Ricoeur, Paul. La Metáfora Viva. Madrid. Cristiandad, 1980.
Ricoeur, Paul. La Metáfora Viva. Madrid. Cristiandad, 1980.
Ricoeur, Paul. La Metáfora Viva. Madrid. Cristiandad, 1980.
Lo tradujo al español
AGUSTÍN NEIRA
Printed in Spain
T ordesillas, O rganización G ráfica - Sierra de Monchique, 25 - M adrid-18
Dedico estos estudios a aquellos investigadores
cuyo pensamiento se aproxima al mío o que me han
acogido en las universidades en que fueron elabora
dos: Vianney Décarie, universidad de Montreal; Ge
rard Genette, École pratique des hautes études, Pa
rís; Cyrus Hamlin, universidad de Toronto; Émile
Benveniste, College de France; A. J. Greimas, École
pratique des hautes études, París; Mikel Dufrenne,
universidad de París; Mircea Eliade, universidad de
Chicago; Jean Ladriére, universidad de Lovaina.
CONTENIDO
Introducción.................................................................................................. 11
ESTUDIO PRIMERO
ESTUDIO II *׳
ESTUDIO III
ESTUDIO IV
estudio vi
EL TRABAJO DE LA SEMEJANZA
ESTUDIO vil
METAFORA Y REFERENCIA
ESTUDIO V III
regula la de las dos binas de artes auténticas, gimnasia y medicina, por una
parte, y justicia y legislación, por otra (Gorgias, 464 c).
7 «...V er los medios de persuadir que implica cada tema» (Retórica, I,
1355 b 10). «La retórica sirve... para descubrir lo persuasivo (to pithanon)
verdadero y lo persuasivo aparente, exactamente igual que la dialéctica el
silogismo verdadero y el silogismo aparente» (1355 b 15); «admitamos,
pues, que la retórica es la facultad de descubrir especulativamente lo que,
en cada caso, puede ser apto para persuadir» (1355 b 25); «la retórica
parece que es la facultad de descubrir especulativamente lo persuasivo en
cualquier tema» (1355 b 32).
8 En la Retórica, II, 24,9, 1402 a 17-20, Aristóteles atribuye a Corax
Desdoblamiento de la retórica y poética 21
25 Gilbert Ryle, The Coticept of Mind, pp. 16s, 33, 77-79, 152, 168, 206.
«La epífora del nombre» 37
ción simple cuando, por otra parte, se afirma que ella «se dice a partir
de dos». Sin duda, hay que entender que la comparación es «simple» en
relación con la metáfora proporcional que se compone de dos relaciones
y de cuatro términos, ya que la comparación sólo implica una relación
y dos términos; McCall (46-47) discute las interpretaciones de Cope y de
Roberts. Por mi parte, no veo contradicción en llamar simple a la expre
sión «un escudo es una copa», en la que faltan los términos Marte y Baco.
Esto no impide que esté compuesta de dos términos.
35 E. M. Cope (The Rhetoric of Aristotle, Commentary, v. I l l , ad III
10, 11) traduce: «Similes... are composed of (or expressed in) two terms,
just like the proportional metaphors■» (137). Y comenta: «The difference
between a simile and a metaphor is — besides the greater detail of the
former, the simile being a metaphor writ large— that it always distinctly ex
presses the two terms that are being compared, bringing them into appa
rent contrast; the metaphor, on the other hand, substituting by transfer
the one notion for the other of the two compared, identifies them as
it were in one image, and expresses both in a single word, leaving the
comparison between the object illustrated and the analogous notion which
throws a new light upon it, to suggest itself from the manifest corres
pondence to the hearer» (137-138). Me Call traduce, al contrario, «involves
two relations» (45) por causa de la relación con la metáfora proporcional.
Remite a Ret., I l l 4, 1407 a 15-18 que insiste en la reversibilidad de la
metáfora proporcional; si se puede llamar al cuarto término con el nom
bre del segundo, también se debe poder hacer lo inverso: por ejemplo,
si la copa es es escudo de Baco, el escudo puede llamarse también de modo
apropiado la copa de Marte.
