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La Infancia Espiritual

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La infancia espiritual

El Camino de la Infancia
Espiritual según Santa Teresita
La lección del divino Maestro

Entre las dulces y luminosas enseñanzas del santo Evangelio, no hay ninguna tan suave y
eficaz como la que nos manda que nos convirtamos y hagamos como niños. No sólo se
trata de un consejo de perfección, sino de un medio de salvación, enseñado por el mismo
Jesucristo, en el santo Evangelio, y repetido por Él en diferentes ocasiones.

"En aquella hora se acercaron los discípulos a Jesús, y le hicieron esta pregunta: "¿Quién
es el mayor en el reino de los cielos?" Y Jesús, llamando a un niño, lo colocó en medio de ellos.
Y dijo: "En verdad os digo que, si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no entraréis
en el reino de los cielos. Cualquiera, pues, que se humillare como este niño, éste será el
mayor en el reino de los cielos. Y el que acogiere un niño tal, en nombre mío, a mi me acoge."
(San Mateo, capítulo XVIII, v. 1-5.)

"En verdad os digo, que quien no recibiere el reino de Dios como un niño, no entrará en él."
(san Lucas, cap.XVIII, v. 17.)

"Dejad en paz a los niños, y no les estorbéis de venir a mí; porque de los que son como ellos
es el reino de los cielos." (San Mateo, cap. XIX, v. 14.)

Sobre estas enseñanzas del buen Jesús, hace los siguientes comentarios el Papa

Benedicto XV, de feliz memoria 1:

"Conviene parar mientes en la fuerza de este lenguaje divino, pues no le basta al Hijo de
Dios afirmar, con acento positivo, que el reino de los cielos es de los niños: de los tales es el
reino de los cielos, o que aquel que se hiciere como un niño, será el mayor en el reino de los
cielos; sino que enseña de una manera explícita la exclusión de su reino de aquellos que no
se hacen semejantes a los niños. Cuando un maestro expone una lección en formas tan
variadas, ¿no quiere acaso significar que tiene, en ello, puesto el corazón? Si se esfuerza
tanto, en inculcarla a sus discípulos, ello es debido a que desea, mediante una u otra
expresión, dárnosla a entender más seguramente. Debemos, pues, deducir que el divino
Maestro intenta expresamente que sus discípulos vean, en la infancia espiritual, la
condición necesaria para obtener la vida eterna."
"Ante la insistencia y la firmeza de estas enseñanzas, parecería imposible encontrar un
alma que descuidase todavía andar por el camino de la confianza y del abandono; tanto
más, repetimos, cuanto que la divina palabra, no sólo por la generalidad de la forma, sino
por una indicación especial, declara que esta norma de conducta es obligatoria, aun para
aquellos que han perdido ya la ingenuidad infantil. Creen algunos que el camino de la
confianza y del abandono está reservado únicamente para las almas candorosas, que
todavía no han sido privadas de las gracias de la edad juvenil por la malicia. No conciben
posible la infancia espiritual en aquellos que han perdido la primera simplicidad. Pero, ¿por
ventura las palabras del divino Maestro: Si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños,
no indican la necesidad de un cambio, de un trabajo? Si no os volvéis, he aquí señalado el
cambio que han de realizar los discípulos de Jesucristo, para convertirse en niños. Y
¿quién ha de convertirse en niño, sino aquel que ya no lo es? Si no os hacéis semejantes a
los niños, he aquí ahora señalado el trabajo: porque se comprende que un hombre haya de
trabajar para ser o parecer lo que jamás ha sido o lo que ya no es; pero, como sea que el
hombre no puede no haber sido niño, las palabras: Si no os hacéis como niños, importan la
obligación de trabajar en la reconquista de los dones de la infancia. Seria ridículo pensar en
volver a adquirir el aspecto y la debilidad de la edad infantil; pero no es contrario a la
razón descubrir en el texto evangélico el precepto igualmente dirigido a los hombres de
edad madura, de volver a la práctica de las virtudes de la infancia espiritual."

Difícilmente encontraremos una explicación más clara y más autorizada que ésta, sobre la
infancia evangélica, propuesta por Jesucristo a todos sus seguidores.

El secreto de la santidad para todos

El papa Benedicto XV nos dice, en su hermoso discurso sobre la Santa de Lisieux que

"llegó al heroísmo de la perfección por la práctica de las virtudes, que derivan de la


infancia espiritual".

Añade también que:

"todos vemos como los fieles de todas las naciones, edad, sexo y condición, han de entrar
generosamente por este camino, por el cual Santa Teresa del Niño Jesús llegó al
heroísmo de la virtud". "Toda la vida de la Santa está caracterizada por los méritos de
la infancia espiritual. AQUÍ ESTÁ EL SECRETO DE LA SANTIDAD... para todos los
fieles de todo el mundo." "Deseamos, pues, que el secreto de la santidad de Sor Teresa del
Niño Jesús, no quede oculto a ninguno de nuestros hijos." "Tenemos motivos para esperar
que el ejemplo de la nueva heroína francesa hará que crezca el numero de los cristianos
perfectos, no solamente en su nación, sino entre todos los hijos de la Iglesia Católica."

Con estas palabras tan alentadoras, el papa Benedicto XV propone este camino
evangélico de perfección bajo la guía de aquella santa, que no cursó grandes estudios y,

"no obstante, poseyó tanta ciencia por si misma, que supo indicar a los demás el
verdadero camino de la salvación. Y, ¿de dónde proviene esta copiosa cosecha de méritos?
¿Dónde ha cogido frutos tan maduros? En el jardín de la infancia espiritual. ¿De dónde
recibe este tan amplio tesoro de doctrina? De los secretos que Dios revela a los niños."

Son palabras textuales de este Papa.

La voz de la Iglesia

Bien podemos decir que es la voz de nuestra Santa Madre Iglesia la que nos propone
solemnemente la infancia evangélica, tal como la entendió, propuso y practicó Santa
Teresita.

El papa Pío XI, que tuvo el gozo singularísimo de beatificar y canonizar en pocos años a
Santa Teresita, mostró un deseo vivísimo de que, siguiendo las enseñanzas de esta
santa, emprendiésemos el camino de la infancia espiritual. Dice así en la homilía del día de
la canonización:

"Damos igualmente gracias a Dios, porque a Nos, que tenemos el lugar de su Hijo
Unigénito, ha permitido que hoy, desde esta cátedra, repitiésemos e inculcásemos a
todos, en el transcurso de esta ceremonia, las enseñanzas saludables del divino Maestro."

"Como le preguntasen sus discípulos quien sería el mayor en el reino de los cielos 2,
llamando a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo estas memorables palabras: En
verdad os digo que si no os cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los
cielos 3. La nueva Santa Teresa se penetró de esta doctrina y la trasladó a la práctica
cotidiana de su vida. Más aun, ella, con sus palabras y con sus ejemplos, enseñó a las
novicias de su monasterio este camino de la infancia espiritual, y lo reveló a todo el
mundo, con sus escritos, que se han extendido por todo el mundo y que, seguramente,
nadie ha leído sin quedar encantado de ellos, y sin leerlos y releerlos con gran gozo y
provecho."

"Esta cándida niña, flor abierta en el jardín cerrado del Carmelo, no contenta con añadir a
su nombre el del niño Jesús, copió en si misma su imagen viviente; y así podemos afirmar
que quienquiera que venere a Teresa, venera, al mismo tiempo, al divino Modelo, que ella
reproduce."

"Por esto hoy, Nos concebimos la esperanza de ver nacer, en las almas de los fieles de
Cristo, como una santa avidez de adquirir esta infancia evangélica, la cual consiste en
sentir y obrar, bajo el imperio de la virtud, tal como siente y obra un niño llevado de su
natural."

"De la misma manera que los niños pequeños, a los cuales ninguna sombra de pecado ciega,
ni ninguna concupiscencia de pasiones mueve, gozan de la tranquila posesión de su
inocencia, e, ignorando toda malicia y disimulo, hablan y obran según piensan, y se revelan
en su exterior tal como son en realidad, de la misma manera, Teresa aparece más
angélica que humana y dotada de una sencillez de niña, en la práctica de la verdad y de la
justicia. La virgen de Lisieux tenia siempre presentes, en la memoria, estas invitaciones y
estas promesas del divino Esposo: Si alguno es pequeño, que venga a Mí 4i. Seréis
llevados sobre mi pecho y acariciados sobre mis rodillas. Como una madre acaricia a sus
hijos, así yo os consolaré" 5.

"Desde el fondo de su claustro dijo, en otra ocasión, este Papa 6 encanta al mundo con la
magia de su ejemplo, ejemplo de santidad, que todos pueden y deben seguir. Porque todos
han de entrar por este camino camino de una simplicidad de corazón, que no tiene de
infantil más que el nombre, por este camino de infancia espiritual, lleno de pureza, de
transparencia de espíritu y de corazón, de amor irresistible, de la bondad, de la verdad y
de la sinceridad."

"Y esta virtud de la infancia espiritual, que reside en la voluntad del alma tiene, como
más bello fruto, el amor."

En estas palabras de Pío XI, conviene notar la manera como pondera la importancia de su
declaración, así por razón del cargo que ostenta, esto es, de Vicario de Jesucristo, como
por la solemnidad en la que lo predica, o sea, en el acto de la canonización. Además, confió
en que verá propagarse el deseo vivísimo de adquirir esta infancia evangélica, en las
almas de los fieles cristianos. Y, finalmente, da la definición exacta de la infancia
espiritual, cuando dice que consiste en hacer por virtud sobrenatural lo mismo que hace el
niño por natural sentimiento.

En verdad, es la voz de la misma Iglesia, Esposa de Jesucristo, que nos propone el


camino espiritual enseñado por Santa Teresita, para seguir fielmente la doctrina
evangélica del mismo Jesús.

