gritos guturales le respondieron. El cielo
cobró vida, llenándose de unas formas relucientes. Los pájaros del Estínfalo se
precipitaron en picado y atacaron a la horda infernal. Las plumas silbaron al cortar el
aire y se elevaron gruñidos de dolor por doquier a medida que el metal afilado
hendía la carne. Por todos lados las formas diabólicas se convertían en charcos de un
líquido putrefacto. El caldero les devolvería a la vida. Recordaba lo que había gritado
Bran mientras observábamos la lucha desde el interior de la tortuga del Oráculo:
«Mutílalos». Si lográbamos mutilar a un gran número de ellos, incapacitándolos para
la batalla sin matarlos, sería mucho más efectivo que despacharlos para que
regresaran poco después. Debíamos atraer su atención, mantenerlos ocupados y
diezmarlos para proporcionarle a Bran un paso seguro.
Los demonios se habían liberado de las parras y volvieron a avanzar, una masa
arrolladora de carne, dientes y cuernos.
Había llegado mi momento. Corrí hacia delante, ligera de pies, alejándome cada
vez más de la línea formada por los cambiaformas. Delante de mí, los fomoireos se
movían como una oleada.
Bajé todas las guardias. Todas las correas, todas las cadenas, todo lo que siempre
me había contenido a través de la disciplina y el miedo al descubrimiento; solté todas
las amarras. No había necesidad de ocultarse. La magia fluía a través de mí,
seductora, embriagadora, atrayente. Al mezclarse con mi sed de sangre comprendí
cómo debía de haberse sentido mi padre al encabezar sus ejércitos hacia el campo de
batalla. Me había criado el Señor de la Guerra de Roland. Me había deshecho de mis
grilletes y ahora aquella horda se inclinaría ante mí.
La magia cantó a través de mí. Embriagada por su ímpetu, me dejé ir y liberé una
palabra de poder.
 ¡Osanda! — Arrodíllate.
La magia brotó de mi interior como un tsunami. El suelo tembló cuando cientos de
rodillas lo golpearon al unísono. El ejército de fomoireos se desplomó entre una nube
de sangre y el ruido seco de huesos partiéndose, como si un gigante hubiese
descargado un pie y dejado su huella sangrienta sobre ellos. El dolor que sentía era
tan leve que apenas lo percibía. La presión de la magia en mi interior finalmente se
relajó.
Al ver que su vanguardia se retorcía de dolor en el suelo, la horda se detuvo
horrorizada. Vi a Morfran a través del campo de batalla, su asqueroso rostro nítido
gracias a la claridad preternatural, sus ojos estupefactos. Me recreé en su
estupefacción. Me deleité y solté una carcajada.
 ¡Atácame con tu ejército, pequeño dios! ¡Mi espada está hambrienta!

~238~
Ilona Andrews La magia quema
Irguió la cabeza como si hubiera recibido un azote y supe que me había oído.
Alargó el hacha, apuntándome con ella. Soltó un grito y la horda volvió a avanzar.
Yo aún seguía riendo, mareada por la cantidad de magia que había consumido en tan
poco tiempo, cuando los cambiaformas pasaron por mi lado como una oleada en
dirección a los demonios tullidos.
Una mano me dio una sacudida brusca en el hombro y el rostro de Derek entró en
mi campo visual.
 ¡Kate! ¡Despierta! ¡Kate!
Me reí en su cara y desenvainé mis dos espadas. Cuando las vainas tocaron el
suelo ya estaba corriendo.
Lo que ocurra aquí, aquí se queda.
Se produjo un estruendo cuando las dos filas de combatientes colisionaron como
dos buques en mitad de una tormenta. El primer demonio hizo oscilar su hacha azul
en mi dirección. Lo destripé de refilón y fui al encuentro del siguiente.
Laceré y corté, mis dos hojas mordiendo como dos serpientes de acero de bocas
insaciables; la cantidad de carne fomoirea que consumían parecía incapaz de saciar
su hambre. No veía nada, no sentía nada. Todo se mezclaba con el olor y la calidez de
la sangre, el calor sofocante del sol y la líquida lubricación de mi propio sudor.
La horda de fomoireos era interminable, y acabé rodeada por un anillo de carne.
Maté sin contemplaciones, completamente ajena a quién enviaba a las profundidades
del caldero. Solo eran formas, obstáculos que me impedían llegar a Morfran, y los
aniquilé como una máquina bien engrasada, irracionalmente, sin remordimientos.
Cada maniobra que intentaba, funcionaba. Cada sablazo encontraba su víctima. Una
extraña euforia me embargó: pese a que los enemigos eran muchos, deseé que no se
terminaran nunca. Había nacido para aquello.
Podría seguir matando eternamente.
El suelo se hizo resbaladizo con la acumulación del fluido vital de los fomoireos.
Lentamente, un anillo de cadáveres empezó a formarse a mi alrededor: habíamos
saturado el caldero del renacimiento, matándolos más rápido de lo que el caldero
podía regenerarlos.
De repente, los fomoireos se dispersaron y huyeron de la gula de mis espadas.
Frente a mí, el campo de batalla se despejó. Los combatientes continuaban
embistiéndose mutuamente, retrocediendo y avanzando, las líneas entre defensores y
atacantes definitivamente desdibujadas. Cambia-formas desbocados desgarraban la
carne de monstruos, los ojos enardecidos por la ira. Las brujas daban alaridos,
lanzando tanto hechizos como flechas. El aire estaba saturado del olor de la sangre.
El clamor de las espadas, los alaridos de dolor que proferían los heridos, los gritos de
los cambia-formas y los gemidos de los moribundos se mezclaban en una cacofonía