36 Lo mismo en I I I 10: el ejemplo tomado de Pericles contiene expre
samente las marcas de la comparación (houtós... hósper); en cambio, el
ejemplo tomado de Leptines presenta la reducción metafórica: «Leptines
decía sobre los espartanos que no se podía permitir que Grecia perdiera
uno de sus ojos» (1411 a 2-5). También se tendrán en cuenta los ejemplos
de I II 11, 1413 a 2-13. Es verdad que las citas de Aristóteles son de
Metáfora y comparación 43
fía, añade la Retórica, hay que tener también agudeza para perci
bir lo semejante incluso en las cosas más opuestas: así Arquitas
decía que es lo mismo un árbitro que un altar, pues el malvado
encuentra refugio en ambos; igualmente un ancla y un gancho
son lo mismo, pues ambas cosas son parecidas, aunque difieren
según lo alto y lo bajo» (III 11, 1412 a 10-15). Percibir, con
templar, ver lo semejante; tal es, para el poeta desde luego, pero
también para el filósofo, el toque de inspiración de la metáfora
que unirá la poética a la ontología.
2 Cf. Estudio I, 1.
El modelo retórico de la tropología 73
3. Tropo y figura
5. La familia de la metáfora
hace sólo por metáfora, sino también por metonimia y por sinéc
doque. Pero, ¿qué es lo que distingue la personificación por me
táfora de la metáfora propiamente dicha, sino la extensión de la
entidad verbal?
Lo mismo se podría decir de la alegoría que también «pre
senta un pensamiento bajo la imagen de otro, más adecuado
para hacerlo más sensible o más incisivo que si fuera presentado
directamente y sin velos» (114). Pero la alegoría se distingue de
la metáfora por otro rasgo distinto de su unión con la proposi
ción; según Fontanier, la metáfora, incluso ׳continuada (que él
llama alegorismo), presenta un solo sentido verdadero, el figu
rado, mientras que la alegoría «consiste en una proposición de
doble sentido, literal y espiritual, al mismo tiempo» (114)17.
¿Quiere esto decir que el doble sentido es únicamente propio
de las figuras de expresión y no de las de significación? Así
parece, aunque no esté clara ia razón. ¿Se necesita, quizás, para
mantener juntos los sentidos, un acto del espíritu, es decir, un
juicio, una proposición? ¿Se han, definido las nociones de sen
tido literal y espiritual en el marco de la proposición y no de la
palabra, con vistas a este análisis de la alegoría?
Con todo, la ficción ofrece un nuevo aliciente para nuestra
discusión; revela, por recurrencia, un rasgo de la noción de figu
ra posiblemente ya indicado en la definición de metáfora citada
tantas veces. Presentar una idea bajo el signo de otra supone
que las dos no difieren solamente en cuanto a la clase de obje
tos, sino en cuanto al grado de viveza y familiaridad. Fontanier
no estudia esta diferencia en cuanto tal; sin embargo, se puede
descubrir en ella una matización del concepto de figura, que la
ficción y la alegoría permiten aislar: la presentación de un pen
samiento bajo una forma sensible; este rasgo será llamado con
frecuencia imagen; el mismo Fontanier dice de la alegoría que
«presenta un pensamiento bajo la imagen de otro apropiado
para hacerlo más sensible e incisivo» (114). Así, se dirá que
Marmontel, «representando su espíritu por un arbusto׳, describe
así las ventajas que ha sacado del trato ׳con Voltaire y Vauve-
nargues, presentados bajo la imagen de dos ríos...» (116). Fi
gura, pintura, imagen van, pues, juntas. Un poco más tarde, al
A Cyrus Hamlin.
24 Estudio II, 2.
8
114 Metáfora y semántica del discurso
35 Estudio V II.
36 Max Black, Models and Metaphors (Itaca 1962), cap. III: «Meta
phor»; cap. X III: «Models and Archetypes».
Gramática lógica y semántica 121
40 «Todas las obras literarias caen dentro de estas tres clases: poema,
ensayo, ficción en prosa» (126).
■» Cf. Estudio I, 5.
Crítica literaria y semántica 131
parque son «locuciones a las que el uso impide cambiar nada» (172). Según
se ve, Saussure no conoce entre lengua y habla más que una diferencia
psicológica (la obligación opuesta a la libertad), fundada en una diferencia
sociológica (el había es individual; la lengua, social) (30). El sintagma
forma parte del «tesoro interior que constituye la lengua en cada indivi
duo» (171) y compete por tanto a la lengua y no al habla. El Cours des
conoce, pues, por completo la diferencia propiamente lógica entre el dis
curso y la lengua, la diferencia entre la relación predicativa en el discurso
y la relación de oposición entre los signos. En este sentido, se puede
decir que hay en Saussure una teoría del habla, en el sentido psicológico
e individual, pero no una teoría del discurso, en el sentido propiamente
semántico que hemos descrito al comienzo del Estudio III. Tampoco la
frase alcanza en él un estatuto comparable al de las entidades en torno
a las que gira lo esencial del Cours.
