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El Marxismo y La Cuestion Nacio - Santiago Armesilla

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SANTIAGO ARMESILLA

EL MARXISMO Y LA CUESTIÓN NACIONAL ESPAÑOLA

1
SANTIAGO ARMESILLA

EL MARXISMO Y
LA CUESTIÓN NACIONAL ESPAÑOLA
EL VIEJO TOPO

2
© Santiago Armesilla, 2017
Edición propiedad de Ediciones de Intervención Cultural / El Viejo Topo
Juan de la Cierva 6, 08339 Vilassar de Dalt (Barcelona)
Diseño: M. R. Cabot
ISBN: 97884-17700-68-3
Gracias por comprar una edición autorizada de este libro. Ninguna parte de este texto
puede ser reproducida, transmitida, descargada, descompilada, sometida a ingeniería
inversa, o almacenada o introducida en ningún sistema de almacenamiento y recuperación
de información, de ninguna forma o por ningún medio, ya sea electrónico o mecánico,
conocido ahora o inventado en el futuro, sin el permiso expreso por escrito de Ediciones de
Intervención Cultural.

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Índice

1. Introducción. España = Franco


a) La Leyenda Negra y la hispanofobia
b) La influencia del krausismo en España y la ausencia de
Hegel
c) Krausismo vs. Marxismo
d) El krausismo en el régimen de 1978
e) Más allá de la Leyenda Negra y el krausismo combinados
hay más causas que han impedido el nacimiento de un
marxismo español

Parte I. La cuestión nacional en Marx y en Engels. Su aplicación a


España
2. “Los obreros no tienen patria...”
a) Las acusaciones burguesas al comunismo. Primera
acusación: abolición de la propiedad privada vs. abolición del
capital
b) Segunda acusación: abolición de la libertad individual vs.
abolición de la libertad de conformar y valorizar capital
c) Tercera acusación: abolición del trabajo vs. abolición de la
explotación capitalista
d) Cuarta acusación: abolición de la cultura vs. conquista de la
civilización
e) Quinta acusación: abolición de la familia vs. protección
comunista de los niños y liberación de la mujer
f) Sexta acusación: abolición de la patria vs. elevación del
proletariado a la condición de clase nacional

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3. Marx y Engels sobre España
a) Marx, marxismo y marxistas. Cómo llegan estos términos a
España
b) España, ¿”despotismo oriental” según Marx?
c) Una aproximación de Marx a las revoluciones españolas
d) España, como nación política, es una creación de las
izquierdas
e) El materialismo histórico y la dialéctica aplicados a la Historia
de España. La teoría de los períodos revolucionarios (1º: 1808-
1814; 2º: 1820-1823; 3º: 1834-1843; 4º: 1854-1863)
f) El quinto período revolucionario: el Sexenio Democrático
(1868-1874)
g) El sexto período revolucionario: el fin del turnismo de la
Restauración (1917-1923)
h) El séptimo período revolucionario: la Segunda República y la
Guerra Civil (1931-1939)
i) La Historia de España como nación política a lo largo de siete
períodos o ciclos revolucionarios
j) La lucha de clases en la España anterior a 1808. La
formación de España como nación histórica
k) La Guerra de la Independencia Española (1808-1814).
Primer período revolucionario y nacimiento de la nación política
l) La importancia del anarquismo en la historia de España.
Engels, “Los bakuninistas en acción” y el freno histórico del
anarquismo al marxismo
m) Los textos de Marx y Engels sobre España y su contribución
a la construcción del marxismo español, y en español

4. Sobre la cuestión irlandesa


a) Dialéctica de Imperios. Marx sobre “La dominación británica
en la India”
b) Acerca de los “Futuros resultados de la dominación británica
en la India”

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c) Tanto la India como Irlanda fueron colonias del Imperio
Británico
d) La emancipación de la colonia británica de Irlanda y la
revolución comunista en el Imperio Británico
e) La trampa de la independencia de Irlanda, urdida desde
Londres
f) Cómo Irlanda se convirtió en colonia británica y por qué su
caso no es equiparable al de ninguna región de España
g) Qué es el colonialismo desde las coordenadas del
materialismo histórico

Parte II. La cuestión nacional en Lenin, Stalin y Rosa Luxemburg


5. Lenin, el Estado y la revolución
a) La actitud de la revolución proletaria hacia el Estado
b) Qué quiere decir realmente el marxismo-leninismo con
“extinción” del Estado
c) La dictadura del proletariado es el Estado proletario, la
organización del proletariado como clase dominante
d) Marxismo-leninismo y parlamentarismo
e) El marxismo-leninismo contra el separatismo, contra el
federalismo y contra el confederalismo. El centralismo obrero
f) La República Única e Indivisible, el modelo de Estado del
marxismo-leninismo

6. Sobre el derecho de autodeterminación


a) Bolchevismo oriental y bolchevismo occidental: dos ramas
del marxismo-leninismo aplicadas a realidades históricas y
geopolíticas distintas
b) La idea de “autodeterminación” en Lenin. Su significado real
y su contextualización
c) La singularidad de Polonia. De Imperio conquistador de
Moscú a colonia de Rusia

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d) El caso de Polonia, como el de Irlanda, tampoco es
extrapolable al de ninguna región de España. “Polonia” en la
cultura popular española
e) El “derecho de autodeterminación” no es aplicable a las
naciones de Europa occidental. El abecé del marxismo
f) Lenin, el bolchevismo oriental y la unidad de los trabajadores
por encima del nacionalismo
g) La singularidad de Noruega. De región de Dinamarca a
Colonia de Suecia
h) La Unión Soviética fue la remodelación socialista de un
Imperio Colonial donde la metrópoli y sus colonias se
convirtieron en repúblicas federadas
i) Tras el hundimiento del bolchevismo oriental, hay que
descartar su idea de “autodeterminación”

7. Stalin y la cuestión nacional


a) Stalin contra la ola nacionalista en Rusia
b) La definición de nación según Stalin. Las siete características
que ha de tener, obligatoriamente, una nación para ser nación
c) Ni Cataluña ni el País Vasco son naciones desde las
coordenadas del marxismo-leninismo
d) Psicología y cultura nacionales según Stalin y el marxismo-
leninismo
e) Si se dan seis características de siete, no hay nación. Tienen
que darse las siete características a la vez
f) Irlanda: la excepción que confirma la regla en Europa
occidental. El camino a seguir por el comunismo del futuro
respecto a la cuestión nacional

8. Bundismo y austromarxismo. Su influencia en España


a) Qué es el austromarxismo y cómo lo critica Stalin
b) La idea de nación del austromarxismo es la misma que la del
nacionalsindicalismo de la Falange

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c) El austromarxismo fue cómplice de la destrucción de Austria-
Hungría
d) Stalin contra la autonomía cultural-nacional austromarxista
e) La influencia del austromarxismo en España fraccionó a las
fuerzas políticas y sindicales de la clase obrera
f) La oposición bolchevique al bundismo y al liquidacionismo por
su separatismo
g) El “marxismo” en España es un conjunto de retazos de ideas
mal conjugadas de bolchevismo oriental, bundismo,
austromarxismo, eurocomunismo y postmarxismo

9. Cuestión nacional, táctica y estrategia bolcheviques


a) La cuestión nacional no puede desconectarse de la cuestión
internacional
b) Contra el federalismo, autonomía regional, provincial y
municipal combinada con centralismo
c) La táctica y la estrategia bolcheviques sobre la cuestión
nacional en Los fundamentos del leninismo
d) Qué es revolucionario y qué es reaccionario en España
e) La geopolítica revolucionaria del marxismo-leninismo
f) Un solo Partido, un solo Estado, un solo Poder. Una sola
Revolución
g) El racionalismo universalista de la Revolución Comunista. Su
expansión y trascendencia

10. Rosa Luxemburg y el Estado obrero


a) La posición de Rosa Luxemburg sobre la autodeterminación
b) La nación política obrera
c) Contra el federalismo una vez más
d) Como Lenin y Stalin, Luxemburg combina centralismo con
autonomía local
e) Autonomía no es ni descentralización, ni federación ni
confederación, ni de iure ni de facto

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Parte III. La cuestión nacional española y el marxismo español hoy
11. El problema de España desde el franquismo
a) La llegada del nacionalismo cultural (völkisch) a España
b) Orígenes de la germanofilia de Estado en España. El primer
franquismo
c) Franco orienta a España hacia el atlantismo y el europeísmo.
El régimen de 1978 continúa esa orientación y la afianza
d) La nueva división internacional del trabajo tras la caída de la
Unión Soviética. España en la era de la Globalización
e) La oposición anticomunista al franquismo. La CIA, el
Congreso por la Libertad de la Cultura y su simpatía hacia los
nacionalismos periféricos
f) El Congreso por la Libertad de la Cultura se infiltra en el
Partido Comunista de España. Comienza la orientación
eurocomunista, federalista y europeísta del PCE
g) El régimen de 1978: un régimen construido contra el Partido
Comunista de España

12. Conclusiones
a) A más europeísmo, menos España
b) ¿Qué hacer?

Bibliografía

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1
Introducción
España = Franco

El leit motiv de buena parte de la “izquierda” en España desde


mediados del siglo XX hasta nuestros días podría resumirse en la
siguiente ecualización: España = Franco. Las causas que explican
esta asociación, de una simpleza descomunal, son múltiples. Y
todas confluyen a la hora de explicar no solo el posicionamiento de
esa denominada “izquierda” respecto a la cuestión nacional
española, o lo que es lo mismo, la posición política respecto a la
idea misma de España. También lo hacen para explicar la evolución
y situación histórica del marxismo en España. Y, en buena medida,
podemos adelantar como hipótesis a probar en este libro que la
indefinición, o la definición negativa respecto a la idea de España
por parte del marxismo aquí evidencia la carencia absoluta de
proyecto marxista para España. O lo que es lo mismo, y en
resumen: la ausencia histórica de un posicionamiento fuerte
respecto de la idea de España por parte de los marxistas españoles,
y con posicionamiento fuerte queremos decir absorción y defensa de
la idea de España en un sentido proletario, es lo mismo que afirmar
que no existe, propiamente hablando, un marxismo genuinamente
español.
Este libro pretende, además de tratar la cuestión nacional
española desde un análisis netamente marxista-leninista,
materialista político, ayudar desde la parte que le pueda tocar a
conformar ese marxismo genuinamente español que, a nuestro
juicio, nunca ha existido. Han existido, y existen, marxistas
españoles. Muchos de ellos magníficos, tanto en el campo del
activismo político, sindical o social, como en campos donde el
marxismo, a escala internacional, ha mostrado su potencial, como la
filosofía, la sociología, la historiografía, la economía, etc. Ahora bien,
la ausencia de un marxismo genuinamente español, y por extensión
de un marxismo en español, explicaría la extendida (aunque, por

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fortuna, no generalizada) hispanofobia de muchos autodenominados
“marxistas” patrios. ¿Qué es la hispanofobia? Es el miedo, odio o
aversión a España y a lo hispano por extensión, lo derivado de
España, debido a que se asocia a España y lo hispano con lo malo,
lo perverso y oscuro. La hispanofobia, derivada de la asunción
generalizada en buena parte de la “izquierda” española e
iberoamericana de la Leyenda Negra, es la primera causa que
explica la ecualización España = Franco.

a) La Leyenda Negra y la hispanofobia


Se trata de una causa muy anterior a la construcción nacional
histórica de España. Ya nacida en los Estados medievales que
ocuparon la actual Italia, la asociación de España (la Corona de
Aragón entonces, un Imperio marítimo mediterráneo en auge) con lo
perverso se debió, precisamente, a que la conquista sobre aquellos
territorios la realizaban personas de una región que se había
mezclado con semitas, árabes y judíos. Aunque posteriormente
España expulsó a muchos moriscos y a los judíos de su tierra, la
mezcla con sangre judía, a juicio de los europeos medievales, hizo
ver a aragoneses y castellanos como impuros, como cristianos
marranos. Que un pueblo impuro conquistase a pueblos puros, sin
mezcla de razas, empezó a ser visto como algo negativo para estos
pueblos. Con la Reforma Protestante, en pleno siglo XVI, esa
acusación de marranismo y mezcla con semitas acabó siendo
asociada, además, con la defensa del catolicismo, en tanto que
Iglesia por encima de los monarcas y de los Estados opuesta a las
Iglesias estatales luteranas, calvinistas y anglicanas. El
Descubrimiento de América y la conquista de buena parte de su
territorio por los españoles, fue aprovechado por los Estados
protestantes, propietarios casi absolutos de las primeras imprentas,
para conformar la primera acción propagandística moderna exitosa:
la de acusar a España de los más abominables crímenes sobre la
población nativa americana. Al tiempo que se aprovechaban las
disputas históricas entre Ginés de Sepúlveda, Francisco de Vitoria y
Bartolomé de las Casas para, apostando por los argumentos del
último, afianzar esa Leyenda Negra contra España, las matanzas,
persecuciones políticas y genocidios de los Estados protestantes

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contra su población católica o contra población cristiana de
corrientes más minoritarias se tapaban, se silenciaban. También se
silenciaban, y se silenciaron tiempo después, las políticas coloniales
británicas, holandesas o alemanas en Asia, América y África. Así
pues, la base histórica de la hispanofobia, la Leyenda Negra, es
primero la propaganda de la nobleza de los Estados italianos
conquistados por Aragón, y después, la propaganda protestante
contra la España católica imperial en tanto que pueblo bárbaro y
asesino mezclado con judíos y árabes. Hay que decir que a esta
imagen contribuyó la historia de la saga de los Borgia (italianización
del apellido Borja, de origen aragonés), entre cuyos miembros se
cuentan Papas, Cardenales, Príncipes, Duques, Marqueses y
Condes.
Esta Leyenda Negra ha continuado hasta hoy a través de varios
caminos históricos. Señalemos aquí los tres principales,
interconectados entre sí:
1) La pérdida de los territorios españoles en América en el
siglo XIX permitió a las burguesías criollas victoriosas afianzar y
construir historias nacionales basadas, en parte, en esa
Leyenda Negra que permitía, además, conformar poblaciones
enteras proclives a tener buenas relaciones con el Imperio
Británico victoriano, que mantuvo a las naciones
iberoamericanas como neoprotectorados con base en el
extractivismo de monocultivos de materias primas como
garantía de su supremacía política sobre ellos. Ésta política
impulsada por las débiles burguesías criollas de los nuevos
Estados independizados de España en América fue una política
continuada ya en el siglo XX por los Estados Unidos de
(Norte)América, a través de la Doctrina Monroe (América para
los americanos), debido a su necesidad de tener gobiernos de
clase burguesa proclives a sus intereses imperialistas. De ahí
que la Leyenda Negra hispanófoba fuera, en buena medida, y
de manera acusada tras el hundimiento del acorazado USS-
Maine en Cuba comenzando así la Guerra Hispano-
Estadounidense en 1898, pivotada por Estados Unidos desde
entonces.

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2) Dicha pérdida territorial hizo virar a las élites económicas,
políticas y culturales españolas hacia Europa, no ya solo como
terreno de acción política y diplomática principal, sino también
como territorio de influencia para nuestros quehaceres políticos,
siendo el axioma de esa deriva la frase de Ortega y Gasset
“España es el problema, Europa la solución”. El camino de la
europeización de España nos ha llevado tanto al cambio horario
franquista que hizo que la España ibérica y balear adoptase la
hora de la Alemania de Hitler hasta hoy, como la instauración a
través de medios de comunicación y de la enseñanza en todas
sus fases de un acusado europeísmo entre la población todavía
hoy no superado. Sin embargo, lo que mucha gente no sabe es
que dicho europeísmo tiene su base en la llegada a España de
la dinastía Borbón como la heredera de la Corona, una dinastía
originaria de Francia y con las ideas de la Leyenda Negra
hispanófoba asentadas ya debido a sus contactos en la Corte
con los intelectuales humanistas y del despotismo ilustrado del
siglo XVIII. Así pues, desde hace al menos tres siglos, las elites
españolas (a pesar de los cambios históricos revolucionarios
que ha habido en España en los siglos XIX y XX, que
detallaremos en el capítulo III) han sido, básicamente,
antiespañolas.
3) Finalmente, la Guerra Civil y la posterior dictadura de
Franco hacen ver a la figura del dictador como la conclusión
lógica de todo lo anterior, conclusión acrecentada después de
su muerte en tanto que la Transición, que trajo el régimen
monárquico de 1978, es continuadora de dicha conclusión
lógica. Esto explica, a ojos de mucha “izquierda”, por qué
España = Franco. Porque Franco sería, a su juicio, evidencia de
que la Leyenda Negra hispanófoba, se la llame así o no, tiene
justificación. Y de ahí el rechazo visceral a la idea de España, o
bien para asociarla a una idea de Europa ilustrada y humanista
como Ortega y los liberales, o bien para destruirla de cara a
liberar a sus “pueblos oprimidos” de un yugo milenario que
impide su progreso. De ahí que gente como Gabriel Rufián o
Arnaldo Otegui se autodenominen “marxistas”, pues para ellos
“marxismo” equivaldrá a ecualizar España con Franco. Como

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demostraremos en este libro, su autodefinición como tales dista
mucho de tener una base sólida real.
La Leyenda Negra, aún derruida a nivel historiográfico, sigue
presente en la cultura popular, y ello explicaría el autodesprecio que
muchos españoles sienten por su patria. Esta es la primera causa
que explica por qué no ha habido un marxismo propiamente español
(e hispano) que no haya tratado con rigor la cuestión nacional
española: la Leyenda Negra ha sido asimilada por buena parte de la
población española e iberoamericana, y por sus marxistas, aún sin
entender que dicha Leyenda Negra, dicha Hispanofobia, ha sido
promovida desde dentro por nuestras clases dirigentes, y desde
fuera, por intereses imperialistas depredadores. Clases dirigentes
que, para conservar su poder, han auspiciado disidencias
controladas que, en ningún caso, fueron patrióticas en un sentido
progresista. Pero aunque es la causa histórica de la que derivan las
demás, no es la única.

b) La influencia del krausismo en España y la


ausencia de Hegel
La segunda causa que explica este vacío histórico-político en
España es también anterior a la llegada del marxismo al país, pero
al igual que ocurre con la hispanofobia y la Leyenda Negra
fomentadas desde las élites del poder burgués español, y
auspiciadas desde el extranjero, sigue, como aquella, vigente en sus
efectos y es más reciente. Se trata del hecho histórico de la no
llegada de la obra de Hegel a España. Al contrario que en Rusia o,
por motivos obvios, Alemania, el idealismo filosófico de Hegel y su
dialéctica, en tanto que doctrina filosófica que influyó de manera
más directa de cara a la conformación del materialismo histórico de
Marx, a España nunca llegó como corriente filosófica de la academia
universitaria y administrativa. Su lugar histórico fue ocupado, al igual
que en Bélgica, por el krausismo. Y esto tiene una importancia
fundamental para entender el desarrollo del marxismo en España en
el último tercio del siglo XIX y en el siglo XX, durando dicha
importancia hasta este siglo XXI.

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Karl Christian Friedrich Krause fue un filósofo nacido en Turingia,
entonces Sacro Imperio Romano Germánico y hoy Alemania, en
1781. Krause es padre del panenteísmo teológico, idea que afirma
que Dios engloba el Universo pero no se limita a él, y también lo es
de una doctrina que lleva su nombre, el krausismo, basada en la
libertad subjetiva y de cátedra frente al dogmatismo, al que
consideró un objetivismo radical. Krause se opuso tanto a Spinoza
como a Hegel, y en España fue adoptado por pensadores liberal-
progresistas de la talla de Francisco Giner de los Ríos, Julián Sanz
del Río y la Institución Libre de Enseñanza (ILE) que, junto con la
Universidad de Madrid, fue el puntal del desarrollo del krausismo
español. En Hispanoamérica, el krausismo tuvo, por influencia
española, partidarios como el líder de la independencia cubana,
José Martí, el presidente de Argentina Hipólito Yrigoyen, su
homólogo uruguayo José Batlle y Ordóñez o el poeta y diplomático
mexicano Alfonso Reyes.
Pero, ¿cuál es la importancia del krausismo en tanto que impidió
el desarrollo de un marxismo genuinamente español? Krause
abandonó una orientación profesional en la Universidad debido a su
contacto con logias masónicas en Dresde. Allí recibiría una
iluminación, si no espiritual, sí místico-universalista, en tanto que
entendió necesario orientar su vida al ideal de alianza universal de
la Humanidad. Estableció una periodización de la Historia universal
en tres etapas: antes de Jesucristo, después de Jesucristo y hasta
Napoleón, y después de Napoleón, época última en la que la
Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas suponían, para
Krause, la antesala de la Federación universal de pueblos. A juicio
de Krause, Napoleón Bonaparte representaba “el espíritu de la
Humanidad”, aunque luego lo matizaría como signo “externo” de
esta tercera y última etapa de la Historia universal. Y el núcleo de
esa tercera fase de la Humanidad, de esa “Tercera Humanidad” en
palabras de Krause, no sería la Francia revolucionaria, sino el
pueblo alemán. Para el krausismo, Alemania sería “el núcleo de la
Tercera Edad” del Hombre. ¿Acaso no recuerda esta idea a la idea
de Tercer Reich del siglo XX posterior, o al desvelamiento del
Dasein a través de la lengua alemana que predicaba Heidegger? Al
igual que el marxismo, pero por derroteros opuestos y

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contrapuestos, el krausismo buscaba implantarse políticamente,
institucionalmente, más allá de la Universidad aunque también en
ella. Buscaba contribuir, desde su presente, a la constitución de la
Hermandad Universal y la Federación entre pueblos. Influido por la
Masonería, Krause y su doctrina trataron, sin embargo, de traspasar
las limitaciones ceremoniales de las logias germánicas que conoció
y expandirlas a todo ámbito y en todas partes. Criticó, por tanto, la
práctica masónica por limitada, y abogó por superar lo que él
entendía que eran sus estrecheces admitiendo, sin embargo, que
las logias masónicas eran el antecedente directo de ese ideal de la
Hermandad universal que, entendía, era imperativo ayudar a
terminar de construir. Krause influyó en Bakunin a la hora de
organizar éste su Alianza de la Democracia Social en Ginebra,
Suiza, en 1868. Y sus estatutos pasaron de los bakuninistas a
España a través de los primeros fundadores de la Nueva Federación
Madrileña, embrión del Partido Socialista Obrero Español (PSOE)
fundado en 1879 en Madrid. Krause fue expulsado de la Masonería,
aunque luego readmitido cuando Alemania ya existía como nación
política. Cuando la Universidad de Madrid, la ILE, la Masonería
española decimonónica y el PSOE se entretejían en diversas
acciones, lo hacían, en buena manera, mezclando krausismo con un
marxismo incipiente importado vía traducciones, malas en la
mayoría de los casos. Así pues, ya entonces, el marxismo en
España se vio muy influido por el krausismo, cuya notable
repercusión (El ideal de la Humanidad, obra cumbre de Krause
escrita en 1811, fue traducido por Julián Sanz del Río, presidente de
la ILE) impidió la entrada del idealismo y la dialéctica de Hegel en
España y en el mundo hispano en general. Hegel entraría más
tarde, por influencia, en parte, de los marxistas españoles y a través
de traducciones (Wenceslao Roces) y, también, desde el ámbito del
pensamiento conservador español (Menéndez Pelayo, sobre todo).
Así pues, la base histórica del marxismo en España, como
precursora histórica suya, no fue la filosofía de Hegel, como sí
ocurrió en Francia o en Rusia. Hegel entró en Rusia antes de la
llegada del marxismo, pero cabe mencionar que el desarrollo de
ideas hegelianas y marxistas en Rusia se produjo de manera
intercalada, entre otros gracias al pionero del marxismo ruso, Georgi

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Plejanov. Lo que conforma, en buena medida, al marxismo en la
España del siglo XX es la influencia del progresismo teleológico de
Krause de corte germánico-europeísta, antidialéctico y, en realidad,
antimarxista. Es decir, en España Krause taponó a Hegel, y con ello,
la continuidad entre Hegel y Marx en el ámbito de la filosofía
española. Al menos por un largo periodo de tiempo histórico.

c) Krausismo vs. Marxismo


Se preguntará el lector ¿Por qué el krausismo es antimarxista? En
primer lugar por el panenteísmo implícito en el krausismo, que
implica un Dios personal no como el Dios del monoteísmo, pero sí
en tanto este Dios krausista es depositario y productor tanto de la
Naturaleza como de la Razón. Esto es incompatible con el
materialismo ateo marxista, pues este materialismo ateo y ese
panenteísmo se plasman en proyectos políticos incompatibles, pues
ninguno de los dos está desconectado de tesis físicas o históricas.
El panenteísmo krausista, de gran influencia en el progresismo
socialdemócrata español, en cierto anarquismo y en cierto
liberalismo, e incluso en muchos militantes históricos del Partido
Comunista de España, que acabaron en el Partido desde posiciones
meramente antifranquistas, proviniendo de cierto clericalismo,
falangismo, del Congreso por la Libertad de la Cultura (del que
hablaremos en el capítulo XI) o del PSOE (para luego volver a él
muchos de ellos), tiene en común con el materialismo ateo marxista
el que ambos prefiguran o propician relaciones diversas entre el
ámbito del Hombre y el de la Naturaleza, pero siempre dependiendo
de terceras referencias que hacen que esa relación
Hombre/Naturaleza sea distinta en el krausismo y en el marxismo.
El materialismo de Marx entiende que la materia, lo material, es
infinito, y que, por tanto, las fuerzas productivas con que el Hombre
puede relacionarse mediante su trabajo son todas las que puedan
encontrarse en el espacio-tiempo en su dimensión físico-corpórea.
Esto equivale a afirmar que todo lo que pueda ser susceptible de ser
incorporado mediante el trabajo racionalizado e institucionalizado al
campo económico-político transformándolo en capital es fuerza
productiva. Pero siempre en un sentido transformador materialista,
no espiritualista, que sí se encuentra en el panenteísmo de Krause,

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que entiende a la Naturaleza como infinita, inagotable, que a pesar
de ser explotada por el Hombre, ha de ser respetada desde una
perspectiva espiritual. Es decir, es muy fácil pasar del progresismo
krausista a ciertas formas de ecologismo de corte socialdemócrata.
Pero jamás Marx, ni Engels, entendieron la Naturaleza en este
sentido, ni ningún materialismo posterior.
Otra diferencia sustancial estriba en que, si en el materialismo
ateo marxista lo material es infinito y trascendental, entonces no
cabe el Principio Antrópico Fuerte en el marxismo, sobre todo en su
versión más antropocéntrica. El Hombre no puede tener una
posición central en el Universo si lo material es infinito, aun cuando
se pueda afirmar que la vida pueda desarrollarse en el Universo
debido a las condiciones de éste. El krausismo, por su influencia
masónica, es un humanismo ilustrado, y entiende que el Hombre es
el centro de un Universo creado por un Dios que es tanto inmanente
como trascendente a aquel. Evidentemente, en base a esto, los
proyectos políticos derivados del marxismo y del krausismo son
totalmente distintos, y hasta opuestos. El proyecto político del
krausismo es humanista e ilustrado, universalista y teológico. Y el
“marxismo” que esté influido por el krausismo no será tal marxismo.
Será más bien un pseudomarxismo de corte progresista, que oscile
entre el liberalismo y el anarquismo, pasando por la
socialdemocracia desmarxistizada y el federalismo o confederalismo
universal. Nada que ver con el marxismo-leninismo. Y nada que ver
la concepción sobre la cuestión nacional que pueda tener el
marxismo-leninismo con la que pueda tener el krausismo, algo que
explicaremos a lo largo de este libro.
Pero hay más diferencias, que tienen que ver con la ausencia
durante mucho tiempo de la influencia del pensamiento de Hegel en
el marxismo desarrollado en España y los países iberoamericanos.
Para Hegel, la Naturaleza es el prólogo de la Razón, pero no algo
separada de ella, pues se encuentra interrelacionada con la
sociedad política dentro del campo económico-político. Y esta es
una idea central en Hegel que pasa luego a Marx: la Naturaleza es
manipulada por el Hombre en el ámbito del Espíritu Objetivo, que
es, a su vez, el ámbito de la lucha de clases en Marx. Pero en
Krause la Naturaleza tiene entidad por sí misma, tiene derechos por

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sí misma, y eso permite entroncar el krausismo español y su
influencia en nuestras “izquierdas” con el ecologismo y el
animalismo españoles. Con el matiz de que Krause, admitiendo
esos derechos de la Naturaleza, quiere someterla a la Razón del
Hombre, centro del Universo. Y por ello, Krause quiere liberar a la
Naturaleza de sus propias miserias eliminando físicamente a ciertas
especies animales como “acto de servicio amoroso” a aquella:
tigres, leones, osos, lobos, hienas, serpientes, etc.. En Marx, la
Naturaleza se relaciona con el Hombre, repetimos, en el mismo
sentido que en Hegel. Ni en Hegel ni en Marx la Naturaleza tiene
derechos, ni tampoco se anima a exterminar a determinadas
especies “por amor a la Naturaleza” (tampoco a seres humanos “por
amor a la Humanidad”, como hacía el nacionalsocialismo). Lo
central en Marx es la idea de sujeto de la praxis que desarrolla el
Espíritu Objetivo (las fuerzas productivas), a través de su control –
planificación– racional.
La cuarta diferencia fundamental es que las etapas progresivas en
que Krause describe la Historia de la humanidad se establecen
desde un evidente idealismo histórico. Si el motor de la Historia en
el marxismo es la dialéctica de clases (y, en buena medida, también
la dialéctica de Estados), en el krausismo lo son los grandes logros
morales y jurídicos subordinados a la ética que se abren camino a
través, primero, de la Iglesia con Jesucristo y, después, a través del
Estado con Napoleón. ¿Qué sería el elemento común a todas esas
etapas, lo que consigue esos logros éticos y morales? La sociedad
civil, que en Krause no es ni la Iglesia ni el Estado, y cuyo embrión
son las logias masónicas. Así pues, el motor de la Historia en
Krause estaría en función de la Alianza de la Humanidad similar a la
Paz Perpetua de Kant o al fin de la Historia de Francis Fukuyama.
Un ir siempre a mejor armonista, teleológico, que ocultaría la parte
siniestra de los fenómenos históricos, que siempre serían una mera
superficie de esa evolución tomada como positiva hacia el Ideal de
la Humanidad. En Marx, Engels, Lenin, Stalin y otros, no hay nunca
armonía, sino conflicto dialéctico. Solo mediante el desarrollo de las
fuerzas productivas y la revolución se alcanza el progreso histórico.
Jesucristo y Napoleón son contenidos importantes de la Historia,
pero no como base, sino como contenidos superestructurales de la

19
misma. La Iglesia (y las religiones en general) y el Estado son
pasos, entretejidos, que explican situaciones de explotación,
opresión, alienación y, también, de revolución. Y el socialismo y el
comunismo no son el fin de la Historia ni la Paz Perpetua, sino el fin
de la prehistoria de la Humanidad en tanto que ésta no ha estado
unida nunca políticamente. Unidad que solo el comunismo puede
realizar, y que no puede hacerse en sentido armónico, ni
progresista, ni teleológico, ni tampoco en sentido humanista-
confederalista o anarquista.
El krausismo es mero reformismo. Marx y Lenin son revolución. El
marxismo-leninismo no defiende la armonía entre pueblos o entre
Estados, sino el asalto al Estado por el proletariado organizado
gracias a un Partido político de vanguardia. La instauración de la
dictadura del proletariado, del dominio político-económico de los
trabajadores asalariados productores de valor sobre la burguesía
que los explota, y la sustitución del capital como relación social
básica de producción por otra distinta, socialista, es incompatible
con la armonía entre Estados y la deliberación constante. Frente al
Estado de Derecho que pueda defender el krausismo, el marxismo-
leninismo aboga por un Estado controlado por un derecho no en
mano de juristas burgueses, sino por la dictadura del proletariado.
Esto no equivale a abolir el Derecho, sino a evitar que el Estado
socialista sea un Estado de abogados, en fórmula de Augusto
Comte. El krausismo será compatible con la extensión universal de
la democracia parlamentaria, del Estado de Derecho, a través de la
federación de pueblos, dando igual si estos pueblos son Estados
preexistentes o producto de secesiones, que nunca podrán ser
traumáticas en un Mundo donde impere la Alianza de la Humanidad
krausista. El krausismo será, por tanto, el multiculturalismo, la
Alianza de Civilizaciones, con el Hombre como figura (metafísica)
central. El marxismo-leninismo, por el contrario, defiende un
universalismo racionalista, materialista, ateo y radical, que va a la
raíz del orden de cosas capitalista, a la abolición del capital como
relación social de producción básica, y por tanto, de la producción
de valor económico, de capital. El marxismo-leninismo no abogará
por la Alianza de Civilizaciones, sino por la conquista de la
Civilización.

20
d) El krausismo en el régimen de 1978
El krausismo entró en batalla con el incipiente marxismo que se
desarrollaba en España ya a finales del siglo XIX y durante el siglo
XX, solo siendo mayoritario el marxismo sobre el krausismo durante
el tiempo que el Partido Comunista de España fue marxista-leninista
y se enfrentó al fascismo durante la Guerra Civil y la primera mitad
de la dictadura franquista. Sin embargo, parece que la batalla
ideológica tras ese periodo la ha ganado el krausismo al marxismo,
y más desde la caída del bloque soviético entre 1989 y 1991:
¿No se encuentra, de hecho, la socialdemocracia de nuestros días, acogida
enteramente a los ideales krausistas, aunque estos pretendan ser presentados
muchas veces como idénticos a los ideales de la Ilustración? Sobre todo en España,
en donde la tradición krausista arraigó profundamente entre abogados y hombres de
Estado, cabría decir que el krausismo ha terminado, sobre todo a partir de la
Constitución de ١٩٧٨, ganando la batalla ideológica al marxismo (cabría hablar de
una “armonía preestablecida” entre ciertas corrientes socialdemócratas de cuño
alemán –Fundación Friedrich Ebert– y otras cristiano-dialogantes españolas –
Cuadernos para el diálogo, revista Sistema, Instituto Fe y Secularidad, “Comunidad
de filósofos éticos españoles”– […]). De hecho, no hubo una revolución social tras el
franquismo, sino una transformación política; la democracia que se abrió paso en las
urnas no buscaba la abolición del capitalismo, sino su ordenado juego dentro del
“Estado de derecho”. Si la economía libre de mercado produce injusticias y
adosados, se confiará en que el Estado podrá corregirlos con su política de
impuestos progresivos sobre la renta y de extensión social progresiva de las
urbanizaciones. Se apelará a las responsabilidades éticas de los ciudadanos (ellos
son los que deben colaborar a frenar la inflación), y la institución oficial de una
“comunidad académica de filósofos morales” será oficialmente considerada como la
cúpula espiritual destinada a mantener la norma de la nueva sociedad, y a difundirla,
a través del vídeo, y de la enseñanza, a todos los ciudadanos. Si el “Estado de
derecho” tiende a convertirse, una y otra vez, en un Estado burocrático de legistas,
de abogados y de jueces –como diría un comtiano–, se confiará en que el propio
poder judicial autónomo podrá frenar los excesos. Si la democracia parlamentaria se
cierra en las fronteras del Estado o de la Federación de Estados, manteniendo a raya
a los que llaman desde el tercer mundo, se confiará en que mediante pactos,
podamos ampliar los límites de ese Estado de derecho mediante la coordinación de
todos los restantes “Estados de derecho” o incluso mediante la Federación universal
de todos los Estados de derecho, comenzando por la Federación de los Estados
europeos. Se confiará, en suma, en que la armonía universal velará para que se
reabsorban las desigualdades y conflictos de nuestros días, que siempre se nos
aparecerán minúsculas comparadas con las catástrofes que podrían esperarse
cuando las cosas se ven desde otras coordenadas. (Bueno, ٩٨-٩٧ :١٩٩١)
En esta gnosis cósmica krausista, de Hermandad federada de
naciones, ¿por qué no incluir a aquellas naciones fraccionarias que
se han separado de otras naciones políticas canónicas mediante el

21
ejercicio del llamado derecho de autodeterminación? Al taponar la
entrada de Hegel en España al campo político de las izquierdas, el
krausismo también acabó no solo apartándolas del marxismo-
leninismo, sino que también pudo infectar al desarrollo de
concepciones autodenominadas marxistas, proporcionando una
curiosa mezcla entre krausismo, marxismo vulgar y humanismo
socialdemócrata en el que el conflicto es un mero episodio de la
armonía general. Esto, unido a la hispanofobia y la Leyenda Negra
antedicha, da lugar a un cóctel que resume, en buena medida, la
ecualización España = Franco. Pues España, en tanto idea “de
derechas”, impide realizar la Alianza de la Humanidad. Y, por tanto,
romper España será visto como algo progresista, pues para unir a la
Humanidad de manera fraterna, krausista, aunque se haga
manejando terminología marxista, habrá que suprimir aquello que,
en el fondo y en la forma, impida lograr ese fin. Por ello, se llegan a
defender propuestas federalistas o confederalistas que, aún
alejadas del marxismo-leninismo como demostraremos más
adelante, se entienden apropiadas en tanto que los “pueblos
ibéricos oprimidos por el centralismo españolista” se reunificarán,
bien mediante un iberismo sui-géneris, bien en Europa (sea la
Europa de la Unión Europea, sea la “Europa de los pueblos” de la
coalición electoral Galeuscat), bien en una confederación universal
de pueblos donde reine la pluripolaridad. Para el progresismo
izquierdista de corte krausista, marxista vulgar e hispanófobo, la
idea de España, defendida tanto desde posiciones conservadoras,
fascistas o liberales, o desde posiciones comunistas, será anatema.
Será incongruente entender, en España, y desde estas posiciones,
la defensa de la unidad de la nación desde posiciones marxistas-
leninistas, vistas como nacional-bolcheviques en el mejor de los
casos. Y se pensará que ser de “izquierdas” equivaldrá, o bien a ser
separatista, o bien a defender el metafísico y ya mencionado
derecho de autodeterminación.

e) Más allá de la Leyenda Negra y el krausismo


combinados hay más causas que han impedido
el nacimiento de un marxismo español

22
Hispanofobia y Leyenda Negra auspiciadas desde las clases
dominantes en España desde el siglo XVIII hasta hoy día, y
generalizada vía sistema educativo y medios de comunicación de
masas. Krausismo como fuente filosófica e ideológica de la que han
bebido partidos políticos, sindicatos y grupos intelectuales, aún
marxistas, en España, taponando la entrada de Hegel en ciertos
ámbitos políticos y culturales decimonónicos hasta entrado el siglo
XX. Combinadas, tales son las dos primeras causas que explican la
identificación España = Franco que han impedido, tanto la
formalización de un marxismo netamente español e iberoamericano
por extensión, como plantear la cuestión nacional española de
manera rigurosa atendiendo a la tradición marxista-leninista y
materialista que no es tan fuerte en España como en otras latitudes.
Sin embargo, no son las únicas causas. Hay otras, que emergen
históricamente una vez que ya ha penetrado el marxismo en España
ya en el siglo XIX, y que se entretejen con las dos anteriores. En
este libro, además de tratar la cuestión de España desde el
marxismo-leninismo, centrándonos sobre todo en cinco autores
clásicos de esta tradición (Marx, Engels, Lenin, Stalin y Rosa
Luxemburg), y de ayudar a conformar un marxismo propio, en
español, que entendemos que ya es posible conformar, trataremos
de explicar las otras causas que nos han llevado a la situación
actual.

23
PARTE I
LA CUESTIÓN NACIONAL EN MARX Y EN ENGELS. SU APLICACIÓN A
ESPAÑA

24
2
“Los obreros no tienen patria…”

Esta frase, leída de manera incompleta y tomada como axioma


fuera de contexto, ha servido para justificar la supuesta orientación
apátrida, antinacionalista (española) y cosmopolita del movimiento
obrero en España. Aparece en el capítulo II, “Proletarios y
Comunistas”, del Manifiesto Comunista elaborado por Karl Marx y
Friedrich Engels en 1847 y publicado en 1848. La, para muchos,
obra fundacional del comunismo contiene esta frase en una parte de
dicho capítulo en el que Marx y Engels contraatacan ante las
acusaciones con que, por parte de los ideólogos burgueses, se
motejará a los comunistas en tanto culpables teóricos y fácticos de
la abolición de aquello que sustenta el modo de vida burgués. Para
llegar a contextualizar realmente la frase “Los obreros no tienen
patria…”, es necesario, primero, enumerar y comprender los
contraataques de Marx y Engels contra las acusaciones falsas de la
ideología burguesa redactados en el Manifiesto Comunista. Solo así,
en el contexto de todos los demás contraataques, se podrá entender
la verdadera posición comunista respecto a la Patria en el Manifiesto
de Marx y Engels. Pues todos ellos están interrelacionados.

a) Las acusaciones burguesas al comunismo.


Primera acusación: abolición de la propiedad
privada vs. abolición del capital
La primera acusación es la siguiente. Los padres del marxismo
contraatacan contra la acusación, por parte de la burguesía, de
querer abolir la propiedad privada, a lo que responden ambos:
Se nos ha reprochado a los comunistas el querer abolir la propiedad
personalmente adquirida, fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base
de toda libertad, de toda actividad, de toda independencia individual. ¡La propiedad
bien adquirida, fruto del trabajo, del esfuerzo personal! ¿Os referís acaso a la
propiedad del pequeño burgués, del pequeño labrador, esa forma de propiedad que
precede a la propiedad burguesa? No tenemos que abolirla: el progreso de la
industria la ha abolido y está aboliéndola a diario. ¿O tal vez os referís a la propiedad
privada moderna, a la propiedad burguesa? ¿Es que el trabajo asalariado, el trabajo

25
del proletario, crea propiedad para el proletario? De ninguna manera. Lo que crea es
capital, es decir, la propiedad que explota al trabajo asalariado y que no puede
acrecentarse sino a condición de producir nuevo trabajo asalariado, para explotarlo a
su vez. En su forma actual, la propiedad se mueve en el antagonismo entre el capital
y el trabajo asalariado. (Marx y Engels, 1848: 40-41).
Buena parte de la obra de los fundadores del materialismo
histórico se fundamenta en la crítica al capital como relación social
de producción básica sobre la que se cimienta el modo de
producción capitalista. Relación social de producción que es
necesario abolir para superar el capitalismo, avanzar en la
construcción del socialismo y llegar al comunismo. Para Marx y
Engels, en el capitalismo la propiedad privada equivale a capital. Y
capital es todo valor económico, constante, variable o líquido
(dinero) que se valorice a sí mismo por medio del trabajo
racionalizado institucionalmente en el campo económico-político, y
reconocido superestructuralmente a través del Derecho público y
privado, nacional e internacional. Esta valorización a través del
trabajo es el bombeo de sangre del modo de producción capitalista.
Por tanto:
[…] si el capital es transformado en propiedad colectiva, perteneciente a todos los
miembros de la sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en
propiedad social. Solo habrá cambiado el carácter social de la propiedad. Ésta
perderá su carácter de clase. (Marx y Engels, 1848: 41).
Así pues, el capital no es mera propiedad personal ganada por el
esfuerzo del capitalista, por el riesgo que asume al invertir un capital
previo para revalorizarlo. No es, por tanto, algo equiparable al mero
salario del proletario o de otros trabajadores no productores de
valor:
El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma
de los medios de subsistencia indispensables al obrero para conservar su vida como
tal obrero. Por consiguiente, lo que el obrero asalariado se apropia por su actividad
es estrictamente lo que necesita para la mera reproducción de su vida. (Marx y
Engels, 1848: 41-42).
Y esta, que en el marxismo es la única propiedad privada que ha
de mantenerse en el modo de producción socialista, no es una
relación social de producción nuclear en ningún modo de producción
como lo es el capital en el capitalismo. Y la prueba es que no
pretende abolirse, como acusan los burgueses al marxismo:
No queremos de ninguna manera abolir esta propiedad personal de los productos
del trabajo, indispensable a la mera reproducción de la vida humana, esa

26
apropiación, que no deja ningún beneficio líquido que pueda dar un poder sobre el
trabajo de otro. Lo que queremos suprimir es el carácter miserable de esa
apropiación, que hace que el obrero no viva sino para acrecentar el capital y tan solo
en la medida en que el interés de la clase dominante exige que viva. En la sociedad
burguesa, el trabajo viviente no es más que un medio de incrementar el trabajo
acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado no es más que un medio
de ampliar, enriquecer y hacer más fácil la vida de los trabajadores. […] En la
sociedad burguesa el capital es independiente y tiene personalidad, mientras que el
individuo que trabaja carece de independencia y de personalidad. (Marx y Engels,
1848: 42).
Este es, pues, el contraataque de Marx y Engels contra la primera
acusación burguesa, la de querer abolir la propiedad privada ganada
con el sudor de la frente. En realidad, es querer abolir el capital
como relación social de producción basada en la ganancia de una
clase a través del sudor de la frente de los obreros explotados.

b) Segunda acusación: abolición de la libertad


individual vs. abolición de la libertad de
conformar y valorizar capital
La segunda acusación es esta. La burguesía acusa al marxismo de
querer abolir la libertad individual, asociada a la propiedad privada.
En realidad, las ideologías de la burguesía asocian esa libertad
individual no a la propiedad privada legítima ganada por el trabajo,
sino al capital. Y, por tanto, en el modo de producción capitalista la
libertad equivale a la libertad para revalorizar el capital a través del
trabajo ajeno, o lo que es lo mismo, a través del comercio
capitalista. No del comercio en general, pues antes del modo de
producción capitalista hubo comercio, y si, siguiendo la ley de la
entropía, el capitalismo desaparece siendo sustituido por otro modo
de producción, el comercio seguirá existiendo, así como siempre
existirá el trabajo, aunque no ya como conformador de capital. El
comunismo pretende, en todo caso, abolir la libertad burguesa
basada en el capital, que no es libertad más que para explotar
obreros y asalariados. Y explotar obreros y asalariados no es más
que aprovecharse de su fuerza de trabajo para conformar capital, un
tipo muy específico en la Historia de propiedad privada negada para
la inmensa mayoría de aquellos que, con su trabajo, la conforman:
Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada. Pero en vuestra
sociedad actual la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de

27
sus miembros. Precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes
existe para vosotros. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad
que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea
privada de propiedad. En una palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra
propiedad. Efectivamente, eso es lo que queremos. (Marx y Engels, 1848: 43).
Y esta cuestión es fundamental para entender el concepto de
Patria manejado en el Manifiesto Comunista, como veremos
enseguida. Para la burguesía, la propiedad privada equivale a
capital, y el capital equivale a la adquisición de personalidad jurídica
y, por tanto, política. De ahí que el sufragio censitario masculino
fuese la forma inicial en que las sociedades políticas capitalistas
elegían a los gestores político-administrativos del capital de un
Estado. La presión del movimiento obrero y del movimiento
feminista unidos (también de otros movimientos, como el de los
derechos civiles para minorías raciales) lograron extender el
sufragio al conjunto de la población obrera y de las mujeres, siendo
el mayor logro de esta extensión el voto femenino obrero. Estos
movimientos lograron hacer retroceder la personalidad jurídica
burguesa original asociada al capital universalizándola, pero tras el
hundimiento del Bloque Soviético el capital burgués ha logrado
recomponerse a escala internacional, extendiendo esta idea de
personalidad jurídica burguesa asociada a la revalorización del
capital, y extendiendo, a su vez, la idea de que todo sujeto en el
capitalismo, en tanto que empresario-de-sí, en tanto que
emprendedor, es capaz de producir capital, su capital. De ahí que la
dialéctica de clases y de Estados haya sido sustituida, en el
imaginario (neo) liberal, por la dialéctica entre individuos que, como
homo oeconomicus, compiten entre sí conformando y haciendo
valer su personalidad jurídica, su ciudadanía, o lo que es lo mismo,
su capital, aún como meramente potencial. A la reestructuración de
la personalidad jurídica burguesa y su idea de libertad asociada al
capital que relatamos aquí ha ayudado el proceso de Globalización,
hoy en entredicho, que podría resumirse, a nivel de dialéctica de
clases y de Estados, así: desindustrialización y paro estructural en
los Estados capitalistas centrales, industrialización exportadora en
los países en vías de desarrollo y monoextractivismo exportador en
los países subdesarrollados. La Globalización ha servido para
conformar una nueva división internacional del trabajo a nivel de

28
clases y de Estados. Y salvo para la Gran Burguesía en los países
centrales y semiperiféricos, para los obreros de todas las naciones
el capital es una propiedad privada abolida para ellos, y así sigue
siendo a pesar de la exportación internacional de la idea de libertad
asociada al capital individual que conlleva la idea de emprendedor,
de empresario-de-sí. Son nuevas construcciones ideológicas para
justificar viejas estructuras sociales. Para ambos momentos
históricos, Marx y Engels proponen lo mismo, pues la base es la
misma:
Reconocéis, pues, que por personalidad no entendéis sino al burgués, al
propietario burgués. Y esta personalidad ciertamente debe ser suprimida. El
comunismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos sociales;
no quita más que el poder de sojuzgar el trabajo ajeno por medio de esa apropiación.
(Marx y Engels, 1848: 43).
Este es, pues, el contraataque de Marx y Engels contra la
segunda acusación burguesa, la de querer abolir la libertad. En
realidad, es querer abolir la libertad para conformar capital y
valorizarlo a través del trabajo proletario y asalariado. Y ello equivale
tanto abolir la libertad liberal clásica, como la libertad (neo) liberal
emprendedora neoclásica y de la Escuela Austríaca. Pues ambas
ideas de libertad son justificaciones ideológicas para, realmente,
abolir la riqueza contenida en el capital para la inmensa mayoría de
la población que la produce. Repetimos, esta cuestión es
fundamental para entender el concepto de Patria manejado en el
Manifiesto Comunista. Pero sigamos avanzando.

c) Tercera acusación: abolición del trabajo vs.


abolición de la explotación capitalista
La tercera acusación, asociada a la abolición de la propiedad
privada (del capital) y de la libertad individual (asociada al capital),
es la de abolir el trabajo, la actividad y, con ello, el convertir a la
sociedad en un conjunto de vagos que viven a expensas del Estado.
Marx y Engels responden:
Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a
manos de la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y los que
adquieren no trabajan. Toda la objeción se reduce a esta tautología: no hay trabajo
asalariado donde no hay capital. (Marx y Engels, 1848: 43).

29
Este es, pues, el contraataque de Marx y Engels contra la tercera
acusación burguesa, la de querer instaurar la holgazanería
generalizada acabando con el trabajo, el cual sigue, ideológica y
prácticamente, el propio espíritu burgués. En realidad, la sociedad
burguesa, asentada sobre la existencia del capital, equivale a
asentar la dominación política de una clase minoritaria, la burguesía,
cuya labor diaria depende del trabajo de una inmensa mayoría de
trabajadores mucho más productiva que ella. Este tipo de dialéctica
de clases, que el liberalismo pretende armonizar mediante la
extensión ideológica del individualismo extremo, y que la
socialdemocracia y el fascismo lo pretendieron armonizar mediante
un corporativizado Estado de bienestar cada uno a su manera,
consigue acusar al trabajador de ser el máximo responsable de su
propia situación personal como sujeto de una clase social
determinada. El productor de valor, de capital, del cual está abolido,
es, al mismo tiempo, si es comunista, un partidario de la
holgazanería estatista. Holgazanería estatista que ya existe entre la
Gran Burguesía y sus clases aliadas, que se mantienen gracias a
abolir políticamente el capital de sus propios productores.

d) Cuarta acusación: abolición de la cultura vs.


conquista de la civilización
La cuarta acusación, asociada a todo lo anterior, es la de que los
comunistas quieren abolir la cultura, la Civilización. A ello, Marx y
Engels responden:
La cultura, cuya pérdida deplora [la burguesía, añadido nuestro], no es para la
inmensa mayoría de los hombres más que el adiestramiento que los transforma en
máquinas. (Marx y Engels, 1848: 44).
La cultura, como mito oscuro sobre el que se construye la
Modernidad, no es más que una transformación secularizada del
mito medieval santificante de la Gracia cristiana, que solo una
minoría selecta podía, mediante obras y fe, alcanzar. La cultura, en
la sociedad burguesa, es el nuevo mito santificante, asentada sobre
la producción de capital, sobre el trabajo asalariado y, realmente,
sobre la apropiación por parte de la Gran Burguesía de toda la
cultura anterior a ella que convierte en potencial fuerza productiva
que los trabajadores solo pueden disfrutar en tanto que objeto de

30
consumo. Consumo que convierte la cultura en mito oscuro y
confuso que, por los mecanismos del mercado capitalista, salvará a
aquel que lo compre. Solo así podrán los obreros disfrutar de los
elementos de su cultura nacional en el capitalismo, mientras esa
misma cultura nacional se convierte en capital susceptible de
internacionalización a través de mecanismos diversos, como puede
ser la adquisición de una determinada institución cultural nacional de
la categoría de “Patrimonio de la Humanidad” por parte de la
UNESCO. Si cualquier elemento cultural es “Patrimonio de la
Humanidad”, cualquier sujeto parte de esa “Humanidad” con la
suficiente fuerza podría hacerse propietario de él. Eso va de la mano
de la acumulación por desposesión, del reparto (neo) colonial y del
imperialismo en su sentido leninista. Si toda fuerza productiva, todo
producto cultural y natural, es potencialmente capital, y el capital es
la riqueza producida por los trabajadores abolida para ellos mismos,
entonces la cultura está abolida para esos mismos trabajadores,
tanto a escala nacional como internacional, pudiendo solo adquirirla
parcialmente en tanto que la consumen en el mercado pletórico de
bienes y servicios del capitalismo. En este sentido, y solo en este,
se podría afirmar que los obreros no tienen cultura.
Este es, pues, el contraataque de Marx y Engels contra la cuarta
acusación burguesa, la de querer abolir la cultura, la Civilización. La
Gran Burguesía se ha arrogado la idea de cultura y de Civilización
para sí. Se toma a sí misma como conclusión lógica de toda la
Historia humana, y no concibe para sí un final similar al que sufrió el
modo de producción esclavista ni el modo de producción feudal. Y,
por ello, acusa a los obreros comunistas de querer acabar con la
cultura y con la Civilización, porque entiende que ellos son la cultura
y la Civilización. La Gran Burguesía, por el mero hecho de existir, ya
ha obtenido la Gracia santificante contemporánea que supone el
mito de la cultura. Al ser la clase hegemónica en las sociedades
políticas liberal-democráticas, la Gran Burguesía se piensa a sí
misma como conclusión lógica del proceso civilizador. El
comunismo, sin embargo, no pretende abolir la cultura ni tampoco la
Civilización. Pretende, en todo caso, acabar con el mito oscuro y
confuso de la cultura como algo santificante y salvífico, del cual se
desprende una idea de Civilización tan oscura y confusa como la de

31
cultura. En definitiva, el comunismo anulará y superará el estado
actual de la cultura y de la Civilización, no aboliéndolas, sino
conquistándolas. Pues la cultura y la civilización no se reducen, en
absoluto, a la existencia del capital. Ni lo fue antes del nacimiento
del capital, ni lo será después de su abolición. El comunismo será,
fundamentalmente, el movimiento que universalizará racionalmente
la Civilización y la cultura, no como mito, sino como realidad. Pues
la realidad, y no el mito (la Verdad absoluta), es el verdadero
horizonte de la praxis comunista.

e) Quinta acusación: abolición de la familia vs.


protección comunista de los niños y liberación
de la mujer
La quinta acusación es la acusación de querer abolir la familia e
instaurar, con ello, el libertinaje sexual. La nueva expresión de esta
acusación adaptada al siglo XXI es la teoría del llamado marxismo
cultural. Esto es, la conspiración marxista, ahora supuestamente
teorizada desde la Escuela de Frankfurt en adelante, que pretende
abolir la familia como último reducto nuclear de socialización
humana en pos de, precisamente, el libertinaje sexual extremo. Es
curioso que, hoy día, esta acusación sea, sobre todo, manejada
desde ámbitos ideológicos neonazis, neofascistas y
ultraconservadores. Cuando realmente, ahora y en tiempos del
Manifiesto Comunista, la acusación burguesa al comunismo de
querer abolir la familia encubre su abolición práctica en el modo de
producción capitalista, de igual manera a como el capital está
abolido para sus productores, los proletarios. Y al estar abolida la
familia en la práctica capitalista, el libertinaje sexual y, con ello, la
sexualización de la mujer y los niños (también del varón obrero) en
el capitalismo es lo más habitual. Por tanto, esto que los
ultraconservadores y neofascistas llaman erróneamente marxismo
cultural, es realmente liberalismo cultural.
¿Cómo responden Marx y Engels a esta acusación?:
¡Querer abolir la familia! Hasta los más radicales se indignan ante este infame
designio de los comunistas. ¿En qué bases descansa la familia actual, la familia
burguesa? En el capital, en el lucro privado. La familia, plenamente desarrollada, no
existe más que para la burguesía; pero encuentra su complemento en la supresión

32
forzosa de toda familia para el proletariado y en la prostitución pública. La familia
burguesa desaparece naturalmente al dejar de existir ese complemento suyo, y
ambos desaparecen con la desaparición del capital. (Marx y Engels, 1848: 44-45).
El trabajo infantil, en 1848 y hoy día, abolía y abole en la práctica
la familia obrera. Y la hipersexualización de los individuos en el
modo de producción capitalista actual sigue explotando a los niños
transformándolos en máquinas al servicio del deseo perverso de
algunos adultos. Por ello, es incongruente la acusación al marxismo
de querer abolir la familia cuando la hipersexualización infantil
promovida en el capitalismo la está aboliendo constantemente. Marx
y Engels responden a esto:
¿Nos reprocháis el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres?
Confesamos este crimen. Pero decís que destruimos los vínculos más íntimos,
sustituyendo la educación doméstica por la educación social. Y vuestra educación,
¿no está también determinada por la sociedad, por las condiciones sociales en que
educáis a vuestros hijos, por la intervención directa o indirecta de la sociedad a
través de la escuela, etc.? Los comunistas no han inventado esta injerencia de la
sociedad en la educación, no hacen más que cambiar su carácter y arrancar la
educación a la influencia de la clase dominante. Las declaraciones burguesas sobre
la familia y la educación, sobre los dulces lazos que unen a los padres con sus hijos,
resultan más repugnantes a medida que la gran industria destruye todo vínculo de
familia para el proletario y transforma a los niños en simples artículos de comercio,
en simples instrumentos de trabajo. (Marx y Engels, 1848: 45).
Al abolir en la práctica la familia, se abolen los mecanismos de
protección de los hijos por sus padres, y se convierte a los padres,
en muchas ocasiones, en explotadores de los hijos, tanto en el
trabajo infantil como en la esclavitud sexual. La piedra de toque para
hacer esto es abolir a la mujer obrera sobre la capacidad de
producción de riqueza, incluida la producción de nuevos hijos. Y al
convertir a las mujeres obreras en mercancías, al cosificarlas, el
capitalismo desprotege a los niños, abole en la práctica la familia y
transforma el mundo en un inmenso arsenal de mujeres-mercancía.
Marx y Engels afirman, frente a la acusación burguesa al
comunismo de querer instaurar la “comunidad de las mujeres” (lo
que hemos descrito antes), lo que sigue:
¡Pero es que vosotros, los comunistas, queréis establecer la comunidad de las
mujeres! –nos grita a coro toda la burguesía. Para el burgués, su mujer no es otra
cosa que un instrumento de producción. Oye decir que los instrumentos de
producción deben ser de utilización común y, naturalmente, no puede por menos de
pensar que las mujeres correrán la misma suerte. No sospecha que se trata
precisamente de acabar con esa situación de la mujer como simple instrumento de
producción. Nada más grotesco, por otra parte, que el horror ultramoral que inspira a

33
nuestros burgueses la pretendida comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a
los comunistas. Los comunistas no tienen necesidad de introducir la comunidad de
las mujeres: casi siempre ha existido. Nuestros burgueses, no satisfechos con tener
a su disposición las mujeres y las hijas de sus obreros, sin hablar de la prostitución
oficial, encuentran un placer singular en encornudarse mutuamente. (Marx y Engels,
1848: 45-46).
Lejos de haber supuesto una liberación sexual para las mujeres
obreras, el capitalismo abole para la mujer obrera la posibilidad de
liberarse, también sexualmente, del sometimiento a un modelo
familiar androcéntrico establecido durante milenios. El comunismo
pretende, en todo caso, abolir esta abolición:
A lo sumo, se podría acusar a los comunistas de querer sustituir una comunidad
de las mujeres hipócritamente disimulada, por una comunidad franca y oficial. Es
evidente, por otra parte, que con la abolición de las relaciones de producción
actuales desaparecerá la comunidad de las mujeres que de ella se deriva, es decir, la
prostitución oficial y privada. (Marx y Engels, 1848: 46).

f) Sexta acusación: abolición de la patria vs.


elevación del proletariado a la condición de clase
nacional
Y es ahora cuando llegamos en el Manifiesto Comunista a la frase
“Los obreros no tienen patria…”, pero antes recapitulemos. Hemos
dicho antes que la propiedad privada producto del sudor de la frente
del obrero está abolida a través de mecanismos conformados para
permitir la existencia del capital como relación social de producción,
mecanismos que van de la extracción de plusvalor (esto es,
apropiación por parte del capitalista, y del Estado a través de
impuestos, de valor conformado por el obrero en forma de trabajo,
que no es remunerado luego al obrero debido a la diferencia entre
ese valor y el salario que el obrero obtiene) tanto absoluto
(prolongación de la jornada de trabajo) como relativo (desarrollo de
las fuerzas productivas que simplifican el proceso de producción del
valor), a la acumulación por desposesión, es decir, la expropiación
de la propiedad privada ganada por obreros y pequeños propietarios
por parte del Estado o del capital privado protegido por leyes
estatales, siguiendo medios de expropiación propios de la época de
la acumulación originaria pero adaptados al modo de producción
capitalista, convirtiendo en mercancía y, por tanto, en capital,
elementos de la realidad que estaban antes fuera del campo

34
económico-político. La acumulación originaria permitió acabar con la
propiedad feudal y sentar las bases del modo de producción
capitalista y del Estado moderno. La acumulación por desposesión
se realiza mediante financiarización de dinero público o privado,
privatización de empresas estatales, redistribución pública y privada
de la renta, especulación sobre elementos tradicionalmente fuera de
este ámbito económico, etc. Hemos dicho, por tanto, que la
existencia del capital permite la abolición de la propiedad privada
personal ganada con el trabajo asalariado.
Hemos dicho también, como cuestión fundamental, que la Gran
Burguesía ha conseguido asociar capital a propiedad privada, a
libertad, y por tanto a desarrollo de la personalidad, tanto jurídica
como ética y moral. Sin embargo, el desarrollo de la personalidad
individual está abolido para la inmensa mayoría de los trabajadores
de todos los países, en tanto que la libertad para hacer cosas en
este Mundo depende de la relación que se tenga con los medios de
producción del capital. Así pues, la existencia del capital aliena
dicha libertad personal y hace que la mayoría de personas se
comporten como individuos flotantes en un inmenso océano de
mercancías cuyo consumo, según la ideología dominante, es lo que
nos da libertad. Mercancías cuyo beneficio solo lo disfrutan los
obreros indirectamente, mediante algún mecanismo de
redistribución progresiva de la riqueza.
Hemos dicho también que la existencia del capital permite abolir,
para la inmensa mayoría de los trabajadores, la posibilidad de un
descanso sin vigilancia burguesa, un descanso acusado de
holgazanería en tanto no produce capital, aun temporalmente. El
descanso es contraproducente para la reproducción de capital, de
valor, de plusvalor y de dominación política de la Gran Burguesía.
Hemos dicho también que la existencia del capital permite abolir
la cultura y la Civilización para los trabajadores, asociando ambas
ideas al dominio burgués como algo salvífico, convirtiendo la cultura
en un mito oscuro y confuso alienante en tanto se entiende que solo
el comercio y el consumo capitalistas permiten acercar la cultura y la
Civilización a los trabajadores.
Y hemos dicho también que la existencia del capital permite abolir
la familia de los obreros, introduciendo el individualismo como

35
ideología en los trabajadores cosificados que se convierten en
mercancías, también sexuadas, desde la niñez.
Todo esto está relacionado con la existencia del capital, y todo ello
pretende ser abolido por los comunistas, aboliendo el capital. Así
pues, ¿qué relación tiene la Patria, la nación, con el capital? La
frase “Los obreros no tienen patria…” se descontextualiza si no se
tiene en cuenta todo lo dicho anteriormente. Pues, lo que ocurre, es
que al igual que la propiedad privada ganada con el sudor de la
frente del obrero, la libertad y el desarrollo de la personalidad, la
posibilidad del descanso sin vigilancia burguesa también gracias al
desarrollo de las fuerzas productivas, la cultura y la Civilización de
raíces muy anteriores a la existencia del capital, y la familia obrera,
son abolidas a la misma clase obrera mediante mecanismos de
control político, económico, educativo, mediático, militar, etc.,
acusando al comunismo de querer abolir algo que, en realidad,
quiere defender y recuperar para los trabajadores, con la Patria
ocurre exactamente igual.
Y queremos remarcar esto porque la Patria, la nación política,
esto es, el territorio político conformado históricamente en un
Estado-nación burgués, incluye en su seno la capacidad de la
organización del trabajo de manera racional de cara a producir valor
económico mediante la transformación de la naturaleza que se
encuentra entre los límites de la Patria, la propiedad privada ganada
con el esfuerzo de los trabajadores y garantizada mediante la Ley, la
garantía tanto jurídica como ética y moral del libre desarrollo de la
personalidad, el derecho al trabajo y al descanso, el acceso y
defensa de la cultura en todas sus manifestaciones mediante
mecanismos civilizados, y las familias de trabajadores donde se
incluyen los vivos, tanto niños como ancianos, y tanto los que ya
murieron como los que están por nacer. La Patria, producto de
siglos de conformación histórica mediante procesos económicos de
acumulación originaria, de lucha de clases, de dialéctica entre
Estados, guerras, expansiones imperiales e invasiones,
crecimientos demográficos e intercambios culturales con otras
naciones, incluye todos esos elementos relatados en el capítulo II
del Manifiesto Comunista, titulado “Proletarios y comunistas”. Todo
estos elementos históricos que componen la Patria están abolidos

36
de facto para el proletariado y el resto de clases de trabajadores
asalariados por parte de una clase, la Gran Burguesía, que posee la
propiedad legal, ilegal y/o alegal sobre los medios de producción,
distribución, intercambio, cambio y consumo de la riqueza. Y, para
defenderse y asegurar su dominación de clase, acusa a los
comunistas de querer abolir la Patria. Por ello, impide que el
comunismo pueda hacer suya la Patria que pretende hacer merecer
a los trabajadores. Y esto es muy notable en España desde antes
incluso de la muerte de Franco.
¿Cómo explican Marx y Engels la abolición de la Patria por parte
de la Gran Burguesía a los trabajadores en el Manifiesto
Comunista? Es preciso leer la cita al completo para entenderlo en el
contexto arriba desarrollado:
Se acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad. Los
obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Mas, por
cuanto el proletariado debe en primer lugar conquistar el Poder político, elevarse a la
condición de clase nacional, constituirse en nación, todavía es nacional, aunque de
ninguna manera en sentido burgués. (Marx y Engels, 1848: 46).
Así pues, de la misma manera en que el comunismo ha de abolir
el capital para que el trabajador pueda disfrutar de su propiedad
personal sin miedo a perderla, de condiciones óptimas para el libre
desarrollo de su personalidad, de ser partícipe y espectador de un
desarrollo tal de las fuerzas productivas que le permita descansar
inclusive hasta el punto de abolir el mismo trabajo asalariado gracias
a dicho desarrollo, de ser propietario exclusivo de la cultura de su
país para administrarlo en un sentido civilizatorio (superior), y de
abolir la esclavitud sexual de mujeres, niños y hombres, así como de
impedir la destrucción del núcleo familiar no burgués, el comunismo
debe abolir el capital para que la Patria sea socialista. Una Patria
verdaderamente socialista, comunista, cuya primera condición para
existir es elevar a los trabajadores a la condición de clase nacional,
condición hegemonizada por la Gran Burguesía en el modo de
producción capitalista. Pero no en un sentido eminentemente
patriótico socialista, sino solo en el sentido en que la Gran
Burguesía entiende que cada elemento material del territorio
nacional es susceptible de ser convertido en capital. Y por tanto, en
convertirlo gracias al trabajo conformador de capital en mercancía a
la venta a nivel nacional e internacional. Así pues, de la misma

37
manera en que la burguesía se apropió del Estado absolutista,
feudal o colonial para desplazar a la aristocracia en el dominio
político, transformando ese Estado absolutista en nación política de
ciudadanos libres e iguales en derechos y deberes, el proletariado y
el resto de clases asalariadas, de la mano del comunismo, se
organizarán como movimiento real que anula y supera el poder
burgués, basado en el capital, para elevarse a la condición de clase
nacional.
Esta elevación de los trabajadores a la condición de clase
nacional tiene un sentido civilizatorio, en tanto tiene como objetivo
su universalización, el no cerrarse a escala nacional. Marx y Engels
señalan, por tanto, que el internacionalismo proletario, en sentido
político, está intrínsecamente unido a dicha elevación a condición de
clase nacional:
Los comunistas solo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por
una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen
valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la
nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que
pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses
del movimiento en su conjunto. (Marx y Engels, 1848: 39).
Esta labor revolucionaria patriótica e internacionalista en el
comunismo se explica por las siguientes condiciones:
El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día
en día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado
mundial, con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de
existencia que le corresponden. El dominio del proletariado los hará desaparecer
más de prisa todavía. La acción común del proletariado, al menos el de los países
civilizados [hoy prácticamente todos, en tanto la Civilización realmente existente, en
todo el mundo, con mayor o menor profundidad y entremezclada con elementos
autóctonos de las naciones que ha alcanzado, es judeocristiana y grecorromana;
añadido nuestro], es una de las primeras condiciones de su emancipación. En la
misma medida en que sea abolida la explotación de un individuo por otro, será
abolida la explotación de una nación por otra. (Marx y Engels, 1848: 46).
En definitiva, en el modo de producción capitalista, los obreros no
tienen Patria porque está abolida para ellos. Pero para que puedan
tenerla han de tomar el poder del Estado-nación, no para romperlo,
sino para conservarlo y mejorarlo, de cara a ampliar la influencia de
su revolución nacional a escala universal. Profundizaremos en esto
en lo que queda de libro, tanto en el caso particular de España como
en un sentido teórico-doctrinal fundamental. Hemos de remarcar lo
dicho con las palabras del, hoy día, más importante filósofo marxista

38
vivo, el italiano Domenico Losurdo. Él resume a la perfección lo que
hay que hacer:
Solo donde la causa del socialismo y del comunismo ha tenido una profunda
resonancia nacional, donde efectivamente el internacionalismo ha sido
profundamente nacional, los comunistas han conseguido vencer el ataque de quien
quería derrocarlos del poder y conservarlo. (Losurdo, 2015).

39
3
Marx y Engels sobre España

Durante mucho tiempo, mucha gente ha creído que Marx jamás tuvo
en consideración a España por ser “un país atrasado”, también en lo
que a desarrollo industrial se refería y a no tener un proletariado
como el británico o el alemán. Sin embargo, todo esto es falso. Marx
escribió, junto con Engels, sobre España. Y mucho. Los avatares de
los escritos sobre España que Marx y Engels redactaron pueden
corresponderse con los propios avatares del marxismo desarrollado
en España y, también, en Iberoamérica. Escritos que van desde
correspondencia entre ambos a artículos publicados en periódicos.
Nos centraremos en estos últimos, pues demuestran
fehacientemente que Marx y Engels conocían la actualidad política
de la España de la época, su Historia en lo que a su conformación
nacional se refiere y, también, su estructura de clases.

a) Marx, marxismo y marxistas. Cómo llegan


estos términos a España
Ni Marx ni Engels visitaron España nunca, pero su yerno, Paul
Lafargue, huyendo de Francia por la represión a los militantes
socialistas de la Comuna de París, sí. Recaló en España en 1871, y
desde ese viaje es cuando pudo distribuirse la obra de Marx en el
país, junto con la acción de la facción marxista de la Iª Internacional.
Previamente, ya se había hablado de Marx en España.
Concretamente en el año 1852, en los periódicos El Católico y La
Esperanza, mencionando una redada policial donde cuarenta
militantes clandestinos, entre ellos Marx, eran detenidos por la
policía. En 1855, el periódico El Áncora menciona a Marx como líder
de la “Sociedad Secreta Socialista”, que prepara la revolución
democrática en Europa. El nombre de Marx no volvería a ser
mencionado en la prensa española hasta dieciséis años después.
Esos periódicos acompañan el apellido del padre del materialismo

40
histórico con frases como “la triste escuela del sectario Marx”,
“fundada por el demagogo Marx”, etc. El mismo año que Lafargue
aparece en España, el diario parisino en español, El Correo de
Ultramar, publicaba en noviembre una semblanza de Marx como
“revolucionario implacable y sin entrañas”, temible debido a:
[…] sus facultades organizadoras y eminentemente sintéticas, por causa de la
larga experiencia de las revoluciones, de su vasta ciencia, de su tenacidad,
secundadas por la independencia de su posición, la afabilidad de sus modales, el
conocimiento de todas las lenguas europeas y una incansable aptitud para los
trabajos más áridos. Arma terrible en manos de la democracia, suspendida siempre
sobre las razas latinas, cuya extinción y absorción cree Karl Marx y a las que supone
sucede ya el pangermanismo (El Correo de Ultramar, 1871: 354).
Con la llegada a España de las ideas marxistas, el mismo año la
prensa burguesa vende una imagen de Marx como una especie de
racista hispanófobo apóstol de la hegemonía de la Alemania recién
configurada como Estado unificado sobre el resto de Europa,
particularmente sobre los pueblos latinos del sur. El Correo de
Ultramar difunde, en ese mismo número 20 donde aparece esta
semblanza, el primer retrato conocido de Marx en un medio en
lengua española, un grabado que sería copiado al año siguiente en
La Ilustración Española y Americana con la leyenda “El doctor Karl
Marx, jefe de la Internacional”. Marx empieza a ser conocido en
España gracias a la Comuna de París, inspirada en parte en sus
ideas. Lo que da cuenta de la importancia histórica de Marx ya en
vida. Posteriormente, las palabras marxista, marxistas y marxismo,
aparecerían ya a finales del XIX, muerto Marx, en prensa española.
Y no serían reconocidas por el Diccionario de la Real Academia de
la Lengua Española hasta 1936, todavía con la Segunda República
vigente, y con la siguiente definición:
Marxismo: 1. Doctrina de Karl Marx y sus secuaces que se funda en la
interpretación materialista de la dialéctica de Hegel aplicada al proceso histórico y
económico de la humanidad, y es la base teórica del socialismo y del comunismo
contemporáneos. || 2. Movimiento político y social que en nombre de esa doctrina
pretende imponer en el mundo la dictadura proletaria. (Bueno Sánchez, 2009).
Prácticamente desde el primer momento en que Marx es conocido
en España, y ya con sus ideas introducidas en el país, la hostilidad
burguesa contra él fue tan intensa como en el resto de naciones
europeas. Con la diferencia importante, y que es la tercera causa
añadida a las dos mencionadas en nuestra Introducción, de que los

41
textos de Marx, y de Engels, llegaron con cuentagotas a España y
mal traducidos. En el caso que nos ocupa ahora, los textos sobre
España que publicó como reportero para el New York Daily Tribune
en el año 1854 no fueron traducidos al español hasta 1929, es decir,
setenta y cinco años después por Andreu Nin bajo el título La
revolución española. Lo que Nin tradujo eran unos artículos de Marx
que solo fueron conocidos internacionalmente gracias a que los
soviéticos los recuperaron. Estos artículos fueron publicados en ese
periódico estadounidense sin firma, pero son la mayoría originales
de Marx y algunos de Engels. Los escribieron ya asentados en
Londres. Lo que Andreu Nin tradujo fue solo una mínima parte de lo
escrito por Marx y Engels sobre España. Y no fue sino hasta 1960
cuando Manuel Sacristán realizó una traducción, sino exhaustiva, sí
más completa. Los textos completos sobre España de Marx y
Engels aparecieron totalmente traducidos al ruso en la edición
crítica soviética de las Obras Completas de ambos en 1977,
concretamente en el tomo 44. Y no aparecieron traducidos al inglés
hasta 1980. No es hasta 1998 cuando Pedro Ribas edita la versión
más completa de los textos de Marx y Engels sobre España hasta la
fecha (aunque hay una edición posterior, de bolsillo, de 2009). Es la
edición de Ribas, auspiciada por la Fundación de Investigaciones
Marxistas, sobre la que trabajamos en este capítulo. Así pues, el
tercer gran problema que explica la situación del marxismo en
España, repetimos, junto a lo antedicho en nuestra Introducción, es
la lentitud de la llegada de los textos de Marx y Engels (y también de
Lenin y Stalin) a su traducción en español, a la incompletitud de su
traducción (o a sus malas traducciones) y, en particular, a la llegada
de sus escritos sobre España de manera completa en un momento,
1998, en que la asociación España = Franco estaba muy
consolidada entre buena parte de las “izquierdas marxistas”
españolas. Recuperar el tiempo perdido es complicado, pero los
propios escritos de Marx y Engels sobre España pueden ayudarnos.

b) España, ¿“despotismo oriental” según Marx?


