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Una Independencia Sin Adjetivos

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Siempre los primeros y mejores

Una Independencia sin adjetivos, un proceso histórico de guerra y revolución


Manuel Chust
Universitat Jaume I, Castellón
Claudia Rosas Lauro
Pontificia Universidad Católica del Perú
Hasta bien entrado el siglo xx el medio historiográfico peruano, en su convicción de que la
Independencia fue un movimiento deseado por la mayoría de los «peruanos» y que constituía la feliz
culminación del mestizaje, de la difusión de las ideas de la Ilustración y de la influencia de la
independencia norteamericana de 1776 y de la Revolución francesa de 1789, establecía una suerte
de esquema providencialista, teleológico, en donde cada acontecimiento conducía inevitablemente
hacia la ansiada y necesaria Independencia.
Así, construyendo el final de la novela antes que la trama histórica misma, los cronistas de los siglos
xix y parte del xx plasmaron su afán por establecer una historia apoteósica donde el Perú marchaba
hacia la conquista de su libertad política. Sin embargo, más que Historia, entendida como una
disciplina, como un oficio, fueron relatos y crónicas. Conviene matizarlo.
Se construyeron, se inventaron –en el sentido hobsbawmniano– y se difundieron las interpretaciones
nacionalistas, de corte romántico, por estar centradas en personajes elevados a héroes, la mayor parte
de ellos militares o que destacaron en el campo de batalla. A ellos se unieron sus gestas, también
heroicas y bélicas. Ambos, militares y batallas, monopolizaron una visión heroica del triunfo de la
Nación. Obviamente preexistente a su «independencia» desde in hilo tempo, solo que sometida,
dependiente y encadenada a «España». Nada nuevo en el universo de las historias de bronce de las
independencias iberoamericanas.
Pero tampoco nada nuevo, en la construcción de las historias nacionales europeas de los siglos XVIII
Y XIX.
Todas estas historias nacionales, incidieron en el carácter singular, específico, único e irrepetible de
cada una de ellas. Esta suerte de metarrelato puso el foco interpretativo de las independencias
exclusivamente en su carácter nacional, es decir, en dejar de depender políticamente de la monarquía
española. Esta interpretación unicausal se consolidó y petrificó monolíticamente, como sabemos.
Una de sus consecuencias fue, es, una visión nacional y, con ella, presentista de las independencias.
Lo cual provocó que se estudiaran caso a caso, nación a nación, país a país, dado que el «interés»
histórico-nacional no era el conjunto continental, sino el caso «nacional». Casi como un mecano que
sumaba piezas, no necesariamente conexas, en vez de un puzle en donde sus componentes,
desordenados primero, se encajaban progresivamente a medida que transcurría el tiempo – proceso
histórico– para trazar un panorama general en donde se podía divisar el conjunto y no la particularidad.
Uno de sus resultados fue legar como certidumbre histórica que cada «caso» –el argentino, el chileno,
el mexicano, el boliviano… el peruano– era singular, no tuvo parangón, no se podía comparar con
otros, era «algo distinto»… de esta forma se produjo no solo una escasez de historias generales de
las independencias –continentales–, sino también, en la mayor parte de casos, estas se explicaron
como una agregación de casos y no como un proceso diacrónico, no solo temporal sino también
espacial. Lo cual provocó, en primer lugar, una desagregación de causas, de consecuencias y,
especialmente, de conflictos sociales ausentes en el binomio patriotas-realistas. Pero también una
omisión de interrelaciones entre los territorios, sociedades y comunidades de la época estudiada en
cuanto a cuestiones jurisdiccionales, eclesiásticas, comerciales, etc., por ser los espacios contenidos
en las fronteras «nacionales» de los países actuales los que se historiaban. La segunda consecuencia
fue que estas interpretaciones desplazaron, borraron u omitieron otras problemáticas causales de las
independencias no estrictamente «nacionales» como las sociales, raciales, étnicas, económicas… y
cuando se estudiaron el punto de análisis central seguía siendo su posicionamiento en el
«enfrentamiento» nacional contra España.
Interpretaciones que, ya en la segunda mitad del siglo xx, fueron calificadas de historia «criolla». En
gran parte.
Esto nos recuerda la importancia, como señala el historiador indio Sanjay Subhramanyam, de construir
conected histories, o historias conectadas de los espacios, articuladas por la circulación de las
personas, las ideas y los objetos (Subrahmanyam, 1997); espacios que los historiadores hemos
estudiado por separado usando criterios espaciales de cuño nacionalista que pertenecen al presente
y que terminan llevando los límites actuales de los países al pasado, cuando estos no existían o recién
se estaban definiendo. Esto no significa que dejemos de investigar sobre las historias nacionales y
Siempre los primeros y mejores