6 Se hace aquí referencia al esquema propuesto por Stephen Ullmann, en
The Principies of Semantics (Oxford 1951) 31-42. Volveremos con más
amplitud sobre él en el apartado 2 del presente estudio.
10
146 Metáfora y semántica de la palabra
50 Cours..., p. 114s.
51 S. Ullmann lo recuerda: «Noción puramente sincrónica, la polisemia
implica importantes consecuencias de orden diacrónico: las palabras pueden
adquirir acepciones nuevas sin perder su sentido primitivo. De esta facul
tad resulta una elasticidad en las relaciones semánticas sin paralelo en el
campo fónico» (Précis..., p. 199).
La metáfora y los postulados saussurianos 171
64 Estudio V II, 4.
176 Metáfora y semántica de la palabra
90 Estudio V, 3.
91 Cf. Estudio VII, 3.
180 Metáfora y semántica de la palabra
m Ibid.
85 É. Benveniste, op. cit., p. 38.
182 Metáfora y semántica de la palabra
90 Estudio V, 3.
184 Metáfora y semántica de la palabra
A A. J. Greimas
exterior» reúne las dos y sugiere algo como medio espacial deli
mitado por un dibujo. Estos dos valores de la espacialidad pare
cen implicados mutuamente, si se definen las figuras como «los
rasgos, las formas o los giros [segundo valor]... por los que el
discurso, en la expresión de las ideas, de los pensamientos o de
los sentimientos, se aleja más o menos [primer valor] de lo que
hubiera sido la expresión simple y común» 25.
El enlace entre esas rápidas observaciones y la reflexión más
fundamentada de los neorretóricos nos lo proporciona la inter
pretación que de la función poética en el lenguaje da Román
Jakobson en su famosa comunicación en una Conferencia inter
disciplinar sobre el estilo26. Tras haber enumerado los seis fac
tores de la comunicación —emisor, mensaje, destinatario, con
texto, código común y contacto (físico o psíquico)— , Román
Jakobson establece una correspondencia entre la enumeración de
los factores y una enumeración de las funciones según el predo
minio de uno u otro factor. Luego define la función poética
como la que pone el acento en el mensaje, por su propia cuenta
(for its own sake); y añade: «Esta función, que demuestra el
lado palpable de los signos, acrecienta, por eso mismo, la dico
tomía entre los signos y los objetos» (218). Los dos factores espa
ciales evocados más arriba se interpretan aquí de un modo com
pletamente original. Por una parte, la noción de un contorno, de
una configuración del mensaje, que aparece en primer plano, se
relaciona con un funcionamiento preciso de los signos en los
mensajes de carácter poético: un cruce muy peculiar entre las
dos maneras fundamentales de ordenar los signos, la selección
y la combinación27. Al introducir así la consideración de dos
ejes ortogonales, en lugar de la simple linearidad de la cadena
hablada enseñada por Saussure, resulta posible describir la fun
ción poética como una alteración de la relación entre estos dos
ejes. La función poética proyecta el principio de equivalencia
del eje de la selección sobre el de la combinación; en otras pala
bras, en la función poética, la equivalencia es elevada al rango
25 Ibid., p. 64.
26 Román Jakobson, Closing Statements: Linguistics and Poetics, en
Style in Language (Nueva York 1960).
27 Jakobson relaciona además estos dos ordenamientos con el principio
de similaridad (elección entre términos semejantes) y con el de contigüidad
(construcción lineal de la secuencia). Examinaremos en el Estudio VI,
dedicado al juego de la semejanza, este aspecto particular de la definición
del proceso metafórico en Román Jakobson.
El espacio de la figura 201
versión del mensaje en una cosa que dura» (239) es lo que cons
tituye la cuasi-corporeidad, sugerida por la metáfora de la figura.
La neorretórica, aprovechando el camino abierto por Román
Jakobson, intenta elevarse a una meditación sobre la visibilidad
y la espacialidad de la figura. Todorov, apoyándose en la observa
ción de Fontanier sobre la metáfora de la figura, declara que la
figura crea la manifestación del discurso haciéndolo opaco: «El
discurso que nos hace simplemente conocer el pensamiento es
invisible y por lo mismo inexistente» 29. En lugar de desaparecer
en su función de mediación y hacerse «invisible» e «inexistente»
como «pensamiento», el discurso se designa a sí mismo como
discurso: «La existencia de las figuras equivale a la existencia
del discurso» (102).
La observación no está exenta de dificultades. En primer lu
gar; el «discurso transparente» — que sería el grado retórico cero
del que hemos hablado antes— no carecería de forma desde otra
perspectiva, ya que se nos dice que «sería el que deja visible la
significación y que sólo sirve para 'hacerse entender’» (102).