La infancia espiritual de Santa Teresita

Oigamos cómo nos refiere la Santa la manera cómo ella encontró este camino o ascensor
que nos enseña, para que podamos subir hasta Jesús, aunque seamos pequeños y débiles
en la virtud.

"Mi constante deseo -dice ella 7 ha sido siempre llegar a santa, mas ¡ay! cuantas veces
me he comparado con los santos, he constatado siempre que entre ellos y yo existe la
misma diferencia que observamos en la naturaleza entre una montaña cuya cumbre se
pierde en las nubes y el obscuro grano de arena, pisado por los viandantes."

"En vez de desalentarme, me he dicho: Dios no inspira deseos irrealizables; puedo, pues, a
pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad. ¡ Engrandecerme, es imposible! He de
soportarme tal como soy, con mis innumerables imperfecciones; pero quiero buscar la
manera de ir al cielo, por un caminito muy recto, muy corto, por un caminito enteramente
nuevo. Estamos en un siglo de inventos; hoy día, no es menester ya fatigarse en subir los
peldaños de una escalera; en las casas ricas hay un ascensor que lo sustituye con ventaja.
Quiero también encontrar un ascensor para re montarme hasta Jesús, puesto que soy
demasiado pequeña para subir por la ruda escalera de la perfección."

"He pedido. entonces, a los Libros Santos que me indiquen el ascensor deseado, y he
encontrado estas palabras pronunciadas por boca de la misma Sabiduría eterna: Si alguno
es pequeñito que venga a mi 8. Me he acercado, pues, a Dios, adivinando que había
encontrado lo que buscaba, y, al querer saber lo que hará Dios con el pequeñito, he
proseguido buscando, y he aquí lo que he encontrado: Como una madre acaricia a su hijito,
así os consolaré yo: a mi pecho seréis llevados, y os acariciaré sobre mis rodillas" 9.

"¡Ah!, nunca habían venido a alegrar mi alma unas palabras tan tiernas y tan melodiosas.
El ascensor, que me ha de subir al cielo, son vuestros brazos, ¡oh, Jesús! Para esto, no
tengo ninguna necesidad de crecer, antes, al contrario, conviene que continúe siendo
pequeña y, cada día, lo sea más. ¡Oh Dios mío!, habéis ido más lejos de lo que yo esperaba,
y quiero cantar vuestras misericordias: Vos me habéis instruido desde mi juventud, y
hasta ahora he publicado vuestras maravillas: yo continuaré publicándolas hasta mi
extrema vejez" 10.

Esta relación, tan ingenua como sugestiva, se completa con una definición que ella misma
nos da de la infancia espiritual, según consta en Novissima Verba, 6 de agosto.
Preguntada sobre lo que ella quería significar, en la frase, permanecer niño pequeño
delante de Dios, respondió la Santa:

"Es reconocer su nada, esperarlo todo del buen Dios, como un niño pequeño lo espera todo
de su padre, es no inquietarse de nada, no buscar fortuna. Hasta entre los pobres se da
al niño lo que le es necesario pero en cuanto se hace mayor, su padre ya no quiere
mantenerle más y le dice: "Trabaja ahora, tú te puedes ya bastar a ti mismo." Para no
oír jamás tales palabras, por eso no he querido ser nunca mayor, sintiéndome incapaz de
ganarme la vida, la vida eterna del Cielo. Me he quedado siempre pequeña, no teniendo
otra ocupación que la de coser flores, las flores del amor y del sacrificio y ofrecerlas al
buen Dios para complacerle.
"Ser pequeño, es también no atribuirse a si mismo las virtudes que uno practica,
creyéndose capaz de alguna cosa, antes bien reconocer que el buen Dios pone este tesoro
de la virtud en la mano de su pequeño hijo para que se sirva de él cuando lo necesite; pero
siempre es el tesoro del buen Dios. En fin, es no desanimarse poco ni mucho por sus
faltas, porque los niños caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho
daño"' 11.

Y que ella, por infancia espiritual, entendía la misma perfección y santidad, lo demuestra
la respuesta que dio, en cierta ocasión, en que se hablaba, en su presencia, de los
diferentes ejercicios de virtud, para conocer su sentir acerca de cuál era el más eficaz
para llegar a la perfección.

"Oh, no dijo-, la santidad no consiste en tal o cual práctica; consiste en una disposición del
corazón, que nos hace humilde y pequeño, en manos de Dios, consciente de nuestra
debilidad y confiado, hasta la audacia, en su bondad de Padre" 12.

Es, pues, evidente, que la infancia espiritual, en el concepto de Santa Teresita, significa
que hemos de tener en nuestro corazón un vivo sentimiento y un claro conocimiento de
nuestra debilidad, lo cual ha de hacernos humildes y pequeños en manos de Dios. Pero,
además, hemos de conocer y sentir igualmente, en nuestro corazón, la inmensa bondad
paternal de Dios; hemos de confiar en Él hasta la audacia.

Por esto, decía el Papa Benedicto XV que la infancia espiritual está formada de confianza
en Dios y de abandono absoluto en sus manos.

"La infancia espiritual -dice este Papa excluye de hecho el sentimiento soberbio de sí
mismo, la presunción de conseguir, por medios humanos, un fin sobrenatural y la engañosa
pretensión de bastarse a si mismo, en la hora del peligro y de la tentación. Por otra
parte, supone una fe viva en la existencia de Dios, un práctico homenaje a su poder y a su
misericordia, un confiado recurso en la providencia de Aquel que nos da la gracia, para
evitar todos los males y obtener todos los bienes. Así, las cualidades de esta infancia
espiritual son admirables, lo mismo si se miran en su aspecto negativo que si se estudian
en su aspecto positivo y, entonces se comprende que Nuestro Señor Jesucristo la haya
indicado como condición necesaria, para obtener la vida eterna" 13.

La infancia espiritual, como dice Monseñor Gay, es el comienzo y la consumación de la


santidad. El comienzo, porque el buen Jesús dice que, si no nos hacemos como niños, no
entraremos en el reino de los cielos, y la consumación, porque Él mismo nos dice que el que
se humillare como un pequeñuelo, éste será el mayor en el reino de los cielos.

II El gran obstáculo para las almas piadosas

El desaliento

El obstáculo mayor y el más ordinario que suele oponer el demonio a las almas que andan
por el camino de la virtud y de la santidad, es el desaliento ocasionado por sus recaídas en
las faltas. El alma que ha logrado salvar este obstáculo, ha andado la mitad del camino y
disfruta de la paz del corazón y de la tranquilidad de espíritu, que tanto ayuda y consuela
en las luchas que se han de sostener continuamente, en el camino de la perfección. Por
esto, son tan consoladoras las enseñanzas de los santos sobre este punto; y, tratándose
de andar por el camino de la infancia espiritual, no hay para qué decir que nuestra Santa
Teresita nos dio normas muy claras y alentadoras, para todas las almas que quieran
seguirla por este camino. En el libro que escribió su hermana (aquella misma hermana,
que, según confesión de Santa Teresita, era la única que conocía todos los repliegues de
su alma), y al que puso por titulo: En la escuela de Santa Teresa del Niño Jesús, o sea su
verdadero espíritu comentado por ella misma y apoyado en los escritos de los doctores y
teólogos de la iglesia, hay también un fragmento dedicado a esta materia tan
interesante, que resumiremos aquí, para aprender cómo nos hemos de portar con
respecto a nuestras faltas, cómo nos hemos de aprovechar de ellas y aun como las hemos
de aceptar con humildad y dulcemente, sin desalentarnos ni impacientarnos en lo más
mínimo.

Siempre tendremos faltas y defectos

Hemos de estar prácticamente convencidos de que, en este mundo, nunca llegaremos a


servir a Dios, sin faltas ni imperfecciones. Así lo han reconocido todos los santos, y la
misma Iglesia Católica. al canonizarlos, no nos dice que estuvieron exentos de faltas y
defectos, sino que poseyeron las virtudes en grado heroico, confirmadas con milagros. Si
vivimos convencidos de que hemos de continuar caminando, a pesar de nuestras faltas y
defectos, nos habremos librado del peligro del desaliento, que tanto daña a las almas
piadosas.

Santa Teresita, con una de aquellas graciosas comparaciones, tan típicas en ella, lo
enseñaba a una de sus novicias, que se desalentaba, al ver sus imperfecciones. Le decía
así:

"Me hacéis pensar en un pequeñuelo, que comienza a sostenerse en pie, pero que todavía
no sabe andar. Queriendo llegar de todas maneras hasta lo alto de una escalera, para
reunirse con su madre, levanta su piececito para subir el primer escalón. Trabajo inútil;
siempre cae, sin poder avanzar. Pues bien: procurad ser este pequeñuelo. Por la práctica
de las virtudes levantad siempre vuestro piececito para subir por la escalera de la
santidad, y no os imaginéis que podréis subir ni siquiera el primer peldaño, no; Dios
Nuestro Señor únicamente os pide buena voluntad. De lo alto de esta escalera, os mira
con amor; un día, vencido por vuestros esfuerzos inútiles, bajará él mismo y, tomándoos en
sus brazos, os llevará para siempre a su reino, donde ya no le dejaréis nunca más" 14.