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Ilona Andrews La magia quema
insufrible. Y por encima de todo, el despiadado sol que brillaba con una severidad
asfixiante.
Levanté la espada y volví a matar con una sonrisa en el rostro.
Cuando volví A mirar el sol, este se encontraba muy próximo al horizonte,
tiñendo el cielo de sangre, con unas cuantas nubes empapadas de rojo, como
vendajes en una herida abierta. Llevábamos casi dos horas combatiendo.
Dos vampiros aterrizaron sobre la pila de cadáveres.
 Golf Tres, bicho grande a las dos, ¿golpe alto?
 Golf Dos, oído.
El vampiro de la izquierda agarró al de la derecha, giró sobre sí mismo y lo
proyectó como un disco. El no-muerto voló unos siete metros y se posó sobre un
gigante con cabeza de tiburón. Le hundió las garras en el cuello y el fomoireo se
desplomó.
Vampiros. Eso significaba que Bran lo había conseguido.
Un cuerpo pasó por mi lado como una exhalación. Me di la vuelta y le reconocí.
Grotesco, enorme, atravesó el campo de batalla a pocos metros de mí.
Desde la izquierda, un fomoireo lanzó un arpón. Hendió el aire, alcanzó a Bran en
el estómago y rebotó. El monstruo que era Bran recogió el arpón con una mano del
tamaño de una pala y tiró de la cadena, levantando del suelo a su portador. Mientras
el fomoireo seguía en el aire, Bran lo golpeó como un balón de fútbol. La patada le
alcanzó en el estómago y lo envió volando a varios metros de distancia.
Los fomoireos cayeron sobre Bran, cuatro, cinco a la vez, pero él se deshizo de
ellos como si no fueran más que una bandada de pájaros, seccionando cabezas y
pisoteando cuerpos como un niño pequeño corriendo por un campo de dientes de
león. Mientras los perseguía, partiendo espaldas y aplastando cráneos, la parte
superior de su cuerpo se puso al rojo vivo, como un trozo de carbón a punto de
apagarse.
¿Qué estaba haciendo? Se suponía que no debía recurrir al espasmo de batalla
hasta enfrentarse a Morfrán. Me di la vuelta y le vi prácticamente a mi lado. En mi
furia asesina, me había abierto paso hasta él.
Morfran movió las manos y sus labios murmuraron algo. Buscó con los ojos a
Bran. Estaba lanzando un hechizo.
No, no te lo permitiré.
Cargué hacia el pequeño montículo, gritando a voz en cuello.
Cuando se produjo el ataque, este fue repentino y violento. Morfran hizo oscilar su
hacha en un movimiento alto, moviéndose con una rapidez preternatural, ligero de
pies. Salté a un lado y lancé varios tajos seguidos, cada vez más rápido, mientras me

