Fabulas Esopo
Fabulas Esopo
Fabulas Esopo
Afrodita y la gata
Se había enamorado una gata de un hermoso joven, y rogó a Afrodita que la
hiciera mujer. La diosa, compadecida de su deseo, la transformó en una bella
doncella, y entonces el joven, prendado de ella, la invitó a su casa.
Y mientras caminaba sin rumbo llegó a donde yacía un león, que gimiendo le
suplicó:
—Por favor te ruego que me ayudes, pues tropecé con un espino y una púa se
me enterró en la garra y me tiene sangrando y adolorido.
Una vez en la arena, fue suelto un león, y éste empezó a rugir y buscar el
asalto a su víctima. Pero a medida que se le acercó reconoció a su benefactor
y se lanzó sobre él pero para lamerlo cariñosamente y posarse en su regazo
como una fiel mascota. Sorprendido el emperador por lo sucedido, supo al
final la historia y perdonó al esclavo y liberó en la foresta al león.
Bóreas y el Sol
Bóreas y el Sol disputaban sobre sus poderes, y decidieron conceder la palma
al que despojara a un viajero de sus vestidos.
—No tengo que agradecerte ya tu servicio, pues veo que no lo haces por
razonamiento, sino por manía.
Diógenes y el calvo
Diógenes, el filósofo cínico, insultado por un hombre que era calvo, replicó:
— ¡Los dioses me libren de responderte con insultos! ¡Al contrario, alabo los
cabellos que han abandonado ese cráneo pelado!
Dos hombres disputando acerca de los dioses
Se encontraban disputando dos hombres sobre cuál de los dioses, Hércules o
Teseo era el más grande.
Pero los dioses, irritados contra ellos, se vengaron cada uno en el país del
otro.
El abeto y el espino
Disputaban entre sí el abeto y el espino. Se jactaba el abeto diciendo:
—Soy hermoso, esbelto y alto, y sirvo para construir las naves y los techos de
los templos. ¿Cómo tienes la osadía de compararte a mí?
—¡Si recordaras —replicó el espino— las hachas y las sierras que te cortan,
preferirías la suerte del espino!
El adivino
Instalado en la plaza pública, un adivino se entregaba a su oficio.
—Oye, amigo: tú que te picas de prever lo que ocurrirá a los otros, ¿por qué
no has previsto lo que te sucedería a ti?
El águila de ala cortada y la zorra
Cierto día un hombre capturó a un águila, le cortó sus alas y la soltó en el
corral junto con todas sus gallinas. Apenada, el águila, quien fuera poderosa,
bajaba la cabeza y pasaba sin comer: se sentía como una reina encarcelada.
Pasó otro hombre que la vio, le gustó y decidió comprarla. Le arrancó las
plumas cortadas y se las hizo crecer de nuevo. Repuesta el águila de sus alas,
alzó vuelo, apresó a una liebre para llevársela en agradecimiento a su
liberador.
Un día que la zorra salió a buscar su comida, el águila, que estaba hambrienta
cayó sobre las zarzas, se llevó a los zorruelos, y entonces ella y sus crías se
regozijaron con un banquete.
Mas no pasó mucho tiempo para que el águila recibiera el pago de su traición
contra la amistad. Se encontraban en el campo unos pastores sacrificando una
cabra; cayó el águila sobre ella y se llevó una víscera que aún conservaba
fuego, colocándola en su nido. Vino un fuerte viento y transmitió el fuego a
las pajas, ardiendo también sus pequeños aguiluchos, que por pequeños aún
no sabían volar, los cuales se vinieron al suelo. Corrió entonces la zorra, y
tranquilamente devoró a todos los aguiluchos ante los ojos de su enemiga.
El águila y los gallos
Dos gallos reñían por la preferencia de las gallinas; y al fin uno puso en fuga
al otro.
Viendo el pastor lo que sucedía, cogió al cuervo, y cortando las puntas de sus
alas, se lo llevó a sus niños.
Le preguntaron sus hijos acerca de que clase de ave era aquella, y les dijo:
Al otro día que salió en busca de comida, se levantó el mar por una borrasca,
alcanzó al nido y ahogó a los pajarillos.
Largo era el camino que le quedaba. Fatigado por la marcha, soltó la carga y
llamó a la Muerte. Esta se presentó y le preguntó por qué la llamaba; contestó
el viejo:
El asno al ver el impacto que un simple canto del gallo realizaba, se llenó de
coraje para atacar al león, y corrió tras de él con ese propósito.
—¡Amigo mío! ¿quieres ver lo que hay en el cielo y no ves lo que hay en la
tierra?
El atún y el delfín
Viéndose un atún perseguido por un delfín, huía con gran estrépito.
A punto de ser cogido, la fuerza de su salto le arrojó sin darse cuenta, sobre la
orilla. Llevado por el mismo impulso, el delfín también terminó en el mismo
sitio. Se volvió el atún y vio al delfín exhalando el último suspiro.
Uno de sus vecinos observó sus frecuentes visitas al lugar y decidió averiguar
que pasaba. Pronto descubrió lo del tesoro escondido, y cavando, tomó la
pieza de oro, robándosela.
— He anhelado ardorosamente ver llegar este día, a fin de que los débiles
seamos respetados con justicia por los más fuertes.
El buey le respondió:
— Mira becerra, ya sabes por qué tú no tenías que trabajar: ¡es que estabas
reservada para el sacrificio!
El caballo viejo
Un caballo viejo fue vendido para darle vueltas a la piedra de un molino.
Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del
asno. Y el caballo, suspirando dijo:
— ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo
ahora tengo que cargar con todo, y hasta con la piel del asno encima!
El caballo y el palafrenero
Había un palafrenero que robaba y llevaba a vender la cebada de su caballo;
pero en cambio, se pasaba el día entero limpiándole y peinándole para lucirlo
de lo mejor.
— Vete mejor entre los infantes, puesto que de caballo que era me has
convertido en asno. ¿Cómo quieres hacer ahora de un asno un caballo?
El caballo, el buey, el perro y el hombre
Cuando Zeus creó al hombre, sólo le concedió unos pocos años de vida.
Cierto día en que el frío era muy crudo, y la lluvia empezó a caer, no
pudiendo el caballo aguantarse más, llegó corriendo a donde el hombre y le
pidió que le diera abrigo.
Le dijo el hombre que sólo lo haría con una condición: que le cediera una
parte de los años que le correspondían. El caballo aceptó.
Poco después se presentó el buey que tampoco podía sufrir el mal tiempo.
Por fin, llegó el perro, también muriéndose de frío, y cediendo una parte de
su tiempo de vida, obtuvo su refugio.
Y he aquí el resultado: cuando los hombres cumplen el tiempo que Zeus les
dio, son puros y buenos; cuando llegan a los años pedidos al caballo, son
intrépidos y orgullosos; cuando están en los del buey, se dedican a mandar; y
cuando llegan a usar el tiempo del perro, al final de su existencia, vuélvense
irascibles y malhumorados.
El camello bailarín
Obligado por su dueño a bailar, un camello comentó:
— ¡Qué cosa! No sólo carezco de gracia andando, sino que bailando soy peor
aún.
