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Puig La Cara Del Villano - Recuerdo de Tijuana Completo

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MANUEL PUIG

La cara del villano


Recuerdo de Tijuana

SEIX BARRAL
LOS TÍTULOS DE CABECERA VAN SOBRE UN DIBUJO EN CAR·
BONCILLO, PAPEL BLANCO. REPRESENTA A UN TIGRE ABALAN·
ZÁNDOSE SOBRE UN CORDERO. AMBOS ANIMALES TIENEN
FISONOMÍA HU MANA

Penumbra. Vltima luz de la tarde.


Estudio del señor HEREDIA

En una hoja de papel con renglones marcados,


arrancada de un cuaderno de gane/tos, está es-
crita una breve nota con caligrafía muy extra1ia,
entre infantil y tortuosa. Una voz de hombre jo-
ven, velada, repite el texto fuera de cámara.
Voz DE ARMANDO. - •Papá: no quiero que vengas a
verme, no quiero ver a nadie, no te quiero ver a ti.
Ayer maté al último pájaro que quedaba en la ha-
cienda, y pensé que alguien te podía matar, y no
me dio lástima ... Armando.•
Quien lee "'-·" el señor HEREDIA, cincuenta :v cinco
años de edad, bien vestido, de expresión fatigada.
El contenido de la carta lo ha afectado profunda-
mente. La elegancia de esa habitación denota di-
nero y clase social alta. Golpean a la puerta; de
inmediato aparece el ama de llaves, una mujer
de edad también madura, delgada, de expresión
algo severa, que no llega a ocultar una compren-
sión de las cosas profundamente humana.
AMA DE LLAVES. - Llegó el señor Tabares. ¿Lo hago pa-
sar? •.
HEREDIA. - Sí, por favor, lo estoy e,sperando. (Guarda
rápidamente la cartp en un cajón.)
Entra el seiior TASARES, de aspecto mu." distin-
guido, la misma edad, pero, a diferencia del due-
ño de la casa, al recién IIegado se le ve .más enér-
gico, casi contento de vivir. El señor HEREDIA

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saluda a su amigo con forzado cambio de expre-
sión. Procura sonreír. El trato que se dan es de
amigos de toda la vida.
TABARES. - ¡Hombre, qué gusto de verte ... !
HEREDIA (casi sonriendo). - Perdona que te hice ve-
nir... ocupadísimo como andas ...
(Se abrazan.)
TADARES. -Te noté preocupado, no podía hacer menos ...
(HEREDIA /e hace sc1ias de sentarse, decidido a no
perder tiempo en preámbulos.)
HEREDIA. - Me dijiste que no podías terminar un tra-
bajo, porque te interrumpían mucho, ¿verdad ... ?
TABARES (sentándose). - Así es ...
HEREDIA. - ¿Y qué te parece si nos vamos a mi hacien-
da unos cuantos días?
TABARES. - No te lo creo ...
HEREDIA. - Sí, aunque los del despacho no quieran, para
algo soy yo el patrón, ¿no crees tú?
T ABARES. - Para mí sería ideal.
HEREDIA. -Armando me acaba de escribir y me exige
que vaya pronto.
TABARES. - Ya tengo años de no verlo ...
HEREDIA (evidentemente mintiendo). - Yo preferiría que
él viniera, pero me pide que ·vaya yo. No le gusta
la ciudad ...
(Sobre la mesa hay una foto de ARMANDO, sonrien-
do casi.)
TABARES (no muy convencido de lo q'ue dice). -Qué mu·
chacho ... pero hace bien, no hay como la tranquili-
dad del campo ... Pero qué bueno que se te ocurrió
invitarme.
HEREDIA (en broma). -Te invito de puro egoísta, así me
haces compañía en el viaje. Y allá te prometo que
te dejo trabajar en paz.
TABARES. - Entonces ... trato hecho.
HEREDIA. - Hombre, pues qué bueno ...
TABARES. - Lo que no entiendo es por qué estabas tan
preocupado cuando telefoneaste... (Sinceramente.)
Creí que te había pasado algo malo ...

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Estudio del señor HEREDIA. Oscuridad

Han pasado unas horas y HEREDIA se ha queda-


do solo en su estudio. La noche ha caído. HERE·
DIA sigue en el mismo sitio, sentado a su mesa de
trabajo. Enciende una lámpara que sólo ilumi11a
un sector de la mesa, pero intensamente. Se pone
a escribir.
«Hijo quede.lo: ¡Cómo me apcm) tu carta! No iré,
porque no quieres verme. Pero te ruego que trates
bien a un amigo que irá a "Los Cisnes" ... Me rogó
que lo dejara pasar unos días de descanso en el
campo.•
(Tocan a la puerta. Entra el AMA DE LLAVES.)
AMA DE LLAVES. - Oí que el señor va a salir de viaje.
HEREDIA. - Lo dije pero no es cierto, no se preocupe.
AMA DE LLAVES. - Le preguntaba por si va a necesitar
alguna ropa en especial.
HEREDIA. - No, gracias. Yo no viajo.

Una estación de trenes. (Día)

Compartimento de tren. (Día)

Entran al compartimento vacío, el setior HEREDIA


y el señor TABARES, ambos con expresión contra-
riada. Los sigue un CARGADOR con una sola ma-
leta.
El señor TASARES da la propina al CARGADOR,
seguida de un saludo de agradecimiento.
TADAIWS (a .m amigo). - ¡Qué fea sorpresa, de veras te
lo digo ... ! Yo encantado de ir al campo, pero con·
tigo era distinto; a tu hijo casi no lo conozco ...
HEREDIA. - Siéntate un momento. Estoy cansado ...
(TASARES mira su reloj de pulsera. Se sientan jun-
to al pasillo.)
TABARES. - ¿Pero tú estás seguro de que no puedes ir? ...
¿Ni siquiera dentro de unos días?
Hm~EDIA (en su doble juego, casi imperceptible). - No
lo creerás, pero estoy totalmente amarrado.
TAUARES. - ¿De qué te sirve tener tanto dinero, en-
tonces?

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HEREDIA (con intensidad). - Bueno, escúchame; porque
voy a pedirte un favor ... y es muy en serio. (Po11ién·
dele la mano en el hombro.) Me preocupa Armando.
Entra al compartimento una joven de unos vein-
te ai1os, frágil, bella. Es evidente que Iza estado
llorando, no saluda, 110 mira a nadie, absorta c11
su sufrimiento. los dos se1iores la observan. la
belleza de la muclzaclza no les es indiferente, pero,
a la vez, su expresión apenada les impide todo
comentario previsible. La muchacha da una pro-
pina al CARGADOR, que se toca la gorra como sa-
ludo. Sale.
Ella se sienta junto a la ventanilla, queda mi-
rando hacia el andén. Viste de azul.
TASARES (retomando el tema, en voz más baja). - Dime ...
¿qué te preocupa de Armando?
HEREDIA (demostr:ando por primera vez la intensidad de
su inquietud). - Todo ... Que esté tan aislado. Un mu-
chacho de su edad sin mujeres, sin ambiciones ...
Nada que yo sepa ... Enterrado allí, entre animales.
TASARES (sombrío). -¿Y eso te recuerda a alguien?
HEREDIA. - Sí, se parece mucho ...

Andén. (Día)

Un joven, bien parecido, elegantemente t•estido,


recio, avanza por el andén, mirando por las ven-
tanillas, buscando a alguien. Recorre un vagón,
otro. Finalmente, por la ventanilla divisa a la mu-
chacha de azul. Quedan mirándose, no hablan,
la ventanilla está cerrada. El joven tiene una ex-
presión muy seria también.

Compartimento de tren

(HEREDIA y TARARES han notado la actitud de la


pareja.)
HEREDIA (en tono muy bajo). - ¿Cómo es posible que
la gente joven sufra ... ? Qué tontería, ¿no crees?
TASARES. - Nomás los viejos tenemos derecho.

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HEREDIA (en voz muy baja, irónica). - Hasta me gusta
su perfume ...
(Suena el silbato del tren, pasa un GUARDIA por el
andén dando la vo;: de «¡vá111onos!11.)
Un abrazo... Y cuídame a Armando. Te ruego que
me escribas.
TARARES (abrazándole). -Te lo prometo.
HEREDIA (inte1~so). - Gracias ...

Andén

El joven que ha venido a despedir a la mucha-


cha de azul, no espera a que desaparezca el tren.
Se va. En cambio HEREDIA se queda en el andén,
mirando los vagones que se pierden en la lejanía.

Compartimento de tren. (Día)

El se1ior TARARES observa a la muchacha, umca


compañera de compartimento. Esta se apresta a
hojear algunas revistas.
Se trata de revistas culturales. La muc11ac11a
abre una de ellas en un artículo cualquiera. La
vuelve a cerrar. No puede co11:e1:l!r más el llanto,
se tapa la cara, trata de sustraerse a cualquier
trato con el otro ocupante del compartimento.
TARARES, no sabiendo si callar u ofrecer su
a)'uda, se decide f inalmcntc por esto último.
TARARES. - Señorita, perdone ... pero, ¿necesita usted
algo?
(La mue/tacha trata de contenerse. Silencio.)
A lo mejor un trago de algo fuerte ...
(Silencio. TARARES se pone de pie.)
Aquí en el maletín traigo un ánfora, es coñac ... (Em-
pieza a buscar la cantimplora.) Le vá a caer bien.
MUCHACHA.-No, gracias. '
TARARES. - Le puede ayudar a devolverle las fuerzas.
MUCHACHA. - ¡No, gracias ... !
TARARES. - Las fuerzas morales .. .
MUCHACHA (con firmeza). -No ... De veras.

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TASARES (algo incómodo). -Como usted prefiera.
MUCHACHA. - Es muy gentil de su parte, pero, por fa.
vor ... Prefiero que no se preocupe por mí. (Vuelve
la mirada a la ventanilla.)
TARARES. - Está bien, señorita.
MUCHACHA (en un tono más amargo, siempre con la
mirada perdida en el paisaje, volviendo a brotarle
las lágrimas de los ojos). - Hágase de cuenta que no
estoy aquí.
(Su expresión se oscurece más y más, de la me-
lancolía del principio ha pasado ya a un pronun-
ciado resentimiento.)

Compartimento. (Noche)

Aparece el INSPECTOR y despierta a TASARES, el


cual se ha dormido en un rincón junto al pasillo,
opuesto al ocupado por la muchacha, que ya no
estd en su lugar.
INSPECTOR. - Señor ... en cinco minutos llegamos.
TARARES. - ¡Ah ... ! Gracias.
(Ve que la muchacha ya no está.)
INSPECTOR. - Y ya saqué su equipaje. Está aquí a la
derecha, junto a Ja salida. (Permanece allí, obvia-
mente esperando la propina.)
TASARES queda mirándolo. Está apenas despier-
to y no capta en seguida la situación, además
su atención está acaparada por la desaparición de
la mue/tacha.
T ABARES. - Gracias ...
(El INSPECTOR sigue alll, sonriendo profesional-
mente.)
INSPECTOR. - Para servirle.
T ABARES (finalmente cayendo en la cuenta). - Sí, un mo-
mento ... (Busca .unas monedas, las entrega.)
INSPECTOR. - Muchas gracias ... (Vuelve al pasillo.)
TARARES (asomándose al pasillo, dice al INSPECTOR, que
ya está alejándose). - Por favor ...
INSPECTOR (volviendo). - ¿Señor ... ?
TADARr:s. - La señorita que viajaba conmigo, ¿dónde
está?

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INSPECTOR. - Creí que usted viajaba solo.
TABARES. - Sí, yo viajo solo; pero ella venía también
aquí. ¿No la recuerda?
INSPECTOR. - La verdad es que no, y ya bajaron muchos
pasajeros.
TABARES (seiialando uno de los espacios superiores para
equipaje). - Allí venía su maleta... Y ya no está.
Y no ... no es posible que se haya ido con todas sus
cosas y yo no me haya despertado.
INSPECTOR. - ¿No habrá sido en otro viaje?
TABARES. - Yo no viajo nunca.
INSPECTOR. - Yo sí; por eso le digo ... (Sale.)
TABARES. - ¡Vaya pues ... ! (Se pone de pie para apres-
tarse a dejar el compartimento. Mira el asiento de
la muchacha, no hay huellas de que nadie haya es-
tado sentado allí. El viajero se acerca al asiento como
atraído por algo desconocido. De pronto, se acerca
al respaldo contra el que se hribía recostado la mu-
chacha, lo huele y se le ilumina el rostro. Sale al
pasillo.) ¡Inspector!
INSPECTOR (ocupado con bultos y otros pasajeros). -
Ahorita, señor.
TABAR!Os. - Venga un momento, por favor ...
INSPECTOR (dejando a los demás). - ¡A sus órdenes!
TABARES (yendo al asiento de la ventanilla y oliendo el
respaldo). - Huela y dígame después si me la imagi·
né o no.
INSPECTOR (después de oler el respaldo). - Sí, el señor
tiene razón, huele bien.
TARARES. - Eso es todo. Gracias.
INSPECTOR (queclánúosc en la puerta del compartimento,
evidentemente, esperando otra propina). - Para ser-
virle, señor. ·
TABARES. - Eso es todo.
INSPECTOR (sin moverse). - Muy bien, señor.
(TABARES cae en la cuenta de que el INSPECTOR es-
pera otra propina. Le da un billete más.)
No hay duda de que viajaba esa muchacha ... (Iró-
nico.) ¡Y viajaba con usted!

23
Pequeña estación de pueblo. (Nocl1e)

El tren parte; queda TABARES, como único pasa-


jero, en el andén. Un solo EMPLEADO de la esta·
ción atiende la maniobra de partida. TABARES
mira en derredor, no lzay nadie que lo espere.
TABARES. - Por favor ... ¿La hacienda «Los Cisnes» está
muy lejos?
EMPLEADO. - Una hora a pie, pero no es fácil encontrar
el camino.
T ABARES. - Creí que venían a esperarme.
EMPLEADO. - ¿Cómo se enteraron tan pronto del acci-
dente? Si fue esta misma· noche.
TABARES. -¿Qué accidente?
EMPLEADO.-¿O qué? ¿Usted vino nomás porque sí?
TABARES. -¿Quién tuvo el accidente?
EMPLEADO. - Yo no sé, pero también llamaron a la po-
licía de otro pueblo para que ayudara.
TABARES. - Será por eso que nadie vino a esperarme.
EMPLEADO. - Por esa salida, a la derecha, donde dice
cigarros. Toque en la puerta, es el único taxi que
hay en el pueblo.

Calle frente a la estación. (Noche)

No hay nadie en la calle, todo estd cerrado. A cin-


cuenta metros se ve un anuncio de venta de ciga-
rros. TABARES golpea a la ventana; un momento
después se enciende una luz.. Se abre la puerta y
sale una mujer, de unos veinticinco años, guapa
pero muy descuidada. Se ha echado un chal so-
bre la enagua. Es ante todo una mujer de pueblo,
sin rastro de sofisticación. Evidentemente se aca-
ba de despertar.
MUJER . ..:... ¿Qué se le ofrece?
TABARES. - En la estación dijeron que podía conseguir
un taxi.
MUJER (contenta de hacer negocio). - Sí, es de mi ma-
rido, ahorita se lo llamo. Pero como es de noche se
cobra más, ¿verdad?
T ABARES. - No importa.
MUJER (llamando para adentro). - ¡Antonio, un cliente

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para el carro! (A TABARES.) Son cien pesos más, por
la hora que es ...
(Apoya la mano sobre la puerta y TABARES nota
profundas cicatrices en la 11111iieca, mira la otra
mano y ve lo mismo.)
TABARES. - Está bien.
MUJER. - Más lo del viaje ... ¿Hasta dónde va?
TABARES. -A la hacienda «Los Cisnes•.
MUJER (de pronto alarmada). - ¡Ah ... pues entonces, no
sé! Pero yo creo que no ...
TABARES. - Es bien cerca. ¿Qué problema hay?
MUJER (tratando de inventar algo a medida que ha-
bla). - Es que ha llovido y el carro se puede atascar.
(Por la puerta entreabierta asoma la cabeza el TA·
XISTA. Se acaba de lavar la cara, se está poniendo
la camisa.)
TAXISTA. - En seguida saco el carro, señor.
MUJER (firme). - No, déjalo, Antonio, no se puede ir.
TAXISTA.-¿Por qué ... ? ¿Qué hay?
MUJER (evidentemente mintiendo). - Quiere ir a «Los
Cisnes•, y tú ya sabes que el camino está muy malo,
¿no?
TABARES. - Podemos tratar. Si el carro se tiene que vol-
ver en el camino, sigo yo solo.
TAXISTA (mirando a la mujer). - ¡Uhmmm, está feo el
camino!
TABARES. - Mire, me siento muy cansado. No me im·
porta el precio. Le doy trescientos pesos. ¿Está bien?
TAXISTA. - ¡Sale! Ahorita saco el carro.
MUJER (preocupada profu11dame11tc, al marido). - Pero
te vienes en seguida, no quiero que te enredes con
nada. (Se vuelve a mirar a TABARES, no muy conven-
cida de ltaber heclto un buen 11egocio.)

Afueras de la hacienda. (Noq/ze)

El carro va llegando a la hacienda. Esta es enor-


me, con vestigios de pasada grandeza. Lo que más
impresiona es el descuido en que está sumida.
Dentro de la casa parece lzaber un destello de
luz. TABARES desciende y el taxi parte. TABARES

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nota que la puerta principal estd entreabierta.
TASARES golpea las manos, no se atreve a entrar.
Sale un niño de siete años, casi harapiento. Mira
a TASARES sin decir nada.
TASARES. - ¿Estás solo ... ? ¿Dónde anda la gente?
NIÑO. - Se fueron.
TASARES. - ¿Adónde ... ? ¿Que hubo un accidente? Cuén-
tame, ¿qué pasó ... ?
NIÑO. - Se fueron con los policías.
TASARES. - ¿Acá cerca?
NIÑO. - No, por allá lejos.
TASAREs.-¿Y te dejaron solo?
NIÑO. - Está doña Amalita.
TASARES. - ¿Dónde?
El NIÑO le hace señas de que estd adentro. TASA-
RES toma su maleta y se decide a entrar. Atravie-
sa un patio interior cubierto de plantas y total-
mente oscuro. La sala que sigue estd iluminada
pobremente con una ldmpara de petróleo. El
niiio lo sigue.
¿Dónde está esa señora?
(El NIÑO le indica un pasillo oscuro. TASARES deja
la maleta, toma la ldmpara.)
Dime, por favor.
(El NIÑO corre adelante.)
¡Pero no corras, que no te veo!
(TASARES avanza con la ldmpara. Pasan a las de-
pendencias de servicio. En la cocina, a oscuras,
hay una anciana de cerca de noventa a1ios, sen-
tada.) ·\
Perdone la molestia, acabo de llegar en el tren.
(A DOÑA AMALITA difícilmente se le entiende lo que
habla, no tiene dientes.)
DOÑA AMALITA (!tabla al NIÑO). - Dale un vaso de agua
al señor.
(El NIÑO no se inmuta.)
T ABARES. - ¿Armando no está en la casa?
DOÑA AMAUTA. - Yo no lo he visto, desde ayer.
N1Ño.-¿El joven Armando?
TAJJARES (al NIÑO). - ¿Dónde está d joven Armando?
NIÑO. - En su recámara no está.

26
TADARES (a la anciana). - ¿Qué accidente hubo? ¿Usted
sabe algo?
DOÑA AMALITA. -A mí no me dicen nada porque a ve-
ces estoy pensando en otra cosa.
TABARES (al NIÑO). - Llévame a la recámara de Arman-
do, ¿quieres?
(El NIÑO corre adelante. TARARES lo pierde de
vista.)
¡No tan rápido, hombre ... ! ¿Dónde andas?
(TABARES rehace el camino, sin divisar al NIÑO. Fi-
nalmente lo encuentra en la sala. El NIÑO, siempre
serio, le indica 1111a p11erta cerrada.)
¿Estás seguro de que no está durmiendo?
(El NIÑO menea la cabeza negativamente y sale
corriendo en dirección de la cocina. TABARES gol-
pea suavemente la puerta de la recámara de AR·
MANDO. No hay respuesta. TABARES abre lentamen-
te. Lo primero que llama la atención es un dibuio
hecho en carbonilla sobre papel blanco y clava-
do con tachuelas a la pared. Se trata de un di-
bujo muy grande, y está junto a la cama esqui-
nada. Es el mismo, aparentemente, que ha servido
de fondo a la presentación de títulos. TABARES ob-
serva todo. La recámara no tiene otro adorno q11e
ese dib11jo, pero muebles, alfombra, cubrecama,
lámpara de petróleo sobre la mesa de noche, etc.,
son de alto precio y calidad. En un rincón hay una
escopeta apoyada en el piso sobre la culata. So-
bre el escritorio ha.v una carpeta grande. TABARES
la al1re y encuentra muchos diln1;os e11 carbonilla
y pastel. Hay una s11cesión de estudios de la mis-
ma cabeza de hombre, todos con la misma ins-
cripción: «Cabeza del cordero.»
Es siempre el mismo hombre, pero con expre-
sión que comienza serena y se vuelve más y más
sufriente, como la del cordero del dibujo. En
_efecto, el cordero del dibujo grande tiene la mis-
• ma fisonomía. No hay duda de que los bosquejos
de la carpeta fueron la preparación del dilmjo
grande y q11e el mismo io1•e11 posó para todas las
versiones. Es w1 rostro a~raciado, pero sin cartic-
ter. TAD~RES vuelve a mirar e11 derredor, abre dos
cajones del escritorio. Están vacíos. Deja la lám·
para de petróleo sobre el escritorio. Va a la mesa
de noche y abre el cajón, mete la mano para ver
si lzay algo. La luz no llega hasta allí. Se oyen
pasos a espaldas suyas.
TABARES se da vuelta, sobresaltado. Ve q11e es
el NIÑO con un vaso de agua.)
¡Ah ... gracias!
El NIÑO deja el vaso sobre el escritorio y se va
sin más. TABARES .•;aca lo que hay en el cajón de
la mesa y lo lleva a la luz. Se trata de un cuader·
no y de una foto de ARMANDO, la misma que había
sobre la mesa de su padre. La dedicatoria es «A
mi querido amigo Luis ... Firma •Armando.,,. El
cuaderno es de ganchos, las hojas tienen los ren-
glones trazados tal como la lzoja en que ARMANDO
escribió el mensaje a su padre. En la primera
hoja se lee en letras mayúsculas •DIARIO DE LUIS•,
en la segunda empieza el texto.
TASARES mira en derredor, como temeroso de
que alguien lo descubra leyendo el diario íntimo
de otro. Trae una silla junto a la lámpara ~· se
pone a leer. La letra es muy parecida a la de la
nota que ARMANDO enviara a su padre; tortuosa
y, en partes, infantil. En cambio la caligrcrf ía de
las dedicatorias de las fotos es, en ambas, muy
elegante y segura. La fecha inicial es «diciembre
4, 1978». TASARES consulta su reloj de pulsera, el
cual marca: diciembre JO, 1978.
Voz DE Luis. - Cuatro de diciembre de mil novecientos
setenta y ocho. ¡Qué ganas tenía yo de viajar! ¡Qué
buena idea haberle escrito a Armando preguntán-
dole por su vida! Gracias a su invitación estoy ahora
rumbo al campo, alejándome rápidamente de Ja ciu-
dad asfixiante.

Disolvencia a acción retrospectiva

28
Campo abierto, un tren lo atraviesa. (Día)

El mismo compartimento de tren en que viajó


TABARES. El tren está en movimiento. En el
lugar que antes había ocupado TABARES vemos
ahora a un joven escribier1do su diario, en un
. cuaderno de ganclws. Es el mismo joven que des-
pedía a la muchacha de azul. Levanta la vista, pen-
sando, y mira a sus dos compafieras de viaje.
Estas van sentadas frente a él, pero del lado
de la ventanilla, tal como la muchacha de azul.
Son madre e hija. Esta última es la misma mu-
chacha de azul, pero ahora su edad no va más
allá de los quince afios. Es nm.v bella y provoca-
tiva; dentro de su aire de inocencia, parece no
darse cuenta de su poder seductor. Lleva como
prendedor la inicial «M». La MADRE es una mujer
sin personalidad definida, pero de aspecto digno.
Ambas están bien vestidas, pero con estilo dema-
siado severo. El joven se encuentra con la mira-
da de la muchachita. Esta mira las revistas que
él tiene sobre el asiento. Son las mismas que lle-
vaba la muchacha de azul er1 el viaje de TABARES.
MUCHACHA (atreviéndose finalmente).-¿No me presta
sus revistas?
Luis. - Cómo no... (Alcanzándoselas.) Aquí tiene.
MUCHACHA. - ¡Gracias ... !
MADRE. - Claudia, no molestes al joven.
LUIS. - No es molestia, señora.
MADRE (mirando las revistas). - Tal vez. no sea lectura
para la edad que tiene mi hija.
LUIS. - Es posible que no ...
MucH AC HA (devolviéndoselas). -Ah, entonces tenga ...
LUIS (a la MADRE). - Realmente no sé, depende de los
artículos, pero la pueden aburrir, más que otra cosa.
MucHACHA.-A mí me gusta leer.

29
MADRE. - ¿Usted va muy lejos?
LUIS. - A Oyanco.
MADRE. - Pero usted no es de allá.
MUCHACHA (mirándolo con intensidad). - Nosotras sí.
LUIS. -Qué coincidencia ... (Pausa.) Yo estuve por allá
una vez.
MUCHACHA.-¿De veras?
Luis (sonriendo). - Sí, ¿por qué no?
MADRE (a la MUCHACHA).-Está mal ser curiosa.
LUIS. - Voy a la hacienda «Los Cisnes•. Mi amigo Ar-
mando vive allí.
MADRE (seria). - Sé quién es. (Mirando a la muchacha,
con velada complicidad.) Mi hija no.
LUIS. - Hace cinco años pasé ahí todo el verano. Las
mejores vacaciones de mi vida. (A la MUCHACHA.)
¿Nunca va Armando al pueblo?
MADRE (cortante). - No.
(Silencio.)
Luis. -Antes tampoco. (Pausa.) ~I me decía que no lo
querían en el pueblo.
MUCHACHA. - Porque es malo con los criados. Y aton-
tó uno a palos.
MADRE. - ¡Claudia ... ! No repitas eso nunca.
LUIS (a la MADRE). - ¿Dicen eso en el pueblo?
MADRE. - Desgraciadamente.
LUIS. - ¡No es posible!
MADRE. - No creerá que es cosa de mi hija.
LUIS. - Qué feo. ¿Por qué habrán inventado eso? ~) es
tímido y la gente pensará que los está despreciando.
MUCHACHA. - Yo nunca lo vi, ¿verdad, mamá?
MADRE. - Pídele disculpas al joven, ándale, por decir eso
de su amigo. ,
LUIS. - No tiene por qué disculparse.
(La muchacha mira a LUIS. Saca un pastillero y lo
alcanza a su MADRE. Esta hace gesto negativo. La
MUCHACHA lo alcanza a LUIS. El pastillero es pe-
queño, de plástico. La MUCHACHA lo agita para
que caigan las grageas en la mano de LUIS.)
Gracias.
(La MUC H AC 11 A la vuelve a guardar, sin haber to-
mado ella grageas.)
¿No le gustan?

30
MUCHACHA (con rara ambigüedad, mirando al pasi-
llo). - Más tarde.
MADRE (después de una pausa breve, a LUIS). - ¿Le im·
portaría si bajo la cortina? Me molesta el reflejo.
LUIS. - Yo también estoy cansado. (Se levanta y baja
él mismo la cortina.)
MADRE. - Muy amable.
LUIS. - Para servirla. (Vuelve a tomar su lugar. Simula
interesarse en sus cosas, acomodar algo para no de-
mostrar su interés por la MUCHACHA.)
(La MADRE se Iza arrellanado en su esquina, cierra
los ojos. La MUCHACHA saca una revista de histo-
rietas del bolso de su MADRE.)
MADRE (entreabriendo por pocos segundos sus ojos). -
No te gastes los ojos en la oscuridad.
MUCHACHA. - No, mamá. (Deja la revista, se reclina
contra la MADRE. Mira a LUIS de soslayo. Abre un
botón de su blusa, cierra los ojos. Abre otro botón,
se empieza a entrever el seno de la adolescente. De
pronto empieza a quejarse muy quedamente. Abre
los ojos pero no se ve casi nada más que el blanco.
La respiración se vuelve afanosa por un momento y
en seguida cae desmayada.)
MADRE (sin alarmarse demasiado). -Acá nos tenía que
pasar ... (Mientras se pone de pie y saca de un bolso
un termo, a LUIS.) ¡Qué horror!
(LUIS se ha puesto de pie.)
LUIS (asustado). -¿Llamo a alguien? ... ¿Qué necesita?
MADRE (mojando un pañuelo en el agua del termo). - No,
no hace falta ... Bueno, si me hace el favor, sostén-
galc la cabeza.
(Se sientan a los 10;dos de la MUCHACHA. El le
sostiene la cabeza, la MADRE moja de nuevo el pa-
ñuelo y lo pasa por la frente de la MUCHACHA.)
Muy de vez en cuando le dan estos desmayos ...
(Le abre más la blusa para poder pasarle el pa-
ñuelo por debajo del cuello.)
Con agua helada reacciona ... El doctor dice que son
cooas del desarrollo.
(La Muc HACHA reacciona, vuelve a moverse, pero
s11s 111ovimic11tos so11 casi sc11s11ales, de placer.)
Anora se quedará durmiendo un rato. Lo principal

31
es no asustarse ... (Mirando a los ojos a LUIS.) Y no
asustarla a ella.

Compartimento de tren. Luz de tarde adentrada

En el compartimento la MADRE duerme en su rin-


cón; reclinada co11t ra ella, la Muc HACHA parece
dormir también. LUIS fuma en el pasillo, miran-
do el campo por la ventanilla. El viento le arre-
molina el pelo. La MUCHACHA se despega cuida-
dosamente de su MADRE y sale al pasillo. Queda
un momento contemplando a Luis. Este sube el
vidrio de la ventanilla y descubre reflejada a la
MUCHACHA.
LUIS. -¿Ya está mejor?
MUCHACHA. -¿Por qué ... ? ¿A poco no estaba bien?
LUIS. - Yo decía por ...
MuCHACHA.-¿Por qué?
LUIS. - No ... Yo me refería ... (Se da cuenta que la l\.IU-
CH ACH A ignora todo lo referente al desmayo.) ... a
que ... Que estaba pálida. Ahora se ve mejor.
MUCHACHA. - Es tonto que nos tratemos de usted, sien-
do jóvenes. Mamá duerme. ,
Luis (se1ialando el prendedor con la letra «M»). - Si
se llama Claudia, ¿por qué lleva esa letra?
MUCHACHA.~¿No me quieres tutear?
LUIS (ya en tono más juguetón). - ¡Claro que te quiero
tutear!
MUCHACHA (sonriendo, mira hacia la ventanilla).-Te-
nía una amiga muy buena, con esa inicial. María. Ella
me la dio. ·
LUIS. - ¿Es una amiguita del pueblo?
MUCHACHA (cambiando deliberadamente de tema). -
Me gustó mucho la ciudad. Vine de visita con mi
mamá a casa de unos parientes. Me daba permiso
para salir todo el día. Pero acá en el pueblo me tie-
nen muy vigilada.
LUIS (irónico). - ¿Tu mamá y quién más?
MUCHACHA. - Hay donde pasear en el pueblo. Se pue-
de ir en bicicleta a muchos lugares bonitos.
LUIS. - ¿Es tu papá quien te vigila?

32
MUCHACHA. - ¡Qué curioso eres!
Luis. - Me gustaría ir a conocer esos Jugares.
MUCHACHA:·-¿Te gusta andar en bicicleta?
Luis. - Depende de Ja compañía.
Mue u AC HA. - Alguna muchacha te acompañará.
LUIS. -Tú.
MUCHACHA. - No, no es posible. Nunca me dejan salir
sola.
Luis. - Lo que quieres es hacerte rogar.
MUCHACHA (de pronto, muy en serio). - Yo sí te quiero
acompañar, pero es imposible. Sácatelo de Ja cabeza.