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Ilona Andrews La magia quema
movía a su alrededor. Mis hojas eran un relámpago metálico. Concéntrate en mí, hijo
de puta.
El hacha me pasó silbando muy cerca, una, dos veces. Continué moviéndome;
demasiado rápido para que me alcanzara, pero con la precisión necesaria para
impedir que me ignorara. No perdí de vista sus ojos, sus pies, le lancé sablazos a la
cara para mantenerlo ocupado. Bloqueó mi espada corta y se colocó a mi lado. Vi
venir el hacha en un amplio arco resplandeciente, una estrella brillante con los rayos
del sol reflejándose en su filo. Morfran esperaba que saltara hacia atrás, pero, en
lugar de eso, me pegué más a él, colocándome en la trayectoria del mango de su
hacha, y me dispuse a hendirle a Asesina en la garganta.
Pese a ser un movimiento relativamente sencillo, fallé. La punta de Asesina dejó
una línea roja en su cuello y entonces sentí su bota en mi estómago. El mundo se
colmó de una neblina acuosa y punzante. Caí sobre la tierra y Morfran no perdió ni
un segundo en asestarme el golpe definitivo. El hacha se hundió en la tierra que
quedaba entre mis piernas.
Rodé sobre sí misma y, tras ponerme rápidamente en cuclillas, salté y le clavé las
dos espadas en el pecho. El metal no encontró resistencia. Morfran se desplomó en
una nube de plumas. Intenté rebanarlas en el aire mientras escupía gruñidos sin
sentido, como un perro. Las plumas se deslizaron entre mis piernas, flotando en
dirección al claro formado por los fomoireos. Fui tras ellas, pero eran demasiado
rápidas.
En un abrir y cerrar de ojos, Morfran se recompuso, el hacha brillando entre sus
manos. Corrí hacia él y vi aparecer a Bran por su espalda, su cabeza completamente
blanca, incandescente. Sangraba de una docena de heridas distintas, enormes tajos
que cubrían su cuerpo deforme. El calor que emanaba de su interior había secado la
sangre, dejando regueros marrones en su piel.
 ¡Mi turnoooo! — La cosa-Bran cogió impulso y descargó su brazo en Morfran.
El Gran Cuervo se deslizó por encima de los desechos. Bran le persiguió,
golpeando y propinando patadas con una furia incontenible, agitando una
enorme lanza que debía de haberle arrebatado a uno de los demonios.
El hacha de Morfran hendió el aire con un silbido aterrador. El golpe partió la
lanza de Bran por la mitad y clavó la hoja en su hombro, proyectando sangre en
todas direcciones. Bran giró sobre sí mismo con una rapidez poco natural, le arrancó
el hacha de las manos y partió el mango de madera en dos.
El cuerpo de Morfran se deshizo en una tempestad de plumas negras llevadas por
el viento. «Las plumas formaron un tornado a la inversa y se solidificaron formando
un enorme cuervo negro. Una magia helada nos envolvió a todos. Desprovisto de
vida, bien podría haberse derramado desde el espacio exterior a través de un agujero
en forma de cuervo en la atmósfera. El frío me lamió la piel.
Las garras del cuervo aferraban un enorme caldero de bronce.

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Ilona Andrews La magia quema
Bran recogió un puñado de desechos metálicos y se los lanzó. Los afilados restos
se clavaron en el cuerpo del cuervo, perforándole el cuello y la espalda con un silbido
ronco. Una sangre muy oscura manó de las plumas azabaches en glóbulos del
tamaño de un puño. Las esferas se separaron de la carne de Morfran y quedaron
colgando en el aire, titilando a la luz del sol moribundo.
Bran lanzó lo que tenía en su otra mano. Una sola pieza relució y se clavó
profundamente en la espalda del cuervo: la cabeza del hacha de Morfran.
El cuervo soltó un grito.
Como una gota de metal fundido, el caldero cayó de sus garras. Un gemido de ira
absoluta me seccionó la mente. Bajo las patas del caldero la tierra susurró, se abrió
como una boca hambrienta y eructó más fomoireos desde las tinieblas, envolviendo a
Bran completamente.
Corrí hacia ellos para hacerlos trizas. A mi lado, los cambiaformas también
participaban del carnaval de sangre, pero nosotros éramos muy pocos y ellos
muchos. Ya no podía ver a Bran; estaba enterrado bajo un montón de cuerpos
desmembrados de fomoireos.
El montón de cuerpos se desmoronó. Ensangrentado y magullado, Bran arrancó
una tapadera ornamentada de entre los desechos. En su enorme mano parecía muy
pequeña, no mayor que un disco de playa. Una presión incontenible me rodeó,
oprimiéndome el pecho, haciendo crujir mis huesos. A mi alrededor, tanto los
cambiaformas como los fomoireos cayeron al suelo entre gritos agónicos.
Bran hizo un gran esfuerzo, la sangre manando de sus heridas, y con un grito
terrible colocó la tapadera sobre el caldero.
La presión se desvaneció. Bran sonrió de oreja a oreja, volvió a levantar la
tapadera y desapareció tras una cortina de niebla. La tapadera desapareció con él. Ya
está, me dije. Le ha devuelto a Morrigan la tapadera y ya ha cumplido con su trabajo.
Pero nosotros aún tenemos un campo lleno de demonios por despejar.
 ¡Kate! — Me di la vuelta en dirección al alarido. A unos treinta metros de allí
vi a Derek señalando con una garra ensangrentada algo a mi espalda. Giré
sobre sí misma y reconocí una menuda figura familiar en una cruz incrustada
en el suelo a pocos metros de mí. Julie.
Me abrí paso hasta ella entre los cuerpos que sembraban el suelo, pero antes de
llegar, una sombra cayó sobre mí. Miré hacia arriba con el tiempo justo para
distinguir un enorme pico del color del acero pulido que se abalanzaba desde las
alturas de la Brecha. Morfran, aún en forma de cuervo. Rodeada de fomoireos, no
tenía adonde huir. Me puse de rodillas, preparada para ensartar a Asesina en el
estómago de Morfran. El cuervo cubrió el sol con su cuerpo y aparecieron unas
enormes garras sobre sus alas que detuvieron su caída.