Por tanto, es necesario que se pueda hablar de la significación
sin la figura. Pero en una semiótica que no se dedica a des
cribir el funcionamiento propio del discurso-frase, la noción
misma de significación queda en suspenso. En segundo lugar,
la opacidad del discurso se identifica demasiado pronto con su
ausencia de referencia: suele decirse que frente al discurso
transparente «existe el opaco, tan cubierto de 'diseños’ y
'figuras’ que no deja entrever nada tras él; estaríamos ante
un lenguaje que no remite a ninguna realidad, que se basta a sí
mismo» (ibid.). Se termina con el problema de la referencia sin
haber presentado una teoría de las relaciones del sentido y de la
referencia en el discurso-frase. Se comprende perfectamente que
la opacidad de las palabras pueda implicar referencia distinta y
no referencia nula (Estudio VII).
Sin embargo, sigue presente la idea valiosa de que una de
las funciones de la retórica es «hacernos tomar conciencia de la
existencia del discurso» (103).
Gérard Genette lleva hasta el fin la metáfora espacial de la
figura según sus dos valores, distanciación y configuración 30. Hay,
29 Tzvetan Todorov, Littérature et signification, p. 102.
30 Ya hemos citado en el apartado anterior este texto de Gérard Ge
nette: «Todo el espíritu de la retórica está en esta conciencia de un hiato
posible entre el lenguaje real (el del poeta) y un lenguaje virtual (el que
habría empleado la expresión simple y común) que basta restablecer por
El espacio de la figura 203
Pero el mismo autor señala que este tercer criterio —la «des-
criptibilidad»— es un criterio muy débil; aquí la figura no se
opone a una regla, sino a un discurso que no se sabe describir.
Por eso, una buena parte de la teoría clásica de las figuras, por
el hecho de poderla relacionar con ese criterio débil, es simple
mente una anticipación de la lingüística y de sus cuatro campos:
relación sonido-sentido, sintaxis, semántica, relación signo-refe
rente (113). Volveremos sobre este punto en el apartado 5.
El criterio más importante no proviene de la idea de descrip-
tibilidad, sino de la transgresión de una regla. Pero si la misma
transgresión debe ser regulada, es necesario completar la idea de
desviación, entendida como violación de un código, con la de
reducción de desviación, a fin de dar una forma a la misma des
viación o, en términos de Genette, delimitar el espacio abierto
por la desviación.
Debemos a Jean Cohén el haber introducido — a mi entender
de modo decisivo— la noción de reducción de desviación. La
identificación que hace de la metáfora con cualquier reducción
de desviación es más discutible, pero no afecta a la esencia de
su descubrimiento. Nunca será más esclarecedora y fructífera la
confrontación con la teoría de la interacción.
No voy a estudiar otra vez la definición estilística de la des
viación según Jean Cohén ni su enfoque estadístico (cf. aparta
do 1); estudio su obra a partir del momento en que la noción
de desviación le permite distinguir, dentro del significado, la
sustancia significada —la información producida— y la «forma
del sentido» (38), empleando una expresión de Mallarmé. «El
hecho poético comienza a partir del momento en que Valéry llama
al mar 'techo’ y a los barcos 'palomas’. Con ello se produce
una violación del código del lenguaje, una desviación lingüística
que, con la antigua retórica se puede calificar de 'figura’, y que
es la única que ofrece a la poética su verdadero objeto» (44).
Dos aspectos metodológicos intervienen aquí: el primero con
cierne a la distribución en niveles y en funciones; el segundo, a
la introducción de la noción de reducción de desviación, que nos
interesa especialmente.
En el primer caso, el teórico de la poesía puede reanudar el
estudio de la antigua retórica en el punto en que ésta se detuvo:
tras la clasificación de las figuras, es necesario extraer su estruc
tura común. La antigua retórica sólo había identificado el ope
rador poético propio de cada figura: «La poética estructural se si
túa en un grado superior de formalización. Busca una forma de
208 Metáfora y nueva retórica
EL TRABAJO DE LA SEMEJANZA
A Mikel Dufrenne
1. Sustitución y semejanza
CODIGO
m eta fo ra s e l e c c io n s im i l a r id a d s u s t it u c ió n s e m á n t ic o (Significación
en él)
m e n s a je
METO COMBI- CONCA-
NIMIA NACION CONTIGÜIDAD TENACION SINTAXIS
(Significación
contextual)
244 El trabajo de la semejanza
La virtud del esquema bipolar reside en su carácter suma
mente general y simple; las últimas correlaciones nos han mos
trado su validez: más allá de la frase, en el estilo, más allá del
uso intencional de los signos lingüísticos, en el trabajo del sueño
y en la magia, más allá de los propios signos lingüísticos, en el
uso de los demás sistemas semióticos. Respecto a la metáfora,
las ventajas son enormes; el mismo procedimiento, antes limi
tado a la retórica, se ha generalizado más allá de la esfera de la
palabra y hasta de la propia tropología.
