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Sesion IX Inmaculada y Asuncion

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SESIÓN IX: EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA DOCTRINA MARIANA III-IV

9. La Inmaculada Concepción
9.1. Fundamentación de la Concepción Inmaculada de María
En el mismo designio eterno en el que Dios decidió la encarnación de su Hijo, se
encuentra también la elección de Santa María como Madre del Verbo encarnado. Se
trata de un designio que afecta esencialmente a la forma en que el Verbo se hace carne,
y que afecta también a la forma de la maternidad de Santa María. Es una maternidad
perfecta y plena en todos sus aspectos, en la que la persona de la Virgen se encuentra en
total y absoluta referencia a la Persona del Redentor.

La plenitud de gracia y la santidad de María está basada en la divina Maternidad. Desde


el primer instante de su concepción Ella se halla revestida de esa plenitud de gracia, por
lo cual, la Inmaculada Concepción está estrechamente unida a la Maternidad. En efecto,
«un decreto divino que consiste en hacer de una persona la madre corporal del Redentor
ha de ser el decreto de gracia y de redención por antonomasia y el más perfecto que
pueda imaginarse, el que haga de María la llena de gracia y la redimida de la manera
más perfecta1».

La total santidad de María -y en ella la inmaculada concepción- es un momento interno


de esta maternidad, que es indisolublemente, maternidad biológica y, al mismo tiempo,
plenamente humana y sobrenatural, e incluye, en consecuencia, una participación
perfecta en la misión redentora del Hijo.

Si la santidad no es otra cosa que unión del hombre con Cristo, una relación de filiación
en Cristo por el Espíritu Santo, la relación única e irrepetible con el Verbo que establece
la maternidad, convierte a la Virgen en una criatura del todo singular. Esta santidad
plena de María comporta dos aspectos: uno negativo, que es la preservación de todo
pecado, tanto original como personal; el otro, positivo, que es la plenitud de gracia
recibida. Se trata de dos aspectos de una misma y única realidad, que se desglosan aquí
siguiendo el orden habitual en su tratamiento: Inmaculada Concepción y santidad plena.

9.2. María, inmune al pecado


1
MÜLLER, A., Puesto de María y su cooperación en el acontecimiento Cristo, en Mysterium salutis,
Madrid, 1969, t. III/II, p. 439.

1
Entendemos por fomes peccati la inclinación a pecar, que proviene del apetito sensitivo
o concupiscencia. El fomes peccati permanece en los bautizados y, aunque en sí mismo
no es pecado en los renacidos por el pecado, se trata de una secuela del pecado original2.

Dios colmó a María «mucho más que a todos los espíritus angélicos y a todos los santos con la
abundancia de todos los dones celestes, sacados del tesoro de su divinidad, en tan maravilloso
modo que Ella estuvo siempre libre de toda mancha de pecado y, del todo bella y perfecta, fue
dotada de tal plenitud de inocencia y santidad, que no puede concebirse otro mayor fuera de Dios
[…] la Purísima de alma y cuerpo3».

Los teólogos consideran comúnmente que María se vio libre de esa inclinación al
pecado que se adelanta incluso a la reflexión consciente del hombre. Lo cual no quiere
decir que las demás consecuencias del pecado estuvieran excluidas: la angustia, dolor y
muerte no tuvieron ni en María ni en Cristo aspecto de castigo, sino como resultado de
la plena incorporación a la humanidad, que en Cristo es redimida.

Como afirma Santo Tomás4, los elegidos de Dios para una misión determinada son
preparados y dispuestos de tal modo que sean idóneos para aquello a que son elegidos.
María no hubiera sido idónea Madre de Dios si hubiera pecado alguna vez, siquiera
venialmente. Por tres razones:

a. Porque el honor de los padres redunda en los hijos, y a la inversa, la ignominia


de la madre hubiera redundado en el Hijo.
b. Porque María tuvo una especial afinidad con Cristo, que tomó carne de Ella.
c. Porque el hijo de Dios, que es la Sabiduría de Dios, habitó en Ella de una
manera singular; no sólo en el alma, sino también en sus entrañas.

El Concilio de Trento enseña en su sesión VI, que Dios concede gracia suficiente a
todos los justos para observar los preceptos divinos5. Aunque caigan en pecados leves y
veniales, no por eso dejan de ser justos. Aquí se trataría de plantear si la Virgen María
se vio libre de los pecados veniales que pueden cometer los justos. Por privilegio
especial de Dios, la Virgen fue inmune toda su vida de cualquier pecado venial. No
cometió pecado alguno, ni mortal, ni venial. «Si alguno dijere que el hombre, una vez

2
DZ 752
3
PÍO IX, Ineffabilis Deus, 8.
4
ST, 3, q. 27, a. 4.
5
DZ 804.

2
justificado […] podría evitar todos los pecados durante su vida entera, aun los veniales,
sin especial privilegio, como de la Virgen lo sostiene la Iglesia, sea anatema6».

