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Avances Del Conductismo

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2.

7  Avances del Modelo Conductista

Actualmente la bibliografía sobre el conductismo es, abundante y diversa. La


evolución del conductismo prosigue y acentúa la orientación de la fase precedente: El
conductismo está en declive y, tal vez, en vías de desaparición.

El aprendizaje por observación, la imitación, la identificación y otros fenómenos


similares, irreductibles a los condicionamientos respondientes y operantes, parecen, sin
embargo, necesarios para explicar una buena parte del aprendizaje social y suponen la
intervención de procesos cognitivos, como la asociación e integración de experiencias
sensoriales, imágenes y recuerdos, la codificación de señales y, sobre todo, cuando el
sujeto dispone del lenguaje, la codificación y la comprensión verbales.

Actualmente dentro del conductismo,  además del Análisis Experimental de la


Conducta desde Skinner,  conviven otras dos distintas corrientes: Una de aproximación
más contextual como el Interconductismo de Kantor  (1978),  después retomado y 
desarrollado por Ribes (1985). 

El autor más importante sobre interconductismo es J.R. Kantor, quien publicaría


su primera obra “Principles of  Psychology” de 1924 en un momento donde el
psicoanálisis dominaba la psicología y avanzaba el conductismo  de
Watson. Kantor observa las limitaciones del conductismo y se propone un ejercicio
teórico y metateórico  para establecer  un marco donde la psicología pueda
desarrollarse como una ciencia natural. 

El Interconductismo  cambia la definición  de conducta por  interconducta, o la


interacción entre organismo y  entorno. Esta propuesta difiere con la del
condicionamiento operante en que toma como objeto de interés la interacción
misma que se da entre el organismo y su ambiente, y no solamente la actividad
del organismo. Se propone el estudio de un conjunto de relaciones que forman
parte de esta interacción (Ribes, 1985).

  Entonces la unidad de análisis que se somete a estudio es el segmento


conductual. El interconductismo no varía mucho en  sus métodos y adopta, por lo
general, métodos del análisis experimental, dándole un análisis más interactivo. 

Desde este rigor científico aparecen propuestas y críticas al mismo “paradigma del
reflejo”  en  las que se expresa la insuficiencia del modelo operante para explicar la
conducta humana y se señalan algunos remanentes del dualismo en algunos
conceptos, y que Skinner, en su intento por desligar la explicación de la conducta de
toda referencia al dualismo, cayó en una posición peligrosa.  Las principales críticas se
enfocan en la forma en que Skinner trata los eventos privados, internos o subjetivos
como eventos físicos, pues esto implica que se asume la existencia de un mundo
privado cognoscible solo a través del lenguaje, y se reduce a éste como un vehículo de
consenso intersubjetivo . Desde el punto de vista de Ribes (1990):

  Todo proceso lingüístico de referencia a eventos privados o subjetivos,


constituye el evento privado de referencia, es decir, que el evento
supuestamente referido es en realidad el acto  de referir  como acto de
interacción lingüística originada y  convalidad públicamente.  Las
descripciones lingüísticas no son indicadores externos de acontecimientos
internos, son el núcleo de la interacción social que es el evento privado
contenido en las descripciones. Esta aproximación a los conceptos de
internalidad y  subjetividad abren un campo distinto que logra desligar por
completo al estudio de la conducta de posiciones dualistas. 

Una última corriente es la que intenta unificar los conceptos con la psicología
general propuesta por  Staats (1997),  quién describe a la psicología como un  conjunto
de conocimientos desorganizados, sin  un rumbo  específico. Staats (1997) argumenta
que es necesario unificar, organizar y relacionar esta diversidad, el método  para
hacerlo es conductualizando la psicología, es decir, hacer investigación basada en el
análisis de conducta para poder integrarla en un marco común como
una teoría multinivel. 

También existen aportaciones novedosas como la “teoría de los marcos relacionales”


de Hayes (2001),  que intenta estudiar el lenguaje desde una perspectiva conductual
y basada en la investigación experimental. 