~242~
Ilona Andrews La magia quema
Con un rugido que hizo temblar a los fomoireos, Curran clavó sus uñas en el
cuervo.
 ¡Sigue! — gritó — ¡Sigue!
Continué avanzando, saltando por encima de los cuerpos, tajando, acuchillando,
seccionando, completamente concentrada en Julie. A mi izquierda, un grupo de
fomoireos soltaron el cuerpo de un vampiro a quien le estaban desgarrando los
pulmones y corrieron hacia mí.
 ¡Matad a la niña! — El siseo del Pastor se impuso al clamor de la batalla. Los
fomoireos cambiaron de dirección.
Estaba a unos veinte metros de Julie. No llegaría a tiempo.
Bran se materializó junto a Julie en una nube de humo. Volvía a estar en forma
humana. Rodeó la cruz y la niña con sus brazos. La niebla reapareció y, en un abrir y
cerrar de ojos, todo desapareció. Los fomoireos aullaron enfurecidos.
Bran se materializó frente a mí, con las manos vacías, sonriendo...
Un remolino de tentáculos verdes le atravesó el pecho y su sangre me salpicó.
Abrió mucho los ojos, la boca inmóvil en un rictus de dolor.
 ¡Bran!
Se desplomó hacia delante y cayó entre mis brazos, escupiendo sangre por la boca.
Detrás de él, el Pastor emitió un siseo triunfante. Salté por encima de Bran y embestí
con Asesina a la altura de su cara. Unos ojos de pez me observaron con odio durante
un segundo, y entonces la parte superior de su cabeza se deslizó lentamente y cayó a
plomo hasta el suelo. Su cuerpo se desplomó. Seguí tajando hasta que el cuerpo del
demonio marino quedó hecho jirones irreconocibles.
Un grito sobrenatural recorrió el campo de batalla. Curran se elevó por encima de
la carnicería, con la cabeza del cuervo en una mano. Cubierto de sangre, lanzó la
cabeza al aire y gritó:
 ¡Matadlos! ¡Matadlos a todos! ¡Son mortales!
Los cambiaformas arremetieron contra los fomoireos. Giré sobre mí misma y me
arrodillé junto a Bran. No. No, no, no.
Le di la vuelta. Bran me miró con sus ojos negros.
 He salvado a la niña. La he salvado. Por ti.
 ¡Desaparece! Vete con la niebla, maldita sea.
 Demasiado tarde — susurró con labios ensangrentados — No puede regenerar
el corazón. Adiós, palomita.
 ¡No te mueras!

~243~
Ilona Andrews La magia quema
Bran se limitó a observarme y a sonreír. Noté una punzada de dolor
extendiéndose dentro de mí, dilatándose hasta hacerse casi insoportable. Dolía
mucho. Tanto que ni siquiera pude seguir respirando.
Bran empezó a jadear y su cuerpo se quedó rígido entre mis brazos. Sentí como la
vida le abandonaba.
 ¡No!
Me agarré al último palpito de vida. Con toda mi magia, con todo mi poder, con
todo lo que era, me agarré con todas mis fuerzas a aquel fragmento diminuto de
Bran, negándome a soltarlo.
La magia se arremolinó a mi alrededor. Succioné el poder y lo proyecté hacia su
cuerpo, conteniéndolo en él. Fluyó a través de mí en un diluvio de dolor y se fusionó
con la carne de Bran.
No pienso soltarle. Vivirá. No permitiré que se vaya.
 ¡Niña estúpida! — Una voz saturó mi mente — No puedes contener a la
muerte.
Observa.
La chispa de la vida penetró más profundamente en su cuerpo. Más magia. Más...
El viento empezó a soplar, o tal vez era mi propia sangre comprimiéndome los oídos.
No sentía nada salvo el dolor y a Bran.
Empujé con más fuerza. La chispa se detuvo. Los párpados de Bran se sacudieron,
abrió la boca y clavó sus ojos en mí. No podía oír lo que me decía. Su corazón se
había detenido y debía recurrir a todo mi poder para mantenerlo con vida.
Me miró con ojos fantasmales. Su susurro flotó hasta mis orejas, cada palabra
frágil pero nítida.
 Suéltame.
 Este es el procedimiento de la no-muerte — dijo la voz.
Y supe inmediatamente que tenía razón.
No me convertiré en lo que detesto. No me convertiré en el hombre que me
engendró.
 Suéltame, palomita — susurró Bran.
Corté el flujo mágico y el dolor en mi interior se partió como una rama seca. El
poder regresó a mí con un latigazo y sentí cómo la chispa de vida de Bran se disolvía
definitivamente. La magia se sacudió en mi interior como una bestia viviente
acorralada que desea liberarse.
Bran yacía muerto entre mis brazos.

