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Análisis Sobre La Consciencia Ecológica

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ANÁLISIS SOBRE LA CONSCIENCIA ECOLÓGICA

Este conocimiento procura derrocar la idea de que somos la especie elegida, pedestal sobre el que

se yergue el hombre divinizado y la civilización suicida. Durante la Ilustración se consolida un

humanismo, empapado por el pensamiento de Bacon y Descartes, que a golpe de Razón

pretende conquistar y dominar la naturaleza. El "antropocentrismo" sobre el que se construye la

actual cultura occidental, con sus pilares ilustrados -de Razón, Ciencia y Progreso-, sitúan al

hombre como el centro de la naturaleza y del universo. De este sustrato germina la

conciencia de especie elegida, que hace del hombre un ser de trascendencia, al que se le otorga

carta blanca -derecho moral- para subyugar a sus necesidades al medio natural.

Siguiendo este enfoque hegeliano -que defiende que el comportamiento está regido por las ideas

y la cultura-, es evidente que nuestra civilización se ha mostrado en gran medida indiferente a

nuestra relación con la naturaleza. Según Lynn White (1967), se debe al poso dejado por la

tradición judeocristiana. Las sagradas escrituras sitúan al hombre en el centro de la creación, de

manera que los seres vivos -y el mundo natural- son creados por Dios para nuestro disfrute.

Tampoco es patrimonio exclusivo de la tradición judeocristiana la idea de apropiación de la

naturaleza, pues en ocasiones las religiones orientales, según demuestra Tuan (1968), han

cerrado los ojos ante este tipo de agresión.

Según sabemos, las causas directas del actual deterioro ambiental hay que buscarlas en el

proceso de industrialización. Luego, las ideas de este irresponsable comportamiento están

larvadas en el propio proyecto de la Modernidad. En concreto, en las Luces de la revolución

científica, que fomentan una actitud instrumentalista hacia la naturaleza. No olvidemos que estas

Luces alumbran la revolución industrial, que sirve de fértil pasto al capitalismo.

Desde este horizonte retrospectivo se atisba con claridad que "no existe una crisis en el uso de

la naturaleza que no sea una crisis en la forma de vida del hombre" (Deléage 1993: 283). La

situación de inestabilidad ambiental recurrente, de la que ahora somos plenamente conscientes;

en rigor, se puede remontar al advenimiento de la revolución industrial, en cuanto que supone

una auténtica transformación en la representación de la naturaleza y, por tanto, uno de los hitos

históricos más importantes en la relación Hombre-Naturaleza -comparable a la revolución


neolítica-. A partir de este momento, la visión prometeica de la sumisión de la naturaleza al ser

humano se convierte en hegemónica, inaugurándose una civilización industrial que se otorga el

gobierno absoluto sobre la ecosfera.

A pesar de todo, no debemos caer en el juicio fácil de cargar a la cuenta del capitalismo es total

responsabilidad de la actual crisis ambiental, pues los regímenes comunistas tampoco se han

mostrado muy respetuosos con el ambiente (McNeill 2003). No olvidemos que el propio Marx

respalda la idea de que "la explotación del hombre por el hombre" deje paso a "la explotación de

la naturaleza por el hombre" (Schmidt 1976). Realmente, el capitalismo y el comunismo son

parte de un concepto mundial más amplio, al que Jonatton Porritt (1984) llama "industrialismo".

En su cuño está impresa la idea de que el progreso de la humanidad se mide por su crecimiento

económico y tecnológico.

Tampoco nuestra sociedad industrializada es la única que ha creado serios problemas

ecológicos -aunque si a escala planetaria-. La "historia ambiental" cuenta con numerosos

ejemplos de sociedades preindustriales -como las precolombinas- que arruinan su civilización

por una explotación desmedida de los recursos. No podemos olvidar que nosotros mismos -el

Homo sapiens-, cuando entramos en Europa, América y Australia (ya bien entrado el Pleistoceno

superior) provocamos la extinción de numerosas especies

En el "ecologismo" los debates teórico-filosóficos sobre la relación hombre-naturaleza,

tradicionalmente, se han organizado en torno a dos grandes grupos. Por un lado, está la línea

menos dogmática y doctrinal, que se implica tanto en la búsqueda de soluciones directas para

solventar los problemas ecológicos, como en la conservación de la biodiversidad. Por otro lado,

está la línea más radical que también se interesa por estas consecuencias, pero se compromete

además, en la búsqueda intelectual de las causas que han propiciado la crisis medioambiental;

en particular, esta última cuestión los conduce hacia una marcada hostilidad por el proyecto

ilustrado.

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