Algo  así como lo que Skinner habría intentado con su libro


“Verbal Behavior” publicado en 1957, aunque el libro de Skinner no  esta basado en
investigaciones realizadas, sino en un conjunto de hipótesis que partían de un análisis
del lenguaje desde el punto de vista del análisis experimental de la conducta,  lo que
terminaría siendo otro  malentendido evidente con la publicación de la ya famosa
crítica de Chomsky (1959), quién se limitaría a afirmar que la propuesta de Skinner
era  errónea, sin demostrarlo con datos experimentales y suponiendo que una hipótesis
no comprobada es una hipótesis falsa y que debería ser  rechazada (Primero,  2008). 

En la actualidad existe evidencia favorable a la propuesta de Skinner (1957),


pero es un tema que necesitaría de un  análisis aparte.  La teoría de Hayes (2001)  ha
avanzado  mucho  en  áreas en las que anteriormente se tenían  problemas. 
Todas estas propuestas se mantienen sin grandes diferencias con respecto al rigor
científico con el que tratan su  objeto de estudio, la conducta. 

Después de revisar los orígenes y fundamentos de la llamada psicología del


aprendizaje, que ha ocupado un  lugar muy importante en la teorización, investigación
y aplicaciones prácticas de la psicología contemporánea,  desde que irrumpió como
una filosofía especial de la disciplina ,  queda clara la capacidad  explicativa del
modelo propuesto por los conductistas, y queda la duda de por qué no se ha podido
imponer a otras teorías.

“Para aceptar el conductismo, plena y libremente, se requiere de un desarrollo


lento el abandono de antiguos hábitos y la formación de nuevos. El conductismo es un
vino nuevo que no puede envasarse en odres viejos” (Watson, 1961, p.298).

  Entendiendo que se ha asimilado en general que para el conductismo el objeto


de estudio de la psicología es el comportamiento, aún  existen investigaciones que
intentan buscar a la mente en la activación de circuitos neuronales, o en la creación  de
procesos cognitivos.

Se pueden señalar  entonces dos grandes posiciones dentro de la psicología


contemporánea: la que propone que las causas de la conducta son internas y  emanan al
exterior, y la que propone que la conducta es producto de la interacción entre un
organismo en su totalidad  y el ambiente.

 La primera sigue de alguna manera en una posición dualista,  permanece en la


búsqueda de causas internas,  enfocadas al organismo y que posiblemente caiga en una
reducción del fenómeno psicológico como un evento  puramente biológico. La
segunda sin embargo,  en su formulación como  una concepción del fenómeno 
psicológico apartada de la posición dualista, encontraría un campo de estudio de lo
psicológico bien delimitado  para ser distinguido de lo biológico y lo social.  Sin 
embargo la diferencia entre ambas posiciones puede estar  en una confusión lógica que
viene de los conceptos que se utilizan en la psicología.

https://savecc.com/Articulos/2009%20%20El%20conductismo.%20Una
%C2%A0aproximacion%20al%20estudio%20cientifico%20del%20comportamiento
%20humano%20%20SAVECC.pdf

https://es.scribd.com/doc/78751049/AVANCES-RECIENTES-EN-EL-ESTUDIO-
CONDUCTUAL-DE-LA-PERSONALIDAD-Y-SUS-APLICACIONES-
TERAPEUTICAS

https://www.psicologiacientifica.com/ciencia-conductual-aplicaciones-clinicas/

https://psiquiatria.com/tratado/cap_44.pdf

https://www.investigacionyciencia.es/revistas/mente-y-cerebro/mi-verdadero-yo-804/
neuronas-para-la-cognicin-social-18794

https://www.revistacultura.com.pe/revistas/RCU_19_1_una-contribucion-teorica-de-
la-psicologia-latinoamericana-la-taxonomia-funcional-de-la-conducta-de-ribes-
lopez.pdf

https://www.investigacionyciencia.es/revistas/mente-y-cerebro/la-moda-del-em-
coaching-em-808/en-qu-lugar-del-cerebro-surgen-las-costumbres-18990

https://www.redalyc.org/pdf/292/29211992011.pdf

El condicionamiento clásico procede obviamente de Pavlov. Pero el


conductismo lo ha desgajado de todo contexto histórico, que es el que en su
descubridor le da sentido. El estímulo condicionando era fundamentalmente una
señal y el reflejo, un instrumento fisiológico de adaptación y conocimiento: “Cuando
se forma una conexión o asociación, ésta representa, indudablemente, un conocimiento
de la cosa y un conocimiento de las relaciones definidas que existen en el mundo
exterior. Y cuando se utiliza a la vez siguiente, entonces aparece lo que se llama
comprensión (insight)” (Pavlov, citado por Hilgard y Bower, 1976, p. 86).