Pero a un gran precio. En primer lugar, el binarismo del es
quema, cuando se aplica al plano retórico, restringe inútilmente
su campo a dos figuras. Es cierto que se nombra varias veces la
sinécdoque, pero como un caso de contigüidad, ya comparándola
con la metonimia (desplazamiento metonímico y condensación si-
necdóquica en Freud), ya como una especie de metonimia (el no
velista ruso Uspensky empleaba con particular afición la meto
nimia y, sobre todo, la sinécdoque). La reducción más extrema
que parece haber conocido la tropología en el pasado admitía al
menos tres figuras: la metonimia, la sinécdoque y la metáfora.
Dumarsais admitía una cuarta figura de base, la ironía. Dentro
de un esquema tripartito, la semejanza se opone no a la conti
güidad, sino a la dualidad de la relación inclusiva y exclusiva;
de ese modo, la generalización del concepto de metáfora más allá
del campo lingüístico se ve paradójicamente compensada por la
restricción de ese campo a dos tropos.
Pero, sobre todo, las diferencias que provienen del divorcio
entre discurso y signo, dentro de la jerarquía de las entidades lin
güísticas, se diluyen en semejanzas vagas y en equívocos que afec
tan tanto al concepto de combinación como al de selección. En
lo que concierne al primero, se puede dudar de que las opera
ciones lógicas que rigen la sintaxis de la predicación y la de la
coordinación y subordinación de los enunciados provengan de la
misma clase de contigüidad que, por ejemplo, la concatenación
de los fonemas dentro de los morfemas. La sintaxis predicativa
es en cierto sentido lo contrario de la contigüidad. Representa
el orden de lo necesario, regulado por las leyes formales de con
dición de posibilidad de las expresiones bien formadas; la conti
güidad es del orden de lo contingente, más aún, de lo contigente
a nivel de los mismos objetos, según que cada uno forme un
todo completamente aparte. Así pues, la contigüidad metonímica
parece bien distinta de la unión sintáctica.
En cuanto a la noción de proceso metafórico, no sólo es equí
Sustitución y semejanza 245
3. Proceso a la semejanza
4. Defensa de la semejanza
6. Icono e, imagen
56 Sobre sentido y referencia, cf. Estudio III, pp. 107-108, y Estudio VII.
57 John Hosper, Meaning and Truth in the Arts (Carolina del Norte
1948).
58 M. B. Hester, op. cit., pp. 160-169.
Icono e imagen 287
METAFORA Y REFERENCIA
A Mircea Eliade
“ Estudio V I, 1.
302 Metáfora y referencia
denotar... v e r b a le s = m ú ltip l e
= d e s c r ip c ió n s in g u la r
[d e l s ím b o lo h a c ia n o -v e rb a le s nula ( p i n t u r a [d e ] o b je to s
1 la c o s a ] = r e p r e s e n ta c ió n u n ic o r n io ) y a c o n te c im ie n to s
>Y ' ^ im ita c ió n
REFERENCIA
i ¿ejemplificar...
= s e r d e n o ta d o v e r b a le s = p r e d ic a d o
= poseer e je m p lific a d o
tra n s - f e r e n c ia
= r e la c ió n e t i q u e t a n o -v e rb a le s =
= m u e s t r a d e s c r it a ------- > > d e n o ta c ió n m e ta f ó r ic a
s e n ti m ie n t o s
t «expresión»
m u e stra
p o s e s ió n f ig u r a d a
o e je m p lific a c ió n
m e ta f ó r ic a
( p i n t u r a d e c o lo r
triste)
Una teoría de la denotación generalizada 315
pintura es triste más bien que alegre, aunque sólo los seres que
sienten pueden ser alegres o tristes. Hay, sin embargo, aquí una
verdad metafórica, pues el error en la aplicación de la etiqueta
equivale a la reasignación de una etiqueta (reassignment of a
label), de modo que triste conviene mejor que alegre. La false
dad literal —por asignación defectuosa ( misassignment of a
label) —■ se convierte en verdad metafórica por reasignación de
etiqueta35. Veremos después cómo el paso por la teoría de los
modelos permite interpretar esta reasignación en términos de
redescripción. Pero habrá que introducir entre descripción y re
descripción el juego de la ficción heurística, cosa que hará la
teoría de los modelos.