San Ligorio, en su libro de la Práctica del amor a Jesucristo, dice:

"Conviene advertir que hay dos clases de tibieza: una inevitable y otra evitable. La
inevitable es aquella de la cual ni los mismos santos se han visto libres; y ésta abarca
todos los defectos, en que caemos, sin plena voluntad, sino solamente por humana
fragilidad. Tales son las distracciones en la oración, las inquietudes interiores, las
palabras ociosas, la vana curiosidad, el deseo de figurar, el gusto en el comer y en el
beber, los movimientos de la concupiscencia, no reprimidos en seguida, y otros parecidos.
Hemos de evitar estos defectos, en la medida de lo posible; mas, por causa de la debilidad
de nuestra naturaleza infestada por el pecado, es imposible evitarlos todos. Pero hemos
de aborrecerlos, después de haberlos cometido, porque son desagradables a Dios; mas,
según ya hemos advertido en el capitulo precedente, hemos de procurar no inquietarnos
por ellos. San Francisco de Sales escribe estas palabras: Todos los pensamientos que nos
causan inquietud no son de Dios, que es el príncipe de la paz, sino que siempre provienen
del demonio o del amor propio o de la estima de nosotros mismos 15.

Hemos de estar persuadidos de que siempre tendremos faltas; de que éstas no estorban
nuestra perfección y santidad; de que no impiden el amor y la misericordia de Dios para
con nosotros; de que Dios nos pide y exige que vigilemos y luchemos: de que el salir
victoriosos o vencidos no son condiciones impuestas ni dependen solamente de nosotros o
de sólo nuestra voluntad. Esta doctrina está admirablemente condensada en aquellas
reglas de la Suma Espiritual del padre Gaspar de la Figuera, S. J., en sus remedios
contra las faltas, la primera de las cuales dice: "Persuadirse de que las ha de haber, y que
ha de andar con ellas, cayendo y levantando; que si un niño no quisiera andar, por temor de
que caerá a cada paso, nunca vendrá a andar. Va mucho en saber esto, y persuadirse de
que ha de quebrar propósitos y ser vencido de pasiones, porque no se admire cuando cae, y
alabe a Nuestro Señor que le tiene de su mano."

Así se entiende por qué nuestra Santa Teresita se consuela pensando que no son
propiamente ofensas a Dios estas faltas de fragilidad.

"Tendré derecho dice, sin ofender a Dios, a hacer pequeñas tonterías hasta mi muerte, si
soy humilde y permanezco pequeña. Ved a los pequeñuelos; no cesan de romper, de rasgar,
de caer, a pesar de que aman mucho a sus padres siendo muy amados de ellos"' 16.

"Ser pequeño es reconocer la propia nada, no desalentarse por las faltas, pues, aunque los
niños se caen con frecuencia, son demasiado pequeños, para hacerse mucho daño" 17. y, en
este mismo sentido, decía: "Los pequeñuelos no se condenan." Cuando le dijeron que hay
pequeñas faltas que no ofenden a Dios, se llenó de gozo y esto le ayudó a soportar el
destierro de la vida. Y recordaba aquellos textos de los Salmos: "El Señor ve nuestra
fragilidad y se acuerda de que no somos sino polvo 18. Al fin "se levantará para salvar a
los suaves y humildes de la tierra" 19, sobre lo cual hacia notar la santa: "No dice juzgar,
sino salvar" 20.

Provecho de nuestras caídas


Todavía es cosa más consoladora pensar que estas pequeñas miserias no sólo no nos
impiden ir al cielo, sino que aún debemos sacar de ellas un provecho positivo para la
santidad y unión con Dios. Santa Teresita, a propósito de las imperfecciones, dice:

DEBILIDAD/ACEPTAR: "No me admiro de nada; no me aflijo, al ver que soy la misma


debilidad; al contrario, es en ella que me glorifico, y espero descubrir cada día en mí,
nuevas imperfecciones. Confieso que estas luces sobre mi nada me hacen un bien mayor
que otras luces sobre la fe" 21.

Realmente, lo que más falta nos hace es saber sacar provecho de nuestras propias
miserias y caídas. Humillarnos y confesar nuestra nada y miseria; pedir perdón a Dios, y
comenzar de nuevo sin desmayos: he aquí el trabajo de toda nuestra vida.

La duda está en que, muchas veces, nuestras faltas no son tan inadvertidas o
involuntarias como las de los santos; nosotros nos sentimos más culpables a causa de un
mayor consentimiento. A pesar de esto, Santa Teresita todavía nos consuela y nos dice
que estas caídas reales y estos descuidos más o menos consentidos no son obstáculo para
la vida del amor. Todo está en saberlos utilizar. Parece esto extraño, pero es San Juan
de la Cruz quien nos enseña que "el amor sabe sacar provecho de todo, del bien y del mal
que encuentra en nosotros" 22.

Después de San Juan de la Cruz, escribe un piadoso teólogo: "Es cosa cierta que, en los
planes de Dios, las faltas en que permite que caigamos han de servirnos para nuestra
santificación y que de nosotros sólo depende el saber sacar esta ventaja. No obstante,
sucede lo contrario y nuestras faltas, más que por sí mismas, nos perjudican por el mal
uso que de ellas hacemos...No son los más santos los que menos faltas cometen, sino los
que tienen más alientos, más generosidad, más amor, los que más esfuerzos hacen sobre
sí mismos, los que no temen tropezar ni aun caer, con tal que puedan avanzar. Dice San
Pablo que todo se vuelve en bien para aquellos que aman a Dios. Sí, todo redunda en bien,
aun sus mismas faltas y aun, algunas veces, las faltas más graves... No os desalentéis
por cualquier falta que cometáis, antes decíos a vosotros mismos: Aunque cayese veinte
veces, cien veces cada día, me levantaría cada vez y seguiría mi camino. Al fin ¿qué
importa haber caído en el camino, mientras se llegue al término? Dios no nos lo echará en
cara" 23.

Y santa Teresita, hablando de si misma: "Cuando me ocurre que caigo en alguna falta, me
levanto en seguida" 24. "Una mirada a Jesús y el conocimiento de la propia miseria lo
reparan todo" 25. "Cuando se acepta con dulzura la humillación de haber sido imperfecta,
la gracia de Dios vuelve en seguida" 26.

Sor Benigna Consolata, en aquellas ilustraciones con que Nuestro Señor la favorecía, pone
una comparación por demás clara y sugestiva. "Todo contribuye a labrar el alma le decía
el Señor; las mismas imperfecciones puestas en mis divinas manos son otras tantas
piedras preciosas, porque yo las cambio en actos de humildad, a los que muevo al alma.

Cuando el alma se entrega a los designios de mi amor, en un momento, sus imperfecciones


son transformadas. Si los que levantan edificios pudiesen cambiar los desechos y lo que
estorba en nuevos materiales de construcción ¡por cuán felices no se tendrían! Pues bien:
el alma fiel puede hacerlo así, con mi gracia, y, entonces, las faltas, aún las más graves y
las más vergonzosas, se convierten en las piedras angulares del edificio de su perfección"
27.

Nadie es capaz de decir lo que vale delante de Dios un acto de arrepentimiento amoroso.
Decía la ya mencionada sor Benigna Consolata: "Un solo acto de amor repara por mil
blasfemias..." ¡Cómo, pues, no ha de reparar el mal causado por faltas incomparablemente
mas leves!

Un gran teólogo de la piedad nos da de ello una razón. muy convincente, por cierto, al
hablar de la confianza filial que siempre hemos de tener en Dios: "¿Faltas? dice-, bien se
cometen de cuando en cuando; pero ni son graves ni plenamente admitidas, y el
arrepentimiento las sigue tan de cerca, que no tienen tiempo de cambiar el corazón de
Dios ni el vuestro" 28.

Consolémonos, con tan hermosa doctrina, y aprendamos de Santa Teresita la manera de


recobrar todo lo perdido por las faltas y aun de salir con ganancia, imitando sus ejemplos y
siguiendo sus enseñanzas: Es verdad dice que no siempre soy fiel; pero nunca me
desaliento; me pongo en brazos de Jesús. Como una pequeña gota de rocío, me hundo en el
cáliz de la divina "Flor de los campos" y allí recupero todo lo perdido y aún mucho más 29.

Lo mismo enseña santa Gertrudis, en sus revelaciones. Dice que, un día, se le apareció el
Señor y le puso esta comparación: "El que se da cuenta de que tiene una mancha en las
manos, en seguida se las lava. Al instante, no sólo desaparece la mancha, sino que todas
las manos quedan más limpias. Esto es lo que les ocurre a mis elegidos: Permito que
caigan, a veces en faltas ligeras, para que su arrepentimiento y su humildad las hagan
más agradables a mis ojos. Pero no faltan quienes contrarían este designio de mi amor, no
apreciando la belleza interior que se adquiere por la penitencia y les hace agradables a
mis ojos, y buscando, en cambio, una rectitud únicamente exterior, basada únicamente en
los juicios de los hombres" 30.

Esta misma Santa rogaba un día al Señor por una persona acometida por la tentación y
recibió la siguiente respuesta: "Yo permito esta tentación, para darle a conocer y para
que deplore su defecto; ella se esforzará en vencerlo, y será humillada, al no poderlo
lograr del todo, y esta humillación borrará, casi enteramente, a mis ojos otros defectos
que ella todavía no ha advertido. El hombre que ve una mancha en su mano, no lava
solamente la mancha, sino las dos manos. Así las purifica de todas las manchas, que tal
vez no hubieran desaparecido si aquella mancha más visible no hubiese dado ocasión" 31.

Haciéndolo así, no sólo encontraremos la paz y el gozo del espíritu, sino que, además,
creceremos en gracia y en mérito delante de Nuestro Señor, pues valdrá mucho más lo
que ganaremos con un acto de amoroso arrepentimiento que lo que nos hayan hecho
perder nuestras faltas.

III El gran remedio: la sencillez de los pequeñuelos

Hemos de aceptar la humillación de nuestras faltas

Este es el punto más difícil de entender y de practicar: estar contentos de nuestra


miseria; estar contentos de la humillación que las faltas reportan, sin querer éstas y aun
detestándolas. Nuestra Santa Teresita nos lo enseñará, en su camino de la Infancia
Espiritual.
"También tengo debilidades nos dice pero nunca me maravillo. Tampoco me sobrepongo a
las pequeñeces de la tierra. Por ejemplo: a veces estoy tentada de apurarme por alguna
tontería que habré dicho o hecho. ¡Ah, he aquí que todavía estoy en el primer punto como
antes! me digo a mí misma. Pero lo digo con gran dulzura y sin tristeza. ¡Es tan dulce
sentirse débil y pequeño! 32.