El condicionamiento pavloviano, articulado en una teoría psicológica, ha sido


aprovechado en la investigación soviética más bien que en la conductista. De
Vygotski a Luria, por ejemplo, el concepto capital de “segundo sistema de
señales” se ha utilizado, no sólo para indagar el condicionamiento semántico o
el refuerzo de respuestas verbales, sino para averiguar el papel del lenguaje en
el desarrollo de la conducta y, a través del lenguaje interno, en el desarrollo del
pensamiento, la asimilación de la cultura y la autorregulación voluntaria
(Hilgard y Bower, 1976, p. 83; Luria, 1974, 1979).

Este sentido psicobiológico se va recuperando asimismo en la tradición conductista, la


cual, como señala Estes (1972), reconoce cada vez más que, para lograr la asociación
S-R, no basta la contigüidad; es preciso, además, que los estímulos condicionado e
incondicionado se distingan, sean “salientes”para lo cual hay que admitir procesos de
orientación, percepción y atención activa del organismo (Konorski, 1967) y que el
resultado del ensayo proporcione nueva información al sujeto y lo “sorprenda”,
reduciendo su activa incertidumbre acerca de qué seguirá al estímulo condicionado
(Egger y Miller, 1962; Kamin, 1969; Wagner, 1969).

La contraposición entre las teorías hullianas y skinnerianas del reforzamiento S-R,


más bien periféricas, mecánicas y pasivas, y las teorías tolmianas S-8, más bien
centrales, cognitivas y activas, se va resolviendo a favor de estas últimas, como ya
indicaron Melton (1950), Macdorquodale y meehl (Estes et al., 1954) y reconoce
Estes, cada vez más tajantemente (1972a, 1976).

Los partidarios de la teoría S-R admiten crecientemente procesos centrales, como,


por ejemplo, de esperanza y miedo, memoria y selección de respuestas (Mowrer,
1960), mecanismos hedónicos hipotalámicos (Miller, 1963) y de memoria y selección
de estímulos (Estes, 1972). Es típica a este respecto la evolución de Estes, un discípulo
directo de Skinner. En sus modelos matemáticos del aprendizaje se basa, primero, en la
mera contigüidad de Guthrie (1950), luego, en el refuerzo hulliano y skinneriano
(1959), y, finalmente, en el valor informativo y cognitivo del refuerzo y la experiencia
(1972a, 1976).

La admisión creciente de constructos psiconeurológicos centrales, revela una cierta


convergencia entre la teoría S-R y la psicofisiología de la actividad mental, en la que
cada vez se acentúa más la importancia de procesos cognitivos, definidos como
unidades de «equivalencia funcional» de patrones neurológicos (Fodor, 1968). Estos
patrones, física y fisiológicamente variables, por lo general, en sus elementos, son sólo
identificables por su significación psíquica en la vida del organismo, como procesos
orgánicamente reales de atención, percepción, memoria, toma de conciencia, alerta,
vigilancia, activación, arousal, elaboración activa de información y decisión reflexiva y
voluntaria ( Yela, 1974, pp. 67-71).

En el aprendizaje humano se acentúa aún más la interpretación cognitiva del


reforzamiento, en el sentido de reconocer que los premios y castigos contribuyen al
aprendizaje en función principal de su valor informativo ( Nuttin y Greenwald, 1968;
Buchwald, 1969; Atkinson y Wickens, 1971; Estes, 1976) e incluso que el evento
reforzante tiene distintas consecuencias conductuales y subjetivas según que el sujeto
lo perciba como meramente ulterior a su actividad o como efecto intencionado de su
propia acción (Nuttin, 1974), hecho, por lo demás, subrayado en numerosas
aplicaciones clínicas de la terapia de conducta.