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Ilona Andrews La magia quema
Se me llenaron los ojos de lágrimas, y estas se derramaron por mis mejillas y
cayeron al suelo, arrastrando magia con ellas. El suelo se empapó con mis lágrimas y
algo se removió bajo la tierra, algo lleno de vida y magia. Pero ya no importaba. Bran
había muerto.
Un fomoireo llegó reptando por detrás, la espada preparada para clavármela en la
espalda.
Me puse de pie, y moviéndome ágilmente, me di la vuelta y di una única estocada.
La punta de Asesina se hundió en el pecho del fomoireo. Cortó su carne verdosa y
seccionó suavemente la espesa capa de músculos y membranas, separando el
cartílago del esternón, introduciéndose cada vez más en su cuerpo hasta encontrar el
corazón. El duro y musculoso órgano resistió una fracción de segundo, como un
puño apretado, pero la hoja no tardó en morder la carne e inundar de sangre el
interior de la criatura. Con un brusco movimiento pendular, le desgarré el corazón.
La sangre me empapó la piel y me inundó las fosas nasales. Noté su pegajosa
calidez en mis manos. El fomoireo abrió mucho los ojos. Reconocí su miedo desde las
profundidades de sus ojos color cobalto. Esta vez no habría renacimiento. La había
matado. Estaba muerta, y la comprensión de su funesto destino le hacía sentir un
miedo terrible y doloroso.
Fue un momento que duró toda una eternidad, y supe que lo recordaría durante el
resto de mi vida.
Y lo recordaría porque en ese instante supe que, por muchos enemigos que
hubiera matado o que pudiera llegar a matar antes del final de aquel día, Bran no
regresaría nunca. Ni siquiera un instante.
Extraje la espada del cuerpo sin vida. El dolor me envolvió y me empujó hacia el
campo de batalla. Crucé el descampado matando todo lo que encontré en mi camino.
Los fomoireos huían al verme venir, pero yo les di caza y acabé con ellos antes de
que pudieran arrebatarle a alguien más un amigo.
La noche había caído. Los fomoireos estaban muertos. Sus cadáveres inundaban el
campo de batalla, mezclados con los cuerpos humanos de los caídos. La muerte los
igualaba a todos, brujas, cambiaformas, al tipo corriente. Había tantos cuerpos.
Tantos muertos. Aquella mañana hablaban, respiraban, besaban a sus seres queridos.
Y ahora yacían inertes. Perdidos para siempre. Como Bran.
Me senté junto a su cuerpo. Tenía los ojos color azabache cerrados. Estaba muy
cansada. Me dolían partes del cuerpo que ni siquiera sabía que existían.
Alguien había encendido una pira funeraria que fulguraba con un intenso color
anaranjado en la cuasi oscuridad. Un humo espeso y grasiento mancillaba la noche.
Había cogido a Bran de la mano y lo había arrastrado de vuelta a la humanidad, al
libre albedrío y a la capacidad de decisión. Y aquello, o mejor dicho, yo, le había
arrastrado a la muerte. El fuego de sus ojos se había extinguido. No volvería a

