Puig La Cara Del Villano - Recuerdo de Tijuana Completo
Puig La Cara Del Villano - Recuerdo de Tijuana Completo
Puig La Cara Del Villano - Recuerdo de Tijuana Completo
SEIX BARRAL
LOS TÍTULOS DE CABECERA VAN SOBRE UN DIBUJO EN CAR·
BONCILLO, PAPEL BLANCO. REPRESENTA A UN TIGRE ABALAN·
ZÁNDOSE SOBRE UN CORDERO. AMBOS ANIMALES TIENEN
FISONOMÍA HU MANA
17
saluda a su amigo con forzado cambio de expre-
sión. Procura sonreír. El trato que se dan es de
amigos de toda la vida.
TABARES. - ¡Hombre, qué gusto de verte ... !
HEREDIA (casi sonriendo). - Perdona que te hice ve-
nir... ocupadísimo como andas ...
(Se abrazan.)
TADARES. -Te noté preocupado, no podía hacer menos ...
(HEREDIA /e hace sc1ias de sentarse, decidido a no
perder tiempo en preámbulos.)
HEREDIA. - Me dijiste que no podías terminar un tra-
bajo, porque te interrumpían mucho, ¿verdad ... ?
TABARES (sentándose). - Así es ...
HEREDIA. - ¿Y qué te parece si nos vamos a mi hacien-
da unos cuantos días?
TABARES. - No te lo creo ...
HEREDIA. - Sí, aunque los del despacho no quieran, para
algo soy yo el patrón, ¿no crees tú?
T ABARES. - Para mí sería ideal.
HEREDIA. -Armando me acaba de escribir y me exige
que vaya pronto.
TABARES. - Ya tengo años de no verlo ...
HEREDIA (evidentemente mintiendo). - Yo preferiría que
él viniera, pero me pide que ·vaya yo. No le gusta
la ciudad ...
(Sobre la mesa hay una foto de ARMANDO, sonrien-
do casi.)
TABARES (no muy convencido de lo q'ue dice). -Qué mu·
chacho ... pero hace bien, no hay como la tranquili-
dad del campo ... Pero qué bueno que se te ocurrió
invitarme.
HEREDIA (en broma). -Te invito de puro egoísta, así me
haces compañía en el viaje. Y allá te prometo que
te dejo trabajar en paz.
TABARES. - Entonces ... trato hecho.
HEREDIA. - Hombre, pues qué bueno ...
TABARES. - Lo que no entiendo es por qué estabas tan
preocupado cuando telefoneaste... (Sinceramente.)
Creí que te había pasado algo malo ...
18
Estudio del señor HEREDIA. Oscuridad
19
HEREDIA (con intensidad). - Bueno, escúchame; porque
voy a pedirte un favor ... y es muy en serio. (Po11ién·
dele la mano en el hombro.) Me preocupa Armando.
Entra al compartimento una joven de unos vein-
te ai1os, frágil, bella. Es evidente que Iza estado
llorando, no saluda, 110 mira a nadie, absorta c11
su sufrimiento. los dos se1iores la observan. la
belleza de la muclzaclza no les es indiferente, pero,
a la vez, su expresión apenada les impide todo
comentario previsible. La muchacha da una pro-
pina al CARGADOR, que se toca la gorra como sa-
ludo. Sale.
Ella se sienta junto a la ventanilla, queda mi-
rando hacia el andén. Viste de azul.
TASARES (retomando el tema, en voz más baja). - Dime ...
¿qué te preocupa de Armando?
HEREDIA (demostr:ando por primera vez la intensidad de
su inquietud). - Todo ... Que esté tan aislado. Un mu-
chacho de su edad sin mujeres, sin ambiciones ...
Nada que yo sepa ... Enterrado allí, entre animales.
TASARES (sombrío). -¿Y eso te recuerda a alguien?
HEREDIA. - Sí, se parece mucho ...
Andén. (Día)
Compartimento de tren
20
HEREDIA (en voz muy baja, irónica). - Hasta me gusta
su perfume ...
(Suena el silbato del tren, pasa un GUARDIA por el
andén dando la vo;: de «¡vá111onos!11.)
Un abrazo... Y cuídame a Armando. Te ruego que
me escribas.
TARARES (abrazándole). -Te lo prometo.
HEREDIA (inte1~so). - Gracias ...
Andén
21
TASARES (algo incómodo). -Como usted prefiera.
MUCHACHA. - Es muy gentil de su parte, pero, por fa.
vor ... Prefiero que no se preocupe por mí. (Vuelve
la mirada a la ventanilla.)
TARARES. - Está bien, señorita.
MUCHACHA (en un tono más amargo, siempre con la
mirada perdida en el paisaje, volviendo a brotarle
las lágrimas de los ojos). - Hágase de cuenta que no
estoy aquí.
(Su expresión se oscurece más y más, de la me-
lancolía del principio ha pasado ya a un pronun-
ciado resentimiento.)
Compartimento. (Noche)
22
INSPECTOR. - Creí que usted viajaba solo.
TABARES. - Sí, yo viajo solo; pero ella venía también
aquí. ¿No la recuerda?
INSPECTOR. - La verdad es que no, y ya bajaron muchos
pasajeros.
TABARES (seiialando uno de los espacios superiores para
equipaje). - Allí venía su maleta... Y ya no está.
Y no ... no es posible que se haya ido con todas sus
cosas y yo no me haya despertado.
INSPECTOR. - ¿No habrá sido en otro viaje?
TABARES. - Yo no viajo nunca.
INSPECTOR. - Yo sí; por eso le digo ... (Sale.)
TABARES. - ¡Vaya pues ... ! (Se pone de pie para apres-
tarse a dejar el compartimento. Mira el asiento de
la muchacha, no hay huellas de que nadie haya es-
tado sentado allí. El viajero se acerca al asiento como
atraído por algo desconocido. De pronto, se acerca
al respaldo contra el que se hribía recostado la mu-
chacha, lo huele y se le ilumina el rostro. Sale al
pasillo.) ¡Inspector!
INSPECTOR (ocupado con bultos y otros pasajeros). -
Ahorita, señor.
TABAR!Os. - Venga un momento, por favor ...
INSPECTOR (dejando a los demás). - ¡A sus órdenes!
TABARES (yendo al asiento de la ventanilla y oliendo el
respaldo). - Huela y dígame después si me la imagi·
né o no.
INSPECTOR (después de oler el respaldo). - Sí, el señor
tiene razón, huele bien.
TARARES. - Eso es todo. Gracias.
INSPECTOR (queclánúosc en la puerta del compartimento,
evidentemente, esperando otra propina). - Para ser-
virle, señor. ·
TABARES. - Eso es todo.
INSPECTOR (sin moverse). - Muy bien, señor.
(TABARES cae en la cuenta de que el INSPECTOR es-
pera otra propina. Le da un billete más.)
No hay duda de que viajaba esa muchacha ... (Iró-
nico.) ¡Y viajaba con usted!
23
Pequeña estación de pueblo. (Nocl1e)
24
para el carro! (A TABARES.) Son cien pesos más, por
la hora que es ...
(Apoya la mano sobre la puerta y TABARES nota
profundas cicatrices en la 11111iieca, mira la otra
mano y ve lo mismo.)
TABARES. - Está bien.
MUJER. - Más lo del viaje ... ¿Hasta dónde va?
TABARES. -A la hacienda «Los Cisnes•.
MUJER (de pronto alarmada). - ¡Ah ... pues entonces, no
sé! Pero yo creo que no ...
TABARES. - Es bien cerca. ¿Qué problema hay?
MUJER (tratando de inventar algo a medida que ha-
bla). - Es que ha llovido y el carro se puede atascar.
(Por la puerta entreabierta asoma la cabeza el TA·
XISTA. Se acaba de lavar la cara, se está poniendo
la camisa.)
TAXISTA. - En seguida saco el carro, señor.
MUJER (firme). - No, déjalo, Antonio, no se puede ir.
TAXISTA.-¿Por qué ... ? ¿Qué hay?
MUJER (evidentemente mintiendo). - Quiere ir a «Los
Cisnes•, y tú ya sabes que el camino está muy malo,
¿no?
TABARES. - Podemos tratar. Si el carro se tiene que vol-
ver en el camino, sigo yo solo.
TAXISTA (mirando a la mujer). - ¡Uhmmm, está feo el
camino!
TABARES. - Mire, me siento muy cansado. No me im·
porta el precio. Le doy trescientos pesos. ¿Está bien?
TAXISTA. - ¡Sale! Ahorita saco el carro.
MUJER (preocupada profu11dame11tc, al marido). - Pero
te vienes en seguida, no quiero que te enredes con
nada. (Se vuelve a mirar a TABARES, no muy conven-
cida de ltaber heclto un buen 11egocio.)
25
nota que la puerta principal estd entreabierta.
TASARES golpea las manos, no se atreve a entrar.
Sale un niño de siete años, casi harapiento. Mira
a TASARES sin decir nada.
TASARES. - ¿Estás solo ... ? ¿Dónde anda la gente?
NIÑO. - Se fueron.
TASARES. - ¿Adónde ... ? ¿Que hubo un accidente? Cuén-
tame, ¿qué pasó ... ?
NIÑO. - Se fueron con los policías.
TASARES. - ¿Acá cerca?
NIÑO. - No, por allá lejos.
TASAREs.-¿Y te dejaron solo?
NIÑO. - Está doña Amalita.
TASARES. - ¿Dónde?
El NIÑO le hace señas de que estd adentro. TASA-
RES toma su maleta y se decide a entrar. Atravie-
sa un patio interior cubierto de plantas y total-
mente oscuro. La sala que sigue estd iluminada
pobremente con una ldmpara de petróleo. El
niiio lo sigue.
¿Dónde está esa señora?
(El NIÑO le indica un pasillo oscuro. TASARES deja
la maleta, toma la ldmpara.)
Dime, por favor.
(El NIÑO corre adelante.)
¡Pero no corras, que no te veo!
(TASARES avanza con la ldmpara. Pasan a las de-
pendencias de servicio. En la cocina, a oscuras,
hay una anciana de cerca de noventa a1ios, sen-
tada.) ·\
Perdone la molestia, acabo de llegar en el tren.
(A DOÑA AMALITA difícilmente se le entiende lo que
habla, no tiene dientes.)
DOÑA AMALITA (!tabla al NIÑO). - Dale un vaso de agua
al señor.
(El NIÑO no se inmuta.)
T ABARES. - ¿Armando no está en la casa?
DOÑA AMAUTA. - Yo no lo he visto, desde ayer.
N1Ño.-¿El joven Armando?
TAJJARES (al NIÑO). - ¿Dónde está d joven Armando?
NIÑO. - En su recámara no está.
26
TADARES (a la anciana). - ¿Qué accidente hubo? ¿Usted
sabe algo?
DOÑA AMALITA. -A mí no me dicen nada porque a ve-
ces estoy pensando en otra cosa.
TABARES (al NIÑO). - Llévame a la recámara de Arman-
do, ¿quieres?
(El NIÑO corre adelante. TARARES lo pierde de
vista.)
¡No tan rápido, hombre ... ! ¿Dónde andas?
(TABARES rehace el camino, sin divisar al NIÑO. Fi-
nalmente lo encuentra en la sala. El NIÑO, siempre
serio, le indica 1111a p11erta cerrada.)
¿Estás seguro de que no está durmiendo?
(El NIÑO menea la cabeza negativamente y sale
corriendo en dirección de la cocina. TABARES gol-
pea suavemente la puerta de la recámara de AR·
MANDO. No hay respuesta. TABARES abre lentamen-
te. Lo primero que llama la atención es un dibuio
hecho en carbonilla sobre papel blanco y clava-
do con tachuelas a la pared. Se trata de un di-
bujo muy grande, y está junto a la cama esqui-
nada. Es el mismo, aparentemente, que ha servido
de fondo a la presentación de títulos. TABARES ob-
serva todo. La recámara no tiene otro adorno q11e
ese dib11jo, pero muebles, alfombra, cubrecama,
lámpara de petróleo sobre la mesa de noche, etc.,
son de alto precio y calidad. En un rincón hay una
escopeta apoyada en el piso sobre la culata. So-
bre el escritorio ha.v una carpeta grande. TABARES
la al1re y encuentra muchos diln1;os e11 carbonilla
y pastel. Hay una s11cesión de estudios de la mis-
ma cabeza de hombre, todos con la misma ins-
cripción: «Cabeza del cordero.»
Es siempre el mismo hombre, pero con expre-
sión que comienza serena y se vuelve más y más
sufriente, como la del cordero del dibujo. En
_efecto, el cordero del dibujo grande tiene la mis-
• ma fisonomía. No hay duda de que los bosquejos
de la carpeta fueron la preparación del dilmjo
grande y q11e el mismo io1•e11 posó para todas las
versiones. Es w1 rostro a~raciado, pero sin cartic-
ter. TAD~RES vuelve a mirar e11 derredor, abre dos
cajones del escritorio. Están vacíos. Deja la lám·
para de petróleo sobre el escritorio. Va a la mesa
de noche y abre el cajón, mete la mano para ver
si lzay algo. La luz no llega hasta allí. Se oyen
pasos a espaldas suyas.
TABARES se da vuelta, sobresaltado. Ve q11e es
el NIÑO con un vaso de agua.)
¡Ah ... gracias!
El NIÑO deja el vaso sobre el escritorio y se va
sin más. TABARES .•;aca lo que hay en el cajón de
la mesa y lo lleva a la luz. Se trata de un cuader·
no y de una foto de ARMANDO, la misma que había
sobre la mesa de su padre. La dedicatoria es «A
mi querido amigo Luis ... Firma •Armando.,,. El
cuaderno es de ganchos, las hojas tienen los ren-
glones trazados tal como la lzoja en que ARMANDO
escribió el mensaje a su padre. En la primera
hoja se lee en letras mayúsculas •DIARIO DE LUIS•,
en la segunda empieza el texto.
TASARES mira en derredor, como temeroso de
que alguien lo descubra leyendo el diario íntimo
de otro. Trae una silla junto a la lámpara ~· se
pone a leer. La letra es muy parecida a la de la
nota que ARMANDO enviara a su padre; tortuosa
y, en partes, infantil. En cambio la caligrcrf ía de
las dedicatorias de las fotos es, en ambas, muy
elegante y segura. La fecha inicial es «diciembre
4, 1978». TASARES consulta su reloj de pulsera, el
cual marca: diciembre JO, 1978.
Voz DE Luis. - Cuatro de diciembre de mil novecientos
setenta y ocho. ¡Qué ganas tenía yo de viajar! ¡Qué
buena idea haberle escrito a Armando preguntán-
dole por su vida! Gracias a su invitación estoy ahora
rumbo al campo, alejándome rápidamente de Ja ciu-
dad asfixiante.
28
Campo abierto, un tren lo atraviesa. (Día)
29
MADRE. - ¿Usted va muy lejos?
LUIS. - A Oyanco.
MADRE. - Pero usted no es de allá.
MUCHACHA (mirándolo con intensidad). - Nosotras sí.
LUIS. -Qué coincidencia ... (Pausa.) Yo estuve por allá
una vez.
MUCHACHA.-¿De veras?
Luis (sonriendo). - Sí, ¿por qué no?
MADRE (a la MUCHACHA).-Está mal ser curiosa.
LUIS. - Voy a la hacienda «Los Cisnes•. Mi amigo Ar-
mando vive allí.
MADRE (seria). - Sé quién es. (Mirando a la muchacha,
con velada complicidad.) Mi hija no.
LUIS. - Hace cinco años pasé ahí todo el verano. Las
mejores vacaciones de mi vida. (A la MUCHACHA.)
¿Nunca va Armando al pueblo?
MADRE (cortante). - No.
(Silencio.)
Luis. -Antes tampoco. (Pausa.) ~I me decía que no lo
querían en el pueblo.
MUCHACHA. - Porque es malo con los criados. Y aton-
tó uno a palos.
MADRE. - ¡Claudia ... ! No repitas eso nunca.
LUIS (a la MADRE). - ¿Dicen eso en el pueblo?
MADRE. - Desgraciadamente.
LUIS. - ¡No es posible!
MADRE. - No creerá que es cosa de mi hija.
LUIS. - Qué feo. ¿Por qué habrán inventado eso? ~) es
tímido y la gente pensará que los está despreciando.
MUCHACHA. - Yo nunca lo vi, ¿verdad, mamá?
MADRE. - Pídele disculpas al joven, ándale, por decir eso
de su amigo. ,
LUIS. - No tiene por qué disculparse.
(La muchacha mira a LUIS. Saca un pastillero y lo
alcanza a su MADRE. Esta hace gesto negativo. La
MUCHACHA lo alcanza a LUIS. El pastillero es pe-
queño, de plástico. La MUCHACHA lo agita para
que caigan las grageas en la mano de LUIS.)
Gracias.
(La MUC H AC 11 A la vuelve a guardar, sin haber to-
mado ella grageas.)
¿No le gustan?
30
MUCHACHA (con rara ambigüedad, mirando al pasi-
llo). - Más tarde.
MADRE (después de una pausa breve, a LUIS). - ¿Le im·
portaría si bajo la cortina? Me molesta el reflejo.
LUIS. - Yo también estoy cansado. (Se levanta y baja
él mismo la cortina.)
MADRE. - Muy amable.
LUIS. - Para servirla. (Vuelve a tomar su lugar. Simula
interesarse en sus cosas, acomodar algo para no de-
mostrar su interés por la MUCHACHA.)
(La MADRE se Iza arrellanado en su esquina, cierra
los ojos. La MUCHACHA saca una revista de histo-
rietas del bolso de su MADRE.)
MADRE (entreabriendo por pocos segundos sus ojos). -
No te gastes los ojos en la oscuridad.
MUCHACHA. - No, mamá. (Deja la revista, se reclina
contra la MADRE. Mira a LUIS de soslayo. Abre un
botón de su blusa, cierra los ojos. Abre otro botón,
se empieza a entrever el seno de la adolescente. De
pronto empieza a quejarse muy quedamente. Abre
los ojos pero no se ve casi nada más que el blanco.
La respiración se vuelve afanosa por un momento y
en seguida cae desmayada.)
MADRE (sin alarmarse demasiado). -Acá nos tenía que
pasar ... (Mientras se pone de pie y saca de un bolso
un termo, a LUIS.) ¡Qué horror!
(LUIS se ha puesto de pie.)
LUIS (asustado). -¿Llamo a alguien? ... ¿Qué necesita?
MADRE (mojando un pañuelo en el agua del termo). - No,
no hace falta ... Bueno, si me hace el favor, sostén-
galc la cabeza.
(Se sientan a los 10;dos de la MUCHACHA. El le
sostiene la cabeza, la MADRE moja de nuevo el pa-
ñuelo y lo pasa por la frente de la MUCHACHA.)
Muy de vez en cuando le dan estos desmayos ...
(Le abre más la blusa para poder pasarle el pa-
ñuelo por debajo del cuello.)
Con agua helada reacciona ... El doctor dice que son
cooas del desarrollo.
(La Muc HACHA reacciona, vuelve a moverse, pero
s11s 111ovimic11tos so11 casi sc11s11ales, de placer.)
Anora se quedará durmiendo un rato. Lo principal
31
es no asustarse ... (Mirando a los ojos a LUIS.) Y no
asustarla a ella.
32
MUCHACHA. - ¡Qué curioso eres!
Luis. - Me gustaría ir a conocer esos Jugares.
MUCHACHA:·-¿Te gusta andar en bicicleta?
Luis. - Depende de Ja compañía.
Mue u AC HA. - Alguna muchacha te acompañará.
LUIS. -Tú.
MUCHACHA. - No, no es posible. Nunca me dejan salir
sola.
Luis. - Lo que quieres es hacerte rogar.
MUCHACHA (de pronto, muy en serio). - Yo sí te quiero
acompañar, pero es imposible. Sácatelo de Ja cabeza.
33
MUCHACHA. -¿Qué entrada?
LUIS. - La de la hacienda.
MUCHACHA. - Entonces, allá nos vemos, a las diez.
(Vuelve hacia donde está su MADRE.)
Simula interesarse por un perro que está atado
a un barrote. Le acaricia el cogote, se vuelve a
mirar a Luis. Este también se vuelve, la MUCHA-
c 11 A acaricia esta vez el lomo del animal. Luis
alcanza al TAXISTA.
l/acicncla. (Atar<lecer)
34
LUIS. -Pero qué de recuerdos. ¿Me permite un mo-
mento? (Se adentra en el patio, casi tapado de ma-
raña.)