Merece la pena empezar a tratar los textos de Marx y Engels sobre
España deteniéndonos antes en la polémica cuestión acerca de la
denominación de España, de la monarquía histórica española que

42
Marx analizó, como “despotismo oriental”, relacionado con el
denominado “modo de producción asiático”. Como, a nuestro juicio,
señala acertadamente Pedro Ribas en el estudio preliminar sobre
los textos de Marx y Engels sobre España, mientras Marx escribía
artículos sobre España para el New York Daily Tribune, también lo
hacía sobre la India, China, Oriente Medio y, en general, sobre todos
los territorios por los que se expandía el Imperio Británico en la Era
Victoriana. Dicho “modo de producción asiática” tenía dos
características básicas: a) vínculos comunitarios basados en la
costumbre y el sentimiento en las aldeas y pueblos, y b) extracción
forzada de plusvalor por el Estado a través de la renta de la tierra.
Marx nunca llegó a tratar esta cuestión con amplitud, pero sí se
puede afirmar que dicho “modo de producción asiático” permitió a
Marx llegar a poner en cuestión cualquier idea que defendiese un
sentido unidireccional de desarrollo histórico basado en criterios
eurocéntricos o, mejor dicho, que tomen como modelo único de
desarrollo histórico a las naciones de Europa occidental y central,
excluidas Portugal y España. Los modelos productivos feudales no
podían ser totalmente traspasados a los existentes en las actuales
China e India. Marx analizó las formas que preceden a la producción
capitalista en su estudio preliminar para El Capital, los famosos
Grundrisse, entre 1857 y 1858. En su artículo para el New York
Daily Tribune de 1853, “La dominación británica en la India”, Marx
habla sobre la injertación del “despotismo europeo” británico en el
“despotismo asiático”, pero no contraponiendo Civilización
occidental, o cultura occidental en un sentido mítico oscuro y
confuso, a barbarie india. Esto lo veremos en el siguiente capítulo.
En lo que aquí nos concierne, diremos que Marx entendió que esas
dos características antedichas del “modo de producción asiático” las
veía también en España, pero también en formas precapitalistas de
pueblos precolombinos, como señala en los Grundrisse.
Es probable que Marx nunca utilizara más sistemáticamente la
categoría de “modo de producción asiático” debido a que no lo
consideró un modo de producción propiamente dicho, y que se
limitara a señalar una serie de características que se daban, más o
menos acusadamente, en sociedades políticas precapitalistas que
no seguían el desarrollo lineal propio de Inglaterra, Alemania,

43
Holanda o Francia, que determinó el nacimiento y desarrollo del
modo de producción capitalista. España, como Portugal, no siguió
los pasos históricos que determinaron el desarrollo capitalista
moderno porque, entre otras cosas, el desarrollo capitalista en
naciones como Inglaterra, Alemania o Francia se hizo una vez que
estaban consolidadas políticamente, como Estados, bien por la
construcción de Iglesias nacionales (anglicana, luterana, calvinista)
que quitaron los bienes a la Iglesia Católica para entregárselos al
Estado o a la nueva fe protestante, bien por el éxito de movimientos
laicos radicales en torno a las fuerzas políticas que encabezaron la
Revolución Francesa. España protagonizó su propio modelo de
desarrollo histórico, en interrelación con modelos foráneos, en una
mezcla entre feudalismo, mercantilismo y, más tarde, capitalismo,
produciéndose la centralización de la administración pública una vez
que España ya era un Imperio intercontinental muy extenso, al revés
que las naciones capitalistas centrales. Así pues, y esto es
importante, el desarrollo histórico de España como nación difiere del
de Francia, Inglaterra, Alemania o Italia, en que estas naciones
fueron antes nación política que Imperio (su desarrollo capitalista les
permitió convertirse en Imperios coloniales después), mientras que
España fue antes Imperio que nación política. Y en ese vasto
Imperio, también en la América española, los vínculos comunitarios
basados en la costumbre y el sentimiento a nivel antropológico-
sociológico, y la extracción forzada de trabajo no remunerado por
parte del Estado (y la Iglesia) a través de la renta de la tierra, eran
algo muy común y extendido. Con la diferencia respecto de Asia,
África o las sociedades precolombinas, que la edificación de esta
organización social Imperial estaba atravesada de cabo a rabo por
elementos culturales judeocristianos –católicos–, por el Derecho de
raíz romana y por una teología cuyas raíces se encuentran en la
filosofía de la Grecia clásica. Y esta estructura que se mantuvo
durante 300 años, y cuyos elementos culturales fundamentales se
mantienen hasta hoy día, empezó a tener perfiles coloniales
tardíamente, hacia el siglo XVIII, con la llegada de la dinastía
Borbón y las ideas del despotismo ilustrado que importaban de
Francia. Todo ello marcaría el devenir de la construcción nacional

44
española hasta nuestros días, con lo que Marx no andaba tan
desencaminado con España como se ha insinuado hasta ahora.

c) Una aproximación de Marx a las revoluciones


españolas
Es sabido que Marx empezó a escribir sobre España para el New
York Daily Tribune a raíz de la Vicalvarada, la Revolución Española
de 1854 que empezó en el municipio de Vicálvaro, hoy distrito de
Madrid, por la sublevación de las tropas del general Leopoldo
O’Donell contra el Gobierno que acabó con la llamada década
moderada (1844-1854) y dio lugar al bienio progresista (1854-1856),
ambos durante el reinado de Isabel II. O’Donell volvería, con la
Unión Liberal, al gobierno de España en 1856, dimitiendo en 1863
dando lugar, cinco años después, a una crisis institucional grave, la
Revolución de 1868 (o “la Gloriosa”), que acabó con los restos de
monarquía absoluta que quedaban en España dando lugar al
llamado Sexenio Democrático, dividido entre tres años de Gobierno
provisional, dos de monarquía parlamentaria con Amadeo I de
Saboya como rey (los Borbones abandonan temporalmente el
poder) y la Primera República Española, de corte cantonalista en
1873 y unitario en 1874, que ese mismo año acabaría con el golpe
de Estado del general Pavía y el inicio de la Restauración borbónica
y el turnismo progresista-conservador que duraría hasta 1931. Es
importante mencionar esta secuencia de acontecimientos para
entender el diagnóstico de Marx sobre las revoluciones políticas en
España, como veremos a continuación.
En su artículo titulado “Los detalles de la insurrección en Madrid”,
aparecido en el número 4136 del New York Daily Tribune, con fecha
21 de julio de 1854, y escrito el 7 de julio de ese mismo año (los
textos de Marx llegaban, vía barco de vapor, a América en quince
días), Marx acaba con la siguiente reflexión:
Acaso no haya otro país, salvo Turquía, tan poco conocido y erróneamente
juzgado por Europa como España. Los innumerables pronunciamientos locales y
rebeliones militares han acostumbrado a Europa a considerar España como un país
equiparable a la Roma imperial en la era de los pretorianos. Esto es un error tan
superficial como el cometido en el caso de Turquía por quienes dieron por extinguida
la vida de la nación basándose en que su historia oficial, a lo largo del último siglo, se
había reducido a revoluciones de palacio y a émeutes de jenízaros1. El secreto de

45
esta falacia reside en el simple hecho de que los historiadores, en lugar de
considerar los recursos y la fuerza de esos pueblos en su organización provincial y
local, han bebido en la fuente de sus almanaques de corte. Los movimientos de lo
que solemos llamar el Estado han afectado tan poco al pueblo español, que éste ha
dejado muy gustosamente ese restringido dominio a las alternantes pasiones y
mezquinas intrigas de favoritos, soldados, aventureros y unos cuantos hombres
llamados estadistas. Y pocos motivos ha tenido el pueblo de arrepentirse de su
indiferencia. El carácter de la moderna historia de España merece ser apreciado de
modo muy distinto del que lo ha sido hasta ahora (Marx, 1854: 77-78).
Lo que significa que Marx, a través de sus artículos sobre España,
que Engels continuará, aplicará la metodología de su concepción
materialista de la Historia, el materialismo histórico, en el estudio de
España. Esto, que será desconocido y obviado por muchos
marxistas españoles durante décadas, prácticamente más de un
siglo, pesará mucho sobre la concepción de estos acerca de la
cuestión nacional española desde el marxismo en particular, y sobre
la laguna histórica que supone que no exista, propiamente
hablando, un marxismo netamente español e hispano por extensión.
Al menos, hasta ahora.
En su artículo “La revolución española”, del número 4148 del 4 de
agosto de 1854, redactado el 21 de julio, Marx escribe el siguiente
importante análisis sobre la idiosincrasia política de España, que
entendemos extrapolable al presente, al igual que el párrafo citado
anteriormente:
Los movimientos revolucionarios de España desde comienzos de siglo [XIX]
ofrecen un aspecto notablemente uniforme, con la excepción de movimientos en
favor de privilegios provinciales y locales, que agitan periódicamente las provincias
del norte. Cada conjura palaciega va acompañada de insurrecciones militares, y
éstas, en su marcha, arrastran invariablemente pronunciamientos municipales. Dos
son las causas de este fenómeno. En primer lugar vemos que lo que llamamos
Estado en sentido moderno no tiene, desde la vida exclusivamente provincial del
pueblo, ninguna personificación nacional frente a la corte, si no es en el ejército. En
segundo lugar, la peculiar posición de España y la Guerra de la Independencia
crearon condiciones debido a las cuales solo en el ejército pudo concentrarse cuanto
hay de vital en la nación española. Vemos así que las únicas manifestaciones
nacionales (la de 1812 y la de 1822) surgieron del ejército, por lo que la parte
movilizable de la sociedad se ha acostumbrado a considerar al ejército como
instrumento natural de cualquier levantamiento nacional. Sin embargo, durante la
turbulenta época de 1830 a 1854, las ciudades de España comprendieron que el
ejército, en lugar de seguir defendiendo la causa de la nación, se había transformado
en instrumento de las rivalidades de ambiciosos pretendientes a la tutela militar de la
corte. […] A excepción de los carlistas, todos los partidos han hecho oír su voz:
progresistas, partidarios de la constitución de 1837, partidarios de la constitución de

46
1812, unionistas (que exigen la anexión de Portugal) y republicanos. (Marx, 1854: 81-
82).
Esas únicas manifestaciones nacionales que Marx señala son,
respectivamente, la Constitución de Cádiz de 1812, sobre la que
luego volverá, y el gobierno liberal exaltado, con algunos miembros
republicanos, establecido en marzo de 1822 y presidido por Rafael
del Riego, que contiene la sublevación de granaderos de la Guardia
Real dirigida por el rey Fernando VII, que intenta restaurar el
absolutismo. Dicha sublevación es contenida por el gobierno liberal
de Riego gracias a la Milicia Nacional, surgida durante la Guerra de
Independencia de 1808-1814 teniendo como germen las Juntas
Locales y Provinciales que armaron al pueblo contra el invasor
francés y contra los restos del régimen feudal en España. Los
ciudadanos armados, al lado de los liberales, los exaltados y los
republicanos comandados por Riego, derrotan la sublevación
absolutista y se instaura el gobierno liberal exaltado cuyo Secretario
de Estado y de Despacho fue Evaristo Fernández de San Miguel,
autor de la letra del Himno de Riego que se convertiría en himno de
los republicanos españoles y de las dos Repúblicas. Aunque los
liberales veinteañistas fueron derrocados por los Cien Mil Hijos de
San Luis, el pacto absolutista borbónico entre Fernando VII y
Francia, ello no quita para que Marx reconozca en este episodio de
1822, y el anterior de Cádiz de 1812, a los acontecimientos
trascendentales que señalan el comienzo de la nación española
moderna. Y toda la historia posterior del siglo XIX español, y todavía
del XX y el XXI, sigue siendo la historia de una nación, España, que
lucha contra sus liquidadores nacionales y extranjeros.
Sin embargo, la restauración absolutista de la Década Ominosa
(1823-1833) solo fue parcialmente absolutista, como parcialmente
absolutista fue la restauración borbónica en Francia tras la caída de
Napoleón Bonaparte en Waterloo en 1815. La restauración
borbónica francesa duró hasta la Revolución de 1830. En 1830, con
el establecimiento de la Pragmática Sanción, la sucesión en el trono
de España restaura el Código de las Siete Partidas de Alfonso X el
sabio, rey de la Castilla medieval. Así, la sucesión en el trono
español lo podía ejercer una mujer hija del rey sin hermanos
varones. Se trató de una recuperación de la Pragmática Sanción de

47
1789 de Carlos IV, que no entró en vigor. La de 1830 fue el
pistoletazo de salida a la Primera Guerra Carlista, entre los
partidarios de la reina Isabel II (isabelinos y cristinos, partidarios de
María Cristina de Borbón-Dos Sicilias) y los partidarios de Carlos
María Isidro de Borbón, hermano de Fernando VII. La primera duró
entre 1833 y 1840. La Segunda Guerra Carlista fue entre 1846 y
1849 (a la que sucedieron varios alzamientos carlistas en 1855,
1860 y 1869) y la tercera fue entre 1872 y 1876. En todas ellas los
liberales, los exaltados (liberales veinteañistas partidarios de aplicar
la Constitución de 1812 en su totalidad, o de la redacción de una
nueva Carta Magna aún más radical) y los republicanos tomaron
partido por el bando isabelino, por el cristino y por la Primera
República en la Tercera Guerra Carlista. La división de bandos se
volvería a repetir en la Guerra Civil Española de 1936-1939,
uniéndose los carlistas, que siempre fue la derecha más
reaccionaria de España partidaria de volver al Antiguo Régimen, a
los monárquicos alfonsinos, los liberal-conservadores y los
nacionalsindicalistas (fascistas). Los herederos del liberalismo de
1812 y 1822 estuvieron en el bando republicano, socialista y
comunista, al que se unieron los anarquistas y algunos nacionalistas
catalanes y vascos.
Lo cierto es que los acontecimientos de 1812 y 1822 son cruciales
para entender todas estas divisiones, en tanto que expresiones de la
lucha de clases en España. Pero, como señala Marx, entre 1830 y
1854 se produce la ruptura de las Fuerzas Armadas en España
hasta el punto de dejar de representar, en cierto sentido, los
intereses de la nación en armas contra la opresión reaccionaria,
para empezar a estar dividido en grupos que seguían a diversas
facciones ideológicas. Con la victoria franquista en 1939, la
dictadura de Franco purgó al ejército de todo componente patriótico
liberal y de izquierdas (aunque no totalmente), y con la llegada de la
democracia coronada de 1978, en la que nos encontramos
actualmente, España se encuentra con unas Fuerzas Armadas
mermadas en efectivos y en material, controladas
internacionalmente mediante la inserción de España en el aparato
militar imperial de Estados Unidos, la OTAN. Y lo que es peor: no
existe hoy, ni a nivel militar ni civil, una fuerza política organizada

48
heredera de los luchadores antifranquistas del siglo XX que, a su
vez, herede el legado liberal, veinteañista y republicano de los
acontecimientos que sirvieron, en 1812 y 1822, de partera de la
Historia (en fórmula de Engels) de la nación política española.
Nación hegemonizada, ideológicamente hoy día, por los herederos
históricos de los Cien Mil Hijos de San Luis. Históricamente, esto
explica, también, la ausencia de un marxismo netamente español, y
de un análisis serio, desde este, de la cuestión nacional española.
Todos estos procesos históricos se desarrollaban al tiempo que
España perdía la mayoría de sus territorios americanos,
independizados al final de la Década Ominosa. Ese periodo largo de
reacción provocó, en las sucesivas revueltas liberales españolas,
que, en palabras de Marx, se propiciara “de manera prodigiosa el
resurgimiento de hombres caídos por sus abortos revolucionarios”,
como el general Espartero, despreciado por Marx. El enjuiciamiento
de Marx sobre Espartero es de tal contundencia, que parece ser
aplicable a líderes posteriores del bando político autodenominado
“progresista” en España:
Una de las peculiaridades de las revoluciones consiste en que precisamente
cuando el pueblo parece estar a punto de dar un gran salto y de abrir una nueva era,
se deja arrastrar por las ilusiones del pasado y deja todo el poder e influencia, que
tan costosamente ha conseguido, en manos de hombres que representan, o se
supone que representan, el movimiento popular de una época pasada. (Marx, 1854:
86).
Héroe del liberalismo decimonónico cuya leyenda política nació de
una derrota sin paliativos, consignada por Marx:
Los méritos militares de Espartero son tan discutidos como indiscutibles son sus
defectos políticos. En una gruesa biografía, […] [se] insiste mucho en sus hazañas
militares y su actuación de general, exhibidas en las provincias de Charcas, La Paz,
Arequipa, Potosí y Cochabamba, donde luchó a las órdenes del general Morillo,
encargado entonces de someter los Estados suramericanos a la autoridad de la
corona española. Pero la impresión general que producen sus proezas guerreras en
tierras suramericanas sobre la excitable mente de sus paisanos queda
suficientemente caracterizada con su designación como jefe del ayacuchismo, y al de
sus partidarios como ayacuchos, aludiendo a la desgraciada batalla [en la que
Espartero jamás estuvo, añadido nuestro] de Ayacucho [de fecha 9 de diciembre de
1824], en la que España perdió definitivamente Perú y Suramérica. En todo caso, es
un héroe fuera de lo común, un héroe cuyo bautismo histórico data de una derrota,
en vez de una victoria (Marx, 1854: 87).
Los méritos de Espartero en las guerras carlistas fueron, para
Marx, más que dudosos. Parece ser que, desde Espartero, o incluso

49
desde Riego, las “izquierdas” en España han tenido como referentes
a personalidades fraguadas en derrotas históricas, al contrario que
el bando conservador. ¿Quizás sea esta otra razón que ha llevado a
la ecualización España = Franco, en tanto que Franco fue, sin duda,
un dictador, pero también un vencedor bélico y político, como
Fernando VII y al contrario que Espartero? Las izquierdas españolas
tienen, todavía, una inmensa laguna que rellenar con el agua de la
victoria política. Sin embargo, los referentes siguen siendo los de
derrotados. Y aunque una derrota puede ser luminosa de cara a
alumbrar el camino político a seguir, no contar con ninguna victoria
importante, o peor aún, no querer contar con ninguna victoria
importante que sea asumible desde la “izquierda”, conlleva, sin
duda, el andar un camino que, políticamente hablando, no lleve a
ninguna victoria futura. Y en ese camino, a nuestro juicio, está
desde hace décadas abocado el marxismo en España y en
Iberoamérica (con la excepción, quizás, de Cuba).

d) España, como nación política, es una creación


de las izquierdas
Sin embargo, 1812 y 1822 son victorias inapelables del patriotismo
revolucionario progresista en España, y eso es algo reconocido,
remarquémoslo, por el propio Marx. Y lo son, en tanto que son
acontecimientos que marcan el inicio de España como nación
política, como nación de ciudadanos libres e iguales en derechos y
deberes, transformando la nación histórica conformada bajo formas
feudales y absolutistas siglos antes, como el propio Marx señala en
sus textos, en algo nuevo. Esto conlleva afirmar algo que las
“izquierdas” han olvidado, y que la derecha lleva años ocultando y
negando: que la nación española moderna es una creación de las
izquierdas. Y que incluso la Constitución de Cádiz, esa que
proclama en su Artículo I que “La nación española es la reunión de
todos los españoles ambos hemisferios”, fue redactada por
procuradores conscientes de la trascendencia universal que suponía
transformar un Imperio intercontinental en una nación de
ciudadanos. Algo que señala el propio Marx:
Uno de los grandes objetivos de la Constitución de 1812 era conservar el dominio
sobre las colonias españolas introduciendo en el nuevo código un sistema unificado

50
de representación. En 1811 los españoles prepararon incluso un gran ejército,
compuesto de varios regimientos de Galicia, única provincia de España no ocupada
entonces por los franceses, con el fin de combinar su política suramericana con la
coerción. El principio casi más importante de aquella Constitución era no abandonar
ninguna colonia [virreinatos, reales audiencias y capitanías generales] perteneciente
a España, y los revolucionarios de hoy [los liberales y exaltados de 1854] comparten
la misma opinión. (Marx, 1854: 97-98).
Como veremos en las conclusiones, e independientemente de la
condición premarxista de las ideologías liberales revolucionarias y
veintañistas y de lo que hemos dicho en el capítulo I sobre la
abolición de la Patria a la clase obrera en el modo de producción
capitalista, esta herencia política revolucionaria que miraba a
Iberoamérica está prácticamente abandonada en España. Algo que
tiene mucho que ver con la práctica ausencia de un marxismo
netamente español y en español. Pero ahora prosigamos retomando
la idea de los ciclos, o periodos, revolucionarios que Marx identifica
con la realidad española y que hemos señalado más arriba.

e) El materialismo histórico y la dialéctica


aplicados a la Historia de España. La teoría de
los períodos revolucionarios (1º: 1808-1814; 2º:
1820-1823; 3º: 1834-1843; y 4º: 1854-1863)
A juicio de Marx, el siglo XIX español fue un siglo de revoluciones
constantes, repartidas en períodos largos de tiempo siguiendo
mecánicas inauditas en el resto de naciones europeas. Así lo
expresó en su artículo para el número 4179 del New York Daily
Tribune, con fecha del 9 de septiembre de 1854, titulado “España
Revolucionaria I: Revoluciones españolas”, en plural. Y lo hizo nada
más comenzar el texto:
España no ha adoptado nunca la moderna moda francesa, tan en boga en 1848,
de comenzar y acabar una revolución en tres días. Sus esfuerzos en esta línea son
complejos y más prolongados. Tres años parece ser el plazo mínimo que se impone
el país a sí mismo, mientras que el ciclo revolucionario se extiende a veces hasta
nueve. Así, su primera revolución en este siglo se prolongó desde 1808 hasta 1814;
la segunda de 1820 a 1823; y la tercera, de 1834 a 1843. (Marx, 1854: 104-105).
La primera revolución decimonónica española corresponde a la
Guerra de Independencia contra la invasión francesa, que realiza el
primer gran hito de la nación, la Constitución de Cádiz de 1812,
seguido de la victoria y la expulsión de los franceses. La segunda

51
revolución fue el Trienio Liberal, iniciado por el pronunciamiento de
Riego en 1820, y cuyo máximo hito nacional fue la mencionada
victoria de los liberales, exaltados veinteañistas y republicanos, junto
a la Milicia Nacional contra la sublevación absolutista de 1822 (a
este período se podrían añadir los procesos políticos de las
independencias hispanoamericanas, que siguieron plazos de tiempo
similares). El tercer período revolucionario decimonónico se dio en
el contexto de la regencia de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias
(Isabel era todavía menor de edad) y la Primera Guerra Carlista,
siendo regida España por el Estatuto Real de 1834. En este período,
los liberales y los exaltados, junto a capas del ejército, se rebelan
contra la reacción carlista y contra el Estatuto, logrando en 1837
instaurar una nueva Constitución, a instancias del Partido
Progresista, en un proceso político que culmina en 1843 con la jura
de la Constitución por Isabel II, ya mayor de edad. Esta Constitución
fue derogada en 1845 por otra de corte más conservador. Con la
Constitución de 1837 tenemos el tercer hito histórico de la
construcción nacional de España.
En el período en que Marx escribe, 1854, se está produciendo la
cuarta revolución política española, aunque admite que no sabe
cuándo finalizaría. Se inicia con la Vicalvarada ya mencionada,
dando lugar al llamado Bienio Progresista (1854-1856), que se
cierra con la restauración de la Constitución de 1845 (modificada) y
le siguen los gobiernos de la Unión Liberal de O’Donell hasta su
destitución en 1863. Las tensiones entre liberales y conservadores,
con varios pronunciamientos carlistas de fondo, permiten calificar a
este período como la cuarta revolución decimonónica española.

f) El quinto período revolucionario: el Sexenio


Democrático (1868-1874)
Por nuestra parte, y siguiendo el esquema de Marx, podemos
ampliar el número de revoluciones españolas en la Historia a
algunos períodos más. La quinta revolución es la correspondiente a
la época del llamado Sexenio Democrático, surgida de la
descomposición del régimen isabelino (políticamente dictatorial) con
la Revolución Gloriosa de 1868, que se prolonga hasta 1874

52
pasando por el mencionado período monárquico parlamentario de
Amadeo I y por la Primera República. Durante este quinto período
revolucionario es cuando llegan a España las ideas marxistas como
dijimos más arriba, y cuando el anarquismo en España empieza a
cobrar fuerza histórica, pues en 1870 se funda la Federación
Regional Española de la AIT (Asociación Internacional de
Trabajadores) en el Congreso Obrero de Barcelona de junio de ese
mismo año, suponiendo este el acto fundacional del anarco-
sindicalismo español. Posteriormente, en 1881, ya en plena
Restauración canovista, esa organización se disolverá y nacerá la
Federación de Trabajadores de la Región Española, siendo una de
las organizaciones anarquistas más poderosas de la Europa de
finales del siglo XIX. Ya entrado el siglo XX, en 1907, se forma el
sindicato Solidaridad Obrera, y de sus cenizas, en 1910, surgirá la
Confederación Nacional del Trabajo (CNT), el gran sindicato
anarquista del siglo XX. La influencia política de la izquierda
anarquista se prolongó en España prácticamente desde 1870 a
1939. Analizaremos, a través de Engels, la importancia del
anarquismo en España al final de este capítulo.
Durante la Restauración se producen acontecimientos históricos
trascendentales para la Historia de España. El anarquismo se
organiza como izquierda definida en sucesivos sindicatos. Nace en
1879 el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), segundo partido
político marxista de la Historia, tras el Partido Socialdemócrata
Alemán fundado en 1875. En 1888 surge la Unión General de
Trabajadores (UGT) sindicato afín al PSOE y primero no anarquista.
Las guerras de independencia en Cuba, Filipinas y Puerto Rico
desgastan al país, hasta el punto que los federalistas herederos del
cantonalismo de la Primera República abogan, directamente, por la
independencia de esos territorios. En 1898, la guerra con Estados
Unidos provoca la pérdida definitiva de aquellos territorios
adquiridos ahora por el Imperio norteamericano. Este hecho marca
el comienzo del auge político de nuevas corrientes ideológicas de
gran importancia. Por una parte, el regeneracionismo, comandado
por Joaquín Costa, bastante transversal que abarcaba desde
progresistas liberales hasta tradicionalistas conservadores, que
buscaban modernizar la vida política española tras la pérdida de los

53
últimos territorios de ultramar, mirando a Europa más que a lo
perdido. No obstante, el regeneracionismo tendrá una vocación
colonial explícita en su africanismo, sobre todo respecto al Rif y al
Sáhara Occidental, e influyó considerablemente en ciertos sectores
burgueses del nacionalismo catalán. El republicanismo se organiza
políticamente en 1903, a través de la Unión Republicana de Nicolás
Salmerón y Alejandro Lerroux. Y, de los restos del naufragio de las
tres guerras carlistas del siglo XIX, su petición de la restitución de
los privilegios forales en diversas regiones, surge en 1882 el Centre
Català, organizada por Valentín Almirall e inspirado por el Primer
Congreso Catalanista de 1880, de corte republicano y federalista
que, sin embargo, fraguaría sus ideas en la Unión Catalanista
nacida en 1891, surgida a su vez de la Lliga de Catalunya, de
marcado carácter ultraconservador y partidaria de la recuperación
de los derechos forales de Cataluña (que ellos llamaban “derecho
civil catalán”). Entre sus fundadores estaban Enric Prat de la Riba,
Francisco Cambó y Josep Puig i Cadafalch. Así nacía el catalanismo
político, con derivaciones explícitamente separatistas con Estat
Català, fundado por Françesc Macià en 1922, todavía en plena
Restauración. En el País Vasco, llamado Vascongadas entonces, se
funda en 1895 el Partido Nacionalista Vasco (PNV). Fue fundado por
el antiguo carlista Sabino Arana Goiri, e impregnó al discurso del
partido de un fuerte racismo hispanófobo. Se considera a Sabino
Arana el padre del nacionalismo vasco, y el PNV es, después del
PSOE (si entendemos al PSOE como un partido de existencia
ininterrumpida hasta hoy día, cuestión que discutiremos en el
capítulo XI, “El problema de España desde el franquismo”), el
partido más longevo de España.
Asimismo, el último fenómeno político reseñable que aparece
durante la Restauración es de marcado carácter españolista,
ultraconservador y gran-burgués. Se trata de la idea de “revolución
desde arriba”, impulsada por el líder del Partido Liberal-Conservador
a comienzos del siglo XX, Antonio Maura, que fue jefe de Gobierno
en cinco ocasiones (1903-1904, 1907-1909, 1918, 1919 y 1921-
1922). Debido al grado de desarrollo de la lucha de clases en la
España de la Restauración, y a la dialéctica de Estados que redujo
el territorio español a la Península Ibérica, Baleares, Canarias,

54
Ceuta y Melilla y otros territorios africanos, el miedo a la revolución
obrera llevó a Maura a impulsar reformas políticas encaminadas a
contener la presión política de los anarquistas y socialistas, a los
que Maura veía asociados a los movimientos nacionalistas catalán y
vasco. Maura promulgó reformas en la administración pública, trató
de acabar con el caciquismo electoral y promovió la creación del
Instituto Nacional de Previsión en 1908, encargado de universalizar
la asistencia sanitaria y la Seguridad Social en toda España. Aún
apoyado en la Lliga Regionalista catalana, Maura promovió el
nacionalismo español de corte conservador y los viajes del rey
Alfonso XIII sobre todo a Cataluña. Maura, así, inauguró una
tendencia que podría denominarse de derecha socialista,
precisamente para frenar a las izquierdas anarquista y
socialdemócrata. Su “revolución desde arriba” fue continuada por la
dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930), la “dictablanda”
de Ramón Berenguer (1930-1931) y, de manera más abrupta, por el
franquismo (1939-1975) y por ciertas políticas actuales del Partido
Popular. En todo caso, el cúmulo de acontecimientos ocurridos
durante la Restauración y relatados en este párrafo y el anterior, han
tenido una trascendencia tal que han marcado toda la Historia de
España del siglo XX y siguen marcando el aquí y ahora de la vida
política española. Pero, en su momento, y en época de los últimos
gobiernos de Maura, llevaron a una descomposición política tal que
propiciaron el sexto periodo revolucionario español, ya en el siglo
XX, y el primero de marcado carácter socialista y obrero.

g) El sexto período revolucionario: el fin del


turnismo de la Restauración (1917-1923)
Este sexto período, que abarca desde 1917 a 1923, supone la crisis
del maurismo por una parte, y del turnismo liberal-conservador de la
Restauración. En 1917, España vive una crisis de régimen profunda.
A pesar de que el país era neutral durante toda la Primera Guerra
Mundial (1914-1918), España no lograba estabilizarse política y
económicamente tratando de aprovechar su neutralidad para
mejorar su situación internacional. Durante el verano de 1917, y
estando en la presidencia el conservador Eduardo Dato, España

55
vive tres envites políticos de gran calado. Por un lado, la
conformación de las Juntas de Defensa, un grupo organizado de
militares liberales que pedían mejoras salariales y protestaban
contra los privilegios de los militares africanistas que, por su servicio
en el Rif y Marruecos, eran ascendidos y sus sueldos aumentados
por encima del resto. Por otro, la Asamblea de Parlamentarios de
Barcelona, convocada por la Lliga Regionalista de Françesc Cambó,
que pedía la abolición de la Constitución de ١٨٧٦, vigente durante
toda la Restauración hasta ١٩٢٣, y el reconocimiento de la
autonomía de Cataluña y de otras regiones que así lo pidieran. Esta
Asamblea volvió a reunirse en Madrid, en noviembre, y llegó a
conformarse un gobierno de concentración nacional entre la Lliga,
liberales y conservadores presidido por Manuel García Prieto.
A estos movimientos hay que añadir la Huelga General
Revolucionaria Española de ese mismo año, catalizadora de los
otros dos movimientos. El aumento del paro, de la inflación, de los
desabastecimientos, la escasez de alimentos, el deterioro de los
salarios de los trabajadores y el agotamiento político del régimen
tras crisis políticas anteriores como la Semana Trágica de Barcelona
de 1909, llevan a la CNT a convocar una huelga general en Valencia
en 1916. La situación produce el acercamiento entre la CNT,
sindicato mayoritario en España y especialmente fuerte en Cataluña
y Andalucía, y la UGT socialdemócrata, más minoritario pero con
núcleos sólidos en Madrid y el País Vasco. Así se produce el Pacto
de Zaragoza entre ambos sindicatos, en julio de 1916. Ambos
sindicatos lograron convocar una huelga general en diciembre de
este año, siendo un completo éxito que recibió el apoyo de la
mayoría de la población española. En marzo de 1917, CNT y UGT
acuerdan en un Manifiesto la huelga general indefinida, ante lo cual
el gobernante entonces, el Conde de Romanones, acuerda
suspender las garantías constitucionales y el encarcelamiento de
sus firmantes, entre ellos los anarquistas Salvador Seguí y Ángel
Pestaña, y los socialdemócratas Julián Besteiro y Francisco Largo
Caballero. La huelga se convierte en huelga revolucionaria, y el
PSOE y la UGT comienzan a contactar con las Juntas de Defensa y
con la Unión Republicana de Alejandro Lerroux. La CNT empieza a
desconfiar de estos contactos entre el proletariado socialdemócrata

56
y los liberales, en lo que entendían que sería una mera reproducción
de la conjunción republicano-socialista de 1910 con la que Pablo
Iglesias Posse logró el primer escaño para el PSOE en su historia.
Coincidiendo con la Asamblea de Parlamentarios de Barcelona, la
sección de ferroviarios de la UGT en Valencia convoca huelga,
adelantándose a los planes del PSOE y la UGT para la huelga
general revolucionaria, siendo reprimida con dureza. Por ello, el
comité de huelga de la UGT y del PSOE decide apoyar la huelga en
Valencia, desligándose del acuerdo previo con la CNT. Desde el
PSOE, la UGT, las Juntas de Defensa y la Lliga se pensó que la
huelga en Valencia fue provocada adrede por el gobierno de
Eduardo Dato para hacer fracasar los planes revolucionarios de
CNT y UGT. El comité de huelga de Madrid fue detenido (entre los
detenidos estuvieron Largo Caballero, Besteiro, Andrés Saborit,
histórico militante del PSOE y sindicalista de la UGT, y Daniel
Anguiano, uno de los futuros fundadores del Partido Comunista de
España). En Cataluña, donde la CNT tuvo el protagonismo de la
huelga a la que también se sumó a pesar de su precipitación, la
huelga fue abortada mediante acción militar de la artillería, que
destruyó la sede de la CNT y de la UGT en Barcelona. Solo las
cuencas mineras asturianas pudieron resistir más tiempo.
Sin embargo, como ya dijimos, la huelga consiguió acelerar la
crisis de Gobierno, y Dato fue sustituido por García Prieto. Largo
Caballero, Saborit, Besteiro y Anguiano acabaron en el penal de
Cartagena, pero el PSOE consiguió convertirlos en diputados al ser
elegidos en las elecciones generales de 1918, compartiendo
escaños con Pablo Iglesias e Indalecio Prieto. Pero, para entonces,
el contexto internacional había cambiado radicalmente. Ya se había
producido la Revolución Rusa y los bolcheviques liderados por Lenin
habían tomado el poder, sacando al Imperio Ruso de la Primera
Guerra Mundial y preparándose para enfrentar a la entente
internacional que invadiría el país por el este y el oeste y a la facción
del ejército ruso todavía partidaria del zarismo. A través de
instituciones mauristas como el ya mencionado Instituto Nacional de
Previsión y el Instituto de Reformas Sociales creado en 1903 se
reaccionaron contra los revolucionarios socialistas y anarquistas
para frenar su influencia, instaurando un precario sistema público de

57
pensiones, la jornada laboral de ocho horas en 1919 y
universalizando la Ley de Descanso Dominical de 1907. La derecha
socialista de la Restauración reaccionaba, de esta manera, contra
las izquierdas anarquista y socialdemócrata para contener la
revolución obrera, instaurando un modelo de reformas sociales que,
como ya indicamos más arriba, fue iniciado por Antonio Maura y que
seguirían durante el siglo XX los dictadores Primo de Rivera,
Berenguer y Franco, y extendiéndose su influencia a la monarquía
parlamentaria de la Constitución de 1978, vigente en la actualidad.
Sin embargo, a pesar de las reformas, en 1918 aumentó
considerablemente la afiliación a los sindicatos de clase CNT y UGT.
Madrid, País Vasco y Asturias fueron los principales núcleos del
marxismo militante en España, mientras el anarco-sindicalismo era
más fuerte en el resto del país, principalmente Andalucía y, sobre
todo, Cataluña. Las revueltas obreras y campesinas en toda la
nación inician, en 1918, el llamado Trienio Bolchevique, teniendo
que intervenir el ejército para contener y terminar con la toma de
tierras de labranza por parte de jornaleros organizados por la CNT
en Andalucía, y en ese contexto en 1919 nace el andalucismo
político de la mano de Blas Infante, convertido posteriormente al
Islam. Tanto la CNT como la UGT y el PSOE se adhirieron a la
recién creada Komintern en Rusia, o Tercera Internacional. La CNT
se separó de ella en 1922. La UGT y el PSOE se separaron de la
Komintern antes, en 1921. Estando en desacuerdo parte de las
Juventudes del PSOE, estas fundan el Partido Comunista Obrero
Español (PCOE), que junto al Partido Comunista Español ya
fundado en 1920, se unirían en 1921 para conformar el Partido
Comunista de España (PCE). Su primer secretario general fue el
histórico sindicalista de UGT Antonio García Quejido. La orientación
política del PCE en aquellos años se afirmaba marxista-leninista.
Con el nacimiento del PCE se cerraría este Trienio Bolchevique,
pero no el sexto período revolucionario español que relatamos. La
presión de anarquistas, socialistas, republicanos, nacionalistas
vascos y catalanes, liberales, a la que hay que añadir a los recién
nacidos comunistas españoles, contra el régimen de la Restauración
obligó a este a tratar de recomponerse, pero el 22 de julio de 1921
se produce el llamado Desastre de Annual, la batalla en que el

58
ejército español fue derrotado por Abd el-Krim finalizando así la
Guerra de Marruecos, muy impopular entre las masas obreras
españolas. Tras la derrota, una facción del ejército y de la burguesía
nacional culpó al propio régimen de la Restauración del fracaso, a
través del polémico Expediente Picasso (redactado por el general de
división Juan Picasso, tío del pintor Pablo Picasso),
responsabilizando de la derrota también al rey Alfonso XIII. El 13 de
septiembre de 1923 el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de
Rivera, da un golpe de Estado, creando un Directorio Militar,
suspendiendo la Constitución de 1876, creando milicias urbanas
llamadas somatenes, que fueron recuperadas por el franquismo, e
ilegalizando partidos políticos, entre ellos el PCE. Primo de Rivera
instauró un régimen que, conservando la figura del monarca, se
caracterizó por su corporativismo (armonismo entre clases) y por la
creación del partido Unión Patriótica. La dictadura de Primo de
Rivera se inspiró en el fascismo de Benito Mussolini, triunfante en
Italia desde 1921. Con su golpe de Estado finaliza el sexto período
revolucionario español.
Este sexto período es clave, en tanto que se desarrolló durante la
crisis que acabó con el régimen de la Restauración iniciado en 1876.
Una Restauración cuya importancia en la historia reciente de
España es fundamental, porque durante toda su existencia, de 1876
a 1931 (o 1923, si no contamos con las dictaduras de Primo de
Rivera y Berenguer como parte de la Restauración) nacen
prácticamente todas las familias ideológicas que hoy día existen, en
mayor o menor grado, activas en España.

h) El séptimo período revolucionario: la Segunda


República y la Guerra Civil (1931-1939)
El séptimo período revolucionario, el más estudiado por la
historiografía contemporánea, es el que abarca del año 1931 al año
1939, desde la proclamación de la Segunda República Española el
14 de abril de 1931 al final de la Guerra Civil Española iniciada el 17
de julio de 1936 y finalizada el 1 de abril de 1939. Para no tratar de
repetir lo que se ha dicho de esta revolución republicana en otros

59
lugares, enumeraremos y describiremos brevemente los hechos
netamente revolucionarios de este período.
El primer hecho netamente revolucionario fue la proclamación
misma de la República. Tras la dimisión de Miguel Primo de Rivera
en 1930, Alfonso XIII trata de recuperar la legalidad de la
Constitución de 1876, poniendo en su lugar al general Dámaso
Berenguer, durante el período llamado “dictablanda”. Fracasando
esta estrategia Berenguer es depuesto, ocupando brevemente su
lugar el almirante Juan Bautista Aznar. Se conformó un gobierno de
“concentración nacional” en el que se encuentran personalidades de
los antiguos partidos dinásticos turnistas liberal-progresista y liberal-
conservador, que convocan elecciones municipales para el 12 de
abril. En 41 de las 52 capitales de las provincias existentes entonces
en España, ganan los candidatos republicanos, siguiendo la
estrategia acordada en el Pacto de San Sebastián del año anterior,
a instancias de la Alianza Republicana, a las que se sumaron en
octubre de 1930 el PSOE y la UGT. Esta victoria republicana
provocó una crisis de régimen tal que, dos días después, Alfonso
XIII partía al exilio y se proclamaba la República. Las capitales de
provincia estaban menos sujetas a los pucherazos caciquiles típicos
de la Restauración, y de ahí la fuerza política del movimiento
republicano español entonces. El dictador Berenguer es
encarcelado, se conformó un gobierno provisional presidido por
Niceto Alcalá-Zamora. Y el 9 de diciembre de 1931 se proclama la
nueva Constitución republicana, otro hito histórico en la construcción
de la nación política española, de igual importancia a las
Constituciones de 1812, 1837, 1845 y 1869. Aparece por primera
vez el sufragio universal también para las mujeres y el modelo de
Estado adopta la fórmula de “Estado integral” que acepta la
autonomía de municipios y regiones; en esencia, la Segunda
República Española fue una república unitaria, centralista y
unicameral que aceptaba la posibilidad de socializar o nacionalizar
la propiedad privada de los medios de producción, la laicidad del
Estado (siendo posible constitucionalmente la nacionalización de los
bienes y propiedades de la Iglesia Católica) y la elección del Jefe del
Estado y de Gobierno mediante una combinación entre un modelo
parlamentario y semipresidencialista (volveremos sobre esta

60
cuestión en el capítulo X). La proclamación de la Segunda
República contó con el apoyo mayoritario de las clases trabajadoras,
si bien tanto anarquistas como comunistas, y una parte de la
socialdemocracia, entendió que se trataba de una república
revolucionaria respecto al régimen anterior, pero todavía de
marcado carácter burgués (la CNT se rebeló contra la República en
el Alto Llobregat, Cataluña, al año siguiente). Ya en 1932, un intento
de golpe de Estado del general Sanjurjo es sofocado por unidades
de la Guardia Civil apoyadas por el Gobierno y los sindicatos de
clase, que amenazaron con una huelga general. Sanjurjo fue
encarcelado, y las propiedades de la aristocracia, que financió el
golpe, fueron expropiadas sin indemnización.
El segundo hecho revolucionario fue la Revolución de octubre de
1934. Precedida por la sublevación anarquista de 1933 que, en
enero, tuvo como punto de inflexión la matanza de jornaleros
anarquistas levantados en Casas Viejas (gobernando la coalición
socialdemócrata-republicana), la Revolución de 1934 se produce
cuando había accedido al gobierno una coalición radical-cedista de
derechas, y ejemplifica el grado de radicalidad que había alcanzado
la lucha de clases en España durante la República. Ante el peligro
de que la Confederación Española de Derechas Autónomas
(CEDA), que apoyaba en el Gobierno a Alejandro Lerroux, realizara
un cambio político radical en la República que instaurara una
dictadura conservadora corporativista como la de Miguel Primo de
Rivera, dirigentes de peso del PSOE como Largo Caballero e
Indalecio Prieto, con apoyo de la UGT, la CNT, la Federación
Anarquista Ibérica (FAI, creada en 1927) y el PCE proclamaron la
necesidad de avanzar hacia la instauración del socialismo en
España abandonando el modelo republicano burgués. La matanza
en los barrios obreros de Viena por parte del ejército austríaco
siguiendo órdenes del canciller Engelbert Dolfuss en febrero de
1934, que permitió a este dictador instaurar una dictadura fascista
en mayo del mismo año, puso sobre aviso al proletariado español
organizado ante la tentativa de la CEDA de repetir la jugada de
Dolfuss en España. El líder de la CEDA, José María Gil-Robles,
apelaba al accidentalismo de las formas de Estado y al concepto
“totalitario” del mismo en referencia al fascismo italiano y al

61
nacionalsocialismo alemán, pues ya gobernaba Hitler en Alemania
desde 1933. Y la aristocracia monárquica, el clero y la burguesía
que apoyaron a Sanjurjo empezaron ya a manifestar su apoyo,
también económico y logístico, a la CEDA, a las Juventudes de
Acción Popular (JAP) de la CEDA y a la recién nacida Falange
Española de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FE-
JONS), surgida de la fusión de las JONS de Ramiro Ledesma y
Onésimo Redondo (creadas en 1931) y el Movimiento Español
Sindicalista (MES) de José Antonio Primo de Rivera, hijo del
dictador Miguel Primo de Rivera, y primer líder de la versión
española del fascismo que fue FE-JONS.
Ante este panorama, la insurrección obrera de 1934 no pudo
esperar, pues la República, burguesa, no podía contener la
amenaza fascista y solo quedaba caminar hacia la vía revolucionaria
obrera y socialista. Esta vía se plasmó, como en 1917, en forma de
huelga general revolucionaria. En todo el país fue sofocada por el
ejército y la Guardia Civil, con apenas algunos conatos de
instauración de toscas formas de economía socialista local en
Cantabria, las dos Castillas, Aragón y Andalucía. En el País Vasco,
el enfrentamiento más directo de las fuerzas obreras fue contra los
carlistas, aunque la represión estatal acabó triunfando, en buena
medida gracias a la negativa del PNV y de su sindicato de apoyar la
insurrección. En Cataluña, Lluís Companys, gobernante en la región
por la socialdemócrata y nacionalista catalana Esquerra
Republicana de Catalunya (ERC), proclamó “el Estado catalán de la
República Federal Española” e invitó a los insurrectos a establecer
el gobierno provisional de la República en Barcelona; su intento de
aprovechar la situación para convertir la República en un Estado
federal fracasó, fue metido en prisión y la Generalidad de Cataluña
fue suspendida.
Es en Asturias donde la huelga general revolucionaria alcanza sus
mayores cotas de éxito, pues allí el PSOE y la UGT sí tienen el
apoyo de la sección regional de la CNT, además del PCE, el Bloque
Obrero y Campesino (BOC), el PCE y una organización llamada
Izquierda Comunista. Juntos fraguan la Unión de Hermanos
Proletarios (UHP), y en Mieres se forma una Milicia Obrera,
rememorando las Milicias Nacionales de la Guerra de la

62
Independencia, de hasta 30.000 efectivos que incluso planearon una
marcha sobre Madrid para tomar el poder del Estado. El éxito de los
obreros españoles en Asturias repercutió en la cuenca minera de
Palencia, donde se tomaron algunos pueblos. Y se llegó a
establecer, al igual que en Andalucía, conatos de tosco comunismo
anarquista. Sin embargo, el gobierno aprovechó el relativo
aislamiento de la revolución en Asturias y, dejando el presidente
Alejandro Lerroux la gestión del aniquilamiento de la revolución a los
generales Francisco Franco y Manuel Goded, se consiguió yugular
el levantamiento con un coste de entre 1.000 y 4.000 muertos según
las fuentes. Al final, la revolución obrera de octubre de 1934 acabó
siendo sofocada y aplastada, aunque sus efectos perduraron hasta
el tercer hecho revolucionario que quedaba por llegar. En todo caso,
la Revolución de Octubre de 1934, sobre todo por su desarrollo en
Asturias, alcanzó entre los obreros de todos los países de la época,
connotaciones de hito a la altura de la Comuna de París de 1871. Y,
de hecho, los errores cometidos en aquella Comuna fueron
repetidos, con sus particularidades propias, en todo el desarrollo de
la Revolución de 1934 en España. Pero esta Alianza Obrera que sí
prosperó en Asturias, a pesar de ser abortada, sí consiguió algo:
minó las posibilidades políticas a futuro de Gil-Robles y de la CEDA
de constituirse en el núcleo político de la formación de un gobierno
fascista.
El tercer y último hecho revolucionario podríamos decir que
comienza con la victoria electoral del Frente Popular en febrero de
1936. Se trató, en un comienzo, de una coalición entre diversos
partidos republicanos liberales liderados por Manuel Azaña, quien
fue su primer presidente, y el PSOE, a la que se sumarían más
tarde la CNT y el PNV. En Cataluña no se presentó como tal, sino
que lo hizo el Front d’Esquerres, nucleado alrededor de ERC. El
PCE también se integró, siguiendo la línea aprobada por la
Komintern en 1935 de crear “frentes antifascistas” en todas las
naciones europeas. También se unieron el Partido Sindicalista del
histórico anarquista Ángel Pestaña y el Partido Obrero de
Unificación Marxista (POUM) que se autodefinía “marxista
revolucionario” –como el actual PCE–, y de orientación
antiestalinista. Los hechos que llevaron desde las elecciones de

63
febrero al levantamiento militar derechista en julio de 1936 son de
sobra conocidos, así como lo ocurrido después durante la Guerra
Civil. Pero cabe señalar varios hechos importantes de entonces. El
primero es la creación de la Juventud Socialista Unificada (JSU),
resultante de la fusión de la Unión de Juventudes Comunistas de
España (UJCE) del PCE y las Juventudes Socialistas (JJSS) del
PSOE, con la intención de responder a los ataques y al crecimiento
del fascismo de FE-JONS. Su primer secretario general fue
Santiago Carrillo, que después sería secretario general del PCE. El
segundo es que, una vez iniciada la Guerra Civil, el presidente
Santiago Casares Quiroga se negó a armar a los trabajadores
contra los militares golpistas y el fascismo. El tercero es la creación
en Cataluña del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC),
que a la postre se federaría con el PCE. El cuarto es la llamada
revolución española de 1936, producida tras el alzamiento militar, y
de marcado carácter anarco-sindicalista mezclado con componentes
del llamado “marxismo revolucionario” del POUM y del ala
izquierdista del PSOE. Reproduciendo el cantonalismo de la Primera
República y el horizontalismo anarquista también de entonces,
repitió los mismos errores políticos de 1873-1875, solo que
aplicados a la zona resistente al fascismo en la Guerra Civil, sobre
todo en Cataluña, Aragón, Extremadura y Andalucía oriental. Este
proceso revolucionario anarco-sindicalista quedó abortado hacia
mayo de 1937, cuando en Cataluña los anarco-sindicalistas y los
“marxistas revolucionarios” del POUM (ya entonces de orientación
trotskista) se enfrentan a la legalidad republicana formal y a la
Generalidad de Cataluña, mediante enfrentamientos bélicos que
desgastaron al frente catalán y propiciaron, tras la batalla del Ebro,
que Franco entrara triunfante en Cataluña.
El cuarto, de una importancia también trascendental desde el
análisis marco usado en este libro, es que al igual que FE-JONS se
convirtió estallada la Guerra en la principal fuerza política del bando
sublevado partiendo de una marginalidad política muy acusada
antes de 1936, el PCE se convirtió en la fuerza política mejor
organizada del bando antifascista, creciendo entonces en militancia
gracias a su estrategia centralizada, leninista, de vencer en la
Guerra Nacional Revolucionaria, término que utilizaron para

64
denominar a la Guerra Civil, similar al de Gran Guerra Patriótica que
los soviéticos utilizaron para denominar a la Segunda Guerra
Mundial. Todos los grandes líderes del Partido de entonces, Dolores
Ibárruri “La Pasionaria”, José Díaz, Vicente Uribe, Antonio Mije y
Pedro Checa, abanderaron un patriotismo español revolucionario y
comunista, con llamamientos a la nación, a la unidad de la Patria y a
la victoria en la Guerra, asociando la Guerra Civil a una invasión
como la francesa de 1808, debido a que tropas fascistas italianas y
alemanas estaban en suelo español. El PCE llegó a tener, durante la
Guerra Civil, y sumándole los militantes de la JSU y las milicias del
Ejército Popular de la República, 1.550.000 militantes, llegando a
ser la mayor fuerza política de izquierdas durante la contienda. Su
discurso patriótico y unitario, y su priorización de la victoria bélica
sobre la que asentar la revolución, fueron, sin duda, un acierto
táctico sin discusión. De ahí que el PCE se convirtiera en la gran
bestia negra del bando victorioso en la Guerra Civil, tras la
capitulación del 5 de marzo de 1939, con el golpe del coronel
Segismundo Casado, jefe del Consejo Nacional de Defensa, que
depuso al presidente Juan Negrín y se rindió al franquismo. La
Guerra Civil Española cierra este séptimo período revolucionario en
España, el último de todos, y el primero y único en que hubo una
fuerza política de masas, el PCE, que tenía una posición más
acertada, coherente con la doctrina comunista, respecto a la
cuestión nacional que antes de la Guerra Civil y que después, pues
defendía esto: unidad, patriotismo, victoria, república y socialismo.
Sobre lo que ocurrió después en la Historia de España hablaremos
en el capítulo XI.
Que el PCE, durante la Guerra Civil Española, iba por buen
camino en lo que a la cuestión nacional se refiere lo plasmó por
escrito el dirigente comunista Vicente Uribe, consciente del salto
cuantitativo y cualitativo que el PCE experimentó durante la Guerra.
Un salto político que les permitió ver que una victoria en la Guerra
contra el fascismo pudo haber permitido a los trabajadores
españoles conquistar el poder político y elevarse a la condición de
clase nacional. Esto es, abolir la abolición de la Patria a la clase
obrera realizada por la burguesía, tanto la monárquica como la
republicana. Entresacamos las citas más representativas de esta

65
acertada línea de su texto El problema de las nacionalidades en
España a la luz de la guerra popular por la independencia de la
República Española:
Con el derrumbamiento de la monarquía en España, fue derrumbada también la
dominación de los terratenientes. [...] La República no se atrevió a quebrantar en
forma sensible la fuerza económica, la base material de la reacción y del fascismo
del país. Tampoco fueron importantes las transformaciones realizadas por la
República en el aparato estatal; el Ejército, la Policía, la Guardia civil, la Burocracia
parasitaria, conservaron casi completamente, hasta julio del 36, su antigua
composición, su vieja estructura, sus antiguas funciones; el espíritu de odio contra el
pueblo y los métodos bárbaros de caciquismo. Está claro que todo esto
obstaculizaba el desarrollo y consolidación de la República, favorecía la cohesión de
las fuerzas reaccionarias y el crecimiento de su agresividad contra el régimen
democrático de todo el país en general, y contra los derechos y libertades
democráticas de los catalanes, vascos y gallegos en particular. [..] Semejante
situación no podía por menos de provocar un aumento de temor, de descontento de
las masas populares contra el aparato estatal de la República, cuyas palancas
fundamentales, con mayor o menor rapidez, en grandes o pequeñas proporciones,
pasaban a manos de la reacción. Tal estado de cosas no podía dejar de provocar
también el descontento y la enemistad legítima de los catalanes, gallegos y vascos
contra estos aspectos de la política de la República en aquel período. [...] Sin
embargo, después del 18 de julio de 1936 se creó una situación completamente
distinta. Los días de julio del 36 fueron la continuación histórica de abril del 31. [...] en
el territorio de la República han desaparecido las clases, los elementos y las fuerzas
que eran portadoras y conductoras de la política de opresión nacional. En el territorio
de la República desaparecieron los terratenientes, los caciques, los usureros, los
magnates financieros, el alto y rico clero, la oficialidad de casta, la Guardia civil. [...]
el aparato estatal sufrió una transformación y renovación muy seria. En lugar del
antiguo ejército, instrumento en manos de los opresores de todos los pueblos de
España, ha sido creado un potente Ejército regular popular de la República, cuyos
mandos los componen los hijos del pueblo, obreros, campesinos, pequeños
burgueses, intelectuales, trabajadores, como también oficiales profesionales leales al
pueblo y a la República. En este Ejército, al lado de los mandos militares, los
Comisarios, reclutados entre los más fieles luchadores del pueblo, por la libertad y la
democracia, efectúan un trabajo político y de educación. [...] la clase obrera no solo
se encuentra a la vanguardia de la lucha de todo el pueblo por la libertad, la
independencia y la democracia, sino que juega un papel decisivo en la determinación
y ejecución en la política general del Estado. La clase obrera está interesada
vitalmente en la conservación y perfección del régimen democrático; en que se
realice la colaboración creadora y solidaridad fraternal de todos los pueblos
españoles. [...] el Gobierno de la República es un Gobierno de Unión Nacional, que
expresa y ejecuta la voluntad del pueblo, que realiza una política correspondiente a
los intereses generales, a la libertad y a los derechos democráticos de todo el pueblo,
política que satisface las demandas nacionales democráticas de los catalanes,
vascos y gallegos. La política del Gobierno de Unión Nacional, presidido por el
camarada Negrín, está claramente manifestada en el punto 5º del programa
aprobado por el Consejo de Ministros. Dice así: “Respeto a las libertades regionales,
sin menoscabo de la unidad española. Protección y fomento al desarrollo de la
personalidad y particularidades de los distintos pueblos que integran España, como

66
lo imponen un derecho y un hecho históricos, lo que, lejos de significar una
disgregación de la Nación, constituye la mejor soldadura entre los elementos que la
integran.” [...] El odio rabioso del fascismo se ceba en los mejores hijos de Euzkadi,
Galicia y Cataluña que han tenido la desgracia de caer en sus manos. La liberación
nacional de catalanes, vascos y gallegos, así como la liberación nacional de todas las
regiones españolas sometidas al yugo terrorista de los bandoleros fascistas
alemanes e italianos es, precisamente, el deber sagrado e inmediato del Ejército
republicano. [...] después del triunfo definitivo de la República sobre los
conquistadores fascistas italoalemanes y sus agentes, los últimos restos del
feudalismo y de la reacción serán rápida y fácilmente superados. Se ampliará y
fortalecerá el régimen democrático. Una gran España, republicana, democrática;
todos los pueblos unidos; [...] conjugando fraternalmente todos los esfuerzos en una
dirección: ayudar al máximo desarrollo y florecimiento de cada nacionalidad; ayudar
en grado superlativo al ascenso general y al progreso de todo el país; fortalecer, por
encima de todo, la Patria española. (Uribe, 1938: 3-24).

i) La Historia de España como nación política a lo


largo de siete períodos o ciclos revolucionarios
En resumen, siguiendo el esquema iniciado por Marx, podemos
distinguir los siguientes siete periodos revolucionarios en la Historia
de la España contemporánea:
1) 1808-1814: Guerra de la Independencia Española.
Constitución de 1812 y creación de la Milicia Nacional. España
se transforma de Estado absolutista a nación política de
ciudadanos libres e iguales en derechos y en deberes “de
ambos hemisferios”.
2) 1820-1823: Trienio Liberal. Pronunciamiento de Riego,
revolución de 1822 de liberales veinteañistas y republicanos
contra la sublevación absolutista, ayudados por la Milicia
Nacional. Independencia de las repúblicas hispanoamericanas.
Restauración de la Constitución de 1812. Se crea el himno
republicano.
3) 1834-1843: Revolución liberal-progresista e instauración de
la Regencia de Isabel II. Constitución de 1837 y victoria liberal
en la Primera Guerra Carlista.
4) 1854-1863: Vicalvarada, Bienio Progresista y gobiernos de la
Unión Liberal. Restauración de la Constitución liberal de 1845,
modificada.
5) 1868-1874: Sexenio Democrático. Revolución Gloriosa,
monarquía parlamentaria y Primera República. El anarquismo

67
adquiere fuerza política. El marxismo llega en este período de
manera precaria.
6) 1917-1923: Huelga General Revolucionaria y Trienio
Bolchevique. Fin formal del turnismo de la Restauración.
7) 1931-1939: Segunda República Española y Guerra Civil.
Constitución de 1931. Revolución de octubre de 1934. Victoria
del Frente Popular. Fracaso de la revolución anarquista. El PCE
se convierte en la gran fuerza política del bando antifascista
gracias a la línea política adoptada entonces sobre la cuestión
nacional, a su disciplina interna y a la priorización de la victoria
en la Guerra para, desde ella, realizar la revolución.
Estos siete períodos revolucionarios son, además, hitos de la
construcción nacional de España. Sin embargo, Marx también habla
de la España anterior al siglo XIX en sus escritos, para señalar la
importancia del perfil que adquirió la lucha de clases en suelo
español, plasmada en períodos también prolongados y con un perfil
de clase común, mediante insurrecciones dirigidas contra el “vaivén
de favoritos de palacio” que se producía alrededor del poder político
tardomedieval y moderno.

j) La lucha de clases en la España anterior a


1808. La formación de España como nación
histórica
Entre los acontecimientos anteriores a 1800 que Marx señala en
este sentido se encuentran las rebeliones en el siglo XV de la
aristocracia contra el rey Juan II de Castilla y don Álvaro de Luna, o
contra el rey castellano Enrique IV y contra el Marqués de Villena.
En el siglo XVII, y en el contexto internacional de la Guerra de los
Treinta Años (1618-1648) señala Marx el levantamiento del 1 de
diciembre de 1640 en Portugal, que implicó la independencia del
Imperio Portugués respecto del Imperio Español y la entronización
de Juan IV de Braganza como rey, tras sesenta años de unión entre
ambos Imperios bajo la jefatura de Felipe II, Felipe III y Felipe IV,
comenzando la Guerra de Restauración Portuguesa, que finalizó en
1668 con el Tratado de Lisboa y el reconocimiento por parte de
España del fin de la Unión Ibérica y la soberanía del reino de

68
Portugal, el cual aprovechó, además, para expulsar a los
holandeses de Santo Tomé y Príncipe, Angola y del noreste del
Brasil. La nobleza portuguesa tuvo la ayuda de los Estados
Pontificios, Holanda, Francia y, sobre todo, Inglaterra, interesadas
en limitar el poder de España. Al mismo tiempo que ocurría esto, se
producía en el sur de España la conspiración del duque de Medina-
Sidonia, una conjura nobiliaria por la hegemonía sobre las tierras de
labranza dominadas por nobles fieles a la casa de los Habsburgo, y
la Guerra de los Segadores en Cataluña, donde una revuelta
campesina asesinó a Dalmau de Queralt, virrey de Cataluña,
acontecimiento que aprovechó Francia para tratar de anexionarse la
región entera, quedándose con la parte norte, el Rosellón, gracias a
la Paz de los Pirineos. Anteriormente, como episodio de lucha de
clases importante, Marx señala la Guerra de la Junta Santa (1520-
1522), durante el reinado de Carlos I, en la que la nobleza y el
campesinado del reino de Castilla se enfrenta a la recién importada
nobleza de Flandes que llegó con el nuevo rey “por vender los
cargos públicos al mejor postor y por traficar abiertamente con los
procesos judiciales”.
Es entonces cuando Marx analiza el nacimiento de España no
como nación política (proceso que trata en su análisis de la Guerra
de la Independencia), sino como nación histórica, como nación
canónica moderna que, bajo la forma de monarquía autoritaria, y
después absoluta, supera y absorbe las instituciones feudales en
una nueva formación histórica inédita. La nación histórica española
se formó durante toda la Edad Media, durante ocho siglos de lucha
contra el Islam que, al llegar el siglo XVI, ya se estaba
transformando en Monarquía Católica Universal, un Imperio
intercontinental dominado por la nueva nobleza moderna llegada de
Flandes, la cual reordena la relación de clases del territorio, y con
ello el proceso de acumulación originaria propio de todo el período
anterior, aboliendo la posibilidad de participación de esa
construcción al Tercer Estado Español (jornaleros, campesinos,
naciente proletariado y burguesía), que se había ido conformando
lentamente durante el proceso de la Reconquista. Marx lo relata así:
Una vez establecida por Fernando el Católico e Isabel I la base material de la
monarquía española mediante la unión de Aragón, Castilla y Granada, Carlos I
intentó transformar esa monarquía aún feudal en monarquía absoluta.

69
Simultáneamente, atacó los dos pilares de la libertad española [cursiva nuestra], las
Cortes y los ayuntamientos. Las primeras eran una modificación de los antiguos
concilia godos; los segundos, que se habían transmitido casi sin interrupción desde
los tiempos romanos, mostraban la mezcla del carácter hereditario y electivo propio
de las municipalidades romanas. […] En la formación de la monarquía española
concurrieron circunstancias especialmente favorables a la limitación del poder real.
Por un lado, durante la prolongada lucha con los árabes, pequeñas zonas de la
península eran reconquistadas en un momento dado y formaban reinos separados. A
lo largo de esa lucha, se generaron leyes y costumbres populares. Las sucesivas
conquistas, realizadas principalmente por los nobles, hicieron crecer de forma
excesiva el poder de éstos, mientras mermaban el del rey. Por otro lado, las ciudades
y villas del interior adquirieron mucha importancia, debido a la necesidad que tuvo la
gente de vivir en comunidad en plazas fuertes, como medida de seguridad frente a
las continuas irrupciones de los moros. Al mismo tiempo, la forma peninsular del país
y el constante intercambio con Provenza e Italia hicieron surgir magníficas ciudades
comerciales y marítimas en la costa. Ya en el siglo XIV las ciudades constituían la
parte más poderosa en las Cortes, que estaban compuestas por sus representantes
y los del clero y la nobleza. Vale la pena también subrayar que la lenta reconquista
del dominio moro, gracias a una lucha tenaz de casi ochocientos años, confirió a la
Península, una vez completamente emancipada, un carácter diferente del de la
Europea coetánea, con las costumbres de godos y vándalos en el norte y con las de
los árabes en el sur. (Marx, 1854: 106-107).
Carlos I fue obligado a jurar su cargo en las Cortes de Valladolid,
pues debía jurar personalmente obediencia a las antiguas leyes, no
admitiendo las Cortes la delegación flamenca que envió en un
principio. Al aceptar y jurarlas, estas le recordaron que el rey de
España “no es más que un servidor pagado de la nación”. Las
principales ciudades castellanas se rebelaron contra los planes
políticos del nuevo rey, y juntaron fuerzas en las Cortes de
Tordesillas el 20 de octubre de 1520. La guerra civil se hizo
inevitable, y esta se resolvió en la batalla de Villalar del 23 de abril
de 1521, con las que desaparecieron las libertades medievales
castellanas. Así, la nueva Monarquía Autoritaria Española empezó a
conformarse como un Estado que, conservando aún elementos
feudales, caminó hacia el absolutismo en todas sus posesiones de
una manera singular y diferenciada de otras naciones europeas. En
1539 los nobles castellanos de las ciudades, que habían apoyado al
rey en el proceso bélico anterior, pidieron a la Corona exención de
impuestos. Carlos I se negó, y esa circunstancia la aprovechó para
minar su influencia política como clase dominante en sentido feudal.
A partir de entonces, la aristocracia, los Grandes de España, se
convirtieron, junto con buena parte de la Iglesia Católica, en brazos

70
del poder monárquico absolutista. La vieja sociedad medieval se
enterraba, según Marx, bajo una “tumba majestuosa”:
“Era la época en que Vasco Núñez de Balboa plantó la bandera de Castilla en las
costas de Darién [actual Panamá, lugar donde Núñez de Balboa divisó el Océano
Pacífico que durante dos siglos fue considerado “lago español”, y donde fundó la
primera ciudad permanente del Imperio en territorio americano], Cortés en Méjico y
Pizarro en Perú; en que la influencia española reinaba suprema en Europa; en que la
imaginación meridional de los ibéricos se hallaba fascinada con visiones de
Eldorados, aventuras caballerescas y monarquía universal. (Marx, 1854: 108)”.
Sin embargo, Marx señala que las libertades medievales de los
municipios castellanos y aragoneses lograron sobrevivir a Austrias y
Borbones. Esto se explica porque ambas dinastías no se apoyaron
en las ciudades y su poder para afianzar su dominio político, y la
nobleza y el clero urbanos, que eran las clases dominantes a nivel
municipal gracias a su nueva relación con la monarquía, sin
embargo no fueron utilizadas como instrumento de centralización del
poder absolutista, sino como tentáculos de extensión de dicho poder
político y administrativo por un territorio tan vasto que no podía ser
comparado con los procesos relativamente fáciles de centralización
administrativa que sí vivieron otros reinos europeos. El hecho de
que España fuese antes Imperio que nación política, el primer
Imperio global de hecho, con territorios en los cinco continentes
conocidos gracias a las exploraciones y a la conquista oceánicas,
impidió que las ciudades españolas fueran, de manera similar a
otras ciudades de Estados europeos en formación entonces, pilares
sobre los cuales la monarquía pudiera convertirse en laboratorio en
el que los diversos elementos de la sociedad se combinaran y
trataran de forma que permitieran a las ciudades cambiar su
independencia local y su soberanía medieval por el dominio general
de la pequeña y mediana burguesía y la común preponderancia de
los trabajadores libres (rurales, pero también urbanos), proceso que
sí ocurrió en Francia. Para Marx, en España la aristocracia mantenía
sus privilegios al tiempo que su impotencia para tener otro papel
más activo en las ciudades, las cuales “perdían su poder medieval
sin adquirir importancia moderna”. De ahí que la Monarquía Católica
Universal española fuese una mezcla curiosa de instituciones
absolutistas y medievales donde ninguna de las dos llegó a
prevalecer sobre la otra de manera clara. Así fue, al menos, durante

71
los siglos XVI, XVII y parte del siglo XVIII. Y esa configuración
permite a Marx clasificar a España entre las “formas asiáticas de
gobierno”, término que ya hemos explicado más arriba en qué
contexto lo utilizaba Marx, como forma de desarrollo alternativa a la
experimentada en Inglaterra, Alemania y Francia:
En la medida en que la vida comercial e industrial de las ciudades decayó, se
hicieron raros los intercambios internos, la mezcla de habitantes de diferentes
provincias, menos frecuentes, los medios de comunicación quedaron descuidados, y
las grandes vías, abandonadas. De esta forma, la vida local de España, la
independencia de sus provincias y de sus municipios, el diversificado estado de la
sociedad, basado originariamente en la configuración física del país e históricamente
desarrollado merced a la forma separada en que las diversas provincias se
emanciparon del dominio moro y formaron pequeñas comunidades independientes,
todo ello quedó finalmente reforzado y confirmado por la revolución económica que
secó las fuentes de la actividad nacional. Y como la monarquía absoluta encontró en
España materiales refractarios por naturaleza a la centralización, hizo cuanto pudo
para evitar el desarrollo de intereses comunes nacidos de una división nacional del
trabajo y de una multiplicidad de intercambios internos, desarrollo que constituye
precisamente la base sobre la que puede crearse un sistema uniforme de
administración y un patrón de leyes generales. Así, la monarquía absoluta española,
que solo tiene un parecido superficial con las monarquías absolutas de Europa en
general, debe ser más bien incluida en la clase de las formas asiáticas de gobierno.
España, igual que Turquía, continuó siendo una aglomeración, mal administrada, de
repúblicas regidas por un soberano nominal. El despotismo cambiaba su carácter en
las diferentes provincias según la interpretación arbitraria que virreyes y
gobernadores daban a las leyes generales. Pero aun siendo el gobierno despótico,
como lo era, no impidió que subsistiesen en las provincias leyes y costumbres
distintas, banderas militares de distintos colores y diferentes sistemas fiscales. (Marx,
1854: 109).
De esta manera, la monarquía española atacó el antagonismo
municipal y regional cuando se oponía a sus intereses directos, pero
lo permitía y potenciaba para descargarse de responsabilidades
administrativas y para impedir una unión sólida entre sus súbditos
contra él, advertido de las revueltas contra Carlos I en el siglo XVI.
Esta estrategia, que abole la patria española para los trabajadores,
al mismo tiempo sirve para asegurar el poder monárquico autoritario
de aquel momento, y fue reproducida también en todos los territorios
del Imperio en América, África y Asia. Como veremos en el capítulo
XI, esta estrategia de dominación fue recuperada en la etapa
capitalista del desarrollo de la nación española, hasta la actualidad.
Pues se trata de una estrategia efectiva para asegurar la abolición
de la Patria a las clases trabajadoras, mediante un mecanismo de

72
descentralización-centralización administrativa de según qué
competencias se traten.

k) La Guerra de la Independencia Española (1808-


1814). Primer período revolucionario y
nacimiento de la nación política
Sin embargo, esta forma de dominación también fue la base sobre
la que se impulsaron las clases populares durante todos los
períodos revolucionarios descritos antes, empezando por el primero,
la Guerra de la Independencia, sorprendiendo a Napoleón que, aun
sometiendo el poder de los Borbones españoles, jamás pudo
derrotar al pueblo organizado en guerrillas y milicias nacionales,
ocasionando su ruina como invasor:
[…] solo unos días después de su coup de main [golpe de mano de Napoleón
mediante el cual consiguió la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII, el
encarcelamiento de éste y la colocación de su hermano, José Bonaparte, como rey
de España], recibió la noticia de una insurrección en Madrid. Murat [general de
Napoleón en España], es cierto, sofocó la revuelta matando a unas 1.000 personas
[en los fusilamientos del 3 de mayo de 1808]. Pero, cuando se conoció esta matanza,
estalló una insurrección en Asturias y, poco después, se extendía a todo el reino. Es
de subrayar que este primer levantamiento espontáneo se originó en el pueblo,
mientras las clases “superiores” se sometían calladamente al yugo extranjero. (Marx,
1854: 110).
Y este proceso de formación de la nación política española, y por
extensión de las repúblicas independizadas de ella, siguió actuando
a nivel antropológico y sociológico en la dialéctica de clases y de
Estados de los siete períodos revolucionarios que hemos definido.
La configuración de la nación histórica española determinó
causalmente la configuración del proceso revolucionario que la
transformó en nación política, en el primer período revolucionario de
1808 a 1814, y Marx lo describe con maestría en su texto “España
revolucionaria III”, publicado en el número 4192 del New York Daily
Tribune, con fecha del 25 de septiembre de 1854. Marx clasifica los
“procesos heroicos” de la primera revolución española como una
“memorable exhibición de vitalidad en un pueblo supuestamente
moribundo”.
El desencadenante de la invasión francesa de la España ibérica
fue el Tratado de Tilsit, con fecha del 7 de julio de 1807. Un “pacto

73
de no agresión” entre el Imperio Napoleónico y el Imperio Ruso que
retrasó las hostilidades mutuas que llegarían en 1812. El tratado fue
firmado por Charles Maurice de Talleyrand, ministro de asuntos
exteriores de Napoleón entonces, y Alexander Kurakin, su homólogo
ruso. En dicho Tratado hubo un convenio secreto, citado por Marx
de la Gaceta de Madrid con fecha del 25 de agosto de 1812, que
contenía los siguientes puntos:
Art. I. Rusia tomará posesión de la Turquía europea y extenderá sus posesiones
en Asia hasta donde crea conveniente.
Art. II. La dinastía borbónica en España y la casa de Braganza en Portugal
dejarán de reinar. Príncipes de la familia Bonaparte sucederán a cada una de ambas
coronas. (Marx, 1854: 11).
Tratando de presionar a Prusia, por un lado, y al Imperio Británico
por el otro, Rusia y Francia acordaron que ésta última pudiese
invadir la Península Ibérica, pudiendo convertir los Imperios Español
y Portugués en protectorado colonial francés. La dialéctica de clases
y de Estados en este período histórico impulsaba a la burguesía
francesa a disputar la hegemonía británica en los mares, y por eso
necesitaba hacerse con el control de España y Portugal. Pues
aunque la flota española quedó mermada tras la batalla de Trafalgar
en 1805, podía ser reconstruida para que Francia se hiciese con los
territorios iberoamericanos. Así lo confirmó José Bonaparte,
hermano de Napoleón y temporal rey de España durante el tiempo
del impuesto Estatuto de Bayona, en sus memorias, publicadas en
la década de 1850 en París. De ahí que tropas francesas marcharan
para tomar Lisboa con el permiso de Carlos IV, mientras se
asentaban por toda España para invadirla. En los seis años que
duró la invasión, entre 800.000 y 1.000.000 de personas murieron
entre franceses y españoles, dando cuenta de la crudeza y
gravedad del choque de trenes que supuso la invasión del ejército
de tierra más poderoso de entonces a las clases populares
españolas.
Con buena parte del ejército español trasladado a la isla de
Funen, Dinamarca, con el pretexto de atacar a Suecia en el contexto
de las Guerras Napoleónicas (España era, hasta 1808, aliada de
Francia), y a pesar de producirse ya revueltas por todo el país,
incluido territorio americano (el famoso Grito de Dolores del cura
Miguel Hidalgo y Costilla en México exhortó a la muerte de los

74
gachupines –franceses– y a la defensa en tierras americanas de la
regencia de Fernando VII), muchas autoridades nobles, judiciales y
eclesiásticas exhortaron a la población a someterse a los invasores.
Pero al derribar Napoleón el poder de la monarquía absoluta y de la
nobleza, las energías políticas de las clases obreras y campesinas
españolas pudieron desplegarse. Mientras, el 7 de junio de 1808 las
clases dominantes españolas recibieron el Estatuto de Bayona, con
lealtad al rey impuesto por la potencia invasora, a las cuales Marx
retrata con la contundencia que siempre le caracterizó:
Algunas de las clases altas consideraban a Napoleón como regenerador
providencial de España; otras, como el único baluarte contra la revolución; ninguna
de ellas creía en las posibilidades de una resistencia nacional. (Marx, 1854: 112).
Así, recibieron con los brazos abiertos a Napoleón tanto los
afrancesados (la izquierda del régimen absolutista) como los
conservadores antiliberales (la derecha). Con esta maniobra, se
produjo una separación entre estas elites y las clases trabajadoras,
pues los afrancesados (nobleza ilustrada, burguesía, algunas capas
funcionariales y una minoría del clero) querían ser los nuevos
dueños de España, aboliendo la Patria para las clases de
trabajadores. “Por un lado, estaban los afrancesados; por otro, la
nación”, entendiendo Marx aquí por nación a los obreros y
campesinos. Una nación enfurecida que no dudó en sacrificar al
funcionariado pro-invasión en levantamientos populares en
Valladolid, Cartagena, Granada, Jaén, Sanlúcar, Carolina, Ciudad
Rodrigo, Cádiz y Valencia, entre otras localidades. La invasión
francesa permitió que las revueltas previas contra la administración
del valido Godoy que comenzaron en Madrid en 1807 se
universalizaran en todo el territorio nacional.
Las contradicciones de la revolución fueron señaladas
magistralmente por Marx, explicando básicamente que el “¡Abajo la
nación, vivan las cadenas!”, que parte del pueblo exhortó contra los
invasores, tenía una base de clase muy clara, debido a que
entendían que “las cadenas” suponían la protección en el campo y
en la ciudad por parte de cierta facción del clero y la nobleza contra
la liberalización de tierras y contra la expulsión de los agricultores y
campesinos al servicio de las propiedades de la Iglesia y la nobleza
terrateniente. Expulsión que, como consecuencia, transformaría a

75
esos campesinos en proletariado mísero que vendería su fuerza de
trabajo en los burgos ante una industria incipiente pero todavía no
muy extendida. Así, la “nación” ilustrada representaba la
pauperización de las clases populares, y las “cadenas” su protección
social, aún bajo el dominio noble y clerical. Y sin embargo, en
realidad, parte de los que defendían las “cadenas” eran, junto a los
liberales rebelados contra el absolutismo y la invasión francesa, la
nación real. Así lo relata Marx:
Globalmente, el movimiento parecía más bien dirigido contra la revolución, que en
favor de ella [cursivas de Marx]. Era nacional por proclamar la independencia de
España respecto de Francia, y era, a la vez, dinástico por oponer el “deseado”
Fernando VII a José Bonaparte; era reaccionario por oponer las instituciones,
costumbres y leyes antiguas a las innovaciones racionales de Napoleón; era
supersticioso y fanático por oponer la “santa religión” a lo que se llamaba el ateísmo
francés, o la destrucción de los privilegios especiales de la Iglesia Romana. […]
Todas las guerras de la independencia libradas contra Francia llevan en común el
sello de la regeneración, mezclado con la reacción, pero en ningún lado hasta el
grado alcanzado en España. El rey aparecía en la imaginación del pueblo a la luz de
un príncipe novelesco, sometido por fuerza al maltrato y al encierro por parte de un
bandido gigante. Las épocas más fascinantes y populares de su pasado se hallaban
envueltas en las santas y milagrosas tradiciones de la guerra de la cruz contra la
media luna, y una gran parte de las clases bajas estaba acostumbrada a llevar el
hábito de los mendicantes y a vivir del santo patrimonio de la Iglesia. […] los
numerosos manifiestos de las juntas provinciales […] claman en favor del rey, de la
santa religión y del país, y alguna incluso dice al pueblo que “sus esperanzas de un
mundo mejor pendían de un hilo y corrían peligro inminente”. (Marx, 1854: 113).
Sin embargo, Marx advirtió que esta mayoría de obreros y
campesinos (también de clero pobre de pueblos y ciudades
pequeñas y medianas, el más activo catalizador de la resistencia en
aquellos lugares) que seguía estas ideas contradictorias entre
reacción y revolución, y que formaban “la gran mayoría del partido
nacional”, incluía una minoría dirigente que actuó como vanguardia
política “activa e influyente que consideraba el levantamiento
popular contra los franceses como la señal de la regeneración
política y social de España”. Esta minoría era heredera de las clases
sociales (burguesía, nobleza urbana, clero instruido, trabajadores
urbanos manufactureros) que empezó a conformarse con el reinado
de Carlos I en el siglo XVI en las grandes ciudades administrativas y
portuarias como Madrid, Sevilla, Barcelona, Valencia y, sobre todo,
Cádiz. Durante generaciones se formaron estas clases sociales y
culturales de manera similar a como lo hicieron sus homólogas en

76
otras ciudades europeas, estando en constante contacto con ellas a
través del comercio, pero también siguiendo pautas de desarrollo
propias marcadas por la influencia cultural católica y por la
interacción con territorio americano. A su vez, estos sujetos
formaban parte de, o tenían permanente contacto con, grupos
profesionales liberales (escritores, maestros, juristas, clérigos
dedicados a la filosofía de una larga tradición escolástica en
España, herederos muchos de la Escuela de Salamanca, también
estudiantes universitarios que, siendo muchos en un principio
afrancesados, acabaron abrazando la revolución nacional liberal tras
la invasión), de raíz medieval. Eran los profesionales herederos de
las llamadas artes liberales, y de ahí surge el término político de
liberales y liberalismo, que no hay que confundir con el actual
significado mayoritario del término, asociado a ideas políticas y
económicas neoliberales. El liberalismo español que se fragua en la
Guerra de la Independencia Española es la vanguardia política que
dirige a los profesionales herederos de las también medievales artes
serviles (trabajadores manuales, jornaleros, campesinos,
agricultores, ganaderos, clero llano, etc.), logrando que ambos
estratos sociales, aún con sus contradicciones ideológicas, formen
el llamado por Marx “partido nacional”. Una vanguardia que ya tenía
sus textos programáticos ideológicos editados y publicados:
El famoso informe de [Gaspar Melchor de] Jovellanos [jurista y político español]
sobre la mejora de la agricultura y la ley agraria, publicado en 1795 y elaborado por
orden del Consejo Real de Castilla, puede ser considerado como un verdadero
manifiesto de esta fracción. (Marx, 1854: 114).
La unión entre liberales y serviles, entre vanguardia revolucionaria
instruida y trabajadores y campesinos, funcionó mientras existió un
enemigo externo al que vencer. Fue con la redacción de una nueva
Constitución cuando empezarían los choques internos del partido
nacional. Los liberales admitieron concesiones a la “vieja fe
popular”, algo que después supuso, según Marx, que la vieja
sociedad española se parapetase tras esa fe popular frente a los
planes más radicales de la revolución.
Se estableció una junta de gobierno de corta duración, por lo que
el gobierno central napoleónico, con Fernando VII preso,
desapareció de facto en España. Los distintos pueblos y ciudades
conformaron sus propias juntas, sometidas a Juntas de capitales

77
provinciales, cada una conformando su milicia propia. La Junta de
Representantes de Oviedo declaró que toda la soberanía pasaba a
sus manos, declaró la guerra a Napoleón y envío delegados a firmar
un armisticio a Londres, pues el Imperio Británico empezó a
desplegar tropas en Portugal y en España en apoyo de los
revolucionarios. A la Junta de Oviedo siguió la de Sevilla, y a la de
Sevilla otras. Sevilla se convirtió en capital temporal del Imperio
Español, porque Madrid estaba tomada por los franceses. Pero la
inestabilidad interna de la Junta sevillana no permitió que esta
situación prosperase. Cada Junta provincial se elegía por sufragio
universal, siendo casi siempre elegidos como sus máximos
representantes personalidades del clero y la nobleza locales, los
más activos propagandistas del discurso católico antifrancés. Los
trabajadores animaban a estos dirigentes a resistir la invasión, pero
sin participar en la dirección de las Juntas. En muchas de ellas no
había auténticos líderes políticos, sino gestores de guerrillas cuyo
prestigio social venía de la etapa anterior a la invasión francesa. De
esta manera, muchas Juntas fueron más un freno al proceso
revolucionario español que un acicate del mismo. Sin embargo,
hubo éxitos evidentes, como la victoria de los españoles en la
Batalla de Bailén, el 20 de julio de 1808, expulsándolos del lugar.
Esta batalla, nada más comenzar la Guerra de la Independencia,
marcó un punto de inflexión del proceso revolucionario español,
pues a partir de ella muchos representantes de la alta nobleza
afrancesada, y muchos “neutrales” también, acabaron por adherirse
al partido nacional.
En la Tercera Parte de su serie “La España revolucionaria”, con
fecha del 20 de octubre de 1854, en el número 4214 del New York
Daily Tribune, Marx afirma que las Juntas Provinciales, donde
trabajadores serviles y revolucionarios liberales se daban la mano
creando milicias y multiplicando los recursos bélicos de defensa y de
ataque de la nación, se habían convertido en un poder capaz de
disputar a Napoleón su puño de hierro en la Península. La
resistencia española “no estaba en ninguna parte y estaba en todas
partes”. Es tras Bailén cuando las Juntas necesitan establecer un
gobierno central que las coordine a todas, pues entre ellas también
empezaban las peleas, como entre Sevilla y Granada. La Junta de

78
Bilbao fue sanguinariamente reprimida por los franceses, y ello
provocó “un grito nacional contra las rivalidades de las Juntas y el
cómodo laissez faire de los mandos”. Era necesario centralizar la
dirección de la resistencia para poder organizar las milicias en una
sola Milicia Nacional que repeliese el posible envío de más tropas
francesas a España, que firmase con los británicos acuerdos de
colaboración bélica, que “mantuviese el contacto con la América
española y recibiese de ella tributos” y que, incluso, centralizara al
clero en una única autoridad frente la otra parte del clero que se
puso del lado de Napoleón, clero afrancesado que tenía su centro
de operaciones en la ciudad de Burgos. Se dispuso crear una Junta
Central revolucionaria constituida por dos miembros representando
a cada Junta provincial, conservando estas la dirección sobre sus
territorios respectivos bajo la debida subordinación a aquella:
[…] la Junta Central, compuesta por 35 diputados de juntas provinciales [34
peninsulares y 1 de Canarias], se reunió en Aranjuez el 26 de septiembre de 1808,
justo un día antes de que los potentados de Rusia y Alemania se postraran en Erfurt
ante Napoleón. (Marx, 1854: 117).
La Junta Central fue expulsada de Aranjuez a Sevilla, y de Sevilla
a Cádiz. El ejército napoleónico consiguió destruir buena parte de
las unidades de la Milicia Nacional, siendo sustituida por una
estrategia novedosa en la Historia e inventada en España durante
este primer período revolucionario: la Guerra de Guerrillas. Sin
embargo, la Junta Central acabó fracasando debido al exiguo
número de sus miembros y a la composición de esta, con nobles y
curas de nula formación revolucionaria que buscaba más
respetabilidad que eficacia. Sus miembros más renombrados eran
Jovellanos, que moriría en 1811, y José Moñino y Redondo, Conde
de Floridablanca, que moriría antes, en pleno 1808, y que era más
partidario de volver al despotismo ilustrado típico de los Borbones.
Jovellanos, por su parte, más que un líder revolucionario era un
teórico ilustrado inclinado a la reforma.
En 1810 la Junta Central se transformó en el Consejo de
Regencia de España e Indias. Este Consejo convocó para el 24 de
septiembre de este año, y a regañadientes, las Cortes Generales,
que serían conocidas tiempo después como Cortes de Cádiz. Fue la
presión de las bases de las Juntas provinciales, virreinales y de las
Capitanías Generales las que presionaron para su conformación.