Estación del tren. (Atardecer)

La misma estación de antes. Bajan del tren los


pasajeros. LUIS baja por un extremo del vagón,
las dos mujeres por el otro. El TAXISTA de otra
escena anterior está esperando en el andén. Mira
a los pocos pasajeros que descienden. V a decidi-
damente hacia LtJIS.
TAXISTA. - Usted es el joven Luis, ¿no es cierto?
LUIS (satisfecho de encontrar a alguien que lo espera). -
Sí, soy yo.
TAXISTA. - Vine para llevarlo a «Los Cisnes• en mi carro.
LtJIS. - ¡Ah, muchas gracias!
TAXISTA (carga la maleta y marcl1a adelante). - Vénga·
se por este lado, joven.
LUIS. - ¿No vino nadie más a esperarme?
(La Muc HACHA lleRa a él corriendo, lo i11tern1111-
pe, le habla al oído.)
Mue HACHA. - A Ja noche, en Ja salida del pueblo. La
salida rumbo al cementerio. A las diez.
(LUIS se detiene un momento. El TAXISTA sigue
adelante.)
LUIS. - Pero no sé, por ahí yo no coi;iozco el pueblo.
No sé si Jo encontraré.
Mue HACHA (mientras se ve al fondo 'la MADRE, encar-
gándose de retirar el baúl). - No hay tiempo para
nada. ¿Dónde te espero? Yo voy en mi bicicleta.
LUIS. - Lo único que recuerdo es un árbol grande de
magnolias, a pocos pasos antes de Ja entrada.

33
MUCHACHA. -¿Qué entrada?
LUIS. - La de la hacienda.
MUCHACHA. - Entonces, allá nos vemos, a las diez.
(Vuelve hacia donde está su MADRE.)
Simula interesarse por un perro que está atado
a un barrote. Le acaricia el cogote, se vuelve a
mirar a Luis. Este también se vuelve, la MUCHA-
c 11 A acaricia esta vez el lomo del animal. Luis
alcanza al TAXISTA.

l/acicncla. (Atar<lecer)

(El taxi llega a la casa de la hacienda, tocando


el claxon. Sale el AMA DE LLAVES, la misma que he-
mos visto en casa de HEREDIA, pero ahora se la ve
diferente, más campesina y también más amable
y dicharachera.)
Aa'A DE LLAVES (contenta, sincera). - ¡Bien venido ... !
Luis. - ¡Gracias ... ! Tantos años sin verla. (Al TAXISTA.)
Muy bien. ¿Entonces, cuánto le debo? (Busca la bi-
lletera.)
AMA DE LLAVES. - Ya está todo arreglado.
LUIS. - ¡Ah ... ! Gracias, pues.
(El TAXISTA sube al carro.)
AMA DE LLAVES (a Luis). - El joven Armando todavía
no ha llegado. (Van entrando.) Está cada vez más
distraído. Quién sabe por dónde andar:á.
LUIS (mira el interior de la casa). - ¡Qué gusto tengo
de estar acá!
AMA DE LLAVES. - y yo de verlo.
LUIS. - ¿Está su esposo bien?
AMA DE-LLAVES. - Bien, pero no oye nada.
(De pronto se ha puesto muy oscuro.)
Hay que encender las lámparas, se están acortando
los días.
(Al pasar por el patio interior, LUIS se detiene,
impresionado por el abandono en que está todo v
al mismo tiempo asaltado por recuerdos gratos.J
¿Está muy pesada la maleta?
Luis. - No ... no es eso.
AMA DE LLAVES. - Qué abandono, ¿verdad?

34
LUIS. -Pero qué de recuerdos. ¿Me permite un mo-
mento? (Se adentra en el patio, casi tapado de ma-
raña.)
AMA DE LLAVES. - Sí, joven, yo mientras voy por la lám-
para. (Se va.)
Luis observa detalles del patio. La marmia lo in-
vade todo, aparta algunas ramas, arranca otras
para despe¡ar rm detalle arq11itectó11ico bello. Oye
una especie de ¡adeo. No se sabe si de animal o
de hombre. Es alarmante por lo indefinido.
LUIS. - ¿Quién es?
(El iadeo conti111ía. Se oyen pasos que aplastan la
maleza. Se ve aparecer a 1111 ser muy raro y las-
timoso pero fuerte, que avanza a tientas. En la
cscuridad no se le distingue bien. Raras cicatri·
ces le cubren los o¡os, pero no se alcanza a ver
exactamente qué es lo que tiene. Está vestido con
harapos.
En un momento, como si lo oliera, da un brin-
co hacia donde está LUIS. Este retrocede lo más
ágilmente que la maleza le permite; pero muy
pronto se da cuenta que el agresor no puede avan-
zar más. Está atado a un pilar con un largo cor-
del, como un perro. LUIS, de algtín modo, lo re-
conoce.)
¡Negro ... !
(El hombre ruge mds atín, como poseído por un
ataque de rabia. Sus expresiones no se llegan a
ver. LA oscuridad se ha hecho casi total.)
AMA DE LLAVES (reapareciendo con la lámpara). - Per-
dón. No me acordé de decírselo antes ...
Luis (volviendo al pórtica que rodea al patio). - ¡Po·
bre muchacho ... !
AMA DE LLAVES (señalándole el camino). - ¡Ay, Dios mío,
ansiaba que usted llegase! Porque no es posible que
Armando esté rodeado de toda esta tristeza y no
quiera salirse ... Usted nos tiene que ayudar.
_.(Pasan por una sala y llegan a una recámara, con-
' tigua a la de ARMANDO, que ya se ha visto ante-
rionnente.)
Lurs. - ;_Pero qué le pasó al Negro? ¿Por qué csl;í ata-
do como un animal?

35
AMA DE Lt.ÁVES. - El joven Armando sufre mucho con
todas estas cosas, pero hay gente mala que le echa
la culpa de todo Jo que pasa.
Lurs. - La misma recámara de antes.
AMA DE LLAVES. - La misma ... Pero usted debe de tener
hambre. Ya es hora de cenar.
LUIS. - Mejor esperamos a Armando.
AMA DE LLAVES. - No tiene caso, porque a él se le pasa
la hora con toda facilidad.

·sala. (N,oche)

Una sala contigua a la cocina, que oficia de co-


medor informal. La iluminación es a base de lám-
paras de petróleo. Están terminando de cenar
LUIS, el AMA DE LLAVES 'Y su ESPOSO. Este es un
hcmbre de aspecto pacífico; sesenta años. Comen
en silencio.
Luis. - Qué silencioso es el campo. Qué tranquilidad.
AMA DE LLAVES. -A mí me entristece. No tengo nadie
con quien platicar.
LUIS (bromeando, al esposo del AMA DE LLAVES). - Don
Pedro, ¿por qué usted no Je platica a su mujer?
AMA DE LLAVES. - Háblele más fuerte.
LUIS (casi gritando). - ¿Por qué usted no le platica a
su mujer?
EsPoso (no se sabe si en broma o en serio). - Pos ... ya
no hay nada de qué platicar. ·
AMA DE LLAVES. - ¿No le digo? Si no fuera por el radio,
me hubiera yo muerto de tristeza.
LUIS. - Se oyen pasos... (Levantándose.) Debe ser Ar·
mando ...
(El AMA DE LLAVES no se alegra con la proximidad
de ARMANDO, por el contrario, se ensombrece.)
AMA DE LLAVES.-¿Va a tomar café?
LUIS (ya caminando hacia la sala). - Sí. Y ojalá que
sea él.

36
Sala. (Noche)

Se ve a ARMANDO, en su recámara, quitándose la


escopeta clel hombro y la clianzarra. Ha dejado la
puerta abierta.
LUIS, llegando a la sala, al verlo se detiene. Una
gran sonrisa le ilumina la cara por primera vez.
Hace un silbido típico de adolescentes.
ARMANDO lo oye, se da vuelta y tarda en son-
reír. Se lo ve tal como en la foto, aparenta entre
veinte y veinticinco ª'ios. Actiía siempre con pro-
fundo recelo.
ARMANDO (forzándose en parecer jovial). - ¡Pues, se
arruinó la cosa ... !
LUIS (yendo a abrazarlo). - La culpa es tuya, hermano,
por invitarme.
ARMANDO (irónico). - Siempre la culpa es mía ... ¿Via-
jaste bien?
LUIS. - Sí, perfecto. ¡Cómo me alegro de haber llamado
a tu casa!
ARMANDO. - Mira las consecuencias.
LUIS. - Tantos años que habían pasado.
ARMANDO (buscando copas y un botellón). - Pero al sa-
ber que te acordabas de mí, en seguida se me ocu-
rrió que vinieras a pasar una temporada.
LUIS. - Unos días.
ARMANDO. - Nada de días. ~sta es tu casa, porque es mi
casa. Ya no es la de mi padre.
Luis (tratando de evitar temas espinosos). - Pero tú no
has cenado, ven para la mesa.
ARMANDO. - Estoy demasiado cansado. Nomás una copa
y a dormir. (Sirviendo las dos copas.) Me acompañas,
¿verdad?
LUIS. - ¡Y cómo!
ARMANDO. - A la salud de quien tuvo la -idea de juntar-
nos. (Levanta la copa.)
LUIS ya tiene la copa en la mano, pero no la
alza.
LUIS. - A tu salud entonces.
ARMANDO (irónico). - ¿Estás seguro?
LUIS. - No entiendo ...

37
ARMANDO (fingiendo renovada jovialidad). - ¡A mi sa-
lud entonces ... ! ¡Y a Ja del recién llegado!
LUIS (cooperando en el restablecimiento de la cordiali-
dad). - ¡Salud ... ! (Ambos beben.) ¡Qué paz, herma-
no! Cómo me gusta este campo.
ARMANDO. - Ya ves por qué no quiero salir de acá. Pero,
por otro lado, el campo te puede hacer mal. Te da
tiempo para pensar demasiado. (Pausa.) Y ahí está
la rabia.
LUIS. - ¿Contra qué?
ARMANDO. - Contra el campo, contra Jos árboles, Jos
animales; porque no piensan. No tienen que estar
to<lo el día imaginando cosas.
LUIS. -A mí me gusta eso de imaginarme cosas.
ARMANDO. -A mí no. (Pausa.) Fíjate que me había ima-
ginado que no eras tú quien se había acordado de mí.
LUIS. - ¿Qué te traes con eso?
ARMANDO. - Nada, es que estoy feliz de verte ... Pero ya
ves cómo Ja cabeza me trabaja demasiado. Pensé que
papá te mandaba a espiarme.
Luis. - ¡Armando!
ARMANDO. - Te pido perdón. (Con una pizca de diabo-
lismo.) Pero a un amigo le debo contar todo Jo que
me pasa por la mente, ¿no crees? Ya no somos dos
mocosos como antes. (Bosteza.)
LUIS, nervioso, descuelga de la pared una daga de
plata colocada como adorno.
LUIS. -Te levantas muy temprano ...
ARMANDO. - Depende del día. Hay mañanas e.n que no
me quisiera despertar más, nunca. Y otras veces es·
toy feliz de vivir. (Vuelve a bostezar.) ¿Me perdonas
si ya me voy a la cama?
LUIS. - Si estás con sueño, ¡claro ... !
ARMANDO. - Siempre te gustó Ja daga esa.
Luis. - Está muy bien trabajada.
ARMANDO. - Aquí, los de Ja familia, la querían tirar a
la basura, porque parece que sirvió para herir o ma-
tar a alguien, pero yo Ja recogí. (Dándole un abrazo.)
Mañana tenemos todo el día para estar juntos.
Luis. - Hasta mañana. ¿No quieres la lámpara?
ARMANDO (yendo a su recámara). - No, no quiero más

38
luz. Hasta mañana. (Cierra la puerta tras de sí, cui-
dadosamente, con llave.)
LUIS queda desconcertado. Le parece oír una
música lejana. Mira el reloj; son las diez menos
diez. Recuerda la voz de la MUCHACHA del tren.
Voz DE LA MUCHACHA. -Allá nos vemos, a las diez.
Se oye a la distancia una canción romántica de
moda. Luis vuelve hacia la cocina, mira de lejos
el patio, donde intuye la presencia del hombre
atado a una correa de perro. El recibimiento de
ARMANDO lo tiene muy desorientado. Avanza ha-
cia la cocina. La mtísica se oye más cercana. En
la cocina, casi a oscuras, está el AMA DE LLAVES
escuchando radio. Ha colgado la lámpara a la en-
trada de la cocina, frente al parque.
AMA DE LLAVES. - Le tengo su café caliente.
LUIS. - No, gracias. Ya no quiero.
AMA DE LLAVES. - Cuando llega tarde, el joven siempre
se acuesta sin cenar, cansadísimo.
LUIS. - ¿De qué tan cansado?
AMA DE LLAVES. -A veces corretea a algún animal hasta
que lo alcanza. Algún animal dañino. Si usted quiere
le muestro el terreno, lo feo que está.
Luis. - No, gracias. Escuche tranquila su radio.
El AMA DE LLAVES descuelga la lámpara y salen
ambos al parque.
AMA DE LLAVES. - Si puedo platicar con alguien, yo en:
cantada.
Lms. - Yo a las diez también me voy a dormir.
AMA DE LLAVES (sin prestarle atención). - Venga, que
hace su digestión caminando tantito.
LUIS (resignado a dar, el paseo). - Pero yo digo, ¿por
qué todo tan abandonado? ¡Es una lástima!
A la luz lunar y de la lámpara, el parque va des-
plegándose a la vista, es bello dentro de su deca-
dencia. ·
AMA DE LLAVES. - Hace años que no viene nadie. Antes,
ya usted se acordará, una familia tan grande. Esas
tías tan bonitas del joven Armando; pero después
ya dejaron que todo se fuera echando a perder.
LUIS. - ¿Nunca viene nadie?
AMA DE LLAVES. - El joven Armando quería mucho a sus

39
tías, cuando estaba chiquito. Pero hace muchos años
de todo eso.
LUIS. - ¿Y él anda siempre solo?
Al\IA DE LLAVES. - Una vez recibió la visita de un amigo,
pero mejor habría sido que no hubiese venido, no
trajo más que tristeza al joven.
LUIS. - ¿Cuándo estuvo ese amigo?
. AlllA DE LLAVES. - Lo que importa es que estuvo. Antes
o después, qué más da ...
Luis (mirando su reloj de pulsera). - Bueno, yo ya me
voy a dormir ...
AMA DE LLAVES. - Como usted guste, pero ya sabe. Cuan·
do se sienta solo, véngase a platicar conmigo para
que le cuente del Negro.
LUIS (de pro11to muy interesado). - ¡Ah, sí! ¿Qué le
pasó al pobre?
AMA DE LLAVES (volviendo hacia la casa). - Ya sabe us·
ted que siempre fue duro de la cabeza.
LUIS. - Pero pacífico.
AlllA DE LLAVES. -Alguien que vino de visita le dio unos
golpes un día, y se volvió malo ...
LUIS. - Pero ahora está ciego, además.
AlllA DE LLAVES. - Desgracias que pasan. Bueno pues, si
usted se va a dormir, yo me echo la novela de las
diez. ¡Ah!, se me olvidaba que detrás de la puerta
de la entrada hay una escopeta. Téngala junto a su
cama, así es mejor.
LUIS. - ¿Por qué?
AlllA DE LLAVES. - Por nada, pero ahora es la costumbre
de todos aquí. Que cada quien duerma con un arma.

Hacienda. (Noche)

Lms sale a la arcada que sirve de entrada a la


hacienda. Camina hacia el árbol de las magnolias,
no se ve a nadie en derredor. Enciende un cigarri-
llo, espera. Nadie se acerca, llega casi impercep-
tible la música radial del Al\IA DE LLAVES. Por lo
demás, el silencio es total. La luz limar permite
cierta visibilidad. LUIS vueh•e a la casa.

40
Recámara de Luis. ( Nocl1e)
Este duerme. Se oye w1 ruido extra1io. Alguien,
con wias muy largas, raya suave111e11te el vidrio de
la ventana, por el lado de af11era. LUIS se despier-
ta, aparta la cortina y si11 e11ce11dcr la luz alcanza
a distinguir, a la luz ele la lu11a, a la l\I uc 11AC11 A
del tren, detrás de la ventana. LUIS le /tace se1ias
de guardar silencio. Se calza rápido el palllalón y
sale. El rifle queda en su ri11có11. LUIS 110 Tia pen-
sado en llevarlo. La l\IUCllACHA está dctrds de
unos arbustos.
Hacienda. (Noche)
MUCHACHA (en un susurro, nota11tlo la dificultad de él
en ubicarla). - ¡Aquí...! ¿No me ve?
LUIS (al llegar a ella). - Estas piedras lastiman ...
MUCHACHA. - Usted anda descalzo.
LUIS descubre la bicicleta de la MUCHACHA, es-
condida entre unas plantas.
LUIS. - Claudia, habíamos quedado en tuteamos.
Mue HACHA. - No pude venir antes. En mi casa se acos-
taron tarde.
LUIS (acariciándole el brazo). - Lo importante es que
estés aquí.,
MUCHACHA (retirándole la mano). - No me agarres, no
vine a eso. (Se pone muy seria.) Tú no sabes ...
LUIS (acariciándole una mejilla). - ¡Pero es que eres tan
preciosa!
Mue HACHA. - Si en mi casa saben que vine, se van a
enojar muchísimo. Pero yo no podía dormir pensan-
do en una cosa.
LUIS (sigue acariciándola; ella no le retira la mano). -
Dime. Dime todo.
Mue HACHA. - Te equivocas conmigo. Vine porque me
arrepentí de no decirte una cosa.
LUIS. -Sí. ..
Mue HACHA. - Armando es malo. Tienes que cuidarte.
Es muy malo.
LUIS (la abraza). - Te preocupaste por mí.
Mue HACHA. - Y ahora me voy. Le tengo miedo a tu
amigo.

41
LUIS. - El duerme. Esa es su ventana, ¿ves que está a
oscuras? (La atrae hacia sí.)
MUCHACHA. - Pero no me hagas eso ... No me tengas
así.
Empieza con los mismos síntomas del desmayo
en el tren; quejidos, respiración afanosa. LUIS se
asusta doblemente. Mira hacia las ventanas de las
recámaras: ARMANDO puede oírlos. La MUCHACHA
queda desmayada en los brazos de LUIS. La coloca
sobre el pasto, no sabe qué hacer. Le quita a la
M uc HACHA un pañuelo que lleva en la cabeza y
va a mojarlo a un barril lleno de agua que hay
junto a un catio de drenaje. La M uc 11AC11 A, cuan-
do nota que él está lejos, abre apenas los ojos
para ver qué hace LUIS. El desmayo ha sido fin-
gido.
Luis vuelve con el pañuelo mojado, repite la
operación de la madre en el tren. Le moja la fren-
te, bajo las orejas, le abre la blusa para mojarle
el cuello. La MUCHACHA empieza a respirar hondo
y acompasado, como durmiendo serenamente.
LUIS se siente tentado de abrir más la blusa. Lo
hace. En seguida vuelve a cerrarla, avergonzado
de aprovecharse de la situación.
Pero la tentación es más fuerte y la vuelve a
alJrir. Descubre un seno de la muchacha, los dos.
S~ca su encendedor clel bolsillo del pantalón .v
alumbra sobre la carne de ella. Después le levanta
la falda, le descubre un muslo, el otro. la trusa
es muy corta, la empieza a bajar. La MUCHACHA
da setias de volver en sí. LUIS vuelve a cub(rirla.
MUCHACHA (fingiendo volver en sí).-¿Dónde estoy ... ?
¿Qué pasó?
LUIS. - ¿Te sientes mejor?
MUCHACHA (fingiendo estar ya consciente).-¿Qué es
lo que pasó?
Lms. -Te desmayaste ... Pero ya te sientes bien, ¿ver·
dad?
MUCHACHA. - No sé ... (Se incorpora.) Tengo frío.
LUIS (la abra::.a). - Te buscaré algún abrigo ... Vamos
adentro.
MUCHACHA. - No. En Ja casa no.

42
LUIS (tratando de besarla). - Sí, Claudia, adentro esta-
mos mejor. (La besa.)
Mue HACHA (no le devuelve el beso,· le retira la boca). -
No. ¡Te digo que 'no ... ! ·
LUIS (tratando de retenerla). - ¡Ven para acá ... !
(La Muc HACHA se suelta y sin querer vuelca tm
cae/tarro colocado sobre la ventana de Luis. El.
ruido se agranda en la quietud de la noclze. La
l\IUCIL\CHA vuelve a Luis y lo abraza, asustadí-
sima.)
Luis. - No tengas miedo, están durmiendo.
(Se enciende la luz de la ventana de AR~lANDO.)
MUCllACIIA (muy asustacla).-¡Es ·Armando ... ! ¿Qué
nos va a hacer?
Luis. - Nada ... Te lo presento y vamos adentro un rato.
~l es amigo, ¿qué nos puede hacer?
MUCHACHA (realmente aterrada). - ¡Por lo que más
quieras ... que nadie sepa que vine! Te lo pido por lo
que más quieras.
Aparece AR~L\NDO, con su escopeta colgada al
hombro y una linterna encendida en la mano.
Mira a su alrededor.
ARMANDO. - ¿Quién anda por ahí?
MUCHACHA (en un susurro). -No le contestes ... ¡Por
favor!
ARMANDO. -¿Quién anda ... ? (Espera un instante la res-
puesta. Vuelve a entrar.)
MUCHACHA (soltándose de Lms). - Lo mejor es que
me vaya.
Luis (rete11ié11dola). - No, qué dices ...
En ese momento se vuelven a oir pasos. Es AR-
MANDO, que ha vuelto a salir. Trae al NEGRO ama-
rrado a su.correa, en la otra mano un palo con el
que lo azuza. Durante toda la escena el rostro del
NEGRO permanece en la sombra.
ARMANDO (al NEGRO, picándole cqn el palo). -Tú tienes
·buen oído ... Los ciegos oyen respirar de lejos ... (Lo
· suelta.) ¡Andalc ... !
El NEGRO camina como buscando w1 rastro. C!zo-
ca col!/ ra una plü11ta, le sobreviene tm atuque de
ira contra la planta. Le quiebra las ramas, la des-

43
hace. Sigue buscando el rastro. Toma el rumbo
del escondite de LUIS 'Y la MUCHACHA.
ARMANDO. - Bien, Negro, bien ... No lo dejes escapar.
LUIS (a la MUCHACHA, en voz muy baja).-Tú quédate
aquí. L~ voy a decir que estoy solo.
(La MUCHACHA no responde, está paralizada de
miedo. LUIS da unos pasos lzacia ARMANDO.)
Armando, soy yo ...
ARMANDO (viéndolo que se adelanta). - ¡Negro, ven acá!
(El NEGRO se detiene al sentir a LUIS adelantarse.
Este no se sabe si porque reconoce su voz, o
porque obedece la orden de ARMANDO.)
¡Negro, vente para acá ... ! '
LUIS. - Te desperté. No tengo perdón.
(ARMANDO va hacia el NEGRO y recoge el extremo
de la correa.)
ARMANDO. - Mira a este pobre ... Y tú que crees en la
paz del campo ... (Saca un pa1iuelo y lo coloca como
venda sobre los ojos del NEGRO.) O mejor no. No lo
mires ...
LUIS. - ¿Qué le pasó?
AR\IANDO. - Un amigo mío, tú no lo conociste... Lo
golpeó una vez, sin querer, y el Negro quedó mal,
muy alterado. Peleaba con la gente y un día apareció
amarrado a un árbol, en el camino al pueblo. Al-
guien le había reventado los ojos, a punta de cu-
chillo.
(El NEGRO levanta su perfil y la luz lunar deja vis-
lumbrar algunos de sus rasgos.)
Luis. - Pues entonces él pudo ver quién fue.
ARMANDO. - No. Alguien lo atacó por la espalda. (Ata
el extremo de la correa, que lleva candado, a un ár-
bol, como si se tratase de un acto perfectamente nor-
mal.) ¿Y tú qué hacías a oscuras?
Luis. - No te lo puedo contar ...
ARMANDO. - ¿A poco me vas a decir que ya hiciste una
conquista?
LUIS (molesto, sin darse cuenta de su imprudencia). -
¿Por qué no?
ARMANDO (con celos, disfrazados como broma). - Siem-
pre el mismo. Te crees el Tenorio, tú ... Pero eso es-
taba bien de chicos. Ahora ya estamos grandecitos.

44
LUIS. - Vamos a la casa.
ARMANDO. - No. Primero enséñamela ... A ver, ¿dónde
está ... ? ( Encie11de otra vez la linterna, toma de u11
brazo a LUIS, enfocando la linterna !1acia el l11gar
do11de la pareja estaba escondida.) ¡Enséñamela ... !
Debe ser guapa. Nos vamos a hacer amigos.
(No se ve rastro de la MUCHACHA.)
LUIS. - La verdad es que sí, estaba con una muchacha,
pero ella no quiere que Ja vean ...
(ARMANDO, más motivado aún, enfoca la linterna
en todas direcciones.)
ARMANDO. -Además, no se puede \'er, porque no está ...
(Enfoca ltacia el camino. Toma de un brazo a LUIS
y lo lleva hacia un lugar desde donde se ve una larga
perspectiva del camino.) No está ...
(LUIS comprueba con perplejidad que la MUCHA-
CHA Ita desaparecido. ARMANDO ríe, complacido.
Sacude la cabeza, burlándose.)
¡Qué tipo eres ... ! Tú no cambias por nada.

Recámara de Luis. (Día)


(LUIS duerme, en la penumbra. Alguien golpea la
puerta.)
Luis (despertándose). - ¡Adelante!
(El AMA DE LLAVES entra, COll 11na bandeja de de-
sayuno.)
AMA DE LLAVES. - Su desayuno. (Lo coloca sobre una
banq11eta.)
LUIS. - Gracias. (Trata de despertarse.) ¿Armando ya
se levantó?
El AMA DE LLAVES le alcanza un sobre cerrado.
LUIS lo abre. Es una nota escrita sobre una hoja
de papel blanco. La letra resulta prolija e imper-
sonal, no 'como la nota escrita por ARMANDO a su
padre. El texto:
«Tengo cita con una muclzaclza; se llama María.
Regresaré tarde.» ·
AMA DE LLAVES (fijando la vista en el escrito para tratar
de ver el texto, suspira). - Es un día hermoso, hay
que salir a aprovecharlo.
(LUIS mira el rifle, colocado de pie, en un rincón.)

45
Campo. (Día)

Luis camina, gozando del paisaje. Se acerca de


pronto a una depresión del terreno. Una especie
de pozo inmenso, una caverna rocosa que se
abre en la tierra. Alguien está dibujando so-
bre una lámina blanca, con carbonilla negra. Es
ARMANDO. Se sobret.alta al olr pasos; tiene la es·
copela puesta de culata contra el suelo, pero apo-
yada sobre una pierna. Se levanta de un salto, al
mismo tiempo que aferra la escopeta.
ARMANDO. - ¡Ah, eres tú ... !
(Su expresión es neutra. Ni de alegria, ni de dis-
gusto.)
LUIS (con real alegría). - ¡Qué bueno que te encontré!
ARMANDO (con algo de recelo). - ¿Me andabas buscando?
LUIS. - No, salí sin rumbo. Creí que te habías ido con
una muchacha.
(El dibujo está sobre un atril, a un lado está la
carpeta que TABARES vio en una escena anterior.)
¿Puedo mirar?
ARMANDO. - Yo te las enseño. (Abre la carpeta.)
(Hay un bosquejo del dibujo que hemos visto del
tigre y el cordero, pero los animales, en este
caso, tienen fisonomía de animales, a diferencia
del dibujo visto por TABARES.)
LUIS. - No sabía que seguías dibujando.
(ARMANDO le muestra una serie de bosquejos de
su propia cara, en expresiones que van de la cal-
ma a la ferocidad.) j

ARMANDO. - Salgo a cazar todos los días y, cuando me


paro a descansar, dibujo un poco, para no pensar en
tonterías.
LUIS. - ¿Por qué te ves tan fiero?
ARMANDO. - El tigre va a tener mi cara.
LUIS. - ¿Y el cordero?
ARMANDO. - Tendré que hacerlo de memoria. No hay
modelo.
LUIS. - Yo puedo posar, si tú quieres. (Se sienta sobre
una roca.)
ARMANDO. - ¿No te importa aparecer como cordero?

46
LUIS (bromeando). - Me importa lo que soy, no lo que
aparento.
ARMANDO (colocando 11na hoja 11t1eva.) - Quédate ahí un
minuto.
LUIS. - Creí que andabas con una muchacha.
ARMANDO (mientras dibuja). - Sí, la vi temprano. Ella se
escapa de la casa mientras la madre está en misa.
Los padres a mí no me quieren.
LUIS. - ¿Y por qué es eso?
ARMANDO (mientras sigue dibujando). - Gente necia,
porque son pobres se creen que uno quiere burlarse
de ellos. Nada más. Pero yo a María la quiero de
veras.
LUIS. - ¿Has hablado con los padres?
ARMANDO. - No. El padre le dijo que si me acercaba me
iba a clavar esas tijerotas de podar, y si era preciso,
por la espalda ... ~l poda los árboles del pueblo.
(LUIS posa.)
(ARMANDO dibuja.)
LUIS. - Ha de creer que te quieres divertir con la hija
y nomás. Alguien tiene que ir a explicarle la verdad.
ARMANDO (con repentina alegría al ocurrírsele la idea). -
¡Tú ... ! ¿Cómo no se me ocurrió antes?
Lms.-¿Te parece?
ARMANDO. - ¿No me harías ese favor inmenso?
LUIS. - Pues sí, ¿por qué no?
ARMANDO (entusiasmado). - Yo hablo primero con ella
y planeamos todo... ¿De acuerdo?
Luis. - Cuando quieras.
ARMANDO. - Y mi papá, ¿qué pensada de ella? No la iba
a querer por pobre. Con él tampoco podría contar.
LUIS. - Lo importante son ella y tú. Si se quieren, ya
está todo listo.
ARMANDO (muy contento). - Luis... Viejo, no sabes lo
feliz que me haces ... (Deja el dibujo, se pone de pie
y va hacia LUIS. Lo abraza.) Ya no me acordaba de
lo' que es tener un amigo.
Lms.'- Pues ya ves ... (Se incorpora, mira el dibujo.)
ARMANDO (orgulloso del dibujo y feliz por lo conversa-
do). - ¿Qué te parece?
LUIS t1!.ira la cabeza dibujada por ARMANDO, que

47
repredenta una fisonomía en nada parecida a la
del propio Lurs.
LUIS. - No me parezco.
ARMANDO (retoma el dibujo). - No te fijes en el pareci-
do. A mí no me interesa lo que aparentas, sino lo
que eres ... (Con intención.) Lo que hay detrás de esa
cara.
LUIS (al que estas últimas palabras lo preocupan). - Tú
sabrás, tú eres el artista. (Cambiando de tema.) Oye,
yo quiero ir al pueblo, por interés propio. Anoche tú
no lo creíste, pero me había dado cita con una mu-
chacha junto al árbol de las magnolias.
(IA expresión de ARMANDb se vuelve a oscurecer,
sigue dibujando.)
ARMANDO. -Apenas llegado y ya hiciste una conquista.
LUIS. - Fue en el tren, una muchachita muy joven. Clau·
dia, el apellido no lo sé, pero viven en el pueblo, así
que tú sabrás quiénes son.
ARMANDO. -¿Son?
LUIS. - Sí, ella y la mamá. Parecen gente de posición,
muy bien vestidas.
ARMANDO. - En el pueblo no hay gente de posición, son
todos unos pobretones.
LUIS. - Te digo que no. Además, tú la debes haber visto.
Es guapísima, te digo.
ARMANDO (dejando el dibujo). - Me voy a dar un bafie
en la laguna. Ya me cansaste.
(LUIS queda sentado, callado. ARMANDO se da cuen-
ta de la brusquedad con que lo ha tratado y se
arrepiente.)
Vente a dar un chapuzón, ¿no?
Luis. - Bueno.