AMA DE LLAVES. - Sí, joven, yo mientras voy por la lám-
para. (Se va.)
Luis observa detalles del patio. La marmia lo in-
vade todo, aparta algunas ramas, arranca otras
para despe¡ar rm detalle arq11itectó11ico bello. Oye
una especie de ¡adeo. No se sabe si de animal o
de hombre. Es alarmante por lo indefinido.
LUIS. - ¿Quién es?
(El iadeo conti111ía. Se oyen pasos que aplastan la
maleza. Se ve aparecer a 1111 ser muy raro y las-
timoso pero fuerte, que avanza a tientas. En la
cscuridad no se le distingue bien. Raras cicatri·
ces le cubren los o¡os, pero no se alcanza a ver
exactamente qué es lo que tiene. Está vestido con
harapos.
En un momento, como si lo oliera, da un brin-
co hacia donde está LUIS. Este retrocede lo más
ágilmente que la maleza le permite; pero muy
pronto se da cuenta que el agresor no puede avan-
zar más. Está atado a un pilar con un largo cor-
del, como un perro. LUIS, de algtín modo, lo re-
conoce.)
¡Negro ... !
(El hombre ruge mds atín, como poseído por un
ataque de rabia. Sus expresiones no se llegan a
ver. LA oscuridad se ha hecho casi total.)
AMA DE LLAVES (reapareciendo con la lámpara). - Per-
dón. No me acordé de decírselo antes ...
Luis (volviendo al pórtica que rodea al patio). - ¡Po·
bre muchacho ... !
AMA DE LLAVES (señalándole el camino). - ¡Ay, Dios mío,
ansiaba que usted llegase! Porque no es posible que
Armando esté rodeado de toda esta tristeza y no
quiera salirse ... Usted nos tiene que ayudar.
_.(Pasan por una sala y llegan a una recámara, con-
' tigua a la de ARMANDO, que ya se ha visto ante-
rionnente.)
Lurs. - ;_Pero qué le pasó al Negro? ¿Por qué csl;í ata-
do como un animal?
35
AMA DE Lt.ÁVES. - El joven Armando sufre mucho con
todas estas cosas, pero hay gente mala que le echa
la culpa de todo Jo que pasa.
Lurs. - La misma recámara de antes.
AMA DE LLAVES. - La misma ... Pero usted debe de tener
hambre. Ya es hora de cenar.
LUIS. - Mejor esperamos a Armando.
AMA DE LLAVES. - No tiene caso, porque a él se le pasa
la hora con toda facilidad.
·sala. (N,oche)
36
Sala. (Noche)
37
ARMANDO (fingiendo renovada jovialidad). - ¡A mi sa-
lud entonces ... ! ¡Y a Ja del recién llegado!
LUIS (cooperando en el restablecimiento de la cordiali-
dad). - ¡Salud ... ! (Ambos beben.) ¡Qué paz, herma-
no! Cómo me gusta este campo.
ARMANDO. - Ya ves por qué no quiero salir de acá. Pero,
por otro lado, el campo te puede hacer mal. Te da
tiempo para pensar demasiado. (Pausa.) Y ahí está
la rabia.
LUIS. - ¿Contra qué?
ARMANDO. - Contra el campo, contra Jos árboles, Jos
animales; porque no piensan. No tienen que estar
to<lo el día imaginando cosas.
LUIS. -A mí me gusta eso de imaginarme cosas.
ARMANDO. -A mí no. (Pausa.) Fíjate que me había ima-
ginado que no eras tú quien se había acordado de mí.
LUIS. - ¿Qué te traes con eso?
ARMANDO. - Nada, es que estoy feliz de verte ... Pero ya
ves cómo Ja cabeza me trabaja demasiado. Pensé que
papá te mandaba a espiarme.
Luis. - ¡Armando!
ARMANDO. - Te pido perdón. (Con una pizca de diabo-
lismo.) Pero a un amigo le debo contar todo Jo que
me pasa por la mente, ¿no crees? Ya no somos dos
mocosos como antes. (Bosteza.)
LUIS, nervioso, descuelga de la pared una daga de
plata colocada como adorno.
LUIS. -Te levantas muy temprano ...
ARMANDO. - Depende del día. Hay mañanas e.n que no
me quisiera despertar más, nunca. Y otras veces es·
toy feliz de vivir. (Vuelve a bostezar.) ¿Me perdonas
si ya me voy a la cama?
LUIS. - Si estás con sueño, ¡claro ... !
ARMANDO. - Siempre te gustó Ja daga esa.
Luis. - Está muy bien trabajada.
ARMANDO. - Aquí, los de Ja familia, la querían tirar a
la basura, porque parece que sirvió para herir o ma-
tar a alguien, pero yo Ja recogí. (Dándole un abrazo.)
Mañana tenemos todo el día para estar juntos.
Luis. - Hasta mañana. ¿No quieres la lámpara?
ARMANDO (yendo a su recámara). - No, no quiero más
38
luz. Hasta mañana. (Cierra la puerta tras de sí, cui-
dadosamente, con llave.)
LUIS queda desconcertado. Le parece oír una
música lejana. Mira el reloj; son las diez menos
diez. Recuerda la voz de la MUCHACHA del tren.
Voz DE LA MUCHACHA. -Allá nos vemos, a las diez.
Se oye a la distancia una canción romántica de
moda. Luis vuelve hacia la cocina, mira de lejos
el patio, donde intuye la presencia del hombre
atado a una correa de perro. El recibimiento de
ARMANDO lo tiene muy desorientado. Avanza ha-
cia la cocina. La mtísica se oye más cercana. En
la cocina, casi a oscuras, está el AMA DE LLAVES
escuchando radio. Ha colgado la lámpara a la en-
trada de la cocina, frente al parque.
AMA DE LLAVES. - Le tengo su café caliente.
LUIS. - No, gracias. Ya no quiero.
AMA DE LLAVES. - Cuando llega tarde, el joven siempre
se acuesta sin cenar, cansadísimo.
LUIS. - ¿De qué tan cansado?
AMA DE LLAVES. -A veces corretea a algún animal hasta
que lo alcanza. Algún animal dañino. Si usted quiere
le muestro el terreno, lo feo que está.
Luis. - No, gracias. Escuche tranquila su radio.
El AMA DE LLAVES descuelga la lámpara y salen
ambos al parque.
AMA DE LLAVES. - Si puedo platicar con alguien, yo en:
cantada.
Lms. - Yo a las diez también me voy a dormir.
AMA DE LLAVES (sin prestarle atención). - Venga, que
hace su digestión caminando tantito.
LUIS (resignado a dar, el paseo). - Pero yo digo, ¿por
qué todo tan abandonado? ¡Es una lástima!
A la luz lunar y de la lámpara, el parque va des-
plegándose a la vista, es bello dentro de su deca-
dencia. ·
AMA DE LLAVES. - Hace años que no viene nadie. Antes,
ya usted se acordará, una familia tan grande. Esas
tías tan bonitas del joven Armando; pero después
ya dejaron que todo se fuera echando a perder.
LUIS. - ¿Nunca viene nadie?
AMA DE LLAVES. - El joven Armando quería mucho a sus
39
tías, cuando estaba chiquito. Pero hace muchos años
de todo eso.
LUIS. - ¿Y él anda siempre solo?
Al\IA DE LLAVES. - Una vez recibió la visita de un amigo,
pero mejor habría sido que no hubiese venido, no
trajo más que tristeza al joven.
LUIS. - ¿Cuándo estuvo ese amigo?
. AlllA DE LLAVES. - Lo que importa es que estuvo. Antes
o después, qué más da ...
Luis (mirando su reloj de pulsera). - Bueno, yo ya me
voy a dormir ...
AMA DE LLAVES. - Como usted guste, pero ya sabe. Cuan·
do se sienta solo, véngase a platicar conmigo para
que le cuente del Negro.
LUIS (de pro11to muy interesado). - ¡Ah, sí! ¿Qué le
pasó al pobre?
AMA DE LLAVES (volviendo hacia la casa). - Ya sabe us·
ted que siempre fue duro de la cabeza.
LUIS. - Pero pacífico.
AlllA DE LLAVES. -Alguien que vino de visita le dio unos
golpes un día, y se volvió malo ...
LUIS. - Pero ahora está ciego, además.
AlllA DE LLAVES. - Desgracias que pasan. Bueno pues, si
usted se va a dormir, yo me echo la novela de las
diez. ¡Ah!, se me olvidaba que detrás de la puerta
de la entrada hay una escopeta. Téngala junto a su
cama, así es mejor.
LUIS. - ¿Por qué?
AlllA DE LLAVES. - Por nada, pero ahora es la costumbre
de todos aquí. Que cada quien duerma con un arma.
Hacienda. (Noche)
40
Recámara de Luis. ( Nocl1e)
Este duerme. Se oye w1 ruido extra1io. Alguien,
con wias muy largas, raya suave111e11te el vidrio de
la ventana, por el lado de af11era. LUIS se despier-
ta, aparta la cortina y si11 e11ce11dcr la luz alcanza
a distinguir, a la luz ele la lu11a, a la l\I uc 11AC11 A
del tren, detrás de la ventana. LUIS le /tace se1ias
de guardar silencio. Se calza rápido el palllalón y
sale. El rifle queda en su ri11có11. LUIS 110 Tia pen-
sado en llevarlo. La l\IUCllACHA está dctrds de
unos arbustos.
Hacienda. (Noche)
MUCHACHA (en un susurro, nota11tlo la dificultad de él
en ubicarla). - ¡Aquí...! ¿No me ve?
LUIS (al llegar a ella). - Estas piedras lastiman ...
MUCHACHA. - Usted anda descalzo.
LUIS descubre la bicicleta de la MUCHACHA, es-
condida entre unas plantas.
LUIS. - Claudia, habíamos quedado en tuteamos.
Mue HACHA. - No pude venir antes. En mi casa se acos-
taron tarde.
LUIS (acariciándole el brazo). - Lo importante es que
estés aquí.,
MUCHACHA (retirándole la mano). - No me agarres, no
vine a eso. (Se pone muy seria.) Tú no sabes ...
LUIS (acariciándole una mejilla). - ¡Pero es que eres tan
preciosa!
Mue HACHA. - Si en mi casa saben que vine, se van a
enojar muchísimo. Pero yo no podía dormir pensan-
do en una cosa.
LUIS (sigue acariciándola; ella no le retira la mano). -
Dime. Dime todo.
Mue HACHA. - Te equivocas conmigo. Vine porque me
arrepentí de no decirte una cosa.
LUIS. -Sí. ..
Mue HACHA. - Armando es malo. Tienes que cuidarte.
Es muy malo.
LUIS (la abraza). - Te preocupaste por mí.
Mue HACHA. - Y ahora me voy. Le tengo miedo a tu
amigo.
41
LUIS. - El duerme. Esa es su ventana, ¿ves que está a
oscuras? (La atrae hacia sí.)
MUCHACHA. - Pero no me hagas eso ... No me tengas
así.
Empieza con los mismos síntomas del desmayo
en el tren; quejidos, respiración afanosa. LUIS se
asusta doblemente. Mira hacia las ventanas de las
recámaras: ARMANDO puede oírlos. La MUCHACHA
queda desmayada en los brazos de LUIS. La coloca
sobre el pasto, no sabe qué hacer. Le quita a la
M uc HACHA un pañuelo que lleva en la cabeza y
va a mojarlo a un barril lleno de agua que hay
junto a un catio de drenaje. La M uc 11AC11 A, cuan-
do nota que él está lejos, abre apenas los ojos
para ver qué hace LUIS. El desmayo ha sido fin-
gido.
Luis vuelve con el pañuelo mojado, repite la
operación de la madre en el tren. Le moja la fren-
te, bajo las orejas, le abre la blusa para mojarle
el cuello. La MUCHACHA empieza a respirar hondo
y acompasado, como durmiendo serenamente.
LUIS se siente tentado de abrir más la blusa. Lo
hace. En seguida vuelve a cerrarla, avergonzado
de aprovecharse de la situación.
Pero la tentación es más fuerte y la vuelve a
alJrir. Descubre un seno de la muchacha, los dos.
S~ca su encendedor clel bolsillo del pantalón .v
alumbra sobre la carne de ella. Después le levanta
la falda, le descubre un muslo, el otro. la trusa
es muy corta, la empieza a bajar. La MUCHACHA
da setias de volver en sí. LUIS vuelve a cub(rirla.
MUCHACHA (fingiendo volver en sí).-¿Dónde estoy ... ?
¿Qué pasó?
LUIS. - ¿Te sientes mejor?
MUCHACHA (fingiendo estar ya consciente).-¿Qué es
lo que pasó?
Lms. -Te desmayaste ... Pero ya te sientes bien, ¿ver·
dad?
MUCHACHA. - No sé ... (Se incorpora.) Tengo frío.
LUIS (la abra::.a). - Te buscaré algún abrigo ... Vamos
adentro.
MUCHACHA. - No. En Ja casa no.
42
LUIS (tratando de besarla). - Sí, Claudia, adentro esta-
mos mejor. (La besa.)
Mue HACHA (no le devuelve el beso,· le retira la boca). -
No. ¡Te digo que 'no ... ! ·
LUIS (tratando de retenerla). - ¡Ven para acá ... !
(La Muc HACHA se suelta y sin querer vuelca tm
cae/tarro colocado sobre la ventana de Luis. El.
ruido se agranda en la quietud de la noclze. La
l\IUCIL\CHA vuelve a Luis y lo abraza, asustadí-
sima.)
Luis. - No tengas miedo, están durmiendo.
(Se enciende la luz de la ventana de AR~lANDO.)
MUCllACIIA (muy asustacla).-¡Es ·Armando ... ! ¿Qué
nos va a hacer?
Luis. - Nada ... Te lo presento y vamos adentro un rato.
~l es amigo, ¿qué nos puede hacer?
MUCHACHA (realmente aterrada). - ¡Por lo que más
quieras ... que nadie sepa que vine! Te lo pido por lo
que más quieras.
Aparece AR~L\NDO, con su escopeta colgada al
hombro y una linterna encendida en la mano.
Mira a su alrededor.
ARMANDO. - ¿Quién anda por ahí?
MUCHACHA (en un susurro). -No le contestes ... ¡Por
favor!
ARMANDO. -¿Quién anda ... ? (Espera un instante la res-
puesta. Vuelve a entrar.)
MUCHACHA (soltándose de Lms). - Lo mejor es que
me vaya.
Luis (rete11ié11dola). - No, qué dices ...
En ese momento se vuelven a oir pasos. Es AR-
MANDO, que ha vuelto a salir. Trae al NEGRO ama-
rrado a su.correa, en la otra mano un palo con el
que lo azuza. Durante toda la escena el rostro del
NEGRO permanece en la sombra.
ARMANDO (al NEGRO, picándole cqn el palo). -Tú tienes
·buen oído ... Los ciegos oyen respirar de lejos ... (Lo
· suelta.) ¡Andalc ... !
El NEGRO camina como buscando w1 rastro. C!zo-
ca col!/ ra una plü11ta, le sobreviene tm atuque de
ira contra la planta. Le quiebra las ramas, la des-
43
hace. Sigue buscando el rastro. Toma el rumbo
del escondite de LUIS 'Y la MUCHACHA.
ARMANDO. - Bien, Negro, bien ... No lo dejes escapar.
LUIS (a la MUCHACHA, en voz muy baja).-Tú quédate
aquí. L~ voy a decir que estoy solo.
(La MUCHACHA no responde, está paralizada de
miedo. LUIS da unos pasos lzacia ARMANDO.)
Armando, soy yo ...
ARMANDO (viéndolo que se adelanta). - ¡Negro, ven acá!
(El NEGRO se detiene al sentir a LUIS adelantarse.
Este no se sabe si porque reconoce su voz, o
porque obedece la orden de ARMANDO.)
¡Negro, vente para acá ... ! '
LUIS. - Te desperté. No tengo perdón.
(ARMANDO va hacia el NEGRO y recoge el extremo
de la correa.)
ARMANDO. - Mira a este pobre ... Y tú que crees en la
paz del campo ... (Saca un pa1iuelo y lo coloca como
venda sobre los ojos del NEGRO.) O mejor no. No lo
mires ...
LUIS. - ¿Qué le pasó?
AR\IANDO. - Un amigo mío, tú no lo conociste... Lo
golpeó una vez, sin querer, y el Negro quedó mal,
muy alterado. Peleaba con la gente y un día apareció
amarrado a un árbol, en el camino al pueblo. Al-
guien le había reventado los ojos, a punta de cu-
chillo.
(El NEGRO levanta su perfil y la luz lunar deja vis-
lumbrar algunos de sus rasgos.)
Luis. - Pues entonces él pudo ver quién fue.
ARMANDO. - No. Alguien lo atacó por la espalda. (Ata
el extremo de la correa, que lleva candado, a un ár-
bol, como si se tratase de un acto perfectamente nor-
mal.) ¿Y tú qué hacías a oscuras?
Luis. - No te lo puedo contar ...
ARMANDO. - ¿A poco me vas a decir que ya hiciste una
conquista?
LUIS (molesto, sin darse cuenta de su imprudencia). -
¿Por qué no?
ARMANDO (con celos, disfrazados como broma). - Siem-
pre el mismo. Te crees el Tenorio, tú ... Pero eso es-
taba bien de chicos. Ahora ya estamos grandecitos.
44
LUIS. - Vamos a la casa.
ARMANDO. - No. Primero enséñamela ... A ver, ¿dónde
está ... ? ( Encie11de otra vez la linterna, toma de u11
brazo a LUIS, enfocando la linterna !1acia el l11gar
do11de la pareja estaba escondida.) ¡Enséñamela ... !
Debe ser guapa. Nos vamos a hacer amigos.
(No se ve rastro de la MUCHACHA.)
LUIS. - La verdad es que sí, estaba con una muchacha,
pero ella no quiere que Ja vean ...
(ARMANDO, más motivado aún, enfoca la linterna
en todas direcciones.)
ARMANDO. -Además, no se puede \'er, porque no está ...
(Enfoca ltacia el camino. Toma de un brazo a LUIS
y lo lleva hacia un lugar desde donde se ve una larga
perspectiva del camino.) No está ...
(LUIS comprueba con perplejidad que la MUCHA-
CHA Ita desaparecido. ARMANDO ríe, complacido.
Sacude la cabeza, burlándose.)
¡Qué tipo eres ... ! Tú no cambias por nada.
45
Campo. (Día)
46
LUIS (bromeando). - Me importa lo que soy, no lo que
aparento.
ARMANDO (colocando 11na hoja 11t1eva.) - Quédate ahí un
minuto.
LUIS. - Creí que andabas con una muchacha.
ARMANDO (mientras dibuja). - Sí, la vi temprano. Ella se
escapa de la casa mientras la madre está en misa.
Los padres a mí no me quieren.
LUIS. - ¿Y por qué es eso?
ARMANDO (mientras sigue dibujando). - Gente necia,
porque son pobres se creen que uno quiere burlarse
de ellos. Nada más. Pero yo a María la quiero de
veras.
LUIS. - ¿Has hablado con los padres?
ARMANDO. - No. El padre le dijo que si me acercaba me
iba a clavar esas tijerotas de podar, y si era preciso,
por la espalda ... ~l poda los árboles del pueblo.
(LUIS posa.)
(ARMANDO dibuja.)
LUIS. - Ha de creer que te quieres divertir con la hija
y nomás. Alguien tiene que ir a explicarle la verdad.
ARMANDO (con repentina alegría al ocurrírsele la idea). -
¡Tú ... ! ¿Cómo no se me ocurrió antes?
Lms.-¿Te parece?
ARMANDO. - ¿No me harías ese favor inmenso?
LUIS. - Pues sí, ¿por qué no?
ARMANDO (entusiasmado). - Yo hablo primero con ella
y planeamos todo... ¿De acuerdo?
Luis. - Cuando quieras.
ARMANDO. - Y mi papá, ¿qué pensada de ella? No la iba
a querer por pobre. Con él tampoco podría contar.
LUIS. - Lo importante son ella y tú. Si se quieren, ya
está todo listo.
ARMANDO (muy contento). - Luis... Viejo, no sabes lo
feliz que me haces ... (Deja el dibujo, se pone de pie
y va hacia LUIS. Lo abraza.) Ya no me acordaba de
lo' que es tener un amigo.