Por otro lado, siguiendo a San Pío V y a Pío IX, Pío XII afirmará que: «María está
inmune de toda mancha, ya personal, ya hereditaria 7» y «jamás se alejó ni siquiera
mínimamente de los preceptos y de los ejemplos de su divino Hijo 8», de tal manera que
«allí donde está María, no está Satanás9».

Finalmente, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que: «María ha permanecido


pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida10».

9.3. Evolución y proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción


Si bien en los primeros escritores cristianos no se encuentran textos explícitos en torno
a la Inmaculada Concepción, sí queda claramente apuntada por ellos la singular relación
existente entre la Virgen María y la obra de la Redención. La cooperación a la obra de la
redención y santidad de María aparecen en la predicación de la fe.

En el siglo II aparece el llamado Protoevangelio de Santiago en el que se encuentra el


primer relato de una concepción milagrosa de Santa María. Lo importante del texto,
aparte de no constar realmente con una autoridad doctrinal, es que manifiesta el
testimonio de las creencias del Pueblo de Dios. En dicho texto se encuentra, además, las
bases para la fiesta litúrgica de la concepción de María, es decir de su concepción por
Santa Ana.

Mas adelante, los Padres desarrollan el paralelismo Eva-María. Ejemplo de ello, San
Efrén, quien alaba a María diciendo que es toda bella, dado que en Ella no hay mancha
alguna. San Gregorio Nacianceno habla de la prepurificación de María, porque iba a ser
la Madre de Dios.

Por otro lado, San Agustín, en su controversia con Julián de Eclana, afirma que «no
entregamos a María al diablo por la condición de su nacimiento, sino porque la misma
condición se desata por la gracia de renacer». Ciertamente la ambigüedad de la
respuesta lleva a diferentes y diversas interpretaciones. Lo que sí parece claro es que
San Agustín pone como principio que el nacimiento debe ser alcanzado por la gracia del

6
DZ 833.
7
Encíclica Mystici corporis (1943).
8
Encíclica Fulgens corona (1953).
9
Radiomensaje Quando lasciate, I, 2 (1953).
10
CEC 492.

3
«renacer» en Cristo. También es claro que una vez sentado el principio de la necesidad
universal del «renacer», San Agustín no exceptúa a María. Subyacería el argumento de
que para ser redimido es necesario haber participado del pecado de Adán.

En Oriente, los primeros testimonios de la Inmaculada Concepción los encontramos en


Teotecnos de Libia y en San Andrés de Creta. De hecho, a partir del siglo VII ya
aparecen testimonios de la celebración litúrgica de la Concepción en el ámbito de
Oriente. En Occidente, por influencia de los reinos situados al sur de Europa y en
contacto con Bizancio, principalmente, la fiesta de la Concepción de María se celebra,
en el siglo IX en Nápoles y Sicilia; posteriormente pasa a Irlanda e Inglaterra. De ahí
pasa, en el siglo XI al continente europeo: Italia, Francia, España, Bélgica, Alemania. Y
ya, en el siglo XII, se entiende la fiesta celebrada en el sentido preciso de la Concepción
Inmaculada de María.

Los autores que afirman la santidad plena de María desde su concepción son, en
Occidente: Pascasio Radberto, San Fulberto de Chartres; en Oriente: San Teodoro
Estudita, Jorge de Nicomedia, Juan el Geómetra.

A finales del siglo XII, todo el siglo XIII, hasta principios del XIV -en el que se llega a
la solución-, con el auge de la Escolástica, se establecen dos posiciones opuestas: los
maculistas y los inmaculistas.

Por un lado, hay que señalar la dificultad a la hora de seguir a San Pablo y a San
Agustín, los cuales afirman la universalidad del pecado -excepto Cristo-. Como hemos
visto más arriba, es la dificultad en la que ya se encuentra San Agustín, para poder salir
en su disputa con Julián de Eclana. Por otro lado, está la concepción de la transmisión
del pecado: Pedro Lombardo afirma a este propósito que «la carne concebida en la
viciosa concupiscencia está corrompida y manchada; el alma, cuando se infunde en esa
carne, contrae la mancha, con la que se transforma en rea11». Por último, está la forma
de entender la concepción: los conocimientos médicos de la época no permitían saber el
momento exacto de la concepción de la nueva vida, y se pensaba que la vida iniciaba en
el momento de la insuflación del alma en el cuerpo, pero justo posteriormente a la
formación de la carne.

En esta postura se encontrarían San Anselmo, San Alberto Magno, San Buenaventura,
San Bernardo y Santo Tomás de Aquino.
11
PEDRO LOMBARDO, com. in Sent., dist. 31.