El camello que estercoló en el río
Atravesaba un camello un río de aguas rápidas. Sintió la necesidad de
estercolar, y viendo enseguida que pasaba delante de él su excremento,
arrastrado por el río, exclamó:
— ¿Cómo sucede esto? ¡ Lo que estaba atrás mío, ahora lo veo pasar
adelante!
El camello visto por primera vez
Cuando los humanos vieron por primera vez al camello, se asustaron, y
atemorizados por su gran tamaño emprendieron la huída.
Pero llegó el mono y los declaró a los dos incapacitados para reinar.
Apenada la de mayor edad de tratar con un hombre más joven que ella, cada
vez que él la visitaba le quitaba los cabellos negros.
Con esto sucedió que el hombre, pelado alternativamente por una y por la
otra, se quedó completamente calvo.
El carnicero y los dos jóvenes
Hallábanse dos jóvenes comprando carne en el mismo establecimiento.
Viendo ocupado al carnicero en otro sitio, uno de los muchachos robó unos
restos y los arrojó en el bolsillo del otro. Al volverse el carnicero y notar la
falta de los trozos, acusó a los dos muchachos.
Pero el que los había cogido juró que no los tenía, y el que los tenía juró que
no los había cogido. Comprendiendo su argucia, díjoles el carnicero:
Deseó el cazador tener los peces, y el dueño de los peces, las carnes. Pronto
convinieron en intercambiarse las cestas. Los dos quedaron tan complacidos
de su trato que durante mucho tiempo lo siguieron haciendo día a día.
—No acierto — dijo, si es hijo de una loba, de una zorra o de otro animal de
su misma cualidad; pero lo que sí sé es que no ha nacido para vivir en un
rebaño de corderos.
El ciervo en el pesebre de los bueyes
Un ciervo perseguido por la jauría y ciego por el terror del peligro en que se
encontraba llegó a una granja y se escondió entre unas pajas en un cobertizo
para bueyes. Un buey amablemente le dijo:
—¡Oh, pobre criatura! ¿Por qué de esa forma, has decidido arruinarte, y venir
a confiarte a la casa de tu enemigo?
Y replicó el ciervo:
—¿Por qué falta paja aquí? Ni siquiera hay para que se echen.
Y mientras seguía examinando todo, vio sobresalir de entre la paja las puntas
de una cornamenta. Entonces llamando a sus empleados, ordenó la captura
del ciervo y su posterior sacrificio.
El ciervo enfermo y sus visitantes
Yacía un ciervo enfermo en una esquina de su terreno de pastos.
— Padre: eres mayor y más veloz que los perros y tienes además unos
cuernos magníficos para defenderte; ¿por qué huyes delante de ellos?
Mientras el campo fue llano, el ciervo guardó la distancia que le salvaba; pero
al entrar en el bosque sus cuernos se engancharon a las ramas y, no pudiendo
escapar, fue atrapado por el león. A punto de morir, exclamó para sí mismo:
Cuando llegó la hora para la cual era alimentado el ganso, era de noche, y la
oscuridad no permitía distinguir entre las dos aves.
Un día que el hombre daba una cena, trajo al cisne y le rogó que cantara
durante el festín. Mas el cisne mantuvo el silencio.
— Si sólo cantas cuando vas a morir, fui un tonto rogándote que cantaras en
lugar de inmolarte.
El cuervo enfermo
Un cuervo que se encontraba muy enfermo dijo a su madre:
La madre contestó:
— ¿Y cuál de todos, hijo mío, tendrá piedad de tí? ¿Quedará alguno a quien
aún no le hayas robado la carne?
El cuervo y Hermes
Un cuervo que había caído en un cepo prometió a Apolo que le quemaría
incienso si lo salvaba; pero una vez liberado de la trampa olvidó su promesa.
Los pies repetían a cada momento que su fuerza era de tal modo superior, que
incluso llevaban al estómago.
Y el sacrificador le dijo:
Repuso el gallo que con ello también favorecía a sus dueños, porque así las
gallinas ponían más huevos.
— ¡Vaya —exclamó la comadreja—, veo que bien sabes tener respuesta para
todo, pero no por eso voy a quedarme en ayunas! —y se lo sirvió de cena.
El gato y las ratas
Había una casa invadida de ratas. Lo supo un gato y se fue a ella, y poco a
poco iba devorando las ratas.
Pero ellas, viendo que rápidamente eran cazadas, decidieron guardarse en sus
agujeros.
Trepó a lo alto de una viga, y colgado de ella se hizo el muerto. Pero una de
las ratas se asomó, lo vio y le dijo:
Las tomó al rato nuevamente y prosiguió su marcha; más otra vez graznaron
los cuervos. De nuevo se detuvo y entonces les dijo:
—¡Pueden gritar cuanto les venga en gana, pero no tendrán un banquete con
mi carne!
El hombre al que mordió un perro
Un perro mordió a un hombre, y éste corría por todos lados buscando quien le
curara.
— ¡Si así premiara al perro, todos los perros del pueblo vendrían a
morderme!
El hombre y el león de oro
Un avaro que también era de ánimo apocado encontró un león de oro, y
púsose a decir:
— Ahí ves cómo somos más fuertes que vosotros dijo el hombre
enseñándosela al león.
— Por lo que veo, tienes las ideas al revés, además de ser un ingrato, porque
cuando te adoraba, no me has ayudado, y ahora que acabo de tirarte, me
contestas colmándome de riqueza.
El hombre y la hormiga
Se fue a pique un día un navío con todo y sus pasajeros, y un hombre, testigo
del naufragio, decía que no eran correctas las decisiones de los dioses, puesto
que, por castigar a un solo impío, habían condenado también a muchos otros
inocentes.
—Aceptarás ahora que nosotros juzgamos a los hombres del mismo modo
que tu juzgas a las hormigas.
El homicida
Un hombre que había cometido un homicidio era perseguido por los
familiares de la víctima.
—Me está muy bien empleado; ¿quién me llamaba para salvar a un animal
que quería suicidarse?
El jardinero y las hortalizas
Un hombre se detuvo cerca de un jardinero que trabajaba con sus legumbres,
preguntándole por qué las legumbres silvestres crecían lozanas y vigorosas, y
las cultivadas flojas y desnutridas.
— ¡Por favor, vengan y ayúdenme! ¡El lobo está matando a las ovejas!
Pero ya nadie puso atención a sus gritos, y mucho menos pensar en acudir a
auxiliarlo. Y el lobo, viendo que no había razón para temer mal alguno, hirió
y destrozó a su antojo todo el rebaño.
El joven y el escorpión
Un joven andaba cazando saltamontes. Ya había capturado un buen número
cuando trató de tomar a un escorpión equivocadamente.
Suplicáronle los gorriones y las cigarras que no abatiera su asilo, para que en
él pudieran cantar y agradarle a él mismo. Más sin hacerles caso, le asestó un
segundo golpe, luego un tercero. Rajado el árbol, vio un panal de abejas y
probó y gustó su miel, con lo que arrojó el hacha, honrando y cuidando desde
entonces el árbol con gran esmero, como si fuera sagrado.
El labrador y la cigüena
Un labrador colocó trampas en su terreno recién sembrado y capturó un
número de grullas que venían a comerse las semillas. Pero entre ellas se
encontraba una cigüeña, la cual se había fracturado una pata en la trampa y
que insistentemente le rogaba al labrador le conservara la vida:
— Será todo como lo dices, pero yo sólo sé esto: Te capturé junto con estas
ladronas, las grullas, y por lo tanto te corresponde morir junto con ellas.