Laguna. (Día)

Está en parte cubierta por sauces y otros árbo-


les que se inclinan sobre el agua. lA quietud es
total. El calor del mediodía empieza a apretar.
Luis se empieza a desnudar de inmediato. AR-
MANDO ve el torso desarrollado de Luis y se siente
disminuido. Se vuelve a abotonar la camisa.
ARMANDO. - Ya me dio flojera.

48
LUIS. - Con el agua se te quita ... (Se termina de desm1-
dar y se echa al agua.)
(ARMANDO se sienta, recostado contra un árbol.
No mira hacia el agua.)
ARMANDO (burlón). - Sé en lo que estás pensando.
Lms (naú'ando). - No estoy pensando en nada.
ARMAND.O. - Cierra los ojos y te voy a decir lo que estás
imaginándote.
LUIS (dejando de nadar). - Bueno. (Cierra los ojos.) Ya.
ARMANDO. - Déjame concentrarme un momento.
LUIS (con los ojos cerrados). - Ya estoy viendo algo.

Orilla opuesta, pero no muy lejana, unos veinte


metros. Aparece la MUCHACHA del tre11 y se em-
pieza a desvestir. Entra al agua lentamente. Es de
una belleza esplendorosa. !.A acción y el diálogo
se desarrollan con marcada le1Hit11d.
Voz DE ARMANDO (sobre la acción de la MUCHACHA en
el agua). - Es muy guapa.
Voz DE LUIS (en brcma, no creyendo en el juego de
ARMANDO). - Sí, te lo dije.
Voz DE ARMANDO. - Yo no la veo, pero te leo la mente.
Voz DE Lurs. - Yo sí la estoy viendo.
Voz DE ARMANDO. - Y te gusta mucho.
Voz DE Lms. - ¿Qué es lo que más me gusta ... ? ¿A
ver?
Voz DE ARMANDO. -Te gusta ... Que sea muy joven ...
LUIS (siempre con los ojos cerrados). - Es cierto ...
¿Y qué más?
La expresión de ARMANDO se oscurece paulatina-
mente a lo largo de los siguientes parlamentos.
ARMANDO. -Te gusta que sienta mucha vergüenza ... de
que la vean desnuda... ·
Vuelve a verse la Muc HACHA, siempre sola en el
lugar. Se tapa los senos con las manos para que
no se le transparenten debajo de.l agua. Baja la
vista, se pone a nadar. Se le transparentan las nal-
gas. El sol le dora el pelo, los ojos, la piel.
Voz DE LUIS. - Es cierto ... ¿Y qué más?
Voz DE ARMANDO. - Y que tenga el pelo largo, rubio
y los ojos azu ... (Se detiene abruptamente.)
Voz DE LUIS. - Sigue, vas bien ...

49
Silencio. La MUCHACHA se siente molesta por
algo que no se sabe qué es. Lentamente va hacia
la orilla. Se cubre con una toalla.
Luis. - Hasta ahora iba todo perfectamente ... Es la mu-
chacha del tren. Muy chiquita de arriba, muy redon-
dita de abajo ... Aunque no debe tener más de quince
años, tal vez dieciséis o catorce.
(El sc111bla11tc de ARMANDO estd crispado.)
ARMANDO (con voz áspera). - Párate ... Tu broma es de
muy mal gusto.
Luis (abriendo los ojos). - No entiendo ...
ARMANDO (poniéndose de pie, de muy mal humor). - Me
estás describiendo a María Linares.
Luis. - Nunca he visto a María. No sé quién cs.
ARMANDO. - Mi novia, ¿quién va a ser? ... Alguien te
contó de ella y me estás haciendo una broma, ¡y bien
cabrona!
LUIS (tentado de seguir la vertiente perversa de la con-
versación). - Nadie me contó mida. Ella estaba frcn·
te a nosotros en el agua, pero tú no la quisiste mirar.
ARMANDO. - ¿Qué disparates estás diciendo?
LUIS. - Sí. Tú le dabas la espalda porque estabas dema-
siado ocupado conmigo, desconfiando de mí, pensan-
do que te la podía quitar.
ARMANDO (admirando la imaginación de Lurs). - Por lo
menos tienes sentido del humor.
Lurs. - O te tomo a broma, o me ofendo.
ARMANDO. - No te ofendas.
Luis. - Pero yo vi una muchacha nadando ahí cerca
hace un momento, aunque no me lo creas.
ARMANDO.·_ No te lo creo. Tenías Jos ojos cerrados.
LUIS. -Qué me importa. Yo me saqué el gusto de verla
y tú no.

Camino. (Atardecer)

Un camino que conduce al pueblo. Lurs y ARMAN·


no van en bicicleta. ARMANDO frena y LUIS lo
imita.
LUIS acciona con mucho tacto. Ya ha perdi-
do confianza en ARMANDO. Este en cambio parece
más calmo.

50
LUIS. - Será mejor que me muestres la casa de María.
ARMANDO. - Todavía no hay necesidad. Antes quiero ha-
blar con ella.
LUIS. - ¿Y crees que encontraré el camino de vuelta a
«Los Cisnes"?
ARMANDO. - ¡Claro, hombre ... ! Yo no quiero arriesgar-
me a encontrar al padre. Sobre todo ahora, que tocio
se va a arreglar. (Sonrle agradecido.)
LUIS. - ¡Claro que se va a arreglar!
( ARMA~DO suelta 11n brazo del manubrio y le pone
la mano sobre el hombro. Siguen pedaleando así,
juntos.)

Entrada del pueblo. (Atardecer)

Se los ve de lejos que se despiden. LUIS prosigue


por el pueblo en bicicleta. Hay poca gente. Mira,
curioso, en todas las direcciones, espera encontrar
a CLAUDIA. Esta no aparece por ninguna parte.
LUIS ve el local del correo. Se detiene, mira los
demás negocios, ve 11na papelería, titubea un mo-
mento. Se da vuelta para cerciorarse de q11e nadie
lo sigue. Et:tra al negocio. Lo atiende un VENDEDOR
de mediana edad.
VENDEDOR. - ¿Qué se le ofrece?
LUIS. - Una postal, por favor. De esta zona, si hay.
VENDEDOR. - Ni de esta zona ni de otra.
LUIS. - Papel y sobre, entonces.
(LUIS se asoma a la calle, inquieto. El VENDEDOR le
alcanza un block. Va a lmscar sol1res.)
No, unas pocas hojas. Me alcanza con una en rcali·
dad.
VENDEDOR (trayéndole uh paquete de sobres). - No hay
más que en paquete.
Luis (resignado y colocándose en un extremo del local,
desde donde no se lo podría ver pasando por la
calle). - ¿Me permite que escriba dos líneas acá
adentro?
VENDEDOR (muy seco). - Está en su casa.
LUIS. - Gracias. (Se pone a escribir, con la caligrafía
que ya se le ha asignado.)
«Querido señor Heredia: Unas pocas líneas. Encon-

51
tré a su.hijo Armando ... (Aquí se detiene un momen-
to.) bien, mejor de lo cr·: creía. Tranquilícese, salu·
dos. Luis.•
(Luis levanta la vista, mira al VENDEDOR, que está
acodado sobre el mostrador, co11 la mirada perdi·
da en la calle, casi desierta.)
Perdone usted, es que yo ... Ando buscando una casa,
de la familia Linares. ¿Me puede decir dónde queda?
(Le paga.)
VENDEDOR (recibiendo el di1tero y dándole el vuelto). -
A esta hora no hay nadie en la casa.
LUIS. - ¡Ah, no sabía ... !
(Mientras tanto pliega la hoja y la po11e en el
sobre.)
VENDEDOR. - Linares vuelve del campo cuando es más
de noche. Y la mujer anda por ahí, chambeando. Es
lavandera.
Luis.-¿Y la hija ... ? ¿Ella no estará?
VENDEDOR._. ¿Qué hija ... ? Si no tienen hija.
LUIS (110 sabiendo si decir María o Claudia). - M ... Ma-
ría.
VENDEDOR. - Pobre criatura. Ya murió.
LUIS. - No es posible.
VENDEDOR. - Cómo no. Ya hace cuatro o cinco años. No
tenían más que esa hija y la perdieron.
(LUIS, totalmente confuso, toma un sohre y la
hoja escrita.)
LUIS. - No sabía nada.
VENDEDOR. - Por eso trabajan todo el día. Para no pen-
sar en eso. Vuelven a la casa cuando ya es de noche.
LUIS. - ¡Gracias! (Sale, dejando el resto del block y los
sobres.)
VENDEDOR (levantando la voz para que lo oiga). - Está
dejando su compra.
Luis (ya en· la calle). - No me sirve, nos vemos ...
(El VENDEDOR se encoge de hombros.)

Calle del pueblo. (Atardecer avanzado)

Calle, tomada de una cierta distancia. Se ve a


Luis que llega hasta la puerta del correo. Da 1111

52
vistazo a su alrededor para aseg11rarse q11e 110 lo
ven entrar. Entra. En ese momento dobla la es-
quina un HOMBRE corpulento, rudo, de campo,
con tijeras de podar en la cintura. A su lado, una
MUCHACHA joven. Se les ve de lejos, pero se al-
canza a distinguir q11e es la misma M uc HACHA
del tren. En mz plano nuís cercano, pero desde
la acera, a través del vidrio del ventanal, se ve a
Ll11s e/entro del correo escribiendo el solne.
Sobre el vidrio .~e reflejan el JI Ol\IUHE y la MU-
c 11 AC HA al pasar. La l\I uc HACHA le toma el brazo
al hombre y lo hace detener. El H Ol\IBRE se de-
tiene apenas un instante y continúa su marcha. La
MUCHACHA observa a LUIS. Permanece reflejada
en el vidrio un instante más. Luis no mira hacia
fuera, va a la ventanilla.
Otra vez en plano alejado se ve al HOMBRE ha-
cer seria a la M uc HACHA de q11e lo siga.
LUIS. - Entrega inmediata, por fa\"or.
EMPLEADO. - Son cuatro pesos con treinta céntimos.
LUIS (mientras cuenta las monedas). - Perdone, pero yo
no soy de acá y quisiera ver a la familia de María
Linares ... ¿Están ellos en el pueblo?
EMPLEADO. - Sí están.
Luis. - ¡Uhmmm! Gracias. (Paga.)
EMPLEADO (dándole el wiclto). -Aquí tiene.
Luis (110 ani111á11dose del todo). - Y ... cómo le diré. ¿ Us-
ted sabe qué le pasó a María?
EMPLEADO. - Está muerta desde hace años la pobrecita,
desde el verano del setenta y cuatro.
LUIS. - Yo no me enteré cuál fue la enfermedad.
E:>.IPLEADO. - Ninguna enfermedad. Se suicidó. (Sella la
carta.)
LUIS. - Qué triste.
EMPLEADO. - Así es.
LUIS (decidiéndose de pronto). - Caray, perdone. Cam-
bié de parecer, no voy a mandar la-carta.
EMPLEADO (devolviéndosela). - Pero ya no le puedo des·
pegar los sellos.
(LUIS la ro111pe y la eclza a 1111 canasto de papeles.)

53
Campo. (Día)

El mismo lugar en que ARMANDO dibujaba. LUIS


estd posando en la misma postura de la vez ante.
rior. ARMANDO dibuja.
ARMANDO. - ¿Ya estás cansado de posar?
Luis. - No, apenas hemos empezado.
ARMANDO. - ¿Qué dices? Hace más de una hora que te
dibujo.
LUIS (no sabiendo cómo reaccionar). - Tú crees ...
(Sigue silencio.)
ARMANDO. - Se te pasa el tiempo rápido porque te gusta
posar. Ahora me doy cuenta por qué me rogaste tan-
to que te dibujara.
LUIS. -¿De veras ... ? ¿Te rogué tanto?
ARMANDO. -Así es .. .
(Sigue un silencio. ARMANDO observa a LUIS con
una sombra de sorna.)
Te gusta ser el centro de atención.
LUIS. - Nadie me lo echó en cara nunca.
ARMANDO. - Por eso exiges que sólo te dibuje a ti. ~sa
es la condición que me pusiste. Y la verdad ... no sé
por qué diablos acepté.
(LUIS queda callado. De pronto ARMANDO se lar-
ga a reír.)
De veras que eres tonto ... Te da pena contradecirme
en la cara ... ¡Claro que todo lo que te estoy diciendo
es mentira! Pero, hombre ... no hay que ser tan débil
de carácter, hay que enfrentársele a la gente cuando
no tiene razón.
LUIS. - No sabía si era broma o qué ...
ARMANDO. - Me parece que sí creías todo ... Pero es pe-
ligroso eso, Luis.
LUIS. - ¿Peligroso?
ARMANDO. - La gente se puede ofender si le dices que sí
a todo, porque eso es para los locos. A los locos
siempre se les dice que sí. (Le muestra el nuevo cro-
quis a LUIS y saca los anteriores para compararlos.)
(Es una serie de la misma cabeza, sin parecido a
LUIS, ya se ha dicho, en la que cada cabeza ocupa
una hoja. La expresión del rostro va cambiando
gradualmente, de hostil se va haciendo más vul-

54
nerable y sufriente, hasta terminar en una mueca
de martirio.
De pronto los guarda todos.)
¡No me hagas caso! Deliro de puro contento que
ando.
Lms. - ¿Y por qué ... ? ¡Anda le, cuenta ... !
J\1tl\1AN1>0. - Es que, en unos 111i1111tos, tengo la cita con
María. (Plegando el atril.). Por eso hoy la sesión de
trabajo es corta.
LUIS. - Te lo tenías callado ...
ARMANDO. - Ella me espera acá, bien cerca ... Pero tú no
te acerques, porque a mí no me gusta que me espíen.
Eso no me excita.
LUIS. - Dime por dónde no debo ir entonces.
ARMANDO. - Mejor vete a la casa. Ella no lo sabe, pero
Je tengo una sorpresa. Ayer le grabé el nombre en un
árbol, ahí donde siempre nos encontramos.

LUIS, ú'esde el mismo illgar donde ha estado po-


sando para los dibujos, ve a ARMANDO, ya lejos,
que dispara a 11n pájaro. De más cerca se ve a
ARMANDO, demudado porque erró el tiro, disparar
varios tiros más, en diferentes direcciones, para
descargar su rabia. LUIS inicia una larga caminata.
De pronto ve a ARMANDO, echado en el pasto, al
pie de 11n árbol, con la inscripción «María• y un
corazón fleclzado. Luis se esconde y queda espian-
do. Pasa más de una lzora. Ya está cayendo la
tarde. Nadie viene. Luis no a~11a11ta mtis la incó-
moda posición de su escondite. Se incorpora.
Nota que su amigo ,duerme. Se arma de valor y
lo despierta.

LUIS. - Es tarde. Despierta.


ARMANDO. -Tú ... ¿Qué haces?
LUIS. - Nada ... Pasaba y te vi. ¿Te dejó esperando?
ARMAÑDO (se levanta, con aire satisfeclzo). - ¡Qué va ... !
Viho y estuvimos abrazados hasta que nos dolían Jos
brazos de tanto apretarnos.
LUIS. - ¿y qué más?
ARMANDO. - ¿ C~ómo que qué más ... ? Nada. Yo la res-

55
peto. María es muy niña ... Bueno, para qué te lo voy
a ocultar. Es virgen. Es mi \'irgencita ... Mía, de na-
die más.
(Sigue silencio. LUIS teme ofenderlo.)
Y mira ... (Saca del bolsillo de su camisa 1111a foto.)
¡Por fin hoy me dio su foto ... !
(LUIS mira la foto, con un estupor que logra casi
esconder. La MUCHACHA es la misma del tren.)
¿No te parece preciosa?
(Se van. LUIS alcanza a ver de cerca la inscripción
en el árbol, es muy vieja. La madera está reseca.
Se trata de una inscrip.ción lzecha mios atrás.)

Sala de la hacienda. (Tarde)

LUIS trata de leer algo. A lo lejos se oyen los


disparos nerviosos de la escopeta de ARMANDO.
LUIS no puede concentrarse en la lectura.
Voz DE LUIS. -Al día siguiente, Armando evitó verme,
pero andaba cerca y eso me ponía más nervioso
aún. Sentí una necesidad urgente de \'er a Claudia ...
o María. Sin decir nada me largué al pueblo al atar-
decer, cuando el sol no estaba tan fuerte.

Camino al pueblo. (Atardecer)

Voz DE LUIS. - Estaba decidido a dar \'ueltas por las


calles hasta encontrarla.
(LUIS da vueltas lentamente en bicicleta, mirando
en todas las direcciones. Mira por las puertas en-
treabiertas de las casas, por las ventanas. Mira
pÓr entre los árboles de tos patios.)
Pero era inútil. Ella podía estar entre cuatro pare-
des, a pocos metros y yo no la iba a poder ver nunca.
Luis se detiene un momento, se apoya contra un
árbol, enciende w1 cigarro. Respira Jio11do. Está
fatigcdo, y ante todo, decepcio11ado. La calle, muy
arbolada, está desierta. De pronto, a lo lejos, le
parece ver una figura de M ce HACHA co11ocida. La

56
MUCHACHA camina en la direcció11 co11traria y do-
bla la esquina. Desaparece. Luis se 111011ta en la
bicicleta y trata de seguirla. Al llegar a la esquina
donde ella dobló, ya no la ve. Sigue en la misma
dirección en que caminó ella. Llega a la siguiente
esquina. Por fin la ve. Ella cami11a en la misma
dirección, por consiguiente, le sig11e dando la es-
palda. LUIS ya está cerca, parece realmente ser la
MUCHACHA del tren.
LUIS. - María ...
La MUCHACHA se da vuelta. Es la MUCHACHA del
tren. Se detiene un momento, después sigue cami-
nando. El continúa por detrás. Se Ita bajado de
la bicicleta para ir a la misma velocidad. Ella le
Jzabla entre dientes.
MUCHACHA. -Disimula, ¿me oyes?
LUIS. - Sí.
MucH ACHA. -Adelántate unos pasos. Camina delante
de mí.
(LUIS la obedece. Ahora va a/gimas metros de-
lante de ella.)
Es peligroso que nos vean juntos. Me pueden cas-
tigar.
Luis. - ¿A quién Je tienes miedo? ... ¿A Armando?
ML'CHACll A. - Yo no lo conozco, pero dicen que es muy
malo.
Ll'Js. - ¿Por qué le diste tu foto?
Ml'CHACHA.-¡Yo no le di ninguna foto!
LUIS. - Me mostró una foto tuya. (Silencio de la MU-
c HACHA.) ¡Tú tienes dos nombres!
ML'CH ACH A (algo burlona). - No. Tengo tres.
Lns. - ¿Cuáles?
MucH AC HA (dominando la situación). - Claudia Estela ...
LUIS. - ¿Y el otro?
MUCHACHA. - Un sobrenombre que me puso una ami-
ga: Flaca.
(Silencio.)
A esta hora, mañana, tengo una excusa para salir de
la casa. Mi papá trae flores y yo las lle\'O al ce-
menterio.
Lus. - ¿Tu papá es jardinero ... ?
ML·c HACHA. - Papá y mamá me hacen que lle\'e flores

57
al cementerio, cuando las traen frescas. Ahí te puedo
esperar mañana. Ahí nadie nos podrá ver.
LUIS. - No dejes de Yenir. Yo te voy a esperar ahí.
Mue HACHA. - Pero me tienes que prometer una cosa.
LUIS. - Dime.
Mue HACHA. - Me tienes que decir siempre Claudia, por-
que ése es mi nombn!.
Lurs. - Pero, óyeme ... Yo quiero saber quién era María.
MUCHACHA. -¿Por qué me preguntas por otra? ¿No te
basta conmigo?
Lurs. - Es una curiosidad nada más.
MUCHACHA. -A mí me da rabia que pienses en otra.
Lurs. -¿Estás celosa?
MUCHACHA. - ¡Qué tonteria ... ! Pero te lo digo de ve-
ras. Es mejor que no nos vean juntos.
LUIS. -Te espero mañana entonces. Sin falta. (Monta
en la bicicleta.)
La MUCHACHA sigue su camino y entra en una
casa modesta, con jardín delante y terreno grandé
al fondo. Lurs la i•e entrar a la casa y después se
aleja en su bicicleta.
Junto al pie de la cdmara aparece ARMANDO,
que ha visto todo. Su expresión es inescrutable.

Cementerio del pueblo. (Atardecer)

Llega LUIS. Deja su bicicleta contra un ~uro. Da


un vistaw. No hay nadie. El lugar es poco tran-
quilizante; el aire mueve los ramajes. Se produce
un constante murmullo de hojas secas. LUIS da
unos pasos, mira los nombres de las lápidas. De
pronto, en el arco de la entrada, aparecen la MU-
CHACHA y su ~!ADRE. Están, como de costumbre,
elegantes, pero severamente vestidas. Al ver a
LUIS, ambas sonríen. Las mujeres avanzan. La
MUCHACHA trae un ramo de flores. LUIS no sabe
cómo reaccionar. Fuerza una sonrisa de compro-
miso.
MADRE (muy cordial). - ¡Qué gusto verlo, joven ... !
LUIS. - Buenas tardes, señora ... Buenas tardes, Claudia.
MUCHACHA (neutraj. - Buenas tardes.

58
MADRE (con un dejo de picardía). - Claudia me dijo que
se iba a ver con usted, y aquí me tiene. No resistí el
deseo de venir a saludarlo.
Luis (poco convincente). - Pues mucho gusto de verla ...
(A la MUCHACHA.) ¿Cómo estás, Claudia?
MucHACH A (mirando las flores). - Pues bien ... ¿Verdad
que son honitas?
MADRE (cortando la conversación). - Mejor las coloca·
mos ya, ¿verdad? (Se pone en marcha.)
(La sig11e11.)
MUCHACHA (a LüIS).-Todas las semanas traigo flores
frescas. Mamá no quiere venir porque le da tristeza
el cementerio.
MADRE. - Teniendo estas flores tan hermosas es una lás·
tima no traerlas. (A la MUCHACHA.) Tenemos que
cambiar el agua. ¿Vas tú?
MUCHACHA (a LUIS). - ¿Le molestaría ir a usted?
LUIS. - No, si me "dicen dónde es.
MUCHACHA. -Junto a Ja entrada.
(Se detienen ante una tumba en tierra, ni muv
modesta ni muy lujosa, relativamente recienté.
Hay un ramo de flores ya marchitas que ocultan
el nombre de la lápida. Luis mira con suma curio·
sidad, espera el momento en q11e retiren las flores
para mirar el nombre.)
Está bien a Ja vista.
MADRE. - ¿Qué tal lo está pasando por estos lados?
(LUIS aparta su mirada de la lápida; a pesar suyo,
por cortesía, debe mirar a la 11111jer.)
LUIS. - ¡Muy bien ... ! No he visto mucho, pero sí Jo es-
toy pasando muy bien.
MADRE (mirándole a los ojos. y así dificultándole toda
distracción de la mirada Jzacia la lápida). - Tiene que
venir a visitarnos. Ya le dije a Claudia que Jo tiene
que invitar.
(LUIS no soporta más la curiosidad y mira Jzacia
la ]ápida. La MUCHACHA ya ha retirado las flores
m(zrchitas de s11 vasija, pero Ita colocado el ramo
nuevo.)
LUIS (a la MADRE). - ¡Sí, con mucho gusto ... ! (A la :\llI·
CHACHA.) ¿No le cambias el agua?
MUCHACHA. - No., está bien así. No te molestes.

59
LUIS. - Pero no es molestia. Yo vov ...
MADRE (volviendo a su gran sonrisa· inicial). - Bueno, ya
tuve el gusto de verlo, de modo que regreso a mi
casa. Lo único que le pido es que acompañe a Clau-
dia hasta la puerta de casa, ya pronto va a oscurecer.
Luis (sorprendido, pero agradablemente). - ¡Sí, por su-
puesto! Como usted diga.
MUCHACHA (neutra).-Mamá, tú crees que hay un cuco
en la oscuridad.
LUIS. -¿Y tú?
MUCHACHA (neutra). - Yo también, porque lo he ''isto.
LUIS (a la MADRE). - Pues yo la acompaño. No se preo-
cupe.
MADRE (dándole la mano, con manifiesta y maliciosa
complicidad). - Póngase de acuerdo con mi hija. Lo
espero en casa uno de estos días.
LUIS. - Con mucho gusto.
(La MADRE lzace una caricia en la mejilla a su hija.)
MADRE. - ¡Adiós, pues!
Luis. - Adiós, señora.
(Miran alejarse a la MADRE. LUIS no puede dete-
nerse y empieza a acariciar el talle de la MU·
CHACHA.)
MUCHACHA (entre dientes). - Espera un momento, pue-
de darse vuelta.
(LUIS sigue las caricias. Los dos miran a la MADRE,
que se aleja.)
LUIS. - ¡Estoy loco de ganas de abrazarte!
MUCHACHA (viendo que la MADRE ya desaparece por la
arcada). - ¡Yo también ... !
(LUIS se desenfrena, la empieza a besar, abrazar,
tocar. La MUCHACHA 110 se termina de entregar,
se la ve temerosa.)
MUCHACHA. - ¡No, así no ... !
LUIS (apasionado, sigue besándola, etc.). - ¿Por qué
no ... ? ¡¿Por qué no ... ?! (Pone una mano bajo la
falda.)
(La MUCHACHA lucha por apartarse. El cede.)
Mue HACHA. - Me das miedo.
LUIS. - ¡Ahora nadie nos ve! (Vuelve a poner la mano
bajo la falda, esta vez 110 la quita.) Eres tan guapa.

60
Mue HACHA. - Pero hay algo que tú debías saber ... Yo
no te lo he dicho, pero te Jo has de imaginar ... creo.
LUIS. - Lo único que sé es que me haces perder el
control...
MuCHACH A. - Yo ... nunca estuve con un hombre.
Luis. - Pero quieres estar ... Conmigo sí quieres estar ...
MUCHACHA. - Sí...
LUIS le levanta la falda. Ella ya está totalmente
abandonada. LUIS busca ccn la mirada u11 lugar
donde acostarse, sobre el pasto, sobre una losa.
Descubre un lugar apropiado.
LUIS. - Ven, vamos para allá ...
Ella lo sigue, él la conduce de la mano.
La MUCHACHA va con los ojos entrecerrados.
De golpe, descubre a lo lejos, por encima de la
cerca de piedras, a ARMANDO, que avanza por el
camino en dirección a la entrada del cemen-
terio.
MUCHACHA (con espanto). - ¡¡Ah ... !! (Se arroja casi al
suelo. Tira de un braza a LUIS.) ¡Agáchate, ahí viene
Armando!
LUIS (agachándose también). - ¿Dónde?
(La MUCHACHA se lo se1iala. Lns lo ve.)
MUCHACHA. - Yo me muero ... ¡Me muero!
LUIS. - Yo te defiendo. No te pongas así.
Mue HACHA. - Es que él e~ muy malo.
LUIS. - ¿Por qué tanto miedo? ... A ti no te conoce ...
Mvc HACHA. - ¡Pero es un criminal! Yo lo sueño de no-
che ... Desde que me contaron que dejó ciego al po-
bre hombre ese ... el de Ja hacienda.
LUIS ve a ARMANDO junto a la entrada, el cual ya
Iza visto, al pasar, la bicicleta de Lns y se Iza que-
dado como esperándolo.
LUIS. - No fue él... Son cosas que dicen ...
Mue HACHA. - Sí fue él... Hay pruebas, Jo vieron. Pero
su papá compró a la policía ... El padre también es
criminal, como él.
LUIS. - ¿El padre ... ?
(Ve a ARMANDO, que sigue en la entrada, mirando
hacia el camino, como esperando a alguien.)
Espera, tú quédate aquí. Yo voy a hacer que se-vaya.
Mue HACHA. - No, llévatelo. Y yo me voy a mi casa.

bl
Y mañana te espero allá, cuando todos estén dur-
miendo la siesta, mañana domingo. Métete por atrás,
a las tres de la tarde.
LUIS. - Mañana.
Mue HACHA. - Sí, pero ahora llévatelo de aquí. (Lo besa
muy se11sualme11t e.)
LUIS. - Hasta mañana.
Ella le hace seiial de asentimiento. LUIS se lim-
pia de pasto y tierra con las manos, mientras
avanza hacia la salida. ARMANDO lo ve, reacciona
con alegría.
ARMANDO. - Te vi pasar por una calle, pero después te
perdí la pista, hasta que vi la bicicleta.
LUIS. - Me viste ...
(LUIS descubre con horror, apenas disimulado, que
ARMANDO lleva el cuchillo de plata en su cintura.)
ARMANDO (de muy buen humor, hasta bondadoso). - Y
después vi salir a la madre de María y vi tu bicicleta.
Y ya me imagino todo.
LUIS (tratando de entrar en la cordialidad del trato que
le da ARMANDO). -A ver ... ¿Qué te imaginaste? (Re-
toma la marcha, toma por el hombro a ARMANDO
para que lo siga.)
ARMANDO (caminando junto a Luis y alejándose así del
cementerio). - Que eres un amigo de verdad.
LUIS. - Y por qué, ¿eh?
ARMANDO. - Te las arreglaste para encontrar a la madre
de María y hablarle a mi favor.
(Se ve a la MUCHACHA que sale del cementerio
por una puerta posterior, pequeña.)
LUIS. - Sí, ¿cómo te diste cuenta?
ARMANDO. - Me la acabo de cruzar y me saludó con bue-
na cara.
LUIS (mintiendo de modo poco convincente). - Ella ...
Ella no tiene nada contra ti. No hubo necesidad de
convencerla de nada.
ARMANDO. - Eres demasiado modesto ... Y ¿sabes? Yo
ya sospechaba que me estabas dando una mano. Por
eso te traigo un regalo ... (Le entrega el c11chillo en
su vaina.) Sé que siempre te gustó ... Ahora es tuyo.
(LUIS baja la vista avergonzado.)
Lurs. - No ... No me lo merezco.

62
ARMANDO. - Además, ya que no andas con tu escopeta ...
necesitas un arma, a la hacienda ya llegarás de noche.
LUIS. - ¿No te vienes conmigo?
ARMANDO. - No, me quedaré en la plaza, por si pasa
María ... Estoy preocupado, ¿sabes? Me late que el
padre la tiene encerrada, no la he visto por ninguna
parte.

Camino a la hacienda. (Noche)

LUIS pedalea. La luz tenue del fa rol de la bicicle-


ta apenas alumbra pocos metros de camino. De
un lado del camino, totalmente a osc11ras, surge
un grwiido. Es el NEGRO. Está suelto. A su cuello
lleva atado el largo cordel, pero naáie lo sujeta.
LUIS trata de acelerar la marcha, pero el NEGRO se
arroja sobre la bicicleta bestialmente y caen los
dos al suelo. Al tenerlo cerca, LUIS descubre que
los ojos del NEGRO están intactos. El NEGRO grwie
y golpea ferozmente a LUIS. Trata de estrang11lar-
lo. Se trenzan en lucha.
LUIS (jadeando). - Yo ... Yo nunca ... te ... hice mal...
(El NEGRO no cede en su ataque.) Antes ... e ... éramos
bu ... buenos amigos.
El NEGRO no cede. LUIS recuerda su nueva arma.
Logra liberar un brazo y saca el puñal. El NEGRO
le agarra la nmiieca para hacerle soltar el arma.
Lurs empuja el arma hacia la cara del NEGRO y
se lo clava en un ojo. El NEGRO da w1 alarido, pero
no cede. LUIS lucha contra ese brazo que todavía
le tiene aprisionada la mwieca y con 1111 esfuerzo
le clava el puiial en el otro cjo. El NEGRO lo suel-
ta, lanza alaridos de dolor; pero todavía lo busca
en su ceguedad, para matarlo. Lurs, de atrás, lo
empuja hacia 1111 árbol y lo ata al tronco con el
cordel que el NEGRO lleva al cuello.