4
En segundo lugar, los inmaculistas, el primero de los cuales es Eadmero, discípulo de
San Anselmo. Distingue entre la concepción activa y pasiva y afirma que, si en la
concepción de María hubo algún influjo del pecado original fue en los padres
(concepción activa), no en María (concepción pasiva), que fue preservada del pecado
cometido por otros.

Con respecto a los padres, hay una radical novedad en la persona que es concebida,
pero al mismo tiempo esa persona viene a la existencia a través de la herencia de ellos.
Por ello, mientras que la concepción activa implica una continuidad, la concepción
pasiva, por el contrario, es el comienzo de una nuevo ser, y es ahí donde encontramos la
ruptura en la cadena de pecado de la humanidad.

Dios ha podido hacer nacer algo nuevo en las espinas de la carne: si ha querido y ha
podido, lo ha hecho. Esta misma argumentación es retomada por Duns Escoto. Éste
último además ofrece un argumento de cara a demostrar el que María participara y
beneficiara de la Redención de su Hijo. Efectivamente, la Concepción Inmaculada de
María no quita nada a la unicidad y universalidad de la mediación de Cristo. La Virgen
ha sido concebida inmune a cualquier pecado precisamente en atención al Redentor. Y
Ella ha sido santificada desde el primer instante de su existencia por los méritos del
Redentor: Ella no es una excepción a la Obra Redentora de Cristo, sino que es la más
perfectamente redimida. Su exención del pecado original es una redención preventiva,
que ha hecho que evite el contraerlo, y, por lo tanto, la ha librado de la ley del pecado de
la concupiscencia.

En el Concilio de Basilea, de 1431, Juan de Romiroy pide el establecimiento universal


de la fiesta de la Inmaculada Concepción. En dicho concilio se promulga un decreto, en
la sesión 36, de gran importancia:

«Definimos y declaramos que la doctrina según la cual la gloriosa Virgen María, Madre de Dios,
en virtud de una gracia divina singular preveniente y operante no ha estado realmente sometida
al pecado original, ha estado siempre inmune de toda culpa de pecado original y actual y, por
tanto, es santa e inmaculada, es una doctrina piadosa, conforme al culto de la Iglesia, a la fe
católica, a la recta razón y a la Sagrada Escritura».

A partir del siglo XVII, los teólogos de las diferentes Órdenes se pondrán en el rango
de los defensores de la Inmaculada Concepción. Toda esta ingente labor de clarificación
y de profundización llevará a la solemne proclamación del dogma de la Inmaculada

5
Concepción de María, por Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, a través de la bula
Ineffabilis Deus.

10. La Asunción de María al cielo

10.1. La Asunción y la virginidad de María


La que concibió virginalmente y dio a luz sin corrupción corporal, la que es plena y
perfecta virgen inviolada, también debía ser exenta de la corrupción del sepulcro y
asunta a la vida incorruptible del Cielo. Estos planteamientos los encontramos en los
Padres, el Magisterio, los teólogos y los santos, y nos permiten discernir aspectos de la
sabiduría y de los designios de Dios.

La virginidad perfecta y perpetua de María, la colocaba en una esfera superior a la normal. Ella
permaneció incorruptible, aunque debía corromperse. Así pues, ¿quién no ve en esta
preservación de la corrupción del parto una especie de señal y una prenda de la preservación de
la corrupción de la muerte? Un milagro reclama al otro; el uno no tiene razón de ser sin el otro,
ya que entrambos son inseparables de un insigne privilegio único de la Madre de Dios: la
perfecta inmunidad de cualquier clase de corrupción. Si Dios hubiese concedido a María la sola
inmunidad de la corrupción del parto, su propósito habría sido incompleto e incoherente: lo cual
es imposible en Dios12.

La virginidad perpetua está íntimamente relacionada con la Asunción al cielo de María,


en tanto que ésta no podría entenderse sin una pureza total en María, no sólo a nivel
moral -como en el caso de la santidad- sino además desde el punto de vista físico: la
virginidad perpetua como siendo una consecuencia de la concepción inmaculada de
María y su plenitud de gracia.

10.2. La Asunción y la santidad de María


En la escena de la Anunciación, el Arcángel San Gabriel saluda a María llamándola
«llena de gracia». La plenitud de gracia es la santidad en grado eminente de la que ha
sido gratificada la Virgen María. Podríamos decir que es una de las consecuencias de su
Concepción Inmaculada, que necesariamente debe irradiar la santidad, reflejo en una
criatura de la santidad de Dios.

Este estado de santidad tiene dos vertientes: personalmente en María, como


consecuencia de su pureza y de su inmunidad al pecado, lo cual la lleva a orientarse
necesariamente a cumplir la voluntad de Dios como a su propia perfección -dado que en
Ella no hay sombra alguna que pueda ennegrecer su voluntad-. Pero, por otro lado, la
12
ROSCHINI OSM, G. M., Diccionario Mariano, Asunción, p. 69.