Más directamente cognitiva es, dentro de la tradición conductista, la línea de


trabajos que, sobre el aprendizaje como proceso de comprobación de hipótesis, va de
Lashley, Tolman y Krechevsky a Levine y colaboradores, pasando por ciertos modelos
matemáticos de cadenas de Markov con varios estadios, como los propuestos por
Bower y Trabasso, cuya exposición y bibliografía ofrece Levine (1975).

Esta corriente, al principio opuesta, viene a unirse, aunque con matices propios, con
las teorías S-R, en la medida en que éstas van admitiendo, interpretaciones cognitivas.
Confluye asimismo con las múltiples concepciones de la conducta como elaboración
de planes y proyectos y su comprobación en la experiencia.

Hay que añadir que el estudio de un sinfín de cuestiones particulares de la teoría del
aprendizaje está replanteando en nuestros días los conceptos y problemas de la
psicología de la mente en el contexto de la investigación experimental de la conducta.
Por ejemplo, la cuestión del autorrefuerzo y la resistencia a la extinción, que se enfoca
en función de la frustración del sujeto (Amsel, 1958, 1962), de la disonancia cognitiva
de los estímulos (Capaldi, 1967; vid. Fernández Trespalacios y cols., 1978), o incluso
los temas de la conciencia (Natsoulas, 1978) y de la introspección (Lieberman, 1979).

El ejemplo de conceptos y términos mentales es, por supuesto, más directo y


explícito, en los modelos y teorías que se apoyan, dentro de los círculos allegados al
conductismo, en el procesamiento de la información; la simulación del aprendizaje, la
memoria y el pensamiento; la inteligencia artificial; las teorías de sistemas y de la
decisión; la psicofísica del riesgo, las múltiples orientaciones de la psicología
«cognitiva» (Turpy y Mayer, 1978)

Creo que el resumen de Dodwell (1972, p. 13) es hoy tan válido o más que cuando
lo hizo: El desarrollo más significativo en la psicología del aprendizaje se caracteriza
“porque el acento se desplaza de las teorías del control de la conducta por medio del
premio y del castigo a una visión más "cognitiva", a preguntarse cuál es la información
que los organismos recogen de su ambiente y cómo esta información les sirve para
guiar sus varias acciones”.

No parece haber mucha duda. El conductismo sistemático acentúa su declive y,


prácticamente, ha desaparecido; se inserta en corrientes más amplias de la psicología
de la conducta, adquiere un tinte cada vez más “cognitivo”, crece su interés directo por
variables, fenómenos y procesos de significación claramente mental y, finalmente, se
disgrega en muy diferentes orientaciones y trabajos, cada cual ocupado, con las
características dichas, en elaborar la microteoría correspondiente a sus temas de
estudio.

Sólo Skinner permanece, en su conductismo empirista. Y, ciertamente, mientras no


sale de él, es inatacable. Más que una teoría, lo que propone es una tecnología. Y, en el
ámbito comprobado, la tecnología que ha descubierto es ampliamente útil y
fecundamente prometedora. El problema que plantea es el de su generalización.

Porque Skinner, que suele subscribir el newtoniano hypothesis non fingo y aconsejaba


atenerse a lo comprobado y evitar toda extrapolación (1938, p. 442), ha olvidado con
frecuencia su propio consejo y ha extrapolado con fruición, analógica, imaginativa y
sobreabundantemente, de la conducta operante de la rata blanca y la paloma a la vida
total del hombre, la sociedad y la cultura: Walden Dos, 1948 (edición española,
1968); Ciencia y Conducta Humana,  1953 (ed. esp. 1970); La Conducta
Verbal, 1957; Más allá de la Libertad y la Dignidad, 1971 (ed. esp. 1972).

Estas generalizaciones no parecen justificadas. Encierran, desde luego, un núcleo de


verdad, pero contienen innumerables equívocos y limitaciones.

La interpretación teórica meramente ambientalista y mecánica del reforzamiento -que,


en verdad, nunca ha defendido explícitamente Skinner, pero que está implícita en sus
trabajos- queda fuertemente en entredicho y en muchos casos refutada, en las
investigaciones a que aludí más arriba.

A la conducta respondiente y operante hay inevitablemente que añadir la conducta


biológicamente peculiar y naturalmente adaptativa de cada especie, y el aprendizaje
vicario, que no se ajustan - Skinner diría que ni tienen por qué ajustarse - a las leyes
del sistema skinneriano.