El labrador y la fortuna
Removiendo un labrador con su pala el suelo, encontró un paquete de oro.
Todos los días, pues, ofrendaba a la Tierra un presente, creyendo que era a
ésta a quien le debía tan gran favor.
— Oye, amigo: ¿por qué agradeces a la Tierra los dones que yo te he dado
para enriquecerte? Si los tiempos cambian y el oro pasa a otras manos,
entonces echarás la culpa a la Fortuna.
El labrador y la serpiente
Una serpiente se acercó arrastrándose adonde estaba el hijo de un labrador, y
lo mató.
No pudiendo salir para buscar comida, empezó por devorar a sus carneros;
luego, como el mal tiempo seguía, comió tambien las cabras; y, en fin, como
no paraba el temporal, acabó con sus propios bueyes.
—Hijos míos: voy a dejar este mundo; buscad lo que he escondido en la viña,
y lo hallaréis todo.
Tesoro no hallaron ninguno, pero la viña, tan bien removida quedó, que
multiplicó su fruto.
El ladrón y su madre
Un joven adolescente robó un libro a uno de sus compañeros de escuela y se
lo mostró a su madre. Ella no solamente se abstuvo de castigarlo, sino más
bien lo estimuló. A la siguiente oportunidad se robó una capa y se la llevó a
su madre quien de nuevo lo alabó.
El joven creció y ya adulto fue robando cada vez cosas de más valor hasta
que un día fue capturado en el acto, y con las manos atadas fue conducido al
cadalso para su ejecución pública.
— Tienes lo que buscaste, pues ¿por qué has tratado de encerrar a una fiera
que más bien debías de mantener alejada?
El león enamorado de la hija del labrador
Se había enamorado un león de la hija de un labrador y la pidió en
matrimonio.
Una vez que el león cumplió lo solicitado, cuando volvió a presentarse ya sin
sus poderes, el labrador lleno de desprecio por él, lo despidió sin piedad a
golpes.
El león y el asno
Se juntaron el león y el asno para cazar animales salvajes. El león utilizaba su
fuerza y el asno las coces de su pies. Una vez que acumularon cierto número
de piezas, el león las dividió en tres partes y le dijo al asno:
— La primera me pertenece por ser el rey; la segunda también es mía por ser
tu socio, y sobre la tercera, mejor te vas largando si no quieres que te vaya
como a las presas.
El león y el asno presuntuoso
De nuevo se hicieron amigos el ingenuo asno y el león para salir de caza.
Llegaron a una cueva donde se refugiaban unas cabras monteses, y el león se
quedó a guardar la salida, mientras el asno ingresaba a la cueva coceando y
rebuznando, para hacer salir a las cabras.
— Nos conviene unirnos a ambos, siendo tu el rey de los animales del mar y
yo el de los terrestres —le dijo—.
El león empezó a arañarse con sus propias garras, hasta que renunció al
combate. El mosquito victorioso hizo sonar de nuevo su zumbido; y sin darse
cuenta, de tanta alegría, fue a enredarse en una tela de araña.
Al tiempo que era devorado por la araña, se lamentaba de que él, que luchaba
contra los más poderosos venciéndolos, fuese a perecer a manos de un
insignificante animal, la araña.
El león y el ratón
Dormía tranquilamente un león, cuando un ratón empezó a juguetear encima
de su cuerpo. Despertó el león y rápidamente atrapó al ratón; y a punto de ser
devorado, le pidió éste que le perdonara, prometiéndole pagarle
cumplidamente llegado el momento oportuno. El león echó a reir y lo dejó
marchar.
— Días atrás —le dijo—, te burlaste de mí pensando que nada podría hacer
por tí en agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que los pequeños ratones
somos agradecidos y cumplidos.
El león y el toro
Pensando el león como capturar un toro muy corpulento, decidió utilizar la
astucia. Le dijo al toro que había sacrificado un carnero y que lo invitaba a
compartirlo. Su plan era atacarlo cuando se hubiera echado junto a la mesa.
Le reclamó el león que por qué se marchaba así, pues nada le había hecho.
— Sí que hay motivo —respondió el toro—, pues todos los preparativos que
has hecho no son para el cuerpo de un carnero, sino para el de un toro.
El león y la liebre
Sorprendió un león a una liebre que dormía tranquilamente. Pero cuando
estaba a punto de devorarla, vio pasar a un ciervo. Dejó entonces a la liebre
por perseguir al ciervo.
Mientras tanto el león, que no pudo dar alcance al ciervo, ya cansado, regresó
a tomar la liebre y se encontró con que también había buscado su camino a
salvo.
Un león quería devorarlos, pero el estar juntos los tres bueyes le impedía
hacerlo, pues el luchar contra los tres a la vez lo ponía en desventaja.
Cuando ya tuvieron bastante, dijo el león al asno que repartiera entre los tres
el botín. Hizo el asno tres partes iguales y le pidió al león que escogiera la
suya. Indignado por haber hecho las tres partes iguales, saltó sobre él y lo
devoró.
La zorra hizo un montón de casi todo, dejando en el otro grupo sólo unas
piltrafas. Llamó al león para que escogiera de nuevo.
Al ver aquello, le preguntó el león que quien le había enseñado a repartir tan
bien.
— Vengo a darte una excelente noticia. Como sabes, el león, nuestro rey, es
mi vecino; pero resulta que ha enfermado y está muy grave. Me preguntaba
qué animal podría sustituirlo como rey después de su muerte.
Al verlo, el león se le abalanzó, pero sólo logró rasparle las orejas. El ciervo,
asustado, huyó velozmente hacia el bosque.
Salió de la cueva y siguió las huellas del ciervo hasta encontrarlo reponiendo
sus fuerzas.
— Ella no tiene por nuestra alteza ningún respeto, y por eso ni siquiera se ha
acercado a saludar o preguntar por su salud.
En ese preciso instante llegó la zorra, justo a tiempo para oír lo dicho por el
lobo. Entonces el león, furioso al verla, lanzó un feroz grito contra la zorra;
pero ella, pidió la palabra para justificarse, y dijo:
— Dime, de entre todas las visitas que aquí tenéis, ¿quién te ha dado tan
especial servicio como el que he hecho yo, que busqué por todas partes
médicos que con su sabiduría te recetaran un remedio ideal para curarte,
encontrándolo por fin?
Lo observaba una zorra, y le criticó por creer que tenía miedo de un simple
ratoncillo, siendo él todo un señor león.
— ¿Por qué me acusas tan a la ligera? ¿No estás satisfecho con todas las
ventajas físicas que te he dado? Lo que flaquea es tu espíritu. Replicó
Prometeo.
Entonces se dijo el león: ¿No sería insensato dejarme morir, siendo yo mucho
más fuerte y poderoso que el elefante, así como mucho más fuerte y poderoso
es el gallo con el mosquito?
El lobo con piel de oveja
Pensó un día un lobo cambiar su apariencia para así facilitar la obtención de
su comida. Se metió entonces en una piel de oveja y se fue a pastar con el
rebaño, despistando totalmente al pastor.