6
santidad de María, como la santidad de Cristo en su Humanidad -y por participación la
de los santos y bienaventurados-, comporta una ejemplaridad hacia los cristianos.

La Virgen Asunta es primicia y modelo ejemplar de la Iglesia escatológica:

«Mientras la Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección […] los fieles luchan
todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a
María que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos […] la
Madre de Jesús […] glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la
Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura13».

El itinerario sobrenatural de la Virgen María, culminante en su Asunción gloriosa al


cielo, «ha de ser también nuestro camino. María nos muestra que esa senda es hacedera,
que es segura. Ella nos ha precedido por la vía de la imitación de Cristo, y la
glorificación de Nuestra Madre es la firme esperanza de nuestra propia salvación; por
eso la llamamos spes nostra y causa nostræ lætitiæ14».

10.3. Evolución y proclamación del dogma de la Asunción de María en


cuerpo y alma al cielo
Las verdades de fe, que tienen su base y fundamento en la Revelación, se desarrollan de
manera orgánica. A ello colaboran la reflexión teológica -a menudo como respuesta a
las herejías-, la fe del Pueblo de Dios -movida por su devoción y la inspiración del
Espíritu Santo-, y la liturgia -la Iglesia ora según cree-.

En Oriente, a mitad del siglo VI se celebra solemnemente la fiesta de la Asunción,


denominándola Dormición de la Virgen. Lo que se celebra es el tránsito de María,
evolucionando a la celebración de la glorificación. De Oriente pasa a las Galias y a
Roma, donde se celebra como memoria litúrgica el día 15 de agosto. Ya en el siglo VII
la fiesta de la Asunción de Santa María comporta el significado teológico preciso. A
partir de ese momento la solemnidad se extiende a todo Occidente.

La escolástica contribuye decisivamente a la progresiva penetración de este misterio de


la Asunción:

San Antonio de Padua,

«En la fiesta de la Asunción, comentando las palabras de Isaías «Glorificaré el lugar de mis pies»
(Is 60, 13), afirmó con seguridad que el divino Redentor ha glorificado de modo excelso a su
Madre amadísima, de la cual había tomado carne humana. «De aquí se deduce claramente, dice,
13
LG 65 y 68.
14
SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, n. 176.

7
que la bienaventurada Virgen María fue asunta con el cuerpo que había sido el sitio de los pies
del Señor». Por eso escribe el salmista: «Ven, ¡oh Señor!, a tu reposo, tú y el Arca de tu
santificación». Como Jesucristo, dice el santo, resurgió de la muerte vencida y subió a la diestra
de su Padre, así «resurgió también el Arca de su santificación, porque en este día la Virgen
Madre fue asunta al tálamo celeste».

San Alberto Magno,

  «De estas razones y autoridades y de muchas otras es claro que la beatísima Madre de Dios fue
asunta en cuerpo y alma por encima de los coros de los ángeles. Y esto lo creemos como
absolutamente verdadero».

Santo Tomás de Aquino, aunque no trató detenidamente la Asunción de la Virgen,


siempre que ocasionalmente alude a ella sostiene que, junto con el alma, subió también
al cielo el cuerpo de María15.

A partir del siglo XV, contamos con San Bernardino de Siena, San Pedro Canisio, San
Francisco de Sales, etc., como defensores de la creencia, y se considera como herético
su negación.

Casi un siglo después de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción por Pío


IX, en el Año Santo de 1950, Su Santidad Pío XII definía como dogma de fe la
Asunción corporal de María: «Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma
divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María,
cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria
celestial»16. No se trata de una glorificación como la de los otros santos, que es en
cuanto al alma, mediante la visión beatífica, y que deben esperar al fin del mundo para
ser glorificados en el cuerpo. María Santísima, por singular privilegio, fue glorificada en
cuanto al cuerpo y al alma.

Por otro lado, la expresión «cumplido el curso de su vida terrestre» puede parecer un
poco rebuscaba, pero fue necesario utilizarla una vez que se determinó no definir si
María había muerto, o si había sido tomada y glorificada por Dios en toda su realidad
existencial humana sin pasar por la muerte, de modo parecido a lo que sucederá con los
justos a los que la Parusía del Señor encuentre vivos al final de la historia. El hecho de
que Pío XII no definiera dogmáticamente que María murió previamente a su Asunción,
no quiere decir que este punto sea teológicamente libre, dado que la Tradición y la gran

15
Cf. ST 3, q. 27, a. 1; q. 83, a. 5.
16
D 2333

8
mayoría de los mariólogos se orientan hacia la Asunción gloriosa de María después de
su muerte y resurrección.

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