Hacienda. (Noche)

Lurs llega a la hacienda desgreiiado y sucio. El


A:\L\ DE LLAVES sale a s11 .mc11entro.

63
El AMA DE LLAVES se aso111bra al verlo en esas
condiciones.
AMA DE LLAVES. - ¿Qué le pasó?
LUIS. - Nada, me ... caí en una zanja.
Al\IA DE LLAVES. -¿No se lastimó?
Luis. - No ... No es nada.
AMA DE LLAVES. - Yo estoy muy preocupada ... El Negro
anda suelto. Alguien le cortó la soga con un cuchillo.

Baiio. (Noclze)

LUIS se lava la cara ~· los brazos a la luz de la


lá111para de petróleo: Se siente co11111ocio11ado
brutalmente. Se mira al espejo. No comprende
nada de todo lo sucedido.

Cuarto de Armando. (Noche)

Entra LUIS, con la misma lámpara. Mira todo,


co1110 buscando ww explicación. i 1 e, )'á clm•ado
a la pared con tachuelas, el dibujo del tigre y el
ccrdero, con los rostros de ARll.IA~Do y Lt:Is rcs-
pectivamenie. El efecto, a la 111:. de la lámpara, es
inquietante. LUIS sigue a su recámara, se acuesta
vestido. Se duerme.

Sala de la hacienda. (Noclze)

Llega ARMANDO con su escopeta colgada, 111tl)'


agitacio. Toma la lámpara. Golpea fuerte a la re-
cámara de Luis.

Cuarto de Luis. (Noche)

ARMANDO abre la puerta }' alumbra con la lám-


para.

64
Luis (despertándose sobresaltado). - ¿Qué pasa?
(ARMANDO le echa una carta sobre la cama.)
ARMANDO. - Se te cayó esto.
LUIS mira el scbre cerrado, está dirigida al se-
iior ESTEBAN HEREDIA, domiciliado en la capital.
La letra es la clcl diario de Lllls.
LUIS. - ¿Es para mí?
ARMANDO. - No, para mi padre.
LUIS. - No le he escrito ninguna carta.
ARMANDO. - Pero la letra es tuya, ¿no es cierto?
LUIS. - Sí, parece mi letra.
ARMANDO. - La encontré en el camino. Se te debe ha-
ber salido del bolsillo.
LUIS. - ¡Yo no escribí esa carta!
ARMANDO. - Tengo mucha curiosidad por saber qué
dice ... (LUIS no responde.) ¿La abro?
(LUIS sigue en silencio. ARMANDO abre la carta, la
lee con sonrisa diabólica.)
LUIS. - Yo te juro, por Jo que más quiero, que no escri-
bí esa carta... a tu padre.
ARMANDO (empezando a leer en voz alta). - «Estimado
señor Heredia: Siento mucho tener que escribirle
en estos términos. Las cosas están mal. Armando tie-
ne graves problemas ... mentales. Se siente persegui-
do, se imagina cosas. Y peor aún, creo que puede lle-
gar a cometer, sin querer, actos criminales. Venga
cuanto antes, se lo ruego. Estoy muy ... alarmado.
Respetuosamente, Luis.»
Luis. - No entiendo. Parece mi letra... pero yo no Ja
escribí, ¡te Jo juro!
ARMANDO. - De veras. En un momento creí que eras
mi amigo.
LUIS. - Yo no te deseo ningún mal, Armando. Créeme,
hermano ...
ARMANDO. - ¿Hermano?
LUIS. -Alguien te quiere hacer daño, y_a mí también ...
Y me tienes que ayudar a descubrir, quién cs.
ARMANDO. - Esta letra es tuya, Luis. No hay nadie que
me quiera hacer daño más que tú ... y mi padre, cla-
ro. Se han puesto de acuerdo.
Lms. - No te queremos hacer mal, al contrario._Te que-
remos ayudar.

65
ARMANDO. - ¿Entonces, confiesas que estás de acuerdo
con él?
LUIS. - Pero solamente por tu bien.
ARMANDO. - Ahí tienes tu escopeta ... Vamos afuera. Esto
sólo se arregla de una manera .. .
LUIS. - No, yo no quiero agarra!·la. No quiero hacerte
daño.
ARl\IANllO. - No te preocupes, soy yo el que le va a ha·
cer daño esta \'ez. (Lo toma de un brazo.) Vamos, si
no quieres que te mate aquí mismo. (lleva la esco-
peta cargada al lwmbro.)
(LUIS, a su ve;:, lc11tame11te va hacia el rincón en
que está s11 escopeta. La agarra, salen al parque.
ARMANDO le lzace sei1as de retroceder, a su vez él
empieza a retroceder.)
Cuando cuente veinte pasos, podemos disparar ... Uno,
dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez ...
(Van retrocedie11do con dificultad, porque tienen
que esquivar plantas, etc.)
... once, doce, trece, catorce, quince ...
(El rostro de Lns se descompone, mira su esco-
peta, b11sca el gatillo. No sabe cómo manejarla.
En cambio, AR~IANDO se prepara con dominio
sumo.)
... dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, ¡veinte!

Cuarto de Luis. (Noche)

Luis se despierta sobresaltado. El duelo Ita sido


un sueiio. Se le ve todavía con las marcas de la
lucha con el NEGRO. LUIS se incorpora en la cama,
enciende la lámpara, busca papel y pluma.
Voz DE LUIS (empezando a escribir). - •Estimado se-
ñor Heredia: Armando tiene graves problemas men-
tales. Se imagina cosas, y peor aún, puede llegar a
cometer actos criminales. Venga cuanto antes. Res-
petuosamente, Luis.»
LUIS Iza escrito el texto sin respirar casi. Ha que-
dado agotado por todo lo sucedido. En sus pupi-
las se refleja la llama ondulante de la lámpara.

66
Camino al pueblo. (Día)

llora ele la siesta. A10.1ANDO y Luis en bicicleta,


abrazados. AR~IANDO lleva su escopeta, conw de
costumbre.
LUIS (e11ga1iá11dolo). - No te lo pensaba decir, pero ya
que preguntas ...
J\10.IANIJO. -Qué bueno, 1.11is ... l loy se me hace enton-
ces.
LUIS. - La mamá me recomendó que entrara por la par-
te de atrás, porque entonces ella va a poder decirme
si el fulano está de buen humor o no ...
ARMANDO. - ¡Ojalá que sí!
LUIS. - La mamá estaba muy optimista. Y si hoy me re-
ciben, el asunto queda solucionado.
Se miran con expectativa y optimismo.
Pasan j11nto al árbol donde LUIS ató al NEGRO.
LUIS 11ota las ma11clzas de sangre, pero no fray
otro rastro del NEGRO. LUIS lleva la cuchilla en la
cintura, la toca.

E11trada al pueblo. (Día)

De lejos se los ve despedirse. LUIS sig11e por su


cuenta. Entra al pueblo, se cerciora de que AR·
MANDO no lo sigue. Por.e rumbo al correo, saca la
carta del bolsillo, doblada en dos. El correo está
cerrado. La placa de los horarios dice:
•Abierto: lunes a viernes 12 - 17
sábado 10 - 12
Domingos y feriados, cerrado.,.
LUIS vuelve a guardar la carta. Se dirige a la
casa de la MUCHACHA. La casa tiene ¡.m terreno
grande de fondo. LUIS entra por allí, saltando el
alambrado.
ARMANDO está escondido cerca y sigue sus mo-
vimientos. Luis mira hacia la casa; la Mt:CHACHA
aparece en el marco de la puerta trasera. Le lzace
se1ia de acercarse. Luis 5e acerca subrepticiamen-
te. La puerta trasera da a 1111 pasillo. La ~ICCHA·

67
e HA .se pone un dedo en los labios, en señal de
sil~ncio.
A, los lados del pasillo hay dos puertas. Abre
una, es su cuarto. Hace señas a LUIS, signifi·
cándole que en la otra recámara están durmiendo.
Entran a la recámara, cierra la puerta. Le
muestra a él que no hay llave por dentro. Se be-
san apasionadamente.
La ventana está abierta. Una red de alambre
la protege del exterior, a la vez que amortigua la
luz, ya atajada por una planta que crece al pie.
ARMANDO mira lo que sucede en la recámara, ca·
muflado por las ramas, Está transfigurado. Lo
que sucede lo apena y lo excita por igual. LUIS le
quita el vestido a la muchacha, debajo no tiene
más que una trusa, se la quita. El se desnuda. De
su bolsillo cae la carta al sucio, no se da cuenta.
Se acuestan, se besan, se abrazan. Ella tiembla
de manera cada vez más pronunciada. El le toma
las manos, temblorosas, y se las aprisiona, se las
lleva hacia atrás por encima de la cabeza y contra
la almohada.
MUCHACHA (en un susurro). -Tengo miedo.
Luis (acariciá11dola toda). - No se despertarán ...
MUCHACHA. - Es de ti de quien tengo miedo.
LUIS. - No te haré mal. ..
MUCHACHA (temblando más y más). - El dolor ... me
da miedo ...
LUIS. - No tiembles así... No tiembles.
MUCHACHA. -Me das mucho miedo.
De pronto se presentan los síntomas del desmayo
primero. LUIS se da cuenta. La MUCHACHA pone
los ojos casi en blanco, se desmaya. LUIS no sabe
qué hacer. La mira desnuda, totalmente indef ensu.
Esta vez el desmayo es real. Se siente tentado de
penetrarla. Le entreabre las piernas. ARMANUO
mira.
Luis ve sobre la mesa de noche zm botellón
lleno de agua, cubierto con 11n vaso. LUIS pone w1
poco de agua en el vaso y moja sus dedos, le re·
fresca las sienes, detrás de las orejas, el cuello. La
68
MUCHACHA parece sentirse mejor. Dormida em-
pieza a aspirar y espirar hondo.
LUIS trata de despertarla, no lo consigue. La
abraza fuertemente, la besa por todo el cuerpo.
No resiste más la tentación, le aparta más las
piernas y la penetra. La MUCHACHA, sin abrir los
ojos, gime de dolor. LUIS le tapa la boca para que
no los oigan, sigue penetrándola. La Muc HACHA
se debate. Después se abandona. El comienza a
moverse acompasadamente. Ella vuelve lentamen-
te en sí; el placer la empieza a invadir. ARMANDO
mira, totalmente absorto. La unión de los dos jó-
venes sigue su curso natural. La MUCHACHA -fluc-
túa entre el sufrimiento y el placer. Finalmente
predomina el placer. LUIS se une a su culminación.
Quedan exhaustos, abrazados. Ella es la primera
en reaccionar.
MUCHACHA (en voz muy baja).-Te tienes que ir ... nos
pueden encontrar.
LUIS. - Déjame un tantito más.
MUCHACHA. - No, por favor ... Ya te tienes que ir. .. Ya.
(Se desliga de él, se empieza a vestir.)
El también. El la besa y sale, ella queda lángui-
da. Ve la carta, la recoge. Se sienta sobre la cama,
en seguida se incorpora para mirar por la venta-
na cómo. LUIS se aleja. Lo ve. LUIS salta el alam-
brado, ya estd fuera de peligro.
MARfA sale corriendo detrás de Luis. No puede
~rilar porque la oirían. Va hasta el alambrado.
Nota que LUIS ha tomado velocidad en su bicicleta
de árbol y vuelve a la casa. ARMANDO ha seguido
y se aleja. MARfA esconde la carta bajo una rama
la acción y encuentra la carta.

Comedor de la hacienda, (Noche)

LUIS y la pareja de cuidadores cenan en silencio.


La iluminación es lúgubre, la acostumbrada lám-
para de petróleo. Se oyen pasos en otra parte de
la casa.
Voz DE ARMANDO. - Luis ... ¡Luis ... !

69
LUIS. - ¿Qué pasa ... ?
(No se oye respuesta. LUIS se levanta de la mesa.)
Con permiso.
(El MARIDO del A~IA DE LLAVES no los oye. Ella lo
mira con cierta aprensión. Luis sale.)

Sala de la ltacienda. (Noche)

Una lámpara encendida. ARMANDO está en el cen·


tro del reciltto. Tiene la carta en la mano. Entra
LUIS.
ARMANDO (muy divertido). - Se te cayó esto.
Lurs. - ¿Es para mí?
( ARi\IANDO sigue toda la escena, muy divertido, go·
zando del miedo creciente de LUIS. Su tono es de
regocijada ironía.)
ARMANDO. - No, para mi padre. (Se la entrega.)
LUIS. - No le he escrito ninguna carta.
ARMANDO. - Pero la letra es tuya, ¿no es cierto?
LUIS. - Sí, parece mi letra.
ARMANDO. - Se te debe haber salido del bolsillo.
Luis. - Yo no escribí esa carta.
ARMANDO. - Tengo mucha curiosidad por saber qué dice.
(LUIS no responde. ARMANDO se la quita.)
¿La abro?
(LUIS sigue en silencio. ARMANDO abre la carta.)
«Estimado señor Hercdia: Armando tiene graves pro·
blemas mentales ... ··
(ARMANDO no puede .reprimir la risa.)
... Se imagina cosas, y p'eor aún, puede llegar a co-
meter actos criminales. Venga cuanto ar.•~s. Respc·
tuosamente, Luis.•
Lms. - No entiendo. Parece mi letra, pero yo no la es-
cribí... ¡Te lo j.uro!
ARMANDO (muy irónico). -¿De veras? En un momento
creí que eras mi amigo.
LUIS. - Yo no te deseo ningún mal, Armando, créeme,
hermano.
ARM'ANDO. -¿Hermano?
Luis. -Alguien te quiere hacer daño, y a mí también.
Y me tienes que ayudar a descubrir quién es.

70
ARMANDO (zumbón). - Esta letra es tuya, Luis. No hay
nadie que me quiera hacer daño más que tú ... y mi
padre, claro. Se han puesto de acuerdo.
LUIS. - No te queremos hacer mal. Al contrario, te que-
remos ayudar.
ARMANDO (sonriendo diabólicamente). - ¿Entonces, con-
fiesas que estás de acuerdo con él?
LUIS. - Pero solamente por tu bien ... Estás enfermo y
necesitas ayuda.
ARMANDO (de pro11to dando rienda suelta a su furia). -
Sí... Yo soy el enfermo y tú mi salvador. Yo soy el
criminal y tú el santo. Tú vienes a espiarme, a dela·
tarme ... y de paso me arrebatas lo que más quiero:
¡María ... ! Me la robas y la hundes en tu mugre, ¡la
llenas de tu mugre ... ! Y eso no es todo, ¿qué hiciste
con el pobrecito Negro, eh ... ? ¡Lo cegaste para que
me echen la culpa a mí ... ! Yo siempre soy el culpa-
ble ... y tú, el inocente ... ¡Cuando eres tú el verda-
dero criminal y yo tu pobre víctima ... ! (Solloza.)
LUIS. - No es cierto, Armando. Yo nunca te quise hacer
daño.
ARMANDO. - No te preocupes, soy yo quien te va a ha·
ccr daño esta vez. (Lo toma de 1111 brazo.) Ve y aga-
rra tu escopeta, si no quieres que te mate aquí mis-
mo. ¡Muévete! ¡Vamos a ver quién gana!
Luis va a su recámara, camina i11cli11ado, no tie-
ne otro remedio que obedecer a AR'.\t.\NDO. Cierra
la puerta tras de sí, se reclina contra la puerta,
mira el rincón donde está siempre la escopeta, no
la ve, no está por ninguna parte. Sobre la mesa
de noche está la vaina de la cuchilla, pero la cu-
chilla no. Se oye la risa de ARMANDO en la sala.
Voz DE ARMANDO.-¿Qyé pasa~ .. ? ¿No encuentras tus
armas? (Sigue riendo histéricamente.)
(LUIS pone el escritorio contra la puerta, para blo-
quear el paso. V e su diario, lo abre.)
Voz DE Lurs (escribiendo desesperado). - «Armando me
quiere matar, está loco. El que lea esto, por favor,
qúe haga algo por salvarme ... si para entonces estoy
vi'vo todavía.»

(Fin de la acción retrospectiva)

71
Cuarto de ARMANDO. (Amanecer)

TABARES deja el cuaderno sobre la mesa de noche


de ARMANDO, se quita los anteojos, queda pensati·
vo, preocupadísimo. Se oyen en seguida voces en
el patio. TABARES sale al encuentro. También se
oyen motores de carros .. Quien primero se acerca
a la puerta de entrada es un hombre de campo,
de cerca de cincuenta años, que parece dirigir la
operación, dada la seguridad con que se acerca a
TABARES. Ya está empezando a clarear el día.
ENCARGADO. - Buenos días, yo soy el encargado.
TABARES (dándole la mano). - Tabares, llegué en el tren
de la noche. No sé si usted estaba al tanto.
ENCARGADO (con aire apesadumbrado, o simplemente
cansado). - Sí, discúlpeme que lo encuentre todo
así...
T ABARES. - Tiene malas noticias, ¿verdad?
ENCARGADO. - Sí. Vengo a buscar una sábana, para en·
volver el cadáver. Está empapado de sangre.

Zona boscosa alejada

Se ven policías y algunos campesinos. Está des·


puntando el sol. TABARES mira cómo dos campesi·
nos estiran la sábana para colocar en ella el ca·
dáver.
Es ARMANDO, tirado sobre el pasto. Tiene una
e110rme herida de bala de escopeta e11 el corazón.
Nc; se lo ve joven, como e11 la foto y en la visua·
/ización del diario. Es 1111 hombre de rostro con·
sumido por la neurosis, prematuramente enveje·
cido, algo canoso, a lo que se agrega la palidez
de la muerte.

72
Otro campesino tiene a un perro negro sujeto
a una correa.
ENCARGADO. - Seguramente quiso estar bien lejos, por
si se arrepentía y pedía auxilio. Así nadie iba a poder
socorrerlo.
TAHAHES. - Y murió desangrado, como los bichos que
él cazaba.
ENCARGADO. - Lo encontró el Negro ... Nosotros hubié-
ramos estado toda la noche y nada. El perro lo ol-
fateó.
(TABARES ve que el perro tiene la cavidad de los
ojos surcada por cicatrices horribles.)
T ABARES. - ¿Este perro?
ENCARGADO. - Es el perro de aquí.
T ABARES. - Pero es ciego.
ENCARGADO. - Por eso mismo. Tiene el olfato muy de-
sarrollado... ·
(El perro se agita como si se diera cuenta que se
habla de él.)
PEÓN (teniéndolo sujeto, tirando de la correa). - Quie-
to, Negro, ya está bueno ...
(TABARES lo observa, absorto en su descubri-
miento.)
TABARES. - ¿Qué le pasó en los ojos?
PEóN. - Lo hirieron al pobre.
TABARES. - ¿Quién fue?
PEóN. - Qué importa quién fue, lo malo es que lo hi-
rieron.

Entrada de la casa de la hacienda. (Mañana)

(Llegan dos coches. De uno baja el ENCARGADO,


con TABARES.)
ENCARGADO (indicándole la entrada).-;- Pase usted ... Ya
nos van a hacer algo para desayunar.
TABAREs.-¿Y Luis ... ? ¿Dónde está Luis?
ENCARGADO. - ¿Quién es Luis?
TABARES. - El muchacho que estaba acá estos días, de
vacaciones.
ENCARGADO. - Aquí no había nadie.

73
TADARES (en la sala). - ¿Cómo no ... ? El amigo de Ar-
mando.
ENCARGAl.lO. - Armando estaba solo.
TADARES (llevá11dolo hacia la recámara de ARMANDo).-
Venga un momento. Me refiero al que escribió este
diario. (Se apresura a mostrárselo.)
ENCARGADO. - Perdóneme, señor. No sé si es que estoy
confundido y sin dormir.
TADARES (111ostrá11dole el diario). - ¡Aquí está ... ! Tiene
la fecha de estos últimos días.
ENCARGADO. - Con ese cuaderno andaba el joven Arman-
do, yo mismo se lo compré en el pueblo el lunes pa-
sado, por encargo de él.
TADARES. - ¿Y no había otro muchacho en estos días acá
en la casa?
ENCARGADO. - Lo único que le puedo decir es que cuan-
do· el joven Armando supo que su papá le estaba
mandando a alguien de visita, se puso muy mal.
TABA RES. - ¿Y el que ;·irio era Luis?
ENCARGADO. - No. El único que vino es usted.
TASARES. - ¿Yo ... ?
ENCARGADO. - Sí. Cuando Armando supo que iba a ve-
nir alguien le dio como un ataque y se encerraba
todo el día, escribiendo en este cuaderno.
TABARES. - Pero ésta es la letra de Luis.
ENCARGADO. - No, señor. Esa es la letra de Armando.

Hacienda. (Tarde)

Llegan carros al vel~torio de ARMANDO.

Sala de la hacienda. (Tarde)

Están velando los restos de ARMANDO. Junto al


féretro, su padre, TABARES y otras personas.
La MUJER DEL TAXISTA, ya vista en las prime-
ras sec11encias, se acerca a HEREDIA, le estrecha
la mano.
MUJER DEL TAXISTA. - Mi más sentido pésame.
HEREDIA. - Gracias.

74
MUJER DEL TAXISTA (a TABARES, le da la mano). - Mi más
sentido pésame, seflor.
T ABARES. - Gracias.
La MUJER DEL TAXISTA se acerca al féretro y lo
mira con expresión inescrutable. Se ven las cica-
trices de sus muñecas al colocar las manos sobre
el féretro.

Cuarto contiguo al velatorio

Entran HEREDIA y TABARES, el ENCARGADO les vie-


ne al encuentro. Entrega a HEREDIA el diario y
los dibujos. HEREDIA abre la carpeta de dibujos
pero en seguida la pasa a TABARES, junto con el
diario.
HEREDIA. - Yo no puedo leer esto, me parecería una
profanación ... Pero tampoco lo puedo destruir. Ar-
mando era inteligente, y yo lo conocía tan poco ...
Si lo lees, quizá puedas descubrir por qué pasó todo
esto ...
TABARES. - Ya lo leí. es un diado ... Annan<.lo pcns~1ba
que nadie lo quería, se imaginaba enemigos donde
no existían. Él le tenía mucho miedo a su propia
imaginación. Pero es difícil dejar de imaginarse
cosas; yo mismo me imaginé a los personajes de
este diario con rostros ... que no les pertenecían.
HEREDIA. - ¿A qué te refieres?
TABARES. - ¿Recuerdas aquella muchacha del tren, cuan-
do viniste a despedirme?
HEREDIA. - No.
TABARES- Pues a mí sí me impresionó, y odié a ese
hombre joven que la hacía sufrir ... desde el andén.
0

Y por alguna razón ... no me resigné a dejarla ir ...


y la arrastré conmigo adonde no podía perderla.
HEREDIA. -¿Qué quieres decir?
TABARES. - Quise arrastrarla a ese rincón oscuro, y si-
. lencioso, que está al fondo de la imaginación, donde
es inútil tratar de que alguien nos acompañe, por-
que no hay cabida más que para uno mismo.

75
Hacienda. (Atardecer)

Llega un carro. Baja un joven de unos veintisie-


te aiios. Corresponde exactamente a la fisonomía
del cordero del cuadro. Del mismo carro descien-
de una muchacha muy elegante. La tom.i del bra-
zo. Dan la impresión de ser 11ta1·ido y mujer. El
joven entra a la sala, se acerca a ü'ar el pésame
al padre de ARMANDO. La ~IUJER DEL TAXISTA, al
verlo, se vuelve y aparta rápidamente.
LUIS VERDADERO. - Señor Heredia ... No sé si se acuerda
de mí. Y o soy Luis.
HEREDIA. - Luis. ¡Muchacho ... ! (Abrazándolo.) Cómo te
agradezco.
LUIS VERDADERO. - Vine para acá, ni bien me enteré.
HEREDIA. - Hacía mucho que no lo veías al pobrecito,
¿verdad?
Luis VERDADERO. - Cinco años ... Cuánto siento todo esto.
HEREDIA. - ¡Pobre, mi muchacho!
LUIS VERDADERO. - J:.sta es mi esposa, señor Heredia.
ESPOSA. - Siento conocerlo en este momento.
HEREDIA. - Gracias, hija, por estar aquí.
LUIS VERDADERO. - Fui tan feliz en esta hacienda aquel
verano. ¡Y Armando me recibió tan bien! Después
hubo algún problema, pero yo lo seguí queriendo
como a un hermano.
(TABARES ha estado escuchando todo. Busca con
la vista al ENCARGADO. Lo divisa en un rincón, to-
mando café. Va hacia él.)
TABARES (al ENCARGADO, en voz baja, señalándole a LUIS
VERDADERO). - Por favor, ¿quién es?, ese hombre que
acaba de llegar.
ENCARGADO. - Sí, lo conozco. (De pronto, cayendo en la
cuenta.) ¡Es el que estuvo aquí hace años! ¡Es Luis!
TABARES ·(cuchicheando). - No hable tan alto.
ENCARGADO. -Ahorita me acordé. Estuvo de vacaciones.
Eran inseparables; pero la cosa terminó mal. Se pe-
learon por una muchachita.
TABARES. -Armando lo había dibujado, ¿verdad?
ENCARGADO. - Sí.. Y parece que éste le quitó una novia
al joven, una de acá del pueblo.
T ABARES. - María Linares.

76
ENChRGhDO. - ¡Exactamente! Que se escapó con éste a
la capital. No tenía ni dieciséis años, o ni quince.
TABARES. - y murió.
ENCARGADO (burlón). - ¿Quién le dijo? Parece que la fa.
milia de Luis no la quiso y la pobre se tuvo que vol-
ver para acá. Y luego se quiso suicidar, se cortó las
venas.
T hBhRES. - ¿Y no se murió?
ENChRGhDO (divertido). - Usted me está tomando el pelo.
T AB/\RES. - ¿Por qué?
ENCARGADO. - Si hace un rato usted estaba hablando con
ella ...
TABARES (sorprendido). -¿Qué ... ?
ENCARGADO. - Pos sí. Yo vi que usted le daba la mano
hace un rato.
TABARES (mirando entre la concurrencia). - ¿Cuál es ... ?
Me presentaron mucha gente del pueblo. Quién sabe
cuál será María.
ENCARGADO (mirando entre la concurrencia). - Hace un
momentito la vi... Pero ahora no.
ThBhRES. - Muéstremela, por favor. ¡Se lo ruego!
ENCARGADO. - Ya no la veo. A lo mejor ya se fue.
(TABARES y el ENCARGADO miran, pero infructuosa-
mente.)
TADARES. - ¿Pero está seguro que ése era Luis ... ? Yo
me lo había imaginado muy diferente ...
Luis se ha separado ya de HEREDIA. Su esposa
habla con otras señoras. Lurs se separa del grupo.
Mira un poco los detalles de la sala, la cucliilla de
plata colgada en la pared.
Se siente atraído por el sector de las recdma-
ras. Abre la puerta de su cuarto, no hay nada,
está sin muebles.
Va entonces a la recdmara de ARMANDO. La
puerta está entreabierta.
Sentada en la cama se ve a la MUJER DEL TA·
XISTh. Está con los ojos rojos de liaber llorado.
LUIS VERDADERO. - María ...
(Ella no contesta, baja la cabeza. E.l se le acerca,
le acaricia la mejilla. Ella se larga a llorar sobre
el muslo de LUIS.
Este la toma de las manos, ve las cicatrices

77
en las mwiecas, se las /Jesa. Se sienta al lado de
ella. le coloca la cabeza sobre el hombro. Sig11e11
las caricias, ella le empie::.a a acariciar las meji-
llas a él.)
Cinco años, María ... Ya pasaron cinco años.
Se besan. El le pone la mano bajo la falda, ella
110 se resiste. El se pone de pie para ir a la p11er-
ta y echar la llave.
V11elve a ella, la extiende sobr<! la cama. Junto
a la cama est<i cla1•ado a la pared, cv11 tachuelas,
el dibujo del tigre y el cordero. El rostro de
ARMANDO corresponde al tigre y el de LUIS al
cordero.
Lemamente se produce ww disolvencia al
mismo dibujo, pero tal como ha servido para la
presentación ele tít11los de cabecera, con el rostro
de LUIS para el tigre ,v el de ARMANDO para el
cordero.

FIN

78
RECUERDO
DE TIJUANA
Atardecer

llega un carnión de pasajeros a una pequefla po-


blación del norte de Sonora. Entre quienes des-
cienden llama la atención un joven, FERNANDO, por
su apostura. También es poco usual su actitud,
mira a los lados con recelo, como si temiera ser
perseguido. No lleva equipaje. Camina unas cua-
dras y llega a una casa de las afueras, una mo-
desta granja. Entra por los fondos, saltando la
barda. Una mujer de poco más de cincuenta años,
canosa, vestida modestamente pero al mismo
tiempo con decoro, lo ve desde la cocina, donde
se encuentra planchando. Su reacción es de sor-
presa, alegría y preocupación al mismo tiempo.
MADRE. - ¡Fernando, hijito ... ! (Sale corriendo al patio.)
FERNANDO. - ¡Mamá ... ! (Corre a abrazarla.)
MADRE. - Tenía un miedo ...
FERNANDO. - ¿Cómo supiste?
MADRE. - Suerte que estás bien, que no te han hecho
nada, ¿no?
FERNANDO. - ¿Y cómo te enteraste?
MADRE (llevándolo hacia la cocina). - ¿Tienes hambre ... ?
¿Qué te hago?
FERNANDO (atando cabos). - Mamá ... Tú sabes lo que
pasó porque ya vino la policía ...
MADRE. - Sí, hace rato. Tu papá se fue con ellos para
asegurarles que hay un malentendido. Y también yo
estoy segura ... (con firmeza) de que no tuviste nada
que ver.
FERNANDO (sacando lec/te de la heladera). - Pero vinie-
ron a buscarme... -
MADRE. - ¿Qué quieres comer? Tengo machaca; te la
caliento en seguida.
FERNANDO. - No. Si vinieron, van a volver. Me tengo que
ir ya ...
MADRE. - Es mejor que te presentes y aclares todo.

81
FERNANDO. - Imposible.
MADRE. - ¿Por qué? Me lo tienes que decir.
FERNANDO. - Es que ni yo lo entiendo. Y me tengo que
ir ya, mamacita. (Pausa.) Y me tengo que llevar el
carro.
MADRE. - Está mal que te escondas.
FERNANDO. - ¿Dónde está la llave del carro? (la MADRE
no contef:ta.) Está puesta como siempre, ¿verdad?
(la MADRE no contesta. FERNANDO va al carro; la
MADRE está sumamente preocupada. Lo mira sin
atinar a nada; mas FERNANDO ve que la llave está
puesta en el Volkswagen. Mira a su MADRE, q11e lo
ha seguido con la mirada desde cierta distancia.)
Todo me va a salir bien, si no me duermo.
MADRE. - ¡Espérate un minuto! (Vuelve a entrar a la
casa.)
FERNANDO (subiendo al carro, pone el motor en funciona-
miento). - No me des comida, ya no tengo tiempo.
(Va sacando el carro.)
MADRE (reapareciendo; tiene algunos billetes en la ma-
no). - No tengo más ... (Se los da.)
FERNANDO (sacando 1111 brazo por la ventanilla, toma la
cabe:,a de ella para acercarla a sus labios). - Lo que
sea, me cae rebién ... (La besa en la meiilla.)
MADRE (colocándole los billetes en el bolsillo ele la ca-
misa). - Fern<indo ... ¿Qué fue lo que pasó?
FERNANDO. - Yo no hice nada, '<imá.
MADRE. - ¿Pero y todos tus planes que tenías ... ? ¿Los
exámenes?
FERNANDO. - No sé.
MADRE. - Siempre te tuve confianza y nunca me equi-
voqué.
FERNANDO. - No hice nada de malo, 'amá. (Arranca.)
(La MADRE ve ale;arse el carro. Pocos segundos
después ve otro carro acercarse. Entra a la casa,
con temor. En el carro vienen dos hombres de as-
pecto c11idado, pero pei1Mdos y vestidos con cier-
ta estridencia. U110 le hace señas al otro de tocar
el timbre de calle. Hay un pequeño ;ardín delante
de la casa. La :\!ADRE se decide a enfrentarlos, pero
abre apenas la p11erta.)
MADRE. - ¿ Pa'qué soy buena?