79
Estas Cortes fueron las encargadas de redactar la primera
Constitución española, la de Cádiz de 1812. Los miembros del
Consejo eran representantes de las Juntas provinciales de la
España ibérica, Baleares, Canarias, y también de la España de
ultramar, donde también se organizaron Juntas contra el invasor
francés. Hubo representantes de las Juntas de las Capitanías
Generales de Filipinas, Cuba, Guatemala, Chile, Puerto Rico y
Santo Domingo, y de las Juntas de los Virreinatos de Nueva España
(actual México, Estados del suroeste de Estados Unidos más las
actuales naciones políticas centroamericanas), de Nueva Granada,
Perú y del Río de la Plata. Quizás en el análisis de esta
circunstancia Marx redactó una de sus sentencias más famosas,
debido a que las Cortes estaban reunidas en la Real Isla de León,
hoy San Fernando de Cádiz: “en la Isla de León, ideas sin acción;
en el resto de España, acción sin ideas”. La incapacidad de las
Cortes de coordinar la acción de las Guerrillas y de dar órdenes a
parte del Ejército dispersado tras la derrota en la Batalla de Ocaña
el 19 de noviembre de 1809, hizo que buena parte de sus miembros
se refugiaran en meras discusiones jurídicas sin efecto político
alguno. Los representantes de las Juntas provinciales acabaron
convirtiéndose en procuradores en Cortes, en constituyentes, y el
número de los peninsulares era muy superior al de los
constituyentes de tierras americanas o de Filipinas. Las regiones
peninsulares con más constituyentes fueron Cataluña, Valencia y
Galicia, con 15 cada una. El Virreinato con mayor representación fue
el de Nueva España, con 12. La locura política que esto suponía
estribaba en que la población de la Nueva España en 1812 era de 6
millones de habitantes, mientras que, por ejemplo, Cataluña, con 15
representantes, tenía una población entonces en torno a los 900.000
habitantes. Las Juntas hispanoamericanas y de Filipinas estaban
infrarrepresentadas. Y a pesar de su participación en las Cortes
constituyentes, algunas Juntas americanas no reconocieron
parcialmente las Cortes ni la Regencia, declarándose en rebeldía.
No obstante, tanto en la América española como en la peninsular,
las Juntas provinciales, virreinales, etc., consiguieron suplir las
carencias de gestión del Consejo. En todo caso, la “acción sin ideas”
de las Juntas locales no fue en sentido estricto, pues si bien el

80
Consejo estuvo aislado de las mismas un tiempo, estas tenían la
idea básica de utilizar todos los medios a su alcance para vencer y
expulsar al invasor. Cosa que ocurrió cuatro años después.
Las Guerrillas pudieron presionar a las Juntas y al Consejo
porque evolucionaron desde una embrionaria Milicia Nacional a
empezar a añadir a sus filas a soldados españoles dispersos tras
Ocaña y a españoles desertores del bando francés. También se
unieron bandoleros, contrabandistas y mercenarios. Todos ellos
tomaron la Guerra y la revolución como causa propia, y consiguieron
incluso recuperar, poco a poco, regiones enteras del país. Incluso
las Guerrillas dieron al pueblo héroes revolucionarios, como Xavier
Mina, célebre por capturar al virrey de Navarra nombrado por José I,
y por su participación como guerrillero revolucionario en la lucha de
los novohispanos contra los realistas, muerto en 1817, y hoy día
considerado uno de los héroes de la independencia mexicana. O
como Juan Martín, El Empecinado, que también fue héroe y mártir
del Trienio Liberal. En cierto momento, cada unidad guerrillera
alcanzaba cifras de entre 3.000 y 6.000 efectivos, lo que facilitó a los
franceses su localización y un combate con menos sorpresas y
emboscadas en su contra. Este tipo de composición de las
Guerrillas, y de la Milicia Nacional, tuvo su peso histórico, legado a
todos los demás períodos revolucionarios españoles:
Distanciamiento del gobierno supremo, relajamiento de la disciplina, desastres
continuos, formación, constante descomposición y recomposición de los cuadros a lo
largo de seis años, todo esto tiene forzosamente que haber dejado impreso en el
cuerpo del ejército español un carácter pretoriano, preparándolo indistintamente para
ser instrumento o azote de sus jefes. […] El elemento pretoriano estaba desde luego
más desarrollado entre los generales que entre sus tropas (Marx, 1854: 129-130).
Lo que sí es cierto es que las Guerrillas, la Milicia Nacional y el
Ejército, debido a la praxis revolucionaria efectiva:
[…] se habían emancipado de las cadenas del antiguo régimen, volviendo algunos
de ellos, como Riego, después de años de cautiverio en Francia. No debe, pues,
sorprendernos la influencia ejercida por el ejército español en las subsiguientes
conmociones, ni cuando tomó la iniciativa revolucionaria, ni cuando arruinó la
revolución con su pretorianismo (Marx, 1854: 130).
El 19 de marzo de 1812 se proclamó la primera Constitución de la
nación española, la “Pepa” o Constitución de Cádiz. Se hizo en un
contexto de tres años de deliberaciones. Marx glosó el gran logro
político que supuso esta Constitución en la parte VI de su serie

81
“España Revolucionaria”, en el número 4244 del New York Daily
Tribune, del 24 de noviembre de 1854. La Constitución de 1812 fue
la que más veces se quiso establecer políticamente por vía
revolucionaria: cuando se proclamó, en el Trienio Liberal, y durante
el tercer período revolucionario, el liberal-progresista, en 1836. Que
la Constitución de Cádiz supone un cambio revolucionario, al mismo
tiempo que es un capítulo de la construcción histórica de la nación
española, ya desde los inicios de la Reconquista contra el Islam, lo
plasma Marx en esta cita no exenta de expresiones positivas hacia
su significación:
Las circunstancias bajo las cuales se reunió este congreso no tienen paralelo en
la Historia. Mientras que jamás antes un cuerpo legislativo había reunido a sus
miembros de tan distintos lugares del globo o pretendido gobernar territorios tan
inmensos en Europa, América y Asia, tal diversidad de razas y tal complejidad de
intereses, casi la totalidad de España estaba ocupada por los franceses, y el mismo
congreso, que de hecho se hallaba cortado de España por ejércitos enemigos,
relegado a un pequeño rincón de tierra, tenía que legislar a la vista de un ejército que
lo cercaba y le ponía sitio. Desde el remoto rincón de la Isla Gaditana, las Cortes
emprendieron la tarea de establecer los fundamentos de una nueva España, como
habían hecho sus antepasados desde las montañas de Covadonga y Sobrarbe.
¿Cómo explicar el curioso fenómeno de que la constitución de 1812, motejada
después, por las cabezas coronadas de Europa, reunidas en Verona [Congreso de
Verona, 1822, en el que la Cuádruple Alianza –Austria, Prusia, Rusia y el Reino
Unido– decide restaurar manu militari el absolutismo en España, realizándose con la
invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis], como la invención más incendiaria del
jacobinismo, saliera de la cabeza de la vieja España monástica y absolutista,
justamente en la época en que parecía totalmente absorbida en una guerra santa
contra la Revolución? (Marx, 1854: 130-131).
La explicación de esto, y de las dificultades que vivió para ser
aplicada, la elabora Marx partiendo de su estructura y articulado.
Para aplicarla era necesario cambiar o eliminar instituciones del
Antiguo Régimen vía decreto, como la Inquisición, los señoríos, los
diezmos, los nombramientos para prebendas eclesiásticas, la
confiscación de los bienes de la Iglesia, la transformación de tierras
baldías, de realengo y comunes en propiedad privada, vendiendo la
mitad para amortizar deuda pública y la otra mitad como
recompensa a los guerrilleros y soldados del frente, así como
destinar una tercera parte a los campesinos pobres. Se revocaron
los contratos agrarios feudales, la prohibición de conversión de
pastos en tierras arables, se obligó la confirmación de los arriendos.
Se abolió el Voto de Santiago, que obligaba a los campesinos que

82
trabajaban alrededor del Camino de Santiago Apóstol a pagar un
diezmo más de cereal al Arzobispado de la Ciudad Santa (Franco lo
reinstauró en 1939). E introdujeron, por primera vez en la Historia de
España, la progresividad fiscal. Para las tierras hispanoamericanas,
suprimieron la mita (institución heredada de la época precolombina
por el Imperio, consistente en el pago desde la administración
pública a un encomendero por la movilización de población para el
trabajo durante meses para obras públicas, primero indios y
después esclavos negros), abolieron el monopolio del mercurio,
proclamaron una amnistía general de presos insurrectos y
sublevados contra la Corona, promulgaron decretos contra la
opresión de los criollos sobre los indígenas americanos y asiáticos,
suprimieron la esclavitud y reconocieron la plena igualdad política
entre españoles blancos, indios, negros y mestizos en ambos
hemisferios. ¿Cómo se cuadraba el espíritu revolucionario de
inspiración ilustrada con las tradiciones católicas propias de España
en la Constitución de ١٨١٢? Marx lo explica así:
Lo cierto es que la Constitución de 1812 es reproducción de los antiguos fueros,
pero leídos a la luz de la Revolución Francesa y adaptados a las necesidades de la
sociedad moderna. El derecho de insurrección, por ejemplo, es considerado una de
las innovaciones más audaces de la constitución jacobina de 1793, pero
encontramos este mismo derecho en los antiguos fueros de Sobrarbe, donde es
signado como “Privilegio de la Unión” [cursivas de Marx]. Se encuentra igualmente en
la antigua constitución de Castilla. Conforme a los fueros de Sobrarbe, el rey no
puede establecer la paz, ni declarar la guerra, ni firmar tratados, sin el consentimiento
previo de las Cortes. La Comisión Permanente, formada por siete miembros de las
Cortes, que deben vigilar la estricta observancia de la Constitución durante la
interrupción de sesiones del cuerpo legislativo, se hallaba establecida desde antiguo
en Aragón, y fue introducida en Castilla en la época en que las principales cortes de
la monarquía se unieron en un solo cuerpo. En el período de la invasión francesa
existía todavía una institución similar en el reino de Navarra. Por lo que se refiere a la
formación de un Consejo de Estado de una lista de 120 personas propuestas al rey
por las Cortes y pagadas por éstas, esta singular creación de la Constitución de 1812
estaba sugerida por el recuerdo de la fatal influencia ejercida por las camarillas en
todas las épocas de la monarquía española. El Consejo de Estado estaba pensado
para suplantar a la camarilla. Además, existieron en el pasado instituciones análogas.
[…] El excluir de las Cortes a los más altos funcionarios y a los miembros de la casa
real, así como el prohibir que los diputados acepten honores o empleos de parte del
rey, parece, a primera vista, tomado de la Constitución de 1791, y deriva,
naturalmente, de la moderna división de poderes sancionada por la Constitución de
1812. Pero, de hecho, no solo encontramos precedentes en la antigua constitución
de Castilla, sino que sabemos que el pueblo, en diversas ocasiones, se sublevó y
asesinó a los diputados que habían aceptado honores o empleos de parte de la
corona. (Marx, 1854: 136-137)

83
La limitación de los poderes del rey en la Constitución de Cádiz
tenía sus orígenes cercanos en la prudencia ante los excesos de
poder del valido de Carlos IV, Manuel Godoy. Pero también tenían
un origen histórico nacional en los antiguos fueros españoles. Las
Cortes de Cádiz trasladaron el control político de los estamentos
absolutistas a la nación de ambos hemisferios. Unas cortes que
fueron elegidas por sufragio universal, al igual que las Juntas
provinciales, virreinales y de las capitanías generales, sin
limitaciones de censo o propiedad por la presión de los milicianos
revolucionarios y las bases de las Juntas. La representación fue,
además, unicameral, copiando las Cortes castellanas en época de
Carlos I. Solo Navarra siguió convocando las Cortes por
estamentos. En el País Vasco, por el contrario, las asambleas de las
Juntas eran plenamente democráticas y no admitían ni siquiera
estamentos clericales. La nobleza y el clero conservaban algunos
privilegios, pero ya no formaban un cuerpo político independiente.
La anatomía de la sociedad del Antiguo Régimen español se había
atomizado, transformado, en ciudadanía. También por presión
popular, debido al componente social de bajo clero de muchas
milicias, se hicieron concesiones a la religión católica.
El aislamiento de los constituyentes respecto del resto del
territorio ibérico, y la lejanía de los territorios americanos, ayudó sin
embargo a que las circunstancias favorecieran a la hora de reunir en
Cádiz a “los hombres más progresistas de España”. Cádiz era
entonces la ciudad más revolucionaria de toda España
[…] pareciéndose más a una ciudad americana que española. Su población
llenaba las galerías de la sala de las Cortes y dominaba a los reaccionarios,
mediante un sistema de intimidación y presión externa, cuando sus oponentes se
volvían odiosos (Marx, 1854: 139).
La composición de las Cortes se dividió en tres partidos: liberales,
serviles y americanos, siendo estos últimos decisivos en las
votaciones pues, según sus intereses, votaban propuestas de los
primeros o de los segundos. El partido de los serviles, mayoritario,
que conectaba más con las masas trabajadoras de las Milicias y las
bases de las Juntas, estaba liderado por clérigos que no tenían
prejuicios a la hora de apoyar al ala más izquierdista de los liberales,
contraria a aplicar para España un modelo administrativo de
inspiración inglesa, a limitar el sufragio por cuestión de propiedad y

84
a mantener los privilegios monárquicos. En estos asuntos, los
serviles y los más exaltados liberales coincidían. Y así, en
ocasiones, arrinconaban a los liberales más moderados. Tras ser
proclamada la Constitución, y debido al aislamiento de Cádiz, hasta
que no fueron totalmente derrotadas las tropas napoleónicas en las
batallas de los Arapiles (22 de julio de 1812) y de Vitoria (21 de junio
de 1813), la Constitución no pudo darse a conocer ni aplicarse. La
razón de esto es sencilla:
[…] desligadas durante la mayor parte de su existencia de toda conexión con
España, ni siquiera pudieron dar a conocer su Constitución y sus decretos orgánicos
hasta que los ejércitos franceses se retiraron. Las Cortes llegaron, por así decirlo,
post factum. Encontraron una sociedad fatigada, exhausta, doliente, resultado
necesario de una guerra tan prolongada, desarrollada toda ella en suelo español, una
guerra en la que los ejércitos estaban en continuo movimiento, en la que el gobierno
de hoy raras veces era el de mañana, mientras que la efusión de sangre no cesó un
solo día durante casi seis años en toda la superficie de España, de Cádiz a
Pamplona, y de Granada a Salamanca. No se podía esperar que semejante sociedad
fuese muy sensible a las bellezas abstractas de una constitución política, fuese la
que fuese. Sin embargo, cuando la Constitución fue proclamada en Madrid por
primera vez y los franceses evacuaron las provincias, fue recibida con “gozo
exultante”, pues las masas esperaban, por lo general, que un mero cambio de
gobierno trajera consigo la desaparición de sus sufrimientos sociales. (Marx, 1854:
142-143).
Como los sufrimientos tras la guerra continuaban, las masas
trabajadoras, urbanas y rurales de España que habían sido acicate
definitivo de la transformación revolucionaria del Imperio español
absolutista en nación política de ambos hemisferios, fueron
abolidas, de facto, de la continuación de dicha construcción
nacional. En la península tomaron partido por la deriva absolutista
del propio Fernando VII. En América, por la independencia y la
constitución de repúblicas, comandados por Simón Bolívar, José de
San Martín, Bernardo O’Higgins y Vicente Guerrero. El partido
americano en las Cortes se ponía de parte de los serviles para
debilitar la composición del poder ejecutivo, cuyo enfrentamiento
con las cortes permitía el aumento de poder de las Juntas
americanas sobre las Cortes peninsulares, y esto permitió aumentar
las aspiraciones de las facciones independentistas de la nobleza y la
burguesía criollas en América, ayudadas también por el Imperio
Británico, que tiempo después consiguió mantener a las repúblicas
suramericanas como protectorados económicos especializados en
el monocultivo extractivo durante todo el siglo XIX, en un modelo de

85
dependencia económica que, en parte, ha durado hasta hoy.
Volviendo a la toma de partido por parte de las masas por el
absolutismo, hay fundamentos de clase que conllevaron a esta
predisposición:
La introducción por las Cortes de un único impuesto directo sobre la renta de la
tierra, así como sobre los productos industriales y comerciales, levantó gran
descontento entre la gente, y mucho más todavía los absurdos decretos que
prohibían la circulación de toda moneda española acuñada por José Bonaparte y que
ordenaba a sus poseedores cambiarla por moneda nacional, a la vez que se prohibía
la circulación de moneda francesa y se señalaba el tipo al que debía ser cambiada en
la casa de la moneda. Como este tipo difería enormemente del señalado por los
franceses en 1808 para el valor relativo de las monedas francesa y española,
algunos particulares tuvieron grandes pérdidas. Esta medida absurda contribuyó
también a elevar el precio de los artículos de primera necesidad, que se hallaban ya
muy por encima del promedio. (Marx, 1854: 144).
Esta circunstancia fue aprovechada por la reacción para derogar
la Constitución en ١٨١٤. El absolutismo volvió parcialmente, hasta
١٨١٩, en que hubo una sublevación del ejército contra dicho
absolutismo, continuada por el levantamiento de Riego el 1 de enero
de 1820, que triunfa, instaurándose el Trienio Liberal. El ejército, por
entonces, se había transformado radicalmente ya durante los seis
años del primer período revolucionario, gracias a la mezcla de
militares liberales, ilustrados, y soldados venidos de las guerrillas y
la Milicia. Y aunque había componentes serviles en el ejército, las
tropas eran mayoritariamente de extracción popular y
revolucionarias, con querencias hacia la reinstauración de la
Constitución de Cádiz e, incluso, a su radicalización. Así surge el
núcleo de vanguardia de los exaltados, o veinteañistas, enfrentados
a la cúpula militar mayoritariamente pretoriana del absolutismo.
En todo caso, el proceso político del primer período revolucionario
español triunfó en lo que a la construcción de la nación política se
refiere, aunque se produjera en un proceso trágico de lucha de
clases y de Estados (Francia, Reino Unido) que, sin embargo, sentó
las bases para el segundo período revolucionario veinteañista, y
para todos los que vinieron después. La explicación de lo
fundamental de estos procesos, tanto los estudiados por Marx como
los sugeridos por nosotros, además del estudio del primer período y
de su conexión con el pasado histórico de España, así como la
coyuntura epocal en que se dio, es fundamental para el propósito de

86
nuestro libro: explicar cómo surgió España como nación desde las
coordenadas del materialismo histórico, tomando como referencia
fundamental a Marx, y tratar de entender por qué esta explicación
no se ha tomado en cuenta, por motivos históricos de los cuales ya
hemos referido algunos en el primer capítulo y en este, a la hora de
conformar un marxismo netamente español.

l) La importancia del anarquismo en la historia de


España. Engels, “Los bakuninistas en acción” y
el freno histórico del anarquismo al marxismo
Por parte de Friedrich Engels, su análisis más importante sobre
España lo constituye el artículo “Los bakuninistas en acción”,
publicado en el periódico alemán Der Volkstaat en 1873, en tres
días distintos: 31 de octubre y 2 y 5 de noviembre. Se trata de un
texto dirigido a los obreros alemanes para advertirles sobre cómo no
hacer las cosas, en este caso como los anarquistas españoles.
Pues otro de los motivos por los que en España no ha habido un
marxismo netamente español es por el peso histórico y político que
el anarquismo tuvo entre los períodos revolucionarios quinto al
séptimo, es decir, durante más de setenta años. El éxito del
anarquismo español tiene explicaciones también antropológicas,
debido al modo en que se desarrolló la construcción nacional
española durante el primer período, con las guerrillas siendo el
baluarte de las bases de las Juntas provinciales, virreinales y de las
capitanías generales, de manera casi independiente y coordinada
solo después de proclamada la Constitución de 1812. También por
el peso cultural del catolicismo, pues la Iglesia Católica, que lideró
en buena medida la resistencia contra Napoleón durante las Cortes
de Cádiz y se alió a los liberales más radicales recordando su
oposición al absolutismo estatal, organizó la vida política en España
durante siglos, en muchas ocasiones, oponiéndose a dicho poder
estatal siguiendo la máxima de San Agustín en su célebre obra La
Ciudad de Dios. San Agustín de Hipona escribió esta obra durante
su vejez, en el primer tercio del siglo V d.C. En ella, distingue la
Ciudad de Dios, incorruptible y eterna, finalmente victoriosa,
identificada con la Iglesia Católica (posteriormente con el

87
cristianismo en general), y, por tanto, con los fieles, de la Ciudad
Terrenal, el Estado, la administración pública, la burocracia, ciudad
corruptible y efímera. Esta obra sentó las bases de la separación
Iglesia-Estado. Pero también sentó las bases del anarquismo
filosófico, que a través de procesos históricos medievales y
modernos, se fue identificando con el laicismo y, finalmente, con
cierto anticlericalismo asociado a los inicios de la Reforma
Protestante y a las tensiones, primero entre el poder político y la
Iglesia, y segundo en el seno de la propia Iglesia, entre la curia más
cercana al poder político y la base monacal, monjil y clerical del
campo. El peso cultural y político de la Iglesia Católica en España,
desde los tiempos de la Reconquista, explican el peso del
anarquismo como opción mayoritaria entre obreros y campesinos
durante setenta años (1868-1939), en tanto que los procesos por los
que una sociedad se seculariza implican la transformación de ideas
de origen religioso o clerical, como la de la Ciudad de Dios de San
Agustín, en ideas laicas e incluso antirreligiosas. Como ya dijimos
en la Introducción, esto pasó con la idea de Gracia transformada en
la idea mítica de cultura. Y también pasó con la idea católica de
Ciudad de Dios, transformada en las Edades Moderna y
Contemporánea en la idea de sociedad civil. La sociedad civil se
enfrentará al Estado, y con los movimientos obreros y sindicales la
idea de sociedad civil se identificará con ellos a través de los
primeros teóricos del anarquismo político (Proudhon) y,
posteriormente, del anarco-sindicalismo inspirado en Mijaíl Bakunin.
El peso del anarquismo en España se explica por esta razón
histórica, y dicho peso también explica, junto con otras razones
antedichas, la ausencia no solo de un marxismo español en nuestro
país, sino también de una idea clara de este, debido a su ausencia
histórica, respecto a la cuestión nacional española.
En 1894, Engels reedita “Los bakuninistas en acción” con una
“Advertencia previa” en la que hace una recopilación de hechos
cronológicos del quinto período revolucionario (1868-1874). Durante
la Primera República, en su primer año, 1873, se produce este
hecho de extraordinaria importancia que Engels describe así:
El 10 de abril se eligió una asamblea constituyente, la cual se reunió a principios
de junio y proclamó la república federal el 8 de junio. El 11 se formó un nuevo
ministerio presidido por Pi y Margall. Al mismo tiempo, se eligió una comisión que

88
redactara la nueva constitución, pero excluyendo de ella a los republicanos
extremistas, los llamados intransigentes. Pues bien, cuando se proclamó esta nueva
constitución, el 3 de julio, no iba bastante lejos, a juicio de los intransigentes, en el
troceamiento de España en “cantones independientes”; los intransigentes provocaron
enseguida levantamientos en las provincias; en Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga,
Cádiz, Alcoy, Murcia, Cartagena, Valencia, etc., salieron triunfantes desde el 5 hasta
el 11 de julio, y en cada una de estas ciudades erigieron un gobierno cantonal
independiente. El 18 de julio dimitió Pi i Margall, y fue sustituido por Salmerón, quien
ordenó inmediatamente atacar a los insurrectos. Estos sucumbieron a los pocos días,
tras escasa resistencia; el 26 de julio, con la caída de Cádiz, quedaba ya restablecido
en toda Andalucía el poder del gobierno, a la vez que Murcia y Valencia eran
sometidas casi simultáneamente; solo Valencia luchó con cierta energía. Solo
Cartagena resistió. Este puerto militar, el mayor de España, que había caído en
manos de los insurrectos juntamente con la flota, poseía en la parte orientada a la
tierra, además de la muralla, 13 fuertes destacados, y no era, por tanto, fácil de
tomar. Y como el gobierno se guardó mucho de destruir su propia base naval, el
“Cantón soberano de Cartagena” sobrevivió hasta el 11 de enero de 1874, fecha en
que, finalmente, capituló, debido a que en realidad para nada en absoluto servía ya.
(Engels, 1873: 245).
A esta descripción de sucesos consecutivos que Engels califica
como “vergonzosa insurrección”, añade que lo que interesa de todos
ellos son, sobre todo “las aún más vergonzosas gestas de los
anarquistas bakuninistas”, que expone “como ejemplo para prevenir
al mundo”.
Como dijimos en la Introducción, la Alianza de la Democracia
Social creada en Ginebra por Bakunin en 1868 era una sociedad
secreta paralela a la Primera Internacional, que servía para
organizar a los anarquistas frente a los marxistas y contra Marx. Los
estatutos de dicha Alianza llegaron a la Nueva Federación
Madrileña, embrión del PSOE, al tiempo que llegaban a los primeros
cenáculos anarquistas catalanes. También llegaron a las
instituciones krausistas más importantes, como la ILE ya
mencionada. En los ámbitos intelectuales más importantes del
krausismo español se movían socialdemócratas y anarquistas con
bastante asiduidad, y también algunos primerizos líderes obreros de
ambas tendencias. El caldo de cultivo socialdemócrata-anarquista-
krausista de aquellos tiempos fermentó con notable éxito, llegando
sus efectos hasta el presente. Y el fermento de ese caldo de cultivo
lo denunció Engels en su texto “Los bakuninistas en acción”:
El recién publicado informe de la comisión de La Haya sobre la Alianza Secreta de
Mijaíl Bakunin ha puesto de manifiesto ante el mundo obrero los manejos secretos,
las infamias y la fraseología huera mediante los cuales se pretendía poner el
movimiento proletario al servicio de la arrogante ambición y los fines egoístas de

89
algunos genios incomprendidos. Entretanto, esos presumidos nos han ofrecido en
España ocasión de conocer también su actividad revolucionaria práctica. Veamos
cómo hacen realidad sus ultrarrevolucionarias frases de anarquía y autocracia, de
supresión de toda autoridad, especialmente la estatal, de la inmediata y plena
emancipación de los trabajadores. (Engels, 1873: 246).
Para esta denuncia, Engels se apoyó en la prensa española e
internacional del momento y, sobre todo, en el Informe de la Nueva
Federación Madrileña de la Internacional que se presentó al
Congreso de la Internacional en La Haya en 1872. Señala cómo la
gran mayoría de los obreros españoles se adhirieron a las ideas de
la Alianza de la Democracia Social, ya preponderante en los ámbitos
krausistas. A juicio de Engels, para que en España se desarrollase
la emancipación de la clase obrera en términos comunistas antes,
además de un desarrollo industrial entonces retrasado respecto a
Inglaterra o Alemania, el país tenía que “recorrer diversos escalones
previos de desarrollo y quitar de en medio toda una serie de
obstáculos”. La Primera República fue una oportunidad para
remover esos obstáculos, pero la clase obrera estaba abolida de la
activa intervención política. En primer lugar, por la burguesía
española republicana, y en segundo lugar, por los anarquistas de la
Alianza de la Democracia Social que se negaban a participar en
revolución alguna que no tuviese como meta la inmediata
emancipación proletaria y campesina. Entendían que “emprender
cualquier acción política implicaba el reconocimiento del Estado, ese
principio del mal”, por lo que se negaron a participar en comicios
electorales. El Informe de la Nueva Federación Madrileña de la
Internacional acusaba, en el fondo, a los anarquistas de abolir las
posibilidades del proletariado español de elevarse a la condición de
clase nacional. Engels cita así el Informe:
[…] no han trabajado para dar el poder político a la clase proletaria, idea que ellos
miran con horror, sino para ayudar a que conquistase el gobierno una fracción de la
burguesía, una fracción compuesta de aventureros, postulantes y ambiciosos que se
denominan republicanos intransigentes (citado por Engels, 1873: 247).
En vísperas de las elecciones constituyentes de 1873, obreros
afines a la Internacional en Barcelona esperaban instrucciones
sobre qué hacer. En esta ciudad, y en Alcoy, se celebraron
asambleas por ello:
[…] y los separatistas [se refiere el Informe a los que se separan de la dirección
marxista de la Internacional] se opusieron con todas sus fuerzas a que se

90
determinara cuál había de ser la actitud política de la Internacional, resolviéndose
que la Internacional como Asociación no debe ejercer acción política alguna; pero
que los internacionales, como individuos podían obrar en el sentido que quisieran y
afiliarse en el partido que mejor les pareciese, siempre en uso de la famosa
autonomía. ¿Y qué resultó de la aplicación de una teoría tan bizarra? Que la mayoría
de los internacionales, inclusos los anárquicos, tomaron parte en las elecciones sin
programa, sin bandera, sin candidatos, contribuyendo a que viniese a las
Constituyentes una casi totalidad de republicanos burgueses, con excepción de dos o
tres obreros que nada representan, que no han levantado ni una sola vez su voz en
defensa de los intereses de nuestra clase y que votaron tranquilamente cuantos
proyectos les presentan los reaccionarios de la mayoría (citado por Engels, 1873:
247).
Mientras la abdicación de Amadeo de Saboya acercaba de nuevo
a los monárquicos alfonsinos al poder, y los carlistas estaban
batallando en su tercera guerra contra el Estado, a las elecciones
solo se presentaban los republicanos federales, divididos en
moderados e intransigentes, y las masas obreras. La rama española
de la Internacional estaba bien organizada a nivel táctico, pero no
estratégico, y se contaba con que se consiguiesen escaños para
balancear a los republicanos federales hacia sus intereses. Al
menos este era el plan marxista en España, hasta que los
representantes anarquistas de la Alianza de la Democracia Social
consiguieron que cada obrero votara siguiendo “su criterio propio”, o
incluso fomentando la abstención. Consecuencia: los obreros
anarquistas en su inmensa mayoría votaron a los intransigentes,
“con lo que se sintieron más o menos corresponsables de los actos
de sus elegidos y se vieron implicados en ellos”.
Encontramos, pues, en este punto del desarrollo del quinto
período revolucionario español, la alianza fáctica entre anarquistas,
obreros que conocían la obra de Marx de manera muy paupérrima, y
círculos políticos krausistas. Para asegurar su dominio sobre la
rama española de la Internacional, los anarquistas de la Alianza de
la Democracia Social promovieron la huelga general, instrumento
anarquista para la revolución social inmediata, la cual nunca ha
ocurrido. Engels señala que, entre todos los federalistas oficiales, el
único que quiso apoyar la nueva república en los trabajadores fue Pi
y Margall, por lo que su programa político contó con medidas
sociales para ellos. Pero los anarquistas, rechazando cualquier
medida, no solo revolucionaria, sino incluso reformista mientras
venga “del Estado”, apoyaron a los intransigentes, que ya se

91
alzaban en Andalucía. A ellos se unió la huelga general en
Barcelona, organizada por los bakuninistas españoles e italianos
que pululaban por la ciudad. Al tiempo que proclamaron la huelga,
atemperaban a los sectores obreros más radicales, y estos
acabaron desprestigiando a aquellos y, gracias a la división de la
Internacional allí, Barcelona no siguió el movimiento cantonalista de
anarquistas y federalistas intransigentes. Mientras estos
proclamaban la revolución, Engels describe la situación real del
movimiento en Barcelona en términos que, si uno ve la composición
de las manifestaciones izquierdistas actuales, le parecerá un
comentario de hace unos días, o de horas, por referencia a las
batucadas de las manifestaciones contemporáneas:
Pero se trataba de la revolución de los aliancistas, consistente en tocar el bombo,
debido a lo cual precisamente [la revolución] “permanece” sin moverse de la plaza.
(Engels, 1873: 251).
Alcoy se uniría a la huelga anarquista barcelonesa, consiguiendo
incluso que en la ciudad se estableciera la comisión federal
bakuninista que organizara todo el movimiento en España. En dicha
ciudad se produjo una batalla callejera entre los anarquistas contra
32 guardias, algunos burgueses armados y el alcalde. Cuando estos
se quedaron sin munición fueron masacrados. Los anarquistas
perdieron diez hombres. Organizaron en Alcoy un comité de salud
pública que prohibió salir a los hombres de la ciudad,
permitiéndoselo a las mujeres pero solo con salvoconducto. Y poco
más. Desde Alicante avanzaba el Ejército, y al enterarse, el comité
de salud pública dimitió, por lo que aquel no tuvo resistencia al
entrar en Alcoy. Esta jugada se repitió en todas las ciudades de la
costa mediterránea donde los anarquistas tomaron el control
brevemente.
Engels desprestigia a los federalistas intransigentes que se
sublevaron en el sur de España contra el gobierno de Pi y Margall,
criticando sus prisas por traer la República Federal a España, pues
lo hacían “con el fin de ocupar el poder y los numerosos cargos de
nueva creación en el gobierno en cada uno de los cantones”. La
acción combinada de federalistas intransigentes y anarquistas fue
nefasta para los trabajadores y para España, como Engels describe:
Las Cortes de Madrid tardaron demasiado en despedazar España; había, pues
que intervenir por sí mismo y proclamar en todas partes cantones soberanos. La

92
actitud mantenida hasta entonces por la Internacional (bakuninista), muy envuelta en
los manejos de los intransigentes desde las elecciones, permitía a estos esperar su
colaboración; […] los bakuninistas predicaban desde hacía años que toda acción
revolucionaria desde arriba hacia abajo era perniciosa; todo debía organizarse e
imponerse desde abajo hacia arriba […] los trabajadores bakuninistas cayeron en la
trampa y sacaron las castañas del fuego a los intransigentes, para ser después
pagados por estos aliados, como siempre, con puntapiés y balas de fusil (Engels,
1873: 254-255).
El federalismo permitía a los anarquistas tratar de llevar hasta sus
últimas consecuencias la “atomización anarquista”. O eso sostenían.
Fueron siempre minoría en los ayuntamientos dominados por los
federalistas intransigentes, e incluso en los enfrentamientos entre
Ejército e intransigentes, estos disparaban a los obreros
anarquistas. En el resto de ciudades, ni federalistas ni anarquistas
tuvieron una dirección clara. Sin Barcelona unida al levantamiento
cantonalista, cada ciudad-cantón actuaba por su cuenta, sin
cooperar entre sí, y promoviendo cada vez más su atomización y
separación. El aislamiento no se compensaba a través de milicias
nacionales ni Juntas, como en el primer período revolucionario antes
estudiado. Más bien la tendencia fue la opuesta. Pi y Margall fue
incapaz de negociar con los intransigentes, a los cuales pretendía
vencer mediante comunicados vía telégrafo. Dimitió ante su
incompetencia política, y fue sustituido por Nicolás Salmerón, que
duró mes y medio en el cargo (Pi y Margall apenas duró un mes), y
a su vez fue sustituido por Emilio Castelar, que al menos logró llegar
a 1874 en el poder. Mientras que sus antecesores trataban de
instrumentalizar al movimiento obrero para asegurar su poder en la
República, Castelar siguió la línea de su aplastamiento. Envío al
general Manuel Pavía y Rodríguez de Albuquerque a sofocar el
cantonalismo andaluz, y al general Arsenio Martínez Campos a
terminar con el que se desarrollaba en Murcia, Alicante y Cartagena.
Generales que, ese mismo año, protagonizaron el golpe de Estado y
el pronunciamiento militar de Sagunto que acabaron con la
República, instauraron la dictadura comisarial del general Francisco
Serrano y, de aquí, se pasó a la Restauración borbónica que duró
hasta 1931.
Andalucía cayó enseguida. Valencia era la única ciudad donde la
mayoría gobernante del cantón era obrera, y no federalista. La
disciplina y el orden allí eran mayores, y por eso duraron más en su

93
resistencia contra Martínez Campos. Cartagena fue la última en
caer. Allí, los anarquistas liberaron a los 1.800 presos de la cárcel de
la ciudad, creyendo que ayudarían a la resistencia cantonal. El caos
provocado por esta medida fue total. Las tropas de Martínez
Campos solo tuvieron que aprovechar tal desorganización.
El Informe de la Nueva Federación Madrileña de la Internacional
concluía que:
[…] la descabellada insurrección cantonal, abortada miserablemente y en la cual
tomaron una parte activa los internacionales de casi todas las provincias sublevadas,
ha venido, no solo a paralizar la acción del Consejo federal, diseminando la mayor
parte de sus miembros, sino que ha desorganizado casi por completo las
federaciones locales, echando sobre sus individuos –que es lo más triste– todo el
peso de la odiosidad, todas las persecuciones que trae siempre consigo una
insurrección fracasada y torpemente urdida. […] al estallar el movimiento cantonal, al
constituirse las juntas, o sean gobiernos de los cantones, aquellos mismos que tanto
vociferaban contra el poder político, que tan violentamente nos acusaban de
autoritarios, se apresuraron a ingresar en aquellos gobiernos; y en ciudades tan
importantes como Sevilla, Cádiz, Sanlúcar de Barrameda, Granada y Valencia,
formaban parte de las juntas cantonales, sin otra bandera que la de la autonomía de
la provincia o Cantón. (Citado por Engels, 1873: 259-260).
En vez de seguir las directrices centrales de la Internacional en su
sección española, anarquistas y federalistas abandonaron al
movimiento obrero a la iniciativa individual o de localidad aislada, sin
más dirección que la de la Alianza de la Democracia Social
bakuninista. Sin embargo, el dominio de esta Alianza sobre el
movimiento obrero y campesino español sobrevivió al desastre
cantonalista, pero el prestigio y la organización de la Internacional
en España sucumbió: “hoy día en España el nombre de
internacional es un nombre aborrecido hasta para la generalidad de
los obreros”, sentencia el Informe. Engels concluye:
[…] en lugar de abolir el Estado, intentaron más bien instaurar una serie de
pequeños estados nuevos [estados con minúscula en Engels]. Luego abandonaron el
principio de que los obreros no debían participar en ninguna revolución que no
tuviese como fin la inmediata y total emancipación del proletariado, y tomaron parte
en un movimiento de carácter reconocida y puramente burgués [el federalismo].
Finalmente, dieron un puntapié a su recién proclamado dogma de que la instauración
de un gobierno revolucionario no constituye más que una nueva estafa y una nueva
traición a la clase obrera, ya que se sentaron cómodamente en las juntas de gobierno
de las distintas ciudades, y, por cierto, como minoría impotente, dominada y
explotada políticamente por los burgueses. […] los propios bakuninistas y las masas
dirigidas por ellos entraron en el movimiento sin ningún programa y sin saber siquiera
lo que querían. ¿Cuál fue la consecuencia natural? Que los bakuninistas, o bien
impidieron cualquier movimiento, como ocurrió en Barcelona; o bien se vieron

94
empujados en sublevaciones aisladas, carentes de plan y estúpidas, como en Alcoy y
en Sanlúcar de Barrameda, o bien que la dirección de la sublevación cayó en manos
de los intransigentes burgueses, como ocurrió en la mayoría de las insurrecciones.
[…] De los llamados principios de la anarquía, de la libre federación de grupos
independientes, etc., no queda más que una dispersión sin medida ni sentido de los
medios revolucionarios de lucha, dispersión que permitió al Gobierno someter ciudad
tras ciudad, casi sin resistencia, con un puñado de tropas. […] El final de la historia
no consistió solo en que la bien organizada y numerosa Internacional española –la
falsa [la Alianza de la Democracia Social] y la verdadera– quedó envuelta en la caída
de los intransigentes y en que hoy se halla prácticamente disuelta, sino también en
que se le atribuye un sinnúmero de excesos imaginarios, sin los cuales no pueden
los filisteos de todos los países concebir una sublevación obrera; consistió
igualmente en que, debido a todo ello, se ha hecho imposible, quizá durante años, la
reorganización internacional del proletariado español. (Engels, 1873: 261-262).
Esta secuencia revolucionaria fracasada, liderada por los
anarquistas, se repitió, con matices, en los períodos sexto (1917-
1923) y séptimo (1931-1939). El anarquismo fue, por tanto, una de
las razones que impidieron la conformación de un marxismo
netamente español y, por extensión, iberoamericano. Y mostraron
un “insuperable ejemplo de cómo no debe hacerse una revolución”.
Tras 1939, el anarquismo español quedó completamente barrido del
mapa político efectivo, si bien organizaciones como la CNT-FAI
siguen existiendo hoy día, y sus ideas están disueltas, y mezcladas,
en la socialdemocracia, en el marxismo vulgar patrio, en el
populismo postmoderno y, también, en el secesionismo catalán,
vasco, gallego, andaluz, canario y castellano. Realmente, el final
político del anarquismo español se dio con el polémico caso de la
discoteca Scala durante la Transición, discoteca que sufrió un
incendio tras una manifestación de la CNT-FAI en Barcelona en
1978 en la que participaron 15.000 personas, y que provocó la
muerte de cuatro trabajadores en el interior de la discoteca (todos
afiliados a CNT-FAI, por cierto). Este suceso ha sido calificado como
“el Montejurra anarquista” (matanza entre carlistas en su lugar de
peregrinación en 1976, que acabó con ellos como movimiento
político, aunque también sus ideas han quedado disueltas entre la
población). Pero lo que está claro es que aquel suceso minó al
anarco-sindicalismo nacional hasta hoy.

m) Los textos de Marx y Engels sobre España y


su contribución a la construcción del marxismo

95
español, y en español
En conclusión, la forma en que el materialismo histórico de Marx y
Engels analiza la construcción nacional de España, nos ha servido
para aplicar su metodología a eventos históricos que no pudieron
vivir por ser posteriores a ellos. No obstante, si en alguna nación del
mundo la Patria ha sido abolida para su clase obrera con más
nitidez que en ningún otro lugar, esa nación es España, donde la
misma idea de nación está abolida para dicha clase incluso con la
voluntad de las fuerzas que dicen representar sus intereses. Sin
embargo, los siete períodos revolucionarios españoles que hemos
descrito en este capítulo muestran cómo, de ١٨٠٨ a ١٩٣٩, España
ha sido uno de los países más revolucionarios del Mundo. Y en
todos los siete períodos, obreros y campesinos de España han
luchado por elevarse a la condición de clase nacional, a pesar de los
impedimentos históricos y políticos con que se encontraron, tanto en
el bando en que se encontraban en la lucha, como en el bando
opuesto. Sin embargo, otras naciones europeas vivieron procesos
políticos similares en su tiempo, con la diferencia de que la idea
nacional no ha quedado abolida para sus clases trabajadoras en el
mismo sentido, y al mismo nivel, que aquí. Una abolición que
trataremos en el capítulo final del libro. Por fortuna, disponer de los
textos que Marx y Engels escribieron sobre España nos ayuda en la
tarea de construir, ahora sí, un marxismo que eleve a los
trabajadores españoles, nacionales y residentes, a la condición de
clase nacional. Concluimos este capítulo con las palabras de Engels
en su breve texto “Inglaterra”, publicado en El socialista, órgano del
PSOE, el 1 de mayo de 1893:
La Revolución del proletariado lo trastorna todo, hasta la cronología. Los obreros
españoles, que en otro tiempo conmemoraban el 2 de mayo, hoy celebran el 1º. De
suerte que el 1º de mayo, por lo menos en España, viene después y no antes, que el
2 de mayo, diga lo que quiera el calendario. Del 2 de mayo al 1º hemos realizado
grandes progresos. En efecto, ¿qué hubo el 2 de mayo de 1808? La invasión
extranjera de una parte; el pueblo de Madrid de otra. Esto parece muy sencillo, y, sin
embargo, la situación era muy complicada. El pueblo español, para combatir la
invasión extranjera y la tiranía de Napoleón, vióse obligado a combatir al mismo
tiempo la Revolución Francesa; para recuperar su independencia, tuvo precisión de
restablecer el despotismo del idiota y sanguinario Fernando VII, sostenido por la
nobleza y el clero. En igual caso se encontraron los otros países. Ni Alemania ni
Italia, ni la misma Francia, pudieron sacudir el yugo de Napoleón, sin entregarse de
pies y manos a la Monarquía feudal y clerical, a la reacción más desenfrenada. He

96
ahí cómo las guerras de pueblo a pueblo hacen complejas y confusas las situaciones
más claras y sencillas. (Engels, 1893: 262-263).

1. Se refiere aquí Marx a los motines de los jenízaros, una casta militar surgida entre hijos
de cristianos bizantinos convertidos al Islam sunní, disueltos por el sultán Mahmud II en
1826.

97
4
Sobre la cuestión irlandesa

Sobre Irlanda escribieron Marx, Engels, Lenin y Stalin en sus obras


más importantes en que trataron la cuestión nacional. Irlanda ha
sido tema recurrente para ciertos “marxistas” en España, pero como
veremos en este capítulo la cuestión irlandesa en Marx no tiene la
orientación que ellos desearían. Sobre Irlanda escribió Marx en
numerosas ocasiones. En nuestro libro destacaremos dos. La
primera, de nuevo para el New York Daily Tribune el 11 de enero de
1859, en un artículo titulado “La agitación en Irlanda”. La segunda,
en un texto conocido como Extracto de una comunicación oficial,
sacado de la Comunicación confidencial que Marx redactó alrededor
del 28 de marzo de 1870 acerca de las luchas intestinas en la
Internacional entre el Consejo General y los marxistas por un lado, y
los bakuninistas anarquistas por otro. Ambos textos se han tomado
como continuadores de los ya mencionados en el capítulo anterior
sobre el dominio británico en la India, ambos de 1853. El primero se
titula La dominación británica en la India (publicado el 10 de junio de
1853 en el número 3804 del New York Daily Tribune), y el segundo
Futuros resultados de la dominación británica en la India (publicado
el 8 de agosto de 1853 en el número 3840 también del New York
Daily Tribune). Analizaremos todos estos textos en conjunto, en
tanto son fundamentales para entender la posición de Marx acerca
del colonialismo, lo que nos servirá para dar una definición de
colonialismo al final de este capítulo.

a) Dialéctica de Imperios. Marx sobre “La


dominación británica en la India”
En La dominación británica en la India, Marx empieza comparando
al Indostán, la región histórico-geográfica en que hoy se encuentran
los Estados de las islas Maldivas, Sri Lanka (antiguo Ceilán), la
India, Bangla Desh, Pakistán, Bután y Nepal, con Italia. Ambas

98
zonas geográficas, Indostán y la actual Italia, tienen, para Marx, “la
misma riqueza y diversidad de productos del suelo e igual
desmembración en su estructura política”, al menos hasta la
unificación italiana de 1861, producida ocho años después de que
Marx escribiera este artículo. Tanto en un caso como en otro,
sucesivas oleadas conquistadoras unificaron ambas penínsulas, la
itálica y la de la India o subcontinente indio. En este segundo caso,
“mahometanos, mogoles o británicos” arribaron en el Indostán por
oleadas históricas de tal manera que conformaron la diversidad de
pueblos y Estados que se encuentran en la actualidad, así como en
la época en que Marx escribió. Sin embargo, a juicio de Marx, y éste
es un punto fundamental en nuestro texto, “desde el punto de vista
social, el Indostán no es la Italia, sino la Irlanda del Oriente”. Las
tradiciones religiosas del subcontinente indio (allí nacen dos grandes
religiones mundiales, el hinduismo y el budismo, hay una gran
presencia de musulmanes, y existen grupos religiosos minoritarios
pero importantes como el jainismo o los Sikh, además de existir una
importante minoría cristiana), anticipaba la combinación entre
elementos que recuerdan a la voluptuosidad cultural italiana y el
dolor político irlandés, según Marx. A juicio del padre del comunismo
materialista, el Indostán nunca vivió una verdadera Edad de Oro
cultural y política, en tanto que lugar donde la división de clases
sociales a través del ultrarrígido sistema de castas del hinduismo se
ha perpetuado hasta hoy, si acaso atemperado levemente por el
budismo o las invasiones islámicas. Sin embargo, la rígida sociedad
hindú “remonta el origen de las calamidades de la India a una época
mucho más antigua que el origen cristiano del mundo. No obstante,
la miseria propia de la sociedad hindú fue intensificada por la
dominación británica, según admite el propio Marx y como ya vimos
en algunas pinceladas del capítulo anterior. La siguiente cita de
Marx ejemplifica el tipo de políticas denominadas colonialismo, que
Lenin bautizó como imperialismo y que Gustavo Bueno definió como
“imperialismo depredador”:
No cabe duda, sin embargo, de que la miseria ocasionada en el Indostán por la
dominación británica ha sido de naturaleza muy distinta e infinitamente más intensa
que todas las calamidades experimentadas hasta entonces por el país. No aludo aquí
al despotismo europeo cultivado sobre el terreno del despotismo asiático por la
Compañía inglesa de las Indias Orientales; combinación mucho más monstruosa que

99
cualquiera de esos monstruos sagrados que nos infunden pavor en un templo de
Salseta. Este no es un rasgo distintivo del dominio colonial inglés, sino simplemente
una imitación del sistema holandés, hasta el punto de que para caracterizar la labor
de la Compañía inglesa de las Indias Orientales basta repetir literalmente lo dicho por
sir Stamford Raffles, gobernador inglés de Java, acerca de la antigua Compañía
holandesa de las Indias Orientales: “La Compañía holandesa, movida
exclusivamente por un espíritu de lucro y menos considerada con sus súbditos que
un plantador de las Indias Occidentales con la turba de esclavos que trabajaba en
sus posesiones –pues éste había pagado su dinero por los hombres adquiridos en
propiedad, mientras que aquélla no había pagado nada–, empleó todo el aparato de
despotismo existente para exprimirle a la población hasta el último céntimo en
contribuciones y obligarla a trabajar hasta su completo agotamiento. Y así, agravó el
mal ocasionado al país por un gobierno caprichoso y semibárbaro, utilizándolo con
todo el ingenio práctico de los políticos y todo el egoísmo monopolizador de los
mercaderes”. (Marx, 1853a).
Aunque en el subcontinente indio se vivieron tensiones políticas
sin parangón, nada de ello es comparable a lo que los británicos
realizaron allí. Los anglosajones destrozaron “todo el entramado de
la sociedad hindú, sin haber manifestado hasta ahora el menor
intento de reconstitución”. Se destruyó una sociedad antigua sin
construir sobre sus ruinas una nueva, lo que vendría a ser la
diferencia, en términos de Bueno, entre un imperialismo depredador
(colonial) y un imperialismo generador. Además de desvincular a los
habitantes del Indostán de su pasado, su presente les abole de la
construcción de un futuro. ¿Cómo se produjo esa destrucción del
pasado? O formulemos la pregunta mejor ¿sobre qué bases
materiales se pudo producir este fenómeno histórico colonial en
todos esos pueblos del subcontinente indio? Las bases materiales
para ello tienen que ver con la forma en que se organizó la
apropiación originaria de la tierra, la sociedad de clases y el papel
del Estado precolonial, el cual fue el primero en ser destruido por los
británicos. Así lo explica Marx:
Desde tiempos inmemoriales, en Asia no existían, por regla general, más que tres
ramos de la hacienda pública: el de las finanzas, o del pillaje interior; el de la guerra,
o pillaje exterior, y, por último, el de obras públicas. El clima y las condiciones del
suelo, particularmente en los vastos espacios desérticos que se extienden desde el
Sahara, a través de Arabia, Persia, la India y Tartaria, hasta las regiones más
elevadas de la meseta asiática, convirtieron el sistema de irrigación artificial por
medio de canales y otras obras de riego en la base de la agricultura oriental. Al igual
que en Egipto y en la India, las inundaciones son utilizadas para fertilizar el suelo en
Mesopotamia, Persia y otros lugares: el alto nivel de las aguas sirve para llenar los
canales de riego. Esta necesidad elemental de un uso económico y común del agua,
que en Occidente hizo que los empresarios privados se agrupasen en asociaciones
voluntarias, como ocurrió en Flandes y en Italia, impuso en Oriente, donde el nivel de

100
la civilización era demasiado bajo, y los territorios demasiado vastos para impedir
que surgiesen asociaciones voluntarias, la intervención del Poder centralizador del
Gobierno. De aquí que todos los gobiernos asiáticos tuviesen que desempeñar esa
función económica: la organización de las obras públicas. Esta fertilización artificial
del suelo, función de un gobierno central, y en decadencia inmediata cada vez que
éste descuida las obras de riego y avenamiento, explica el hecho, de otro modo
inexplicable, de que encontremos ahora territorios enteros estériles y desérticos que
antes habían sido excelentemente cultivados, como Palmira, Petra, las ruinas que se
encuentran en el Yemen y grandes provincias de Egipto, Persia y el Indostán. Así se
explica también el que una sola guerra devastadora fuese capaz de despoblar un
país durante siglos enteros y destruir toda su civilización. Pues bien, los británicos de
las Indias Orientales tomaron de sus predecesores el ramo de las finanzas y el de la
guerra, pero descuidaron por completo el de las obras públicas. De aquí la
decadencia de una agricultura que era incapaz de seguir el principio inglés de la libre
concurrencia, el principio del laissez faire, laissez aller. (Marx, 1853a).
Sin embargo, la decadencia de la economía tradicional india no se
produjo solo por la aparición del “librecambio” capitalista británico.
La técnica manufacturera tradicional basada en el telar de mano y el
torno de hilar, pivotes nucleares de la estructura de clases en la
India precolonial, fueron barridos por el telar mecánico y la máquina
de vapor. La tecnología y las ciencias aplicadas a la producción de
mercancías destruyeron la unión entre agricultura tradicional y
artesanía manufacturera. Ello además provocó que fuera imposible
para los nativos competir con la nueva industria importada, y que
muchos trabajadores y artesanos tradicionales emigraran de sus
tradicionales lugares de residencia, o que murieran abocados a la
mendicidad al haberse quedado sin trabajo. Un ejemplo: “durante
ese mismo periodo [entre 1818 y 1836] la población de Dacca se
redujo de 150.000 habitantes a 20.000”.
Antes de la llegada de los británicos, era el Estado el encargado
de grandes obras públicas que sustentaban los pilares del comercio,
la ganadería, la pesca y la agricultura indias, pero también de otras
sociedades de Asia central y oriental, el sureste asiático, el Oriente
Medio y el Magreb. Ello permitió asentar buena parte de las
poblaciones en comunidades rurales patriarcales basadas en la
artesanía y, sobre todo, en la explotación de la propiedad agrícola.
Un informe oficial citado por Marx con destino a la Cámara de los
Comunes aseguraba que, mientras que este tipo de comunidades
rurales patriarcales no fuese trastocada, a sus habitantes no les
preocupaba en absoluto la desaparición de los Estados o la división
entre estos, aun dependiendo de ellos para las infraestructuras de

101
comunicación entre poblados de cara al comercio a pequeña y
mediana escala. El informe continúa diciendo que, mientras su
poblado siguiese intacto, les tenía sin cuidado la potencia a cuyas
manos pasase el dominio sobre ellos, ya que los cambios políticos
no afectaban a la microeconomía interna de esas poblaciones,
sometida a jefes locales. ¿Qué acabó con esta forma de vida
económica? El recaudador británico de tributos, la intromisión brutal
de los casacas rojas (el ejército británico) en sus poblados, la
libertad de comercio británica y el ferrocarril, que conectó de manera
decisiva todos los pueblos del subcontinente indio, hasta el punto de
ser esta la base material sobre la que se asentó la organización
colonial india (el llamado Raj británico) y, posteriormente, su
independencia en 1947. Es el colonialismo británico quien primero
organiza, a escala intercontinental, la deslocalización de empresas,
en una muestra decimonónica de una característica de la dialéctica
de clases y de Estados que es muy común en nuestros días:
La intromisión inglesa, que colocó al hilador en Lancashire y al tejedor en
Bengala, o que barrió tanto al hilador hindú como al tejedor hindú, disolvió esas
pequeñas comunidades semibárbaras y semicivilizadas, al hacer saltar su base
económica, produciendo así la más grande, y, para decir la verdad, la única
revolución social que jamás se ha visto en Asia. (Marx, 1853a).
Al menos, hasta las revoluciones surgidas por el proceso
descolonizador tras la Segunda Guerra Mundial, incluyendo en ellas
las revoluciones obreras y campesinas marxistas-leninistas en
China, Laos, Corea o Vietnam. Revoluciones que, no obstante, no
hubiesen sido posibles sin la llegada en el siglo XIX, mediante el
colonialismo, de la tecnología, las ciencias y la organización social
típica del modo de producción capitalista en torno al capital como
relación social básica de producción. Pudo desarrollarse en todas
las colonias británicas, holandesas o francesas un proletariado
industrial mínimo, y un campesinado asalariado que no seguía la
lógica del despotismo anterior, sino que, o bien vivía bajo el régimen
de explotación capitalista que ya imperaba en Europa y Estados
Unidos, o bien vivía bajo una mezcla de los dos sistemas, el
capitalista y el tradicional de sus países, ahora colonias.
Las condiciones que la dialéctica de Estados colonial trajo a estas
regiones del mundo permitió la superación de los modos
tradicionales de apropiación originaria, aunque sobre su base se

102
instauró un modo nuevo de reparto de la propiedad y del valor
producido. Así, también en Asia, se reproduce lo que Marx y Engels
ya describieron en el Manifiesto Comunista de 1848: la conquista de
nuevos mercados permite la explotación más intensa de los
antiguos, el sometimiento de pueblos bárbaros o semibárbaros
permite continuar con el sometimiento de pueblos más civilizados,
se establece la interdependencia mundial de las naciones y, así,
“todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de
creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas”. Lo
sagrado es profanado, en la metrópoli y en la colonia. Y la
explotación velada por el oscurantismo espiritual tradicional es
sustituida por la explotación liberal capitalista. Al crear un mundo a
su imagen y semejanza, la Gran Burguesía ha derribado todos los
muros, o los ha conservado para convertirlos en capital. Pero el
marxismo no es una condena moral a este proceso. Es una
metodología materialista de análisis de la realidad para anularla y
superarla, que busca implantarse políticamente como nuevo
demiurgo de lo real. Por eso, la destrucción del modo de vida
precolonial no puede ser echado de menos al modo reaccionario
propio de los nostálgicos de dicho modo de vida. Y, por eso, Marx no
es solidario de la idea del “buen salvaje” de Rousseau, al tiempo
que evidencia los efectos devastadores del desarrollo capitalista.
Concluye así este artículo:
Sin embargo, por muy lamentable que sea desde un punto de vista humano ver
cómo se desorganizan y descomponen en sus unidades integrantes esas decenas de
miles de organizaciones sociales laboriosas, patriarcales e inofensivas; por triste que
sea verlas sumidas en un mar de dolor, contemplar cómo cada uno de sus miembros
va perdiendo a la vez sus viejas formas de civilización y sus medios hereditarios de
subsistencia, no debemos olvidar al mismo tiempo que esas idílicas comunidades
rurales, por inofensivas que pareciesen, constituyeron siempre una sólida base para
el despotismo oriental; que restringieron el intelecto humano a los límites más
estrechos, convirtiéndolo en un instrumento sumiso de la superstición, sometiéndolo
a la esclavitud de reglas tradicionales y privándolo de toda grandeza y de toda
iniciativa histórica. No debemos olvidar el bárbaro egoísmo que, concentrado en un
mísero pedazo de tierra, contemplaba tranquilamente la ruina de imperios enteros, la
perpetración de crueldades indecibles, el aniquilamiento de la población de grandes
ciudades, sin prestar a todo esto más atención que a los fenómenos de la naturaleza,
y convirtiéndose a su vez en presa fácil para cualquier agresor que se dignase fijar
en él su atención. No debemos olvidar que esa vida sin dignidad, estática y
vegetativa, que esa forma pasiva de existencia despertaba, de otra parte y por
oposición, unas fuerzas destructivas salvajes, ciegas y desenfrenadas que
convirtieron incluso el asesinato en un rito religioso en el Indostán. No debemos

103
olvidar que esas pequeñas comunidades estaban contaminadas por las diferencias
de casta y por la esclavitud, que sometían al hombre a las circunstancias exteriores
en lugar de hacerle soberano de dichas circunstancias, que convirtieron su estado
social que se desarrollaba por sí solo en un destino natural e inmutable, creando así
un culto embrutecedor a la naturaleza, cuya degradación salta a la vista en el hecho
de que el hombre, el soberano de la naturaleza, cayese de rodillas, adorando al
mono Hanumán y a la vaca Sabbala. Bien es verdad que al realizar una revolución
social en el Indostán, Inglaterra actuaba bajo el impulso de los intereses más
mezquinos, dando pruebas de verdadera estupidez en la forma de imponer esos
intereses. Pero no se trata de eso. De lo que se trata es de saber si la humanidad
puede cumplir su misión sin una revolución a fondo en el estado social de Asia. Si no
puede, entonces, y a pesar de todos sus crímenes, Inglaterra fue el instrumento
inconsciente de la historia al realizar dicha revolución. En tal caso, por penoso que
sea para nuestros sentimientos personales el espectáculo de un viejo mundo que se
derrumba, desde el punto de vista de la historia tenemos pleno derecho a exclamar
con Goethe: ¿Quién lamenta los estragos / Si los frutos son placeres? / ¿No aplastó
miles de seres / Tamerlán en su reinado? [De la poesía de Goethe “A Suleika” del
Diván occidental-oriental] (Marx, 1853a).
No es que Marx afirme, finalmente, que el fin justifica los medios.
Como materialista y dialéctico que es, Marx, y todo el marxismo-
leninismo en general, entiende que los medios determinan el fin.

b) Acerca de los “Futuros resultados de la


dominación británica en la India”
En el texto posterior del mismo año, Futuros resultados de la
dominación británica en la India, Marx recuerda que el hecho de que
en el subcontinente indio no solo lucharan musulmanes contra
hindúes, sino también tribu contra tribu y casta contra casta permitió
a los británicos dominar sin problemas. “Una sociedad cuyo
entramado se basa en una especie de equilibrio resultante de la
repulsión general y del exclusivismo constitucional de todos sus
miembros” era presa fácil para cualquier conquistador. Y los
británicos, como buen imperio colonial depredador, conquistó el
Indostán manteniéndolo sometido “con ayuda de un ejército hindú
sostenido a costa de la misma India”. Así, la historia de la India la
resume Marx en la historia de las conquistas que históricamente ha
sufrido, lo que equivale a decir que no tenía historia propia. Fueron
los sucesivos imperios que conquistaron la India los que metieron a
la India en la Historia con mayúsculas, algo extensible a todas las
sociedades conquistadas por imperios. Y esto es de vital
importancia para entender el motor de la Historia universal, que es

104
la dialéctica de clases, que adquiere alcance internacional cuando
se realiza a través de la dialéctica de Estados y de Imperios, y que
adquiere alcance universal cuando se realiza a través de la
dialéctica de Imperios Universales. De qué Imperio conquistase tal o
cual territorio dependía, desde las coordenadas de Marx, la forma
en que ese territorio y su población se introdujese en la Historia y,
por tanto, en el modo de producción subsiguiente en que se
conformase el desarrollo de las fuerzas productivas. Así dice Marx:
“No se trata, por tanto, de si Inglaterra tenía o no derecho a
conquistar la India, sino de si preferimos una India conquistada por
los turcos, los persas o los rusos a una India conquistada por los
británicos”. Solo los británicos, en las condiciones de mediados del
siglo XIX, podían destruir la vieja explotación despótica milenaria y
sustituirla, total o parcialmente, por la nueva explotación capitalista y
permitir la llegada, también, de ideas revolucionarias comunistas al
territorio, como prueba hoy día la existencia de los naxalitas
maoístas en el sureste de la India actual, apoyados por los
campesinos indígenas adivasis contra el Gobierno de Nueva Delhi
mediante la táctica de la guerra popular inventada por Mao Tse-
Tung, mezclando guerra móvil que atrae al enemigo al interior del
territorio controlado por los insurgentes, en donde es destruido por
la población natal, con la guerra de guerrillas nacida en el primer
período revolucionario español.
A juicio de Marx, por tanto, si la India hubiese sido conquistada
por el Imperio Otomano, el Imperio Persa o el Imperio Ruso de
entonces, el desarrollo de un proletariado autóctono y de un
campesinado asalariado bajo el modo de producción capitalista
hubiese sido imposible, o más lento. Y la explotación basada en la
extracción de plusvalor no se hubiese dado. Imperios que
anteriormente conquistaron la India no pudieron realizar este
proceso de destrucción generadora capitalista, no solo porque no
eran imperios capitalistas modernos, sino también porque su tipo de
sociedad no era tan potente como la hindú. Señala Marx:
Los árabes, los turcos, los tártaros y los mogoles que conquistaron sucesivamente
la India, fueron rápidamente hinduizados. De acuerdo con la ley inmutable de la
historia, los conquistadores bárbaros son conquistados por la civilización superior de
los pueblos sojuzgados por ellos. Los ingleses fueron los primeros conquistadores de
civilización superior a la hindú, y por eso resultaron inmunes a la acción de esta

105
última. Los británicos destruyeron la civilización hindú al deshacer las comunidades
nativas, al arruinar por completo la industria indígena y al nivelar todo lo grande y
elevado de la sociedad nativa. Las páginas de la historia de la dominación inglesa en
la India apenas ofrecen algo más que destrucciones. Tras los montones de ruinas a
duras penas puede distinguirse su obra regeneradora. Y sin embargo, esa obra ha
comenzado. La unidad política de la India, más consolidada y extendida a una esfera
más amplia que en cualquier momento de la dominación de los grandes mogoles, era
la primera condición de su regeneración. Esa unidad, impuesta por la espada
británica, se verá ahora fortalecida y perpetuada por el telégrafo eléctrico. El ejército
hindú, organizado y entrenado por los sargentos ingleses, es una condición sine qua
non para que la India pueda conquistar su independencia y lo único capaz de evitar
que el país se convierta en presa del primer conquistador extranjero. La prensa libre,
introducida por vez primera en la sociedad asiática y dirigida fundamentalmente por
una descendencia cruzada de hindúes y europeos, es un nuevo y poderoso factor de
la reconstrucción. Incluso los zamindares y los ryotwares [formas de propiedad de la
tierra introducidas por los británicos en la India], por execrables que sean,
representan dos formas distintas de propiedad privada de la tierra, tan ansiada por la
sociedad asiática. Los indígenas, educados de mala gana y a pequeñas dosis por los
ingleses en Calcuta, constituyen el origen de una nueva clase que reúne los
requisitos necesarios para gobernar el país imbuida de ciencia europea. El vapor
estableció una comunicación rápida y regular entre la India y Europa y conectó sus
principales puertos con todos los puertos de los mares del Sur y del Este,
contribuyendo así a sacar a la India de su aislamiento, primera condición del
estancamiento que sufre el país. No está lejano el día en que una combinación de
barcos y ferrocarriles reduzca a ocho días de viaje la distancia entre Inglaterra y la
India. Y entonces, ese país en un tiempo fabuloso habrá quedado realmente
incorporado al mundo occidental. (Marx, 1853b).
Es decir, mediante su superioridad tecno-científica, no inseparable
de su crueldad y brutalidad, los británicos sentaron las bases de la
futura independencia india, de su desarrollo y de su importancia
como nación política. Marx vio cómo la burguesía británica, al
contrario de la aristocracia del país y su mera idea de conquista
territorial y saqueo parasitario, quería, sin dejar de continuar con lo
pretendido por la aristocracia, someter la economía del Indostán a
los bajos precios de sus mercancías y transformar el territorio en
productor de mercancías competitivas a escala internacional. Por
ello, proporcionó medios de riego y vías de comunicación interior
mucho más vastas en extensión y más avanzadas en medios que
las construidas por los Estados precoloniales anteriores. La
abundancia de recursos naturales debía ser explotada y valorizada
gracias a una tupida red de transporte por vías férreas que
comunicaría Lahore con Bengala, y el Punjab con Kerala. Y
permitiría, además, reducir el número y los gastos de sostenimiento
de los establecimientos militares imperiales. Es decir, el Imperio

106
Británico es el medio que permitió a la India construirse como la
nación política que hoy es:
Sabido es que la organización municipal y la base económica de las comunidades
rurales fueron destruidas, pero el peor de sus rasgos, la disgregación de la sociedad
en átomos estereotipados e inconexos, les sobrevivió. El aislamiento de las
comunidades rurales motivó la ausencia de caminos en la India, y la ausencia de
caminos perpetuó el aislamiento de las comunidades. En estas condiciones, la
comunidad permanecía estabilizada en un bajo nivel de vida, apartada casi por
completo de las otras comunidades, sin mostrar el menor afán de progreso social y
sin realizar ningún esfuerzo por conseguirlo. Más ahora, cuando los británicos han
roto esa inercia que se bastaba a sí misma de las comunidades rurales, los
ferrocarriles ayudarán a satisfacer las nuevas necesidades de comunicación e
intercambio. (Marx, 1853b).
Esto permitió a pueblos aislados de la India consumir, cambiar,
intercambiar, distribuir, e incluso producir, mercancías que llegarían
a todo el mundo y, en un proceso inverso, adquirir mercancías
producidas en otras latitudes del Imperio Británico. El cambio en el
modo de vida hindú fue absolutamente revolucionario. La Gran
Burguesía británica, que tenía presencia en todas las ramas de las
relaciones de producción gracias a la propiedad legal, ilegal y/o
alegal sobre las fuerzas productivas de la India y de todos sus
dominios, no tenía más interés con la red de ferrocarriles que
abaratar el transporte de algodón y otras materias primas para sus
fábricas. Pero introducir la máquina de vapor en la India para hacer
circular el hierro y el carbón, ese era el primer paso necesario para
que la India, tarde o temprano, pudiese fabricar sus propias
máquinas de vapor. Y el país que puede construir su propia
maquinaria y realizar su propia tecnología, por mucho imperialismo
colonial que haya sufrido, y por mucha sangre propia y ajena que se
haya derramado en todo ese proceso colonial, situará a su
población a una altura que, incluso, superaría a la metrópoli tras la
emancipación. Así ocurrió con los Estados Unidos respecto a
Inglaterra, aunque luego los Estados Unidos se convirtiesen en un
Imperio neocolonial que ejerce su dominio sobre Estados soberanos
emancipados de otros imperios, no solo del británico, sino también
del portugués, el francés o el español.
Aunque siguen existiendo, en parte porque el propio Imperio
Británico las siguió fomentando, las castas hindúes tradicionales
tienen que convivir con la igualdad formal ante la Ley de las

107
democracias de corte liberal, siendo la India el Estado democrático
liberal más poblado actualmente. Y la aplicación de políticas
económicas tributarias y redistributivas liberal-keynesianas, además
de permitir cierto desarrollo a la vez que generan dependencia
neocolonial, han permitido poner a la India a la cabeza de los
Estados en vías de desarrollo con más proyección internacional. “El
sistema de castas es el principal obstáculo para el progreso y el
poderío de la India”, afirmó Marx, y ahora a él se une la explotación
capitalista neocolonial que, con sus contradicciones, también
permite su despegue político y económico. Ahora bien, Marx
advierte de las contradicciones del progreso capitalista de corte
imperialista colonial de su época, que dependen, también, de que en
la India los trabajadores asalariados, urbanos y campesinos, se
elevasen a la condición de clase nacional, es decir, que abolieran la
abolición de la Patria India que mantenían, por un lado, los
británicos y, por otro, las clases dominantes locales mantenidas por
el Imperio. Una emancipación india que, en tiempos del Imperio
Británico, dependía de la emancipación obrera en la propia
metrópoli. Un argumento que Marx volverá a repetir a la hora de
hablar de Irlanda:
Todo cuanto se vea obligada a hacer en la India la burguesía inglesa no
emancipará a las masas populares ni mejorará sustancialmente su condición social,
pues tanto lo uno como lo otro no solo dependen del desarrollo de las fuerzas
productivas, sino de su apropiación por el pueblo. Pero lo que sí no dejará de hacer
la burguesía es sentar las premisas materiales necesarias para la realización de
ambas empresas. ¿Acaso la burguesía ha hecho nunca algo más? ¿Cuándo ha
realizado algún progreso sin arrastrar a individuos aislados y a pueblos enteros por la
sangre y el lodo, la miseria y la degradación? Los hindúes no podrán recoger los
frutos de los nuevos elementos de la sociedad, que ha sembrado entre ellos la
burguesía británica, mientras en la misma Gran Bretaña las actuales clases
gobernantes no sean desalojadas por el proletariado industrial, o mientras los propios
hindúes no sean lo bastante fuertes para acabar de una vez y para siempre con el
yugo británico. En todo caso, podemos estar seguros de ver en un futuro más o
menos lejano la regeneración de este interesante y gran país. (Marx, 1853b).

c) Tanto la India como Irlanda fueron colonias del


Imperio Británico
Como veremos después, y a despecho de lo que otros han dicho, no
hay contradicción alguna entre los textos de Marx sobre la India y
los textos sobre Irlanda, en tanto que tanto Irlanda como la India

108
eran colonias del Imperio Británico, situación que no se puede
analogar a las regiones que componen la nación española, como el
propio Marx y Engels demostraron según lo estudiado en el capítulo
anterior. Lo extraño, a ojos de muchos marxistas vulgares, es que
en suelo europeo puedan existir colonias. ¿Pero acaso España no
pudo acabar siendo un protectorado francés durante el Primer
Período Revolucionario? ¿Acaso los comunistas españoles y otros
patriotas no se rebelaron durante el séptimo período revolucionario
contra la estrategia nazifascista de convertir España en protectorado
alemán? No extraña que entre los naxalistas indios los escritos de
Marx sobre su país sean de obligada lectura. Cosa que en España
no ocurre con los textos marxistas sobre España de los maestros
del materialismo histórico.
En definitiva, el colonialismo señala las contradicciones del modo
de producción capitalista a su escala más intensa, solo superada
por el enorme progreso tecnocientífico desarrollado durante las dos
guerras mundiales, que no dejaban de tener su componente
imperialista colonial. Estas contradicciones, aplicadas al caso indio,
son expresadas por Marx en su conclusión final en este texto. Así
como también señala cómo, apoyados en la dialéctica de clases, de
Estados, de Imperios y de Imperios Universales, los obreros de
todos los países pueden tener Patria:
La profunda hipocresía y la barbarie propias de la civilización burguesa se
presentan desnudas ante nuestros ojos cuando, en lugar de observar esa civilización
en su casa, donde adopta formas honorables, la contemplamos en las colonias,
donde se nos ofrece sin ningún embozo. La burguesía se hace pasar por la
defensora de la propiedad, pero, ¿qué partido revolucionario ha hecho jamás una
revolución agraria como las realizadas en Bengala, Madrás y Bombay? ¿Acaso no ha
recurrido en la India –para expresarnos con las palabras del propio lord Clive, ese
gran saqueador– a feroces extorsiones, cuando la simple corrupción no bastaba para
satisfacer su afán de rapiña? Y mientras en Europa charlaban sobre la inviolable
santidad de la deuda nacional, ¿no confiscaba acaso los dividendos de los rajás que
habían invertido sus ahorros personales en acciones de la propia Compañía? Y
cuando luchaba contra la revolución francesa con el pretexto de defender “nuestra
santa religión”, ¿no prohibía la propaganda del cristianismo en la India? Y cuando
quiso embolsarse los ingresos que proporcionaban las peregrinaciones a los templos
de Orissa y Bengala, ¿no convirtió en una industria la prostitución y los crímenes
organizados en el templo de Yaggernat? Helos ahí, los defensores de “la propiedad,
el orden, la familia y la religión”. Los devastadores efectos de la industria inglesa en
la India –país de dimensiones no inferiores a las de Europa y con un territorio de 150
millones de acres– son evidentes y aterradores. Pero no debemos olvidar que esos
efectos no son más que el resultado orgánico de todo el actual sistema de

109
producción. Esta producción descansa en el dominio supremo del capital. La
centralización del capital es indispensable para la existencia del capital como poder
independiente. Los efectos destructores de esa centralización sobre los mercados del
mundo no hacen más que demostrar en proporciones gigantescas las leyes
orgánicas inmanentes de la Economía política, vigentes en la actualidad para
cualquier ciudad civilizada. El período burgués de la historia está llamado a sentar las
bases materiales de un nuevo mundo: a desarrollar, por un lado, el intercambio
universal, basado en la dependencia mutua del género humano, y los medios para
realizar ese intercambio; y, de otro lado, desarrollar las fuerzas productivas del
hombre y transformar la producción material en un dominio científico sobre las
fuerzas de la naturaleza. La industria y el comercio burgueses van creando esas
condiciones materiales de un nuevo mundo del mismo modo como las revoluciones
geológicas crearon la superficie de la tierra. Y solo cuando una gran revolución social
se apropie las conquistas de la época burguesa, el mercado mundial y las modernas
fuerzas productivas, sometiéndolos al control común de los pueblos más avanzados,
solo entonces el progreso humano habrá dejado de parecerse a ese horrible ídolo
pagano que solo quería beber el néctar en el cráneo del sacrificado. (Marx, 1853b).
¿Cómo conecta Marx sus textos sobre la India con sus textos
sobre Irlanda? En “La agitación en Irlanda”, empieza Marx a señalar
cómo la orden de los orangistas contenía las revueltas católicas
irlandesas, al ser mayoría en el Ulster, Irlanda del Norte. La Orden
de Orange es una fraternidad protestante fundada en 1795 para
conmemorar los privilegios religiosos y civiles que los protestantes
irlandeses ganaron tras la Batalla de Boyne, en que Jacobo II, último
rey católico de Inglaterra, fue depuesto tras la victoria de Guillermo
de Orange estableciendo definitivamente el protestantismo
anglicano como religión oficial de Inglaterra y, luego, del Reino
Unido. La Orden de Orange, en el momento en que Marx escribe
este texto, luchaba, amparada por el gobierno de Londres, contra el
Club del Fénix, organización secreta conformada por irlandeses
emigrados a Estados Unidos que pretendía establecer un modelo
republicano para Irlanda copiando el modelo político
estadounidense. El Club del Fénix fue destruido por la policía
británica en 1858, y reemplazado por un movimiento más amplio, el
ribonismo, movimiento de obreros católicos irlandeses opuestos a
los terratenientes protestantes de origen inglés y escocés asentados
en Irlanda, que utilizaban a los orangistas como grupos
parapoliciales y paramilitares que realizaban atentados contra ellos.
Nunca quedó claro si el Club del Fénix existió de verdad, como
aseguraba el Dublin Daily Express, órgano periodístico afín a
Londres, o si fue un montaje de la policía británica para desacreditar

110
el ribonismo y el republicanismo católico irlandés. La oposición entre
católicos y protestantes fue utilizada constantemente por Inglaterra
para debilitar a los republicanos irlandeses. La Orden de Orange no
fue el grupo pionero de esta lucha. Sus predecesores, Los Chicos
del Amanecer (Peep O’Day Boys en inglés), de finales del siglo
XVIII, ya actuaban entrando en casas de obreros católicos y, con la
excusa de buscar armas escondidas, destrozaban sus hogares y
sus propiedades. El orangismo fue disuelto debido a lo extremista
de sus acciones, hasta 1858 en que fue reactivado. En ese corto
período de tiempo, el ribonismo también se disolvió. Con ello, se
diluyó también la acusación contra los obreros republicanos
irlandeses de crear sociedades secretas antibritánicas. Marx resume
la situación así:
Acusar a Irlanda de producir esas sociedades sería tan juicioso como acusar a los
bosques de producir hongos. Los terratenientes de Irlanda se confederan para
realizar una guerra de exterminio contra las chavetas; o, como lo denominan ellos, se
unen para realizar el experimento económico de limpiar la tierra de bocas inútiles.
Los pequeños labradores nativos son eliminados sin más miramientos que los de la
criada con las alimañas. Los desesperados desgraciados, por su parte, intentan una
débil resistencia formando sociedades secretas, esparcidos por toda la Tierra, e
impotentes para efectuar cualquier cosa más allá de manifestaciones individuales de
venganza. (Marx, 1859).
Al final, la conspiranoia contra las sociedades secretas irlandesas
solo permitió que dichas sociedades comenzaran a crearse de
verdad. Y estas, que empezaban siendo puñados testimoniales, al
conseguir adeptos en los distritos rurales católicos, se convertían en
células políticas de futuros grupos revolucionarios. Este proceso
político ocurrió de manera muy similar en la India y en otras colonias
del Raj Británico. Y no tiene paralelo alguno con ninguna región de
España en el siglo XIX ni en el XX. El motivo es simple: Irlanda, al
igual que la India, no era una mera región más del Reino Unido, sino
que era una colonia del mismo nivel que la India, Suráfrica o
Palestina. Algo que, desde el análisis marxista de la cuestión
nacional elaborado por Stalin más adelante, queda corroborado
como veremos en el capítulo VII.

d) La emancipación de la colonia británica de


Irlanda y la revolución comunista en el Imperio

111
Británico
Por lo que respecta a su “Extracto de una comunicación
confidencial”, Marx entiende que Inglaterra, por ser el epicentro
entonces del modo de producción capitalista y la metrópoli del
imperio intercontinental más extenso de su tiempo, podría ser la
palanca de una seria revolución económica. De todos los países
capitalistas, es el único en el que la propiedad de la tierra se
concentra en pocas manos, la cual explotan como si de capital se
tratase, no habiendo ya campesinos al modo tradicional anterior a la
Revolución Industrial. El modo de producción capitalista estaba
extendido ya a prácticamente todas las escalas de las ramas de las
relaciones de producción: producción, distribución, intercambio,
cambio y consumo. Y la amplia mayoría de la población consta de
trabajadores asalariados, modelo de estratificación social que van
extendiendo a todas sus posesiones, también en la India y en
Irlanda, si bien manteniendo o rebajando el nivel de pauperización
de la población de las colonias al estar las centrales empresariales
en suelo británico. Y el modelo de organización de los trabajadores
a través de las trade unions –sindicatos– estaba más maduro que
en ningún otro sitio, si bien no había un partido obrero fuerte,
marxista, que organizara políticamente a los obreros ni penetrara en
los sindicatos. La importancia de la dialéctica de imperios
universales desde una perspectiva de clase la señala Marx de la
siguiente manera:
Merced a su dominación en el mercado mundial, Inglaterra es el único país en el
que cualquier viraje radical en las relaciones económicas tiene que repercutir
inmediatamente en todo el mundo. Si bien Inglaterra es el país clásico del sistema de
los grandes propietarios de tierra y del capitalismo, han madurado en ella más que en
otros países las condiciones materiales para la supresión de tal sistema. El Consejo
General se ve colocado ahora en una situación afortunada merced a que esta gran
palanca de la revolución proletaria se halla directamente en sus manos. ¡Qué locura,
incluso podría decirse crimen, sería dejar esa palanca en las manos solo de los
ingleses!
Ya en sus textos de 1853 sobre la India, Marx señalaba
acertadamente que el desarrollo del capitalismo y del proletariado
en Inglaterra permitía el desarrollo de relaciones de producción en
las colonias del Imperio Británico. Y de la misma manera en que el
primer período revolucionario español, la Guerra de la

112
Independencia Española, fue el detonante para que, durante el
Segundo Período (el Trienio Liberal) el liberalismo revolucionario
hispano triunfara en todos los territorios del Imperio español, aún a
costa de dividirlo en repúblicas separadas a expensas de la
dominación neocolonial británica y francesa, Marx ve que el
proletariado inglés, sujeto revolucionario de la metrópoli del Imperio
Británico, debe organizar su revolución conjuntamente con los
obreros y campesinos de sus colonias y territorios de ultramar para
que la revolución comunista eleve al proletariado del Imperio a clase
nacional. Así lo defendió para la India y así lo defiende también para
Irlanda. Geopolíticamente hablando, Marx sabía que una revolución
comunista solo tendría impacto universal si se desarrollaba en todo
un territorio imperial universal de las dimensiones del Imperio
Británico, del Segundo Imperio Francés, del Imperio Ruso (como
ocurrió de hecho) o del ya fenecido Imperio Español. La revolución
en Alemania tendría impacto en tanto los pueblos germánicos
ocupaban toda la centralidad física del continente europeo. Por ello,
Engels era partidario de la unificación de una Gran Alemania entre
el Segundo Reich y el Imperio Austrohúngaro, y lamentó que no
fuese Austria, en vez de Prusia, quien capitanease la unificación.
El Consejo General de la Internacional, dirigido por los marxistas,
ya ejercían una notable influencia en los sindicatos británicos hacia
1870, y eran acusados por la prensa burguesa de instigar a los
trabajadores para que abrazaran el socialismo revolucionario
abandonando el “espíritu inglés” de las trade unions originales. Para
Marx, en 1870-1871, “los ingleses poseen todas las premisas
materiales para la revolución social. Lo que les falta es espíritu de
generalización y fervor revolucionario”. Un espíritu de generalización
necesario para extender la revolución por todo el Imperio Británico.
La propuesta del Consejo General de instituir una Liga de la Tierra y
del Trabajo, una suerte de partido obrero centralizado, era iniciativa
de Marx para frenar la creación de un Consejo Federal intermedio
entre el Consejo General de la Internacional y los sindicatos, que
dejaría escapar de la influencia de la Internacional y de los
marxistas a los obreros de las trade unions. La clave de la acción
política revolucionaria en la Inglaterra de entonces estriba en que,
como metrópoli de un vastísimo Imperio intercontinental, “no se