Pero antes es importante considerar una extensión interesante
de la metáfora; ésta no comprende sólo lo que acabamos de lla
mar «figura», la transferencia de un predicado aislado que fun
ciona en oposición con otro (la alternativa rojo o naranja), sino
también el llamado «esquema», que designa un conjunto de eti
quetas, de modo que un conjunto correspondiente de objetos
(un «reino») se halla con él coordinado (por ejemplo, el color) 36.
La metáfora despliega su poder de reorganizar la visión de las
cosas cuando es un «reino» entero el que se transpone: por ejem
plo, los sonidos en el orden visual; hablar de la sonoridad de
una pintura, no significa la emigración de un predicado aislado,
sino la incursión de un reino entero en un territorio extranjero.
La famosa «transposición» se convierte en una migración concep
tual, como una expedición de ultramar con armas y bagajes. Este
es el punto interesante: la organización efectuada en el reino ex
tranjero es guiada por el empleo de todo el material del reino de
origen. Esto quiere decir que, si la elección del territorio de inva
sión es abitraria (sin importar la semejanza de las cosas que se
comparan salvo una diferencia), el uso de las etiquetas en el nuevo
campo de aplicación se regula por la práctica anterior: así, el
uso de la expresión «altura de los números» puede guiar el de
la expresión «altura de los sonidos». La ley de empleo de los
esquemas es la regla del «precedente». También aquí el nomi
nalismo de Nelson Goodman le impide buscar afinidades en la
naturaleza de las cosas o en una constitución eidética de la expe
riencia. A este respecto, las filiaciones etimológicas, la reapari
ción de confusiones animistas, por ejemplo entre lo animado
4. Modelo y metáfora
en toda la obra; luego los símbolos compartidos por toda una tradición
cultural; luego los que unen a todos los miembros de una vasta comunidad
secular o religiosa; finalmente, en el quinto orden, los arquetipos que pre
sentan una significación para toda la humanidad o, al menos, para una
parte importante de ella: por ejemplo, el simbolismo de la luz y de las
tinieblas o el del señorío. Berggren recoge en su obra (op. cit., I 248-249)
esta idea de organización en niveles. Desde un punto de vista totalmente
diferente, el de la estilística, Albert Henry (Métonymie et Métaphore
[1971] pp. 116s) muestra que las combinaciones de metáforas, según las
figuras de segundo grado que expone con extraordinaria minuciosidad, son
las que integran el procedimiento retórico en una obra entera encargada
de transmitir la visión singular del poeta. Al evocar más arriba el análisis
de Albert Henry (cf. p. 277), he hecho hincapié en que la referencia a un
mundo y la retro-referencia a un autor son contemporáneos de ese lazo
que eleva el discurso a la categoría de obra.
47 Estudio I, 5.
330 Metáfora y referencia
61 Colín Murray Turbayne, The Myth of Metaphor (Yale 1962); (Ed. re
visada, Carolina 1970); Apéndice: «Models; Metaphors and Formal Inter-
pretations».
Hacia el concepto de «verdad metafórica» 339
A lean Ladriére
c¡a quiere decir pensar por género. Pero el primer gesto sigue
siendo la conquista de una diferencia entre la analogía trascen-
cendental y la semejanza poética. A partir de esta primera dife
rencia el lazo no ׳genérico del ser podrá — y sin ninguna duda
deberá— pensarse según un modelo que deberá ser totalmente
independiente de la misma analogía. Pero este paso más allá de
la analogía sólo ha sido posible porque ésta misma había sido
un paso más allá de la metáfora. Habrá sido decisivo para el
pensamiento que una parcela de equivocidad haya sido arranca
da, un día, a la poesía e incorporada al discurso filosófico, al
tiempo que éste era obligado a sustraerse al imperio de la sim
ple univocidad.
teológica, I, q. 13, art. 5). Esta relación entre san Pablo y Aristóteles es
significativa: la unión de dos tradiciones y de dos culturas.
34 La división de los predicados en unívocos, equívocos y análogos
no proviene de Aristóteles, sino del aristotelismo árabe, heredero a su vez
de la invención de los ambiguos (amphibola) hecha por Alejandro de
Afrodisa en su Comentario a Aristóteles. Cf. H. A. Wolfson, The Amphi
bolous Terms in Aristotle, Arabic Philosophy and Maimonides: «Harvard
Theological Review» 31 (1938) 151-173.