— Ya sé, señor lobo, que estoy condenado a ser tu almuerzo. Pero para no
morir sin honor, toca la flauta y yo bailaré por última vez.
Y así lo hicieron, pero los perros, que no estaban lejos, oyeron el ruido y
salieron a perseguir al lobo. Viendo la mala pasada, se dijo el lobo:
— ¡Ojalá, todos los lobos malvados, murieran de mala muerte, ya que, sin
haber recibido mal alguno de nosotras, nos dan una guerra cruel!
— ¿Cómo me va a asustar el león con semejante talla que tengo? ¡Con treinta
metros de largo, bien fácil me será convertirme en rey de los animales!
Pero en eso lo escuchó un asno que estaba por ahí cerca, y moviendo sus
orejas le dijo:
— Pero si sólo bebo con la punta de los labios, y además estoy más abajo y
por eso no te puedo enturbiar el agua que tienes allá arriba.
— Ya veo que te justificas muy bien, mas no por eso te dejaré ir, y siempre
serás mi cena.
El lobo y el cordero en el templo
Dándose cuenta de que era perseguido por un lobo, un pequeño corderito
decidió refugiarse en un templo cercano.
— ¡Mejor así! —replicó el cordero— prefiero ser víctima para un dios a tener
que perecer en tus colmillos.
El lobo y el labrador
Llevó un labrador su yunta de bueyes al abrevadero.
Encontró el lobo el arado y empezó a lamer los bordes del yugo, y enseguida
y sin darse cuenta terminó por meter su cabeza adentro.
Agitándose como mejor podía para soltarse, arrastraba el arado a lo largo del
surco.
— ¡Ah, lobo ladrón, que felicidad si fuera cierto que renunciaste a tu oficio y
te has unido a trabajar honradamente la tierra!
El lobo y el león
Cierta vez un lobo, después de capturar a un carnero en un rebaño, lo
arrastraba a su guarida.
— Bien merecido lo tengo; porque ¿De dónde saqué confiar las ovejas a un
lobo?
El lobo y el perro
Se encontró un lobo con un corpulento perro sujeto por un collar, y le
preguntó:
— ¡Que los dioses nos libren a los lobos de semejante destino! Prefiero morir
de hambre a tener que cargar tan pesado collar.
El lobo y el perro dormido
Dormía plácidamente un perro en el portal de una casa. Un lobo se avalanzó
sobre él, dispuesto a darse un banquete, cuando en eso el perro le rogó que no
lo sacrificara todavía.
— Mírame, ahora estoy en los huesos —le dijo—; espera un poco de tiempo,
ya que mis amos pronto van a celebrar sus bodas y como yo también me daré
mis buenos atracones, me engordaré y de seguro seré un mucho mejor manjar
para tu gusto.
Le creyó el lobo y se marchó. Al cabo de algún tiempo volvió. Pero esta vez
encontró al perro durmiendo en una pieza elevada de la casa. Se detuvo al
frente y le recordó al perro lo que habían convenido. Entonces el perro
repuso:
— Oye amiga, mejor baja pues ahí te puedes caer. Además, mira este prado
donde estoy yo, está bien verde y crecido.
— Oye amiga —dijo el lobo— ¿No crees que es suficiente paga con haber
sacado tu cabeza sana y salva de mi boca?
El lobo y los pastores cenando
Un lobo que pasaba cerca de un palenque, vio allí a unos pastores que
cenaban las carnes de un cordero. Acercándoseles, les dijo:
— En esta casa dicen primero una cosa, y después quieren hacer otra muy
diferente.
El médico ignorante
Un médico ignorante trataba a un enfermo; los demás médicos habían
asegurado que, aunque no estaba en peligro, su mal sería de larga duración;
únicamente el médico ignorante le dijo que tomara todas sus disposiciones
porque no pasaría del día siguiente.
—Si este hombre se hubiera abstenido del vino y se hubiese puesto lavativas,
no hubiera muerto.
Retornó el mercader de nuevo a la costa y cargó más sal que la vez anterior.
Cuando llegaron otra vez al río, el asno se tiró de propósito en el mismo hoyo
en que había caído antes, y levantándose de nuevo con mucho menos peso, se
enorgullecía triunfantemente de haber obtenido lo que buscó.
Notó el comerciante el truco del asno, y por tercera vez regreso a la costa,
donde esta vez compró una carga de esponjas en vez de sal.
Y así el truco le rebotó al asno, teniendo que cargar ahora en su espalda más
del doble de peso.
El milano que quiso relinchar
Tuvo antiguamente el milano otra voz, una voz penetrante. Pero oyó un día a
un caballo relinchar admirablemente, y lo quiso imitar.
Pero a pesar de todos sus intentos, no logró adoptar exactamente la voz del
caballo y perdió además su propia voz. Así, quedó sin la voz del caballo y sin
su voz antigua.
El milano y la culebra
Raptó un milano a una culebra, elevándose por los aires.
— ¡ Pues no es ahora cuando debías serlo, pues ya estás bien enjaulado, sino
debió haber sido antes de que te capturaran! — replicó el murciélago.
El náufrago
Navegaba un rico ateniense en una nave junto con otros pasajeros. De pronto,
a causa de una súbita y violenta tempestad, empezó rápidamente a hacer agua
el navío.
—No es a mí sino a los vientos a quienes debes dirigir tus reproches, amigo
mío; porque yo soy tal como me ves ahora! y son los vientos los que,
lanzándose sobre mí de repente, me encrespan y enfurecen.
El negro
Cierto hombre llevó a trabajar a su propiedad a un negro, pensando que su
color provenía a causa de un descuido de su anterior propietario.
Una vez en su casa, probó todas las jabonadas posibles, intentó toda clase de
trucos para blanquearlo, pero de ninguna manera pudo cambiar su color y
terminó poniendo enfermo al negro a fuerza de tantos intentos.
El niño ciego y su madre
Un niño ciego de nacimiento, dijo una vez a su madre:
— ¿Qué es eso?
El niño contestó:
— Una piedra.
— Oh mi hijo, temo que no sólo estás ciego, sino que tampoco tienes olfato.
El niño y el gusano de ortiga
Un niño fue herido por un gusano de ortiga. Corrió a su casa y dijo a su
madre:
—No tengo quejas, solamente un deseo especial: que los días se mantengan
secos, sin lluvia, con sol brillante, para que así los ladrillos sequen y
endurezcan muy bien.
El padre meditó: si una desea lluvia, y la otra tiempo seco, ¿a cuál de las dos
le adjunto mis deseos?
El pastor y el joven lobo
Encontró un pastor un joven lobo y se lo llevó. En seguida le enseñó como
robar ovejas de los rebaños vecinos. Y el lobo, ya crecido y demostrándose
como un excelente alumno, dijo al pastor:
—Puesto que me has enseñado muy bien a robar, pon buena atención en tu
vigilancia, o perderás parte de tu rebaño también.
El pastor y el mar
Un pastor que cuidaba su rebaño en las costas, veía al mar muy calmado y
suave, y planeaba con hacer un viaje de comercio.
—De nuevo está el mar deseando dátiles y por eso luce calmado.
El perro con campanilla
Había un perro que acostumbraba morder sin razón.
— ¿De qué presumes tanto, amigo? Sé que no llevas esa campanilla por tus
grandes virtudes, sino para anunciar tu maldad oculta.