82
H o ~lílRE l. - Acá \'i\'e femando Arriaga, ¿verdad?
MAURE. - Sí, señor. ..
Ho~IDRE II (más enérgico). - Somos de la policía.
M,\ORE. - Ya estuvo aquí la policía. No está m'hijo.
Ho;-.tuRE II (se le acerca). - Venimos de Hermosillo, de
la delegación de allá.
MADRE (cu11 el propósito de dar 111ás tiempo a su hijo a
escapar). - Pos pasen entonces.
HoMDRE l. - Usted debe saber dónde anda ... Si no está
aquí.
Ho,\tURE II (a111e11a::.m1te). - Y si a los cuicos no les di-
jiste nada, a nosotros sí nos vas a escupir todo.
MAURE (as11stá11dose). - Usted no es policía.
Hol\tURE l . - Y ni yo tampoco, ñora. Por eso nos tiene
que ayudar, para que nosotros Je demos una manita
a él.
MADRE (retrocediendo). - Yo no sé nada ...
HOMDRE II.- ¡Vieja jija ... ! ¡Vas a hablar, porque si
no te quebramos!
MADRE. - Les juro que no sé nada.
HoMDRE I . - r;iora, no se jura, porque eso es pecado, y
más peor si es para decir mentiras.
HoMDRE II. - Y el pecado se castiga ... (Le da una fuer-
te bofetacla.)
MADRE (llorando). - ¡Ah ... !
HoMnRE II. - Va a haber que castigarla hasta que se
arrepienta. (le da otra bofetada similar. La MADRE
cae al suelo.)
HOMBRE l . - Yo voy a echar un ojo ... (Va a revisar la
casa.)
HOMBRE II.-Así me gusta, que ya no jures, ¡pinche
vieja! .
MADRE. - ¡Fernando no va a venir ... ! Porque lo busca la
policía.
HOMBRE II.- Mejor nos sueltas la verdad, ·porque si
no ... Me voy a desquitar con tu hijito.

Carretera. (Caer de la noche)

FERNANDO maneja el Volkswagen. Pone rumbo a


Tijuana, q11e una sciial del camino indica a 300 km
de distancia.

83
Voz DE MADRE. -¿Por qué ... ? ¡Me lo tienes que decir!
Voz DE FERNANDO. - Es que ni yo lo entiendo.
Voz DE MADRE. - Siempre te tuve confianza ... y nunca
me equivoqué.

(Disolvencia a acción retrospectiva)

El departamento consiste de una pequeiia sala y


dos recámaras. En cada recámara hay dos camas.
El mobiliario es sucinto. En la sala hay una mesa
de trabajo. Allí, dos muchachos están estudiando.
lAs recámaras tienen la puertas abiertas. Se ven
las camas sin hacer. En una de ellas está echado,
en ropa interior, otro muc11acho, fumando y es-
tudiando. En la otra recámara se ve a FERNANDO
haciendo una de las dos camas.
FERNANDO. - ¡Ey, Arturo! Cabrón, vente a hacer tu cama.
ARTURO [uno de los dos que estudian en la mesa]. - No
mames. Si quieres la recámara, cuando menos tiende
la cama, güey.
FERNANDO (terminando de hacer su cama). - Ya son las
siete. Es hora de poner un poco de orden.
ARTURO. - ¿Orden?, ¡un carajo ... ! Tú 'amá no te ve,
¿qué tanto friegas con el orden?
FERNANDO. - Estás agrio po;-que no tienes ruca y yo sí.
ARTURO (mientras Fernando se pone a hacer su cama). -
¡Agrio lo tienes ... ! Si no fuera porque viene tu chan-
cluda, yo ni tendía la cama. ¿Pa'qué, si a la noche la
destiendo otra vez?
ESTUDIANTE 1 [en la otra recámara, ecl1ado]. - ¡Chin,
mano, cómo jeringan ... ! Acá no se puede uno con-
centrar.
FERNANDO. - Es el pinche Arturo ... ¿Que no hay quien
le consiga una ruca ... ?
ARTURO. - La tengo y mejor que la tuya ... Lo que pasa
es que yo me gasto buenos centavos en el hotel.
FERNANDO. - Eso porque tú tienes centaviza.
ESTUDIANTE 1.- Me cago en sus almas. ¿No se van a
callar?
ARTURO. - Es este codo el que jeringa.

84
ESTUDIANTE II [ ta111bié11 sentado a la mesa, junto a AR-
TURO] (se levanta a encender un cigarro). - En vez
de moler tanto, Nando, no se te pase darnos el toca-
discos ... (Se asoma a la ve11tana.)
ESTUDIANTE l. - Pero yo con música no puedo estudiar.
FERNANDO (haciendo la cama de ARTURO). - De todos
modos, no se te queda nada ...
ESTUDIANTE 11 (ve por la ventana una 111uc11acha cruzar
la calle y entrar al edificio de apartamentos). - Se
acerca la incauta ... Ya pasa el tocadiscos ...
FERNANDO (desenchufando el tocadiscos y poniéndolo so-
bre la 111esa de la sala; de pronto, muy contento). -
¡Andale, güey, que ya se me hizo ... !
ESTUDIANTE I (desde su cama). - Pero que no se te pase
la hora como la última vez. Yo a las ocho tiro la
toalla.
ARTURO (recogiendo sus libros y llevándolos a la otra
recámara). - Y mi cama no la toques, que no quiero
chinches.
ESTUDIANTE II (recogiendo el tocadiscos y llevándolo a
la otra recámara, a FERNANDO). - Y a ver cómo nos
pagas tantos favores. Te puedes traer una pinche bo-
tella de pulque aunque sea.
ESTUDIANTE l. - Yo no entiendo por qué, si la vieja es
tan moderna, hay que escondemos.
FERNANDO (poniendo orden rápidamente mientras los
de111ás se están llevando el material de estudio a la
recámara libre). - Se quejan, pinches feos, porque
no consiguen ruca pa'traer.
Suena el ti111bre de la puerta del apartamento.
FERNANDO hace señales a los demás de callarse.
Los dos compañeros entran en la recámara
donde está el tercero, /tacen gestos de fingido des-
precio e indiferencia antes de cerrar la puerta.
FERNANDO, entonces, da un último vistazo y en
seguida abre la puerta de la calle.
Aparece LAURA; una nmc!iaéha guapa, pero de
atractivo algo atenuado por wi arreglo demasiado
sobrio. Representa un tipo de estudiante de clase
media, desentendida de la moda. Lleva libros bajo
el brazo.
FERNANDO. - ¡Laura ... pasa!

85
LAURA. - ¿Quihubo?
(El la besa.)
(LAURA, remedando a FERNANDO a quien ha escucha-
do a través de la puerta). ¿Y dónde están los pinches
feos que no se consiguen ruca pa'traer?
(Se empieza a escuchar música de rock en la re-
cámara de los 11111clzaclros.)
FERNANDO. - No le fijes ... tienen mucho que estudiar.
¿Quieres tomar algo?
L\UIU (mirándolo con picardía, señala la puerta cerrada
de la recámara de los estudiantes, en voz baja). - Sí,
tengo sed.
FERNANDO (e11 voz baja también). - ¿De qué?
L\lTRA. - Tomo tan tita agua y me voy.
FERNANDO (cómplice de la broma, yendo a la cocina a
buscar agua del refrigerador). - Pero antes te tengo
que pedir muchos consejos.
LAURA. - Si te puedo ·ser útil, encantada.
FERNANDO. - No es chiste... Ncc~sito consejos sobre
cómo vivir sin trabajar.
LAURA. - ¿Y eso?
FERNANDO. - Las prácticas van a ser en la mañana este
semestre, tengo que dejar mi chamba.
LAURA. - Primero déjame quitarme la sed y luego te
doy Jos consejos, ¿sí?

Recámara de Fernando. (Penumbra)

FERNANDO y LAURA están en la cama. Fuman. Evi-


dentemente acaban de hacer el amor. Se sigue
oyendo la música de la recámara contigua.
LAURA. - Necesitamos lápiz y papel.
FERNANDO (estirando la mano, coge lápiz y papel que lzay
sobre la mesa de noche). - Ya estaba prevenido.
LAURA. - ¿Cuánto estás ganando ahorita?
FERNANDO. - Cinco mil pesos. Ocho horas diarias.
(LAURA, a lo largo del diálogo, hace anotaciones.
Divide la página en dos; en un lado escribe: «Fer-
nando» y del otro «Laura». Debajo de «Fernando»
coloca 5.000.)
LAURA. - Con otro igual y nos alcanzaba.

86
FERNANDO. - No creo. De renta serían dos mil, mínimo.
L.\URA. - Mil cada uno. (Anota.)
FERNANDO. - ¿Cuánto te mandan de tu casa?
LAURA. - Tres mil. (Lo anota de su lado.)
FER~'L\NDO. - Pero, cuando se enteren, ya no te manda-
r::ín.
L\UR.\. - Ve tú a saber ... Mi mamú sí, pern papú, quit.:n
sabe.
FERN.\NDO. - Laura, los gringos ya no se casan ... Pero
yo ... pensándolo bien, yo tengo ganas de casarme
contigo. ¡Hasta es más práctico!
Li\tJR\ (po11ic11do mala cara). - Sí, es más práctico ...
Pero yo no quiero.
FERN.\NDO. - ¿Porque te vas a aburrir de mí?
LAURA. - No. Pienso que si nos casamos es nomás por
darle gusto a mi papá. Y él, entonces, nos va a que-
rer regalar el apartamento. Y lo va a poner a nues-
tro nombre, y entonces nos \'an a unir los intereses ...
FEl~NANDO. - Y de mi casa nos van a regalar el carro.
LAURA. - Yo quiero que estés conmigo porque tienes
ganas, nomás.
FERNANDO. - El consejo que te pedí es otro.
LAURA. - Es difícil encontrar otra chamba igual y de
noche.
FERNANDO (q11c;oso). - Cinco mil del águila y un jefe
que me dejaba estudiar las ocho horas si yo quería.
(Sig11e pausa.) .,
LAURi\. - Algo me quieres decir, pero no te animas.
FERNi\NDO. - ¿Se me nota tan LO ... ? (LAtmA asic11tc.) De
libros, ¿cuánto gastas? ... Anota.
LAURA (a11ota11do). - Cuatro mil por semestre. Y de ma-
teriales ponle mil qui~ientos ... ~sa es la chinga de
arquitectura.
FERNANDO. - A mí anótame menos. Tres mil por todo.
¿Y sabes una cosa? No me gusta que seas mal ha-
blada. No te queda.
LAURA. - Te quieres casar y no te gustan las carretone-
ras ... Me estás saliendo momia.
FERNAND'.>. - Hay una chamba que podría agarrar de
noche.
LAURA. - Y es con la guitarra. Me lo imaginé por la
cara que·traes.

87
FERNANDO. - Aquella vez no acepté, pero tenía asegura-
dos mis cinco mil.
LAURA. - Te repugna.
FERNANDO. - El lugar es la pura pus. Querían cantante,
pero a eso sí no le entro, ni muerto.
LAURA. - Lo bueno, que es de noche.
FERNANDO. - Sí. No les daría más que las sobras. (La
empieza a besar.)
LAURA (besándolo también). - Y a las cinco de la maña-
na me llegarías a dormir, muerto de cansancio.
FERNANDO (separándose, para l1ablar seriamente). - No.
Tengo todo calculado. 'J;ú te levan ta rías conmigo a
las siete para ir a las clases ... Dos horitas de sueño .
... Volvemos a la una de la tarde y nos acostamos a
dormir la siesta, juntos. Hasta las siete de Ja tarde.
Otras cuatro o cinco horitas de sueño. Después, nos
levantamos a estudiar. A las once da la noche, me
voy a trabajar, y tú sigues estudiando hasta que yo
vuelva.
LAURA (burlona). -Te saltaste la hora de la comida.
FERNANDO. - No, escúchame. A la una de la tarde nos
recostamos, lo necesario para que me demuestres
que todavía no te aburriste de mí, y después come-
mos. Y después viene la siesta.
LAURA. - ¿Y cuál era el consejo?
FERNANDO. - Laura, dime que no agarre esa chamba. No
me gusta.
LAURA. - Prueba. Nadie se va a meter contigo.
FERNANDO. -A los de mi casa no les voy a decir nada.
LAURA:- Quien se tiene que preocupar soy yo, con tan-
tas viejas. Pero ésas andan detrás de la lana. Y tú
no tienes ni quinto.

Calle de la Zona Roja de Hermosillo.


Entrada de un cabaret importante: Mi Lujito.
(Atardecer)

FERNANDO llega con su guitarra eléctrica. Un car-


tel anuncia varias atracciones. Una de ellas es
CARNADA, «la Cimarrona de Tijtiana». Entra.

88
Es un local cuidado, de1ttro de sus límites pro-
vinciales. La orquesta, tropical, está ensayando.
Una pareja de bailarines prueba pasos acrobáticos
al compás de mambo. Ha-y dos empleados además,
arre{!.lando las mesas. FER"IANDO se acerca a uno
de ellos.
FERNANL>O. - Tengo que ver al patrón.
EMPLEADO 1.- ¿El Toques?
FERNANDO. - Sí.
EMPLEADO 1.- Hay orden de que no pase nadie.
FERNANDO. - ¿A qué horas viene?
EMPLEADO 1.- No sé si está.
FERNANDO. - ¿Tiene oficina?
EMPLEADO 1.-Ahí, por aquella puerta. Pero no se pue-
de pasar.
FERNANDO. - Vaya entonces a ver si está.
EMPLEADO l. -Tengo prohibido entrar, hasta que él mis-
mo me llame.
FERNANDO (irritado). - ¿Qué? ¿Me espero aquí toda Ja
tarde?
CARNADA !tabla desde w1 rincón oscuro. Está sen-
tada, f11111ando. Tiene además ima copa a mitad.
Es una bella mujer de treinta y cinco aiios. De-
bajo de su lujosa bata china bordada, parece es-
tar desnuda. Los tacones son muy altos.
CARNADA. - Yo me encargo ... (Se pone de pie. A FERNAN·
DO.) Ven para acá, pimpollo ... (Le echa una mirada
de pies a cabeza y toma otro sorbo.)
FERNANDO. - Gracias. Me citaron para ensayar.
CARNADA. - Ya tomaron guitarrista, te comieron el man-
dado. ¿AJ canto no Je haces?
FERNANDO. - No.
CARNADA. - Entonces, ni modo.
FERNANDO. - Depende de Jo que paguen.
(CARNADA tarda en contestar, saboreando su trago
y evaluando la apcst11ra de FERNANDO.)
CARNADA. - ¿Qué, eres estudiante? '
FERNANDO. - Sí...
CARNAL>A. - El Toques no tarda, pero mientras... Me
puedes hacer un favorcito. (Le hace seiias de se-
guirla.)

89
FERNANDO no responde, la sigue. Pasan por una
puerta a la trastienda. Hay un pasillo con pobres
elementos de decoración escénica apilados.
(Irónica, señalando las modestas escenografías.) Com-
parando, Las Vegas es un cacahuate.
FERNANDO (con evidente distanciamiento, serio). - ¿Qué
favor me quiere pedir?
CARNADA (deteniéndose ante una puerta que dice «Geren-
cia»). - A ti te gustan las mujeres, si no me equivo-
co. (FERNANDO no contesta.) ¿Sí o no? (Saca llaves y
abre la p11erta.)
(Lo q11e se ve es wz escritorio, un tlespac!10 pe·
q11e1io, a osc11ras, pero cletrcis hay 1111a cortina
de colgantes. CARNADA enciende ww lámpara q11e
5Ólo arroja 111z sobre la 111csa.)
Préstame tu encendedor.
(El se lo alcanza. CARNADA aparta los colgantes.
Con el encendedor prende dos velas q11e clan 1111
leve resplandor sobre 1111 peq11e1io recinto con co-
jines e11 el suelo y otra puerta al fo11clo.)
(Ya más i111pacie11te). -¿Te gustan o no las vieJas?
FERNANDO (pétreo, 111ira11clo en derredor con clesco11ficm-
za). - No todas.
CARNADA. -Apaga la lámpara. (El la apaga.) Gracias.
FERNANDO. - De nada.
(CARNADA abre, quitando w1 pasador, la puerta del
fondo. Da a otro recinto muy peq11e1io, también
alwnlnado con vela.•:. Alg1ín adorno oriental. E11
1111 rincón lwy una cama; 1111a muclwclza r111Jia, de
dieciocho a1ios escasos, está echada, con aire de
drogada.)
CARNADA. - Laurie, te traigo una visita.
(FERNANDO ha quedado unos pasos atrás, no ve a
la muchacha.)
LAURIE (desnuda bajo el mantón de Manila con q11e se
ha abrigado, con acento gringo). - El Toques prome-
terme que en la mañana darme tantito ... (Hace seiia
ele i11yección.) Pero ahora de noche ... y no viene.
CARNADA. - No, gringa, si apenas es la mañanita ... (A
FERNANDO, haciéndole sei'ias de acercarse y lmrlándo-
se del aspecto pretenclida111c11te exótico del lllgar.)
¡Bien venido a Macao, el infierno de Oriente!

90
LAURIE. - Yo no quiero ir a Macao. Ser muy lejos.
CARNADA. - Es bonito Macao. (Se estira las comisuras
de los párpados.) El infielno de Oliente ... (Oliendo el
aire confinado.) Mal oliente ...
FERNANDO (se ha quedado en la puerta, siempre se-
rio) .. - Yo vine a hablar con el patrón.
CARNADA. - Ya sé ... (.Hirá1:clolo a la cara, crata11do de
congraciarse.) Pero cuando te vi ... se me ocurrió que
podrías hacerle un favor a esta gringa pasada, y en-
sdiarle lo que es un novio mexicano ... ( Rie11do.) Así
la haces cambiar de vicio.
(fERNA:-\llO la mira 11111y serio, sin respo11derle.)
Y no está fea la gringa.
Lumrn (a FERNANDO). - Yo no te quiero. Los hombres
ser mala gente. (Empieza a darle w1 berri11clze. A CAR·
NADA.) Como tu patrón, que prometió que me daría
un piquito ... iY no viene!
CARNADA (rie11do). - Se dice piquete. El Toques no te
entendió, por eso no vino. ¿Que no te gusta este pa-
pacito, gringa? Tú no has probado platillo típico ...
(FERNANDO las deja. Pasa la cortina de colgantes
y se queda, nervioso, en el escritorio.)
Mientras esperamos al patroncito ... (Sirvié11dose una
copa de 1111a botella que hay allí e11 el cuartito.) ... Yo
me echo un trago ... Que ya estoy harta de oírte
pc..,dir siempre lo mismo. (Repite, burlona, la misma
se1ial de inyección lzeclza por LAURIE. A FERNANDO.)
Papá, ¿tú no quieres un trago?
(FERNANDO 110 co11testa.
CARNADA va hacia él, empezando a irritarse.)
¿A poco te pido que vayas a gatas hasta el altar de
Ja Guadalupe? .
(El la sigue mirando de frente, no responde.
Ella se irrita del todo.)
Te ofrezco viejas y tragos y te me enojas ...
FERNANDO. - Usted es Ja que se enoja. (Abre la puerta al
pasillo.)
CARNADA. - La gente que no sabe hacer un favor, ésa
~s la peor gente.
(Se oyen pasos y voces. CARNADA hace se1ias a FER·
NANDO de e11trar al cubículo de la gringa. FERNA'.':·
DO se i:.iega.)

91
¡Te maitan si te encuentran ... !
(FERNANDO reacciona y entra al cubículo. Hay un
perchero largo con mucha ropa colgada. CARNADA
le hace sei'ias de esconderse detrás. Aparece por
el corredor el TOQUES, un hombre f11erte, tosco,
sombríamente atractivo, de cuarenta y ci11co aiios,
seguido por dos guardaespaldas. Estos son los dos
maleallles que golpearán después a la MADRE de
FERNANDO. Entran al escritorio.
CARNADA los enfrenta burlona, con la copa en
la mano. Cierra tras de sí la puerta del cubículo.)
TOQUES (ronco). -¿Quihubo ... ?
CARNADA (imitando la voz ro>1ca). - Quihubo ... (Con su
voz natural.) ¿No tiene otra cosa que decir el rey
del hampa a su pueblo?
TOQUES. - Ya andas ahogada.
CARNADA. - Si no te gusta lo de rey, entonces presiden-
te, más democrático ... El presidente del hampa y sus
ministros.
TOQUES (se1ialando el cubículo). - ¿Dio mucha lata?
CARNADA (divirtiéndose con su mentira). - Se alucinó
con que un hombre se le metía en el cuarto.
(El TOQUES deja unos papeles sobre el escritorio.
Se ve escrito, grande, un número de teléfono:
«Los Angeles. Arca Code 213 número 989-4584».
Consulta su reloj de pulsera, se le ve muy preo-
cupado.)
TOQUES. - Hay que hacer la llamada.
CARNADA. - ¿Llamo yo?
TOQUES (marcando el número, como quien arriesga una
apuesta muy importante). - Sí, tú le haces al inglés.
CARNADA (tomando el teléfono). - Ya ...
TOQUES. - Pide hablar con él. Yo te voy dictando.
CARNADA (al teléfono, respondiendo). - Is mister Leo-
nard home? (TRADUCCIÓN: ¿El señor Leonard está en
casa?)

Mansión californiana. (Día)

Por la ventana se ve w1 gran parque donde w1


se1ior, de aspecto muy disti11guido, totalmente ca-
92
noso, e11 ropa de golf, juega con tres ni1ios rubios
muy hennusos, de dos a seis aiios. Atiende el telé-
f 0110 un SIRVIENTE e 11 INO.
SIRVIENTE Cll INO. - Wllo's calling, please? (TRADUC·
CIÓN: ¿Quién llama, por favor?)

Despacho del ToouEs. (Día)

CARNADA. - Tell him it's from a very good friend in Her-


mosillo, Sonora. Jermosiluu if you prefer. .. And
t/zat's long dista11ce, so hurry up. (TRAD.: Dígale que
es un gran amigo de Hermosillo, Sonora. Jermosilou,
si le gusta más ... Y es larga distancia, dése prisa.)

Jardín. (Día)

Un NIÑO de cuatro a1ios, con un balón en la


mano, se acerca al abuelo.
NIÑO. - You throw it again to me, Grandpa. (TRAD.:
Abuelito, otra vez para acá.)
SEÑOR. - Sure, sweetheart. (TRAD.: Sí, querido.) (Y re-
firiénclo~e al NIÑO más chico.) But the baby wants
to play too ... (TRAD.: Pero el bebito también quiere
jugar.)
SIRVIENTE e H INO (llegando con el teléfono, el cual en-
chufa a una mesa de jardín, cerca de donde están ju-
gando abuelo y nietos). - lt's long distance, sir.
(TRAD.: Larga distancia, señor.)
SEÑOR (con expresión algo más oscura). - Where from?
(TRAD.: ¿De dónde?)
SIRVIENTE CHINO. -Somewhere in Mexico, 1 didn's qui-
te gel the name. (TRAD.: Un lugar de México. No en-
tendí bien el nombre.)
SEÑOR. - Was it Tijuana? (TRAD.: ¿Era Tijuana?)
SIRVIENTE CHINO. -No, sir ... Something in Sonora, 1
1hi11k. (TRAD.: No, señor ... Un lugar de Sonora, creo.)
SEÑOR. - Hermosillo?

93
SIRVIENTE CHINO. -Tlzat's it, sir. (TRAD.: Eso es, señor.)
SEÑOR (muy disgustado). - Tell them I'm not home.
(TRAD.: Diga que no estoy en casa.)

Despacho del TOQUES. (Día)

CARNADA (colgando el telé/0110). - Se negó.


TOQUES (dueíio de la situación). - Dentro de unos días
va a cambiar de opinión.
(Se oye la voz de LAURIE desde el otro cuarto.)
Voz DE LAURIE.-¿Qué hacer este hombre acá en mi
cuarto? Yo le tengo miedo ...
CARNADA. - Cómo muele esta gringa ...
TOQUES (entre afectuoso y rencoroso). - Tú me prome-
tiste que la ibas a tener callada, Carne.
CARNADA. - Voy tan tito con ella ...
TOQUES. - Anda le, que tengo mucho que hacer ... Y un
pasón de morfina no conviene.
CARNADA (yendo al cubículo). -A la orden, mi rey ... Per-
dón, mi presidente.
(El TOQUES 110 le presta atención, en cambio el
11 OMBRI! 11 /a mira mal. CARNADA va al cubículo,
hace seña a FERNANDO de tranquilizarse. Habla a
LAURIE, se sienta a su lado. le toma la mano, se
sirve otro trago a lo largo de su parlamento.)
CARNADA. - ¿Soñaste que entraba un hombre, mi cielo?
LAURIE. - Sí, y me dar mucho esco.
CARNADA (divertida). - ¿ Esco ... ?
LAURII!. - Sí. Me dar sus ta .. .
CARNADA. - ¡Ya ... ! Esco y susta ...
LAURIE. - ¿A ti los hombres no te dar sus ta?
CARNADA (mirando hacia el escondite de FERNANDO, que
sigue la acción). - ¡Siiií! Muchá ... Pero es cuestión
de saber tratarlos y ponerlos en su lugar.
LAURIE. - Yo nunca aprender, Cornada ...
CARNADA. - ¡Carnada! Please ... (Para molestar a FER-
NANDO.) Mira, es fácil. Basta saber qué clase de hom-
hre tienes enfrente, porque en realidml no hay mús
que dos clases ... Los hijos <le la chingada y los pen-
dejos.
LAURIE. - Yea/z ... Son of a bit ch ... and pendehos.

94
CARNADA. - Y a Jos hijos de la chingada hay que tratar-
los remal, despreciarlos, porque en el fondo siempre
están arrepentidos de portarse tan gacho. Les gusta
la mano dura. Si te hablan, no hay que contestar.
Nunca de los nuncas escuchar lo que te dicen ...
LA URIE. - ¿Y a los pendelws?
C.\RN.\I>.\ (ciirigic//Clo el ciarclo a FmtNANl>O). - Con ellos,
más fácil todavía. Lo que les gusta es que los trates
con mucho respeto y hasta que les finjas miedo. Y po-
nerles mucha atención. Cuando un pendejo te habla,
lo tienes que mirar a los ojos y pedirle que te cuen-
te más ... De vez en cuando le dices: «Qué interesan-
te eres, fulanito» ... y nada más. Y vas a ver, gringa,
como hay pendejos de camisa blanca, almidonada,
muy aseaditos. Todo porque la madre Jos traía zum-
bando cuando chamacos. Y a ésos, que son borregos
de corral, lo que les gusta es que les digas que son
como tigres. Y tú los miras a los ojos y les dices,
muy seria: «Qué travieso debes haber sido de
chico» ...
LAURIE. - Se me hacer que ya agarrar tu 01mda ...
CARNADA. - A ver, dime ...
LAURIE. - Tú a los son o/ a bitc/1 los tratas como pe11-
delws, y a los pendelws como si ser son o/ a bitc/1 ...
CARNADA. - Tú, gringa, eres pasada pero bien viva.
(Se oyen voces y la puerta que se cierra del des-
pacito.)
(A FERNANDO.) Parece que ya quedó libre la cancha.
(Va al despacho.
No ltay nadie. Sobre el escritorio está a la vista
el número de teléfono de Los Angeles. Lo c11hre,
abre la puerta que da al pasillo. No hay nadie.)
(A FERNANDO.) ¡Eh, tú, Sonrisas ... ! Ya puedes salir.
(FERNANDO sale de su escondite. No puede evitar
que se le esboce una sonrisa, muy a pesar suyo.)

Cabaret Mi L11jito. (Noche)

(Está actuando una orquesta de mamho. Los bai-


larines acróbatas ocupan la pista. En la trastienda
de la tarima orquestal está FERNANDO, de smoking

95
blanco. Mira la actuación de los artistas, junto a
un TRASPUNTE.)
TRASPUNTE. - La gente de esta noche se ve tranquila.
FERNANDO. - ¿Qué hay peor que ésta?
TRASPUNTE. - Más tarde, sobre todo. Pero si te gritan
algo, tú síguele.
FERNANDO. - Si caigo mal, el patrón me \'a a correr.
TRASPUNTE. - No, la Carnada te recomendó. Ya estás
asegurado.
FERNANDO. - ¿Cómo sabes?
TRASPUNTE. - Yo la oí. Y el Toques le hace caso.
FERNANDO. - ¿y eso por qué?
TRASPUNTE. - Ella estuvo un tiempo aquí y después se
fue a Tijuana, pero el Toques no la olvidó nunca ...
Y ahora que regresó, él anda de buenas. Yo aprove-
ché para pedirle aumento.
FERNANDO. - ¿y te lo dio?
TRASPUNTE. - Sabe ... Pero no me rayó la madre. Ya eso
es buena señal.
(Termina el número. Hay aplausos, pero poco en-
tusiastas.)
Ya. Ahora vas tú.
(El director de orquesta agradece escasamente los
aplausos escasos. Cruza una mirada con CARNADA,
que aparece en ese momento a pocos pasos por
la puerta que da al corredor que conduce al des-
pacito. CARNADA le hace se1ia de acercarse.)
CARNADA. - Si la cosa no anda ... tú alárgate entre cada
respirada ... Ya sabes.
(Comienza la orquesta un bolero. Algunas parejas
van a la pista a bailar.)
FERNANDO (empieza a cantar). -
«Vende caro tu amor, aventurera;
dale el precio del dolor a tu pecado,
y aquel que de tus labios la miel quiera,
que pague con diamantes tu pecado.
¡Que pague con diamantes, tu pecado! ... "
(De algunas mesas de gente ebria empieza a oírse
desorden.)
BORRACHO I.-Que salgan las viejas ... ¿Qué pagamos
para oírte a ti, güey? ¡Pos no ... !
(Risas del ptlblico.)