~245~
Ilona Andrews La magia quema
guiñarme el ojo ni a llamarme palomita nunca más. No le amaba, pues apenas le
conocía, pero eso no significaba que no doliera. ¿Por qué siempre acababa muriendo
todo lo que tocaba? ¿Por qué siempre morían todos? Podía arreglarlo prácticamente
todo, pero la muerte siempre me derrotaba. ¿Qué sentido tenía toda la magia del
mundo si no podía contener a la muerte? ¿Qué sentido tenía si no sabes cuándo
detenerte, si lo único que puedes hacer es matar e infligir dolor?
Alguien se acercó a mí y me tiró de la manga.
 Kate — dijo una voz menuda — Kate, ¿estás bien?
Miré a la propietaria de aquella voz y reconocí su rostro.
 Kate — dijo lastimosamente — Por favor, di algo.
Me sentía tan vacía que ni siquiera podía encontrar mi propia voz.
 ¿Eres real? — le pregunté.
Julie asintió.
 ¿Cómo has llegado aquí?
 Me trajo Bran — dijo ella — Desperté en un lago. Había cuerpos por todas
partes, y una mujer. Me ayudó a levantarme, me entregó un cuchillo y me
trajo hasta aquí. — Julie señaló el lugar donde originalmente se habían situado
nuestras fuerzas — Y luché. — Me mostró el cuchillo ensangrentado.
 Niña estúpida — le dije, pero fui incapaz de dotar a mis palabras de la ira que
sentía— Tanta gente muerta para salvarte y vas tú y regresas a la batalla.
 Vi a los fomoireos devorando el cuerpo de mamá. Tenía que hacerlo. — Se
sentó a mi lado — Tenía que hacerlo, Kate.
Oí un débil tintineo de cadenas. Y después el crujido del metal bajo el peso de
unos pies. Una figura alta apareció a través del humo.
Desnuda salvo por un arnés formado por varios cinturones de piel y ganchos de
plata, el pelo le cubría el cuerpo en largos mechones negros. Estaba empapada de
sangre fresca, y los chorretones carmesí se mezclaban con las runas azules tatuadas
en su piel. Su presencia era como una violenta bofetada: glacial, dura, cruel,
aterradora como el aullido nocturno de un lobo en una carretera solitaria.
 Es ella — dijo Julie — La mujer del lago.
Le relucían los ojos, punteados por radiantes chispas. Las chispas estallaron en
unos irises ambarinos, adoptando rápidamente un tamaño descomunal,
todopoderosos, irresistibles. .. La negra pupila sin fondo se proyectó frente a mí y
supe con absoluta certeza que podría sumergirme en ella y perderme para siempre.
De modo que así es el ojo de una Diosa.
Miró más allá de nosotras y levantó una mano para señalar algo por encima de mi
hombro. Las cadenas tintinearon.

~246~
Ilona Andrews La magia quema
 ¡Ven! — Reconocí la voz: la había oído antes en mi cabeza.
Red se separó del montón de desechos. Hacía un buen rato que sabía que estaba
allí. Había aparecido hacia el final de la batalla, me había seguido y se había ocultado
entre la basura mientras yo me sentaba, entumecida, junto al cuerpo de Bran.
Probablemente esperando el momento oportuno para apuñalarme por la espalda.
Julie dio un respingo.
 ¡Red!
La cogí por el hombro y la retuve.
 Deseabas poder...
Red tragó saliva.
 Sí.
 Sírveme y tendrás todo el poder que desees. Red empezó a temblar.
 ¿Aceptas el trato?
 ¡Sí!
 Red, ¿y qué pasa conmigo? — Julie se deshizo de mi mano. No la estaba
reteniendo con mucha fuerza. Aquella era su última oportunidad para
despertar.
 ¡Te quiero! No pienso dejarte.
Red alargó una mano para impedir que se acercara a él.
 Ella tiene todo lo que deseo. Tú no tienes nada.
Pasó por encima de las piernas de Bran y corrió junto a Morrigan como el perro
que era. El círculo se cerraba: desde el antepasado que se había liberado de Morrigan,
pasando por incontables generaciones, hasta su descendiente, quien volvía a aceptar
obedientemente el collar.
Aunque el cuerpo de Bran aún estaba caliente, Morrigan no mostraba signo
alguno de aflicción.
La observé fijamente.
 Me reconoces, ¿verdad?
Las cadenas tintinearon en señal de asentimiento.
 Si volvemos a encontrarnos, le mataré.
 ¡Que te jodan! Es demasiado poderosa para ti. Ella me protegerá — dijo Red.
 La sangre que fluye por mis venas ya era vieja cuando ella no era más que una
idea vaga. Si no me crees, mira en sus ojos.
 No volveremos a encontrarnos — prometió Morrigan. Detrás de ella se formó
un sólido muro de niebla, que se deslizó sigilosamente por el suelo, lamió los
pies de Morrigan, envolvió a Red y se tragó a ambos.

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La tec se extendió súbitamente, aplastando la magia a su paso. Julie estaba sola en
mitad del campo sembrado de cuerpos y metal, su rostro crispado por la conmoción.