El perro de pelea y los perros sencillos
Un perro había sido muy bien alimentado en una casa y fue adiestrado para
luchar contra las fieras.
Un día, al ver un gran número de ellas colocadas en fila, rompió el collar que
le sujetaba y rápidamente echó a correr por las calles del pueblo. Lo vieron
pasar otros perros, y viendo que era fuerte como un toro, le preguntaron:
— Nuestra vida es en verdad pobre, pero más bella, sin tener que pensar en
combatir con leones ni osos.
El perro en el pajar
Un perro metido en un pajar gruñía y ladraba impidiendo a los bueyes
comerse la paja que había sido colocada para ellos.
Y deseando adueñarse del pedazo ajeno, soltó el suyo para arrebatar el trozo a
su supuesto compadre.
Pero el resultado fue que se quedó sin el propio y sin el ajeno: éste porque no
existía, sólo era un reflejo, y el otro, el verdadero, porque se lo llevó la
corriente.
El perro y la almeja
Un perro de esos acostumbrados a comer huevos, al ver una almeja, no lo
pensó dos veces, y creyendo que se trataba de un huevo, se la tragó
inmediatamente.
— Bien merecido lo tengo, por creer que todo lo que veo redondo son
huevos.
El perro y la corneja
Una corneja que ofrecía en sacrificio una víctima a Atenea invitó a un perro
al banquete.
Le dijo el perro:
Y como era su costumbre, cantó el gallo antes del amanecer. Oyó su canto
una zorra y corrió hacia el sitio, parándose al pie del árbol.
Le rogó que descendiera, pues deseaba besar a un animal que tenía tan
exquisita voz. Le replicó entonces el gallo que por favor, primero despertara
al portero que estaba durmiendo al pie del árbol.
Deja tu engaño, pícaro, pues bien sabes que de tí depende que lo que tienes
en la mano se muestre muerto o vivo.
El plumaje de la golondrina y el cuervo
La golondrina y el cuervo discutían acerca de su plumaje. El cuervo terminó
la discusión alegando:
— Tus plumas serán muy bonitas en el verano, pero las mías me cobijan
contra el invierno.
El ratón campestre y el cortesano
Un ratón campesino tenía por amigo a otro de la corte, y lo invitó a que fuese
a comer a la campiña. Mas como sólo podía ofrecerle trigo y yerbajos, el
ratón cortesano le dijo:
— Adiós amigo, veo que comes hasta hartarte y que estás muy satisfecho;
pero es al precio de mil peligros y constantes temores. Yo, en cambio, soy un
pobrete y vivo mordisqueando la cebada y el trigo, mas sin congojas ni
temores hacia nadie.
El ratón y la rana
Un ratón de tierra se hizo amigo de una rana, para desgracia suya.
La rana, dando un salto arrastró hasta el fondo al ratón, mientras que retozaba
en el agua lanzando sus conocidos gritos. El desdichado ratón, hinchado de
agua, se ahogó, quedando a flote atado a la pata de la rana.
Los vio un milano que por ahí volaba y apresó al ratón con sus garras,
arrastrando con él a la rana encadenada, quien también sirvió de cena al
milano.
El ruiseñor y el gavilán
Subido en un alto roble, un ruiseñor cantaba como de costumbre. Lo vio un
gavilán hambriento, y lanzándose inmediatamente sobre él, lo apresó en sus
garras.
El gavilán le repuso:
— Necio sería si te oyera y dejara escapar la presa que tengo, por ir a buscar
a la que ni siquiera he visto.
El ruiseñor y la golondrina
Invitó la golondrina a un ruiseñor a construir su nido como lo hacía ella, bajo
el techo de las casas de los hombres, y a vivir con ellos como ya lo hacía ella.
Regocijábanse todos los animales del acontecimiento, faltando poco para que
también las ranas fueran de la partida; pero una de ellas exclamó:
—¿ Por qué estás ahí vagabundeando?, todo está listo menos tú, así que ven
conmigo al instante.
—Mi amo, mi espíritu está tan bueno como siempre, pero no puedo
sobreponerme a mis flaquezas del cuerpo. Yo prefiero que me alabes por lo
que he sido, y no que me maltrates por lo que ahora soy.
Hércules y Atenea
Avanzaba Hércules a lo largo de un estrecho camino.
Al ver esto, Hércules lo pisó con más violencia todavía, golpeándole además
con su maza. Pero el objeto siguió creciendo, cerrando con su gran volumen
el camino.
El héroe lanzó entonces su maza, y quedó plantado presa del mayor asombro.
—¡Toma una rueda, hostiga a los bueyes y no invoques a los dioses si no hay
esfuerzo de tu parte!
Sorprendido Zeus por su actitud, le preguntó por qué apartaba los ojos de
Plutón después de haber saludado tan amablemente a todos los otros dioses.
Viendo luego una estatua que le representaba a él mismo, pensó que, siendo
al propio tiempo el mensajero de Zeus y el dios de las ganancias, estaría muy
considerado entre los hombres; por lo que preguntó su precio.
El escultor contestó:
—Esta bien dijo la Tierra—; que caven todo lo que quieran. ¡Ya me lo
pagarán con sus lágrimas y lamentos!
Hermes y Tiresias
Hermes quiso comprobar si el arte adivinatorio de Tiresias era verdadero;
para lo cual le robó sus bueyes en el campo y luego, bajo la figura de un
mortal, se fue a la ciudad y entró en la casa de Tiresias.
A la segunda vez, vio el dios una corneja encaramada en un árbol que ora
alzaba los ojos al cielo, ora se inclinaba hacia la Tierra, y así se lo dijo.
Entonces el adivino contestó:
—¡Esa corneja jura por el cielo y por la tierra que depende de ti que vuelva a
encontrar mis bueyes!
La alondra moñuda
Una alondra moñuda cayó en una trampa y se dijo suspirando:
—¡Que delicioso aroma! ¡Qué maravilloso debió haber sido el vino que dejó
en su vasija tan encantador perfume!
La cabra y el asno
Una cabra y un asno comían al mismo tiempo en el establo.
Una de ellas, al pasar por un rico pasto se detuvo, y el cabrero le lanzó una
piedra, pero con tan mala suerte que le rompió un cuerno.
Pero resulta que una gente navegaba por este lugar, y al ver a la cierva la
abatieron con sus dardos. Y la cierva agonizando, se dijo para sí:
Pero los cuervos, a quienes su figura y voz les eran desconocidas, sin
pensarlo mucho la golpearon y la arrojaron de su grupo.
Y la corneja, expulsada por los cuervos, regreso donde las demás cornejas.
Pero éstas, heridas por el ultraje que les había hecho, se negaron a recibirla
otra vez. Así, quedó esta corneja excluída de la sociedad de unos y de otros.
La corneja fugitiva
Un hombre cazó a una corneja, le ató un hilo a una pata y se la entregó a su
hijo.
— ¡Hecho está! Por no haber sabido soportar la esclavitud entre los hombres,
ahora me veo privada de la vida.
La corneja y el cuervo
Sentía una corneja celos contra los cuervos porque éstos dan presagios a los
hombres, prediciéndoles el futuro, y por esta razón los toman como testigos.