113
puede considerar a Inglaterra como un país común y corriente. Hay
que tratarla como la metrópoli del capital”.
Por ello, Marx consideraba que la acción revolucionaria en las
colonias era tan perentoria como en la metrópoli, siendo Irlanda el
lugar donde se podría asestar un golpe más directo a la burguesía
británica, en tanto que “Irlanda es el baluarte de los grandes
propietarios de tierra ingleses. Si se desmorona en Irlanda tendrá
que desmoronarse también en Inglaterra”. Marx calculaba que este
tipo de sistema de apropiación de la tierra en Irlanda por parte de
terratenientes ingleses y escoceses, existente desde hacía siglos,
concentraba la lucha de clases en la cuestión de la tierra. Y la lucha
de la tierra en Irlanda equivalía a una lucha nacional entre
terratenientes anglicanos y luteranos británicos contra campesinos,
jornaleros y obreros agrícolas católicos irlandeses. En Irlanda, por
tanto, se unían a juicio de Marx tanto la lucha anticolonial como la
lucha socialista, la cual adquiriría formas pre-proletarias en Irlanda.
El sistema en que se organizaban los terratenientes británicos en
Irlanda representaba la dominación política de Inglaterra sobre
Irlanda, y mantenerlo intacto equivalía, para Marx, a mantener la
invulnerabilidad de la burguesía agraria británica frente al
proletariado inglés. Así pues, la burguesía inglesa explotaba a los
obreros y campesinos pobres de Irlanda y del resto de colonias para
poder explotar con mayor ahínco al proletariado de la metrópoli. E
incluso aprovechó la situación para enfrentar a obreros ingleses con
obreros inmigrantes, sobre todo irlandeses, en tierras británicas:
[...] la burguesía inglesa, además de explotar la miseria irlandesa para empeorar
la situación de la clase obrera de Inglaterra mediante la inmigración forzosa de
irlandeses pobres, dividió al proletariado en dos campos enemigos. El ardor
revolucionario del obrero celta no se une armoniosamente a la naturaleza positiva,
pero lenta, del obrero anglosajón. Al contrario, en todos los grandes centros
industriales de Inglaterra existe un profundo antagonismo entre el proletario inglés y
el irlandés. El obrero medio inglés odia al irlandés, al que considera como un rival
que hace que bajen los salarios y el standard of life. Siente una antipatía nacional y
religiosa hacia él. Lo mira casi como los poor whites de los Estados meridionales de
Norteamérica miraban a los esclavos negros. La burguesía fomenta y conserva
artificialmente este antagonismo entre los proletarios dentro de Inglaterra misma.
Sabe que en esta escisión del proletariado reside el auténtico secreto del
mantenimiento de su poderío. (Marx, 1870). [Cursivas del propio Marx].
Irlanda permitía al gobierno británico mantener un gran ejército
permanente que, en caso de revolución en Inglaterra, podía ser

114
trasladado desde Irlanda a Gran Bretaña sin recorrer grandes
distancias para sofocar cualquier revolución. Un ejército, además,
entrenado e instruido en la propia Irlanda en su lucha contra los
obreros y campesinos católicos. A raíz de esta situación fue cuando
Marx acuñó la frase, siempre en sentido colonial, de “un pueblo que
oprime a otro pueblo forja sus propias cadenas”. Porque eso, y solo
eso, es la opresión del colonialismo, del imperialismo depredador.
Para que Irlanda, como colonia, e Inglaterra como metrópoli, dejaran
de estar oprimidas por la burguesía de Londres, había que acelerar
el papel de la Internacional entre los obreros católicos irlandeses.
Por eso, Marx concluye:
[…] la condición preliminar de la emancipación de la clase obrera inglesa es la
transformación de la actual unión coercitiva, es decir, del avasallamiento de Irlanda,
en alianza igual y libre, si es posible, o en una separación completa, si hace falta.
(Marx, 1870). [Cursivas del propio Marx].

e) La trampa de la independencia de Irlanda,


urdida desde Londres
Como vemos, Marx aboga en un primer momento por la alianza
entre metrópoli y colonia si es posible. Y si es imposible, por la
separación completa, cosa que ocurrió en 1921, tras la Primera
Guerra Mundial. Separación que, no obstante, y debido a los
resultados de dicha guerra y a las condiciones en que los
movimientos políticos irlandeses y británicos se desarrollaron, no
produjo los efectos esperados por Marx.
A la Guerra de Independencia Irlandesa (1919-1921) siguió la
firma de un Tratado, el Anglo-Irlandés, ese mismo año, el cual
establecía que el Estado Libre de Irlanda formaría parte de la
Commonwealth of Nations, con la misma categoría que Australia o
Canadá, por lo que la jefatura del Estado seguiría residiendo en la
Corona de Inglaterra, la cual, además, tendría un Gobernador
General en Irlanda, y los miembros del Parlamento irlandés tendrían
que jurar lealtad a la monarquía británica. Esto provocó una división
evidente entre los revolucionarios irlandeses que habían conseguido
la victoria en la Guerra de Independencia, pues tal independencia,
ahora, iba a convertir a Irlanda de colonia en neocolonia o
neoprotectorado. Este acuerdo fue aprobado por el Dáil Éireann,

115
nombre gaélico del Parlamento del Sinn Féin, la fuerza política que
dirigió la independencia irlandesa, y que luego sería la sede del
Parlamento irlandés hasta hoy día. Esto provocó una guerra civil
que duró un año entre miembros del Sinn Féin partidarios del
tratado neocolonial y el Ejército Republicano Irlandés, el IRA. La
guerra acabó en 1923, con la victoria de la facción irlandesa
partidaria del acuerdo neocolonial con la Commonwealth. Irlanda
solo pudo abandonar la Commonwealth en 1949, cuando el proceso
de descolonización del Imperio Británico avanzaba a gran velocidad.
Sin embargo, Irlanda del Norte, el Ulster, sigue siendo británica. Y
el resto de Irlanda forma parte de la Unión Europea, del euro, y es,
también, una especie de paraíso fiscal para empresas como Google,
que tributa allí. Y ninguno de los objetivos de la Internacional y de
Marx se ha cumplido ni en el Reino Unido ni en Irlanda. Por lo que a
pesar de la independencia, y quizás determinado por ella, no hubo
revolución en ninguna de las naciones que componen las Islas
Británicas. Más bien, la fragmentación propició la consolidación de
la burguesía de Londres, menguada en su poder imperial pero
dispuesta a mantener los lazos con sus antiguas colonias mediante
nuevas formas, y la formación de una burguesía autóctona en
Irlanda, erigida sobre la expulsión de los terratenientes británicos
cuyas tierras fueron ocupadas por nuevos terratenientes católicos,
que fueron los impulsores del desarrollo capitalista en Irlanda. Hoy
día, además, ni el Reino Unido ni Irlanda tienen partidos políticos
obreros comunistas fuertes, entre otras cosas porque nunca los
tuvieron durante el siglo XX. Luego, en este caso, el análisis de
Marx no se cumplió porque ni hubo separación completa en sentido
socialista, ni tampoco hubo unión fraterna y libre en sentido
socialista. Lo que hubo fue una separación tutelada en sentido
capitalista, y más adelante una unión, bajo el manto de la Unión
Europea, en sentido también capitalista, pero conservando Irlanda
su soberanía estatal. Soberanía estatal que, paradojas de la
Historia, hoy día ha ejercido más el Reino Unido que Irlanda con su
salida de la Unión Europea a través del Brexit.

f) Cómo Irlanda se convirtió en colonia británica


y por qué su caso no es equiparable al de

116
ninguna región de España
Pero, ¿cómo llegó Irlanda a ser colonia británica? Entenderlo nos
permitirá dar una definición de colonia y colonialismo en este
capítulo. Y para eso, hay que conocer la Historia de Irlanda.
Irlanda, llamada Hibernia por los romanos, recibió el cristianismo
por influencia de sus relaciones comerciales con Britannia, provincia
del Imperio Romano, a finales de la Edad Antigua. Para entonces,
Hibernia era una serie de principados cuya clase dirigente eran,
sobre todo, druidas, legisladores locales, etc. Hacia el año 432 d. C.,
San Patricio llega a la isla, ayudando a expandir el cristianismo en
ella. La Iglesia Católica se asentó en Irlanda en la Alta Edad Media,
aislada de los vaivenes del resto del continente. Pero al igual que
Gran Bretaña, Irlanda recibiría las invasiones vikingas, que
saquearon los monasterios y las poblaciones. Con el fin de esas
invasiones, piratas irlandeses asaltaban la costa occidental
británica, estableciendo reinos en Gales, Cornualles y Pictia (norte
de Escocia), expandiendo la cultura celta. Poblaciones
escandinavas se mezclaron con celtas en la costa oriental de
Irlanda, mientras al mismo tiempo había disputas entre clanes, tribus
y reinos por el control de los recursos. Así fue hasta el siglo XII, en
que los cambro-normandos, pueblo del norte de la actual Francia,
conquistan Inglaterra y, de ahí, saltan a Irlanda creando el Señorío
de Irlanda, de corta duración. Ricardo II, rey normando de Inglaterra,
decide invadir Irlanda para evitar que se formara en la isla un reino
normando rival. Con esta invasión comienza la dominación inglesa
en la Isla. Los cambro-normandos se asentaron en la isla y, al
mezclarse con celtas, dieron lugar a hiberno-normandos, los old
english.
Ya en la Edad Moderna, Enrique VIII, rey de Inglaterra que inició
el cisma con la Iglesia Católica de Roma y dio nacimiento a la
Iglesia Anglicana, decide invadir de nuevo Irlanda en 1536, para
someterla de facto, yendo más allá de la dominación nominal
anterior. Esto supuso una rebelión encabezada por Silken Thoman
Fitzgerald, de la dinastía Kildare, que gobernaba Irlanda desde
1171. La motivación de Enrique VIII era triple: sofocar rebeliones
campesinas internas, evitar que Irlanda invadiera Inglaterra y cortar

117
la ayuda que la católica Irlanda brindaba a la Monarquía Española,
gran némesis de Inglaterra en el dominio de los mares y baluarte del
catolicismo frente a la reforma protestante. Enrique VIII elevó el
estatus de Irlanda de señorío a reino, contraviniendo la bula papal
que así lo atestiguaba antes. Es proclamado rey de Irlanda por el
parlamento en Dublin, conformado por la nobleza gaélico-irlandesa y
la aristocracia hiberno-normanda de entonces. Este hecho, junto con
el envío de tropas de Inglaterra a las Provincias Unidas, los antiguos
Países Bajos Españoles (el actual Benelux), supone el comienzo de
la Guerra Anglo-Española de 1585 a 1604. El conflicto fue ganado
por España, lo que permitió su hegemonía militar en Europa y en los
océanos hasta 1648, acabada la Guerra de los Treinta Años y
firmada la Paz de Westfalia. Volviendo a Enrique VIII, este rompió
con la autoridad papal en 1536, y su hijo Eduardo VI rompió
definitivamente con la doctrina católica. De todos los territorios
dominados por Inglaterra, el único que siguió fiel a Roma y a la
Iglesia Católica fue Irlanda, y este hecho marcaría la Historia de la
relación entre ambos en los cuatro siglos siguientes.
Tras la Guerra de los Nueve Años (1594-1603), iniciada con una
rebelión católica en Irlanda en la que los ingleses vencieron, se
establecieron leyes penales que discriminaban toda fe cristiana que
no fuese la anglicana, que en Irlanda tenía su propia Iglesia
supeditada a Londres. La represión del catolicismo conllevó sustituir
las elites locales por otras importadas de Inglaterra y Escocia. Sin
embargo, y a pesar de que los anglicanos son la tercera confesión
de Irlanda (la segunda son los presbiterianos), Inglaterra jamás pudo
acabar con el catolicismo mayoritario en la isla. Pero en aquel
momento, aunque los lores y los terratenientes irlandeses católicos
lideraron revueltas, siempre eran sofocadas por los ingleses. En el
Ulster, los caciques católicos fueron vencidos y conducidos al exilio
durante la llamada Fuga de los Condes, que pasando por La Coruña
como estación portuaria, llegan a Francia hasta finalizar su huida en
Roma. El norte de Irlanda quedó casi por completo anglicanizado y
toda la isla anglosajonizada, y los últimos restos del orden medieval
irlandés desaparecieron. A partir de entonces, llegan cada vez más
colonos escoceses e ingleses al centro, este y norte de Irlanda. En
el contexto de la Guerra Civil Inglesa de la década de 1640, la

118
aristocracia católica que todavía quedaba en Irlanda encabeza una
revuelta que acaba en golpe de Estado, y con enfrentamientos
sanguinarios de católicos irlandeses contra colonos escoceses e
ingleses. En este contexto se desarrolla también la Guerra de los
Obispos en Escocia, por lo que los tres reinos británicos estaban en
guerra civil y en guerra mutua al mismo tiempo. Los irlandeses
católicos tratan de reafirmar su soberanía con la Confederación de
Irlandeses Católicos, pero son derrotados por Oliver Cromwell, líder
político que instauró entre 1649 y 1660 la Mancomunidad de
Inglaterra, un gobierno republicano dictatorial que unificó
temporalmente todos los reinos de las Islas Británicas aboliendo
todas sus monarquías. Cromwell confiscó las tierras que quedaban
en posesión de la aristocracia católica insurgente y se las entregó a
los protestantes por completo. Entre la guerra y la postguerra, cerca
de un tercio de la población irlandesa pereció. Durante la Revolución
Gloriosa de 1689, y la batalla del Boyne del año siguiente, de nuevo
dos dinastías peleaban por devolver la monarquía a las Islas. Los
católicos irlandeses jacobitas apoyaron a Jacobo II, católico, frente a
Guillermo de Orange, que resultó vencedor.
En 1707 Escocia e Inglaterra, junto con Gales, se fusionan en el
Reino Unido de la Gran Bretaña. El Reino de Irlanda aprueba el
Acta de Unión con Gran Bretaña en 1808. Finaliza así la existencia
del Reino de Irlanda dominado por Inglaterra como colonia suya
mediante un gobierno indirecto (aunque siguió siendo colonia
británica desde 1808 a 1937), y cien de sus representantes en
Dublín acaban en la Cámara de los Comunes en Londres. Durante
todo el siglo XVIII y el XIX, la estratificación de clases en Irlanda
tuvo una base religiosa. Los terratenientes anglicanos, de origen
inglés, dominaban en Dublín, la capital irlandesa. Eran la clase
dominante en Irlanda, y para ellos trabajaban legiones de
campesinos, jornaleros y obreros agrícolas católicos. La nobleza y
burguesías irlandesas, testimoniales, se convertían al anglicanismo
para conseguir privilegios y prevendas, y para evitar sanciones
económicas y políticas. En el Ulster, los presbiterianos eran el grupo
más importante, sin poder político (al cual solo tenían acceso los
anglicanos) pero con mejor situación económica que los católicos. El
monocultivo se convirtió en la fórmula económica elegida por los

119
católicos para sobrevivir, pero el dominio inglés destinaba sus
productos para la exportación a Inglaterra más que para el consumo
interno. Entre 1740 y 1741 se produce la Gran Hambruna Irlandesa
causada por este tipo de política colonial, debido a la escasez de la
patata como bien de consumo primario para las familias católicas.
400.000 irlandeses católicos murieron entonces, y cerca de 150.000
emigraron a las Trece Colonias inglesas en la costa atlántica de
América del Norte, que luego se independizarían tras una guerra
con el Imperio Británico en 1776, dando lugar a los Estados Unidos
de (Norte)América. La hambruna se resintió aún más cuando los
aranceles sobre productos irlandeses exportados a Gran Bretaña se
colocaban a precios altísimos, mientras los productos fabricados en
Inglaterra estaban exentos de aranceles sobre la importación a
Irlanda. Este es otro de los rasgos del colonialismo o imperialismo
depredador, el proteccionismo de la metrópoli frente al
librecambismo radical en las colonias. A ello había que añadir un
trato a los sujetos coloniales como de súbditos de tercera, ya que
los católicos irlandeses no podían ser miembros del Parlamento de
Dublín ni tampoco aspirar a ser funcionarios de gobierno. La
influencia de la Revolución Francesa de 1789 agudizó la
persecución sobre los católicos. Anglicanos y presbiterianos
irlandeses disidentes de la clase dominante de Dublín encabezaron
la rebelión irlandesa de 1798, la cual fue sangrientamente sofocada.
Otro rasgo del colonialismo o imperialismo depredador es el
Gobierno indirecto. El Reino de Irlanda era un “Estado libre
asociado” a Gran Bretaña, gobernado por el rey de Inglaterra pero
indirectamente, pues la política colonial la establecía el Lord
Teniente de Irlanda. Estos lores vivían en Inglaterra, y dictaban las
órdenes políticas a las elites anglicanas en Dublín, conocidas
popularmente como “sepultureros”. Solo a partir de 1767 los Lores
vivirían en Dublín, pero aplicando siempre lo que se decía en
Londres. En 1780 el Parlamento de Dublín tuvo más autonomía, la
cual fue revocada tras la fallida rebelión de 1798 y la firma de las
Actas de la Unión, naciendo el Reino Unido de la Gran Bretaña e
Irlanda. Las firmas favorables a la Unión por parte de la nobleza
irlandesa se lograron tras un soborno masivo mediante el
otorgamiento de títulos de nobleza británica, prebendas y el dominio

120
de más tierras. Aunque se prometió abolir las leyes de
discriminación contra los católicos, al final se mantuvieron, hasta
1829, cuando los católicos empezaron a formar parte del
Parlamento irlandés.
La hambruna del siglo XVIII se repitió, multiplicada en sus
consecuencias, en el siglo XIX, entre 1846 y 1848. No fue la única
del siglo, pero sí la peor, pues murieron más de un millón de
irlandeses, y otro millón emigró. Las tierras cultivadas irlandesas
eran muy pequeñas y no podían competir con las que se
encontraban al otro lado del mar de Irlanda. Por ley estaba prohibido
ampliar su tamaño. Las cosechas de patatas debían ser suficientes
para alimentar a cada familia propietaria de una huerta, y solo se
podían recoger cosechas una vez al año. Los latifundistas eran
propietarios de tierras que solo utilizaban como capital especulativo,
y nunca como tierra de explotación agrícola. La plaga de 1846
arruinó la cosecha de la patata, y el Gobierno británico no intervino
en absoluto para recuperar las cosechas perdidas, utilizando como
excusa el libre mercado. Apenas se aportó dinero público para paliar
la situación y muchos obreros agrícolas acabaron en el paro o
muertos. La mayoría de emigrantes irlandeses que salieron
entonces acabaron en la propia Inglaterra, en Australia, Canadá y,
sobre todo, Estados Unidos, en donde se organizó y financió el
primer gran movimiento republicano irlandés, la Hermandad
Republicana Irlandesa, en ١٨٥٨, que proclamaba la revolución
contra los británicos. Tras la hambruna, obreros agrícolas y
campesinos católicos se organizaron para conseguir una nueva
redistribución de la tierra y derechos de posesión sobre la misma. El
gobierno del Primer Ministro Benjamín Disraeli reprimió ese
movimiento, pero su sucesor, William Gladstone, permitió la
posesión de tierras y la compra a terratenientes de origen inglés.
Hasta 1870, los irlandeses solo podían votar a partidos políticos
británicos, hasta el surgimiento del Partido Parlamentario Irlandés,
de corte liberal-conservador y autonomista, fundado por Charles
Stewart Parnell. Este partido no era bien visto en el Ulster
protestante, donde además se concentraba la única industria
pesada de toda Irlanda. La situación llevó a que bandos de
republicanos católicos en el sur y de partidarios del Acta de la Unión

121
en el Ulster armaran grupos paramilitares, que recibían, ambos,
armamento clandestino llegado del Segundo Reich Alemán. Con el
estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, católicos y
protestantes irlandeses formaron parte del Ejército del Imperio
Británico en la contienda, sufriendo ambos muchas bajas. En 1916
se produce el Alzamiento de Pascua, contra la autoridad del Reino
Unido, en el que por primera vez un líder obrero es dirigente de una
rebelión anticolonial en el Imperio Británico, el sindicalista James
Conolly, el cual fue ejecutado tras la fallida rebelión. El Imperio
acusó erróneamente al Sinn Fein, entonces un pequeño partido
autonomista y monárquico, del Alzamiento de Pascua. A partir de
aquí, el proceso de independencia ya ha sido tratado más arriba.

g) Qué es el colonialismo desde las coordenadas


del materialismo histórico
El movimiento republicano irlandés, con una base católica y agraria,
triunfó como uno de los primeros movimientos anticoloniales del
siglo XX, si bien parcialmente. Después de todo lo expuesto, ¿qué
podemos entender por colonialismo, basándonos en los escritos de
Marx? Entendemos por colonialismo a la forma política y económica
de relación entre clases y Estados por la cual diversas sociedades
humanas y políticas, cuyo desarrollo no ha seguido el modo de
producción capitalista, acaban integradas en éste, reproduciendo
parcialmente en ellas las relaciones sociales de producción de la
metrópoli, y siendo administradas mediante un gobierno indirecto
que deja a las poblaciones conquistadas en una situación igual o
peor a la que tenían anteriormente, pero sin posibilidad de regresar
a modos de producción anteriores. Además, los sujetos de las
poblaciones conquistadas apenas se mezcla con el nuevo sujeto
dominante, y su estatus jurídico nunca alcanza el de súbditos en
igualdad de condiciones, o de ciudadanos de pleno derecho,
respecto de los de la metrópoli, pudiendo adquirir la condición de
súbditos pero siempre por debajo los súbditos autóctonos
metropolitanos. La clase dominante de la metrópoli jamás reproduce
totalmente el entramado institucional, cultural y administrativo de
dicha metrópoli en las colonias, y en algunos casos la fuerza de

122
trabajo colonial solo ha de ser formada para asegurar la supremacía
del poder político y económico instalado en las colonias. Esta fuerza
de trabajo, además, es susceptible de eliminación física parcial en
tanto que capital sobrante o excedente de producción. Al mismo
tiempo, el dominio colonial asegura a la clase dominante en la
metrópoli la explotación sobre la fuerza de trabajo autóctona de
dicha metrópoli, llegando a enfrentar los intereses de unos y otros
para dividir fuerzas. Este tipo de dominación política y económica
fue llamada por Lenin “imperialismo”, y por Gustavo Bueno
“imperialismo depredador” para distinguirlo del llamado por él
“imperialismo generador”, y es el típico de sociedades como el
Imperio Británico, el Segundo Imperio Francés (con matices), el
Imperio Neerlandés, el Imperio Colonial Belga o, ya en el siglo XX,
el Imperio Colonial Italiano, el Imperio Japonés y el Tercer Reich.
Irlanda tenía todas las características de una colonia, solo que en
suelo europeo. Y su caso no es extrapolable a ninguna otra región
de ninguna nación europea occidental. Así lo sentenció Stalin en su
obra El marxismo y la cuestión nacional, que estudiaremos más
profundamente en el capítulo VII. Con este capítulo IV acabamos la
parte dedicada a la cuestión nacional española en Marx y en Engels.

123
PARTE II
LA CUESTIÓN NACIONAL
EN LENIN, STALIN Y ROSA

LUXEMBURG

124
5
Lenin, el Estado y la revolución

Vladimir Ílich Ulianov, Lenin, el marxista y líder revolucionario ruso


que dirigió la Gran Revolución de Octubre que permitió la
instauración del primer Estado socialista y materialista de la Historia,
la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), escribió El
Estado y la Revolución entre agosto y septiembre del año 1917, en
el intersticio entre la revolución burguesa de febrero y la revolución
proletaria de octubre que transformó el Imperio Ruso zarista en la
URSS, finalizando la participación de Rusia en la Primera Guerra
Mundial (no sin sacrificios humanos y territoriales), iniciando una
Guerra Civil entre el Ejército Rojo recién creado y organizado por la
facción bolchevique de los socialdemócratas rusos y el Ejército
Blanco zarista, y repeliendo victoriosamente una invasión extranjera
por parte de varias potencias europeas y por Estados Unidos que
intentaron mitigar la revolución. El bolchevismo ruso es el germen
histórico del que parte la izquierda comunista definida tanto en la
URSS como a escala internacional. Como se verá en este capítulo y
en todos los que están contenidos en esta Parte II de nuestro libro,
en lo que a la cuestión nacional se refiere tanto Lenin como Stalin, y
como Rosa Luxemburg, la gran dirigente y teórica de lo que
llamaremos en este libro bolchevismo occidental o de Europa
occidental, coinciden plenamente, y son totalmente coherentes, con
lo expuesto por Marx y Engels en lo que a la misma cuestión se
refiere y que se ha tratado en la primera parte del libro. El Estado y
la Revolución es una obra fundamental para entender esta cuestión,
en tanto que Lenin presenta en ella el papel del Estado como sujeto
revolucionario y la forma en que ese Estado ha de desempeñar
dicho papel. Es un texto puramente bolchevique, marxista-leninista,
y crítico con los mencheviques y con la izquierda socialdemócrata
de la IIº Internacional. Así pues, ¿cómo se engarza la cuestión
nacional en Lenin con la cuestión nacional en Marx y en Engels? La

125
forma en que se engarza determina todo el corpus teórico y práctico
(revolucionario) del marxismo-leninismo bolchevique.

a) La actitud de la revolución proletaria hacia el


Estado
El Estado y la Revolución es una obra que no puede entenderse sin
El Imperialismo, fase superior del capitalismo. Sin ésta última, en la
que Lenin describe el colonialismo que tratamos en el capítulo
anterior y cómo conlleva la guerra, no puede entenderse el
capitalismo aplicado al Estado que trata, en parte, en aquella. La
Gran Burguesía, que domina en todas las ramas de las relaciones
de producción sobre la propiedad privada de los medios de
producción, sobre la producción de capital, domina también en la
administración pública. La Gran Burguesía es la gran unificadora
entre capital y burocracia, y es imposible entender el capitalismo sin
entender la relación entre uno y otra. Como vimos con Marx acerca
de la India e Irlanda, para Lenin este tipo de sistematización de la
dialéctica de clases y de Estados permite que los países del centro
capitalista se conviertan, sin abandonar el colonialismo, en
“presidios militares para los obreros” en esta fase imperialista. El
contexto de la guerra imperialista mundial de 1914-1918 suponía,
pues, una oportunidad necesaria en la que tratar la cuestión de la
actitud de la revolución proletaria hacia el Estado, pues ello adquiría
una importancia práctica. El socialchovinismo de la IIª Internacional,
que firmó y aplaudió los presupuestos de guerra que llevaron a las
masas obreras de Europa a batallar en las trincheras de la Guerra
del ’14, y que fue luego el germen del fascismo y del
nacionalsocialismo, es denunciado por Lenin como aquello que
abole la posibilidad de los obreros de, realmente, tener Patria. Se
dice que los trabajadores eligieron antes la Patria que la clase.
Realmente no fue así. Eligieron, en realidad, antes la Patria
Burguesa que la Patria Proletaria. Eligieron abolir para sí mismos el
elevarse a la condición de clase nacional. Todos, salvo los rusos.
Contra el oportunismo socialchovinista, luego socialfascista y
nazifascista, Lenin contrapone la propia doctrina de Marx y Engels
sobre el Estado, doctrina para algunos inexistente pero que Lenin

126
demuestra en su obra que sí existe. Y la expone, y la contrapone,
contra los oportunistas que niegan tal doctrina para sustancializar la
dialéctica de Estados olvidando la de clases, sin la cual la primera
no podría existir. La aplicación práctica de esta doctrina sobre el
Estado la explicará Lenin mediante sus reflexiones sobre las
revoluciones de 1905 y de 1917, esta última entonces en curso. Que
en Lenin el Estado es un sujeto revolucionario en manos proletarias
se evidencia en que, para él:
La cuestión de la actitud de la revolución socialista del proletariado ante el Estado
adquiere, así, no solo una importancia política práctica, sino la importancia más
candente como cuestión de explicar a las masas qué deberán hacer para liberarse,
en un porvenir inmediato, del yugo del capital. (Lenin, 1917: 35).
Y es obligatorio, necesario, para todo revolucionario, para todo
trabajador asalariado, para todo proletario, conocer esta doctrina
para evitar la tergiversación, la utilización, la manipulación, la
caricaturización y, en algunos casos, el olvido y la censura sobre las
ideas de Marx acerca de lo que hay que hacer, desde una
perspectiva materialista y política, respecto al Estado y a la
revolución. Cuestiones que había que evitar en tiempos de la
revolución bolchevique, que hubo que evitar después y que hoy, a
pesar del derrumbe del bloque soviético, hay que seguir evitando, y
que habrá que seguir evitando mañana. Lenin es contundente:
Ocurre hoy con la doctrina de Marx lo que ha solido ocurrir en la historia repetidas
veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los jefes de las clases
oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las
clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con
la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de
mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos
inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola
de gloria para “consolar” y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de
su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndolo. En
semejante “arreglo” del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los
oportunistas dentro del movimiento obrero. (Lenin, 1917: 39).
Sin Marx, Lenin no hubiese sido el gran revolucionario que fue.
Pero sin Lenin, Marx habría sido incluso más tergiversado de lo que
fue y es. El marxismo-leninismo es revolucionario y anticapitalista no
solo por Lenin, sino también por Marx. La combinación de ambos es
la mayor arma que jamás ha existido contra el capital. Y esto
conlleva tener en cuenta algo muy importante: el marxismo-
leninismo no se reduce solo a una relación burocrática entre cúpula

127
y militantes dentro de un Partido pretendidamente comunista, sino
que es una doctrina, una concepción del Hombre y del Universo,
que hay que estudiar, aplicar, expandir y convertirla en doctrina
dominante del Estado una vez alcanzado el poder. Y la expansión
no es solo a escala estatal, sino universal. Por tanto, todo lo que se
llame a sí mismo marxista-leninista y no tenga esto en cuenta, no
será realmente marxismo-leninismo, sino una caricatura
hollywoodiense y liberal-socialdemócrata de lo que realmente fue, y
es, la única verdadera oposición que el capital ha tenido, tiene y
tendrá. Por ello, para empezar a formarse en el marxismo-leninismo,
a nuestro juicio es imperativo leer, seguidos, el Manifiesto
Comunista de Marx y Engels y El Estado y la Revolución de Lenin,
tomados como una misma obra, como los dos libros por los que
todo comunista debe empezar a formarse antes que con ningunos
otros.
El Estado no es una entidad neutra, no es un teorema científico.
Por eso, la dialéctica de Estados no puede sustancializarse
negando, o minimizando, la dialéctica de clases. Pues ambas son
una sola dialéctica. No se puede entender la lucha de clases sin la
lucha entre Estados, y viceversa, pues son una misma lucha. El
Estado, al existir, aparentemente se mantiene como un poder por
encima de las contradicciones entre las clases sociales, pero sin
embargo, su poder y permanencia es fruto de dichas
contradicciones manejadas por la clase dominante desde el poder
político y económico. El Estado no concilia las clases, como creen
los armonismos socialdemócrata y fascista. El Estado afianza el
dominio de una clase sobre otra u otras. Y lo hace a varios niveles.
Tanto legalizando la extracción de plusvalor como una retribución al
riesgo de la inversión de capital, como mediante la represión directa
a través del poder ejecutivo, del judicial, del redistributivo o fiscal y
del militar, como a través de la alienación educativa y mediática. A
diferencia del krausismo socialdemócrata, el marxismo no es
armonista. Es dialéctico, de estirpe hegeliana, y entiende que el
conflicto es el fundamento de toda sociedad política, sin negar la
posibilidad de la paz social, sostenida siempre sobre el conflicto. La
paz social de clase no es la paz perpetua de Kant, sino la paz de la
victoria de una clase dominante sobre otra clase dominada. Todo

128
aquel que pregone la “igualdad de clases” o “entre clases”, la
“armonía entre clases” o la “justicia social” sin cuestionar el orden
burgués y el capital, será para Lenin un socialchovinista, un
oportunista menchevique y, en el fondo, un peligroso pánfilo, un
obstáculo para la revolución comunista. Luchar contra el armonismo
político entre clases de “izquierdas” y de “derechas”,
socialdemócrata o fascista, laico o religioso, es luchar contra la idea
de que solo la reforma democrática, las elecciones o, peor aún, el
democratismo más radical (asambleario, del voto directo o de la
reunión pública en plazas), ayudarán a mitigar la explotación y la
opresión sobre el pueblo, que no es más que la parte viva de la
nación. Y solo luchando ferozmente contra estos armonismos las
clases de trabajadores y el proletariado que forman el grueso del
pueblo, podrán elevarse a nación, y con ello podrán unificar el
legado de los antepasados como herencia de los hombres y mujeres
del futuro de la Patria a través de la conquista del poder y la
abolición del capital. Por ello, tener clara esta cuestión del Estado
es, en el fondo, sinónimo de tener clara la cuestión nacional.
A través de la dominación de clase y de la explotación de fuerza
de trabajo esclava, feudal o asalariada, el Estado, que surge de
sociedades humanas prepolíticas hace uno 5000 años, sitúa su
poder de forma abolida ante esa fuerza de trabajo. Y solo bajo el
modo de producción capitalista las contradicciones político-
económicas permitirían al proletariado elevarse a la condición de
clase nacional, y esta es la clave de bóveda de la revolución en el
marxismo-leninismo. El ejército y la policía, a las que hay que añadir
en España la Guardia Civil, son las instituciones que utiliza la Gran
Burguesía para impedir dicha elevación. Pero como ocurrió en toda
revolución triunfante, la clase social revolucionaria ha de ganarse a
los trabajadores de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado
para que dicha revolución triunfe. Y, además, solo de la mano de
esos trabajadores, que también son asalariados en tanto que
funcionarios, el proletariado puede elevarse a la condición de clase
nacional. Pues el proletariado, más el resto de trabajadores
asalariados dentro de un Estado-nación como España, solo podrán
elevarse a la condición de clase nacional si los trabajadores de las
Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado se elevan con ellos a

129
esa misma condición en sentido comunista. Pues soldados, policías
y guardias civiles, independientemente del origen de algunas de
estas instituciones, dan todo por una Patria que no es suya, la Patria
burguesa. La abolición del capital exige, por tanto, que todos los
trabajadores asalariados, desde el proletario al soldado, desde el
campesino al policía, y desde el maestro al guardia civil, se eleven
conjuntamente a Patria, a la condición de clase nacional, contra la
Gran Burguesía, contra la aristocracia terrateniente, contra la
pequeña-burguesía de orientación armonista socialdemócrata o
fascista y contra el lumpenproletariado precario partidario activo de
la reacción antiobrera. Esto fue el bolchevismo, esto es el marxismo-
leninismo. Y siempre bajo el abrigo y dirección de un Partido político
de vanguardia que los incluya a todos. No tener esto en cuenta
permitió el fracaso del sexto y el séptimo períodos revolucionarios,
parejos al fracaso de la Comuna de París de 1871. Tener esto en
cuenta permitió el triunfo de la revolución de octubre en Rusia, de la
revolución china, de la coreana, de la cubana o de la vietnamita.
Un ejército y policía permanentes son condición sine qua non para
que el Estado burgués imperialista depredador mantenga su
estatus, su estabilidad y su poder. Ahora bien, ese ejército y esa
policía permanentes actúan defendiendo el orden y la ley
burguesas, incluso en las democracias liberales y socialdemócratas
más, supuestamente, “avanzadas”. La abolición del Estado burgués,
del Estado que, desde Maquiavelo, tuvo un sentido casi único como
tal, requiere que los trabajadores del ejército, de la policía y de la
Guardia Civil permanentes en el caso español, tomen los intereses
del resto de asalariados y del proletariado como suyos. Pues es la
Gran Burguesía colonialista y neocolonialista (la actual), aquella
clase social que nutre la policía y el ejército de los Estados en que
domina de algunos de los mejores hijos de la Patria, la cual queda
abolida también para ellos en cuanto intervienen en guerras
imperialistas, o reprimen al proletariado, al campesinado y al resto
de asalariados y al partido comunista y otras fuerzas obreras. En
España, además, al haberse abolido ideológicamente la idea de
nación española para las fuerzas socialistas, esa misma idea de
nación, pero en un sentido burgués y conservador, es mantenida
como ortograma de funcionamiento de dichas Fuerzas y Cuerpos de

130
Seguridad, los cuales sin embargo quedan independizados de
cualquier acercamiento a postulados marxistas o comunistas en
tanto que fuerzas pretorianas, en expresión de Marx. Si la
hispanofobia es la abolición ideológica de la idea de España sobre
las clases obreras, la filia a una idea burguesa y conservadora de
España es lo que abole la relación necesaria entre los trabajadores
de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y los
trabajadores de las fuerzas políticas y sindicales de “izquierdas”. Se
trata de una doble abolición que perjudica a ambos y asegura el
dominio Gran-Burgués en España y su inserción en el organismo
militar de la OTAN y el político-económico del euro y la Unión
Europea, extensión del anterior. Dicho “divorcio”, que tiene raíces
históricas como vimos en el capítulo III, es lo que permite la
permanencia del orden establecido que conocemos. Y es lo que
Marx y Lenin llaman a remediar. Pues remediar esto permitiría
terminar con el papel del Estado en tanto que instrumento de
explotación de la clase opresora contra la oprimida. Es tener en
cuenta lo que Engels llama (citado por Lenin) “la cuestión de las
relaciones mutuas entre los destacamentos ‘especiales’ de hombres
armados y la ‘organización armada espontánea de la población’”.
Que en el caso de la revolución bolchevique, e inspirada en las
Tesis de Abril, ya no sería una organización armada espontánea,
sino la generación de un Ejército proletario a través de efectivos
civiles y militares disidentes de la Guerra del ’14: el Ejército Rojo.
No solo la policía y el ejército son los órganos que ejecutan el
poder de clase del Estado. También los funcionarios recaudadores
de impuestos y los administradores de la deuda interna y externa del
Estado. Estos, como los policías y soldados, son independizados de
las masas obreras a través de mecanismos de dominación de clase
como la corrupción, tanto la ilegal como la alegal y la legal. La
administración pública es el mejor socio de los negocios de la clase
dominante. El argumento utilizado para con soldados, policías y
guardias civiles, vale también para el resto de los trabajadores de la
administración pública del Estado. Y ni el mero cambio de personas
en los puestos administrativos funcionariales, ni el “acercamiento”
de la administración a “la gente”, pueden acabar con estas
relaciones de dominación conflictiva de clase, que serán más

131
seguras, por legítimas, en las llamadas “repúblicas democráticas”,
es decir, en las democracias más democráticas posibles. Lenin,
citando a Engels, sentencia, en unos argumentos que, centrados
entonces en el “sufragio universal”, valdrían hoy para el
fundamentalismo democrático radical propio del democratismo
directo, asambleario o digital, que sustancializa estos
procedimientos como la solución de todos los problemas, incluido el
supuesto “problema del derecho a decidir de las nacionalidades
oprimidas del Estado español”, en terminología bundista o
austromarxista patria, como veremos en el capítulo VIII:
[…] Engels, con la mayor precisión, llama al sufragio universal arma de
dominación de la burguesía. El sufragio universal, dice Engels, sacando
evidentemente las enseñanzas de la larga experiencia de la socialdemocracia
alemana, es “el índice que sirve para medir la madurez de la clase obrera. No puede
ser más ni será nunca más, en el Estado actual” [fin de la cita a Engels que realiza
Lenin]. Los demócratas pequeñoburgueses, por el estilo de nuestros
socialrevolucionarios y mencheviques, y sus hermanos carnales, todos los
socialchovinistas y oportunistas de la Europa occidental, esperan, en efecto, “más”
del sufragio universal. Comparten ellos mismos e inculcan al pueblo la falsa idea de
que el sufragio universal es, “en el Estado actual”, un medio capaz de expresar
realmente la voluntad de la mayoría de los trabajadores y de garantizar su efectividad
práctica. Aquí no podemos hacer más que señalar esta idea mentirosa, poner de
manifiesto que esta afirmación de Engels, completamente clara, precisa y concreta,
se falsea a cada paso en la propaganda y en la agitación de los partidos socialistas
“oficiales” (es decir, oportunistas). (Lenin, 1917: 50-51).

b) Qué quiere decir realmente el marxismo-


leninismo con “extinción” del Estado
Lenin cita a Engels en un párrafo de El origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado, en el que afirma que la revolución
comunista enviará “toda la máquina del Estado al lugar que
entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a
la rueca y al hacha de bronce”. Pero Lenin enseguida advierte: esta
afirmación de Engels, en los textos de los teóricos de la IIª
Internacional, la de la izquierda socialdemócrata y del
socialchovinismo, se utiliza “para rendir homenaje oficial a Engels
sin el menor intento de analizar qué amplitud y profundidad
revolucionarias supone esto”. ¿Qué es la máquina del Estado según
Engels, y en qué consiste la “extinción” del Estado según Lenin?

132
El propio Lenin entrecomilla “extinción” nada más empezar el
apartado 4) del capítulo I de El Estado y la Revolución. El capítulo I
se titula “La sociedad de clases y el Estado”, y su apartado 4) lleva
como título textual ‘La “extinción” del Estado y la revolución violenta’,
siendo Lenin el primero que entrecomilla lo de “extinción”.
Basándose en una exposición de Engels en el Anti-Dühring, en la
que afirma que el Estado, como instrumento de dominación de
clase, se extingue (cursivas del propio Engels) en el momento en
que el proletariado se eleva a la condición de clase nacional y abole
la opresión y explotación de clases. Tanto Engels como Lenin
contraponen esta “extinción” a la idea de abolición-destrucción del
Estado propia del anarquismo. Pero no solo hacen ambos eso, pues
dicha contraposición, sin profundizar en ella, lleva al movimiento
obrero al oportunismo y al gradualismo, que entienden por
“extinción” el cambio lento, paulatino, sin tormentas ni revoluciones,
del Estado en tanto que sistema de opresión de una clase sobre
otra. O lo que es lo mismo, a la negación de la revolución
comunista. Es decir, lo que hoy día se llamaría “proceso
constituyente” siguiendo las ideas de Toni Negri, equivaldría al
oportunismo gradualista que Lenin denunció entonces. Un “proceso
constituyente” que siempre beneficiará al poder nacional e
internacional de las Grandes Burguesías del siglo XXI.
Según Lenin, el Estado que destruye la revolución comunista es el
Estado burgués, y el que se “extingue” es el Estado proletario. O lo
que es lo mismo, la destrucción del Estado burgués es la
destrucción del Estado en tanto que instrumento de dominación de
clase. Y la “extinción” del Estado proletario equivale a la extinción de
toda posibilidad de dominación de una clase sobre otra, en tanto
que la revolución comunista, al abolir el capital, y al elevar a los
trabajadores a la condición de clase nacional (capítulo II), acaba con
la posibilidad de existencia de clases sociales conformadas en torno
al dominio sobre la propiedad privada, y privativa, de los medios de
producción de la riqueza de una sociedad política. Esto, y no otra
cosa, es la “extinción” del Estado en el marxismo-leninismo. Ni
gradualismo socialdemócrata, ni abolicionismo-destruccionismo
anarquista, ni armonismo fascista.

133
Al mismo tiempo, para Engels y para Lenin el Estado es una
fuerza especial de represión. Cuando esta fuerza especial de
represión, incluso en formas radicales de democracia, se ejecuta
desde la burguesía al proletariado, nos encontramos ante la
dictadura de la burguesía. Con la sustitución, mediante la revolución
comunista, de esta fuerza especial de represión, por otra, la del
proletariado sobre la burguesía, nos encontramos ante la dictadura
del proletariado. Lenin añade, distanciándose del anarquismo en
cualquiera de sus variantes:
En esto consiste precisamente la “destrucción del Estado como tal”. En esto
consiste precisamente el “acto” de la toma de posesión de los medios de producción
en nombre de la sociedad. Y es de suyo evidente que semejante sustitución de una
“fuerza especial” (la burguesa) por otra (la proletaria) ya no pueda operarse, en modo
alguno, bajo la forma de “extinción”. (Lenin, 1917: 54-55).
¿Qué quiere decir Lenin con esto? Que la extinción del Estado y
de las clases sociales equivale, en sentido positivo, a acabar, como
ya dijimos, con el Estado en tanto que fuerza especial de represión,
de dominación, explotación y opresión de unas clases sobre otras
en tanto que el proletariado se eleva a la condición de clase
nacional mediante la toma del poder del Estado. Lenin se refiere, en
definitiva, a la abolición del capital como relación social de
producción, y al fin de las clases sociales como agrupaciones de
sujetos en torno al capital y a su entretejimiento con el poder estatal
burgués. Pero esta extinción no implica el acabar con las
agrupaciones sociales en clases de individuos, o en acabar con la
administración pública y privada de las cosas, o incluso en acabar
con la gestión y la representación política como tal. Es decir, el
comunismo no abole la sociedad política, cuya raíz histórica es el
Estado prístino antiguo. Simplemente, anula y supera la política en
el sentido histórico de la dialéctica de clases y de Estados tal y
como la hemos conocido, lo que conllevaría, incluso, abolir lo que se
ha entendido históricamente como democracia en todas sus
vertientes (ateniense, esclavista, feudal, liberal, de notables,
representativa, directa, radical, asamblearia, etc.):
[…] Engels habla aquí del “adormecimiento” y de la “extinción” de la democracia.
Esto parece, a primera vista, muy extraño. Pero esto solo es “incomprensible” para
quien no haya comprendido que la democracia también es un Estado y que,
consiguientemente, la democracia también desaparecerá cuando desaparezca el
Estado. El Estado burgués solo puede ser destruido por la revolución. El Estado, en

134
general, es decir, la más completa democracia, solo puede “extinguirse”. (Lenin,
1917: 55). [Cursivas de Lenin]
El comunismo no supone el fin de la política, el fin de las
sociedades políticas, ni el fin del agrupamiento lógico de los
individuos en clases. Supone el fin, la superación, de la política
organizada en torno al dominio de clase, en torno a la explotación y
opresión de clase sobre la base de la propiedad privada de los
medios de producción, siendo los núcleos intrasociales de esta
dominación de clase la esclavitud, el feudo o el capital, y teniendo
como base todos ellos la apropiación del territorio en la Antigüedad
y acumulación originaria en el medievo, y el reparto de lo producido
y de las fuentes o materias primas de lo que se produce en todo
modo de producción histórico. El comunismo supone un salto
cuantitativo y cualitativo hacia formas nuevas de sociedades
políticas, quizás inimaginables a día de hoy. Pero este salto
cuantitativo y cualitativo ha de realizarse partiendo de lo que hay, y
no destruyendo por completo lo que hay, como defendería el
anarquismo. Ni tampoco partiendo de lo que hay para parchearlo,
como defiende el armonismo socialdemócrata, fascista o liberal-
conservador. Por ello, este salto cualitativo y cuantitativo debe
realizarse, desde la perspectiva marxista-leninista, mediante la
revolución violenta. Una revolución violenta cuyo fin es siempre la
paz, la paz de la victoria de los trabajadores sobre toda la Historia
anterior. Basándose de nuevo en el Anti-Dühring de Engels, Lenin
presenta la revolución violenta como un acto dialéctico puro, el que
deshace la contradicción fuerte histórica fundamental, la
contradicción Historia / Revolución Comunista. Una contradicción
dialéctica que, mal entendida, llevaría según Lenin de la dialéctica al
eclecticismo, compañero inseparable del oportunismo:
Se suplanta la dialéctica por el eclecticismo: es la actitud más usual y más
generalizada ante el marxismo en la literatura socialdemócrata oficial de nuestros
días. Estas suplantaciones no tienen, ciertamente, nada de nuevo; pueden
observarse incluso en la historia de la filosofía clásica griega. Con la suplantación del
marxismo por el oportunismo, el eclecticismo presentado como dialéctica engaña
más fácilmente a las masas, les da una aparente satisfacción, parece tener en
cuenta todos los aspectos del proceso, todas las tendencias del desarrollo, todas las
influencias contradictorias, etc., cuando en realidad no da ninguna noción completa y
revolucionaria del proceso del desarrollo social. (Lenin, 1917: 58).

135
La revolución violenta es la negación dialéctica del Estado
burgués, el cual no puede sustituirse por el Estado proletario, la
dictadura del proletariado, mediante la “extinción”, sino solo, por
regla general, mediante la revolución violenta. La negación
dialéctica de la Historia mediante la revolución comunista está
argumentada por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, y en
Marx en Miseria de la filosofía, un texto contra el anarquismo de
Proudhon, y en la Crítica del programa de Gotha, un ataque de Marx
al oportunismo gradualista socialdemócrata. Para Lenin, “la
necesidad de educar sistemáticamente a las masas […] en esta idea
sobre la revolución violenta, es algo básico en toda la doctrina de
Marx y Engels”.
Sustituir el Estado burgués por el Estado proletario es imposible
sin revolución violenta. La supresión del Estado proletario en los
términos del marxismo-leninismo que antes hemos descrito sí
implica un proceso de “extinción”, no de la sociedad política como
tal, sino del Estado en tanto instrumento de apropiación del valor
producido mediante la explotación. El primer paso de este proceso
será la “transformación [literalmente: elevación] del proletariado en
clase dominante, la conquista de la democracia” (Lenin citando el
Manifiesto Comunista de Marx y Engels; cursivas entre corchetes
del propio Lenin). Esta es la conclusión de Lenin.

c) La dictadura del proletariado es el Estado


proletario, la organización del proletariado como
clase dominante
Fue tras el fracaso de la Comuna de París en 1871 cuando Marx y
Engels formulan la idea de dictadura del proletariado. ¿Qué es la
dictadura del proletariado? Según Lenin, la dictadura del
proletariado no es otra cosa que “El Estado, es decir, el proletariado
organizado como clase dominante”. Esta definición de la dictadura
del proletariado es olvidada y ninguneada, afirma Lenin, por la
socialdemocracia oficial de la IIª Internacional, y por sus corrientes
kautskianas, oportunistas y socialchovinistas (luego fascistas). La
dictadura del proletariado es “del todo inconciliable con el
reformismo y se da de bofetadas con los prejuicios oportunistas

136
corrientes y las ilusiones filisteas” del gradualismo democratista. La
dictadura del proletariado, el Estado obrero, ha de reprimir a la
burguesía, para evitar que esta se rearme contra aquel, y para
abolirla como clase, al tiempo que abole el capital.
Los trabajadores necesitan el Estado para aplastar la resistencia
de los explotadores burgueses, en tanto que solo ellos son la clase
de clases capaz de unir a todos los explotados y oprimidos, y a
todas las clases de trabajadores (incluidos, insistimos, a los
funcionarios y a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado),
contra la burguesía para su eliminación como clase, la cual no
implica necesariamente su eliminación como personas. Esta
máxima marxista-leninista se opone al armonismo gradualista
(socialdemócrata) u orgánico (fascista), de origen pequeñoburgués,
basado en la supuesta sumisión pacífica de una minoría, la
burguesa, que habrá adquirido conciencia de su misión en una
sociedad armónica donde el Estado se situaría por encima de las
clases, algo que siempre que se ha puesto en práctica ha
conllevado “la traición contra los intereses de las clases
trabajadoras”, como demostró la revolución francesa de 1848 que
desembocó en la dictadura de Luis Napoleón Bonaparte (Napoleón
III) y la de 1871, la Comuna de París, que dio lugar a la Tercera
República Francesa radical-liberal, o como también demostraron las
participaciones de “socialistas” (entrecomillado de Lenin) en Francia,
Inglaterra, Italia o España a finales del siglo XIX y principios del XX,
o como demostraron las experiencias fascistas (1921-1945) y,
posteriormente, la confluencia socialdemócrata-democristiana en el
Estado de bienestar tras la Segunda Guerra Mundial hasta el
presente, o el eurocomunismo.
¿Qué es la dictadura del proletariado en tanto que elevación del
mismo a la condición de clase nacional, como afirmamos en el
capítulo II? Lenin lo explica:
La doctrina de la lucha de clases, aplicada por Marx a la cuestión del Estado y a la
revolución socialista, conduce necesariamente al reconocimiento de la dominación
política del proletariado, de su dictadura, es decir, de un poder no compartido con
nadie y apoyado directamente en la fuerza armada de las masas. El derrocamiento
de la burguesía solo puede realizarse mediante la transformación del proletariado en
clase dominante, capaz de aplastar la resistencia inevitable y desesperada de la
burguesía y de organizar para el nuevo régimen económico a todas las masas
trabajadoras y explotadas. El proletariado necesita el poder del Estado, organización

137
centralizada de la fuerza, organización de la violencia, tanto para aplastar la
resistencia de los explotadores como para dirigir a la enorme masa de la población, a
los campesinos, a la pequeña burguesía, a los semiproletarios, en la obra de “poner
en marcha” la economía socialista. Educando al partido obrero, el marxismo educa a
la vanguardia del proletariado, vanguardia capaz de tomar el poder y de conducir a
todo el pueblo al socialismo, de dirigir y organizar el nuevo régimen, de ser el
maestro, el dirigente, el jefe de todos los trabajadores y explotados en la obra de
construir su propia vida social sin burguesía y contra la burguesía. (Lenin, 1917: 64).
He aquí, condensada, la doctrina del Estado proletario del
marxismo-leninismo. Esta doctrina es lo opuesto al oportunismo,
que educa de manera tergiversada a los partidos obreros, y muy
especialmente a los obreros mejor pagados, apartados de las
masas y que se las arreglan de manera más o menos estable en el
capitalismo, renunciando al papel de dirigentes revolucionarios
contra la burguesía. Por el contrario, Lenin en la cita anterior explica
lo que es “el Estado, es decir, el proletariado organizado como clase
dominante”, que es la misma doctrina que la de Marx y Engels. Para
que el Estado sea el proletariado organizado como clase dominante,
el proletariado y las clases de trabajadores restantes han de
aniquilar previamente “la máquina estatal creada para sí por la
burguesía”, sustentada en el capital, como hemos desarrollado más
arriba. ¿Por qué es fundamental la idea de dictadura del
proletariado, de elevación de los trabajadores a la condición de
clase nacional? Porque quien no defienda esta idea no entiende la
idea de lucha de clases en Marx, porque Marx no fue quien teorizó
primero ni la lucha de clases ni la lucha entre Estados, siendo
pioneros de estas ideas teóricos burgueses. Lenin lo explica
tajantemente:
Quien reconoce solamente la lucha de clases no es aún marxista, puede
mantenerse todavía dentro del marco del pensamiento burgués y de la política
burguesa. Circunscribir el marxismo a la doctrina de la lucha de clases es limitar el
marxismo, bastardearlo, reducirlo a algo que la burguesía puede aceptar. Marxista
solo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al
reconocimiento de la dictadura del proletariado. En esto es en lo que estriba la más
profunda diferencia entre un marxista y un pequeño (o un gran) burgués adocenado.
En esta piedra de toque es en la que hay que contrastar la comprensión y el
reconocimiento real del marxismo. (Lenin, 1917: 74).
Es decir, quien no defienda esta idea es un oportunista, un
reformista y/o un kautskiano (partidario de Karl Kautsky, teórico de la
IIª Internacional). Para un marxista real, el Estado entendido como el
proletariado organizado como clase dominante, la dictadura del

138
proletariado, debe ser inevitablemente una democracia nueva para
el proletariado y las clases de trabajadores unidas a él. Debe ser
una dictadura, de nuevo, contra la burguesía, y su misión es abolir
las contradicciones de clase basadas en el capital como relación
social de producción. Abolición que conllevaría, para Lenin y para
Marx, la extinción de las clases sociales en torno al capital y del
Estado como instrumento de protección del capital y del
antagonismo de clase conformado históricamente en torno a él:
[…] la esencia de la teoría de Marx sobre el Estado solo la ha asimilado quien
haya comprendido que la dictadura de una clase es necesaria, no solo para la
sociedad de clases en general, no solo para el proletariado después de derrocar a la
burguesía, sino también para todo el período histórico que separa al capitalismo de la
“sociedad sin clases”, del comunismo. Las formas de los Estados burgueses son
extraordinariamente diversas, pero su esencia es la misma: todos esos Estados son,
bajo una forma o bajo otra, pero, en último resultado, necesariamente, una dictadura
de la burguesía. La transición del capitalismo al comunismo no puede, naturalmente,
por menos de proporcionar una enorme abundancia y diversidad de formas políticas,
pero la esencia de todas ellas será, necesariamente, una: la dictadura del
proletariado. (Lenin, 1917: 75). [Cursivas y comillas de Lenin].
Esta destrucción de la máquina burocrático-militar burguesa y la
instauración del Estado obrero, la dictadura del proletariado, es la
condición previa de toda revolución verdaderamente popular, en
expresión del propio Marx en su carta a Kugelman del 12 de abril de
1871 (citada por Lenin). Y es popular, que no populista, porque
supone la elevación del pueblo real, los trabajadores asalariados y
el proletariado, a la condición de clase nacional. Una revolución
comunista es una revolución siempre popular, en tanto que “de un
modo activo, por propia iniciativa, con sus propias reivindicaciones
económicas y políticas”, las clases de trabajadores del pueblo real
se elevan a la condición de clase nacional. La dictadura del
proletariado es la elevación de las clases de trabajadores bajo la
dirección proletaria y de su vanguardia partidaria, a la condición de
clase nacional del Estado burgués, cuyo aparato de explotación es
destruido y es reemplazado por el socialismo. Y esto, sin necesidad
de que dicha revolución triunfe. En la historia de España, todos los
períodos revolucionarios, en mayor o menor grado, tuvieron un alto
grado de iniciativa popular, desde la Guerra de Independencia de
1808-1814 a la Segunda República y la Guerra Civil. En esos
períodos era arrastrada la mayoría de la nación, el pueblo, a la

139
revolución, habiendo en cada momento una configuración de clase
distinta. En el quinto, sexto y séptimo períodos revolucionarios
españoles, como en la Comuna de París de 1871, se dieron
períodos revolucionarios populares en tanto que el proletariado y el
campesinado constituían, unidos, la mayoría del pueblo, eran “el
pueblo”. Y así fue también en Rusia en 1917, o en China en 1949.
Hoy día, el proletariado no es la clase mayoritaria en España, pero
sí sigue teniendo un papel fundamental en el marco del
entretejimiento de nuestras ramas de las relaciones de producción.
Y puede ser el núcleo que conforme el cuerpo que siga el curso de
una transformación popular revolucionaria en España, cuyo pueblo
son, hoy día, todas las clases de trabajadores que no tienen la
posesión legal, ilegal y/o alegal de los medios de producción de
capital, en manos de la Gran Burguesía de toda la nación.

d) Marxismo-leninismo y parlamentarismo
El marxismo-leninismo también quiere abolir el parlamentarismo, y
no deja que la crítica al parlamentarismo sea exclusiva del
anarcosindicalismo, que Lenin considera “hermano carnal del
oportunismo”. Lenin, siguiendo a Marx, criticó el parlamentarismo
así:
Decidir una vez cada cierto número de años qué miembros de la clase dominante
han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento: he aquí la verdadera esencia
del parlamentarismo burgués, no solo en las monarquías constitucionales
parlamentarias, sino también en las repúblicas más democráticas. Pero si
planteamos la cuestión del Estado, si enfocamos el parlamentarismo como una de
las instituciones del Estado, desde el punto de vista de las tareas del proletariado en
este terreno, ¿dónde está entonces la salida del parlamentarismo? ¿Cómo es posible
prescindir de él? […] La salida del parlamentarismo no está, naturalmente, en la
abolición de las instituciones representativas y de la elegibilidad, sino en transformar
las instituciones representativas de lugares de charlatanería en corporaciones “de
trabajo”. (Lenin, 1917: 88-89).
¿Por qué? Para Lenin, en todos los Estados parlamentarios, “la
verdadera labor ‘de Estado’ se hace entre bastidores y la ejecutan
los ministerios, las oficinas, los Estados mayores”, mientras que en
los parlamentos solo se “charla”. En la Comuna, así como en todo
Estado obrero y socialista, se sustituye el parlamentarismo liberal
por instituciones donde hay auténtica libertad de crítica y de
examen, que ejecutan ellas mismas las leyes, que comprueban los

140
resultados de esa aplicación, que responden directamente ante sus
electores. Desaparece el parlamentarismo sin desaparecer la
democracia representativa. Es posible concebir la dictadura del
proletariado sin parlamentarismo, pero no sin democracia
representativa. En el marxismo-leninismo, acabar con el Estado
burgués no es una frase vacía para ganar votos, como sí lo es entre
los mencheviques y los socialrevolucionarios que Lenin combatió.
Tampoco la burocracia se abole repentinamente, algo que sería una
locura. Por el contrario, el proyecto comunista hará esto:
Organizaremos la gran producción nosotros mismos, los obreros, partiendo de lo
que ha sido creado ya por el capitalismo, basándonos en nuestra propia experiencia
obrera, estableciendo una disciplina rigurosísima, férrea, mantenida por el poder
estatal de los obreros armados; reduciremos a los funcionarios del Estado a ser
simples ejecutores de nuestras directivas, “inspectores y contables” responsables,
amovibles y modestamente retribuidos (en unión, naturalmente, de técnicos de todas
clases, de todos los tipos y grados): he ahí nuestra tarea proletaria, he ahí por dónde
se puede y se debe empezar a llevar a cabo la revolución proletaria. Este comienzo,
sobre la base de la gran producción, conduce por sí mismo a la “extinción” gradual de
toda burocracia, a la creación gradual de un orden –orden sin comillas, orden que no
se parecerá en nada a la esclavitud asalariada-, de un orden en que las funciones de
inspección y de contabilidad, cada vez más simplificadas, se ejecutarán por todos
siguiendo un turno, acabarán por convertirse en costumbre, y, por fin, desaparecerán
como funciones especiales de una capa especial de la sociedad. (Lenin, 1917: 93).
[Cursivas y comillas de Lenin].

e) El marxismo-leninismo contra el separatismo,


contra el federalismo y contra el confederalismo.
El centralismo obrero
¿Y cómo se organizaría la nación proletaria, el Estado de la
dictadura del proletariado, elevado a la condición de clase nacional?
Pues Lenin cita a Marx en su escrito sobre la Comuna de París, y el
propio Marx es ya más que contundente. Así lo cita Lenin en el
punto 4), ‘Organización de la unidad de la nación’, dentro del
capítulo III) titulado “El Estado y la revolución. La experiencia de la
Comuna de París de 1871. El análisis de Marx”:
No se trataba de destruir la unidad de la nación, sino por el contrario, de
organizarla mediante un régimen comunal. La unidad de la nación debía convertirse
en una realidad mediante la destrucción de aquel poder del Estado que pretendía ser
la encarnación de esta unidad, pero quería ser independiente de la nación y estar
situado por encima de ella. De hecho, este poder del Estado no era más que una
excrecencia parasitaria en el cuerpo de la nación […]. La tarea consistía en amputar

141
los órganos puramente represivos del viejo poder estatal y arrancar sus legítimas
funciones de manos de una autoridad que pretende colocarse sobre la sociedad,
para restituirlas a los servidores responsables de ésta. (Marx citado por Lenin, 1917:
95).
El antiseparatismo de Marx, que Lenin comparte, se opone a una
lectura federalista que Lenin achaca al socialdemócrata y
exmarxista Eduard Bernstein. Bernstein asocia esta idea de Marx,
expresada en el párrafo anterior, con el federalismo del anarquista
Pierre-Joseph Proudhon, asociación que Lenin niega
vehementemente. Acusando a Bernstein de oportunista, Lenin
asocia federalismo a oportunismo, pues en su texto sobre la
Comuna de París, Marx nunca habla de sustituir el centralismo
jacobino por el federalismo, sino de destruir la antigua máquina
burguesa del Estado por la dictadura del proletariado. Incluso Lenin
critica que dos supuestos marxistas “ortodoxos” como Karl Kautsky
y Gueorgui Plejanov, maestro y mentor político de Lenin e iniciador
del marxismo y del hegelianismo en Rusia, pasaran por alto esta
asociación de Bernstein entre federalismo y marxismo. Asociación
que inició la socialdemocracia antimarxista alemana y que llegó a
España, dando lugar a la quinta causa que en España explica la
asociación España = Franco: la socialdemocracia española, de
influencia alemana, ha tomado el federalismo como modelo ideal de
organización territorial del Estado influida por esta asociación debida
a Bernstein, y que, como negación del franquismo, asocia
centralismo con derecha política. El franquismo sería la sexta causa,
que ya trataremos en el capítulo XI.
¿Pero este error, o esta mentira, de Bernstein, que tanto ha
influido en la socialdemocracia española, la cual nunca ha tenido
personalidad política propia, tiene alguna base? Toda idea errónea
tiene algún fulcro de verdad. Pues lo irracional viene de la dialéctica
entre ideas o instituciones racionales, cuyo resultado a veces es
racional, a veces arracional y a veces irracional. La base de la idea
irracional de la asociación del marxismo con el federalismo estriba
en que tanto Marx como Proudhón, o como Bakunin, coinciden que
todos ellos abogan por la “destrucción” de la máquina moderna del
Estado, y queremos subrayar lo de moderna, como producto de la
Modernidad. Es decir, el Estado que definió Nicolás Maquiavelo.

142
¿En qué discrepa Marx con Proudhon y con Bakunin? En la cuestión
del federalismo y del confederalismo. Lenin lo resume así:
El federalismo es una derivación de principio de las concepciones
pequeñoburguesas del anarquismo. Marx es centralista. En los pasajes suyos citados
más arriba no se contiene la menor desviación del centralismo. ¡Solo quienes se
hallen poseídos de la “fe supersticiosa” del filisteo en el Estado pueden confundir la
destrucción de la máquina del Estado burgués con la destrucción del centralismo!
(Lenin, 1917: 97).
Más claro, agua. El proletariado y los campesinos, todas las
clases de trabajadores del país, cuando han de elevarse a la
condición de clase nacional, es siempre dentro del Estado burgués
ya constituido, lo que equivale a tomar el poder dentro de su
territorio ya constituido incluso desde hace centurias. Unificar las
comunas, soviets o como se llamen, para dirigir los golpes contra el
capital, aplastar la resistencia de los capitalistas, “entregar a toda la
nación, a toda la sociedad, la propiedad privada sobre los
ferrocarriles, las fábricas, la tierra, etc.”, es, según Lenin, el
centralismo, el más consecuente centralismo democrático, esto es,
el centralismo proletario. Lenin considera a Bernstein un filisteo,
porque solo un filisteo puede pensar que el centralismo solo puede
venir de arriba, impuesto y mantenido por el ejército y los
funcionarios. En ese sentido, muchos autodenominados “marxistas”
en España, curiosamente federalistas, confederalistas o
abiertamente separatistas, serían unos filisteos. En todo caso, lo
que Marx hace y Lenin subraya, es “contraponer el centralismo
consciente, democrático, proletario, al centralismo burgués, militar,
burocrático”. Revivir lo escrito por Marx y otros clásicos del
marxismo-leninismo sobre la cuestión nacional, sacarlo del olvido,
es uno de los propósitos de este libro, con tal de ofrecer a los
trabajadores españoles, nativos y residentes, un “marxismo no
falseado”.
El centralismo político del Estado obrero, de los trabajadores
elevados a la condición de clase nacional, exige violencia, exige
autoridad, y exige poder, mucho poder político. Lenin expone esta
cuestión citando a Engels, de unos escritos que redactó junto a
Marx en 1873 para una revista italiana, traducidos al alemán para
Neue Zeit en 1913. Eran textos críticos con el anarquismo, el
autonomismo y los “antiautoritarios” de inspiración proudhoniana.

143
Ciertos pasajes de Engels aquí, citados por Lenin, tienen una
absoluta actualidad en la España de hoy. Y conecta, además, con
su texto, ya analizado en el capítulo III, de “Los bakuninistas en
acción”:
Indudablemente, no hay nada más autoritario que una revolución. La revolución es
un acto durante el cual una parte de la población impone su voluntad a la otra
mediante los fusiles, las bayonetas, los cañones, esto es, mediante elementos
extraordinariamente autoritarios. El partido triunfante se ve obligado a mantener su
dominación por medio del temor que dichas armas infunden a los reaccionarios. Si la
Comuna de París no se hubiera apoyado en la autoridad del pueblo armado contra la
burguesía, ¿habría subsistido más de un día? ¿No tenemos más bien, por el
contrario, el derecho de censurar a la Comuna por no haberse servido
suficientemente de dicha autoridad? Así, pues, una de dos: o los antiautoritarios no
saben lo que dicen, y en este caso no hacen más que sembrar la confusión, o lo
saben y, en este caso, traicionan la causa del proletariado. Tanto en uno como en
otro caso sirven únicamente a la reacción. (Engels, citado por Lenin, 1917: 108-109).
¿Por qué para Marx, Engels y Lenin el Estado francés, con la
Comuna de París, se había convertido en una comunidad política –
fórmula de Engels en carta a August Bebel en 1875– en la que se
abolía el Estado burgués? Porque la Comuna ya no reprimía a la
mayoría de la población, los trabajadores, sino a la minoría, la
burguesía. La Comuna, al igual que después la Unión Soviética,
había roto la máquina del Estado burgués, y en vez de una fuerza
especial para la represión de los obreros, había instaurado la
población misma, los obreros, como gigantesco mecanismo de
represión sobre la burguesía. Para Lenin, todo eso era, en sentido
estricto, renunciar al Estado. Y si hubiese triunfado la Comuna, las
funciones del Estado burgués habrían ido desapareciendo por sí
solas, como desaparecieron, en parte, en todos los países en que
se instauró una república inspirada en las ideas del marxismo-
leninismo. Por eso, estas naciones han preferido llamarse a sí
mismas repúblicas populares, repúblicas democráticas populares o
repúblicas socialistas, antes que, simplemente “Estados populares”.
La coherencia entre teoría y praxis marxista-leninista es total en este
sentido. Y todas estas repúblicas populares han sido, o son, con
matices y sin negar los problemas, dictaduras proletarias.
Engels redactó, el 29 de junio de 1891, la Crítica del proyecto del
programa de Erfurt, publicada diez días después también en el Neue
Zeit alemán. Lenin lo cita debido a cómo trata la cuestión de la
república, de la nación y de la autonomía local. Este texto será

144
trascendental en el futuro del marxismo-leninismo. El programa de
Erfurt fue texto base de la IIª Internacional, y de toda la
socialdemocracia oportunista que vino con ella. En dicha Crítica,
Engels se muestra como un furibundo enemigo de la Constitución
alemana del Segundo Reich, copia de otra redactada en 1850, y en
la que se encuentra una importantísima contradicción: la de
reivindicar, al mismo tiempo, la soberanía nacional y la
balcanización del país. Algo muy común entre los izquierdistas, los
populistas y los “marxistas” españoles actuales. Y que se encuentra,
además en el programa de Erfurt. Citándolo Lenin afirma:
[…] el pretender llevar a cabo la “transformación de todos los instrumentos de
trabajo en propiedad común” a base de una Constitución en la que son legalizados
los pequeños Estados y la federación de los pequeños Estados alemanes, es un
“absurdo evidente”. “Tocar esto es peligroso”, añade Engels, que sabe perfectamente
que en Alemania no se puede incluir legalmente en el programa la reivindicación de
la república. (Lenin, 1917: 116).
¿Por qué los socialdemócratas alemanes acababan adoptando
una Constitución reaccionaria? Por oportunismo, pues así lo llama el
propio Engels. Porque la socialdemocracia alemana de entonces
tenía miedo a que se renovase la Ley de Excepción del siglo pasado
que los mantuvo en la ilegalidad. Y, para mantenerse legales, los
socialdemócratas acaban por defender la vía pacífica al socialismo,
por gradualismo democrático partiendo de la monarquía semifeudal-
semiabsolutista-semidemocrática del Segundo Reich Alemán. Los
socialdemócratas alemanes archivaron la crítica de Engels, y
acabaron siendo encubridores del Segundo Reich. Engels denuncia
sin ambages el camino recorrido por los socialdemócratas
alemanes, parecido al que, cien años después, seguirían tanto los
eurocomunistas españoles como, tiempo después, los populistas
postmodernos del siglo XXI español, pues ambos, en realidad, son
dos caras de mismo tapiz, como veremos en el capítulo XI:
Este olvido en que se deja las grandes, las fundamentales consideraciones en
aras de los intereses momentáneos del día, esto de perseguir éxitos pasajeros y de
luchar por ellos sin fijarse en las consecuencias ulteriores, esto de sacrificar el
porvenir del movimiento por su presente, podrá hacerse por motivos “honrados”, pero
es y seguirá siendo oportunismo, y el oportunismo “honrado” es quizá el más
peligroso de todos […] Si hay algo indudable es que nuestro partido y la clase obrera
solo pueden llegar al poder bajo la forma política de la república democrática. Ésta
es, incluso, la forma específica para la dictadura del proletariado, como lo ha puesto
ya de relieve la gran Revolución francesa […] (Engels, citado por Lenin, 1917: 118).

145
f) La República Única e Indivisible, el modelo de
Estado del marxismo-leninismo
La República democrática, en el marxismo-leninismo, es el “acceso
más próximo a la dictadura del proletariado”, porque las
contradicciones de clase en ella desarrolladas pueden llevar, en
algún momento, a la dictadura del proletariado. Los períodos
revolucionarios españoles quinto, sexto y séptimo, aún de manera
fracasada, evidencian dicha posibilidad. Una república proletaria
que, para Engels, solo puede ser centralista, de corte jacobino. Pues
el comunismo, el marxismo-leninismo, si es heredero de un
movimiento político premarxista, sin duda lo es de la izquierda
radical jacobina revolucionaria nacida en Francia y que, con
aplicaciones propias, se trasladó a España e Hispanoamérica a
través de liberales y veinteañistas exaltados como Rafael de Riego:
[…] el proletariado solo puede emplear la forma de una república única e
indivisible. La república federativa es todavía hoy, en conjunto, una necesidad en el
territorio gigantesco de los Estados Unidos, si bien en las regiones del Este se ha
convertido ya en un obstáculo. Representaría un progreso en Inglaterra, donde
cuatro naciones pueblan las dos islas y donde, a pesar de no haber más que un
parlamento, coexisten tres sistemas de Legislación. En la pequeña Suiza, se ha
convertido ya desde hace largo tiempo en un obstáculo, y si allí se puede todavía
tolerar la república federativa, es debido únicamente a que Suiza se contenta con ser
un miembro puramente pasivo en el sistema de los Estados europeos. Para
Alemania, un régimen federalista al modo del de Suiza significaría un enorme
retroceso. Hay dos puntos que distinguen a un Estado federal de un Estado unitario,
a saber: que cada Estado que forma parte de la unión tiene su propia legislación civil
y criminal y su propia organización judicial, y que además de cada parlamento
particular existe una Cámara federal en la que vota como tal cada cantón, sea grande
o pequeño. En Alemania, el Estado federal es el tránsito hacia un Estado
completamente unitario, y la “revolución desde arriba” de 1866 y 1870 no debe ser
revocada, sino completada mediante un “movimiento desde abajo”. (Engels, citado
por Lenin, 1917: 119).
Si en España hubiesen seguido estas indicaciones de Engels
hace cuarenta años, no tendríamos el desaguisado que tenemos
ahora. Aunque este desaguisado es comprensible, debido a que
España carece de un marxismo propio. Pero, por si no ha quedado
claro, Lenin se encarga de subrayar lo anterior:
Engels, como Marx, defiende, desde el punto de vista del proletariado y de la
revolución proletaria, el centralismo democrático, la república única e indivisible.
Considera la república federativa, bien como excepción y como obstáculo para el
desarrollo, bien como transición de la monarquía a la república centralista, como un

146
“progreso”, en determinadas circunstancias especiales. Y entre estas circunstancias
especiales se destaca la cuestión nacional. En Engels como en Marx, a pesar de su
crítica implacable del carácter reaccionario de los pequeños Estados y del
encubrimiento de este carácter reaccionario por la cuestión nacional en determinados
casos concretos, no se encuentra en ninguna de sus obras ni rastro de tendencia a
eludir la cuestión nacional, tendencia de que suelen pecar frecuentemente los
marxistas holandeses y polacos al partir de la lucha legítima contra el nacionalismo
filisteamente estrecho de “sus” pequeños Estados. (Lenin, 1917: 120).
En el caso del Imperio Británico, y por la cuestión irlandesa
analizada en el capítulo anterior, Engels reconocería como un
progreso la república federal entre las naciones que componían el
Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda, pero sobrentendiendo
que en dicho reconocimiento no habría ni rastro de renuncia a la
crítica de los defectos evidentes, desde el punto de vista marxista,
que tienen las repúblicas federales, ni tampoco la necesidad de
desarrollar la lucha política y propagandística más decidida contra el
federalismo y en pro de la república unitaria, centralista y
democrática. Pero Engels, al igual que Rosa Luxemburg, como
veremos en el capítulo X, no identifica república unitaria y centralista
con el centralismo burocrático-militar de algunos Estados
burgueses. Para Engels y Luxemburg, la república unitaria y
centralista es compatible con la autonomía de municipios y regiones.
La federación, sin embargo, coarta la autonomía municipal, como
ocurría con los cantones suizos. La propia praxis política de las
sociedades políticas contemporáneas desmiente los mitos del
federalismo y del confederalismo, algo que la agitprop de la IIª
Internacional, también en la Rusia que los bolcheviques querían
derribar –y derribaron– parecía haber olvidado según Lenin:
[…] Engels, con hechos a la vista, basándose en los ejemplos más precisos,
refuta el prejuicio extraordinariamente extendido, sobre todo en la democracia
pequeñoburguesa, de que la república federativa implica incuestionablemente mayor
libertad que la república centralista. Esto es falso. Los hechos citados por Engels con
referencia a la república centralista francesa de 1792 a 1798 y a la república
federativa suiza desmienten este prejuicio. La república centralista realmente
democrática dio mayor libertad que la república federativa. O dicho en otros términos:
la mayor libertad local, provincial, etcétera, que se conoce en la historia la ha dado la
república centralista y no la república federativa. (Lenin, 1917: 122).
La forma que adopta el Estado proletario, la república unitaria y
centralista, en el marxismo-leninismo equivale a la elevación de los
obreros a la condición de clase nacional. La coherencia y conexión
entre el Manifiesto Comunista y El Estado y la Revolución es total.

147
El federalismo es contrario a la dictadura del proletariado, y solo
puede tomarse como transición desde una monarquía absoluta a
una república centralista, unitaria y democrática. Quedarse en el
federalismo o en el confederalismo equivaldría al suicidio tanto de la
revolución como de la nación. Y si es posible, viable y recomendable
pasar directamente de una forma monárquica a otra republicana
unitaria, centralista y socialista, el salto cuantitativo y cualitativo que
se dé con ese paso lo agradecerán los obreros, las generaciones
futuras de la nación y, a largo plazo, toda la Humanidad. La forma
de Estado es crucial para resolver la cuestión nacional. Pues elevar
a los obreros a la condición de clase nacional en la república
proletaria equivale, sin duda, a que la dictadura del proletariado sea
un régimen armado, en el que todo el territorio y lo que en él hay, a
excepción de la propiedad personal ganada con el fruto del trabajo
individual sin explotar fuerza de trabajo ajena, sea propiedad de
todos. Y eso requiere fuerza política y audacia táctica y estratégica.
No en vano, el marxismo-leninismo es políticamente prudencial en
tanto toma en cuenta la máxima romana si vis pacem, parabellum.