Numerosos autores, entre ellos discípulos y colegas de Skinner, como los Breland y
Herrnstein, señalan los límites biológicos del aprendizaje, asunto del que han tratado
ampliamente los etólogos y sobre el cual la bibliografía reciente es tan copiosa como
demostrativa de la insuficiencia y falta de generalidad de las leyes del
condicionamiento operante (p.e. Breland y Breland, 1961; García y Koelling, 1966;
Seligman y Hager, 1972; Bolles, 1970, 1972; Herrnstein, 1977).

Todo ello pone de relieve que, si no explícitos en el sistema de Skinner, sí, al menos,
implícitos en sus generalizaciones analógicas, subyacen tres grandes supuestos
encubiertos. Dicho brevemente -aunque la concisión les preste un cierto matiz
caricaturesco- son los siguientes. El supuesto de la generalización ambiental: la caja
de Skinner es representativa de todos los ambientes; el supuesto de la generalidad
específica: la rata y la paloma son representativas de todas las especies de seres vivos;
y el supuesto de la generalidad comportamental: las operantes, estímulos y refuerzos
empleados por Skinner, y la tasa de respuestas, como variable dependiente, son
representantivos de los aspectos importantes de todo comportamiento.

Ninguno de estos supuestos -u otros más rigurosamente formulados, que exigirían


amplio espacio (vid., p.e. Meehl, 1950; Seligman y Hager, 1972; Heemstein, 1977;
Mackenzie, 1977)- encuentran justificación en los resultados experimentales.

O bien el conductismo de Skinner propone una explicación teórica que permita


pronosticar y generalizar, cosa que no ha hecho, o bien es preciso proceder, caso por
caso, al examen experimental riguroso de cada comportamiento, cada ambiente y cada
organismo.

Es lo que, en buena parte inspiradas por el conductismo, están haciendo la teoría y la


práctica de la «modificación de conducta», tanto en el laboratorio como en situaciones
prácticas, clínicas, educativas y comunitarias, y lo mismo en el mundo anglosajón que,
cada vez con más frecuencia, en todas las latitudes. Hace sólo unos meses Petermann
(1979) encontraba, por ejemplo, que en el ámbito alemán, el cincuenta por ciento de
las publicaciones psicológicas de tipo terapéutico en los últimos años versan sobre
terapia y modificación de conducta.

Pero ello va exigiendo el estudio preciso de lo que Kanfer (1978) viene llamando
factores alfa, beta y gamma, es decir, variables y procesos ambientales, autogenerados
y biológicos, así como el examen de sus mutuas interacciones. Lo cual va descubriendo
un panorama complejísimo de relaciones entre variables y cuasi-variables (Pinillos,
1979) y entre sujetos y situaciones, que, lejos de mostrar la eficacia de la mera
aplicación de cualquier sistema conductista, está replanteando toda la problemática del
método, contenido y sentido de la investigación psicológica teórica y aplicada2.

En todo caso, la terapia de conducta, que tiene claros precedentes en el conductismo


(Watson y Rayner, 1920; Skinner et al., 1954), ni empieza con él, ni se reduce a su
aplicación. Empieza mucho antes, por ejemplo, desde 1890, con Morton Prince y Boris
Sidis (Freedberg, 1973), y, más específicamente, como un intento de complementar las
psicoterapias tradicionales y psicoanalíticas, de dudosa eficacia, con técnicas de
condicionamiento y relajación tomadas de Pavlov y Jacobson (Salter, 1949; Wolpe,
1952). Y, desde luego, no consiste hoy principalmente en la aplicación de
procedimientos conductistas. Incluso los que así se autodenominan lo hacen de una
manera cada vez más metafórica (Locke, 1971).

El panorama de la terapia y modificación de conducta es en la actualidad sumamente


complejo y variado y presenta un evidente matiz ecléctico. Lo ha expuesto con claridad
y competencia Pelechano (1978). La tendencia es aceptar toda técnica que resulte
eficaz, sin reparar demasiado en su procedencia, con tal de que consten sus
fundamentos científicos y aún, en bastantes casos, sin que se sepa bien cuáles son esos
fundamentos o, incluso, se sospeche que no existen (vid., p.e. Rimm y Masters, 1974;
Bergin y Suinn, 1975; Foreyt y Rathjen, 1978; Brengelmann, 1978).