Lms.'- Pues ya ves ... (Se incorpora, mira el dibujo.)
ARMANDO (orgulloso del dibujo y feliz por lo conversa-
do). - ¿Qué te parece?
LUIS t1!.ira la cabeza dibujada por ARMANDO, que
47
repredenta una fisonomía en nada parecida a la
del propio Lurs.
LUIS. - No me parezco.
ARMANDO (retoma el dibujo). - No te fijes en el pareci-
do. A mí no me interesa lo que aparentas, sino lo
que eres ... (Con intención.) Lo que hay detrás de esa
cara.
LUIS (al que estas últimas palabras lo preocupan). - Tú
sabrás, tú eres el artista. (Cambiando de tema.) Oye,
yo quiero ir al pueblo, por interés propio. Anoche tú
no lo creíste, pero me había dado cita con una mu-
chacha junto al árbol de las magnolias.
(IA expresión de ARMANDb se vuelve a oscurecer,
sigue dibujando.)
ARMANDO. -Apenas llegado y ya hiciste una conquista.
LUIS. - Fue en el tren, una muchachita muy joven. Clau·
dia, el apellido no lo sé, pero viven en el pueblo, así
que tú sabrás quiénes son.
ARMANDO. -¿Son?
LUIS. - Sí, ella y la mamá. Parecen gente de posición,
muy bien vestidas.
ARMANDO. - En el pueblo no hay gente de posición, son
todos unos pobretones.
LUIS. - Te digo que no. Además, tú la debes haber visto.
Es guapísima, te digo.
ARMANDO (dejando el dibujo). - Me voy a dar un bafie
en la laguna. Ya me cansaste.
(LUIS queda sentado, callado. ARMANDO se da cuen-
ta de la brusquedad con que lo ha tratado y se
arrepiente.)
Vente a dar un chapuzón, ¿no?
Luis. - Bueno.
Laguna. (Día)
48
LUIS. - Con el agua se te quita ... (Se termina de desm1-
dar y se echa al agua.)
(ARMANDO se sienta, recostado contra un árbol.
No mira hacia el agua.)
ARMANDO (burlón). - Sé en lo que estás pensando.
Lms (naú'ando). - No estoy pensando en nada.
ARMAND.O. - Cierra los ojos y te voy a decir lo que estás
imaginándote.
LUIS (dejando de nadar). - Bueno. (Cierra los ojos.) Ya.
ARMANDO. - Déjame concentrarme un momento.
LUIS (con los ojos cerrados). - Ya estoy viendo algo.
49
Silencio. La MUCHACHA se siente molesta por
algo que no se sabe qué es. Lentamente va hacia
la orilla. Se cubre con una toalla.
Luis. - Hasta ahora iba todo perfectamente ... Es la mu-
chacha del tren. Muy chiquita de arriba, muy redon-
dita de abajo ... Aunque no debe tener más de quince
años, tal vez dieciséis o catorce.
(El sc111bla11tc de ARMANDO estd crispado.)
ARMANDO (con voz áspera). - Párate ... Tu broma es de
muy mal gusto.
Luis (abriendo los ojos). - No entiendo ...
ARMANDO (poniéndose de pie, de muy mal humor). - Me
estás describiendo a María Linares.
Luis. - Nunca he visto a María. No sé quién cs.
ARMANDO. - Mi novia, ¿quién va a ser? ... Alguien te
contó de ella y me estás haciendo una broma, ¡y bien
cabrona!
LUIS (tentado de seguir la vertiente perversa de la con-
versación). - Nadie me contó mida. Ella estaba frcn·
te a nosotros en el agua, pero tú no la quisiste mirar.
ARMANDO. - ¿Qué disparates estás diciendo?
LUIS. - Sí. Tú le dabas la espalda porque estabas dema-
siado ocupado conmigo, desconfiando de mí, pensan-
do que te la podía quitar.
ARMANDO (admirando la imaginación de Lurs). - Por lo
menos tienes sentido del humor.
Lurs. - O te tomo a broma, o me ofendo.
ARMANDO. - No te ofendas.
Luis. - Pero yo vi una muchacha nadando ahí cerca
hace un momento, aunque no me lo creas.
ARMANDO.·_ No te lo creo. Tenías Jos ojos cerrados.
LUIS. -Qué me importa. Yo me saqué el gusto de verla
y tú no.
Camino. (Atardecer)
50
LUIS. - Será mejor que me muestres la casa de María.
ARMANDO. - Todavía no hay necesidad. Antes quiero ha-
blar con ella.
LUIS. - ¿Y crees que encontraré el camino de vuelta a
«Los Cisnes"?
ARMANDO. - ¡Claro, hombre ... ! Yo no quiero arriesgar-
me a encontrar al padre. Sobre todo ahora, que tocio
se va a arreglar. (Sonrle agradecido.)
LUIS. - ¡Claro que se va a arreglar!
( ARMA~DO suelta 11n brazo del manubrio y le pone
la mano sobre el hombro. Siguen pedaleando así,
juntos.)
51
tré a su.hijo Armando ... (Aquí se detiene un momen-
to.) bien, mejor de lo cr·: creía. Tranquilícese, salu·
dos. Luis.•
(Luis levanta la vista, mira al VENDEDOR, que está
acodado sobre el mostrador, co11 la mirada perdi·
da en la calle, casi desierta.)
Perdone usted, es que yo ... Ando buscando una casa,
de la familia Linares. ¿Me puede decir dónde queda?
(Le paga.)
VENDEDOR (recibiendo el di1tero y dándole el vuelto). -
A esta hora no hay nadie en la casa.
LUIS. - ¡Ah, no sabía ... !
(Mientras tanto pliega la hoja y la po11e en el
sobre.)
VENDEDOR. - Linares vuelve del campo cuando es más
de noche. Y la mujer anda por ahí, chambeando. Es
lavandera.
Luis.-¿Y la hija ... ? ¿Ella no estará?
VENDEDOR._. ¿Qué hija ... ? Si no tienen hija.
LUIS (110 sabiendo si decir María o Claudia). - M ... Ma-
ría.
VENDEDOR. - Pobre criatura. Ya murió.
LUIS. - No es posible.
VENDEDOR. - Cómo no. Ya hace cuatro o cinco años. No
tenían más que esa hija y la perdieron.
(LUIS, totalmente confuso, toma un sohre y la
hoja escrita.)
LUIS. - No sabía nada.
VENDEDOR. - Por eso trabajan todo el día. Para no pen-
sar en eso. Vuelven a la casa cuando ya es de noche.
LUIS. - ¡Gracias! (Sale, dejando el resto del block y los
sobres.)
VENDEDOR (levantando la voz para que lo oiga). - Está
dejando su compra.
Luis (ya en· la calle). - No me sirve, nos vemos ...
(El VENDEDOR se encoge de hombros.)
52
vistazo a su alrededor para aseg11rarse q11e 110 lo
ven entrar. Entra. En ese momento dobla la es-
quina un HOMBRE corpulento, rudo, de campo,
con tijeras de podar en la cintura. A su lado, una
MUCHACHA joven. Se les ve de lejos, pero se al-
canza a distinguir q11e es la misma M uc HACHA
del tren. En mz plano nuís cercano, pero desde
la acera, a través del vidrio del ventanal, se ve a
Ll11s e/entro del correo escribiendo el solne.
Sobre el vidrio .~e reflejan el JI Ol\IUHE y la MU-
c 11 AC HA al pasar. La l\I uc HACHA le toma el brazo
al hombre y lo hace detener. El H Ol\IBRE se de-
tiene apenas un instante y continúa su marcha. La
MUCHACHA observa a LUIS. Permanece reflejada
en el vidrio un instante más. Luis no mira hacia
fuera, va a la ventanilla.
Otra vez en plano alejado se ve al HOMBRE ha-
cer seria a la M uc HACHA de q11e lo siga.
LUIS. - Entrega inmediata, por fa\"or.
EMPLEADO. - Son cuatro pesos con treinta céntimos.
LUIS (mientras cuenta las monedas). - Perdone, pero yo
no soy de acá y quisiera ver a la familia de María
Linares ... ¿Están ellos en el pueblo?
EMPLEADO. - Sí están.
Luis. - ¡Uhmmm! Gracias. (Paga.)
EMPLEADO (dándole el wiclto). -Aquí tiene.
Luis (110 ani111á11dose del todo). - Y ... cómo le diré. ¿ Us-
ted sabe qué le pasó a María?
EMPLEADO. - Está muerta desde hace años la pobrecita,
desde el verano del setenta y cuatro.
LUIS. - Yo no me enteré cuál fue la enfermedad.
E:>.IPLEADO. - Ninguna enfermedad. Se suicidó. (Sella la
carta.)
LUIS. - Qué triste.
EMPLEADO. - Así es.
LUIS (decidiéndose de pronto). - Caray, perdone. Cam-
bié de parecer, no voy a mandar la-carta.
EMPLEADO (devolviéndosela). - Pero ya no le puedo des·
pegar los sellos.
(LUIS la ro111pe y la eclza a 1111 canasto de papeles.)
53
Campo. (Día)
54
nerable y sufriente, hasta terminar en una mueca
de martirio.
De pronto los guarda todos.)
¡No me hagas caso! Deliro de puro contento que
ando.
Lms. - ¿Y por qué ... ? ¡Anda le, cuenta ... !
J\1tl\1AN1>0. - Es que, en unos 111i1111tos, tengo la cita con
María. (Plegando el atril.). Por eso hoy la sesión de
trabajo es corta.
LUIS. - Te lo tenías callado ...
ARMANDO. - Ella me espera acá, bien cerca ... Pero tú no
te acerques, porque a mí no me gusta que me espíen.
Eso no me excita.
LUIS. - Dime por dónde no debo ir entonces.
ARMANDO. - Mejor vete a la casa. Ella no lo sabe, pero
Je tengo una sorpresa. Ayer le grabé el nombre en un
árbol, ahí donde siempre nos encontramos.
55
peto. María es muy niña ... Bueno, para qué te lo voy
a ocultar. Es virgen. Es mi \'irgencita ... Mía, de na-
die más.
(Sigue silencio. LUIS teme ofenderlo.)
Y mira ... (Saca del bolsillo de su camisa 1111a foto.)
¡Por fin hoy me dio su foto ... !
(LUIS mira la foto, con un estupor que logra casi
esconder. La MUCHACHA es la misma del tren.)
¿No te parece preciosa?
(Se van. LUIS alcanza a ver de cerca la inscripción
en el árbol, es muy vieja. La madera está reseca.
Se trata de una inscrip.ción lzecha mios atrás.)
56
MUCHACHA camina en la direcció11 co11traria y do-
bla la esquina. Desaparece. Luis se 111011ta en la
bicicleta y trata de seguirla. Al llegar a la esquina
donde ella dobló, ya no la ve. Sigue en la misma
dirección en que caminó ella. Llega a la siguiente
esquina. Por fin la ve. Ella cami11a en la misma
dirección, por consiguiente, le sig11e dando la es-
palda. LUIS ya está cerca, parece realmente ser la
MUCHACHA del tren.
LUIS. - María ...
La MUCHACHA se da vuelta. Es la MUCHACHA del
tren. Se detiene un momento, después sigue cami-
nando. El continúa por detrás. Se Ita bajado de
la bicicleta para ir a la misma velocidad. Ella le
Jzabla entre dientes.
MUCHACHA. -Disimula, ¿me oyes?
LUIS. - Sí.
MucH ACHA. -Adelántate unos pasos. Camina delante
de mí.
(LUIS la obedece. Ahora va a/gimas metros de-
lante de ella.)
Es peligroso que nos vean juntos. Me pueden cas-
tigar.
Luis. - ¿A quién Je tienes miedo? ... ¿A Armando?
ML'CHACll A. - Yo no lo conozco, pero dicen que es muy
malo.
Ll'Js. - ¿Por qué le diste tu foto?
Ml'CHACHA.-¡Yo no le di ninguna foto!
LUIS. - Me mostró una foto tuya. (Silencio de la MU-
c HACHA.) ¡Tú tienes dos nombres!
ML'CH ACH A (algo burlona). - No. Tengo tres.
Lns. - ¿Cuáles?
MucH AC HA (dominando la situación). - Claudia Estela ...
LUIS. - ¿Y el otro?
MUCHACHA. - Un sobrenombre que me puso una ami-
ga: Flaca.
(Silencio.)
A esta hora, mañana, tengo una excusa para salir de
la casa. Mi papá trae flores y yo las lle\'O al ce-
menterio.
Lus. - ¿Tu papá es jardinero ... ?
ML·c HACHA. - Papá y mamá me hacen que lle\'e flores
57
al cementerio, cuando las traen frescas. Ahí te puedo
esperar mañana. Ahí nadie nos podrá ver.
LUIS. - No dejes de Yenir. Yo te voy a esperar ahí.
Mue HACHA. - Pero me tienes que prometer una cosa.
LUIS. - Dime.
Mue HACHA. - Me tienes que decir siempre Claudia, por-
que ése es mi nombn!.
Lurs. - Pero, óyeme ... Yo quiero saber quién era María.
MUCHACHA. -¿Por qué me preguntas por otra? ¿No te
basta conmigo?
Lurs. - Es una curiosidad nada más.
MUCHACHA. -A mí me da rabia que pienses en otra.
Lurs. -¿Estás celosa?
MUCHACHA. - ¡Qué tonteria ... ! Pero te lo digo de ve-
ras. Es mejor que no nos vean juntos.
LUIS. -Te espero mañana entonces. Sin falta. (Monta
en la bicicleta.)
La MUCHACHA sigue su camino y entra en una
casa modesta, con jardín delante y terreno grandé
al fondo. Lurs la i•e entrar a la casa y después se
aleja en su bicicleta.
Junto al pie de la cdmara aparece ARMANDO,
que ha visto todo. Su expresión es inescrutable.
58
MADRE (con un dejo de picardía). - Claudia me dijo que
se iba a ver con usted, y aquí me tiene. No resistí el
deseo de venir a saludarlo.
Luis (poco convincente). - Pues mucho gusto de verla ...
(A la MUCHACHA.) ¿Cómo estás, Claudia?
MucHACH A (mirando las flores). - Pues bien ... ¿Verdad
que son honitas?
MADRE (cortando la conversación). - Mejor las coloca·
mos ya, ¿verdad? (Se pone en marcha.)
(La sig11e11.)
MUCHACHA (a LüIS).-Todas las semanas traigo flores
frescas. Mamá no quiere venir porque le da tristeza
el cementerio.
MADRE. - Teniendo estas flores tan hermosas es una lás·
tima no traerlas. (A la MUCHACHA.) Tenemos que
cambiar el agua. ¿Vas tú?
MUCHACHA (a LUIS). - ¿Le molestaría ir a usted?
LUIS. - No, si me "dicen dónde es.
MUCHACHA. -Junto a Ja entrada.
(Se detienen ante una tumba en tierra, ni muv
modesta ni muy lujosa, relativamente recienté.
Hay un ramo de flores ya marchitas que ocultan
el nombre de la lápida. Luis mira con suma curio·
sidad, espera el momento en q11e retiren las flores
para mirar el nombre.)
Está bien a Ja vista.
MADRE. - ¿Qué tal lo está pasando por estos lados?
(LUIS aparta su mirada de la lápida; a pesar suyo,
por cortesía, debe mirar a la 11111jer.)
LUIS. - ¡Muy bien ... ! No he visto mucho, pero sí Jo es-
toy pasando muy bien.
MADRE (mirándole a los ojos. y así dificultándole toda
distracción de la mirada Jzacia la lápida). - Tiene que
venir a visitarnos. Ya le dije a Claudia que Jo tiene
que invitar.
(LUIS no soporta más la curiosidad y mira Jzacia
la ]ápida. La MUCHACHA ya ha retirado las flores
m(zrchitas de s11 vasija, pero Ita colocado el ramo
nuevo.)
LUIS (a la MADRE). - ¡Sí, con mucho gusto ... ! (A la :\llI·
CHACHA.) ¿No le cambias el agua?
MUCHACHA. - No., está bien así. No te molestes.
59
LUIS. - Pero no es molestia. Yo vov ...
MADRE (volviendo a su gran sonrisa· inicial). - Bueno, ya
tuve el gusto de verlo, de modo que regreso a mi
casa. Lo único que le pido es que acompañe a Clau-
dia hasta la puerta de casa, ya pronto va a oscurecer.
Luis (sorprendido, pero agradablemente). - ¡Sí, por su-
puesto! Como usted diga.
MUCHACHA (neutra).-Mamá, tú crees que hay un cuco
en la oscuridad.
LUIS. -¿Y tú?
MUCHACHA (neutra). - Yo también, porque lo he ''isto.
LUIS (a la MADRE). - Pues yo la acompaño. No se preo-
cupe.
MADRE (dándole la mano, con manifiesta y maliciosa
complicidad). - Póngase de acuerdo con mi hija. Lo
espero en casa uno de estos días.
LUIS. - Con mucho gusto.
(La MADRE lzace una caricia en la mejilla a su hija.)
MADRE. - ¡Adiós, pues!
Luis. - Adiós, señora.
(Miran alejarse a la MADRE. LUIS no puede dete-
nerse y empieza a acariciar el talle de la MU·
CHACHA.)
MUCHACHA (entre dientes). - Espera un momento, pue-
de darse vuelta.
(LUIS sigue las caricias. Los dos miran a la MADRE,
que se aleja.)
LUIS. - ¡Estoy loco de ganas de abrazarte!
MUCHACHA (viendo que la MADRE ya desaparece por la
arcada). - ¡Yo también ... !
(LUIS se desenfrena, la empieza a besar, abrazar,
tocar. La MUCHACHA 110 se termina de entregar,
se la ve temerosa.)
MUCHACHA. - ¡No, así no ... !
LUIS (apasionado, sigue besándola, etc.). - ¿Por qué
no ... ? ¡¿Por qué no ... ?! (Pone una mano bajo la
falda.)
(La MUCHACHA lucha por apartarse. El cede.)
Mue HACHA. - Me das miedo.
LUIS. - ¡Ahora nadie nos ve! (Vuelve a poner la mano
bajo la falda, esta vez 110 la quita.) Eres tan guapa.
60
Mue HACHA. - Pero hay algo que tú debías saber ... Yo
no te lo he dicho, pero te Jo has de imaginar ... creo.
LUIS. - Lo único que sé es que me haces perder el
control...
MuCHACH A. - Yo ... nunca estuve con un hombre.
Luis. - Pero quieres estar ... Conmigo sí quieres estar ...
MUCHACHA. - Sí...
LUIS le levanta la falda. Ella ya está totalmente
abandonada. LUIS busca ccn la mirada u11 lugar
donde acostarse, sobre el pasto, sobre una losa.
Descubre un lugar apropiado.
LUIS. - Ven, vamos para allá ...
Ella lo sigue, él la conduce de la mano.
La MUCHACHA va con los ojos entrecerrados.
De golpe, descubre a lo lejos, por encima de la
cerca de piedras, a ARMANDO, que avanza por el
camino en dirección a la entrada del cemen-
terio.
MUCHACHA (con espanto). - ¡¡Ah ... !! (Se arroja casi al
suelo. Tira de un braza a LUIS.) ¡Agáchate, ahí viene
Armando!
LUIS (agachándose también). - ¿Dónde?
(La MUCHACHA se lo se1iala. Lns lo ve.)
MUCHACHA. - Yo me muero ... ¡Me muero!
LUIS. - Yo te defiendo. No te pongas así.
Mue HACHA. - Es que él e~ muy malo.
LUIS. - ¿Por qué tanto miedo? ... A ti no te conoce ...
Mvc HACHA. - ¡Pero es un criminal! Yo lo sueño de no-
che ... Desde que me contaron que dejó ciego al po-
bre hombre ese ... el de Ja hacienda.
LUIS ve a ARMANDO junto a la entrada, el cual ya
Iza visto, al pasar, la bicicleta de Lns y se Iza que-
dado como esperándolo.
LUIS. - No fue él... Son cosas que dicen ...
Mue HACHA. - Sí fue él... Hay pruebas, Jo vieron. Pero
su papá compró a la policía ... El padre también es
criminal, como él.
LUIS. - ¿El padre ... ?
(Ve a ARMANDO, que sigue en la entrada, mirando
hacia el camino, como esperando a alguien.)