96
BORRAC IJ o JI. - ¡Vie-jas ... ! ¡Vie-jas!
BoRRAC 1-1 o l. - Pos si, carajo, ¿y 'on 'tan las viejas?
CoRo (caáu vez con más fuer;.a). - ¡Vie-jas ... ! ·¡Vie-jas ... !
(Esto va sobre la canción de FERNANDO.)
FERNANDO (que continúa). -
«Ya que la infamia de tu cruel destino
marchitó tu admirable primavera,
haz menos escabroso tu camino,
vende caro tu amor, aventurera ... »
(Tanto FERNANDO como el director de orquesta es-
tán clcsalcntados. Los gritos cubren casi el canto.
Las parejas que bailan ríen burlonas. En este mo-
memo CARNADA hace se1ias al director de que
siga, repitiendo la canción desde el comienzo.)
«Vende caro tu amor, aventurera ... •
(CARNADA interviene, parándose en el centro de la
pista, como comentario al verso, mirar1do a FER·
NANDO mientras el director estira los compases de
espera.)
CARNADA. - ¿Les parece caro? ¡Mano, yo hasta las dos
de la maña11a no bajo tarifa, pero a las cinco ya se
acaban las pretensiones ... !
(La gente se ríe, haciendo silencio para ver en
qué queda el contrapunto.)
FERNANDO.-
«Dale el precio del dolor, a tu pecado ... •
CARNADA (volviendo a entrometerse). - Te lo dije ya. Si
a las cinco no hubo negocio, ni modo, barata a mitad
de precio o al costo ... ¡Un desayunito en el mercado ...
(La gente rlc y aplaude.)
FERNANDO.-
" Y aquel que de tus labios la miel quiera,
que pague con diamantes tu pecado .. .
Que pague con diamantes tu pecado ... ,.
CARNADA (conciliadora). - Y con billetes también ... Y
hasta morralla. Pero eso sí, que el güey me dé tiem-
po de contarla antes de entregarle la mercancía ...
(Aplausos. CARNADA tiende la niano a FERNANDO,
éste baja a lu pista con el micrófono de mano. El
público acepta regocijado el vuelco que Ita tomado
el número musical, que ahora parece ensayado.)
FERNANDO.- -

97
«Ya que la infamia de tu cruel destino ... ,.
CARNADA (ltaciendo súia de cuernos). - ... El de mi her-
mana casada, mucho pior.
(Estruendo de risas.)
FERNANDO.- .
«Marchitó tu admirable primavera ... »
CARNADA (a FERNANDO). - ¡Marchita la abuela, y la ma-
dre del buey que te lo crea!
FERNANDO.-
«Haz menos escabroso tu camino,
vende caro tu amor, aventurera ... »
CARNADA. - Pues se vino la inflación, mano. ¡A preparar
la billetiza, güeyes!
(Grandes aplausos.)
CORO (en aumento, primero casi cubierto por los aplau·
sos, después bien claro). - ¡Car-na-da ... ! ¡Car-na-da ... !
(CARNADA agradece, junto a FERNANDO, los aplau-
sos. Ella indica a FERNANDO y sale de escena. El
público lo aplaude nwclw, y con entusiasmo vuel-
ven a llamar «Car-na-da. Car-na-da ... »)
CARNADA (pidiendo silencio). - ¡Gracias ... ! Pero si ya so-
mos tan cuates, no me digan así. Díganme Carnes ...
(Risas.) Y cuando se lleguen las cinco, pues Camitas.
(Siguen aplausos. La orquesta continúa tocando
música para bailar. FERNANDO va a la trastienda,
aliviado. El TRASPUNTE lo palmea.)
TRASPUNTE (contento). - No sabía que lo tenías ensa-
yado.
(FERNANDO ve a CARNADA, que va a servirse una
copa al bar.)
FERNANDO. - Salió así. de chiripa.
TRASPUNTE._:: A la gente le gustó.
FERNANDO (con aire de superioridad). - Y cuando están
contentos, piden más tragos.
TRASPUNTE. - ¿Ya ves por qué el patrón anda contento
cuando está la Carnes?
FERNANDO. - Si antes no le vacía todas las botellas, so-
lita.
TRASPUNTE (rcc!w:.a11do la crítica a CARNADA). - Pues a
ti ya te sacó del hoyo.
(FERNANDO va hacia donde está CARNADA en la ba-
rra, tomando, seria, ensimismada.)

98
FERNANDO. - ¡Gracias por lo que hizo!
CARNADA (si11 mirarlo, con sorna). - No lo hice por ti,
sino por el buen nombre de la casa.

(Voz DE FER:-<ANDO sobre una imagen del ToOUES


q11e le paga 11na s11111a en s11 despaclzo, a lo c11al
sigue una mirada izo muy amistosa que cambia
co11 CARNADA en el corredor y finalmente otra ve::
el palco de la orquesta, donde FERNANDO vuelve
a cantar.)
Voz DE FERNANDO. - I:.sa fue mi primera noche. Todo
empezó a marchar bien. Calculé que en pocas serna·
nas podía ahorrar para el depósito de un aparta·
mento .
... Las horas con esa gente enferma me hacían de-
sear más y más una vida tranquila, al lado de Laura.
(Canción de FERNANDO. Las parejas bailan, los pa-
rroquianos sentados se comportan bien.)
FERNANDO (cantando). -
«Acércate a mí ...
y en un sueño vivamos los dos
la divina locura de amar ...
que hay en mi corazón.
Acércate más ... •
(A lo largo de la canción, FERNANDO nota que el
TOQUES se acerca a CARNADA, la cual está en la
barra, evidentemente discuten. El TOQUES retuer-
ce un brazo a la mujer. Nadie los observa, excep-
to el cantinero, que hace caso omiso. El ToQUF.S
obliga a CARNADA a ir al despacho.
Terminada la cpnción, moderadamente aplau-
dida, FERNANDO sale al pasillo que conduce al des-
pacho. Oye una disputa y golpes. Hacia el fondo
del corredor se abre a un lado un espacio para
guardar dos coches estacionados allí. Más allá se
ve una persiana metálica baja. Se oye que el To-
QUES está golpeando a CARNADA en el despacho.
FERNANDO pasa del local al corredor c11 el
momento en q11e CARNADA se logra zafar del To-
OUES y sale corriendo, en dirección a la cochera.
El TOQUES la sigue, la alcanza, la golpea contra

99
uno de tos coches, luego la empuja brutalmente
contra la persiana metálica.)
TOQUES (golpeándola con el revés de la mano). - Esto
es lo que querías, ¿no?
CARNADA (tratando de parar los golpes). - ¡Déjame ... !
¡Déjame ... !
TOQUES. - Ya estás contenta ... ¿O quieres más?
(FERNANDO duda durante unos instantes. No sabe
si entrometerse o no. Finalmente se apiada de la
mujer y se interpone.)
FERNANDO. - Déjela. Ya basta ...
TOQUES (empujándolo a un lado). - ¡No te metas ... !
¿A ti quién te llama? (Alcanza a CARNADA y la agarra
de un brazo.)
CARNADA. - ¡Toques, no ... ! ¡Por lo que más quieras!
TOQUES (dándole otro golpe). - ¡Esto es lo que busca·
bas, ¿eh?!
FERNANDO (logrando interponerse). - Déjela, hombre. La
va a matar.
TOQUES (desprendiéndose de FERNANDO). - Suéltame ...
FERNANDO (interponiéndose entre los dos, a CARNADA). -
¡Váyase para adentro!
TOQUES (retomando el control de sí mismo). - Es cierto.
(Queda sin respiración.) Si Ja mato la tengo que pa·
gar como buena. (Se acomoda la chaqueta. l'11c/1·e
hacia el local.) Y que nadie la vea así. Encima iban
a creer que es una pobre víctima. (Se va.)
FERNANDO (a CARNADA, que mira a/ TOQUES con gran ren-
cor). - Está lastimada ...
CARNADA. - ¡Hummm ... ! Me duele todo. (Pausa.) Sonri-
sas ...
FERNANDO. -¿Qué?
CARNADA. - Gracias.
FERNANDO. - ¿Quiere que la acompañe a un médico?
CARNADA (ya entrando en su tono habitual de broma). -
A un dentista ... en todo caso.
FERNANDO. - ¿Qué es lo que tiene?
CARNADA. - Me da miedo abrir la boca. Si tengo algo
quebrado, no me voy a poder sonreír lindo, como tú.
FERNANDO. -A ver ... Abra ...
(CARNADA abre la boca, todo está en orden. Tiene
sangre solamente en una comisura del labio.)

100
CARNADA. -¿Cuántos rotos?
FERNANDO (por primera vez casi le sonrie). - Ninguno.
Creo ...
CARNADA. - Estoy de buenas, entonces. Voy a comprar
un billete en cero.

(Fin del relato de FERNANDO)

Carretera. Carro de FERNANDO

(FERNANDO mira las señales de la carretera, indi-


can 250 kilómetros a Tijuana.)
Voz DE FERNANDO. - Yo no compré lotería ese día y
tampoco después, porque de a tiro no andaba de
buenas. Ella tampoco, pobre diabla ... ¿Qué es lo que
se traía conmigo? ¿Qué es lo que se traerá en este
preciso momento en una delegación mugrosa de Ti-
juana?

Delegación cárcel. (Noche)

Una celda grande, de mujeres detenidas provisio-


nalmente. CARNADA estd en un rincón, fumando,
sentada; la cabeza recostada contra la pared, muy
cerca de las rejas. Sigue los movimientos del per-
sonal de la delegación, en la sala que se entrevé al
fondo del pasillo, a donde miran las celdas. Pare-
ce lánguida, pensativa. Se reanima cuando ve un
AGENTE entrando con un manojo de llaves y un
detenido esposado. CARNADA saca la mar.o por en-
tre las rejas y toma del braza al AGENTE.
CARNADA. - Se me están acabando los cigarros. ¿Cuán-
do me traes el paquete? _.
(El AGENTE se suelta, abre otra cel4a. Hace entrar
al detenido. Vuelve a cerrar y por entre las rejas
le quita las esposas.)
AGENTE. - No tengo tiempo. Más noche ...
CARNADA. - No seas canijo, ándale. Ya te di todo lo que
tenía.

101
AGENTE (al terminar su quehacer, deteniéndose junto a
ella). - Estáte tranquila, que ya voy.
CARNADA (apagando el cigarro, ya reducido a colilla). -
Y el trago, si lo puedes pasar ... No seas gacho, tengo
la boca seca.
AGENTE. - Ya viene ... pero es mucho lo que me pides,
doña. Y luego andar telefoneando.
CARNADA. - Mira, tú tranquilo; pero hazme todo ... En
este orden, mi rey ... Primero el trago, si puedes. Se-
gundo los cigarros y después el llamado ... ¿eh?
AGENTE (muy indolente, yéndose). - Con calma todo ...
Te lo hago todito ... doña.
(Voz DE CARNADA, sobre su rostro pensativo, apo-
yada en la pared llena de g. afitti, después de re-
visar el paquete de cigarros y constatar que le
queda un solo cigarro. Duda si encenderlo o no.)
Voz DE CARNADA. - Ya no me quedas más que tú, mi
alma. Te tengo que cuidar mucho. (Lo mira, lo
alisa.) Pero qué chingados, ¡te voy a quemar ya! (Lo
enciende.) Para rasparme todavía más el gaznate ...
¡Ay, un traguito! De bacanora, aunque sea, y aunque
fuera de licor para viejas, dulce, no importa. Lo que
sea, menos agua ... El agua ahoga a la gente ... Y qué,
de algo ha) que morirse, y si no, que se lo pregunten
al Toques... '

(Disolvencia a acción retrospectiva)

Fachada de la oficina de correos en Hermosillo. (Día)

Desde la ventana se ve a CARNADA, vestida discre-


tamente, con un pañuelo en la cabeza, anteojos
negros.

Interior del correo. (Día)

(CARNADA está escribiendo en un form11lario de


telegrama. Se ve que ya ha ensayado otros textos,
que ha tachado y hecho bollos. El nuevo texto, en
letras grandes de imprenta, dice, junto al destina-

102
tario: «Setior Toques.» Junto a domicilio: •Dis-
nevlandia.• Como texto: «Cuídate del ca11tantito.
St~p. Te lo mandaron tus mejores enemigos de
Tij11a11a. Stop. Firmado, tus amigos de la fune-
raria.»
CARNADA dobla el papel, lo pone en un sobre
que ya lleva escrita la dirección: «Señor Rafael
Gándara, "Toques'', cabaret Mi Lujito, Zona Roja.
Hermosillo», y tiene su sello colocado. CARNADA
echa la carta al buzón.

Cabaret. (Noche)

Queda poca gente. Altas horas de la madrugada.


FERNANDO canta un bolero, muy pocas parejas
bailan.
Voz DE CARNADA. -Aquella misma noche sucedió algo
imprevisto. ~se era el momento propicio ... No ha-
bía necesidad de esperar la carta.

Despacho del ToouEs. (Noche)

Llega la música que canta FERNANDO. CARNADA


fuma y lleva una copa en la mano. Va hacia el cu-
bículo de LAURIE mientras el TOQUES, sentado a su
escritorio, haciendo cuentas, habla a los guarda-
espaldas.
·TOQUES. - ¿Dónde es la pinche pokariza?
HOMBRE 1 (sin demostrar entusiasmo). - En casa del
Nacote.
TOQUES. - Y se queman por ir ... ¿Que no?
HOMBRE 11 (que no oculta su brama por ir a jugar). -
Que sí...
HOMBRE l. - Pero a usted no hay que dejarlo solo, jefe.
TOQUES. - Pos por una noche no pasa nada... Espere-
mos ... Y ya son las cuatro.
(CARNADA oye desde el c11/Jic11lo ele LAUIUE, que si-
gue dormida.)
HOMBRE 11. -Apenas la hora pa'tallar.
ToouEs. -Andele pues ...

103
Hor.tBRE I (no muy tranquilo de dejar solo al TOQUES).-
¿Está seguro, jefe?
TOQUES. - No pongan esa cara de enterrador.
(Los hombres lo palmean y salen.
CARNADA fuma y echa una ojeada desde la puer-
ta. LAURIE duerme.)
CARNADA (al TOQUES). - ¿Que no te podrías pagar un
contador? Yo me aburro mirando el techo•...
(El levanta la vista y después continúa con su
trabajo.)
Si la gringa se duerme, no tengo ni con quién pla-
ticar ...
TOQUES. - Le di para que se duerma hasta mañana. No
me gusta oírla cacarear ... Ya son dos semanas que
esto se alarga.
CARNADA (esperando la reacción del TOQUES). - Se me
olvidó contarte una cosa ... Yo desde que lo vi, a Fer-
nando, me quedé pensando en algo.
TOQUES. - ¿Quién es Fernando?
CARNADA. -Tu bolerista favorito.
(El TOQUES deja notar que el personaje lo tiene
intranquilo.)
TOQUES. - Sí...
CARNADA. - A mí me pareció, desde el primer día, que
lo conocía de algún lado, ¿no ... ?
... Y le pregunté si nunca había andado por Tijuana.
Y me dijo que no ... Y hace rato un cliente me dijo
que ya lo había oído cantar, allá en Tijuana.
TOQUES (de pronto muy alarmaáo). - ¿Estás segura de
lo que estás diciendo?
CARNADA. - Sí. Y te lo cuento porque no me gusta la
gente que echa mentiras.
TOQUES. - Los ministros se lo van a cargar, si no se
anda derechito. (Vuelve a las c11entas.) Déjame tra-
bajar.
CARNADA. - Yo no te dije otra cosa.
TOQUES. - ¿Qué ... ? (Silencio.) ¡Escupe, ándale ... !
CARI'\ADA. - Por miedo de que me chantaras con una
tranquiza.
TOQUES (ya de pie, to111dndola de wz braza). - Te la voy
a dar si no cuentas.
CAR!'\ADA. - Una noche me descuidé y dejé la puerta

104
abierta. Tú me habías dejado cuidando a Ja gringa
y yo me fui hasta Ja barra a buscarme un trago.
Cuando regresé, él estaba acá adentro, preguntándo·
Je cosas ...
TOQUES (furioso, sacudiéndola). - ¡Y tú, ahogada, espe-
ras hasta ahora ... ! Tienen razón Jos demás. Tú, suel·
ta, eres un peligro ... (Tocan a la puerta.) ¿Quién es?
FERNANDO (desde afuera). - Patrón, ¿me puede pagar Ja
noche? Ya están cerrando.
ToouEs (haciendo seria a CARNADA de que le abra). - Si,
un momento ...
CARNADA (quitando el pasador, abre). - Pásale ...
FERNANDO (tratando de mantener las distancias). - Gra·
cias.
CARNADA. - Nos contaron que en Tijuana también tra·
bajabas efectivo ...
FERNANDO. - No conozco Tijuana.
TOQUES. - Nos dijeron que sí.
CARNADA. - Y a la gringa, ¿qué le andabas preguntando?
TOQUES. - Lo siento, angelito. Pero de acá no sales has·
ta que sueltes todo.
FERNANDO. - Ustedes se están confundiendo. Yo no ando
en ésas ...
TOQUES (sacando el revólver). - Sí. Tú eres limpio y no·
sotros Ja mugre.
FERNANDO. - Claro que estoy limpio. Y no tengo por qué
rendirle cuentas a nadie.
TOQUES (golpeándolo con el cilindro de la pistola en la
mejilla, lo tumba). - A mí sí me vas a rendir cuen·
tas ... (A CARNADA.) Tú apúntale mientras yo le saco
todo ... (Alcanzándole el revólver.)
CARNADA. - Dame el silenciador, Toques, que todavía hay
gente adentro.
TOQUES. -Ahí está, en el segundo cajón. (A FERNANDO.)
Yo creo que tú, vivo, de acá no sales. Porque ya sa·
bes demasiado. Lo único que te puede salvar es que
sueltes todo Jo de tu jefecito en TÍjuana; porque si
no cuentas nada, te dejo seco ahí mismo donde
estás.
CARNADA (colocando el silenciador a la pistola). - Son-
risas, mejor es que escupas ahorita, porqi¿e al To-
ques no le gusta perder el tiempo.

JOS
FERNANDO (algo atontado por el golpe). - Una confu-
sión ... ¡Debe ser una confusión!
ToouEs. - Pues se va a aclarar ya... Dame Ja fusta,
Carnes.
CARNADA. - ¿Qué vas a hacer?
TOQUES. -Tú Jo dijiste. No me gusta perder el tiempo.
CARNADA (de pronto seria, hiératica, al ToouEs). - Ya;
no te gusta perder el tiempo.:~ '
(Sorpresivamente le dispara en la frente al To-
OUES. Este cae muerto instantáneamente.
FERNANDO se acerca al ToouEs. Lo ausculta.)
FERNANDO. - ¡Está muerto!
CARNADA. - Lo hice por ti, Sonrisas. Si no, te tronaba.
FERNANDO (haciendo gesto de ir al teléfono). - Hay que
llamar a Ja policía inmediatamente.
CARNADA. - ¡Imposible! (Le impide el camino al telé-
fono.)
FERNANDO. - Fue en defensa propia ... Yo voy a declarar
en tu favor.
CARNADA. - ¡Imposible! Yo no puedo ir a Ja policía. Ten-
go una cosa pendiente, Sonrisas.
FERNANDO. - Pero te van a buscar.
CARNADA. - Por eso tú me tienes que ayudar.
FERNANDO. - ¡¿Yo?!
CARNADA. -Te acabo de salvar Ja vida. ¿No es cierto?
FERNANDO. - Pero tú me estabas acusando con el To-
ques.
CARNADA. - Fue comedia, para que me diera la pistola.
FERNANDO. - ¿De veras?
CARNADA. -Tú estás vivo, ¿no? Y a él, míralo. Pero no
debemos perder un segundo. Carga a Ja gringa, tene-
mos que salir por la cochera.
FERNANDO. - ¿y Ja gringa para qué?
(CARNADA, mientras, busca en los bolsillos del To~
QUES las llaves del carro. Las encuentra.)
CARNADA. - Saliendo de acá, te explico. Tú haz lo que te
digo.
FERNANDO. - No, yo voy a llamar a Ja policía.
CARNADA. - ¡Te salvé la vida! ¡/\hora ayüdamc tt'1 a mí ... !
(FERNANDO carga ll la gringa. CARNADA cstd C/1 la
puerta, vigilando si no viene nadie. En ese mo-
mento se oyen pasos. Son dos músicos que pasan

106
por el pasillo rumbo a la salida, platicando pací-
! icame11te. CARNADA cierra la puerta.)
Músico 1 (a ~1 ús1co 11). - El Toques prometió que nos
daba la cervecita al final... ¿Por qué no le hablamos?
Músico 11. - Estaba ·contento con toda la gente que
vino, pero se le olvidó ... (Siguiendo de largo.) ¡Déja-
lo ... ! (Se van.)
(CARNADA vuelve a abrir la puerta. Salen f i11almen-
te. CARNADA abre el carro, colocan a LAURIE en el .
asiento de atrás. CARNADA al volante. El levanta la
persiana. Sube al carro y arrancan.)
FERNANDO. - ¿Adónde vamos?
CARNADA. - No sé ... (Pausa.) De veras no sé.
FERNANDO. - ¿Cuál es la cosa pendiente? ¿Lo que tie-
nes ... lo que usted tiene con la policía?
CARNADA. - Una cosa que pasó en Tijuana. Pero si me
ayudas, eso se arregla. Hay que ir a Tijuana.
FERNANDO. - Yo estoy de acuerdo en ayudarla, si me da
todas las explicaciones del caso. Por qué es y cómo
se puede arreglar.
CARNADA. - Hubo un lío por una carga de polvo y me
acusaron a mí... Pero hay un testigo que me puede
salvar, si él quiere.
FERNANDO. - ¿Dónde está? Hay que llamarlo ahora
mismo.
CARNADA (insegura). - A mí me da pena, es un tipo im-
portante.
FERNANDO. - Lo llamo yo.
CARNADA. - Mejor verlo en Tijuana.
FERNANDO. - No. Yo lo llamo ahorita.
CARNADA. - Qué mensa fui. No saqué dinero del des-
pacho.
FERNANDO. - Yo no tengo nada.
CARNADA. - Para la gasolina hasta Tijuana.
FERNANDO. - Do,ble acá a la derecha. Está mi casa cer-
ca. Ahí tengo casi mil pesos.

Calle e11 / frrmosillo. ( Nocl1r)

CARNADA llega a la entrada del edificio de apar-


tamentos donde vive FERNANDO. El carro se de-

107
tiene. FERNANDO baja. CARNADA mira en torno.
LAURIE tiene un sueiio agitado, balbucea.
CARNADA. - Gringa ... (la palmea cariñosa.) Duerme tran-
quilita, gringa, que no te vamos a hacer daño.
LAURIE. - Sartencito de latón ...
CARNADA. - ¿Qué quieres?
LAURIE (por momentos con los ojos entreabiertos). -
Sartencito de latón ...
CARNADA (entre dientes). - Sartencito de latón ... ¿Qué
chingados querrá decir?
(Vuelve a mirar hacia adelante. Ve un periódico
de México doblado en la guantera, lo despliega. le-
vanta la vista tramandd algo. Abre la página de
avisos necrológicos, recorre nombres.)
No, éste no aguanta ... muy pobretón ... ~ste ... tam-
poco. Muy popo f. ..
(Se detiene en w10: «Lic. Enrique Gómez Quija-
no». El sepelio se anuncia en su domicilio de la
calle de Guaymas, Colonia Roma.)
¡~ste ... !
(FERNANDO baja; ha cambiado su smoking blanco
por un blue jeans y una camisa. CARNADA se corre
al otro asiento.)
¿Manejas?
FERNANDO (tomando el volante). - Sí. Acá traigo Ja lana.
CARSADA. - Lo primero es cargar el tanque.
FERNANDO. - No, lo primero es llamar al hombre ese,
al testigo. Yo mismo.
CARNADA (con un fondo m11y velado de burla). - Si tú
insistes.
FERNANDO. - Es la única condición que pongo.
CARNADA. - Desde mi hotel.

Calle. Hotel. (Noche)

Llega el carro, se detiene. Se ve desde af11era q11e


uno de los guardaespaldas del TOQUES está ha-
blando con el conserje. El H o MBRE II de la pri-
mera secuencia. FERNANDO y CARNADA lo divisan,
vuelven a pcner en marcha el carro.

108
FERNANDO. - ¡Es un ministro!
(Se alejan rápidamente.)
CARNADA. - No es posible que ya Jo hayan encontrado.
FERNANDO. - ¿Qué otra cosa puede estar haciendo en
su hotel?
CARNADA (c1111big11a). - No sé, yo no lo trato ...
FERNANDO. - ¿Seguro que no te traes nada con él?
CARNADA. - Es un asesino de lo peor.
(FERNANDO ve un bar abierto a media c11adra de
ti ist a11cia.)
FERNANDO. - De allá se puede hablar. .. ¿Sabes el nú-
mero ... ?
CARNADA. - Sí...
FERNANDO (casi llegando). - Pero tú te bajas conmigo.
CARNADA, - Pero acá pueden ver el carro ... (l'icndo una
entrada a una casa.) Mejor cstaciónalo allá ...
(FERNANDO obedece y estaciona el carro.
CARNADA colcca el arma en la guantera.
Dejan a LAURIE en el asiento trasero.
Entran al bar. Hay w;os pocos parroquianos,
ya con muchas copas. FERNAKDO muestra al CAN·
TJNERO im billete de veinte pesos.)
FERl'\ANDO. - ¿Me permite el teléfono, por favor ... ?
CANTINERO (impersonal). - Ahí al fondo ... (Toma el bi-
llete.)
CARNADA (llegando al teléfono). - No me acuerdo del
número; pero la operadora te lo puede dar por la
calle ... en México.
FERNANDO (cogiendo el teléfono). - ¿Qué calle?
CARNADA. - Calle de Guaymas 38, licenciado Enrique Gó-
mez Quijano ...
(CARNADA va a la barra, mientras FERNANDO pide
la llamada. Pasa revista a las diferentes botellas,
con adoración.)
Gin ... Vodka ... Whisky ... Bourbon ... Cognac ... Gin ...
(les hace se1ial de beso frunciendo los labios. Des-
pués mira otro estante de licores dulces: Drambuie,
Kalúa, Strega, Anís del Mono, y les pone mala cara.)
¡Qué asco!

109
Residencia en México

(Se ve al fondo un' velatorio.


Un EMPLEADO de funeraria responde al telé-
fono.)
E.\!Pl.EADO. - Residencia del licenciado Gómez Quijano ...

Bar. Hermosillo

FERNANDO. - Quiero hablar con el licenciado, por favor.


E~!PLEADO. - Lo siento mucho, señor. El licenciado fa.
lleció ayer.
FERNANDO. - ¿Ayer?
EMPLEADO. - Sí, señor. Lo estamos velando, señor.
FERNANDO. - ¿Que tuvo algún ... accidente?
EMPLEADO. - No, señor. El licenciado estaba enfermo,
murió en su cama como buen cristiano.
FERNANDO (azorado, cuelga; a CARNADA). - Murió ...
CARNADA (fingiendo pena y desaliento). - Me habían di-
cho que estaba muy enfermo ...
FERNANDO. - ¡Qué mala suerte ... !
CARNADA (aspirando hondo). -Algún día cambiará ...
FERNANDO. - ¿Qué hacemos ahora?
CARNADA. - Tijuana. Es la única salida ...
FERNANDO (tomándola de un brazo para salir). - Vamos
entonces. Pero antes, espérame un momentito ...
(Vuelve a discar un mímero.)
CARNADA (observámlolo, intrigada). - ¿A quién llamas a
estas horas?
FERNANDO (al teléfono). - Laura ... Perdóname por des-
pertarte ...
LAURA (en camisón, apenas despierta). - ¿Qué pasa, mi
amor?
Voz DE FERNANDO [por el teléfono]. - Nada ... Me tengo
que ir unos días ...
FERNANDO [en el bar] (al teléfono). - ... Tengo que ir a
cantar ...
(C\RNADA lo o/Jscrva.)
Voz DE LAURA [por el tcléfono).-1,Adúmlc vas?
FERNANDO. - A muchas partes, pueblitos ... es buena lana.

110
Sala de estar del departamento de Laura

LAURA (al teléfono). - ¿De veras, no hay nada malo?


FERNANDO [por el teléfono]. - No, mi cielo. Te quiero
mucho, nada más. Y ya me tengo que ir ...
LAURA (preocupada). - ¡Adiós, Fernando ... ! (Y cuelga.)

Bar
(CARNADA mira a FERNANDO como algo inalcanza-
ble. Salen.)

Calle
(En la calle, descubren que el coche ha desapare-
cido. También LAURIE.J
FERNANDO. - ¿Quién se lo pudo haber llevado?
CARNADA (realmente alarmada). - ¡No me explico!
FERNANDO. - Su amiga ... le pudo haber abierto a cual-
quiera que pasaba.
CARNADA. - No es posible.
(Se ve un coche acercarse.
FERNANDO divisa a distancia que en el carro vie-
ne el H o MBRE 11 al volante, a su lado el H o:\!·
DRE l. FERNANDO empuja a CARNADA a un zaguán
para ocultarla. El coche sigue.
CARNADA está realmente asustada.)
¿Nos vieron?
FERNANDO. - No ... pero les faltó poco.
CARNADA (temblando, llorosa). - Sonrisas ... Tengo mie-
do ... A los ministros les tengo miedo. Ahora ya venía
el otro también.
FERNANDO. - Estaría arriba revisando tu cuarto ...
CARNADA (descontrolada). -Ayúdame, por favor. (Lo
abraza.) Agárrame fuerte.
(FERNANDO, después de titubear un momento, la
abraza fuerte.)
FERNANDO. - ¿Qué pasa?
C\ltNAllA. - ¿Te doy asco?
FERNANDO. - No ... pero tampoco otra cosa.
CARNADA (realmente asustada, necesitada de protección).
¿No te gusta tenerme así, aunque sea tantito?

111
FERNANDO. - Yo te voy a ayudar, porque me salvaste la
vida. Pero ahí párale, porque soy de otra clase, me·
jor o peor, quién sabe ... pero de otra clase. Y no me
mezclo.

Fachada de la ~erminal de autobuses

(Ambos se acercan a la entrada, fingiendo natura-


lidad. Hablan entre dientes.)
CARNADA. - Si están Jos cuicos, me voy a dar cuenta ...
FERNANDO. - La policía no me importa. Los ministros, sí.
CARNADA. - Ellos no se asoman donde hay cuicos ...
(Se detienen en una zona de sombra cerca de la
entrada.)
¿Entramos o qué?
FERNANDO. - Me late que sí.
CARNADA (tomándole la mano y arremetiendo). -Ándele
pues.
(Entran. Hay poca geme. Las ventanillas tienen
un cartel por encima que indica para qué destina·
ción venden boleto. Algunas están abiertas,· 1a que
dice «Norte,,, cerrada. Acodada allí, lia.v una mu-
jer gruesa, de vestimenta modesta, mirada 11111y
alerta, con una maleta grande.)
CARNADA. - Perdone, ¿a qué hora abren?
SOBREDOSIS. - Sabe ...
CARNADA. - ¿Y a qué horas el siguiente, no sabe?
SOBREDOSIS. - Sabe ...
CARNADA (irónica). - Gracias ...
SOBREDOSIS. -Tú te quejas, que estás acompañada. Yo
desde ayer que espero a un Yiejo, y mira cómo se
tarda ...
CARNADA .. - Olvídalo, ¿a poco es el único en el mundo?
SOBREDOSIS (mirando con admiración a FERNANDO). -
Pos yo creía que sí... (A CARl':ADA, dándole la mano.)
Estela María Cuello, servidora ...
CARNADA. - Dime Carnes ... y éste es Fernando.
FERNANDO (estrechándole le mano). - Mucho gusto.
SOBREDOSIS. - El gusto es mío ... Y yo también tengo so·
brenombre, me dicen «Sobre».
(FERNANDO la ve con simpatía. A ella sí le sonríe.)

112
FERNANDO.-¡Suena raro!
SOBREDOSIS. - Es por Sobredosis. Un enfermero me vio
un día en trusita y de ahí salió ...
CARNADA (llevando a FERNANDO aparte, de un braza). -
Pues, Sobre, nos estamos viendo ...
SoDREnos1s. -Acá voy a estar, mi reina.
FERNANDO (saludándola). - Nos vemos ...
SOBREDOSIS. - Ándele, guapo.
CARNADA (a FERNANDO). - Oye, traigo encima una carga ...
comprometedora, ¿ves? Algo que le daba a la gringa
pa' calmarla. Hay que echarla al excusado .. .
FERNANDO. -Te espero en el chino de enfrente ... (Esbo-
za una sonrisa.) No sé cómo, pero me dio hambre.
(CARNADA le guitia un ojo y entra al baño de da-
mas.
SOBREDOSIS la mira. Nota que un hombre que
leía un periódico sigue a CARNADA con la mirada y
después cambia una mirada con otro hombre que
aparentemente espera junto a una ventanilla. El
hombre del periódico dobla las hojas y se aposta
en ur1 rincón cercano al baño de damas. SOBRE-
DOSIS, entonces, disimuladamente, entra a buscar
a CARNADA.
CARNADA se está retocando el maquillaje junto
al espejo.)
CARNADA. - Ven a embellecerte, tú también.
SOBREDOSIS. - Se me hace que alguien te anda siguien-
do: la chota, ¿no?
CARNADA. - ¿Qué sabes ... ?
SOBREDOSIS. - Es que hay un bigotudo ahí, en la puerta,
y te vio entrar.
CARNADA (mirando alrededor). - Esto no tiene salida.
SOBREDOSIS (señalando una ventana que hay a un lado).
Con una poca de dieta, pasabas por ahí.
CARNADA (dándole la bolsa). - Tenme esto, ¿sí?
(SOBREDOSIS le tiene la bolsa, mientras CARNADA se
encarama en el lavabo y de al1í· pasa a la ventana.)
SOBREDOSIS. - Yo también pasaba; es nomás de cortar
las tortillas.
CARNADA (cuchicheando). - ¿Me haces otro favor? Si no
te sigue la poli. ..
SOBREDOSIS. - Me pongo changa.