Entre las orientaciones más rigurosas sobresalen las que pretenden fundamentar en un
análisis funcional cuidadoso la capacitación del cliente para la propia autorregulación y
autocontrol y para ayudarle a que sea él mismo quien dirija su conducta, cambie su
ambiente y se haga más independiente del medio que le rodea.

Que es, después de todo, lo que soñaba Watson y sueña Skinner. Este último, en Más
allá de la libertad y la dignidad (1972, p. 255) subraya la importancia del autocontrol
y distingue entre el yo que controla y el yo controlado, «aunque ambos queden dentro
de la misma piel». Lo que recuerda, como en otros términos señala agudamente
Carpintero (1978, p. 9), el orteguiano «yo soy yo y mi circunstancia».

Sólo que el autocontrol, al que analógicamente alude Skinner, se logra de hecho, en las
técnicas de modificación de conducta, penosamente y por sus pasos contados, a través,
desde luego, de contingencias ambientales y fisiológicas, pero, sobre todo, mediante
procedimientos complejos de autoobservación, autoevaluación y autorrecompensa, que
implican el juego de numerosas variables cognitivas y sus interacciones e, incluso, en
forma todavía poco conocida, el uso y dominio de la propia actividad consciente, la
apropiación subjetiva de parte del proceso y la atribución del control al propio cliente
(Kanfer, 1978).

Parece que tampoco el sistema de Skinner, el último baluarte del conductismo, logra
mantenerse incólume. Ni es, ni lo pretende, una teoría psicológica. Y, como
tecnología, se va transformando, en contacto con los casos reales, en una serie de
formulaciones teóricas y de procedimientos prácticos cada vez más alejados de los
supuestos conductistas.

No resulta quizás exagerado afirmar que el conductismo ha muerto. En los últimos


años varios autores tratan incluso de escribir su epitafio. El que más incisivamente lo
ha hecho es Mackenzie (1977). Intenta mostrar este autor que el conductismo no sólo
ha fracasado, sino que tenía forzosamente que fracasar. No ha llegado nunca a ser una
corriente científica normal; no ha constituído nunca un «paradigma», en el sentido de
Kuhn. No ha dispuesto nunca de un logro científico substantivo y metodológico a
partir del cual la comunidad científica hubiera podido seguir acumulando un cuerpo
progresivo de conocimientos. Desde el principio, se ha escindido en teorías dispares y
polémicas, a vueltas siempre con los fundamentos mismos de la psicología, que han
formado, por consiguiente, más que una ciencia, un conjunto de escuelas
precientíficas y pre-paradigmáticas. No podía ser de otro modo, dada la pretensión
común -la única común- de elaborar un sistema mediante criterios lógicos y formales,
según las normas del neopositivismo. Porque estos criterios de «sentido» (meaning) y
«validez» son incapaces de generar una doctrina científica substantiva. Todos ellos -
verificabilidad, falsabilidad, confirmabilidad, etc.- son insuficientes, primero, porque
ellos mismos, por su propio enunciado, carecen de «sentido» científico. Por ejemplo, el
criterio «solo tiene sentido científico lo empíricamente verificable», no es verificable
empíricamente. Segundo, porque su aplicación ni es suficiente, ni lógicamente segura.
Por ejemplo, los juicios universales no pueden ser verificados, ni los existenciales
falsados. Los mismos positivistas y filósofos de la ciencia han terminado por admitir
que los criterios formales pueden servir, a lo más, como orientación. Son útiles para
revisar, en un contexto teórico, los conceptos dudosos de una ciencia ya hecha. Son en
gran parte estériles para construir una ciencia nueva. Ninguna regla metodológica
formal puede sustituir en la elaboración de una ciencia a las grandes ideas, al
atenimiento a la realidad investigada, a la comprensión y agudeza del científico para
decidir qué es lo importante y qué lo trivial, a qué hechos atender con preferencia,
cuáles son las hipótesis que merece la pena poner a prueba, qué discrepancias entre la
teoría y los datos son soportables y cuáles son inadmisibles, etc.