148
6
Sobre el derecho de autodeterminación

Previamente a El Estado y la Revolución, Lenin publicó en 1914, en


los números 4, 5 y 6 de la revista rusa Prosveschenie, una serie de
artículos titulados “El derecho de las naciones a la
autodeterminación”. En el marco de este libro, y en relación con la
cuestión irlandesa tratada en el capítulo IV, este texto es
fundamental también para la cuestión nacional española. Por una
razón: ha servido para los federalistas españoles y para los que
asimilan el caso de la excolonia irlandesa al País Vasco, Cataluña,
Galicia, Andalucía, Canarias, Asturias, Castilla, Extremadura,
Murcia, León, Valencia o El Bierzo, como justificación del
separatismo o de la aplicación del “derecho de autodeterminación” a
las diversas regiones que componen la nación política española.
Como veremos, esta asociación esconde ignorancia sobre el propio
texto y sobre la doctrina marxista-leninista en general. Y esconde, al
mismo tiempo, mala fe, pues se oculta el contexto tanto doctrinal
como histórico-político en que Lenin escribió este escrito. La
ausencia de un marxismo netamente español ha dificultado la
comprensión real de este texto de Lenin.

a) Bolchevismo oriental y bolchevismo


occidental: dos ramas del marxismo-leninismo
aplicadas a realidades históricas y geopolíticas
distintas
En la contextualización doctrinal e histórico-política, y geopolítica,
del texto de Lenin, el autor critica un texto de Rosa Luxemburg, “La
cuestión nacional y la autonomía”, fechado en 1909 y que trata
sobre la cuestión polaca. Sobre este texto y otros trataremos la
cuestión nacional desde la perspectiva de Rosa Luxemburg en el
capítulo X. No obstante, las perspectivas de Lenin y de Rosa
Luxemburg no están tan alejadas como en principio podría

149
pensarse. Como dijimos anteriormente, el marxismo-leninismo
soviético nace de lo que vamos a llamar a partir de ahora
bolchevismo oriental, mientras que los añadidos de Rosa
Luxemburg, también aplicados a la cuestión nacional y a la
autodeterminación, configurarían lo que hemos ya llamado
bolchevismo occidental. Aunque ambos parten de la misma raíz, el
primero se teorizó para Europa del Este, en la que existían entonces
Imperios multinacionales, como el propio Lenin afirmó, y el segundo
para las naciones de Europa Occidental con pasado político en
forma de monarquía autoritaria y, añadimos nosotros, para América.
Sin embargo, esta distinción es admitida implícita y explícitamente
por Lenin en el texto que nos ocupa en este capítulo.
El texto de Lenin, además, ha de ponerse en correspondencia con
la obra El marxismo y la cuestión nacional, escrita por Stalin, que
analizaremos en el capítulo siguiente. Obra en la cual, la distinción
entre bolchevismo oriental y occidental aparece también de forma
implícita y explícita. La noción de bolchevismo occidental, que a
nuestro juicio es el movimiento y la aplicación práctica del
bolchevismo a Europa occidental que, en Alemania, inicia Rosa
Luxemburg, nos sirve para hacer una distinción que entendemos
importante: la distinción entre el bolchevismo occidental, donde
entroncarían, partiendo del marxismo-leninismo, tanto Rosa
Luxemburg como Antonio Gramsci o figuras como Álvaro Cunhal en
Portugal, José Carlos Mariátegui en Perú, etc., y también (con
matices) el comúnmente llamado marxismo occidental, purgado de
leninismo y más presente en el ámbito académico que en el político;
y entre el bolchevismo oriental, el desarrollado en el Imperio Ruso
por Lenin y Stalin, y aplicable, según ellos, a los imperios de Europa
del Este, étnicamente multinacionales, como Rusia, Austria-Hungría
y el Imperio Otomano. Hoy día, el bolchevismo occidental estaría
representado, en gran parte, en formaciones políticas como el
Partido Comunista Portugués (PCP), el Partido Comunista de
Venezuela (PCV), el Partido Comunista de Chile (PCCh), el Partido
Comunista de México (PCM), el Partido Comunista de Cuba (PCC)
o el Partido Comunista de Grecia (KKE).
Para Lenin, la distinción entre bolchevismo oriental y bolchevismo
occidental parte de una realidad política e histórica innegable: la

150
forma de organizar la sociedad política típica y común,
característica, de Europa occidental, es la nación política, el Estado-
nación. Así lo explica el propio Lenin:
La época del triunfo definitivo del capitalismo sobre el feudalismo estuvo ligada en
todo el mundo a movimientos nacionales. La base económica de estos movimientos
estriba en que, para la victoria completa de la producción mercantil, es necesario que
la burguesía conquiste el mercado interior, es necesario que territorios con población
de un solo idioma adquieran cohesión estatal, eliminándose cuantos obstáculos se
opongan al desarrollo de ese idioma y a su consolidación en la literatura. El idioma es
el medio principal de comunicación entre los hombres; la unidad de idioma y el libre
desarrollo del mismo es una de las condiciones más importantes de una circulación
mercantil realmente libre y amplia, correspondiente al capitalismo moderno, de una
agrupación libre y amplia de la población en cada una de las diversas clases; es, por
último, la condición de un estrecho nexo del mercado con todo propietario, grande o
pequeño, con todo vendedor y comprador. Por ello, la tendencia de todo movimiento
nacional es formar Estados nacionales, que son los que mejor cumplen estas
exigencias del capitalismo contemporáneo. Impulsan a ello factores económicos de lo
más profundos, y para toda la Europa Occidental, es más, para todo el mundo
civilizado, el Estado nacional es por ello lo típico, lo normal en el período capitalista.
(Lenin, 1914).

b) La idea de “autodeterminación” en Lenin. Su


significado real y su contextualización
Así se han formado, se han determinado, todas las naciones
políticas contemporáneas, todos los Estados-nación. Ahora bien,
¿qué entiende Lenin por autodeterminación? Simple y llanamente,
“por autodeterminación de las naciones se entiende su separación
estatal de las colectividades de otra nación, se entiende la formación
de un Estado nacional independiente”. ¿Cómo, de qué manera y en
qué contextos históricos y geopolíticos ha de darse esa separación?
Kautsky afirmaba que el Estado-nación era la forma que
correspondía al modo de producción capitalista desarrollado
plenamente, y que lo que él llamaba “Estados multinacionales o
plurinacionales” eran, en el modo de producción capitalista, Estados
“atrasados”. Lenin matiza esta afirmación sin negarla del todo, al
añadir que “Kautsky habla de anormalidad exclusivamente en el
sentido de no corresponder a lo que está más adecuado a las
exigencias del capitalismo en desarrollo”, afirmación que hay que
poner en correspondencia a lo afirmado por Marx sobre la India en
el capítulo IV. En este punto, al criticar Lenin a Rosa Luxemburg
está criticando las críticas de esta hacia el austro-marxismo de Otto

151
Bauer, que trataremos en el capítulo VIII. A juicio de Lenin, el austro-
marxismo de Bauer no se construye sobre las bases del
materialismo histórico de Marx, por muy “marxista” que se adjetive,
sino sobre el “psicologismo”. Y al criticar Rosa Luxemburg a
Kautsky, que se enfrentó también a Bauer, Lenin ve que Luxemburg
no ha atinado en su crítica del austro-marxismo. Lo que Lenin critica
de Rosa Luxemburg no es que vea, con razón, que los Estados
europeos pequeños son producto de la rapiña imperialista del
capital, sino que también lo son algunos grandes, como la Rusia
zarista, los Estados Unidos en el siglo XIX, la India o China.
Entroncando el razonamiento con el capítulo anterior, los Estados
capitalistas, sean de grandes dimensiones como Estados Unidos o
minúsculos como Holanda o Kósovo, siempre explotarán y oprimirán
tanto a su propia población como a otros Estados con menor
desarrollo capitalista, sean grandes o pequeños. Así, el comercio de
diamantes explotado por el Reino Unido, Bélgica u Holanda ha
permitido la explotación imperialista de Estados africanos de mucha
mayor extensión que aquellos, como Costa de Marfil, Ghana o la
inmensa República Democrática del Congo. El caso se repite en
Asia con Japón, país de extensión media, que explotaba a naciones
enormes como China o Indonesia. Lenin lo explica:
No cabe duda de que la mayor parte de Asia, el continente más poblado del
mundo, se halla en la situación de colonias de las “grandes potencias” o de Estados
dependientes en grado sumo y oprimidos en el sentido nacional. Pero ¿acaso esta
circunstancia de todos conocida altera en lo más mínimo el hecho indiscutible de
que, en la misma Asia, solo en el Japón, es decir, solo en un Estado nacional
independiente, se han creado condiciones para el desarrollo más completo de la
producción mercantil, para el crecimiento más libre, amplio y rápido del capitalismo?
Este Estado es burgués y, por ello, ha empezado a oprimir él mismo a otras naciones
y sojuzgar a colonias; no sabemos si, antes de la bancarrota del capitalismo, Asia
tendrá tiempo de estructurarse en un sistema de Estados nacionales independientes,
a semejanza de Europa. Pero queda como un hecho indiscutible que el capitalismo,
tras despertar a Asia, ha provocado también allí en todas partes movimientos
nacionales, que estos movimientos tienden a crear en Asia Estados nacionales y que
precisamente tales Estados son los que aseguran las condiciones más favorables
para el desarrollo del capitalismo. (Lenin, 1914).
Esos movimientos nacionales en Asia se plasmaron durante los
procesos de descolonización que desembocaron en Estados
nacionales liberal-democráticos por un lado, y en las revoluciones
comunistas en China, Corea, Laos o Vietnam por el otro. En los
Balcanes, en pleno 1914, los Estados nacionales que se van

152
formando, y que posibilitaron la creación de naciones políticas
burguesas, eran todos producto de la descomposición del Imperio
Austrohúngaro (Hungría, Checoslovaquia, Yugoslavia en torno a
Serbia), o del Imperio Otomano (Grecia, Albania, Bulgaria). Así
pues, la construcción de naciones políticas en Europa oriental y en
Asia ha de ser la norma para que el desarrollo de las fuerzas
productivas en sentido capitalista ocurra en estas regiones del
mundo de la misma manera a como se han dado en Europa
occidental. Lenin señala que:
[…] el Estado nacional es regla y “norma” del capitalismo, el Estado de
composición nacional heterogénea es atraso o excepción. Desde el punto de vista de
las relaciones nacionales, el Estado nacional es el que ofrece, sin duda alguna, las
condiciones más favorables para el desarrollo del capitalismo. Lo cual no quiere
decir, naturalmente, que semejante Estado, erigido sobre las relaciones burguesas,
pueda excluir la explotación y la opresión de las naciones. Quiere decir tan solo que
los marxistas no pueden perder de vista los poderosos factores económicos que
originan las tendencias a crear Estados nacionales. Quiere decir que “la
autodeterminación de las naciones”, en el programa de los marxistas, no puede
tener, desde el punto de vista histórico-económico, otra significación que la
autodeterminación política, la independencia estatal, la formación de un Estado
nacional. (Lenin, 1914).
La regla básica el materialismo histórico para analizar en cada
caso las condiciones exigidas, de cara a la elevación de los
trabajadores a la condición de clase nacional, es muy simple para
Lenin:
La teoría marxista exige de un modo absoluto que, para analizar cualquier
problema social, se le encuadre en un marco histórico determinado, y después, si se
trata de un solo país (por ejemplo, de un programa nacional para un país
determinado), que se tenga en cuenta las particularidades concretas que distinguen a
este país de los otros en una misma época histórica. (Lenin, 1914).
Este requisito absoluto implica la necesidad estricta de distinguir
dos épocas distintas del capitalismo en lo que respecta a la
formación de los movimientos nacionales. Una es la época de la
bancarrota del feudalismo y del absolutismo, la de la construcción
de la sociedad política democrático-burguesa y de su Estado, en la
que los movimientos nacionales se convierten en movimientos de
masas, elevando al Tercer Estado, lo que no era nobleza y clero, a
la política mediante la prensa, la representación política, etc. La otra
época es aquella en que los Estados capitalistas tienen ya acabada
su estructura, han adquirido un régimen constitucional establecido
en el tiempo y, además, han vivido un antagonismo muy

153
desarrollado entre la Gran Burguesía y las clases de trabajadores.
Esa es la época que corresponde, según Lenin, a lo que él llamó
imperialismo. En la primera época, lo típico era el despertar de los
movimientos nacionales y la incorporación a ellos de los
campesinos, sector de la población más numeroso y difícil de
movilizar para la lucha por la libertad política y por los derechos de
la nación. Es la época, en el caso de España, de los periodos
revolucionarios primero, segundo, tercero y cuarto. En la segunda
época, lo típico es la ausencia de movimientos democráticos
burgueses de masas, en tanto que el capitalismo desarrollado ha
conseguido aproximar y amalgamar las naciones entre sí, pues ya
están plenamente incorporadas al intercambio comercial capitalista,
y la dialéctica de clases y de Estados es capitaneada por la Gran
Burguesía y el proletariado y los asalariados. En el caso de España,
es la época que corresponde a los períodos revolucionarios quinto,
sexto y séptimo. Ambas épocas están ligadas por lo que Lenin llama
“eslabones de transición”. Cada país se distingue por la velocidad
de su desarrollo nacional, por la composición nacional de su
población, su distribución demográfica, etc. El análisis concreto de la
realidad concreta aplicado a esta cuestión exige, para Lenin, que
“no puede ni hablarse de que los marxistas de un país determinado
procedan a elaborar el programa nacional sin tener en cuenta todas
las condiciones históricas generales y estatales concretas”.
La crítica fundamental de Lenin a Rosa Luxemburg es la que
permite distinguir el bolchevismo occidental del bolchevismo
oriental. Y tiene que ver con ese análisis concreto de la realidad
concreta que siempre se exige entre los marxistas. Rosa Luxemburg
aplicó ideas que eran más adecuadas para el bolchevismo
occidental, que tiene su epicentro en Alemania, que para el oriental,
que tiene su epicentro en Rusia. Lenin lo explica:
Rosa Luxemburg engalana con brío extraordinario su artículo de una retahíla de
palabrejas “fuertes” contra el apartado 9 de nuestro programa, declarándolo
“demasiado general”, “clisé”, “frase metafísica”, etc., etc. Era natural esperar que una
autora que condena de manera tan excelente la metafísica (en sentido marxista, es
decir, la antidialéctica) y las abstracciones vacías, nos diera ejemplo de un análisis
concreto del problema encuadrado en la historia. Se trata del programa nacional de
los marxistas de un país determinado, Rusia, en una época determinada, a
comienzos del siglo XX. Era de suponer que Rosa Luxemburg hablase de la época
histórica por la que atraviesa Rusia, de cuáles son las particularidades concretas del

154
problema nacional y de los movimientos nacionales del país dado y en la época
dada. ¡Absolutamente nada dice sobre ello Rosa Luxemburg! ¡No se encontrará en
ella ni sombra de análisis de cómo se plantea el problema nacional en Rusia en la
época histórica presente, de cuáles son las particularidades de Rusia en ese sentido!
Se nos dice que el problema nacional se plantea en los Balcanes de un modo distinto
que en Irlanda; que Marx conceptuaba así y asá los movimientos nacionales polaco y
checo en las condiciones concretas de 1848 (una página de citas de Marx); que
Engels emitía tal y cual juicio sobre la lucha de los cantones forestales de Suiza
contra Austria y la batalla de Morgarten, que se riñó en 1315 (una página de citas de
Engels con el correspondiente comentario de Kautsky); que Lassalle consideraba
reaccionaria la guerra campesina del siglo XVI en Alemania, etc. No puede afirmarse
que estas observaciones y estas citas brillen por su novedad, pero, en todo caso, al
lector le resulta interesante volver a recordar una y otra vez cómo precisamente
abordaban Marx, Engels y Lasalle el análisis de problemas históricos concretos de
diversos países. Y, al releer las instructivas citas de Marx y de Engels, se ve con
singular evidencia la ridícula situación en que se ha colocado a sí misma Rosa
Luxemburg. Predica con gravedad y elocuencia que es necesario hacer un análisis
concreto del problema nacional encuadrado en la historia de épocas diferentes de
distintos países, y ella misma no hace el mínimo intento de determinar cuál es la fase
histórica de desarrollo del capitalismo, por la que atraviesa Rusia en los comienzos
del siglo XX, cuáles son las peculiaridades del problema nacional en este país. Rosa
Luxemburg aduce ejemplos de cómo otros han analizado al modo marxista el
problema, como subrayando así deliberadamente cuán a menudo está el camino del
infierno empedrado de buenas intenciones y se encubre con buenos consejos el no
querer o no saber utilizarlos en la práctica. (Lenin, 1914).
“El derecho de las naciones a la autodeterminación” de Lenin es
el texto en el que se evidencia la diferencia, la barrera divisoria que
perfila los contornos del bolchevismo oriental, ruso, que desemboca
en la URSS, y el bolchevismo occidental cuya pionera es Rosa
Luxemburg. A juicio de Lenin, Luxemburg no puede aplicar la praxis
revolucionaria y la teoría política del bolchevismo occidental que ella
representa, a Rusia, que requiere su propio bolchevismo oriental.
Advertirá el propio Lenin, más adelante, que la recíproca, aplicar el
bolchevismo oriental a Europa occidental, es también un error, un
absurdo.

c) La singularidad de Polonia. De Imperio


conquistador de Moscú a colonia de Rusia
La aplicación de esta visión bolchevique occidental al caso de
Polonia por parte de Luxemburg, insistimos, nacida en el Imperio
Ruso, étnicamente judeo-polaca y nacionalizada alemana, es
considerada errada por Lenin. En el Imperio Ruso, Polonia tenía un
desarrollo capitalista más avanzado que en el resto de Rusia, que

155
Lenin caracterizaba con el nombre marxista, ya aclarado en el
capítulo IV, de “despotismo asiático”. Finlandia no gozaba del mismo
grado de desarrollo que Polonia y, aun así, se separó. Lo que no se
dice es que Polonia, antes de ser partida por Rusia y por Prusia, era
ya un Estado feudal consolidado hacia el año 966, cuando el rey
Mieceslao I unificó diversas poblaciones de la zona bajo una misma
unidad política estatal, convertida al cristianismo católico
prácticamente desde sus inicios y transformada en provincia
eclesiástica autónoma hacia el año ١٠٠٠, momento en que había
ampliado bastante su extensión territorial, la cual ha variado
enormemente a lo largo de la Historia. Hacia 1260 el Estado polaco
entra en contacto fronterizo con Lituania, y este hecho será crucial
en la Historia de Polonia. Durante buena parte del siglo XIV Lituania
fue un Estado más grande y poderoso que Polonia, que plantó cara
a la Horda de Oro de Asia Central que había conquistado Moscú. En
1385 se formó la Mancomunidad Polaco-Lituana, que en ese
momento era tan extensa como el Sacro Imperio Romano
Germánico, hasta 1410, año de la Guerra Polaco-Teutónica, en la
que la Mancomunidad vence a la Orden Teutónica, Estado medieval
católico creado por esta orden renegada de las Cruzadas, y
dominante en los territorios que hoy equivalen a los países bálticos
(Estonia, Letonia y la actual Lituania occidental, así como la actual
Kaliningrado), accediendo por primera vez a la costa del mar báltico.
Hacia el año 1500, la Mancomunidad Polaco-Lituana es el Estado
más extenso y poderoso de la Europa continental, y la dinastía
reinante, Jagellón, gobernaba en ella y también en Hungría y
Bohemia, por lo que la Mancomunidad era el Imperio hegemónico
de Europa oriental y central, hasta que se produce la Batalla del Río
Vedrosha, en el contexto de una de las tantas guerras entre rusos y
polaco-lituanos, en la que el Principado de Moscú vence y consigue
hacerse con buena parte del territorio oriental de la Mancomunidad.
Se trata de una batalla de una importancia histórica fundamental,
pues permitió al Principado adquirir territorio y población hacia el sur
de Europa oriental, hacia el mar negro y Crimea, sentando las bases
de su espectacular expansión posterior hacia Siberia. Por entonces,
todavía, la Mancomunidad tenía salida hacia ese mar. Las
hostilidades entre ambos Estados tenían, también, motivaciones

156
religiosas. La Mancomunidad era fervorosamente católica, y el
Principado seguía el cristianismo ortodoxo cuyo guía era el Patriarca
moscovita. La expansión hacia el sur del Principado de Moscú fue
asegurada más tarde gracias al resultado de la Batalla de Orsha, en
1514. El poder de la nobleza polaco-lituana, la szlactha, fue
refrendado como unión política real mediante una monarquía
electiva en la Unión de Lublin, ratificada en 1569. La importancia
fundamental de esta Unión residió en que, gracias a ella, la
Mancomunidad se convierte en la República de las Dos Naciones,
que duraría como tal hasta 1795.
La República tuvo que batallar en el Este contra el Zarato Ruso,
heredero del Principado de Moscú y nacido en 1547 cuando toma
título de zar Iván IV, el terrible. Por el sur se enfrentaba al Imperio
Otomano, última gran potencia imperial musulmana. Por el norte la
Orden Teutónica había desaparecido, y la mayor amenaza era el
protestante Imperio Sueco. Y por el oeste, Austria y el Sacro Imperio
eran las mayores amenazas. En 1572 muere el último rey de la
dinastía Jagellón, Segismundo II Augusto, legando un inmenso
Imperio que todavía no había alcanzado el cenit de su poder y su
expansión. Entre 1605 y 1618, la República invadió Rusia, y tomó
Moscú entre 1610 y 1612. Polonia fue el único Imperio en la Historia
que ha conseguido conquistar la capital rusa, honor histórico que
intentaron emular, fracasando, tanto Francia con Napoleón como
Alemania con Hitler. Polonia-Lituania se vio favorecida para ello
debido a que Rusia vivía la llamada Era de los desórdenes, el
interregno entre la muerte del último zar de la dinastía Ruríkovich,
Teodoro I, reinante desde los tiempos medievales de la Rus de Kiev
(año 862) y de origen varego –vikingo–, en 1598, y la llegada al
trono de Miguel I de Rusia, de la dinastía Románov, reinante hasta
febrero de 1917. En 1626, el Imperio Sueco arranca territorio báltico
por el norte a la República, y en 1648 la revuelta de los cosacos al
sur y en los territorios del Kresy (la Polonia oriental), ayudados por
el Kanato de Crimea y, más tarde, por el Zarato ruso, desgastan a la
República hasta el punto que tras la Batalla de Berestechko en
1651, los cosacos ucranianos y los tártaros de Crimea vencen a los
polacos, creando el Hetmanato Cosaco, un territorio sobre cuya
soberanía fue ganando influencia, de manera progresiva, el Zarato

157
Ruso. El período histórico de dominio polaco-lituano sobre los
cosacos, más la influencia rusa anterior y posterior en la zona, fue lo
que permitió el nacimiento del moderno idioma ucraniano. En 1655,
el Hetmanato pasa a ser controlado completamente por Rusia, y en
ese mismo año se produce el llamado Diluvio (Potop Szwedzki, en
polaco), invasión sueca producida en el contexto de las Guerras del
Norte, en la que Suecia era apoyada por los Estados de
Brandeburgo y Transilvania. Suecia invade la práctica totalidad de
Polonia, la cual puede resistir la invasión. La guerra contra los
suecos termina con la firma del Tratado de Oliva en ١٦٦٠, que
establece la hegemonía sueca en el norte de Europa y la pérdida de
más de la mitad del territorio de Polonia-Lituania, que pasa a manos
suecas y rusas, hasta 1668 en que vuelve a recuperarlo, ya muy
debilitada a pesar de su esencial papel en el Segundo Sitio de
Viena, en 1683, que enfrenta a la República de las Dos Naciones y
al Sacro Imperio Romano Germánico contra el Imperio Otomano, el
Kanato de Crimea y algunos Estados títere de los turcos, en la que
sería la última batalla en territorio europeo entre cristianos y
musulmanes. Para entonces, Brandeburgo había conseguido
hacerse con el territorio de Prusia, que en 1701 se convirtió en
reino. La victoria cristiana en Viena permitió a Austria ampliar su
territorio a costa de los otomanos, conquistando Hungría y llegando
a las puertas de Serbia, estableciendo el Imperio Austríaco, luego
Austrohúngaro.
El siglo XVIII es el siglo de la decadencia del antaño inmenso
Imperio Polaco. Austria, Rusia y Prusia se van apropiando
sucesivamente de territorio polaco a finales de siglo, aprovechando
la anarquía social y política que reinaba en la República de las Dos
Naciones. La primera partición se produce en 1772. Al año siguiente
Rusia, apoyada por Prusia y Austria, provoca una guerra en la que
parte de la nobleza polaca toma partido por Rusia. El Imperio Ruso
se hace con Bielorrusia y Livonia (Estonia y Letonia). Austria con
Galitzia oriental y la Pequeña Polonia. Y Prusia con la costa báltica,
uniendo Königsberg con Brandeburgo. El rey Federico II el Grande
de Prusia fue el artífice de la estrategia internacional de destrucción
de Polonia. La segunda partición se produce tras la firma de la
Constitución del 3 de mayo de 1791 en Polonia, que trataba de

158
reconducir el rumbo de descomposición social que vivía el Estado
polaco. Esta Constitución es la primera de las Constituciones
nacionales de Europa continental, aunque sirvió más bien para
poco. Rusia, opuesta a dicha Constitución, no estaba dispuesta a
permitir el resurgimiento polaco y trató de mantener a la República
bajo su influencia controlando a los aristócratas polaco-lituanos del
Sejm, histórico parlamento polaco. La Constitución del 3 de mayo de
1791 trataba de acabar con los privilegios de la aristocracia del
Sejm, sumisa a Rusia, abolía el liberum veto (que permitía a
cualquier aristócrata del Sejm vetar la aplicación de una decisión de
la Asamblea republicana o suspender las deliberaciones, por lo que
un solo voto bastaba para dejar sin efecto las deliberaciones de una
sesión o suspender un acuerdo), y permitía el derecho de voto a la
burguesía y a los trabajadores libres, a la vez que protegía a los
campesinos bajo la mano directa del Estado y ya no de los nobles.
Dos años después, y tras la Batalla de Zielence, en la que Rusia
tuvo el apoyo de la Confederación de Targowica (un grupo de
aristócratas polaco-lituanos pro-rusos), Rusia y Prusia vuelven a
repartirse parte de Polonia. Ninguno de estos dos Estados estaba
dispuesto a permitir la existencia de una Polonia unificada bajo una
Constitución inspirada en las ideas de la Revolución Francesa,
cuyos frentes bélicos amenazaban ya la influencia prusiana en
Europa central. Y por eso la ayuda militar que Polonia pidió a
Federico Guillermo II de Prusia fue denegada. Así pues, se produjo
una lucha de clases en Polonia donde los revolucionarios fueron
vencidos por la aristocracia polaca que quería mantener sus
privilegios aún a costa de perder territorios. Rusia se apropió de un
tercio del territorio polaco, al este del río Bug, y Prusia se apropió de
la desembocadura del Vístula y de Poznan. La Constitución del 3 de
mayo fue derogada, y el Antiguo Régimen polaco continuó, al
menos hasta 1795. En este año, se produce la tercera y definitiva
partición de Polonia, tras una sublevación fallida del ejército polaco y
de la población, ante la petición ruso-prusiana de reducir los
efectivos militares polacos a la mitad. Tratando de reclutar población
insurgente, el dirigente revolucionario polaco, Tadeusz Kosciuszko,
prometió la abolición de la servidumbre campesina. La aristocracia
polaca, junto con el rey Estanislao II Poniatowski, el Fernando VII

159
polaco, se oponen a perder sus privilegios, y como ya hicieron en
1792, se ponen de parte de Rusia y Prusia, que ya tenían
guarniciones desperdigadas por todo lo que quedaba de territorio
polaco. En 1795, Rusia se hace con Lituania, Podlachia, Polesia,
Masovia y Varsovia, la capital. Austria se hizo con lo que quedaba
de la Galitzia polaca y la Polonia Menor, y Prusia se hacía con la
Polonia Mayor y con Pomerania. Polonia desaparece como Estado-
nación.
Esta situación dura hasta 1807, en que es creado el Gran Ducado
de Varsovia, surgido tras el Tratado de Tilsit firmado entre Francia y
Rusia tras la invasión de Prusia por Napoleón Bonaparte. Éste había
puesto a Jerónimo Bonaparte, su hermano menor, como rey de
Westfalia, y se había asegurado la paz temporal con el Imperio de
los Románov. Federico Augusto I de Sajonia fue colocado como rey
del Gran Ducado de Varsovia por Napoleón, asegurándose el
control geopolítico de Europa central. Este Estado fue invadido por
el propio Napoleón en 1813, tratando de contener el avance de los
rusos hacia París. Pero tras la derrota definitiva de Francia en
Waterloo, el Congreso de Viena de 1815 hace desaparecer al Gran
Ducado de Varsovia. En su lugar, se crea el zarato de Polonia, un
“Estado libre asociado” que, de facto, era una colonia del Imperio
Ruso que, como Finlandia, tenía su soberanía restringida al dominio
del Zar. Esta situación duró hasta 1915, en plena Primera Guerra
Mundial, en que Alemania y el Imperio Austrohúngaro, para debilitar
a Rusia, proponen la creación de la Regencia de Polonia, un Estado
títere de Alemania, cuya existencia dura hasta 1918, año en que
nace la Segunda República Polaca, abolida en 1939 tras el pacto
Molotov-Ribbentrop y la invasión nazi del 1 de septiembre de ese
mismo año. En 1945, Polonia recupera su independencia en la
forma de República Popular marxista-leninista sujeta al Pacto de
Varsovia. En 1989, cae el comunismo en Polonia, estableciendo una
democracia liberal-burguesa, integrada en la Unión Europea y el
euro, que dura hasta hoy. La singularidad polaca, al igual que la de
la India y la de Irlanda, fue tomada en cuenta por el marxismo-
leninismo, y de manera acusada, por el bolchevismo oriental de
Lenin. De ahí su oposición a la mera autonomía que proponía Rosa
Luxemburg, en tanto ella no entendió que Polonia era, desde 1815,

160
y antes, una mera colonia rusa, del mismo rango que lo era Irlanda
para Gran Bretaña. Lenin tenía claro, a través del ejemplo polaco,
que la cuestión de la “autodeterminación” no podía ser igual para los
Imperios coloniales de Europa oriental, atrasados en lo que al
desarrollo capitalista de las fuerzas productivas se refiere, y el caso
de las naciones europeas de Europa occidental, salvo con el caso
irlandés y el noruego, y en lo que respectaba a los territorios de
África y Asia.

d) El caso de Polonia, como el de Irlanda,


tampoco es extrapolable al de ninguna región de
España. “Polonia” en la cultura popular española
En todo caso, y al igual que con Irlanda, no hay semejanza alguna
entre el caso polaco y ninguna región de las que componen la
nación española. Es más, durante el quinto período revolucionario
español (1868-1874), se popularizó en la prensa española el miedo
a que España se convirtiese en la “Polonia del mediodía”, en tanto
que la integridad territorial española se vio en peligro debido al
cantonalismo y a las injerencias extranjeras en la nación, sobre todo
en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, así como por el transcurso de la
Tercera Guerra Carlista. Tras la proclamación de la Primera
República Española, el miedo a que España viviera los mismos
acontecimientos que llevaron a Polonia a su final, se reavivaron. No
era el único Estado con ese miedo. La Francia derrotada en la
Guerra Franco-Prusiana, y tras la Comuna de París y la pérdida de
Alsacia-Lorena que empezó a formar parte de la recién nacida
Alemania, también tuvo miedo a ser, no ya una “nueva Polonia”, sino
una “segunda España”.
Este miedo en España pasó, pero quedó transformado, vía
burguesía catalana, en una identificación de Cataluña con Polonia,
elaborada por primera vez por Enric Prat de la Riba, líder de la Lliga
Regionalista de Catalunya. Tras la Guerra Civil Española, y durante
la dictadura, esta identificación Cataluña-Polonia de la burguesía
catalana, pasó a ser peyorativa por parte de la derecha
conservadora y del fascismo españolista. Desde 2006, existe un
programa cómico en TV3, el canal autonómico público de televisión

161
de Cataluña, llamado Polònia, que reasigna el término a la sátira
política sobre la realidad política catalana en particular y española
en general. Aunque, hoy por hoy, la situación política de España se
asemeja más a la idea de España como “Polonia del mediodía” que
a la de una Cataluña identificada como la “Polonia del sur”, que
nunca fue.

e) El “derecho de autodeterminación” no es
aplicable a las naciones de Europa occidental. El
abecé del marxismo
Pero sigamos con Lenin. El texto de Lenin sobre el “derecho de las
naciones a la autodeterminación” tiene un apartado 3) titulado “Las
peculiaridades concretas del problema nacional en Rusia y la
transformación democrática de esta”. Este apartado es fundamental
para entender todo el artículo de Lenin en su conjunto, y para
entender la forma en que encara la cuestión nacional el bolchevismo
oriental. Lenin niega en este apartado, rotundamente, que se pueda
aplicar como afirma Rosa Luxemburg, urbi et orbe, el principio de la
“autodeterminación de las naciones” a todos los casos y en todos
los lugares:
La comparación del desarrollo político y económico de distintos países, así como
de sus programas marxistas, tiene inmensa importancia desde el punto de vista del
marxismo, pues son indudables tanto la naturaleza común capitalista de los Estados
contemporáneos como la ley general de su desarrollo. Pero hay que saber hacer
semejante comparación. La condición elemental para ello es poner en claro si son
comparables las épocas históricas del desarrollo de los países de que se trate. Por
ejemplo, solo perfectos ignorantes (como el príncipe E. Trubetskói en Rússkaya Mysl)
pueden “comparar” el programa agrario de los marxistas de Rusia con los de Europa
Occidental, pues nuestro programa da una solución al problema de la transformación
agraria democrática burguesa, de la cual ni siquiera se habla en los países de
Occidente. Lo mismo puede afirmarse del problema nacional. En la mayoría de los
países occidentales hace ya mucho tiempo que está resuelto. Es ridículo buscar en
los programas de Occidente solución a problemas que no existen. Rosa Luxemburg
ha perdido de vista aquí precisamente lo que tiene más importancia: la diferencia
entre los países que hace tiempo han terminado las transformaciones democráticas
burguesas y los países que no las han terminado. Todo el quid está en esa
diferencia. La desestimación completa de esa diferencia es lo que convierte el
larguísimo artículo de Rosa Luxemburg en un fárrago de lugares comunes vacíos
que no dicen nada. En la Europa continental, de Occidente, la época de las
revoluciones democráticas burguesas abarca un lapso bastante determinado,
aproximadamente de 1789 a 1871. Esta fue precisamente la época de los
movimientos nacionales y de la creación de los Estados nacionales. Terminada esta

162
época, Europa Occidental había cristalizado en un sistema de Estados burgueses
que, además, eran, como norma, Estados unidos en el aspecto nacional. Por eso,
buscar ahora el derecho de autodeterminación en los programas de los socialistas de
Europa Occidental significa no comprender el abecé del marxismo. En Europa
Oriental y en Asia, la época de las revoluciones democráticas burguesas no comenzó
hasta 1905. Las revoluciones de Rusia, Persia, Turquía y China, las guerras en los
Balcanes: tal es la cadena de los acontecimientos mundiales ocurridos en nuestra
época en nuestro “Oriente”. Y en esta cadena de acontecimientos solo un ciego
puede no ver el despertar de toda una serie de movimientos nacionales democráticos
burgueses, de tendencias a crear Estados independientes y unidos en el aspecto
nacional. Precisa y exclusivamente porque Rusia y los países vecinos suyos
atraviesan por esa época necesitamos nosotros en nuestro programa un apartado
sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación. (Lenin, 1914).
El principio de “autodeterminación de las naciones” solo tiene
sentido para aquellos territorios con movimientos democrático-
burgueses de los Imperios coloniales multinacionales (Rusia,
Imperio Austrohúngaro, Imperio Otomano) que están desarrollando
sus revoluciones burguesas en pleno siglo XX. El abecé del
marxismo que menta Lenin en este texto explicita que todas las
naciones de Europa occidental ya han realizado su movimiento
nacional democrático burgués, luego no ha lugar el derecho de
autodeterminación en las naciones políticas de Europa occidental
(salvo en el caso de Irlanda y Noruega). España, nación política de
Europa occidental, desarrolló su revolución burguesa en los largos
períodos revolucionarios signados por Marx en sus escritos sobre
España; en tres períodos (١٨٢٣-١٨٢٠ ,١٨١٤-١٨٠٨ y 1834-1843),
estando redactando artículos para estudiar el cuarto período que él
no sabía cuándo finalizaría (1854-1864), y a los que hemos añadido
nosotros tres más, caracterizados por una lucha de clases donde el
proletariado y los asalariados urbanos comienzan a ganar
protagonismo político (1868-1874, 1917-1923 y 1931-1939). La
construcción nacional política de España desde un movimiento
democrático burgués de origen liberal está cerrada. Por tanto,
siguiendo el abecé del marxismo que Lenin acentúa, no ha lugar,
desde un punto de vista proletario, marxista-leninista, el defender el
“derecho de autodeterminación” para ninguna región de la nación
política española. Ninguna región de España tiene paralelismo
histórico alguno con la India, con Irlanda o con Polonia. Tampoco
con Finlandia, colonia sueca que, en 1809, pasó a ser, como
Polonia, colonia rusa, en ambos casos bajo el nombre de Ducado de

163
Finlandia, primero bajo la soberanía del rey sueco, después bajo la
soberanía de los zares, hasta 1917. Otro gobierno indirecto, ergo
otro gobierno colonial. Aún con un limitado desarrollo capitalista, los
grandes Imperios de Europa oriental (Austria, Rusia, los otomanos)
tenían, al igual que Francia, Bélgica, Holanda e Inglaterra, colonias
en suelo europeo y asiático.

f) Lenin, el bolchevismo oriental y la unidad de


los trabajadores por encima del nacionalismo
E incluso, en un momento dado, Lenin en este apartado acepta para
el Imperio Austrohúngaro que éste ha completado su revolución
democrático-burguesa, y que por tanto, no ha lugar compararlo con
Rusia. ¿Qué significa esto? Que la soberanía nacional de Austria-
Hungría debía ser la prioridad entre los marxistas austríacos, y no la
balcanización del país. De ahí la hostilidad de Lenin y Stalin contra
el austromarxismo de Otto Bauer y su idea de “autonomía nacional”,
próxima a la desmembración del Imperio, que efectivamente ocurrió,
hay que decirlo, con la ayuda del emergente Imperio
Estadounidense que, a través de su presidente Woodrow Wilson,
fue el encargado de elaborar, proponer y aplicar la idea de “derecho
de autodeterminación” actualmente asumida, de corte liberal-
burgués, neocolonial, y no proletario marxista-leninista, en todo el
mundo. Sigamos a Lenin:
Primero, hacemos la pregunta fundamental de si se ha llevado a término la
revolución democrática burguesa. En Austria empezó en 1848 y terminó en 1867.
Desde entonces hace casi medio siglo que rige allí una Constitución, en suma,
burguesa, que permite actuar en la legalidad a un partido obrero legal. Por eso, en
las condiciones interiores del desarrollo de Austria (es decir, desde el punto de vista
del desarrollo del capitalismo en Austria, en general, y en sus diversas naciones, en
particular) no hay factores que den lugar a saltos, uno de cuyos efectos
concomitantes puede ser la formación de Estados nacionales independientes. Al
suponer con su comparación que Rusia se encuentra, sobre este punto, en
condiciones análogas, Rosa Luxemburg no solo admite una hipótesis falsa por
completo, antihistórica, sino que se desliza sin querer hacia el liquidacionismo.
Segundo, tiene una importancia de singular magnitud la proporción entre las
naciones, totalmente diferente en Austria y en Rusia respecto al problema que nos
ocupa. No solo ha sido Austria, durante largo tiempo, un Estado en que
predominaban los alemanes, sino que los alemanes de Austria pretendían la
hegemonía en la nación alemana en general. Esta “pretensión”, como quizá tenga a
bien recordar Rosa Luxemburg (que tanta aversión parece sentir contra los lugares
comunes, los clisés, las abstracciones...), la deshizo la guerra de 1866. La nación

164
dominante en Austria, la alemana, quedó fuera de los confines del Estado alemán
independiente, definitivamente formado hacia 1871. De otro lado, el intento de los
húngaros de crear un Estado nacional independiente había fracasado ya en 1849
bajo los golpes del ejército feudal ruso. Así pues, se ha creado una situación peculiar
en grado sumo: ¡los húngaros, y tras ellos los checos, no tienden a separarse de
Austria, sino a mantener la integridad de Austria, precisamente en beneficio de la
independencia nacional, que podría ser aplastada del todo por vecinos más rapaces
y más fuertes! En virtud de esa situación peculiar, Austria ha tomado la estructura de
Estado bicéntrico (dual) y ahora se está convirtiendo en tricéntrico (tríplice: alemanes,
húngaros y eslavos). (Lenin, 1914).
¿Y por qué en Rusia sí y en Austria no? ¿Cuál es la
excepcionalidad rusa? ¿En qué se basa el análisis concreto de la
realidad concreta rusa que Lenin expone y defiende, como clave de
la diferencia entre el bolchevismo oriental, aplicable a Imperios o
naciones que no han completado la revolución democrático-
burguesa, y el bolchevismo occidental, que es aplicable a naciones
e Imperios que, como España, si la completaron? La comparación
entre Rusia y las naciones políticas de Europa occidental, e incluso
explícitamente con Austria, es para Lenin “absurda, rutinaria y
propia de ignorantes”. Sin embargo, el gran problema del Imperio
Austrohúngaro, desde una perspectiva proletaria, es que, aun
habiendo realizado su revolución democrático-burguesa, el austro-
marxismo aupó y permitió el “derecho de autodeterminación” en las
actas del Congreso de Brünn (1899), cuando socialdemócratas
rutenos, ucranianos de Austria, polacos, reclamaron la “unificación
nacional, la libertad y la independencia de sus pueblos”. Ahí es
donde, para Lenin, se ve que el Imperio Austrohúngaro es un
Imperio oriental más, algo que explícitamente Stalin volverá a
subrayar. La excepcionalidad rusa, para Lenin, lo que supone la
piedra de toque que caracterizaría la toma de posición acerca de la
cuestión nacional al bolchevismo oriental, lo resume así, subrayando
la hostilidad del proletariado a todo nacionalismo, en tanto que
burgués, como táctica y estrategia práctica que permitiría a los
trabajadores de Europa oriental el elevarse a la condición de clase
nacional:
La burguesía, que actúa, como es natural, en los comienzos de todo movimiento
nacional como fuerza hegemónica (dirigente) del mismo, llama labor práctica al
apoyo a todas las aspiraciones nacionales. Pero la política del proletariado en el
problema nacional (como en los demás problemas) solo apoya a la burguesía en una
dirección determinada, pero nunca coincide con su política. La clase obrera solo
apoya a la burguesía en aras de la paz nacional (que la burguesía no puede dar

165
plenamente y es viable solo si hay una completa democratización), en beneficio de la
igualdad de derechos, en beneficio de la situación más favorable posible para la
lucha de clases. Por eso, precisamente contra el practicismo de la burguesía, los
proletarios propugnan una política de principios en el problema nacional, prestando a
la burguesía siempre un apoyo solo condicional. En el problema nacional, toda
burguesía desea o privilegios para su nación o ventajas exclusivas para ésta;
precisamente eso es lo que se llama “práctico”. El proletariado está en contra de toda
clase de privilegios, en contra de todo exclusivismo. Exigirle “practicismo” significa ir
a remolque de la burguesía, caer en el oportunismo. ¿Contestar “sí o no” en lo que
se refiere a la separación de cada nación? Parece una reivindicación sumamente
“práctica”. Pero, en realidad, es absurda, metafísica en teoría y conducente a
subordinar el proletariado a la política de la burguesía en la práctica. La burguesía
plantea siempre en primer plano sus reivindicaciones nacionales. Y las plantea de un
modo incondicional. El proletariado las subordina a los intereses de la lucha de
clases. Teóricamente no puede garantizarse de antemano que la separación de una
nación determinada o su igualdad de derechos con otra nación ponga término a la
revolución democrática burguesa. Al proletariado le importa, en ambos casos,
garantizar el desarrollo de su clase; a la burguesía le importa dificultar este
desarrollo, supeditando las tareas de dicho desarrollo a las tareas de “su” nación. Por
eso el proletariado se limita a la reivindicación negativa, por así decir, de reconocer el
derecho a la autodeterminación, sin garantizar nada a ninguna nación ni
comprometerse a dar nada a expensas de otra nación. Eso no será “práctico”, pero
es de hecho lo que garantiza con mayor seguridad la más democrática de las
soluciones posibles; el proletariado necesita tan solo estas garantías, mientras que la
burguesía de cada nación necesita garantías de sus ventajas, sin tener en cuenta la
situación (las posibles desventajas) de otras naciones. Lo que más interesa a la
burguesía es la “posibilidad de satisfacción” de la reivindicación dada; de aquí la
eterna política de transacciones con la burguesía de otras naciones en detrimento del
proletariado. En cambio, al proletariado le importa fortalecer su clase contra la
burguesía, educar a las masas en el espíritu de la democracia consecuente y del
socialismo. Eso no será “práctico” para los oportunistas, pero es la única garantía
real, la garantía de la máxima igualdad y paz nacionales, a despecho tanto de los
feudales como de la burguesía nacionalista. Toda la misión de los proletarios en la
cuestión nacional “no es práctica”, desde el punto de vista de la burguesía
nacionalista de cada nación, pues los proletarios, enemigos de todo nacionalismo,
exigen la igualdad “abstracta”, la ausencia del mínimo privilegio en principio. Al no
comprenderlo y ensalzar de un modo poco razonable el practicismo, Rosa
Luxemburg ha abierto las puertas de par en par precisamente a los oportunistas, en
particular a las concesiones del oportunismo al nacionalismo ruso. ¿Por qué al ruso?
Porque los rusos son en Rusia la nación opresora, y en el aspecto nacional,
naturalmente, el oportunismo tendrá una expresión entre las naciones oprimidas y
otra, distinta, entre las opresoras. (Lenin, 1914).
Para el bolchevismo oriental, el reconocer el derecho de las
naciones a la autodeterminación implica, antes que nada, colocar
por encima de todo la unión de los proletarios de todas las naciones,
dentro de un Imperio multinacional como el ruso, el otomano o el
austrohúngaro. La burguesía de las naciones oprimidas de Europa
oriental tendrá el apoyo del bolchevismo oriental frente a la

166
burguesía de las naciones opresoras, que de facto son colonias. De
ahí el apoyo de los bolcheviques rusos a la independencia de
Polonia y de Finlandia (además, forzadas por la Paz de Brest-
Litovsk, por el que la Rusia soviética renuncia a Finlandia, Polonia,
Estonia, Letonia, Ucrania, Moldavia y Lituania, territorios muchos de
los cuales fueron posteriormente recuperados por Stalin, pero
entonces los bolcheviques orientales cedieron para impedir
continuar la guerra contra Alemania, situación que hubiese sido
insostenible para el nuevo poder bolchevique de los soviets). El
bolchevismo occidental de Rosa Luxemburg, por el contrario, al
tener que aplicarse a naciones cuyo proceso revolucionario liberal-
democrático se ha completado, bien por revoluciones cortas
(Francia, Portugal), bien por períodos largos (España), bien por
procesos de unificación nacional (Italia, Alemania), bien por
“revoluciones desde arriba” (Reino Unido), bien mediante guerras de
independencia (Estados Unidos, naciones hispanoamericanas), no
puede apoyar en absoluto el nacionalismo burgués, o pequeño-
burgués, de regiones separatistas. Ahora bien, el bolchevismo
oriental apoya el nacionalismo burgués de la nación oprimida frente
al Imperialismo feudal absolutista ruso, austríaco u otomano, pero al
mismo tiempo lucha contra ese mismo nacionalismo burgués que
perjudica a los proletarios de todo el Imperio oriental. La consigna
final de Lenin es clara:
Por cuanto la burguesía de la nación oprimida está a favor de su nacionalismo
burgués, nosotros estamos en contra. Lucha contra los privilegios y violencias de la
nación opresora y ninguna tolerancia con el afán de privilegios de la nación oprimida.
[…] Los intereses de la clase obrera y de su lucha contra el capitalismo exigen una
completa solidaridad y la más estrecha unión de los obreros de todas las naciones,
exigen que se rechace la política nacionalista de la burguesía de cualquier nación.
Por ello sería apartarse de las tareas de la política proletaria y someter a los obreros
a la política de la burguesía, tanto el que los socialdemócratas se pusieran a negar el
derecho a la autodeterminación, es decir, el derecho de las naciones oprimidas a
separarse, como el que se pusieran a apoyar todas las reivindicaciones nacionales
de la burguesía de las naciones oprimidas. Al obrero asalariado tanto le da que su
principal explotador sea la burguesía rusa más que la alógena, como la burguesía
polaca más que la hebrea, etc. Al obrero asalariado que haya adquirido conciencia
de los intereses de su clase le son indiferentes tanto los privilegios estatales de los
capitalistas rusos como las promesas de los capitalistas polacos o ucranios de
instaurar el paraíso en la tierra cuando ellos gocen de privilegios estatales. El
desarrollo del capitalismo prosigue y proseguirá, de uno u otro modo, tanto en un
Estado heterogéneo unido como en Estados nacionales separados. En todo caso, el
obrero asalariado seguirá siendo objeto de explotación, y para luchar con éxito contra

167
ella se exige que el proletariado sea independiente del nacionalismo, que los
proletarios mantengan una posición de completa neutralidad, por así decir, en la
lucha de la burguesía de las diversas naciones por la supremacía. En cuanto el
proletariado de una nación cualquiera apoye en lo más mínimo los privilegios de “su”
burguesía nacional, este apoyo provocará inevitablemente la desconfianza del
proletariado de la otra nación, debilitará la solidaridad internacional de clase de los
obreros, los desunirá para regocijo de la burguesía. Y el negar el derecho a la
autodeterminación, o a la separación, significa indefectiblemente, en la práctica,
apoyar los privilegios de la nación dominante. (Lenin, 1914).

g) La singularidad de Noruega. De región de


Dinamarca a Colonia de Suecia
Lenin y Rosa Luxemburg aciertan en tanto que representan, cada
uno, dos corrientes dentro del movimiento de la izquierda comunista
definida. Pero, ¿qué ocurre en el caso de Noruega y su separación
de Suecia? Aunque ambas son naciones que podrían encuadrarse,
por la religión y la influencia cultural directa germánica, a Europa
occidental, Lenin advierte que la adquisición de Noruega por Suecia
es muy similar a la adquisición de Finlandia y Polonia por Rusia.
Desde 1398, el Imperio Danés, la raíz de todas las naciones
nórdicas, unificó la península escandinava, Finlandia e Islandia, lo
que explica la similitud entre las lenguas noruega y danesa sobre
todo, mutuamente comprensibles. El Imperio Danés se había forjado
con base en la Unión de Kalmar, de 1397, que unificó todos los
feudos nórdicos medievales. Esta unión bajo la hegemonía danesa
durará hasta 1523, en que el Reino de Suecia se emancipa,
llevándose Finlandia consigo. El primer rey sueco fue Gustavo
Adolfo II, que estableció la Iglesia Luterana Sueca y a sí mismo
como cabeza de la misma. Noruega continuó siendo parte de
Dinamarca, al igual que Islandia, hasta que en 1659 el Imperio
Sueco, que ya hacía estragos sobre Polonia-Lituania y se
enfrentaba a Rusia, parte la Noruega danesa en dos y aísla el norte
del sur, situación que solo dura un año, pero que ejemplifica el
expansionismo sueco a costa de Dinamarca.
El hecho histórico es importante aquí. De 1397 a 1815, si
contamos la Unión de Kalmar, Noruega será una parte más del
Reino de Dinamarca. Durante todo este tiempo, Noruega conservó
su condición de reino aparte, con su idioma noruego propio –que,
como ya hemos dicho, tuvo una gran influencia del danés–, estando

168
el gobernante supremo, sin embargo, en Copenhague. Noruega fue
reino mientras pertenecía a Dinamarca de la misma manera en que
en la España premoderna se conservaron el Reino de Murcia, el
Reino de Galicia o el Reino de Valencia. Es decir, Noruega era una
parte de Dinamarca más. Con la invasión rusa de Finlandia en 1810,
Suecia pierde la mitad de su territorio, y tras la derrota de Napoleón,
en el Congreso de Viena, Dinamarca pierde definitivamente
Noruega, en castigo por su apoyo a Francia. Noruega es
anexionada a Suecia, en una unión que durará 90 años, muchísimos
menos que los 418 años en que Noruega fue parte del Reino de
Dinamarca. Noruega se independizó de Suecia en 1905, y hoy día,
no forma parte ni de la Unión Europea ni del euro, a diferencia de
Suecia y Dinamarca, que sí están en la UE pero no forman parte de
la zona euro. Luxemburg tiene una visión sobre el caso noruego que
analizaremos en el capítulo X. Lenin, sobre Noruega, señala lo que
sigue:
Noruega está ligada a Suecia por lazos geográficos, económicos y lingüísticos no
menos estrechos que los lazos que unen a muchas naciones eslavas no rusas a los
rusos. Pero la unión de Noruega a Suecia no era voluntaria, de modo que Rosa
Luxemburg habla de “federación” completamente en vano, sencillamente porque no
sabe qué decir. Noruega fue entregada a Suecia por los monarcas durante las
guerras napoleónicas, contra la voluntad de los noruegos, y los suecos hubieron de
llevar a Noruega tropas para someterla. Después de eso hubo durante largos
decenios, a pesar de la autonomía de extraordinaria amplitud de que gozaba
Noruega (Dieta propia, etc.), constantes roces entre Noruega y Suecia, y los
noruegos procuraron con todas las fuerzas sacudirse el yugo de la aristocracia
sueca. En agosto de 1905 se lo sacudieron por fin: la Dieta noruega decidió que el
rey de Suecia dejara de ser rey de Noruega, y el referéndum del pueblo noruego,
celebrado más tarde, dio una aplastante mayoría de votos (cerca de doscientos mil,
contra algunos centenares) a favor de la completa separación de Suecia. Los suecos,
después de algunas vacilaciones, se resignaron con la separación. (Lenin, 1914).

h) La Unión Soviética fue la remodelación


socialista de un Imperio Colonial donde la
metrópoli y sus colonias se convirtieron en
repúblicas federadas
Noruega, al igual que Irlanda para Gran Bretaña, y Polonia o
Finlandia para Rusia, era una colonia para Suecia. El Congreso de
Viena de 1815 estableció, tras la derrota de la Francia Napoleónica,
un sistema de reparto de Europa y de otras latitudes del mundo que,

169
salvo para España (que no tuvo apoyo para recuperar la América
española que empezaba a perder), estableció para el resto de
naciones e Imperios un régimen colonial interno a Europa que duró
hasta principios del siglo XX, reventando del todo con la Primera
Guerra Mundial. Noruega, Irlanda, Polonia y Finlandia eran, gracias
al Congreso de Viena, colonias de otras potencias europeas. Por
eso, el proceso de descolonización tuvo, también, ejemplos en el
propio suelo europeo. En lo que respecta al bolchevismo oriental y
su lucha anticolonial, Lenin comenta sobre el acuerdo del Congreso
de la IIª Internacional celebrado en Londres en 1896, en torno a la
“autodeterminación”, lo siguiente sobre el sistema colonial
establecido tras el Congreso de Viena:
Nosotros estimamos que esta resolución es acertada por completo y que, para los
países de Europa Oriental y de Asia de comienzos del siglo XX, es precisamente ella
y justamente en la conexión indisoluble de sus dos partes lo que constituye la única
directriz acertada de política proletaria de clase en el problema nacional. […] Sabido
es que C. Marx y F. Engels consideraban que toda la democracia de Europa
Occidental, y más aún la socialdemocracia, estaban absolutamente obligadas a
apoyar con energía la reivindicación de independencia de Polonia. Para las décadas
del 40 y del 60 del siglo pasado, época de revolución burguesa en Austria y
Alemania, época de “reforma campesina” en Rusia, este punto de vista era certero
por completo y el único consecuentemente democrático y proletario. Mientras las
masas populares de Rusia y de la mayoría de los países eslavos estaban aún
sumidas en profundo sueño, mientras no había en estos países movimientos
democráticos independientes, de masas, el movimiento liberador aristocrático en
Polonia adquiría un valor primordial, gigantesco, desde el punto de vista no solo de la
democracia de toda Rusia, no solo de la democracia de todos los países eslavos,
sino de la democracia de toda Europa. Pero si este punto de vista de Marx era
acertado por completo para el segundo tercio o para el tercer cuarto del siglo XIX, ha
dejado de serlo para el siglo XX. En la mayoría de los países eslavos, e incluso en
uno de los países eslavos más atrasados, en Rusia, han surgido movimientos
democráticos independientes e incluso un movimiento proletario independiente. Ha
desaparecido la Polonia aristocrática, dando paso a la Polonia capitalista. En tales
circunstancias, Polonia no podía menos de perder su excepcional trascendencia
revolucionaria. Cuando el PSP (Partido Socialista Polaco, los “franquistas” actuales)
intentó en 1896 “perpetuar” el punto de vista de Marx de otra época, eso significaba
ya utilizar la letra del marxismo contra el espíritu del marxismo. De ahí que tuvieran
completa razón los socialdemócratas polacos cuando se declararon en contra de los
entusiasmos nacionalistas de la pequeña burguesía polaca, cuando indicaron que el
problema nacional tenía una importancia secundaria para los obreros polacos,
cuando crearon por primera vez en Polonia un partido puramente proletario, cuando
proclamaron el principio de la unión más estrecha entre el obrero polaco y el ruso en
su lucha de clase, principio de inmensa importancia. Pero ¿significaba esto, sin
embargo, que, a comienzos del siglo XX, la Internacional podía considerar superfluo
para Europa Oriental y Asia el principio de autodeterminación política de las
naciones, su derecho a la separación? Esto sería el mayor de los absurdos y

170
equivaldría (teóricamente) a considerar terminada la transformación democrática
burguesa de los Estados de Turquía, Rusia y China; sería (prácticamente)
oportunismo respecto al absolutismo. No. Para Europa Oriental y para Asia, en una
época en que se han iniciado revoluciones democráticas burguesas, en una época
en que han surgido y se han exacerbado movimientos nacionales, en una época en
que han aparecido partidos proletarios independientes, la tarea de estos partidos en
política nacional debe ser una tarea doble: reconocer el derecho de todas las
naciones a la autodeterminación, porque aún no está terminada la transformación
democrática burguesa, porque la democracia obrera propugna con seriedad,
franqueza y consecuencia, no al modo liberal, no al modo de los Kokoshkin, la
igualdad de derechos de las naciones y la alianza más estrecha, indisoluble, de la
lucha de clase de los proletarios de todas las naciones de un Estado determinado,
para toda índole de peripecias de su historia, con todo género de modificaciones que
la burguesía introduzca en las fronteras de los diversos Estados. Esta doble tarea del
proletariado es precisamente la que formula la resolución de la Internacional en 1896.
Idéntica precisamente es, por los principios en que se basa, la resolución adoptada
por los marxistas de Rusia en su Conferencia del Verano de 1913. (Lenin, 1914).
Por tanto, el campo de aplicación del bolchevismo oriental es
Europa oriental y Asia, lugares donde Rusia tenía colonias. Para
Lenin, el gran problema nacional de la Rusia de su época
prerrevolucionaria, era la dialéctica y las correlaciones entre los
movimientos burgueses de liberación en las naciones oprimidas y el
movimiento proletario de liberación en la nación rusa. Por ello, el
bolchevismo oriental que, como el bolchevismo occidental, abogaba,
siguiendo a Marx, por la república única e indivisible, centralista,
como forma de Estado proletario, optó por transformar un inmenso
Imperio colonial con una burguesía rusa débil y un dominio feudal-
aristocrático fuerte, en una Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas. Tanto la metrópoli rusa como las colonias sojuzgadas por
los zares fueron transformadas en repúblicas unitarias federadas
(salvo Rusia) que cedían su soberanía a la Unión, si bien
conservaban su derecho a separarse. Solo Yugoslavia,
Checoslovaquia y Etiopía copiaron este modelo propio del
bolchevismo oriental, en tanto que naciones que compartían el
mismo fondo cultural, histórico y religioso (en Etiopía, la religión
mayoritaria es la Iglesia Unitaria Ortodoxa Etíope; sería interesante
estudiar la influencia del cristianismo ortodoxo en la configuración
nacional de determinados Estados, y cómo eso influye en el
bolchevismo oriental, asunto que no podremos tratar en este libro).

171
i) Tras el hundimiento del bolchevismo oriental,
hay que descartar su idea de
“autodeterminación”
Curiosamente, las naciones del Lejano Oriente y de Asia Central
que tuvieron revoluciones comunistas (Afganistán, Mongolia, China,
Corea, Laos, Vietnam, Camboya), trataron la cuestión nacional en
parámetros más semejantes al bolchevismo occidental que al
oriental. Cuba es puro bolchevismo occidental, así como lo fue
Grenada. Para Lenin, “en modo alguno pueden los marxistas incluir
en su programa la defensa del federalismo en general”. Pero el
bolchevismo oriental aplicó la federación para convertir colonias en
repúblicas unidas bajo la dictadura del proletariado. El bolchevismo
oriental triunfó revolucionariamente, pero su consideración del
“derecho de autodeterminación” selló su tumba cuando en febrero
de 1991 un referéndum en realizado en toda la URSS apoyó el
mantenimiento de la Unión, hasta que en agosto Rusia se saltó este
resultado y destruyó la Unión Soviética. En Yugoslavia, el
bolchevismo oriental trató de copiar este modelo, radicalizándolo.
Consecuencia, la absoluta debilidad yugoslava para impedir la
balcanización sanguinaria del país y el reparto neocolonial que
Estados Unidos y la Alemania reunificada realizaron. Eritrea, con su
independencia, corto la salida al mar rojo a Etiopía, quedando
ambas como naciones subdesarrolladas supeditadas a los designios
arbitrarios neocoloniales de la OCDE. Checoslovaquia se partió en
dos, perdió fuerza con dicha partición y hoy día la República Checa
y Eslovaquia son Estados títeres de la zona euro y la UE. Además,
existen recelos atemperados entre checos y eslovacos. Bien es
cierto que el bolchevismo oriental construyó, durante setenta años,
un poderoso bloque geopolítico, que permitió al capitalismo de
Europa occidental y de América rearmarse e impedir el triunfo de
alternativas comunistas occidentales, dividiendo cada vez más a los
trabajadores a medida que avanzaba el modo de producción
capitalista y su atomización social, al tiempo que permitía un
determinado bienestar. Curiosamente, el triunfo, y posterior
hundimiento, del bolchevismo oriental, impidió, por rearme burgués,

172
el triunfo en muchos países de modelos propios de bolchevismo
occidental.
En España, de hecho, la inexistencia de un marxismo propio viene
de la mano de la inexistencia también de un bolchevismo occidental
a la española, con la excepción temporal del PCE durante el
séptimo período revolucionario si seguimos los escritos, ya citados
en el capítulo III, de Vicente Uribe. Ahora bien, en ese bolchevismo
occidental español se mezclaban ideas del bolchevismo oriental,
todavía presentes de manera deslavazada y nada coherente, con un
análisis concreto de la realidad concreta –la Guerra Civil contra el
fascismo español unida a la Guerra Nacional Revolucionaria contra
la invasión italiana y alemana– que, con más tiempo, quizás hubiese
permitido la conformación conjunta tanto de un marxismo español
como de un bolchevismo occidental aplicado a España. Nada de ello
pasó, como veremos en el capítulo XI.
En conclusión, realmente, el “derecho de autodeterminación”
defendido por el bolchevismo oriental, aunque fue una aplicación
acertada de cara a consolidar el proceso revolucionario soviético,
cavó su tumba a largo plazo. Y el desarrollo político irregular del
bolchevismo occidental no ha sabido contrarrestar esto. Realmente
no hay “autodeterminación”, sino heterodeterminación. Es decir, es
el conjunto de la comunidad internacional a través de organismos
supranacionales, sobre todo la Organización de las Naciones
Unidas (ONU) la que determina que un territorio es un Estado
soberano, y no la “voluntad libre” de sus habitantes. Particularmente,
son las grandes potencias, los Estados más ricos y poderosos, los
que se heterodeterminan entre sí, y los que heterodeterminan a los
demás. La soberanía es heterodeterminativa más que
“autodeterminativa”, si bien la fuerza interna de un proceso de
independencia puede hacer caer la balanza hacia la
heterodeterminación, pero siendo esta última la que acaba
disponiendo quiénes conforman un Estado y quiénes no, y quiénes
pueden serlo y quiénes no pueden. Por eso, es la fuerza interna y
externa la que determina la soberanía nacional, una mezcla entre
poder militar, diplomático y federativo, además de político y
económico. Por eso, Sudán del Sur es un Estado soberano
reconocido, y Somalilandia no. Sin embargo, el neocolonialismo y la

173
acumulación por desposesión demuestran que el reparto de la tierra
no ha finalizado todavía, ni finalizará nunca. Y la mera consecución
de una revolución democrática-liberal o comunista no va a
determinar nunca si el Estado resultante de esa revolución ha
consolidado un Estado soberano o no. Entre 1989 y 1999 se produjo
la bancarrota del bolchevismo oriental. Los efectos de tal bancarrota
siguen presentes y son de onda larga. Quizá, y ésta afirmación es
polémica, con la balcanización de Yugoslavia y la desmembración
de Etiopía, Checoslovaquia y la Unión Soviética, haya finalizado el
proceso de descolonización de Europa oriental y de Asia. Y quizás,
también, el futuro de una nueva izquierda definida en el futuro
dependa, en gran medida, en rescatar el legado del marxismo-
leninismo a través de la reconstrucción, en España y en otras
naciones, del bolchevismo occidental.

174
7
Stalin y la cuestión nacional

No puede entenderse este libro, ni los capítulos precedentes ni los


que vendrán después de este, sin reseñar, ni analizar, la obra de
Stalin El marxismo y la cuestión nacional. Se trata de un largo
artículo escrito por Iosif Vissarionovich Dzhugashvilli, Stalin, entre
finales de 1912 y principios de 1913 durante su exilio en Viena. Fue
publicado, de manera repartida, en los números 3, 4 y 5 de la revista
Prosveschenie, con el título original “La cuestión nacional y la
socialdemocracia”. Con otro título, “La cuestión nacional y el
marxismo”, fue publicado aparte, en un solo folleto, por la editorial
Priboi en San Petersburgo, en 1914. Nada más publicarse fue
retirado por disposición del Ministerio del Interior ruso. Tras la
revolución bolchevique y en plena Guerra Civil Rusa, el folleto fue
reeditado por el Comisariado del Pueblo para las Nacionalidades,
que fue asumido por el propio Stalin. Esto ocurrió en 1920, y estaba
incluido en una colección de artículos del propio autor editada en
Tula. El artículo fue incluido en la obra El marxismo y la cuestión
nacional y colonial, de Stalin, en 1934. El texto fue escrito por Stalin
poco antes de ser detenido en marzo de 1913. Tras su detención,
Lenin comentó sobre este texto lo que sigue, en una carta enviada a
la redacción del periódico Sotsial-Demokrat:
Hemos sufrido detenciones dolorosas. Han detenido a Koba [sobrenombre de
Stalin]… Antes de su detención ha podido escribir un extenso artículo (para tres
números de “Prosveschenie”) sobre la cuestión nacional. ¡Muy bien! Hay que
combatir por la verdad contra los separatistas y oportunistas del Bund y de los
liquidadores.
El marxismo y la cuestión nacional se convirtió en un clásico
instantáneo del marxismo-leninismo. Y fue este texto el que orientó
al propio Stalin en delimitar las funciones políticas de las repúblicas
que formaban parte de la Unión Soviética, cuyas fronteras en Asia
Central (Kazajistán, Turkmenistán, Tayikistán, Kirguizistán y
Uzbekistán), fueron delimitadas en un mapa por el propio Stalin. Es
el complemento razonado del texto de Lenin sobre la

175
autodeterminación, y es coherente con lo expuesto por Marx y
Engels sobre la cuestión nacional. Con el estilo esquemático,
pausado, directo y razonado que siempre caracterizó a las
redacciones de Stalin, dirigido sobre todo para que los trabajadores
soviéticos entendieran y comprendieran los fundamentos del
marxismo-leninismo, el georgiano hizo de El marxismo y la cuestión
nacional una obra de lectura obligada durante mucho tiempo para
muchos marxistas. Hoy día, es una obra olvidada y marginada,
además de tergiversada.
Es menester señalar que El marxismo y la cuestión nacional es
una obra encuadrada en la corriente de la izquierda comunista
definida que nosotros hemos llamado bolchevismo oriental. No
obstante, las ideas desprendidas de esta obra, al igual que las de
Marx, Engels y Lenin ya señaladas en capítulos anteriores, son
también aplicables para el bolchevismo occidental, siempre que se
tenga en cuenta el conjunto de indicaciones que Lenin y Stalin dan
acerca de la cuestión nacional y su aplicación al campo occidental
de la lucha de clases (Europa occidental y América).

a) Stalin contra la ola nacionalista en Rusia


Empieza Stalin señalando que el período contrarrevolucionario que
sigue a la fallida revolución obrera rusa de 1905 ha traído desilusión
al bando revolucionario y “falta de fe en las fuerzas comunes”. En
Rusia, antes los obreros luchaban juntos independientemente de su
nacionalidad, pero tras 1905 “la gente empezó a dispersarse en
barrios nacionales: […] ¡El problema nacional ante todo!”. Esto trajo
una ola de nacionalismo en el seno del Imperio Ruso que, para
Stalin, era contraproducente al propio desarrollo de la revolución
proletaria:
El fortalecimiento del sionismo entre los judíos, el creciente chovinismo en
Polonia, el panislamismo entre los tártaros, el recrudecimiento del nacionalismo entre
los armenios, los georgianos y los ucranianos, la propensión general de las gentes de
espíritu pequeñoburgués al antisemitismo, son hechos conocidos por todos. La ola
de nacionalismo avanzaba más y más, amenazando envolver a las masas obreras. Y
cuanto más decrecía el movimiento de liberación, más esplendorosamente florecía el
nacionalismo. (Stalin, 1913: 41-42).
Solo el bolchevismo podía salvar a Rusia de su descomposición
total. Por ello, debía “hacer frente al nacionalismo, proteger a las

176
masas contra la ‘epidemia’ general”. Stalin plantea, siguiendo a
Marx, Engels y Lenin, que los comunistas (llamados
“socialdemócratas” en el folleto) eran los únicos que podían
contraponer al nacionalismo el “arma probada del internacionalismo,
la unidad y la indivisibilidad de la lucha de clases”. Cuanto más
fuerte fuese la ola nacionalista y separatista, más fuerte y potente
debía resonar la voz de los comunistas “en pro de la fraternidad y de
la unidad de los proletarios de todas las nacionalidades de Rusia”.
Especialmente aguerrida debía ser la acción de los comunistas de
las “regiones periféricas, que chocaban directamente con el
movimiento nacionalista”.
Sin embargo, no todos los “socialdemócratas”, no todos los
marxistas, estaban a la altura de las circunstancias. El Bund, del que
surge el bundismo, empezó a poner en primer plano sus objetivos
nacionalistas, proclamando el reconocimiento del Sabbat como
festividad rusa y del yidis, dialecto del hebreo hablado por los judíos
askenazis que habitaban el centro y el oriente de Europa, como
lengua oficial en Rusia. El Bund era el nombre alemán (cuya
traducción literal es federación) de la Unión General de
Trabajadores Judíos de Lituania, Polonia y Rusia. Era un
movimiento nacionalista judío dentro del Imperio Ruso, que se
oponía a los bolcheviques y su centralismo de Estado. Su
aspiración, ser reconocidos como nación por el Estado ruso. No
eran las únicas reivindicaciones nacionalistas que, en el seno del
socialismo revolucionario ruso, se estaban desarrollando. Una parte
de los socialistas y marxistas del Cáucaso empezó a reivindicar la
idea de autonomía cultural-nacional, que nació en el seno del
austro-marxismo, como reivindicación inmediata. Los marxistas y
socialistas rusos que trataban diplomáticamente las reivindicaciones
bundistas y autonomistas del Cáucaso eran tildados por Lenin y por
Stalin como liquidacionismo.
En la Rusia de 1913 ocurría, para Stalin, lo mismo que nosotros
vemos para la España de 2017: “las concepciones de la
socialdemocracia de Rusia en cuanto a la cuestión nacional no
están claras para todos los socialdemócratas”. Esto era así porque,
todavía, se estaba conformando un marxismo netamente ruso, el
marxismo-leninismo bolchevique o bolchevismo oriental, cuyo

177
fundamento filosófico fue, después, el materialismo dialéctico, o
diamat. La obra de Stalin, El marxismo y la cuestión nacional,
ayudó, sin duda, a conformar un marxismo netamente ruso, sin el
cual no hubiese sido posible la revolución. Para ello, Stalin primero
tenía que pasar a definir qué es una nación.

b) La definición de nación según Stalin. Las siete


características que ha de tener, obligatoriamente,
una nación para ser nación
La definición de Stalin de nación es una definición política, basada
en la idea fundamental de que la nación “es, ante todo, una
comunidad, una determinada comunidad de hombres” y mujeres.
Esta determinada comunidad de hombres y mujeres tiene siete
características que, si no se dan las siete al mismo tiempo, en
ningún caso podrá hablarse de nación. Las siete características son:
1) La nación es una comunidad humana estable.
2) La nación es una comunidad históricamente formada.
3) La nación es una comunidad surgida sobre la base de una comunidad de idioma.
4) La nación es una comunidad de territorio.
5) La nación es una comunidad de vida económica.
6) La nación es una comunidad de psicología.
7) La nación es una comunidad de cultura.
Stalin desarrolla estas siete características conjuntas como sigue.
La nación es una comunidad política:
Esta comunidad no es de raza ni de tribu. La actual nación italiana fue constituida
por romanos, germanos, etruscos, griegos, árabes, etc. La nación francesa fue
formada por galos, romanos, bretones, germanos, etc. Y otro tanto cabe decir de los
ingleses, alemanes, etc., cuyas naciones fueron formadas por gentes de razas y
tribus diversas. Tenemos, pues, que una nación no es una comunidad racial o tribal,
sino una comunidad de hombres históricamente formada. (Stalin, 1913: 43).
Es sintomático que Stalin señale a Francia y las etnias que la
compusieron como nación, al igual que Inglaterra e Italia. La
variedad de pueblos que conformaron estas naciones de Europa
occidental dan cuenta de hasta qué punto Stalin está identificando la
nación con la idea de nación histórica señalada en el capítulo III, de
la que surge luego la nación política canónica típica de Europa
occidental y de América. En el caso de España, nuestra nación fue
constituida, igual que Francia, Italia e Inglaterra, por un sinnúmero
de grupos étnicos y raciales: íberos, celtas, fenicios, cartagineses,

178
griegos, sorotaptos, romanos, visigodos, árabes, judíos, gitanos,
indoamericanos y subsaharianos. España no es, ni puede ser
jamás, una comunidad racial, étnica o tribal, sino una comunidad
estable de hombres históricamente formada. Ya tenemos las
características 1) y 2). En la Antigüedad clásica no podía hablarse
de naciones, como acertadamente señala Stalin:
[…] es indudable que los grandes Estados de Ciro o de Alejandro [Magno] no
podían ser llamados naciones, aunque se habían formado en el transcurso de la
historia y habían sido integrados por diversas razas y tribus. Estos Estados no eran
naciones, sino conglomerados de grupos, accidentales y mal vinculados, que se
disgregaban o se unían según los éxitos o derrotas de tal o cual conquistador.
Tenemos, pues, que una nación no es un conglomerado accidental y efímero, sino
una comunidad estable de hombres (Stalin, 1913: 43).
No toda comunidad estable constituye, de por sí, una nación. Los
casos favoritos de análisis del bolchevismo oriental, Rusia y Austria-
Hungría, son también analizados por Stalin:
Austria y Rusia son también comunidades estables, y, sin embargo, nadie las
llama naciones. ¿Qué es lo que distingue a una comunidad nacional de una
comunidad estatal? Entre otras cosas, que una comunidad nacional es inconcebible
sin un idioma común, mientras que para un Estado no es obligatorio que haya un
idioma común. La nación checa, en Austria, y la polaca, en Rusia, no serían posibles
sin un idioma común para cada una de ellas, mientras que para la integridad de
Rusia y de Austria, no es un obstáculo el que dentro de sus fronteras existan varios
idiomas. Y al decir esto, nos referimos, naturalmente, a los idiomas que habla el
pueblo y no al idioma oficial de la cancillería. Tenemos, pues, la comunidad de idioma
como uno de los rasgos característicos de la nación. (Stalin, 1913: 43).
Todas las naciones de Europa tienen lenguas regionales, también
las naciones de Europa occidental. En Francia se hablan todavía
hoy un conjunto de lenguas y dialectos conocidos popularmente
como patois, con una variedad lingüística muy superior a la de otras
naciones occidentales, incluida España. En Francia se habla la
lengua de d’Oïl, el franco-provenzal, el occitano-gascón, el catalán,
el corso, el bonifaciano-genovés, el calvés, el ligur, el flamenco, el
moselano, el renano-lorenés, el luxemburgués, el alemán (dialecto
suizo occidental), el alsaciano, el yeniche, el bretón, el griego en
Córcega (en la localidad costera de Cargèse) y el batúa-euskera. Y,
sin embargo, la comunidad humana estable históricamente formada
con base en una comunidad de idioma que es la nación francesa lo
es por el francés, y no por ninguno de los anteriores. En España se
hablan muchos menos idiomas y dialectos que en Francia: el
gallego, el asturleonés, el euskera y sus variantes locales, el

179
aragonés (en la zona de los Pirineos aragoneses), el occitano-
aranés, el catalán (y sus variantes diferenciadas del catalán oriental,
occidental, valenciano, mallorquín, menorquín, ibicenco, etc.), el
árabe (en Ceuta y Melilla), el rifeño (en Melilla) y el caló en la etnia
gitana. Y, sin embargo, la comunidad humana estable
históricamente formada con base en una comunidad de idioma que
es la nación española lo es por el español (o castellano, por su
origen en Castilla; el idioma italiano también es llamado toscano, por
su origen en la Toscana), y no por ninguno de los anteriores. El
español, además, tiene variantes dialectales tanto en España como
en otras regiones de la Tierra, pues hablamos de la lengua romance
más hablada del mundo, más de 500 millones de personas, y
creciendo. La segunda lengua del mundo por hablantes nativos y la
tercera en número total de hablantes, uno de los seis idiomas
oficiales de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), oficial
en un sinfín de organismos internacionales e idioma oficial en 21
naciones políticas de cuatro continentes. Así pues, las tres primeras
características de Stalin se cumplen con España. Pues se trata,
además, no solo de un idioma oficial, sino también de un idioma
popular entre toda la población. Ya tenemos la característica 3).
Es necesario advertir lo anterior porque, según Stalin, una
comunidad de idioma no es, necesariamente, una nación:
Esto no quiere decir, como es lógico, que diversas naciones hablen siempre y en
todas partes idiomas diversos ni que todos los que hablen uno y el mismo idioma
constituyan obligatoriamente una sola nación. Un idioma común para cada nación,
¡pero no obligatoriamente diversos idiomas para diversas naciones! No hay nación
que hable a la vez diversos idiomas, ¡pero esto no quiere decir que no pueda haber
dos naciones que hablen el mismo idioma! Los ingleses y los norteamericanos
hablan el mismo idioma, y a pesar de esto no constituyen una sola nación. Otro tanto
cabe decir de los noruegos y daneses, de los ingleses y los irlandeses. ¿Y por qué,
por ejemplo, los ingleses y los norteamericanos no forman una sola nación, a pesar
de tener un idioma común? Ante todo, porque no viven conjuntamente, sino en
distintos territorios. La nación solo se forma como resultado de relaciones duraderas
y regulares, como resultado de la convivencia de los hombres, de generación en
generación. Y esta convivencia prolongada no es posible sin un territorio común.
Antes los ingleses y los norteamericanos poblaban un solo territorio, Inglaterra, y
constituían una sola nación. Más tarde, una parte de los ingleses emigró de este país
a un nuevo territorio, el Norte de América, y aquí, en el nuevo territorio, formó a lo
largo del tiempo una nueva nación, la norteamericana. La diversidad de territorios
condujo a la formación de naciones diversas. Tenemos, pues, la comunidad de
territorio como uno de los rasgos característicos de la nación. (Stalin, 1913: 43-44).

180
Durante el primer período revolucionario, y antes durante la
conformación de la Monarquía Católica Universal, España era,
además de un Imperio intercontinental, una sola nación
intercontinental. Cuando oleadas de españoles se establecieron en
América, África y Filipinas, mezclándose con la población autóctona
y con los esclavos negros, a lo largo del tiempo se fueron formando
diversas naciones: México, Colombia, Venezuela, Argentina, Perú,
Bolivia, Chile, Ecuador, Cuba, etc. La nación política española
contemporánea, a partir del segundo período revolucionario y hasta
el séptimo, fue una comunidad de idioma, estable e históricamente
formada sobre un territorio muy concreto, la Península Ibérica salvo
Portugal (otra nación histórica con idiosincrasia propia, en algunos
puntos similar a España), a la que hay que sumar las Islas Baleares,
las Islas Canarias, Ceuta y Melilla. La lengua común de todos los
españoles es el español, y la comunidad nacional española sobre la
base del idioma se ha formado territorialmente en la geografía
descrita. Ya tenemos la característica 4).
Pero esto no es todo, pues la característica 4), aislada, no
constituye por sí misma una nación. Stalin:
La comunidad de territorio por sí sola no determina todavía la nación. Ha de
concurrir, además, un vínculo económico interno que suelde en un todo único las
diversas partes de la nación. Entre Inglaterra y Norteamérica no existe este vínculo;
por eso constituyen dos naciones distintas. Y los mismos norteamericanos no
merecerían el nombre de nación si los diversos confines de Norteamérica no
estuviesen ligados entre sí en una unidad económica gracias a la división del trabajo
establecida entre ellos, al desarrollo de las vías de comunicación, etc. Tomemos, por
ejemplo, a los georgianos. Los georgianos de los tiempos anteriores a la reforma
vivían en un territorio común y hablaban un mismo idioma, pero, con todo, no
constituían, estrictamente hablando, una sola nación, pues, divididos en varios
principados sin ninguna ligazón entre sí, no podían vivir una vida económica común;
se pasaron siglos guerreando y arruinándose mutuamente, azuzando unos contra
otros a los persas o a los turcos. La unificación efímera y accidental de estos
principados, que a veces conseguía llevar a cabo cualquier rey afortunado, solo
abarcaba, en el mejor de los casos, las esferas superficiales, las esferas
administrativas, y pronto saltaba hecha añicos al chocar con los caprichos de los
príncipes y la indiferencia de los campesinos. Dada la dispersión económica de
Georgia, no podía ser de otro modo. Georgia no se reveló como nación hasta la
segunda mitad del siglo XIX, cuando la caída del régimen de servidumbre y el
desarrollo de la vida económica del país, el desarrollo de las vías de comunicación y
el nacimiento del capitalismo establecieron una división del trabajo entre sus distintas
regiones, quebrantaron por completo el aislamiento económico de los principados y
los unieron en un todo. Y lo mismo hay que decir de otras naciones que han pasado
por la fase del feudalismo y en cuyo seno se ha desarrollado el capitalismo.