muestra de ello es la colección a la que pertenece este libro, que también aborda las independencias
de cada país actual.
El asunto es cómo se enfocan estas historias. Pero conviene insistir en ello. Y este monopolio no es
solo de las independencias iberoamericanas. Peter Brown, el gran especialista en la Antigüedad tardía,
denunció como la caída del Imperio romano deformó por décadas la visión que los especialistas
tuvieron de este período, pues buscaban las causas de la decadencia y olvidaban la riqueza de los
cambios que caracterizaron este periodo (Brown, 1993). Es lo que también advierte el historiador
italiano Carlo Cipolla cuando habla del prejuicio a posteriori, pues el historiador sabe cuál ha sido el
desenlace de los hechos y su visión de las cosas está tremendamente influida por ese conocimiento
(Cipolla, 1991).
Qué duda cabe que estas interpretaciones nacionalistas, hegemónicas, han lastrado por décadas las
investigaciones históricas sobre las independencias. Y qué duda cabe que, en las dos últimas décadas,
especialmente, ha habido una incesante e importante renovación historiográfica de este tema, crucial
no solo para explicar más compleja y multicausalmente los orígenes del triunfo de los estados
republicanos, sino que también para comprender una Historia Universal Contemporánea mucho más
completa. O debería. En este sentido, es muy notable la omisión en las explicaciones de las historias
contemporáneas universales de este proceso revolucionario, no solo de desmoronamiento de los
imperios coloniales absolutistas de las monarquías española y portuguesa, sino también del triunfo de
los estados republicanos –liberales– en todo un continente, años antes que el del liberalismo en la
mayor parte de Europa.
Pero esta historia nacional, tuvo notables críticas. Por supuesto que el texto de Heraclio Bonilla y Karen
Spalding, La independencia en el Perú: las palabras y los hechos, publicado por el Instituto de Estudios
Peruanos se convirtió en epígono de ello. Devenido en un clásico, ya desde hace tiempo, en la
historiografía peruana sobre la independencia (Bonilla y Spalding, 1972). Lo impresionante, creemos
que hay que seguir subrayándolo, es que a casi medio siglo de su publicación siga siendo una obra de
referencia historiográfica nodal.
A raíz de dicho trabajo, es más que sabido, se dio en el Perú una polémica en torno a la interpretación
de la independencia, cuando los citados autores criticaron duramente la tradición historiográfica de la
Independencia, que –según ellos– había desvinculado las palabras de los hechos con el fin de justificar
el presente. Y, como también es sabido, la polémica traspasó los umbrales de la discusión meramente
académica. Dado que el tema era fundamental, es, para justificar o criticar los sistemas actuales de
los estados. Los trabajos que aparecieron a raíz de dicha polémica historiográfica han sido reunidos y
publicados recientemente por el Instituto de Estudios Peruanos bajo el significativo título La
independencia del Perú. ¿Concedida, conseguida, concebida?, junto con otros y nuevos artículos de
destacados investigadores que presentan aproximaciones monográficas al proceso (Contreras y
Glave, 2015).
No obstante, a nuestro entender, la propuesta Bonilla-Spalding se simplificó, muy notablemente, dado
que sus planteamientos cifrados en cuatro tesis, casi se redujeron a una sola: «la independencia
concedida». El sismo fue colosal. De la certidumbre asentada por decenas de años desde la
enseñanza primaria de una independencia «obtenida» en especial en los gloriosos campos de Junín y
Ayacucho, se pasó a la tesis de una Independencia concedida, lograda por los ejércitos de San Martín
y Bolívar. Con ello no solo se desmerecía –aparentemente– el mayor logro de los peruanos por
conquistar la ansiada libertad, sino la propia existencia de esta comunidad previamente a la
independencia y sus intenciones ancestrales, homogéneas y nacionales en favor de la independencia.
Es más, Bonilla y Spalding señalaban sus causas: la ausencia de una movilización popular –
indígena/campesina– y el conservadurismo de la élite limeña alejada de veleidades revolucionarias por
el miedo a las movilizaciones indias que pudiera conllevar. Es evidente que el texto cuestionó de
manera tajante toda una corriente de interpretación del proceso independentista, que se expresaba en
sólidos trabajos como los de José Agustín de la Puente Candamo, quien había escrito una síntesis
muy clara de la misma, en la que la Independencia fue fruto de la participación de todos los peruanos
y obtenida esencialmente por ellos, y donde pesaron más los factores
intrínsecos al fenómeno que las causas externas, que si bien gravitaron no fueron las determinantes
(Puente Candamo, 2013[1992]).
A la pregunta de cuándo se «jodió» el Perú… Bonilla y Spalding respondieron dinamitando los
pedestales en los cuales se asentaban los elementos centrales de la nacionalidad peruana, la cual era
el eje vertebrador y homogeneizador de una sociedad, como las restantes iberoamericanas, desigual
social, étnica y racialmente. Escrita, conscientemente, en pleno sesquicentenario de 1821, en pleno