35 Los pocos textos propiamente filosóficos acerca de la analogía que
no conciernen a los nombres divinos atestiguan que Aristóteles crea la tra
ma fundamental de la solución por la analogía. Es el caso del De Prin
cipas Naturae y del Comentario a 2 de la Metafísica de Aristóteles. De
Principiis introduce la cuestión de la analogía por la de la identidad de
los principios (materia y forma) a través de la diversidad de los seres; la
analogía es una identidad distinta de la identidad genérica que descansa
en un tipo de attributio (término tomado del comentario de Averroes a la
Metafísica), la attributio analógica, que descansa en rationes no totalmente
diferentes, como ocurre en la attributio equívoca (en que un mismo nomen,
can, corresponde a rationes diferentes, el animal y la constelación). A su
vez la attributio se ordena sobre los grados de unidad de los seres. Sigue el
ejemplo célebre del predicado sanum que se dice analógicamente del sujeto
(el hombre), del signo (la orina), del medio (la poción), en razón de una
significación de base que es aquí el fin (la salud). Pero la significación de
base puede ser la causa eficiente, como en el ejemplo del predicado medi-
24
370 Metáfora y discurso filosófico
3. Meta-fórico y meta-físico
del Principio de razón nos enseña más bien que nace de una dis
cordancia anterior 58. En efecto, dos enunciados proceden del prin
cipio de razón. El enunciado racionalizante del pensamiento re
presentativo se formula así: «Nada es sin un porqué» (102). El
enunciado tomado de la poesía espiritual de Angelus Silesius dice:
«La rosa es sin por qué, florece porque florece. No se preocupa
de sí misma, no desea ser vista» (103). Nada es sin por qué. Y
sin embargo, la rosa es sin por qué. Sin por qué, pero no sin
porque. Precisamente, esta vacilación, al hacer el principio de
razón más impenetrable, obliga a oír ( hóren) al principio mismo:
«Es necesario entonces estar atento a su entonación (Ton), a la
manera como está acentuado» (75). El principio, ahora, resuena
con «dos acentuaciones (Tonarten) diferentes» (ibid.): una sub-
braya nada y sin; otra, es y razón. La segunda, privilegiada por la
VI Lección de la que hemos partido׳, exige el contraste con la
primera acentuación que es la del pensamiento representativo.
Precisamente, esta lucha entre pensamiento representativo y
meditante produce, en Unterwegs zur Sprache 59, la metáfora ver
dadera en el mismo lugar en que se rechaza la metáfora en sen
tido metafísico. También aquí tiene importancia el contexto.
Heidegger intenta separarse de la idea que el pensamiento repre
sentativo se hace del lenguaje, cuando lo trata como Ausdruck,
«expresión», exteriorización de lo ׳interior, por tanto, domina
ción de lo exterior por lo interior, dominio de una instrumenta-
lidad por una subjetividad.
Para seguir la andadura del filósofo fuera de esta representa
ción, se propone un término de Hólderlin, que llama al lenguaje
die Blume des Mundes (205). El poeta dice también: Worte,
wie Blumen (206). El filósofo puede acoger estas expresiones,
porque él mismo ha designado las formas de decir como Mun-
darten, formas de boca, idiomas, en que se entrecruzan tierra,
cielo, mortales, dioses. Así, pues, toda una red vibra y se pone
en relación de inter-significaciones. Y cae de nuevo la condena,
idéntica a la pronunciada en el Principio de razón: «Quedamos
atrapados en la metafísica si tomamos por una metáfora esta
designación de Hólderlin en el giro 'Worte, wie Blumen.» Más
aún, al protestar contra la interpretación de Gottfried Benn que
reduce el W ie al «como» de la comparación, lo acusa de reducir
(op. cit., 87). En los demás casos, la imagen se atenúa, pero sigue
siendo sensible; por eso, «casi todas las metáforas lexicalizadas
pueden recobrar su brillo primitivo» (88). Pero la reanimación
de una metáfora muerta es una operación positiva de deslexica-
lización que equivale a una nueva producción de la metáfora y, por
tanto, de sentido metafórico. Los escritores la obtienen por di
versos procedimientos muy precisos: sustitución de un sinónimo
que crea imagen, adición de una metáfora más nueva, etc.