181
Tenemos, pues, la comunidad de vida económica, la ligazón económica como una de
las particularidades características de la nación. (Stalin, 1913: 44).
Los vínculos económicos peninsulares se establecieron en
España, durante su período de construcción como nación histórica,
primero durante la Reconquista (Covadonga y Sobrarbe,
recordemos lo que dice Marx en el capítulo III), luego durante la
unificación a finales del siglo XV de los reinos peninsulares católicos
para dar la última estocada al Islam ibérico, y más tarde con el
desarrollo de las monarquías absolutistas de los Habsburgo y los
Borbones durante trescientos años. Durante los siete períodos
revolucionarios, España como nación política desarrolló una vida
económica que, si bien de manera conflictiva y más lenta que en
Inglaterra o Francia, permitió al país tener su propio capitalismo.
Primero en Cataluña, Asturias, País Vasco y Madrid, y más tarde
sobre todo el territorio nacional a lo largo del siglo XX. La prueba es
que toda España comparte una caja única de la Seguridad Social, el
vínculo más importante entre los trabajadores nativos e inmigrantes
que conforman la comunidad nacional española, y que el
nacionalismo fraccionario catalán, vasco, gallego, etc., pone en
peligro.

c) Ni Cataluña ni el País Vasco son naciones


desde las coordenadas del marxismo-leninismo
Que Cataluña y el País Vasco tuviesen centros industriales
capitalistas burgueses antes que Murcia, Extremadura o Andalucía,
no implica que estas regiones sean naciones. Aunque tengan
idiomas particulares, ni Cataluña ni el País Vasco (mucho menos
Galicia, etc.), han sido comunidades humanas estables,
históricamente formadas en un territorio determinado. Cataluña no
fue administrativamente homogénea hasta su asimilación por la
Corona de Aragón. El actual País Vasco fue parte del Reino de
Asturias, el iniciador de la Reconquista, desde el año 766 hasta el
824, en que nace el Reino de Pamplona, supeditado a Francia al
igual que la Marca Hispánica, que controló la mitad del territorio, lo
que hoy sería Guipúzcoa y parte de Álava, cuya parte occidental
más la actual Vizcaya formaban parte del Reino de León. Entre el
año 1029 y el 1035, apenas seis años, el Reino de Pamplona pudo

182
extenderse desde el linde occidental de la actual Cantabria hasta el
pirineo leridano en su franja oriental, y desde el mar cantábrico y
Francia al norte hasta el norte de la actual provincia de Segovia en
el sur. En el 1036 perdió sus territorios a costa de León al oeste y de
Aragón al este, reducido a sus límites anteriores, y siendo
conquistado por Aragón en el ١٠٧٧. Así dura hasta el año 1135. En
1177, el ya Reino de Navarra avanza hacia el oeste, recuperando la
actual Álava y parte de la actual Vizcaya. Hasta el año 1201, en que
el Reino de Castilla conquista el territorio de las actuales tres
provincias vascas, no volviendo a formar parte del Reino de Navarra
nunca más.
Cataluña y el País Vasco tampoco han sido comunidades de vida
económica autónoma, como podría pensarse desde una perspectiva
nacionalista. Y en este punto en concreto queremos detenernos. En
el caso de Cataluña, su territorio fue conquistado sucesivamente por
romanos, visigodos y árabes, como el resto de España, hasta que
en el siglo VIII los francos establecen la Marca Hispánica, para
frenar la expansión del Islam más allá de los Pirineos tras la victoria
cristiana-franca en la Batalla de Poitiers en el año 732. La Marca
Hispánica estaba conformada por diversos condados, cuyo
gobernador, bajo el mando franco del rey Carlos el Calvo, fue
Wifredo el velloso, de origen hispano-godo, que ejercía las veces de
gobernador de los condados, al modo del Sacro Imperio Romano
Germánico. Entre el siglo IX y el XI, los condados catalanes, sin
gobernante claro y sin unificación, políticamente deslabazados, van
repoblándose hasta que Ramón Berenguer I, conde de Barcelona,
es denominado por los Usatges de Barcelona (leyes condales
máximas de la época, que cada condado tenía las suyas propias)
“apoderador de España” (Subjugator Hispaniae en latín), teniendo
siempre en mente la Reconquista de la cristiandad ibérica unificada
contra el Islam. Este hecho es el primero que relaciona a Cataluña
con la construcción nacional de España. Sin embargo, las disputas,
fusiones y enfrentamientos entre condes continúan hasta el siglo XII,
momento en que el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, se
casa con la reina de Aragón, Petronila. De esta manera, el Reino de
Aragón, existente desde el año 1035, debido a su mayor extensión y
fuerza política, consigue dominar sobre los condados catalanes a

183
través de este matrimonio (el Condado de Barcelona era el más
importante de todos ellos) y nace así la Corona de Aragón, reino
feudal que pudo convertirse en Imperio marítimo con su conquista
de Valencia, Cerdeña, Sicilia, el sur de la Península Itálica, llegando
incluso a Grecia. Esta boda es el segundo hecho histórico que
relaciona a Cataluña con la construcción nacional de España. Fue el
Imperio Aragonés el que permitió a la lengua catalana expandirse,
llegando incluso al Alguer, en Cerdeña.
A principios del siglo XV, Aragón es el Estado más potente del
mar mediterráneo occidental. Es Aragón quien empieza a establecer
una comunidad de vida económica y política para Cataluña, pero
conectada cada vez más con la Corona de Castilla. Y es en el siglo
XV cuando esa comunidad humana económica y política entre
Aragón (y, por tanto, Cataluña) y Castilla se solidifica más, con
cuatro acontecimientos trascendentales para comprender la
construcción histórica de la nación española. El primero es el
Compromiso de Caspe, el pacto establecido en 1412 entre el Reino
de Aragón, el Reino de Valencia y los condados catalanes para
erigir a un nuevo rey tras la muerte de Martín I de Aragón, que no
deja descendencia ni sucesor. Este pacto establece la regencia de
Fernando de Antequera, que reinaría como Fernando I de Aragón,
de la dinastía Trastámara, de origen castellano, que ya regía en
Castilla, posteriormente en el Reino de Navarra y en el Reino de
Nápoles. Fernando I era hijo de Leonor de Aragón, reina de Castilla
entre 1379 y 1382. Aunque su reinado fue breve, por primera vez
una misma dinastía gobierna en todos los reinos cristianos de la
Península Ibérica, a excepción de Portugal, lo que permitió
estrechar lazos, intereses y mercado de cara a encarar el final de la
Reconquista en dicho siglo contra el Reino de Granada. Aunque ya
se hablaba el castellano para permitir el contacto entre Barcelona y
el Camino de Santiago, el idioma entraría por fin de manera oficial
en la Corona de Aragón, con lo que la unificación de mercado se
afianzó gracias al Compromiso de Caspe. Los sucesores de Jaime I,
Carlos III de Aragón y Juan II expanden los dominios de la Corona
hasta Italia y Navarra, pues este último acaba siendo rey navarro.
Entre 1462 y 1472 se producen conflictos civiles en los condados
catalanes, que acaban desgastando a la Generalitat, creada un siglo

184
antes. Barcelona se desgastó por estos conflictos y porque, desde
1453, el Imperio Otomano se volvió hegemónico en el mediterráneo.
En 1469 se produce la boda entre Fernando de Aragón e Isabel de
Castilla, futuros Reyes Católicos, convirtiéndose Fernando en rey de
Castilla, en igualdad de condiciones que Isabel, en 1474. Este es el
segundo acontecimiento clave que unifica la nación histórica
española. El tercero se produce en 1491, con la toma de Granada
por los Reyes Católicos y la firma, el 25 de noviembre de ese mismo
año, de las Capitulaciones para la entrega de Granada. Termina
definitivamente la Reconquista, proceso sin el cual no puede
entenderse la construcción de la comunidad nacional histórica de
España. El cuarto se produce en 1512, cuando la recién creada
Monarquía Católica Universal toma el Reino de Navarra tras la firma
del Tratado de Blois entre Francia y Navarra contra Inglaterra y
Castilla. La Baja Navarra fue anexada por Francia en 1590. El
Descubrimiento de América permitió unificar aún más la vida
económica de España, a través del centro comercial en Sevilla y el
administrativo en Madrid.
La situación no cambió hasta la Guerra de Sucesión Española,
entre 1701 y 1715, cuyo resultado es la instauración de la dinastía
Borbón, de origen francés, en el trono español. De esta manera, el
Imperio Español reorganiza su mercado interno y su administración,
combinando el absolutismo centralista borbónico con el sistema
feudal-foral tradicional de España. Los fieles a los Habsburgo
resisten en Cataluña hasta 1714, pero son finalmente derrotados.
Mallorca es tomada en 1715 y al año siguiente se redacta, y aplica,
el Decreto de Nueva Planta, donde se abolen las instituciones
medievales y feudales de la Corona de Aragón, por haberse
decantado sus reinos y los condados catalanes por el Archiduque
Carlos de Austria, en vez de por Felipe de Anjou, que reinaría en
España como Felipe V. Curiosamente, estos Decretos que
perjudicaban a la nobleza y la aristocracia catalanas, beneficiaron
sobremanera a la burguesía, que ya pudo disponer de un mercado
ibérico sin trabas feudales sobre el que erigirse como clase
industrial, pues se fueron eliminando las aduanas internas en la
España ibérica. Con el tiempo, esta burguesía catalana pudo
instalarse en territorio americano en el que pudo asegurar centros

185
textiles importantes, sobre todo de algodón en el Caribe, mediante
plantaciones de esclavos negros. Barcelona triplicó su población
tras 1714 hasta los cien mil habitantes a finales del siglo XVIII,
beneficiada por el comercio con el resto de España, tanto la ibérica
como la americana. La Guerra de Sucesión Española acabó con los
privilegios del Antiguo Régimen español en Aragón y Castilla,
homogenizando completamente la administración pública. Los siglos
XVIII, XIX, XX y XXI han demostrado que la principal beneficiada de
la construcción de la comunidad nacional española de vida
económica fue la burguesía catalana. También la vasca, aunque
tanto el antiguo Reino de Navarra como las provincias vascongadas,
que eran parte de la Corona de Castilla desde el año 1200,
conservaron los fueros por su apoyo a Felipe de Anjou.
La conclusión lógica de todo esto es la siguiente: las burguesías
catalana y vasca no protagonizaron ninguna construcción nacional
catalana o vasca porque se desarrollaron como tales gracias al
cierre geográfico e histórico de la comunidad de vida económica
española, contribuyendo de manera muy activa en dicha
construcción hasta hoy día. Construcción algo alterada solo desde
1898 con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y la pérdida de
los negocios textiles y de esclavos de la burguesía catalana en las
Antillas españolas. De hecho, la proclamación del Estado catalán
dentro de la Segunda República Española que hizo Lluís Companys
en 1934, aunque fue una medida infantil e imprudente en su
contexto histórico, no evidenciaba una ruptura de la unidad de
España, sino un vano intento de transformación de España en una
República Federal al estilo alemán. La prueba del compromiso de
las burguesías catalana y vasca con la comunidad de vida
económica española en el siglo XX tiene, incluso, episodios negros,
como el Pacto de Santoña de 1937, en el que el Partido Nacionalista
Vasco pactó con tropas fascistas italianas la rendición del País
Vasco a Franco, traicionando al bando republicano en el que,
supuestamente, militaba el partido de la burguesía vasca. El
franquismo, además, y este es otro episodio negro pero real,
concedió, gracias al apoyo de la Lliga Regionalista de Catalunya,
luego Lliga de Catalunya, la concesión de la sede de numerosas
empresas estatales en suelo catalán, a lo que también ayudó el gran

186
número de catalanes que engrosaron, durante la Guerra Civil a FET
y de las JONS. Durante el franquismo, Cataluña se llenó de un
notable proletariado industrial venido de regiones de España más
pobres como Andalucía, Extremadura y Aragón. Por tanto, una vez
más, no hay evidencia histórica alguna ni en Cataluña ni en el País
Vasco de una comunidad de vida económica, históricamente
formada en un territorio ajeno a España, sino todo lo contrario.
Cataluña y el País Vasco, y el desarrollo capitalista de España así
lo demuestra, contribuyeron, gracias a la eliminación de los restos
del feudalismo español que quedaban en lo que a aduanas internas
se refiere como ya hemos dicho arriba, a la conformación de la
nación española de manera muy activa gracias a sus burguesías. La
gran diferencia entre Cataluña y el País Vasco con Polonia, Irlanda o
Noruega es que, tras el cierre de la comunidad de vida económica
española después de la Guerra de Sucesión Española, las
burguesías catalana y vasca nunca se desarrollaron como clase
social en colonias internas al territorio europeo español. Irlanda era
colonia británica, Noruega colonia sueca y Polonia colonia rusa.
Cataluña, que inicialmente fue una marca de condados creada por
el Imperio Carolingio para contener el Islam y, más tarde, un
conjunto de señoríos feudales asimilados por el Reino de Aragón
hasta que este se unió a Castilla para dar pie a la Monarquía
Católica Universal española, es desde 1716, y hasta hoy, una región
española más, como el resto de territorios de las abolidas Coronas
de Aragón, Castilla, Navarra y Granada. También el País Vasco, aun
conservando los fueros hasta finalizar el quinto período
revolucionario, abolidos en 1876, pero reestructurados parcialmente
en Álava en 1939, y recuperados bajo la fórmula de “régimen foral”
después de la Transición. Además, el desarrollo progresivo de una
muy fuerte burguesía en Madrid permitió coordinar los esfuerzos
económicos de la construcción de la comunidad de vida económica
española con las burguesías vasca, catalana y de otras regiones. La
prueba es que la patronal española, agrupada en la Confederación
Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), con sede en
Madrid, tiene, en este año 2017, un presidente catalán, Joan
Rossell. Es decir, los intereses de la burguesía española en su
conjunto, de cualquier región, son los mismos, y no hay nación sin

187
su burguesía, y España tiene la suya, no concentrada solo en la
capital. Ya tenemos la característica 5).

d) Psicología y cultura nacionales según Stalin y


el marxismo-leninismo
La sexta característica es que la nación es, también, una comunidad
de psicología. Esta característica, que parece abstracta, la explica
Stalin como sigue:
Pero tampoco esto es todo. Además de lo dicho, hay que tener en cuenta también
las particularidades de la fisonomía espiritual de los hombres unidos en una nación.
Las naciones no solo se distinguen unas de otras por sus condiciones de vida, sino
también por su fisonomía espiritual, que se expresa en las particularidades de la
cultura nacional. En el hecho de que Inglaterra, América del Norte e Irlanda, aun
hablando el mismo idioma, formen, no obstante, tres naciones distintas, desempeña
un papel de bastante importancia la psicología peculiar que se ha ido formando en
cada una de esas naciones, de generación en generación, a consecuencia de
condiciones de existencia diferentes. Claro está que, por sí sola, la psicología, o el
“carácter nacional”, como otras veces se la llama, es algo imperceptible para el
observador; pero como se expresa en las peculiaridades de la cultura común a toda
la nación, es aprehensible y no puede ser dejada de lado. Huelga decir que el
“carácter nacional” no es algo que exista de una vez para siempre, sino que cambia
con las condiciones de vida; pero, por lo mismo que existe en cada momento dado,
imprime su sello a la fisonomía de la nación. Tenemos, pues, la comunidad de
psicología, reflejada en la comunidad de cultura, como uno de los rasgos
característicos de la nación. (Stalin, 1913: 44-45).
La explicación de la sexta característica implica la séptima
característica, la de que la nación es, también una comunidad de
cultura. Admitiendo que el carácter de las naciones varía con el
tiempo y las circunstancias históricas, la comunidad de psicología
implica una comunidad de cultura, y la comunidad de cultura implica
una comunidad de psicología. ¿Qué entendemos aquí por cultura?
Dejando aparte la idea mítica, oscura y confusa, de cultura que
analizamos en el primer capítulo, queremos dar una definición de
cultura objetiva, morfodinámica, opuesta a la idea mítica de la
misma.
La cultura objetiva morfodinámica tendría elementos tanto
positivos como negativos. La cultura será una realidad cuyos
contenidos, como indica Stalin, varían en el curso del tiempo,
mediante procesos internos de transformación y mediante el
contacto, en ocasiones conflictivo, con otras culturas. No existen

188
culturas puras. Al mismo tiempo, las identidades culturales no
podrán interpretarse como algo armónico, sino como resultado de la
codeterminación de partes que las han conformado de manera
estable. Así, las culturas constituirán unidades de sistemas
formados por la concatenación, causal y circular, de diversos
elementos, dando lugar a un equilibrio siempre dinámico a escala de
las operaciones de los hombres. Los contenidos que conforman una
cultura objetiva morfodinámica serían de tres tipos: la cultura
subjetual, referida a los hombres, a sus ceremonias, a las
operaciones manuales que, mediante el trabajo, conforman su
propio comportamiento; la cultura material u objetual, referida a los
objetos que conforman una cultura, desde una vasija a un edificio; y
la cultura social, referida a las pautas de conducta propias de los
sujetos en tanto que forman parte de una colectividad, y que
englobaría a las dos anteriores. Esa comunidad de psicología y de
cultura está delimitada espacio-temporalmente, tanto por los
elementos internos que conforman su contenido como por los
elementos externos que delimitan su contorno. Por tanto, la Historia
y la geografía son los elementos, combinados, que más pueden
determinar la construcción de una comunidad de psicología y de
cultura, también de una nación en tanto ha de tener esas dos
características junto a las cinco anteriores. Así, a nivel de sus
contornos, la pertenencia geográfica a Europa y la cercanía a África
por el estrecho de Gibraltar, más estar bañada por el mar
mediterráneo y el océano atlántico determinan geográficamente a
España. Políticamente, el tener frontera con Andorra, Francia,
Portugal, el Reino Unido (Gibraltar) y Marruecos (Ceuta y Melilla),
definen muy bien nuestra historia. También la define el hecho de
pertenecer hoy día al euro y a la Unión Europea. Pero también, y de
manera muy significativa, la extensión universal del idioma español,
sobre todo en América. El idioma español es un elemento esencial
para entender la comunidad nacional española, por ser su lengua
común, pero no su única lengua, como hemos demostrado más
arriba (las literaturas catalana, gallega y vasca son patrimonio de la
cultura española, en tanto que es España la máxima productora de
literatura en esas tres lenguas). El clima y la geografía también
determinan estas características, así como la guerra, partera de la

189
Historia. Una nación, como lo es España, por tanto, es una
comunidad de cultura morfodinámica, fruto de un sinfín de factores
cambiantes en el tiempo, pero entrelazados de manera estable
(relatados en este libro), y que nos han conformado también como
comunidad de psicología. Además, una comunidad nacional de
cultura tiene que ser ampliamente reconocida como tal,
heterodeterminada, por otras comunidades de cultura nacional
homologadas, reconocidas entre sí. Algo fruto, también, de la
dialéctica de clases y de Estados. Ya tenemos las características 6)
y 7).

e) Si se dan seis características de siete, no hay


nación. Tienen que darse las siete características
a la vez
Al ser las naciones comunidades morfodinámicas, éstas están
sujetas a cambio, y por tanto, a su comienzo, a su historia y a su
final. E incluso a su resurrección, como le ocurrió a Polonia, aunque
siempre en circunstancias distintas a su etapa anterior. O a su
inserción en unidades estatales, o postestatales, más grandes,
como ocurrió con las naciones que conformaron la Unión Soviética.
En todo caso, Stalin resume:
Nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida
sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de
psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura. (Stalin, 1913: 45).
Pero insiste en que todas estas siete características o rasgos
tienen que darse al mismo tiempo. Si no, si se dan seis pero falta
uno, jamás podrá afirmarse que la colectividad que contiene seis de
esos siete rasgos es una nación:
Es necesario subrayar que ninguno de los rasgos indicados, tomado aisladamente
es suficiente para definir la nación. Más aún: basta con que falte aunque solo sea
uno de estos rasgos, para que la nación deje de serlo. Podemos imaginarnos
hombres de “carácter nacional” común, y, sin embargo, no podremos decir que
forman una nación si están desligados económicamente, si viven en territorios
distintos, hablan idiomas distintos, etc. Así, por ejemplo, los judíos de Rusia, de
Galitzia, de América, de Georgia y de las montañas del Cáucaso no forman, a
nuestro juicio, una sola nación. Podemos imaginarnos hombres con comunidad de
territorio y de vida económica, y, no obstante, no formarán una nación si entre ellos
no existe la comunidad de idioma y de “carácter nacional”. Tal es el caso, por
ejemplo, de los alemanes y los letones en la región del báltico. Finalmente, los

190
noruegos y daneses hablan un mismo idioma, pero no forman una sola nación, por
no reunir los demás rasgos distintivos. Solo la presencia de todos los rasgos
distintivos forma la nación. (Stalin, 1913: 45).
Las combinaciones pueden ser muy diversas. Cataluña fue, y es,
una comunidad con un idioma (aunque tanto el catalán como el
español son idiomas propios de Cataluña, como los son español y el
euskera del País Vasco), pero nunca fue una comunidad humana
estable históricamente formada hasta que formó parte de la Corona
de Aragón y, más tarde, de la Monarquía Española. Y el
asentamiento estable en un territorio condiciona mucho la vida
económica, en tanto que la economía es, siempre, Economía
Política. Y la fortaleza histórica de la economía catalana ha
dependido, siempre, de su pertenencia a España, lo cual la ha
fortalecido valga la redundancia. La conclusión es única: las siete
características de la nación que Stalin define y desarrolla en El
marxismo y la cuestión nacional se cumplen, todas, con España. Y
en ningún caso, con ninguna otra región de España. Podría
pensarse que la definición de Stalin de nación es la propia de una
nación étnica, más que de una nación política. Sin embargo, la
coherencia marxista-leninista del mismo Stalin disuade de pensar
así. Afirma Stalin:
La nación no es simplemente una categoría histórica, sino una categoría histórica
de una determinada época, de la época del capitalismo ascensional. El proceso de
liquidación del feudalismo y de desarrollo del capitalismo es, al mismo tiempo, el
proceso en que los hombres se constituyen en naciones. Así sucede, por ejemplo, en
la Europa Occidental. Los ingleses, los franceses, los alemanes, los italianos, etc., se
constituyeron en naciones bajo la marcha triunfal del capitalismo victorioso sobre el
fraccionamiento feudal. Pero allí, la formación de naciones significaba, al mismo
tiempo, su transformación en Estados nacionales independientes. Las naciones
inglesa, francesa, etc., son, al mismo tiempo, los Estados inglés, etc. El caso de
Irlanda, que queda al margen de este proceso, no cambia el cuadro general. En la
Europa Oriental, las cosas ocurren de un modo algo distinto. Mientras que en el
Oeste las naciones se desarrollan en Estados, en el Este se forman Estados
multinacionales, Estados integrados por varias nacionalidades. Tal es el caso de
Austria-Hungría y de Rusia. En Austria, los más desarrollados en el sentido político
resultaron ser los alemanes, y ellos asumieron la tarea de unificar las nacionalidades
austriacas en un Estado. En Hungría, los más aptos para la organización estatal
resultaron ser los magiares –el núcleo de las nacionalidades húngaras–, y ellos
fueron los unificadores de Hungría. En Rusia, asumieron el papel de unificadores de
las nacionalidades los grandes rusos, a cuyo frente estaba una potente y organizada
burocracia militar aristocrática formada en el transcurso de la historia. (Stalin, 1913:
49).

191
f) Irlanda: la excepción que confirma la regla en
Europa occidental. El camino a seguir por el
comunismo del futuro respecto a la cuestión
nacional
Stalin, al igual que Lenin, marca las pautas que permitirían, en torno
a la cuestión nacional, diferenciar el bolchevismo oriental del
bolchevismo occidental. Lenin y Stalin han brindado armas a la
construcción del bolchevismo occidental. Así lo confirma el propio
Stalin, siguiendo, de nuevo, tanto a Lenin como a Engels y a Marx:
“Lo que en Europa Occidental era una excepción (Irlanda) se
convierte en regla en el Este”. De esta manera, y teniendo en cuenta
las enseñanzas del marxismo-leninismo, y desde las coordenadas
del materialismo histórico, el bolchevismo occidental habrá de añadir
a las siete características que Stalin define como las que
constituyen, unidas, a una nación una octava:
8) La nación es una comunidad ya constituida, en Europa occidental y en América,
en Estado-nación, en nación política.
Tras el proceso de descolonización y la caída del Imperio
Soviético, ya prácticamente no quedan colonias que descolonizar,
salvo los territorios de ultramar británicos, Nueva Caledonia, las
Antillas Neerlandesas, Puerto Rico y el Sáhara Occidental. Así pues,
las condiciones objetivas para el desarrollo del marxismo-leninismo
del siglo XXI y del futuro requieren consolidar sus objetivos en las
naciones políticas ya realmente existentes. Y nunca en la
destrucción separatista de las mismas, que sería un proceso
reaccionario. En todo caso, lo revolucionario sería elevar a los
trabajadores de cada nación política hoy existente a la condición de
clase nacional para, desde ahí, avanzar a organizaciones socialistas
supraestatales en las que, aun existiendo los Estados, estos se
hayan federado en organizaciones o alianzas lo más homogéneas
posibles para asegurar su éxito político y su estabilidad.
Las naciones políticas y las clases sociales siguen existiendo.
Ahora bien, el campo de acción política ha variado respecto a la
época en que a Marx, Engels, Lenin y Stalin les correspondió vivir. Y
apoyándonos en ellos, podemos reconfigurar el comunismo del
futuro, también respecto a la cuestión nacional. Es decir, puede

192
haber continuidad y coherencia con lo desarrollado por ellos y lo que
haya que desarrollar hoy. Y, a nuestro juicio, España es un lugar
importante, estratégico, en el que poder desarrollar ese bolchevismo
occidental que ellos delimitaron, junto a Rosa Luxemburg, y otros
teóricos. Dicho bolchevismo occidental puede ser la raíz o núcleo
que defina el cuerpo que camine la senda del comunismo que hoy
podemos reconstruir.

193
8
Bundismo y austromarxismo.
Su influencia en España

Stalin advierte sobre el peligro de sustancializar una determinada


característica, la de la comunidad de psicología. O lo que es lo
mismo, pensar que la mera voluntad psicológica, o el deseo, de una
colectividad la convierte en nación. Lo explica así:
Podría pensarse que el “carácter nacional” no es uno de los rasgos distintivos,
sino el único rasgo esencial de la nación, y que todos los demás constituyen,
propiamente hablando, condiciones para el desarrollo de la nación, pero no son
rasgos de ésta. En este punto se colocan, por ejemplo, los teóricos socialdemócratas
de la cuestión nacional R. Springer y, sobre todo, O. Bauer, conocidos en Austria.
(Stalin, 1913: 45).
Bauer y Springer son representantes de lo que en aquellos años
se llamó austromarxismo. Ya definimos en el capítulo anterior lo que
fue el bundismo, tendencia que estudiaremos junto con el
austromarxismo en este capítulo basándonos también en El
marxismo y la cuestión nacional de Stalin. Lo haremos en base a la
importancia que estas tendencias han tenido, y tienen, en el
desarrollo de determinadas tendencias marxistas que en España se
han desarrollado en el siglo XX y hasta hoy.

a) Qué es el austromarxismo y cómo lo critica


Stalin
Así pues, ¿qué fue, y es, el austromarxismo? Otto Bauer fue el gran
teórico de eso que se dio en llamar austromarxismo, junto a Rudolf
Hilferding, que fue ministro de finanzas de Alemania en el gobierno
socialdemócrata de la República de Weimar, y Max Adler, filósofo
que trató de engarzar el marxismo con el idealismo trascendental de
Kant. El austromarxismo trató de colocarse en un lugar intermedio
entre la izquierda socialdemócrata y el marxismo-leninismo (como
Podemos o Izquierda Unida), siendo para ellos indiferente si se
construía la sociedad socialista por vía revolucionaria violenta o por
vía electoral. Crearon la llamada IIª Internacional y Media en 1921,

194
en la que estuvieron el Partido Socialista Suizo, el Partido
Socialdemócrata de Austria, el Partido Laborista Independiente
británico, el Partido Socialista Independiente de Rumanía, el Partido
Socialista Independiente de Alemania, la Sección Francesa de la
Internacional Obrera y el Partido Socialista Obrero Español. Fue
disuelta en 1923, y todos estos partidos se fusionaron con los restos
que quedaban de la IIª Internacional, para crear la Internacional
Obrera y Socialista, disuelta a su vez en 1939 y reconstruida, en
1951, bajo el nombre de Internacional Socialista, que dura hasta
hoy.
Otto Bauer trató de mezclar marxismo, o más bien el marxismo de
la IIª Internacional, con nacionalismo étnico. Y es aquí cuando Stalin
se enfrenta directamente al austromarxismo. El georgiano analiza en
El marxismo y la cuestión nacional el enfoque que el
austromarxismo da a la idea de nación. Para ellos, la nación es la
unión de personas que piensan y hablan del mismo modo, una
comunidad cultural de un grupo de personas contemporáneas entre
sí, no ligadas por el territorio. Bauer, en concreto, señala cómo los
irlandeses y los ingleses, a pesar de utilizar el mismo idioma, no
forman una misma nación, mientras que los judíos sí forman una
sola nación, aun cuando no todos hablan el mismo idioma. Para
Otto Bauer, la nación es una comunidad relativa de carácter, siendo
este la suma de rasgos que distinguen a las personas de una
nacionalidad de otra. Estos rasgos son el conjunto de rasgos físicos
y espirituales que distinguen a una nación de otra. ¿Y qué es lo que
determina este carácter? Aquí viene la gran sorpresa, que relaciona
el austromarxismo con una determinada ideología muy importante
en la España del siglo XX. Stalin cita a Bauer en su obra La cuestión
nacional y la socialdemocracia:
“El carácter de los hombres no se determina sino por su destino” […] “La nación
no es más que la comunidad de destino”, determinada a su vez por “las condiciones
en que los hombres producen sus medios de existencia y distribuyen los productos
de su trabajo”. De este modo, llegamos a la definición más “completa”, según la
expresión de Bauer, de la nación. “Nación es el conjunto de hombres unidos en una
comunidad de carácter sobre la base de una comunidad de destinos”. Así, pues, una
comunidad de carácter nacional sobre la base de una comunidad de destinos, al
margen de todo vínculo obligatorio con una comunidad de territorio, de lengua y de
vida económica. Pero, en este caso, ¿qué queda en pie de la nación? (Stalin, 1913:
46-47).

195
b) La idea de nación del austromarxismo es la
misma que la del nacionalsindicalismo de la
Falange
La interpretación de la nación como una comunidad de destino era
la definición de nación española que dio el nacionalsindicalismo, la
versión española del fascismo que idearon Ramiro Ledesma,
Onésimo Redondo y José Antonio Primo de Rivera a la hora de
organizar su ideario en la Falange Española de las Juntas de
Ofensiva Nacional Sindicalista (FE-JONS). José Antonio definió
España como “unidad de destino en lo universal”, precisamente
inspirado en Otto Bauer. Y aunque la lengua española fue
determinante en la idea nacional española de Falange, también es
verdad que el nacionalsindicalismo siempre defendió la “riqueza y
multiplicidad de las culturas de los pueblos de España”. El
franquismo adoptó esta idea de José Antonio, y aunque no permitió
que las lenguas españolas regionales fueran de uso administrativo,
sí permitió su uso coloquial y la publicación de libros, como prueba
la existencia de los premios literarios a las letras catalanas Lletra
D’Or, el Josep Pla, el Mercedes Rododera y otros en Cataluña,
existentes desde la década de 1940. Así pues, la “unidad de destino
en lo universal” de José Antonio y de Franco aplicadas a España
tenía su base en el austromarxismo de Otto Bauer, que José
Antonio adoptó Ortega y Gasset mediante. Una idea de “comunidad
de destinos” que parece haber sido recuperada, curiosamente, por
el nacionalismo catalán contemporáneo, en el que el idioma catalán
tiene un papel importante, pero ya se reivindica el aranés o el propio
idioma español como elementos a conservar y potenciar en un
hipotético Estado catalán independiente.
Sin embargo, la idea de “unidad de destino en lo universal” del
nacionalsindicalismo español, como la de la “comunidad de
destinos” del austromarxismo, son metafísicas, pues sustancializan
elementos psicológico-conductuales de las personas, el moverse de
un punto a otro, pero desentendiéndose del territorio y del trabajo.
¿Acaso no es evidente que cualquier objeto lanzado con la
suficiente potencia hacia cualquier lugar no es, también, una “unidad
de destino en lo universal”? La definición de España de José

196
Antonio Primo de Rivera es, sin duda, la más ridícula y absurda
jamás realizada, por idealista y, en el límite, espiritualista. Esto
mismo puede decirse de la definición de nación del austromarxismo
de Otto Bauer, muy presente en los nacionalistas separatistas que,
en España, prefieren sentir la nación antes que definirla: “¿En qué
se distingue, entonces, la nación de Bauer de ese ‘espíritu nacional’
místico y que se basta a sí mismo de los espiritualistas?”. La crítica
a esta sustancialización de las características nacionales tomadas
por separado, sea una sola o sean seis, y no las siete (u ocho,
desde la perspectiva del bolchevismo occidental), es redactada por
Stalin de esta manera:
[…] no existe, en realidad, ningún rasgo distintivo único de la nación. Existe solo
una suma de rasgos, de los cuales, comparando unas naciones con otras, se
destacan con mayor relieve éste (el carácter nacional), aquél (el idioma) o aquel otro
(el territorio, las condiciones económicas). La nación es la combinación de todos los
rasgos, tomados en su conjunto. […] no es para estas “naciones”, que solo existen
sobre el papel, para las que la socialdemocracia [el comunismo] establece su
programa nacional. La socialdemocracia solo puede tener en cuenta naciones reales,
que actúan y se mueven y, por tanto, obligan a que se las tenga en cuenta. Bauer,
evidentemente, confunde la nación, que es una categoría histórica, con la tribu, que
es una categoría étnica. (Stalin, 1913: 48).

c) El austromarxismo fue cómplice de la


destrucción de Austria-Hungría
El austromarxismo y el bundismo coincidieron en esta idea. Pero
Stalin nunca consideró aplicable el austromarxismo a Rusia, pues a
pesar de ser, según Stalin y Lenin, imperios orientales
multinacionales, Austria-Hungría y Rusia partían de situaciones
nacionales históricas diametralmente opuestas. Tomar prestado de
los austríacos su “programa nacional” para Rusia, solo era
defendido por el bundismo y por el liquidacionismo. Y eso suponía
un error, habida cuenta del extremo de radicalidad que había
adquirido en Austria el problema nacional, hasta el punto de
polarizar, y paralizar, la vida política del Imperio Austrohúngaro.
Stalin:
[…] en Austria la vida parlamentaria y la legislación se paralizan completamente,
no pocas veces, a causa de graves choques entre los partidos nacionales. Así se
explica la crisis política crónica que desde hace largo tiempo viene padeciendo
Austria. Esto hace que la cuestión nacional sea allí el eje de la vida política, un
problema de vida o muerte. No es sorprendente, por tanto, que los políticos

197
socialdemócratas austriacos se esfuercen en resolver, ante todo, de un modo o de
otro, el problema de los choques nacionales; en resolverlo, claro está, sobre la base
del parlamentarismo existente, por métodos parlamentarios. (Stalin, 1913: 57-58).
Ese fue el error de los austromarxistas, y así les fue. La diferencia
con Rusia es que, en primer lugar, en Rusia no había Parlamento (la
Duma rusa contemporánea fue una creación del zarismo tras la
revolución rusa de 1905; el parlamento austrohúngaro era bastante
más antiguo). Al mismo tiempo, la cuestión nacional no era el
principal problema en Rusia, sino la cuestión agraria. Por eso, según
Stalin, la cuestión nacional en Rusia estaba vinculada a la solución
de la cuestión agraria, a la destrucción de los restos feudales de
propiedad de la tierra y a la democratización de los frutos del trabajo
campesino. La cuestión nacional en la Rusia de principios del siglo
XX no era una cuestión decisiva e independiente de otras, lo que
prueba la lucha contra el nacionalismo separatista que realizó el
bolchevismo oriental, a pesar de conceder el “derecho de
autodeterminación”. El problema general y más importante a
resolver para el bolchevismo oriental era liberar a Rusia de los
restos feudales. La cuestión agraria decidió el destino del progreso
en Rusia, y la cuestión nacional estaba subordinada a la agraria.
En Austria-Hungría, el problema nacional llegó a unos extremos
que todavía son desconocidos en España, salvo durante el quinto
período revolucionario y la revuelta cantonalista. Aunque debido al
sistema autonómico, hay elementos similares, sobre todo de
desconexión programática de partidos nacionales. Stalin, citando a
Springer y a Bauer, lo describe así:
“La esterilidad del parlamento austriaco –escribe Springer– se debe precisamente
a que cada reforma engendra dentro de los partidos nacionales contradicciones que
destruyen su cohesión; por eso los jefes de los partidos rehúyen cuidadosamente
todo lo que huele a reforma. En Austria, el progreso solo es concebible en el caso de
que a las naciones se les concedan posiciones legales imprescriptibles que les
releven de la necesidad de mantener en el parlamento destacamentos de lucha
permanentes y les permitan entregarse a la solución de los problemas económicos y
sociales”. Y lo mismo dice Bauer: “La paz nacional es necesaria ante todo para el
Estado. El Estado no puede en modo alguno tolerar que la legislación se paralice por
una estúpida cuestión de idioma, por la más leve querella ante las gentes excitadas
en cualquier zona plurilingüe, por cada nueva escuela”.
La respuesta que trató de dar el austromarxismo a este problema
fue, vistas las consecuencias, desacertada. Tras la Primera Guerra
Mundial, el Imperio Austrohúngaro dejó de existir. Y aunque Rusia

198
perdió Finlandia y Polonia, lo que quedaba del Imperio fue
reconstruido como Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Luego la respuesta al problema nacional en Rusia, al menos en un
corto y medio plazo, no así en el largo, fue acertada. Incluso existió
una región rusa en Asia Central, Tuvá, adquirida en 1914 tras
quitársela a China después de la Revolución de Xinhai de 1911 que
propició la caída de la dinastía manchú Qing tras cuatro mil años de
monarquía china, y la independencia de Mongolia en 1921. Ese
mismo año se instaló allí la República Popular de Tannu Tuvá, un
Estado comunista entre la URSS y Mongolia. En 1944, debido a la
ayuda mutua entre la URSS y Tuvá, esta pasó a ser amistosamente
República Autónoma Socialista Soviética de Tuvá, parte de la
República Socialista Federativa Soviética de Rusia. Desde 1992, la
República de Tuvá es una de las repúblicas constituyentes de la
Federación Rusa. No hay que olvidar que, tras la Revolución de
Octubre y con la Guerra Civil Rusa, se llegaron a crear hasta 35
Estados independientes salidos de la desmembración del Imperio
Ruso. La acción victoriosa del Ejército Rojo, dirigido por los
bolcheviques, consiguió reducir estas 35 repúblicas a las 15 que
configuraron la URSS, y que hoy son Estados independientes.
Luego llegó a haber un verdadero peligro balcanizador tras la
revolución de 1917 que el bolchevismo oriental tuvo que corregir. Y
de hecho, algunas de ellas adquirieron solo el estatus de República
soviética años después de la creación de la URSS, durante la
presidencia de Stalin y durante la Segunda Guerra Mundial. Otras
existieron de manera efímera y hoy, al igual que Tuvá pero con
recorrido histórico distinto sin llegar a ser Estados independientes,
son parte de Rusia. Así pues, a pesar de los problemas, Rusia no
adoptó el austromarxismo, pues según Stalin “solo hombres
aficionados al papeleo, que ‘resuelven’ la cuestión nacional fuera del
espacio y del tiempo, pueden seguir el ejemplo de Austria y tomar
prestado su programa”. La verdadera clave para resolver la cuestión
nacional es, sin duda para Stalin, tener como punto de partida
condiciones histórico-concretas, con un planteamiento dialéctico
como el único acertado.
El austromarxismo demostró ser erróneo, también, para Austria.
Rechazó el centralismo burocrático del Estado, tratando con eso de

199
combatir los privilegios territoriales feudales. Defendió transformar
Austria-Hungría en una “unión democrática de nacionalidades”,
formando corporaciones autónomas nacionalmente delimitadas,
cuya legislación y administración estuviese conferida a cámaras
nacionales elegidas democráticamente. También defendieron la
autonomía de las regiones autónomas dentro de cada nación del
Imperio, una garantía por ley especial parlamentaria de los
“derechos de las minorías nacionales” y un “llamamiento a la
solidaridad de todas las naciones de Austria”. La idea subyacente de
este programa austromarxista, además del territorialismo, y cierto
liberalismo económico (la Escuela Austríaca neoliberal y el
austromarxismo nacen en el mismo espacio y tiempo, en un Imperio
Austrohúngaro en donde el Estado estaba visto como el ogro, o
como un mal menor; ambas corrientes teóricas trataron, y tratan, de
universalizar sus fórmulas más allá del fracaso de Austria-Hungría
como sociedad política tras la Primera Guerra Mundial), es la de la
autonomía cultural-nacional, propuesta por Otto Bauer. La
autonomía cultural-nacional pretendía constituir a cada minoría
étnica de Austria como una “corporación de derecho público”, que
regentara todos los asuntos públicos, y principalmente las escuelas.
Bauer, que entendía que esta fórmula era una “victoria teórica”,
afirmó resueltamente que su fórmula era también “obligatoria para
los demás Estados constituidos, como Austria, por varias
nacionalidades”. Parece ser que el bundismo en Rusia era partidario
de algo similar, para los judíos. Y ciertas “izquierdas” españolas
desde la Transición también, desde el trotskismo patrio a la
socialdemocracia que hoy puedan representar Podemos o el ala del
PSOE que lidera Pedro Sánchez, pasando por los confederalistas
del Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE) o ciertos
sectores del PSUC en Cataluña, serían partidarios de esta vía
austromarxista de la autonomía cultural-nacional.

d) Stalin contra la autonomía cultural-nacional


austro-marxista
¿Pero qué análisis hace Stalin de los fundamentos de esta vía?
Tiene que ver con la cuestión de que “los obreros no tienen patria”

200
que analizamos en el primer capítulo:
La autonomía nacional está en contradicción con todo el curso del desarrollo de
las naciones. […] la unidad de una nación no se desmorona solamente por efecto de
las migraciones. Se desmorona también por causas internas, por efecto de la
agudización de la lucha de clases. En las primeras fases del capitalismo aún podía
hablarse de la “comunidad cultural” del proletariado y la burguesía. Pero, con el
desarrollo de la gran industria y con la agudización de la lucha de clases, esta
“comunidad” comienza a esfumarse. No es posible hablar seriamente de “comunidad
cultural” de una nación, cuando los patronos y los obreros de la misma nación dejan
de entenderse unos a otros. ¿De qué “comunidad de destinos” puede hablarse
cuando la burguesía está sedienta de guerra y el proletariado declara la “guerra a la
guerra”? ¿Se puede, con estos elementos antagónicos, organizar una unión nacional
única y común a todas las clases? ¿Es posible, después de esto, hablar de la “unión
de todos los miembros de la nación en una comunidad nacional-cultural”? ¿No se
desprende claramente de aquí que la autonomía nacional se contradice con toda la
marcha de la lucha de clases? […] ¿desde cuándo los socialdemócratas [los
comunistas] se dedican a “organizar” naciones, a “construir” naciones, a “crear”
naciones? ¿Qué socialdemócratas [comunistas] son esos que, en una época de la
más intensa agudización de la lucha de clases, se ponen a organizar uniones
nacionales comunes a todas las clases? (Stalin, 1913: 63-64).
La autonomía cultural-nacional de Bauer, asumida por el
izquierdismo indefinido español, es, para Stalin, “una sutil variedad
de nacionalismo”. Ni siquiera el bolchevismo oriental podía asumir
algo así, menos aún el occidental:
Y no es, ni mucho menos, fortuito que el programa nacional de los
socialdemócratas austriacos imponga la obligación de velar por la “conservación y el
desarrollo de las particularidades nacionales de los pueblos”. ¡Fijaos bien en lo que
significaría “conservar” tales “particularidades nacionales” de los tártaros de la
Transcaucasia como la autoflagelación en la fiesta del “Shajsei-Vajsei” o “desarrollar”
tales “peculiaridades nacionales” de los georgianos como el “derecho de venganza”!
(Stalin, 1913: 65).
El austromarxismo, por lo que se ve, era absolutamente liberal en
esto. E iba, a juicio de Stalin, contra la trayectoria efectiva del
desarrollo de las sociedades políticas modernas y contemporáneas.
Bauer abogaba por la “desmembración de la humanidad en
comunidades nacionalmente delimitadas”, en un progreso lineal y
armónico que recuerda al actual populismo y, como no, al
krausismo. El impacto de las tesis austromarxistas en España,
primero en FE-JONS y, paralelamente, en el PSOE y cierto
eurocomunismo (muchos falangistas joseantonianos, disidentes del
franquismo, acabaron en el PSOE y en el PCE, pasando antes por
el Congreso por la Libertad de la Cultura, del que hablaremos en el
capítulo XI), sería, indudablemente, la séptima causa que explica en

201
España la asociación España = Franco y la ausencia de un
marxismo netamente español. Sin embargo, aunque los Estados se
han multiplicado en el mundo, el desarrollo de las fuerzas
productivas en el modo de producción capitalista hasta hoy, lo que
ha propiciado es la unión de Estados en estructuras
supranacionales territorialmente extensas y poblacionalmente muy
numerosas. Incluso Stalin acusa a Bauer de querer suplantar la
concepción del socialismo de Marx por la de Bakunin, y sentencia,
adelantándose a los acontecimientos que vivió Austria-Hungría
después: “[…] todos los intentos de este género llevan siempre en
su seno los elementos de una bancarrota inevitable”. Nos
encontramos pues con una mezcla entre marxismo vulgar,
nacionalismo étnico y multiculturalismo, muy de moda en el siglo
XXI español, que ya el austromarxismo defendía. Stalin advierte:
Y no hablemos ya de ese “principio socialista de la nacionalidad” ensalzado por
Bauer y que es, a juicio nuestro, la sustitución del principio socialista de la lucha de
clases por un principio burgués, por el “principio de la nacionalidad”. Si la autonomía
nacional arranca de un principio tan dudoso, necesario es reconocer que solo puede
inferir daño al movimiento obrero. Es cierto que este nacionalismo no se transparenta
tanto, pues se enmascara hábilmente con frases socialistas; por eso es tanto más
dañoso para el proletariado. Al nacionalismo franco siempre se le puede batir: no es
difícil discernirlo. Es mucho más difícil luchar contra un nacionalismo enmascarado y
no identificable bajo su careta. Protegido con la coraza del socialismo, es menos
vulnerable y más vivaz. Como vive entre los obreros, emponzoña la atmósfera,
sembrando ideas dañinas de desconfianza mutua y de aislamiento entre los obreros
de distintas nacionalidades. Pero el daño que causa la autonomía nacional no se
reduce a esto. No solo prepara el terreno al aislamiento de las naciones, sino
también a la fragmentación del movimiento obrero unido. La idea de la autonomía
nacional sienta las premisas psicológicas para la división del partido obrero unido en
diversos partidos organizados por nacionalidades. Tras los partidos se fraccionan los
sindicatos, y el resultado es un completo aislamiento. Y así, un movimiento de clase
unido se desparrama en distintos riachuaelos nacionales aislados. (Stalin, 1913: 65-
66).

e) La influencia del austromarxismo en España


fraccionó a las fuerzas políticas y sindicales de la
clase obrera
Siguiendo esta exposición de Stalin, habría que recordar que el PCE
se empezó a fragmentar, durante el séptimo período revolucionario,
cuando el 23 de julio de 1936 fue creado el Partido Socialista
Unificado de Cataluña (PSUC), llegando su fragmentación mayor

202
con el eurocomunismo de Santiago Carrillo en la década de 1970,
creándose federaciones del Partido por cada Comunidad Autónoma
(Partido Comunista de Andalucía, Partido Comunista de Madrid,
Partido Comunista de Asturias, Partit Comunista del País Valencià,
etc. –lo que evidencia que el eurocomunismo es la octava causa
que explica la asociación España = Franco y la ausencia de un
marxismo netamente español, pues el eurocomunismo fue
importado de Italia, y ya sabemos lo que pasó en Italia con el
eurocomunista PCI, que desapareció). El austromarxismo consiguió
que a partir de 1897 el Partido Socialdemócrata de Austria
empezara a fraccionarse en distintos partidos separados. En aquel
año se produjo el Congreso de Wimberg, letal para el futuro tanto
del Partido como para Austria, pues esta fragmentación impidió al
proletariado austro-húngaro elevarse a la condición de clase
nacional. Igual que la existencia de dos partidos, PCE y PSUC, lo
impidieron durante el séptimo período revolucionario, y que el
eurocomunismo lo impidió e impide después en España. Lo que
evidencia que la creación del PSUC fue un absoluto error. En
Austria se llegó a tal punto que los socialdemócratas checos no
querían tener ningún tipo de relación con sus pares alemanes dentro
de Austria. Lo mismo pasó con los sindicatos:
Había, pues, razones para temer que el separatismo en el seno del partido llevase
al separatismo dentro de los sindicatos, que éstos se fraccionasen también. Y así ha
ocurrido, en efecto: los sindicatos se han dividido también por nacionalidades. Y
ahora las cosas llegan no pocas veces al extremo de que los obreros checos rompan
una huelga sostenida por los obreros alemanes o luchen en las elecciones
municipales junto a la burguesía checa contra los obreros de nacionalidad alemana.
(Stalin, 1913: 66).
La federalización, o confederalización, nacionalista de los partidos
de izquierdas españoles, principalmente PSOE y PCE, vino unida de
una federalización o confederalización nacionalista de la UGT y de
Comisiones Obreras (CC.OO.), sindicato tradicionalmente afín al
PCE. De ahí que en Cataluña los sindicatos defiendan el “derecho a
decidir”, esto es, el privilegio de secesión, aboliendo la posibilidad a
los trabajadores, sindicados y no sindicados, de España de elevarse
a la condición de clase nacional. En definitiva, la autonomía cultual-
nacional no resuelve la cuestión nacional, sino que la embrolla, la
exacerba, abona el terreno para escindir el movimiento obrero y su

203
unidad y lo aísla por nacionalidades, reales o inventadas. El
austromarxismo acentúa las fricciones entre obreros, y lleva al
fracaso y a la bancarrota, tanto del movimiento político que lo
adopte de iure o de facto, como a la propia sociedad política que lo
sufra. Y el bundismo judío ruso, primo-hermano del austromarxismo,
también hace lo mismo. Un ejemplo que Stalin destaca es el
siguiente, ridículo de no ser por las consecuencias políticas que
hubiese acarreado en Rusia:
[..] el Bund dará “un paso adelante” y exigirá el derecho a celebrar todas las viejas
fiestas judías. […] Por eso se comprenden perfectamente los “fogosos discursos”
pronunciados en la VIII Conferencia del Bund pidiendo “hospitales judíos”,
reivindicación ésta que se razonaba diciendo que “el enfermo se siente mejor entre
los suyos”, que “el obrero judío se sentirá mal entre obreros polacos y se sentirá bien
entre tenderos judíos” (Stalin, 1913: 71-72).

f) La oposición bolchevique al bundismo y al


liquidacionismo por su separatismo
El bundismo acababa pidiendo un separatismo de hecho, un
“deslindamiento” lo llamaban, y al mismo tiempo la garantía de la
preservación de las tradiciones y peculiaridades nacionales, incluso
de aquellas que eran “perjudiciales para el proletariado”, como era
separar a lo judío de todo lo que no era judío. Lo hacían incluso
escudándose en el federalismo, al igual que el catalanismo político
que nació a finales del siglo XIX. Stalin sabía que “el federalismo en
la organización alberga en su seno elementos de descomposición y
de separatismo. El Bund marcha hacia el separatismo”. Así pues,
como ya defendieron Marx, Engels y Lenin, y ahora muestra Stalin,
el federalismo, en el seno del movimiento comunista y del
movimiento obrero, es el caballo de Troya del separatismo. Y el
separatismo conlleva desorganización y desmoralización entre los
trabajadores. ¿Desde cuándo los comunistas “se dedican a llevar el
agua al molino de los reaccionarios”?
En el contexto del Imperio Ruso, incluso había nacionalidades con
un atraso cultural considerable, carentes de escritura o creada, ad
hoc, por socialistas rusos para ellas, sobre todo en el Cáucaso.
Algunas de esas etnias, cuya población apenas sabía leer y escribir,
o no sabían en absoluto, estaban a merced de autoridades
religiosas locales, como lo mulhas en el Cáucaso ruso musulmán.

204
Es en este punto en que Stalin hace la mayor crítica posible al
relativismo cultural y al pluralismo cultural que, hoy día, la propia
antropología ha abandonado, en unos términos que asustarían a la
“izquierda” indefinida postmoderna (novena causa que explica la
ecualización España = Franco y la ausencia de un marxismo
netamente español), heredera del fraccionalismo eurocomunista a
pesar de que se afirme como su mayor enemiga crítica hoy día.
Stalin afirma:
La cuestión nacional del Cáucaso solo puede resolverse en el sentido de llevar a
las naciones y pueblos rezagados al cauce común de una cultura superior. Solo esta
solución puede ser progresiva y aceptable, precisamente, porque incorpora a las
naciones rezagadas al desarrollo cultural común, les ayuda a romper el cascarón del
aislamiento propio de las pequeñas nacionalidades, las impulsa a marchar hacia
adelante y les facilita el acceso a los valores de una cultura superior. En cambio, la
autonomía cultural-nacional actúa en un sentido diametralmente opuesto, pues
recluye a las naciones en sus viejos cascarones, las mantiene en los grados
inferiores del desarrollo de la cultura y les impide elevarse a los grados más altos de
la misma. (Stalin, 1913: 78).
El liquidacionismo, reunido entre los austromarxistas del Cáucaso
ruso, tomaba la autonomía cultural-nacional de Bauer en un sentido
tal que llevaba a una arena de choques interétnicos. Incluso la
mezcla entre autonomía cultural-nacional y autonomía regional
siguiendo un modelo federal entre los socialistas caucasianos,
apoyados por el bundismo, lleva al final al separatismo. Por lo que la
autonomía cultural-nacional, desarrollada también entre etnias
atrasadas, resulta ser una “empresa reaccionaria absurda”. Un caso
paradigmático hoy día de esta cuestión se desarrolla en el
indigenismo en Bolivia, Ecuador, Venezuela (en mucha menor
medida) y otras naciones latinoamericanas.
Para el bolchevismo oriental, el derecho a las reivindicaciones
nacionales, y también religiosas (en Rusia, Austria y el Imperio
Otomano iba todo ello muy unido), debía ser defendido al tiempo
que se defendía el derecho de los bolcheviques a la crítica y la
propaganda contra aquellas reivindicaciones nacionales, culturales y
religiosas que atentasen directamente contra el cumplimiento del
programa de aplicación de la “concepción socialista [marxista-
leninista] del mundo”.

205
g) El “marxismo” en España es un conjunto de
retazos de ideas mal conjugadas de bolchevismo
oriental, bundismo, austromarxismo,
eurocomunismo y postmarxismo
Dejamos para el capítulo siguiente la resolución táctica y estratégica
de la cuestión nacional, tanto desde el punto de vista del
bolchevismo oriental ruso, como del bolchevismo occidental, que
podría aplicarse en España a partir de lo ya expuesto y lo que se
expondrá en el capítulo X. Ante todo, y como conclusión de este
capítulo, estaríamos en disposición de afirmar que el marxismo que
se ha desarrollado en España, copiando mal el bolchevismo ruso
tratando de aplicarlo aquí poniéndole a esa copia los anteojos
austromarxistas y bundistas, ha acabado por impedir la
conformación de un marxismo que entendiese correctamente la
cuestión nacional de España. A la pregunta de si el marxismo en
España es bundista, o austromarxista, tendremos que responder
que, en primer lugar, sí, en tanto que el marxismo en España es un
conjunto de retazos de ideas mal conjugadas de marxismos
importados, siendo el austromarxismo y el bundismo elementos
importantes de dicha conjugación. Pero, en segundo lugar,
tendremos que responder que en parte, si se tiene en cuenta que
muy pocos autodenominados “marxistas” en España saben hoy lo
que fueron el bundismo y el austromarxismo. Tampoco sorprende,
pues un krausista político de libro como lo fue el expresidente del
Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, al igual que su pupilo
Pedro Sánchez, probablemente no sepa a ciencia cierta qué fue, y
qué es el krausismo. Cabe, por tanto, la posibilidad, a tenor de lo
expuesto en este libro, que el “marxismo” en España, de influencias
austromarxistas y bundistas evidentes, no deba ser calificado,
efectivamente, de “marxista”.

206
9
Cuestión nacional, táctica y estrategia
bolchevique

Stalin, desde la parte que toca al bolchevismo oriental, explica la


estrategia política a seguir en Rusia sobre la cuestión nacional en el
apartado 7) del folleto El marxismo y la cuestión nacional. Dicho
apartado se titula “La cuestión nacional en Rusia”. También dedicó
un apartado considerable a la táctica y la estrategia bolcheviques en
su obra magna Los fundamentos del leninismo, cuya amplitud
desborda la cuestión tratada en nuestro libro. El otro texto que hay
que considerar, a nuestro juicio, donde se dan ideas para dirigir la
táctica y la estrategia bolcheviques es el prefacio al libro Camino de
octubre, publicado en 1925. Un prefacio reeditado después en el
libro Cuestiones del leninismo del año siguiente, y que se titula “La
revolución de octubre y la táctica de los comunistas rusos”. Nuestras
referencias para este capítulo son, por tanto, este último texto y el
apartado 7) antes mencionado incluido en El marxismo y la cuestión
nacional. Serán nuestras referencias también para el capítulo
siguiente, si bien matizadas a través de los textos de Rosa
Luxemburg sobre la cuestión nacional desde el prisma del
bolchevismo occidental. Así pues, ¿qué directrices da Stalin para el
Imperio de los zares en esta cuestión?

a) La cuestión nacional no puede desconectarse


de la cuestión internacional
Lo que Stalin entiende como “solución positiva de la cuestión
nacional” en Rusia, es una solución que “solo puede ser resuelta en
indisoluble conexión con el momento que actualmente se vive en
Rusia”. O lo que es lo mismo, análisis concreto de la realidad
concreta del Imperio Ruso en 1913. La dialéctica de clases y de
Estados juega un papel primordial en esta cuestión, en tanto que la
cuestión nacional, así como la agraria que tratamos más arriba, no

207
pueden desconectarse de la cuestión internacional. Stalin se
explica:
Para resolver la cuestión es necesario tener en cuenta no solo la situación interior,
sino también la situación exterior. Rusia se encuentra enclavada entre Europa y Asia,
entre Austria y China. El crecimiento de la democracia en Asia es inevitable
[recordemos que ya se había producido en China la Revolución de Xinhai, en 1911].
El crecimiento del imperialismo en Europa no es un fenómeno casual. En Europa el
capital se va sintiendo estrecho y pugna por penetrar en países ajenos, buscando
nuevos mercados, mano de obra barata, nuevos lugares de inversión. Pero esto
conduce a complicaciones exteriores y a guerras. Nadie puede decir que la guerra de
los Balcanes [producida en 1912, entre Serbia, Bulgaria, Grecia y Montenegro contra
el Imperio Otomano] sea el fin y no del comienzo de las complicaciones. Por eso,
cabe perfectamente dentro de lo posible que se dé una combinación de
circunstancias interiores y exteriores en que una u otra nacionalidad de Rusia crea
necesario plantear y resolver la cuestión de su independencia. Y, naturalmente, no es
cosa de los marxistas poner obstáculos en tales casos. (Stalin, 1913: 83).
Tomando en consideración, por tanto, la situación internacional,
de absoluta preguerra imperialista, Stalin considera que el
bolchevismo oriental, los “marxistas rusos”, no pueden prescindir,
como punto indispensable para resolver la cuestión nacional en
Rusia, del “derecho de autodeterminación”. Entonces llega una
pregunta crucial. “¿Qué hacer con las naciones que por unas u otras
causas prefieran permanecer dentro del marco de un Estado
multinacional?”. Solo una, la autonomía regional contra la autonomía
cultural-nacional del bundismo y el austromarxismo, dentro de un
Estado centralizado y unitario que, al independizarse sus colonias,
ellas seguirán el mismo camino con sus nacionalidades internas
federándose con Rusia. Y eso fue lo que permitió el nacimiento de la
URSS. Así se explica el ciudadano Koba:
Hemos visto que la autonomía cultural-nacional es inservible. En primer lugar, es
artificial y no viable, pues supone agrupar artificialmente en una sola nación a gentes
a quienes la vida, la vida real, desune y dispersa por los diversos confines del
Estado. En segundo lugar, impulsa hacia el nacionalismo, pues lleva al punto de vista
de la “organización” de naciones, al punto de vista de la “conservación” y cultivo de
las “particularidades nacionales”, cosa que no cuadra en absoluto a la
socialdemocracia [comunismo]. No es un hecho casual que los separatistas moravos
en el Reichsrat [parlamento del Imperio Austrohúngaro], después de separarse de los
diputados socialdemócratas alemanes, se uniesen a los diputados moravos
burgueses, para formar, como si dijésemos, un “kolo” moravo. Ni es un hecho casual
tampoco que los separatistas del Bund se empantanasen en el nacionalismo,
exaltando la celebración del “sábado” y del “idish”. En la Duma no figuran todavía
diputados bundistas, pero en el radio de acción del Bund hay una comunidad judía
clerical-reaccionaria, en cuyas “instituciones dirigentes” organiza el Bund, por el
momento, una “unión” entre los obreros y los burgueses judíos. Tal es, en efecto, la

208
lógica de la autonomía cultural-nacional. La autonomía nacional no resuelve, pues, la
cuestión. ¿Dónde está la salida? La única solución acertada es la autonomía
regional, la autonomía de unidades tan definidas como Polonia, Lituania, Ucrania, el
Cáucaso, etc. (Stalin, 1913: 84).
Resulta interesante señalar que los bolcheviques orientales, aun
reconociendo a la colonia polaca el “derecho de autodeterminación”
en Rusia, si hubiese permanecido en esta hubiese sido suprimida
como colonia y reorganizada como autonomía regional, esto es,
como región de Rusia, al mismo nivel que los óblast, krais o
repúblicas rusas actuales, heredadas de la recomposición regional
de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia. En este
sentido Stalin, y Lenin, coinciden con Rosa Luxemburg, si bien ella
negaba el “derecho de autodeterminación” para Polonia, aplicando
criterios de puro bolchevismo occidental, que tanto Stalin como
Lenin reconocían acertados para Europa occidental con la salvedad
de los casos de las colonias de Irlanda y Noruega, como ya hemos
explicado en los dos capítulos anteriores. Para Stalin, la ventaja de
la autonomía regional consiste en que es aplicable a una población
determinada de un territorio determinado, que no deslinda a las
personas por naciones, no refuerza barreras nacionales pues las
rompe, agrupando a la población para poder abrir el camino al
deslindamiento por clases. La autonomía regional, defendida tanto
en el bolchevismo oriental como en el bolchevismo occidental,
permite utilizar de manera óptima las riquezas naturales de la región
y desarrollar las fuerzas productivas coordinándose con el centro
pero sin esperar a que este dicte órdenes. La autonomía cultural-
nacional bundista y austromarxista no concede esto. En definitiva,
Stalin defiende “la autonomía regional como punto indispensable
para resolver la cuestión nacional”.

b) Contra el federalismo, autonomía regional,


provincial y municipal combinada con
centralismo
Stalin admite, además, un hecho antropológico y geográfico-
histórico indiscutible. En ninguna región dentro de una nación
política se da una homogeneidad nacional completa. En todas ellas
hay enclavadas minorías nacionales. Así ocurre en Polonia con los

209
judíos, en Lituania con los letones, en el Cáucaso con los grandes
rusos, en Ucrania con los polacos. En vez de temer que estas
minorías fuesen pisoteadas por las mayorías, Stalin afirma que este
temor solo tiene sentido bajo el “viejo orden de cosas”. La
democracia obrera, la dictadura del proletariado, a juicio de Stalin,
resolverá estos problemas. Incluso es más explícito: “[…] lo que
necesitan las minorías no es una unión artificial, sino derechos
reales en el sitio en que viven”. ¿Cómo se consigue eso? Stalin lo
resuelve:
Se precisa, por tanto, una ley general del Estado basada en la plena
democratización del país y que prohíba todos los privilegios nacionales sin excepción
y todas las trabas o limitaciones puestas a los derechos de las minorías nacionales.
(Stalin, 1913: 84-85).
Por ello, el federalismo no puede ser, jamás, la solución para una
sociedad socialista-comunista. El federalismo es el caballo de Troya
del separatismo. El tiempo dio la razón a Stalin cuando en 1991 se
desmembró la URSS, comenzó la balcanización sangrienta de
Yugoslavia y Checoslovaquia dejó de existir, así como Etiopía unida
a Eritrea. Stalin predijo el futuro que aconteció a esos Estados
argumentando, una vez más, acerca de la autonomía cultural-
nacional bundista y austromarxista:
[…] ésta crea una atmósfera propicia para un federalismo ilimitado, que acaba
transformándose en completa ruptura, en separatismo. Si los checos en Austria y los
bundistas en Rusia, comenzando por la autonomía y pasando luego a la federación,
terminaron en el separatismo, en ello desempeñó, sin duda, un gran papel la
atmósfera nacionalista que emana naturalmente de la autonomía cultural-nacional.
No es casual que la autonomía nacional y la federación en el terreno de la
organización se den la mano. La cosa es lógica. Tanto una como otra exigen el
deslindamiento por nacionalidades. Tanto una como otra presuponen la organización
por nacionalidades. La analogía es indudable. La única diferencia es que allí se
deslinda la población en general, y aquí a los obreros socialdemócratas. Sabemos a
qué conduce el deslindamiento de los obreros por nacionalidades. Desintegración del
Partido obrero único, división de los sindicatos por nacionalidades, exacerbación de
las fricciones nacionales, rompehuelgas nacionales, completa desmoralización dentro
de las filas de la socialdemocracia: he ahí los frutos del federalismo en el terreno de
la organización. La historia de la socialdemocracia en Austria y la actuación del Bund
en Rusia lo atestiguan elocuentemente. (Stalin, 1913: 85).
Para Stalin, el único medio de evitar esto es “la organización
basada en los principios del internacionalismo” en el seno del
Imperio Ruso. ¿En qué consiste esta organización? En unir a todos
los obreros de las nacionalidades de Rusia en “colectividades únicas

210
e integradas en cada localidad y la unión de estas colectividades en
un Partido único: he ahí la tarea”. La URSS cayó cuando el Partido
Comunista de la Unión Soviética se rompió por culpa del
separatismo de las repúblicas federadas, siendo el punto de no
retorno el momento en que el Congreso de los Diputados del Pueblo
de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia desafilia a
la república de la URSS y disuelve el Partido Comunista de la Unión
Soviética el 6 de noviembre de 1991. En España, el Estado de las
autonomías (un sistema político centralizado de iure, pero federal de
facto), acoge partidos políticos de izquierdas, incluidos los
comunistas, que no están realmente unificados en una única
estructura centralizada. En ambos casos, es imposible organizar las
regiones, incluso autónomamente, y, con ello, ni mucho menos, a
los trabajadores. En el marxismo-leninismo, centralismo de Estado y
autonomía regional, provincial y municipal no están reñidos, ni en
Lenin, ni en Stalin, ni en Rosa Luxemburg. El tipo de organización
que se tenga entreteje la cuestión nacional con la cuestión social:
El tipo de organización no influye solamente en el trabajo práctico. Imprime un
sello indeleble a toda la vida espiritual del obrero. El obrero vive la vida de su
organización; en ella se desarrolla espiritualmente y se educa. Por eso, al actuar
dentro de su organización y encontrarse siempre allí con sus camaradas de otras
nacionalidades [o regiones, si se trata de una nación política de Europa occidental o
de América], librando a su lado una lucha común bajo la dirección de la colectividad
común, se va penetrando profundamente de la idea de que los obreros son, ante
todo, miembros de una sola familia de clase, miembros del ejército único del
socialismo. Y esto no puede por menos de tener una importancia educativa enorme
para las grandes capas de la clase obrera. Por eso, el tipo internacional de
organización es una escuela de sentimientos de camaradería, una propaganda
inmensa en favor del internacionalismo. No ocurre así con la organización por
nacionalidades [o con las organizaciones políticas por “federaciones”]. Organizados
sobre la base de la nacionalidad, los obreros se encierran en sus cascarones
nacionales, separándose unos de otros con barreras en el terreno de la organización.
No se subraya lo que es común a los obreros, sino lo que diferencia a unos de otros.
Aquí, el obrero es, ante todo, miembro de su nación: judío, polaco, etc. No es de
extrañar que el federalismo nacional en la organización inculque a los obreros el
espíritu del aislamiento nacional. (Stalin, 1913: 85-86).
Esto que critica Stalin parece ser el camino elegido en España,
primero, por el carrillismo y, después, por el izquierdismo indefinido
postmoderno que le ha sucedido en algunas organizaciones. Este
izquierdismo indefinido es, realmente, el sucesor lógico del
carrillismo, y no su refutador histórico. El carrillismo deslindó a los
obreros españoles por autonomías, y el izquierdismo indefinido

211
postmoderno, con su relativismo político sobre la cuestión nacional,
y a veces con su abierta apuesta por el separatismo, continúa hoy
su labor. Y la conciliación del centralismo y la autonomía regional-
provincial-municipal con el separatismo, a través de un federalismo
asimétrico, acaba siempre fracasando, como ocurrió en Austria-
Hungría, con el Congreso de Wimberg de 1897, ya mencionado,
cuando los estatutos del Partido Socialdemócrata de Austria trataron
de conciliar nacionalismo étnico-separatista con centralismo
republicano socialista.
Stalin acaba El marxismo y la cuestión nacional, y por tanto el
apartado 7) “La cuestión nacional en Rusia”, con otra advertencia
profética:
[…] la senda de la “conciliación” debe ser descartada como utópica y nociva. Una
de dos: o el federalismo del Bund, y entonces la socialdemocracia de Rusia [el
bolchevismo oriental] se reorganiza sobre los principios del “deslindamiento” de los
obreros por nacionalidades; o el tipo internacional de organización, y entonces el
Bund se reorganiza sobre los principios de la autonomía territorial, según el modelo
de la socialdemocracia caucasiana, letona y polaca, abriendo el camino a la
unificación directa de los obreros judíos con los obreros de las demás nacionalidades
de Rusia. No hay término medio: los principios vencen, los principios no se
“concilian”. Tenemos, pues, el principio de la unión internacional de los obreros como
punto indispensable para resolver la cuestión nacional. (Stalin, 1913: 87).

c) La táctica y la estrategia bolcheviques sobre la


cuestión nacional en Los fundamentos del
leninismo
Aunque la obra Los fundamentos del leninismo desborda, como ya
hemos dicho y por los temas que trata, lo que analizamos en este
libro, no queremos dejar pasar el apartado que en dicha obra se
dedica a la cuestión nacional. Al menos señalar las siguientes ideas
expresadas ahí, y su relación con la táctica y la estrategia
bolcheviques de cara a resolver la cuestión. Hay que tener en
cuenta que Los fundamentos del leninismo fue escrito en 1924, once
años después de El marxismo y la cuestión nacional. Stalin ha
tenido tiempo de madurar ciertas ideas y perfilarlas más,
profundizando en ellas debido a la propia práctica política
revolucionaria y de instauración de la URSS como Estado proletario.
Se trata de una obra perteneciente ya al período de la IIIª
Internacional, la Komintern, mientras que la de 1913 se encuadraba

212
en la época de la IIª Internacional, si bien en sus estertores, estando
Stalin en el bando de los socialdemócratas contrarios a la guerra
imperialista. Este es el punto de partida común tanto del
bolchevismo oriental como del bolchevismo occidental. Stalin está
en el mismo bando que Lenin y que Rosa Luxemburg. Y aun así, la
conexión entre ambas obras es más que evidente. Ahora, el
“derecho de autodeterminación”, resuelto en las colonias de suelo
europeo, debe extenderse a las colonias en África y Asia, que
quedaban fuera del horizonte visual de la IIª Internacional. Doblez
que la IIIª Internacional suprimió:
El leninismo ha puesto al desnudo esta incongruencia escandalosa, ha demolido
la muralla entre los blancos y los negros, entre los europeos y los asiáticos, entre los
esclavos “cultos” e “incultos” del imperialismo, y con ello ha vinculado la cuestión
nacional al problema de las colonias. Con ello, la cuestión nacional ha dejado de ser
una cuestión particular e interna de los Estados para convertirse en una cuestión
general e internacional, en la cuestión mundial de liberar del yugo del imperialismo a
los pueblos oprimidos de los países dependientes y de las colonias. (Stalin, 1924:
139).
El comunismo, con Stalin al frente, se convirtió en el acicate del
proceso de descolonización de Asia y de África. La Primera Guerra
Mundial, el marxismo-leninismo y la Revolución Rusa demostraron
que la cuestión nacional solo se resuelve con, y sobre, la base de la
revolución comunista, que eleva a los trabajadores en cada patria a
la condición de clase nacional, es decir. Solo con el comunismo, la
nación política será sus trabajadores. Solo con el comunismo, los
obreros tienen, realmente, Patria. Y la Patria no hay que destruirla,
sino que hay que ganarla. E incluso el internacionalismo proletario
entre las naciones políticas consolidadas de Europa occidental y las
naciones políticas de América, así como con las naciones que
fueron colonias de África y Asia, deben tener en cuenta esto:
[…] el camino del triunfo de la revolución en el Occidente pasa a través de la
alianza revolucionaria con el movimiento de liberación de las colonias y de los países
dependientes contra el imperialismo. La cuestión nacional es una parte de la cuestión
general de la revolución proletaria, una parte de la cuestión de la dictadura del
proletariado. (Stalin, 1924: 140).
Con la descolonización, no se agotan las posibilidades
revolucionarias de las colonias. El marxismo-leninismo reconoce
que en el seno del movimiento de descolonización, y en el seno del
patriotismo tercermundista posterior a la descolonización, hay
fuerzas revolucionarias que pueden utilizarse para derrocar al

213
enemigo común de estas y de las naciones políticas capitalistas del
centro de la economía mundial. La propia Revolución de Octubre de
1917 y la creación de la URSS demuestran esto. Por tanto, debe
haber un apoyo mutuo entre los trabajadores de las naciones
políticas del centro y los trabajadores de las naciones políticas de la
periferia de la economía capitalista internacional. ¿Bajo qué
condiciones? El proletariado revolucionario no debe apoyar todo
movimiento nacional, siempre y en todas partes, en todos y en cada
uno de los casos:
De lo que se trata es de apoyar los movimientos nacionales encaminados a
debilitar el imperialismo, a derrocarlo, y no a reforzarlo y mantenerlo. Hay casos en
que los movimientos nacionales de determinados países oprimidos chocan con los
intereses del desarrollo del movimiento proletario. Cae de su peso que en esos casos
ni siquiera puede hablarse de apoyo. La cuestión de los derechos de las naciones no
es una cuestión aislada, independiente, sino una parte de la cuestión general de la
revolución proletaria, una parte supeditada al todo y que debe ser enfocada desde el
punto de vista del todo. En los años 40 del siglo pasado [siglo XIX], Marx defendía el
movimiento nacional de los polacos y los húngaros contra el movimiento nacional de
los checos y de los sudeslavos. ¿Por qué? Porque los checos y los sudeslavos eran
por aquel entonces “pueblos reaccionarios”, “puestos avanzados de Rusia” en
Europa, puestos avanzados del absolutismo, mientras que los polacos y los húngaros
eran “pueblos revolucionarios”, que luchaban contra el absolutismo. Porque apoyar el
movimiento nacional de los checos y de los sudeslavos [yugoslavos] significaba
entonces apoyar indirectamente al zarismo, el enemigo más peligroso del movimiento
revolucionario en Europa. (Stalin, 1924: 141).
Las reivindicaciones del “derecho de autodeterminación”, incluso
en el bolchevismo oriental, no son algo absoluto, sino una partícula
del todo, y ese todo es el movimiento comunista internacionalista.
Citando a Lenin, Stalin afirma que “puede suceder que, en un caso
dado, una partícula se halle en contradicción con el todo; entonces
hay que desecharla”. Así pues el abstracto “derecho de
autodeterminación” desde el punto de vista del bolchevismo oriental,
ha de verse desde el plano concreto de los intereses del movimiento
revolucionario. Y además, el carácter revolucionario de los
movimientos que se autodenominan así no tiene por qué ser real ni
objetivo:
El carácter revolucionario del movimiento nacional, en las condiciones de la
opresión imperialista, no presupone forzosamente, ni mucho menos, la existencia de
elementos proletarios en el movimiento, la existencia de un programa revolucionario
o republicano del movimiento, la existencia en éste de una base democrática. La
lucha del emir de Afganistán por la independencia de su país es una lucha
objetivamente revolucionaria, a pesar de las ideas monárquicas del emir y de sus

214
partidarios, porque esa lucha debilita al imperialismo, lo descompone, lo socava. En
cambio, la lucha de demócratas y “socialistas”, de “revolucionarios” y republicanos
tan “radicales” como Kerenski y Tsereteli, Renaudel y Scheidemann, Cherna y Dan,
Henderson y Clynes durante la guerra imperialista era una lucha reaccionaria, porque
el resultado que se obtuvo con ello fue pintar de color de rosa, fortalecer y dar la
victoria al imperialismo. (Stalin, 1924: 141-142).

d) Qué es revolucionario y qué es reaccionario


en España
No se ha de valorar un movimiento nacional en base a su
formalismo democrático, mucho menos a sus soflamas, sino al
resultado práctico dentro del balance general de la lucha contra el
imperialismo. Debe enfocarse a escala internacional, y no
aisladamente. En este sentido, cualquier movimiento político que,
actualmente, no ponga en cuestión la OTAN, el euro y la Unión
Europea en España, será reaccionario, por muy izquierdista y
“anticapitalista” que se diga. Mientras que todo movimiento que los
ponga en cuestión será revolucionario, por muy conservador que
pueda parecer. Ahora bien, también será reaccionario todo
movimiento que abogue por la balcanización de España, bien por
vía terrorista, bien por vía federalista pro “derecho de
autodeterminación”, por muy izquierdista y “revolucionario”, o
“demócrata” que se autodefina, pues todo movimiento que defienda
esas posiciones romperá cualquier posibilidad de elevar a los
trabajadores españoles nativos y residentes (inmigrantes) a la
condición de clase nacional en España. Esos movimientos
actuarían, respecto al euro, la Unión Europea y la OTAN, como
obstáculos que impedirían hacerse con el poder de una plataforma
geopolítica tan importante como es el territorio español al completo
para romper la baraja del nuevo imperialismo depredador occidental.
Estos movimientos, lo que harán, será debilitar a los trabajadores de
todas las regiones de España, y convertirlos en ciudadanos de
Estaditos pequeños más proclives, si cabe, a la sumisión de
terceras potencias. Sumisión que, hoy día, y esto no se puede
negar, se hace a escala gran-burguesa desde la derecha
españolista, al tiempo que ésta ejerce su propia política neocolonial
a través de sus empresas transnacionales. Ahora bien, solo desde
la plataforma de la nación política española, los trabajadores

215
podrán, también, romper con el dominio neocolonial de las
empresas españolas en América Latina o África. Así pues, en
España, la revolución tendrá dos enemigos, que son dos caras del
mismo tapiz: los vendepatrias europeístas de la derecha (los de la
“Marca España”) y los rompepatrias separatistas. Pero, además,
España tendrá que optar, internacionalmente, sobre qué conjunto de
naciones políticas es el adecuado para asegurar la victoria de esta
estrategia revolucionaria, patriota y rupturista, en tanto que dicha
victoria asegure asestar un golpe mortal al imperialismo depredador
actual. En todo caso, para resolver esto, sería prudente seguir las
recomendaciones de Stalin:
[…] las colonias y los países dependientes, oprimidos y explotados por el capital
financiero, constituyen una formidable reserva y el más importante manantial de
fuerzas para el imperialismo; […] la lucha revolucionaria de los pueblos oprimidos de
las colonias y de los países dependientes contra el imperialismo es el único camino
por el que dichos pueblos pueden emanciparse de la opresión y de la explotación;
[…] las colonias y los países dependientes más importantes han iniciado ya el
movimiento de liberación nacional, que tiene que conducir por fuerza a la crisis del
capitalismo mundial; […] los intereses del movimiento proletario en los países
desarrollados y del movimiento de liberación nacional en las colonias exigen la unión
de estas dos formas del movimiento revolucionario en un frente común contra el
enemigo común, contra el imperialismo; […] la clase obrera en los países
desarrollados no puede triunfar, ni los pueblos oprimidos liberarse del yugo del
imperialismo, sin la formación y consolidación de un frente revolucionario común.
(Stalin, 1924: 142).
Sin poner todo esto en práctica, sería imposible llegar a una única
economía mundial socialista. Y esto España ha de tenerlo en
cuenta, por lo que será reaccionario todo movimiento que abogue
por la construcción de conjuntos geopolíticos supraestatales donde,
al final, la hegemonía del imperialismo estadounidense erigida sobre
la base del capital como relación social de producción, no se ponga
en cuestión a escala internacional, ni tampoco se ponga en cuestión
la hegemonía del capital alemán sobre el resto de Europa. Por eso,
será reaccionario todo movimiento político que ataque a las
potencias que, aun siendo capitalistas y conservadoras, pongan en
cuestión dicha hegemonía: Rusia y, sobre todo, China. Y también
será reaccionario todo movimiento político que en España no
abogue por la unidad política y económica de América Latina. Esta
cuestión es esencial, y volverá a ser tratada en las conclusiones de
nuestro libro. Por tanto, también será reaccionario todo movimiento

216
político que, abogando por el proteccionismo económico y por
acabar con lo que ellos llaman “globalismo” (me refiero al
neofascismo actual, desde Donald Trump a Marine Le Pen, pasando
en España por VOX o el Hogar Social Madrid), incluso haciéndolo
en nombre del “socialismo”, acaben siendo las puntas de lanza de
un nuevo chovinismo imperialista más. El bombardeo de Siria por
parte de Trump el pasado día 7 de abril de 2017 es un ejemplo de
este nuevo chovinismo falsamente crítico con el capitalismo liberal.
Será revolucionario, por el contrario, todo movimiento nacional que
se gane el respeto, la simpatía y la alianza de las naciones políticas
que más directamente sufren los abatimientos y ataques del
imperialismo depredador angloeuropeo. Y España debe jugar un
papel importante como nación que rompe con ese imperialismo
depredador angloeuropeo que comparten, de iure, los europeístas
oficiales y, de facto, los europeístas oficiosos.
Esta necesidad de simpatía requiere, además, un cambio de
actitud respecto a España de los países subdesarrollados sometidos
al orden geopolítico internacional. La Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas era, para Stalin, una “magnífica organización
de colaboración de los pueblos” que implantó en el lugar del Imperio
colonial ruso, un “prototipo viviente” de la unificación de las naciones
políticas bajo un nuevo modo de producción:
De ahí la necesidad de luchar contra el aislamiento nacional, contra la estrechez
nacional, contra el particularismo de los socialistas de los países oprimidos, que no
quieren subir más arriba de su campanario nacional y no comprenden la relación
existente entre el movimiento de liberación de su país y el movimiento proletario de
los países dominantes. Sin esa lucha es inconcebible defender la política
independiente del proletariado de los países dominantes en la lucha por derrocar al
enemigo común, en la lucha por derrocar al imperialismo. Sin esa lucha, el
internacionalismo sería imposible. (Stalin, 1924: 144).
El camino en la construcción del internacionalismo revolucionario
es el camino a seguir, aunque no puede seguirse igual en la nación
política española que, por ejemplo, en la nación política mexicana.
Cada nación política sigue sus rutas concretas. El revolucionario
comunista español que quiera fusionar su patria con la patria del
revolucionario comunista mexicano deberá tener presente que hay
nacionalistas españoles que quieren fusionar España con México
pero en sentido reaccionario o capitalista. El revolucionario
comunista español que no tenga en cuenta esto, y no luche también

217
contra ese tipo de fusión no socialista, no comunista, “resultará ser,
en teoría, un doctrinario ridículo, y, en la práctica, un cómplice del
imperialismo”. E indicamos esta cuestión de la fusión, también, de
cara a las conclusiones de este libro.

e) La geopolítica revolucionaria del marxismo-


leninismo
En “La revolución de octubre y la táctica de los comunistas rusos”,
Stalin vuelve a reafirmar que la dictadura del proletariado, basada
en Rusia en la alianza entre obreros industriales y campesinos a
través el Partido bolchevique y los soviets, es un nuevo Estado
proletario, nacido como resultado de la Revolución de Octubre de
1917. Este Estado es un hecho histórico que, en lo que respecta a la
cuestión nacional y colonial, y a la creación misma de la URSS, no
puede separarse de lo anterior:
Cuando habla de las masas laboriosas de las clases no proletarias dirigidas por el
proletariado, Lenin no se refiere solamente a los campesinos rusos, sino también a
los elementos trabajadores de las regiones periféricas de Rusia, que hace bien poco
aún eran colonias de Rusia. Lenin no se cansaba de repetir que, sin una alianza con
estas masas de otras nacionalidades, el proletariado de Rusia no podría triunfar. En
sus artículos sobre la cuestión nacional y en los discursos pronunciados en los
Congresos de la Internacional Comunista, Lenin dijo reiteradas veces que la victoria
de la revolución mundial es imposible sin una alianza revolucionaria, sin un bloque
revolucionario del proletariado de los países avanzados con los pueblos oprimidos de
las colonias esclavizadas. ¿Y qué son las colonias sino esas mismas masas
laboriosas oprimidas y, ante todo, las masas trabajadoras del campesinado? ¿Quién
ignora que el problema de liberar a las colonias es, en el fondo, el problema de
liberar del yugo y de la explotación del capital financiero a las masas trabajadoras de
las clases no proletarias? (Stalin, 1925: 192-193).
Stalin admite, y demuestra, que la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas fue la transformación de una metrópoli (Rusia)
y sus colonias, en una federación de Estados republicanos
socialistas unificados por un Partido único de vanguardia. E insiste
en que este modelo, que es el de la “teoría leninista de la dictadura
del proletariado” no es algo solo para los rusos, sino una “teoría
obligatoria para todos los países”. La distinción que hemos hecho
entre bolchevismo oriental y bolchevismo occidental demuestra,
siguiendo a Stalin, que “el bolchevismo no es un fenómeno
exclusivamente ruso. ‘El bolchevismo’ –dice Lenin- ‘es un modelo de
táctica para todos’”.