Espera, tú quédate aquí. Yo voy a hacer que se-vaya.
Mue HACHA. - No, llévatelo. Y yo me voy a mi casa.
bl
Y mañana te espero allá, cuando todos estén dur-
miendo la siesta, mañana domingo. Métete por atrás,
a las tres de la tarde.
LUIS. - Mañana.
Mue HACHA. - Sí, pero ahora llévatelo de aquí. (Lo besa
muy se11sualme11t e.)
LUIS. - Hasta mañana.
Ella le hace seiial de asentimiento. LUIS se lim-
pia de pasto y tierra con las manos, mientras
avanza hacia la salida. ARMANDO lo ve, reacciona
con alegría.
ARMANDO. - Te vi pasar por una calle, pero después te
perdí la pista, hasta que vi la bicicleta.
LUIS. - Me viste ...
(LUIS descubre con horror, apenas disimulado, que
ARMANDO lleva el cuchillo de plata en su cintura.)
ARMANDO (de muy buen humor, hasta bondadoso). - Y
después vi salir a la madre de María y vi tu bicicleta.
Y ya me imagino todo.
LUIS (tratando de entrar en la cordialidad del trato que
le da ARMANDO). -A ver ... ¿Qué te imaginaste? (Re-
toma la marcha, toma por el hombro a ARMANDO
para que lo siga.)
ARMANDO (caminando junto a Luis y alejándose así del
cementerio). - Que eres un amigo de verdad.
LUIS. - Y por qué, ¿eh?
ARMANDO. - Te las arreglaste para encontrar a la madre
de María y hablarle a mi favor.
(Se ve a la MUCHACHA que sale del cementerio
por una puerta posterior, pequeña.)
LUIS. - Sí, ¿cómo te diste cuenta?
ARMANDO. - Me la acabo de cruzar y me saludó con bue-
na cara.
LUIS (mintiendo de modo poco convincente). - Ella ...
Ella no tiene nada contra ti. No hubo necesidad de
convencerla de nada.
ARMANDO. - Eres demasiado modesto ... Y ¿sabes? Yo
ya sospechaba que me estabas dando una mano. Por
eso te traigo un regalo ... (Le entrega el c11chillo en
su vaina.) Sé que siempre te gustó ... Ahora es tuyo.
(LUIS baja la vista avergonzado.)
Lurs. - No ... No me lo merezco.
62
ARMANDO. - Además, ya que no andas con tu escopeta ...
necesitas un arma, a la hacienda ya llegarás de noche.
LUIS. - ¿No te vienes conmigo?
ARMANDO. - No, me quedaré en la plaza, por si pasa
María ... Estoy preocupado, ¿sabes? Me late que el
padre la tiene encerrada, no la he visto por ninguna
parte.
Hacienda. (Noche)
63
El AMA DE LLAVES se aso111bra al verlo en esas
condiciones.
AMA DE LLAVES. - ¿Qué le pasó?
LUIS. - Nada, me ... caí en una zanja.
Al\IA DE LLAVES. -¿No se lastimó?
Luis. - No ... No es nada.
AMA DE LLAVES. - Yo estoy muy preocupada ... El Negro
anda suelto. Alguien le cortó la soga con un cuchillo.
Baiio. (Noclze)
64
Luis (despertándose sobresaltado). - ¿Qué pasa?
(ARMANDO le echa una carta sobre la cama.)
ARMANDO. - Se te cayó esto.
LUIS mira el scbre cerrado, está dirigida al se-
iior ESTEBAN HEREDIA, domiciliado en la capital.
La letra es la clcl diario de Lllls.
LUIS. - ¿Es para mí?
ARMANDO. - No, para mi padre.
LUIS. - No le he escrito ninguna carta.
ARMANDO. - Pero la letra es tuya, ¿no es cierto?
LUIS. - Sí, parece mi letra.
ARMANDO. - La encontré en el camino. Se te debe ha-
ber salido del bolsillo.
LUIS. - ¡Yo no escribí esa carta!
ARMANDO. - Tengo mucha curiosidad por saber qué
dice ... (LUIS no responde.) ¿La abro?
(LUIS sigue en silencio. ARMANDO abre la carta, la
lee con sonrisa diabólica.)
LUIS. - Yo te juro, por Jo que más quiero, que no escri-
bí esa carta... a tu padre.
ARMANDO (empezando a leer en voz alta). - «Estimado
señor Heredia: Siento mucho tener que escribirle
en estos términos. Las cosas están mal. Armando tie-
ne graves problemas ... mentales. Se siente persegui-
do, se imagina cosas. Y peor aún, creo que puede lle-
gar a cometer, sin querer, actos criminales. Venga
cuanto antes, se lo ruego. Estoy muy ... alarmado.
Respetuosamente, Luis.»
Luis. - No entiendo. Parece mi letra... pero yo no Ja
escribí, ¡te Jo juro!
ARMANDO. - De veras. En un momento creí que eras
mi amigo.
LUIS. - Yo no te deseo ningún mal, Armando. Créeme,
hermano ...
ARMANDO. - ¿Hermano?
LUIS. -Alguien te quiere hacer daño, y_a mí también ...
Y me tienes que ayudar a descubrir, quién cs.
ARMANDO. - Esta letra es tuya, Luis. No hay nadie que
me quiera hacer daño más que tú ... y mi padre, cla-
ro. Se han puesto de acuerdo.
Lms. - No te queremos hacer mal, al contrario._Te que-
remos ayudar.
65
ARMANDO. - ¿Entonces, confiesas que estás de acuerdo
con él?
LUIS. - Pero solamente por tu bien.
ARMANDO. - Ahí tienes tu escopeta ... Vamos afuera. Esto
sólo se arregla de una manera .. .
LUIS. - No, yo no quiero agarra!·la. No quiero hacerte
daño.
ARl\IANllO. - No te preocupes, soy yo el que le va a ha·
cer daño esta \'ez. (Lo toma de un brazo.) Vamos, si
no quieres que te mate aquí mismo. (lleva la esco-
peta cargada al lwmbro.)
(LUIS, a su ve;:, lc11tame11te va hacia el rincón en
que está s11 escopeta. La agarra, salen al parque.
ARMANDO le lzace sei1as de retroceder, a su vez él
empieza a retroceder.)
Cuando cuente veinte pasos, podemos disparar ... Uno,
dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez ...
(Van retrocedie11do con dificultad, porque tienen
que esquivar plantas, etc.)
... once, doce, trece, catorce, quince ...
(El rostro de Lns se descompone, mira su esco-
peta, b11sca el gatillo. No sabe cómo manejarla.
En cambio, AR~IANDO se prepara con dominio
sumo.)
... dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, ¡veinte!
66
Camino al pueblo. (Día)
67
e HA .se pone un dedo en los labios, en señal de
sil~ncio.
A, los lados del pasillo hay dos puertas. Abre
una, es su cuarto. Hace señas a LUIS, signifi·
cándole que en la otra recámara están durmiendo.
Entran a la recámara, cierra la puerta. Le
muestra a él que no hay llave por dentro. Se be-
san apasionadamente.
La ventana está abierta. Una red de alambre
la protege del exterior, a la vez que amortigua la
luz, ya atajada por una planta que crece al pie.
ARMANDO mira lo que sucede en la recámara, ca·
muflado por las ramas, Está transfigurado. Lo
que sucede lo apena y lo excita por igual. LUIS le
quita el vestido a la muchacha, debajo no tiene
más que una trusa, se la quita. El se desnuda. De
su bolsillo cae la carta al sucio, no se da cuenta.
Se acuestan, se besan, se abrazan. Ella tiembla
de manera cada vez más pronunciada. El le toma
las manos, temblorosas, y se las aprisiona, se las
lleva hacia atrás por encima de la cabeza y contra
la almohada.
MUCHACHA (en un susurro). -Tengo miedo.
Luis (acariciá11dola toda). - No se despertarán ...
MUCHACHA. - Es de ti de quien tengo miedo.
LUIS. - No te haré mal. ..
MUCHACHA (temblando más y más). - El dolor ... me
da miedo ...
LUIS. - No tiembles así... No tiembles.
MUCHACHA. -Me das mucho miedo.
De pronto se presentan los síntomas del desmayo
primero. LUIS se da cuenta. La MUCHACHA pone
los ojos casi en blanco, se desmaya. LUIS no sabe
qué hacer. La mira desnuda, totalmente indef ensu.
Esta vez el desmayo es real. Se siente tentado de
penetrarla. Le entreabre las piernas. ARMANUO
mira.
Luis ve sobre la mesa de noche zm botellón
lleno de agua, cubierto con 11n vaso. LUIS pone w1
poco de agua en el vaso y moja sus dedos, le re·
fresca las sienes, detrás de las orejas, el cuello. La
68
MUCHACHA parece sentirse mejor. Dormida em-
pieza a aspirar y espirar hondo.
LUIS trata de despertarla, no lo consigue. La
abraza fuertemente, la besa por todo el cuerpo.
No resiste más la tentación, le aparta más las
piernas y la penetra. La MUCHACHA, sin abrir los
ojos, gime de dolor. LUIS le tapa la boca para que
no los oigan, sigue penetrándola. La Muc HACHA
se debate. Después se abandona. El comienza a
moverse acompasadamente. Ella vuelve lentamen-
te en sí; el placer la empieza a invadir. ARMANDO
mira, totalmente absorto. La unión de los dos jó-
venes sigue su curso natural. La MUCHACHA -fluc-
túa entre el sufrimiento y el placer. Finalmente
predomina el placer. LUIS se une a su culminación.
Quedan exhaustos, abrazados. Ella es la primera
en reaccionar.
MUCHACHA (en voz muy baja).-Te tienes que ir ... nos
pueden encontrar.
LUIS. - Déjame un tantito más.
MUCHACHA. - No, por favor ... Ya te tienes que ir. .. Ya.
(Se desliga de él, se empieza a vestir.)
El también. El la besa y sale, ella queda lángui-
da. Ve la carta, la recoge. Se sienta sobre la cama,
en seguida se incorpora para mirar por la venta-
na cómo. LUIS se aleja. Lo ve. LUIS salta el alam-
brado, ya estd fuera de peligro.
MARfA sale corriendo detrás de Luis. No puede
~rilar porque la oirían. Va hasta el alambrado.
Nota que LUIS ha tomado velocidad en su bicicleta
de árbol y vuelve a la casa. ARMANDO ha seguido
y se aleja. MARfA esconde la carta bajo una rama
la acción y encuentra la carta.
69
LUIS. - ¿Qué pasa ... ?
(No se oye respuesta. LUIS se levanta de la mesa.)
Con permiso.
(El MARIDO del A~IA DE LLAVES no los oye. Ella lo
mira con cierta aprensión. Luis sale.)
70
ARMANDO (zumbón). - Esta letra es tuya, Luis. No hay
nadie que me quiera hacer daño más que tú ... y mi
padre, claro. Se han puesto de acuerdo.
LUIS. - No te queremos hacer mal. Al contrario, te que-
remos ayudar.
ARMANDO (sonriendo diabólicamente). - ¿Entonces, con-
fiesas que estás de acuerdo con él?
LUIS. - Pero solamente por tu bien ... Estás enfermo y
necesitas ayuda.
ARMANDO (de pro11to dando rienda suelta a su furia). -
Sí... Yo soy el enfermo y tú mi salvador. Yo soy el
criminal y tú el santo. Tú vienes a espiarme, a dela·
tarme ... y de paso me arrebatas lo que más quiero:
¡María ... ! Me la robas y la hundes en tu mugre, ¡la
llenas de tu mugre ... ! Y eso no es todo, ¿qué hiciste
con el pobrecito Negro, eh ... ? ¡Lo cegaste para que
me echen la culpa a mí ... ! Yo siempre soy el culpa-
ble ... y tú, el inocente ... ¡Cuando eres tú el verda-
dero criminal y yo tu pobre víctima ... ! (Solloza.)
LUIS. - No es cierto, Armando. Yo nunca te quise hacer
daño.
ARMANDO. - No te preocupes, soy yo quien te va a ha·
ccr daño esta vez. (Lo toma de 1111 brazo.) Ve y aga-
rra tu escopeta, si no quieres que te mate aquí mis-
mo. ¡Muévete! ¡Vamos a ver quién gana!
Luis va a su recámara, camina i11cli11ado, no tie-
ne otro remedio que obedecer a AR'.\t.\NDO. Cierra
la puerta tras de sí, se reclina contra la puerta,
mira el rincón donde está siempre la escopeta, no
la ve, no está por ninguna parte. Sobre la mesa
de noche está la vaina de la cuchilla, pero la cu-
chilla no. Se oye la risa de ARMANDO en la sala.
Voz DE ARMANDO.-¿Qyé pasa~ .. ? ¿No encuentras tus
armas? (Sigue riendo histéricamente.)
(LUIS pone el escritorio contra la puerta, para blo-
quear el paso. V e su diario, lo abre.)
Voz DE Lurs (escribiendo desesperado). - «Armando me
quiere matar, está loco. El que lea esto, por favor,
qúe haga algo por salvarme ... si para entonces estoy
vi'vo todavía.»
71
Cuarto de ARMANDO. (Amanecer)
72
Otro campesino tiene a un perro negro sujeto
a una correa.
ENCARGADO. - Seguramente quiso estar bien lejos, por
si se arrepentía y pedía auxilio. Así nadie iba a poder
socorrerlo.
TAHAHES. - Y murió desangrado, como los bichos que
él cazaba.
ENCARGADO. - Lo encontró el Negro ... Nosotros hubié-
ramos estado toda la noche y nada. El perro lo ol-
fateó.
(TABARES ve que el perro tiene la cavidad de los
ojos surcada por cicatrices horribles.)
T ABARES. - ¿Este perro?
ENCARGADO. - Es el perro de aquí.
T ABARES. - Pero es ciego.
ENCARGADO. - Por eso mismo. Tiene el olfato muy de-
sarrollado... ·
(El perro se agita como si se diera cuenta que se
habla de él.)
PEÓN (teniéndolo sujeto, tirando de la correa). - Quie-
to, Negro, ya está bueno ...
(TABARES lo observa, absorto en su descubri-
miento.)
TABARES. - ¿Qué le pasó en los ojos?
PEóN. - Lo hirieron al pobre.
TABARES. - ¿Quién fue?
PEóN. - Qué importa quién fue, lo malo es que lo hi-
rieron.
73
TADARES (en la sala). - ¿Cómo no ... ? El amigo de Ar-
mando.
ENCARGAl.lO. - Armando estaba solo.
TADARES (llevá11dolo hacia la recámara de ARMANDo).-
Venga un momento. Me refiero al que escribió este
diario. (Se apresura a mostrárselo.)
ENCARGADO. - Perdóneme, señor. No sé si es que estoy
confundido y sin dormir.
TADARES (111ostrá11dole el diario). - ¡Aquí está ... ! Tiene
la fecha de estos últimos días.
ENCARGADO. - Con ese cuaderno andaba el joven Arman-
do, yo mismo se lo compré en el pueblo el lunes pa-
sado, por encargo de él.
TADARES. - ¿Y no había otro muchacho en estos días acá
en la casa?
ENCARGADO. - Lo único que le puedo decir es que cuan-
do· el joven Armando supo que su papá le estaba
mandando a alguien de visita, se puso muy mal.
TABA RES. - ¿Y el que ;·irio era Luis?
ENCARGADO. - No. El único que vino es usted.
TASARES. - ¿Yo ... ?
ENCARGADO. - Sí. Cuando Armando supo que iba a ve-
nir alguien le dio como un ataque y se encerraba
todo el día, escribiendo en este cuaderno.
TABARES. - Pero ésta es la letra de Luis.
ENCARGADO. - No, señor. Esa es la letra de Armando.
Hacienda. (Tarde)
74
MUJER DEL TAXISTA (a TABARES, le da la mano). - Mi más
sentido pésame, seflor.
T ABARES. - Gracias.
La MUJER DEL TAXISTA se acerca al féretro y lo
mira con expresión inescrutable. Se ven las cica-
trices de sus muñecas al colocar las manos sobre
el féretro.
75
Hacienda. (Atardecer)
76
ENChRGhDO. - ¡Exactamente! Que se escapó con éste a
la capital. No tenía ni dieciséis años, o ni quince.
TABARES. - y murió.
ENCARGADO (burlón). - ¿Quién le dijo? Parece que la fa.
milia de Luis no la quiso y la pobre se tuvo que vol-
ver para acá. Y luego se quiso suicidar, se cortó las
venas.
T hBhRES. - ¿Y no se murió?
ENChRGhDO (divertido). - Usted me está tomando el pelo.
T AB/\RES. - ¿Por qué?
ENCARGADO. - Si hace un rato usted estaba hablando con
ella ...
TABARES (sorprendido). -¿Qué ... ?
ENCARGADO. - Pos sí. Yo vi que usted le daba la mano
hace un rato.
TABARES (mirando entre la concurrencia). - ¿Cuál es ... ?
Me presentaron mucha gente del pueblo. Quién sabe
cuál será María.
ENCARGADO (mirando entre la concurrencia). - Hace un
momentito la vi... Pero ahora no.
ThBhRES. - Muéstremela, por favor. ¡Se lo ruego!
ENCARGADO. - Ya no la veo. A lo mejor ya se fue.
(TABARES y el ENCARGADO miran, pero infructuosa-
mente.)
TADARES. - ¿Pero está seguro que ése era Luis ... ? Yo
me lo había imaginado muy diferente ...
Luis se ha separado ya de HEREDIA. Su esposa
habla con otras señoras. Lurs se separa del grupo.
Mira un poco los detalles de la sala, la cucliilla de
plata colgada en la pared.
Se siente atraído por el sector de las recdma-
ras. Abre la puerta de su cuarto, no hay nada,
está sin muebles.
Va entonces a la recdmara de ARMANDO. La
puerta está entreabierta.
Sentada en la cama se ve a la MUJER DEL TA·
XISTh. Está con los ojos rojos de liaber llorado.
LUIS VERDADERO. - María ...
(Ella no contesta, baja la cabeza. E.l se le acerca,
le acaricia la mejilla. Ella se larga a llorar sobre
el muslo de LUIS.
Este la toma de las manos, ve las cicatrices
77
en las mwiecas, se las /Jesa. Se sienta al lado de
ella. le coloca la cabeza sobre el hombro. Sig11e11
las caricias, ella le empie::.a a acariciar las meji-
llas a él.)
Cinco años, María ... Ya pasaron cinco años.
Se besan. El le pone la mano bajo la falda, ella
110 se resiste. El se pone de pie para ir a la p11er-
ta y echar la llave.
V11elve a ella, la extiende sobr<! la cama. Junto
a la cama est<i cla1•ado a la pared, cv11 tachuelas,
el dibujo del tigre y el cordero. El rostro de
ARMANDO corresponde al tigre y el de LUIS al
cordero.
Lemamente se produce ww disolvencia al
mismo dibujo, pero tal como ha servido para la
presentación ele tít11los de cabecera, con el rostro
de LUIS para el tigre ,v el de ARMANDO para el
cordero.
FIN
78
RECUERDO
DE TIJUANA
Atardecer
81
FERNANDO. - Imposible.
MADRE. - ¿Por qué? Me lo tienes que decir.
FERNANDO. - Es que ni yo lo entiendo. Y me tengo que
ir ya, mamacita. (Pausa.) Y me tengo que llevar el
carro.
MADRE. - Está mal que te escondas.
FERNANDO. - ¿Dónde está la llave del carro? (la MADRE
no contef:ta.) Está puesta como siempre, ¿verdad?
(la MADRE no contesta. FERNANDO va al carro; la
MADRE está sumamente preocupada. Lo mira sin
atinar a nada; mas FERNANDO ve que la llave está
puesta en el Volkswagen. Mira a su MADRE, q11e lo
ha seguido con la mirada desde cierta distancia.)
Todo me va a salir bien, si no me duermo.
MADRE. - ¡Espérate un minuto! (Vuelve a entrar a la
casa.)
FERNANDO (subiendo al carro, pone el motor en funciona-
miento). - No me des comida, ya no tengo tiempo.
(Va sacando el carro.)
MADRE (reapareciendo; tiene algunos billetes en la ma-
no). - No tengo más ... (Se los da.)
FERNANDO (sacando 1111 brazo por la ventanilla, toma la
cabe:,a de ella para acercarla a sus labios). - Lo que
sea, me cae rebién ... (La besa en la meiilla.)