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Epílogo

Por la mañana, cuando las brujas fueron a recoger el cuerpo de Bran, lo


encontraron sobre un lecho de flores blancas. Relucientes como pequeñas estrellas
inmaculadas, y con el centro tan negro como lo fueron sus ojos, las flores habían
crecido durante la noche, impregnando el aire de un aroma especiado. Para el final
del día, las flores habían sido bautizadas con el nombre de Campanas de Morgan, y
corrió el rumor rápidamente de que la propia Morrigan se había sentido tan apenada
por la muerte de su campeón que había derramado lágrimas junto a su cuerpo y que
de estas habían brotado las flores.
Bobadas. Yo estuve allí y la muy zorra no derramó ni una sola lágrima.
Las brujas enterraron a Bran en el Parque Centennial y construyeron un túmulo
sobre su tumba. Me invitaron a visitarla siempre que quisiera.
Los siguientes dos días los pasé junto a Andrea, puliendo los informes que
entregaríamos a la Orden. Rellenamos cada agujero, allanamos cada bache y
sorteamos cada inconsistencia hasta que ella fue una humana pura y yo una simple
merca con un gusto obsesivo por las espadas.
Fue un gran inconveniente que, durante las dos semanas siguientes, no
pudiéramos disponer de la magia, por lo que nos vimos obligados a recurrir a la
medicina convencional. Yo tenía una docena de cortes repartidos por todo el cuerpo,
un par de ellos lo suficientemente profundos como para provocar más problemas de
los habituales, y dos costillas rotas. Andrea lucía un tajo profundo en su espalda que,
en circunstancias normales, se hubiera curado en un tiempo embarazosamente corto.
Con las condiciones posteriores a la erupción, tardó un poco más, y como Andrea no
estaba acostumbrada al dolor, consumió una generosa cantidad de analgésicos.
Tras la marcha de Red, Julie se había refugiado en sí misma. Se dedicaba a
responder con monosílabos y a comer más bien poco. El jueves entregué el último
informe junto a una petición de excedencia, subí a Julie a mi viejo Subaru de
gasolina, y nos dirigimos hacia el sur, a Savannah, a la casa que me había dejado mi
padre. Andrea me prometió que se encargaría de limar las asperezas con la Orden en
cuanto regresaran los caballeros.

~249~
Ilona Andrews La magia quema
El viaje se me hizo eterno. Había perdido la práctica y tuvimos que detenernos
cada dos por tres para tomar el aire. Pasé por delante del desvío que llevaba a mi
casa y continué conduciendo por la costa hasta el pueblecito de Eulonia, donde había
un viejo restaurante llamado Pelican Point. El propietario me debía un favor; de no
ser así, no habría podido permitírmelo.
El restaurante estaba situado junto a la orilla del río, justo antes de que el agua
dulce de este se abriera paso entre los juncos y bancos de lodo en su camino hacia el
Atlántico. Nos sentamos en el cenador junto al muelle y observamos los barcos que
pescaban gambas y pescado serpentear a través del laberinto de marismas y
descargar sus capturas en la orilla. Al cabo de un rato entramos en el restaurante, nos
sentamos en una pequeña mesa junto a la ventana y acompañé a Julie al buffet de
marisco.
Enfrentada a más comida de la que había visto junta en toda su vida, Julie se
quedó petrificada. Llené su plato, cogí unas cuantas patas de cangrejo y volví a
acompañarla a la mesa. Comió unas cuantas gambas fritas y la tilapia adobada.
Cuando partí la segunda pata de cangrejo, Julie empezó a llorar. Lloró y comió
carne de cangrejo mojada en mantequilla derretida, se lamió los dedos y continuó
llorando.
Durante el trayecto de vuelta, permaneció huraña en su asiento.
 ¿Qué pasará ahora conmigo? —preguntó finalmente.
 No falta mucho para que termine el verano. Dentro de poco tendrás que ir a la
escuela.
 ¿Por qué?
 Porque tienes un don. Quiero que aprendas cosas y que conozcas a otras
personas. A otros niños y adultos, para que descubras cómo piensan. Así
nadie volverá a aprovecharse de ti.
 No les caeré bien.
 Puede que te lleves una sorpresa.
 ¿Será una de esas escuelas en las que también se vive?
Asentí.
 No se me da nada bien hacer de madre. Casi nunca estoy en casa, y aunque lo
estuviera, no soy la persona más adecuada para cuidar de una niña. Pero
puedo ser una tía muy divertida. Puedes venir cuando quieras y quedarte
conmigo en vacaciones. Hago un pato delicioso.
 ¿Por qué no pavo?
 No me gusta el pavo. Demasiado seco.
 ¿Y si no me gusta la escuela? — preguntó Julie.
 Entonces seguiremos buscando hasta encontrar una que te guste.
 ¿Y podré ir a vivir contigo cuando lo necesite?
 Siempre que quieras — le prometí.