Da una regla que han de tener muy en cuenta, en esta materia, y que han de recordar
cada día las almas pequeñas que quieren andar por el camino de Santa Teresita: Lo
importante para mantener el fervor, es guardar el corazón para Jesús, y esto se hace, a
pesar de las caídas y de nuestra fragilidad, por la pureza de intención, renovada cada día
33.

PAZ-INTERIOR/HUMILDAD: Corrobora esta hermosa doctrina de la infancia


espiritual, sobre la conducta que hemos de observar en nuestras faltas y caídas, un texto
del Beato Eymard, transcrito en el libro de la hermana de la santa.

"...La perfección y sus progresos se encuentran en la humildad, que nos hace soportar el
estado humillante que es efecto de nuestra naturaleza, de nuestras imperfecciones, y,
además, nos hace obrar y vivir en este estado. Un ejemplo os dará a entender mi
pensamiento: Ved al niño: está lleno de defectos, es ignorante, no sabe nada, todo lo
rompe, cae a cada momento en las mismas faltas, y, no obstante, este niño es muy
cándido, vive en paz, se divierte y duerme tranquilo. ¿Sabéis por qué? Tiene la simplicidad
interior, se conoce tal cual es, acepta en paz la humillación de su estado, confiesa su
ignorancia, su inexperiencia, sus defectos; a todo responde: "es verdad", y, cuando ha
hecho esta confesión, en lugar de avergonzarse. de llorar, o de enfadarse por ello, se va a
jugar. habla de otras cosas como de ordinario. He aquí el secreto de la paz interior: la
simplicidad de la infancia... ¡Ah! creedme. poned vuestra paz interior en esta sencillez de
niño, y será inalterable. Si queréis ponerla en vuestra enmienda, en vuestros progresos en
la perfección, no la tendréis nunca. He aquí una razón profunda: es que, cuanto más nos
acercamos a Dios, mas descubrimos nuestra miseria y nuestra nada y he aquí por qué
cuanto más santa es el alma, es también más humilde. Oíd a la Santísima Virgen, cuando
manifiesta su gratitud por haber sido elevada a la dignidad divina de Madre de Dios. Mi
alma dice glorifica al Señor, porque ha mirado la bajeza de su sierva. He aquí la
simplicidad perfecta, que da a Dios todo lo que le pertenece y no guarda para si otra cosa
que la bajeza"' 34.

Difícilmente se puede encontrar una explicación más clara y dulce, al mismo tiempo, de
como hemos de aceptar humilde y dulcemente nuestras caídas, faltas y defectos, sin
desalentarnos, ni amilanarnos, antes al contrario, sabiendo gloriarnos por la humillación
que nos causan.

No hay que desalentarse nunca

DESALIENTO/FALTAS FALTAS/TRISTEZA: Lo dicho no significa que no sintamos la


pena y la tristeza que nos causan las caídas. La misma santa Teresita nos lo enseña con
su experiencia tan consoladora, cuando nos dice:

"Por mi parte. procuro no desalentarme nunca. Cuando he cometido una falta que me hace
estar triste, se muy bien que es la consecuencia de mi infidelidad. ¿Pero creéis que me
detengo aquí? ¡Oh! ¡No! Corro a decir a Dios: Dios mío, sé que he merecido este
sentimiento de tristeza, pero dejadme que os lo ofrezca, como si fuese una prueba que
Vos me enviaseis por amor. Me sabe mal lo que he hecho, pero estoy contenta de tener
esta pena para ofrecérosla"' 35.

"Si Vos os hacéis sordo a los plañideros gemidos de vuestra miserable criatura, si
permanecéis encubierto, acepto, a pesar de esto, estar transida de frío y me regocijo en
este sufrimiento, no obstante haberlo merecido" 36.

"Puesto que, durante mucho tiempo, también yo, al ver caer mis flores al suelo, me decía
muy extrañada y triste: ¡ Así, pues, nunca serán más que deseos! Y repetía a Dios: Vos
sabéis que a pesar de mis inmensas aspiraciones de amor, no soy una águila capaz de
volar siempre por las alturas; al contrario, pobre pajarilla que soy, con harta frecuencia,
me distraigo de mi única ocupación, me alejo de Vos, mojo mis pequeñas alas, apenas
formadas, en los lodazales que encuentro en la tierra! Entonces gimo como la golondrina, y
mi gemido os lo da a entender todo, y Vos os acordáis, ¡oh misericordia infinita!, de que no
habéis venido a llamar a los justos sino a los pecadoras'' 37.
También en las reglas de la Suma Espiritual antes citada, encontramos estas
enseñanzas sobre la tristeza que causan las faltas, cuando nos dice: "Sepa de nuestras
culpas, que tienen veneno, y forzosamente lo ha de sentir el corazón con desmayos, bascas
y amarguras; y, así, no desconozca estos efectos, sino aprenda a sufrirlos, como penitencia
justa de la culpa, que en esto hay gran mérito."

Es preciso levantarse siempre

Esta tan delicada doctrina es corroborada por la Santa en una de las cartas a sus
hermanos espirituales 38, donde dice:

"Soy enteramente de vuestro parecer: el Corazón de Jesús se entristece mucho más de


las mil pequeñas imperfecciones de sus amigos que no de las faltas, aun graves, que
cometen sus enemigos Pero... me parece que es únicamente cuando los suyos se habitúan
a sus indelicadezas y no le piden perdón, que Él puede decir: Estas llagas que véis en mis
manos las he recibido en la casa de aquellos que me amaban 39. En cuanto a los que le
aman y que, después de cada falta se arrojan en sus brazos y le piden perdón, Jesús se
conmueve de gozo. Y dice a sus ángeles aquello que el padre del hijo pródigo decía a sus
criados: Ponedle el anillo en el dedo y alegrémonos" 40.

Lo mismo decía muchos años antes el autor de la Suma Espiritual: "Es muy poderoso
remedio asegurar en su alma que le da grande gusto a Nuestro Señor y grande honra el
que le va a pedir perdón de su pecado." Y en seguida explica como el demonio pone tantos
obstáculos al alma, para estorbarla de lo que haga y hace notar los frutos que se siguen
de vencer esta repugnancia y no cansarse nunca de pedir perdón. Exactamente se
expresaba Santa Teresita, cuando decía:

"¡Qué poco conocidos son la bondad y el amor misericordioso del Corazón de Jesús! Es cierto
que, para gozar de estos tesoros, es necesario humillarse, reconocer la propia nada, y
esto es lo que muchas almas no quieren hacer..." 41.

Una norma práctica


Resumamos esta materia con la definición de nuestra Santa Teresita, al señalar cual ha
de ser la perfección de las almas pequeñas, que quieren seguir su camino espiritual:

"Basta con humillarse, con soportar dulcemente sus imperfecciones: HE AQUÍ LA


SANTIDAD PARA NOSOTROS" 42.

¿Hay cosa más sencilla

Nos hemos de hacer pequeños

Santa Teresita, al explicar como encontró el camino de la infancia espiritual, dice que
había comprobado la gran diferencia que mediaba entre ella y los santos, y que no podía
hacerse grande como ellos, y por esto buscó un ascensor, ya que "era demasiado pequeña
para subir la ruda escalera de la perfección" 43.

Una cosa semejante le ocurre, cuando lee ciertos tratados, donde la perfección es
expuesta a través de mil obstáculos: su espíritu se fatiga y cierra el libro demasiado
sabio, que le quiebra la cabeza y le seca el corazón 44'. Y dice:

"Felizmente el reino de los cielos consta de muchas moradas; porque, si no hubiese más
que aquellas, cuya descripción y camino me parecen incomprensibles, es seguro que no
entraría en ellas. Pero si hay la morada de las almas grandes, la de los Padres del
desierto, la de los mártires de la penitencia, también habrá la morada de los pequeñitos:
allí nos está reservado nuestro lugar" 45.

Nada extraordinario

Nuestra Santa toma modelo de la Virgen Santísima en Nazaret, contempla extasiada


aquella vida perfectísima y, a ejemplo suyo, sigue un camino, en el cual "nada hay que
salga de lo ordinario, donde la perfección se ejerce, antes que todo, en pequeños actos de
virtud sencillos y muy escondidos" 46.

A propósito de haber caído enferma por haber llevado demasiado tiempo una crucecita de
hierro, dice:
"Esto no me hubiera ocurrido por tan poca cosa, si Dios no hubiese querido darme a
entender que las maceraciones de los santos no se han hecho para mi, ni para las almas
pequeñas, las cuales deben seguir el camino de la infancia espiritual, en el cual nada sale
de lo ordinario 47.

Durante su última enfermedad, le diJeron que podía confiar en morir el día de la Virgen
del Carmen, y respondió:

"¡Morir de amor, después de la Comunión! ¡Un día de gran fiesta! Es demasiado hermoso
para mi; en esto no podrían imitarme las pequeñas almas. En mi camino no hay sino cosas
muy ordinarias; ¡es menester que estas almas puedan hacer cuanto yo hago! 48.

Según este criterio, Santa Teresita prefería, entre los santos, los que no mostraban
nada de extraordinario, y tenía un particular afecto y devoción al beato Teofanio Venard,
de las Misiones Extranjeras. "Me gusta decia porque es un santo pequeño, porque su vida
es toda ordinaria y porque amaba mucho a su familia; no comprendo los santos que no
aman a su familia" 49.