Quiso la corneja poseer las mismas cualidades.
— Eh, amigos, tranquilos; esa ave es solamente una corneja. Sus gritos no
son de presagios.
La corneja y las aves
Quería una vez Zeus proclamar un rey entre las aves, y les señaló un día para
que comparecieran delante de él, pues iba a elegir a la que encontrara más
hermosa para que reinara entre ellas.
Así, compuesta con ropajes ajenos, resultó la más hermosa de las aves.
Mas por haber perdido su color original, las otras cornejas tampoco la
recibieron en su sociedad; de manera que por haber querido disfrutar de dos
comidas, se quedó sin ninguna.
La esclava fea y Afrodita
Una esclava fea y mala gozaba del amor de su amo. Con el dinero que éste le
daba, la esclava se embellecía con brillantes adornos, rivalizando con su
propia señora. Para agradecer a Afrodita que la hiciera bella, le hacía
frecuentes sacrificios; pero la diosa se le apareció en sueños y dijo a la
esclava:
Por eso desde entonces la gaviota revolotea siempre al acecho en las orillas
para ver si el mar arroja en alguna playa su cobre; el murciélago, huyendo de
sus acreedores, sólo sale de noche para alimentarse; y el espino, en fin, apresa
la ropa de los viajeros tratando de reconocer sus telas.
La golondrina y el hijo pródigo
Un hijo pródigo, habiendo derrochado su patrimonio, sólo le quedaba un
manto.
—Desdichada de mí, que en este lugar donde protegen los derechos de los
demás, yo soy la única que debo sufrir equivocadamente.
La granada, el manzano y el espino
La granada y el manzano disputaban sobre cuál de ellos era el máximo.
Pero aunque cambió de forma, no le cambió el carácter, pues aún hoy día
recorre los campos, recoge el trigo y la cebada ajenas y los guarda para su
uso.
La hormiga y el escarabajo
Llegado el verano, una hormiga que rondaba por el campo recogía los granos
de trigo y cebada, guardándolos para alimentarse durante el invierno. La vio
un escarabajo y se asombró de verla tan ocupada en una época en que todos
los animales, descuidando sus trabajos, se abandonan a la buena vida. Nada
respondió la hormiga por el momento; pero más tarde, cuando llegó el
invierno y la lluvia deshacía las boñigas, el escarabajo hambriento fue a
pedirle a la hormiga una limosna de comida. Entonces sí respondió la
hormiga:
Pero en ese momento tropezó con una piedra, cayendo junto con la vasija de
leche al suelo, regando su contenido. Y así todos sus planes acabaron en un
instante.
La liebre y la tortuga
Cierto día una liebre se burlaba de las cortas patas y lentitud al caminar de
una tortuga. Pero ésta, riéndose, le replicó:
—Pues si tan mal te miraban, los que salen con los rebaños al despuntar el
día y no vuelven hasta el empezar la noche, ¿cómo te mirarían todos aquellos
con quienes pasabas el día entero?
La mujer y el marido borracho
Tenía una mujer un marido borracho. Para librarle de este vicio imaginó la
siguiente treta.
Pero sin darse cuenta de que sólo era un dibujo, voló hacia ella a toda
velocidad e inevitablemente chocó contra el rótulo, hiriéndose
lastimosamente.
Habiéndose quebrado las alas por el golpe, cayó a tierra donde fue capturada
por uno de los transeúntes.
La paloma y la hormiga
Obligada por la sed, una hormiga bajó a un manatial, y arrastrada por la
corriente, estaba a punto de ahogarse.
Esperó y observó con atención un tiempo, y cuando vió a la rana que salía del
pantano, se le acercó y la aplastó diciendo:
— ¡Soy médico y conozco muy bien todos los remedios para todos los males!
Un águila que paseaba a la deriva por ahí, oyó su lamento y le preguntó con
qué le pagaba si ella la alzaba y la llevaba por los aires.
Y tomándola por los pies la llevó casi hasta las nubes, y soltándola de pronto,
la dejó ir, cayendo la pobre tortuga en una soberbia montaña, haciéndose
añicos su coraza. Al verse moribunda, la tortuga exclamó:
— Renegué de mi suerte natural. ¿Qué tengo yo que ver con vientos y nubes,
cuando con dificultad apenas me muevo sobre la tierra?
La víbora y la culebra de agua
Una víbora acostumbraba a beber agua de un manantial, y una culebra de
agua que habitaba en él trataba de impedirlo, indignada porque la víbora, no
contenta de reinar en su campo, también llegase a molestar su dominio.
Fijaron el día, y las ranas, que no querían a la culebra, fueron donde la víbora,
excitándola y prometiéndole que la ayudarían a su lado.
Empezó el combate, y las ranas, no pudiendo hacer otra cosa, sólo lanzaban
gritos.
—Porque antes — dijo — veía todos los muebles que había en mi casa, y
ahora no veo ninguno.— ¡Para tal clase de barco, tal piloto!
La viña y la cabra
Una viña se encontraba exuberante en los días de la cosecha con hojas y uvas.
Una cabra que pasaba por ahí mordisqueó sus zarcillos y tiernas hojas. La
viña le reclamó:
—¿Por qué me maltratas sin causa y comes mis hojas? ¿No ves que hay
zacate suficiente? Pero no tendré que esperar demasiado por mi venganza,
pues si sigues comiendo mis hojas y me maltratas hasta la raíz, yo proveeré el
vino que echarán sobre ti cuando seas la víctima del sacrificio.
La viuda y las criadas
Una viuda muy laboriosa tenía unas jóvenes criadas a las que despertaba por
la noche al canto del gallo para empezar el trabajo.
—¿Por qué me maltratas así, ama? ¿En que te puede beneficiar el agregar mi
sangre a la lana? Si quieres mi carne, llama al carnicero quien me matará al
instante sin sufrimiento, pero si lo que deseas es mi lana, ahí está el
esquilador, quien me esquilará sin herirme.
La zorra a la que se le llenó su vientre
Una zorra hambrienta encontró en el tronco de una encina unos pedazos de
carne y de pan que unos pastores habían dejado escondidos en una cavidad. Y
entrando en dicha cavidad, se los comió todos.
Pero tanto comió y se le agrandó tanto el vientre que no pudo salir. Empezó a
gemir y a lamentarse del problema en que había caído.
Por casualidad pasó por allí otra zorra, y oyendo sus quejidos se le acercó y le
preguntó que le ocurría. Cuando se enteró de lo acaecido, le dijo:
— ¡Pues quédate tranquila hermana hasta que vuelvas a tener la forma en que
estabas, entonces de seguro podrás salir fácilmente sin problema!
La zorra con el rabo cortado
Una zorra a la cual un cepo le había cortado la cola, estaba tan avergonzada,
que consideraba su vida horrorosa y humillante, por lo cual decidió que la
solución sería aconsejar a las demás hermanas cortarse también la cola, para
así disimular con la igualdad general, su defecto personal.
Reunió entonces a todas sus compañeras, diciéndoles que la cola no sólo era
un feo agregado, sino además una carga sin razón.
La puso el destino un día delante de la real fiera. Y como era la primera vez
que le veía, sintió un miedo espantoso y se alejó tan rápído como pudo.
Al encontrar al león por segunda vez, aún sintió miedo, pero menos que
antes, y lo observó con calma por un rato.