MADRE (colocándole los billetes en el bolsillo ele la ca-
misa). - Fern<indo ... ¿Qué fue lo que pasó?
FERNANDO. - Yo no hice nada, '<imá.
MADRE. - ¿Pero y todos tus planes que tenías ... ? ¿Los
exámenes?
FERNANDO. - No sé.
MADRE. - Siempre te tuve confianza y nunca me equi-
voqué.
FERNANDO. - No hice nada de malo, 'amá. (Arranca.)
(La MADRE ve ale;arse el carro. Pocos segundos
después ve otro carro acercarse. Entra a la casa,
con temor. En el carro vienen dos hombres de as-
pecto c11idado, pero pei1Mdos y vestidos con cier-
ta estridencia. U110 le hace señas al otro de tocar
el timbre de calle. Hay un pequeño ;ardín delante
de la casa. La :\!ADRE se decide a enfrentarlos, pero
abre apenas la p11erta.)
MADRE. - ¿ Pa'qué soy buena?
82
H o ~lílRE l. - Acá \'i\'e femando Arriaga, ¿verdad?
MAURE. - Sí, señor. ..
Ho~IDRE II (más enérgico). - Somos de la policía.
M,\ORE. - Ya estuvo aquí la policía. No está m'hijo.
Ho;-.tuRE II (se le acerca). - Venimos de Hermosillo, de
la delegación de allá.
MADRE (cu11 el propósito de dar 111ás tiempo a su hijo a
escapar). - Pos pasen entonces.
HoMDRE l. - Usted debe saber dónde anda ... Si no está
aquí.
Ho,\tURE II (a111e11a::.m1te). - Y si a los cuicos no les di-
jiste nada, a nosotros sí nos vas a escupir todo.
MAURE (as11stá11dose). - Usted no es policía.
Hol\tURE l . - Y ni yo tampoco, ñora. Por eso nos tiene
que ayudar, para que nosotros Je demos una manita
a él.
MADRE (retrocediendo). - Yo no sé nada ...
HOMDRE II.- ¡Vieja jija ... ! ¡Vas a hablar, porque si
no te quebramos!
MADRE. - Les juro que no sé nada.
HoMDRE I . - r;iora, no se jura, porque eso es pecado, y
más peor si es para decir mentiras.
HoMDRE II. - Y el pecado se castiga ... (Le da una fuer-
te bofetacla.)
MADRE (llorando). - ¡Ah ... !
HoMnRE II. - Va a haber que castigarla hasta que se
arrepienta. (le da otra bofetada similar. La MADRE
cae al suelo.)
HOMBRE l . - Yo voy a echar un ojo ... (Va a revisar la
casa.)
HOMBRE II.-Así me gusta, que ya no jures, ¡pinche
vieja! .
MADRE. - ¡Fernando no va a venir ... ! Porque lo busca la
policía.
HOMBRE II.- Mejor nos sueltas la verdad, ·porque si
no ... Me voy a desquitar con tu hijito.
83
Voz DE MADRE. -¿Por qué ... ? ¡Me lo tienes que decir!
Voz DE FERNANDO. - Es que ni yo lo entiendo.
Voz DE MADRE. - Siempre te tuve confianza ... y nunca
me equivoqué.
84
ESTUDIANTE II [ ta111bié11 sentado a la mesa, junto a AR-
TURO] (se levanta a encender un cigarro). - En vez
de moler tanto, Nando, no se te pase darnos el toca-
discos ... (Se asoma a la ve11tana.)
ESTUDIANTE l. - Pero yo con música no puedo estudiar.
FERNANDO (haciendo la cama de ARTURO). - De todos
modos, no se te queda nada ...
ESTUDIANTE 11 (ve por la ventana una 111uc11acha cruzar
la calle y entrar al edificio de apartamentos). - Se
acerca la incauta ... Ya pasa el tocadiscos ...
FERNANDO (desenchufando el tocadiscos y poniéndolo so-
bre la 111esa de la sala; de pronto, muy contento). -
¡Andale, güey, que ya se me hizo ... !
ESTUDIANTE I (desde su cama). - Pero que no se te pase
la hora como la última vez. Yo a las ocho tiro la
toalla.
ARTURO (recogiendo sus libros y llevándolos a la otra
recámara). - Y mi cama no la toques, que no quiero
chinches.
ESTUDIANTE II (recogiendo el tocadiscos y llevándolo a
la otra recámara, a FERNANDO). - Y a ver cómo nos
pagas tantos favores. Te puedes traer una pinche bo-
tella de pulque aunque sea.
ESTUDIANTE l. - Yo no entiendo por qué, si la vieja es
tan moderna, hay que escondemos.
FERNANDO (poniendo orden rápidamente mientras los
de111ás se están llevando el material de estudio a la
recámara libre). - Se quejan, pinches feos, porque
no consiguen ruca pa'traer.
Suena el ti111bre de la puerta del apartamento.
FERNANDO hace señales a los demás de callarse.
Los dos compañeros entran en la recámara
donde está el tercero, /tacen gestos de fingido des-
precio e indiferencia antes de cerrar la puerta.
FERNANDO, entonces, da un último vistazo y en
seguida abre la puerta de la calle.
Aparece LAURA; una nmc!iaéha guapa, pero de
atractivo algo atenuado por wi arreglo demasiado
sobrio. Representa un tipo de estudiante de clase
media, desentendida de la moda. Lleva libros bajo
el brazo.
FERNANDO. - ¡Laura ... pasa!
85
LAURA. - ¿Quihubo?
(El la besa.)
(LAURA, remedando a FERNANDO a quien ha escucha-
do a través de la puerta). ¿Y dónde están los pinches
feos que no se consiguen ruca pa'traer?
(Se empieza a escuchar música de rock en la re-
cámara de los 11111clzaclros.)
FERNANDO. - No le fijes ... tienen mucho que estudiar.
¿Quieres tomar algo?
L\UIU (mirándolo con picardía, señala la puerta cerrada
de la recámara de los estudiantes, en voz baja). - Sí,
tengo sed.
FERNANDO (e11 voz baja también). - ¿De qué?
L\lTRA. - Tomo tan tita agua y me voy.
FERNANDO (cómplice de la broma, yendo a la cocina a
buscar agua del refrigerador). - Pero antes te tengo
que pedir muchos consejos.
LAURA. - Si te puedo ·ser útil, encantada.
FERNANDO. - No es chiste... Ncc~sito consejos sobre
cómo vivir sin trabajar.
LAURA. - ¿Y eso?
FERNANDO. - Las prácticas van a ser en la mañana este
semestre, tengo que dejar mi chamba.
LAURA. - Primero déjame quitarme la sed y luego te
doy Jos consejos, ¿sí?
86
FERNANDO. - No creo. De renta serían dos mil, mínimo.
L.\URA. - Mil cada uno. (Anota.)
FERNANDO. - ¿Cuánto te mandan de tu casa?
LAURA. - Tres mil. (Lo anota de su lado.)
FER~'L\NDO. - Pero, cuando se enteren, ya no te manda-
r::ín.
L\UR.\. - Ve tú a saber ... Mi mamú sí, pern papú, quit.:n
sabe.
FERN.\NDO. - Laura, los gringos ya no se casan ... Pero
yo ... pensándolo bien, yo tengo ganas de casarme
contigo. ¡Hasta es más práctico!
Li\tJR\ (po11ic11do mala cara). - Sí, es más práctico ...
Pero yo no quiero.
FERN.\NDO. - ¿Porque te vas a aburrir de mí?
LAURA. - No. Pienso que si nos casamos es nomás por
darle gusto a mi papá. Y él, entonces, nos va a que-
rer regalar el apartamento. Y lo va a poner a nues-
tro nombre, y entonces nos \'an a unir los intereses ...
FEl~NANDO. - Y de mi casa nos van a regalar el carro.
LAURA. - Yo quiero que estés conmigo porque tienes
ganas, nomás.
FERNANDO. - El consejo que te pedí es otro.
LAURA. - Es difícil encontrar otra chamba igual y de
noche.
FERNANDO (q11c;oso). - Cinco mil del águila y un jefe
que me dejaba estudiar las ocho horas si yo quería.
(Sig11e pausa.) .,
LAURi\. - Algo me quieres decir, pero no te animas.
FERNi\NDO. - ¿Se me nota tan LO ... ? (LAtmA asic11tc.) De
libros, ¿cuánto gastas? ... Anota.
LAURA (a11ota11do). - Cuatro mil por semestre. Y de ma-
teriales ponle mil qui~ientos ... ~sa es la chinga de
arquitectura.
FERNANDO. - A mí anótame menos. Tres mil por todo.
¿Y sabes una cosa? No me gusta que seas mal ha-
blada. No te queda.
LAURA. - Te quieres casar y no te gustan las carretone-
ras ... Me estás saliendo momia.
FERNAND'.>. - Hay una chamba que podría agarrar de
noche.
LAURA. - Y es con la guitarra. Me lo imaginé por la
cara que·traes.
87
FERNANDO. - Aquella vez no acepté, pero tenía asegura-
dos mis cinco mil.
LAURA. - Te repugna.
FERNANDO. - El lugar es la pura pus. Querían cantante,
pero a eso sí no le entro, ni muerto.
LAURA. - Lo bueno, que es de noche.
FERNANDO. - Sí. No les daría más que las sobras. (La
empieza a besar.)
LAURA (besándolo también). - Y a las cinco de la maña-
na me llegarías a dormir, muerto de cansancio.
FERNANDO (separándose, para l1ablar seriamente). - No.
Tengo todo calculado. 'J;ú te levan ta rías conmigo a
las siete para ir a las clases ... Dos horitas de sueño .
... Volvemos a la una de la tarde y nos acostamos a
dormir la siesta, juntos. Hasta las siete de Ja tarde.
Otras cuatro o cinco horitas de sueño. Después, nos
levantamos a estudiar. A las once da la noche, me
voy a trabajar, y tú sigues estudiando hasta que yo
vuelva.
LAURA (burlona). -Te saltaste la hora de la comida.
FERNANDO. - No, escúchame. A la una de la tarde nos
recostamos, lo necesario para que me demuestres
que todavía no te aburriste de mí, y después come-
mos. Y después viene la siesta.
LAURA. - ¿Y cuál era el consejo?
FERNANDO. - Laura, dime que no agarre esa chamba. No
me gusta.
LAURA. - Prueba. Nadie se va a meter contigo.
FERNANDO. -A los de mi casa no les voy a decir nada.
LAURA:- Quien se tiene que preocupar soy yo, con tan-
tas viejas. Pero ésas andan detrás de la lana. Y tú
no tienes ni quinto.
88
Es un local cuidado, de1ttro de sus límites pro-
vinciales. La orquesta, tropical, está ensayando.
Una pareja de bailarines prueba pasos acrobáticos
al compás de mambo. Ha-y dos empleados además,
arre{!.lando las mesas. FER"IANDO se acerca a uno
de ellos.
FERNANL>O. - Tengo que ver al patrón.
EMPLEADO 1.- ¿El Toques?
FERNANDO. - Sí.
EMPLEADO 1.- Hay orden de que no pase nadie.
FERNANDO. - ¿A qué horas viene?
EMPLEADO 1.- No sé si está.
FERNANDO. - ¿Tiene oficina?
EMPLEADO 1.-Ahí, por aquella puerta. Pero no se pue-
de pasar.
FERNANDO. - Vaya entonces a ver si está.
EMPLEADO l. -Tengo prohibido entrar, hasta que él mis-
mo me llame.
FERNANDO (irritado). - ¿Qué? ¿Me espero aquí toda Ja
tarde?
CARNADA !tabla desde w1 rincón oscuro. Está sen-
tada, f11111ando. Tiene además ima copa a mitad.
Es una bella mujer de treinta y cinco aiios. De-
bajo de su lujosa bata china bordada, parece es-
tar desnuda. Los tacones son muy altos.
CARNADA. - Yo me encargo ... (Se pone de pie. A FERNAN·
DO.) Ven para acá, pimpollo ... (Le echa una mirada
de pies a cabeza y toma otro sorbo.)
FERNANDO. - Gracias. Me citaron para ensayar.
CARNADA. - Ya tomaron guitarrista, te comieron el man-
dado. ¿AJ canto no Je haces?
FERNANDO. - No.
CARNADA. - Entonces, ni modo.
FERNANDO. - Depende de Jo que paguen.
(CARNADA tarda en contestar, saboreando su trago
y evaluando la apcst11ra de FERNANDO.)
CARNADA. - ¿Qué, eres estudiante? '
FERNANDO. - Sí...
CARNAL>A. - El Toques no tarda, pero mientras... Me
puedes hacer un favorcito. (Le hace seiias de se-
guirla.)
89
FERNANDO no responde, la sigue. Pasan por una
puerta a la trastienda. Hay un pasillo con pobres
elementos de decoración escénica apilados.
(Irónica, señalando las modestas escenografías.) Com-
parando, Las Vegas es un cacahuate.
FERNANDO (con evidente distanciamiento, serio). - ¿Qué
favor me quiere pedir?
CARNADA (deteniéndose ante una puerta que dice «Geren-
cia»). - A ti te gustan las mujeres, si no me equivo-
co. (FERNANDO no contesta.) ¿Sí o no? (Saca llaves y
abre la p11erta.)
(Lo q11e se ve es wz escritorio, un tlespac!10 pe·
q11e1io, a osc11ras, pero cletrcis hay 1111a cortina
de colgantes. CARNADA enciende ww lámpara q11e
5Ólo arroja 111z sobre la 111csa.)
Préstame tu encendedor.
(El se lo alcanza. CARNADA aparta los colgantes.
Con el encendedor prende dos velas q11e clan 1111
leve resplandor sobre 1111 peq11e1io recinto con co-
jines e11 el suelo y otra puerta al fo11clo.)
(Ya más i111pacie11te). -¿Te gustan o no las vieJas?
FERNANDO (pétreo, 111ira11clo en derredor con clesco11ficm-
za). - No todas.
CARNADA. -Apaga la lámpara. (El la apaga.) Gracias.
FERNANDO. - De nada.
(CARNADA abre, quitando w1 pasador, la puerta del
fondo. Da a otro recinto muy peq11e1io, también
alwnlnado con vela.•:. Alg1ín adorno oriental. E11
1111 rincón lwy una cama; 1111a muclwclza r111Jia, de
dieciocho a1ios escasos, está echada, con aire de
drogada.)
CARNADA. - Laurie, te traigo una visita.
(FERNANDO ha quedado unos pasos atrás, no ve a
la muchacha.)
LAURIE (desnuda bajo el mantón de Manila con q11e se
ha abrigado, con acento gringo). - El Toques prome-
terme que en la mañana darme tantito ... (Hace seiia
ele i11yección.) Pero ahora de noche ... y no viene.
CARNADA. - No, gringa, si apenas es la mañanita ... (A
FERNANDO, haciéndole sei'ias de acercarse y lmrlándo-
se del aspecto pretenclida111c11te exótico del lllgar.)
¡Bien venido a Macao, el infierno de Oriente!
90
LAURIE. - Yo no quiero ir a Macao. Ser muy lejos.
CARNADA. - Es bonito Macao. (Se estira las comisuras
de los párpados.) El infielno de Oliente ... (Oliendo el
aire confinado.) Mal oliente ...
FERNANDO (se ha quedado en la puerta, siempre se-
rio) .. - Yo vine a hablar con el patrón.
CARNADA. - Ya sé ... (.Hirá1:clolo a la cara, crata11do de
congraciarse.) Pero cuando te vi ... se me ocurrió que
podrías hacerle un favor a esta gringa pasada, y en-
sdiarle lo que es un novio mexicano ... ( Rie11do.) Así
la haces cambiar de vicio.
(fERNA:-\llO la mira 11111y serio, sin respo11derle.)
Y no está fea la gringa.
Lumrn (a FERNANDO). - Yo no te quiero. Los hombres
ser mala gente. (Empieza a darle w1 berri11clze. A CAR·
NADA.) Como tu patrón, que prometió que me daría
un piquito ... iY no viene!
CARNADA (rie11do). - Se dice piquete. El Toques no te
entendió, por eso no vino. ¿Que no te gusta este pa-
pacito, gringa? Tú no has probado platillo típico ...
(FERNANDO las deja. Pasa la cortina de colgantes
y se queda, nervioso, en el escritorio.)
Mientras esperamos al patroncito ... (Sirvié11dose una
copa de 1111a botella que hay allí e11 el cuartito.) ... Yo
me echo un trago ... Que ya estoy harta de oírte
pc..,dir siempre lo mismo. (Repite, burlona, la misma
se1ial de inyección lzeclza por LAURIE. A FERNANDO.)
Papá, ¿tú no quieres un trago?
(FERNANDO 110 co11testa.
CARNADA va hacia él, empezando a irritarse.)
¿A poco te pido que vayas a gatas hasta el altar de
Ja Guadalupe? .
(El la sigue mirando de frente, no responde.
Ella se irrita del todo.)
Te ofrezco viejas y tragos y te me enojas ...
FERNANDO. - Usted es Ja que se enoja. (Abre la puerta al
pasillo.)
CARNADA. - La gente que no sabe hacer un favor, ésa
~s la peor gente.
(Se oyen pasos y voces. CARNADA hace se1ias a FER·
NANDO de e11trar al cubículo de la gringa. FERNA'.':·
DO se i:.iega.)
91
¡Te maitan si te encuentran ... !
(FERNANDO reacciona y entra al cubículo. Hay un
perchero largo con mucha ropa colgada. CARNADA
le hace sei'ias de esconderse detrás. Aparece por
el corredor el TOQUES, un hombre f11erte, tosco,
sombríamente atractivo, de cuarenta y ci11co aiios,
seguido por dos guardaespaldas. Estos son los dos
maleallles que golpearán después a la MADRE de
FERNANDO. Entran al escritorio.
CARNADA los enfrenta burlona, con la copa en
la mano. Cierra tras de sí la puerta del cubículo.)
TOQUES (ronco). -¿Quihubo ... ?
CARNADA (imitando la voz ro>1ca). - Quihubo ... (Con su
voz natural.) ¿No tiene otra cosa que decir el rey
del hampa a su pueblo?
TOQUES. - Ya andas ahogada.
CARNADA. - Si no te gusta lo de rey, entonces presiden-
te, más democrático ... El presidente del hampa y sus
ministros.
TOQUES (se1ialando el cubículo). - ¿Dio mucha lata?
CARNADA (divirtiéndose con su mentira). - Se alucinó
con que un hombre se le metía en el cuarto.
(El TOQUES deja unos papeles sobre el escritorio.
Se ve escrito, grande, un número de teléfono:
«Los Angeles. Arca Code 213 número 989-4584».
Consulta su reloj de pulsera, se le ve muy preo-
cupado.)
TOQUES. - Hay que hacer la llamada.
CARNADA. - ¿Llamo yo?
TOQUES (marcando el número, como quien arriesga una
apuesta muy importante). - Sí, tú le haces al inglés.
CARNADA (tomando el teléfono). - Ya ...
TOQUES. - Pide hablar con él. Yo te voy dictando.
CARNADA (al teléfono, respondiendo). - Is mister Leo-
nard home? (TRADUCCIÓN: ¿El señor Leonard está en
casa?)
Jardín. (Día)
93
SIRVIENTE CHINO. -Tlzat's it, sir. (TRAD.: Eso es, señor.)
SEÑOR (muy disgustado). - Tell them I'm not home.
(TRAD.: Diga que no estoy en casa.)
94
CARNADA. - Y a Jos hijos de la chingada hay que tratar-
los remal, despreciarlos, porque en el fondo siempre
están arrepentidos de portarse tan gacho. Les gusta
la mano dura. Si te hablan, no hay que contestar.
Nunca de los nuncas escuchar lo que te dicen ...
LA URIE. - ¿Y a los pendelws?
C.\RN.\I>.\ (ciirigic//Clo el ciarclo a FmtNANl>O). - Con ellos,
más fácil todavía. Lo que les gusta es que los trates
con mucho respeto y hasta que les finjas miedo. Y po-
nerles mucha atención. Cuando un pendejo te habla,
lo tienes que mirar a los ojos y pedirle que te cuen-
te más ... De vez en cuando le dices: «Qué interesan-
te eres, fulanito» ... y nada más. Y vas a ver, gringa,
como hay pendejos de camisa blanca, almidonada,
muy aseaditos. Todo porque la madre Jos traía zum-
bando cuando chamacos. Y a ésos, que son borregos
de corral, lo que les gusta es que les digas que son
como tigres. Y tú los miras a los ojos y les dices,
muy seria: «Qué travieso debes haber sido de
chico» ...