Al hablar de la fundadora del Carmelo de Lisieux, santificada por virtudes ocultas y


ordinarias, dice:

"Oh, esta santidad me parece más verdadera, la más santa; es la que yo deseo, porque
no hay en ella ilusión alguna" 50.

Este concepto era el mismo o semejante al de Monseñor Gay, el cual dice: "La santa
infancia espiritual es un estado más perfecto que el amor de los sufrimientos, porque
nada inmola tanto al hombre como el ser sincero y pacíficamente pequeño. El espíritu de
infancia mata más seguramente el orgullo que el espíritu de penitencia" 51.

De manera que no hemos de creer que, practicando solamente las pequeñas virtudes
escondidas no podremos llegar a gran santidad; al contrario, por este camino, como dice la
Santa, estamos más seguros de no tropezar con ilusiones que nos engañen o nos pierdan.

Lo esencial: Dar gusto a Dios y amarle


Siguiendo, pues, las enseñanzas de Santa Teresita, no hemos de trabajar para ser
santos o santas de aquellos que la Iglesia canoniza y propone, en los altares, a la
veneración de los fieles, sino sencillamente para complacer y dar gusto a Dios.

Ofrezcámosle, pues, las obras de los demás, y apliquémonos únicamente al amor. La


santidad no consiste en aquel brillo exterior de virtud, que, en la tierra, es el único capaz
de descubrir el heroísmo. No; la santidad es ante todo una disposición del corazón que nos
hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra flaqueza,
confiados, hasta la audacia, en su bondad de Padre, y delicadamente atentos a obedecerle
y complacerle en todo.

Y esta disposición, mientras queda oculta en lo secreto del alma, es Dios sólo quien puede
apreciarla con certeza... Ved las estrellas, nosotros las apreciamos según la distancia que
las separa de nosotros, pero su verdadera belleza es Dios quien la conoce.

Las hay que nos parecen muy pequeñas, o que tan siquiera las llegamos a ver, y no
obstante son incomparablemente más hermosas que aquellas que apreciamos como las
más bellas.

El programa de la verdadera santidad que Santa Teresita ha enseñado, helo aquí: Estar
siempre alerta, levantar el piececito; caer, tal vez, por flaqueza, pero levantándose
siempre con humildad; trabajar sin cesar; quedar cubierto de polvo pero limpiarse de él
continuamente por el fuego del amor y por los Sacramentos, que nos mantienen unidos al
buen Dios; ofrecerle en fin, sin cansarse jamás, si no los éxitos, a lo menos los esfuerzos.
Quien así lo hace, aun cuando ciertos defectos le impidan de cosechar gloriosamente en el
campo de las virtudes, y no deba llegar a la gloria de los altares, es un santo delante de
Dios, y lo es en un grado mayor o menor, según la intensidad de su buena voluntad en el
esfuerzo cotidiano de su amor 52.

En el cielo tendremos muchas sorpresas, porque los santos canonizados no son siempre los
más grandes... La canonización es una aureola que Dios pone en la frente de algunos de
sus hijos, para gloria suya, edificación de sus hermanos en la tierra o para afianzar una
misión encomendada... Todo depende de la obra que Dios quiere conseguir, por medio de
ellos, en este mundo.

Es como un artista, que toma tal o cual pincel para realizar su obra... ¿Por qué toma
éste y no aquél?... El que deja a un lado es, no obstante, tan pincel y tal vez mejor, que el
que toma..."

Una exhortación de Santa Teresita 53

"No deseemos otra cosa que la gloria de Dios, siendo igualmente nuestro contento, ya
venga por medio de los demás, ya por medio de nosotros... y aspiremos sencillamente a ser
santos por el corazón, obscuros, siempre ignorados, si así place a Dios: aceptemos
también que aun las flores de nuestros deseos y de nuestra buena voluntad caigan en
tierra, sin que produzcan nada en este mundo; esto es muy provechoso para nuestra
humildad."

"Recordad que me gustaba repetir a mis novicias: Pongámonos humildemente entre los
imperfectos, tengámonos por almas pequeñas. Pero, al mismo tiempo, hemos de pensar
que, si esto entra en sus designios, sabrá Dios igualmente levantarnos entre los héroes
de la santidad. Ved lo que la gracia ha hecho en mí."

"Acordaos de que el único verdadero y ardiente deseo que ha de inflamar vuestro corazón,
como inflamaba el mío, es el de amar a Dios cuanto podéis, procurar ser como Él desea que
seáis, santa gloriosa o santa desconocida sobre la tierra poco importa mientras seáis
santa según su gusto, y su amor quede plenamente satisfecho."

"Todas las flores creadas por Él son bellas: el brillo de la rosa y la blancura del lirio no
disminuyen el perfume de la pequeña violeta, ni nada quitan a la arrebatadora sencillez
de la margarita... Cuanto más contentas están las flores de cumplir su voluntad, más
perfectas ellas son."
"Con vuestros generosos esfuerzos alcanzaréis la dicha de sostener, y quizá en muy
grande medida, el edificio espiritual de la Iglesia, como aquella humilde mujer que
queriendo contribuir a la construcción de una catedral, emprendida con ostentación por un
grande y rico señor, no encontró otra cosa mejor en su pobreza, que llevar un manojo de
heno para alimentar y aliviar una de las bestias de carga que arrastraban los
materiales. Cuando se terminó la iglesia, mientras el señor pretendía, no sin razón, ser él
quien la había construido, un celestial prodigio reveló, con admiración de todos, que a los
ojos de Dios, había sido aquella pobre mujer." (/Mc/112/41-44 ACCIONES-PEQUEÑAS)

"Con frecuencia mira más Dios estas acciones insignificantes de un alma débil, estas
pequeñas nonadas, como coger una paja o un alfiler por su amor, que otras obras
magnificas.", "No es la grandeza ni aun la santidad de la obra en sí misma, lo que vale a
sus ojos, sino solamente el amor con que se hace, y nadie puede decir que no puede dar
esas pequeñas cosas al buen Dios, porqué están al alcance de todos."

"Alistaos, pues. en la legión de las almas pequeñas consagradas al amor; ingresad en mi


compañía, y, si, en la hora de vuestro juicio, todavía estáis tentada de temer, acordaos,
entonces, de la historieta que voy a contaros: San José de Cupertino era de mediana
inteligencia y estaba muy poco instruido; toda su ciencia quedaba reducida a saber leer
bastante mal y a escribir todavía peor. Después de haber sido aprobado, como por
milagro en el examen exigido para ser admitido al diaconado, se presentó, lleno de
confianza en Dios, al examen que precede a la admisión al sacerdocio. El examinador era el
Obispo de Castro, prelado severo y temido de los ordenandos. José se dirigió a Bogiardo
en compañía de otros jóvenes estudiantes, sus hermanos del convento de Lecce, todos
ellos muy seleccionados. Los primeros en ser preguntados respondieron tan bien, que el
prelado creyó inútil preguntar a los demás; admitió indistintamente a todos los
candidatos, incluso a nuestro santo, que llegó a ser sacerdote de Dios, en cierta manera,
por el mismo Dios. Pues bien. también llegaréis a ser santa de Dios por el mismo Dios, que
vive en vuestra alma de buen grado, porque, si necesario fuere, se acordará de que "yo he
pasado el examen por vosotros" 54.
Esta historia fue contada por Santa Teresita a una de sus novicias, que se desolaba al
sentirse siempre imperfecta; y bien se puede aplicar a todas las almas que se encuentran
en parecidas circunstancias... ¡y son tantas! Es una invitación a su devoción y a que
sigamos sus pasos por el camino de la infancia espiritual, que claramente nos enseña a
imitar a los santos únicamente en aquellas cosas que no salen del curso ordinario y
corriente de la vida.

IV Normas prácticas

El alma que sintiéndose pequeña, quiera seguir por el camino de la infancia espiritual
evangélica trazado por Santa Teresila, debe tener discreción en bien entender la doctrina
de la santa y en la manera de ponerla en práctica, evitando así que, equivocada en el
modo de buscarla, pierda la paz y sencillez que desea encontrar. Resumiremos en breves
normas practicas las enseñanzas evangélicas vividas por esta santa.

1ª. Pequeños.

PEQUEÑO-HACERSE: Lo primero que reclama de nosotros la santidad es el


reconocimiento de nuestra pequeñez, de nuestra miseria, de nuestra culpabilidad, de
nuestra impotencia, de nuestra nada, esto es, la humildad. Nunca jamás se ha levantado
sobre otro fundamento la santidad verdadera. Nos hemos de reconocer pequeños
espiritualmente, es decir, incapaces de alcanzar nada por nuestras solas fuerzas;
sentirnos pequeños y tenernos por pequeños prácticamente, no buscando nunca nuestro
honor, nuestro gusto, nuestro interés, en una palabra, nuestro amor propio; pasando
desapercibidos como niños, sin reclamar derechos y atenciones de los demás, a quienes
hemos de tener por mayores que nosotros; no molestarnos porque no nos atienden, ni nos
aman, ni tan siquiera nos ven cuando, tal vez, pasan por nuestro lado sin hacer caso
alguno de nosotros.

Si considerarnos bien nuestro interior, y reflexionamos cuanta verdad es que somos


incapaces de sostenernos en el camino del bien, quebrando los propósitos a cada paso; cuan
impotentes para luchar contra las pasiones y tentaciones que nos derriban con tanta
frecuencia; cuan culpables en nuestros pecados; cuan incapaces de amar y corresponder al
amor de Dios, a pesar de quererlo con toda el alma; cuan fríos nos sentimos con Él, y cuan
desagradecidos e ingratos e injustos nos encontramos; si bien reflexionamos toda esta
miseria y flaqueza nuestra, no nos ha de costar mucho reconocernos pequeños, sentir
sinceramente que lo somos, tenernos por tales, portarnos como tales y no aspirar a ser
tratados, tenidos y considerados de otra manera de la que realmente merecemos.