218
En El imperialismo, fase superior del capitalismo de 1916, Lenin
realiza un estudio de la dialéctica de clases y de Estados, y de
Imperios e Imperios Universales, desde una perspectiva que se
adelantó a las teorizaciones de mediados del siglo XX sobre la
dialéctica centro-periferia, y sobre la dialéctica desarrollo-
dependencia. ¿Qué importancia tiene esto respecto a la cuestión
nacional? Las naciones políticas capitalistas tienen desarrollos
político-económicos desiguales y a saltos. El desarrollo de las
instituciones económicas de todos los países, también de las
empresas privadas, no es igual siempre, pudiendo a veces estas
instituciones adelantarse o rezagarse en la competencia mundial por
los mercados, al igual que pasa con los países. En ocasiones, a las
naciones las conviene quedarse atrás de esa competencia, para
asegurar su posición, mientras que en otras se quedan atrás porque
otras compiten, y se aseguran, un lugar de delantera. Naciones
políticas que, en el momento de su nacimiento, eran atrasadas
como Alemania, Noruega, Japón o Estados Unidos, acabaron
tomando la delantera, mientras que otras que estaban en la
delantera como Portugal, España o Argentina, acabaron en mayor o
menor grado atrás. Estas contradicciones producen inestabilidades
que, en ocasiones no poco numerosas, acaban en guerras. Pues los
países en la delantera tratan de mantener a los que están atrás
donde están. Incluso dándoles ayuda al desarrollo, justificada
mediante ideologías desarrollistas de todo tipo, que lo único que
logran es convertir en deudores permanentes a los Estados
subdesarrollados o en vías de desarrollo, mientras los Estados en la
cabecera se convierten en Estados acreedores. Los Estados en la
cabecera suelen ser, además, Estados con un enorme potencial
militar. Y en el momento en que se producen contradicciones,
cíclicas, que conllevan desajustes muy graves de ese orden
internacional, los cambios políticos, incluso revolucionarios, son
inevitables. Debido a esas contradicciones, incluso una victoria
revolucionaria entre una alianza socialista internacional homogénea
como fue la URSS debe ser prudente y asegurar su posición. En
esto consistió la teoría de Stalin del socialismo en un solo país.
Claro que se trataba de un país multinacional, una federación de
Estados, antes colonias, con su metrópoli, de cara a plantar cara a

219
los Estados de la cabecera imperialista internacional. Un país
inmenso, con más de 22 millones de kilómetros cuadrados, y con
una población de más de 200 millones de habitantes que, además,
en época de Stalin, y salvo el período de la Segunda Guerra
Mundial, tuvo un crecimiento demográfico espectacular, inextricable
de un también espectacular crecimiento económico.
Rusia era un eslabón débil de la cadena de ruptura del
imperialismo. Y de ahí su revolución. Hoy día, naciones tanto
centrales como periféricas, como semiperiféricas, son también un
eslabón débil de la actual cadena imperialista depredadora. España
sería, hoy mismo, un eslabón débil de dicha cadena, como lo pueda
ser Argentina, México o, en menor grado, Brasil. Pero la victoria de
una revolución socialista en estos países en el futuro, por muy
extraño que esto pueda sonar, no puede ser descartable. Y allí
donde triunfe, en uno solo o en varios Estados eslabones débiles de
la cadena de producción capitalista internacional, estos tendrán que
enfrentarse al resto, tanto defensiva como ofensivamente. Pero sin
el apoyo de los trabajadores de otros países, tanto centrales como
periféricos, las revoluciones socialistas del futuro tendrán pocas
posibilidades. Gracias al apoyo del bolchevismo occidental, sobre
todo en Alemania con los espartaquistas de Karl Liebknecht y Rosa
Luxemburg, el bolchevismo oriental pudo alcanzar la victoria en
Rusia. Y aunque aquellos bolcheviques alemanes fueron
derrotados, su derrota permitió dar tiempo a la victoria de los
revolucionarios en Rusia. Pues las tropas alemanas de la República
de Weimar tuvieron que dividirse entre la entente invasora que trató
de yugular a los revolucionarios rusos y al Ejército Rojo, y entre la
represión de la revolución espartaquista de enero de 1919.
Revolución, por cierto, reprimida desde el poder por Friedich Ebert,
socialdemócrata. Los bolcheviques occidentales de la revolución
espartaquista demostraron, con su sacrificio, lo que es el
internacionalismo proletario, al tratar de ayudar a los bolcheviques
orientales haciendo la revolución en Alemania, tratando de elevar a
los trabajadores alemanes a la condición de clase nacional. De igual
manera, las revoluciones en Mongolia, Tuvá y China, ayudaron a
consolidar el poder soviético y, también a obligar a las fuerzas
imperialistas a dividir sus esfuerzos contra el comunismo. Tanto en

220
Tuvá como en Mongolia, como en China, los revolucionarios
acabaron triunfando. Pero el esfuerzo titánico tanto en Asia como en
Alemania entra dentro del mismo fenómeno histórico y político
detallado en este capítulo.
Para que el socialismo triunfe a escala internacional, el centro de
la economía mundial debe, por revoluciones internas y por presión y
apoyo desde las revoluciones en la periferia y la semiperiferia,
volverse también socialista. Pero allí donde triunfe la revolución no
hay que esperar a que eso ocurra. Bien se puede, desde sus
propias fuerzas y si se ha realizado la revolución en un espacio
geopolítico tan vasto, amplio, más o menos homogéneo, rico en
recursos naturales y con un número de habitantes de centenares de
millones de personas, incluso supraestatal, invertir la balanza de la
dialéctica de clases y de Estados y situarse, con garantías, en el
centro de la economía y la política internacional. Eso hizo la URSS
durante toda su existencia hasta su derrumbe, y eso está haciendo
hoy la República Popular China, con todas las críticas que se
puedan hacer a este proceso chino de desarrollo. Para garantizar
este proceso de inversión de las tornas, Stalin da una fórmula
citando a Lenin:
[…] todos los grandes medios de producción en poder del Estado y el Poder
[mayúsculas de Lenin] del Estado en manos del proletariado; la alianza de este
proletariado con millones y millones de pequeños y muy pequeños campesinos;
asegurar la dirección de los campesinos por el proletariado, etc., ¿acaso no es esto
todo lo que se necesita para edificar la sociedad socialista completa partiendo de la
cooperación, y nada más que de la cooperación a la que antes tratábamos de
mercantilista y que ahora, bajo la NEP [Nueva Política Económica, estrategia de
desarrollo de tiempos de Lenin en la URSS basado en una parcial propiedad
capitalista], merece también, en cierto modo, el mismo trato; acaso no es esto todo lo
imprescindible para edificar la sociedad socialista completa? Eso no es todavía la
edificación de la sociedad socialista, pero sí todo lo imprescindible y lo suficiente para
esta edificación. (Lenin citado por Stalin, 1925: 200).
El Estado proletario es un Estado entendido (a nivel de dialéctica
de Estados y de Imperios) como sujeto revolucionario, siempre y
cuando ese Estado sea, efectivamente, un Estado en manos de
obreros y campesinos, una dictadura del proletariado.

f) Un solo Partido, un solo Estado, un solo Poder.


Una sola Revolución

221
La elevación de los trabajadores rusos a la condición de clase
nacional se hizo siguiendo cinco pautas, según Stalin. La primera,
que durante todo el período de preparación de la revolución de
octubre, el Partido Bolchevique se apoyó, en su lucha, sobre el
movimiento revolucionario de masas y su auge espontáneo. La
segunda, que al apoyarse en ese auge espontáneo, el Partido
bolchevique conservó en sus manos la dirección indivisa del
movimiento revolucionario. La tercera, que tal dirección del
movimiento revolucionario facilitó al Partido la formación del ejército
político de masas para la insurrección de octubre. La cuarta, que tal
política debía llevar, necesariamente, a que toda la preparación de
la revolución de octubre se hiciese bajo la dirección de un único y
solo Partido, el Bolchevique. Y la quinta, que tal preparación de
octubre llevó a que, al mismo tiempo, y como resultado de la
insurrección victoriosa en octubre, el Poder del Estado quedase en
manos de un solo Partido, el Bolchevique. Por tanto, la dirección
indivisa de un único Partido, el Bolchevique, fue el factor esencial de
la preparación de octubre, su rasgo característico y la particularidad
primera de la táctica de los bolcheviques en el período de
preparación de octubre. Sin esta particularidad táctica, la victoria de
la dictadura del proletariado ruso-soviético, bajo el imperialismo,
hubiese sido imposible. Entonces, ¿en qué se distingue la
Revolución de Octubre de 1917 de la Comuna de París de 1871? En
que en París la dirección de la revolución la asumieron dos partidos,
y no solo uno. Y además, ninguno de los dos pudo ser calificado
como comunista. El PCE en España lo intentó entre 1936 y 1939,
pero la situación particular del séptimo período revolucionario
impidió conseguirlo, como expusimos en el capítulo III. Por eso el
proletariado ruso-soviético pudo elevarse a la condición de clase
nacional.
¿Cuál es, a juicio de Stalin, la regla estratégica fundamental del
leninismo de cara a dicha elevación? Primero, saber que el más
peligroso apoyo social de los enemigos de la revolución, en el
período de desenlace revolucionario, son los partidos conciliadores
entre la revolución y el poder burgués. Segundo, que es imposible
derrocar al poder burgués sin aislar, sin neutralizar, a los partidos
conciliadores. Y tercero, que en el período preparativo de la

222
revolución, es obligatorio desgajar a esos partidos conciliadores de
las masas, por lo que son el principal objetivo en ese momento, el
enemigo al que apuntar con la diana y disparar. Solo mediante la
táctica de neutralizar a los partidos conciliadores en octubre se pudo
llegar a la victoria bolchevique. Y esa neutralización ha de ser más
rotunda cuanto más revolucionarizadas estén las masas. Y por eso
hay que desgajar a los partidos conciliadores de esas masas
revolucionarizadas, porque las harán bajar el pistón. Mediante la
toma del poder del Estado burgués, su “destrucción” y la
conformación de un nuevo Poder político, de un Estado obrero, es
como definitivamente se desgajará del todo a esos conciliadores. Y
por eso habrá instituciones del poder anterior que habrá que
destruir, otras que habrá que transformar y otras que habrá que
mantener para asegurar la victoria táctica en el período álgido de la
revolución. En períodos posteriores, las instituciones que han
conformado el nuevo Estado, el nuevo Poder político, evolucionarán
consolidando dicho Poder.
¿Cuál es la clave táctica para aislar a los conciliadores? Ganarse
a la vanguardia de los trabajadores, a los trabajadores mismos y a la
mayoría del pueblo. ¿Cómo se logra esto? Según Stalin, para que la
revolución triunfe de verdad, para que sea altamente popular,
democrática, seguida por millones de personas, no basta con que
las consignas del Partido sean correctas, acertadas. Debe haber
otra condición indispensable: que la vanguardia, los trabajadores y
la mayoría del pueblo se convenzan, por experiencia propia, de que
dichas consignas del Partido son acertadas. Solo así las consignas
del Partido serán las consignas del pueblo, y las consignas del
pueblo serán las consignas del Partido, y la revolución será
verdaderamente popular. ¿Cómo puede interpretar el Partido que va
por buen camino?:
[…] una de las particularidades de la táctica de los bolcheviques es que no
confunde la dirección del Partido con la dirección de las masas; que ve claramente la
diferencia entre esa primera dirección y la segunda; que no solo es, por tanto, la
ciencia de dirigir al Partido, sino también la de dirigir a las masas de millones y
millones de trabajadores. (Stalin, 1925: 208).

g) El racionalismo universalista de la Revolución


Comunista. Su expansión y trascendencia

223
Las naciones políticas, en sus procesos políticos particulares, viven
y desarrollan sus propias experiencias. Una revolución en una
nación política ha de verse como punto de apoyo para revoluciones
en otras naciones. Lo normal son las revoluciones en un único país.
Las revoluciones simultáneas en varios países es lo anormal. Pero
el factor geopolítico es fundamental para entender cómo las
revoluciones afectan al conjunto de las sociedades políticas del
Planeta. El caso soviético es el más claro. En todo caso, el cómo
afecta a la cuestión nacional la cuestión geopolítica depende de en
qué todo se puede insertar la parte revolucionaria, la nación política
que ha hecho la revolución. Porque del todo geopolítico en que se
inserte dependerá tanto la revolución de esa nación política, como el
propio cuerpo y curso de los acontecimientos posteriores que
aseguren la estabilidad recurrente de dicha revolución, y el
desarrollo de revoluciones en otras naciones. Pues cuanto más
homogéneo sea el todo donde la parte se inserte, más posibilidades
de contagio revolucionario habrá, y más podrá ponerse en riesgo la
estabilidad del orden capitalista internacional. De cara a las
conclusiones, y dicho todo lo anterior, Stalin resume la estrategia a
seguir a nivel de dialéctica de Estados, por parte del Estado obrero
donde la revolución ha triunfado:
[…] la teoría universal del triunfo simultáneo de la revolución en los principales
países de Europa, la teoría de la imposibilidad de la victoria del socialismo en un solo
país, ha resultado ser una teoría artificial, una teoría no viable. La historia de siete
años de revolución proletaria en Rusia no habla en favor, sino en contra de esa
teoría. Esa teoría no solo es inaceptable como esquema de desarrollo de la
revolución mundial, ya que está en contradicción con hechos evidentes. Es todavía
más inaceptable como consigna, porque no libera, sino que encadena la iniciativa de
los distintos países que, en virtud de ciertas condiciones históricas, adquieren la
posibilidad de romper ellos solos el frente del capital; porque no estimula a los
distintos países a emprender una arremetida enérgica contra el capital, sino a
mantenerse pasivamente a la expectativa, en espera del “desenlace general”; porque
no fomenta en los proletarios de los distintos países la decisión revolucionaria, sino
las dudas a lo Hamlet; “¿Y si los demás no nos apoyan?”. Lenin tiene completa razón
al decir que la victoria del proletariado en un solo país es un “caso típico”, que “la
revolución simultánea en varios países” solo puede darse como “excepción rara”.
Pero la teoría leninista de la revolución no se circunscribe, como es sabido, a este
solo aspecto del problema. Es, al mismo tiempo, la teoría del desarrollo de la
revolución mundial. La victoria del socialismo en un solo país no constituye un fin en
sí. La revolución del país victorioso no debe considerarse como una magnitud
autónoma, sino como un apoyo, como un medio para acelerar el triunfo del
proletariado en todos los países. Porque la victoria de la revolución en un solo país,
en este caso en Rusia, no es solamente un producto del desarrollo desigual y de la

224
disgregación progresiva del imperialismo. Es, al mismo tiempo, el comienzo y la
premisa de la revolución mundial […] Las vías del desarrollo de la revolución mundial
no son tan sencillas como podían parecer antes de la victoria de la revolución en un
solo país, antes de la aparición del imperialismo desarrollado, “antesala de la
revolución socialista”. Porque ha surgido un factor nuevo tan importante como la ley
del desarrollo desigual de los países capitalistas, que rige bajo las condiciones del
imperialismo desarrollado y evidencia la inevitabilidad de los conflictos armados, el
debilitamiento general del frente mundial del capital y la posibilidad de la victoria del
socialismo en algunos países por separado. Porque ha surgido un factor nuevo tan
importante como el inmenso país soviético, situado entre el Occidente y el Oriente,
entre el centro de la explotación financiera del mundo y el teatro de la opresión
colonial, un país cuya sola existencia, revoluciona el mundo entero. Todos estos
factores (por no citar otros de menor importancia) no pueden ser pasados por alto al
estudiar las vías de la revolución mundial. (Stalin, 1925: 211-212).
Stalin tenía en cuenta la geopolítica, desde luego. Stalin sabía
que la dialéctica entre las clases se volvía universal a través de la
dialéctica entre los Estados. Con lo cual, a través del Estado obrero,
de la dictadura del proletariado, en su dialéctica con los Estados
capitalistas, hace universal la lucha de clases dentro de las
naciones. La dialéctica de clases y de Estados explica por qué
países del centro caen en la semiperiferia, o incluso, en la periferia,
como Portugal o España:
Antes solía suponerse que la revolución iría desarrollándose por “maduración”
gradual de los elementos del socialismo, ante todo en los países más desarrollados,
en los países “adelantados”. Ahora, esta idea debe ser modificada de modo
substancial. […] No solo los países vencidos y las colonias son explotadas por los
países vencedores, sino que, además, una parte de los países vencedores cae en la
órbita de la explotación financiera de los países vencedores más poderosos, de los
Estados Unidos e Inglaterra. (Stalin, 1925: 212-213).
Ahora habría que añadir a esos países Alemania, Japón, Canadá,
Francia, etc. En todo caso, es cierto que el triunfo definitivo del
socialismo en el país revolucionario no será posible sin los
esfuerzos comunes de los trabajadores de varios países. Pero no es
menos cierto que la revolución mundial se desarrollará con más
rapidez y profundidad cuanto más eficaz sea la ayuda prestada por
el Estado o Estados obreros pioneros a los obreros del resto de
países. ¿En qué consistiría dicha ayuda? Una vez más Stalin nos
muestra su sabiduría geopolítica, su certeza de que la dialéctica de
clases y de Estados es una única dialéctica:
En primer lugar, en que el país que ha triunfado “lleve a cabo el máximo de lo
realizable en un solo país para desarrollar, apoyar y despertar la revolución en todos
los países” […] En segundo lugar, en que “el proletariado triunfante” de un país,
después de expropiar a los capitalistas y de organizar la producción socialista dentro

225
de sus fronteras, se enfrente con el resto del mundo, con el mundo capitalista,
atrayendo a su lado a las clases oprimidas de los demás países, levantando en ellos
la insurrección contra los capitalistas, empleando, en caso necesario, incluso la
fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus Estados […] La
particularidad característica de esta ayuda del país victorioso no solo consiste en que
acelera la victoria del proletariado de los otros países, sino también en que, al facilitar
esta victoria, asegura el triunfo definitivo del socialismo en el primer país victorioso.
Lo más probable es que, en el curso del desarrollo de la revolución mundial, se
formen, al lado de los focos del imperialismo en distintos países capitalistas y al lado
del sistema de estos países en todo el mundo, focos de socialismo en distintos
países soviéticos y un sistema de estos focos en el mundo entero, y que la lucha
entre estos dos sistemas llene la historia del desarrollo de la revolución mundial.
(Stalin, 1925: 213-214).
¿Acaso Stalin no está, aquí, previendo la Guerra Fría y el proceso
de descolonización? ¿Y acaso en el futuro no podría desarrollarse
una nueva “Guerra Fría” entre dos bloques similares a los del siglo
XX, quizá con protagonistas nacionales distintos e ideas adaptadas
al momento histórico que toque? ¿Y no sería concebible la
posibilidad de que, en esa nueva “Guerra Fría” del futuro, el bloque
victorioso sea el heredero ideológico y político, readaptado y
resignificado, del que perdió la Primera Guerra Fría?
La cuestión nacional, a nivel táctico, estratégico, y desde un
primer momento teórico-práctico, no deja nunca de ser una cuestión
internacional. Por eso, no se puede errar ni en lo teórico, ni en lo
práctico, ni en lo táctico, ni tampoco en lo estratégico, del camino a
seguir por cada comunismo marxista-leninista particular a, y en,
cada nación política. El entretejimiento de todos estos factores es
resumido así por Stalin:
La importancia mundial de la Revolución de Octubre no solo reside en que es la
gran iniciativa de un país que ha abierto una brecha en el sistema del imperialismo y
constituye el primer foco de socialismo en medio del océano de los países
imperialistas, sino también en que es la primera etapa de la revolución mundial y una
base potente para su desenvolvimiento sucesivo. […] no solo yerran quienes,
olvidando el carácter internacional de la Revolución de Octubre, afirman que la
victoria de la revolución en un solo país es un fenómeno pura y simplemente
nacional; yerran también quienes, sin olvidar el carácter internacional de la
Revolución de Octubre, propenden a considerarla como algo pasivo, sujeto
únicamente al apoyo que pueda recibir del exterior. La realidad es que no solo la
Revolución de Octubre necesita del apoyo de la revolución de otros países, sino que
también la revolución de estos países necesita del apoyo de la Revolución de
Octubre para acelerar e impulsar el derrocamiento del Imperialismo Mundial. (Stalin,
1925: 214).

226
10
Rosa Luxemburg y el Estado obrero

Rosa Luxemburg es, sin duda, la Madre del bolchevismo occidental.


Al igual que Lenin y Stalin, Luxemburg entiende que la organización
revolucionaria de vanguardia ha de dirigir, y contar con, la
espontaneidad de las masas. Que, por tanto, el Partido debe estar
organizado por, y para, la clase obrera. Y que, por tanto, a través del
Partido de vanguardia los trabajadores se emancipan a sí mismos,
emancipando el porvenir entero. El marxismo-leninismo es
coherente con los preceptos de Marx y, al mismo tiempo, rompe con
la rigidez mecanicista de la IIª Internacional (ruptura que, por cierto,
en España nunca se produjo del todo). La acción política contra la
participación de los trabajadores en la Primera Guerra Mundial, el
apoyo a los bolcheviques rusos en febrero y en noviembre de 1917
y la revolución espartaquista (bolcheviques alemanes) en 1919
(revolución iniciada contra las advertencias de la propia Luxemburg,
aunque luego participara en ella; revolución aplastada por la
socialdemocracia en el poder de la mano de los cuerpos
paramilitares de los Freikorps), muestran que el bolchevismo no fue
solo un fenómeno político eminentemente ruso. Sino que se trató de
un movimiento político dado simultáneamente en Rusia y en
Alemania (lugares donde sí entró la filosofía de Hegel a través,
también, de los marxistas), de ruptura con el capital como relación
social de producción en un contexto de guerra imperialista
depredadora. Así pues, no puede entenderse el marxismo-leninismo
a escala global sin la contribución de Rosa Luxemburg al mismo.
Pues ella es el puente, teórico y práctico, entre la Revolución de
Octubre en Rusia en 1917 y el desarrollo del leninismo en Europa
occidental y en América. Ella es la que convierte el bolchevismo en
algo aplicable a la Europa católica y protestante. Y en sus textos
sobre la cuestión nacional es donde se comprueba esto más
claramente. Estos textos, coherentes con los fundamentos
expresados en este libro en Marx, Engels, Lenin y Stalin, conforman

227
el punto de apoyo de cualquier movimiento revolucionario que se
precie de querer triunfar en un país de Europa occidental y de
América. Nos basamos para este capítulo en el conjunto de textos
editado por El Viejo Topo en 1998 con el nombre de La cuestión
nacional, prologado y traducido por María José Aubet.
Es sintomático que este conjunto de textos de Rosa Luxemburg
fueran editados y traducidos tan tarde en España, el mismo año que
los textos sobre España de Marx y Engels. Se trata de un conjunto
de escritos que Rosa Luxemburg redactó en los años 1908 y 1909.
Así pues, noventa años fueron los que se tardó en traducir y editar
conjuntamente, de manera rigurosa, para el público hispanoparlante,
aunque fueron traducidos de manera parcial y con errores en
ediciones hispanoamericanas anteriores. La tardía llegada de los
textos sobre la cuestión nacional al mundo hispanoparlante también
sería una de las razones que no han posibilitado la formación de un
marxismo netamente español e hispanoamericano, diferenciado, “ni
calco ni copia, sino creación heroica”, en fórmula de José Carlos
Mariátegui. No obstante, ya están aquí y podemos leerlos y
estudiarlos con atención.

a) La posición de Rosa Luxemburg sobre la


autodeterminación
El primer texto, denominado “El derecho de las naciones a la
autodeterminación” fue publicado en seis artículos bajo el rótulo “La
cuestión nacional y la autonomía” en el periódico de Cracovia
Przeglad Sozialdemocratyczny, entre sus números 6 y 10, el 12, y
entre el 14 y el 15. En este texto, Luxemburg afirma que tras la
revolución rusa de 1905, tanto el Imperio Ruso como el Imperio
Austrohúngaro eran los lugares adecuados para tratar desde el
marxismo la cuestión nacional. Al igual que Marx, Engels, Lenin y
Stalin, Luxemburg ve que la cuestión nacional es, también, un
problema internacional, vinculado estrechamente, por tanto a la
política interior y exterior de todo Estado. El materialismo histórico
tiene que tomar partido en esta cuestión y, según Luxemburg, la
solución a esta cuestión ha de ser “esencialmente uniforme”,
contemplando la gran variedad de formas que esta cuestión

228
adoptaba en Rusia. El origen étnico judío de Rosa Luxemburg, que
nació en el seno del Imperio Ruso y tenía ascendencia polaca, la
situaban en una posición de estudio sobre esta cuestión que la
permitía comprender los matices en ella evidentes. Además, la
adquisición, por matrimonio, de la nacionalidad alemana en 1898
también la permitió conectar con la realidad política alemana, pues
fue en Alemania donde realizó, al final, su mayor y más importante
actividad política y teórica.
Aunque, como ya vimos en el capítulo VI, Lenin siempre dijo que
el punto 9 del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR)
de aquel año no era aplicable a las naciones de Europa occidental,
Rosa Luxemburg vio que dicho punto, que reconocía el “derecho a
la autodeterminación” de las nacionalidades del Imperio Ruso, era
problemático desde el principio, también para Rusia y, en general,
para toda Europa oriental. ¿Por qué? Porque, para ella, la cuestión
nacional enfocada a lo ruso estaba “desvinculada del socialismo o
de la política de la clase obrera”, porque parecía una paráfrasis de la
vieja consigna liberal del “derecho de las naciones a la libertad y la
independencia típica del nacionalismo burgués aplicable a cualquier
país y a cualquier época”. De hecho, aquella fue la fórmula clásica
de partidos nacionalistas polacos como la Pobudka de Boleslaw
Limanowski (de corte socialdemócrata) a la que la propia
Luxemburg califica, adelantándose en el tiempo, como
“nacionalsocialista”. Esta fórmula del POSDR fue criticada por
Luxemburg por su brocha gorda, por su desconexión de la política
de clase obrera y del marxismo en realidad, pues parecía
susceptible de ser “aplicable” no solo a las nacionalidades de Rusia,
sino también a las que viven en “Alemania, en Austria, en Suiza, en
Suecia y en América”. Una brocha gorda que contrastaba con una
evidencia: que dicha fórmula “no aparece en ninguno de los
programas de los partidos socialistas contemporáneos, pese a su
carácter genérico”. De hecho, si se lee detenidamente el texto de
Lenin de la “autodeterminación”, nos damos cuenta de que Lenin,
que criticó a Luxemburg en el texto, tuvo que matizar, sin embargo,
las posiciones de los bolcheviques orientales sobre la
“autodeterminación” debido a los textos críticos de ella. Así pues,

229
Luxemburg, en esta cuestión, acabó ganando una primera batalla
ideológica contra Lenin.
Luxemburg, al igual que Lenin y Stalin, criticó el programa de la
socialdemocracia austrohúngara de 1898, por su austromarxismo
federalizante. El POSDR y los socialrevolucionarios en Rusia
parecieron copiar este modelo, y de ahí la oposición frontal de
Luxemburg. Los socialrevolucionarios, herederos del populismo ruso
de los naródniki y agrupados en el Partido Socialrevolucionario (que
luego tuvo una escisión izquierdista), eran el partido más fuerte
entre el campesinado ruso hasta otoño de 1917, cuando empezaron
a perder apoyo popular debido a su política de continuación de la
guerra. También llamados eseristas, defendían “el reconocimiento
del derecho ilimitado a la autodeterminación” de las naciones y
etnias de Rusia. ¿De dónde parte, pues, la generalización de brocha
gorda que acabaron defendiendo el POSDR y los eseristas en
Rusia?
En 1896, el nacionalista Partido Socialista Polaco (PSP), que por
aquellos tiempos exigía la construcción de un Estado polaco
independiente como “exigencia política imperativa tanto para el
proletariado polaco como para el movimiento obrero internacional en
general”, en tanto entendían que toda la construcción imperial de
Rusia se sustentaba en la “dominación y partición de Polonia”,
promovió ésta idea como moción en el Congreso de la Internacional
celebrado en Londres en aquel año, acabando siendo desestimada.
Sin embargo, a cambio, el Congreso realizó una generalización, una
especie de “café para todos” parecido al de las Autonomías en la
España de la Transición. Dicho Congreso acabó redactando, en su
resolución final, lo siguiente: se declaró a favor del “pleno derecho
de todas las naciones a la autodeterminación”. Así, el caso polaco
se internacionalizó, se generalizó y se transfirió a una escala mayor.
El Congreso de Londres de 1896 no ofreció, en absoluto, una
solución práctica al “problema de las nacionalidades”, si bien se
pensaba que el socialismo resolvería dicho problema. ¿Y por qué
ningún Partido socialdemócrata presente en dicho Congreso incluyó
esta resolución en sus programas? Porque no era una solución
práctica, y porque el Congreso, con dicha fórmula generalizada y
vaga, trató de rechazar la moción del PSP acerca de la

230
reconstrucción de Polonia como Estado, siempre según Rosa
Luxemburg. El Congreso entendió, por tanto, que la reconstrucción
de Polonia como Estado no era la línea correcta a seguir, y por ello
envío balones fuera con la generalización de la “autodeterminación”.
Si bien Polonia acabó siendo un Estado tras la Primera Guerra
Mundial, y la generalización del Congreso de Londres de 1896 dio
alas a las aspiraciones separatistas étnicas confundidas con tesis
izquierdistas, Luxemburg vio apropiado no dar satisfacción a las
aspiraciones nacionalistas del PSP, porque en el fondo eran
aspiraciones burguesas más que proletarias, en tanto que el
“derecho de autodeterminación” era una línea errónea y de origen
burgués, como explicó ella misma y señalamos más arriba. Es decir,
es una fórmula vaga que elude la cuestión y, a la larga, la complica y
la convierte en un mito oscuro y confuso:
Los elementos de un programa político se formulan pensando en objetivos
concretos: dar soluciones directas, prácticas y factibles a los problemas más
candentes de la vida social y política, que tienen que ver con la lucha de clases del
proletariado; servir de líneas orientativas para la política cotidiana y sus necesidades;
iniciar la acción política del partido obrero en la dirección correcta; y finalmente
separar la política revolucionaria del proletariado de la política de los partidos
burgueses y pequeñoburgueses. Es evidente que la consigna del “derecho de las
naciones a la autodeterminación” no posee este carácter. No ofrece ninguna
orientación práctica para la política del día a día del proletariado, ni ninguna solución
práctica a los problemas nacionales. […] Solo ofrece una ilimitada autorización a
todas las “naciones” [comillas de Rosa Luxemburg] interesadas para que resuelvan
sus problemas como más les plazca. La única conclusión práctica que cabría extraer
de esta fórmula para la política cotidiana de la clase trabajadora es la indicación de
que su deber de clase es luchar contra todas las manifestaciones de opresión
nacional. […] debemos condenar todo intento de dominio de una nación por otra, o
del uso de la fuerza para imponer a otra nación una forma determinada de existencia
nacional. Pero el deber del partido de la clase obrera de protestar y luchar contra la
opresión nacional no surge de un “derecho de las naciones” especial, como tampoco
su lucha por la igualdad social y política entre los sexos emana de ningún “derecho
de la mujer” innato, como sugiere el movimiento de las feministas burguesas, sino
que surge exclusivamente de la oposición general a la estructura de clase y a toda
forma de desigualdad y de dominación social; en una palabra, surge de la propia
posición básica del socialismo (Luxemburg, 1909: 19-20).
Una vez más, Luxemburg coincide con Lenin y Stalin en que esta
forma vaga de resolver la cuestión es ajena a la posición del
socialismo marxiano. Rosa Luxemburg se da cuenta, sin duda, de
algo que es fundamental para entender el marxismo-leninismo en
general, y el bolchevismo occidental en particular, y es que el
“derecho de autodeterminación” es un derecho absolutamente

231
metafísico. Y aquí está el matiz entre el bolchevismo occidental y el
bolchevismo oriental, que acabó pagando cara la concesión al
separatismo con el “derecho de autodeterminación”, como prueba la
destrucción de la URSS, de Yugoslavia, de Etiopía y de
Checoslovaquia:
Un “derecho de las naciones” válido para todos los países y para todos los
tiempos no es más que un cliché metafísico similar a los “derechos del hombre” y los
“derechos del ciudadano”. El materialismo dialéctico, que es la base del socialismo
científico, ha desterrado definitivamente de su vocabulario este tipo de fórmulas
eternas. Porque la dialéctica histórica ha demostrado que no existen verdades ni
derechos “eternos”. En palabras de Engels, “lo que es bueno aquí y ahora, es malo
en otro sitio, y viceversa”, es decir, lo que es justo y razonable en determinadas
circunstancias se convierte en injusto y absurdo en otras. El materialismo dialéctico
nos ha enseñado que el contenido real de estas verdades, fórmulas y derechos
“eternos” viene determinado solo por las condiciones sociales materiales en una
época histórica dada. Partiendo de esta base, el socialismo científico ha revisado
todo el conjunto de clichés democráticos y de metafísicas ideológicas heredado de la
burguesía (Luxemburg, 1909: 21).
Con la asunción por parte de muchos marxistas de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de 1948 como texto
fundamental de sus ideas por encima del Manifiesto Comunista de
un siglo antes, la caída del bloque soviético, la globalización
económica neoliberal que conllevó además la globalización de las
ideas neoliberales camufladas de progresistas y revolucionarias, y la
descomposición de la socialdemocracia nacida con el Estado de
bienestar de la Guerra Fría y el auge de la izquierda indefinida
postmoderna, el “socialismo científico” marxista-leninista ha
quedado arrinconado. Y de ahí la pregnancia, en España, de ideas
federalistas, confederalistas, plurinacionales y neofeudalistas. El
eludir la palabra España para hablar de “este país” o de “Estado
español”, fórmula franquista que se utiliza para afirmar la
continuidad del régimen de 1978 con el de 1939 pero, también, para
negar que España es una nación política, es muestra de esta
descomposición ideológica y política nacional e internacional, que
en España tiene raíces históricas como estamos señalando en este
libro. En el momento en que Rosa Luxemburg escribía esto, la
crítica a los fundamentos ideológicos del liberalismo exigía una
erudición escolástica de primer nivel. Eso, hoy día, ya no se da,
salvo en honrosas excepciones.

232
En 1909, cuando Luxemburg escribe esto, la socialdemocracia (el
comunismo en ciernes) no consideraba a conceptos como
democracia, libertad nacional, igualdad “y otras bellas frases
similares como verdades y leyes eternas capaces de trascender
naciones y épocas concretas”. Todas ellas no son más que
expresiones de unas determinadas condiciones históricas,
categorías que, partiendo de su contenido material y político, están
sujetas a cambio constante, siendo este cambio constante algo
dialéctico. Así, Luxemburg denuncia el fundamentalismo
democrático de los referéndums o plebiscitos, pues tienen fines
cesaristas (poniendo el ejemplo de Napoleón), evidenciando el
engaño de soberanía y de omnipotencia popular, de “voluntad del
pueblo”, “que para los metafísicos de la democracia burguesa
constituye algo así como un ídolo sacrosanto”. Denuncia también la
idea de “libertad personal” de los esquiroles en las huelgas obreras,
protegidos por la burguesía “contra la presión moral y material de los
obreros organizados”. Y denuncia la falaz idea burguesa, defendida
ya por la Escuela económica de Manchester en el siglo XIX, de que
el trabajador asalariado, en nombre de la “igualdad de los
ciudadanos” ante la ley, sea abandonado a su suerte en la lucha
contra el capital. Este es otro cliché metafísico, que solo busca
ocultar “la más feroz desigualdad económica”, por lo que los
marxistas exigen, y Luxemburg entre ellos, la protección legal de la
clase obrera. Y en esta lucha contra las ideas metafísicas liberales
que, viscosamente, impregnan a muchos progresistas, socialistas,
comunistas y marxistas, la cuestión nacional no es una excepción:
No puede zanjarse con un vago cliché, ni siquiera con una fórmula tan
biensonante como “el derecho de todas las naciones a la autodeterminación”. Porque
este tipo de consigna expresa o bien nada en absoluto, en cuyo caso sería una frase
vacía que a nada obliga, o bien el deber incondicional de todos los socialistas de
apoyar todas las aspiraciones nacionales, en cuyo caso es simplemente falsa. A
partir de las premisas generales del materialismo histórico, la posición de los
socialistas ante los problemas nacionales depende sobre todo de las circunstancias
concretas de cada caso, que difieren notablemente de un país a otro, y cambian
también con el paso del tiempo en cada país. (Luxemburg, 1909: 23)
No es lo mismo el problema balcánico en el seno del Imperio
Otomano de entonces que el problema irlandés, ni la cuestión
polaca es lo mismo que lo que ocurría en el seno del Imperio
Austrohúngaro. Luxemburg veía matices, y además cambia con el

233
paso del tiempo, lo que significa que “deben realizarse valoraciones
nuevas y distintas sobre ella”, y no caer en el victimismo ni el
sentimentalismo infantil y fácil en que, por ejemplo, ya caían líderes
nacionalistas polacos como Jozef Szujski, que afirmaba que Polonia
era “el Cristo de las naciones”. Luxemburg reclama el análisis
concreto de la realidad concreta, y el materialismo histórico no
puede demostrar interés, ni simpatía, hacia derechos “metafísicos”
de las “naciones” a la hora de tratar problemas materiales tangibles
en relación a la evolución de la Civilización. Luxemburg caracteriza
el infantilismo izquierdista, y de orientación libertaria, del
autodeterminismo radical. Y a este infantilismo, contrapone
Luxemburg la madurez del materialismo comunista:
[…] a un joven “intelectual” de imaginación desbordada puede parecerle mucho
más generoso y halagador que los socialistas proclamen la instauración general y
universal de la libertad para todas las naciones sojuzgadas existentes. Pero la
tendencia a garantizar a todos los pueblos, países, grupos y criaturas humanas el
derecho a la libertad, a la igualdad y a otras joyas semejantes de un plumazo es
característica del período adolescente del movimiento socialista, y sobre todo típico
de la bravuconería anarquista. El socialismo de la moderna clase obrera, es decir, el
socialismo científico, no gusta de soluciones radicales, maravillosas y biensonantes a
los problemas sociales y nacionales, sino que examina ante todo los verdaderos
temas implicados en esta cuestión. Las soluciones que propone la socialdemocracia
[comunismo] no se caracterizan en general por la “magnanimidad” y, en este sentido,
siempre habrá partidos socialistas que, sin las “trabas” que suponen las doctrinas
científicas, tengan a punto en sus bolsillos regalos maravillosos para todo el mundo
que superen con creces nuestras propuestas. […] Comparada con tales partidos, la
socialdemocracia [comunismo] es y siempre será un partido pobre, como lo fue Marx
en su época al lado del expansivo y magnánimo Bakunin, y como lo fueron Marx y
Engels en comparación con los representantes del socialismo “real” o “filosófico” [se
refiere Luxemburg a la “izquierda hegeliana”, criticada por Marx y Engels como
“socialismo filosófico” en La ideología alemana]. Pero el secreto de la magnanimidad
de aquellos socialistas con tintes anarquistas, y también de la pobreza de la
socialdemocracia, estriba en que el revolucionarismo anarquista mide “la fuerza
según las intenciones y no las intenciones según la fuerza”; es decir, mide sus
aspiraciones únicamente en función de lo que su razón especulativa, jugando
torpemente con una utopía vacía, considera como “bueno” o “necesario” para la
salvación de la humanidad. La socialdemocracia [comunismo], en cambio, asienta
firmemente sus aspiraciones en terreno histórico y, por consiguiente, tiene en cuenta
las posibilidades históricas. El socialismo marxiano difiere de todos los demás
socialismos porque, entre otras cosas, no finge tener parches en sus bolsillos para
tapar todos los agujeros que ha creado el desarrollo histórico. (Luxemburg, 1909: 33-
34).
Y, además, ¿qué cambiaría, en lo que a la dialéctica de clases y
de Estados se refiere, que se reconociera el “derecho ilimitado de

234
las naciones a la autodeterminación”? Para Luxemburg nada. Pues
en las condiciones realmente existentes, el “derecho de
autodeterminación” vale tanto como el “derecho” del obrero a la
“independencia económica” o el “derecho de todo ser humano a
comer en una vajilla de oro”, vajilla que ese mismo ser humano
vendería por un rublo en cualquier momento, como dijo Nikolái
Chernyshevski, líder populista ruso y uno de los referentes políticos
de Lenin. ¿O acaso no ha pasado esto con las clases dominantes
de muchas naciones independizadas, empezando por las naciones
hispanoamericanas, primero con el Imperio Británico, y luego con el
estadounidense? ¿Acaso no ha ocurrido con muchas naciones
políticas africanas y asiáticas que acumulan, hoy día, ingentes
cantidades de deuda externa? ¿Acaso no es eso Kósovo? Los
“derechos ilimitados” no garantizan ni bienestar, ni comida, ni techo.
Son, siempre, un flatus vocis. El “derecho al trabajo”, existiendo el
capital, ingentes “ejércitos industriales de reserva” esperando salir
del paro y la marginación social (hoy agrandados a escala
internacional como demuestra el fenómeno de la inmigración) y
crisis periódicas por sobreproducción, no puede garantizarse en el
modo de producción capitalista. Asimismo, la soberanía nacional
total y absoluta, la soberanía política y la independencia económica,
son una completa utopía en el mismo marco de que hablamos. El
comentario a este respecto de Luxemburg en 1909 vale, como
norma de análisis materialista, para cualquier época posterior:
[…] el sistema objetivo de fuerzas políticas y de clase hace que muchas
reivindicaciones del programa político socialdemócrata [comunista] resulten
irrealizables en la práctica. (Luxemburg, 1909: 35).
Es decir, es la propia Historia, la máxima Maestra de los hombres,
la que ha de indicar al marxista qué hacer y qué no hacer. O lo que
es lo mismo, qué puede y debe hacerse, y qué no debe jamás
hacerse porque impediría hacer lo que hay que hacer. La
posibilidad, y necesidad, de independencia de todo territorio es tanto
imposible como innecesaria, e incluso nefasta. El propio Marx, junto
a Engels, habló de las “naciones sin historia”, como residuos de la
contrarrevolución. Muchos de ellos siguen siéndolo, tanto
independizados como no independizados. Tanto siguiendo

235
ideologías ultraconservadoras como izquierdistas o
pseudomarxistas. Rosa Luxemburg lo cita así:
Hoy, las reliquias étnicas que existen en todos los Estados dan fe de los conflictos
y las mezclas que caracterizaron el devenir histórico en el pasado. El mismo Marx
mantuvo en su época que estos residuos nacionales no tenían más función que
servir de bastiones de la contrarrevolución, hasta el día en que el gran huracán de la
revolución, o una guerra mundial, los borrara completamente de la faz de la tierra.
“No hay ningún país en Europa”, escribió en el Neue Rheinische Zeitung, “que no
conserve en algún rincón una o varias ruinas de naciones, restos de un antiguo
pueblo desplazado o conquistado por una nación convertida más tarde en estandarte
del desarrollo histórico. Esos restos de naciones pisoteadas implacablemente por la
historia –como dice Hegel-, todas esas sobras nacionales, se convertirán y seguirán
siendo, hasta su exterminación o desnacionalización final, partidarios fanáticos de la
contrarrevolución, dado que su entera existencia es, en general, una protesta contra
la gran revolución histórica. Por ejemplo, en Escocia los gaélicos fueron el principal
soporte de los Estuardo desde 1640 hasta 1745; en Francia, los bretones apoyaron a
los Borbones desde 1792 hasta 1800; en España, los vascos apoyaron a Don Carlos.
En Austria, los eslavos paneslavistas del sur no son más que el residuo nacional de
un confuso desarrollo milenario. (Marx citado por Luxemburg, 1909: 36-37).
El ingente progreso de la industria, el comercio y las
comunicaciones, permitió a las naciones étnicas que forman parte
de las naciones políticas canónicas el poder participar del desarrollo
histórico, que de otro modo hubiese pasado de largo en aquellos
pueblos que Marx calificó de “mezquinos, mutilados e impotentes”.
Dicha evolución material ha conformado el centralismo
administrativo que caracteriza, de facto, a todas las naciones
políticas realmente existentes, incluidas las federales, e incluidas las
naciones políticas comunistas. Luxemburg, además, cita a Kautsky
en tanto que éste explicita la importancia trascendental que tiene
que diversas naciones políticas conformen grupos homogéneos
supranacionales que permiten instaurar comunidades culturales de
expansión prácticamente internacional y universal:
[…] la lengua es el medio más importante para la relación social. Como esa
relación crece con el desarrollo económico, crece también el círculo de quienes usan
la misma lengua. De ahí surge la tendencia de las naciones unificadas a expandirse,
a tragarse a otras naciones, que pierden su lengua y adoptan la lengua de la nación
dominante, o una mezcla. […] Cuando entre un gran número de naciones se
establece una comunidad estrechamente tupida de comunicación y cultura durante
un periodo prolongado, al cabo de un tiempo una o varias de esas naciones ganan
ascendencia en las cúpulas del gobierno, del ejército, de las ciencias y las artes. Su
lengua se hace imprescindible para los comerciantes y para los hombres cultos de
esa comunidad cultural internacional. Su cultura –economía, arte y literatura–
imprime su carácter a toda la civilización. […] La incorporación de otras naciones a
esta comunidad cultural internacional se traducirá en un aumento de las lenguas

236
universales entre los comerciantes y la gente culta. […] nunca una cultura
nacionalmente pura ha sido menos factible. Por eso, nos sorprende y nos extraña
que la gente hable de una sola cultura nacional, y que dotar a las masas de una
cultura nacional se considere un objetivo del socialismo. […] Desde el momento en
que la sociedad socialista ofrece educación a las masas, las está al mismo tiempo
capacitando para expresarse en varias lenguas, en las lenguas universales, y por lo
tanto para participar en toda la civilización internacional y no solo en la cultura aislada
de una determinada comunidad lingüística. […] nuestro internacionalismo no es un
tipo especial de nacionalismo, un nacionalismo que difiere del nacionalismo burgués
solo porque no actúa de manera agresiva; es decir, porque otorgue a cada nación el
mismo derecho que exige para sí mismo, reconociendo así la plena soberanía de
todas las naciones. Esta manera de abordar la cuestión, que transfiere la posición
anarquista sobre el individuo a las naciones, no se corresponde con la comunidad
cultural que existe entre las naciones de la civilización contemporánea. […] La
Internacional Socialista no es un conglomerado de naciones autárquicas donde cada
una hace lo que quiere siempre que no interfiera en la igualdad de derechos de las
demás, sino que se conforma un organismo que cuanto mejor funcione, tanto más
fácil les resultará a las partes llegar a acuerdos y más trabajarán conjuntamente de
acuerdo con un plan común. (Luxemburg citando a Kautsky, 1909: 39-40) [Cursivas
de Luxemburg].
La globalización no es un fenómeno actual. Como ya dijeron Marx
y Engels en el Manifiesto Comunista, la globalización comienza con
el Descubrimiento de América en 1492 y la circunvalación de la
Tierra en ١٥٢٢-١٥١٩ (la de Magallanes y Elcano, que probó la
esfericidad del Planeta y resituó el mapamundi, también el
comercial, de la Tierra). Este proceso convierte a los pequeños
Estados europeos políticamente independientes y formalmente
iguales en protagonistas mudos, o en chivos expiatorios, del
escenario europeo. Es el caso de los Balcanes:
¿Puede hablarse seriamente de la “autodeterminación” de pueblos que son
formalmente independientes, como los montenegrinos, los búlgaros, los rumanos, los
serbios y los griegos e incluso de los suizos, para quienes la independencia misma
es el producto de las luchas políticas y del juego diplomático del “Concierto de
Europa”? Desde este punto de vista, la idea de asegurar a todas las “naciones” la
posibilidad de autodeterminarse equivale a la perspectiva de abandonar el desarrollo
del gran capitalismo para volver a los pequeños Estados medievales, muy anteriores
a los siglos XV y XVI. (Luxemburg, 1909: 42).
Incluso el desarrollo histórico de ciertos Estados permitió que
estos desarrollaran un imperialismo antes de conformarse como
naciones políticas. Esto ocurrió en la era de la técnica-manufactura.
Los primeros casos fueron Portugal y España, hacia el siglo XVI. Un
siglo después, lo hicieron, ya plenamente en sentido colonialista,
Holanda e Inglaterra. La destrucción, y posterior reconstrucción, de
pueblos, naciones y continentes enteros, es el resultado de ello.

237
Como indicó Marx respecto a la India, esto provoca la inevitable,
aunque a veces lenta, “ruina” de las sociedades más primitivas, que
son holizadas en nuevas sociedades:
Solo una completa ceguera formalista podría llevar a alguien a mantener, por
ejemplo, que la nación china (consideremos o no a las gentes de ese Estado como
una o varias naciones) se “autodetermina” realmente [la Revolución China liderada
por Mao convirtió a China en la nación política que hoy es]. (Luxemburg, 1909: 42-
43).
Este proceso es el que configuró el sistema colonial, y después el
neocolonial, y actualmente supone la base de lo que conocemos
como centros y periferias de la economía internacional. El
colonialismo fue indisociable del avance universal del capitalismo.
Así pues, en el mundo contemporáneo, construido a base de la
dialéctica de clases y de Estados, en que estos tratan de
mantenerse en el centro del mercado mundial, de la política
internacional y hacen todo lo posible por tener presencia en cuantos
territorios se pueda, demuestra que son los Imperios el motor tanto
de la explotación de recursos naturales y de personas, como de la
transformación radical de la propia configuración del mundo, y no los
Estados-nación, como pensaba Kautsky. Sobre todo, Gran Bretaña
y Alemania en Europa, y los Estados Unidos en América, son los
Estados imperialistas que encajan con ese modelo que Luxemburg
explica. No obstante, este modelo de desarrollo ha evolucionado
hasta tal punto que, aun habiendo centro y periferia, desarrollo y
subdesarrollo, el tratar de dividir todos los Estados hoy existentes en
unidades nacionales delimitadas según un modelo de microestados
es, desde un punto de vista histórico, una apuesta reaccionaria, una
“degeneración de la idea nacional”.
Así pues, el bolchevismo occidental de Rosa Luxemburg se
adelanta a la actual configuración del mundo ya prefigurada en su
época, al afirmar que cualquier movimiento nacional es un
movimiento burgués que conectará con otras clases sociales en la
medida en que, bajo la forma del nacionalismo, defienda formas
progresivas de desarrollo histórico en las que, sin embargo, los
trabajadores no se hayan diferenciado como tales de la “nación
burguesa” lo suficiente como para elevarse a la condición de clase
nacional. Esto será importante de cara a las conclusiones de
nuestro libro, aunque ya adelantamos algo en el capítulo anterior: la

238
cuestión nacional española no es la cuestión política principal, pues
está supeditada a algo que la sobrepasa, y que es la inserción de
España en la nueva división internacional del trabajo establecida
históricamente que ha colocado al país, de manera progresiva, en
una situación de periferia dentro del centro. En otras palabras, la
cuestión política principal que afecta a España, y que repercute en
la cuestión nacional, es su subordinación al euro, a la Unión
Europea y a la OTAN. Y por esta razón, el comunismo, ni en la
cuestión de la estructura del Estado, ni en la cuestión legislativa, ni
en la política interior ni exterior, en lo educativo, en lo militar, o en lo
fiscal, puede permitir que sea la “nación” quien decida su destino
“según su propia visión de la autodeterminación”. Es decir, el
bolchevismo occidental, como el oriental, pero aquel con más
insistencia si cabe, no se deja llevar por democratismos. Se trata de
cuestiones en que lo nacional-político, lo cultural y lo que afecta a
los trabajadores debe conjugarse, pero no dejando nunca que estas
cuestiones las resuelvan “las naciones”:
La “nación” debería tener el “derecho” a la autodeterminación. Pero ¿quién es esa
“nación” y quién posee la autoridad y el “derecho” para hablar en su nombre y
expresar su voluntad? ¿Cómo saber lo que “la nación” quiere realmente? ¿Acaso
existe un solo partido político que no afirme ser, entre todos los demás, el auténtico
portavoz de la voluntad de “la nación”, mientras acusa al resto de partidos de ser tan
solo expresiones pervertidas y falsas de la voluntad nacional? Todos los partidos
liberales burgueses se consideran a sí mismos encarnaciones de la voluntad del
pueblo y reclaman el monopolio exclusivo para representar a “la nación”. Pero los
partidos conservadores y reaccionarios también hablan de la voluntad y de los
intereses de la nación y, hasta cierto punto, tienen el mismo derecho a hacerlo. […]
En Polonia, el partido de la Democracia Nacional afirmaba encarnar la voluntad del
pueblo, y en nombre de la “autodeterminación de la nación” incitó a los trabajadores
“nacionales” a asesinar a trabajadores socialistas. (Luxemburg, 1909: 54-55).
Como el fascismo, como el terrorismo separatista de ETA. Pero
volvamos al democratismo nacionalista. En apariencia, el principio
democrático, a través de la voluntad de la mayoría, “resolvería” la
cuestión. La “nación” querrá lo que quiera la “mayoría” de dicha
“nación” a la hora de “autodeterminarse”. Ahora bien, el movimiento
comunista que haga de este principio su norma propia estará
condenado a muerte como movimiento o partido revolucionario. El
comunismo pretende elevar a los trabajadores a la condición de
clase nacional, ergo es el único movimiento que, en verdad, es
patriota. Pero en el modo de producción capitalista, el comunismo

239
tenderá a ser minoría sin embargo. El comunismo es, en el modo de
producción capitalista, una minoría que aspira a convertirse en
mayoría, a encarnar no solo la voluntad de una mayoría de la nación
política, sino a algo más importante, encarnar realmente, e incluso
solamente, la voluntad consciente de los trabajadores, su avanzada
más revolucionaria:
“La voluntad de la nación” o de su mayoría no es, pues, un ídolo ante el cual la
socialdemocracia [comunismo] deba postrarse con humildad. Al contrario, la misión
histórica de la socialdemocracia [comunismo] se basa ante todo en revolucionar y
formar la voluntad de la “nación”, es decir, de su mayoría trabajadora. Porque las
formas tradicionales de consciencia que despliega la mayoría de la nación, y por lo
tanto también las clases trabajadoras, en la sociedad burguesa, son las formas que
suele adoptar la consciencia burguesa, hostil a los ideales y a las aspiraciones del
socialismo. […] la nación alemana se “autodetermina” eligiendo a una mayoría de
conservadores, clérigos y librepensadores, y pone su destino político en sus manos.
Y lo mismo está ocurriendo, en mayor grado si cabe, en los demás países.
(Luxemburg, 1909: 56-57).
Es por este motivo que un programa político comunista debe
responder no a la voluntad nacional española en el sentido
antedicho, sino a la voluntad e intereses de los trabajadores
españoles, nativos y residentes. Elevar a los trabajadores a la
condición de clase nacional equivale a coordinar, y no contradecir, la
causa de esos trabajadores con la causa nacional, o en palabras de
la propia Luxemburg: coordinar la “autodeterminación del
proletariado” con la “autodeterminación de la nación”. El error, por
tanto, del POSDR es dejar la solución de la cuestión polaca en
manos de la “nación” polaca. Sin embargo “desde el punto de vista
organizativo, el partido del proletariado polaco estaba vinculado al
partido panestatal ruso”, y la posición del POSDR, al estar a favor
de la autodeterminación de todas las “naciones”, defendía al mismo
tiempo posiciones radicalmente diferentes unas de otras, e incluso
contrapuestas. ¿Qué posición debía adoptar el POSDR, según
Luxemburg? Desde luego no la posición bundista, por ser una
“utopía dañina y reaccionaria”. Tampoco la posición que tenía
entonces, que para Luxemburg supone una discordia entre
posiciones “nacionales” y de clase, entrando en conflicto la posición
del partido obrero federal y el de los partidos de las distintas
nacionalidades que lo conformaban. En realidad, Polonia solo podía
realizar su “derecho a la autodeterminación” cuando tuviese la

240
“capacidad real y la fuerza necesaria para ello”, es decir, “no en
función de sus ‘derechos’, sino de su poder”, su fuerza, en la que se
incluye el reconocimiento de terceros. Rosa Luxemburg señala,
acertadamente, que el “derecho de autodeterminación”, defendido
por el marxismo, le abocaría a entrar en conflicto con su verdadera
vocación, la defensa de los intereses de clase del proletariado y el
desarrollo revolucionario de las sociedades políticas, pues esas son
las bases que Marx y Engels utilizaron para abordar la cuestión
nacional.

b) La nación política obrera


En su segundo texto, “El Estado-nación y el proletariado”, también
de 1909, Rosa Luxemburg denuncia que el decir resolver la cuestión
nacional según los intereses del proletariado internacional no implica
resolverlo. Es más, hay todo tipo de grupos socialistas nacionalistas
y pequeñoburgueses que “preservan sus propias quimeras políticas
bajo la tapadera del ‘interés del proletariado y del socialismo’”. Así
actuó el nacionalsocialismo polaco y los socialpatriotas. Pero
Luxemburg denuncia acertadamente:
[…] el carácter de clase de un postulado no se establece automáticamente por el
mero hecho de incorporarlo al programa de un partido socialista. Lo que éste u otro
partido considera “interés de clase” del proletariado solo puede ser un objetivo
atribuido, fabricado mediante razonamiento subjetivo. (Luxemburg, 1909: 71-72).
Cuantos más elementos sociales se van uniendo al movimiento
obrero, más fuerte es la tendencia a proponer, como interés de la
clase obrera, reivindicaciones que, aún sinceras, son poco o nada
realistas, propias de dichos elementos extraños. Algo muy parecido
a lo que pasa con los llamados movimientos sociales
contemporáneos y su relación con los tradicionales partidos y
sindicatos de clase. También atrae a elementos burgueses y
pequeñoburgueses que, debido al fracaso de sus partidos
tradicionales, se quedan sin paraguas político y se enrolan en las
filas de los partidos socialistas. Si estos partidos carecen de criterios
objetivos para establecer lo correspondiente a los intereses de los
trabajadores, y se acaban dejando guiar por lo que ciertas personas
consideran útil y bueno para dichos trabajadores, los programas

241
socialistas y comunistas serán una “colección caprichosa de deseos
subjetivos y casi siempre utópicos”.
El marxismo-leninismo ha de guiarse siempre, no a partir de lo
que es “bueno” y “útil” para los trabajadores, sino a partir del análisis
del desarrollo objetivo de la sociedad política, identificando los
intereses reales de los trabajadores con los medios reales para
realizar dichos intereses. Solo desde aquí pueden analizarse las
distintas alternativas para una solución práctica para cualquier
cuestión política, incluida la nacional.
Pero la nación política, que es un producto histórico
contemporáneo, propio de la era de dominio del modo de
producción capitalista, no parte de la nada. Toda nación política
parte de lo que hemos denominado una nación histórica,
conformada siglos antes, en el marco de sociedades feudales y
absolutistas, como ya demostramos en el capítulo III. Sobre esa
nación histórica, la burguesía construye unas fuerzas armadas
fuertes que garanticen la unidad e inviolabilidad de la nación, así
como un arma ofensiva. Construye también aduanas adecuadas,
una administración pública ajustada a sus necesidades, unas
buenas comunicaciones entre todo el territorio nacional, leyes, una
política fiscal única y un sistema educativo universal. El capitalismo
requiere mercados, pero también todo un aparato de Estado. Por
ello, la economía es, realmente, Economía Política, es economía
nacional. El capitalismo requiere, para existir con normalidad,
condiciones económicas y también políticas. Esto demuestra la
conjugación entre base y superestructura.
La idea de nación política dominada por la burguesía es distinta a
la idea de nación política dominada por los trabajadores. La nación
política obrera no puede, jamás, tener una orientación imperialista
depredadora, colonialista. Tampoco aislacionista. Pero la nación
política obrera no puede, en absoluto, balcanizarse al modo
anarquista. Rosa Luxemburg cita palabras del padre del anarquismo
moderno, Bakunin, del texto “¨Llamamiento a los eslavos” de 1849,
que podrían ser hoy defendidas por muchos “marxistas” hispanos y
no hispanos:
El primer signo de vida de la revolución [de 1849] fue el grito de odio contra la
vieja opresión, un grito de simpatía y amor hacia todas las nacionalidades
oprimidas… “¡Fuera los opresores!” fue el grito unánime; “¡salvación para los

242
oprimidos polacos, italianos y para todos los demás! ¡No más guerras de conquista;
solo una última guerra que habrá de librarse hasta el final, una gloriosa lucha
revolucionaria en favor de la liberación de todos los pueblos! ¡Abajo las fronteras
artificiales levantadas por la fuerza por congresos despóticos de acuerdo con
presuntas necesidades históricas, geográficas, comerciales y estratégicas! ¡No más
barreras entre las naciones, tan solo aquellas erigidas democráticamente por
voluntad soberana de los propios pueblos sobre la base de sus características
nacionales!”. Este era el grito en boca de todos los pueblos. (Bakunin citado por
Luxemburg, 1909: 86).
A esta fraseología izquierdista, idealista, federalista y anarquista
de Bakunin, Engels responde en la Nueva Gaceta Renana, nº ٢٢٢
del ١٥ de febrero del mismo año, ١٨٤٩. Citado también por
Luxemburg:
Aquí no se alude para nada a la realidad o, en la medida en que se considera,
viene representada como algo establecido falsa y artificialmente por “déspotas” y
“diplomáticos”. A esta fea realidad se le opone la presunta voluntad del pueblo con su
imperativo categórico [kantiano] de una exigencia absoluta de “libertad”, “justicia”,
“humanidad”. […] Pueden reclamar mil veces “libertad” para esto o aquello, pero si la
cosa es imposible, no sucederá, y a pesar de todos los pesares, seguirá siendo un
“sueño vacío”. […] Solo unas palabras sobre la “fraternidad universal de los pueblos”
y el trazado de fronteras según “la soberana voluntad de los propios pueblos en base
a sus características nacionales”. Los Estados Unidos y México son dos repúblicas;
en ambas el pueblo es soberano. Entonces ¿cómo es que entre ambas repúblicas,
que, según esa teoría moralista, deberían estar “hermanadas” y “federadas”, estalló
una guerra a propósito de Texas? ¿Cómo es que “la voluntad soberana” del pueblo
norteamericano, apoyada por valerosos voluntarios americanos, avanzó las fronteras
americanas (establecidas por la propia naturaleza) unos cuantos cientos de millas
hacia el sur, afirmando que lo hacía por “necesidades geográficas, comerciales y
estratégicas”? (Engels citado por Luxemburg, 1909: 86-87).
Existe la dialéctica de Estados, a pesar de los anarquistas, de los
liberales y del marxismo vulgar. No solo Texas, sino California (vital
para la salida a dos océanos para Estados Unidos), Nuevo México,
Nevada, Arizona, Utah, Colorado y Wyoming, pasaron a ser territorio
estadounidense, siendo antes mexicano y antes novohispano (por el
Virreinato de Nueva España, parte de la Monarquía Católica
Universal de España, el Imperio Español, el cual llegó hasta el
territorio de Nutka, entre la actual Columbia Británica canadiense y
el sur de Alaska).

c) Contra el federalismo una vez más


En el tercer texto, “Federación, centralización y particularismo”,
Rosa Luxemburg, critica, como Marx, Engels, Lenin y Stalin, el
federalismo, idea fetiche de organización territorial de los

243
anarquistas y otros grupos desde la revolución de 1848. Luxemburg
expone:
Desde entonces, la federación se ha convertido en la fórmula ideal para resolver
cualquier conflicto nacional en los programas de los partidos socialistas de carácter
más o menos utópico y pequeño-burgués, partidos que, a diferencia de la
socialdemocracia, no adoptan un enfoque histórico, sino que trafican con “ideales”
subjetivos. Es el caso, por ejemplo, del partido de los socialrevolucionarios en Rusia,
y también del PSP en su fase de transición, cuando ya había renunciado a la
reconstrucción de un estado nacional y empezaba a abandonar todo enfoque
filosófico. (Luxemburg, 1909: 101).
Y en España es el caso del PSOE, del PCE e Izquierda Unida
(IU), de Podemos (que directamente habla de plurinacionalidad) y
de todo el espectro de partidos políticos extraparlamentarios de
“izquierdas” como el PCPE, directamente confederalista, o todos los
grupos trotskistas que existen en España. También de muchos
partidos nacionalistas catalanes, vascos, valencianos, andaluces,
canarios, gallegos, castellanos, etc., que, siendo separatistas o no,
apuestan por dicho federalismo. Pero, ¿por qué el federalismo, tanto
en España como en otras naciones y en momentos históricos
determinados, ha gozado y goza de tanta popularidad, sobre todo
entre revolucionarios de corte anarquista? Rosa Luxemburg
entiende que la respuesta es bastante obvia:
La federación incorpora –al menos en la imaginación revolucionaria de estos
socialistas– las nociones de “independencia”, “igualdad” y “fraternidad” entre las
naciones. Lo cual revela ya una cierta concesión, desde el punto de vista de la ley de
las naciones y del Estado-nación, a favor de la dura realidad. Pero se trata de una
concesión sui generis, puesto que acepta el hecho insoslayable de que las
“naciones” ya no pueden aislarse en “Estados-nación” perfectamente separados y
autosuficientes, sino que existen entre ellos determinados vínculos. Los nexos
creados históricamente entre varias nacionalidades, el desarrollo material que soldó
regiones enteras por encima de las diferencias nacionales, y la centralización del
desarrollo burgués, son hechos ajenos a las mentes de esos improvisadores
revolucionarios, que lo único que hacen es sustituir “fuerza bruta” por “voluntarismo”
en las relaciones entre naciones. Pero sus especulaciones sobre el futuro son ilusas
cuando dicen que el desarrollo económico de las naciones lleva espontáneamente al
republicanismo, o que “la voluntad de los pueblos”, tras arrojar los últimos residuos
monárquicos a la basura de la historia, devolverá la independencia y la equidad a
todas las naciones y que el sistema burgués existente se transformará de un
plumazo en una unión voluntaria de repúblicas independientes, o sea, en una
federación. (Luxemburg, 1909: 101-102).
La centralización nacional (territorial, económica, administrativa,
judicial, militar, etc.) es un producto del modo de producción
capitalista, surgido del absolutismo que centralizó y acercó las

244
instituciones que heredó de la Edad Media, basada en las relaciones
entre burgos y pueblos agrarios, siendo las grandes ciudades
medievales los centros políticos, económicos y militares más
importantes de los reinos medievales, que eran sociedades
descentralizadas. Sobre esta base se construyen las naciones
políticas de Europa occidental. Y este análisis es la base que
sustenta la teoría nacional del bolchevismo occidental. Luxemburg:
En este marco de pulverización de la vida pública asociada a la economía natural,
y de débil cohesión entre las partes del organismo estatal, territorios y países enteros
en la Europa central y occidental medieval cambiaban continuamente de manos.
También se unían Estados a través de la compra, el intercambio, el endeudamiento,
la herencia y el matrimonio. El ejemplo clásico es la monarquía de los Habsburgo. La
revolución que se produjo en las relaciones de producción y en el comercio a finales
de la Edad Media, el incremento de la producción de bienes y de la economía
monetaria, junto con el desarrollo del comercio internacional y la revolución
simultánea en el sistema militar, el declive de los caballeros y la aparición de ejércitos
regulares, propiciaron el fortalecimiento del poder monárquico y la emergencia del
absolutismo. El absolutismo tendía claramente a crear un aparato estatal
centralizado. Los siglos XVI y XVII fueron escenario de continuas luchas entre las
tendencias centralistas del absolutismo y los restos del particularismo feudal. El
absolutismo evolucionó en dos direcciones: de un lado, absorbiendo las funciones y
atribuciones de las dietas y asambleas provinciales y el autogobierno municipal, y,
por el otro, estandarizando la administración en todo el territorio del Estado mediante
nuevas autoridades centrales en la administración y en el sistema judicial, en materia
civil, penal y comercial. En el siglo XVIII, el centralismo se impuso plenamente en
Europa en forma del llamado “despotismo ilustrado”, que pronto se convertiría en un
despotismo desilustrado, burocrático y policial. Debido a la circunstancia histórica de
que el absolutismo fue el primer y principal motor del centralismo del Estado
moderno, surgió la tendencia –totalmente superficial- a identificar en general
centralismo con absolutismo y, por lo tanto, con reacción. Pero lo cierto es que las
luchas del absolutismo contra la dispersión y los particularismos feudales a finales de
la Edad Media fueron indudablemente una manifestación de progreso histórico.
(Luxemburg, 1909: 105).
El bolchevismo occidental es propio de aquellas naciones políticas
que hayan tenido una formación nacional histórica, previa al dominio
burgués, desde la descentralización feudal a la monarquía absoluta,
pasando por la etapa de monarquía autoritaria entre los siglos XV,
XVI y XVII. La nación política se construye sobre las bases del
centralismo absolutista y, antes, sobre el centralismo de la
monarquía autoritaria. Las naciones políticas canónicas de Europa
occidental cumplen, todas, con esta característica: Portugal,
España, Alemania (a través de Maximiliano I de Habsburgo,
emperador del Sacro Imperio Romano Germánico), Italia (con César

245
Borgia como gobernante de los Estados Pontificios), Inglaterra,
Francia y Suecia, serían los ejemplos más representativos, y todas
las naciones políticas que, en algún momento, se independizaron de
ellas, serían continuadoras de este modelo y, por tanto deudoras del
bolchevismo occidental, sobre todo en América, sureste asiático,
Oceanía y África. En Europa del Este, solo el Reino de Polonia-
Lituania desarrolló una monarquía autoritaria previa a una
monarquía absolutista, durante el reinado de Segismundo II Augusto
Jagellón. El Imperio Ruso, el Imperio Austrohúngaro y el Imperio
Otomano, aun siendo monarquías absolutas, o más bien Imperios
autócratas con un monarca absoluto (emperador, zar, sultán), no
pasaron por la fase centralizadora de la monarquía autoritaria
renacentista y, después, barroca. En España, la primera monarquía
autoritaria fue la de los Reyes Católicos. Esta es la base histórica
que permitiría distinguir la acción política en Europa occidental y
oriental, y por tanto, el fundamento que diferenciaría el marco de
actuación del bolchevismo occidental del bolchevismo oriental. Y
que, como dice Rosa Luxemburg, haría ver el centralismo, por parte
de las izquierdas anarquistas, o inspiradas por el anarquismo (o
criptoanarquistas) como “reaccionario”, sin distinguir modelos de
centralismo ni qué clase dominaría en cada uno de ellos.
Pero realmente, las monarquías autoritarias y, después, las
absolutistas, a juicio de Luxemburg, solo desempeñaron el “‘brindis
de bienvenida’ a la sociedad burguesa moderna”, pues tras abolir la
sociedad feudal de Estados pequeños y tremendamente
heterogéneos, y fundar sobres sus ruinas el Estado grande,
moderno y uniforme de los reyes autoritarios de Europa occidental,
la aristocracia autocrática y absolutista le allanó el camino a la
burguesía. La nación política, sobre las ruinas de la sociedad
autoritaria absolutista, e independizada de ella, aceleró “con ahínco
y coherencia” las tendencias centralistas. El centralismo
administrativo de la burguesía es heredero de la Revolución
Francesa, y en España del primer periodo revolucionario de la
Guerra de la Independencia y la Constitución de Cádiz, con la
diferencia de que España todavía era un Imperio intercontinental
inmenso:

246
El capitalismo, con su producción mecanizada a gran escala, y con la
concentración como principio vital, barrió completamente, y sigue haciéndolo, los
últimos vestigios de discriminación económica, política y legal medievales. La gran
industria necesita mercados y libertad comercial sin trabas a lo largo y ancho de
grandes áreas. La industria y el comercio destinados a un gran mercado, requieren
una administración uniforme, una pavimentación uniforme de caminos y
comunicaciones, una legislación y un sistema judicial uniformes, en la medida de lo
posible en todo el mercado internacional, pero sobre todo en la totalidad del territorio
de su propio Estado. La abolición de las aduanas y de la autonomía fiscal de
municipios y tierras de la nobleza, y la abolición de su autonomía en materia jurídica
(tribunales y leyes) fueron los primeros logros de la burguesía moderna. (Luxemburg,
1909: 106).
La administración pública se centralizó en manos del Gobierno, la
legislación en manos de un Parlamento, las fuerzas armadas en
forma de un único Ejército centralizado dependiente del poder
ejecutivo, se estableció una única tarifa arancelaria frente al exterior,
una moneda única para todo el Estado, se uniformó en la medida de
lo posible la educación en las escuelas, en las condiciones de
existencia del clero. Una centralización que extiende sus redes al
exterior, a través de legislaciones de todo tipo internacionalizadas.
Las comunicaciones se internacionalizan de manera vasta gracias a
la previa centralización de las mismas en las naciones políticas. Y lo
que es más importante, si no se quiere caer en el izquierdismo y se
quiere ser, de verdad, marxista-leninista, bolchevique, afirma tajante
Luxemburg:
Esta tendencia centralista del desarrollo del capitalismo es una de las bases
principales del futuro sistema socialista, porque a través de la máxima concentración
de la producción y del intercambio se abona el terreno para una economía
socializada gestionada a escala mundial de acuerdo con un plan uniforme. Además,
solo consolidando y centralizando el poder del Estado y a la propia clase obrera
como fuerza militante podrá el proletariado alcanzar el poder para llevar a cabo su
dictadura, la revolución socialista. Por tanto, el marco político idóneo en que opera y
triunfa la lucha de clases del proletariado es el gran Estado capitalista. […] el gran
Estado moderno constituye también un prerrequisito indispensable para el desarrollo
de la lucha de clases moderna y una garantía de la victoria del socialismo. La misión
histórica del proletariado no es el “socialismo” aplicable por separado a cada
milímetro de tierra, ni tampoco la dictadura, sino la revolución mundial, cuyo punto de
partida es el desarrollo de un gran Estado. El moderno movimiento socialista, hijo
legítimo del desarrollo capitalista, posee, pues, el mismo carácter eminentemente
centralista característico de la sociedad y el Estado burgueses. Por esta razón la
socialdemocracia [el comunismo] es, en todos los países, un decidido oponente tanto
del particularismo como del federalismo. […] La tendencia general del desarrollo
capitalista apunta no solo a una unión política de todas las provincias y regiones de
un Estado, sino a la abolición de todas las federaciones con el fin de crear Estados

247
homogéneos y uniformes; y allí donde esto resulte imposible, la burguesía prefiere la
completa separación. (Luxemburg, 1909: 107-109).
Para Rosa Luxemburg, y por tanto para el bolchevismo occidental
(también para Lenin y Stalin), centralismo es democracia y progreso,
y federalismo, por el contrario, es reacción y atraso. El centralismo
es el auténtico instrumento del poder popular. Las revoluciones
burguesas, así como las revoluciones proletarias, son defensoras y
forjadoras de procesos de centralización política. Por eso el PCE,
que en su programa de 1933 defendía el “derecho de
autodeterminación” para Cataluña, País Vasco y Galicia, lo abolió en
la práctica con el inicio de la Guerra Civil Española en 1936. La
diferencia de momentos es simple: en 1933 el PCE era un partido
minoritario que no capitalizaba la revolución en España (lo hacían
los anarquistas y los republicanos liberales); en 1936 el PCE, hasta
1939, fue el gran Partido nacional de España. Mientras el PCE fue el
Partido por excelencia de la revolución, fue centralista y
antiseparatista, como muestran los textos de Vicente Uribe
referenciados en el capítulo III. Cuando no lo ha sido, ha sido pro-
federalista y separatista, como en 1933 y como lo es ahora desde la
época de instauración del carrillismo y el eurocomunismo, en torno a
1970. ¿Qué sería del PCE si siguiese las herramientas que en este
libro hemos glosado y analizado, tanto teóricas como históricas?
Cuando en las revoluciones surgen grupos partidarios de
federaciones voluntarias de territorios (pasó en Estados Unidos, en
Francia, en México, en Rusia, en España, en China), estos
federalistas son el gran aliado del anarquismo, o directamente
anarquistas. Pero nunca marxistas-leninistas auténticos, reales. En
Estados Unidos el centralismo tuvo que librar su última batalla
contra las tendencias federalistas y reaccionarias en la Guerra de
Secesión de 1861-1865, en la que el separatismo, además,
defendía la esclavitud de los negros en las inmensas plantaciones
de algodón de terratenientes que, durante la guerra, fueron militares
del bando confederado. Tras esa guerra, el Presidente de los
Estados Unidos de América centralizó en su persona más funciones
ejecutivas que ningún gobernante de Europa occidental, aun siendo
(solo) de iure un Estado federal. Un proceso parecido ocurrió en
Suiza antes, en ١٨٤٧, durante la Guerra del Sonderbund, en la que

248
los cantones católicos se separaron del resto durante un año, hasta
que perdieron la guerra. La socialdemocracia austriaca fue
centralista, hasta Otto Bauer. Kautsky señaló, incluso, que el futuro
de Austria como Estado dependía de la socialdemocracia. Sin
embargo, esta acabó siendo partidaria implícita del separatismo de
los checos, los bohemio-moravios, de la nobleza de Galitzia, de
Crackovia y Lemberg, de Linz e Innsbruck, que sabían que eran
más poderosos por separado que juntos en Viena, como dijo
Kautsky. Si no se combatía el separatismo de Bohemia, el
proletariado austriaco quedaría dividido, como así ocurrió. “La vía
del capitalismo al socialismo no pasa por el [neo] feudalismo. El
programa de la independencia de Bohemia no es antesala de la
autonomía de los pueblos”, llegó a decir Kautsky, y refrenda
Luxemburg:
[…] el progreso y la democracia [insiste Rosa Luxemburg] son indisociables del
centralismo, y la reacción indisociable del particularismo y del federalismo. […] el
federalismo y la separación de Estados resultante no son, en absoluto, expresiones
de progreso o de democracia (Luxemburg, 1909: 122-123).
Aunque Noruega era colonia sueca, con la separación de aquella
de Suecia los noruegos eligieron un rey, mediante votación popular.
Para Luxemburg, esta es la prueba de las incongruencias del
izquierdismo separatista en Europa occidental. Porque lo que en
Noruega consideraban una “revolución” no fue más que una “simple
manifestación del particularismo campesino y burgués, un deseo de
poseer con su propio dinero un rey ‘propio’ en lugar de uno impuesto
por la aristocracia sueca”. En vez de revolución, el pueblo noruego
eligió como rey a Haakon VII, que además era danés. Y en vez de
convertir la colonia noruega en región de una república nórdica
socialista, el federalismo fue expresión de intereses puramente
dinásticos, un monarquismo y una reacción. Los bolcheviques rusos
tuvieron que luchar, con denuedo, con las tendencias federalizantes
de anarquistas, eseristas y algunos mencheviques. Pues llevaban a
la reacción. Se formó incluso una Dieta de federalistas que, a juicio
de Luxemburg, rendían culto a la idea de federación que el
movimiento proletario bolchevique rechazaba, y que además no era
sino un conjunto de partidos pequeñoburgueses para los cuales, en
realidad, “el programa nacionalista es prioritario y el programa

249
socialista accesorio”. Nada tienen que ver este tipo de grupos con la
lucha de clase del proletariado.
Estos grupos federalistas siempre se han demostrado enemigos
del “rígido corte marxista” y de sus “dogmas”, prostituyendo ideas
marxistas a conveniencia para justificarse y ganar credibilidad
social, pero sin ser coherentes jamás con la metodología del
materialismo histórico ni con el leninismo:
[…] el “ideal del federalismo”, que en la tradición teórica y suprahistórica del
anarquismo constituye la solución perfecta a todos los conflictos nacionales, se
convierte, en su primer intento de llevarlo a la práctica, en una fuente de nuevas
contradicciones y antagonismos. Así se demuestra claramente que la idea federal,
llamada en teoría a conciliar a todas las nacionalidades, es solo una frase vacía y
que, entre los distintos grupos nacionales, precisamente porque no parten de una
base histórica, no existe una idea especialmente unificadora capaz de crear un
sustrato común que concilie intereses contradictorios (Luxemburg, 1909: 130).
En conclusión:
La idea de federación, reaccionaria por su propia naturaleza y contenido histórico,
oculta ahora el contenido seudorrevolucionario del nacionalismo pequeñoburgués,
que constituye una reacción contra la unidad de la lucha de clases revolucionaria del
proletariado (Luxemburg, 1909: 132).

d) Como Lenin y Stalin, Luxemburg combina


centralismo con autonomía local
¿Qué alternativas, dentro de la centralización autoritaria, absolutista,
burguesa y obrera que se suceden históricamente, hay para los
territorios que, dentro de una nación política, tanto burguesa como
obrera, puedan realizarse sin que sean reaccionarias, y que sean
coherentes según el desarrollo histórico práctico y objetivo? Las
trata Rosa Luxemburg en su texto “Centralización y autonomía”, que
ella ve compatibles, pues lo son en la realidad efectiva de las
sociedades políticas contemporáneas. Autonomía que no es solo
regional, sino también provincial y municipal. Los gobiernos tienden
a transferir la carga de ciertos asuntos a las poblaciones locales,
pues se necesitan personas y propiedades seguras como garantía
social universal para todos, en todo el territorio y sin discriminación
alguna, pues la producción de bienes y servicios y el comercio
necesitan ser gestionados a escalas distintas (municipal, provincial,
regional, nacional, internacional, universal). Los Estados modernos
generaron nuevas áreas urbanas y transformaron radicalmente las

250
ya existentes, generando nuevas necesidades sociales, que solo
pueden ser atendidas a niveles microeconómicos y micropolíticos,
pero siempre en conexión con el poder político centralizado:
Un gobierno municipal o regional es necesario para atender las necesidades de
estos organismos sociales concretos, y así el capitalismo, fiel al principio económico
de unos intereses contradictorios entre el campo y la ciudad [cada vez más
compatibles], transformó tanto la ciudad como el campo. En el marco de los vínculos
especiales entre industria y agricultura, es decir, entre la ciudad y el campo, y en el
marco de la estrecha dependencia mutua en materia de producción e intercambio, se
tejen incontables hilos entre los intereses cotidianos rurales colindantes, y así surge
una autonomía departamental, cantonal o comunal, como en Francia [las comunas
francesas]. La autonomía moderna, en cualquiera de esas formas, no significa en
absoluto la abolición del centralismo estatal sino su complemento; juntos constituyen
la forma característica del Estado burgués. (Luxemburg, 1909: 137).
En todas las naciones políticas canónicas de Europa occidental y
de América, la unificación política, la soberanía nacional, la
uniformidad legislativa y administrativa y el gobierno centralizado
fueron de la mano, en su desarrollo e implementación, de la
autonomía local, tema básico además de los revolucionarios
jacobinos y liberales y de la democracia burguesa en todas sus
variantes. Mientras el federalismo y el particularismo pretende dividir
el territorio de una nación política en áreas pequeñas parcial o
totalmente independientes unas de otras, la autonomía moderna,
burguesa y obrera, capitalista y socialista-comunista, es una forma
de democratización de la nación política centralizada, pues conlleva
la representación y la participación activa de la población local a un
determinado nivel. El federalismo en Francia era reaccionario, pues
lo defendía la aristocracia partidaria de volver a las provincias
históricas del Ancient Regime:
El monárquico d’Haussonville recordó a su partido que ya en tiempos de la Gran
Revolución el simple hecho de parecer partidario del federalismo bastaba para enviar
a la gente a la guillotina. (Luxemburg, 1909: 151).
Ese federalismo volvió a ser esgrimido durante la Comuna de
París. En Francia, el anarquismo federalizante fue defendido en el
siglo XIX por los reaccionarios y, también, por los anarquistas
inspirados en Pierre Joseph Proudhon. Tras la Comuna, en 1871, la
Tercera República Francesa amplió las competencias de los
departamentos dotándolos de poderes especiales contra el
proletariado pues, tras la aniquilación de los obreros revolucionarios
de la Comuna, el debate político en Francia giró en torno a la

251
propuesta de que la descentralización administrativa prevendría
contra los movimientos obreros. En España, e Hispanoamérica, fue
el carlismo primero, y esa derecha disuelta en la izquierda que
responde al nombre de abertzalismo, los principales adalides de la
reacción. El autonomismo de la socialdemocracia española actual,
dividida en tres partidos (PSOE, Podemos e Izquierda Unida), es
continuadora de dicho federalismo. El descentralizado régimen de
1978, heredero del centralismo autoritario franquista (de igual
manera a como la descentralizada Tercera República Francesa fue
heredera del centralismo autoritario de Luis Napoleón Bonaparte,
Napoleón III, dictador de Francia entre 1852 y 1870), es un régimen
político pensado y organizado de tal manera que, como la Tercera
República en Francia, impida a los obreros hacerse con el poder. Y
de ahí que desde el sistema educativo hasta los medios de
comunicación, el propio poder político y económico español, se
promueva la asociación España = Franco. O en palabras de Rosa
Luxemburg, centralismo = reacción, siempre en un sentido de corte
anarquista. Divide y vencerás, es la máxima de todo poder que
quiera perpetuarse en el tiempo. El Estado de las autonomías
consigue su objetivo: tener una “izquierda” que no quiere, ni puede,
elevar a los trabajadores españoles, nativos y residentes, a la
condición de clase nacional, y una “derecha” que se arroga en
exclusiva la idea de nación.
La autonomía municipal, provincial y regional (local) es el
complemento del centralismo de la nación política obrera. No es
posible separar la administración pública del poder legislativo, ni
tampoco del poder ejecutivo. Pero para no repetir en las
instituciones propias de la autonomía municipal, provincial y regional
las formas pequeñoburguesas y feudales del Antiguo Régimen, el
Estado proletario, siguiendo su centralismo revolucionario
comunista, debe sustraer a las instituciones locales “determinadas
competencias, concretamente aquellas que constituyen el núcleo de
una economía capitalista y de un gran Estado burgués”.

e) Autonomía no es ni descentralización, ni
federación ni confederación, ni de iure ni de facto

252
En “La cuestión nacional y la autonomía”, Luxemburg relaciona la
moderna división del trabajo en el modo de producción capitalista
con la reorganización de la administración pública de un modo
ciertamente magistral, incluyendo en esa división del trabajo desde
el cuidado de la sanidad pública a través de médicos en hospitales,
hasta la instauración del periodismo, pasando por el funcionariado
dedicado al desarrollo y promoción de las artes, las ciencias y la
cultura (bibliotecas públicas, museos), el desarrollo de una
intelligentsia o intelectualidad nacional, etc. Ya hemos dicho en la
Introducción que en España, desde el siglo XVIII, y a pesar de los
períodos revolucionarios, gobiernan prácticamente las mismas
familias políticas, económicas e intelectuales que, importadas
muchas de Francia y otras con ideas francesas, se trajeron consigo
ideas del humanismo y la Ilustración que tenían, entre sus
preceptos, ideas preconcebidas propias de la Leyenda Negra
hispanófoba. Debido a que siguen todavía en el poder, han
conseguido mantener la Leyenda Negra como superestructura
ideológica hasta el día de hoy.
Pero la burguesía no conforma una cultura nacional de la nada.
Lo hace en un territorio, en un medio social concreto, en una lengua
concreta –la lengua común de la nación política–, en un contexto de
ciertas tradiciones y costumbres comunes, dentro de unas formas
nacionales concretas. Nada surge de la nada. Calificar las ideas
nacional-políticas como una creación burguesa ex nihilo supone un
mecanicismo y un marxismo vulgar rampantes. A estos sicofantes
responde Luxemburg:
Toda ideología no es sino una superestructura de las condiciones materiales y de
clase de una época determinada. Pero al mismo tiempo, la ideología de cada época
hunde sus raíces en los productos ideológicos de épocas precedentes, al tiempo que
despliega su propio desarrollo lógico en un campo concreto. Ejemplo de ello son las
ciencias y la religión, la filosofía y el arte. […] Dado que la cultura capitalista moderna
es heredera y a la vez continuadora de culturas anteriores, lo que desarrolla es la
continuidad y el carácter monolítico de una cultura nacional que, en la superficie,
aparece desconectada de la economía capitalista y del dominio burgués.
(Luxemburg, 1909: 176-177).
Huelga decir que la autonomía local (municipal, provincial y
regional) defendida por el bolchevismo occidental que conforma
Rosa Luxemburg se opone también, frontalmente, y al igual que el
bolchevismo oriental de Lenin y Stalin, a la idea de autonomía

253
cultural-nacional de Otto Bauer y la socialdemocracia
austromarxista, en esencia reaccionaria. Y de hecho, “la
especificidad de un determinado territorio en un Estado moderno no
es en sí mismo base suficiente para la autonomía”. Con lo cual,
tampoco la autonomía local del bolchevismo occidental es aplicable
en todos los casos, pudiendo haber una reorganización
administrativa considerable que ponga patas arriba cualquier
relación con regionalismos históricos anteriores a la holización
revolucionaria del territorio. Porque la autonomía local, utilizada no
desde coordenadas marxistas-leninistas, sino nacionalistas
utópicas, tratará de aprovechar esta aplicación administrativa a su
favor, contra el Estado y contra los trabajadores, enfrentándolos
entre sí. Por tanto, la existencia de un determinado territorio
habitado por una población determinada no es razón suficiente ni
para crear un Estado independiente, ni un Estado federado, ni
tampoco una autonomía regional amplia. En todos estos casos, se
estará contra la revolución.
Concluimos: la chapuza nacional-revolucionaria, en su afán de
fragmentar lo que ha crecido socialmente unido, pisotea los
derechos de la nación política (y también de sus trabajadores), por
puro esquematismo, carente de sentido revolucionario y revestido
con galas de “payasada política”. El marxismo-leninismo, en sus
vertientes bolcheviques oriental y occidental, combate todo ello.
Aunque las distancias entre ambos tipos de bolchevismo, habida
cuenta de lo dicho hasta ahora en el libro, no son tan grandes. En
todo caso, España requiere, para este siglo XXI y los venideros, no
solo un marxismo netamente español, sino una aplicación patria del
marxismo-leninismo y del bolchevismo occidental que urge para
resolver la cuestión nacional y, por supuesto, la cuestión política de
la que deriva la nacional, y que es la más importante: la cuestión de
la soberanía nacional española cooptada desde dentro y desde
fuera a través de diversos organismos supraestatales dependientes
de poderes extranjeros. Ese es el gran problema de España, y
hunde sus raíces en la Historia contemporánea de nuestra nación
política. Aunque es el franquismo el período claramente
determinante de esta situación.