~250~
Ilona Andrews La magia quema

Tres semanas más tarde acompañé a Julie a la academia Macón Kao. Gracias a sus
talentos mágicos y a mis magros ingresos, no tuvo problemas en conseguir una beca.
Era una buena escuela, situada en un emplazamiento muy tranquilo, con un campus
decente que se asemejaba a un parque rodeado por muros de tres metros de altura y
torres provistas de ametralladoras y propulsores de flechas. Conocí a todo el
personal de la facultad, y todos ellos me parecieron poco dispuestos a dejarse llevar
por tonterías. Tenían a una empática como consejera que ayudaría a Julie a cerrar sus
heridas. No podía conseguir nada mejor que una empática.
Cuando finalmente llegué a casa, ya había anochecido. Como siempre ocurría
después de una erupción, la magia dejaba en paz al mundo durante una temporada.
Tuve que recurrir a Betsi para hacer el viaje, y esta me había dejado tirada a medio
camino sin ninguna razón mecánica aparente. Cuando finalmente llegué a la puerta
de mi casa, estaba exhausta. Subí las escaleras en penumbra y, al llegar al porche, vi
un ramo de rosas rojas en un jarrón de cristal. La tarjeta decía: «Lo siento. Saiman».
Llevé las rosas y el jarrón al cubo de la basura mientras gruñía por lo bajo, regresé
a la puerta, busqué la llave y me di cuenta de que la puerta estaba entreabierta.
Desenvainé a Asesina y empujé la puerta con la punta de los dedos. Esta se deslizó
silenciosamente en sus bien engrasadas bisagras. Al fondo del pasillo reconocí la
suave luz que proyectaba la lámpara del comedor. Olía a café.
¿Quién irrumpe en una casa, enciende la luz y prepara café?
Avancé por el pasillo sin hacer ningún ruido, con Asesina en la mano.
 Ruidosa y torpe como un rinoceronte — dijo una voz familiar.
Entré en el comedor. Curran estaba sentado en mi sofá, leyendo mi libro de
bolsillo favorito. Su pelo había recuperado su aspecto habitual. No se parecía en nada
a la oscura y diabólica figura que había agitado en el aire la cabeza de un semidiós
hacía solo un mes.
Había llegado a pensar que se había olvidado de mí. Estaba empezando a
acostumbrarme a aquella agradable sensación.
 ¿La princesa prometida? — dijo, cerrando el libro.
 ¿Qué estás haciendo en mi casa? — Estaba instalado cómodamente, como si
fuera él quien viviera allí y no yo.
 ¿Ha ido todo bien con Julie?
 Sí. No quería quedarse, pero no tardará en hacer amigos, y el personal parecía
bastante prudente.
Le observé detenidamente. No estaba muy segura del papel que estábamos
representando.

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Ilona Andrews La magia quema
 Quería decírtelo antes, pero no tuve oportunidad. Siento lo de Bran. No me
gustaba, pero murió decentemente.
 Sí, lo sé. Siento lo de tu gente. ¿Muchas bajas?
Una sombra oscureció su rostro.
 Una tercera parte.
Había llevado a un centenar al campo de batalla. Al menos treinta de ellos nunca
regresaron a casa. El peso de sus muertes recaía sobre nuestras espaldas.
Curran hizo girar el libro entre sus manos.
 Posees palabras de poder.
Curran sabía qué era una palabra de poder. Fantástico. Me encogí de hombros.
 Conseguí un par aquí y allá. Lo que ocurrió en la Brecha fue algo
extraordinario. Nunca más volveré a ser tan poderosa. — Al menos hasta la
próxima erupción.
 Eres una mujer interesante — dijo.
 Tu interés queda anotado. — Señalé la puerta.
Curran dejó el libro sobre la mesa.
 Como desees. — Se puso de pie y pasó por mi lado. Bajé la espada, convencida
de que continuaría alejándose de mí, pero, de repente, se acercó
peligrosamente a mi rostro — Bienvenida a casa. Me alegro de que lo
consiguieras. Hay café recién hecho en la cocina.
Me quedé con la boca abierta.
Curran inhaló el olor de mi piel, se inclinó hacia delante, como si tuviera intención
de besarme...
Y yo me quedé allí de pie como una idiota. Curran sonrió y me susurró al oído:
 Psicópata.
Y sin más, dio media vuelta, se encaminó hacia la puerta y se largó.
Oh, por el amor de Dios.

Fin

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