2ª. Confiados hasta la audacia.

La confianza plena y absoluta que Santa Teresita reclama de las almas pequeñas. para
andar por el caminito de la infancia espiritual, no se refiere a los bienes materiales, como
suele figurarse la gente mundana de religión poco ilustrada; se trata de bienes
infinitamente más elevados, de las aspiraciones a la vida eterna y feliz en el amor de
Dios; es decir, el reino de Dios en nosotros por la santificación. Lo demás, como dice el
Evangelio, se nos dará por añadidura. Así se expresa claramente la Santa: "Comprendo
tan claro que sólo el amor es capaz de hacernos agradables al buen Dios, que es el único
tesoro que ambiciono"' 55. "No son riquezas ni gloria ni siquiera la gloria del cielo lo que
anhela mi corazón... Lo que yo pido es amor" 56.

Tratándose por una parte de almas tan pequeñas que se reconocen pura nada. del todo
ineptas para practicar las grandes virtudes de los Santos, y de otra, aspiraciones
sublimes y pretensiones tan altas como la de amar a Dios con el mayor y más puro amor,
se comprende que la Santa diga que nuestra confianza debe llegar hasta la audacia. Ella
confió llegar al más encendido amor divino, a pesar de sentirse tan pequeña e incapaz, y
expresa esta audacia en forma poética, con estas palabras:

"¿Cómo puede aspirar a la plenitud del amor un alma tan imperfecta como la mía? ¿Qué
misterio es éste? ¡ Oh único Amigo mío! ¿Por qué no reserváis estas inmensas
aspiraciones para las almas grandes, para las águilas que se ciernen en las alturas? ¡Ay!,
soy un pobre pajarillo cubierto sólo de un ligero plumón: no soy un águila, únicamente poseo
de ella los ojos y el corazón... ¡Si; a pesar de mi extrema pequeñez, me atrevo a mirar
fijamente el Sol divino del amor, y ardo en deseos de lanzarme hasta él! Quisiera volar,
quisiera imitar a las águilas, pero sólo sé levantar mis alitas; no está al alcance de mi
pequeño poder echarme a volar. ¿Qué va a ser, pues, de mi? ¿Moriré de dolor al verme
tan impotente? ¡ Oh!, no, ni siquiera me afligiré. Con audaz confianza allí me quedaré
contemplando fijamente mi divino Sol, hasta la muerte. Nada podrá arredrarme, ni el
viento ni la lluvia. Y si espesos nubarrones ocultan el Astro del Amor, si me parece que no
creo en la existencia de otra cosa que la noche de esta vida, éste será el momento de la
dicha perfecta, el momento de extremar mi confianza hasta el último límite,
guardándome de desertar de mi sitio sabiendo que tras esos tristes nubarrones sigue
brillando mi dulce Sol" 57.

Lo mismo que propone para ella el perseverar hasta la muerte, con audaz confianza,
aspirando a la plenitud del amor, lo aconseja a los otros en forma no tan poética, pero
más concisa y didáctica, al decir:

"Ofrezca a Dios el sacrificio de no recoger nunca frutos, es decir, de sentir durante toda
su vida repugnancia en sufrir, en ser humillada, en ver todas las flores de sus buenos
deseos y buena voluntad caer en tierra, sin producir nada. En el momento de la muerte en
un abrir y cerrar de ojos, Dios sabrá hacer madurar hermosos frutos en el árbol de su
alma" 58.

Ella decía a sus novicias: Jamás se tiene demasiada confianza en Dios tan potente y
misericordioso. ¡Se obtiene de Él todo cuanto de ,ÉI se espera! 59. En la doctrina
espiritual del Venerable Ludovico Blosio se halla esta comparación: "Suponed dos personas
que ruegan al mismo tiempo; una pide una cosa casi imposible, pero con la certeza de que
Dios la escuchará; la otra no solicita más que un favor de poca importancia, pero sin esta
plena confianza en el Señor: la primera obtendrá mucho mas pronto, por el mérito de su
fe, que el otro que vacila" 60.

3ª. Entero abandono en brazos del Padre celestial.

La confianza audaz de alcanzar la más intima unión con Dios, se extiende, como bálsamo
de suavísimo perfume, a todos los actos internos y externos del alma pequeña en su
caminito de infancia espiritual. Ella sabe que tiene un Padre en los Cielos, que la ama
entrañablemente, no sólo a pesar de su pequeñez sino por esta su pequeñez
precisamente, y por esto la lleva en sus brazos paternales, porque sabe su Padre que no
puede valerse de sus fuerzas, que es incapaz de andar, y de subir, por más que levante el
pie y lo intente. Con esta infalible convicción, ella, el alma pequeña, se deja llevar
tranquilamente como un niño dormido en brazos de su Padre. ¡Oh, que dulce vivir es el
abandonarse completamente al Amor y a la Providencia paternal de Dios! El pequeñuelo no
teme nada de nadie, ni tan siquiera se preocupa de temer, porque no sabe ni conoce
peligros. No espera ni pide nada, si no es de su Padre, y en su Padre espera y confía para
todas las cosas, y en su Padre descansa y se alegra. "La única cosa que incumbe al niño es
abandonarse, dejar que flote al viento su vela..." 61. "Quedarse niño es no inquietarse por
nada." 62

Este abandono y confianza filial del alma en el Padre celestial no suprime ciertamente el
esfuerzo y el dolor, pero asegura en todo caso la paz. Sufrir en paz no es siempre sufrir
con consuelo. "Quien dice paz no dice alegría o por lo menos alegría sensible; para sufrir en
paz basta querer firmemente todo lo que quiere Nuestro Señor" 63.

El total abandono en Dios significa, en realidad, confiarse enteramente al Corazón


paternal de Dios; y eso, no solamente por lo que afecta al alma y a la vida espiritual, sino
también por lo que atañe al cuerpo y a la vida terrenal. Es fiarse de El completamente
sin angustiarse por temores sobre el porvenir o sobre el pasado. "Sólo me guía la
absoluta confianza en Dios; no tengo otra brújula. No sé ya pedir nada con ardor, excepto
el perfecto cumplimiento de la voluntad de Dios en mi alma." 64. Así, pues, abandonarse a
Dios, es aceptar de buen grado y con el mismo amor, lo dulce y lo amargo, lo próspero y lo
adverso, sin temerlo ni esquivarlo, pues el alma abandonada a Dios sabe que "la única
felicidad aquí bajo, es aplicarse a encontrar siempre deliciosa la parte que Jesús nos da."
65.

4ª. Esfuerzo personal; levantar continuamente el piececito.

Aun cuando los cristianos ignorantes y mundanos quieran creer que el ascensor divino
propuesto por Santa Teresita, consiste en dejarse llevar dulcemente sin ningún esfuerzo,
en realidad, la doctrina y el ejemplo de la Santa son de un esfuerzo constante y de un
sacrificio absoluto. Recordamos sino, como dice a la novicia que levante continuamente el
piececito, para subir la escalera de la santidad por la práctica de todas las virtudes. La
renuncia de sí mismo es elemental en la ciencia de la santidad; y sólo los más ignorantes
son capaces de creer que pueden pasarse sin ella. Y esta renuncia requiere esfuerzo
personal constante, sin intermisión, durante toda la vida.

El caminito que nos propone nuestra Santa no es para ahorrarnos el sacrificio y el


esfuerzo, sino al contrario, para hacérnoslo amable, y enseñarnos una forma más
asequible para practicarlo con constancia. Y creer lo contrario es falsear la doctrina de la
Santa y el concepto de la santidad cristiana. "Es necesario -dice ella hacer todo lo que
está en nuestra mano, dar sin contar, renunciarse a sí mismo constantemente, en una
palabra, dar prueba de nuestro amor, por medio de todas las buenas obras que estén a
nuestro alcance." 66. "Muchas almas se excusan con estas palabras: Yo no tengo fuerzas
para hacer tal sacrificio. Pero ¡que hagan esfuerzos para hacerlo! Esto, algunas veces, es
difícil; no obstante, el buen Dios no niega jamás la primera gracia que en cada ocasión da
la fortaleza para vencerse; si el alma corresponde a ella, se encuentra inmediatamente
en la luz, entonces el corazón se fortifica y se encamina de victoria en victoria" 67. "¡Que
importa que no sienta valor -decía a una novicia con tal que obre como si le tuviera!
¿Dónde estaría su mérito si sólo debiera combatir cuando se siente animosa? Si estando
sin ánimo para recoger una hilacha, lo hace por amor de Jesús, consigue mucho más
mérito que realizando un acto mucho más importante en momentos de fervor 68. La
Santa misma "tuvo que luchar para renunciarse a sí misma constantemente y necesitó
valor para defender en ella la causa de Dios contra las acometidas de las inclinaciones
contrarias." 69.

Dios no nos pide sino buena voluntad; ésta, la hemos de demostrar con el fervor de
nuestro deseo y con la sinceridad de nuestro esfuerzo. "Y tanto más o menos gozaremos
esa perfección en la eternidad, cuanto con mayor o menor deseo, aquí la hubiéramos
procurado. Pues por los deseos santos, nos dará Dios premio eterno, aunque en esa
peregrinación no alcancemos lo que deseamos.'' 70.
5ª. Todo por amor.