En el discurso filosófico, el rejuvenecimiento de las metáfo
ras muertas es particularmente interesante en el caso en que éstas
realizan una suplencia semántica. Reanimada, la metáfora asume
una nueva función de fábula y de redescripción, característica de
la metáfora viva, y abandona su función de mera suplencia en
el plano de la denominación. La deslexicalización no es, pues,
de ningún modo simétrica a la lexicalización anterior. Por otra
parte, en el discurso filosófico, la renovación de las metáforas
apagadas pone en juego procedimientos más complejos que los
que se han evocado anteriormente. Lo más importante es el des
pertar de las motivaciones etimológicas, llevado hasta la falsa
etimología; el procedimiento, ya alabado por Platón, es usual en
Hegel y Heidegger. Cuando Hegel entiende tomar-verdad en la
expresión Wahrnehmung, y Heidegger, no-disimulación en a-lé-
theia, el filósofo está creando sentido y, de alguna manera, pro
duce algo parecido a una metáfora viva. Por tanto, el análisis
de la metáfora muerta nos remite a una primera fundación, a la
metáfora viva 70.
La fecundidad oculta de la metáfora muerta pierde todavía
más su prestigio cuando se considera su exacta contribución a la
formación de los conceptos. Reavivar la metáfora muerta no es
en absoluto desenmascarar el concepto; en primer lugar, porque
la metáfora reavivada opera de otro modo que la metáfora muer
ta; pero, sobre todo, porque el concepto no encuentra su génesis
integral en el proceso por el que la metáfora se ha lexicalizado71.
cho más rara que la designada por el sentido metafórico (como ocurre con
la palabra testa latina); o bien, cuando existe un duplicado que priva a
uno de los dos términos de !su uso no figurado (tal es el caso de «aveugle-
ment-cécité»).
70 La teoría de la metáfora viva rige la génesis intencional, no sólo del
desgaste que engendra la metáfora muerta, sino también del abuso en el
sentido dado a esta palabra por Turbayne y Berggren (cf. Estudio V II, 5).
71 A. Henry, «La reviviscence des métaphores», en Métonymie et Mé-
taphore, 143-153.
396 Metáfora y discurso filosófico
esbozo que ahora nos interesa relacionar con las experiencias del
concepto.
b ) El hecho de que el discurso especulativo encuentre en el
dinamismo que acabamos de describir algo como el esbozo de una
determinación conceptual no impide que aquél comience en sí
y encuentre en sí mismo el principio de su articulación. De sí
mismo extrae el recurso de un espacio conceptual que él ofrece
al despligue del sentido que se esboza metafóricamente. Su nece
sidad no prolonga su posibilidad inscrita en el dinamismo de lo
metafórico. Procede más bien de las estructuras mismas del espí
ritu cuya articulación es tarea de la filosofía trascendental. De
uno a otro discurso sólo se pasa por una epoché.
Pero ¿qué debemos entender por discurso especulativo? ¿Es
necesario considerarlo como equivalente de lo que constantemen
te hemos llamado antes determinación conceptual, por oposición
a los esbozos semánticos de la enunciación metafórica? Diré que
el discurso especulativo es el que establece las nociones prime
ras, los principios, que articulan primordialmente el espacio del
concepto. Si el concepto, tanto en el lenguaje ordinario como en
el científico, no puede nunca derivarse efectivamente de la per
cepción o de la imagen, es porque la discontinuidad de los niveles
de discurso está instaurada, al menos virtualmente, por la misma
estructura del espacio- conceptual en el que se inscriben las sig
nificaciones cuando- se separan del proceso de naturaleza metafó
rica que, según se ha dicho, engendra todos los campos semán
ticos. En este sentido, lo especulativo es la condición de posibi
lidad de lo conceptual. Expresa, en un discurso de segundo gra
do, su sistematicidad. Sí, en el orden de descubrimiento, aparece
como discurso segundo — como metalenguaje, si se quiere— , con
relación al discurso articulado a nivel conceptual, es sin duda
discurso primero en el orden de fundación. Su acción está pre
sente en todas las tentativas especulativas para ordenar los «gran
des géneros», las «categorías del ser», las «categorías del enten
dimiento», la «lógica matemática», los «elementos principales de
la representación», o como se quiera decir. El poder de lo especu
lativo es el que, aun cuando no se le reconoce su capacidad de
articularse en un discurso distinto, crea el horizonte o, como se
ha dicho, el espacio lógico a partir del cual la elucidación de la
intención significante de todo el concepto se distingue radical
mente de cualquier explicación genética a partir de la percepción
o de la imagen. A este respecto, la distinción establecida por
406 Metáfora y discurso filosófico
expresa, por ejemplo, en las definiciones ecuacionales por las que un tér
mino del código se relacina con otros del mismo código (cf. Estudio V II, 2).
as Cf. Estudio V II, 2.
412 Metáfora y discurso filosófico
89 Ibid., 4.
* ׳Cf. Estudio V II, 3.
« Ibid., 2.
Explicitación ontológica del postulado de la referencia 413