113
CARNADA (de prc11to, dcsc11brie11do la maleta). - Pero es
que tienes que cargar eso.
SOBREDOSIS (levantá11dcla). - Está vacía. Mi viejo me
prometió regalos y me vine preparada.
CARNADA. - Pues aquí enfrente está mi amigo. Dile que
lo espero ... No sé ... ¿dónde crees?
SOBREDOSIS. - ¿De ahí adónde saltas?
(CARNADA mira. Ve 1111 patio muy oscuro de camio-
11cs de carga.)
CARNADA (lzablando en voz baja lzacia afuera). - Aquí
hay un chingo de camiones ...
SOBREDOSIS. - ¿Un chino de camiones? ¿Qué es eso?
CARNADA. - Un «chingo», manita.
SOBREDOSIS. - Ah, es que yo no soy malhablada, por
eso.
CARNADA. - Parece que son camiones de carga, y está
reteoscuro.
SOBREDOSIS. - Espéralo ahí entonces ... ¿Pero dónde me
dijiste que estaba tu papacito?
CARNADA. - En el bar del chino de aquí enfrente ...
(SOBREDOSIS lzace gesto de señora pudibunda.)
Sí, chino de China.
SOBREDOSIS. - ¿No, chino ... (Aspirando la «g».) de chi-
no?
CARNADA. - No, dile que acá lo espero. (Salta. Se oye un
«¡ay!» apenas sofocado.)
SOBREDOSIS. - ¿Te hiciste daño?
CARNADA (enderezándose). - Hummm ...
SOBREDOSIS. - ¿Te duele?
CARNADA. - Ay ...
SOBREDOSIS. - ¿Te duele ... (Aspirando la «g».) un chino?
CARNADA. - Un chino y un japonés, manita ...

Sala de la terminal
Salida del bai1o de damas

(Sale SonREDOSIS con su maleta. Mira al ro1.1cfA


vestido de civil. Finge que la maleta le pesa
muclzo.)
SOBREDOSIS (deteniéndose a descansar; evidentemente

114
trata de despistar ante el POLICÍA). - ¡Virgen Santa,
.
como pesa ....1
POLICÍA (mirando por encima de su periódico, burlándo-
se veladamente). - ¿Necesita ayuda, señorita ... ?
SOBREDOSIS (muy digna, siguiendo su camino). - Yo no
hablo con desconocidos. (Para sí.) Y menos con la
chota, güey ...

Calle. (Amanecer)

El frente de un café de cliinos. Sale SOBREDOSIS


con su maleta, seguida de FERNANDO. Al fondo de
un paredón lzay una entrada de camiones a un co-
rralón. Se meten.· Hav muchos camiones estacio-
nados. Sólo en una de las cuatro esquinas se ve
luz y actividad. SOBREDOSIS y FERNANDO, instintiva-
mente, toman la dirección contraria.
FERNANDO (en voz baja).-¿Dónde se habrá metido?
SOBREDOSIS. - Si oyes palabrotas, es ella de seguro ...
(aparece de pronto en la garita de entrada el
GUARDJ,(N, que los intrusos ya han dejado atrás.)
GUARDIÁN. - ¿Adónde van ustedes?
SOBREDOSIS. - Le venimos a traer algo a mi marido.
GUARDIÁN. - ¿Quién es su marido?
SOBREDOSIS. - Hummm, García. Uno nuevo... con ese
nombre ... Se le habrá pasado ...
GUARDIÁN (confuso). - ¿García ... ? Sí... pero no sé si
llegó.
SOBREDOSIS. - Por lo menos, así dijo el sinvergüenza ...
Ah ... no me diga que no está porque lo mato ... a
ése. Pero entre ustedes saben taparse, ¿verdad,
rey ... ? Seguro que dice mentiritas para cubrir a su
amigote ...
GUARDIÁN (para salirse del lío). - ¿Y qué le traes ahí?
SOBREDOSIS. - Nada ... su cambio.
GUARDIÁN (alzando las cejas de asombro, ante la maleta;
a· FERNANDO). - ¿Y usted, joven ... ?
So111umos1s. - I?.l me ayuda a cargar el veliz ... (De pron-
to, /inge estar 11111y c11ojada, pasando la malt!ta a
FERNANDO.) Toma, ¿no ... ? sirve para algo, ¿no ... ?

115
GUARDIÁN. - Pásenle; pero sálganse al ratito. Está pro-
hibido entrar.
SOBREDOSIS. - Gracias, rey.
FERNANDO. - Muchas gracias.
(No saben Tiacia dónde avan::ar. Van orillando la
parte más oscura. De pronto, oyen 1111 chistido.
Descubren a CARNADA escondida detrás de unos ca-
jones de carga. Se le acercan después de verificar
que el GUARDIÁN está de nuevo en su garita.)
CARNADA. - Acá no nos ven ...
FERNANDO. - Hay que subirse a un camión, para largar:
nos .•.
CARNADA (señalando un camión que están alistando en el
rincón de la luz).- :Ese va a Tijuana, pero está lleno
hasta el tope.
FERNANDO. - Lo importante es salir. A Tijuana llega-
mos de cualquier lado.
(No lejos de allí pasa una especie de CAPATAZ y un
CAMIONERO en dirección a otro de los rincones
oscuros. Los tres intrusos se esconden.)
CAPATAZ. - Tú sales ahora, Pancho, lo siento mucho ...
CAMIONERO. - ¿Y por qué me tienen que recargar a mí?
Hoy me tocaba libre al mediodía.
CAPATAZ. - Ni modo. Te están esperando para cargar a
las diez en Cutauta. Ándale. (Preparando una plani-
Ila.) Y fírmame ya la salida.
(FERNANDO hace señas a las mujeres de seguir al
CAPATAZ y al CAMIONERO. Se encarama a la parte
de atrás del camión, cubierta apenas con una
lona que se puede levantar. Extiende un braza a
CARNADA para que suba.)
CAPATAZ. - Espérate, que me falta el número ...
CAMIONERO (de mala gana). - ZV-387 ...
(CARNADA tiene difcultad para encaramarse. So-
BREDOSIS junta las manos para servirle de estribo.
Al encaramarse CARNADA, su peso hace que SOBRE·
DOSIS tuerza un tacón y lo rompa, forzando tam-
bién el tobillo, todo en silencio.)
FERNANDO (eiI voz muy baja, a SOBREDOSIS).-¿Y usted,
qué hace ahora?
(Se oye el motor en marcha del camión.)

116
SOBREDOSIS (con mueca de dolor, tocándose el pie). -
Sabe ...
CARNADA. - ¿Te duele?
SOBREDOSIS. - Un chino y un japonés. Y un méndigo
gringo ...
CARNAIJA (a FERNANDO). - La llevamos, ¿ch, Sonrisas?
SonREDos1s (extrañada). - Sonrisas ...
FERNANDO (tirá11dole el brazo). - Suba si quiere ...
(r t1 c'.•;fá arrancando el camión; pero 111a11iobra
despacio para encontrar la salida.
So11REuos1s no logra subir. FERNA!'\DO baja de
u11 salto. La ayuda a subir, leva11tá11dola co11 gra11
esfuerzo.)
SOBREDOSIS. - Es la pulsera lo que pesa ...
(FERNANDO logra e11cara111arse a último momento.)
Gracias, corazón ... (Vie11do que la maleta lia queda-
do atrás.) Mi veliz del alma ...
FERNANDO (echándose plano al fondo del acoplado). -
¡Agáchense ... !
(El camión se detiene un momento a la salida.
El GUARDIÁN levanta ligeramente la lona.)
GUARDIÁN (anotando e11 una planilla). - ZV-387, vacío,
dirección Cutauta.
CARNADA (cuando ya el camión lia arrancado, burlo11a). -
Sobredosis, ¿por qué te gustaba tanto ese veliz?
SOBREDOSIS (ya acomodándose sentada junto a CARNADA;
encendiendo los cigarros de ambas después de con-
vidarla). - Era de mi patrona. Yo soy cocinera, ¿sa-
bes? Y ayer vino a comer un fulano y se me metió
en la cocina, porque dizque le gustó mi mole. Y me
dio la cita. Y entonces me traje el veliz de recuerdo ...
(fERNAr\DO escucha, pero no festeja el relato. E11
cambio a CARNADA le divierte.)
CARNADA. - ¿Te gusta todo lo ajeno ... ?
SOBREDOSIS. - No, apenitas el veliz, porque me lo iba a
llenar con lo que me comprara el pelado ... (A FER·
NANDO.) Sonrisitas, ¿por dónde queda Cutauta?
FERNANDO. - Camino a Tijuana, es un pueblo cerca del
mío ... (Se acomoda para dormir, bosteza.) Unas cua-
tro o cinco horas ... (Vuelve a bostezar.) Vamos a res-
pirar aire puro, cuando menos ...

117
(CARNADA mira a SOBREDOSIS, burlándose del amor
de FERNANDO por el aire del campo.)

(Día)

Siguen via¡e en el camión de carga. Por c11tre la


lo11a que se agita se ve el paisaje del campo. Ya
es pleno día. FER:-IANDO dtterme. SOBREDOSIS y CAR·
NADA fttman. Se las ve cansadas y melancólicas.
CARNADA. - ¿Cuántos cigarros quedan?
SOBREDOSIS. - La mitad y otro tanto.
CARNADA. - No seas sangrona. Dime ...
SOBREDOSIS. - Pos ... tres.
CARNADA (mirando a FERNANDO qtte duerme). - Me gusta
mirar a los hombres dormidos.
SOBREDOSIS. - Dormidos, todos parecen buenos.
CARNADA. - I:.ste, ni dormido me quiere. Me da la es-
palda.
SOBREDOSIS. - Te gusta, Carnes. Más de lo que te con-
viene. (Toma su zapato y empieza a moverle el tacón
hasta qtte consigtte desprenderlo.)
CARNADA. - Pero no me pela.
SOBREDOSIS. - Menso ... Tan mamacita que estás.
CARNADA. - Le gustan las moscas-muertas.
SOBREDOSIS. - Y tú eres una mosca viva.
CARNADA. - Una mosca de cabaret. Me paro en los tra-
gos y en los viejos.
SOBREDOSIS. - Yo en los viejos también, pero a mí no
me pagan, caray.
CARNADA. - ¡Qué no daría yo por un traguito ... !
SOBREDOSIS. -¿Tú, Carnada, de dónde eres?
CARNADA. - Este pinche buey se cree muy puro porque
es de un puel:11o. Pues yo más, que soy del mero
campo ...
SOBREDOSIS. - Una florecita silvestre ...
CARNADA. - Yo soy de las que empezaron a la fuerza, de
ésas a las que nadie les cree, por eso no te voy a
contar naranjas ...
So11Rr:1>os1s. - Yu sí te creo.
(FERNANDO se despierta. Finge dormir para escu-
char.)

118
CARNAIH. - Ya no muelas ...
SOBREDOSIS. - Si me cuentas, te doy dos cigarros y yo
me quedo sólo con uno. (Los saca y se los da.)
CARNADA (recibiéndolos).- Sobredosis, qué mensota eres,
¿no sabes que a nosotras nos encanta contar las
penas?
So11Rrnos1s (¡nmh'11tlost! triste). - ¡\ mí el primero no
fue a la fuerza, pero con engañito sí.
CARNADA (irónica, enciende el cigarro). -
«Yo conocí el amor,
es muy hermoso,
pero en mí fue (sopla el cerillo)
fugaz y traicionero ... »
SOBREDOSIS. -
« ... Volvió
engañoso (se1iala a CARNADA)
lo que fue (se ,.:e1iala ella)
sincero;
pero fue un gran amor,
y fue el primero ... »
¡Ay, chingados ... !
CARNADA. - ¡No, que no!
SOBREDOSIS. - Ay, chinos, quise decir ...
CARNADA (aspirando el !tumo). - Mi papá tenía un cam-
po, acá en el norte, y no sembraba maíz, no \'ayas a
creer.

Campo di! marihuana

Voz DE CARNADA. - ... sembraba mota. Y se la compra-


ban unos de la frontera. Por poca lana. Pero noso-
tros no entendíamos de dinero ... Yo tenía diecisiete
años... Los de la frontera cargaban la yerba de
no'che, yo nunca los veía. Pero el jefe venía a pagar
en pleno dí~1 ... en un carro grande ...

119
Disolvencia lenta a:
Campo. (Día)
CARRO IJLTIMO MODELO, DE OUH\CE AÑOS ATR,(S

Lo conduce un clzófer guardaespaldas, atrás va


un hombre de unos cincuellla aiios. Sienes cano-
sas: un Rodolfo Valentino chicano. Lleva som-
brero texano, anteo;os negros. Lo sigue otro carro
algo inferior, con cuatro hombres.
Voz DE CARNADA (continuando). - ... él no se bajaba.
Mandaba a algunos de sus ministros. Yo lo miraba
desde la cocina, me parecía reguapo ... Le decían el
Moreno ...

Cocina

CARNADA, de diecisiete ai1os, atendiendo sus que-


haceres al mismo tiempo que oye a su PADRE dis-
cutir con el lugarteniente e1-: la modesta sala de la
casa. La puerta está entreabierta. CARNADA los
espía.
PADRE (al MINISTRO, secundado a s11 vez de dos guarda-
espaldas). - ... Hace años que yo les cobro lo mis-
mo, y sé rebién que en todas partes la aumentaron ...
Pero ahora, me quieren pagar todavía menos ... ¡Eso
es imposible!
Mrn1snw. - El jefe se merece la rebajita, después de
tanto que lo tienes de cliente.
PADRE. - Pos dile que no, que le "ºY a \'ender a otro
mi cosecha ...
MINISTRO (molesto, amenazante). - No le va a gustar
nadita lo que dices.
PADRE (colérico). - Pos que ya no se pare por acá ...
Voz DE CARNADA (sobre MINISTRO que va a hablar con
el iefe· en el carro). - ... En ese momento sentí que
algo bien terrible iba a pasar, pero ya era demasia-
do tarde ...

En la sala de la casa

(Entra el MORENO con el l\II~ISTRO y c11atro g11ar·


daespaldas.)

120
MORENO. - Parece que alguien necesita que lo enderecen
tantito ...
PADRE. - Moreno, yo no le pido más que lo justo.
MORENO. - Usted es un campesino ignorante.
PADRE (perdiendo control). - Y usted un bandido, yo
sé rcbién la porquería que es usted.
MINISTRO (dándole una trompada que lo hace trastabi-
llar). - ¡Cállate, pinche peón!
CARNADA (entrando, desesperada). - ¡Por favor, no le ha-
gan daño!
MORENO (mientras dos de los guardaespaldas agarran
al PADRE de los brazos, i11111ovilizándolo). - ¿Y tú
quién eres, mi cielo?
CARNADA. - Por favor, se lo suplico, no le hagan nada ...
MORENO. - Si tú lo pides .. .
PADRE. - Vete de aquí tú ... Les va a dar vergüenza apro-
vecharse contra uno solo ... enfrente de ti.
MORENO. - Ya que tu hija me lo pide, no te vamos a ha-
cer nada. Pero, ¿y tu mujer, dónde está?
GUARURA l. - Lo dejó hace años al pinche peón éste ...
MINISTRO. - ¡Era guapota como la hija!
MORENO. - Y Ja hija, va a ser piruja como la madre, de
seguro ...
PADRE. - Yo a usted, me Jo voy a chingar un día, ¡pala-
bra!
MORENO. - Pues entonce!: hay que divertirse antes.
(A CARNADA.) Llévanos para adentro, ¿no? (Hace se1ias
a los otros dos guardaespaldas de agarrarla.)
(El MINISTRO se adelanta a abrir las puertas bus-
cando la recámara de la MUCHACHA.)
CARNADA. - Papá, sálvame ... Por favor ... no los dejes ...
MORENO (al PADRE). - Y vente tú también, ¡vas a ver
cómo te diviertes mirando ... !
CARNADA. - Se Jo suplico, por Jo que más quiera ... Ya
váyanse ...
MORENO. - No te quejes, que te va a gust_ar ... Y yo soy
re bueno pnra !ns nuevecitas ... Los o~ros no te vnn
a tocar. .. Tú vas a ser para mí solo.
(La cámara permanece en la sala.
Dos guardaespaldas se llevan a la muchac11a
y los otros dos al PADRE. El jefe empieza a. aflo-
jarse la ropa. Los sigue, por último, el MINISTRO.)

121
Voz DE CARNADA [off]. - Yo rogué para que mi papá no
mirara, que cerrara Jos ojos... ¡pero no fue así!

Recámara de la muchacha

PRIMER PLANO del PADRE, mirando la acción.


Luego ...
PRIMER PLANO del rostro dolorido de la mu-
chaclza durante la fornicación.
PRIMER PI.ANO del rostro, casi de éxtasis, del
MORENO.
Todo se desarrolla !?" silencio. No se ve mds
que el rostro y los hombros desnudos, de am-
bos.
MORENO (muy sensual, casi con dulzura). - Te voy a ha-
cer gozar, mi reina ... Después del dolor viene el aga-
sajo ... Ya lo. vas a sentir ... No te resistas, deja que
te venga, acéptame este goce, que yo te quiero rega-
lar ...
A continuación se ve:
PRIMER PLANO del PADRE, oscuro, paralizado
por el odio.
Nadie habla, sólo se oyen jadeos, quejidos.
De inmediato:
PRIMER PLANO de las manos de la muchacha,
inermes, a un lado de la cama. Una mano se rea-
nima, titubea, se alza, busca el cuello desnudo-del
MORENO, lo acaricia.
PRIMER PLANO del MORENO, que agradece la
caricia, cierra los ojos. El placer lo inunda. Tam-
bién ella cierra los ojos, goza intensamente.
PRIMER PLANO del PADRE, que comprueba con
horror lo que está sucediendo.

Recámara de la muclzac/1a. (Atardecer)

La muc/1acha, echada en la cama, desnuda, se lla


cubierto de los senos hasta los muslos con el ves-
tido que le han arrancado. Tiene la mirada per-

122
dida, denota una infinita tristeza a la vez que
sensualidad.
Voz DE CARNADA. - ... Mi papá no dijo nada. Se fue sin
hablarme. Nunca me iba a perdonar ... porque aquel
criminal me había gustado ... me había gustado mu-
cho ...

Rec:dmara de la 11wclzacha. (Noche)

(La 11111c/1ac/1a está asomada a la ventana.)


Voz DE CirnNADA. - ... Pasaron los días y mi papá no
regresó ... Tampoco aquel hombre. Yo lo esperaba
para matarlo ...
(En la mano tiene 1111a pistola.)

Disolvencia lenta a:
Camión. (Día)

(CARNADA y SOBREDOSIS, en el camwn, fumando.)


CARNADA. - ... Y ya se nos acabó el último cigarro ...
SOBREDOSIS. - ¿Qué pasó con tu papá, Carnes?
(CARNADA se da cuenta de q11e FERNANDO está .es-
cuchando todo, a11nq11e finja dormir.)
CARNADA. - Persiguió al Moreno, hasta que lo mató. Hizo
bien, ¿no crees tú?
SOBREDOSIS. - ¡Pobre tu papacito!
CARNADA. - Pero como era decente se entregó. Y se mu-
rió en la cárcel. Se pudrió allá adentro.
SOBREDOSIS. - ¿Tú lo visitabas, Camitas?
CARNADA. - Nunca me quiso ver. Nunca me perdonó.
SOBREDOSIS. - Pos ni modo ... Huerfanita y sin cigarros,
¡pero reguapa!
CARNADA. - Huerfanita no me importa ... Pero sin ciga-
rros, es gacho ...

(Fin de la acción retrospectiva de CARNADA)

(Sobre su rostro en la cárcel; en la mano una


colilla apenas.)

123
Voz DE CARNADA. - ... Sí, como si fuera poco, toda esta
sal. .. encima siempre sin cigarros ...
•'
Voz DE FERNANDO (sobre su rostro, manejando en el
carro rumbo a Tijuana). - Lo que oí me impresio-
nó. Se me ocurrió que toda esta pesadilla podía
tener un sentido ...

(Continúa el relato de Fernando)


.
Camión. (Día)

(Los tres personajes se encuentran en la posición


ccrrespondiente al final del relato de CARNADA.)

Voz DE FERNANDO (fingiendo dormir). - .. . si yo conse-


guía ayudarla ... si yo podía enseñarle ... que había .. .
otras maneras de vivir...
(El camión pega un tumbo.)
FERNANDO (aprovechando para fingir despertarse). -
¿Quihubo ... ?
SOBREDOSIS. - Se duerme bien con Permaflex.
CARNADA. - Porque tienes la conciencia tranquila, ¿no,
• Sonrisas ... ?
FERNANDO. - Me muero de sed.
SOBREDOSIS (aspirando entre dientes, significando nece-
sidad imperiosa de orinar). - Yo me muero de ganas
de otra cosa ...
CARNADA. -Agüita de riñón, no, mi amor.
(De pronto sienten que el camión dobla, sube una
pequeña cuesta y finalmente se detiene.)
FERNANDO (espiando por la lona). - Es una gasolinera ...
(CARNADA, espiando también, ve al camionero en-
trar al baño.)
CARNADA. - ¡Fue al baño!
SOBREDOSIS. - Es buen compañero. Hizo causa común ...
CARNADA. - Recomiéndalo al sindicato .. .
SOBREDOSIS. - ¿Qué sindicato?
CARNADA. - El de miones.

124
FERNANDO (viendo que está cerca un pueblo, y frente
a la gasolinera). -A bajarnos aquí ...
CARNADA. - ¿Y por qué, tú?
FERNANDO. - Mejor cuando no nos vea ... ándale ...
(Le obedecen. Mira hacia afuera, de un lado hay
un empicado carga1ulo gasolina. FERNANDO les in-
dica bajar del otro lado, en silencio.)

A cien metros de la gasolinera.


Cartel de un modesto motel

FERNANDO (contando el dinero, camina hacia el lugar). -


Yo creo que nos conviene arreglarnos y descansar ...
Si nos ven como vagos, van a sospechar ...
CARNADA (contando su dinero). - Yo apenas traigo cien-
to veinte tepalcates, ¿y tú?
FERNANDO. - Menos de lo que creía, setecientos ... No-
más podemos agarrar un cuarto.
SOBREDOSIS. - No, chulis, yo me agarro el mío, yo ten-
go ... (De pronto, pasmada de sorpresa.) ¡Aaaaahhh ...
la cartera ... la eché adentro del veliz ... !
CARNADA. - No te azotes. Donde comen dos, comen tres.

Un cuarto modesto. (Día)

El cuarto tiene tres camas.


FERNANDO, echado en una cama. Se oye la du-
clta en el baño. En la cama junto a la ventana.
SOBREDOSIS, ya vestida e incluso baiiada por-
que lleva una toalla en la cabeza en forma de
turbante, se está pintando los labios.
Voz DE FERNANDO (sobre esta imagen). - ... Me gustó
que Carnada se portara así con la compañera de
viaje ... E.ramos gente en desgracia; pero nos podía-
mos dar una mano, todavía.
SOBREDOSIS (mientras se pinta). - Esta mujer ya se nos
fue por la cañería ...
FERNANDO (amistoso). - Se ha salvado de peores ... -
(Se oye cesar la duclia.

125
SOBREDOSIS se quita la toaIIa y se coloca un
pañuelo en la cabeza.)
SOBREDOSIS. - Yo me voy a buscar cigarros. ¿No me
das una feria?
FERNANDO (dándole un billete). - Pos sf...
CARNADA (apareciendo en la puerta del baño, envuelta
en la toalla). - Espérame, Sobre, ya casi estoy lista.
SOBREDOSIS (gui1iá11dole el ojo, fingiendo a11te él). - No,
mana, me quemo por una hacha. So long, baby ...
(Sale.)
CARNADA (a FERNANDO). - Mira para el otro lado ...
FERNANDO (volviéndose para ver a CARNADA). - Quiero
hablar contigo ... con usted.
CARNADA. - Pues tú métete ahora, así, mientras, yo me
visto ...
FERSASDO (yendo hacia el baña). - E~tá bien ... ( F:ntra
al ba1io, abre el agua de la ducha.)
(CARNADA se acerca a la puerta del baño, dando la
espalda para 110 ver.)
CARNADA. - Deja la puerta medio abierta, así te oigo ...
FERNANDO (desvistiéndose). - Tus amistades de Tijua·
na ... ¿no te pueden venir a buscar?
CARNADA. - Hay que usar el teléfono lo menos posible.
FERNANDO. - ¿Seguimos esta noche?
(Se oye que FERNANDO está bajo la ducha.)
CARNADA. - Ya tenemos pagado este cuarto, ¿no ... ? Me-
jor mañana temprano ...
(Se oye en seguida un casi imperceptible golpe
en la puerta.)
Espérate tan tito ...
(Por debajo de la puerta aparecen cinco cigarros.
CARNADA los recoge sonriente. Los huele. Vuel-
ve a la puerta.)
FERNANDO. - Hay que cuidar los pesos, por lo que
pasó ... Tus cuates pueden haber salido ... Y somos
tres bocas ...
CARNADA. - Discúlpame, Sonrisas, por todo este lío ...
FERNANDO. - No... discúlpame tú, si fui bronco de
más ...
CARNADA. - No digas eso ... Yo a veces me pongo muy
necia ...

126
FERNANDO. - No, tú eres ... buena persona ...
(CARNADA 110 se controla y entra e11 el ba1io.)
CARNADA. - ¿Quieres que te enjabone la espalda ... ?
(FERNANDO la toma de un brazo, le quita la toalla.
La mira, la trae hacia sí, la besa y la abraza bajo
la duclza.)
Voz DE FERNANDO (sobre la pareja bajo la d11clia besán-
dose y abra:.d11dose cu11 voracidad impresio11a11te).
- De pronto me di cuenta de que quería tenerla
así...
(La toma de las muiiecas y la pone contra la pa-
red para observarla.)
... desde la primera vez que la vi ...
Voz DE CARNADA (sobre las mismas imágenes). - ... Te-
nía hambre de él, mucha hambre ... ¡Pero qué estoy
did1·wlr1' f /1 '/lit': lt'llÍi1 1·u ~l'il rk i/ J ¡11 ~/; /1¡
que es eso: tener sed.

Cuarto de hotel en penumbra

(Dos de las camas están unidas. FERNANDO, dormi-


do desnudo, cubierto e11 parte por una sábana.
A su lado, CARNADA, despierta, fumando. Se oye
tenue el amplificador de un carro de propaganda
que pasa a cierta distancia.)
«El día de hoy, no se pierda usted el palenque de la
feria, con finos gallos traídos especialmente de
Mexicali y Hcrmosillo ... Amenizarán el evento, figu-
ras de la canción bravía ... ¡No se lo pierda!•
Voz DE CARNADA. - ... Me latió que iba a ser mi nO-
che de suerte. Si me ganaba unos pesos, podía pa-
garle una buena cena al Sonrisas ... y comprarle
algo... Sepa... un bonito traje de charro ... lo que
él quisiera ...
(Se la ve leva11tarse en silencio y sacarle el dinero
de la bolsa, salir en puntas de pie, ya vestida con
su ropa tlcl viaje.)

127
Entrada al palenque. (Noche)

SOBREDOSIS mira coqueteando a los hombres que


entran, pero nadie le hace caso. CARNADA la ve
desde cierta distancia, divertida.
CARNADA. - Oye, Sobre ...
SOBREDOSIS (irónica, pero contenta de verla). - Se des-
compuso el tiempo ...
CARNADA. - ¿Es cierto que no aceptas invitaciones?
SOBREDOSIS (jugando a la mojigata). - De desconocidos,
jamás ...
CARNADA. - Y aquí no conoces a nadie, chingados, ¡qué
me estás contando ... !
SOBREDOSIS. - Pues nunca se sabe. Puede pasar algún
pariente ...
CARNADA. -Acompáñame tantito ... (Eufórica, mostrdn-
dole billetes.) ¡Mira esto ... !
SOBREDOSIS. - ¿Te lo regaló tu galán?
CARNADA. - !:.I no sabe, pero es para redoblárselo. (Se-
ñalando el palenque.) Allá adentro.
SOBREDOSIS. - Yo de pollos entiendo, de caldo de galli-
na, de tostadas, de pechuga, pero de gallos, nadita.
CARNADA. - Si no hay que entender. Es de que te lata,
nada más.
(Viendo allí cerca un barracón de la feria, donde
venden hebiilas de plata y betas con aplicaciones
también de plata.)
¡Lo que buscaba!
SOBREDOSIS (mirando las mercancías, pero sin entusias-
marse, sarcdstica). - ¡Te van a quedar grandes ... !
CARNADA (entusiasmada). - ¡Las blancas esas, de seguro
le gustan!
SOBREDOSIS. - Parece que mejoraron las relaciones.
CARNADA (abrazdndola). - Se me pasaba darte las gra-
cias por dejarnos solos ...
SOBREDOSIS (muy seria, ocultando la broma). - Pcrn
esta noche a mí me toca quedarme con él...
CARNADA. - Primero pasas por mi cadáver ... (Volviendo
a observar la platería.) Mira esa hebilla qué chula;
¡con eso sí me lo conquisto! ...

128
Palenque. (Noche)

Está actuando una cantante ranchera.


CARNADA señala a SOBREDOSIS un gallo. Sobre
la canción se ve a CARNADA contar su dinero.
SoDREDOSIS le hace gesto de cuánto tiene. CARNA·
DA le muestra siete dedos. SOBREDOSIS le arreba·
ta el dinero, se lo tiene detrds de su espalda.
CARNADA lanza manotones. SOBREDOSIS le da cua-
tro billetes de cien. CARNADA la mira con rabia.
Termina la canción. y se anuncia la riña.
ANUNCIADOR. - Y ahora, señoras y señores presentes: el
vencedor del domingo pasado, el Colorado ...
(CARNADA le guiña el ojo entusiasmada a SOBRE-
DOSIS.)
... contra el gallo campeón de Cananea, propiedad
de Jos hermanos Jiménez, de esta localidad, eJ gallo
Carlos ...
(Aplausos. CARNADA le pone cara de profundo des-
precio al gallo. Se produce la riña.)
SOBREDOSIS (bajando la vista). - Yo no miro ...
CARNADA (mirando llena de expectativa). - ¿De qué la
giras ... ?
SOBREDOSIS. - Soy una mujer muy sensible.
CARNADA. - ¡La de gallinas que habrás degollado en tu
vida ... !
SOBREDOSIS (siguiendo sin mirar). - Pero no por mi gus-
to, porque era mi santo deber ...
(La expresión de CARNADA se nubla. Su gallo está
cediendo.)
CARNADA. - No, ándale, galJito, pelea tan tito más ... No
te dejes picar por ese pollo tísico ...
SoBREDOSis.-¿Qué pasa, Carnes? ¿Vamos ganando ... ?
CARNADA. - Sobredosis ... ¿no serás tú la que trae Ja
sal...?

Palco orquestal del palenque

El director de los mariachis da la señal de empe-


zar una nueva canción. La misma folklórica
arranca con otra canción.
CARNADA (mirando a los dos nuevos gallos que se pre-

129
sentan para la siguiente riña). - Si no eres tú la de
la sal, escoge, ándale ...
SOBREDOSIS (observando los gallos). - Para ablandarlos
habría que hervirlos días, y con tantito vino.
CARNADA (de repente decidida). - Dame los trescientos ...
SOBREDOSIS. - Ni loca ...
CARNADA. - Suéltalos te digo, me late el negrote ...
SOBREDOSIS (dándole un solo billete). - Cien, y dame
las gracias.
CARNADA (arrebatándoselo). - Si gana, no te lo voy a
perdonar nunca. (Da el billete al empleado, que lo
recoge.) Al negrote ...
(Se trenzan los gallos.)
(A SOBREDOSIS). - ¡Ay, Sobre, te voy a tronar la bol-
sa en la cabeza ... !