Esta es la divisa fundamental de la Santa. Por la práctica de las virtudes y de la


perfección podemos llegar a un grande amor de Dios; pero también por el amor de Dios
podemos llegar a la práctica de las virtudes y de la perfección. Y este camino es el
preferido por la Santa, extremándolo deliciosamente. Ella no pretende más que complacer
a Jesús, agradarle, darle gusto, en una palabra amarle hasta lo imposible, y sólo con
esto, practicará todas las virtudes, salvará innumerables almas, ejercerá todas las
vocaciones y apostolados de la Iglesia. Ella ora, enseña, trabaja, sufre, en una palabra,
vive sólo por el amor; no detalla sus intenciones como otros Santos, que sufrían para
aplacar la justicia divina, o para expiar por los pecados, o para vencer las pasiones, o por
otros fines santos y necesarios. Ella misma dice que "no hubiera querido recoger una
aguja para evitar el Purgatorio" 71. "Los grandes Santos han trabajado por la gloria de
Dios decia ella pero yo, que no soy más que una alma pequeñita, trabajo únicamente para
darle contento. Yo quiero ser en la mano del buen Dios, una florecilla, una rosa inútil pero
cuya vista y perfume, sin embargo, sean para Él como un alivio y un pequeño goce de más
72. "Yo quiero trabajar sólo por vuestro amor, con el único fin de agradaros, de consolar
vuestro Sagrado Corazón y salvar almas que os amen eternamente." 73. "Jesús me
enseña a hacerlo todo por Amor." 74. Y próxima a morir, ella confiesa que "nunca ha dado
al buen Dios más que amor." 75. Sin el amor, todas las obras, incluso las más
extraordinarias no son más que nada."

"Mientras nuestras acciones, aun las más pequeñas, no se salen del foco del Amor, la
Santísima Trinidad les da un tinte y belleza admirables, y Jesús encuentra siempre
hermosas nuestras obras." 76. "Si quieres ser santa -dice a una de sus hermanas, te
será cosa fácil: no te propongas sino un fin: complacer a Jesús, unirte siempre más
íntimamente con Él..." 77. "El alma más fervorosa es la más humilde, la más unida a
Jesús, la más fiel a hacer todos sus actos por amor." 78.

6ª. Las flores del sacrificio y del amor.


Amar a Jesús y complacerle, consolarle y salvarle almas, he aquí el ideal de las almas
cristianas. "Pero ¿cómo demostraré mi amor, ya que el amor se prueba con obras? Pues
bien; la niñita echará flores... No tengo otro medio para demostraros mi amor que echar
flores; es decir, no escatimar el menor sacrificio, no dejar perder ninguna palabra, ninguna
mirada, aprovechar las menores acciones y ejecutarlas todas por amor. Quiero sufrir y
hasta gozar por amor; así echaré flores; cuantas encuentre, sin exceptuar una sola, las
deshojaré en vuestro obsequio... Además cantaré, cantaré constantemente, aunque tenga
que sacar mis rosas de entre las espinas; cuanto más largas y punzantes sean éstas,
más melodioso será mi canto" 79. Esta es la parte más típica y sugestiva de la doctrina
espiritual de Santa Teresita: el camino de la santidad más heroica, por las cosas
pequeñas hechas con grande amor. Esto anima extraordinariamente a las almas
pequeñas que, sintiéndose incapaces de grandes austeridades, ven posible y hacedera la
subida a la perfección y santidad.

Imitando a la Santa ejercitaremos los actos de virtud:

a) En cosas pequeñas y sencillas, pues ella misma aconseja practicar las pequeñas
virtudes, ya que "si pretendemos hacer cosas grandes aunque sea con el pretexto del celo,
Dios nos deja solas" 80. Y dice que sus mortificaciones consistían unidamente en
quebrantar su voluntad, en retener una palabra de réplica, prestar pequeños servicios
sin encarecerlos, y otras mil cosillas por el estilo. Mortificar mi amor propio (únicas
mortificaciones que se me permitían) me hacía más bien que las penitencias corporales,
decía la Santa 81.

b) Cosas no buscadas, corrientes, las que se presentan a cada momento en el curso


ordinario del día, y en las contingencias de la vida de familia o de comunidad; son como
traídas por la Providencia divina y cogidas como naturalmente, al azar; por ser cosas
pequeñas y no buscadas por nuestro parecer y voluntad, no están expuestas a la vanidad,
al amor propio y a la vana complacencia.

"En mi caminito, -dijo la Santa-, no hay sino cosas muy ordinarias: es preciso que todo lo
que yo haga, puedan hacerlo igualmente las almas pequeñas" 82.
c) Aceptadas generosamente siempre, todas, y con amor. Aquí está la base del heroísmo
de Santa Teresita. Todo el mundo es capaz de hacer alguna vez pequeños actos de
virtud. Pero practicar todos, sin exceptuar uno solo, como dice ella, los que se presenten en
la vida ordinaria, y mantenerse con este espíritu de abnegación constante, y
perseverando en ello hasta la muerte, es realmente heroico y de una consumada santidad.
Si no llegamos a tanta perfección, con buena voluntad, llegaremos por lo menos a ser
fieles en la mayoría de los casos. Esto implica prácticamente la renuncia de su propia
voluntad, es decir, negarse a sí mismo constantemente, y "esta mortificación -dice el
Venerable Blosio verdaderamente es difícil y penosa al principio, pero cuando se ha
perseverado con valor en ella durante algún tiempo, la gracia de Dios la torna facilísima y
dulcísima; efectivamente, el arte de mortificarse es como todos los otros: si se practica a
menudo y con esmero, se hace como natural al hombre, por su continuidad'' 83.

d) Actos ocultos, es decir, solo de Dios conocidos, sin querer ni pretender por ellos ninguna
retribución humana, ni de agradecimiento, de admiración o alabanza, por lo cual debe
permanecer ignorado de todos. Dice la Santa que "se aplicaba sobre todo a los pequeños
actos de virtud bien ocultos". Nadie en su vida pudo conocer sus preferencias ni sus
repugnancias, ni lo que sufrió en el comer, o en el dormir, ni sus penas y luchas interiores.
Este es el perfume más exquisito de la flor que vive sólo para Dios. Cuando dejamos
saber nuestros actos de virtud, pierden todo su aroma espiritual; y entonces cambiamos
el premio de gloria que Dios nos quería dar, por el de la alabanza humana que nos
procuramos al manifestarlos. "Más agrada a Dios una obra dice San Juan de la Cruz- por
pequeña que sea hecha en escondido, no teniendo voluntad de que se sepa, que mil hechas
con gana de que lo sepan los hombres" 84. Y Santa Teresita declara: "Si por un imposible,
el mismo Dios no viese mis acciones, no me apenaría por ello. Le amo tanto que quisiera
poder darle contento sin que supiera que le viene de mi" 85. Y en una carta a Madre Inés
dice: "A todos los éxtasis, prefiero la monotonía del sacrificio oscuro".

7ª. No negar nada a Dios.

Es otro carácter sublime de la vida y doctrina de nuestra Santa. "Desde la edad de tres
años, dice ella, nada he negado a Dios. Con todo, no puedo gloriarme de ello. Yo no soy una
santa; jamás he realizado las acciones de los santos; soy un alma pequeñita a la que Dios
ha colmado de gracias" 86. Para llegar a este grado de amor y fidelidad de no negar a
Dios ningún trabajo o sacrificio que nos pida, se requiere prácticamente negarnos a
nosotros mismos con un completo desasimiento de las criaturas hasta llegar al olvido de
sí mismo y así encontrarnos dispuestos en todo momento a aceptar y ofrecer a Dios
cualquier sacrificio que le pluguiere, por grande que fuese. No suele pedirnos Dios grandes
cosas, pero reclama de nosotros esta disposición de espíritu, pronto a sacrificarlo todo,
incluso la vida, si fuera necesario. Lo que hemos dicho en la norma anterior, sobre ofrecer
las flores de los pequeños sacrificios de cada momento sin exceptuar ninguno, ya es
evidentemente esta renuncia y olvido de sí mismo, practicado a pequeñas dosis, que no le
quitan mérito si son cumplidas con amor. El no negar nada absolutamente a Dios de lo que
nos pida, nos da la máxima seguridad de tener nuestra voluntad enteramente unida a Él,
que es la verdadera santidad. Y esto es una demostración palmaria de nuestro amor a
Dios y, por lo tanto, el mayor de los consuelos. "Una de las señales ciertas de amor a Dios,
es la prontitud con que se acepta y el gozo que se experimenta en ofrecer a Dios un
sacrificio que nos pide y que es costoso a la naturaleza" 87.

8ª. Celo sacerdotal de las almas.

Es maravilloso el intenso deseo de Santa Teresita de ser sacerdote, si hubiera sido


posible, para llevar las almas a Dios, y dar Jesús a las almas. Todo ello era movido por su
exclusivo amor a Dios: pues el conquistarle y salvarle almas, era para darle consuelo,
satisfacción y el más grande placer. Y ya que ella no podía ser sacerdote rogaba a Dios
por ellos, sabiendo que son los encargados por Dios de guiar y salvar las almas, con tanto
ahinco que constituía el fin primordial de su profesión religiosa: He venido, dijo, para
salvar las almas, y sobre todo para rogar por los sacerdotes" 88. Por la oración y el
sacrificio, ella ha sido el apóstol de los apóstoles; ella ha merecido ser nombrada Patrona
celestial de las misiones y de los misioneros. Roguemos por los sacerdotes, decía a su
hermana Celina, que nuestra vida esté consagrada a ellos 89. No pudiendo ser misionera
de acción, quise serlo por el amor y la penitencia, escribía ella a uno de sus Misioneros 90.
Al desposarse la joven Carmelita con el Rey de los Cielos, según ella escribe, su único objeto
era salvar almas, sobre todo almas de apóstoles 91. También pueden imitarla fácilmente
las almas pequeñas, en este apostolado, por sus pequeños sacrificios ocultos y pequeños
actos de virtud. No descuidemos ningún sacrificio, dice la Santa. Recoger un alfiler por
amor, puede convertir un alma. Sólo Jesús puede dar tal precio a nuestras acciones;
amémosle, pues, con todas nuestras fuerzas" 92.