254
PARTE III
LA CUESTIÓN NACIONAL ESPAÑOLA Y EL MARXISMO ESPAÑOL HOY

255
11
El problema de España desde el franquismo

En 1939 termina el séptimo período revolucionario de la Historia


Contemporánea de España. Después no ha habido más períodos
revolucionarios. Sí ha habido períodos de inestabilidad política
resueltos desde arriba, desde el propio poder político, y en una
situación internacional geopolítica que no era como la anterior. Esos
períodos de inestabilidad han sido el de la Transición española
(1973-1982), y el de la crisis económica que todavía nos afecta
(2008-actualidad), pero ninguno de los dos ha derivado en
revolución política. Si los siete períodos revolucionarios españoles
se desarrollaron cuando la hegemonía imperial internacional se
situaba en el Imperio Británico, el cual actuó sobre las repúblicas
hispanoamericanas buscando su dependencia económica, al tiempo
que lo hacía sobre España, aunque esa hegemonía económica,
política y diplomática sobre España pasó después a ejercerla
Francia, desde ١٩٣٩ dos naciones políticas son las que ejercen hoy
día la hegemonía geopolítica sobre la nación española. Francia
sigue siendo el principal socio comercial de España, y Gran Bretaña
sigue teniendo presencia en España, a través de la colonia de
Gibraltar. Pero son Alemania y los Estados Unidos de América los
países que ejercen su hegemonía imperial sobre España con mayor
importancia desde 1939. El proceso por el cual se ha llegado a esta
situación marca, de manera esencial, la cuestión nacional española.
Y hunde sus raíces antes de 1939.

a) La llegada del nacionalismo cultural (völkisch)


a España
Tras 1898, España había quedado recluida al territorio ibérico, las
islas Baleares y Canarias, Ceuta y Melilla, Guinea Ecuatorial, el
Sáhara español (Sáhara Occidental) y el protectorado del Rif. Como
ya dijimos, la burguesía catalana y la vasca habían perdido sus

256
negocios coloniales de explotación de esclavos en las Antillas
españolas (Cuba, La Española, Puerto Rico). Y a medida que la
economía española se volvía más dependiente del exterior,
aumentaban las tendencias federalistas internas, así como las
confederalistas-cantonalistas, carlistas y separatistas. Ya en 1902,
un Decreto del Ministerio de Instrucción Pública tuvo que tomar
cartas en el asunto en Cataluña, pues allí no se cumplía la Ley de
Instrucción Pública vigente desde 1857, ya que se empezó a
enseñar a los niños el catecismo solo en catalán. Parte de la
burguesía catalana, en alianza por parte del clero, espoleaba
resentida a la España que había perdido su Imperio, buscando
desapegarse y arrimar el hombro a Europa. Seis años después, en
1908, el Ayuntamiento de Barcelona proyectó la creación del
Instituto de Cultura Popular, a través del llamado Presupuesto
Extraordinario de Cultura. Aunque no salió del papel, al ser
paralizado por el Gobierno Civil provincial de Barcelona en 1909, el
proyecto de Instituto de Cultura Popular fue la primera institución
española en la que la palabra “cultura” aparecía oficialmente. Este
tipo de instituciones solo eran posibles en un lugar en Europa,
Alemania, donde el Kulturkampf, el “combate cultural” llevado a cabo
por el canciller Otto von Bismarck entre 1871 y 1878 contra la Iglesia
Católica y contra el Zentrum (partido político católico de Alemania),
permitió a Alemania expandir el pangermanismo y la idea alemana
de cultura (kultur). Tanto la mayoría de católicos alemanes (muchos
de ellos polacos) de entonces, como la mayoría de católicos
españoles de Cataluña se opusieron a esa implantación de una
cultura circunscrita a instituciones públicas que la administraban
para educar a la población, sobre todo en elementos de la “cultura
selecta” entendida a lo alemán: coros, danzas, cine, teatro,
literatura, folklore, etc. Se trata de una idea de cultura entendida
como sublime, mítica, que llegó por una doble vía a España: por el
nacionalismo español conservador, sobre todo entre su sector
germanófilo, y por los nacionalismos vasco (anglófilo; la ikurriña no
deja de ser una copia, con otros colores, de la Union Jack británica,
ya que sus creadores, los hermanos Sabino y Luis Arana querían
convertir el País Vasco en una república católica asociada al Imperio

257
Británico o a Estados Unidos) y catalán (siempre de orientación
germanófila).
¿Qué queremos decir con todo esto? Que no solo el nacionalismo
vasco y catalán recibieron influencia germánica en la configuración
de sus nacionalismos, muy orientados en sentido völkisch, término
alemán expandido en la época de la Kulturkampf pero nacido mucho
antes, en la época del Romanticismo alemán, en el que lo popular –
el pueblo– está mezclado con lo natural –la sangre–, siendo
cualquier emanación cultural (la lengua, la religión, la historia),
elementos constituyentes del espíritu völkisch. También el
nacionalismo español posterior a 1898, en su vertiente
conservadora y germanófila, acabó siendo völkisch, llegando al
fascismo español a través de Onésimo Redondo y, tras 1939, de
Ramón Serrano Suñer. En el nacionalismo catalán, el ideal völkisch
fue plasmado por Françesc Cambó en su prólogo al libro de Josep
María de Nadal, Per les terres de Crist, de 1927, cuando creó el
término “hecho diferencial”. “Hecho diferencial” también adoptado
por el nacionalismo español germanófilo (el “Spain is different” de
Manuel Fraga). Otro ejemplo de nacionalismo völkisch catalán fue el
grupo Nosaltres Sols! (“¡Nosotros Solos!”), fundado en 1916 por
Daniel Cardona como escisión de la conservadora Unión
Catalanista. Inspirados inicialmente en el Sinn Fein irlandés,
Nosaltres Sols! acabó dirigida por Baldomer Palazón y Manel Blasi
en los años 1920, en los que adoptaron una ideología netamente
fascista, y pedían limpiar Cataluña de españoles “africanos”.
Acabaron integrados en Estat Català. La orientación política de este
grupo era pancatalanista, racista, nacionalista völkisch y europeísta.
A la germanofilia española contribuyó, significativamente, José
Ortega y Gasset. Formado entre 1905 y 1907 en Alemania, estuvo
en Leipzig, Nüremberg, Colonia, Berlin y Marburgo, en cuya
Universidad, la primera del mundo protestante, trabajó bastante
tiempo, recibiendo allí la influencia filosófica de los neokantianos.
Tras su estancia en Alemania, Ortega formula su idea de que
“España es el problema, Europa es la solución”, fórmula adoptada
tanto por los nacionalistas separatistas como por el nuevo
nacionalismo español del siglo XX de orientación germanófila,
regeneracionista y conservadora. Para los primeros, Europa será el

258
lugar de acogida de sus naciones tras su salida de España. Para los
segundos, Europa es el lugar en que no se permitirá esa salida,
pero en la que estará incluida España (básicamente, la orientación
actual del nacionalismo español en su vertiente del Partido Popular,
el PSOE y Ciudadanos). En cierto sentido, los nacionalismos
europeístas en Cataluña, País Vasco y otras “comunidades
autónomas” (término inventado por el propio Ortega y Gasset),
además de la versión del nacionalismo español dominante desde el
siglo XX, han sido corrientes ideológicas que, unidas entre sí aun
polémicamente, han caminado juntas en la entrega de España a
Europa.

b) Orígenes de la germanofilia de Estado en


España. El primer franquismo
Con la victoria militar y política del bando franquista se inicia una
dictadura de casi cuarenta años de existencia, en la cual la
orientación exterior de España fue totalmente anglogermánica (bajo
la hegemonía de Estados Unidos y de Alemania). Si bien hasta 1945
fue absolutamente germánica, a partir de ese año España recibió la
doble influencia exterior de la República Federal Alemana y del
Imperio Estadounidense.
El 31 de marzo de 1939 se firmó en Burgos un tratado de amistad
con Alemania, en el que ambos países manifestaron su apoyo
mutuo en caso de ataques a sus intereses. Solo una semana
después del último parte de la Guerra Civil, en abril, Franco anunció
la adhesión de España al Pacto Antikomintern, firmado en
noviembre de 1936 por Alemania y Japón, y relanzado
posteriormente en 1941, tras la invasión alemana de la URSS (la
famosa Operación Barbarroja). El Pacto Antikomintern comprometía
a los Estados firmantes a salvaguardarse mutuamente de la
amenaza de la Unión Soviética y de la Internacional Comunista. En
1937 se adhirió Italia, y junto a España, en 1939 se adheriría
también Hungría. En 1941 se adhirieron Bulgaria, Rumanía,
Eslovaquia (entonces Estado independiente, como ahora, títere de
Alemania), Dinamarca, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Noruega,
Croacia, Finlandia, Turquía, el Imperio de Manchukuo (Estado títere

259
de Japón que ocupó el noreste de la actual China) y la República de
China (Estado títere liderado por antimaoístas bajo el mando de
Wang Jingwei). Ya en febrero de 1939, España había acordado
sumarse al Pacto, pero no se dio a conocer la noticia hasta el final
de la Guerra Civil. Tras adherirse, España abandonó la Sociedad de
Naciones. Despidió a la Legión Cóndor, fuerza de intervención aérea
alemana que ayudó al bando franquista a ganar la Guerra Civil.
Mandó con ellos personalidades diplomáticas y altos mandos del
Ejército español sublevado. España estuvo a punto de firmar un
convenio cultural con Alemania, algo que el cardenal franquista
Isidro Gomá vio como una afrenta a los valores católicos, quizás
advertido por el impacto que la Kulturkampf tuvo entre los católicos
alemanes. El convenio no se llegó a firmar por la acción de Gomá.
Tanto Franco como Serrano Suñer consideraban que España tenía
que mantenerse neutral, al menos unos años, hasta reconstruirse y
participar junto al Eje de los beneficios de la victoria en la Segunda
Guerra Mundial, pues Franco consideró entonces que su régimen no
sobreviviría a la victoria de las democracias liberales aliadas a la
URSS. Franco llegó a ofrecer al almirante jefe de la Abwehr
alemana, Wilhelm Franz Canaris, puertos de apoyo logístico a
submarinos alemanes, en Cádiz, Vigo, Santander y Barcelona antes
del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Con la firma del Pacto
Germano-Soviético la URSS ganó tiempo para llevar toda su
industria armamentística y pesada, tornillo a tornillo y tuerca a
tuerca, al otro lado de los Urales para aguantar y potenciar la
defensa y, luego, la ofensiva contra Alemania. Sin embargo, España
vio el pacto con sorpresa. Al estallar la Guerra, el 1 de septiembre
de 1939, aun siendo neutral, la prensa española acusó a Inglaterra,
Francia y la URSS de tener la culpa de la partición de Polonia. El
Ministerio español de Asuntos Exteriores daba cuenta a Alemania
de todas las informaciones que recibía de valijas diplomáticas, sobre
todo francesas, y los submarinos nazis ya usaban los puertos
españoles. La orientación germanófila völkisch que Franco dio a
España en aquel momento llego al punto de atacar, en su mensaje
de fin de año de 1939, a “aquellas razas en que la codicia y el
interés es el estigma que les caracteriza”, refiriéndose a los judíos.

260
Franco esperaba entrar en la Guerra más tarde, cuando Francia e
Inglaterra estuviesen suficientemente debilitadas para, apoyándose
en Italia y Alemania, recuperar territorios de Marruecos y Gibraltar.
Mussolini prometió a Franco la devolución de Gibraltar a España.
Cuando en 1940 Alemania invadió Francia, España pasó de la
“neutralidad” a la “no beligerancia”, copiando las etapas italianas de
entrada al conflicto bélico. Tras la declaración de “no beligerancia”,
España ocupó la ciudad de Tánger, lo que fue presentado por la
prensa franquista como el primer paso para “reconstruir el Imperio
Español”. Este hecho bélico ligó, vía propaganda, la idea de Imperio
con el régimen victorioso en la Guerra Civil Española, ligazón que,
injustamente, llega hasta hoy. Pero el “Imperio Español” que el
franquismo quería “reconstruir” no era, en absoluto, la Monarquía
Católica Universal intercontinental que duró 300 años, sino un
Imperio de corte colonial expandido a costa de Francia en
Marruecos, Argelia y África central. Es decir, un Imperio depredador
extendido por África, y perseguido ya antes por los militares
africanistas de principios de siglo XX y por el regeneracionismo. Se
estableció una estación de radio de la Luftwaffe en La Coruña. Ese
mismo 1940, el 18 de julio, aniversario del golpe de Estado que
comenzó la Guerra Civil, Hitler otorgó a Franco la Gran Cruz de la
Orden del Águila Alemana, la máxima condecoración que el Tercer
Reich concedía a los no alemanes, lo que evidencia la total
orientación germanófila de España entonces. Alemania era la
palanca que España buscaba para convertirse en potencia colonial.
España, a su vez, se hubiese convertido, de esta manera, en el
lugarteniente de Alemania en África occidental. En su visita a
Alemania, Ramón Serrano Suñer se entrevistó con Joachim von
Ribbentrop, Ministro de Asuntos Exteriores de Alemania. Éste le dijo
a Serrano que Alemania, a cambio de permitirla un nuevo Imperio
colonial en África, recibiría de España las ciudades de Esauira y
Agadir en Marruecos, una isla canaria, y Guinea Ecuatorial, como
territorios para establecer bases militares alemanas. De esta
manera, Alemania reconduciría a España como Estado satélite
suyo. En octubre, Heinrich Himmler, jefe de la policía alemana y de
las SS (Schutzstaffel) visitó España, para supervisar el encuentro
entre Hitler y Franco, y para estrechar los lazos de colaboración

261
entre la Gestapo y la Policía Española. El encargado de esta
colaboración fue el agregado de seguridad de la Embajada de
Alemania en España, Paul Winzer, oficial de las SS y jefe del campo
de concentración de Miranda de Ebro (Burgos), abierto hasta 1947.
Por su parte, Serrano Suñer, ahora ministro de exteriores franquista,
dio impulso al llamado Servicio Exterior de Falange, teniendo como
una de sus metas el establecimiento de delegaciones falangistas en
Filipinas y el resto de naciones hispanoamericanas. Se fueron
creando Falanges en todas aquellas repúblicas, y se estrecharon
lazos muy sólidos con movimientos parejos preexistentes, como el
sinarquismo en México. La entrevista entre Hitler y Franco en
Hendaya, el 23 de octubre de 1940, tuvo como consecuencia la
firma de un protocolo secreto en el que Franco se comprometía a
entrar en la Guerra en cuanto él mismo decidiese, y en el que Hitler
garantizaría que España recibiría, tras la victoria alemana, los
territorios africanos que, en última instancia, Alemania decidiese.
España hacía depender su entrada del lado de Alemania en la
Guerra del envío de enormes cantidades de suministros bélicos y
alimenticios que obtenían del comercio con Gran Bretaña. A cambio
del apoyo al Tercer Reich, pedían de Alemania esos mismos
suministros. El 12 de noviembre de 1940, Serrano Suñer y Hitler
tuvieron una entrevista en Berghof, segunda residencia del Führer
en Berchtesgaden, ciudad de los Alpes bávaros. Allí, los suministros
volvieron a ser tema de conversación, pues Serrano los pedía a
cambio de ayudar a Alemania a invadir Gibraltar, pues al Reich le
urgía cerrar el Mediterráneo apoderándose de las dos plazas
geoestratégicas más importantes en poder de los británicos,
Gibraltar y el Canal de Suez. España dependía del trigo que le
proporcionaba el Imperio Británico, que seguía controlando las rutas
marítimas del Atlántico norte. Si se acababa poniendo del lado de
Alemania, los británicos podían conquistar las Islas Canarias.
Franco temió, por primera vez, que Alemania no ganaría la guerra
tan fácilmente, y así se lo comentó al almirante Canaris en una
entrevista, el mismo día que las tropas italianas eran vencidas por
las británicas en Libia, impidiendo una eventual conquista fascista
de Egipto. En su entrevista en Bordiguera, en 1941, Mussolini y
Franco volvieron a tratar la cuestión, con el mismo desenlace que

262
tuvo la entrevista entre Franco y Canaris. Alemania necesitaba
Gibraltar, y España el trigo. Por temor a represalias británicas con
Canarias, Franco no cedía a las peticiones de Hitler. Pero por temor
a las represalias de Hitler, y para ganar tiempo, se acordó el envío a
la URSS de 47.000 voluntarios falangistas españoles en el frente
ruso de la Segunda Guerra Mundial, que con posterioridad se
llamarían la División Azul.
En 1942, la Operación Torch permitió a británicos y
estadounidenses, que ya habían entrado en la Guerra, tomar el
norte de África y expulsar a los Afrika Korps de Erwin Rommel de la
zona. Este hecho, más los movimientos diplomáticos
angloestadounidenses, convencieron a Franco de que, primero,
nunca obtendría el ansiado Imperio colonial africano que deseaba, y
segundo, los aliados podían ganar la Guerra y a España le convenía
volver a la “neutralidad”. Ese mismo año España firma con Portugal
el “Pacto Ibérico”, un pacto de no agresión entre la España de
Franco y el Portugal del dictador fascista Antonio de Oliveira
Salazar. Este acuerdo permaneció en vigor hasta 1978, sustituido
por el Tratado de Amistad y Cooperación entre España y Portugal
de 1977. Con los cambios acaecidos en el norte de África, Franco
comprendió que tenía que entenderse con la tradicionalmente
anglófila Portugal. Un año antes, Hitler ofreció a Franco ayuda
militar para la conquista de Portugal como garantía para recuperar
Gibraltar, si permitía a Alemania desplazar tropas militares por
territorio español camino de Lisboa. Franco se negó, quizás
pensando en lo que supuso para España la entrada de tropas
francesas a territorio español para invadir Portugal algo más de cien
años antes. En julio de 1943, el régimen fascista de Mussolini cayó,
y es entonces cuando Franco volvió a la estricta neutralidad anterior.
Al caer Mussolini, Franco pensó que él sería el siguiente. En
noviembre de 1943, la División Azul es disuelta por petición expresa
del embajador estadounidense en España, Carlton Hayes.
Quedaron 1.800 voluntarios de la sucesora Legión Azul, que
combatieron en la Batalla de Berlín, última batalla en suelo europeo
de la Segunda Guerra Mundial en 1945, que rindió definitivamente
Alemania al Ejército Rojo. El apoyo de Franco al presidente José
Laurel en Filipinas, projaponés, la venta de contrabando de

263
wolframio a Alemania y la actividad del Servicio Exterior de Falange,
hicieron aumentar las presiones de Estados Unidos y el Imperio
Británico sobre España, mediante el embargo de petróleo. Franco
cedió, y dio marcha atrás en todo, incluso desmantelando las
infraestructuras alemanas en puertos españoles y la radio nazi en
La Coruña. Del discurso fascista y “totalitario”, Franco pasó a
defender la idea de que su España era una “democracia orgánica”,
basada en los Evangelios, y que “ciertas particularidades del
temperamento español” impedían que fuese una democracia de
corte liberal. Esta idea de Franco quedó para la posteridad como
cierta en tanto que asumida por parte de grupos de “izquierdas” y
separatistas.
En la conferencia de Yalta de 1945, los tres vencedores de la
Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, el Imperio Británico y la
Unión Soviética, acordaron que todas las naciones liberadas en
Europa del yugo fascista, y aquellas que actuaron en la órbita de
Hitler, habrían de elegir libremente a sus gobiernos mediante
elecciones libres con sufragio universal y libertad de partidos
políticos en liza. Portugal, Grecia y España vieron esto como una
amenaza. Asimismo, el presidente norteamericano Franklyn Delano
Roosevelt envió una carta a su embajador en Madrid, Norman
Armour (sustituto de Hayes) en que aseguraba que la victoria aliada
sobre el nazifascismo conllevaría el exterminio de ideologías afines,
y que ninguna nación filofascista tendría sitio en la nueva
Organización de las Naciones Unidas (ONU). De hecho, la
Conferencia de San Francisco que dio nacimiento a la ONU tuvo
como representantes españoles a observadores del gobierno de la
Segunda República en el exilio. La prensa española equiparó la
persecución a nazis y fascistas a lo sucedido en los campos de
concentración alemanes. Muchos nazis huyeron a España asilados,
obteniendo la nacionalidad española. Parecía entonces que la
orientación progermánica de España había terminado. Sin embargo,
no fue así. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial comienza la
Guerra Fría entre el bloque liberal-capitalista y el bloque marxista-
comunista soviético. España jugaba un papel estratégico
fundamental en esa contienda. Y a partir de ese momento, la
reconstrucción de Europa con el Plan Marshall de ayuda a las

264
naciones devastadas por la Guerra requirió construir, además, un
bloque económico europeo occidental que abortara el renacimiento
del bolchevismo occidental, y a la vez, frenara al bolchevismo
oriental su expansión hacia el Oeste. Para ello se necesitaba una
Alemania reconstruida con una orientación capitalista, democrática y
liberal. Se reconstruye la República Federal Alemana al oeste, frente
a la República Democrática Alemana en el este, dentro del campo
comunista. Esa nueva Alemania federal será quien, bajo batuta
estadounidense, lidere la integración económica de la Europa
occidental. En cierto sentido, la Comunidad Económica Europea
(CEE) fue una reedición en versión liberal del Paco Antikomintern de
diez años antes. Y España, desde entonces, reorientaría su política
exterior hacia dos ejes, reorientación que dura hasta hoy: el europeo
liderado por Alemania, y el mundial liderado por los Estados Unidos
de América.

c) Franco orienta a España hacia el atlantismo y


el europeísmo. El régimen de 1978 continúa esa
orientación y la afianza
En 1958 se creó la CEE, bajo auspicios estadounidenses, pues la
CEE era consecuencia lógica del Plan Marshall. Y hacia la CEE
orientó el franquismo su política exterior. El franquismo no hizo sino
seguir la orientación europeísta que la derecha española siguió en el
poder tras el Desastre de 1898. Es en 1962 cuando España solicitó
su entrada formal en la CEE. Al no ser una democracia liberal,
España no entró hasta finalizada la Transición. Aunque no se
produjo la adhesión formal, sí se entablaron otro tipo de relaciones,
ya encauzadas en la década de 1950 por la cercanía del régimen a
Estados Unidos. España y Portugal, que entraron en la CEE el 1 de
enero de 1986, jugaban un papel geoestratégico esencial para la
geopolítica estadounidense, como luego se confirmó por la entrada
de ambas naciones ibéricas en la OTAN. De hecho, el requisito
formal democrático no impidió las negociaciones ni con España, ni
con Portugal, ni tampoco con Grecia, que era la tercera nación
europea que en aquel momento vivía bajo una dictadura militar de
derecha. Con España se acordó una fórmula aduanera de entrada

265
en dos etapas, empezando la primera en 1967. De hecho, los
principales partidarios de la entrada de España entonces eran la
República Federal Alemana y Francia. En 1970 se firmó el llamado
Acuerdo Preferencial que redujo los aranceles entre España y la
CEE. El Acuerdo fue ampliado por un Protocolo en 1973. Es decir,
fue con Franco cuando España empezó a tener una orientación
exterior netamente atlantista y europeísta. Entre 1978 y 1979 las
negociaciones para entrar en la CEE ya empiezan a ser más
sólidas. España entró entonces en el Consejo de Europa, un órgano
consultivo con miembros de la CEE (luego Unión Europea) y otras
naciones europeas aspirantes a entrar en la Unión. Todas las
fuerzas políticas de la Transición con representación parlamentaria
estaban a favor del ingreso de España en la CEE, una unanimidad
inaudita en otros países. La CEE se vio beneficiada en tanto que la
producción agrícola comunitaria se incrementó un tercio, aunque
pasó a depender del Fondo de Cohesión Europeo, destinado a los
Estados miembros cuyo Producto Nacional Bruto es inferior al 90%
de la renta media de la UE. El sector industrial español, desarrollado
mediante medidas proteccionistas durante el franquismo, empezó a
ser privatizado y desmantelado antes y después del ingreso de
España en la CEE y la UE, sucesora de la anterior y nacida en
1992.

d) La nueva división internacional del trabajo tras


la caída de la Unión Soviética. España en la era
de la Globalización
La CEE, como ya hemos dicho más arriba, se creó contra la Unión
Soviética. Una vez caída esta, la división internacional del trabajo
que requería el proceso de la Globalización necesitaba
implementarse en la Unión Europea en tres ejes. El primero, una
política económica de desarrollo dependiente del Banco Central
Europeo (BCE), regido por ideas monetaristas, cuya única misión es
controlar la inflación de los Estados, reducir los tipos de interés y el
déficit mediante la rebaja de los salarios de los trabajadores. El
segundo, ayudar en esta política económica mediante una moneda
intercomunitaria, el euro, cuyo valor se establecería sobre la base

266
del marco de la Alemania reunificada, el Estado más poderoso de la
UE. Y el tercero, facilitar esta política económica mediante el control
de la industria pesada por parte de los Estados de la UE que se
encuentran en el eje Rhin-Ródano-Pó, los ríos europeos que
atraviesan el Benelux, Francia, Alemania y el norte de Italia, donde
desde el siglo XIX se concentró la mayor producción industrial
continental. Unido al centro financiero que Londres supone, la UE,
en las décadas de 1990, 2000 y 2010 necesitó completar el proceso
de desmantelamiento de la industria de los Estados que entraron en
la década de 1980 del sur de Europa, y convertirlos en Estados
especializados en el sector servicios, sobre todo en turismo. Si bien
es cierto que el turismo es, junto con la construcción de viviendas,
las únicas ramas económicas potentes de España, siendo además
la vivienda la única que permite a España producir valor económico
en vez de solo distribuirlo o consumirlo, este modelo de división
internacional del trabajo se ha empezado a poner en cuestión a raíz
de las repercusiones de la crisis económica mundial iniciada en
2007, siendo el punto de inflexión el Brexit.
España pasó, con su entrada en la CEE, de ser importadora de
capital extranjero, a ser exportadora de capital neto. Esto en la
década de 1990. También en esta década España logró la
estabilización de precios, requisito esencial para asumir la moneda
euro en 1999. Los fondos europeos llegaron a representar el 0,8%
del PIB español, y hacia el año 2006 el 90% de la inversión en
infraestructuras llegaba desde la UE. Tras el Tratado de Maastricht
de 1992, que se implementó de cara a la transformación de la CEE
en la UE y para la aplicación de la moneda única europea, los
gobiernos de PSOE y PP aplicaron todas las recomendaciones del
BCE antedichas. La peseta, moneda española desde 1868, fue
sustituida por el euro en 2002. En este marco es como se conceden
los créditos económicos de la UE a España, supeditados a la
política económica monetarista del BCE. Así pues, los préstamos
hipotecarios en la UE se sustentaban en la capacidad solvente de
los consumidores. Y en aquellas naciones, como España, afectadas
por la división internacional del trabajo que impulsó el BCE, la
solvencia de los recibidores de préstamos, tanto hipotecarios como
de otro tipo, se sustentaban en una capacidad líquida sostenida en

267
una economía nacional rica, desarrollada, pero periférica y muy
poco industrializada, cuya exportación de capitales dependía de la
potencia de algunas empresas privatizadas como Telefónica, Repsol
o de bancos como el Santander o el BBVA. Hay que tener en cuenta
que el capital financiero siempre está inflado porque buena parte del
mismo es ficticio, sujeto a especulación. No es extraño que la
burbuja inmobiliaria en España fuese tan grande con el estallido de
la crisis actual. Y esa forma de conceder créditos y préstamos no ha
cambiado en lo sustancial.
En la UE, la caída acumulada de la producción ha situado en
niveles inéditos las cifras de desempleo, ha agudizado el retroceso
salarial y ha apuntalado un severo recorte sobre los servicios
públicos. A ello han acompañado medidas de ajuste salarial en toda
la zona euro, algo inevitable en el marco de la Unión Económica y
Monetaria, una unión impulsada tras la caída de la tasa de beneficio
experimentada durante la década de 1960, año del fin de la fase
económica expansiva de postguerra. En la UE, la Gran Recesión ha
servido para mostrar lo superestructural del euro y sus mecanismos
de aplicación, y ha evidenciado la base desigual de los Estados
miembros de la UE, cuyas contradicciones y choques mutuos no
pueden más que afianzarse en la actual situación.
En base a todo esto, ¿qué proyección económica tiene España de
cara al futuro? Eso depende de lo que los españoles, incluidos los
inmigrantes residentes en España, decidan con su acción política en
el futuro a corto, medio y largo plazo. Mientras sigamos en las
estructuras de la UE, del euro y de la OTAN, seguiremos haciendo
lo que se pueda como hasta ahora. España entró en la OTAN
pensando que esta organización militar evitaría un golpe de Estado
y una nueva Guerra Civil, como la de 1936-1939. Y se entró en la
CEE, luego UE, y el euro, porque teníamos complejo de atraso
respecto al resto de naciones europeas, plasmado en la famosa
frase de Ortega y Gasset “España es el problema, Europa es la
solución”. Aunque el nivel de vida en España haya aumentado
mucho desde 1986, los efectos de onda larga de nuestra entrada en
la UE-OTAN quizás sean muy perjudiciales para nosotros.

268
e) La oposición anticomunista al franquismo. La
CIA, el Congreso por la Libertad de la Cultura y
su simpatía hacia los nacionalismos periféricos
El nacionalismo español en su vertiente völkisch fue moderándose a
partir de 1945, aunque su victoria en la Guerra Civil condenó el
patriotismo español, tanto conservador como de izquierdas, a la
práctica condena social hasta la actualidad. Uno de los motivos es
que los nacionalismos separatistas, también de orientación völkisch,
se hicieron fuertes ejerciendo presión sobre España. Por lo que
hemos expuesto, podemos concluir que la progresiva anglo-
europeización de España que con el franquismo sufrió un punto de
inflexión histórico (recordemos que Franco cambió el huso horario a
la España europea en 1940 para tener el mismo que Alemania,
manteniéndose hasta la actualidad) tuvo un impacto significativo en
lo que a la cuestión nacional se refiere. ¿En qué sentido? El pacto
de la Transición entre los franquistas reformistas y parte de la
oposición antifranquista más anticomunista permitió reconstruir la
situación que ya España sufrió durante la Restauración. A ello jugó
un papel fundamental el Congreso por la Libertad de la Cultura, que
introdujo en las filas de la oposición antifranquista la idea de que las
demandas völkisch del nacionalismo vasco, el catalán, etc., eran
democráticas e incluso progresistas. Y como veremos, a esto
contribuyeron decisivamente los franquistas reformistas que
capitanearon la Transición. ¿Cómo se produjo esta conjunción de
intereses, en apariencia, contrapuestos?
El Congreso por la Libertad de la Cultura fue una institución
organizada por la CIA durante la Guerra Fría, fundada en Berlín en
1950, y con sede en París, con delegaciones en treinta países. Su
orientación política era abiertamente anticomunista. Su antecesora
fue la Entente Internacional contra la Tercera Internacional (la
Komintern) creada en Suiza en 1924. Tanto la CIA como la
Fundación Ford y la Fundación Farfield, financiaron el Congreso por
la Libertad de la Cultura. A partir de 1967 cambió su nombre a
Asociación Internacional por la Libertad de la Cultura, llamada así
hasta su disolución formal en el año 1979. El Congreso por la
Libertad de la Cultura (CLC) aglutinó en su seno a un sinfín de

269
“intelectuales” también de “izquierdas” (socialdemócratas, liberales
progresistas, trotskistas, libertarios, etc.) subvencionados, pagados
y dietados por la CIA para asistir a congresos y reuniones, preparar
artículos y libros, etc. El CLC estuvo detrás del primer encuentro
entre católicos y marxistas en la Ciudad del Vaticano, cuando fue
papa Pablo VI. Era el momento de la Guerra de Vietnam y la
Revolución Cultural de Mao en China.
Entre los nombres españoles que estuvieron relacionados con el
CLC se encontraban muchos exiliados españoles afines a la
Segunda República, como el liberal y europeísta Salvador de
Madariaga, el nacionalista gallego César Alvajar, el nacionalista
catalán Mariano Manent Cisa, Julián Gómez (más conocido por su
alias Julián Gorkin, excomunista expulsado de la Komintern por
trotskista, fue quien delató a Ramón Mercader como el asesino de
Trotsky por órdenes de Stalin; reclutado en 1948 por la CIA, en 1952
se convirtió en director de los Cuadernos del Congreso por la
Libertad de la Cultura, revista trimestral del CLC donde se hacía
apología del liberalismo, el anticomunismo y de un modelo federal
de Estado para España), el cura jesuita y nacionalista vasco Alberto
de Onaindía, la aristócrata Carmen de Gurtubay Alzola, el escritor
José Luis Cano, el trotskista Ignacio Iglesias (fundador del POUM
tras su expulsión del PCE, al ser liberado de un campo de
concentración nazi trabajó en París para el International Rescue
Committee, creado por la CIA), el novelista y catedrático de
Estructura Económica de la Universidad de Madrid entre 1955 y
1969 José Luis Sampedro, el escritor Pablo Martí Zaro, los
exfalangistas Francisco Farreras Valentí y José María Castellet, el
democristiano y luego militante y europarlamentario del PSOE
Carlos María Bru, etc. Todos ellos formaron parte, como accionistas
o como funcionarios pagados, de la Comisión Española del CLC.
También participaron en CLC personajes como Juan Ramón
Jiménez, Américo Castro, Luis Araquistain, Gabriela Mistral, Claudio
Sánchez Albornoz, Jorge Guillén, Eugenio Relgis, Vicente
Aleixandre, Fernando Valera, Ramón J. Sender, María Zambrano,
Francisco Ayala, Pedro Laín Entralgo, José Luis López Aranguren,
Dionisio Ridruejo, José Ferrater Mora, Julián Marías, Camilo José

270
Cela, Pere Pagès i Elies (conocido por el alias Víctor Alba), Enrique
Tierno Galván, Miguel Sánchez-Mazas, etc.
Todos ellos, bien por desconocimiento de lo que había detrás, o
bien por conocimiento explícito, fueron miembros activos o
puntuales del CLC. Lo que les unía, partiendo de posiciones
ideológicas dispares (un falangismo antifranquista evolucionado
hacia la democracia, el liberalismo, el anarquismo, el trotskismo, la
socialdemocracia, la democracia cristiana), es que fueron parte del
CLC. Y por tanto, por convencimiento, por desconocimiento o por
olvido, fueron soldados intelectuales del anticomunismo de los
Estados Unidos durante la Guerra Fría. Cuando se descubrió en
1967 que la CIA estaba detrás del CLC, su Asamblea General emitió
un comunicado declarando que desconocían tal financiación, y
alegrándose de que solo quedara la Fundación Ford como
financiadora. El CLC también tuvo un papel muy destacado para la
formación de opciones de “izquierda” anticomunista en América
Latina. Lo que todos los participantes del CLC en España y en otras
naciones tenían en común fue, sin duda, su visceral anticomunismo
y su odio a la Unión Soviética. De hecho, sus actividades para
España empezaron a ser más activas tras la muerte de Stalin en
1953.
Durante la década de 1950, el CLC no tuvo muchos éxitos. La
actividad política del PCE, única oposición real al régimen de
Franco, opacaba la labor de la Comisión Española de la CLC.
Acciones como el “Mensaje del Partido Comunista de España a los
intelectuales patriotas” de abril de 1954, el “Manifiesto a los
universitarios españoles” de febrero de 1956 tras las
manifestaciones universitarias antifranquistas de aquel año, la
llamada a la “reconciliación nacional” por parte del PCE en ese
mismo año y la huelga de 1959, fueron acciones que colocaron al
PCE en la delantera de la lucha antifascista en España. Algo que la
CIA, ya establecida en el país, no podía tolerar, por lo que urgía
conformar una oposición “de izquierdas” al franquismo y alternativa
al PCE. Además, la Revolución Cubana de 1959 cuestionó
sobremanera la efectividad de la labor del CLC en América Latina, y
se temió que ello provocara un efecto dominó en todo el mundo
iberoamericano. Por eso, en ese mismo año 1959, el CLC se reunió

271
en Lourmarin, Francia. Y entre las decisiones que se tomaron en
dicha reunión se encuentra la creación del Centro de
Documentación y de Estudios Españoles, que luego fue llamado
Centro de Documentación y Estudios, debido a las quejas de los
nacionalistas catalanes, gallegos y vascos presentes en el CLC. A
partir de este Centro de Documentación se decidió establecer una
plataforma estable del CLC en el interior de España. La principal
misión fue reclutar a exfalangistas reconvertidos a la
socialdemocracia. El grupo de Dionisio Ridruejo respondió a la
llamada, y en 1962 el CLC ya tenía una oficina en Madrid, que
permitió establecer premios literarios, de Ensayo y de arte. Dirigida
por Pablo Martí-Zaro, la oficina coordinó premios literarios que
becaron a figuras como Josep Benet o Carmen Martín Gaite con un
primer objetivo declarado: “impugnar el prestigio que la estética del
realismo socialista gozaba entre los jóvenes escritores españoles”,
como declaró Jordi Amat al periódico La Vanguardia, en un artículo
llamado “España en la Guerra Fría cultural”, con fecha del 24 de
febrero de 2010. En ese mismo artículo, Amat afirma que el CLC en
España fue pionero de los debates sobre el carácter plurinacional
del país. Y de ahí surgió el proyecto de Coloquio Cataluña-Castilla.
¿En qué consistió ese Coloquio? En unos encuentros de
“intelectuales” de Barcelona y Madrid que trató la cuestión del
encaje del “hecho diferencial” catalán en una “España democrática”.
El primero se celebró en 1964 en La Ametlla del Vallés, provincia de
Barcelona. Todas las intervenciones fueron grabadas, y muchas de
ellas transcritas. Entre los participantes se encuentran muchos de
los nombres mencionados más arriba. A través de esas reuniones
se reconfiguró el ideario del catalanismo político de cara a la
democracia de la Constitución de 1978. Allí se debatieron, además,
los conceptos de “nación”, “patria”, “lengua materna” y
“nacionalidad” que aparecían en la Enciclopedia de la Religión
Católica, una voluminosa obra en siete tomos publicada entre 1950
y 1956 por la editorial catalana Dalmau y Jover S. A., y dirigida por
el exmiembro de Nosaltres Sols!, Rafael Dalmau Ferreres. En esa
enciclopedia encontramos definiciones de estas palabras muy
similares a las realizadas a comienzos del siglo XX por los
austromarxistas de Otto Bauer. Dichas entradas de la Enciclopedia

272
de la Religión Católica sirvieron de base para la elaboración teórica
de la idea de “plurinacionalidad” en España. Y la conexión entre
Cataluña y Europa, realizada en un sentido semi-prusiano,
entendiendo a Cataluña como catalizadora de la definitiva
europeización de España, también salió de las directrices del CLC,
siendo uno de sus más fervorosos partidarios el filósofo Ferrater
Mora.

f) El Congreso por la Libertad de la Cultura se


infiltra en el Partido Comunista de España.
Comienza la orientación eurocomunista,
federalista y europeísta del PCE
Es en la década de 1960 cuando el CLC, auspiciado por el
crecimiento del antifranquismo en España, da su golpe maestro:
infiltrarse en las filas del PCE. El gran partido antifascista y
antifranquista empieza a llenarse de militantes antifranquistas que,
sin embargo, y debido a la debilidad teórica debida a los motivos ya
mencionados en este libro, y a la descoordinación política que
provoca el exilio, no fueron convertidos en comunistas en su gran
mayoría. Son los tiempos en que Santiago Carrillo prepara el
camino hacia el eurocomunismo, la socialdemocratización del PCE.
Y es entonces cuando el PCE, abandonando lo que entendía por
leninismo, adopta lo que luego se llamaría “marxismo
revolucionario”, el federalismo, la “plurinacionalidad” de España y el
europeísmo. Empiezan a publicarse artículos en este sentido en la
revista teórica del PCE, Nuestra Bandera. La degeneración teórica
del PCE llega a tal punto, que la histórica dirigente Dolores Ibárruri,
La Pasionaria, redacta el informe al pleno del Comité Central del
PCE en septiembre de 1970, titulado “España, Estado
multinacional”. En ese momento, Ibárruri apuesta porque el PCE se
pronuncie por el “reconocimiento, sin ninguna limitación y con todas
sus consecuencias, del derecho de las nacionalidades a la
autodeterminación”), e instaura la idea de que España se formó,
como Estado, por la fuerza de monarcas extranjeros. Es decir,
Ibárruri asume las tesis del austromarxismo y el bundismo y las
impone en el PCE, siguiendo el camino opuesto que tanto el

273
bolchevismo oriental como, por descontado, el occidental
defendieron en verdad.
El informe de Ibárruri supone un portazo histórico para la
asimilación del marxismo-leninismo real por parte del PCE. Portazo
cuyos efectos duran hasta hoy, pues es continuado por los
postmarxistas actuales tanto dentro como fuera del Partido. De esta
manera, una dirigente histórica y carismática, pero con un
escasísimo nivel formativo en marxismo-leninismo y en Historia de
España, anuncia, quizás sin darse cuenta (lo cual es aún más
grave), lo que habría de llegar: el triunfo de la estrategia de la CIA
de desarmar, vía CLC, a cualquier tipo de alternativa comunista
seria para España. Y en esas seguimos.
Este tipo de desviaciones, que hoy son tomadas como la regla, al
tiempo que la doctrina marxista-leninista real que hemos tratado de
exponer en este libro es tomada como “desviación” por un bueno
número de nuestros conciudadanos (o por extravagancia entre
personas no de izquierdas), era lo que necesitaban los franquistas
reformistas para iniciar el proceso de la Transición. Prepararon el
camino por vía legal. La primera acción, competente al Ministerio de
Educación y Ciencia, se publicó en el Boletín Oficial del Estado
(BOE) el 1 de julio de 1975, es el Decreto 1433/1975, de 30 de
mayo, por el que se regula la incorporación de las lenguas nativas
en los programas de los Centros de Educación Preescolar y General
Básica. El Decreto está firmado por Francisco Franco y por Cruz
Martínez Esteruelas, entonces Ministro de Educación y Ciencia.
Cinco días antes de morir Franco, el 15 de noviembre de 1975, el
BOE publicó el Decreto 2929/1975, de 31 de octubre, por el que se
regula el uso de las lenguas regionales españolas. Este está firmado
por el entonces Príncipe de España, Juan Carlos de Borbón, que
luego reinó como Juan Carlos I, y por el Ministro de la Presidencia
del Gobierno, Antonio Carro Martínez. A estos dos Decretos les
siguen más Reales Decretos y órdenes ministeriales varias que
desarrollan las dos anteriores entre 1975 y 1979.
¿Qué suponen esos Decretos, Reales Decretos y órdenes
ministeriales en el marco de lo desarrollado en este capítulo en
particular, y en nuestro libro en general? Para muchos, serán una
evidencia del proceso democratizador de España, recuperando su

274
libertad y la diversidad de sus partes. Pero desde el punto de vista
del marxismo-leninismo, del bolchevismo occidental, expuesto en
este libro, la conclusión es muy diferente, a saber: la Transición
española fue orquestada por poderes políticos foráneos, sobre todo
en Estados Unidos (la CIA) y la República Federal Alemana,
organizando y coordinando acciones entre el CLC, en tanto que
órgano encargado de organizar a la oposición antifranquista
anticomunista, y el franquismo reformista que, primero en la Unión
de Centro Democrático de Adolfo Suárez (UCD) y en Alianza
Popular (AP), y más tarde en el Partido Popular (PP), capitaneó
dicho proceso. Existen otros acontecimientos que pueden dar
cuenta de ello, como la aprobación por el PSOE en el Congreso de
Suresnes de 1972 en que salió elegido como secretario general
Felipe González, la defensa del “derecho de autodeterminación de
las nacionalidades y regiones”. González llegó escoltado a la
frontera francesa por la Guardia Civil, y el PSOE fue apoyado
financieramente por la Internacional Socialista, heredera de la IIª
Internacional y Media que crearon los austromarxistas. El miedo,
primero, a la expansión de la Revolución Cubana por el mundo
iberoamericano, y después, del efecto que en España podía
desencadenar la Revolución de los Claveles de Portugal de 1974
(que también tuvo que ser desactivada), obligó a los servicios de
inteligencia estadounidenses y alemanes federales a ingeniárselas
para tratar de desactivar cualquier alternativa comunista real en
España, y eso implicaba desactivar la posibilidad de los trabajadores
de elevarse a la condición de clase nacional. Por eso, izquierdistas
anticomunistas que conocían el marxismo-leninismo, los textos de
Marx, Engels, Lenin, Stalin y Rosa Luxemburg al respecto, fueron
una parte esencial de este movimiento. Lo peor del asunto es que el
propio Partido Comunista de España fue desactivado mediante
estas estrategias, pues miembros afines al CLC se infiltraron en el
PCE en la década de 1960 y, desde dentro, ayudaron a girar sus
postulados y a desactivarlo políticamente.

g) El régimen de 1978: un régimen construido


contra el Partido Comunista de España

275
Que el PCE se defina en sus estatutos como “marxista
revolucionario” y defienda el “derecho de autodeterminación” y la
“plurinacionalidad” de España, y que, al mismo tiempo, se plantee
hoy, en pleno siglo XXI, volver al “marxismo-leninismo” pero
entendido no como doctrina y cosmovisión, sino como una especie
procedimentalismo administrativo entre dirigencia y militancia,
evidencian el triunfo histórico en España de los enemigos de la
resolución de la cuestión nacional española en clave comunista, de
los enemigos de la elevación de los trabajadores españoles, nativos
y residentes, a la condición de clase nacional. Esos enemigos
fueron, y son, los franquistas democratizados, el Congreso por la
Libertad de la Cultura, antecedente histórico de los grupos
izquierdistas contemporáneos financiados por la Open Society
Foundation de George Soros, los partidos nacionalistas periféricos
en su totalidad y, por supuesto, los poderes internacionales que
quieren un país desunido en lo popular, pero unido en lo comercial y
lo militar: la Unión Europea y la OTAN, Alemania y los Estados
Unidos, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario
Internacional, más el Banco Mundial. Medio en serio, podría decirse
que todo sigue “atado y bien atado”: el PP es el heredero del Opus
Dei, el PSOE de la Falange (en una especie de monstruo teórico
que podríamos denominar federal-catolicismo) y los nacionalistas
del carlismo. A eso hay que añadir un PCE desactivado y unas
nuevas generaciones de izquierdas indefinidas postmodernas que
tampoco tienen nada que ofrecer ni a los trabajadores ni al país. A
todo esto hay que añadir un neofascismo residual que solo sería
políticamente activado y potenciado si existiese una verdadera
fuerza marxista-leninista y patriota en España con posibilidades
políticas de alcanzar el poder.
El problema de España desde el franquismo es que tanto el
régimen de Franco como el de la Transición se configuraron contra
un único enemigo: el Partido Comunista de España. Partido que
hoy, por sus estatutos y su programa político, así como por su idea
de España, y por su aprisionamiento en una matrioshka de
“movimientos políticos y sociales” que tratan de superarse los unos
a los otros sin saber muy bien qué significan dichas superaciones,

276
no está en condiciones, ni hoy ni desde hace décadas, de elevar a
los trabajadores a la condición de clase nacional.

277
12
Conclusiones

En este libro hemos presentado, de manera explícita y


pormenorizada, la teoría de la nación del marxismo-leninismo. Esta
teoría se ha expuesto desde las coordenadas del materialismo
histórico, pilar fundamental del marxismo y del leninismo. Esto no
quiere decir que no pueda servir para ideologías y doctrinas
organizadas desde otras coordenadas, sobre todo aquellas en las
que exista una doctrina de la Historia que sea, también, materialista.
Los autores básicos en que nos hemos basado son Karl Marx,
Friedich Engels, Vladimir Ílich Lenin, Iósif Stalin y Rosa Luxemburg.
Estos cinco autores serían, a nuestro juicio, los grandes teóricos
marxistas de la nación y de la cuestión nacional en el marxismo-
leninismo, tanto en la corriente revolucionaria de lo que hemos
llamado bolchevismo oriental (aplicable a los Imperios
multinacionales de Europa del Este, a saber, Imperio Ruso, Imperio
Austrohúngaro e Imperio Otomano), como a la corriente que hemos
denominado bolchevismo occidental (la aplicación del marxismo-
leninismo a las naciones políticas de Europa occidental que se
conformaron mediante el desarrollo histórico de sociedades que,
como naciones históricas, evolucionaron del feudalismo al
absolutismo, y de este al capitalismo, pasando por la fase de
monarquía autoritaria). En esta última corriente del marxismo-
leninismo, Rosa Luxemburg tuvo un papel fundamental como puente
teórico y práctico de la revolución leninista entre Rusia y Europa
occidental más América.
Hemos presentado también un modelo histórico de conformación
de España como nación política partiendo de la teoría de Marx de
los períodos revolucionarios. Marx señaló tres, estando el cuarto en
desarrollo en el momento en que él teorizaba, al respecto de los
mismos, en sus artículos para el New York Daily Tribune de 1854.
Nuestra teoría, siguiendo a Marx, de los siete períodos
revolucionarios que conformaron la nación política española,
incluyendo aquellos en que el proletariado empezó a ser actor

278
fundamental, la hemos dividido en los siguientes períodos,
desarrollados en el capítulo III: 1) 1808-1814: Guerra de la
Independencia Española; 2) 1820-1823: Trienio Liberal; 3) 1834-
1843: Revolución liberal-progresista e instauración de la Regencia
de Isabel II; 4) 1854-1863: Bienio Progresista y gobiernos de la
Unión Liberal; 5) 1868-1874: Sexenio Democrático; 6) 1917-1923:
Huelga General Revolucionaria y Trienio Bolchevique; y 7) 1931-
1939: Segunda República Española y Guerra Civil. Tras 1939, y por
ahora, no ha habido más períodos revolucionarios en España.
Hemos querido mostrar, de manera clara y extensa, que España es
una nación según Marx.
Hemos desarrollado a lo largo del libro la hipótesis de partida de
la ecualización, en las “izquierdas” españolas, entre la idea de
España y el franquismo. Y lo hemos hecho afirmando desde el
comienzo que esta ecualización se debe a motivos históricos que
han determinado la ausencia de un marxismo netamente español, y
por extensión en español, que nunca ha existido como tal. A lo largo
del libro hemos tratado de investigar acerca de las causas que
explican por qué existe dicha asociación “España = Franco”, y por
qué no hay un marxismo español. La ausencia de este marxismo
español, y en español, tendría las siguientes doce causas, todas
tratadas a lo largo de este libro:
1) Leyenda Negra antiespañola, asumida plenamente por buena parte de las
“izquierdas”.
2) Peso del krausismo en España que taponó la entrada de Hegel en el país. Los
marxistas españoles reciben influencia directa de Krause más que de Hegel.
3) Los escritos de Marx y Engels llegan a España tarde y mal traducidos, a partir
de 1871. Sus escritos sobre España no se traducen completamente hasta 1998.
4) Peso del anarquismo en España como corriente mayoritaria de las izquierdas
(entre 1868 y 1939) durante el periodo de entrada del marxismo en el país.
5) La socialdemocracia española, de inspiración eminentemente alemana, que ha
popularizado el federalismo como modelo de organización territorial influida por
Eduard Bernstein.
6) El impacto de las tesis del austromarxismo de Otto Bauer en el
nacionalsindicalismo (fascismo), primero, y en la socialdemocracia española
después.
7) El franquismo, como largo período histórico (36 años) que logró asociar la idea
de España al régimen y a la persona misma del dictador Francisco Franco. El
franquismo, desde el inicio, dio una orientación europeísta a la política exterior
española, que se hizo también atlantista con el fin de la Segunda Guerra Mundial.
8) La acción anticomunista del Congreso por la Libertad de la Cultura en España,
financiado por la CIA, que consiguió evitar una alternativa comunista sólida para el

279
país, conformando una izquierda antisoviética, federalista y plurinacionalista.
9) El eurocomunismo impuesto desde 1970 por Santiago Carrillo al PCE, que
todavía dura. El eurocomunismo asumió las tesis del Congreso por la Libertad de la
Cultura sobre la cuestión nacional.
10) La caída del bloque soviético, acompañado en España de la entrada en la
Comunidad Económica Europea (luego UE), la OTAN y el euro. El régimen de 1978
continuó la orientación europeísta y atlantista del régimen de Franco.
11) Los escritos de Rosa Luxemburg sobre La cuestión nacional llegan traducidos
tarde, en 1998, el mismo año que los textos de Marx y Engels sobre España.
12) El postmodernismo de la izquierda políticamente indefinida, heredera del
fraccionalismo eurocomunista aunque diga ser su mayor enemigo crítico. Esta
izquierda indefinida, que algunos llaman populismo, continua las tesis federalistas y
plurinacionalistas del eurocomunismo.
Todas estas causas, entretejidas entre sí, han dado lugar al
resultado conocido por todos y analizado en este libro. No obstante,
nosotros hemos presentado una herramienta que permitiría, en el
futuro, tanto el desarrollo de un marxismo netamente español, y en
español, como el renacimiento del bolchevismo occidental tanto en
España como en las naciones políticas de su órbita lingüística y
cultural. Tanto si el mantenimiento de la unidad de España va a ser
posible como si no, la necesidad de un marxismo netamente
español, que resuelva la cuestión nacional según los parámetros de
este libro, es más que necesaria. Es obligatoria. Si España sigue
unida en el futuro, nuestro libro permitirá tener un punto de partida
con el que elevar a los trabajadores españoles, nativos y residentes,
a la condición de clase nacional, “destruir” el Estado burgués y
construir el Estado español obrero y socialista. Si España ha
sucumbido a la tectónica de placas geopolíticas que tiran de sus
partes (también las separatistas) para descomponerla, igualmente
este libro servirá como punto de partida para reunificar la nación
española y elevar a la clase obrera reunificada a la condición de
clase nacional. Por tanto, nos atrevemos a asegurar que la suerte
de este libro será pareja a la suerte de la nación y de sus clases de
trabajadores.

a) A más europeísmo, menos España


La suerte de la nación y de sus trabajadores depende de la suerte
de la plataforma supraestatal en que se encuentre inserta. De esa
inserción depende caminar hacia la resolución de las doce causas
antedichas que han impedido el desarrollo de un marxismo español.

280
Pues estas causas históricas tienen que ver con un hipotético, pero
asumido socialmente, aislamiento histórico de España respecto a
Europa. Lo cierto es que España nunca estuvo aislada de Europa
debido a su condición imperial, a sus relaciones comerciales con el
mediterráneo, a las conexiones entre sus clases dirigentes y las
clases dirigentes de naciones como Francia, Portugal, Inglaterra o
Alemania y, sobre todo, al hecho de que durante tres siglos España
no se circunscribía al territorio europeo que hoy día conforma la
mayoría de su extensión como país. Nos referimos al territorio
americano que fue español. A medida que, durante los siglos XIX y
XX, España perdía territorios de ultramar, el europeísmo ha ganado
terreno como ideología. Y al mismo tiempo que el europeísmo se
volvía hegemónico en España, los nacionalismos periféricos, los
(con) federalismos y los separatismos, también se convertían en
ideologías importantes y de peso. Y no ha habido, desde mediados
del siglo XIX, ninguna ideología en España que haya sido crítica del
europeísmo, el cual antes se manifestaba en tendencias de algunas
fracciones de la Gran Burguesía y de la aristocracia española, como
puedan ser los francófilos, los anglófilos (y su vertiente
contemporánea, los norteamericanófilos) y los germanófilos.
¿Qué queremos decir con todo esto? En primer lugar, que la
transformación del Imperio Español en una veintena de naciones
políticas independientes que hablan el mismo idioma ha generado
dos procesos paralelos y contrapuestos. El primero, que las
naciones hispanoamericanas independizadas, en estos doscientos
años de independencia, han desarrollado procesos políticos de
integración entre sí y con otras de su entorno geográfico más
cercano, como Brasil y las naciones del Caribe, dando lugar a lo que
hoy día se conoce mayoritariamente como Latinoamérica. En esos
procesos, tan problemáticos como irregulares debido, sobre todo, a
la acción desintegradora de los Estados Unidos y a la cortedad de
miras de muchas clases dominantes latinoamericanas, ni Portugal ni
España están presentes, y apenas se les espera. El segundo
proceso sería el siguiente: que tanto España como Portugal han
pasado, en estos doscientos años, de depender comercialmente de
Francia y el Imperio Británico a hacerlo ahora de Alemania y
Estados Unidos. Y en ese proceso de anglogermanización de la vida

281
política española (nunca concluido ni cerrado del todo), la cuestión
nacional española también se ha complicado. La progresiva
descomposición del patriotismo español ha ido pareja de la
progresiva integración de España en organismos políticos,
económicos y militares dominados por Estados Unidos y Alemania.
A estas naciones les conviene una España débil, desunida en lo
social y lo cultural, pero al mismo tiempo unida en lo logístico-militar.
Al mismo tiempo, conviene una España débilmente industrializada y
especializada en el sector servicios. La acción exterior de Estados
Unidos y de Alemania hacia España, tal y como expusimos en el
capítulo anterior, ha tratado de evitar una España económicamente
fuerte, y con una clase obrera fuerte. Por eso, cualquier tipo de
tensión, o separación, entre trabajadores españoles beneficia a los
poderes económicos, políticos y militares extranjeros que, con la
complacencia de la burguesía española, nos han convertido en
periferia económica mundial, al tiempo que las clases dominantes
españolas son propietarias de empresas transnacionales que
ejercitan la acumulación por desposesión, sobre todo, en el norte de
África y en América Latina. Eso sí, siempre bajo la atenta mirada
anglogermánica, que procurará evitar que dichas empresas puedan
hacerle competencia en la dominación mundial. Es decir, la
condición de posibilidad que permite a la burguesía española tener
mercados abiertos en Latinoamérica es su sumisión a la Gran
Burguesía de Alemania y de los Estados Unidos.
En segundo lugar, que la cuestión nacional española, siendo
importante y muy esencial, está supeditada a la cuestión geopolítica.
Una cuestión geopolítica que, desde la perspectiva de la dialéctica
de clases y de Estados, ha aplicado a nuestra España la división
internacional del trabajo que requería el establecimiento del nuevo
orden mundial imperante tras la crisis del petróleo de ١٩٧٣, y que
solo desde la Gran Recesión de ٢٠٠٧ ha empezado a cuestionarse.
Así pues, el desarrollo de un marxismo-leninismo adaptado al siglo
XXI en el campo del bolchevismo occidental requiere, desde la
perspectiva de España, tener presente que, de la misma manera
que la cuestión agraria era el problema principal tanto en Rusia
como en China durante sus respectivas revoluciones, la cuestión

282
geopolítica y económica es el problema principal que afecta a
España, del cual deriva la situación respecto a la cuestión nacional.
Por eso, que en España las “izquierdas” sigan equiparando la idea
de España al franquismo es lo mejor que le puede pasar a la
derecha y a la burguesía patria para mantener su poder. Pues eso
permitirá mantener la situación geopolítica de la adecuación de
España a la división internacional del trabajo del capitalismo
postfordista en que nos encontramos. Una nación hostelera y
turística, con sus regiones enfrentadas entre sí, y sin una clase
obrera unificada bajo la dirección de un inexistente partido de
vanguardia que eleve a dicha clase a la condición de clase nacional,
y que rompa con los bloques económico-políticos y militares en que
estamos insertos. He aquí lo que asegura, sin duda, que la situación
actual perdure, e incluso, que empeore.

b) ¿Qué hacer?
Así pues, ¿qué hacer? Lo prioritario ahora es saber que nos
encontramos en un período histórico en el que ya es posible
conformar un marxismo netamente español, y por extensión en
español. Aunque esto, para muchos, pueda resultar extemporáneo,
la verdad es que ahora ya es posible luchar por la resolución de las
doce causas que han provocado que estemos en la actual situación:
1) Ahora es posible neutralizar la Leyenda Negra, pues la disciplina histórica ya la
ha rebatido. No se trata de impulsar una Leyenda Rosa o Blanca sobre el pasado
imperial de España. Sino de ofrecer la verdad al pueblo, pero siempre con el objetivo
de neutralizar académica y políticamente, socialmente, a la Leyenda Negra.
2) Ahora es posible neutralizar los restos del krausismo español, diluidos en
diversas ideologías, sobre todo la socialdemocracia. España dispone de una
herramienta filosófica que, conjugando a Hegel con Marx, Platón, Aristóteles, Tomás
de Aquino, Spinoza y los conceptos desarrollados en las ciencias naturales y
sociales, permite disponer a más de 500 millones de hispanoparlantes de una
adaptación al mundo actual de la dialéctica desarrollada por Hegel, aunque no se
limite, en absoluto, a ser solo eso. Esa herramienta está escrita y desarrollada en
español, y es el legado filosófico del fallecido Gustavo Bueno: el materialismo
filosófico, su propuesta alternativa al diamat soviético que, en el mundo
iberoamericano, podríamos combinar con el materialismo histórico como
herramientas prácticas de transformación social. En lo que comporta a su conexión
con el marxismo y el leninismo, el materialismo filosófico es la herramienta filosófica
en español que los comunistas del porvenir tendrán que tomar en cuenta para
neutralizar desvaríos filosóficos de todo tipo. Bueno es “nuestro Hegel”, aunque no es
un nuevo Hegel. Y no hace falta que lo sea porque Hegel solo hay uno, y Bueno solo
habrá uno. Pero de la misma manera que el marxismo alemán no se puede entender

283
sin Hegel, llegará un momento en que el marxismo español, y en español, no podrá
entenderse sin Gustavo Bueno.
3) Ahora es posible leer y releer, y estudiar, los textos de Marx y Engels sobre
España. Ya están traducidos y disponibles para todos los públicos.
4) Ahora es posible compensar el peso histórico del anarquismo, en tanto que
éste, si no es reactivado contra el marxismo, seguirá siendo tan débil como lo es
desde hace décadas. Y convendría combatir sus ideas diluidas en otras ideologías,
también en el marxismo. En todo caso, el anarco-sindicalismo español es ya una
reliquia histórica.
5) Ahora es posible combatir el federalismo socialdemócrata con las herramientas
teóricas aquí sugeridas, aprovechando que con la Gran Recesión de 2007, y a pesar
del reagrupamiento europeísta tras el Brexit entre España, Italia, Alemania y Francia,
la socialdemocracia que trajo, junto a la democracia cristiana, el Estado de bienestar
de la segunda mitad del siglo XX, está en retroceso, en descomposición y en
decadencia, pues ha perdido el favor de los trabajadores.
6) Ahora es posible combatir las tesis del nacionalismo étnico del austromarxismo,
en tanto se utilicen las herramientas teóricas y políticas que hemos sugerido y
argumentado. Pues son herramientas para la praxis política, no meramente para el
debate académico y de salón.
7) Ahora es posible combatir la herencia del franquismo desde una posición
ideológica fuerte, de izquierda políticamente definida, que rechace la ecualización
España = Franco que tan buenos réditos dio, además, al franquismo, tanto a su
vertiente intransigente (el llamado Búnker) como a su vertiente reformista, la que
capitaneó la Transición. Con las herramientas teóricas y políticas que hemos
sugerido, hemos de ser capaces de ir al Valle de los Caídos, sacar de sus tumbas a
José Antonio Primo de Rivera y a Franco y arrebatarles, para siempre, la idea de
España que se llevaron a la tumba privándoles de ella a los obreros de nuestra
Patria. Hasta que no se haga esto, Franco seguirá ganando batallas ya fallecido, al
igual que el Cid Campeador. La verdadera victoria sobre la Historia reciente de
España por parte del comunismo llegará cuando nuestro comunismo niegue la
ecualización España = Franco, y la sustituya por España = comunismo. Cuando el
comunismo eleve a los trabajadores a la condición de clase nacional, el comunismo y
los trabajadores se apropiarán de una Historia de siglos que ya no recuperará jamás
ni la burguesía, ni el fascismo, ni la reacción. Para conseguir dicha elevación el
comunismo tendrá que batallar, y ganar, en un campo de guerra político
importantísimo, la Historia. Y por eso, cada línea, por leve que sea, de la Historia de
España, debe ser arrebatada y apropiada por el comunismo. Si el comunismo
español se hace con el pasado, podrá hacerse con el futuro desde el presente.
8) Ahora es posible denunciar la injerencia extranjera que, a través de
fundaciones y agencias de inteligencia, han conformado izquierdas anticomunistas
en suelo patrio. Primero fue el Congreso por la Libertad de la Cultura. Más tarde, las
izquierdas indefinidas y el fundamentalismo democrático impulsado por George
Soros y burgueses similares, financiadores tanto del Diplocat (la protodiplomacia
separatista catalana) como de ciertos medios de comunicación y ONGs de las
izquierdas más extravagantes y divagantes. No es casual que Soros intervenga en
España tan activamente desde la Gran Recesión, para evitar una resolución
revolucionaria de los problemas que aquejan a la nación.
9) Ahora es posible, por su desprestigio, acabar con el legado del eurocomunismo
que destrozó no solo al Partido Comunista de España, sino también al de Francia y al
de Italia.

284
10) Ahora es posible comprender cómo afectó la caída de la URSS a la
conformación del bloque europeísta realmente existente, y entender que solo un
bloque geopolítico homogéneo intercontinental, con una población muy grande y con
unos recursos materiales abundantes, bien gestionados y administrados, es capaz de
evitar el avance del imperialismo depredador y, también, de pasar a la ofensiva
contra él.
11) Ahora es posible leer, releer y estudiar a Rosa Luxemburg y sus escritos sobre
La cuestión nacional. Y, por tanto, es posible ver que, en lo sustancial al respecto de
la cuestión nacional, y vistos los resultados históricos de otras aplicaciones, ella
siempre tuvo la razón. Ahora es posible reconocer el legado político de ella como
pionera y madre del bolchevismo occidental, aplicable tanto a España como a otras
naciones, prácticamente a todas las naciones políticas existentes en este año 2017.
12) Y ahora es posible, finalmente, combatir con las herramientas adecuadas, las
antes mencionadas, a la izquierda indefinida postmoderna, continuadora del
federalismo eurocomunista y del plurinacionalismo austromarxista y bundista. Esta
izquierda postmoderna es enemiga de la Razón, y por tanto, enemiga del
materialismo histórico, filosófico y político. El postmodernismo filosófico, en general,
aplicado al espacio político, puede ayudar a la descomposición completa de cualquier
sociedad. Por eso, porque puede conducirnos de regreso a la barbarie o al
salvajismo, ha de ser combatido con el arma del racionalismo materialista más
radical. El postmodernismo es enemigo de cualquier cambio revolucionario real que
pueda darse en cualquier sociedad política. Por eso, deberá ser combatido en todas
partes, incluido en las propias filas comunistas.
También contamos con aportaciones teóricas de marxistas
postsoviéticos muy potentes. Me atrevería a mencionar las
aportaciones que, exclusivamente en materia económica, han
desarrollado muchos profesores españoles y latinoamericanos como
Juan Pablo Mateo Tomé, Rolando Astarita, Diego Guerrero, Xabier
Arrizabalo, Joaquín Arriola, Mario del Rosal, Javier Murillo, Javier
Navascués, Eduardo Sánchez Iglesias, etc. La escuela económica
que han desarrollado puede aportar ideas de cada uno de ellos al
marxismo que toca construir.
En el período histórico en que nos encontramos, el marxismo
español e iberoamericano que es posible ya conformar requiere de
una herramienta política, que no puede ser otra que un partido. No
valen aquí micropartidos escindidos en diásporas históricas que han
demostrado su fracaso. Tampoco “movimientos políticos y sociales”
cuya burocratización administrativa es inevitable, y en la que
terminarán confluyendo personas de muy diverso pelaje que, sin la
doctrina adecuada que los frene o los reeduque, destrozarán
cualquier alternativa política desde dentro del Partido. Estos
“movimientos políticos y sociales” pueden ser convergentes o
identitarios. No es lo que los trabajadores necesitan. Es necesaria

285
una identidad comunista, pero no autosatisfecha de su propia
marginalidad. Es necesario converger con el mundo del trabajo, el
de la política y el de la acción social, pero no a costa de los
innegociables principios comunistas, ni de la organización ni de su
Historia. Ni convergentes ni identitarios. España necesita
comunistas.
El modelo de Estado obrero que España necesita, siguiendo el
marxismo-leninismo expuesto en este libro, es el de una República
Unitaria, Unicameral, Centralista, Presidencialista, Socialista e
Internacionalista. Solo de esa manera podrá elevarse a los
trabajadores españoles a la condición de clase nacional. Y solo así
podrá conectarse a esa clase nacional con la Internacional. El
mundo, para poder ser transformado, necesita de un bloque político
obrero y socialista, lo más homogéneo, poblado, rico y extendido
posible, a las puertas incluso del centro de la economía capitalista.
España tiene la oportunidad, no de liderar, pero sí de participar en la
conformación de ese bloque. Dicha participación requiere una
orientación muy clara, sin desviaciones. Tal orientación la dio el
mismísimo camarada Fidel Castro en una entrevista a Radio
Televisión Española en La Habana, Cuba, en el año 1984, que
puede visionarse y escucharse en Youtube y en la web de Radio
Televisión Española. Fidel era preguntado sobre España, y
respondía así:
Yo le veo a España una oportunidad única. Y una necesidad de España, que son
sus vínculos con América Latina y sus vínculos con el Tercer Mundo. Creo que en
ese campo, España tiene un gran porvenir. Todo lo que la aleje de esos vínculos, a
mi juicio, nos perjudica a nosotros y perjudica a España. Mientras más se
compromete España con Europa y más europea se sienta, nos sentimos afectados.
Sé que una mayoría de los españoles quiere la Comunidad Económica Europea. No
podemos oponernos o criticar que España, por razones económicas, quiera participar
de los beneficios de la Comunidad Económica Europea. Pero puede perjudicarnos en
cierto sentido. Habría que ver cuál es el régimen de relaciones comerciales entre
España y Cuba, y España y América Latina, después que España entre en la
Comunidad Económica Europea. Porque podemos salir perdiendo. Y no nos interesa
mucho. Mientras más se mantenga España alejada de bloques militares, y lo digo
con toda claridad, mayor puede ser, mejores pueden ser, las relaciones de España
con América Latina y el Tercer Mundo. Yo veo en este momento en que surge en
España la época de la institución de la democracia, del desarrollo, ¡España que ha
cometido muchos errores históricos!, considero que cometería un gran error histórico
en renunciar al grado de confianza, y al grado de relación, que puede existir entre
América Latina, el Tercer Mundo y España, por el hecho de que España forme parte
de un bloque militar. Y lo digo, realmente, sin quererme meter, simplemente estoy

286
defendiendo mi razonamiento. Y ya una vez me busqué una gran crítica por esto.
Hasta los comunistas españoles me criticaron. No me meto, pero acogiéndome a mi
parte de español y a la libertad de derecho de España, me tomo la libertad de dar
este punto de vista. Quisiéramos a España neutral. Quisiéramos a España fuera de
un bloque militar. Si España se compromete con un bloque militar ¡Adiós las
magníficas posibilidades que existen hoy de algo que necesitamos nosotros y que
necesita España! ¡Son sus relaciones con América Latina, y sus relaciones con el
Tercer Mundo! (Castro, 1984).
Fidel sabía perfectamente que entrar en Europa era sinónimo de
entrar en la OTAN, y que la Unión Europea es un tentáculo más del
imperialismo depredador estadounidense. De hecho, las relaciones
entre América Latina y España han ido progresivamente
empeorando a medida que España se comprometía más con el
europeísmo y el atlantismo, sin negar otras circunstancias de
empeoramiento de relaciones dadas a uno y otro lado del Atlántico.
Frente a esa realidad histórica que Fidel previó, y que ha
profundizado en la debacle político de nuestras “izquierdas”, y en las
tensiones entre españoles en clave regionalista y separatista, hay
alternativa.
Una República española unitaria, centralista, socialista, que
rompa con el euro, la Unión Europea y la OTAN, que mire hacia
América Latina para unirse a ella, no como en el pasado, sino en
una forma nueva: en una Alianza Socialista Iberoamericana, desde
la que ayudar al resto de naciones del Mundo a avanzar al
socialismo, respetando sus propios caminos, pero ayudando desde
la generosidad, la firmeza y la fortaleza de las posiciones políticas
comunistas. Este es el camino a seguir para el comunismo español
que quiera elevar a las clases de trabajadores de España a la
condición de clase nacional. Si no, no habrá clase nacional. Y
tampoco habrá nación. La cuestión nacional española depende, en
última instancia, de la existencia de un marxismo-leninismo
netamente español, y en español, que anule, y supere, el estado de
cosas actual. Del legado que nosotros dejemos a los marxistas, a
los obreros y a la España del futuro dependerá la reanudación de
los períodos revolucionarios finalizados en 1939. Así pues,
acabamos este libro parafraseando a Lenin, con la pregunta con la
que acabó su ¿Qué hacer? de 1902. Lo hacemos, dando una
respuesta al ¿qué hacer? con España en este 2017 y en el porvenir:
“[…] resumiendo lo que acabamos de exponer, podemos dar esta

287
escueta respuesta a la pregunta: ¿qué hacer?”: Recuperar España
para siempre y no soltarla jamás.

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297
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Portada
Portadilla
Copyright
Índice
1. Introducción
a) La Leyenda Negra y la hispanofobia
b) La influencia del krausismo en España y la ausencia de
Hegel
c) Krausismo vs. Marxismo
d) El krausismo en el régimen de 1978
e) Más allá de la Leyenda Negra y el krausismo combinados
hay más causas que han impedido el nacimiento de un
marxismo español
Parte I
2. “Los obreros no tienen patria...”
a) Las acusaciones burguesas al comunismo. Primera
acusación: abolición de la propiedad privada vs. abolición del
capital
b) Segunda acusación: abolición de la libertad individual vs.
abolición de la libertad de conformar y valorizar capital
c) Tercera acusación: abolición del trabajo vs. abolición de la
explotación capitalista
d) Cuarta acusación: abolición de la cultura vs. conquista de la
civilización
e) Quinta acusación: abolición de la familia vs. protección
comunista de los niños y liberación de la mujer
f) Sexta acusación: abolición de la patria vs. elevación del
proletariado a la condición de clase nacional
3. Marx y Engels sobre España
a) Marx, marxismo y marxistas. Cómo llegan estos términos a
España
b) España, ¿”despotismo oriental” según Marx?
c) Una aproximación de Marx a las revoluciones españolas

298
d) España, como nación política, es una creación de las
izquierdas
e) El materialismo histórico y la dialéctica aplicados a la Historia
de España. La teoría de los períodos revolucionarios (1º: 1808-
1814; 2º: 1820-1823; 3º: 1834-1843; 4º: 1854-1863)
f) El quinto período revolucionario: el Sexenio Democrático
(1868-1874)
g) El sexto período revolucionario: el fin del turnismo de la
Restauración (1917-1923)
h) El séptimo período revolucionario: la Segunda República y la
Guerra Civil (1931-1939)
i) La Historia de España como nación política a lo largo de siete
períodos o ciclos revolucionarios
j) La lucha de clases en la España anterior a 1808. La
formación de España como nación histórica
k) La Guerra de la Independencia Española (1808-1814).
Primer período revolucionario y nacimiento de la nación política
l) La importancia del anarquismo en la historia de España.
Engels, “Los bakuninistas en acción” y el freno histórico del
anarquismo al marxismo
m) Los textos de Marx y Engels sobre España y su contribución
a la construcción del marxismo español, y en español
4. Sobre la cuestión irlandesa
a) Dialéctica de Imperios. Marx sobre “La dominación británica
en la India”
b) Acerca de los “Futuros resultados de la dominación británica
en la India”
c) Tanto la India como Irlanda fueron colonias del Imperio
Británico
d) La emancipación de la colonia británica de Irlanda y la
revolución comunista en el Imperio Británico
e) La trampa de la independencia de Irlanda, urdida desde
Londres
f) Cómo Irlanda se convirtió en colonia británica y por qué su
caso no es equiparable al de ninguna región de España
g) Qué es el colonialismo desde las coordenadas del
materialismo histórico

299
Parte II
5. Lenin, el Estado y la revolución
a) La actitud de la revolución proletaria hacia el Estado
b) Qué quiere decir realmente el marxismo-leninismo con
“extinción” del Estado
c) La dictadura del proletariado es el Estado proletario, la
organización del proletariado como clase dominante
d) Marxismo-leninismo y parlamentarismo
e) El marxismo-leninismo contra el separatismo, contra el
federalismo y contra el confederalismo. El centralismo obrero
f) La República Única e Indivisible, el modelo de Estado del
marxismo-leninismo
6. Sobre el derecho de autodeterminación
a) Bolchevismo oriental y bolchevismo occidental: dos ramas
del marxismo-leninismo aplicadas a realidades históricas y
geopolíticas distintas
b) La idea de “autodeterminación” en Lenin. Su significado real
y su contextualización
c) La singularidad de Polonia. De Imperio conquistador de
Moscú a colonia de Rusia
d) El caso de Polonia, como el de Irlanda, tampoco es
extrapolable al de ninguna región de España. “Polonia” en la
cultura popular española
e) El “derecho de autodeterminación” no es aplicable a las
naciones de Europa occidental. El abecé del marxismo
f) Lenin, el bolchevismo oriental y la unidad de los trabajadores
por encima del nacionalismo
g) La singularidad de Noruega. De región de Dinamarca a
Colonia de Suecia
h) La Unión Soviética fue la remodelación socialista de un
Imperio Colonial donde la metrópoli y sus colonias se
convirtieron en repúblicas federadas
i) Tras el hundimiento del bolchevismo oriental, hay que
descartar su idea de “autodeterminación”
7. Stalin y la cuestión nacional
a) Stalin contra la ola nacionalista en Rusia

300
b) La definición de nación según Stalin. Las siete características
que ha de tener, obligatoriamente, una nación para ser nación
c) Ni Cataluña ni el País Vasco son naciones desde las
coordenadas del marxismo-leninismo
d) Psicología y cultura nacionales según Stalin y el marxismo-
leninismo
e) Si se dan seis características de siete, no hay nación. Tienen
que darse las siete características a la vez
f) Irlanda: la excepción que confirma la regla en Europa
occidental. El camino a seguir por el comunismo del futuro
respecto a la cuestión nacional
8. Bundismo y austromarxismo. Su influencia en España
a) Qué es el austromarxismo y cómo lo critica Stalin
b) La idea de nación del austromarxismo es la misma que la del
nacionalsindicalismo de la Falange
c) El austromarxismo fue cómplice de la destrucción de Austria-
Hungría
d) Stalin contra la autonomía cultural-nacional austromarxista
e) La influencia del austromarxismo en España fraccionó a las
fuerzas políticas y sindicales de la clase obrera
f) La oposición bolchevique al bundismo y al liquidacionismo por
su separatismo
g) El “marxismo” en España es un conjunto de retazos de ideas
mal conjugadas de bolchevismo oriental, bundismo,
austromarxismo, eurocomunismo y postmarxismo
9. Cuestión nacional, táctica y estrategia bolcheviques
a) La cuestión nacional no puede desconectarse de la cuestión
internacional
b) Contra el federalismo, autonomía regional, provincial y
municipal combinada con centralismo
c) La táctica y la estrategia bolcheviques sobre la cuestión
nacional en Los fundamentos del leninismo
d) Qué es revolucionario y qué es reaccionario en España
e) La geopolítica revolucionaria del marxismo-leninismo
f) Un solo Partido, un solo Estado, un solo Poder. Una sola
Revolución

301
g) El racionalismo universalista de la Revolución Comunista. Su
expansión y trascendencia
10. Rosa Luxemburg y el Estado obrero
a) La posición de Rosa Luxemburg sobre la autodeterminación
b) La nación política obrera
c) Contra el federalismo una vez más
d) Como Lenin y Stalin, Luxemburg combina centralismo con
autonomía local
e) Autonomía no es ni descentralización, ni federación ni
confederación, ni de iure ni de facto
Parte III
11. El problema de España desde el franquismo
a) La llegada del nacionalismo cultural (völkisch) a España
b) Orígenes de la germanofilia de Estado en España. El primer
franquismo
c) Franco orienta a España hacia el atlantismo y el europeísmo.
El régimen de 1978 continúa esa orientación y la afianza
d) La nueva división internacional del trabajo tras la caída de la
Unión Soviética. España en la era de la Globalización
e) La oposición anticomunista al franquismo. La CIA, el
Congreso por la Libertad de la Cultura y su simpatía hacia los
nacionalismos periféricos
f) El Congreso por la Libertad de la Cultura se infiltra en el
Partido Comunista de España. Comienza la orientación
eurocomunista, federalista y europeísta del PCE
g) El régimen de 1978: un régimen construido contra el Partido
Comunista de España
12. Conclusiones
a) A más europeísmo, menos España
b) ¿Qué hacer?
13.Bibliografia

302

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