LAURIE. - Se me hacer que ya agarrar tu 01mda ...
CARNADA. - A ver, dime ...
LAURIE. - Tú a los son o/ a bitc/1 los tratas como pe11-
delws, y a los pendelws como si ser son o/ a bitc/1 ...
CARNADA. - Tú, gringa, eres pasada pero bien viva.
(Se oyen voces y la puerta que se cierra del des-
pacito.)
(A FERNANDO.) Parece que ya quedó libre la cancha.
(Va al despacho.
No ltay nadie. Sobre el escritorio está a la vista
el número de teléfono de Los Angeles. Lo c11hre,
abre la puerta que da al pasillo. No hay nadie.)
(A FERNANDO.) ¡Eh, tú, Sonrisas ... ! Ya puedes salir.
(FERNANDO sale de su escondite. No puede evitar
que se le esboce una sonrisa, muy a pesar suyo.)
95
blanco. Mira la actuación de los artistas, junto a
un TRASPUNTE.)
TRASPUNTE. - La gente de esta noche se ve tranquila.
FERNANDO. - ¿Qué hay peor que ésta?
TRASPUNTE. - Más tarde, sobre todo. Pero si te gritan
algo, tú síguele.
FERNANDO. - Si caigo mal, el patrón me \'a a correr.
TRASPUNTE. - No, la Carnada te recomendó. Ya estás
asegurado.
FERNANDO. - ¿Cómo sabes?
TRASPUNTE. - Yo la oí. Y el Toques le hace caso.
FERNANDO. - ¿y eso por qué?
TRASPUNTE. - Ella estuvo un tiempo aquí y después se
fue a Tijuana, pero el Toques no la olvidó nunca ...
Y ahora que regresó, él anda de buenas. Yo aprove-
ché para pedirle aumento.
FERNANDO. - ¿y te lo dio?
TRASPUNTE. - Sabe ... Pero no me rayó la madre. Ya eso
es buena señal.
(Termina el número. Hay aplausos, pero poco en-
tusiastas.)
Ya. Ahora vas tú.
(El director de orquesta agradece escasamente los
aplausos escasos. Cruza una mirada con CARNADA,
que aparece en ese momento a pocos pasos por
la puerta que da al corredor que conduce al des-
pacito. CARNADA le hace se1ia de acercarse.)
CARNADA. - Si la cosa no anda ... tú alárgate entre cada
respirada ... Ya sabes.
(Comienza la orquesta un bolero. Algunas parejas
van a la pista a bailar.)
FERNANDO (empieza a cantar). -
«Vende caro tu amor, aventurera;
dale el precio del dolor a tu pecado,
y aquel que de tus labios la miel quiera,
que pague con diamantes tu pecado.
¡Que pague con diamantes, tu pecado! ... "
(De algunas mesas de gente ebria empieza a oírse
desorden.)
BORRACHO I.-Que salgan las viejas ... ¿Qué pagamos
para oírte a ti, güey? ¡Pos no ... !
(Risas del ptlblico.)
96
BORRAC IJ o JI. - ¡Vie-jas ... ! ¡Vie-jas!
BoRRAC 1-1 o l. - Pos si, carajo, ¿y 'on 'tan las viejas?
CoRo (caáu vez con más fuer;.a). - ¡Vie-jas ... ! ·¡Vie-jas ... !
(Esto va sobre la canción de FERNANDO.)
FERNANDO (que continúa). -
«Ya que la infamia de tu cruel destino
marchitó tu admirable primavera,
haz menos escabroso tu camino,
vende caro tu amor, aventurera ... »
(Tanto FERNANDO como el director de orquesta es-
tán clcsalcntados. Los gritos cubren casi el canto.
Las parejas que bailan ríen burlonas. En este mo-
memo CARNADA hace se1ias al director de que
siga, repitiendo la canción desde el comienzo.)
«Vende caro tu amor, aventurera ... •
(CARNADA interviene, parándose en el centro de la
pista, como comentario al verso, mirar1do a FER·
NANDO mientras el director estira los compases de
espera.)
CARNADA. - ¿Les parece caro? ¡Mano, yo hasta las dos
de la maña11a no bajo tarifa, pero a las cinco ya se
acaban las pretensiones ... !
(La gente se ríe, haciendo silencio para ver en
qué queda el contrapunto.)
FERNANDO.-
«Dale el precio del dolor, a tu pecado ... •
CARNADA (volviendo a entrometerse). - Te lo dije ya. Si
a las cinco no hubo negocio, ni modo, barata a mitad
de precio o al costo ... ¡Un desayunito en el mercado ...
(La gente rlc y aplaude.)
FERNANDO.-
" Y aquel que de tus labios la miel quiera,
que pague con diamantes tu pecado .. .
Que pague con diamantes tu pecado ... ,.
CARNADA (conciliadora). - Y con billetes también ... Y
hasta morralla. Pero eso sí, que el güey me dé tiem-
po de contarla antes de entregarle la mercancía ...
(Aplausos. CARNADA tiende la niano a FERNANDO,
éste baja a lu pista con el micrófono de mano. El
público acepta regocijado el vuelco que Ita tomado
el número musical, que ahora parece ensayado.)
FERNANDO.- -
97
«Ya que la infamia de tu cruel destino ... ,.
CARNADA (ltaciendo súia de cuernos). - ... El de mi her-
mana casada, mucho pior.
(Estruendo de risas.)
FERNANDO.- .
«Marchitó tu admirable primavera ... »
CARNADA (a FERNANDO). - ¡Marchita la abuela, y la ma-
dre del buey que te lo crea!
FERNANDO.-
«Haz menos escabroso tu camino,
vende caro tu amor, aventurera ... »
CARNADA. - Pues se vino la inflación, mano. ¡A preparar
la billetiza, güeyes!
(Grandes aplausos.)
CORO (en aumento, primero casi cubierto por los aplau·
sos, después bien claro). - ¡Car-na-da ... ! ¡Car-na-da ... !
(CARNADA agradece, junto a FERNANDO, los aplau-
sos. Ella indica a FERNANDO y sale de escena. El
público lo aplaude nwclw, y con entusiasmo vuel-
ven a llamar «Car-na-da. Car-na-da ... »)
CARNADA (pidiendo silencio). - ¡Gracias ... ! Pero si ya so-
mos tan cuates, no me digan así. Díganme Carnes ...
(Risas.) Y cuando se lleguen las cinco, pues Camitas.
(Siguen aplausos. La orquesta continúa tocando
música para bailar. FERNANDO va a la trastienda,
aliviado. El TRASPUNTE lo palmea.)
TRASPUNTE (contento). - No sabía que lo tenías ensa-
yado.
(FERNANDO ve a CARNADA, que va a servirse una
copa al bar.)
FERNANDO. - Salió así. de chiripa.
TRASPUNTE._:: A la gente le gustó.
FERNANDO (con aire de superioridad). - Y cuando están
contentos, piden más tragos.
TRASPUNTE. - ¿Ya ves por qué el patrón anda contento
cuando está la Carnes?
FERNANDO. - Si antes no le vacía todas las botellas, so-
lita.
TRASPUNTE (rcc!w:.a11do la crítica a CARNADA). - Pues a
ti ya te sacó del hoyo.
(FERNANDO va hacia donde está CARNADA en la ba-
rra, tomando, seria, ensimismada.)
98
FERNANDO. - ¡Gracias por lo que hizo!
CARNADA (si11 mirarlo, con sorna). - No lo hice por ti,
sino por el buen nombre de la casa.
99
uno de tos coches, luego la empuja brutalmente
contra la persiana metálica.)
TOQUES (golpeándola con el revés de la mano). - Esto
es lo que querías, ¿no?
CARNADA (tratando de parar los golpes). - ¡Déjame ... !
¡Déjame ... !
TOQUES. - Ya estás contenta ... ¿O quieres más?
(FERNANDO duda durante unos instantes. No sabe
si entrometerse o no. Finalmente se apiada de la
mujer y se interpone.)
FERNANDO. - Déjela. Ya basta ...
TOQUES (empujándolo a un lado). - ¡No te metas ... !
¿A ti quién te llama? (Alcanza a CARNADA y la agarra
de un brazo.)
CARNADA. - ¡Toques, no ... ! ¡Por lo que más quieras!
TOQUES (dándole otro golpe). - ¡Esto es lo que busca·
bas, ¿eh?!
FERNANDO (logrando interponerse). - Déjela, hombre. La
va a matar.
TOQUES (desprendiéndose de FERNANDO). - Suéltame ...
FERNANDO (interponiéndose entre los dos, a CARNADA). -
¡Váyase para adentro!
TOQUES (retomando el control de sí mismo). - Es cierto.
(Queda sin respiración.) Si Ja mato la tengo que pa·
gar como buena. (Se acomoda la chaqueta. l'11c/1·e
hacia el local.) Y que nadie la vea así. Encima iban
a creer que es una pobre víctima. (Se va.)
FERNANDO (a CARNADA, que mira a/ TOQUES con gran ren-
cor). - Está lastimada ...
CARNADA. - ¡Hummm ... ! Me duele todo. (Pausa.) Sonri-
sas ...
FERNANDO. -¿Qué?
CARNADA. - Gracias.
FERNANDO. - ¿Quiere que la acompañe a un médico?
CARNADA (ya entrando en su tono habitual de broma). -
A un dentista ... en todo caso.
FERNANDO. - ¿Qué es lo que tiene?
CARNADA. - Me da miedo abrir la boca. Si tengo algo
quebrado, no me voy a poder sonreír lindo, como tú.
FERNANDO. -A ver ... Abra ...
(CARNADA abre la boca, todo está en orden. Tiene
sangre solamente en una comisura del labio.)
100
CARNADA. -¿Cuántos rotos?
FERNANDO (por primera vez casi le sonrie). - Ninguno.
Creo ...
CARNADA. - Estoy de buenas, entonces. Voy a comprar
un billete en cero.
101
AGENTE (al terminar su quehacer, deteniéndose junto a
ella). - Estáte tranquila, que ya voy.
CARNADA (apagando el cigarro, ya reducido a colilla). -
Y el trago, si lo puedes pasar ... No seas gacho, tengo
la boca seca.
AGENTE. - Ya viene ... pero es mucho lo que me pides,
doña. Y luego andar telefoneando.
CARNADA. - Mira, tú tranquilo; pero hazme todo ... En
este orden, mi rey ... Primero el trago, si puedes. Se-
gundo los cigarros y después el llamado ... ¿eh?
AGENTE (muy indolente, yéndose). - Con calma todo ...
Te lo hago todito ... doña.
(Voz DE CARNADA, sobre su rostro pensativo, apo-
yada en la pared llena de g. afitti, después de re-
visar el paquete de cigarros y constatar que le
queda un solo cigarro. Duda si encenderlo o no.)
Voz DE CARNADA. - Ya no me quedas más que tú, mi
alma. Te tengo que cuidar mucho. (Lo mira, lo
alisa.) Pero qué chingados, ¡te voy a quemar ya! (Lo
enciende.) Para rasparme todavía más el gaznate ...
¡Ay, un traguito! De bacanora, aunque sea, y aunque
fuera de licor para viejas, dulce, no importa. Lo que
sea, menos agua ... El agua ahoga a la gente ... Y qué,
de algo ha) que morirse, y si no, que se lo pregunten
al Toques... '
102
tario: «Setior Toques.» Junto a domicilio: •Dis-
nevlandia.• Como texto: «Cuídate del ca11tantito.
St~p. Te lo mandaron tus mejores enemigos de
Tij11a11a. Stop. Firmado, tus amigos de la fune-
raria.»
CARNADA dobla el papel, lo pone en un sobre
que ya lleva escrita la dirección: «Señor Rafael
Gándara, "Toques'', cabaret Mi Lujito, Zona Roja.
Hermosillo», y tiene su sello colocado. CARNADA
echa la carta al buzón.
Cabaret. (Noche)
103
Hor.tBRE I (no muy tranquilo de dejar solo al TOQUES).-
¿Está seguro, jefe?
TOQUES. - No pongan esa cara de enterrador.
(Los hombres lo palmean y salen.
CARNADA fuma y echa una ojeada desde la puer-
ta. LAURIE duerme.)
CARNADA (al TOQUES). - ¿Que no te podrías pagar un
contador? Yo me aburro mirando el techo•...
(El levanta la vista y después continúa con su
trabajo.)
Si la gringa se duerme, no tengo ni con quién pla-
ticar ...
TOQUES. - Le di para que se duerma hasta mañana. No
me gusta oírla cacarear ... Ya son dos semanas que
esto se alarga.
CARNADA (esperando la reacción del TOQUES). - Se me
olvidó contarte una cosa ... Yo desde que lo vi, a Fer-
nando, me quedé pensando en algo.
TOQUES. - ¿Quién es Fernando?
CARNADA. -Tu bolerista favorito.
(El TOQUES deja notar que el personaje lo tiene
intranquilo.)
TOQUES. - Sí...
CARNADA. - A mí me pareció, desde el primer día, que
lo conocía de algún lado, ¿no ... ?
... Y le pregunté si nunca había andado por Tijuana.
Y me dijo que no ... Y hace rato un cliente me dijo
que ya lo había oído cantar, allá en Tijuana.
TOQUES (de pronto muy alarmaáo). - ¿Estás segura de
lo que estás diciendo?
CARNADA. - Sí. Y te lo cuento porque no me gusta la
gente que echa mentiras.
TOQUES. - Los ministros se lo van a cargar, si no se
anda derechito. (Vuelve a las c11entas.) Déjame tra-
bajar.
CARNADA. - Yo no te dije otra cosa.
TOQUES. - ¿Qué ... ? (Silencio.) ¡Escupe, ándale ... !
CARI'\ADA. - Por miedo de que me chantaras con una
tranquiza.
TOQUES (ya de pie, to111dndola de wz braza). - Te la voy
a dar si no cuentas.
CAR!'\ADA. - Una noche me descuidé y dejé la puerta
104
abierta. Tú me habías dejado cuidando a Ja gringa
y yo me fui hasta Ja barra a buscarme un trago.
Cuando regresé, él estaba acá adentro, preguntándo·
Je cosas ...
TOQUES (furioso, sacudiéndola). - ¡Y tú, ahogada, espe-
ras hasta ahora ... ! Tienen razón Jos demás. Tú, suel·
ta, eres un peligro ... (Tocan a la puerta.) ¿Quién es?
FERNANDO (desde afuera). - Patrón, ¿me puede pagar Ja
noche? Ya están cerrando.
ToouEs (haciendo seria a CARNADA de que le abra). - Si,
un momento ...
CARNADA (quitando el pasador, abre). - Pásale ...
FERNANDO (tratando de mantener las distancias). - Gra·
cias.
CARNADA. - Nos contaron que en Tijuana también tra·
bajabas efectivo ...
FERNANDO. - No conozco Tijuana.
TOQUES. - Nos dijeron que sí.
CARNADA. - Y a la gringa, ¿qué le andabas preguntando?
TOQUES. - Lo siento, angelito. Pero de acá no sales has·
ta que sueltes todo.
FERNANDO. - Ustedes se están confundiendo. Yo no ando
en ésas ...
TOQUES (sacando el revólver). - Sí. Tú eres limpio y no·
sotros Ja mugre.
FERNANDO. - Claro que estoy limpio. Y no tengo por qué
rendirle cuentas a nadie.
TOQUES (golpeándolo con el cilindro de la pistola en la
mejilla, lo tumba). - A mí sí me vas a rendir cuen·
tas ... (A CARNADA.) Tú apúntale mientras yo le saco
todo ... (Alcanzándole el revólver.)
CARNADA. - Dame el silenciador, Toques, que todavía hay
gente adentro.
TOQUES. -Ahí está, en el segundo cajón. (A FERNANDO.)
Yo creo que tú, vivo, de acá no sales. Porque ya sa·
bes demasiado. Lo único que te puede salvar es que
sueltes todo Jo de tu jefecito en TÍjuana; porque si
no cuentas nada, te dejo seco ahí mismo donde
estás.
CARNADA (colocando el silenciador a la pistola). - Son-
risas, mejor es que escupas ahorita, porqi¿e al To-
ques no le gusta perder el tiempo.
JOS
FERNANDO (algo atontado por el golpe). - Una confu-
sión ... ¡Debe ser una confusión!
ToouEs. - Pues se va a aclarar ya... Dame Ja fusta,
Carnes.
CARNADA. - ¿Qué vas a hacer?
TOQUES. -Tú Jo dijiste. No me gusta perder el tiempo.
CARNADA (de pronto seria, hiératica, al ToouEs). - Ya;
no te gusta perder el tiempo.:~ '
(Sorpresivamente le dispara en la frente al To-
OUES. Este cae muerto instantáneamente.
FERNANDO se acerca al ToouEs. Lo ausculta.)
FERNANDO. - ¡Está muerto!
CARNADA. - Lo hice por ti, Sonrisas. Si no, te tronaba.
FERNANDO (haciendo gesto de ir al teléfono). - Hay que
llamar a Ja policía inmediatamente.
CARNADA. - ¡Imposible! (Le impide el camino al telé-
fono.)
FERNANDO. - Fue en defensa propia ... Yo voy a declarar
en tu favor.
CARNADA. - ¡Imposible! Yo no puedo ir a Ja policía. Ten-
go una cosa pendiente, Sonrisas.
FERNANDO. - Pero te van a buscar.
CARNADA. - Por eso tú me tienes que ayudar.
FERNANDO. - ¡¿Yo?!
CARNADA. -Te acabo de salvar Ja vida. ¿No es cierto?
FERNANDO. - Pero tú me estabas acusando con el To-
ques.
CARNADA. - Fue comedia, para que me diera la pistola.
FERNANDO. - ¿De veras?
CARNADA. -Tú estás vivo, ¿no? Y a él, míralo. Pero no
debemos perder un segundo. Carga a Ja gringa, tene-
mos que salir por la cochera.
FERNANDO. - ¿y Ja gringa para qué?
(CARNADA, mientras, busca en los bolsillos del To~
QUES las llaves del carro. Las encuentra.)
CARNADA. - Saliendo de acá, te explico. Tú haz lo que te
digo.
FERNANDO. - No, yo voy a llamar a Ja policía.
CARNADA. - ¡Te salvé la vida! ¡/\hora ayüdamc tt'1 a mí ... !
(FERNANDO carga ll la gringa. CARNADA cstd C/1 la
puerta, vigilando si no viene nadie. En ese mo-
mento se oyen pasos. Son dos músicos que pasan
106
por el pasillo rumbo a la salida, platicando pací-
! icame11te. CARNADA cierra la puerta.)
Músico 1 (a ~1 ús1co 11). - El Toques prometió que nos
daba la cervecita al final... ¿Por qué no le hablamos?
Músico 11. - Estaba ·contento con toda la gente que
vino, pero se le olvidó ... (Siguiendo de largo.) ¡Déja-
lo ... ! (Se van.)
(CARNADA vuelve a abrir la puerta. Salen f i11almen-
te. CARNADA abre el carro, colocan a LAURIE en el .
asiento de atrás. CARNADA al volante. El levanta la
persiana. Sube al carro y arrancan.)
FERNANDO. - ¿Adónde vamos?
CARNADA. - No sé ... (Pausa.) De veras no sé.
FERNANDO. - ¿Cuál es la cosa pendiente? ¿Lo que tie-
nes ... lo que usted tiene con la policía?
CARNADA. - Una cosa que pasó en Tijuana. Pero si me
ayudas, eso se arregla. Hay que ir a Tijuana.
FERNANDO. - Yo estoy de acuerdo en ayudarla, si me da
todas las explicaciones del caso. Por qué es y cómo
se puede arreglar.
CARNADA. - Hubo un lío por una carga de polvo y me
acusaron a mí... Pero hay un testigo que me puede
salvar, si él quiere.
FERNANDO. - ¿Dónde está? Hay que llamarlo ahora
mismo.
CARNADA (insegura). - A mí me da pena, es un tipo im-
portante.
FERNANDO. - Lo llamo yo.
CARNADA. - Mejor verlo en Tijuana.
FERNANDO. - No. Yo lo llamo ahorita.
CARNADA. - Qué mensa fui. No saqué dinero del des-
pacho.