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régimen del general Velasco esta tesis no pasó desapercibida. Sin embargo, a contracorriente de lo
que generalmente se ha pensado, la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia
creada por el Gobierno, concilió más con la tesis «tradicional» que con esta última, como ha mostrado
Carlos Aguirre recientemente (2016). El régimen «revolucionario» velasquista se apresuró a proclamar
que sus reformas conducirían a la segunda y «verdadera» emancipación, ya que la de 1821, la primera,
fue parcial, incompleta, pero fue una independencia.
No obstante, en una lectura más detenida y menos apasionada del texto de Bonilla y Spalding, si ello
es posible, se puede advertir que estos autores plantearon, si bien para el caso del Perú, casi todas
las tesis básicas que un año más tarde publicaría en inglés John Lynch en el que será, después de su
traducción al español en 1976, la tesis central historiográfica hasta los años noventa, al menos (Lynch,
1973, 1976). En realidad, Bonilla y Spalding ya estaban proponiendo
avant Lynch las tesis que se volverán hegemónicas en las explicaciones historiográficas de las
academias occidentales hasta los años noventa. Solo que para el caso del Perú. Es decir, señalar los
cambios que se produjeron en el contexto internacional con la crisis de la hegemonía del Imperio
español y las consecuencias del ascenso de Inglaterra como potencia –capitalista deberíamos decir–,
que tuvo un rol de gran importancia en el desenlace del proceso, el cambio de política provocado,
especialmente por esta coyuntura, en el último tercio del siglo xviii por los borbones españoles –Lynch
lo definió con mucha fortuna historiográfica como «neoimperialismo»–. Así, según estos autores, el
impacto externo no se redujo de ninguna manera a las «influencias» de la independencia de Estados
Unidos y la Revolución francesa, o a la difusión de las luces en América. Dichos factores no habrían
tenido la importancia que la historiografía tradicional les había asignado, puesto que solo afectaron a
un grupo minoritario de la sociedad colonial y porque, en general, la sociedad hispanoamericana fue
«impermeable a este tipo de impacto», puntos de vista que deben ser matizados con los avances que
se han producido en la investigación.
Y el texto obtuvo respuestas. Lo cual desde la óptica historiográfica ya fue un triunfo. Otra cosa sería
sufrirlo. Algunas fueron muy explícitas, otras menos.
Scarlett O’Phelan y Alberto Flores Galindo, entre otros, entraron a debatir en un libro que coordinó este
último en 1987 (Flores Galindo, 1987).
No obstante, es notable como esta discusión –con todo importante– para una parte de la historiografía
se ha mantenido viva, casi medio siglo después, como un bucle historiográfico persistente. Lo cual, en
parte, ha provocado un cierto encallamiento. Además, el binomio «obtenida-concedida» quizá haya
desviado el abordaje de otros temas, cuestiones, causalidades, líneas de investigación novedosas,
etc.
Es notorio y notable que existe una potente historiografía peruana y peruanista sobre la independencia.
En especial en las últimas décadas. Se puede constatar. Es más, raya a gran altura. Historiografía que
sin duda ha tenido excelentes maestros: John Fisher (2000), Brian Hamnett (1978 y 1985), Thimoty
Anna (2003[1979] y 1986), entre otros.
En efecto, si bien aún nos hacen falta mayores estudios –por ejemplo– sobre la participación de las
mujeres, la población indígena o los sectores populares en la independencia del Perú, la historiografía
peruana y peruanista de las últimas décadas ha avanzado notablemente, como se puede apreciar en
los balances bibliográficos (por ejemplo, véase Contreras, 2007). Sin querer trazar una lista de temas
y autores exhaustiva, dado que este asunto forma parte de otro estudio en marcha, y a riesgo de no
citar a todos o no citar todas las contribuciones
de un autor o autora, podemos mencionar los estudios sobre el pensamiento y la cultura política del
periodo que abordan el liberalismo español, donde sobresalen los trabajos de Víctor Peralta (2010,
2011); el republicanismo y la tradición democrática desarrollados por Carmen Mc Evoy (2012, 2015),
y el impacto de la Revolución francesa estudiado por Claudia Rosas Lauro (2006). A ello se han
sumado las investigaciones sobre los aspectos militares, la guerra y lo político, sobre los que
encontramos importantes trabajos de Juan Marchena
(2008, 2011) y Natalia Sobrevilla (2009, 2015); la independencia desde España, ha sido tratada
excelentemente por un equipo de investigadores encabezados por Ascensión Martínez Riaza (2015),
la dimensión económica ha sido enfocada desde diferentes ángulos por Carlos Contreras (2011),
Cristina Mazzeo (2012) y Dionisio de Haro (2015), entre otros. Asimismo, la retórica, los rituales del
poder y lo simbólico han sido integrados como parte del entramado de elementos que se entretejieron
en la forja de la independencia y del Estado republicano, sobre lo cual resultan importantes los trabajos
de Pablo Ortemberg (2014), Ramón Mújica (2006) y Natalia Majluf (2013).

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