— Claro que hubiera entrado —le dijo la zorra— si no viera que todas las
huellas entran, pero no hay ninguna que llegara a salir.
La zorra y el cangrejo de mar
Queriendo mantener su vida solitaria, pero un poco diferente a la ya
acostumbrada, salió un cangrejo del mar y se fue a vivir a la playa.
Lo vio una zorra hambrienta, y como no encontraba nada mejor para comer,
corrió hacia él y lo capturó.
— Hay un modo, que sin duda es nuestra mutua salvación. Apoya tus patas
delanteras contra la pared y alza bien arriba tus cuernos; luego yo subiré por
tu cuerpo y una vez afuera, tiraré de tí.
Le creyó el chivo y así lo hizo con buen gusto, y la zorra trepando hábilmente
por la espalda y los cuernos de su compañero, alcanzó a salir del pozo,
alejándose de la orilla al instante, sin cumplir con lo prometido.
— ¡Tu tienes la culpa, amiga, por agarrarte a mí, bien sabes lo bueno que soy
para enganchar y herir a todo el mundo, y tú no eres la excepción!
La zorra y el hombre labrador
Había un hombre que odiaba a una zorra porque le ocasionaba algunos daños
ocasionalmente.
Pero un dios llevó a la zorra a los campos que cultivaba aquel hombre.
El leñador, con la voz les dijo que no, pero con su mano disimuladamente
señalaba la cabaña donde se había escondido.
Celosa la zorra por no haber sido ella la elegida, vio un trozo de comida en un
cepo y llevó allí al mono, diciéndole que había encontrado un tesoro digno de
reyes, pero que en lugar de tomarlo para llevárselo a él, lo había guardado
para que fuera él personalmente quien lo cogiera, ya que era una prerrogativa
real.
— ¡Eres muy tonto, mono, y todavía pretendes reinar entre todos los
animales!
La zorra y el mono disputando su nobleza
Viajaban por esta tierra juntos una zorra y un mono, disputando a la vez cada
uno sobre su nobleza.
Mientras cada cual detallaba ampliamente sus títulos, llegaron a cierto lugar.
Volvió el mono su mirada hacia un cementerio y rompió a llorar. Preguntó la
zorra que le ocurría, y el mono, mostrándoles unas tumbas le dijo:
— ¡Oh, cómo no voy a llorar cuando veo las lápidas funerarias de esos
grandes héroes, mis antepasados!
Aceptó la liebre y la siguió; pero al llegar a casa de doña zorra vio que no
había más cena que la misma liebre. Entonces dijo la liebre:
Una zorra que por allí pasaba, viéndolos extenuados por la lucha y con el
cervatillo al medio, se apoderó de éste y corrió pasando tranquilamente entre
ellos.
Terminó al fin el mal tiempo y salieron todas al campo, pero las cabras
monteses escaparon a la montaña. Las acusó el pastor de ingratas, por
abandonarle después de haberlas atendido tan bien; mas ellas le respondieron:
Ya en la puerta, preguntó a las gallinas que cómo les iba con su salud.
Se reunieron un día las liebres y se lamentaban entre sí de llevar una vida tan
precaria y temerosa, pues, en efecto, ¿No eran víctimas de los hombres, de
los perros, de las águilas, y otros muchos animales ? ¡ Más valía morir de una
vez que vivir en el terror!
Pero las ranas, que estaban sentadas alrededor del estanque, en cuanto oyeron
el ruido de su carrera, saltaron asustadas al agua. Entonces una de las liebres,
la que parecía más inteligente que las demás, dijo:
— ¡ Alto compañeras! No hay que apurarse tanto, pues ya véis que aún hay
otros más miedosos que nosotras!
Las liebres y los leones
Las liebres arengaban en la asamblea y argüían que todos deberían ser
iguales. Los leones entonces replicaron:
Inmediatamente él aceptó.
Pero no se dejó convencer, diciendo que le era muy difícil abandonar una
morada donde ya estaba establecida y satisfecha.
Espantadas las ranas por el ruido que hizo el leño al caer, se escondieron
donde mejor pudieron. Por fin, viendo que el leño no se movía más, fueron
saliendo a la superficie y dada la quietud que predominaba, empezaron a
sentir tan grande desprecio por el nuevo rey, que brincaban sobre él y se le
sentaban encima, burlándose sin descanso.
Indignado Zeus, les mandó una activa serpiente de agua que, una a una, las
atrapó y devoró a todas sin compasión.
Las ranas y el pantano seco
Vivían dos ranas en un bello pantano, pero llegó el verano y se secó, por lo
cual lo abandonaron para buscar otro con agua. Hallaron en su camino un
profundo pozo repleto de agua, y al verlo, dijo una rana a la otra:
— ¡No nos dejes hermana, vuelve y dinos cómo podremos beber agua sin
peligro!
— Ahora llevo un mensaje para Mileto; cuando vuelva les enseñaré cómo.
Las zorras, las águilas y las liebres
Cierto día las águilas se declararon en guerra contra las liebres.
Fueron entonces éstas a pedirle ayuda a las zorras. Pero ellas les contestaron:
Eligieron los perros como general a un perro griego. Pero éste parecía no
tener prisa en iniciar la batalla y por ello le reclamaron.
— ¿Saben —contestó— por qué doy tiempo? Porque antes de actuar siempre
es bueno deliberar. Los lobos todos son de la misma raza, talla y color, pero
nosotros somos de costumbres muy diferentes, y procedemos de diversas
regiones de las cuales cada uno estamos orgullosos. Nuestros uniformes no
son parejos como los de ellos, tenemos rubios, negros, blancos y cenicientos.
¿Cómo voy a empezar una guerra con soldados tan disparejos? Primero debo
idear cómo nivelar a mi gente.
Los árboles que querían rey
Decididos un día los árboles a elegir un rey que los gobernara, dijeron al
olivo:
—Si en verdad queréis ungirme para reinar entre vosotros, venid a poneros
bajo mi amparo, o si no que surja el fuego de la espina y devore los cedros
del Líbano!
Los bienes y los males
Prevaliéndose de la debilidad de los Bienes, los Males los expulsaron de la
Tierra, y los Bienes entonces subieron a los Cielos.
Una vez estando allí preguntaron a Zeus cuál debía ser su conducta con
respecto a los hombres. Les respondió el dios que no se presentaran a los
mortales todos en conjunto, sino uno tras otro.
Esta es la razón por la que los Males, que viven continuamente entre los
hombres, los asedian sin descanso, mientras que los Bienes, como descienden
de los cielos, sólo se les acercan de vez en cuando.
Los bueyes contra los carniceros
Decidieron un día los bueyes destruir a los carniceros, quienes, decían los
bueyes, estaban acabando con su gremio.
Pero uno de ellos, el más viejo, un experimentado arador de tierras, les dijo:
— Nos humilla menos combatirnos y morir los unos por los otros, que tenerte
a tí por mediador.
Los dos enemigos
Dos hombres que se odiaban entre sí navegaban en la misma nave, uno
sentado en la proa y otro en la popa. Surgió una tempestad, y hallándose el
barco a punto de hundirse, el hombre que estaba en la popa preguntó al piloto
que cuál era la parte de la nave que se hundiría primero.