Gasolinera. (Noche)

La misma donde se detuvo el camión que trajo


a !os tres desde H ernnsill'J. rF..~ PU 'I\."') J',FH')'))
se :.:e a Fr.-a~A.'iDO que se despide de un camio-
nero. junto a un camión diferente, lo palmea y a
pie toma rumbo al pueblo. Mira en derredor.
Evidentemente, buscando a las mujere,s.

Palenque

SOBREDOSIS (con los ojos tapados). -¿Ya ganamos?


CARNADA. - No, espérate ...
SOBREDOSIS (con los ojos cerrados). - ¡Agarra fuerza,
. negrote!
(El gallo negro cae.)
CARNADA. - ¡Soy yo la salada ... ! (Levanta la cabeza y ve
que a la entrada se asoma FERNANDO con el portero,
buscándolas. De pronto, muy asustada, a SOBRE-
DOSIS.) Defiéndemc, por favor ...
Somumos1s (vie11tlo a fmtNANllo). - ¡Vámonos yendo ... !
(Salen. CARNADA se detiene después de dar unos
pocos pasos.)

130
CARNADA. - Le tengo miedo, me va a madrear, y con
toda la razón ...
SOBREDOSIS. - No es de ésos, ¡qué te crees!
CARNADA. - Me va a madrear, yo sé ... (Escapa, corrien-
do. Pasa junto a FERNANDO, quien no hace nada por
detenerla.)
SOBREDOSIS (llegando adonde está FERNANDO; le da los
doscientos pesos que les quedan). - ¡Perdimos
todo ... !
FERNANDO. - ¿Adónde fue?
(SOBREDOSIS se encoge de hombros. FERNANDO
sale a la fe ria y mira:
Detrás del puesto de las hebillas y las botas
está CARNADA, con la cabeza baja, como un nüio
esperando Sil castigo.
FERNANDO le habla muy seriamente.)
Encontré quien nos lleve a Tijuana ... por quinientos
pesos.
CARNADA (con la cabeza baja). - Quedan doscientos.
FERNANDO. - Ni modo.
CAP'!>."~ f)A. - / r-,'r; •.t' t'r1;,; •· ~ t

fER~A~oo. - Si me prometes que no lo vuelves a ha-


cer ...
CARNADA. - ¿Por qué no me pegas ... ?
(El no responde.)
¿No te quieres ensuciar las manos?
(FER:-IANDO se saca un anillo de alianza.)
FERNANDO (conteniendo Sil ira). - Con esto lo convenzo
al cuate ... (Le da la e.spalda, lzace sctias a SoDREDO-
SIS de seguirlo. Se pone a marchar rumbo a la gaso-
linera .. .) No hay que perder tiempo. Ya nos deben
andar buscando, y no solamente la poli.
CARNADA (sacándose una pulsera). - Dale esto ... yo tuve
la culpa.
FERNANDO. - Tú no tuviste la culpa, no te enseñaron
a ser responsable.
- (CARNADA se adelanta y se le atraviesa, lo /tace
detener.)
CARNADA. - Sí, soy una l·ahrona, y por eso me tienes que
madrear ...
FERNANDO (haciéndola a un lado). - Yo no madreo a
nadie. (Sígue adelante.)

131
(SOBREDOSIS los sigue a pocos pasos, con ojos
muy abiertos.)
CARNADA . .:_ Me lo merezco, y por eso no te voy a dejar
de querer ... Te voy a perdonar si me lastimas ...
(FERNANDO se detiene. La toma de los brazos. Se-
rio, con ternura 11111\' contenida.)
FERNANDO. - ¿Qué eres tú? ¿Una perra ... ? ¿Cómo hay
que tratarte a ti ... ? ¿Como a una perra de la calle?
(CARNADA baja la cabeza. Su expresión es oscura.
Más que nada, refleja un profundo resentimiento.
[EN PLANO MUY ALEJADO] se los ve subir al
camión. Las dos mujeres ,adelante, con el camio-
nero, y él atrds, en el acoplado.)
Voz DE FERNANDO (sobre su imagen en el acoplado del
camión, un rostro que denota gran expectativa ante
lo que está por suceder). - ... ¿Qué me pasaba con
ella? Me daba lástima, eso era todo; pero la idea
de que una vez en Tijuana la perdería de vista no me
gustó ...
Voz DE CARNADA (sobre su imagen en la parte delantera
del camión, reflejada en la ventanilla, noche cerra-
da). - ... No me pegó, porque no le importa que sea
una perra. Quiere que sea una perra, para que me
pierda en una calle de ésas. Una perra rabiosa que
muerde ... y mata.

Calle de entrada a Tijua11a. (Día)

Avanza el camión de carga .


• CARNADA, amodorrada, junto a SOBREDOSIS, que
duerme, mira las primeras calles de Tijuana
que _van pasando ante su vista. De pronto, se so-
bresalta, una de las tiendas que han pasado se
llama Sartencito de Latón. Es una pequáia ta-
quería.
CARNADA (con acento gringo). - ¡Sartencito de latón!
(Al CAMIONERO.) ¡Párele aquí! (A SOBREDOSIS.) Án-
dale, que llegamos ...
CAMIONERO (deteniéndose). - ¿Cuál era la pulsera que
me dabas en lugar del anillo?

132
CARNADA (mirándose los anillos y pulseras). - No, cam-
bié de opinión ... (Baja.)
SOBREDOSIS (bajando). - ¡Qué bonita tarde!
CARNADA. - Es la mañana, mensota ... (Enfrentando a
FERNANDO, que también Ita bajado.) Espérense un mo-
mento ... Tengo algo que ver ...
(CARNADA cruza /a calle. FERNANDO se apresta a lla-
blar con el CAMIONERO. SOBREDOSIS queda miran-
do a CARNADA.)

Taquerla

CARNADA (entrando a la taquerla). - Quiero algo ... pero


no está a la vista.
TAQUERA [mujer de cincuenta años].-Tenemos gordi-
tas ... tacos ... ¡El caldito está bueno!
CARNADA (guiiiándole el ojo). - Pues no ...
TAQUERA (maliciosa). - Dígame usted entonces ...
CARNADA.- Pues ... ¿a cuánto el piquete?
TAQUERA. - Mi marido le dice. Pase por acá ...
(Le indica una cortina de tela que va a la tras-
tienda. CARNADA pasa.)

En la trastienda

Hay un pasillo muy estreclzo, dos puertas peque-


lias a los lados, antes de desembocar en un palio
cerrado. Una de las dos p11atas está cerrada. La
TAQUERA le indica el cuartito de la puerta abierta.
TAQUERA. - ¡Ahí, póngase cómoda!
CARNADA. - Gracias.

En el cuartito de la trastienda
.
Hay un camastro, también una cómoda con w1
espejo.
TAQUERA. - Van a ser cincuenta dólares.
CARNADA. - Está bien ...
(La 11111jer va al patio. De a/tí a otro cuarto.

133
CARNADA aprovecha y abre la otra puerta que
da al pasillo.
Allí está LAURIE echada en el camastro corres-
pondiente. Viste la misma ropa de la noche de la
fuga.
CARNADA vuelve a su cuartito rápidamente.
Aparece 1111 hombre aindiado, de unos sesenta
aiios, con 1111a jeringa.)
CARNADA. - Perdóneme, pero dejé el dinero en el carro,
regreso en seguida.
(Para congraciarse, le hace una caricia furtiva a
la brag11eta.)
TAQUERO (sonriente). - No corre prisa ...

Calle

(SOBREDOSIS y FERNANDO, esperando.)


CARNADA (cruza la calle, corriendo; a FERNANDO, muy
nerviosa). - ¿Nos está mirando alguien ... ?
FERNANDO (notando que la TAQUERA observa desde la
tienda). - Sí, la mujer de la taquería ...
CARNADA (nerviosísima). - Dame cualquier billete, de
diez, o nada. Haz de cuenta ... y corre a hablar al
539-889 ...
FERNANDO (fingiendo darle algo que !=aca de la billete·
ra). - 539-889.
CARNADA. - ... Y diles de mi parte que se vengan de vo·
lada, encontré a la gringa ... (Vuelve a la taquería,
a paso lento.)
FERNANDO (mirando en derredor, buscando un teléfono
que descubre en la farmacia de la esquina, a SOBRE·
DOSIS). - Espérate acá ...
SOBREDOSIS (de pronto seria, con cierta autoridad). -
No vayas ...
FERNANDO (mirándola extrañado). - Tú espérame ...
(Se dirige a telefonear.)
SOBREDOSIS mira también en derredor.
Hay un coche de policía estacionado a una
c11aclra, con l11ces encima del capó.
Sou1u:uos1s va lwcia dlus, corriendo.
SOBREDOSIS. - Buenas, comisario ...

134
AGENTE (sentado junto a otro de su mismo uniforme).
- Agente, para servirle.
SOBREDOSIS. - Les vengo a dar un pitazo .. .
AGENTE 11. - Ve a la delegación, chulita .. .
SOBREDOSIS. - No hay tiempo ... Es ahí en El Sartencito.
AGENTE. - ~sa es buena gente, y hacen buenas gordi-
tas, así como tú ...
SOBREDOSIS. - ¡Humm, ligué ... ! Ellos a ustedes les echan
caldito, como a los tacos.
AGENTE 11. - ¡Qué mal pensada, la chivatona ... !
SOBREDOSIS. - Pos si ustedes son amigos de los taque-
ras, tienen que venir a defenderlos ...
AGENTE (al otro). - ¿De quiénes?
SOBREDOSIS. - Tú ve desde acá si quieres, y vigila a una
vieja buenota que se los quiere cargar ...
AGENTE. - ¿A quién? ¿A nosotros?
SOBREDOSIS. - No, a esos pobres inocentes de los taque-
ras ...
AGENTE. - Súbete, ándale, si quieres que te paguemos
la chivateada.
SOBREDOSIS. - No, yo soy dedo profesional y sé que hay
que pasar por la comisaría de bar-rio ... (Se va.)
(Busca a FERNANDO. Lo encuentra en la misma
farmacia frente a la taquería.
FERNANDO está mirando hacia la taquería, tras
la vitrina. Llega SOBREDOSIS.)
(Desde el exterior). - Sonrisas ... (Le hace señas de
salir.)
(El se niega. Ella entra ... )

farmacia

FERNANDO. - Quiero ver ... quiénes son los que llegan ...
(SOBREDOSIS ve llegar un coche muy veloz que se
estaciona frente a la taquería. Bajan tres indivi-
duos.)
SOBREDOSIS. - Rápido, como escupida de músico ...
- (Al momento salen, con el arma en ristre 11no de
ellos. Los dos restantes, sosteniendo a LAURIE.
Dctr1t~. CAnNAllA. S11/lc11 al carrn rcípidamente, sn-
lamente CARNADA queda e11 la banqueta, mirando

135
hacia donde pueda estar FERNAt·mo; CARNADA, a los
del carro, hace setias de esperar. Cruza la calle.
En eso los maleantes ven el carro de la poEcía
y arrancan a toda velocidad.)
SOBREDOSIS. - No te muevas, que ahí está la chota ...
(Ven que llega la policía y detiene a CARNADA.)
FERNANDO. - La agarraron por esperarme a mí.
(El carro de la policía desaparece con CARNADA.)
SOBREDOSIS (como sabiendo más de lo que admite). -
Ella tiene amigos en Tijuana, que la van a ayudar ...
Acá el pobre diablo eres tú, mejor pícale ...
FERNANDO. -¿Pero, adónde ... ?
SOBREDOSIS (sacando dosciento'S pesos del escote). -
¿No tienes padres ... ? Toma esto.
FERNANDO (aceptándolos). - Gracias ... Te lo tenías es-
condido ...
SOBREDOSIS. - Es préstamo. Si pasas por acá, me cono-
cen en la fonda del Chucho; no dejes de buscarme ...

(Fin de la acción retrospectiva)

FERNANDO conduce el carro de sus padres. Entra


a Tijuana; pero esta vez es de noche )' todo está
iluminado. La ciudad parece vivir otra existencia
que la vista de matiana. FERNANDO pasa por El
Sartencito de Latón, la TAQUERA )' su marido están
sentados pacíficamente junto a la banqueta, es-
perando clientes. FERNANDO entra al centro. Des-
cubre un restaurante popular que se llama fonda
del Chucho.
Baja. Ve a SOBREDOSIS trabaiando de mesera.
Ella lo ve y le hace setias de entrar a la co-
cina.
SOBREDOSIS. -¿Ya de vuelta?
FERNANDO.__; Mi casa estaba vigilada... Y me alegro,
aunque no me creas ...
(SOBREDOSIS hace una mueca de incredulidad.)
... porque así volvía para acá ...
SOBREDOSIS (meneando la cabeza, desaprobando). -
Para verla a ella ...

136
FERNANDO. - Sí... hay que hacer algo para sacarla del
tambo ...
SOBREDOSIS. - No te apures, Sonrisas. Ella está mejor
de lo que te piensas ... (Sacándose el delantal. A una
colega.) No me tardo.
(La colega asiente con la cabeza, pasando con una
charola cargada.)
FERNANDO. - ¿Dónde nos vamos?
SOBREDOSIS. - Aquí todo está cerca ...

Cabaret Mamboloco
Entran por el ingreso lateral SOBREDOSIS y FER-
NANDO. Caminan por un pasillo. SOBREDOSIS des-
corre una cortina de colgantes y se ve el interior
del cabaret. CARNADA está iniciando su número
de danza. Es muy aplaudida. Terminado el nú-
mero va a un palco.
Allí estd el MORENO, el mismo a11tor ele su
violación ai'ios atrás. Se le ve mayor, pero toda-
vía atractivo.
FERNANDO ve cómo ella se ac11rr11ca contra él,
da la impresión de constituir una pareja de aman-
tes que llevan algún tiempo j11ntos, se les ve cari-
ñases y al mismo tiempo muy cómodos el uno
con el otro.
SOBREDOSIS. - Es el Moreno, aquel del que contó. Pare-
ce que todo fue cierto, menos lo de la muerte de él. ..
(FERNANDO queda sin habla. Mira a la pareja. No
les puede quitar la vista de encima. CARNADA, en
cierto momento lo ve, se disculpa ante el MORENO
y va hacia FERNANDO. Este retrocede, se dirige
hacia la misma salida por donde entró.)
CARNADA (a FERNANDO, que se vuelve). - ¡Dichosos los
ojos ... !
SOBREDOSIS (en serio). - Mana, tienes qne ayudarlo.
CARNADA (a SOBREDOSIS). - Pos si no pido otra cosa. Ya
le hablé al Moreno de él.
(FERNANDO está indignado mirándola. No respon-
de nada.)
CARNADA. - ... Sí, Sonrisas, aunque no me lo creas.

137
FERNANDO (a SOBREDOSIS). - Déjanos solos ...
SOBREDOSIS (saliendo). - Como quieran ... (Continúa es-
piando lo que sigue, porque se queda en el esta-
cionamiento de la salida.)
CARNADA. - Pero al Moreno ya no le gusta que lo llamen
así. Ahora es el señor Antúnez.
FERNANDO. - Esa gente no me interesa, porque ya me
largo ... (Sale del estacionamiento.)
(Ella lo sigue. SOBREDOSIS se oculta, para escu-
char.)
CARNADA (contenidamente burlona, amenazante). -Tú
te quieres largar, pero no se va a poder.
FERNANDO. - ¿y eso?
CARNADA. - Aquí el Moreno necesita siempre tipos como
tú, que tengan cosas pendientes con la policía.
FERNANDO. - Yo no hice nada, y tú lo sabes.
CARNADA. - Pero si quiero digo que tú te echaste al
Toques.
FERNANDO. - No entiendo qué quieres.
CARNADA. - Te lo aclaro: yo fui a Hennosillo mandada
por el Moreno. Para ver si encontraba a una gringa
que se había perdido. Y la encontré. Y después tú
me serviste de excusa para borrar al Toques, un
favor que le hice a la humanidad.
(FERNANDO, poco a poco, va montando en una có-
lera bestial.
CARNADA lo nota y eso la excita.)
FERNANDO. - Si ya te serví, ya me voy.
CARNADA. - Nada de eso. El Moreno necesita gente de
confianza, gente que le deba el favor de andar suel-
to. Todos esos que ves adentro, meseros, músicos,
todos le deben algo. Y por eso no lo pueden aban·
donar. Porque entonces el Moreno le refresca la
memoria a la policía ... Ah, y hablando de la poli ...
si te protege el Moreno, ellos no te tocan.
FERNANDO. - ¿Y él a mí para qué me quiere?
CARNADA. - Para salvar las apariencias puedes cantar.
Ya después servirás en lo que se presente, pasar
carga por la frontera, todo muy tranquilito, ya
verás.
FERNANDO. - Perra ...

138
CARNADA. - Más respeto, mi amor, que ahora soy la
vieja del jefe ...
(FERNANDO empieza a pegarle bofetadas fuertísi-
mas a lo largo de los insultos que siguen, arro-
jándola al mismo tiempo contra los coches.
Ella solamente jadea. Se diría que siente un
~oce extraño, se abandona totalmente a la paliza
feroz.)
FERNANDO. - ¡Mugre ... ! Puta de mierda ... Basura ... Puta
mugrosa ... te voy a matar. Te voy a partir la ma-
dre ... hasta que te mueras ... ¡Perra sarnosa!
(En cierto momento, CARNADA queda tendida, aun-
que 110 inconsciente.)
SOBREDOSIS (viniendo al rescate, después de titubear,
casi satisfecha de que CARNADA sea golpeada). - Ya
estuvo ... Ven acá ...
(FERNANDO la sigue, como sonámbulo.)

Patio trasero de la fonda del Chucho.


(Noche)

(SOBREDOSIS trae una taza de café negro a FER·


NANDO.
FERNANDO, todavía absorto, 110 puede creer
que él haya sido el ejecutor de la paliza.)
FERNANDO. - Gracias ... (Y toma un sorbo.)
(SOBREDOSIS lo mira, estudiándolo.)
Mañana me voy ... Pero no sé adónde ... La policía
me busca.
(SOBREDOSIS parece distinta; pese a no perder su
simpatía básica, ahor.a habla directo y sin pre-
tender caer bien.)
SOBREDOSIS. - Tú te quedas, es mejor. Y cantas, como
ella dijo. Y haces como que los obedeces en todo.
Yo te prometo que te protegemos, los de Hermo-
sillo ...
FERNANDO. - ¿Qué me estás diciendo?
SoBRED'os1s. - ¿Nunca has oído de las chivatas profe-
sionales? Pues yo soy una. Yo los vengo siguiendo
a los dos desde el principio ...
FERNANDO. - No ...

139
SOBREDOSIS. - Los vi en la terminal y olí que algo se
traían. Por eso los seguí. Y llamé desde aquel pueblo
a la gente de Hermosillo. Me pagaron muy bien.
Y son ellos los que ahora pueden hacer algo por
ti ... (Intencionada.) ¡Si quieres cooperar!
FERNANDO. - ¿Y tú ... vives de eso?
SOBREDOSIS. - Yo vendo información, como otros tama-
les, o morfina. Lo único que me importa es que mis
dos hijos están estudiando en México y no les falta
nada. Uno ya está en Ja Universidad.
FERNANDO. - ¿Esa vida haces?
SOBREDOSIS. - SI, chulito, y no me importa lo que pien-
ses de mí. Guárdate tu opinión .. .
(El no dice nada.)
... Y pa'que sepas qué onda ... hay dos bandas gran-
des, la de Hermosillo y la de acá. El Moreno está
muy fuerte porque Jo apoya un gringo viejo del otro
lado. Y Jos de Hermosillo se vengaron, como el viejo
tiene una nieta pasada, ellos se la robaron, nomás
para molestarlo.

Cabaret .Mamboloco

FERNANDO canta. Es música de rock.


CARNADA Jo mira entre bambalinas, con admi-
ración.
Alzara lo ve como cuando lo conoció, con de-
seo, como algo inalcanzable.

CANCIÓN DE fERNANDO.-
cGringo, tú estás igual que yo,
te despertaste con mucha sed.
El aire no es pa'respirar,
humo de mota te gusta más.

Gringo, tú estás igual que yo ...


Pulque o champagne,
Cuba o jaiba!,
rucas rechulas,
garras da igual.

140
Todo es muy gacho al despertar,
vuelvo a ser macho, al trasnochar.

Gringo, tú estás igual que yo ...

El gringo triste se despertó,


cerró los ojos, odió la luz,
me dijo: "Cuate, qué cruda, tú,
ya nos fregaron
los pinches Tijuana blues.''•
(Siguen aplausos.
CARNADA espera a FERNANDO, quien debe pasar
obligadamente junto a .ella para salir de escena.)
CARNADA (amistosamente). - ¡Te felicito, Sonrisas ... !
FERNANDO (sin detenerse, serio). - Gracias ... (Va a en-
cender un cigarro, entre un grupo de músicos.)
(CARNADA se siente rechazada. Se deprime profun-
damente. De todos modos, llevada por .rn contra-
dictoria naturaleza, el heclw de ser rechazada la
espolea. Vuelve al ataque.)
CARNADA (casi servil). - El Moreno va a estar contento
con los aplausos. Esta noche esperamos a un jefe-
ci to de Los Ángeles, el mero mero de todos, y hay
que impresionarlo bien.
FERNANDO (casi sin mirarla). - No entiendo ... ¿El mero
mero, de qué?
CARNADA (vengativa, dentro de su renovado juego de se-
ducción). - Ya le harás algún mandadito, uno de
estos días ...
(El no contesta.)
El Moreno es uno de esos pocos hombres que saben
dar órdenes ...
Se va, aprovechando que lo deja en mala posi-
ción; pero su expresión es de profunda derrota.
Entra en el despacho del MORENO, después de
tocar a la puerta y no recibir resfÍtesta.

Despacho

La trastienda resulta ser un lujoso cuarto


para recibir mujeres. CARNADA conecta el trasmi-
141.
sor que deja oír la mus1ca del cabaret. CARNADA
se echa en la cama. El deseo que siente por FER·
NANDO la llena de voluptuosidad y de desespera-
ción al mismo tiempo.
La música bailable del local es el mismo
rock que cantó FERNANDO. Lánguidamente, CAR·
NADA se incorpora y se sirve un trago, sigue escu-
chando la música. Bebe. Esa música para ella
significa todo lo que siente por FERNANDO.
Se oyen voces. Son MISTER LEONARD -el res-
petable abuelo de las primeras escenas- y el Mo-
RENO. CARNADA escucha.
MORENO (servil, tratando de congraciarse con el ame-
ricano, en muy mal inglés). - For me ... big lionor,
mister Leonard ... Never ... (TRAD.: Para mí... gran
honor, mister Leonard ... Nunca ... Pensé ... Usted en
mi casa.) (No encuentra las palabras.) Think ... you
in my house ...
MISTER LEONARD (no dándole confianza; altivo). - lt's
okay ... (TRAD.: Nada de eso.)
MORENO. - Drink? What like ... ? l have french, english,
american ... (TRAD.: ¿Bebidas? ¿Qué quiere? Tengo
francés, inglés, americano ... )
(CARNADA lo oye y se sorprende de la actitud del
MORENO.)
MISTER LEONARD (interrumpiéndolo). - No ... Just one
tlzing l want you to know, tliat l count 011 you to
get even witl1 those Hermosillo bastards ... (TRAD.:
No... Hay una sola cosa que quiero que sepa, que
cuento con usted para vengarme de esos canallas
de Herrnosillo.)
MORENO. - Your grand daughter is in perfect condi-
tion ... (TRAD.: Su nieta está en perfectas condicio-
nes.)
MISTER LEONARD. - Never mind about miss Leonard,
she's here, that's ali it co1111ts. Of course tl1is means
that l'll give you a preferential treatment in our
future deals. (TRAD.: No se preocupe por miss Leo-
nard, ella está aquí, es lo único que importa. Por
supuesto, eso significa que le daré a usted un trato
preferencial en nuestros tratos futuros.)

142
MORENO (muy servil). - Very generous ... mister Leo-
nard. (TRAD.: Muy generoso ... mis ter Leonard.)
(CARNADA lo oye y se siente asqueada. t'
CARNADA, en un arranque, toma una pistola de
un cajón. De otro cajón, saca un estuche. Lo
abre. Adentro Jzay joyas. Las echa a la bolsa. Sale
por otra puerta. Vuelve a aparecer en el espacio
de bambal(nas, la puerta por la que Iza salido es
una fingida puerta de camarín. Ve a FERNANDO.)
CARNADA (en voz baja, a FERNANDO). - Ven conmigo ...
Fl!RNANDO (sin intención de seguirla). - ¿Qué pasa?
CARNADA (dejándole ver la pistola). - Ven te digo ...
(FERNANDO la sigue. Van a una especie de depó-
sito de trastos que Jzay al fondo. Detrás de todo
se ve un cuartito cerrado. CARNADA saca una llave
y abre.)

En el interior del cuartito

(Allí está LAURIE, en pésimas condiciones, eviden-


temente no le han dado más droga y sufre las
consecuencias del caso.)
CARNADA. - Ándale, gringa, si no quieres que te agarre
tu abuelito, vuela de aquí .. .
LAURIE. - No entender ... nada ... ¿vuela dónde?
CARNADA. - Adonde quieras, estás libre ... yo te dejo ir.
LAURIE (abrazándola). - ¿De veras?
CARNADA (conduciéndola hacia 1111a salida trasera del
local). - Cada uno tiene el derecho de arruinarse la
vida solito ...
LAURIE (abrazándola y ºbesándola). - ¡Gracias, Carna-
da ... !
CARNADA. - Por lo menos te aprendiste mi nombre ...
(LAURIE corre libre por la calle ... )
CARNADA (a FERNANDO). - ¡Nosotros también tenemos la
jaula libre ... !
FERNANDO, - ¿Tú crees?
CARNADA. - Sí; pero nos tenemos que ir ya ... Cuando
descubran que la gringa se fue, me van a querer
matar. (Y.lo toma de un brazo para salir.)

143
f FERNANDO (deteniéndose). - ¡Yo contigo, no voy a nin-
gún lado!
;i.
· CARNADA. - ¿Pero no te das cuenta? Ya me quemé con
el Moreno, con el viejo gringo, que es el más peli-
• groso de todos ... nada más para demostrarte que
~; me pongo en tus manos ... Ahora puedes hacer con-
¡; migo lo que se te antoje. ¡Ya no tengo más que ene-
migos!
: FERNANDO. - Yo también sólo tengo enemigos, gracias
t.i:· a ti. ..
; CARNADA. - Pero me tienes a mí.
;'. FERNANDO. - Tú eres mi peor enemigo.
f CARNADA. - Sonrisas, por ºfavor.. .' (Abriendo la bolsa, le
¡: muestra las joyas.) ¡Mira esto ... tenemos para esca-
~ parnos!
)~ FERNANDO. - Si te importa algo de mí... deja que me
¡. •
~ vaya de aqu1 .. . nomás ...
t CARNADA. - Creí que ... yo te gustaba ... un poco.
~ FERNANDO. - ¡No, me das miedo!
"
. CARNADA. - ¿Miedo?
~ FERNANDO. - Y tampoco mucho, porque si eres enemiga
[\
1,
d e a l gu1en...
. es d e t1. misma
. ...
.CARNADA. - ¿Qué ... ?
' (FERNANDO la mira un momento mds y se vuelve.
En•pieza a caminar de vuelta al local.)
, No podemos volver...
' FERNANDO (caminando, dándole la espalda). - Yo no he
',... hecho nada ...
~ CARNADA (siguiéndolo). - Sonrisas, por favor... sálva-
~ me... Si yo entro, me van a matar.
' FERNANDO. - Escápate ... Tienes con qué.
·CARNADA. - No ... de veras ... No tengo ganas de ir a nin-
guna parte. Si no es contigo ... (Pausa. Muy seria-
mente.) No voy a ninguna parte .. .
(FERNANDO va al local.
CARNADA dice las siguientes palabras, con total
convicción.)
... Ya estoy cansada de dar vueltas ...

144
Interior del cabaret

(El DIRECTOR DE ORQUESTA 1•e aparecer a FERNAN·


DO entre bambalinas y le hace señas de acer·
carse.)
DIRECTOR DE ORQUESTA (una vez FERNANDO frente al pú·
blico). - ¿Dónde te habías metido? (Y da la entrada
a FERNANDO para que cante.)
FERNANDO (cantando). -
•Vende caro tu amor, aventurera;
dale el precio del dolor a tu pecado,
y aquel que de tus labios la miel quiera,
que pague con diamantes tu pecado ... »
(Sigue la canción con sus repeticiones de estri-
billo, etc., mientras se ve a CARNADA en los fon-
dos enfrentar al MORENO, que aparece desaforado.
junto a MISTER LEONARD y tres guardaespaldas.
Evidentemente vienen del cuartito donde estaba
encerrada LAURIE.)
CARNADA (después de un silencio de desafío). - Yo Ja
dejé escapar, porque me caía bien.
MORENO. - ¡Loca estúpida!
CARNADA. - Ya dejen tranquila a la gente, que haga lo
que quiera ...
MORENO. - Es tu última broma, créeme ...
CARNADA (sacando la pistola). - Y también la tuya ... (Le
tira al corazón.)
(El MORENO cae muerto.
Uno de los guardaespaldas tira a CARNADA, que
también cae.
Termina la canción.
Se oyen aplausos.
FERNANDO saluda. Va entre bambalinas y ve
que la gente corre. l'a lzacia CARNADA. Estd muer-
ta. Tiene la bolsa con las joyas fuertemente aga-
rrada con la mano izquierda.
Entran policías.)
PoucfA I (apartando a FERNANDO). - Hagan lugar ... No
se acerquen, por favor.
(FERNANDO sale. Camina sin saber adónde va.
Hay gente que va hacia el Mamboloco, qtraída
por la curiosidad del crimen. Una de ellas es

145
SOBREDOSIS, que ve a FERNANDO caminar en sen-
tido contrario.)
FERNANDO. - ¡Está muerta!
SOBREDOSIS. - ¡Pobre Carnes!
FERNANDO. - Quiso irse conmigo y yo la rechacé ... (Se
abraza a SOBREDOSIS.) ••. Pero se murió porque
quiso ...
SOBREDOSIS (con desprecio). - Ya te puedes ir, pues ...
FERNANDO. - Pero me da mucha lástima ...
SOBREDOSIS (mirándolo mal). - Te acordaste tarde,
mano ...
FERNANDO (poniéndole la mano sobre un hombro, bus-
cando apoyo). - ¿Por qué me hablas así...?
SOBREDOSIS (soltándose de él). - Porque a mf me gusta
la gente loca como ella ... Los cuerdos como tú ...
pa'carceleros. (Se va.)
(FERNANDO queda en el medio de la calle, dete-
nido, mientras la gente va hacia el· Mamboloco.
FERNANDO retoma la marcha en sentido con-
trario ... )

FIN

146
1NDICE

Prólogo. 7

LA CARA DEL VILLANO • 15

RECUERDO DE TIJUANA 79
(

Se pu,lican por primera vez en el presente libro


dos de los más singulares guiones
cinematográficos de Manuel Puig: La cara del l
L
villano y Recuerdo de Tijuana. Adscrito el
primero al cine fantástico y el segundo a una __j
variante romántica, a la vez tierna y áspera, del
cine "negro", consienten plenamente una lectura
exenta: en sí, con independencia de su eventual
plasmación fílmica, son piei.as conmovedoras, de
sabio trazado, en las que reconocemos, no
menos que los fantasmas y mitos personales del
autor, la fecunda dinámica de vasos
comunicantes entre literatura e imagen, realidad
y sueño, apariencia visible y ficción dramática.

~
SEIX BARRAL

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