FERNANDO. - Yo no tengo nada.
CARNADA. - Para la gasolina hasta Tijuana.
FERNANDO. - Do,ble acá a la derecha. Está mi casa cer-
ca. Ahí tengo casi mil pesos.
107
tiene. FERNANDO baja. CARNADA mira en torno.
LAURIE tiene un sueiio agitado, balbucea.
CARNADA. - Gringa ... (la palmea cariñosa.) Duerme tran-
quilita, gringa, que no te vamos a hacer daño.
LAURIE. - Sartencito de latón ...
CARNADA. - ¿Qué quieres?
LAURIE (por momentos con los ojos entreabiertos). -
Sartencito de latón ...
CARNADA (entre dientes). - Sartencito de latón ... ¿Qué
chingados querrá decir?
(Vuelve a mirar hacia adelante. Ve un periódico
de México doblado en la guantera, lo despliega. le-
vanta la vista tramandd algo. Abre la página de
avisos necrológicos, recorre nombres.)
No, éste no aguanta ... muy pobretón ... ~ste ... tam-
poco. Muy popo f. ..
(Se detiene en w10: «Lic. Enrique Gómez Quija-
no». El sepelio se anuncia en su domicilio de la
calle de Guaymas, Colonia Roma.)
¡~ste ... !
(FERNANDO baja; ha cambiado su smoking blanco
por un blue jeans y una camisa. CARNADA se corre
al otro asiento.)
¿Manejas?
FERNANDO (tomando el volante). - Sí. Acá traigo Ja lana.
CARSADA. - Lo primero es cargar el tanque.
FERNANDO. - No, lo primero es llamar al hombre ese,
al testigo. Yo mismo.
CARNADA (con un fondo m11y velado de burla). - Si tú
insistes.
FERNANDO. - Es la única condición que pongo.
CARNADA. - Desde mi hotel.
108
FERNANDO. - ¡Es un ministro!
(Se alejan rápidamente.)
CARNADA. - No es posible que ya Jo hayan encontrado.
FERNANDO. - ¿Qué otra cosa puede estar haciendo en
su hotel?
CARNADA (c1111big11a). - No sé, yo no lo trato ...
FERNANDO. - ¿Seguro que no te traes nada con él?
CARNADA. - Es un asesino de lo peor.
(FERNANDO ve un bar abierto a media c11adra de
ti ist a11cia.)
FERNANDO. - De allá se puede hablar. .. ¿Sabes el nú-
mero ... ?
CARNADA. - Sí...
FERNANDO (casi llegando). - Pero tú te bajas conmigo.
CARNADA, - Pero acá pueden ver el carro ... (l'icndo una
entrada a una casa.) Mejor cstaciónalo allá ...
(FERNANDO obedece y estaciona el carro.
CARNADA colcca el arma en la guantera.
Dejan a LAURIE en el asiento trasero.
Entran al bar. Hay w;os pocos parroquianos,
ya con muchas copas. FERNAKDO muestra al CAN·
TJNERO im billete de veinte pesos.)
FERl'\ANDO. - ¿Me permite el teléfono, por favor ... ?
CANTINERO (impersonal). - Ahí al fondo ... (Toma el bi-
llete.)
CARNADA (llegando al teléfono). - No me acuerdo del
número; pero la operadora te lo puede dar por la
calle ... en México.
FERNANDO (cogiendo el teléfono). - ¿Qué calle?
CARNADA. - Calle de Guaymas 38, licenciado Enrique Gó-
mez Quijano ...
(CARNADA va a la barra, mientras FERNANDO pide
la llamada. Pasa revista a las diferentes botellas,
con adoración.)
Gin ... Vodka ... Whisky ... Bourbon ... Cognac ... Gin ...
(les hace se1ial de beso frunciendo los labios. Des-
pués mira otro estante de licores dulces: Drambuie,
Kalúa, Strega, Anís del Mono, y les pone mala cara.)
¡Qué asco!
109
Residencia en México
Bar. Hermosillo
110
Sala de estar del departamento de Laura
Bar
(CARNADA mira a FERNANDO como algo inalcanza-
ble. Salen.)
Calle
(En la calle, descubren que el coche ha desapare-
cido. También LAURIE.J
FERNANDO. - ¿Quién se lo pudo haber llevado?
CARNADA (realmente alarmada). - ¡No me explico!
FERNANDO. - Su amiga ... le pudo haber abierto a cual-
quiera que pasaba.
CARNADA. - No es posible.
(Se ve un coche acercarse.
FERNANDO divisa a distancia que en el carro vie-
ne el H o MBRE 11 al volante, a su lado el H o:\!·
DRE l. FERNANDO empuja a CARNADA a un zaguán
para ocultarla. El coche sigue.
CARNADA está realmente asustada.)
¿Nos vieron?
FERNANDO. - No ... pero les faltó poco.
CARNADA (temblando, llorosa). - Sonrisas ... Tengo mie-
do ... A los ministros les tengo miedo. Ahora ya venía
el otro también.
FERNANDO. - Estaría arriba revisando tu cuarto ...
CARNADA (descontrolada). -Ayúdame, por favor. (Lo
abraza.) Agárrame fuerte.
(FERNANDO, después de titubear un momento, la
abraza fuerte.)
FERNANDO. - ¿Qué pasa?
C\ltNAllA. - ¿Te doy asco?
FERNANDO. - No ... pero tampoco otra cosa.
CARNADA (realmente asustada, necesitada de protección).
¿No te gusta tenerme así, aunque sea tantito?
111
FERNANDO. - Yo te voy a ayudar, porque me salvaste la
vida. Pero ahí párale, porque soy de otra clase, me·
jor o peor, quién sabe ... pero de otra clase. Y no me
mezclo.
112
FERNANDO.-¡Suena raro!
SOBREDOSIS. - Es por Sobredosis. Un enfermero me vio
un día en trusita y de ahí salió ...
CARNADA (llevando a FERNANDO aparte, de un braza). -
Pues, Sobre, nos estamos viendo ...
SoDREnos1s. -Acá voy a estar, mi reina.
FERNANDO (saludándola). - Nos vemos ...
SOBREDOSIS. - Ándele, guapo.
CARNADA (a FERNANDO). - Oye, traigo encima una carga ...
comprometedora, ¿ves? Algo que le daba a la gringa
pa' calmarla. Hay que echarla al excusado .. .
FERNANDO. -Te espero en el chino de enfrente ... (Esbo-
za una sonrisa.) No sé cómo, pero me dio hambre.
(CARNADA le guitia un ojo y entra al baño de da-
mas.
SOBREDOSIS la mira. Nota que un hombre que
leía un periódico sigue a CARNADA con la mirada y
después cambia una mirada con otro hombre que
aparentemente espera junto a una ventanilla. El
hombre del periódico dobla las hojas y se aposta
en ur1 rincón cercano al baño de damas. SOBRE-
DOSIS, entonces, disimuladamente, entra a buscar
a CARNADA.
CARNADA se está retocando el maquillaje junto
al espejo.)
CARNADA. - Ven a embellecerte, tú también.
SOBREDOSIS. - Se me hace que alguien te anda siguien-
do: la chota, ¿no?
CARNADA. - ¿Qué sabes ... ?
SOBREDOSIS. - Es que hay un bigotudo ahí, en la puerta,
y te vio entrar.
CARNADA (mirando alrededor). - Esto no tiene salida.
SOBREDOSIS (señalando una ventana que hay a un lado).
Con una poca de dieta, pasabas por ahí.
CARNADA (dándole la bolsa). - Tenme esto, ¿sí?
(SOBREDOSIS le tiene la bolsa, mientras CARNADA se
encarama en el lavabo y de al1í· pasa a la ventana.)
SOBREDOSIS. - Yo también pasaba; es nomás de cortar
las tortillas.
CARNADA (cuchicheando). - ¿Me haces otro favor? Si no
te sigue la poli. ..
SOBREDOSIS. - Me pongo changa.
113
CARNADA (de prc11to, dcsc11brie11do la maleta). - Pero es
que tienes que cargar eso.
SOBREDOSIS (levantá11dcla). - Está vacía. Mi viejo me
prometió regalos y me vine preparada.
CARNADA. - Pues aquí enfrente está mi amigo. Dile que
lo espero ... No sé ... ¿dónde crees?
SOBREDOSIS. - ¿De ahí adónde saltas?
(CARNADA mira. Ve 1111 patio muy oscuro de camio-
11cs de carga.)
CARNADA (lzablando en voz baja lzacia afuera). - Aquí
hay un chingo de camiones ...
SOBREDOSIS. - ¿Un chino de camiones? ¿Qué es eso?
CARNADA. - Un «chingo», manita.
SOBREDOSIS. - Ah, es que yo no soy malhablada, por
eso.
CARNADA. - Parece que son camiones de carga, y está
reteoscuro.
SOBREDOSIS. - Espéralo ahí entonces ... ¿Pero dónde me
dijiste que estaba tu papacito?
CARNADA. - En el bar del chino de aquí enfrente ...
(SOBREDOSIS lzace gesto de señora pudibunda.)
Sí, chino de China.
SOBREDOSIS. - ¿No, chino ... (Aspirando la «g».) de chi-
no?
CARNADA. - No, dile que acá lo espero. (Salta. Se oye un
«¡ay!» apenas sofocado.)
SOBREDOSIS. - ¿Te hiciste daño?
CARNADA (enderezándose). - Hummm ...
SOBREDOSIS. - ¿Te duele?
CARNADA. - Ay ...
SOBREDOSIS. - ¿Te duele ... (Aspirando la «g».) un chino?
CARNADA. - Un chino y un japonés, manita ...
Sala de la terminal
Salida del bai1o de damas
114
trata de despistar ante el POLICÍA). - ¡Virgen Santa,
.
como pesa ....1
POLICÍA (mirando por encima de su periódico, burlándo-
se veladamente). - ¿Necesita ayuda, señorita ... ?
SOBREDOSIS (muy digna, siguiendo su camino). - Yo no
hablo con desconocidos. (Para sí.) Y menos con la
chota, güey ...
Calle. (Amanecer)
115
GUARDIÁN. - Pásenle; pero sálganse al ratito. Está pro-
hibido entrar.
SOBREDOSIS. - Gracias, rey.
FERNANDO. - Muchas gracias.
(No saben Tiacia dónde avan::ar. Van orillando la
parte más oscura. De pronto, oyen 1111 chistido.
Descubren a CARNADA escondida detrás de unos ca-
jones de carga. Se le acercan después de verificar
que el GUARDIÁN está de nuevo en su garita.)
CARNADA. - Acá no nos ven ...
FERNANDO. - Hay que subirse a un camión, para largar:
nos .•.
CARNADA (señalando un camión que están alistando en el
rincón de la luz).- :Ese va a Tijuana, pero está lleno
hasta el tope.
FERNANDO. - Lo importante es salir. A Tijuana llega-
mos de cualquier lado.
(No lejos de allí pasa una especie de CAPATAZ y un
CAMIONERO en dirección a otro de los rincones
oscuros. Los tres intrusos se esconden.)
CAPATAZ. - Tú sales ahora, Pancho, lo siento mucho ...
CAMIONERO. - ¿Y por qué me tienen que recargar a mí?
Hoy me tocaba libre al mediodía.
CAPATAZ. - Ni modo. Te están esperando para cargar a
las diez en Cutauta. Ándale. (Preparando una plani-
Ila.) Y fírmame ya la salida.
(FERNANDO hace señas a las mujeres de seguir al
CAPATAZ y al CAMIONERO. Se encarama a la parte
de atrás del camión, cubierta apenas con una
lona que se puede levantar. Extiende un braza a
CARNADA para que suba.)
CAPATAZ. - Espérate, que me falta el número ...
CAMIONERO (de mala gana). - ZV-387 ...
(CARNADA tiene difcultad para encaramarse. So-
BREDOSIS junta las manos para servirle de estribo.
Al encaramarse CARNADA, su peso hace que SOBRE·
DOSIS tuerza un tacón y lo rompa, forzando tam-
bién el tobillo, todo en silencio.)
FERNANDO (eiI voz muy baja, a SOBREDOSIS).-¿Y usted,
qué hace ahora?
(Se oye el motor en marcha del camión.)
116
SOBREDOSIS (con mueca de dolor, tocándose el pie). -
Sabe ...
CARNADA. - ¿Te duele?
SOBREDOSIS. - Un chino y un japonés. Y un méndigo
gringo ...
CARNAIJA (a FERNANDO). - La llevamos, ¿ch, Sonrisas?
SonREDos1s (extrañada). - Sonrisas ...
FERNANDO (tirá11dole el brazo). - Suba si quiere ...
(r t1 c'.•;fá arrancando el camión; pero 111a11iobra
despacio para encontrar la salida.
So11REuos1s no logra subir. FERNA!'\DO baja de
u11 salto. La ayuda a subir, leva11tá11dola co11 gra11
esfuerzo.)
SOBREDOSIS. - Es la pulsera lo que pesa ...
(FERNANDO logra e11cara111arse a último momento.)
Gracias, corazón ... (Vie11do que la maleta lia queda-
do atrás.) Mi veliz del alma ...
FERNANDO (echándose plano al fondo del acoplado). -
¡Agáchense ... !
(El camión se detiene un momento a la salida.
El GUARDIÁN levanta ligeramente la lona.)
GUARDIÁN (anotando e11 una planilla). - ZV-387, vacío,
dirección Cutauta.
CARNADA (cuando ya el camión lia arrancado, burlo11a). -
Sobredosis, ¿por qué te gustaba tanto ese veliz?
SOBREDOSIS (ya acomodándose sentada junto a CARNADA;
encendiendo los cigarros de ambas después de con-
vidarla). - Era de mi patrona. Yo soy cocinera, ¿sa-
bes? Y ayer vino a comer un fulano y se me metió
en la cocina, porque dizque le gustó mi mole. Y me
dio la cita. Y entonces me traje el veliz de recuerdo ...
(fERNAr\DO escucha, pero no festeja el relato. E11
cambio a CARNADA le divierte.)
CARNADA. - ¿Te gusta todo lo ajeno ... ?
SOBREDOSIS. - No, apenitas el veliz, porque me lo iba a
llenar con lo que me comprara el pelado ... (A FER·
NANDO.) Sonrisitas, ¿por dónde queda Cutauta?
FERNANDO. - Camino a Tijuana, es un pueblo cerca del
mío ... (Se acomoda para dormir, bosteza.) Unas cua-
tro o cinco horas ... (Vuelve a bostezar.) Vamos a res-
pirar aire puro, cuando menos ...
117
(CARNADA mira a SOBREDOSIS, burlándose del amor
de FERNANDO por el aire del campo.)
(Día)
118
CARNAIH. - Ya no muelas ...
SOBREDOSIS. - Si me cuentas, te doy dos cigarros y yo
me quedo sólo con uno. (Los saca y se los da.)
CARNADA (recibiéndolos).- Sobredosis, qué mensota eres,
¿no sabes que a nosotras nos encanta contar las
penas?
So11Rrnos1s (¡nmh'11tlost! triste). - ¡\ mí el primero no
fue a la fuerza, pero con engañito sí.
CARNADA (irónica, enciende el cigarro). -
«Yo conocí el amor,
es muy hermoso,
pero en mí fue (sopla el cerillo)
fugaz y traicionero ... »
SOBREDOSIS. -
« ... Volvió
engañoso (se1iala a CARNADA)
lo que fue (se ,.:e1iala ella)
sincero;
pero fue un gran amor,
y fue el primero ... »
¡Ay, chingados ... !
CARNADA. - ¡No, que no!
SOBREDOSIS. - Ay, chinos, quise decir ...
CARNADA (aspirando el !tumo). - Mi papá tenía un cam-
po, acá en el norte, y no sembraba maíz, no \'ayas a
creer.
119
Disolvencia lenta a:
Campo. (Día)
CARRO IJLTIMO MODELO, DE OUH\CE AÑOS ATR,(S
Cocina
En la sala de la casa
120
MORENO. - Parece que alguien necesita que lo enderecen
tantito ...
PADRE. - Moreno, yo no le pido más que lo justo.
MORENO. - Usted es un campesino ignorante.
PADRE (perdiendo control). - Y usted un bandido, yo
sé rcbién la porquería que es usted.
MINISTRO (dándole una trompada que lo hace trastabi-
llar). - ¡Cállate, pinche peón!
CARNADA (entrando, desesperada). - ¡Por favor, no le ha-
gan daño!
MORENO (mientras dos de los guardaespaldas agarran
al PADRE de los brazos, i11111ovilizándolo). - ¿Y tú
quién eres, mi cielo?
CARNADA. - Por favor, se lo suplico, no le hagan nada ...
MORENO. - Si tú lo pides .. .
PADRE. - Vete de aquí tú ... Les va a dar vergüenza apro-
vecharse contra uno solo ... enfrente de ti.
MORENO. - Ya que tu hija me lo pide, no te vamos a ha-
cer nada. Pero, ¿y tu mujer, dónde está?
GUARURA l. - Lo dejó hace años al pinche peón éste ...
MINISTRO. - ¡Era guapota como la hija!
MORENO. - Y Ja hija, va a ser piruja como la madre, de
seguro ...
PADRE. - Yo a usted, me Jo voy a chingar un día, ¡pala-
bra!
MORENO. - Pues entonce!: hay que divertirse antes.
(A CARNADA.) Llévanos para adentro, ¿no? (Hace se1ias
a los otros dos guardaespaldas de agarrarla.)
(El MINISTRO se adelanta a abrir las puertas bus-
cando la recámara de la MUCHACHA.)
CARNADA. - Papá, sálvame ... Por favor ... no los dejes ...
MORENO (al PADRE). - Y vente tú también, ¡vas a ver
cómo te diviertes mirando ... !
CARNADA. - Se Jo suplico, por Jo que más quiera ... Ya
váyanse ...
MORENO. - No te quejes, que te va a gust_ar ... Y yo soy
re bueno pnra !ns nuevecitas ... Los o~ros no te vnn
a tocar. .. Tú vas a ser para mí solo.
(La cámara permanece en la sala.
Dos guardaespaldas se llevan a la muchac11a
y los otros dos al PADRE. El jefe empieza a. aflo-
jarse la ropa. Los sigue, por último, el MINISTRO.)
121
Voz DE CARNADA [off]. - Yo rogué para que mi papá no
mirara, que cerrara Jos ojos... ¡pero no fue así!
Recámara de la muchacha
122
dida, denota una infinita tristeza a la vez que
sensualidad.
Voz DE CARNADA. - ... Mi papá no dijo nada. Se fue sin
hablarme. Nunca me iba a perdonar ... porque aquel
criminal me había gustado ... me había gustado mu-
cho ...
Disolvencia lenta a:
Camión. (Día)
123
Voz DE CARNADA. - ... Sí, como si fuera poco, toda esta
sal. .. encima siempre sin cigarros ...
•'
Voz DE FERNANDO (sobre su rostro, manejando en el
carro rumbo a Tijuana). - Lo que oí me impresio-
nó. Se me ocurrió que toda esta pesadilla podía
tener un sentido ...
124
FERNANDO (viendo que está cerca un pueblo, y frente
a la gasolinera). -A bajarnos aquí ...
CARNADA. - ¿Y por qué, tú?
FERNANDO. - Mejor cuando no nos vea ... ándale ...
(Le obedecen. Mira hacia afuera, de un lado hay
un empicado carga1ulo gasolina. FERNANDO les in-
dica bajar del otro lado, en silencio.)
125
SOBREDOSIS se quita la toaIIa y se coloca un
pañuelo en la cabeza.)
SOBREDOSIS. - Yo me voy a buscar cigarros. ¿No me
das una feria?
FERNANDO (dándole un billete). - Pos sf...
CARNADA (apareciendo en la puerta del baño, envuelta
en la toalla). - Espérame, Sobre, ya casi estoy lista.
SOBREDOSIS (gui1iá11dole el ojo, fingiendo a11te él). - No,
mana, me quemo por una hacha. So long, baby ...
(Sale.)
CARNADA (a FERNANDO). - Mira para el otro lado ...
FERNANDO (volviéndose para ver a CARNADA). - Quiero
hablar contigo ... con usted.
CARNADA. - Pues tú métete ahora, así, mientras, yo me
visto ...
FERSASDO (yendo hacia el baña). - E~tá bien ... ( F:ntra
al ba1io, abre el agua de la ducha.)