Pero días más tarde vio cómo los gallos se peleaban entre ellos, y que cada
vez que se separaban, estaban cubiertos de sangre.
Habían matado a varias, cuando una de las ranas, sacando su cabeza gritó:
Les llamó y les dijo que le llevaran una gavilla de varas. Cumplida la orden,
les dio las varas en haz y les dijo que las rompieran; mas a pesar de todos sus
esfuerzos, no lo consiguieron. Entonces deshizo el haz y les dio las varas una
a una; los hijos las rompieron fácilmente.
Creyeron los perros las palabras de los lobos traicionando a sus amos, y los
lobos, ingresando en los corrales, lo primero que hicieron fue matar a los
perros.
Los lobos y los carneros
Intentaban los lobos sorprender a un rebaño de carneros. Pero gracias a los
perros guardianes, no podían conseguirlo. Entonces decidieron emplear su
astucia. Enviaron unos delegados a los carneros para pedirles que les
entregaran a sus perros diciéndoles:
— Los perros son los causantes de que haya enemistad entre ustedes y
nosotros. Sólo tienen que entregárnoslos y la paz reinará entre nosotros.
Y los ingenuos carneros, sin sospechar lo que sucedería, les entregaron los
perros, y los lobos, ya libres de los perros, se apoderaron sin problemas del
rebaño.
Los lobos, los carneros y el carnero padre
Enviaron los lobos una representación a un rebaño de carneros,
prometiéndoles hacer una paz permanente si les entregaban a los perros. Los
carneros aceptaron hacerlo, exceptuando un viejo carnero padre que les
reclamó a los lobos:
— ¿Cómo les voy a creer y vivir con ustedes, si ahora mismo, aún con el
cuidado de los perros no puedo pacer con tranquilidad ?
Los murciélagos y las comadrejas
Cayó un murciélago a tierra y fue apresado por una comadreja.
Algún tiempo después volvió a caer de nuevo en las garras de otra comadreja,
y le suplicó que no lo devorara. Contesto esta comadreja que odiaba a todos
los ratones. El murciélago le afirmó que no era ratón sino pájaro. Y se libró
así por segunda vez.
Los perros hambrientos
Vieron unos perros hambrientos en el fondo de un arroyo unas pieles que
estaban puestas para limpiarlas; pero como debido al agua que se interponía
no podían alcanzarlas decidieron beberse primero el agua para así llegar
fácilmente a las pieles.
Pero sucedió que de tanto beber y beber, reventaron antes de llegar a las
pieles.
Los pescadores y el atún
Salieron a pescar al mar unos pescadores y luego de largo rato sin coger nada,
se sentaron en su barca, entregándose a la desesperación.
— Basta de afligirse, muchachos, puesto que según parece la alegría tiene por
hermana la tristeza; después de habernos alegrado tanto antes de tiempo, era
natural que tropezásemos con alguna contrariedad.
Los ratones poniendo el cascabel al gato
Un hábil gato hacía tal matanza de ratones, que apenas veía uno, era cena
servida. Los pocos que quedaban, sin valor para salir de su agujero, se
conformaban con su hambre. Para ellos, ese no era un gato, era un diablo
carnicero. Una noche en que el gato partió a los tejados en busca de su amor,
los ratones hicieron una junta sobre su problema más urgente.
Uno de los asistentes propuso ponerle un cascabel al cuello del gato, lo que
les entusiasmó muchísimo y decían sería una excelente solución.Sólo se
presentó una dificultad: quién le ponía el cascabel al gato.
Vino la siguiente gran batalla, y como siempre, el ejército de los ratones llevó
las de perder.
Entonces todos los ratones huyeron a sus agujeros, y los jefes, no pudiendo
entrar a causa de sus cuernos, fueron apresados y devorados.
Los ríos y el mar
Se juntaron los ríos para quejarse ante el mar diciéndole:
—¿Por qué si nosotros te entregamos agua dulce y potable, haces tal trabajo,
que conviertes nuestras aguas en saladas e imposibles de beber?
— Muerto — les dijeron —; pero recibe más golpes ahora que los que recibió
en su vida.
Los tres protectores
Una gran ciudad estaba siendo sitiada, y sus habitantes se reunieron para
considerar el mejor medio de protegerse.
—Estamos perdidos.
Acercó el oso su hocico, oliéndole por todas partes, pero el hombre contenía
su respiración, por que se dice que el oso no toca a un cadáver. Cuando se
hubo alejado el oso, el hombre escondido en el árbol bajó de éste y preguntó
a su compañero qué le había dicho el oso al oído.
Pero las conchas se mezclan unas con otras, y unas que llegaron después que
otras, pasan antes por manos de Zeus para sufrir sus justas sentencias.
Zeus y Apolo
Disputaban Zeus y Apolo sobre el tiro al arco.
Tendió Apolo el suyo y disparó su flecha; pero Zeus extendió la pierna tan
lejos como había Apolo lanzado su flecha, haciendo ver que no llegó más allá
de donde se encontraba él.
Zeus y el pudor
Cuando Zeus modeló al hombre, le dotó en el acto de todas las inclinaciones
pero olvidó dotarle del pudor.
No sabiendo por dónde introducirlo, le ordenó que entrara sin que se notara
su llegada. El pudor se revolvió contra la orden de Zeus, mas al fin, ante sus
ruegos apremiantes, dijo:
Está bien, entraré; pero a condición de que Eros no entre donde yo esté; si
entra él, yo saldré enseguida.
Zeus y el tonel de los bienes
Encerró Zeus todos los bienes en un tonel, dejándolo entre las manos de un
hombre.
Este hombre, que era un curioso, levantó la tapa del tonel porque quería saber
lo que había dentro, y al hacerlo, todos los bienes volaron hacia los dioses,
menos la Esperanza.
Zeus y la mona madre
Hizo Zeus una proclama a todos los animales prometiendo una recompensa a
quien su hijo sea juzgado como el más guapo.
Vino entonces la señora mona junto con los demás animales y presentó, con
toda la ternura de madre, un monito con nariz chata, sin pelo, y enfermizo,
como su candidato para ganar el premio.
La serpiente subió hasta Zeus arrastrándose, con una rosa en la boca. Más al
verla dijo Zeus:
Hermes partió la inteligencia en partes iguales para todos y vertió a cada uno
la suya.
Sucedió con esto que los hombres de poca estatura, llenos por su porción,
fueron hombres sesudos, mientras que a los hombres de gran talla, debido a
que la porción no llegaba a todas las partes de su cuerpo, les correspondió
menos inteligencia que a los otros.
Zeus y los robles
Quejábanse los robles a Zeus en estos términos:
—En vano vemos la luz, pues estamos expuestos, más que todos los demás
árboles, a los golpes brutales del hacha.
Momo, celoso de sus obras, empezó a decir que Zeus había cometido un error
al no colocar los ojos del toro en los cuernos, a fin de que pudiera ver dónde
hería, y Prometeo otro al no suspender el corazón del hombre fuera de su
pecho para que la maldad no estuviera escondida y todos pudieran ver lo que
hay en el espíritu. En cuanto a Atenea, que debía haber colocado su casa
sobre ruedas, con objeto de que si un malvado se instalaba en la vecindad, sus
moradores pudieran trasladarse fácilmente.