El excesivo apego a los principios formales ha llevado al conductismo a elaborar


sistemas artificiosos en los que las intenciones substantivas de cada autor permanecían
en gran parte implícitas y, cada vez que se proponía un experimentum crucis, se iban
modificando ad hoc, para mantener indemne la propia teoría y rebatir la del contrario.
Lo cual tenía que impedir, forzosamente, toda convergencia y todo progreso común.

El conductismo, según Mackenzie, ha hecho tan sólo dos grandes aportaciones a la


psicología. Una, la más importante, es negativa: haber demostrado prácticamente la
imposibilidad de construir un sistema científico sobre los supuestos conductistas. Otra,
positiva, pero secundaria, consiste en el entrenamiento que ha proporcionado a los
psicólogos, sobre todo en la corriente del análisis experimental y de la tecnología de
Skinner, para «percibir» con suma finura las unidades significativas del
comportamiento. El conductismo ha sido, velis nolis, algo así como una fenomenología
práctica, que puede servir y está sirviendo de propedéutica al estudio experimental y
teorético ulterior.

¿Es este el saldo final del conductismo?

7. Balance y futuro

Creo, en resumen, que, efectivamente, el conductismo no ha llegado a constituir un


paradigma científico consistente. Es obvio que no ha logrado sustituir a las otras
escuelas, ni se ha convertido en el cauce común de la investigación psicológica. No ha
conseguido siquiera la unidad interna. Se ha fraccionado en escuelas dispares, en
continua discrepancia y polémica. Lejos de conseguir esa pretendida unidad, sus varias
ramas se van diluyendo cada vez más en el caudal de indagaciones que procede de las
más diversas tendencias, abandonando su carácter sistemáticamente conductista e
integrándose en múltiples microteorías, más atentas a la investigación del problema
psicológico del caso que a la fidelidad de escuela.

Es verdad, a mi juicio, que el conductismo como sistema ha dejado de existir. Creo, sin
embargo, que su contribución no se reduce a la demostración de su inviabilidad y a la
propedéutica fenomenológica que pueda proporcionar. El saldo de su influjo es mucho
más amplio y puede ser importante para el futuro de la psicología.

Yo lo cifraría en cinco puntos. El primero consiste en el inmenso repertorio de


conocimientos rigurosos que, al margen de su contexto sistemático, ha proporcionado a
la ciencia psicológica. El segundo es su aportación tecnológica teórica y aplicada, que,
de nuevo, independientemente de sus conexiones con los sistemas conductistas, es
ingente y fecunda. El tercero es el influjo que ha tenido y sigue teniendo en todas las
corrientes psicológicas; a todas ha obligado, de alguna manera, a preocuparse por el
atenimiento a lo observable. En cuarto y muy eminente lugar, yo pondría el influjo que
en la psicología contemporánea ha tenido la característica pretensión del conductismo,
sobre todo en Watson y Skinner, de orientar la indagación teórica hacia la intervención
práctica en la conducta, para dominarla y modificarla eficazmente. Y en quinto y
principal lugar, hay que reconocer la hazaña histórica que supone el haber desplazado,
tal vez definitivamente, el acento verificador desde la conciencia privada a la conducta
patente. A mi parecer, todas las corrientes psicológicas actuales, en la medida en que
pretenden contribuir a la elaboración de una ciencia positiva, admiten que, cualquiera
que sea la fuente de sus datos e hipótesis, y cualesquiera que sean sus recursos y
campos de verificación, la piedra de toque final e insustituible ha de ser, en último
término, la conducta del ser vivo como actividad pública y repetiblemente observable
del sujeto. Esa es, creo, la mayor contribución del conductismo.

No creo demasiado aventurado suponer que la mayoría de los psicólogos describiría


hoy, de una u otra forma, la vieja frase de Woodworth (1924, p. 264): «Si se me
pregunta si soy conductista, tengo que contestar que ni lo sé ni me importa. Si lo soy,
es porque creo en varios de los proyectos que los conductistas propone. Si no lo soy es,
en parte, porque creo también en otros proyectos que los conductistas parecen
soslayar».

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