Imitemos, pues, a la Santa que con el amor pudo cumplir tantas vocaciones y apostolados
como su corazón deseaba. Con nuestro amor sincero, nuestra oración sencilla y nuestros
pequeños y humildes sacrificios, podremos también salvar muchas almas y conquistarlas
al Amor de Jesús.

9ª. La sencillez y la paz del alma.

Es el sello distintivo de las almas que siguen el caminito de la infancia espiritual; son
sencillas y humildes de corazón, bondadosas, pacíficas, tranquilas, fáciles de contentar. Es
el mismo espíritu de Jesucristo, como encarnado de nuevo en ellas. "Santa Teresa del Niño
Jesús ha tenido el insigne privilegio de presentar la santidad bajo su aspecto
verdaderamente evangélico despojándola de todas las complicaciones con que el espíritu
humano la había envuelto a través de los siglos. Y en este sentido decía recientemente un
docto teólogo: Santa Teresa del Niño Jesús ha desembarazado el camino del Cielo. Y un
eminente príncipe de la Iglesia: Lo que gusta en esta Santita, es su encantadora
sencillez. En nuestras relaciones con el buen Dios, ella ha suprimido las matemáticas." 93.

Por miserables que seamos, por torpe que sea nuestro entendimiento, por escasa que sea
nuestra energía, mientras tengamos buena voluntad sincera, podemos contentar a Jesús
y hacernos Santos. Oigamos las palabras de la Santa: "¡Qué fácil es agradar a Jesús y
arrebatar su Corazón! No hay más que amarlo, sin mirarse a sí mismo, sin examinar
demasiado sus defectos..." "Cuando ocurre que caigo en alguna falta, me levanto
inmediatamente." "Una mirada a Jesús y el conocimiento de la propia miseria, lo repara
todo" 94. "Una sola cosa hay que hacer aquí en la tierra: echar las flores de los pequeños
sacrificios a Jesús, y ganarlo con caricias..." "Cuando se acepta dulcemente la humillación
de haber sido imperfecta, la gracia del buen Dios, vuelve inmediatamente..." 95.

El camino propuesto por Santa Teresita, no requiere nada extraordinario ni complicado.


Todo lo que ella hace y propone es lo que pueden hacer todas las almas pequeñitas: todo
es ordinario, usual, corriente. Por eso dice cuanto le gusta y cuanto bien le hace el
considerar la vida de la Sagrada Familia en Nazaret, completamente ordinaria sin
distinguirse en nada de los demás.

Firmemente arraigada en el amor, la paz del corazón no abandona nunca a la Santa, ni en


las contrariedades, ni en los sufrimientos físicos, ni en las luchas y oscuridades de espíritu.
Cuando le preguntaron cómo se lo arreglaba para estar siempre igualmente gozosa y
serena, respondió: "Desde que nunca me busco a mí misma, llevo la vida más feliz que
pueda imaginarse" 96. Durante su última enfermedad, le preguntaron cómo lo hizo para
llegar a esta inalterable paz tan suya. Y contestó: "Me olvidé de mí, y procuré no
buscarme en nada" 97. Cuando, pocas semanas antes de morir, le expresó su hermana, M.
Inés, la pena que sentía al verla sufrir tanto, exclamó: "Sí, pero ¡que paz también! ¡que
paz!".

Otra cualidad suele enriquecer a las almas sencillas, pacíficas, humildes, pequeñas: Dios se
inclina bondadosamente con preferencia a ellas y les da a conocer el reino de Dios con más
claridad que a los otros. Lo que dice el Evangelio, que se complace en revelarlo a los
párvulos y lo esconde a los sabios y prudentes 98. Los pequeñuelos, en su pacífica
sencillez, saben amar a Dios mejor que los sabios y grandes según el mundo. "Santa
Teresita dice el Papa Benedicto XV no hizo intensos estudios; no obstante adquirió ciencia
tan alta, que acertó a conocer para sí, y aun supo mostrar a los demás, el camino recto y
seguro para la salvación." "¿De dónde procedía aquel vasto arsenal de doctrinas? Sin duda
de los arcanos que se complace Dios en revelar a los pequeñuelos" 99. "Santa Teresita
recibió la misión de enseñar a amar a Jesucristo." No solamente a sus novicias sino al
mundo entero ha sabido adoctrinar en el amor. Pidamos al Señor que la sepamos imitar en
sus virtudes y nos dé, como a ella, esa intuición de la verdadera santidad, que es una
segura discreción de espíritus.

10ª. Víctima del Amor misericordioso.

Era aspiración constante de la Santa el morir mártir de sangre o morir de amor en duro
lecho. "No tengo más que un solo deseo: Amar hasta morir de amor". Para alcanzarlo, ella
hizo el acto de ofrecimiento como victima de holocausto al Amor misericordioso,
suplicándole que dejara desbordar los raudales de su infinita ternura en ella, que la
consumiera continuamente y así la hiciera morir mártir de Amor. En este acto, entendido
en la forma expuesta por Santa Teresita, no es propiamente nuestro amor a Dios, el que
nos consume, sino el amor de Dios a nosotros que con su ternura y misericordia infinita nos
va trasformando y consumiendo. Por eso no se necesita ser un alma perfecta para hacer
esta ofrenda a Dios, sino que por el contrario "cuanto más débil y miserable sea uno,
tanto mas apto es para las operaciones de este Amor que consume y transforma" 100.
"Pues para que el Amor quede plenamente satisfecho, tiene que abajarse hasta la nada y
transformar en fuego esa misma nada" 101. Y de ella misma decía: "Es mi debilidad misma
la que me da la audacia de ofrecerme Victima a vuestro Amor ¡ oh Jesús !" 102.

Esta ofrenda como victima de holocausto al Amor misericordioso es el punto culminante


de la doctrina de Santa Teresita sobre la infancia espiritual; y es también para las almas
pequeñas que no serían capaces de hacer cosas extraordinarias, una manera fácil y
sencilla de consumar su santificación, por medio de los pequeños actos de amor y sacrificio
que les enseña. La Santa deseó y pidió siempre conocer bien su nada, y fue escuchada, y
proclamó muy alto que "la mayor gracia que el Señor me ha hecho es la de haberme
mostrado mi pequeñez, mi incapacidad para todo bien" 103.

Lo esencial para hacer debidamente este acto de ofrenda, es entregarse al amor divino
enteramente para que nos consuma en sus llamas, purificándonos constantemente de
nuestras faltas y miserias, y preparándonos para presentarnos, al morir, completamente
purificados ante la Divina Majestad. Y el fruto recogido de esta ofrenda nuestra, será
mayor o menor, según será más o menos completa nuestra entrega al amor. Así como el
fuego solo consume lo que se le entrega, así también, como dice Santa Teresita: "En
tanto uno es consumido por el Amor, en cuanto se entrega al Amor" 104. Y entregarnos al
amor quiere decir hacerlo todo por amor, no preocuparnos mas que del amor, vivir de
amor, procurando constantemente y en todo satisfacer al amor de Jesús, darle contento,
consolarle, satisfacerle, adorarle, rogarle, cumplir su querer, a cada momento y en cada
ocupación del día, y en todas las circunstancias de la vida, ofreciéndole las mil y una
pequeñeces de la vida ordinaria, con toda sencillez de corazón, con filial confianza, tal como
seamos, santos o miserables, perfectos o defectuosos; pensando que cuanto mas
miserables y pecadores hemos sido, tanto más aptos somos para las operaciones del
Amor misericordioso, que se abaja hasta lo más bajo y humilde, para más gloriarse y
satisfacerse. "Creedme nos dice la Santa para amar así a Jesús, para ser su víctima de
amor, cuanto más débil y miserable es uno, más apto es para las operaciones de este
Amor que consume y trasforma... el solo deseo de ser víctima basta; pero es preciso
consentir en quedar siempre pobre y sin fuerza, y he aquí lo difícil, porque "el verdadero
pobre de espíritu ¿dónde hallarlo? Es preciso buscarlo muy lejos" dice el autor de la
Imitación... Muy lejos, es decir, muy bajo, muy bajo en su propia estima, muy bajo por su
humildad; muy bajo, es decir alguien muy pequeño. Ah, quedaos, pues, muy lejos de todo lo
que brilla, gozaos en vuestra pequeñez, complaceos en no sentir nada; entonces seréis
pobre de espíritu y Jesús vendrá a buscaros, por lejos que estéis; y os transformará en
llama de amor... La confianza, y sólo la confianza es lo que nos debe conducir al Amor. Dios
está más contento de lo que obra en vuestra alma, a pesar de vuestra pequeñez y de
vuestra pobreza, que de haber creado los millones de soles y ex tensión de los cielos..."
105.

*****

Tengamos presentes las palabras evangélicas de que en el Cielo, en la casa del Padre
celestial, hay muchas moradas, entre las cuales hemos de pensar que se encuentra la
nuestra, la de los pequeños, como nos repite Santa Teresita. Así, pues, no nos
desanimemos nunca, aunque nos veamos incapaces de alcanzar aquella perfección heroica
de nuestra Santa Protectora y Modelo; alcanzaremos ciertamente la que Dios nos
destine, y esa será la mejor para nosotros. El camino de la infancia espiritual está
abierto a toda alma de buena voluntad, sea la que fuere y como fuere, y tanto más fácil y
ancho es este camino cuanto esta alma es más pequeña a sus propios ojos. Es lo que nos
repite la Santa; y también lo que nos enseña la Iglesia por boca de sus Supremos
Jerarcas, quienes nos dicen: "La infancia espiritual es un camino que sin permitir a todos,
ciertamente, llegar a las alturas a las que Dios condujo a Santa Teresa, ES NO
SOLAMENTE POSIBLE, SINO TAMBIÉN FÁCIL PARA TODOS" 106.

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