(CARNADA se acerca a la puerta del baño, dando la
espalda para 110 ver.)
CARNADA. - Deja la puerta medio abierta, así te oigo ...
FERNANDO (desvistiéndose). - Tus amistades de Tijua·
na ... ¿no te pueden venir a buscar?
CARNADA. - Hay que usar el teléfono lo menos posible.
FERNANDO. - ¿Seguimos esta noche?
(Se oye que FERNANDO está bajo la ducha.)
CARNADA. - Ya tenemos pagado este cuarto, ¿no ... ? Me-
jor mañana temprano ...
(Se oye en seguida un casi imperceptible golpe
en la puerta.)
Espérate tan tito ...
(Por debajo de la puerta aparecen cinco cigarros.
CARNADA los recoge sonriente. Los huele. Vuel-
ve a la puerta.)
FERNANDO. - Hay que cuidar los pesos, por lo que
pasó ... Tus cuates pueden haber salido ... Y somos
tres bocas ...
CARNADA. - Discúlpame, Sonrisas, por todo este lío ...
FERNANDO. - No... discúlpame tú, si fui bronco de
más ...
CARNADA. - No digas eso ... Yo a veces me pongo muy
necia ...
126
FERNANDO. - No, tú eres ... buena persona ...
(CARNADA 110 se controla y entra e11 el ba1io.)
CARNADA. - ¿Quieres que te enjabone la espalda ... ?
(FERNANDO la toma de un brazo, le quita la toalla.
La mira, la trae hacia sí, la besa y la abraza bajo
la duclza.)
Voz DE FERNANDO (sobre la pareja bajo la d11clia besán-
dose y abra:.d11dose cu11 voracidad impresio11a11te).
- De pronto me di cuenta de que quería tenerla
así...
(La toma de las muiiecas y la pone contra la pa-
red para observarla.)
... desde la primera vez que la vi ...
Voz DE CARNADA (sobre las mismas imágenes). - ... Te-
nía hambre de él, mucha hambre ... ¡Pero qué estoy
did1·wlr1' f /1 '/lit': lt'llÍi1 1·u ~l'il rk i/ J ¡11 ~/; /1¡
que es eso: tener sed.
127
Entrada al palenque. (Noche)
128
Palenque. (Noche)
129
sentan para la siguiente riña). - Si no eres tú la de
la sal, escoge, ándale ...
SOBREDOSIS (observando los gallos). - Para ablandarlos
habría que hervirlos días, y con tantito vino.
CARNADA (de repente decidida). - Dame los trescientos ...
SOBREDOSIS. - Ni loca ...
CARNADA. - Suéltalos te digo, me late el negrote ...
SOBREDOSIS (dándole un solo billete). - Cien, y dame
las gracias.
CARNADA (arrebatándoselo). - Si gana, no te lo voy a
perdonar nunca. (Da el billete al empleado, que lo
recoge.) Al negrote ...
(Se trenzan los gallos.)
(A SOBREDOSIS). - ¡Ay, Sobre, te voy a tronar la bol-
sa en la cabeza ... !
Gasolinera. (Noche)
Palenque
130
CARNADA. - Le tengo miedo, me va a madrear, y con
toda la razón ...
SOBREDOSIS. - No es de ésos, ¡qué te crees!
CARNADA. - Me va a madrear, yo sé ... (Escapa, corrien-
do. Pasa junto a FERNANDO, quien no hace nada por
detenerla.)
SOBREDOSIS (llegando adonde está FERNANDO; le da los
doscientos pesos que les quedan). - ¡Perdimos
todo ... !
FERNANDO. - ¿Adónde fue?
(SOBREDOSIS se encoge de hombros. FERNANDO
sale a la fe ria y mira:
Detrás del puesto de las hebillas y las botas
está CARNADA, con la cabeza baja, como un nüio
esperando Sil castigo.
FERNANDO le habla muy seriamente.)
Encontré quien nos lleve a Tijuana ... por quinientos
pesos.
CARNADA (con la cabeza baja). - Quedan doscientos.
FERNANDO. - Ni modo.
CAP'!>."~ f)A. - / r-,'r; •.t' t'r1;,; •· ~ t
131
(SOBREDOSIS los sigue a pocos pasos, con ojos
muy abiertos.)
CARNADA . .:_ Me lo merezco, y por eso no te voy a dejar
de querer ... Te voy a perdonar si me lastimas ...
(FERNANDO se detiene. La toma de los brazos. Se-
rio, con ternura 11111\' contenida.)
FERNANDO. - ¿Qué eres tú? ¿Una perra ... ? ¿Cómo hay
que tratarte a ti ... ? ¿Como a una perra de la calle?
(CARNADA baja la cabeza. Su expresión es oscura.
Más que nada, refleja un profundo resentimiento.
[EN PLANO MUY ALEJADO] se los ve subir al
camión. Las dos mujeres ,adelante, con el camio-
nero, y él atrds, en el acoplado.)
Voz DE FERNANDO (sobre su imagen en el acoplado del
camión, un rostro que denota gran expectativa ante
lo que está por suceder). - ... ¿Qué me pasaba con
ella? Me daba lástima, eso era todo; pero la idea
de que una vez en Tijuana la perdería de vista no me
gustó ...
Voz DE CARNADA (sobre su imagen en la parte delantera
del camión, reflejada en la ventanilla, noche cerra-
da). - ... No me pegó, porque no le importa que sea
una perra. Quiere que sea una perra, para que me
pierda en una calle de ésas. Una perra rabiosa que
muerde ... y mata.
132
CARNADA (mirándose los anillos y pulseras). - No, cam-
bié de opinión ... (Baja.)
SOBREDOSIS (bajando). - ¡Qué bonita tarde!
CARNADA. - Es la mañana, mensota ... (Enfrentando a
FERNANDO, que también Ita bajado.) Espérense un mo-
mento ... Tengo algo que ver ...
(CARNADA cruza /a calle. FERNANDO se apresta a lla-
blar con el CAMIONERO. SOBREDOSIS queda miran-
do a CARNADA.)
Taquerla
En la trastienda
En el cuartito de la trastienda
.
Hay un camastro, también una cómoda con w1
espejo.
TAQUERA. - Van a ser cincuenta dólares.
CARNADA. - Está bien ...
(La 11111jer va al patio. De a/tí a otro cuarto.
133
CARNADA aprovecha y abre la otra puerta que
da al pasillo.
Allí está LAURIE echada en el camastro corres-
pondiente. Viste la misma ropa de la noche de la
fuga.
CARNADA vuelve a su cuartito rápidamente.
Aparece 1111 hombre aindiado, de unos sesenta
aiios, con 1111a jeringa.)
CARNADA. - Perdóneme, pero dejé el dinero en el carro,
regreso en seguida.
(Para congraciarse, le hace una caricia furtiva a
la brag11eta.)
TAQUERO (sonriente). - No corre prisa ...
Calle
134
AGENTE (sentado junto a otro de su mismo uniforme).
- Agente, para servirle.
SOBREDOSIS. - Les vengo a dar un pitazo .. .
AGENTE 11. - Ve a la delegación, chulita .. .
SOBREDOSIS. - No hay tiempo ... Es ahí en El Sartencito.
AGENTE. - ~sa es buena gente, y hacen buenas gordi-
tas, así como tú ...
SOBREDOSIS. - ¡Humm, ligué ... ! Ellos a ustedes les echan
caldito, como a los tacos.
AGENTE 11. - ¡Qué mal pensada, la chivatona ... !
SOBREDOSIS. - Pos si ustedes son amigos de los taque-
ras, tienen que venir a defenderlos ...
AGENTE (al otro). - ¿De quiénes?
SOBREDOSIS. - Tú ve desde acá si quieres, y vigila a una
vieja buenota que se los quiere cargar ...
AGENTE. - ¿A quién? ¿A nosotros?
SOBREDOSIS. - No, a esos pobres inocentes de los taque-
ras ...
AGENTE. - Súbete, ándale, si quieres que te paguemos
la chivateada.
SOBREDOSIS. - No, yo soy dedo profesional y sé que hay
que pasar por la comisaría de bar-rio ... (Se va.)
(Busca a FERNANDO. Lo encuentra en la misma
farmacia frente a la taquería.
FERNANDO está mirando hacia la taquería, tras
la vitrina. Llega SOBREDOSIS.)
(Desde el exterior). - Sonrisas ... (Le hace señas de
salir.)
(El se niega. Ella entra ... )
farmacia
FERNANDO. - Quiero ver ... quiénes son los que llegan ...
(SOBREDOSIS ve llegar un coche muy veloz que se
estaciona frente a la taquería. Bajan tres indivi-
duos.)
SOBREDOSIS. - Rápido, como escupida de músico ...
- (Al momento salen, con el arma en ristre 11no de
ellos. Los dos restantes, sosteniendo a LAURIE.
Dctr1t~. CAnNAllA. S11/lc11 al carrn rcípidamente, sn-
lamente CARNADA queda e11 la banqueta, mirando
135
hacia donde pueda estar FERNAt·mo; CARNADA, a los
del carro, hace setias de esperar. Cruza la calle.
En eso los maleantes ven el carro de la poEcía
y arrancan a toda velocidad.)
SOBREDOSIS. - No te muevas, que ahí está la chota ...
(Ven que llega la policía y detiene a CARNADA.)
FERNANDO. - La agarraron por esperarme a mí.
(El carro de la policía desaparece con CARNADA.)
SOBREDOSIS (como sabiendo más de lo que admite). -
Ella tiene amigos en Tijuana, que la van a ayudar ...
Acá el pobre diablo eres tú, mejor pícale ...
FERNANDO. -¿Pero, adónde ... ?
SOBREDOSIS (sacando dosciento'S pesos del escote). -
¿No tienes padres ... ? Toma esto.
FERNANDO (aceptándolos). - Gracias ... Te lo tenías es-
condido ...
SOBREDOSIS. - Es préstamo. Si pasas por acá, me cono-
cen en la fonda del Chucho; no dejes de buscarme ...
136
FERNANDO. - Sí... hay que hacer algo para sacarla del
tambo ...
SOBREDOSIS. - No te apures, Sonrisas. Ella está mejor
de lo que te piensas ... (Sacándose el delantal. A una
colega.) No me tardo.
(La colega asiente con la cabeza, pasando con una
charola cargada.)
FERNANDO. - ¿Dónde nos vamos?
SOBREDOSIS. - Aquí todo está cerca ...
Cabaret Mamboloco
Entran por el ingreso lateral SOBREDOSIS y FER-
NANDO. Caminan por un pasillo. SOBREDOSIS des-
corre una cortina de colgantes y se ve el interior
del cabaret. CARNADA está iniciando su número
de danza. Es muy aplaudida. Terminado el nú-
mero va a un palco.
Allí estd el MORENO, el mismo a11tor ele su
violación ai'ios atrás. Se le ve mayor, pero toda-
vía atractivo.
FERNANDO ve cómo ella se ac11rr11ca contra él,
da la impresión de constituir una pareja de aman-
tes que llevan algún tiempo j11ntos, se les ve cari-
ñases y al mismo tiempo muy cómodos el uno
con el otro.
SOBREDOSIS. - Es el Moreno, aquel del que contó. Pare-
ce que todo fue cierto, menos lo de la muerte de él. ..
(FERNANDO queda sin habla. Mira a la pareja. No
les puede quitar la vista de encima. CARNADA, en
cierto momento lo ve, se disculpa ante el MORENO
y va hacia FERNANDO. Este retrocede, se dirige
hacia la misma salida por donde entró.)
CARNADA (a FERNANDO, que se vuelve). - ¡Dichosos los
ojos ... !
SOBREDOSIS (en serio). - Mana, tienes qne ayudarlo.
CARNADA (a SOBREDOSIS). - Pos si no pido otra cosa. Ya
le hablé al Moreno de él.
(FERNANDO está indignado mirándola. No respon-
de nada.)
CARNADA. - ... Sí, Sonrisas, aunque no me lo creas.
137
FERNANDO (a SOBREDOSIS). - Déjanos solos ...
SOBREDOSIS (saliendo). - Como quieran ... (Continúa es-
piando lo que sigue, porque se queda en el esta-
cionamiento de la salida.)
CARNADA. - Pero al Moreno ya no le gusta que lo llamen
así. Ahora es el señor Antúnez.
FERNANDO. - Esa gente no me interesa, porque ya me
largo ... (Sale del estacionamiento.)
(Ella lo sigue. SOBREDOSIS se oculta, para escu-
char.)
CARNADA (contenidamente burlona, amenazante). -Tú
te quieres largar, pero no se va a poder.
FERNANDO. - ¿y eso?
CARNADA. - Aquí el Moreno necesita siempre tipos como
tú, que tengan cosas pendientes con la policía.
FERNANDO. - Yo no hice nada, y tú lo sabes.
CARNADA. - Pero si quiero digo que tú te echaste al
Toques.
FERNANDO. - No entiendo qué quieres.
CARNADA. - Te lo aclaro: yo fui a Hennosillo mandada
por el Moreno. Para ver si encontraba a una gringa
que se había perdido. Y la encontré. Y después tú
me serviste de excusa para borrar al Toques, un
favor que le hice a la humanidad.
(FERNANDO, poco a poco, va montando en una có-
lera bestial.
CARNADA lo nota y eso la excita.)
FERNANDO. - Si ya te serví, ya me voy.
CARNADA. - Nada de eso. El Moreno necesita gente de
confianza, gente que le deba el favor de andar suel-
to. Todos esos que ves adentro, meseros, músicos,
todos le deben algo. Y por eso no lo pueden aban·
donar. Porque entonces el Moreno le refresca la
memoria a la policía ... Ah, y hablando de la poli ...
si te protege el Moreno, ellos no te tocan.
FERNANDO. - ¿Y él a mí para qué me quiere?
CARNADA. - Para salvar las apariencias puedes cantar.
Ya después servirás en lo que se presente, pasar
carga por la frontera, todo muy tranquilito, ya
verás.
FERNANDO. - Perra ...
138
CARNADA. - Más respeto, mi amor, que ahora soy la
vieja del jefe ...
(FERNANDO empieza a pegarle bofetadas fuertísi-
mas a lo largo de los insultos que siguen, arro-
jándola al mismo tiempo contra los coches.
Ella solamente jadea. Se diría que siente un
~oce extraño, se abandona totalmente a la paliza
feroz.)
FERNANDO. - ¡Mugre ... ! Puta de mierda ... Basura ... Puta
mugrosa ... te voy a matar. Te voy a partir la ma-
dre ... hasta que te mueras ... ¡Perra sarnosa!
(En cierto momento, CARNADA queda tendida, aun-
que 110 inconsciente.)
SOBREDOSIS (viniendo al rescate, después de titubear,
casi satisfecha de que CARNADA sea golpeada). - Ya
estuvo ... Ven acá ...
(FERNANDO la sigue, como sonámbulo.)
139
SOBREDOSIS. - Los vi en la terminal y olí que algo se
traían. Por eso los seguí. Y llamé desde aquel pueblo
a la gente de Hermosillo. Me pagaron muy bien.
Y son ellos los que ahora pueden hacer algo por
ti ... (Intencionada.) ¡Si quieres cooperar!
FERNANDO. - ¿Y tú ... vives de eso?
SOBREDOSIS. - Yo vendo información, como otros tama-
les, o morfina. Lo único que me importa es que mis
dos hijos están estudiando en México y no les falta
nada. Uno ya está en Ja Universidad.
FERNANDO. - ¿Esa vida haces?
SOBREDOSIS. - SI, chulito, y no me importa lo que pien-
ses de mí. Guárdate tu opinión .. .
(El no dice nada.)
... Y pa'que sepas qué onda ... hay dos bandas gran-
des, la de Hermosillo y la de acá. El Moreno está
muy fuerte porque Jo apoya un gringo viejo del otro
lado. Y Jos de Hermosillo se vengaron, como el viejo
tiene una nieta pasada, ellos se la robaron, nomás
para molestarlo.
Cabaret .Mamboloco
CANCIÓN DE fERNANDO.-
cGringo, tú estás igual que yo,
te despertaste con mucha sed.
El aire no es pa'respirar,
humo de mota te gusta más.
140
Todo es muy gacho al despertar,
vuelvo a ser macho, al trasnochar.
Despacho
142
MORENO (muy servil). - Very generous ... mister Leo-
nard. (TRAD.: Muy generoso ... mis ter Leonard.)
(CARNADA lo oye y se siente asqueada. t'
CARNADA, en un arranque, toma una pistola de
un cajón. De otro cajón, saca un estuche. Lo
abre. Adentro Jzay joyas. Las echa a la bolsa. Sale
por otra puerta. Vuelve a aparecer en el espacio
de bambal(nas, la puerta por la que Iza salido es
una fingida puerta de camarín. Ve a FERNANDO.)
CARNADA (en voz baja, a FERNANDO). - Ven conmigo ...
Fl!RNANDO (sin intención de seguirla). - ¿Qué pasa?
CARNADA (dejándole ver la pistola). - Ven te digo ...
(FERNANDO la sigue. Van a una especie de depó-
sito de trastos que Jzay al fondo. Detrás de todo
se ve un cuartito cerrado. CARNADA saca una llave
y abre.)
143
f FERNANDO (deteniéndose). - ¡Yo contigo, no voy a nin-
gún lado!
;i.
· CARNADA. - ¿Pero no te das cuenta? Ya me quemé con
el Moreno, con el viejo gringo, que es el más peli-
• groso de todos ... nada más para demostrarte que
~; me pongo en tus manos ... Ahora puedes hacer con-
¡; migo lo que se te antoje. ¡Ya no tengo más que ene-
migos!
: FERNANDO. - Yo también sólo tengo enemigos, gracias
t.i:· a ti. ..
; CARNADA. - Pero me tienes a mí.
;'. FERNANDO. - Tú eres mi peor enemigo.
f CARNADA. - Sonrisas, por ºfavor.. .' (Abriendo la bolsa, le
¡: muestra las joyas.) ¡Mira esto ... tenemos para esca-
~ parnos!
)~ FERNANDO. - Si te importa algo de mí... deja que me
¡. •
~ vaya de aqu1 .. . nomás ...
t CARNADA. - Creí que ... yo te gustaba ... un poco.
~ FERNANDO. - ¡No, me das miedo!
"
. CARNADA. - ¿Miedo?
~ FERNANDO. - Y tampoco mucho, porque si eres enemiga
[\
1,
d e a l gu1en...
. es d e t1. misma
. ...
.CARNADA. - ¿Qué ... ?
' (FERNANDO la mira un momento mds y se vuelve.
En•pieza a caminar de vuelta al local.)
, No podemos volver...
' FERNANDO (caminando, dándole la espalda). - Yo no he
',... hecho nada ...
~ CARNADA (siguiéndolo). - Sonrisas, por favor... sálva-
~ me... Si yo entro, me van a matar.
' FERNANDO. - Escápate ... Tienes con qué.
·CARNADA. - No ... de veras ... No tengo ganas de ir a nin-
guna parte. Si no es contigo ... (Pausa. Muy seria-
mente.) No voy a ninguna parte .. .
(FERNANDO va al local.
CARNADA dice las siguientes palabras, con total
convicción.)
... Ya estoy cansada de dar vueltas ...
144
Interior del cabaret
145
SOBREDOSIS, que ve a FERNANDO caminar en sen-
tido contrario.)
FERNANDO. - ¡Está muerta!
SOBREDOSIS. - ¡Pobre Carnes!
FERNANDO. - Quiso irse conmigo y yo la rechacé ... (Se
abraza a SOBREDOSIS.) ••. Pero se murió porque
quiso ...
SOBREDOSIS (con desprecio). - Ya te puedes ir, pues ...
FERNANDO. - Pero me da mucha lástima ...
SOBREDOSIS (mirándolo mal). - Te acordaste tarde,
mano ...
FERNANDO (poniéndole la mano sobre un hombro, bus-
cando apoyo). - ¿Por qué me hablas así...?
SOBREDOSIS (soltándose de él). - Porque a mf me gusta
la gente loca como ella ... Los cuerdos como tú ...
pa'carceleros. (Se va.)
(FERNANDO queda en el medio de la calle, dete-
nido, mientras la gente va hacia el· Mamboloco.
FERNANDO retoma la marcha en sentido con-
trario ... )
FIN
146
1NDICE
Prólogo. 7
RECUERDO DE TIJUANA 79
(
~
SEIX BARRAL